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Relato erótico:”Prostituto 17 Un perro se folla a mi clienta virgen” (POR GOLFO)

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No nos engañemos, la zoofilia está mal vista. Tanto los gays como los heteros, entre los que me incluyo, pensamos que dicha parafilia es una aberración de mentes trastornadas y por eso jamás creí que iba a ser participe activo de una sesión zoo. En este capítulo os voy a contar mi experiencia.

Todo comenzó un viernes en el que mi jefa me llamó para que le confirmara que estaba dispuesto a hacer un servicio un tanto especial, por lo visto, una conocida suya, una treintañera de mucho dinero quería contratarme para pasar un fin de semana en su cabaña de las montañas.
-Y eso, ¿Qué tiene de especial?- le contesté acostumbrado a ser alquilado no solo por una noche sino por semanas enteras.
 -Mucho- respondió – la mujer en cuestión es virgen y tiene la intención de dejar de serlo-.
El misterio con el que hablaba, me hizo intuir que había mucho más  y por eso le pregunté directamente que era lo que se había callado. Johana, un tanto nerviosa porque sabía de mis reparos a las relaciones que implicasen violencia, tardó en responderme:
-Rachel, aprovechando que no hay nadie en kilómetros, tiene la fantasía de recibirte en su casa, desnuda y actuando como una perra-.
-¡No entiendo!- exclamé- me estás diciendo que me voy a pasar un fin de semana con una chalada que quiere que la desvirgue mientras la trato como si fuera un animal-
-Eso es. Nuestra clienta me ha dado instrucciones estrictas de cómo quiere ser tratada. Deberás sacarla de paseo dos veces al día para que haga sus necesidades, no hablara sino que por medio de ladridos te mostrará su alegría o su disgusto, la harás comer en el suelo y la bañaras con una manguera en el patio. En resumen, tiene la fantasía de ser durante cuarenta y ocho horas un chucho y vivir como tal-
Conociendo a mi madame, le solté que aceptaba siempre y cuando eso no significara maltratarla:
-Por eso, no te preocupes. Le he dicho que eres un amante de los animales- respondió para acto seguido darme la dirección donde se hallaba esa cabaña.
Después de pensarlo durante un rato y como no tenía nada que hacer esa tarde, salí a comprar los utensilios que iba a necesitar para cumplir tan extraño cometido. Fui directamente a una tienda de mascotas y sin explicarle que era lo que tenía en mente, compré un collar, una correa y un bozal para mi cachorrita. Una vez pagado pensé que era insuficiente y por eso al salir me dirigí a un sex shop, donde me hice con otros aditamentos que sin duda iba a usar.
A la mañana siguiente, cogí mi coche y metiendo un par de mudas, me dirigí hacia la finca donde iba a pasar ese fin de semana. Durante el trayecto, no paré de pensar en esa mujer y que era lo que le había llevado a soñar con ser tratada de esa forma. No me cabía en la cabeza que una persona normal quisiera ser estrenada de esa forma pero como al final de cuentas ella pagaba, iba a cumplir a rajatabla sus deseos. Al irme acercando a mi destino, tuve que reconocer que nadie iba a sorprendernos porque ese lugar estaba en el culo del mundo. Llevaba más de media hora sin ver ningún rastro de civilización cuando llegue a la cabaña.
-¡Qué sitio más bonito!- pensé al bajarme del coche.
Rodeado de bosque, esa finca estaba en mitad de un prado de hierba perfectamente recortada. Estaba claro que alguien se ocupaba de ese jardín por el esmero con el que estaba diseñado y cuidado.  Al acercarme a la cabaña, oí un ladrido y a un enorme gran danés que se acercaba. Gracias a que estaba familiarizado con los perros no salí huyendo porque ese bicho lo único que quería era saludarme. Lo descubrí porque venía sin el pelo erizado sobre el lomo y moviendo la cola. Estaba todavía acariciándolo cuando oí llegar a mi clienta. Desnuda y ladrando como si fuera una perra, bajaba por la ladera. Sabiendo que era su fantasía, esperé que llegara a mi lado y rascándola detrás de la oreja, le dije:
-Así me gusta, que vengas a saludar a tu dueño-

Rachel meneó sus caderas de alegría y a cuatro patas, me guio hacia la casa. Como iba delante, tuve tiempo de observarla. Era una mujer de bastante buen ver con un cuerpo atlético y una melena rubia que le llegaba por la cadera. Para evitar daños al gatear, se había puesto unos guantes y unas rodilleras que le protegieran. Tengo que reconocer que aunque su aspecto era ridículo, algo en mí se empezó a calentar con la idea de desflorarla ambos agujeros.

Al entrar a la cabaña, con un ladrido me llamó a la cocina donde no tarde en descubrir unas instrucciones más precisas en la nevera. Descojonado por dentro leí el papel donde mi clienta me informaba que la perra se llamaba Reina y el perro era Sultán. Lo segundo que me decía era la rutina que debía de seguir y  que como no había podido darles de comer, encontraría su comida en la nevera. Ya por último me pedía que fuera bueno con ambos animales porque eran buenos y que lo único que necesitaban era un amo cariñoso que los cuidara.

-¿Tienes hambre Reina?- le dije pasando mi mano por su cuerpo.
La perrita ladró de placer al sentir que mi caricia se prolongaba y que sin ningún disimulo, recorría no solo su lomo sino que con toda la tranquilidad del mundo mis dedos acariciaron las esplendidas nalgas que formaban su culo. Sin esperar una respuesta que nunca llegaría, abrí el refrigerador y saqué un tupper con una etiqueta que me informaba que era la comida de ese día.
Al abrirlo y ver en qué consistía, me dije:
“Estará loca pero tienen buen gusto”, ya que era un guisado de carne que se me antojó riquísimo.
Pensando en su comodidad, calenté en el microondas su contenido y dividiéndolo entre dos platos, les día de comer a ambos. Sultán como era lógico, se lo tragó enseguida mientras que Reina menos acostumbrada a comer en el suelo tardó un poco más pero se lo terminó sin dejar de menear las caderas.
-Pobrecita- le dije abriendo una bolsa que traía- no tienes cola. ¿Quieres que tu amo te ponga una?-
La mujer se me quedó mirando extrañada y al ver que lo que tenía en mi mano era un plugging con una hermosa cola pegada, ladró de placer y se acercó a mi lado. Sin hablar, le abrí los dos cachetes para descubrir un ano virgen que me confirmó que esa mujer nunca había sido usada por ahí al menos, por lo que no queriendo hacerla daño, cogí un poco de crema y empecé a untar su esfínter con delicadeza. Reina se dejó hacer y al sentir mis yemas acariciando su ojete, empezó a ronronear de placer.
-Eres una perrita cachonda- le dije introduciendo mi primera falange en el interior de su entrada trasera.
Cada vez más excitada, sus pezones se pusieron duros como piedra al notar mi segundo dedo forzando su ano, y dejándose caer sobre el suelo levantó su culo para facilitar mis maniobras. Sabiendo que tenía dos días para follármela, me lo tomé con parsimonia y cogiendo el plugging se lo incrusté en el ojete.  Increíblemente al sentir que tenía cola empezó a mover el culo y a saltar de alegría. Pero tal demostración me pasó casi inadvertida porque al hacerlo, ví entre los pliegues de su coño que la rubia tenía el himen intacto.
“¡Coño! ¡Es cierto que es totalmente virgen!- exclamé al descubrir esa telita que lo demostraba.
La perspectiva de tirármela, hizo que dentro de mi pantalón mi pene se alzara y consiguiera una más que satisfactoria erección y  tratando de darle tiempo al tiempo, me concentré en las instrucciones que me había dejado. Después de comer, debía de dar un paseo con los perros atados con correa. Al sacar dos de un cajón, tanto el macho como la hembra vinieron a mí a que se las pusiera y por eso,  no me costó ajustar el cierre alrededor de sus collares.
Con una correa a cada mano, salí al jardín. Como es lógico el gran danés tiraba con más fuerza que la mujer de manera que tuve que azuzar su paso con una palmada en su trasero. Mi clienta al recibir el correctivo, aligeró su ritmo de forma que en pocos minutos habíamos dado un par de vueltas alrededor del jardín. Fue en ese momento cuando Sultán se puso junto a un árbol y empezó a mear. La mujer imitando al animal intentó hacer lo mismo pero cuando ya estaba haciendolo, le grité:
-Reina, las perras no levantan su pata-
Colorada al darse cuenta de su fallo, se agachó y en cuclillas liberó su vejiga sin mostrar vergüenza alguna. Una vez hubo terminado, los solté y cogiendo dos palos, se los tiré para que los recogieran. Nuevamente, el perro fue el primero en recogerlo y traérmelo en la boca mientras que la hembra tardó un poco más en retornar con el palo en su hocico. Lo grotesco de la situación no fue óbice para que me diera cuenta que esos días iban a ser divertidos, tratando de forzar los límites de mi clienta.
“Me lo voy a pasar bomba” pensé mientras volvía a lanzárselos esta vez mas lejos.
Estuve jugando con ambos durante casi media hora hasta que me percaté que Rachel estaba cansada. Jadeando y con el sudor recorriendo su cuerpo a la perrita le costaba correr en busca del palo por lo que sin decirle que iba a hacer, retorné hacia la casa. Al llegar al porche, recordé que Johana me había dicho que nuestra clienta le había dicho que una de sus fantasías era ser lavada con manguera por lo que llamándola a mi lado la até a un poste y cogiendo una, abrí el agua y empecé a bañarla.
La pobre mujer al sentir el agua helada, gritó pero rápidamente se dio cuenta de su error y ladró moviendo la cola. No os resultará difícil comprender que su entrega azuzó mi morbo y por eso, me entretuve más de lo debido lavándola. Me encantó ver como sus pezones se contraían por el frio y aprovechándome de ello les di un buen repaso con mis manos.  Rachel comportándose como Reina, dejó que mis dedos los pellizcaran sin quejarse. Una vez había quitado el sudor de su piel, decidí que mi cachorrita tenía el sexo sucio y tumbándola sobre la hierba, me ocupé de su vulva.
Ella al ver mis intenciones, cerró las piernas avergonzada pero mostrándome firme mientras le separaba las rodillas, le dije:
-Reina acabas de mear y no quiero que manches la alfombra-
Comprendiendo que tenía razón, sumisamente, se quedó quieta mientras me arrodillaba frente a ella. Su cara mostraba a la legua un deseo brutal de ser tomada cuando sin pedirle permiso empecé a recorrer los pliegues de su sexo con mis dedos. Al separar sus labios me encontré con un clítoris grande y duro que necesitaba ser mordido y venciendo sus miedos, acerqué mi cara a su  entrepierna. Cuidadosamente, lo cogí entre mis dientes y sin darle tiempo a reaccionar, empecé a juguetear con él mientras mis manos acariciaban sus pechos. La muchacha gimió a sentir mis maniobras y ladrando amigablemente me informó de su disposición.
No sé si fue su sabor o su sumisión absoluta lo que me llevó a penetrar con mi lengua su sexo mientras movía el plugging que llevaba en el culo, lo cierto es que inmerso en mi papel de amo, le susurré al oído:
-Esta noche mi perrita va a dejar de ser virgen-
Mis palabras la hicieron aullar de placer por lo que sabiendo que iba a conseguir descarga mi tensión en poco tiempo, forcé su obediencia metiendo un par de dedos en su trasero. Rachel suspiró mientras su cuerpo se agitaba sin parar sobre el césped. No me percaté que Sultán estaba a mi lado ni de que bajo su lomo su pene estaba totalmente excitado hasta que mi clienta alargó su mano y sin dejar de sollozar, lo empezó a masturbar.
Ese acto debió de hacerme comprender la naturaleza de su fantasía pero acostumbrado a satisfacer a mis clientas, seguí comiéndola el coño hasta que conseguí sacar de lo más profundo de esa mujer un brutal orgasmo. Tras lo cual y cortando la paja al pobre perro, me levanté y soltando su correa, la llevé a dentro del salón dejando a Sultán fuera.
Una vez dentro me senté en el sofá. Mi mente no dejaba de rememorar la escena anterior, de cómo esa mujer había pajeado al animal mientras yo me ocupaba de su entrepierna. Mientras lo hacía, ella se había acurrucado a mis pies, llorando y aullando de dolor.   Su congoja me hizo saber de la vergüenza que le causaba que hubiera descubierto su pecado y creyendo que era mi deber consolarla, le acaricié su lomo diciéndole:
-Sultán es tu amante-

Su confirmación me llegó en forma de ladrido y tratando de analizar que narices hacía entonces yo en su casa le dije:

-Entonces tu problema es que tienes miedo que te haga daño y por eso quieres que sea un humano quien te desvirgue y ayude luego a tu perro-
Levantando la cabeza, me miró con lágrimas en los ojos y sin poder aguantar su angustia empezó a llorar nuevamente. El sufrimiento de esa mujer hizo que me compadeciera de ella y le dije:
-Te voy a ayudar pero antes quiero que conozcas el placer que te puede dar un ser humano. ¿Estás de acuerdo?-
Sonriendo se puso a lamerme la cara mientras mostraba su alegría con ladridos. Aunque era una aberración lo que me pedía, mi pene no estaba de acuerdo y sin venir a cuento se irguió debajo de mi calzoncillo.  Ella al darse cuenta frotó su hocico contra mi cremallera pidiendo que lo liberara de su encierro. Sin hacerme de rogar, me levanté y en medio del salón me desnudé mientras mi perrita se mordía los labios con la perspectiva de comerse la primera verga humana de su vida.
Una vez en pelotas y siguiendo un guion de cualquier película porno, fui hasta la nevera y cogiendo un bote de crema, volví al sofá. Reina que se había quedado extrañada de mi salida, me recibió meneando su cola al ver y comprender cual eran mis intenciones.
-A todas las perras les gusta el chantilly- le informé mientras untaba mi miembro con gran cantidad de ese producto.
Rachel no esperó a que terminara y sacando la lengua empezó a lamer mi pene en busca de tan ansiado manjar. Reconozco que sentir su boca retirando la crema de mi extensión, terminó con los reparos que sentía y dejando que cumpliera su labor, me acomodé sobre los cojines. Mi clienta que en un principio se había mostrado modosa, se fue convirtiendo en una hembra ansiosa a la par que el chantilly desaparecía en el interior de su estómago y por eso al terminar con él, no paró de mamar sino que metiendo mi  miembro hasta el fondo de su garganta, se dedicó a darme placer con gran satisfacción de mi parte.
-También va a ser la primera vez que me folle a una perra- le dije en plan de guasa al sentir sus labios en la base de mi sexo.
Mis palabras le ratificaron que iba a seguir tratándola como un chucho y en vez de cortarla, incrementó su lujuria. Cuanto más excitada estaba, más movía su colita hasta que el meneo de su trasero me hizo caer en que tenía que prepararla. Por eso al sentir los primeros síntomas de mi orgasmo, se lo anticipé mientras cogía el plugging que llevaba incrustado en su culo y se lo empezaba a sacar y a meter.
Ella al sentir la intromisión, ladró de alegría y con más ahínco se dedicó a la mamada. Mi clímax no tardó en aparecer y  cuando tuvo lugar, mi perrita se relamió los labios al probar por vez primera mi semen. Debió de gustarle porque con un esmero digno de alabanza, exprimió mi pene hasta que acabó con la última gota. Entonces y como no podía ser de otra forma, se puso a cuatro patas sobre la alfombra y con un ladrido, me informó que estaba dispuesta a dejar de ser virgen.
 Lo lógico es que después de tan tremenda mamada, hubiera tardado en recuperarme pero al verla postrada a mis pies, me olvidé de mi cansancio y poniéndome detrás de ella, le di un sonoro azote mientras le susurraba al oído:
-Eres una perrita en celo-

No pudo reprimir una carcajada al oírme y meneando su trasero, buscó mi miembro. Con la poca lucidez que todavía conservaba, exploré su vulva antes de penetrarla. El descubrir que la tenía encharcada y que no necesitaba excitarla, aceleró mis planes y de un solo empujón rompí su himen todavía intacto. Rachel gritó al sentir hoyada su vulva pero no intentó separarse sino que forzando su dolor, empujó su cuerpo hacia tras hasta que mi miembro llenó su cavidad por completo.  Durante medio minuto esperé a que se relajara y entonces empecé con ritmo pausado a penetrarla.

Los gemidos de mi clienta me hicieron saber que le gustaba y por eso poco a poco fui incrementando el compás con el que sacaba y metía mi falo de su interior. Nuestra unión hubiera sido como cualquier otra si no llega a ser porque esa mujer en vez de chillar aullaba pero por lo demás fue igual. Se movía y gemía como cualquier otra hembra de mi especie y por eso la traté de la misma forma. Incrementando la velocidad de mis penetraciones cuando la veía enfriarse y ralentizando mis movimientos cuando sentía que iba a correrse, de forma que cuando lo hizo, tuvo un orgasmo tan brutal y sus aullidos fueron  tan intensos que, desde el exterior de la casa, su amante canino empezó a ladrar como descosido al darse cuenta de que su hembra estaba siendo montada por otro macho.
-¡Que se joda el chucho!- grité de mal humor y cogiéndola de la melena, llevé su cabeza hasta mi boca y sin cortarme un pelo, le solté: -Por hoy eres solo mía-
Cuando luego lo pensé, me di cuenta que estaba celoso pero en ese momento era un macho cubriendo a su perra y forzando su coño hasta lo indecible seguí apuñalándolo mientras ella enlazaba un orgasmo con otro. Fuera de mí, me agarré de sus pechos y profundicé mis penetraciones hasta que el placer me venció y caí agotado sobre ella. Mi clienta dejó mi pene en su interior mientras se relajaba y solo cuando se dio cuenta que se había deshinchado, se lo sacó y se quedó acurrucada entre mis brazos.  No sé cuánto tiempo estuvimos tirados sobre la alfombra porque os tengo que reconocer que me quedé dormido, lo que si os puedo contar es que al cabo de un rato desperté al sentir que Rachel me estaba lamiendo la cara.
Al abrir los ojos, vi que sonreía y sin esperar a que estuviera totalmente espabilado, bajó por mi cuerpo y buscó reanimar mi maltrecho pene.
-Eres una zorrita- le dije al sentir que con la lengua recorría mi glande.
Ella como respuesta movió su colita alegremente.
-Ya veo lo que quieres- exclamé al verla meneando su trasero- mi perra desea que la tome por detrás, ¿no es verdad?-
No contestó sino que afianzando su deseo se metió mi verga en su boca. Su labor tuvo un éxito rápido y cuando verificó que ya tenía suficiente dureza, se puso en posición de monta en mitad de la alfombra.
-Ni de coña- la espeté y cogiéndola del collar, la llevé hasta la cama. –Te voy a romper el culo como se lo haría a una humana aunque no seas más que una perra- y sin dejarla opinar, la tumbé en el colchón y usando las correas la até al cabecero.
Indefensa, aulló desesperada al sentir que inmovilizaba sus muñecas y que la dejaba boca abajo sobre las sábanas. Pero al notar que también le ataba los tobillos, trató de morderme.
-Grita cuanto quieras, nadie va a oírte- le dije dejándola con las piernas totalmente abiertas.
Sabiéndose en mis manos dejó de debatirse y en silencio esperó ser violada. Pero una vez sujeta, le acaricié la cabeza y con la voz más dulce que pude le dije:

-Nunca he poseído a una de tu especie por su entrada trasera y no quiero que me des un mordisco. ¿Lo comprendes?-

Asintió con la cabeza y esperó lo peor. Disfruté viendo que temblaba de miedo y solo cuando se calmó un poco, retiré su cola postiza y cogiendo crema empecé a embadurnarle su esfínter mientras le decía:
-Relájate, te voy a dejar lista para que al terminar, entre tu amante canino y termine lo que has soñado tantos años-
Mi promesa la liberó y dejándose hacer, aflojó sus músculos al sentir mis yemas recorriendo su ano. El haberla tenido durante una hora con el plugging en su culo facilitó mis maniobras de forma que en pocos minutos tenía a esa mujer donde yo quería, excitada hasta decir basta mientras dos de mis dedos entraban y salían con facilidad de su ano.
-¿Te gusta?- pregunté aunque sabía la respuesta porque su sexo estaba empapado y la mujer no podía evitar gemir de placer cada vez que sentía forzado su orificio.
Viendo que estaba lista, la liberé y poniéndola a cuatro patas, me acerque hasta ella con mi polla en la mano. Al girarse, su mirada era una mezcla de deseo y de miedo por lo que antes de forzarla le jugueteé con mi glande en su sexo. Ella al sentir mi cabeza rozando su clítoris, suspiró aliviada pero entonces cambié de destino y de un fuerte empujón, desfloré su entrada trasera.
-¡Ahh!- chilló dando un alarido muy humano e intentó zafarse de mi abrazo pero cada vez que intentaba sacarse mi miembro de sus intestinos lo único que conseguía era introducírselo más, de forma que a los pocos segundos, su culo había absorbido toda mi extensión en su interior.
Esperé a que se acostumbrara a tenerlo dentro y entonces acercándome a su oreja, le ordené que se masturbara con su mano. Incapaz de desobedecerme llevó sus dedos a su clítoris y empezó a acariciarlo mientras esperaba que yo comenzara a tomarla.
-¡Más rápido!- grité dando un azote en sus nalgas.
Sumisamente, Rachel-Reina aceleró sus toqueteos y cuando percibí que estaba suficientemente estimulada, comencé a mover mis caderas. Su auténtico gemido de placer me dio alas y asiéndome de sus pechos, inicié mi lento cabalgar. Mi perrita se convirtió en mi yegua y relinchando de lujuria, permitió que la montara.
-¡Qué bruto!- gritó por vez primera. -¡Me encanta!- berreó obviando que había optado por no hablar y gimiendo de gozo, me pidió que la siguiera tomando.
 Conociendo de ante mano que si esa mujer había abandonado su mutismo, era porque lo que estaba experimentando había desbordado sus previsiones, decidí que si había esperado treinta años para entregar su virginidad a un hombre, debía de esmerarme en hacerla sentir y por eso, alternando ternura y dureza, incrementé la velocidad de mi galope mientras le decía la maravillosa perrita que era.
-¡Me corro!- la oí decir con voz desencajada justo antes que su sexo se convirtiera en un torrente de temblado flujo que inundó mi piernas.

Cada vez que la penetraba, mis huevos al chocar contra su vulva como si de un frontón se tratase salpicaban sobre mis muslos el producto de su placer. La locura con la que recibía cada empujón, me hizo llevar al límite el ritmo de mi doma hasta que convulsionando entre mis piernas, esa mujer se desplomó gritando su entrega. No contento con ello, la cogí entre mis brazos y levantándola le chillé:

-Todavía yo no he terminado- y sin hacerle otra aclaración, y  seguí follando ese culo primoroso hasta que como si de un geiser se tratara, mi pene explotó regando sus entrañas con mi semilla.
Ella al notar mis sacudidas se volvió a correr sonoramente y juntos nos tumbamos en las sábanas. Al contrario que la otra vez, Rachel no se conformó con eso y mientras descansábamos me colmo de besos como solo una mujer puede hacer, tras lo cual, acomodándose entre mis brazos, me susurró contenta:
-Nunca creí que un hombre me podría dar tanto placer-
Fue entonces cuando comprendí que mi labor no había acabado y levantándome de la cama, abrí a Sultán. El enorme chucho entró corriendo en la habitación creyendo quizás que su dueña había sufrido algún tipo de daño pero al verla tranquila tumbada en la cama, se tranquilizó y empezó a menear su cola. Rachel sin conocer mis intenciones, acarició al perro y me preguntó porque lo había dejado entrar.
-Has disfrutado con un hombre siendo una perra, es hora que sepas si prefieres disfrutar como mujer con tu amante perro-
Alucinada por mi comprensión, me miró y me dijo:
-¿Seguro que no te importa?-
-Me has contratado para cumplir un sueño y ¿Qué clase de prostituto sería si no lograra hacer realidad tus fantasías?-
Con una alegría inenarrable, Rachel me agradeció mi ayuda y sacando de un cajón dos pares de calcetines, se los puso en las patas al animal. Al ver mi cara de sorpresa, se rio diciendo:
-No quiero que me arañe-
Al ver las garras del animal, comprendí y como si fuera algo normal le ayudé a colocar los patucos a Sultán. Una vez asegurado, cogí el bote de chantilly y le pedí que se tumbara en la cama. La expresión de su rostro mientras embadurnaba su coño con la crema me confirmó que deseaba ser tomada por el bicho y por eso nada mas terminar de hacerlo, acerqué al animal.
Fue increíble, el chucho se lanzó a lamer el coño de su dueña mientras esta se derretía cada vez que la lengua de su perro recorría los pliegues  de su sexo. Contra toda lógica verla pellizcando sus pezones mientras Sultán se daba su peculiar banquete, no me disgusto sino que colaborando con ella con interés rellené su esfínter para ver su reacción al sentir esa áspera lengua, introduciéndose en su orificio trasero. Todo perro es goloso por naturaleza y por eso al ver que había otra fuente de ese dulce manjar, el perro no tuvo reparo en buscar con gozo dentro de su trasero.
Mi clienta gimió al notar su caricia y poniéndose a cuatro patas, separó sus nalgas con sus manos para facilitar las maniobras del animal pero lo que no se esperaba fue que Sultán al oler las feromonas que desprendía su sexo, se excitara y tratara de montarla. Saltando encima de ella, Sultan intentó infructuosamente penetrarla por lo que tuve que ser yo quien venciendo mi natural reluctancia, guiara su pene hasta el interior de su vagina.
Os reconozco que una vez con su pene entre mis dedos, me sentí un veterinario ayudando en la monta de un semental y sin quejarme lo llevé hasta su sexo. El perro ayudo también porque al sentir su orificio, movió su cuerpo y de un solo empujón introdujo todo su extensión en su interior, llegando incluso a meter el nudo que se les formaba a los perros en su miembro.
Rachel azuzó a su mascota con dulces palabras hasta que dominada por un placer  se quedó quieta mientras el chucho la tomaba con velocidad.
-¿Qué sientes?- pregunté interesado.
-Es duro pero suave, me gusta- respondió la mujer.
En un momento dado el perro se quedó quieto mientras mi clienta empezaba a notar la seriedad de su acción.
-Es enorme- me dijo mordiéndose los labios al notar que el pene que tenía introducido se hinchaba cada vez más.
Quizás debía haber probado con un perro más pequeño, pensé al ver dos lagrimones saliendo de sus ojos. Queriéndole ayudar, le pregunté si podía hacer algo.
-Túmbate a mi lado- me pidió.
Haciéndola caso, me coloqué a su vera y mientras era tomada por el can, fui acariciando sus pechos. La muchacha gozando de su mascota, gemía como loca y viendo que no hacía nada allí, decidí irme a tomar agua. Al volver y tengo que reconocer que no supe como el perro estaba dado la vuelta sin dejar de tenerla ensartada. Fue entonces cuando comprendí el  rival con el que me había topado porque, una vez con su verga hacia atrás, pude observar su tremendo  grosor y a Rachel disfrutando introduciéndose ese tronco en su sexo. 
-¡Que pasada!- exclamé al comprobar que doblaba con facilidad mi tamaño.
Deslumbrado por Sultán, le pregunté qué cuanto tardaría en correrse el puto chucho y mi clienta con una sonrisa en los labios, me comentó:
-Espero que unos veinte minutos-
 
Si ya eso era raro más lo fue cuando poniéndose boca arriba, acercó ese enorme trabuco a su coño y tirando de la cola del animal, se lo metió hasta el fondo.
-¡Qué disfrutes!- dije al ver su cara y sabiendo que sobraba, salí de la habitación.
Al llegar al salón, puse la tele en un intento de amortiguar sus gemidos pero fue en vano porque la mujer no paró de gritar durante un buen rato. Por vez primera comprendí que había un semental mejor que yo y rumiando mis penas me concentré en la película que estaban dando en la primera.  Por mucho que intenté olvidar mi humillación no pude por que continuamente volvía a mí la imagen de esa mujer empalándose con el miembro de su mascota.
Menos mal que pude conservar intacta mi autoestima cuando al cabo de una hora, la vi salir de su habitación recién bañada y al verme, sin hablar, sacó al perro fuera y poniéndose a cuatro patas, se acercó a donde yo estaba, ladrando. Era su manera de decirme que al menos por lo que quedaba de noche, prefería ser la perra de un amo que la amante de un perro.
Sonriendo al haber recuperado mi orgullo, `palmeé su lomo y cogiéndola del collar, la llevé a la cama. Mi perrita me siguió meneando su colita, sabiendo que durante las siguientes horas, iba a disfrutar de las caricias de ese ser humano.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 


“La esposa de un amigo me pide que la ayude” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Mi vida se ve alterada cuando un buen día Patricia, la esposa de un amigo, acude a mí pidiendo mi ayuda y me cuenta que quiere divorciarse porque Miguel la ha pegado. Viendo las marcas de la paliza en su cara, me creí su versión pero al ir a recriminar a su marido su comportamiento, esté me confirmó que era cierto pero que si le había puesto la mano encima había sido por ser infiel.
No sabiendo a qué atenerme, la pongo bajo mi protección sin tener claro si esa rubia buscaba en mí a un protector o a un sustituto de su ex.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba sonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
― Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara. Esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
― Pati, ¿en qué te puedo ayudar?― pregunté extrañado al escuchar su tono preocupado.
― Necesito hablar contigo― en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza― ¿me puedes recibir?
― Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?― respondí tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre. No me pude concentrar en los temas, continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio y siendo una niña empezó a salir con Miguel. Todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol quien tuvo el valor de pedirla salir y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en la terraza para así poder fumar y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludó con un beso en la mejilla. Todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco más tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
― Manu, necesito tu ayuda― me dijo entrando directamente al trapo ― Miguel lleva unos meses bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega.
No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero. Nunca he aguantado el maltrato y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga. Eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común. Les conocía a la perfección y por eso era más duro para mí el aceptarlo.
― ¿Quieres que hable con él? ― le indiqué sin saber que realmente que decir. Esa situación me desbordaba.
― No, nada que haga me hará volver con él― me dijo echándose a llorar ― no sé dónde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco! Si voy con ellos es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta.
― ¿Me estas pidiendo venir a mi casa?― supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
― Serán solo unos días hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado.
En sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con más de un metro noventa y cien kilos de peso cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio sí se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel. Quería que fuera por mí como se enterara que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
― He comido con Patricia, y me ha contado todo― le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio sí había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera. Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto llevaba más de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective, el cual en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
«¡Qué hija de puta!», la muy perra no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él.
Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras. Al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreír como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
― Esto te ocurre por ser buena persona― mientras me acompañaba a la puerta― pero ahora el problema es tuyo. Lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca más.
Cuando me subí en el coche todavía no sabía qué carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar. Lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, donde justamente yo había colocado en la mesilla una foto de su ex. Al verla me hirvió la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente.
Se iba a enterar.
La encontré en la cocina. En plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la víctima me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
― Pobrecita― le dije cogiendo su mano― no sé cómo pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada más despertarnos, cogimos carretera y manta. Patricia esa mañana se había vestido con unos pantalones cortos y un top. Parecía una colegiala. Los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural. Sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos. Se mantenían erguidos, duros como una piedra y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa y lo sabía.
Durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada más salir se descalzó poniendo sus pies en el parabrisas con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas.
Poco después, se tiró la coca cola encima y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara más remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el frio de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto. A lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad. Ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “El averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, seca y caliente, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño mientras yo daba las órdenes oportunas al servicio.
Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini que difícilmente lograba esconder sus areolas pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, qué decir del tanga rojo que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que me imaginaba como bien rasurado sexo.
Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendola encima. Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina. Durante unos minutos estuvo dando unos largos pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela.
Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que contuvo momentáneamente el ardor que sentía pero no sirvió de nada porque al salir, esa zorra infiel me susurró que le echara crema por la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano. Sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros. Su piel era suave y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no manchara su parte de arriba, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras.
Teniendo claro que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar.
Esa fue la señal que esperaba. Sin ningún pudor masajeé su trasero sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar y abriendo sus piernas, me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas. Con mis dientes empecé a mordisquear sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias.
Siguiendo sus dictados, mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer derramándose en mi boca.
Patricia estaba satisfecha pero yo no. Me urgía introducirme dentro de ella y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada mientras colocaba sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo.
Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta máquina. Una puta de las buenas que en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas.
La ex de Miguel seguía pidiéndome más acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así pero muy a su pesar tuvo que reconocer que le encantaba y aullando de gozo, me pidió que siguiera montándola pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía.
Su sumisión me excitó en gran manera y clavando cruelmente mis dientes en su cuello, sembré con mi simiente su útero. Eso desencadenó su propia euforia y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo. Solo quedaba por complacer mi sed de venganza. Sabiendo que tenía una semana, decidí dejarlo para más tarde. Patricia por su parte tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró de decirme lo mucho que me había deseado esos años y que solo el respeto a su marido se lo había impedido. Es más en un alarde de hipocresía, se permitió el lujo de decirme que ahora que nos habíamos desenmascarado, quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de qué. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
― Menudo espectáculo le hemos dado al servicio― y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir porque no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara.
«Coño, esta celosa», pensé sin sacarlas de su error. Error de María y error de Patricia. Mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario porque quería la cercanía de la cocina permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación y convencido que no se iba a perder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo, buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada y que Patricia se confiara.
Nada más terminar la comida, le propuse salir a cazar diciendo que me apetecía pegar un par de tiros de pólvora antes que por la noche mi otra escopeta tuviera faena. Aceptó encantada. Nunca en su vida había estado en un rececho por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land―rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado.
Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo.
Al girarme, en los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre. Su expresión me hizo comprender que era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal y recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo. Aterrada, no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Ya a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenía que hacerla novia y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho.
Su reacción no se hizo esperar. Estaba asqueada por el olor y la sangre pero la cosa no quedó ahí y obligándola a abrir la boca, le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda la hizo vomitar. Solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estómago se revolvió echando por la boca todo el alimento que había ingerido.
Yo solo observaba.
Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba por lo que no me fue complicado el detener su mano e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Tras lo cual dándole un tortazo le dije:
― Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara― mentira me lo había tragado por completo― es más, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante decidí convertirte en mi perrita.
Dejó de debatirse al sentir cómo con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa. El miedo la tenía paralizada al recordar cómo había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando.
«Realmente, esta zorra está buena», medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
― Patricia, hay muchos accidentes de caza― le dije con una sonrisa en los labios― no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti.
Tomó la decisión más inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lágrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto. Saber que todavía era virgen analmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
― Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días― me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.

Relato erótico: “Teniente Smallbird 4ª parte” (PUBLICADO POR ALEX BLAME)

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5

Smallbird se despertó de nuevo con resaca, haciendo que esa mañana se confundiese con las anteriores. Desayunó uno de los donuts que había sobrado de la tarde anterior y se había traído a casa de la comisaría y una cerveza sin alcohol. Dos cigarrillos después ya se sentía humano y después de tender la ropa que llevaba tres días en la lavadora subió a la Ossa dispuesto a empezar una nueva y tediosa jornada laboral.

El comisario debía de tener una reunión importante porque no estaba en su oficina cuando el detective llegó . Eso le había evitado un engorroso informe en el que más o menos tendría que decir que seguían en ello. Esperaba que para cuando llegase al menos hubiese una lista de sospechosos.

Los chicos estaban todos enfrascados en la búsqueda de sospechosos en guarrorelatos así que se fue a su despacho sin entretenerles y les dejó hacer.

Llevaba un par de horas deambulando por la página web revolviendo entre relatos comentarios y listas de autores cuando recibió un Wasap de Fermín diciendo que tenía novedades. Harto de la atmósfera opresiva de la comisaría no le dejó que le contase lo que había averiguado por teléfono y le dijo que iba a hacerle una visita. Como siempre que iba solo, cogió la Ossa y se deslizó a toda velocidad por las calles casi desiertas a aquella hora del día llegando al Anatómico en poco más de ocho minutos.

Fumó un par de cigarrillos, tosió un par de veces y entró en el gris edificio con paso rápido y decidido. Recorrió los pasillos una vez más, intentando imaginar en qué estado le tocaría llegar allí en un futuro cada vez menos lejano. Ya fuese víctima de un tiroteo y llegase allí con una sobredosis de plomo, cayese aplastado con su moto bajo el camión de la basura de forma que tuviesen que enterrarlo con la Ossa o llegase en pequeños trocitos victima de la bomba de un yihadista, lo único que quería era una muerte rápida. Nada de largas y dolorosas enfermedades.

Entró en el despacho tras golpear la puerta con los nudillos, sin esperar respuesta y se encontró a Fermín jugando a Plants vs Zombies en el móvil.

—Qué, ¿Sigue sin haber trabajo? —dijo el teniente a modo de saludo.

—Es increíble, pero llevo una semana que parezco el protagonista de Torchwood, —dijo Fermín sin apartar los ojos del smartphone—está muriendo tan poca gente que voy a tener que aprovechar las neveras para enfriar cervezas.

—Tranquilo ya te llegará todo el curro de golpe. —replicó Smallbird— Dijiste que tenías algo para mí.

—Sí , ha llegado el informe del laboratorio. —dijo alargando una fina carpeta que había sobre el escritorio— Bromuro de pancuronio.

—Bromuro de panqué…—dijo Smallbird abriendo la carpeta— Creí que ya conocía todos las drogas que un gilipollas podía conseguir, pero esta es nueva.

—El señor Blame tenía alcohol, coca, éxtasis y Viagra en su venas, pero con mucha diferencia la mayor concentración era de bromuro de pancuronio, es un relajante muscular muy fuerte derivado del curare.

—¿El veneno de los indios del amazonas?

—Ese mismo. —dijo el forense dejando el móvil por fin con un gesto de contrariedad.

—Vale, así que tengo que buscar un tipo moreno, bajito, desnudo, con el pelo cortado en redondo y una cerbatana en la mano.

—O un tipo con bata blanca. —replicó Fermín.—Es una droga utilizada en cirugía para relajar los músculos y hacer las intervenciones más sencillas. En ocasiones se usa también como anticonvulsivante o en casos graves de epilepsia, pero no se suele hacer fuera del ámbito hospitalario, por el riesgo de pasarse con la dosis y producir una parada respiratoria.

—¿Cómo lo administró?¿Con un dardo?

—Por lo general la vía elegida es la intravenosa. Volví a examinar el cadáver buscando el punto de inyección pero no lo logré, supongo que el asesino utilizó alguno de los cortes para enmascararlo.

—Entiendo. ¿Algo más?

—Hay muchas drogas con las que puedes incapacitar a una persona, pero no hay tantas que lo hagan y esa persona siga siendo totalmente consciente y tenga la misma percepción del dolor. —dijo Fermín.

—Así que esto es algo muy personal. El asesino no solo quería cargarse al señor Smallbird, también quería hacerlo sufrir durante horas.

—Si no se le hubiese ido la mano, probablemente durante casi un día entero.

—¿Se necesita receta para conseguir esa droga? —preguntó Smallbird revisando por encima el resto de la bioquímica de Blame sin entender ni papa.

—Se necesita receta, en efecto, pero al no tener un uso, digamos recreativo, no está tan controlada como los opiáceos, así que el que la consiguió puede no haber dejado demasiado rastro.

—¿Cómo pudo administrarle el asesino una inyección intravenosa a la víctima sin que esta se opusiese? —preguntó Smallbird confundido. —Blame no era un tipo canijo precisamente.

—No lo sé, para eso estás tú, —dijo Fermín con una sonrisilla que venía a decir jódete— yo solo te doy las piezas, eres tú el que tiene que montar el puzle.

—De acuerdo, gracias por todo. —dijo el detective dándole la mano al forense— Por cierto, procura que esta vez esto no sea de dominio público.

—No te preocupes, estoy tan cabreado como tu comisario. Ya sé quién fue y le he puesto a organizar los archivos de los años ochenta, pero eso es todo lo que puedo hacer, es tan funcionario como tú y como yo. Todos los que han visto ese informe están advertidos, la próxima vez los denunciaré aunque me cueste el puesto.

Salió del despacho del forense y desanduvo el camino pensativo. ¿Cómo demonios le pones a un tipo una inyección intravenosa contra su voluntad? Lo más fácil sería noquearlo y luego pincharlo o ¿Había logrado convencerlo para que se prestase voluntariamente? ¿Podría haberle convencido de que se trataba de una nueva droga que no se podía perder?

El sol de primera hora de la tarde le deslumbró al salir de los oscuros pasillos de la morgue y le recordó que no había probado bocado desde el desayuno. Encendiendo un cigarrillo giró sobre si mismo situándose y se dirigió a la cafetería de la complutense para comer el menú del día.

De vuelta en la comisaría se reunió con el equipo en la sala de conferencias dónde esperaban todos para informarle.

—Bien, —empezó Smallbird— empezaré yo si no os parece mal. He investigado a cuatro de los autores que me enumeró Vanesa y Carpene Diem parece prometedor.

—Yo busqué entre los comentarios de los relatos de Blame y encontré varios. Descarté a los de fuera de España y me quedé con Carpene Diem, Matoapajas, Capacochinos y Malvado retorcedor de pezones. —dijo Carmen.

—Capacochinos también lo tengo yo —dio López— y también a Matoapajas.

El resto de los detectives siguieron añadiendo nombres a un lista que terminó siendo de cerca de una docena y empezaron a analizarlos uno a uno .Empezaron por los menos probables descartando rápidamente a los dos primeros ya que apenas habían recibido un par de comentarios y habían optado por no responder. El siguiente era un tal Trancadeveinte que había descubierto Gracia haciendo búsquedas entre los comentarios con un programa que había creado la noche anterior.

—Aunque no es un escritor muy prolífico y Blame comentó solo dos o tres, si abrís cualquiera de sus relatos, veréis que son extremadamente violentos —dijo Gracia abriendo el perfil y eligiendo un relato al azar que inmediatamente se proyectó en la pantalla para que todo el mundo pudiera leerlo.

El relato se titulaba Crónicas de Zoork : el ataque de la reina de las Magas Zorra.

El tal Zoork era un anciano mago, decano de una antigua sociedad de magos en el reino de Cernuria. Una de sus más aventajadas alumnas había tenido una grave desavenencia con su maestro, había desaparecido en un reino vecino durante cinco años y había vuelto convertida en la jefa de un clan de guerreros que había entrado en su hermandad a traición matando a casi todos sus integrantes.

Pero el anciano que estaba de viaje se libró y cuando se enteró de la traición juró vengar a sus condiscípulos. Fue matando uno a uno a todos los componentes del clan mientras la bruja huía hasta que acorralada en el claro de un bosque decide defenderse:

Desde la última vez que la había visto, la joven delgada y desgarbada se había convertido en una mujer esplendida alta, delgada, con una melena negra y brillante como el pelaje de un narguik. Sus pechos grandes y turgentes se adivinaban a través de la vaporosa túnica de color índigo que portaba y sus manos finas y blancas sujetaban una peligrosa varita de los artesanos de Kentai.

—Veo anciano que te subestimé dejándote con vida.—dijo la joven enarbolando su varita— Pero ahora verás lo mucho que he aprendido sin tu asfixiante presencia.

La joven puso el cuerpo en tensión pero el anciano arrugado y encorvado estiró el brazo con un gesto de condescendencia y con un suave murmullo le arrancó a la hechicera la varita de sus manos.

Podía decirse mucho de la joven, pero no que careciese de redaños. Desarmada optó como último recurso obtener la energía que necesitaba del poder acumulado en los tatuajes que recorrían su cuerpo, pero el gran Zoork ya lo estaba esperando y se adelantó a la joven.

—Por el poder del gran Reorx, —dijo el mago levantando sus entecos brazos en medio del claro agitado por la tempestad— por la ira de Tautona… por la insaciable sed de venganza del gran Kraga yo invoco el poder de los antiguos para que así se castigue la traición de esta oscura hechicera…

Las sarmentosas manos del anciano comenzaron a brillar cada vez más hasta volverse incandescentes y antes de que la hechicera pudiese completar su hechizo, dos tentáculos resplandecientes rodearon muñecas y tobillos de la joven elevándola un metro y medio en el aire y separando sus extremidades.

La joven se resistió todo lo que pudo y el gran Zoork disfrutó viendo los músculos de las piernas de la joven tensándose hasta casi romperse intentando deshacerse del mortal abrazo de la magia de su antiguo mentor.

Los tentáculos crecieron y se extendieron por los miembros y el torso de la joven hasta cubrir todo su cuerpo. Con un grito de rabia el anciano pronunció las últimas palabras del hechizo y el calor se que emitían los tentáculos fue tan intenso que la fina tela de los ropajes, el vello y la capa externa de la piel de la hechicera se volatilizó.

El anciano mago aspiró el olor a pollo quemado y se cercioró de que todos los tatuajes de la joven se habían volatilizado con la capa externa de su piel dejándola totalmente indefensa ante él. El mago retiró los tentáculos y mientras recogía la varita de la joven del suelo con dificultad, admiró su sensual cuerpo, ahora totalmente libre de vello salvo por su espectacular melena y su piel irritada y sensible como la de un herida acabada de cicatrizar.

El gran Zoork se incorporó y usando el poder de la varita hizo un sencillo movimiento haciendo que el cuerpo de la joven se arquease y estirase hasta que todas las articulaciones crujieron al borde de la dislocación.

-Ahora, puta, vas a experimentar la justicia del gran Zoork. —dijo el mago dando un nuevo estirón a las articulaciones de la joven, que se tuvo que morder el labio hasta hacerlo sangrar para evitar un grito de angustia.

Tras unos segundos, el mago aflojó un poco la tensión en el torso y los brazos, pero mantuvo la presión sobre las esbeltas piernas de la joven de manera que quedaron totalmente abiertas dejando su sexo expuesto ante la visión del mago que se abrió distraídamente la túnica profusamente adornada con los emblemas de su casa.

Con un gesto de su varita el anciano bajo el cuerpo de la joven hasta que estuvo a su alcance y acarició la sensible piel y los tensos muslos de la joven arrancándole por fin un grito de dolor.

—Así me gusta no te reprimas. —dijo él dando un par de palmadas a la joven que prorrumpió en nuevos gritos de dolor y angustia.

Zoork se acercó a la joven y aspiró el aroma del sexo joven y limpio. Sin apresurarse, el anciano introdujo en el coño sus dedos fríos y sarmentosos. La joven dio un respingo y aguantó como pudo la exploración notando como las largas uñas del anciano mago arañaban inmisericordes el delicado interior de su vagina.

Zoork se apartó y se quitó la túnica dejando a la vista una polla tan grande como la pitón reticulada que formaba parte del emblema de su hermandad. Con lentitud el anciano se acostó en el suelo en un lugar donde hierba era más mullida y fragante.

A continuación con un golpe de varita acerco el pubis de la joven totalmente abierta de piernas hasta su polla enhiesta y cuando lo tuvo a su alcance lo dejó caer de golpe sobre su polla ensartándola hasta el fondo de una sola vez. La joven pegó un alarido al notar como todo su coño se abría y distendía dolorosamente para acoger el formidable pene del mago.

Sin darle tregua y sin dejar de mantener su cuerpo tenso y arqueado, levantó a la joven con la varita repetidas veces para luego dejarla caer con todo su peso. Los gritos fueron sustituidos por jadeos a medida que la joven se iba cansando. El mago con una sonrisa maligna dio un golpe de varita y dejó a la joven suspendida a unos pocos centímetros de su pubis con las piernas abiertas y media polla de él en su coño.

Con un golpe seco en una de sus piernas, la joven ingrávida tuvo que soportar la polla del mago mientras ella giraba a toda velocidad en torno a ella. El mareo le hizo gritar hasta quedarse ronca.

Por fin el mago se separó y le dio una tregua liberándola de sus invisibles ataduras. La joven cayó al suelo a cuatro patas, temblando y con su rosada piel brillante de sudor .

Zoork observó el cuerpo bello y derrotado de la joven, jadeando ruidosamente intentando coger aire y lo acarició con suavidad. Por primera vez la joven experimentó placer cuando el anciano le acaricio su culo y su sexo y gimió casi sin querer.

Tras la corta tregua el mago volvió a penetrar a la joven, que esta vez gimió enardecida por las caricias. En su mente ella pensó que si lo hacía bien, quizás aquel anciano no acabase con su vida así que cerró los ojos y comenzó a retorcer su cuerpo abandonándose al placer.

El mago tuvo que reconocer que aquella joven era deliciosa y que era un pena tener que matarla pero los espíritus de sus hermanos no descansarían hasta que ella estuviese tan muerta como ellos.

Sin dejar de penetrarla el mago acercó la varita a su pubis y con un rápido hechizo la convirtió en un nuevo pene tan largo y grueso como el original.

La hechicera se puso tensa cuando un segunda polla penetró en su culo rompiéndoselo de un solo empujón pero estaba tan excitada que apenas sintió dolor.

Con una intensa satisfacción, el mago vio como la joven retenía el aire un momento para a continuación relajarse y recibir las dos pollas con gestos de intenso placer. Zoork siguió empujando dentro de los delicados orificios de la joven hasta que todo su cuerpo se tensó en un bestial orgasmo. Con un sencillo hechizo el anciano prolongó el orgasmo de la hechicera a la vez que hacía crecer los dos miembros en su interior aplastando órganos y triturando huesos.

La joven murió casi sin darse cuenta mientras el orgasmo recorría todo su cuerpo enervándolo.

El anciano se separó por última vez de la joven y cogiendo las dos pollas eyaculó sobre su cuerpo inerte.

“La venganza está cumplida” pensó el hechicero con un gesto vacio abandonando el cuerpo de la joven a las alimañas.

Todos apartaron la vista del relato a la vez y cuando Gracia vio los comentarios entendieron porque consideraba a Trancadeveinte un serio candidato:

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-12-08 11:14:21

El típico relato de brujería carente de toda originalidad salvo en la sádica manera en la que lo acabas. He leído todos tus relatos y he llegado a la conclusión de que tienes un serio problema de personalidad, así que contrariamente a lo que le aconsejaría a cualquier otro, te animo a seguir escribiendo estos bodrios si con eso conseguimos que no salgas a la calle a violar ancianitas.

Trancadeveinte (ID: 3450018419)

2014-13-08 19:34:24

Créeme sabandija, si alguna vez violo a alguien será a ti con un hierro al rojo rodeado de alambre de espino. Si me das tu dirección y numero de teléfono podemos quedar cuando quieras mamoncete.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-13-08 19:54:41

Ja Ja, Buen intento. Pero te prometo que cuando me sienta solo y necesite un soplapollas diciéndome estupideces al oído y acariciándome con amor te daré mi número encantado.

Tras terminar de leer el largo intercambio de insultos y amenazas de muerte todos quedaron de acuerdo en que el señor Trancadeveinte se uniese a Carpene Diem en la lista de candidatos.

Siguieron trabajando toda la tarde hasta que reunieron una lista de ocho sospechosos. A Carpene Diem y Trancadeveinte, se unieron Matoapajas, un joven bastante imaginativo pero que no sabía apenas de sintaxis y ortografía; Capacochinos, un tipo que decía escribir únicamente experiencias propias con pibones y mujeres famosas y que se cabreó muchisimo cuando Blame le llamó fantasma; Fiestaconcadáveres, elegido por su afición morbosa por los asesinatos y la violación de fiambres; Deputacoña, una tipa que solo escribía escenas de sexo sin más, pero que ambientaba en entornos hospitalarios lo que junto a los insultos que había intercambiado con Blame le animó a Smallbird a incluirla; Grancoñóncolorado, una joven a la que Blame maltrato únicamente por escribir solo historias de lesbianas y Rajaquemoja, una mujer que escribía bien y era bastante original, que era muy tímida al nombrar las partes pudendas pero nada tímida a la hora de poner precio a la cabeza de Blame cuando se reía de ella.

—Bueno ahora que tenemos un punto de partida empecemos a investigar a esa gente. —dijo Smallbird encendiendo un pitillo.—Gracia, quiero que entres en la página y averigües los datos de esas personas a ser posible sin dejar huellas.

—No hay problema. Lo haré esta noche en casa en mi ordenador y me encargaré de que la intrusión sea indetectable.

— Camino, tú ponte en contacto con el administrador de la Web y pídele esos datos. Tardará un día pero así podremos trabajar con los datos que nos consiga Gracia y cuando alguien nos pregunte podremos decirles que los hemos obtenido legalmente.

El teniente se sentó y se quedó en la sala apurando el cigarrillo mientras los detectives desfilaban camino de casa tras un largo día de trabajo.

Estaba a punto de ponerse la cazadora y marchar él también, cuando vio el comisario pasar ante él y entrar en su oficina. No le apetecía nada, pero sabía que el hombre necesitaba noticias así que cogió la carpeta que le había dado el forense y la lista de sospechosos y pasó sin llamar.

Empezó con el informe del forense para terminar luego con la lista de sospechosos. Negrete no le interrumpió pero puso cara de escepticismo.

—¿De veras crees que uno de esos pajilleros mentales es nuestro hombre?

—Tiene que serlo. No se me ocurre ningún otro sospechoso y el detalle de que las ochenta y ocho puñaladas sean las mismas que relatos tenía la víctima para mi es definitivo. Debe haber algún tipo de conexión.

—De acuerdo pero no pienso decirle a la alcaldesa que estamos persiguiendo a una pandilla de pervertidos hasta que tengas un sospechoso. —dijo el comisario hurgándose los dientes con una uña— Date prisa, por Dios, me he pasado todo el día esquivando a la alcaldesa.

— Mañana sabré dónde buscar a los sospechosos y nos pondremos manos a la obra.

—Estupendo ahora vete y descansa un poco, te lo has ganado.

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 6” (POR ADRIANAV)

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El punto de vista de Arturo:

Arturo divisó a Luis Eduardo que regresaba de la casita. Se había cambiado de ropa. Ese chaparrón nos había obligado a correr para refugiarnos. Daniel y Antonio se salvaron porque al estar más cerca de la casa no se mojaron, llegaron antes del chaparrón.

Cuando Luis Eduardo pasa por mi lado me dice:

– ¿Sabes que llegó Andreita con la comida que envió Rosa?

– Si. Sabía que venía.

– Pobrecita, llegó ensopada porque la agarró la lluvia a medio camino.

– ¿Le diste algo de ropa seca?

– Si. Una camiseta que le llega casi a las rodillas! Ja, ja, ja. Y de paso le ayudé con la tinaja para que se diera un baño de agua caliente. ¡Qué linda se ha puesto esa nena…!

Ni le pregunté el porqué de su comentario. Me lo imagino. Conozco a Luis Eduardo desde muy jovencito. Nos hicimos muy amigos de él desde que llegamos a la villa. Es al que siempre invitamos a comer cuando regresamos del campo. Poco a poco fui descubriendo que es un enfermo sexual y que no deja escapar oportunidades.

Rosa, -mi mujer- también lo descubrió “accidentalmente”. Desde que nos mudamos, él me hablaba mucho de mi mujer. Me decía cosas como: “Tienes mucha suerte, tu mujer es la más linda de la villa. Tiene un cuerpo muy atractivo”. Y se interesaba en hacerme preguntas de cómo la había conocido y demás. Hasta que un día me preguntó si era buena en la cama y entramos en el tema de la sexualidad con más profundidad.

Desde que conocí a Rosa fuimos muy sinceros en la rutina diaria. Y así fue que llegamos a decirnos sin tapujos las cosas que deseamos en la vida de cama. Primero fantaseábamos con amigas y amigos, a veces con familiares y hasta con gente que apenas conocíamos. Luego deseamos convertir algunas en realidad.

Desde el principio nos sentimos muy enamorados el uno del otro y eso nos daba una estructura matrimonial muy firme. Por esa razón es que no nos costó nada poder dar el paso. Y todo se inició con Javier, uno de mis mejores amigos a quien le confié que lo utilizábamos en nuestras conversaciones durante el sexo, algo que se había convertido en costumbre y punto de calentura.

Normalmente lo invitábamos a comer en nuestro humilde apartamento de apenas dos habitaciones que teníamos en la ciudad, antes de mudarnos a la villa. No había nada más que la cocina con una mesa y cuatro sillas, el dormitorio y el baño. No teníamos sofá ni había lugar para tenerlo. Javier todavía hoy, vive a unos veinte minutos de ese apartamento, y tiene un negocio que está apenas a una cuadra y media. Él fue quien me había dado el dato de que se había liberado ese apartamento cuando estábamos buscando donde vivir y yo lo alquilé de inmediato.

Luego de la confesión que le hice a Javier se lo comenté a Rosa y ese día terminamos de hacer el amor hablando de cómo ella quería que se lo hiciera nuestro amigo. Tengo muy claro que tanto él como ella se sentían atraídos fisicamente desde que los presenté. Siempre los dos por separado me hablaban de alguna virtud física que el otro poseía. Creo que eso fue lo que me provocó mencionar a Javier de vez en cuando durante nuestras sesiones se sexo.

Pero ante la inminente próxima reunión en la que sabíamos todos a que los nos íbamos a enfrentar, Rosa quedó tan excitada que al día siguiente pasó por el negocio para hacer las compras de lo que se necesitaba en la casa y lo invitó a “una picada” tipo aperitivo cuando cerrara el almacén. Ella misma me contó que la respuesta de Javier no se hizo esperar y que al despedirse ella le dio un beso en la comisura de la boca, cosa que aprovecharon para abrazarse arrimando la pelvis un poco más de lo acostumbrado y que definitivamente estaba claro que se estaban permitiendo sentir mas de lo normal. Me confesó que los dos inconscientemente buscaron posicionarse para sentir el lugar perfecto donde presionarse mutuamente un par de veces y que definitivamente la había calentado mucho sentirlo. Pero como entró gente no pudieron seguir y se regresó a casa.

A las siete de la noche, luego de cerrar el negocio, Javier llegó como había prometido y traía dos botellas de vino. A pesar de que nosotros estábamos conscientes de lo que podía pasar, teníamos un poco de nervios mezclado con excitación. Durante toda la tarde nos besamos más que de costumbre mientras ella preparaba la comida, nos abrazábamos cada vez que teníamos oportunidad y cuando nos duchamos nos mimoseamos como dos jóvenes en pleno período hormonal. Rosa estaba vestida normalmente, aunque la camiseta era cerrada dejaba ver bien lo redondo de sus pechos. Es una parte de su cuerpo tan atractiva como su trasero. Se puso una falda cortita y bien suelta que le resaltaba ese par de piernas tan lindas que tiene y se le levantaba un poco de atrás por la curva de sus nalgas tan paraditas, cada vez que caminaba a buscar las cosas para servirnos. Javier la miró un par de veces sin poner demasiada atención para no incomodarme, y para romper el hielo comenté:

– ¡Dime si esa falda no le queda intensamente deliciosa! Mírala bien y dime ¿no te parece atractiva?

Rosa se dio media vuelta y riéndose divertida, volvió a girar con más fuerza levantando la cadera y dejando ver un poco sus nalgas cubiertas por un calzón blanco que apenas le cubría la mitad.

– No hay dudas! -dijo Javier soltando la risa también.

Ella se volvió a girar con los brazos en la cintura en pose de modelo y nos guiñó un ojo como continuando con la broma.

Nos quedamos en silencio mirándola en su ir y venir a la mesa y se puso a tararear una canción sin letra.

Puso varios platitos con quesos, jamón, aceitunas y unos pastelillos pequeños de espinacas, tres copas y una botella de vino. Por los nervios o la expectativa, mientras charlábamos, sus grandes ojos casi azabache estaban más vivaces que nunca… más inquietos que nunca. Inconscientemente, cada vez que tomaba un sorbo de vino se pasaba la lengua en los labios de un lado al otro. Se reía con nervios y hablaba con ansiedad. Opté por acariciarle la pierna por debajo de la mesa para relajarla un poco y según me comentara después, eso la hizo relajar y controlar más el nerviosismo. Me sonrió. Así pasó el tiempo y nos bebimos una botella y media del vino que mi amigo había traído.

En un momento dado todos quedamos en silencio. Parecía que no se nos ocurría otro tema. Me pareció que Javier entraba en un momento de incomodidad por no saber qué decir y solo se me ocurrió decir algo en forma de chiste y también un poco en serio:

– ¿Qué les parece si nos vamos a sentar al living?

Todos miramos alrededor como buscando algo inexistente y nos reímos a carcajadas por la ocurrencia. No había ni siquiera otro rincón donde sentarse.

– Vamos -dije estirándole la mano a Rosa. Los dos nos levantamos y nos dirigimos al cuarto sentándonos en la cama. Desde allí llamé a Javier que se había quedado sin saber qué hacer:

– Ven Javier. Este es el sofá en esta casa! -y volvimos a reír.

Se levantó de la mesa y vino hacia nosotros. Se sentó al lado de Rosa. Otra vez se hizo silencio hasta que finalmente halé a Rosa de los hombros y caimos quedando los dos de espaldas. Poniéndome de lado le di un beso prolongado que ella me respondió muy fogosamente, mientras mi mano subía levantándole la falda hasta descubrir sus interiores. Javier del otro lado se recostó poniendo un codo al lado de la cara de Rosa mirando como nos besábamos. Mi mano se posó entre las piernas de mi esposa provocando que sus piernas se abrieran un poco como una autómata y gimió. Separamos los labios al instante en que mi mano continuaba un camino ascendente levantando la camiseta hasta descubrir sus pechos aprisionados por el sostén. Bajé la cabeza queriendo encontrar mi mano con la boca y mis dedos comenzaron a quitarle esa prisión del pecho. Buscaba el broche del corpiño que me separaba de sus deliciosos pezones y al levantar la vista vi que la mano de mi esposa buscaba la nuca de Javier y lo empujaba dandole valor para que la besara. Juntaron las bocas y vi la lengua de ella encontrando la de mi amigo hasta que sellaron los labios en un beso con mucha sensualidad.

Debo confesar que había pensado bastante en este momento. Creí que podía sentir algo de celos o rechazo cuando se hiciera realidad, pero contrario a todos esos pensamientos, verlos me produjo más deseo, más sensualidad y se me endureció la pija en un instante.

Después de liberar sus pechos me metí un pezón en la boca y empecé mi tarea de chuparlo y provocar su endurecimiento con mi lengua bien húmeda. Escuchaba el sonido de sus bocas y de sus lenguas mezclándose y desde la posición que me encontraba aprisionando uno de sus pezones, vi la mano de Rosa caminando en dirección a la bragueta de Javier. Buscaba apoderarse de su verga y él movía su cadera ayudándola con esa movida. Entonces sentí una exclamación de Rosa con los ojos muy abiertos en forma de sorpresa y sin despegar sus labios de los de él:

– ¡Qué grande que la tienes!

Y yo intervine contestándole

– Si. No te dije nada para que tu misma lo descubrieras…

– ¡Me encanta! -y juntando las dos manos lo empezó a pajear.

Entonces Javier habló por primera vez:

– Uy Rosa… despacio que me tienes a punto desde hoy en la tarde.

– mmmhh… ¿Te gustó mucho verme?

– Hace tiempo que me gusta verte…!

– Me di cuenta cuando me abrazaste en la despensa… pero no me había dado cuenta que te gustaba tanto.

– ¡Me encantas, mira como me pones!

Las manos de mi esposa seguían haciendo su tarea lentamente, con paciencia. De vez en cuando se pasaba la lengua por las palmas de las manos y seguía. Javier empezaba a gemir y le decía:

– … despacio linda, porque de lo contrario me puedes sacar la leche muy rápido. Me tienes muy caliente…!

– No… -contestó Rosa- no voy a dejar que se desperdicie asi nomás. La quiero adentro…

Su tono era mimoso y con tanto deseo que escucharlos hablar con tanta sexualidad aumentaba mi calentura! Jamás habría pensado que me gustaría tanto que se la cogiera alguien más enfrente de mi. Lo que habíamos hablado entre ella y yo durante nuestras sesiones de sexo privado no se arrimaba a esta realidad. Tanto ella como yo volábamos de calentura en este momento!

Dirigí mi mano hacia abajo y empujé el elástico de su calzoncito. Me ayudó levantando la cadera y luego se quitó el resto ni bien pudo engancharlo con el pie. Él hizo lo mismo y se quitó el pantalón y el calzoncillos así como estaba, sin pararse. Parecía que no quería abandonar esa posición. Le dije a mi mujer:

– Déjame sacarte la camiseta mi amor.

– Si mi amor, quítamela!

Tuvo que soltar la verga de Javier para levantar los brazos y permitirme terminar de desnudarla. Él no esperó nada y mirándole las tetas con deseo, comenzó a descender pasándole la lengua por el cuello y el pecho hasta atrapar un pezón con su boca. Ella me miró por primera vez desde que habíamos empezado y me sonrió con sus ojos como agradeciéndome. Mantenía la boca entreabierta respirando con profundidad y un poco agitada. Sus pechos subían y bajaban a cada bocanada de aire y me dijo en voz baja y caliente:

– Me encanta mi amor…! Bésame aquí! -ordenó dándome direcciones mientras separaba más las piernas abriéndose los labios de la vulva con los dedos.

Me levanté ubicándome a los pies de la cama arrodillado y abriéndola con una mano en cada pierna le planté mi boca y comencé a morderle bien delicadamente el clítoris. Gimió más alto que antes y su mano atrapó mi cabeza empujándome más contra ella. Me mojaba toda la cara. ¡Estaba totalmente ensopada! Le metí la lengua empezando a saborearla y mirando hacia arriba vi a Javier que se ubicaba encima de su cara, con su pija en la mano apuntándole a la boca. Ella no se hizo esperar y la abrió como pudo. Rosa intentaba metérsela entre los labios ayudándolo con sus manos, pero apenas le entraba la cabeza. Pensé que no iba a poder meterse mucho mas. Javier era famoso por el tamaño de su pija y es perseguido por muchas mujeres por esa razón. Tiene el tronco muy grueso y la cabeza tipo hongo que la hace ver más exageradamente grande que el resto. Lo único que se escuchaba de mi esposa eran sonidos guturales imposibles de descifrar. Pero se le notaba en la cara que disfrutaba como una loca. Rosa a veces se tomaba su tiempo para sacarla manteniéndola frente a sus ojos y se detenía a mirarla, luego mojaba los labios con su lengua y volvía a introducírsela en la boca sin dejar de masturbarlo en ningún instante. Ella sabe demasiado bien como chupar la verga, es uno de sus mayores placeres. Su boca la utiliza tan bien que hace sentir a un hombre como si estuviera metiéndosela entre las piernas. Unos minutos más y quitándosela de la boca dijo:

– Javier… me duele la mandíbula de chupártela… -y poniendo los ojos y los labios sonrientes agregó- …pero me encanta!

Quité mi boca de su vulva y para que descansara la boca le dije:

– Métesela Javier que esta mujer arde de ganas por tenerla adentro!

Y sin hacerse esperar ni un segundo Javier tomó posición entre sus piernas.

– ¿La quieres ya? -le dijo morbosamente con su pedazo de carne duro en la mano.

– Si!! Dámela!!

Entonces le dije a mi amigo:

– Mira que es bien estrecha. Métesela despacio para que disfrute…

Y lentamente arrimó ese miembro exageradamente grande hasta tocar los labios de la resbalosa vagina. Ella entrecerró los ojos, abrió la boca con un gemido y sus manos lo ayudaron abriéndose los labios de la vulva.

Yo me lancé a besarle la boca para disfrutar con ella de ese momento tan rico que estábamos por pasar.

Javier, considerando mi pedido, le resbalaba su cabeza de arriba hacia abajo y presionaba de vez en cuando. Yo bajé mi mano para tocarle el clítoris y darle más emoción a esa cogida que le iba a dar mi amigo y por los ojos de ella me di cuenta que había empezado a penetrarla.

– Uuuyy… -fue todo lo que Rosa pudo exclamar.

Se la volvió a sacar y a meter lentamente varias veces.

– ¿Te duele? -le pregunté

– No! Solo que se me estira demasiado… Aagh…! -fue lo último que pudo decir cuanto Javier empujó otro pedazo.

Ella se quedaba quieta, esperando con expectativa y temor al dolor. Otra vez Javier intentaba penetrarla y Rosa me dijo que sentía que se le inyectaban los ojos de sangre y no sabía hasta cuando podría aguantar.

– No se la metas toda todavía Javier. Dale tiempo. Deja que se le dilate un poco más…

Rosa me acarició la cara con sus dedos y volvió a sonreír en agradecimiento a mi preocupación. Sus ojos brillaban emotivos y calientes a la vez. En un par de minutos se animó a mover las caderas lentamente y se fue animando hasta que gimió y le dijo:

– Métemela mas!

Yo quité mi dedo del clítoris. Me estaban casi aplastando la mano. Ella levantó las piernas un poco intentando recibirlo hasta el fondo. Él empujó suavemente otra vez y ella volvió a gemir mirándome a los ojos con la boca abierta para tomar aire y dijo:

– ¡Ay… como me llena!

Javier le abrazó la cadera y le metió el resto. Rosa volvió a mirarme con cara de morbosidad y logró balbucear:

– ¡La tengo tan adentro mi amor…!

– Disfrútalo mi cielo…

Poco a poco empezaron a moverse con mas ritmo. Mi amigo finalmente tenía a mi mujer totalmente penetrada y gozando. Me paré para dejarlos solos y contemplarlos. Todo el ambiente empezaba a oler a sexo. Mientras se la cogía se miraban a los ojos con deseo y se sonreían uno al otro. Mi mujer le atrapó la cabeza con sus manos en el cabello y lo atrajo hacia su boca. Ahora no solo movían sus caderas cogiendo sino que se besaban como si fueran novios en un estado de calentura total. Ella empezó a menear sus caderas con mas furia y dejando de besarlo me miró con la boca abierta. Sonriéndome gesticulaba con la boca sin hablar, tratando de decirme “cómo me coge… que rico!”

Yo le sonreí mientras me pajeaba viéndolos. Todo el dormitorio se confabulaba con ese momento. ¡Era puro sexo! Y un grito de Rosa me llamó la atención mientras yo me seguía masturbando. Le llegaba un orgasmo imparable, desesperado, intentando tomar más velocidad con sus caderas a pesar del peso de Javier encima suyo.

– Asi! Asi! No dejes de moverte! Cógeme duro! Asssiiihhh….! Se movía con desesperación levantando la pelvis, y de golpe hizo una pausa, abrió la boca bien grande y gritó:

– Aaaahhh…! Qué ricoooo! -y seguía levantando la pelvis en convulsiones espaciadas pero violentas.

– Asiiii… no pares…. asiiii!

Javier ya estaba inconsciente de todo lo que le rodeaba empezó a bombearla con una fuerza e indolencia tan brutal que creí que la iba a lastimar.

– Estas tan caliente y la tienes tan apretadita que me estas haciendo acabar demasiado rápido! Aguanta!

Pero ella no estaba dispuesta a parar. Creo que había perdido todo el control de la cintura para abajo. Lo abrazaba con una fuerza desmedida como para que no se la sacara ni un milímetro.

– Ay si! Échamela adentro! Dámela mi amor!

Y Javier levantando el cuerpo con sus manos apoyadas en las caderas de Rosa le gritó:

– Toma!!! -Y convulsionaba también- Toma, toma, toma! -le repetía a cada empellón. Empezó a soltarle chorros de semen varias veces.

– Ahhh…. siento tu leche caliente en mis entrañas! Asi, lléname mi vida. Lléname!

Yo parado al lado de ellos no daba crédito a la violencia con que se estaban cogiendo. Se pegaban con desespero desmedido restregándose las pelvis en todas direcciones. Siguieron un buen rato en eso hasta que dejaron de hablar y solo se concentraban en los movimientos nada más. De a poco fueron bajando la intensidad hasta que quedaron mirándose a los ojos. Javier bajó la cabeza y la volvió a besar con delicadeza y deseo.

Yo no podía más. La calentura de verlos era insoportable y el ambiente tan cargado no permitió que me aguantara. Me acerqué a la boca de Rosa con la pija en la mano y le dije:

– Chúpamela!

Y agarrándola con su mano giró la cabeza y se la metió en la boca.

No me hice esperar al sentir la boca caliente y su lengua mojada. Se la metí una vez, dos veces y a la tercera sentí que la esperma avanzaba y el primer chorro lo recibió dentro de la boca. Un segundo chorro lo recibió con la boca abierta para no derramarla y el tercero fue a parar al cachete. Cerró la boca y tragó.

– Ay… qué rico mi cielo…!

Finalmente abrí los ojos y la escena era insoportablemente caliente.

Javier seguía teniendo su verga dentro de la vagina de Rosa mirando como me había vaciado en su boca mientras me retiraba. Se abrazaron y empezaron a besarse pegajosamente.

– Me encanta tener tu verga adentro -le susurró ella a mi amigo. Volvieron a besarse.

Me fui al baño dejándolos solos y lo demás es otra historia.

Esa fue la primera vez que experimentamos el sexo compartiendolo con alguien.

A lo lejos se divisaba la figura de Luis Eduardo que había llegado a su puesto. Ya se encontraba cortando las cañas con la hoz. Él también fue parte de otra de nuestras aventuras. Recordar esto me calentó hasta el punto de tenerla muy dura. Pensé en Andreita, estaba allí, apenas a cinco minutos…

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

 

Relato erótico: “Teniente Smallbird 5ª parte” (POR ALEX BLAME)

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Los viernes siempre le parecían extraños ahora. Antes, las noches de los viernes eran sus preferidas, ahora que Julia se había llevado hasta los amigos, eran el principio de tres largos días sin nada que hacer. Mientras fumaba su primer Marlboro del día, deseó tener una buena pista que le obligase a mantener abierta la investigación el fin de semana.

En cuanto llegó a la comisaría llamó a Viñales y la llevó directamente a su despacho para averiguar si había conseguido los datos de todos los nicks sospechosos y la joven no le decepcionó.

Una vez tuvo la lista y sus datos personales pudo dividirlos para repartirlos entre Camino, Carmen, Arjona y él mismo. Gracia le pidió que le dejase interrogar a alguno de los sospechosos pero Smallbird sabía que estaba demasiado verde y pese a los ojos de desilusión que puso la joven le dijo que les necesitaba a ella y a López investigando todos las huellas digitales que pudiesen haber dejado los sospechosos.

Un primer vistazo le ayudó a dividir los ocho sospechosos en tres grupos. Tres que estaban en Madrid y uno en Toledo se los quedó para él el teniente. Uno de Sevilla y otro de Jaén se los daría a Camino, la de Vigo sería para Arjona y el restante, de Barcelona, se lo quedaría Carmen.

A Smallbird le hubiese gustado interrogar él mismo a todos los sospechosos pero el hecho de estar repartidos por toda la geografía española hacía imprescindible que tuviese que delegar en sus colaboradores.

A ninguno de ellos le gustó tener que ir a las cuatro esquinas de la península un viernes conscientes de que llegarían cansados y bastante tarde a casa, pero aquello venía con el trabajo, afortunadamente había AVE a todos los destinos y Smallbird ya había avisado para que un agente local estuviese pendiente y les ayudase en el caso de que les resultase difícil localizar a los sospechosos. Con un poco de suerte tendrían el resto del fin de semana libre.

Los chicos se fueron rápidamente y después de indicarles a Gracia y a López que empezasen por el de Toledo y los de Madrid, ya que él sería el primero en llegar salió del garaje en la Ossa camino de Toledo.

Antes de abandonar la capital se salió de la A-42 en Parla y se dirigió al Decatlón dónde trabajaba el primero de sus sospechosos.

Grancoñoncolorado resultó ser una jovencita que apenas pasaba de los dieciocho años que trabajaba de reponedora en el almacén. En cuanto Smallbird le nombró su nick, sus mejillas se encendieron como un semáforo y cuando el teniente le explicó el motivo de su visita le condujo hasta una pequeña oficina con gestos que mezclaban el miedo y la sorpresa.

Smallbird no se entretuvo mucho en los preliminares y aprovechando el desconcierto de la joven fue directo al grano.

—¿Eres la persona que hace llamarse Grancoñoncolorado en la página de guarrorelatos?

—Sí —respondió la joven aun ofuscada.

—¿Tú nombre es Melina Ramos Junquera? —preguntó el detective.

—En efecto. —dijo la joven respirando hondo para calmarse un poco.

—¿Escribes relatos eróticos en la página web guarrorelatos?

—Sí. —respondió la joven.

—¿Conoce a un tal Alex Blame? —preguntó el detective escaneando cualquier gesto delator en la cara de la joven.

—¿A ese misógino medio imbécil? Sí, no, bueno no personalmente. Solo hemos intercambiado unos comentarios por internet. ¿Qué es lo que quiere exactamente?

—¿Sabe que lo han asesinado recientemente?

—Imposible no enterarme, ha salido en la televisión y en los periódicos —respondió la joven.

—Entonces entenderás porque tengo que preguntarte si conoces la verdadera identidad de Alex o dónde vivía.

—No tengo ni idea y nunca me ha interesado. —respondió la joven a la defensiva.

—¿Puedes contarme dónde estuviste la noche y la madrugada del lunes al martes?

—Entré a trabajar en el turno de noche para colocar y reponer las estanterías para el día siguiente y descargar un camión que llegaba a las diez. —dijo ella suspirando de alivio al saberse libre de sospecha— Salí a eso de la dos y media y me fui directamente a casa, media hora después ya estaba tirada en la cama con mi novio. Si quiere puede comprobarlo, todos fichamos a la entrada y la salida del trabajo en persona.

—De acuerdo. Lo comprobaré —dijo el detective tachando mentalmente a la joven de su lista de sospechosos.

—¿Puede hacerme un favor? —preguntó la joven con los labios temblando— He respondido a todo lo que me ha preguntado. Cuando pida mi ficha de asistencia a mi jefe, ¿Hace falta que le diga por qué quiere esos datos?

—No te preocupes Melina, le diré que hubo un accidente en el que una joven con tu descripción se vio implicada y estoy comprobando tu coartada. Le diré que estás limpia y no mencionaré tu afición secreta.

—¡Gracias ! —exclamó la joven al borde de las lágrimas—Si mi jefe se enterase me echaría inmediatamente.

Smallbird no se entretuvo mucho más y después de comprobar que Melina había sido sincera con él en la oficina de personal, salió del hipermercado y arrancando la Ossa se dirigió hacia su siguiente sospechoso en La Puebla de Montalbán.

Tardó menos de una hora en llegar al pueblo de ocho mil habitantes en la rivera del Tajo. Nunca había estado allí y pronto le llamó la atención las plantaciones de melocotoneros y una gran torre emergiendo del centro del pueblo con el Tajo y los Montes de Toledo al fondo.

Paró a la entrada del pueblo y conectó el navegador del móvil para dar con la dirección del siguiente sospechoso de su lista en las afueras del pueblo. Como esperaba la casa estaba vacía y los vecinos no supieron o más bien no quisieron decirle dónde estaba en ese momento, así que se dirigió al puesto de la Guardia Civil. En un pueblo tan pequeño seguro que podrían decirle dónde podía buscar.

El cuartel era un pequeño edificio achaparrado de ladrillo cara vista situado a las afueras del pueblo. En ese momento solo había un sargento de unos cincuenta años y una poderosa barriga. Tras mostrarle la placa, el guardia le invitó a un café y comenzaron a charlar.

—¿Gabriel López Jaramillo? —dijo el sargento — claro que le conozco. ¿Qué ha hecho esta vez?

—Aun no lo sé con certeza, pero puede haberse visto implicado en un asesinato.

—¿Jaramillo? —preguntó el hombre sorprendido— No lo creo. Es un ladronzuelo de tres al cuarto. Se dedica a robar en casas o naves abandonadas y se lleva todo lo que no esté bien atornillado para venderlo luego, pero al más mínimo atisbo de peligro huye como un conejo. Le he detenido varias veces y la primera vez que lo hice, hace ya más de diez años, casi se caga encima de miedo.

—¿Tiene conocimientos médicos de algún tipo? —preguntó el detective viendo que el guardia lo conocía bastante bien.

—No, que yo sepa su especialidad es la compra venta de todo tipo de chatarra.

—¿Dónde lo puedo encontrar? —preguntó Smallbird apurando los restos del café.

—Tienes suerte porque este es el único día de la semana en que lo puedes localizar sin dificultad. Todos los viernes está en su puesto del mercadillo.

El sargento se despidió del detective dándole unas rápidas indicaciones y en cinco minutos estaba en la Plaza del Sol.

La plaza, un rectángulo irregular de trescientos metros de largo por cien de ancho, estaba atestada de gente. Smallbird se movió, abriéndose paso con dificultad hasta el lugar dónde el guardia le dijo que el sospechoso solía montar su puesto. Un minuto después oyó una voz que se destacaba nítidamente por encima del bullicio general.

—¡Robamos de noche! ¡Vendemos de día! ¡Más barato que en la mercería!

Smallbird giró la vista y vio a un tipo moreno y delgado con un bigote grande y negro que vociferada su eslogan a grito pelado sin apartar el cigarrillo que colgaba de la comisura de su boca.

—¡Eh! Señor dos calzoncillos seis euros…

La frase quedó suspendida en la boca de Jaramillo al ver la placa de Smallbird delante de su nariz. El detective pudo ver como las pupilas del hombre se dilataban de puro terror y antes de que se diese cuenta salía de su campo de visión echando a correr entre la multitud.

Mascullando un “jodido idiota” entre dientes Smallbird arrancó con desgana tras el sospechoso. Afortunadamente el hombre tenía los pulmones tan cascados como él y la única ventaja que tenía eran sus largas piernas, así que, aunque se distanció un poco, en ningún momento llegó a perderlo de vista.

El sol y el esfuerzo de abrirse paso a empujones entre la gente sorprendida y enfadada pronto le hicieron sudar. Afortunadamente, Jaramillo huyó por la calle dónde había aparcado la Ossa así que montó en la moto de un salto y al más puro estilo macarra aprovechó el impulso para arrancarla de una patada. Treinta segundos después estaba a la altura de Jaramillo que corría por la acera con el cigarrillo aun en la boca, sin percatarse de que el detective se le acercaba.

Cuando llegaron a la esquina Smallbird acercó la moto y le dio un suave empujón con la pierna. Jaramillo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer. Extendió los brazos para mantener el equilibrio y cuando se dio cuenta era demasiado tarde para evitar el semáforo que estaba plantado en la acera.

—Vamos, despierta. —dijo Smallbird dando un par de bofetones a Jaramillo que permanecía tumbado al pie del semáforo con un prominente chichón en mitad de la frente.

—Vale, vale. Ya me levanto. —dijo el hombre aún un poco atontado—Pero no me haga más daño.

—Perdona, pero el daño te lo has hecho tú. Si no hubieses huido nada de todo esto hubiese sido necesario. —dijo el teniente cogiendo al hombre por su raída chaqueta para ayudarlo a incorporarse y empujándole al interior de una cafetería cercana— Ven, te invito a un café.

—¿Te suena el nombre de Alex Blame? —preguntó Smallbird bebiendo un sorbo de café hirviente.

—Déjeme que piense, inspector… No, ese nombre no me suena. —respondió el ladronzuelo rascándose la barbilla mientras fingía hacer memoria.

—¿Me vas a obligar a ponerme violento? Sé que escribes guarradas en una página web bajo el seudónimo de matoapajas, y que Alex Blame ha comentado tus relatos, así que no me mientas—siseó el teniente procurando que no se enterase nadie más en la cafetería semivacía.

—Está bien. —repuso Jaramillo palideciendo ligeramente—Se quién es y he intercambiado impresiones con él en alguna ocasión en esa página de relatos en internet.

—Veamos, —dijo el detective revisando unas notas— “ojalá se te caiga la picha a cachos” “que te den pol culo cabrón de mierda” ¿A eso le llamas un intercambio de impresiones?

—Ese tipo era un perro. Ya sé que nos soy ningún Chespir, pero no hacía falta cebarse conmigo de esa manera, lo único que yo quería era divertirme un rato y hacer pasar un buen rato a quién quiera leerme. ¡Joder! es una página de relatos guarros, no el premio Planeta.

No necesitaba preguntarle nada más a aquel individuo. Tal como había dicho el guardia aquel hombrecillo no tenía suficiente presencia de ánimo para perpetrar un asesinato como el que tenía entre manos. De todas maneras le preguntó que había estado haciendo la noche del asesinato y respondió que había estado toda la noche de viaje. Tras tomar el café, Jaramillo le llevó hasta una Ford Transit ruinosa y abriendo la guantera y tras revolver entre un montón de tiques de gasolinera encontró dos que le ubicaban en Baeza a las nueve de la noche del Lunes y en los alrededores de Águilas a las tres de la mañana.

Dejó a Jaramillo al lado de su furgoneta frotándose el bonito tolondro que se había ganado y se fue a comer algo. Ya tenía hambre y aún le quedaban dos sospechosos que visitar.

Al llegar a la estación del AVE en Jaén un agente de la policía municipal ya le estaba esperando en el andén.

—Buenos días inspectora, —dijo el agente estrechando la mano de Camino con la típica cordialidad del sur— soy el agente Flores y me han designado para acompañarla a donde lo necesite.

—Gracias, pero llámame Camino. —dijo ella observando al agente que aparentaba no pasar de los veinte años.

—Tú dirás a dónde quieres que te lleve.

—¿Sabes dónde está la calle Tula? —preguntó Camino.

—Sí, claro. Está a quince minutos de aquí —respondió él guiando a la inspectora a un viejo Xsara pintado con los colores de la policía municipal.

El joven se tomó a pecho su papel de cicerone y sin parar de hablar le fue señalando los lugares más emblemáticos de la ciudad a medida que la atravesaban. A aquella hora no había demasiado tráfico así que llegaron a la dirección de deputacoña incluso antes de lo que había pronosticado el agente.

Camino salió del coche y le pidió al agente Flores que le esperara en una bar que había enfrente mientras ella interrogaba a la sospechosa.

Emilia Canilla abrió la puerta del pequeño adosado al tercer timbrazo. Tenía la larga melena castaña revuelta y unas grandes bolsas violáceas bajo los ojos.

Camino le mostró la placa y la mujer sin parecer muy sorprendida le dejó pasar. Una vez en la cocina Emilia preparó dos tazas de café bien cargado y se sentó frente a Camino dispuesta a responder sus preguntas.

—No pareces muy sorprendida de que este aquí. Ni siquiera me has preguntado la causa.—dijo Camino sacando una libreta de su bolso.

—No es muy difícil saberlo. Esperaba su visita desde que publicaron en los periódicos lo de las ochenta y ocho puñaladas. Dados los intercambios de piropos que he tenido con la víctima sabía que tarde o temprano me harían una visita. ¿Ha venido a detenerme? —preguntó la mujer con una sonrisa torcida.

—No, solo quiero hacerte unas preguntas.

—Adelante, dispare.

—Tu nombre es Emilia Canilla.

—Sí.

—¿Eres auxiliar de enfermería en el hospital neurotraumatológico de Jaén?

—En efecto.

—Y eres la persona que se oculta tras el seudónimo deputacoña en la página de Guarrorelatos

—Sí. Tengo un trabajo bastante estresante y me gusta desconectar escribiendo relatos eróticos. —respondió la joven intentando justificarse—Eso es todo.

—Intercambiaste comentarios con Alex Blame. ¿Qué sabes de él?

—Que era un hijo de la grandísima puta. Escribía muy bien y sus relatos eran todos interesantes, pero a la hora de comentar los de los otros escritores era hiriente y malintencionado. Aunque la mayoría de sus críticas eran acertadas, las realizaba de una manera tan ofensiva y descarnada que la gente no podía menos que ofenderse y replicarle con todo tipo de insultos y amenazas. —dijo Emilia frunciendo el ceño— Creo que era eso lo que le ponía.

—Intercambiaste comentarios bastante duros con él.

—Fue un cabrón y respondí. Nada más. Tampoco me extendí en una polémica con él. Valoro los comentarios en lo que son, una opinión sobre tu trabajo y a pesar de que ese tipo de ataques me cabrea, los olvido pronto y sigo escribiendo.

—¿Tienes idea de quién ha podido matarle?

—Todos y ninguno. No me parece que nadie de la página que yo conozca sea capaz de hacer una cosa semejante.

—¿Sabes lo que es… el bromuro de pancuronio? —preguntó Camino echando un vistazo a sus notas.

—Es algún tipo de anestésico, en mi unidad también lo usan a veces los médicos para controlar las convulsiones. —respondió la mujer más interesada que recelosa por la pregunta— ¿Lo utilizaron para matarle?

—¿Es muy difícil sacarlo de un hospital? —pregunto Camino tratando de no darle importancia a la pregunta.

—Solo los médicos y las enfermeras tienen acceso a el medicamento pero supongo que si reconoces el envase y sabes dónde buscar no te resultaría demasiado difícil sacar unos cuantos viales de extranjis. No está especialmente vigilado como la morfina o los tranquilizantes.

—Entiendo, solo una última pregunta, ¿Qué hiciste en la madrugada del lunes al martes?

—Estuve tomando algo con unas compañeras hasta las seis de la tarde más o menos y luego me volví a casa, vi un rato la tele y me acosté pronto porque tenía turno de mañana al día siguiente.

—Entiendo, gracias por todo. —dijo Camino levantándose.

Las dos mujeres intercambiaron un par de frases de despedida y Camino se fue a buscar al agente Flores pensando que no podía eliminar a esa mujer de la lista de sospechosos a pesar de que la ventana de tiempo era muy justa ya que debió correr bastante para llegar a tiempo al trabajo. Otra cosa que llamó su atención es que Emilia era una mujer muy segura de sí misma, ni siquiera había vacilado en responder a la pregunta sobre el pancuronio a pesar de que la incriminaba.

El tener acceso a la droga y estar en un ambiente en el que podía haber aprendido la mejor forma de administrarla, unido a que debido a su trabajo estaba acostumbrada a hacer esfuerzos y manejar cuerpos muertos la hacía parecer una firme candidata.

Mientras el agente la llevaba de vuelta a la estación, Camino le dijo a Flores que como favor personal echasen un ojo esos días a la sospechosa, para ver si se comportaba de una manera rara.

Arjona tuvo coger el AVE en plena madrugada ya que no estaba dispuesto a coger el que salía al mediodía y perderse una noche de viernes en Madrid. Se pasó casi todo el camino durmiendo y cuando llegó a Santiago de Compostela apenas sabía dónde se encontraba. Una fina película de lluvia lo recibió a la salida de la estación obligándole a correr hasta la parada de taxis. El taxista un cincuentón barrigudo se frotó las manos cuando Arjona le indicó el puerto de Vigo como destino y se echó a dormir en el asiento trasero.

El taxista le despertó un poco más de una hora después . Arjona le dijo que le llevase al edificio de la lonja y después de pagar la abultada carrera y pedir una factura, se alejó del taxi en dirección a la nave de la lonja.

Al entrar, un guardia jurado se le acercó y el detective le mostró la placa y aprovechó para preguntarle si conocía a María del Carmen Castiñeira.

—Claro, todo el mundo la conoce aquí —dijo el segurata señalando a una mujer grande, de formas rotundas, con una brillante y abundante melena negra recogida en un apresurado moño con un boli Bic que pujaba con acento cantarín por diversas cajas de pescado y marisco.

Arjona se quedó en pie esperando y observando como la joven de veintipocos años se hacía con astucia con varias cajas de pescado y marisco aprovechando los movimientos de su cuerpo y expresiones procaces para despistar al personal que era masculino en su mayoría.

—¿Verdad que se le da bien? —comentó el guardia de seguridad admirando las esbeltas piernas de la joven que asomaban por la abertura del guardapolvos que llevaba.

Finalmente la joven ya tenía lo que quería y se volvió dando indicaciones a un ayudante para que se llevara las cajas mientras ella pasaba por la oficina para pagar el producto.

Cuando salió de la oficina, los ojos grandes y grises de la joven captaron al detective y primero denotaron interés por el desconocido para luego entrecerrarse con suspicacia.

—Buenos días señorita Castiñeira, soy el detective Darío Arjona de la policía Nacional de Madrid. Necesito hacerle unas preguntas.

—Tiene que ser algo importante para que vengas desde tan lejos. —dijo la joven con el cantarín acento gallego.

—Me temo que sí.

—Entonces será mejor que vayamos a un sitio más cómodo. ¿Has traído coche?

—No —respondió el detective.

La joven le guio hasta una vieja furgoneta C15 con el rótulo de su pescadería en los costados y le invitó a entrar sin ceremonias.

Carmiña, como insistió en que la llamase, se internó en el tráfico de Vigo que le recordó a Arjona a una mezcla de la locura suicida del tráfico en Madrid y las cuestas de San Francisco.

Tras veinte minutos de pitidos e insultos en gallego y portugués, llegaron a una pescadería en las afueras. La joven salió de la furgoneta seguida por Arjona, abrió la puerta de la pescadería y luego fue a la parte trasera de la C15 y agachándose cogió la primera caja de pescado. El detective se quedó quieto mirando el orondo culo tensar la tela del guardapolvo y las piernas blancas y tersas de la joven tensarse por el esfuerzo.

—Ya que está ahí, podría echarme una mano.

La joven no esperó la respuesta de Arjona y le puso una caja de pulpo en los brazos y cogiendo ella otra, le indicó con un gesto que le siguiese.

Hicieron un par de viajes mas hasta la cámara de la pescadería y cuando la furgoneta quedó totalmente vacía, la dejó abierta de par en par y llevó a Arjona a una pequeña oficina que tenía en la parte trasera donde se sentaron en dos sillas frente a frente.

—¿No vas a cerrar la furgoneta? —preguntó el detective extrañado.

—Sí, para que esté el resto del día cheirando a pescado. Esto no es la capital, a quién le va a interesar una furgoneta vieja y vacía.

El inspector se encogió de hombros pensando que en Madrid no se podía dejar una colilla en la calle sin encadenarla a una farola.

—Está bien ¿De qué querías hablarme?

—Se trata de Alex Blame… —empezó Arjona.

—¡Ah! Sí, un tipo simpático. —le interrumpió Carmiña — No tiene pelos en la lengua. ¿Qué ha pasado? ¿ Alguien le ha denunciado por injurias?

—No, me temo que es algo más grave. Ha muerto apuñalado. ¿No te habías enterado?

—La verdad es que no veo mucho la tele y el único noticiario que escucho es el de la gallega, ya sabe para enterarme del tiempo y las noticias locales. ¿Cómo ocurrió?

—Le mataron en su casa de ochenta y ocho puñaladas.—dijo Arjona esperando un gesto revelador de la joven que no llegó.

—¡Carallo! Alguien no le quería muy bien. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó la joven cruzando la piernas y haciendo que el guardapolvo se subiera mostrando una generosa porción de ellas.

—Verás, —dijo el detective tragando saliva—Sabemos que la víctima y tú frecuentabais la misma página web de relatos eróticos y el número de puñaladas coincide con el de relatos que tenía publicados en la web. Eso unido a que había muchos autores que odiaban sus comentarios…

—¡Ahora entiendo! —exclamó la joven sonriendo quitándose el bolígrafo y dejando que la larga melena escurriese por su hombros y se derramase por su pecho— Es por lo de que puse precio a su cabeza.

—Sí —dijo Arjona tragando saliva.

—Eso fue una tontería, en realidad me cabreé por una estupidez. Cuando escribo soy un poco pudorosa nombrando las partes… ya sabes… —dijo descruzando las piernas de nuevo— el caso es que utilizo toda clase de diminutivos a la hora de nombrarlas. Blame se dio cuenta e hizo sangre de ello. Yo me cabreé mucho en el momento pero la verdad es que me ayudó mucho y ahora a la polla le llamo polla y al chocho, chocho.

Durante unos segundos Arjona no pudo decir nada al ver a aquella chica tan explosiva hablando de sexo con tanta naturalidad. Antes de volver al interrogatorio tuvo que enumerar mentalmente dieciséis reyes godos para cortar una incipiente erección.

—¿Puede decirme dónde estuvo la noche del lunes al martes pasado?

—Estuve con mi madre toda la noche hasta las diez de la mañana que es cuando suelo abrir la pescadería.

—¿Su madre puede corroborarlo?

—Sí, aunque tiene ya ochenta y ocho años y ya está un poco chocha. —respondió la joven levantándose.

—Ochenta y ocho. Qué curioso, parece que este número me persigue. —dijo Arjona levantándose a su vez.

—¿Algo más?— preguntó la joven volviéndose para quitarse el guarda polvo y colgarlo de la silla.

Al darse la vuelta a Arjona se le cortó la respiración al ver como los pezones de la joven se le erizaban con el ambiente fresco de la pescadería haciendo relieve en el fino jersey beige.

La joven sonrió maliciosa y se paró unos segundos dejando que el veterano detective la observara unos instantes más.

Carmiña se dio la vuelta y le guio fuera de la oficina. Arjona le siguió, admirando el culo respingón apretado por una falda ajustada justo por encima de la rodilla.

—En realidad solo soy una mujer que intenta salir adelante y escribe en su escaso tiempo libre. —dijo la joven acercándose a una caja de percebes.

—¿Sabes cómo los llamo en uno de mis relatos? —dijo la joven dándose la vuelta con un percebe en la mano y fijando los ojos de largas pestañas en el detective.

—No —fue lo único que Arjona acertó a decir.

—Carallos de mar, —explicó ella acercándose el marisco a los labios— tienen la forma de una polla, cuando le quitas la parte de fuera queda lo más rico a la vista, suave y rosado y si no tienes cuidado al manipularlo te salpica la cara.

Arjona no pudo resistirse más y aprisionó a la joven contra el mostrador dándola un violento beso.

Carmiña gimió y se frotó contra el detective devolviéndole el beso convertida en pura lujuria.

En ese momento Arjona dejó de ser el detective, sustituido por el hombre que deseaba demostrarse a sí mismo que las películas que había estado viendo toda la semana no habían influido en su hombría.

Con la polla amenazando perforar su bragueta agarró a la joven por las caderas y le arremangó la falda deseoso de palpar y acariciar el interior de aquellos portentosos muslos.

—¡Vamos polizonte! ¡Fóllame! —exclamo Carmiña quitándose el jersey y enterrando la cabeza del detective en el profundo escote de su sujetador.

Arjona subió a la joven al mostrador y besó el escote y los pechos de la mujer por encima de la seda del sujetador mientras acariciaba con sus manos el interior de sus muslos.

Carmiña, ardiendo de deseo, tiró del pelo canoso del detective para acercarle a sus labios y poder darle una serie de violentos besos que el veterano policía devolvió con entusiasmo mientras bajaba la copas del sujetador y amasaba los grandes pechos de la joven.

Deshaciendo el violento combate de lenguas y saliva, Arjona bajó la cabeza recorriendo el cuello y el pecho de la joven con su lengua hasta llegar a sus pechos y sus pezones. Cogiendo uno de los pechos con sus manos se metió el pezón en la boca y lo chupó y lo mordisqueó hasta hacer a la joven gritar y retorcerse de placer y ansia.

Arjona siguió bajando por su vientre y su ombligo y arremangándole la falda hasta la cintura abrió las piernas de la joven tirando desesperadamente de su tanga.

—Sí, sí ¡Ven a mi lameiro de toxos! —dijo la joven abriendo aun más la piernas y empujando al detective hacia un abismo rizado y salvaje.

Arjona apartó con la mano el abundante vello negro y rizado que cubría el monte de Venus de la joven y acarició con su lengua el sexo húmedo y caliente. La joven gritó y empujó la cabeza del detective contra ella acompañando los lametones y mordiscos del detective con violentos movimientos de sus caderas.

Con su coño oscuro y chorreante de deseo la joven logró apartarse y sin dejar de mirar al inspector con aquellos ojos grises e hipnotizadores se quitó la ropa quedando totalmente desnuda ante él.

En instantes la piel blanca se erizo por el fresco ambiente de la pescadería haciendo contraste con el calor y los flujos que escapaban del pubis de Carmiña haciendo que Darío se muriese por entrar en ella.

La mujer se acercó a él y arrodillándose le bajó los pantalones y los calzoncillos dejando a la vista la tremenda erección del detective. Con una sonrisa pícara la joven acarició la polla de Arjona con su melena antes de metérsela en la boca.

El detective tuvo que apoyar los brazos en el mostrador creyendo que se derretiría como un helado ante los dulces chupetones de la joven. Tras unos pocos instantes tuvo que apartarla para no correrse en su boca.

Carmiña fue subiendo por la cintura y el pecho del poli arrancando ropa y arañando y mordiendo como una gata salvaje. Sus pechos grandes y ligeramente caídos se bamboleaban golpeando su polla convirtiéndose en una tortura que Arjona no pudo resistir más.

Cogiendo a la peixeira por las caderas la depositó sobre el mostrador y le metió la polla de un solo golpe. El miembro del detective entró con facilidad mientras la joven se quedaba congelada y soltaba un largo gemido. Arjona acarició sus pechos y pellizcó sus pezones haciendo que la joven volviese a agitarse excitada.

El inspector comenzó a moverse en el interior de la joven mientras ella se agarraba a él con desesperación insultándole y gimiendo con rabia.

Arjona aumentó el ritmo y la violencia de sus empujones a lo que la joven respondió clavándole las uñas y mordiendole a la vez que gritaba de placer.

Esta vez fue él el que se separó mientras la joven se tumbaba sobre el frió mármol y exhibía su cuerpo con la piernas abiertas sin ningún reparo. El detective disfrutó unos segundos de la vista del pubis cubierto de pelo oscuro y rizado y de los muslos blancos y apetitosos mojados con los jugos de su sexo antes de que la joven se diese la vuelta y volviendo la cabeza le invitase a seguir follándola con un gesto.

Arjona se acercó y agarrando su brillante melena tiró de ella para acercar los labios de la joven a los suyos. El beso se prolongó unos instantes que parecieron eternos mientras la polla del policía rozaba la vulva de la joven haciendo que el placer y el ansia de ambos se volviesen casi dolorosos.

Finalmente fue la joven la que sin dejar de besar a su amante cogió la polla con sus manos y tras acariciarla suavemente la introdujo en su interior con un jadeo.

Arjona empujó hasta que la polla entera estuvo enterrada en lo más profundo del coño de la joven y empezó a acariciar todo su cuerpo. Carmiña se puso de puntillas y comenzó a mover sus caderas gimiendo suavemente y disfrutando de unas caricias que electrizaban todo su cuerpo.

Arjona disfrutó unos segundos más de la ardiente necesidad de la joven antes de coger de nuevo su melena y penetrarla de manera salvaje, haciendo que todo el cuerpo de la joven temblase con cada embate.

Con dos alaridos la joven se corrió temblando descontroladamente en los brazos del detective que seguía empujando aunque más suavemente.

Tras unos instantes la joven se separó con un suspiro, se arrodilló ante Arjona y comenzó a masturbarle con dedos suaves y amorosos hasta que incapaz de contener más su placer se corrió salpicando la cara de la joven con su semen.

Con una sonrisa Carmiña se metió la polla en la boca y saboreó una última vez el rosado percebe.

Smallbird había vuelto a Madrid y después de una comida rápida en una taberna del centro mantuvo una charla bastante tensa con Carpene Diem, que resultó ser juez del tribunal supremo descartándole rápidamente como sospechoso por sus múltiples compromisos

De vuelta en la comisaría, llamó a los chicos para ver como les había ido en sus investigaciones.

Camino había descartado a Capacochinos que tenía coartada, ya que había estado toda la noche de juerga con sus compadres de cofradía (maldita la habilidad que tenían los andaluces de estar de juerga hasta los lunes por la noche) y se había quedado con deputacoña aunque la ventana horaria era un poco justa.

Carmen no había tenido demasiada suerte con su sospechoso y también mostró una coartada solida al estar en una silla de ruedas.

Por último cogió el teléfono y llamó a Arjona.

—Hola Darío —dijo Smallbird al notar que se había establecido la conexión.

—Hola jefe, —respondió el detective con una voz un poco rara que no se le escapó a Smallbird.

—¿Ya estás de camino? —preguntó Smallbird.

—Mmm… No jefe. —respondió el detective con un apagado ruido de fondo.

—¿No has conseguido hablar con tu sospechosa? —preguntó Smallbird sorprendido.— Creí que querías estar aquí lo antes posible.

—¡Eh! Sí. Esto… he tenido un imprevisto y… —ahora Smallbird oyó nítidamente una risa cantarina en el fondo de la conversación.

—¡Joder Arjona! —gritó el teniente—¿No me digas que te estás acostando con la sospechosa?

—Ella… Yo…

—Estúpido. Deja ahora mismo a esa fulana y ven para acá. ¡Me están dando ganas de meterte un paquete de tres pares de cojones!

—Lo siento mucho, jefe.

—Bah, bah, tú no lo sientes nada. Más vale que esa mujer sea inocente si no, no vas a encontrar una piedra los suficientemente grande dónde esconderte del comisario. Por lo menos habrás comprobado su coartada.

—Claro jefe, estuvo toda la noche con su madre…

—Sí una coartada genial, anda sal de esa cama y presenta un informe antes de tomarte el fin de semana libre. Espero que lo hayas pasado bien y no tengas que arrepentirte de esto mamón.

Smallbird colgó el teléfono no sabiendo si reír o desesperarse con el comportamiento de Arjona. El hombre era un excelente investigador pero no conocía a nadie tan enamorado de sacarle brillo a su pirola. En el fondo confiaba en su instinto y aunque la coartada de la mujer era bastante endeble, había que tener mucha presencia de ánimo para cepillarse al tipo que viene a investigarte si eres el asesino. De todas maneras no la eliminaría de la lista de sospechosos hasta estar totalmente seguro.

Eran ya casi las ocho de la tarde cuando Smallbird cogió el teléfono para hacer la llamada más temida:

—Hola Fermín… o debería llamarte Fiestaconcadáveres.

—Hola Leandro esperaba tu llamada desde hace unos cuantos días. —dijo una voz apesadumbrada al otro lado de la línea.

—Podías habérmelo puesto un poco más fácil. ¿Por qué no me lo has contado antes? —preguntó el teniente.

—No sé, supongo que fue por vergüenza. No estaba preparado para hablar con nadie de mi pasatiempo secreto, así que cerré el pico y esperé que la investigación te llevase por otros derroteros. —dijo el forense intentando justificarse.

—Tenemos que hablar cara a cara. —dijo Smallbird.

—Desde luego, Leandro, pero no ahí, ni tampoco aquí ¿Qué te parece terreno neutral?¿ Nos vemos dentro de una hora en el Rick´s?

—De acuerdo, en una hora.

Rick´s era uno de los pocos pubs que aun tenía el viejo ambiente de principios de los noventa, esos años nunca volverían. Era verdad que ahora cuando salías por ahí podías dejar la ropa de nuevo en el armario, pero tras la aprobación de la ley antitabaco los bares oscuros y neblinosos en los que podías encontrarte a una mujer fumando con la típica sonrisa a lo estoy de vuelta de todo, que tan bien interpretaba la Bacall, habían sido sustituidos por sitios luminosos y estridentes, llenos de jóvenes deportistas y anoréxicas modelos sin ningún tipo de glamour.

El lugar estaba semivacío y no le costó encontrar a Fermín sentado en una mesa de la esquina con un Gyntonic.

Smallbird pidió un Glenfiddich con hielo y se sentó frente a él.

—Aquí estamos, —dijo el teniente arrellanándose en la incómoda silla— ¿Te parece si vamos al grano y luego terminamos la copa tranquilamente?

—Por mí estupendo, Leandro. —respondió Fermín serio pero tranquilo—Pregunta lo que quieras.

—¿Cómo te iniciaste en Guarrorelatos? —preguntó Smallbird más con la intención de asegurarse de la sinceridad del forense confrontándole con un tema espinoso, que por el interés que pudiese tener para la investigación.

—Bueno, ya sabes que en nuestro trabajo se ve de todo y me dio por escribir algunas anécdotas. Publique los primeros cuentos en alguna Web de relatos normales pero el ambiente un tanto consanguíneo que reina en ellas, no me inspiró nada, así que cuando descubrí esta página, aderecé mis relatos con un poco de sexo y me fue tan bien que desde entonces no he parado de escribir.

—Entiendo… ¿Y Blame?

—Es, era un provocador. Tanto en sus relatos como en sus comentarios. No le gustaban las opiniones complacientes e incluso se metía con los lectores que le alababan. —respondió Fermín sin vacilar.

—Y tú ¿Cómo te llevabas con él?

—Mal como todo el mundo. A pesar de que los comentarios no influyen demasiado en mi moral, en ocasiones me sentía obligado a responder e invariablemente ese cerdo se las arreglaba para que terminásemos llamándonos de todo.

—¿Quién ganaba las discusiones? —preguntó Smallbird.

—Invariablemente él. Al final me cansaba y le decía alguna burrada o le mandaba a tomar por el culo. —dijo el forense.

— ¿Dónde estabas la noche del Lunes?

—Como te imaginaras tuve turno de noche por eso me encontraste en la escena del crimen. Tengo tres testigos en el instituto si dudas de mi palabra…

—Tonterías —dijo Smallbird aliviado—pero me hubieses evitado el disgusto hablando de ello antes.

—Lo siento mucho, yo creí…

Una llamada al teléfono del teniente interrumpió la conversación. El número no era conocido. Smallbird se disculpó y contestó a la llamada.

—Smallbird

—Hola, —dijo una voz agitada de mujer desde el otro lado de la línea— soy Vanesa Díaz la vecina de…

—Sé quién eres ¿Pasa algo? —pregunto el detective con las alarmas encendidas ante la voz ansiosa de la joven.

—Estoy muy asustada, creo que alguien me sigue….

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 4
En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

Relato erótico: “La violé por amor” (POR AMORBOSO)

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Hace tres semanas que salí de la cárcel. Me han tenido dos años por robar cuatro euros de nada. No les importó que fuera para comer mi madre y mi hermana. Me encerraron y las dejaron desamparadas.

En estos dos años se han llenado de deudas, porque los prestamistas saben que yo respondo por ellas y les han dado lo que necesitaban. Ahora me toca a mí devolverles el dinero y los intereses, que son muchos. Por eso es que ahora tengo que trabajar más para pagarles.

La semana pasada había quedado con un amigo para que me recogiese e ir juntos a dar un palo a unas naves industriales sin vigilancia. Nos habíamos enterado de que esa noche guardan bastante dinero. Suficiente para cancelar la deuda.

Mientras esperaba en una calle entre mi casa y la suya a que me recogiese, algo distrajo mi atención. Vi que salía una preciosa muchacha de la casa de enfrente. Dediqué un instante a admirarla. Ella, cerró la puerta y se colgó el bolso de su hombro. En este gesto, quedó enganchada su corta falda en él y me mostró sus largas piernas y una buena parte precioso culo, donde no pude apreciar si lleva tanga o nada.

Toda ella era provocación. El top pequeño y apretado, empujado por unos pechos generosos, una minifalda negra y las botas de tacón, casi no cubrían su cuerpo. Rubia, buenas tetas y culo redondo completaban la imagen. Creo que me enamoré de ella en ese mismo momento.

-Mmmm Qué a gusto me follaría a esa tía. Voy a seguirla.

Me dije para mí solo.

Llevo dos años sin follarme a una tía, matándome a pajas en chirona y, como mucho, algún culo. Por lo que sólo con verla se me puso dura al instante. Y no sólo por llevar tanto tiempo sin mujeres, sino porque ella era especial. Desde que salí me he cruzado, hablado y mirado a cientos de ellas, pero ninguna me ha causado tanta impresión.

Está empezando a anochecer, ella tomó la dirección desde la que tenía que venir mi amigo. Yo la seguí por la otra acera, sin dejar de mirarla, hasta que el sonido de un claxon me hizo ver que mi amigo me esperaba. Nada más entrar en el coche, le dije:

-Rápido Cañas, da la vuelta y sigue a esa tía. Me la quiero follar esta noche.

-¿Pero estás tonto, Richi? ¿Vas a perderte un palo como el de esta noche que nos hará vivir como reyes una temporada? ¿Y encima por una puta como esa? Con lo que nos vamos a repartir, puedes tener putas de esas a cientos.

Además de no poder hacer nada, porque había arrancado rumbo a nuestro destino, tuve que reconocer que tenía razón. El trabajo salió perfecto. Cuando terminamos, yo seguía empalmado, por lo que pedí al Cañas que fuésemos de putas, pero llegamos tarde y ya habían cerrado.

No pude más y tuve que hacerme una paja apoyado en el coche, ante las risas del Cañas al principio, y con su compañía después, apostando a quién duraba más. La apuesta de las dos cervezas la ganó él.

Durante toda la semana he estado controlando sus salidas y entradas. La he visto quedar con sus amigas, la he visto pasear con su novio. La he visto subir al coche de él y volver ya de noche moviéndose extrañamente al bajar del coche. Cada día me gustaba más. Estaba enamorado de ella.

Intenté entrarle varias veces, tanto cuando estaba sola como cuando estaba con sus amigas en el bar, pero en todas ellas o bien me rechazó o bien me ignoró.

Pero yo no podía vivir sin ella. Necesitaba hacerla mía y ayer, por fin, me decidí. Si no quería por las buenas, sería por las malas, pero iba a ser mía sí o sí.

Pedí prestada la furgoneta al Chata, la limpié bien de todos los restos metálicos y virutas de chatarra que tenía para no salir heridos y eché un viejo colchón en su interior. No tiene ventanillas laterales, y si tiene un separador de malla entre el conductor y la caja, sobre el que puse un gran trozo de tela. Compré una caja de viagra, distraje unas esposas, un antifaz, una bola y una cuerda en un sex-shop, mientras compraba una caja de condones y me fui a buscarla. Aparqué en un callejón por el que pasaba habitualmente y que siempre estaba vacío y esperé a que llegase.

Cuando la vi llegar, me puse un pasamontañas que solamente dejaba visibles mis ojos y labios, y preparé el cuchillo de monte. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba más nervioso que en cualquier robo, atraco o acto vandálico en el que hubiese estado, ni siquiera en mi primer robo estaba así. Al pasar a mi lado, abrí la puerta corredera lateral, salté de golpe a cogerla del brazo y tire de él haciéndola caer en el interior, al tiempo que la puerta se cerraba sola.

-Aaaaayyy. ¡Pero qué…!

Con el susto de mi aparición al abrir la puerta y la sorpresa, no le dio tiempo a reaccionar. Me eché sobre ella, coloqué la mano sobre su boca y el cuchillo en su cuello y le dije:

-¡Si gritas te corto el cuello! Estate muy calladita. ¿Lo has entendido?

Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

Me puse a caballo sobre ella, con una rodilla a cada lado, sujetando los brazos bajo ellas y coloqué el cuchillo en su garganta, pinchando ligeramente.

-¡Abre la boca todo lo que puedas!

-¡Por favor no me haga…!

-¡CALLATE Y ABRE LA BOCA! – Le grité al tiempo que pinchaba y hacía salir una gota de sangre de su cuello.

Lo hizo y rápidamente coloqué la bola bien adentro y la sujeté detrás. Ya sin poder gritar, liberé sus brazos, adormecidos al cortarles la circulación con mi peso, la hice darse la vuelta y coloqué las esposas en sus manos. Luego le até los muslos juntos, por encima de las rodillas y de ahí a los tobillos e hice que doblase las rodillas para atarlas a las esposas. Quedó totalmente empaquetada e inmovilizada boca abajo.

Salí para ponerme al volante y conduje hasta las afueras de la ciudad. Aparqué en una zona boscosa, a cubierto de miradas indiscretas, que ya había utilizado en otras ocasiones con mis amigos para nuestras actividades delictivas. Me metí en la parte trasera y cerré las puertas para evitar posibles interrupciones indiscretas.

-Bien, putita, vamos a ver ese cuerpo

Llevaba un vestido corto y fino, de tirantes, que se le había subido hasta enseñar la lorza que su culo redondo, (su maravilloso culo), hacía con sus piernas. La subí todavía más, dejando a la vista el hilo de su tanga.

-ZASSSS, ZASSSS

Le di un golpe en cada cachete.

-Buen culo. Me va a encantar follarlo.

-MMMMM, MMMMM, MMMMM, MMMMM.

-¿Lo estás deseando, eh?, no te preocupes que todo llegará. Te voy a desnudar y más vale que colabores. Si colaboras, terminaremos pronto y saldrás viva y sin daño de aquí. Si no lo haces te haré lo mismo pero sufrirás más.

Omití lo de salir viva intencionadamente, pero no debió de darse cuenta.

-Ahora voy a soltarte las manos, espero que no hagas tonterías.

Desaté la cuerda de sus manos, lo que le permitió bajar las piernas, y solté las esposas. Le di la vuelta para dejarla sentada. Bajé los tirantes de su vestido, pero ella intentó evitarlo llevando sus manos a las mías para impedirlo.

-NNNNN PFMMM

-ZASSSS ZASSSS

Me deshice de su mano y le di un bofetón con todas mis fuerzas y seguido, otro en el otro lado. Cayó de lado sobre el colchón llorando.

-Si prefieres esto, yo no tengo inconveniente en seguir. ¿Quieres más?

Negó entre lágrimas. La agarré del pelo y volví a colocarla sentada. Esta vez sí que se dejó bajar los tirantes del vestido y hasta colaboró en sacar los brazos. No llevaba sujetador. Ante mis ojos maravillados quedaron sus preciosas tetas, como pirámides de Egipto incrustadas en su pecho.

El movimiento de bajar su vestido, me llevó a acercar la cabeza a ellas y no pude evitar sacar la lengua y lamer uno de los pezones. Enseguida, la mano de ella fue a cubrirlo, apartándome la cara.

-ZASSS.

Una nueva bofetada la tiró de costado. Volví a levantarla tirando del pelo.

-¿Qué te pasa zorra? Es que no entiendes o es que te gusta que te sacuda. ¡Eh! ¿Te gusta que te sacuda?

-MMMMmno.

Negó con la cabeza

De un empujón, volví a tumbarla sobre el colchón y terminé de sacarle el vestido por los pies. Desnuda estaba impresionante sus tetas, grandes y tiesas, su cara de líneas suaves, que no le perjudicaba su pelo revuelto y despeinado, su tripa plana, su coño apenas cubierto por un triángulo minúsculo y transparente a través del que se vislumbraban sus pliegues sin la más mínima muestra de pelo.

La volví a poner boca abajo para admirar su culo y acariciarlo, sintiendo los pequeños temblores de su cuerpo que eran más pronunciados en él. Lo recorrí con mis manos, acariciándolo, para terminar con dos palmadas en sus cachetes al tiempo que le decía.

-Venga, cariño, no perdamos más tiempo.

Solté las cuerdas de sus piernas y, cuando se vio libre, intentó moverse, pero un puñetazo en la espalda, la dejó totalmente inmóvil. Luego volví a colocarla boca arriba

Como la cuerda era larga. Até su tobillo derecho con su muñeca derecha y llevé la cuerda para pasarla por un agujero en uno de los lados del chasis de la furgoneta, hasta otro agujero igual en el otro lado, para terminar atando su otra muñeca y tobillo. Con esto, quedó totalmente abierta, con los pies elevados e inclinados hacia su cabeza.

Saqué de nuevo el cuchillo y rodeé con la punta sus pezones, mientras ella miraba aterrorizada, fui bajando por el pecho, su estómago, hasta llegar a su tanga, por el qué metí la punta, para desplazarla hasta la tira lateral y cortarla, luego hice lo mismo con la otra. Guardé el cuchillo, con un suspiro de ella y retiré la prenda cortada.

Bajé mi nariz hasta su coño, buscando encontrar su olor, sorprendido, me encontré con que mostraba algunas gotitas y los bordes humedecidos. Se estaba excitando. Me desnudé completamente, dejándome solamente el pasamontañas y me coloqué entre sus piernas, y me puse a acariciar sus pechos con ambas manos, estrujándolos. Su turgencia me fascinaba. Disfruté un rato amasándolos Cuando cambié para chupar uno de sus pezones, pude sentir su gemido a pesar de la mordaza hasta que se le pusieron duros. Baje por su pecho y vientre pasando la lengua por donde antes había pasado el cuchillo, hasta que llegué a su coño. Estaba totalmente depilado y suave como el de una niñita.

Lo recorrí alrededor con mi lengua desde encima de su clítoris, bajando por un lado, hasta el perineo y subiendo por el otro. Le di varias vueltas, acercándome cada vez más a su raja, sintiendo cómo se iba excitando. Poco a poco se iba abriendo, dejando ver parte de su intimidad con algo de humedad, a la espera de que mi lengua la recogiera.

Bajé hasta su ano, que intenté forzar con mi lengua. Sorprendentemente se abría ante mis ataques con facilidad. Ensalivé bien mi dedo medio y se lo metí sin problemas en su culo.

-Veo que le das mucho uso a tu culo, ¡eh puta! Me hubiese gustado rompértelo, pero ya que no es posible, espero disfrutarlo bien.

-MMMMMM MMMM

-Sí, ya sé que tú también. Te voy a quitar la mordaza y me vas a chupar la polla hasta que me corra. Te lo tragarás todo y me la dejarás bien limpia. ¿Entendido?

Asintió con la cabeza. Yo me separé de ella, me tomé una viagra y preparé un bulto con su ropa y la mía para ponerlo bajo su cabeza. Le puse el antifaz y solté la mordaza. Entonces pude quitarme el pasamontañas, que me estaba asfixiando de calor

-Agua

Fue lo que dijo casi sin voz. Le puse la botella que llevaba y casi se la bebió entera.

-Gracias. Por favor. No me hagas daño…

-¡No hables si no te lo digo yo! –La interrumpí.

-Pero tengo que decirte que…

-ZASSSS, ZASSS

Dos nuevas bofetadas.

-¡QUE TE CALLES!

Intenté llevar mi polla a su boca, pero entre las piernas, brazos y cuerdas, me resultó incómodo y solamente le metí la punta un momento. Frustrado, volví a su coño, metiendo nuevamente un dedo en su culo y recorriendo con la lengua los bordes de los labios. Noté cómo se separan cada vez más con mi caricia. Mi dedo en su culo presionaba la pared con su coño para transmitirle el roce cuando lo movía.

Su respiración se aceleraba, a pesar de los intentos que hacía para que no se le notase

Yo seguía recorriendo los bordes hasta que se retiraron dejando ver el sonrosado interior, donde destacaba su clítoris duro como un garbanzo y sobresaliendo de los labios. Le hice un recorrido desde la base del clítoris hasta la entrada, rozando ligeramente la base por arriba y luego metiendo mi lengua todo lo que pude en su agujero.

-OOOOOHHHHH. SIIIIII

No pudo aguantar más y cedió al placer. Yo tampoco pude. Cambié el bulto de ropa a debajo de su culo y, tras escupirme en la polla, la puse en la entrada de su ano y se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAHHHH

Un grito, no sé si de dolor o placer, acompañó la entrada de mi polla en su ano la mantuve unos segundos hasta que se acostumbró y empecé a moverme. Primero despacio, pero poco a poco fui acelerando y machacando su ano sin piedad. De vez en cuando, sacaba la polla para escupir abundantemente en el agujero y seguía machacando.

La cogí de los pezones y se los estiré. Me incliné sobre ellos y los mordisqueé, lamí y volví a estirar.

Ella solamente decía:

-Ah, ah, ah, ha,…

Coincidiendo con mis envestidas.

-Oooohhh. ¡Qué culo más divino! Me voy a correr. Te lo voy a llenar de lecheeeeee AAAAAAHHHHHH

Me corrí con uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me dejó agotado. Me dejé caer en el colchón, junto a ella. Le hice girar la cara y le estuve comiendo la boca un buen rato.

-Mira, putita, voy a soltarte. –Le dije poco después- Está todo cerrado y no puedes salir, además, ya sabes cómo las gasto. Así que, si no quieres que te rompa todos los huesos, pórtate como una buena puta e intenta disfrutar. Si lo haces así esto durará menos y te podrás ir a casa pronto. Si intentas algo, te follaré igual y luego te cortaré el cuello.

Un ligero temblor recorrió su cuerpo. Solté con tranquilidad las cuerdas que ataban sus manos y pies, que cayeron como muertos sobre el colchón.

-Ahora me la vas a chupar hasta ponérmela bien dura, y vas a tener mucho cuidado con los dientes si no quieres sentir el roce del cuchillo. ¿Lo has entendido?

-SSSi

La hice girarse, ponerse a cuatro patas y llevé su cabeza a mi polla. Enseguida se puso a mamarla. Primero se la metió en la boca hasta que tuvo suficiente dureza, metiéndosela entera al principio y luego en grandes trozos y sacándosela mientras presionaba con los labios. Tras algunos minutos, consiguió ponérmela totalmente dura de nuevo, la ensalivó bien, repasando toda con la lengua, y se la metió casi completa. La fue sacando despacio, hasta que solamente quedó el glande en su boca, aplicándose entonces a rodearla con la lengua y darle golpecitos en el borde.

Volvió a metérsela nuevamente todo lo que pudo, quedando unos centímetros nada más.

-ZASSSS, ZASSSS

Un par de bofetadas, antes de cogerla del pelo y forzar la entrada hasta que su boca llegó a mi pubis, le hicieron comprender rápidamente cómo quería que me la mamase.

Se la mantuve un rato dentro, sintiendo las contracciones de su garganta ante las náuseas y el ahogo que le producía. Se la saqué de golpe, arrastrando un aluvión de babas. Acentuó sus arcadas, pero cuando estaba a punto de vomitar:

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes bofetadas la hicieron recuperarse, por lo que volví a meterle mi polla hasta lo más profundo, volviendo a disfrutar de las contracciones. Estuve menos tiempo, pero tuve que volver a darle nuevas bofetadas para que se recuperase.

Después de hacerlo un par de veces más, la dejé que siguiera ella sola durante un rato más. Luego la hice acostarse boca arriba, tomé el bulto de ropa, lo puse bajo su culo y me puse a frotar mi polla a lo largo de su raja.

-Mmmmmm. Me va a encantar follarte este coñito tan sabroso.

-Nooooo. Por favoooor. Que…

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes golpes en sus tetas cambiaron sus gritos por llanto.

-¡CALLATE! Te he advertido ya antes y no lo haré más. A la próxima te cortaré la lengua.

Y para confirmarlo, coloqué el cuchillo a mano.

-Pero es que…

-ZASSSS

Un puñetazo en el estómago la dejó sin respiración y en silencio. Se dobló con las manos en su vientre y cayó encogida de lado. Yo le hice estirar la pierna de abajo, colocándola entre las mías y le levanté la de arriba poniéndola en ángulo, quedando su culo y coño a mi disposición.

Coloque mi polla en su entrada y, de un solo empujón, se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGG.

Un fuerte grito de dolor seguido de llanto, acogió mi entrada, estaba muy estrecha y casi me corro en ese momento, pero quería disfrutarla al máximo, así que fui sacando mi polla despacio, mientras ella seguía llorando. Cuando la tuve toda fuera, vi que estaba manchada de sangre.

-Vaya, vaya, así que la putita no es más que una calientapollas virgen de coño y puta de culo.

-¿Todavía no te han follado bien el coño?

-NNNo. Soy virgen todavía.

-Querrás decir que lo eras. Acabo de bautizarte como nueva puta. Y te voy a dejar bien entrenada.

Volví a escupir abundantemente sobre mi polla y volví a clavársela hasta el fondo.

-AAAAAYYYYYYY.

No le hice caso. Me mantuve un rato con la polla dentro, mientras volvía a chupar y lamer sus pezones

La sacaba despacio, escupía en ella y la volvía a meter al mismo ritmo. Lamía y chupaba sus pezones volviendo a repetir el proceso, hasta que conseguí que su coño se encharcara. A partir de ese momento, me moví con rapidez, en una follada frenética en la que pude sentir dos gemidos más fuertes con un arqueo de su cuerpo.

Cuando sentí que estaba a punto de correrme, me salí de ella, puse mi boca sobre su coño y rodeé su clítoris con mis labios. Me dediqué a chupar y aflojar, sintiendo como iba estirándose. Le metí dos dedos en el coño y me puse a follarla con ellos, sin dejar de chuparla.

Cuando sus gemidos y su cuerpo me dijeron que se había corrido, volví a clavársela y a follarla con violencia nuevamente. Aguanté todo lo que pude, hasta que…

-Jodeeeer. Puta. Me corrooo. AAAAAAAAAAA.

La clavé todo lo que pude y solté toda mi corrida. Luego seguí con ella dentro hasta que quedó flácida. Caí a su lado, mirando al techo, y cerré los ojos un momento para recuperarme.

-Joder, Edu, eres un cabrón. Sabes que quería llegar virgen al matrimonio, pero te perdono porque he perdido la cuenta del número de veces que me he corrido. De todas formas, sí que te has dado prisa. Ayer te conté mi fantasía y no has tardado ni un día en cumplirla. ¡Gracias, cariño!

Esto último lo dijo al tiempo que se levantaba apoyada sobre un brazo y con la otra mano se quitaba el antifaz.

-¡PERO QUIEN COÑO ERES TU! ¡TU NO ERES EDUARDO!

-No, no soy Eduardo. Soy Richi…

-Ya sé quién eres. Eres el gilipollas que ha intentado ligar conmigo esta semana. ¡TE DAS CUENTA DE LO QUE ME HAS HECHO, CABRÓN! ¡ME HAS VIOLADO! ¡TE VOY A DENUNCIAR PARA QUE PASES EL RESTO DE TU VIDA EN LA CARCEL!

-Espera… Estoy enamorado de ti desde que te vi…

-CERDO, HIJOPUTA, VIOLADOR…

-Era la única forma de tenerte. No podía vivir sin pensar en ti.

-MAMÓN, MARICÓN, CABRÓN, HIJOPUTA

-¡TE QUIERO!

Con estos diálogos, terminó de ponerse de rodillas y empezó a darme puñetazos en el pecho mientras seguía insultándome.

Ver sus tetas temblando como flanes, su cuerpo de curvas perfectas y su coño casi escondido entre sus piernas ligeramente separadas, junto con los efectos de los restos de la pastilla, volvieron a encenderme de nuevo, poniendo mi polla casi en su total dureza.

-ZASSS

Me levanté ligeramente y le di otra bofetada, en su cara ya roja, que la desequilibró, haciéndola caer de nuevo al colchón.

-¡Te he dicho que te calles!

Rápidamente la puse a cuatro patas colocándome a su espalda entre ellas. Intentó levantarse, pero un buen golpe con el puño entre los omóplatos la dejó totalmente inmóvil. Escupí en su culo y en la punta de mi polla y se la clavé de golpe hasta la mitad.

-AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYY

No hice caso de su queja, sin pensarlo más, se la metí completa. Sólo emitió un gemido. Fui sacándola despacio y volviéndola a meter lentamente. Ella gemía quedamente. Poco a poco fui acelerando mis movimientos hasta que alcancé un ritmo rápido. Sus gemidos aumentaron con mi ritmo. Me incliné sobre ella para pasar mi mano por debajo y alcanzan su clítoris, encontrándome con su mano frotando su clítoris. Le retiré la mano y…

-ZASSSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH.

Una palmada sobre el coño disparó su orgasmo que fue largo e intenso, por lo que duraron sus convulsiones. Sus piernas no la aguantaron y quedó totalmente acostada sobre el colchón, saliéndosele mi polla de su ano. Cuando se relajó, volví a ponerla en cuatro, escupí en su ano y en la punta y volví a follarla con fuerza, al tiempo que me inclinaba sobre ellas y me sujetaba metiendo las puntas de tres dedos en su coño y frotaba su clítoris con la palma de la mano.

Estuve un buen rato, y al final, intenté aguantar mi orgasmo, pero no daba para mucho más. En el límite de mi aguante, ella volvió a correrse y entonces, prácticamente al mismo tiempo, pude hacerlo yo, echándole dentro las últimas gotas que quedaban en mis huevos.

Volvió a quedar acostada boca abajo, totalmente agotada. Yo esperé un momento para recuperarme de tan buenas corridas y me puse en pie para vestirme. Mientras lo hacía, le tiré encima el vestido y le dije:

-Vístete, puta, que te voy a llevar a casa. Después de esto puedes denunciarme si quieres. Estoy seguro que el recuerdo de esta tarde me durará toda la vida y podré aguantar con él todo el tiempo que esté encarcelado.

Se lo puso como pudo y cuando iba a coger su destrozado tanga, se lo retiré y, después de darle una pasada por su coño, me lo eché al bolsillo diciendo:

-Me lo quedo para recordarte en la soledad de mi celda.

Terminé de vestirme y abrí la puerta para pasarme al lugar del conductor. Ella salió tras de mí y se subió en el puesto del acompañante. Recorrimos el camino de vuelta en silencio, mientras ella recomponía su maquillaje y escondía las rojeces de su cara.

Pronto estuvimos frente a su casa. Había un vehículo detenido ante la puerta.

-Está mi novio esperándome. Déjame a la vuelta de la esquina de la siguiente calle.

Antes de bajarse, ya detenido el vehículo, ella sacó un pequeño bolígrafo de su bolso y tomando mi mano que tenía sobre el cambio de marchas, me escribió en la palma:

VANE 555XXXXXX

-Llámame cuando quieras violarme otra vez.

Era cerca de la media noche cuando llegamos. Me dio un beso en la mejilla y se bajó, volviendo con paso tranquilo y tembloroso hacia su casa.

Y esta es la historia. Esto pasó ayer. Acabo de escribirla y ya estoy empalmado otra vez, solamente de recordarlo. Voy a llamarla.

-…

-Vane, soy Richi. Todavía no he devuelto la furgoneta al Chata y…

-Sí. Acabo de ducharme y estoy dándome crema para calmar las irritaciones. Dame diez minutos y recógeme donde me dejaste…

-Jodeeeer. Lo siento lector o lectora. Me voy a buscarla. Si quieres comentar, te lo agradeceré, y si me valoras me animarás a contarte más. Adiós.

Richi

Relato erótico: “Prostituto 19 Esther es mas puta que yo” ( por GOLFO y ESTHER)

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JEFAS PORTADA2
Todavía recuerdo el día que la conocí, Esther estaba en un bar en el que la fortuna me hizo caer una mañana de agosto. Desde que entré, me llamó la atención porque era la única mujer del local y sabiéndolo, con una mirada pícara, tonteaba con dos compañeros. Mientras ella bromeaba, los dos hombres
hacían que seguían su conversación cuando en realidad tenían fijos sus ojos en los pechos que se escondían tras esa camiseta blanca. Tras darle un repaso y valorar que esa mujer de casi uno setenta estaba buena, comprendí y acepté que en vez de mirarle  a la cara,  ese par se concentraran en esa parte concreta de su anatomía.
Como no tenía nada que hacer, me quedé observando a ese trío pero entonces la muchacha decidió ir al baño y eso fue mi perdición. Con su melena suelta, ese primor recorrió el pasillo con un movimiento que me dejó alelado:
“¡Menudo Culo!” pensé hipnotizado. Como si fuera un pez, abrí la boca y babeé al contemplar ese par de nalgas dignas de museo.
Morena de piel y con el pelo negro, esa mujer bamboleaba su trasero con un ritmo que te impedía pensar en algo que no fuera ponerla a cuatro patas y follártela. Aunque resulte imposible de aceptar, me la imaginé tomando el sol en una piscina, con un breve tanga como única vestimenta y mirándome con los ojos entrecerrados. Su mirada era una mezcla de satisfacción al sentirse observada y de reto, como diciendo a los otros bañistas: “Aquí estoy, disfrutad comiéndoos mi cuerpo con los ojos porque será lo único que catareis”.
Desde mi asiento, acepté ese desafío imaginario y antes que saliera del baño, ya había decidido conocerla. Anticipando el futuro, la vi en mi cama gritando de placer mientras la penetraba. Con mis dientes me apoderaría de los pezones  oscuros que de seguro adornaban esos pechos que había idealizado a través de la tela, cuando su dueña, como pago al placer que le estaba dominando, me los ofreciera. Como si llevara un año sin catar el dulce sabor de un sexo femenino, iría bajando por su cuerpo antes de hundir mi cara entre sus piernas y entonces separando con mi lengua los pliegues de su vulva, me adentraría en el paraíso al apoderarme de su clítoris. Supe en aquel instante que cuando esa morena experimentara mi húmeda caricia, intentaría juntar sus rodillas para aprisionar mi cabeza entre sus muslos y así eternizar las sensaciones que estaba sintiendo. Su entrega me haría devorar ese coño, mientras con mis dedos exploraría sin pedirle permiso el interior de su sexo y solo cuando después de beber de su flujo y cuando sus gemidos me confirmaran que estaba lista, me incorporaría y cogiendo mi pene entre mis dedos, apuntaría hacia esa fabulosa entrada y de un solo empujón, la poseería. No me cupo duda que de hacerse realidad ese sueño, la morena gritaría a los cuatro vientos su placer mientras su entrepierna empapada era asaltada.
 
Desgraciadamente todo tiene un final y cuando saliendo del baño, esa mujer cortó de plano mi ensoñación, no tuve oportunidad de conocerla porque cogiendo su bolso, abandonó el local. Loco de deseo, lamenté su marcha y sin saber qué hacer, me fui hacia mi casa. Durante el trayecto, cada paso que daba era un suplicio porque me alejaba de ese bar que aún sin ella conservaba su aroma. Ya en mi apartamento, intenté pintar ese cuerpo para así inmortalizar su recuerdo pero en cuanto empecé a esbozarlo, me percaté que me faltaban datos porque no sabía a ciencia cierta cómo tendría sus senos o si tendría esa pequeña barriga que a los hombres nos entusiasma o por el contrario su estómago sería una tabla de dura roca, de esas  que inspiran a esos diseñadores homosexuales de ropa tan de moda en nuestros días.
 
Frustrado, decidí darme un baño. Y mientras el chorro rellenaba la bañera, mi mente seguía a un kilómetro de distancia rememorando el movimiento de ese trasero que había alterado mis hormonas esa mañana. Al desnudarme y sentir el calor que desprendía, me fui hundiendo en el agua mientras, ajeno a todo, mi pene se iba irguiendo con su recuerdo. La tremenda erección que sobresalía sobre la espuma, me hizo coger entre mis manos mi miembro y lentamente soñar que eran las de esa mujer las que me pajeaban. Esa morena anónima me besaba sin dejar de jugar con mi entrepierna mientras me susurraba al oído lo mucho que le gustaba. Lentamente sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano, poniendo sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan concentrado que llegó un momento que realmente creí que esos pezones imaginarios, que se contraían al contacto con mis dientes, eran reales y explotando mi deseo, dejé blancas gotas flotando, muestra visible de la atracción que sentía por esa desconocida mujer.
Cabreado e insatisfecho, me vestí y llamé a Johana, mi jefa, para ver si tenía algún encargo que me hiciera olvidarme de esa obsesión. Desgraciadamente me informó que no tenía nada para darme y por eso colgándola el teléfono, salí en busca de una clienta. Sabía que a las doce de la mañana era imposible conseguir una patrocinadora pero, aun así, lo intenté recorriendo infructuosamente los hoteles de la gran manzana. Tras dos horas durante las cuales lo más cerca que estuve de hallar negocio, fue cuando un par de ancianas me preguntaron por un casino, volví tras mis pasos y con paso cansino, entré en un restaurante a comer.
Parafraseando una canción: “Es increíble que siendo el mundo tan grande, esta ciudad sea tan pequeña”. Contra toda lógica y incumpliendo las leyes de las posibilidades, mi morena se hallaba comiendo en una mesa al fondo. Creyendo que Dios me había dado una segunda oportunidad, decidí no desperdiciarla y aprovechando que el local estaba repleto, le di una propina al maître para que le pidiera, ya que estaba comiendo sola, si podía sentar a otro comensal en su mesa. Esa práctica, tan ajena y extraña en nuestro país, es común en los Estados Unidos y por eso al cabo de un minuto, me hallé compartiendo mantel con esa monada.
Al sentarme, le pedí perdón por mi intromisión pero ella me contestó que no había motivo para pedirlo y que se llamaba Esther. Por su acento adiviné su origen y pasando al castellano, me presenté diciendo:
-Soy Alonso y si no me equivoco somos paisanos. ¿Naciste en Canarias?-
-¿Tanto se me nota?-
-Solo sería más evidente si al salir en vez de tomar el autobús, tomaras la guagua- respondí sonriendo.
Mi respuesta le hizo gracia, lo que me hizo pensar que la misión que me había marcado, iba viento en popa porque no hay nada que le guste más a una mujer que le hagan reír. Se la notaba alegre al encontrarse por esos lares a un español y por eso fuimos cogiendo confianza de forma que cuando el camarero llegó con la comanda, ya nos considerábamos amigos.
 
Si ya me gustaba esa monada, su voz con un tono grave casi masculino me cautivó. Las palabras parecían surgir de su garganta como por arte de magia. Magia que me fue embrujando paulatinamente hasta que con disgusto comprendí que había caído en su hechizo. Esa mujer, involuntariamente o no, desprendía sensualidad por todos sus poros y mientras hablaba o reía, sus pechos participaban en la conversación, moviéndose libres sin la contención de un sujetador.
La visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había hecho mella, me hizo empezarme a excitar. Sé que ella lo notó porque bajo su camisa, sus pezones al reaccionar a mi mirada, la traicionaron. Duros y grandes, se dejaban ver presionando la tela. Esther al percatarse que la había descubierto, sacó su bolso y poniéndolo enfrente, creó una barrera física que mi imaginación bordeó sin esfuerzo.
-¿A qué te dedicas?- pregunté rompiendo el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros.
Mi táctica al desviar su atención dio un pésimo resultado y poniendo un mohín de tristeza, me respondió:
-Debido a la crisis, estaba en paro y por eso me vine a esta ciudad. Ahora tengo un sex-shop y me va bien-
Reconozco que me pasé, pero al escuchar que tenía una tienda de elementos eróticos, no pude reprimir mi carcajada. Jamás me hubiera imaginado que esa mujer se dedicara a esa actividad pero al ver su cara de enfado, le pedí perdón y cogiéndole la mano, prometí ser uno de sus mejores clientes. Indignada, pidió la cuenta pero antes de irse, me pasó una tarjeta de su negocio para ver si era verdad que me iba a gastar mi dinero en su tienda. Nuevamente en menos de dos horas, me vi solo, sorbiéndome los mocos y recriminándome la torpeza con la que había actuado y por eso mientras terminaba mi café, comprendí que le debía una disculpa.
 “Joder, era lógica mi reacción. A ese bombón le pega más ser la dueña de una tienda de golosinas”.
Al salir del restaurante, me fui directo a una floristería y  aunque intenté comprar un ramo de  estrelitzias, una flor que le haría recordar su tierra natal, al ser tan raras me tuve que conformar con dos docenas de rosas amarillas. Ya en la caja, me tomé unos minutos en pensar la dedicatoria. Afortunadamente las musas tuvieron piedad de mí y la inspiración fluyó entre mis dedos:
“Soy un patán. Solo espero que estas flores sirvan para paliar mi error. Una rosa es una rosa aunque tenga espinas. Si te apetece cenar y así tener la oportunidad de echarme en cara lo que piensas, llámame. Mi teléfono es XXXXXXXXXXXXXX”
Una vez redactada mi bajada de pantalones y esperando que mi disculpa fuera suficiente, cerré el sobre y tras pagar un servicio express, salí del local parcialmente ilusionado. Sabía que era casi imposible que me diera otra oportunidad pero el premio era tan grande que esperaba que esa tarde al recibir las flores, esa mujer se apiadara de mí y aceptara cenar conmigo. Si lo hacía, me juré por lo más sagrado que no volvería a errar y que andaría con pies de plomo.
Toda la tarde me la pasé comiéndome las uñas, temiendo que hubiese roto mi tarjeta y que no llamara. Por eso al dar las ocho ya había decidido irla a ver pero justo cuando cogía la puerta, sonó mi móvil.
-¿Alonso?- escuché nada más descolgar.
Era ella. Sin poder creer en mi suerte, me disculpé nuevamente pero Esther cortando por lo sano, me soltó con voz dulce:
-No creas que te voy a perdonar tan fácilmente. Para que piense en hacerlo, esta noche me tienes que llevar al Gallagher’s Steak House y te aseguro que no te saldrá barato-
“Coño, a quien se lo vas a contar” pensé  al recordar la factura que pagó una de mis clientas la última vez que fui. Aunque era difícil conseguir mesa, conocía al chef por lo que pude contestarle que no habría problema, tras lo cual, le pregunté donde quería que la recogiese:
-En mi casa. Vivo en la avenida Jeromé 37. Te espero a las nueve- y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.

Como esa dirección era del Bronx, llamé a la compañía de taxis y pedí que me recogieran a la ocho treinta porque así me daría tiempo de sobra para llegar a por ella y mientras tanto, me volví a duchar pero esta vez con una idea clara:
“Esa noche no dormiría solo”.
Acababa de terminar de vestirme cuando sonó mi telefonillo y cogiendo mi cartera, salí al portal. Como era habitual, el taxista era paquistaní y por eso le tuve que escribir en un papel el destino y mediante señas, explicarle que íbamos a recoger a otro pasajero, tras lo cual debía llevarnos a ese restaurante.
Al llegar hasta su casa, la llamé a su móvil y con autentico desasosiego esperé a que bajara. Cuando lo hizo, venía enfundada en un traje negro de raso que se pegaba a su cuerpo, dotándolo de un atractivo que me hizo sudar, sobre todo cuando al saludarme con un beso, pude echar una rápida ojeada por dentro de su escote y descubrí que esa mujer tenía unos pechos duros y redondos.
Si Esther fue consciente del repaso, no lo sé pero lo que si me consta es que nada más acomodarse en su asiento, se giró de tal forma que la tela de su vestido se abrió dejándome disfrutar de un pezón grande y oscuro que me dejó petrificado:
“¡Eran tal y cómo, me había imaginado!”
Su descaro me hizo creer que deseaba un acercamiento pero cuando lo intenté llevando mi mano a su pierna, separándola me soltó:
-Verás pero no tocarás-
Ella al ver mi desconcierto, se subió la falda hasta cerca del inicio de su tanga y poniendo cara de perra viciosa, se rio mientras me decía:
-No todo lo que hay en mi sex-shop está en venta, pero como soy buena te voy a dejar ver lo que te has perdido-
Jugando conmigo y castigándome por la impertinencia de reírme de su profesión, me preguntó:
-¿Te gustan mis piernas?. Creo que las tengo un poco gordas pero mi ex nunca puso reparo a hundir su cara entre ellas y darme placer-
-Serás cabrona-  maldije entre dientes mientras no podía retirar mis ojos del coqueto tanga negro semitransparente que llevaba.
-No te lo he dicho pero, sabiendo que iba a cenar contigo, me depilé y ahora tengo un coño de cría- y realzando la imagen que ya asolaba mi mente, prosiguió diciendo: -Imagínate, ¡Sin un solo pelo!. ¿Te apetece verlo?-
Con voz confusa, contesté afirmativamente y entonces ella cerrando sus rodillas me contestó:
-Todavía no te lo has ganado-
Al enfilar el taxista la quinta avenida, lo agradecí porque así terminaría el suplicio de tener a esa belleza a mi lado, sabiendo que era un terreno vedado a cualquier aproximación. Lo que realmente me apetecía no era cenar sino hundir mi cabeza entre sus pechos pero me había dejado claro que esa noche y a no ser que la convenciera de cambiar de opinión:
“De sexo, nada”
Cumpliendo a rajatabla las normas de educación, me bajé antes que ella y le abrí la puerta. Esther salió del vehículo sintiéndose una princesa y  a propósito, rozó con mi mano mi entrepierna mientras me decía que era un caballero.
“¿A qué juega?” pensé al sentir su caricia ya que era justamente lo que ella me había prohibido.
Cabreado y conociendo de antemano, que esa zorra se iba a dedicar durante la cena a provocarme, me senté en mi silla esperando que producto de su sadismo, esa mujer se fuera calentando y que después de cenar, me dejara tomarla como me imploraba mi miembro. Mis peores augurios se hicieron realidad cuando le estaba diciendo al camarero lo que queríamos cenar, al sentir un pie desnudo subiendo por mi pierna.
-¿Te pasa algo?- preguntó con una sonrisa irónica la morena mientras su planta se afianzaba encima de mi bragueta –Te noto un poco nervioso-
-No sé porque lo dices, estoy tranquilísimo-
-Pues sé de un pajarito que no opina lo mismo-
Que se refiera a mi miembro con ese diminutivo, me cabreó y tapándome con el mantel, saqué mi polla de su encierro para que palpara sin impedimento alguno que de pequeño nada. Estaba orgulloso de cada uno de los centímetros que lo componían y puedo asegurar que eran muchos. Mi reacción momentáneamente desconcertó a Esther al comprobar el tremendo aparato que calzaba entre las piernas pero después de la sorpresa inicial, me sonrió y poniendo una cara de no haber roto un plato, quitó su pie y me dijo:

-Cariño, no te enteras. Yo marco el ritmo y creo no haberte pedido que hicieras eso, así que voy a sumar un nuevo castigo a tu larga lista-
La seguridad con la que habló, me desarmó y metiendo mi encogido miembro dentro del pantalón, bebí un sorbo de vino mientras intentaba pensar en cómo vencer a esa arpía. Para colmo de males, un conocido suyo Un cuarentón de buen ver, apareció por el local y tras saludarle con un magreo en el culo, le preguntó quién era yo:
-Un aprendiz que se cree muy machito- respondió pegando su cuerpo al del recién llegado- espero que cumpla pero si no lo hace, ¿Te puedo llamar?-
-Claro, ya sabes que mi cama siempre está libre para ti- y dirigiéndose a mí me dijo: -Muchacho, Esther es una profesora excelente-
Mi humillación era máxima pero también mi excitación, de no haber sido por mis hormonas me hubiese levantado de la mesa y me hubiera ido a rumiar mis penas solo, pero justo cuando ya había dejado mi servilleta en la mesa y me disponía a irme, Esther me pidió que la acompañara al baño. Sin saber a qué atenerme, la seguí por mitad del restaurant siendo testigo de cómo los hombres se daban la vuelta para verla pasar. Todos y cada uno de los presentes, se fijaron en el culo de la española por mucho que, a los ojos de un gringo, fuera otra latina más. Pero para mí, ese trasero era una meta.
No fui consciente de lo que se me avecinaba hasta que al llegar al baño, esa mujer de un empujón me metió en el de damas. Nada más entrar, cerró la puerta con llave y dándose la vuelta me pidió que le bajara la cremallera. Temblando como un crio, cogí el cierre entre mis manos y lentamente lo fui bajando. Centímetro a centímetro la espalda de esa mujer se me fue mostrando mientras mi pene saltaba inquieto dentro de mi calzón pero aunque me moría por agarrar ese par de peras y hundir mi polla entre sus nalgas, me abstuve recordando que ella quería llevar la voz cantante. Esther al notar que la había abierto por completo, me ordenó que le sacara el vestido por la cabeza, por lo que me tuve que agachar e ir levantando poco a poco la tela, de forma que pude disfrutar de la perfección de su cuerpo mientras lo hacía. Ya desnuda a excepción de su tanga, se dio la vuelta tapándose los senos y entonces me preguntó:
-¿Quieres verlas? ¿Te apetece ver mis pechos?-
La pregunta sobraba, ¡Por supuesto que deseaba contemplar esas dos bellezas! Pero sabiendo que tendría precio, con voz titubeante le dije que sí.
-Arrodíllate en el suelo-
Sin voluntad alguna porque esa zorra me la había robado, sumisamente, me puse de rodillas mientras ella separaba sus manos. Al ver la perfección de sus tetas valoré en justa medida el precio que tuve que pagar y con una sonrisa, comprendí que había salido ganando. Mi expresión de felicidad, la confundió y con voz áspera, me preguntó porque sonreía, a lo que solo pude contestar con la verdad. Ella al oír mi respuesta, se sintió ama de mi cuerpo y sentándose en el wáter se puso a cagar. Habiendo satisfecho sus necesidades físicas, se levantó y poniendo su culo en mi cara, separó sus nalgas con las manos y me ordenó:
-¡Límpiame!-
Casi llorando por la ignominia a la que me tenía sometido, saqué la lengua y la llevé hasta su ojete. Había supuesto que me resultaría desagradable pero me encontré al recorrer sus pliegues que su culo tenía un sabor agridulce que, sin ser un manjar, no resultaba vomitivo y por eso cuando me hube acostumbrado a ello, tomé más confianza y usando mi húmedo instrumento me permití profundizar en sus intestinos. Esther no se quejó de mi iniciativa y separando sus piernas, me permitió seguir con mi exploración. Sus gemidos no se hicieron esperar y ya seguro de que le gustaba, hundí toda mi cara mientras con los dedos la empezaba a masturbar.
-Eres un estudiante travieso- me soltó dando una risotada, tras lo cual se dio la vuelta y sentándose en el lavabo, me dijo: -Termina lo que has empezado-
No me lo tuvo que repetir y con un hábito aprendido durante años, fui subiendo por sus muslos mientras le daba besos en mi camino. La morena no se esperaba tan tierno tratamiento  y por eso cuando mi lengua se apoderó de su clítoris, este ya mostraba los síntomas de su orgasmo. Decidido a hacerla fracasar en su intento por dominarme, estuve jugueteando con su botón durante una eternidad hasta que sentí que esa dura dominante se derretía sin parar. Sabía que era mi momento y por eso mientras lo mordisqueaba, fui preparando su sexo con someras caricias de mi yemas, de manera que obtuve y prolongué su ansiado éxtasis hasta que berreando como una loba, me pidió que parara pero entonces y por primera vez, la desobedecí y metiendo mi lengua hasta el fondo de su agujero, la empecé a follar sacándola y metiéndola de su interior.
-¡Virgen de la Candelaria!- exclamó al notar que sus defensas iban cayendo una a una con la mera acción de mi apéndice hasta que,  convulsionando sobre la loza, su sexo se convirtió en un geiser de donde manaba miel.
Recogiendo su néctar con mi lengua, me di un banquete que solo terminó cuando, con lágrimas en los ojos, esa mujer me rogó que volviéramos a la mesa porque llevábamos mucho tiempo en el baño y los camareros se darían cuenta. Su peregrina excusa, era eso, una vil excusa. Yo sabía la razón y no era otra que esa mujer había perdido la primera batalla y deseaba una tregua que le permitiera reorganizar sus tropas. Satisfecho pegando un pellizco en uno de sus pezones, recogí mi medalla y tras vestirse, galantemente, le cedí el paso.
Al contrario de nuestra ida al servicio, a la vuelta el rostro de la mujer estaba desencajado al no saber si podría someterme tal y como había deseado. En la mesa, durante unos minutos evitó mi mirada y ya repuesta, me pidió que pagase la cuenta. Al hacerlo, recogió su bolso y meneando el trasero, fue en dirección contraria a la salida. Extrañado y sin saber a dónde me llevaba, la seguí para descubrir que se paraba frente a la puerta de los baños de hombres.
-¿Y eso?- pregunté extrañado de que quisiera repetir.
-Reconozco que me has vencido pero ahora sin la premura del tiempo, seré yo quién te derrote-  contestó y tal y como había hecho yo con anterioridad con una sonrisa en los labios, me dejó pasar.
Creyendo que, ya que el partido se jugaría en mi campo y con la confianza del equipo de casa, entré en el baño convencido de que saldría victorioso y que de haber afición, esta me sacaría en hombros. Qué equivocado estaba, porque nada más trancar la puerta, esa mujer se convirtió en una loba en celo y arrancándome los botones de mi pantalón, me lo bajó mientras me sentaba en el wáter. Como una autentica obsesa, fue rozando mi miembro todavía morcillón con sus mejillas, mientras me anticipaba que jamás nadie me habría hecho lo que ella me iba a dar. Y supe que era así cuando habiendo levantado mi extensión siguió golpeando con la cara mi pene, como si quisiera usar sus mofletes como arietes con el que derribar mis murallas. Lo creáis o no me da igual, esa mujer consiguió de ese modo tan extraño que la dureza  de mi erección fuera hasta dolorosa y sólo cuando percibió que esta había llegado al máximo, poniéndose entre mis piernas, se sacó los pechos e incrustándoselo entre ellos, me miró diciendo:
-¿Tu sabes, mi niño, que toda canaria es medio cubana?-
Y sin esperar a que le diese mi opinión, estrujó sus senos contra mi pene formando un canalillo que me recordó a  un sexo femenino pero más seco pero ante todo más estrecho. Era tanta la presión que ejercía sobre mi extensión que al principio le costó que este se deslizara `por su piel.
-¡Te voy a dejar seco!- me amenazó poniendo cara de puta y recalcando esa idea, me dijo mordiéndose los labios: -Voy a ordeñarte hasta que explotes en mi cara-
Poco a poco, el sudor que se iba acumulando en ese artificial conducto fue facilitando que Esther cumpliera su desafío y por eso al notar que ya se resbalaba libremente a pesar de la presión, afirmó:
-Te gusta guarrete, ¿Verdad que nadie te había hecho una cubanita así?-
Si le hubiese respondido, hubiera reconocido mi derrota de antemano y por eso, cerrando los ojos, me concentré en evitar dejar que las sensaciones, que estaba experimentando, me dominasen. La morena al observarlo, contratacó agachando su cabeza y abriendo su boca, de forma que cada vez que mi pene sobresalía por encima de sus pechos, su boca me daba una húmeda bienvenida.
“Mierda” pensé al darme cuenta de su estrategia pero la gota que derramó el vaso, fue sentir que su lengua intentaba introducirse por el diminuto agujero que coronaba mi glande. 
La mujer al sentir que mis huevos se estremecían supo que estaba a punto de ganar la escaramuza y por eso, esperó tranquilamente a que llegara el momento y entonces usando mi pene como una manguera, bañó su rostro con las andanadas de blanca leche que salieron expelidas al correrme. Con una sonrisa en su cara, saboreó su victoria llevándose con los dedos el manjar que bañaba su cutis hasta sus labios e introduciéndolo en su boca, lo fue devorando sin dejar de mirarme.
-¡Qué rico está tu semen!- susurró incrementando el morbo que me daba ese ágape erótico del que fui testigo.
Degustando las últimas gotas de mi descalabro, se levantó  y sin esperar a que me vistiera, desapareció por la puerta mientras soltaba una carcajada. Hundido por haber perdido mi ventaja me abroché el pantalón, quedándome el consuelo que esa pérdida había equilibrado el marcador y estábamos empatados.
“¡Quien ríe el último, ríe mejor” sentencié saliendo en busca de esa zorra que sin duda me esperaba fuera del baño. Pero al llegar al pasillo, no la encontré y por eso, la busqué en el exterior del restaurante. Con una sonrisa en su cara y ya en el interior de un taxi, la arpía gritó al verme salir:
-Estoy aquí, machote. Entra que te voy a llevar al Empire State-
Descojonado por esa idea tan absurda porque sabía qué hacía más de dos horas que había cerrado sus puertas, me metí en el coche pensando en que hasta andando podríamos ir a mi casa y me convenía ganarle aunque fuera por una décima de punto. Al mirarla, vi que estaba esplendida y que curiosamente parecía estar segura de que podríamos entrar. Como esa mujer no dejaba de sorprenderme, decidí no decir nada, no fuera a ser que tuviera un as bajo su manga.
Una vez a los pies de ese enorme edificio, comprendí que había acertado cuando golpeando el cristal, llamó la atención de un enorme negro de más de dos metros, el cual nada más levantar su cara del periódico que estaba leyendo, le dirigió una sonrisa para acto seguido, abrir la puerta:
-¿Qué hace aquí mi blanquita favorita?- soltó ese animal con una voz de pito que no cuadraba con su musculatura.
-Pedirte un favor,  Ibrahim. Mi primo se vuelve a España de madrugada y no ha visto Nueva York desde el Empire-
-Pero Esther, tengo prohibido dejar pasar a nadie a deshoras. Me pueden despedir- protestó débilmente.
Mi acompañante no se amilanó por la negativa y pegándose a él, le empezó a acariciar la tremenda barriga mientras le decía con tono compungido:
-Ibrahim, ¡Se lo he prometido!. Te juro que la próxima vez que vayas a mi tienda, te regalo mis bragas usadas-.
El rostro del gorila se transmutó y forzando la negociación le soltó que no podía esperar y que si quería contemplar la ciudad esa noche, debería darle las que llevaba en ese momento. Esther, pegando un grito de alegría, le dio un beso en los labios y sin darle tiempo a arrepentirse, se quitó el tanga y sensualmente se lo lanzó a la cara. El gigantesco individuo apretó la prenda contra su nariz y apretando un botón, llamó al ascensor. Lo último que vi antes de entrar el interior, fue a ese hombre bajándose la bragueta mientras olfateaba la suave tela en busca del olor de su dueña. Al cerrarse la puerta, Esther empezó a desnudarse diciéndome:
-Tenemos media hora, no creo disponer de más tiempo antes que ese pendejo se canse de verme desnuda y quiera que nos vayamos-
-¿Nos va a ver?- pregunté alarmado.
-¡Pues claro! O crees que va a perder la ocasión de pajearse mirándonos- contestó completamente desnuda y acercándose hasta mí me ayudó a quitarme los zapatos.
En ese momento, el elevador llegó a su destino y abrió sus puertas. Esther al verlo, salió corriendo y soltando una carcajada, me dijo:
-Machote, ¿A ver si me alcanzas?-
Sin dudar fui tras ella pero lo que debía ser fácil en principio,  me resultó casi imposible porque moviéndose como una anguila, cuando ya creía que la iba a coger, hacía un recorte y reiniciaba su carrera.
“¡Será puta!” pensé al tropezar y caerme contra el suelo.
Fue entonces cuando  saltando encima de mí, me empezó a besar. La zorra se convirtió en una dulce amante que pegando su cuerpo contra el mío, buscó su placer entrelazando nuestras piernas. Acomodándose sobre mi pene, forzó su sexo y lentamente se fue empalando mientras ponía sus pechos a mi disposición. Cogiendo ese par de melones entre mis manos, llevé un pezón hasta mi boca mientras mis dedos pellizcaban el otro.
-¡Me encanta!- gritó pegando un alarido que nadie escuchó para acto seguido iniciar un suave trote mientras sentía la dureza de mis dientes, mordisqueando su oscura aureola.
-¡Más rápido!- le exigí con un duro azote en sus posaderas.
-¡Más rápido!- insistí soltándole otro mandoble al no notar cambio en el ritmo con el que me montaba.
-¡Más rápido!- repetí, cabreado porque deseaba que esa  mujer saltara sin freno sobre mi pene.
No comprendí la terquedad con la que se negaba a obedecer mi orden hasta que soltando un gemido, mezcla de dolor y de deseo, su vulva se encharcó y sumisamente me informó que solo aceleraría el compás de sus caderas, si yo le marcaba el ritmo a base de nalgadas. Su entrega me enervó y aceptando su sugerencia marqué una cadencia imposible que ella siguió como si nada.
-¡Sigue!- chilló – ¡Ojalá estuviéramos en mi casa!, allí sacaría una fusta y no pararía de darte latigazos hasta que aprendieras  a hacerlo-
Completamente dominada por la lujuria, esa puta no olvidaba su vena dominante y por eso, quitándomela de encima, la puse a cuatro patas tras lo cual, guie mi pene hasta su ojete y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo.
-Ahhh- gritó al sentir mi intromisión en su entrañas y llorando me pidió que lo sacara.
-¡Te jodes!, puta- dije en su oreja mientras seguía machacando su interior con mi mazo.
Implorando mi perdón, Esther sollozó al experimentar que su esfínter estaba sufriendo un castigo brutal pero no me apiadé de ella y sin pausa, incrementé la velocidad de mi estoque mientras le exigía que se masturbara. La muchacha incapaz de negarse, llevó su mano a su entrepierna y recogiendo su clítoris entre sus yemas, empezó a acariciarlo con avidez. Su deseo se fue acumulando con el tiempo hasta que estallando en risas, se corrió sonoramente.
Volví a infravalorar a Esther, muerta de risa, me exigió que le diera caña mientras  se descojonaba de mí al haberme creído sus lágrimas:
-Eres un niñato. Unos lloriqueos fingidos ya te crees que me dominas-
Su burla me sacó de quicio y hecho una furia, le di la vuelta y le solté un bofetón. La morena limpiándose la sangre de sus labios, soltó una carcajada retándome. Fuera de mí, con mis manos empecé a estrangularla pero ella, en vez de defenderse, cogió mi pene y se lo insertó en su sexo mientras me decía:
-Asfíxiame pero no dejes de follar-
Comprendí al instante sus deseos, esa zorra quería que al reducir yo el oxígeno que llegaba a su cerebro, le otorgara una dosis extra de placer. Cumpliendo fielmente su pretensión, le apreté el cuello mientras mi miembro se movía a sus anchas en su interior. Cuando su rostro ya estaba completamente amoratado, la vi retorcerse sobre el mármol y para de repente ponerse a temblar mientras su cuerpo se licuaba dejando un charco bajo su culo. Mi éxtasis se unió al suyo  y mezclando mi simiente con el flujo que brotaba de su coño, me desplomé agotado sobre ella.
No sé el tiempo que permanecí desmayado, lo único que sé es que al despertar, Esther permanecía desnuda, apoyada en la barandilla mientras miraba Nueva York desde las alturas Acercándome a ella, la besé en el cuello y le pregunté en que pensaba:
-En que somos unos extraños en esta ciudad pero la amo-
Fue lo primero realmente sincero que dijo esa mujer en toda la noche y conmovido, le respondí que a mí me pasaba lo mismo. No concebía mi vida sin vivir en la gran manzana.  Estábamos recogiendo nuestra ropa, cuando mirándome me preguntó:
-Por cierto, ¿A qué te dedicas?-
-Soy prostituto-
Incapaz de contenerse, soltó una carcajada pero en cuanto se dio cuenta, se pegó a mí y de buen humor me preguntó dónde iba a tener que llevarme a cenar.


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Relato erótico: “La Fábrica (35)” (POR MARTINA LEMMI)

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Así fue que tal como lo había aceptado (y sin tener otra alternativa), me dirigí hacia la sala de estar una vez que hube juntado los vidrios. Mica y Evelyn estaban ya nuevamente inmersas en una conversación que yo no comprendía, pues hablaban con algo de sorna sobre alguien que no conocía. En su charla, me ignoraban y eso aumentaba en mí la sensación de sentirme humillada. Fue Evelyn quien, en un momento, llamó la atención de Mica sobre el hecho de que yo me hallaba a su lado, a cuatro patas y junto al sofá. La jovencita giró la cabeza hacia mí y, de inmediato, rebuscó por todos lados hasta dar con el consolador; lo tenía al alcance, así que ni siquiera necesitó ponerse de pie para encontrarlo. Una vez que lo tuvo en mano, me indicó que me diera la vuelta con un simple y rápido movimiento de cabeza.

Así lo hice: giré sobre mis palmas y rodillas hasta ofrecerle mi cola, que era lo que, en efecto, esa degenerada quería. En ningún momento habló de lubricarme y en parte era entendible: mi ano debía estar ya lo suficientemente dilatado con tanto objeto artificial allí dentro en las últimas horas. Cuando apoyó la punta del consolador sobre mi entrada, cerré los ojos, pues pensé que a continuación lo empujaría con fuerza hacia mi interior; en lugar de ello, creó suspenso manteniéndolo allí durante algunos segundos. Yo ya comenzaba a conocerla y supe que, casi con seguridad, la pausa estaba indicando que su perversa cabeza elucubraba algo; y no me equivoqué: súbitamente, escuché el clic de la llave y pude al instante sentir cómo el consolador se dilataba habiendo ingresado, apenas la punta: mis plexos se separaron provocándome un nuevo acceso de dolor que me hizo retorcer. Luego lo contrajo; y nuevamente lo expandió… y lo contrajo… y así sucesivamente varias veces; era casi como si estuviese explorando las potencialidades del objeto o bien se divirtiera al haberle encontrado un uso nuevo. Por cierto, con el jueguito que practicaba sobre mi entrada anal, quedaba más claro que nunca que podía prescindir de lubricante para abrirme el culo.

Con cada movimiento expansivo del consolador, mi cuerpo se retorcía en su totalidad y, si bien no podía yo ver a Mica, no era difícil imaginar su cara de placer.

“¡Qué bueno que está esto! – exclamó alegremente, en un giro casi adolescente -. Te juro que me compraría uno para ponérselo por detrás al puto de mi novio”

“Le va a gustar – agregó Evelyn –; a los tipos les gustan esas guarradas”

El comentario, obviamente, hacía tácita referencia a Luciano, quien no desde hacía mucho había pasado a ser casi una puta golosa al servicio de los consoladores de Evelyn. De pronto Mica pareció cansarse del jueguito y, esta vez sí, ocurrió lo que yo había temido antes: empujó con fuerza el consolador hasta introducírmelo casi en su totalidad para, una vez dentro, girar la llave de tal modo de dejarlo en posición expandida. Fue tal el dolor que se me vencieron los brazos y caí de bruces contra la alfombra mientras mi boca, abierta cuán grande era, dejaba escapar un gemido que mezclaba tortura y placer.

“Bien – dijo Mica, girándose hacia Evelyn -; quedamos en que nadita duerme afuera, ¿verdad? Con los perritos…”

Me giré hacia ella mirándola con terror y descubrí en sus ojos un brillo que destellaba idéntica malignidad que su último comentario; se rio:

“No te asustes, je – me dijo, en un tono que, más que tranquilizador, sonaba burlón -; si te dejamos afuera y los perros te destrozan durante la noche, Evelyn no va a tener diversión para mañana, ¿no es así?”

Fue muy extraño; su comentario me produjo un cierto alivio pero, a la vez, una súbita tristeza se apoderó de mí, pues se desprendía de las palabras de Mica que ella se retiraba y no pasaría allí la noche. ¿Podía mi enfermedad mental haber llegado a tal punto de esperar que ella se quedase para que me siguiera humillando? Una vez más, sentí vergüenza por mí misma y, también una vez más, las distintas Soledades se batieron a duelo en mi interior. O, mejor dicho, quienes lo hacían eran Soledad y Nadita, pues hasta ese despreciativo apodo había llegado yo a asumir naturalmente.

Mica se puso en pie, evidenciando que se aprestaba a retirarse; la miré con aprehensión y algo de angustia: sentí un cierto alivio cuando me pidió que le besara el calzado antes, pues abrigaba en mi interior la esperanza de que siquiera reclamase algo más de mí, así que, antes de que tuviese oportunidad de arrepentirse, me arrojé obedientemente a sus pies para besarle primero una zapatilla y luego la otra. Me acarició la cabeza como a un perrito y, sonriendo, dio media vuelta. La seguí con la vista mientras iba hacia la puerta acompañada por Evelyn y no podía, por cierto, despegar mis ojos de ese hermoso trasero que, instantes antes, había tenido sobre mi rostro; me arrepentí, en ese momento, de no haber aprovechado para recorrérselo con la lengua.

Una vez que se hubo marchado, Evelyn volvió a dirigir su atención hacia mí; me estudió pensativamente durante algún rato. De pronto, una sonrisa se le dibujó en los labios:

“Te quedaste con ganas de más, nadita, ¿verdad?”

Bajé la cabeza con mucha vergüenza y ni siquiera fui capaz de contestar, si era que realmente ella esperaba alguna respuesta de mi parte. ¿Podía esa maldita bruja ser tan hija de puta como para darse cuenta de todo? De todos modos, pareció desdeñar el asunto, pues de inmediato se dirigió hacia la puerta que comunicaba con el fondo de la casa.

Un instante después, los perros volvían a ingresar en la sala, lo cual me provocó un nuevo acceso de terror. Ambos, por supuesto, se me vinieron al humo; no parecían tener intenciones agresivas pero, claro… ¿cómo saberlo con seguridad? Uno de ellos se dedicó a olisquearme el rostro, razón por la cual bajé la cabeza y la escondí un poco entre hombros y pecho. El otro, por su parte, se dedicaba a hurgarme desde atrás, en la zona de mi sexo y, al parecer, llamaba su atención el consolador que ocupaba mi trasero.

Evelyn los ahuyentó con un par de gritos y, antes de que yo pudiera darme cuenta de nada, ya había unido la cadena a mi collar. Jalando de la misma, me impelió a marchar tras sus pasos, cosa que, obviamente, hice mientras los perros no paraban un segundo de investigarme por atrás. La noche estaba bastante cálida y, sin embargo, un súbito frío me recorrió cuando salimos hacia el jardín; sus dimensiones no eran muy grandes: apenas lo lógico tratándose de una chica que vivía sola y que se desempeñaba como empleada en una fábrica (Evelyn había logrado que yo viera en ella tal superioridad que, por momentos olvidaba eso). A cuatro patas, llegué hasta la cucha de uno de los canes; el olor a pelo de perro estuvo a punto de descomponerme pero sabía que iba a tener que acostumbrarme, pues estaba claro que ése sería el sitio en el cual yo iba a pernoctar. Inclinándose ligeramente sobre la entrada de la casilla, Evelyn chasqueó los dedos y me instó a entrar en ella; en ese momento, uno de los perros se me abalanzó por el costado e intentó ganarme de mano, casi tirándome al suelo con el empellón: estaba claro que debía ser el “dueño de casa” y que, seguramente, tomaba lo mío como una invasión. Evelyn lo espantó nuevamente e incluso le arrojó un par de puntapiés para, luego, insistirme en que entrara en la cucha.

Lo hice; creo que ése fue para mí otro momento de quiebre: si algo faltaba para cerrar mi deshumanización era ingresar en una casilla de perro. Agaché un poco la cabeza para pasar por la entrada; el olor se intensificó al doble una vez que estuve adentro y hasta temí vomitar. Luego, como pude, me giré para mirar hacia la entrada y, como era de prever, me topé con el rostro de Evelyn, quien me miraba luciendo la más feliz de las sonrisas. Situación demencial, terrible, patética… y, sin embargo, a la vez, me odié porque me invadieron unas incomprensibles ganas de que Rocío y Mica estuviesen allí para verme.

“¿Y? ¿Estás cómoda? – preguntó, socarrona, Evelyn -. Es justo para vos, ¿verdad, nadita?”

“S… sí, señorita Ev… elyn; es… justo para mí” – admití, totalmente degradada.

Dado que uno de los perros persistía en su intento por entrar, Evelyn lo volvió a sacar a puntapiés y, finalmente, llevó a ambos canes hacia el interior de la casa, ingresando con ellos y cerrando la puerta. Quedé allí, sola, en una cucha para perro y, una vez más, las imágenes del día invadieron mi cabeza; y, por mucho que lo pensaba, no conseguía determinar cómo había llegado a esa situación. El silencio que me rodeaba era, de algún modo, mi peor verdugo en ese momento; era como si holgaran las palabras…

De pronto, volvió a abrirse la puerta de la casa y vi recortarse contra el vano la silueta de Evelyn, quien se esforzaba por pasar a través de la puerta apenas entornada para evitar ser seguida por los dos canes que, como siempre, pugnaban por ir tras ella. Una vez que cerró la puerta detrás de sí, concentré algo más la atención en ella y pude notar que en sus manos portaba… un cuenco para perros…

Se acercó mirándome con su sádica sonrisa y su rostro se me antojó siniestramente perverso al darle el reflejo de las luces de la casa. Se inclinó para depositar el cuenco en el piso junto a la entrada de la cucha y, al mirar dentro del mismo, pude ver que éste estaba rebosante de comida para perros del tipo balanceado que venden en las veterinarias y tiendas de mascotas.

Aun cuando estaba más que claro qué era lo que esperaba de mí, elevé los ojos hacia ella con una expresión interrogante, pues lo que resultaba evidente se batía a duelo contra la incredulidad.

“Te traje para que comas – me dijo, sonriente y confirmando mis peores pensamientos -; como verás, no soy tan mala como debe parecerte: podrás dormir afuera esta noche, pero no voy a dejarte sin comida”

El labio inferior se me cayó estúpidamente y, durante algún rato, no supe qué decir.

“¿No vas a agradecerme?” – me increpó, con un encogimiento de hombros y dando a su voz un fingido tono de fastidio que no lograba ocultar lo divertido que la muy hija de puta encontraba el asunto.

“G… gracias, s… señorita Evelyn – musité, torpemente -. Es… usted muy amable”

En mi imbécil ingenuidad, me quedé mirándola a la espera de que, de un momento a otro, diera media vuelta y se marchase, probablemente para atender a sus dos perros que debían tener hambre; o quizás era más correcto decir: para atender a sus otros perros… Sin embargo, ella permanecía con las manos a la cintura y no daba trazas de tener intención de marcharse; por el contrario, alzaba y dejaba caer una y otra vez la punta de su zapato con impaciencia, como si esperase de mí algo que yo no hacía y que, en realidad, se caía de maduro.

“Comé…” – me insistió, endureciendo el tono e inclinándose un poco más hacia mí; en sus ojos vi sólo desprecio.

No sé cómo había llegado yo a suponer que se iría a conformar con dejarme el cuenco e irse; por nada, se iba a perder el espectáculo de verme comer tal como lo haría una perra.

Apoyándome sobre las palmas de las manos, me desplacé un poco hacia fuera de la cucha, sacando casi medio cuerpo para poder llegar hasta el plato de comida. Una vez que lo hice, bajé mi rostro hasta que se produjo el degradante contacto con el alimento y, no quedándome otra alternativa, comencé a atrapar la comida con la lengua y la fui llevando a mi boca; era un pastiche, pues al parecer Evelyn lo había humedecido con leche. Por otra parte, era un asco y lo peor de todo era que tendría que empezar a acostumbrarme; comencé llevándome a la boca bocados cortos y espaciados para poder contener la repulsión, pero Evelyn, en su infinito sadismo, no iba a permitirme que la sacara tan barata. Como si se tratase de una fina aguja, pude sentir el taco de su zapato clavarse sobre mi nuca, obligándome a, prácticamente, enterrar mi rostro en el alimento al punto que llegué a sentir una cierta asfixia.

“Comé” – repitió, con voz cada vez más autoritaria.

Mi situación de asfixia era tal que me vi obligada a obedecer ya que, de ese modo, liberaba espacio bajo mi rostro y podía respirar algo mejor; cada vez que lo lograba y conseguía llevar a mis pulmones una bocanada de aire, el taco de Evelyn se enterraba aun más, de tal modo que, poco a poco, me fue aplastando contra el fondo del cuenco. Estaba bien claro que debía comerme todo el contenido y así lo hice; no conforme con ello, me ordenó que recorriese el cuenco con mi lengua hasta dejarlo limpio. Recién cuando quedó conforme, sentí que aflojó la presión de su taco sobre mi nuca e, instantes después, retiraba su pie de encima de mí.

“Así me gusta – dictaminó, finalmente -. Ahora, vuelta a la cucha y a dormir. Si tenés ganas de hacer tus necesidades, vas a tener que esperar hasta la mañana cuando te quite el consolador… y pobre de vos que no lo hagas”

Alzó el cuenco del suelo y se me quedó mirando; yo, desde mi lugar, la veía casi como a una gigante. Me guiñó un ojo y me ruboricé; seguía allí, sin moverse. ¿Qué más quería o esperaba de mí ahora? Tuve miedo de no saberlo y recibir alguna reprimenda o castigo en consecuencia. Por suerte, ella me aclaró los tantos sin llegar a ponerse violenta:

“Me estoy yendo – anunció -. ¿Cómo se supone que debés saludarme?”

Afortunadamente, esta vez capté la idea rápidamente, con lo cual quedaba en claro que comenzaba a acostumbrarme a mi situación. Y si bien jamás había quedado establecido como precepto el que yo tuviera que besarle los pies cada vez que Evelyn se retirara, ello decantaba casi como una obviedad después del modo en que había yo tenido que saludar a Mica. Si su amiga merecía tal trato, era evidente que ella también y con más razón.

Poniendo rígidos los brazos, bajé la cabeza hasta que mis labios tomaron contacto con las puntas de sus zapatos y besé, primero uno, luego el otro. Ella rio…

“Que tenga buenas noches, señorita Evelyn” – dije; y creo que fue la primera vez desde que entrara a esa casa en que conseguía articular algo sin tartamudear. Insisto: me estaba acostumbrando…

Ella no respondió; seguramente yo no lo merecía y así quería mostrármelo. Giró sobre sus tacos y enfiló hacia la casa mientras yo reculaba sobre mí misma y volvía a introducirme por completo en la casilla de perro en cuyo interior debería pasar la noche…

Hubiera sido lógico que no pudiese dormir esa noche, pero la realidad fue que lo hice; no de modo continuado, por cierto, sino cortado e interrumpido: lo suficiente para que a mi cabeza acudieran en sueños una y otra vez las imágenes del fatídico día que me había tocado vivir y algunas otras que de ellas se desprendían. En una de mis pesadillas, por ejemplo, mi cuerpo era apresado por Mica y Rocío bajo la supervisora mirada de Evelyn, cuyos ojos eran, en el sueño, de un rojo color sangre. Primero Rocío, y luego Mica, cagaban sobre mi rostro y yo comía su materia fecal sin que siquiera hiciese falta que me lo ordenasen; es que, en el sueño, como nunca ocurriría en la realidad, el sabor era agradable… En algún momento me desperté y volví a dormirme; los psicólogos suelen decir que cuando eso ocurre, es raro que se vuelva a la misma pesadilla, pero puedo asegurar que eso fue lo que sucedió, aunque, a decir verdad, tampoco era exactamente la misma pesadilla sino otra diferente, pero con un común denominador… En este caso, tanto Mica como Rocío me sostenían en cuatro patas mientras yo sentía que una poderosa verga me penetraba por detrás; cuando lograba finalmente girarme y ver, comprobaba que quien tan formidablemente me cogía era uno de los perros de Evelyn… Desperté… y vuelta a soñar: otra vez Mica y Rocío, pero esta vez me tenían de espaldas contra el césped del fondo de la casa de Evelyn mientras yo sentía que estaba dando a luz; ambas me instaban a pujar una y otra vez y, cuando finalmente, lograba yo expulsar algo de mi vientre, levantaba la cabeza para ver y comprobaba que Mica y Rocío no paraban de sacarme un cachorrito tras otro, mientras Evelyn hablaba acerca de regalarlos y yo rompía en llanto mientras suplicaba desesperadamente que no lo hiciera… Me desperté aterrada, sudada, pero a la vez extrañamente excitada. Y fue entonces cuando apareció Evelyn…

Era temprano y había yo casi olvidado que, tanto ella como yo, tendríamos que ir a la fábrica. Por cierto, acababa de recordar que ése era el último día antes del fin de semana y del tan famoso y esperado evento. ¿Qué ocurriría con eso? ¿Seguiría estando en los planes de Evelyn el enviarme allí?

Por lo pronto, ella me hizo salir de la cucha y, apenas lo hice, tuve a los dos perros encima de mí, pues habían salido de la casa tras sus pasos. Besé los pies de Evelyn para saludarla mientras los canes no paraban de olisquearme. La colorada, luego, me hizo girar y, en cuanto lo hice, introdujo la llave que contraía el consolador para proceder, acto seguido, a extraerlo de mi culo. La miré y ella me miró, sonriente.

“¿No tenés ganas de hacer pis o caca?” – me preguntó, del modo más burlón que podía llegar a hacerlo; asentí con la cabeza.

“S… sí, señorita Evelyn” – dije presurosamente, pues la realidad era que necesitaba con urgencia evacuar vejiga y vientre.

“Pues adelante entonces” – dijo, con los brazos en jarras.

De inmediato y apenas me consideré autorizada, pasé a cuatro patas a su lado y enfilé en dirección a la casa, aun a pesar de la insufrible compañía de los perros que no paraban de olerme.

“¿Adónde vas?” – me preguntó Evelyn, en tono divertido.

Me giré; la miré sin entender.

“Al… baño, s… señorita Evelyn” – respondí, con una naturalidad que rayaba en la ingenuidad.

Evelyn se cubrió la boca con una mano y soltó una carcajada.

“¿Alguna vez viste a una perra ir al baño? – preguntó, con sorna -. Cuando van, es tan solo para beber agua del inodoro, jaja… De paso, te comento que para eso sí tenés autorización”

Yo estaba terriblemente confundida; mi rostro era un signo de interrogación.

“No… entiendo, señorita Evelyn” – balbuceé, sacudiendo la cabeza.

Evelyn se inclinó hacia mí y me tomó por la barbilla.

“Estúpida… – me dijo; y repitió varias veces, con diferentes tonos y silabeos -. Es- túpida…. Es- tú – pi – da…”

Cada vez que me lo dijo, me humedecí, al punto que por un momento llegué a olvidar las intensas ganas que tenía de orinar y defecar. E, inevitablemente, acudió otra vez a mi mente la imagen de Rocío, quien gustaba de insultarme de ese modo.

“¿En dónde hacen pis y caca los perros?” – me espetó, una vez que dio por sentado que yo no estaba entendiendo.

“Af… afuera, seño… rita Evelyn” – respondí, tartamudeando.

Me soltó la barbilla, dejando caer mi cabeza y, retrocediendo un par de pasos, giró sobre sí misma mientras con su brazo describía un círculo en derredor. No dijo nada… pero no hizo falta. ¡Dios! ¿Cómo era posible que siempre encontrara un escalón más bajo en mi decadencia? ¿Tenía que cagar allí? ¿En el jardín? ¿Y delante de Evelyn?

Por lo pronto, no cabía otra opción y yo me estaba haciendo encima; si Evelyn volvía a colocar el consolador dentro de mi cola (lo cual muy posiblemente ocurriría de un momento a otro), habría yo dejado pasar mi oportunidad de evacuar y, con seguridad, no me daría otra por bastantes horas. Blanca por la vergüenza, me alejé unos pasos y adopté posición acuclillada. Eché fugaces miradas de soslayo a Evelyn para ver si me seguía con la vista y, en cada una de esas oportunidades, no sólo comprobé que, en efecto, así era, sino que además lucía la expresión más divertida que yo le hubiera conocido hasta el momento. Opté, en primer lugar, por hacer pis: quizás, pensé, con eso se daría por satisfecha y luego se marcharía dejándome cagar tranquila. Para colmo de males, los perros no paraban de rondarme. Derramé mi orina en el césped y luego hice amago por volver junto a Evelyn, en la vana esperanza de que ella se marchase.

“¿Y no vas a hacer caquita?” – me preguntó, siempre con esa odiosa sonrisita dibujada en el rostro.

La miré: mis ojos implorantes rezumaban angustia, desesperación: sin hablar, le estaban rogando que no me hiciera pasar por semejante humillación. Por muchos que fueran los actos denigratorios a que había sido sometida en los últimos días, nada se me hacía comparable con el tener que defecar a la vista de Evelyn y en su jardín.

“S… señorita Evelyn – dije, con la voz llorosa -; no… me gustaría ensuciar su…”

“Lo vas a limpiar vos – me interrumpió, acompañando con un movimiento de cintura -, así que despreocúpate, linda…”

Había sido un intento desesperado de mi parte: uno más, que tampoco funcionó. Cerré los ojos y me concentré en hacer fuerza; quien nunca ha defecado en público, no puede darse una idea acabada de lo que en realidad es. Traté de imaginar que no había nadie allí, pero era en vano: por más que cerrara los ojos y los estrujara bien, seguía viendo a Evelyn; los perros, por otra parte, no hacían más que olisquearme y ello tampoco ayudaba mucho a abstraerme de la situación. Y defequé. Era como estar inmersa en una nueva pesadilla y tuve la fugaz esperanza de que, al abrir los ojos, estaría aun en la cucha. ¡Dios! ¡Hasta qué punto increíble puede llegar una como para desear eso como mejor suerte! Tal como dije antes, siempre parecía encontrar un fondo más profundo que volvía hasta deseable la situación anterior. El hecho fue que, más allá de mis deseos, abrí los ojos y la realidad cruel seguía allí: mis deposiciones estaban sobre el césped y los perros, fieles a su naturaleza y estilo, no hacían otra cosa más que hurgar con sus narices allí; algo más lejos, Evelyn me miraba con expresión de triunfo y manos a la cintura.

“Bien – dijo -; ahora, a recoger eso. Llevalo al baño y, de paso, lávate bien la cola. Tengo que volverte a colocar esto” – remató, blandiendo en el aire el consolador y trazando un par con el mismo un par de fintas en el aire.

Se alejó hacia la casa y, por suerte, se llevó a los perros. Yo me dediqué de inmediato a la tarea de ir a buscar una pala y una escoba para juntar mi materia fecal. En ese momento, me puse a pensar que era menos incluso que una perra; después de todo, ¿qué perro junta su propia mierda? Si yo era una perra, era la más baja de todas. Una vez que cumplí con la degradante tarea, fui al baño y, tal como Evelyn me ordenara, lavé bien mi orificio en el bidet. Cuando volví a presentarme en la sala a cuatro patas, ya ella me esperaba con el consolador en mano, dispuesta a volver a instalármelo. Y, en efecto, unos instantes después, así era.

“Ya está – anunció -. Ahora, a ponerte algo decente y vamos hacia la fábrica”

Remarcó bien la palabra “decente” pues, claro, ¿qué tan decente podía ser cualquier atuendo que ella me obligase a llevar? Decencia era, para esa altura, una palabra que no formaba parte de mi léxico: y un concepto que no entraba en mi universo…

No puedo describir lo que significó el volver a la fábrica. Juro que era como si hubiera faltado un siglo de allí pero, además, daba la impresión de que todos quienes trabajaban en la empresa conocieran mi situación. Posiblemente fuera pura paranoia, pero puedo asegurar que creía, en cada rostro, descubrir una sonrisa burlona y, muy especialmente, en el de Rocío. Todos me vieron llegar junto a Evelyn y eso era, ya de por sí, una importante señal, pues bien sabido era que no éramos amigas ni por asomo.

Una vez más, caminé entre los escritorios haciendo ingentes esfuerzos para que no se viera el consolador en mi cola por debajo de mi cortísima falda; ignoro si lo logré, pero cuando llegué al lugar me encontré con un problema extra: la cola me dolía horrores por la paliza que había recibido de parte de Mica; tal como ella había manifestado, yo no me iba a poder volver a sentar muy fácilmente en mi silla…

De hecho, hice de pie la mayor parte de mis labores de oficina. En un momento, Rocío se acercó para hablarme al oído; lo paradójico fue que lo hizo en voz alta:

“Me enteré que Mica te dejó el culito rojo – dijo -: esa guacha es una enferma, je”

Por suerte, no agregó más palabra ni me pidió nada sino que volvió a su escritorio; tampoco hubo demasiadas noticias por largo rato de Evelyn, quien estaba en su oficina. Al cabo de un par de horas, sin embargo, reapareció y vino directamente hacia donde yo me hallaba. Al tenerla enfrente, tuve el impulso de arrodillarme o ponerme a cuatro patas, pero me contuve: ¿correspondía en aquel contexto? ¿Debía yo mantener el protocolo dentro de la fábrica? Ésas eran cuestiones que no habían sido habladas y, como tales, me intranquilizaban en la medida en que yo desconocía cuál debía ser mi proceder y, en consecuencia, no sabía hasta qué punto me hallaba en falta o no. Por fortuna, sin embargo, Evelyn llegó hasta mí sin que su expresión diera trazas de exigir de mi parte alguna actitud en especial; me miró y sonrió:

“Nadita – me dijo, llamándome impunemente por el odioso apodo delante de todas las demás -: ¿recordás qué era lo que tenías que hacer hoy?”

Me quise morir. El consolador perdido, claro. Había quedado en que debía recuperarlo; me causó un súbito terror el que Evelyn pudiese llegar a mencionarlo allí y en ese momento, por lo cual, tartamudeando, me apresuré a contestar:

“Sí, s… señorita Evelyn; ya m… mismo voy para la planta a…”

“¡No hace falta! – me interrumpió ella, haciendo un gesto desdeñoso con la mano -. ¡Mirá quién está acá!”

En ese momento, la colorada se apartó a un lado y recién entonces recalé en que todo el tiempo había habido alguien detrás de ella. Y ese alguien era… el sereno… El joven me miró y caminó unos pasos hacia mí, ubicándose al otro lado del escritorio; fue tanta la vergüenza que reculé y trastabillé. Él, impertérrito, no dejó de mirarme con una sonrisa y, sin trámite ni pudor alguno, apoyó el consolador sobre mi escritorio, mientras todas las demás empleadas permanecían atentas a la escena.

“Esto es suyo… – me dijo el sereno, con un brillo pícaro en los ojos -: lo perdió ayer, señorita”

CONTINUARÁ

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible” (POR JAVIET)

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ROSA, LA CACHONDA INVISIBLE.

Antes de empezar esta historia, he de confesar que he leído unos cuantos relatos vuestros, acerca de hombres invisibles así pues es justo agradeceros vuestras (peregrinas) ideas gracias a las cuales me he decidido a escribir este relato, solo he modificado el sujeto, ¿Por qué solo chicos invisibles, porque no una chica? Los personajes, hechos y lugares son ficticios aunque a algunos nos gustaría que no, Veamos que tal sale.

————————————————————————-

Rosa Suarez, madrileña de 27 años muy bien llevados, ex cajera de una cadena de tiendas de ordenadores que cerró hace dos meses y actualmente en paro forzoso, soltera y sin compromiso vive en casa de sus padres, pero conozcámosla algo mejor veamos, es rubia y le encanta el pelo corto, naricilla respingona y ojos grandes (dos) azules, labios llenos y muy sexis (de esos que estaríais horas besando, picaron@s) todo esto enmarcado en una cara bonita, es de figura delgada pesa unos 50 kg, su silueta es más que atractiva pues con un 90 de pecho un culito firme y rotundo, además de una estrecha cintura debida al ejercicio físico que hace, se siente observada y deseada por los hombres.

Precisamente aquel lunes de junio venia del gimnasio, después de un año de trabajar sentada de cajera se sentía algo rara, lo primero que hizo fue apuntarse a clases de “steep” el ejercicio la sentaba bien y la puso nuevamente en forma, al llegar a casa se dispuso a darse una ducha para tonificarse y quitarse el sudor, estaba sola pues sus padres estaban ambos trabajando en aquel laboratorio estatal de investigación y desarrollo, mientras se desnudaba pensó que sería estupendo que por fin diesen con aquel biocombustible que intentaban hacer, serian ricos y se solucionarían todos sus problemas.

Cuando estaba a punto de meterse en la ducha recibió una llamada telefónica, era su amiga Marichu agobiándola con sus problemas, sospechaba de su novio y estaba convencida de que la ponía los cuernos, cuando por fin colgó el teléfono estaba de mal humor, fue al baño y decidió que mejor que una ducha se daría un baño largo y relajante para tranquilizarse, así que tapo la bañera y abrió los grifos del agua, fue a la habitación y cogió su vibrador acuático, tenia forma de delfín y era de látex azul clarito se lo compro por internet, después de leer unos relatos eróticos y pinchar en un enlace que había en la pagina y decía “sexshop” estuvo un rato curioseando y finalmente lo compró, ahora era su favorito y no desaprovechaba nunca la ocasión de darse un baño muy pero que muuuy placentero con su delfín azul.

El gel de baño estaba acabándose, echó a la bañera lo poco que quedaba en el bote y fue al baño que había en la habitación de sus padres, cogió de allí las sales de baño de mama y un frasco que no conocía, parecía gel de baño y olía como el que usaba su madre, le llamo la atención que no tuviera etiqueta sino un papel pegado con cinta transparente que decía “GEL H22” pero pensó que sería algún nuevo tipo de gel de limpieza que estarían probando en el laboratorio, volvió a su baño y echó una buena dosis en el agua, añadió sales de baño y tras taparlo y devolver lo que había cogido a su sitio se dispuso a entrar en el baño.

Rosa estaba finalmente metida en la bañera, permanecía quieta mientras el agua caliente relajaba su cuerpo firme y las burbujas de espuma le hacían cosquillas, tomo el champú y se lavó la cabeza mientras tarareaba una canción de moda, luego de quitarse el jabón del pelo y pasarse la esponja lavándose todo resto de sudor de su cuerpo, se sintió mejor y relajada.

Cerró los ojos y se recostó en la bañera y de repente recordó a su vecino Edu, cuando él se duchaba ella le veía por su ventana al otro lado del patio, tenía unos 19 años y estaba buenísimo pues jugaba mucho al futbol y hacia gimnasia, recordó su cuerpo desnudo mojado por el agua de la ducha, Rosa se fue calentando mientras recordaba que aquel chico guapo pero muy tímido acostumbraba a pajearse en la ducha, ella se acariciaba los pechos notando como se le erizaban los pezones, recordando el miembro no muy grueso pero si largo de su joven vecino, mientras se acariciaba ambos pechos con sus manos y frotaba sus muslos, se sintió cachonda mientras tironeaba de sus pezones recordando como el chico se corría contra la pared de la ducha, así que decidió que era el momento de jugar y cogió el vibrador con forma de delfín.

Rosa lo encendió y comenzó a pasarlo por sus tetas, despacito y sin brusquedades, recorriendo cada centímetro de ellas fue contorneándolas suavemente sin llegar a tocar sus ansiosos y duros pezones, recordando algo que leyó “cada centímetro de piel a de ser acariciado, prolonga el placer haciéndolo esperar un poco” se mordió los labios notando como el placer la inundaba poco a poco, siguió acariciándose los pechos con la mano izquierda mientras fue bajando la derecha con el delfín vibrando recorriéndose el cuerpo hasta su vientre, abrió las piernas y recorrió con la nariz del vibrador sus labios externos, pese a estar rodeada de agua se sintió empapada de flujo, ansiaba recibir más placer y siguió bajando hasta presionar en su ano con el vibrador, las sensaciones que recibía la hicieron suspirar de gusto y pasar su seductora lengua por los labios, humedeciéndoselos en un gesto de puro vicio.

Su mano derecha apretaba sus pechos, pasaba de uno a otro continuamente mientras con la izquierda sujetaba la cola del vibrador y subía de nuevo hacia su coñito, a ella le pareció que su delfín azul cobraba vida, le recorría los labios del coño y se introducía despacio pero firmemente en su vagina, sintió el interior de esta vibrando mientras el objeto se metía en ella, Rosa gemía de placer y se tironeaba de los pezones mientras en su interior el vibrador la estimulaba salvajemente pues las pequeñas aletas que llevaba la estimulaban tanto el clítoris como el punto G, inconscientemente ella aumento la velocidad de penetración y se metía y sacaba el objeto cada vez más rápido, su cuerpo se elevaba y dejaba caer siguiendo el ritmo de las arremetidas de su mano, ella con los ojos cerrados solo podía jadear de placer y dejarse llevar gimiendo al éxtasis del placer, cuando finalmente llego al orgasmo lo hizo chapoteando, jadeando y soltando un pequeño grito, su vagina apretaba hambrienta el vibrador y su mano derecha apretaba tan fuerte su pezón derecho que parecía querer arrancárselo, su cuerpo estremecido de gusto se puso tenso como un arco mientras de su vagina salió un chorrito de flujo que inmediatamente se disolvió, Rosa se fue tranquilizando y su cuerpo ya relajado quedó derrengado y agotado en su bañera.

Entonces empezaron a pasar cosas, mientras nuestra protagonista con los ojos cerrados se calmaba y recuperaba su respiración normal, el agua de la bañera refulgía en un tono verdoso, la mezcla de gel de baño, champú para el pelo, sales de baño rosas, “gel H22” mas flujo vaginal, restos de sudor y una pizca de orina, se habían mezclado y batido por culpa del vibrador que olvidado en el fondo de la bañera seguía funcionando, al cabo de dos minutos el agua una vez acabada la reacción química, perdió su brillo verdoso.

Unos cinco minutos después, Rosa más tranquila después del orgasmo, abrió los ojos y recordando que su juguete seguía funcionando, palpó por el fondo de la bañera hasta encontrarlo, lo cogió y lo saco del agua, se quedo mirándolo mientras pensaba “que bonito que es mi delfincito azul, cuanto gusto me das bonito mío, con esos bultitos que parecen aletas, y ese hociquito tuyo tan……” entonces exclamo en voz alta:

– ¡Mi mano, ¿dónde está mi mano? Joder, me la siento pero no la puedo ver!

Rosa estaba muy asustada, se incorporó en la bañera y se miró el cuerpo, nada… no se veía sus hombros ni sus brazos, se puso en pie y cogió torpemente la toalla, (intentad coger algo sin veros la mano, ya veréis) se secó todo el cuerpo de forma automática, incluso llegó a cerrar los ojos y descubrió que así era más fácil, finalmente se puso sus zapatillas y se miró en el espejo del baño exclamando:

– ¡Mierda no veo nada, solo una toalla y mis pies cuando miro al suelo!

Salió del baño y fue a su habitación, cualquiera que estuviera mirando solo vería unas zapatillas y una toalla moviéndose por el pasillo de casa, se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación, nada… no veía nada tendría que llamar a alguien pero que diría:

– ¡Oiga policía! Si es que… me he vuelto invisible! ¿pueden ayudarme?

– ¿ Oiga es el hospital, podrían mandarme una ambulancia? Si es que me he vuelto invisible y si salgo a la calle me pueden atropellar.

Decidió calmarse y pensárselo lógicamente, era culpa suya pues recordó lo de aquel frasco que ponía “gel H22” no debía haberlo mezclado con nada sin saber que era, Joder “que tonta había sido” pero y si no era esa la causa, bueno fuera la que fuera la causa estaría en el agua del baño, primer paso coger una muestra, se dirigió a la cocina y busco un recipiente, cogió una botella de refresco de dos litros y tras lavarla bien se dirigió a la bañera y sumergiéndola en ella la llenó de aquel agua, al sacarla se vio la forma de su mano rodeada de una película de liquido, el agua del interior de la botella tenía un color grisáceo pero no vio en ella nada extraño, se la llevo a la nevera y la dejo en un compartimento al lado de la puerta, volvió a la habitación y se sentó en la cama pensando en que haría hasta que llegaran esa noche sus padres, a fin de cuentas eran los únicos científicos que conocía, por otra parte, empezaba a sentirse muy excitada otra vez.

(CONTINUARA)

Este primer capítulo solo es una introducción al personaje y la trama, dejadme vuestros comentarios e ideas pues a partir del siguiente capítulo comenzara nuestra amiga rosa a salir de casa.

Relato erótico: “Teniente Smallbird 6ª y última parte” (POR ALEX BLAME)

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7

—Está bien, tranquila. —dijo Smallbird despidiéndose de Fermín con un gesto apresurado y saliendo del pub en busca de su Ossa— No te pares, sigue caminando sin mirar atrás y dime dónde estás.

—En la calle Juan Quintero. —respondió la joven.

—Muy bien —dijo Smallbird montando en la moto y conectando el manos libres— Llegaré en cinco minutos. Sigue andando en dirección oeste.

—¿Oeste? —preguntó la joven confundida.

—Perdona, en dirección a la calle Arganda. —replicó el teniente esquivando el tráfico a toda velocidad— Ah, ahora párate y suelta un buena carcajada y procura que parezca real.

—Pero…

—No preguntes y hazlo —dijo Smallbird esquivando un camión de la basura por cuestión de milímetros.

Smallbird rezó para que el perseguidor no se diese cuenta mientras la joven lanzaba una carcajada que más bien parecía un relincho.

El detective siguió avanzando entre el denso tráfico de un viernes por la noche mientras seguía hablando con Vanesa para tranquilizarla y evitar que alarmase a su perseguidor.

Tres minutos más tarde estaba en la misma calle unos números más abajo.

—¿Puedes describírmelo sin tener que mirar atrás? —preguntó Smallbird mientras acercaba la Ossa a la acera izquierda y avanzaba a escasa velocidad buscando a alguien sospechoso.

—Un tipo alto, con vaqueros y una sudadera azul. Lleva la capucha echada sobre la cara así que no puedo decirte mucho más.

El detective siguió avanzando lentamente acercándose a la joven y procurando no llamar demasiado la atención. Doscientos metros más adelante lo vio.

—Vale, ya le veo … ¡No! —Gritó Smallbird al ver a Vanesa darse la vuelta instintivamente y mirar a su perseguidor y luego a él.

El hombre se dio cuenta inmediatamente y se lanzó a una corta carrera que le llevó a una boca de metro dónde desapareció en menos de diez segundos. Seguro de que había perdido la oportunidad de atrapar a aquel individuo avanzó hasta Vanesa y aparcó a su lado.

—Lo siento, —dijo la joven consciente de que había metido la pata— al oír que ya lo tenías no sé por qué, me volví para asegurarme de que estabas ahí. Lo he estropeado todo.

—No te preocupes. Lo importante es que estás bien. Sera mejor que vayamos a un sitio donde podamos hablar un rato. —Dijo el teniente acercándole a la joven un casco.

Smallbird arrancó la Ossa y la joven se sentó obediente tras él. El detective no pudo evitar un escalofrío al notar como la joven le rodeaba su cintura con sus brazos y pegaba los pechos contra su espalda.

El policía arrancó con suavidad y se alejó del lugar cogiendo un par de calles laterales. Llegó a una pequeña plazoleta donde había un bar de moteros y paró la Ossa delante.

—Coño Smallbird. —dijo el camarero, un hombre de metro noventa con el pelo rapado al cero y una larga perilla— Cuanto tiempo. ¿Y quién es esta belleza? ¿Es tú nueva choni?

—Es un historia muy larga, peludo, así que déjalo y pon un par de cervezas y unas bravas. —respondió Smallbird sentándose en la terraza y encendiendo un Marlboro.

La joven cogió la cerveza con manos aun temblorosas y le dio un largo trago. Smallbird no la apuró y esperó un rato hasta que la vio un poco más tranquila.

—Ahora cuéntame que ha pasado. —dijo el detective dando una última calada al cigarrillo y estrujándolo en el cenicero.

—Este mediodía salí de casa para ir al trabajo y cuando entraba en la cafetería me pareció ver un figura colándose fugazmente en un portal. —comenzó Vanesa con un suspiro—Cuando terminé a eso de las ocho, al abrir la puerta del local vi a alguien con una sudadera azul sentado tres portales más abajo al otro lado de la calle. En cuanto me dirigí a la acera, la figura se levantó sacudiéndose los pantalones y vi por el rabillo del ojo como me seguía sin cambiar de acera, a unos cincuenta metros de distancia.

—Procuré no darle importancia y fui al centro a hacer unas compras de última hora. Al salir del supermercado, me pareció verle de nuevo así que decidí coger un par de calles aleatoriamente. Aproveché un semáforo en una esquina para asegurarme de que me seguía y allí estaba de nuevo a unos cincuenta metros fingiendo observar un escaparate. Fue entonces cuando cogí el teléfono y te llamé.

—Lo has hecho muy bien —dijo Smallbird— y no te mortifiques por ese último error, me hubiese sido difícil detener a ese hombre yo solo. ¿Sabes de quién puede tratarse?

—No tengo ni la más remota idea. —dijo ella confundida.

—Tranquila, lo encontraremos, solo es cuestión de tiempo. —mintió el teniente recurriendo a todas sus dotes de interpretación— Mientras tanto, ¿Tienes algún sitio dónde quedarte?

—La única persona que conozco aquí es mi tío —respondió ella con el rostro crispado por la angustia— y evidentemente no me gustaría volver allí ni por todo el oro del mundo.

—De acuerdo. —dijo el detective haciendo una seña al camarero para que les pusiese un par de cervezas más—Lo único que se me ocurre es que pases la noche en mi casa. Mi piso no es gran cosa pero el sofá es cómodo.

—No quiero molestar…

—Tonterías no molestas para nada. Mañana haré un par de llamadas y conseguiré una habitación en una casa de acogida, allí estarás segura.

La joven asintió y bebió la segunda cerveza con un gesto de alivio. Smallbird se recostó en la silla y la observó beber la cerveza y comer las patatas con tranquilidad por primera vez en toda la semana. Sus bonitos ojos grises brillaban de agradecimiento, no sabía si eso era bueno o malo.

Lo primero que hizo Smallbird al entrar en casa fue disculparse por el lamentable estado en el que estaba. Fueron al salón y abrió el sofá-cama para ella. Entre los dos le colocaron las últimas sábanas que le quedaban limpias y le dio una manta por si tenía frío durante la noche.

Vanesa no se había traído nada consigo, afortunadamente Julia se había dejado algo de ropa vieja al irse que el teniente no había tenido ni tiempo ni ganas de tirar a la basura y pudo darle a la joven un camisón algo ajado pero aun utilizable.

Le preguntó si necesitaba algo más pero la joven dijo que estaba agotada por las emociones del día y que iba a acostarse. Smallbird tenía planeado ver un rato la tele pero con el salón ocupado optó por sacar una botella de Whisky de la nevera y leer un libro de criminología que había comprado hacía ya un mes y que aun no había ojeado siquiera.

Una hora más tarde estaba profundamente dormido.

8

Smallbird despertó tarde el sábado con el ruido de alguien trajinando al otro lado de la puerta de su dormitorio. Lo primero que hizo fue echar mano de la pistola reglamentaria que siempre guardaba en el cajón de la mesita. Luego se dio cuenta de que tenía una invitada y volvió a meter la pistola en el cajón mientras encendía su primer cigarrillo del día. Expulsó el aire con satisfacción mientras se preguntaba qué demonios estaría haciendo Vanesa para meter tanto ruido.

Finalmente, guiado por la curiosidad, se levantó de la cama y se puso una bata para salir de la habitación. Por un momento pensó que le habían cambiado el piso mientras dormía. El salón estaba recogido y todas las superficies estaban brillantes y libres de polvo.

En ese momento se dio cuenta de que la ceniza del cigarrillo estaba a punto de caer y con un sentido de culpabilidad buscó un cenicero donde depositar la colilla.

Inmediatamente encendió otro cigarrillo y cogiendo el cenicero para llevárselo consigo se dirigió a la cocina donde veía a la joven moverse a través del cristal traslúcido que les separaba.

El detective abrió la puerta y estuvo a punto de tirar el cenicero al ver a la joven de espaldas a él rascando la vitrocerámica con vigor.

Smallbird vio el culo de la joven pálido y redondo adivinarse a través de la desgastada tela del viejo camisón moverse y temblar exquisitamente.

—Buenos días dormilón. —dijo la joven dándose la vuelta al percatarse de la presencia del detective.

Las formas de Vanesa eran más rotundas que las de Julia y todas sus curvas estiraban y tensaban la tela y las costuras del camisón amenazando con desintegrarlo.

—¿Quieres desayunar algo? Preguntó ella cogiendo la jarra de la cafetera y llenando una taza para él.

—Gracias, con el café bastará —respondió el detective— ¿Qué tal has dormido?

—Muy bien, el sofá es muy cómodo.

—No tenías por qué haber limpiado esta leonera. —dijo el detective.

—No ha sido nada, además necesitaba compensarte por lo que has hecho por mí. —replicó la joven sentándose frente a él y dejando que uno de los tirantes del camisón resbalase de su hombro.

La joven clavó aquellos ojos grises y grandes en los de Smallbird. El detective bajó la mirada y se concentró en el café intentando no revelar la profunda excitación que estaba experimentando.

Cuando el teniente terminó su café la joven se levantó e inclinándose recogió la taza. Smallbird no pudo evitar echar un vistazo por el escote del camisón y observar una buena porción de los pechos redondos y pesados de la joven comprimidos por la tela de la prenda íntima.

Vanesa no esperó más y acercó su boca a la del detective dándole un suave beso.

—No Vanesa, —dijo Smallbird intentado parecer convencido de lo que decía— No es necesario nada de esto.

—Lo sé —dijo ella— pero quiero hacerlo.

El detective intentó resistirse pero la joven volvió a fundir sus labios con los del policía mientras se remangaba el camisón y se sentaba a horcajadas sobre él. Smallbird se rindió finalmente y acarició los muslos y el culo de Vanesa mientras le devolvía el beso.

Poco a poco los besos se hicieron más profundos a la vez que las caricias se volvían mas rudas y anhelantes. Smallbird tiró del camisón hacia abajo dejando a la vista uno de los pechos de la joven; era grande y redondo con el pezón grande y rosado. El detective lo estrujó y lo sopesó antes de metérselo en la boca.

Vanesa gimió y quitándole la bata de un tirón frotó su sexo desnudo contra la pierna del detective.

Smallbird sintió el calor y la humedad que emanaba del interior de la joven y se rindió finalmente. Agarrando a la joven por el culo la acercó contra él besándole el cuello y la barbilla. Vanesa se revolvió inquieta buscando el pene erecto del detective bajo ella, lo sacó del boxer y lo acarició con suavidad haciendo que el detective suspirara ahogadamente.

Con una sonrisa la joven se puso de puntillas y se introdujo la polla de Smallbird lentamente, disfrutando de cada centímetro y haciendo disfrutar al detective.

Vanesa se agarró a su cuello y comenzó a subir y bajar por la polla de él atravesada por escalofríos de placer. Smallbird se limitaba a dejarse hacer contemplando el cuerpo de la joven vibrar y retorcerse con sus besos y sus caricias.

Con un empujón levantó a Vanesa y la tumbó sobre la mesa, haciendo una pausa contempló el cuerpo rotundo y acarició el vello rubio que cubría el monte de Venus de la joven. Separándole las piernas con suavidad se inclinó sobre ella y le acarició el sexo con los labios. La joven se estremeció y arqueó el cuerpo con el contacto.

El detective saboreó los flujos que escapaban del coño de Vanesa sorbiendo y lamiendo con violencia las partes más intimas de la joven haciéndola gritar de placer.

Finalmente se incorporó y la penetró. Vanesa tenso su cuerpo, ciño sus piernas contra las caderas del detective y desvió la vista a sus ingles observando cómo entraba y salía la polla de su sexo provocándole un intenso placer con su dureza y su calor.

La joven se incorporó un instante solo para besar de nuevo al detective y después de entrelazar sus manos con las de él volvió a tumbarse abandonándose al placer cada vez más intenso hasta que no pudo más y se corrió.

Smallbird contempló a la joven retorcerse y sacudirse involuntariamente asaltada por el orgasmo. Cogiéndola por el cuello la atrajo hacia sí y besó sus pechos y su cuello disfrutando del placer de la chica como si fuese el suyo propio.

Con un fuerte suspiro la joven dejo de estremecerse y se quedó unos instantes desmayada en brazos de su amante antes de apartarle y arrodillarse frente a él.

Smallbird sintió como ella asía su miembro con sus manos y lo masturbaba golpeándolo contra su boca y sus pechos. El detective gimió y metió su polla entre los sudorosos pechos de la joven. Cada vez más excitado comenzó a follar las suaves tetas de la joven mientras ella las apretaba con sus manos.

Smallbird se corrió instantes después regando los pechos de Vanesa con su semen.

Vanesa sonrió y se acarició los pechos mientras el detective jadeaba intentando recuperarse, pero antes de que pudiese derrumbarse sobre la silla y fumar un cigarrillo notó como una boca insaciable se cerraba en torno a su polla chupándola y mordisqueándola hasta que estuvo totalmente erecta de nuevo.

Smallbird se sentía agotado pero la excitación era mucho más fuerte y siguió a la joven que le llevaba de la mano hasta el sofá del salón, aunque no la dejó llegar. Agarrándola por las caderas le empujó contra la pared más cercana y le metió la polla hasta el fondo.

Vanesa separó las piernas y retrasó el culo para que el detective le follase con más facilidad.

Smallbird agarró su culo y tiró de él al ritmo de sus empujones. Los dedos del detective se hundían en el suave culo de la joven mientras la polla penetraba en su coño haciéndole aullar de placer.

El tiempo se volvió borroso mientras se separaban y volvían a juntarse de nuevo en el sofá. Smallbird le besó de nuevo inundando la boca de la joven con el sabor de sus Marlboros, mientras empujaba dentro de su cálido interior hasta que Vanesa se corrió de nuevo.

El teniente sacó su polla y se masturbó unos segundos más hasta eyacular sobre el suave vello rubio que cubría el pubis de la joven.

Smallbird se tumbó al lado de la joven y encendió un pitillo mientras esta se acariciaba el pubis con gesto ausente.

—¿Te arrepientes de haberlo hecho? —preguntó la joven jugando con los rizos de su entrepierna.

—No es eso. Solo que obviamente no debo acostarme con los testigos o los sospechosos de un asesinato.

—¿Soy testigo o sospechosa? —preguntó la joven acariciando el miembro inerte del detective.

—Aun no lo he decidido. —mintió Smallbird dando una calada a su Marlboro.

9

—¡Vaya cara! —exclamó el comisario al ver las ojeras de Smallbird aparecer por la puerta—Deberías beber menos y dormir más. Eres uno de mis mejores investigadores y no me puedo permitir perderte.

—Hola jefe. —saludó el detective poniendo cara de circunstancias y callándose la verdadera causa de las ojeras.

Vanesa había resultado insaciable y habían pasado el fin de semana bajo las sábanas follando como animales. Mientras hablaba con Negrete notificándole la falta de novedades y las pocas posibilidades que había de que sus sospechosos fueran realmente los asesinos de Blame se preguntaba cómo iba a mirar a Arjona, al que había abroncado el viernes pasado por hacer lo que había estado haciendo él todo el fin de semana.

Después de que el comisario volviese a echarle la bronca por la falta de resultados y le apremiase para que resolviese el caso de una puñetera vez se reunió con sus investigadores. Los informes que les presentaron no fueron alentadores. No parecía haber ningún hilo del que tirar.

—Bien, Carmen, aunque parece poco probable tú y Arjona investigaréis más a fondo a la enfermera y a la pescadera. —dijo Smallbird— Camino ponte de acuerdo con Lopez y turnaros para vigilar la cafetería de Vanesa. El viernes por la tarde alguien siguió a Vanesa desde el trabajo. El resto quiero que investigue sobre el bromuro de pancuronio. Es una droga no demasiado común. Quiero saber todo sobre ella y si es posible investigar recetas que se hayan extendido para particulares fuera de los hospitales.

Smallbird despidió a todos no muy convencido de que saliese algo de aquella búsqueda pero al menos tendría a la gente ocupada hasta que se le ocurriese algo mejor. Con un suspiro se estiró y cerró los ojos para “meditar” un rato en soledad. Aquel caso le iba a volver loco pero estaba tan cansado que apenas podía pensar.

—¡Jefe! —dijo Gracia entrando como una tromba y rompiendo la serenidad del despacho— ¡Creo que tengo algo!

—¿Qué demonios? —gruñó Smallbird al despertarse sobresaltado.

—¡Oh! Lo siento señor. —dijo la joven un poco azorada sin saber que hacer—¿Quiere que vuelva luego?

Smallbird se desperezó y miro el reloj, había dormido toda la mañana. Cuando logró enfocar la vista al fin, vio a Gracia ante él con una sonrisa tímida y el portátil en el regazo.

—Dime, Gracia. —respondió Smallbird sin cambiar su postura relajada.

—He estado pensando que solo hemos estado investigando una vertiente del caso pero nos hemos olvidado de que la mayor parte de los comentarios los hacen los lectores.

—¿Estás insinuando que puede haber un fanático entre los admiradores de estos autores? —preguntó el teniente poniendo los pies sobre el escritorio con un suspiro de placer.

—O Blame cabreó a quién no debía.

—No es mala idea. Yo también he estado reflexionando sobre cómo diablos logró el asesino averiguar la identidad de Blame y llegué a la conclusión de que la única manera es que lo conociese en persona.

—Tienes razón. —dijo Viñales— Bastante gente conocía al Alex Blame de internet y también hay gente que conocía al Alex Blame de carne y hueso, pero apuesto a que hay muy poca gente que conozca las dos caras del personaje.

—Exactamente —repuso Smallbird sonriendo— podrías hacer un programa que cruce las identidades de los usuarios de guarrorelatos y cualquier cosa que pueda relacionar a los usuarios con el Blame de carne y hueso, direcciones, el banco para el que trabajaba, el pizzero que le traía la comida a casa y cualquier otra cosa que se te ocurra.

—De acuerdo jefe.—dijo la joven — Ya estoy en ello.

Cuando Gracia se hubo ido el teniente se quedó reflexionando. Tenía que haber algo que pudiese hacer a parte de esperar. Tras unos minutos dándole vueltas al asunto no pudo llegar a ninguna otra conclusión; tendría que usar a Vanesa de cebo.

—Bien. —comenzó Smallbird dejando sobre la mesa media docena de Smartphones— Vamos a tender una trampa a ese mamón.

—¿Para qué necesitamos los móviles? —preguntó Viñales desorientada.

—¿Se puede saber qué demonios os enseñan en la academia? —dijo Arjona.

—Vamos a realizar un seguimiento a un sospechoso. —le explicó Smallbird con paciencia— Todo el mundo se fija en alguien intentando ocultar un pinganillo colgando de la oreja mientras habla solo, pero nadie se fija en un tipo enviando un wasap mientras camina por la calle.

—Entiendo. —dijo Gracia— ¿Puedo participar en el seguimiento?

—Desde luego. —dijo Smallbird dándole uno de los móviles— Te lo has ganado.

—¿A quién vamos a seguir? —preguntó Carmen.

—Tenemos razones para pensar que el asesino es alguien del entorno cercano de Blame y quizás sea el desconocido que persiguió a Vanesa la tarde del viernes.

—¿Por qué iba a estar interesado en Vanesa el asesino?—dijo Arjona.

—No sé, igual vio a la chica salir del coche patrulla cuando la llevamos a casa tras el interrogatorio, o piensa que puede haber visto u oído algo. ¿Quién sabe? En fin, eso lo dejaremos para cuando atrapemos a ese cabrón. Voy a hablar con Vanesa y le voy a indicar una ruta que debe seguir cuando salga del trabajo. Nos apostaremos por tramos y vigilaremos a la joven y a cualquiera que le siga. Gracia, tu iras conmigo, el resto se apostaran por esta ruta y les seguiremos hasta la calle Buendía dónde le atraparemos. Camino, sustituirás a López en la vigilancia de la cafetería y en cuanto desaparezca el sospechoso irás con el coche a cortarle el paso. ¿Alguna pregunta?

Después de la charla se dirigió a casa. En cuanto atravesó la puerta Vanesa se lanzó sobre el totalmente desnuda y Smallbird no pudo resistirse. Acorralándola contra la pared se la comió a besos acariciando sus pechos y su sexo. Segundos después estaba tumbado encima de la joven follándola sobre el suelo. Smallbird no tuvo piedad y eyaculó dos veces dentro de ella antes de poder apartarse de la joven satisfecha y cubierta por el sudor de ambos.

Vanesa suspiró y se abrazó al teniente mientras este fumaba un Marlboro intentando relajar su agitada respiración. No pudo evitar un ramalazo de culpabilidad cuando la joven mirando a los ojos del detective aceptó inmediatamente su plan.

Eran las cuatro de la mañana cuando Vanesa salió de la cafetería a paso ligero. Desde el coche, Camino vio como una sombra salía de un portal cercano. Camino envió un wasap a sus compañeros y esperó unos minutos antes de arrancar el coche camuflado e ir a situarse en posición.

Arjona fue el primero en ver pasar a Vanesa y a su perseguidor. Fingió vomitar contra una farola mientras enviaba un nuevo wasap. Cuando los objetivos desaparecieron en la siguiente esquina, corrió por una calle lateral para ponerse en el siguiente puesto.

La noche era oscura y una tenue niebla lo envolvía todo con su humedad. Gracia y el teniente esperaban en su puesto fingiendo ser una pareja que charlaba antes de despedirse. Se habían metido en un portal oscuro en la acera opuesta a la que utilizarían sus objetivos en unos instantes. Smallbird miró hacia la calle. Aun no se veía a nadie. Desvió la mirada un momento, Gracia temblaba ligeramente probablemente fruto de la excitación del momento. Era la primera vez que hacía una vigilancia y se la veía notablemente emocionada.

—Tranquila, en realidad esta es la tarea más aburrida del mundo. —dijo el teniente guiñando el ojo para tranquilizarla.

—Lo sé. —respondió ella con sus bonitos ojos chispeando de emoción— Pero no puedo evitarlo. Es la primera vez que me siento una policía de verdad desde que salí de la academia…

La conversación se interrumpió porque Vanesa acababa de aparecer por la esquina y se dirigía hacia ellos por la otra acera. Veinte segundos después una sombra apareció por la esquina moviéndose con cautela. En ese momento la sombra se paró indecisa y de repente cruzó la calle dirigiéndose directamente hacia los dos policías.

Smallbird se quedó petrificado observando como el hombre se acercaba directamente hacia ellos.

Fue Gracia la que reaccionó con presteza y abrazándose a Smallbird le besó.

Samllbird le devolvió el beso y se abrazó a la novata. Mientras se deleitaba con el sabor dulce y joven de la boca de su compañera, con los ojos entreabiertos observaba al desconocido pasar a su lado con el rostro oculto bajo una capucha.

Smallbird agarró más fuerte a Gracia y la giró para poder seguir al desconocido con la mirada. Justo en ese momento Vanesa se giró para tomar la siguiente esquina y no pudo evitar echar un vistazo. El teniente notó como los ojos de Vanesa se posaban en él echando rayos y centellas.

—¡Buf! Ha estado cerca. —dijo la joven deshaciendo el abrazo.

—Has estado muy bien. Tienes madera. Quizás siga llamándote cuando necesitemos apoyo. —dijo Smallbird mientras se dirigían al lugar de la emboscada.

La calle Buendía era una callejuela estrecha, recta y solitaria. Quince minutos después Vanesa entraba en ella taconeando con decisión. Su perseguidor vio la oportunidad y comenzó a acercarse. Cuando estaba apenas a diez metros los policías ocultos a lo largo de la calle pudieron ver como el hombre sacaba un cuchillo del bolsillo de la sudadera. Smallbird no esperó más y salió de un portal.

—¡Alto policía!

Vanesa siguió las instrucciones del teniente. Salió corriendo como una bala y no paró hasta caer en brazos de Arjona pegando su cuerpo al del detective mientras miraba a Smallbird.

El desconocido se giró sorprendido, primero hacia el teniente y luego hacia todos los policías que le rodeaban acercándose a él con las armas desenfundadas.

El tipo tardó un segundo, pero con un grito de rabia enarboló el cuchillo y se lanzó sobre el teniente. Smallbird no se lo esperaba pero reaccionó con rapidez y desvió el brazo con el que blandía el arma mientras le arreaba un golpe con la Beretta en el pómulo.

El desconocido se derrumbó y soltando el cuchillo se agarró el rostro dolorido.

—¡Quedas detenido imbécil! —dijo el teniente sacando las esposas.

Smallbird se agachó y sin delicadeza echó los brazos del desconocido hacia atrás y lo esposó.

Arjona se acercó y le ayudó a Smallbird a levantar al hombre que aun se quejaba por el golpe. En cuanto el asesino estuvo en pie, el detective retiró la capucha.

El rostro del casero de Vanesa apareció ante los ojos de los presentes, con cara de pocos amigos y un hilo de sangre corriendo por su mejilla.

El teniente mandó a Vanesa a casa acompañada por Arjona y se fue directamente a la casa del sospechoso mientras el comisario sacaba a un juez de la cama para conseguir una orden de registro.

Dos horas en la casa del asesino bastaron para que la científica encontrase restos de sangre limpiados apresuradamente en el suelo del baño y en la cocina. También habían encontrado en la basura varios viales de bromuro de pancuronio a punto de caducar vacios y alguno lleno en un armario de la cocina.

Una búsqueda en el historial de su ordenador les permitió averiguar que visitaba la página de Guarrorelatos como lector, con el nick de Arrascamelasbolas. Una sencilla investigación les permitió averiguar cómo los intercambios entre él y la víctima habían sido agrios y frecuentes.

Tampoco le costó a Smallbird deducir que el sospechoso admiraba especialmente el trabajo de Rajaquemoja y casualmente todos los competidores de la autora recibían un terrible en la puntuación, independientemente de la calidad de sus trabajos para favorecerla. Smallbird se volvió a la comisaría donde el casero asesino les esperaba, seguro de que Gracia sería capaz de probar que el sospechoso efectivamente era el origen de aquellas valoraciones.

Desde el otro lado del cristal camuflado, el sospechoso esperaba sentado y esposado con la mirada perdida en el vacío. Tras la detención le habían llevado a la sala de interrogatorios y le habían hecho esperar mientras registraban su casa en busca de huellas y procesaban el cuchillo en busca de restos de la víctima. Smallbird fumó un último Marlboro mientras observaba al sospechoso aparentemente impasible antes de comenzar el interrogatorio.

— Carmelo García Castillejo. —dijo Smallbird depositando una gruesa carpeta sobre la mesa—Nacido en Navalmoral de la Mata hace cincuenta y tres años. Sin oficio conocido aparte de administrar un edificio de… doce viviendas que heredó junto con su hermano. Bernardo era buen chico pero tenía unos ataques epilépticos tremendos ¿No?

Carmelo siguió con la mirada fija en la pared sin decir nada de nada, aunque una ligera mueca de desagrado le indicó a Smallbird que había acusado el golpe.

—Tan tremendos —continuó Smallbird— que tenías que inyectarle bromuro de pancuronio para aliviarle… No me imagino la fuerza que hay que tener para inmovilizar e inyectar por via intravenosa ese anestésico a un adulto mientras se mueve espasmódicamente… Por cierto lamento lo de su muerte.

El sospechoso continuó sumido en un hosco silencio y ni siquiera mostró curiosidad cuando Smallbird se levantó dejando la carpeta abierta.

—No voy a aburrirte con los detalles, pero tengo que decir que nos tenías totalmente desorientados señor Arrascamelasbolas. Lamento los de las esposas ¿Le pican mucho en estos momentos?

Más silencio por toda respuesta.

—No hace falta que digas nada, tenemos suficiente para encerrarte sin tener en cuenta el intento de asesinato a mi persona y la resistencia a la autoridad. —dijo Smallbird intentando hacerle reaccionar— Hemos encontrado los viales de pancuronio vacios y restos de sangre por toda la casa, lo único que me falta por saber es como un tipo como tú es capaz de cometer una salvajada semejante.

Carmen entró en ese momento y dándole una carpetilla al teniente, le dijo algo al oído y se retiró rápidamente.

—Ya está —dijo Smallbird tendiéndole la carpeta al sospechoso— Hemos encontrado rastros de sangre del asesino en el arma que portabas y es del mismo grupo sanguíneo que Alex Blame. Mañana estará listo el análisis de ADN que lo confirmará. No necesito que hables para ponerte treinta años a la sombra pero no me creo que quieras ir al trullo sin dar ninguna explicación y quedar como un puto chalado.

—Ese tipo merecía morir. — le espetó Carmelo.

—¿Por qué no me explicas lo que paso? Solo quiero entenderlo.

—Era un cabrón. La primera noticia que tuve de él fue en la página de relatos. Veía como se metía con los autores y los intimidaba hasta el punto de que algunos dejaban de escribir. Durante un tiempo leí y disfruté de sus relatos que eran imaginativos y graciosos pero terminé por cansarme de que tratase a todo el mundo como si fuese una mierda. Cuando se metió con Rajaquemoja fue la gota que colmó el vaso y decidí enfrentarme a él.

—Pero no fue muy bien. —añadió Smallbird animando al asesino a continuar.

—La verdad es que el tío tenía respuesta para todo y encima mientras más te cabreabas más se divertía él poniéndote en evidencia. Aun así no dejé de intentarlo.

—Y entonces fue cuando lo conociste.

—Al principio creí que era una casualidad a pesar de lo raro del nombre, pero el día que le lleve la copia del contrato de compraventa del piso vi como tenía la página de guarrorelatos en el ordenador y me convencí de que era él.

—Y ese fue el momento en que decidiste matarlo.

—No estoy tan zumbao. Aunque se me pasó por la cabeza, ya que no me imaginaba como iba a poder compartir portal con ese ejemplar, lo pensé mejor y no me resultó difícil acostumbrarme ya que apenas salía de casa y nunca me cruzaba con él en el portal pero entonces llegó Vanesa y todo cambió.

—¿Y eso?

—Era una joven muy dulce, siempre me saludaba con una sonrisa aunque llegase agotada por el trabajo. —dijo el hombre con semblante soñador— Llegamos a ser amigos pero entonces, de repente, se volvió reservada e iba por ahí con el rostro pálido y contraído por un rictus extraño que no sabía cómo interpretar. Un día, mientras limpiaba las escaleras, vi como ese cabrón de Blame salía del piso de Vanesa subiéndose la bragueta con aire satisfecho. No pude evitarlo, me acerqué a la puerta de Vanesa y distinguí el llanto que salía del interior de la casa. Mi primer reflejo fue llamar a la puerta e intentar consolarla…

—Ya veo. —dijo Smallbird dándole tiempo a Carmelo para que organizara sus pensamientos.

—… Pero al final no lo hice. Sabía perfectamente que aquel cabrón no pararía hasta destruir a la joven y convertirla en una puta barata. Además, decidí que no solo lo mataría, sino que le haría sufrir todo lo que había hecho sufrir a un montón de gente. Vigilé los movimientos de los inquilinos durante una semana y descubrí que no sería difícil entrar y salir del piso de Alex sin que me vieran, así que el lunes siguiente llamé a su puerta. Me colé en su piso con la excusa de que Hacienda me pedía ciertos datos suyos para la declaración de la venta del piso y cuando se dio la vuelta le inmovilicé agarrándole por detrás como hacía con mi hermano cada vez que sufría una crisis y le inyecté la dosis de pancuronio que tenía preparada en la yugular.

Smallbird no pestañeo siquiera mientras Carmelo contaba como había tumbado a Alex inmovilizado sobre el suelo pero totalmente consciente del dolor y de lo que le iba a pasar.

—Pude ver en aquellos ojos porcinos como el terror invadía hasta la última fibra de su ser mientras se cagaba y se meaba encima por efecto de la droga y del miedo. —dijo el asesino regodeandose en el recuerdo— A continuación cogí el cuchillo y se lo clave lenta y metódicamente en distintas partes del cuerpo, procurando no matarle mientras leía sus relatos.

—Hasta que se te fue la mano.

—En un momento determinado la anestesia se disipó lo suficiente como para poder hablar… y el muy cabrón se rio de mí y me dijo que no tenía ninguna imaginación. Perdí lo nervios y le clavé el cuchillo en el pecho. Después de eso no tardó demasiado en morir.

—Esto lo entiendo, pero entonces por qué has intentado acabar con Vanesa, si era a ella a quién querías proteger.

—Esa desagradecida me trató como si no le hubiese hecho un favor. Cuando volvió del interrogatorio nos encontramos en portal y en vez de mostrarse aliviada se mostró esquiva y alterada, parecía al borde de las lágrimas y apenas se paró a hablar conmigo.

—¿Para qué la perseguiste aquella tarde?

—Le seguí para poder hablar con ella tranquilamente y contarle que no volvería a dejar que le pasase nada. Pero cuando te llamó y te la llevaste en la moto me di cuenta que había sido un iluso. Probablemente le gustaba lo que Alex le hacía y ambos se reían de mí mientras leían mis comentarios y me ponían a parir.

—¿Y eso bastó para querer matarla? —preguntó Smallbird sorprendido del grado de perturbación de aquella mente.

—¡Me traicionó! ¡Salve el culo de esa putilla! ¡Y lo único que conseguí fue ver cómo caía en los brazos de un asqueroso poli! —respondió Carmelo mirándo a Smallbird con desprecio.

—Buen trabajo Smallbird —dijo el comisario dándole al detective varias sonoras palmadas en la espalda. Tenemos la confesión completa de ese pirado. Va a pasar unos cuantos años a la sombra.

—No sé, jefe, a mi me da la impresión de que si los abogados juegan bien sus cartas podría terminar en una institución mental. —replicó el teniente.

—No seas iluso, lo único que está más atestado y masificado que las cárceles son los psiquiátricos. Te garantizo que ese tipo acabará como todos los asesinos psicóticos, en la cárcel, que es el único sitio donde no harán ningún daño a nadie.

—Supongo que tienes razón. Pero ese tipo quizás merezca una oportunidad. Siempre estuvo solo, con su hermano por única compañía hasta que este murió y se quedó totalmente solo. Probablemente escogió a Vanesa como el siguiente objeto de su protección.

—En cualquier caso ese jamado está bien fuera de circulación. —dijo el comisario Negrete— Tómate el día libre, yo me voy corriendo al ayuntamiento a informar a esa panda de tiralevitas, a recibir palmaditas y buenas palabras para variar.

Eran casi las once de la mañana cuando Smallbird salió con su Ossa del garaje de la comisaría. El cansancio de una noche de tensión se dejaba notar y abrió la visera del casco para que entrase aire fresco y le despejase un poco. Veinte minutos después estaba en casa.

En cuanto entro en el piso, vio acercarse a Vanesa vestida únicamente con una de sus camisas. El teniente sonrió al ver esas piernas pálidas y firmes y no pudo evitar una punzada de deseo.

—Hola…

—¡Cabrón! —dijo la joven cortándole el saludo y dándole un bofetón con todas sus fuerzas.

Smallbird recibió el primer golpe sorprendido pero cuando Vanesa intentó repetirlo le cogió la muñeca y se lo impidió.

—¿A qué viene esto? —preguntó sorprendido el detective.

—¿Te crees que soy tonta? Anoche vi como besabas a la poli esa en medio de la calle. Todos los hombres sois unos cerdos. —respondió Vanesa intentando deshacerse de la presa de Smallbird sin éxito.

—Si viste el beso también pudiste ver como el asesino se nos echaba encima y estaba a punto de descubrirnos. El beso desvió la atención del sospechoso y además tapó mi cara que podía haberle resultado conocida. Entre Gracia y yo no hay nada.

—¿Cómo puedo creerte? —dijo Vanesa revolviéndose de nuevo.

—Porque estoy enamorado de ti. —admitió Smallbird sintiéndose ridículo por la situación.

Antes de que la joven pudiese decir nada, el detective la empujó contra la pared con las muñecas en alto y la beso con violencia. Smallbird exploró su boca y se apretó contra la joven hasta dejarla casi sin aliento, disfrutando del contacto con sus pechos.

—Hasta hace tan solo tres días me despertaba todos las mañanas abrazado a una botella de Jack Daniels, ahora me despierto y te tocó solo para asegurarme de que eres real y no producto de un delirio alcohólico. —dijo Smallbird deshaciendo el beso para tomar aire.

—Mentiroso… —dijo ella intentando resistirse sin ninguna convicción.

Antes de que dijese nada más Smallbird volvió a besarla disfrutando del sabor a fruta de su boca y le soltó los brazos. Vanesa se quedó en la misma postura con los brazos en alto mientras el detective metía las manos por debajo de la camisa y le acariciaba el vientre y los pechos disfrutando de la suavidad y el calor de su piel. La joven suspiró y tembló ligeramente ante el contacto, interrumpiendo el beso solo para respirar.

De un tirón arrancó la camisa de Vanesa dejándola totalmente desnuda. Smallbird retrocedió unos centímetros y admiró el cuerpo rotundo y juvenil de Vanesa respirando aceleradamente por la excitación. El detective se sentía como una especie de vampiro aprovechándose de la vitalidad y la juventud de aquel cuerpo.

—No te sientas culpable. —dijo Vanesa dejando que el teniente la admirase— Soy mayorcita y sé lo que quiero. No te estás aprovechando de mí.

—Ya, pero no puedo evitar sentir que estoy abusando de ti de alguna manera como todos los hombres que han pasado por tu vida.

—No digas estupideces. No solo he tenido relaciones con hombres mayores que yo y tú eres el único que me ha hecho sentirme querida y respetada. —dijo ella mordiéndose el labio inferior y acariciándose el cuerpo con suavidad para excitar al detective.

—Yo…

—Deja de comerte la cabeza y disfruta del momento. Ahora mismo lo único que deseo es tenerte dentro de mí. —le interrumpió ella mientras jugaba con los rubios ricitos de su pubis.

Olvidando sus remordimientos Smallbird cogió a la joven por las caderas, le dio la vuelta y separando sus piernas, metió la mano entre ellas y comenzó a acariciarle el sexo. La joven gimió y entrelazó su mano con la de él acompañándole en las caricias.

Smallbird se arrodilló y retrasó un poco el culo de la joven. Admirando su sexo abierto e inflamado acercó sus labios a él y lo beso con suavidad. Todo el cuerpo de la joven se estremeció a su contacto.

Los besos suaves dieron paso a lametones y mordisqueos cada vez más rápidos e intensos. Vanesa abrió aun más sus piernas y clavó las uñas en la pared gimiendo de placer.

El teniente continuó un par de minutos para luego incorporarse y penetrar el delicioso coño de la joven con sus dedos. Vanesa sintió como aquellos dedos la exploraban cada vez de forma más ruda haciéndole sentirse al borde del orgasmo.

Smallbird notó como el cuerpo de la joven se tensaba y su coño se inundaba de flujos mientras la joven gritaba estremecida, aceleró sus movimientos y no le dio respiro hasta que un chorro de liquido claro empezó a escurrir por el interior de su piernas.

Vanesa se mantuvo quieta jadeando y disfrutando de los últimos relámpagos de placer, disfrutando de las cosquillas que le provocaba el correr de los flujos de su orgasmo por el interior de sus piernas.

El detective abrazó a la joven por detrás viendo complacido como sus costillas se marcaban en su espalda mientras intentaba recuperar el aliento. Dándole la vuelta, la besó, esta vez con más suavidad y cogiéndola en brazos se la llevó a la habitación.

Vanesa se acurrucó contra el pecho del hombre y se dejó llevar disfrutando de la sensación de ingravidez.

Depositó a la joven sobre la cama y esta se dio inmediatamente la vuelta para acariciar el paquete del policía. Smallbird se quitó la chaqueta de cuero y la camiseta mientras la joven le abría los pantalones y le sacaba la polla totalmente erecta de los calzoncillos.

Vanesa le miró con los ojos traviesos mientras recorría las gruesas venas de su pene provocando a Smallbird un intenso placer. El detective jugueteó con la melena de la joven mientras se metía la polla en la boca y comenzaba a chuparla lenta y profundamente.

Con un gemido Smallbird se apartó para no correrse. Vanesa se rió y tumbándose boca arriba, se dio la vuelta y con el culo en el borde de la cama levantó las piernas y comenzó a acariciar el pecho del detective con sus pies.

Samllbird agarró uno de los pies de la joven y recorrió los dedos con su boca chupando las pequeñas uñas pintadas de rojo rabioso, provocando nuevos escalofríos en la joven. Con suavidad cogió los tobillos de Vanesa y le separó las piernas poco a poco hasta ponerlas a ambos lados de sus caderas.

Con un suspiro de placer Smallbird enterró su polla en el coño de la joven.

Vanesa gimió al sentir el pene duro y caliente del policía abrirse paso en su interior lentamente provocando relámpagos de placer que irradiaban desde su sexo al resto de su cuerpo haciéndole estremecerse. El ritmo de las penetraciones se hizo más intenso y las sacudidas empezaron a confundirse unas con las otras hasta convertirse en una catarata de sensaciones que le obligaron a retorcerse y a gemir sin ningún control.

Smallbird no se pudo contener más y se corrió en el interior de la joven dejándose caer exhausto sobre ella.

Vanesa aun hambrienta salió de debajo del detective y dándole la vuelta comenzó a juguetear con su polla que ya empezaba a flaquear. Se la metió en la boca y saboreando los restos de semen comenzó a chuparla con fuerza, haciendo que volviese a ponerse dura de nuevo. Antes de que Smallbird pudiese protestar se incorporó y subiéndose a horcajadas se metió la polla hasta el fondo.

El teniente se dejó hacer y se limitó a observar el voluptuoso cuerpo de la joven mientras subía y bajaba a lo largo de su polla. Vanesa se movía tan rápido como podía y en pocos segundos los jadeos del esfuerzo se confundieron con los de placer.

Smallbird acercó la mano aquellos pechos redondos y sudorosos y los acarició. La joven sonrió y adivinando el deseo del detective se inclinó y le aproximó los pechos a la boca mientras se tomaba un descanso.

El teniente cogió uno de los pechos entre sus labios y lo chupó y lo mordisqueó arrancando a Vanesa grititos de placer cada vez más intensos hasta que la joven no pudo resistirse más y se incorporó para continuar clavándose el miembro de Smallbird en una cabalgada salvaje que le hizo estallar de placer. Desmadejada se tumbó sobre él sintiendo aun a polla dura como una roca palpitar en su interior y atizando levemente los rescoldos del orgasmo.

Tras unos segundos Vanesa se separó y cogiendo la polla de Smallbird entre sus manos comenzó a agitarla y acariciarla. Smallbird eyaculó con un gemido mientras la joven se metía la polla en la boca chupándola con fuerza hasta que está dejo de agitarse entre sus manos…

FIN
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
alexblame@gmx.es

“La guardaespaldas y el millonario” (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Cuando el General Jackson contactó con Sara Moon para que se reincorporara al servicio activo, no sabía como esa misión iba a cambiar la vida de esa ex marine. Acostumbrada a la vida militar,no le gustó el tener que proteger la vida de un playboy pero sabiendo que era el único modo de volver a sentirse una soldado, aceptó como mal menor el convertirse en guardaespaldas de un sujeto que pensaba con y para su bragueta.
Tal y como había previsto al conocer a su protegido, saltaron chispas porque no en vano David Carter III representaba todo lo que ella odiaba.
La opinión del millonario sobre ella tampoco era mejor porque el disfraz de muñequita oriental no le engañaba y la veía como un espía del gobierno…

Louise Riverside y Golfo se unen para daros a conocer este libro que sin duda os subirá la temperatura.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Al despertar esa mañana, la Comandante retirada de los marines, Sara Moon abrió las cortinas de su habitación y descubrió que pese a las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió ejercitar su cuerpo por el Central Park.
Desde que la habían invitado a abandonar voluntariamente su carrera militar, se había impuesto un régimen de ejercicio que haría palidecer a cualquier deportista de élite. Todas las mañanas corría diez kilómetros, nadaba otros dos y terminaba con una dura sesión en el gimnasio porque no quería perder la forma física que obtuvo por su paso en esa fuerza de la armada americana. No en vano durante esos años, su nombre siempre había estado asociado a las mejores marcas en la mayoría de las disciplinas.
Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba, se quedó mirando en un espejo. Con satisfacción comprobó que pese a sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo del género masculino y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que para ser una vieja, estoy buenísima”, pensó recordando que tras el fracaso de su última acción de combate sus superiores la habían acusado que había perdido los reflejos y el instinto que la habían hecho famosa en esos círculos.
« ¡Hijos de perra! La incursión estaba mal planteada desde el principio y fue gracias a mí que pudimos salir de ese infierno con pocas bajas», refunfuñó cabreada al rememorar el consejo de guerra del que había sido objeto y del que su porvenir en el ejército había quedado maltrecho aunque hubiera salido exonerada de todos los cargos.
Bajo la regadera, se puso a pensar en los buenos momentos. Involuntariamente a su mente acudió el recuerdo del Capitán Stuart y deseó que se estuviera pudriendo en algún lugar.
« Ese cabrón me dijo que me amaba y tres meses después se casó con otra», masculló para sí mientras se enjabonaba.
Aun despechada, dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaran sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el top y las mallas que se iba a poner, se fue tranquilizando y por eso al salir a la calle, volvía a ser la mujer segura de la que estaba tan orgullosa.
Su diminuto apartamento estaba a cinco manzanas del parque Central y mientras corría hacía allí, las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima.
« ¡Qué les follen a esos gerifaltes! ¡Hay vida tras la Navy!», murmuró sin llegárselo a creer al entrar por la puerta que daba a Columbus Circle, más conocida por Merchants’ Gate.
Acababa de empezar a estirar cuando se fijó que un gigante de raza negra no le perdía ojo mientras disimulaba calentando a cincuenta metros escasos de ella. Nada más verlo comprendió que cincuentón tenía entrenamiento militar por el modo en que se movía.
« Aunque se ponga un smoking, no puede disimular que es un soldado», sentenció mientras intentaba centrarse en el ejercicio.
Esa idea le preocupó, temiendo que su pésimo balance afectivo se debiera a parecer una gladiadora en vez de una mujer Era consciente de tener un cuerpo atlético producto de entrenamiento pero siempre había pensado que no había perdido su femineidad sino todo lo contrario y que estaba dotada de un par de pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos cualquier hombre desea hundir la cara en su canalillo.
«Menos mal», suspiró aliviada al mirar hacía su alrededor y comprobar que al menos media docena de corredores la miraban embelesados.
Su lado coqueto la hizo exhibirse ante sus admiradores y aprovechando que estaba haciendo una serie de sentadillas, les lució la perfección de su trasero. Los tipos en cuestión se quedaron apabullados al contemplar los duros glúteos de la exmilitar, convencidos que pocas veces tendrían la oportunidad de admirar algo tan espectacular.
« Babosos, me ven como una presa y sin saber que podría matarlos usando solo mi mano izquierda», ventiló justo cuando se daba cuenta que el enorme afroamericano miraba divertido la escena.
Tratando de olvidarlo pero sobretodo de liberarse de su examen, salió corriendo por una de las veredas. Inicialmente imprimió a su paso un trote lento, sabiendo que a cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites.
« Joder, las veces que pillé a un recluta mirándome las tetas», mientras incrementaba su velocidad, rememoró que gran parte de los problemas que había tenido en su unidad se debían a su belleza. Belleza de la que ni siquiera sus mandos habían sido inmunes. Aunque tenía muchas virtudes, era incapaz de reconocer que podían tener razón.
Sabía que era políticamente incorrecto siquiera el mencionarlo pero también que no era menos cierto que en su presencia sus subalternos se esmeraban en impresionarla por la atracción física que sentían hacia ella. Solo hubo un superior que tuvo el suficiente valor para abordar el tema y su reacción fue mandarle al hospital con una nariz rota.
« Se lo merecía el cretino», no dudó en sentenciar cabreada justo cuando se dio cuenta que el militar que la había estado observando seguía su estela.
Ese descubrimiento no le preocupó al creer que ese sujeto era un admirador con ganas de entablar contacto por lo que incrementó la cadencia de su marcha, convencida que no aguantaría el ritmo. Durante media hora, su acosador se mantuvo a escasos cincuenta metros de ella pero quizás por agotamiento o quizás porque se había ya aburrido de perseguirla, al dejar el camino principal y adentrarse en una senda secundaria le perdió de vista.
« Otro inútil», murmuró más tranquila al verse corriendo sola.
Mandando al negrazo al baúl de los recuerdos, durante hora y media, dejó salir su frustración bajo el amparo de los árboles hasta que ya sudada decidió que era suficiente y que se merecía un buen desayuno. Cumpliendo con su rutina diaria se acercó a un restaurante italiano que había en la calle 68. Una vez allí, pidió al camarero un café y un par de huevos con los que reponer fuerzas.
Ni siquiera había podido siquiera probar lo que había pedido cuando de improviso vio entrar por la puerta al enorme militar que la había seguido por el parque. Su sorpresa se incrementó al comprobar que venía vestido de uniforme y que por sus galones no era el soldado raso que había supuesto sino un almirante.
« ¡Qué coño hace aquí!», exclamó mentalmente al darse cuenta que se dirigía hacia ella, luciendo una sonrisa. Su mal humor alcanzó cuotas insospechadas cuando sin pedir su permiso, ese sujeto se sentó en su mesa.
― Estoy esperando a mi marido― mintió molesta al ver invadido su espacio vital.
― Nunca ha estado casada y su última relación conocida fue hace más de tres años― respondió el sujeto mientras acomodaba su trasero frente a ella.
La ex Comandante Moon comprendió que esa visita no tenía nada de casual y sin permitir que ese hombre pudiera darse cuenta de su nerviosismo, decidió tomar el toro por los cuernos y directamente le soltó:
― Ya que ha decidido joderme la mañana, al menos podría tener la educación de presentarse.
Su exabrupto no tuvo el efecto deseado y en vez de cabrear a su interlocutor, muerto de risa, este contestó:
― Soy el Almirante Jackson. Me habían avisado que no me dejara engañar por su fachada de niña buena porque en realidad era una impertinente pero he descubierto que se quedaban cortos.
Aunque esa respuesta la dejó desconcertada, rápidamente se recuperó y mostrando que quien se lo dijera se había quedado corto, dando a su voz un tono lleno de desprecio, comentó:
― Ahora me va a decir que soy su dulce princesa y que está dispuesto a bajarme la luna.
El ataque desesperado de esa mujer le hizo gracia y soltando una sonora carcajada que enmudeció al resto de los presentes, respondió:
― Por nada del mundo me pondría en peligro echándole los tejos porque a pesar de sacarle más de cincuenta kilos, me consta que en un enfrentamiento directo me haría papilla.
― ¿Entonces a qué ha venido?― preguntó más intranquila de lo que le gustaría reconocer.
El gigantesco almirante sacó de su maletín unos papeles y poniéndoselos en la mesa, contestó:
― A sacarla del retiro…― y dándole unos papeles prosiguió diciendo: ―lea a qué se va a comprometer y si acepta la misión, volverá al servicio activo con el grado de capitán.
Volver a la Navy era lo que más deseaba en el mundo, pero aun así leyó el documento con recelo.
« No parece una broma», pensó ilusionada.
Cómo no era tonta, supo que tras esa oferta tenía que haber trampa. Aunque en un principio dudó si aceptar ese ofrecimiento, la franqueza que ese militar demostró cuando le interrogó sobre los motivos que le hacían a ella candidata a ese puesto, Jackson ahuyentó sus reticencias. Ya que sin andarse con lindezas ni otras florituras, ese alto funcionario le espetó:
― Necesitamos un arma letal, bajo el disfraz de una belleza indecente.
― ¿Me está llamando indecente?― protestó la mujer.
― Para nada, usted ha demostrado siempre una lealtad inquebrantable a su país. Lo que es indecente son los pensamientos que provoca entre los que la ven― refutó tranquilamente e insistiendo en la idea, prosiguió sin cortarse: ―Señorita Moon, trabajará infiltrada en un ambiente lleno de mujeres bellísimas. Queremos que nadie se pueda imaginar que tras ese cuerpo se esconde una agente del gobierno.
Que no tuviera reparos en hablar así de ella, le satisfizo al comprender que no se andaba por las ramas y que pese a ser hombre, no se veía afectado por ella. Por ello, antes de dar su brazo a torcer y enrolarse en esa locura, únicamente preguntó quién era el objetivo pensando que le estaban encomendando eliminar al alguien molesto para el gobierno.
― Se equivoca― le corrigió el que ya se consideraba su superior al leerle los pensamientos― su misión no consiste en matar a nadie sino en proteger a dos sujetos cuyas vidas son vitales para los intereses de nuestro país.
Aunque no se veía como guardaespaldas, esa novedad en su carrera le interesó y como eran dos, supuso que era un matrimonio las personas cuyo bienestar debía de salvaguardar. Por ello no esperó a que su interlocutor terminara para interrogarle por su identidad.
― Nuevamente se equivoca, uno es un potentado pero el otro es su hija, una preciosa niña de siete años.
Si ya estaba alucinada por el tipo de misión que le estaba ofreciendo, su zozobra se incrementó cuando, en un papel que el almirante le pasó, leyó el nombre del magnate que necesitaba protección:
― David Carter III.
Estuvo a punto de negarse al conocer que una de las personas a la que debía de cuidar era ese consumado Don Juan cuyas fotos llenaban los tabloides de medio mundo, pero entonces el avispado jefazo se anticipó a ella diciendo:
― Antes que conteste, quiero que sepa que ese hombre no ha dudado en poner en peligro la vida de su hija y la de él, colaborando con el presidente para revelar una conspiración que quiere apropiarse de los secretos militares de nuestro país.
Sara no esperaba que ese playboy se sacrificara por nada que no estuviera relacionado con su bragueta por lo que asumiendo que si un ser tan detestable como él era capaz de dar ese paso, decidió que ella dejaría al lado sus prejuicios y aceptaría el puesto. Por lo que haciendo caso omiso a la opinión que tenía de los de su especie, cerró el trato con el militar diciendo:
― Quiero que antes de ser infiltrada, mi ascenso sea firme y cualquier mancha sea borrada de mi expediente.
― Así será― respondió dando por cerrada esa reunión.

Una semana había pasado desde que el almirante le había abordado en un restaurante para proponerle que entrara en una unidad secreta bajo su mando y que dependía jerárquicamente del secretario de defensa sin ningún otro intermediario. Semana que le resultó un infierno porque una vez había accedido a proteger a David Carter y antes siquiera de conocer a su protegido se había tenido que someter a un entrenamiento que dejaba en ridículo al régimen que tuvo que soportar para convertirse en marine.
Aunque el propio Jackson le había anticipado que debía de aprender a comportarse como un miembro de la alta sociedad para que su presencia al lado de ese tipo pasara desapercibida, nada de su pasada formación le había preparado para soportar las exigencias de Emmanuel Valtierre, su maestro en esas lides.
Todavía recordaba su llegada al estudio de ese modisto. Como la mayoría de los días, ese día al levantarse se puso un chándal y unas zapatillas. Ese fue su primer error porque el estilista al comprobar que su alumna había aparecido vestida así, puso el grito en el cielo, diciendo:
― Me prometieron que me mandaban un diamante en bruto y me encuentro una mezcolanza de rollito de primavera con salsa teriyaki― si ya fue bastante bochornoso que aludiera sus orígenes orientales al criticarla, más lo fue escucharle decir: ― Por favor, desnúdese. Su indumentaria ofende mi vista.
Aguantando las ganas de saltar sobre su cuello, la flamante capitán olvidó sus recién estrenados galones y sin gracia alguna se despojó de su indumentaria deportiva. El amanerado cuarentón teatralmente se tiró de sus escasos pelos al observar la lencería de su supuesta pupila y en plan histérico, le espetó:
― Nunca he visto algo tan basto, sus bragas parecen estar hechas de esparto. Señorita, ¿acaso compra su ropa interior en el mercado de segunda mano?
Indignada con el que se suponía que le iba a enseñar buenos modales, la militar se tuvo que morder la lengua para no mandarle a la mierda y con un tono sumiso que hasta ella le sorprendió, le prometió que al día siguiente vendría equipada con otro clase de lencería.
Emmanuel al oírla, abrió un cajón y sacando un conjunto de su interior, se lo dio diciendo:
― A partir de hoy, olvídese de lo que tiene en su armario. Soy un profesional y no puedo soportar que alguien que está bajo mi mando, lleve prendas que no se las pondría ni a mi perro.
Durante unos segundos, Sara no supo que decir. Para ella, ni una puta se pondría algo tan provocativo como el sujetador y el tanga que tenía en sus manos.
― ¿A qué espera?― la azuzó chillando histéricamente el modisto.
Con sus mejillas coloradas por la ira, la treintañera se despojó rápidamente del top deportivo que llevaba y eso en vez de complacer al histriónico sujeto, lo encolerizó y acercándose a su lado, le gritó:
― Parece un camionero. Una dama se desnuda siempre como si tuviera enfrente a un hombre que desea seducir, sin importar si está sola o frente a una multitud. Vuélvaselo a poner y ahora por favor, piense que soy alguien al que quiere llevarse a la cama.
― Antes de acostarme con usted, me tiro a su perro― ya fuera de sí, le contestó: ―pero si quiere que me comporte como una stripper, sé hacerlo.
Sin sentirse ofendido, el sujeto la contestó volviendo a hacer referencia a su raza:
― En eso me parecemos, yo me haría el harakiri antes de permitir que una paleta como usted, me pusiera la mano encima.
― Mi apellido es chino, no japonés― refutó la mujer tratando de poner en cuestión la cultura de su mentor.
― Todos los amarillos sois iguales, quitando a Miyake, no conozco a nadie de ojos rasgados que tenga el mínimo gusto.
No queriendo que el racismo militante de ese capullo entorpeciera su misión, Sara se abstuvo de contestar y ante el escrutinio del homosexual, dejó caer los tirantes del sujetador mientras comenzaba a menear su trasero. Impávido a sus encantos, Emmanuel siguió con atención el modo en que se desabrochada por delante los corchetes de esa prenda. Pero una vez, la militar se había quedado desnuda de cintura para arriba, se atrevió a decir:
― Mejor… ahora al menos, sé que es capaz de calentar a un agricultor.
Tras lo cual, le ordenó que se terminara de desvestir y que se pusiera el conjunto que él le había dado. Convencida que la razón de ese comportamiento era ponerla a prueba, casi bailando dejó caer sus bragas y tratando de dotar a sus movimientos de toda la sensualidad que pudo se engalanó con esa escandalosa ropa interior.
― Va mejorando― indicó sin demasiado entusiasmo el estilista y cogiéndola del brazo, la llevó frente a un espejo – pero tiene mucho que aprender.
Tras lo cual y sin mediar una advertencia por su parte, Emmanuel metió sus manos dentro de su sujetador y le colocó los pechos mientras le decía:
― Ya que tiene una delantera aceptable es importante que aprenda a sacarle provecho. Para empezar, debe usar las copas para maximizar el canalillo entre sus miserias porque eso es lo primero que mira un hombre.
Estaba a punto de protestar por ese manoseo cuando de pronto, ese cerdo le regaló sendos pellizcos sobre sus areolas.
― ¡Qué coño hace! ¡Me ha hecho daño!
Sin perder la compostura, contestó:
― Enseñarle un truco. Las modelos para estar más atractiva se aprietan los pezones o bien se echan un gel con efecto frio.
― Podía haber usado la crema en vez de pellizcarme las tetas― replicó encolerizada.
― Lo sé pero hubiera sido menos divertido― muerto de risa, el antipático sujeto contestó mientras descargaba un azote sobre una de sus nalgas: ―Ahora vamos con tu postura.
Soñando con descerrajarle un tiro entre los ojos, Sara no dijo nada al ver que ese tipejo se agachaba a sus pies y con ningún tipo de tacto, la obligaba a adelantar unos centímetros su pie derecho.
« Porque es marica, si no pensaría que este malnacido está aprovechando para meterme mano», pensó al sentir como con las manos le rectificaba la postura separándoles las piernas, poniéndole la espalda recta e incluso forzando sus hombros hacia atrás para que sacara pecho.
― Aunque eres un poco sosa, podré convertirte en una puta guapa― la espetó tras examinarla nuevamente.
Ese insulto en vez de contrariarla, la alegró porque escondía un piropo. Si alguien tan perfeccionista como ese modisto creía que tenía suficiente materia prima para trabajar, de manera implícita estaba alabando su belleza. Aun así no se pudo contener y demostrando su proverbial mala leché, contestó:
― Si quiero vender mi cuerpo, no creo que usted sea mi cliente.
Esa andanada no surtió los efectos deseados porque alejándose un par de metros, Emmanuel contraatacó diciendo:
― Evidentemente, lo último que haría sería gastar mi dinero contigo… sobre todo después de haber visto la selva que luces en la entrepierna. Para esta tarde, quiero verlo recortado casi por completo. Una pelambrera así puede estar bien vista en un cuartel pero no en mis círculos.
― ¡Váyase a tomar por culo! ¡Gilipollas!
― Lo haré, bonita, en cuanto consiga hacer que parezcas presentable.
Sara, con gran disgusto por su parte, comprendió que el estilista había conseguido en media hora sacarle de las casillas:
« No es posible que me haya dejado alterar así por este mamón», pensó mientras intentaba tranquilizarse. No entendía como habiendo soportado el durísimo adiestramiento de la base Pendleton sin perder el control, en apenas treinta minutos, había caído tan bajo de insultar a su instructor. « Si esto llega a ocurrirme allí, hubiese terminado con una mancha en mi expediente».
Por ello, muerta de vergüenza, pidió perdón. Emmanuel Valtierre se tomó la disculpa con sorna y haciendo como si nada hubiese ocurrido, preguntó a la militar si sabía andar con tacones. Aleccionada por la pasada experiencia Sara respondió que creía que sí, al no estar segura que su manera de moverse gustara al tipo aquel.
― Ahora lo comprobaremos― contestó poniendo es sus manos unos impresionantes zapatos de aguja con más de diez centímetros de tacón.
Si la primera fase había sido insoportable, esta segunda le resultó más complicada porque a la vergüenza de caminar sobre esos zancos casi desnuda, se incrementó al verse obligada a mostrar sutileza en cada paso.
― Olvídese de su pasado, tiene que parecer delicada para diferenciarse de la plebe. Una dama es más peligrosa cuanto más indefensa parece.
Esas ideas chocaban frontalmente con su adiestramiento y por ello le resultó en extremo complicado, aparentar lo que no era. Desde la adolescencia Sara había tenido que luchar para reprimir su faceta femenina para que le tomaran en cuenta y ahora el modisto le exigía que meneara su pandero como una furcia.
― Coloca un pie delante del otro y camina dando pasos largos…imagina que estás caminando sobre una cuerda― le gritaba Emmanuel desde una silla― mantén un pie delante del otro para hacer que tus caderas se balanceen.
« Le parece fácil al cretino», murmuró para sí al sentir que perdía el equilibrio.
― Muéstrate coqueta. Cuando la gente piense que eres una fulana inalcanzable, se lanzarán a tus pies. Mantén el cuerpo relajado y los hombros hacia atrás, ¡no es tan difícil!
Para entonces, Sara había asumido que debía obedecer a su maestro y casi sin darse cuenta se empezó a percatar que se sentía más segura haciéndolo.
« Coño, funciona. Ya no parezco un pato mareado», se dijo incrementando el ritmo de las zancadas.
Emmanuel debió de pensar lo mismo porque interrumpiendo esa etapa de la instrucción, hizo que la capitana le acompañara a una habitación anexa. Ante su sorpresa, la hizo pasar a una enorme estancia que parecía una tienda de prêt―à―porter por la barbaridad de vestidos.
― Estás viendo mis joyas, las prendas que llevo atesorando durante años y que solo presto a mis más íntimas amigas.
No se había repuesto todavía de la impresión de ver toda esa ropa cuando el modisto comenzó a revisar las perchas para acto seguido lanzarle en los brazos todo tipo de vestidos.
― ¿Y esto?― preguntó.
― William quiere que parezcas una modelo y viendo la ropa que has traído, la única forma que lo consigas es eligiendo personalmente tu vestuario.
A Sara le resultó inverosímil que ese tarado se refiera al almirante Jackson usando su nombre de pila pero se abstuvo de hacer ningún comentario y con creciente incredulidad fue sosteniendo el ajuar que tendría que lucir durante su misión…

CAPÍTULO 2.―

Esa mañana los rayos de sol matutino colándose por la ventana de su apartamento despertaron a Sara antes de tiempo. Era demasiado pronto para comenzarse a preparar por lo que intentó volver a conciliar el sueño. La importancia de la entrevista que tendría ese día no la dejaba dormir y por eso se dedicó a pensar en el tipo de instrucción que había tenido que soportar.
« Quieren que convertirme en una muñeca de porcelana», protestó para sí al recordar las enseñanzas de Valtierre.
Seguía indignada por la humillación que sufrió al negarle ese hombre cualquier tipo de atractivo. Hasta conocerle se sabía atractiva pero los menosprecios que había recibidos habían hecho tambalear su autoestima.
« Ese desgraciado se equivoca, puedo seducir a cualquier hombre y ¡no solo a aldeanos!», murmuró mientras buscaba otra postura.
Su irritación era mayúscula, le molestaba sobretodo la dureza con la que había valorado su femineidad.
« Una marimacho se esconde los pechos», sentenció al tiempo que a modo de auto confirmación llevaba sus manos hasta ellos, «yo estoy orgullosa de los míos».
Queriendo reafirmar sus pensamientos, introdujo sus dedos bajo el top del pijama y se los empezó a acariciar mientras se decía:
« Todos mis amantes babeaban al verme desnuda».
Sin buscar voluntariamente que su mente empezara a divagar, se puso a rememorar una de tantas noches que había pasado con Anthony, otro capullo egoísta pero magnífico amante.
« Él sí sabía valorar mis tetas», refunfuñó al recordar la capacidad amatoria de ese italoamericano y en las horas que se podía pasar mamando de ellas.
Su relación había sido corta pero intensa y aunque habían terminado mal, todavía echaba de menos el ansia con el que ese hombre mordisqueaba sus pezones. Los mismos pezones que en ese momento se estaba pellizcando sin darse cuenta.
« Me volvía loca la forma en la que usaba su lengua», rememoró.
Al sentir que entre sus piernas comenzaba a sentir calor, por un momento su mente luchó contra la creciente excitación de la que ya era plenamente consciente.
« Estoy cachonda», sentenció al comprobar que su respiración se agitaba y que no podía dejar de acariciarse los pechos.
Su cerebro le mandaba órdenes contradictorias. La parte racional le impelía a levantarse mientras que el resto le suplicaba ceder y entregarse al placer. Sabiendo que al terminar se sentiría mal, comprendió que su cuerpo había optado por lo segundo al darse cuenta que involuntariamente había juntado sus piernas y decidiendo por ella, sus muslos habían empezado a rozarse uno contra otro.
« Tengo que relajarme, estoy muy tensa», se justificó mientras dejaba que una de sus manos calmara el escozor que sentía en esa zona.
El mimar con sus dedos sus labios por encima de las bragas, lejos de ahuyentar su calentura, la incrementaron y a consecuencia de ello, surgió el primer gemido de su garganta. Lo que en un principio había sido un pequeño fuego se convirtió en un feraz incendio que amenazaba con carbonizar su cuerpo.
― ¡Dios!― aulló descompuesta al saber que no había marcha atrás y que irremediablemente terminaría masturbándose.
Durante un instante pensó en darse una ducha pero comprendió que era tal su ardor que de nada serviría y que lo único que conseguiría sería usar el mango de la alcachofa para aliviar su deseo. Convencida que debía quedarse en la cama y darse prisa en correrse, se quitó la braguita que tanto le estorbaba para a continuación aumentar la presión de sus dedos sobre el erecto botón que emergía entre sus pliegues.
Anticipando el placer que iba a sentir, su espalda se arqueó mientras la mano que conservaba libre se aferraba al gurruño que ya eran sus sábanas, dando inicio a un lento baile en el que su cuerpo buscaba asimilar las sensaciones que le llegaban de sus neuronas.
« Tengo calor», sentenció al notar que le sobraba toda la ropa y a pesar que esa mañana hacía fresco en su habitación se quitó el pijama y ya desnuda reinició sus caricias.
Abriendo los ojos, se quedó impresionada con la dureza que mostraban sus pezones. Queriendo comprobar hasta donde estaban de excitados se dio un pequeño pellizco en el izquierdo.
― Ummm― sollozó al experimentar entre sus piernas un hachazo de placer que la dejó todavía más insatisfecha.
Mordiéndose los labio, incrementó la presión de sus dedos sobre la areola, sintiendo que en su interior se iba acumulando la tensión y que no tardaría en explotar. Mientras esa mano estrujaba su pecho sin piedad con la otra sometió a su sexo a una dulce pero intensa tortura que solo podía tener un final.
― ¡Me corro!― gritó al ver su cuerpo sacudido por unas virulentas descargas eléctricas que naciendo en su vulva se extendían hacia arriba convirtiendo su mente en un torbellino de placer.
Saboreando cada una de esas andanadas, Sara siguió forzando la integridad de su sexo con sus yemas hasta que derrotada y satisfecha, su cuerpo le informó que no podía más.
Entonces y solo entonces, con un leve sentimiento de culpa, la oriental se metió a duchar con el convencimiento que desgraciadamente una vez había abierto la espita, le resultaría difícil de cerrar.
« Necesito un hombre en mi vida, esto no puede continuar así», decidió abochornada mientras abría el grifo del agua caliente…

Frente al edificio donde Jackson le presentaría al magnate, la capitana Sara Moon se sentía fuera de lugar en el elegante traje de ejecutiva que Valtierre había seleccionado para la ocasión. Demasiado estrecho para su gusto, no podía negar que el tejido era primoroso ni que le sentaba como un guante. Lo que le jodía realmente era haber accedido a que el amanerado le eligiera también un tanga que se le clavaba entre las nalgas.
« No entiendo qué necesidad tengo de llevar algo tan incómodo», protestó en el ascensor que le llevaba a la oficina del almirante, recordando lo tentada que estuvo esa mañana de ponerse un culotte.
En la intimidad de ese cubículo y aprovechando que nadie podía verla, se acomodó la molesta prenda con la mano. Al hacerlo, sonrió al pensar en la bronca que el estilista le echaría si la hubiese pillado y de mejor humor, informó a la secretaria de ese mandamás que tenía una cita con su jefe.
― Señorita, ¿a quién anuncio?
Para Sara fue una novedad que esa sargento, más que acostumbrada a ver desfilar por su puerta a cientos de militares al día, no identificara en ella a un miembro de la armada, porque de haberlo supuesto jamás le hubiese llamado señorita sino señora.
« Ha pensado que soy una civil», se dijo mientras la informaba que era la capitana Moon.
La asistente al darse cuenta que había metido la pata y que la mujer que tenía frente a ella tenía un rango superior al suyo, se cuadró al tiempo que le pedía disculpas.
― Descanse sargento― murmuró satisfecha porque una vez lo había asimilado, comprendió que su disfraz funcionaba y que si una experta había sido incapaz de reconocer a una colega, el resto de los mortales tampoco lo haría.
Constató que estaba en lo cierto al entrar en el despacho de gigante porque al contrario que la primera vez, su superior no pudo dejar de recorrer su anatomía con su mirada.
― Sara, está usted guapísima. ¡Me ha costado reconocerla!― comentó mientras disimuladamente le echaba una última ojeada.
Impresionada porque alguien tan adusto como William Jackson se permitiera por unos segundos que el hombre que había en su interior sustituyera al funcionario, lo saludó marcialmente mientras en su mente achacaba ese comportamiento a las extensiones que el día anterior un carísimo peluquero había colocado sobre su corta melena. El modisto había sentenciado que llevaba un peinado anticuado y pensando que su obra estaba incompleta sin esa última pincelada, la había llevado al local donde trabajaba un artista, especializado en dotar a las estrellas de cine de espectaculares cabelleras.
― Gracias, mi almirante― contestó lacónicamente no queriendo parecer complacida pero sin que le hubiese molestado ese piropo.
Llamándola a su mesa, Jackson olvidó esa momentánea flaqueza al ponerse a revisar con ella los detalles de la misión donde ella debía de aparentar ser una de las últimas conquistas del mujeriego para que su presencia pasara desapercibida.
― Esta noche se presentará con él en una fiesta y hará creer a todos que David la ha seducido porque a partir de mañana, será vox populi que vive con él en la mansión Carter― informó el gigantón poniendo fecha de inicio a su tarea: –Como no tenemos la seguridad de quién puede estar involucrado en el complot contra él y su hija, solo David sabrá de usted y de su función.
― Almirante, me imagino que el sr. Carter debe de contar con personal de seguridad. De ser así, se enterarán que no soy una de sus pilinguis. Es imposible que no se den cuenta― discrepó la capitán.
― Por eso no se preocupe, es lo suficientemente bella para qué cuando empiecen a sospechar ya hayamos detenido a los culpables― comentó mencionando nuevamente sus atributos― su deber es estar siempre a su lado para que si surgen problemas, pueda resolverlos sin poner en cuestión su tapadera.
«Para que no se mosqueen, tendrían que verme dormir en su cama», masculló interiormente, sin decirlo de viva voz no fuera a ser que Jackson le obligara a hacerlo.
Otra cuestión que le incomodó fue el tema del armamento que iba a disponer porque pese a que tendría en su habitación todo un arsenal, cuando saliera con el magnate, solo podría llevar una Glock 26.
― ¡Si eso es un juguete!― protestó conociendo perfectamente que era una pistola de diez tiros y medio kilo de peso― ¡necesito mayor potencia de tiro!
Su superior se sacó su pistola reglamentaria, una Beretta M9A1 y poniéndosela en la mano, preguntó:
― ¿Me puede explicar donde se escondería esta pistola en un traje de fiesta?
No pudo y por ello, no le quedó otra opción que aceptar las órdenes sin rechistar y guardarse el orgullo.
« Será insuficiente si algún día la saco», murmuró justo cuando la secretaria estaba informando a su jefe que la visita que esperaban, habían llegado.
― ¡Qué pase!― replicó el gigantón.
Creyendo que su tiempo había terminado, Sara se levantó para irse cuando vio que el hombre que entraba era el sujeto al que iba a proteger.
« Es Carter», dijo mentalmente mientras examinaba al recién llegado con interés. «No está mal», tuvo que reconocer al comprobar su atractivo.
El recién llegado también la miró pero en su caso con auténtica lascivia, no dejando un centímetro de su piel sin auscultar.
« Será idiota», sentenció al sentirse violada por Carter.
Cumpliendo con la idea que tenía preconcebida de él, el recién llegado no se cortó a la hora de recrear su mirada en el pecho de la capitana. El cabreo de Sara se incrementó exponencialmente cuando escuchó que Carter decía a su jefe:
― William, cacho mamón, ¿dónde te has agenciado a esta muñequita oriental?
El almirante soltó una carcajada al escuchar como se había referido a su subalterna y señalando a la aludida, contestó mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
― David, te presento a la capitana Moon, tu futura guardaespaldas.
Por primera vez en mucho tiempo, esa respuesta dejó sin palabras a David Carter, el cual durante un momento pensó que le estaba tomando el pelo porque la mujer que tenía enfrente parecía una modelo de lencería.
― No te creo. Es imposible que esta preciosidad sea lo que me has prometido.
Sacando su expediente, Jackson empezó a leer:
― Sara Moon, nacida el 23 de febrero de 1987. Misiones realizadas: 43. Bajas confirmadas: 25. Experta en kárate, kendo y taekwondo. Mejor disparo homologado: 2.633 metros. Idiomas…
― ¡Para! ¡Para! Ya es suficiente― interrumpió el magnate y mirando a la militar, dijo a su amigo: ―porque tú lo dices pero jamás hubiese supuesto que esta belleza era capaz de usar algo que no fuera el secador de pelo.
Herida en su orgullo y rompiendo su silencio, Sara comentó:
― Señor Carter, he contado en esta habitación treinta y dos objetos mortales con los que podría matarlo sin tener que acercarme a usted.
La incredulidad que mostró al oír esa advertencia tuvo su justo castigo al momento, porque de pronto vio volar un objeto a escasa distancia para inmediatamente escuchar un ruido sordo muy cerca de su propia oreja. Al girarse para ver qué había ocurrido, horrorizado, descubrió uno de los zapatos de la mujer clavado en el respaldo de su silla.
― De haber apuntado a su frente, en este momento habría un imbécil menos sobre la tierra― murmuró mientras con una sonrisa lo recogía y se lo volvía a poner.
El almirante que desconocía las intenciones de Sara gritó hecho una furia:
― Capitán, ¡modere su lenguaje!
La oriental sabía que se había pasado dos pueblos y que su superior tenía toda la razón para reprimirla por su comportamiento. Cuando estaba a punto de reconocer su error y pedir perdón, el agredido se puso a reír a carcajadas mientras decía:
― No recuerdo cuantos años hace que una monada no consigue sorprenderme y no me avergüenza reconocer que me has cogido desprevenido― tras lo cual y dirigiéndose al marino, comentó descojonado: ― William, he estado a punto de cagarme en los pantalones.
Que ese hombre se tomara ese altercado en plan de guasa, en vez de montar un escándalo, tranquilizó al militar pero aun así y clavó sus ojos en su subordinada, exigiendo una rectificación. La capitana decidió que su misión era proteger a ese individuo por lo que debía de disculparse y mostrando un arrepentimiento que no sentía, se excusó diciendo:
― Señor Carter, mi intención no fue molestarle sino hacerle ver de una forma gráfica que estoy suficientemente preparada para responder ante cualquier ataque dirigido contra usted o contra su hija.
El magnate aceptó las razones esgrimidas con una sonrisa y dejando el tema aparcado, quiso saber cuándo Sara iba a empezar a hacerse cargo de su seguridad.
― Hemos pensado que se traslade hoy mismo a tu casa y para hacer creíble su presencia a tu lado, que te acompañe esta noche a la recepción del St. Regis como si fuera una de tus amigas.
Sonriendo y mientras recogía su maletín, David Carter contestó:
― Señorita, espero que si algún día quiere mostrarme algo, no sean sus cualidades en el combate sino otras…
Ante semejante sandez, la capitana quedó con él que se verían directamente en su casa.

Sara Moon traspasó las puertas de la finca donde se hallaba situada la mansión Carter a las cuatro de la tarde a bordo de una lujosa limusina. Mientras recorría el camino que daba acceso a la casa, iba haciéndose a una idea del lío en que se estaba metiendo.
« Es imposible garantizar la seguridad de este sitio con un bosque tan denso rodeándolo», se dijo impresionada por que alguien privado fuera el propietario de una superficie así a tan pocos kilómetros de Manhattan. La carrera de una familia de venados cruzando la carretera por delante del vehículo donde iba, confirmó sus temores por la dificultad extra que entrañaba el que hubiese animales salvajes en su cercanía: « Los sensores volumétricos no servirían de nada porque saltarían con esos bichos y se producirían falsas alarmas».
Este hecho despertó su interés y decidió que en cuanto pudiera, se pondría a estudiar el detallado informe de los sistemas de vigilancia que llevaba entre sus papeles y que no le había dado tiempo a revisar porque se lo habían hecho llegar dos horas antes.
Pero fue al llegar al claro que daba entrada a la mansión propiamente dicha cuando se quedó anonadada al descubrir que todo lo que se había imaginado se quedaba corto y que el lugar donde iba a vivir esa temporada era un palacio.
« No me extraña que esté siempre rodeado de jovencitas», pensó recordando la fama de playboy que tenía su protegido.
La certeza que gran parte de su atractivo se debía a su cuenta corriente se vio magnificada cuando el chófer paró a los pies de una gran escalinata.
« Este lugar ofrece un tiro limpio», masculló colocándose el pelo y tal como requería su papel, cogió su bolso dejando que su supuesto empleado recogiera las seis maletas de su equipaje.
Los veintiún escalones afianzaron su primera impresión al comprobar que de ser ella el francotirador contratado para matar a Carter, sin lugar a dudas, elegiría ese punto para cometer el atentado.
« No sabríamos de donde disparan», resolvió anotando que debían evitar esa entrada.
Estaba todavía pensando en ello cuando desde el interior de la mansión vio salir a una joven con aspecto de alta ejecutiva que andaba hacía ella.
« Debe ser Laura Michelle», pensó al recordar que la ayudante personal de ese sujeto iba a ser la encargada de recibirla.
Con disgusto observó que esa rubia parecía sacada de un desfile de modas y que el Cannel azul que llevaba, debía superar con creces su salario mensual.
« Además de su secretaria, esta zorrita debe cumplir otras funciones», supuso al advertir que tras esa sonrisa a esa mujer se le notaba que estaba disgustada por tener que ser ella su anfitrión.
― Miss Aisin Gioro, supongo― fue su saludo.
Al oírla, Sara no pudo dejar de sonreír al recordar que entre el almirante y ese pedante habían elegido ese apellido porque teóricamente la enlazaba con la última dinastía china.
― Kumiko, por favor― respondió la capitana dando el nombre de pila que usaría mientras viviera en ese lugar y que en realidad era como su madre la llamaba en casa.
― Como usted desee, Kumiko. El señor Carter me ha pedido que le sustituya y que le pida perdón por no ser él quien la reciba en su casa.
― Algo me comentó― respondió perdonándole la vida mientras entraba en la casa sin esperarla.
Según el modisto, se debía comportar como una arpía prepotente para que todos creyeran que era una caza fortunas que buscaba un marido millonario. Es más, Valtierre le había aconsejado que actuara como si el servicio fuera una molestia que los de su clase tenían que soportar.
Para Sara fue evidente la mirada de odio que le dirigió esa veinteañera cuando ya en el hall de esa residencia, comentó en voz alta que la decoración era demasiado recargada para su gusto, tras lo cual y mientras veía el rencor en el rostro de la muchacha, le exigió que le mostrara donde estaba su habitación.
― David ha dispuesto que se aloje en la antigua habitación de su esposa― informó Laura mientras le abría paso por las rutilantes escaleras de mármol que daban acceso a la planta superior.
Que tuteara a su jefe, sorprendió a la militar quizás por deformación profesional ya que a ella jamás se le pasaría por la cabeza referirse al almirante como William, pero se abstuvo de hacer ningún comentario fue tras ella. El lujo de las estancias por las que pasaban no fue óbice para que se fuera haciendo una idea preliminar de los puntos fuertes donde podría guarecerse ante un ataque y en cuales era mejor no parapetarse.
« Joder, esto es un laberinto», juzgó sin tener claro todavía si eso era bueno para sus intereses.
Al llegar al que se suponía era su cuarto, Sara se quedó sin saber qué decir al percatarse que las habitaciones que habían reservado para su uso eran en realidad un piso enorme.
« ¡Qué exceso! ¡Aquí podrían vivir dos familias!», meditó en su mente mientras exteriormente escudriñaba críticamente esos aposentos diciendo: ―No esta tan mal para ser diseño americano.
Que se metiera con su país cabreó a la asistente, la cual no queriendo chocar el primer día con la invitada de su jefe, se dirigió a uno de los armarios y abriendo sus puertas, enseñó a esa odiosa oriental que ocultaban la entrada al baño de la suite. Sin dignarse a entrar, le echó una rápida ojeada:
« ¡Parece una piscina!», exclamó para sí al ver el jacuzzi.
Acababa de terminar de mostrarle esa estancia cuando recibieron la visita del chófer y de dos criadas trayendo su equipaje. La señorita Michelle aprovechó su llegada para huir de allí y despidiéndose cordialmente desapareció rumbo a la salida.
« Menuda estúpida es la última conquista de David», dictaminó al verse libre de esa petarda.
Entre tanto, el servicio había comenzado a sacar la ropa de las maletas y a distribuirla en los diferentes armarios siguiendo las indicaciones de la militar. Esta comprendió que debían estar habituadas a que las visitas del magnate trajeran gran cantidad de equipaje al verlas actuar con total naturalidad mientras distribuían el gigantesco ajuar que le había prestado el modisto.
« Si supieran que nada esto es mío. Hasta los perfumes que me pondré mientras dure esta misión han sido seleccionados para la ocasión», con disgusto recordó rememorando la extensa explicación sobre el uso de fragancias que había tenido que soportar.
Una vez habían acabado la mayor de ellas cayó en que a los pies de la cama quedaba un baúl y al preguntar si le ayudaba a vaciarlo, Sara contestó que no diciendo:
― Ya lo hago yo, son mis cremas.
En cuanto la dejaron sola, la capitana abrió ese maletón y revisó que además de la pistola había un rifle de asalto y dos metralletas de mano, con toda la munición que necesitaría en caso de un enfrentamiento. Tras lo cual, lo escondió tras unos vestidos de fiesta.
Acababa de cerrar el armario cuando escuchó tras de sí:
― ¿Quién eres?
Al girarse se encontró frente a frente con una niña rubia con rizos. Sara identificó a su interlocutora como Linda Carter, la hija del potentado y una de las dos personas que tenía que proteger. Sabiendo que era importante llevarse bien para facilitar su misión, se agachó a su altura y con la voz más dulce que pudo, murmuró:
― Soy Kumiko, una amiga de tu papá.
La chavalita la miró con interés al enterarse que conocía a su padre y con la inconsciencia de la infancia, le soltó:
― Debe quererte mucho porque es la primera vez que invita a alguien a casa.
Esa confidencia cogió desprevenida a la oriental porque había supuesto que esa mansión había sido testigo de un desfile continuo de modelos, no en vano era raro el mes que su viejo no salía en las revistas con una nueva adquisición. Al pensar en ello, se percató que esa noche a buen seguro habría paparazis en la recepción a la que iba a ir y fue cuando se dio cuenta que no había avisado a su madre sobre la naturaleza de su nuevo trabajo.
« Mierda, no sabrá que decir a sus amigas», se dijo recordando lo aficionadas que eran a esas publicaciones.
No pudiendo hacer nada mientras esa niña estuviera ahí, decidió dejar apartado el tema y como quería revisar el resto de la casa, con una sonrisa, le preguntó a Linda si se la enseñaba. La cría se sintió importante y cogiendo su mano, contestó:
― Vamos a mi cuarto que es el más bonito…
La visita con Linda no pudo ser más productiva porque a nadie le extrañó verla recorriendo los diversos pasillos de ese palacio de la mano de su diminuta propietaria. Junto a ella y durante casi una hora, la marine escudriñó las tres plantas del edificio sin despertar las suspicacias del personal e incluso se permitió el lujo de revisar la habitación personal del playboy.
« Para qué quiere una cama tan grande si no le da uso», pensó al ver ese colchón de dos por dos y acordarse que según su hija, Carter no llevaba a sus conquistas a esa casa, «debe tener un picadero en el centro».
La menor se mostró tan encantada en su papel de Cicerone que no escatimó esfuerzos e incluso le enseñó, con gran disgusto de los guardas, la cámara acorazada desde la cual se vigilaba toda la casa mientras la militar iba anotando las fortalezas y debilidades que se encontraba a su paso.
« Le debe haber costado millones», meditó al comprobar in situ el funcionamiento de las cámaras térmicas instaladas en el exterior de la mansión, «es la única forma de controlar la foresta que circunda la casa».
Más tranquila al saber que en teoría era difícil que un desconocido pudiera acercarse al edificio sin que el servicio de seguridad lo descubriera, pidió a la niña que le llevara de vuelta a sus aposentos.
― ¿Te apetece que juguemos a la cocinitas?― inocentemente preguntó la nena una vez ahí y al ver la cara de asombro de Kumiko, su nueva amiga, insistió diciendo: ―Nunca tengo nadie con quién jugar.
La petición de la chavalita enterneció a la adusta militar y sabiendo que todavía tenía mucho tiempo antes de tenerse que empezar a arreglar para la recepción, decidió que ya que entre sus responsabilidades estaba el cuidar de Linda, podía matar dos pájaros de un tiro: mientras cumplía sus deseos de jugar, estaría protegiéndola.
― ¿Me puedes preparar un pastel de fresa?― contestó la mujer mientras se sentaba en un sofá ante el alborozo de la mocosa…

Esa tarde al salir de la oficina, David Carter recordó que su hogar había sido invadido por una agente del gobierno cuya función en teoría era protegerle a él y a su hija de un supuesto complot.
« Sigo sin creer que alguien de mi empresa esté vendiendo nuestros secretos militares al extranjero», sentenció mientras trataba de calmarse, «y menos que quieran desembarazarse de mí».
Estaba plenamente seguro que en realidad era el gobierno el que quería sonsacar información acerca de sus actividades.
« No confían en mí», pensó apenado que, después de los múltiples servicios que había prestado a su país, todavía se dudara de su lealtad.
A pesar de saber que era una encerrona, cuando le llamó el secretario de defensa no pudo negarse por la cantidad de asuntos que podrían peligrar si rechazaba ese ofrecimiento.
― Encima han seleccionado una Matahari para mí― murmuró mientras encendía su ferrari – deben creer que soy tan inepto de dejarme seducir por ella.
Ya de camino estaba tan furibundo que de habérsela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de su vida sin más contemplaciones. Afortunadamente, la media hora que tardó en llegar le sirvió para tranquilizarse y por eso al aparcar su coche, en lo único que pensaba era en el modo en que podría zafarse de su vigilancia durante la recepción.
« Joder, Kim va a estar en el St. Regis pero, con esa rambo, no voy a poder ni echar un polvo», se quejó recordando el susto que le había dado esa misma mañana al usar un zapato como arma mortal.
La idea de estar bajo continua supervisión no le hacía gracia porque tendría que alterar su modo de actuar si quería tener vida privada. Estaba pensando en eso cuando al entrar en su casa escuchó unas risas que provenían del salón. Ese sonido tan normal por otros lares, le resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido su hogar desde que su mujer falleció.
« Es Linda, jugando», pensó al reconocer la risa de su hija.
Extrañado e incrédulo por igual, se acercó a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrió a la niña chillando de gusto y a la ruda oriental haciéndole cosquillas. Esa escena tan usual mientras vivía su madre pero que había desaparecido de su vida, en vez de enternecerle, le dejó paralizado al ser su guardiana la mujer que estaba jugando con la cría.
« No es posible», rumió entre dientes sin atreverse a intervenir en el juego y actuando como un auténtico voyeur, se quedó observando desde la puerta.
Su sentimiento era doble. Mientras una parte de él se alegraba que su pequeña fuera capaz de reír después de dos años, por otra le cabreaba que fuera una desconocida y no él quien consiguiera hacerla olvidar su soledad. Para terminarla de fastidiar, en un momento dado, la Comandante absorta en el juego se agachó sobre la alfombra poniendo su culo en pompa.
Desde su ángulo de visión, el pegado pantalón de la mujer no solo magnificaba la belleza de sus duras nalgas sino que dejaba a la luz el coqueto tanga azul que llevaba puesto. Esa clase de prenda siempre había sido su perdición y al descubrirlo en ella, comprendió que de alguna forma el almirante Jackson se había enterado de su fetiche.
« Ese cabrón conoce mis gustos», se quejó mientras babeaba admirando ese trasero.
Ajena a lo que ocurría a su espalda, la capitana seguía jugando con su hija sin percatarse del extenso escrutinio al que estaba siendo sometida. Sabiendo que iba a terminar excitándose si seguía sin intervenir, alzando la voz, llamó a su hija:
― ¿Nadie me viene a dar un beso?
Linda al escuchar que su padre había llegado, se levantó del suelo y corriendo saltó sobre él. La marine decidió saludar también al recién llegado como si realmente fuera amiga suya y acercándose a donde estaba el padre con la hija, le dio un suave beso en la mejilla mientras le decía que la cría era un encanto.
― Lo sé― contestó rojo de ira al verla de pie y descubrir que su camisa estaba semi abierta y que su tremendo escote dejaba ver sin disimulo un sujetador de encaje a juego con su tanga.
Haciendo verdaderos esfuerzos para no quedarse allí mirándole las tetas, cogió a su bebita y retomando camino hacia su habitación, le informó que llevaba la blusa desabrochada diciendo:
― Aunque siempre es agradable que una mujer guapa me reciba casi desnuda, será mejor que te tapes un poco.
Ese comentario la dejó paralizada al comprobar que al menos eran dos los botones que tenía abiertos de más y con el rubor decorando sus mejillas, se giró para que no viera como se abrochaba.
« Ese cerdo me estaba comiendo con los ojos y encima se ha creído que lo he hecho a posta», rumió para sí mientras lo hacía, ya que solo se entendía el cabreo del magnate si consideraba ese hecho fortuito como algo intencionado: «acostumbrado a las putillas que pululan a su alrededor, me ha tomado por una de ellas».
David Carter, por su parte, estaba fuera de sí al darse cuenta que aunque no quisiera reconocerlo, la dudosa distracción de esa militar había conseguido excitarle como hacía tiempo que no le pasaba y achacando su calentura a un plan urdido desde las altas esferas para seducirle, decidió que debía andarse con cuidado.
« Esa zorra es un peligro. No solo es letal en el combate, lo peor es que ha sido cuidadosamente escogida para satisfacer mis gustos sexuales y si no me ando con cuidado, terminará en mi cama», sentenció dando por sentado que ese era el objetivo marcado por sus superiores.
La ira del potentado se convirtió en rabia cuando su niña le comentó:
― Papá, me gusta tu amiga. Ha estado jugando toda la tarde conmigo y me ha dicho que soy muy guapa.
Tratando de mantener el tipo y que Linda no se enterara de su disgusto, preguntó a su hijita qué es lo que habían hecho. Al responder que le había enseñado la casa, David confirmó sus temores al explicarle la cría que incluso habían entrado en su habitación.
« Seguro que esa perra ha distribuido micrófonos y cámaras por toda la casa», murmuró mentalmente, « pediré a mi gente que haga un barrido. No quiero que en Washington sepan hasta el color de los calzoncillos que uso».
El dilema en el que estaba era muy difícil de resolver. Aunque se sentía traicionado por el gobierno, no podía rechazar esa ayuda porque los contratos firmados con el departamento de defensa eran vitales para su compañía. Pero tampoco podía soportar que le menospreciaran con una maniobra tan burda.
« ¿Me creerán tan idiota para suponer que no me daría cuenta?», se preguntó mientras dejaba a la niña en el suelo.
Pese a su fama Carter siempre había considerado que su afición por las damas era eso, una afición, y que esos tipos juzgaran que era adicto a las faldas, le jodía profundamente.
« La única mujer que fue capaz de controlarme ha sido Diana y está muerta», sentenció recordando lo enamorado que había estado de la madre de su nena.
Ese doloroso recuerdo se hizo insoportable cuando desde la alfombra escuchó que Linda preguntaba:
― Papá, ¿te vas a casar con Kumiko?
Alucinado por tamaña insensatez, se sentó a su lado y acogiéndola entre sus brazos, no dijo nada porque no quería ni podía explicarle la verdadera razón de la presencia de esa muchacha. El problema fue que malinterpretando su silencia, la chavalita prosiguió diciendo:
― A mí no me importa… así no seré la única huérfana de la clase.
Carter intuyó que esa pregunta era una llamada de auxilio. Con su ánimo destrozado, se dio cuenta por primera vez que no era suficiente el tiempo que la dedicaba, que su hija necesitaba alguien que se ocupara de ella y que no fuera una niñera.
« He estado tan cegado por mi dolor, que no me he dado cuenta que Linda también la echa de menos y ha tenido que venir esa arpía a restregármelo en la cara».
Limpiando con su mano unas lágrimas que escurrían por sus mejillas, David Carter tomó la decisión que una vez esa emergencia hubiese pasado y su vida volviera a la normalidad, tendría que buscar, más que una pareja para él, una madre para su hija. Para ello, lo primero que tenía es que liberarse de alguna forma de esa oriental.
« En solo un par de horas, esa puta ha engatusado a mi hija», amargamente concluyó, sumando eso a la lista de los agravios que voluntariamente iba confeccionando contra esa mujer.
Estaba enfrascado en buscar una solución a sus problemas cuando se dio cuenta que Linda no estaba en la habitación y que se había marchado sin decirle adiós.
« Es extraño, siempre se despide. ¿Habré hecho algo mal?», se torturó momentáneamente pero al salir tras de su pista, escuchó unas risas provenientes del cuarto donde había alojado a la militar.
Cuajado de celos, estuvo a punto de entrar y sacarla de allí, pero justo cuando ya tenía el picaporte en su mano, se lo pensó mejor y decidió no cometer ese error. Si ese engendro del demonio creía que se podía apoderar de sus tesoros sin luchar, estaba muy equivocada. Sabiendo del efecto que tenía en las mujeres resolvió que iba a hacer honor a su fama: la seduciría y cuando la tuviera comiendo de su mano, ¡la echaría de su lado! Fue al planear su venganza cuando se percató que enamorar a su guardaespaldas tenía otros efectos prácticos; por una parte Sara estaría pensando más en él que en espiarle y por otra con un poco de mano izquierda podría enterarse de los motivos por los cuales sus jefes la habían mandado allí.
« Esta noche pondré las bases y en un par de días, esa putita caerá, yo también soy un especialista en el cuerpo a cuerpo», se dijo y mientras abría el grifo de la ducha decidió: «A la “Terminator” puede que le hayan enseñado muchas técnicas de exterminación pero nunca a defenderse del ataque de un hombre como yo».
Ya debajo del chorro, la confianza en sí mismo le hizo imaginar a esa oriental llegando a su lado, a través de la espesa niebla que desbordando los límites de la ducha, llegaba a la puerta del baño. Lo primero en lo que se fijó fue en ojos. Negros, oscuros como el alma de una tigresa o el plumaje de un cuervo, le parecieron inusitadamente atractivos. Luego en su cuerpo, en sus sandalias, en sus pies, en sus piernas… todo en ella era peligrosamente fascinante.
― ¿Puedo pasar?― preguntó esa imaginaria mujer,
Sorprendido porque hasta en su sueño ella tomara la iniciativa, estuvo a punto de negarse.
― No quiero ser una muesca en su revólver― Carter exclamó en la soledad de su baño.
Sara sin esperar su respuesta, le empujó con una suavidad contra la que no pudo actuar. La mano de la muchacha estaba helada, gélida, creando un seductor contraste con la temperatura de la ducha.
« Esto es el colmo. Yo debo ser el depredador y ella mi trofeo», pensó pálido por su reacción al imaginarse su silueta.
El magnate intentó reconducir el discurrir de su mente pero se dio por vencido al seguir el vaivén de sus pechos mientras la camisa de esa oriental se empapaba en la ducha. Tras la delgada tela, visualizó unos pezones lascivos y se revolvió inquieto intentando abrir los ojos.
El sueño de Carter se convirtió en pesadilla cuando esa idílica mujer se pegó a su cuerpo y sin importarle sus quejas, comenzó a restregarse contra él. Su propio brazo le traicionó y presionando sobre la espalda de Sara, la atrajo todavía más.
La arpía de su mente se dejó llevar mientras soltaba una carcajada. Su blanca dentadura y su sonrisa le parecieron perversas al playboy, ya que por efecto de la bruma, creyó entrever los largos colmillos de una vampiresa letal.
Se percató que estaba bajo un hechizo a y que esa bruja lo manejaba como a un pelele, al sentir las pechugas de esa belleza contra su pecho mientras con la mirada Sara le exigía que la tomara.
Esta vez es él quien la empuja contra la pared y con la lengua sus labios, fuerza su boca.
Mas risas sacuden su cerebro mientras se imagina que los dedos de esa zorra recorren su entrepierna, exacerbando su excitación. Incapaz de contenerse, la levanta y sin esperar su beneplácito, la penetra usando los azulejos de la ducha como apoyo. La bella militar clava sus uñas en la espalda de su amante al sentir la invasión.
Dolor, deseo. La boca de Carter se apodera de la de ella mientras con brutales embestidas, trata de someterla. El magnate no se puede creer lo bella que es esa inexistente mujer.
Gemidos, placer. Contra su voluntad, acelera al sentir el flujo de esa china templando sus muslos.
Excitación, rendición. Sara le abraza con sus piernas, incrementado la pasión que le domina y no contenta con ello, siente como esa tigresa se aferra con los dientes a su cuello mientras la cueva de la oriental se vuelve líquida.
Comunión, descarga. Explota dentro de ella, regándola con su simiente y con terror descubre que no está satisfecha y que quiere más, al verla arrodillarse a sus pies
Usando toda su fuerza la rechaza:
― ¡Ya basta!― exclama abriendo los ojos y descubriendo que no está en el baño sino en su cama.
La realidad le consuela al saber que todo había sido un sueño.
« Menos mal que no ha sido verdad», suspira sonriendo, «nunca dejaría que esa zorra me domine»…

Relato erótico: “Prostituto 20 Correos obscenos de una puta preñada” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2
Siendo un prostituto desde hace dos años, creía que nada podría sorprenderme pero os tengo que confesar que no entendí la actitud de Kim ni de sus correos. Todo empezó a partir de una fiesta a la que acudí como acompañante. Esa noche me había contratado Molly, una morena bastante simpática que pasada de copas, me pidió que la follara en el jardín de la casa. Como eso no representaba ninguna novedad, satisfice sus deseos echándole un buen polvo tras unos arbustos. Encantada con el morbo de la situación mi clienta quiso que la llevara a su casa y que allí repitiéramos faena, pero debido a la borrachera que llevaba en cuanto la desnudé, esa mujer se echó a roncar. Como ya había cobrado, la tapé y tranquilamente me fui a mi apartamento a dormir la mona. Fue una noche anodina como otra cualquiera y no la recordaría siquiera si al cabo de unos días, no hubiera recibido un correo de una amiga suya.
 
Para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando, os transcribo lo que ponía:
 
Alonso:
No me conoces, soy Kim, una amiga de Molly. Le he pedido tu correo porque, gracias a ti, no duermo. Por tu culpa, cada vez que me acuesto, tengo que masturbarme pensando en lo que vi. Por mucho que intento sacarte de mi mente, no puedo.
 
Te preguntarás el porqué. ¡Es bien sencillo!:
 
El viernes yo también fui a esa fiesta. Lucian me invitó porque fui con él a la universidad. Acudí con mi esposo y te juro que me lo estaba pasando bien pero, al cabo de un rato, ese ambiente tan cargado me cansó y por eso estaba sentada en el jardín, cuando saliste con esa zorra.
 
Al principio me turbó ver que mi amiga te besaba con una pasión desconocida en ella. Estuve a punto de levantarme y salir corriendo, pero cuando ya había decidido hacerlo, vi que te quitaba la camisa e intrigada, me quedé a ver qué pasaba.  De esa forma fui testigo, de cómo te desnudaba mientras te reías de ella.  Tu risa pero sobretodo los músculos de tu abdomen me hicieron quedar allí espiando. Sé que no estuvo bien pero, cuando le obligaste a hacerte la mamada, me contagie de vuestra pasión y metiendo la mano por debajo de mi falda, me masturbé.
 
Te odio y te deseo. Soñé que yo era la hembra que abriendo la boca devoró tu miembro pero sobre todo deseé ser la objeto de tus caricias cuando dándole la vuelta, la follaste en plan perrito. Te juro que no comprendo cómo no oíste mis gritos cuando azotaste el culo de esa rubia.   Poseída por la lujuria, sentí en mi carne cada una de esas nalgadas y sin quitar ojo a tu sexo entrando y saliendo del cuerpo de mi amiga, me corrí como nunca lo había hecho en mi vida.
 
Ahora mismo, mientras te escribo, mi chocho está empapado y solo espero volverte a ver.
 
Tu más ferviente admiradora.
Kim
 
Creyendo que esa mujer lo que quería era una cita, contesté a su email informándole de mi disposición a acostarme con ella, así como mis tarifas y olvidando el tema, me fui a comer con un amigo. Después de una comilona y muchas copas, llegué a mi casa agotado y por eso no revisé mi correo hasta el día después. Con una resaca de mil demonios, observé que la mujer del día anterior me había respondido y creyendo que era un tema de trabajo lo abrí:
 
¡Cerdo!
¿Cómo crees que voy a rebajarme a pagar a un hombre?.
¡Jamás!
Ni siendo el único sobre la faz de la tierra, permitiría que tus manos me rozaran.
¡No sabía que eras UN MALDITO PROSTITUTO!  De haberlo sabido ni se me hubiera ocurrido escribirte.
Te crees que por estar bueno y tener un aparato gigantesco, voy a correr a tus brazos y después de pagarte, dejar que liberes tu sucia simiente, en mí.
¡Ni lo sueñes!
 

Si  saber las consecuencias de mis actos, di a contestar en el Hotmail y escribí un somero-¡Qué te den!- y olvidando el tema me fui a desayunar al local de enfrente. Acababa de pedir un café cuando recordé a esa loca y pensándolo bien, me recriminé por haberla contestado ya que una fanática, podía hacerme la vida imposible e incluso denunciarme a la policía. Por eso decidí no seguirle el juego y no contestarla si me enviaba otro correo.

 
Como esa misma tarde, tenía otra faena conseguida por mi jefa, al llegar las ocho, me vestí para ver a otra mujer que engrosaría mi cuenta corriente. Tampoco os puedo contar nada en especial de esta clienta, cena, polvo rápido en el parking del restaurante y antes de las doce de nuevo en casita.  Cansado por los excesos acumulados durante la semana, me dormí enseguida mientras miraba un coñazo en la televisión.
 
Os cuento esto porque a la mañana siguiente, con disgusto observé que esa trastornada había contestado a mi email, estuve a punto de no leerlo pero me quedé helado cuando lo abrí:
 
¡Maldito hijo de puta!
No te ha bastado con sacarle la pasta a Molly que hoy has tenido que llevar tus instintos a pasear en mitad de un estacionamiento.
Te preguntarás como lo sé, pues es muy sencillo: ¡Te seguí!.
Fui testigo de cómo te tirabas a esa pobre mujer y de como ella aullaba al sentir tu sucia verga retozando por su sexo. No comprendo porque me indigné al observar que ni siquiera le quitaste el vestido antes de separar sus nalgas y follártela.
Me apena creer que todas las mujeres somos iguales que ella y que disfrutaríamos sin medida con tu polla en nuestros coños, disfrutando de cada centímetro de tu extensión al tomarnos.   Todavía oigo en mis oídos, los berridos de tu víctima al correrse y no alcanzo a comprender lo necesitada que debía estar, al  recordar su sonrisa mientras que te pagaba.
Te lo advierto:
¡Deja en paz a las mujeres decentes de esta ciudad!.
 
Pálido y desmoralizado, imprimí ese correo y con él bajo el brazo, me fui a ver a Johana. A mi Madame le extraño que le fuera a ver a la boutique donde trabajaba y por eso, metiéndome en la trastienda, me preguntó que ocurría. Después de leerlo y con semblante serio, me dijo:
 
-Esta tía está como una cabra. Tienes que cuidarte, si quieres llamo a las clientas de este fin de semana y cancelo tus visitas-
 
-No creo que haga falta. Tendré cuidado y evitaré que nadie me siga- contesté fingiendo una tranquilidad que no tenía.
 
Mi jefa me advirtió de las consecuencias de una posible denuncia pero como en ese instante, entró una clienta, me despidió con un apretón de manos. Francamente preocupado, me fui a casa a intentar sacar de mi mente a esa puta pero tras una hora frente a un lienzo en blanco, di por imposible pintar algo.
Cabreado, comí en casa. No me apetecía salir del refugio que representaban esas cuatro paredes y solo cuando se acercaba la hora de ir a trabajar, me vestí. Tratando de evitar ser visto, salí por la puerta trasera del edificio y ya fuera, miré a ambos lados de la calle. Intenté descubrir si alguien me seguía pero por mucho que busqué no hallé ningún rastro de mi acosadora. Convencido de que aunque no la viera, esa puta podía estar siguiéndome, me cambié de acera varias veces como tantas veces había visto en las películas, antes de coger el taxi que me llevaría a mi cita.
 

De esa forma, llegué al hotel donde dormía la clienta que iba a ver. Más tranquilo pero en absoluto relajado, estuve atento a cualquier indicio que me hiciera suponer que estaba siendo espiado por eso me costó concentrarme en la cincuentona que esa noche me había alquilado. Sabiendo que la noche estaba siendo un desastre, le pedí a esa morena que subiéramos a su habitación. Ella se mostró reacia en un principio pero una vez allí, seguro de no ser observado, volví a ser el mismo y cinco horas después, salí del establecimiento dejando a una hembra satisfecha y agotada sobre las sábanas. Al llegar a mi apartamento, volví a entrar por detrás y directamente me fui a la cama.

 

 

Os tengo que reconocer que al despertar lo primero que hice fue mirar el puto email y al ver que no tenía ninguno de esa perturbada, con una felicidad exagerada, me fui a desayunar a bar de siempre. Una vez allí, saludé a la encargada con un beso en la mejilla y con nuevos ánimos, me senté en el sitio acostumbrado. No llevaba ni cinco minutos en esa mesa, cuando me tuve que cambiar porque dominado por una absurda paranoia, me di cuenta que desde ahí no veía quien entraba o salía del local. Por eso me cambié a un lugar donde pudiera observar todo el local y  desde allí, tras escudriñar mi alrededor, desayuné.
 
Al volver a mi estudio, directamente me puse a pintar y al contrario que el día anterior, las musas se apiadaron de mí y en menos de dos horas, había esbozado un cuadro. Satisfecho por la soltura con la que mis pinceles plasmaron las ideas de mi mente, me serví un café y haciendo tiempo, eché un vistazo al correo.
 
-¡Mierda!- maldije en voz alta al percatarme que esa puta me había escrito y sabiendo que debía leerlo, lo abrí:
 
Me alegro que hayas recapacitado y que como un buen chico, te hayas mantenido lejos de tu pecaminoso oficio. Te acabo de ver desayunando y se te notaba radiante.
¡Ves como tengo razón!
Solo manteniendo un comportamiento honesto, serás feliz. Sé que eres un hombre sensual y con necesidades, por eso te aconsejo busques  a una sensata mujer que te aleje del pecado. Con ella podrás dar rienda suelta a tu sexualidad y liberar la tensión que de seguro se está acumulando en tu hermoso sexo.
Cuando experimentes la sensación de poseer a una dama que sea realmente tuya y no una viciosa, te darás cuenta que sus gemidos al ser penetrada por ti, sonarán diferentes. Sus berridos al correrse serán una muestra de amor y no de lascivia.
Lo sé por soy mujer y con solo imaginarme tener un marido como tú, sé que me desviviría por complacerte. Te esperaría desnuda y dispuesta cada noche cuando llegaras de la oficina para que al tocarme y comprobar que tenía el coño chorreando por ti, me tomaras brutalmente.
Me daría por completo para que no tuvieses que buscar fuera, lo que ya tendrías en casa. Mis pechos, mi sexo, mi boca e incluso mi culo serían tuyos. Te pediría todas las mañanas que antes de irte a trabajar, me sometieras con tu verga entre mis nalgas y solo después de haber sembrado mi cuerpo, te despediría en la puerta con un beso y la promesa que al retornar a nuestro hogar, encontrarías a tu hembra ansiosa de ti.
Un beso y sigue por esa línea.
KIM
 
-¡Será hija de puta!- exclamé doblemente alucinado.
 

Por una parte, esa zorra me confirmaba que seguía espiándome y por otra, dando rienda a su mente calenturienta, describía una idílica relación donde ella era la servicial esposa y yo el marido. Cualquiera que leyera su escrito, comprendería que Kim era una perturbada que soñaba con ser poseída con dureza por mí. Como su locura la hacía más peligrosa, decidí que a partir de ese día debería incrementar mis precauciones y por eso, cuando nuevamente tuve que salir a cumplir con mi deber, me escabullí de la misma forma que la noche anterior pero cambié dos veces de taxi antes de dirigirme al chalet donde había quedado. Confiado de no haber sido seguido y sumado a que ese el servicio fuese en un domicilio particular, hizo que desde un principio fuese el de siempre y tras una noche de pasión, retornara contento a casa. Eran más de las seis cuando entré por la puerta y aunque estaba cansado, no pude dejar de mirar mi ordenador para comprobar si esa zumbada me había escrito. Desgraciadamente, una mensaje en negrita del Hotmail con su nombre me reveló que lo había hecho y sin poder esperar al día siguiente, decidí leerlo:

 
Querido Alonso:
Esta noche cuando he pasado por tu casa y he visto el resplandor de la televisión en tu ventana. Sabiendo que estabas solo, tuve ganas de subir para agradecerte que sigas firme en tu decisión de abandonar tu asqueroso modo de vida. Se lo duro que te tiene que resultar pasar las noches sin que una mujer se arrodille ante ti y bajando tu bragueta, introduzca tu miembro hasta el fondo de su garganta. Reconozco tu valor y tu fuerza de voluntad, al negar tus sucios instintos y sufrir en silencio, la abstinencia.
Te reitero que debes buscar una mujer que sea impecable de puertas a fuera de tu casa pero, que en la intimidad de tu dormitorio, deje que la poseas de todas las maneras que tu fértil imaginación planteé. La candidata debe saber que tú eres su dueño y obedecerte ciegamente. Una hembra consciente que esclavizándose a ti y siendo tu sierva, logrará alcanzar un placer sin límites.
Sabrás que has acertado cuando al llegar cansado, ella te descalce en la entrada y poniéndose a cuatro patas, te pida que la castigues porque ese día sin tu permiso se ha masturbado pensando en ti. Te aviso que entonces, debes quitarte tu cinturón y cogiéndola del pelo, azotar su culo para que respete. Una buena esposa disfrutará cada golpe y ya con trasero rojo, te pedirá que le separes las nalgas y sin más prolegómeno, tu sexo se enseñoree forzando su ojete.
Mientras la consigues para facilitarte el trance, considero mi deber, ya que yo soy la culpable de tu cambio, enviarte algo que te sirva de inspiración pero sobretodo que llene tus noches de soledad.
 
La voz de tu conciencia.
 
KIM
 
Después de leerlo, comprobé que tenía un archivo de video adjunto y aunque me suponía lo que me iba a encontrar, le di a abrir. Tal y como había supuesto era un video casero, donde una mujer se masturbaba diciendo mi nombre. No me extrañó observar que esa guarra estaba desnuda ni que abriendo su chocho de par en par, cogiera su clítoris entre sus dedos y se pusiera a pajear. Lo que fue una sorpresa fue descubrir casi al terminar que su vientre tenía una curvatura evidente.
 
“¡Está embarazada!” pensé parando la escena y ampliándola.
 
Aunque había tratado de ocultar su estado durante todo el video justo al terminar se le debió mover la cámara o el móvil con el que se había filmado, mostrando tanto su panza como unos enormes pechos.  Revisando a conciencia la imagen, me excitó observar que decorando esas ubres lucía unas negras aureolas. Nunca había visto nada igual, no solo eran gigantescas, lo más impresionante era que, producto de la excitación que consumía a su dueña, las tenía totalmente duras y desafiando a la gravedad, esta no había hecho mella en ellas.
 
-¡Menudas tetas!- exclamé hablando solo.
 
Estaba sorprendido y caliente por igual. Sin meditar las consecuencias de mis actos, me pajeé mirando a esa zorra mientras mis dedos tecleaban una respuesta:
 
Mi Querida Zorra:
 

Si no he salido durante dos noches, no ha sido porque recele de mi oficio sino porque he estado reservando mi leche para rellenar tu culo con ella. Y si crees que no sé quién eres, tengo que decirte que además de embarazada eres una ingenua.

Te descubrí desde el primer momento y por eso, me exhibí ante ti. No creas que no sabía que nos estabas mirando mientras me tiraba a la zorra de tu amiga o que no escuché tus berridos al correrte. No te dije nada porque quería calentar la puta olla a presión que te has convertido. La segunda noche en el aparcamiento, al localizarte espiando, decidí regalarte un espectáculo y por eso, tomé a esa guarra de pie contra el coche. Cada vez que la penetraba, me imaginaba que eras tú, la cerda que llorando de placer se retorcía entre mis piernas.
Tengo que informarte de que he decidido que ya estás preparada y por eso, esta tarde te espero en mi casa a las seis. Deberás venir con un abrigo que tape tu desnudez. Quiero que al abrir la puerta te lo quites y como la cerda sumisa que eres, te coloques en posición de esclava y así esperes la orden de tu dueño.
Te demostraré quien manda y retorciendo tus pezones, te follaré hasta que me ruegues que te deje correrte. Pero recordando el modo tan poco respetuoso con el que te has dirigido a mí,  te lo impediré y tras mojar mi pene en tu sexo, te romperé ese culo gordo de un solo empujón.
 
Un lametazo carente de cariño en tu pestilente clítoris.
 
Tu dueño.
 
Pd. Tengo el email de ese inútil con el que compartes cama, ¿no querrás que reciba una copia de tu video?
 
 
Envalentonado por el órdago y los whiskies que llevaba, mandé ese correo mientras veía, una y otra vez, los treinta segundos de masturbación que mi acosadora me había regalado sin saber que los iba a usar en su contra. Con su recuerdo en mi retina, me tumbé en la cama y tras dejar que el placer onanista me venciera, dormí como un tronco mientras se llenaba mi mente de imágenes donde, ejerciendo de estricto amo, castigaba a esa sumisa.
 
Habiendo descansado después de una semana de estrés y humillación, me levanté a la mañana siguiente pletórico pero con el paso de los minutos, me empezaron a entrar dudas.
 
“¿Habré metido la pata?, ¿Y si no es ella la protagonista?” pensé perdiendo mi supuesta confianza y por eso, antes de darme la ducha matutina, miré mi correo en busca de una respuesta de esa puta.
 
Comprendí su absoluta claudicación y que no me había equivocado, con solo leer el título del mensaje “¡Gracias, Amo!”. Sonriendo, lo abrí y empecé a leer:
 
Mi adorado amo:
 
He recibido con alegría su mensaje. Le agradezco  que me considere apta para ser su sierva y por eso le confirmo que tal y como me ha ordenado, esta tardé estaré en su casa y pondré mi cuerpo a su disposición.
Sé que tiene motivos suficientes para castigarme y con impaciencia espero el correctivo que usted desee aplicar a su puta.
Con mi coño ardiendo por el honor que me ha concedido, se despide:
 
Su humilde esclava Kim.
 
Pd. No hace falta que el eunuco de mi marido se entere que la zorra de su mujer tiene un dueño que no es él.
 
Al terminar tan grata lectura, solté una carcajada y encantado con la vida, me metí en la ducha. Bajo el chorro de agua y mientras me bañaba, planeé el modo con el que vengaría la afrenta. Cuanto más pensaba en ello, mas cachondo me ponía la idea de follarme a una tipa con semejante tripa. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo por no masturbarme. Quería ahorrar fuerzas para esa tarde, de forma que todas mis energías estuvieran intactas a la hora de someter a esa mujer.
Las horas pasaron con una lentitud insoportable y ya estaba al borde de un ataque de nervios cuando escuché el telefonillo.
 
-Sube- ordene con tono serio y dejando la puerta entreabierta, me senté en una silla del hall.
 

Kim no tardó en subir en ascensor y tocando previamente, entró en mi apartamento. Al verme allí cerró y mirándome a los ojos, dejó caer su abrigo al suelo quedando completamente desnuda. Siguiendo mis instrucciones, iba a arrodillarse cuando le ordené:

 
-No, quiero antes comprobar la mercancía-
 
La mujer obedeció de inmediato y en silencio esperó mi inspección. Desde mi asiento, me quedé observándola con detenimiento. Contra lo que había creído Kim era una mujer guapa a la que el embarazo lejos de marchitar su belleza, le había dado una frescura difícil de encontrar. Alta y delgada, la tripa aún siendo enorme parecía un añadido porque, exceptuando a sus dos enormes tetas, el  resto de su cuerpo no se había hinchado por su preñez. Su culo con forma de corazón podía competir con el de cualquier jovencita al mantenerse en forma.
Decidido a humillarla, me levanté y cogiendo sus peños entre mis manos, los sopesé mientras decía:
 
-Pareces una vaca-
 
La mujer, consciente de su atractivo, contestó:
 
-Mi leche es suya-
 
-No te he dado permiso de hablar- repliqué mientras con las yemas le daba un duro pellizco. Kim reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse.
 
Siguiendo mi inspección, palpé su abultada panza advirtiendo que la tenía tremendamente dura. Era una novedad para mí y por eso me entretuve tocándola de arriba abajo mientras los pezones de mi sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación. Al llegar a su sexo, descubrí que lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le dije:
 
-A partir de hoy te lo dejarás crecer, solo las mujeres libres pueden lucir un coño lampiño-
 
Sumisamente, la mujer me respondió que así lo haría, sin darse cuenta que me había desobedecido. Fue entonces cuando le solté el primer azote en su trasero. Aunque esperaba un chillido o al menos una lágrima, esa zorra me sorprendió poniendo una sonrisa. Su actitud me hizo saber que me estaba retando y que me había respondido conociendo de antemano que eso conllevaría un castigo.
 
“Si eso busca, eso tendrá” pensé justo antes de soltarle un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante mí.
 
Kim debía de haber tenido un amo con anterioridad porque con una pericia aprendida durante años, adoptó la postura de esclava y así, esperó mis órdenes. Arrodillada y apoyada en sus talones, tenía las manos sobre sus muslos mientras permanecía con la espalda recta y los pechos erguidos.
 
-Separa las rodillas-
 
Con la barbilla en alto, mostrando arrogancia, Kim abrió sus piernas y sin esperar a que se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándome contemplar su clítoris.  Cabreado me di cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordené que me siguiera a mi estudio. Comportándose como una esclava perfectamente adiestras, la mujer me siguió gateando sin que eso hiciera mella en su ánimo.
 
Ya en mitad del salón, le ordené que no cambiara de postura y así con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas, la dejé sola. Al minuto volví con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los di. La embarazada comprendió mis instrucciones y sumisamente se lo incrustó, rellenando su trasero y su sexo.
 
-A plena potencia- susurré mientras pensaba como podría vencerla.
 

Mecánicamente, Kim aceleró la vibración del aparato y sin mostrar ninguna emoción, se me quedó observando. Comprendí que esa puta jugaba con ventaja porque yo no era un amo y ella sí una sumisa. Bastante preocupado, me quedé pensando en lo que sabía de esa zorra, cuando al pasar mi mirada por su estómago, me di cuenta que estaba enfocando mal el asunto. Todavía hoy sé que vencí gracias a ese momento de inspiración que me hizo abrir un cajón y sacar un rotulador permanente.

 
Kim ni se inmutó cuando, colocándome detrás de ella, le pinté “SOY PUTA” en sus nalgas unas palabras y solo cuando después de sacarle un par de fotos con mi móvil se las mostré, convencida de su superioridad en esos menesteres, me preguntó con tono altanero:
 
-¿Mi amo piensa castigarme mandando las fotos a mi marido?-
 
-No, putita. El tipo ese me la trae al pairo. Las fotos son para tu hijo cuando crezca, quiero que sepa y lea en tu culo que eres una zorra-
 
Asustada, se quedó callada y con lágrimas en los ojos, me rogó que no lo hiciera. Ni me digné a contestarla y sacando una serie de instantáneas más, prolongué su sufrimiento. A base de flashes, fui socavando sus defensas y solo paré cuando la mujer ya lloraba abiertamente. Entonces y recreándome en el poder recién adquirido, le susurré mientras le soltaba un duro azote:
 
-Estoy seguro que al verlas, me pedirá que le deje disfrutar de este culo-
 
Vencida y con la imagen de su vástago fustigando su trasero, la mujer gimió sin parar de berrear. Con el mando en mi poder, me senté y le ordené que viniera hacia mí. Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada.   Sumisamente, Kim se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Su pasado adiestramiento facilitó las cosas y con una maestría increíble, llevó mi glande hasta el fondo de su garganta.
 
Sus lágrimas bañando mi extensión, me confirmaron su derrota y mientras, completamente entregada, buscaba darme el placer que le había demandado, recordé que no sabía el sexo del bebé y lanzando un órdago a la grande, le solté:
 
-Estoy deseando ver a tu HIJA en tu misma postura. De seguro que saldrá tan puta como su madre-
 
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir. Al estar embarazada, sus movimientos fueron lo suficientemente torpes para que ni siquiera hubiera terminado de incorporarse cuando ya estaba a su lado. Poniéndome tras ella y aprovechando que tenía mi pene erecto, sustituí al consolador que se había quitado y de un solo empujón, se lo metí hasta el fondo de su vagina.
 
-¡No!, ¡Por favor!- gimió al sentir su conducto violado.
 
Sin apiadarme de ella, forcé su integridad a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, la mujer tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
 
-¿No es esto lo que venías buscando?-
Hecha un mar de lágrimas, me reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y paulatinamente, el dolor y la humillación que la turbaban se fueron diluyendo, siendo reemplazadas por una excitación creciente.  El primer síntoma de su claudicación fue la humedad de su coño. Completamente anegado por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Con una ferocidad inaudita, Kim forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro sin parar de gemir.
 
-Recuerda que tienes prohibido correrte- le recordé mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
 

La nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero hinchado, al experimentar esa presión desconocida, la terminó de volver loca y aullando como loba en celo, me rogó que la dejara liberar la tensión de su entrepierna. Ni siquiera la contesté porque abducido por la lujuria, en ese momento, mi miembro explotó en su interior regando con mi semen su conducto. Completamente insatisfecha, se quedó inmóvil consciente que un movimiento más  le llevaría al orgasmo. Encantado con su entrega, eyaculé como poseso, tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.

 
Kim me miró desconsolada en espera de nuevas instrucciones pero haciéndome de rogar, me tiré en el sofá y cerrando los ojos, le dije que se masturbara sin correrse mientras yo descansaba. Dócilmente obedeció y cumpliendo mis deseos, torturó su clítoris con sus dedos sin quejarse. Esa paja se convirtió en un cruel martirio que estuvo a punto de hacerla flaquear en varias ocasiones y solo el perfecto adiestramiento que tenía evitó que el deseo la dominase, corriéndose.  Lo que no evitó fue que su calentura se fuera convirtiendo en una hoguera y la hoguera en un incendio que estuvo a punto de incinerarla y por eso al cabo de media hora, cuando le ordené que se acercara, esa puta estaba a punto de estallar.
 
-¿Quieres correrte?- pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
 
Sudando a chorros, me contestó que sí pero que no quería fallarme otra vez. Ya con el control absoluto en mis manos, metí dos dedos en su vulva y empapándolos bien de flujo, le pedí que se diera la vuelta y me mostrara el ojete. Sé que estuvo a punto de sucumbir con ese tratamiento pero haciendo un último esfuerzo, acató mi orden y separando las nalgas, lo puso a mi disposición. Se creyó morir al experimentar la acción de mis falanges jugueteando en su entrada trasera y pegando un gemido, apoyó los brazos en el sofá. Era tal su calentura que nada más acercar mis yemas a su ojete, comprendí que estaba listo pero forzando su lujuria, la estuve pajeando en ambos agujeros durante cinco minutos hasta que la rubia temblando  como un flan, me suplicó que la tomara. No pude dejar de complacerla y colocándome a su espalda, cogí mi pene y apuntando a su entrada trasera, la fui ensartando con suavidad. Mi lentitud la hizo sollozar y queriendo forzar su gozo, me ayudó echándose hacia atrás.
 
-Amo, ¡Por favor!- gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –Déjeme-
 
-Todavía, ¡No!- contesté,  disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura.
 
Reforzando mi dominio, al sentir mi verga hundida por completo en sus intestinos, me quedé quieto mientras con los dedos le pellizcaba los pezones. Kim chilló como una cerda a la hora del sacrificio y sin pedir mi opinión, se empezó a  empalar con rapidez.
 
-¿Te gusta mi preñada?- le dije incrementando la presión de mis dedos sobre su aureola.
 
-¡Me encanta!- sollozó tiritando al intentar retener su placer. Por segunda vez, me compadecí de ella y acelerando mis incursiones, le di permiso.
 
Lo que ocurrió a continuación fue  difícil de describir. Kim, al oírme, dejó salir la presión acumulada y  berreando con grandes gritos,  se corrió mientras su cuerpo convulsionaba contra el sofá.
 
-¡Fóllame!- ladró sin voz al sentir el ardiente geiser que brotando de su cueva, se derramaba por oleadas sobre sus muslos.
 
No necesitaba pedírmelo, impresionado por su orgasmo, había incrementado el vaivén de mis caderas y llevándola al límite, mi pene acuchilló su culo al compás de los gritos de la mujer. Convertidos en una máquina de placer mutuo, nuestro cuerpos se sincronizaron en una ancestral danza de apareamiento con la música de la completa sumisión de esa mujer ambientando el salón. Kim uniendo un orgasmo al siguiente, se sintió desfallecer y cayendo sobre el sofá, me rogó que terminara.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por su acoso había desaparecido y contagiado de su éxtasis, sembré su culo con mi simiente. La rubia al percibir mi eyaculación, no pudo evitar su colapso y desplomándose, se desmayó. Al verla transpuesta, me compadecí de ella y cogiéndola entre mis brazos, la llevé a la cama. Después de depositarla sobre el colchón, me tumbé a su lado a descansar.
 
No sé el tiempo que estuvimos tumbados en silencio, lo que si puedo deciros que al despertar esa mujer, me besó y pegándose a mi cuerpo, intentó y consiguió reactivar mi maltrecho instrumento, Una vez con el tieso entre sus manos, se agachó y antes de metérselo en la boca, me preguntó:
 
-¿Qué uso les va a dar a las fotos?-
 
-Ninguno, se quedarán guardadas en un cajón para que jamás intentes chantajearme- contesté sin percatarme que me había tuteado.
 
La muchacha poniendo cara de santa, sonrió y después de dar un lametazo a mi glande, me preguntó:
 
-¿Puedo pedirte un favor?-
 
Sin saber cuál era, le respondí que siempre que no fuera borrarlas, se lo haría. Kim, soltó una carcajada al oírme y con voz alegre, me respondió:
 
-¡Nunca me atrevería! ¡Me encanta saber que las tienes! Y soñaré con que un día repasándolas, me llames nuevamente a tu lado-
 
-¿Entonces qué quieres?- dije con la mosca detrás de la oreja.
 
-Quiero que le mandes una de ellas a mi amiga Molly- respondió luciendo una enorme y pícara sonrisa –Me aposté con esa zorra a que aún embarazada podía acostarme contigo sin pagarte y como veras: ¡Lo he conseguido!-
 
Tardé en asimilar que sus correos, su supuesto acoso e incluso su sumisión era parte de una apuesta y sabiéndome burlado, asumí mi derrota, diciendo:
 
-Lo haré dependiendo de la maestría que muestres en la mamada-
 
La muchacha se rio y mientras se agachaba a cumplir, me soltó:
 
-¡Pobre Molly! Cuando nazca mi hija, va a tener que gastarse otros tres mil dólares-
 
-¿Y eso?-
 
-Me ha prometido regalarme una noche con el prostituto más guapo de Nueva York- contestó justo antes de introducirse mi polla en su garganta.
 
Solté una carcajada y acomodándome la almohada, disfruté de la felación de esa manipuladora pero encantadora mujer.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

 

 
   

Relato erótico: “EL LEGADO II (26): Visiones del pasado” (POR JANIS)

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Les recuerdo que pueden comentar o contactarme en la.janis@hotmail.es

VISIONES DEL PASADO.

Esto es como una condena. Me encuentro en El Cairo, en uno de los sitios más interesantes del planeta, y tengo que permanecer escondido en esos túneles. Todo lo más, subir a comer en una de las casas del barrio, donde debo sonreír como un bobo sin entender de la misa la mitad.

¡Joder! Podría estar en El Gezirah, en el Semiramis, o el Concorde El Salam, lujosos hoteles en los que dispondría de todo lo que se me antojase. No es que no tenga todo lo que necesite en el barrio islámico… no, es más bien que me gusta tener un poco de intimidad, ¿sabéis?

Pero no me hagáis demasiado caso. Es tan solo el berrinche. No puedo quejarme de nada. Esta gente se ha tirado de sus propias camas para que Nadia y yo durmamos juntos. En un principio, ella intentó hacerles comprender que no éramos pareja, pero aquí nadie parece escucharla cuando habla de esas cosas tan abstractas. ¿Lesbiana? ¿Pareja de hecho? ¿Libre albedrío? La miran como si se hubiera fumado una pipa de opio.

Así que Nadia ha decidido pasar del tema y compartir cama conmigo. Claro que yo tan feliz, no es para menos, pero que conste que me he mantenido siempre en mi rincón… hasta que ella ha cruzado la raya, claro. Es que ambos somos muy débiles para combatir la tentación.

Por lo tanto, hemos llegado al tácito acuerdo de que ella no está engañando a Denisse con otra mujer, y yo… bueno yo soy así, lo sabe hasta el Tato. Como vamos a pasar varias semanas aquí, lo mejor es consolarnos entre los dos, ¿no? Donde hay confianza… da asco, ¿no es así el dicho?

El caso es que cuando nos levantamos de la cama del oráculo, a la mañana siguiente del primer día, Yassin ya no estaba y Ras seguía cabreado, sin hablarme. Así que decidí llamar a España para contar novedades, pero, asombrosamente, nuestros móviles se habían volatilizado. Nadia y yo subimos aquella escalera pétrea que se encontraba al lado de la alcoba y que nos condujo a la trastienda de una carnicería. El tipo de mandil ensangrentado ni siquiera se sobresaltó al vernos surgir de la trampilla del suelo. Siguió despedazando un cordero como si fuese muy habitual que los clientes brotasen del suelo.

Nadia habló con varias personas que pronto se nos acercaron. Estaban allí para atendernos en lo que quisiéramos, pero ninguno podía dejarnos llamar desde un móvil.

― Yassin les ha dejado muy claro que sólo podemos llamar desde un locutorio o esperar a que ella regrese a mediodía. Traerá un teléfono seguro para nosotros – me traduce Nadia.

― ¿Qué pasa? Es que vigila la CIA? – mascullé.

― Peor, el MOSSAD… las comunicaciones no son seguras. ¿Quieres ir a un locutorio?

― ¿Estás de coña? Esperaré.

― Bien. Nos esperan para desayunar – me comentó Nadia, mirando los gestos que le hacía una de las ancianas.

Esto es hospitalidad y no la que te dan en Lourdes. En los días que llevo aquí, he comido en más de una docena de hogares y dormido en al menos cuatro camas distintas. Parece que se nos rifaran entre los vecinos, para ver quien tiene el honor de acogernos.

Cuando Yassin regresó, me encontraba sentado sobre la alfombra de una habitación atestada de tíos. Estábamos hombro con hombro, pasándonos un cachivache lleno de grifa de uno a otro, entre una humareda apestosa. Todos bromeaban y me daban palmadas en la espalda, pero ¿qué queréis que diga? Yo como los tontos, diciendo a todo que sí y dándole caladas a la cosa aquella. Para colmo, obligaron a Nadia a marcharse a otra habitación, donde estaban las mujeres haciendo el almuerzo. Tuve miedo que sacara su “alma mater” – que es como llama a su pistola – y pusiese en fuga a todos aquellos musulmanes.

Me alegré una “hartá” de ver al Oráculo, principalmente por dos motivos: uno, poder alejarme de todas aquellas “atenciones” y, segundo… hombre, Yassin es un dulce para el ojo, que coño.

― ¿Tan jodidas están las comunicaciones en este país? – le pregunté a bocajarro. Ella me sonrió y me hizo una seña con el dedo para que la siguiera.

Subimos hasta una azotea típica, cuadrangular, de muretes bajos y encalados, y tenderetes llenos de ropa secándose. Yassin iba vestida con ropa oscura y amplia, que aunque no era un burka, casi podía pasar por uno. Sin embargo, no llevaba el rostro cubierto. Del interior de sus ropajes, sacó un grueso teléfono que reconocí de inmediato: un aparatejo de uso militar, seguramente de emisión codificada y enlace por satélite. Me lo entregó, diciéndome:

― Es seguro y no se puede rastrear. Úsalo siempre para llamar a Madrid. no te puedes fiar de otro sistema, por el momento.

― Bien, me vale. Creía que en Egipto, las mujeres tenían un poco más de libertad – señalé su ropa.

― Y la tienen, pero estamos en el barrio islámico, hermoso. Hay tradiciones que respetar…

― Ya veo. Tengo que llamar a mi esposa…

― Por supuesto. Le diré a Nadia que suba en un momento para hablar también con su pareja.

― Su novia – detallé, sólo por el placer de verla torcer el gesto, pero no lo hizo. Asintió y descendió la escalera de mano que llevaba a la terraza.

Bueno, no voy a aburriros con la batalla dialéctica que tuve con Katrina. Sólo os diré que el teléfono estuvo a punto de terminar en la otra punta del barrio. Katrina no quería saber nada de fuerzas, de coaliciones, de dioses, ni otras patrañas. Había ido a Egipto a conocer al confidente Maat y lo había hecho. Punto. Me quería en casa al paso, en horas, o vendría en persona a por mí.

Creo que ese humor tiene que ser debido al embarazo y eso me tiene acojonado de verdad. Hasta ahora, es lo único que ha vuelto a resucitar a la antigua Katrina, “la perra”. Todas esas hormonas y enzimas en el torrente sanguíneo han despertado al dragón, y os juro que tiene aún más mala leche que antes… mala leche y experiencia.

Así que tuve que tirar de todas mis reservas de dulzura, buenas palabras, y promesas, para calmarla y hacerle comprender la oportunidad que se nos ha brindado. Bueno, debo decir que Nadia me echó una mano al subir rápidamente a la azotea, y Denisse, ya con el “manos libres” puesto, al otro lado, contribuyó también.

Tras más de una hora de tira y afloja, de explicar mil veces toda la asombrosa historia del Oráculo, y de jurarle que estábamos bien, quedó más o menos convencida del asunto. Sin embargo, quedaban detalles aún al aire, por lo que entregué el teléfono a Nadia y la dejé hablar en privado con su chica. Debo confesar que escapé de mi esposa, sí señor. No disponía de más munición defensiva. No tenía ni idea de cuánto tiempo tendría que quedarme en la tierra de los faraones, ni cómo afectaría todo ello a nuestros propios asuntos. Lo de no alojarme en un buen hotel, tampoco la convencía demasiado. Luego estaba el asunto del cercano parto de Elke y Pam, que variaban días en sus fechas calculadas. Katrina quería saber si estaría de vuelta para el evento, y yo no tenía ni puñetera idea.

¡Claro que quiero asistir al nacimiento de mis hijos! ¡Haré todo lo posible por estar allí! Pero no puedo prometer nada porque no depende en absoluto de mí. Espero que pase pronto la primera fase del embarazo de Katrina. En vez de nauseas y antojos, creo que le ha dado más bien por tomar un Kalashnikov y poner a todo el mundo firme, coño.

Me encontré con Yassin poniendo la mesa, en un estrecho y sobrecargado comedor. Ella me miró y se rió suavemente. Me pregunté si ya conocería la discusión que había tenido con Katrina? No me extrañó en absoluto.

― No parecía muy de acuerdo, ¿verdad? – me dijo.

― No, para nada. Creo que el embarazo le ha cambiado el carácter – me encogí de hombros.

― Claro, tú eres un experto – se cachondeó. Una de las viejas se carcajeó groseramente en mis barbas, cuando levanté los ojos al techo en un gesto de rendición.

― ¿Cuáles son los planes? – pregunté, cambiando de tema.

― Quedarnos aquí.

― Pero… ¿Es broma, no? ¡Yassin, hay que conseguir informes, trazar evaluaciones, planificar un montón de cosas…!

― Sí. Todo se hará aquí – y siguió poniendo vasos sobre la larga mesa, tan tranquila.

Decidí callarme. Ese no era mi día, seguro.

La verdad es que el Oráculo tenía razón. Todo ha sucedido en aquel barrio de gente humilde, bajo los cimientos de sus casas. Han pasado varios días, de hecho, hace ocho ya que nos bajamos del avión. Cada anochecer hemos bajado al templo, en el cual hemos recibido a una multitud de semitas anodinos, que han alabado primero los antiguos dioses y luego nos han detallado sus informes. No importa que sean albañiles, tenderos, esparteros, o servidores públicos; todos ellos han hecho su trabajo con gran meticulosidad y duro empeño. Sus informes son exhaustivos y fieles, y, además, ponen énfasis en ciertos aspectos que los investigadores militares no contemplan.

De esa forma, podemos saber detalles que pueden ser de utilidad según los distintos personajes. El despecho de un ayudante, la profesión del hermano de la amante de un rico anticuario, lo que gasta la esposa de un edil corrupto, o… por ejemplo, en qué tienda se han comprado todas las cerraduras de un bien surtido almacén.

Disponiendo de tanta gente a tu disposición y tan integrada en el tejido social, los informes se suceden sin pausa, y pronto Yassin debe conseguirme ayudantes para filtrar toda esa información. Así que, sin pretenderlo, organizamos una enorme oficina de inteligencia, en la que los agentes son amas de casa, tenderos cotillas, y herméticos mercaderes.

En esos días, he podido darme cuenta de la cantidad de fieles que se entregan a la vieja religión. En un país islámico como Egipto, que puedas contar por miles los seguidores de una religión muerta hace más de mil años, es todo un triunfo. ¿Qué ha llevado a toda esa gente a cambiar de creencia? ¿Con lo arraigada que está su fe en Alá, cómo reniegan de ella para abrazar un culto politeísta?

Para mí es que están hasta los huevos del rollo de los imanes, de los putos ayatollahs, y de todos los vividores que se han colgados a sus chepas desde hace años. Un tema religioso tan fanático, absorbente y prohibitivo debe cansar bastante. Pero el caso es que parecen muy contentos de servir a los antiguos dioses. También hay que decir que los dones del Oráculo convencen a cualquiera, incluso a mí.

No he sido yo muy dado a creer en nada, y aún menos desde que Ras se reveló. Sin embargo, Yassin, con sus sencillas palabras y su propia historia personal, me está convenciendo de la existencia de unas entidades sobrehumanas que llevan miles de años con nosotros. ¿Son dioses, u otra cosa? ¿Alienígenas procedentes de otro mundo? ¿De otro Plano? ¿Del interior de la Tierra? Vete a saber… lo único que sé con seguridad es que si pueden ayudarme con mis enemigos, sin duda les alabaré.

Mi paciencia ha llegado al límite. Desciendo la escalinata hasta el aposento de Yassin y entro sin llamar. Está escribiendo en su portátil. Levanta la mirada y enarca una ceja al verme.

― ¿Necesitas algo, Sergio? – me pregunta. Una camisa azul, desabrochada, cubre su torso, mostrando parte de sus perfectos senos. No puedo ver si lleva algo más cubriendo sus piernas porque la mesa las oculta.

― Sí, tengo que salir de aquí. Voy a volverme loco…

― ¿Claustrofobia?

― Algo parecido. Aburrimiento – apoyo mi trasero sobre la mesa redonda.

― Vale, lo veía venir – sonríe. – Tengo programados unos días de viaje, tú, yo y Nadia, por supuesto.

― ¿Ah, sí? ¿Dónde?

― Tenemos que planear in situ, así que visitaremos otros lugares y te enseñaré tanto la sociedad actual de Egipto como los lugares ancestrales. ¿No es lo que querías?

Ya debería saber que no puedo esconderle nada. Ve casi todo lo que yo veo, y conoce lo que pienso.

― No sólo de ti, chico. Recuerda que la bella flor puede oírme como tú.

Yassin asiente, con una sonrisa, pero no contesta. No me molesto en pensar la contestación, sino que la digo en voz alta.

― ¿Se te ha pasado el enfado, viejo?

― La sorpresa me abrumó. No estoy acostumbrado a que mis palabras sean escuchadas por otra persona que no seas tú. Pero, ahora, con más calma, me siento halagado.

― ¿Halagado? – Esta vez es ella la que pregunta.

― Sí. De nuevo tengo la oportunidad de charlar y codearme con una bella dama, ¿no es cierto’

Sonrío con alivio. Ras está aprovechando la situación para desempolvar su compendio de seducción. Puedo entenderlo, por supuesto, hace más de cien años que no le ha tirado los tejos a una mujer, literalmente.

― ¿Dónde iremos? – vuelvo a la proposición del Oráculo.

― Oh, sí… mañana viajaremos a Giza, a visitar las pirámides y la Esfinge, por supuesto. Venir a El Cairo y no verlas es pecado – no me gusta su tono; es como si se estuviera cachondeando de mí. – También visitaremos el museo de antigüedades. Después, nos trasladaremos a Luxor, y más tarde, a Asuán. ¿Qué te parece?

― Por mí está bien – me inclino hacia ella, buscando conectar mis labios. Su índice se posa sobre mi boca, frenándome.

― ¿Cómo te encuentras? – me pregunta.

― Muy bien, ¿por qué?

― La bendición de los viejos dioses ha debido empezar a afectarte… ¿Sientes algo extraño? Por muy nimio que parezca… — me mira intensamente con esos tremendos ojos que cambian de color cuando menos te lo esperas.

― Pues… no sé. Me siento en forma, muy dinámico. Por eso estoy loco por salir de aquí. Duermo poco y estoy todo el día muy activo, como con las pilas a tope, ya sabes…

― Yo también siento cosas…

― ¿Tú? – se asombra ella. — ¿Qué sientes, Rasputín?

― Las percepciones que comparto con Sergio se han disparado, aumentando exponencialmente. Controlo sus sentidos como nunca lo he hecho.

― No me esperaba algo así. No creí que el alma de Rasputín fuera afectada por la bendición. Él no es humano ya – comenta ella.

― Pero vive y actúa dentro de un humano, ¿no? Si yo soy afectado de alguna manera, tiene que modificar su percepción de sentir la vida a través de mí.

― Es cierto.

― Y lógico – admite Yassin. – Debéis estar al tanto de los cambios, pues estos suceden a medida que el entorno y las condiciones de vida influyen sobre tu cuerpo y mente. En estos días, has estado inmerso en un ambiente protegido y calmo, por lo que las bendiciones apenas han actuado, pero…

― Pero si me expongo a situaciones estresantes, puedo cambiar de repente, ¿a eso te refieres? – termino.

― Sí.

― ¿Me transformaré en un hombre lagarto o algo así? – bromeo.

― No, nada tan extremo. Sólo reaccionaras al medio, eso es todo – me contesta antes de volver en lo que sea que esté trabajando.

* * * * * * * *

No he sentido el calor de Egipto hasta que hemos llegado a la llanura de Giza. A pesar de estar en marzo, el sol aprieta fuerte y el viento transporta granos de arena y polvo que nos reseca la boca. Aún así, vale la pena situarse a la sombra de esas magníficas construcciones. Contemplar tan titánica obra, ingeniada por los que creíamos unos antepasados atrasados y faltos de inventiva, me hace sentirme pequeño e insignificante.

En el momento en que nos hemos bajado del coche en la necrópolis de Giza, un jovencito llamado Tessi se acercó a Yassin y le tomó las manos, apoyando su frente sobre el dorso de ambas, en señal de respeto. El niño no tiene más de doce años y se muestra como todo un pilluelo buscavidas. Vende fotografías, mapas, refrescos fríos, tabaco, y sirve de guía por un precio acordado. Sin embargo, no nos pidió ni una piastra, y no se despegó de nosotros, ayudándonos en todo.

Sacó fotos de Nadia contra la pirámide de Keops, o apoyada en la Gran esfinge. Tomó otras de los tres, como si Yassin, Nadia y yo fuéramos turistas normales y corrientes. Debo decir que Yassin viste a la usanza europea, con un pantalón caqui bien ajustado a sus piernas y caderas, así como una camisa de amplios bolsillos. Lleva sus trenzas recogidas bajo un pañuelo y porta un amplio sombrero para protegerse del sol, al igual que nosotros.

Cuando le pedí a Tessi que le sacara un par de fotos a Yassin, a solas, el niño fue a pedirle permiso, con los ojos bajos, demostrándome la importancia que el Oráculo tiene para su gente. Sin que nadie le dijera nada, nos trajo, a media mañana varios refrescos y pedacitos de fruta que nos revitalizó. No quiso aceptar el billete de diez libras egipcias que intenté darle y se mostró ofendido cuando insistí. Yassin movió negativamente para que no siguiera por ese camino.

Ha llegado el momento de entrar en la gran pirámide y mi corazón se acelera por la emoción. Incluso Ras está impaciente. El niño se queda fuera, enfrascado en su negocio habitual. A medida que ascendemos por la larga rampa de madera con travesaños que conduce a la Gran Galería, el olor del interior de la pirámide llena mis pulmones. No puede decirse que sea una atmósfera viciada ni antigua, dados los canales de respiración que existen, pero contiene algo que acaba afectándome, algo que me recuerda al pasado.

La visión se me hace borrosa, las estrechas paredes del pasadizo amenazan con cerrarse del todo, y comienzo a sudar como un cerdo, empapando la camisa. Nadia se da cuenta y hace que me apoye en ella hasta llegar a la Cámara del rey. Allí, con disimulo ya que llevamos un grupo de ruidosos belgas con nosotros, me deja apoyado contra un muro granítico.

En ese momento, las visiones me alcanzan y me pierdo en ellas.

Ya no estoy en el interior de la pirámide, sino debajo de una tela sujeta por mástiles y que me da sombra. Hay polvo por todas partes y hace calor, mucho calor. Varios hombres me rodean, vestidos con túnicas livianas, e inclinados sobre una mesa cubierta de croquis y dibujos. Tienen la tez cetrina pero no se parecen en absoluto a los egipcios de ahora. Algunos ni siquiera parecen semitas. Sus ojos oscuros están perfilados de negro y portan muchos adornos en el cuello, lóbulos e incluso en sus cabellos aceitados.

¡Son antiguos egipcios! Me miro las manos, con una clara intuición mordiéndome el vientre. Llevo las muñecas enfundadas en unos brazaletes de brillante cobre y un grueso anillo con una piedra de jade en el dedo. Porto sandalias de cuero y visto una especie de falda de lino hasta la rodilla. ¿Quién coño soy?

― Cálmate… es una visión – la voz de Ras me tranquiliza. – Pero tan nítida como jamás la he tenido.

― Ya se nota que es nítida, joder. Me he quedado a cuadros – murmuro, mirando aquellos hombres que parlotean en un idioma desconocido.

― Creo que estamos asistiendo a la construcción de la pirámide.

Me doy cuenta que tiene razón. Fuera del pabellón de tela, la visión se aclara, permitiéndome ver parte del exterior. Estamos en el desierto y hay gente trabajando en el polvo. Paso al lado de los hombres reunidos sin que éstos se dignen mirarme, y me asomo afuera. El impacto en mi mente es brutal. He visto escenas parecidas en películas, me he tragado documentales en los que se explicaba la teoría sobre la construcción de la Gran Pirámide, casi paso a paso. Incluso hice un trabajo para clase sobre ello… pero…

¡Allí no hay nada de eso! Una gran rampa de tierra, de más de un kilómetro de larga, sube en una poca pronunciada pendiente hasta un enorme agujero, situado en una de las caras de la pirámide, que se encuentra a medio levantar. Los obreros cantan y parecen estar de fiesta, hablando los unos con los otros mientras realizan tareas ciclópeas, como si nada. ¿Dónde están las cuadrillas de trabajadores empujando sillares? ¿Dónde están las tan cacareadas grúas de madera que Herodoto describió? ¿Y los duros capataces? ¿Los golpes de látigo al aire? ¿Los bueyes arrastrando pesadas cargas?

¡No están! Sólo hay tipos sonrientes y flacos que parecen putos Supermanes, arrastrando en pareja sillares de dos toneladas rampa arriba. ¡Dos hombres tan sólo para una de esas pesadas piedras! Hay mujeres repartiendo agua por doquier, y los hombres se detienen a charlar con ellas, tirando de las gruesas maromas de cáñamo que sujetan su colosal carga.

Una rampa interior en espiral, flanquea los muros de la pirámide. Los materiales entran al interior a través del gran boquete que está en una de las caras, y son arrastrados a la altura deseada a través de esa rampa interna. A la altura en que están trabajando, una docena de hombres se dedican a incorporar perfectamente los sillares que llegan, junto a sus hermanos ya colocados. Unos, armados de cinceles y mazos, nivelan la superficie para que encajen al milímetro; otros levantan el bloque usando cuerdas, y unos terceros, lo empujan hasta situarlo en el lugar indicado. Es como si estuvieran jugando al Lego, pero con piezas para gigantes, sólo que no parecen pesarles o, más bien, como si dispusieran de una fuerza y resistencia más allá de lo humano.

Ni siquiera los trabajadores son millares. Se suponía que los agricultores de las plantaciones de las márgenes del Nilo se convertían en obreros constructores en los meses en que el río se desbordaba, y esto parece confirmarlo, pero sólo son unos pocos de cientos. Sin embargo, hacen el trabajo de miles…

― Efectivamente, Elegido.

La nueva voz es como el chirrido de un pájaro enorme, y hace que cada uno de mis nervios tiemble y se agite. Ras barbota una salvaje maldición, impulsándome a girarme a toda velocidad.

Uno de los hombres que se encuentran inclinados sobre los planos de la mesa, alza la cabeza, mirándome, sólo que ya no es una cabeza humana, sino la de un enorme halcón, mientras que su cuerpo sigue siendo humano.

― ¡Horus! – exclama Ras, usando mi propia garganta.

― Así es, Monje. Bienvenidos a los recuerdos comunes de los dioses – cada palabra que pronuncia es como si me picoteara el cerebro.

― Retírate, Sergio. Deja que yo me encargue. A mí no me afecta. ¡Pasa a segundo plano, idiota!

No me queda otra más que obedecerle y me dejo hundir hasta un rincón seguro y tranquilo, en el que puedo observar sin sufrir.

― ¿Qué estamos viendo?

― Al arquitecto Hemiunu dirigir la colosal obra de Keops, por supuesto.

― ¿Por qué vemos esos hombres hacer el trabajo como titanes? ¿Acaso es una simplificación de la obra?

― En absoluto – se ríe el dios de cabeza de halcón, de forma siniestra. – Todo sucedió así, tal como lo estáis viendo.

― ¡No es posible!

― Sí lo es, y lo estás descubriendo a tu pesar. Es la única explicación factible a todas las preguntas hechas por los hombres a lo largo de los tiempos. ¿De qué otra forma podría haberse terminado esta obra, sin poner en peligro el futuro de esta tierra desértica? Aquí no hay madera para levantar postes ni aparejos, ni suficientes hombres para trabajar en una obra así, sin abandonar los campos. ¿Trabajar tres meses al año y acabar la obra en veinte años? ¿A qué idiota se le ocurrió esa teoría?

― A Herodoto, un historiador griego.

― ¡Un iluso!

― Entonces… ¿Fuisteis los dioses quienes prestasteis vuestro poder? ¿Ayudasteis a construir la Gran Pirámide?

― Les dimos nuestra bendición, como se la hemos dado al Elegido. Gracias a ella, sus cuerpos se fortalecían durante los meses que trabajaban en la obra. Después, revertían a la normalidad para reponerse hasta el año siguiente. Cuando llegue el momento, Sergio también podrá llevar a cabo asombrosas tareas. Pero no sólo les otorgamos nuestras bendiciones, sino también el saber, los cálculos necesarios para levantar ésta y otras construcciones. ¿Acaso no es evidente que esto va más allá de erigir una mega construcción?

― Sí, ya conozco la relación con la constelación de Sirio, la disposición de las pirámides con el eje de la Tierra, y las demás anormalidades que contiene la Gran Pirámide.

― El pueblo egipcio se adaptó enseguida a la sabiduría que le entregamos, pero no fue quien la desarrolló. Cuando desaparecimos, también lo hizo la sabiduría que le elevaba por encima de otros pueblos.

― ¿Y por qué desaparecisteis?

― No es el momento de hablar de eso, Monje – el tono de Horus fue tajante. – Recuérdale al Elegido lo que ha visto… recuerda…

― ¡Sergio, Sergio! – el tono urgente de Nadia entra en mi cabeza, sacándome del rincón oscuro en que he estado postrado.

Su mano está sacudiendo mi mejilla y no precisamente con caricias. Su voz denota preocupación.

― Ya, ya estoy… ¡Deja de hostiarme, coño! – gruño, abriendo los ojos.

Nadia está inclinada sobre mí, el ceño fruncido, la verde mirada chispeando. Detrás, Yassin tiene los brazos cruzados y se mordisquea una uña, pensativa. Los belgas cuchichean entre ellos, mirándome de reojo.

― Tengo claustrofobia. No pasa nada – les tranquilizo, agitando una mano. No sé si me han entendido. Que les den. – Tengo que salir de aquí.

Yassin asiente con la cabeza y Nadia intenta ayudarme a bajar la pendiente de madera. Me deshago de ella y bajo corriendo, dejándolas atrás. El impulso de salir me puede, y no sé por qué. Nunca he tenido claustrofobia, aunque tampoco había estado nunca en la Pirámide de Keops. Pero intuyo que es algo más bien relacionado con lo que he visto en el interior.

Cuando Yassin y Nadia salen al exterior, estoy sentado en el chiringuito de Tessi, bebiéndome una limonada y digiriendo todo lo que me cuenta Ras, quien se calla al aparecer el Oráculo. Como si sirviera de algo.

― ¿Qué te ha pasado en el interior, patrón?

― Ras ha tenido unas palabras con Horus – mascullo, dejando a Yassin con la boca abierta. — ¿No lo has visto tú, Oráculo? – le preguntó con un tono ácido.

― ¿Horus? No… no siempre veo cosas a la vez que tú, Sergio. Muchas veces lo hago después, en sueños – me dice, recomponiéndose.

― Ya. Pues el dios de cabeza de pájaro nos ha mostrado gentilmente la construcción de la Gran Pirámide.

― ¿Qué? ¿De veras? – exclaman las dos, cada una por un motivo distinto, claro.

― Y debo decir que jamás os imaginaríais cómo se construyó… ni de coña – digo, apurando el refresco. – Tus dioses me dan la impresión de no proceder de la imaginación humana, Yassin. Tienen toda la pinta de venir de un sitio lejano – y mi pulgar señala el cielo.

― Aún así, son dioses – se encoge de hombros y debo reconocer que tiene razón. ¡Qué importa de dónde vengan si demuestran tener poder y dones sobrehumanos!

― ¿Qué hacemos? ¿Te sientes con ánimos de seguir viendo pirámides? – pregunta Nadia, cambiando la conversación.

― No, la verdad es que no.

― Podemos ir a Luxor. En unas tres horas podríamos… – interviene Yassin.

― Nanay. No voy, al menos hoy – refunfuño como un crío.

********

La bendición de los antiguos dioses no sólo me ha cambiado a mí, tal y como dijo Horus en la visión que me impactó la semana pasada, sino que también ha cambiado a Ras y su relación simbiótica conmigo. Aún no he podido comprobar los cambios y mejoras que se han producido en mi cuerpo – ni tampoco he tenido ganas, la verdad –, pero sí hemos notado el aumento de las percepciones del viejo, y lo han hecho de forma exagerada. Debo tener cuidado con los dones que compartimos, ya que parecen haber crecido tanto que hay veces que escapan a mi control. Hablo de la mirada de basilisco, las intuiciones que nos embargan, el control de los sentidos… todo está magnificado, y es tan sencillo caer en la tentación…

Al día siguiente de nuestra visita a Giza, de mejor humor esta vez, hemos visitado el templo de Karnak y el de Luxor, en la antigua Tebas. Allí sí que estamos en el puto desierto, a cuarenta grados, sobre todo cuando paseamos por el Valle de los reyes y fuimos a ver los Colosos de Memnón.

De allí, partimos hacia Asuán al tercer día; tres días de reuniones secretas y más informes. Llegamos a Asuán al atardecer. Como en Luxor, un grupo de familias nos dio hospitalidad. El Oráculo fue requerido para asistir a un rito funerario y partió sola durante buena parte de la noche. Esa es otra cosa que me ha llamado mucho la atención del nuevo culto egipcio: los ritos de embalsamamiento y la creencia en una nueva vida ligada al cuerpo mortal, en otro Plano. Al parecer, han recuperado la técnica que usaban los antiguos embalsamadores, y la han mejorado con las nuevas tecnologías. He tenido la oportunidad de ver uno de los cadáveres ya preparados y a punto de ser cerrado en el sarcófago de aluminio, y es verdaderamente impresionante.

La lógica avala a estos cultistas. Si durante el tiempo de vida terrenal hemos luchado tanto por nuestros cuerpos, contra enfermedades, lesiones, por mantener la belleza, la plenitud, y la forma física, ¿por qué vamos a deshacernos de ellos en el momento de la muerte, por la esperanza de un alma que nadie ha visto, ni comprobado científicamente? ¿No es mejor quedarnos con el envoltorio que nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida, debidamente conservado? Como he dicho, es lógico y factible con las nuevas técnicas, pues no sólo utilizan el método de embalsamamiento. Los más adinerados optan por nuevos métodos, como la crionización, o la conservación en un ambiente totalmente aséptico.

Por mi parte, no sé qué pensar de todo ello. Mi cerebro aún está procesando datos sobre la existencia real de estos dioses. La pregunta que más me hago es: ¿Si existen los antiguos dioses egipcios, existen también los demás dioses? El Olimpo griego-romano, el Asgard nórdico, Jehová, Alá, Budá, Kali, Manitú… ¿Pueden estar todos ahí, en un rincón de nuestro universo, esperando a revelarse? Joder, que miedo…

El caso es que me encuentro tumbado en una cama extraña, en una ciudad a orillas del Nilo, dándole vueltas a todo esto. Por otro lado, me digo que debo llamar a casa para interesarme por los últimos días de embarazo de mis chicas y de mi esposa. No quiero que me den una sorpresa de última hora.

― Hay dos chicas delante de la puerta. Están cuchicheando – ahora sí que es difícil sorprender a Ras. – Se trata de la hija mayor de la familia y otra jovencita que no reconozco.

El sonido del picaporte llega hasta mí, junto con un quedo murmullo. Unas risas contenidas y unas sombras que se mueven hasta el interior de la habitación. Entonces, enciendo la luz.

Las chicas se sobresaltan y están a punto de salir corriendo.

― Stop! – exclamo y se quedan clavadas, alcanzadas por mi voluntad. – Come here!

Las observo mientras avanzan hacia la cama. Llevan el oscuro pelo suelto y recién cepillado, y visten unos largos camisones que sólo dejan al descubierto sus descalzos pies. Una de ellas estará cerca de los dieciocho años, y, a pesar del control mental, sonríe, mirándome con ojos oscuros y chispeantes. La otra es más joven, entre los catorce y dieciséis años, con rasgos muy parecidos.

― Sisters? – pregunto, señalándolas.

― Cousins – responde la mayor. Así que primas…

― What are you doing here? – que menos que preguntarles lo que están haciendo en mi cuarto.

― Mi prima quería conocerte. No se creía que fueras tan guapo – traduzco su vacilante inglés.

Sonrío y ellas me imitan, mostrándome grandes paletones y un par de dientes montados, que dotan de verdadera simpatía sus sonrisas. Son bastante atractivas, debo reconocer, y llevo a obligado plan unos cuantos días. No es muy buena idea que estén aquí. Así se lo hago saber.

― Podríais tener problemas si os pillan aquí. Las chicas vírgenes no deben entrar en la habitación de un hombre.

― Eso es para las chicas musulmanas – me contesta la mayor, negando con la cabeza. – Las antiguas tradiciones son más… ¿abiertas?

― Sí, relajadas – comprendo. — ¿Así que podéis buscaros un novio cuando queráis?

― Algo así – se ríe, y le dice algo a su prima, haciéndola reír también. – Es… la oportunidad de conocer al Elegido…

― Bueno, pues ya me habéis visto. Ahora, podéis hacer dos cosas, o marcharos a dormir o subiros a la cama, conmigo…

Se miran la una a la otra, y asienten. Tras eso, se suben a la cama, colocándose una a cada lado de mí. Tímidas no son, vamos.

― ¿Cuántos años tenéis?

― Casi dieciocho – se señala a sí misma la mayor. – Ella quince. Me llamo Yelinda, mi prima Bessaméh.

― Yo Sergio – me presento, golpeando con mi índice la mejilla e, inmediatamente, me da cada una un beso allí. — ¿Y qué pensabais hacer en mi dormitorio?

― ¿Follar? – musita Yelinda, con una irónica sonrisa.

― Sois muy jóvenes – niego con una mano.

― Yo ya he follado con un primo y ella quiere ser mujer ya, no niña – señala a su primita. – El Oráculo dice que tú eres el instrumento de los dioses, así que todo estará bien, ¿no?

Joder con la lógica, coño. En otras palabras, no hacen nada malo si se acuestan conmigo, ya que soy el Elegido. La más joven dice algo en árabe que su prima me traduce al inglés.

― Mi prima dice que es muy buena servidora y que reza todos los días, así que tienes que hacerla mujer.

Eah, así y ya está. ¡Que aprenda la Iglesia! Si crees y rezas, vendrá un señor escogido por tu Dios y te desflorará… ¡Mucho mejor que la Comunión!

Entre risitas, apartan la fina sábana que cubre mis piernas y contemplan mi boxer. Nuevas palabras susurradas entre ellas y sus manos se lanzan a bajarme la prenda íntima. Intento frenarlas pero no sirve de nada, están dispuestas. Se quedan muy quietas al toparse con el tamaño de mi pene. La más pequeña agita una mano varias veces, mientras se ríe en silencio. La otra se muerde el labio inferior en respuesta. Pero no se echan atrás y toman mi miembro con sus manos. Su osadía me gusta.

Tironeo de uno de los camisones, subiéndolo y descubriendo las morenas piernas. Ellas captan la sugerencia y las blancas prendas salen por sus cabezas, demostrándome que no suelen gastar mucho dinero en ropa interior. Están absolutamente desnudas debajo del camisón. Aún cuando sus rasgos son un tanto aniñados, sobre todo en la menor, sus cuerpos no guardan relación. Son rotundos, totalmente desarrollados y, por lo tanto, hermosos. Senos medianos, unos vientres levemente hinchaditos, nalgas levantadas y bien redondas y unos pubis velludos y ansiosos.

Sí tenía alguna duda, se ha esfumado. Las abrazo a cada una con un brazo y las pego a mi cuerpo, al mismo tiempo que me tumbo. Sus bocas quedan al alcance de la mía y alterno los besos de una a otra. Sus manos acarician suavemente mi pecho y mis flancos, mientras sus labios aspiran mi aliento. Bessaméh imita a su prima, pues no tiene experiencia, pero Yelinda, sin duda, ha besado a muchos más que a su primo. Aún así, ambas chicas poseen labios turgentes, cálidos y realmente suaves, hechos para besar. En un momento dado, las dos chicas intentan introducir sus lenguas en mi boca, a la misma vez, haciendo que sus apéndices se rocen entre ellos. Esto conlleva que curioseen un poco más, dándose directamente la lengua.

― ¿Es la primera vez? – pregunto, reconociendo el gesto.

Ellas asienten, mirándome de reojo, sin dejar de jugar con sus lenguas, recostadas sobre mi pecho.

― Bueno, estoy seguro de que cuando acabemos, vais a ser algo más que primas – les digo mientras empujo sus cabezas hacia abajo, en busca de lo que interesa.

Sus dedos y sus bocas se posan, al mismo tiempo, sobre mi pene, cada una ocupada en un extremo. Yelinda chupando mis testículos, Bessaméh atareada con el glande y mi frenillo. Ponen tanto entusiasmo que me hacen suspirar. “Esto es un recibimiento a recordar”, le digo al viejo, quien me sonríe mentalmente.

Contemplo sus cuerpos desnudos, atareados sobre mí, expuestos a la descarnada bombilla que cuelga del techo. Sus largos cabellos azabaches se derraman sobre mis muslos. Sus cabezas se mueven, sinuosas, para llevar sus labios donde atrapar más carne. Sus nalgas se empinan a medida que sus bocas se afanan. Sus lenguas se encuentran entre ellas a medio camino, como si se saludaran al pasar, antes de continuar la tarea.

Están tan entusiasmadas con lo que hacen que si las dejara, estarían toda la noche ocupadas con mi polla. Pero recuerdo que han venido aquí a follar, ¿no es cierto?

Atrapo a Yelinda y aferrándole las muñecas, la subo sobre mi cuerpo, pegando su espalda a mi pecho. Las redondas nalgas se rozan contra mi polla, que está clamando ya por un agujero. Le suelto las muñecas y la abro de piernas, doblándole las rodillas. Su pelvis se tensa al sentir los punterazos de mi pene entre sus muslos. Bessamé, de rodillas, contempla todo el ritual, con ojos llenos de envidia. Penetro lentamente a la chica, que suspira y se estira completamente sobre mí. Su cuello se gira, su boca buscando la mía. Le doy la lengua mientras empujo con las caderas.

Pronto está gimiendo, la vagina colapsada, incapaz de tragar más. Ha entrado más de media, pero está topando casi con su útero. Me retraigo un poco y me deslizo de nuevo. La noto estremecerse. Alargo la mano y atrapo a su prima por el pelo, acostándola sobre ella.

No tengo que indicarle nada. Se fusionan en un apasionado beso mientras sus manos recorren todas las curvas y pliegues femeninos que encuentran. Yo sigo moviéndome despacio y con tiento. Yelinda no tarda mucho en gemir contra la boca de su prima, traspasada por un enorme orgasmo que la remueve por completo.

Su propia prima la quita de en medio. Ella también quiere lo suyo y está más que dispuesta. La dejo que me cabalgue, con sus ojos clavados en los míos. De esa manera, podrá tener control sobre lo que se introduzca en su virginal coñito. Restriego la polla sobre su vulva, poniéndola frenética. Se moja, se frota, y cierra los ojos, todo a la vez.

No puedo ver a Yelinda con el cuerpo de su prima delante, pero seguramente está observando como empujo la cabeza de mi polla en el interior del coñito. El himen frena mi entrada y me quedo quieto unos segundos. Yelinda le dice algo en árabe y yo intuyó que se refiere a si está preparada. Lo siento, es tarde para eso. Empujo y desgarro. Ese coñito me traga instintivamente y me obligo a dejarle un momento para acostumbrarse. Está tan caliente y húmedo que es realmente delicioso. No sé si la humedad es sangre o Bessaméh es toda una calentona, ya lo veremos más tarde…

La chiquilla es la que empieza a moverse, por su cuenta. La veo mordisquearse el labio una docena de veces y adoptar mohines de molestia y de placer, en completa alternancia. Se lanza a un ritmo mucho más acusado, botando sobre mí. Poco a poco, empujo más polla al interior de su coñito y acepta más que su prima más experimentada. Sus ojos se vuelven, mostrando el blanco, pero no aminora en absoluto. Esa niña se está corriendo y sigue follando. Para que luego hablen de las inexpertas. Por mi parte, ver ese rostro congestionado, con esa boquita jadeante, me lleva al límite.

― ¡Yelinda, sácasela! – exclamo, sin acordarme de los padres dormidos, ni de nada más.

La prima mayor aferra la base de mi pene y empuja las nalgas de su prima. En ese momento, mientras una descabalga y queda a cuatro patas sobre la cama, la otra recibe la emisión de semen en plena cara. Pero no suelta el rabo, ni hablar. Abre más la boca y saca la lengua para recoger lo que brote. Su prima observa atentamente el fenómeno y, cuando Yelinda pasa su lengua por mi glande para limpiarlo, se lanza sobre ella para lamer los restos que quedan en su rostro y labios.

Las veo rodar, lamerse y besarse, todo a la vez. Los dientes de Bessaméh se apoderan de los puntiagudos pezones de su prima y se pasa un buen rato torturándolos, hasta encender de nuevo a Yelinda.

― ¿Veis cómo os decía que ibais a ser algo más que primas? – les digo en castellano, poniéndome de rodillas. – Ahora, Bessaméh, le vas a comer todo ese coñito reluciente, ¿verdad?

Cuando le pongo la mano en la nuca, tirando de ella hacia abajo, me mira y sonríe, como si me entendiese perfectamente. Para mí, que es la más cachonda de las dos.

Empiezo a comprender a los musulmanes y sus costumbres. ¿Qué importa que sus mujeres vayan completamente tapadas por la calle, mientras follen en casa como estas dos hermosuras?

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “La Fábrica (36)” (POR MARTINA LEMMI)

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Mientras la vergüenza me corroía por dentro al punto de lo indecible, permanecí como idiota mirando el falo artificial que quedó allí, delante no sólo de mis ojos sino de los de todas, pues no hace falta decir que tan insólita escena había conseguido captar las miradas de todo el personal. Con mi rostro teñido de todos los colores posibles, eché un vistazo en derredor por debajo de mis cejas y, en efecto, puede comprobar que así era: las expresiones, al menos de momento, no eran de burla sino más bien de azoramiento; era como si todavía no llegaran a entender bien qué estaba pasando.

“¿No le decís nada al chico?” – me espetó Evelyn, gesticulando con aire histriónico.

“Eso… – intervino Rocío, quien se había acercado al escritorio sin que yo me diera cuenta y, al igual que todas, tenía la vista clavada sobre el objeto que el sereno acababa de depositar sobre el mismo; en su caso, la expresión no era de sorpresa pues, mejor que nadie, sabía a qué iba el asunto: más bien su rostro rezumaba fascinación, como lo evidenciaban sus ojos abiertos a más no poder -. ¿No vas a decirle nada?”

Cerré los ojos y apreté fuerte los párpados; ignoro con qué intención: tal vez sacar valor de donde no lo había para poder pronunciar las palabras que ambas me exigían. Con gran esfuerzo y balbuceando, lo logré:

“G… gracias. M… muchas gracias, señor”

Cuando volví a abrir los ojos y pude, con sobrehumano esfuerzo, mirar al joven a la cara, le vi sonreír y guiñarme fugazmente un ojo.

“No es nada, señorita – me dijo -; se la notaba asustada ayer”

“S… sí – musité -; le p… pido… p… perdón; no sé q… qué me pasó”

“Está bien, incidente olvidado – terció Evelyn, palmoteando el aire -; ya lo tenés de vuelta, nadita; después pasá por la oficina que te lo coloco”

Esa frase fue la más hiriente y degradante del mundo; y, para colmo de males, faltaba a la verdad; ella misma había hablado con Mica acerca de dejarme instalado el otro consolador y, por lo tanto, lo que acababa de decir no tenía sentido alguno: sólo lo decía para humillarme más frente a todas. Y vaya si lo logró: en ese momento volví a echar un vistazo en derredor y, ahora sí, pude notar que la mayoría reían o se miraban entre sí de modo pícaramente cómplice.

“Es… tá bien, señorita Evelyn” – dije, siempre manteniéndome en pie por no poder apoyar mi trasero en la silla.

“Ya podés sentarte” – me dijo, casi con desprecio, Rocío, quien se acercó a mí y tomándome por los hombros, me obligó a caer sobre la silla. No puedo describir el dolor que sentí… y no era sólo la paliza que me había propinado Mica; además, Rocío me sentó de un modo tan violento que el consolador que tenía en mi ano fue a parar unos tres o cuatro centímetros más adentro.

El joven se giró para regresar hacia la planta y Evelyn, de inmediato, hizo lo propio para retornar a su oficina; al momento de hacerlo, me dedicó una mirada que sólo rezumaba sádico disfrute. Rocío me miró con una expresión muy semejante y volvió a su escritorio, en tanto que las demás, poco a poco, se fueron calmando y regresando también a sus actividades, superado o no el impacto del momento. Yo quedé mirando fijamente el consolador que se hallaba sobre mi escritorio, el cual, ahora, parecía un juguete de niños en comparación con el que tenía instalado en la cola; era terrible, de todas formas, el verlo allí y me apresuré a guardarlo en un cajón para sacarlo de mi vista y la de los demás.

Habrán pasado unas dos horas sin novedades, en las cuales probé las mil posiciones posibles para estar sobre mi silla y poder desempeñar más o menos cómodamente mis labores en la computadora; finalmente opté por recoger mis piernas y arrodillarme sobre la silla: así estaba cuando, de pronto, Rocío, se me acercó.

“Me acaba de avisar Eve que te quiere en su oficina” – dijo, en voz deliberadamente alta para que las demás oyesen; de hecho, fue inevitable que todas girasen sus cabezas hacia mi escritorio.

No había ningún motivo para que Evelyn se hubiese comunicado por el conmutador con Rocío y no conmigo, salvo, claro, para hacerme pasar por un momento de vergüenza del tipo que yo estaba pasando ahora.

“Es… tá bien, señorita Rocío – respondí, casi en un susurro para que las demás no oyesen; se trataba de un más que vano esfuerzo de mi parte para contrarrestar el modo en que ella buscaba que la atención general se centrase sobre mí -; ya… mismo iré…”

Estiré mis piernas y salí de mi incómoda posición; en ese momento noté que Rocío rebuscaba con la vista por todo el escritorio: el objetivo de su búsqueda estaba más que obvio, pero aún así se encargó de dejarlo en claro:

“¿Y el… consolador?” – preguntó con extrañeza y gesticulando con sus manos en clara referencia fálica.

“Lo… guardé en un cajón, señorita Rocío” – respondí, aunque sin hacer el más mínimo amago por extraerlo de donde lo tenía guardado.

“Ah, okey – convino Rocío -; me dijo Eve que lo llevaras, así ella te lo coloca”

Seguía hablando en tono deliberadamente alto y, como no podía ser de otra manera, cada alocución suya era seguida por interminables rumores y risitas.

“Es… tá bien, señorita Rocío – dije, abriendo el cajón lentamente -; lo… llevaré…”

Había sabido todo el tiempo que se me exigiría que lo extrajera de allí pero, aun así, me demoraba en hacerlo a la espera de que las demás dejasen de prestar atención y volvieran a concentrarse en lo suyo; Rocío, sin embargo, no estaba dispuesta a concederme eso.

“Sacalo” – me ordenó, en tono frío y carente de emoción.

Otra vez eché el rápido vistazo en derredor; nadie me quitaba los ojos de encima… Muerta de vergüenza, saqué el objeto del cajón y lo levanté a la altura del pecho; busqué con la mirada algo en qué colocarlo para así llevarlo, pero Rocío se me anticipó:

“Lo vas a llevar en la mano” – me espetó, alzando una ceja y con una maléfica sonrisa dibujándosele en las comisuras.

“S… sí, s… señorita Rocío – acepté, gacha la cabeza -; como… usted… disponga”

Quedé mirando el piso y a la espera de que ella se apartase de mi camino para poder dirigirme hacia la oficina de Evelyn, lo cual implicaba el bochorno de tener que pasar ante el resto de las empleadas portando el objeto en mano. La rubia, sin embargo, se mantenía allí, con las manos a la cintura y luciendo una mueca divertida, tal como pude entrever mirándola de soslayo y por debajo de las cejas. Estaba más que obvio que disfrutaba de verme así de humillada y se tomaba su tiempo para paladear el momento; luego se hizo a su lado:

“Vamos” – me ordenó.

Recién entonces caí en la cuenta de que su plan era acompañarme y, al dejarme paso, quedaba en claro que ella marcharía por detrás de mí, pues, claro, no quería perderse el espectáculo de mi humillación. Tragué saliva; me aclaré la garganta:

“S… sí, señorita Rocío” – dije; y pasé a su lado saliendo de atrás de mi escritorio.

“Vamos” – repitió ella, propinándome una palmada en las nalgas para impelerme a avanzar; casi grité del dolor y no fue sólo que la cola me dolía aún por la paliza que me había dado Mica sino que, además, no golpeó en cualquier lado sino allí donde sabía que se hallaba la base del consolador que tenía inserto por detrás: el golpe fue lo suficientemente violento como para hundirme aun más el objeto.

Y comencé el vía crucis de mi humillación; no portando una cruz sino… un consolador. Pasé ante los escritorios de todas y pude ver y oír cómo se reían, cuchicheaban entre sí y no paraban de mirarme divertidas. Tal como había supuesto que lo haría, Rocío marchó tras mis pasos, lo cual era delatado por el sonido de los tacos a mis espaldas; daba la impresión de que el suyo era un paso triunfal, propio de quien exhibe una presa o una propiedad…

Al llegar ante la oficina de Evelyn, Rocío se me adelantó y golpeó con los nudillos: raro, pues ella siempre pasaba sin golpear; en cuanto se oyó la voz de la colorada al otro lado autorizando el paso, la rubia abrió la puerta y se hizo a un lado para que yo ingresase.

Me hallé ante una escena patética al entrar a la oficina; no era que no la hubiera visto, pero en ese momento no la esperaba. Luciano Di Leo se hallaba a cuatro patas sobre el escritorio de Evelyn, con los pantalones bajos; ése era, con seguridad, el motivo por el cual Rocío había golpeado a la puerta en lugar de entrar sin más: simplemente no había querido ser indiscreta.

“¡Mirá, Luchi! – exclamó, con exagerada alegría, Evelyn, quien se hallaba al otro lado del escritorio -. ¡Mirá lo que trajo nadita! ¡Lo que tanto extrañaste!”

En ese momento Luciano giró la cabeza hacia mí, pero rápidamente desvió la mirada; durante el fugaz instante en que me miró, pude advertir en su expresión sólo vergüenza. Era inevitable para mí recordar algunas de las cosas vividas con él y era terriblemente impactante el verle ahora en tan degradante situación. Fue extraño, pero en ese momento sentí una especie de amargo consuelo al pensar que no era yo la única que parecía no encontrar fondo en el pozo de su decadencia. Viéndolo allí, costaba ver en él al hijo del jefe y, mucho menos, al que algún día se quedaría con la fábrica; muy por el contrario, la sensación era que Evelyn y Rocío habían copado el lugar: eran ellas quienes ahora tenían el mando. La escena que siguió, por cierto, me lo confirmó en buena medida…

“A ver, nadita, acercanos eso” – me ordenó Evelyn mientras estrellaba una palmada sobre las nalgas de Luciano.

“Sí, señorita Evelyn” – respondí; y en ese momento tuve la sensación de que la voz que me salía era la de un autómata.

Avancé, tímida pero a la vez resueltamente, hacia el escritorio y, una vez que llegué, tendí a Evelyn el objeto que, rápidamente, tomó en mano. De modo perverso, lo colocó ante del rostro de Luciano y trazó con el mismo fintas en el aire haciéndoselo bailar a centímetros de sus ojos.

“¡Mirá, Luchi! – le decía, festiva -. Lo querés, ¿no? ¿Te gusta?”

Si algo faltaba para hacer más patética la decadencia de Luciano era verle sacar su lengua por entre los labios y arrojar rápidas lengüetadas al aire tratando de alcanzar el consolador que, sin embargo, Evelyn alejaba una y otra vez en que pareció que él estaba a punto de capturarlo. La imagen era la de un sapo atrapando insectos: también él estaba siendo reducido a una marcada deshumanización. La colorada no paraba de carcajear divertida al ver los denodados intentos que él hacía por alcanzar el artificial miembro, siendo acompañada en ello por su amiga Rocío, quien permanecía aún junto a la puerta y no paraba de reír.

Sádica y pervertida como sólo ella podía serlo, Evelyn terminó por alejar finalmente el objeto del rostro de Luciano para, rápidamente, inclinarse a hablarle al oído, aunque de modo claramente audible:

“Tu colita lo extraña, ¿no es así, lindo?” – le decía, mientras jugueteaba tomándole el lóbulo de la oreja entre los dientes. Luciano, abatido y completamente dominado, asintió varias veces con la cabeza. Se lo notaba ansioso, desesperado; y ése era, seguramente, el estado al que Evelyn había buscado llevarlo. Pero la colorada siempre iba un paso más allá:

“¿Querés que nadita te lo meta por el culito?” – le preguntó.

Luciano se estremeció y yo también. Ésa era una carta que, a decir verdad, no había esperado que Evelyn jugara. Luciano bajó la cabeza entre los hombros con notoria vergüenza. La colorada, lejos de disminuir su ofensiva al verle así, la incrementó. Apresó el lóbulo de la oreja de Luciano entre sus dientes y tironeó del mismo hasta hacerlo gritar… y puedo asegurar que él gritó como una chica.

“No te oigo – insistió Evelyn -. ¿Querés o no?”

Un débil “sí” llegó hasta mis oídos; lo dijo tan bajito que me vi venir que Evelyn lo golpearía nuevamente o bien le haría repetir su respuesta; la realidad fue que hizo ambas cosas…

“Quiero oírlo más alto” – le exigió mientras lo golpeaba en las nalgas nuevamente.

“Sí…” – reiteró Luciano, levantando un poco más el tono de voz, pero no lo suficiente como para conformar a Evelyn, quien le volvió a estrellar una palmada.

“¡Más alto! – le recriminó -. ¡Que lo escuche Rocío! Y nadita también desde ya, je…”

“¡Sí, por favor! – respondió Luciano -. Quiero que Sole… perdón… que nadita me lo coloque”

“Ajá – dijo Evelyn levantando la vista hacia el techo en una actitud pensativa que se veía claramente fingida; la verdad era que ella no dudaba en absoluto sino que en su cabeza ya todo el plan estaba minuciosamente armado -. Hmm, bien… a ver: ¿vos qué decís, Ro?”

Al oírse aludida, Rocío se adelantó hacia el escritorio hasta ubicarse a mi lado.

“Hmm, veamos – dijo -: Luchi quiere que nadita le meta el consolador por el culo. ¿Vos qué decís, nadita?”

Me tomó por sorpresa al pasarme la posta; de hecho, era extraño que me consultasen. Nerviosa, agité la cabeza en sentido negativo:

“P… para mí es… tá bien lo que ustedes dispongan, señorita Rocío” – logré articular.

“Porque además él te rompió el orto, ¿no? – preguntó Rocío, casi como ignorando mis palabras -. Sería un pequeño acto de justicia que vos se lo rompieses a él, creo yo”

Por dentro sólo la maldije: ¿cuál era el criterio con que consideraba como justo que yo, de algún modo, me tomase revancha de Luciano? ¿Cuál era el criterio cuando ella misma, junto a Evelyn, no había parado de maltratarme y humillarme? ¿No sería justo, a su entender, que yo también me cobrase en algún momento mis deudas con ellas dos? Parecía ser que no: cada vez estaba más que claro que, para esa altura, yo distaba de ser un ser humano. De todas formas, allí no había lugar para las disquisiciones ni, mucho menos, las objeciones y, después de todo, no era que no me atrajera la idea de, al menos en parte, hacerle pagar a Luciano por haberme dejado de lado: el imbécil se lo merecía.

“Sí… – dije -, creo que… sería justo, señorita Rocío”

“Bien – aprobó la rubia, asumiendo momentáneamente la voz cantante; acercándose a Luciano, lo tomó por los pocos cabellos que tenía y, arrancándole un quejido de dolor, le levantó la cabeza hasta que el oído de él quedó junto a la boca de ella, quien le habló entre dientes y con una voz que rezumaba alguna especie de rabia o resentimiento -, pero si querés cositas por el culo, no te va a ser sencillo, Luchi. Vas a tener que ofrecer algo a cambio”

Yo estaba pasmada; no podía salir de mi incredulidad: aquello era el mundo del revés; increíble e impensada escena la de ver al heredero de la empresa maltratado y sometido de esa forma por dos empleadas.

“Es cierto – intervino Evelyn, hablando con voz más pausada y tranquila -; hemos estado hablando con Rocío al respecto y decidimos que el consolador por la colita no te va a ser gratuito”

“Está bien… – decía Luciano, dolorido y entre dientes, pues Rocío no dejaba de sostenerlo por los cabellos -. ¿Quieren… un aumento? No hay prob… lema. Puedo… gestionarlo. Hablaré con mi pad…”

No logró terminar su propuesta porque Evelyn le estrelló con fuerza una nueva palmada en las nalgas.

“Callate, puto… – le dijo, con acritud -. Acá somos nosotras quienes fijamos los términos, ¿se entiende?”

Volvió a golpear a Luciano en la cola un par de veces, mientras yo seguía perpleja y, a la vez, morbosamente fascinada por la escena.

“¿Se entiende?” – le remarcó Rocío, volviendo a tironearle de los cabellos. La deshumanización de Luciano, ya para esa altura, poco tenía que envidiarle a la mía.

“S… sí, se en… tiende – balbuceó, con la voz entrecortada -. ¿Qué… es lo que quieren?”

En ese momento, Evelyn y Rocío se miraron entre sí y detecté un destello de complicidad; inclusive la primera asintió, con gesto de satisfacción.

“Queremos a Mica de vuelta en la fábrica” – soltó, sin más prólogo.

Fue como un balde de agua helada; no sólo, y por razones obvias, para Luciano, sino también para mí: ¿así que era ése el plan que ambas venían pergeñando? ¿Traer a Mica de regreso a su trabajo? No podía menos que inquietarme la idea, cualquiera fuera la forma en que eso pudiera darse: es decir, si Mica volvía estando yo allí, estaba más que claro que, a partir de ese momento, serían tres las que me iban a humillar públicamente en la fábrica; la otra posibilidad era todavía peor… ¿Estaban acaso pensando en devolverle mi puesto a Mica? De ser así, yo ya tenía un pie fuera de la fábrica; cierto era que, de algún modo, Evelyn se había comprometido a preservármelo: no era que lo hubiera dicho de modo tan directo, pero desde el momento en que había decidido guardar silencio acerca de mi embarazo, yo había dado por supuesto que, cuando menos, podía contar con ella para seguir en el puesto. Pero, ¿hasta qué punto podía confiar en ella? La imagen que yo tenía de la colorada era la de ser una persona pérfida, sádica y cruel, pero de palabra… ¿Y si no lo era realmente? Comencé a temblar como una hoja… Luciano, entretanto, había quedado mudo y sus músculos se advertían rígidos.

“Yo… no puedo decidir eso” – objetó con timidez, lo cual sólo le sirvió para recibir otro azote en las nalgas y el subsiguiente y consabido tirón de cabellos.

“Tampoco podés decidir los aumentos de sueldo que estabas prometiendo hace un momento” – le increpó Evelyn.

La lógica de la refutación era impecable; saltaba a la vista, en todo caso, que Luciano prefería mil veces hablar con su padre acerca de un aumento para las empleadas antes que de una reincorporación de Mica. Durante un rato, permaneció en silencio.

“Está… bien – aceptó, finalmente, en tono de resignación -. Pro… meto hablarlo”

“Con hablarlo no nos alcanza – le recriminó Rocío mientras lo jalaba nuevamente por los cabellos y le zamarreaba la cabeza a un lado y otro como si se tratara de un trapo -: vas a conseguir que la reincorporen o, de lo contrario, se acaban los juguetes para tu culito”

“¡Está… bien! – aceptó Luciano, en tono quejumbroso y con la cabeza bamboleante -. ¡Voy a… conseguir que la tomen n… nuevamente”

Rocío sonrió con satisfacción y detuvo el zamarreo; miró a Evelyn y le guiñó un ojo.

“Bien – dijo esta última -; para celebrar el acuerdo que tenemos, vamos a hacer que nadita te dé un poco de chiche por el culo, pero vas a tener que meterte en la cabeza algo: si no cumplís con lo pactado, ya no va a haber más…”

“En cambio, si te portás bien y hacés caso – intervino Rocío -, quizás hasta te consigamos algo mejor”

“¡Claro! ¡Como pasó con nadita! – completó Evelyn, mientras giraba la vista hacia mí -. A ver, nadita, ¿por qué no dejas que Luchi vea la cosita que te hemos instalado en el culo en premio por ser una chica obediente?”

La vergüenza y la humillación parecían no tener fin. Agaché la cabeza…

“Sí, señorita Evelyn” – acepté, tras lo cual caminé alrededor del escritorio hasta ponerme de espaldas al rostro de Luciano; una vez allí, me incliné lo suficiente como para que mi corta falda dejase entrever el perverso objeto que tenía alojado en la cola.

“¿Ves, Luchi? – le dijo, alegremente, Evelyn -; las chicas que se portan bien tienen su premio. Y vos sos una chica que se va a portar bien y vas a conseguir lo que te pedimos, ¿verdad?”

“Sí… – respondió Luciano, con una voz que sonaba apagada pero, fundamentalmente, derrotada -. Me… voy a portar bien”

El colmo del patetismo: aceptaba que lo llamasen “chica”.

“¡Muy bien! – exclamó Evelyn en tono de festejo -. Entonces, para celebrar que tenemos un acuerdo, vamos a lo prometido. Nadita, metele el consolador a Luciano por la colita”

Abandonando mi postura y volviendo a enderezarme, me giré para caminar hacia el extremo opuesto del escritorio; al hacerlo, vi a los ojos a Luciano y lo noté impotente, vencido e implorante: ello me produjo una enorme satisfacción y no pude evitar que una burlona sonrisa se me dibujara en los labios. A fin de cuentas, de todos quienes tanto me habían humillado desde mi entrada a la fábrica, él era el primero de quien tenía la oportunidad de tomar venganza de algún modo: quizás, incluso, sería el único… Por lo tanto, no sólo no era una oportunidad para desperdiciar, sino además para gozar…

Una vez que me ubiqué sobre su retaguardia, Evelyn me dio el consolador en mano y me detuve mirándole a Luciano la entrada del trasero, la cual se abrìa como una flor ya que Evelyn y Rocío, una a cada lado, se dedicaban a separarle los plexos. En ese momento acudieron a mi recuerdo los momentos de éxtasis anal que me había hecho vivir Luciano, momentos en los cuales el placer y el dolor se habían fusionado en la más perversa de las formas. Placer y dolor… Sí, eso era: exactamente lo que yo estaba por darle. ¿Lubricarlo con saliva? Que se olvidara: ese idiota de mierda, con los desplantes que me había hecho, se merecía el consolador en seco adentro del culo, así que, simplemente, lo llevé a la entrada anal y empujé… No puedo describir el placer que me causó escuchar el grito desgarrado que salió de su garganta; no me cabe duda de que se debió oír en toda la fábrica. No me importó…

CONTINUARÁ


Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (1)” (POR LUCKM)

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Historia de unas jovencitas muy calientes pero reprimidas
Hola, me presento, me llamo Calos 32 años, soltero… Vivo solo en el centro de Madrid, y esta es una historia que me paso hace poco, sigue en curso la verdad, tras buscar ideas en los relatos de esta web me decidí a compartir mi historia.

Como decía vivo en Madrid, en una zona tranquila conocida como ciudad universitaria, mi edificio tiene unas diez plantas y hay un poco de todo, familias y estudiantes en los apartamentos mas pequeños. Un día volviendo de trabajar vi un camión de mudanzas, un señor de traje cargaba con una caja bastante grande, al entrar en el portal tropezó, se hubiera dado un buen golpe si no fuera por que lo pare yo al ir delante de el. Se disculpo y yo le dije que no pasaba nada, al andar hacia el ascensor se dio cuenta de que se había echo daño en un tobillo, así que me ofrecí a llevarle la caja, subimos a su casa, era una de las mas grandes. Al llegar se sentó, el tobillo le dolía, no suelo ser muy sociable con los vecinos pero ese día me pillo de buenas así que termine acercándolo al Samur donde le pusieron una tobillera, el no paraba de agradecérmelo, me contó que se mudaban de valencia para que su hija pudiera estudiar en un colegio del Opus que había por la zona, el trabajaba en una gran empresa de ejecutivo. Nos despedimos y pensé que menuda perdida de tiempo.

Al cabo de una semana, a las 7 de la tarde llamaron a la puerta. Al abrir me encontré una señora de unos 45 años, realmente guapa, iba vestida muy discreta pero se adivinaba un buen cuerpo bajo su ropa. Se presento como la mujer de Jorge, y me dijo que para agradecerme haber ayudado a su marido me invitaban a cenar esa noche. Yo no tenia ningún plan y la verdad es que mi nevera estaba vacía así que acepte. A las 9 subí a su casa, me abrió la puerta una niña de 18 años digna hija de su madre. Rubia, ojos azules, y bajo su camiseta se notaban dos pechos de buen tamaño, cuando se dio la vuelta y vi su culo olvide cualquier escrúpulo y decidí que tenia que follarmela. La cena empezó bendiciendo la mesa lo que en cualquier otra situación me habría matado pero tenia un objetivo y eso me mantenía a flote. Ellos me hablaron de sus trabajos y yo les comente el mío con ordenadores… fue bastante aburrido la verdad pero me entretuve imaginando como follarian ellos dos, la señora toda dignidad, ¿cómo le chuparia la polla a su marido?. La niña me miraba disimuladamente, le gustaba. Era demasiado mujer ya para como iba vestida pero el aire casi monacal de la casa imponía ese estilo supongo.

Al final de la cena Jorge me pidió un favor. El ordenador de su hija iba mal y ella estaba empeñada en uno nuevo, me pregunto si le podía echar un ojo. La niña dijo que no que no hacia falta que ya iba bien pero el padre la regaño diciéndole que hacia un mes que le daba el tostón pidiéndole uno nuevo, ella cedió y dijo que vale, que el lunes me lo bajaba. Yo al ver su ansiedad decidí que tenia que echarle un ojo antes de que ella pudiera tocarlo, les dije que entre semana imposible, que estaba muy ocupado pero que era pronto y que si me lo dejaban esa noche se lo podía hacer tranquilamente y dárselo al día siguiente. La chica intento resistirse pero su padre le dijo que trajera su portátil al momento, se notaba quien mandaba en la casa. Ella miro al suelo y volvió al minuto con su portátil, era un HP normal con unas pegatinas tontas encima. Me lo tendió mirándome a los ojos.

Tomamos una copa en unos sofás, yo tenia el portátil a mi lado y ponía la mano distraídamente sobre el, ella me miraba preocupada. Al cabo de un rato me despedí y baje corriendo a mi casa. Encendí el portátil y le conecte un disco duro para copiar todo antes de nada. Le instale un par de programas para limpiarlo y con la copia conectada al mío empecé a explorar. Lo primero que busque fueron los log del msn, tenia todas las conversaciones guardadas, esta manía de los adolescentes de guardarlo todo… Hice una búsqueda de fotos y encontré las típicas fotos de familia, con amigos, había unas en palma donde se veía a ella y a su madre en bikini, eran excesivamente grandes pero los cuerpos de las dos eran impresionantes. Volvía imaginarme a papa dándole polla a mama, me encantaba. Explore un poco mas y encontré lo que buscaba, una carpeta con clave, se llamaba “trabajos cole física”, donde nunca buscaría nada sus padres imagino. Saltarme la clave no fue nada difícil.

La chica era ordenada hasta para esto, todo estaba ordenadísimo, había una carpeta llamada “fotis” donde había dos docenas de fotos de ella en ropa interior, sin sujetador, posando frente al espejo o sobre su cama a cuatro patas, ver sus tetas desnudas fue una revelación. Tenia dos hermosos globos con unos pequeños pezones rosaditos. Sonreía en casi todas, ahora iba a sonreír yo. Seguí indagando, tenia algunos videos porno descargados de la red donde se veía chupar pollas, encular, un poco de todo. Había otra que ponía “les”, llena de niñas preciosas desnudas, jugando entre ellas, así que le gustaban también las chicas. Con lo religiosos que eran los padres la homosexualidad no creí que les hiciera mucha gracia. Revise sus conversaciones del msn, tenia dos, uno para sus padres con amigas del cole etc, no había chicos curiosamente, y estaba su padre en su msn, me imagine lo controlada que la debían tener. Y otro para chatear con chicas, en las conversaciones hablaban de sexo, ella era bastante tímida, alguna se subía de tono. Y en un par directamente se habían puesto la cam, busque los videos correspondientes y en uno se veía como masajeaba sus tetas otra adolescente. En la conversación hablaba de los pechos de Eva (se llama así por cierto), quedaba claro que habían jugado a lo mismo. Cerré, no necesitaba mas, ya revisaría lo demás al día siguiente.

A la mañana siguiente como a las once y media llamaron a la puerta. Era Eva con su madre. Se disculpo diciendo que la niña estaba empeñada en que necesitaba el ordenador. Les dije que claro, que me dieran unos minutos que un programa estaba terminando, les ofrecí un café y dejándolas en la cocina fui a mi despacho. Active la cam para que grabara lo que iba a pasar y puse en el reposapantallas de mi ordenador la galería de fotos de Eva. Tengo un monitor de 20 pulgadas así que se la veía clarísimamente. La llame atento a si venia con su madre para desactivar el reposapantallas. La madre decidió por lo visto terminar su café tranquilamente. Al entrar Eva en el despacho se quedo pálida mirando mi monitor.

Yo.- y bien Eva?

Eva.- que? Que quieres decir?.

Yo.- Bueno, te haces fotos pornograficas, tienes juegos sexuales con lesbianas y hablas con un lenguaje que no creo que aprendieras en el “cole”. – Ella se puso todavía mas blanca –

Eva. – Por favor no.

Yo.- Por favor no que eva? No tengo otro remedio que decirse a tus padres. No te preocupes, cuando te recuperes de la paliza que te de tu padre te mandaran a uno de esos internados religiosos donde rezaras cuatro veces al día.

Eva.- No, por favor, no lo hagas – Susurraba, su madre estaba cerca y solo teníamos unos minutos.

Yo.- Haras todo lo que te diga?

Eva.- Todo? Que quieres decir?

Yo.- Estate aquí a las cuatro, di que vas a dar una vuelta por el Vips o algo así.

Eva.- Sola? Para que? – Me miraba preocupada.

Yo. – Haz lo que digo o a las cuatro y cuarto tu padre y toda su agenda además de tus amigas, las lesbianas incluidas recibirán una colección de fotos tuyas junto con tus calientes conversaciones, en un par de días con lo guapa que eres te convertirás en la reina de las web de adolescentes.

Yo.- Por cierto, lo borre todo, ahora solo existe mi copia, no queremos que te pillen siendo una niña mala verdad?.

Le di su portátil y la acompañe donde estaba su madre. Eva estaba muy callada, en la puerta la madre me agradeció el favor y le dijo a su hija que me diera las gracias. Eva me miro con odio.

Eva.- Muchas gracias Carlos.

La mañana se hizo eterna, me entretuve colocando mi portail grabando video en el salón y otra cámara de video oculta en la esquina. A las cuatro en punto escuche el ascensor y alguien que llamaba a la puerta con los nudillos. Le abrí , entro rápidamente y cerro la puerta.

Eva.- Y bien, que quieres? Me dijo casi llorando.

Yo.- Es fácil, lo que quieren todos los hombres de ti desde que te crecieron esas tetas.

Eva.- Yo no soy una puta, ya lloraba y moqueaba.

Yo.- Ya, lo se, no eres una puta, eres una niña normal con ganas de probar y experimentar.

Eva.- Si, pero no contigo, eres mucho mayor y un pervertido. Ayer me gustaste pero hoy te odio.

Yo.- Cierto, bueno, entonces vete.

Eva.- En serio? Y que pasara con todo lo que me robaste?.

Yo.- Bueno, tendría que hablar con tu padre, pero quizás lo intente con tu madre, esta casi tan buena como tu y seguramente no tenga reparo en sustituirte para que tu padre no se entere.

Eva.-Me daría una paliza si se entera, y a mi madre también por no evitarlo. Es muy estricto.

Yo.- Mejor, así tu madre no tendrá problema en atenderme.

Eva.- No, esta bien, bastante tiene la pobre, que quieres?.

Yo.- Lo primero lávate la cara, luego regresa, estaré sentado en ese sofá, te pondrás a caballito sobre mi y haciéndome mimos me suplicaras ser mi novia, yo me resistiré pero tu debes intentar convencerme a cualquier precio, lo entiendes?.

Eva.- Me miro con cara de duda y se fue al baño.

Yo puse el portátil de forma que grabara la escena, estaba a menos de un metro, no habría problemas con el sonido.

Ella volvió y se sentó sobre mi, empezó a acariciarme el pelo. Tardo unos diez minutos en asumir su papel pero como yo no decía nada termino por asumir que no le quedaba alternativa.

Eva.- Carlos, por favor, ayer me enamore de ti, quiero…

Yo.- Que quieres Eva?

Eva.- Ser tu novia.

Yo.- que?? Que hago yo con una novia de 18 años? Estas loca?

me miro con cara de sorpresa, se esperaba que me lanzara sobre ella no estos juegos

Eva.- Vamos, se que te gusto, ayer me mirabas mucho.

Yo.- Claro, porque eres una monada, pero yo busco otras cosas en una mujer.

Eva.- Que buscas? Sexo? No se mucho de eso pero aprendo rápido. Mi mama dice que tengo un cuerpo muy bonito.

Yo.- Y lo tienes, y ella también. Ves, debería ir a por ella, seguro que me daba lo que quiero mucho mejor que tu. Tu padre es afortunado, seguro que se la folla a diario.

Ella puso cara de contrariada.

Yo.- Ves, digo follar y te asustas, y si te digo que papi hunde su polla todos los días en el coño de tu mama? Que seguro que están aprovechando ahora que no estas para que le lama la polla y beber su semen?.

Eva se pico, cogio mis manos y las puso sobre sus pechos.

Eva.- Te estoy diciendo que lo que quieras, y no, mi mama no hace esas cosas. Tiene un diario muy detallado escondido, por eso te miraba ayer, eres el primer hombre que no es de la familia o de la iglesia, que dejan que se me acerque. Ella es muy infeliz, mi papa solo se acuesta con ella el día antes de la regla para que no se quede embarazada, y ni siquiera la desnuda. Tiene unos camisones horribles de esos de la edad media. Cuando lo leí decidí que no quería ser tan infeliz como ella.

Yo.- Jajaja, así que al final si querías eh putita!

Eva.- No me llames así! No soy ninguna puta!

Le apreté bien fuerte sus dos tetas… Ella suspiro.

Yo.- Si, si lo eres, eres mi putita, Hare contigo lo que quiera y tu no solo obedecerás, sino que después, me darás las gracias, igual que esta mañana.

Metí las manos dentro de su escote, sus tetas estaban muy calientes y sus pezones duros. Jugue con ellas un rato estrujándolas y acariciándolas. Ella cada vez estaba mas excitada, se lamia los labios y daba algún gemidito. Le estaba encantando.

Yo.- Bien, quien eres?

Eva.- Eva

Yo.- quien??

Eva.-Tu putita?.

Yo.- Bien, y hora dime por que quieres serlo.

Eva.- Por que no quiero terminar como mi mama?

Yo.- Y que le falta a tu mama?

Eva.- Hacer mas el amor….

Yo-. Perdón??

Eva.- Que papa se la folle mas?

Yo.- Con que?

Eva.- Con su polla!

Yo.- Bien, y si te digo que te voy a convertir en una chupapollas de primera y que unos de estos días te follare en mi dormitorio, debajo del de tus padres para que te escuchen follar y piensen que estoy con alguna golfa?.

Eva.- Ummmmmmmm

Yo.- Que significa eso?

Eva.- Que me gusta!

Yo.- que es lo que te gusta?

Eva.- Que me enseñes a chuparte la polla y que me folles para que mis padres me oigan gemir como una puta

Yo.- Bien, busca mi polla.

Ella bajo sus manitas las puso en mi cintura y me bajo el pantalón del pijama que llevaba puesto, mi polla que hacia rato que estaba dura salto, ella la agarro muy suave.

Yo.- Agarrala con fuerza.

Ella apretó con una mano me la machacaba torpemente y con la otra me acariciaba la punta del capullo, yo había soltado ya algo de liquido, ella se llevo los dedos a la nariz y lo olio…

Yo.- Chupalos

Ella se los metió en la boca.

Yo.- Que te parece?

Eva.- Huele fuerte y sabe igual, pero creo que me gusta, esto es lo que embaraza?

Yo.- No, eso sale mas tarde. Luego lo probaras tranquila.

Ella sonrio.

Yo.- Bien, agarrame fuerte la polla por la base y con la otra mano acaríciame los huevos, muy suave.

Eva.- Asi? Esta muy dura y caliente, me gusta, y esta parte tan suave…

Yo.- Quitate el top y el sujetador, quiero jugar con tus tetas mientras me la chupas.

Se paso las manos por la espalda para desabrocharse y con un movimiento se lo quito todo.

Yo.- Ummm, tienes unas tetas realmente bonitas. – Mientras se las sujetaba con las manos apretandoselas.

Eva.- Gracias, a veces me da vergüenza los hombres me miran mucho por la calle, y sus caras… bueno, a veces dan miedo.

Yo.- Eso es por que les pones la polla dura, quieren follarte como animales. No les importa si eres simpatica, o no. Solo quieren follarte.

Eva.- ya, pues no creo que me gustara.

Yo.- Pues mi polla parece que te gusta, no la sueltas.

Eva.- Bueno, la tuya me gusta, que hago ahora?.

Yo.- Ponte de rodillas, y mirándome a los ojos, lame la base de mi polla y mis huevos, muy suave…

Ella se arrodillo y empezó a lamer como una perrita.

Yo.- Estas preciosa de rodillas con tus gordas tetas lamiendo mis huevos putita.

Ella me miro con un brillo de rebeldía en sus ojos y de repente se metió casi toda mi polla en la boca de golpe.

Yo.- Voy averiguando lo que te gusta putita, te gusta verdad? Te gusta que te llame puta – ella chupaba cada vez mas fuerte. – Eres una guarrilla, aquí de rodillas, lamiéndole la polla a un desconocido en vez de estar estudiando – se metió la mano en los pantalones empezó a masturbarse. – Mírala que guarra, masturbándose… que diría papi si viera a su princesita chupando mi polla? Crees que se lo imagino alguna vez?- , ella se sacaba la polla de la boca, y la lamia entera, su mirada ya no era de niña buena. – Quieres que le enseñe a mami a chupar polla igual que a ti? Así tendría dos putas en la misma casa – Si por favor, enséñala, que disfrute igual que yo, su vida es muy triste y ella es tan guapa… – Bien, lo hare y tu me ayudaras, sabes en que convertirá eso a tu padre?. – En un cornudo – y se metió otra vez la polla hasta el fondo. Yo estaba ya apunto de correrme. Le saque la polla de la boca – Bien putita, ahora puedes elegir, puedes levantarte e irte y no te chantajeare mas o puedes seguir chupando mi polla hasta que me corra en esa boca de puta que tienes, tu eliges. – No puedo irme… si me voy después no podría darte las gracias – dijo guiñándome un ojo. – Bien, entonces trágatelo todo y mirándome a los ojos- Mi polla no podía mas, empecé a solar un torrente de esperma directamente en su boquita. Ella pego los labios entorno a mi capullo para que no se le escapara nada, puse la mano en su garganta, notarla como iba tragando era delicioso, cuando termino de salir el semen estuvo un par de minutos mas lamiéndome la polla hasta dejarla bien limpia. Ella también se había corrido, le quite los pantalones y le comí el coño como un poseso, estaba delicioso, un coño virgen, de mi propiedad y de una niña preciosa. Se corrió tres veces mas.

Eva.- Joder! No me lo creo

Yo- Te gusto eh putita

Eva.- Creo que ya hasta me gusta que me llames así.

Yo.- jajaja

Yo.- Bien, debes irte. Hace una hora que estas fuera, se mosquearan no?.

Eva.- Si, mas bien.

Yo.- Bien, duermen la siesta tus padres?

Eva.- Si, por la mañana misa y después de comer duermen un rato.

Yo.- Bien, diles que te vas al cine, mañana te desvirgare este precioso coño y ese culito.

Eva.- El culo? Me dolerá?

Yo.- Si, un poco. Pero una buena puta debe recibir por todos sus agujeros. Te gusto chupar polla no? Pues lo demás te encantara tranquila.

Eva.- bueno, soy tu puta no? Se supone que puedes hacerme lo que quieras no? Esa es la idea.

Yo.- Si, y te encanta

Eva.- Creo que si.

Yo.- Bien, ahora acércate a la pantalla del ordenador y di…

Se sonrojo.

Eva.- Me grabaste?

Yo.- Siempre lo hare, ahora haz lo que te dije.- y le di un azote en el culo.

Se acerco a la pantalla, al mover el ratón salio su cara a pantalla completa, todavía tenia algo de semen en los labios, me miro, se relamió y mirando la pantalla…

Eva.- Hola mama, acabo de aprender a chupar pollas y me han comido el coño como nunca te lo comió papi a ti, espero que dentro de poco estés tu con esa polla en tu coño, te quiero.

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Bueno, se agradecen comentarios de todo tipo, luckm@hotmail.es

Tb me gusta charlar con mis lectoras

skype luckmmm1000

Relato erótico: “Prostituto 21 Una clienta me confesó que era lesbiana” (por HEL con la colaboracion de GOLFO)

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verano inolvidable2

Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.
Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.
-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.
Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:
-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-
Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:
-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-
Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.
Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:
“¡Tiene que ser su hermana!”
Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:
-Soy Wendy-
Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.
“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.
Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.
Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:
-Nunca he subido a un 911-
Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.
-¿Tienes carnet?- pregunté.
-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.
-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.
La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.
-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.
Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:
-¿Qué tipo de comida te gusta?-
-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.
-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-
Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:
“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.
Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.
-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.
Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:
-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-
Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:
-Eso se lo dirás a todas-
No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.
Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.
-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-
-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-
Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.
Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:
-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-
Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:
-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-
Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.
Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.
Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:
-¡Hagámoslo!-
-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-
Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-
-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible- 
Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.
Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.
Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:
-¿Ya me dirás que pasa?-
-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.
-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-
-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-
-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-
Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.
La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.
La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.
Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.
Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:
-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.
-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada
-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-
“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.
-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.
-Déjame pensar- dije apurando mi copa.
Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:
“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”
Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:
-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.
La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:
-Tú déjame a mí-
No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.
-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.
Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.
Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:
-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-
Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.
Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.
La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.
 Así que la pequeña estaba en buenas manos.
Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.
Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.
Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos. 
Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.
Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca. 
Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.
-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.
Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.
La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.
Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.
Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.
-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.
Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.
La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.
En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.
-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.
-¿Qué es que, princesita?-
-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.
-¿Sientes rico?-
-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.
-¿Sientes como si tuvieras ganas?-
-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.
De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.
Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.
Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.
Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.
Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.
 Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.
¡Era fascinante!.
Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente. 
Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.
La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido
Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que yo de diga-
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:
-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.
-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.
-Continua- le dije –intenta con la lengua-
Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.
Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.
Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.
-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.
No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.
Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….
………………………………………………………..
Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.
-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.
Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:
-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-
Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:
-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 Para los que queráis disfrutar de mas relatos de esta estupenda autora y mientras la convenzo que los suba aquí, podéis leerlos en:
 

Relato erótico: “Thriller” (POR ALEX BLAME)

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Ramón se dio unos últimos toques a los rizos de su peluca frente al espejo retrovisor y salió a la fresca noche de Hallowen.

Mientras se acercaba a la casa de Diana miró hacia el cielo. La luna grande y oronda les observaba agazapada tras las nubes que se desplazaban lentamente arrastradas por un suave viento del sur.

—¡Hola Ramón!, Que disfraz más logrado. Date la vuelta y deja que te eche un vistazo. —dijo Diana al abrir la puerta de su casa.

Ramón levantó un brazo y dio una torpe pirueta y un gritito mientras se agarraba el paquete. La cazadora de cuero roja con las dos tiras negras dispuestas en v y los pantalones a juego crujieron a pesar de que se veían bastante ajados.

—¡Tachan! —exclamó él extendiendo los brazos.

—A pesar de que los zapatos negros y los calcetines blancos es lo correcto, sigues dándome grima. —dijo ella.

—¡Ja, lo dices tú meneando esa fusta!

Diana estaba espectacular vestida con un corpiño de cuero que realzaba su esbelta figura completado con un culotte también de cuero, unas medias de rejilla y unas botas de tacón de aguja hasta las rodillas. El largo pelo rubio se lo había teñido de violeta oscuro y se lo había recogido en un apretado moño escondiéndolo bajo una gorra de cuero de reminiscencias nazis.

Ella sonrió enseñando unos dientes blancos y brillantes como perlas que contrastaban con el maquillaje oscuro que adornaba sus labios y rodeaba sus ojos. Ramón sintió una punzada de deseo al ver a Diana morderse el labio y agitar la fusta haciendo que chasquease contra sus botas.

—¡Vamos! —dijo Diana cerrando la puerta.

—Cuando quieras dirty Diana. —dijo Ramón haciendo una torpísima imitación del Moonwalker.

—Sin pasarse pequeño Michael —replicó ella dándole un suave golpe con la fusta en el muslo.

Subieron al coche y veinte minutos después estaban aparcando. Al salir del coche oyeron la banda sonora de Blade salir por todas las grietas de aquella vieja fábrica abandonada.

Los organizadores no habían necesitado mucho para convertir aquel edificio en un lugar oscuro y siniestro. La fábrica Homs era una gran nave de ladrillo de finales del diecinueve con grandes ventanales oscurecidos por el polvo y espesas telas de araña. La mastodóntica maquinaria textil estaba oxidada y parecía no haber sido usada en decenios. Hasta habían tenido suerte con los antiguos focos que aun funcionaban bañando todo el lugar con una luz mortecina.

Los organizadores habían situado grandes altavoces intentando cubrir todos los espacios y habían colocado jaulas con fantasmales gogós retorciéndose al ritmo de la música. La barra tenía casi cuarenta metros de longitud, la habían adosado a la única pared libre de maquinaría y la habían poblado con esculturales camareros y camareras vestidos con uniformes de aire gótico.

En cuanto entraron, Diana le cogió por el brazo y lo arrastró a una de las múltiples pistas de baile. La chica se pegó a Ramón inmediatamente y comenzó a bailar apretando su cuerpo contra el de él, exhibiéndolo con malicia. Ramón le acompañaba moviendo ligeramente las piernas y sujetándole por la cintura sin perderse ninguno de sus contoneos.

El escueto vestido y la mirada traviesa bajo la gorra ligeramente ladeada atrajo a varios moscones, incluso un par de ellos intentaron acercarse y afanarle la chica a Ramón recibiendo sendos fustazos acompañados de crueles sonrisas.

Bailaron sin descanso durante más de una hora, hasta que Ramón, agotado, se llevó a Diana hacia la barra. Pidieron dos cervezas. Diana retrasó la cabeza y bebió con avidez. Ramón observo el largo cuello de la joven moverse mientras tragaba la cerveza fresca. Él dio un trago a la suya sin apartar los ojos del cuello y del pecho ligeramente sudoroso de la joven. Esperó con paciencia a que la chica terminara la cerveza y le dio un suave beso.

Diana reaccionó devolviéndoselo y pegando su cuerpo contra el de él.

—Creí que no lo ibas a hacer nunca. —dijo ella dejándose asir por la cintura y dándole un segundo beso más largo y húmedo.

La lengua de Diana entró en su boca, traviesa y apresurada, explorando cada rincón y colmando la boca de Ramón con una mezcla de aromas de cerveza y frutos secos. Sin pensar recorrió con sus manos la espalda y el cuello de la joven que respondió suspirando sin dejar de besarle.

—Cabrón, que bien besas. Espero que todo lo hagas así de bien. —dijo ella dándole un ligero fustazo en el culo.

Ramón no respondió y se limitó a recorrer el cuello de la joven con sus labios con suavidad, mordisqueando aquí y allá a medida que subía por el hacia su oreja.

—Vámonos, —le susurró él al oído— tengo una sorpresa.

Tras diez minutos de forcejeo consiguieron salir de la improvisada macrodiscoteca y llegaron al coche.

—¡Eh qué haces! —dijo Diana un poco mosqueada cuando Ramón le ciñó un pañuelo oscuro entorno a sus ojos.

—Tranquila, es una sorpresa, —dijo el tratando de serenarla— y estoy seguro de que te gustará.

Diana refunfuñó un poco pero se dejó hacer sentándose obediente, aunque un poco tensa, en el asiento del coche.

Ramón se sentó tras el volante y luego se inclinó sobre Diana; con la excusa de colocarle el cinturón de seguridad aprovechó para rozar con su boca las clavículas de la joven.

Diana suspiró y le insultó en voz baja un poco más relajada. Ramón arrancó el coche y encendió el radio CD. La música de Leonard Cohen ayudó a construir una atmósfera melancólica.

—Ya veo que lo tenías todo preparado. —dijo ella— ¿No me vas a dar una pista de adónde vamos?

—No, nada de nada.

El trayecto no fue muy largo y llegaron a su destino en apenas veinticinco minutos. Cuando Diana salió, ayudada por Ramón, una suave brisa le asaltó poniéndole la piel de gallina.

—¿Dónde estamos?

—Paciencia, en dos minutos habremos llegado y lo sabrás.

Ramón le cogió de la mano y le guio. Los tacones de sus botas se hundían en la tierra húmeda y le obligaban a apoyarse en Ramón para no tropezar. Se pararon un momento antes de oír un ruido de cadenas y unas bisagras que crujieron y chirriaron intentando oponerse sin éxito a los empujones de Ramón.

El barro dio paso a la grava y anduvieron unos metros hasta que finalmente Ramón se paró y abrazando a la joven por detrás le susurró al oído.

—It’s close to midnight and something evil’s lurking in the dark

Under the moonlight you see a sight that almost stops your heart

You try to scream but terror takes the sound before you make it

You start to freeze as horror looks you right between the eyes

You’re paralyzed*

Con la última sílaba, Ramón tiró del pañuelo dejando que la joven recuperase la vista.

—¡Qué fuerte! —dijo ella, sonriendo al ver el panteón de mármol blanco adornado con una multitud de rosas y claveles.— ahora sé porque tardaste tanto en llegar hoy.

—Tenía que prepararlo todo, —le susurró Ramón al oído mientras abrazaba a la joven por el talle acercando su culo contra él— No te imaginas lo que me ha costado recoger todas las flores. he dejado casi limpias las tumbas de los alrededores.

Diana se giró y le dio un largo y cálido beso a Ramón, dejando que este repasase todo su cuerpo con las manos. Apoyándose con las manos en los hombros de él dio un salto y se sentó sobre la lápida. Las flores le protegieron del frio mármol y amortiguaron la caida. Ramón intentó abalanzarse sobre ella. Con una sonrisa la chica levantó sus piernas y le detuvo poniendo sus tacones de aguja sobre el pecho de Ramón.

Frustrado agarró las botas de ella por los tobillos se los besó; continuó avanzando con labios y manos, pierna arriba hasta llegar al interior de los muslos de Diana. La joven suspiró y le revolvió el pelo con la fusta. Sin dejar de besarla, levantó unos momentos la vista y se paró hipnotizado observando como el sexo de la joven tensaba y se marcaba en el fino cuero negro del culotte.

Diana le dio un golpecito con la fusta para sacarle de su ensimismamiento y Ramón con un gesto rápido se lanzó sobre el sexo de la joven que se dobló emitiendo un grito de placer.

Ramón no esperó, deseaba explorar el sexo de la joven sin barreras. De dos tirones le apartó el culotte hasta las rodillas y separándole las piernas todo lo posible se sumergió en la entrepierna de Diana. El chico notó como la vulva crecía en el interior de su boca y se abría ante sus ojos como una cálida y húmeda flor.

Diana gimió aguijoneada por el deseo y con una mano tiró de la suave piel de su monte de Venus para exponer la parte más sensible de su sexo a la boca de Ramón.

Ramón no se cortó y lamió y mordisqueó las partes más sensibles de la joven haciéndole disfrutar como una loca.

—¡Vamos, métemela! —dijo ella con la voz ronca de deseo.

Ramón tiró de ella por toda respuesta y dándole la vuelta la puso de pie con los brazos apoyados sobre la tumba rodeada por un intenso aroma a rosas. Con un movimiento rápido se colocó el preservativo y tras asegurarse de que estaba preparada le introdujo la polla poco a poco.

Diana dio un largo suspiro de satisfacción e intentó separar la piernas todo lo que el culotte que aun estaba enredado en sus rodillas se lo permitía.

Ramón empujó suavemente mientras acariciaba el culo terso y los magníficos muslos de la joven tensos por el esfuerzo de mantener el equilibrio. Estaba tan excitante con aquel traje que no pudo evitar tirar de su cuello y levantarle la cabeza para poder besarle la nuca mientras la follaba cada vez más duro.

La joven intentaba mantener el equilibrio sin ningún otro apoyo que sus piernas pero no tuvo más remedio que apoyarse en la mano que la sujetaba el cuello. La falta de oxígeno intensificó su placer hasta que no pudo contenerse más y se corrió con un largo gemido.

Ramón acarició los músculos tensos y vibrantes de la joven y le soltó el cuello dejando que tomase una larga bocanada de aire.

Diana respiró el aire golosamente mientras él le daba la vuelta y la tumbaba sobre el panteón. La joven echó la cabeza hacia atrás viendo como un querubín la observaba desde un mausoleo cercano. Un par de segundos después notó como el culotte resbalaba por sus piernas hasta desaparecer liberándoselas. Diana abrió sus piernas inmediatamente mostrando a Ramón su sexo ardiente. Con un respingo recibió los dedos del hombre que jugaron con su sexo y lo penetraron buscando su punto G.

Un grito le indicó a Ramón que había dado con su objetivo y engarfiando los dedos lo acarició con suavidad obligando a Diana a suplicarle que le follase. No se hizo de rogar y la penetró disfrutando de la estrechez y el calor de la joven.

Una vez le hubo metido la polla hasta el fondo se paró a pesar de las protestas de la joven y soltando los corchetes del corsé le sacó los pechos. Eran pequeños y redondos con unos pezones rosados, grandes, invitadores.

Diana ronroneó y disfrutó de la admiración de Ramón al tiempo que le golpeaba con suavidad los muslos con la fusta.

Ramón le asió los pechos y se los estrujó con fuerza mientras comenzaba a moverse en su interior. Diana gimió y se dejó llevar disfrutando de la polla que le asaltaba una y otra vez sin descanso.

La joven se irguió y apoyando la fusta tras la nuca de él se agarró con las dos manos para mantenerse erguida y poder besarle mientras él seguía follándola.

Ramón agarró uno de los pechos y lo chupó y lo besó con violencia mientras la penetraba con más rapidez y contundencia, cada vez más cerca del clímax.

Diana sintió como la leche ardiente de Ramón se derramaba en su interior contenida por el condón. Él siguió penetrándola hasta que relámpagos de placer le atravesaron paralizándola.

Diana gimió y se retorció disfrutando de cada oleada de placer dejando que el torso de Ramón descansase sobre su vientre.

—¿Qué es eso? —susurró Diana nerviosa al oír pasos y susurros entre la bruma.

Ramón al principió no respondió concentrado como estaba en escuchar la respiración agitada y el corazón apresurado de la joven , pero al levantar la cabeza también él oyó chasquidos y risas ahogadas.

Diana se vistió apresuradamente y siguió a Ramón que avanzaba con autela entre las tumbas hacia un tenue resplandor que se acercaba hacia ellos en la oscuridad de la brumosa noche.

Un desgarrón entre la bruma permitió a la luna brillar e iluminar una fantasmal procesión de figuras vestidas con túnicas y capirotes blancos portando antorchas en las manos.

—Vamos, Pedro, no enredes.—dijo una de las figuras —aquí está bien.

Ramón y Diana suspiraron a un tiempo al ver que solo eran un grupo de gente disfrazada que también había elegido ese cementerio para hacer alguna broma.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Diana en un susurro mientras observaba como los encapuchados apagaban las antorchas.

—Ni idea ¿Una orgía?

Desde su escondite a unos metros del grupo pudieron ver como uno de los desconocidos sacaba de una bolsa una gran vasija de barro y un cucharón. Otro sacó una garrafa de agua mineral y la vació en la vasija junto con una monda de limón unos granos de café y varios puñados de azúcar.

—Ya sé lo que están haciendo —dijo Ramón con una sonrisa.

—¡El mechero! —pidió una de las figuras más altas.

—Mierda me lo dejé en el coche. —dijo otro.

—¿Alguien tiene uno?

Un murmullo negativo se extendió entre los presentes.

—¡Joder para una cosa que os encargo! ¡Manda huevos! ¡ Y encima apagais todas las antorchas!—dijo el tipo alto.

—¡Coño, esto es mucho más divertido si se hace a oscuras! —replicó otro encapuchado para justificarse.

—Quizás yo pueda ayudar —dijo Ramón saliendo del escondite con Diana cogida de la mano.

—¡Joder, que susto! —dijo una de las figuras con voz de mujer—casi me meo en las bragas.

—Buena aparición Michael, ¿Por qué no os unís a nosotros? —le preguntó el hombre alto con una carcajada— este cementerio parece más concurrido que la Gran Vía.

Ramón y Diana se acercaron y se presentaron como Michael Jackson y Eva Braun mientras le tendían un mechero al cabecilla de la Santa Compaña.

—Apártate un poco Michael —dijo el que llevaba la voz cantante— no me gustaría volver a ver arder esos rizos.

El tipo no se hizo esperar y con una carcajada que pretendía ser lúgubre cogió un poco de orujo con el cucharón y le prendió fuego a la vez que comenzaba a recitar.

Todo el mundo se mantuvo en silencio observando bailar las llamas azuladas en el interior del recipiente mientras el hombre con voz profunda seguía recitando:

…Podridos leños agujereados,

hogar de gusanos y alimañas,

fuego de la Santa Compaña,

mal de ojo, negros maleficios;

hedor de los muertos, truenos y rayos;

hocico de sátiro y pata de conejo;

ladrar de zorro, rabo de marta,

aullido de perro, pregonero de la muerte…**

Poco a poco las largas llamas azules que surgían del cuenco fueron reduciéndose y amarilleando hasta que finalmente el maestro de ceremonias lo apagó de dos fuertes soplidos.

Con el licor aun humeando otro de los encapuchados empezó a sacar pequeñas tazas de barro de un bolsa y sumergiéndolas en el recipiente las llenó y las repartió entre los presentes. Otro más sacó un mp3 con unos altavoces y depositándolo sobre uno de los panteones lo conectó. La música celta inundó el cementerio invitando a la gente a beber, cantar y bailar. El tiempo se volvió confuso, Diana y Ramón bailaron con los desconocidos ligeramente embriagados por la magia de la queimada hasta que la luz del sol les anunció que la fiesta terminaba.

Ramón paró el coche frente a la puerta de la casa de Diana minutos después de la salida del sol.

—Gracias, —dijo ella dándole un beso— Ha sido una noche mágica.

—Me alegro de que te haya gustado —dijo el acariciando el pelo violeta. Yo también me lo he pasado genial. Esos tipos estaban un poco locos pero eran divertidos.

—Casi me muero de risa cuando quedamos con ellos para el año que viene.—replicó ella —pero lo que más me gustó fue el sexo. Me ha encantado como te molestaste para prepararlo todo. Espero que esta no sea la última sorpresa que me tengas preparada.

—Descuida, —dijo Ramón entre beso y beso— no lo sera.

—Por cierto lo pasé también que no me fije de quién era la tumba…

Ramón le susurro al oído la respuesta provocando que la joven se dirigiese a casa en medio de de un torrente de carcajadas.

*Es casi medianoche

y algo malvado está acechando en la oscuridad,

bajo la luz de la luna,

ves algo que casi para tu corazón ,

intentas gritar,

pero el terror se lleva el sonido antes de que lo hagas,

comienzas a congelarte (paralizarte)

mientras el horror te mira directamente a la cara,

estás paralizado.

De la canción Thriller de Michael Jackson.

**Fragmento del conjuro de la queimada.
para contactar con el autor;
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible. (2)” (POR JAVIET)

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ROSA. LA CACHONDA INVISIBLE (2)

Nuestra protagonista estaba tumbada en la cama, se encontraba agotada de placer pues desde que salió del baño sobre las 11:15 hasta ahora una hora después, se había hecho unas tres pajas y se había corrido siete veces. Tenía las sabanas encharcadas y estaba aun caliente, pero decidió detenerse y levantarse a comer algo así que se incorporo y se miró al espejo pero siguió sin verse, desde que salió de aquel baño y se volvió invisible su ritmo cardiaco había aumentado, la sensibilidad de su cuerpo también y sus deseos de sexo estaban totalmente disparados, durante sus orgasmos se corría como una fuente y gozaba como nunca lo había hecho, antes ella se consideraba una chica normal en el sexo pero ahora algo estaba cambiando, en su primera paja se corrió una vez, en la segunda tardo menos y se corrió dos veces y en la tercera y última se corrió cuatro veces en diez minutos, Rosa lo achacaba al morbo de tocarse y no verse el cuerpo, además de achacarlo a algún efecto secundario de lo que la había ocurrido, se fue a la cocina pues estaba hambrienta y se calentó unos muslitos de pollo para comer pues no creía que fuera seguro para ella en estas condiciones jugar con cuchillos para prepararse un sándwich, podía acabar sin dedos.

Mientras Rosa come dejadme que os explique algo, cuando el agua de la bañera entro en reacción ella estaba con el vibrador funcionando aun dentro de su vagina, resumiendo la reacción se originó dentro de ella y por tanto se había propagado desde su vagina y útero a las trompas de Falopio, estimulando anormalmente toda la zona con lo cual nuestra protagonista a partir de ese momento sentiría todo en esa zona más y mejor que nunca.

Cuando Rosa acabo de comer, lavó los platos y volvió a la habitación allí abrió la ventana para que saliera el olor a sexo, después se la ocurrió probarse ropa y se dirigió al armario, se puso uno de sus tangas y un sujetador mirándose a continuación en el espejo, se quedo mirando el interior de su tanga y su sujetador ¡con ellos puestos! Era alucinante, se probó varias prendas de ropa y se fue excitando otra vez pues veía el interior de las prendas a través de su invisible cuerpo, entonces escucho el ascensor y supo que era Edu, su vecino buenorro y pajillero de 19 años que volvía a casa, se le ocurrió hacerle una visita y a lo mejor algo mas, así que se desnudó de nuevo y cogiendo una llave salió de su casa.

Al salir de casa metió la llave bajo el felpudo para poder entrar a la vuelta, la otra puerta del descansillo era la de Edu y ahí se dirigió pulsando el timbre, se coloco a un lado de ella, cuando el chico abrió la puerta no vio a nadie salió al descansillo y miro al hueco de las escaleras, en ese momento Rosa se introdujo en la casa y cuando Edu volvió a entrar cerrando la puerta lo siguió a su habitación, el joven se volvió a sentar ante su ordenador y quito el salvapantallas para seguir viendo una peli porno, tarea en la que estaba ocupado cuando ella había llamado al timbre, Rosa se situó detrás de él y miró sintiéndose excitada por lo que veía y por la presencia del chico que se desabrochaba y bajaba el pantalón.

Edu estaba sentado en una silla tipo oficina con cuatro ruedecitas ante el ordenador, se echó un poco hacia atrás mientras se quitaba el pantalón y el slip, Rosa le pudo ver su semierecto miembro mientras lo hacía y se contuvo de tocarlo aunque todo su ser la impulsaba a hacerlo, el muchacho tiró la ropa a la cama y se volvió a la pantalla mirando la película y excitándose de inmediato con lo que veía, ella se puso de rodillas al lado de el sin dejar de mirarle el miembro que enseguida se mostro en plena erección, mediría unos 20cm de largo por 9 de diámetro, su gorda cabeza aparecía brillante mientras la mano del chico echaba el pellejo hacia abajo al comenzar la masturbación.

Rosa de rodillas en la moqueta al lado de Edu se acariciaba los pechos mirándole el pene, de su empapada vagina salían hilillos de flujo que se deslizaban por sus separados muslos, ella bajó su mano derecha hasta su chochete húmedo y lo acaricio con sus dedos, un suspiro salió de su boca y Edu dio un respingo al oírlo, se quedo quieto y miró alrededor pero no vio nada raro pese a tenerla a medio metro de distancia, el movió la silla hacia atrás casi un metro Rosa se asusto al verle mirar a su alrededor pero al comprender que no tenía más que poner cuidado con sus suspiros y gemidos, se decidió a dejar un recuerdo imborrable en la paja que el chico se hacía, para empezar se agachó y se metió bajo la mesa del ordenador y entre las piernas de él, edu se tranquilizo y decidido a terminar su paja volvió a acercar la silla a la mesa, con las piernas abiertas y sin meter la silla en el hueco volvió a centrar su atención en la película mientras con su mano agitaba su polla, ella lo tenia justo delante a un palmo de distancia se acomodó y echo su cálido aliento sobre el prepucio del joven sin dejar ella misma de meterse dos dedos en su coñito, el chico noto el calor y siguió masturbándose lentamente concentrando su mano en la parte media del miembro, Rosa abrió su boca y la colocó sobre el prepucio duro y caliente de Edu, cada movimiento de él se lo acercaba a los labios y ella le echaba el aliento, a veces le entraba unos centímetros en la húmeda boca mientras sus propios dedos la acercaban rápidamente al orgasmo, los gemidos que se la escapaban de su abierta boca pero al surgir de bajo el ordenador no resultaban tan sospechosos.

Con una mano en sus tetas y la otra en su chochete, oyendo gemidos y jadeos sobre ella y con el miembro de el en sus labios, la corrida de nuestra recalentada e invisible amiga fue como podéis imaginar simplemente ESPECTACULAR, su cuerpo se arqueo y tembló de pasión, su mano se quedo empapada de flujo que resbalaba por sus piernas para finalmente mojar la moqueta, no era consciente de que algo de saliva caía sobre el prepucio del chico, solo pudo echarse un poco hacia atrás para no engullir de un bocado el gordo miembro de este, el chico acelero sus movimientos ayudado por aquella imprevista lubricación mientras ella recostada al fondo del hueco se recuperaba un poco, la tranquilidad no la duró mucho pues apenas recuperar la respiración abrió los ojos contemplando el espectáculo que tenía delante y sus dedos dentro del coñito volvieron a ponerse en marcha, vio un poco de liquido preseminal en la cabeza del miembro y se lanzó a por ella sin pensárselo, colocando sus labios como antes rodeando el rojo prepucio usó su lengua para rozar levemente aquel pene y recoger en su boca el preciado liquido, el muchacho alucinaba de gusto nunca aquella película le había gustado tanto, ni había sentido las cosas de hoy pero ¡si hasta olia a coño! Y le parecía como si le mamaran la polla.

Finalmente y tras un poquito más de paja intensa el joven Edu se sintió en la gloria, Rosa le mamaba el prepucio evitando como buenamente podía la mano que velozmente movía el joven alrededor de su polla, la sintió tensarse e hincharse mientras ella a su vez se daba placer con sus dedos, sabía que se correría enseguida y quería hacerlo al mismo tiempo que el chico, el orgasmo no se hizo esperar pues le oyó jadear de placer y detener su mano abajo del miembro mientras su polla vibraba y expulsaba chorros y mas chorros de esperma en su abierta húmeda y ansiosa boca, ella trago lo que pudo pero era imposible no podía con tanto esperma, además ella misma se corrió mientras notaba la leche caliente en su garganta, temblando y jadeando de gusto se medio cayó sobre el miembro engulléndolo hasta que sus labios tocaron los dedos de Edu se quedo ahí temblando con la boca llena de esperma y carne mientras se recuperaba un poco saboreándolo y notando como los restos que no había tragado y su propia saliva empapaban los grandes genitales del joven, en cuanto le notó moverse se echo hacia atrás sacándose el miembro de la boca y recostándose al fondo de la mesa.

Edu jamás había disfrutado tanto de una paja, se limpio los genitales con sus pañuelos de papel y consciente de que habría manchado la mesa se agacho para limpiarla, se quedo asombrado pues apenas había nada que limpiar, era increíble había tenido un orgasmo increíble que tenía que haber salpicado por todas partes pero apenas encontraba manchas, no sabía que podía pensar de eso así que decidió no darle más vueltas y darse una ducha, después seguramente se echaría una siesta.

Rosa se quedó sentada en el suelo, cuando le vio agacharse con los pañuelos y mirar hacia ella estuvo a punto de darle un beso en los labios, estaba impresionada por la potencia de su miembro y el sabor de su esperma, decidió quedarse un ratito quieta a ver qué pasaba y que haría el muchacho, pero tenía claro que el día aun no había acabado y sus orgasmos tampoco.

(CONTINUARA…)

Espero que os haya gustado, para saber cómo empezó todo leed mi anterior relato y tranquilos que a esta chica aun la quedan pilas para mucha más marcha.

Sed felices y dejadme algún comentario, a favor o en contra no importa solo sed sinceros, animan mucho y depuran el estilo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

javiet201010@gmail.com

Relato erótico: “Mi prima me folló gracias a Alonso, un prostituto. (POR GOLFO)

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Sin título1

Aunque me da mucha vergüenza reconocer, ¡Me hice bisexual gracias a Alonso!, el famoso prostituto de Nueva York y ya pasado el tiempo, os tengo que reconocer que ¡No me arrepiento!. 
Antes de explicaros mi historia, debo presentarme:
Me llamo Patricia y si bien puede resultar pretencioso, soy una monada de veintiseis años. Gracias a los genes heredados de mis antepasados europeos, tengo el pelo rubio y la piel clara, en consonancia con el verde de mis ojos.  Sé que me llamareis presumida, coqueta y vanidosa pero cuando ando por mi ciudad, los hombres de todas las edades y clases, se voltean al verme pasar.
Soy lo que se dice ¡Un bombón! Y por eso os tengo que reconocer que me jodió que la primera vez que le vi, ese hombre no me hiciera ni caso.
Como soy mexicana os preguntareis como llegué  a contratarle, pues muy sencillo: Lo conocí gracias a que  fui a visitar a mi prima que vivía en esa ciudad.
No sé si fue la casualidad, el destino o la suerte lo que me hizo coincidir con él en una conocida discoteca neoyorquina. Todavía recuerdo que estaba tomándome una copa con mi prima cuando le vi entrar. Os reconozco que me quedé impresionada de su porte de galán pero también al observar que todas las mujeres se derretían a su paso, dando igual si estaban solas o acompañadas.
Sin ser capaz de retirar mi mirada de él, pregunté a Mariola si lo conocía. Mi prima soltando una carcajada, me dijo:
-Olvídate de él, ¡No está a tu alcance!
Sus palabras y sus risas lejos de cortarme, azuzaron mi orgullo y cogiendo mi copa, me puse a bailar a su lado. Desgraciadamente por mucho que moví mi cuerpo sensualmente a escasos centímetros de él solo pude sacarle una sonrisa. Enojada hasta decir basta, pensé que era gay y ya estaba a punto de volver a mi asiento cuando levantándose, llegó a mi lado y con su voz ronca pero tierna, me dijo:
-Eres demasiado joven y bonita para necesitarme- tras lo cual se abrazó a una vieja de unos treinta y cinco años que acababa de llegar.
Derrotada por primera vez en mi vida, volví con mi prima como cachorra apaleada. No me podía creer que ese Don Juan prefiriera a esa arrugada a mí y por eso, me cabreó escuchar sus risas mientras me decía:
-¡Te lo dije! ¡No es para ti!
Fue cuando más hundida estaba, cuando decidí volver a la carga y tratarle de conquistar. Al ver mis intenciones, Mariola me impidió volver a la pista, diciendo:
-Siéntate y no hagas más el ridículo. Ese tipo es Alonso, el más famoso prostituto de Nueva York. Muchas de las mayores bellezas de la ciudad se lo han tratado de llevar a la cama pero solo lo han conseguido las que le han pagado.
Al escucharla comprendí la inutilidad de mis actos el porqué ese pedazo de hombre había pasado olímpicamente de mí:
¡Estaba esperando a su clienta!
Obsesionada con él, me lo quedé mirando mientras ese rubia de peluquería bailaba rozando su sexo contra la entrepierna del muchacho.
“¡Será zorra!” pensé al ver el modo tan lascivo con el que se pegaba.
Mientras tanto Alonso, ajeno a estar siendo observado por mí, sonreía como si nada pasase. Resulta duro de reconocer pero deseé ser yo la mujer que estaba con él en ese momento.
“¡Qué bueno está!” me dije al observar los músculos de sus brazos al bailar. Totalmente absorta seguí fijamente sus pasos en la pista e incluso cuando volvió con su pareja hasta la mesa.
Una vez allí, ese putón desorejado se pegó a su lado y haciendo como si jugaban le empezó a acariciar. Sin cortarse, pasó su mano por su pecho y bajando por su cuerpo, llegó hasta su bragueta. Creí que iba a ver cómo le hacía una paja cuando Alonso retirando la mano de la rubia de su entrepierna, le dijo algo al oído y se levantó. Supe al ver la cara de alegría de la mujer que se la iba a follar y por eso deseando que fuera en el local, los seguí a una moderada distancia.
Creí morir al verle salir de las disco y suponiendo que me iba a quedar con las ganas de verlos, los perseguí hasta el aparcamiento. Cuando ya creía que iban a coger su vehículo y marcharse, Alonso cogió a la vieja de la cintura y dándole la vuelta la apoyó contra un mercedes y antes que se diera cuenta, le había subido la falda y bajado el tanga.
Usando un coche como escudo, pude observar como Alonso la penetraba de un solo golpe mientras preguntaba:
-¿Te gusta esto?, ¿Verdad puta?-
-Sí- gimió al sentir que el pene la llenaba por entero -¡Házmelo duro!
El hombre que me tenia obsesionado no se hizo de rogar y sin piedad no dejó de follársela mientras con sus manos castigaba su trasero. Aunque había tráfico a esa hora, el ruido de los azotes llegó a mis oídos mezclado con los gemidos de la mujer.
Contra todo pronóstico algo en mí se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris al ver a esa zorra disfrutando.
-¡Dios! ¡Qué cuerpo!- exclamé al ver su dorso desnudo mostrando sus dorsales.
Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de ese sujeto cuando la penetraba. Eran enormes y definidos. No me cupo duda de que dedicaba largas horas en el gimnasio para estar así. Completamente bruta, decidí que parecía un dios. 
En cambio, al fijarme en esa rubia decidí que yo era mucho más bella. Los pechos que rebotaban al compás de la lujuria demostrada nada podían hacer contra los míos. Esa guarra los tenía grandes pero caídos mientras que yo poseo unos senos pequeños duros y bien parados.
Aun así, no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental y por enésima vez envidié a esa mujer mientras involuntariamente con los dedos, me empezaba a acariciar.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, por miedo a que me descubrieran, tuve que dejar de espiarlos y disgustada tuve que volver con mi prima. 
El resto de la noche me lo pasé rememorando cómo ese portento se había follado a esa puta y por eso al meterme en la cama, la calentura me había dominado. Como una cierva en celo, separándome los labios, empecé a torturar mi sexo pensando en ese hombre que acababa de ver.
Sin darme cuenta y con creciente lujuria, me dejé llevar. Ya no  era esa mujer a quien poseía sino a mí. En mi mente, ese hombretón me sometía contra el coche mientras la mujer me azotaba el culo. En mi imaginación me convertí en una muñeca en los brazos de los dos y por eso, soñé con que me invitaban a su cama. Una vez allí, me ataban sobre el colchón y la mujer le ayudaba separando mis piernas.
Totalmente fuera de mí, llegué al orgasmo con solo pensar que la rubia me comiera los pechos mientras Alonso llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa al imaginarme algo tan depravado, me corrí cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón de casa de mi tía.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Mariola que quería entrar a acostarse.
Si bien no era nada extraño por que esa era su habitación, asustada de que se diera cuenta de mis mejillas coloradas por la excitación, me tapé con las sábanas.  Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Patricia, perdóname, no sabía que  estabas dormida.
Mis temores desaparecieron al verla desvestirse dándome la espalda. Como no podía verme, me quedé observándola mientras lo hacía pero al darme cuenta que estaba mirando con interés a mi prima, cerré los ojos acojonada.
“¡No soy lesbiana!” me dije tratando de dormír.
Esa noche dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía Alonso y empezaba a follarme una y otra vez. Otras veces el prostituto llegaba con mi prima y entre los dos, me obligaban a comerme el coño de Laura mientras él me poseía por detrás. Lo más irritante de mis pesadillas era que aunque en un principio me negaba:
¡Terminaba disfrutando como una perra!
Mi prima y yo nos obsesionamos con Alonso.
A la mañana siguiente me desperté hecha unos zorros. Las continuas “pesadillas” con las que mi sueño se vio alterado me dejaron exhausta y caliente como nunca en mi vida había estado. Aun despierta seguía erre que erre imaginándome como protagonista de escenas altamente eróticas. Si ya de por sí eso era extraño, lo peor es que en ellas Laura tenía un papel estelar. Lo quisiera o no, me la imaginaba compartiendo conmigo los brazos de Alonso. En mi mente, entre las dos, disfrutábamos no solo de las caricias del prostituto sino que una vez dominadas por la lujuria, nos dejábamos llevar por el placer lésbico.
“Estoy cachonda” pensé dándome la vuelta en la cama.
Al hacerlo me llevé la sorpresa de descubrir que en la cama de al lado, mi prima se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No pude ser!” exclamé mentalmente al ver que bajo sus sábanas, Laura estaba usando su mano para darse placer.
Sé que no debí quedarme mirando pero el morbo de ver a mi pariente pajeándose en silencio teniéndome a mí a un par de metros, fue superior a mis fuerzas.  Cómo de antemano estaba ya caliente, en cuanto la vi se me pusieron los pezones duros como piedras.
Os juro que no recordaba estar tan excitada y por eso dude si tocarme mientras observaba como ella no dejaba de frotar su clítoris con su mano. Lo que me decidió hacerlo fue ser testigo de que ajena a ser espiada, Laura se llevaba los dedos empapados a la boca y los succionaba saboreando sus fluidos.
“¡Dios!” gemí en silencio.
No me cupo duda de que mi prima debía de estar pensando en que un tío la  estaba haciendo gozar porque sin darse cuenta la colcha se le había deslizado hacia abajo, dejándome disfrutar de sus pechos.
“¡Menudas chichis!” me dije al valorar esa parte de su cuerpo.
Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida prima cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
Queriendo calmar mi propia calentura llevé un dedo a mi tanga y retirándola con cuidado me empecé a tocar mientras, a mi lado, Laura  intensificó su paja. Os juro que podía sentir como su cuerpo se mojaba en sudor y sin poder pensar en otra cosa, me apoderé del botón que se esconde entre los pliegues de mi sexo.
Ya estaba totalmente excitada, cuando de pronto vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella, en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. Desde mi punto de observación puedo atestiguar que mi prima se corrió brutalmente. Aunque no salió de su garganta ruido alguno, su cara se contrajo y su cuerpo se tensó mientras se dejaba de llevar por su orgasmo. Al terminar, se dejó caer sobre el colchón y pegando un suspiro, se tapó.
No queriendo que me descubriera, cerré los ojos y me hice la dormida.
 
Durante unos minutos y con mi coño totalmente mojado, esperé a que ella diera el primer paso porque no quería que sospechara que había presenciado su desliz. Afortunadamente, Laura no tardó en desperezarse y levantarse, Fue entonces, aprovechando que había hecho ruido, abrí los ojos diciéndola:
-¿Qué hora es?
Lo que no me esperaba es que con una expresión pícara en sus ojos, mi prima se lanzara encima de mí y me empezara a hacer cosquillas mientras me llamaba vaga.
Al sentir sus manos tocándome mis areolas se erizaron nuevamente y completamente cortada, intenté separarme de ella.  Mi prima que no sabía nada interpretó mi intento como una mera huida de sus cosquillas y usando la fuerza, me retuvo con sus piernas e involuntariamente mis muslos entraron en contacto con la tela mojada de sus bragas, causándome un mayor embarazo.
-¡Déjame!- chillé espantada al darme cuenta de lo bruta que me estaba poniendo.
Afortunadamente  mi tía, alertada por el  escándalo, nos llamó a desayunar lo que le obligó a dejarme en paz. Pero si creía que ese mal rato había terminado, me equivoqué porque al levantarme, Laura se me quedó mirando  y  muerta de risa, me soltó:
-¡Mi primita se levanta con los pitones tiesos!
Avergonzada, miré a mi camisón para percatarme con rubor de que se notaba a la legua que tenía los pezones duros. Tratando de cortarla, le solté:
-¡No todas las mañana se mete en mi cama un bellezón como tú!
Mi burrada lejos de molestarla, le dio alas y dándome un azote en el trasero, me contestó muerta de risa:
-Como te quedas una semana, ¡Veremos si es verdad eso!- tras  lo cual salió de la habitación hacia la cocina dejándome alucinada tanto conmigo como con ella.
Con el recuerdo de su mano todavía en mi nalga, no pude dejar de pensar que sus palabras tenían doble sentido y nuevamente excitada fui a reunirme con ella. Al llegar a donde estaba, me la encontré hablando con su padre por lo que no tuve oportunidad de preguntarle a que se refería y luego como mi tío quería mostrarme Nueva York también me fue imposible por lo apretada de la agenta que me tenía preparada. Aunque parezca imposible, ese día visitamos el Empire State, el Metropolitan e incluso tuvimos tiempo de dar una vuelta rápida al Museo de Arte contemporáneo. De forma que ya era tarde cuando volvimos a la casa.
Nada más llegar Laura me preguntó dónde quería ir esa noche, sin dudarlo respondí que al sitio del día anterior. Mi prima al escuchar mi respuesta, entornó sus ojos y con tono meloso, afirmó:
-Quieres volver a ver a Alonso- el rubor de mis mejillas me delató y por eso con una sonrisa en sus labios, dijo: -Hoy es sábado.
-¿Y eso que tiene que ver?
Soltando una carcajada, respondió:
-Hoy caza en el bar del Hilton Towers. ¿Te apetece que nos tomemos algo allí?
-Sí.
Una vez habíamos decidido donde ir, nos fuimos a vestir. Aleccionada por lo ocurrido en la mañana, tomé la decisión de hacerlo sola en el baño. No me fiaba de la reacción que podía tener si volvía a ver desnuda a mi pariente. Por eso cuando ya estaba lista y Laura apareció, me quedé impresionada con su belleza.  Embutida en un traje de seda negro, parecía una modelo de revista.
“¡Qué buena está!”, pensé para rápidamente mortificarme por tener esos sentimientos por una mujer.
Los enormes pechos con los que la naturaleza le había dotado quedaban magnificados por el sugerente escote. Sé que se dio cuenta de mi mirada porque acercándose hasta mí, dijo en mi oído.
-¡Tú también estás impresionante!
Instintivamente mis pezones se marcaron bajo la tela y totalmente azorada le di las gracias, urgiéndola a que se diera prisa. Laura que no era tonta, se rio de mi vergüenza y cogiendo su bolso, salió rumbo a la calle sin hacer comentario alguno.
Agradecí su tacto y por eso en cuanto nos subimos al taxi, empezamos a charlar como si nada hubiese ocurrido. La primera en hablar fue ella que haciéndome una confidencia, reconoció que sabía dónde alternaba ese prostituto porque durante una época lo había seguido.
-¡Qué calladito te lo tenías!- le dije encantada de compartir con ella mi obsesión.
Mirando fijamente a mi ojos, respondió:
-¡Soy capaz de valorar la belleza allá donde esté! y Alonso está muy bueno.
Su respuesta me puso los vellos de punta al no estar segura de si sus palabras escondían un doble sentido. Literalmente era un piropo a ese hombre pero se podía deducir que los gustos de Laura no se limitaban a los hombres y por eso no supe que responder. Mas nerviosa de lo que me gustaría reconocer, me quedé mirando por la ventanilla el resto del viaje.
Al llegar al Hotel, directamente nos dirigimos hacia el bar. Despues de dar una vuelta rápida al local y no encontrar a Alonso, un tanto desilusionadas nos sentamos en una mesa del fondo para así tener una visión general del establecimiento.
No llevábamos ni cinco minutos allí cuando vimos entrar al hombre que nos había llevado hasta allí. Durante unos segundos, el morenazo examinó a los presentes como si buscara a alguien y sorpresivamente, se diririgió hacia nosotras.
“No puede ser”, pensé al ver que se acercaba a donde estábamos.
Y no podía ser porque, con una sonrisa en sus labios, se sentó en la mesa de una rubia otoñal justo a nuestro lado. No tuve que ser un premio nobel para entender que esa mujer con cara de zorrón era su clienta.
Laura acercándose a mí me dijo:
-¡Menuda suerte! ¡Desde aquí podremos espiarle sin que se nos note!
Ni siquiera la contesté, en ese instante, solo tenía ojos para Alonso.
“¡Con razón es el prostituto más caro de Nueva York!”, sentencié mentalmente al mirarle. “¡Está de muerte!”
Mientras mi mente divagaba en cómo le iba a hacer para contactar con él, su clienta arrimándose al morenazo le preguntó que quería beber. Alonso llamando al camarero, le pidió un whisky con hielo y volteándose hacia la rubia, empezó a hablar con ella. Sin importarle que la gente se fijara en ellos, esa guarra babeaba riéndole las gracias.
Su acoso era tan evidente que mi prima se rio a carcajadas al verla acomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, esa mujer al comportarse como una puta barata o  cómo él la alentaba con tímidas caricias. Lo cierto es que no tardamos en observar a ese putón manoseándole por debajo de la mesa.
Aunque Alonso solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, sin colaborar con ella, nos  resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
-Me encantaría ser yo- me susurró Laura con la voz alterada por su excitación.
-Y a mí- no dudé en contestar mientras  fulminaba con los ojos a esa cincuentona.
Aunque tenía claro que estaba cumpliendo con su trabajo, me enfadó oir a ese Don Juan diciéndole a su acompañante que se había manchado su blusa.  La rubia que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón, poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Si bien  el lamparón  era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Entonces, Alonso tiernamente llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente.  De lo obsesionada que estaba, os juro que sentí su caricia en mi pecho y más cuando la zorra no pudo evitar pegar un gemido al experimentarlo.
-¿No te excita?- preguntó a mi lado mi prima.
-Mucho- contesté en voz baja.
En la mesa de al lado, esa mujer estaba cachonda. Debajo de la tela de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que le había puesto bruta ese pellizco. Sin pensar en otra cosa que dar rienda  a su lujuria, disimulando, llevó su mano a las piernas de Alonso.
Curiosamente, su descaro consiguió calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó el pantalón del prostituto, algo se estaba empezando a poner duro. Tratando de calmarme, tomé un sorbo de mi copa  pero confieso que me resultó imposible no seguir echando un ojo a lo que ocurría en esa mesa.
-¡Fijate!- exclamó mi prima al ver que ese zorrón estaba masturbando a su acompañante por encima del pantalón.
Ambas nos quedamos de piedra cuando ese tiarrón se bajó la bragueta y sacando su miembro, obligó a su clienta a continuar.  Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que alguien la descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de ese hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Pero entonces y cuando mi sexo estaba anegado, vi que la mujer le decía algo. Alonso al oírla, cogía su móvil e hizo una llamada infructuosa. Al no contestar a quien llamaba, buscó en su agenda a otro y volvió a intentar conectar pero tampoco. Con gesto serio, informó a su clienta que no contestaban. Entonces la mujer señalándonos, susurró algo en su oído. Aunque en un principio, Alonso se sintió escandalizado, al pensárselo otra vez se levantó y vino a nuestra mesa.
-¿Puedo sentarme?- dijo con una sonrisa.
-¡Por supuesto!- tuvo que contestar mi prima porque yo estaba totalmente paralizada.
Nada más hacerlo, Alonso nos preguntó protocolariamente  si queríamos beber otra copa. Sin creérmelo todavía acepté en nombre de las dos.  El prostituto llamando al camarero pidió otra ronda y mientras el empleado del hotel nos la traía, cortésmente nos preguntó nuestros nombres. Tanto a mí como a Laura nos quedó claro que estaba haciendo tiempo para plantearnos el motivo por el que se cambió de mesa.
En cuanto nos pusieron las copas, bastante cortado, Alonso nos preguntó:
-¿Queréis ganaros mil dólares?
Os podréis imaginar nuestra sorpresa. Nuevamente mi prima fue la que reaccionó:
-¿Qué tenemos que hacer?
En ese momento, mi mente se imaginó muchas posibilidades pero no su respuesta:
-Mi acompañante desea que nos miréis haciendo el amor-contestó sinceramente.
Cómo comprenderéis nos quedamos perplejas ante semejante propuesta. Viendo nuestra indecisión Alonso, levantándose, nos dijo:
-Pensadlo entre vosotras y me decís- tras lo cual volvió junto a la rubia.
En cuanto nos dejó solas, nos pusimos a discutir. Mientras mi prima estaba encantada con la idea, a mí me parecía descabellada. No sé si fue las ganas que tenía de observarlo en faena o los quinientos dólares que me tocarían pero lo cierto es que dando mi brazo a torcer, acepté. Habiéndolo acordado, Laura fue a decírselo a la pareja.
La mujer tras abonar tanto su cuenta como la nuestra, cogió al morenazo del brazo y salió del local. Mi prima, haciendo lo propio, me llevó en volandas siguiéndoles. Para entonces, os confieso que estaba muerta de miedo y a la vez expectante por lo que íbamos a contemplar.
Ya en el ascensor, la rubia aprovechando que estábamos solos los cuatro en su interior se lanzó al cuello del prostituto. Alucinada contemplé como esa cincuentona se lo comía a besos sin dejar de rozar su sexo contra él. Si ya eso era suficiente estímulo, mi calentura se acrecentó hasta niveles impensables al llegar a la habitación de la mujer porque nada más cerrar la puerta, Alonso nos pidió que nos sentáramos en el sofá enfrente a la cama y sin más dirigiéndose a su clienta, le soltó:
-¿Qué esperas?
La zorra supo de inmediato a qué se refería y en silencio se arrodilló entre sus piernas. Desde nuestro asiento, vimos a esa guarra arrodillarse y desabrochándole los pantalones, sacar de su interior su sexo. Mierandonos entre nosotras, no nos podíamos  creer lo que estábamos viendo:
¡Esa mujer estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su conquista!
Admirándola en cierta medida, me quedé mirando la exasperante lentitud con la que lo hizo y por eso aunque quisiera evitarlo,  mi  almeja estaba ya encharcada cuando sus labios se toparon con su vientre. En mitad de ese show porno, mi prima se pegó a mí y susurrando me dijo:
-¡No te imaginabas esto!
-¡La verdad que no!- contesté.
 
No tardamos en comprobar que esa mujer era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo ese inmenso pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras seguía mirándolos, sentí una mano entre mis muslos.
Al levantar mi mirada, Laura me dijo:
-Déjame y disfruta- tras lo cual empezó a  masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme al sentir sus dedos recorriendo la tela de mi tanga mientras a unos metros de nosotras, la rubia se había tomado un respiro sacándose esa verga de la boca.
-Sigue, puta- le exigió Alonso al notarlo.
Su clienta no se vio afectada por el insulto y mientras las yemas de mi prima separaban mis pliegues, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Dominada por la situación, no pude  dejar  admirar que la polla de ese hombre en todo su esplendor mientras Laura acariciaba dulcemente mi clítoris.
-Me gusta- gemí calladamente.
 
 
Para entonces, la cincuentona había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Alonso, me impulsaron a bajar mi mano hasta los muslos de mi prima. Esta al sentirlo, separó sus rodillas dejándome hacer. Aunque nunca lo había hecho, no tuve reparo en coger entre mis dedos su hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar la calentura de mi parienta.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo al hombre y la acción de mi prima en mi coño, consiguieron alterarme de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en el interior de Laura mientras sentía que estaba a punto de tener un orgasmo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo al ver como ese putón se la comía a ese hombre pero sobre todo al masturbar yo a una mujer.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de su vulva, tuve tiempo para observar mejor esa mamada. Alonso al descubrirme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de la clienta contra su entrepierna.
Con la verga completamente inmersa en la garganta de la mujer, le  preguntó si quería que se la follara ya:
-Sí- respondió con alegría.
Alonso levantándola del suelo y se puso a desnudarla mientras la mujer se nos quedaba mirando con una sonrisa. Nunca creí que ser observada me pusiera tan cachonda y menos que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Arrodillándome entre las piernas de mi prima, le quité las bragas y comencé a darle besos en las pantorrillas.
-¿Estás segura?- me preguntó Laura al sentir mis labios en su piel.
-No pero lo deseo- respondí sin dejar de acercarme hasta mi meta.
La morena, completamente acalorada, dejó que siguiera y pegando un gemido separé aun más sus rodillas. Mi actuación azuzó el deseo de la mujer y pegando un grito, rogó al hombre que se la follara. Alonso no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina. El chillido que pegó esa rubia me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que tenía entre sus piernas y tratando de excitar a mi prima, le dije:
-¡Eres tan puta como ella!
Lo sé me contestó, obligándome a subir al sofá y me besó mientras me decía:
-¿Te apetece hacer un 69?
-Lo deseo- respondí ya sobreexcitada y acomodándome sobre ella, le solté: -¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que mi prima se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer.  Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que acogió en su boca mi clítoris. Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Alonso seguía machacando otra vez a la cincuentona  con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
 
El prostituto, al escuchar mi alarido, soltó una carcajada y mientras incrementaba  sus incursione mientras exigió a Laura que buscara mi placer, diciendo:
-¡Hazle que se corra que yo me ocupo de esta zorra!
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, mi prima introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, los pellizó consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar tanto el ritmo de las caricias de mi prima como el compás de las penetraciones de ese tiarrón y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de su clienta, me corrí sobre la silla. Laura que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara con mi mamada.
Alonso, nos miró satisfecho y centrándose en la cincuentona, le dio un sonoro azote en su trasero.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
El prostituto, obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara. Mi prima presionó con su mano mi cabeza y gimiendo me rogó que la amara.
Imbuida por la lujuria que asolaba esa habitación, usé mi lengua para recrearme en la almeja de mi parienta. Su sabor agridulce me cautivó y por eso no me pareció extraño usarla para follármela como si de mi pene se tratara. Fue entonces cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual y que lejos de reconcomerme la idea, disfrutaba siéndolo.
 
-¡Por favor! ¡Sigue!- aulló Lorena al experimentar la caricia de uno de mis dedos en su ojete.
Decidida a devolverle el placer, introduje una yema en su ojete mientras en la cama el prostituto seguía follando sin parar a su clienta. Inexperta como era no anticipé el orgasmo de mi prima hasta que su flujo empapó mis mejillas y entonces completamente cachonda y con mi propio coño hirviendo de placer, me dediqué en cuerpo y alma a satisfacer a mi morena.  Mi renovado interés la llevó a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el sofá y justo cuando la cincuentona caía rendida en el colchón, Laura me rogó que parara:
-¡No puedo más!-dijo con una enorme sonrisa.
Os juro que fue entonces cuando me enamoré de ella. Su cara radiando felicidad me enterneció y cambiando de postura, la besé con pasión. Mi prima me respondió con el mismo o mayor cariño y mientras a nuestro lado el prostituto regaba con simiente el coño de su clienta, comprendí que esa visita a Nueva York cambiaría mi vida.
Al cabo de unos minutos, Alonso que se había mantenido al margen mientras nos amábamos, se acercó con un fajo de billetes y poniéndoselo a mi prima en sus manos, nos dio las gracias.
Cómo ya no hacíamos nada allí, nos vestimos y salimos del ascensor. Ya en él, Laura se acercó a mi diciendo:
-¿Vamos a celebrarlo?
-Por supuesto- respondí- pero no en un bar, sino ¡En tu cama!
Soltando una carcajada, mi prima me besó diciendo:
-¿No te apetece otra copa?
Sabiendo que lo hacía para picarme, le di un azote en el culo mientras le contestaba:
-Tal y como estoy de bruta: si cojo una botella, ¡Es para follarte con ella! 
 
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