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Relato erotico: “Mi madre y el negro X: El nuevo orden”(POR XELLA)

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EL NUEVO ORDEN

Alicia no podía dejar de mirar las fotos de su madre, ¿Que la estaba pasando? No sentía el rechazo y el enfado del principio, ni siquiera los celos de hace un par de días. Simplemente sentía morbo y excitacion, tenía ante sí el reportaje gráfico de la primera relación lésbica de su madre y eso la calentaba. Mucho.

La noche anterior había vuelto a “sucumbir” a su hermana, Claudia la había usado nuevamente para obtener placer sin dar nada a cambio y ella lo había aceptado como si fuese lo que hubiese de ser. Y a lo mejor era así. A lo mejor estaba hecha para ser usada. Frank lo hacía y a ella le gustaba, ¿Por qué no iba a hacer lo mismo su hermana?

Cuando su madre llegó la noche anterior, ella todavía estaba en el cuarto de Claudia, tumbada boca arriba en la cama y con su hermana sentada sobre su cara, casi no podía respirar, pero le había excitado sobremanera. Facesitting, le había dicho que se llamaba eso. Había permanecido casi 30 minutos en esa posición, con el coño de su hermana en la boca y su ojete en la nariz, perdió la cuenta de cuantos orgadmosntuvo Claudia, lo único que sabía es que ella no había tenido ninguno.

Cuando regresó a su habitación se masturbó furiosamente hasta que se quedó dormida por el agotamiento.

—————

Los días pasaban y la situación volvía a la normalidad, o lo que se estaba convirtiendo en normalidad en aquella casa. Alicia había vuelto a la universidad una vez recuperada de sus lesiones, y el pequeño juego que se traían entre todos seguía su curso, aunque con pequeños cambios.

Siempre que Frank quería follarse a Elena iba acompañado de Becky para que la rubia la usase para su propio placer. Poco a poco iba introduciendo nuevos juegos y juguetes y Elena había aprendido a disfrutar de ello. Desde fustas y esposas, hasta un arnés con el que la mujer se follaba duramente a la chica. Cuando Frank se corría sobre ellas tenían que limpiarse la una a la otra con la lengua.

Alicia por su parte seguía recibiendo fotos de las peripecias de su madre, pero las visitas de Frank se habían reducido, un par de veces a la semana a lo sumo. Por contra, prácticamente todas las noches iba a la habitación de su hermana para ser usada por Claudia, se había convertido en una pequeña marioneta de su hermana y, extrañamente, eso le proporcionaba mucho placer, estaba empezando a actuar sumisamente ante ella incluso fuera de sus juegos de cama.

Un día, Claudia apareció con un nuevo juguetito, era un vibrador que se conectaba por bluetooth al móvil de Alicia, y era controlado por el de Claudia, desde entonces se lo llevaba puesto a clase y trataba de aguantar las vibraciones aleatorias que le mandaba su hermana intentando que nadie se percatase.

————

Un nuevo mensaje de Frank llegó al móvil de Alicia, lo miró ilusionada, aunque algo extrañada, era sábado, y normalmente los sábados Frank disfrutaba a día completo de su madre.

– Esta tarde estaré en tu casa con la zorra de tu madre. Ponle alguna excusa para irte, pero quédate escondida para ver el espectáculo.

La chica se desinfló, realmente volvería a pasar el día con su madre, aunque en el fondo estaba excitada por la idea de ver como se la follaba. ¿Vendría también con Becky?

———–

Después de comer, como había acordado, hizo que se iba de casa, pero se escondió en su habitación hasta que oyó llegar a Frank. Entonces bajó y desde el quicio de la puerta comenzó a espiar la situación. Efectivamente Becky estaba con ellos, vestida con su habitual atuendo de conejita, con el plug anal con forma de cola de conejo insertado en su culo, estaba a cuatro patas situada tras su madre, lamiendo su culo y su coño mientras ésta, a cuatro patas también, chupaba la polla de Frank.

Alicia comenzó a excitarse ante la visión del lascivo trenecito y llevó la mano a su entrepierna, apartó el tanga y comenzó a masturbarse mientras no perdía detalle de como la polla de Frank desaparecía una y otra vez en la garganta de su madre. La manos de Frank estaban aferradas a la nuca de la rubia, marcando el ritmo de la mamada. Desde la puerta Alicia podía escuchar perfectamente el sonido de chapoteo que producía, así como los jadeos de los amantes.

Becky separó las nalgas de Elena con una mano, mientras que con la otra, tras introducirla en el coño para lubricarlos, comenzó a meter dos dedos en el culo de la mujer. Alicia había visto como Frank sodomizaba a su madre, así que los dedos de Becky no debían ser un problema para ella, aun así, no dejaba de ser una escena impactante para la chica. Elena comenzó a bambolear sus caderas movida por el placer, buscando una penetración más profunda por parte de la joven.

– ¿Que crees que estás haciendo?

Alicia se dio la vuelta sobresaltada, y avergonzada, retiró rápidamente la mano de su coño. Era su hermana.

– Yo…

Ni siquiera supo acabar la frase, no podía desviar la mente de lo que estaba pasando en la habitación contigua. Retomó la masturbación aún estando ante Claudia, total, ella la había visto en situaciones más embarazosas aún.

– ¿No puedes ni acabar la frase? ¿Que ibas a decir? ¿”Yo sólo me estoy masturbando mientras veo como se follan a mi madre”? ¿”Yo sólo soy una zorra cachonda que no puede estar un segundo sin llevarme las manos al coño”?

La chica apartó la mano de su hermana y continuó con la suya, Alicia se sobresaltó, era la primera vez que su hermana hacía algo para proporcionarla placer a ella. Cerró los ojos y la dejó hacer.

– Desnúdate… – Susurró Claudia en su oído.

La chica obedeció y en pocos segundos estaba en cueros ante Claudia. Ésta se situó tras ella, masturbandola desde atrás, mientras seguían observando el trío que había en el salón.

Elena estaba sentada a horcajadas sobre la polla de Frank, que estaba en el sofá. La rubia gemía y gritaba cada vez más alto mientras Frank la ensartaba una y otra vez. Tras ella, Becky follaba su culo con una especie de mordaza que llevaba acoplada un consolador.

– ¿Te gusta lo que ves? – Susurraba Claudia. – A la vista está que te excita pero… ¿Que lugar desearías ocupar? – Esa pregunta descolocó a Alicia, obviamente le gustaría estar en el lugar de su madre, follada por la enorme polla de su macho pero… La imagen de Becky arrodillada y sometida a los deseos de los otros dos,amordazada y “obligada” a darles placer de esa manera tan humillante… – Te gusta ser tan zorra como mamá, ¿Verdad? Que te follen como la perra que eres, tener tu ración de polla todos los días… – El aliento de Claudia en su oído estaba volviendo loca a Alicia, que movía las caderas al compás de la mano de su hermana. – pero… Te pone mas que te usen… Ser el juguete de los demás, como nuestra amiga Becky. Te gusta ser usada y humillada sin que a nadie le importe tu placer…

Alicia cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, estaba a cien, sentía como su cuerpo estaba a punto de estallar pero, de repente, Claudia paró. La agarró fuerte del pelo y tiró hacia atrás, obligándola a mirarla a los ojos.

– Veamos que tan perras sois.

Y diciendo esto empujó a Alicia obligándola a abrir la puerta y entrar en el salón.

En cuanto sonó la puerta se hizo el silencio, todos miraron a Alicia entrar desnuda y con su hermana sujetandola del pelo. La chica tropezó y Claudia no hizo nada por sujetarla, con lo que cayó al suelo ante Frank, su madre y Becky.

– ¡A-Alicia! ¡Claudia! ¿Q-Que?… – La mujer balbuceaba todavía con la polla de Frank y el consolador de Becky en sus entrañas. – Esto… Esto no es lo que parece.

– ¿Y que parece? – Preguntó Frank, con una sonrisa de oreja a oreja.

Elena se quedó de piedra al ver la tranquilidad que mostraba, entonces cayó en la cuenta de que Alicia estaba desnuda. Intentó levantarse pero Frank la agarró con fuerza de las caderas, bajándola de golpe y metiendole la polla hasta el fondo. Elena grito de sorpresa y dolor.

– ¿Que está pasando aquí? D-dejame levantarme… – Suplicaba Elena.

– ¿Por qué? Hace unos minutos estabas suplicando por mi polla. ¿Es que ya no la quieres? – Frank la miró con severidad, Elena sabía que esa mirada implicaba mas de lo que aparentaba, que Frank no quería jueguecitos ni quejas.

– N-No… O sea… ¡Si! Si…L-La quiero… Pero…

– Ni pero ni nada, ¿Tienes algún problema con hacerlo delante de la gente? No es la primera vez que lo hacemos, ¿Verdad?

– No…pero…

Alicia recordó unas fotos en las que su madre se la chupaba a Frank en los baños de un bar, con gente mirando. Había otras en las que la sodomizó en un parque al aire libre.

– ¿Pero que?

– Son mis hijas…

– Mejor, así todo queda en familia. Claudia, ¿Tu tienes algún problema? – La chica negó con la cabeza. – ¿Y tu, Ali?

– N-No…

– P-pero… – Balbuceaba Elena, pero Frank la levantó en vilo y la tiró abierta de patas en el sofá.

De un golpe le clavó toda la extensión de su miembro en el coño, arrancando un gemido de la rubia. Comenzó un duro mete-saca que consiguió llevar a la mujer al borde del orgasmo. Alicia giró la cabeza, pero no podía evitar mirar de reojo la violenta follada que estaba sufriendo su madre, veía como botaban sus tetas y como se escapaban de su boca los gemidos de placer.

– ¿No es esto lo que quieres? – Decía el negro.

– SSsssiii..mmmhhhh… – Elena ya había perdido toda noción de raciocinio, su cuerpo era puro éxtasis y pertenecía por completo a aquella pantera que la estaba follando.

– Diles a tus hijas lo que eres. Que sepan quien es su madre.

Elena dudó y Frank sacó su polla de golpe, dejando un vacío enorme en la madura mujer.

– Noooo – Protestó, moviendo sus caderas hacia el miembro de Frank.

– Dilo.

– Soy… Soy una puta. Soy la puta de Frank, soy su zorrAHh! – El chico volvió a meter el rabo de un empellón. Elena se mordía los labios de deseo.

– ¿Veis lo puta que es vuestra madre? Se derrite por una buena polla. Aunque lo que le gusta últimamente es otra cosa…

Frank se llevantó dejando nuevamente a la mujer vacía y ansiosa. Desde la posición en la que estaba Alicia, podía ver perfectamente el coño abierto de su madre.

– Últimamente vuestra madre se ha aficionado a follarse a Becky. Le gusta usarla para su propio placer, ¿Verdad? – Elena aparto la mirada. – Venga, Becky. Ponte en la posición que le gusta a Elena. – La chica obediente se tumbó boca arriba, estirada. – Vamos Elena, no seas tímida, si todo queda en familia.

La mujer se tragó sus sentimientos, sabia que si no hacía caso Frank no querría volver a verla, y estaba demasiado enganchada a el para permitirlo, estaba demasiado sometida a él. Total, era un paso más de todos los que había estado haciendo desde que empezó con el chico. Se levantó y se colocó a horcajadas sobre la cara de la chica, insertándose el consolador que llevaba como mordaza. Con la cara roja de vergüenza comenzó a montar la cara de la chica, primero dubitativa, después alentada por la excitación.

Alicia estaba a cien. La escena que ocurría ante sus ojos la estaba volviendo loca, la manera de actuar de su madre incluso ante sus hijas, la manera de usar a aquella chica sin importarle ella ni lo mas mínimo…

Una caricia la sacó de sus pensamientos, Frank se había situado junto a ella, con su enorme polla al lado de su cara. Alicia la agarró con una mano para dirigirla a su boca. La notó pegajosa. “Esta polla acaba de salir del coño de tu madre” se dijo a si misma. Un cosquilleo bajó desde su cabeza hasta su sexo sólo de pensarlo, primero olió, después probó, después devoró. Era extraño. Extraño y excitante. Era un sabor distinto al suyo y al de su hermana, pero a la vez era similar. Comenzó a lamer cada centímetro para recoger ese peculiar sabor, miró al chico a los ojos y después miró a su madre. Ésta la miraba fijamente, con una expresión mezcla de confusión y excitación. Entonces algo pasó entre ellas, una especie de click sonó en sus cabezas y se vieron la una reflejada en la otra. “Es tan zorra como yo” pensaron ambas, y eso les supuso una liberación y una aceptación de la situación en la que estaban enorme, sobre todo a Elena, que acababa de enterarse de todo. Justo en ese momento Elena de fijo en algo en lo que no había reparado. Su hija tenía un tatuaje igual al suyo, ¿Desde cuando…?

Pero algo interrumpió sus pensamientos porque, mientras eso sucedía, Claudia se había quitado la ropa y se había acercado a su madre. Sostuvo ligeramente las mejillas y besó suavemente sus labios.

– A partir de ahora todo irá mejor en casa, mamá. Cada una será quien realmente es.

Elena la miró a los ojos sin comprender, y observó como su hija alzaba la pierna sobre su cabeza, dejando el coño ante su cara. La mujer estaba paralizada, la situación era cada vez mas bizarra, Claudia, al ver la pasividad de su madre la obligó a enterrar la cabeza entre sus piernas. Tras unos segundos de sorpresa, la chica notó como su madre comenzó a mover la lengua, de manera lenta pero segura. El cosquilleo que le producía, unido al morbo de la situación llevaron a Claudia a un orgasmo casi instantáneo, empapando a Elena.

– ¡Que poco has aguantado! – Exclamó Frank. – Tu madre lleva un rato ya y no se a corrido aun, y tú no has durado más que unos segundos.

– Vamos a remediar eso. – Dijo Claudia, picada por las mofas del negro. No le gustaba que se rieran de ella. – Ven aquí, mamá.

Tiró del brazo levantándola, Elena se dejó hacer, sorprendida de la fuerza de su hija. Ésta la arrojó al suelo al lado de Frank y Alicia, apartó al chico de un empujón y lanzó a su hermana a las piernas de su madre.

– Vamos zorra, enseñale a mamá lo bien que se te da comer coños. – Alicia miraba a su hermana asustada. – ¡Vamos!

Sumisamente Alicia apartó la mirada y la dirigió a su madre durante unos segundos antes de enterrar la cabeza en el lugar por donde había nacido.

– P-Pero ¿Que? – Balbuceaba Elena tratando de detener a su hija.

Claudia se situó tras ella, le sujetó la mano y la tiró del pelo.

– Todos hemos visto lo putas que sois – dijo -, es hora de que jugueis juntas como buena madre e hija.

La mujer suspiró cuando Alicia comenzó a lamer, su lengua se movía con habilidad recorriendo con pausa cada rincón de su coño.

– La he enseñado bien, ¿Eh? – Decía Claudia. – Como podrás comprobar es toda una experta.

– ¿T-Tu?… – Elena intentaba hablar entre los espasmos de placer que le producía su hija. – ¿Vosotras?…

– Si. Nosotras. – Claudia se arrodilló al lado de su madre y comenzó a juguetear con sus pezones. – No te imaginas la de orgasmos que me ha dado mi hermanita mientras tu dormías plácidamente en la habitación de al lado. Le encanta ser tan zorra, igual que a ti. – Remarcó la última palabra con un pellizco que arrancó un gemido de su madre.

Frank se masturbaba lentamente viendo la escena, mientras que Becky seguía en la misma posición en la que la habían dejado. La respiración de Elena se aceleró e, inconscientemente llevó sus manos a la cabeza de Alicia, empujándola contra su coño. Alicia intensificó el ritmo, tenía la cara empapada del flujo de su madre y le costaba respirar, pero no estaba dispuesta a parar, notaba perfectamente las convulsiones que provocaba y quería llevarla hasta el final.

La mujer no tardó mucho en estallar en un poderoso orgasmo que la hizo gritar y revolverse en el sitio. Cerró los ojos, no quería que esa sensación acabase y tampoco enfrentarse a la realidad de lo que acababa de suceder.

– Que bonito espectáculo. – Dijo Frank. – Madre e hija demostrándose todo su amor pero, ¿No os olvidáis de algo?

El chico meneaba su enorme polla ante ellas, rápidamente las dos se situaron ante él, arrodillada la una a la otra y Frank comenzó a llevar su polla de la madre a la hija. Al principio reticentes, después completamente entregadas, lamían y chupaban el caramelo que tenían delante, se turnaban y se compenetraban para no molestarse y dar mas placer a su hombre.

No tardó mucho tiempo en derramar su semen en la cara de ambas, que lo recibieron gustosas con la boca abierta. Claudia estaba preparada para tomar una bonita fotografía familiar, con su madre y su hermana cubiertas de lefa.

——————

A partir de ese día nada fue igual. Las tres mujeres de la casa comenzaron a tener sexo asiduamente, Claudia era la dominante, Alicia la sumisa y Elena, dependiendo de con cual estuviese, una cosa o la otra. Rápidamente se instauró también esa cadena de mando para la vida habitual y no sólo para el sexo, así pues, Claudia disponía de su madre y su hermana a su antojo. Ellas hacían las tareas de la casa, las hacía disfrazarse, a veces de asistenta francesa, otras de colegialas, otras simplemente iban completamente desnudas…

Frank las visitaba casi todos los días y disfrutaba de ellas tanto como Claudia. La idea de los piercings en los pezones de Alicia le gustó, así que se los hizo también a Elena. Las hacía llevar una cadenita de oro enganchada a los aritos, o unos pequeños cascabeles que le gustaba hacer sonar mientras las sodomizaba…

Al tiempo acabó mudándose allí, y con él Becky. La chica era el escalafón mas bajo de la pequeña sociedad que habían montado, era poco mas que la mascota, no en vano siempre iba vestida como tal y, por supuesto, que no faltase su plug anal con forma de la cola del animal que correspondiese.

Elena asumió su papel con facilidad, así como la verdadera cara de sus hijas, sentía un especial afecto hacia Alicia, puesto que se veía reflejada en ella, aunque no dejaba pasar la posibilidad de castigarla cuando le tocaba dominar, en parte por que sentía un pequeño acceso de celos por Frank, para demostrar que ella estaba por delante.

Alicia acabó la universidad y comenzó a trabajar en un pequeño periódico local. Fuera de casa actuaba con normalidad pero nada mas entrar sabía cual era su rol. Todavía, muchas noches se masturbaba pensando en el momento en el que todo comenzó, la primera vez que vio a su madre y al negro.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
Paramiscosas2012@hotmail.com


Relato erótico: “La tara de mi familia 7. Inseminación forzada” (POR GOLFO)

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Capitulo 8. Inseminación forzada.
Sin títuloEsa noche obligué a Thule a dormir a los pies de la cama, por lo que tuve para mí la totalidad del colchón por primera vez en semanas. En un principio me resultó raro no tener que compartir con nadie las sábanas, pero tras esos momentos iniciales, redescubrí la comodidad de dormir solo. No tuve pesadillas, ni premoniciones, quizás no tanto por lo anterior como por el cansancio acumulado de tantas noches de insomnio. El hecho es que eran más de las once de la mañana cuando Makeda me despertó, al levantar las persianas de la habitación.
Estaba de muy buen humor, según ella por estar de vuelta a mi lado, pero no consiguió engañarme. La realidad fue que lo que le alegró fue descubrir que contra los que ella se había supuesto, Thule se había pasado la noche en el suelo. Y ya no cupo de gozo al leer el mensaje que la alemana tenía grabado en su piel. La negra era una mujer avispada, y por eso no me preguntó que es lo que había pasado, por que lo supo en cuanto vio el tatuaje.
Thule, tráele un café a Fernando-, le ordenó sin mirarla, y dirigiéndose a mí me dijo: – Te traigo buenas noticias, Xiu ya se puede levantar y me manda que te dé un beso de su parte-.
-Me alegro y ¿la niña?-
-Bien creciendo, y tú, ¿que tal?-
Concisamente le informé de nuestro plan de utilizar al partido neonazi, reformándolo como la punta de lanza de nuestra toma de poder en Europa, y como el Cardenal había organizado todo. Makeda se mantuvo en silencio mientras le expliqué el resultado de mi investigación y solo cuando hube terminado se atrevió a preguntar refiriéndose a la germana:
-¿Te fías de ella?-.
-Ahora sí, y si no me crees, haz la prueba-
-Lo haré, pero antes de nada debo de cumplir con Xiu-, me contestó sentándose en la cama.
Espera un momento-, le bromeé, -¿Qué te dijo que me dieras un beso de su parte o en mis partes?-
-¡Que bruto eres!-, se hizo la indignada. Pero si le había molestado, no lo demostró porque besándome en los labios fue bajando por mi pecho, mientras que con su manos desabrochaba mi pijama.
En ese momento Thule hizo su aparición con el café. La muchacha al verla de pié, desnuda, esperando nuestras instrucciones, se rió y cogiéndola de un brazo le dijo:
-Deja que lea lo que pone-.
Cruelmente, humillándola hizo que pusiera su pubis a escasos centímetros de nuestras caras.
-Me gusta, pero considero que es un poco pequeño, debía ser mas grande, para que se viera mejor-.
La alemana lejos de ofenderse, le contestó:
-Pues Fernando me dice que me queda muy sexi, y eso es lo que me importa-.
Soltó una risotada al escuchar la respuesta, y volviendo a besarme me dijo al oído:
-¿Ya la has usado?-.
-Si la he usado, pero si lo que me preguntas es si ya la he penetrado, entonces, ¡no!-.
Se alegró al escucharme decir que la había esperado para hacerlo, aunque la verdad es que la hubiese tomado el día anterior si no hubiese descubierto su traición.
Eso se arregla en un momento-, me dijo guiñándome un ojo. Y cogiendo a la mujer de los pelos, la colocó en su entrepierna mientras se apoderaba de mi sexo.
Fue una delicia sentir como introducía lentamente mi pene en su boca, como la humedad de su lengua fue mojando toda mi extensión y como mis testículos eran masajeados por su mano, mientras veía como la rubia torturaba su hambriento clítoris. Makeda jadeó cuando Thule abriendo sus hinchados labios, introdujo el primer dedo en su vagina, pero se volvió una perra en celo cuando sin pedir permiso y sin dejar de mordisquear con sus dientes el botón de placer, penetrándole a la vez, la mujer le dio el mismo tratamiento a su agujero trasero.
Retorciéndose como un pez que ha mordido el anzuelo, y dejando que la lujuria la dominara, la etiope cogió sus pechos con sus manos y brutalmente empezó a pellizcarlo, mientras gritaba a la muchacha que no parase. No me importó que dejara de mamarme, la escena que estaba disfrutando con mi negrita gimiendo mientras la rubia le hacía una mezcla de sexo oral, penetración y sodomización a la vez, valía la pena. Con el ambiente caldeado por la excitación a tres bandas, me levanté de la cama, y poniéndome detrás de la muchacha, le abrí sus nalgas. Ella suponiendo que le iba a volver a forzar su ojete, se me adelantó mojándolo con parte del flujo de la negra.
Pero esa no era mi intención, y sin mediar palabra, de un solo golpe me introduje en su cueva, sacando un suspiro de satisfacción de la alemana. Mi extensión totalmente incrustada en su interior, golpeaba contra la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban rítmicamente contra su cuerpo. Thule al sentirse llena, aceleró sus maniobras hincando tres dedos en el coño de la negra. Makeda recibió la agresión con alborozo, y gritando con un chillido sordo, le exigió que quería más.
La rubia no se hizo de rogar, y sin saber como, en breves momentos tenía los cincos dedos formando una cuña en el interior de la oscura cueva de mi concubina. Esta sintió que se desgarraba algo en su interior, pero en vez de quejarse, abrió sus piernas facilitando el ataque. Esta nueva posición hizo que la mano se introdujera totalmente, provocándole un orgasmo inmediato que inundó la boca de Thule. Ésta se puso a beber el río que manaba de su interior como si fuera el néctar de los dioses, y fuese su única oportunidad, alargándole el clímax mientras se incrementaba la intensidad del mismo. Los aullidos y la violencia con la que su cuerpo recibía los estertores del placer, me incrementaron la libido y sin importarme si Makeda se había quedado satisfecha o nó, hice que la rubia cambiase de postura y tumbándola en la cama, puse sus piernas en mis hombros, de forma que profundicé hasta el máximo mi penetración.
La muchacha me recogió encantada, y gritando que era mía, me pidió que me liberara en su interior. Eso no fue el detonante de mi placer, sino notar como sus músculos interiores se contraían apretando toda la extensión de mi pene mientras ella curvándose en una posición inimaginable se licuaba excitada. Su sexo era una afluente desbordado, su flujo corría libremente por sus piernas, mojando las sabanas, y su garganta, ya ronca por el esfuerzo, no dejaba de gemir cuando sentí las primeras señales de lo que se anticipaba.
Fue un terremoto que asoló todas las defensas de las dos mujeres, mi orgasmo usó sus mentes como amplificadores y nuestros tres cuerpos se retorcieron al compás de mi simiente brotando como si de una erupción volcánica se tratara del agujero ardiente de mi glande. No fui solo yo, quien disfrutó de mi semen recorriendo en oleadas el conducto alargado de mi sexo, sino que ellas por vez primera, sintieron en carne propia el éxtasis que nos sacude cuando sin aguantar mas la excitación nos derramamos liberando nuestra semilla sobre una mujer.
Agotado, caí sobre el colchón antes de darme cuenta de su estado, mis dos concubinas yacían sin sentido al borde de la cama, mientras de sus sexos un líquido blanquecino brotaba sin control. Yo ya no estaba dentro, pero en cambio, ellas me seguían sintiendo en su interior, y sus voluntadas cada vez mas menguadas, iban volatilizándose al ritmo de una supuesta penetración mental.
Tuve que ir a su auxilio, e introduciéndome en sus mentes, les di mi mano, y sacándolas de su encierro las devolví a la realidad. La primera en recobrarse fue Makeda, que se echó a llorar al ser incapaz de articular palabra, en cambio dos minutos mas tarde, Thule al abrir los ojos, me miró diciendo:
He visto el futuro-, mi cara de incredulidad le obligó a proseguir,-no se explicarte como, pero se me ha presentado como una realidad. Venceremos, y nuestros hijos heredaran la tierra, en un reino que durará mil años-.
-Tiene razón-, le cortó la negra,-te puedo asegurar que va a ser el mejor periodo de la humanidad, una era en la que los hombres saldremos del encierro del planeta tierra, y nos extenderemos por el universo-.
-¿Entonces porqué lloras?-, le pregunté escamado.
-Porque hasta que llegue, se van a suceder guerras y desastres, y de las ruinas de nuestra sociedad es cuando con Gaia a la cabeza dominaremos el mundo-.
La visión de tanta desolación y muerte, que por poco iba a llevar al humano al borde de la extinción era una carga demasiado pesada de llevar para una mujer como Makeda que había consagrado su vida a curar. En franca contradicción con lo que sentía ella, Thule estaba encantada, desde su perspectiva, los titanes éramos la solución, la esperanza y encima como ella había soñado desde niña, el poder que iba a dirigir con mano férrea los destinos de miles de millones de hombres hacia un destino común.
A mitad de camino de las dos, su premonición, me acojonó en un principio pero después de meditar sobre las consecuencias y viendo que nuestra sociedad se dirigía inexorablemente hacia ese abismo, me reafirmé en nuestra misión, éramos un mal menor, necesario, quizás por eso existíamos. Dios, los dioses, o quizás unos seres superiores, cuya naturaleza no conseguía concebir, llevaban milenios haciendo una selección de determinados especimenes humanos, con un claro objetivo, que cuando hiciera falta levantar de sus rescoldos lo que quedase y formar una sociedad nueva.
-Hay algo mas-, me dijo la etíope sacándome de mi ensoñación.
-¿Qué?-
-¡Has cambiado!, ¡tu pelo ha encanecido de golpe!-
Asustado por que significaba que mi transformación no se había detenido, corrí a un espejo a ver que me había deparado esta vez. La imagen que me devolvió el cristal al mirarme era alucinante, no solo mi cabeza estaba coronada por una espesa cabellera blanca, sino que mi propia piel había adoptado una coloración morena con tonalidad dorada, parecida a la que se obtiene después de un mes tomando el sol en la playa. Al verme supe hacía donde me dirigía, con cada proceso de cambio me estaba acercando al la imagen que los griegos tenían de Atlas, el titán mitológico que fue condenado por su arrogancia a sostener sobre sus hombros al mundo. Cruel paradoja. Fuera quien fuese, el que desde la sombra estaba dirigiendo mi metamorfosis, tenía un pésimo sentido del humor.
Thule rompió el silencio que se había acomodado en la habitación, diciendo:
-Pues a mi me gusta, no conozco a ese dios, pero Makeda, ¡no podrás negar que le da un aire regio!-.
La risa de las muchachas, quitando hierro al asunto, me hizo sonreir. “No hay mal que por bien no venga”, pensé tratando de encontrar algo positivo a mi nueva imagen. Pero al ir a vestirme, me di cuenta de algo en que no habíamos caído, no solo había encanecido y mi piel estaba adoptando una tonalidad dorada sino que mi cuerpo había crecido y nada de mi ropa me quedaba.
-Makeda, ven y ponte a mi lado-.
La mujer obedeció poniéndose a mi vera, descalza, su cabeza me llegaba al hombro.
-¿Cuánto mides?- le pregunté preocupado por que mis medidas resultaran exageradas y me estuviese convirtiendo en un personaje de feria.
-Uno setenta y ocho, mas o menos-, me contestó.
Calculé que le llevaba al menos treinta centímetros, por lo que mi estatura debía de rondar los dos metros diez, lo que me hizo recordar que Atlas, no solo era un ser fornido sino que había sido el rey de los gigantes en las míticas guerras olímpicas. Resignado a mi destino, solo me cabía esperar el no seguir creciendo, puesto que todavía tenía unas dimensiones razonables, enormes pero humanas.
Fue Thule la que puso el sentido práctico y cogiendo un metro me tomó medidas, y se llevó de compras a la negra mientras yo me devoraba un espléndido desayuno.
Estaba terminado de desayunar cuando recibí la llamada del cardenal, informándome que la reunión iba a ser a las cuatro, y que había conseguido que el quórum fuera los suficientemente representativo del centro y la derecha alemana. Le dejé hablar, le permití que se extendiera, explicándome quien eran los políticos que iban a asistir y cuales eran los planes que iba a poner en práctica, antes de exponerle mis temores.
-Don Rómulo, le puedo hacer una pregunta-, por mi tono supo que era algo importante, y manteniéndose en silencio me dio entrada, y explicándole el sueño de las dos mujeres le dije: -Estoy seguro que usted mismo se lo ha planteado alguna vez, no somos mas que peones de ajedrez manejado por alguien que no conocemos. ¿Quién ha podido tener tanto interés, para elaborar una selección genética a tan largo plazo?-.
Tomándose un tiempo para responderme, me contestó:
-No lo sé, pero por sentido común me he convencido que hay solo dos posibilidades. Para que durante mas de mil años, haya tutelado a la humanidad solo puede ser o un inmortal o una civilización alienígena, y como no creo en extraterrestres, solo me cabe suponer que hay un ser que al menos lleva casi dos milenios recorriendo con sus pies la tierra-.
Entonces lo supe, y sin esperar a que el me lo dijera, le solté:
No será su verdadero nombre Cayo Octavio Turino-, todo cuadraba el emperador Augusto, sucesor de Julio Cesar, había sido el máximo exponente del poder de Roma, y su reinado coincidió con la Pax Augusta, el periodo sin guerras mas extenso de su tiempo, y el futuro previsto no era mas que una copia en grande del imperio.
Al otro lado del teléfono, escuché una carcajada y tras unos instantes me respondió:
No creí que tardaras tan poco en descubrirme, pero te equivocas Augusto solo ha sido una de mis personalidades, en otro tiempo también fui llamado Keops-.
Sentí vértigo, al hacer un cálculo somero de su edad, si Keops había gobernado Egipto durante la cuarta dinastía y se supone que fue en el 2.575 antes de Cristo, Rómulo o como coño se llamase, tenía mas de 4.580 años.
Como te dije, quiero que seas mi heredero, estoy cansado. He estado buscando durante siglos a mi sustituto, por eso cuando estés preparado, por fín podré descansar, poniendo en tus manos el velar por la humanidad-.
-¿Me está diciendo que soy inmortal?-
-Casi, tu mente te prolongara la existencia mas allá de los límites de lo humano, pero al final morirás como yo, pero antes, verás levantarse y derrumbarse la era Titánica, y deberás prever la evolución humana-.
-¡Maldito hijo de puta!-, le contesté colgando el teléfono.
Sentado en una butaca lloré en silencio mi destino. La conversación con el cardenal resultó ser peor de lo que esperaba. Antes de sacar el tema, estaba encabronado por el hecho de que alguien me manejara como a un títere, pero ahora estaba deshecho. Rómulo se había erigido en mi juez y sin ningún reparo me había comunicado una sentencia capital, que había sido dictada siglos antes de que yo naciera.
Siendo culpable de unos hechos impuestos por otros, había escuchado impertérrito el veredicto, Rómulo y mis genes me condenaban a la peor de las penas, mas execrable incluso que una condena a muerte, la sanción que me había sido impuesta era una condena a vida, a seguir existiendo mientras solo polvo y recuerdos quedaran de mis hijos, mis nietos y mis bisnietos….
Recordé la frase de mi padre que tanto terror me había causado; “tener ese gen, te condena a una vida solitaria”.
Lo que no sabía mi pobre viejo era la longitud y el alcance de la misma, ya que vería nacer y desaparecer países e imperios, sería participe de la exploración de nuevos planetas y contemplaría la extinción de sociedades y la creación de otras nuevas. Y para mi desgracia “solo”. De tener pareja, por mucho que llegasen a viejas, solo representarían un minúscula parte de mi existencia, después de mil años, Xiu, Makeda y Thule no serían mas que un vago recuerdo de una época lejana.
Meditando que iba a ser el padre de una especie, la cual vería morir, que antes de llegar al límite de mi vida, iba a escoger a un pobre desgraciado heredero de mis genes para que contra su voluntad, continuara mi obra, fue entonces cuando admití una verdad que me había estado auto ocultando, el cardenal no era solo mi ancestro, sino el pariente lejano de todos los titanes. El anciano me había mentido cuando dijo que no había tenido descendencia, durante milenios había diseminado su simiente por toda la humanidad.
Tuve la tentación de revelarme contra mi destino, pero la certeza del futuro de la humanidad, y la convicción de su casi aniquilación, así como la necesidad que tenía la misma de los titanes, me hizo aceptar, apesadumbrado, la condena.
El ruido de las mujeres volviendo cargadas de la tienda, me sacó del peligroso y masoquista proceso mental en que estaba incurso. Sus risas y sus voces alegres me devolvieron de golpe a la vida, en ese momento sabía lo que ésta me deparaba, pero decidí no pensar en ello, sino disfrutar de las nimias satisfacciones que me diera, y levantándome del asiento fui a unirme a ellas.
-Te hemos sableado tu tarjeta-, me dijo Makeda nada mas verme.
Cada una de las dos traía al menos cinco bolsas repletas de ropa. Aterrorizado esperé que no quisieran que me la probara toda, porque iba a tardar una eternidad en hacerlo, y era algo que odiaba desde niño, todavía recordaba el suplicio que era acompañar a mi madre al Corte Inglés de la Castellana. Cada seis meses íbamos a Madrid y nos pasábamos al menos tres horas en su interior de una planta a otra, sin pausa pero sin prisa, hasta que ya harto me ponía a llorar, por el cansancio y el aburrimiento.
Por suerte, teníamos prisa, debíamos prepararnos para ir a la reunión en la finca, sino me hubiesen inflingido el castigo de servir de maniquí mientras ellas observaban. Haciéndoles ver eso, les pedí que entre ese volumen enorme de prendas, me eligieran algo para ponerme.
Aquí tienes-, me dijo Thule mientras me extendía una percha con un traje y una camisa.
Me las quedé mirando con cara de recochineo.
-¿No se os habrán olvidado los calzoncillos o los calcetines?, no es por nada pero es incómodo el no llevarlos-.
Pero habían comprado de todo, por lo que recogiendo la ropa me metí en el baño a cambiarme. Al cabo de diez minutos, salí hecho un perfecto ejecutivo, con un traje príncipe de Gales, camisa blanca, corbata roja y zapatos de cordones. Me vitorearon, aprobando el cambio, según ellas estaba estupendo, pero me sentía disfrazado, y con una soga apretándome el cuello. Ellas también se había vestido para la ocasión, adoptando una vestimenta sencilla pero elegante, olvidándose Makeda de sus trajes africanos y Thule de los uniformes casi paramilitares que solía usar.
Sin mas dilación, salimos de la habitación. En la entrada del Hotel nos esperaba el chofer para llevarnos directamente a la finca que estaba situada sobre la carretera que llevaba a Dusseldorf.
La entrada a la finca era espectacular, una hilera de robles bordeaban el camino de acceso confiriéndole un aspecto majestuoso y señorial, que lejos de desentonar con el palacio que había en el interior, te preparaba anímicamente a la imponencia de sus muros y torres. Situado en lo alto de una loma, la construcción de estilo romántico recordaba ligeramente al castillo de Cenicienta que tan famoso ha hecho la factoría Disney, repleto de colmenas de las que se divisaban los alrededores. Uno podía imaginar a una princesa pidiendo socorro desde uno de los balcones, en espera que un caballero medieval acudiera al rescate.
“Joder con el cardenal”, pensé al bajarme del automóvil, “menudo apartamento”.
En la puerta nos esperaba un mayordomo con librea, el cual nos hizo pasar rápidamente a una biblioteca. En sus estanterías descansaban miles de libros antiguos dotando al ambiente de un olor a cuero mezclado con pergamino, que resultaba un tanto dulzón. En un rincón, sentado en un enorme sillón orejero nos esperaba el anciano sacerdote. Tardé unos segundos en reconocerle, ya que había dejado colgado sus hábitos en el armario, y se exhibía ante nosotros vestido de seglar, con un traje de calle.
La única que no lo conocía era Thule, que impresionada por lo que significaba estar ante el mas poderoso titán de todos los tiempos, se arrodilló al serle presentado.
-Levántate muchacha-, le ordenó el viejo, encantado por lo servil de la actitud de la muchacha, y entrando directamente al meollo, al motivo de nuestra visita nos dijo: –Los invitados llegarán enseguida, por eso, mientras Thule y Makeda se instalan quiero hablar contigo-.
Era una orden velada, quería estar a solas conmigo y que nadie nos estorbara. Las dos mujeres entendieron a la perfección los deseos del anciano, y excusándose salieron a acomodar nuestro equipaje en la habitación que nos tenían preparada.
-¿Porqué no están todavía preñadas?, ¿acaso no sabes de la importancia que tiene?-, me recriminó duramente, señalándome con el dedo y alzando la voz, -No ves que todavía quedan dos titánides por el mundo, la reunión de hoy es pecata minuta en comparación con tu misión, hubiese preferido que no acudieras a esta cita, a que esos vientres todavía no estén inseminados-.
 
Sentí que me hervía la sangre al escuchar el tono despectivo con el que trataba a mis concubinas. Quizás no tanto por ellas, sino por que al hacerlo a la vez me humillaba confiriéndome solo el papel de procreador. Le importaba mas mi semen, mi semilla, que todo lo demás. Yo era poco mas que unos huevos y un pene con los que él iba a conseguir una nueva ola de titanes. Enfadado y herido en mi orgullo, le mandé a la mierda.
Bajando su voz hasta niveles casi inaudibles, me preguntó si ya me creía lo suficientemente fuerte para contariarle. Aún sabiendo que no era cierto, en mi inconsciencia le dije que “si”. El puto viejo se levantó de su asiento, y dándome el brazo para que le ayudara, me contestó:
Vamos a ver a tus niñas-.
Traté de revolverme y negarme, porque sabía cual era el castigo con el que me iba a premiar, pero seguía siendo una marioneta en sus manos y como un autómata, deslizando mis pies por la alfombra del salón y las escaleras le seguí. Nada pude hacer, por mucho que me esforcé en recuperar el control de mi cuerpo, no lo conseguí, y por eso a mitad del camino, rindiéndome dejé que me llevara.
Al llegar al cuarto, donde estaban las mujeres, las descubrimos jugando. Makeda y Thule se habían inmerso en una guerra de almohadas, sin ser conscientes de lo que les venía encima.
Venid-, les dijo el viejo.
Ambas obedecieron todavía ignorantes de que íbamos a ser violados de una forma cruel.
Las arrugadas manos del cardenal desnudaron a una alucinada Makeda, mientras mentalmente nos ordenaba a Thule y a mí que hiciéramos lo propio. En breves instantes nuestra ropa cayó al suelo, y fue entonces cuando comenzó la tortura. Sabiéndonos usados, un ardor y un deseo impuesto se apoderó de nosotros, incapaces de refrenarlo, nos sumergimos en la lujuria mientras el viejo abandonaba la habitación diciendo:
-No parareis, hasta que en esta habitación se engendren dos titanes-
Incapaces de rechazar su mandato, las mujeres se lanzaron sobre mi inhiesto miembro, competiendo entre sí tratando de ser la primera en ser tomada. La suya era una carrera suicida, colocándose una encima de la otra me imploraban que las eligiese, vendiendo su excelencia y menospreciando a la contraria con feroces insultos. Dos coños se me ofrecían anhelantes de recibir la estocada de mi lanza, mientras sus dueñas se desesperaban pellizcando sus pezones. Gimiendo totalmente calientes se esforzaban inútilmente en calentarme, y digo inútilmente porque carecía de sentido el hacerlo, ya que es imposible el calentar una llama, que era lo que en ese momento me había convertido.
Tratando de calmar mi calentura fui cambiando de objetivo, con mi pene pasaba de penetrar a Makeda durante un minuto, para continuar con Thule, en un intercambio sin sentido que se prolongaba, tanto como la intensidad de sus chillidos.
La negra fue la que abrazándome con las piernas, rompió la cadena, su cuerpo me exigía lubricando toda mi extensión que me derramara en su interior, mientras sus uñas se clavaban como garfios en mi espalda impidiendo que cambiara de coño. Usando mi sexo como garrote, golpeé repetidamente la pared de su vagina, en un galope desenfrenado antes de darme cuenta que Thule, totalmente fuera de sí se masturbaba con una mano mientras con la otra buscaba que la etiope se corriera y la dejase en su lugar.
Este doble tratamiento hizo que Makeda se viniera, gritando su deseo a los cuatros vientos y retorciéndose en el suelo, sus músculos me apretaban, intentando ordeñar mi sexo, en busca de la simiente que escondía en su interior. El escuchar su orgasmo fue el banderazo de salida de mi propio climax, y berreando como un semental ante su monta me derramé en su interior. Nada mas sentir mi hembra, que se avecinaba la siembra, apretó su cuerpo contra el mío con la intención de no desperdiciar la leche germinadora con la que estaba regándola. No dejó que la sacara hasta que la última gota de la última erupción del volcán en que se había transformado mi pene, no hubiese sido recogida por su vagina.
Mi mente se rebelaba contra un cuerpo que nada mas extraer su apéndice de mi primera víctima, asiendo a Thule del pelo, le exigió que volviese a levantarlo a su máximo esplendor. Nada podía hacer, no me hacía caso, por mucho que intentaba parar, toda mi piel exigía seguir con su mandato. La rubia no tuvo mucho trabajo, porque nada mas sentir la humedad de su boca, mi pene reaccionó y ella buscando consolar su calentura se lo metió en la calidez de su cueva.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada una de mis embistes ella respondía pidiéndome el siguiente, reptando por las sabanas en un desesperado intento de introducirse aun más mi lanza en su interior. Makeda que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de la germana. Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la negra en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el climax de Thule. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de la muchacha. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que acabase con esa tortura. Su completa inmersión en una lujuria artificial hizo que me calentase aún mas si cabe y agarrando a Makeda, le mordí sus labios mientras en intensas oleadas me licuaba en la cueva de la rubia.
Agotados caímos tumbados sobre un suelo que habiendo recibido el flujo de nuestros sexos, se nos tornaba excitante. Era tal el grado de nuestra alienación que Makeda al recuperarse, poniéndose a cuatro patas empezó a lamer las baldosas en busca de los restos de nuestro orgasmo. Verla así, en esa postura, fue otra vez el detonante que levantó a mi cansado sexo de su descanso, y sin poderlo evitar poniéndome detrás de ella, la penetré de un solo golpe.
Ni viagra ni nada, estaba alucinado que en menos de un minuto mi miembro se alzase otra vez erecto. El cardenal nos había manipulado de forma que aún sabiéndonos violados, no podíamos evitar ser el propio instrumento de nuestra vejación. Era como si espinas de humillación se clavaran en mi mente al ritmo de las embestidas de mi pene.
Mi concubina se retorcía en un perverso afán de ser regada otra vez por mi semen. Éramos una vagina vibrátil y un consolador sin alma en manos del anciano. Mis huevos chocaban contra el frontón que se había convertido su trasero, siguiendo el ritmo de mi galope. Sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. Y nuestros gargantas formaban el coro que cantaba nuestra angustia en una sinfonía compuesta por gemidos y aullidos de placer. Fui la catarata que inundó sus entrañas, desparramando mi leche por su interior mientras ella era un pozo sin fondo que la absorbía glotonamente.
Habiéndome corrido por tercera vez, me vi incapacitado de seguir. Mi cuerpo ya no respondía ni al cardenal ni a mi cerebro, y yendo por libre se sumergió en un nebulosa de la que solo salí al oír los lloros y lamentos de las dos mujeres. Conscientes de la vejación sufrida, de cómo habíamos sido humillados en aras de la reproducción, sollozaban en silencio, mientras esperaban espantadas que se volviera a repetir, y que otra vez el deseo nublara su entendimiento y se lanzara en busca de la satisfacción de la calentura forzada que las había subyugado.
Afortunadamente, los minutos fueron pasando sin que se reprodujese esa sensación frustrante, en la que nos veíamos obligados a montarnos mutuamente sin que el apetito carnal que nos había dominado naciera desde nuestro interior sino que hubiese sido impuesto. Tumbado en el suelo, me fui relajando, a la vez que iba creciendo en mi interior, una nueva inquietud, si la tortura del cardenal había cesado solo podía ser por dos causas, o bien los úteros de Makeda y Thule tenían un nuevo inquilino, o el anciano solo nos estaba dando un respiro para que con nuestras fuerzas renovadas, volviéramos a intentarlo mas tarde.
Tenía que cerciorarme y levantándome, les pregunté si sentían algo diferente. Fue Makeda que supo la primera a que me refería, la que palpándose el estomago, me respondió:
No, pero no puedo asegurarte nada, recuerda que Xiu tuvo constancia al cabo de las horas-.
-¿De que habláis?-, nos preguntó la rubia, que como no había estado cuidando a Xiu, desconocía los síntomas.
El hijo de puta del viejo no da un paso sin asegurarse-, le respondí,-Por lo que o estáis preñadas o esto es nada mas un descanso-.
Fue entonces cuando comprendió, y tal como suponía se alegró por la posibilidad de estar embarazada.
¿Qué es lo que debo de sentir?-
-Cuando Xiu se quedó embarazada, su cuerpo reaccionó violentamente contra el feto, y durante horas se debatió entre la vida y la muerte. Tuve que ayudarla a superar el trance, y una vez curada, la sola presencia de Fernando hacía que se retorciera de dolor-.
Su semblante tomó un tono cenizo al no experimentar ninguno de los síntomas de la china. Desde que me conoció Thule disfrutaba con la idea de darme descendencia, como una forma de pasar a la posteridad como madre de una nueva raza. En ese aspecto, no había cambiado, solo había variado el objetivo. De la supremacía aria a la superioridad titánica.
-Vamos a vestirnos, todavía tenemos que crear un nuevo partido-, les dije a las muchachas. Por mucha humillación que sintiera, mi misión seguía en pié, el futuro de la humanidad estaba en juego.
Sin ninguna gana, ambas muchachas se fueron vistiendo lentamente. Se sentían agotadas para enfrentarse a una audiencia numerosa, pero sobre todo se sentían asustadas de solo pensar en estar frente a frente al cardenal. La potencia mental del viejo las aterrorizaba.
Estábamos terminando cuando un mayordomo nos informó que su jefe me esperaba en el salón principal. Tanto Makeda como Thule respiraron aliviadas por no tener que acompañarme. Viendo que era inevitable el acompañarle, refunfuñando y de mal humor, le seguí por los lúgubres pasillos del palacio.
El sacerdote estaba hablando animosamente con otro anciano cuando entré en la sala. Como víctima propiciatoria, me dirigí a su encuentro, sabiendo que de esa reunión iba a depender gran parte de mi futuro.
Fernando tengo el placer de presentarte a uno de mis más viejos amigos-, me dijo el anciano. Pero no hizo falta, el tipo con el que estaba me resultaba sobradamente conocido. Wolfang Steiner era un conocido filósofo que se había hecho famoso por su rechazo a los regímenes dictatoriales desde un izquierdismo radical. Fundador en los setenta del partido verde alemán, y enemigo declarado de las diferentes intervenciones de Estados Unidos en Oriente medio.
Le contesté con un lacónico: -Le conozco-, y dirigiéndome al pensador le saludé diciendo:-Es un placer conocerlo, su libro “la lucha de clases continua” está siempre en mi mesilla de noche-.
Un piropo siempre sienta bien al ego, y este hombre no fue diferente, con una sonrisa reveladora de su satisfacción por ser leído, me dio su mano mientras me decía:
Así que usted es el heredero, no le envidio-.
Me quedé sin habla al escucharle, no me esperaba que estuviese al corriente de nuestra verdadera condición. Por eso me mantuve en silencio esperando acontecimientos.
Wolfang y yo somos amigos desde hace mas de treinta años, durante ese tiempo hemos discutido mucho sobre el futuro de la humanidad, y sobre la función de los titanes en su destino-, el cardenal hizo una pausa antes de continuar,- siempre me ha gustado recibir sus consejos y críticas, por eso ahora quiero que nos de su opinión sobre nuestros planes-.
Sin esperar mi contestación, abrió su mente y tanto Stenier como yo, pudimos ver como si fuera una película de cine el futuro. Un futuro donde el hombre se involucraba en una guerra sin sentido en busca de las fuentes de energía y cuyo resultado no era otro que la casi completa aniquilación. Nuevos profetas y nuevas formas de fanatismo revivieron antiguas ideologías. Sangre y muerte que abonaban el odio entre países y razas.
Cuando terminó la sucesión de desastres y antes de exponerle nuestros propósitos, el filósofo con la cabeza gacha lloraba:
-“Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre-, susurró entre lagrimas, -No hay otra explicación a tanta irracionalidad-.
El cardenal midió los tiempos, esperó tranquilamente hasta que su amigo se hubiese repuesto para preguntarle:
-¿Cuál crees que es la solución?, ¿qué es lo que se puede hacer?, dímelo aunque no te guste-.
Esta vez se tomó un rato en contestarle. Supe por lo tenso que estaba que lo que nos iba a decir, no solo no le gustaba sino que iba a ir en completa contradicción con lo que hasta ese momento habían sido sus enseñanzas.
Creo que usando un pensamiento de Hobbes, el único medio que existe para evitar ese desastre es que los diferentes países cedan su seguridad y sus derechos a un estado superior y que este haciendo uso de los mismo imponga una dirección unitaria, y desde ahí lograr el bienestar humano-.
 
Eso mismo pensamos nosotros, como sabes he vivido siglos velando por el ser humano, inmiscuyéndome lo menos posible, pero ahora no encuentro otro método que tomar el poder-.
-¡Será un dictadura!-, gritó espantado.
Si, y la mas duradera de todos los tiempos, pero en contraprestación el hombre una vez repuesto, y huyendo de la misma se esparcirá por la galaxia, creando una dispersión que le permitirá crecer y sobrevivir. Ya no dependerá de un solo planeta, habrá un segundo renacimiento con miles de sociedades diferentes-.
Por segunda vez, el cardenal nos expuso su visión por medio de la mente, y al terminar el profesor dándome la mano la mano, me dijo:
-Cuente conmigo, odio decirlo pero le ayudaré a ser el dictador máximo-.
Hasta yo mismo estaba acongojado, aun sabiendo de antemano que nos preparaba el futuro, y que nada de lo que nos había mostrado el sacerdote fuera nuevo para mí, no pude mantenerme sereno a la crudeza de los sucesos por venir y al papel que iba a tener en el mismo. Mientras meditaba sobre ello, Romulo sirvió tres copas de cava, y alzando la mano brindó:
-¡Por la era titánica y su diáspora!-
Sabiendo que era irrevocable su elección, Wolfang levantó su copa y se unió en un brindis liberticida que iba a someter al hombre durante milenios. Había hecho un pacto voluntario con el diablo y lo sabía, era conciente que los titanes éramos un mal menor, pero mal al fín.
Saliendo del salón nos dirigimos al pabellón de Baile, una enorme sala de mas de quinientos metros cuadrados que en un origen estaba destinada a conciertos pero que íbamos a usar para realizar el mitin.
Los diez minutos que esperamos antes que los demas invitados llegaran, fue el momento elegido por el cardenal, para informarme de la ubicación de la cuarta titánide, una muchacha neocelandesa descendiente de un antiguo reino índico.
Solo me dio tiempo de echar una ojeada al grueso expediente, sacando en claro que desde la antigüedad existían en Bali numerosos estados que compartían un origen común. y que aunque los primeros holandeses que pusieron un pie en la isla fueron los hermanos Houtman, que llegaron en 1597, la isla no pasó a estar bajo control holandés hasta su colonización gradual a mediados del siglo XIX . En esa época había nueve reinos independientes que estaban gobernados nominalmente por un solo príncipe, el sushunan, que mantenía una tirante relación con la Compañía holandesa de Indias.
El final de esta coexistencia llegó con la sangrienta represión ocurrida en 1906, y la realeza balinesa en su conjunto cargó contra el fuego enemigo, armados únicamente con cuchillos y espadas. Fue un suicidio ritual, una forma de escapar a un destino que no les gustaba, su orgullo no les permitía ser siervos de Holanda y prefirieron una muerte honrosa que vivir subyugados. Según la historia oficial murieron todos sus miembros, hombres, mujeres y niños, pero según los documentos que el cardenal me mostró sobrevivió un niño, Badung II, hijo del rey del mismo nombre que encabezó la revuelta y el primer titán de esa parte del globo. Con toda su familia muerta, unos súbditos leales le sacaron de Bali y huyendo, buscaron refugió en Nueva Zelanda.
Wayan, la titánide que debía de buscar, era su tataranieta y para hallarla debía de coger un avión e irme a Wellington, su capital.
Acababa de terminar de revisar el dossier cuando Makeda y Thule, hicieron su aparición junto con un grupo heterogéneo de personas. Los neonazis del partido paneuropeo venían mezclados con burgueses y típicos extremistas de izquierdas, en una rara combinación que podía saltar en pedazos en cualquier momento por la franca animadversión que sentían sus miembros. Gorras militares, corbatas y pañuelos palestinos se iban sentando en los asientos sin siquiera mirarse, mientras el cardenal y mi personas nos manteníamos en un segundo plano, estudiando a los asistentes desde una habitación adjunta.
El primero en hablar fue el profesor Steiner, que después de agradecer a todos su presencia, les explicó desde un punto de vista teórico el futuro, donde solo un estado fuerte e igualitario podía salvarnos de la barbarie. Mientras hablaba los integrantes de la izquierda mantuvieron un respetuoso silencio, que contrastaba con el claro desprecio de los nostálgicos del reich.
Después fue Thule, que dirigiéndose a sus seguidores, les habló de la necesidad de un cambio, que por el bien de Europa, ella estaba de acuerdo en ceder el liderazgo a un líder que agrupara a todos los presentes. Ambos no estaban mas que preparándome el terreno, manipulando a los presentes para que aceptaran mi autoridad sin discusión.
Viendo que era mi turno, me arreglé la corbata antes de subir al estrado.
Al ir subiendo por las escaleras, percibí como un golpe la actuación entre bambalinas del cardenal. Sin que se dieran cuenta, manipuló a los presentes haciéndoles creer que estaban viendo a un guía en quien confiar sus vidas. Los nazis estaban impresionados por mi apariencia, mi estatura, y mi fuerza, para ellos era una especie de Dios Ario. A los verdes les convenció el puño en alto con el que les saludé desde lo alto , y los burgueses encantados por mi aspecto pulcro y buenos modales vieron en mi alguien que era como ellos, por eso tras un breve discurso donde maticé mis palabras para que fueran del gusto de todos, me premiaron con un aplauso ensordecedor.
Aprovechando su completa entrega, les informé de la creación de un nuevo partido, que buscando el bien europeo iba a competir en las elecciones alemanas con Thule al frente, pero siempre bajo mis órdenes. Nuevamente los vítores y las aclamaciones se sucedieron y sin ninguna voz discordante se eligió una mesa nacional compuesta por elementos de las tres facciones.
Con la tarea terminada, nos reunimos en cónclave los cuatro titanes. Rómulo, representaba el pasado, Makeda y Thule, el presente, y yo, el futuro. Tres épocas y tres visiones pero un solo destino común, el poder absoluto sobre la humanidad. Estábamos entusiasmado por como había ido todo, habiendo conseguido lo imposible, unir a una audiencia tan dispar, nos sentíamos capaces de todo. Pero entonces el cardenal nos bajó de un solo golpe del pedestal que nos habíamos subido, al decirnos:
-No hemos hecho nada mas que empezar, los hombres buscarán revelarse en contra nuestra cuando sienta que les hemos puesto un collar, por eso debemos estar preparados-, sus palabras me hicieron recordar el sacrificio de María y el odio que en el pueblo se había fraguado con la presencia de mi padre,-hoy hemos dado dos grandes pasos, la creación de un partido desde el cual asaltar el poder, y gracias a vosotros la expansión de nuestra estirpe-.
-¿Qué?-, gritó Thule al darse cuenta lo que el cardenal estaba diciendo.
-¡No es posible!, al no poderme oponer a su violación, he evitado que nos quedáramos embarazadas, bloqueando nuestros úteros-, le replicó indignada Makeda.
Una carcajada del viejo resonó en la habitación al escucharla, y todavía riéndose le contestó:
-¿Crees que no me había dado cuenta de tu estúpida maniobra?-, y señalando con el dedo su estomago prosiguió diciendo: -Estás preñada al igual que tu amiga, nada ni nadie puede entorpecer mis planes, tendréis vuestro hijo y solo entonces os daré la libertad de seguirnos o de iros de nuestro lado, pero hasta ese día seguiréis fieles a mis designios y a los de Fernando-.
-¡A mi no me meta!-, protesté tratando de hacerme a un lado.
-Eres parte quieras o no, y no solo como padre de las criaturas sino como mi futuro heredero-.
Habíamos hecho un pacto por el bien de la humanidad, y ahora me exigía cumplirlo. Aunque me jodiera, tuve que reconocer que tenía razón y dirigiéndome a ambas mujeres les dije:
-Callad y obedeced, ¡No somos más que peones de la historia! Y por la supervivencia del hombre debemos aceptar lo que nos ordena-.

Por primera vez desde que la conocía, Makeda se quedó callada mientras me fulminaba con una mirada cargada de odio

Relato erótico: “Entre tres desaparece el estrés” (POR ALFASCORPII)

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Cuando mi mujer invitó a su antigua compañera de piso durante la universidad a pasar el fin de semana en nuestra casa, pensé: «Buf… fin de semana de chicas… ¡Menudo coñazo!, ¡ya puedo pegarme un tiro!». Y es que, la amiga de mi esposa, hacía apenas un mes que había roto su relación de tres años con su pareja, y en palabras de mi mujer: “Necesita charlar con una amiga y salir, aunque sea un par de días, de su entorno habitual. Lo está llevando muy mal…”

«Y encima viene con “la depre”, ¡menudo planazo!», me amargué internamente.

Yo apenas conocía a Nuria, vivía en otra ciudad, y tan sólo había coincidido con ella en tres o cuatro ocasiones, siendo una de ellas dos años atrás, en nuestra boda, a la que acudió con la pareja con la que acababa de romper: una ambiciosa ejecutiva de una multinacional energética.

Sí, Nuria era lesbiana, o al menos eso creía yo, y aunque la perspectiva de tener a una preciosa morenaza en casa, con un cuerpazo de infarto perfeccionado por su afición al fitness, habría sido deliciosa para recrear mi vista durante su visita, su inclinación sexual y el que estuviese deprimida por su situación sentimental, no me convertían su estancia en nuestra casa como algo apetecible. Más, teniendo en cuenta, que mi matrimonio con Sandra atravesaba su primera crisis.

En los últimos meses, mi carga de trabajo se había vuelto abrumadora, obligándome a salir tarde de la oficina todos los días, y llevándome parte del trabajo a casa. A eso había que sumarle que Sandra se había involucrado en una aventura empresarial que, además de absorber la mayor parte de su tiempo, también había dado un buen mordisco a nuestras finanzas. El estrés se había adueñado de nuestras vidas.

Estas circunstancias habían repercutido seriamente en nuestra vida como pareja, ya que apenas nos veíamos salvo para meternos en la cama, y cuando por fin lo hacíamos, era para discutir de temas económicos o caer rendidos por la extenuación de las exigentes jornadas que estábamos viviendo.

Por decirlo de forma más clara: ¡no follábamos!. Con excepción de un polvete rápido y programado algunos sábados por la noche. Una triste situación que no hacía más que amargarnos más a los dos, fundamentalmente, porque ambos siempre habíamos sido muy fogosos, éramos jóvenes (ella treinta y yo treinta y dos), estábamos en buena forma y, objetivamente, éramos una pareja atractiva.

En definitiva, y volviendo al tema de la visita de la excompañera de piso de Sandra, esta no se producía en nuestro mejor momento, máxime cuando los fines de semana eran los únicos días en los que podíamos tratar de reconducir nuestra devaluada relación.

Nuria llegó a casa un viernes de finales de Mayo, a media tarde, y nada más verla, mi vista corroboró lo que mis recuerdos atesoraban de la última vez que la vi: estaba buena, ¡estaba muy buena!. Era una guapísima morena de larga melena, negra como la noche, fascinantes ojos negros, de forma almendrada, piel bronceada y sensuales labios que apenas sonrieron al verme.

«Seguro que para ella, los tíos somos el enemigo», pensé.

Era algo más joven que nosotros, veintiocho años, y aunque su figura no se mostraba de forma tan deslumbrante como en nuestra boda, envuelta en un sexy vestido para la ocasión, los leggins símil cuero negro que llevaba le quedaban como para quitar el hipo, enfundando sus largas piernas de tonificados muslos, y marcando un culo firme y respingón, ante el cual sería imposible no girarse para admirarlo.

El sencillo top blanco que llevaba, la única piel que mostraba era la de sus brazos, ya que no tenía mangas. Sin embargo, la prenda se ceñía a las esculturales formas de Nuria, regalando la vista con la estrechez de su talle y la prominencia de ese orgulloso busto, de generoso volumen y magnífica proyección horizontal para desafiar la natural atracción de nuestro planeta. Ese top era tan ajustado, que incluso se podían apreciar los bordes del sujetador escotado que llevaba.

Con su alrededor de metro setenta y cinco de estatura, elevada otros cinco centímetros más por los botines que calzaba, la amiga de mi mujer podría pasar perfectamente por una modelo de lencería, y seguro que lo hubiera sido si sus inquietudes intelectuales no la hubiesen llevado a estudiar Derecho para ejercer como asesora legal de varias empresas.

Sin embargo, a pesar de su belleza, enseguida comprobé que no había luz en su rostro. Realmente aún estaba afectada por la ruptura, y a pesar de mi primera impresión, tuve la certeza de que la ligera sonrisa que emitió al verme, fue fugaz por su patente tristeza, no por una animadversión hacia el sexo masculino.

Mi corazón se ablandó. A pesar de que su visita no fuera en el momento más conveniente para Sandra y para mí, yo pondría todo de mi parte para que esos dos días que pasara con nosotros desconectase y se sintiera a gusto con nosotros.

— ¡Esta noche salimos a cenar! —dijo Sandra con entusiasmo, tras mostrarle su habitación para que dejase la maleta.

— La verdad es que, para hoy, preferiría algo más íntimo, si no os importa —contestó Nuria con tono monocorde—. ¿Podríamos cenar aquí y ponernos al día tranquilamente?. Mañana ya hacemos lo que queráis— forzó una sonrisa.

— Por mí no hay ningún problema —intervine al ver la decepción de mi esposa—. ¿Por qué no vais poniéndoos vosotras al día mientras yo os sirvo un vinito y preparo algo rico?.

— Eres un sol —dijo Sandra, dándome un cariñoso beso en los labios como hacía días que no me lo daba.

Sorprendido y encantado, correspondí su beso observando cómo Nuria nos miraba sonriendo y con un tenue brillo en su oscura mirada.

En aquel momento supe que, al ver a su amiga así, mi mujer había concluido que nuestra pequeña crisis de pareja no era nada comparada con la ruptura por la que había pasado Nuria.

Las chicas se fueron al salón, donde les serví sendas copas del mejor vino que teníamos, dejándoles intimidad mientras yo trasteaba en la cocina para darle un buen repaso a la paleta de ibérico, preparar un revuelto de setas y pasar por la plancha algunas verduras.

Cuando comencé a preparar la mesa del salón, las dos amigas charlaban más animadamente. Parecía que Sandra ya había conseguido avanzar algo para alentar a Nuria, o tal vez fuera efecto del vino con el estómago vacío, pero fuese por lo que fuese, el gesto de nuestra invitada había cambiado por una expresión más jovial.

«Lástima que sea lesbiana», pensé mientras les servía a ambas otra copa de vino, y ella me lo agradecía con una bonita sonrisa. «Cualquier tío daría un brazo por quitarle las penas».

Terminé de preparar la cena en la cocina, y al llevarla al salón, las dos amigas estallaron en una carcajada.

— ¿Me he perdido algo? —pregunté, desconcertado.

— Nada, cariño —contestó Sandra, intercambiando una mirada cómplice con nuestra invitada—. Cosas de chicas…

Y ambas volvieron a reír al unísono, mientras yo me encogía de hombros sin entender nada.

«Al menos están las dos de buen humor», me dije. «Tal vez este fin de semana no sea tan coñazo como esperaba».

Durante la cena, comprobé que ese buen humor era sincero, exacerbado por las dos copas de vino que se habían tomado antes de probar bocado, pero verdadero. Así que la cena fue mucho más agradable y distendida de lo que me esperaba, regada con más vino de otra botella que abrí tras rematar yo la primera, y sazonada con un montón de anécdotas que las dos excompañeras me contaron de los dos años universitarios en los que compartieron piso.

Hasta aquel día, apenas había hablado con Nuria, y durante aquella cena, me conquistó con su encanto, aparte de sus evidentes encantos físicos.

Reímos los tres con sus historias y las peripecias que me contaron, mostrándome que, a pesar del tiempo transcurrido y la distancia, entre mi mujer y nuestra invitada aún quedaba una indiscutible complicidad.

Las dos estaban radiantes, incluso Sandra, de cuyo rostro se habían borrado las marcas de preocupación que en los últimos meses se habían convertido en habituales. Volvía a estar tan guapa como siempre había sido, con esos enormes ojos de color miel, enmarcados por unas larguísimas pestañas que aún los resaltaban más, brillantes y seductores. Sus rosados labios, carnosos y de idealizado perfil, volvían a mostrar su cautivadora sonrisa, y los vapores de la bebida alcohólica, habían sonrosado sus marcadas mejillas para ensalzarlas. Su cabello castaño, cortado a media melena, enmarcaba sus armoniosas facciones, cayendo un mechón sobre su frente para darle un aspecto juvenil y travieso.

«¿Cómo es posible que no le haga el amor casi todas las noches, como antes?», me pregunté, mirándola embobado y recordando cómo me había enamorado de ella a primera vista. «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?».

— Me encanta cómo te mira tu marido —le dijo Nuria, verbalizando un pensamiento interno que el vino le había hecho exteriorizar—, se ve que le vuelves loco…

Por un momento, se hizo un tenso silencio en el que mi esposa y yo intercambiamos miradas.

— Ahora mismo no estamos en nuestro mejor momento —contestó ella—, pero a pesar de ello, sé que es así, como también que él me vuelve loca a mí.

Intercambiamos una sonrisa de complicidad, y los dos supimos que, a partir de ese mismo momento, superaríamos el bache en el que nos encontrábamos, dejándonos llevar por nuestros verdaderos sentimientos.

— Sois una pareja encantadora —dijo Nuria—, me dais envidia…

— Mejor dejemos ese tema ahora —intervine yo, viendo que aquello podía desembocar en una recaída en la melancolía de nuestra invitada, a la que empezaba a apreciar—. ¿Qué tal si nos tomamos una copita en el sofá mientras seguís contándome cosas de cuando erais compañeras de piso?.

Las dos asintieron encantadas con la idea, así que se sentaron juntas en el sofá, y yo, tras coger lo necesario, en el sillón frente a ellas.

Retomando los recuerdos de sus vivencias juntas, degustamos unas bebidas más fuertes que terminaron de darnos el tono para soslayar cualquier inhibición, de modo que acabaron confesándome algunas de sus aventuras y conquistas durante aquella etapa.

— ¿Te acuerdas del andaluz aquel? —preguntó Sandra a su amiga—, ¿cómo se llamaba?.

— Manolo, creo —contestó Nuria, haciendo memoria—. ¿Y cómo no me voy a acordar, si te lo tiraste en la primera fiesta que hicimos en el piso?.

Tal vez, en otro momento, aquello me habría resultado incómodo, pero los tres estábamos algo borrachos, y me lo estaba pasando mucho mejor de lo que mi lado más pesimista había vaticinado, así que no me importó en absoluto. Todos teníamos un pasado, incluido yo, y en el mío había bastantes más chicas de las que nunca le había confesado a mi esposa.

— ¿Serás zorra? —dijo mi mujer, haciéndose la indignada—. Mira que decir eso delante de mi marido…

Los tres reímos en consonancia.

— Además –—prosiguió—, no te acuerdas de él porque me lo tirase en la primera fiesta, sino porque a la mañana siguiente se equivocó de habitación al volver del servicio, ¡y te lo tiraste tú, guarrilla!.

— ¡Uy, es verdad! —exclamó Nuria entre risas—. Estaba tan bueno, que en cuanto se presentó en pelotas en mi habitación, tuve que consolarle por haberse equivocado, ¡ja, ja, ja!.

— ¿Pero tú no eras lesbiana? —le pregunté a bocajarro, alucinando.

— Sólo un poco —me contestó mi esposa, sin dejar de reír—. ¿No te lo había dicho?. A Nuria le van las tías y los tíos…

— Vamos, que soy bisexual —aclaró la aludida, coreando las risas.

Me quedé de piedra.

— ¡Uf! —resoplé—. Como cuando te conocí ya tenías novia, estaba convencido de que eras lesbiana… Perdona…

— Nada que perdonar, hombre —me dijo muerta de risa—. Es normal que pensaras eso… Hace más de tres años que no cato un tío…

No pude evitar mirarla de arriba abajo, constatando el bellezón que tenía ante mí, con su larga y brillante cabellera azabache, sus profundos ojos negros, sus sensuales labios hechos para el pecado, y ese cuerpazo de infarto que las prendas que llevaba delineaban esculturalmente.

En ese momento, un invisible autolimitador que me obligaba a verla como a una “colega”, se desactivó en mi cerebro, despertando mis instintos de macho ante un innegable objeto de deseo.

— Pues será porque no quieres —intervino de nuevo Sandra—. Porque, nena, con el pibón que eres, ¿cuántos tíos te han entrado ya desde que lo dejaste con Carmen?, ¿veinte al día?.

7Los tres nos reímos con ganas, el alcohol convertía casi cualquier comentario en un chiste.

— Ninguno que me interesase —acabó contestando Nuria—. Ninguno tan interesante como tu maridito… —añadió, mirándome de arriba abajo y guiñándole un ojo a mi mujer.

— Es que tengo mucha suerte —dijo mi mujercita, poniéndose en pie con un ligero tambaleo para ir a sentarse en mi regazo, rodearme el cuello con los brazos y darme un morreo como hacía tiempo que no me daba.

El despertar de mis instintos que la revelación de Nuria había provocado, aceleró su progresión, aumentando el tamaño de mi virilidad para que, bajo mi pantalón y bóxer, alcanzase a rozar uno de los muslos desnudos de mi esposa, puesto que la falda que llevaba se había recogido hasta poco más de medio muslo al sentarse sobre mí.

— Estoy un poco borracha y me hago pis –soltó de repente Nuria—. Voy al baño un momento, no os acarameléis demasiado en mi ausencia, ¿eh?.

Sandra y yo nos reímos a carcajadas, mientras, no pude evitar quedarme contemplando cómo nuestra invitada se levantaba para ir al baño, admirando cómo esos leggins de “cuero” negro marcaban un perfecto culito redondo, prieto y excitantemente azotable.

Mi erección se hizo máxima, poniéndome la polla tan dura, que mi querida esposa tuvo que notarla claramente bajo su pierna.

— ¡Cómo le quedan esos leggins!, ¿eh? —me soltó Sandra cuando nos quedamos solos— ¡Menudo culito tiene!, ¿no?.

— ¿Por qué dices eso? —pregunté, sorprendido y acalorado.

— Joder, Óscar, ¡que casi le comes el culo con los ojos!.

— Yo… eh…

— Tranquilo, ya lo sé… Nuri está demasiado buena, tiene un cuerpazo. ¡Como para no mirarla!. Y no eres de piedra… Aunque ahora parece que lleves una en el pantalón —concluyó, moviendo sus muslos sobre mí para pegarse aún más a mi cuerpo.

— A quien deseo y echo de menos es a ti y tu cuerpo —contesté, tratando de eludir el tema, pero siendo totalmente sincero.

Y así era. Como ya dije antes, nuestra pequeña crisis nos tenía en una abstinencia que yo ya no podía soportar más. Deseaba a Sandra como siempre la había deseado. Tenía la gran suerte de que mi esposa fuera una mujer muy atractiva, cuyo dulce rostro, pero con cierto toque salvaje, me había enamorado desde el primer vistazo. Cuyo cuerpo, deseable para cuanto hombre lo observase, me había excitado en cuanto mis ojos pudieron liberarse del magnetismo de sus ojos de miel, y que a sus treinta, se mantenía joven, turgente y sensual.

Mis ojos descendieron por la anatomía de Sandra, llenándose con cómo le quedaba la blusa entallada que se había puesto ese día, con tres botones abiertos para formar un delicioso escote, en el que un profundo canalillo se mostraba como preámbulo a dos globosas tetas que mis manos, a pesar de ser grandes, no llegaban a cubrir. Su cintura, curvilínea y proporcionada, daba paso a unas poderosas caderas, envueltas en aquella falda que se había recogido mostrándome la tersura de sus muslos de piel clara, hasta concluir en las botas que le llegaban hasta las rodillas. Y aunque en ese momento no podía verlo, sabía perfectamente lo bien que esa misma falda se ajustaba a su culazo, de acorazonadas nalgas, generosas pero prietas, una exquisita porción de anatomía femenina que añoraba coger con ganas, estrujarlo y, como no, atravesarlo con mi ariete para deleite de ambos.

— Yo también os echo de menos, a ti, tu cuerpo, y ese pedazo de piedra que guardas ahí —me dijo, restregando sus muslos sobre mi dureza—. Pero tenemos una invitada…

Justo en ese momento, volvió Nuria.

— Chicos, que ya os he dicho que no os acarameléis —dijo, como quien vuelve a advertir a unos niños—, que no pasa nada porque os paséis un día sin echar un polvo…

Sandra se levantó, dejándome sentado para acercarse a su amiga.

— ¡Uy, un día! —exclamó—. Si ya llevamos… ¿cuánto, Óscar?, ¿dos semanas?, sin follar —confesó, haciendo nuevamente patente una extrema sinceridad etílica.

Yo me encogí de hombros, algo avergonzado.

— ¿Pero qué os pasa, chicos? —preguntó la morena con sorpresa.

Mi mujer la invitó a sentarse juntas en el sofá, y ante mi mutismo, le contó con todo detalle la situación por la que estábamos pasando, y el estrés al que estábamos sometidos.

— ¡Pero bueno, Sandra! —clamó su amiga—. Por mucho estrés que tengas… ¡Con lo bueno que está tu maridito! —afirmó, mirándome de reojo y mordiéndose ligeramente el labio inferior.

Mis efectivos, que ante la nueva situación, se habían batido en retirada, se rearmaron de valor para izar nuevamente el estandarte, aleccionados por las palabras y gestos de aquella morenaza.

— Ya, Nuri, ya lo sé… —contestó, mirándome ella también de reojo y reparando en el abultamiento de mi entrepierna.

Eso no hizo más que catapultar mi libido, que se disparó para marcar una buena erección.

— ¡Pues ya está!. Si tienes un tío así, es para comérselo enterito —afirmó Nuria, guiñándome a mí un ojo de forma pícara—. No hay nada más relajante…

Yo alucinaba con la conversación. En primer lugar, porque hasta minutos antes, siempre había creído que la excompañera de mi mujer era lesbiana; en segundo lugar porque, aleccionada por una ligera borrachera, nuestra invitada estaba diciendo claramente que el marido de su amiga, yo, le resultaba muy atractivo. Y en tercer lugar, porque aquella chica había venido a casa para que mi mujer le ayudase a superar una ruptura sentimental, y estaba resultando que era ella la que nos quería ayudar a superar nuestra pequeña crisis matrimonial. Una locura que a mi mente, medio embriagada, le costaba procesar.

— Tienes razón —reconoció Sandra, mirándome con los ojos brillantes—. Está para comérselo… ¡Ni estrés, ni tonterías!.

— Eso es, nena. ¡Con un tío así, es para estar todo el día follando! —proclamó nuestra invitada, como si fuera un aleluya.

En mi vida había sentido tal subidón de ego. Era consciente de mi atractivo para las mujeres, no en vano, antes de estar con Sandra, se podría decir que había tenido un currículo amatorio bastante variado y completo. Pero el tener a esas dos bellezas diciendo esas cosas de mí, sin ningún tapujo, puso mi autoestima en niveles estratosféricos.

— Tienes un marido cañón… —añadió Nuria, mirándome con descaro.

— Eso crees, ¿eh? —le contestó mi pareja—. Tal vez deberías verle mejor…

— Ummm… —emitió su amiga, continuando con una carcajada.

— Vais a conseguir sacarme los colores —intervine yo, al fin.

— Venga, cariño, déjame presumir de ti —me rogó Sandra, poniendo su carita de niña buena—. Ponte de pie para que te veamos bien…

Aquel gesto de mi mujer me resultaba irresistible, no podía negarle nada, me pidiese lo que me pidiese. Así que, a pesar de que era consciente de la tremenda erección que se evidenciaba bajo mi cintura, me puse en pie ante ellas, haciendo un teatral giro sobre mí mismo que alborozó a las dos espectadoras

— ¡Joder, qué bueno estás! —exclamó Nuria, atravesándome con sus oscuros ojos.

— ¡Y eso que no le has visto desnudo! —repuso mi esposa—. ¡Y no te imaginas la polla que tiene!.

— Uuuffff… —suspiró Nuria, mirándome directamente el paquete—. Algo me imagino, sí…

Dos mujeres preciosas admirándome, jamás habría imaginado encontrarme en semejante situación. Y esa morenaza, que durante tres años sólo había sido disfrutada por otra mujer, me estaba mirando sin pudor el paquete, mordiéndose el carnoso labio inferior. Sentía que los botones de mi ajustado pantalón podrían salir volando en cualquier momento.

— ¡Venga, tío bueno! —me aleccionó Sandra—, que Nuri vea que no miento, déjame presumir de marido buenorro… ¡Quítate la ropa!.

— ¡Eso, eso! —aplaudió su amiga—. A ver de qué presume esta exagerada…

Con mi ego en los límites de la vía láctea, envalentonado por los halagos y expectación, y desinhibido por las bebidas espirituosas, comencé a desabrocharme los botones de la camisa, moviéndome lentamente al ritmo de una canción que mi cerebro reproducía.

Con tres botones desabrochados, insinuando mis pectorales a través de la abertura, Sandra silbó.

— ¡Eso es, guapo!, ¡haznos un striptease! —me animó.

Seguí desabrochándome los botones, meciendo mis caderas de lado a lado, hasta abrir completamente la camisa y despojarme de ella, contrayendo voluntariamente mis abdominales para alimentar mi vanidad haciéndolos más notables.

— ¡Vaya chulazo! —gritó Nuria, mostrándome con sus profundos ojos, abiertos de par en par, cuánto le agradaba lo que veía.

— ¿A que no exageraba? —le preguntó mi alterada mujercita.

— Con esto en casa, no me digas que no es para estar todo el día dándole —le respondió nuestra invitada.

— ¿Eso crees?, pues ya verás cuando veas el resto…

— Sí, sí —afirmó entusiasmada la morena—, ¡Enséñanos el resto!.

Yo ya estaba completamente metido en mi papel de objeto sexual, ¡y me encantaba!. Siguiendo el baile, me deshice del calzado y los calcetines, aunque el equilibrio etílico me jugó una mala pasada y a punto estuve de caer de morros contra el suelo, ante la tremenda carcajada de las dos espectadoras.

Repuesto, y riéndome yo también por mi torpeza, desabroché despacio los botones del pantalón, observando cómo aquellas dos preciosidades fijaban su vista en el tremendo bulto que se iba descubriendo.

Nuria se mordía el labio, clavándose las uñas en aquellos divinos muslos enfundados en los leggins, y Sandra se frotaba un muslo contra otro mientras sus dedos recorrían arriba y abajo su escote.

Terminé de desabrocharme y, rápidamente, me saqué los pantalones para mostrar con orgullo cómo el bóxer de licra azul que llevaba, era una segunda piel que apenas podía contener la fálica forma que escandalosamente se marcaba, y que ya evidenciaba una pequeña mancha húmeda.

Las dos mujeres suspiraron al unísono.

— Venga, nene —volvió a animarme mi esposa—. Enséñanos esa polla, que Nuri hace mucho que no ve una, y seguro que nunca ha visto un pollón así…

— ¡Quítatelo todo, macizorro! —clamó la amiga, totalmente desbocada.

Los deseos de aquellas dos excitadas hembras eran órdenes para mí, así que, para ellas, me quedé completamente desnudo con mi lanza en ristre.

— ¡Joder, qué pedazo de rabo! —exclamó admirada la morena.

No pude evitar que se me escapase una carcajada de satisfacción y, continuando con la canción que sonaba en mi cabeza, seguí meciendo mis caderas de lado a lado, de tal modo que la poderosa vara cimbreó para deleite de mi público.

— Ya te lo había dicho —dijo Sandra con vehemencia.

Siempre me he sentido orgulloso de mi dotación, siempre ha causado muy buena impresión e, incluso, se ha ganado algún elogio al presentarse. Sé que no está bien visto presumir de ello, pero tengo una polla grande, larga y gruesa por encima de la media, que ha vuelto locas a unas cuantas mujeres, y que a pesar del bache por el que estábamos pasando, mi consorte estaba encantada con ella, siendo objeto irracional de su deseo.

Mi querida esposa seguía mis movimientos con una mirada viciosa, humedeciéndose los labios, haciéndome tener la certeza de que, si hubiésemos estado solos, ya se habría abalanzado sobre mí. Pero a pesar del terrible estado de excitación en el que se encontraba, llegándosele a marcar los pezones en la blusa, supo contenerse para poder dar buena cuenta de mí cuando ya estuviésemos a solas en nuestro lecho conyugal.

Sin embargo, para sorpresa de ambos, la que se levantó fue Nuria, cuyos pitones también se evidenciaban en su top, apuntándome en su prominente busto, mientras se ponía ante mí y acompañaba mi baile con un hipnótico movimiento de caderas.

«¡Joder, pero qué increíblemente buena está!», pensé, sin perder detalle de su voluptuosa figura contoneándose ante mí.

Ese top, aunque no mostraba nada explícitamente, se ceñía tan perfectamente al talle y pecho de mi compañera de danza, que no era necesaria la imaginación para saber que, aunque algo menos voluminosas que las de mi mujer, las tetas de Nuria eran un todo un ejemplo de perfección y turgencia femenina. Y en cuanto a esos leggins símil cuero negro, prenda fetiche para mí, eran una brillante y suave segunda piel que ensalzaban unas piernas largas, de muslos bien torneados, y un culo que, cada vez que hacía un giro sobre sí misma, me volvía loco con la redondez de unos glúteos prietos y respingones.

«Tengo que grabar esto en mi memoria para el resto de mi vida», me dije. «Y en cuanto se vaya a la cama, le voy a echar a Sandra el padre de todos los polvos».

— ¡Olé, olé y olé! —nos jaleaba mi esposa entre risas—. Así, Nuri, dándolo todo como siempre has hecho…

La aludida clavó sus insondables ojos en los míos y, mordiéndose el labio, posó las palmas de sus manos sobre mis pectorales.

— ¡Eso es, nena! —siguió animándola mi chica—. ¡Tú siempre fuiste la reina de la fiesta!.

Las suaves manos de aquella reina acariciaron mi pecho, poniendo duros mis propios pezones, y descendieron por mi torso para acariciar, con las yemas de sus dedos, mis abdominales, obligándolos a contraerse por el placentero cosquilleo.

Mirándome con fuego en sus pupilas, suspiró. Y una de sus manos alcanzó el exultante músculo cimbreante para acariciarlo, recorriendo toda su longitud muy suavemente.

— Diossss… —dijo entre dientes.

Miré con gesto interrogante a Sandra, diciéndole mentalmente: «¡Me está tocando la polla!». Pero parecía que ella estaba encantada con el espectáculo que estaba presenciando, y encantada con ver a su amiga tan suelta y animada.

Mirando fijamente a mi esposa, incrédulo porque se mostrase tan permisiva, estudié el más leve gesto de su rostro en búsqueda de un atisbo de contrariedad. También, algo avergonzado, no podía volver la vista hacia el bellezón que me acariciaba, como descargo de conciencia en el que mi cerebro hacía la pirueta de interpretar que aquellas caricias procedían de aquella a quien miraba, y no de quien me las efectuaba. Porque, por supuesto, aquello era tan excitante y placentero, que yo no tenía voluntad propia para detenerlo.

Lo único que se detuvo, inconscientemente, fue mi movimiento de caderas, mientras sentía cómo la mano de mi insospechada admiradora abandonaba mi falo y se unía a la otra acariciándome los glúteos, convertidos en rocas.

Sentí sus dedos deslizarse por mi piel, recorriendo mis muslos hacia abajo, mientras alucinaba con cómo mi mujer sonreía y daba un trago a su copa.

Subido en una nube por la ligera embriaguez, lo inaudito de la situación, la incredulidad, y la parsimonia de “mi dueña”, de pronto sentí una exquisita sensación de calor, suavidad y humedad en la punta de mi rígido músculo, junto con una leve presión.

Confuso por no haberme dado cuenta, como si me hubiese saltado una página de un libro, busqué a Nuria sin encontrarla ante mí, sino arrodillada a mis pies, sujetándome por los muslos mientras mi largo cetro se perdía entre sus carnosos labios, con mi glande dentro de su boca.

— Oooohhh… —emití al ver aquello, sintiendo cómo la presión se intensificaba, y mi verga era succionada por la boquita de esa diosa.

Con gula, mi improvisada felatriz se metió en su cálida, suave y húmeda cavidad cuanta dura carne pudo, ejerciendo una enloquecedora presión para volver a sacársela, sólo, hasta la corona de mi balano para, acto seguido, volver a succionarla comenzándome una increíble mamada.

— Jodeeeer, cómo la chupas, Nuria —se me escapó, envuelto en placer.

Al oírme a mí mismo esas palabras, mi cerebro se reactivó y volví a mirar a mi mujer, quien, entre escandalizada y excitada, observaba con la boca abierta cómo su amiga le comía la polla a su marido.

Durante unos placenteros segundos, en los que disfruté de cómo nuestra invitada chupaba mi enhiesto miembro engulléndolo hasta la mitad de su longitud, Sandra sólo se dedicó a observar. Hasta que, por fin, reaccionó, pero no como yo habría imaginado que reaccionaría.

— ¡Eh! —exclamó, levantándose como una exhalación para situarse de rodillas junto a su amiga—. ¡Que este pollón es mío!.

Y agarró mi pértiga para sacársela a su compañera de la boca y succionármela con ganas, como ella bien sabía hacerme.

— Dioossss… —invoqué, teniendo que poner mis manos sobre las cabezas de la morena y la castaña para no caerme por el temblor de piernas.

— Lo siento —se disculpó Nuria tras unos segundos en los que observó, fascinada, cómo su amiga se tragaba mi barra de carne con verdadero ansia—. Óscar está tan rico, y hacía tanto que no tenía para mí una polla de verdad, que me he dejado llevar… —añadió, apesadumbrada.

Sandra detuvo la imperiosa mamada con la que me estaba haciendo ver las estrellas, pues era una verdadera experta y estaba hambrienta, dejándome al borde del orgasmo tras desencajarse mi glande de la garganta y succionarme, hundiendo sus carrillos, hasta que todo mi sable se desenvainó de entre sus suaves labios.

Yo creía que enloquecería por aquella parada repentina. Me dolían los huevos por llevar dos semanas sin descargar su producción, y por el salvaje nivel de excitación alcanzado hasta ese momento. Pero ni me atreví a protestar, esperando acontecimientos y temiendo que se destruyera lo que parecía un momento mágico.

— Te entiendo perfectamente —le contestó mi mujer—. ¿Hace más de tres años que no te comes una polla, y voy yo, y te pongo en bandeja el pollón de mi marido para no dejarte disfrutarlo?. ¡Eso es cruel!. Y nosotros queremos que olvides a esa tía que no te merecía, pasándotelo bien, ¿verdad cariño? —me preguntó a mí.

— Pues claro que sí —dije desde las alturas, desconcertado y expectante.

— Toma —le dijo Sandra a su amiga, ofreciéndole mi músculo ensalivado—. Yo puedo tenerlo en cualquier momento, y este debería ser el tuyo… ¿Quieres comerte el pollón de mi marido?.

Nuria tomó la dura barra de carne con su mano y, con un brillo de felicidad y excitación en su mirada, asintió con la cabeza.

— ¡Pues cómetelo! —sentenció mi generosa esposa, empujando mi cadera para que mi glande se posase sobre los rosados labios de la invitada.

Los carnosos pétalos succionaron, haciendo que la punta de mi verga entrase en el calor de aquella acogedora boca, deslizándose suavemente entre ellos.

— Uumm… —gemí, agradeciendo la exquisita sensación, observando cómo las dos mujeres me miraban fijamente para corroborar mi satisfacción.

Con un movimiento de su cabeza hacia delante, aquella que yo había creído lesbiana, deslizó sus labios por el tronco de mi herramienta, llenándose la boca de macho a medida que mi rigidez se deslizaba por su lengua hasta alcanzarle la garganta.

Todo lo acontecido desde que terminamos de cenar había sido tan estimulante, la situación tan onírica, y Nuria tan preciosa y golosa, que sentí que no podría aguantar la exquisita humedad y succión de su boca.

Tal vez fuera por el innegable dolor testicular, que confundía mi percepción, o tal vez fuera real por estar tan completamente saturado que ya me desbordaba, pero el caso es que tuve la sensación de que me corría, con un espasmo de mi miembro y una leve eyaculación sobre la lengua de la felatriz cuando ésta se estaba sacando la carne de su voraz cavidad.

— Mmmm… —me pareció oír, sintiendo cómo la presión y la succión aumentaban envolviendo mi estaca.

La morenaza terminó de sacársela con un jugoso beso en el balano, tras el cual, juraría que saboreaba y tragaba.

— ¡Qué rico está tu maridito! —le dijo a Sandra—.Echaba tanto de menos el sabor a hombre…

Ambas se sonrieron con mi sonrosado cetro antes sus bellos rostros. Si, de verdad, aquello hubiera sido un orgasmo, el resto de mi abundante corrida habría ido directo sobre las caras de las dos guapas mujeres arrodilladas ante mi potente músculo. Pero no, supuse que me había equivocado por el tiempo de abstinencia y el dolor que este me había producido, o sólo había sido un conato de eyaculación, fruto de una abundancia ya incontenible.

Fuse lo que fuese, el dolor se mitigó, mi polla seguía como el asta de la bandera, y tenía unas ganas locas de que aquello no se detuviera.

— No te cortes, preciosa —animó mi esposa—, come cuanto quieras, que mi maridito tiene mucho y le veo encantado —añadió, guiñándome un ojo.

No pude más que sonreír desde las alturas, nunca habría imaginado que esa primera noche tomaría ese rumbo, nunca habría imaginado a mi mujer ofreciéndole mi rabo a una amiga. Pero allí estaba, y gruñí de gusto cuando Nuria volvió a tomar mi glande entre sus labios y envainó casi la mitad de mi sable con su hambrienta boca, clavándome sus negros ojos en los míos, mientras sujetaba con la mano el tronco que no era capaz de engullir.

Habiéndose calmado el dolor de momentos antes, quedando sólo un vestigio, y sintiendo que mi capacidad de disfrute se había prolongado para no precipitarse mi catarsis, gocé de cómo la inusitada mamadora jugueteaba con mi polla en su boca, rodeando su grueso contorno, una y otra vez, con ávidas caricias de su lengua.

Aquel cosquilleo era maravilloso, placentero pero a la vez no culminante, por lo que mis caderas, en acto reflejo, iniciaron un suave vaivén acompañando las caricias linguales.

Mi dadivosa mujercita alternaba su vista, con una pervertida sonrisa y mirada de vicio, entre mi virilidad atravesando los labios de su amiga, y mi cara de satisfacción, mientras acariciaba mi contraído glúteo derecho.

Nuria colocó su lengua bajo mi tronco, y convirtió su boca y garganta en un estrecho, ardiente y mojado túnel que aspiraba, lenta y profundamente, mi polla con un rítmico movimiento cervical y enloquecedora potencia de succión.

— Oooohhh, Nuria, así me vas a matar enseguida… —interrumpí el evocador sonido de la saliva escurriendo en mi falo, para ser deglutida con el empuje de mi terso y sensible glande en su garganta.

La aludida ni se inmutó. Siguió chupando con la misma intensidad y cadencia, disfrutando mi viril dotación como quien degusta un helado de crema que no quiere que acabe jamás, sin prisa pero sin pausa.

Todo mi cuerpo se tensó al máximo, aquella prueba era demasiado exigente para mi resistencia tras dos semanas de abstinencia.

— Eso es, cariño —me dijo Sandra, viendo que ya estaba en el punto de no retorno—. Dáselo todo, como cuando me lo das a mí —añadió, con una cara de viciosa como nunca le había visto.

Su mano pasó de acariciar mi culo, a coger mis hinchadas pelotas para apretarlas suavemente, con su dedo corazón presionándome la próstata en el momento justo en que los carrillos de Nuria se hundían sacándose mi pértiga de la boca.

— ¡Dioooossss! —grité.

Sentí cómo un abundante borbotón de semen partía desde mi próstata, con un poderoso disparo que me hizo estremecer, para propulsarse hacia el exterior. Mi polla entró en erupción con el glande sujeto por los carnosos labios de la preciosa morena, a la que inundé la boca con una furiosa eyaculación de hirviente esperma.

La succión volvió a tirar de mi palpitante músculo, y mi verga penetró más en la anegada cavidad, mientras el denso elixir orgásmico era tragado por Nuria. Pero aquella eyaculación no había sido más que el principio de una incontrolable corrida, con la que todo mi cuerpo tembló mientras más ardientes lechazos se estrellaban furiosamente contra el goloso paladar.

La hambrienta belleza, con los ojos cerrados, hizo un alarde de voracidad y control de la situación, tragando cada nueva descarga sin dejar de mamar con un suave movimiento de cabeza, el cual hacía que mi propio semen lubricase sus labios al deslizarse por el tronco de mi triunfal hombría.

Esa viciosa hembra estaba tomándose un pervertido biberón que mi mujer le ayudaba a apurar, acariciándome los testículos y masajeándome la raíz de mi fuste para que toda mi leche se descargase en la boca de su amiga.

Así, mi orgasmo se prolongó con una brutal corrida de múltiples y abundantes eyaculaciones, que me hicieron sentir que todo mi ser sería engullido por nuestra invitada. Hasta que, con un largo suspiro naciente en los confines de mi interior, mis últimas existencias se derramaron lánguidamente sobre la lengua de mi excepcional benefactora, quien, con una última chupada, dejó salir mi polla de entre sus brillantes labios, embadurnados con su saliva y mi leche.

Nuria soltó el músculo que ya había perdido algo de su rigidez, a la vez que Sandra liberaba mis testículos para dejarlos colgar nuevamente, aliviados, mientras yo daba medio paso hacia atrás y, con mi equilibrio mermado, caía sentándome en el sillón.

«Se acabó», pensé, más satisfecho que en varios meses. «Acabo de disfrutar de la experiencia más increíble y excitante de mi vida. A partir de ahora, ya nada será igual…»

2

Efectivamente, a partir de aquel momento, ya nada sería igual, pues aquella loca noche aún me deparaba más sorpresas.

Apenas había terminado de formular mi último pensamiento, tras correrme como un caballo en la boca de la amiga de mi esposa, cuando, atónito, contemplé cómo el rostro de mi mujer se acercaba al de su excompañera, y su rosada lengua lamía los brillantes labios de ésta.

Nuria tomó a Sandra por la nuca, y succionó la lengua que le acariciaba sus carnosos pétalos para que se introdujese en su enlechada cavidad bucal.

Agarrándome a los brazos del sillón, como queriendo constatar que estaba en el mundo real, observé exultante cómo aquellas dos bellezas se fusionaban en un tórrido beso, en el que sus labios y lenguas se acariciaban excitantemente, para permitirme ver cómo se mezclaban sus salivas y mi semen compartido.

El jugoso beso, de fluido y evocador sonido, se prolongó durante un par de minutos en los que a mí me pareció que el tiempo se había detenido.

Los labios de las dos mujeres se separaron, quedando unidos, tan solo, por un fino hilo blanquecino mientras ambas se miraban a los ojos con lujuria.

Con mi respiración suspendida, y el corazón a punto de salírseme del pecho, vi cómo ese breve impasse desembocaba en un ataque directo de la morena a la castaña.

Nuria se abalanzó sobre Sandra, y sus pétalos volvieron a fusionarse con lujuriosa pasión. Mi mujer agarró a su amiga por su estrecha cintura, y ésta, directamente, le agarró un pecho, acariciándoselo por encima de la blusa mientras sus labios y lenguas se debatían en el más ardiente y sensual beso que jamás soñé presenciar.

Enseguida, entre mutuas caricias recorriendo sus femeninos y curvilíneos cuerpos, los habilidosos dedos de la invitada desabrocharon la prenda superior de mi esposa, para quitársela, y hundir su rostro en los mullidos pechos que yo añoraba amasar y comer con gula.

Sandra me miró, jadeando mientras su amiga le oprimía sus tetazas y las mordisqueaba por encima del sujetador. Estaba bellísima, con sus pómulos sonrojados, sus ojos brillantes, y sus labios húmedos y prominentes.

— Te quiero —le susurré—. Déjate llevar…

— Y yo a ti… —susurró también ella.

Nunca imaginé como algo real el que mi querida esposa tuviera esa facilidad para experimentar con otra mujer, sólo había sido una fantasía recurrente al confesarme que, años atrás, había tenido una experiencia lésbica. Pero allí estaba, dándome el espectáculo de mi vida con la amiga más cañón de todas cuantas me había presentado desde que nos conocimos.

Ni por asomo se me había ocurrido que esa fantasía se pudiera cumplir. Cierto es que siempre había sabido admirar la belleza de otras mujeres, o que me había comentado brevemente su experiencia pasada, pero de ahí, a más… Y conmigo siempre había mostrado una auténtica pasión por la anatomía masculina, concretamente por la mía. Le gustaba y excitaba mi cuerpo, siempre me había hecho saber que le resultaba irresistible, y que no había nada que le excitase más que verme con mi pollón (como a ella le gustaba llamarlo) listo para atravesarla.

Apartándola de sus pechos, Sandra tiró del top de Nuria, sacándoselo por la cabeza y confirmándome el buen par de redondas y turgentes tetas de su amiga. Las tomó con las manos, y las presionó con ganas.

— Ummmm, así —susurró la morenaza, aprovechando ella para desabrocharle el sujetador y quitárselo, liberando los generosos senos de mi esposa para estrujárselos a piel desnuda.

Mi mujer también desabrochó el sujetador de su compañera, y esos excelentes pechos, firmes y globosos, nos mostraron a ambos sus pezones puntiagudos como pitones.

Entonces, fue Nuria la que me miró a mí, mientras con una sonrisa llena de picardía tomaba la cabeza de castaño cabello para acercarla a unos de sus pezones.

— Qué bueno, Sandrita —dijo cuando su amiga tomó el pezón con los labios y comenzó a chuparlo, amamantándose del turgente seno mientras estrujaba el otro con los dedos.

En aquella pareja femenina, en ese momento, estaba claro quién llevaba la iniciativa. La experimentada en esos menesteres, tomó de nuevo el rostro de mi increíble esposa, y ambas se unieron en otro maravilloso beso lésbico, mientras, de rodillas y con sus cuerpos desnudos de cintura para arriba, se pegaban la una a la otra con sus voluptuosos pechos aplastándose mutuamente.

Los besos eran suaves, pausados, con un aleteo de sensuales labios rozándose, acariciándose, mientras sus lenguas entraban y salían de sus bocas buscándose y enredándose a la vez que sus pezones se friccionaban entre sí.

En mi vida había visto nada más erótico, y a pesar del poco tiempo transcurrido, sentí que el riego sanguíneo volvía a fluir por mi entrepierna.

Las dos preciosidades acabaron rodando sobre la alfombra, con la dominante Nuria sobre mi esposa, recorriendo sus pechos y barriguita con la lengua mientras le desabrochaba la falda y se la quitaba, mostrándonos el empapado tanga blanco.

— Qué buena has estado siempre, nena —le dijo—. No me extraña que Óscar quiera follarte todos los días…

— Ufff, ya te he dicho que últimamente no… —resopló Sandra, mirándome y haciéndome sentir algo culpable.

— Será porque no habréis sabido encontrar el momento, y la presión os ha vencido —contestó su amiga, sacándole el tanga sin molestarse en quitarle las botas—. Porque te aseguro que él está más que preparado…

El coño de mi esposa, con su triangulito de vello recortado, se mostró rosado, hinchado y rezumante de fluido femenino.

— ¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó, obnubilada por la excitación de tener a su amiga con la cabeza entre sus muslos.

— Porque antes se ha corrido como un caballo en mi boca, dándome toda la leche que tenía para ti…

— Jodeeer… —dijimos mi esposa y yo al unísono.

— …ahora deseo que seas tú la que se corra en mi boca.

La cabeza de Nuria se hundió entre los muslos de Sandra, y ésta gimió vehementemente cuando la experta y prohibida lengua se le metió en el coño.

Con mi polla ya dura, aunque no en su máxima expresión, aún, observé maravillado cómo la melena azabache se movía en la entrepierna de mi esposa, mientras ésta se retorcía de placer estrujándose los pechos.

Deseé intervenir, unirme a las dos y ser yo quien amasase los pechos de mi amada, pero sabía que, visto cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, llegaría mi turno. Por lo que me permití el lujo de ser un simple espectador de cómo mi amada estaba siendo comida por otra mujer ante mí, mientras esa otra mujer, era un pibón que me estaba cortando la respiración con su perfecto culo respingón envuelto en mis leggins fetiche, totalmente en pompa, y meneándose de lado a lado mientras degustaba el coño que yo llevaba tiempo sin saborear.

— Nuri, me corro, Nuri, me corro… ¡Cariño, me corrooooo…! —gritó de repente Sandra, sujetando la melena azabache mientras sus ojos, abiertos de par en par, me miraban a mí con fuego en ellos.

Todo su cuerpo se arqueó sobre la alfombra, mientras su amiga daba buena cuenta de los cálidos fluidos de su poderoso orgasmo, hasta que, finalmente, este llegó a su fin.

Nuria subió por el cuerpo de su amiga, y la besó con pasión, ofreciéndole el sabor de su propio coño escanciado en su boca.

«Y ahora es cuando vuelvo a intervenir yo», pensé, aunque mi polla aún no hubiese tenido tiempo de recuperarse completamente de la sublime purga a que había sido sometida.

Sin embargo, el espectáculo lésbico aún no había acabado y, para mi asombro por su toma de iniciativa, Sandra obligó a su compañera a incorporarse para seguir besándose de pie ante mí, acariciando todo su voluptuoso cuerpo con las mismas ganas que yo habría puesto.

— Creo que tú también necesitas disfrutar de un buen orgasmo como el que nos has regalado a nosotros —le dijo—. ¿Verdad, cariño? —me preguntó a mí.

— Por supuesto que sí —contesté entusiasmado.

— Ahora soy yo la que va a hacer que te corras en mi boca —volvió a dirigirse a su amiga.

— Ummm… Me encantaría, Sandra. Estáis tan buenos los dos, y me tenéis tan cachonda…

— ¡Tú sí que estás buena!. Tanto, que casi me das envidia… —confesó con una sonrisa—. Desde que entraste en esta casa, Óscar no ha podido dejar de mirarte el culo… ¡Y es que hay que ver cómo te quedan estos leggins! —exclamó, acariciándole las prietas nalgas.

— Vosotros sí que sabéis cómo hacer que una se sienta atractiva y especial —contestó, guiñándome un ojo y dándole un beso a mi esposa.

Sus labios volvieron a acariciarse suavemente en esa erótica danza de rosados pétalos que se rozaban, mientras las húmedas lenguas se buscaban tanteándose, lamiendo dulcemente, y enroscándose en pausado compás.

Las manos de mi esposa se habían convertido en manos de apasionado amante, presionando la consistencia de las divinas posaderas de su pareja, recorriendo en cálida caricia su estrecha cintura, y subiendo hasta los excelsos pechos para acariciarlos y amasarlos, mientras sus labios se deslizaban por el sensible cuello femenino, descendiendo hasta lamer los erizados pezones y llenarse la boca con una abundante porción de moldeable carne mamaria.

— Uuuuhh —ululó dulcemente Nuria—. Me encanta cómo me come las tetas tu mujercita —me dijo, mirando cómo mi miembro alzaba su cabeza.

— Es que tienes unas tetas preciosas —le contesté, acariciando suavemente el músculo que se izaba y le hacía morderse el labio ante su visión.

Nuestra invitada, me hizo otro de sus pícaros guiños y, tomando los cabellos de Sandra entre sus dedos, la hizo descender hasta debajo de su cintura donde, mi irreconocible esposa, presionó con su boca la vulva cubierta de brillante tejido negro.

— Uumm —gimió la estimulada—. Si te gustan, ahora pueden ser tuyas… —añadió, elevando su pecho ante la presión de la boca de mi mujer en su intimidad, ensalzando la excelencia de lo ya irresistible.

Sandra no se opuso a la sugerencia. En cuclillas, entre las firmes piernas abiertas de su amiga, más bien reafirmó la invitación presionándole el culo con pasión para que su espalda se arquease ligeramente, haciendo que se elevasen aún más.

Con mi lanza ya completamente armada, no dudé en aceptar la invitación. Me levanté y me acerqué a esa morenaza por detrás, pasando las palmas de mis manos bajo sus brazos para posarlas en sus divinos y redondos pechos, haciendo la función de las copas de un sujetador.

— Qué manos tan cálidas… —susurró.

Mientras yo presionaba suavemente esos dulces melones, calibrando su volumen, peso y excitante consistencia, Sandra tiró de la elástica prenda inferior de su antigua compañera de piso, arrastrando con ella el empapado tanga para, tras quitarle los botines, dejarla completamente desnuda, como ya lo estábamos yo mismo y mi amada esposa, salvo por las botas que Nuria no se había molestado en quitarle antes.

— ¡Guau, Nuri! —exclamó quien ya se había arrodillado ante la vulva desnuda— Esto no estaba así la última vez que lo vi, ¡te lo has depilado todo!.

«¿La última vez que lo vio?», me pregunté confuso y terriblemente excitado. «¿Sandra ya le había visto el conejito a su compañera…?»

— A Carmen le gustaba comérmelo limpito —contestó, recordando con aflicción—, así que me lo hice total y permanente, con láser.

Ese instante de doloroso recuerdo apenas duró un segundo, porque la desatada lengua de mi mujer realizó una profunda lamida, de abajo arriba, a ese despejado coñito rezumante de ardientes jugos.

— Ooohh… —volvió a arquearse Nuria, apoyando sus hombros sobre mi pecho, y su prieto culito contra mi dura estaca.

Apreté sus gloriosas tetas con mis manos, y recoloqué, moviendo la cadera, mi enhiesta vara para que se instalase, longitudinalmente, entre las dos rocas de río que eran sus glúteos.

— Estás licuándote —le dijo Sandra desde sus bajos.

— Uufff… sí… Me tenéis a punto de correrme…

— Córrete en la boca de mi mujer —le susurré yo al oído.

Mientras amasaba esas tetazas, masajeándolas y pellizcando sus pezones como escarpias, y restregaba mi polla en su culo para que sintiera toda su dureza y tamaño. Pude ver cómo, mirándonos a los dos con sus ojos incandescentes, Sandra acoplaba sus sensuales labios a la vulva de nuestra invitada, para que su lengua penetrase el jugoso coñito, y así comérselo con una voracidad y pericia que me dejó anonadado.

Nuria comenzó a gemir descontrolada, con una mano sobre la cabeza de su devoradora, y la otra en mi nuca, echando la cabeza hacia atrás para entregarse completamente a sus complacientes anfitriones.

Mis labios succionaron la delicada piel de su cuello, mientras mis manos estrujaban sus moldeables montañas y mi polla le abría las firmes nalgas, restregándose entre ellas.

Al mismo tiempo, mi preciosa esposa, atenazándole los muslos, la penetraba fogosamente con la lengua, succionándola y lamiéndole el clítoris, haciéndolo vibrar, batiendo y degustando sus cálidos flujos femeninos con gula y lujuria.

Nuria no pudo aguantar más que un par de minutos nuestra doble dedicación a su placer. Las sensaciones siendo poseída por una pareja eran tan intensas, y su excitación tan soberbia desde que todo aquello había comenzado con mi striptease, que de repente estalló en un brutal orgasmo que le hizo gritar en pleno éxtasis.

— ¡Dioooosss…! —clamó al cielo, dándole a beber a Sandra los caldos de su máximo goce, y apretando mi verga con sus glúteos de forma enloquecedoramente estimulante.

Tras el cenit de su máxima liberación, el escultural cuerpo de nuestra amiga se relajó completamente. Las piernas le temblaban de tal forma, que habría caído sobre la alfombra si yo no la hubiera tenido bien sujeta.

Con delicadeza, aunque lamentándome internamente por tener que soltar sus deliciosa tetas y tener que desincrustar mi asta de entre sus divinas nalgas, la dejé sentarse en el sillón que minutos antes había ocupado yo.

Sandra se levantó sonriente, y en cuanto dejé a Nuria, se abalanzó sobre mí, pegando su febril cuerpo al mío para besarme pasionalmente, metiéndome su escurridiza lengua en la boca mientras su pelvis aprisionaba mi pértiga entre ambos, haciéndome sentir en ella que su conejito ardía completamente empapado.

— Sabes a coño… —le dije, tras succionar su carnoso labio inferior.

— Al coño de Nuria —me contestó, sonriente y con su voz cargada de excitación—. ¿Te gusta?.

— ¡Joder, me encanta! —exclamé, siendo yo esa vez quien le metió la lengua para degustar de su boca el orgasmo de su amiga.

Detrás de mí, oí cómo nuestra invitada suspiraba.

— Fóllame, Óscar —me dijo mi mujer—. Estoy como una perra y necesito tu pollón —afirmó, apretándome el culo para que mi dureza se clavase en su pelvis y abdomen.

Agarré uno de sus tersos muslos y lo subí hasta mi cintura, flexionando ese instrumento de placer que a ella tanto le gustaba, para que sus labios vaginales besasen su tronco embadurnándolo de cálido zumo de hembra, mientras la dura barra se deslizaba adelante y atrás, acariciándole toda su rajita en plena combustión.

— Chicos, creo que deberíais iros a la cama para estar más cómodos —dijo Nuria, levantándose para recoger, a nuestro pies, su tanguita.

— Umm, sí… —le contestó Sandra, sin dejar de balancear sus caderas—. Pero no vas a quedarte sola… —añadió, buscando mi aprobación con sus melosos ojos incendiados.

— Claro que no —intervine, creyendo que estaba viviendo un sueño, fascinado por cómo mi amada esposa tenía tantas ganas como yo de seguir cumpliendo fantasías— Esto es por ti, ven con nosotros —le ofrecí, viendo cómo mi proposición le hacía morderse el labio.

— ¿Te gustaría ver cómo me folla el macizorro de mi marido? —le preguntó Sandra con lujuria, alargando su mano para acariciar el redondo contorno de un pecho de su amiga—. Todo él se pone tan duro…

— Uf, me encantaría —confirmó la invitada, con sus pezones como flechas apuntándonos—. Sois increíbles, no sé cuál de los dos me pone más… —subrayó sus palabras acariciándonos a ambos el culo.

«Y pensar que hasta hace unas horas no quería que este pibón viniese a casa…», me dije, bajando la pierna de mi mujer para tomarla de la mano y conducirla al dormitorio. «¡Y resulta que nos ha devuelto las ganas de follar!. Joder, me encantaría follármela a ella también…»

Sandra cogió la mano de su amiga, y llegamos los tres al dormitorio, donde ella se tumbó sobre nuestra amplia cama. Abriéndose de piernas para mí, mostrándome cómo su vulva, adornada con su coqueto triangulito de vello negro, estaba congestionada y brillante de jugo de hembra, me incitó a tomarla:

— Vamos, cariño, fóllame como tú sabes. Echo de menos tu pollón dentro de mí, necesito volver a sentir toda tu fuerza…

— Un momento —interrumpió Nuria, poniéndome la mano en el pecho cuando estaba a punto de colocarme sobre su antigua compañera de piso—. Antes me dejé una cosa, déjame ayudar…

Ante mi evidente desconcierto, la invitada cogió una de las botas de mi mujer, y la ayudó a sacársela.

— Así no os estorbarán —dijo, haciéndome un guiño de complicidad mientras tomaba la otra bota y descubría la pantorrilla y pie de su amiga.

Sin embargo, tres años de relación lésbica y costumbre no se diluyen tan fácilmente, y antes de apartarse para permitirme penetrar a mi ansiosa esposa, Nuria cayó en la tentación de volver a degustar la jugosa fruta que pedía a gritos ser atacada.

— Ooohh, jodeeeerr, Nuriiii… —dijo Sandra al sentir la boca de su amiga acoplándose a su vulva, con la inquieta lengua penetrando entre sus gruesos labios.

Por unos maravillosos instantes, desde una privilegiada perspectiva, contemplé con mi verga como una pieza de artillería, cómo el perfecto culo de nuestra invitada se alzaba y abría al agacharse su dueña para sumergirse entre los muslos de mi deslumbrante esposa; quien, desnuda y jadeante, con sus rotundos pechos meciéndose al ritmo de su acelerada respiración, disfrutaba de la voraz comida de coño que aquella melena azabache inserta entre sus firmes muslos sólo me permitía intuir.

Entonces, fui yo quien sucumbió a la tentación. Aquella visión era demasiado gloriosa para no querer formar parte de ella. Mientras licuaba aún más la gruta de mi mujer, el precioso cuerpo de Nuria arqueaba su espalda ante mí, ofreciéndome una espectacular panorámica de su redondeado culito para que deseara rompérselo con mi consistente taladro. Primero le embestiría su lampiña, abierta y mojada almeja, deleitándome con ella unos instantes para tomar su cálida lubricación, y después le perforaría esas cachas que tan explícitamente se me ofrecían.

Agarré aquellas duras nalgas acariciando su consistencia, y me situé de rodillas para que mi glande contactase con los carnosos y húmedos labios, apuntando para que la estocada fuera certera y mi polla pudiera ensartar a nuestra invitada de un solo golpe de cadera.

Al sentir mis manos en sus glúteos, y mi balano rozando la entrada a sus ardientes placeres, Nuria levantó la cabeza, girándola para clavar en mí su negra mirada cargada de deseo, guiñándome con complicidad un ojo, como señal de aprobación.

— Estoy a punto de correrme —anunció Sandra, interrumpiendo la que iba a ser mi triunfal embestida a su amiga—. Óscar, ¡necesito que me folles ya!.

— Perdón por haberme metido en medio —dijo su excompañera, apartándose hacia un lado—. No he podido resistirme a un coño tan delicioso… Pero es vuestro momento, lo necesitáis…

Por una décima de segundo, grité internamente de frustración por haber estado a punto de clavar mi sable en el escultural cuerpo de la amiga de mi mujer, y no haber podido realizar tan placentera ejecución. Pero ese sentimiento desapareció tan rápidamente como había surgido, al contemplar la esplendorosa visión de mi bella esposa tumbada; con sus ojos incendiados de lujuria; sus mejillas encarnadas por el deseo; sus carnosos labios rosados entreabiertos y brillantes de saliva; sus portentosos pechos como moldeables montañas coronadas de agudos pezones apuntando al cielo, y sus piernas abiertas, ofreciéndose entre sus firmes muslos aquella cueva encharcada y enrojecida por la previa frotación de mi tronco y el posterior trabajito oral de nuestra invitada.

No lo dudé, deseaba a mi esposa como siempre la había deseado, con esa pasión que el día a día y el estrés nos habían arrebatado, y que aquella que en ese momento compartía nuestra cama nos había recordado. Me coloqué sobre el anhelante cuerpo de mi amada, y ella tomó con su mano mi mortal bayoneta para guiarla a través de su carne, mientras mi cadera descendía y empujaba penetrándola y hundiéndole toda mi arma en sus cálidas profundidades.

— Ooohh… —gemimos al unísono.

Nuestros cuerpos se acoplaron hasta que mi pelvis golpeó la suya, y mi glande se incrustó en la boca de su útero en una profundísima penetración que desató el inminente orgasmo que mi mujer había anunciado.

Sus potentes músculos vaginales exprimieron toda mi polla, proporcionándome un exquisito placer que me hizo bombearla con fuerza, empotrando su cuerpo en la cama con poderosos empujones que deslizaban mi virilidad por sus empapadas y ardientes profundidades, percutiendo insistentemente en el interior de su abdomen, prolongando su orgasmo y haciéndola gritar de incontenible placer.

Cuando el clímax terminó de consumirse, me detuve para sumergirme en la profundidad de los ojos de miel de Sandra, y ella tomó mi cabeza para darme un intenso beso en el que nuestro mutuo deseo y sentimientos se reencontraron.

— Cuánto te echaba de menos… —me susurró.

— Y yo a ti… —le contesté.

— No dejes de follarme —agregó, agarrándome del culo para presionármelo con sus dedos.

— ¡Guau! —oímos a nuestro lado, haciéndonos girar a ambos la cabeza.

Nuria estaba sentada junto a nosotros, pellizcándose un pezón con una mano, mientras la otra acariciaba su húmeda rajita.

— ¡Sois la pareja más sexy del mundo! —exclamó—. Tenías razón Sandra, se pone muy duro cuando te folla… Me encantaría verlo más…

Los dos nos reímos, provocando la risa de mi mujer que exprimiese mi carne embutida en su cuerpo, y ésta se moviese en sus profundidades, con placenteras consecuencias para ambos.

— Entonces este polvo va por ti —le contesté yo, guiñándole un ojo.

Los dedos de Sandra se aferraron con más fuerza, aún, a mis glúteos, que se contrajeron poniéndose como rocas al reiniciar una pausada pero contundente cadencia de empuje, con la que metía y sacaba una buena porción de mi gruesa y larga polla en el estrecho y cálido coño de mi esposa, haciéndola jadear cada vez que nuestros cuerpos hacían tope.

— ¡Ah…! ¡ah…! ¡ah…!

A nuestro lado, Nuria se acomodó recostándose, sin perder detalle mientras una de sus manos estimulaba su cuerpazo y la otra hundía dos de sus dedos en su ya babeante almeja.

Con todo mi cuerpo en tensión, disfruté dándole más y más a Sandra, acelerando paulatinamente el ritmo de las enérgicas penetraciones para que sus gemidos se hicieran más largos y profundos, mientras volvía a alcanzarme en nivel de libido y placer.

Su amiga acompañaba mis movimientos con el ritmo de sus dedos penetrando su chochito y frotándose el clítoris, coreando los gemidos de mi esposa sin dejar de contemplar cómo me la follaba, convirtiendo su actitud voyeur en una enzima que catalizó nuestra excitación para catapultarnos a un ritmo desenfrenado de pasional sexo.

Con una violencia que movía toda la cama, hice enloquecer a Sandra con el máximo arrebato de mi hombría, dándole toda la potencia de mi polla enfundándose en su anatomía, y obligándome a gruñir como un animal por el extremo disfrute, mientras mi amada me arañaba la espalda.

De pronto, en ese torbellino de excelsas sensaciones y vigoroso mete-saca, sentí cómo el cuerpo de Nuria se pegaba a los nuestros y, mientras se masturbaba insistentemente entre jadeos, su otra mano comenzó a masajear las hermosas tetas de mi esposa, mecidas por mis incesantes embestidas.

En el rostro de Sandra vi que volvía a estar a punto del orgasmo, al igual que yo, a pesar de que mi rendimiento había mejorado tras la purga que su amiga me había hecho iniciando todo.

La mano de Nuria desapareció de mi campo de visión y, de pronto, además de sentir las uñas de mi mujer arañándome la espalda, sentí los finos dedos de la invitada aferrando con fuerza uno de mis pétreos glúteos. Aquello fue lo máximo.

La erupción del volcán sacudió toda mi geografía corporal, propulsando generosos borbotones de hirviente leche en la matriz de mi pareja, escaldando sus profundidades para que ella misma alcanzase un devastador orgasmo con el que me exprimió, obteniendo de mí cuantos disparos de semen pude ofrecerle mientras vibraba corriéndome hasta el final.

En mi última descarga, vi cómo Nuria se había pegado completamente a su orgásmica amiga, y ella misma había alcanzado el éxtasis gimiéndoselo al oído. Por lo que, durante unos preciosos segundos en los que mi catarsis ya había concluido, observé maravillado a ambas hembras disfrutando de un orgasmo casi simultáneo.

Cuando la vorágine dio paso a la calma, los tres entramos en un estado de profunda relajación en el que, para mi satisfacción personal, me quedé tumbado y desnudo entre dos bellezas, mientras nuestras respiraciones se acompasaban y la somnolencia consecuente del alcohol y el sexo hacía presa en nosotros.

Debía llevar, apenas, tres o cuatro horas dormido, cuando comencé a soñar con las experiencias disfrutadas. En concreto, mi sueño me hizo revivir el momento en el que yo ya estaba completamente desnudo, y mi mujer reía mientras animaba a su amiga a bailar conmigo acariciando todo mi cuerpo. Prácticamente, podía sentir sus dedos recorriendo mi piel, recreándose con las formas de mi torso, y descendiendo lentamente para acariciar con delicadeza mi erecto falo.

En un estado de duerme-vela, sabiendo que estaba soñando, sentí cómo mi miembro se ponía realmente duro más allá del mundo onírico, en respuesta a las sensaciones de un sueño que parecía tan real como si estuviera volviendo a ocurrir.

Sentía la excitación de la morbosa situación, alucinando con cómo mi esposa parecía encantada con lo que estaba ocurriendo, hasta que su excompañera desapareció de mi vista y sentí la maravillosa sensación de sus suaves labios tomando mi balano y succionándolo hacia el interior de su cálida cavidad bucal. ¡Qué maravilla volver a sentir cómo mi polla invadía su boca!, succionada por esos jugosos pétalos hasta llenarse completamente de carne.

Reviví cómo Nuria se comía mi congestionado miembro con golosa pericia, disfrutando de un acto que hacía mucho que no practicaba. Y la sensación me resultó tan real, que no pude aguantar dormido, me desperté abriendo los ojos y deslumbrándome con la luz del dormitorio que no habíamos apagado al quedarnos dormidos.

Pero, al despertar, la exquisita sensación no desapareció. Aún sentía la cálida y húmeda boca envolviendo mi mástil mientras los labios recorrían el tronco… Y miré hacia abajo.

— ¡Nuria! —exclamé, sorprendido.

La preciosa morenaza estaba reclinada sobre mí, sujetando mi orgulloso miembro por su base mientras la mitad de él desaparecía perdiéndose entre sus pétalos de rosa.

Realizó una potente succión con la que se sacó la polla de la boca, y la hizo cimbrear al soltarla para ponerse un dedo sobre sus lujuriosos labios, indicándome silencio mientras me señalaba con la cabeza a mi durmiente esposa.

Gateando sensualmente sobre mí, con su precioso par de tetas colgando para volverme loco con su visión, colocó sus rodillas a ambos lados de mis caderas, y su rostro descendió hasta mi oído para susurrarme:

— Quiero rabo.

— Pero, ¿y Sandra? —pregunté en un tono casi inaudible.

— No la despertemos… La que necesita tu pollón, ahora, soy yo.

Cogiendo mi robusta dotación para apuntar directamente hacia su coñito ya mojado, Nuria bajó sus caderas lentamente, autopenetrándose con mi lanza lentamente, suspirando mientras los dos sentíamos cómo le abría las carnes y mi virilidad se deslizaba por su interior con la suavidad de una generosa lubricación.

Ya no hacía falta que sujetase la dura barra de carne con la mano, pues la tenía bien aferrada con una buena porción dentro de ella, así que apoyó ambas manos sobre el colchón para seguir bajando mientras yo la tomaba por su estrecha cintura, y ella se abría más de piernas para que sus pechos comenzaran a aplastarse sobre el mío, posándose suavemente todo su febril cuerpo sobre mí al terminar de ensartarse hasta el fondo.

— Uuuuhh —aulló quedamente en mi oído—. De verdad que la tienes gorda, me siento llenísima.

— ¡Qué ganas de follarte tenía! —le susurré—. Antes de dormirnos estuve a punto —añadí, elevando ligeramente la cadera.

— ¡Oh, joder, qué gustazo! —exclamó, conteniéndose para no elevar la voz mientras su coño oprimía mi polla en respuesta a mi empuje—. Y yo quería que lo hicieras, pero no podía anteponer mis deseos a los de Sandra…

Realizó un contoneo de caderas, exprimiéndome con fuerza para sentir todo mi miembro invadiéndola por dentro, y restregar su clítoris en mi pubis.

— Mmm, Diosss, qué ricoohh.. —me gimió al oído, haciéndome cosquillas con su aliento—. No sabía que echaba tanto de menos un rabo de verdad, duro, grande y caliente…

Su vagina era voraz, y a pesar de la limitación de movimientos para que nuestra actividad no despertase a mi mujer, me proporcionaba un maravilloso placer con su estrechez y la potencia de sus músculos.

— Y pensar que yo estaba convencido de que eras lesbiana… —le contesté en susurros—. Tal vez no deberíamos hacer esto sin la aprobación de Sandra —añadí, ante el remordimiento de que aquello fuera ponerle los cuernos a mi esposa, pero a pesar de ello, volviendo a elevar mi cadera para incrustarle bien mi polla a esa irresistible hembra.

— Uumm… Yo creo que Sandra ya lo ha aprobado de sobra…

Volvió a realizar el contoneo de caderas, moviéndose hacia delante y hacia atrás para hacerme apretar los dientes de puro gusto.

— (Uuff, qué poco voy a tardar en correrme…) —añadió—. Pero, por si acaso, mejor no despertarla.

La duda de si aquello sería una infidelidad o no, teniendo lugar justo al lado de mi durmiente esposa, en lugar de calmar mis ánimos, me resultaba aún más afrodisíaco. La atracción por lo prohibido, y la emoción de lo clandestino corriendo el riesgo de ser cazados, no eran sino un poderoso estímulo.

Mis manos descendieron describiendo la curvatura de la cintura de mi amante, y aferraron con ganas sus prietos glúteos, convirtiéndose mis dedos en garras mientras mi cadera volvía a alzarse, empalándola sin compasión. Sus mullidos pechos me clavaban sus erectos pezones, y toda su piel ardía sobre mí mientras sentía la humedad acumulándose en mi pubis y su coño devorando mi carne con hambre atrasada. Así que, haciendo presión con mis manos, la espoleé como a una yegua para que siguiera frotándose sobre mí, y constriñendo mi verga en sus profundidades sin provocar un terremoto en la cama.

Nuria me montó con ansia, pegada a mi cuerpo, frotándose conmigo mientras mi miembro apenas salía para volver a entrar en su interior.

A nuestro lado, mi mujer dormía plácidamente, sumida en uno de sus profundos sueños, que casi se podía considerar inconsciencia a causa del alcohol que no tenía costumbre ingerir, y de los orgasmos disfrutados antes de caer rendida.

Su querida amiga, cuya tristeza por una traumática ruptura amorosa había sido olvidada por una inusitada noche con nosotros, gemía con sus labios pegados a mi oído, tratando de contener las muestras auditivas de su goce, y volviéndome loco con esos gemidos incrustándose directamente en mi mente.

De pronto, toda ella se puso en tensión, agarrándome por los hombros mientras su agónico suspiro de máximo placer me atravesaba el cerebro, sus caldos femeninos me escaldaban, y sus músculos vaginales trataban de estrangular el pétreo invasor que la llevaba al delirio.

De no haber sido por el sexo de unas horas antes, me habría corrido con ella, pero pude resistir su furor orgásmico, disfrutándolo sin perder un ápice de mi vigor.

En el declive de su particular paraíso, sus labios buscaron los míos con ansia, dándome un apasionado beso con el que, por primera vez, nuestras lenguas se enredaron en una danza que trascendió lo carnal.

— ¡Joder, cómo me has puesto! —exclamó, susurrándome al oído.

— Es que estás demasiado buena…

— Como tú… Menuda perra, esta Sandrita, teniéndote para ella sola…Y encima aún no te has corrido…

Sonreí, acariciándole su tonificado y redondo culo.

— Sandra duerme como un tronco, y ya la compensaré mañana —continuó—, porque ahora quiero sentir cómo te corres dentro de mí, como cuando me has llenado la boca de leche caliente…

Su culito se alzó, y su coño se deslizó por el tronco de mi estaca con la fluidez de su orgásmico zumo embadurnándolo, hasta dejarse dentro, tan sólo, el glande. Acto seguido, con un largo suspiro, se fue dejando caer sin prisa, haciéndome notar cómo la lanza se abría paso por su cuerpo, dilatando nuevamente el estrecho conducto hasta ensartarla completamente.

— Uufff, Nuria —resoplé en su oído—, así me matas…

Sus labios acudieron nuevamente a los míos, y su escurridiza lengua invadió mi boca mientras volvía a deslizarse hacia arriba para autoempalarse nuevamente.

La tomé nuevamente por la cintura y, por un momento, comprobé que mi esposa seguía durmiendo plácidamente mientras su amiga volvía a repetir la operación mordiéndose el labio inferior.

«¡Joder, qué gusto y qué morbazo!», grité internamente.

Mi asaltadora nocturna siguió subiendo y bajando su culo repetidamente, cada vez más rápido, a medida que su placer aumentaba y me llevaba a un estado de excitación que no tardaría en desembocar en una repentina explosión.

No pude evitar que mi pelvis acompañase sus movimientos, y mis manos subiesen por su anatomía para meterse entre nuestros pechos fusionados, y apretar sus voluptuosas tetas.

— Oohhh… —gimió por lo bajo.

A pesar de que no debíamos hacer ningún movimiento que pudiera despertar a la bella durmiente, el placer de ambos era demasiado intenso como para mantenernos tan comedidos, por lo que, sin pensar en el riesgo, Nuria se incorporó sobre mí ayudada por mis manos aplastando sus pechos.

Con sus palmas sobre mis pectorales, mientras mis dedos masajeaban sus moldeables atributos, continuó con el sube y baja, más intensamente, golpeando su pelvis contra la mía, rebotando una y otra vez, haciendo que el colchón se moviese de forma alarmantemente evidente. Pero ya todo daba igual, porque el placer era tan extremo, que nubló todo juicio.

Todos mis músculos se tensaron. El tener esas moldeables tetas en mis manos, los suspiros contenidos y los gestos de placer de mi bella amazona y, sobre todo, sentir cómo la corona de mi balano se arrastraba ensanchando a su paso la femenina gruta, hasta hallar su fondo e incrustarse en él mientras las paredes estrujaban todo mi miembro, era ya irresistible.

Mis manos saltaron de sus pechos a sus caderas, atrayéndolas violentamente hacia mí en su bajada con un golpe seco y, apretando mi mandíbula y contrayendo cada fibra de mi cuerpo, eyaculé repentina y furiosamente en las profundidades de Nuria.

Vibré sintiendo cómo los espasmos recorrían mi polla para regarla por dentro con incandescente esperma expelido a presión hasta vaciarme, a la vez que ella alcanzaba un nuevo orgasmo con la sensación, ya casi olvidada, de un miembro masculino demostrando toda su potencia para entrar en erupción y abrasarle las entrañas con su seminal fuego.

Cayó sobre mí, aún estremeciéndose, y me besó tan apasionadamente, que supe que para ella aquello no había sido un simple polvo. Como tampoco lo fue para mí.

Por un instante, ambos giramos la cabeza y, con satisfacción, comprobamos que Sandra permanecía completamente ajena a cuanto había ocurrido a su lado.

— Qué dormilona ha sido siempre —comentó mi nueva diosa, volviendo a los susurros—, ni un cañonazo podría despertarla… Porque vaya cañonazo acabas de darme… —añadió, descabalgándome para tumbarse a mi lado—. Estoy rendida.

— Sí, es alucinante la capacidad que tiene para quedar inconsciente —contesté sonriendo—. Yo también estoy rendido, me has dejado seco.

— Ha sido un gustazo volver a sentir un macho corriéndose dentro de mí, hacía tanto tiempo…

De pronto, a pesar de mi agotamiento y somnolencia, una luz se hizo en mi cerebro.

— Joder, ¿y si te he preñado?.

— No creo que tengamos que preocuparnos por eso —contestó, ya medio dormida y dándose la vuelta—. Por recomendación de tu mujercita, y por su insistencia para que me diese una alegría con un tío, llevo dos semanas tomando anticonceptivos…

«Y resulta que te has dado la alegría con su marido», contesté mentalmente y tranquilizado. «¡Qué irónico!».

Su respiración ya sonaba rítmica, se había quedado dormida, por lo que me levanté un momento para ir al baño, limpiarme los fluidos de mi región púbica y orinar. Como un zombi, volví a la cama para terminar acostándome, de nuevo, entre mi afrodita griega y mi nueva venus romana, abrazándome a Sandra.

— ¿Mmm…?, ¿estás bien? —preguntó ésta, saliendo momentáneamente de su inconsciencia al sentir cómo la estrechaba.

— En la gloria, cariño, estoy en la gloria —contesté.

Ni siquiera me oyó, pues volvía a dormir plácidamente. El folleteo a su lado, en el mismo lecho y apenas cohibido al final, no había conseguido despertarla, pero el contacto de mi piel, aún febril por la clandestina sesión de sexo, le dio el estímulo justo para preguntar con un acto reflejo que no esperaba respuesta.

3

Volví a despertar unas horas después, al sentir cómo Sandra se desperezaba entre mis brazos. Al abrir los ojos, volví a sentirme deslumbrado, pero en esta ocasión no fue por efecto de la luz artificial, la cual había apagado al levantarme al servicio, sino por la luz de la mañana entrando a través de las persianas a medio bajar.

— Buenos días —me dijo en voz baja, dándome un beso—, ¿has dormido bien?.

— Como nunca —contesté con una sonrisa—. ¿Y tú?.

— También, caí a plomo. Aunque creo que tengo un poco de resaca.

— Anoche se nos fue de las manos…

— Un poco —contestó con una breve risa—. Pero no me arrepiento en absoluto, ¿y tú?.

— Sandra, fue increíble —le dije, acariciando la suavidad de su cintura desnuda—. Anoche me dejaste alucinado…

— ¿Y te gustó…? Por cierto, ¿se ha despertado Nuria? —preguntó de repente, levantando la cabeza para mirar sobre mi hombro—. No, sigue dormida —se autocontestó, volviendo a tumbarse—. ¡Y luego la dormilona soy yo!. Bueno, ¿entonces te gustó?.

Tendría un poco de resaca, pero era innegable que estaba eufórica y acelerada. Sin duda, aquella noche nos había devuelto la vida a ambos.

— Joder, ¡me encantó! —le contesté entusiasmado, al ver que lo podía manifestar abiertamente—. Jamás imaginé que consentirías que me tocase o yo tocase a ninguna de tus amigas… Y mucho menos a Nuria… Y lo de que os liaseis vosotras ,¡uf!.

Mi querida y sorprendente esposa volvió a reír.

— Es que Nuri es un bombón, ¿verdad…?. Nunca pensé que me excitaría viendo cómo otra tía se come el pollón de mi maridito —dijo, acariciando dulcemente el pedazo de carne que se desperezaba por la conversación—, pero al verla a ella haciéndolo, me puse cachondísima, y me dejé llevar…

— ¡Uf, y tanto!. Me dejaste alucinado…

— Bueno, tampoco es para tanto —contestó despreocupadamente—. No era la primera vez que me enrollaba con ella…

Mi sorpresa fue en aumento, aunque esa revelación le daba algo de sentido a cuanto había ocurrido.

— ¡Eso no me lo habías contado! —le reproché, con mi verga morcillona en su mano.

— Tampoco me lo habías preguntado —se defendió—. Sí que te había dicho que había experimentado con una chica durante la Uni…

— Ya, pero no me habías dicho que había sido con ella, con tu compi de piso.

— ¿Acaso eso cambia algo?. Ocurrió hace años, y ya estaba olvidado… Hasta anoche. Experimenté y disfruté con ella unas cuantas veces, poco antes de graduarnos, y ya está. Al acabar los estudios, cada una se volvió a su casa y mantuvimos nuestra amistad a distancia.

— ¿Y ya está?, ¿nunca tuvisteis nada más?.

— Bueno, solo una vez, que fui a visitarla. Ya sabes, por recordar viejos tiempos… Pero luego te conocí a ti, y además venías con esta sorpresa que me vuelve loca… —concluyó, sacudiendo mi músculo con su mano.

Mi virilidad tardaba en cobrar vigor por la actividad de pocas horas antes, pero las palabras de mi esposa, esa sacudida, y la intensificación de sus caricias, estaban incendiando mi mente para que la sangre fluyese.

— ¿Y cuando Nuria despierte?, ¿qué va a pasar? —pregunté confuso, con el añadido del remordimiento por lo que habíamos hecho mientras Sandra dormía.

— Pues no sé, lo que tenga que pasar… Creo que anoche lo pasamos muy bien los tres… Tú y yo necesitábamos echar un buen polvo, y gracias a ella nos quitamos las tonterías de encima. Y Nuria necesitaba quitarse de la cabeza a esa cabrona que la dejó por irse a ganar más dinero en el extranjero, sin querer que se fuera con ella…

— Eres increíble… —le dije fascinado, pero sintiendo el remordimiento aún más punzante—. Te quiero tanto…

Nos besamos apasionadamente, y ella siguió masajeando mi miembro, poniéndolo duro con su mano, mientras su lengua se aventuraba en mi boca y uno de sus muslos pasaba por encima de mi cadera. Pero mi cargo de conciencia no me dejó continuar.

— Tengo que confesarte algo —susurré, separando mis labios de los suyos.

— Cariño, estoy cachonda —susurró ella también—, y todavía no tengo tu pollón listo para atravesarme como me gusta, ¿no puede esperar?.

— Es que es precisamente por eso —dije, tragando saliva—. De madrugada, mientras dormías, he echado un polvo con Nuria.

Esperando su reacción, sentí cómo mis mejillas se enrojecían y todo el aire escapaba de mis pulmones.

— ¡Oh! —exclamó, aunque sin dejar de sobarme el rabo—. ¿Te has tirado a mi amiga mientras yo dormía, conmigo al lado…?.

— Lo-lo siento… —tartamudeé—. No quería…

— Joder, está claro que sí querías… Y no me extraña… —añadió, sonriendo.

— ¿No te enfadas porque te haya puesto los cuernos con tu amiga? —pregunté, perplejo, pero sintiendo cómo ella apretaba mi incipiente dureza, ya apenas abarcada por su mano.

— Los cuernos con mi amiga… —repitió ella, con una sonrisa y un brillo lujurioso en su mirada—. De verdad, eres un tontorrón… ¿Después de lo de anoche crees que me has puesto los cuernos por follar con Nuria?. Lo único por lo que podría enfadarme es por no haberme despertado para que lo viera… ¡Joder, cómo me pone imaginarte follándotela duro!.

Apretó aún más mi músculo, y me lanzó un ataque con el que se hizo dueña de mis labios, introduciéndome la lengua hasta la campanilla.

— Uuff —resopló—. Ya me parecía raro que no tuvieses este pollón como para reventarme con él. Porque no hace mucho que se lo has clavado a Nuri, ¿eh?. Ya me lo contaréis luego —advirtió, haciéndome tumbar boca arriba—, porque te lo voy a poner como una estaca para ensartarme en ella.

Inclinándose sobre mí, apoyando sus rotundas tetas en mi muslo para punzarme con sus erectos pezones, Sandra no dudó en llevarse mi glande hasta la boca y lamerlo golosamente, mientras su mano me masturbaba subiendo y bajando la piel de la herramienta que ya estaba casi rígida del todo.

— Uuummm —gemí—. Cada día te quiero más…

Me sonrió, y acto seguido, succionó mi carne para sentir cómo terminaba de crecer dentro de su boca, poniéndose como una barra de acero entre sus labios, presionada por su lengua y paladar mientras le alcanzaba la garganta.

A pesar de conseguir su objetivo casi de inmediato, Sandra no quiso dejar tan pronto su golosina, por mucho que estuviese deseando metérsela por otro lado. Disfrutaba comiéndose toda mi potencia, chupándola, saboreándola y jugando con ella en su boca, como siempre le había encantado hacer desde que éramos novios.

De una forma que ni me habría atrevido a fantasear, había recuperado a mi amante esposa y su arrebatado deseo por mí, al igual que ella me había recuperado a mí y la pasión que por ella sentía.

Sin la necesidad de descargar mi máxima excitación inmediatamente, con una capacidad de disfrute maximizada por la frecuencia de las últimas horas, disfruté de una de las mamadas más golosas y enloquecedoramente pausadas que mi esposa me había hecho nunca; poniendo en su ejecución todo cuanto sentía por mí para hacerme sentir loco de amor y lujuria por ella.

— Mmm, cariño —le dije, incorporándome hasta llegar con una de mis manos hasta su coñito y comprobar que, prácticamente, chorreaba—. Yo también quiero comerte.

Sin soltar mi torre Eiffel, Sandra giró, pasando una pierna por encima de mí para situar su rezumante coño a la altura de mi cara. La agarré de su firme culo, y la hice bajar mientras una gota de aceitoso fluido femenino caía directamente sobre mi lengua como aperitivo.

Metí mi húmedo apéndice en su coño, que parecía la caldera del infierno, y lo recorrí con ella, degustando su cálido zumo, y haciéndola gemir con mi polla en su boca.

Sintiendo cómo no dejaba de succionarme, arriba y abajo, deslizando mi glande por su legua hasta la garganta, besé sus labios vaginales, libé su néctar de hembra, y acaricié su clítoris con mi músculo más vivaz.

Ella, habiendo tenido toda la noche y parte de la mañana para descansar, no tardaría en inundarme la boca con sus orgásmicos fluidos, haciéndomelo saber con la mayor intensidad con la que me chupaba la polla, y la insistencia con la que su almeja se presionaba contra mi boca.

— Buenos días —oímos de pronto, sintiendo movimiento a nuestro lado—. Hum, vaya, veo que ya estáis desayunando

Con mi cabeza atrapada por la pelvis de mi esposa, apenas pude girarla lo justo para ver a Nuria tumbada de lado, tan completamente desnuda como se había quedado dormida, con un codo apoyado en el colchón y su cabeza sobre la palma de su mano, sonriendo. Estaba preciosa.

— ¡Buenos días! —oí exclamar a Sandra, tras hacer una succión con la que se sacó mi carne de su boca—. ¿Quieres un poco?.

Vi cómo a nuestra invitada se le ampliaba la sonrisa y se relamía.

— ¡Claro!, parece que no das abasto, y no imagino un desayuno más rico…

Nuria se incorporó, y vi cómo se acercaba a mi mujer para oír cómo se besaban.

— Cariño —me dijo mi esposa—, no pares, que estoy a punto…

Con la magnífica perspectiva de que Nuria volviese a chuparme la polla, y reiniciar así, el juego de la noche pasada, los deseos de mi amada fueron órdenes para mí. Mi lengua volvió a colarse entre sus labios vaginales, y degusté el cálido e intenso sabor de la excitación femenina.

— Uumm… ¡Qué bueno eres, cariño!.

Su coño volvió a presionarse contra mi boca, llenándome con su aroma y delicioso gusto mientras mi lengua recorría toda la rajita y hacía vibrar su botón.

— Uff… ¿Sabes…? umm… —oí que le decía a su amiga entre gemidos—, me ha costado un poco ponérsela así… ooohh…. Ya me ha dicho que es porque habéis echado un polvo mientras dormía… mmm…

— La tiene enorme y durísima —escuché a Nuria contestar, sintiendo cómo empuñaba mi mástil—. No pude resistirme, hacía tanto que no me metían una polla de verdad… Siento no haberte despertado, fue un calentón, deseaba tanto tirarme a tu maridito…

— Venga, nena, no tienes por qué disculparte… mmm… Es mi marido, pero tú has venido a pasártelo bien, y aquí hay rabo para las dos… uumm… Así que disfruta, que me pone como una perra ver su pollón en tu boca… oh, oh, ooohh… y yo ya casi me corroohh…

Sin dejar de succionar la almeja y lamer la perla rápidamente, sentí los suaves y cálidos labios de Nuria tomando mi glande entre ellos, para engullir el pétreo músculo mientras su lengua trazaba círculos en su grosor.

Agarrado a las potentes nalgas de Sandra, llevándola al delirio con mi gula, disfruté del placer a ciegas de los labios de nuestra invitada subiendo y bajando por mi tronco, succionándolo hasta la garganta, con una técnica similar a la de mi esposa pero, a la vez, excitantemente diferente.

— Joder, esto es demasiado… —anunció mi desayuno entre profundos jadeos—. Óscar, me derrites… Nuri, me pone putísima verte comiéndote la polla de mi marido… ¡Joder, joder, jodeeeerrr…!.

Sandra se puso en tensión sobre mí, aullando mientras su orgásmico zumo se exprimía en mi boca y Nuria abandonaba mi verga embadurnada con su saliva para agarrarle las tetazas, estrujándoselas, y disfrutar del espectáculo de su amiga alcanzando la cima del placer.

Dejándome la boca saciada de su sabor a hembra, mi esposa descabalgó mi rostro, permitiéndome ver cómo besaba a su excompañera con húmeda pasión. Después, ésta, se echó sobre mí, y saboreó de mis labios y lengua el exquisito sabor del orgasmo de su amiga.

— ¿Y si le montamos las dos? —se le ocurrió de pronto a Sandra, observando cómo se meneaba el culito de su amiga al besarme—. Tiene buen aguante, aún más si sólo hace unas horas que te lo has follado tú…

Parecía que yo no tenía ni voz ni voto, aunque ni falta que hacía, pues estaba completamente entregado a la causa.

— ¡Sería genial! —exclamó la excitante morena, incorporándose.

Sin atisbo de duda, Sandra se colocó a horcajadas sobre mi pelvis y, sujetando el sable con su mano, lo envainó con su ardiente cuerpo hasta ensartarse completamente en él con el fluido deslizamiento interno que a ambos nos hizo gemir.

No tuve ninguna opción de expresar mi conformidad. En aquel momento, me había convertido en un instrumento de placer, y tener a esas dos hembras para mí, aún me parecía un sueño.

— Ven que te coma, preciosa —le dije a Nuria, dándole un azote en su perfecto culo respingón.

Mordiéndose el labio, la belleza que jamás habría imaginado catar, se colocó en la misma posición en la que su amiga había estado minutos antes, bajando su lampiña vulva hasta que sus húmedos labios besaron los míos.

A la vez, Sandra empezó a moverse sobre mí, masajeando mi polla dentro de su estrecha vagina con un suave balanceo de caderas.

Apretando los duros y redondos glúteos de Nuria, mi lengua degustó, probando por primera vez directamente de la fuente, el íntimo sabor de aquella invitada que se había convertido en nuestra amante, penetrando con afán exploratorio la angosta entrada a su feminidad, maravillándome con las sutiles diferencias de gusto en comparación con aquella llevaba seis años comiéndome.

— Uufff, joder —dijo la saboreada—. Tu marido no sólo está bueno y tiene un buen rabo, ¡también sabe usar bien la lengüita!.

Sandra rio, estrangulando mi polla en sus profundidades, y el silencio se hizo cuando noté cómo la una se acercaba a la otra para unir sus lenguas y labios, besándose suavemente mientras con sus manos acariciaban sus sensuales y curvilíneos cuerpos, con especial dedicación a pellizcarse los pezones y amasarse los pechos; a la vez que una cabalgaba suavemente mi verga, y la otra se licuaba acoplando sus labios vaginales a mi boca.

Comí con ansia el delicioso coñito de Nuria, succionándole el clítoris y golpeándoselo insistentemente con la punta de la lengua, a la vez que estrujaba sus cachas con mis manos y percibía que no tardaría en correrse.

Mi esposa comenzó a hacer más intensa su cabalgada, subiendo y bajando su pelvis sobre mí, golpeándome las pelotas y los muslos con su culazo, mientras me hacía disfrutar de cómo mi lanza se abría paso por sus entrañas para clavársele a fondo.

De pronto, Nuria arqueó la espalda y, con un ancestral grito, se corrió, dándome un nuevo desayuno de zumo de hembra recién exprimido. Deleitándome con el sabor de una excitación que ya se le había hecho imposible aguantar.

Mi amada y yo, por las circunstancias, estábamos en otro nivel, pero no tardaríamos en acompañar a nuestra invitada. De hecho, mientras nuestra amante terminaba de correrse, Sandra comenzó a follarme duro, empalándose sin compasión con mi pértiga.

Habiendo terminado, Nuria se apartó de mi rostro, permitiéndome ver cómo se ponía de rodillas detrás de su amiga para, desde atrás, agarrar sus bamboleantes tetas y sujetarlas como unas escasas copas de sujetador para demasiado volumen mamario.

Gozando de la intensa cabalgada con la que Sandra gemía como posesa, la sujeté por las caderas para acompañar sus movimientos con elevaciones de mi pelvis, taladrándola sin tregua.

La excitación era máxima, pero mi liberación todavía era esquiva, por lo que aún pude gozar durante unos minutos de ese enérgico polvazo con la mujer que siempre había amado, disfrutando simultáneamente de la visión de cómo se volvía loca con mi potencia y las manos de su espectacular amiga estrujándole los pechos desde atrás.

Con un grito triunfal, el conejo de mi esposa devoró mi zanahoria, tirando de ella para que su orgasmo me llevase al borde del mío. Pero su clímax declinó antes del remate final que le habría podido catapultar a encadenar con otra apoteosis.

Exhausta, me descabalgó echándose a un lado, dejando mi virilidad bañada en su flujo, pero huérfana de consuelo, ante la atenta mirada de la morenaza, que se mordía el labio inferior con sus negros ojos incandescentes de lujuria.

— Estoy a punto, pero yo no me he corrido —dije, constatando una evidencia.

— Eso lo soluciono yo —anunció mi nueva musa.

Sin dar cabida a una posible réplica, Nuria se agachó, poniendo vertical mi monolito con su mano, y lo succionó con el maravilloso sonido de la lubricación de Sandra siendo sorbida, junto con mi latente carne, por sus labios.

— ¡Joder, nena! —exclamó mi mujer, con una sonrisa—. ¡Hay que ver qué vicio has cogido con el pollón de mi marido!.

La mamada fue casi desesperada, potente, profunda y voraz, haciéndome estremecer con cada una de sus succiones, mientras Sandra disfrutaba del espectáculo y nos alentaba a ambos:

— Eso es, nena, hasta la garganta es como a él le gusta. Mira cómo le tienes, se le marca toda la tableta de chocolate cada vez que te tragas su polla… Cariño —se dirigió a mí—, no te resistas más y llénale la boca a mi amiga con tu rica leche caliente…

Como si aquello hubiera sido una orden, el punto que me faltaba para llegar al orgasmo llegó en ese instante. Mi manguera inyectó su incandescente fluido en la boca de Nuria, palpitando sobre su lengua mientras escupía los borbotones de semen que mi cuerpo había sido capaz de fabricar desde la madrugada.

Mi ansiosa felatriz siguió mamando y mamando, acompañando sus chupadas con un delicioso masaje en el tronco que no era capaz de engullir, ordeñando mi virilidad hasta conseguir acumular en su boca una corrida poco abundante, pero capaz de escaldarle las papilas gustativas.

Cuando estuvo segura de que ya no podía eyacular más, se incorporó y se fundió con su amante amiga en un incendiario beso blanco, con el que compartieron los frutos de la catarsis a la que ambas me habían llevado.

— Nunca pensé que compartiría la leche de mi macho contigo —le susurró mi esposa—. Me encanta…

— Ni yo —contestó Nuria tras otro beso—. Nunca me había sentido tan excitada ni tan viva… ¡A la mierda la depre!, ¡os quiero a los dos!.

Me incorporé y me uní a ellas, besando a mis dos diosas y sintiéndome el hombre más afortunado del mundo.

— Creo que los tres necesitamos una buena ducha y un café —dijo Sandra—. Por muy tentador que sea, ¡no vamos a pasarnos el día en la cama!.

Los tres reímos a carcajadas.

— ¡Yo me moriría deshidratado o de hambre! —añadí yo.

— Y eso que te has desayunado dos conejos bien jugosos… —replicó Nuria.

Aquello provocó que nos brotasen lágrimas de risa, y los tres tuvimos la certeza de que nuestra química no se limitaría únicamente a la cama.

Veinte minutos después, tras ser el primero en darme una ducha y vestirme, el aroma a café recién hecho me llevó por el pasillo hasta la cocina, escuchando por el camino la conversación de mis dos musas.

— Pero si vamos al teatro, ¿cómo voy a volver a ponerme los leggins? —preguntaba Nuria—. Me he traído un vestido para estar más formalita…

— Que sí, tonta, tú vuelve a ponértelos —le contestó Sandra—, ya te dejo yo alguna camiseta que te vaya bien. Tampoco es teatro, teatro, son monólogos para echarnos unas risas… Ese culito es para lucirlo, y te aseguro que con esos leggins vuelves loco a Óscar, y a mí… Se va a pasar el día empalmado.

— Ummm…

«El mejor fin de semana de la historia», pensé, «aunque ahora no se me levante ni con una grúa».

En ese momento hice acto de presencia. Las dos amigas estaban sentadas a la mesa, se habían puesto los pijamas, y terminaban unos bollos de chocolate mientras el café humeaba en sus tazas.

— La siguiente —anuncié.

Con una sonrisa de complicidad entre ambas, terminaron sus cafés, y Sandra acompañó a nuestra invitada para prestarle la prenda previamente mencionada.

Cuando quisimos salir de casa, ya eran casi las dos de la tarde, así que fuimos directamente a comer de picoteo en varios bares de una castiza zona de la ciudad, donde mis dos musas no dejaron de atraer las miradas masculinas, y donde me sentí envidiado por todo hombre que reparó en la complicidad entre los tres.

Siguiendo el consejo de mi esposa, Nuria había vuelto a ponerse esos leggins símil cuero negro que me hacían babear con cómo marcaban su espectacular culo, acompañándolos con un top ajustado de manga larga, de color rojo y con un escote en pico que, al tener nuestra amiga un poco menos de talla pectoral que Sandra, se abría provocativamente. Estaba para comérsela enterita.

Y mi mujer no le iba a la zaga. Se había puesto una corta y ajustada falda de color azul marino, con la que sus piernas alzadas sobre los tacones parecían no tener fin, aparte de marcarle un imponente culazo que cualquiera desearía palpar a conciencia. Como parte superior, sabiendo que a esas horas el sol ya calentaba, había elegido una corta camiseta de tirantes de color azul pálido, que dejaba al descubierto su plano vientre mostrando el ombligo, y que envolvía sus protuberantes pechos de forma que los resaltaba como un balcón sobre su abdomen. Simplemente, un pibón.

Sandra había tenido razón, en cuanto mi cuerpo se recuperó para volver a reaccionar a los estímulos visuales que se me ofrecían, me pasé el día empalmado, a lo que ayudó la constante actitud cariñosa y picarona de las dos mujeres conmigo, como si yo fuese un divertido juguete que compartiesen.

Después de comer, llevamos a Nuria a hacer turismo por la ciudad, mostrándole algunos de los lugares más emblemáticos sin dejar de bromear y pasarlo bien. Ninguno de los tres parecía la misma persona que el día anterior a esas mismas horas.

En el teatro lo pasamos en grande. Sandra había conseguido entradas para ver un espectáculo protagonizado por tres de los mejores monologuistas del país, y apenas hubo tiempo para respirar entre las carcajadas.

Cenamos en un restaurante italiano cercano a nuestra casa y, durante la cena, mis lazos con nuestra invitada se confirmaron casi tan fuertes como los que había entre las dos amigas. Incluso, a pesar de que apenas habían pasado veinticuatro horas desde que entrara en nuestra casa, y de que yo estaba casado con Sandra, estando completamente seguro de mis sentimientos hacia ella, confieso que empecé a sentir por Nuria una especie de enamoramiento juvenil. Y a ciencia cierta que el sentimiento era recíproco.

Ante las disimuladas miradas del camarero, muerto de envidia porque estudiaba nuestro lenguaje corporal y captaba algunas de nuestras palabras, disfrutamos de una rica pizza y unas deliciosas especialidades de pasta, todo ello regado con lambrusco. Mientras, el tonteo entre los tres seguía su curso, con los pies batallando bajo la mesa en continua búsqueda del roce, y alguna atrevida mano que se aventuraba a aferrar un muslo.

Aquella tarde, y durante la cena, me sentí como un adolescente en plena revolución hormonal. Mis dos bellas compañeras me mantuvieron en un continuo estado de excitación, espoleado por la química existente entre ellas y su propio estado de efervescencia.

4

Al llegar a casa, la tensión sexual acumulada se hizo insostenible. La castaña y la morena se enzarzaron en un fogoso morreo en cuanto cruzamos el umbral del salón. Ante semejante espectáculo de labios y lenguas femeninas buscándose y acariciándose, con mi armamento recargado y recuperado de las exigencias de la noche anterior y de la mañana; sintiendo que estaba a punto de reventarme el pantalón, el macho alfa que no había hecho sino estar a la expectativa y dejarse llevar, surgió de mi interior para imponer su ley.

Mientras seguían fusionadas en su erótico beso, agarré con fuerza el voluptuoso culo de Sandra, envuelto en la prieta falda, y aferré con decisión las respingonas nalgas de Nuria, enfundadas en los leggins.

— ¡Oh! —exclamaron ambas al unísono, sorprendidas y excitadas, mirándome con fuego en sus ojos de miel y azabache.

— Os falta algo duro y grande para llenaros las bocas —afirmé, clavando mis dedos en sus divinas redondeces traseras, y presionando mi exagerado paquete contra sus caderas.

— Mmm, sí —dijo Sandra, agarrándome apasionadamente el escandaloso paquete—, una buena polla para comérnosla entre las dos… ¿Le damos un buen repaso, Nuri?.

— Uf, claro que sí —contestó la morenaza, uniendo su mano a la de su amiga para, entre las dos, acariciar cuanta longitud y grosor se marcaba en el pantalón—. Estoy deseando volver a comerme la polla de tu maridito, eres tan generosa…

Volvieron a besarse, y yo no dudé un instante en quitarme rápidamente toda la ropa para quedarme completamente desnudo ante ellas, con mi verga apuntándoles con desafiante orgullo.

— ¡Joder, que maravilla! —exclamó Nuria, arrodillándose inmediatamente ante mi poderío para tomarlo con una mano, como si fuese un micrófono—. Nena, ¿cómo has podido estar tanto tiempo sin aprovechar este rabo?.

— Uf, Nuria, si es que te lo ganas a cada segundo… —dije yo entre dientes.

Mis manos tomaron su linda cabeza, y mi cadera se adelantó, provocando que el rosado balano incidiese en sus carnosos labios y los traspasase para invadir la mojada cavidad bucal.

— Ni yo misma lo sé —contestó mi esposa, arrodillándose a su lado para besar la porción de duro tronco que no había penetrado en la boca de su amiga.

— Porque quería reservarlo para ti… —contesté yo, tras un suspiro— La pone muy cachonda ver cómo me lo mamas —concluí, empujando un poco más con mi cadera, hasta sentir cómo mi glande se alojaba en su garganta.

Nuestra golosa amiga succionó con ganas, haciéndome estremecer, sacándose la dura carne muy lentamente para ofrecérsela a mi esposa, quien aceptó el ofrecimiento haciendo gala de ese apetito con el que siempre me había vuelto loco, y que aquel fin de semana había recuperado.

Sandra acarició el glande con sus sensuales labios, recogiendo con su lengua la saliva de Nuria que lo impregnaba, produciéndome un maravilloso cosquilleo, tras el cual me hizo gruñir de puro placer al regalarme la exquisita sensación de sus suaves labios oprimiéndolo, mientras tiraban de él hacia el cálido interior de su boca con una poderosa succión, acompañada del movimiento de su cabeza, primero hacia delante, y luego hacia atrás.

Mi verga se sintió envuelta por la húmeda lengua, paladar, carrillos y garganta de mi complaciente esposa, haciéndome suspirar y disfrutar, simultáneamente, de la siempre excitante visión de su bello rostro siendo penetrado por mi poderosa broca.

— Joder, cariño —dije, apretando los dientes, mientras ella repetía la operación—. ¡Eres la mejor!.

— ¿Ah, sí?, eso habrá que verlo… —se pronunció Nuria, retomando el falo con su mano para redirigirlo de la boca de su compañera a la suya.

Tomando el ejemplo de mi mujer, nuestra amiga se comió con ganas la mojada estaca, reproduciendo los movimientos de esta para hacerme gemir.

Sandra observó con una sonrisa lasciva cómo la polla de su marido entraba y salía de entre los labios de su amiga, y le dejó disfrutar de la golosina para aprovechar a lamerme los huevos y besar la rasurada base del monolito.

— Uuff —resoplé—. Si seguís así, os voy a llenar a las dos de leche…

Mi miembro fue nuevamente traspasado de una boca a otra, obligándome a cerrar los ojos ante el sublime placer de mi esposa aumentando la intensidad y profundidad de la mamada que reanudó mientras la morena acariciaba mi culo y besaba mi pubis.

Llevándome a la locura, mi banana fue devorada por las dos hembras, alternando de unos labios a otros, que en ocasiones se unían sobre mi balano para besarlo y acariciarse entre sí, ofreciéndome una imagen para el recuerdo que jamás habría imaginado protagonizar.

— Chicas, me matáis —anuncié, poniendo las manos sobre sus cabezas tras unos gloriosos minutos de chupadas conjuntas y alternas.

En ese momento, Nuria, con casi la mitad de mi falo dentro de su boca, hizo más agresiva su voracidad, incrementando la velocidad y potencia de succión para hacer palpitar mi músculo con la inminencia de un brutal orgasmo.

— ¡Eh, que ahora me toca a mí lo mejor! —advirtió Sandra a su amiga.

Con una chupada que hizo burbujear mis calderos internos, mi nueva musa se sacó la polla de la boca y se la ofreció a su legítima dueña.

— Perdona, preciosa, ¡es que me envicio!.

A punto de reventar, vi cómo mi mujer tomaba el relevo, y en cuanto la corona fue acogida por sus mullidos labios, dándole paso al cálido interior de su boca, las palpitaciones de mi miembro se convirtieron en convulsiones, y mi leche de macho salió disparada con furia contra el paladar y lengua de mi bella esposa.

— Mmmm —la oímos deleitarse al sentir los ardientes chorros a presión en su interior.

— Oooohh —gemí yo, descargando en pleno éxtasis mi simiente para que fuera degustada.

Tragando una parte, mi purgadora dejó que el resto de mi corrida se acumulase dentro de su boca, presionando con sus labios y lengua para obtener de mí cuanto pudiera ofrecerle.

Con un último suspiro por mi parte, y un masaje bucal de mi amada para drenarme por completo, mi satisfactorio y poderoso orgasmo concluyó con el húmedo glande volviendo a emerger de entre los rosados labios que lo habían estrangulado.

Sandra tomó el rostro de Nuria, y compartió con ella el resultado de la máxima excitación a la que ambas me habían llevado, besándose en húmedo combate de lenguas mientras los fluidos se intercambiaban de una a otra.

— ¡Así no hay quien baje la guardia! —exclamé maravillado, sintiendo cómo mi miembro no terminaba de caer en el absoluto reposo, resistiéndose ante la lujuriosa escena que contemplaba.

Las chicas rieron, y se levantaron para besarme a mí, dándome a probar, primero una, y luego otra, la reminiscencia de mi propio sabor que ya se había escanciado a través de sus gargantas.

Aferré uno de los pechazos de Sandra, y se lo estrujé con ganas, y Nuria hizo lo mismo con el otro, arrancándole un gemido mientras esta le cogía su perfecto culo de potencial modelo de lencería aficionada al fitness.

— Vamos a la cama… —susurró mi mujer, con su voz cargada de lujuria y deseo.

Nos dirigimos a nuestro dormitorio, y a la vez que mis dos diosas se besaban y acariciaban a los pies de la cama, lentamente y con dedicación, como si fuera su primera vez, mis manos recorrían sus divinos cuerpos, ensalzando su excitación mientras les ayudaba a despojarse de las prendas superiores y liberar la voluptuosidad de sus senos.

Las delicadas manos de Nuria, tratando de abarcar las tetazas de Sandra, eran una imagen delirantemente excitante. Nunca habría imaginado que me gustaría tanto ver cómo unas manos, que no fuesen las mías, amasaban los despampanantes pechos de mi mujer.

Mi esposa se dejaba hacer entre suspiros de aprobación y, a su vez, pellizcaba los puntiagudos pezones de su amiga, haciéndola morderse el labio entre gemidos, mientras yo aprovechaba para darme un festín táctil acariciando la exquisita redondez y consistencia de aquel culo enfundado en los leggins.

Las manos de la morena descendieron por la anatomía de la castaña, bajándole la falda mientras ésta se desprendía de sus tacones y mostraba su espléndida desnudez, sólo cubierta por el diminuto triángulo de un tanga de color azul oscuro.

— Cariño —me dijo con su voz teñida de excitación—, sé que esos leggins te vuelven loco… Quítaselos tú a Nuri…

— Umm, sí —convino la invitada—, estoy deseando que me los quites —añadió, girando la cabeza para darme una excitante lamida en los labios.

Mis efectivos, a pesar de las exigencias de las últimas veinticuatro horas, y la abundante descarga de minutos antes, reaccionaron con valor ante el toque de corneta. Habiendo sido reacios a rendir completamente su estandarte tras el primer asalto, comenzaron a alzarlo de nuevo para poder presentar batalla cuanto antes.

Nuria arqueó su espalda, ofreciéndome, sensual y provocativamente, una esplendorosa visión de sus divinas posaderas para que yo pudiera acariciarlas a mi antojo, mientras le bajaba la elástica prenda y descubría su tersa piel de melocotón.

Dándole un mordisco en uno de sus consistentes glúteos, le ayudé a sacarse los botines y la prenda fetiche para quedarse únicamente con un tanga de color negro, cuyo hilo desaparecía entre sus dos rocas de ribera fluvial.

Con una pícara sonrisa, nuestra amiga acarició suavemente mi incipiente erección, y se subió a la cama para unirse a Sandra, que ya la esperaba tumbada con una mirada de incontenible lujuria.

— Voy a jugar un poquito con tu mujer mientras terminas de recuperarte—me dijo, poniéndose sobre ella—. No te importa, ¿verdad?.

Sin esperar respuesta, sus labios fueron al encuentro de los anhelantes pétalos de mi esposa, y sus lenguas se fundieron húmedamente en sus bocas mientras mi amada cogía y estrujaba los colgantes pechos de su amiga.

De pie, al borde de la cama, como único y privilegiado espectador de la más excitante puesta en escena que jamás soñé presenciar, disfruté visualmente, sintiendo cómo mi miembro se endurecía, de cómo Nuria se tumbaba sobre Sandra y, piel con piel, sus cuerpos de diosas se frotaban entre húmedos besos femeninos, profundos suspiros y cálidas caricias delineando curvas.

Las manos de mi mujer tomaron el tanga de su amiga en sus caderas, y se lo bajaron para que ésta acabase sacándoselo por los pies y tirándomelo a la cara. El aroma a hembra excitada que impregnaba la húmeda tela me embriagó, incitándome a sujetarla con mis manos bajo mi nariz para aspirar tan exclusivo perfume.

Entre risas, la preciosa morena también despojó a su amiga de su íntima prenda, lanzándomela también a la cara para que yo pudiese apreciar las sutiles diferencias entre el aroma de una y otra hembra en celo. El de Sandra, era más profundo y penetrante, más marinero, mientras que el de Nuria era ligeramente más dulzón y fresco, como una fragancia juvenil… Ínfimas diferencias que sólo mis sentidos, aguzados al máximo por la terrible excitación, eran capaces de discernir.

Vulva contra vulva, ambos sexos femeninos fusionaron sus humedades, frotándose y besándose sus labios mayores para que el mutuo roce clitoriano hiciese gemir de placer a mis dos ninfas.

— ¡Sois la hostia! —exclamé maravillado, sin perder detalle de cómo esos dos curvilíneos cuerpos se estimulaban mutuamente—. Estáis tan buenas… —añadí, verbalizando mis pensamientos con la verga ya más rígida que un obelisco.

Las dos bellezas rieron, levantándose ligeramente Nuria para que Sandra girase bajo ella y colocase su castaña cabellera entre los firmes muslos de la morena. Las manos de mi esposa atrajeron las caderas de su amiga sobre su rostro, y el húmedo y lampiño coñito de la invitada descendió hasta que su rajita contactó con la punta de la lengua que le esperaba debajo.

— Uuufff, Sandraaaa…

La jugosa papaya siguió descendiendo, devorando el apéndice lingual, hasta que los rosados labios de mi mujer se acoplaron a la vulva de su antigua compañera de piso, provocándole un estremecimiento, que se convirtió en risa nerviosa y placentera cuando la lengua comenzó a retorcerse en su interior.

Nuria metió sus manos bajo el culo de la cunilingüista, sujetándose a él firmemente, para bajar su cabeza y hundir su rostro entre las piernas de su amante, comenzando a lamerle la almeja con la misma dedicación.

Fusionadas en un hermoso sesenta y nueve, las dos preciosidades se comieron mutuamente los coños entre gemidos ahogados por flujo vaginal.

Yo ya no pude aguantar más mi estado expectante, necesitaba intervenir o me volvería loco. Me arrodillé al borde de la cama, donde tuve una increíble perspectiva del redondo culito de Nuria mientras, bajo su pelvis, podía ver los castaños cabellos de Sandra y sólo la mitad de su rostro, pues su boca estaba pegada al coño de su amiga, devorándoselo con gula.

Crucé una mirada de fuego con mi amada, y mis manos sujetaron los compactos glúteos de la invitada, separándoselos levemente, para que mi rostro se acercase al maravilloso surco entre las dos nalgas y mi lengua lo recorriese de abajo a arriba.

— Uuuuhhh… —aulló Nuria, levantando momentáneamente la cabeza al sentir la húmeda caricia.

Mis manos abrieron un poco más las prietas cachas, y mi escurridizo músculo halló paso franco para lamer el suave asterisco que se encontraba en el fondo de ese cañón.

— Oooohhh… —gimió, levantando nuevamente la cabeza, con la punta de mi lengua acariciando su tierno ojal.

Volvió a hundir su rostro entre los muslos de Sandra, y comenzó a comerle el coño con más ansia, haciéndola gemir más intensamente con su boca llena de su propio sexo.

Unté de saliva todo el ano de nuestra doblemente saboreada, presionándoselo y estimulándoselo con la puntita, notando cómo se iba relajando para que ésta pudiese penetrarlo, trazando círculos en su entrada.

Las dos ahogaban sus poderosos gemidos sin dejar de paladear el sabroso gusto íntimo de la otra. Nuria, arrebatada por la doble comida, con dos lenguas haciendo diabluras en sus dos deliciosos orificios, y Sandra, catapultada por la intensa maestría de su amiga depredándole su gruta mientras veía cómo yo le comía el culo. El orgasmo de ambas era inminente.

Comprobando que el tierno agujerito de la morena ya estaba listo para sensaciones más profundas, chupé bien uno de mis dedos y, sin miramientos, se lo metí entero por el culo, deslizándose sin dificultad hasta desaparecer en él.

— ¡Mmmm! —gimió con sorpresa e intensidad la penetrada, succionando con todas sus fuerzas el coño de su amante al sentir el repentino orgasmo propagándose por su cuerpo.

La poderosa succión en su vulva con la lengua acariciándole el clítoris, desencadenó inmediatamente el éxtasis de Sandra, que se corrió en la boca de Nuria aumentando su propia ansia deglutiendo los fluidos femeninos de esta, de modo que se retroalimentaron mutuamente para llevarse al delirio.

Con los orgasmos disfrutados al máximo por sendas hembras, saqué mi dedo de la retaguardia de nuestra invitada, observando con una sonrisa cómo el ojal quedaba abierto. Levantó su cabeza, aún jadeando, y también su cadera para dejar respirar a mi esposa, que a su vez resollaba bajo ella, quedando en una estimulante posición de perrita en la que, sus más que apetecibles nalgas, quedaron expuestas para mí.

Sin poder quitar el ojo de encima de esa tremenda región anatómica, paradigma de turgencia, firmeza y tersura, me puse en pie con mi lanza en ristre, apuntando directamente al objeto de mi deseo.

Sandra, con su cara brillante de jugos orgásmicos, estiró su brazo derecho y agarró mi dura carne, acariciándola de arriba abajo hasta sopesar mis huevos.

— Joder, cariño, qué pollón se te ha vuelto a poner —me dijo, mordiéndose el labio—. ¿Por qué no se lo metes por el culo a mi amiga?.

Aquella era la sugerencia que todo marido desearía oír salir de los labios de una esposa que tuviera una amiga que estaba tan tremendamente buena. Música para mis oídos.

Nuria giró la cabeza clavando en mí los ónices de su mirada, y apoyó la moción mordiéndose ella también el labio inferior, balanceando ligeramente su lindo trasero para mí.

Crucé mi mirada con mi esposa, y la telepatía entre ambos hizo innecesaria la verbalización del acuerdo.

Con iridiscencias verdes de pura excitación en sus ojos de miel, Sandra se movió bajo su amiga, arrastrándose ligeramente por el lecho hasta que su nuca quedó apoyada en el canto de la cama, con su castaña media melena cayendo en cascada hasta casi tocar el suelo. Su mano abandonó mis pelotas, y volvió a aferrar mi rígida verga, flexionándola para dirigirla hacia sus jugosos labios entreabiertos.

Dando medio paso hacia delante, y abriendo las piernas para que la hermosa cabeza de mi esposa quedase entre ellas, flexioné las rodillas para que mi increíble compañera vital guiase mi glande hasta llegar a besarlo, impregnándolo con el zumo de hembra recién exprimido que daba brillo a sus carnosos pétalos.

Seguí bajando la cintura, acomodándola para tomar el ángulo correcto, hasta que la punta de mi polla penetró entre los acogedores labios, atravesándoselos para llenar la cálida boca de Sandra con mi acerada carne, alcanzándole la garganta con el balano, e invadiéndole el angosto conducto hasta que su fina nariz chocó contra mi pubis, gracias a esa postura de tragasables.

— Oohh, cariño… —gemí—. Qué ganas tenía de que volvieras a tragártela entera…

Como ya mencioné con anterioridad, la pasión de Sandra por mi miembro y su hambre de él, antes de nuestra pequeña crisis matrimonial, eran mayúsculos, lo que nos había llevado a practicar en varias ocasiones esa postura de garganta profunda, perfeccionándola en cada ejecución para goce de ambos.

Lentamente, volví a alzar mi cintura reculando, deslizando mi sonda hacia fuera para que mi glotona esposa dejase de tragarse la cruda carne, y mi glande fuese nuevamente acariciado por su lengua trazando círculos en su contorno, mientras se iba retirando de su boca hasta salir nuevamente a la luz a través de los rosados labios.

Tenía toda la polla embadurnada por una buena capa de transparente y brillante saliva que escurría hasta mis huevos, y mi amada la mantuvo apuntando hacia el culo de su amiga mientras yo la tomaba de las caderas y la atraía hacia mí, hasta dejarle las rodillas justo al borde del colchón.

Apenas moviendo mi cadera hacia delante, tiré con las manos de las prietas nalgas de Nuria, abriéndoselas pare que la testa de mi cetro se deslizase entre ellas hasta alcanzar el umbral de la entrada trasera, apoyándola en ella.

— Jooodeeeerr, cómo me gusta esooo… —dijo entre dientes la yegua a cuatro patas, lista para ser montada.

Disfrutándolo casi tanto como si fuera ella la que iba a ser enculada, Sandra sujetó con firmeza mi lanza, manteniéndola recta mientras mi cadera empujaba y la punta de mi ariete abría el estrecho orificio, lubricado con mi saliva y relajado por el efecto de mi lengua y dedo.

Sentí que tenía que presionar, pues la dilatación no daba suficiente abertura para dar paso a la redonda cabeza de mi virilidad, así que seguí empujando con más insistencia, sintiendo cómo el delicioso ano de Nuria cedía a mi hombría y mi glande conseguía forzar el esfínter para colarse, embadurnado con la baba de mi esposa, en el culo de su amiga.

— ¡Au, au, au!, ¡qué gorda la tienes! —exclamó, experimentando la indescriptible mezcla de ligero dolor y poderoso placer.

— ¡Pues sólo te ha metido la puntita! —intervino mi mujer, desde su posición en primera línea de espectáculo—. Vas a alucinar…

Aquella estrechez me proporcionaba muchísimo placer, y tener ese divino culo entre mis manos era demasiado excitante, así que no pude contenerme más: di una buena embestida pélvica, embutiendo mi gruesa y dura carne de una vez, hasta que el puño de mi amada hizo de tope.

— ¡Aaaaahh…! —gritó la sodomizada, quedándose casi sin aliento—. ¡Me partes por la mitad, cabronazo!.

Sandra soltó su presa y salió de debajo del cuerpo de su amiga, poniéndose ante ella con una expresión mezcla de lujuria y preocupación, mientras yo permanecía a la expectativa, sujetando esas maravillosas redondeces con algo más de la mitad de mi verga enterrada entre ellas, sintiendo las exquisitas contracciones con las que el agujerito de Nuria trataba de adaptarse al grosor que lo forzaba.

— ¿Te duele? —le preguntó, dándole un dulce beso en los labios.

— Uf, un poco, sí —contestó la morena, resoplando—. ¡La tiene gordísima!.

— Lo sé, preciosa, y eso que aún no te la ha metido toda… —le dijo, echándome una mirada de complicidad.

— Joder, ¿no?. ¡Aaaaaahhh…!

Nuria gritó de nuevo cuando volví a embestirle con ganas, insertándole el resto de mi pétrea carne en su ojal hasta que mi pelvis sonó como una palmada al chocar contra su mullido culo.

— ¡Ahora sí que te la ha clavado hasta el fondo!.

— ¡Oh, Dios, la siento enorme!. Me-me-me… —comenzó a tartamudear la empalada, haciéndome apretar los dientes con la poderosa presión de sus entrañas en todo mi taladro.

— Te encanta, ¿verdad? —le ayudó Sandra, dándole otro beso.

— Uuuff, sí, ¡me encanta! —exclamó, resollando—. ¡Me siento llenísima con este pedazo de rabo metido en el culo!. Es brutal… Me siento tan puta… ¡Me encanta sentir el enorme rabo de tu marido partiéndome en dos!.

— Las jacas como vosotras —le dije yo desde la retaguardia— necesitan que se las monten bien a fondo…

Con un balanceo de cadera, hice que toda mi polla se deslizase por sus entrañas, retirándose hasta sólo dejarle la cabeza dentro y, de inmediato, di un nuevo empujón con el que se la clavé en el culo, con otro restallido de carne contra carne que le arrancó un profundo gemido de placer.

— Ahora empieza lo mejor —comentó mi esposa, recostándose en el cabecero de la cama para contemplarnos a ambos, mientras su mano izquierda estrujaba una de sus tetazas y la derecha acariciaba su coñito—. ¿A ti te gusta, cariño?. Dale duro, como tú sabes. Me encanta verte en acción…

— Diosss… —invoqué entre dientes—. ¡Cómo me pones con esa actitud!. Y este culo es para darle polla sin compasión —añadí, masajeando los firmes glúteos de Nuria.

— ¡Sí! —gritó la perforada con entusiasmo—. ¡Mi culo quiere más polla!.

Me aferré a la grupa de mi montura, sujetando bien su magnífico cuerpo de diosa, y comencé a bombear con fuerza, marcando un poderoso ritmo con el que mi verga se deslizaba por sus entrañas y entre sus cachas, saliendo y entrando con la suavidad que las salivas combinadas en su ano y mi miembro proporcionaban a las profundísimas penetraciones.

— Ah, ah, ah, ah…—gemía la salvajemente sodomizada, agarrando la colcha con los nudillos en blanco por la fuerza con que trataba de aguantar ante mis acometidas.

Mi pelvis chocaba sonoramente con cada estocada en sus nalgas, como un ritmo flamenco marcado con las palmas y que ella coreaba con sus jadeos.

La estrechez y presión de ese culo eran enloquecedoras, haciéndome sentir mi virilidad como una barra de hierro al rojo vivo, capaz de fundirse en cualquier momento, pero aguantando su rigidez, placenteramente oprimida por las carnes de Nuria.

El espectáculo visual no hacía sino ensalzar aún más las sensaciones. Los perfectos glúteos de mi nueva hembra eran sacudidos insistentemente por mi pelvis, que producía ondas de choque casi imperceptibles sobre su piel, hasta que la consistencia de esas gloriosas posaderas cedía a mi bravura, compactándolas cuando mi lanza se ensartaba hasta el fondo.

Toda su espectacular anatomía vibraba con mis embestidas, meciéndose sus pechos colgantes atrás y adelante, mientras Nuria levantaba la cabeza tratando de coger el aliento que cada enculada le arrebataba.

Y delante de ella, con una cara de pervertida y viciosa que derretiría a cualquiera, estaba mi esposa, apoyada en el cabecero de la cama, observando cómo su marido le daba duro por el culo a su amiga, masturbándose con su coño hecho agua mientras con la otra mano se pellizcaba los pezones. Un auténtico sueño húmedo.

Los gemidos y jadeos se transformaron en gozosos sollozos suplicantes:

— Uuhh… me revientas… uumm… me revientaaass…

Cada fibra muscular de Nuria se contrajo al máximo, cayó sobre los codos con una de mis embestidas, y su culazo se elevó mientras gritaba de puro placer en pleno orgasmo.

— ¡¡¡Oooooohh…!!!

Me quedé quieto, con toda mi polla embutida en sus febriles carnes, disfrutando de cómo su calor interno y la potencia de sus músculos agasajaban al grueso invasor que le había llevado a ese estado.

Cuando su clímax concluyó, desenvainé mi sable para que Nuria tomase aliento, y para darme un respiro yo también. Con satisfacción, contemplé cómo el culazo de mi montura permanecía abierto tras sacarle la verga, con su ano dilatado para evidenciar el diámetro del miembro que lo había profanado.

Sandra también había dejado de masturbarse para no perder detalle de cómo su amiga se corría con la polla de su marido metida en el culo.

— Menudo espectáculo me habéis dado —dijo sonriendo, con esa excitante expresión viciosa y pervertida—. Me habéis puesto cachonda perdida…

Se deslizó hacia abajo en la cama, hasta que colocó su empapada gruta de hinchados y enrojecidos labios al alcance de su excompañera de experimentos lésbicos.

— Si eres tan puta como para que mi marido te folle por el culo, querrás comerme el coño, ¿no? —le preguntó.

— Sí —obtuvo como respuesta en un susurro—. Soy muy puta, y quiero comerte el coño…

Mi esposa se mordió el labio y, clavando su lujuriosa mirada en mí, puso sus manos sobre la sedosa melena azabache de su amiga, invitándola a descender, hasta que gimió sintiendo cómo la lengua femenina lamía su almeja.

— Ooohh, Nuri, me encanta cómo me lo comes…

Esa imagen, que ya había visto la noche, pero ahora con el trasero de nuestra invitada totalmente expuesto para mí, era demasiado. Ya había descansado lo suficiente, ¡necesitaba volver a follarme ese divino culo!.

Con una mano, acaricié el suave coñito de Nuria, haciéndola estremecer y comprobando que aún chorreaba por el orgasmo que acababa de tener con mi verga partiéndola en dos.

El cálido fluido embadurnó mi mano, y lo llevé hasta mi músculo, impregnándolo bien con él, recogiendo más de la fuente con otro par de caricias en la congestionada gruta.

En realidad, aquella operación no era necesaria, el ojal de aquella que le estaba comiendo el coño a mi mujer estaba más que suficientemente lubricado, pero me encantaba tocarle el jugoso chochito a ese bellezón, haciéndola temblar, y sentir su escurridizo flujo en mi herramienta.

Me recoloqué sujetando una de las suaves nalgas de Nuria con una mano, mientras con la otra apuntaba con la enrojecida testa de mi cetro para dirigirla entre esos voluptuosos cachetes.

— Oh, sí, nene —dijo Sandra, disfrutando de la experta comida lésbica—, vuelve a clavársela… ummm… Quiero correrme en su boca mientras veo cómo vuelves a follarle el culo…

Asentí con una sonrisa tan pervertida y viciosa como la de mi mujer, y disfruté de cómo mi glande se introducía en el cálido ano de nuestra amante compartida con un sonido de fluidos escurriendo.

— Ummm… —gimió ella, besando los labios vaginales de mi esposa.

Ya, sin miramientos, mi otra mano también sujetó el incitante culo en pompa, y lo taladré hasta el fondo, volviendo a dilatar sus entrañas, deslizando suavemente mi ariete por ellas hasta que mi cadera chocó contra los glúteos

— ¡Ooohhh…! —gritó con gozo la penetrada, separando momentáneamente su boca del sexo de mi esposa—. ¡Cómo me gusta…!

Me retiré lentamente, haciéndole suspirar con toda la longitud de mi virilidad arrastrándose en sus profundidades, y antes de que volviera a arremeterla, Sandra le incitó con las manos sobre su cabeza.

— No dejes de comerme, que me tienes a punto…

Nuria volvió a hundirse entre los muslos de su amiga, que emitió un nuevo gemido al sentir cómo el húmedo músculo de su amante le lamía el clítoris.

Yo volví a penetrar profundamente la grupa de la magnífica jaca, iniciando un lento bombeo de mete-saca, sin brusquedad, permitiéndole disfrutar de mi barra de acero abriéndole las carnes, mientras deleitaba a mi esposa con su arte cunilingüista y gemía con la boca acoplada a su coño.

Escuchando los gemidos de ambas hembras, unos libres y otros ahogados, disfrutando de la estrechez del conducto que tiraba de la piel de mi verga como si pudiera desollarla con cada entrada, me recreé observando cómo mi estaca entraba y salía de entre esas dos rocas fluviales, apuñalándolas con carne para desaparecer engullida por ellas.

«¡Dios, qué maravilla!», pensaba mientras amasaba esos tremendos glúteos, apretándolos con mis dedos, sin dejar de embestirlos. «Es el mejor culo que me he follado nunca, incluso mejor que el de mi Sandra… Y hacerlo delante de ella… ¡es la hostia!».

El placer era sublime, así que, aunque trataba de controlar mis impulsos para no arremeter con la furia que me pedía el cuerpo, no pude evitar que mi pelvis acelerara el ritmo e intensidad, rebotando una y otra vez contra las moldeables carnes para que las palmadas de choque piel con piel volvieran a hacerse audibles.

Volví la vista hacia mi mujer, quien, con el rostro de nuestra amante enterrado entre sus muslos, se chupaba y mordía los labios entre gemidos, con sus mejillas sonrojadas mientras clavaba sus enormes ojos en mí para contemplar cómo todos los músculos de mi torso se contraían cada vez que le perforaba la retaguardia a su amiga. Estaba a punto de alcanzar el clímax.

— Tengo que volver a follarle duro el culo a tu amiga —le dije—, ¡córrete!.

Como si hubiese sido una orden a cumplir inmediatamente, Sandra entró en combustión. Suspirando y jadeando profundamente, su cuerpo se arqueó sobre la cama mientras se agarraba y estrujaba sus prominentes pechos.

— ¡Oooohhh…! —dio un último grito de gozo, corriéndose en la boca de nuestra complaciente compañera de cama.

Ese fue el pistoletazo de salida para mí. Sujeté firmemente a Nuria por su estrecha cintura, y empecé a castigarle el culo con sonoros golpes de cadera, con los que se lo perforaba con mi polla convertida en una auténtica tuneladora.

— ¡Aaaah, aaah, aaaah, aaaaah! —comenzó a gritar la montada, con su barbilla mojada con los caldos de Sandra, mientras ésta volvía a recostarse en el cabecero.

Todo mi cuerpo estaba en tensión, con todos mis músculos contraídos y entregados a darle con furia a esa hembra cuanta potencia sexual rugía en mi interior, obligándole a dar con su rostro en el lecho sin parar de gritar, mientras se agarraba a la colcha como si pudiera arrancarla de la cama a pesar de estar los tres encima de ella.

Fueron unos pocos minutos demenciales, en los que mi esposa contemplaba, ya relajada y con la boca abierta, cómo su marido y su amiga follaban como bestias.

Mientras tanto, yo sentía mi polla como un tizón incandescente, gorda como nunca, a punto de estallar, en una tenue frontera entre el dolor y el más sublime placer, sin posibilidad de descargarse.

De pronto, todo el cuerpo de Nuria se convulsionó con un devastador orgasmo que le arrancó un agudo alarido de la garganta. Su espalda se arqueó al máximo, levantándose para quedar a cuatro patas como una loba esteparia aullándole a la luna llena mientras sus entrañas y su culo oprimían mi verga, tirando de ella y haciéndome estremecer.

Al fin, toda mi tensión se liberó. Con un rugido y un temblor sacudiéndome de los pies a la cabeza, aplasté el culazo de Nuria contra mi pelvis, y le inyecté mi ardiente semen a fondo, eyaculando potentes chorros de densa leche hirviente en sus entrañas, que hicieron aún más intensa su propia corrida.

En pleno apogeo de mi catarsis y ensalzamiento de la suya, aún le di tres o cuatro potentes embestidas más a ese voraz culazo, exprimiendo cuanto fluido de macho pudo salir de mí en borbotones que abrasaron a mi nueva diosa por dentro. Hasta que el orgasmo de ambos se consumió, y caímos rendidos sobre el colchón extasiados.

Epílogo

La mañana siguiente desperté con mis dos diosas abrazadas a mí. Di un vistazo a sus esculturales cuerpos desnudos: aquel que había levantado mis pasiones desde que nos conocimos, y que seguiría haciéndolo para gozar de él al igual que antes de que el estrés enterrara nuestros instintos. Y esa privilegiada anatomía de piel broceada que, de forma insospechada, había sido mía durante ese fin de semana para compartirla con mi compañera de vida en la más intensa experiencia que jamás había disfrutado.

Con sumo cuidado para no despertarlas, salí de entre sus brazos y fui a darme una ducha.

Con el agua casi fría incidiendo en mi rostro, y dejando que corriese por mi piel para quitarme los restos de gel de todo el cuerpo, los fotogramas de todo lo vivido desde el viernes por la noche se sucedieron en mi mente, haciendo que mi erección matutina se negase a decaer.

— Joder, ¡qué ejemplar de hombre! —escuché, obligándome a cerrar el grifo y abrir los ojos.

A dos metros de la ducha, encontré a Nuria, mirándome fijamente, evidenciando en su espectacular desnudez cómo sus pezones estaban erizados al verme.

— Y pensar que estaba deprimida por culpa de una zorra ambiciosa… —añadió, acercándose a mí y abriendo la mampara transparente para ponerse ante mí.

Sonreí.

— Bueno, yo creo que ya lo tienes más que superado —dije, contemplándola de arriba abajo.

— A lo mejor aún me falta un poquito —contestó, mirando fijamente mi grosera erección, y mordiéndose el labio inferior—. Y tú tienes lo que necesito… Quiero que me llenes la boca con tu leche caliente —sentenció, agarrándome el manubrio y atravesando mi mirada con sus incandescentes ónices.

Sin más dilación, la hambrienta hembra se arrodilló a mis pies, llevó mi glande a sus rojizos labios, lo succionó introduciéndoselo en la boca, y comenzó a chuparme la polla golosamente.

— Oooohhh… —suspiré.

Nuria me hizo una lenta y concienzuda mamada, paladeando mi verga con dedicación, saboreando cada centímetro de mi piel y cada gota de lubricación que le brindaba, sabedora de que en unas horas, ese fin de semana quedaría en el recuerdo.

La humedad y calidez de su boca, sus carnosos labios y suave lengua, me proporcionaron una increíble satisfacción que no tenía ninguna prisa por concluir. Prolongándose por unos minutos en los que suspiré más que una adolescente enamorada.

— De verdad, nena, ¡menudo vicio has cogido con la polla de mi marido! —oímos de pronto.

Ambos miramos hacia la puerta del cuarto de baño, donde Sandra nos miraba con una sonrisa divertida.

Nuria fue a sacarse la verga de la boca, pero mi esposa la detuvo:

— ¡Tranquila!, disfrutad los dos, que luego la tendré toda para mí. Voy preparando el desayuno.

Y allí nos dejó a solas.

«¡Estoy casado con la mujer más increíble y generosa del mundo!», pensé.

— Ya lo has oído, preciosa —le dije al excitante rostro de profundos ojos negros que me miraban fijamente, con sus labios rodeando el grueso tronco de mi virilidad metida en su boca—. ¡Chúpame la polla hasta que te sacies!.

Esa orden de macho dominante excitó más a Nuria, quien continuó la mamada de forma más voraz y profunda, mientras ella misma se acariciaba el coño, ya mojado con sus fluidos.

Con unas exquisitas chupadas que podían rivalizar con la maestría de mi mujer en ese arte, excepto en profundidad cuando practicábamos nuestra postura especial, la bella asesora legal me llevó a un poderoso orgasmo con el que me corrí abundantemente dentro de su boca, regalándole hasta la última gota de la ardiente leche masculina que mi cuerpo había sido capaz de producir durante las horas de sueño.

Nuria también alcanzó el clímax al sentir los lechazos chocando contra su paladar y derramándose sobre su lengua a la vez que se autopenetraba con dos dedos, y degustó con esmero esa golosina que ya no podría volver a disfrutar viniendo de mí.

Después del desayuno y las duchas de las chicas, nos fuimos a un merendero campestre cercano a la ciudad, donde, rodeados de familias de domingueros, disfrutamos del sol primaveral y un picnic abundante y variado.

Después de comer, volvimos a la ciudad. Entre abrazos y besos, Sandra y yo despedimos a Nuria, quien había salvado nuestra vida íntima conyugal, superando su propia ruptura, y convirtiéndose en alguien muy especial para nosotros.

— Es una pena que viva en otra ciudad —le dije a mi mujer cuando nos quedamos solos.

— Pues sí, ya sabes, el trabajo… ¿Ya estás echándola de menos, semental? —me preguntó ella, agarrándome el paquete con una sonrisa—. Y eso que no te hacía mucha gracia que viniese…

— Bueno, claro, si hubiera sabido lo que iba a pasar… —me defendí, tomándola por el talle.

— ¡Ja, ja, ja!. Creo que vamos a tener que invitarla otra vez a casa dentro de poco…

— Todas las veces que quieras, cariño. Tus amigas son mis amigas.

Los dos nos reímos con ganas.

— Bueno, ahora deberías dame mi ración de pollón —sugirió Sandra—, que hoy me tienes a dieta y estoy hambrienta —sentenció, apretándome la verga ya morcillona.

— Cariño, te voy a follar por todos tus agujeros hasta que no puedas ni levantarte —le contesté, sintiendo cómo mi herramienta se ponía dura en su mano.

— Umm, sí, lo estoy deseando —afirmó, dándome un húmedo beso, con el que su lengua se enredó con la mía.

— Nena, tienes una boquita para el pecado…

— ¡Pues peca!. Fóllamela como tú sabes…

— Y pensar que habíamos perdido esto por gilipollas preocupados y estresados… —verbalicé una idea.

— No me lo recuerdes… Venga, vamos a la cama para que me tumbe y me trague todo tu pollón.

Recuperamos nuestra frecuente vida íntima de pareja, e incluso mejoró, porque a partir de entonces, siempre estuvimos dispuestos a superarnos.

Y en cuanto a Nuria… Sólo dos semanas después volvió a pasar el fin de semana a nuestra casa, y otras dos semanas después, y a la semana siguiente, y a la otra…

Actualmente, vive con nosotros de viernes por la tarde a domingo por la noche. Nuria se ha convertido, “oficialmente”, en nuestra amante, sexual y emocionalmente. Los tres nos complementamos a la perfección en todos los aspectos, juntos afrontamos los problemas, y somos más felices de lo que lo habíamos sido nunca.

FIN
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Relato erótico: “De plebeyo a noble 3. LA ISLA” (POR AMORBOSO)

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Gracias a la tensa relación, pudimos dedicar más tiempo a terminar nuestro proyecto de salida de la isla.

Sobre la barca original, construimos una plataforma de cañas fuertemente atadas con troncos ligeros pero fuertes para darle consistencia. A ambos lados colocamos troncos ligeros y cañas para que actuasen de flotadores y estabilizadores, tal como nos había comentado y dibujado Robert tiempo atrás, según modelos que había visto en sus viajes. En el centro, un mástil que sujetaba una vela de hojas trenzadas y tela que podía rollarse en caso de tormenta. La barca original hacía de almacén, donde metimos toda la comida y agua que pudimos, además de la que cabía en la plataforma.

Todos no podíamos ir, puesto que no sabíamos la duración del viaje y podíamos quedarnos sin comida y agua antes de encontrar ayuda. Primero nos planteamos ir los dos hombres porque tendríamos más fuerza para manejar vela, timón o remos, si fuese necesario.

Más tarde lo pensamos mejor, y caímos en la cuenta de que dejábamos desprotegidas a las mujeres, que escasamente podrían alimentarse de frutas, por lo que sería mejor ir un hombre con dos mujeres.

Reunimos a todas y explicamos la situación, terminando diciéndoles que Peter sería el que iría como hombre con más experiencia en navegación y que las muchachas que podían acompañarle, podían ser Judith y Helen, las dos pupilas.

No puedo explicar el lío que se armó tras nuestras palabras. A las muchachas les daba miedo y no querían ir. Caitlin, la madre, dijo que ella estaba dispuesta a ir, pero deberían ir también sus dos hijas. La tutora no estaba de acuerdo en que se fuesen ellas no fuera que luego no enviasen ayuda.

Después de ver cómo discutían durante un buen rato, les dijimos que se pusiesen de acuerdo y nos comunicasen su decisión, pero que si no elegían a dos, nos iríamos Peter y yo, dejándolas solas para que se buscasen la forma de sobrevivir. Inmediatamente nos marchamos de allí y las dejamos solas para que decidiesen.

Por nuestra parte, comuniqué a Peter que, si se quedaba la tutora, estaba dispuesto a matarla antes de que la barca desapareciese en el horizonte. Peter, por su parte, también tenía claro que no iba a hacer el viaje con ella.

Al anochecer volvimos con ellas y nos informaron que irían la tutora con las pupilas Helen y Judith, quedando las otras dos a cargo de Caitlin.

Ultimamos los preparativos, comprobamos toda la carga de comida y abundante cantidad de monedas y una semana después de esto, partieron los cuatro.

Los que quedamos, reanudamos nuestra vida, aunque poco a poco, muy sutilmente, empezó a haber cambios.

Sin apenas darme cuenta, las mujeres empezaron a poner excusas para evitar ayudarme, hasta que llegó un momento en el cual, solamente trabajaba yo para alimentar a las cinco. Volví a reunirme con ellas y tuvimos nueva discusión la madre y yo, pues ella y sus hijas no debían trabajar y las pupilas que quedaban, tenían que atenderlas a ellas.

-Muy bien. –Dije yo.- Entonces os buscáis la comida vosotras. Yo me marcho.

Y eso hice. Sin prestar oídos a sus protestas, recogí mis cuatro cosas y marché al otro lado de la isla. A pesar de que el camino era sencillo, como ninguna de ellas había venido en las rondas que realizábamos, eran incapaces de encontrarme.

No dejé de hacer las rondas por la isla, pues siempre aparecía algo, y sobre todo, en días de tormentas: cadáveres con armas y dinero o cajas con los objetos más diversos. Aquellos días eché de menos unos barrilitos de ron que guardábamos en el antiguo campamento y que no me había podido llevar. Volví a vivir desnudo, como antes, disfrutando de la naturaleza.

Unos días después de separarme, encontré un cadáver en la playa, que resultó ser el de la tutora, al que me limité a enterrar como venía haciendo con los que había encontrado durante todos aquellos años, sin la menor emoción ni pesar, sino que más bien con desprecio y felicitando a Peter.

Esperé más de un mes, casi dos, para volver a aparecer por la playa donde estaba el campamento, y fue más por las ganas de estar con una mujer que por otra cosa. Ahora que no tenía a Judith ni a Peter, tenía que espabilar para seguir follando.

Unos días antes de aparecer, estuve observando lo que ocurría, viendo que tenían problemas con la comida. Se peleaban por pequeñas piezas de fruta que todavía no había madurado siquiera. Las trampas de caza estaban abandonadas, el fuego de la montaña apagado.

Eché de menos a Sandy, pero pensé que estaría dando alguna vuelta o buscando comida.

Las observaba un tiempo y luego retrocedía a un sitio donde no pudiesen localizarme, para pensar en lo que tenía que hacer.

En previsión, me hice con suficiente cantidad de alimentos que guardé convenientemente, me puse una prenda encima y fui hacia ellas como si estuviese dando la ronda habitual, con la idea de lo que quería perfectamente clara.

Encontré a la madre, las dos hijas y a una de las muchachas intentando pescar algún pez, pero sin éxito al parecer.

En cuanto me vieron, vinieron hacia mí como podían, pues parecían débiles. Se habían cambiado de ropas. Entre las prendas rescatadas debieron encontrar unos camisones abrochados hasta el cuello y se vistieron con ellos

-Por favor, queremos comer. Danos algo de comer. –Dijo la madre, que fue la primera en hablar.

-Si por favor, tenemos hambre. –Decían las demás.

Yo me hice el duro, sabiendo que tenía todos los triunfos en mi mano.

-Lo siento, no estoy dispuesto a trabajar como un esclavo para vosotras. Tenéis toda la fruta que queráis, y en la orilla tenéis cangrejos y moluscos comestibles.

-Pero no sabemos distinguirlos. Sandy murió hace 5 días con muchos dolores, porque comió algo que la envenenó. Tenemos mucho miedo a envenenarnos también. De las frutas que conocemos, solamente quedan las altas que no podemos alcanzarlas, y las bajas ya las hemos consumido. Haremos lo que tú quieras. Te ayudaremos.

Me hice rogar un buen rato, hasta que la madre repitió por segunda vez:

– Seremos lo que tú quieras.

-Pues así será. Desde ahora trabajareis todas para mí. Me serviréis y haréis lo que yo diga. Yo me limitaré a hacer las cosas que vosotras no podáis. Las que no sepáis, yo os enseñaré.

-Lo que tú digas. –Dijo la madre.- ¿Pero puedes darnos algo de comer?

-¡Ah!, otra cosa más. Todas las noches una de vosotras dormirá conmigo, y cada tres días cambiará por otra. Vosotras mismas decidiréis los turnos, pero todas deberéis pasar por mi cama.

Sin decir nada, me desnudé, quedándome mirándolas fijamente.

-Qu… ¿Que quieres? –Dijo la madre.

-Os quiero desnudas desde ahora y mientras estemos en la isla… A todas.

-Mis hijas no pueden ir desnudas por ahí como…

-Si no lo hacen, no comerán. –Corté yo.

No solo era el morbo lo que me hizo pedírselo, sino que también era para que cuando viniesen a buscarnos, no tuviesen las ropas destrozadas y por la misma que lo habíamos hecho nosotros: que tuviesen que ir con la ropa mojada cada vez que se metiesen en el agua.

Rachel, la muchacha que quedaba, fue la primera en desnudarse, levantando su camisón, sacándolo por su cabeza y dejándola caer al suelo. Tenía cuerpo de ánfora, culo respingón, casi sin tetas, pero con unos pezones como enormes cacahuetes con cáscara incluida. Seguida a ella, empezó a desnudarse la hija segunda.

-¡Diana!, pero ¿qué estás haciendo? –Exclamó la madre

-Me preparo para comer, mamá. –Y siguió quitándose la ropa, y dejándola caer también.

La madre, viendo la situación, optó por desnudarse también, pero la mayor no hizo mención. Al contrario, dio media vuelta y se fue al campamento. Todas iban tapándose con las manos como podían. Estaban sonrojadas hasta lo indecible, por lo que, con el fin de ponérselo más fácil, di media vuelta y tras decir: “vestíos y seguidme”, me encaminé al lugar donde había dejado la comida y allí pudieron reponer sus fuerzas. Después volví a recordarles las condiciones. Deberían estar desnudas todo el día. Solamente podían cubrirse por las noches, a la hora de dormir. Además, recalqué que “todas” deberían pasar por mi cama. Y que la que no quisiera, debería salir del campamento y buscarse la vida.

Poco a poco, fueron quedando todas desnudas. Empezó Rachel, le siguió Diana y poco más tarde, lo hizo la madre.

Había llegado por la mañana, y permanecimos allí hasta la noche, comiendo cuando y cuanto tenían ganas. Dormimos todos sobre la hierba y al día siguiente muy temprano, tras acabar con las existencias, volvimos al campamento.

Encontramos a Jessy, la hermana mayor, acurrucada en un rincón y parapetada con todo lo que había en la choza. En cuando aparecimos, salió corriendo y llorando a los brazos de su madre.

-Mamáaaa. ¡Qué miedo he pasado! No he dormido en toda la noche. Por favor, no me dejes sola nunca.

Su madre la estuvo calmando un buen rato hasta que se serenó. Cuando ya estaba más relajada, le hablé yo.

-Como comprenderás, aquí no puedes estar si no acatas mis órdenes, así que deberás marcharte y buscar tu propio lugar en la isla. Puedes irte tranquila, con la seguridad de que si alguien viene a buscarnos, te buscaremos y volverás con nosotros.

Nuevamente se puso a llorar abrazada a su madre que la consolaba con suaves palmadas en la espalda. Por fin volvió a calmarse y se volvió hacia mí, comenzando a desnudarse. No quise hacérselo más difícil, por lo que pedí a Rachel que me enseñase dónde habían enterrado a Sandy, la enterré en condiciones, a pesar de terrible hedor, y luego fuimos a buscar más comida para todos.

A nuestra vuelta, ya iniciada la tarde, estaban todas esperando tanto para comer como para recibir órdenes.

Dejé la comida y pase mi mirada sobre ellas. Cuando mis ojos se posaron en Jessy, no pude menos que detenerme a admirarla. Ya el día anterior, a pesar el amplio camisón, se marcaban sus pechos bien desarrollados, de pezones grandes que pujaban por hacer un agujero en la tela. Las piernas bien torneadas se mostraban al trasluz de la prenda, así como su cintura de avispa… Pero en ese momento, al verla desnuda, no pude reprimir que mi polla se pusiese dura y apuntase al cielo.

Sus pechos se mostraban desafiantes, apuntando al frente. Las aureolas grandes, así como los pezones, que marcaban el centro como flechas clavadas en una diana. Su cintura estrecha hacía resaltar unas caderas redondeadas que daban paso a unos muslos blancos, proporcionados en grosor y que por un lado enmarcaban un coño rodeado de pelo castaño, tirando a rubio y por el otro, daban soporte a un culo redondeado y respingón que me volvía loco.

-¿Eres tú la designada para compartir los tres próximos días? –Pregunté con la esperanza de que fuese la elegida.

-No, la designada es Rachel. –Dijo la madre rápidamente.

-Rachel, chúpame la polla hasta que me corra. Las demás no os mováis para que vayáis aprendiendo lo que me gusta. Desde ahora, la intimidad no existe.

La muchacha se apresuró a cumplir con la orden, mientras todas se daban la vuelta avergonzadas.

-¡He dicho que miréis cómo se hace! No lo repetiré

Todas ellas rojas hasta lo increíble, miraban cómo lo hacía. Jessy lo hacía llorando.

Rachel no era buena haciendo mamadas, pero ponía gran interés. No obstante, no tardé mucho en correrme debido a los días que llevaba de abstinencia. Cuando lo hice, sujeté su cabeza haciéndole tragar toda mi corrida. Mientras retiraba su cabeza de mi polla entre toses y babas, informé a todas de que debían tragar todo y dejarme la polla limpia con su boca. Rachel, chupó y lamió mi polla entre arcadas, hasta que le di orden de parar.

-Espero de todas vosotras que pongáis interés en todo lo que hagáis, especialmente en lo que se refiere a mí. Rachel no lo ha hecho mal del todo, pero tiene que mejorar bastante. Las que tengáis poca práctica o ninguna, probad con alguna fruta para ir aprendiendo.

Y ya más relajado, empecé a distribuir tareas entre ellas, que serían las mismas durante tres días, cambiando, una vez transcurridos, la que quedase libre por la que fuese a ser mí compañera. La compañera saliente, ocuparía el trabajo liberado.

A Jessy la dejé para que me acompañase a encender de nuevo el fuego y dejarla cargo del mismo, teniendo que estar pendiente día y noche. No habló en todo el camino de subida. Solamente sollozaba y se abrazaba con las manos cuando me volvía a mirarla. Harto de tanto lloriqueo, tomé la mala decisión de hacerla situarse delante de mí. Al ir de subida, tenía una perfecta visión de su culo y su coño. Cuando se inclinaba más para subir algún tramo difícil y abría las piernas, me dejaba una perfecta visión de su coño que se abría y de sus pechos. Todo eso sirvió para inflamarme más y subir el resto del camino con mi polla como una piedra y con ganas de follarla. Y lo hubiese hecho allí mismo, pero hubiese sido contra su voluntad y quería que ella consintiese, aunque fuera a disgusto.

Ella era consciente del espectáculo que me estaba dando. Al principio hacía las cosas más extrañas para evitar enseñarme nada, pero pronto se tuvo que concentrar en la subida, a la que no estaba acostumbrada, y se olvidó de mí, o de esconderse de mí.

Al llegar a la cima, junto a la hoguera apagada, tuvimos que recoger madera seca y húmeda, ir apilándola para organizar la pira y dejar suficiente para ir alimentándola. La hoguera estaba montada dentro de un pequeño torreón o chimenea, donde metíamos la madera seca en la parte baja y la verde y húmeda arriba. Conforme se iba secando, caía en la parte baja y se seguía alimentando, aunque la producción de humo no fuese tan grande.

Le expliqué que la seca debía ir abajo y que la húmeda tenía que ser menor cantidad e ir situada encima, le enseñé cuales eran las ramas y hojas que tenía que recoger, en fin, todo lo que necesitaba para mantener la pira.

Durante el tiempo que estuvimos allí, noté que me miraba con atención, lo cual me agradó, pues era síntoma de que tenía interés por aprender.

Recogía madera y hojas a mi lado, preguntando cuando tenía dudas. Nuestros cuerpos se rozaban cuando nos desplazábamos de un lado a otro. Unas veces intencionadamente por mi parte, buscando frotar mi polla por su culo, y otras me pareció que era por parte de ella. Se la veía hasta más alegre.

Cuando terminamos, la bajada de la montaña le resultó más complicada al no estar acostumbrada, por eso, cometiendo un nuevo error por mí parte, la hicimos agarrándola por la cintura y ella con una mano sobre mi hombro. Mientras trabajábamos, no me preocupé de nada, pero durante la bajada, el baile de sus tetas y su cuerpo pegado a mío, volvió a ponérmela dura. Cuando ella se daba cuenta de mí estado, enseguida se las cubría con la mano libre al tiempo que se sonrojaba.

Cuando llegamos al campamento, ya estaba anocheciendo. Yo había recogido algunas frutas y bayas comestibles por el camino, y esa fue nuestra cena. Después de comerlas, nos fuimos a dormir. Rachel y yo a mi choza y las demás a la otra.

Al día siguiente, el fuego se había apagado porque Jessy no había querido hacer nada. Estaba enfadada, sin decir el porqué.

-Jessy. Te has dejado apagar el fuego y eso supondrá un castigo. Ahora sube inmediatamente y vuelve a encender la hoguera.

-¡No me da la gana! ¡No tengo necesidad ni obligación de obedecerte! Si quieres fuego, ve y enciéndelo tú. –Y dando media vuelta, se metió en la choza.

-Por favor, Rachel, sube tú que sabes cómo funciona y llévate a Diana.

Ambas hicieron gesto de partir rápidamente hacia la montaña, pero se detuvieron curiosas cuando yo me dirigí a Caitlin:

-¿Qué crees que debo hacer ahora?

-Por favor, déjala tranquila, ya entrará en razón. Mientras tanto, yo haré sus labores.

-¿Y quién hará las tuyas? Si quieres entra e intenta convencerla. Si se somete, la castigaré y no pasará nada más, si no, la expulsaré del campamento y no volverá aunque lo pida de rodillas.

La madre entró en la choza y no sé qué le diría, pero poco después salían las dos. Jessy con la cara llorosa y una imagen desvalida que la hacían parecer más bella.

Si antes me había impresionado, ahora me dejaba sin habla. Cada segundo me gustaba más, hasta el punto de pasar por alto el castigo prometido.

-Id cada una al trabajo que tenéis encomendado.

Cuando Jessy se dio la vuelta para encaminarse con Diana hacia la montaña y vi su culo, no me pude reprimir.

-Espera. Que Diana y Rachel suban juntas y tu Jessy, ven aquí.

Tuve que apresurarlas, pues todas querían enterarse de lo que iba a pasar. Cuando nos quedamos solos, me senté en una de las piedras más grandes que teníamos alrededor del fuego, para sentarnos a comer, y le indiqué, con un gesto, que se recostase sobre mis piernas.

-¡Estás loco! ¿Cómo se te ocurre semejante barbaridad? …

-Te he prometido un castigo. O lo aceptas o… -Y le señalé la salida.

Llorando, totalmente roja y muerta de vergüenza, se arrodilló a mi lado y se recostó sobre mis piernas. Cuando sentí sus tetas rozando mi muslo, se me puso dura al instante y rozando su vientre.

-Eres un cerdo. –Dijo ella, al tiempo que yo empezaba a pasar mi mano, despacio, por su hermoso culo, en una suave caricia.

ZASSSS. Mi mano cayó con fuerza medida. Ni mucha ni poca, mientras con la otra la sujetaba presionando contra mis pernas

-AAAAYYYYYYYYYYYY.

Repetí los golpes varias veces, hasta completar cinco fuertes palmadas.

Seguidamente acaricié los cachetes golpeados, bajando hasta sus muslos y subiendo de nuevo a su culo. Pensé que me iba a correr sin tocarme, solamente por acariciarla y sentir mi polla contra su cuerpo.

Al principio gemía dolorida, pero poco a poco sus gemidos cambiaron de tono.

Seguí con las caricias, contento porque al bajar el tono de su queja, me daba a entender que estaba aceptando el castigo. Lo que no me esperaba fue que mi pierna, que quedaba bajo su coño, se empezase a mojar. Al bajar mi dedo por su culo y llevarlo hasta su coño, descubrí que estaba totalmente empapado, al tiempo que un gemido escapaba de su boca.

-MMMMMMMMMMMMMMM

¡Estaba excitada!

Seguí recorriendo con movimientos circulares, desde la base de su clítoris, duro e hinchado, hasta la entrada de su vagina, donde metía ligeramente la yema de mi dedo. Sus gemidos fueron aumentando poco a poco.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM MMMMMMMMMMMMMMMMMM

La mano que apoyaba en su espalda, la sustituí por el antebrazo completo, haciendo que ésta quedase sobre su culo, para seguir con el suave masaje en sus glúteos y su ano.

Unos pocos segundos más bastaron para que su respiración, movimientos pélvicos y gemidos me avisasen de que estaba al borde del orgasmo.

Solo tuve que tomar su clítoris entre mis dedos, haciéndole una mini masturbación, para que saltase en un fuerte orgasmo, creo que el primero de su vida.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH

Sus piernas atraparon mis dedos en su coño durante un buen rato, hasta que pasaron los efectos del orgasmo, momento en el que se relajó, dejando caer su peso sobre mis piernas. Dos suaves palmaditas sobre su culo hicieron que quedase arrodillada y sentada sobre sus piernas a mi lado. Su mirada no se levantaba del suelo. Su cara estaba totalmente roja.

-Ahora irás a la montaña, junto a tu hermana, para hacer el trabajo que te corresponde y que Rachel baje para ayudarme a pescar. Hoy te quedarás sin comer. No bajarás para hacerlo. ¿Alguna pregunta?

-He… He dejado de ser virgen, ¿verdad? Ahora soy una mujer marcada.

-Sigues teniendo tu virgo intacto. Otra cosa es que hayas perdido la inocencia al conocer el placer del sexo, pero eso no lo notará nadie si tú no quieres. ¿Algo más?

No dijo más, se levantó y fue a la montaña, mientras yo me dirigía a la playa con los instrumentos de pesca.

Cuando vino Rachel, me encontraba en la playa, junto a las rocas, preparando la red, después de haber capturado algunas piezas con el arpón. Todavía tenía la polla dura, a pesar de estar trabajado sin descanso para que me bajase la calentura. Se arrodilló en la arena, ante mí y se metió la polla en la boca para hacerme una mamada, sin que yo le hubiese insinuado nada.

Primero se metió la punta, pero luego se dedicó a lamerla, recorriéndola en toda su longitud y circunferencia, y haciendo lo mismo con mis huevos. Yo la urgí a que fuese más rápido.

-Venga, métetela ya y hazme una buena mamada.

-Espera un poco. -Me dijo- La tienes mojada del mar y tengo que quitarle primero el sabor a sal.

-Pues date prisa que estoy que no puedo más.

Todavía siguió un rato lamiéndola por todos los lados, hasta que por fin, volvió a meterse la punta en la boca, realizando una suave succión intermitente que hacía que el borde del glande entrase y saliese de sus labios, haciéndome una caricia todo alrededor que me hicieron soltar las primeras gotas de mi corrida.

Entonces se la metió hasta o más profundo de su garganta y continuó con sucesivas salidas y entradas al tiempo que la iba acariciando con su lengua.

No pude resistirme nada a su experto trabajo y mi gran excitación, corriéndome a los pocos minutos tras meterla hasta lo más profundo, tragando ella y volviendo a limpiarla como hacía siempre.

Pero no por eso bajó mi excitación. La recosté sobre la arena, junto a la orilla, y me puse a comerle el coño. Lo hubiese hecho con avaricia, pero no quería que se corriese demasiado deprisa para que disfrutara más.

Me dediqué a pasar la punta de mi lengua por la entrada de su vulva, húmeda también por el agua del mar y algo de su incipiente excitación, pero a mí me gustaba el sabor y la estuve recorriendo un buen rato, incluso después de que sus labios se abriesen y estuviese recorriendo su interior, desde la entrada de su vagina al clítoris.

Luego, empecé a meterle la lengua todo lo que podía y a follarla con ella en movimientos rápidos de entrada y salida. Al mismo tiempo, presionaba con mi nariz sobre su clítoris y la movía ligeramente de lado a lado y con rapidez.

-Siii. Me voy a correeeeerrr. Siiii. Siiii. Me vieneeeee. Me corrooooo.

A pesar de su corrida, no dejó que apartase mi cabeza de su coño, pidiendo más y más y que no parase.

Seguí con el mismo tratamiento un rato más, pero me faltaba e aire y tuve que subir mi boca a su clítoris y meter dos dedos en el coño para follarla con ellos.

Cuando ya estaba a punto de correrse otra vez, me detuve, la hice ponérmela dura otra vez, cosa que consiguió rápidamente, y la follé allí mismo, sobre la arena húmeda, con las olas que iban chocando contra mis cojones y un morbo que a los dos nos excitaba.

A los pocos minutos, Rachel lanzó un fuerte gemido, anunciando su orgasmo, que fue seguido del mío cuando me dejé llevar al sentirlo.

Trabajamos hasta que el sol se situó en la posición del reloj que considerábamos de medio día y nos fuimos a comer con todo lo que habíamos pescado. A la comida no bajó Jessy, pero si su hermana que observé que ocultaba algo de comer y se lo llevaba, pero hice como que no lo había visto.

Por la noche, cenamos todos juntos. A Jessy se la veía natural, conversando animadamente con todos, pero evitando mirarme directamente y poniéndose roja cuando nuestras miradas coincidían.

Cuando ya el fuego eran solamente brasas, tomé de la mano a Rachel y nos fuimos a mi choza, donde volvimos a follar nuevamente.

Al terminar, le pregunté y me contó algo de su vida. Era prostituta desde los 16 años, cuando su padre la vendió al prostíbulo para sacar algo de dinero que luego gastó en borracheras. Había hecho de todo, incluso su padre vino a follársela unas cuantas veces, cuando tenía dinero suficiente.

Su madre no se atrevió a discutir su venta. No salía de casa, siempre con heridas y dolores de las palizas que le daba el padre cuando llegaba borracho, que era un día sí y otro también. Un día recibió a un joven cliente que se corrió antes de meterla, le cayó bien y lo entretuvo hablando, mientras manipulaba su polla, hasta que se le puso dura otra vez y follaron tranquilamente, como dos enamorados. Ahí tuvo su primer orgasmo y él fue su primer amor.

Unos meses después, el muchacho le pidió al dueño que la dejara libre y como era hijo de una familia influyente, la dejó marchar, pero no pasó un día para que se presentaran los guardias a detenerla por haber robado dinero al dueño. Aunque ella lo negó, la llevaron al prostíbulo y buscaron en su habitación, encontrando una bolsa de monedas que el dueño reconoció como suya.

Luego ya fue todo seguido, cárcel, juicio y condena a más cárcel, de donde la sacaron la congregación para enviarla a las colonias a trabajar.

A la mañana siguiente, Jessy no estaba para desayunar. Me dijeron que había madrugado y había subido pronto. No bajó a comer y su hermana le llevó comida. A la noche estuvo totalmente en silencio, y se retiró a dormir nada más cenar.

Esa noche tocaba cambio de pareja y cuando me iba a dormir, pregunté:

-Hoy toca cambio de turno. ¿A quién le toca ahora?

-A mí. –Dijo rápidamente la madre al tiempo que se ponía en pie.

Le hice un gesto con la mano para que fuese a mi choza y… Vuelta a empezar.

Entramos. Ella delante, yo la seguía. Tenía buen cuerpo, los pechos grandes algo caídos y el culo sorprendentemente duro. En general, todavía tenía una figura capaz de excitar a muchos. Me coloqué tras ella, con mi polla, que empezaba a crecer, apoyada en la raja de su culo. Puse mis manos en sus costados y fui subiendo hasta rodear sus pechos, Mientras, con mi boca besaba su cuello, su hombro y mordisqueaba su lóbulo.

Sus generosos pechos, descansaban en mis manos, mientras con las yemas de mis dedos rozaba los pezones. Cuando yo esperaba un suspiro, me dijo:

-Tenemos que hablar, antes de nada.

-¿Hablar? ¿De qué?

-De mis hijas.

-¿Qué les pasa?

-Como sabes, soy la esposa del gobernador de Botany Bay y mis hijas son hijas suyas también y por tanto, somos una familia importante. Tanto Jessy como Diana están destinadas a casarse con hombres importantes, de las mejores familias del territorio, por eso es muy necesario e imprescindible que ambas permanezcan vírgenes y puras hasta su matrimonio. Para ello, quiero hacerte una propuesta.

-Tú dirás- -Respondí intrigado.

-Cuando les toque el turno a ellas para estar contigo, yo las sustituiré. Conmigo podrás tener las relaciones que quieras y calmar tú necesidad, pero no arruines su futuro. ¿Estás de acuerdo?

-No. Yo no estoy calmando mi necesidad con tus hijas y contigo. Estoy abusando de vosotras, igual que abusasteis de mí, y al igual que vosotras, de la forma más placentera para mí.

Pasaréis todas por aquí, y yo haré lo que me dé la gana. Y como siempre, si estáis conformes perfecto, si no, solamente tenéis que marchar, construir vuestra vivienda en otro lugar y buscar vuestra comida. No obstante, si consigues encandilarme para que no tenga necesidad de otra…

-Mi marido nunca ha tenido queja de mí. Siempre he estado dispuesta cuando él ha querido hacer uso del matrimonio.

Me acordé de los gustos violentos de algunos clientes de mi madre y le dije:

-Mis gustos son algo extraños y violentos. Me gusta infligir castigos a las mujeres con las que follo. Dudo que tú puedas aguantar eso.

-Sí, ya he oído hablar de eso. El marido de mi amiga Catherine Collingwood, el conde de Wiltshire tiene tus mismos gustos. Alguna vez nos ha contado algunos detalles en nuestras reuniones semanales y, al parecer, debe gustarle mucho. Estoy dispuesta a que hagas conmigo lo que quieras.

No entendí mucho de lo que me decía, por lo que le respondí:

-Pues veamos qué sabes hacer. –Dije mientras alargaba las manos para seguir acariciando su cuerpo, pero ella, se dio la vuelta entre ellas e inmediatamente se subió a la cama, colocándose a cuatro patas y abriéndose el culo con las manos.

-Te pido que tengas cuidado, porque no tengo aceite para que entre más suave.

Yo me quedé mirando la situación, reconozco que como un tonto, porque no entendía nada. Contaré que la cama la hicimos clavando tres ramas profundas en la cabecera y otras tantas en los pies, formando un cuadrado y uniendo todas ellas con ramas atadas sobre las que colocamos cañas también atadas, con lo que creamos una plataforma con tres patas en la cabecera y otras tres a los pies que cubrimos con hojas, trozos de lona de las velas y telas de hamacas de barcos naufragados. Era una cama grande, diseñada para los tres y donde dormíamos después Peter y yo.

-¿Qué haces? –Le pregunté.

-Estoy preparada para que hagas uso de mí.

-Pffffffsssssss. Baja de la cama y ven a mi lado.

Ella, desconcertada, hizo lo que le mandé. La hice colocarse de espaldas a mí, para poder acariciar sus pechos con tranquilidad y tener su coño a mi alcance. La abracé por la cintura, haciendo presión con mi polla en su culo, volviendo a situarnos como al principio. Nuevamente recorrí su hombro con suaves besos, subí por su cuello hasta el lóbulo de su oreja. Al tiempo, una mano recorría su costado hasta llegar de nuevo a sus pechos para estimularlos con suaves caricias y frotar sus pezones con las yemas de los dedos.

-¡Que sensación más extraña! –Dijo.

Yo seguí, sin prestar atención a sus palabras, acariciando su vientre y bajando poco a poco la otra mano hasta su coño.

-MMMMMMMMMMMM No sé qué me pasa. Tengo sensaciones extrañas.

Cuando sus pezones estaban duros como piedras, su coño bien húmedo y mi polla lista para follarla, le pedí que se acostase en la cama.

-OOOOHHHH. ¿Ahora es cuando te pones violento?

-¿Cuándo qué…? ¡Ah!. Eso luego, ahora voy a follarte.

Se subió nuevamente a la cama, colocándose de rodillas, con la cara sobre el grueso mullido, y separándose los cachetes del culo con las manos.

Yo me coloqué tras ella y recorrí con la punta desde su culo hasta su clítoris.

-MMMMMMMMMM Me gusta tu forma de tratarme.

-Pues todavía no he empezado.

Llevé la punta a la entrada de su coño y se la metí con un ligero empujón. Entró con mucha suavidad, pero ya no pude meter el resto.

-AAAAAAAAAAAYYYYYYYY. PERO QUE HACES. TE ESTÁS EQUIVOCANDO.

Me dijo mientras saltaba hacia adelante.

-¿Cómo? ¿En qué me estoy equivocando?

-Me la estas metiendo por donde me dejarás embarazada. Tienes que meterla por detrás.

Yo me eché a reír y la hice acostar boca arriba, tendiéndome a su lado.

-Cuéntame cómo follabas con tu marido. –Le pregunté, mientras recorría su cuerpo acariciando sus pechos y su coño por encima.

-Antes de casarnos, mi madre y sus amigas y también alguna tía, me aconsejaron que fuese sumisa y complaciente ya que mi marido era el que llevaría todas las iniciativas durante la noche de bodas y por siempre jamás. También me hablaron de que siempre debería utilizar el camisón en nuestras relaciones, y de las obligaciones matrimoniales que tenía una esposa. El mismo día de la boda, mi madre me dijo que, cuando mi marido me pidiese sus derechos, tenía que acostarme boca arriba y abrir bien las piernas, que él ya sabía lo que tenía que hacer y solo tenía que hacerle caso. Pero que, sobre todo, siempre conservase la decencia y llevase el camisón puesto. MMMMMMMM. Me gusta lo que me haces.

-Sigue contando

Y continuó:

-Cuando llegó la noche de bodas y mi reciente marido vino a mi habitación con una botellita que dejó en la mesilla, yo me coloqué como me había dicho mi madre, pero él me dijo que así todavía no. Esa era la postura para dejarme embarazada, pero que esperaríamos unos días para ello. Me hizo poner de rodillas con la cabeza apoyada en el colchón y levantó mi camisa de dormir hasta los riñones…

-OOOOOOHHHHHHH… ¡Cómo me gusta lo que me haces…!

-Recuerdo que le pregunté.

-Esposo mío, ¿esto es decente? Te estoy mostrando mi cuerpo desnudo.

-Todo lo que hagas con tu marido, es decente. –Me respondió

-Después se puso a untarme en el ano un aceite que era el contenido del frasquito, metiendo los dedos a pesar de mis quejas por el dolor. –No te quejes tanto ni te preocupes, que solamente duele al principio. Luego te gustará. – me decía, pero el dolor era horrible…

-UFFFFFFFF… Mmmmmm.

-Sigue, no te pares. –Tuve que pedirle.

-Es que siento unas sensaciones que no había tenido nunca.

-Ya lo sé, pero no te pares.

– Por fin, introdujo su sexo en mi ano, produciéndome todavía mayor dolor. Yo enterraba la cara en el colchón y mordía la tela para amortiguar los gritos y que no le molestasen. Esa vez me pareció que estuvo horas, pero realmente no debió de ser más de un minuto. Suuuuu…. MMMMM… fri mucho esa noche, mientras él entraba y salía de mi culo, hasta que, por fin, la metió todo lo que pudo y descargó toda su esencia en el interior. Inmediatamente se salió y se fue a su habitación, mientras yo me quede llorando durante toda la noche, AAAAAAAAAHHHHHH ¿Qué me has hecho? ¿Qué me pasa? AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH.

Con sus últimas frases, me había dedicado a frotar y presionar alrededor de su clítoris hasta que le vino un orgasmo intenso.

La dejé recuperar y cuando lo hizo, le volví a pedir que siguiera contándome su historia y prosiguió.

-¿Qué es lo que me has hecho? Nunca había sentido esto.

-Te ha disgustado.

-No. Todo lo contrario. Me ha encantado. ¿Puedes hacer que lo sienta otra vez?

-Sigue contándome y veremos. –Dije volviendo a acariciar su cuerpo.

-A la mañana siguiente permanecí en mi habitación todo el día, poniéndome paños de agua caliente en el ano. Por la noche vino otra vez y me hizo el mismo daño o más que la anterior y eso se repitió durante toda la semana. Mientras entraba y salía de mí, no paraba de decir –OOHHH Que estrecha eres. Cuanto voy a disfrutar contigo. – y aumentaba la velocidad de sus movimientos, incrementando a la vez mi dolor.

-Todo eso duró una semana, al final de la cual ya soportaba bastante bien el acto. Prácticamente no tenía dolor, pero tampoco el placer que me anunció el primer día. A la semana siguiente me encontré indispuesta y tuve que informarle muerta de vergüenza. Me dejó tranquila todas las noches de la semana siguiente, pero al sábado, a medio día, al volver de los oficios religiosos me preguntó si ya se me había pasado, y no teniendo valor para negarlo, dije que sí.

-Me acompañó a mi habitación y llamó a mi doncella, diciéndole que me preparase para acostarme, y a mí, que le esperase que venía enseguida. Al rato vino con su camisa de dormir y me hizo subirme a la cama, pero en lugar de arrodillada, acostada boca arriba.

-MMMMMMMMMM. Estoy sintiendo otra vez esas placenteras sensaciones.

-Sigue con tu relato. –Le dije yo.

-Esa vez se situó entre mis piernas separadas, ajustó el agujero del camisón a mi entrepierna y se levantó el suyo mordiendo el borde para que no cayese. En ese momento pude ver su enorme cosa. Era como un dedo o un poco más de larga y algo más de gruesa. Con eso era con lo que me había hecho tanto daño.

-Le pregunté si me iba a doler como por el otro lado, contestándome que un poco, pero mucho menos que por el culo. Mientras lo decía, se la sujetó con la mano, la apuntó a mi interior y se dejó caer sobre mí. Yo grité como nunca y maldijo varias veces. Volvió a levantarse, escupió y embadurnó de saliva su cosa y realizó la misma operación, volviendo a gritar yo de dolor cuando laaaaaaaaaaaahhhhhhhhh Qué gustooooo.

-Si no sigues tú, yo tampoco.

-Sentí mucho dolor cuando entraba, hasta que hizo tope y él se detuvo un momento, para seguidamente volver a dar un fuerte empujón que me hizo volver a lanzar un largo grito, teniendo que decirme que me callara, que no me estaba matando, aunque yo pensaba que sí. MMMMMM.

-Durante todo el acto, estuvo haciéndome un daño horrible, más que por detrás, además de soltarme sus resoplidos y su frase favorita sobre lo estrecha que era, en la oreja, hasta que resopló más fuerte, la metió todo lo que podía y soltó su esencia, tras lo cual, acarició mi cara mojada por las lágrimas, me dijo: “buena chica, que duermas bien” y se fue a su cuarto. UFFFFFFF

-El resto del mes, fue casi peor que la primera semana, pues vino todas las noches a mi dormitorio durante seis semanas exactas, haciéndome mucho daño todos ellas, a pesar de que me había hecho con un frasquito del aceite que él había utilizado para mi culo y me untaba bien mi sexo con él, lo que me aliviaba algo, sin embargo, no sé por qué le hizo pensar que a mí me estaba gustando y que lo esperaba ansiosa. Luego siguió pero una o dos veces por semana, lo que me resultó más llevadero, pues me daba tiempo para recuperarme. OOOOHHHHHH

-Al mes siguiente, ya no estuve indispuesta y al segundo ya sabía que estaba embarazada. Cuando le di la noticia, una mañana en la que fui al galeno, se alegró mucho y me hizo ir a mi habitación para prepararme, viniendo él al poco rato. Desde ese día pasó a metérmela por detrás, volviendo a hacerme mucho daño, aunque menos que al principio. Siguió así durante todo el embarazo, pero por suerte, a mí dejó de dolerme, pasando a ser una simple molestia. A su tiempo, nació Jessy, después de dos días de parto. SIIIIIIII. NO PAREEEEES. ME GUSTAAAAA.

-Pa… Pasé los quince días de recuperación en la cama y una semana más. Después, cuando estaba en el salón del té amamantando a mi Jessy antes de acostarnos, entró él. Venía de pasar dos días en el club de la ciudad, cosa muy habitual en él desde el tercer mes de casados alegando negocios con otros propietarios. Se quedó mirando como mi hija mamaba de mis pechos, y cuando el ama se la llevó, me hizo ir a esperarle en la habitación, donde reanudó las sesiones por detrás y volviendo a aparecer en mi las molestias, pues lo pechos me pesaban y tenía la parte de abajo dolorida, por la herida que me había hecho el parto al ser Jessy muy grande y todavía no estaba cicatrizada. OOOOOOOOHHHHHHHH

-Cuando metió su cosa en mi ano, empezó a resoplar cada vez más fuerte, hasta que cayó agotado a mi lado. Fue la vez que más tiempo estuvo penetrándome mientras yo sufría tremendos dolores y molestias. Empezó a roncar, pero lo sacudí hasta que se despertó y se fue a su habitación. El resto de mi vida fue igual, excepto que cuando dejaba de estar indispuesta, me la metía por delante durante dos o tres días y luego por detrás hasta el mes siguiente. MMMMMMMMMM

-Solamente tenía descanso los días que tenía reuniones en el club, que duraban un par de días, tres a lo sumo. Y así fue hasta que hace algo más de un año fue nombrado gobernador de Port Elizabeth, puesto que aceptó como inicio de la carrera política que pretende llevar. Dejó a su hermano al cargo de nuestra casa y tierras y, cuando estuvo asentado en su nuevo puesto, nos mandó llamar, con el resultado que ya conoces. MMMMMMMMM.

Cuando terminó su historia, me puse a lamer sus pezones, mientras seguía acariciando su vientre y su pubis.

Relato erótico: “MI DON: Ana – Sacando el graduado Cum Laude (26)” (POR SAULILLO77)

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Mi vida no podía ser mejor, habían pasado más de 8 meses desde la mudanza y unos 6 en los que Ana y yo hacíamos vida normal de pareja, estaba subido en una nube constante de alegría, Ana era todo lo que podía haber soñado, o mejor aun, no ya es que fuera una preciosidad de mujer, que lo era, ni que su forma de ser era tan bella como ella, que lo era, ni tan siquiera era que me completara y me hiciera feliz, que lo hacia, incluso el hecho de que fuera una autentica tigresa en la cama que me costaba domar a fuerza de tenerla 3 horas siendo castigada por mi enorme polla, no, es que ahora encima empezaba a disfrutar, la etapa de aprendizaje y adaptación de Ana había acabado, por ahora, me había costado trabajo, dinero, tiempo y paciencia, pero logré convertir a una mujer sexualmente inexperta, tímida, avergonzada e incomoda con su cuerpo y con el acto en si del sexo, una mujer que le daba vergüenza que la vieran besándonos juntos en su día, ahora era una loba insaciable, un femme fatale que se entregaba a mi con devoción casi militar, que no solo tomaba partido y soportaba mi vehemencia, si no que cogía la iniciativa en el sexo, que me pedía y me exigía sacar lo mejor de mi para complacerla y, cogiendo la comparativa anterior, ahora se me subía encima para calentarnos con largas sesiones de besos y caricias en sitios públicos.

Todo ello, siendo genial formar a tu propia amante desde 0, no me hacia ni la mitad de feliz que el hecho de que fuera de aquello, dejando de lado el sexo, éramos la pareja ideal, visto desde fuera debíamos dar asco de lo bien que congeniábamos, juntos o separados, Ana seguía con su candidez e inocencia innata, pero ya era resabida, no solo conmigo, si no que se hizo de ciudad, aprendió, a veces de malas maneras, que el mundo es cruel y la gran ciudad una selva de cemento peligrosa para animales indefensos y confiados, no podía seguir siendo tan buena que parecía tonta, eso en una Universitaria de un pueblo de Granada, en Madrid, se paga caro.

Como ejemplo extenso, os diré que uno de los profesores se fijo en ella, Ana me hablaba de el, de lo bien que la trataba y de cómo la prestaba mas atención aludiendo a su inteligencia superior al resto, de las veces que la llamaba a su despacho o la hacia quedarse después de clases a charlar con ella, la forma en que Ana me lo contaba era tan dulce y amistosa que no le di importancia hasta que un día para darla una sorpresa fui a la Universidad antes de hora a buscarla, como tardaba en salir entre a preguntar por ella y la encontré charlando de pie con aquel profesor, me había enseñado fotos juntos y le reconocía, me acerqué tranquilo pensado que estarían hablando de cualquier cosa relativa a los estudios, pero según me iba acercando mi detector de problemas se encendió, no era por Ana, estaba sonriendo y charlando amigablemente de espaldas a las taquillas con unos libros abrazados en el pecho, jugueteando con mi gargantilla y cruzada de piernas. Era la pose de el, aparte de ser un hombre de unos 35 años, bastante apuesto, alto y bien arreglado, fueron las posturas las que me recordaron algo, estaba apoyado en las taquillas con el brazo ligeramente por encima de Ana, y con una mano en el bolsillo, la postura me sonaba, Eli me explico en su ida en mis entrenamientos con ella, que el lenguaje corporal del hombre es mil veces mas sencillo que el de la mujer, estaba oxidado, pero recordaba las lecciones, el lenguaje inconsciente del cuerpo, como Ana, al cruzarse de piernas indica que no esta dispuesta o que no le gusta o quiere lo que se le propone, con los libros como barrera natural y cogiendo nuestro amuleto de amor entre los dedos, no podía ser mas elocuente y contundente en su negativa, aun siendo inconsciente. Mientras que la pose de un hombre al acecho suele ser esa, pegarse lo mas posible y cubrirla o rodearla con los brazos para hacerla sentir segura, dejando que el torso se acerqué lo suficiente para dejar que la colonia haga su efecto, y la mano en el bolsillo del pantalón es una simple flecha, le indica donde mirar a su presa. Ese tío iba detrás de Ana, no necesitaba mas para saberlo, hasta llegó a apretarla de un brazo y quitarle un pelo del hombro, pero me quise cerciorar. Si estaba siendo cortés o solo estaba siendo amable, en cuanto me viera y me presentara, el tío me saludaría cordial sin mas, sin cambiar la pose, o sin sobresaltos, así que me acerqué despacio para que Ana me viera antes que el, justo cuando estaba llegando, la mirada de Ana se iluminó ante la sorpresa, obligando al profesor a mirarme sin cambiar la pose, al verme echó su cabeza algo hacia atrás, lo habitual cuando la gente veía mi corpulencia, pero sin variar la pose.

-ANA: ¡¡¡hola amor!!! ¿Que haces aquí? – no la di tiempo a que se moviera y la di un suave beso.

-YO: nada, quería darte una sorpresa, así te recojo y nos vamos a tomar algo.- el profesor dio un salto y se cuadró como un hombre del ejercito ante su general, su cuerpo se tensaba.

-ANA: ah, este el profesor del que te hable, Pablo, este es mi novio, Raúl.- la pobre era tan educada y buena que no se percató de lo que sucedía, lancé mi mano firme para saludarle y el respondió cortésmente con un fuerte apretón de manos saludado.

-PABLO: ah hola, encantado, me han hablado muy bien de ti.- me miró a los ojos y de la forma en que nos miramos los tíos, supo que me había dado cuenta. Apreté mi mano con fuerza como me gustaba hacer, pero esta vez era una demostración de fuerza animal para dejar claras las cosas, el era alto, pero yo más.

-YO: pues no se quien – hice la broma pera destentar la situación un poco, o para que no se notara tanto, mientras rodeaba a Ana con mi brazo, rieron, Ana de broma, conociéndome, el siguiendo la farsa que los 2 sabíamos que era.

-ANA: pues nada, Pablo, mañana hablamos de lo del fin de semana.

-PABLO: esto…si claro, piénsalo, puede ser importante para ti.- por fin solté su mano, y sin mirar a Ana se despidió saliendo casi huyendo de allí, Ana se me abrazó y me dio otro tierno beso, pero notó que mi mirada se clavó en la espalda de aquel hombre.

-ANA: ¿que te pasa?

-YO: nada, es solo que……… bah da igual, ¿vamos?

-ANA: vale- sonrió de nuevo con su inocencia intacta y se agarró de mi brazo, casi presumiendo de compañía por el pasillo hasta la salida.

Como ya apretaba el calor, y la gasolina esta cara, fui con la scooter, y nos llevé a un parque con una heladería que a ella le encantaba, para echar allí unas horas tirados en el césped, quería ser como siempre, pero si cuando soy feliz me gusta extrapolarlo físicamente, cuando algo me preocupa se me nota en la cara.

-ANA: amor, ¿que te pasa? estas muy raro.

-YO: nada, es solo que……….me he fijado en algo y no me ha gustado.- se quedó petrificada, era la 1º vez que me veía así, y que la comentaba algo que no me había gustado, si, de forma casi imposible, la relación había sido así de idílica.

-ANA: dime.

-YO: veras, no quiero que pienses mal ni nada, pero ese profesor, Pablo, me parece que te tiene enfilada.- se quedó tan quieta como estaba.

-ANA: ¿Pablo?, que va hombre, ¿como piensas eso?

-YO: por como os he visto en el pasillo, mas bien como le he visto a el.

-ANA: no seas bobo, es solo un profesor que le caigo bien.- mi cara era tal que se percató de que iba en serio, se sentó mas cerca de mi, me agarró la cara y me hizo mirarla a los ojos.- me crees ¿verdad?, yo no te haría eso- la sujeté una mano suavizando mi mirada

-YO: no es por ti peque, pero eres demasiado buena, su pose y como se ha puesto al verme y decirle que era tu novio, ese tío va detrás de ti.

-ANA: pero no te pongas celoso, es solo que se ha sorprendido al verte, si es que eres muy grande jajaja solo me deja ayudarle con trabajos y exposiciones- quería rebajar la tensión con su dulzura, me dio un beso tierno que no respondí.

-YO: no son celos…..o si, pero no son imaginaciones mías- esta vez fui yo quien la sujetó la barbilla para mirarla a los ojos firmemente- sabes que te quiero, y que no haría nada en tu perjuicio, no es que quiera que no estés cerca de el y por eso quiera estropear tu posición en la Universidad, hasta ahora no me ha importado, ya lo sabes, pero hazme caso, en cuanto le he visto, lo he sabido, créeme, soy tío y sabes que tengo mas en la cabeza que pájaros, se de lo que hablo.

-ANA: esta bien, te creo, pero aunque fuera cierto, no pasara nada, yo te quiero a ti, confía en mi.

-YO: lo hago, de quien no me fío es de Pablo, veras, ¿que es eso del fin de semana?- me miró riendo ansiosa por contarmelo, pero luego dándose cuenta de algo.

-ANA: bueno, en principio……… me pidió que le ayudara con una tesis que estaba haciendo, y como la quiere acabar antes de los exámenes, me pidió que le ayudara este fin de semana.- sus ojos y gestos denotaban cierta tristeza, se había dado cuenta de algo gracias a mis palabras, pero no lo quería admitir.

-YO: y déjame adivinar, será en su casa………- Ana asintió echándose las manos a la cara.

-ANA: si, de hecho me quiere invitar a cenar y asi trabajar hasta tarde, dios, ¿no creerás que………? no, no me lo creo.

-YO: mira, ni tu ni yo somos tontos, el tío lleva semanas trabajándote hasta que te ha convencido que te necesita, y quiere que le ayudes por que sin ti no puede acavar una tesis quedando en su casa, para quedarte a cenar y trabajar hasta tarde……….es de guión de película de serie b.

-ANA: joder, pero no puede ser, me ha enseñado su trabajo, le he ayudado, me ha hecho caso en mis ideas, es demasiado elaborado como para que sea una trampa.

-YO: no lo se, tu eres mas inteligente que yo, quizá lo tenga preparado o quizá sean imaginaciones mías, no lo se, solo quiero que sepas que ese tío me da mala espina, si alguien es capaz de reconocer a un cazador, es otro cazador.

-ANA: ¿y que hago?, he trabajado duro en su tesis, si sale a la luz me ha dicho que la publicara con mi nombre como junto al suyo, es una buena oportunidad de hacerme un nombre.

-YO: por eso no quiero que pierdas la oportunidad, pero ese tal Pablo se quiere meter entre tus piernas, y no me gusta.

La tardé paso algo mas animada, ahora que estaba hablado, olvidé un poco el tema con la promesa de que Ana tendría cuidado y preguntaría por ahí sobre Pablo.(Aquí hago un inciso, es lo mas difícil del mundo, pero en estos momentos aprendí, aunque no asimilé, la base de una relaciono sana entre pareja, los hombres se hartan de decir que las mujeres son complicadas y no las entendemos, las mujeres que somos simples y brutos, en el fondo, lo que pasa es que no se habla, se quiere que el otro adiviné lo que quieres, y eso es un fallo de base, una mujer se enfada contigo y no sabes por que, al preguntarle solo estas afirmando que no has entendido la ofensa y en vez de tratar de averiguarlo por ti mismo y solucionarlo, demostrando que la importas, vas y se lo preguntas como un tonto, eso las cabrea aun mas, o el cambio, un hombre quiere algo y lo dice o hace sin mas, dando por sentado que a ella también le gustará sin preguntar, cosas así. La confianza puede ser muy traicionera en una pareja, no siempre vas a saber que quiere el otro si no lo preguntas y no siempre van a darte justo lo que necesitas sin decirlo, por lo tanto solo queda hablar del tema, entender y ponerte en los pies del otro, pero sin adivinaciones, eso es imposible y jugártela siempre a que conoces a alguien mejor que ella misma, en este caso me viene a la cabeza por que Ana quería seguir con su tesis pese a mis insinuaciones, y yo no quería que ella siguiera pese a saber que era lo que ella quería, solo dios sabe que hubiera pasado si no lo hablamos.)

Los días pasaron y Ana me comentó que Pablo tenia cierta fama en la Universidad, las nuevas amigas y Alicia la ayudaron a descubrir que varias alumnas con el paso de los años habían tenido sus líos con el, o eso se rumoreaba, llegaron a contactar con una mujer ya de unos 24 años que les dijo que le había denunciado por acoso e intento de violación, pero que al final entre el juez y la Universidad enterraron aquello como un malentendido. Ana se mostraba retraída, no quería comentármelo, pero no tenia mas remedio, estaba empezando a preocuparse, y yo ni os quiero contar, no se lo ordené por que no podía, pero le dejé claro que ni loco la iba a dejar meterse en la casa de aquel tipo, ella le exculpaba diciendo que solo eran rumores, que otros profesores los tenían igual y que no me preocupara tanto, pero veía como sus ojos no estaban tan convencidos, la pobre estaba tan ilusionada con aquella tesis y con las promesas de recomendaciones y grandes trabajos que le podían suponer en un futuro, que no quería ver nada mas. Llegó el viernes y la fui a recoger, quería hablar con ella, al salir me vio y se acercó segura pero preocupada, no se le notaba pero iba vestida de la forma menos sexi que podía, con unos pantalones anchos, un blusa de lana gorda que el cubría desde el cuello hasta las piernas, y unas botas planas, no era su forma de vestir habitual, no quería provocar nada.

-YO: hola amor, ¿como vas?- me abrazó y me besó saludándome, me di cuenta de que ni olía a coco, su cuerpo, su pelo, todo, estaba casi estudiado para no generar reacción sexual alguna.

-ANA: bien, preparada para esa tesis jejeje, tengo 1 hora para comer, quiere tenerlo todo preparado en casa para cuando llegue, ¿que haces por aquí?, ya te dije que iría en bus a casa de Pablo.

-YO. Por que ni loco te voy a dejar ir sola, te llevó.- me dedico una de sus amplias sonrisas y me besó de nuevo.

Creyendo que era un gesto de aceptación y de confianza hacia ella, y lo era, no quería estropear una oportunidad única ni que pensara que no confiaba en ella, pero mi 1º objetivo era saber donde vivía ese tío, me dio una dirección y allí fuimos, aparqué en la calle comiendo algo en un bar cercano, y me quedé charlando con Ana antes de que subiera, la regalé un bolígrafo y todo para que lo tuviera a mano.

-ANA: eres un sol, gracias por entenderme.

-YO: confío en ti, eso es todo, ¿cuando acabareis? Así te llevo a casa- me besó de nuevo feliz como una princesa.

-ANA: pues puedes pasar a recogerme luego, ¿te llamo para que vengas? Es que no se a que hora será, lo mismo me vuelvo en bus.

-YO: tranquila, no hará falta, me voy a quedar aquí.- me miró sorprendida.

-ANA: pero que dices bobo, si son las 4 de la tarde, lo mismo salgo a la 1 o 2 de la mañana.

-YO: pues las voy a pasar aquí.- mis palabras no eran sugerencias ni ideas, eran aclaraciones.

-ANA: que no va a pasar nada……….- ni la dejé terminar.

-YO: exacto, ya me encargaré yo de que no pase nada, tu dime el piso, subes y trabajas, de vez en cuando me mandas un mensaje diciéndome que todo va bien y listo, cuando acabes te llevo a casa.

-ANA: pero no vas a estar aquí 5, 6 o 10 horas sin que al final pase nada.

-YO: lo que no va a ocurrir es que pase algo y no este aquí, si se le ocurre cualquier cosa, te vas, te disculpas por que te encuentras mal y sales de allí.

-ANA: vale, es el piso 5º B, pero me da cosa que te quedes aquí solo….- ponía sus morritos de cría de 6 años.

-YO: por mi no te preocupes, así que ve subiendo y dale recuerdos de mi parte.- trató de convencerme, pero no había argumento posible.

La di la vuelta y la di un azote para que fuera andando, su mirada era de pesadumbre por mi, por que estaba convencida de que iba a ser una perdida de tiempo que estuviera allí, hasta yo pensé que podía serlo, pero era demasiado lo que me jugaba si acertaba, valía la pena estar el resto de mi vida en esa calle, solo para asegurarme que Ana estaba bien. La 1º hora paso sin noticias, luego Ana me mandó un mensaje tranquilizador, estaban trabajando en la tesis, muy ilusionada, con caritas sonrientes y de mas, al igual que las siguientes 3 horas, de vez en cuando me mandaba un mensaje de las mismas características, pidiéndome que me fuera a casa a descansar, empecé a pensar que me había equivocado con aquel tío, ¿estaba oxidado o serian celos quizá?, pero estaba firme en mi posición, aunque no pasara nada, iba a estar allí, prefería quedar como un autentico imbécil tarado antes de que pasara nada. Por suerte, o pura estadística, había una tienda de chinos, de alimentación, refrescos y patatas, cosas así, de vez en cuando iba al bar a mear y charlaba con alguien por teléfono sentado en el bordillo de la acera. Se fue acercando la hora de cenar, y pasaron unas 2 horas sin noticias, al final me mandó un mensaje, diciendo que estaban muy concentrados y que Pablo estaba encantado con ella, que la tesis se escribía sola y que iban a tomarse un descanso para cenar, iban a pedir pizza, eso me dio una idea, esperé a que llegara el repartidor y al abrir la puerta me colé en el portal, con un papel de propaganda, que doblé 5 veces, lo puse en el marco de la puerta en la cerradura, de forma que la puerta no se cerraba del todo, era un ligero truco que me enseñó mi padre, me sentía como un espía y repasaba en mi cabeza cada escenario posible, imaginando peleas al estilo asiático y todo, mi imaginación y el aburrimiento durante horas hacia su mundo aparte, y ahora me sentía mas seguro sabiendo que tenia acceso a la casa, Pablo sabia donde vivía, pero no subí, me salí a seguir trasteando con un brick pequeño de batido de chocolate vacío, que se había convertido en mi mejor amigo en la espera.

Al poco, Ana me mandaba mensajes muy seguidos, paso de picarme por lo rica que estaba al pizza, pasando por decir que Pablo no paraba de llenarla la copa de vino, y de beber, hasta que me tensó con un mensaje diciendo que estaba empezando a ponerse nerviosa por que Pablo le quería quitar el móvil y estaba muy sobón con la bebida. Estaba nervioso, dando vueltas en la calle, mandándola mensajes sobre si estaba bien o que ocurría, pero no contestaba, eso era lo peor que podía pasarme, estuve a nada varias veces de subir pero podía meter la pata, por fin recibí un mensaje de Ana, “sube0”, no hacia falta mas para ponerme a correr, sumándole, Ana era impecable a la hora de escribir, incluso en los mensajes, ese 0 mal puesto, la 1º sin mayúsculas y que no terminara con un punto……….. no había tenido tiempo y calma para escribirlo. Os podéis imaginar mi reacción, avasallé el portal con el hombro sabiendo del papel de la cerradura, y estoy seguro de que aunque hubiera estado cerrada no me hubiera detenido, el golpe que dio contra la pared fue bestial, ni miré el ascensor, subí por las escaleras de 4 en 4, acelerando el ritmo al oír y ver algo de jaleo por encima de mi, pasado por el 3º reconocí la voz de Ana pidiendo que la soltara, el ultimo piso lo subí casi sin tocar las escaleras, dispuesto a echar la puerta abajo, me hubiera dado igual que fuera reforzada o blindada, hubiera hecho un agujero en la pared a cabezazos, por suerte antes de llegar vi a Ana en el rellano con la puerta del piso abierta, tratando de soltarse de Pablo que la tenia agarrada de un brazo.

-ANA: ¡¡suéltame Pablo, por favor!! ¡¡Me tengo que ir!!.

-PABLO: no seas así, lo siento, no quería ofenderte, no te vayas enfadada, pasa y………..- no le di tiempo a mas, me vio de refilón y su mirada al verme subir los últimos 5 escalones de un salto fue de horror, aquella mole iba a por el, y lo sabia, soltó a Ana pero no evitó que mi puño en caída le reventara la cara con tal fuerza por mi inercia e ira, que se estampó contra la pared , haciéndole rebotar, cayendo de espaldas en el marco de la puerta abierta de su casa.

-YO: ¡¡¡que haces maldito carbón!!!- me fui a por el en el suelo, le agarré de la camiseta dispuesto a matarlo, pero me pararon varias cosas.

La 1º fue mi educación en artes marciales, pegar a un tío en el suelo era de cobardes, la 2º era que Pablo estaba inconsciente ya, sangrando por una brecha en la ceja, la 3º fue que Ana me sujetó del brazo tirando de mi, todo ello, y quizá algo de conciencia me llevó a rebajar mi enfado poco a poco, aquel mierda no sabia la suerte que tenia de haberse desmayado a la primera, de hecho creo que, ahora, visto con el tiempo, el que tuve suerte fui yo, si no, lo mismo os estaría escribiendo esto desde la cárcel, si me llega a responder mal o a intentar devolver algún golpe no se que hubiera pasado.

-ANA: ya esta, déjalo, vámonos – la pobre sollozaba, queriendo contenerme, mas asustada y nerviosa de lo que parecia. Tragué saliba y con ella recuperé mi cordura.

-YO: ¿tienes tus cosas?

-ANA: si, todo, vámonos.- imploraba.

-YO: ¿y el bolígrafo que te he dado?

-ANA: esta dentro, déjalo, da igual, vámonos por favor.- solté el cuerpo semi inerte de Pablo, sujeté a Ana por los brazos acariciando su pelo, dejándola ver que ya habia pasado, que ya no era un volcán a punto de estallar, tranquilizándola.

-YO: entra y cógelo.- asintió secándose unas lágrimas que me dolían en el alma.

Me quedé mirando como Pablo volvía un poco en si, debatiéndome, entre querer rematarlo y alegrarme por que se movía y no lo había matado, Ana salió del piso enseñándome el bolígrafo y cogiéndome de la mano tiró de mi para bajar las escaleras, al llegar abajo, a la calle, quiso salir corriendo de allí, pero la abracé y la dejé que se tranquilizara, rompió a llorar desgarrándome por dentro, pero poco a poco mis fuertes latidos y mi respiración se calmaron, y su cabeza pegada a mi pecho fue asimilando y copiando aquello, hasta que normalizó y dejó de llorar.

-ANA: vámonos, por dios, no quiero seguir aquí, soy estúpida y tonta, soy una imbécil, mira que me lo dijiste, pero no, tengo que ser la tonta que todo se lo cree.

-YO: tranquila, no pasa nada, no has hecho nada malo, la culpa es de el, no tuya.

-ANA: no, es mía, no tenia que haberle creído, me lo dijiste.

-YO: tu tranquila, deja que me ocupe de todo, tu solo respira y sigue mi ritmo, respira profundo y suelta el aire, venga, conmigo, 1 y 2, 1 y 2- se fue calmando poco a poco, cuando se estabilizó, cogí el móvil, y llame a la policía.

-ANA: ¿que haces?

-YO: voy a denunciar y hacer que arresten a ese desgraciado.- casi echa a llorar de nuevo.

-ANA: no por dios, no hagas eso, se enteraran en la Universidad.

-YO: Ana, ese tío ha intentado forzarte o acostarse contigo, es tu profesor y no puede hacer eso, a saber con cuantas lo ha intentado ya, no volverá a pasar.- intentó convencerme pero de nuevo, no había opciones.

Hablé con la policía, era necesario, tenían que ser así, la 1º versión es la que cuenta y no dejaría que fuera la de el o la de algún vecino diciendo que yo agredí antes, al llegar, les explicamos lo ocurrido a la policía, nos tomaron declaración y subieron a buscar a Pablo, tuvieron que llamar a una ambulancia, seguía en el rellano sangrando, arrastrándose desorientado, paso 1 hora hasta que pudieron hablar con el después de que los médicos le atendieran y le bajaran a la ambulancia, le tuvieron que dar 9 puntos en la ceja, tenia una ligera contusión en el pómulo y un golpe en la cabeza del rebote en la pared, no se que les dijo pero volvieron, diciendo que me acusaba de haberle agredido sin motivo por celos, era su palabra contra la nuestra y el era un profesor reputado y nosotros 2 críos, casi me acusaban y me querían llevar a interrogar a comisaria. Pero era perro viejo, tenia 19 años pero no era ningún tonto, le pedí a Ana el bolígrafo, sollozaba viendo que podía salir mal todo aquello para nosotros, me lo dio, lo abrí y saque de dentro una grabadora espía, lo había comprado hacia unos días, con mas de 12 horas de grabación, lo activé antes de dárselo a Ana para que subiera, era la leche, solo si lo girabas de cierta manera se descubría y hacia copia automática en un pc que enlazaras, hasta escribía de verdad. Rebobiné unos minutos, y se lo puse a la policía, que lo escuchó durante media hora, delante de nosotros, Ana me miró entre sorprendida, agradecida y furiosa. Se oía perfectamente como Pablo iba pasándose y Ana le rechazaba, queriendo volver al trabajo, pero Pablo insistía pese a que Ana le decía que tenía novio y que dejara de tontear, en un momento, el vino de la comida entró en acción, Pablo la decía que le daba igual y que si estaba allí era por que era una golfa, afectado por el alcohol, decía que sabia que Ana en realidad quería liarse con el, que no podía ser tan tonta de creer que la tesis era real, era un copia pega de sus alumnos del año pasado, que un gran profesor como el no necesitaría la ayuda de una niñata de 1º año tan guapa como ella, Ana comenzó a llorar en mis brazos, rememorando aquello. Se oyó en la cinta como se echaba encima de Ana y esta le daba un bofetón queriendo salir de la casa, oyéndose como forcejeaban, con Ana gritando mi nombre con miedo, oír el proceso y los gimoteos de Ana, que me abrazaba fuerte, me iba cabreando mas, cuando le vi que salía de la ambulancia, sonriente charlando con un medico, me fui a por el de cabeza, dispuesto a matarlo sin piedad esta vez, me tuvieron que parar, a duras penas, entre 4 policías, ni ver como arrestaban a Pablo me tranquilizó, no le gritaba, no hacia movimientos bruscos, no amenazaba, solo le miraba a la cara con odio puro, no era un numero, quería su puta cabeza para desayunar, y la cara de Pablo demostraba que lo sabia. Solo ver a Ana pidiéndome calma entre tanto policía, tapada con una manta, con su cara abrumada y sus dulces ojos llenos de tristeza, me devolvió a mi ser, de nuevo me vi como en el ascensor en la mudanza, siendo la bestia que solo ella podía calmar.

Al final, nos fuimos a casa, le pedí a Alicia que cuidara de Ana unos días, para alejarla de todo aquello, estaba tan tensa y asustada que no pude ni tocarla en 1 semana, mientras que con el Padre de Teo, que era abogado, nos ayudó a tramitar la denuncia, quisimos ir a juicio, montar un escándalo que saliera en las noticias, pero de nuevo la Universidad medio con el juez, no se llegó a juicio, logramos que echaran a Pablo, o como lo llamaron “rescisión de contrato de mutuo acuerdo”, ocultando a la luz publica todo, incluyendo que lo inhabilitaron para la enseñanza, quedó con antecedentes de por vida y unas horas de trabajos sociales, ¿justicia?, eso fue una broma, justicia hubiera sido que me dejaran a solas con el 5 minutos en una habitación sin ventanas. A mi pobre ángel, Ana, le gustó más esa resolución, pese a los rumores, una vez mas, todo quedó en eso y así Ana pudo seguir con su vida en la Universidad sin verse señalada.

Se que no tiene nada que ver con un relato erótico, pero es una experiencia vital para entender el cambio de mentalidad de Ana, mas que un ejemplo, fue la lanzadera del cambio en algunas cosas del carácter de Ana, desde ese día se volvió mas espabilada y lista, era infinitamente mas inteligente que yo, pero se dio cuenta de que en la escuela de la calle, yo la sacaba mucha ventaja, una cosa es ser listo y otra inteligente, y ella aprendió a ser ambas cosas, seguía siendo dulce y cariñosa, pero ese punto de candidez que rozaba la estupidez, desapareció, no se lo podía permitir en una gran ciudad siendo tan bella. Ahora toreaba a los tíos que la entraban, se percató de que muchos de sus nuevos amigos iban detrás de ella, incluso mal metiendo contra mi, yo la daba algunas indicaciones básicas, ahora le parecía increíble no darse cuenta de determinados roces o conversaciones con ellos, somos hombres, se nos nota rápido cuando una mujer nos atrae, sobretodo si esta ya no piensa que todos los tíos somos así de buenos y amables sin esperar nada a cambio. La transformación real fue con sus nuevas amigas, había hecho muchas, pero a la hora de la verdad, cuando surgió lo de Pablo, muchas le dieron la espalda, o hasta se pusieron en su contra con los rumores, Ana se podía convertir en una abeja reina, tenia el físico y la inteligencia para ello, y el resto de abejas no lo podían permitir, se tuvo que hacer mas fuerte, mas contundente en sus respuestas, o al menos ahora las respondía. O de otras muchas que la metían en el grupo de turno solo para usarla de mascota social, ese enjambre que es una Universidad, lleno de chavales que se creen el centro del mundo. A mis ojos ese cambio fue bueno, ahora era capaz de defenderse sola en la cruda realidad, te puede gustar ser el caballero blanco de una dama en apuros, pero tener a tu lado a una mujer fuerte y segura no tiene comparación. Su grupo de amigos se redujo bastante, pero eran de verdad.

Empecemos con el sexo.

Según fue pasando el final del curso, Ana y yo nos volvimos unos amantes de 1º nivel, verla vestida de primavera y verano era un provocación constante, faldas, mini faldas, shorts, blusas vaporosas, tirantes de top ceñido, hombros o espalda o vientre, al aire, o todo a la vez. Siendo de Granada no lo pasaba tan mal con el calor que iba ganando terreno al frío, y se fue haciendo a la moda de Madrid, esa tan bella en que cuanto mas enseñes, sin parecer una puta barata, mas mona vas. Eso provocaba que salir con ella fuera un tormento, podía estar 2 horas follándomela sin parar a gran velocidad, ducharnos, salir a pasear y de ver como iba vestida, las caricias y los roces, ir empalmado toda la puta tarde, llegar a casa y volver a tirármela sin compasión alguna, ya apenas jugaba con la pobre Lara, que se vio obligada a pendonear con varios tíos y desistir de mi, no tenia tiempo material para ella, pero no le resultaba difícil con aquellas tetas que ahora sabia aprovechar tan bien, incluso creo que se lió con Manu, el otro compañero de piso, pero era tan reservado en sus cosas que no lo tengo claro.

Eso si, podría pasarme 1, 2 o 3 capítulos contando como Ana evolucionó hasta convertirse en mi nueva Leona, fue mejorando a pasos agigantados, el ritual era el mismo casi siempre, sexo oral hasta que me corriera y se tragara mi semen, eso era inamovible, a veces yo le correspondía con masturbaciones o comidas de coño, a la vez o posteriormente, pero en cuanto sentía mi simiente en su garganta, pasaba a montarme, la dejaba llevar las riendas hasta que no aguantaba mas, y cada vez era antes, ella disfrutaba al ver como su forma de moverse me excitaba tanto como para no poder sujetarme mas, tomando el mando, allí ella ya no solo soportaba, respondía a mis acometidas como bien podía, y cada vez era mas tiempo. Sus caderas se movían sin parar, no solo recibía, actuaba en consecuencia, daba igual cuantas veces se corriera y cuantas veces me bañara, gritaba alguna obscenidad y seguía pidiendo mas. Probábamos todas las posturas posibles, tumbados, de pie, sentados o en el suelo, la que mas me gustaba era dejándola contra la pared colgada en el aire por mis brazos y amartillarla de cara, mientras me rodeaba con los las piernas, hasta que me corría por 2º vez, normalmente era mas o menos hora y media, dependiendo de cómo Ana reaccionara o se comportara. Si ya estabamos satisfechos, parábamos allí, pero Ana quería mas, con el paso de las semanas su capacidad aumentaba, y yo no podía negarme, de vez en cuando pedía un 3º round, ya se encargaba ella de ponérmela dura de nuevo, entonces era cuando sus ojos brillaban de lujuria, se tumbaba de lado, como cuando dormíamos, me colocaba detrás y le penetraba lentamente desde esa poción, agarrándola fuertemente, y masacrándola lo mejor que sabia, era en este punto en el que ella, poseída por el ritmo frenético de mi falo en su coño incidiendo directamente en su punto G, abriéndola por la mitad, me pedía que sacara a la bestia, la había hablado de ella, y de Zeus pero el no importaba, estaba bien oculto, solo la bestia, clamaba entre gritos y gimoteos que la llamara, y aunque me daba miedo, si quería seguir “entrenándola”, debía acudir a ella, sus ansias por avanzar, y las mías de comprobar hasta donde podíamos llegar, me exigían invocarla.

Con sus nuevas habilidades disfrutamos del inicio del verano y del fin de la Universidad, Ana había sacado la 3º mejor nota de su promoción, le costó dejarme de lado las ultimas semanas por los exámenes, lo celebramos sin salir de la habitación durante una semana, me la había pedido de vacaciones en el trabajo para salir de Madrid con ella e ir a la playa o algo, pero fue acabar las clases, llegar a casa y le dieron por el culo a todo, disfrutamos como gorrinos en barro cada segundo de esa semana, hicimos lo que nos dio la gana el uno con el otro, apenas salimos a beber o comer algo, algunas horas nos quedamos tumbados de cara mirándonos sonriendo, sin tocarnos ni hablar, solo gozando del momento, o que pasáramos 10 horas durmiendo, descansando sin mas, para luego volver a follar durante horas. En uno de esos días, no recuerdo muy bien cual la verdad, nos pasamos de la raya, normalmente cuando Ana pedía el 3º round, eso la mataba durante al menos una hora, no podía ni moverse entre espasmos y temblores, pero esa semana fue un curso acelerado, y ese día según terminamos la 3º ronda, fue Ana la que me saco el semen a mi, y no yo matándola, sus caderas fueron las que hicieron la fuerza, no se si estaba cansado o que ella había mejorado tanto que podía hacerlo, pero cuando eyaculé, ella quedó a medias de su ronda de orgasmos, masturbándose de forma desenfrenada en pleno acto por que no podía seguir percudiendo, se volvía grosera en ese estado de excitación.

-ANA: no me vas a dejar así, ¿no?

-YO: joder Ana, no puedo mas, me acabo de correr, dame un rato.

-ANA: carbón, yo estoy caliente ahora.

-YO: anda, ponte encima y te como tu precioso coño.

-ANA: no, quiero que me folles, esto no se me pasa con unos lengüetazos, necesito tu polla partiéndome por dentro.- se giró echándoseme encima masturbándome mientras su boca se mezclaba con la mía y su lengua, ahora experta, me hacia repasar su cuerpo ardiente con mis manos.

-YO: ya seria la 4º seguida, no puedo mas.- mi cuerpo me traicionaba, mi verga se ponía dura de nuevo ante sus caricias.

-ANA: si puedes, si ……ya sabes…traes a tu amigo.

-YO: ¿quien?, ¿Zeus y la bestia?- sonrió juguetona asintiendo mientras mordisqueaba mi mentón- no, no puedo, no contigo, no hasta que sepa que estas preparada.

-ANA: ¿y que mas preparada puedo estar? Estoy encima tuya, ardiente de deseo, poniéndotela dura y pidiéndote que me abras el coño por 3 vez y saques al animal que se que llevas meses enjaulando, no es un calentón, estoy preparada.- su mirada era segura, pero mi pánico, al conocerme, era mayor.

-YO: no lo se, quizá sea así, pero una cosa es que ahora puedas y otra que cuando empiece seas capaz de acabarlo, si los saco de su agujero no pararé, te quiero con locura, pero aunque te vea llorando y gritando que pare, aunque te desvanezcas, Zeus no tiene compasión, y seria la 4º corrida, puedo estar casi 2 horas con la bestia, o al menos podía antes, no eres capaz de aguantar eso.- mis palabras mas que argumentos en contra, lo eran a favor, de hecho Ana ya se había empalado con mi barra candente que estaba ya a reventar, y me estaba follando casi sin mi permiso.

-ANA: solo hay una forma de saberlo- sus giros de caderas me estaban llevando al cielo, con su larga cabellera húmeda del sudor cayendo por uno de sus hombros.- quizá conmigo si seas capaz de pararte.

-YO: no, para, no con Zeus, no hay piedad.

-ANA: ¿y si solo sacas a la bestia, y no a Zeus?- me asombraba, no tanto ya, que su conversación fuera tan lógica teniendo en cuenta que se estaba follando una polla enorme tan tranquilamente.

Pero sus palabras me abrieron los ojos, siempre que había sacado a la bestia, fue por que Zeus lo demandaba, estaba en plena vorágine depravaba por aquel entonces, y encerrando a Zeus, pensé que la bestia se iba con el, pero nunca me había planteado, ¿y si Raúl, y no Zeus, era quien la traía? ¿Podía acaso? ¿Solo era una 7º velocidad que cualquiera podía meter? ¿o solo la arrogancia y violencia de Zeus podía elevarme hasta ese nivel?, eran dudas importantes, por que Ana ya se estaba corriendo sobre mi, pero seguía siendo empalada de forma criminal por ella misma y llegaba al punto de tomar yo el control y si eso pasaba sin tenerlo claro, podía arruinar todo lo trabajado con Ana.

-YO: esta bien, pero júrame que no cambiará nada si no soy capaz de parar.

-ANA: te lo juro, pero destrózame de una vez, carbón de mierda.- se recostó sobre mí besándome de forma ofensiva, casi provocándome con sus movimientos pélvicos, era una acusación a mi hombría.

Fue como activar un motor a reacción, agarré de sus nalgas separándolas bien y fijándola en la posición, planté los pies con firmeza y comencé a ser yo quien la penetraba, lentamente, sacándola entera y metiéndola de nuevo, cada vez era mas rápido, poco a poco volvió a un estado de excitación que la provocó algún orgasmo leve, la espera la estaba matando mas que si hubiera empezado de golpe, pero no tardó en notar la diferencia a los 5 minutos. Ya no era fácil verla con los ojos abiertos por sorpresa, estaba muy bien acostumbrada ya a mi polla y mis ritmos rápidos, pero irregulares, ahora estaba siendo la bestia, claramente, o volviendo a serla. Como os dije, la bestia no es nada misterioso, no es que ahora se la metiera mas, no era posible, ni que la abriera mas el coño, otro imposible , era el ritmo, ese que pones cuando te pones a 100 con tu pareja, que algunos aguantan 1, 2 o 5 minutos, yo ya iba por 10, a esa velocidad no aprecias los matices, solo veía a Ana moverse incomoda, buscando apoyos en mi pecho, la cama o la pared, sin encontrar consuelo, con orgasmos intensos cada minuto que terminaban en fuente, normalmente ella cuando se venia de esa forma, salía de mi y cuando se le pasaba se volvía a meter mi polla, pero la bestia no daba esa opción, seguí masacrándola hasta que sus ojos se pusieron en blanco y se desvaneció encima mía a los 15 minutos de haber comenzado con la bestia en serio, solo balbuceaba algunas palabras sueltas mientras movía los brazos de forma incoherente, tenia que parar aquello, el problema es que no era capaz, mi mente lo pedía, exigía y ordenaba, pero mi pelvis iba en automático. Tardé como 1 minuto mas en pausar un poco, el tsunami de sensaciones al recobrar a aquel animal salvaje e indómito, me obligaba a seguir, pero no hay mayor fuerza que el amor, fugazmente se me paso por la cabeza la imagen de Madamme, aquella diosa de las calles experta en pollas grandes en sus mejores épocas de puta de lujo, que apenas probó 30 minutos de aquello, y se convirtió en mi esclava particular, Ana en 15 minutos ya estaba ida y si seguía podía ocurrir lo mismo, y no lo queria. Así que la saqué de Ana en uno de los gestos, haciendo brotar un manantial del interior, semen, fluidos y hasta puede que orina, soltó varios chorros largos, y alguno mas corto hasta que su cadera dejo de palpitar, mientras mi polla seguía moviéndose masturbándose con los muslos de Ana, tenia que correrme o corría serio peligro de volver a penetrarla, todo mi ser me lo exigía, pero apretando mi polla entre sus nalgas haciendo presión con mis manos me hice una paja follándome la raja de su trasero, no era la bestia pero si con un ritmo que me saco la 4º corrida a los 10 minutos, en los que Ana había vuelto un poco en si y hasta me besaba. Me vine de tal forma que los chorros de semen salían despedidos al aire y cían en las nalgas y los riñones de ella.

Yo sonreía de forma tonta, había ganado la batalla a la bestia, a duras penas, si, pero había logrado no seguir matando el cuerpo inerte de Ana, Zeus lo hubiera hecho, y ahora estaría de camino al 5º, y el muy animal seguramente aprovechando su inconsciencia la estrenaría el ano ahora que no podía negarse. Pero yo no, y pese a ser difícil había demostrado que podía con ella. Ana estaba recuperándose sin poder levantarse de mi pecho, al soltarla las nalgas y dejar su cuerpo suelto es cuando aprecié que temblaba como una hoja, pero reía y jugaba con mi barbilla, y se agarraba de forma casi hipnótica la gargantilla que le regalé, como si fuera una cadena que le ataba a la realidad, seguía siendo ella, me tranquilizó, la desmonté suavemente dejándola tumbada de cara a mi, durante un rato, hasta que su cuerpo dejo de temblar.

-YO: ¿estas bien?

-ANA: por 1º vez, me alegro de que lo preguntes, esta vez si me has sobrepasado, de verdad creía que estaba lista, pero no, esa puta bestia es imposible, me he perdido, no sabia donde estaba, si no llegas a parar me muero aquí mismo.

-YO: te lo dije, y apenas han sido 15 minutos.

-ANA: ¿tan poco? ¡¡¡Pero si me ha parecido una eternidad!!! Solo quería que parara, pero…. no deseaba que lo hicieras, jajajaja ha sido maravilloso, ¿y tu como te sientes?- me perturbó la pregunta, hasta ahora ninguna de mis amantes se había interesado por mi después de la bestia

-YO: no lo se, joder, me ha gustado volver a probar esa fuerza, pero casi te hago daño.

-ANA: no exageres, daño ninguno, solo me has sorprendido, creía que ya podía con todo, pero veo que no, aun me queda, pero de esta semana no pasa.

Se acurrucó a mi pecho y se durmió con una de sus grandes sonrisas, la abracé fuerte, casi sin creerme la suerte que tenia de tenerla a mi lado, me quise dormir pero mi cuerpo estaba demasiado acelerado, mi mente volaba y el tacto de la piel de Ana me estaba poniendo a tono de nuevo, no podía ser, no había con quién desfogarse, o eso creía. Ella cuando se ponía en mi pecho no lo notaba pero se giró semi inconsciente, y como solía, me agarraba la polla para metérsela entre las piernas y dormir así, solo que esta vez no se encontró con una gran polla en reposo si no con una erección colosal, se despertó de sopetón, mirando la polla agarrada.

-ANA: ¿pero como esta esto así otra vez?- estaba atónita.

-YO: lo siento, no puedo controlarlo, estoy muy acelerado, me has hecho revivir algo que esta fuera de mi control.- estaba avergonzado por 1º vez delante de ella.

-ANA: pues nada, habrá que volver a sacar al animalito, la verdad es que yo también estoy caliente como una perra- y sin más se llevó la polla a la boca empezado una mamada de la suyas.

No me lo podía creer, Ana estaba desatada, tanto o más que yo, apenas 1 hora después de irse de viaje astral por culpa de la bestia, ya pedía más, pero dejó de chupármela.

-ANA: dios, esto esta asqueroso, sabe a….no quiero ni saberlo, vamos a la ducha.- me guiño un ojo mientras se incorporaba, sabiendo que su cuerpo húmedo era demencial para mi.

La seguí hipnotizado por una gota de sudor que recorría su espalda hasta la corva de su cintura, encendí el agua y dejó la alcachofa arriba enganchada a la pared, comenzando ante mis ojos un sensual baño, no hacia falta, yo ya estaba metiéndome en la ducha colocándome detrás de ella, lo que aprovechó para ducharnos a los 2, llevó mis manos a sus senos y a su entre pierna, obligándome a repasar cada recoveco hasta dejarla limpia, lo que salía de su interior era un caudal de agua, semen y fluidos, antiguos y nuevos, con mi polla palpitado entre sus mulos. Mis caricias en su vientre no tardaron en ponerla a 100 y que levantando su cadera se metiera del tirón mi falo hasta el fondo, apoyándose en la pared e iniciando un movimiento de sube y baja cada vez mas rápido, no duro ni 5 minutos, estaba físicamente muy mal, pero aun así se saco sola un orgasmo delicioso.

-ANA: vuelve a sacar a la bestia, mátame de nuevo, y ahora no pares, aunque me muera, ¡¡¡no pares!!!

No hizo falta mas, la sujeté con firmeza y esta vez sin preámbulos arrasé, saqué a la bestia que aun anudaba por allí acechando, deseosa de acabar lo que no le habían dejado hacían un rato, y cuando vio la oportunidad, no perdono. Ana soportó bastante bien los 15 minutos que antes habían sido suficientes, a partir de ahí, volvía a buscar acomodo donde fuera, mis acometidas eran tan animales que la hicieron elevarse en el aire de puntillas, apoyó un pie en cada borde de la bañera y asegurándola con mis manos, se elevó dejándola totalmente abierta y siendo masacrada en el aire, sus orgasmos la hacían retorcerse y hacer sonar sus emanaciones contra el suelo de la bañera, fui recordando como sacar lo mejor de aquel ser que ahora me poseía y pegué un acelerón final aguantando mas de 20 minutos una sangría que rozaba la violación, pero ver su aguanté me prohibía bajar el ritmo, y aunque hubiera querido no estaba por hacerlo, hasta que se le resbaló un pie del borde de la bañera y se medio ladeó, la tenia bien sujeta por la cintura, abrazada desde atrás, y empalada, así que seguí arremetiendo, pero esa posición generaba mas fricción en su interior y se comenzó a quedar colgada de mi, levantaba los 2 piernas recogiéndolas o abriéndolas, buscando menos placer, pero sin encontrarlo, cuando parecía que aguantaba le venia otro orgasmo que la sacudía todo el cuerpo, al final se apoyó con lo pies en la pared de enfrente, haciendo fuerza con su espalda contra mi pecho, y teniendo cierta estabilidad se dejó machacar hasta que me corrí con ella ida casi en su totalidad, pero me vine como nunca con ella, bañándola con una rayo partiéndome la espalda y un volcán de sensaciones olvidadas, hasta llevé mi mano a su coño hirviendo y la masturbé con mis ultimas sacudidas para sacarla un orgasmo final que no pudo ni gritar, ni gemir, solo sentir.

Despacio, me fui sentando en la ducha, con ella bien agarrada, estaba como un títere aguantándose solo por mis brazos rodeando su cintura, sentándola entre mis peinas y abandonando su interior, la pobre estaba convulsionando, pero ahora de forma amplia, no eran tirones cortos, si no que sus piernas se abrían al máximo para cerrarse de golpe, mientras su pechos rebotaban de la respiración agitada y su cabeza luchaba por levantarse de mi hombro derecho. Quise hablar con Ana, pero no respondía, solo gemía, o gruñía más bien. Con cuidado de no tener otra erección, la duché, y poniéndole una camiseta mía vieja y unas bragas, la deje en la cama durmiendo, me di una ducha rápida yo solo. Por algún motivo el miedo a haber destrozado a Ana hasta hacerla un juguete roto, mi mayor temor, no estaba presente, me había dado motivos suficientes para confiar en ella y en que eso no pasaría. Salí a beber algo, estaba tan seco que lo hice en bolas sin saber muy bien que hora era o si había alguien en casa, y al hacerlo me encontré a Lara desnuda, apoyada en la pared acariciándose con un dedo en el coño, mirándome a la cara, y luego a mi polla, su gesto era congestionado, y sin parar de hundir ese dedo en su clítoris. Hacia mucho que no la veía así, se había cansado de ser un don nadie para mí, pero esta vez estaba allí de nuevo.

-YO: hey, golfa, eso en tu cuarto.

-LARA: es que desde allí no oigo bien como te follas a Ana.

-YO: ¿otra vez con eso?

-LARA: si, no puedo evitarlo, no se que la has hecho pero hoy sus gritos me han puesto a mil.- su mano solo aumentaba el ritmo.

-YO: pues nada reina, que te cunda – me giré y me fui a la cocina, me metí entre pecho y espalda media botella de agua fría, pese a las recomendaciones de que eso era malo, pero me ardía el cuerpo, solo quería calmarlo, regresé con un vaso grande para Ana, viendo como Lara seguía a lo suyo.

-LARA: ¿cuando me vas a follar a mi así?- se me echó encima restregando sus enromes y apetecibles tetas por el cuerpo, mientras me miraba implorando. La respuesta era nunca, pero no quise ser grosero con una mujer desnuda que se masturbaba con los ruidos que le llegaban de nuestra habitación.

-YO: ya te he dicho mil veces que soy de Ana, y nadie mas, ahora aparta tu mano de mi polla y déjame volver con mi chica.- si, su mano se había desplazado hasta mi miembro, algo que no era la 1º vez que hacia, pero siempre recibía la misma respuesta. Me metí en el cuarto y no se volvió a saber de nosotros hasta acabar esa semana.

Ana tuvo que usar un par de veces lubricante y vaselina para su coño, estaba al rojo vivo los ultimo días, aun así nos fundíamos como uno solo, y llegamos a nuestro techo, Ana no podía mas, no le era posible llegar mas lejos conmigo a el ritmo de la bestia, 2 y media largas eran su limite, si en esa semana no había avanzado mas, es que ya no podía. Yo estaba como en mis mejores momentos, físicamente estaba hecho un toro, mi cuerpo era casi esculpido de gimnasio, tableta, brazos, piernas, espalda, pecho…..etc, todo marcado y bien colocado, pero no había pisado un gimnasio para hacer ejercicio desde hacia mas de 1 año y medio, todo era de haber follado sin parar y mas aun con Ana los últimos meses, la constancia y el no parar con ella me tenían en el estado físico perfecto, algo que había aborrecido durante mucho tiempo, un tío macizo que podía derretir el polo sur si fuera una mujer. Era consciente de que con la bestia podía dar mas de mi, pero la tenia controlada, según Ana me sacaba su ración de leche con una mamada, llamábamos a la bestia al ruedo, cuando terminaba la 3º o 4º corrida dentro de Ana, apagaba motores, se desmayara o estuviera a punto, me contenía por el propio bien físico de ella, a esas alturas de las sesiones de sexo animal, su cuerpo ya se había rendido, y dejado de intentar igualar las fuerzas hacia rato, era un cacho de carne atropellado por un tren de mercancías, pero a la hora o poco mas , volvíamos a empezar, el ultimo día conté casi 9 horas seguidas, descansando media hora entre sesiones, unas 3 , Ana salió titulada “cum laude” de esa habitación.

Pasados unos días de descanso, de follar y de nosotros mismos, en los que el 1º fue aprender a volver a andar para los 2, noté como sus caderas se habían desplazado, se compró ropa nueva por que había aumentado 1 o 2 tallas de cintura, dejándole aun mejor culo y una figura con curvas que provocaba erecciones con sus andares cada día mas insinuantes, para el final del curso y la vacaciones de verano, Ana era, al menos, tan buena como Madamme, unas 2 horas, y no le andaba lejos a Elonor, casi 3, ya con la bestia sobre el tablero. De nuevo la compararon era injusta, Ana había sido entenada poco a poco desde 0 durante mas de 9 meses, el resto de mujeres no tuvo esa opción, Madamme y también Eleonor con anal, la ultima sumándole a su hija. Ana había sido la mujer que durante mas tiempo seguido me había tirado, y eso se notaba, ahora, aguantaba 1 hora larga a la bestia ella sola, nada mal, pero se recuperaba en unos minutos y volvía a por mas durante otra media hora o mas, sumando desde que empezamos a follar quitando preliminares, unas 2 horas y media sin parar cuando nos poníamos serios, repito, eso ella sola, sin ayuda de su madre o hija, como mis colombianas, y sin “descansos” por el sexo anal como Madamme, masacraba su coño como a ninguna otra y era espectacular, volvió a gritar poseída al follar, no podía contenerse, pero esta vez con razón. Solo mi leona, Mercedes, había sido capaz de aguantar eso, pero es que mas que aguantar, es que aquella mujer lo superaba, las ultimas veces con ella habían sido casi 4 horas de bestia antes de desmayarse, y se recuperaba igual de rápido para aguantar otras 2, joder, si no fuera por que era un pelele a mi ordenes, y no una novia, no se entendería por que no estaba cabalgándola día y noche y seguía con Ana, pero no era capaz de darme lo que me daba mi Granadina, el hecho de que cuando no estabamos follando me hacia igual, o mas feliz, con su forma de ser y como me hacia sentir a su lado.

Después de aquello, se calmó un poco nuestra fogosidad, no lo hacíamos a todas horas, yo seguía trabajando, y el calor del verano siempre me ha dejado atontado y agobiado, teníamos nuestro polvo diario, incluso alguna vez solo era una mamada de su parte, por rutina, pero el día que nos poníamos tontos despertábamos a medio barrio, cumplíamos de sobra las 2 horas y media largas que Ana daba de si, y si estaba muy caliente repetíamos al rato aguantando 1 hora mas con suerte, casi siempre ya con la bestia todo el tiempo, domada y domesticada aunque siempre había veces que se rompía la correa y tardaba unos minutos en contenerla, era su limite, pese a que con las repeticiones Ana oponía mas resistencia durante ese tiempo, al llegar a ese punto su cuerpo entraba en barrena. El sexo se convirtió en algo tan ritual y protocolario en aquel cuarto, que se volvía algo aburrido.

Los siguientes pasos eran el morbo y la excitación, Eli me comento muchas veces que en mi adiestramiento que la rutina y la falta de emociones pueden matar las relaciones, y pese a que generalmente Ana se mostraba tímida y vergonzosa fuera de aquellas 4 paredes de nuestra habitación, su personalidad iba adaptándose, podía ser todo lo dulce y cariñosa que fuera, pero acepto de buen grado ese juego emocionante, hacíamos locuras del tipo de follar en baños públicos, comenzamos en la Universidad el ultimo día de sus clases, una fiesta de graduación, yo me puse el traje de Eric, que ya me quedaba hasta mal, el tiro del pantalón o los costados, mi cuerpo se había vuelto tan musculoso que las medidas de cuando me lo hicieron quedaron pequeñas y desajustadas, pese a ello estaba bastante atractivo, Ana pensó en ir con el vestido negro de las 3 V, pero era demasiado provocador, y ahora, con su aumento de caderas, su aspecto era demencial para cualquier varón adulto, de hecho, cuando se lo probó en casa, la embestí contra la pared y la destrocé de forma inhumana, con el vestido puesto, por delante y por detrás, Ana esa vez paso de tontear al inicio, o querer parar por miedo a romper el vestido, a disfrutar y gozar con aquel vendaval. Como os decía, al final se compró un vestido menos descocado para la graduación, paso de actriz porno en la entrega de premios al cine para adultos, a parecer una princesa de cuento, con un vestido verde palabra de honor, algo abombado y largo, con un tocado precioso en la cabeza, unos pendientes a juego con la gargantilla y un ahumado de ojos color esmeralda, que junto a su tono de piel la hacían dejar en ridículo al resto de mujeres. La piqué durante toda la fiesta y el baile con ello, llamándola princesita, o hada, se enfadaba por que no quería dar esa impresión de niña buena y formal, se estaba labrando un nombre en la Universidad alejándose de esa imagen que le había costado mas de un disgusto. Llegó uno de los bailes lentos, de esas que me gustaban bailar y hacer sobresalir del resto, cuando Ana se percató de que todos nos miraban y se morían de envidia, sonrió obteniendo lo que quería, le estaba cogiendo el gusto a ser el foco de atención.

-ANA: gracias.

-YO: ¿por que?

-ANA: por hacerme sentir la mujer más especial del mundo.

-YO: lo eres y te mereces eso, o más.- sonrió mordiéndose el labio antes de besarme suavemente y pegar sus labios a mi oído.

-ANA: si, merezco que me hagas el amor aquí y ahora.

Me agarró la cabeza y sabiendo que todos miraban me dio un apasionado beso que correspondí encantado, nada de protocolo o formas, su lengua jugó cuanto quiso con la mía, hasta el punto de calentarme y querer tirarla al suelo para follar delante de todos. Ella lo notó y cogiéndome de la mano me arrastró al baño del piso de arriba, el de abajo estaba lleno, con una cola enorme y con 1 pareja ya follando dentro. Según entramos Ana revisó el baño entero, y sabiendo que no había nadie, cuidadosamente se quitó el vestido dejándolo doblando encima de una mesa, iba solo con un tanga minúsculo y los tacones, volviendo a echarse encima de mi y seguir con su juego en mi boca, pero sus manos me sacaron la polla masturbándola con habilidad, sonreía de forma picara y vergonzosa, la situación la ponía caliente, hasta que logró ponérmela como una piedra, se arrodilló y me la chupó de forma hábil pero ansiosa, mirando la puerta de reojo, le daba miedo que la pillaran, pero aun así no paró hasta que mi semen la llenó la boca y se lo tragara, con maestría se puso en pie bajándose el tanga y poniéndose de espaldas a mi, apoyada en la pared, se abrió las nalgas, pidiéndome que la bestia la matara, allí y ahora.

Ataqué sin piedad, me desnudé, su cuerpo era un pecado y tendría que ser confesado después, sus “nuevas caderas” unidas a la estilizada figura por los tacones altos, madre mía, lo que quería hacerle a ese trasero no debía ni de ser legal, la hundí en su coño sin mayor dificultad y arranqué a golpes sus gritos mas ahogados, seguía queriendo que no la pillaran, pero no podía contenerse a los 20 minutos, cada orgasmo que bañaba el suelo era demasiado para ella, los tacones no ayudaban a su estabilidad, así que recordé una postura, la subí de rodillas a la pila del lavamanos, dejándola con el culo ofrecido a mi ataque, y lo masacré una vez estabilizada, matándola 1 hora mas hasta correrme como un cerdo sacándola un grito que resonó por todo el baño y seguramente por todo el pasillo. Quizá hubiéramos seguido camino de mas, pero sonó la puerta del baño, Ana saltó como un resorte, cogió el vestido y se metió en un cubo del baño cerrando la puerta con pestillo a tal velocidad que me dejó petrificado, quise hacer lo mismo pero mi ropa estaba muy desperdigada, entro al lavabo una señora de unos 40 años, supongo que profesora o de la fiesta y me vio en pelotas con la polla medio empalmada tratando de disimular cogiendo mi ropa, me preguntó quien estaba gritando, sin apartar la vista de mi polla, queriendo no ser tan evidente como estaba siendo, la di largas mientras Ana se desternillaba tras la puerta, la señora se dio cuenta del tanga tirado en el suelo y solo dedujo lo obvio.

“esta bien, cuando acabéis, recoger todo……- mirando a la puerta de Ana elevando la voz-……, y niña, felicidades.”

Se fue admirando de reojo mi rabo por última vez, Ana salió con pánico, con la cara roja y el rímel corrido de risa, con el vestido puesto sin la cremallera, mirándome como me iba poniendo algo de la ropa.

-ANA: dios, que vergüenza he pasado.

-YO: ¿perdona?- me abrí de brazos haciendo evidente que el que peor lo había pasado seria yo.

-ANA: ya, pero te conocen a ti, sabrán que era yo, jajajajaja.

-YO: ¿y por que te ríes?

-ANA: jajajaj no lo se, de nervios jajajaja

-YO: que graciosa eres, pues anda que no me ha comido con los ojos la señora.

-ANA: ¿y que esperabas? Estas buenisimo y te plantas así, desnudo, delante de ella, con la polla enorme dando cabezazos después de follárme, sudando y brillando como un dios- se fue acercando acariciando mi pecho.- ¿y sabes que?

-YO: ¿que?- la acariciaba con dulzura los brazos, que sujetaban el vestido sin cerrar.

-ANA: que me he vuelto a poner cachonda de pensar en que nos pillen jijijiji- reía sin comprender aun el por que.

-YO: ¿ahh si?…… ¿y que quieres que hagamos?

-ANA: no lo se podemos……..repetirlo, como tu quieras, pero a mi este rollo travieso me esta haciendo mojarme.

La cosa quedó así por que según lo dijo soltó el vestido y me montó de nuevo de cara, subiéndose encima mía y empalándola con sus movimientos de cadera, estuvimos follando hasta que me corrí de nuevo, Ana estaba lo mas ardiente que había estado en semanas, y no me quedó otra que sacar a la bestia de nuevo para calmar aquella amazona que me estaba matando. Tuve que contenerme si quiera que Ana saliera de allí por su propio pie, nos arreglamos pero le cogí el tanga a Ana y me lo guardé en el bolsillo, negándome a dárselo, volvimos a la fiesta como si no hubiera pasado nada, saludando a la mujer que se había metido en el baño, con Ana roja de vergüenza, como si la gente tuviera rayos x para darse cuenta de que iba sin nada mas que el vestido, al regresar a casa se desató, se untó en aceite y me dejó aprovechare de ella cuanto me dio la gana, con la bestia o sin ella, durante mas de 3 horas hasta que cayó rendida cuando la di por detrás tumbados de lado, eso siempre conseguía llevarla al paraíso cuando aguantaba bien mis acometidas.

A partir de ese día, los juegos se volvieron cada vez mas atrevidos y mas excitantes, ella fué a mi trabajo, habíamos salido de fiesta y había estado follando con Ana hasta la hora de irme a trabajar, dejándola sin saciar supongo, algo bebida, a mi me dejaban trabajar en el almacén solo, me bastaba con mi físico para colocar todo el producto, según la vi sabia que no la había dejado saciada y que venia a terminarlo, aseguré las puertas y sin mediar una sola palabra nos desnudé y le penetré contra una estantería, rodeándome con sus piernas y aceptando aquel fin, tiré la mitad de las cosas de la estantería con los golpes que Ana recibía sin descanso, fue una maravilla como se agarraba al alto de la estantería, de espaldas y como se arqueaba su espalda gritando los orgasmos que la provocaba, tapándola la boca con mis labios hasta que por fin la hice desvanecerse cuando me corrí, al final la vestí, estaba muy cansada, agotada y seguía algo bebida, y la dejé descansar en el despacho del jefe, siendo fin de semana no estaba, y tuve que partirme el pecho por acabar el trabajo con 1 hora menos de tiempo, estaba muerto y no se ni como lo hice, bueno si, dejando un par de cosas pendientes. Cuando regresé al despacho estaba Ana charlando con una encargada amiga, que ya la conocía, y otra de las trabajadoras de por la mañana. Nos quedamos así un rato, charlando entre todos después de mi turno, hasta que Ana se sintió con fuerzas para poder ir a casa, yo la disculpaba por que habíamos estado de fiesta y estaba de resaca, aunque no terminaron de creérselo, entre otras cosas por que Ana me dijo que estando medio ida no sabia si la habían sonsacado que habíamos estado follando en casa antes de ir y luego allí, o algún detalle mas sobre nuestra relación, como el tamaño de mi polla, algo que no era ningún secreto desde que el 2º mes de trabajar allí ayude a una de las chicas en el almacén y los roces eran obvios, o de lo bien que follaba. El rumor se fue extendiendo por el trabajo hasta que todas las mujeres de todos los turnos pedían cambios en horarios para coincidir conmigo, tirándome los tejos de forma evidente, hasta pedían ir al almacén conmigo a “ayudarme”, cuando no había ninguna necesidad. Eso, lejos de enfadar a Ana la ponía mas cachonda aun, que la gente los supiera y que solo ella era la afortunada la distinguía del resto, supongo, por que sus visitas a mi trabajo aumentaron en numero, 1º para ver la competencia, aunque era inútil, no había ninguna a su altura, una encargada rubia mona, y un par de jóvenes cajeras morenas con un buen polvo, pero no me interesaba nadie, nadie salvo Ana, me tenia para ella sola, ya se encargaba de que no me faltará sexo, ni de que la relación fuera de el, cambiara, seguía siendo la mujer perfecta tanto en la cama como fuera de ella, y ahora sin la Universidad tenia mucho mas tiempo para nosotros. 2º por seguir con aquel juego, el morbo estaba en todo momento.

Nos provocándonos uno al otro y buscando formas de jugársela, entrando en una espiral vertiginosa, desde cosas sencillas como hacernos fotos o videos haciéndolo, o una mamada en el cine, una masturbación en un restaurante, o sexo en los baños de algún local, pasando por ir con ropa interior sexi o sin ella, poniéndonos en situaciones incomodas, como en roperos con las/los dependientes de la tienda, mas de una vez casi nos montamos un trío en un ropero, quedando en que alguien nos oyera follar masturbándose, o mirando de reojo, si mi fisco y mi polla eran un imán para las mujeres, el cuerpo de Ana no lo era menos para los hombres. Hasta compramos esposas para atarnos, ella me lo hizo a la cama durante un día entero, follándome antes de irse y al volver horas después, esa me picó en el orgullo, así que se la devolví, la hice invitar a todas las personas que considera amigas o importantes a casa, estuve de lo mas cordial y amigable con todos, pero los disculpe diciendo que tenia que hablar con Ana a solas, la metí en el cuarto arrancándola la ropa, y la medio violé contra la puerta de la entrada, no fue sin consentimiento, pero la situación no era la idónea para ella y no quería con todos allí, al menos al principio, pero a los 5 minutos ella misma me estaba follando, queriendo mantenerse muda, pretendiendo hacer que me corriera en silencio para que no se dieran cuenta, no lo permití, saqué a la bestia y la maté hasta llevarla al carrusel de orgasmos, en mitad de ello, paré, haciéndola gritar que continuara, implorando que siguiera, no lo hice hasta que grito poseída que la partiera por la mitad con mi colosal polla, entonces la di la vuelta y la destrocé como mejor sabia por detrás hasta llenar su interior de semen, saliendo 1 hora después, con ella roja, riendo nerviosa al ver las miradas de todos, que había escuchado sin dificultades como habíamos follado.

Eso me costó mas de lo que pensé, Ana siempre iba por detrás de mi, si a ella se el ocurría una jugarreta, a mi algo peor, y su respuesta siempre era menos contundente, pero llegó el día que Ana uso su intelecto de forma perversa, me invitó a dar un paseo por el parque al atardecer, pasamos muy buena tarde la verdad, merendando y paseando, pero llegando la noche buscó un sitio apartado y me dejó sobar hasta que me puse como un tronco, se dedicó a hacerme una buena mamada, sacándome su ración diaria de leche caliente, sacó las esposas, en mitad de la pasión me pegó a un árbol, me desnudó entero y me colocó las manos encima de una rama y me las puso, al ser tan apartado se aseguró de que nadie viera, y se levanto la falda, dándome su culo a penetrar, lo hice a conciencia, llegando a tirarla al suelo de los espasmos eléctricos que la provocaba sin poder sujetarla con mis manos, se volvía a poner en pie para seguir hasta que por fin me corrí, logrado el objetivo, pensé en ir a casa a acabar aquel juego, pero Ana se dio la vuelta, me besó con ternura y me miró a los ojos.

-ANA: con esto ya puedo aguantar hasta mañana, hasta luego amor. – se puso a recoger las cosas, incluyendo mi ropa, me hizo una foto, y se fue corriendo, ante mi asombro, dejándome en pelotas en un parque, gritándola hasta que ya no me oía.

Esa me costó un lío con la policía, que acudió avisada por un grupo de chavales que iban a beber al parque buscando ese lugar tan apartado, tuve que aguantar sornas, burlas, fotos y videos, las quinceañeras sin apartar su mirada de mi rabo, llegando a frotarse entre ellas con disimulo, mi poca vergüenza me ayudó a sobrellevarlo con alegría, mas aun cuando la policía acudió, al inicio solo una patrulla, pero algo debieron contar por la radio por que acudieron 2 patrullas mas y una lechera (furgoneta antidisturbios), todas con alguna mujer, todo un numerito atrayendo a mas gente hasta que a alguno se le ocurrió usar las llaves de sus esposas para internar abrirlas, creo que era tan simple que no lo hicieron antes por darme un escarmiento, antes de llamar a los bomberos y tener que cortar la rama, que ya había intentado tirar yo, o romper, pero era muy gruesa. Al final pase la noche en los calabozos con una manta, acusado de escándalo publico, pero me las ingenié para convencerles de que había sido una gamberrada de unos compañeros y que yo era la víctima de sus actos, eso y mi carita de lastima y de buenazo tontorrón innata, me sacaron de allí sin cargos, vestido con un chandál de la policía. Fui derecho a casa, alguno puede pensar que cabreado o enfadado con Ana, ¿pero por que?, era parte del juego, y esa vez ella me había ganado. Según llegué la dejé claro que no estaba molesto, su actitud inicial era de miedo a haberse pasado, pero dándola un par de azotes sobre mis rodillas como a las crías malas, zanjé el asunto, ella me regaló una noche animal de sexo, quise castigarla un poco, y durante una comida de coño de cine jugué mas de lo habitual con su ano, nada raro, ya lo hacia antes, la provocaba estremecerse de excitación, ese día no solo acaricié, apreté contra su agujero, esperando alguna reacción negativa, pero mi sorpresa fue ver como, lejos de reprobarlo, sus manos acariciaban mi cabeza hundida entre sus muslos gimiendo de gusto, no pase de allí por miedo a extralimitarme y que se cerrara en redondo a mas avances, podía ser el inicio para tener sexo anal con ella y no iba a estropearlo.

Se la devolví regalándole unas bragas con vibrador a control remoto, y se las puso encantada solo a condición de que ella tuviera el mando, había quedado con unas amigas de la Universidad para despedirse hasta el curso que viene, la fui siguiendo sin que me viera, con el mando en la mano, el de verdad no un mando de garaje roto que le di, al principio di una ligera descarga momentánea en cuanto llegó y saludó a sus amigas, miró el mando de su bolso creyendo que se había pulsado sin querer, luego lo dejaba encendido un rato o daba ligeras descargas seguidas, luego una hora, me mandó un mensaje mientras tiritaba al caminar entre sus amigas, manteniendo la compostura, “¡¡¡carbón, te has quedado el mando!!!” la di un descanso cuando llegaron a una cafetería con las amigas, viéndola desde fuera, cuando la miré y vi que se había clamado y creía que ya había pasado todo, lo encendí y lo puse al máximo, aguantó media hora, después montó un Cristo al romper en un orgasmo que hizo llamar a una ambulancia al encargado creyendo que era un ataque al corazón, quise parar al ver la ambulancia, pero…..oh oh……. me quedé sin pilas con el botón encendido, os lo digo todo.

Me fui a casa por si tenia pilas, no sabia si al quedarme sin ellas, las bragas seguían encendidas o no, y la verdad es que no sabia que era mejor, pero me cansé de buscar, Lara apareció como siempre de la nada, había vuelto a acosarme ahora que Ana no estaba encima mía todo el día, estaba solo en bragas y como era habitual empezó su seducción inútil, me la llevé al cuarto a ver una película, y allí esperé a Ana mientras Lara hacia de oso de peluche, os juro que no me ponía cachondo, pero era inevitable sobar aquel par de tetas enormes, y sus pezones ultra sensibles, como rascarse una picadura. Según llegó a casa Ana se metió en el cuarto, se bajo las bragas levantándose la falda que llevaba y me las tiró a la cara aun vibrando, totalmente encharcadas, le dio igual que estuviera Lara en la cama, la apartó y sacándome la polla se perforó, aun sin que mi polla estuviera empalmada, ya se encargó ella de ponerla como un mástil con su cadera, para estar mas de 2 horas matándose sin hacer yo ningún esfuerzo, salvo volver a jugar con su ano, la pobre Lara salió de allí como un perro con el rabo entre la piernas, apabullada. Cuando terminamos y Ana se quedó complacida, que no ida, me rechistaba sin mucha fuerza el hecho de haberla dejado con las bragas encendidas mas de 5 horas.

-ANA: eres un carbonazo, ¿sabes lo que me has hecho pasar?

-YO: en realidad desde la ambulancia de la cafetería, no.- me miró sorprendida, no sabía que la iba a seguir.

-ANA: que mamón, ¿y que paso después? Por que mis amigas se estaban preocupando, las he tenido que dejar para venir derecha aquí, ¿por que no lo apagaste?

-YO: me quedé sin pilas, y vine a buscar, pero al final desistí.- se enfadó un poco.

-ANA: ¿me tienes por ahí chorreando mientras te vas a casa a estar con Lara bien abrazados?

-YO: no mujer, siento si te molesto, ya sabes como se pone Lara cuando estamos solos, y sin los demás que se han ido de escapada con el coche, esta mas suelta que nunca.- se puso de morros exagerando cómicamente la situación, cada día se parecía mas a mi.

-ANA: pues que sepas que el de la ambulancia me ha metido mano.

-YO: ¿no jodas? ¿Al final te atendieron?

-ANA: si, idiota, hasta me querían dar un calmante por que no sabían por estaba acelerado el corazón y los sudores frios que tenia en pleno junio.

-YO: jajajaj pobrecilla mía – jugaba a abrazarla mientras ella se resistía.- ¿y dices que te metía mano?

-ANA: si, jo, me han metido en la ambulancia y al quedarnos solos uno de ellos se ha puesto sobón.

-YO: lo mismo estaba preocupado….

-ANA: los cojones, me ha hecho quitarme el top quedando solo con la falda y en sujetador, y me ha repasado con sus manos todo el pecho con la excusa de oír el corazón y los pulmones.- se puso frente a mi cruzada de brazos.

-YO: no puedo culparle, estas muy buena.- la di un beso en la mejilla

-ANA: ¡¡ah!! ¿y te da igual que me vayan metiendo mano?

-YO: no, ya sabes que no, pero es medico y tu una chica lista y fuerte, ¿que te iba ha hacer que no te dejaras tu?

-ANA: pues podía haberme liado con el, era mono……- su sonrisa se le escapaba, era delicioso verla tratar de ponerme celoso.

-YO: bueno, siendo así, lo mismo me tengo que enfadar contigo- me fui acercando dándola besitos por el brazo, subiendo hasta su cuello.

-ANA: calla bobo, ya sabes que soy solo tuya.

-YO: buena chica, quizá deba recordarte lo buen amante que soy para que no andes tonteando por ahí con otros…- mi mano se metió entre sus muslos masturbando y penetrando su coño con un dedo, haciéndola retorcerse, y dejar sus brazos cruzados para apoyarse en la cama echando su cuerpo un poco hacia atrás.

-ANA: ummm….por dios…para….me duele….ufffffff- gemía aunque su gesto era de dolor.

-YO: ¿estas bien?

-ANA: si, es solo que después de follar y con lo de las bragas, tengo el coño irritado, dios, mis amigas, me han visto así, que vergüenza, alguna se ha tenido que dar cuenta.

-YO: joder, siento si me he pasado, estabamos en plena venganza de nuestros juegos y…..- me estaba preocupando pero Ana solo estaba siendo cuidadosa, se me echó encima besándome.

-ANA: no amor, me ha encantado en el fondo, esa sensación, delante de todos, solo de recordarlo me mojo, pero me duele, por favor no te lo tomes mal.- pobre, la había hecho pasar un calvario y aun así me pedía disculpas ella a mi, decidí probar suerte de nuevo.

-YO: esta bien, pero si no podemos por tu dolor, podríamos probar con….el seco anal.- se sacudió la cabeza negándose mirándome a escasos centímetros de mi cara.

-ANA: no, ya te he dicho muchas veces que no, lo siento pero me da miedo, me vas a romper algo con tu cosita.

-YO: bueno, no tenemos por que hacerlo de golpe, podemos ir jugando, he urgado un poco allí y no te ha molestado.- se puso roja al darse cuenta de que yo me había percatado.

-ANA: ya…si…..pero no se…no es lo mismo….me gusta como juegas por fuera, me hace temblar, ¿pero una penetración? Madre mía, solo de pensarlo me tenso y se me cierra en culo.- reía de forma leve.

-YO: bueno, casi meto un dedo, he estado apretando suavemente, y no te ha dolido ¿verdad?

-ANA: no, pero por que estaba muy cachonda, lo mismo me hubieras metido un dedo entero y no me hubiera enterado.

-YO joder eso se avisa, y te meto hasta el codo- me miró ofendida, sonriendo conociéndome.

-ANA: no seas animal, lo decía por decir, no se, la verdad es que me ha gustado un poco.- se mordía la uña del dedo pulgar, golosa al reconocerlo.

-YO: ves, solo es cuestión de ir probando, poco a poco, hasta donde veas que aguantas, caricias, luego con un dedo, luego varios, si llegamos a un punto en que te duele, lo dejamos, ya me conoces, no te haría daño jamas, pero si te gusta y lo soportas podemos intentarlo, ¿vale?

Me miraba pensativa, realmente le había gustado, no había sentido nada de dolor y confiaba en mi al 100%, podía haberla dicho que yo era santa claus y se lo hubiera creído, podía usar eso en su contra, pero no lo hacia y precisamente por eso confiaba en mi de esa manera, justo después ahí un ejemplo. Además llevaba tiempo pidiéndoselo, sabia de sobra que me moría por follárme ese culazo que había echado, antes era apetecible, ahora era una obsesión, el de Alicia , mi compañera de piso y novia de mi mejor amigo, seguía siendo mejor, a mi gusto, hablando objetivamente, Alicia tenia las posaderas de Jenifer López, era un escándalo de trasero, pero Ana, con su desplazamiento de caderas y aquellas prendas un par de tallas menores que se ponía de vez en cuando, estaba volviéndome loco.

-ANA: prométeme que no me dolerá.

-YO: no puedo prometerte eso, peque, todas las veces que lo he hecho, mas las primeras, ha dolido, no voy a engañarte, es parte del placer de hacerlo de esa forma, pero como cuando te desvirgué, dolerá un poco y mírate ahora, eres toda una campeona, si me dejas, lo haré de la forma mas dulce, cariñosa y tierna que pueda, si lo aguantas al principio, que viéndote como has soportado todo hasta ahora, lo vas a hacer, vas a disfrutar como nunca, pero si no, no pasa nada, yo te quiero igual y tu coño es el mas delicioso que pueda soñar follárme el resto de mi vida.

-ANA: vale, esta bien, ábreme el culo mi amor.

CONTINUARA…………….
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Relato erótico: “Grata Sorpresa 4 ” (PUBLICADO POR ALEX)

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Unos días más tarde había quedado con Laura de vernos nuevamente en la cafetería donde solíamos quedar, ella me comento que se retrasaría un poco en llegar, al llegar yo a la cafetería, estaban todas las mesas llenas, por lo me dispuse a sentarme en la barra, estando allí, entro la dependienta de la tienda de ropa de al lado, poniéndose a mi lado, supongo que en aquel instante no se había dado cuenta quien era el que estaba a su lado, por lo que me atreví a saludarla, girándose ella hacia mí, y descubriendo al lado de quien se había sentado, pues de inmediato note que se había puesto un tanto nerviosa, “estate tranquila mujer, y disfruta del refresco, que mi intención no es comerte” a lo que ella me dijo con una sonrisa sarcástica que tranquila ya estaba, lo único que no se esperaba verme de nuevo, y que desde luego que no la comería, la chica tenía sobre unos 30 años, llevaba el pelo con media melena y morena, debía medir sobre 1,60, se le intuían unos pechos bastante generosos, y no estaba nada mal, esa es la verdad, me presente, ella me dijo que se llamaba Sara y nos dimos 2 besos.

Empezamos a entablar una conversación, me pregunto qué cuantos años me llevaba con ella, si era mi novia, etc. “Sara voy a explicártelo, Laura es estudiante, está aquí cursando un máster y a la vez es mi sumisa mientras este aquí en Barcelona (no quería dejar a Laura como una chica guapa y tonta) y hace todo lo que yo le pida” a lo que ella exclamo:

“Tu Sumisa!!!!! estáis mas locos de lo que pensaba, creía que solo habíais tenido un calentón el otro día y entrasteis a desahogaros en mi tienda”

Yo.- “Sara, escúchame, el otro día yo por lo menos en tu tienda no me desahogue, pero no voy a negarte que ella si lo hizo y muy a gusto por cierto, y tampoco te negare que yo también disfrute de ello, tanto viéndola como sintiéndola, y además viéndote la cara de circunstancias que nos pusiste al oír como se corría y como nos mirabas al salir, puedo preguntarte ¿si te dio morbo todo eso?”

Sara.- “Morbo, lo que estabais salidos los dos, que morbo me iba a dar eso a mi …”

Yo.- “perdona pues si te ofendimos, no era esa nuestra intención, y tampoco lo es que ahora mismo estés tan nerviosa por lo que ya paso hace días”

Sara.- “No estoy nerviosa por eso Alex”

Yo.- “Entonces porque lo estas, no será por estar hablando conmigo de todo esto no?”

En ese momento entro Laura por la puerta, acercándose a mí saludándome y dándome un beso, y como acababan de dejar libre una mesa, mande a Laura a que la pillara y se esperara en ella hasta que yo fuera.

Yo.- insistí “por que estas nerviosa entonces”

Sara.- “por nada, debo marcharme Alex”

Yo.- “No será que la conversación que estamos llevando, que te está gustando, y por ello estas asustada? no has hecho nunca ninguna locura parecida? que harías si ahora mismo deslizara mi mano…?”

Sara.- sin dejarme terminar lo que estaba diciéndole “estás loco lo sabes?, y además tengo un novio al que quiero muchísimo y no se merecería lo que tú me propones”

Yo.- “sabes Sara, acabas de decirme que no te disgustaría y además estoy casi seguro que si te tocara sequito no lo encontraría”

Sara estaba ya muy nerviosa, y empezó a recoger su bolso para levantarse, cuando la cogí por la barbilla para que me mirara a los ojos y con la otra mano se la puse en la entrepierna por encima de los tejanos, frotándola un poco, cerrando ella los ojos, quite mi mano de su entrepierna, le di un beso, y le susurre al oído “tu también te dejarías masturbar y te correrías en mi mano si yo quisiera, eres tan perra como Laura“ seguidamente la deje allí y me fui dirección a la mesa donde me esperaba Laura, esta había estado mirándonos todo el rato, estaba celosa, lo note al instante, cuando me senté a su lado, rápidamente se abalanzo sobre mí para besarme, pero dejo sus ojos abiertos mirando a Sara en tono desafiante, hasta que esta se fue.

Laura.- “era la mujer de la tienda verdad? le gusta esa chica Amo?

Yo.- “que me guste o no debe serte indiferente, solo tengo una perra, y esa eres tú, por lo que si quisiera algo mas con ella, te lo haría saber no te preocupes. Has acabado con lo que estabas tomando?”

Salimos de la cafetería en dirección al apartamento que había alquilado, por fin iba a someter a mi sumisa como era debido, en la misma puerta antes de abrir, la hice desnudar en el propio rellano, cogiendo yo sus ropas y bolso, le mande ponerse de rodillas y entrar a 4 patas al apartamento, una vez dentro, le tape los ojos, hice que se incorporara quedándose de rodillas y le ate las manos en su espalda, coloque una almohada en el suelo para que pudiera apoyar su cabeza, y le separe las piernas, con mi mano le acaricie, y comprobé que estaba bastante lubricada, le coloque una pinza de colgar ropa en un pezón, a lo que soltó un grito, dándole yo como respuesta un azote en su precioso culo y diciéndole que no quería oírla, pues si gritaba me vería obligado a taparle la boca, le coloque una nueva pinza en el otro pezón, se tenso al sentirla en el, pero esta vez no chillo y se lo compense con una caricia en su sexo, mientras la estimulaba con los dedos de una mano, con la otra se los estaba metiendo en su coño, primero dos, luego tres.

Laura no tardo en pedirme permiso para correrse, a lo que me negué, le di varios azotes en su culo para bajarle la excitación, y aproveche para invadir su culito con un dedo, tenía el ano empapado de su propio flujo, pero su culito estaba muy prieto, nunca había entrado nada por allí, y era la primera vez que ella sentía algo en esa parte de su cuerpo, y la sobresalto al sentirlo, pero no dijo nada, empecé a follarla nuevamente por el coño con mis dedos, mientras poco a poco se le estaba dilatando también su ano, pues le estaba metiendo también ya dos de mis dedos dentro, cuando note que ya resbalaban bien, y no que no le hacía daño, saque de mi bolsa varios plugs anales de diferentes tamaños que había comprado, empezando a follarla con el más pequeño, Laura no paraba de gemir, le estaba gustando todo lo que le estaba haciendo, me obligaba a hacer pequeñas paradas para azotarla y poder frenar así su excitación, aunque ahora mismo hasta los azotes la excitaban aun mas, cambie el plug pequeño por el mediano, y lo fui metiendo lentamente hasta dentro, una vez allí se lo saque una vez y se lo volví a meter de golpe dejándolo insertado ya en su culo.

La cogí del pelo e hice que se pusiera de rodillas, le metí mi polla en la boca y empecé a follarla con ella, mientras le estaba estirado de las pinzas que llevaba puestas en los pezones, notaba que estaba ya a punto de correrse, además tal como la tenía en ese momento no podía pedírmelo, pero notaba como se estaba empezando a tensar, por lo que le saque la polla de la boca, la cogí por el pelo y le dije “zorra ni se te ocurra correrte, te estoy usando solo para mi placer, cuando me haya cansado entonces te daré tu premio solo si lo mereces, pero mientras tanto aguanta y que no deba repetírtelo” en ese instante empezó asomar alguna lagrima por su mejilla, pero nuevamente y esta vez cogiéndola por la cabeza empecé a follarla de nuevo, cuando yo estaba a punto de correrme le saque la polla de la boca y me corrí en su puta y dulce cara, mientras con mi polla le estaba esparciendo toda mi leche por ella, Laura mantenía la boca abierta por si se la metía de nuevo, cosa que hice para que me limpiara de semen mi miembro.

Luego por el pelo cogida, hice que se incorporara y la lleve hasta una silla que tenía preparada, en esta le había colocado anteriormente un consolador de unos 25 cm, el cual aguantaba fijado a la silla con unas correas, hice que se pusiera de cuclillas y emboque el pollon en su coño, presionándola de los hombros hice que sentara, ahora mismo la tenía con un plug en su culo y con un pollon en su coño, la ate con las piernas separadas a patas de la silla, le quite una de las pinzas de un pezón estirando de ella, con lo que nuevamente pego un pequeño chillido, luego le estire de la otra, y le coloque esas pinzas en sus labios vaginales, al final le coloque tres en cada labio, cuando supongo que ya pensaba que estaban todas colocadas le coloque una última, esta pellizcándole el clítoris, al mismo tiempo que se la colocaba le metí mi lengua en su boca, para así ahogar su posible chillido, y por último había comprado una especie de ventosas para los pezones vibratorios, se los coloque uno en cada pezón poniéndolos a máxima vibración, esto ya le empezaba a gustar mas.

Nuevamente, le di un beso y luego le dije “ahora voy a cenar pues tengo hambre, ni se te ocurra aprovechar para correrte mientras esta yo fuera, pues lo sabré al instante si lo haces” le coloque unos auriculares con música bastante alta e hice como si me fuera, pero en vez de eso me tumbe en la cama a observarla.

Después de un par de minutos Laura comenzó haciendo fuerza a levantar su culito y dejándose caer nuevamente, le costaba bastante pues estaba con las manos atadas en la espalda y a la vez sus piernas atadas a la silla, pero aun sabiendo sus límites empezó a follarse con el vibrador que tenía en el coño y a la vez el plug que le había insertado en su ano, cada vez le gustaba más, cuando notaba que estaba a punto de correrse se quedaba inmóvil jadeando por la excitación y el esfuerzo que estaba realizando, nuevamente comenzaba a darse placer hasta estar casi a punto de correrse cuando volvía a reposar nuevamente, durante unos 30 minutos al menos la tuve en esta situación, ella pensando que yo había salido no podía reprimirse y solo pensaba en darse placer, aunque estaba orgulloso de su comportamiento porque la chica estaba reprimiéndose, cuando sentía que su corrida estaba próxima, en una de estas veces me puse a su lado masturbándome, y cuando calcule que estaba nuevamente a punto le destape los ojos dejando que me descubriera allí a su lado, al verme del susto que se llevo se quedo inmóvil, aunque seguía jadeando, le aparte el auricular de uno de sus oídos y le dije “vaya pedazo de puta que estas hecha, no puedo dejarte sola ni un momento, que enseguida empiezas a follarte tu misma perra, ¿quieres correrte zorra?” a lo que rápidamente me dijo que no aguantaba más, que había sido buena y no se había corrido aún, mientras yo me estaba pajeando y corriéndome encima de sus tetas, cuando acabe me puse en cuclillas y le dije “ya puedes correrte perra” empezó a moverse nuevamente y cuando note que estaba empezando a correrse le empecé a quitar las pinzas con estirones, su orgasmo fue brutal, sus gemidos iniciales se convirtieron en una mezcla de gritos, gemidos, y espasmos, sus ojos se volvieron blancos durante unos instantes, en un momento casi pensé que había perdido el conocimiento, pero al cabo de unos segundos empezó a reaccionar nuevamente.

Laura.-”gracias amo, jamás imagine poder obtener un placer igual, este ha sido mucho más intenso de los experimentados hasta ahora, quiero más señor …”

Empecé a soltarla de las ataduras con la silla, y la mande levantarse, cosa que le costó un poco hacerlo, pues llevaba allí en esa postura con las piernas abiertas, y el falo en su interior casi ya una hora, además aun estaba con sus manos atadas a la espalda.

Le mande ponerse de rodillas en la cama y con la cabeza apoyada sobre esta, la empecé a follar con el plug que aun estaba en culo insertado, tenía las piernas, el culo, y su coño como si se hubiera meado, allí donde la mirabas estaba empapada a lo que le pregunte “seguro que te has meado cerda”

Laura.- entre gemidos “No mi señor, no es pis, es de mi orgasmo de antes, ahhh”

Retire por completo el plug sustituyéndolo con mi verga, le solté las manos de la espalda y le mande masturbarse con una mano mientras que con la otra quería que se apretara los pezones, mientras la cogí de la cintura para poderla encular mejor, de nuevo volvió a pedirme permiso, esta vez se la negué, esta vez quería ser yo el que llenara su culo antes con mi leche, así que empecé a follarla más rápido y a darle azotes en las nalgas hasta que le llene las entrañas con mi leche, retire mi polla de su culo viendo salir mis líquidos de su culo y seguí dándole azotes, cuando le pregunte si aun deseaba correrse, como casi ya no podía casi hablar pues estaba muy cansada me indico con la cabeza que así era, y le dije que tenía mi autorización para correrse, cosa que hizo casi de inmediato, pues Laura hacia ya rato que se está deshaciendo por dentro.

La deje descansar un rato después de toda la sesión, su respiración se fue espaciando poco a poco hasta que se quedo dormida en la misma posición en que había tenido su último orgasmo, mientras me senté a los pies de la cama a observarla.

Continuara…

Puntuar y comentar no cuesta nada, sin embargo yo almenos agradezco leeros y a la vez me anima a seguir contando la historia, gracias por leerme y por vuestros comentarios, tanto los públicos como los que me envias al mail.

Alex

Como siempre estoy a vuestra disposición tanto en el mail como en el msn, para lo que deseéis y sois bienvenid@s.

mar.lex.bcn@gmail.com

Relato erótico:”La tara de mi familia 8. la dulce wayan” (POR GOLFO)

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Capítulo 9. la dulce Wayan

Me resultó imposible hablar esa noche con Makeda. Humillada, cabreada y preñada se negó en rotundo a darme la oportunidad de explicar los motivos de mis actos. Por mucho que lo intenté, no solo se negaba a verme sino que incluso cada vez que la llamé por teléfono intentando darle mi versión, sin esperar a que empezara a hablar me colgaba.
Testaruda como una mula, creía que la había vendido. No era el hecho de llevar a mi hija en su vientre lo que la había sacado de sus casillas, sino el modo, el método por el cual se había quedado embarazada. Según Thule, me odiaba por no haberla defendido. Le parecía increíble que una mujer que en teoría iba a dar a luz a uno de los gobernantes del futuro, no pudiera haber elegido el momento para hacerlo, y que hubiera sido un anciano el que haciendo uso de su poder, le hubiera obligado a comportarse como una obsesa, consiguiendo a través de diferentes montas forzadas el que mi semen hubiera germinado en su interior.
 

El propio nombre que eligió para la niña, era una demostración de su estado de ánimo. Sin pensar en que iba a tenerlo que llevar durante toda su vida, mi querida negra le puso Cloto, una de las parcas, una de las diosas del destino que velan porque el destino de cada cual se cumpla, incluyendo el de los propios dioses. Era una ironía maliciosa, si me había plegado al cardenal en pos de un futuro, ella se vengaba recordándome que Cloto era quien hilaba las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento en que nace una persona.

En cambio Thule, se mostraba encantada. Aunque había sufrido la misma degradación que Makeda, su sentido práctico le hacía ver esa casi violación y su producto como una oportunidad. Esa noche quiso pasarla conmigo, y lo hicimos hasta que se empezaron a manifestar los primeros síntomas de su embarazo, estábamos haciendo el amor cuando de su vientre fue creciendo un dolor que nos hizo parar y llamar al puto viejo, que se encargó de controlar la evolución del feto, sincronizando sus poderes.
Antes de irse de mi lado, le pregunté como quería llamarlo. Mirándome fijamente a los ojos me respondió muy seria que si era niño, Thor, el dios del trueno, y si salía niña sería llamada Dana.
-¿Dana?-, no conocía ese nombre.
La madre de los dioses en la mitología celta, si tengo una hija será madre del mayor linaje entre los titanes-, me respondió segura y orgullosa de su superioridad racial. Las viejas creencias no desaparecen se transforman pensé al oírla, pero no dije nada por que me parecía una buena elección.
De esta forma, me encontré por segunda noche consecutiva durmiendo solo, y tras acomodarme confortablemente en las sabanas, me quedé dormido al instante.
A la mañana siguiente, me desperté temprano y sin despedirme de nadie me fui directamente al aeropuerto donde me esperaba uno de los aviones del cardenal para llevarme haciendo dos escalas a Nueva Zelanda, Dubai y Brunei.
El viaje me resultó una completa pesadez , no en vano la distancia entre Aquisgran y Wellinton eran casi los diecinueve mil kilómetros, es decir casi la mitad del contorno total de la tierra, por eso se le llama las Antipodas, o como se dice vulgarmente, está en el culo del mundo.
Aunque el jet era una maravilla de última generación, no dejaba de ser una nave de uso privado, estrecha y preparada para llevar quince pasajeros y pasarte siete horas hasta Dubai, ahí hacer una escala de tres horas para tomar nuevamente el vuelo a Brunei con nueve horas de duración, hizo que se convirtiera en el día mas aburrido de mi vida.
Había salido de Alemania a las diez de la mañana, me había pasado entre el trayecto y las escalas diecinueve horas de viaje, por lo que eran las cinco de la madrugada hora europea cuando me bajé en Bandar Seri, la capital del emirato de Brunei. La tripulación me informó que no sería hasta el día siguiente cuando despegáramos rumbo a Nueva Zelanda, por lo que tenía todo el día para visitar este pequeño estado, famoso en Europa por las extravagancias de su emir.
Al salir del avión, un calor húmedo e insoportable me golpeó en la cara, no en vano eran las doce del mediodía y estaba cerca del ecuador. No habían pasado cinco minutos cuando esperando pacientemente pasar el control de policía, ya estaba totalmente empapado por el sudor. El agente que me tocó en la cola, se puso nervioso al revisar mi documentación y ver que era un pasaporte diplomático. Por medio de un intercomunicador, llamó a su jefe, el cual llegó corriendo con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Solícitamente me pidió que le acompañara, que por mi importancia no debía mezclarme con la plebe, y que por favor no informara a sus superiores que me habían hecho esperar en la fila. Me hizo gracia tanto sus reverencias como la forma servil de tratarme, debía de ser norma del sultán que los diplomáticos fueran recibidos con honores, eso o quizás los tentáculos del cardenal eran mas largos que lo que había pensado nunca. Fuera lo que fuese, el resultado fue que antes de darme cuenta estaba en una limusina escoltado por una pareja de motoristas con rumbo al hotel.
El hotel elegido era el Empire, un enorme establecimiento de cinco estrellas, campo de golf, ocho piscinas y hasta una playa privada bañada por el mar de China. Cuando se habla de lujo asiático es una fama merecida, mármoles, sedas, y hermosas mujeres todo ello mezclado con la ultima tecnología y el mejor de los gustos.

Decidí desayunar nada mas llegar a mi habitación, por lo que después de una ducha rápida, salí con dirección al restaurante. Lo primero que me impresionó no fue su colorida decoración sino la maitre que atendía en la entrada.
Era una muñeca oriental, de profundos ojos negros y pelo lacio que con un sonrisa y un perfecto español me acompañó a una mesa con vistas al mar. No me cabía en la cabeza que en solo un metro y cincuenta centímetros cupiera tanta sensualidad y belleza. No era que me hubiera puesto nervioso el verla caminar moviendo su pandero, ni siquiera que su perfume llenara mis papilas con su olor, la mujer tenía algo indefinible que la hacía especial al menos ante mis ojos.
Cuando con una finura y educación exquisita, me colocó la servilleta sobre mis piernas, mi cuerpo ya se había olvidado del cansancio del viaje y del hambre que me había hecho bajar a desayunar. Quería comer pero de otra clase de alimento.
Si se había dado cuenta del efecto que había causado en mí, no lo demostró porque profesionalmente tomó mi comanda mientras yo babeaba mirándola.
No pude dejarla de observar durante todo el tiempo que tardé en comer, sus movimientos perfectamente estudiados, lo delicado de su maquillaje y hasta el vestido de seda salvaje que portaba, me tenían obnubilado, hasta tal grado que no recuerdo en que consistió mi almuerzo. Solo sé que cuando terminé se había ido, y cabreado sin nada mejor que hacer, decidí dar una vuelta por la ciudad para hacer tiempo hasta la cena donde esperaba volverla a ver.
El portero de hotel, un viejo uniformado con un traje de almirante, al que no le faltaba ni siquiera las medallas ni galones propios de su rango, me consiguió un taxista que hablaba inglés. Era un malayo que llevaba toda una vida sirviendo de guía a los turistas y que nada mas entrar al vehículo, me preguntó si no quería que me llevara a una casa de masajes, manido término para referirse a un prostíbulo.
No gracias-, le respondí sin saber muy bien el porque, ya que todo mi ser me pedía relajarme y que mejor forma de hacerlo que con una de las afamadas putas asiáticas, -lléveme mejor a ver la capital-.
Molesto quizás por la comisión perdida encaró acelerando la carretera rumbo a Bandar Seri, pero tuvo que frenar al ponerse en rojo un semáforo. Al parar, quedamos frente a una parada, en la que casualmente la jefa del restaurante esperaba el autobús. Consciente de que difícilmente, me iba a ver con una oportunidad parecida, bajé la ventanilla, preguntándole si quería que la llevásemos al centro.
Tras la sorpresa inicial, me reconoció como el cliente que acababa de servir, y confiada entró en el taxi agradeciéndome el favor.
Su aroma inundó la atmósfera de cubículo, impregnándonos de su olor, creo que hasta el taxista se quedó encantado con la incorporación de la muchacha, porque al momento se puso a hablar entre risas en malayo con ella.
 
No saber de que hablaban era incómodo y por eso debí poner una cara de bobo, ya que la oriental al mirarme me explicó:
-Le he preguntado que donde iban ustedes por si me tocaba de camino, pero el conductor me ha dicho riéndose que debe de ser usted un bicho raro, porque le ha ofrecido llevarle a un tugurio y usted se ha negado
Me quedé acojonado con la liberalidad que hablaba de puterio, pero caí en que trabajando en un hotel debía ser el pan nuestro de cada día, pero ya que ella había sido quien había iniciado la charla, le pregunté que donde iba.
No voy a ningún sitio en particular, quería hacer unas compras, pero si me invita a un café, acepto encantada-.
Perdone, pero me acabo de dar cuenta que soy un maleducado, soy Fernando de Trastamara-, me presenté dándole la mano.
Ella me miró divertida por mi educada trato, y acercando sus labios a mi mejilla me saludo dándome un beso,- Encantada de conocerle, soy Anak Maznar-, y con una seductora risita me preguntó:-¿y el café?-
Solté una carcajada al escuchar la geta de la mujer, y dirigiéndome al taxista le pedí que nos llevara al mejor lugar de la ciudad. “The jade garden”, contestó convencido que ahora si habría propina, y sorteando los coches, se dirigió al lugar.
El hotel estaba a veinte kilómetros de la cuidad, y por eso me dio tiempo durante el trayecto de averiguar que Anak era de una familia de toda la vida de Brunei, pero que había pasado estudiando gran parte de su juventud en Europa, y que esa era la razón por la que hablaba un perfecto español.
El Jardín de Jade era un gran restaurante con varías areas temáticas dedicadas diferentes países, por lo que cuando entramos me dirigí directamente a la zona tipo pub inglés, donde me iba a sentir mas en casa. El jefe de sala saludó con una inclinación de cabeza a la muchacha y sin hacerme caso nos llevó a una mesa colocada en un rincón.
Ya en nuestro lugar, galantemente acerqué la silla a la muchacha para que se sentara, ella se lo tomó como algo natural y acomodándose en la silla, le pidió al camarero dos Whiskis.
-¿No era un café?-, le pregunté.
-¿No esperaras que con un café, consiga sonsacarte todo lo que deseo saber de ti?-, me respondió entornando los ojos y moviendo coquetamente sus pestañas.
Me alucinaba el desparpajo y la caradura de esa mujer, no solo me había embaucado para invitarla, sino que con gracia me acababa de decir que estaba interesada en mí.
-¿Qué es lo que quieres saber?, ¿quizas que si soy homosexual al no quererme ir con fulanas?, o ¿el tamaño de mi miembro?-
Haciéndose la ofendida, me contestó: –No creo que seas marica, se te cae la baba cuando me miras, respecto a si estas o no dotado, ya lo averiguaremos mas tarde-, dejándome claro que había posibilidades de terminar con ella en la cama.,-pero lo que quiero saber es que haces tan lejos de casa-
Buscar mi cuarta esposa-, le respondí siguiéndole la guasa.
-En serio-, se carcajeó con mi respuesta, –desde ayer todo el hotel anda alborotado con la llegada de un famoso diplomático europeo, suponíamos que debía ser un anciano, y no el adonis con el que estoy sentada-.
Tenía gracia el asunto, no sabía que resortes había tocado el cardenal, pero estaba claro que debió mover Roma con Santiago, y lo que iba a ser una escala, se había convertido para ese pequeño estado en un tema importante.
No te he mentido, voy camino de Nueva Zelanda a buscar esposa, pero quizás me quede un tiempo en Brunei, porque creo que mi avión va a tener un problema técnico-.
-¿Qué problema?-, me preguntó mientras por debajo de la mesa sentí como una mano, subía por mis pantalones concentrándose en mi entrepierna.
Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que Anak consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Cerrando su palma alrededor de su presa, tanteó su grosor mientras me daba un beso en los labios, susurrándome al oído:
Eres enorme-.
Y realmente lo era, mi estatura sobrepasaba la de la muchacha en al menos sesenta centímetros, mi peso debía de ser mas del doble que el de ella, y lo mas importante en ese momento, su mano tenía dificultades en rodear la circunferencia de mi pene.
-¿Te da miedo?-, le respondí mordiéndole el lóbulo.
Si, pero me excita pensar en lo que se debe sentir al tenerla dentro-, y sin decirme nada mas se agachó introduciéndose el glande en su boca, mientras con su mano empezaba a masturbarme.
Un poco cortado, por que el camarero al traernos la copa nos viera, la retiré diciéndole que esperara a que nos sirvieran, pero ella en vez de hacerme caso se metió bajo la mesa diciéndome:
-Tú, ¡disimula!-
Y de esa forma tan extraña, en un país lejano, con una muchacha que acababa de conocer, esperé que me pusieran un whisky, siendo mamado mientras tanto. Anak era una experta, la calidez de su boca recorría toda mi piel, y sus dedos me apretaban los testículos sin pausa, en un ejercicio magistral de lo que debe de ser un buen sexo oral.
Cuando acababa de empezar a experimentar los primeros síntomas de placer, llegó el camarero, con la comanda, por lo que me merecí un oscar por mi actuación.
Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como el hombre vertía la bebida y el hielo en nuestros vasos, no creo que lo hiciera a propósito, pero fue una tortura observar su lentitud al hacerlo, gota a gota, cubo a cubo completó su labor con una pachorra exasperante, mientras a centímetros una hambrienta hembra devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo, y curiosa pretender entrar en la diminuta abertura de mi glande, en un intento de poseerme. La excitación me iba sorbiendo al ritmo en que me acababa el whisky, y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
Anak lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior , mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos, pero mi acompañante se lo tragó sin quejarse, y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
La muchacha salió de debajo de la mesa, con cara de deseo, sus mejillas coloradas me revelaban su excitación y sus ojos negros no hacían mas que confirmar lo que ya sabía, era un hembra con ganas de ser acariciada y amada.
Tómate la copa, mientras pido la cuenta-, le dije todavía mas urgido que ella. No podía esperar en poseerla, me apetecía haberla tumbado en la mesa y tomarla en ese momento pero la prudencia se impuso a la lujuria, al ver que la oriental se bebía de un trago su copa y cogiendo su bolso, me arrastraba hasta la entrada.
Debió de resultar cómico el ver a una diminuta malaya tirando de un enorme blanco por el interior de un restaurante, yo al menos lo encontré divertido y por eso me fui riendo durante todo el trayecto.
Fuera del local nos esperaba el taxista que nos había traído, y sin esperar a que le hiciéramos una seña, nos abrió la puerta para que accediéramos al interior del vehículo.
Al hotel-, le grité al taxista, abrazando a la mujer, pero ella separándose de mi le dio otra dirección diciéndome: –Mejor a mi casa-.
Estuve a punto de negarme, ya que no resultaba prudente el meterte en un sitio desconocido en el extranjero, pero los labios de la mujer cerrando mi boca, evitaron que lo hiciera, y sin pensarlo dos veces me zambullí entre sus brazos.
Por encima de la blusa, acaricié sus pechos, descubriendo unos senos firmes que excitados esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de que el conductor no nos viera, me apoderé de uno de ellos, y cruelmente lo pellizqué, Anak me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo, que consiguió romper con las ataduras de mi vergüenza y sin poderlo evitar, le bajé las bragas descubriendo un depilado y cuidado sexo. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, la mujercita no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Fue una suerte que la niña viviera tan cerca, porque de no ser así, la hubiese penetrado con el coche en marcha, y de esa forma, pude bajarme corriendo del taxi, y lanzándole el dinero por la ventanilla, llegar a su cuarto, todavía vestido.
Nada mas cerrar la puerta, Anak se lanzó a mí y de pie soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo arreón la penetré hasta el fondo. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sin que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior, y su estrecho conducto presionaba fuertemente mi contorno al hacerlo, en una dolorosa penetración que hizo saltar lágrimas de sus ojos.
Sabiendo lo duro que resultaba, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo liviana que me resultaba la muchacha, la enorme facilidad con la que la elevaba para dejarla caer empalándola, me hizo pensar que no debía pesar mas de cuarenta y cinco kilos, pero su poco peso quedaba compensado con creces por su lujuria. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mis cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su dueña, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Anak aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de si, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura, pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi líbido como mis ganas de derramarme en su interior, y que cogiendo sus senos como agarre, comenzara un galope desenfrenado encima de ella.
Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo, de forma que la desgarré dolorosamente y cuando exploté licuándome en su cueva , mi semen se mezcló con su sangre, y mis gemidos con sus gritos de dolor.
Agotado me desplomé sin sacársela, encima de ella sin dejarla respirar, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por la tremenda experiencia que le había hecho tener.
Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
De la mano de Anak fui a su habitación. Al entrar en el departamento no me había fijado el lujo y la clase con la que estaba decorado, pero si ese momento, cuando la urgencia por tirármela ya no era un asunto prioritario. “Debe de ser una putita de lujo”, cavilé al recapacitar que un sueldo de Maitre no era suficiente para pagar todo eso. Pero no me importó el pensar que me iba a salir cara la broma, porque la niña valía lo que me cobrara.
La cama no me defraudó, sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba estrecho, pero suficiente, dadas mis actuales proporciones. Nada mas tumbarnos, la mujer me preguntó si quería algo de beber. Le contesté que si, que me sirviera lo que ella iba a tomar.
Desnuda, la vi salir del cuarto, para volver enseguida con una botella de champagne y dos copas. Abriendo el Dom Perignon con la soltura que da la práctica me dijo:
Brindemos por habernos conocido
Sabiendo que una bebida tan cara iba a incrementar escandalosamente la factura, me dio lo mismo, y alzando mi copa brindé por ella. El champagne estaba a la temperatura perfecta, frío pero no demasiado, de forma que las burbujas cumplieran la función de incrementar el sabor al pasar por las papilas gustativas.
Anak se acomodó sobre el colchón, adoptando una pose sensual. Mirándola tan pequeña e indefensa, pero a la vez tan bella y sugerente, comprendí el porqué la muchacha podía cobrar tan caro como para mantener ese nivel de vida. Intrigado por como había llegado a ese tipo de vida, le interrogué por su infancia.
Poco a poco me fue desvelando sus primeros años, por lo visto venía de una familia de clase alta, había estudiado en un colegio Anglicano, y sin cumplir todavía la mayoría de edad se había ido a recorrer mundo. Hablaba siete idiomas y tenía dos carreras, y para colmo el Sultán era su padrino.
-¡Y yo que pensaba que eras una puta!-, le solté sorprendido sin medir las consecuencias.
La pilló fuera de sitio mi comentario, tardó en comprender que no era una broma, y al darse cuenta que iba en serio, se levantó hecha una furia, saliendo de la habitación.
Corrí tras ella, pidiéndole perdón. Realmente me había pasado dos pueblos, por lo que poniéndome de rodillas, le dije que me merecía un correctivo. Arrodillado y con los brazos en cruz esperando un escarmiento, puse un gesto compungido. Mi pantomima le hizo gracia. Acercándose a mí, plantó un beso en mis labios mientras me decía al oído, que porque había llegado a pensar así.
Cariño, no es normal que una camarera viva así-, le contesté mostrando todo el apartamento.
Casi se cae al suelo por la risa, –Soy la dueña del hotel-, me contestó al calmarse.
-Pero-, exclamé sacado de onda,-¿que hacías sirviendo mesas?, y sobretodo, ¿por qué te pillé tomando el autobús?-.
-Estaba en la parada esperando a mi chofer, y respecto a lo de restaurante, me gusta hacerlo-.
-Ah, no se me ocurrió, perdona el malentendido-, le respondí sabiendo que había metido la pata por dejarme llevar por las apariencias.
Haciendo la paces, le serví una copa. Anak, aprovechando mi vergüenza, me pidió que le dijera que hacía en realidad, a que me dedicaba, porque todo el mundo hablaba de mi, preguntándose que quien era y por que era tan importante.
Por supuesto, que le mentí, no podía contestarle que era el titán cuyos hijos iban a dominar el mundo. Engañándola por completo, le expliqué que era un alto ejecutivo de una multinacional con muchos nexos en el Vaticano, y que por eso tenía pasaporte diplomático.
Vale, te creo-, me respondió sin estar muy segura del todo,- pero ¿que has venido hacer aquí?-.
-Muy sencillo-, tomando aire antes de proseguir le dije:- Uno de mis jefes, un cardenal está interesado en el trabajo que una mujer está realizando en Nueva Zelanda, por lo visto es una especie de misionera que ayuda a los indígenas maoríes de una parte de la sierra-.
-¿Cómo se llama ella?-
-Wayan Bali-
Meditando unos momentos, me contestó que ya sabía cual era el castigo que me había elegido. Todo en ella me hablaba de resolución y supe que daba igual el castigo que hubiese pensado, la muchacha me iba a complicar la existencia. Pero ansioso de complacerla le dije que era en lo que había elucubrado.
Aprovechando que tengo que tomar unas vacaciones, te voy a acompañar en tu misión-.
“Acompañarme en mi misión”, ahora si que había metido la pata, aunque era cierto que la titánide trabajaba de misionera, no creía que fuera bueno que me viera aparecer con la muchacha justo cuando tenía que convencerle de que debíamos procrear juntos. En ese momento debía de haberme vestido, huyendo a toda velocidad de allí, pero contra lo que me reclamaba la prudencia mas elemental, le respondí que de acuerdo, que podía acompañarme.
Encantada por mi respuesta, me llevó a la cama, y no salimos de ella, hasta las seis de la mañana del día siguiente. Ni siquiera tuvimos que ir al hotel por mis cosas ya que mandó que las trajera un propio, por lo que después de desayunar salimos directamente hacía el aeropuerto.
Anak era todo energía, las pocas horas dormidas y el esfuerzo de una noche de pasión no parecían haberla hecho mella. Cantando y riendo incluso antes de desayunar, se me mostraba feliz por la perspectiva del viaje, yo, al contrario sufría una enorme resaca. El control de pasaporte no resultó ningún problema, porque el mismo agente que me había revisado la documentación a la entrada, era el que nos toco a la salida, y en cuanto me vio, nos hizo pasar a una sala vip, donde fuimos atendidos por una azafata mientras hacían el papeleo.
Antes de despegar, el capitán nos explicó que el trayecto eran cerca de ocho mil kilómetros, por lo que estimaba un vuelo de mas o menos nueve horas. No me esperaba tanto tiempo, siempre había pensado que ese país estaba al lado de Australia, que casi se podía cruzar a nado el canal que los separa, pero no es así. Entre el continente y Nueva Zelanda hay dos mil kilómetros mas que de Madrid a Berlín. Cuando hablamos sobre un neocelandés solemos asimilarlo a un australiano, pero es como comparar a un mexicano con un colombiano, solo tienen el mismo tronco común pero quitando eso cada uno tiene su propia idiosincrasia .
Previendo otro coñazo de viaje, nada mas entrar me acomodé en el asiento y tapándome con un manta, me quedé dormido. Creo que ni siquiera aguanté despierto el despegue.
Me despertó la risa de Anak. La muchacha estaba charlando con el copiloto de nave, cuando abrí los ojos. Parecía estar pasando un buen rato bromeando con el tipo, mientras éste no dejaba de coquetear con ella. Todas las tonterías que un hombre hace para conquistar a una mujer, las hizo en los pocos minutos que trascurrieron entre mi despertar y cuando ya cabreado por la insistencia del muchacho, me levanté del asiento.
No me había dado cuenta que estaba celoso hasta que Anak me preguntó que porque estaba de tan mal humor y no pude contestarle, pero lo cierto es que me hervía la sangre, tenía ganas de estrangular al empleado del cardenal y lanzar su cuerpo al vació para que se lo comiesen los tiburones.

Tratando de tranquilizarme me metí en el baño, y meditando el porqué de mis actos saqué tres cosas en claro. La primera es que el copiloto no tenía la culpa, yo hubiese hecho lo mismo de encontrarme en una situación parecida, lo segundo era que no sabía cómo pero estaba colado por la muchacha, de todas las mujeres que conocía solo sentía algo parecido por Xiu, y la tercera era que me daba igual que fuera humana, no pensaba dejarla escapar.

 
Con eso en mi mente, salí del aseo, y acercándome a Anak, la abracé dándole un beso.
-¿ Y eso?, preguntándome por la razón de tanta efusividad.
Me he levantado con ganas de besarte, ¿acaso no puedo?-.
-¡Claro!, si te quieres también te dejo darle un beso a Carlo-, y hurgando en la llaga, prosiguió diciendo,-¡Es tan mono!-.
-¡Vete a la mierda!-
Si antes estaba celoso, ahora estaba hecho una furia. Se había percatado de mis sentimientos y los había usado para herirme. Ofendido hasta la medula, me hundí en un silencio total del que no salí, hasta que el avión aterrizó en Wellington.
 
Fue entonces cuando tome venganza contra el inocente copiloto, pues nada mas abrir la compuerta, tuvo que salir corriendo un baño del que no saldría y estaba seguro por lo menos en tres horas. Sin que nadie se diera cuenta le había manipulado para que cada vez que intentara levantarse, se viniera por la pata abajo.
Sabiendo que había sido totalmente injusto pero con mi ánimo restablecido, aceleré el paso cogiendo del brazo a la muchacha porque me urgía estar lejos de mi competencia y del asqueroso hedor que su diarrea iba a provocar.
-¿No te parece raro que se haya puesto enfermo justo ahora?-, me preguntó al darme el pasaporte. De no ser porque era imposible, hubiese supuesto que se había enterado de mi castigo.
-¡Quien sabe!, ¿A lo mejor, ha intentado comerse algo que no debía?-
-¡Será eso!-, me contestó extrañamente alegre, justo antes de pasar migración.
Mr. Williams, el contacto del cardenal nos esperaba a la salida del aeropuerto, tras saludarnos metió nuestras maletas en un Range Rover, el famoso todoterreno inglés que compra la gente bien en España para ir a pasear por la castellana, pero que esta considerado uno de los mejores vehículos de campo del mundo. Por lo visto venía preparado para irnos directamente a nuestro destino, que estaba a cuatrocientos kilómetros de ahí, y encima había que coger un ferry porque estaba en otra isla.
-Es muy tarde-, protestó Anak al escucharlo, -son las cuatro y llegaríamos de madrugada, mejor dormimos aquí, y salimos mañana temprano-.
-Para nada, ¡Nos vamos!-, le contesté. A mi tampoco me apetecía pegarme la paliza del viaje, pero si a ella le molestaba hacerlo, “¡mejor!, ¡que se jodiera!”.
Enfurruñada y con cara de pocos amigos, se tiró en la parte trasera del automóvil, y poniéndose unos cascos se aisló del mundo, pero sobre todo de mí. El ferry salía desde el mismo puerto de la ciudad, todo estuvo perfectamente coordinado para que nada mas llegar subiéramos a bordo, de forma que a las cinco el barco ya había zarpado.
La duración de la travesía era de tres horas, pero el mal tiempo provocó que llegáramos a Picton con retraso, de manera que el barco atracó pasadas las nueve de la noche. Fue el propio Williams el que haciéndome ver que no era recomendable el meternos en carretera, me convenciera en quedarnos a pasar la noche en esa ciudad.
Anak sonrió viéndome sucumbir y poniendo un gesto de ya te lo decía yo, me preguntó:
A ver listillo, ¿Dónde vas a llevar a una dama a cenar?-.
Estuve a un tris de responderle que no sabía que hubiera una dama, pero ya no tenía ganas de discutir. Hacía un día que la conocía y ya habíamos reñido dos veces, por lo que bajando las orejas, le contesté.
-¿Qué quiere cenar esta hermosa mujer?-
-Comida maorí-.
No tenía ni idea que los indígenas tuviesen una comida propia que hubiese sobrevivido a la colonización inglesa, por eso tras pensarlo me pareció una estupenda idea, –Pues vamos-, le contesté.
Ya en el restaurante, al llegar el camarero a tomar nota de lo que queríamos para cenar, Anak sin dejarme intervenir pidió Hangi para todos. Creí que se refería al plato típico escocés el Hagis, una especie de morcilla muy especiada, pero gracias a dios me confundí, ya que consistió en una serie de carnes y vegetales guisados en un agujero, poniendo los alimentos sobre una piedras al rojo, de forma que se cocinan al vapor, todo ello con kumara, un tipo de patata dulce.
El plato estaba rico, pero no tanto como parecía al ver a la malaya comer. Parecía un saco sin fondo, poco a poco se tragó toda una fuente, bien bañada con al menos tres pintas de cerveza. Tanto alcohol en un cuerpo tan pequeño tuvo sus consecuencias, como sería su borrachera que al llegar al hotel tuve que cargarla hasta la habitación.
Depositándola sobre la cama, la observé descojonado, no es que estuviese bebida, estaba fumigada, roncaba a pierna suelta, pero aún así me gustaba. Cuando la estaba desnudando para meterla entre las sábanas, se medio despertó, pero viendo su estado le pedí que se durmiera, pero ella se negó diciéndome:
-Tengo frío-.
Me desnudé abrazándola. Al hacerlo descubrí que Anak no mentía, tenía piel de gallina y no dejaba de tiritar mientras balbuceaba incoherencias. Tratándola de dar calor, comencé a aplicarle un masaje por todo su cuerpo, pero lejos de reaccionar se hundía cada vez mas en un sopor extraño, con los ojos en blanco no dejaba de decirme que me ayudaría a cumplir con mi misión.
La niña me estaba empezando a asustar ya que parecía que le costaba respirar con naturalidad. Su pequeño cuerpo se debatía entre las sábanas sin reaccionar a mis friegas, y sin saber que hacer la tomé entre mis brazos, llevándola a la ducha.
El agua caliente consiguió estabilizarla, cesando sus temblores y haciéndola recobrar el sentido. Como si fuera un títere se dejó, que la bañara y la secara. En sus ojos descubrí algo mas que agradecimiento, la muchacha me miraba dulcemente sin protestar.
Ya en la cama, se acurrucó a mi lado, y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos, a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta, pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez mas a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en la sabanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía mas cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningón pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar mas la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido mas efectiva si hubiera usado un poder mental como el mío, y sin poderme negar la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella, pero esta vez si supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Anak se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras su dueña gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura. No debía de moverme pensé, meditando sobre la diferencia de tamaño, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro, y lo que deseaba era darla placer y no dañarlo, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella mas fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que mas deseaba, que era la completa posesión de esta mujer, pero mi extrañeza fue máxima al oírla gritar diciéndome que ni se me ocurriera correrme, que mi semen era para su boca, que quería disfrutar de su sabor nuevamente.
Completamente excitada saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez, mojando mis piernas al hacerlo con el flujo que manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de que el placer la iba calando. Lejos de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo. Su climax era cuestión de tiempo, con la respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo anegado por el placer, estaba a la espera de un orgasmo, que llegó al oírme ordenarla que se corriera.
Fue una explosión, Anak gritó su liberación mientras su cuerpo convulsivamente temblaba empalado y su cueva se licuaba derramándose sobre las sábanas. Pensé que se iba a tomar un tiempo mientras se relajaba, pero en vez de ello, cogiendo mi pene entre sus manos, con su lengua lo limpió con premura buscando mi propio placer. Con la punta recorriendo todas la rugosidades de mi glande, fue incrementando sus maniobras mientras con sus manos me apretaba los testículos.
Para mi, el tiempo se había detenido. Sin poder ver y ni ayudarla al tener mis manos atadas, solo podía disfrutar de sus caricias. Anak se dio cuenta que ya no podía aguantar mucho, y abriendo por entero su boca, se embutió todo mi pene en su interior en espera de mi orgasmo. Con mi capullo empotrado en su garganta, su cabeza buscó mi placer moviéndose de derecha a izquierda, a la vez que sus manos me arañaban el pecho. Con un jadeo premonitorio, conseguir zafarme una de las muñecas y apretando su melena contra mi, me corrí en su interior sin dejarla moverse mientras me derramaba en oleadas de placer por su faringe. La muchacha sin quejarse sorbió toda la simiente, que llenaba su boca hasta que de la punta de mi sexo dejó de brotar el liquido y entonces levantando la cabeza, me premió con una bella sonrisa mientras me decía:
Ahora quiero que me tomes por delante-.
Me reí al escucharla, pero aunque me apetecía la coherencia me decía que era tarde y que al día siguiente tendríamos un largo camino, por lo que dándole una nalgada le dije que había que dormir. Pero mi queridísima malaya creyó que era parte del juego y lanzándose sobre mí intentó reactivar mi lujuria pero lo que consiguió fue que usando las camisas, la atara de pies y manos diciéndola al terminar:
-O te duermes o te saco desnuda al pasillo-
Esta vez me obedeció, la amenaza había surtido efecto y colocándose a mi lado para que la abrazara, puso su cabeza sobre la almohada, intentándose dormir. Satisfecho, pase mi brazo sobre ella y en esa postura concilié el sueño.
Durante toda la noche nada me perturbó, y como si me tratara de un niño, conseguí descansar acunado en los brazos de la mujer, solo despertándome cuando la claridad del día hizo acto de presencia a través de la ventana de la habitación.
Anak seguía totalmente dormida cuando me levanté al baño. Era una gozada el verla así, desnuda, bella y atada, su indefensión seguía sobrecogiéndome, y no solo por la pinta de sumisa que tenía con las camisas anudadas a sus tobillos y muñecas, era algo mas profundo, todo en ella era atractivo, y lo peor era que no sabía como iba a reaccionar cuando se enterara del verdadero motivo por el que buscaba a Wayan, la titánide de Oceanía. Temía que al saber que mis intenciones eran poseerla, me abandonara y eso me turbaba al darme cuenta que estaba enamorado de esa pequeñaja.
Pensando en eso, me metí bajo la ducha, pero ni siquiera el chorro de agua fría recorriendo mi piel consiguió quitarme la certidumbre de que la iba a perder en pocas horas, por lo que después de secarme me acurruque a su lado intentando disfrutar del poco tiempo que me quedaba a su lado. La diferencia de temperatura de nuestras pieles la hizo despertarse al sentir que la abrazaba, colocándome a su espalda.
-Buenos días, cariño-, me dijo aún medio dormida,-¿porque no me desatas?-.
-Vuélvete a dormir, quiero disfrutar de tenerte en mis brazos-.
Quería tenerla en esa posición eternamente, con su cuerpo diminuto pegado a mi piel, y su cabeza apoyada en la almohada mientras sus nalgas rozaban mi sexo. Pero resultó que ella al sentirme, empezó a restregar su trasero contra mi desnudo pene, consiguiendo sacarlo de su letargo.
Quieta-, protesté al notarlo.
Pero ella haciéndose la sorda, prosiguió moviéndose hasta que consiguió introducirse mi sexo en su cueva. Estaba atada, pero no indefensa, sentencié al notar como me absorbía en su interior, y viendo que no se iba a quedar quieta, abrazándola con mis piernas, profundicé mi penetración entre los suspiros y jadeos de la muchacha que ya totalmente despierta se retorcía mientras me imploraba que la amara. Su espalda seguía pegaba a mi pecho cuando mis manos acercándose a sus pezones, los descubrieron totalmente erectos esperando mi caricias. La cachondez de esta muchacha no tenía límites, y por eso no me sorprendió que al ponerla a cuatro patas, con su culito en pompa, me pidiera que la penetrara por donde yo quisiera. Estuve tentado de usar su puerta trasera, pero poniendo mi glande en su entrada, la penetré de un golpe hasta que chocó contra la pared de su vagina. Gritó al ser llenada, pero no satisfecha gimió pidiéndome que lo hiciera brutalmente.
Agarrado su pelo, lo usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Me recordó la escena a una día que vi a un jockey en una carrera y al igual que el atizó a su montura con una fusta, yo usé mi mano para obligarla a acelerar sus pasos dándole una fuerte palmada en su trasero. La muchacha berreó como la yegua que era en ese momento lanzándose a un galope cuya meta era es ser regada. El tratamiento le gustó, y chillando su calentura me pidió que no parara. Por supuesto que no lo hice, sino todo lo contrario, al oír que me respondía con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga, mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría. Al caer sobre el colchón me hizo desequilibrar y cayendo sobre su cuerpo mi pene se introdujo abruptamente en su interior provocándole otro orgasmo. Fue entonces cuando surgiendo de mis entrañas un fuerte deseo me sometió y sin ningún tipo de control eyaculé rellenando su cueva con mi semen, mientras ella se retorcía como una perra, diciéndome que terminara. Fue un placer total, todos mis nervios y neuronas disfrutaron de cada una de las oleadas con las que la bañé, pero sobre todo de cada uno de los aullidos que surgieron de su garganta al recibir la ansiada recompensa, de forma que exhausto caía a su lado besándola y abrazándola al saber que quizás esa era la última vez que lo hiciera.
Fue ella la primera en reaccionar y levantándose de la cama, se arrodilló en el suelo y extendiendo sus manos en plan de broma me dijo:
-¿Puede mi amo desatarme?, o es que su esclava no se ha comportado bien y debe continuar su castigo-.
Muerto de risa, deshice los nudos con lo que tenía atadas las muñecas y dándole un beso le repliqué:
-Los tobillos te los desatas tú, no vaya a ser que me vuelva a animar y tenga que aplicarte un correctivo-.
Aproveché ese momento para pedir por teléfono que nos trajeran el desayuno, ya que me crujía el estomago de hambre, y parodiando un viejo chiste pensé “no solo de los frutos del amor sobrevive un hombre”. Entre tanto Anak se había metido a bañar, por lo que al colgar y viendo que no tenía nada que hacer, puse la televisión esperando que el hotel tuviera la CNN porque me apetecía enterarme que había ocurrido por el mundo.
La locutora, una mujer de raza negra, estaba dando noticias de carácter económico cuando de improviso le avisaron de una última hora, y sin mediar palabra dio paso a su corresponsal en
El Vaticano, por lo visto acababan de atentar contra un alto dirigente de la Iglesia y aunque se desconocía el nombre del jerarca muerto, en una pagina de internet los supuestos autores del atentado, unos fundamentalista islámicos, se vanagloriaban de haber acabado con el numero tres de los católicos que para mi sorpresa no era otro que el cardenal Antonolli.
Me quedé de piedra al enterarme de ese modo de su muerte, y no solo porque no me lo esperaba sino por lo que significaba, ya que una vez muerto, nada ni nadie podía discutir mi autoridad entre los titanes. Hundido por la responsabilidad que eso significaba hice recuento de cuantos de nosotros conocía, y caí en la cuenta que quitando a las cuatro mujeres, solo sabía los nombres de dos mas, uno era mi padre y el otro la madre de Xiu. Sabía de primera mano que tanto Makeda como Thule eran huérfanas, y según los informes, la tal Mayan tampoco tenía padres. Eso hacia que fuéramos solo siete los titanes conocidos mas tres gestándose, cuando según el propio Cardenal el número nunca había variado en siglos manteniéndose un número constante de catorce, luego me faltaban cuatro y si descontaba el que debía de procrear con la mujer que andaba buscando, y también le restaba la titánide americana y su posible descendencia, todavía había dos por localizar.
Cual sería mi cara, que al salir Anak de la ducha me preguntó que pasaba. Tardé en contestarle por que no sabía que hacer, si volver a Europa a hacerme cargo de mi herencia o continuar mi misión y encontrar a Mayan.
Tras unos momentos de confusión, en los que alternaba entre las dos soluciones decidí explicarle que ocurría. La muchacha malaya me escuchó en silencio mientras le relataba una historia que dudaba que creyera, en la que yo me había convertido debido a ese atentado en el jefe de una estirpe muy antigua, y que el problema era si era mejor cumplimentar mi misión antes de volver o postergarla para retornar en un futuro.
Al terminar de oírme, se levantó de la silla en la que estaba sentada y midiendo sus palabras me contestó:
 
-¡Debes volver!-, la rotundidad de su afirmación me sacó del ensimismamiento en el que estaba, –sobre todo por que aunque no lo sepas, hace dos días que cumpliste con tu misión-.
Sin dejarme intervenir me explicó que Wayan se había enterado de que los hombres del cardenal la buscaban y que anticipándose a nosotros nos había estudiado y localizado sin que nos diéramos cuenta. Viendo mi desconcierto, me dijo:
Soy Wayan Bali, la titánide que buscabas-.
-¡Imposible!-, le grité sin creérmelo cuando de repente sentí que su mente se abría a la mía y como si de un abrazo se tratara se fundía conmigo, mostrándome que había querido conocerme sin descubrirse, porque si debía entregarse a un hombre, este debería amarla por quien era y no por lo que era.
Todavía desconcertado le dije que yo la amaba.
-¡Lo sé!, amado mío-, y leyendo en mi mente el ritual prosiguió diciendo: Como Wayan Bali, descendiente de Badung, príncipe de Bali, entro a formar parte de tu familia, despojándome de toda mi riqueza y posición. A partir de ahora seré llamada Wayan Song, concubina de Trastámara-.
-Te acepto en nombre de mi esposa Xiu y en el mío propio-, y sin darme casi cuenta formalicé nuestra unión de esa forma.
-Solo te queda una cosa por hacer mi querido esposo, antes de que vayamos a Europa-, me dijo Wayan.
Intrigado por la forma tan misteriosa en la que habló, le pregunté que era.
 
A partir de hoy deberás convertirte en el rey legítimo de mi pueblo y para ello deberás vencer en una lucha ritual ante los ancianos-.
-Pues mientras me enfrento a esos viejos, déjame practicar haciéndote el amor-
-No vístete, que tenemos prisa-, me contestó librándose coquetamente de mi abrazo.
Viendo que no tenía mas remedio que hacerle caso, me vestí mientras ella hacía lo mismo, de manera que en cinco minutos ya estábamos en la recepción de hotel esperando a Mr. Williams. Cuando este llegó, Wayan le explicó que había pedido su helicóptero, por lo que ya no hacía falta seguir disimulando. El viejo respiró aliviado e hincando su rodilla en el suelo, se despidió diciendo:
-Mi reina-.
Me quedó claro como se había enterado de nuestras intenciones por anticipado, el contacto del difunto cardenal era un topo de ella en nuestra organización. Debería estar molesto pero mirando al tipo me di cuenta que no le tenía ningún rencor, porque gracias a él había conseguido conocerla sin saber que era mi objetivo.
Y como no podía ser de otra forma, Wayan me tenía reservada otra sorpresa ya que al llegar al pequeño aeródromo de la ciudad, esperaba que un piloto fuera el que nos llevase a su pueblo, pero nada mas entrar en el aparato, se puso a los mandos de la nave, y aturdido observé, que ella era quien iba a llevarlo.
Medio muerto de miedo, me subí abrochándome el cinturón nada mas posar mi trasero en el asiento, esa iba a ser mi primera vez y el nerviosismo me atenazaba. Con la tez blanca por el terror que sentía le supliqué:
-¿Sabrás manejarlo?-.
Como única respuesta sentí que mi estómago se daba la vuelta, al ella despegar del suelo, soltando una carcajada. Si ya era malo de por sí el pensar que estaba en sus manos, todavía fue peor cuando equilibrando el vuelo, el aparato seguía inclinado hacia delante de forma que veía pasar las copas de los árboles a mis pies. Wayan tuvo que explicarme que un helicóptero volaba de esa forma, que la cola siempre se mantenía por encima de la cabina, y que las aspas debían estar inclinadas para avanzar, ya que solo cuando se eleva o desciende horizontalmente se ponen paralelas al suelo.
El vuelo se prolongó durante media hora, tiempo en que la mujer intentó que entretenerme mostrándome la belleza de su isla, de sus montañas y selvas, intento infructuoso porque tuve que hacer grandes esfuerzos para no vomitar en su interior de forma que nada más aterrizar, y con los motores parados, me bajé a hacerlo mientras ella se destornillaba al verme en ese estado.
Cuando ya repuesto, conseguí fijarme en las personas que venían a recibirnos, vi que venían ataviado con sus mejores galas, en pantalones bermudas y sin camisa de forma que los tatuajes de sus cuerpos pudieran ser observados por la concurrencia. Todo estaba milimétricamente preparado, los hombres portaban un palanquín en el que se subió Wayan, entre el júbilo de su pueblo.
Sentada en su trono, ocho enormes maories lo izaron y a hombros la llevaron al palacio, el cual era una réplica del palacio real de Bali. Mientras tanto yo tuve que seguirla a pie, pues hasta que no me ganase el título no era mas que un extranjero en esas tierras.
Los ancianos nos estaban esperando en la plaza, y tras una breve ceremonia, que no entendí, vi como dos hombres me despojaban de mi ropa, y me dejaban medio desnudo enfrente de la muchedumbre, solo tapado por los boxers que llevaba. Según me había contado la mujer, no debía de preocuparme ya que me iba a enfrentar a un solo hombre, pero alucinado vi que no era verdad y que quien se iba a enfrentar a mi era un nutrido grupo de tatuados guerreros.
Al protestar en voz alta, uno de los ancianos me explicó que debido a mi estatura y fortaleza el consejo había decidido que para que fuera justa la batalla debía de pelear con cinco de los mejores luchadores de la aldea. Sabiendo que de haber continuado con mi reproche lo único que hubiese conseguido hubiera sido quedar como un cobarde, decidí ver que me deparaba mi futuro inmediato.
No tardé en descubrirlo ya que poniéndose en formación y con unas mazas en las manos, mis contricantes comenzaron a realizar una Haka, la danza guerrera maorí en la que con grandes gritos y aspavientos tratan de intimidar a su enemigo. Los occidentales conocemos este baile por el rugby, es famosa la forma en que la selección neocelandesa lo ejecuta antes de cada partido.
Eso fue mi salvación, por que al verlos los imité solo que en este caso, saltando y gesticulando mientras usaba mi poder, les manipulé haciéndoles verme como un Dragón y a los escupitajos que les lancé como grandes bocanadas de llamas, por lo que antes de empezar ya estaban vencidos al estar profundamente aterrorizados por enfrentarse conmigo.
La batalla subsiguiente no tuvo historia, ya que uno a uno los fui desarmando y noqueando con la única arma de mis manos. Solo el mas experimentado de ellos me puso una leve resistencia, intentándome golpear con la maza, pero esquivando su golpe, le respondí con un puñetazo en la barbilla que fue la señal y banderazo de salida para el caos en que se sumió el publico. Un griterío ensordecedor salió de sus gargantas y como si fueran uno, la plebe se lanzó alzándome sobre sus hombros y llevándome a donde estaban los ancianos.
Estos parecían contentos, cosa que me pareció extraña, ya que habían preparado una pelea desigual en la que contra todo pronóstico había vencido. Fue Wayan, mi dulce Anak, la que me sacó de mi error.
-Somos un pueblo guerrero, mi gente espera que sus reyes al igual que hicieron mis antepasados luchen hasta la muerte por ellos, y es por eso por lo que te los has ganado, no solo te has enfrentado contra cinco sin temor, sino que además los has vencido. Ellos no buscaban que ganaras, solo querían saber si tenías el valor suficiente de entablar la pelea-.
-¡No entiendo!-
-Mi bisabuelo Bandung se lanzó a una batalla que sabía perdida, era su deber, y por eso tuvo una muerte gloriosa recordada por todos-.
-¡Fue un suicidio!-, le repliqué buscando un sentido.
-¡No!, mi familia, hombres , mujeres y niños regaron con su sangre nuestra tierra, para darnos la oportunidad de seguir vivos sin ser esclavos-, me respondió indignada.
Me callé al ser consciente de que estaba andando por arenas movedizas, cualquier paso en falso hubiese podido suponer un agravio a la memoria de sus antepasados. Reconocía en mi fuero interno el valor de su sacrificio, pero dudaba de su practicidad.
En ese momento, el mas viejo del consejo se acercó a mí con una corona de flores y tras ponérmela en la cabeza gritó a los asistentes:
-¡Pueblo he aquí vuestro rey!, ¡Rey he aquí vuestro pueblo!. ¡Nuestras vidas son suyas!, ¡su vida es nuestra!, y así por siempre-.

Un rugido unánime respondió a mi entronización, mientras Wayan sonreía satisfecha.

Relato erótico: “Descubriendo el sexo” (POR ADRIANAV)

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Descubriendo el sexo – Parte 2

Rosa tarareaba una canción en voz baja siguiendo la música de la radio de la vecina de al lado. La misma radio que a veces escucho desde nuestra cocina ya que está apenas a tres casas de distancia de la mía.

– ¿Dormiste bien Andreita?

– Si… -dije con un poco de reserva ya que se me cruzó a una velocidad vertiginosa por la mente lo que Arturo me había hecho anoche. Pero de seguro que ella no nos había escuchado porque nunca dejó de roncar.

– Es un poco incómodo que duermas así pero es lo único que podemos ofrecerte.

– No se preocupe Rosa. Aunque esta noche prefiero ir a dormir a mi casa. Solamente para dormir.

– Bueno… no sé si eso está bien porque prometí cuidarte.

– Lo sé. Pero paso el día entero aquí con ustedes y solamente a la hora de dormir me voy a mi cama.

– Bueno… cuando regrese Arturo lo hablamos. ¿Si?

– Si.

Y me sirvió el desayuno que me devoré con hambre poco común para mi, a esa hora del día.

Cuando terminé me dijo:

– Has crecido de golpe Andrea. Y pensar que hasta hace poco eras apenas una niña. Estás hecha una señorita ya m’hija, no parece haber pasado tanto tiempo.

– Si?

– Y te has puesto muy linda. Me gusta como estas desarrollándote.

– Gracias. Usted también es muy linda Rosa.

– Qué lindo que me lo diga una joven como tu. Me cuido. Bastante.

Era la verdad, pensé. Es alta, debe de medir alrededor de un metro setenta. A pesar de no ser muy delgada, tiene muy lindas piernas que hacia arriba se ponen un poco más gruesas donde se forma un trasero muy bonito y bien formado. Se le nota mucho con el pantalón elástico que lleva puesto en ese momento, porque se le mete entre las nalgas y no deja nada a la imaginación. Cuando camina se le mueven deliciosamente como a mi me gustaría que me pasara y se le marcan mucho las curvas de abajo de los glúteos. Otra de sus virtudes es su pecho, no muy grande pero bien firme. Anoche pude confirmarlo. Pero lo más agradable es su cara. De tez bien blanca con un pelo castaño claro, de ojos grises que te inspiran ternura. Su boca, grande y labios finos bien formados. Y para colmo tiene un carácter muy suave y es extremadamente cariñosa con todos los que la rodean. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que había dejado de escucharla por un momento.

– …y debes mantenerte así para que los hombres se sientan atraídos y te traten como a una reina.

– ¿Si?

– Si. ¿No te has dado cuenta qué diferente te miran ahora que te ha crecido todo?

– No sé…

– Fíjate cuando camines por los alrededores. Sobre todo los mayores. Fíjate también cuando venga Arturo. A lo mejor no te has dado cuenta porque no le has prestado atención a eso todavía, pero te mira con una sonrisa. Eso es que le gusta tu cuerpo.

– ¿Si?! -me puse colorada.

– No te pongas así mi amor, eso no me preocupa. Al contrario, me divierte cuando se pone así de excitado -me guiñó un ojo y continuó diciendo:

– Claro! Con esas piernas y esa cola que te has echado. Además esa carita tan bella con tus labios gruesitos y ojitos grandes y tan vivos, despiertas el deseo en los machos de la villa.

– Ja, ja, ja! -Me reí nerviosa – Rosa, voy a pasar por casa a ponerme un short y otra camiseta porque me voy al río a juntarme con los niños y de paso bañarme.

– Bueno. No mas charla. Anda. Te dejo ir porque allá está Julian cuidando de tus hermanos también.

– Gracias. Hasta luego.

Y salí rumbo a mi casa. En el camino Don Jacinto, el más viejito de la villa que siempre se sentaba en la puerta, me saludó como siempre mirándome de abajo hacia arriba. Me hacía gracia la cara que ponía y cómo reaccionaba energéticamente cuando me cruzaba con él. Comprobaba la teoría de Rosa.

En casa me cambié de ropa y cuando iba a poner mi calzoncito en el cesto de la ropa para lavar, me llegó ese aroma a sexo que había quedado impregnado. Me provocó una reacción imprevista entre las piernas y me la llevé a la nariz para sentirlo más fuerte. Me gustó demasiado e inconscientemente me toqué. Pero la imagen del momento que vino a mi mente fue la de Arturo abrazado a mis espaldas con su pito intentando entrar un poco y saliendo. Pensé en su mano debajo de mi pierna ayudándome a mantenerla un poco abierta y su otra mano en mi tetita mientras nos chupábamos las lenguas.

No sé cómo llegué a esto, pero me estaba acariciando el clítoris mientras revivía lo sucedido con él. Sin embargo nunca recordé lo de Julián.

El ruido de uno de mis hermanos entrando como una tromba en la casa me volvió a la realidad y me quité la mano de allí. Por supuesto que a él no le importó mi desnudez. Estábamos acostumbrados a vernos así.

– Hola! Vine a buscar la pelota plástica y me voy al río otra vez. ¿Vienes?

– Si, me estaba cambiando para ir.

– ¡Dale, dale, apúrate! -dijo revolviendo la bolsa donde guardaba la dichosa pelota.

Me puse el short y la camiseta y salimos disparados por su apuro. La verdad es que nunca entendí esos arranques que les da para hacer las cosas corriendo! Lo mismo que con Julián, que me dejó ardiendo de deseos por apurado. Me desagradaba que no tuvieran paciencia.

Ni bien llegamos me metí al agua y levantándome la camiseta aproveché a pasarme jabón. Después me lavé el resto por dentro del short. Estaba terminando cuando sentí que Julián se me acerca por detrás abrazándome.

– Uy, que linda… -me dijo pegando su pito a mi cola.

Los niños alrededor ni caso hacían a lo que estaba pasando. Todos estaban concentrados en jugar.

– No -le dije retirándome.

– ¿Qué pasa?

– Es que no tengo ganas que me hagas eso.

– Yo no iba a hacer nada!

– Bueno, por las dudas.

– Está bien -y así como se me pegó, se fue y siguió jugando divertidamente con los demás.

A pesar de su tamaño, Julián todavía era un niño en ese sentido y con un porcentaje muy bajo de responsabilidad de acuerdo a su edad. Pero la verdad es que después de lo que pasó con su padre, mis expectativas al respecto eran otras. Ya yo no quería que me volviera a tocar.

Después de chapucear un rato sola, me senté en el piso de pinocha como le llamamos a los restos secos que se desprenden del pino, y me puse a pensar con una atención que jamás había experimentado.

Sentí que algo había cambiado enormemente en mí. Hubo una especie de madurez en mi reacción con Julián. Necesitaba procesar las cosas con la responsabilidad de que lo que haría en adelante en todas las cosas de mi vida, tenían que ser pasos muy decisivos.

Era como un choque eléctrico que me había transformado de una noche a la mañana. Ahora repasaba mi vida desde que recuerdo tener claras imágenes de mi niñez y la fui comparando con los procesos que me habían enseñando diferentes cosas en el crecimiento. Repasé la vida de mis padres, las de mis hermanos, las de la gente que conocía y la villa. Pero llegado un momento mis pensamientos quedaron en suspenso tratando de adivinar qué más necesitaba aprender ahora y en mis años venideros. Y me di cuenta de que uno de mis anhelos habría sido el de ir con mis padres a la ciudad. Quería conocer más de ese mundo tan distante para mi alcance.

Absorta en mis pensamientos, el grito de mis hermanos haciendo señas para que fuera a jugar con ellos, me quitó la concentración.

– No. No tengo ganas de jugar ahora -les dije.

Y levantándome recogí la toalla y la jabonera, me puse las zapatillas de goma y tomé camino de regreso. Pero no sé si con conciencia o no, tomé el rumbo largo, el que pasaba por el plantío de maíz donde Arturo con otros tres vecinos de la villa trabajan. La verdad es que no tenía ganas de ir a mi casa o a la de Rosa.

Un buen rato caminé hasta que divisé el comienzo del cañaveral. A lo lejos había un hombre con una azada y otro con un sombrero de paja hablando. Cuando había avanzado bastante me di cuenta de que era Arturo. Y no sé de dónde ni porqué me puse algo nerviosa. “¿Paso o no paso?” “No, mejor me regreso!” Y cuando me estaba volteando para devolverme al río, sentí que Arturo me gritaba:

– ¡Andreíta!

Me giré y le hice adiós con la mano.

– ¡Ven! ¡No te vayas! ¡Espera que quiero decirte algo!

Y girando otra vez hacia él, me detuve. “¿Qué hago?” pensé.

Vi que avanzaba hacia mi diciéndome:

– ¿Adónde ibas?

– A ninguna parte, solamente estaba caminando.

Y ya más cerca se quitó el sombrero y me dijo:

– Hola -acercándose titubeando en donde darme el beso.

– Hola -le dije avanzando y titubeando también.

Y sonriendo su beso fue a para a la comisura de mi boca.

¡Sonreí poniéndome colorada por supuesto! Ese hombre me provocaba otra vez. Y lo mejor es que me gustaba.

– Perdona que estoy todo sudado por el trabajo. ¿Tienes un ratito?

– Si.

– ¿O prefieres volver al río?

– No. No tengo ganas. Ya fui.

– Ven que te voy a enseñar donde trabajamos si quieres.

– Bueno.

Mis pensamientos me delataban: “La verdad es que viniste porque querías encontrarlo” “No lo ocultes Andrea” “Te gusta esto”.

– Ven -me tendió la mano que le di de inmediato.

Me guió por una senda rodeada de una muralla de cañas a ambos lados. Estaban altas. Para poder ver algo amplio tenía que mirar hacia el cielo.

– Esta es la plantación. Por la mitad tenemos una casita hecha por nosotros para descansar cuando nos agotamos. Y allí nos quedamos algunas noches durante la cosecha porque el trabajo se multiplica y se pone muy intenso.

– ¿Pero no es peligroso?

– No. ¿Porqué lo dices?

– …no sé, me imagino que hay culebras y arañas o cosas así.

– Por eso utilizamos botas. Pero dentro de la casa no hay. La tenemos bien limpia y es muy raro que se acerquen adonde hay actividad humana.

Bajé la vista deteniéndome y me quedé pensando porque yo solo llevaba chancletas. Me miró y se rió. Yo también, me hizo mucha gracia como nos entendimos en silencio, sin decirnos nada. Entonces agachándose imprevistamente me dijo:

– Súbete en mi espalda.

Lo miré con interrogante.

– Así te protejo de cualquier animalito o insecto -sonrió.

Y me subí abrazándome del cuello. Me pasó su sombrero que coloqué en mi cabeza muy divertida porque me imaginaba lo grande que me quedaba. Mientras caminaba, sus movimientos me producían una linda sensación porque su espalda se restregaba contra mi. El olor a sudor y las manos cerradas en mis piernas terminaba de cerrar el circuito que me producía ese calor que aceleraba mi metabolismo sexual. Como una autómata pegué mi cara a la de él como pude. Él volteó la suya y me dio un besito corto en los labios. Me reí mimosamente. Arturo me sonrió preguntándome:

– ¿Estas contenta?

– Si

– Ahora dime la verdad… ¿Pasaste por casualidad por aquí o viniste porque querías verme?

Hubo una pausa antes de contestarle:

– Vine porque quería.

Varios pasos más adelante me volvió a preguntar.

– ¿Tienes ganas de hacer lo que hicimos anoche?

Me demoré otra vez en responder. Todavía me daba un poco de vergüenza darle a conocer mi deseo. Escondí mi cara contra su cuello y balbucí:

– …si…

– ¿Muchas ganas?

– Si muchas -dije rápido como con valentía.

– Yo también mi vida. Te tengo muchas ganas… Y si no hay nadie en la casita a lo mejor te lo puedo volver a hacer.

Yo seguía pegada a su cuello y apreté un poco más mi pelvis a su espalda. Me sentía vivir una fantasía, algo como un sueño, mediante el cual tenía expectativas de que me podía hacer sentir esa misma sensación maravillosa de la noche anterior.

Diez pasos más adelante me dijo:

– Aquí está -y me bajó lentamente hasta que volví a tocar el piso.

Apareció un descampado. Una torre alta de hierro con un tanque grande de agua y al lado la casita hecha de adobe con techo de zinc y maderas. Abrió la puerta y me sorprendí por la limpieza del piso de cemento brillante pintado de gris. A la izquierda al lado de una ventana, un fogón de leña con dos hornillas y una chimenea, una mesada de cemento lustrado, llave de agua para lavar platos, una mesa y dos bancos largos a los lados. A la derecha, tres camas en “U” y una en el medio cerrando un cuadrado. Dos mesitas con lámparas de aceite. Una de las camas pegada a otra ventana más grande que la de la cocina.

– ¡Que linda casita! -fue mi expresión sincera.

– ¿Te gusta? Tu puedes venir cuando quieras. Serás la única mujer que permitimos aquí porque soy quien decide qué hacer en este caso. Yo hice esta casa con mis manos y un poco ayuda de los muchachos. Y tenemos un pacto de que todo lo que tenemos aquí no lo comentamos con nadie. Y todo lo que pasa aquí tampoco nadie debe de enterarse. Y como te conozco desde que naciste y sé muy bien que tu eres una de esas personas leales a las que no le gusta hablar nada acerca de los demás, es que me permití mostrarte nuestro secreto.

– Pero… ¿nadie mas que ustedes conocen la casa?

– Si. Por varias razones. La mantenemos linda y acogedora porque no hay niños y no se junta mucha gente adentro durante el invierno. Preferimos que esto se mantenga así.

– Yo no lo diré a nadie, te lo prometo.

– Lo sé. De otra forma no te lo habría revelado -avanzó hasta pegarse a mi y con sus manos en mi cara me atrajo, yo avancé con el mismo deseo y nos besamos por un buen rato. Le abracé la cintura y me puse en puntas de pie hasta alcanzar ese grosor entre las piernas, que deseaba desde que salí del río. Arturo bajó las manos hasta mis nalgas y me ayudó a apretarme más y restregarlo circularmente. Esa sensación catapultó mi lengua y los labios con deseo y un gemido interno que descubría el aumento de mi calentura.

– Tócamela y acaríciala -me pidió separándose un poco.

Bajé la mano sin dejar de mirarlo a los ojos haciendo caso a lo que me pidió y se la toqué pasando la palma y los dedos por sobre el pantalón. Ya estaba dura.

– Mira cómo me pones chiquita… -cerró los ojos pegando los labios a los míos otra vez.

“Y yo… igual” pensé. Entre las piernas prácticamente me mojaba toda. Es impresionante cómo me segrega la conchita, algo que hasta anoche nunca me había pasado!

De pronto se separó de mi y me dijo:

– Me voy a dar una ducha, ya vengo.

Se quitó la ropa que dejó doblada sobre una cesta. Quedó completamente desnudo ante mis ojos. Me encantó ver su cuerpo así. Tenía el pito durísimo, apuntando hacia arriba.

El calor entre mis piernas subía de temperatura…

Salió y subiéndome a la cama me arrodillé frente la ventana para seguir viéndolo. Se paró al lado de una tubería y jalando de una cuerda bajaba un chorro de agua de la torre. Me miró sonriendo y con un jabón se lavó la cabeza y el cuerpo.

Me fascinaba verlo. Me gustaba mucho ese hombre. Sentía que le quería y lo deseaba con todas mis fuerzas en ese momento. Tanto que, cuando volví a la realidad, me estaba acariciando el clítoris sin tener conciencia de ello. Él se lavó la pija mirándome. Me hizo señas para que fuera.

No me hice esperar ni un segundo y salí. Me esperó con la pija en su mano y cuando estuve a su lado me beso en la boca y me dijo:

– Chúpamela.

Me arrodillé y con mi mano aferrada al pedazo de carne me la metí en la boca.

– Hahhh… fue todo lo que sentí de él, como aprobando que le gustaba.

Me tomó del cabello guiando los movimientos de mi cabeza en un ir y venir.

– Chúpamela así… despacio… deja que tu saliva me la moje bien… asiiiihh…

Mi mano aferrada ponía el límite de lo que entraba entre mis labios para no ahogarme. Otra vez ese sabor que me ponía más caliente! Me estaba encantando chupar! Me gustaba tener eso en la boca y saber lo que le provocaba a esa otra persona.

– ¿Quieres probar mi leche?

Y mirándolo desde allí abajo asentí con mi cabeza.

– Apróntate porque aquí viene… trata de tragar un poco y el resto guárdalo en tu boca para besarnos con eso después! ¿Si?

– Mhmmm…. asentí.

Guiada por sus manos apoyadas a los lados de mi cara… una, dos, tres, cuatro estocadas y se contrajo haciendo una pausa, mantuvo su aliento por un instante, la dureza de esa pija también se detuvo por un segundo y las venas crecieron entre mis dedos y mis labios, exactamente en el momento que sentí la invasión de un chorro de esa leche viscosa con mucha mas cantidad de lo que esperaba sentir… Tragué eso en el mismo instante que otro chorro se coló entre mis labios entrecerrados y un poco salió por la comisura de la boca. Volví a abrir y otro chorro menos caudaloso lo depositó en mi lengua. Tenía la boca llena. Tragué otro poco mientras más seguía saliendo de la cabeza y yo se la seguía chupando. Instintivamente mi mano lo pajeaba por el tronco mientras mis labios se mantenían rodeando la cabeza y manteniendo como podía ese líquido como él me lo había pedido.

Cuando sus contracciones se detuvieron, sus manos me elevaron la cara haciéndome parar y abrió la boca para besarme. Las lenguas se mezclaron junto con su leche. Eso me pareció tan sensual que apreté mi pelvis contra su pito y me restregué con fuerzas en puntas de pie otra vez. Estuvimos así hasta que nuestras bocas quedaron limpias por completo.

Nos separamos un poco y me quitó la camiseta. Mis tetitas se apoyaron en su pecho y sus manos bajaron para quitarme el short. Mi ropa quedó colgada de un travesaño de la torre y nos abrazamos. Piel con piel… hasta que de pronto jaló de la cuerda y un chorro de agua nos mojó por completo a los dos.

Grité de susto y él se rió a carcajadas manteniéndonos abrazados.

– Ja, ja, ja! ¿Te gustó?

– Siiii!!! …malo! Me asusté! – volví a gritar y a reír divertida y feliz a la vez.

Me levantó y lo abracé con las piernas en la cintura. Aguántate me dijo y caminó hacia la casa. Cerró la puerta y me depositó en el piso. Agarró dos toallas y nos secamos. Se acostó en la cama y me pidió que hiciera lo mismo.

Me abracé a él de lado y con su brazo por debajo de mi cuello me atrajo a esa boca que me provocaba otra vez. Nos besamos con ternura al principio pero rápidamente esos besos pasaban a la etapa de calentura. Me puso de espaldas y él giró de lado. Bajó la boca poco a poco hasta atrapar un pezón chupándolo con suavidad. Mis sentidos se agudizaron. Bajó la mano hasta mi entrepierna y acarició lentamente los labios de mi vulva que empezaban a mojarse nuevamente.

– Esta conchita tuya me vuelve loco -me dijo mirándome fijo a los ojos.

Me retorcí un poco buscando el mayor placer y lo volví a besar con más fuerza.

Sus dedos se avivaron e intentaban entrar un poco para luego recorrer el camino hasta el clítoris. Me animé a bajar mi mano y agarrarle la pija sin que me lo pidiera. La sentía crecer en mi mano. Lo pajeaba despacio.

– ¿Esta conchita tiene ganas de que mi pija se le meta adentro? -me preguntó moviendo sus dedos que me hacían sentir en una nube de placer.

– Siiihhh…! -fue lo único que pude decir antes de volver a invadirle la boca con mi lengua.

Nos pajeábamos uno al otro. Nos retorcíamos, nos besábamos nos apretábamos como podíamos hasta que él giró con sus rodillas entre mis piernas separándomelas lo más que pudo y mirándome a los ojos me preguntó:

– ¿Estas lista?

– Si

– Recuerda que te va a doler un poco. Pero será la última vez que te duela cuando una pija te penetre.

Asentí.

Y fue entonces cuando por fin el calor de la cabeza de su pija se apoyó en los labios de mi ensopada vulva. Desde anoche pensaba en que se repitiera esto!

Mirándonos fijos a los ojos con deseo mutuo, su pelvis se apoyó con un poco de fuerza y la sentí penetrar los labios de mi conchita que se abrían satisfactoriamente a esa aventura. Sentí el estiramiento que me provocaba y una chispa de dolor al tensarse contra mi virginidad. Esa cabeza se me alojaba casi toda adentro!

A pesar de ello, sentía placer porque tenía la expectativa de saber qué sería sentirlo todo adentro de mi. Bajó su cara para besarnos y una mano en mi nalga ayudó al momento que su pelvis provocaba que esa pija entrara con más fuerza. Sentí un tirón seguido de un poco de dolor, pero la mano en mi nalga frenó mi reflejo por separarme y todo el tronco de su pija se coló en mis entrañas…!

– Aaaahhhyhh…! -fue mi grito ahogado por nuestros labios que seguían apretados. Nos quedamos muy quietos. Nos seguíamos besando con locura, algo que me sirvió para distraer un poco la atención a ese dolor que al final no fue tan exagerado como lo había pensado…

– Mi chiquita… que rica estas así…! Me encanta que me hayas dejado clavarte toda la pija! Ya no vas a tener más problemas para sentir las pijas que tu quieras ahí… -me dijo moviendo apenas la cintura.

Ese movimiento me provocó un suspiro entre dolorozo y de placer total! Sentía la conchita totalmente estirada. Esa pija me ponía lejos de cualquier razonamiento normal!

Me acariciaba y me llenaba de besos mientras me decía cosas que me derretían.

– Estas demasiado buena! Tu cuerpo provoca que la pija de cualquier hombre tenga ganas de estar aquí donde yo tengo la mía! No puedo aguantar el deseo cuando te veo pasar y me imagino que lo mismo provocas a los demás… Tienes unas piernas de ensueño y un culo tan divino que me lo quisiera cojer también!

Entonces me sonreí y me anime a decirle:

– ¿De veras pasa eso? -dije pensando en el viejito que me miraba al pasar.

– Si. ¿Acaso no te has dado cuenta?

– A veces. Pero no sabia… -no me dejó terminar:

– Ahora lo verás más claro… y pasamos como diez minutos hablando de como yo provocaba deseos de cojer a más de uno en la villa. Nos movíamos de de vez en cuando.

No voy a decir que el dolor se me había pasado del todo, pero el placer tapaba cualquier molestia y le moví la conchita dandole a entender lo que quería.

Apoyó sus brazos a los lados de mi cuerpo y movió la pelvis lentamente hacia afuera y de inmediato su pija volvió a penetrarme. En el próximo movimiento lo ayudé haciendo lo mismo y aumentamos la libertad de movimientos hasta que nos empezamos a cojer cada vez con más concentración y locura. Nos besábamos. Abrí las piernas con más confianza y lo abracé con ellas.

– ¿Tenías muchas ganas de que te cojiera hoy?

– Muchas ganas! Aaahh…

Estuvimos así por un tiempo que no puedo calcular porque perdí la noción del tiempo. Todos mi sentidos se concentraban en ese lugar donde el placer nos ponía fuera de razón!

Sentía la tensión de las paredes de mi vulva provocada por el grosor de su pija. Y él dijo:

– La tienes tan apretadita que es peligroso!

– ¿Peligroso?

– Si! Porque eso me va hacer acabar antes de disfrutarte lo que quiero…

– Mmmhhhmmm…. me encanta! Así! -grité con confianza y sin poder pensar en lo que decía!

– ¿Así? -dijo empujándola con más violencia.

– Si!!! Asiiiii!! -yo gritaba totalmente fuera de control. Y él también!

– Te voy a llenar de leche esa concha mi cielo!!! ¿Quieres?

– Siii! Quiero!

Nos cojíamos con insolencia hasta que sentí que me decía: “Aquí viene!” “Toma!” y el calor de la leche invadiendo mis entrañas, haciéndome explotar en una dimensión totalmente desconocida para mí!

Nos separábamos y nos volvíamos a juntar, pausaba la pija bien adentro y sentía el impulso de otra descarga. Así sucesivamente muchas veces hasta que bajamos la tensión y nos fuimos quedando tranquilos hasta la total quietud.

Su mano acarició mi cabello mientras nos mirábamos a los ojos. Todavía estaba adentro de mi, pero ya la tensión en las paredes de la vulva había aflojado un poco.

– Me pones tan loco! Te tengo tantas ganas mi cielito!

Me sonreí sonoramente antes de decir acariciándole la cara con una mano:

– Yo también…

– ¿Te gustó cojer así?

– Si, me gustó.

– Ahora te vas a dar cuenta cuántas pijas pones así… ¿Te gusta mucho la pija de los hombres, verdad?

– Sihh… por lo menos la tuya.

– Ya probarás otras, me imagino.

– No sé.

Y nos quedamos fundidos así por una hora por lo menos. Acariciándonos, besándonos…

– Bueno, es hora de que vayas regresando. Antes de que llegue el atardecer.

Al levantarme me sentí algo tenso entre las piernas y caminé un poco divertido.

Él se rió y me dijo que era normal, que así me iba a sentir por un rato por lo menos. Me vestí y salimos. Me llevó hasta el camino fuera de la plantación y emprendí el regreso a casa llena de pensamientos pero con una sonrisa en mi corazón y en mis labios por lo sucedido. Me fascinaba este momento de mi vida.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com


Relato erótico: “Hércules. Capítulo 31. La verdad duele” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 31:La verdad duele.

De camino a La Alameda, sentado en el asiento trasero del viejo taxi, Hércules estuvo tentado varias veces de abrir la caja. Por primera vez entendía a Pandora. La curiosidad por saber si lo que había dentro era el fin de la humanidad o un cuento de viejas hacía que sacase una y otra vez aquel objeto aparentemente anodino del bolsillo de la gabardina.

La sacó una vez más y esta vez el taxista desde el otro lado del espejo retrovisor se dio cuenta.

—¿Un regalo para su novia? —preguntó el hombre fijando sus ojos saltones en la caja.

—Mmm, sí. Algo parecido. —respondió Hércules imaginando la cara que pondría Afrodita en el momento que le entregase aquel objeto.

—No se preocupe. Si conozco un poco a las mujeres has elegido bien. Esos trastos pequeños y de colorines les encantan. Siempre que la cagaba, le regalaba una chorrada de esas a mi exmujer y lograba ablandarla. Me aguantó veintidós años antes de darme la patada. —dijo el taxista con una sonrisa cariada.

—Gracias. Oir eso de una persona experimentada como usted es un alivio. —respondió él sin poder evitar soltar el sarcasmo.

El taxi giró a la derecha y las luces perforaron la oscuridad. Los arboles que rodeaban el sendero formaban un estrecho tunel de sombras cambiantes y fantasmagoricas con las brillantes luces de la antigua mansión al final.

Pero no eran las luces las que le atraían. Detrás de aquellos muros estaba Afrodita. No sabía muy bien como le recibiría. ¿Estaría tan ansiosa como él por el reencuentro? ¿O ya le habría buscado a algún sustituto?

La grava crujió bajo las ruedas cuando el taxista finalmente paró el coche frente a la puerta. Hécules salió del taxi apresuradamente y le dio unos cuantos billetes al taxista sin esperar a recibir el cambio antes de entrar precipitadamente en el edificio.

Afrodita entró en su habitación. Estaba aburrida de estar allí abajo. Quería volver al Olimpo. Si por lo menos estuviese Hércules para divertirse un poco… Se paró ante el espejo, el mismo espejo frente al que habían hecho el amor hacía quince días. Desde el día de la ópera no había vuelto a verle. Cogió un poco de perfume y se lo aplicó al cuello, acariciándoselo con suavidad. En ese momento un movimiento furtivo en el espejo la hizo darse la vuelta con curiosidad.

—Hola preciosa. —dijo Hércules jugueteando con una pequeña cajita— Estoy de vuelta.

—Te has tomado tu tiempo. ¿Lo has pasado bien? —preguntó observando su cuerpo desnudo tendido relajadamente en su cama.

—He hecho lo necesario para conseguir la caja. —respondió él.

—Y seguro que te sacrificaste por el bien de la misión. —le reprochó afrodita sin poder evitarlo.

—Vaya, no me imaginaba que la mujer perfecta fuese capaz de tener celos.

—No son celos, era ansiedad y falta de noticias. No sabía si lo habías conseguido o habías fracasado. —mintió Afrodita acercándose a la cama y alargando el brazo para coger la caja.

Hércules sonrió y la apartó lo justo para obligar a su amante a pasar el cuerpo por encima del suyo, momento que aprovechó para agarrarla por la cintura.

—Te he echado de menos. —dijo Hércules.

—Sí, sobre todo cuando estabas entre los muslos de aquella pelirroja tetuda y forrada.

—Pude quedarme, pero no lo hice. —dijo Hércules abriendo la bata de Afrodita y deslizando sus manos por su piel tibia y suave.

Las manos de Hércules le hicieron olvidarse de la caja y suspiró quedamente antes de que él la besase. Sus labios se juntaron durante un instante. Afrodita se hizo un poco la dura y sin abrir su boca intentó separarlos haciendo un mohín. Hércules se incorporó siguiendo aquellos labios hasta que estuvo sentado con la bella joven encima, prácticamente piel contra piel.

Cogiéndola por el cuello la besó una y otra vez hasta que Afrodita se rindió y quitándose la bata se abrazó a él, dando rienda suelta a su deseo. Las manos de su hermanastro se desplazaron por su cuerpo tocando y sopesándolo todo, haciendo que el deseo prendiese en ella como un fuego abrasador.

Cuando se dio cuenta, estaba meciéndose en su regazo, con su polla hundida profundamente en su sexo. Excitada se agarró a su nuca y comenzó a realizar movimientos más amplios y profundos, empalándose con fuerza mientras Hércules no dejaba de besar sus labios y sus pechos.

El miembro del joven, duro y caliente se abría paso en su coño haciéndola sentir un placer intenso que hacía que su cuerpo se estremeciese y temblase cubierto de sudor. Sus manos se entrelazaron a la vez que Hércules le daba la vuelta y se situaba sobre ella.

Afrodita abrió sus piernas dejando que le aprisionase las manos contra el colchón mientras seguía follándola. Bajó su mirada excitada y deseosa de ver como aquel magnifico miembro entraba y salía de su congestionada vagina, una y otra vez, colmándola y chocando los pubis sonoramente.

Sentía con todo su cuerpo la fuerza desatada de aquel hombre al empujar sobre ella, cada vez más fuerte, hasta que un intenso orgasmo recorrió su cuerpo una y otra vez haciéndola estremecerse durante lo que creyó que era una eternidad. Indefensa, solo pudo dejar que aquel joven la embistiera con fuerza hasta que pudo recuperarse y lo apartó con un gesto.

Esta vez fue él el que se tumbó boca arriba mientras ella se inclinaba sobre su pene y besaba su glande con suavidad, provocándole apagados gemidos. Con una sonrisa abrió la boca, se metió la polla en ella y empezó a chupar, primero con suavidad, luego más intensamente.

Afrodita acarició el vientre de Hércules sintiendo como sus músculos se contraían con cada chupada, cada vez con más intensidad, hasta que doblándose eyaculó con un ronco gemido. Afrodita sintió como su boca se inundaba con el calor de la semilla de su hermanastro. Cuando su amante se hubo vaciado totalmente, se apartó y tragó el semen antes de besarle de nuevo.

Exhaustos se tumbaron en la cama uno al lado del otro. Hércules cogió la caja que aun estaba sobre la cama y la examinó con detenimiento.

—¿Cómo sabes que es la caja de Pandora? —preguntó él de repente dándole vueltas—Cuando se la quité a Arabela estaba totalmente convencido. Pero mientras más la examino más vulgar me parece. Además si fuese de verdad la caja, como sabes que tiene el último mal, el que acabará con la humanidad.

—¿Quieres apostar contra ello? —preguntó Afrodita sin ningunas ganas de contarle a aquel hombre la realidad.

—En serio. ¿Quién ha verificado que esta es la verdadera caja?

—Eso no te importa. Tu solo tienes que cumplir la órdenes que te damos y punto. ¿No querías ayudar? Pues eso es lo que haces. —dijo Afrodita intentando coger la caja.

—Sí, estoy dispuesto a llevar a cabo las misiones que me encomendéis, pero otra cosa es que no me plantee los motivos. No me gusta que me mantengáis a ciegas. —replicó él apartando la caja de su alcance.

—Yo sé lo mismo que tú…

—Eso sí que no me lo creo. Quizás deba abrir la caja para saber por mi mismo el secreto que oculta.

—¡No! —exclamó ella— Por favor, no la abras.

Hércules la manipuló con cuidado, fingiendo no hacer caso de sus súplicas, pero no muy seguro de saber qué hacer con la caja. El objeto tenía una serie de muescas que ocultaban media docena de pasadores. Hércules soltó uno haciendo que la caja emitiese un sordo crujido.

Las súplicas de Afrodita se hicieron más intensas y lastimeras a medida que los pasadores saltaban hasta que la diosa no pudo aguantar más y accedió a contarle lo que quisiese.

—Quiero que me cuentes porque estás tan segura de que esta es la caja verdadera. —dijo Hércules.

—Porque conozco al que la hizo y la vi cuando se la entregó a Pandora.

—¿Me quieres decir que conoces a Zeus y que le viste entregar la caja?

—Exacto.

—¡Ja! y ahora me dirás que lo viste porque eres Afrodita, la mismísima hija de Zeus la de la belleza incomparable.

—¿Acaso no te lo parezco? —preguntó ella súbitamente picada en su orgullo.

—Vale, lo entiendo. Y si eres una diosa, ¿Por qué no te ocupaste de todo esto? Solo tenías que haber ido al islote y llevarte la caja.

—No es tan sencillo. En el pasado todos los dioses firmamos un pacto y tú padre se vio obligado a concebirte y utilizarte para recuperar su caja sin tener que intervenir él o alguno de los dioses bajo sus órdenes provocando una guerra en el Olimpo.

—Un momento. —dijo Hércules súbitamente interesado— Has dicho mi padre. ¿Sabes quién es mi padre?

—Yo… —intentó ganar tiempo consciente de que había metido la pata.

—Déjate de rodeos si no quieres que me enfade. —dijo cogiendo a Afrodita por la garganta.

La diosa intentó revolverse, pero Hércules, a pesar de ser solo un semidiós, era más fuerte que ella y no podía liberarse. Una nueva pregunta y una nueva sacudida bastaron para que Afrodita le contara entre lágrimas la historia completa de como Zeus había urdido un plan para seducir a su madre.

Cuando terminó de contar se sintió liberada, pero en cuanto miró a Hércules vio como el peso lo llevaba ahora él. Ahora que las piezas encajaban al verdad le estaba abrumando.

Hércules vio como su vida empezaba a cobrar sentido. Las razones de porque sus madres le habían ocultado la realidad sobre su nacimiento, por qué tenía aquella fuerza. Era abrumador y a la vez liberador hasta que cayó en ello. Afrodita también era hija de Zeus. Estaba enamorado de su hermana. Y aun peor, había tenido relaciones sexuales con ella.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente.

PRÓXIMO CAPÍTULO: HETERO GENERAL

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Relato erótico: “Fitness para todas las edades. (3)” (POR BUENBATO)

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Casi una hora después, Katia salió de la oficina con la frente altiva y el rostro enrojecido. No podía estar enojada, porque finalmente accedimos a sus deseos, pero tampoco creí que estuviese apenada, aunque debía. Nos tenía por el cuello, exigía la mitad del dinero generado por las visualizaciones y la publicidad, y aunque jamás quiso admitirlo, no había más que ido a extorsionarnos con el asunto del incesto.

Yo estaba realmente furioso, pero mantuve la calma, por Mariana. Después de todo, a Mariana, en su inocencia, le parecía justo que Katia se llevara la mitad. Pero yo sabía que no, Katia editaba los videos y su trabajo era sin duda valioso, pero ello no le daba absolutamente el derecho a llevarse la mitad del dinero. Pero no teníamos alternativa.

Segundos después de que la negrita se fue, Andrea asomó la cabeza, extrañada por lo sucedido, aunque no tenía realmente idea de qué había sucedido.

– ¿Quién es esa chica? – preguntó, mientras pasaba para sentarse al lado de Mariana.

Mariana, quien era su admiradora, no se emocionó mucho al tenerla frente a ella. Era obvio que sospechaba que algo había sucedido ahí antes de que llegara, y la idea no parecía agradarle mucho. Yo suspiré, un achaque de celos de mi hija era lo que menos necesitaba ahora.

El resto de los días se normalizaron, hasta cierto punto. Andrea terminaría por pasar una larga temporada en la ciudad, pues un congreso nacional de fitness se iba a celebrar el mes entrante, de manera que tuve la oportunidad de estar con ella varias veces y Mariana tuvo la oportunidad de participar a su lado en no uno sino tres programas.

Durante las grabaciones, Katia aprovechó para mostrarse de lo más arrogante. Mariana no lo notaba, pero estaba claro que la maldita negra no hacía más que poner a prueba nuestro temor a que revelara nuestro secreto. Con el tiempo, pareció comenzar a divertirse con aquello.

Tal era su actitud, que la propia Andrea pareció notarlo, e incluso durante la segunda grabación no soportó más las ganas de preguntarme.

– ¿Cuál es exactamente el papel de esa niña? – dijo, en un tono despectivo que revelaba su molestia

– Ella inició el programa con Mariana – intenté justificar – Siempre ha editado los videos.

– Pues es bastante arrogante, ni siquiera Mariana se porta así.

– Bueno – suspiré – tiene su carácter.

Andrea no pareció satisfecha con aquello, estaba claro que lo que fuera que ahí sucediera le intrigaba. Había pasado de ser un visitante ocasional a una parte fundamental en el programa, en mi vida y en la vida de Mariana. Ni siquiera yo me daba cuenta de lo mucho que comenzaba a pasar junto a su lado.

Respecto a Katia, sabía que tenía que hacer algo. Aunque las palabras de la negra parecían sinceras en el sentido de que guardaría el secreto, aquello no dejaba de representar una amenaza. Cualquier molestia o ataque de furia podía provocar que comenzara a hablar de más, y aquello era demasiado riesgo como para permitirlo. Además, ella no tenía el menor derecho a quedarse con la mitad del dinero.

Es común creer que quienes practicamos fisiculturismo somos un montón de tipos torpes sin cerebro. Y probablemente si tengan algo de razón, pero también somos decididos y hallamos en lo más mínimo la inspiración para hacer grandes cosas. Mi inspiración llegó de un viejo libro que me llegó a la mente. Me lo regaló uno de mis primeros entrenadores, cuando apenas iniciaba mis entrenamientos.

El libro combina la fisicultura con la filosofía china, o algo así. Recordé uno de los capítulos, en los que sugerían convertir lo negativo en nuestra fuerza. En poner a nuestros enemigos de nuestro lado. En hacer que aquellos que quisieran hacernos daños estuvieran tan inmersos en nosotros que su intento de hundirnos los hundiría también a ellos.

Fue entonces cuando se me ocurrió que la única manera de controlar a Katia, de asegurarme que jamás abriera su maldita boca, era atarla a nosotros. Que no pudiera causarnos daño sin causárselo también a ella. Decidí que tenía que hacerla parte de todo aquello, a cualquier precio.

No fue difícil. La chica siempre había mostrado interés en los tipos musculosos, y yo era uno de ellos. Aunque mucho mayor para ella, siempre me había percatado de sus miradas recorriendo mis brazos, mi tórax y mis piernas. Siempre la había ignorado, pero ahora esperaba que su interés en mi siguiera vivo de alguna manera.

Comencé a poner a prueba mi plan durante una de las grabaciones. Sentado en los aparatos, no quitaba la mirada de sus ojos. Ella se percató, y no tardó en sentirse perturbada por mi mirada. Trató de sonreírme y también trató de mirarme con desprecio, pero ninguna de las dos cosas sirvió para que yo parara. Quería hacerla sentir incomoda, porque sabía que en chicas como ella aquello era

En los entrenamientos del gimnasio. Comencé a acércame a ella, con el pretexto de ayudarle a sus entrenamientos. Ella no se atrevía a rechazarme entre tanta gente, de modo que tuvo que aceptar mi cercanía. Aquello me dio la oportunidad de platicar con ella, en conversaciones que se extendían cada vez más.

Mariana no tardó en percatarse de ello, y muchas veces discutimos “discretamente” en presencia de Katia. Aquello, sin embargo, funcionó con la negrita, pues la hizo sentir que su cercanía a mi comenzaba a hacer estragos en la relación con mi hija. Como toda zorra, estaba claro que aquella negreta se sentía adulada con los celos que provocaba. Cosas similares sucedían con Andrea, aunque esta tuvo la extraña razón de acercarse y platicar durante largas charlas con la negrita. ¿De qué podían hablar?

Mariana, por su parte, pareció comprender que yo era un tipo sin remedio, y aunque seguimos disfrutando sin problemas de nuestros encuentros sexuales, ella fue conociendo a otro chico: Gael, ni más ni menos que el hijo de Andrea, a quien ella había inscrito al gimnasio. Aunque era un tipo bastante bien parecido, digno de su preciosa madre, y aunque tenía la misma disciplina en el ejercicio que hacía que yo mismo me reflejara en él, no pude evitar un extraño sentimiento de celos; lo cual era irónico, pues así como el muchacho coqueteaba con mi hija, yo también actuaba como un adolescente calenturiento tras el bombón de Katia.

– Veo que Mariana tiene un nuevo amigo – me dijo una vez la chica, inquisidoramente

– Creo que es un buen muchacho – dije, alzando los hombros

– ¿No te dan celos? – preguntó Katia, maliciosamente – Celos de padre, me refiero – dijo, alzando las cejas

Ni siquiera le contesté.

Mis acercamientos con la negrita fueron aumentando. Y aunque ella a veces demostró desinterés – y un poco de asco hacía mi – la insistencia terminó por hacer estragos en ella. Charlábamos por horas, estuviese Mariana presente o no. A veces tenía duda de si Katia era lo suficientemente inexperta para caer en mi trampa o si estaba tramando algo. Pero si era así no lo demostraba.

A veces yo dejaba de buscarla, sólo para saber cuánto tardaba ella en marcarme por teléfono o enviarme un mensaje de texto. Y aquello me permitió saber lo mucho que representaba para ella, pues sus llamadas y mensajes no tardaban más que algunas horas en llegarme.

Cuando como parte del flirteo, comenzamos a intercambiarnos fotos, me llevé varias buenas sorpresas, especialmente cuando me enviaba auto fotos donde podía verse la perfecta figura atrapada en sus apretados conjuntos de entrenamiento.

Las horas de entrenamiento eran las mejores. Yo hacía como que la guiaba, mientras le miraba descaradamente su culo, y ella hacía como que me seguía, mostrándome atrevidamente las curvas de su cuerpo. Fue entonces cuando me di cuenta de que la trampa en la que la deseaba hacer caer era también una trampa para mí, que moría día a día por hacerla mía.

Fue hasta un domingo por la noche cuando la tensión entre nosotros estalló. Los domingos eran los únicos días en los que el gimnasio principal cerraba temprano, a las siete de la tarde. También era el único día en el que yo era el único encargado, pues mis empleados tenían que descansar. La había estado mirando durante toda la tarde y ella me lanzaba sonrisas cómplices de vez en cuando.

Había llegado tarde, al cuarto para la seis, y aquella fue la primera señal de que aquella tarde sería diferente. Mariana había entrenado en la mañana y debía estar descansando en casa.

Éramos ya los últimos, y aunque mi corazón latía al mil por hora preferí no hacerme ilusiones y mantuve la calma. Me acerqué a ella, que en aquel momento alzaba el peso en la máquina para isquiotibiales. Con aquella posición, boca abajo y mostrando las dimensiones de sus glúteos, el sólo hecho de mirarla era insoportable. Vestía un short deportivo morado y un sujetador deportivo rosado, que dejaba desnuda su cintura. Aunque solía alisárselo con plancha, su cabello natural tenía el rizado típico de la raza negra. Era una verdadera delicia, y yo no tenía idea de cómo comportarme ante tremenda diosa. Estaba tan excitado, que pensé que si no me la follaba a ella tendría que descargar mi apetito en mi hija.

– Ya vamos a cerrar – dije, sin saber qué tanto se notaban los nervios en mi voz

Ella detuvo su ejercicio y alzó la vista, incorporándose sobre sus antebrazos.

– Ya son las últimas – me dijo, mostrándome sus blancos dientes

Idiotizado, le dije que iba a ir cerrando el local en lo que ella terminaba. Era increíble que me estuviera comportando como un mocoso ante una adolescente como ella.

Subí a cerrar las ventanas del segundo piso y la puerta de la azotea; cuando baje, Katia estaba guardando sus cosas en su mochila. Me acerqué a ella cuando se estaba vistiendo su sudadera.

– Hace un poco de frio – me dijo, sonriéndome

Pude ver sus ojos deslizándose furtivamente a mi entrepierna, pero decidí no mencionar aquello. Esa chica emanaba sensualidad en cada acto.

– Bueno, debemos irnos

Ella se lamió los labios, y su rostro se tornó serio, como si hubiera esperado algo distinto de mi parte. Pero yo estaba tan confundido como ella, y no alcanzaba a pensar en qué debía decirle.

Salimos minutos después, la chica sólo se había colocado una sudadera, de modo que el frio viento debía estarle pegando directamente en sus piernas. Entonces supuse que podía tomar aquello como una oportunidad.

– Es algo noche, ¿no? – le pregunté, ella giró el rostro y me sonrió, de manera afirmativa, como diciéndome “qué remedio queda”.

Entonces me enjuague los labios con mi boca, y me atreví a preguntarle.

– ¿Quieres que te lleve a tu casa? – le dije, con la mayor serenidad posible – Me queda de paso.

Ella no me respondió de inmediato, miró hacia el horizonte, como confirmando una última vez de que el autobús no se hallaba cerca. Entonces me miró de nuevo y movió su cabeza afirmativamente.

Durante el viaje no hablamos más que los mismos comentarios sobre el clima. Le pregunté si no tenía frio con aquellos shorts tan cortos, y ella admitió entre risas que había cometido un error al elegir esa indumentaria.

Sacó su botella de agua, y suspiró al ver que se hallaba vacía.

– Yo también olvidé llenar mi bule de agua – le dije – Y tengo mucha sed.

– Casi siempre me da sed hasta que llego a mi casa – dijo, en un comentario que no entendí del todo

Seguimos charlando de cosas sin importancia hasta que el automóvil se detuvo frente a su edificio de departamentos.

No pudimos decirnos nada durante quince incómodos segundos en el que nos mantuvimos dentro del inmóvil vehículo.

– Te deben estar esperando tus padres – le dije

Ella me miró.

– Sólo vivo con mi mamá.

– ¡Oh! – exclamé

– Ella no está – continuó – Fue a cuidar a mi abuela.

Otros diez segundos de silencio se hicieron presentes. ¿Aquello había sido un comentario sin importancia o lo había dicho por alguna razón?

– ¿No tienes algo de agua? – me atreví a preguntarle

– ¡Sí! – dijo de pronto, como si aquella pregunta fuera la que estuviera esperando – Digo, sí, puedo darte algo de agua.

Le di mi botella de agua. Y ella bajó del automóvil. Se dirigió al edificio pero se detuvo en el primer escalón de la entrada principal. Regresó corriendo y se asomó por la ventanilla.

– Puedes subir, si quieres, vivo en el tercer piso. El 303. – me dijo rápidamente, antes de salir corriendo hacia el departamento.

Me quedé solo. En el auto. Completamente idiotizado. ¿Qué rayos había sido eso? Analicé todo de principio a fin. Entonces decidí que lo mejor sería subir. Estacioné el auto en un espacio bajo un árbol, y bajé del vehículo. Alcé la vista y vi cómo la luz del departamento de Katia se encendía. Miré a los lados, la calle estaba vacía.

Subí las escaleras a trompicones, y llegué al 303 del tercer piso. La puerta estaba entreabierta, y entré velozmente. Entonces la negrita chocó su cara contra mi rostro, iba de salida cuando yo entraba y nos encontramos violentamente. Dejó caer la botella con agua, y mis manos se dirigieron a su rostro, para revisar si el golpe no le había causado ningún daño.

Ella alzó los ojos y me miró, y yo no pude apartar la vista de sus oscuros y redondos ojos. Era como si nuestras pupilas fueran dos poderosos imanes incapaces de despegarse. Entonces nuestros labios chocaron.

Pensé en los labios de Mariana y en los de Sandra, pensé incluso en los de Verónica, pero no recordaba unos tan suaves, tan llenos de vida, tan cálidos y tan dulces como los que Katia tenía. Los rasgos africanos de su boca se notaban a la perfección en aquellos carnosos labios. Mis manos se dirigieron a su cintura y entonces ella rodeó mi cuello y se impulsó en mi firme cuerpo para alzar sus piernas y rodear mi cintura con ellas.

Parecíamos dos viejos amantes, aunque aquel era apenas nuestro primer beso. Podía sentir toda la pasión, todo el deseo y toda la excitación contenida en nuestros cuerpos. Su piel canela tenía un olor precioso, y mis manos recorrían sus piernas mientras sus pechos, mucho más evidentes que los de mi hija, se apretujaban contra mis pectorales. Era una verdadera diosa, una verdadera diosa.

Fui cargándola hasta donde me indicó que se hallaba su recamara. Me señalaba el camino rápidamente, para después regresar sus labios a los míos. Parecíamos dos locos enamorados después de mucho tiempo de no vernos. Caí sentado sobre la cama y entonces ella se acomodó sobre mí. Comenzó a levantarme la camiseta, pero yo lo hice por ella. Entonces ella se sacó rápidamente su sudadera y enseguida su sujetador; sus dos tetas saltaron a la vista. Eran redondas y bastante más grandes de lo que me imaginaba; sus pezones oscuros me recordaron a los de Mariana, sólo que sobre su piel morena apenas y se distinguían.

Incorporé mi espalda para que mi boca pudiera alcanzar aquellos suculentos pedazos de carne dura. Mi lengua exploró la rugosidad de sus pezones, y ella abrazó mi cabeza para soportar los intensos magreos que mi boca provocaba en sus tetas. Sus manos recorrieron mi ancha espalda, como si yo fuese un tesoro al que tanto había anhelado.

Separé mi cara de sus pechos y mi boca regresó a sus labios. Un minuto después, separó sus labios de los míos y me regaló una traviesa sonrisa, me invitó a recostarme, y yo me quedé recargado sobre mis hombros. Entonces ella desamarró la cuerda de mis pantalones deportivos y comenzó a deslizarlos, dejándome en calzoncillos. Se agachó, y desató mis zapatos deportivos. Volvió a subir, sonriente, y entonces dirigió sus labios hacía mi entrepierna. Besaba mi endurecida verga a través de la tela de mis calzoncillos

Si aquel era un ritual para excitarme, lo había logrado a la perfección, y se convenció de aquello cuando mordió suavemente la forma de mi tronco. Maldición, esa negrita me estaba volviendo realmente loco.

Entonces por fin deslizó mis calzoncillos, liberando mi endurecida verga. Me lanzó una mirada aprobatoria, y sonrió maliciosamente, mientras miraba mi tronco palpitando a unos centímetros de su rostro. Parecía evaluarlo, desde mi perspectiva, parecía una pequeña fiera, con sus cabellos rizados y desordenados, sus ojos brillantes y su boca gruesa, mostrando los blancos dientes en una sonrisa coqueta.

Entonces abrió la boca, y se acercó lentamente; sentí el calor de su aliento rodeando la punta de mi verga, pero ella aún no me tocaba. Entonces cerró suavemente la boca, y mi verga sintió la más hermosa sensación. Su húmeda y cálida boca agasajó a mi glande, mientras su lengua exploraba alrededor de mi tronco.

Sus labios se sentían igual de bien en mi verga que en mi boca. Los músculos de su boca rodeaban con firmeza mi grueso tronco, y su lengua iba lamiendo la piel de mi verga al tiempo que descendía hasta engullirla por completo. Lo hacía con una habilidad tal que me hizo preguntarme muchas cosas acerca de su experiencia en asuntos sexuales; pero mis pensamientos se disiparon cuando sus manos tomaron mi falo y comenzaron a masajearlo mientras su lengua se azotaba dulcemente sobre mi glande. Yo estaba flotando en el paraíso.

Siguió chupando mi verga de mil maneras, a veces rápido, a veces lento. A veces recorriendo todo el largo de mi falo con su lengua, y a veces engulléndola por completo hasta comenzar a sufrir arcadas. A veces también se deslizaba hasta mis huevos, donde saboreaba mis testículos metiéndose y chupando completo uno por uno. Si yo hubiese muerto en ese momento, hubiera sido con una amplia sonrisa.

Posó sus pies sobre el suelo del cuarto, sólo el tiempo necesario para bajarse su short deportivo y sus bragas. Entonces regresó sobre la cama y continuó mamándome la verga. Alzaba su enorme culo como un trofeo, al tiempo que su cabecita se mantenía baja para seguir chupándome el pene. En aquella posición, su trasero formaba realmente la figura de un corazón. Mi falo se endureció hasta el límite sólo de ver aquello.

Unos segundo más, y entonces ella avanzó con sus rodillas hacía mí, hasta que su coño perfectamente depilado le dio un coqueto beso a la punta de mi verga. Volvió a abrazarme, y sus labios se unieron de nuevo a los míos.

Entonces ella se alzó unos centímetros, sostuvo mi tronco y lo apuntó contra la entrada de su coño, y antes de dejarse caer, habló.

– Hoy dejaré de ser virgen – me susurró.

Entonces me besó.

Si realmente era virgen o no jamás lo sabré; pero mi verga entró con relativa facilidad y sin detenerse hasta lo más profundo de su mojada concha. Ella lanzó un suspiró fuerte cuando mi pene chocó contra el tope de su coño. Entonces yo abandoné sus labios y caí de espaldas sobre la cama. Ella me siguió, sosteniéndose con sus manos sobre la cama.

Mis manos se dirigieron a sus preciosas nalgas, desde donde me encargué de acomodarlas al ritmo de los movimientos lentos de mis caderas. Los primeros mete y saca sólo la hicieron respirar agitadamente, pero conforme aumentaba el ritmo de mis movimientos sus respiraciones fueron siendo sustituidas por auténticos gemidos llenos de placer.

– Te quiero – le dije, sin estar yo mismo seguro de que tan cierto era aquello

Ella sonrió, y me respondió comenzando a mover sus caderas. Entonces sus movimientos se unieron a los míos, y comenzamos a aumentar juntos la intensidad de aquel mete y saca. Ella parecía una maquina de jugos, y aquello provocaba una preciosa sensación combinada entre un coño bien lubricado pero a la vez muy apretado, lo que hacía que cada embestida valiera oro.

Seguimos así por minutos, sin ni siquiera cambiar de posición. A veces mi boca apretujaba sus pezones, lo que sumaba más placer al provocado por las arremetidas de mi verga. Yo movía mis caderas, pero eran sus sentones los que más ajetreo provocaban.

Sus gemidos se escuchaban justo en mi oído. A veces vengaba mis fuertes embestidas mordiéndome suavemente el cuello. Para mí era increíble follar con tanta pasión con una chica de su edad. Parecíamos una pareja de recién casados.

– Que bien lo haces – le tuve que decir

– Me encanta – dijo, con la voz entrecortada por el placer

– Lo haces bastante bien – seguí – Me encanta sentir cómo me abraza tu coño

Ella sonrió complacida con aquellas palabras.

– Sigue – dijo

– Me gusta cómo me muerdes, como me rasguñas cuando te la meto bien adentro. Eres como un animalito – seguí, entre respiraciones agitadas – una gatita en celo, una perrita mojada…

Ella cerró los ojos, como si quisiera imaginar mis palabras.

– Mierda, Heriberto – suspiró – Que bien se siente esto.

Aumenté la intensidad de mis embestidas con el pasar de los minutos; mis labios besaban su cuello, sus tetas y sus labios, como si estuviese tranquilizando a una criatura salvaje que no paraba de saltar y saltar para ensartarse de coño contra mi verga.

– ¡Ah! ¡Ahhhh! ¡Aahh! ¡Aaaaahhhhhhhhh! – gimió

Su cuerpo se arqueó, su coño comenzó a sentir convulsiones y sus brazos rodearon mi cuello. Sus manos arañaron mi espalda, mientras aquel orgasmo la volvía loca. Respiró durante segundos sobre mi cuello. Mis manos abrazaron sus glúteos, tenerlos apretujados entre mis dedos era una sensación preciosa. Entonces recuperó el aliento, al tiempo que los espasmos en su entrepierna cesaban.

– ¡Aaahhh! – gritó – ¡Que rico!

– ¿Te gusta? – murmuré

– Mucho – dijo – Me encanta tu vergota.

Aquello fue suficiente. Entonces yo tampoco pude resistir más, y mi glande comenzó a escupir un montón de esperma que llenó su coño hasta desbordarse. Nos seguimos besando, mientras su concha y mi verga continuaban aquel intercambio de fluidos.

Nos bañamos juntos, nos secamos y, desnudos, cenamos un guisado de pollo que ella había preparado. Regresamos a la cama, donde cubrimos nuestra desnudez con las sabanas blancas.

– ¿Quieres dormir aquí? – me preguntó, recostada sobre mi pecho – Mi mamá llega hasta mañana, después de clases.

Sonreí.

– Tengo que ir a casa.

– Sólo hoy – insistió

Decidí probar algo.

– Mariana me está esperando.

Como sospeché, el tono de Katia se volvió serio.

– ¿Y eso qué? – me espetó

– Pues que debe estar preocupada.

– Dile la verdad – me dijo, alzando la cabeza, con sus hombros recargados en mis pechos, mirando con interés la expresión de mi respuesta.

Apreté los labios.

– Creo que es muy pronto para que lo sepa.

Ella alzó las cejas, como si la respuesta no hubiera sido la esperada. Era extraño ver a una chica de su edad comportándose con el dramatismo de las actrices de telenovela, pero supuse que ese era un estrago más de la televisión nacional.

Por alguna razón, quizás la necesidad de regresar a casa antes de que fuese más tarde, me hizo apurar las cosas. Me pregunto ahora si ese fue un error de mi parte, pero más bien creo que no había manera alguna de convencerla. No importa cuánto tiempo hubiese esperado. Decidí entonces tocar el tema de las ganancias.

– Sabes, Katia, creo que, ahora que…comenzamos a entendernos más, quizás podríamos platicar con más calma el asunto de los videos.

Ella comprendió de qué iba aquello, pero prefirió parecer confundida.

– No te entiendo.

– Me refiero al dinero, a lo del cincuenta por ciento de las ganancias.

– ¿Eso qué tiene? – preguntó, como si no hubiera nada que discutir respecto a ello.

– Tú sabes que, el cincuenta por ciento no sería justo. Somos varios quienes participamos en eso, sería injusto que Ma…

– Participo tanto como ella, no entiendo qué es lo que me quieres decir, ¿Qué por haberte acostado conmigo voy a acceder a lo que quieras?

– No te estoy diciendo que accedas a nada – me estaba poniendo nervioso – Sólo te estoy diciendo que no es un reparto justo. Te estoy proponiendo que tomes lo que te corresponde, y no lo que crees que te corresponde sólo porque sabes que Mariana y yo…

Una mirada seria se dibujó en su rostro. Parecía molesta, ¿pero qué maldito derecho tenía de enojarse?

– Te follas a tu hija – dijo, extendiendo un dedo de su mano – vienes y me follas a mi – dijo, alzando un segundo dedo – y ahora quieres creer que puedes hacer lo que quieras.

– Te equivocas – dije, tratando de tranquilizarla

– ¿En qué me equivoco? ¿Crees que tengo ganas de decirle a alguien cómo te estabas follando a Mariana? Yo sólo pido lo que me corresponde – justificó

– ¡Hablas como si tú no nos estuvieras extorsionando! – estallé, ella se levantó de inmediato. La sabana cayó sobres sus piernas, y sus tetas volvieron a quedar al descubierto.

Se vistió rápidamente con un camisón, mientras yo apretaba mis ojos, pasmado de lo mal que había salido todo.

– Vete de aquí – dijo, casi como un susurro

– No puedes hacer esto – le dije – lo que estás haciendo está mal, y lo sabes perfectamente. No puedes ser tan mentirosa.

– Vete de aquí – repitió, era obvio que no necesitaba explicaciones.

Manejé tan rápido y tan peligrosamente sobre la vacía avenida que no supe ni cuándo ni cómo logré llegar hasta la casa. Eran las doce y media de la madrugada. Las luces del barrio estaban apagadas, pero la luz de la recamara de Mariana seguía encendida. Entré cegado por la ira.

Me dirigí directamente a mi recamara, y al encender la luz la imagen de Mariana sobre mi cama me sobresaltó. Estaba dormida, me debió esperar durante horas antes de caer dormida, como una ofrenda, sobre mi propia cama. De pronto, molesto aún, tuve la sensación de que todo había sido culpa de ella; nada de aquello hubiese sucedido si ella nunca me hubiese dado aquel beso. Era ella la que había provocado aquello, y era yo quien lo había empeorado. Ahora Katia nos tenía en sus manos, y así sería siempre.

Mariana estaba vestida con un pijama; la blusa blanca de mangas rosas tenía un estampado de Hello Kitty, mientras que sus pantalones suaves y rosas tenían también estampados de la marca. Me hubiese parecido tierna de no haber sido por mi terrible estado de ánimo.

Comencé a desvestirme, mientras la miraba. Su presencia no dejaba de molestarme, y un montón de ideas de odio, culpas y rencores comenzaron a desplomarse sobre mi mente. Noté entonces lo endurecida que estaba mi verga, ¿qué me pasaba? Miré su cuerpo, descansando tibiamente sobre la cama; su carita respirando por la boca. Me bajé los calzoncillos, quedando mi musculoso cuerpo completamente desnudo y con mi falo hecho un duro tronco.

Me dirigí hacía la cama y la tomé de uno de sus pies, jalándolo con fuerza. Ella despertó asustada mientras caía pesadamente sobre el suelo. Sus ojos me miraron congelados de terror antes de que mi mano la tomara del cabello y la jalara hacía el cuarto de baño.

– ¡Qué haces aquí! – espeté – ¿Qué quieres? ¡Eh! ¿Qué quieres?

– ¡Papá! – dijo ella, completamente confundida

La lancé contra el suelo del baño, mientras cerraba la puerta del cuarto tras de mí.

– ¿Quieres que te folle? Maldita perra – espeté – Eso es lo único que quieres, ¿no? Que te folle como la puta que eres.

Mariana miró mi desnudez; parecía querer dar una buena explicación, pero en realidad no sabía qué era lo que sucedía.

– ¿Qué pasa? – preguntó, completamente confundida, mientras mis manos la tomaban de los cabellos de nuevo y la obligaban a incorporarse.

– Estúpida zorra – le dije, dejando caer su pecho sobre la plataforma del amplio lavamanos, tal y como la había colocado hacía unos días, solo que sin ofrecerle el escalón esta vez.

Ella intentó ponerse de pie, pero entonces mi cuerpo cayó sobre ella, aplastando su vientre contra el lavabo; mi verga se colocó justo tras su precioso trasero, mientras una de mis manos le alzaba la cabeza de los cabellos y la otra manoseaba impunemente sus tetitas bajo la tela.

Acorralada, ella no pudo evitar que mis manos hicieran descender sus pantalones y sus bragas al mismo tiempo, dejándolas apiñadas en sus rodillas y exponiendo completamente su desnudo culo.

Con una precisión tremenda, le arranqué un desgarrador grito a Mariana en el momento en que mi verga atravesaba su apenas húmedo coño. Nunca había sentido su concha tan seca, y comprendí el dolor que debía estar sintiendo con aquel tronco rugoso en su pobre vaginita.

– Papaaaaaaaá – dijo, mientras el llanto se apoderaba de ella.

Aquello pudo haberme conmovido y hacerme parar aquello, pero su rostro destrozado por el dolor y las lágrimas no hizo más que vigorizar más mi pene. Permanecía largo rato viendo como lloraba, no le decía nada, pero mis ojos severos caían sobre su confundida mirada al tiempo que las lágrimas escapaban a chorro por sus parpados. Al pobre coñito de Mariana no le quedó más remedio que comenzar a expulsar los jugos vaginales necesarios para aliviar aquella repentina invasión.

Entonces comencé a moverme, en una rápida aceleración que mi hija no tuvo más remedio que soportar entre gimoteos y gritos de piedad.

Atacaba su indefensa concha sin piedad. Sólo me detenía para recuperar el aliento antes de reiniciar mis fuertes embates contra su coño. Si a ella se le escapaba el aliento por momentos, era algo que no me importaba. Tenía que coordinar sus suspiros, sus ruegos, sus sollozos y gemidos para poder seguir respirando.

– ¿Por qué? – me preguntaba a través del espejo – Papi, ¿qué hice? Dimeeee… – dijo, antes de que una nueva avalancha de embestidas la hicieran callar.

– Porque eres una maldita perra – le dije, tenía tantas ganas de decirle todas esas cosas, era como liberarme de algo que ni yo entendía – por que se que te gusta que te folle. Porque me gusta ver tu cara de guarra cuando te meto mi verga. No creas que no me doy cuenta, maldita zorra, tus ojos de puta cuando me chupas la verga. Puta, puta, puta… – continué, acelerando las embestidas de mis caderas sobre sus enrojecidas nalguitas.

– ¡Ahh!¡Ahh!¡Ah!¡Ahhhhh! – tuvo que seguir gimiendo ella.

– …puta, puta zorra de mierda. Guarra chupa vergas…

Ella me escuchaba, no era la primera vez que le decía esas palabras, pero siempre habían sido con cierto cariño. El tono con que ahora se las decía hacía que cada palabra fuera una punzada en su alma.

Un aceite para bebés, que Mariana solía utilizar para suavizar sus manos después de los ejercicios más rudos con las maquinas del gimnasio, apareció ante mi vista. Una idea cruzó rápidamente en mi cabeza y se instaló de lleno en mi mente. Tomé el bote y derramé algo de líquido sobre la plataforma del lavabo, todo sin dejar de seguir castigando el coño de Mariana, que seguía gimiendo de forzado placer. Mojé mis dedos con el aceite, hasta que quedaron completamente embadurnados.

– Papi, ya papi. Por favvoorrrr – pedía, con su voz confundiéndose entre gimoteos.

Todo fue tan rápido e inesperado para Mariana que no pudo resistirse cuando el primero de mis gruesos dedos atravesó la resistencia de su esfínter para insertarse entre las paredes externas de su ano. Menos aún pudo hacer cuando el segundo dedo se abrió paso. Gritaba de dolor, mientras seguía rogándome que parara. Pero era demasiado tarde ya. Aquello había endurecido mi verga hasta el límite, y mi mente nadaba ya en el mar de los más bajos deseos.

– ¡No! Ya, papá, vamos a la cama – me pidió, confundida de qué me sucedía – Papi, a la cama.

– ¡Cállate la boca, maldita puta! – dije, cegado por no sé qué sentimiento – Aquí es donde te gusta, aquí es donde te llené de leche la otra vez, no te hagas la inocente ahora. ¿Te acuerdas o no de cómo me corrí en tu coño? ¡¿Eh?!

Ella me miró asustada a través del espejo.

– ¡Te acuerdas o no!

– Papí – dijo, como si no me reconociese

– Respóndeme maldita zorra – le dije, metiendo aún más profundo mis dedos, provocándole un agudo dolor en su recto.

– ¡Sí! – dijo, con tal de que me detuviera – Sí, te corriste en mi, aquí, aquí te corriste en mí.

– Puta zorra – concluí

Saqué los dedos de su culo, y de un par de patadas abrí aún más las piernas de Mariana, lo suficiente para que mi verga pudiera abrirse paso hasta colocarse justo en la entrada de su apretado culo. Intentó resistirse, pero nuestras fuerzas no tenían punto de comparación.

– ¡No, no, no! – dijo, al sentir mi glande sobre la rugosa entrada de su ojete.

Un coro de gritos y sollozos acompañaron mi primer impulso contra su esfínter, sus lloriqueos se intensificaban a cada milímetro en el que mi duro falo avanzaba dentro de las paredes de su culo.

– ¡Papá! Papi, por favor – dijo, con la voz entrecortada por el llanto – Papi, dueeeeleeeeee…¡yaaaa aaahhhh! – gritó, sin poder seguir hablando.

Pero nunca me detuve, continué pujando hasta que la mitad de mi verga quedó ensartada en su hasta entonces virgen culo. Deslumbrado por el deseo, apenas le di algunos segundos para que recobrara el aire antes de continuar con el avance de mi falo. Un nuevo conjunto de alaridos salieron de su dulce boca mientras el resto de mi pene terminaba por penetrarla. En segundos, mi hija terminó completamente empalada por el culo.

Mi verga palpitaba a través de mi vena dentro de su apretado recto, mientras su temblorosa nariz aspiraba los mocos de su llanto. Una extraña calma apareció, y en el silencio, ella acomodó su adolorido culito. Parecía tratar de entender qué estaba sucediendo sin atreverse a mirarme. Miraba hacia los lados, enfocando su atención a los artículos de baño sobre el lavabo, como si nada de aquello estuviera sucediendo. Yo, en cambio, disfrutaba enormemente la bella imagen de mi verga desapareciendo entre sus nalgas. Le había roto el culo a mi hija, y era maravilloso.

Comencé a bombearla, entonces sus ojos me buscaron y encontraron en el espejo; su ojos brillaban por las lagrimas y me pedían que parara, pero yo no hacía más que meter y sacar más rápido y más intensamente mi verga en su apretado culo. Su recto palpitaba de dolor, y estaba comenzando a apretujarse aún más por la hinchazón causada por el dolor.

Pero también comenzaba a dilatarse, y pronto el dolor iba dando paso al placer que sus ojos blanquecinos iban revelando.

– Papi, papi, papi yaaa… – seguía pidiendo en vano, en una voz tan baja que sólo servía de fondo musical para mis embestidas.

Ella miraba sus lágrimas corriendo por su rostro mientras mis impulsos contra su recto la impulsaban hacia adelante y hacia atrás. Había terminado por rendirse pero aquello no mitigaba el dolor de su culo ni el de su corazón. Permaneció resistiendo los embates de mi verga atravesando furiosamente el anillo de su culo. Entonces el silencio fue sustituyéndose por sus primeros gemidos. Sentí como el anillo de su culo cedía, dejando que mi gordo tronco entrara y saliera con más facilidad.

Ella abrió su boca, en un círculo perfecto y oscuro que revelaba el placer que escapaba en cada uno de sus gemidos.

Entonces mi corazón se enterneció por aquella muestra clara de inocencia. Comprendí que lo que había hecho con ella era propio de barbaros, y que mi pobre hija no había tenido más remedio que soportarlo. Traté de ser más suave en mis movimientos, mirando su rostro para saber qué clase de movimientos le provocaban más placer.

Logré entonces el ritmo adecuado, pero a esas alturas ya estaba tratando de contener la corrida que se estaba desbordando en mis huevos. Ella aumentaba cada vez más y más sus gemidos. Entonces sus pupilas desaparecieron, y sus ojos quedaron en blanco antes de cerrarse con fuerza, aquello me hizo aumentar la velocidad de mis embates y una electricidad recorrió todo mi cuerpo.

Con una fuerza descomunal, un chorro de esperma salió disparado contra las paredes de lo más profundo del culo de Mariana. Ella había caído agotada sobre sus hombros; era como si en cualquier momento fuese a desmayarse.

El mundo daba vueltas a mí alrededor mientras mi verga seguía pulsando mientras más y más leche se descargaba en el ojete de mi hija. Sólo entonces desperté de aquella fase. Me miré al espejo y me avergoncé de mi mismo.

Salí al cuarto, abandonando a mi hija sobre el lavabo, completamente desfallecida. Sus pantalones y sus bragas aún colgaban arremolinados en sus tobillos, mientras mi esperma comenzaba a escurrirle por las nalgas. Me vestí rápidamente, cuando estaba listo, la vi saliendo lentamente por la puerta del baño, mirándome con ojos perdidos. Me recordó a esas veces en las que se asomaba en el cuarto de su madre y yo para decirnos que tenía miedo de dormir sola.

Salí de la casa, nervioso, extrañado. No supe a dónde dirigirme. No entendía qué había hecho, no podía coordinar mis pensamientos. Pensé en Mariana, mi pobre hija. Pensé en Katia, pensé en odiarla pero estaba muy cansado para ello. Saqué el celular, y marqué al primer número que me vino a la mente. El tono sonó tres veces, estaba a punto de colgar cuando de pronto una voz extrañada me contestó.

– ¿Heriberto?

– Andrea

“Becaria y sumisa de un abogado maduro” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Julia, una joven estudiante de derecho, se entera que el más prestigioso bufete de abogados de Barcelona anda contratando becarios. Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su asistente.
La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese maduro, pero eso no la hace cambiar de opinión porque en su interior se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata.

A partir de ahí,  SE SUMERGE en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

INTRODUCCIÓN.

El inicio de esta historia se desarrolla en el piso treinta y seis de la torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona, dentro de uno de los bufetes de abogados más importante de todo el estado. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba encontrar una vía con la que este saliera inmune, le estaba resultando imposible. Por ello desesperado, decide ir a ver a su jefe. Como tantas veces al entrar en su despacho comprobó que enfrascado en sus propios asuntos y que por ello no le hacía caso:
―Albert, el pleito de la farmacéutica no hay por dónde cogerlo. Son culpables y sería un milagro que no les condenaran.
Su superior, un hombre de cincuenta años y acostumbrado a lidiar con problemas, levantó su mirada y pidió que le explicara el porqué.
Josep era el más joven de los socios del despacho y sabía que su puesto seguía en el alero. Cualquier tropezón haría peligrar su carrera y por eso tomando asiento, detalló las evidencias con las que tendrían que lidiar en el juicio.
Después de diez minutos de explicación, el cincuentón se ajustó la corbata al cuello y de muy mal humor, soltó:
―Serán imbéciles, ¡cómo es posible que hayan sido tan ineptos de dejar pruebas de ese vertido!
La rotundidad de los indicios haría que el caso tuviera un desenlace previsible y funesto. Su colaborador tenía razón. ¡Era casi imposible que su cliente se librara de una multimillonaria multa!
― ¿Qué hacemos? Se lo decimos y que intenten pactar un acuerdo.
Albert Roser, tras meditar durante unos minutos, aclaró su voz y respondió:
―No es planteable por sus consecuencias legales. Además de la multa, todo el consejo terminaría en la cárcel. ¡Hay que buscar otra solución! ¡Esa compañía es nuestra mayor fuente de ingresos!
Fue entonces cuando medio en broma, su subalterno respondió:
―Como no compremos al fiscal, ¡estamos jodidos!
Sus palabras lejos de caer en saco roto hacen vislumbrar una solución en su jefe y soltando una carcajada, respondió:
―Déjame pensar, seguro que ese idealista tiene un punto débil. En cuanto lo averigüe, ¡el fiscal es nuestro!

Mientras eso ocurría, a ocho kilómetros de allí, Julia Bruguera, una joven estudiante de último curso, estaba jugando al tenis en el Real con una amiga. Para ella, ese selecto club era un lujo porque no se lo podía permitir al no tener trabajo ni visas de conseguirlo. Por eso cada vez que Alicia la invitaba, dejaba todo y la acompañaba.
No llevaban ni cinco minutos peloteando cuando sin darle importancia, la rubia comentó:
―Por cierto, mi padre me ha contado que en un bufete andan buscando una becaria para que trabaje con ellos.
― ¿Cuál? ― preguntó la morena francamente interesada.
―Si te digo la verdad no lo sé, pero espera que le pregunto.
Tras lo cual, cogiendo su móvil, llamó a su viejo. Julia esperó expectante mientras su amiga tomaba nota del nombre y de la dirección.
―Se llama Roser y asociados, están en la Torre Agbar.
Al escuchar de boca de Alicia que el despacho que andaba buscando abogadas en prácticas era ese dijo a su amiga que se acababa de acordar que tenía una cita y poniéndose una camisa, se fue directamente a casa para cambiarse.
«Ese puesto tiene que ser mío», sentenció y sin dejar de pensar en las oportunidades que ese puesto le brindaría para un futuro, tomó la Diagonal.
Veinte minutos después estaba aparcando frente a su casa en un barrio de Esplugas de Llobregat. Ya en su piso, sacó de su armario el único traje de chaqueta que tenía al saber que la vestimenta era importante en todas las entrevistas.
«Ese lugar debe estar lleno de ejecutivos con corbata», se dijo mientras involuntariamente se excitaba al pensar en todos esos expertos abogados con sus trajes.
Mientras se retocaba frente al espejo, la morena advirtió que se le notaban los pezones a través de la tela y por un momento dudó si cambiarse, pero desechó esa idea al imaginarse a su entrevistador entusiasmado mirándola los pechos.
«Joder, estoy bruta», reconoció mientras salía rumbo a ese despacho.
El tráfico estaba imposible esa mañana y por eso no fue hasta una hora después cuando se vio frente al imponente edificio.
«¡Quiero trabajar aquí!», pensó al entrar al Hall y comprobar que estaba repleto de ejecutivos.
Sabiendo que si se quedaba ahí observando a los miembros de esa tribu iba a volver su calentura, buscó un ascensor y tras marcar el piso donde iba, se plantó frente a la recepcionista. La mujer habituada a que aparecieran por ahí todo tipo de personas, la miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba:
―Vengo por el empleo de becaria.
Educadamente, sonrió y le respondió:
―Señorita, siento decirle que ya no está disponible.
El suelo se desmoronó bajo sus pies al ver sus esperanzas hundidas. Durante unos segundos estuvo a punto de llorar, pero sacando fuerzas de su interior, rogó a la cuarentona que al menos la recibiera alguien de recursos humanos para poder darle su “ridiculum vitae”.
Por fortuna, justo en ese momento pasaba uno de los miembros del bufete que habiendo oído la conversación se paró y preguntó que pasaba:
―Una amiga me dijo esta mañana que tenían un puesto en prácticas, pero por lo visto llego tarde.
El socio le echó una mirada rápida y tras admirar la belleza de sus piernas y el sugerente escote que lucía, le pidió que pasara a su despacho.
― ¿Disculpe? ― preguntó la muchacha sin entender a que venía esa invitación.
― ¿No has venido por un trabajo? ― respondió― El de becaria está ocupado, pero no el de una asistente que me ayude con todo el papeleo ― y tomando acomodo en su sillón, hizo que la morena se sentara frente a él.
Mientras Julia no se podía creer su suerte, Albert Roser cogió el curriculum y lo empezó a leer sin dejar de echar con disimulo una ojeada a la cintura de avispa de la cría:
―Veo que tienes poca experiencia.
La morena se sintió desfallecer, pero como necesitaba el trabajo contestó:
―Realmente no tengo ninguna, pero ganas no me faltan y sé que podría compatibilizar el puesto que me ofrece con el máster que estoy terminando…― nada más decirlo se dio cuenta que había metido la pata y consciente de las miradas de ese maduro cambió su postura con un cruce de piernas para que ese tipo pudiera admirar la tersura de sus pantorrillas mientras rectificaba diciendo: ―…no tengo problema de horario y estoy dispuesta a trabajar duro todas las horas que hagan falta.
Albert embelesado por las piernas que tan claramente esa muchacha exhibía respondió:
―No pagamos mucho y exigimos plena dedicación.
―No hay problema― replicó la joven mientras con descaro separaba sus rodillas en un intento de convencer a su entrevistador regalando la visión de gran parte de sus muslos ―mis padres me pagan el piso y gasto poco.
Aunque realmente no la necesitaba el cincuentón decidió que si bien esa preciosidad puede que no sirviera como abogada al menos decoraría la oficina con su belleza y si como parecía encima se mostraba tan dispuesta, pudiera ser que al final sacara en claro un par de revolcones en la cama.
Por eso sin pensar en las consecuencias, respondió:
―Mañana te quiero aquí a las ocho.
Sorprendida por lo fácil que le había resultado el conseguir el puesto, Julia le dedicó una seductora sonrisa y tras despedirse de su nuevo jefe, moviendo su trasero salió del despacho.
Al despedirla, Roser se quedó mirando esas dos nalgas bien paradas y duras producto de gimnasio y mientras intentaba concentrarse en los papeles, no pudo dejar de pensar en cómo sería la cría como amante:
― ¡Está buena la condenada!
Ya sin testigos, cogió el teléfono e hizo una serie de llamadas preguntando por el fiscal, pero no fue hasta la séptima cuando un amigo le insinuó que ese tipo estaba secretamente enamorado de la secretaria de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esa confidencia dicha de pasada despertó sus alertas y queriendo saber más del asunto, preguntó quién era esa mujer:
―Marián Antúnez. ¬
Al escuchar el nombre le vino a la mente la espléndida figura de esa pelirroja. Durante años cada vez que la había ido a ver a su jefe, había babeado al observar el estupendo culo de su ayudante. Las malas lenguas decían que era corrupta pero como nunca había tenido ningún motivo para comprobarlo, no tenía constancia de si era cierto.
«Tengo que hablar con ella», se dijo y tomando el toro por los cuernos, llamó al tribunal en el que trabajaba y directamente la invitó a comer.
La mujer acostumbrada a todo tipo de enjuagues comprendió que ese abogado quería proponerle algo y por eso en vez de aceptar una comida prefirió que fuera una cena. Su interlocutor aceptó de inmediato y quedaron para esa misma noche.
Al colgar, Albert sonrió satisfecho porque estaba seguro de que un buen fajo de billetes haría que ese bombón obligara a su enamorado a plegarse a los intereses de la farmacéutica….

CAPÍTULO 1

Con un sentimiento ambiguo Julia llegó a su apartamento. Por una parte, estaba contenta e ilusionada por haber conseguido un trabajo, pero por otra se sentía sucia por el modo en que lo había conseguido. Sabía que su futuro jefe no se había decantado por ella gracias a sus notas y que el verdadero motivo por el que le había ofrecido el puesto era por el exhibicionismo que demostró mientras la entrevistaba.
«No me quedaba más remedio», se disculpó a sí misma por usar ese tipo de armas, «pero una vez allí podré convencerle de que no soy solo una cara bonita».
Al recordar cómo se le había insinuado y la mirada de ese maduro recorriendo sus muslos mientras trataba de disimular conversando con ella, avivó el ardor que sentía entre las piernas desde entonces.
«Joder, ¡cómo ando!» se lamentó reconociendo de esa manera la calentura que experimentó al sentir los ojos de ese cincuentón fijos entre sus patas. Y no era para menos porque sabía que era algo que no podía controlar. Cuando sentía que un hombre la devoraba con la mirada, sus hormonas entraban en ebullición e invariablemente su coño se mojaba.
«Necesito una ducha», se dijo al sentir que nuevamente entre sus piernas crecía su turbación.
En un intento por sofocar ese incendio, se quitó el traje que llevaba y ya desnuda, abrió el grifo para que se templara mientras en el espejo comprobaba que, a pesar de sus esfuerzos, llevaba los pezones erizados.
«Tengo que aprender a controlarme», pensó molesta al meterse en la ducha y tener que aceptar mientras el agua caía por sus pechos que no podía dejar de pensar en ese tipo que sin ser un don Juan la había puesto tan caliente.
Reteniendo las ganas de tocarse, se lavó el pelo tratando de hacer memoria de la primera vez que se sintió atraída por alguien como él.
«Fue en clase de filosofía del derecho mientras don Arturo nos explicaba que el monopolio de la violencia era una de las características de los estados modernos», concluyó mientras rememora que estaba embobada oyéndole cuando de pronto empezó a sentir por ese enclenque una brutal atracción que la dejó paralizada.
«Joder, ¡cómo me puse!», sonriendo recordó su sorpresa al sentir que le faltaba la respiración mientras el catedrático explicaba a sus alumnos los enunciados de Max Weber y como entre sus piernas comenzó a sentir una desazón tan enorme que solo pudo calmarla en el baño y tras dos pajas.
Esperando que la mascarilla hiciera su efecto, cogió la esponja y echándole jabón, comenzó a frotar su cuerpo mientras a su mente le venía la conversación que había tenido con un amigo que estudiaba psicología. El cual, tras explicarle su problema, sentando cátedra sentenció que sufría una variante rara del síndrome de Stendhal por la que, en vez de verse afectada por la belleza artística, ella se veía obnubilada por los discursos inteligentes.
El olor a vainilla que desprendía su gel favorito no colaboró en tranquilizarla y con una excitación renovada, se dio cuenta que involuntariamente estaba pellizcándose los pezones en vez de enjabonarlos.
―Buff― exclamó en la soledad de la ducha al no poder controlar sus dedos que traicionándola estaban presionando duramente las negras areolas que decoraban sus pechos.
Incapaz de contenerse, tiró de su pezón derecho mientras dejaba caer su mano entre sus piernas. Mirándose en el espejo semi empañado, vio cómo dos de sus yemas separaban los pliegues de su coño y buscaban entre ellos, el pequeño montículo que formaba su clítoris erecto.
La imagen la terminó de alterar y subiendo una pierna al borde de la bañera, concentró sus caricias en ese lugar sabiendo que una vez lanzada no podría parar.
«¡Dios!», gimió descompuesta al sentir como sus dedos se ponían a torturar el hinchado botón con una velocidad creciente.
Temiendo llegar antes de tiempo, salió de la ducha, se puso el albornoz y casi si secarse se tumbó en la cama donde le esperaba su amante más fiel.
― ¿Qué haría sin ti? ― preguntó al enorme vibrador de su mesilla.
Tomándolo entre sus manos, lo acercó hasta su boca y sacando su lengua empezó a recorrer las abultadas venas con las que el fabricante de ese pene de plástico imitaba las de un pene real.
―Te quiero mucho, mi amor― le dijo viendo que ya estaba lo suficientemente lubricado con su saliva para que al terminar no tuviese su coño escocido.
Separando sus piernas, jugueteó con esa polla sobre su clítoris mientras se preguntaba si su jefe tendría algo parecido. Soñando que era así, cerró sus ojos y se puso a imaginar que al día siguiente era el glande de ese maduro el que en ese momento estaba presionando por entrar dentro de ella.
― Jefe, soy suya― gritó en voz alta al irse incrustando lentamente esa larga y gruesa imitación en su interior.
La lentitud con la que lo hizo le permitió notar como los labios de su vulva se veían forzados por el consolador y como tantas veces, esperó a tenerlo embutido para encenderlo y sentir así la dulce vibración tomando posesión de ella como su feudo. En su mente no era ella la que daba vida al enorme trabuco, sino que era el ejecutivo el que lo hacía moviendo sus caderas de adelante para atrás.
No pudo más que incrementar la velocidad con la que se empalaba al escuchar desde su sexo el chapoteo que su querido amante producía cada vez que lo hundía entre sus piernas y con un primer gemido, dejó claras sus intenciones de llegar hasta el final.
«Llevo meses sin sentirme tan perra», pensó para sí al imaginarse que su futuro jefe se apoderaba de sus pechos y mientras se regalaba un buen pellizco, lamentó haber dejado en el cajón las pinzas con las que en ocasiones especiales castigaba sus pezones.
―Estoy en celo― murmuró al sentir que su cuerpo temblaba saturado de hormonas y mordiéndose los labios, incrementó el ritmo con el que su amado acuchillaba su interior.
―Joder, ¡qué gusto! ― sollozó con los ojos cerrados al imaginar al maduro derramando su simiente por su vagina y con esa imagen en el cerebro se corrió…

CAPÍTULO 2

Mientras dejaba su flamante Bentley en manos del aparcacoches, Albert Roser dudó al ver la suntuosidad del edificio modernista donde desde hacía un par de décadas estaba ese restaurant, si no se había equivocado al elegir el Windsor para esa cita. Porque no en vano además de saber que al menos tendría que desprenderse de un par de cientos de euros, el ambiente romántico de su terraza podía ser malinterpretado por esa mujer y creyera que sus intenciones eran otras.
Pero tras sentarse en una mesa al borde de la Carrer de Còrsega, decidió que, si llegaba el caso, haría el esfuerzo de acostarse con ese monumento de rizada melena roja:
«Lo que sea por el bien de mi cliente», hipócritamente resolvió pidiendo a Jordi León, el sommelier, que le aconsejara un vino.
― ¿Ha probado lo último de Molí Dels Capellans? Su Trepat del 2014 es excepcional.
―No y viniendo de usted, ese caldo debe ser algo digno de probar― estaba diciendo cuando su acompañante hizo su aparición a través de la puerta.
La recordaba atractiva pero esa noche la señorita Antúnez le pareció una diosa. Enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a más de una, era impresionante. Y como buen observador, el delicado tejido completamente entallado a su cintura realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que no le pasó inadvertido.
«Joder, ¡qué buena está!», murmuró mientras se levantaba a saludarla, «no me extraña que ese cretino esté colado. ¡Es preciosa!».
La pelirroja consciente de efecto que producía en el abogado y que los ojos de su cita no podían dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, sonrió y con una sensualidad estudiada, se acercó y lo besó en la mejilla mientras le agradecía la invitación.
―Las gracias te las debería dar yo… no todos los días tengo el lujo de cenar con una belleza.
Bajando la mirada como si realmente se sintiera avergonzada, respondió:
―Exagera, aunque siempre es agradable escuchar un piropo de alguien como tú.
Aunque por sus palabras nada podía hacer suponer lo zorra que era, Albert supo que esa la mujer descaradamente se estaba exhibiendo ante él. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo, al colocarse la servilleta sobre las piernas, se agachó de manera que le regaló un magnifico ángulo desde el que contemplar su pecho en todo su esplendor.
Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creyó incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo su pantalón crecía un apetito sin control.
«Tengo que tener cuidado con esta arpía», Albert se repitió para que no se le olvidara el motivo por el que estaba ahí.
Del otro lado de la mesa, Marián estaba dudando que le gustaba más, si la magnífica merluza de pincho con asado de alcachofas que estaba sobre su plato o la cara de merluzo con la que ese alto ejecutivo la devoraba con los ojos y como no lo tenía claro, decidió preguntar por la razón de esa cena.
El cincuentón no se esperaba ese cambio de tema y más cortado de lo que le gustaría estar, contestó:
― ¿Extraoficialmente?
―Por supuesto― con tono dulce respondió mientras anudaba uno de sus dedos en su melena.
―Suponga que tengo un cliente al que un joven fiscal está metiendo en problemas y me entero casualmente de que ese idealista está secretamente enamorado de una mujer tan atractiva como ambiciosa.
Esa descripción no molestó a la pelirroja, la cual tampoco necesitó que le dijera el nombre de ese admirador para saber que estaba hablando de Pedro y mirando a los ojos a su interlocutor, contestó:
―Hipotéticamente hablando, si esa dama estuviera dispuesta a ayudar a su cliente, ¿qué tendría que hacer? Y ¿qué recibiría a cambio?
La franqueza con la que directamente se ofrecía a colaborar a cambio de dinero le confirmó que no era la primera vez que esa belleza participaba en ese tipo de acuerdos y tal y como había hecho ella, el abogado midió sus palabras al contestar:
― ¿Te he contado lo común que es que en un juzgado desaparezcan las pruebas? Conozco un caso en el que una caja llena de muestras de agua desapareció del despacho de un fiscal y cuando la parte defensora pidió un contraanálisis, se desestimó todo el expediente por la imposibilidad de contrastar los resultados del fiscal.
Habiendo lanzado el mensaje, Albert se puso a comer mientras su pareja hacía cálculos porque con solo esa información había averiguado de qué teman se trataba porque no en vano la última noche que había follado con Pedro, ese encanto no había parado de hablar de la multa que le iba a caer a una farmacéutica francesa.
«Una comisión lógica es del cinco por ciento y sobre veinte millones, estaríamos hablando de un kilo», pensó mientras producto de su avaricia los pezones se le ponían erectos bajo la tela.
Como buena negociadora, dejó transcurrir los minutos sabiendo que la espera empezaría a poner nerviosa a su contraparte y ya en el postre, tomando la mano de Albert entre las suyas, comentó:
―Sabes cariño, ayer estuve viendo en internet un apartamento en las Ramblas. Era precioso, luminoso y con unos ventanales enormes. Lo único malo era el precio, el dueño quería dos cientos mil de arras y otros ochocientos al firmar la escritura.
―Me parece un poco caro― respondió el abogado intentando negociar.
Entonces ante su sorpresa, la estupenda pelirroja le cogió la mano y poniéndola sobre sus piernas desnudas, con cara de putón desorejado, contestó:
―Ya sabes el boom inmobiliario, lo único bueno es que en la oferta se incluía la cama y no te haces una idea de lo maravillosa y suave que es.
―Lo supongo― contestó con su pene totalmente erecto al sentir la tersura del muslo que estaba acariciando y mientras intentaba calmar la comezón que tenía, llamó al camarero y le pidió una botella de cava con el que brindar.
Haciéndose la tonta y mientras separaba las rodillas dando mayores facilidades a los dedos que recorrían su piel rumbo a su sexo, preguntó que celebraban.
― ¿Necesitamos un motivo? Pues imaginemos que consigues el dinero― y levantando su copa, exclamó: ― ¡Por tu nueva casa!
Marián sonrió al oír ese brindis y cerrando el acuerdo con un beso en los labios, permitió que las yemas de ese cincuentón tomaran al asalto el fortín que escondía entre las piernas.
Durante un minuto, la pelirroja disfrutó del modo en que Albert la masturbaba en público hasta que sintiendo que faltaba poco para que se corriera, decidió que era suficiente anticipo y retirando la mano del abogado, le dijo que esperaba noticias suyas tras lo cual y sin mirar atrás desapareció por la puerta.
«¡Será puta!» murmuró entre dientes el cincuentón mientras pedía una copa para dar tiempo a que el bulto de su pantalón no fuera tan evidente.
Saboreando el whisky de malta comprendió que a pesar de ese abrupto final la noche había resultado un éxito porque podía asegurar a su cliente una sentencia favorable a sus intereses siempre y cuando se aviniera a pagar dos millones de euros.
«Uno para mí y otro para esa zorra», se dijo mientras se imaginaba sodomizando a la pelirroja en un hotel. Lo malo fue que, al hacerlo, su calentura lejos de amainar se incrementó y pidiendo la cuenta, decidió que al salir iba a ir al burdel de siempre donde una putita conseguiría apaciguar su incendio.
Veinte minutos después, estaba entrando en el discreto chalé convertido en tugurio. La madame, Alba “la extremeña”, lo recibió con unos abrazos reservados solo para los grandes clientes y sin que tuviera que pedir, mandó a la camarera que le pusiera un Macallan.
Apenas había acomodado su trasero cuando las putas empezaron a desfilar frente a él. Albert, conocedor experimentado de ese ambiente, decidió esperar a que todas las mujeres hubiesen modelado para tomar una decisión. Por su presencia pasaron rubias, morenas y pelirrojas, españolas y extranjeras, jóvenes y maduras, pero por mucho que miraba, no conseguía que ninguna de esas bellezas le motivara.
«Hoy necesito algo especial», se dijo sabiendo que, si al final no elegía a ninguna, vendría la dueña del lupanar a ofrecerle su ayuda.
Como había previsto, “la extremeña” al ver que no estaba satisfecho con el ganado, se acercó y como una enóloga aconsejando a un cliente sobre un cava, le preguntó qué era lo que esa noche necesitaba.
El abogado le confesó la calentura que llevaba y el motivo de esta.
―Necesita desahogarse― sentenció la madame y sin cortarse un pelo, preguntó: ¿le apetece un culo al que castigar? La chica en sí no es gran cosa, me la ha mandado un amigo para que le ponga tetas y la enseñe.
― ¿Es plana?
―Como una tabla y aunque apenas la he probado, puedo decirle que es una perra con mucho futuro. Según su dueño, ¡acepta de todo!
―Tráela para ver si es lo que ando buscando.
―No se va a arrepentir― respondió la extremeña, dejándole con un par de exuberantes putas para que le hicieran compañía mientras tanto.
A los cinco minutos, la madame apareció por la puerta con una castaña de pelo largo que en un principio le repelió. Delgada, sin culo ni tetas parecía un espantapájaros.
Estaba a punto de rechazar la sugerencia cuando se percató que, con esas gafas rojas, la aprendiz le recordaba a una jueza con la que había tenido varios fracasos.
«Parecen gemelas», dijo para sí mientras volvía a florecer en él el odio que sentía por la magistrada.
Mientras tanto, la puta permanecía de pie sin ser capaz de siquiera levantar la mirada. La vergüenza que demostraba enfadó a la dueña del lupanar. Sin importarle la presencia del cliente y a modo de reprimenda, descargó sobre su culo un sonoro y doloroso azote.
―Sonríe, puta.
La novata sin nombre intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue que en su cara se formara una extraña mueca. Ese gesto debería haber ahuyentado a cualquier interesado. Pero ese no fue así en el caso del cincuentón porque su pene reaccionó como un resorte al ver que, tras el castigo, los negros pezones de la fea aquella lucían totalmente erizados.
―Me la quedo― sonriendo informó a la dueña― pero necesitaría una habitación discreta.
―Por eso no se preocupe, tenemos una insonorizada― y dirigiéndose a la castaña, le ordenó que llevara al cliente a la numero seis.
Una zorra con experiencia se hubiese colgado del hombre que había pagado por ella, pero demostrando nuevamente que era una novata, se adelantó permitiendo que el abogado examinara su exiguo culo.
«Apenas tiene donde agarrar, mejor», relamiéndose reconoció porque su víctima así sufriría más.
Ya en el cuarto que le habían asignado, fue realmente la primera vez que se puso a examinar la mercancía y tras una decepción inicial al observar el bosque frondoso que tenía por coño, vio el cielo al separarle las nalgas y descubrir un rosado e incólume agujero.
«Esto no me lo esperaba», reconoció mientras introducía bruscamente una de sus yemas en el interior de ese ojete.
El grito de la novata confirmó sus sospechas y sin retirar su dedo, le soltó un primer mandoble con el ánimo de relajar a la castaña y que no estuviera tan tensa.
La actitud sumisa del monigote aquél lo envalentonó y añadiendo una segunda yema, siguió jugando con él mientras la muchacha se dejaba hacer consciente de no poder negarse.
―Ábrete de piernas― totalmente excitado el cincuentón exigió.
Las rodillas de la mujer se separaron para permitir las maniobras del cliente, el cual usando su otra mano bruscamente le introdujo dos dedos en su sexo y de esa forma descubrió que la que creía una mojigata, estaba disfrutando al comprobar que su cueva estaba empapada con el flujo que manaba de su interior.
El pene de Albert ya le pedía acción y por ello dándola la vuelta, le exigió una mamada. En silencio, la castaña se arrodilló y abriendo la bragueta, liberó la extensión del abogado.
Este satisfecho se sentó en el sofá y abriendo las piernas, la ordenó que se acercara. La muchacha con lágrimas en los ojos y de rodillas, se acercó a él con la mirada resplandeciente. El cincuentón supo de esa forma que iba a ser una buena mamada aún antes de sentir como la boca de la fulana engullía su pene.
Tal como vaticinó, era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio del glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder su capullo, mientras las manos acariciaban los testículos del cliente.
La reacción de este no se hizo esperar y alzándola de los brazos la sentó sobre sus piernas, ordenando a la castaña que fuera ella quien se empalara. La oculta cueva entre tanto pelo le recibió fácilmente demostrando que la novata estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior.
Como no sabía ni quería saber su nombre, llamándola puta, le ordenó que se moviera. El insulto provocó que esa apocada e insípida mujer se volviera loca y para sorpresa de Albert, le rogara que siguiera humillándola mientras sus caderas se movían rítmicamente.
«¡Joder con la fulana!», pensó el abogado a sentir que la castaña había convertido los músculos de su chocho en una extractora de esperma que lo estaba ordeñando.
Ya sobrecalentado, desgarró el picardías que llevaba puesto, dejando al descubierto unos pechos que daban pena, pero cuyos pezones le miraban inhiestos deseando ser mordidos. Cruelmente tomó posesión de ellos con los dientes hasta hacerla daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.
―Gallo desplumado, ¡muévete o tendré que obligarte! ― le dijo al oído.
Demostrando lo mucho que le ponía la humillación, su sexo era todo líquido cuando, con la respiración entrecortada por el placer, obedeció moviendo sus caderas.
―Así me gustan las putas, calladas y obedientes― le susurró mientras con los dedos pellizcaba cruelmente sus pezones.
Satisfecho por la ausencia de respuesta, premió a la fulana con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación.
Hasta entonces todo discurría según Albert deseaba, pero cuando la informó que la iba romper el culo, la castaña intentó huir de la habitación y eso le enervó todavía más.
Con lujo de violencia la agarró y la lanzó en la cama. La novata completamente aterrorizada no pudo evitar que su cliente cogiera su corbata y con ella atara sus muñecas mientras fuera de sí le gritaba:
―Te voy a enseñar quien manda.
La ira reflejada en los ojos de ese cincuentón provocó que histérica se riera y eso empeoró las cosas porque llevándola hasta el cabecero, este la inmovilizó anudando un extremo de esa prenda a una de sus barras.
Albert ya no era Albert sino un ser sediento de sangre porque para él esa mujer aglutinaba a todas las que en algún momento lo habían despreciado o causado algún mal.
Por ello sin preparar su trasero, le separó las nalgas, apuntó con su escote y de un solo embiste, la empaló brutalmente. Los chillidos de dolor que surgieron de la garganta de su acompañante le sonaron a música celestial y azuzado por esa seductora melodía, no paró de insultarla y de azotarla con la mano abierta.
Su víctima creyó que iba a morir en manos de ese ejecutivo y sabiendo que si quejaba iba a encabronar a ese maldito, con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que continuara esa locura. Para entonces el abogado la había empezado a cabalgar agarrado de sus pechos y aunque sabía la barbaridad que estaba haciendo, lejos de calmarlo, eso lo estimulaba.
Es más, al sentir que un brutal orgasmo se aproximaba, incrementó la velocidad de su ataque hasta inundando todo su intestino, eyaculó dentro de ella. Sus gemidos de placer y los gritos de dolor del mamarracho se unieron en una sinfonía perfecta que al final consiguió apaciguar a la bestia.
Por eso al sacar su miembro cubierto de sangre y mierda, se sintió satisfecho y dejando el dinero sobre la mesilla se fue mientras la puta lloraba, rota por la mitad, sobre la cama.
Ya en su coche, recordó descojonado que además de no saber su nombre, tampoco la había oído hablar:
―A esto se le llama una noche perfecta. ¡Una zorra callada y obediente!

Relato erótico:”LAS TRES REINAS 2- HARALD Y KAIRA” (PUBLICADO POR MALEANTE)

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Salud y buena fortuna! Aquí va el segundo relato de Harald. Siento mucho la tardanza. Y siento si es muy largo. Espero sinceramente que os guste y disfrutéis. Agradezco el feedback. Si queréis contactar conmigo podéis hacerlo en lemaleante@gmail.com. Qué os vaya bonito y muchísimas gracias!

El Maleante.

……………………………………………………………………………………………………………………..

La mañana era brumosa. Un manto espeso de niebla blanca abrazaba con fuerza el bosque sabiendo que en breves momentos el sol la haría desaparecer. Entre el espeso follaje de árboles y zarzas un imponente corcel  negro avanzaba con paso lento pero decidido. No en vano llevaba ocho pasajeros más sin contar algún que otro peso añadido, pero eso no parecía molestarle demasiado. Helhest estaba feliz. Por fin volvían  a casa y lo demostraba acelerando el paso o soltando algún que otro resoplido satisfecho que hacían que emitiera un vaho blancuzco de sus imponentes fosas nasales. Montados sobre él iba su amo Harald, al que adoraba como un dios y que se dejaba la piel en su cuidado. Y luego estaba Odalyn. Aquella misteriosa muchacha pelirroja. Era sorprendentemente ligera y había algo en ella que intrigaba al caballo. Parecía tener mano con los animales pues no había necesitado mucho para saber que le sucedía a Helhest y que hacer para remediarlo. Aun así no parecía ser nadie de malas intenciones. Y su amo no solía rodearse de gente que no era de confiar. Y luego  estaba lo único que hacía incomodo ese viaje. Los lobos. Los seis lobeznos que estaban metidos en una bolsa de piel de oso y colgados a uno de sus costados. Aún eran muy pequeños, pero tenían un tamaño muy superior al de unos lobeznos de dos semanas y además  abierto los ojos pero  aún mamaban, a pesar de los pequeños dientes que empezaban a asomar. Se removían en la bolsa gimoteaban y algunos sacaban la cabeza de la bolsa para observar curiosos todo lo que les rodeaba. Habían empezado a desarrollar la vista y el oído y todo les llamaba la atención. Aun así eran pequeños sí. Helhest bien habría podido aplastarlos a todos con sus potentes cascos. Aun así se sentía incómodo junto a ellos. El instinto le decía que aquellas pequeñas y gimoteantes bolitas de pelo se convertirían en veloces y perfectas máquinas de matar. Y no se olvidaba del agradable rato que les habían hecho pasar los lobos a él y a su amo. Pero su amo no había puesto objeción así que de nada servía quejarse.

Harald estaba pensativo. Lynn estaba sentada delante suyo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados como queriendo disfrutar de la mañana. Aun no se creía que le hubiera pedido que viniera con él y más aún le sorprendió que ella aceptara inmediatamente. Y luego estaban los lobos. ¿Cómo demonios había accedido a llevárselos? Lynn había sido firme.

-“Bueno… Prometí que los cuidaría. Así que si me voy contigo no puedo dejarlos aquí ¿verdad?  Además sería una pena que te separaras de ellos. ¡Con lo que les gustas!”

¿Qué él les gustaba a los lobos? ¿Qué locura era aquella? Cuando se dispuso a colgar la alforja de piel de oso del lomo de Helhest, este lo miró con acritud y fastidio. “¿Qué quieres que le haga?” Se excusó Harald. “Ella no se va a desprender de ellos” Parecía que ya se había resignado. Sorprendentemente toleraba muy bien a Lynn. Helhest solía mostrarse un poco reacio al principio a que extraños se montaran sobre él. La atención de Harald estaba en muchos sitios a la vez. En Ragnastein con su amada Kaira. En Lynn y el misterio que encerraba. Aún no sabía por qué estaba en aquella cabaña, y también sentía recelo hacia su comportamiento y sus curiosas costumbres. Y por último al bosque. Llevaban un día de camino y habían perdido otro recogiendo cosas de las que Lynn no quería separarse y confeccionando la bolsa para los cachorros. Al final la casa había quedado vacía y solitaria. Lynn la había mirado con pena y nostalgia pero no había vacilado al marcharse. Sí. Harald miraba al bosque. Y como hacía poco más de una semana se sentía incómodo. La muchacha aseguraba que los animales del bosque no les atacarían (otra cosa que sorprendía a nuestro héroe, la afinidad de Odalyn con los animales). Aun así la intranquilidad le invadía. La sensación de que no estaban solos era cada vez mayor. En un momento determinado creyó ver un destello entre los matorrales.  Y en el bosque no había nada que emitiera destellos. Nada salvo el metal claro. Harald estaba en una encrucijada. ¿Qué debía hacer? ¿Seguir adelante? ¿Detenerse? ¿Aumentar el paso? Si daba marcha atrás corría el riesgo de quienquiera que los estuviera observando los atacar por detrás. Además con el peso que llevaban Helhest no podría darles esquinazo. A parte según Lynn ese era el camino más directo. Tomando otro tendrían que tomar un rodeo de tres días. Y a ninguno de los dos les interesaba  perder ese tiempo. Por el contrario si seguían adelante el bosque era más espeso y los árboles se cerraban como una cúpula. Y detenerse no les serviría de nada.

-“¡Odín! ¡Qué no me esté equivocando!-se dijo el jinete sin dejar de avanzar.  Unos metros más adelante el camino torcía hacia la izquierda pero estaba bloqueado por un carro viejo. Justo delante de ellos había un roble  viejo bajo y retorcido con unas pocas hojas. Sentado en su copa se hallaba un hombre más cerca de los treinta que de los veinte. Tenía el pelo dorado y ligeramente ondulado hasta la nuca no mostraba rastro de barba alguna y sus rasgos eran suaves y delicados. Sus ropajes eran de bastante buena calidad pero estaban muy gastados.  Vestía un jubón pardo, una capa verde oscuro, unos pantalones de lana grises y unas botas de cuero reforzado. Tenía varios anillos de oro y piedras preciosas. Balanceaba sus piernas a un ritmo pausado como s nada le importarse. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca el hombre pareció por fin reparar en ellos y dirigió su mirada y Harald pudo verle los ojos. Eran muy azules y miraban a los viajeros con burla, lo cual no gustó nada a Harald. El hombre sonreía lo cual no hizo más que  inquietar a Harald. ¿Por qué negarlo? Ese hombre repugnaba a Harald.

-Buenos días viajeros. ¿Hermosa mañana verdad?-saludó el hombre cordial.

-Ciertamente-contestó secamente Harald.

-Buenos días tengáis vos también buen hombre-respondió Lynn jovial y haciendo una graciosa inclinación de cabeza.

El hombre pareció fijarse mejor en la chica. Harald pudo ver como se relamía. Eso lo puso tenso. Hasta Helhest se removía intranquilo. Harald se inclinó hacia el con un poco de dificultad hacia el cuello del animal para palmearlo y tranquilizarle pero también susurró algo en su oído.

-Si se acerca, vuélale esa estúpida sonrisa de una coz amigo

-¿Qué os trae por estos lúgubres bosques?-preguntó el hombre con una sonrisa.

-Eso me temo-escupió Harald –que es asunto nuestro.

-¡Os ruego que me disculpéis!-exclamó el hombre aparentando estar dolido- No era mi intención ofenderos.

-Vamos a Ragnastein. La capital del reino.-le dijo Lynn alegremente.

-“¡Lynn! ¿Pero qué haces? ¡No le cuentes nada!”-pensó Harald con urgencia.

-¿Ragnastein eh?-dijo interesado. El orgullo de Istramor. Una gran ciudad. ¿Y cómo se llaman los viajeros que van a Ragnastein?

-Yo soy Odalyn.-respondió la chica.

-Un bello nombre. ¿Solo Odalyn? ¿Tendréis un padre no?

-Solo Odalyn

-Un placer conoceros  mi señora-le dijo con una mirada que no auguraba nada bueno.

-“Lynn… No es la mejor idea que has tenido en tu vida el contarle sobre nosotros a esta sabandija y…”

-¿Y vos buen hombre?-preguntó a Harald interrumpiendo sus cavilaciones pero  mirando con interés a Helhest.

-“Si ya sabe quién es Lynn…”

-Soy Bjorn hijo de Sven-mintió suplicando a los dioses que Lynn no lo desenmascarara. Afortunadamente no lo hizo.- ¿Y vos quien sois? Por vuestro aspecto diría que sois un noble.

-¡Pero qué perspicaz!-río el hombre- Y por favor perdonad mi insolencia-dijo fingiendo estar dolido.- Yo soy Erik el Magnífico. Señor del bosque. ¡Bienvenidos a mis dominios!

Abrió los brazo como queriendo abarcar el bosque entero.

-“Un bandido en otras palabras. El día mejora por momentos-pensó Harald hastiado”

-Estos bosques no son seguros prosiguió Eric. Deberíais portar una escolta.

-Gracias. Pero así como estamos vamos muy bien-le contestó Harald intentando salir del paso lo más rápidamente posible. Ahora si no os importa proseguiremos nuestro camino.

-Lo veo difícil-contestó Eric señalando al carro en medio del camino- El camino está bloqueado.

-En ese caso apartaremos el carro pasaremos

-Me temo que eso no será posible-dijo el noble con una pena que no sentía.- Veréis: Como ya os he dicho estáis en mis dominios. Y por tanto debéis pagar un pequeño precio por circular por él. Y luego está la escolta claro.

-Os hemos dicho que no necesitamos una escolta.-Harald sentía que las cosas iban muy pero que muy mal.

-¡Tonterías!-respondió Eric con ligereza- Todo el mundo necesita protección. Además: pensad en mis pobres hombres. Ellos también tienen que comer. ¿Verdad muchachos?

Y en ese momento aparecieron hombres en los árboles y espesura. Los tenían rodeado. Portaban armas de hierro y alguna de acero muchas de ellas oxidadas. Por lo general vestían diferentes piezas de armaduras y su ropa estaba sucia y deshilachada. Todos ellas tenían alguna cicatriz y estaban sucios todos tenían muecas burlonas y reían maliciosamente.

-“¡Será hijo de mil padres!”-maldijo Harald en silencio- “Nos ha distraído y mientras sus hombres han cerrado el circulo.

-Me da la impresión que vuestro concepto de pequeño precio y el mío son algo distintos.-dijo Harald con calma intentando quitar hierro al asunto.

-¡Es posible, es posible!-río Eric- A fin de cuentas así se inician las guerras. Porque sus contrincantes no se entienden. Así que para evitar disgustos y malentendidos procuraré ser claro. Me da la impresión de que viajaríais más ligeros sin esas pesadas alforjas. Y vuestro pobre caballo… ¡El pobre parece exhausto! Permitid que nos encarguemos de él. Y no creo que necesitéis esas armas. A fin de cuentas gozareis de la protección de mis hombres. Y vuestra ropa no es que sea muy apropiada para andar por el bosque. Con gusto os proporcionaré otra mejor. Y finalmente… El bosque no es buen lugar para una mujer. Está lleno de fieras salvajes.

-“No más peligrosas que unos rufianes como vosotros seguro-pensó con desdén Harald.

-Por ello considero que sería mejor si se quedara aquí-terminó Eric siendo coreado por las risas socarronas de sus hombres.

Harald pensaba a toda velocidad. Miró hacia el carro, miró a los hombres. Había arqueros en los árboles.

-“Si no fuera por esas malditas flechas… Quizá Helhest pudiera saltar el carro y huir de aquí corriendo. Pero tenemos mucho peso. Si solo estuviéramos Lynn y yo… A parte los lobos podrían sufrir daños. ¿Y ahora por qué pienso en esas malditas bestias?-la cabeza de Harald era un hervidero.”

-¡Yo quiero sus botas!-rugió un gigante con el torso descubierto, un hacha de doble filo cabeza calva y barba negra espesa con aspecto de ser muy irascible. Solo tenía un ojo azul el otro estaba surcado por una cicatriz y era blanco.

-¡Yo su cuchillo! ¡Es muy bonito!-dijo otro más pequeño con ropas de cuero que parecía un ratón y portaba un cuchillo mellado.

-Ese arco me vendría bien-dijo una voz.

-¿Eso de la bolsa son lobos? ¡Genial! Me vendría bien una capa de lobo. Aunque son un poco pequeños-dijo otra.

-Yo me quedo con el caballo

-¡Antes muerto pedazo de mierda! ¡Me lo quedaré yo!

-¡No! ¡Yo!-dijo un tercero

-¡Yo la espada!

-¡Yo el jubón!   

-¡Yo quiero que esa puta me enseñe las tetas y después follarmela hasta que reviente!

-¡Sí! ¡Que la furcia se desnude!

-¡Yo me la follo primero! 

-¡No yo!

-Vamos, vamos muchachos-río Eric levantando una mano como queriendo calmar la situación. Un poco de serenidad. No somos ningunos bandidos. Bueno… quizás un poco-lo cual hizo que los hombres se carcajearan- ¡Pero es una gran idea! ¿Por qué no nos muestras a todos lo hermosa que eres preciosa?-dijo el jefe de los bandidos con una sonrisa ladina.

-“Bueno. Parece que mi  viaje acaba aquí. Si quieren a Lynn tendrán que venir a por ella. Y pongo a Tyr por testigo que no seré una presa fácil.”-se dijo Harald- Lo siento por Helhest, Odalyn y los lobos. Que tengan este final… ¡Maldición! ¡He vuelto a pensar en esas fieras rastreras!”

Se dispuso a descolgar el arco de su espalda para proteger a la chica con todas sus fuerzas. Pero ya no estaba sentada delante de él. Había bajado del caballo y se había puesto frente a él.

-“¡Pero qué haces niña estúpida! ¿Estás suplicando que te violen aquí mismo o qué?”

-Lynn… Vuelve a subir.-el tono de Harald era tajante.

-Pero estamos en sus dominios- dijo simplemente la chica con total tranquilidad.

-¡Me importa una mierda!-rugió Harald fuera de sí- Por favor y por tu bien: ¡Sube al puto caballo!

-Pero el propio rey me ha hecho una petición. Y debo cumplirla.

Y acto seguido aflojó los tirantes de su vestido y este calló con majestuosidad mostrando a Odalyn en todo su esplendor.

Los hombres silbaban gritaban y reían. Estaban enloquecidos.

-¿Habéis visto qué tetas?

-¡Yo quiero estrujárselas!

-¡Tiene el coño rojo!

-¡Por los dioses qué culo!

-¡Voy a follarmela ahora mismo!

-¡No, yo seré el primero!

-¡No, yo!

La discusión siguió así un poco más.

-¡Silencio imbéciles!-rugió Eric abandonado su serenidad por primera vez. La mujer es mía. Quizás os la entregue cuando me aburra de ella.

Bajó del árbol con habilidad y avanzó hacia la chica con tranquilidad mientras se desabrochaba los pantalones para dejar al descubierto un falo de tamaño no despreciable y pálido totalmente erecto. Harald quería cargar una flecha y clavársela a esa sabandija para borrarle esa burlona sonrisa. Pero algo se lo impidió. Intentó luchar pero su cuerpo no respondía.

Eric estaba a cinco pasos de Lynn.

-Deberías sentirte orgullosa niña-le dijo a Odalyn risueño. Vas a ser follada por un rey.

Harald quería maldecir a toda la estirpe de ese bastardo. Pero tampoco tenía voz.

-Y parece que el cobarde de tu amigo no va a hacer nada por ti.-continuó esta vez a solo dos pasos.

Aunque estaba de espaldas Harald vio por un segundo  que ella sonreía como quien sabe que ha ganado el juego.

-Yo no me acercaría más.- Dijo Lynn con una voz segura y más profunda que nada tenía que ver con su voz risueña y cantarina. El viento agitaba su cabello rojo con fuerza otorgándole un aspecto salvaje. Era verdad. ¿Cuándo había arreciado el viento? Hace unos instantes no soplaba ni una mísera brisa.

Eric sonrió con maldad.

-Un rey no acepta órdenes de nadie.

Y se dispuso a atrapar a la chica.

Todo sucedió muy rápido. Antes de que los dedos del bandido rozaran siquiera a la mujer esté salió despedido hacia atrás ante el asombro de todos. Eso provocó que todos los hombres se lanzaran al centro del círculo dispuestos a acabar con su vida. Lo cual encabritó a Helhest que empezó a cocear y a relinchar como una fiera salvaje. Lo cual derribó a Harald aunque se las apañó para caer sin hacerse daño. A Harald también le siguieron el contenido de las alforjas pues Helhest no paraba de moverse y él por el contrario no podía reaccionar. Los arqueros disparaban flechas sin parar pero el viento las desviaba y ninguna daba en el blanco salvo en alguno de los bandidos que caían al suelo fulminados. Unas sombras se movían rápidas entre los bandidos atacando como un enjambre furioso. Tras fijarse un rato Harald vio que eran lobos. Pero eran enormes. ¿Y cómo eran tan rápidos? Parecían saber cómo esquivar las armas y el momento justo de atacar. Uno de los guerreros, el gigante tuerto del hacha de dos manos que había exigido las botas de Harald avanzó furibundo contra Lynn dispuesto a asesinarla pero cuando faltaba poco para alcanzarla se paró en seco con una mueca de terror. El hacha se le cayó de las manos y la contempló como si fuera la mismísima reina de los muertos, Hela.

-¡Por los dioses! ¡No! ¡Nooo! ¡Aléjate de mí monstruo!-gritó el hombre como un chiquillo asustado.

Intentó huir pero una de aquellas bestias lo derribó y le desgarró brutalmente la garganta. También vio como Helhest aplastaba la cabeza de un arquero que había caído al suelo con sus potentes cascos. Todo se sucedió rápida y confusamente. Al final el viento se detuvo y en el camino no había más que cadáveres y armas desperdigadas. Odalyn seguía desnuda y de espaldas al sorprendido Harald. Contemplaba la masacre en silencio. De repente uno de los cadáveres se levantó y corrió hacia ella furioso portando una daga. Era Eric, que al parecer los lobos habían olvidado liquidar por estar en el suelo. Aun así tenía una contusión en la cara y una ceja rota, por lo que la sangre le corría por la cara.

-¡Tú! ¿Qué has hecho con mis hombres mala puta? ¿Cómo te atreves a faltarle el respeto a Eric el Magnífico hijo de Marwin, rey supremo de…?

Y se detuvo en seco a unos pasos de la chica. Con gesto de pavor. La mano que sostenía el arma le temblaba violentamente y empezó a ascender.

-¿Q…qué haces?- balbuceó el hombre.- ¡Para! ¡Te lo suplico! ¡Basta!

El cuchillo se dirigía directamente hacia su propia cara. Parecía que estaba haciendo esfuerzos por detener  su brazo incluso utilizó el otro para ayudar a detener el avance. Pero era inútil. La punta se clavó en tu ojo derecho y se abrió paso a través de la carne y se hundió poco a poco acompañado de los alaridos del malhechor. Cuando el arma estuvo incrustada del todo  la sacó bruscamente y se la incrustó con igual violencia en la otra cuenca. Eso acabó con su agonía.

El bosque se quedó en silencio. Pasó un instante, dos, tres. Lynn se volvió sonriente hacia Harald.

-¡Loados sean los dioses! ¿Qué ha pasado aquí?-preguntó la chica.-Cuando suelo cocinar conejos suele ser bastante sucio. ¡Pero no tanto!

Harald estaba incrédulo. Y algo asustado. Quizás por eso había creído ver un breve resplandor verde en los ojos de la muchacha que se había apagado en un instante devolviendo a sus ojos su color normal.

-Odalyn… ¿Qué ha pasado?-preguntó Harald.

-Eso mismo me pregunto yo. Son bandidos, ¿verdad? Seguro que Helhest y tú les os habéis encargado de ellos y estarías tan centrado en la tarea que no te habrás dado cuenta de nada. ¡En verdad eres un gran guerrero!

Harald era un buen guerrero no había duda. Pero era imposible que la chica creyera que un hombre solo era capaz de abatir a por lo menos una veintena. Y más aún que no hubiera visto nada de lo ocurrido.

-¡Oh no! ¡Mis cosas!-exclamó la chica- ¡Se han desparramado todas! La verdad Harald tu caballo es un encanto. Pero un poco bruto a veces. ¿Ayúdame, quieres?

Harald  recogió los objetos en silencio sin asimilar aun lo que había visto. Era un poco difícil encontrar las pertenencias de la chica en ese caos. Pero al final no era tan complicado. Bastaba con buscar objetos que desentonaran con aquel lugar. Así encontró Harald, varios paquetitos de hierbas, minerales de colores, semillas, libros varios, cacerolas varias… Cuando lo habían reunido todo Lynn lo fue guardando todo en las alforjas de un Helhest más calmado. Una vez estuvo guardado Lynn empezó a alterarse.

-No está todo… Pero no está por aquí. He buscado por todas partes. ¿Dónde está? ¿Me lo habré dejado en casa? ¡No! ¡Imposible! Fue lo primero que guardé-Odalyn murmuraba por lo bajo para sí misma con un tono nervioso.

-Lynn… ¿Falta algo?-preguntó Harald interesado en ella.

-¡Calla Harald! ¡No me dejas pensar!-le espetó Lynn con fastidio.

-Deberíamos seguir.-continuó el joven.-No quiero tener otro incidente como este.

-¡Aún no! Tengo que encontrar algo.

-Pero… ¿el qué?-Harald estaba cada vez más confuso.

-¡Coño Harald! ¡Déjame pensar!-gritó ella fuera de sí.

Harald terminó de estar perplejo. No solo por lo extraño de la situación, sino por el temperamento de Lynn. La había oído hablar así a veces. Pero siempre le resultaba desconcertante como podía llegar a hablar peor que un remero. Aquella joven con ese aspecto tan delicado. Algo llamó la atención de Harald justo al pié del árbol donde había estado sentado el “Rey del Bosque” había un par de cadáveres desplomados uno presentaba mordeduras en todo el cuerpo y el otro tenía una flecha en la garganta. Algo llamaba a Harald hacia allí. No sabía por qué pero ahí había algo. Movió los cadáveres y en efecto ahí estaba. Un bulto grande y con el aspecto de ser pesado envuelto en un trapo de cuero con todo el mimo del mundo.

-“Quizás esto sea lo que busca-pensó el joven”

Cogió el paquete y lo examinó con detenimiento. Era pesado, no había duda. Lo agitó un poco y nada se movió dentro.

“-No es una caja-pensó el chico.- Y si lo es, está vacía o su contenido es muy ligero. Con estas dimensiones lo más probable es que sea un libro.”

Empezó a desenvolver el extraño paquete y por uno de los lados pudo ver un montón de hojas amarillentas apiladas.

-“En efecto. Es un libro-pensó para sí”

Se dispuso a seguir desenvolviéndolo pero entonces Lynn apareció detrás de él.

-Harald: ¿Qué estás haciendo? ¿Qué escondes ahí?-preguntó la chica asomando su cabecita por uno de los costados del hombre.

Harald empezó a mostrarle su hallazgo pero Lynn se lo arrebató nada más verlo.

-¡Lo has encontrado!-exclamó ella encantada- ¡Qué alivio! Creí que lo había perdido. Se te da bien encontrar cosas aunque a veces seas un poco estúpido. ¡Un momento! ¿No lo habrás abierto verdad? ¿Ni intentado leerlo?

¿Aquella niña le había llamado estúpido? Eso sí que era inaudito, cuando ella había estado hablando tranquilamente con el jefe de los bandidos.

-No, no lo he abierto. ¿Qué es ese libro Lynn? ¿Por qué es tan importante?

El rostro de Odalyn palideció.

-Entonces: ¿Lo has abierto?-preguntó preocupada.

-Ya te he dicho que…-empezaba a estar molesto de su insistencia.

-Harald.-lo interrumpió ella. Es muy importante. ¿Lo has leído sí o no?

-No. Ya te lo he dicho. Empecé a desenvolverlo hasta que pude ver que era un libro. Ni siquiera he visto la portada.  

-¿Estás seguro?- Lynn no parecía convencida.

-¡Sí!  ¡Maldita sea!

-Está bien, está bien. Siento mucho haberme puesto así.-se disculpó ella. Pero este libro es muy importante.

-Y supongo que no me dirás de que libro se trata ¿verdad?-preguntó Harald

Lynn puso los ojos en blanco como respuesta.

-Vale, vale. Lo he entendido.-dijo Harald conciliador.- En fin guarda eso en las alforjas y vámonos… ¡Y por Freyja e Idun, vístete de una vez!-exclamó Harald al percatarse de que la joven aún seguía desnuda.

-¡Oh vaya!-río Lynn.- ¿Cuándo me he desnudado?

Harald estuvo a punto de contarle el incidente de antes pero decidió callarse. Aun tuvieron que tardar un poco más para recuperar el vestido de Lynn, que el viento había arrastrado a la copa de un árbol y que recuperaron entre las risas de Lynn y el fastidio de Harald. Una vez lo tuvieron se dirigieron a Helhest para reanudar la marcha. Pero los contratiempos no acababan ahí. La bolsa de piel de oso se había soltado de Helhest. Su propietario la buscó con los ojos. La encontró un poco más allá. Pero estaba vacía. No había ni rastro de los lobos. Y Harald empezó a preocuparse.

-¡Odalyn! Los lobos han…

Lynn estaba de cuclillas maravillada contemplando a los seis lobeznos que jugaban entre ellos y correteaban. Algunos de ellos tenían el hocico manchado de sangre y otros estaban atareados alimentándose con voracidad de los cadáveres de los enemigos caídos.

-Mira Harald!-exclamó Lynn emocionada.- ¡Los lobos ya comen carne!

Harald miraba incrédulo alas pequeñas criaturas. ¿Ya se habían destetado? ¡Sí solo tenían dos semanas! Lo normal era que lo hicieran en cuatro. Nuestro héroe palmeó el cuello de su fiel corcel y sin dejar de mirar la escena dijo.

-Helhest viejo amigo: vamos a necesitar mucha carne.

Y Helhest empezó a moverse nervioso.

-¡Tú no joder!-le dijo Harald al alarmado caballo.- ¡Tú no!

……………………………………………………………………………………………………………………..

Ya era noche cerrada. Nuestros agotados viajeros habían encontrado un claro bien cubierto donde descansar. Un alegre fuego crepitaba frente a ellos. Harald había insistido en dormir a oscuras alegando que no se sentía con fuerzas para para enfrentarse a otros bandidos (ya que Odalyn pensaba que él se había encargado antes de los otros bandidos). Pero Lynn aseguró que seguro que tenían una noche tranquila y encendió la hoguera con habilidad y presteza. Harald estaba apoyado contra un árbol grueso y rodeado de  gruesas pieles contra el frío. Ya habían cenado. Algunas de las provisiones que traía Lynn y un ciervo que había cazado Harald que fue en gran parte devorado por las pequeñas bestias y regado con leche de cierva que llevaba Lynn en un odre y que se había acabado. Ahora los lobeznos estaban somnolientos y en vez de quedarse en la cómoda bolsa de piel de oso se acercaron a Harald para dormir a sus pies. Este intentó apartarlos varias veces pero al ver que volvían desistió y enseguida se vio incapaz de moverse por tener seis lobeznos durmiendo sobre él. Lynn terminó de echar unas ramas al fuego y se acercó  a Harald.

-¿Hoy también vas a dormir desnuda?-preguntó Harald con sorna.

-No.-respondió Lynn simplemente.- Estamos en el bosque, es de noche y hace frío. Lo inteligente es dormir cuanto más abrigada mejor. Hazme sitio.

-¿Cómo que te haga sitio? Hay sitio de sobra para dormir.-le dijo Harald.- Además los lobos se te han adelantado.

-Sí. Pero dos cuerpos se calientan mejor que uno. Y si están los lobos mucho mejor. Más calor para todos. Además: ¿Ahora vas a poner trabas? Te recuerdo que hemos estado toda la semana durmiendo…

-¡Vale, vale!-claudicó el hombre.- ¡Entra de una maldita vez!

Odalyn entró con agilidad y con una risita. Cogió a dos de los cachorros que se despertaron con un bostezo y se los puso en el regazo y los tres se acomodaron lo mejor posible. Los lobeznos se volvieron a dormir otra vez.

-Habrá que organizar las guardias.-dijo Harald.

-Harald: Siempre te tomas todo demasiado a pecho.-le dijo ella con un bostezo. Relájate un poco y duerme.

Y en seguida empezó a respirar con suavidad. Harald también se habría dormido. Pero no podía. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Sin quererlo había conocido a una amiga de lo más curiosa y adoptado a una camada de lobos. Casi parecían una familia. Harald se quitó eso de la cabeza. Un brillo plateado interrumpió sus pensamientos. Hubiera desenvainado su espada o su “scramasax”  pero Lynn y los lobos no se lo permitían. Ante él apareció un magnifico ciervo blanco que era la fuente del destello.

-Hola.-saludó simplemente Harald.- ¿Ya nos conocemos verdad? Te vi aquel día en la cascada. Tus amigos casi me matan.

El ciervo simplemente le miró con solemnidad.

-En verdad eres hermoso.-siguió el joven.- No estas hecho para ser cazado. De hecho creo que si alguna vez tengo la oportunidad nunca lo haré. Pero si no te importa seguiré cazando otros ciervos. Uno tiene que comer.

El ciervo lo miró un poco más y salió galopando con paso grácil y su brillo se perdió en el bosque.

-Pues adiós-se despidió. Buenas noches.

¿De verdad le había hablado a un ciervo blanco? Desde luego su estancia en los bosques aquellos días le habían afectado bastante. Kaira no se lo creería desde luego. ¡Kaira! ¿Cómo estaría? ¿Estaría preocupada? Seguramente. No quedaba mucho de camino así que dentro de muy poco si no había percances muy pronto estaría con ella. Miró al bosque. Luego al poco cielo que le permitían ver los árboles. A los lobeznos que dormían profundamente y a los que acariciaba distraídamente. ¿Sería posible que les estuviera cogiendo cariño? Y luego miró a Odalyn. Se había acurrucado contra él como una gatita junto al fuego y ahora dormía plácidamente. Sonreía. Estaba más bella que nunca. Luego miró a Helhest que estaba de pie mirando la escena con curiosidad. Harald suspiró y se dirigió al caballo:

-Definitivamente Helhest: Cuando me vea, Kaira me mata.

Y cayó dormido profundamente.   

   

……………………………………………………………………………………………………………………..

Tras otro día y medio de viaje Ragnastein se alzó imponente ante ellos. Sus altos muros de piedra protegían la ciudad. Harald sintió alegría. ¡Por fin estaba en casa! Después de algo más de una semana por fin veía su ciudad natal. Aceleró el paso y se dirigió a las Puertas de Hierro, la negra entrada de la ciudad.

-Eso que ves es Ragnastein Lynn. Mi ciudad natal y la capital del reino de Istramor-explicó Harald con orgullo.

-¡Es enorme!-se maravilló Lynn- De pequeña me leían y contaban  historias sobre grandes guerreros, ciudades y tesoros. ¡Pero  nunca imaginé que fueran tan grandes! ¿Cuánta gente vive aquí?        

-No estoy muy seguro. Quizás estemos en torno a los quince mil.

-¿Tantos?- Lynn no cabía en su asombro.- ¿Cómo se abastecen a quince mil personas?

-Hace aproximadamente doscientos años nuestros antepasados vivían en pequeños clanes desperdigados y vivían mayormente de la pesca y el saqueo a otras tierras. Eso cambió con Ragnar el Azote Helado. También conocido como el Conquistador. Él quería una raza de guerreros poderosos que pudieran llamar su hogar a todo el mundo y la última frontera que no pudieran cruzar fuera el cielo. Así que empezó unificando a los diferentes clanes. En algunos casos mató al jefe de algunos de ellos para hacerse con su control. Después cuando tuvo suficiente se dedicó al pillaje y saqueo de tierras cercanas. Pero no se centró solo en el oro las pieles y los objetos de valor. Ragnar sabía que si quería cumplir su ambición necesitaría conocimiento a parte de la brutal fuerza que ya poseía. Así que también se encargó de tomar como esclavos a agricultores, galenos, sabios, políticos, soldados… Los puso a su servicio e instruyó a sus hombres. Siempre fue un hombre práctico y lo que no le servía lo desechaba. Así se lo hizo saber a los prisioneros que capturaba para que le fueran de máxima utilidad. Nuestras cosechas mejoraron, ahora conocíamos mejores estrategias de combate y tecnología militar, podíamos comerciar y por supuesto nuestros saqueos mejoraron. Con una gran fuerza y un nuevo conocimiento ampliado no tardó en hacerse con grandes extensiones de tierras y cuando cumplió cuarenta y tres veranos ya se había hecho con parte de los territorios de reinos como Alithaei, Kyrgaros y nuestros enemigos eternos: Malatheim. De esa manera dio nacimiento al reino de Istramor coronándose a sí mismo como Ragnar Aaren  el primero de su nombre. El primer rey de Istramor. Todo gran imperio necesita un gran bastión por lo que decidió construir Ragnastein. Todos los descendientes del Azote Helado tienen la obligación de mejorar este asentamiento. Desde entonces los habitantes no han hecho más que crecer.

-Vaya… Desde luego hay cosas que no se aprenden en un bosque.-río la joven- ¿Entramos ya? ¡Me muero de ganas de verla por dentro!

-Desde luego. ¡Ah! Nada como volver a casa-respondió Harald

Se acercaron a las Puertas de Hierro pero un joven armado les cortó el paso.

-¡Alto!-se dirigió a ellos con el tono imperante que da la edad y un cargo de guardia- ¡Identificaos!

El muchacho era rubio con las sienes rapadas con el pelo dispuesto en una cresta de guerra, tenía los ojos azules como el hielo. Tendría unos dieciséis años pero era bastante alto y fuerte. Una pequeña pelusa asomaba en su barbilla y mejillas. Vestía ropas de cuero endurecido con alguna incrustación de metal, portaba un escudo de roble redondo bastante pesado con un broquel metálico en el centro y una lanza de aspecto amenazante junto con una espada recta que colgaba de su cinto. En su cinto. El emblema del escudo eran tres líneas diagonales rojas similares a un arañazo de fiera salvaje sobre un fondo negro.

-“Es curioso”-pensó Harald-“No recuerdo a este muchacho. Probablemente sea nuevo. ¿Por qué me suena tanto? Y ese peinado de guerra… Otro polluelo impaciente por entrar en combate.”

-¡Salud y que Odín te guarde amigo!-saludó amablemente Harald- Yo vivo aquí en la ciudad y me gustaría volver a casa. Me llamo Harald. Y esta es  Odalyn ella es… mi amiga. Tu aspecto me resulta muy familiar. ¡Eso es! Debes de ser hijo de Arnbjorn Arvid el jefe de la guardia, tenéis la misma mandíbula y ojos. El me conoce. Es un buen nombre y…

-¡Silencio!-le cortó bruscamente el joven.- ¿Cómo te atreves a tratarme con tal cercanía campesino?

-Lo lamento-dijo Harald tranquilamente. No era mi intención…

-¡Hablaras cuando te dé permiso! Además no te conozco. No te había visto nunca. A decir verdad pareces bastante sospechoso. Y ese caballo que llevas no parece uno acorde a alguien de tu calaña. Seguro que has robado esa bestia magnifica.

-Te aseguro que el caballo es mío y lleva conmigo desde que es un potro.

-¿Acaso me consideras de tu misma calaña?-el joven estaba furibundo- Usa un tono más respetuoso o puede que acabes malherido plebeyo.

-Lo lamento señor. Siento haberos molestado.-prosiguió Harald para nada acobardado y con una cordial sonrisa.

-¿Te burlas de mi bastardo? Bájate del caballo. ¡Ahora! ¡Y tú también mujer!-ladró el muchacho.

-Parece que te has metido en un lío Harald-dijo Lynn con ligereza.

-No temas Lynn. Seguro que si le pido disculpas al guardián de la puerta todo se arreglará.

-¿Osas compararme con un vulgar guarda? ¿Sabes acaso quien soy pedazo de mierda?-estaba rojo de furia. Soy Osborn hijo de Arnbjorn de la casa Arvid! Uno de los vasallos más importantes del rey. ¡Podría despedazarte aquí mismo y a nadie le importaría!     

-¡Ya sabía yo que erais hijo de Arnbjorn!-río Harald- tenéis un parecido casi idéntico y.

El joven clavó la lanza en el suelo y sacó la espada. Realmente estaba enfadado.

-¡Creo que le daré de comer tu cadáver a los perros bastardo!-dijo con tono gélido.

Se dispuso a levantar la espada para atacar. Harald no se molestó en moverse.

-¡Osborn!-rugió una voz detrás suya una voz potente- ¿Qué diablos haces? ¿Es esa forma de tratar a un visitante?

Osborn titubeó un instante.

-Padre. Yo solo… Solo estaba mostrándole disciplina.-respondió con tono vacilante.- Me ha faltado al respeto.

-Harías bien cuidar tu orgullo muchacho.-respondió secamente un hombre de unos cuarenta años de barba larga y negra igual que su pelo algo cano. Su armadura era similar a la de su hijo. Solo que él llevaba una hombrera metálica con el blasón negro sobre fondo azul de un águila con las alas extendidas sobre un árbol. El emblema de la casa Arvid.

Su vista se fijó entonces en Helhest. Enmudeció y se dirigió hacia el animal.

-Este caballo lo conozco. ¿Pero que hace aquí? ¡Nunca se alejaría de su propietario!

En ese momento Harald soltó una sonora carcajada.

-Sigues siendo tan perspicaz como siempre Arnbjorn.-dijo Harald al hombre.

En ese momento el hombre que se llamaba Arnbjorn pareció reparar por primera vez en Harald. Y no pudo ocultar su asombro.

-¡Harald! Perdón… ¡Majestad! ¿Qué hacéis aquí? Llevamos buscándoos días y…

-¿Majestad?-Lynn estaba confusa y miró a Harald buscando respuestas.

Harald simplemente suspiró y se puso a hablar con serenidad.

-Creo que no me he presentado apropiadamente Odalyn. Mi nombre es Harald Aaren hijo de Rasmus. Señor de Ragnastein y soberano de Istramor. Bienvenida a mi hogar.

Odalyn abrió la boca para decir algo pero se calló. Osborn inclinaba la cabeza y estaba rojo pero esta vez de vergüenza. No en vano  había estado a punto de matar a su rey aparte de haberle llamado “pedazo de mierda” y otras lindezas.  Harald simplemente le palmeó el hombro y le dijo.

-Ahorra energías chico. La próxima vez trágate tu orgullo y limítate a hacer tu trabajo. Y si ves algo fuera de lugar procura comunicárselo a un superior. Se fiero e implacable cuando sea necesario. Si algún día entramos en combate te aseguro que serás el primero al que llame.-y diciendo esto le volvió a palmear el hombro.- Capitán Arvid: si pudierais abrir las puertas… Quisiera volver a casa. Y ya de paso ver a mi mujer.

 -Sí majestad. ¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas! ¡El rey Harald ha vuelto!

-“Una bienvenida ruidosa. ¡Justo lo que quería!-pensó Harald con sarcasmo”

Se dispuso a subir en Helhest para entrar mientras las puertas se abrían.

-Vamos Lynn. Sube.-le dijo a la muchacha.

Pero Lynn no se movía. Parecía no estar ahí.

-¿Lynn? ¿Estás bien?-se empezó a preocupar Harald.

-¡Loados sean los dioses!-exclamó por fin Odalyn.- ¡He estado durmiendo con un rey!

-“Discreta como siempre Lynn.-pensó Harald, esta vez con fastidio.”

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 Para cuando se abrieron las puertas una escolta de guerreros se había congregado en torno al rey su acompañante y su montura. Todos ellos portaban armaduras de cuero hierro y acero. Pero ningún atuendo era idéntico.  Lo único que tenían en común esos guerreros era que portaban el escudo negro con el arañazo rojo, que Lynn aprendió más tarde que era el blasón de los Aaren. Los soldados de Istramor tenían derecho a equiparse como les viniera en gana y de acuerdo a su cometido. Pero en todo caso debían portar en todo momento algo que diera a saber a qué señor servían y en todo caso que ese señor servía al reino. Por eso era muy común que los hombres y mujeres que se prestaban a servir en la defensa de algún señor fueran marcados a fuego con su blasón y en algunos casos de la hermandad de guerreros a la que pertenecían. Conforme más avanzaban más multitud se congregaba a su alrededor. La noticia de que el rey Harald había vuelto se había extendido rápido y mucha gente había salido a recibir a su monarca. Harald avanzaba con paso firme y erguido en Helhest. Sentía los murmullos que había sobre su enigmática acompañante. Sabía que muchos estarían alabando su evidente belleza y era muy posible que los términos que estaban utilizando algunos fueran muy similares a los bandidos del bosque si no peores. Y también intuía que sus súbditos estarían haciendo especulaciones sobre la relación entre señor y muchacha y algo le decía que no era precisamente la de noble caballero que ha rescatado a una damisela en apuros. No es que le preocupara mucho. Le importaban más los pensamientos de Kaira sobre el asunto. A pesar de haber dormido con ella más de una vez, nunca había sido infiel a Kaira. Lynn no parecía preocupada en absoluto. A decir verdad estaba sorprendentemente callada. Daba muestras de maravillarse por todo lo que veía pero no había abierto la boca. Aun así Harald no la forzó a hablar. Tenía demasiado en lo que pensar. Siguieron avanzando en línea recta dejando atrás edificios de todo tipo desde casas de una única planta que parecían estar hechas a partir del casco de un drakkar a enormes mansiones de piedra.  Al final llegaron al centro de la ciudad. En él se hallaba Ulfgard. La fortaleza de la casa Aaren. Era enorme. Se hallaba sobre una colina la que se accedía mediante un gran sendero que la rodeaba hasta el gran puente de piedra que daba a la entrada de la fortaleza que la guardaban dos enormes puertas de roble talladas con runas y escenas de grandes batallas delos dioses. Para cuando Harald y su sequito llegaron al puente las puertas estaban abiertas de par en par para él. Esperando ante ellas había un hombre de avanzada edad vestido con ricos ropajes y con una larga barba blanca así como su melena.

-Sed bienvenido a casa majestad.-dijo solemnemente.- Siempre es un placer veros de vuelta.

-Daven.-le saludó cordialmente Harald.- ¿No hace ni un instante que acabo de llegar y ya estás aquí esperándome?    

-Es trabajo del Gran Mayordomo conocer las necesidades de su señor y llevarlas a cabo.-contestó simplemente.- Si no os importa creo que me llevaré a vuestro caballo a los establos.

-Una gran idea.-aprobó Harald.- Helhest se merece un descanso.

-También ha llegado a mis oídos que venís acompañado.

-Sí. Ella es Odalyn. Es…-Harald titubeó un segundo.-…mi amiga. Búscale una habitación cómoda.

-Como gustéis. Si sois tan amable de seguirme Odalyn.-dijo el anciano dirigiéndose a la chica.

-Mis cosas están en las alforjas.-contestó secamente ella. Tengo que llevarlas conmigo.

-No temáis. Ordenaré a alguien que os las lleve.

Satisfecha al parecer con la respuesta Lynn se bajó de Helhest hurgó un momento en las alforjas y sacó el misterioso libro envuelto. Después se dispuso a descolgar la bolsa de los lobos.

-¡Oh vaya!-exclamó Daven al ver a las fierecillas.- De esto sí que no me habían informado. En cualquier caso supongo que habrá sitio en las perreras…

-Los lobos se quedan conmigo-contestó secamente Lynn.

-Pero mi señora-protestó Daven-los lobos no…

-¡Se quedan conmigo!-Lynn fue tajante

-Tranquilo, Daven.-se mostró conciliador Harald.-Ya solucionaremos eso luego. ¿Dónde está mi esposa?

-La reina Kaira ha salido. No ha podido soportar más el esperaros y ha decidido pagar su frustración con las criaturas del bosque.-informó Daven.

-“Típico de Kaira”.-pensó Harald divertido.-“Siempre que algo la molesta, maldice todo a su paso, destroza cosas o se va al bosque a destripar bestias. ¡Pobre de la fiera desdichada que se la encuentre!”

-No importa Daven. Tengo que ponerme al día con los asuntos del palacio. ¡Y asearme! ¡Estas ropas de viaje se me van a adherir a la piel!

-Por supuesto majestad. Ordenaré que os preparen un baño. Y por supuesto hacer que se encarguen de vuestra montura. Si lo deseáis después os pondré al corriente de los eventos en vuestra ausencia. Vos podéis seguirme Odalyn. Con vuestros-Daven vaciló al mirar a los lobos-acompañantes.

-Daven te proporcionará lo que necesites.-le dijo Harald a Lynn Puedes pasearte por el palacio si lo deseas. Acostúmbrate a él. Luego iré a verte y…

Pero Lynn ya seguía a Daven. Ni siquiera se había despedido de Harald. En verdad parecía molesta.

-“¿Qué le pasará ahora?”-se preguntó Harald-“¿Qué habré hecho para provocar enfado? ¡En fin! ¡Nunca entenderé a las mujeres!

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Harald se sentía un hombre nuevo. Se había bañado, y aseado debidamente y ya no despedía ese rancio olor a sudor, cuero, tierra mojada, caballo, y un sinfín olores más. Además había sustituido su ropa de viaje por un jubón de seda pardo unos pantalones de lana verde oscuro unas ricas botas de piel seguida de un cómodo manto de piel de oso negro. Además llevaba su “sax” escondido entre las ropas.   Acompañado de un par de discretos anillos de oro y una corona  también de oro que consistía en un aro con bellas filigranas que se colocaba hasta tapar la frente de su propietario el aspecto era completamente distinto. Se observó en el espejo. Aquel misterioso viajero extraviado se había esfumado para dar paso al rey de Istramor. Miró con más atención y se sintió más viejo de lo que en realidad era. Su barba había crecido más y así vestido parecía tener seis o siete años más de los que en realidad tenía.

-“Verdaderamente…”-se dijo Harald-“…esta corona me hace parecer mayor. Mejor. Que mis súbditos sepan que los gobierna un hombre y no un chiquillo.”    

Se dirigió al gran salón recibiendo varias reverencias y muestras de respeto por parte de los habitantes del castillo.

-“¡Odín, si me conocen desde que era un chiquillo!”-pensó para sí- ¡No hace falta que se muestren tan sumisos!”

Por fin llegó al gran salón. Era una estancia colosal con multitud de escudos y armas colgando de las paredes. El techo estaba compuesto de enormes vigas de robre y arcos del mismo material. En el centro había una alargada fogata que solía arder con bravura de noche o siempre que había algún banquete. Había muchas. Mesas dispuestas alrededor de la hoguera y por fin había una tarima con una mesa que se retiraba si había alguna audiencia. Y justo en el centro de la misma reposaban los dos tronos de madera altos y ricamente tallados. Obviamente para el rey y la reina. A Harald le gustaban eran simples pero elegantes. Y bastante cómodos cuando uno se hacía a ellos. Cumplían su cometido. Demostraban poder sin ser ostentosos. Harald había oído que había reyes que se forjaban tronos a hechos con espadas de enemigos caídos de piedra o metales preciosos y joyas. ¿A qué clase de idiota se le ocurrían semejantes ideas? Podía entender lo del trono de piedra. Sin contar que era mucho más costoso de fabricar que uno de madera, más incómodo y más difícil de transportar. ¿Pero qué sentido tenía hacer uno de espadas? Las espadas estaban para combatir no para adornar y no era precisamente fácil forjarlas. Además el que se sentara en semejante aberración solo podía esperar desgastarse el culo y sucumbir ante una muerte horrible. ¿Y el de oro y joyas? Un trono es un trono. ¿A qué imbécil descerebrado se le ocurría malgastar tanto tiempo y recursos en un trono así? Los materiales valiosos servían para orfebrería y fines comerciales. Le sorprendía que reinos como aquellos no se hubieran arruinado aún.

-¡Aquí estas!-gritó una voz jovial a sus espaldas- ¡Ah mierda! ¡Sigues entero! Tenía la esperanza de que no volvieras y si volvías que lo hicieras brutalmente mutilado. ¡De esa manera yo reinaría en tu lugar!

Harald se volvió sabiendo perfectamente quien era.   

-Antes tendrías que lidiar con los cientos de bastardos y herederos que dejaría con tal que no reinaras. ¡Y si llegaras a sentarte en mi silla, bajaría de los mismísimos salones de Valhalla para expulsarte de una patada en el culo!-dijo Harald alegremente mientras corría a abrazar al hombre rubio de pelo corto y barba espesas fuerte mediano y vestido con ricos ropajes que era su hermano.

-¡Harald!-gritó el hombre con los brazos abiertos.

-¡Leif! ¿Cómo estas hermanito? Veo que no has echado a perder mi reino.-bromeó Harald abrazándole con fuerza.

-Sí. Estaba ocupado con oscuras e insidiosas conspiraciones para destronarte.-siguió Leif.

-¿Destronarme? ¿Un mequetrefe como tú? ¡Ja!-río Harald.

-Espera y veras hermanito. Espera y veras…

-¿Que tal mi ausencia? ¿Ha habido problemas?-preguntó Harald serio.

-Bueno… Las cosas se complicaron cuando te perdimos el rastro en esa cacería. Me habría quedado a buscarte más tiempo. Pero dejar Ragnastein sin un Aaren que la gobernara tanto tiempo ya era malo. Dejé a mis mejores rastreadores y volví. Conociéndote creíamos que volverías tras unos tres días o a lo sumo con algún trofeo. Pero no aparecías, Nos has dado un susto de muerte hermano. Por cierto: ¿Dónde has estado? ¿Y qué has estado haciendo? Las mujeres hablan de un joven nada despreciable ¿Seguro que solo has estado persiguiendo ciervos en el bosque Harald?-peguntó Leif malicioso.

-Calla Leif río Harald. Todo a su tiempo. ¿Algo más?

-Informes, navales y bélicos, quejas de los campesinos, alguna rencilla entre señores menores, un par de juicios sin importancia, cotilleos insulsos, un par de bodas… No te has perdido nada hermano.

-Ya veo. ¿Y Kaira?

-¿Kaira?-río Leif divertido- ¡Insoportable! Ni la furia de Thor se le podía comparar. Estaba inquieta como una fiera enjaulada. Enseguida perdía los nervios. Rompió algún que otro plato y cuando no pudo más fue al patio a entrenarse. ¡Casi destroza a un muchacho a golpe de escudo! ¿Seguro 0que no te casaste con una valkiria hermano? ¡Porque tiene el temperamento y la belleza de una!

-Esa es mi mujer.-sonrío Harald.-Tendrás que disculparme. Tengo que ver si Lynn se ha instalado bien.

-Lynn… ¡Así que es verdad! ¡Has traído a una mujer contigo! Y se comenta algo de que has estado durmiendo con ella. ¡Kaira te va a matar!-canturreó Leif burlón.- ¿Sabes? Cuando tú no estés podría hacerle compañía. Y una vez pasado el luto… Seguro que Kaira acepta mi compañía.

-Entonces me acompañarías tú al Valhala porque dudo mucho que a Kelda le hiciera gracia que hicieras caso a otra mujer. Y si ella no te mata Kaira terminaría el trabajo. Además te hará falta algo más para librarte de tu hermano mayor.

-En eso estoy Harald-río Leif- En eso estoy… 

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 Después de pelear un poco más con su hermano, Harald fue a ver a Lynn. Según había oído Daven la había alojado en uno de las mejores habitaciones de invitados. El viejo y astuto Daven… ¡Qué bien se le daba intuir los deseos de sus amos! Fue directamente hacia allí. Una vez delante de la puerta llamó tres veces. La habitación en principio era lujosa. Con las mejores pieles, una cama de excelente calidad con un colchón de plumas, muebles ricamente tallados para garantizar la comodidad del invitado y una gran chimenea que caldeaba toda la estancia. Pero la habitación parecía más bien un vertedero. La cama estaba desecha las pertenencias de Lynn desperdigadas por todas partes. Odalyn estaba en la cama tumbada de cualquier manera con el vestido un poco remangado y caído por lo que no había que esforzarse mucho para poder ver sus atributos. Estaba acariciando a los lobos que observaban interesados y algunos intentaban moverse torpemente por el colchón. Cuando Lynn vio a Harald su gesto se ensombreció e hizo un mohín despectivo que al joven rey le hizo gracia.

-Veo que la alcoba es de tu agrado.-le dijo Harald divertido.

-Me gustaba más como estabas antes.-respondió Lynn simplemente.-Así estás ridículo.

Era un claro intento de molestar a Harald. Pero él no se lo tomó a mal.

-Si llego a saber que te gustaban las habitaciones de este estilo le habría dicho a Daven que lo desordenara antes de que vinieras. ¿Quién sabe? Con un poco de hierba y ramitas y tierra este lugar sería de lo más acogedor.-bromeó Harald con intención de quitarle hierro al asunto.

-¡Oh vaya! ¡El rey de Istramor tiene sentido del humor! ¿Por qué no llamas a tus sirvientes para que rían tus gracias?-dijo Lynn despectivamente no sin antes haber hecho un intento por contener una pequeña risa pues la broma de Harald le había divertido.

-Lynn…-le dijo Harald como si hablara con una chiquilla malhumorada.- ¿Qué te pasa? Desde que hemos entrado has estado distante y molesta. Y me gustaría saber el porqué de tu enfado. Porque dudo que haya hecho nada que haya podido molestarte. Pero podría equivocarme.

-No es eso es que… ¿Por qué no me dijiste que eras rey? Sabía que no eras un campesino. ¡Pero nunca me imaginé esto! ¡Ahora es como si no te conociera de nada! Harald “solo Harald” se ha ido para dejar paso a Harald el rey. Y yo di cobijo en mi casa al primero.

-¿Qué estás diciendo?- Harald estaba perplejo.- El hecho de que no te dijera que era rey no significa nada. Esa persona que conociste en el bosque es quien soy. Me comporté como un viajero que busca cobijo. Y después como un amigo. Esa es la verdad. Y la razón de ocultar quien era, es simple. No todo el mundo me aprecia. Tu casa podría haber sido una guarida de bandidos. De llegar a saber mi identidad podría haberme robado y después haberme cortado el cuello. O podría haber pedido un rescate por mi cabeza y si los reinos vecinos llegaran a saber que he sido secuestrado podrían pensar que el reino es débil y lo atacarían. Y en segundo lugar no quería que me trataras como a tu superior. Y la verdad no me arrepiento de haberme callado. De esa manera pude hacer una amiga. Y un rey no tiene muchos amigos.

-Pero podías haberlo dicho cuando me propusiste ir contigo.-dijo Lynn que no había podido evitar ruborizarse.- Con un simple: “Odalyn soy rey de un reino entero y tengo un palacio gigantesco. Me vendría bien otra sirvienta” habría bastado.

-¿Crees que si te pedí venir aquí fue para que fueras una sirvienta?-preguntó Harald incrédulo.-Te ofrecí venir para que empezaras una nueva vida en la que no estuvieras sola. Puedes ser lo que quieras. Desde, guerrera, a navegante a escribana, hasta agricultora… Te traje por el aprecio que te tenía. No porque creí que podrías servirme.

-¿De verdad?-Lynn parecía muy conmovida.

-De verdad. Bueno… ¿Qué piensas de todo esto?-le dijo refiriéndose al castillo y sus estancias.

-¡Que eres idiota Harald Aaren!-dijo riéndose.

-¿Lo ves? Ahora no me has tratado como a un rey. Sino como a un amigo-río Harald. ¿No te gustan tus estancias?

-Son muy bonitas. Pero se me hace raro. No estoy acostumbrada a dormir en sitio tan… ¡Tan raro! Me recuerda a las historias que me leían mis padres. Pero nunca pensé que llegaría a estar en una de ellas.-contestó la joven abrumada.

-Te acostumbraras. Me han dicho que habrá un gran banquete para celebrar mi vuelta. Estos súbditos míos son un poco exagerados. Sería un honor que vinieras.

-¿Bromeas? ¡Estoy agotada! Te agradezco la invitación pero tanta gente nueva… Necesito tiempo y no estoy muy hambrienta. Además no puedo dejar solas a estas fierecillas.  En otra ocasión.

-Por si acaso le diré a Daven que te mande una bandeja con comida y algo para nuestros amiguitos.

-Me cae bien tu amigo Daven. Es humilde pero no parece alguien que se amedrente fácilmente.

-Desde luego que no. Su familia siempre ha servido y aconsejado a la mía. Y siempre han llevado a cabo su tarea con eficiencia y orgullo. Ahora que estamos en Ragnastein… ¿Qué te gustaría hacer?-preguntó Harald.

Estuvieron hablando largo rato de las impresiones de la chica y de lo que deseaba hacer en aquel nuevo mundo. Harald le contó sobre el castillo y sus habitantes. Lynn hizo su mejor esfuerzo para retener todo. Pero era demasiada información para retenerla de golpe. Tanto hablaron que la tarde se hizo noche. Y habrían seguido así si Daven no los hubiera interrumpido.

-Siento molestaros mi lord y a vos también Odalyn. Pero el gran banquete en vuestro honor va a comenzar y es necesaria vuestra presencia.

-¿Qué?-Harald estaba perplejo.- ¿Qué hora es?

-Ya ha anochecido mi señor. Vuestra esposa ha preguntado por vos.

-¿Cómo?-Harald palideció. ¿Hace cuánto ha llegado?

-Diría que unas tres horas, señor. Veo que vuestra invitada no está debidamente  vestida. Podría traerle algún vestido que le fuera bien y…

Pero fue interrumpido por un Harald que salía frenético de la estancia.

-¡Mierda!-maldijo.- ¿Tres horas? ¡Ahora sí que me mata Kaira!

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Harald se apresuró a entrar en la gran sala. Le habría gustado pensar en que decir una vez dentro pero ya llegaba tarde. Así que respiro, adquirió su rol de monarca y entro en la Gran sala con un porte solemne y altivo. Dentro había música y risas pero cesaron de golpe cuando el rey entró.  La sala estaba a rebosar entre sirvientes, guardias, señores mayores y menores. A Daven le habría gustado anunciar la llegada de su señor pero este se había apresurado y ya no tenía mucho sentido. Conforme fue avanzando saludo cordialmente a sus hombres, criados y gente que vagaba por la sala y le devolvían los saludos con respeto y admiración. El aire olía a humo, carne asada, sopa recién hecha, cerveza, hidromiel, vino y un sinfín de olores típico de un banquete.  Conforme se fue acercando vio a su hermano y a la mujer de este en el asiento de honor. Leif aprovechó para levantar la copa hacia él y sonreír burlonamente sabiendo en el lío que estaba Harald. Y por fin en el centro sentada junto al trono vacío del rey se hallaba Kaira, la reina de Istramor. Se habían hecho canciones que hablaba de su belleza y gracilidad. Pero ninguna le hacía justicia. Era más alta que Lynn Su pelo haría palidecer al oro su rostro era fino y delicado y sus ojos competían con la intensidad y el brillo del cielo primaveral que bien podían ser cálidos y hermosos o fríos e implacables. En aquel momento eran fríos como el hielo.

-“Parece molesta”-se dijo Harald

Cuando nuestro rey llegó ante su reina se arrodilló tomó su mano la besó con delicadeza y mirándola a los ojos pronunció solemnemente:

-Mi señora. Vuestro rey ha vuelto a casa.

La reina Kaira solo inclinó la cabeza y no dijo nada más. Cuando el rey se sentó el alboroto y alegría de la fiesta volvió al ambiente. Harald comió y río con ganas como nunca antes lo había hecho.  Intentó hablar con Kaira en un par de ocasiones pero ella se mostró silenciosa como una tumba.

-“Pues sí. Está molesta.”

Cuando hubo saciado su hambre y su sed Harald no se sintió con ganas de festejar así que le propuso a Kaira e que se retiraran. Ella simplemente se levantó con dignidad y se dispuso a salir. Los reyes se despidieron y se dirigieron rumo a sus aposentos.

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Harald y Kaira entraron en su alcoba. Era grande y espaciosa. Con una gran cama al fondo y decorada en conjunto por ambos reyes así que era fácil ver una cabeza de oso en la pared o unas cortinas de encaje.

-Dioses: Echaba de menos este lugar.-dijo Harald acechándose a la cama.

Se giró de repente justo a tiempo para evitar el jarrón que volaba hacia su cabeza y que se estrelló contra la pared haciéndose añicos. Harald sonrío a su mujer y exclamó divertido:

-¡Te veo molesta!

-¡Harald Aaren!-rugió Kaira iracunda.- ¡Eres el mayor imbécil que haya visto el mundo! ¡Casi dos semanas! ¡Casi dos malditas semanas desaparecido! ¿Sabes lo preocupada que he estado? Temiéndome lo peor. ¡Yendo todos los días a buscarte sin el menor resultado! ¡Y cuando por fin no puedo más y voy a cazar se te ocurre volver! ¡Pero no! ¡No se te ha ocurrido esperar a tu amada mujer que tanto se ha preocupado por ti para correr a sus brazos! ¡En vez de eso te has acicalado, has estado peleándote con el idiota de tu hermano y has estado atendiendo a una invitada totalmente desconocida!

-¡Oh! ¿Y estas celosa?-replicó Harald burlón.

-¡Corre por tu vida gusano!

Los siguientes instantes fueron una especie de danza en la que Kaira intentaba golpear a Harald con toda sarta de objetos arrojadizos y mientras le profesaba toda clase de lindezas que es mejor no mencionar.  Y Harald los esquivaba con agilidad mientras enfurecía más a Kaira con jocosos comentarios como: “¡Has fallado!” o “¡Inténtalo de nuevo!” o “¡La próxima vez será!” o “Te veo algo torpe cariño. ¿Quieres intentarlo otra vez mañana?” o “¡Vamos! ¡Mi difunta madre ya me habría abierto la cabeza unas trece veces!” o “Puedo quedarme inmóvil si eso te ayuda a acertar.” o “¡Asgard! ¡Estas preciosa cunado te enfureces!” A estas alturas ni un ejército de fieros guerreros podría haber detenido a Kaira.

-“¡Esta es mi chica!”-pensó encantado y excitado a partes iguales.

Llegó un momento en el que Harald se cansó de juzgar y con la fuerza de un depredador se abalanzó contra Kaira la abrazó y la besó con violencia. Al principio ella se resintió un poco pero después empezó a corresponder con pasión. Harald se separó de su jadeante mujer y acercándose a ella con una sonrisa lobuna le susurró:

-Esta es la Kaira a la que me gusta follarme.

 

-Eres un idiota Harald Aaren.-contestó ella tenuemente y estremeciéndose.

Y una vez más volvieron a besarse con pasión y voracidad. Voracidad del hombre que bebe después de estar cinco días sin haber catado una mísera gota de agua. Y es que el pobre Harald había pasado varios días al lado de una bella damisela que no mostraba mucho reparo en despojarse de su ropa. Existía un dicho entre los hombres del norte: “Quien vive en el hielo arde como el sol”. Así que no es difícil imaginar la batalla interior que había sufrido nuestro pobre hombre cuando Lynn se mostraba en todo su esplendor con la inocencia de una niña. Kaira abandonó su furia ciega para sustituirla por pasión. Una pasión ardiente que amenazaba con quemarla. Pasión por ver de nuevo al hombre al que amaba como a la vida misma, al que llevaba dos angustiosas semanas sin ver y por el que tanto se había preocupado. Así que ambos devoraban los labios del otro como lo haría una jauría de lobos ante un pedazo de carne.  Harald aproximo su entrepierna a la de su amada como queriendo demostrarle que no era indiferente. Y como respuesta ella creyó juicioso subirse a horcajadas sobre él y abrazarle fuerte con sus piernas. Como temiendo en algún momento que algo pudiera separarlos. En un confuso remolino de besos y caricias consiguieron aterrizar en la gran cama. Y ahí decidieron que la ropa ya no era necesaria la ropa de modo que procedieron a quitársela con presteza. Y así quedaron el rey y la reina de Istramor. Desnudos. En él era evidente su juventud y fuerza. A pesar de contar con veintitrés inviernos, su cuerpo se hallaba curtido y trabajad por su arduo entrenamiento de guerrero y los duros inviernos que él y su gente tenían que soportar. Su virilidad se hallaba totalmente erguida. Harald ya conocía de sobra los cuchicheos de las criadas sobre las dimensiones de esta y más de una se preguntaba como como la reina con sus tiernas veinte primaveras podía manejarla. Como ya sabréis Kaira era una mujer muy hermosa. Pero los que la vieran desnuda afirmarían que era una diosa encarnada. Su larga melena rubia caía por su suave espalda y orondos pechos de piel tostada con aureolas medianas y pequeños rosados pezones que ya se mostraban erguidos. Sus ojos azules brillaban con lujuria y deseo. Y su lampiña feminidad lucía húmeda y brillante así como el pícaro botoncito en la misma. No era común que las mujeres del norte se afeitaran sus sexos pero un día la pareja descubrió que las prostitutas que llegaban de lejanas tierras de misterio donde el sol acariciaba los campos siempre y se hablaba de reyes con un ejército de esposas celosamente guardado, lucían sus flores sin el menor rastro de pelo. Y decidieron probar. Así descubrieron lo placentero que era sentir la fresca brisa en sus sexos desnudos y como eso favorecía el contacto de piel contra piel.

Desnudos como estaban Harald dominó a su mujer colocándose sobre ella y comenzando a dejar sobre su dorada piel  húmedos surcos de saliva como si quisiera probar con el mayor detenimiento un suculento manjar. Eso arrancó varios suspiros y gemidos de una sobreexcitada Kaira. Por fin Harald llegó a los pechos de su señora y estuvo un buen rato lamiéndolos mordiéndolos y succionándolos, haciendo gritar a Kaira como una autentica cierva en celo. Con paciencia y parsimonia llegó al húmedo sexo de la joven y  entonces empezó a paladearlo con gusto y deleite como si fuera un delicado sabor para ir devorándolo progresivamente con violencia y determinación como queriendo destrozar la garganta de su mujer haciéndola gritar hasta que se quedara sin voz mientras el torturaba sus pechos y sus picudos pezones. Entonces llegó lo inevitable. La espalda de la joven Kaira se arqueó de repente y emitió un aullido digno de una loba. Harald entonces se apartó para dejar a su amada descansar. Cuando hubo recobrado el aliento ella se acercó a él gateando felinamente y buscando su hombría.

-¿Qué haces?-preguntó el hombre

-¿No es obvio?-preguntó Kaira con una voz sensual.-Tengo que satisfacer a mi rey.

Harald la detuvo.

-No mi señora. Hoy sois vos la que debéis ser reverenciada y agasajada. Debo compensaros por teneos preocupada y por mi falta de tacto. Además me gustaría entrar en vos y…

-¡Furia de Nidhogg Harald! ¡Deja de hacer el imbécil y follame de una vez!

-Si me lo pides así…-dijo él con una sonrisa ladina.

Así se dispuso nuestro héroe a atravesar a su compañera con su lanza.

-¡Por Freyja sí!-aulló Kaira.- ¡Bienvenido a casa amor mío! ¡Bienvenido a casa!

Esa fue una de las batallas más duras que tuvo que afrontar el joven rey de Istramor. Atravesaba a Kaira con fuetes vaivenes mientras sus bocas volvían a luchar de nuevo y Kaira arañaba con furia y excitación su espalda dejando marcas de profundos arañazos. Así estuvieron un rato más hasta que Harald le susurró algo a Kaira y ella sonrió. Se separaron y la joven reina se puso a cuatro patas moviendo las caderas provocativamente invitando a su rey que la montara. Harald lo hizo con deseó y premura pues no soportaba dejar la faena a medias. En ese momento ambos entraron en trance. Kaira estaba siendo montada por el hombre que amaba. Le excitaba sentirse suya. Ella no era una mujer que se dejara amedrentar por nadie. Pero Harald tenía la virtud de desarmarla de dejarla totalmente desconcertada y confusa. Y eso le encantaba. Harald se sentía feliz. Había vuelto a casa y estaba con la mujer a la que tanto había extrañado. Se sentía muy unido a ella. Puede que tuviera un carácter algo explosivo pero eso era una de las muchas cosas que maravillaban al joven. Sintió que iba a derramar su semilla pero entonces por un instante la imagen risueña de una desnuda Odalyn apareció en su mente y Harald explotó pensando en dos mujeres a la vez.

Ambos se separaron jadeando debido al duro esfuerzo. Estaban cansados pero eufóricos se agarraron la mano el uno a otro y contemplaron las vigas del techo en silencio.

-Te echaba de menos.-rompió el silencio Kaira.

-No más que yo a ti-contestó Harald con una sonrisa burlona y dándole un suave beso en los labios.

-Me tenías muy preocupada. ¿Dónde has estado?

-¡Oh ya sabes! Vagabundeando-dijo Harald con ligereza mientras jugueteaba con uno de los pezones de Harald.

-Hablo en serio Harald.-dijo ella con tono serio. No hemos sabido nada de ti. Has estado desaparecido  casi dos semanas. No hemos encontrado tu rastro ni el de Helhest. ¡Y mira que es difícil no ver a esa bestia! Es como si hubierais desaparecido. Y cuando he vuelto he oído los rumores. Se dice que has tarado a una misteriosa mujer contigo.

Harald suspiró. Y sin dejar de juguetear con los pezones de su mujer comenzó a contar su relato. De cómo se había extraviado, la persecución de los lobos, la herida de Helhest, el encuentro con Odalyn… Pero tuvo mucho cuidado de no mencionar el encuentro con los bandidos, las misteriosas habilidades de Odalyn ni por que la había traído consigo. Pues ni él mismo creía comprender bien lo que había pasado en aquellas dos ocasiones. Kaira no lo interrumpió en ningún momento. Tras estar en silencio un momento la reina preguntó simplemente:

-¿Te has acostado con ella Harald?

-Yo…-titubeó este.

-No me importa si lo has hecho. Sé que eres un hombre fogoso y que estabas perdido en el bosque. Y si es tan joven como me has dicho, no es de extrañar que hayas sucumbido a ella. Pero por favor no me mientas. No lo soportaría.

Harald se tomó su tiempo para responder, pensando en las noches que habían dormido juntos.

-No. Ni siquiera la he tocado. Tú eres mi mujer. Y a pesar que como rey y guerrero tenía derecho a tomarla solo me mantengo fiel a ti.

-¿De verdad?

-Sí.

Kaira sonrío con ternura y acarició el rostro de Harald.

-Eso es muy tierno mi amor. Y te creo. Pero te conozco y detecto que no me lo has contado todo.

Harald vaciló un poco pero decidió ser sincero.

-Puede que ella y yo… Hayamos dormido juntos en nuestra estancia en el bosque… estando ella completamente desnuda. Pero te juro por lo más sagrado que ella no lo hacía con malas intenciones.-se apresuró a añadir al ver que Kaira habría os ojos sorprendida.- Es una jovencita buena y gentil. Nunca ha salido de ese bosque y hay muchas cosas que desconoce. Pero nunca hicimos nada.

El rostro de Kaira se iluminó y besó tiernamente a Harald.

-Te quiero Harald Aaren. No merezco un esposo como tú. ¡Pero tampoco te creas que tú te merezcas a una mujer como yo!   

-Entonces me consideraré un idiota con suerte.

-¿Por qué la trajiste contigo?-preguntó Kaira riendo por la ocurrencia de su marido.

Harald se tomó su tiempo.

-Porque sentía lastima por ella. Tan sola en ese bosque. Sin el contacto de ningún ser humano. No podía dejarla ahí. ¿Lo entiendes?

-¡Al final resulta que bajo esa apariencia fiera tienes corazón Harald!

-Muy graciosa.-repuso él con sarcasmo.

-Pero igualmente, estoy decepcionada contigo.

-¿Por qué?-preguntó el joven confuso.

-Porque no has satisfecho a tu reina como es debido. Aún hay un agujero que no has usado.-dijo ella con una sonrisa pícara y dirigiendo los ojos hacia abajo.

-¿Segura?-preguntó Harald dubitativo.- Hace que no lo hacemos por ahí y no quiero…

-Claro, que si no eres lo suficientemente hombre…-dijo Kaira burlona, lo que entre ellos era una declaración de guerra.

-¡Te vas a tragar tus palabras!-contestó Harald con malicia poniéndose manos a la obra.

……………………………………………………………………………………………………………………..

Ahora Harald sí que estaba cansado. Kaira se había dormido después de un orgasmo brutal de haber gritado como una loca. Él también se hallaba somnoliento. Se reía en su cabeza pensando en si la pobre Kaira podría sentarse mañana. ¡Le estaba bien empleada por mostrarse demasiado audaz! Cuando estaba a punto de dormirse pensó en Lynn. ¿Cómo estaría? ¿Se habría hecho al castillo? Esperaba que sí. Pensó en ella desnuda y preciosa. Lo magnifica y temible que había estado en el bosque. Aún no alcanzaba a comprender lo que había sucedido en el bosque. ¿Quién era aquella muchacha? ¿Siempre había vivido ahí? ¿Y su familia? ¿Y es pesado y misterioso libro que portaba? Esas eran algunas de las preguntas que acudían a su mente. Pensó tanto en la joven que creyó verla desnuda frente a él. Con su preciosa melena roja ondeando y mirándole con curiosidad y pureza ella le llamaba. Sí que debía estar cansado. Porque la oía muy cerca. Demasiado cerca. Enfocó la mirada y retrocedió sobresaltado. Lynn estaba en verdad ahí.

-¡Lynn!-susurró el rey sobresaltado.- ¿Qué demonios haces aquí?

-Harald…-dijo simplemente Odalyn.-Tengo un problema.

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (8)” (POR LUCKM)

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Rosa estaba en su cuarto. Las chicas estaban poniéndose los bikinis, la entrada del parking de la casa chirriaba cuando los felices padres volvían de su jornada de golf. Entraron comentando las mejores jugadas.

Eva y Laura estaban en una especie de taburetes de la cocina, Ana leía el Hola en un sillón.

Jorge – Hola chicas! Que tal la mañana?.

Ana – Bien, empapadas.

Eva aguanto una risa.

Rosa apareció por la escalera mirándonos a todos.

Yo – Buenos días Rosa, ya era hora gandula!

Jorge – Si, es una dormilona. Podrías disfrutar las mañanas como el resto de las chicas.

Laura – Si Rosa, deberías – dijo mirándola a los ojos y sonriendo.

Rosa se encamino a la cocina y se sentó en uno de los taburetes, abrió los ojos como platos, en la tele de la cocina se veía su escena en la ducha, ella completamente desnuda acariciando sus tetas cubiertas de jabón y metiéndose los dedos en el coño. La tele estaba de espaldas al salón donde estaban su padre y Jorge. Eva la miro riéndose.

Rosa estaba pálida.

Jorge – Y que vais a hacer hoy?.

Ana – Pues ahora nos toca pedicura y esas cosas de chicas, si no os importa. Tenemos que ponernos guapas.

Rosa miro a Laura, laura afirmo discretamente.

Laura – Si, la pobre Rosa va echa un desastre, la vamos a dejar como nueva.

Rosa miraba a su hermana sin saber que decir.

Ana – Bien chicos, el baño de arriba queda declarado zona prohibida.

Jorge – Carlos, vamos a tomar un aperitivo?

Yo – Perfecto, estas mañanas de piscina me abren el apetito.

Eva llevo una cámara con la escena que pude ver mas tarde.

Entraron las cuatro en el baño, era un baño enorme, tenia hasta un jacuzzi para 2 personas, dos espejos… etc. Se notaba que a la dueña de la casa le gustaba cuidarse.

Laura – Bien hermanita, quieres bajar a hablar con papa o harás lo que te digamos?.

Rosa – Sois unas guarras, ni penséis que voy a entrar en el juego!

Ana – O si, claro que lo harás, ya estas en el, o no recuerdas el video de la cocina, sigue en el reproductor por cierto, Carlos esta con tu padre y mi marido tomando unas cervezas en la cocina, si no le mandamos un sms en dos min le dirá a tu padre que tienen que hablar. Confían en el, los dos, lo sabes no?. Si no como te crees que dos moros como esos iban a dejar a un tío guapo como Carlos entrar en esta casa llena de coños.

Laura – Bueno, tampoco es así Ana, ellos no piensas que tengamos coños.

Eva – Pues creo que Carlos si se dio cuenta jijiji.

Ana saco su móvil y miro a Rosa.

Ana – Y bien?

Rosa las miraba. Temblaba. – Que tendría que hacer? No pienso dejar que ese tío me folle.

Laura- Claro que no hermanita, no hará falta, pero si que entres en el juego para que estemos seguras de que no te chivas.

Rosa – Esta bien, pero nada de follar con Carlos, me da asco, y menos chuparle eso!

Ana – Eso?

Laura – Su polla, le cuesta decirlo a la pobre.

Ana – Jajaja, si, vale, nada de “eso”.

Rosa – Prometido?

Eva – Claro! Como íbamos a dejar que te follara sin querer tu?.

Rosa – Y ahora que hacemos?

Ana – Desnúdate.

Rosa – Para?

Nos haremos unas fotos con el móvil de tu hermana todas desnudas. Ella las guardara como garantía, te fías de ella verdad?.

Rosa- Si, mas o menos.

Ana – Bien, fuera ropa chicas.

Las tres se quedaron desnudas en un segundo, Rosa las miro a las tres desnudas, con sus coños depilados, y despacio se quito la ropa.

Laura – Uff, que horror hermanita, como puedes llevar el coño así?

Rosa se miro su entrepierna viendo su mata de pelo.

Rosa, no se, no sabia que se pudiera llevar de otra manera.

Ana – Lo arreglaremos tranquila, de momento ponte aquí con nosotras que Eva saque un par de fotos.

Eva cogió el móvil de Laura y les saco una foto.

Eva, mas juntas. Ana paso un brazo por encima de los hombros de las dos hermanas y las atrajo hacia si con fuerza, Eva saco un par mas.

Ana – Ahora las niñas solas – Le copio el móvil a Eva, bien, a ver esas tetas niñas.

Eva que había ocupado el sitio de su madre agarro una tetad de cada hermana y sonrío a la cámara. Laura tb sonreía, Rosa no sabia donde meterse.

Ana – Bien, poneros es cuclillas… muy bien, ahora abrir las piernas. Ummm, la de tíos que pagarían por ver esos tres coños, Rosa, el tuyo es horrible, mira… Le enseño la foto que había sacado, se veían las rajas de Eva y Laura y a ella solo una mata de pelo.

Laura – Jo, pare que tienes una ardilla ahí.

Eva – jajaja, si y además despeinada!

Las tres rieron.

Ana – Bien, arreglémoslo, no podemos dejar que tu novio te vea así.

Rosa . Mi novio? Estas de broma no?.

Ana – No me lo digas, no se acerca a ti?. No te toca no?.

Rosa – Que ni se le ocurra, no antes de la boda y quedan dos años.

Eva – Cuanto lleváis de novios?

Rosa – Cinco años?

Eva – Y nunca se la tocaste? No se la pusiste dura? Con esos melones que te gastas debe ir empalmado todo el día.

Rosa – No, es un caballero, cuando le pasa se disculpa y se aparta.

Ana – Madre mía, es igualito que Jorge, la que te espera guapa.

Rosa – Por que?, es un hombre decente!.

Ana – Por que si es incapaz de ver lo salida que estas cogerte y follarte como su hembra me temo que después será como el mío, un inútil.

Rosa – Eso te paso a ti?, por eso dejas que Carlos te haga esas cosas?

Ana – Chica, lo que me hace Carlos no tiene nombre.

Rosa – Pero tuviste a Eva con Jorge!. O no es suya?

Ana – Si, si lo es, pero no es lo mismo quedarse embarazada que follar, ya lo descubrirás cuando te quedes a medias y andes todo el día en la ducha metiéndote los dedos como ahora. Entonces me llamaras y me pedirás que te mande a Carlos.

Rosa – No creo.

Ana – Bueno, siéntate en el lavabo.

Rosa – Para?.

Laura – Venga hermanita, no seas pesada.

Rosa se sentó en el lavabo, la hicieron subir los pies, su coño quedo completamente expuesto, tuvo que echarse hacia atrás y apoyar la espalda en el espejo. Ana había situado la cámara justo frente a ella. Ana cogió un taburete se sentó frente a ella, su cara quedaba a la altura de su coño, Laura y Eva se sentaron tb en el lavabo, una a cada lado de Rosa, Laura busco un cepillo y empezó a cepillarla el pelo. Eva encontró un bote de crema hidratante y empezó a echárselo por los hombros, algunas gotas caían sobre sus gordas tetas. Ana le rasuro el coño con una maquinilla, luego le aplico una crema depilatoria, mientras esperaba a que surtiera efecto le acariciaba la parte interna de los muslos.

Ana – Tienes un cuerpo escultural.

Rosa – No se que decir.

Ana – Di gracias.

Rosa – Gracias.

Eva bajo de sus hombros y le agarro un seno, laura viéndola le agarro el otro, ambas se las masajeaban.

Rosa suspiraba, – no por favor –

Eva – Ssss tranquila, esto forma parte del trato.

Rosa – Pero… Yo no…

Laura – Tranquila hermanita, no es bueno hacerlo siempre sola.

Rosa no dijo nada mas, tres mujeres sobaban sus partes intimas, la coaccionaban la estaban fotografiando y no podía hacer nada para evitarlo.

Ana fue quitando la crema depilatoria, luego con una toallita de manos y agua retiro los restos de crema, después siguió pasando la toalla por el coño de Rosa procurando que notara la rugosidad de esta en su clítoris. Rosa suspiraba. En un momento dado las tres se hicieron un guiño, Eva y Laura se inclinaron metiéndose un pezón cada una en la boca, Ana se inclino y pego su boca al coño de Rosa, esta dio un respingo pero tres bocas succionándola eran demasiado. Las tres iban muy despacio, no querían que se corriera todavía, daban largos lametazos, estiraban sus pezones, amasaban sus tetas.

Ana estaba disfrutando como una loca, mientras le chupaba el coño metía los dedos en el suyo, la temperatura del baño subía. Ana pasaba tb su lengua por el ano de Rosa, esta daba un respingo cada vez que lo notaba pero no se movía, solo suspiraba.

En unos 10 min Ana disimuladamente me mando un SMS, – Lista -. Mis dos acompañantes estaban en la piscina cada uno con una cerveza y unos aperitivos en el borde del agua.

Yo – Me vais a perdonar un min, tengo que mirar un mail de la oficina.

Jorge – ok, tranquilo, hasta que las chicas no estén listas no saldremos a comer, me habían invitado a comer y cenar fuera todos los días, el padre de Laura decía que era lo mínimo por aguantar a esas “cotorras” como el las llamaba todo el día. Le decía a la cara que no servían para nada, que eran unas inútiles. Yo salí pitando.

Entre en el baño y cerré el pestillo. Rosa tenia la mirada ida, el placer que le estaban dando era demasiado para ella. Me miro con sorpresa y miedo. Me acerque, Eva y Laura la agarraron las manos y los tobillos para que no pudiera cerrar las piernas, me acerque, Ana metía su lengua en su agujero saboreando sus líquidos.

Yo – Vaya con la santita.

Rosa – Que hace el aquí? Me dijisteis…

Ana – Esta zorra esta muy buena amo, no puede parar de chorrear, mira que bonito coño.

Lo mire, lo acaricie con una mano, sus labios eran muy suaves, estaba empapada, entre sus flujos y la saliva de Ana…

Laura – Mi pobre hermanita es virgen amo, el tonto de su novio ni la toca.

Rosa – No, por favor.

Eva – Ssss, tranquila, esto te iba a pasar igual, solo que no te esperabas con quien.

Ana bajo mi bañador, se metió un segundo mi polla en la boca, y sacándosela la puso justo en la entrada del coño de Rosa, fue moviéndola hasta que la punta estaba justo en su agujero, notaba el calor que salía de su coño.

Yo – Veras, no puedo dejar que con lo que sabes salgas de aquí igual.

Rosa – Pero tenéis las fotos, Laura las tiene, que te las de, no me importa.

Eva – Jajaja, fotos? Dárselas? Eran para el estúpida, y ves eso que hay encima de la estantería, es una cámara de video, lo hemos grabado todo, y lo que vamos a grabar ahora.

Rosa – que vas a grabar?.

Laura – Tu desvirgamiento.

Rosa – No!

Laura – Tranquila, el mío tb lo esta, es para el álbum familiar, ya te contaremos como va mas tarde.

Empuje un poco, la cabeza de mi polla entro en su coño, ella abrió los ojos, otro empujón mas y llegue a su himen. Intentaba apartarse pero no podía.

Yo – Ssss, quieta zorrita, si te mueves para el lugar equivocado se romperá. – Comencé a sacar y meter mi polla despacio parando justo al limite, Eva y Laura volvían a chupar sus pezones, Ana se masturbaba apoyada en la pared mirándonos. Rosa estaba excitada, movía la cabeza negando pero su coño soltaba líquidos sin parar.

La mire, sujete una de sus tetas en cada mano y saque mi polla justo al limite.

Yo – Mírame!

Yo – Ves, soy el que te va desvirgar.

Ella me miraba, aguantaba la respiración.

Rosa – no.

Di dos golpes de cadera y mi polla entro hasta el fondo de aquel coño virgen, ella dio un bote.

Yo – Ya eres mi PUTA!

Le estrujaba las tetas, empujaba con fuerza, sacaba mi polla y se la volvía a clavar, ella suspiraba, dos lagrimas salieron de sus ojos pero estaba excitada. Seguí follandomela unos minutos. Laura y Eva le susurraban en sus oídos.

Laura – Ya eres una puta hermanita!

Eva – Si, la puta del amo.

Laura – Quien iba a decir que fueras tan guarra!

Laura me miro, algo se le había ocurrido.

Laura – Amo! Préñela! Córrase dentro por favor.

Rosa – No!!.

Laura – Tu calla zorra!!.

Ana – Si!, no podemos dejar que se case con ese cateto

Yo seguía empujando, no me quedaba mucho.

Eva – Si amo, quiero ver como estas tetas dan leche, te casaras con ella para salvar el honor de la familia y así nos tendrás a todas a mano.

Laura – Si amo, vamos, mi padre hará lo que haga falta.

Rosa – No, por favor, le quiero.

Eva – Ya se te pasara!, y yo seré la madrina de la criatura amo!

Me reí, mire a Rosa, estaba muy buena y el plan no era malo.

Yo – Bien zorra, empieza el proceso de preñado, seguí empujando cada vez mas fuerte.

Laura – Que bien hermanita, vas a ser mama!!

Eva – Y te follaremos todas todos los días.

Laura – Si – Papi te pondrá una casa, iremos allí a ver como te crece la tripa y a follarte.

Ana – Si, seguro que el amo esta encantado de que su nueva mujercita folle como una ninfomanía todos los días.

Yo – En cuanto nos casemos iras desnuda siempre por casa zorra, así todos veremos como te crece la barriga y las tetas!

Ana se metía los dedos con furia.

Ana – Joder, que ganas de empezar a hacerla guarradas de verdad!

Eva – Menudo atracón de leche que nos vamos a dar con estas ubres. Que ganas de ver a una embarazada dar botes sobre una polla, me preñaras a mi tb amo?.

Yo – Cuando te cases zorra, y a Laura tb.

Laura – Ummmmmmm!!

Yo sequia empujando, mis pelotas se contrajeron y empecé a escupir semen en su coño, fue una corrida terrible, el morbo de la nueva historia me había puesto a 100. Rosa nos miraba pasmada.

Espere un minuto y saque mi polla.

Ana – No te muevas zorra, deja que el semen llegue a lo mas profundo de tu coño.

Rosa ni se movió, ya no la sujetaban pero estaba quieta mirándonos. Laura se arrodillo, se puso delante de su coño y le dio unos lametazos.

Laura – Umm, que gusto, lamer el semen del que va salir mi sobri!

Yo – Bien chicas bajar, Laura, tu quédate, Rosa, tu no te muevas.

Las chicas se marcharon, Rosa lloraba.

Rosa- No me hagáis esto, por favor.

Yo – Por? Estas enamorada del cornudo de tu novio?.

Rosa – No, no se, es lo que papa quería. Un chico bien, educado, de buena familia, de la iglesia

Yo – Jajaja, bien, te voy a proponer algo, pero solo una vez, saque una pastilla del bolsillo de mi bañador.

Laura – Que es eso amo?.

Yo – La píldora del día después zorrita.

Rosa – Dámela por favor!.

Yo – No todavía no.

Rosa – Hare lo que quieras! Dejare que me hagas lo que quieras cuando quieras.

Yo – Esto es lo que vamos a hacer, hay 24 horas de plazo para tomársela. Si durante las 24 próximas horas sigues el juego del preñado, buscas mi polla y mi semen como si fieras mi mujer loca por quedarte embarazada mañana a esta hora te la daré.

Rosa – Buscar que me embaraces?.

Yo – Que te preñe puta, que te preñe como si fueras una perra, quiero que lo supliques, que me busques, que me hagas que me corra dentro de ti hasta quedar seco.

Rosa – Y después todo acabara?

Yo – Bueno, quizás te folle ocasionalmente pero podrás seguir con el cornudo.

Rosa – Esta bien, 24 Horas.

Yo – Bien, arrodíllate, bésame la polla, métetela en la boca sácatela y di…

Laura cogió la cámara para grabar un primer plano.

Rosa se acerco, se metió mi polla en la boca y la chupo unos instantes.

Rosa – Ummm, por favor Carlos, quiero que esta polla sea la que me preñe, que me hagas un hijo, quiero que me folles hasta el día en que tenga que ir a dar a luz, lo harás?, por favor?.

Yo – Claro que si putita, anda, baja y habla con Ana, dile que quieres quedarte embarazada y que te cuente las mejores maneras de hacerlo.

Rosa se vistió y salio del baño.

Laura – Jo amo, yo quería verla con un tripón, como le crecen las tetas…

Yo – Y quien te dijo que no lo veras?.

Laura – Pero la píldora?

Yo – esto? Es contra el mareo creo, no estoy seguro.

Comimos todos juntos en un restaurante cercano luego volvimos para la clásica siesta. Ana se llevo a su marido arriba y el Padre de Laura les siguió. Yo me tumbe en el sofá. Eva se acerco, sin decir nada se quito la parte de abajo del bikini, me quito el bañador y se metió mi polla que estaba dura solo de pensar en lo que le íbamos a hacer a la hermana de Laura. Esta se masturbaba justo enfrente, se había subido la camiseta y sacado sus grandes ubres del bikini, sabia que me encantaba que siempre estuvieran a la vista. Rosa estaba en otro sofá mirándonos a los tres.

Yo – Desnúdate tu también.

Rosa – Pero estas con Eva.

Yo – No me discutas, quiero ver las tetas de las dos hermanitas, que contento estará tu papi con semejante par de hembras.

Rosa – No se, no creo.

Laura – Jajaja

Rosa se quito la camiseta y el bikini, abrió las piernas y se acaricio los pechos mientras nos miraba.

Eva se corrió rápidamente y se aparto, Laura tomo su lugar, yo estaba de los mas relajado dejándome hacer, daba gusto verlas trabajar. Rosa había bajado una mano a su raja y se tocaba, su cara estaba roja. Laura se corrió tb.

Laura – Tu turno hermanita, ya sabes como va esto, sácale lo que tanto quieres.

Rosa – No quiero, me obligáis.

Yo – Ya ya, vamos putita.

Rosa – No me llames así!

Yo – Te llamare como me apetezca, ven aquí.

Ella se acerco, su coño se veía mojado, los pezones estaban duros, lo negaba pero ya estaba entrando en el juego.

Se puso encima en cuclillas, cogió mi polla y empujándola se la metió en el coño, empezó a dar botes, primero despacio, luego según se calentaba mas deprisa. Tardo unos diez minutos en correrse. Yo me corrí al poco rato, mientras lo hacia empujaba con las caderas para clavársela hasta la matriz, caímos los dos rendidos, ella se desacoplo. Laura se acerco corriendo y abriéndola el coño desde atrás le puso un tampón.

A sugerencia de Ana era mejor que llevase las próximas 24 horas todo el semen posible dentro.

Follamos tres veces mas esa tarde, me follara a quien me follara Rosa siempre estaba cerca masturbándose cuando notaba que me quedaba poco se acercaba, se quitaba el tampón y abría las piernas. Se corría casi todas las veces, era de orgasmo fácil. Cuando me la follaba solo a ella se podía correr tres o cuatro veces, al final se quedaba agotada, desmadejada sobre la mesa o el sofá, con sus tetas colgando, estaba preciosa la verdad.

Por la noche fuimos todos al cine y a cenar. Nada mas llegar a casa los dos padres se fueron a dormir alegando que estaban molidos.

Nada mas subir las chicas se desnudaron.

Rosa – Estáis locas, podrían bajar.

Ana – Tranquila, no lo harán, les echamos algo en la comida.

Rosa – Somníferos?? Estáis locas.

Ana – Eso y algo mas.

Rosa – Que mas?

Laura – Ya lo veras, tranquila.

Laura se acerco a su hermana y la desnudo completamente.

Nos sentamos los tres en el sofá, Laura se acurruco contra mi y me cogió la polla, mire a Rosa y ella pronto hizo lo mismo.

Ana se sentó en frente y mientras se acariciaba nos echaba unas fotos con el móvil.

Ana – Que hermosa familia vais a ser!

Laura – Si!, verdad hermanita?.

Rosa – Si, bueno, si – dudaba, tenia mi polla en su mano, su hermana pequeña desnuda al lado y una mujer mirándola y sacándola fotos. Su cabeza estaba confusa, y cuando se le aclaraba solo podía pensar en su coño lleno ya por cuatro corridas, y las que le quedaban. Laura y Eva se levantaron y se fueron arriba, Rosa y yo nos quedamos abajo tranquilamente. Follamos durante una hora aproximadamente, probamos varias posturas, Rosa se iba relajando y aceptaba variaciones.

Verla en el espejo del salón de frente mientras me la follaba a cuatro patas y sus ubres se movían era impresionante.

Ana le iba sacando fotos, decía que fotografiar el principio de una pareja y como hacíamos nuestro primer niño la ponía muy cachonda. Rosa directamente pasaba y se dejaba hacer.

Al cabo de un rato en un descanso, a mi ya me dolían las pelotas de tanto correrme Ana nos puso unas coca colas. Rosa no tardo en caer dormida. La subimos arriba entre los dos.

A la mañana siguiente estábamos los cuatro en la piscina, fue la ultima follada, en una tumbona, mientras Eva, Laura y Ana nos miraban.

Termine de correrme, ella misma se aparto y se puso el tampón y me miro.

Rosa – Ya? Me la darás?.

Saque la pastilla del bolsillo y la puse en una mesa.

Yo – Solo una cosa mas.

Rosa se puso en cuclillas mirándonos, las chicas la gravaban con su móviles. Estaba completamente desnuda sus grandes tetas colgaban, su coño depilado estaba abierto, se veía el hilo salir.

Rosa puso su mejor sonrisa.

Hola papi, esto es solo para que sepas que tu pequeña seguramente esta preñada, ya no aguantaba mas así que le pedí a Carlos estas vacaciones que por favor me embarazara, necesito sentir una vida dentro de mi, ya se que no podrás creerlo así que mira esto.

Bajo la mano hasta su coño y retiro el tampón. El suelo era de terracota negra, salió un poco de semen cayendo al suelo, luego empezó a salir mas, ella empezó a masturbarse para con su corrida terminar de vaciar su coño, la mancha en el suelo iba creciendo, su coño escupía semen sin parar.

Me acerque a la mesa, le metí la pastilla en la boca y le acerque mi polla.

Yo – Necesitaras tomar algo para ayudar para tragarla.

Rosa me miro sumisa y se metió mi polla en la boca, fue la primera corrida que tragaba.

*** Un mes mas tarde.

Ana había ido corriendo a casa de Laura. Su hermana estaba histérica.

Ana – El que?

Rosa – La píldora!

Ana se fijo en el predictor del suelo del baño.

Ana – Estas embarazada!!!

Rosa – Siiii – entre lagrimas.

Laura estaba mirando a su hermana con cara de felicidad.

Laura – Que bien hermanita! Voy a ser tia!

Rosa – No, no puede ser!.

Ana – Bueno, llamare a Carlos, habrá que decírselo a tu padre y preparar la boda, vas a estar preciosa de blanco, como una virgen, jejeje.

Rosa – No, no me casare con el, es un cabrón.

Ana – Oh si, si que lo harás.

Rosa – ni muerta!

Ana – El ya sabia que pasaría esto y lo que dirías.

Rosa – Y que importa? No lo hare.

Ana – Oh si, si que lo harás, primero por que estarás bien follada, no como yo. Y segundo por que no puedes evitarlo.

Rosa, que significa eso.

Ana saco su móvil, y le enseño unas fotografías.

Rosa – No puede ser!!, yo no hice eso!!.

Laura – Realmente no, pero lo parece verdad?.

En las fotos se veía a Rosa con Jorge en todo tipo de posturas, jugando con su polla, con ella en la boca, en el coño, sentada sobre su cara. El estaba dormido, ella también, pero eso no se apreciaba.

**************

7 meses mas tarde.

Estábamos los tres en la cocina de nuestra nueva casa. El padre de Laura después del cabreo accedió a la boda, no le quedaba otro remedio, y nos regalo un bonito chalet al norte de Madrid como regalo de boda. Laura con la escusa de cuidar de su hermana se había mudado con nosotros hacia un mes. Laura tenia permiso para ir vestida por casa cuando no estábamos follando o durmiendo juntos, pero Rosa debía ir siempre desnuda. En la peluquería habían alucinado cuando pidió que la hicieran un laser en el coño estando preñada pero al final habían accedido. En ese momento Laura ordeñaba a su hermana con un saca leches mientras Rosa estaba sentada en su silla con vibrador incorporado. Laura decía que cuando estaba excitada la sacaba mas leche. Era ordeñada por la mañana y por la tarde. Habíamos leído que cuanto mas leche le sacáramos mas produciría para el bebe. Los pezones de Rosa goteaban leche a todas horas, y cuando se excitaba, mas.

Por las mañanas Rosa y su tripa cada vez mas grande se levantaba, nos preparaba el desayuno y mientras ambos nos tomábamos el café y charlábamos del futuro bebe ella arrodillada bajo la mesa me la chupaba hasta que me corría. Laura decía que no era bueno que fuera al trabajo con presión en las pelotas. Por lo demás hacíamos una vida normal. Laura iba a clase, Rosa se ocupaba de la casa… y esperaba a que Ana, Eva, Laura o yo decidiéramos follarnosla, se había vuelto una ninfómana como las demás, aceptaba lo que fuera y buscaba nuevas ideas por internet, los padres se pasaban de cuando en cuando a vernos y Eva fue nombrada oficialmente madrina así no le faltaba excusa para venir cuando quisiera, además estando Laura viviendo allí se quedaba cuando quería.

Un poco mas tarde nació una niña preciosa a la que pusimos…

Y fin.

Bueno, se termino, espero que os guste el ultimo. Como siempre encantado si alguna/o quiere charlar un rato

Skype luckmmm1000

… zorrita, lo que e mandaste… espectacular, espero que te devuelvan el portatil pronto

Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

Relato erótico: ” Hercules. Capítulo 32. El Borde del Precipicio.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 32. El borde del precipicio.

Salió de la mansión mareado y con una sensación de vértigo increíble. Su cabeza le daba vueltas. De todos esos dioses egoístas y mentirosos se lo podía esperar, pero que su propia hermana lo sedujese y le ocultase toda la verdad sobre su origen, hacía que le diesen ganas de destruirlo todo. Apretó los puños y sin querer mirar a los lados, ni escuchar las llamadas de Afrodita intentando explicarse, cogió el primer coche que encontró y salió derrapando por el camino de grava.

Condujo sin rumbo fijo, cogiendo los desvíos al azar y conduciendo a una velocidad endiablada con sus pensamientos muy lejos de allí. No podía creer que todo lo que tocase terminase de una u otra manera en catástrofe. El traqueteó del coche al meterse por un camino sin asfaltar le sacó de sus pensamientos justo a tiempo. Apretando la mandíbula pisó a fondo el freno evitando que el coche acabase cayendo por el acantilado.

Salió del coche suspirando de alivio. Se acercó al borde, vio la caída a pico de más de setenta metros y observó como las olas batían contra los agudos escollos del fondo.

El vendaval procedente del mar agitaba su pelo y lo enredaba impidiéndole observar la salvaje belleza del paisaje. Se ató la melena con un cordón y caminó por el borde con la mirada perdida. Una estrecha vereda recorría la costa subiendo hacia el lugar donde los acantilados eran más altos.

Ascendió por el camino, observando como el mar golpeaba furiosamente las rocas y farallones del fondo cada vez un poco más lejos. Cuando llegó a la parte más alta del promontorio el agua estaba más de trescientos más abajo. Atraído por la altura y el ruido de las olas se acercó al borde hasta que la punta de sus zapatos asomó por el abismo. El viento azotaba su cuerpo impidiendo que cayese hacia adelante.

Abriendo los brazos se inclinó un poco más hacia adelante, dejando que fuese el fuerte viento el que le equilibrase proporcionándole una salvaje sensación de libertad…

—¡Por favor, no lo haga! Soy la agente Gómez, Pamela Gómez. ¡Se que tiene problemas, pero lo que está a punto de hacer es lo único que no tiene solución!

Hércules se dio la vuelta sorprendido. Una mujer bajita, vestida de guardia civil le hablaba como a un suicida, mientras que con movimientos suaves intentaba disuadirle de algo que no pensaba hacer.

Al ver el rostro sombrío y amenazante de Hércules, la mujer echó inconscientemente la mano a su pistolera.

—No pretendía suicidarme, de hecho sería lo último que haría. —respondió él relajando su gesto sin conseguir que la guardia civil apartase su mano de la culata de la pistola.

—¿Ah sí? ¿Entonces qué hacías ahí ?

—Meditar, observar como las olas rompían en la costa, dejarme llevar por el viento…

—¡Ah! Ahora ya lo entiendo. No eres un suicida. Simplemente eres un majara. —dijo ella— Anda apártate del borde y ven hacia aquí. Lo último que me apetecería en este mundo sería tener que extraer los trocitos que quedasen de tu cuerpo de esa olla hirviente, antes de que se los comiesen los cangrejos.

Hércules levantó cómicamente las manos y se alejó del borde. La joven no carecía de atractivo, tenía el pelo negro y cortado muy corto y unos ojos de un azul intenso. Sus labios eran gruesos y tentadores a pesar de estar apenas maquillados. Siguió acercándose, observando la nariz pequeña y respingona y las largas y rizadas pestañas que rodeaban sus ojos.

—¡Quieto, ahí está bien! ¿Tienes una identificación? —preguntó la guardia alargando la mano.

Hércules le alargó su DNI y observó como la mujer lo escudriñaba con curiosidad.

—¿Te llamas Hércules? ¿En serio? ¿Quién diablos le pondría a un niño un nombre así?

—¿Una mujer a la que Zeus viola disfrazado de caballo y da a luz un hijo con fuerza sobrehumana que se folla a su hermana Afrodita sería suficiente?

—Decididamente estás como una cabra. —dijo ella al fin relajada tomando como una broma el sarcasmo de Hércules.

No sabía muy bien por qué, pero soltar todo aquello a una desconocida, aunque no se creyera una palabra, había aliviado su frustración o fue esa sonrisa amplia y desinhibida adornada por unos dientes pequeños y perfectos.

—¿Hay alguna manera de compartir un café contigo sin que acabe esposado? —dijo él juntando las muñecas frente a ella en un arrebato.

La mujer sonrió de nuevo y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Inmediatamente supo que habían conectado.

—La verdad es que ahora estoy de servicio, pero termino dentro de dos horas. Si quieres aburrirte un rato puedes esperarme en el bar del pueblo. Al llegar a la carretera asfaltada a la derecha. —dijo ella no muy convencida de que un tío tan bueno estuviese dispuesto a esperar por ella tanto tiempo.

—Allí estaré. Así te demostraré que puedo aburrirme y no recurrir a los barbitúricos, el cianuro o las cuchillas de afeitar.

Increíblemente, aquel tipo esperó por ella. Ni siquiera se había molestado en cambiarse porque estaba convencida de que no estaría allí cuando llegase. Ahora, frente a él era consciente de las manchas de sudor de su uniforme tras un largo día de patrulla y tuvo que tragarse unos juramentos al ver a Hércules, tomando un chupito de licor café casero y charlando animadamente con el camarero, la otra única persona viviente del local.

—Hola, agente Gómez. —saludo Hércules levantando el chupito en señal de saludo— Como puede ver aun estoy vivo.

—Hola señor Ramos, no sé si por mucho tiempo si sigues bebiendo ese mejunje. Debí empapelar a este idiota por fabricarlo en el patio trasero de su casa y no vender la receta como desatascador de inodoros.

Los tres rieron aunque la risa del camarero tenía un ligero tono ofendido. La guardia se acercó a la barra y pidió un chupito que se ventiló de un trago para darse valor.

—Estábamos charlando de tus hazañas mientras esperaba por ti. Ha sido muy revelador. —dijo Hércules sonriendo.

—Sí este lugar es un hervidero de delincuencia. —dijo la joven con ironía— Mi mayor hazaña ha sido detener a un jodido idiota que intentó arrancar el cajero automático del banco con el tractor porque quería recuperar su tarjeta.

—Me acuerdo. —dijo el camarero entre risas— Casimiro siempre ha sido un tipo muy impaciente. Intentó sacar dinero para ir de putas a las cuatro de la mañana y no podía esperar a que abrieran el banco así que intentó recuperar la tarjeta.

—¿Sabes Marcos, que esta mujer dijo que el nombre no me pegaba? —dijo Hércules cambiando de tema— Lo que no me explico es como se atrevió a entrar en el Cuerpo llamándose Pamela.

—Sí, es algo que nunca le perdonaré a mi abuela. Era una fan de Dallas y se empeñó en ponerme este nombre. De todas maneras mi nombre nunca me ha supuesto un problema. Cada vez que alguien se mete con él recibe un rodillazo en las pelotas. —respondió mirando a Hércules con seriedad.

Hércules la miró un instante con seriedad antes de prorrumpir en una sonora carcajada. Aquella mujer pequeña y decidida le encantaba. Cuando miraba aquellos ojos azules ella le devolvía una mirada franca, sin hostilidad, pero tampoco tímida o huidiza. Los vecinos empezaban a llegar para jugar la partida de después de la cena y por fin dejaron de ser el centro de atención. Pidieron unas cervezas y un par de raciones de callos y las comieron tranquilamente mientras charlaban subidos a unos taburetes.

Cuando se dio cuenta Pam estaba contándole su vida a aquel desconocido mientras el escuchaba y preguntaba con interés. Era evidente que no quería hablar mucho de él, pero se sentía tan atraída por aquel hombre y era tan fácil hablar con él que no le importó.

Las dos raciones desaparecieron y pidieron otra de calamares para completar la cena. Pam estaba desesperada. Era evidente que Hércules solo estaba de paso y solo tenía una oportunidad. Jamás se había comportado así, pero si quería llegar a algo con él tendría que ser esa misma noche.

Cuando terminaron de cenar le dijo en tono casual que tenía en casa un licor mucho mejor que aquel matarratas. Hércules asintió, mostrando sus dientes en una amplia sonrisa y acercándose a su oído le dijo a Pam que no le cabía una gota de alcohol más, pero que estaba dispuesto a acompañarla a su casa de todas maneras. Sus labios le rozaron la oreja provocándole un escalofrío y aumentando su determinación. Aquel hombre tenía que ser suyo, ya.

Salieron a la calle donde estaba aparcado el vetusto Megane de cuatrocientos mil quilómetros que tenía a su servicio. En cuanto se acomodaron y las luces interiores se hubieron apagado Hércules le cogió la cabeza y le dio un beso largo y húmedo que puso a Pam al borde de la locura. Desde que había llegado a aquel pueblo no había conocido nadie por el que se hubiese sentido ni remotamente interesada, con lo que la larga temporada de sequía le ayudó a dejar de lado cualquier atisbo de prudencia.

Arrancó el coche y le costó no poner la sirena y llegar a su casa a toda leche. Había alquilado una casita al lado del cuartel, así que dejó el coche para que pudieran usarlo sus compañeros y se fueron andando hasta su casa.

Hércules no se fijó en los muebles gastados ni en la pintura desconchada toda su atención estaba centrada en la mujer. Con aparente tranquilidad la dejo quitarse la cartuchera y dejar el arma en un cajón, pero cuando fue a quitarse las esposas con un movimiento sorpresivo se las quitó de las manos, esposó a Pam y la colgó de un perchero por las muñecas.

La joven gritó y le insultó más por haber sido engañada que porque pensase que aquel hombre fuese hacerle daño. Se sentía a la vez indefensa y excitada. Hércules se acercó y le lamió el cuello y la mandíbula mientras le abría la guerrera. Pam forcejeó inútilmente. El perchero estaba sorprendentemente bien fijado a la pared y no pudo evitar que el hombre recorriera su cuerpo estrujando y pellizcando con suavidad donde le placía.

Sin hacer caso de las quejas de la agente, fue abriendo uno a uno los botones de su camisa, besando cada porción de piel morena que quedaba a la vista hasta que estuvo totalmente abierta.

—¡Vaya! ¿Seguro que este sujetador es el reglamentario? —dijo Hércules al ver el sostén rojo profusamente bordado?

—¡Vete a la mierdaaaah! —respondió ella justo antes de que Hércules chupase sus pezones a través de la seda transparente.

Pam, impotente no pudo evitar que el hombre soltase el cierre del sujetador dejando sus pechos a la vista. Hércules los inspeccionó con detenimiento provocando a Pam que forcejeaba inútilmente. Los sopesó eran tersos y morenos, no demasiado grandes, pero con unos pezones prominentes que invitaban a chupar y mordisquear. Hércules le dio un par de golpes suaves observando cómo temblaban y se bamboleaban hasta quedarse totalmente quietos.

Pam estaba a punto de insultarle de nuevo, desesperada porque dejase de jugar con ella. Aquel idiota engreído se creía que podía hacer lo que quisiese con ella… Cuando él se acercó y la besó de nuevo se dio cuenta de que podía. Sin dejar de saborearla le quitó la visera y acarició su pelo negro y brillante.

Hércules acarició su pelo antes de bajar sus manos por su cuello y meterlas bajo su camisa para envolver a la mujer en un apretado abrazo. Asaltando su boca sin descanso, pegó su cuerpo a sus caderas deseoso de que notase su erección. Pam gimió y se restregó contra él igualmente ansiosa.

Hércules deshizo el beso y sus labios comenzaron a bajar por su cuello y su mandíbula. Su lengua se deslizó traviesa por detrás de sus orejas, por sus hombros y llegó hasta sus axilas aun húmedas y calientes por un día de trabajo. Pam intentó revolverse, pero él la aprisionó contra la pared disfrutando a placer del sabor salado y el aroma excitante de su cuerpo.

Sus labios se desplazaron por sus costillas, disfrutando de la incomodidad de la agente que no paraba de moverse. Pam vio como el hombre manipulaba los corchetes de sus pantalones y se los bajaba de un tirón dejando a la vista el resto del conjunto.

Hércules se retiró un par de pasos para admirar el cuerpo de la mujer hasta que esta se sintió incomoda. Con delicadeza le quitó las botas reglamentarias y los pantalones. Pam sin apenas ser consciente levantó sus piernas facilitándole la maniobra. El desconocido las acarició disfrutando de su suavidad besándolas a medida que subía por ellas hasta llegar a las proximidades de su sexo.

No podía mas, su sexo hervía deseoso de que aquel hombre lo acariciase y lo colmase de placer y no podía hacer otra cosa que agitar sus caderas intentando atraerlo.

Él apartó el delicado tanga que cubría el pubis de la joven y acaricio la pequeña mata de pelo que lo cubría provocando un largo suspiro. Consciente de que la joven no podía esperar más, lo besó y avanzó recorriendo los labios de su vulva abierta y húmeda solo para él. Pam separó las piernas de la pared y las abría dejando su sexo expuesto ante él y Hércules no se hizo esperar su lengua invadió su sexo haciendo temblar todo su cuerpo.

No se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Notaba como su sexo se hinchaba irradiando placer por todo su cuerpo. De un nuevo tirón consiguió arrancar el perchero de la pared y librándose de él agarró la melena de aquel hombre apretándolo contra ella.

Libre por fin le dio un empujón y salió corriendo de allí en dirección a la habitación. Cuando Hércules llegó ella ya se había desembarazado de las esposas y del resto de su ropa. Le esperaba tumbada con las manos entre sus piernas, acariciándose, con el cuerpo tenso como la cuerda de un piano.

Hércules se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo. Pamela no se movió, pero soltó un ligero gemido. Tras desnudarse se colocó sobre ella. Esta vez no había impedimentos y la agente exploró aquel cuerpo que parecía cincelado en piedra. Acarició sus pectorales y los arañó sin piedad, bajando por su vientre hasta tropezar con su polla.

El suave roce y aquella mirada fija y hambrienta, fueron suficientes para que el deseo de Hércules se multiplicase. Las manos pequeñas y cálidas acariciaron su miembro y lo guiaron erecto a su interior.

La joven se estremeció de nuevo al sentir el miembro de aquel hombre en sus entrañas, Rodeó su cintura con sus piernas y fijó su mirada en él abandonándose totalmente al placer.

Hércules se dejó llevar penetrándola con todas sus fuerzas mientras ella gemía y gritaba agarrándose a él con todas sus fuerzas. Cogiendo sus piernas las levantó mordisqueando sus tobillos y sus talones sin dejar de atacar aquel delicioso coño con saña.

Hércules sintió que Pam estaba a punto de correrse y se retiró apresuradamente. Pam refunfuño y abrió sus piernas mostrando su sexo hirviente, pero él se lo tomó con calma y tirando de su tobillo la acercó a él y la sentó sobre la cama. Agachándose acaricio su cara con ternura y besó sus labios con delicadeza. Al principio ella respondió devolviendo besos y caricias unos instantes hasta que termino por estallar:

—¿Quieres dejar de putearme y clavármela de una vez? —preguntó de mal humor.

Hércules la abrazó y se puso en pie con ella colgada de su cuello. Siguiendo sus ordenes la levantó un instante justo antes de penetrarla de nuevo.

En aquel momento Pam pudo sentir como aquel hombre elevaba y dejaba caer su cuerpo como si se tratase de una pluma empalándola con su miembro y haciendo que se deshiciese de placer. Gimiendo cada vez más fuerte, se agarró a su cuello y le miró a los ojos, para que Hércules pudiese ver el placer grabado en ellos.

La joven saltaba en su regazo, pero sus ojos estaban fijos en él sin apartarlos, ni siquiera cuando su cuerpo se vio asaltado por un intenso orgasmo. Hércules la llevó de nuevo a la cama y siguió penetrándola unos instantes más antes de apartarse y correrse sobre su vientre.

Pam creyó que allí iba a acabar todo, pero aquella fiera de melena dorada, en vez de tumbarse a su lado jadeante la cogió en brazos y se la llevó al baño. La puso bajo la ducha. El agua tibia corrió por su cuerpo llevándose los restos de sudor y esperma, pero lo mejor es que aun sentía aquel gigantón tras ella acariciándola y besándola.

Cuando se dio cuenta estaba de nuevo empalmado. Ella lo notó y dándose la vuelta se agachó y se metió la polla en la boca chupándola con fuerza…

***

Hércules calló finalmente. El tercer vaso de Gyntonic estaba vacío y se sentía un pelín mareado.

Durante un momento se estableció un silencio entre ellos. Pam le miraba fijamente a los ojos, con el semblante serio. Hércules se removió incómodo, pero no apartó la mirada, intentando descubrir que era lo que pasaba por la mente de su novia. Intentando adivinar si lo seguiría siendo ahora que lo sabía todo de él.

—¡Vaya! Es una historia interesante. No te enfades, pero necesito comprobar una cosa. —dijo ella alargando a Hércules un horrible y pesado busto de bronce de Beethoven.

No necesitaba preguntarle a Pam que era lo que quería que hiciese. Lo cogió con las dos manos y sin aparente esfuerzo le arrancó la cabeza a la estatuilla.

—Perdona, pero tenía que asegurarme de que no estaba majara, porque me he creído toda tu historia y no es algo fácil de digerir. Siento todo lo que te pasó y sobre todo lo siento por Akanke. Esa pobre mujer nunca tuvo suerte.

—Lo entiendo. —respondió Hércules deseando abrazarla sin atreverse a hacerlo— Y entederé que ahora que lo sabes todo no soportes continuar con alguien como yo.

Fue ella la que tomó la iniciativa y se sentó sobre él. Sin decir nada acaricio su mentón y sus mejillas y tras mirarle a los ojos le besó suavemente.

—La verdad es que desde que te vi por primera vez sabía que había algo distinto en ti, pero nunca pensé que fueses una especie de superhéroe vengador. —empezó ella recorriendo los hombros y el cuello de su novio con sus dedos delgados y suaves— No me gusta lo que hiciste, hay otras formas de solucionar las cosas. Son las autoridades las que deben aplicar justicia, pero supongo que el hecho de que todos las personas de las que te vengaste mereciesen como poco lo que les hiciste, que salvaste a la humanidad y todo esto, junto con el intenso y ciego amor que siento por ti, equilibran la balanza.

El suspiro de Hércules fue casi audible. Aliviado de haber confesado todo por fin acercó sus labios a los de Pam con intención de besarla.

—Un momento, —dijo ella poniéndole un dedo sobre los labios—antes de nada quiero que me prometas que nunca más vas hacer nada parecido. Ni siquiera por mí. ¿Lo has entendido? Estoy seguro de que Akanke tampoco hubiese querido que hicieses todo aquello por ella.

—De acuerdo. —respondió él— Te lo prometo.

—¡Ah! Y otra cosa. Quiero que sepas que a partir de ahora lo de “estoy cansado” no te va a servir de excusa. —dijo Pam frotándose de nuevo contra él— Y espero que empieces a poner en práctica tus dotes sobrenaturales follándome toda la noche hasta que mi coño eche humo.

Hércules agarró a su amante por toda respuesta y cogiéndola como si se tratase de una pluma se la llevó al dormitorio con la intención de demostrarle de lo que era capaz un hijo de Zeus en cuestión de sexo.

***

—¿No crees que es un poco bajita para él? —preguntó Afrodita observando a Pam con detenimiento.

—No seas gilipollas. Lo último que me esperaba de ti es que te pusieses celosa de una mortal. Hacen una bonita pareja y no quiero que hagas nada que la estropeé. —dijo Zeus haciendo que sus dedos chisporrotearan dejando claro a su hija que aquello no era meramente una recomendación.

Aquel pueblo pacífico y aquella joven pequeña, pero dura y avispada parecía ser todo lo que su hijo necesitaba. Desde el primer día se convirtieron en uno y no se volvieron a separar. Ella seguía en el cuerpo mientras que él, con la paga que había recibido de La Organización por sus servicios, había montado un pequeño taller en el que reparaba desde maquinaria agrícola hasta aparatos informáticos.

Zeus miró a la pareja de nuevo. Observó como su hijo estaba cada vez más enamorado de aquella joven. Estaba convencido de que tras estos meses al fin se había confiado a ella y podrían construir una relación que duraría toda la vida.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente.

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Relato erótico: “El Virus VR 11” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Estoy escribiendo intentando recordar la historia en orden cronológico, ha pasado mucho tiempo desde aquellas fechas, recuerdo perfectamente lo del episodio anterior y estaba escribiendo la continuación cuando ha ocurrido el siguiente flashback…

Las imágenes se agolpan en mi cabeza, me caigo de la silla quedando en el suelo sin poder moverme, todo mi cuerpo tiembla, sigo recordando y parecen escenas de una mala película dentro de mi cabeza, veo la sonrisa de Ceci feliz a mi lado con la luz del sol incidiendo detrás de ella y transformando su pelo rubio en un aura dorada, su cuerpo desnudo, caricias mutuas, un grupo de amigos celebrando algo, un anillo precioso con un diamante o algo así, médicos, mas infectados en distintas habitaciones atados y recuperándose, otros de espaldas un arma y un tiro en la nuca, médicos y soldados hablando conmigo sonrientes, expedición de captura por el pueblo, salen muchos son una multitud, tiros y gritos, una niña y a Ceci gritando “es mi hermana Nina” mordisco, dolor fuerte en la muñeca, una habitación brillante, estoy tumbado un medico me pincha algo y escucho “antídoto probable” caos, mas dolor y temblores, sangre, ellos entran, huida, helicóptero, veo la cara de Ceci alejarse dentro de uno de ellos, estira sus manos hacia mí gritando y la maquina se aleja llevándosela, corro detrás, caigo al suelo.

Mi cuerpo en el suelo parece sufrir un ataque de epilepsia, he salido de él pero algo tira de vuelta de mi fuertemente vuelvo a mi funda de carne y los escenas siguen en mi cabeza más largas e intensas pero sin parar de cambiar, no son mis últimos recuerdos, pero son casi los más recientes y frescos, son de cuando yo era uno de ellos… o casi.

Veo pies a mi alrededor, todo tipo de pies calzados, con todo tipo de calzados e incluso pies desnudos, manchados regueros de orín y heces que se deslizan bajando hacia ellos, me duele muchísimo la cabeza y los veo pasar a mi alrededor se oyen gritos y gruñidos, pero sobre todo las respiraciones y el sonido de los pies arrastrándose, me incorporo despacio levantándome entre nauseas y vómitos, uno se acerca a mi olfateándome, no reacciono ni me muevo soy como un poste mientas varios se acercan escrutándome, se van y voy detrás despacio a veces me empujan veo un cuerpo rodeado de Infectados mordiéndole, le reconozco como a uno del grupo de Julián, me embarga el hambre me arrodillo entre ellos, aparto a uno pues soy más fuerte y agachándome muerdo un costado del cuerpo y mastico, la sangre cae como salsa por mi barbilla.

Veo otro fogonazo en mi mente, es de noche estoy en una casa todo está oscuro excepto la poca luz de luna que entra por la ventana, estoy tumbado en el suelo con gente a mi alrededor, nadie habla solo se escuchan gruñidos ocasionales y ronquidos, tengo hambre y me levanto, ando por la casa veo movimientos y gruñidos en un rincón, me acerco encontrando a una mujer siendo follada por un tío, está a cuatro patas y el tío se la clava por donde puede, me acerco y miro olfateando el olor a hembra en celo hasta que otro tipo de hambre me inunda, llevo las manos a mi pantalón y tras varios intentos rompo mi bragueta, sacando mi miembro a la vez que el otro acaba y se cae hacia atrás, le sustituyo rápido rellenando a la hembra, esta gime al recibirme moviendo sus ancas por instinto, la acompaño en sus movimientos cada vez mas frenéticos hasta que me corro dentro de ella, saliendo y dejando paso al siguiente que va llegando a mi lado, me separo de ellos mi flácido miembro sigue colgando sucio no me acuerdo de guardarlo.

Otro fogonazo y me veo corriendo por el bosque, hemos rodeado a un cervatillo somos como una manada de lobos y estamos cazando, los demás parecen seguir las ordenes que hago con las manos, finalmente lo cogemos y empezamos a comérnoslo, uno de mis compañeros molesta e intenta coger lo que yo como, le gruño pero no se aleja sino que me devuelve el gruñido y da un puñetazo, me arrojo sobre el estrangulándole a la vez que le muerdo en la cara, los demás gritan y gruñen apartándose de nosotros, cuando su cuerpo muerto se queda quieto por fin me levanto y escupo un buen trozo de su mejilla, los demás han comprendido quien es el líder y se callan de golpe, me agacho a comer el cervatillo y solo entonces se animan a volver a comer lo que les dejo, el rebelde muerto es nuestro postre.

Viene otro fogonazo a mi mente, recuerdo como poco a poco recupere la memoria, tardó días en volver del todo y fue por culpa de la dichosa gasolinera, me pare allí y me senté delante durante mucho tiempo, llovió y entre en ella abriendo el cierre, no sé como lo recordé pero el hecho es que lo conseguí, no deje entrar a ninguno de mis compañeros ocasionales de manada, comí lo que encontré y bebí agua de lluvia de una gotera, mi conciencia volvía lentamente a mi y empecé a rehuir a los demás infectados separándome de ellos, mi pequeño grupo incluía a varias mujeres y comencé a evitarlas aunque me buscaran por las noches, finalmente me deje medio vencer por otro de los machos cuando me golpeo a traición y me quede abandonado como quería, al fin estaba solo.

En otro fogonazo me veo volviendo al torreón, quieto ante el intentando pensar mientras mis recuerdos volvían a mi mente, me pase días buscando refugio y comida en el bosque para volver siempre al caer la tarde, un día tras otro me paraba frente al torreón mientras afluían de nuevo mis recuerdos, poco a poco mi mente se volvía a colocar, pero era tan lento y caótico como un epiléptico en pleno ataque intentando montar un rompecabezas o un cubo de rubik, un día parado ante el torreón dos silabas salieron de mi boca:

– Ce…ci

Al principio solo fueron unas lágrimas lo que broto de mis ojos, pero las siguieron una inundación, llore durante horas, recordé a mi amor y apoyándome en su recuerdo mi memoria volvió del todo, aunque me llevo algún tiempo.

Recordé que tenía que volver allí dentro, un día se me ocurrió hacer una escalera, la hice atando trozos de rama sobre una rama larga con la tela de lo que quedaba de mi camiseta, luego me dirigí al torreón evitando las trampas y los espinos que había puesto yo mismo, seguidamente salte sobre el foso viendo en el fondo de este los restos putrefactos y medio quemados de varios cuerpos, evite caer allí y coloque la escalera, subiendo por ella hasta la muralla retirándola a continuación para arrojarla al interior del patio, baje y busque en el cobertizo la llave de repuesto que había escondido hacía mucho tiempo.

Otro fogonazo y me veo dentro del torreón, recuperando mi memoria entre objetos familiares, oliendo la ropa de Ceci y mirando la huella de su cuerpo sobre la sabana, durmiéndome en el sofá para no desdibujar aquella silueta, recordando su cara como un faro en la noche y volviendo a la normalidad gracias a ella, un par de semanas (creo) después de entrar en el torreón y descubrir que recordaba hablar medianamente rápido, e incluso leer y escribir torpemente mordiéndome la punta de la lengua, me sentí lo bastante lucido para conectar la radio y llamar al punto seguro 4, me contestaron pero no se lo acababan de creer, finalmente tras llamar varias veces e identificarme sin que me creyeran, escuche la voz de Julián cuando el oficial de comunicaciones le paso el micro, con voz dura me dijo:

– Mira idiota, no sé quien coño es, pero no es Antonio Lope, le vi caer con mis propios ojos.

– Claro que caí capo, pero me he levantado de entre los muertos para meterte la Vuvucela por el culo.

– ¡NO!… no es posible, Toni… ¿eres realmente tú? Llevas casi tres meses dado por muerto.

– ¿Tres meses? bueno amigo si te soy sincero no sé si lo he estado, pero me voy recuperando.

– O sea que la mierda de “antídoto probable” del doctor Dalton funciona, me alegro por ti tío.

– Parece que si díselo y que la use, ¿y mi Ceci?

– Más gordita y guapa cada día tío con suerte, la dejaste embarazada cabroncete.

La conversación siguió un rato mas, luego vinieron las noticias malas, en espera de cómo funcionaba el antídoto debería permanecer en cuarentena como cualquier otro Infectado, es decir 8 meses desde el día de mi mordedura, se suponía que debía tomar antibioticos hasta entonces y confiar en que mi cuerpo expulsase el virus por la orina.

Me recupero levantándome del suelo, antes estos ataques eran más fuertes, me solían dejar baldado y hecho polvo al menos un día, pero van remitiendo espero que cesen cuando expulse el virus, pero os seguiré contando un poquito más.

Me dieron ánimos pero la realidad es que no se fiaban, por si tenía una recaída y en ese caso mejor tenerme lejos, mi estatus había pasado de superviviente a conejillo de indias, al menos me dejan charlar por la radio con Ceci y aquí entre nosotros os diré que tiene una voz preciosa.

Me sacaran de aquí en helicóptero, según mis cuentas cuando falten 15 días para que mi rubia dé a luz, una vez que acabe mi cuarentena y si todo va bien, entretanto seguiré escribiendo mis recuerdos, tal vez le hagan falta a mi hijo.

Continuara…

¿Médicos, soldados, helicópteros, trampas, alambres de espino, foso? Pero… ¿esto qué é lo que é? (saludos Malaga)

Tranquilos lector@s, no os habéis perdido ninguna entrega, (en caso de que si, pulsad sobre javiet en el encabezamiento, e iréis a la página de autor donde los podréis repasar) este relato es un paréntesis en la historia de Toni, más bien es un vistazo a su futuro.

Disculpadme si es un tanto escatológico o sucio pero e intentado ponerme en el lado contrario del fusil para que nos hagamos una fugaz idea de la ¿vida? de un infectado de VR y recordemos que no es zombi muerto, sino algo vivo y con instintos primarios aunque bastante básicos.

¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

Relato erótico. “Animando 2… mi prima embarazada me busca novia.(POR GOLFO)

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La Noticia

Esa mañana me desperté abrazado a María, con una mano agarrando su  pecho y con su culo desnudo pegado a mí. Empecé a acariciar sus pezones buscando despertarla, siguiendo la costumbre adquirida desde que, olvidándome de los prejuicios y que la sociedad consideraba nuestra unión contra natura, la hice mi mujer. Mi prima tardó en reaccionar y solo abrió los ojos cuando sintió la presión de mi pene contra su cuerpo.
-Hola mi amor-, me dijo mientras cogía entre sus manos mi sexo y se lo acomodaba entre sus piernas, -hoy te has levantado caliente-.
-Y cuando no-, le respondí penetrándola sin tener que forzar su entrada.
Eso era lo que más me gustaba de ella, siempre estaba dispuesta. Bastaba con que la tocara unos segundos para que sin poderlo evitar se calentara al instante. Daba igual donde fuera, mi perversa prima se derretía al sentir mis caricias e incapaz de aguantarse, me pedía que la tomase sin importarle el lugar. Habíamos hecho el amor durante esos seis meses en los lugares más inverosímiles, en un baño público, en un juzgado e incluso bajo la atenta mirada de unos ancianos del asilo del pueblo de al lado. Siempre que no hubiese nadie conocido cualquier sitio era lo bastante bueno para dar rienda suelta a nuestra pasión. Habíamos jugado muchos roles. A veces era ella la sumisa para acto seguido convertirse en una adusta institutriz. Nada nos estaba vedado. Todavía recuerdo la noche que poniéndole una máscara la llevé a un club de alterne y la obligué a bailar para el selecto público que atestaba ese antro. Desde entonces solo recordarle la sensación de ser observada por esos cincuenta paletos y sus miradas de lujuria hacía que se calentara y me pidiera que al igual que en ese lugar, la tomara por detrás mientras ella berreaba de placer.
Nuestra relación era perfecta pero en secreto. Nadie en Luarca suponía que el serio subdirector del banco y su prima, la amargada, compartieran algo más que las cuatro paredes en las que vivían. La realidad era diferente, al igual que esa mañana, no podíamos estar solos sin hacernos el amor. Nuestro repertorio de posturas haría palidecer al escritor del Kamasutra. Cada día buscábamos nuevas  formas de amarnos, de pie, tumbados, en un sillón, en la escalera. Su boca, su vagina o su culo eran únicamente instrumentos, lo importante es que nos teníamos uno al otro y con eso nos bastaba. No nos hacía falta nada más.
Desgraciadamente esa mañana, después de hacerle el amor y mientras me duchaba, oí a María vomitar. Ninguno dio importancia a ese hecho y tranquilamente nos sentamos a desayunar.
-No tengo hambre-, me dijo mi prima al tratar de terminarse la tostada, -Algo me debe de haber sentado mal-.
-Tienes mala cara-, respondí sin saber lo que se nos avecinaba y como siempre a esa misma hora, la besé despidiéndome de ella hasta la hora de comer.
Durante las siguientes horas el ajetreo de la sucursal no me dejó pensar en lo ocurrido y tengo que reconocer que cuando volví a casa se me había olvidado el mal rato que había pasado mi mujer esa mañana. Solo comprendí que algo iba mal, al entrar a la cocina y comprobar que, contra la norma que habíamos establecido, la comida no estaba preparada. Fue entonces cuando me acordé que se encontraba indispuesta y subiendo a nuestra alcoba, me la encontré llorando.
-¿Que te ocurre?-, pregunté sin dejar de acariciarle el pelo.
María, mi prima, mi mujer, mi amor, tardó en contestarme y cuando lo hizo, sin dejar de sollozar, me quedé petrificado:
-Estoy embarazada-, soltó hundiendo su cara en la almohada, -¿Qué vamos a hacer?-.
Ni siquiera se me pasó por la cabeza el abortar. Podíamos ser a los ojos de la sociedad unos amorales pero, cómo ella tenía unos solidos principios, tomar esa vía nos resultaba imposible. Comprendí que nuestro idílico mundo se nos venía abajo. Muchas veces habíamos hablado de que ocurriría si a nuestras madres les llegaban rumores de que sus hijos compartían lecho y ambos habíamos llegado a la conclusión que eso las mataría. Las pobres viejas eran buenas pero habían sido educadas en unos valores que harían que nuestro amor les resultara repugnante.
-Podemos irnos del pueblo-, le contesté pensando que así nadie se enteraría.
-Eres tonto. Y que iban a pensar los nuestros que dejáramos todo, nos fuéramos juntos y que a los nueves meses viniese con un crio. Sabrían que tú eres el padre-.
Tratando de tranquilizarla, le di un beso y acariciando su barriga, le dije que ya se nos ocurriría algo. Abrazados en la cama, rumiamos juntos nuestra desgracia y pasaron las horas sin que se nos ocurriera una solución. Como esa tarde no podía dejarla sola, llamé a un compañero y le dije que me sentía de pena y que no iba a ir a trabajar.
-No hay problema, cuídate-, me dijo sin sospechar nada.
Ya eran casi las seis cuando levantándose de la cama y comenzando llorar nuevamente me dijo:
-Tengo que agenciarme un novio y echarle la culpa a él-.
No pude reprimirme y soltándole un guantazo, me negué:
-Eres mi mujer y no pienso compartirte con nadie. Prefiero que se descubra todo a pensar que otro hombre te acaricie-.
Sé que no fue correcto pero pensar en que fuera otro el que compartiera con ella las noches, me había sacado de mis casillas. Al darme cuenta de lo que había hecho, la atraje hacia mí y pidiéndola perdón, la besé apasionadamente. Ella me respondió como solo ella sabe hacerlo. Sus manos me empezaron a desabrochar la camisa y dejándome desnudo, se quitó las bragas y poniéndose de rodillas en la cama, me pidió que le hiciera el amor.
Varias veces la había tomado vestida, pero en esa ocasión verla tan dispuesta sin haberla siquiera tocado, me enervó y pegándome a ella, le subí la falda y de un solo empellón, la penetré hasta el fondo. Convertido en un demente descargué sobre ella toda mi frustración y cabalgándola a un ritmo infernal, busqué limpiar mi pecado. María no tardó en demostrarme con sus gritos su excitación y animándome a continuar, me azuzó diciéndome que era suya y que nada ni nadie podrían evitarlo. Su orgasmo fue brutal, chillando me pidió que siguiera penetrándola mientras el placer corría por sus pantorrillas. Toda la tensión de lo ocurrido se concentró en mi sexo y descargué en su interior, ya germinado, simiente inocua pero repleta de cariño.
Exhaustos caímos en la cama, y llenándonos de besos, nos dijimos que lo importante éramos nosotros y el fruto de sus entrañas. Las caricias mutuas  volvieron a calentarnos y terminándonos de desnudar, volvimos a hacer el amor pero esta vez, suavemente. Yo no lo sabía pero mi prima había tomado una resolución y solo esperaba el momento oportuno para comentármela.
Fue tras la cena, cuando sirviéndome una copa me dijo que teníamos que hablar. Aunque no me apetecía comprendí que no podíamos postergar más el asunto y acomodándome junto a ella, le di entrada.
-Fernando, te pido que no me interrumpas y no te enfades con lo que te voy a decir-, me pidió casi llorando, -aunque me duela no puedo decirle a mi madre que tú eres el padre de mi hijo. Me voy a inventar una aventura de una noche y que a raíz de ella, me quedé embarazada…-.
Cabreado, saltándome mi palabra, la interrumpí:
-Y que quieres, ¿Qué mi hijo no tenga padre?, me niego, pienso educarlo-.
-No te he dicho que no le eduques, serás su padre aunque nominalmente sea un desconocido el que me preñó. Tú le llevarás a la escuela, le enseñaras a jugar al futbol y cuando sea mayor le diremos la verdad-.
Aunque esa solución  no me gustaba, comprendí que era la mejor pero aun así había un problema y tomando un poco de whiski, le dije:
-Está bien, pero eso no acabará con las habladurías. Cuanto tiempo crees que tardara el pueblo en chismorrear que María, la de Joaquín, se ha quedado embarazada del primo con el que vive-.
-Lo sé y por eso te voy a pedir algo que es dolorosísimo para mí-, me contestó llorando, -¡Quiero te busques una novia y que ella venga a vivir a nuestra casa!-.
-¡Tú estás loca!, no solo no quiero buscarme otra sino que al traerla a casa, se daría cuenta de nuestra relación y un chisme de pueblo se convertiría en certeza nada más enterarse-.
-Por eso tendremos que elegir con cuidado la persona, deberá de estar enamorada de ti y ser lo suficientemente manejable y sumisa para que al descubrirlo sea incapaz de traicionarnos-.
Indirectamente, me estaba proponiendo que formáramos un trio y aunque sabía que en la universidad había tenido un escarceo con una mujer, María no era bisexual. Tratando de rebatir su plan, le expliqué que era imposible hallar una candidata que reuniera esas características y menos en Luarca.
-Si existe y durante los últimos tres meses, no ha hecho otra cosa que tontear contigo-.
Me quedé de piedra al comprender a quien se refería.  La elegida en la que estaba pensando era Isabel, la hermana pequeña de mi amigo Rodrigo. Durante las últimas semanas, nos habíamos estado riendo de las maniobras de acoso y derribo que esa cría había intentado con el ánimo de seducirme. Aprovechando que trabajaba en la tienda de al lado del banco, venía a verme todos los días para que la invitara a desayunar.
-Estás de la olla, es una niña. No debe de tener más de veinte años-.
-Veintitrés para ser más exactos y tú mismo me has dicho que si no llegas a estar conmigo ya te la hubieses tirado. Lo que te propongo es que la seduzcamos entre los dos y que esa boquita de fresa cuando se dé cuenta no pueda echar marcha atrás-, me contestó mientras me bajaba la bragueta. -No podrá decir nada porque para entonces se habrá convertido en nuestra amante-.
Sin mediar palabra, sacó mi pene y meneándolo me preguntó:
-¿Te parece bien?-.

No pude negarme, María ya se lo había introducido en la boca y la idea de compartir ese culo juvenil con ella, no me parecía una idea tan desagradable.

Los preparativos


 

Al día siguiente, cuando llegué a comer María estaba contenta. Me sorprendió encontrármela bailando en la cocina mientras preparaba la comida y por eso le pregunté el motivo de su cambio de humor.
-Todo va sobre ruedas. Como te dije, me he encargado de todo, esta mañana he ido a ver a nuestra futura novieta y la muy tonta ha caído en la trampa-.
-¿Qué le has dicho?-, respondí alucinado por la rapidez que se había dado.
-Le he comentado que el banco te ha regalado tres viajes a Fuerteventura y que los íbamos a perder al no tener con quién ir-.
-No te entiendo-, solté al no comprender cuál era su plan.
-Estás a por uvas. Le puse en bandeja que debido a las habladurías no podía irme sola contigo porque ya era bastante el hecho que viviéramos juntos en la misma casa-.
-¿Y qué te dijo?-,
-La muy tonta vio la oportunidad de irse contigo, teniéndome a mí de sujetavelas y sin percatarse donde se metía, me insinuó que ella podía acompañarnos. Como podrás comprender, acepté al instante-.
-Cojonudo-, contesté sonriendo,-¿y cuando nos vamos?-.
-Pasado mañana, ya he comprado los billetes-, me informó mientras me acariciaba el trasero. -Por cierto, yo he sufragado el viaje pero tú me vas a pagar el bikini que he elegido-.
Soltando una carcajada, le pregunté cómo era y porque no me lo modelaba. Ella, muerta de risa, contestó:
-Es sorpresa, pero te anticipo que es muy, pero que muy, sexy-.
No me quedó duda alguna que si mi prima lo describió tan provocativo, era porque en realidad debía de ser indecente y anticipándolo mentalmente, la abracé mientras le intentaba desabrochar la falda. Pero María tenía otros planes y separándose de mí, dijo:
-Tienes que ahorrar fuerzas, hasta el sábado vas a estar a dieta-, y poniendo cara de picar, me  explicó: -Durante tres días seguidos vas a tener que contentar a dos mujeres-.
Esa misma tarde, al salir del banco, me encontré de frente con Isabel. La cría venía vestida con un provocativo vestido que revelaba la mayor parte  de su anatomía. Disimulando me fijé en ella, disfrutando por anticipado de sus contorneadas piernas y grandes pechos. Ella, nada más verme, se acercó y exhibiendo una sonrisa, dijo:
-¡Qué ganas tenía de verte!. Me imagino que ya sabes que me he acoplado al viaje-.
-Si, me lo comentó María-, contesté un tanto cortado, -me alegro que seas tú quien nos acompañe-.
-¿De verdad?-, respondió bajando la mirada, -temía que te enfadaras al enterarte-.
-¿Por qué me iba a enfadar?-, solté mientras le daba un repaso,- sería un idiota si me molestara que una preciosidad como tú nos acompañara-.
Se puso colorada al oír mi piropo pero rápidamente se repuso y mirándome a los ojos se despidió diciendo:
-Gracias, entonces nos vemos el viernes, ¿ok?-.
-No faltes, sino vienes, me aburriré al ir solo con mi prima-, dije, dando por entendido que con ella tendría algo de acción.
Isabel soltó una risotada tras lo cual  contestó a mi indirecta, diciendo:
-Aunque no fuera, nunca te aburrirías ya buscarías como entretenerte-.
Si no llega a ser imposible, de su respuesta se podría deducir que se barruntaba que entre María y yo había algo, por lo que, para evitar el tema me despedí y directamente me fui a casa.
El viaje.
Ese viernes hacía frio en Asturias. El termómetro marcaba seis grados, por lo que, al salir de Luarca los tres íbamos enfundados bajo gruesas capas de ropa. Al llegar al aeropuerto, nos quitamos los abrigos lo que me permitió descubrir que debajo de los mismos, María e Isabel iban vestidas igual. La indumentaria de ambas consistía en una escotada blusa de flores y una minifalda amarilla.
“No puede ser casualidad”, pensé al verlas.
Cuando ya iba a preguntar la razón de esa coincidencia, las dos mujeres preguntaron riéndose:
-¿Te gustan nuestros uniformes?, somos las Fernando´s girls-.
-No-, respondí, -en cambio me encantan los cuerpos que esconden-.
Mi prima y mi amiga buscando incomodarme me empezaron a modelar en mitad de la sala de espera. Una rubia y una morena pero ambas estupendos ejemplares de la raza autóctona de mi región. Asturianas de pura cepa que eran en sí un recordatorio de porqué, en España, la leche asturiana tiene tanta fama.  Si María con sus treinta y cinco años estaba buena, la juventud de Isabel la convertía en un bocado demasiado apetitoso para no ser catado y corriendo un riesgo innecesario, se los hice saber:
-Cómo sigáis tonteando, al llegar al hotel os violo-.
Obtuve como única respuesta más burlas y provocaciones, por lo que, haciéndome el enfadado me alejé de ellas y me senté en el otro extremo de la terminal. Alejarme, me dio la posibilidad de contemplarlas sin que ellas se percataran de mi examen. Mis acompañantes eran dos mujeres de bandera. El sector masculino de la sala las había catado bien y todos sin excepción estaban maravillados observando a  ambas haciendo el tonto mientras se reían de mí. Con unos culos perfectos y unos pechos que no les iban a la zaga, traían embobados a todo aquel con el que se cruzaban. Parecían dos colegialas haciendo travesuras, su desparpajo y sus risas provocaban sonrisas y babeos a su paso. Yo, por mi parte, me estaba empezando a excitar imaginándome mis próximos tres días en compañía de esas bellezas.
Recibí con gozo el aviso que teníamos que embarcar, no en vano tenía ganas de llegar a nuestro destino y que los planes que había  urdido María se llevaran a cabo. Lo que no me esperaba que corriendo hacia mí, mi prima e Isabel se pegaran como lapas y me abrazaran. Su actitud hizo que, tanteando el terreno, mis manos recorrieran sus traseros mientras entrabamos al avión. Ninguna de las dos se quejó, al contrario, compartiendo miradas cómplices las dos muchachas se rieron y charlando entre ellas, comentaron que si la calefacción del aeropuerto me había puesto tan caliente que sería cuando el sol de las Canarias tostase mi piel.
-Segundo aviso-, les dije,-si seguís cachondeándome, no respondo de las consecuencias-.
Mi prima forzando la situación, guiñó el ojo a la morena y acariciando mi pelo, me susurró al oído:
-Ya falta poco para que caiga-.

Ni que decir tiene que al sentarme, conseguí hacerlo entre esas dos bellezas. Con Isabel a mi derecha y María a mi izquierda era la envidia de todo el pasaje.  Nada reseñable hubiera ocurrido durante el despegue sino llega a ser que debido al aire acondicionado del avión, los pezones de mis acompañantes se erizaron y se me mostraron a través de la fina tela de sus blusas. Comprendiendo que era el momento de vengarme, acariciando las piernas de ambas, les dije:

-No soy el único que está caliente-, me miraron sin comprender a que me refería por lo que tuve que aclarárselo:-Tenéis los pitones pidiendo guerra-.
Al mirar hacia abajo y ver a través del escote los efectos del frio, María se puso roja pero Isabel, devolviéndome la caricia, soltó mientras su mano recorría sin disimulo mi entrepierna:
-Lo malo es que no conozco guerrero que pueda calmar mi calentura-.
-Te puedo decir de uno que, si le das una hora, hará que te rindas pidiendo tregua-, contesté siguiendo la broma.
 La morena, mientras pedía a la azafata una manta con la que taparse, me retó diciendo:
-Eso habrá que verlo-.
Sin darse cuenta, esa cría había abierto la veda y no pensaba dejar escapar la oportunidad que me había brindado, por eso cuando la empleada volvió trayendo consigo tres franelas con las que combatir el frio, decidí que era hora de comprobar si Isabel era tan mujer como vacilaba. Bajo el cobijo de la manta, mi mano fue acariciando su pierna, subiendo paulatinamente hacia su sexo. Ella, cortada, trató de impedirlo, retirando mi mano pero acercándome a su oreja, le dije:
-Me has dado una hora, así que te aguantas-.
Con un brillo en sus ojos, producto de la excitación que la embargaba, me dio permiso y tratando de disimular se puso a mirar por la ventanilla.  No sé cuánto tarde en llegar a su tanga, lo que sí me consta es que cuando mis dedos acariciaron la tela, esta se hallaba completamente empapada. Nada más sentir mis yemas centrándose en su pubis, la muchacha, totalmente entregada, separó sus rodillas permitiendo que mi exploración fuese completa. Al comprobar su disposición y siempre por fuera de sus bragas, mimé el clítoris de Isabel mientras ella se mordía los labios tratando de evitar un gemido que exteriorizara su placer.
Sin saber qué hacer o cómo reaccionar, en voz baja, me pidió que parara, a lo que me negué y cada vez más nerviosa, comprendió que no iba a cejar hasta que su cuerpo se liberara por lo que, cerrando los ojos, buscó lo inevitable. Dando la espalda a mi prima, que desde su asiento no perdía comba, usé mi otra mano para  rozar uno de sus pechos. Sus pezones, ya de por si erectos, me recibieron contrayéndose aún más y mientras sopesaba el volumen de sus senos, me dediqué a pellizcarlos suavemente. Sentir mis dedos, recorriendo su aureola, completó su derrota y presionando, con las suyas, la mano que acariciaba la indefensa vulva, se corrió en silencio. Buscando afianzar mi victoria, levanté su cara y dulcemente le di un beso en los labios mientras le decía:
-¿Quieres que siga?-.
-Aquí no-, respondió dándome por entendido que en otro lugar y con menos publico si quería.
Durante unos minutos se mantuvo callada, tras lo cual se levantó de su asiento porque quería ir al baño. Caballerosamente le cedí el paso, esos sí, aprovechando a tocarle el trasero mientras lo hacía. Ella, lejos de molestarse, posó su mano en mi sexo y apretando su presa, me susurró:
-¡Eres un cabrón!, pero me gustas-.
Mi prima esperó a que cerrara la puerta del aseo, para soltar una carcajada y pegándose a mi cuerpo, exclamó:
-Estoy celosa y cachonda. ¡No sabes cómo me ha puesto ver cómo la masturbabas!.- y cogiendo mis dedos impregnados en el flujo de su rival, se los llevó a la boca mientras me decía: -De esta noche no pasa que pruebe directamente el coñito de esa cría-.
Me sorprendió la lujuria de sus palabras, la caza y captura de Isabel había empezado siendo una solución a su embarazo pero se había convertido en un fin. Mi prima ansiaba tener a esa mujer entre sus piernas. Encantado por la transformación, pasé mis manos por sus pechos mientras le decía:
-No sé si será esta noche pero no debemos apresurarnos, tenemos un plan y habrá que cumplirlo-.
-Lo sé pero es que me ha puesto brutísima-.
La llegada de la morena nos impidió seguir hablando por lo que tuvimos que posponer la conversación. Durante el resto del viaje, los tres estuvimos charlando sobre lo que íbamos a hacer durante nuestra estancia en la isla, de manera que casi sin darme cuenta estábamos aterrizando.
Al salir y comprobar que en el exterior rondaban los veintiséis grados de temperatura, decidí que elegir Lanzarote había sido acertado porque no solo nos habíamos alejado del frio asturiano sino que podríamos darnos unos chapuzones en la playa.
“Tengo ganas de verlas en bikini”, pensé mientras cargaba el equipaje en el taxi que nos llevaría al hotel.
La llegada al Hotel.

El taxi tardó cerca de veinte minutos en hacer el trayecto entre el aeropuerto de Lanzarote y nuestro hotel. Durante ese tiempo, María e Isabel se encargaron de tomarme el pelo por medio de reiteradas insinuaciones e indirectas, todas ellas encaminadas a excitarme. Sin cortarse por la presencia del taxista y descojonadas de risa, me exigieron que me enterara donde estaba la playa nudista más cercana porque tenían ganas de comprobar si era cierto que calzaba una xl. Tratando de pasar el trago lo más rápidamente, les dije que si lo que querían era vérmela solo tenía que pedirlo.

La primera en contestar fue la cría, que poniendo cana de viciosa, comentó:
-No solo queremos verla, queremos disfrutarla-.
-¿Queremos?-, preguntó María, un tanto extrañada que la cría usara el plural.
-Quiero-, rectificó al darse cuenta del significado que escondían sus palabras.
Yo, por mi parte, me percaté que lejos de ser un error o una ligereza, Isabel había dejado claro que intuía que entre nosotros había algo más que el parentesco y que de ser así, no le molestaba.
“Quizás sea aún más sencillo desde lo que pensaba”, me dije mientras pagaba el taxi.
Aunque no nos lo había informado, María había reservado dos habitaciones contiguas con una puerta de comunicación entre ellas y por eso al entrar, me quedé agradablemente sorprendido:
-Nosotras dormiremos aquí-, me dijo mi prima señalando la habitación con dos camas, y el tuyo es el otro. Así que vete que tenemos que cambiarnos para ir a cenar y nos vemos en una hora-.
De mala gana, me fui a mi cuarto. No había terminado de deshacer la maleta cuando oí el ruido de la puerta. Al darme la vuelta, me encontré con María casi desnuda que corriendo hacia mí, me bajó la bragueta de mi pantalón mientras me decía:
-Tenemos cinco minutos para que me hagas el amor. No te imaginas como estoy. Esa niña me tiene loca. Nada más llegar se ha desnudado frente a mí y antes de meterse a duchar, exhibiéndose, ha empezado a contarme como te iba a violar esta noche -, me soltó mientras se bajaba las bragas, – la muy zorra me ha prometido que hoy mismo va a conseguir que le llenes todos sus agujeros-.
-¿Todos?-, respondí, metiendo mi pene en su sexo.
-Sí. Esa mosquita muerta quiere que la folles bien follada y que aunque nunca lo ha hecho, le apetece que le desvirgues el culo-.
Saber que ese hermoso trasero estaba a mi disposición hizo que me excitara más aún y dándome prisa, tomé a mi prima de sus hombros. Mi pene encontró su cueva completamente lubricada y de un solo empujón, lo incrusté hasta el fondo. María gimió al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina y como una posesa, me pidió que fuera brutal. Obedeciendo y con un ritmo infernal, mi extensión acuchilló su sexo mientras ella se masturbaba. María no tardó en correrse y sin pedirme opinión, se lo sacó para, a continuación, encastrárselo en su entrada trasera.
-Cuéntame como te la vas a follar-, me rogó fuera de sí.
Mordiendo la almohada para no hacer ruido, mi prima esperó que empezara a hablar:
-Pensando en ti, voy a dejar la puerta entornada para que puedas observar cómo me la tiro. Podrás verme desnudando a esa putita y disfrutar de cómo le voy a mordisquear sus pechos como si fueran los tuyos-.
Sus berridos quedaron amortiguados por la almohada pero estaba claro que mi relato la estaba llevando a unos extremos de excitación nunca antes alcanzados. Sabiendo que teníamos poco tiempo, aceleré mis penetraciones mientras le decía:
-Lo primero que voy a obligarla es que me haga una mamada y con su boca, limpie los restos de ti. Quiero que, entre tanto, te masturbes pensando en su boca, relamiendo tu clítoris y que cuando se trague mi semen, te imagines que es tu flujo el que está bebiendo-.
Al visualizar esa imagen, el cuerpo de mi prima se retorció derramando su placer por los muslos, momento que aproveché para darle un azote en el culo.
-Entonces, la voy a tumbar en la cama y abriéndole sus piernas, voy a tomarla como a ti te gusta. Sin prisas, mi pene va a llenar su cueva mientras mis dedos pellizcaran sus pezones y cuando la vea correrse, utilizaré su flujo para dilatar su ano y entonces sin consideración, la desvirgaré para ti-.
María desplomándose sobre el colchón,  se corrió coincidiendo con mi clímax y tras unos momentos de descanso, se levantó de la cama y mientras se volvía a poner las bragas, me susurró:
-Gracias, lo necesitaba. Me vuelvo a mi cuarto antes de que salga, no vaya a darse cuenta-.
Satisfecho, la vi marcharse tras lo cual terminé de acomodar mi ropa en los estantes y ya tranquilamente, me duché pensando que esa noche iba a ser vital para nuestros planes. Al salir envuelto en una toalla, descubrí que Isabel estaba sentada en un sofá de mi habitación. Me recibió con una mirada picarona y acercándose, me dijo:
-Aprovechando que Isabel se está cambiando he venido a comprobar si es verdad que calzas tan grande-, y antes que pudiera hacer algo, me despojó de la toalla, dejándome en pelotas.
Su cara se iluminó al verme desnudo y pegando su cuerpo al mío, besó mis labios mientras me decía:
-Llevo tres meses soñando este momento. No te imaginas las veces que me he masturbado pensando que hacías conmigo lo mismo que con tu prima-.
-No te entiendo-, respondí disimulando pero bastante excitado.
-No hace falta que lo niegues, acababas de llegar al pueblo cuando un día os descubrí haciendo el amor en una playa y desde entonces, os he seguido.  Cada vez que cogías el coche, con mi moto, os alcanzaba.  No sabes la cantidad de kilómetros que he hecho para veros-.
-No te creo-, contesté todavía inseguro.
La muchacha me miró y sacando unas fotos de su bolso, me las dio muerta de risa.
-Mira qué guapa estaba María mientras te la tirabas en ese asilo, o fíjate que buen plano de tu pene en su boca-.
-¿Qué quieres?-, pregunté totalmente acojonado por las pruebas que esa cría tenía de nosotros.
-Habéis despertado en mí sensaciones que no conocía y si no quieres que esto se haga público, tenéis que admitirme en vuestros juegos y que cada vez que te la cojas, también lo hagas conmigo-.
La muy hija de puta nos estaba haciendo chantaje sin saber que eso mismo era lo que habíamos pensado hacer con ella, por lo que, haciéndome el indignado, le solté:
-Si quieres eso, lo tendrás. Pero con dos condiciones: la primera es que esta noche entre tú y yo seduzcamos a María sin que ella se entere de nuestro trato y la segundas es que…me hagas una mamada-.
Sonrió al escuchar mi respuesta, y arrodillándose a mis pies, besó mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Verla postrada y sumisa, hizo que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto. Con sus ojos pidió mi aprobación y lentamente se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo, me permitió disfrutar de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión y que su humedad lo envolviera.
Increíblemente, la cría no cejó hasta que desapareció en su interior, completamente introducida hasta su garganta y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara empezó un movimiento de vaivén, sacándola y metiéndola sin pausa mientras sus dedos acariciaban mis nalgas desnudas. Con mis manos en su nuca, forcé tanto la rapidez como la profundidad de sus  mamadas y sin importarme la muchacha busqué, mi placer. Este no tardó en llegar y como si fuera un torrente, me derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Isabel, sabiendo que la primera vez era importante, se esmeró no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara y con su lengua limpió todos los restos de mi pasión, tras lo cual, se levantó y acomodándose el vestido, me dijo:
-Ni esta noche ni ninguna otra, tendrás queja de mí. Seguiré todo lo que me ordenes, si lo que deseas es que ella no lo sepa, no lo sabrá. Usaré todos mis encantos para llevarnos a tu mujer a la cama-.
Alucinado por sus palabras, la vi saliendo del cuarto, pero antes que cruzara la puerta la agarré y forzando sus labios, la besé mientras mis manos acariciaban su trasero. Dejándose llevar, la muchacha respondió mi beso con pasión y gimiendo me rogó que la tomara.
-Ahora, ¡NO!. Quiero que sea mi prima la primera en hacerte el amor y cuando ya te hayas corrido en sus piernas, entonces entre los dos te tomaremos hasta que no puedas más-.
-¿Lo prometes?-, me preguntó con una sonrisa.
Por toda respuesta, recibió un azote en el culo, tras lo cual, me terminé de vestir, convencido que nuestros problemas se habían acabado y que Isabel nos iba a dar la cobertura que necesitábamos.
La cena.

“Son las nueve”, pensé al oir que las dos mujeres salían de su cuarto. Cogí mi chaqueta y salí al pasillo. Al cruzar el umbral de la puerta me encontré con una visión maravillosa, me esperaban ataviadas con unos escuetos vestidos de noche. Ambos lucían grandes escotes y solo se diferenciaban en la longitud de su falda, mientras María llevaba uno largo con una provocativa apertura en un lado, Isabel se había puesto uno cuya falda únicamente tapaba su culo, dejando al descubierto la mayor parte de sus piernas. Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incomodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, me lucieron los modelitos.

-¿Te gustan?-, me preguntó mi prima.
-Estáis preciosas-, tuve que reconocer.
-Sobre todo María-, soltó la más pequeña de las dos,- está deslumbrante, si fuera hombre le comería esos preciosos pechos-.
-¡Coño con la niña!-, respondió la aludida.
-Tiene toda la razón, además ese vestido te hace un culo formidable. Sería mariquita si no me gustara verte con él-, intervine rozando con mi mano su trasero.
Mi prima, completamente cortada, nos dio las gracias y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que al entrar en el cubículo, Isabel, mirándola, dijera:
-Fernando, ¿te has fijado que se le han puesto duros?-
-¿El qué?-, contesté.
-Los pezones-, y antes que María pudiera decir algo, le pellizcó uno por encima de la tela.
-No me había dado cuenta-, respondí e imitando a la muchacha, cogí el otro entre mis dedos y lo apreté, diciendo: -La pena es que soy su primo que si no sería un placer metérmelos en mi boca-.
Nuestra víctima, alucinada, se quejó y separándose de nosotros, nos dijo que como broma ya tenía suficiente, pero entonces la cría le susurró al oído:
-Yo no soy tu prima y si lo necesitas, no me importaría hacerlo-.
Afortunadamente para María, en ese instante se abrió el ascensor y dos turistas entraron porque tuve claro que, anticipándose a lo hablado. esa cría le hubiera mamado ahí mismo sus pechos. Lo estrecho del habitáculo hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a Isabel entre los dos. La muchacha, sin pensárselo dos veces, nos abrazó y pasando sus manos por nuestros traseros, empezó a acariciarlos. Al mirar a mi prima, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amiga y que para evitar que se le notara la excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.
Cuando llegamos a la planta baja, los tres salimos abrazados y de esa forma llegamos hasta el restaurante-discoteca del hotel.  Por lo que me había contado el conserje, hasta las once era un restaurante pero a partir de esa hora retiraban unas mesas y se volvía discoteca, por eso al entrar le di una propina al maître para que nos pusiera en alguna de las que no retiraran. Profesionalmente nos llevó a una de media luna, un poco alejada y oscura, tras lo cual, guiñándome un ojo me dijo:
-Aquí estarán tranquilos usted y sus acompañantes-.
Comprendí al instante a que se refería, desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y gracias al juego de luces, nuestros lugares estaban en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a una mujer a cada lado, de manera que María e Isabel estaban enfrentadas. Esperé a que el camarero nos tomara la comanda para dar rienda suelta a lo planeado. Como si no fuera conmigo, le pregunté a mi cómplice que era lo que se comentaba de mi prima y de mí en el pueblo. La cría comprendió que era lo que quería que contestara y tomando un sorbo de vino, exclamó:
-¿Qué los dos estáis buenísimos?-.
Solté una carcajada al oírla, en cambio, María intrigada por su respuesta le pidió que se explicara:
-Creo que lo sabes, todas las mujeres del pueblo babean por Fernando y buscan cualquier excusa para ir al banco y te puedo asegurar que varias son las que aprovechando sus salidas a correr, le esperan para disfrutar viéndole con su cuerpo sudado-.
-Y ¿que se dice de mí?-, preguntó totalmente interesada.
-De ti, se habla del cambio que has dado. Hombres y muchachos están de acuerdo, todos se darían con un canto en los dientes por disfrutar de tu cuerpo aunque fuera solo un día. He llegado a oír de varias mujeres que contigo se harían lesbianas-.
En ese momento intervine diciendo:
-Yo mismo te he espiado en la ducha y puedo asegurar que tienes uno de los culos más impresionantes de todos los que he visto-.
Completamente colorada, mi prima se quedó callada, lo que le dio a nuestra amiga la oportunidad de decir:
-Nunca he estado con otra mujer, pero si tuviera que elegir a una para hacerlo, ten por seguro que te elegiría a ti-.
Nada más terminar de decirlo, noté que bajo la mesa Isabel se había descalzado y sin ningún recato, acariciaba con su pie la pierna de mi prima. Ésta, sin saber cómo reaccionar, me miró buscando ayuda pero en vez de auxiliarla, hice como si no me hubiese enterado. Mirando de reojo a ambas, descubrí en María una mezcla de confusión y excitación, y en su  agresora, la determinación de conseguir sus metas. Los pezones de la rubia no tardaron en demostrar la calentura que sentía y a través del escote, me percaté que se habían erizado por las caricias de la muchacha.  La ausencia de reacción de la mujer espoleó a Isabel y sin recato alguno, subió hasta su entrepierna y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:
-Ya que la has espiado en el baño, dime como tiene el coño, ¿lo tiene rasurado?-.
-Completamente, no tiene ningún pelo. Pero lo mejor son sus pechos. No te haces una idea; grandes, llenos, en su sitio y con unas negras aureolas que los convierten en irresistibles-.
-¿Tan bonitos como los míos?-, preguntó coquetamente mientras se ahuecaba el escote para que mi prima y yo disfrutáramos de su visión.
María, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició el pie que le estaba masturbando e inconscientemente, abrió más sus piernas y echando su cuerpo hacía adelante, facilitó las maniobras de la morena. Decidido a no darme por enterado, contesté:
-Diferentes, los pechos de mi prima son un vicio pero los tuyos piden ser tocados-, y sin pedir su opinión metí mi mano por su escote para acariciarlos.
Isabel al sentir las yemas de mis dedos pellizcando uno de sus pezones, aceleró las caricias de su pie mientras posaba su mano en mi entrepierna. Fue entonces cuando incremente la presión sobre su aureola y susurrándole, le pedí que se concentrara en María. Poniendo cara de pícara, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, preguntó a mi prima porque estaba tan callada. Para María le fue imposible contestar, en ese preciso instante se estaba corriendo, por lo que tuve que salir en su ayuda diciendo:
-Está avergonzada de nuestros piropos, pero verás que en unos minutos se repone-.
-Eso espero-, contestó la cría,-queda mucha noche y pienso aprovecharla-.
Completamente derrotada por la vergüenza y el deseo, mi prima, una vez se hubo repuesto del orgasmo, nos dijo que necesitaba irse al baño, momento que aproveché para decirla al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas. Cabreada, no me respondió pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme.
Nada más irse, Isabel se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:
-¿Te habrás dado cuenta que he cumplido?, ¿estás contento?-.
-Todavía no-, le respondí, -dame tu tanga y metete debajo de la mesa, quiero que cuando vuelva, te comas su coño-.
Intentó protestar arguyendo que era un local público y que jamás se lo había hecho a una mujer, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que darme su ropa interior y disimuladamente, introducirse bajo el mantel. María volvió al cabo de los dos minutos y al ver que estaba solo me preguntó que donde estaba la muchacha.
-Se ha ido a hablar por teléfono-, le contesté.
Al oírme me dio sus bragas mientras me contaba que Isabel la había masturbado sin que yo me diese cuenta. Esperé a que terminara de hablar para preguntarle que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:
-Me ha puesto brutisima. Pero eso no es lo acordado, tenías que ser tú quien la sedujera-.
-Por eso no te preocupes-, respondí satisfecho, -Aun te quedan muchas sorpresas. Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas. Me apetece ver como lo tienes de excitado-.
Soltando una carcajada, me llamó pervertido pero haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas para mostrarme la humedad de su sexo.
-Estoy chorreando-, me dijo abriendo con sus manos sus labios.
Isabel, creyó que ese era el momento y poniendo sus manos en las rodillas de mi prima, llevó su boca hasta la entrepierna de la mujer. Asustada por la sorpresa, María gritó pero al ver mi sonrisa, se relajó y dejándose hacer, me pidió explicaciones. Torturándola me entretuve bebiendo de mi copa, porque sabía que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de mi prima y era consciente que cuanto más alargara mi explicación más caliente estaría. Al comprender que de nada servía prolongar más su ignorancia, le expliqué que mientras se cambiaba, la cría había venido a mi cuarto y que después de hacerme una mamada, me había contado que sabía de lo nuestro y que quería convertirse en nuestra amante.
-Y ¿Qué le dijiste?-, preguntó mientras apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo.
-Que primero tenía que convencerte y que después de veros  disfrutando, entonces y solo entonces, la haría mía-.
Ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de nuestra nueva amante, disfrutó de las caricias de la jovencita y por segunda vez, se corrió sobre su silla. Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que Isabel se estaba masturbando mientras hacía lo propio con mi prima. Fue entonces cuando cambiándola de postura la giré de manera que su culo estaba  a mi disposición y metiendo mi mano en su entrepierna, busqué y encontré el botón que se escondía entre los pliegues de su sexo. Una vez localizado, comencé a acariciarlo con un dedo mientras con otro lo introducía en el estrecho conducto de su cueva. Sentir que mis dedos en su interior fue demasiado para Isabel y retorciéndose, el placer se derramó sus piernas. Satisfecho al comprobar que ambas habían obtenido su parte de gozo, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.


Al salir de debajo del mantel, los ojos de la cría tenían un brillo especial y por eso le pregunté que le había parecido:

-Ha sido brutal. Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo-, me contestó,- No sabes el corte que tenía pero en cuanto probé tu coño-, dijo mirando a María,- me puse tan cachonda que no pude parar y cuando Fernando me tocó me corrí como una cerda-.
-Entonces, ¿te ha gustado?- le susurró mi prima cogiendo su mano.
-Sí- y guiñándole un ojo, prosiguió diciendo,-estoy deseando llegar a la habitación y perderme entre vuestros brazos-.
-Todo a su tiempo-, interrumpí,- primero tenemos que cenar y luego bailar para bajar la comida. No quiero que la vomitéis. Esta noche vuestros cuerpos van  a dar muchas vueltas en mi cama. -.
-¿Nos lo prometes?- dijeron ambas al unísono.
-Solo espero tener energía suficiente. Tengo dos coños y dos culos que rellenar y una sola polla-, respondí en son de guasa.
Muerta de risa, mi prima señalando a un grupo de muchachos de otra mesa, contestó:
-Eso es porque tú quieres, no creo que ni Isabel ni yo tengamos ningún problema en conseguir alguien que te ayude-.
-No voy a necesitar ayuda, si me canso, mis mujercitas pueden consolarse mutuamente-.

-No te preocupes que lo haremos. Esta noche cuando te hayamos dejado seco, te juro que tendré suficiente con María y si no es así, siempre podré utilizar uno de los juguetes que he traído en mi maleta-.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
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Sinopsis:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (09)” (POR JANIS)

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La diva.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Las cosas habían mejorado bastante para Cristo en ese último mes. En lo personal, había conseguido una intimidad con su tía y su prima que jamás consiguió con otros miembros de su familia, ni siquiera con su madre. Es que un chantaje y una esclavitud encubierta unen mucho, la verdad.

Zara, por su parte, había pasado de una actitud colaboracionista con su jefa a una decidida admiración. Para Cristo era evidente que se habían hecho novias. Para el gitanito, era perfecto. Le permitía jugar la carta del familiar simpático y asegurar su puesto en la empresa.

De hecho, en lo profesional, Cristo estaba empezando a ser un tanto imprescindible, sin tener que tocar la tecla de la familia. Poco a poco, se estaba empapando de todos los secretillos y rumores que recorrían los pasillos y platós, no solo de la agencia en si, sino del mundillo en general. Las chicas bromeaban con él, le hacían partícipe de sus pecadillos, de los cotilleos y envidias. Se reían con sus bromas y chistes picantes. Cristo era como el bufón eunuco del harén, y eso le encantaba.

Sabía perfectamente que no podía conseguir nada con aquellos ángeles hermosos, que se codeaban con estrellas de cine, magnates, y poderosos promotores. No cabía ninguna aventura romántica con ellas, pero si podía guardar y encubrir sus secretos, sus debilidades.

Con ello, conseguiría más poder y pasta, las dos “Pes” del negocio.

En lo sentimental, las cosas también le iban bien. Sus tontos prejuicios sobre Chessy acabaron cuando el bonito y largo pene de su novia le otorgó la mejor noche de sexo que pudiera recordar. Ya no pensaba en ella como en un hombre disfrazado, sino que había alcanzado una nueva categoría sexual. Ahora, para Cristo, existía un tercer género: “la hemma”, o hembra macho. Daba igual que fuera un simple travestí, o un transexual hormonado, o bien un hermafrodita escapado de un sueño. Si era bella y parecía una mujer, no importaba que pudiera tener la Torre Eiffel entre las piernas, pues entraba en esa categoría.

Por su parte, Chessy le había insinuado que con algunos de sus clientes, en ocasiones, llegaba un poco más lejos que un simple masaje. Cristo se quedó mirándola. Ya sabía que una cosita tan hermosa como ella no podría escapar del efecto pulpo de los tíos, y menos con dinero de por medio.

― ¿A qué te refieres, Chessy? – inquirió Cristo, tratando de averiguar más.

― Bueno, algunos clientes quieren complementar el masaje con unas friegas más eróticas, ya sabes – se mordió ella el labio, con ese mohín vergonzoso tan característico.

― ¿Una pajita? ¿Una mamada?

Ella asintió vigorosamente varias veces, llevándose las manos a la espalda y bajando la mirada. Estaba preciosa, allí de pie, parada ante él, mientras Cristo, sentado en un butacón gigantesco, veía el “football”, tratando de entender las reglas americanas.

La conversación había surgido casi por casualidad, en el apartamento de Chessy. Ella planchaba algo de ropa y él veía la tele. El verano se acercaba y ella comentó que, en esa época, su trabajo aumentaba de clientela. Al “claro, nena, lo que necesites” de él, ella no pudo soportarlo más, y le confesó parte de lo que requería también su trabajo de masajista.

Cristo no era gilipollas, aunque se lo hiciese. Algunas de sus primas también estaban en el mismo gremio. No el de las masajistas, sino en el de putones verbeneros. En Algeciras no había Ramblas como en Barcelona, pero había paseo marítimo de cojones para hacer la calle, o bien las esquinas de siempre en el Saladillo. Cristo conocía el percal, pues todas sus andanzas festivas estaban relacionadas con putitas y putonas. Pero reconocía que lo que Chessy hacía no tenía mucho parecido con lo que las guarronas de la calle ofrecían.

Según ella, Chessy no aceptaba penetraciones de ningún tipo; solo sexo oral, y no con todo el mundo. Era algo que surgía entre sus clientes más habituales y seguros. Ya había una confianza y una intimidad entre ellos que les vinculaba.

― Tómalo como un masaje terapéutico – susurró ella, al inclinarse para besarlo.

― ¿Un masaje terapéutico? ¡Estás hablando de hacerles una gayolaaaa!

― Pero nene, eso es con música de pulseras. Yo no llevo de eso – ronroneó Chessy, frotando su naricita contra la del gitanito.

― ¡La madre que me…! ¡Chessy, déjate de hostias! ¿Te los follas?

Chessy se arrodilló a su lado, las manos entrelazadas sobre sus muslos. Sus grandes ojos se llenaron de lágrimas. Su barbilla tembló por la emoción.

“¡Joder! Es clavadita al gatito de Shrek, cuando pone esos ojitos tiernos.”, pensó Cristo, sintiendo como su enfado se diluía.

― No, Cristo, te lo juro. ¡Nada de contacto! Ni siquiera dejo que me toquen. Solo yo actúo, que para eso soy masajista diplomada. Es casi lo mismo, nene. Froto sus cuerpos desnudos con aceite, pellizco músculos y tendones… ¿qué más da que les frote la polla también? Me permite cobrar el doble…

“Hombre, visto así…”

― Llevo tratando a algunos más de dos años. Sé en lo que trabajan, quienes componen su familia, si tienen amantes o no, si están enfermos… ¡Lo sé todo sobre ellos! Me pagan para combatir el estrés, la tensión de sus cuerpos, la presión de sus trabajos cotidianos. ¿Debería dejarles marcharse con una profesional del sexo, después de haber palpado sus cuerpos hasta la saciedad? ¿Qué otra se lleve el dinero que me pertenece por derecho?

Cristo se quedó rápidamente sin respuestas. No es que Chessy fuera más lista que él, sino porque era una buena oradora y, sobre todo, porque tenía razón. Los prejuicios de Cristo estaban basados en la falsa moralidad y en el machismo. “Mi novia no puede ser puta, pero yo, en cuanto puedo, me paso las noches con ellas.” Ese es el pensamiento más extendido entre este tipo de fauna.

Finalmente, Cristo tuvo que dar su brazo a torcer, sobre todo cuando le arrancó la promesa que solo seguiría con el sexo oral. En contramedida, Chessy le hizo detallar, al por menor, que era, para él, sexo oral. “Pajas y mamadas”, respondió él.

― Vamos a ver, amorcito… sexo oral es todo lo que se puede hacer con las manos, con la boca, y con las partes del cuerpo que no sean ni el sexo, ni el ano – expuso ella.

― Pero…

― Se puede masturbar con las manos, con los pies, con las corvas y los muslos, con los glúteos, con el pelo – enumeró ella, dejándole con la boca abierta. – Se puede hacer una cubana con los senos, y usar la boca no solo para chupar una polla… ya sabes… beso negro, traje completo de saliva, el beso eterno… Así mismo, el cuerpo desnudo no está exento de posibilidades, sobre todo disponiendo de un buen aceite corporal. Ahí tenemos el masaje tailandés, las friegas calientes japonesas, el baño turco, la técnica de la serpiente, y, claro está, la cama deslizante.

― ¿La… la c-cama desliz…? – balbuceó Cristo.

― Deslizante, cariño. Se coloca un plástico grande sobre la cama y se derrama un bote de aceite. Los cuerpos desnudos se embadurnan y se frotan el uno contra otro, incapaces de aferrarse y abrazarse, hasta…

― Si, si, lo he entendido… lo entiendo… – la cortó él, agitando los brazos.

Nunca hubiera creído que existían tantas técnicas amatorias. Para Cristo, estar con una mujer era follarla y correrte; todo lo más, sacarle una buena mamada. De hecho, no hacía mucho que había aprendido a toquetear el coño de una mujer, llevándola al orgasmo.

― ¿Todo eso? – gimió Cristo.

― Si, cariño. Son derivaciones de una técnica sexual, pero, en el fondo, es lo mismo aunque aporten distintos placeres.

Cristo se llevó un dedo a los labios, cayendo en un mutismo reflexivo. A los pocos minutos, en que Chessy esperó pacientemente, de rodillas siempre, Cristo dijo:

― ¡Está bien! Puedes hacer todo eso, menos follar con el cliente. ¡Nada de darle tu culito! ¡Eso te lo dilato yo solo!

― Claro, cariño. Mi culito es solo tuyo… pero…

― ¿PERO? – el rostro de Cristo se desfiguró, rojo por el cabreo.

― Verás, mis clientes son repetitivos gracias al morbo… debido a que no soy una mujer, ¿comprendes?

Cristo no contestó. Apretaba los brazos del sillón con los dedos, los ojos entrecerrados. Aquello superaba su tolerancia de macho.

― Ellos quieren tocarme y para eso me pagan. ¿Pueden tocarme?

― Si – musitó bajito el gitano.

― ¿Pueden acariciarme las nalguitas?

― Si, jodiá…

― ¿Y agarrar mi pollita?

― ¡¡SSII!! ¡MALDITA SEA! ¡TODO MENOS DARTE POR EL CULO, COÑO!

― Gracias, nene – dijo ella, con una sonrisa de triunfo y poniéndose en pie. – Y, ahora, cariñito mío, viendo que estás muy tenso, ¿Qué tal si te ocupas de lo que has prometido?

Cristo, jadeando tras el grito, miró incrédulo, como Chessy se bajaba el chándal, mostrando sus perfectas nalgas. Encendido, tardó microsegundos en quedarse desnudo, mientras contemplaba como su novia se desnudaba lentamente, regodeándose en aquel cuerpo despampanante que le traía loco. Ella se sentó sobre las rodillas de su chico, haciendo coincidir los dos miembros. El de él, estaba tieso y expectante, el de ella, lánguido y morcillón. Los enredaron con placer, entre besos húmedos y caricias desaforadas. Parecían dos animales en celo, que no se daban cuartel en sus apetitos. El dedo de Cristo, cada vez más hábil en el menester, se coló por el dúctil esfínter de Chessy. Lo dilató sin necesidad de usar otra cosa que su saliva –tampoco es que hiciera falta demasiado para que se tragara su pene-, y alzándole las nalgas, se la introdujo de un golpe.

Mano de santo, oiga.

Chessy relinchó de gusto, echando la cabeza hacia atrás. Pequeñita pero cumplidora, se dijo ella, cabalgando el apéndice de su novio. Cristo, como de costumbre, se afanaba en los gloriosos senos de su chica. Siempre se preguntaba, al verlos, como era posible que un tío poseyera los senos mas sublimes que había visto jamás, sin necesidad de operarse.

El miembro de Chessy fue creciendo, a medida que se enredaba en el placer. Lo pegó al suave vientre de Cristo, rozándose con el ombliguito de botón. A Chessy le encantaba el cuerpecito de su novio, tan suave y tierno, tan liviano y dispuesto. Mordisqueó de nuevo los morenos labios, aspirando el aliento del chico, y se preguntó, en uno de esos pensamientos estúpidos que se pasan por la cabeza en los momentos de gran placer y dicha: ¿Qué veo en Cristo para que me guste tanto?

Como podéis comprobar, no solo es patrimonio de las mujeres pensar en musarañas cuando se las están follando, algunos tíos también lo hacen. Bueno, no sé si llamarlo tío es apropiado… El caso es que Chessy saltaba sobre la polla de Cristo, jadeaba y se agitaba, y, al mismo tiempo, repasaba las cualidades que le atraían de su chico. A saber usted por qué…

El chico ideal de Chessy era alguien más alto, de complexión delgada y flexible, rasgos duros y masculinos, y, sobre todo miembros velludos. En cambio, Cristo era la antítesis de todo eso. Quizás por eso mismo, la atraía. ¿No es cierto que los polos opuestos se atraigan? Pero Cristo no era “su” polo opuesto, sino el contrario de su idealización. A lo mejor, en el fondo, el ideal era tan solo el reflejo de nuestra personalidad. El caso es que Cristo la atrajo desde el primer momento en que le vio, tan perdido en la gran urbe, tan exótico con aquellos rasgos delicados. Era distinto a cuanto conocía, tanto en amistades, como en clientela. Además, estaba su inquieta y singular personalidad. Cristo no pensaba como los neoyorquinos, ni siquiera como un americano. Cristo era gitano, europeo, y masón, por así decirlo. Ni siquiera era un tipo particularmente morboso y atrevido, epítome del género que la enloquecía, pero, con aquello, podía resumir lo que le atraía de su novio.

Lanzó su pelvis hacia delante, frotando su polla con más dureza contra el vientre de Cristo, y musitó a su oído:

― Me voy a correr, cariñito… sobre tu barriguita…

― ¡Hazlo, mala pécora! Voy a regarte el culo… voy a preñarte… ese culazooooo…

Cristo se corrió, sin dejar de agitarse, dejando una buena cantidad de semen en el recto de Chessy, quien, al sentirlo, dejó escapar un chorrito acuoso, justo sobre el ombligo masculino. Tras esto, descabalgó al chico y, sin ningún escrúpulo, lamió la polla de su chico hasta dejarla limpia.

― Te dejo acabar el partido, cariño – le dijo Chessy, recogiendo su ropa del suelo y dirigiéndose al baño.

Estaba contenta. Al final, había abordado la cuestión que la tenía en vilo, la vertiente putera de su trabajo. La cosa había ido mejor de lo que esperaba. Tendría que perder algunos clientes a los que ofrecía su trasero, pero, en lo principal estaría bien. De hecho, no solía ofrecer más que sexo oral.

Sonrió a su reflejo en el espejo. “Ya lo decía Gandhi, hablando se entiende la gente.”

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Priscila acompañaba a Thomas Gerrund hasta el ascensor, cuando éste se abrió revelando otra de las nuevas celebridades del mes, en la agencia. Cristo, desde su puesto en el mostrador de atención y bienvenida, lo veía todo, sin apenas alzar la cabeza. Alma le había enseñado a mirar sin levantar la cabeza, a ras del mostrador de mármol.

Thomas Gerrund era un famoso fotógrafo inglés que había firmado un contrato con la agencia, por un tiempo de dos años. Era un hombre de unos treinta y tanto años, alto y delgado, con movimientos parsimoniosos. A Cristo no le extrañaba que fuera un poquito gay, sobre todo por como movía y colocaba las muñecas, dejando sus largas manos colgadas, como muertas. Pero, al parecer, tenía muy buen ojo con las chicas, sabiendo cómo sacarles ese hálito salvaje que toda mujer lleva en su interior.

Sin embargo, por muy famoso que fuera el fotógrafo, los ojos de Cristo no se apartaban de la persona que había surgido del ascensor. Se trataba de una de esas chicas inolvidables, de las que arrasan al bajarse de una limusina, ante los flashes de la prensa. Era una criatura angelical que trepaba fuertemente hacia el ranking de las diez hembras más bellas del mundo.

Hacía unas semanas que la jefa Candy la presentó en la agencia. Calenda Eirre, una modelo en alza, famosa ya en su país de origen, Venezuela, a la que la prensa internacional catalogaba ya como la sucesora de Adriana Lima, tanto por su belleza como por su parecido.

Era realmente cierto que se parecía a la famosa modelo carioca. Morena, con ojos rasgados, verdes como los de una gata, que te miraban desde su metro ochenta y dos como si fueses un simple aperitivo. Al menos, eso es lo que Cristo sentía cuando Calenda le miraba, al pasar. Tenía diecinueve años –aunque era imposible adivinar la edad de una mujer así, quien, desde los quince años, ya no tenía ningún rasgo juvenil- y había fichado por la agencia, trasladándose desde Caracas. Para Cristo, desde el momento en que la vio, resultó ser la mujer más bella que sus ojos habían percibido jamás, ni vería seguramente.

Al segundo día que Calenda pasó por la agencia, venía sola y se detuvo en el mostrador a preguntar por el horario de su sesión. Mientras Alma buscaba la información, Cristo, que hacía todo lo posible por no mirar a la modelo directamente, se decidió a hablarle.

― Bienvenida a Nueva York, señorita Eirre.

― Gracias…

― Me puedes llamar Cristo.

― ¿Cómo el Señor? – preguntó en castellano, enarcando una ceja.

Se le notaba forzada con el inglés, y aquella pregunta se le escapó en su idioma natal, con ese deje tan particular y engolado.

― No, como el Zeñor no, criatura. Cristo viene de Cristóbal – sonrió él, usando también el castellano.

― Ay, chama, ¿eres españolito, mi vida? – se llevó las manos a la cara, con alegría.

― Po zi, zeñorita Eirre. Del zur de Ezpaña.

― ¡Que chévere, pana! Me da mucho gusto poder hablar en mi lengua acá, en Nueva York. ¡Me encanta como habláis los españoles! ¡Suena taaaan lindo!

― Po aquí eztamos pa lo que usté quiera, peazo de cuerpo – sonrió Cristo.

― La sesión empieza dentro de media hora, señorita Eirre. Puede pasarse por maquillaje, al fondo del pasillo – les cortó Alma.

― Muy amable, señorita…

― Alma – se presentó la dueña del mostrador.

― Alma… bonito nombre. Cristo, ¿podemos almorzar cuando acabe? – le preguntó, mirándole con aquellos preciosos ojos felinos, y dejándole con la boca abierta.

― Si lo desea. Estaré aquí, trabajando – respondió, esta vez en inglés.

Se alejó taconeando sensualmente. Tanto Cristo como Alma contemplaron aquel culito meneón, cada uno ubicándolo en su particular fantasía.

― ¡Mira tú! – la pelirroja le atizó un codazo cariñoso. — ¡Has ligado!

― ¡Anda ya!

― ¡Si te ha invitado a almorzar y todo, pillo!

― No conoce a nadie y yo hablo español, eso es todo. Me va a utilizar para aprender a moverse en Nueva York, ya verás – respondió Cristo, suspirando interiormente.

Cristo no se hizo ninguna ilusión con aquella invitación. Sabía perfectamente que no podría jamás optar a tener una aventura amorosa con aquellas grandes divas. Lo mejor era reírse con ellas, disfrutar de su encanto, y beneficiarse de su amistad. Pero, no le hacía daño a nadie si fantaseaba un rato con Calenda Eirre, la supuesta heredera de Adriana Lima, ¿no?

Lo cierto es que la amistad surgió espontáneamente entre ellos dos, de forma muy natural. Calenda se pasó por el mostrador tres horas más tarde, y Cristo la llevó a un sitio discreto y alejado de la agencia. Almorzaron una deliciosa pizza en una trattoría familiar que Chessy había descubierto. Calenda acabó chupándose los dedos y riendo por ello. Cristo se quedaba en trance, contemplando aquellos divinos labios sorber y chupetear los hilachos de queso fundido. En su mente, aquello no era queso, en absoluto, ni tampoco estaban en una pizzería, en el SoHo.

A partir de entonces, cada vez que llegaba a la agencia, se detenía a charlar un ratito con él y, cada vez que podían, salían a almorzar juntos. Calenda no tenía más amigos que él, en la ciudad, y tampoco los necesitaba. Apenas disponía de tiempo para más relaciones. Todo era trabajo y trabajo. Promociones, publicidad, rodajes y sesiones. En eso se había convertido su vida. Sabía perfectamente que cualquiera de sus compañeras, en la agencia, mataría por lo que ella tenía y no disfrutaba. Pero ninguna de ellas tomaba el puesto de Calenda al volver a casa, al final de la jornada, algo que para ella, era lo peor de todo.

Por eso mismo, los momentos que pasaba en compañía de Cristo eran sumamente agradables, entrañables para evocar, para aferrarse a ellos en los momentos en que quedaba a solas. Verdaderamente, consideraba al pequeño español como el hermanito que nunca tuvo. Ni siquiera sabía la verdadera edad de Cristo, pues era un dato que no le interesaba. El gitano la entendía, la animaba con sus peroratas y sus soeces palabras, y calmaba su ansiedad, demostrando poseer una experiencia mucho mayor a la de ella.

El físico infantil de su nuevo amigo le encantaba, pues, al ser mucho más bajo que ella, y de apariencia tan endeble, no asumía una figura dominante a su lado. Ese era uno de los secretos que Calenda trataba de disimular en su entorno inmediato, y que Cristo supo ver enseguida. Calenda se ponía nerviosa al tener un hombre rondándola. Cuando más autoritario e insistente, mucho peor. Era como si hubiera tenido alguna mala experiencia con ese tipo de sujetos. Sin embargo, Cristo no le preguntó nada, sabiendo que era cuestión de tiempo que ella misma le contara su vida pasada.

Lo primero que supo sobre Calenda, lo hizo en su sitio secreto de la agencia, en la pequeña azotea del cartel publicitario. Calenda se había puesto nerviosa con el promotor y Cristo, en un alarde de habilidad, le mostró el sitio, que en si era ideal para fumar. La morenaza venezolana había adquirido ese vicio, aunque solo cuando estaba tensa.

― Ese hombre me recuerda a mi padre – rezongó en español, soltando una bocanada de humo.

― Usa el inglés, tanto tú como yo, debemos perfeccionar. ¿Tu padre? ¿Se quedó en Caracas?

― No, está aquí, conmigo. Es mi representante.

― Vaya. Eso es perfecto, ¿no?

― No, nada de eso.

Cristo se quedó sorprendido con la respuesta, pero intuyó que no sería buena idea ahondar más en el tema. Con la habilidad de un estafador, cambió de tema, consiguiendo que ella se relajara, antes de regresar a su sesión.

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Un domingo por la mañana, el móvil de Cristo sonó. Era temprano. Él y Chessy estaban aún en la cama, dormidos tras una velada de sexo y chocolate, en el apartamento de ella. Con los ojos cerrados y la voz gruñona, Cristo contestó.

― Cristo, perdona por molestarte, pero no sabía a quien llamar – el acento venezolano y la fluidez histérica del tono, le acabaron de despertar.

― Tranquila, Calenda. Despacio… ¿qué pasa?

― No quiero volver a casa en este momento, pero no sé donde quedarme. Necesito reflexionar…

― Mira, Calenda. Estoy en casa de mi chica, en el Village – Cristo miró a Chessy, pidiéndole permiso con los ojos y ella asintió. – Toma un taxi y dale esta dirección… Te esperamos para desayunar, ¿vale?

― Muchísimas gracias, amigo mío. Nos vemos.

Chessy ya se estaba poniendo una larga camiseta, sentada en un lateral de la cama.

― ¿Así que esa era la famosa Calenda? – preguntó al ponerse en pie.

― Si. Sonaba muy rara…

― Es muy hermosa – musitó Chessy. Lo dijo como una aseveración, mientras entraba en la cocina.

― Si, es la apuesta de la jefa, en este momento. Uno de los ángeles de la moda…

― Y, por lo visto, se ha hecho amiga tuya…

― Ya te lo he contado, Chessy. Le caí bien desde el primer día. Hablamos en español y la ayudo a adaptarse a Nueva York.

― Ya, ya – dijo ella, enchufando la cafetera.

― ¿Celosa, cariño?

― No, más bien preocupada.

― ¿Por qué?

― Las chicas como ella no se hacen amigas del ordenanza de la agencia. Suelen tener promotores, protectores, peces gordos que han invertido en ella, a su alrededor.

Cristo se encogió de hombros, las manos en los bolsillos.

― Pues ella está sola. Bueno, vive con su padre – contestó él.

― Suena extraño.

― Si. Oculta algo, lo sé, pero aún no se ha confiado a mí…

― Puede que ahora lo haga – sonrió Chessy, señalando las tazas para que Cristo las colocara sobre la mesa.

Calenda apareció diez minutos después. Traía ropa de fiesta, por lo que había que suponer que aún no había pasado por su casa. Cristo hizo las presentaciones.

― Calenda, esta es mi chica, Chessy. Ella es Calenda Eirre.

Las chicas se besaron en la mejilla y Chessy le pudo echar un buen vistazo. Aún sin gustarle las mujeres, tuvo que reconocer que Calenda era una mujer por la cual perder el sentido, el cerebro, y el corazón. En verdad, era impresionante. Con esa mirada que parecía devorarte, cambiando de tonalidades de verde con la luz; ese cuerpo de infarto, ahora enfundado en un estrecho y corto vestido de lamé dorado. Llevaba el pelo casi rizado y despeinado, como si hubiera saltado de la cama con prisas. Traía dos altos zapatos en la mano, subiendo las escaleras del bloque descalza. Aún así, le sacaba a Chessy diez centímetros, por lo menos.

― Vamos a desayunar. Parece que necesitas un buen café – la invitó Chessy a sentarse.

― Gracias. De veras que lo necesito.

― No has llegado a tu casa, ¿verdad? – le preguntó Cristo.

― No, vengo de Lexington Avenue. He pasado allí la noche… en casa de un amigo de mi padre.

― Si quieres, después de desayunar, puedes ducharte. Te prestaré algo de ropa – le dijo Chessy, con suavidad, señalando hacia el cuarto de baño.

― Muchas gracias, te lo agradezco.

Acepto un buen tazón de café con leche y devoró un par de tostadas, pensativamente. Chessy y Cristo la miraban de reojo, sin atosigarla. Se notaba que quería contar algo, pero no encontraba la forma o el momento, quizás.

Acabaron de desayunar y Chessy le entregó una toalla limpia, así como una camiseta y una sudadera, junto con unos anchos y largos pantalones deportivos.

― Te puedo dejar algo de ropa interior, pero solo uso tangas y boxers. Sujetadores los que quieras – le dijo Chessy, con una sonrisa. – Tengo unas deportivas nuevas. ¿Qué número calzas?

― Un nueve.

― Te estarán bien.

― No te preocupes por la ropa interior. Con la ropa ya haces suficiente – tomó las manos de Chessy, las dos paradas ante la puerta del cuarto de baño, y la miró a los ojos. – Muchas gracias por todo, Chessy. No sé cómo pagaros…

― Si quieres agradecerlo de algún modo, habla con Cristo. Está muy preocupado por ti. Te aprecia, ¿sabes?

Calenda asintió y le soltó las manos, introduciéndose en el cuarto de baño. Quince minutos más tarde, salió vestida y con mejor cara. Había borrado las trazas de maquillaje y tenía el pelo desenredado y cepillado, aunque húmedo.

― ¿Por qué no subes con ella a la terraza? – le propuso Chessy a Cristo. – Hace una mañana preciosa. Podría secarse el cabello al sol y tener un rato de intimidad…

Calenda le sonrió, de nuevo agradecida porque la comprendieran tan bien. Tomó el cepillo en una mano y registró su bolso hasta sacar un paquete de cigarrillos y un encendedor. Cristo salió al pasillo y llamó el ascensor. Ya en su interior, Calenda apoyó un codo en el hombro de Cristo, recobrando la intimidad que solían compartir.

La azotea encantó a la modelo. Los vecinos del inmueble la tenían acondicionada como solarium, con hamacas coloristas, mesitas de jardín, y celosías de madera para desanimar los mirones.

― ¡Estos apartamentos son una pasada! – exclamó, dejándose caer sobre una de las hamacas. – ¡Un edificio rosa! ¡Madre mía! ¿Por qué?

― Todos los vecinos son gays – se encogió de hombros Cristo, sentándose en un butacón de mimbre.

― ¡Claro! Soy tonta. Esto es el Village – se rió. — ¿Y qué hace tu chica entre tantos gays?

― Ella también lo es, de cierta forma.

― ¿Bisexual? – Calenda mostró una sonrisita.

― No, transexual – dijo Cristo, en un soplo.

Los ojos de la modelo se abrieron y mucho.

― No me digas que…

Cristo asintió.

― ¡Es guapísimo! ¡No se nota en absoluto! – exclamó ella.

― Se considera una mujer totalmente, de los pies a la cabeza.

― ¿Y está…? – Calenda se cortó, al preguntar.

― ¿Operada? – Calenda asintió. ― No. Podría perder mucha sensibilidad. De todas formas, tiene un pene precioso – sonrió Cristo.

― No imaginaba que tú…

― ¿Qué yo qué? – se picó Cristo.

― No te enfades, porfa… que no sabía que te gustase esa rama del sexo, vamos…

― Y no creo que me guste – dijo él, muy serio.

― ¿Entonces?

― Es una larga historia.

― Cuenta. Aquí se está bien – dijo ella, retrepándose de cara al sol y cerrando los ojos.

― Está bien. Le pedí salir a Chessy, creyendo que era una chica.

― ¡Chama! ¿De verás?

― Ajá. Nos conocíamos de tontear en el Central Park, de compartir clases de Tai Chi y tal, pero nada más. Jamás imaginé que fuera un transexual.

― ¿Y lo aceptaste así como así?

― No, que va. Me reboté un tanto. Primero me marché y luego reflexioné. Finalmente, decidí darle una oportunidad. Ahora la veo como lo que es: una mujer bellísima con una polla juguetona.

― ¡Jajaja! – estalló Calenda en carcajadas. — ¿Y cómo os va el sexo?

― Las intimidades para otro día, Calenda. Ahora es tu turno de confesar ciertas cosas…

― ¿Yo?

― Si, tú. Estás fatal y necesitas confesarte con alguien. Según me dijiste, soy tu único amigo…

Calenda agachó la mirada y guardó silencio. Incorporándose un tanto, pasó el cepillo por su húmeda cabellera, lentamente. Tras un par de minutos, asintió, aceptando la sugerencia. Empezó a hablar con una vocecita casi infantil.

― Lo que voy a contarte podría hacer tambalear toda mi carrera, Cristo, así que te ruego guardar el secreto, por favor.

Cristo hizo una cruz con los dedos índices de sus manos y, posándolos sobre sus labios, los besó.

― ¡Por estas! – juró.

― Mi madre se fugó de casa cuando apenas tenía cinco años. No la recuerdo. Mi padre me crió, con la ayuda de una de sus hermanas, así como alguna que otra amante. No he tenido lo que se dice una niñez demasiado jovial. Aunque mi padre jamás me ha tocado -de forma sexual, me refiero-, si ha negociado conmigo de muchas maneras. A los catorce años, vendió mi virginidad en una subasta de amigos. A partir de ahí, cada dos fines de semana me entregaba a uno de ellos, por una buena cantidad de dinero. Al cabo de unos meses, me cedió por un año entero a una dudosa agencia de modelos de Maracaibo…

Cristo tenía la boca abierta, sorprendido por lo que la chica guardaba en su interior.

― Esta agencia vendió mi cuerpo como quiso. Junto a otras chicas, asistíamos a inauguraciones, carreras urbanas, y spots locales publicitarios. Apenas cobrábamos y los promotores tenían total libertad con nosotras. A los dieciséis años, mi padre falsificó mi documento de identidad para poder registrarme en un concurso nacional de belleza. Me presentó a dos de los jueces sobornables y me obligó a yacer varias veces con ellos. Como era natural, gané el concurso. Con ese título, mi padre negoció mi entrada en una de las más famosas agencias de modelos de Caracas, en donde empecé a darme a conocer.

“Esta fama es lo que mi padre necesitaba para prostituirme a un alto nivel, “de lujo”. Trabajaba en sesiones y publicidad, y los fines de semana alegraba la vida de ciertos tipos ricos.”

El tono de Calenda era irónico, como si sintiera asco de sí misma. Cristo apretaba los puños, asqueado también, pero por la actitud de ese padre miserable.

― Sin embargo, en la agencia, conocí a Elina, una chica de mi edad, recién ingresada en el mundillo del modelaje. Era muy dulce y algo ingenua. Nos hicimos muy amigas. Ella era de Caracas y me invitó muchas veces a comer con su familia y a pasar algunas noches en su casa. Nunca le dije nada de lo que mi padre me obligaba a hacer; me hubiera muerto de vergüenza. Al final, brotó algo más que la amistad, entre nosotras.

“Sin embargo, mi padre no vio aquello con buenos ojos. Según él, limitaba mi tiempo y mis posibilidades. Cada vez debía estar más dispuesta para mis obligaciones de prostituta. Elina, aunque era muy mona y atractiva, no tenía las mismas posibilidades que yo. Yo debía volar alto y ella, siempre según mi padre, era un ancla.”

“Por entonces, no sabía gran cosa de las asuntos de mi padre, pero había conseguido ciertos préstamos de una gente sin escrúpulos, avalados por mi prometedor futuro laboral. Así que, cuando esos tipos comprobaron que ese futuro tardaba en despegar a causa de la relación que mantenía con Elina, tomaron cartas en el asunto, aconsejados por mi propio padre.”

“Papa estaba asustado. Los plazos de los intereses vencían y yo no parecía querer subir al siguiente peldaño de la escalinata de la gloria. Decidió que él debía tomar la decisión por mí, pero debía de hacerlo de una forma en que yo no supiese de su manipulación, ya que podría repudiarlo y negarlo. Así que, un día, ordenó secuestrarnos, a mí y a Elina.”

― ¿QUÉ? – exclamó Cristo, alucinado.

― Unos individuos enmascarados nos raptaron a la salida de una pasarela, subiéndonos a una furgoneta. Nos llevaron a una hacienda y nos… vejaron de mil formas, hasta que, finalmente, fuimos filmadas y subastadas por la red. Uno de los enmascarados nos dejó bien claro que la que consiguiera la puja más alta, se salvaría de ser vendida. A cambio, trabajaría unos años para pagar la deuda contraída con ellos. La chica que perdiera, sería vendida inmediatamente. De nosotras mismas dependía nuestra libertad. Tendríamos que ser sugerentes, seductoras, y agresivas. En suma, buenas putas.”

“Elina era demasiado inocente para actuar así, y yo era toda una profesional. Estaba demasiado asustada como para dejarme vencer. Aún queriendo a Elina, la superé, sabiendo que, con ello, la estaba condenado a una vida miserable. Una mañana, se llevaron a Elina, entre lloros y gritos, vendida a unos asquerosos degenerados. Me costó mucho superar aquello. En verdad, no he vuelto a mantener una relación amorosa con nadie, ni hombre, ni mujer.”

“Mi padre niveló sus finanzas y yo despegué en mi carrera. Confié en que mi padre pagaría mi deuda con los cabrones que nos secuestraron. Entonces fue cuando me enteré de que mi padre era socio de ellos y que todo había sido ideado por él. Le odié a muerte, le sigo odiando aún, pero me tenía cogida y anulada. Llevaba demasiados años sometida a su voluntad como para liberarme de un golpe.”

“Como caída del cielo, llegó la oferta de Fusion Model Group. Podría abandonar Venezuela y venirme a Nueva York. Pensé que podría liberarme… Firmé el contrato y pretendí dejar a mi padre atrás, por crápula. Sin embargo, estaba preparado para un juego así. Me hizo chantaje con las pruebas que tenía sobre el secuestro, las terribles vivencias en aquella hacienda, y cuanto hice para superar a mi amiga y abandonarla. No pude hacer otra cosa que traerle conmigo y mantenerle como el vividor que es.”

― ¡Joder con la historia! – susurró Cristo. — ¿Lo tienes en casa metido?

Calenda asintió. Se mantenía echada hacia atrás, en la hamaca, con el rostro alzado hacia el sol y los ojos cerrados. Sin embargo, las lágrimas rodaban mansamente por sus perfectas mejillas, pero sin dar ningún sollozo. Lloraba en silencio, como si estuviera acostumbrada a hacerlo.

― Calenda – la llamó suavemente Cristo.

Ella abrió los ojos y giró el rostro hacia él, pasando la vista a su través, como si no estuviera. Sin embargo, respondió:

― ¿Si?

― ¿De dónde venías esta mañana?

― He pasado la noche con un viejo, en un apartamento frente al central Park.

― ¿Enviada por tu padre?

― Si – de nuevo brotaron las lágrimas. – Desperté en la cama, desnuda. Aquel tipo roncaba fuerte y ya no pude soportarlo más. Tenía que marcharme, huir de la influencia de mi padre. Pero no conozco a nadie en Nueva York más que a ti, Cristo.

― Tranquila, Calenda. Hiciste bien en acudir. ¿Qué piensas hacer ahora?

― No lo sé. No creo que pueda soportar más a ese parásito – dijo, encendiendo un cigarrillo.

― Seguirá haciéndote chantaje, lo sabes ¿no?

Calenda meneó la cabeza, casi con resignación. Después, se encogió de hombros, como diciendo que así era la vida que le había tocado vivir.

― Yo te ayudaré si lo deseas.

― ¿De verás, Cristo?

― Si, pero solo si me aseguras que estás dispuesta a enfrentarte a tu padre. No servirá de nada lo que pueda sugerir, si no presentas batalla. ¿Comprendes?

― Si, Cristo. Eres mi caballero con armadura – dijo, alargando la mano para atrapar la de Cristo y apretarla dulcemente.

Con una sonrisa, inclinó la cabeza y depositó un par de besitos sobre la pequeña palma del gitano, sumamente agradecida.

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (02)” (POR ADRIANRELOAD)

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Regrese a mi habitación y encontré a Mili quitándose la ropa, se inclino completamente de espaldas a mi, todo su enorme trasero lucia aun meloso por mi semen. Sus carnosas nalgas me daban un magnifico paisaje, tuve ganas de clavármela de nuevo, parecía una invitación… pero note que quería recoger la sabana que estaba en el piso. Se cubrió con la sabana y se asusto al verme en la puerta, observándola… quizás quiso reprocharme algo, pero solo llego a decir…

Creo que necesito una ducha… dijo con timidez.

Era obvio, no iba a ir a la facultad con el perfume de mi esperma sobre su redondo trasero y sus bien formados muslos.

Claro… dije y le di paso para que fuera a la ducha.

Intente alejar cualquier recuerdo de lo sucedido, porque me daban ganas de entrar a la ducha, aunque dudo que Mili, ahora menos excitada, me dejara poner en practica esa idea. Poco después ella ingreso a mi habitación cubierta por mi bata…

No había otra cosa que ponerme, espero que no te importe… me dijo avergonzada.

No te preocupes, te queda mejor a ti que a mi… repuse.

Una tibia sonrisa suya me animo a pensar que las cosas podían volver a su cauce normal. Un incomodo silencio nuevamente reino entre nosotros. Entendí que quería un poco de espacio para cambiarse. La había visto desnuda y en una pose por demás sugerente, pero sin alcohol en la sangre y sin la picazón en sus partes intimas que antes tenia, seguramente se sentiría mas pudorosa. Así que salí so pretexto de prepararle el desayuno.

Después de desayunar llegamos a la universidad y presentamos nuestro informe, no sabíamos que teníamos que sustentarlo, así que no preparamos nada porque nos la pasamos envueltos en la iniciación anal de Mili. Expusimos el trabajo como pudimos, imagínense que tan mal nos fue; después de beber mucho vino y poseer el trasero de Mili, yo no podía concentrarme mucho y ella estaba igual de distraída que yo. El profesor nos puso una mala nota…

Al terminar la clase se desato la pelea; me echo la culpa de nuestro traspié académico, aunque nos iba bien en los otros informes, me hizo responsable si es que reprobaba… yo sabia que su enojo no era tanto por el curso sino por la perforación que le hice a su enorme trasero… Intente calmarla, pero no logre mucho… terminamos peleados, por suerte esa semana no había informe que presentar, aun así nos veríamos en clase. No tenia ganas de ofrecerle paz y ella tampoco parecía querer dármela…

Evito verme o saludarme, al igual que yo evite ver o hablar con Javier. Algo de remordimiento tuve, me era incomodo saludarlo después de que me deleite con las nalgas de su enamorada…

¿Como estas?… escuche que me decían, al voltear note que era Javier.

Ahí…mas o menos… repuse sin animo.

Mili me contó todo… replico serio.

¡Mierd…!, lo sabia, Milagros se lo confeso… bueno hace tiempo que no me agarro a golpes con nadie, parece que hoy vuelvo al club de la pelea… pensé, esperando el primer golpe del recientemente cornudo…

¿A si?… respondí incrédulo.

Si… dijo pensativo y agrego: no te preocupes, se lo fastidiosa que puede ser Mili…

¿Qué?… pregunte sin entender.

Ya sabes, cuando la reprueban se pone insoportable… pero ya se le pasara…

Ahhh… exclame con cierto alivio.

Al parecer Mili no le había contado la historia completa, porque sino se armaba la pelea del siglo en el patio de la facultad.

Por tu culpa tendré que volver a llamar a mi amiga… te conté de esa que succiona vergas como toda una profesional, además tiene unas senos enormes… me dijo burlonamente.

¿Qué?¿Con Mili no te basta?… le pregunte.

Bueno, a Mili no le gusta practicarme sexo oral… tu sabes algunas mujeres piensan que es denigrante… tonterías suyas…

Lo mire extrañado, porque recordé la espectacular mamada que días antes me dio Mili, no tuve que decirle nada, ella misma engullo mi verga con vehemencia… al parecer también recibí las caricias de los labios de Mili en mi verga antes que Javier… hasta ese punto llego la excitación de Mili, se olvido de sus convicciones sobre el sexo oral, sucumbiendo ante el placer y la gratitud hacia el pene que le desfloro su ano…

Además, cuando Milagros se pone fastidiosa, prefiero buscarme a otra… replicó Javier, notando mi silencio e intentando justificar su infidelidad.

No le podía reprochar mucho porque yo mismo le fui infiel a mi enamorada, seducido por las curvas de Mili. Javier se alejo, diciéndome que si quería podía darme el numero de su amiga.

Esa semana, al salir con mi enamorada, tuve que disimular la cara de culpabilidad. Ella me noto distraído, me excuse diciendo que tenia mucho trabajo en la universidad… y me creyó. Caraj… ¿por que tanto remordimiento?, en toda mi vida es la primera vez que he sido infiel, y dudo que vuelva a repetirlo… me dije, intentando acallar mi conciencia, pero no tardaría mucho en tropezar de nuevo con la misma piedra.

Termino la semana y nuevamente vi a Mili en clase, otra vez teníamos que hacer un informe, seria el ultimo del ciclo… ya no podíamos evitarnos. Quedamos de acuerdo en hacer el trabajo el sábado por la tarde, en la facultad. No mencione nada de ir a mi casa o la suya, no creo que hubiera aceptado… además su trato conmigo era frío… ella tampoco sospechaba que caería de nuevo en una infidelidad…

Nos encontramos en la sala de computo de la facultad. Mili vino con un pantalón blanco apretado, note el revuelo que causo en el pasillo, todos los hombres babearon al verla pasar. Después me daría cuenta que su pantalón no tenia bolsillos en la parte trasera, aunado al claro color, casi translucido del pantalón, uno prácticamente podía verle todo su jugoso trasero. Llegue a pensar que no traía ropa interior, luego descubriría que su diminuta tanga blanca se había perdido entre sus generosas nalgas.

Intente concentrarme en el trabajo, su trato indiferente no me daba lugar a otra cosa, sin embargo, por momentos soñaba despierto, recordaba lo sucedido dos semanas atrás o como la vi de espaldas minutos antes, con su sugerente pantalón blanco, que no dejaba mucho a la imaginación.

Llego la hora de cerrar la sala de computo y no habíamos terminado el informe. El tipo que administraba la sala nos conocía, así que nos dejo quedarnos unos minutos más. A pesar de eso no pudimos finalizar el trabajo. Al abandonar el centro de computo, nos dimos cuenta que la facultad estaba prácticamente desierta…

Debemos presentar el informe el lunes, solo nos queda el domingo… le dije.

¿Qué hacemos?… pregunto secamente.

No se, vamos a tu casa… sugerí.

No, un virus mato mi computadora y no la he arreglado… me contesto de mala gana.

Entonces vamos a mi casa… dije.

Eso te convendría… me dijo con desconfianza.

¿Quieres terminar el informe o no?… pregunte con seriedad.

Pero tu quieres ir a tu casa a trabajar o a que… me respondió con cierto enojo.

¿A que te refieres?… conteste enfadado.

Ni creas que te vas a aprovechar de nuevo de…

No te hagas la inocente, que yo no soy el único culpable… respondí fríamente.

No dijo nada, simplemente recibí una estruendosa bofetada que me dejo helado, no supe que hacer, estaba molesto pero no la iba a golpear. Pensé en otra cosa para desquitarme, la abrace con fuerza y la bese. Mili no reacciono, por unos instantes llegue a sentir que me correspondía, pero luego vino el forcejeo, me aparto bruscamente, lucia iracunda pero parecía haber disfrutado del beso que le robe, al menos eso creí hasta que me dio otra bofetada.

Idiota… me grito con lo que me parecía una fingida furia o pudor.

Después, sin dar pie a una replica mía, ingreso presurosa al baño de damas que estaba a escasos metros de nosotros. Vacile unos segundos, pero con la rabia que tenia no iba a dejar las cosas así. Ingrese también al baño de damas.

La encontré frente al lavamanos, mirándose en el gran espejo del baño.

¿Qué haces aquí?… pregunto sorprendida.

Esto… dije, y nuevamente la abrace y bese.

Hubo menos forcejeo que la primera vez, llegue a sentir su lengua, sus brazos parecían querer abrazar mi cuello, pero nuevamente me alejo y otra vez mi mejilla enrojeció por una bofetada.

Cuando voltee el rostro para verla, me miro de manera extraña, pensé que me daría otro golpe, pero me tomo del cuello y fue ella misma quien me beso, en un lujurioso pero extraño beso. Esta vez yo la aleje, ahora había pasión en el brillo de sus negros ojos. Su pecho henchido subía y bajaba por la adrenalina que esa situación generaba… viendo su rostro ansioso y sus medianos melones ir y venir, me dije ¿Por qué no?… tome su blusa, y en un rápido movimiento la jale, rompiendo todos sus botones y dejando a mi vista sus senos… me abalance sobre ellos jaloneando su brasier y engullendo sus pezones…

Ahhh… gimió sorprendida.

Mili respiraba agitada, me acaricio el cabello, pero sus manos prefirieron buscar en mi pantalón, hice lo propio con el suyo. Ella tomo mi endurecida verga entre sus dedos y yo le bajaba como podía su apretado pantalón y la pequeña prenda que parecía ser su ropa interior. Mi pantalón cayo al suelo por su propio peso mientras Mili no dejaba de pajear mi pene.

Deje de acariciar sus senos y la bese nuevamente, cuando me aparte, en sus ojos veía deseo… no dije nada, bruscamente hice que se volteara, que me diera la espalda. Cuando Mili entendió lo que yo quería, no ofreció resistencia, solo se agarro de los bordes del lavamanos esperando que la sometiera.

De espaldas a mi, con su pantalón y su ropa interior apenas por debajo de su pubis, me hice espacio entre sus redondas formas, mi tiesa verga como dirigida se ubico a la entrada de su ano. Alce la vista y la vi por el espejo, una expresión de ansiedad se leía en su rostro.

Vamos… susurro súper excitada.

Simplemente le fui hundiendo mi verga, que al principio no entro, pero fui empujando y ella a su vez inclinaba su espalda, haciendo que su trasero presionara contra mi pene, hasta que al fin logro entrar…

Ohhhhh…. se quejo ella, mientras parecía temblar de placer.

En su boca abierta un gesto dulce de dolor. Repuesta del impacto inicial, Mili siguió empujando hacia atrás, mientras yo apresaba su estrecha cintura y arremetía hacia delante. En este raro forcejeo le fui clavando centímetro a centímetro mi verga. Parecía que iba a desfallecer, pero seguía empujando su enorme trasero hacia mi, solo así acallaría ese cosquilleo anal que ahora tenia, que la dominaba, sabia todo el placer que aquello le podía deparar.

Los ojos de Mili lagrimeaban, no sabia si de alegría por ser nuevamente atorada por el ano o de dolor porque esta vez no había crema que nos ayudase… hasta que por fin la tuvo toda adentro, bajo la cabeza, parecía disfrutar teniendo todo mi pene dentro de su estrecho agujero, llenándola…

Uhmmm…. Ufff… escuchaba su respiración entrecortada.

Sus manos se asían con fuerza al lavamanos, y las mías no soltaban su pequeña cintura… cualquiera que entrara al baño en ese momento podía pensar que se trataba de una violación: Yo presionándola contra el lavamanos y ella con su blusa desgarrada, su brasier roto, sus senos al aire, su pantalón bajado a medias, mis manos aferradas a su cintura y claro… mi pene abriendo sus gordas nalgas…

Hasta que Mili levanto el rostro y me vio por el espejo… parecía poseída, tenia la misma expresión de locura pasional que le vi días atrás en mi cuarto…

¿Qué esperas?… fue lo que me reclamo a media voz.

No tuvo que decir mas, comencé a cabalgarla, dificultosamente y escuchando sus quejidos, yo reprimía los míos… a mi también me causaba un poco de dolor perforar su estrecho ano. Su esfínter apresaba mi pene, parecía no querer soltarlo. Paulatinamente las penetraciones fueron mas agradables, disfrutaba de la fricción de mi miembro contra su pequeño agujero… ella también…

Uhhhh… uhmmm… ohhhh… la escuchaba gemir complacida

Una de sus manos soltó el lavamanos y se dirigió a sus henchidos senos, ella misma se dedico a estrujarlos mientras soportaba mis embestidas contra su inflado trasero. Mi ingle rebotaba contra sus redondas nalgas produciendo armónico ruido que resonaba en todo el baño…

Mili se inclinaba, procurando que mi verga le entrara mejor, que sus nalgas dieran paso a penetraciones mas profundas. Su cabeza prácticamente apoyada de lado en el espejo, un codo contra la unión entre el lavamanos y la pared, mientras su mano libre no dejaba de acariciar sus senos que retumbaban con cada incursión de mi pene en su ahora ágil esfínter.

Ayyy… debo estar loca… uhmmm… vocifero ella.

¿Por qué?… pregunte jadeante, sin dejar de moverme.

Uhmmm… porque me gusta demasiado… ohhh… respondió, volteando parcialmente y mirándome directamente a los ojos.

Esto me excito mas, ahora mis arremetidas eran mas fuertes y rápidas. Ella volvió contra el espejo, soportando y disfrutando de mi vigor. El espejo se empaño con su sudor, con el aliento de sus gemidos que cada vez eran mas continuos..

Uhhh… me vas a mataaar… ahhhh…. exclamaba ella, a punto de reventar de placer.

Tomaaa… grite castigándole el ano con mayor vehemencia.

Poco después llene su ano con mi ardiente semen, el goce que esto origino se propago por todo sus ser, transformándolo en un prolongado orgasmo… Mili apoyo los codos en el lavamanos respirando dificultosamente. Yo no dejaba de presionar mi verga contra sus enormes nalgas, esperando que mi pene dejara de escupir lo que parecían litros y litros de esperma…

Me dedique tanto a observar sus reacciones, a través del espejo, que no me di mayor tiempo de contemplar su imponente trasero: con mi verga partiéndola en dos, sus carnosas nalgas arremangadas contra mi ingle, sus redondas formas terminaban armoniosamente en su estrecha cintura… mi pene se fue deshinchando mientras yo admiraba sus curvilíneas formas…

Luego me aleje, Mili seguía apoyada contra el lavamanos, reponiéndose de toda la agitación que le provoco su satisfactorio orgasmo… yo retrocedí unos pasos y aprecie su gran culo bronceado, su pequeño y enrojecido ano destilando mi leche, manchando su pantalón… Ella volteo, me miro satisfecha y con su pantalón tal y como estaba se me acerco. No le importo que el piso estuviera sucio o que su pantalón fuera blanco… simplemente se arrodillo y se trago mi semi erecta verga… limpiando, lamiendo y relamiendo cada gota de semen…

Menos agitado, suspiraba complacido por las caricias que sus labios y su lengua le brindaban a mi también enrojecida verga…

Finalmente Mili apoyo su cabeza en mi ingle, sus brazos rodeaban mis piernas, parecía cansada, después de la furiosa cogida que le di, supongo que debía comprenderla. Ella se lo busco con esas repetidas bofetadas… me justifique, luego me dije: además ambos lo disfrutamos… espero que no me eche la culpa por lo sucedido otra vez… parece que leyó mis pensamientos:

Ahora ¿que vamos a hacer?… me pregunto a media voz desde su posición

No conteste, porque tampoco sabia la respuesta… Mili con cara de angustia me miro desde abajo, con sus rojizos labios aun melosos por mi leche.

No se…. fue mi sincera respuesta.

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

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