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Relato erótico: “De compañera de trabajo a novia sumisa en una noche” (POR GOLFO)

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Nada de lo que había vivido me preparó para  el cambio
que experimentó mi existencia al conocer a Clara. Si ya fue extraño que la que en teoría iba a ser un rollo de una noche se convirtiera en mi novia, más lo fue el hecho que gracias a ella dejara de ver a los que practican la dominación como unos bichos raros y me convirtiera en uno de ellos.

Sí, ¡Habéis leído bien!.
Jamás supuse que me gustaría adoptar el papel de “Amo” en una relación y menos que esta, se convirtiera en mi razón de vivir. Educado a finales del siglo xx, pensaba que el amor no podía estar unido a ese tipo de prácticas sexuales y fue mi amada Clara quien me cambió.
Aunque ambos trabajábamos en la misma compañía, nunca había charlado con ella hasta una cena de empresa. Reconozco que la había echado el ojo al verla transitar por los pasillos de la oficina, pero su aspecto aniñado y su timidez nunca me habían predispuesto a ligar con ella.
Siempre me habían gustado las mujeres desenvueltas y con iniciativa, por eso la dulzura y el sonrojo que mostraba esa chavala cada vez que se cruzaba conmigo, no me resultaban atractivos.

Pero todo cambió a raíz de esa cena,  la casualidad hizo que nos sentáramos juntos. Si en un principio me molestó comprobar que me había tocado como compañera de mesa y que Jimena, la atractiva morena de contabilidad, se había sentado lejos, con el paso de los minutos, mi opinión fue cambiando tanto por la simpatía innata de Clara como por la perfección de los pequeños pechos que se escondían detrás de ese coqueto traje.

Esa noche y venciendo su vergüenza, la rubita se había puesto un vestido  sumamente atrevido que me hizo percatar que Clara además de ser una minada de cara tenía un cuerpo que haría las delicias de cualquier hombre. Poco a poco me fui convenciendo del pedazo de hembra que tenía a mi lado y por eso cada vez con mas frecuencia, no pude evitar que mis ojos se recrearan en la profundidad de su escote.
“Esta cría tiene un polvo”, sentencié en un momento dado cuando al ir a rellenar mi copa esa mujer involuntariamente me permitió valorar en su justa medida la perfección de sus senos.
Os reconozco que, gracias a su postura forzada, cuando descubrí el inicio de sus pezones, me quedé tan encantado como excitado. Aunque nunca me lo hubiese imaginado, Clara no solo era dueña de unos pitones de locura sino que esas dos maravillas estaban decoradas por unas enormes areolas.
El tamaño de sus pezones hizo reaccionar a mi pene bajo mi pantalón. Como si fuese un resorte mi pene se puso erecto al admirar tal belleza. La sobre reacción de mi miembro fue tan evidente que la chavala al advertir el efecto que sus pechos habían provocado en mí, se puso nerviosa y sin querer derramó el vino sobre el mantel.
-Lo siento- con voz angustiada, me pidió perdón.

Su embarazo fue tal que tiñó de un encantador color rosado sus mejillas.  Al advertirlo solté una carcajada. Mi risa incrementó su turbación y tratando de limpiar su estropicio, tiró su copa sobre mi ropa. Buscando paliar su torpeza,  cogió una servilleta y se puso a secar mi pantalón.

Desgraciadamente para ella, se encontró mi pene totalmente duro y pegando un grito, retiró su mano de mi bragueta.

Fue entonces cuando tratando de tomarle el pelo, le solté:
-Termina de secarme.
Su gesto de terror no fue nada en comparación con mi cara de estupefacción cuando obedeciendo mi orden y mientras intentaba que nadie se diera cuenta, esa mujercita volvió a coger la tela y bajo el mantel, se puso a secarme nuevamente. Contra toda lógica, en esa ocasión, olvidándose de mi erección, Clara no cejó en su empeño hasta que  consiguió dejar mi pantalón totalmente seco.
Aunque ese acto debía haberme alertado de su condición de sumisa, el morbo que sentí al notar la acción de sus manos sobre mi pene mientras el resto de los comensales estaban en la inopia, me lo impidió y solo cuando al terminar observé sus pezones erectos, me percaté que estaba tan excitada como yo.

A partir de ese momento la cena cambió y mientras nuestros compañeros charlaban de temas insustanciales, me dediqué a tontear con mi recién descubierta presa. Fue al flirtear con ella cuando advertí que si bien sonreía dulcemente ante un alago, esa mujer se ponía cachonda al escuchar una burrada.

“¡Qué curioso!”, pensé al ir descubriendo la genuina naturaleza de la rubita.
Tratando de verificar mis pensamientos, dejé caer mano sobre sus muslos. Clara al sentirlo intentó retirarla pero negándome a obedecer, me acerqué y le dije al oído:
-Lo estas deseando.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para sucumbir y con sus mejillas al rojo vivo, dejó de debatirse y separó sus rodillas como muestra de su claudicación. El resultado de mi juego superó todas mis expectativas y ya totalmente dominado por la lujuria, comencé a acariciarle las piernas. En cuanto sintió mis dedos recorriendo su piel, los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la dejara. Pero para entonces la calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
Su entrega terminó de vencer mis reparos a usarla y susurrando, le dije:
-Eres una putita deliciosa-
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
-Abre tus piernas-

La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Clara, excitada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que, separando su tanga, me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras.

Era tal la calentura de esa chavala que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.

Creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra.

 Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me dijo:

-Gracias.
Su respuesta hizo que mi mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
-Esta noche serás mía.
Bajando su mirada, me respondió descompuesta:
-Vivo con mis padres.
Su respuesta me dio alas porque en vez de negarse, puso solo como excusa que seguía siendo una hija de papá. Durante el resto de la cena, no volvió a hablar y solo cuando los camareros vinieron con el postre, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada con mi promesa pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía.
Una vez acabada la cena, empezó la música y sin darle otra opción, cogiéndola por la cintura, la saqué a bailar. Una vez en medio de la pista y bajo el amparo de la gente bailando, pasé mi mano por su trasero. Ese gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba cachonda. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí atrayente pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada por eso con ella pegada a mi cuerpo, le solté:
-Me pones bruto.
Con una sonrisa y sin separarse de mí, respondió.
-Tú también.
Su inequívoca contestación me hizo cogerla en volandas y cruzando la pista, llevarla a los aseos. Aunque no puso reparo, me di cuenta por su cara que su mente se debatía entre la cordura y la lujuria. Pero Clara, al sentir que la humedad anegaba su cueva, comprendió que deseaba entregarse a mi juego y por eso, en cuanto cerré la puerta del baño, me dijo sin ser capaz de mirarme a los ojos:
-¿Qué quieres que haga?.
Al ver sus ojos inyectados de lujuria sin límite supe que ya era mía. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, le solté:
-Mámamela.
Completamente ruborizada, se arrodilló frente a mí y en cuanto tuvo mi sexo en sus manos, empezó a devorar con auténtica necesidad mi extensión. Lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base. Entonces y solo entonces, presioné su cabeza con mis forzándola a proseguir su mamada. No pude evitar gruñir satisfecho al advertir que mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta.
La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron el resto. Mi calentura me obligó a sentarme en la taza del wáter, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer que siempre había supuesto que era una pazguata. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de ese día. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La rubita sorprendiéndome nuevamente no le hizo ascos a mi semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su traje.
La cara de deseo que descubrí en Clara me calentó nuevamente y levantándome de mi asiento, le di la vuelta y bajándole las bragas, comencé a jugar con mi glande en su sexo. La rubia estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el lavabo. Su nueva postura me permitió  comprobar que estaba empapada y por eso coloqué sin más mi glande en su entrada. No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Clara moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
-Fóllame, por favor- gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, poco a poco, mi extensión se hizo su dueña mientras la rubia hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
-Me encanta- exclamó a sentir como empezaba a retozar en el interior de su coño.
Contra mi idea preconcebida de esa mujer, estaba fuera de sí y con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
-Me gusta el sexo duro- chilló descompuesta

Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y ya asaltando su pequeño cuerpo con brutales penetraciones, seguí azotando su trasero con nalgadas. La muchacha al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de decirme lo mucho que le gustaba. Lo creáis o no, la rubita se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.

-Más duro- me pidió dando un aullido.
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer necesitaba caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Clara al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
-Me corro- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el lavabo.
Al correrse, en vez de apartarse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso.  Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejar escapar a esa mujer, me dejé llevar  derramando mi simiente en su interior

Tras unos minutos durante los cuales estuvimos besándonos como si fuéramos novios mientras descansábamos, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. 


Curiosamente al llegar a nuestra mesa, el rostro de Clara mostraba desazón. Al preguntarle que ocurría, me susurró al oído:

-Tengo miedo que no se repita.
Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:
-No te preocupes, a partir de esta noche, eres solo mía.
La sonrisa y la cara de alegría con la que recibió mis palabras, asoló mi cordura y olvidándome de que la fiesta no había hecho más que comenzar y que nuestros jefes esperaban vernos allí, le pregunté:
-Nos vamos.
-Sí- respondió cogiendo su bolso.
La llevo en coche hasta mi casa.
Nada más entrar al coche, le pregunté si estaba segura. Clara entornando sus ojos, bajó su mirada y me respondió que sí. Su tono dulce y tímido, me hizo comprender que lo deseaba y deseando que su entrega no fuera producto del vino que había bebido, aceleré rumbo a mi apartamento. Al parar en un semáforo, me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis.
Ante semejante visión, mi pene saliendo de su modorra reaccionó y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Comprendí que se había dado cuenta al ver el color que teñía sus mejillas. Habiendo sido descubierto, decidí que nada perdía si incrementaba su turbación y por eso, le solté:
-Tienes unas piernas preciosas…- y lanzando un órdago a la grande, proseguí- ¡Súbete la falda!
Poniendo cara de niña buena, se subió el vestido y abriéndose de piernas, me mostró lo que  quería ver. Comprendí al instante que no podía dejar pasar esa oportunidad:
-Quiero que te toques.
En silencio y sin mirarme, me obedeció bajando su mano por su pecho. Si ya de por sí eso era excitante, más lo fue verla pellizcar sus pezones mientras gemía de deseo. Tras unos breves magreos, supe que Clara necesitaba más y mirándola de reojo, dije:
-¡Mastúrbate para mí!
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito observé como se empezaba a torturar su clítoris sin ser capaz abrir sus ojos. Como comprenderéis, fue alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de la rubita no tardaron en sonar dentro del estrecho habitáculo del coche y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería. 
Al terminar, mirándome a los ojos, dijo con voz tierna:
-Gracias, lo necesitaba-.
En ese momento, había llegado a casa y reteniéndome las ganas de follármela en el parking, salí del vehículo sin decirle nada. Asumiendo mi victoria y su sumisión, llegamos a mi piso. Abriendo su puerta, le pregunté qué quería beber:
-Lo que me des está bien- respondió quedándose quieta en mitad del salón.
Al ver que se quedaba como una estatua mientras ponía las copas, asumí que no podía dejarla enfriarse y por eso, dotando a mi voz de un tono cariñoso pero autoritario, dije:
Quiero que te desnudes lentamente.
Si esperaba una reacción adversa me equivoqué porque con un brillo en sus ojos que antes no existía, deslizó los tirantes, dejando caer su vestido al suelo. Al verla casi desnuda, con la ropa interior como únicas prendas, pude valorar el  magnífico cuerpo que escondía esa niña.
“Está riquísima”, pensé al observar que además de una cintura de avispa la chavala tenía un pandero con forma de corazón.
Sabiendo por mi expresión que me estaba gustando lo que veía, se fue quitando el sujetador sin dejarme de mirar a los ojos mientras trataba de descubrir por mis gestos, si estaba de acuerdo con la velocidad y sensualidad del striptease con el que me estaba regalando. Supe que Clara deseaba satisfacerme:
¡Esa noche era mía y no podía fallarme!

Cuando acababa de quitarse el coqueto tanga y ya estaba totalmente desnuda, me puse a su lado. Al levantarle su barbilla, la rubita creyó que quería besarla y abriendo sus labios, me miró deseosa de sentir los míos. Pero se quedó con las ganas porque olvidado sus deseos, me concentré en examinarla a conciencia.

Tienes una cara preciosa- afirmé mientras deslizaba una mano por su cuello.
La sumisión que mostró me hizo continuar y masajeando sus hombros, bajé hasta sus senos. Clara que hasta entonces se había quedado callada, suspiró cuando sosteniendo sus pechos en mis palmas, di un suave pellizco a una de  sus areolas.
Aunque tienes las tetas un poco pequeñas, tengo que reconocer que me gustan tus pezones.
Mi tono pausado y carente de entusiasmo la preocupó no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.
Al llegar a su estómago, me tomé mi tiempo. Mientras mis dedos recorrieron lentamente la distancia entre sus senos y su ombligo, pude admirar  que el tacto de su piel era cálido y suave pero también que caricias habían comenzado a afectarle. Con  su respiración ya agitada, la muchacha temblaba cada vez que mis yemas se apoderaban de otro centímetro de su cuerpo.

Al comprobar sus areolas estaban totalmente duras y ver que en su cara, la excitación había hecho su aparición, decidí ralentizar mi toma de posesión. Co lentitud, seguí bajando acercándome su sexo. Para entonces Clara ya estaba brutalmente excitada y facilitando mi tarea, abrió sus piernas. Aunque parezca imposible, en el baño no me dí cuenta que la rubita tenía depilado por completo su pubis. Encantado con ese coño de aspecto juvenil, me resultó sencillo separar sus labios.

Disfrutando de cada paso, observé que estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar y por eso, cuando mis toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre mis dedos.
Asustada por la fuerza de sus sensaciones, me soltó:
-Lo siento, no pude evitarlo.
Obviando que el significado de esa frase, me entretuve introduciendo un par de dedos en el interior de su coño mientras mi compañera a duras penas guardaba el equilibrio sobre la alfombra. El ritmo con el que doté a mis caricias la hizo prolongar su orgasmo durante un par de minutos hasta que agotada me pidió que nos sentáramos.
-¡Cállate!- le dije mostrándole un supuesto enfado- ¡Te has corrido sin mi permiso!
Mis duras palabras la hicieron caer al suelo de rodillas. Sin todavía creérmelo, fui testigo de cómo imploró mi perdón mientras me decía que castigara su osadía. Su sumisión lejos de cortarme, me excitó y pensando en ello, comprendí que si quería que la tratara como a una esclava, eso iba a hacer. Aunque nunca en mi vida había comprendido el placer que obtenían algunos sujetos apoderándose de la voluntad de una mujer, como una llamarada prendió en mi fuero interno el deseo de probar.
Llevándola hasta mi habitación, me senté en mi cama:
Ven aquí- ordené.
Si tenía alguna duda de su condición, esta desapareció cuando acercándose hasta mi lado, contestó:
Sí, mi amo– tras lo cual  intentó sentarse encima de mis piernas.
Ya dominado por mi papel, la tumbé sobre mis rodillas y empecé a azotarle el trasero. Si bien en un principio, la azoté suavemente, viendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como su intensidad de mis nalgadas. La que siempre había considerado una mujer extremadamente tímida,  empezó a gemir siguiendo el compás del castigo que estaba soportando. Inexperto como era en esas lides, no supe interpretar sus gemidos, al ser una mezcla de dolor y de placer. Solo cuando chillando me pidió que siguiera castigándola comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda.
Curiosamente, eso me excitó. Ya convencido, proseguí azotándola hasta que me percaté de que mi supuesta víctima estaba a punto de correrse nuevamente al verla convulsionar por el gozo que sentía:
Tienes prohibido correrte sin mi permiso, ¡Esclava!-, le ordené recalcando esta última palabra.

El chillido de alegría que pegó al oír como la llamaba, me hizo apiadarme de ella y viendo que estaba agotada, la dejé descansar. Aún sobre mis piernas, Clara se fue relajando con el paso de los segundos. Cuando consideré que ya había descansando, me concentré en verificar el resultado de mis azotes. Al comprobar que tenía el culo amoratado, temí haberme pasado y por eso le pedí perdón.

Al escucharme, levantando su cara, me miró sonriendo mientras me decía:
-No te preocupes, ¡Me lo merecía!
Viendo que no estaba enfadada sino alegre, proseguí con el examen que me había interrumpido con su orgasmo. Aprovechando que la tenía sobre mis rodillas, me concentré en su trasero. Al tocar y magrear sus nalgas, no pude dejar de valorar que las tenía duras y preciosas. Si bien ya por eso debía de estar satisfecho, el verdadero tesoro lo encontré al separarle sus dos cachetes. Al hacerlo apareció ante mis ojos un esfínter rosado, que al examinarlo con cuidado, descubrí que era virgen. Saboreando de antemano el placer que me iba a dar, pregunté:
-¿Nunca lo has hecho por detrás?
Avergonzada, bajó sus ojos sin contestarme. No me hacía falta… ¡Ya sabía la respuesta! Ansioso por estrenar ese manjar, la levanté y dándole un beso en los labios, le pregunté si quería que su querido amo lo estrenara.
Su respuesta no pudo ser más concisa:
-Soy suya-contestó.
Al mirarla a la cara, observé que aunque en su fuero interno lo deseaba, no por ello dejaba de estar asustada. Deseando que su primera vez fuera agradable, decidí hacerlo con todo el cuidado del mundo.
Descansa un poco– dije depositándola en la cama para acto seguido ir a mi baño.
Nervioso, por la perspectiva de estrenarla, busqué una crema hidratante hecha a base de aceite y con ella en mi mano, volví a su lado. Al retornar a mi habitación, Clara intentando facilitarme las cosas, me recibió a cuatro patas sobre el colchón. Todavía no me había desnudado al hacerlo, me dio tiempo de pensar en qué hacer.
Sabiendo mis siguientes pasos, extraje una buena cantidad de crema del bote y mientras le susurraba para tranquilizarla, la coloqué sobre su intacto hoyo. La rubia pegó un gemido al sentir la frescura del gel en su esfínter. Mas tranquilo, fui extendiéndola gradualmente por las rugosidades de su ano, antes de realizar ningún avance. La actitud sosegada de Clara era un engaño y sabiendo que no me podía adelantar, cuidadosamente seguí relajándolo porque necesitaba que se acostumbrara a que fuera manipulado. Como esa rubia era novata, al principio estaba tensa pero mis caricias paulatinamente fueron tranquilizándola y excitándola a la vez.
Estoy lista-, me dijo imprimiendo a su voz de un tono sensual.
Con cuidado le introduje un dedo dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión, pero sin sacarlo con movimientos circulares fui relajándolos. Progresivamente, observé que iba cediendo la presión que ejercía su ojete sobre mi dedo mientras aumentaba el placer que sentía la mujer. Al los tres minutos, percibí que estaba dispuesta para que profundizara mi exploración, por lo que metí otro mas en su interior, mientras que con la otra mano pellizqué uno de sus pezones.
-¡Me encanta!- gritó.

“Está claro que le gusta”, pensé al escuchar como esa dura caricia sobre sus pechos, la ponía bruta. Su entrega me hizo saber que estaba a punto y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura. Clara al sentirlo, pegó un nuevo gemido de placer por lo que dando un pequeño empujón embutí mi capullo en su interior.

-¡Agg!-, gimió al experimentar su esfínter maltratado.
Sin dejarla pensar, puse mis manos en sus hombros y tirando de ellos hacía mí, se lo clavé por entero. La demostración que la mujer había absorbido por completo mi extensión, llegó cuando mis testículos rozaron sus nalgas,
-¡Me duele!-gritó casi llorando.
-¡Quédate quieta mientras te acostumbras!- ordené a la mujer al ver que quería separarse de mí.
Con lágrimas en los ojos, me obedeció permaneciendo inmóvil mientras sufría por el castigo. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, de forma que noté, sobre toda la extensión de mi sexo, cada una de las rugosidades de su anillo y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro. Repitiendo esta maniobra, incrementé mi ritmo poco a poco hasta que paulatinamente, noté que la presión que ejercía sobre mi extensión iba menguando. El dolor de la rubita se fue tornando en placer en cada envite y moviendo sus caderas, Clara comenzó a disfrutar de ello.

Tienes un culo precioso–  dije en su oído- Me va a encantar montarte todos los días.

Mi promesa debió de alegrarla porque pegando un aullido, mi hasta entonces compañera de trabajo, me pidió que siguiera tomándola. Al ver que ya no se quejaba de dolor y que su garganta daba rotundos gemidos de placer, hizo que nuestro suave trote se convirtiera en un galope desenfrenado. Totalmente entregada a la pasión, el pequeño cuerpo de Clara se retorcía cada vez que mis huevos rebotaban contra sus nalgas.
“Realmente, esta tipa está buenísima”, afirmé mentalmente y asiéndome de sus pechos, los usé como agarre.
La nueva postura debió de hacerle sentir algo insuperable y sin pedirme permiso, como posesa se apoderó de su clítoris. Cogiéndolo entre sus uñas, lo torturó al ritmo que yo imprimía sobre su culo. No tardó en desplomarse sobre la almohada al sentir las primeras descargas de su orgasmo. Poseída como estaba por la calentura, dejó su culo en pompa para que siguiera disfrutando yo de él. Esa postura me obligó a cogerle de las caderas. No tardé en percatarme que en esa posición,  mi pene entraba más profundamente en su interior.
Su cueva no tardó en explotar y cuando lo hizo,  encharcó tanto su sexo como mis piernas, mientras mi recién estrenada sumisa gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba. Exhausta, me pidió que parara pero queriendo terminar, decidí no hacer caso a su súplica y dándole una palmada en su cachete, le ordené que se moviera.
Respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante. Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marqué la velocidad con mis manos sobre sus nalgas. Lo que no me esperaba es que Clara volviera a correrse de inmediato. Viendo que estaba a punto de seguirla, la agarré de su melena y tirando de ella hacia atrás, la inundé por completo con mi simiente.
Agotado y todavía con mi pene dentro de ella, disfruté de cómo se corría por última vez. Tumbado boca arriba, descansé del esfuerzo realizado, y asimilando todo lo que había ocurrido esa noche, ratifiqué mi decisión de convertirla en mi amante de planta.
-¿Puedo pedirte un favor?- me dijo sacándome de mi ensimismamiento.
Incapaz de negarle un capricho en ese instante, le respondí que sí. Al oírme, pegándose como una lapa contra mi cuerpo, me preguntó:
-¿Te importa que me quede a dormir contigo?
Soltando una carcajada, la abracé. Clara al sentir mi arrumaco, pegó su cabeza contra mi pecho mientras con voz tierna me decía:
-Solo deseo servirte.

 

 

Relato erótico: “Mamá descubre que mi tío y yo tenemos una sumisa” (POR GOLFO)

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Tercer capítulo de “Sustituí a su esposa en la cama de mi tío”.
Mi relación con mi tío era cada vez mejor, no solo era mi macho y el hombre en el que me podía apoyar sino que también sabía mantenerse en segundo plano cuando me apetecía jugar con  mi sumisa. María que, hasta un mes, solo era mi compañera de universidad, ahora vive con nosotros y como la obediente mujer que es, cuando llega de clase se cambia de vestido y se pone el uniforme de criada.
Todavía recuerdo el día que se lo hice. Como me resultó imposible encontrar uno que combinara elegancia y sensualidad, por eso tuve que comprar el típico de sirvienta antigua y arreglarlo. Mis retoques fueron mínimos: la larga falda quedó convertida en una minifalda que me permitiera disfrutar de sus piernas nada más verla e incrementé la longitud de su escote para que si nos apetecían sacarle las tetas, no tuviéramos que desabrochar ningún botón.
Acababa de terminar de coser, cuando escuché a Manolito llorar. Al mirar la hora, comprendí que lo que tenía el niño era hambre y sacándolo de la cuna, me puse a darle de mamar. El niño ya tenía nueve meses de edad y aún seguía dándole el pecho porque cuando ese crío se apoderaba de mi pezón, me hacía sentirle totalmente mío.
Esa tarde me senté con él en el salón porque quería esperar que María llegara para entregarle mi regalo. La morena no tardó en llegar y cuando lo hizo, seguía con mi niño al pecho.
Tal y como habíamos quedado, de puertas afuera, éramos amigas pero dentro de mi casa, esa muchacha debía mostrarme respeto. Por eso, tocó la puerta y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies para mirar como el niño se alimentaba. Desde que descubrió que de mis pechos manaba leche, buscó limpiar ellas las gotas que mi chaval dejaba al terminar. Si para mí, era un placer criar a la antigua a mi primo, para ella, era una obsesión servirme.

Os reconozco que sentirla a mi lado mientras Manolito mama, me excitaba porque cuando el bebé dejara en paz mi pezón, vendría la boca de esa mujer a sustituirlo.


-Tienes un regalo- le dije al verla postrada a mis pies y mostrándoselo, le exigí que se lo probara.
María sonrío al ver de qué se trataba y cogiéndolo quiso ir a su habitación a probárselo pero con un breve gesto, le informé de que quería ser testigo de cómo se lo ponía.
Aun antes que empezara a desnudarse, comprendí por el brillo de sus ojos que mi sumisa estaba excitada. Dócilmente se puso en mitad del salón y con la lentitud que sabía que me gustaba, se empezó a desabrochar la blusa. Botón a botón la fue abriendo, dejándome disfrutar de cada centímetro de su escote. Una vez terminó, se despojó de ella, pudiendo por fín comprobar que bajo su sujetador, María ya tenía los pezones duros.
-¿Estas cachonda?- pregunté al advertir que le costaba respirar.
-Sí, ama- respondió sin dejar de desnudarse.
Llevando sus manos a su espalda, abrió el cierre de su brassier y tirando de él dejó libres sus senos.

-Date prisa, puta. ¡No tengo todo el día!- le dije ya acalorada y con ganas de verla vestida con ese uniforme.

María, al oír mi orden, supo que me estaba excitando y con la satisfacción de estar cumpliendo con su deber, se despojó de su falda, bajándola aún más tranquilamente por sus caderas. Al quitársela pude admirar que tal y como le había mandado esa mañana, en vez de bragas llevaba un cinturón de castidad, protegiendo mi propiedad.
-Tráeme las llaves- le pedí porque me urgía verla desnuda.
Mi sumisa, fue hasta mi bolso y me las trajo. Con verdadera ansia, abrí el candado para quitarle el siniestro aparato y aprovechando mientras se lo desprendía, pasé mis dedos por su sexo. Juro que me encantó descubrir que esa zorra lo tenía encharcado y sintiendo que bajo mi propia falda, ocurría lo mismo le ordené que acercara porque quería olerla.
Sumisamente puso su coño a mi disposición y tal como le había enseñado, con los dedos separó sus pliegues para que pudiera valorar si lo tenía como a mí me gustaba. Nada más acercar mi nariz a su entrepierna, fui testigo de la forma tan rápida con la que esa zorra se excitaba conmigo porque ante mis ojos, su sexo se anegó y derramando lágrimas de flujo, estas recorrieron sus piernas.
Satisfecha le pedí que me cogiera a Manolito. La morena lo sostuvo con cuidado porque sabía que ese crío era mi propiedad más valiosa y sin poderse ni mover, tuvo que soportar en silencio que con mis dos manos, le abriera sus nalgas para verificar que el plug anal seguía en su sitio. Al comprobar que no se lo había quitado, le di a modo de premio un sonoro azote en uno de sus cachetes y volviendo a coger a mi chaval, le ordené que se pusiera el uniforme.
Con celeridad, se vistió y tras hacerlo, bajando la cabeza me preguntó si estaba satisfecha. Al mirarla, comprobé que su belleza quedaba resaltada por esa ropa y deseando que Manuel, mi tío, estuviera ahí para verla, le dije:
-Para ser una piltrafa, no estas mal.
Como sabía que había pasado mi examen, sonrió deseando que llegara su recompensa. Usualmente si se portaba bien le dejaba que después de limpiarme del pecho los restos de leche, hiciera lo mismo entre mis piernas. La propia María era consciente de que se había vuelto una adicta de mi coño y mi peor castigo era cancelar su ración diaria de él.
-El niño ya ha terminado, cámbiale y vuelve.
Con celeridad, cumplió su cometido y colocando a Manolito en su cuna, volvió  a la habitación. Ya desde la puerta, se agachó y vino hacia mí, de rodillas y maullando como una cachorrita. Aunque me gustó la forma en que me informaba de las ganas que tenía de saborear el fruto de mis pechos, para entonces ya era una necesidad sentir sus labios en mis pezones y por eso le mandé que empezara.
María ni siquiera me respondió con palabras y pegándose a mi silla, comenzó a lamerme desde mis hombros hasta el cuello. La sensación de sentir su lengua acercándose por mi cuerpo era brutal y mientras mis areolas se ponían duras, bajo mis bragas mi sexo era ya un lago de deseo. Mi sierva no hizo ningún comentario cuando percibió las contracciones de mis muslos y recreándose en mi escoté, me despojó de mi sujetador, mientras yo sentía que esa tarde iba a obtener mucho placer de su boca.
Dejando mis pechos al descubierto, acercó su boca a ellos y con tono suave, me pidió permiso para empezar.
-¡Hazlo! ¡Puta!
Era tal mi calentura que en cuanto acercó su lengua al primero de mis pezones, mis dos pechos empezaron a manar leche. María al verlo y sabiendo lo mucho que me disgustaba que se desperdiciara, se lanzó a tratar de contener esos dos torrentes. Con las mejillas empapadas, bebió de mis tetas sin darse cuenta que su urgencia me estaba poniendo bruta y que el modo en que intentaba beber toda mi producción me estaba llevando al borde del orgasmo,
-Tráete un vaso- le exigí al advertir que la leche caía en cascada por  mi estómago.
Asustada por fallarme, salió corriendo y en vez de traer lo que le había pedido, trajo dos tazones. Su error  resultó mejor porque cogiendo uno de ellos, su tamaño le permitió mamar de un seno mientras la producción del otro rellenaba el recipiente.
-Soy una vaca lechera- dije al comprobar que la leche recién ordeñada ya cubría la mitad del tazón.
Sonriendo, mi sierva respondió:
-Sí, ama pero me encanta.
Al irla a reprender porque nadie la había permitido hablar, descubrí que tenía toda la cara empapada y muerta de risa, le dije que dejara mis pechos y se concentrara en mi sexo.
-Pero ama, se va a desperdiciar….- contestó estupefacta.
-Por eso no te preocupes- contesté cogiendo el otro tazón y poniéndolo en el pecho libre.
Comprendiendo que no podía negarse a cumplir mis exigencias, se arrodilló entre mis piernas. Al verla en esa posición tan servil pensé que iba a ver saciada mi deseo con celeridad pero, en vez de ello, se dedicó a recorrer con su lengua mis pantorrillas mientras miraba con cara descompuesta su meta. Me sentí tan íntimamente observada que se me incrementó mi calentura e inundando la habitación con el olor de su celo, me quedó quieta esperando sus siguientes movimientos. Como una zombie controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar la cara a mi sexo. Ese aroma penetrante le llamaba e incapaz de negarse, introdujo su lengua en mi coño.
Mis gemidos le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos mis labios, dejó al descubierto mi fijación. Con toda la parsimonia del mundo, lamió y mordió mi clítoris. Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el enorme flujo que brotaba de mi manantial secreto. Ya poseída por la lujuria, su lengua recogía a borbotones mi néctar mientras con su mano se empezaba a masturbar.
Demasiado caliente para contenerme, le exigí que se atiborrara de mí. Su lengua penetró en mi interior  asolando mis defensas. No solo violentó mi gruta, sino que aprovechándose de mi flaqueza, sus dedos acariciaron los bordes de mi ano. Me sentí paralizada al percibir que su índice se introducía arañando mi anillo. Totalmente empapada, me dejé hacer. Sentir que mis dos hoyuelos eran tomados al asalto fue superior a mis fuerzas y gritando, me vacié en su boca.

Todavía no me había repuesto del orgasmo cuando al levantar mi mirada, vi que Manuel nos observaba desde la puerta. Sus ojos reflejaban satisfacción pero entonces se fijó  en los vasos rellenos con mi leche que todavía portaba en mis manos:
-¿Y eso?- me preguntó.
Muerta de risa, me levanté y dándoselos, le dije:
-Son para ti.
El cabrón de mi tío los cogió y llevándoselos a la boca, empezó a beber de la leche de su sobrina, diciendo:
-Cariño, cada día  tu leche es más dulce.
Os juro que al verlo disfrutar del producto de mis pechos, me volvió a excitar y pasando mi mano por su bragueta, descubrí que la escena que involuntariamente le habíamos brindado, lo tenía también alborotado. Como María se había portado bien, decidí premiarla y por eso, levantándola del suelo, apoyé su cuerpo contra la mesa mientras le preguntaba a mi tío:
-¿Te apetece usarla?
Mi hombre sonrió y levantándole la falda, recorrió sus nalgas con las manos. Mi sumisa al sentir las yemas de Manuel acariciándole el trasero no pudo reprimir un gemido. Al percatarse de que la zorra tenía su chocho encharcado, no se lo pensó dos veces y sacando su pene, la penetró de un solo golpe.
Eso fue el preludio. Durante toda esa noche, tanto yo como mi marido seguimos gozando de María. Aunque nuestra relación a tres bandas no es lo habitual, os juro que no me arrepiento y es más os tengo que confesar que tanto mi tío como yo disfrutamos gustosos de la carne tibia de nuestra amante sin pensar en el futuro.
Todo se complica al venir mi madre de visita.
Nuestra idílica existencia donde mi tío, Manolito y yo formábamos junto con María una peculiar familia, se trastocó sin remedio un día que mi madre decidió visitarnos  previo aviso. El azar quiso que mi sumisa se encontrara sola en casa y creyendo que era yo quien volvía de la universidad, salió a recibirla vestida de uniforme.
Os podréis imaginar la cara con la que se quedó mi madre al verla ataviada con tan poco discreta vestimenta pero obviando el tema, le preguntó por mí:
-La señora todavía no ha vuelto- contestó María dándose cuenta del percal en que se había metido: -Debe estar a punto de llegar.
Tras lo cual la llevó al salón y le preguntó si quería algo mientras esperaba. Mi progenitora con la mosca detrás de la oreja, le contestó un café. Preparárselo le dio la oportunidad de coger el teléfono y de llamarme. Al explicarme que la había pillado vestida así me dejó helada y anticipando mi vuelta, fui a su encuentro.
Al llegar a casa, dejé mis libros en el recibidor y casi temblando, la busqué. Cuando la vi, estaba jugando con Manolito que con cerca de un año ya empezaba a balbucear. El chaval en cuanto me vio vino gateando llamándome mamá. Como para mí era algo normal, no me fijé en la cara de mi propia madre que entornando los ojos, me preguntó un tanto escandalizada:
-¿Te llama mamá?
Supe que tenía que darle una explicación y optando por la más sencilla, riendo contesté:
-Pues claro. Para Manolito, soy su madre.
Mi respuesta no le satisfizo e insistió:
-Y a tu tío, ¿No le molesta?
Tratando de mostrar una tranquilidad que no sentía, le respondí:
-Piensa que soy la única figura materna que tiene y Manuel lo asume con normalidad.
-Ya veo- contestó en absoluto convencida, tras lo cual me informó que tenía unos asuntos que resolver en Madrid y si se podía quedar en la casa:
-Por supuesto, siempre serás bien recibida aquí- dije sin percatarme de que en teoría esa era la casa de mi tío y llamando a María le pedí que llevara su equipaje a mi cuarto para que durmiera allí mi madre.
Al irse la supuesta criada, francamente mosqueada, me preguntó:
-¿Y esta niña no debería ir mas vestida?
Soltando una carcajada, le mentí:
-Más bien, ¡Con ese uniforme parece una puta! El problema es que es nueva y la anterior era mucho más bajita.
Mi contestación la tranquilizó y uniéndose a mi risa, respondió:
-Deberías comprar uno de su talla, tu tío es viudo y no vaya a ser que teniendo la tentación en casa, se nos eche a perder.
Dándole la razón, le prometí que al día siguiente iría a por uno y cogiéndola del brazo, la llevé a la cocina para que me contara como estaba mi padre. Dos horas después llegó Manuel que alertado por nosotras ya sabía de la presencia de su antigua cuñada y actual suegra en la casa. Disimulando la besó en la mejilla y sentándose a nuestro lado, se unió a nuestra charla. Lo malo fue que una vez transcurrido unos minutos se relajó y me pidió:
-Cariño, ¿Puedes traerme una copa?
“¡Será bruto!” pensé al oír el apelativo pero sin darle importancia para que mi progenitora no se diera cuenta, me levanté a cumplir sus deseos. Mi madre que de tonta no tenía un pelo, se olió que nuestra relación iba más allá de lo típico entre tío y sobrina y entrando directamente al trapo, le preguntó:
-¿Cómo llevas la ausencia de mi hermana?
Manuel supo por dónde iba a discurrir esa conversación y anticipándose, le respondió:
-Todavía la echo de menos pero gracias a tu hija, su perdida me resulta más llevadera.
Mi llegada evitó que siguiera con su interrogatorio y quedándose con las ganas, guardó el resto de sus preguntas para cuando estuvieran los dos solos. Supe por las caras de ambos que había interrumpido algo serio y no queriendo que dicha conversación se reanudara, les informé que la cena ya estaba lista.
Al entrar en el comedor y sentarnos, el ambiente se tornó aún más tirante al decirme la tonta de María:
-Ama, ¿Le importa que empiece a servir por su madre?
“Joder”, pensé, “¡Estoy rodeada de brutos!, al advertir la cara de mi madre al escuchar de los labios de la criada la forma en que se había dirigido a mí y como no podía hacer nada al respecto, le contesté:
-Por favor.
Aunque no dijo nada, se la quedó mirando tratando de averiguar el sentido de tamaño respeto porque ese apelativo podría ser disculpado por un origen hispano pero en la boca de una española escondía un significado que debía indagar. Me quedó clarísimo que albergaba dudas cuando aprovechando que la teórica sirvienta estaba en la cocina, preguntó:
-Y a esta niña, ¿Dónde la habéis encontrado?
Estaba a punto de inventarme una historia cuando escuché a mi tío decir:
-Es compañera de universidad de Elena y debido a que sus padres se encuentran en mala situación económica, al enterarse de que necesitábamos una criada, le preguntó si podía optar ella al puesto.
“Definitivamente, hoy Manuel tiene el día espeso”, me dije al comprender que mi madre no se creería que una chavala española y encima universitaria fuera tan respetuosa con alguien de su misma edad y formación por lo que decidí intervenir diciendo:
-Al aceptarla y como parte de un juego, se dirige siempre a mí recalcando que si en la universidad somos compañeras aquí es nuestra empleada.
-Entiendo- contestó nada convencida.
El resto de la cena transcurrió sin novedad y al irnos a la cama, por primera vez en un año, no disfruté de las caricias de mi tío sino que tuve que compartir con mi madre la habitación. El colmo fue que cuando ya estábamos las dos acostadas, me dijera:
-Esa criada es un poco rara.
-¿Porque lo dices?- pregunté.
-No sé- me confesó. –Cuando le das una orden, te mira como a un ser superior.

Tratando de cortar esa conversación, le dije riendo que eran imaginaciones suyas tras lo cual, me di la vuelta y me hice la dormida.

Si de por sí era complicado todo se torna embarazoso al descubrir mi madre la naturaleza de María.
Al día siguiente como tenía prácticas, me desperté temprano dejando a mi madre todavía dormida. Mientras me tomaba un café, llegó a la cocina mi tío que tras preguntarme donde andaba su cuñada, me contó lo cerca que había estado la noche anterior de confesarle que éramos pareja.
Asustada, le pedí que no lo hiciera porque no sabía cómo iba a reaccionar. Mi respuesta totalmente lógica, le cabreó y hecho una furia, me preguntó:
-¿Te avergüenzas de mí?
-Para nada, mi amor. Pero dame tiempo.
Comprendí lo mucho que le había dolido al verle partir hacia su oficina sin ni siquiera despedirse, dejándome sola. Tras recapacitar sobre el asunto, decidí que esa misma tarde le iba a explicar a mi madre que estaba enamorada de Manuel y él de mí y con ese pensamiento reconcomiéndome la mente, salí rumbo al hospital.
Si ya de por sí eso era harto complicado, a las dos horas, una llamada de María me hizo saber que esa conversación era urgente pero que el contenido de la misma iba a ser diferente. Os preguntareis el porqué:
Es muy sencillo, mi madre había descubierto el carácter sumiso de María y para colmo ¡Se había aprovechado de él!
Todavía me parece imposible  pero estaba en un descanso tomándome un bocadillo, cuando escuché que mi móvil sonaba. Al cogerlo, vi que era mi sumisa quien me llamaba y contestándole, le pregunté si todo iba bien.
-Ama, lo siento. ¡La he traicionado sin querer!- me contestó histérica desde el otro lado.
Su nerviosismo era tal que tuve que esperar a que se desahogara llorando antes de poder preguntarle qué había ocurrido. Os juro que mientras escuchaba sus lloriqueos pensé que se había ido de la lengua y que le había reconocido a mi madre de que era la mujer de Manuel pero lo que escuché me dejó aún más aterrorizada.
-Ama, ¡Su madre sabe que soy su sumisa!
-¡Explícate!- le respondí separándome del resto de mis compañeros.
La muchacha con la respiración entrecortada, me contó que al despertarse mi madre le ordenó que le diera de desayunar y que al hacerlo, había derramado el café sobre sus piernas.
-¿Y?- pregunté sin saber cómo eso le había llevado a confesarle nuestra particular relación.
-Le juro que fue algo instintivo. Al darme cuenta de que la había manchado, le pedí perdón y me arrodillé a limpiarla. Le prometo que yo no hice nada malo pero cuando le estaba secando con un trapo sus muslos, su madre me cogió de la melena y me ordenó que lo hiciera como si fuera usted.
-¿Y qué hiciste?
-Su tono me recordó al suyo y por eso no pude evitar cumplir su orden.
 Tras lo cual me explicó que usó su lengua para retirar los restos del café de las piernas de mi madre. Alucinada por lo que me estaba contando, no pude más que quedarme callada mientras me decía que mi madre al sentir su boca había separado sus rodillas y le había ordenado que siguiera.
-¡No me jodas!- respondí estupefacta al escuchar de sus labios que mi carácter dominante era una herencia materna y decidida a averiguar hasta donde habían llegado le  azucé a que continuara.
-Ama, me da mucha vergüenza pero su madre llamándome zorra, me llevó al baño y allí me obligó a bañarla.
Ya curada de espanto e interesada en cómo había terminado todo, escuché que después de secarla se la había llevado a la habitación y entre las mismas sábanas en la que habíamos dormido, mi madre le había exigido que calmara el ardor que sentía entre las piernas.
-¿Me estás diciendo que mi madre te obligó a hacerle el amor?
-No, ama- contestó reanudando su llanto- su madre: ¡Me violó!
-¡No te entiendo!- exclamé escandalizada.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contó que la mujer que me había dado a luz, la había tumbado en la cama y obligándola a ponerse a cuatro patas, la había sodomizado usando sus dedos mientras le azotaba el culo con un cepillo.
-No te creo- respondí con esa imagen torturando mi mente, sin darme cuenta de que interiormente me estaba empezando a excitar.
Al oírme, María intentó defenderse diciendo:
-Le juro que es verdad, es más, usted misma podrá comprobarlo al ver las señales de sus mordiscos.
Su sinceridad me dejó pasmada y tratando de que esa agresión no tuviera consecuencias, le pedí que no fuera a la policía. Fue entonces cuando con voz dulce, Maria me demostró hasta donde llegaba su sumisión por mí porque en vez de quejarse, me dijo:
-No pensaba hacerlo. Usted me ha enseñado quien soy y le debo mi vida.
Antes de colgar, me explicó que mi madre le había prohibido contarlo pero que ella no me podía fallar una vez más y por eso me lo había dicho. Al escuchar su tono amoroso, comprendí que esa morena me quería y por eso, no pude más que pedirle que la disculpara. Mi sumisa se quedó en silencio durante unos segundos para acto seguido preguntarme:
-Si lo vuelve a intentar, ¿Qué hago?
No supe que contestar y tratando de averiguar que había sentido porque no en vano mi madre solo había repetido lo que yo y mi tío hacíamos todas las noches, pregunté:
-¿Has disfrutado?
Sé que si hubiera estado enfrente de ella hubiese visto que se ponía colorada pero como la tenía del otro lado del teléfono, solo puede oír que me contestaba con voz avergonzada:
-Sí pero menos que cuando es usted la que me toma.

Su respuesta me tranquilizó pero comprendiendo que tenía que aclarar ese asunto con mi madre, dejé todo y directamente volví a mi casa.

Me encaro con ella.
Mientras me dirigía hacía el piso que compartía con mi tío, me puse a recapacitar sobre lo sucedido y aunque os parezca imposible fue cuando como cayendo el velo que hasta entonces me nublaba los ojos, descubrí que desde niña había sabido que mi madre era una dominante.
Aunque en relación con mi padre se comportaba con una dulzura total, cuando era con el servicio o con sus propias amigas su carácter era despótico y reflexionando, comprendí que yo era su igual. Con Manuel, mi tío, me comportaba como la mejor y más empalagosa de las esposas pero con María se me había revelado mi faceta de domina.
“¡Qué curioso!”, pensé anticipando nuestro encuentro, “nunca me ha hablado de ello pero de alguna forma me lo enseñó desde niña”.
La certeza de que compartíamos esa cualidad, me tranquilizó de formar que cuando llegué a casa, ya sabía que le iba a decir. Aun así cuando crucé la puerta de mi hogar y la vi cómodamente sentada en el salón, me volví a poner nerviosa. Mi madre ajena a lo que se le avecinaba, me saludó alegremente sin apartar su mirada de la revista que ojeaba.
-¿Desde cuándo lo sabes?
Por mi tono adivinó a qué me refería y por eso dejando lo que estaba leyendo en la mesa, me miró diciendo:
-¿El qué? ¿Qué te acuestas con tu tío o qué eres una dominante?
-Ambas dos- respondí sorprendida por su franqueza.
-Respecto a lo segundo desde que eras una cría y en lo que concierne a Manuel, lo supuse desde el momento que te quedaste a vivir con él cuando murió mi hermana.
-No te entiendo.
Mi madre entonces acercándose a mí, tomó mi mano y me hizo una confidencia que marcaría mi futuro en adelante.
-La mayoría de las mujeres de nuestra familia viven esa dualidad. Por un lado necesitan del cariño de un hombre pero se desarrollan plenamente al poseer y disfrutar de una sumisa a su antojo. Cuando tu tía falleció comprendí que podías ser feliz con Manuel porque él aceptaba nuestra peculiaridad y por eso te pedí que le ayudaras.
Alucinada comprendí que no solo sabía de nuestra relación sino que la había fomentado pero también descubrí que mi tío me había mentido al no contarme lo de su esposa.
-¿Quieres decir que la tía también era una domina?
-Sí, hija y como sé lo difícil que es encontrar a un hombre que lo comprenda y lo acepte, me pareció ideal no dejarlo escapar y que fuera tu pareja.
Con un torbellino asolando mi mente, me senté y directamente le pregunté:
-Entonces, ¿Papá lo sabe?
-Si te refieres a mi orientación, por supuesto y  disfruta de mis conquistas.

Pero si lo que quieres saber es si conoce vuestra relación, la respuesta es no.

En ese momento, María entró a ver si necesitábamos algo y como de nada servía seguir disimulando, le pedí que me diera un masaje en los pies. La pobre muchacha sin saber qué hacer, se arrodilló y me descalzó. Su cara reflejaba su desconcierto y por eso poniendo mis dedos en su boca, le dije:
-Obedece.
Mi tono duro la convenció y obedeciendo empezó a lamerme los pies mientras seguía hablando con mi madre. Haciendo como si no existiera y dirigiéndome a mi progenitora le pregunté si actualmente tenía una sumisa.
-Claro hija. Una vez descubrimos nuestra faceta, las sumisas llegan a nosotras como las moscas a la miel. Exactamente no sé cómo funciona pero esas perras andan buscando una dueña y al vernos sienten una atracción irrefrenable de ser nuestras.
Cómo no me había contestado, insistí. Mi madre soltando una carcajada me reveló su identidad diciendo:
-¿Te acuerdas de Isabel, la vecina y de doña Manuela, tu antigua profesora?
Muerta de risa comprendí que la buenorra del sexto y la zorra de mi maestra eran sus perras y ya excitada, me quité las bragas y le pedí que me lo contara mientras María se apoderaba de mi sexo.
La excitación de mi madre al observar a mi sumisa comiendo mi coño no me pasó inadvertida y recreándome en el morbo que me daba el que ella fuera testigo, le insistí en que me contara como se le habían presentado esas dos zorras.
Orgullosa de ver que había heredado su perversión, me confesó:
-Con Isabel fue algo natural, desde que se mudó al edificio descubrí que era una sumisa por la forma en que me miraba cada vez que nos cruzábamos en el portal pero como por el aquel entonces tenía otra puta, no le hice caso hasta que un día que andaba cachonda, le obligué a comerme el chocho en mitad del ascensor.
Esa imagen no solo me calentó a mí sino que a mis pies María se vio afectada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, me informó de su calentura. Fue entonces mi madre me preguntó:
-¿Puedo usar a tu puta?
El brillo de sus ojos era tal que no pude negarme y tirando de María se la puse entre sus piernas. Mi sumisa asumió su deber y separando las rodillas que había puesto a su disposición, se dedicó a satisfacer mis exigencias.
Sé que muchos no lo comprenderéis y que incluso os sentiréis escandalizados, pero en ese momento me pareció normal compartir con mi madre los servicios de esa morena y levantándome del sofá, saqué de un cajón de la cómoda una arnés con el que usualmente me follaba a mi propiedad. Tras ajustármelo en la cintura y mientras lo embadurnaba con el flujo de María,  le pedí que me explicara cómo se había agenciado a mi profesora.
-Eso fue más curioso y en gran parte gracias a ti- respondió pegando un gemido al sentir que la morena le había metido dos dedos en el interior de su vulva.
-No te entiendo- le dije porque esa madura era una zorra implacable que tenía acojonada a toda la clase.
Mientras introducía mi pene postizo en el sexo de mi sumisa, me contestó diciendo:
-Tus compañeros puede pero tú no le tenías miedo. Y fue al ver como la manejabas a tu antojo y como ella se derretía al cumplir tus caprichos cuando descubrí su faceta.
-No fastidies- ya destornillada de risa y mientras empezaba a mover mi cintura, quise averiguar el momento exacto en que la había sometido.
Mi madre que para entonces ya estaba presa de la lujuria y sin importarle que opinara, se pellizcaba los pezones teniendo a la morena entre sus piernas, me confesó:
-Fue un día que me llamó para quejarse de tu comportamiento. La muy zorra quería que te echara la bronca por el modo en que manipulabas a sus pupilos pero salió escaldada de esa reunión porque nada mas cerrar la puerta, la besé y sin darle tiempo a reaccionar la obligué a comerme el chumino.
El modo tan vulgar con el que se refirió a su sexo, me hizo saber que estaba a punto de correrse e imprimiendo una mayor velocidad a las incursiones con las que me estaba follando a Maria, le pregunté:
-¿Te lo comió mejor que mi perra?
-Mucho mejor- respondió mientras se retorcía – ¡Tu sumisa tiene mucho que aprender!
Mi menosprecio y el de mi madre, lejos de perturbarla, la calentaron aún más y mientras intentaba mejorar la forma en que satisfacía a mi progenitora, empezó a gemir de placer producto de la cercanía de su orgasmo. Satisfecha por su obediencia y fidelidad, le di un azote y jalándola del pelo, le informé que se podía correr. María al obtener mi permiso pegando un alarido llegó a su climax, derramando su flujo por doquier.
Mi madre, que hasta entonces se había estado reteniendo, dio un grito y uniéndose a mi sumisa, se corrió. Fue alucinante escuchar sus gemidos compitiendo con los de mi sierva y ya totalmente necesitada de sentirlo yo también, exigí a María que me satisficiera. La muchacha al oírme, me ayudó a quitarme el arnés y viendo que me ponía a cuatro patas, entendió a la primera que era lo que necesitaba.
No tuve ni que pedírselo, en silencio se colocó el aparato y sin esperar ninguna orden, me penetró con él. Os juro que al principio sentí vergüenza de que mi madre observara a mi putita poseyéndome pero en cuanto ese pene de plástico rellenó mi conducto me olvidé de todo y berreando como en celo, le exigí que continuara. También os tengo que reconocer que no tardé en correrme y que cuando lo hice, pegué los mismos gritos que mi madre y mi sumisa dieron escasos minutos antes.
Al terminar, me dejé caer en la alfombra agotada. Fue entonces cuando mi madre, me ayudó a volver al sofá y una vez me había repuesto, me dijo:
-Hija, esta noche duerme con tu hombre, no es bueno que se quede solo.
Su tono me reveló que quería algo más y por eso le pregunté:
-¿Qué más quieres?
-Ya que va a estar ocupada, ¿Me prestarías a tu sumisa?
Soltando una carcajada, accedí.

Libro: “La puta de mi cuñada” PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

¿Quién no ha soñado con tirarse a su cuñada?. En este relato, la cuñada de Manuel, además de estar buenísima, es una zorra que le ha estado chantajeando. Las circunstancias de la vida hacen que consiga vengarse un día en una playa de México. 
A partir de ahí, su relación se consolida y juntos descubren sus límites sexuales.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.

Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.

Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.

Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.

Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.

Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.

La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.

Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:

― Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.

― Manuel no es así―  respondió mi mujer defendiéndome

― Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.

Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.

― Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María. Y como bien sabes, son lesbianas.

Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.

― ¿No te fías de mí?

― Sí―  contestó―  pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.

Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.

La convención.

Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.

Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.

Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.

Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:

―  Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.

― De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado―  y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.

Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:

― Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.

― No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!

Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.

Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.

« Son las cinco», pensé, « tengo tres horas».

Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.

Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.

No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

― ¡Dios mío!―  aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: ― ¡Fóllame!

Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.

Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.

― ¿Y eso?

Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:

― ¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.

No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:

― Eres un capullo. ¡Te he pillado!

Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:

― Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor―  tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.

Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.

Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:

― No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años. ¡Eres un cerdo!

Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.

Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.

Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:

― No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!

Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.

« ¡Está borracha!», suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.

Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:

― ¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.

Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:

― Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta― velas, lo único que haré es estorbar.

 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:

― ¡Llévate a la rubia que tienes al lado!

Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.

El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:

― ¡Porqué esta noche sea larga y divertida!

Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.

Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.

El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.

Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.

Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.

No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.

Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.

Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.

 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:

― Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.

Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.

― Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas―  le exigí.

De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre― seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:

― Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.

Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.

Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.

Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.

A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.

Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.

Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.

Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:

― Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.

Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.

― Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!―  me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.

― Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha―  respondí disfrutando de mi dominio.

Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.

― No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.

Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:

― ¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!

Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:

― Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…

La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.

La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.

― Sí, no te preocupes―  escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.

Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.

― ¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?

Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.

Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:

― He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.

Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.

― ¿Qué has dicho?

Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:

― Fóllame, ¡Lo necesito!

Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.

― ¡Me encanta!―  chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh―  gritó mordiéndose el labio. 

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

― ¡No puede ser!―  aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 

― ¿Estás lista?―  pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.

― ¡Cómo duele!―  exclamó cayendo rendida sobre la toalla.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 

Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.

― ¡Me encanta!―  me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.

― ¡Serás puta!―  contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 

― ¡Que gusto!―  gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:

― ¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!―  aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 

Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.

Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.

Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.

« Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella», pensé mientras la miraba.

¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:

― ¿Ahora qué?

Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:

― ¡No pienso dejarte escapar! 

Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:

― Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.

― ¿A mí solo?―  pregunté con la mosca detrás de la oreja.

― No, también quiere que vayamos Martha y yo―  y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: ― Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.

Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:

― ¿Sabes lo que quiere el viejo?

― Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…―  contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: ― También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.

Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

 

 

Relato erótico: “Amor de Jovencitas” (POR VIERI32)

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o busco sino relatar el sentimiento romántico que termina desbocándose en dos jóvenes, por lo que si esperan morbo y sexo brutal de principio a fin, no les recmiendo el relato, pues saldrán decepcionad@s. Espero les guste. Gracias.
El colegio estaba prácticamente vacío a tan sólo minutos de haber sonado la campanilla. De entre el gentío que apresurado corría hacia la salida, una joven de unos 18 años caminaba en sentido contrario, dirigiéndose hacia dentro del lugar, con aspecto preocupado, apretujando sus cuadernos contra sus pechos, con su blonda cabellera dando saltos al ritmo de sus frenéticos movimientos, rebuscando con miradas rápidas en los pasillos del lugar donde sólo se presentaban vacíos a la vista.
Tras minutos de intensa búsqueda, sonrió cuando la encontró al final de uno de los tantos corredores del colegio.
Era su compañera y amiga, se encontraba en el suelo, con la espalda pegada en uno de los casilleros del lugar, y sus manos ocultando el rostro, con los cuadernos desparramados en el suelo.
-Ashley?… Estás bien? –preguntó al tiempo en que se arrodillaba frente a ella, intentando separar sus manos de su rostro.
Tras descubrir sus ojos sumidos en lágrimas, con sus ondulados y rojizos cabellos desbaratados en su rostro;
-Pero que te pasa?…
Apenas le respondió de entre sus sollozos, que el muchacho con la quien muy fascinada estaba, la había rechazado de manera brusca y vergonzosa.
Sienna, así se llama nuestra protagonista, la abrazó, no sin antes reprimirle que le había advertido que declararse a un muchacho era arriesgado y tonto.
La besó en su mejilla, sin importarle la inmensa cantidad de lágrimas que surcaban allí, ayudándola a levantarse.
Rumbeando entre los vacíos pasillos, ambas calladas y tomadas de los brazos, Sienna dejó caer bruscamente su mochila, haciendo que sus cuadernos se desparramen por el suelo, tirando las hojas sueltas por doquier.
Rápidamente Sienna los recogió, más su amiga Ashley se encontraba con un pedazo de papel que cayó cerca de ella, lo miraba fijamente;
-Que es esto?-preguntó aún con el rostro sollozante, mostrándole un enorme corazón dibujado, en el que estaban inscriptos tanto el nombre de una como la otra.
Sienna quedó ensimismada, su rostro adquirió un color rojo intenso, sus piernas flojearon y pareciera que se mareaba al verla sosteniendo un papel que expresaba los sentimientos tan íntimos de ella.
Su gusto, su amor hacia su mejor amiga estaba reflejado en un papel.
Con velocidad lo arrancó de sus manos, arrugándolo y lanzándolo a un basurero cercano;
-No es nada… –mintió, sin siquiera poder mirarla a los ojos
-Cómo no va a ser nada?! Pusiste nuestros nombres en un corazón!
Con la vergüenza invadiendo a Sienna, sus latidos haciéndose sentir fuertemente, se retiró a pasos apurados con la cabeza dándole vueltas.
Ashley consiguió atajarla por la mochila, trayéndola hacia sí;
-Es eso lo que sientes?… –Por un lado le extrañaba que una amiga de tantos años sentía aquello, más por otro, estaba bastante vulnerable por el reciente rechazo que había sufrido.
Antes de que Sienna pudiese reaccionar, al darse media vuelta para mirarla, su amiga ya acercaba sus labios a unirse junto a ella. La unión fue eléctrica, mil y una sensaciones brotando de su cuerpo tras el impacto de los labios. Aquellos celestiales segundos fueron prontamente terminados cuando Ashley volvió a retirar su boca.
Ahora era ella quien estaba sonrojada, aún así continuó;
– Por qué me lo ocultaste?
Presa del nerviosismo, atinó en responder;
-No pensaba arriesgar nuestra amist…
La volvió a besar de manera brusca, sorprendente. Sienna podía sentir las lágrimas de Ashley pegarse en su rostro. Los segundos pasaban, y una lengua ya atravesaba sin muchos inconvenientes los labios de una, jugando, liándose con la otra, mezclando los jugos salivales de ambas, con resonancias de succión que eran prodigiosos. Ashley sujetó su rostro con ambas manos, al tiempo en que la otra, presa de la calentura, envolvió con sus manos la cintura de ella, presionándola hacia sí, sintiendo sus juveniles pechos pegarse a los de ella, claro, separados por las finas telas de las camisas.
Ashley se volvió a retirar, totalmente confundida tras haberse lanzado, y dos veces. Con la cabeza gacha, se despidió fríamente, dirigiéndose rápidamente a la salida, dejándola a Sienna todavía parada, con la boca abierta y los ojos cerrados, totalmente sorprendida y por supuesto encantada de lo acontecido. Tras volver en sí, no tardó en recoger el resto de sus pertenencias, y volver para su casa, sin siquiera poder de dejar de pensar en Ashley tan sólo un segundo.
No sabía si llamarla o no, o como enfrentaría las clases el día siguiente, más aún así, sonreía dentro de ella, pues una fantasía tan acallada durante años había sido cumplida con aquel primer tierno beso, que bien pudo haber sido producto de la vulnerabilidad del rechazo, o de una sexualidad que pudiera estar aflorando en ella.
Al día siguiente, el clima estaba por lejos pésimo, las nubes negras atravesaban todo el cielo, los vientos eran fortísimos y se avecinaba una tormenta. La caminata rumbo al colegio fue poco amena, normalmente aprovecharía las condiciones del clima para faltar, más lo acontecido el día anterior la hizo reunir fuerzas.
Como era de esperar, pocos compañeros fueron, ya se notaba tras las ventanas del aula, el tremendo chaparrón que inundaba el jardín exterior del lugar.
Le extrañó que Ashley no viniese. Aprovechando el cambio de horario de profesores decidió escapar del aula, dirigiéndose al baño.
Allí se mojó el rostro, pensando si volver a su hogar era la más adecuado, puesto no había venido ella; su razón, su amor.
Su celular sonó, era un mensaje instantáneo, era Ashley!
Ella también estaba en el colegio, y tras avisarle que estaba en el baño, no tardó en toparse allí con Sienna.
Ni bien se vieron, se abrazaron, la pelirroja la besó en la mejilla, reconfortándola que no había olvidado el día anterior, es más, nunca lo olvidaría. Sienna por su parte, no pudo evitar derramar leves lágrimas, corriéndole sus rojizas mejillas, ante tan sensibles y decorosas palabras, provenientes de una voz tan delicada y angelical.
No pudo impedir culparse como es que lo había acallado tanto tiempo, tal vez por temor a no terminar una amistad de manera brusca, de no salir herida, de no echar por el suelo su dignidad. Pero ya no importaba, todo había acabado, estaba por fin con la joven de sus sueños, abrazándola con lágrimas de felicidad.
Uniendo fuertemente sus pequeños cuerpos, sumieron su amor en un largo beso, que se producía al tiempo que uno de los rayos de la tormenta afuera golpeaba con intensidad. El sonido de la lluvia afuera era intenso, más ellas dentro de aquel cálido baño, decidieron entrar en una de las puertas para consumar su amor.
Ashley quedó sentada sobre el inodoro, quitándose su camisa de colegiala, mostrando sus pequeños pechos que tenían una iluminación blanquecina por la luz reinante, abriendo sus piernas, recogiendo su falda, revelando sus muslos y blanca ropa interior, conjuntándose con una mirada hacia Sienna, una ojeada cargada de lujuria.
Por su parte, Sienna cayó arrodillada frente a ella, arrancándose también su camisa, sin importarle siquiera que algunos botones se desparramaran por el suelo. Ashley tuvo que bajar el rostro para alcanzarla y caer así en otro beso, mucho más ardiente, ya que las lenguas de ambas jugaban, succionando con la boca, recorriendo las cavidades bucales, mordiendo labios, con las manos de ambas atajando los rostros.
La arrodillada blonda, sin dejar de besarla mandó una mano hacia el sexo de su compañera, palpándola, sintiendo una leve humedad impregnarse en la ropa interior de Ashley, y por ende empapando su mano que tocaba sin pudor.
Los gemidos eran leves, la respiración de ambas eran entrecortadas producto de los toqueteos, si bien inexpertos, al menos calmaban el placer y éxtasis de sentir la lengua de su amiga invadiéndola mientras tocaba insistentemente el sexo de ella.
Recogió su mano, lamiendo sus dedos con un rostro dibujando un placer infinito, sonriendo pícaramente allí de rodillas, mirándola lascivamente mientras se mordía el dedo que estaba impregnado de jugos.
Habiéndose retirado las últimas prendas, Sienna dirigió su boca rumbo al fémino órgano de su amiga. Los sonidos de sus labios chupando superaban a los de la fuerte lluvia que acontecía afuera. Su lengua abriéndose camino entre los virginales labios, palpando los líquidos que la pelirroja derramaba a borbotones al tiempo en que Ashley mordía sus labios para no gritar del placer, pegando sus manos en las paredes del minúsculo baño.
Empujó luego con ambas manos el rostro de Sienna, como queriéndola meter mucho más hacia su sexo. La sensación de ser invadida por una jugosa lengua la ponía a mil revoluciones, su corazón latía fortísimo, el placer también.
Sienna se levantó, sentándose sobre los muslos de su amiga, volviéndose a unirse en un apasionado beso. La lengua de Sienna, impregnada de jugos de coño, danzando con la de su amiga, la llevaban a sentir la joven más dichosa. La saliva escapaba de las comisuras de los labios de sus bocas, atontadas de tanto amor, de tanto éxtasis. Alguna que otra vez Ashley se dirigía a chupar los lóbulos de la oreja, susurrándola que la amaba, la deseaba, la ansiaba ardientemente. Su amiga le correspondía con suaves y excitantes toqueteos al fémino órgano de ella, meciendo sus dedos entre sus vellos, sintiendo sus húmedos labios vaginales. Tras los intensos movimientos, jadeos, gemidos de placer, e incontables orgasmos acallados en besos, quedaron sumidas en un sentimental abrazo.
Permanecieron abrazadas así, desnudas, una sentada sobre la otra, acariciando sus juveniles cuerpos sin siquiera darse cuenta que alguien podría haber entrado allí en el baño. De todas maneras el colegio estaba con poca asistencia por la lluvia.
Por extraños motivos, ambas lloraban, tal vez de felicidad, de haber encontrado un alma gemela, que bien sabía regalar placer. Las lágrimas eran recogidas por las lenguas, consoladas con besos, y confortadas por palabras de cariño perpetuo.
Habiéndose vestido nuevamente, aunque bien Ashley tuvo que disimular su camisa sin unos cuantos botones, se dieron cuenta que habían pasado un par de horas y el colegio había suspendido las clases el resto del día. Se dirigieron felices, tomadas de las manos hacia la salida.
La lluvia era fortísima, no obstante poco les importó, tomadas siempre de las manos, bien las mujeres lo hacen sin esperar sorpresas o perjuicios, corriendo entre las gotas de aguas que transparentaban sus camisas. Más de una vez pararon, escondiéndose tras un árbol, tras un auto, donde sea, a fin de unir sus dulces labios en apasionantes muestras de afectos, sellándolos con salivosas lenguas y excitantes toqueteos a los senos de ambas, allí bajo las aguas de la lluvia. Una tarde que esperaban ambas nunca terminase. Pasaron toda la noche hablando por teléfono, sin siquiera dejar de pensar en el día siguiente, lo que harían y todo lo demás.
Planeaban dormir siempre en la casa de una, incontables noches de placer sucedían bajo las creíbles excusas de “estudiar más”. Allí pudo conocer al padre de Ashley, un viudo de más de 50 años, quien siempre la saludaba con sonrisas y bromas. Resulta que el padre andaba bien feliz, considerando que su hija al fin tenía una amiga permanente, con la quien no estuviese peleándose todo el tiempo. Es más, planeaba mudarse a otra ciudad, pero al ver que su hija la estaba pasando bien ( y vaya que sí) decidió permanecer en el lugar para alegría de ambas.
Las tantas noches en aquella habitación se encendían a mil sensaciones, con besos en sus desnudas pieles, bañadas de las leves luces del cuarto. Regodeándose bajo las sábanas de seda, pegando sus sudorosos cuerpos, donde las caricias se adentraban en sus sexos, palpándolos, meciéndolos, friccionando los dedos para sentir los chorreantes líquidos que surgían al tiempo en que las lenguas se entrelazaban, selladas con los húmedos labios de sus bocas, sintiendo los jadeos de una y la otra, la tibia respiración entrecortada por los gemidos de placer, moviendo sus cuerpos, restregándose mutuamente, con los pechos duros de ambas chocándose constantemente, sintiendo el roce de las rebeldes y punzantes aureolas.
Las palabras de amor eran pronunciadas en leves susurros, y ante vocablos tan sensibles, las lagrimas brotaban al tiempo en que sus bocas abiertas y jadeantes anunciaban un orgasmo que pensaban sólo en el nirvana podrían alcanzar. Resoplando y gimiendo al unísono en aquella lujuriosa habitación.
Las noches corrían y diversas posiciones eran probadas, con un libro que decidieron comprar tras un tiempo de ahorrar. Si bien la inexperiencia en el campo era obvia, las ganas, el amor y la calentura las hicieron experimentar nuevas posiciones en donde el placer hacía derramar jugos a borbotones, líquidos que no tardarían ser succionados tanto por una y la otra, para luego fundirse en apasionantes besuqueos donde los brebajes de ambas se mezclaban con sus salivas, produciendo hermosos y considerables retumbos de chupadas.
No había días en que una dejara de pensar en la otra, aquel amor que afloraba con el tiempo, se había convertido en una especie de droga.
Pero la felicidad que impregnaban en sus besos, manoseando sus sexos, chupando los pezones y articulando palabras de amor, nunca duraría, mucho menos en este mundo.
Habiendo pasado los días, el timbre en la casa de Ashley sonaba, quien fue a atender. Era Sienna, como siempre, quien al verla, se abalanzó chillando, abrazándola y besándola dulcemente en los labios.
Los ojos enormes de Ashley, asustados, apartándola bruscamente, hicieron a la blonda preguntar;
-Y eso porque?…
Ashley no pronunció palabras, solo esquinaba sus ojos hacia la sala. Sienna entró, observando al padre, parado y con los brazos cruzados, mirándolas con los ojos semiabiertos.
El color rojo en la cara de Sienna fue notable, más el silencio que reinaba en la casa era mucho peor. Ashley la tomó de los brazos y rumbearon afuera, preocupándose si en algún momento el padre ya estuviese sospechando.
Pasaban los días, y las sonrisas y bromas del padre se habían convertido en risas forzadas y miradas raras. La incomodidad era tremenda, más Ashley la tranquilizaba que aquello poco importaba, que ya era hora de pensar en la primera noche en que saldrían, y que incluso su padre se había ofrecido en llevarlas y traerlas, por lo que no pensara mal del hombre. Era un pub donde permitían menores, pues el control era estricto para los más jóvenes. Claro está, son mera propagandas bien tragadas por los padres. No tuvieron muchos inconvenientes en convencerlos de salir juntas esa vez.
Los días en el colegio pasaban rápidos, sentadas siempre juntas, apartadas del resto de sus compañeros. Nunca se las veía separadas, y más de una compañera habrá sospechado puesto que en los recesos no salían del baño. Nadie sabía que salían sonrientes por estar siempre intercambiando sus ropas interiores, mojadas de tantos toqueteos y caricias. Poco les importaba, se tenían a ellas, para sentir placer, llegar a los orgasmos más increíbles, para gozar como nunca podrían haberlo imaginado.
Había llegado la ansiada noche, Ashley se vistió de una pequeña falda negra, un top rojo, semejando con sus cabellos, calzándose unos tacos negros. Maquillándose tan delicadamente posible fuera, resaltando sus ojos y pómulos. Los labios parecían adquirir más carnosidad ante el labial rojo. Subió al auto de su padre, quien se dirigió a la casa de Sienna.
Allí la pelirroja la vio salir de la puerta del hogar, Sienna traía un corto vestido negro que intentaba dar la impresión de tener un gran escote. Sus torneados muslos regalaban mucho a la vista, brillando a la luz de la luna. Su maquillaje contrastaba con su rubia cabellera, venía sonriente. Se dirigía contoneando sus caderas al auto, saludando al padre, subiendo para ir al lugar.
-Miren preciosas –habló el señor mientras conducía- tienen mi número por cualquier cosa, si no pasa nada, las buscaré a eso de las 2 de la madrugada…
-Que!?-gritó Ashley- papá, es muy temprano!
-No lo es-sonrió- para ser la primera fiesta a la que van… no lo es.
No quedaron encantadas con la idea, pero tal vez tenía razón.
Bajaron frente al pub bailable, despidiéndose del señor, decidieron ir tomadas de las manos a formar la fila. Las miradas de los muchachos eran una constante, las palabrerías también. Bien supieron evitarlos hasta llegar por fin dentro.
Era tremendamente caluroso, apenas se podía mover de entre el gentío que danzaba en el oscuro lugar, que de vez en cuando centelleaban las potentes luces.
Ambas quedaron bailando juntas y con los cuerpos pegados, adhiriendo las manos en las nalgas, atrayéndose hacía sí, contoneándose al ritmo de la música, moviéndose para abajo, ciñendo sus caderas, subiendo nuevamente, sin siquiera dejarse de toqueteos intensos. Sus blancas ropas interiores brillaban a las luces de neón cuando se agachaban.
En cuestión de segundos sus encajes ya se sentían en extremo humedecidos, estaban ambas excitadas, con la calentura y el alcohol corriendo sus venas.
Se dejaron de bailes, poco tiempo les había dado el padre, por lo que sin más, se dirigieron a uno de los sofás apartados en las esquinas. Allí era más oscuro que el resto del lugar, apenas pudieron ubicarse de entre tanta gente sentada en los asientos allí, sembrando orgías de varias mujeres a un lado, y tres hombres y una joven al otro. Rodeadas de tantas muestras de placer y sexo, volvieron a los manoseos, caricias, arrancándose ambas la ropa interior, amasándolas dulcemente con sus delicadas manos al tiempo en que sus bocas no dejaban de darse muestras de constantes afectos. Las horas pasaron, ellas sin darse cuenta, de a poco el lugar se vaciaba, y las luces volvían, anunciando que la fiesta estaba terminando.
Ashley miró su reloj;
-Son las 3!
Sienna apenas podía levantar cabeza del alcohol;
-Mmmm…. mejor nos vamos….
-Pero mi pap….
Sienna selló su boca con unos dedos;
-No pasa nada, no quiero que me vea tan borracha… hip..
Ashley, cambió su rostro de preocupación a uno de sonrisas, le resultaba bastante gracioso verla así a su amiga. Se levantaron del sofá, despidiéndose entre risas de las tantas mujeres que allí continuaban con sus orgías.
Salieron apenas afuera, sintiendo una fuerte lluvia cayendo, Sienna la acorraló en la acera, rodeándola de abrazos y besuqueos;
-Te amo… –decía apenas con la lluvia bañándolas.
Ashley le devolvía con otros intensos manoseos en sus senos;
-Yo también… –respondió excitada- nunca me apartaré de ti! –expresaba mientras adentraba su lengua entre los labios de ella.
El sonido fuerte de una bocina las sacó del hermoso momento. Un auto, el del padre de Ashley, estaba en medio del camino. Obviamente se habían tardado más de lo normal, por lo que el padre de ésta ya salió a buscarlas.
Ambas quedaron boquiabiertas, mojadas por la lluvia y abrazadas. Bajó el padre, con el rostro de enojo tremendo, agarrando de bruces a su hija por el brazo, arrojando improperios a su amiga, quien aún no salía del trance de haber sido descubiertas.
La llevó al auto, mientras la pobre lloraba y pataleaba impotentemente. El hombre aseguró el auto a fin de no dejarla salir, dirigiéndose a Sienna;
-Conque eran más que amigas… me debí suponer que eras una puta lesbiana!
La tomó por el brazo, blandeándola tal muñeca de trapo;
-Pero es la última vez que la verás…
La soltó, dejándola caer de rodillas, siempre sorprendida, observando impotente el auto alejarse. Sienna empezaba a asimilar, y no tardó en llorar, sumida bajo la tormenta, abrazándose a sí misma, sus cabellos desbaratados por las aguas.
Sabía que nunca más la volvería a ver. Tal vez se mudarían a donde una vez el padre dijo irían.
Cogió un taxi para poder volver. Los días pasaban y no la encontraba ni en el colegio, ni en el ya vacío hogar de ella, en el que siempre venían camiones de mudanzas. Aquel mismo día en que pareciera haber perdido la esperanza, otra lluvia de aquellas se avecinaba. Recordándole sus primeros y últimos besos bajos las precipitaciones. Y mientras sollozaba desconsolada, mirando la lluvia en la ventana de su cuarto, se aseguró que nunca la olvidaría, que la buscaría hasta los confines de este impiadoso mundo, para rodearla de besos, caricias y palabras que ningún hombre podría ofrecer.
Una desdicha, de un amor tan incomprendido, rechazado por una ignorante sociedad, de una pasión objetada, tan enorme como hermosa, tan especial. Ella sabía que no era un simple enamoramiento, era mucho más que amor de jovencitas, mucho más.
Sólo un amor tan verdadero podría triunfar en semejantes adversidades, y por ende, sólo el tiempo y la esperanza lo dirán… y bien somos los últimos en perder la esperanza…
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico:: “Mi mejor conferencia” (POR CARLOS LOPEZ)

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Otra vez conferencia en Madrid, es parte de mi trabajo y a veces lo hago con ganas y otras con resignación. Esta vez es distinto pues desde hace semanas chateo con un desconocido de Madrid. Sin saber como ni por qué creamos historias en las que plasmamos nuestras fantasías más morbosas. No sabemos nada el uno del otro, ni siquiera nos hemos visto en fotos y tan sólo nuestras respectivas imaginaciones y las descripciones que hemos hecho nos dan una idea de nuestra apariencia.
Yo soy psicóloga y, al principio, sólo me movía un mero interés profesional y científico, además de una cierta curiosidad. Poco a poco fui cambiando y un día me di cuenta de que lo que me movía era ese animal que todos llevamos dentro. Ese animal que es culpable de casi todas las circunstancias que yo misma estudio en otras personas. Ese animal que, sí, también habita en mí. Con mi carita de buena, la imagen de mojigata que aún tengo en mi círculo más íntimo de amigas, en mi interior se ha despertado un volcán, un fenómeno de la naturaleza que no puedo, pero tampoco quiero controlar. Como en “los renglones torcidos de Dios”, sin darme cuenta he pasado de ser yo quien investiga a ser yo, yo misma, un objeto digno de ser estudiado y analizado en profundidad. Él me lo dice con frecuencia, que tiene que estudiarme en profundidad, que analizarme. Le llamo él, no sé su nombre verdadero, se hace pasar por Luis Parker.
Pero volvamos a nuestro relato. Sí, tengo que dar una conferencia en Madrid, y no, no lo he forzado yo. Una parte de mí está loca por que suceda algo de lo muchas veces hecho en nuestras fantasías, mientras que otra parte se niega a mezclar la vida profesional con la vida íntima. Me juego mucho y me ha costado mucho llegar hasta aquí, escribo artículos, mi trabajo es valorado y me apasiona. Él, sin embargo, parece tranquilo, indiferente, no ha mostrado el menor interés en mi llegada a la ciudad ni ha propuesto nada. Me desconcierta, empiezo a pensar que detrás de su personaje, divertido y morboso, haya una persona muy distinta, quizá una mujer, quizá un hombre casado o mayor. Dios mío, puede que hasta sea un niño… Lo mejor es no pensar en ello. No sé porque le he dicho que iría a su ciudad y no sé porque cuando me dijo que, como era su ciudad, quería jugar a un juego en el que yo hacía lo que él me indicaba le dije que sí. Es cierto que me dijo que se iba a portar bien, lo cual me tranquilizó, pero una parte de mí se decepcionó un poco.
Luego aclaró, dijo que bien del todo no, que si no no sería él mismo, por lo que la parte de mí que antes se había decepcionado reaccionó con alegría y un pequeño cosquilleo recorrió mi cuerpo.
Me encuentro tranquila, en mi hotel de Madrid, repasando las notas. No sé porque voy a ponerme las medias fetiche que él adora en sus fantasías, negras y a medio muslo. ¿Será sólo porque estoy en Madrid y de alguna forma presiento que estoy cerca? Creo que sólo por eso tengo una cierta excitación desde que me bajé del tren. Una agitación que me hace mirar continuamente alrededor pensando quién podría ser él. Pero ahora sigo repasando mis notas y sigo con mi ropa. Mis braguitas blancas de chica bien, otra concesión a quien ni siquiera ha dicho nada, mi traje de chaqueta gris, mi pelo castaño claro un poco rebelde recogido, mi aire profesional… ufffffffffff, debí haberle llamado pero me dio miedo al final.
Bip-bip mensaje de móvil “hola mi pequeña chica bien, q pensabas q no sé cómo estás… sólo espero que seas buena y sigas mis instrucciones como siempre. Apaga el sonido del móvil y tenlo siempre cerca, allí estaré”. Dos minutos después el segundo mensaje de móvil “Me muero por ver a mi niña aparentando ser buena y profesional, pero yo sé que sucios pensamientos se estarán mezclando en su cabeza”.
Casi me da un infarto, mi sexo está mojándose ya ¿qué me pasa? Ya no soy capaz de leer las notas. La conferencia apunta a catástrofe. Mi piel está erizada, mis pezones… Suena el teléfono de la habitación y me produce otro sobresalto. Llaman de la recepción “su taxi le espera”. Me tranquilizo. Vibra el móvil, mensaje “del taxi has de salir sin tu prenda blanca de niña buena. Estaré cerca.”. El corazón me late a mil… ¿cómo sabe que las llevo? ¿por qué dice que está cerca? ¿será el taxista? ¿estará en el hotel? Me niego a jugar! Pero subo al taxi temblando, es un Skoda, inmenso, no sé porque me siento justo detrás del taxista. Me habla y contesto sólo con monosílabos. El taxista no es. Calvo, barrigudo y sesentón, vino del pueblo en los 60 y no puede ser el tipo fino e irónico que me escribe esas historias. Mi cabeza da vueltas vertiginosamente. Mi excitación es alta, la conferencia apunta a desastre, mi pelo recogido, y noto gotitas de sudor en mi cuello. Mis piernas están juntas, se mueven un poco sin dar yo ninguna orden consciente, mis braguitas húmedas en mi centro, arrugaditas. ¿cómo voy a hacerlo? ¿por qué aún pienso en ello? Estamos llegando y vibra el móvil. “ánimo, no te obligo, tú decides, si es que no, que sepas que he sido feliz con nuestras fantasías. Suerte cielo”.
Sin pensarlo dos veces, subo mi falda, levanto mi culito y saco la prenda para él. Ya no la tengo, ya no soy una niña buena. Noto al taxista mirar cuando estoy levantando los pies y sacándola por mis zapatos. No ha visto nada, pero lo sabe todo. Mi carita está roja, pero la meto en el bolso y salgo triunfante del taxi. Altiva.
Ahora voy animada a la conferencia. Chica buena, chica culta, chica demonio cuando él lo pide, miro desafiante a la concurrencia. Tengo fuerza y poder. Tengo vida. Mi respiración mueve mi blusa. Mis pezones se marcan algo pese al suje de relleno (menos mal). Conferencia acerca de relaciones interpersonales. Hombre-hombre, hombre-mujer, mujer-mujer. Lo domino. Las palabras salen de mi boca como tantas veces, con soltura y con pasión. El público me sigue y yo sigo al público. ¿Quién será él?
Ruegos y preguntas. Vibra mi móvil. “lo has hecho genial, cielo, sé que has hecho lo que te dije, lo llevas escrito en la mirada. Ruego 1, muéstrame de alguna manera que tus braguitas están en tu bolso. Si lo haces me quedo al vino español”. Silencio. Miro nerviosa a la audiencia. Mis pezones van a romper la tela. Tengo frío y calor a la vez. Se levanta una chica y le llevan el micro. Pregunta sencilla, respuesta nerviosa. Segunda pregunta, un hombre mayor, segunda respuesta nerviosa que explico de espaldas al público sobre la transparencia. Creo oír un susurro lanzado hacia mí “ánimo”. Giro como un resorte. Atrás a la derecha, joder, no sé quién es, pero mientras pasan de nuevo el micro cojo mi bolso y dentro de mi puño, simulando un pañuelo, acerco la prenda a mi boca mientras carraspeo artificialmente mirando al lugar de donde vino el susurro. Provocadora. Al menos le gusta la ropa interior blanca y puede aparentar que es un kleenex.
Siguen las preguntas y poco a poco me voy relajando de nuevo, aunque siempre teniendo en la mente que allí, en el vino español estará él, y seguirá jugando conmigo.
La moderadora da por terminado el turno de preguntas, comenta que el vino español se dará en la sala adjunta y, poco a poco, el público va abandonando la sala. Este momento siempre es el más relajado, el más tranquilo ya que me deja con la sensación de haber cumplido con mi trabajo. Sin embargo, esta vez estoy inquieta, excitada, si hasta tengo la extraña sensación de que se me va a notar.
Junto con la moderadora y los miembros de la organización me desplazo al lugar indicado para el cocktail. Mi excitación hace que tenga un nudo en el estómago y no me deje comer nada, pero la garganta seca me ha hecho ir ya por el tercer vino blanco y mi cabeza empieza a sentirse algo mareada.
Me encuentro junto a la barra de un bar en el centro de conferencias, rodeada de varias personas haciendo preguntas, y sé que entre ellos está el responsable de mi estado constante de excitación. En concreto hay uno de ellos, con el pelo rapado y una sonrisa perfecta que no quita sus ojos de los míos. Estoy segura de que es él, pero justo le he perdido de vista. Suena un mensaje en mi móvil, el sonido me sobresalta, y me confirma mi sospecha acerca del chico del pelo rapado. Digo “disculpen” mientras lo miro disimuladamente: “cielo, suéltate otro botón de la blusa, que estoy cerca de ti y quiero ver mejor los lugares por los que van a pasar mis labios”. Con el típico comentario acerca del calor que hace, y con un recato habitual en estos casos mis manos se posan en mi blusa y obedecen la orden. Vuelvo a ver al chico y mirando de frente a su sonrisa suelto el botón. Mis pezones amenazan con romper la tela y se marcan a pesar de la ropa interior.
Estamos agrupados junto a la barra y cada pocos minutos se despide gente. Yo sigo mirando al chico rapado, va bien vestido con una camisa blanca con algunos botones desabrochados también y debajo de ella se adivina un cuerpo formado en gimnasio. También me muero por pasar mis labios sobre su pecho.
Distraídamente y sin prestar atención despido a las personas que se van. Cuando doy los pertinentes dos besos a uno de ellos susurra unas palabras en mi oído que me rompen los esquemas “en un minuto tendrás un mensaje con las próximas instrucciones”. Rápidamente se da la vuelta y se va. Veo su caminar, casi no me había fijado en él. Tiene la espalda ancha, es moreno, delgado y fibroso, el pelo un poco revuelto pero tiene unas entradas que le hacen interesante. Dios mío… ha sido determinado y firme en lo que ha dicho y también lo es en su caminar. También lo es en sus instrucciones. Sólo sus palabras al oído me han producido un escalofrío de sensaciones. Sigo hablando distraídamente pero estoy tan nerviosa que ya no sé ni lo que digo. Los 4 vinos blancos también tienen que ver en mi estado. Ya no me atrae para nada el chico del pelo rapado, que sigue mirándome pero al que yo ignoro. Ahora me parece vulgar.
Noto el mensaje 3 y me sobresalto una vez más: “Discúlpate y ve al aseo, recógete el pelo en una coleta, elige el último cubículo a la derecha y entra con los ojos cerrados. Se buena”. Me disculpo torpemente, creo que mis mejillas están rojas y lo de entrar con los ojos cerrados me ha producido una excitación adicional. Camino rápido pues tengo la sensación de que de mi sexo está tan mojado que algo de fluido podría resbalar por mis muslos. Ufffff mis braguitas en el bolso.
Entro en los aseos y ahora sí estoy temblando descontroladamente, pero algo me impulsa con determinación al lugar marcado. Llamo con los nudillos y cierro los ojos… la puerta se abre y una mano firme tira de mí hacia adentro. Soy un ángel y un demonio. Una chica buena y obediente pero a la vez un animal salvaje en busca de satisfacer un instinto vital y brutal. A pesar de mis treinta y muchos años él me habla como a una niña mientras se sitúa en mi espalda.
“Lo has hecho perfecto, cielo. Me ha encantado el planteamiento de la conferencia y, como eres una niña lista, la mejor de la clase, es hora de experimentar para comprobar las teorías”. Según va diciendo esto, sus manos recorren mis brazos, mis hombros, con un ligero masaje… mi cuello. Sus labios besan mis mejillas, mi piel, mis labios, mis párpados cerrados que no oso abrir. Sólo me dejo hacer, sus movimientos me tranquilizan pero provocan reacciones en mi cuerpo que no puedo controlar.
Me dice “vamos cielo, me moría por tenerte entre mis brazos, tenía mucha curiosidad por conocer la suavidad de tu piel, por que tú sientas la mía, por llevar a la práctica todo aquello que hemos fantaseado”. Y según va diciendo estas palabras suaves y reconfortantes coge mis manos y las pone abiertas contra la pared, mientras siento el aroma de su perfume y la dureza de sus músculos, la suavidad de su aliento, el sonido de sus palabras. “pon aquí las manitas, preciosa, y no las muevas hasta que yo no te diga”. Después de haber dado una extensa conferencia, después de haber demostrado jerarquía en mi carrera, después de haber triunfado como profesional, de haber criticado la actitud de los hombres desde mi perspectiva feminista… en este momento sólo puedo obedecer lo que él me dice, abandonarme a sus deseos que son los míos, y de mi boca no puede salir ninguna palabra, sólo gemidos ocasionales y una respiración acelerada.
Allí estoy yo, contra la pared con los ojos cerrados y sintiendo como él continúa recorriendo con sus labios mi cuello, mis orejas, mis mejillas, mi pelo, mis hombros (ufffffff es uno de mis puntos débiles) deseando con todas mis fuerzas que me haga cosas, todas las que el quiera, con su cuerpo, con sus manos, con sus labios…
El hace con pausa con dedicación, como un artesano pone el máximo cariño en su labor, diciéndome palabras bonitas, al contrario de lo que habitualmente hacía en nuestras conversaciones cibernéticas y me ponía en un terrible estado de excitación, ahora muestra otra vertiente de su personalidad, cariñoso, amable, dedicado, sensual, cuidadoso, pero a la vez decidido y dominante. Me dice que me estoy portando muy bien y que voy a tener el regalo que me tiene prometido, y yo estoy loca por saber lo que va a hacerme.
Se agacha detrás de mi y sube mi falda hasta mi cintura, me abre las piernas y me inclina levemente y empieza a pasar la lengua a todo lo largo de mi sexo, de forma constante, metódica, sujetando mis caderas que se mueven solas, sujetando mis gluteos… y él en su papel, decidido, constante, firme, de la misma forma que hace todas las cosas. Creo que nunca había estado tan húmeda, mientras él trabaja con dedicación cada una de las partes sensibles de esa parte de mi anatomía. En cada momento sabe cual es el siguiente movimiento de su lengua, de sus labios para mantener e incrementar el fuego que tengo dentro de mi cuerpo, pero sobre todo en mi sexo.
Y yo, yo empiezo a pensar en mí misma, en mi situación en un aseo cerrado de un centro de estudios, con la falda en la cintura, sin ropa interior, de la cual me he despojado desinhibida en un taxi (ufff eso lo he hecho yo con naturalidad y no reconozco a la chica que era aunque soy yo misma). Pero ahora ha salido otra versión de mí. Ahora mismo estoy dejando que una persona a la que no había visto en mi vida disponga de mi cuerpo a su antojo… y mi cuerpo piensa por si mismo y decide por mí a su capricho. Según esos pensamientos llegan a mi mente, empiezo a sentirme traviesa, chica mala, sucia, desatada, puta… y una corriente eléctrica placentera empieza a recorrer todo mi cuerpo, desde el centro mismo hasta cada una de las células… mis piernas no me sostienen más y voy resbalando por la pared, entre espasmos de gusto… gozando cada décima de segundo hasta que él me recoge hecha un ovillo, con mis ojitos cerrados y aún con el mejor orgasmo que recuerdo recorriendo mi cuerpo mientras él acaricia mi cabeza, mi pelo, mis mejillas que en este momento puedo jurar que están rojas.
Ha conseguido extraer un momento de pasión completamente desatada, ha conseguido que mostrase otra versión de mí misma, pero él también ha mostrado lo que es capaz de hacer con mi cuerpo y con mi voluntad. No, no quiero que acabe, pero tras estar varios minutos abrazado a mí acariciando mi pelo como a una niña, cuando mi respiración se ha ido regularizando, se ha levantado, me ha besado y me ha dicho “vamos cielo, tienes que seguir con tus compromisos que estarán preocupados por ti, arréglate, ponte las braguitas y sal que ERES LA MEJOR”.
“Llámame cuando termines” y cerró la puerta tras de sí, saliendo con paso firme.
Es mi primer relato. Decidme si queréis que continúe o mandadme sugerencias diablocasional@hotmail.com. Muchas Gracias 🙂
Carlos López

Relato erótico: “La Empleada” (POR KAISER)

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Sentado en la camilla del hospital Javier se mira una y otra vez sus manos envueltas en abultados vendajes, de lejos sus padres lo observan con una expresión bastante seria, Javier baja la mirada, sabe que es culpa de él así que ahora mejor se queda callado sin quejarse en absoluto.
 
Tras la clase de química él y unos compañeros decidieron hacer un experimento por cuenta propia a escondidas en el laboratorio, desafortunadamente la situación se convirtió en un desastre cuando el pequeño “experimento” ocasiono una explosión y Javier sufrió quemaduras en sus manos, si bien no son severas lo tendrán con sus manos vendadas por un buen tiempo.
 
“¡Maldición!” exclama Javier, “¡será mejor que te calles mira que esto es tú culpa!” le recuerda su madre. Los padres de Javier conversan afuera del cuarto del hospital, ellos tienen un problema, ambos deben viajar por motivo del trabajo y a Javier no lo pueden llevar ni tampoco dejarlo solo. Conversan con algún familiar pero tampoco tienen éxito, finalmente tras hacer algunas consultas alguien les recomienda dejarlo con una empleada para que lo cuide por unos días, hasta que ellos lleguen y él se recupere. Es una decisión difícil dejar a su hijo al cuidado de una extraña pero muchas opciones no hay, finalmente consiguen a alguien con buenas referencias. La idea no le gusta nada a Javier.
 
Javier esta de vuelta en su casa, no podrá asistir a clases mientras se recupera, esta en su habitación viendo tele, sin embargo cuando trata de manejar el control remoto comienzan los problemas, las vendas le estorban y esto lo frustra bastante. “Será mejor que te acostumbres” le dice su madre que aparece acompañada de otra mujer, “ella es Marlene, será tu cuidadora durante los días que nosotros no estemos aquí”, Javier la observa, una mujer madura, de unos cuarenta y tantos años, cabello castaño y lentes además de un largo delantal, “tendrás que obedecerle en todo y cuidado con portarte mal” le advierte su madre en un severo tono.
 
Al poco rato los padres de Javier se van y Marlene comienza su trabajo ordenando la casa y preparándole la comida a Javier que debe aguantar que lo alimenten como aun bebe, “esto es humillante” dice él, Marlene solo sonríe, “para la próxima debes ser más cuidadoso” le dice ella. Sin embargo esto es solo el principio de los problemas de Javier.
 
Ahora depende solo de ella, hasta para sus necesidades más básicas, algo que él considera degradante, pero Marlene le ayuda en todo, es una mujer callada habla poco o nada y a pesar de los esfuerzos de Javier por saber algo más de ella, Marlene no le cuenta mucho, ni siquiera sabe si es casada o soltera.
 
“Ven aquí” le dice Marlene y Javier se desconcierta cuando ella comienza a desvestirlo, él se resiste, “debes bañarte, o acaso crees que estarás tanto tiempo sin darte una ducha”, con bastante vergüenza Javier permite que ella lo desvista, lo envuelve con una toalla y lo acompaña hasta el baño. El agua cae desde la ducha y Javier se para bajo ella, sus vendas están envueltas para evitar que se mojen, pero él solo le da la espalda a Marlene. “Soy una mujer de 42 años, te puede asegurar que a estas alturas de mi vida ya he visto más de un pene” le dice ella. Lo toma de los hombros y lo da media vuelta, Javier encuentra incomodo que ella lo enjabone y pase sus manos por su cuerpo, en especial cerca de su miembro.
 
Un chorro de agua le moja su delantal, Marlene se lo quita quedando solo con falda y sostén. Al darse media vuelta Javier queda casi boquiabierto al ver el tamaño de los pechos de Marlene, grandes, bien formados y con unos pezones que se marcan en el sostén. “¿Algún problema?” pregunta ella al ver la cara de Javier, “nada, nada” responde él nervioso. Mientras Marlene lo baña él cubre su verga con sus manos, cuando ella le lava el pelo le pone los pechos casi en la cara. “Aparta tus manos, tengo que enjuagarte bien”, al hacerlo aprecia el miembro de Javier erecto y duro, pero ella actúa con normalidad.
 
“Por lo visto estas contento de verme” le dice en broma al ver su erección, Javier se sonroja y aparta la mirada, pero no lo hace por mucho tiempo, al cabo de un instante tiene su vista fija en los pechos de Marlene otra vez y ella no le dice nada más al verlo tan incomodo por esta situación. “Estas listo, ahora ve a tu habitación”, le dice ella tras secarlo.
 
Cuando Javier esta solo lo único que hace es pensar en los pechos de Marlene, si bien al principio no le había puerto mayor atención, sin embargo ahora la observa con más detalle. Es una mujer guapa, bastante guapa ahora que la mira, tiene cierto encanto de mujer madura y sexy a pesar que siempre viste de forma recatada y no usa ropas llamativas, en ocasiones usa pantalones pero aun así se aprecia una figura bastante buena para su edad.
 
“¡Con un demonio!” regaña Javier, luego de unos días y un par de duchas ya no da más, Marlene lo tiene más que caliente y por más que trata no consigue hacerse una paja, las vendas se lo impiden. Trata de quitárselas pero tampoco puede. Hace de todo con tratar de masturbarse y calmar su calentura aunque sea por una vez, pero nada, fue en ese instante que Marlene entra a la habitación portando una bandeja con su once y lo sorprende en pleno intento. Desesperadamente Javier trata de cubrirse pero su erección y las vendas en sus manos le hacen imposible acomodarse los pantalones.
 
Avergonzado él baja la vista, Marlene lo mira con cara de compasión. “Me imagino que ha sido difícil estar sin poder relajarte” le dice ella que se sienta a su lado, Javier no la mira, “no hay por que avergonzarse, a tu edad es muy normal lo que haces”, Javier levanta la mirada, “lo malo es que con estas vendas es imposible, ¡que rabia!” exclama él.
 
Marlene se queda pensativa un momento, “si quieres te puedo dar una mano, pero esto será un secreto entre los dos”, Javier pone cara de sorpresa mientras ella lo pone de espaldas en la cama. Se sobresalta cuando las suaves manos de Marlene envuelven su miembro, “tranquilo, yo te voy a hacer una paja”, Javier no sabe que decir, pero pronto comienza a relajarse a medida que ella va frotando su verga suave y lentamente. Javier disfruta de aquel momento, ella frota con algo más de fuerza y rapidez su miembro y siente la mano de Marlene subir y bajar por el mismo, “esto es increíble” dice él bastante excitado, Marlene lo mira a los ojos mientras sigue masajeando su verga, le acaricia sus testículos y pasa sus dedos por encima de su glande, durante unos minutos Javier esta en las nubes disfrutando de estas caricias.
 
Al ver que él esta por correrse Marlene le frota su verga con ambas manos, para un chico de 12 años esto es demasiado y se corre de forma muy abundante cubriendo las manos de Marlene con su semen. “¡Uff, estuvo fantástico!” dice él aun bastante excitado, Marlene tiene picara sonrisa en su rostro, toma un poco de papel higiénico y limpia a Javier. Ella después va al baño a lavarse las manos y le sirve la once, en todo el rato Javier no deja de decirle que estuvo increíble que jamás había experimentado algo así. “¿Lo volveremos a hacer?” le pregunta, “tal vez” le responde Marlene con una sonrisa.
 
Temprano en la mañana Marlene lleva a Javier al doctor, él ansioso esperaba poder quitarse las vendas sin embargo el doctor determinó que si bien las heridas han cicatrizado bastante aun debe usar vendas por unos días más para total desconsuelo de Javier. “¿Le molesta mucho el uso de vendas en sus manos?” pregunta el doctor, “usted ni se lo imagina” le responde Marlene que después lleva a Javier al centro para distraerlo un rato y sacarlo del encierro de la casa. Por la tarde él recibe un llamado de sus padres que le dicen que mañana volverán a la casa. “Te echaré de menos” le dice Javier sabiendo que su cuidadora después ya no vendrá más, “¿me extrañaras a mi o a lo que hicimos el otro día?” le pregunta ella, “ambos” responde él.
 
Javier esta inquieto en su habitación, sabe que mañana a medio día llegan sus padres y que después ya no vera más a Marlene que simplemente lo tiene loco desde que ella accedió a sacarlo del “apuro” el otro día. Entiende que ella lo hizo más que nada por liberarlo de desesperación de no poder hacerse una paja algo habitual en un chico que esta en la “edad del mono” como dicen algunos. Javier duda en pedirle a Marlene que se lo haga por ultima vez, ella ha sido siempre bastante amable con él y lo ha cuidado con esmero y piensa que puede ser una falta de respeto pedirle que le haga una paja, sin embargo la testosterona puede más y Javier va a hablar con ella que esta en su habitación.
 
Usa sus pies para golpear la puerta y Marlene lo hace entrar, Javier esta visiblemente nervioso y titubea un poco mientras conversa con ella que lo escucha atentamente, no sabe bien como llevar la conversación y pedirle que lo haga otra vez. Sin embargo Marlene ya es una mujer madura y experimentada y la actitud de Javier es demasiado evidente para ella. “Por que mejor no me pides directamente que masturbe otra vez”, Javier se sonroja y finalmente lo reconoce, “me daba vergüenza pedírtelo”. “Entonces recuéstate en la cama y deja todo en mis manos” le dice ella.
 
Como puede Javier se el pantalón de su pijama y se acuesta en la cama, de pronto siente las manos de Marlene en su miembro y ella comienza a darle las caricias que a él tanto le gustaron el otro día. Javier nuevamente esta en otra a medida que las manos de Marlene envuelven su verga y la frotan incesantemente al igual que con sus testículos, sin embargo de pronto Javier abre sus ojos, siente algo más. Al levantarse observa su miembro desaparece entre los labios de Marlene, ella sube y baja con su boca por la erecta verga de Javier que esta por un lado atónito y por otro lado más caliente que antes al ver y sentir como ella le hace una mamada, “es hora que sepas que para frotar una verga se pueden usar más que las manos” le dice ella para después pasar su lengua desde sus testículos hasta su roja cabeza.
 
Javier esta en las nubes, él simplemente goza de algo inolvidable, su primera mamada y Marlene le demuestra que es una experta. Durante unos minutos ella no saca la verga de Javier de su boca, la chupa y lame sin detenerse dándole el máximo placer a este chico que ya ni siquiera habla, solo suspira al sentir la calida boca de Marlene envolviendo su miembro. “¿Por qué te detienes si esto se siente tan bien?” le dice Javier a su cuidadora al verla de pie. Sin embargo la cara de sorpresa de Javier pronto se hace presente cuando ve como ella se abre su blusa, sus pechos se aprecian cubiertos solo por el sostén negro que ella viste. Después se desabrocha lentamente sus jeans y se baja el cierre del mismo, Marlene se chupa un dedo mientras desliza una mano por su entrepierna, “es una pena que no puedas usar tus manos por aquí” le dice ella en medio de un ardiente gemido que se le escapa al frotarse su coño.
 
Con sutiles movimientos se va bajando los jeans, al agacharse Javier aprecia sus grandes pechos, “¡son los mejores que he visto!” dice él casi sin pensarlo. Marlene se ríe, “¿y has visto muchos acaso?”, “bueno, al menos en revistas pornográficas” responde Javier. Marlene, solo en ropa interior se pone encima de Javier haciendo sentir su cuerpo sobre el de él, “pero estos son naturales” dice ella mientras los pasa por encima del pecho de Javier hasta llegar a su rostro. “Realmente es una pena que tus manos estén vendadas, así como yo te he masturbado a ti tu podrías hacérmelo a mi”, si hay un momento en el que Javier se lamenta por haberse quemado sus manos es en este.
 
Marlene se acuesta al lado de Javier que la observa sin poder tocarla, ella se acaricia sus pechos y se aparta el sostén, los ojos de Javier están clavados en los senos de ella y en como se los acaricia, se pellizca sus pezones y se los lame, él esta que explota. Con atención ve como ella va deslizando una mano por su cuerpo, sobre sus senos, su vientre hasta desparecer bajo el calzón. Casi de inmediato ella comienza a gemir, Javier observa como se frota su coño, Marlene se mueve sobre la cama mientras sus gemidos se hacen más fuertes, ella se aparta su calzón y él ve su coño cubierto por una pequeña mata de vello pubico, sin embargo Javier esta más pendiente de cómo ella se masturba hundiendo sus dedos en su sexo.
 
Durante unos instantes Marlene se masturba frente a Javier que la observa atónito, se mete dedos en su coño y en su culo, él la observa impotente sin poder acariciar aquel magnifico cuerpo. “Ya has mirado suficiente” le dice ella que se desnuda por completo, Marlene se monta sobre él pasando sus pechos por encima del cuerpo de Javier que esta entre nervioso ante esta nueva situación y muy excitado por lo demás. Un calido beso de Marlene lo hace reaccionar, “ahora mete tu lengua en mi boca” y como un buen alumno él obedece a su profesora. Mientras ambos se besan ella sigue masturbándolo frotando de forma incesante su verga.
 
 

Marlene vuelve a ocuparse de la verga de Javier, se la chupa y lame de forma muy apasionada, al ver lo excitado que él esta Marlene usa sus pechos para hacerle una paja, la verga de Javier se pierde entre aquellos impresionantes pechos. Marlene se monta sobre Javier haciendo un 69, él ahora tiene frente a su rostro el coño de Marlene, ella se vuelve a meter sus dedos en su sexo y en su culo mientras él la observa, “aquí no necesitas más que tu lengua, métela bien adentro de mi coño” le pide ella. Con algo de timidez al principio Javier comienza a pasar su lengua por encima de la vagina de ella, probando el sabor de una mujer por primera vez. Ambos se lamen entre si, Marlene continua con la verga de Javier deslizándose entre sus labios y él aprende a como lamer a una mujer.

 
“Ya es hora que aprendas algo más”, Marlene toma la verga de Javier en sus manos y la guía hasta su coño mientras ella se le monta encima y suavemente se va dejando caer sobre la verga de Javier hasta acogerla por completo en su coño. Marlene lo toma de las muñecas y le empieza a cabalgar haciendo que sus pechos se agiten frente al rostro de Javier, Marlene hace que él devore sus pechos poniéndole sus pezones en la boca. Ella casi deja sin aliento a Javier, lo coge sin parar y él cierra los ojos mientras siente su polla deslizándose dentro del mojado coño de Marlene. Ambos se besan a cada momento y ella le pone sus pechos en la boca continuamente.
 
Sobre la cama Marlene se pone en cuatro, como Javier no puede guiar su verga ella lo hace poniéndola contra su coño, Javier se carga contra ella penetrándola hasta el fondo. Marlene se mueve salvajemente y se carga contra Javier sintiendo su miembro bien adentro de su sexo, ella se mete un dedo en el culo mientras él la coge solo para excitarlo más todavía. “¡Ya no doy más, me voy a correr!” dice Javier y finalmente acaba sobre el culo de Marlene, se corre de forma abundante y su semen escurre por encima de las nalgas y el coño de ella. Marlene decidida a no perder una gota se la empieza a mamar hasta hacerlo acabar otra vez. Ambos pasaron la noche juntos, Javier se lamenta que no la vera después de mañana, “tal vez nos volvamos a ver” le dice Marlene, “así espero, ya que con mis manos libres te devolveré el favor” le dice él.
 
Pasa un mes, Javier ya no usa vendas y a pesar de sus esfuerzos no ha podido volver a ver a Marlene. Una tarde fue con sus padres a un conocido restaurante por una fiesta que ahí se realiza. Para Javier es toda una lata estar ahí la mayoría son adultos y él es por lejos él más joven. Sin embargo en medio de la gente aprecia a una mesera que se le hace familiar, usando un ajustado traje de dos piezas. Ella esta preparando unos tragos cuando una mano se posa en sus nalgas y las aprieta, “te dije que si te volvía a ver te devolvería el favor” le dice Javier a Marlene. Sin decirle nada ella lo toma de la mano y lo lleva hasta un baño, donde lo besa, sin embargo Javier le sube su ajustada falda de inmediato y como le había prometido, ahora usa sus dedos para recorrer cada agujero de Marlene y masturbarla hasta más no poder metiéndoselos en su sexo y en su culo incansablemente.
 

Pese a los esfuerzos de Marlene sus gemidos son bastante fuertes y se oyen con claridad afuera del baño de mujeres mientras su joven amante no le da tregua. “Por lo visto la pareja que esta en el baño lo esta pasando muy bien” comenta una señora, “ya lo creo, a mí me gustaría tener una amante que me haga gemir así” agrega la madre de Javier riéndose mientras su hijo folla apasionadamente con Marlene.

Relato erótico: “Sexo inesperado con una negrita en la playa” (POR GOLFO)

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Mi vida había quedado destrozada en una curva de la autopista de la Coruña. Curva en la que el destino qui
que Carmen, mi mujer, muriera en un desgraciado accidente.  La culpa no fue de nadie, ni siquiera de mi amada esposa. Si tuviera que nombrar a un responsable de su pérdida, tendría que acusar a la naturaleza por haber mandado una tromba de agua que la hiciera patinar.
Todavía recuerdo que la llamada de la Guardia Civil. Estaba trabajando como siempre en mi oficina cuando mi móvil sonó. Me fijé que era Carmen pero al contestar quien estaba al otro lado de la línea era un agente de tráfico que tras preguntarme qué relación me unía con la conductora de ese todoterreno, me comunicó su muerte.
Ni siquiera escuché la  explicación del percance. Mi mente estaba en otro lugar. En la pequeña cala donde la conocí hacía más de veinte años. Por entonces tanto ella como yo, éramos dos universitarios con ganas de comernos el mundo. Ese encuentro casual nos llevó a una primera cita y desde esa noche, nunca nos separamos.
Nos casamos a los cinco años de salir y tras un largo matrimonio, de pronto, me vi solo. Hundido y desesperado me hundí en una profunda depresión de la que me costó salir. Decidido a olvidar malbaraté mi casa, vendí mi empresa, me separé de mis amigos y dejé mi país.

Con el dinero conseguido bien invertido tendría suficiente para vivir sin preocuparme del mañana y cogiendo unas pocas pertenencias,  compré una pequeña finca en la República Dominicana. Allí alejado del pueblo más cercano unos cinco kilómetros, me convertí en un anacoreta. Sin vecinos y sin servicio, podían pasar días enteros sin que me cruzara con otra persona.

Encerrándome en mí mismo, mi vida que hasta entonces había sido la de un ejecutivo, se convirtió en un rutinario pasar de días. Al amanecer me despertaba y cogiendo una caña, me iba a uno de los tantos acantilados que había en la zona, donde perdía el tiempo pescando. Me daba igual si tenía o no éxito, con mi sustento asegurado, los peces que podía capturar eran un discreto pasatiempo que me podía permitir. Ya al medio día volvía a casa y tras revisar el riego automático de mi huerta, me hacía de comer. Tras el somero almuerzo, dormía la siesta y ya mediada la tarde, trabajaba un poco en el terreno para al anochecer cenar e irme a la cama. Mi único lujo consistía en una completa colección de películas que veía hasta quedarme dormido.
Solo rompía esa monotonía dos veces al mes, cuando dando un paseo iba hasta la aldea cercana donde me surtía en una tienda de abarrotes de todo lo que pudiese necesitar los siguientes quince días. Incluso en esas ocasiones, mantenía una estricta rutina; al entrar en esa especie de supermercado, saludaba a Doña Matilde, la dueña, seleccionaba lo que necesitaba de sus estantes y pagaba despidiéndome de la señora.
Os podrá parecer un completo aburrimiento de vida y tendréis razón, pero era eso exactamente lo que necesitaba porque al no tener que pensar en que hacer, cómo vestirme e incluso de qué hablar, me permitía sobrellevar mi pérdida.
Afortunadamente todo cambió, y digo afortunadamente porque el ser humano ha nacido para vivir en pareja, un día en el que mientras desayunaba oí a un helicóptero volando bajo junto a la playa. Molesto por el ruido que hacía con sus aspas, fui a ver qué ocurría.
Desde un montículo, observé cómo los policías de migración perseguían y capturaban uno a uno a unos haitianos. Reconozco que me indignó la forma tan brutal con la que los agentes los redujeron porque no contentos con inmovilizarlos en el suelo, una vez atados se dedicaron a mofarse de ellos.
El odio que los dominicanos sienten por sus vecinos viene de antiguo pero aún así me cabreó ver la paliza que recibieron por el mero hecho de ser ilegales.
“Pobre gente”, pensé y dándome la vuelta, reinicié mi rutina. Al fin y al cabo, no era mi puto problema.

Olvidándome  tanto de los agresores como de sus víctimas, entré en mi casa y tal y como llevaba haciendo dos años, me fui a pescar. Curiosamente ese día se me dio bien y al cabo de tres horas encaramado entre las rocas, volví con seis pargos en mi bolsa. Satisfecho por ese exiguo triunfo, entré en la cocina para descubrir que un animal había vaciado la basura en busca de alimento. Acostumbrado a las visitas frecuentes de lirones asilvestrados tenía la comida bajo llave y por eso pensé que había sido uno de esos bichos lo que se había comido los restos de mi desayuno. Siguiendo la hoja de ruta marcada desde que llegué a ese remoto lugar, limpié los pescados y los cociné mientras revisaba  si en la huerta había algo que recolectar.

Fue entonces cuando me percaté que el intruso era de dos patas, porque entre un par de lechugas encontré las huellas de un ser humano. El tamaño de sus pies me hizo pensar que el desdichado debía ser muy joven  y molesto por el destrozo que había hecho en el huerto, decidí darle un escarmiento. La verdad que en ese momento no me importó su valor, lo que realmente me jodió es que hubiera mancillado con su presencia mi morada.
Ya entraba a la casa cuando un ruido me confirmó que el infractor andaba cerca.
“Debe haber olido el pescado” me dije entrando en la casa.
Mientras daba cuenta de uno de los peces, pensé en lo sucedido y comprendí que debía hacerle saber que el blanquito cuarentón que vivía en esa casa no estaba en absoluto desvalido. Azuzado por el coraje, planeé como castigarle y por eso al terminar, cogí la pistola que me había vendido el jefe de policía local y escondiéndola bajo mi camisa, dejé mi morada como tantas tardes pero en esa ocasión. A los diez minutos desanduve mis pasos y aprovechando unos juncos que había en la parte trasera, volví a casa sin que nadie me viera.
Ya adentro me escondí en la alacena y esperé que el ladrón volviera. El sonido de unos pasos me avisó de su presencia. En cuanto abrió la puerta, disparé contra un saco de arroz porque no quería dañarle sino darle un susto.
¡Y vaya si se lo di!
El pobre tipo se tiró al suelo pidiéndome perdón. Lo que no esperaba es que en vez de ser un muchacho fuera una jovencita,  la persona que en francés me rogaba que no la matara.  
La juventud de la cría me desarmó y sabiendo que me había pasado dos pueblos traté de tranquilizarla. Desgraciadamente cuanto más lo intentaba, la negrita más nerviosa se ponía y solo atinaba a decir:
-Policía, no.
Comprendí su miedo al recordar el modo en que esos cabrones habían  tratado a sus compañeros de viaje por lo que levantándola del suelo, la obligué a sentarse en una silla. Ella al notar que le ponía las manos encima debió temerse lo peor porque completamente histérica, intentaba que la dejara ir.
El estado de la niña me obligó a tomar una medida de la que hoy en día sigo estando arrepentido. Tratando de calmarla le di un sonoro bofetón. Una vez quieta, la volví a sentar y abriendo el refrigerador le puse de comer.  Incapaz de contener su hambre, la morena se lanzó sobre el plato y en menos de dos minutos había dado cuenta del pargo.
Ese tiempo me permitió valorar en su justa medida las penurias que debía de haber pasado en su país para aventurarse a intentar buscar su futuro en un país que odiaba a sus vecinos.
“Pobre chavala”, me dije y viendo que seguía hambrienta, le serví otra ración.  En esa ocasión, comió más despacio. Observándola desde otra silla, me dí cuenta que no dejaba de mirar la pistola que tenía en mi cintura y por eso decidí esconderla a buen recaudo en un estante alto.
Una vez hubo terminado, me descubrió mirándola y acostumbrada a que, estando sola, de un hombre solo podía esperar que la forzara, malinterpretó mi mirada y creyéndose deseada, tapó con sus manos sus juveniles pechos. Su reacción me hizo sonreír y recordando el franchute aprendido en la escuela, soltando una carcajada, le dije:
-Ne vous inquiétez pas, je suis trop vieux pour vous.
Al escuchar que le decía que era demasiado viejo para ella y que no se preocupara, me miró como si fuera un extraterrestre. No tuve que quemarme el coco para comprender su extrañeza ya que en su cultura, una mujer era considerada como un instrumento con el que satisfacer las más bajas necesidades.
Sin llegar a creerme, dio un salto cuando me acerqué a ponerle un café. Muerto de risa, la dejé temblando mientras sacaba unas pastas de té para ella. Al entregarle un plato lleno de esas galletas,  olió una de ellas  tratando de averiguar si era comestible y ya convencida, devoró al menos media docena antes de quedarse satisfecha.
Una vez hubo acabado, cogí el revólver y abriendo la puerta, le mostré la salida. La cría al ver que era libre, salió corriendo dejándome solo. Encantado por haber hecho una buena obra, recogí los platos y tras meterlos en el lavavajillas, me fui a mi habitación a echarme la siesta.
Ya en la cama, me quedé profundamente dormido.
Debían ser más de las siete cuando desperté. Al salir de la cama, me sorprendió que en contra de lo que era habitual, mi casa estaba limpia. Comprendí que la muchacha había vuelto y queriendo pagar su deuda, había  recogido tanto el salón como la cocina.
“Pobrecilla” pensé y enternecido deseé que le fuera bien en el futuro.
Dafnée entra en mi vida.
Como tantas noches, dormí a pierna suelta sin importarme donde pasara la noche esa criatura. Al amanecer, desayuné y siguiendo la rutina de todos los días, cogí mi caña y salí a pescar, pero al salir de la casa me encontré a la negrita hecha un ovillo, durmiendo tirada en mitad del suelo del porche.
Compadecido, la cogí entre mis brazos y metiéndola en el salón, la deposité en el sofá. Era tal el cansancio acumulado por la chavala que ni siquiera se despertó al moverla.
“¡Esta helada!”, me dije al tocar su piel fría y cogiendo una manta, la tapé.
Tranquilo y fiándome de ella, la dejé descansando y emprendiendo nuevamente mi marcha, me fui al desfiladero que había convertido en mi sitio preferido para pescar. No sé si fue que durante toda la mañana no pude dejar de pensar en la negrita y en su futuro, pero lo cierto es que ese día me fue fatal y con las manos vacías, retorné molesto al medio día.
En el camino de vuelta, pensando en ella, descubrí sorprendido que en el fondo de mi corazón deseaba que al levantarse esa niña no hubiera desaparecido. Asimilando esa sinrazón, pensé que me estaba haciendo viejo y que necesitaba alguien al que cuidar.
“¡Es una mujer y no un perro!” exclamé cabreado al verme mimándola como si fuera mi hija.
Mis deseos se vieron realizados al llegar al montículo desde el cual se veía la casa. La negrita se había levantado y sin que yo se lo pidiese, se había puesto a trabajar en la huerta. Al llegar sin decirle nada, cociné un arroz con pollo y saliendo afuera, la llamé a comer diciendo:

Venez manger.

Mi rústico francés no fue óbice para que la negrita comprendiera y con una sonrisa en los labios, entró a lavarse las manos en el fregadero. Cuando se sentó en la mesa y sin nada que decir, se instaló entre nosotros un silencio brutal que tuve que romper preguntándole su nombre:
-Ma appel Dafnée- contestó avergonzada.
“Dafnée, bonito nombre”, me quedé pensando mientras la observaba. “No debe de tener mas de veinte años”, sentencié dándome cuenta que lo quisiera o no, el modo en que la miraba tenía poco de paternal.
Sabiendo que la doblaba los años, no pude dejar de admirar el bello cuerpo con el que la naturaleza había dotado a esa niña. La negrita ajena a estar siendo examinada por mí seguía comiendo sin levantar sus ojos del plato y solo cuando al dejarlo vacío se lo cogí para lavarlo, levantándose de un salto, me lo impidió.
Su expresión de angustia al hacerlo, me hizo comprender que quería pagarse su sustento de alguna forma por lo que contra mi costumbre, tuve que sentarme en el sofá mientras ella limpiaba tanto la vajilla que habíamos usado como la cocina. Sin otra cosa que hacer, desde el sillón, disimulando estuve mirándola mientras lo hacía.
“Es preciosa”, mascullé entre dientes al admirar el movimiento de su trasero al pasar la fregona.
La perfección de sus nalgas me hizo recordar los momentos de pasión que había disfrutado con mi difunta mujer y un tanto avergonzado intenté retirar mis ojos de ese par de cachetes, pero me resultó imposible.
“Menudo culo que tiene” admirado no fui capaz de no pensar cuando se agachó a coger un papel caído.
El destrozado pantaloncito que llevaba le quedaba tan justo que, como un maldito mirón, me quedé mirando cómo se le marcaban los labios de su sexo.
“¡Dios!” exclamé mentalmente al descubrir tamaña maravilla y olvidando toda cordura, la comí con los ojos ya excitado.
Al levantarse, sé que me descubrió porque al fijarse en el bulto que crecía insatisfecho bajo mi bragueta, puso cara de sorpresa pero curiosamente, tras ese desconcierto inicial, sonrió e hizo como si nada hubiese ocurrido. Hoy soy consciente que la necesidad le hizo hacerlo pero ese día me quedé perplejo al verla olvidarse de la fregona y arrodillándose en el suelo, se ponía a fregar con un trapo las baldosas de la cocina.
Tenerla allí, a escasos metros, meneando sin recato su pandero, me fue calentando de una manera tal que no queriendo hacer una tontería, no me quedó mas remedio que levantarme y salir a trabajar a la huerta. Al llegar hasta mi pequeña plantación, con disgusto descubrí que no tenía nada que hacer porque esa mañana Dafnée había retirado las malas hierbas e incluso había regado.
Sabiendo del peligro que suponía para un viejo como yo esa jovencita, decidí dar un paseo por los alrededores. Os tengo que reconocer que por mucho que intenté borrar de mi mente a la negrita, continuamente su recuerdo fregando volvía cada vez mas fuerte. Mi calentura era tal que al cabo de dos horas cuando retorné al hasta entonces tranquilo hogar, decidí darme una ducha fría para apagar el incendio que asolaba mi cuerpo.
Lo que no me imaginaba fue que la ducha fuera el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro soñé despierto que la negrita una noche venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama.
En mi mente, la vi abrir su negra boca y con su lengua transitar por mi sexo. Con mi pene ya totalmente erecto, me imaginé que se lo iba introduciendo lentamente en su garganta. Siguiendo el patrón lógico, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme pensando que era ella quien lo hacía. Los dos años que llevaba sin hacer el amor a una mujer tuvieron la culpa de que de improviso, mi extensión explotara regando con su semen toda la bañera. Todavía seguía eyaculando cuando un ruido me hizo levantar la mirada y acojonado descubrí a Dafnée espiándome desde la puerta.
Cortado por haber sido cazado haciéndome una paja, le grité que se fuera y la chavala al oír mi improperio, salió huyendo. Totalmente abochornado por haber sido tan idiota, salí a secarme y cerrando la puerta, decidí que nunca más me ducharía con ella abierta. Sin saber a qué atenerme, ya una vez seco y bien envuelto en la toalla, me fui a vestir. Mientras me ponía los pantalones, decidí que tenía que pedirle disculpas y por eso, mientras me abotonaba mi camisa, fui a buscarla.
La encontré limpiando el baño. Al verla recogiendo el agua que había tirado, me quedé callado en el pasillo. Fue entonces cuando sin saber que la estaba mirando, la negrita se agachó en la bañera y cogiendo entre sus dedos los restos blancuzcos de mi lefa, se los llevó a la boca y se puso a lamerlos.  Os juro que nunca había visto nada tan erótico pero oxidado como estaba, no fui capaz de decir nada y con la imagen de esa cría devorando mi semen, salí huyendo de la casa.
Ya en la playa, me senté y me puse a cavilar en lo que había visto. Después de pensarlo y como me parecía imposible que una niña se sintiera excitada por un maduro como yo, llegué a la conclusión que lo que había observado era la curiosidad innata de una cría que quería saber si el semen de un blanco sabía igual que el de un negro.
Aunque os parezca imposible, llegué a creerme esa tontería y ya más tranquilo, al cabo de las dos horas volví. Para entonces Dafnée había dejado mi pequeña morada como los chorros del oro. Reluciente y en un estado que me recordó cuando la compré, olía a limpio.
Sin nada que objetar, me la encontré sentada mirando la tele. La negrita había sacado un DVD del estante y estaba viendo una vieja película en blanco y negro. Reconocí enseguida que era un folletín romántico. Lo que no me esperaba fue que tal y como había visto hacer a la protagonista y en perfecto español, al oírme entrar se levantara y me plantara un beso en la mejilla diciendo:
-¡Qué bueno que llegaste de la oficina! ¡Tu mujercita te ha echado de menos!
Al principio tardé en reaccionar pero tras pensarlo dos veces, solté una carcajada al comprender que se lo había aprendido como un papagayo y me lo había soltado sin comprender la frase con el único objetivo de complacerme. En ese momento no supe interpretar su felicidad y menos la resolución que leí en sus ojos, aunque pasado el tiempo la propia Dafnée me explicó que esa mañana al despertar en el sofá supo que su anfitrión era un hombre bueno pero que al verme desnudo en la ducha, mi cuerpo junto con el color de mi piel la excitaron tanto que supo que no debía dejarme escapar.
Volviendo a esa tarde, la cara de alegría de la niña me cambió de humor y viendo que aunque no lo habíamos hablado, había asumido que se podía quedar viviendo conmigo, le dije:
-Hora del baño- y sin darle tiempo a reaccionar, me la cargué a cuestas y dejándola en el baño, cogí una camiseta vieja y se la di diciendo: -Dúchate.
Dafnée que no era tonta, cazó al vuelo mi deseo y antes que me fuera de allí, se empezó a desnudar. Rojo como un tomate, salí rumbo al salón y una vez en él, me puse una copa para tratar de dar sentido al reproche que vi en su rostro al marcharme del baño.
-¡No puede ser que quisiera que la mirara ducharse!-  extrañado  pensé mientras daba el primer sorbo: -Soy un viejo verde que se imagina cosas.
Esa fue la primera de varias copas, cuanto más meditaba en ello menos comprendía su actitud. La negrita tardó media hora en salir. Mientras yo bebía tratando de olvidar, sus risas al jugar con el agua me lo hicieron totalmente imposible pero fue cuando con el pelo mojado y vestida únicamente con la camisa que le había prestado cuando comprendí que estaba bien jodido ya que lo primero que hizo esa muchacha fue abrazarme, dándome las gracias para acto seguido, llevarme a la cocina y preguntarme:
-Puis-je cuisiner?
El impacto que me produjo sentir sus dos juveniles  pezones contra mi pecho me había dejado totalmente paralizado y por eso tardé en comprender que quería cocinar para mí. Asintiendo con la cabeza, me dejé caer sobre una silla y babeando me quedé mirando como preparaba nuestra cena.

Me consta que esa criatura fue consciente en todo momento de la atracción que producía en mí pero lejos de molestarse, hizo todo lo posible para lucirse. El colmo de su exhibicionismo llegó cuando viendo que me había terminado la copa, la fue a rellenar al salón. Al volver y dármela, se agachó dejándome admirar a través del escote, las maravillosas y negrísimas tetas que la chavala tenía.

 

Sonriendo de oreja a oreja, cogió unas de mis manos y las llevó hasta sus pechos. Os juro que aunque no era mi intención, acaricié esos dos portentos durante un momento antes de escandalizado por mi comportamiento, decirle en voz alta:
-Puedo ser tu padre.
Al quedárseme mirando con gesto atónito, decidí decírselo en francés:
Je peux être ton père.
La respuesta de la muchacha me sorprendió nuevamente porque volviendo hasta la estufa y mientras se ponía a cocinar, me dijo:
-Vous n’êtes pas mon père, tu es mon mari.
-¡Estás loca!- solté casi gritando al comprender que me había contestado que no era su viejo sino su marido
Mi exabrupto no hizo mella en ella y cantando alegremente mientras freía unos filetes, me dejó claro que le había entrado por un oído y le había salido por el otro mi contestación. 
Lo prudente debía haber sido haberme ido de ahí pero no pude levantarme Parecía como si algo me atara a esa silla y más excitado de lo que me gustaría reconocer, me quedé contemplando su belleza. Para entonces mi entrega era casi total, disfrutando como un adolescente me puse a admirar sus largas piernas mientras me imaginaba como sería sentir su piel juvenil contra mi cuerpo.
Dafnée debió de adivinar mis pensamientos, porque cogiendo un delantal, se lo ató a la cintura dejando al aire parte de su trasero. Absolutamente absorto en ella, me encantó descubrir que no llevaba bragas y ya totalmente excitado, examiné con mi mirada su rotundo trasero.
“¡Esta buenísima!”, reconocí al observar que aunque no estaba depilada, su sexo parecía en de una niña recién salida de la adolescencia por la exigua mata de pelos que lo decoraba.
Y por primera vez desde la muerte de Carmen, deseé a una mujer.
Lo peor de todo no fue que esa cría me atrajera con un deseo animal difícil de contener, sino que al mirarla lo que más deseaba era protegerla de la vida que hasta entonces había tenido.
Todavía estaba cavilando sobre el alcance de mis emociones cuando la negrita terminó de cocinar y llevándome hasta la mesa, en vez de sentarse en una silla, usó mis rodillas como asiento. Al sentir su duro culo contra mis muslos, me creí morir de deseo pero venciendo las ganas de tumbarla sobre la mesa y follármela, me quedé quieto.
La chavala al ver que no actuaba como había previsto, se lo tomó a risa y como si fuera un juego empezó a darme de comer en la boca mientras me decía:
Je vais toujours prendre soin.mon amour.
Anonadado, traduje sus palabras:
“Pienso cuidarte siempre, mi amor”
Esa frase me indujo a cogerle del pelo y acercando mi boca a ella, plantarle un beso suave. La negrita disfrutando de su victoria, me respondió con pasión y pasando una pierna sobre las mías se sentó a horcajadas mientras me besaba. La dulzura con la que me abrazó y mimó, no fue óbice para que mi miembro se alzara como hacía años que no ocurría y Dafnée al notar la presión que ejercía contra su sexo, se puso a frotarlo contra mí intentando forzar mi ya más que excitado pene.
Contagiándose de mi calentura, la negrita se quitó la camiseta dejando su torso al aire. Su desnudez lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a mamar como un niño mientras la chavala no paraba de gemir. Producto de la excitación que asolaba su cuerpo esta bañó mis pantalones con su flujo incluso antes que bajando por su mano me desabrochase la bragueta.
Al sacar mi aparato comprendí que si quería satisfacer a una jovencita debía hacer mucho más y por eso, la tumbé en la mesa. Dafnée se quejó pero dejó que le separara las rodillas y contemplara por primera vez sin impedimento alguno, su vulva.
Como un garañón experimentado, me entretuve besando sus piernas mientras la negrita me rogaba que la tomara. Haciendo oídos sordos a su súplica, proseguí lentamente lamiendo sus muslos con sus gemidos como música de fondo. Centímetro a centímetro me fui acercando a mi meta… La lentitud con la que la recorría su piel, convirtió su necesidad en locura y pegando un grito, se empezó a pellizcar los pezones con fuerza.

– ¡Faire l’amour!- aulló al  notar que mi lengua se aproximaba a su sexo.

Su excitación fue tal que en cuanto mi apéndice tocó su clítoris, se corrió dando gritos. Acostumbrado a la templanza de mi difunta esposa, el orgasmo de esa cría me dejó perplejo y más al observar que desde el interior de su sexo brotaba un riachuelo de flujo. Estimulado por su entrega, usé mi lengua a modo de cuchara y me puse a saborear el producto de su lujuria. Mi pertinaz cabezonería en disfrutar de ese manjar consiguió que la niña encadenara un clímax con el siguiente sin parar de berrear.
Por mucho que intenté secar ese manantial, me resultó imposible. Cuanto más bebía, más manaba y por eso decidido a que experimentara algo mejor que un polvo rápido, usé dos de mis dedos para penetrarla.  Aunque llevaba una eternidad sin acariciar a una mujer, conseguí que Dafnée se retorciera sobre la mesa presa de placer. Metiendo y sacando mis yemas de su coño, elevé su calentura hasta extremos inimaginables y solo cuando con lágrimas en los ojos, me rogó que parara, me compadecí de ella y pegándole un suave azote, le pregunté si nos íbamos a la cama.
La cara de la negrita me hablo de deseo y depositándola sobre la cama, me empecé a desnudar.  Tumbada y desnuda sobre las sábanas, me llamó a su lado. La visión de ese bombón pidiendo guerra fue un estímulo al que no pude decir que no y mientras ella se pellizcaba los pezones intentando forzar la rapidez con la que me desnudaba, decidí que ya era hora de satisfacer a mi pene.
No sé si era lo habitual en su pueblo pero en cuanto me vio desnudo a su lado, se puso a cuatro patas y sin más prolegómeno, me rogó que la tomara diciendo:
-Je suis à vous-
Al oír de su boca decirme que era mía, no me pude contener y sin más prolegómeno, se la metí hasta el fondo. La cría aulló al sentir su sexo forzado por mi pene pero en vez de separarse, se quedó quieta mientras trataba de relajarse. Azuzado por mi propia excitación no se lo permití y sin más comencé a cabalgarla. No tardé en escuchar nuevamente sus gemidos y ya hecho un energúmeno, seguí machacando su sexo cada vez con mayor intensidad.
Presa de unos bríos que no recordaba haber tenido, dándole un azote, le exigí que se moviera.
-¡Mon Dieu!- gritó con una alegría desbordante.
La ruda caricia la transformó y como una loca, empezó a gemir de placer cada vez que con mi mano azuzaba su trasero. Totalmente descompuesta, disfrutó de cada una de esos azotes con una intensidad tal, que al cabo de unos minutos y pegando enormes berridos, era ella quien me pedía más moviendo sus caderas.
Con la cara desencajada y costándole respirar, me soltó:
– Je veux un enfant de toi.
Alucinado entendí que esa criatura me pedía que le hiciera un hijo al sentir el placer que estaba asolando tanto su coño como su culo. Incrementando la velocidad de mis ataques, la cogí de su melena y usando su pelo como  riendas, continué cabalgando a mi montura mientras ella no paraba de disfrutar.

La nueva postura despertó su lado animal y convertida en una hembra en manos de su macho, bramó a los cuatro vientos el gozo que la dominaba. La negrita no tardó en notar como la tensión se iba concentrando en su interior y entonces mientras las gotas de sudor caían por sus pechos, pegó un último gemido antes de correrse con mi pene entre sus piernas.

 

Ese segundo orgasmo fue tan intenso que dejándose caer, cayó desplomada sobre el colchón. Su caída me llevó con ella y mi verga se clavó por entera en su interior. Dafnée al sentir la presión de mi glande contra la pared de su vagina, aulló como una loba y con renovadas fuerzas convirtió su culo en una ordeñadora. Agotado en parte pero sobre todo satisfecho de haberla hecho gozar, me dejé llevar derramando mi simiente en su interior.
La muchacha disfrutó como una posesa al sentir mi eyaculación rellenando su conducto y tras dejarme seco con suaves movimientos de su cuerpo, se puso a llorar de alegría mientras su cuerpo se retorcía con los últimos estertores de placer.
Sin llegar a comprender los motivos de su llanto, la dejé descansar. Al cabo de unos minutos, una vez repuesta, se pegó a mí y cogiendo mis manos las puso sobre su pecho diciendo:
-Vous êtes mon mari et je suis votre femme.
La seguridad que descubrí en sus ojos al decirme que yo era su marido y ella mi mujer, me hizo comprender que iba en serio. Cualquier otro se hubiese escandalizado pero yo no y soltando una carcajada acaricié su culo, mientras le preguntaba en francés:
-Cuándo dices que eres mía, ¿Eso incluye tu trasero?.
Muerta de risa, agarró uno de mis dedos y antes de que pudiera adivinar que iba a hacer, se lo metió en el ojete diciendo:
– Mon corps est à toi.
No solo fue de palabra. Al introducirse mi yema en su culo me dejó claro que todo su cuerpo era mío y disfrutando por anticipado de los años de felicidad y sexo que compartiría con esa morena, la besé sabiendo que en cuanto descansara mi maltrecho pene, iba a hacer uso de esa parte de su anatomía que tan feliz me ofrecía.

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Relato erótico: “Practicas de Tenis” (POR ROCIO)

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Hola mis queridos lectores de PORNÓGRAFO AFICIONADO, mi nombre es Rocío y tengo 19 años. Es el primer relato q escribo así que espero que me perdonen mis errores, no se me da muy bien escribir pero tengo muchas ganas de compartir mi historia así q hice un esfuerzo. Soy un poquito chiquita pues tengo 1.62, bien flaquita y bonita de cara. Tengo el cabello negro largo y lacio, pero suelo llevarlo en coleta. Mis amigas siempre dicen que tengo unas buenas tetas pero que mi fuerte es mi culito respingón.
Una bonita tarde en mi ciudad volví a mi casa tras practicar tenis con mi instructor. Fue un poco incómodo porque el entrenador personal, q es un viejo verde al fin y al cabo, se la pasó admirando mis piernas y mi culito, que con la faldita deportiva que yo llevaba imagino que le ponía loco porque se la pasaba poniéndose detrás de mí, restregando su bulto contra mi culo para explicarme komo debía golpear la bola. A mi me incomodaba y la única bola q quería pegar eran las suyas. Ya les había comentado a mis amigas sobre él y me dijeron q si yo me lo proponía, podía ligar con ese madurito y así conseguir clases gratis. Pero yo q soy un poquito tímida solo me reía de sus ocurrencias, además lo último q yo haría seria acostarme con un degenerado para conseguir favores.
Los que si me parecían atractivos eran esos dos enormes negros que solian terminar de entrenar cada vez que yo entraba en el recinto. Eran dos hermanos que por lo general tenían cara de poco amigos, pero conmigo siempre fueron correctos y amables, siempre me saludaban y alguna que otra vez se quedaron para mirar mi entrenamiento para hacerse comentarios entre ellos. 
Cuando volví a casa yo estaba con mucho sudor y fui directo al baño. Saludé rápido a mi padre, que no me hizo mucho caso pues estaba hablando por teléfono de manera muy nerviosa. Por último, para llegar al baño, pasé por la sala y vi a mi hermano mirando un partido de su equipo de fútbol así que le di un zurrón con mucho cariño. Tiene 18, 1.82 y es bastante atractivo, yo no soy nada celosa pero últimamente me molesta ver a tantas chiquillas ir y venir a nuestra casa cuando papá no está. En más de una ocasión he tenido que escuchar sus gritos de placer pues su cuarto está pegado al mío. Yo tengo novio pero jamás se  me ha ocurrido traerlo en casa.
Mientras me duchaba me toqué un poquito, pasé mis dedos x mis pequeñitos labios, jugué un poquito con mi puntito, la verdad es q era un placer inmenso con el agua tibia corriéndome por el cuerpito, tuve que morderme la boquita porque me estaba calentando más, imaginando como el madurito profesor de tenis me montaba en las graderías con los dos negros esperando su turno. Hummm, restregué mis piernitas y me masturbé rápido y rico. Fue raro porque jamás veía a mi entrenador personal de esa manera, pero es que con tanto toqueteo el muy infeliz consiguió que mi cuerpo se antojara por él.
Al dia siguiente volvi a entrenar. Esa vez el entrenador estaba demasiado juguetón, me rozaba mucho y la verdad es que normalmente yo debería mostrarle con gestos físicos mi desaprobación, incluso alguna vez estuve a punto de gritarle que dejara. Me tocaba la cinturita para decirme como debía colocarme para recibir la pelota, me hacia inclinar hacia adelante levemente. En fin, pero esa tarde yo estaba algo caliente, tal vez porque mi cuerpo le gustaba la idea de ser follada por ese madurito como solia fantasear en la ducha.
-Observa siempre la bola, Rocío.
-Lo sé, “profe”, siempre me lo dice… -sus fuertes manos me sujetaban de la cinturita.
-Para lograr un swing perfecto necesitas poner atención a la bola, y con la pose adecuada, podrás conseguirlo. Relájate, necesitas coordinar mejor tus movimientos.
Fue cuando mi cuerpo empezó a reclamarme por ese madurito. Me gustó un poco la idea loca de calentarlo, así que empece a menar más y más mi cintura, sintiendo su bulto entre mis nalgas. El se sorprendió un poco, al principio cuando yo le ponía mi trasero en contra de su entrepierna, él se retiraba un poquito, pues parece que era más de lo que él esperaba. Pero seguía sus clases:
-Presiona con mucha fuerza el mango de la raqueta, Rocío.
-Sí, profe, ¿así?
-Perfecto, Rocío.
Fingí un golpe cuando golpeé una pelota, y me tiré al suelo. El instructor vino y le dije que mi tobillo me dolía demasiado porque no puse una postura adecuada, así que me ayudó a reponerme y, llevándome por un brazo, me llevó hasta el banquillo para aplicarle hielo y un spray. Aproveché para gemir muy sexi a cada tacto.
Esa noche por suerte mi novio aplacó mis ansias. Se llama Christian, pero no pensé en él mientras follábamos, sino en mi instructor. Que era él quien me metia mano para jugar con mi clítoris, que era él el que me decía obscenidades mientras me metía lengua. Que mi culo y mis tetas eran sobadas por ese hombre maduro.
Al día siguiente más de lo mismo. Tengo una faldita deportiva cuando era más joven, y me la puse para calentar más al instructor, pues apenas me cubría. Los dos negros esa tarde se quedaron para verme entrenar, y de hecho creo que se fueron muy complacidos tanto con la vista como con mi comportamiento, pues a cada rato me apoyaba por mi instructor para decirle que mi tobillo me molestaba un poquito.
-No vamos a forzar más, Rocío, hoy ve a descansar.
-Pero “profe”, quiero un poquito de mimitos que ya verá cómo me pongo buena.
-Ahh, pero si eso es lo que quieres. Venga, vamos, ponte seria Rocío.
Me gustaba mucho el jueguito erótico que comencé. Y desde luego a los negros también, porque sonreían y me saludaban cada vez que cruzábamos la mirada.
-Manten la cabeza quieta. Los hombros siempre paralelos al suelo.
-Mucho hablar y poco mostrarme, profe – le recriminaba yo para que viniese a mí y me tocara un poco más.
Cuando terminó la clase fui directo al vestidor. La verdad es que el cabrón me dejó muy caliente con tanto toqueteo. No iba aguantar la caminata hasta mi casa, así que en las duchas del lugar me empecé a tocar con un par de deditos.

Rápidamente dejé de hacerlo cuando escuché abrirse la puerta del lugar. Era raro que otra mujer entrara, normalmente a esa hora soy la única chica que entrena. De todos modos me dediqué a ducharme para salir rápido de allí. Cuando me dejé llevar por el agua tibia, cerrando mis ojos y abriendo la boquita, sentí las manos gruesas y duras de alguien, tomándome de la cintura. Yo supe casi instantáneamente que esa persona era mi instructor, por la forma en que sus manos fuertes se posaban delicadamente en mí.
-¿Profe?
Me llevó contra la pared y sin darme tregua puso su mano en mi boca sorprendida. No podía verle, pero estaba segura que era él.
-¿Es usted, profe?
-Así que te estabas tocando, putita, ¿te ha gustado la clase? Podemos continuar aquí.
Era la voz del instructor que empezó a lamer mi lóbulo. Me quedé en shock. ¿Cómo sabía que yo me estaba tocando? ¿Acaso tenía una cámara que grababa el vestidor de las chicas? Cerró la llave de la ducha y empezó a tocar mi mojado culito con una mano mientras la otra me seguía sujetando contra la pared.
-Realmente es una preciosa chiquilla –dijo otra voz. ¿Quién era? ¿Había más gente?
-Hace rato que no montaba a alguien tan bonita, hermano – dijo otro. ¿Eran acaso los dos negros también?
A la fuerza conseguí darme la vuelta, me cubrí las tetas con una mano y mi coñito con la otra, muy aterrorizada ante esos tres hombres que me comían con la mirada. Me arrinconé en una esquina sin saber muy bien qué hacer.
-Si no haces lo que te decimos, vamos a publicar el vídeo en internet.
-¿Qué video?
-Eres una tonta del culo por lo que se ve. Te hemos grabado toda, cuando te estabas metiendo deditos y gemías como una putita caliente.
Me quise morir, esa gente lo vio todo.
-¡Os voy a denunciar!
-Si quieres. Cuando el vídeo se propague, serás muy conocida y no podrás salir ni de tu casa.
-¿Entonces qué es lo que quieren de mí?
-Que seas nuestra puta particular.
No me dejaron responder. Me agarraron del brazo y me lanzaron al suelo. Me quedé así, de cuatro patas, muy mareada por la situación, cuando sentí la mano del negro en mi colita, bajando y bajando hasta mi monte de venus para tocarlo con poco cariño. Como yo estaba algo caliente por la sesión de tenis, no pude evitar un gemido:
-Uuughhhhhh…
-Parece que a la putita le gusta.
-¡No me gusta, soltadme, soltadme! – dije revolviéndome. Logré apartarme y quedé acostada sobre el suelo, llorando, pero ellos no se apiadaron. Me pusieron boca arriba. Mi profesor empezó a chupar una de mis tetas, el negro la otra teta mientras su hermano me metía dedo. Eran tan denigrante, yo trataba de salirme de encima pero ellos eran muy fuertes.
-¿Vas a ser nuestra putita, Rocío? – preguntó mi profesor, y mordió mi pezón rosadito.
-Ooohhhh diosssssss… nooooo… jamássss…
-¿Por qué no, nena? –preguntó el negro, mientras su boca subía y subía hasta mi boquita para poder besarme y meterme lengua como ninguno de mis ex lo hizo. Quise protestar pero su lengua casi acaparaba toda mi boca y no me permitía hablar con mucha nitidez.
-Hummgg, uffff
Cuando dejó de besarme, muchos hilos de saliva se quedaron colgando entre mi boca y la de él, que me miraba sonriente. Mis ojos apenas se podían mantener abiertos porque su hermano ya había puesto su lengua entre mis labios vaginales, recorriéndolos fuertemente, aquello me iba a volver loca, con lo calentita que ya estaba.
Mi profesor imprevistamente puso sus rodillas entre mi sorprendida cara, y con fuerza me tomó de la quijada. Su polla erecta y asquerosa estaba apuntándome la boca.
-Abre la boca, puta.
-Ohhhggg… diosss, no, por favoooor.r… noooo – el negro era un cabrón experto en comer chuminos por lo que se podía sentir. Era lo único que evitaba que yo pudiera hablar con fluidez. Por suerte dejó la lamida por un momento y por fin pude armar frases con sentido:
-Por favor, basta, levántese instructor, no voy a hacer lo que me digáis jamás.
-Eso ya lo veremos –dijo el negro, poniendo la punta de su polla entre mis hinchadísimos labios vaginales.
-¡Noooo!, ¡Por favor nooooo!
-¿Pero qué dices, nena? Si estás mojadísima.                                                                                    
Me tomó de la cintura e hizo presión, amagó meter su enorme polla dentro de mí para partirme en dos. El instructor me calló con un pollazo, fue asqueroso sobre todo x q sus pelillos púbicos se iban contra mi nariz, ese asqueroso olor que me daba arcadas y la polla que me llenaba toda mi pequeña boca que apenas daba abasto.
El negro por su parte no tuvo mucha compasión y me la metió muy duramente. Senti algo eléctrico, muy fuerte, relampagueante, entre el dolor y el placer me revolví como loca sin poder protestar. Su hermano por otro lado no dudo en besar y chupar mi pancita, que era lo único que estaba “libre” de tormentos.
Yo estaba a punto de reventar, mi coñito estaba realmente muy caliente pero yo no lo iba a admitir jamás. Lastimosamente el negro sabía muy bien que mi cuerpito quería guerra, todo estaba a tope, y vaya que sabía follarme. Empecé a gemir como marrana mientras sentía como su leche se derramaba en mí.
-Vas a tener un bonito hijo negro, putita –se empezó a reir luego de correrse. El hermano tomó su lugar y empezó el mismo vaivén sin darme tregua. El cabronzado también sabía dar placer, así que me rendí, mientras la polla de mi instructor chorreaba leche en mi garganta, dejándome llevar por el placer.
-Ahhhgmmmm uummmmppppp….
-¿Vas a ser nuestra putita, sí o no? – dijo el negro que me montaba, mientras su hermano ya se limpiaba en la ducha.
 
-Nmmm… noooo… jamáss… ughh diossss… dueleeeee…
-Ya sabrás olvidar el dolor que luego vas a disfrutar marrana.
Se corrió, pude sentir su leche espesa y caliente recorrerme el coñito, dentro y fuera. A mí me dolía todo pero en el fondo también me sentía muy excitada. Solo que no lo iba a reconocer ante esos degenerados.
-Eres una calientapollas, vienes a estas horas en donde solo yo y mi hermano estamos. Nos saludas muy coqueta, meneando ese culito respingón que tienes, putita… vamos, que es obvio que te gusta.
-No es verdad, no es verdad –dije desde el suelo, tratando de reponerme.
-Ahora vas a poner en práctica mis consejos, Rocío.
-Qué quieres decir?
-Coge del mango con mucha fuerza, con tus dos manos – dijo mostrando su polla erecta. Los negros se rieron de la ocurrencia.
Con mucha indignación puse mis dos manos en su polla. Le miré a los ojos con carita de puchero pero no se apiadó de mí. Tomó de mi cabello y empujó mi cara para que pudiera tragar ese pedazo enorme de carne venosa.
La tranca iba y salía con mucha velocidad, tocaba la campanilla de mi garganta y me daban arcadas. El instructor se corrió en mi boca de nuevo, corriéndose directamente en mi garganta. Cuando sacó su pollón, se corrió un poquito más en mis labios y mejillas.
Cuando terminó, quedé con pelillos en la boca, con semen asqueroso pegándose por mis mejillas y mis labios, con ganas de escupirlo todo o vomitarlo también, pues he tragado mucho.
Me llevaron hacia la ducha y me hicieron apoyarme contra la pared. Yo estaba demasiado débil como para poner resistencia. El negro empezó a meterme sus dedos en mi culo, y yo grité del susto:
-Qué vas a hacer?
-Voy a darte por el culo, marrana. Se nota que eso es lo que quieres.
-Noooo, por favor, nunca lo hice por ahí… estás locooo!
-A callar! – metió dos dedos de manera muy violenta y me hizo sacudirme del dolor, apenas me podía sostener. Los dedos entraban y salían, lenta y duramente. Yo al principio chillaba del dolor, pero poco a poco logré controlarlo, hacer que mi culo se relajara y pudiera recibir los embistes de sus dedos. Y así estuvo follándome el culo con sus dos dedos, teniéndome a mí muy caliente y gimiendo ante la situación.
Puso su enorme pollón entre mis nalgas y me sujetó de mi cintura.
-Voy a follarte de dos formas, o duro o gentil. Elige.
-Ufff… por favor, no lo hagas… ¡Aghhhhmmm diosssss!
-Duro será – dijo mientras los otros dos se reían.
Fue demasiado doloroso. Lloré desconsolada mientras el negro me partía literalmente en dos pedazos y me aplastaba contra la pared. Besaba mi cuello mientras su enorme falo poco a poco entraba y era engullido por mi culito. No entró mucho, y al poco rato se salió de mí.
-Hice un buen trabajo al meter mis dedos, pero aún así va a doler cuando lo meta todo.
-¿TODO?
Puso otra vez su enorme glande en la punta de mi ano, y empezó a hacerme una rica paja con sus manos en mi clítoris hinchadísimo. Yo me mordía los labios con tal de no gemir, pero la verdad es que el hijo de puta sí sabía cómo hacer gozar a una chica.
-Agghggggg… CABRÓN, suéltameee… uffffff….
-¿Vas a ser nuestra putita?
Yo estaba muy caliente, me pedí perdón a mí misma y grité:
-Joder, síiiii, cabrón por favor continúaaaa… continúaaaa…
-¿Me lo repites, Rocío?
-Seré vuestra putitaaaa… joderrrr…. Continúaaa y no hables tanto hijoputaaa…
-¡Jaja! ¿Quieres que te la meta en el culo?
-Hmmm… síiii, por favor sé gentil, que es mi primera vezzzz…
-Te jodes marrana, no te vamos a follar aún por aquí.
Me soltó, me dejó caer en el suelo con semen goteando entre mis piernas. Fue vergonzoso haberme corrido por la paja que me hizo el cabrón, pero así fue. Y para colmo el negro no tenía intención aún de follarme por ahí. Pero ya habría tiempo para ello.
-Veo que has aceptado ser nuestra puta –dijo mi entrenador.
-Sí, lo que sea con tal de que no publiquen mi video – mentí, la verdad es que quería carne.
-Bien, a partir de mañana vendrás a entrenar con ropita más ajustada, y sin ropa interior.
-Sí, señor Gonzáles.
-Vístete. Y vamos a mi oficina que vamos a disfrutar un ratito contigo, putita.
Me dejaron para que me vistiera. Realmente fue una locura. Yo aún estaba muy caliente y, pese a que todo fue denigrante, me excitó cómo me trataron duro. Mientras me ponía de vuelta de mis ropitas, no pude evitar morderme la boca pensando en las guarrerías que me harían en la oficina, y en los días siguientes también. Me habían ganado, me convirtieron en su esclava sexual. De solo pensar en las obscenidades que me harían se me mojó de nuevo el chochito.
Cuando cogí mi móvil, vi que mi novio me había dejado un mensaje. Dijo que me estaría esperando esa noche para salir a un bailable. Si no fuera por ese mensaje, me habría olvidado que tengo novio. Me puse a cien solo de pensar que le estaba poniendo los cuernos con dos negros y un viejo verde.
Le escribí: “Christian mi amor, hoy no voy a poder q me duele muxo de tanto entrenar. El instructor estuvo un pokito cabroncete hoy”.  
Continuará, si así lo quieren. Perdon nuevamente por escribir tan maaaal. Espero que le halla gustado a alguien, me ha costado mucho porque no es una fantasía que se la pueda contar a alguien con normalidad, así q aproveché esta página.
Besitos.
Rocío
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: “Rubia teñida, gorda y obsesionada por el sexo” (POR GOLFO)

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La conocí en un tugurio de mala muerte, Esa noche iba acompañado por dos inútiles que me encontré en otra j
odida barra de bar. Sólo en una ciudad extraña, no me importó que esos desechos, mendigando una copa, me gorronearan descaradamente mientras se pavoneaban de ser unos Don Juanes. Ni siquiera me acuerdo de sus nombres.
Recuerdo entre tinieblas que llegamos a un antro oscuro y mal iluminado. Uno de esos que, de ir sereno, huyes pero borracho cómo estaba te parece un oasis. Allí la vi. Rubia teñida, fea y gorda, aun así completamente dopado por el  alcohol ingerido, quise conocerla.
Sonia era una muchacha marroquí en una patria extranjera buscando cambiar el cariño de unas caricias por el calor de unos euros. Esa madrugada vio en mí, la posibilidad de dormir en caliente y la seguridad de que en la mañana regresaría a casa con la cartera llena. No intento saber qué fue lo que me llevó a contratarla. Me la sudan los motivos por los que, obviando su fealdad, me hice con sus servicios. Lo único cierto es que saliendo con ella abrazado, huÍ de ese local y llegué haciendo eses hasta mi hotel.

Todavía me aterra pensar en lo que sentí al verla desnudarse. Bajo su vestido no llevaba la típica ropa interior sino una gruesa faja color caqui que sin pudor se quitó ante mi horrorizada vista. Pálida hasta decir basta, su piel blanca se tornaba amoratada en los pliegues que formaba la celulitis de sus piernas. Obesa hasta decir basta, era difícil distinguir donde terminaba la papada y donde comenzaba el pecho. Toda ella era un conjunto de lorzas paralelas, los enormes senos competían con un todavía mayor vientre y este con dos columnas gordas y flácidas que formaban sus piernas.

No os creáis que le cortó lo más mínimo desnudarse con la luz encendida. Sonia, encantada con el volumen de su cuerpo, se agarró una de sus ubres y llevándosela a la boca, mordisqueó su negro pezón mientras me decía a que esperaba para comérmela. Nada me pudo hacer prever que esa mujer entrada en carnes me gustara pero contra toda lógica al verla en pelotas, con sus lonchas desparramándose alegremente, consiguió excitarme, Nunca había estado con un mujer de su estilo, francamente gorda, sus michelines desnudos se sucedían uno tras otro pero aun así hubo algo que me llamó a hundir mi boca entre sus muslos.
No sé como pudo separar sus piernas para permitir a mi cabeza llegar hasta su sexo,
Puta y gorda, pero encantadora sino llega ser por su profesión, cualquier paisano estaría encantando de retozar alegremente de por vida ente sus blancas carnes. Me da igual su nombre, sé que me ha mentido, los doscientos euros que me ha cobrado son una puta insignificancia al lado del placer que me ha resultado magrear sus carnes entre  mis manos. Nunca me han gustado las anoréxicas pero tampoco pensé que me obsesionaría amasar tantos kilos de grasa  y menos que al sentir su consistencia, mi pene pudiera salir de su letargo y alzarse
Ese maremágnum de carne derramándose a cuatro patas sobre el colchón debía de haberme repelido, pero no fue así. Con su acento árabe y su increíble falta de pudor, se separó las gruesas nalgas con sus manos y me pidió que le diera por culo. El tamaño de esas dos masas era tal que incluso dudé mientras me acercaba con mi pene en la mano, de que tuviera la extensión suficiente para penetrarla.
Curiosamente, la flacidez de su trasero permitió que al presionarla se desparramara hacia los lados y mi glande entrara con facilidad dentro de su negro ojete.  La obesa mujer debía estar acostumbrada a superar toda serie de dificultades porque al sentir que mi miembro solo la había desflorado a medias, sin ningún pudor me pidió que la agarrara de los hombros y así tener de dónde agarrarme para terminarla de meter.

La postura consiguió su objetivo y contra la lógica, me encantó el modo que tanta grasa abrazó mi pene en su camino. La cerda al notar mi miembro rellenando su conducto, empezó a gritar como si la estuviera sacrificando en un matadero. El volumen de sus gritos incluso se incrementó cuando olvidándome del asco que me daba ver como se bamboleaban sus blandas ubres comencé a moverme dentro de su culo.

Reconozco que me sorprendió oírle chillar que la pegara. Comportándose como un sucio y sumiso despojo, me rogaba que azotara su descomunal trasero con  una fijación que me obligó a satisfacerla.  Al soltarle el primer azote sobre sus flácidos cachetes, observé con cierta repugnancia que todo su grasiento lomo temblaba como gelatina, formándose una ola que naciendo en su culo subía por su cuerpo muriendo en su gruesa papada.

Sé que esa gorda disfrutó de la ruda caricia porque, relamiéndose sus pintarrajados labios, me rogó que siguiera azotándola. La necedad de esa vaca parecía no tener fín porque no contenta con la serie de nalgadas que recibió, cuando se sintió parcialmente saciada, me pidió que cogiera su pringosa melena y la usara como riendas.
Supe que lo que ese sebo con dos patas deseaba y por eso, satisfaciendo su pervertida necesidad, tiré de su pelo hacia atrás haciéndole daño. El dolor lejos de calmarle, la estimuló y girando su cabeza, me imploró que jalara con más fuerza. En ese momento ya no éramos puta y cliente sino dos degenerados dejándonos llevar por nuestras obscuras apetencias.
Forzando el aguante de su mantecosa anatomía, vi como su columna se doblaba producto de la  fuerza con la que  atraje hacia mí su cabellera. El sufrimiento que noté en sus hundidos ojos me hizo parar pero entonces cabreada me ordenó que no parara. Azuzado por sus chillidos, respondí con violencia y mientras me tiraba de su pelo, la regalé con otras dosis de sonoras nalgadas.
El renovado castigo la encantó y convulsionando entre mis piernas, se corrió. La entrega de esa mugrienta mujer y el modo tan obsceno con el que se retorcía implorando un mayor correctivo, me estimuló y dotando a mis movimientos de un fiero compás, machaqué sin pausa su rollizo coño hasta que contagiado por su placer, derramé mi semen en su interior.
La zorra ordeñó a conciencia mi pene y cuando sintió que lo había dejado seco, se separó de mí. Dándose la vuelta, obvió que lo tenía lleno de mierda y sin pensárselo dos veces, se lo metió en la boca. Alucinado contemplé como saboreaba con gusto los restos de su culo. Lamiendo con su lengua mi extensión no cejó tras dejarlo inmaculada sino que continuó mamando de él hasta que lo consiguió reanimar.
Una vez había conseguido que mi polla recuperara la erección se abrió de piernas y me pidió que la follara. Como hasta entonces su coño había permanecido oculto entre tanta grasa, no había tenido la oportunidad de contemplarlo y haciendo caso omiso a su petición, me quedé mirando atónito semejante enormidad.
En el bosque que poblaba su pubis podían haber hecho su guarida un centenar de forajidos. Era tanta su frondosidad que tuve que separar sus pelos para descubrir los pliegues de su chocho. Interesado en saber su tamaño, metí directamente un par de dedos en su interior. La gordinflona al sentir mis yemas recorriendo  su sexo, se acomodó en la cama y  con un suspiro me hizo saber que le apetecía que siguiera con mi exploración.
La falta de rechazo me animó a meter un tercer dedo dentro de esa gruta. La sencillez con la que lo sumergí, me hizo probar con un cuarto y con un quinto, de manera, que sin apenas darme cuenta tenía toda mi mano dentro de su coño. Ese fue el momento que esperó la oronda mujer para con un berrido rogarme que la follara con mi puño. La urgencia que adiviné en su voz, me hizo complacerla y cerrando mi mano dentro de esa cavidad, comencé a imprimir con ella un suave movimiento.
Bramando de placer, mi voluminosa pareja me imploró que aumentara el ritmo con el que la estaba machacando su chocho. Consintiendo a ese engendro, aceleré y obnubilado, observé como sus sobredimensionados pechos se movían siguiendo la pauta con la que la complacía. Poco a poco y usando mi puño como si fuera un martillo neumático, derribé los últimos cimientos de cordura de la obesa.

Sonia al sentir sus neuronas hirviendo por el cúmulo de sensaciones, no se cortó y aullando a voz en grito, fue marcándome la cadencia con el que quería ser follada. Golpeando la pared de su vagina de un modo atroz, llevé a esa mujer al borde del colapso. De improviso sin que nada me hubiese advertido antes lo que iba a ocurrir, de su sexo brotó un geiser de caliente flujo que me golpeó en el rostro.

Ese viscoso liquido recorriendo mi cara, me indujo a seguir, de forma que prolongué su éxtasis durante una eternidad. Maravillado por ser testigo de esa inhumana eyaculación femenina, no pude parar cuando ella me lo pidió. Comportándome como un bellaco, violé repetidamente ese enorme chocho sin importarme los gritos de mi víctima. Convirtiendo en mi obsesión el descubrir hasta donde llegaría su resistencia, continué durante largos minutos hasta que rendida sobre el colchón, esa ballena me rogó que la dejara descansar.
Apiadándome de ella, saqué mi puño de su interior. La mujer al verse libre apoyo su cabeza en la almohada y cerrando los ojos disfrutó de los últimos estertores de placer que asolaban su cuerpo. Ya relajada, sonriendo, me preguntó si podíamos ir al baño porque le apetecía probar otra cosa.
Sin saber que era lo que se proponía seguí por la habitación a ese mastodonte. Al hacerlo, contemplé el movimiento de sus lorzas al caminar pero quizás ya acostumbrado a su grotesca figura, esa visión no enfrió para nada mi libido sino que lo acentuó. Si creía que ya nada me podía sorprender, esa foca me sacó de mi error cuando obligándome a entrar en la bañera con ella, me pidió con su mirada cargada de deseo que usara mi pene para mearla.
Jamás en mi vida había hecho algo semejante pero eso no me intimidó y cogiendo mi polla comencé a derramar sobre sus pechos mi amarillo orín. El putón al sentir mis meados recorriendo su grasienta piel, gimió totalmente poseída y dirigiendo el chorro a su boca, dejó que se rellenara su garganta mientras infructuosamente intentaba beber. La cantidad de orina que surgía de mi miembro lo hizo imposible y derramándose por sus mejillas, observé como la empapaba por completo.
Sonia, al ver por mi erección que compartía su fetiche, se pellizcó los pezones mientras se introducía mi pene hasta el fondo. La sensación de sentir sus engrosados labios besando la base de mi polla junto con la brutal presión a la que su lengua sometía a mi extensión provocó que explotara dentro de su boca. La mujer saboreó mi lefa como si fuera la primera vez y recreándose en la mamada, no paró hasta que dejar mis huevos vacíos.
Entonces  encendió la ducha y con un cariño que me dejó abochornado, me enjabonó con cariño. La puta zorra se había convertido por arte de magia en la más dulce de las amantes  y sorprendiéndome nuevamente, lloró a moco tendido dándome las gracias por hacerla tratado como mujer y no como a un monstruo.
Fue entonces cuando me percaté que si bien había estado a punto de vomitar al verla desnuda, ahora su cuerpo me parecía extrañamente atractivo y que mi asco inicial se había convertido en  franca adoración por esa enorme mujer. Donde antes veía un siniestro esperpento de la naturaleza, en ese momento solo contemplaba voluminosa belleza.
Por eso pidiéndola que volviéramos a la cama, disfruté de sus caricias toda la noche y a la mañana siguiente cuando nos despedíamos, le prometí que cada vez que volviera a esa ciudad la llamaría. 
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Relato erótico: “la maquina de tiempo 5” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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en el capítulo anterior Cleopatra me invita a su palacio así que accedí a ver con mis ojos a la mujer más hermosa de Egipto y de la tierra según dicen. así que con mis esclavas que había comprado en el mercado mi fiel administrador y unos cuantos más esclavos me llevaron ante la reina Cleopatra en mi carroza.
antes la compre un regalo digno de una reina, un diamante que muchos quieran para él. iba colgado en su cuello así que me presentaron a la reina de Egipto me incliné ante ella y le dije:7
– vuestra belleza es comparable como el hermoso sol que nos ilumina mi reina.
ella sonrió y me dijo:
– levántate me han hablado mucho de ti y de tus conocimientos.
-antes permitirme un regalo mi reina- hice zonar las palmas y aparecieron mis esclavas con un cofre de oro de rodillas ante ella:
– mi amo, mi reina, os ruega que a aceptéis su regalo.
abrió el cofre y saco el espléndido collar de oro con un dimánate.
– os ruego mi reina que me permitáis poneros el collar.
ella agradeció el regalo y se dejó poner el collar por mí.
– sois muy generoso ripeas. ¿es así como os llamáis?
– si mi reina.
– de donde venís?
– de Grecia mi reina- conteste yo.
– me han hablado de vuestros conocimientos en la medicina y en otras cosas quiero que seáis mi consejero. sé que no necesitáis dinero ya que oís muy rico, pero me gustaría que aceptarais ser mi consejero.
– será un placer mi reina.
– yo sabré recompensaros -dijo ella.
antes he de decir que era bellísima un cuerpo perfecto y una cara hermosísima un pelo moreno al estilo egipcio, unos ojos negros que te traspasaban con la mirada. No me extraña que julio cesar se volviera loco por ella, pero sigamos… entre a formar parte de su consejero se dejaba a asesorar por mí.
su hermano la tenía un odio que la hubiese matado, yo se lo dije pues sabia la historia como sabe el lector.
ella me dijo:
– es mi hermano incluso nos hemos costado juntos, pero no quiere gobernar junto conmigo. quiere todo para él y el ejercito la apoya. que podría hacer yo sabía que los egipcios hacían incesto.
– tengo la solución mi reina-la dije.
– dime te daré lo que pidas.
– mi reina no quiero dinero quiero a vos en el lecho.
– cómo te atreves. te podía hacer que te cortaran la cabeza por pedirme eso.
– lo se mi reina, pero merece la pena morir por vos.
– habla cumpliré con mi parte.
– dentro de unos días vendrá un romano muy importante. él es el emperador de roma el mismo julio cesar.
– estáis seguro.
– si mi reina. veo el futuro -dije yo.
– hablar entonces.
– él se enamorará de vuestra belleza y tendrá un hijo con vos y seréis la única reina de Egipto.
-si se cumple esto me tendrás en el lecho y seré tuya, pero si no te mandare cortar la cabeza y tirarla al Nilo.
– se cumplirá mi reina.
– porque tengo que haceros caso podría mataros.
– si pudierais, pero perderíais un hombre que os ama y os resultara muy útil.
– esta noche me tendrá en tu lecho. no olvidaras esa noche.
– tampoco vos mi reina.
así que me apresure a ponerme cómodo en el lecho. ya era muy tarde cuando vino una esclava hermosísima y me dijo:
-mi señora me manda como regalo.
yo maldije pensé que ella no cumpliría la promesa.
– ahora vine la otra parte del regalo -me dijo así que espere no tenía más remedio cuando apareció una mujer tapada con una túnica por una puerta secreta era Cleopatra.
– yo siempre cumplo mis promesas -dijo ella.
la esclava se desnudó al igual que Cleopatra nunca había visto tanta belleza junta tenía que hacer un esfuerzo para no correrme. la dos eran bellísimas. yo me desnude y mi verga estuvo a tope.
– esta noche nunca la olvidaras.
– y mi reina tampoco. ya lo vera.
entre las dos empezaron a comerme la poya una los huevos y la otra el tronco estaba en la gloria pensaba que me iban hacer correr en su momento y ya estaba que equivocadas estaban era verdad que había echo un esfuerzo para no correrme, pero ya era dueño de la situación le empecé a chupar el chocho a Cleopatra y la dije:
– te gusta puta.
– como te atreves a llamarme zorra.
– porque te gusta. come -el dije yo cogiéndola de la cabeza.
a lo primero se resistió, pero después ya no paro de mamar.
– y tu esclava puta, ábrete el chocho que te voy a follar.
ella nunca la habían tratado si ni a Cleopatra tampoco. estaban locas de lujuria.
– maldito no sé qué me has hecho, pero me gusta me vuelves loca. todos mis amantes me han tratado con respecto por ser la reina.
– eso es el error que han cometido. a ti te gusta que te traten como una zorra, aunque no lo admites, te gusta que un hombre te domine y te folle.
– sisisi.
– toma poya zorra -mientras se la sacaba a la esclava y se la metía a Cleopatra en el chocho.
-ahaja maldito que gusto. estoy con Osiris. que placer no pares. si tienes razón soy una puta, pero de esto ni una palabra o te mato y tu esclava cómeme el culo.
– vamos zorra.
la esclava estaba también en su momento de lujuria que alucinaba:
– si si hijo de puta fóllanos a las dos, a mi señora y a mí- dijo
– que placer y ahora os voy a romper el culo a las dos.
– estás loco si crees que te vamos a dejar.
– si no saldré, aunque me cueste la cabeza diciéndome que estoy con Cleopatra en el lecho- así que las dos claudicaron y se dejaron dar por el culo, aunque luego les encanto las prepare bien el ojete con crema que tienen la egipcia para arreglase y aceite de esencias y luego les net poco a poco los dedos primero a la esclava empezó a cogerle el gusto cuando ya lo tenía bien lubricado se lo metí hasta los huevos mientras Cleopatra estaba excitada.
– dala bien a esta zorra esclava -dijo la reina.
la esclava se volvió loca.
– que gusto. mi ama. esto es divino. rómpeme más el culo quiero toda tu verga dentro -dijo la zorra.
Cleopatra dijo:
– yo también quiero probar si es tan bueno como dicen, aunque los egipcios follaban mucho por el culo, Cleopatra nunca se atrevió a que nadie se la metiera por ahí y la hiciera daño y le cortara la cabeza.
así que se lo preparé y cuando se la empecé a meter se lo dije a su esclava:
– chúpala el chocho para que no siente dolor venga hazlo.
ella empezó a comerle a su ama el chocho mientras yo la daba por el culo a mas no poder
-sisisi maldito soy tu esclava – dijo Cleopatra- follame no pares de romperme el culo soy tu puta esclava- y se corrió a mas no poder.
yo no podía más follaros. una a la otra se besaron y restregaron sus chochos así que dije:
– poner vuestras bocas que quiero que os bebáis mi leche- y me corrí.
ellas se pasaron la leche de una boca a la otra besándose y relamiéndose luego nos quedamos dormido los tres completamente desnudos y satisfechos de tanto follar. cuando me desperté había una nota diciéndome:
– he cumplido con mi promesa soy yo quien te tiene que dar las gracias por hacerme pasar una noche, así como pocas espero poder repetir.
apresure a vestirme cuando sonaron las trompetas se acercaba unos barcos romanos y un ejército con el emperador julio cesar CONTINUARA

Realto erótico: “Dominada por mi alumno 2” (POR TALIBOS)

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ACEPTACIÓN:
Conduje hasta casa con mil pensamientos atronando en mi cabeza. Ira, desesperación, odio, rabia… pero, lo peor de todo, era que, en el fondo, sabía que había disfrutado siendo un juguete en manos de Jesús.
Pero, ¿qué me pasaba? ¿Estaba enferma? ¿Era una pervertida? ¡Aquel cabrón me había violado! ¡Me había usado para vaciarse los huevos sin importarle lo más mínimo mis súplicas!
Aunque… ¿realmente le había suplicado? No recordaba haberlo hecho… sólo aquella sensación de sumisión… de… alegría por obedecer sin rechistar lo que él me ordenaba, cumpliendo sus deseos sin tardanza, dispuesta a todo por complacerle…
No, no, no… me estaba volviendo loca. ¿Qué me pasaba?
No, estaba equivocada, no había disfrutado… había sido el miedo, el pánico a que me hiciera daño había sido lo que me forzó a obedecer… ¡claro, eso era! ¡Llevaba una navaja!
Pero él en ningún momento me amenazó… Y yo podría haber gritado pidiendo auxilio… Yo sabía que no era cierto que, al poco de terminar las clases, el conserje fuera el único en el edificio…. Seguro que como poco Armando, el director, estaría en su despacho, como hacía todos los días, terminando el papeleo pendiente de la jornada…
¿Por qué no grité? ¿Por qué no traté de escapar? El chico era más fuerte que yo, pero aún así… ¿por qué no me resistí?
Porque me gustaba.
………………………………………..
No recuerdo cómo llegué hasta mi casa, pues, cuando me quise dar cuenta, me encontré estúpidamente parada enfrente de la puerta de mi piso, esperando que la puerta se abriese sola.
Completamente hundida, abrí mi maletín en busca de las llaves, encontrándome en su interior con los restos de mi jersey. No recordaba haberlo guardado allí, pero ahí estaba… Así la tela y, al hacerlo, rememoré los instantes en que Jesús había destrozado mi jersey y mi sujetador y cómo sus manos habían acariciado mis pechos… y el calor y la excitación que sentí mientras lo hacía…
Y seguía excitada… Allí, delante de mi casa me di cuenta de que mi coño seguía ardiendo, notaba perfectamente la humedad entre mis muslos y la dureza de mis senos… el vello de la nuca se me erizaba mientras recordaba cómo me había penetrado la durísima verga de Jesús, cómo me había follado sin piedad…
¡NO! Enfadada conmigo misma, sacudí la cabeza tratando de hacer desaparecer aquellas imágenes. Rebusqué en el maletín y saqué las llaves, penetrando en la seguridad de mi hogar. Tras cerrar la puerta, eché la llave, tratando de sentirme más a salvo, más lejos del chico que había destrozado mi vida.
Agotada, me dejé caer en el sofá del salón y cerré los ojos, pero enseguida tuve que volver a abrirlos, pues continuamente me asaltaban imágenes de lo sucedido. ¿Qué podía hacer? ¿Denunciarlo? ¿Denunciar el qué?
Ya sabía lo que pasaría si iba a la comisaría… me mandarían al hospital donde me harían un humillante test de violación… sí, mi ropa destrozada y los moratones en mi pecho serían pruebas incriminatorias contra Jesús y seguro que, si me hacían un examen vaginal, advertirían señales de desgarro por la violencia con que me había penetrado.
¿Seguro? Podía recordar perfectamente que, cuando me la metió, mi coño estaba más que suficientemente lubricado… aunque con fuerza, su polla se había deslizado en mí como cuchillo en mantequilla….
¿Y si después del juicio, el escándalo, la humillación pública, algún juez hijo de puta concluía que había sido sexo consentido? ¿Por qué no gritó, señorita? ¿Por qué no se resistió? ¿Por qué no trató de huir?…..
No, no podía enfrentarme con todo aquello… Si por lo menos Mario estuviera a mi lado….
¡Mario! ¿Qué día era hoy? ¡Miércoles! ¡Y él regresaba el sábado! ¿Qué pensaría de mí si se enteraba? ¿Y si él creía que no me había resistido lo suficiente?
Y lo más importante… ¿me había resistido en realidad?
No… No podía pasar por todo aquello. Jesús había ganado, se había salido con la suya… se había follado a su profesora y no le iba a pasar nada, simplemente porque no me veía con fuerzas ni valor suficientes para enfrentarme a todo aquello.
Lo mejor era olvidar, seguir con mi vida, con las clases, con Mario…. Sí, eso iba a hacer… De ahora en adelante ignoraría por completo a Novoa, si hacía falta, le aprobaría la asignatura por la cara, para que aprobase el curso y pasase la selectividad. Cuando entrara en la universidad no volvería a verle en mi vida, sólo tenía que aguantar unos meses, hasta Junio… Podía hacerlo…
Un poco más calmada una vez decidido un plan de acción (aunque el plan consistiera en no hacer nada) me levanté y fui al baño a darme una ducha.
Me desnudé frente al espejo y claro, al quitarme el abrigo apareció mi cuerpo desnudo, vestido únicamente con la falda gris y los restos destrozados de mis panties. Entonces pude ver los moratones que habían aparecido en la piel de mi seno izquierdo, allí donde Jesús había apretado y estrujado. Lágrimas de rabia afloraron a mis ojos y, por un instante, deseé que el maldito chico muriera esa misma noche entre atroces dolores. Pero entonces me fijé en mis pezones, duros como rocas, mirándome desafiantes desde el reflejo en el espejo…
¡NO! Enfurecida, acabé de desnudarme, tirándolo todo al suelo. Me metí en la ducha y abrí el agua caliente al máximo, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo, intentando borrar de mi piel el recuerdo de lo sucedido.
Cuando el agua se puso insoportablemente caliente, le di al agua fría, regulándola hasta hacer la temperatura soportable. Aquello hizo que me sintiera mejor y, durante unos minutos, dejé resbalar el agua sobre mí.
Me lavé el pelo a conciencia, sabiendo que en él quedaban restos del semen de Jesús y después comencé a asearme con la esponja y el gel. Al hacerlo, tuve mucho cuidado al limpiar el seno izquierdo, totalmente dolorido por los hematomas. Finalmente, usé delicadamente la esponja en los genitales, muy sensibles y escocidos por todo lo que había pasado.
Seguí frotando y frotando, intentando borrar de mi vagina cualquier rastro del paso de Jesús, pero, cuando me quise dar cuenta, noté que lo que hacía realmente era masturbarme con la esponja…
Mis pechos estaban duros, mis pezones enhiestos, me estaba frotando el coño…. ¡No podía negarlo! ¡Estaba excitada!
Como una furia descorrí la cortina de baño y salí disparada a mi cuarto, empapando el suelo de toda la casa. De un tirón, abrí el cajón de la mesita de noche, con tanta fuerza que lo saqué del todo, desparramando todo su contenido por el suelo.
Aún no había terminado de rebotar sobre el piso cuando mi mano agarró con violencia a MC, el consolador negro, y regresé con él al baño, acabando de completar el desastre en mi casa.
Esta vez me tumbé en la bañera, con las piernas bien abiertas y comencé, como era habitual en mí cuando lo hacía, a deslizar suavemente el consolador por mis labios vaginales, para ir poniéndome a tono.
Pero, ¡no! ¡No era eso lo que yo quería! El rostro sonriente de Jesús invadió mi mente y comprendí qué era lo que necesitaba. De un tirón me clavé el consolador en el coño mucho más profundo que nunca antes. Mis ojos se abrieron como platos ante la súbita intrusión y mi espalda se arqueó ante el eléctrico calambrazo que recorrió mi columna.
Enfebrecida, comencé a meter y sacar a MC con violencia, apuñalándome el coño más bien que masturbándome. Para acabar de redondear la escena, agarré la ducha de teléfono y dirigí un cálido chorro de agua a mi entrepierna, concentrándome especialmente en el clítoris que asomaba la cabecita en el culmen de excitación.
No tardé ni un minuto en correrme, con devastadores espasmos de placer agitando mis caderas. Doy gracias porque el orgasmo llegara tan pronto, pues si hubiera seguido mucho rato clavándome así el consolador, sin duda me habría hecho daño.
Quedé derrengada, con medio consolador aún metido en el coño, mientras los últimos estertores de placer agitaban mi cuerpo. Había sido un orgasmo bestial pero… con Jesús había sido mejor…
Como pude, puse el tapón de la bañera y dejé abierto el grifo, de manera que ésta fue llenándose conmigo dentro. Eché unas cuantas sales y jabón para que se formase espuma y me quedé medio dormida.
Cuando quise darme cuenta, el agua había empezado a salirse de la bañera. Adormilada, cerré el grifo, abrí un poco el tapón para sacar un poco de líquido y me volví a tumbar para permitir que el relajante baño caliente borrase las huellas de todo lo sucedido.
Ahora me encontraba mucho más sosegada y allí me quedé, sumergida en el agua caliente, con la mente completamente en blanco después de la más agotadora jornada de mi vida.
Desperté un buen rato después, con el agua ya fría. Abrí el tapón y me levanté como pude, e incluso sonreí cuando vi a MC nadando entre la espuma disfrutando también de su baño. Se lo había ganado.
Me sequé con la toalla y contemplé desanimada el desastre que era mi casa. Agua en el suelo del baño, agua en el salón, en mi cuarto… Resignada, fui a la cocina a por la fregona, unos trapos y un cubo y me dediqué a la tediosa tarea de recogerlo todo.
Tras un rato, me di cuenta de que estaba limpiando completamente desnuda, como si fuera lo más natural del mundo. Me encogí de hombros, dispuesta a seguir con la tarea, pero entonces recordé que, en alguna ocasión había sospechado que el vecino de enfrente me espiaba desde su ventana, así que dejé lo que estaba haciendo y me puse la ropa interior y el pijama. Usé unas braguitas y un sostén de algodón, cómodas, mientras me acordaba de lo que Jesús había dicho de ese tipo de lencería: bragas de vieja.
Que le dieran mucho a Jesús por el culo. Así que me las puse como una especie de desafío hacia aquel cabrón. Me sentí mejor al hacerlo, más dueña de mí.
Acabé de recoger cerca de las 8 de la tarde y me di cuenta de que ni siquiera había almorzado. Llevaba todo el día sin comer. Mis tripas, ajenas a todas las desgracias del día, se quejaban con ganas, así que fui a la cocina y me preparé una cena temprana.
Después, me dispuse a preparar la clase del día siguiente, pero no me veía con ánimo de enfrentar a Jesús tan pronto. No, mejor llamaría por la mañana al instituto y diría que estaba enferma. Total, ya sería jueves, podía faltar un par de días al trabajo y me libraría de encontrarme con ese cabrón. Y el sábado venía Mario y seguro que él me animaría.
Ahora, un mes después, reconozco que lo único que hice fue evitar enfrentar el problema, huir de él como una cobarde, pero mi estado de ánimo pendía de un hilo muy fino y era mejor no tensar la situación. El descanso me vendría bien.
Aquella noche me fui a dormir temprano, exhausta a pesar de la siesta en la bañera. Me dormí enseguida, pero mi subconsciente estaba decidido a impedirme olvidar, por lo que, inevitablemente, mis sueños rememoraron los sucesos del aula con nitidez absoluta.
Desperté sudorosa, agitada, con un nudo en la garganta… e increíblemente caliente. Los pechos me dolían y no precisamente por los moratones, que había aliviado con una crema antes de acostarme, sino de duros que estaban… Mi coño era un charco, con los labios vaginales abiertos e hinchados…
Sollocé desesperada… ¿Qué había hecho aquel hijo de puta conmigo? ¿En qué me había convertido? O mejor… ¿Qué había despertado en mí?
Resignada, saqué los dos consoladores de la mesita y volví a masturbarme, consiguiendo volver a dormir tras procurarme un nuevo orgasmo.
Desperté tarde por la mañana, pero aún así, bastante cansada, por lo que no me costó fingir que me encontraba enferma mientras llamaba al centro. Más tarde llamaría a Susana, una doctora amiga mía que no me pondría pegas para tramitarme una baja de dos días.
El jueves y el viernes fueron clónicos, las horas pasaban lentamente mientras yo trataba de mantener la mente ocupada realizando tareas… limpié la casa, preparé clases, escribí los exámenes de recuperación… cualquier cosa con tal de mantenerme ocupada, porque, cuando no hacía nada, me acordaba de Jesús y me ponía caliente.
Menudo montón de pajas me hice en esos dos días, parecía un adolescente en celo. MC trabajó más en dos jornadas que en los dos meses anteriores. Estaba medio embrutecida, ya me daba igual aceptar que era una zorra a la que le gustaba que la violaran, que no era más que una puta, me daba igual todo… sólo me encontraba bien después de correrme.
Y en toda aquella espiral de degeneración y autodestrucción Mario era la única luz al final del túnel. Sí, cuando Mario volviera todo iría bien, él me abrazaría, me haría el amor y todo volvería a estar en su sitio. Quizás incluso le contara todo lo que había pasado y él me vengaría, buscando al cabrón de Jesús y dándole una paliza de muerte…
Por fin llegó el sábado y yo esperaba expectante  a mi novio. Las horas eran eternas, mientras aguardaba al que creía sería la solución de todos mis problemas. Estaba muy cansada, pues la noche anterior había transcurrido igual, soñando con la verga de Jesús Novoa.
No me di cuenta, pero la verdad es que esperaba el regreso de Mario cachonda perdida.
Cuando escuché la llave introduciéndose en la cerradura me levanté como un resorte y corrí hacia la puerta. Mario se quedó sorprendido al verme abalanzarme sobre él y, de un salto, le obligué a sostenerme con sus fuertes brazos, mientras mi boca buscaba con ansia la suya.
Cuando por fin le permití recuperar el aliento, él me miró con expresión divertida mientras me sostenía todavía en brazos, con mis piernas anudadas a su cintura.
–         ¡Vaya! – dijo – Parece que por aquí me han echado de menos.
–         No te imaginas cuanto, cariño – respondí – Vamos a la cama.
Él me miró extrañado, pues, normalmente, yo no era tan fogosa. Por desgracia, no se mostró tan bien dispuesto como yo esperaba (y necesitaba) por lo que me hizo bajar al suelo y trató de tranquilizarme.
–         Espera un poco cariño, que vengo con 10 horas de vuelo en el cuerpo. Ni siquiera me he parado a comer algo en el aeropuerto para venir derechito a verte. Apesto a sudor y estoy que me caigo de hambre.
Resignada y sabiendo que él tenía razón, asentí con la cabeza y le conduje al salón. Allí nos esperaba la mesa ya preparada y echándole un vistazo al reloj vi que ya eran más de las 2 de la tarde. Hora de comer.
–         Vale, cariño – asentí más relajada ahora que por fin estaba allí – Vamos a comer algo y después te das una buena ducha.
–         Estupendo, nena… Vamos a ver qué has preparado.
Obviamente, tras un mes separados, había cocinado el plato favorito de Mario, lo que le alegró enormemente.
–         Eres estupenda – me alabó – Cada vez te sale mejor.
Comimos entre risas, conmigo escuchando con paciencia las anécdotas que le habían sucedido durante el largo viaje. Sin embargo, aunque prestaba atención a lo que me contaba, una parte de mi cerebro estaba concentrada en la excitación que sentía, en las ganas que tenía de que terminara de hablar y me llevara al cuarto a follarme bien follada.
Por debajo de la mesa apretaba con fuerza los muslos, frotándolos entre sí, tratando de calmar aunque fuera un poco el volcán que había en mis entrañas.
Por fin acabamos de comer y Mario dijo que iba a ducharse. Yo aproveché para recoger la mesa y meter los platos en el lavavajillas, pero llegó un momento en que no pude más.
Me acerqué sigilosamente al baño y abrí la entornada puerta. Mario, tan pulcro como siempre, había metido toda su ropa sucia en el cesto adecuado. Podía escuchar el agua derramarse sobre él tras la cerrada cortina del baño. Imaginaba perfectamente su cuerpo desnudo empapado, mientras sus poderosas manos se frotaban por todas partes, especialmente…. Por su polla.
Sin perder un instante me desnudé por completo y me deslicé hacia la bañera. Con cuidado, abrí la cortina y vislumbré entre el vapor el espléndido cuerpo de macho ibérico de mi Mario.
Sonriente y cachonda, me colé en la bañera junto a él, abrazándole desde atrás.
–         No podías aguantar más, ¿eh pequeña? – oí que me decía.
Por toda respuesta, mis manos, que habían abrazado su pecho, se deslizaron por su cuerpo hasta llegar a su verga, que comenzaron a acariciar para hacerle ganar volumen. Poco a poco, noté cómo la sangre comenzaba a circular por su miembro, que iba ganado vigor y grosor con rapidez.
Bruscamente, Mario se volvió hacia mí y quedamos frente a frente. Con decisión, me agarró por los hombros y me atrajo hacia sí, besándome con pasión mientras mi lengua buscaba la suya. Su cada vez más dura polla quedó atrapada entre nuestros cuerpos, pero yo no estaba dispuesta a soltar mi juguete tan pronto, por lo que deslicé mis manos entre nosotros y volví a agarrársela con ganas.
–         ¡Uf! – gimió – Hacía mucho que no te veía tan cachonda…
–         Es que llevamos un mes separados, cariño… y ya no podía más….
Lentamente, deslicé mi cuerpo hacia abajo, hasta quedar de rodillas frente a él. Mario, comprendiendo mi intención, me dejó a mi aire, mientras sus sorprendidos ojos se clavaban en los míos.
Sin desviar la mirada, agarré su pene por la base y deslicé mi ardiente lengua por su ya completamente empalmado falo. Lo chupé y lamí por todas partes, huevos incluidos, sin dejar ni por un instante de mirarle a los ojos.
En pocos segundos, mis labios recibieron con deseo la endurecida barra de carne y comencé a chupársela con ganas, notando cómo la punta se apretaba contra el interior de mi mejilla y la abultaba. Me la metí más adentro que nunca antes, apretando mi rostro contra su ingle cuando me la tragaba por completo. Pero, incluso en esos instantes de inmensa lujuria, no podía evitar pensar que Jesús la tenía mucho más grande.
El agua caía sobre nuestros cuerpos y el vapor que producía parecía sumergirnos en una atmósfera de irrealidad, en un mundo en el que sólo estábamos nosotros, en el que sólo importaban  su verga y mi boca.
Mario se encendió como una antorcha, poco acostumbrado a aquel salvaje comportamiento por mi parte y enseguida quedó a punto de caramelo. Yo deseaba que se corriera, quería recibir su leche en lo más profundo de mi garganta, pero Mario, creyendo que estaba con la misma mujer de siempre, se retiró bruscamente, con lo que su semen cayó a la bañera y se perdió por el desagüe, arrastrado por el agua de la ducha, dejándome inexplicablemente frustrada.
–         Madre mía, Edurne – masculló Mario entre jadeos – Nunca te había visto así. Parecías querer devorarme entero.
–         Y así es, cariño – le respondí mientras me incorporaba y volvía a besarle – Pero ahora quiero que tú me comas a mí.
Mientras decía esto me separé de Mario y me apoyé en la pared del baño. Con sensualidad, levanté una pierna y apoyé el pie en el borde de la bañera, de forma que mis muslos quedaran bien separados y mi palpitante coño bien abierto. Mario, caliente como un toro, se arrodilló ante mí y hundió la cara en mi entrepierna, provocándome un estremecedor escalofrío de placer.
Su boca se apoderó de mi coño y pronto tuve su lengua recorriendo hasta el último centímetro de mi vagina.
Mis manos se engarfiaron en su cabello, acariciándole mientras me comía el coño. Lo quería para mí, así que apretaba su cabeza contra mi cuerpo, como si pretendiera metérmela dentro. Me estaba encantando, pero, por desgracia, Mario dejó de hacerlo.
–         No puedo más – siseó incorporándose – En mi vida he estado tan cachondo…
Su verga volvía a estar como una roca y Mario quería meterla ya. Dedicó sólo unos instantes a frotarla contra mi húmeda gruta, pero enseguida la colocó en posición y me la clavó hasta las bolas.
–         ¡AAHHHHHHH! – gemí al sentir cómo su émbolo me penetraba.
–         ¡DIOS! – gemía él – ¡Te quiero! ¡Edurne, te quiero!
Sentí deseos de gritarle. ¿Te quiero? ¿Te quiero? ¡Qué cojones te quiero! ¡Fóllame, cabrón! ¡FÓLLAME!
Pero me contuve.
Mario comenzó a bombearme, con más violencia de lo que era habitual en él, y aquello me encantaba, pero una diminuta parte de mi psique me recordaba que con Jesús había sido más intenso, mejor.
Me sentía llena, repleta de polla, pero la de Jesús me había llenado más…
Era increíble, estaba follando salvajemente con el hombre al que amaba y no paraba de recordar al hijo de puta que me había violado.
Y entonces Mario se corrió.
¡No, no, no, no! ¡Todavía no! Aullaba mi mente. ¡Yo no me he corrido!
Pero era inútil. Mario, agotado, retiraba su menguante miembro de mi interior, mientras yo sentía cómo su leche salía también de mi coño y resbalaba por mis muslos. Se había corrido dentro con tranquilidad, sabedor de que yo tomaba precauciones.
Quedé frustrada, enfadada, comprendiendo que aquello era lo máximo que Mario podía ofrecerme; había sido mejor que nunca… pero ya no bastaba para mí.
–         Ha sido increíble –susurró Mario besándome – El mejor de mi vida.
–         Sí, cariño – asentí acariciándole el rostro – Ha merecido la pena el mes de espera.
–         Digo. Si llego a saber que un mes sin mí te iba a poner así, habría tardado más en volver.
Sonreí sin ganas.
Acabamos juntos de ducharnos, frotándonos el uno al otro. Mi coño latía insatisfecho, deseando más, pero, aunque intenté entonar de nuevo a Mario dedicándome con esmero a asear su pene, no conseguí hacerle despertar.
Mario me preguntó entonces por el moratón en el pecho. Por fortuna, como Jesús había estrujado con ganas y por todas partes, no se apreciaban las marcas de sus dedos, sino simplemente un gran hematoma, así que pude engañarle diciéndole que había tropezado y había ido a estrellarme contra un mueble. Se ofreció a aplicarme luego un poco de  crema. Se lo agradecí.
Nos secamos y nos tendimos juntos en la cama, desnudos, y Mario pronto roncaba quedamente a mi lado.
Le contemplé durmiendo durante un buen rato, el rostro amado, pero que de pronto ya no parecía suficiente. Cuando me quise dar cuenta, mi mano se había deslizado entre mis muslos y había comenzado a masturbarme lentamente.
Con lágrimas de frustración en los ojos, busqué a MC en la mesilla y me encerré en el baño, pues no quería que Mario se enterara de lo que iba a hacer; sabía que se sentiría humillado al enterarse de que no había sido capaz de satisfacerme.
Y la verdad es que tendría razón.
Nos levantamos de la siesta, bastante descansados, Mario tras horas de reparador sueño y yo, por fin saciada gracias a MC.
Juntos preparamos la cena y comimos en la cocina, para no tener que recoger el salón y después nos acurrucamos en el sofá a ver una peli.
En ese momento me sentía en paz, feliz entre sus brazos, lo que me calmó muchísimo.
Ahora comprendo que, en realidad, ya había aceptado que Mario no era suficiente para mí y que ya había decidido lo que iba a hacer.
El resto del fin de semana fue muy tranquilo. Salimos a comer, a pasear, hicimos el amor… pero no logré alcanzar el orgasmo ni una sola vez con Mario y siempre acababa masturbándome a solas en el baño.
Pero no pasaba nada. Era un novio maravilloso.
Lo único malo fue que me dijo que el miércoles embarcaba de nuevo, pero que esta vez tardaría sólo 3 o 4 días en volver.
No pasaba nada. Era un novio maravilloso.
El domingo por la noche intentamos repetir el numerito de la ducha, pero no fue igual de intenso, supongo porque Mario estaba bastante saciado de sexo ese fin de semana o porque yo misma había aceptado que no iba a obtener mucho más de él.
Pero no pasaba nada. Era un novio maravilloso.
El lunes por la mañana me levanté temprano, apagando rápidamente el despertador para no despertarle.
Me duché y me quedé contemplándome desnuda en el espejo, mirando especialmente el moratón de mi pecho izquierdo que ya había empezado a amarillear. Me pasé una mano por los pechos, notándolos duros, en el que parecía haberse convertido en su estado habitual. Me pellizqué incluso los pezones, enviando pequeños y placenteros calambres a mi cerebro. Ya sabía lo que iba a hacer.
Me puse ropa interior sexy, tanga y ligueros de color negro y sostén a juego. Las medias de color carne, no iba a pasarme poniéndome unas de rejilla y escandalizando a los demás profesores; pero eso sí, la falda un pelín más corta de lo que solía ser habitual en mí. El suéter de color oscuro, con escote en pico, bien ajustado y ceñido.
Lo que importaba era que se viera bien el colgante que llevaba al cuello: un corazón atravesado por una espada.
No lo había tirado. Lo encontré en el bolsillo del abrigo que llevaba aquel día…
Me fui al trabajo en mi coche (que gracias a Dios estaba en el garaje, aunque no recordaba haberlo aparcado allí el miércoles anterior). Tuve que soportar en la sala de profesores las preocupadas preguntas de mis compañeros sobre los días que había estado enferma.
Un cólico nefrítico les decía, logrando así  que no indagaran más, pues ya se sabe que, cuando una chica tiene cagaleras, lo educado es no hacerle preguntas.
Impartí mis clases como siempre, más tranquila a cada minuto que pasaba. Pedí disculpas a los alumnos por haber faltado y pregunté si había alguien que quisiera apuntarse a las recuperaciones para subir nota, pues el plazo para hacerlo concluía el viernes y claro, yo no había venido. Apunté los nombres de un par de chicos que querían hacerlo y me marché a un aula de primero, donde repetí el proceso.
Después tenía una hora libre antes del recreo, pero estuve bastante liada preparando las copias de los exámenes de recuperación de los diferentes cursos y entregando los cuestionarios al claustro.
Y por fin, llegó la hora de ir a la clase de Novoa.
Yo temblaba por los nervios, pensando que quizás el chico había contado su hazaña entre los compañeros y ahora todos me mirarían acusadoramente. No pasó nada.

Los alumnos me recibieron como siempre, sin hacerme ni puto caso mientras charlaban en grupitos entre ellos. Asustada, mis ojos buscaron a Jesús en su pupitre, pensando que le encontraría como todos los días, mirándome fijamente.

 
Ni de coña. El chico estaba sentado en una mesa charlando con otros compañeros, entre los que estaba Gloria, la hija de mi vecino. Me quedé chafada.
Había imaginado cómo sería el momento en que volvería a encontrarme con él, había incluso visto su rostro con esa sonrisa sardónica que no me dejaba dormir por las noches mientras miraba con aire de triunfo el colgante de mi cuello.
Pero nada.
Me di cuenta de que algunos alumnos me miraban extrañados, pues llevaba varios minutos allí parada, dejándolos hablar a su aire sin poner orden y eso era algo muy raro en mí.
Despertando por fin, di unas palmadas ordenándoles callar y volver a sus asientos, cosa que hicieron como siempre, con cierta reluctancia.
Repetí la charla que había dado en las otras clases, pidiendo disculpas por mi ausencia y apuntando los nombres de los que querían sumarse a la recuperación. Y después inicié la clase.
Estaba nerviosísima, preocupada porque mis alumnos notaran que me pasaba algo extraño, pero supongo que, si lo notaron, lo atribuyeron a que había estado enferma.
Continué con la materia, pero mis ojos involuntariamente buscaban una y otra vez a Jesús, quien por primera vez en mucho tiempo se portaba con normalidad en clase, tomando apuntes con seriedad y atendiendo.
¿Qué coño pasaba? ¡Estaba enfadada porque aquel cabrón no me prestaba atención! ¡Aquello era el colmo! ¡Llevaba días sin dormir bien acordándome de él y ahora no me hacía ni caso! ¿Por qué?
¡Espera! ¡Quizás no había visto el colgante! El símbolo de mi aceptación de todo que había pasado y de todo lo que iba a pasar. ¡Seguro que era eso!
Más tranquila, volví a escribir unos ejercicios en la pizarra y les ordené que los resolvieran. Esta vez me fui directamente a por Jesús, nada de vagar por la clase y le pregunté directamente:
–         ¿Qué, Jesús? ¿Crees que podrás resolverlo? – le dije mientras jugueteaba ostentosamente con el colgante que llevaba al cuello.
–         Sin problemas, señorita Sánchez. Este fin de semana he estudiado mucho. No quiero volver a suspender su asignatura.
Sin duda había visto el corazón en mi cuello, pero no dio muestra alguna de ello, volviendo a bajar la mirada y a sumergirse en su tarea.
Yo estaba atónita, temblaba de ira. ¡Estaba pasando de mí! ¡Maldito cabrón, debería haberte denunciado! ¡Con el escándalo, habría destruido tu vida como tú habías hecho con la mía!
Utilizando hasta la última pizca de autocontrol que me quedaba, seguí paseando por la clase resolviendo dudas. Cuando llegó la hora de resolver el ejercicio, pedí voluntarios, más por costumbre que por esperanza de que hubiera alguno. Pero esta vez sí lo había.
–         ¡Señorita Sánchez! – dijo Novoa levantando la mano – Si no le importa salgo yo a hacerlo. El otro día me quedó muy mal cuerpo por no haber sabido resolver el problema.
El angelito. Qué tierno.
Mientras yo le dirigía miradas con todo el veneno que era capaz de reunir, Novoa fue a la pizarra, dejando incluso su cuaderno encima de la mesa, como si no lo necesitara. Resolvió el ejercicio en un visto y no visto y se volvió hacia mí esbozando la sonrisilla que yo tan bien conocía, mientras sus ojos se clavaban en el colgante de mi cuello.
–         ¿Está correcto, señorita?
Yo asentí y permití que regresara a su pupitre.
Bueno, no todo estaba perdido. Aquella sonrisilla había hecho que se me erizara el vello de la nuca y que un súbito pinchazo de excitación se me clavara en las entrañas. Seguro que al final de clase me daría lo que yo estaba buscando…. Y necesitaba.
Pero no. Cuando el timbre sonó, Jesús recogió sus cosas como los demás y se largó charlando con un compañero, sin dirigirme ni una sola mirada. No podía creerlo.
Frustrada, regresé a casa para descubrir con sorpresa que ni siquiera me apetecía hacerlo con Mario. Él, que es un sol, se había encargado de preparar el almuerzo y me esperaba con todo listo. La comida estaba muy buena y la conversación, como siempre, era amena e inteligente, pero mi mente estaba en otra parte, pensando en Jesús y en por qué no me había hecho ni caso.
Me acosté con Mario más por inercia que por otra cosa. Él se encargó de casi todo el trabajo, vaciando sus huevos dentro de mí y derrumbándose agotado a mi lado.
Y el día siguiente no fue mejor, pues los martes no tenía clase con el grupo de Novoa. Aún así me las arreglé para verle en los descansos entre clases, pasando como quien no quiere la cosa cerca de su aula, pero él no me prestó ni la más mínima atención.
Empezaba a desesperar.
El miércoles Mario y yo nos levantamos muy temprano. Nos duchamos por turnos y cogimos el coche, pues yo iba a llevarle en coche hasta casa de un compañero y así juntos podrían ir al aeropuerto.
Además me encontré con que allí estaba Pili, la guapa azafata rubia con la que tanto me disgustaba que anduviese Mario, que también iba con ellos; pero aquella mañana me importó un pimiento que aquella zorra zascandileara alrededor de mi hombre. Estaba que echaba humo.
Pero todo cambió.
Dediqué la mañana a los exámenes de recuperación, mostrándome más feroz con mis alumnos de lo habitual. Al ser controles sólo para los suspensos, en cada clase tenía que enfrentarme a lo sumo con diez o doce alumnos, por lo que era fácil sentarlos separados unos de otros. En cuanto tenía la más mínima sospecha de que alguno podía estar copiando le llamaba la atención, y si la sospecha era algo más que mínima le expulsaba de clase sin miramientos.
Así me cargué a cuatro alumnos en diferentes exámenes, por lo que, cuando llegó la última hora, la del grupo de Novoa, ya se había extendido el rumor entre los alumnos de que yo estaba hecha una fiera y que cateaba al que fuera sin motivo.
Y al que sin duda iba a catear estaba en aquella clase.
Como un huracán entré en el aula y arrojé los papeles encima de mi mesa, sí, aquella en la que tan sólo una semana atrás Jesús me había follado como a una perra.
Levanté la vista y me encontré con 14 alumnos de ambos sexos, entre suspensos y los que querían subir nota, que me miraban inquietos, pensando que aquella furia iba a catearlos sin remedio.
Todos menos uno, que me miraba con su habitual sonrisa de autocomplacencia. Me dejó parada.
Por fin, reaccioné y les ordené que se sentaran dejando al menos 2 pupitres libres entre cada uno.
–         ¡Por delante y por detrás! – les grité.
Jesús, mirándome con la sonrisa que me hacía estremecer, se fue derechito al final de la clase y se sentó en el último pupitre. Mirándome con descaro, inclinó su silla hacia atrás, dejándola apoyada en las patas traseras y recostándose contra la pared del fondo del aula.
Me estremecí, mi corazón iba a mil por hora, consciente de que algo se traía entre manos.
Temblorosa, recorrí las mesas dejando boca abajo las hojas de examen, mientras repetía la letanía propia de esas situaciones:
–         Nada de calculadoras, ni papeles raros. Los folios, los que os entrego yo con mi firma. Tres para cada uno; si necesitáis más (que no creo) me los pedís. Las respuestas en limpio en la hoja de examen, pero me entregáis también las otras hojas con el desarrollo. Al que no me entregue todas las hojas con mi firma lo suspendo, aunque estén en blanco. Y, obviamente, al que pille hablando o copiando ya sabe dónde está la puerta.
Mientras hablaba, me fui aproximando a la mesa de Novoa, que estaba solo al fondo. Tragué saliva, pues la boca se me había quedado seca. Sabía que algo iba a pasar, pues el chico me miraba fijamente con su sonrisa descarada en el rostro.
Por fin, le entregué el examen y me di la vuelta, contemplando a todos los alumnos de espaldas a mí, esperando nerviosos el comienzo de la prueba.
En ese preciso instante, noté que la mano de Novoa me agarraba por la muñeca, sujetándome. Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies y, lentamente, desvié mi mirada hacia él.
El chico, sin dejar de sonreír, soltó mi mano, sabedor de que yo no iba a irme a ninguna parte. Con aire displicente, llevó sus manos a su bragueta y la abrió, aprovechando para sacar hábilmente su erecto nabo del pantalón y dejarlo al aire, mirando al techo.
El corazón parecía ir a salírseme por la boca, mientras mis ojos permanecían clavados en la formidable erección de mi alumno. Me sentía incapaz de moverme, poseída por el intenso deseo de dejar que aquel chico me poseyera allí mismo, delante de sus compañeros, en la mesa o en el suelo, me daba igual.
Entonces Jesús me hizo un gesto con la cabeza, apuntando hacia el resto de la clase. Con un vuelco en el corazón, volví a mirar a los chicos, asustada por si alguno había contemplado la escena, pero todos permanecían de espaldas a nosotros, esperando a que les diera permiso para iniciar el examen.
Haciendo de tripas corazón, reuní fuerzas suficientes para hablar y darles las últimas instrucciones.
–         A… a partir de ahora – balbuceé – Tenéis hora y media para hacer el examen.
Mientras hablaba, por el rabillo del ojo contemplaba el excitado falo que Jesús exhibía impúdicamente.
–         Os quiero a todos con la vista en vuestro pupitre. Al que vea que la levanta le suspendo. No olvidéis que, desde aquí atrás, os veo perfectamente a todos. Si alguien tiene alguna duda, que levante la mano que ya me acercaré yo. Podéis darle la vuelta al examen.
La clase se llenó del sonido del revuelo de hojas al ser giradas y ordenadas. Todos los chicos, advertidos por sus compañeros de los controles vespertinos, optaron por obedecerme al pie de la letra y se inclinaron sobre sus papeles, sin atreverse a mirar ni a los lados.
Perfecto para mí.
Lentamente me acerqué todavía más al pupitre de Jesús, hasta que mi pierna quedó pegada a su silla. Con miedo por si algún alumno me veía, pero con una calentura que no era normal, me agaché un poco para que su enhiesto nabo quedara a mi alcance. Con torpeza pero con avidez, mis dedos ciñeron su ardiente barra, acariciándola con dulzura mientras su calor penetraba en mi piel.
Podía notar que mi coño estaba encharcado, mis sexys braguitas estaban empapadas, mientras yo apretaba con fuerza los muslos, tratando de acentuar el placer.
Lentamente, comencé a deslizar mi mano sobre el enardecido falo, haciéndole una silenciosa paja al chico mientras todos sus compañeros se concentraban en su examen. Como yo estaba de pie, debía agarrársela de arriba abajo, con el pulgar apuntando hacia su ingle, no hacia arriba como es habitual en estos casos.
Seguí masturbándole durante varios minutos, mirando a su rostro sonriente y controlando como buenamente podía al resto de chicos. Incluso en un par de ocasiones, con una sangre fría que me sorprendió, reprendí a alguno obligándole a agachar todavía más la cabeza, no porque se hubieran movido ni un centímetro, sino para meterles el miedo en el cuerpo y evitar que de verdad miraran a otro lado.
Seguí con la paja, notando cómo aquella verga se endurecía cada vez más. A medida que ganaba confianza, fui incrementando el ritmo, poseída por el increíble morbo que tenía la situación, sin importarme ya que nos pillaran. Mi cerebro empezó incluso a desvariar…
–         No importa que nos pillen – pensé – Si eso pasa le haré también una paja al que sea y conseguiré que no cuente nada. A ver, ¿Quién va a ser el afortunado?
Jesús gemía muy bajito, tapándose la boca con las manos, ahogando el placer que yo le estaba suministrando. Podía percibir que estaba a punto de correrse pero, justo entonces, una chica levantó la mano y me obligó a abandonar mi premio.
Bastante molesta, caminé por el aula hasta la mesa de la chica y le pregunté que qué quería, con un tono algo más seco de lo que hubiera querido.
Tras resolver su duda, paseé entre los pupitres lentamente, para que los alumnos no notaran que volvía disparada junto a Jesús, aunque lo que me pedía el cuerpo era saltar por encima de las mesas para regresar junto a la polla que se había adueñado de mi alma.
Usando toda la resistencia que pude reunir, volví despacito con él y me dispuse a reanudar mi tarea.
Pero entonces Jesús negó con la cabeza. Estirando la mano, señaló los folios que había sobre la mesa. En uno de ellos, había escrito en letras grandes:
NO QUIERO MANCHARME LA ROPA.
Entendí perfectamente lo que quería, por lo que le miré con los ojos desorbitados por el pánico ¿Estaba loco? ¡Aquello era demasiado!
Pero él no se inmutó y se limitó a agarrarse la polla por la base y a hacerla oscilar lentamente.
Con la cabeza medio ida, miré a mi alrededor, encontrándome únicamente con alumnos concentrados en su examen. Completamente sometida a los deseos del chico, me arrodillé lentamente junto a él y, muy despacio, fui deslizando su ardiente estaca entre mis labios.
Con mucho cuidado y rezando para que nadie se diera la vuelta, comencé a chupar aquella deliciosa polla que me llenaba por completo la boca. Podía sentir los latidos del corazón de Jesús en las venas de su pene.
–         ¡Menuda forma de tomar el pulso! – pensó mi enloquecido cerebro.
Muy lentamente, dejé que mis labios se deslizaran por todo el tronco, mientras mi lengua bailaba alrededor de él. El morbo de todo aquello me tenía medio loca de excitación, así que, como pude, apreté mi entrepierna con una mano, pensando en meterla bajo la falda y acariciarme, pero el último vestigio de cordura que me quedaba me hizo desistir, pues si me tocaba el coño seguro que me ponía a aullar, con lo que mi vida como maestra acabaría en un segundo.
Por fin, noté que la polla entraba en tensión, preludio de que iba a vomitar su carga. Jesús sujetó mi cabeza contra su ingle, para evitar que me retirara, pero no era necesario, pues yo estaba decidida (y deseosa) a tragarme toda su leche.
Su verga entró en erupción con fuerza, disparando su carga directamente en mi garganta, provocándome incluso arcadas que, por fortuna, fui capaz de reprimir. El espeso semen se derramó por toda mi boca, mientras yo chupaba y bebía decidida a obedecer el deseo de Jesús.
Me lo tragué todo y no fue hasta que noté que el nabo del chico empezaba a menguar que no lo saqué de mi boca, deslizando lentamente los labios sobre él para limpiar hasta el último resto de saliva y semen.
Tras sacarlo, miré de nuevo a la clase, acordándome por fin de que allí había más gente, pero nadie se había dado cuenta de nada. O eso pensé.
Torpemente, pues las rodillas me temblaban, me levanté y me alisé la ropa, sin quitar ojo al resto de chicos. Miré a Jesús y vi que se había guardado la polla en el pantalón. Aquello no me gustó. ¿Y qué pasaba conmigo? No sé qué esperaba, quizás que me subiera en su regazo y me follara allí mismo.
Con un simple gesto, Jesús me despidió y yo volví a quedarme frustrada, dolorida y caliente al máximo, como últimamente me pasaba siempre. Como pude, dediqué el resto del tiempo a pasear entre las mesas, vigilando el examen.
Cuando llegó la hora, les ordené que dejaran de escribir.
Como sabía que Jesús había escrito aquello en una de las hojas de examen, no podía arriesgarme a que otro alumno la leyera, así que le pedí a él mismo que se encargara de recoger todos los exámenes, mientras yo me sentaba a mi mesa.
Él obedeció con presteza, recogiéndolos todos y entregándomelos. Encima de todas las hojas, estaba la que tenía escrito el mensaje, sólo que estaba tachado y ahora ponía otra cosa.
NO TE VAYAS A CASA TODAVÍA. ESPERA UN RATO.
Un aguijonazo de placer se clavó en mi coño, haciéndome apretar los muslos bajo la mesa, con el corazón a punto de salírseme por la boca.
Pronto, todos los alumnos abandonaron el aula y yo me quedé allí sola, obediente, esperando que Jesús regresara.
Me hizo esperar más de 10 minutos, hasta que, finalmente, la puerta del aula se abrió y apareció Jesús haciéndome un gesto para que me acercara.
Poco me faltó para salir corriendo tras de él, pero logré reunir la suficiente dignidad para poder caminar tranquilamente. Aunque mi ánimo estaba de todo menos tranquilo.
Salí al desierto pasillo del instituto, mirando a los lados para asegurarme de que no había nadie.
Jesús me esperaba cerca, junto a la puerta de los lavabos. Intrigada, me acerqué y le interrogué con la mirada acerca de la extraña elección de escenario, ante lo que él contestó:
–         Es que siempre he deseado follarme a una profesora en el lavabo de los tíos.
Bastó que pronunciara la palabra “follarme” para disipar todas mis dudas, por lo que le seguí como una corderilla.
Parecerá una tontería, pero nunca antes había estado en unos lavabos masculinos. Los había visto en películas y eso, pero era la primera vez que entraba en uno. Miré a los lados con curiosidad, viendo que eran parecidos a los nuestros, había menos cubículos de retretes, pero a cambio había varios urinarios. En cuanto al espejo, era igual que el nuestro, con lavabos delante de él.
–         Mírame – me ordenó.
Yo obedecí instantáneamente.
–         Buena chica –  me sonrió – Vaya, veo que no has tardado mucho en aceptar lo zorra que eres.
No repliqué. Me daba igual que me insultara, sólo quería que me la metiera de una vez.
–         Muy bien, me gusta que no me repliques – dijo sonriente – Súbete la falda.
Obedecí en el acto, tironeando con la prenda hasta subírmela por encima de la cintura. Jesús se agachó frente a mí y me inspeccionó la entrepierna, forzándome a separar un poco los muslos.
–         ¡Joder! ¡Estás empapada! ¡Menuda puta estás hecha!
Era verdad.
–         ¿No dices nada? – me espetó.
–         ¿Qué quieres que diga?
–         Quiero que admitas que no eres más que una golfa, que te encantó que te follara el otro día y que estás deseando que vuelva a hacerlo.
–         Es verdad – asentí.
–         ¡Dilo!
–         ¡Soy una puta! – exclamé – ¡Y desde que me follaste no he podido pensar en otra cosa! ¡Y estoy deseando que vuelvas a hacerlo!
Creo que mi intensa respuesta le sorprendió un poco, no sé por qué a juzgar por los líquidos que fluían de mi coño y resbalaban por mis muslos, pero enseguida se recuperó y su sonrisa volvió a sus labios.
–         Así que quieres que te folle… ¿eh?
–         Sí.
–         Bueno, como has sido una buena chica te haré el favor, pero es la última vez que hago lo que tú quieras. A partir de ahora sólo haré lo que quiera yo… Y tú también…
–         Lo que tú digas – gimoteé – Pero fóllame ya…
–         Señor….
–         ¿Cómo dices? – dije sin comprender.
–         Llevo dos años llamándote Señorita Sánchez y ahora tú me vas a llamar Señor Novoa, o Amo, porque quieres algo que yo tengo y si no, no te lo voy a dar, ¿entiendes?
–         Sí, Señor.
–         Vaya… lo coges rápido. ¡Date la vuelta!
Como un resorte, me giré quedando de espaldas a él. Pude contemplar nuestro reflejo en el espejo, allí con la falda subida hasta la cintura y el coño chorreándome por las patas abajo.
–         ¡Joder qué culo tienes, cabrona! – exclamó mientras se acercaba por detrás y plantaba sus manos en mis nalgas.
El chico pegó su cuerpo contra el mío, empujándome, sin dejar de estrujar mi tierno culito. Yo me sujetaba como podía a los lavabos, tratando de no caerme y estrellarme contra el espejo.
–         Bonito tanga – me susurraba al oído – Me encanta que las putitas sean buenas y me obedezcan.
–         Sí, Señor – siseé – Pero, por favor, ¡fólleme ya!
–         Vale, vale, putita, voy a darte lo tuyo.
Bruscamente, se apartó de mí y se desabrochó la bragueta, sacando su de nuevo enhiesto falo de su encierro.
–         ¡Quítate las bragas! – me gritó.
Y yo obedecí como un rayo, arrojándolas a un lado sobre los lavabos.
Se acercó hacia mí y, agarrándome por la cintura, apoyó su miembro contra mi grupa, donde empezó a frotarla.
–         Dime, guapetona – me susurró al oído – ¿Te han dado por el culo alguna vez?
Un estremecimiento de terror sacudió mi cuerpo. ¡No! ¡Eso no era lo que necesitaba!
–         N… no – balbuceé.
–         ¿En serio que eres virgen por el culo?
Asentí temblorosa con la cabeza.
–         Pero, ¿tu novio es gilipollas o qué? ¡Tener a su disposición semejante culo y no estrenarlo!
Recordé las charlas que había tenido con Mario al comienzo de nuestra relación, cómo había fijado unos límites claros en materia de sexo y como él, tan racionalmente como lo hacía todo en la vida, había aceptado sin rechistar mis deseos, sin insistir en lo mucho que le apetecía encular a su noviecita (como a todos los tíos ¿verdad?).
–         Bueno, entonces lo dejaremos para otro día. Hoy no tenemos mucho tiempo.
Ahora sé que él ya tenía en mente el día en que mi culo estaría a su disposición.
Más calmada, ahora que sabía que no iba a darme por saco, me incliné hacia delante yo misma, sin esperar instrucciones, ofreciéndole mi ardiente rajita manteniendo mis muslos bien separados, apretándome tanto como pude contra su tieso bálano.
–         ¡Vale, vale, cordera! – rió Jesús – ¡Ábrete el coño que allí voy!
Y obedecí.
Una vez más, el cipote de Jesús se abrió paso en mis entrañas de un tirón. Me sentí tan llena de carne que mis pies despegaron del suelo un momento, en el que juro que levité y todo. Mi rostro quedó apretado contra el espejo debido al zurriagazo que me había propinado en el coño y, cuando él se echó hacia atrás, me arrastró consigo empalada en su verga.
–         ¡AAAAAAHHHHHHH! – Aullé a sentirme llena de polla.
–         ¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta? – gritaba Jesús sin dejar de bombearme.
Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar. Mi postura era más estable, pues conseguí afirmar bien los pies en el suelo y apoyar la cintura en el lavabo, con lo que conseguía soportar los culetazos con mejor equilibrio. A Jesús no le importaba nada de esto y seguía martilleando mi coño con su herramienta, que se hundía en mis entrañas, colmándolas por completo.
¡Sí! Aquello era por lo que llevaba una semana suspirando. ¡Aquella polla era todo lo que necesitaba! Me sentí mucho más feliz que en mucho tiempo. Había encontrado mi sitio en el mundo.
–         ¡Abre los ojos, zorra! ¡Quiero que veas tu cara de puta mientras te follo!
Abrí los ojos y me miré en el espejo. Me encontré con una desconocida, con la cara desencajada por el placer, que recibía los arreones del chico como si le fuera la vida en ello.
De pronto, Jesús me agarró un muslo y tiró hacia arriba, obligándome a levantar la pierna del suelo. Hizo que la pusiese sobre el lavabo, de forma que mi coño quedaba totalmente abierto a él.
Para no caerme, apoyé directamente las manos en el espejo, sujetándome a duras penas para no caerme.
Fue entonces, estando abierta de patas al máximo, cuando mis entrañas entraron en erupción y un impresionante orgasmo devastó mi cuerpo.
–         ¡Me corro! ¡Me corro! – aullaba mientras mis manos resbalaban contra la superficie de cristal.
–         ¡Sí, puta, córrete! ¡Que yo seguiré follándote!
Incapaz de sostenerme, caí de bruces resbalando sobre el lavabo. Afortunadamente, Jesús me sujetó y evitó que me abriera la cabeza, aunque dudo que eso le hubiera importado. Sin desclavarme ni un segundo, me ayudó a ponerme a cuatro patas en el suelo, donde, tras arrodillarse tras de mí, continuó follándome como un poseso.
–         ¡Ah, puta, me ha gustado! ¡Cómo apretaba tu coño mientras te corrías! ¡No dirás que no soy bueno, te hago correrte una y otra vez!
Decía la verdad, allí postrada, tirada debajo de los lavabos, viendo la mierda y la suciedad que se acumulaba allí debajo, sometida y humillada por completo, no paraba de correrme una vez tras otra. Mi coño era una fuente donde la barra de Jesús se hundía rítmicamente, chapoteando en mis flujos como si fuera una perforadora buscando petróleo.
Finalmente, Jesús se corrió. Me la clavó hasta el fondo, tan adentro que podía sentir sus huevos aplastándose contra mi culo.
–         ¡Voy a correrme dentro, guarra! – me dijo inclinándose sobre mí.
–         No… no pasa nada – balbuceé – Tomo la píldora…
–         ¿Y te crees que eso me importa?
Su leche volvió a llenarme por completo, esta vez en mi interior. Menudo día, primero me había rellenado de semen por arriba y ahora lo hacía por abajo… Completito.
Podía sentir su ardiente semilla derramándose en mi vientre, golpeando las paredes de mi útero, llenando por completo mi ser.
Una vez más, cuando hubo acabado, Jesús se levantó y se compuso la ropa, demostrando una vez más que, para él, yo era un simple recipiente en el que vaciar los huevos. No me importó.
–         ¡Vístete puta, que tienes que llevarme a casa!
Obediente, me puse en pié como pude. Con torpeza, desenrollé mi falda de la cintura y la bajé, mientras sentía cómo su semen volvía a deslizarse por la cara interna de mis muslos. Como un autómata me arreglé lo mejor que pude y me dirigí al lavabo donde había dejado mi tanga.
–         ¡Déjalo ahí! – dijo de repente.
–         ¿Qué? – respondí sin comprender.
–         ¡Que dejes tus bragas ahí tiradas! – me espetó – ¡Que no tenga que repetírtelo!
Resignada, le hice caso y dejé mis mojada braguitas sobre el lavabo. Imaginé que, si no las encontraba una de las limpiadoras, servirían como trofeo a algún adolescente pajillero, para una buena temporada.
–         ¡Vámonos! – dijo saliendo del baño.
Y yo le seguí como la perrita obediente que era.
Pero esta vez, Jesús no caminó delante de mí, sino que me abrazó por la cintura, posando su mano directamente en mi culo.
–         Pe… pero… Señor… – recordé el tratamiento en el último segundo – El conserje podría vernos.
–         No te preocupes, putita, seguro que no está en la puerta.
Era verdad. Una vez más el conserje estaba ausente de su puesto. Podría haber pensado que era una casualidad sino fuera porque intuía que Jesús tenía algo que ver con aquello.
Montamos en el coche y arranqué en dirección a su casa, conforme a los datos que Jesús acababa de suministrarme . Él como quien no quiere la cosa, puso su mano izquierda en mi muslo, acariciándolo delicadamente, casi con cariño.
–         Has sido una putilla muy buena – me dijo entonces.
–         Gracias – respondí sin pensar.
–         ¿Gracias, qué? – dijo apretando sobre mi muslo.
–         Gracias, Señor – respondí.
–         Por esta vez te perdono – respondió él reanudando su caricia.
Conduje en silencio, rememorando los sucesos de la mañana. Me encontraba satisfecha, quizás como nunca antes lo había estado. Pero sentía que quería más, mucho más…
El tráfico se hizo más denso, con lo que tuve concentrarme en la conducción. Un poco más adelante, se veía una obra en la calle, por lo que se había formado caravana. Atrapados en medio, no tuve más remedio que detener el coche a la espera de que los de delante arrancaran.
Justo entonces se detuvo a nuestro lado un autobús municipal. Distraída, miré por la ventanilla al vehículo y me encontré con algo a lo que ya estaba acostumbrada. Sentado junto a la ventanilla que estaba a la altura de mi coche, estaba un vejete que contemplaba desde arriba mis muslos, pues la falda se me había subido un poco al conducir. Además, seguro que, desde su posición, el viejo verde podía ver la mano de Jesús acariciándome la cacha.
No era la primera vez que veía a un viejo de estos, sin duda del mismo grupo que se dedican a manosear jovencitas en el metro, sólo que éste era del tipo voyeur. Me removí inquieta en el asiento, molesta por el viejo salido y traté de colocarme bien la falda.
–         ¿Qué te pasa? –me interrogó Jesús.
–         Nada – respondí – Hay un viejo asqueroso mirándome las piernas desde el autobús.
–         Comprendo.
Pasaron unos segundos de absoluto silencio, y supe que algo iba a pasar.
–         Súbete la falda – dijo Jesús de repente.
–         ¿Qué?
–         Ya me has oído. Súbete la falda y dale al ancianito un buen espectáculo. Se lo merece…
Mientras me daba esa orden, su mano volvió a oprimirme con fuerza el muslo, obligándome a obedecer. Su voz, firme y dura, me había puesto la piel de gallina, con lo que me di cuenta de que estaba excitada otra vez.
Yo, con la mente obnubilada, hice caso de su orden y, levantando el culo del asiento, me las arreglé para volver a enrollarme la falda en la cintura dejando mi coñito expuesto ante los desorbitados ojos del viejo verde.
–         ¡Mírale! – me ordenó.
Obedecí, encontrándome con los ojos como platos del anciano. Seguro que en toda su carrera de voyeur no se había encontrado en una situación como aquella.
–         ¡Tócate!
No dudé ni un segundo antes de llevar mi mano a la entrepierna y comenzar a frotarme el coño, todo sin dejar de mirar la cara al extasiado anciano. No me estaba masturbando realmente, sino frotando ostentosamente mis labios vaginales con la mano, para ofrecerle un buen show al vejete.
–         Usa tu mano libre.
Me volví hacia Jesús y vi que había vuelto  a sacarse la polla. Sin dudarlo, se la agarré con la mano derecha y comencé a pajearle, dándole al viejo el espectáculo de su vida.
Estaba cachonda perdida pero, por desgracia, el tráfico se aclaró y el autobús arrancó, dejándonos atrás. Seguro que el viejo lo lamentó profundamente.
Al poco, también nosotros pudimos arrancar, por lo que tuve que apartar mi mano izquierda del coño para llevarla al volante. Pero no solté la verga de Jesús, que seguí pajeando como podía.
Para hacer los cambios de marcha tenía que soltar el volante para agarrar la palanca de cambios con la izquierda (una palanca en cada mano), pero, al ir en ciudad, con marchas cortas, me apañé bastante bien.
Creo que más de un peatón se dio cuenta de lo que pasaba en el coche, pues podía verlos en el retrovisor mirándonos estupefactos, pero ya me daba todo igual.
Poco después llegamos a la calle de Jesús, pero él me hizo pararme un centenar de metros antes de su portal, junto a la acera.
–         Vamos, acaba de una vez – siseó.
Yo redoblé mis esfuerzos masturbatorios, pero no era eso lo que él tenía en mente.
–         ¿Qué coño haces? ¿No te dije antes que no quería mancharme la ropa?
Sin rechistar, me incliné hacia el asiento del copiloto y, por segunda vez ese día, me encontré con la boca llena de la verga de Jesús Novoa.
–         ¿Has oído la expresión “Todas putas”? – me preguntó el chico mientras se la comía.
–         Sgllii – asentí yo con la boca llena de polla.
–         Es una expresión machista – continuó él – ¿Y sabes qué? Es completamente falsa.
Yo seguía a lo mío, comiéndole la chorra con pasión mientras me masturbaba con una mano hundida entre los muslos, aunque eso sí, prestando atención a todo lo que él decía.
–         Es mentira que todas las mujeres sean unas putas. Las hay que les gusta el sexo, pero sin obsesionarse con él, las hay que llevan una vida sexual sana e incluso a las que no les va mucho, hay de todo. ¿Entiendes?
Asentí sin dejar de chupar.
–         Lo que tienes que comprender, lo que es importante que aceptes es que ¡TÚ SÍ ERES UNA PUTA!
Mientras decía esto me agarró por la barbilla y me levantó la cabeza, para poder clavar sus ojos en los míos.
–         ¿Me entiendes Edurne? ¿Verdad que sí? ¡Pues, dilo!
–         Soy una puta – respondí sin dudar.
–         Estupendo. Una puta de las güenas, como decía Torrente. Acaba de una vez – dijo soltando mi cabeza.
Yo reanudé la mamada sin perder un segundo.
–         Y eso es lo que pasa conmigo. No sé por qué, pero a las guarras como tú las detecto de lejos. No a todas, no creas, a algunas las encuentro tras acostarme con ellas, otras tras un par de citas, pero a ti… en cuanto te vi lo supe.
Un escalofrío azotó mi cuerpo.
–         Esa manera de comportarte, tan estirada… esa manía de obligarnos a tratarte de usted, ese aire de suficiencia… estabas pidiendo a gritos un macho que te domine y te diga lo que has de hacer…
Me di cuenta de que estaba cachondísima perdida y fue entonces, en aquel preciso instante, cuando lo comprendí todo.
En los últimos días yo había pensado que lo que me pasaba era que había quedado enganchada a la polla de Novoa, que su manera de follar, unida a que tenía una verga bastante más respetable de lo que yo estaba acostumbrada, me habían vuelto una “adicta” a su polla.
Pero no era así… lo que me sucedía era que yo era una perra sumisa. Lo que me encendía era cumplir las órdenes que un macho fuerte y firme me daba. Lo que me ponía era obedecer, que era justo lo que me faltaba con Mario, que era un macho beta arquetípico, sumiso y complaciente.
Fue una catarsis, por fin entendí las implicaciones de lo que me pasaba, comprendí el significado de lo acontecido en la última semana… ¿y saben qué?… Me dio igual. Lo único que sabía era que tenía una polla en la boca, me habían ordenado hacer que se corriera y así iba a hacerlo…
Por fin, Jesús se derramó en mi boca. Menos que antes, pero aún así soltó una cantidad bastante respetable teniendo en cuenta que era su tercera corrida en poco tiempo. Obediente cual perrita, lo tragué todo sin dejar gota y, tras hacerlo, guardé su verga en el pantalón y le cerré la cremallera, para que viera lo buena que yo era y me diera mi premio.
Pero Jesús tenía prisa, pues, mirando el reloj, abrió la puerta del coche y bajó, dejándome una vez más, insatisfecha. Se volvió y se inclinó para darme las últimas instrucciones.
–         Edurne, nena…
–         ¿Sí, Amo? – respondí llamándole así por vez primera.
–         Mañana tienes el día libre. Tengo cosas que hacer así que, probablemente me salte el instituto, pero el viernes…
–         ¿Sí?
–         Ven a clase con otro bonito tanga. Me gusta ese liguero, pero que las medias sean negras. Y otra cosa…
–         ¿Ahá?
–         Prepara tu culo….
Continuará.
                                                                                TALIBOS
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Relato erótico: “Encanto adolescente” (POR VIERI32)

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Encanto Adolescente-
Tras agarrar la humeante taza de café, el hombre se retira del hogar. Un frío beso en la mejilla por parte de su ya indiferente esposa y se presta al auto. Tras más de 20 años de matrimonio, la frialdad de la relación alcanzó límites insospechados, pero a la vez, eran propias del tiempo. Ni siquiera tenían hijos, y aún así el trato era por lejos pesado.
Recorría las calles de la ciudad con su conciencia en exceso debilitada, era tal la irritabilidad que si no cambiaba de rutina, aquel hombre caería en una profunda crisis nerviosa.
Los mismos edificios, las mismas personas entrando en aquel ostentoso lugar de trabajo. Estacionó frente al lugar. Arturo, nuestro protagonista, los vio a todos, compañeros y amigos entrar en aquel impasible lugar laboral. Él sabía que al ingresar, su vida correría por los mismos parajes aburridos, papeleos aquí, papeleos allá, memos, chismes.. no le llenaban. No lo satisfacían. Para nada.
Tras frotarse la frente, decide salir de aquel lugar, no sabía dónde se dirigiría, pero al menos ese destino incierto sería por lejos mejor que aquellos aburridos cubículos. Reversa y partió a un destino desconocido, perdiéndose el auto en aquella inmensa urbe.
*
La joven Aurora no podía concebirlo, sus ojos no podían dar créditos; aquel jovenzuelo que con ahínco prometió su amor infinito, estaba dando un beso para nada decente a una compañera tras las graderías del campo de fútbol del colegio religioso. En una mano, la virginal blonda, sumida en lágrimas de rabia, estrujaba con total furia un pedazo de papel, lo presionó y arrojó con toda la violencia al gramado.
No quería interrumpirlos, allá ellos con sus afectos. Y mientras los veía con sus cadenciosas boca sumirse a roces de lenguas, jugosas y ruidosas, decidió que lo mejor sería irse lejos. Lejos de las seguras burlas, de las seguras palabras susurras que harían las otras compañeras, observándola.
Quería evitar aquello, y sin pensarlo demasiado, nuestra protagonista de diecisiete años, se alejó del campo de fútbol donde ya le advirtieron ver a su joven amor con otra. Y mientras se alejaba, los vientos se encargaron de perder el ya arrugado papel en que enmarcaba un bonito corazón dibujado con devoción y empeño; “Gabriel y Aurora“. Él fue su primer amor… y hoy fue su primera tragedia.
Se dirigió a la salida, más de una la miraba con ojos de burla, otras seguían observándola con celo. Celos producido, a que su adolescente cuerpo, era uno de los más deseados por los muchachos. Orgullosa se secó las lágrimas, levantó firme la cabeza, caminando tan pudorosamente fuera posible, atajando con ambas manos su corta falda a cuadros por la ventisca.
Aún así, era tal el poco largor de la pollera, que casi nada dejaba a la imaginación, dando a la vista, aquellos muslos blancos y torneados a una casi perfección. Su camisa, de una blancura tal, que se entreveraba a la vista una pequeña remerilla rosada, y que intentaba dar escote, pese a tener senos poco insinuantes. Sus medias recogidas hasta los tobillos, más el viento que regaba sus pelos por los aires, hicieron a muchos muchachos gritar “!Diosa!”… y muchas jovencitas murmurar “Puta”
Pero a la blonda Aurora no le importaba aquello, y saliendo del colegio, decidió ir a algún lugar donde arrojar sus llantos. Aún no sabía dónde, ya que el joven Arturo era su vida, y sus amigas no eran más que hipócritas deseosas de verla palidecer y arrojar su status por el suelo. No tenía a quién, pero fue tal su voluntad, que las lágrimas las aguantó en su caminata hacia las calles, abandonando el colegio donde los chismes alcanzarían la atmósfera.
*
La plaza estaba vacía, más allá una cuidadora de perros paseando a los animales. Arturo descansaba sobre el banquillo del lugar. El aire fresco debiera calmarlo, nada más lejos de la realidad. No podía quitarse de su cabeza, que la vida que llevaba, se realizaba a pasos predeciblemente mecanizados.
Tras levantarse, recorre el desolado lugar. Su caminata era nerviosa, su frente sudorosa evidenciaba que sus buenos tiempos ya pasaron. Pero a lo lejos, una joven blonda estaba postrada bajo un árbol. Aquella virginal belleza y encanto que transmitía su rostro, en aparente triste, hicieron a Arturo acercarse.
– ¿Que haces por aquí? – preguntó manso. Ella no le respondía, atinaba a mirar con la vista perdida el desolado lugar. Y era tal su posición, sentada sobre el gramado de la plaza, que la falda a cuadros daba una vista de sus piernas, y apenas divisando, una rosada ropa interior. El estruje de su camisa, dejaba a la vista de Arturo, un levemente pronunciado escote. Pero extrañamente, no le prendía por lo menos una leve excitación al verla así.
Dirán muchos que se sentó a su lado por calentura. Dirán pocos… y acertadamente, que lo hizo por apiadarse de su triste rostro. Y pegando su espalda contra el árbol, Arturo atinó a continuar;
– Hace años que no venía por aquí, lo hacía solo en mis momentos de tristeza. Cuando me casé, jamás pensé volver aquí.
– ¿Y por que ha venido? – contestó susurrando la joven, sin siquiera apartar su mirada al aire.
– Por que mi vida está estancada, niña, es más predecible que un discurso político.
– Pues, mire, señor – balbuceó- que yo venía en mis momentos de soledad, y hoy, estoy aquí por que la única persona en quien amaba y confiaba me… me… – y rompió un leve sollozo.
– ¿Amor?… eso no existe, niña. Aunque eres muy joven para creer que sólo es una invención. Una quimera con fin comercial. Lo siento por el muchacho, pero no te desanimes.
– Me llamo Aurora – suspiró – y me han traicionado horrible.
– Soy Arturo… y creo estar en plena crisis de edad media. – confesó entre risas.
El hielo fue roto, y en par de confidencias bajo el árbol, no tardaron en reconocer que si bien separados ampliamente por la edad, supieron conectarse rápidamente. Nimiedades y palabrerías era una constante. Aquella conversación dulce los había sacado de sus mundos, aminorando las cargas de sus penas.
Pero la joven no pudo evitar volver a caer en su pesar. Arturo, ahora sí al verla en espléndida belleza, posaba la mano bajo su mentón, lo levantó, dándole un beso excesivamente mundano, en la que tras aprisionar los labios, envió un leve roce de lengua. Aurora, lejos de evitar aquella invasión, le correspondió al sujetar con sus pequeñas manos el rostro del reciente conocido. Si bien la experiencia en besos de la muchacha era poca, las ganas, junto al desamor sufrido, la hicieron sucumbir en aquel apasionado beso de mundos distintos.
La sensación de ser invadida en su pequeña boca la estremeció, pero tuvo que apartarlo de una vez. En su rostro surcaban lágrimas, temía que aquel hombre se aprovechase de su situación, pero al cruzar sus cercanos ojos, lo vio, y sintió, que ambas almas pesaban cargas similares.
Aquellos minutos no eran sino un desenfreno bucal de lenguas impudorosas, experta una, inocente la otra. Pero el hombre, mientras la seguía besando, no pudo evitar recordar su esposa, si bien el amor pareciera extinto, no pensaba en adentrarse en los estados de la infidelidad. Y menos con una adolescente.
Se levantó, Aurora quedó con los ojos cerrados y la boca abierta, como deseando más, pero al verlo alejarse sin siquiera despedirse, corrió junto a él.
– ¿Adónde va?
– Tengo una esposa- dijo decepcionado – ¡no la amo, pero la tengo!
– ¡No me importa! – gritó extasiada, agarrándolo del brazo- quédese el resto del día. Le ruego.
– ¿No entiendes niña? Además, como sabrías si soy algún violador… ¿o asesino serial?
Aurora estalló en una carcajada que hizo a Arturo parar su huida; – ¿Acaso no aparento uno? – protestó.
– Para mí no – dijo con una sobriedad de locos, una inocencia en sus ojos, aquella jovencita deseosa de ser amada, de olvidarse de aquel infortunio colegial. De un salto lo vuelve a abrazar, subió su mentón y lo besa con lengua inclusa. Como si fuera de película, la joven dobló una pierna mientras Arturo, con suma incredulidad, la rodeó por su pequeña cintura, alzándola mientras seguían ambos en aquel arrebato de lenguas.
– No puedo- masculló, dejó de besarla, y tras una casi forzada media vuelta, retomó el camino. Aurora quedó tiesa, pareciera haber encontrado un nuevo sentido a su vida, nunca creyó en el amor a primera vista, y mucho menos por un hombre que casi triplicaba su edad, pero aquel beso eléctrico bajo el árbol, la dejó con una sensación extraña.
Lo vio subir al auto y alejarse, sin siquiera despedirse. Pero Aurora no lloraba, ni mucho menos se sentía triste, supo que aquel hombre, destrozado por lo predecible de su vida, volvería a la plaza. Cogió su mochila, y decidió volver a su hogar. En su caminar, no pudo dejar de pensar en aquel besuqueo, si bien morboso, trajo una paz que no creyó volver a sentir tras lo acontecido en su colegio.
*
Habían pasado dos días de su encuentro, aquella hermosura adolescente ocupaba toda su vida, desde sus cómputos, sus desayunos… y hasta durante las forzadas sesiones de amor con su esposa. Era imposible concentrarse, aquella encantadora voz, Aurora, pareciera un intrigante tabú.
No dio mas abasto, y en un arrebato de nerviosismo, decidió no ir al edificio de su trabajo. Se volcó rumbo a aquella plaza donde la conoció, sabía que las desventuras propias de una colegiala, la llevarían a aquel lugar.
Estacionó, recorriendo a pie el terreno, siempre vacío a tempranas horas. No la veía, rebuscaba y se desesperaba. Tal punto en que, cansado de escudriñar, se posó en el árbol donde la conoció. Pensaba que tal vez, lo mejor sería volver a su vida. Renunciar a aquella luz de esperanza rubia y adolescente que pareciera caída del cielo.
*
 
Dos días pasaron para Aurora, saliendo de su hogar, supuestamente rumbo al colegio, pero en realidad yendo a la plaza. Supo mediante amigas, que los chismes y habladurías propias de los compañeros sobre su infortunada infidelidad, ya era un verdadero monstruo mediático.
Pero poco le importaba, aquel hombre la hizo sentir una electricidad en todo el cuerpo. El hecho de que la haya poseído un maduro le hizo despertar un morbo que no creyó tener. No pudo evitar tener fantasías por lejos mundanas, entregada a aquel experto. Y fue cuando lo vio postrado bajo el árbol en que lo conoció.
– Sabía que volverías – cortó con su voz juvenil- tuve que venir por dos días sin ir al colegio.
– ¡Aurora! – se levantó brusco, mirándola como el sol la iluminaba como a un ángel, y gracias a ello, su obsesión se había convertido en amor, nunca creyó en ello, pero al ver aquel dulce rostro, rojizos pómulos, una leve sonrisa y una mirada inocente, sus dorados cabellos brillando como nunca, vestida como la reina de las colegialas… al verla así, quién no caería enamorado.
La joven se mordió los labios, sonrió y lo miró con aire casto. Y tras acercarse a su oído, musitó un leve “vayámonos lejos de aquí”
– Tus padres – sonrió- ¿no crees que te extrañarán? Y mi esposa…
– Dijiste que no la amabas – le replicó con aire celoso, acercándose y estrechándole la mano al hombre, quien sucumbido por todo lo acontecido, procede a aceptar la invitación. – entonces vayámonos… a donde al menos estemos solos – concluyó con aire seudo adulto.
Y tomados de las manos, aparentando padre e hija, se retiraron del lugar hacia el auto. Subieron y antes de que Arturo intentara arrancar al coche, la joven, sumida en notable calentura, se abalanza sobre el hombre, sentándose en su regazo, con las piernas separadas por el asiento. Con sus rostros tan cercanos, sumieron en otro ardiente beso, mientras la joven, con movimientos rápidos, se despojaba de su camisa, levantó sus brazos, e invitó al hombre que le retire su remerilla.
Con frenesí lo hizo, sus senos quedaron expuestos a la vista, su acaramelado ombligo también, beldad adolescente. Sin dejarse de rodeos, levanta su pequeña falda de cuadros por su cintura, su ropa interior fue arrancada de un brusco movimiento. Allí la vio, su virgo aún virgo, aquel rosado capullito levemente cubierto de vellos, y en donde la fisura de su feminidad, regalaba al tacto, una húmeda sensación al acariciarla con sus dedos. Plisaba y vibraba sus dedos en ella.
– Eres virgen aún? – preguntó extasiado, sin siquiera dejar de manosear aquel pequeño cuerpo que se contoneaba al ritmo de la agitación que le imponía en su sexo.
– Sí –susurró jadeante.
La tomó de la cintura, levantándola levemente, su motivado miembro relucía tras el pantalón. La joven no dudó en desprenderlo de los cintos, para observar con total susto, una venosa virilidad que apuntaba con potencia hacia arriba.
– Humedécemela atrás– ordenó, prendió la radio y subió a un volumen considerable. Aurora nunca había visto en su vida semejante órgano, pero tras ir al cómodo asiento trasero, pudo acomodarse de rodillas frente al hombre. Sus delicadas manos tomaron con temor aquel mástil. Lo veía con respeto, sabía que aquello pronto entraría en su feminidad, que aquello le arrancaría gritos de placer, pero antes debía succionar con ánimos.
Acercó su rostro, relamió sus labios, y con un rítmico sube y baja con sus manos, ofrecía leves lengüeteadas al glande.
– Mírame – susurró, la joven, sin siquiera dejar de lamer, miró con sus ya poco inocentes ojos. Lo felaba con tan poca soltura, que de vez en cuando el vigorizado órgano se le escurría entre las manos, y golpeaba con un sonido seco sus sonrosados pómulos. Tras engullir lo que físicamente podía, Arturo observó con todo el morbo posible, su glande resaltante bajo las mejillas de aquella jovencita, quien dicho sea de paso, seguía humectando a lengüetazos con movimientos poco peritos, pero en extremos excitantes. Los vellos del hombre espoleaban los labios de la joven, quien embelesada de la calentura, osaba de dar sus mejores movimientos de lengua.
Los gemidos de ambos eran notables, Arturo, preso del placer, mandó ambas manos en aquella cabeza, empujándola más y más, haciéndola enterrar hasta los límites, sintiéndola tocar su garganta. Y los sonidos de arcadas, junto a un repentino retuerce de la joven, la hizo alejar.
Su rostro sudoroso y enrojecido, jadeaba y respiraba entrecortada. – Me asfixiabas!- protestó. Pero Arturo, sonriente, la carga en su regazo, acariciando aquel pequeño cuerpo adolescente corroído en placer. La reposa sobre él, aquellos poco insinuantes, pero atractivos senos destacaban las aureolas erectas, sudaba y su espiración agitada, agobiada del éxtasis. Arturo reposó el glande entre los labios vaginales. Tras besarla, la muchacha lo mira con temor y embeleso.
– ¿Dolerá? – preguntó tiritando
– No te mentiré… tal vez sientas algo romperse, pero luego… no te arrepentirás.
– Hazlo –susurró extasiada, lo rodeó con sus piernas, y cerró los ojos a la espera.
De lenta llegada, se adentró, sintió la pequeña y frágil barrera. La miró, besándola y penetrando más. Sus gritos de desvirgamiento fueron aplacados por el beso más morboso que sintió de parte de Arturo.
Sus labios vaginales apenas daban paso, el hombre sentía la húmeda caparazón lubricarlo y hacer más fácil la lenta arribada. Jugos de la joven que corrían por el largor de la gruesa virilidad y por sus lechosos muslos.
Los bombeos eran lentos, esperando que la joven se acostumbrase al tamaño. Sentía como lo arañaba de la locura en la espalda. Aurora se arqueaba y gemía calamitosamente. El hombre por su parte, no dudó en enviar una mano en aquel juvenil trasero, adentrando a duras penas un dedo en su recto, retorciéndolo lentamente mientras la embestía con ahínco.
Pronto cesaron sus gritos, el placer ocupaba de las suyas mientras el órgano se enterraba hasta tocar el cuello uterino. Presa de la calentura, la joven se inclinó sobre el cuello, lo mordió, aplacando así, sus ansias al tiempo en que seguía sintiendo semejante miembro ultrajarla hasta más no poder.
Cada vez que aquel aparatoso miembro rozaba su ya endurecido clítoris, chillaba tal animal en celo, Arturo la veía como la joven saltaba e intentaba enterrársela más de lo que podía, sus pequeños senos se bamboleaban por su rostro, sus azulados ojos lacrimosos, llorando del placer, lo hicieron a nuestro protagonista, bombearla con más fuerza.
Verla a una adolescente, casi inocente y casi ingenua, gritando lastimeramente del placer que le infligía, le inspiraba un morbo de estratosfera. Los minutos siguieron en intensos resaltos, gritos, besos y caricias a aquel joven y sudoroso cuerpo de colegiala. Arturo se encrespaba, de veloz movimiento se separa de la adolescente;
– Vente aquí, arrodíllate frente a mí – indicó titubeando.
Tras reponerse, obviando el dolor de su membrana ya desvirgada, vuelve a arrodillarse. Vio aquel mástil bañado en sus propios néctares, y de lenta evaluación, un líquido blanquecino asomaba en la punta. Se inclinó como pudo, lanzó un leve roce de lengua en la punta, haciendo hilos de semen entre su lengua y el glande, lo recogió son su dedo, y decidió darse el gusto;
– ¡Sabe amargo! – protestó con la cara asqueada.
– S… S… sigue nomás… que ya le agarrarás el gusto… – cortó a duras penas.
Y la joven volvió a observar como los líquidos ya rebasaban los límites, volvió a inclinarse, lo tomó con ambas manos, y aprisionó el glande con sus labios, punzándolo con la lengua, y de pausado movimiento, bajó la boca por el tronco, recorriendo las venas y sintiendo los jugos, haciéndolo desaparecer de la vista hacia dentro de aquella dulce y pequeña boca.
Succionó como pudo, los jugos que osaron de derramar, impresos en aquel arterial mástil, se conjugaron con sus salivas. Las sintió todas, sus néctares, el semen que seguía fluyendo del glande, todo estos cuajos se derramaban en su diminuta boca. No dio abasto, y cedieron los líquidos por las junturas de sus rojizos labios, formando hilos y espesas gotas en su rostro.
No tuvo remedio más que saborearla toda, y tras recoger los sobrantes, los degustó extasiada del placer, mas aguantándose el sabor.
Sin fuerzas para más, se sumieron acostados en el asiento, donde la joven, adolorida por el virgo ya no virgo, recibía caricias en su aún humedecida intimidad. Los peritos dedos de Arturo se adentraba a raudas, sentía los vellos de la joven al recorrer su monte, la lubricidad era tal, que los olores de aquella dulce vagina en extremo carmesí y abultada, se impregnaban en su dedo. Aurora gesticulaba y gemía, se revolvía y aprisionaba con sus pequeños muslos, la mano del hombre allí masturbándola. Tras otro beso, no tuvieron mejor idea que pasar el resto del día juntos, paseándose por la ciudad, sin dejarse de manoseos, de confesarse intimidades y secretos que no creían poder decírselo a alguien.
– Aquí vivo – dijo Aurora
– Bonita casa, por cierto, cuando te volveré a ver?
– Búscame mañana al medio día, frente al Colegio Rennes… te estaré esperando, le diré a mamá que saldré a estudiar.
– ¡Ah! ¿Conque vas a volver al colegio? ¿Y ya no te molestan los chismes contra ti?
– Para nada – y le cedió un leve e inocente pico a sus labios, sonriente salió del auto, corriendo hacia su hogar. Arturo no podía creerlo, la veía andar, su falda se levantaba por la ventisca y divisaba a raudas la piel de su trasero, ya que su ropa interior se lo había arrancado.
– ¡Por Dios! – pensó- ¡Es hermosa! – y arrancó nuevamente el coche, rumbo nuevamente a su vida.
*
 
Aurora salía de su casa, la luna nocturna la iluminaba como la hermosa diva que era, sus pelos lisos tras ella, un pequeño top rosado que daba un escote de locos, regalaba la vista del acaramelado ombligo. Una exageradamente corta falda blanca y ajustada que daba a la vista, el casi perfecto redondel de sus nalgas, unos tacos altos, y tenéis a la vista, a una verdadera diosa del sexo juvenil.
Sus padres reposaban por la puerta de la entrada, ambos con aspecto desaprobador. Al frente del hogar, el automóvil de Arturo estaba estacionado.
– ¿De veras no nos dejarás saludar a Ricardo ? – preguntó la madre.
Aurora giró la vista enojada; ¡Mama – gritó con cólera –seguro me quieres avergonzar!
– Ya, ya. Ve que algún día lo conoceremos.
Subió extasiada, le sonrió y ordenó que arranque rumbo al pub.
– ¿Siguen sin sospechar tus padres?
– Tengo un amigo llamado Ricardo, se hace pasar por mi novio. Creen que él eres tú. – rió Aurora.
Y mientras conducía por la ciudad, no pudo evitar observarla por las piernas, mandó una mano, recogió la poca tela que cubría sus muslos, dirigiendo sus manos en su entrepierna, amasándolo levemente mientras maniobraba a raudas el coche.
Aurora se retorcía al son de sus caricias, gemía, suspiraba y se arqueaba en el asiento;
– ¿Estás bastante excitada, no lo crees? Si sigues así de húmeda, ¡seguro que mueres de deshidratamiento! – bromeó.
– Seguid.. –susurró, de veras le gustaba ser poseída por él, ya pasaron dos semanas de intenso amorío, bien casi todas en el coche, razón por la cual, decidieron pasar su primera noche en un bailable.
Tras llegar al asestado lugar, decidieron pegar sus cuerpos en aquel caluroso infierno de luces, músicas y masivo gentío que apenas daban paso. Sentía sus pequeños pechos pegarse a él, la bordeaba con sus manos, acariciaba sus nalgas, y la traía junto a él. Levantaba un brazo, la daba media vuelta, y contemplaba con éxtasis, aquel juvenil cuerpo, ella giraba lentamente para él, pese a las miradas de los tantos que la comían. Aquella faldita blanca brillaba bajo las luces de neón, la fina tela se levantaba levemente y daba a la vista generalizada, su redondez y ropa interior. La pegó junto a sí, su bulto pegándose entre sus nalgas. Aurora estaba encantada, se restregaba más y más al ritmo de la seductora música, sintiendo como se agrandaba al roce. Pero bailes y movimientos no era la razón de aquella velada nocturna.
Tras minutos, Aurora se la veía bastante sudada y al parecer, ardiente y deseosa de ser fieramente penetrada. Arturo la comprendió, y tras llevarla de brazos a un impúdico baño de hombres, se encierran en un cubículo.
La puso de espaldas a él, agarró su pequeña cintura, levantó la faldita, y bajaba su ropa interior, empapada ya de su propia condición de período de celo, dejando a la vista, aquel juvenil trasero.
– Penétrame… y no lo hagas dulce como sueles hacerlo – ordenó en tono severo.
Arturo lo entendió, separó las nalgas, y vio el capullo rosado en el que aún florecían vellos, reposa su virilidad, y de un fuerte envión, lo meció hasta el fondo, arrancándole a Aurora, un grito ensordecedor y penoso.
Del impulso y fuerza con que la penetraba, la joven no tuvo más remedio que sujetar con sus manos por el cubículo, mientras empezaba a sentir sus senos siendo brutalmente manoseados, el hombre que sin perdida, se inclinó y empezó un fuerte mordisco a su cuello.
Los bombeos eran fuertes y brutales, en cuestión de tiempo, aquel hombre descubrió una vena de zorra en aquella jovencita, que sin pudor, seguía gritando del placer, pidiendo más y más ferocidad;
– ¡Más adentro, más fuerte! – y arañaba las paredes al tiempo en que sentía la gruesa virilidad llenarla y taladrarla hasta el fondo humanamente posible. En medio de las embestidas, la inclinó sobre el inodoro, arrancó su miembro de las entrañas de la joven, quien pareciera tomarse un respiro, y se inclinó a separarles las nalgas.
Acercó sus manos a su boca y ordenó que los lamiese hasta dejarlos lubricados. Extasiada lo hizo, su lengua recorría con ahínco los dedos y entre ellos. Una vez humedecida la mano, se volvió hasta aquel apetitoso trasero.
La empaló con un par de dedos, Aurora gritaba y se retorcía al tiempo en que Arturo revolvía sus dedos dentro del recto. Una vez dilatada lo suficiente, reposó su palpitante órgano sobre su trasero.
La perforó con armónico decoro, era desvirgada por su recto. Le ordenaba que se relajara, que no fuerce las paredes. Aurora chillaba y se arqueaba a más no dar. Reía, lloraba, gemía y gritaba más y más. Golpeaba con el puño las paredes y se retorcía del placer. Aquella leve penetración del recto se volvía más rápida, la joven ya no dio abasto, y se rindió al primer rugido del orgasmo anal, al tiempo en que sentía los chorros tibios bañarle sus entrañas.
Cayó al suelo del cubículo con sus pequeños vestidos bañados en cuajos de semen. No tardaron en limpiarse ambos, y volver hacia el bailable. Y eso fue solo una de las tantas noches… solo una de las tantas.
*
La plaza estaba retozando de los colores del sol naciente en el horizonte. Arturo estaba sentado y esperando en un banco. Eran horas tempranísimas, y quedó en verse con la joven Aurora.
Desde lo lejos la vio venir, sonriente como siempre. Ya no era aquella triste adolescente que conoció, la había cambiado a parajes insospechados, la había convertido, en una verdadera adicta a su hombría. Ella se acercó, tenía sonriente un papel plegado en su mano;
– ¿Por que tan temprano, Arturo?
– Aurora, siéntate – dijo preocupado- Debo decirte… acerca de mi esposa…
– ¿La abandonarás como me prometiste… no es así? – siseó celosa.
– Aurora… mi esposa está embarazada, debo… esta relación nuestra, no es correcta. ¡Soy mucho mayor que tu! – La joven palideció al escucharlo.
– ¡No me importa! – gritó sollozando, cayendo en un arrebato de desesperación a sus pies – ¡No me abandones, te lo ruego! ¡Esa estúpida mujer quien no te merece, es injusto esto, tú no la amas!
Arturo cayó arrodillado frente a aquella delicia, no tuvo más remedio que besarla con la dulzura que correspondía, se levantó, y susurró un triste “Lo siento… no la amo… pero debo responsabilizarme por la criatura” y se alejó cabizbajo del lugar.
Ella no pudo contener sus lágrimas, aquel hombre que la había llevado hasta los extremos del placer, la estaba abandonando como si nada. ¿Y el amor? Ella recordó como por crueldad del destino, aquella frase suya; “amor… es una quimera con fin comercial
Miró sollozante el papel que sostenía, lo arrugó, y juró recuperar al hombre de sus sueños, lo vio alejar, y juró en sus adentros recuperarlo a como dé lugar.
A lo lejos Arturo subió al coche y arrancó. Aurora se levantó, se secó las lágrimas, y arrojó el papel que sostenía, alejándose de aquella plaza.
No fue un simple enamoramiento, fue mucho más que un encantamiento. Dos almas gemelas, que por crueldad del destino, nacieron en tiempos distintos, pero por alabanza de la vida, se encontraron y calmaron sus heridas. Aquella jovencita que calmó su desdicha, sintió una madurez y una esperanza de amor en el hombre.
Aquel hombre supo encontrar vitalidad en las más hermosas llanuras, las más dulces pieles lechosas de una adolescente, probando de los más deliciosos néctares que regalaba en su virgo hoy ya no casto.
Pero es sólo asunto del tiempo y del cruento destino, más nuestra indescriptible esperanza, saber si los amores verdaderos, sin distinción de edad, pueden perdurar… saber si se podrá llegar a un final feliz… por un Encanto Adolescente.
Y es cruento depender del destino.
Fue tal la ventisca, que al volar por los aires el papel que lanzó, allí podrán apreciar un corazón dibujado con el más puro sentimiento, y en hermosas letras escritas con el más dulce empeño, yaciendo impreso la frase;
“Aurora y Arturo”

Relato erotico: “Mi hermano; el origen de mis quebraderos de cabeza” (POR HELENA)

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-¿Me estás escuchando? – preguntó Nerea insistentemente desde el sofá de al lado.
-Siii… – respondí por inercia mientras mis pensamientos fluían en otra dirección.
Me hubiese gustado contestarle que francamente, me importaba una mierda lo que me estaba contando. Llevaba más de una hora relatándome con todo lujo de detalles las guarradas que había puesto en práctica la noche del sábado anterior, cuando desapareció con un idiota que había conocido en la discoteca.
-Ya… Sigues dándole vueltas a esa atracción fatal que sientes por tu hermano, ¿no? Se te ve a leguas…
Suspiré arrepentida. Nunca debí habérselo contado y sin embargo, a principios de verano cometí exactamente esa tontería. La noche de San Juan, entre una cerveza y otra, le confesé lo que me venía rondando por la cabeza desde hacía algunos meses. Sí, exacto, mi hermano. Mi hermano mayor, el mismo que recuerdo guardándome con recelo de todo lo que nos rodeaba desde que tengo uso de razón. Incluso ahora, que tenemos 18 y 20 años.
-Bueno, está de toma pan y moja, claro…- continuó divagando – uno no desfila en su tiempo libre por ser un callo. Pero no te ofendas cuando afirmo que es un gilipollas integral.
Volví a suspirar. ¿Qué sabría ella? Mi hermano no se portaba bien con ninguna de mis amigas, y menos con Nerea. Solía decirme que no lograba entender qué más me podía aportar su compañía aparte de una ignorancia en estado puro. Pero Alejandro no era así. Era muy cariñoso y atento, siempre tenía un beso de buenos días para toda la familia y los cabreos no le duraban más de unas pocas horas en el caso más extremo. Bueno, exceptuando el que le acompañaba desde que había comenzado el verano.
Cuando comenzó a hacer sus pinitos en el mundo del modelaje nadie se lo tomó en serio, ni siquiera él mismo. Pero lo cierto es que mi hermano ha participado en desfiles con bastante asiduidad desde que se subió por primera vez a una pasarela, respaldado por una agencia de modelos que le descubrió cuando acompañaba a un amigo a un casting para figurar como extra en una película que se rodó en el barrio hace unos tres años. Siempre logró compaginarlo con sus estudios hasta este año, que comenzó a tomárselo más en serio y eso repercutió negativamente en su carrera. Y por ende, también en el humor de mis padres, que le insisten hasta la saciedad en que debe formarse, ya que lo que ahora le permite desfilar no le durará toda la vida. Él lo sabe, estamos muy unidos y me lo dice a menudo. No tiene intención de dejar la carrera, es sólo que cada vez le salen cosas más en serio y las cantidades de dinero que le ofrecen van en aumento. Es normal que se deje embaucar por eso, pero no hay nada que temer. Alejandro sabe perfectamente lo que tiene que hacer así que este verano le prometió a mis padres recuperar al menos la mitad de las asignaturas que le quedaron a lo largo del curso – que fueron casi todas porque durante la convocatoria de febrero estuvo en Milán y a la de Junio llegó apenas una semana antes tras desfilar en Barcelona -.
¡Y allí estaba yo! Sola con mi hermano en Madrid, renunciando a las dos semanas de playa en Málaga que me correspondían por terminar el bachillerato y aprobar la selectividad con matrícula. Pero no podía dejarle solo, él siempre me regalaba lo que quería desde que comenzó a percibir ingresos extras por “poner morritos”. Me llevaba con él si desfilaba fuera y podía acompañarle y en concreto, aquel año se había lucido. Me llevó a Grecia durante las vacaciones de Semana Santa porque además coincidía con mi cumpleaños. Grecia, el sueño de mi vida. Creo que fue a partir de entonces cuando empecé a verle como a un chico y no como a un hermano. Siempre supe que iría a Grecia pero nunca me imaginé que mi vida cambiaría de forma tan radical allí.
-Laura, joder… ¡Es tu hermano, tía! – las palabras de Nerea interrumpieron de nuevo mis cavilaciones.
-Lo sé, pero…
Ambas nos enderezamos en el sofá fingiendo ver la televisión cuando la puerta de casa se abrió. Alejandro entró sonriente con una amiga, la presentó brevemente antes de acercarse para besarme cariñosamente la coronilla y desapareció camino de su habitación con la ahora colorada amiga, que le siguió evitando mirarnos directamente. Inmediatamente se me formó un nudo en el estómago.
Lo ves, es un cretino. Es un buen hermano, te compra un montón de cosas y te lleva por ahí siempre que puede, pero nadie en su sano juicio se enamoraría de alguien como él. En realidad estás en la mejor posición posible.
-Nerea, ¡por favor! – exclamé suplicante para que no me torturase más.
Mi secreto estaba a salvo con ella, era mi mejor amiga desde que éramos unas crías. Pero que mi mejor amiga carecía de tacto alguno, era una verdad incuestionable.
-Esa idiota estará dejándose hacer de todo pensando que se ha ligado al hombre de su vida y las dos sabemos que le importa un comino esa tía. Mañana traerá a otra y le hará lo mismo.
Opté por guardar silencio mientras Nerea se levantaba para llevar de vuelta a la cocina los vasos del refresco que nos habíamos tomado.
-En serio, Laura, ¿tanto te mola?
-“Molar” es una mierda para definirlo, créeme… – admití tras unos segundos.
-Pues “estar jodida” es cojonudo para describirte, ¿sabes? Porque es imposible, olvídalo…
Nerea se incorporó de nuevo, anunciando con toda naturalidad que necesitaba mear. Se dirigió al baño mientras yo me quedé en el salón, sumida en una espiral de pensamientos catastrofistas en los que me veía a mí misma odiando a cada una de las idiotas que cruzaba el umbral de la puerta de la mano de mi hermano. Nerea tenía razón, en todo, Alejandro pasaría de cada una de ellas y lo nuestro era imposible.
-¡Jo-der! ¡Tu hermano es un puto sádico de mierda! ¡Da más asco de lo que pensaba! – exclamó mi amiga moderando el tono de voz desde la entrada del salón. La miré sin entender a qué se refería y la seguí sin saber el motivo cuando me invitó con un gesto a hacerlo.
Caminamos hasta la puerta de la habitación de mi hermano y nos paramos ahí, Nerea me indicó que guardase silencio y apenas unos segundos después mi corazón latía desbocado al escuchar lo que estaba pasando al otro lado de la puerta.
Alejandro, – mi adorable hermano – le profería toda clase de insultos en un cierto tono juguetón a la pobre chica que nos había presentado hacía poco menos de media hora. La chica emitía algún vago sonido de aceptación de vez en cuando, mientras Nerea se desternillaba al escucharla totalmente sometida. No me hizo gracia. Sentí vergüenza ajena de todo aquello y regresé encolerizada al salón mientras los jadeos de la “amiga” de Alejandro comenzaban a hacerse escuchar por todo el pasillo.
Nerea me siguió reprimiendo las carcajadas y agradecí para mis adentros que hubiese optado por hacerme compañía en silencio en lugar de intentar argumentar algo coherente que sin duda hubiese terminado siendo una sandez de las suyas. Bueno, esta vez no se equivocaba. La que erraba era yo. No hacía falta ser una lumbrera para darse cuenta.
La puerta de la habitación de Alejandro se abrió pasada apenas una hora y la chica se deslizó a través de la entrada de mi casa hacia la salida sin dar ni pío. Mi hermano se asomó alegre a la puerta del salón tras despedir a su “putita” de turno.
-Nerea, guapa. Ya es de noche, ¿no te echan en falta en tu casa? – Bromeó acercándose para sentarse a mi lado. Le miré de reojo comprobando que ya vestía su pijama. Unos pantalones de algodón holgados y una camiseta fina de manga corta.
-¿Y tú? ¿No era que tanto tenías que estudiar, Alejandrito?
-Ya he estudiado todo lo que tenía pensado estudiar para hoy – contestó con cierto orgullo.
-La leyenda urbana es cierta, ¿sabes? Los modelos, en cuanto habláis, la cagáis de pleno – replicó mi amiga.
Me levanté con la excusa de llamar a mis padres para ver qué tal por Málaga antes de que la cosa fuera a más, Alejandro y Nerea solían mantener tensas conversaciones de vez en cuando. En realidad, creo que en el patio del colegio él y sus amigos ya jugaban a apuntar a Nerea y a mis amigas con el balón de fútbol.
Tras acompañar a mi amiga a la puerta llamé a mis padres y de nuevo les relaté un día más lo bien que iba todo y lo mucho que estudiaba mi hermano. Cuando me fue imposible continuar al teléfono por más tiempo, colgué y me escurrí discretamente a mi habitación. Solía cenar en salón con mi hermano mientras hablábamos de un sinfín de cosas, pero aquella noche eso era lo que menos me apetecía. Me puse mi camisón de verano y me recosté en cama dispuesta a leer un poco antes de dormir. Sabía por qué leía y aun así no era capaz de evitarlo. Los renglones de las páginas se desvanecían en mis pupilas mientras en mi cabeza sólo había lugar para una cosa; La posesiva voz de mi hermano dirigiendo cada acción que aquella zorra había llevado a cabo para él en su habitación. Era rastrero pero de todos modos, si no quería engañarme, tenía que admitir que la envidia me corroía. Yo hubiese hecho cosas mucho más rastreras por tener la oportunidad de que mi hermano…
Mi cuerpo dio un respingo sobre el colchón cuando mi puerta se abrió tras un par de golpes de nudillos desde el otro lado.
-¿No vienes a cenar? – preguntó la voz del origen de mis quebraderos de cabeza.
-No, no tengo hambre. Hemos estado picando algo mientras veíamos la tele…
Mi hermano desapareció por dónde había venido sin objetar nada, pero no tardó en regresar con una manzana en su mano. Entró de nuevo en mi habitación con naturalidad y se tumbó en cama a mi lado.
-Estás triste, ¿es por algún chico? ¿Quieres que le parta la cara a alguien?
<< A la guarra de tu amiga, para empezar >> Pensé. Sin embargo contesté con una negación tratando de ser convincente.
-¿Qué lees? – me preguntó arrebatándome el libro unos segundos para otear la portada.
Obtuvo su respuesta, así que me limité a recuperar mi postura anterior y continué leyendo. O haciendo que leía, me resultaba imposible hacerlo con mi hermano tumbado a mi lado en mi cama. No debería ponerme así por eso, ya he mencionado que él siempre ha sido muy cariñoso, lleva tumbándose en mi cama de esa forma durante toda su vida.
-¿Mal rollo con Nerea? – sugirió en un desesperado intento por entablar conversación.
Negué de nuevo con la cabeza. Esta vez acompañado de una mirada de curiosidad que no pude reprimir al preguntarme qué le había hecho deducir aquello.
-Es tonta, ya te lo he dicho…
-Es mi amiga, Alejandro. Yo también te lo he dicho – le interrumpí en un tono más cortante del que realmente pretendía.
-Sí, claro… – acató sin rechistar.
-Amiga de verdad. No como las tuyas – lancé medio en broma tratando de quitar hierro al asunto.
Alejandro se rió. Bueno, al menos conseguí que él se riese. A mí me enterraba en vida que él tuviese esa alocada vida sentimental mientras la mía era una infinita estepa por su puñetera culpa.
-¿Olga? – sí, Olga. Así se llamaba la afortunada de aquella tarde. Ya no me acordaba – ¡ni siquiera es mi amiga, Laura! Creo que ambos lo sabemos – me certificó entre risas.
-¿Nueva novia?
Él rió todavía más fuerte.
-¡Ni hablar!
Me reí con él dando pie a una conversación que se alargó hasta altas horas de la madrugada mientras yo maldecía el hecho de que fuéramos hijos de los mismos padres. Recuerdo vagamente que mientras me quedaba dormida despotricaba mentalmente acerca de la injusticia que se había cometido al darme aquel hermano, ¿no podía tener un mocoso infantil que me hiciera la vida imposible y que rebuscase en el cajón de mi ropa interior para reírse con sus amigos? No, a mí me tuvo que tocar el guapísimo hermano protector y cariñoso. Sí, <<¡mierda!>> fue lo último que pensé antes de dormirme.
Y <<¡mierda!>> fue lo primero que pensé al despertarme cuando me encontré a Alejandro con una bandeja de desayuno al lado de mi cama.
-¡Buenos días, Laurita! ¿Qué tal si desayunas y nos vamos de compras? ¿Te hace?
<<¡Joder Alejandro! ¿Qué si me hace? ¡Sigue así y acabarás consiguiendo que escriba mi nota de suicidio!>>
-No tengo dinero – contesté intentando excusarme.
-Pero yo sí, ¡tonta!
Me rendí. Desayuné y acepté la jornada de shopping con mi hermano, sabiendo que se me caería la baba cada vez que se probase algo.
El día transcurrió maravillosamente. Alejandro tenía la vaga idea de que su hermana pequeña estaba sufriendo por algún amor – y aunque estaba atinado con eso, al menos no se imaginaba que el sujeto que desataba todo aquello era él mismo -. Y para más inri, me dio un par de consejos para pasar de quien quiera que fuese. << ¡Gracias Alejandro!>> pensé. Pero el broche de oro fue el hecho de que estuviese realmente preocupado y que por eso me acaparase durante unos días, llevándome de aquí para allá y buscando mil cosas diarias que hacer juntos. ¡Ideal para olvidarle!
Sopesé la opción de decírselo, de verdad. Se me ocurrió que quizás fuese más sano. Al menos podría conseguir cierta distancia entre nosotros. Pero no lo hice. Y supongo que decidí callármelo precisamente para evitar esa distancia que supuestamente me ayudaría a obviarle con más facilidad. Me volvía loca, ya no podía pensar en otra cosa que en provocar sus atenciones. No resultaba difícil en absoluto, se deshacía en ellas cada vez que me mostraba mínimamente compungida y me gustaba. Me encantaba, para ser sincera.
La noche del viernes me dejé caer sobre su torso en el sofá, mientras veíamos una película. No esperaba su rechazo, pero me sorprendió que él me acogiese bajo su brazo y me hiciese un hueco todavía más cerca de él de lo que yo buscaba. Me alegré inútilmente y me embargó la agonía de tener que refrenar mi imaginación. No, no podía intentar nada más porque aquello no era ninguna insinuación. Alejandro era cariñoso porque era mi hermano.
Al día siguiente – el sábado por la mañana – me dijo que había invitado a un par de amigos a tomar unas cervezas en casa antes de salir. Se tomaba muy en serio lo de levantarme la moral porque me dejó caer que se lo mencionase a Nerea por si no quería estar sola en medio de sus amistades. No me hacía especial ilusión avisarla, le quería para mí sola el mayor tiempo posible antes de que llegasen nuestros padres. Pero ya que él había organizado un botellón en casa con sus amigos, yo avisé a Nerea y a Noa. Noa está también entre mis mejores amistades, pero en un rango bastante por debajo del de Nerea y por supuesto, ella no sabe nada de lo de Alejandro. Bueno, sólo Nerea y yo lo sabemos.
Noa aceptó encantada la invitación. A pesar de que mi hermano tenía fama de borde entre mis amigas, ninguna rechazaba la oportunidad de compartir estancia con él. Odiaba esa reacción por parte de mis amigas. Sobre todo desde que mi desdén me hizo ver que si supiesen jugar bien sus cartas, cualquiera de ellas podría tener una lícita oportunidad con él que a mí siempre se me denegaría por sentido común.
La noche llegó después de un día tranquilo en casa y tras cenar algo ligero me metí en la ducha repasando mentalmente las opciones de vestuario que tenía. Al final me decanté por estrenar el vestido claro que mi hermano me había comprado esa misma semana.
Me crucé con Alejandro por el pasillo, salía de la habitación de mis padres con el pelo todavía mojado y ataviado solamente con un bóxer. Se había duchado en el baño de mis padres para no esperar a que yo dejase libre el de casa. Inconscientemente aparté la cara de su cuerpo cerrando los ojos al pensar que mi mirada estaba mostrando mucho más de lo que yo quería dejar ver. Pero él se rió de mi reacción.
-¿Qué pasa? ¿Te da apuro verme así? – inquirió con pasmosa naturalidad burlándose de mí. Se me escapó una risa nerviosa pero ni con ésas fui capaz de volver a mirarle mientras los dos nos reíamos como tontos – ¡¿Laurita?! ¡Venga ya!
No parecía creérselo mientras me asediaba en ropa interior cada vez más sorprendido de mi reacción. Comenzó a tirar de la toalla que me envolvía haciendo el amago de dejarme tal y como nuestra madre me trajo al mundo.
-¡Anda, Laurita! ¿Cuántas veces nos hemos duchado juntos? ¡No puede ser! – exclamaba mientras me hacía cosquillas por encima de la toalla.
-¡Alejandro, por favor! – imploré mientras reunía el valor necesario para mirarle aparentando cierta seguridad. Él se rió al ver mi cara.
-¡Pero si estás como un tomate! ¡Tonta! – se burló antes de abrazarme y estamparme un enorme beso en la frente.
Acto seguido se encaminó hacia su habitación meneando la cabeza mientras yo me quedaba hiperventilando en el pasillo sin perderle de vista. <<¿ Por qué a mí? >> pregunté retóricamente al techo de mi casa. No obtuve respuesta pero supongo que si el techo pudiese dármela me contestaría; “por desviada mental”.
Me vestí tras cerrar la puerta de mi habitación y me maquillé un poco antes de volver a salir. Alejandro estaba en la cocina hablando por teléfono, repitiendo de mil formas distintas que no pensaba salir esa noche. En seguida deduje que se trataba de alguna de sus “amigas”. Le observé mientras me abría una botella de cerveza. Llevaba unos vaqueros oscuros que le quedaban de vicio perfectamente combinados con unas final zapatillas de tela y un ligero polo de manga corta que adquiría más percha sobre él de la que en realidad debiera tener. Colgó el teléfono tras despedirse y me miró con una enorme sonrisa.
-¿Mejor así? – preguntó con cierta gracia imitando un giro de pasarela.
No pude contener la risa y asentí mientras me reía.
-¿Ligaré esta noche? – planteó con fingido aire narcisista mientras se alborotaba un poco el pelo.
Se me encogió el corazón de repente y di un trago largo a mi cerveza. Él seguía esperando mi respuesta.
-Claro Alejandro. Tú siempre ligas – admití dejando caer mi mirada sobre la encimera de la cocina.
-Bueno, pero esta noche no seré el único – dijo convencido –, de lo contrario, dormiré con mi querida hermana. Te lo prometo.
A punto estuve de escanciar la cerveza por la nariz al escuchar aquello. ¿Alejandro bajo las sábanas conmigo? Como poco tendría sueños húmedos. ¡No! ¡De ninguna manera!
-¿Conmigo? ¿Por qué? – pregunté con más desesperación que curiosidad.
-Porque me apetece, Laura. Hace años que no dormimos juntos, me encantaba dormir contigo y de repente te da corte verme en calzoncillos aunque recuerdo que estuviste allí la primera vez que desfilé en ropa interior – la respuesta me dejó rota. Me hubiera gustado explicarle que eso fue cuando él todavía era mi hermano, no un hombre que hacía volar un deseo que yo trataba desesperadamente de enterrar – ¡a veces me gustaría no haber crecido, créeme! – añadió.
No supe lo que quiso decir ni tuve tiempo para sopesarlo detenidamente, lo achaqué a algún repentino complejo de Peter Pan, quizás ocasionado por algún numerito de alguna de sus “amigas”. El timbre sonó y él se dirigió a la puerta para abrir. Escuché las voces de sus amigos y distinguí una por encima de las otras. Iván, el bruto del grupo. Solía andar mucho con Alejandro y el resto, pero optó por trabajar tras terminar la ESO mientras que mi hermano y los demás siguieron estudiando, de modo que su tiempo para los colegas fue menguando paulatinamente.
-¡¿Laurita?! – exclamó un sorprendido Iván al verme en la cocina cuando entraron portando más alcohol. Le saludé vagamente con un movimiento de cabeza. Si Alejandro mantenía que Nerea era tonta, yo me apostaba una mano a que Iván era retrasado mental -¡Joder Jandrito! ¡Cómo ha crecido la cría! ¿La han visto en tu agencia? ¡Seguro que le salen más chollos que a ti!
Sí, definitivamente podría apostarme todas las extremidades y las conservaría todas.
-¡Eh, animal! ¡Nada de Laurita! Laura para ti, y de apellido; “intocable” ¿entendido? – espetó mi hermano en el acto.
Iván se reía mientras guardaba las bebidas en el frigorífico pero continuó echándome alguna que otra mirada mientras le comentaba a “Jandrito” que habían invitado a algunas “nenas”. Los imbéciles de sus amigos siempre les decían a las “nenas” que su amigo “Jandrito” era modelo… Mi hermano bromeaba diciendo que esa noche se tomaría un descanso, pero no se lo creía ni él. Al parecer, las “nenas” estaban de muerte.
Me terminé la cerveza y me acerqué a la nevera para procurarme la segunda mientras ellos hablaban de tías como si yo fuese uno más del grupo que de un momento a otro aportaría sus gilipolleces a la conversación de machos cabríos que estaban manteniendo en la cocina de mi casa.
Mis plegarias fueron escuchadas, Nerea y Noa llegaron antes de que mi segunda cerveza bajase más allá de la mitad.
-Me termino esto y nos piramos, ¿entendido? Por cierto Nerea, duermo en tu casa – dije nada más abrirles la puerta.
-¿Qué coño dices? ¡Yo duermo en tu casa! – Contestó mi amiga con desparpajo –. Es decir, he quedado con un tío y no pienso venir aquí con él. Pero me resultaría difícil explicarles a mis padres que tú duermes en mi casa y yo en la tuya.
Miré a Noa esperando el favor…
-Se supone que yo también duermo aquí… – me dijo con la boca pequeña.
¡Joder! Las mandé a la mierda mentalmente y me dirigí a la cocina para ofrecerles una cerveza a mis dos mentirosas amigas mientras yo apuraba la mía al tiempo que disfrutábamos de la delicadeza que mi hermano y sus amigos derrochaban al intercambiar detalles de sus rolletes, ahora instalados en cómodamente en los sofás del salón como si desde allí no se escuchase nada en la cocina. Nerea me miraba de reojo cada vez que salía a colación algún detalle acerca de Alejandro, pero yo me hacía la sueca. Lo sabía, Alejandro era un cerdo con las tías y sin embargo a mí me trataba mejor que nadie en el mundo. ¡Mierda! Yo también quería que él pudiese tratarme así, yo quería poder montarle un numerito por haberme prometido mucho hasta que terminase en su cama en lugar de simplemente odiar todo porque eso era imposible.
-Oye, podemos quedarnos un poco más, ¿no creéis? – preguntó Noa al terminarse su cerveza y cogiendo tres más en la nevera – a mí me resulta interesante escucharles. No deja de ser instructivo…
Dejé caer la cabeza sobre la mesa de la cocina, sintiendo arder mis mejillas tras haber cenado demasiado ligero y haberme bajado dos cervezas casi de penalti. El alcohol siempre me sentaba fatal, no solía beber.
-¿Instructivo para qué? ¿Acaso aspiras a prostituta o simplemente a golfa titulada? A mí me parecen unos cerdos – atajó Nerea.
-¡Venga ya, Nerea! ¡Ni que nosotras no hayamos hecho cada cosa que están mencionando ahí! Suena así fuera de contexto pero no me niegues que lo disfrutas cada vez que lo haces…
Nerea se rió mientras aceptaba la segunda cerveza y me pasaba mi tercera. Prácticamente me aferré a ella al reparar – gracias a mis dos buenas amigas – en que yo seguía buscando a alguien para empezar a hacer todo aquello. Me refiero a alguien que no fuese mi hermano. No es que me faltasen ocasiones pero es que a decir verdad, creo que nunca se me revolucionaron las hormonas en grado sumo al atravesar la dichosa edad del pavo. No, nadie me llamó la atención especialmente durante esa etapa. Estaba demasiado ocupada sacando sobresalientes en todas las asignaturas, con las actividades extraescolares, con los idiomas y con mi hermano. El gilipollas que me había disparado las hormonas a tiempo tardío. ¡Joder! ¿Cómo que nunca se me habían disparado las hormonas? ¿Qué coño era sino obsesionarme con mi hermano como si me fuera la vida en ello?
Casi sin quererlo reparé en lo adormecidos que parecían mis dedos y de repente, igual que un día vi a Alejandro y deseé probar esos labios hasta el punto de culparme por ello, así de inevitablemente supe que estaba como una cuba. ¡Genial! Justo a tiempo de recibir a nuestras invitadas VIP, las “nenas” que conformaban el harén que Iván había prometido al llegar. Ni siquiera me levanté. Las vi desfilar hacia el salón todas peripuestas y luego me las imaginé poniendo ojitos a mi hermano mientras escuchaba una a una cómo le saludaban.
Creo que me sentí descorazonada. Vacié de un trago lo poco que quedaba en la botella de mi tercera cerveza y me levanté para armarme con otra. El camino hacia la nevera fue suficiente para que decidiese cometer una estupidez, supongo que en un arrebato de no sé muy bien el qué, me decanté por un buen cubata de vodka. Nunca antes lo había probado pero me pareció un momento inmejorable. Mis amigas miraron asombradas mi destreza como barman mientras llenaba el vaso hasta más de la mitad con vodka y lo rellenaba con un chorro de lima antes de poner unas piedras de hielo que hicieron derramar parte del contenido por encima de la encimera. Lo hubiese limpiado pero ¡qué demonios! ¡Ya lo haría Alejandro creyendo que había sido alguno de sus colegas! Volví a mi silla y comencé a beber aquella mierda ante los incrédulos ojos de mis amigas mientras escuchábamos las risitas de las putillas que habían venido a conocer a mi hermano.
¡Que les den! ¡Yo soy su hermana! Vale, no puedo follármelo, pero a mí me quiere. A mí me cuida, me lleva de viaje, me regala un montón de cosas y se interesa por lo que hago. Mi particular remedio alcohólico bajó por mi garganta mientras pensaba que a efectos prácticos estaba en el mismo punto que aquellas zorras. Ambas partes anhelábamos algo que no podíamos tener de Alejandro, así que éramos igual de desgraciadas. No tenía nada a lo que aferrarme para declararme vencedora, o por lo menos, mejor parada que ellas. ¡Mierda otra vez!
-¡Laurita, niña! ¡Estás más pedo que Alfredo! – exclamó el bruto de Iván al entrar en la cocina en busca de copas para las “nenas”.
Con mil esfuerzos le mostré el dedo corazón de mi mano izquierda completamente erguido sobre los demás dedos acuclillados, provocando las carcajadas de mis amigas, que a esas alturas ya no estaban mucho mejor que yo.
-¡Hay que ver! ¡Verás cuando te vea Jandrito!
-¡Que te den por el culo! ¡A ti, a Jandrito y a vuestras zorras! – contesté disimulando la cólera con mi elevada tasa de alcoholemia.
Iván se retiró sin decir nada más. Nada que yo escuchase, al menos.
-¿Por qué no te lo tiras? – me preguntó Noa entre risas –. Está de buen ver, si yo fuera tú ya lo habría intentado…
Nerea lo desaprobó en el acto. Pero la idea se fraguó en mi cabeza. Sí, Iván no estaba mal. Me reí al encontrarme sopesando la opción. ¡Sí que había bebido! Si estuviese sobria le habría contestado que tirarse a Iván sería lo más parecido posible a experimentar el sexo de las cavernas en plena era moderna. Y sin embargo, el mismo cerebro que me había salvado el pellejo en cada examen de mi vida me decía que Iván era perfecto para desahogarme. Si “Jandrito” podía llevarse a cama a quien le diese la gana, entonces yo también podía. No, no dormiría sola, dormiría con quien menos se lo esperaba mi hermano. Y eso me provocaba cierta satisfacción teniendo en cuenta que él estaba en el salón rodeado de unas “nenas” cuyas únicas expectativas que generaban eran las de ser muy zorras.
Me incorporé como buenamente pude tras beberme hasta la última gota de aquella cosa asquerosa y caminé hasta el salón. Me apoyé en el marco de la puerta e intentando elevar mis pesados párpados entoné una pastosa voz;
-Iván, ¿puedes venir un momento? – torcí ligeramente mi boca en una sonrisa para resultar un poco coqueta pero no tengo ni idea de lo que acabe mostrando, pues todo el mundo me miró como si acabase de abrirme camino desde el corazón de una tumba.
Alejandro me miraba estupefacto, lo distinguí perfectamente entre dos de sus amiguitas.
-¿Qué quieres? – me preguntó Iván.
-Enseñarte algo –. Pude escuchar las risas de mis amigas, que provenían de la cocina mientras seguramente cruzaban apuestas.
Iván miró a Alejandro con curiosidad, que le dedicó un duro gesto en medio de los infantiles gritos de desafío del resto de sus amigos.
Creí que no vendría, me sentí gilipollas plantada en el marco de la puerta intentando que uno de ellos viniese conmigo ignorando de ese modo a unos bien curveados zorrones de su edad que lucían embutidas en prendas de las que mi madre me reprendería solamente por mirar. Pero finalmente se levantó y se dirigió hacia mí con un gesto de desconfianza.
Caminé por el pasillo hacia la puerta de mi habitación ante la incrédula mirada del amigo de mi hermano. << Ven, joder >> pensé. Y como si lo hubiera dicho en voz alta, él me siguió. Entré esperando que me siguiera sólo unos pasos más y para mi sorpresa, lo hizo.
-Oye, Laura. Me estás poniendo un poco nervio…
No le dejé terminar la frase. Me abalancé sobre él tras cerrar la puerta y comencé a besarle. En un principio me rehusó como pudo, sin llegar a apartarme, pero pronto se dejó llevar.
-Laurita, Alejandro me va a colgar, nena… – dijo haciendo un descanso para levantarme la falda del vestido y colar la mano a ras de mis ropa interior al tiempo que me arrastraba apresuradamente hacia la cama.
Suspiré mientras me dejaba caer sobre mi colchón lanzando lejos los zapatos.
-¿Quieres que le pidamos permiso? Mi hermano tiene que aceptar que su hermana pequeña ya no es pequeña, ¿no te parece?
-Estás muy pedo, tía. Si fueses cualquier otra… pero…
Me tapé la cara con las manos sin poder creérmelo, ¿iba a rechazarme? ¡Iván! ¡El tío cuya única aspiración en la vida era “probar chochetes” iba a dejarme tirada en cama por mi hermano! ¿Es que mi desafortunado criterio para fijarme en alguien iba a perseguirme siempre?
Reuní todo el coraje que fui capaz y sin dejar ver nada bajo el vestido me deshice de la pieza inferior de mi ropa interior para arrojarla a los pies de un Iván que me miraba debatiéndose entre lo que quería y lo que debía hacer.
-Aún con un par de cervezas encima, yo soy intocable para quien a mí me dé la gana. No para quien lo diga mi hermano.
Definitivamente, por mi boca hablaba el alcohol. Y si los oídos no me la jugaban, acababa de pedirle al tío más cerdo que era capaz de mentar que me follase.
Sí, por desgracia no me fallaban. Iván se deshizo rápidamente de la parte de arriba de su indumentaria y tras descalzarse se abalanzó sobre mí acaparándome por completo. Apagué la luz de la habitación en un desesperado intento de esconderle a mi vista a quién pertenecía aquella boca que me ahogaba, o aquellas manos que apenas me dedicaron un par de caricias para elevar mi vestido sobre mi cintura y buscar mi sexo al tiempo que inducían a las mías a ocuparse del suyo.
Intenté relajarme esperando que la incómoda sensación que me producían sus dedos buscando con insistencia la entrada de aquel lugar en el que nadie me había tan siquiera rozado con anterioridad desapareciese poco a poco dejando paso a ese placer del que todo el mundo hablaba. Pero el momento parecía no llegar y el hecho de tener que frotar su pene erecto entre mis manos casi por obligación no me ayudaba en absoluto.
De hecho me maldije a mí misma cuando tras forcejear un poco, consiguió introducirme un dedo y comenzó a moverlo salvajemente de dentro hacia afuera. No lo soportaba más, el dolor era cada vez más agudo y mientras mi escasa libido caía en picado, él parecía experimentar todo lo contrario.
Unos fuertes golpes en la puerta hicieron que “mi gran amante” cesase en su empeño por taladrarme – literalmente -.
-¡Iván, nos vamos! – gritó uno de los amigos de mi hermano.
Respiré aliviada por partida doble. Creí que ya no había marcha atrás en mi precipitada decisión y que había sido Alejandro el que había golpeado la puerta.
-¡Voy dentro de un rato! – contestó Iván haciendo que desease un coma temporal en aquel instante.
-No, Iván. Me refiero a que nos vamos todos…
-¡Iván! ¡Animal de bellota! ¡Sal de ahí ahora mismo! – ése sí era Alejandro. Su voz hizo que Iván se incorporase de inmediato tratando de vestirse lo más aprisa posible.
Escuchamos cómo los chicos le insistían a mi hermano para que no entrase mientras yo trataba de recolocarme el vestido sobre cama e Iván terminaba de ajustarse la bragueta. En ese mismo instante la puerta se abrió de golpe y el corazón me dio un vuelco al ver la cara de Alejandro.
-¡Lárgate ahora mismo! – gritó sin contemplaciones.
-Tío, tu hermana tiene una edad, ¿sabes? No vas a decirle siempre…
Alejandro se pellizcó el puente de la nariz cerrando los ojos.
-Iván, si sigues hablando como poco te parto la cara… ¡Lárgate joder! ¡¿Qué parte no entiendes?!
Iván se armó de valor y rebasó la posición de mi hermano marcando las distancias. Alejandro me miró como si le hubiera decepcionado y me dejó sola en mi habitación. Escuché que pedía a todos que se fueran. Incluso a Nerea y a Noa, que le insistieron levemente en entrar a mi habitación. Pero no las dejó.
Me senté en cama, todo me daba vueltas y las náuseas se mezclaban con el enfado, la ira y la impotencia que me provocaba pensar en lo ocurrido. Alejandro podía ser protector conmigo hasta cierto punto, y me gustaba que lo fuera. Pero aunque me sentí aliviada cuando hizo que Iván saliese de allí a toda prisa, me frustraba que él mismo echase por tierra mi intento de olvidarme de él durante unos instantes. Después de todo, yo sólo intentaba hacer lo correcto.
Trastabillé hasta el baño intentando no hacer ruido y me arrodillé frente a la taza justo a tiempo. Aparté la cabeza del retrete tras vomitar y tiré de la cadena, observando el chorro de agua y sintiendo unas repentinas ganas de meter mi cabeza en aquel remolino de agua fresca sin reparar en que era mi propio baño.
-Laura, ¿estás bien?
En ese momento dejé caer mi cabeza hacia delante, deseando que llegase a inclinarse lo suficiente como para ahogarme. Alejandro estaba allí. Y él fue el culpable de que mi nariz ni siquiera rozase el hueco del retrete. Me incorporó y me sentó en el la taza mientras abría el grifo del agua caliente de la bañera.
-Dúchate anda – me dijo con cierta resignación.
Obedecí y regresé a mi habitación sin cruzármelo. La ducha me había sentado bien, sobre todo teniendo en cuenta que mi cuerpo había sido lo suficientemente inteligente como para organizar un “autolavado” de estómago. Y aunque mi cabeza todavía no contaba con la agilidad con la que solía contar, mi percepción comenzaba a adquirir cierta cordura. Recogí mis braguitas del suelo de mi habitación tras ponerme el camisón y me topé de bruces con mi hermano al darme la vuelta.
-Dame. Iba a echarlas en el cesto de la ropa sucia.
No supe qué decir, de modo que hice lo que me pedía y me metí en cama sintiéndome una mezcla entre patética y desesperada, deseando que las sábanas que me cubría me hicieran invisible al resto del mundo. Mi hermano apareció poco después ataviado con la ropa que usaba para dormir.
-¿Hay un sitio para mí? – preguntó acariciándome el pelo cariñosamente.
Le hice un sitio en cama, aliviada de que aún mantuviese su promesa después de lo ocurrido y me aovillé dejando que él me abrazase pegando su pecho a mi espalda. La tranquilidad me invadió al verme de aquella forma con él, olvidándome momentáneamente de los sentimientos que me aplastaban desde que habían aparecido por primera vez y reconfortada de que así fuese.
-Lo siento – susurré.
Pude notar cómo suspiraba. Su cara estaba incluso más cerca de lo que me imaginaba.
-Así que Iván, ¿eh? – Dijo tratando de parecer desenfadado – no me lo trago, ¿en qué pensabas, Laurita?
-No lo sé. Supongo que en lo que se piensa en esas situaciones… – contesté tras descartar por completo la opción de contarle en qué coño estaba pensando e intentando zanjar el tema sin dar más vueltas.
-Pues te creía más cuerda, la verdad. Iván está a años luz de merecer besarte los pies – dijo suavemente dándome un beso en la coronilla y volviendo a acomodarse.
¡Me quería morir! ¿Cuerda yo? ¡Lo que me faltaba! Entonces alucinaría si supiese que desde hacía unos meses me había monopolizado por completo. Bueno, definitivamente no iba a decírselo, pero de repente sentí la necesidad de pararle los pies, ardiendo en el la frustración que sentí al pensar que era inútil dejar que me dijese aquellas cosas.
-Bueno, eso lo decidiré yo… Tú no me preguntas qué opino de tus “amigas”.
Le escuché reírse.
-Porque no necesito que me lo digas. Creo que no dejan lugar a dudas sobre lo que hay que opinar de ellas y tú eres demasiado inteligente como para que se te pase por alto algo tan obvio.
Torcí el gesto de mi cara en la oscuridad otorgándole la razón a Nerea. Mi hermano era un cerdo como hombre y eso me frustraba aún más por ser su única excepción.
-Pues entonces no sé ni para qué te molestas con ellas… – rezongué en voz baja con un inconfundible tono de irritación.
Lo notó. Tuvo que notar mi enfado y quizás mis celos, porque se arrimó a mí todavía más y me estrechó entre sus brazos al tiempo que buscaba mi oído con sus labios apoyando su cabeza suavemente sobre la mía.
-Porque tengo que seguir buscando…
Mi corazón iba a mil por hora, Alejandro me estaba susurrando al oído y mi piel se estaba erizando al tenerle tan sumamente cercano. Tragué saliva intentando disimular mi reacción y busqué algo coherente que decir mientras él enterraba su nariz en mi pelo. No lo encontré, sólo podía dejarme llevar por la forma en la que mi hermano hacía que mi nuca cosquillease cada vez que su aliento la rozaba.
-Necesito a alguien a quien querer como a ti. De verdad – los ojos se me quedaron como platos en el mismo momento en que me susurró eso. Sí, probablemente no se refería a lo que yo quería creer ni él pensaba que yo fuese siquiera a pensar en algo así. Contuve la respiración y continué escuchando sus palabras –. Pero no encuentro a nadie que me interese, que me haga reír o que me motive lo más mínimo como para compartir horas de conversación. ¿A ti no te pasa nunca?
Suspiré y por primera vez sentí pena por aquellas que pasaban por la cama de mi hermano. En especial por Olga.
-Supongo que a todos nos pasa, pero eso no te da derecho a tirártelas y ya está, ¿sabes? Deberías ser consecuente y pasar de ellas hasta que apareciese eso que buscas – mi voz sonó inesperadamente parecida a la de mi madre cuando nos llamaba la atención por algo que no le había gustado.
Alejandro se rió y me soltó para ponerse boca arriba a mi lado. Me extrañé pero no hice nada al respecto.
-¡No tienes ni idea de nada!
<<¡Mira quién va a hablar!>> pensé. ¡Ahora encima me trataba como a una cría! Eso me fulminó.
-¡Sí que la tengo! – protesté encendiendo la luz de la mesilla de noche y dándome la vuelta en cama para mirarle. Su perfecta cara casi me hace echarme atrás pero continué con mi réplica – ¡¿No creerás que porque me llames “Laurita” voy a ser una niña toda mi vida?! Y de todos modos es de dominio público que por norma general, el apetito sexual de los hombres es desmedido en comparación con el de las mujeres. No soy tan inocente como crees. Y sí, yo también tengo mis necesidades…
Y mi cuerpo daba fe de ellas cuando él se hallaba tan próximo. Me miró con ternura, se acercó de nuevo y me abrazó arrastrándome ligeramente entre sus brazos cuando se inclinó sobre mí para apagar la luz.
-Ojalá no fueses mi hermana – susurró antes de besarme cerca de la sien.
¡¿Qué?! El corazón se me detuvo de repente para comenzar a latir a un ritmo vertiginoso.
-¿Por qué? – pregunté por acto reflejo sin sopesar si de verdad quería escuchar la respuesta a aquella pregunta.
-Lo sabes perfectamente – me contestó con naturalidad acomodando la cabeza sobre la almohada.
No, no lo sabía. Mejor dicho, no quería saberlo. ¿Qué demonios me estaba dando a entender? ¡Joder! Deseé con todas mis fuerzas estar equivocada o de lo contrario, mi hermano me lo estaba poniendo en bandeja. Me quedé petrificada entre sus brazos, sin saber qué hacer ni qué esperar de él. Pero Alejandro se limitó a mantener su postura como si nada. ¿De verdad iba a dormir tranquilamente después de decirme algo así, o es que acaso yo ya había llegado al desquiciante punto de entender en las inofensivas palabras de un hermano lo que sólo tenía lugar en mi cabeza?
-¿Quieres que me vaya? – preguntó relajado.
-No – le respondí echa un manojo de nervios como buenamente pude.
-Si quieres que me vaya lo entenderé, en serio. Me parecería normal que te incomodase…
¡¿Que me incomodase el qué?! ¡Dilo Alejandro, joder! ¡Termina la frase porque mi cabeza está comenzando a jugármela! Pero no dijo nada más y su frase inconclusa sólo sirvió para empeorar más las cosas. La posibilidad de que algo pasase entre nosotros empezaba a ahogarme más que nunca. Hasta ese momento no había nada que temer porque se suponía que mi hermano nunca cometería el mismo error que yo. Pero era eso lo que me estaba diciendo, ¿no? ¡Mierda! No tenía ni idea de hasta qué punto él me estaba diciendo lo que yo me imaginaba.
-¿Que me molestase el qué? – dije con la débil voz que me salió a causa del nerviosismo. Para ser sincera, creo que me sentía como alguien se tiene que sentir en el momento exacto antes de sufrir una parada cardiorrespiratoria.
Pude escuchar cómo se reía levemente y me lo imaginé sonriendo en la oscuridad. ¡Joder! ¿Cómo podía tener ese aplomo? Si es que me estaba diciendo lo que yo creía, ya que tampoco descartaba la opción de que todo fuera fruto de mi imaginación.
-¿En serio hace falta que lo diga? Acabas de soltarme un discurso acerca de lo que has crecido y de tus amplios conocimientos sobre las necesidades de hombres y mujeres – guardé silencio por obligación. Mi cuerpo enmudeció sin aviso previo – bueno, yo soy un hombre y tú una mujer, ¿verdad? ¿Necesitas más ayuda? – negué con la cabeza sin tener ni puñetera idea de cómo íbamos a proceder a partir de ese momento que tanto había deseado en soledad y que ahora quería suprimir a toda costa.
– No quiero que me veas como a un peligro potencial – continuó diciéndome – ni nada de eso. Sé que somos hermanos y tengo claro el lugar que ocupo aunque no pueda evitar quererte más que a nada en el mundo.
¿Quererme más que a nada en el mundo? ¿Lo había dicho él? Me sentí como si estuviese cayendo en un abismo y el golpe fuera a ser brutal. Estaba más confundida en ese momento de lo que lo había estado desde que tenía memoria de mi existencia y esa misma memoria me llevaba inevitablemente a reconocer que era lo más bonito que nadie me había dicho jamás. Mi hermano me quería, sonreí como una boba en la oscuridad, fútilmente ilusionada por sus palabras intentando separarlas de la parte en la que dijo que sabía el lugar que ocupaba.
-¿Laura? – Levanté la cabeza esperando a que continuase hablando – necesito que me digas en serio si esto te molesta o no. Me preocupa de verdad que a partir de ahora me rechaces… Me gusta ser cariñoso contigo y aunque lo entendería, me dolería tener que guardar las distancias contigo o que vieses en mis muestras de afecto algo que…
No lo soporté, en el fondo supe que terminaría pasando desde que comencé a intuir lo que quería decirme así que decidí que no iba a alargarlo más. Busqué sus labios y los callé con los míos. No se movió. Es más, me apartó a la vez que se separaba de mí.
-Creo que no me entiendes – dijo apurado -. Estaba intentando decirte que tengo claro que nunca pasará nada entre nosotros por muy cariñoso que pueda ser contigo. No tienes por qué hacer esto, Laura.
Sí, él era mucho más cuerdo que yo. Pero era mi ansiado objeto de deseo y le tenía allí, a un parentesco de ser mío y afirmando que precisamente por eso nunca haría aquello con lo que yo soñaba.
-Alejandro, yo también te quiero más que a nada en el mundo – solté sin tapujos arrimándome a su lado y rodeándole con mis brazos. Le noté apabullado, ni siquiera me ponía una mano encima.
-Abrázame, por favor – le pedí.
Lo hizo, pero con mucho más recato. Me tomé la libertad de colar mi mano debajo de su camiseta y la dejé allí, apoyada sobre su abdomen al comprobar que comenzaba a incomodarse. ¡Dios mío! ¿Por qué me decía todo eso y luego me dejaba claro que nunca vamos a tener nada? ¡La situación era mucho peor que antes!
-Bésame – le pedí en un susurro, desesperada por provocar algo. Me dio un tierno beso en la parte alta de la frente – bésame de verdad, Alejandro – insistí elevando mis labios hacia él.
-No puedo, Laura. Si lo hago nada volverá a ser como ahora.
-¿Y qué? – Le repliqué – yo tampoco quiero que lo sea. Es horrible no poder tenerte, ¿a ti no te pasa? ¿De verdad vas a conformarte toda la vida con tratarme como a una hermana pequeña después de que te haya dicho que te quiero como mucho más que a un hermano?
-No me hagas esto, por favor. He pasado noches enteras dándole vueltas. Es lo que tenemos que hacer, tú y yo somos hermanos.
-¿Para qué me lo dices entonces? ¿Qué pretendes? Alejandro, por favor… te quiero de verdad…
Estaba casi suplicándole y aunque era consciente de que era una desesperada en toda regla, no me importaba. Llevé mi mano a su cuello y torcí su cara hacia la mía. Temblé al ver que cedía sin esfuerzo, ¿significaba eso que no se resistiría más? Me aventuré a comprobarlo por pura necesidad y de nuevo dejé que mis labios se posasen sobre los suyos. Seguía sin moverse, pero tampoco me apartaba esta vez, así que insistí hasta el punto de sentirme una idiota que estaba besando a una pared.
Bueno, la situación me superó. Estaba claro que me rechazaba de nuevo, así que reprimiendo las lágrimas como pude me retiré sin decir nada. Y justo en ese momento, mi hermano sujetó mi cuello con una de sus manos y me besó como nunca me había besado nadie en toda mi vida -no es que hubiese besado a un montón de chicos, pero es que en comparación con aquello, dudo que hubiese “besado de verdad” hasta aquel momento -. Sus labios arrastraban a los míos en un sugerente movimiento mientras su lengua buscaba la mía con juguetona delicadeza y yo me dejaba llevar, disfrutando de haber sobrepasado aquella mierda de prohibición que llevaba implícita lo de ser hermanos. No había derecho, no había ningún derecho en el mundo a prohibirnos aquello que estábamos haciendo, fuéramos lo que fuéramos.
Sujeté su cara entre mis manos para que no osase poner fin a aquel beso, no sin ir más allá. Si Alejandro besaba de aquella manera, estaba literalmente ardiendo por ver qué más podía enseñarme.
Debo reconocer que la congoja se apoderó de mí cuando me acordé de la pobre Olga. Bueno, yo era virgen y a mi hermano al parecer, le iba el sexo duro y todo eso de decir cosas subidas de tono… no estaba muy segura de que fuera a gustarme demasiado esa parte pero decidí que a pesar de mi inexperiencia, lo iba a dar todo para que a él le gustase. Y aun a pesar de esa firme decisión, temblé cuando la mano de Alejandro se posó en mi muslo. La respiración se me aceleró hasta el punto de entrecortarse sin que pudiese hacer nada por evitarlo, esperaba que de un momento a otro desviase la mano hacia el interior de mis piernas y buscase lo mismo que había buscado el bruto de su amigo hacía poco más de hora y media.

Pero no lo hizo, su mano subió, sí, pero siguió hasta mi espalda rozando apenas mi glúteo y admito sin reparo que me decepcionó. En el fondo quería aquello que temía. Quería que fuese él mismo porque quería que disfrutase, aunque para ello tuviese que decirme algunas de esas cosas o algo un poco más salvaje… tampoco sé exactamente qué demonios hacía con las tías, pero Olga profería sonidos que hacían pensar que como poco estaba rodando una película porno, y a mí… Hablando claro; ¡a mí ni siquiera me tocaba el culo! Así que en un intento de ser una mujer hecha y derecha, tomé la iniciativa. Le gané terreno sin dejar de besarnos y me coloqué sobre él a horcajadas. Ahora tenía que separar nuestros labios para sacarme el camisón y ahí llegaba un punto clave, quizás se lo pensase mejor mientras yo me desnudaba. Pero tenía que hacerlo, así que lo hice. Intenté dejar de besarle y para mi grata sorpresa comprobé que sus labios seguían a los míos sin querer perderles. Sí, la piel se me erizó cuando mi hermano me sujetó la mejilla con la palma de su mano al separar nuestros labios. En aquel momento me sentí deseada, pero no por mi hermano, sino por el hombre que era y aquello me excitó muchísimo.

Me deshice del camisón en un segundo, quedándome sólo con las braguitas y siguiendo con ello un orden mucho más lógico a la hora de desnudarme que el que había decidido seguir con Iván. Definitivamente, Alejandro no podía compararse con nadie.
No llevaba sujetador – nunca me lo pongo para dormir – así que en silencio me hice con una de sus manos y la posé sobre mis pechos. Pude escuchar cómo exhalaba nervioso, pero no movió su mano ni un milímetro del lugar donde yo la había dejado. Me incliné sobre él de nuevo para besarle, intentando hacerlo cómo él lo había hecho conmigo. Pero lo único que hice fue juntar nuestros labios de nuevo y dejar que él me condujese. Nos besamos apasionadamente, como si necesitásemos nuestros respectivos alientos más que cualquier otra cosa y un agradable cosquilleo se hizo dueño de mí cuando la mano de Alejandro comenzó a entretenerse con uno de mis pechos mientras que la otra me mantenía cerca de él.
Se estaba soltando, me empezaba a recorrer la espalda con una mano, desde el omóplato hasta el muslo, mientras la otra se aventuraba a jugar suavemente con mis pechos. Y la erección que ahora podía sentir firmemente bajo mi entrepierna estaba comenzando a provocarme un deseo difícil de controlar. Pero aquello aún distaba mucho de lo que me había imaginado al escuchar tras la puerta aquel día, ¿estaba conteniéndose? No quería eso, quería que me lo hiciese como a él le gustaba hacerlo.
Volví a incorporarme mucho más segura que antes y sujeté el bajo de su camiseta para quitársela sin la más mínima resistencia por su parte. Era extraño, Iván me había masturbado y mi cuerpo no había reaccionado y sin embargo ahora, tener a Alejandro entre mis piernas era suficiente para hacer que quisiera hacerle de todo. Me sentía la mujer más poderosa del mundo – al menos hasta que él comenzase a hacer algo -.
¡Dios mío! ¡Tenía la ligera impresión de que estrenarse de aquella manera sería ciertamente doloroso y aun así anhelaba el momento de tenerle dentro! Sí, el amor era contradicción en potencia, la gente no mentía en eso. Lo aparté de inmediato de mi cabeza en cuanto comencé a besar aquel torso desnudo bajando lentamente dispuesta a descubrir algo completamente nuevo para mí. Necesitaba concentrarme en aquello así que decidí que me preocuparía luego por el dolor, mordería la almohada si era necesario pero ahora no era el momento de pensar en eso.
Pero no fue el miedo al dolor lo que me hizo dar unos cuantos rodeos con los labios sobre el vientre de mi hermano, sino el miedo a no hacerlo bien o a no tener ni idea de lo que iba a hacer, para ser franca. Me centré de nuevo. Era Alejandro, mi hermano, el que hacía apenas unos días se había tirado salvajemente a una tía que no había visto antes y yo estaba allí, besándole cerca de su ombligo mientras deliberaba mentalmente acerca del siguiente paso, ¿en qué lugar me dejaba aquello? En el que merecía, sin duda. Aquel en el que no quería estar. Yo quería mostrarme como toda una mujer ante mi hermano. Sujeté la goma de su pantalón y la de su ropa interior y tiré de todo hacia abajo – aunque desnudarle era el menor de mis problemas, ahora venía lo difícil -. Recopilé mentalmente toda la información que tenía acerca del sexo oral e intenté combinarla lo mejor que pude con los gustos de mi hermano. Empecé suavemente por su glande, ya que me pareció más lógico comenzar con un poco de mesura aunque terminase adquiriendo un ritmo frenético que empezar directamente a intentar tragarme aquello. Supuse que lo estaba haciendo, por lo menos, pasable. Pues mi hermano exhaló una profunda bocanada de aire al tiempo que se llevaba las dos manos a la cara. ¡No tenía ni idea de que yo podía hacer eso! Me pareció fascinante y muy, pero que muy provocativo. De hecho, verle así me dio cierta seguridad. Sujeté la base de su miembro y comencé a introducirlo cada vez más en mi boca mientras Alejandro me dejaba percibir cada vez más muestras de lo que estaba sintiendo. Me encantó verle disfrutar, hacía que sintiese la necesidad de provocarle cada vez más y más placer. Y eso es exactamente lo que intenté, lo hice cada vez más y más rápido hasta que sentí sus manos rodeando mi cara. Me estremecí al pensar que en ese momento me iba a empezar a decir algo como lo que le escuché decirle a Olga, o quizás me empujase a lo bestia sobre su pelvis como había visto hacer en una película porno que Nerea y yo habíamos visto una vez a las tantas de la madrugada por simple curiosidad.
Nada más lejos de la realidad. Sus manos frenaron mi ritmo y me apartaron con suavidad mientras se incorporaba para sentarse en cama.
-Laurita, cariño – me dijo con una suave voz. A veces me llamaba cariño cuando me hablaba condescendientemente, pero no de aquella forma. Sentí un amago de escalofrío al escucharle – ¿has hecho esto alguna vez?
¡Vaya! ¡Estaba muy orgullosa de mí misma hasta ese momento!
-No – reconocí un poco avergonzada. Si lo había notado, en el fondo no lo había hecho tan bien. Mi confesión le arrancó una tierna risita y su “risita” me hundió en la miseria – ¡pero quiero hacerlo contigo! ¡Quiero que me lo hagas como te dé la gana! ¡Quiero que seas el primero y no quiero que te contengas por eso! – le dije del tirón para que no se lo pensase mejor. Quizás se echase atrás sólo porque yo no lo hubiese hecho antes – házmelo como se lo haces a todas esas amigas que tienes – le pedí acercándome a él y aferrándome a su cuello mientras me sentaba sobre sus caderas, rozando de nuevo la desesperación.
Alejandro se rió ligeramente antes de abrazarme y besarme de nuevo.
-¿Pero qué tonterías dices? – Me susurró entre beso y beso – ¿cómo voy a tratarte así? No seas boba. Ven aquí.
Me hubiera gustado insistirle en que era lo que en realidad quería pero acompañó sus susurros con una manera de abrazarme que me dejaron completamente a su merced. Anclándome con sus brazos me tumbó boca arriba en cama y se quedó sobre mí desnudo. Quería sacar las manos de su espalda para deshacerme de las braguitas que todavía llevaba pero tampoco hubiera sido capaz, entre su cuerpo y él mío no cabía ni una sola molécula de aire mientras me besaba y me acariciaba como sólo él sabía.
Cuando su boca se deslizó hacia mi cuello me sentí un poco desamparada, pero la sensación apenas duró una décima de segundo, lo mismo que tardó él en cubrir mi busto con sensuales besos, dejando que sus labios resbalasen sobre mí haciéndome sentir un agradable cosquilleo allí por donde pasaban. Sus manos envolvieron mis caderas con decisión mientras su boca jugaba con uno de mis pezones haciéndome acelerar el ritmo de mi respiración hasta que necesité abrir mis labios para coger aire cuando siguió bajando besándome todo el vientre y pasando sobre mi ropa interior para entretenerse con el interior de uno de mis muslos durante un par de segundos interminables para mí, que contenía la respiración ante la incertidumbre de lo que él iba a hacer a continuación.
Dejé escapar el aire de mis pulmones de una sola vez cuando sus manos sujetaron la única prenda que yo llevaba y la arrastraban hacia abajo. Le facilité la operación todo lo que pude elevando los pies en el momento oportuno y agarré fuerte la sábana cuando Alejandro se inclinó sobre mí de nuevo y sus dedos rozaron los labios de mi sexo. Comenzó a acariciarlo con suma delicadeza mientras apoyaba su frente a la altura de mi ombligo y me besaba el bajo vientre con ternura. Sus labios volvieron a deslizarse con cariño hasta que alcanzaron su objetivo, haciéndome gemir sin darme apenas cuenta de ello cuando la cálida humedad de su lengua buscó con habilidad mi clítoris. Sobra decir que nunca me habían hecho nada así pero algo me decía que tampoco me lo hubieran hecho de aquella manera. Sus movimientos suaves, sus caricias, el infinito cuidado que ponía en hacerme aquello… todo, absolutamente todo me hacía perder la cabeza. De hecho tuve la sensación de estar soñando, Alejandro era inalcanzable hacía apenas media hora.
Le estaba bastando con su lengua y sus labios para hacer que me retorciese de placer pero no le pareció suficiente, lo deduje cuando uno de sus dedos comenzó a recorrer el perímetro de la entrada al interior de mi cuerpo y me el pecho se me contrajo al recordar el dolor que eso mismo me había producido aquella misma noche. Pero con él no fue así, su dedo entró sin problemas y con sutileza, describiendo una trayectoria que me llevaba al mismísimo cielo mientras su lengua seguía explorando cada rincón de mi entrepierna. Si tuviese que decir en qué momento dejé de gemir para empezar a jadear, estaría en un aprieto. Estaba tan concentrada en lo que mi hermano me estaba haciendo sentir que me encontré ahogando mi voz mientras mi espalda se arqueaba y las piernas se me cerraban involuntariamente cuando experimenté mi primer orgasmo en compañía de alguien.
Cuando por fin me relajé mi hermano se incorporó, le esperé tumbada creyendo que volvería a mí, pero la luz se encendió de repente deslumbrándome de una forma molesta. Estaba de rodillas en cama, mirándome completamente desnudo y con una gran sonrisa en su cara. Me recorrió una oleada de vergüenza al verle mirándome así, todavía estaba exhausta y seguro que la imagen que daba en aquel momento no era la más sexy del mundo.
-¡Alejandro por Dios! ¡Apaga la luz! – le pedí un poco cortada buscando la llave de la lámpara.
-¿Por qué? – preguntó tumbándose sobre mí con cuidado de no apoyar todo su peso en mi cuerpo. Me besó el cuello con cariño y sujetó mi mano cuando conseguí hacerme con la llave de la luz – ¡para! Quiero verte.
Resoplé mostrando mi desacuerdo con la idea pero él se rió. Sus brazos me envolvieron de nuevo y sus labios volvieron a besarme el cuello, recorriéndolo lentamente y cruzando mi cara hasta que cayeron por fin sobre los míos, llevándolos de nuevo al compás del deseo. No sé durante cuánto tiempo nos besamos pero la varonil dureza de aquello que mi hermano no tenía más remedio que apoyar sobre mi pelvis en vista de la postura que manteníamos me llamó enseguida a buscar algo más – si mi primer orgasmo había sido arrollador, francamente, me moría por tener el segundo -.
Deslicé una mano entre nuestros torsos en busca de aquel miembro que alimentaba mi deseo y lo envolví en con ella para acariciarlo de arriba abajo recorriendo toda su extensión. Alejandro dejó caer su cabeza al lado de la mía mientras seguía besándome cada vez que los débiles sonidos que se abrían paso desde su garganta se lo permitían. Escucharle gemir sobre mi cuello y al lado de mi oído fue increíble, me hacía disfrutar con él sólo por el hecho oírle y sentir su aliento sobre mí.
-La muñeca, Laura. Mueve la muñeca… – me pidió entre susurros.
Le obedecí sin mediar palabra y el efecto fue inmediato. Intensificó sus gemidos y buscaba mis labios de vez en cuando para agasajarlos con uno de esos besos que me dejaban sin respiración. La idea de dejar la luz encendida me pareció inmejorable de repente, ver el placer reflejado en su cara me excitaba muchísimo más que cualquier otra cosa.
Creí que mi hermano estaba a las puertas de tener un orgasmo y aunque me gustaba la idea, necesitaba que todavía no ocurriese. Dejé de mover la mano con la que estaba haciendo que se desmoronase y abrí un poco más mis piernas en una clara señal de lo que quería. Lo entendió, se elevó tan sólo a unos milímetros de mí y apoyó su frente sobre la mía mientras me ayudaba con una de sus manos a colocar el bulboso extremo de su sexo justo sobre la cavidad del mío. Cuando sentí aquel primer contacto le miré directamente y descubrí unos ojos llenos de ternura que me analizaban minuciosamente, sentí unas irrefrenables ganas de besarle y tuve que hacerlo mientras nuestros brazos se arrebolaron imparables haciendo que su torso descansase sobre el mío mientras sentía cada milímetro de Alejandro abriéndose camino hacia mis adentros. Lo hacía muy lentamente, retrocediendo cada poco para volver a efectuar un nuevo impulso, cada cual más fácil que el anterior, más cercano a la meta y más reconfortante al comprobar que aquello estaba lejos de ser la terrible experiencia que yo esperaba. Pero él parecía inseguro, incluso hasta el punto de hacerme temer por momentos que no fuese capaz de hacerlo. Paró cuando nuestras pelvis encajaron a la perfección y volvió a mirarme de aquella forma.
-¿Duele? – me preguntó con una débil voz a escasos milímetros de mi cara.
¿Era eso? ¿Le preocupaba que me doliese? Me reí inesperadamente con mis manos alrededor de su cuello y él me acarició la cara mirándome con cierta curiosidad. En un arrebato de locura deseé que Nerea pudiese ver aquello, ¡al bruto de Alejandro! ¡A Alejandro el sádico! Pero enseguida decidí que aquello se quedaría para siempre entre nosotros.
-¿Qué? ¿Te hago daño? – me insistió ante mi falta de respuesta.
-No, no me duele en absoluto – le susurré antes de besarle.
Sus caderas empezaron a moverse entre mis piernas, haciendo que fuese y viniese entre ellas en un suave vaivén que estaba superando con creces mis expectativas.
-Pero me avisarás si te duele, ¿verdad? – me dijo sin parar de moverse.
Asentí con una irreprimible sonrisa al verle tan preocupado. ¡Lo adoraba! En el fondo creía que si algo pasaba entre nosotros no podría volver a mirarle a la cara y ahora, incluso antes de que terminase de pasar, sabía que difícilmente me podría sentir así con alguien más. Me cautivaba con aquellos ojos, me hacía tiritar con sus manos, sus besos me envolvían en sutileza y esa forma de entrar y salir de mí me obligaba a no querer que nadie más me hiciera aquello.
-Te quiero – esas dos palabras fueron la gota que colmó el vaso de mi placer. Lo dijo de una manera tan dulce y sincera que me estremecí.
No era la primera vez que me lo decía, me lo decía incluso delante de nuestros padres, pero sabía que no se refería a quererme de aquella manera que manifestaba de cara a otros. Me sentí pletórica al escuchárselo de aquel modo.
-Y yo a ti – dije con total convencimiento.
Me sonrió antes de fundirse conmigo en un beso de una inocente gracilidad que fue dejando paso a la avidez de la misma manera que nuestros cuerpos cabalgaban juntos hacia la meta del deseo. Supe que era una privilegiada por sentir aquello mi primera vez – no era ajena a los rumores de que solía ser un completo desastre – y la mía estaba siendo inmejorable. No podía dejar de mirarle, tenía la necesidad de observarle mientras aceleraba el ritmo con el que su cuerpo agraciaba al mío mientras nos deshacíamos en gemidos o intentábamos ahogarlos a base de besos, cualquier cosa valía.
Me aferré a su espalda y le rodeé con mis piernas mientras mi lengua reclamaba la suya cuando estuve al borde del segundo orgasmo de la noche, pero entonces él se detuvo.
-Tengo que parar… necesito parar un rato… – susurró compungido.
¿Por qué? Hacía más de un año que tomaba la píldora, él lo sabía. El ginecólogo terminó recomendándomela tras esperar hasta la saciedad a que mi menstruación se regulase por sí sola.
-No, no pares… – le pedí con cierta pena cuando se dispuso a hacer lo que había anunciado.
-Laurita, no puedo… si sigo voy a llegar, cariño…
-¡Por eso! ¡Yo también, Alejandro! – le apremié con necesidad.
Retomó el vertiginoso ritmo que teníamos, volviendo a hacer que rozase el éxtasis poco después. Estábamos casi gritando, nos abrazábamos con fuerza, haciendo que nuestros cuerpos encajasen cada vez más y provocando con ello un frenesí que nos hacía retorcernos en la inminente necesidad de saciar el deseo que nos poseía.
-Laurita, mi vida, ahora sí que tengo que salir…
-¡No, no, no! Alejandro, no… Sigue, termina… – le exigí volviendo a rodearle con mis piernas para que no lograse aquello que se proponía.
-Laura, voy a…
-Hazlo, hazlo dentro, termina conmigo. No salgas…
-¿Contigo? – Asentí como pude en medio del aturdimiento que me generaban sus impasibles embestidas – ¿dentro de ti? – Volví a asentir de nuevo con total convencimiento mientras mi cara expresaba el placer que él me hacía sentir – ¿estás segura?
Su voz sonó con desconfianza, como si no se creyese lo que le estaba pidiendo.
-Sí. Claro que estoy segura.
Justo después de decir aquello me abrazó con fuerza, dejando que el aire saliese de sus pulmones conformando un sugerente y desesperado jadeo que me erizó cada centímetro de piel. Me aferré a él y le seguí hasta que desembocamos juntos en un poético clímax al que nadie más podía haberme llevado. Fue todavía más increíble que mi primer orgasmo. Un escalofrío sin precedentes recorrió mi espalda justo antes de que me colapsase de gozo. No sé si grité o si le abracé, sólo recuerdo una gratificante satisfacción difícil de describir y los gritos que Alejandro trataba de ahogar cerca de mi cuello haciendo que perdiese el norte por completo al ser consciente de que él estaba sintiendo lo mismo. Le di mis labios cuando los suyos me los reclamaron, al mismo tiempo que sujetaba mis caderas para clavarse cada vez más dentro de mí mientras nuestro palpitante final comenzaba ya a expirar.
Nos relajamos por fin, suspirando ante la necesidad de hacer llegar el aire a unos pulmones que acababan de trabajar a pleno rendimiento. Mantuve mis piernas flexionadas mientras mi hermano se recostaba sobre mí para agasajar el óvalo de mi cara con sus labios sin abandonar la cálida humedad de mi interior, que todavía le acogía. Me encantaban esos besos, ¿volvería a regalármelos o todo aquello iba a quedarse en un hermoso desliz? Supuse que no era el momento de sacar el tema y continué recibiendo sus atenciones, que nada tenían que ver con el Alejandro que fardaba de rompecorazones delante de sus amigos.
-Te quedan bien los coloretes, ¿sabes? – me dijo frotando su nariz con la mía.
Me reí de su observación reparando en que él estaba directamente colorado, desde la frente hasta el mentón.
-Bueno, a ti te queda bien cualquier color… – le contesté.
Me besó en los labios con cariño y se incorporó despacio hasta que volvimos a ser dos cuerpos en lugar de uno. Suspiré al pensar que me gustaría saber cómo íbamos a comportarnos a partir de ahora.
Se acostó a mi lado y se acomodó boca arriba haciéndome un gesto con su brazo para que me acomodase bajo él. Lo hice, apoyé la cara sobre su pecho y posé una mano sobre aquel torso al que me había invitado. Me arropó y me acarició el pelo antes de envolverme con su brazo. No dijimos nada, me besó un par de veces en la parte alta de la frente pero nos dormimos en completo silencio.
A la mañana siguiente el sonido del teléfono de casa se coló en mi cabeza antes de terminar despertándome del todo. Me revolví en cama cuando Alejandro se levantó para atenderlo y para cuando desperté le escuché disculparse por no tener su móvil a mano en aquel momento. ¿Alguna amiga? Torcí los labios al pensar que probablemente era eso. El techo se me vino encima cuando le oí dar explicaciones de que no podía ir a ningún lugar antes del veinte de septiembre – era la fecha de su último examen -. ¡Mierda! ¿A quién le estaba dando tantas explicaciones? Elevé la cabeza un poco, lo justo para escucharle decir que a partir de ahí estaría disponible. El estómago se me revolvió y dejé caer la cabeza sobre la almohada, aunque eso no impidió que escuchase cómo exclamaba con ilusión que esperaba la llamada de quien quiera que fuese.
No lloré. Por puro orgullo decidí que no lloraría, ¿no quería el derecho a que él me hiciera lo mismo que a todas las demás? Bueno, ¡ahí lo tenía! Me negaba a creer que fuera tan rastrero conmigo después de protegerme de todo desde que éramos unos críos. Pero si lo era no le daría la satisfacción de montarle un numerito como todas las demás.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que sólo cuando las sábanas se apartaron me di cuenta que se volvía a meter en cama. Le miré esperando que dijese algo que me diese una pista sobre cómo proceder.
-Buenos días – me dijo con una media sonrisa – siento lo del teléfono, ¿te ha despertado?
-Sí, pero no importa.
Se acomodó de lado, mirándome desde un plano superior con la cara apoyada sobre su brazo flexionado.
-Tengo que decirte algo.
Tuve que dejar caer mis párpados para que las lágrimas no empezasen a salir en aquel momento a pesar de que me lo había propuesto hacía un minuto escaso.
-Ya, ya lo sé… Lo de ayer estuvo mal. Perdimos los papeles y te arrepientes…
Le escuché reírse levemente y abrí los ojos para comprobar que mis oídos no me engañaban. No, no lo hacían. Pude ver su blanca hilera de dientes mientras se reía despreocupadamente.
-¡Por supuesto que perdimos los papeles! – Admitió alegre – pero no me arrepiento de ello.
-¿No? – pregunté incrédula tras recibir un beso en la frente.
-No – me confirmó tumbándose en cama y me acogió bajo su brazo igual que lo había hecho la noche anterior – ¿tú te arrepientes? – preguntó con cautela.
Negué enérgicamente arrancándole una tierna sonrisa.
-Lo que quería decirte es que me han llamado de la agencia – sí, admito que respiré tranquila por fin – me han ofrecido hacer un catálogo para una firma inglesa de moda joven.
-Papá y Mamá te matarán si se enteran de que vas a aceptar un trabajo después del curso que has hecho, Alejandro.
-Lo sé, les he dicho que tengo que examinarme primero. No me han puesto ninguna pega, sería para finales de septiembre.
-Tendrás que aprobar por lo menos cuatro – le recordé ciertamente preocupada por su integridad. Mi madre se ponía histérica cada vez que a Alejandro le salía algo que hacer para la agencia. Si no le daba una buena razón para tranquilizarla, le iban a montar una buena escena (otra vez).
-Lo sé, lo sé… – contestó mientras me acariciaba la mejilla – Bueno, ¿vendrás conmigo?
Me quedé helada cuando escuché eso.
-¿A dónde?
-A Londres. Las fotos me las sacarían allí. Podemos quedarnos unos días, ¿qué me dices?
-¿Dormiremos en la misma habitación? – Pregunté tras pensármelo durante un par de minutos.
-Sí, nos vendrá bien para recortar gastos – contestó quitándole importancia.
-¿En la misma cama? – Insistí.
-¿Por qué no? Somos hermanos, ¿qué iba a pasar?
Me reí de que lo abordase con esa naturalidad, pero me acongojé ante la posibilidad de que fuera algo puramente puntual aunque no se arrepintiese de ello. Levanté mi cabeza y le miré, parecía divertirse.
-Alejandro, ¿volverá a pasar?
¡Mierda! La voz se me desafinó justo al final de la pregunta como si me abrumase una posible respuesta negativa.
-Quizás…
-¿Quizás? – repetí tratando de ahogar la histeria.
Él se inclinó sobre mi cara y me besó los labios con la misma ternura que me había hecho enloquecer la noche anterior.
-Sólo si quieres – me dijo con su cara pegada a la mía. Su respuesta me provocó una sonrisa.
-¿Y si quiero que pase mucho antes?
-Estoy en la habitación de al lado.
-¿Y Papá y Mamá?
-Se lo diremos, lo entenderán.
-¡¿Qué?! – El pánico me abofeteó de repente. Esa idea me aterraba simplemente con mentarla.
Alejandro estalló en una carcajada mientras rodeaba mi cuerpo todavía desnudo.
-¡Es broma, tonta! Papá y Mamá no estarán siempre en casa… – argumentó antes de estamparme un beso en la mejilla.
-¿Y si lo están? ¿Y si de repente les entra la vena casera y se quedan en casa en lugar de salir?
Mi hermano me miró con más cariño del que podría describir y se procuró hábilmente un lugar entre mis muslos. Me dio un beso en los labios y me susurró;
-Entonces, si quieres estar conmigo, te llevaré a algún lugar donde solo estemos tú y yo.
 

“La esposa de un amigo me pide que la ayude” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Mi vida se ve alterada cuando un buen día Patricia, la esposa de un amigo, acude a mí pidiendo mi ayuda y me cuenta que quiere divorciarse porque Miguel la ha pegado. Viendo las marcas de la paliza en su cara, me creí su versión pero al ir a recriminar a su marido su comportamiento, esté me confirmó que era cierto pero que si le había puesto la mano encima había sido por ser infiel.
No sabiendo a qué atenerme, la pongo bajo mi protección sin tener claro si esa rubia buscaba en mí a un protector o a un sustituto de su ex.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba sonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
― Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara. Esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
― Pati, ¿en qué te puedo ayudar?― pregunté extrañado al escuchar su tono preocupado.
― Necesito hablar contigo― en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza― ¿me puedes recibir?
― Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?― respondí tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre. No me pude concentrar en los temas, continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio y siendo una niña empezó a salir con Miguel. Todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol quien tuvo el valor de pedirla salir y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en la terraza para así poder fumar y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludó con un beso en la mejilla. Todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco más tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
― Manu, necesito tu ayuda― me dijo entrando directamente al trapo ― Miguel lleva unos meses bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega.
No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero. Nunca he aguantado el maltrato y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga. Eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común. Les conocía a la perfección y por eso era más duro para mí el aceptarlo.
― ¿Quieres que hable con él? ― le indiqué sin saber que realmente que decir. Esa situación me desbordaba.
― No, nada que haga me hará volver con él― me dijo echándose a llorar ― no sé dónde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco! Si voy con ellos es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta.
― ¿Me estas pidiendo venir a mi casa?― supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
― Serán solo unos días hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado.
En sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con más de un metro noventa y cien kilos de peso cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio sí se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel. Quería que fuera por mí como se enterara que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
― He comido con Patricia, y me ha contado todo― le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio sí había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera. Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto llevaba más de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective, el cual en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
«¡Qué hija de puta!», la muy perra no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él.
Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras. Al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreír como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
― Esto te ocurre por ser buena persona― mientras me acompañaba a la puerta― pero ahora el problema es tuyo. Lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca más.
Cuando me subí en el coche todavía no sabía qué carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar. Lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, donde justamente yo había colocado en la mesilla una foto de su ex. Al verla me hirvió la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente.
Se iba a enterar.
La encontré en la cocina. En plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la víctima me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
― Pobrecita― le dije cogiendo su mano― no sé cómo pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada más despertarnos, cogimos carretera y manta. Patricia esa mañana se había vestido con unos pantalones cortos y un top. Parecía una colegiala. Los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural. Sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos. Se mantenían erguidos, duros como una piedra y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa y lo sabía.
Durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada más salir se descalzó poniendo sus pies en el parabrisas con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas.
Poco después, se tiró la coca cola encima y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara más remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el frio de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto. A lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad. Ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “El averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, seca y caliente, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño mientras yo daba las órdenes oportunas al servicio.
Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini que difícilmente lograba esconder sus areolas pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, qué decir del tanga rojo que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que me imaginaba como bien rasurado sexo.
Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendola encima. Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina. Durante unos minutos estuvo dando unos largos pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela.
Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que contuvo momentáneamente el ardor que sentía pero no sirvió de nada porque al salir, esa zorra infiel me susurró que le echara crema por la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano. Sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros. Su piel era suave y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no manchara su parte de arriba, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras.
Teniendo claro que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar.
Esa fue la señal que esperaba. Sin ningún pudor masajeé su trasero sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar y abriendo sus piernas, me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas. Con mis dientes empecé a mordisquear sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias.
Siguiendo sus dictados, mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer derramándose en mi boca.
Patricia estaba satisfecha pero yo no. Me urgía introducirme dentro de ella y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada mientras colocaba sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo.
Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta máquina. Una puta de las buenas que en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas.
La ex de Miguel seguía pidiéndome más acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así pero muy a su pesar tuvo que reconocer que le encantaba y aullando de gozo, me pidió que siguiera montándola pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía.
Su sumisión me excitó en gran manera y clavando cruelmente mis dientes en su cuello, sembré con mi simiente su útero. Eso desencadenó su propia euforia y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo. Solo quedaba por complacer mi sed de venganza. Sabiendo que tenía una semana, decidí dejarlo para más tarde. Patricia por su parte tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró de decirme lo mucho que me había deseado esos años y que solo el respeto a su marido se lo había impedido. Es más en un alarde de hipocresía, se permitió el lujo de decirme que ahora que nos habíamos desenmascarado, quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de qué. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
― Menudo espectáculo le hemos dado al servicio― y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir porque no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara.
«Coño, esta celosa», pensé sin sacarlas de su error. Error de María y error de Patricia. Mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario porque quería la cercanía de la cocina permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación y convencido que no se iba a perder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo, buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada y que Patricia se confiara.
Nada más terminar la comida, le propuse salir a cazar diciendo que me apetecía pegar un par de tiros de pólvora antes que por la noche mi otra escopeta tuviera faena. Aceptó encantada. Nunca en su vida había estado en un rececho por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land―rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado.
Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo.
Al girarme, en los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre. Su expresión me hizo comprender que era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal y recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo. Aterrada, no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Ya a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenía que hacerla novia y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho.
Su reacción no se hizo esperar. Estaba asqueada por el olor y la sangre pero la cosa no quedó ahí y obligándola a abrir la boca, le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda la hizo vomitar. Solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estómago se revolvió echando por la boca todo el alimento que había ingerido.
Yo solo observaba.
Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba por lo que no me fue complicado el detener su mano e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Tras lo cual dándole un tortazo le dije:
― Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara― mentira me lo había tragado por completo― es más, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante decidí convertirte en mi perrita.
Dejó de debatirse al sentir cómo con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa. El miedo la tenía paralizada al recordar cómo había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando.
«Realmente, esta zorra está buena», medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
― Patricia, hay muchos accidentes de caza― le dije con una sonrisa en los labios― no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti.
Tomó la decisión más inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lágrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto. Saber que todavía era virgen analmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
― Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días― me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.

Relato erótico: “Diarío secreto de una Suicide Girl” (POR GOLFO)

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Antes de nada quiero explicaros que no soy una loca ni una perturbada sino la típica mujer de mi tiempo. Con dieciséis años perdí sin pena ni gloria mi virginidad en una fiesta. Sien
do una mocosa veía en ese rostro repleto de granos al amor de mi vida. Manuel, mi novio por entonces, era todo para mí. Cuando me miraba sentía que me derretía y por eso, le entregué mi cuerpo sin pensar que a los dos meses, le cazaría con la niña que me había sustituido en su corazón.
 
 
No me arrepiento de haberlo hecho. Para mí, el himen no es más que un estorbo del que hay que desembarazarse cuento antes. Lo que sí me lamento son los tumbos que dio mi existencia a partir de entonces.  Buscando un ansiado ideal, me fui entregando a cuanto hombre me prometía bajarme la luna. En mi fuero interno, necesitaba encontrar a ese príncipe azul que me hiciera subir a los cielos. Desgraciadamente, lo que siempre me ocurrió es que una vez había dejado el suelo, mi pareja de turno me soltara de la mano y sin excepción, la realidad se estrellara contra mi rostro.
Disfruté y mucho. El sexo para mí siempre fue importante pero si no va acompañado de magia se convierte en algo vulgar y aburrido. Un día como otro cualquiera, en el que me lamía las heridas de mi último amor, cansada de tanta mediocridad; decidí poner un anuncio en internet.
Tratando de definir que era los que ansiaba, fue Joaquín Sabina quien me sugirió parte del texto:
 “Ando en busca de un hombre que me haga soñar. Absténganse brutos y obsesos en busca de orgasmo. A estas alturas quiero alguien que sea capaz de satisfacerme. Necesito que me den un revolcón al corazón. Firmado…..Sola y necesitada”

Mi llamada de auxilio tuvo un éxito relativo, porque aunque recibí multitud de emails, lo cierto es que la gran mayoría provenían de cerdos que solo deseaban echar un polvo. Usando el sentido común fui borrando de mi correo a todos aquellos que no supieron encontrar la esencia de lo que pedía y cuando ya creía que había sido inútil y que ninguno había sabido leer y entender lo que decía, abrí uno que me enganchó: 

“La verdadera esencia de un hombre es la inteligencia y saber captar los deseos de la mujer que tiene a su lado. Con muchos años sobre mis espaldas, soy lo que necesitas. Conmigo encontrarás lo que ningún hombre puede darte. Si me he equivocado y no eres una mujer deseosa de experimentar el placer que otorga la complicidad de una historia escrita, tira este mail a la basura. En cambio si eres una mujer que sabe interpretar la belleza que se esconde en las palabras, con más razón borra ahora mismo mi contestación. No te aconsejo establecer este juego conmigo, soy adictivo.
Si aun así quiere correr el riesgo, contéstame.
Un abrazo.” 
Debí de hacer caso de su aviso porque “Adictivo” no era precisamente la cualidad que buscaba. Desgraciadamente, esa forma sutil de expresarse siempre fue irresistible para mí. Todo mi ser sabía que ese sujeto sería  mi perdición pero sin embargo no pude resistirme y busqué las palabras idóneas que trasmitieran mis ganas de catar y saborear sus palabras. No obstante también no demostrar demasiado interés, no fuera a ser que lo confundiera  con ansiedad.
 Y respondí: 
“La verdadera afinidad no viene de la edad. Aunque tengo solo veintiséis años y ni siquiera había despertado cuando tú ya recorrías los caminos oscuros de la vida, sé que soy la idónea para ti y que tú eres lo que necesito. Deseando ser la coprotagonista de tu destino,  estaría encantada en seguir recibiendo tus mensajes llenos de erotismo y  amor.”
Todavía no sé qué fue lo que me llevó a contestarle. Quizás su tono lleno de seguridad, puede que la masculinidad que transpiraban sus frases o con mayor seguridad el seguro peligro que conllevaba. Lo cierto es que no tardé en recibir un mail plagado de imágenes sensuales, en el que me decía que llevaba mucho tiempo esperándome.
Si de por sí, mi experiencia con los hombre me había dejado un poco mosca, el establecer una relación por internet me dio miedo no fuera a ser que al cabo del tiempo ese desconocido, resultara  un niñato jugando a ser un hombre. No hacía mucho que una amiga me había contado que, tras más de dos meses carteándose con un tipo, al final resultó que el macizo con el que hablaba no había terminado secundaria.
Tardé un buen rato en elegir las palabras, no quería que sonara duro, pero después de mandar mi respuesta, la releí y me di cuenta que no lo había conseguido, y que mi email, era bastante rudo porque le exigía una prueba de que era quién decía ser.  Supuse que ni siquiera se iba a dignar a contestar por lo que esa tarde, no abrí mi correo y en vez de ello me fui a topar unas copas con unas amigas.
Ya en un bar, le confesé a mis acompañantes que había puesto un anuncio en internet y que me había puesto en contacto con uno de los tipos que lo contestaron. Una de ellas,  María, se pasó toda la noche tomándome el pelo, llamándome loca por buscar pareja de ese modo:
-¿Tú sabes el tipo de maniático con el que te puedes encontrar?,  nadie normal responde a eso, ¡Debe de ser un puñetero friki!.
 
Fue tal su insistencia, que me convencí que tenía razón y deseché la idea de continuar en búsqueda de mi ideal por esa vía, jurándome que aunque contestara, no pensaba hacerle caso.
-Linda– insistió – Aunque te haya ido mal en el pasado, eres una mujer guapa, con un buen culo, que puede conseguir  un hombre cuando quiera. ¡Déjate de tonterías!.
Cabreada conmigo misma, volví a casa. Sobre la mesa del comedor seguía encendido el portátil.
-¡Que desastre soy!- pensé al acercarme a apagarlo, pero fue entonces cuando vi que tenía correo nuevo.
Aunque soy una mujer que difícilmente se altera, algo en mi interior provocó que me pusiera nerviosa al ver que me había contestado. Temblando y sabiendo que no debía leerlo, lo abrí. Era un mensaje corto con una foto. El texto era lo de menos, la foto era lo que me interesaba.
Mi supuesto candidato se había fotografiado de cuerpo entero en la popa de un velero antiguo. Me quedé tiesa al comprobar que era un cuarentón de buen ver. El bañador que llevaba era de esos largos que tan de moda habían estado la temporada pasada. Con entradas sin llegar a ser calvo, su cara transmitía confianza. Quizás fue eso, su serenidad, o mi enfermiza afición a los hombres  de mar, lo que me excitó. ¡Ya me veía surcando las olas en sus brazos!

No respondas, qué te conoces-, susurró mi conciencia, esa pequeña arpía que tan a menudo me molestaba

 

Siempre he sido una inconsciente, y con mi edad no iba a dejar de serlo. Por eso, rebuscando entre mis fotos, elegí una muy sensual, donde estaba  totalmente desnuda pero  sin mostrar nada que me pudiera avergonzar,  y sin medir las consecuencias se la mandé.
Al meterme en la cama, ya me había arrepentido.
“Estoy loca”, pensé al temer que había mandado esa imagen a un desalmado que la hiciera circular por la red.
Intentando olvidar ese error, busqué en el sueño la expiación de mi pecado pero continuamente retornó a mi mente el recuerdo de ese hombre.  Por mucho que intenté borrarlo y dormir, no pude porque mi imaginación me traicionó trayendo secuencias en las que juntos recorríamos el mar. Poco a poco, se fue convirtiendo en una fijación y antes que me diese cuenta, estaba excitada.
La calentura que recorría mi entrepierna provocó que  involuntariamente dejara que mis manos acariciaran mis pechos mientras pensaba en ese tipo. Como si fuera una película, me vi en mitad de su camarote y a él, desnudándome lentamente. Esa imagen me hizo separar mis rodillas y soñar que era el cuarentón quien me estaba tocando.
Al sentir mis yemas separando los pliegues de mi sexo y mis propios dedos dentro de mi vulva, comprendí que estaba perdida si alguna vez llegaba a conocerlo y descubría en él, la masculinidad que manaban sus escritos.
Aunque fui consciente que nada de eso era real, os juro que sentí un latigazo en mi entrepierna al notar su caricia. La forma tan sensual con la que en mi sueño pellizcó mis aureolas, asoló mis defensas. Como era solo producto de mi imaginación, pensé en que no había ningún peligro en dejarme llevar por mi calentura y por eso no tardé en sentir su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda. 
Entre mis sábanas, la temperatura de mi cuerpo subía por momentos. La imagen de ese lobo de mar me estaba volviendo loca con sus besos y aunque os parezca imposible, los sentí tan reales que rendida a sus encantos, gemí al sentir que sus dedos se hacían fuerte en mi trasero.
Excitada como pocas veces, traté de despertarme al notar que si ese sueño se prolongaba iba a correrme:
-No quiero- grité temiendo las consecuencias si seguía soñando con él y por mucho que sabía que era irreal, tuve miedo.
La seguridad de que no estaba a mi lado  no consiguió tranquilizarme y por eso cuando en mi mente me mordió en la oreja,  me estremecí. El que sabía que era solo un amante ficticio no se quedó ahí y bajando sus labios por mi cuello, lo recorrió lentamente poniéndome cada vez más nerviosa pero también más excitada.
Mi claudicación se  aceleró al notar que su mano había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas. Fue entonces cuando puso mis manos en su cintura y me empezó a desnudar. Reconozco que me cautivó la lentitud con la que me despojó de mi vestido y me mordí los labios al ver  su masculino rostro lleno de deseo.
En mi sueño, el cuarentón  me agarró y me obligó a sentarme sobre él en una silla. Sin casi poder respirar, le miré pidiendo una tregua.
-Lo estas deseando- me soltó – Desde que viste mi foto, deseas ser mía.
-¡No es cierto!- exclamé a la defensiva.
-Te voy a follar, putita- susurró a mi oído mientras sus manos se apoderaban de mi culo.
Os juro que intenté rechazar su contacto pero mis manos, desobedeciendo a mi mente, desabrocharon su pantalón y sacando su miembro, me lo quedé mirando con deseo.
“¡Qué maravilla!”, pensé al disfrutar por anticipado del placer que ese enorme aparato me iba a dar y tragando saliva, esperé su siguiente paso. El maduro me devolvió la mirada  y cogiéndome de la cabeza,  acercó su boca a la mía mientras mientras volvía a poner su mano en mi pecho.
-Tienes unas buenas ubres- dijo con una sonrisa en los labios.
Acto seguido, su lengua  volvió a apoderarse de mi erecto pezón, provocando que una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.  Al verle que no se quedaba contento con mi pezón, comprendí cual iba a ser su siguiente paso y por eso sabiéndolo me puse aún más nerviosa.
– Vas a disfrutar la zorra que eres- me soltó.
Su insulto lejos de enojarme, exacerbó mi ánimos.
– ¡No es real!- exclamé al sentir noté su mano bajando por mi estómago mientras la otra me acariciaba los muslos.
Fue  entonces cuando sentí que sus dedos acariciaban el interior de mis muslos. Totalmente entregada, temblé de placer.  Ese cuarentón al que ni siquiera conocía, anticipando su victoria, separó los pliegues de mi sexo y acarició mi humedad. De mi garganta brotó un sordo aullido. Mi amante al escucharlo sonrió sin que sus dedos  no dejaran de torturar mi clítoris.
Intenté nuevamente despertar. Necesitaba volver a mi habitación y dejar ese camarote pero en vez de ello, separé mis muslos ofreciéndome a él por completo.
El hombre, al ver mi entrega, besó los bordes de mis pliegues  mientras volvía a recoger mi botón entre sus dedos. Un gemido aún más ardiente surgió de mi garganta cuando sin dejarme descansar, agachándose entre mis piernas lo mordió.  Completamente excitada, le pedí que me tomara moviendo mis caderas. El lobo de mar hizo caso omiso a mi súplica y acelerando el ritmo de su lengua, consiguió llevarme desbocada hacia el orgasmo.

Sintiendo mi cuerpo al borde del colapso, cerré mis manos y con el puño golpeé las sábanas. Entonces mi dulce agresor metió con suavidad dos dedos en mi coño,  provocando que todo mi ser se derritiera. Disfrutando de sus imaginarias caricias, me corrí sobre el colchón.

Cuando ya creía que todo había terminado y que la cordura volvería a mí dejándome dormir, le vi incorporarse y cogiendo su pene entre sus manos, acercarlo a la entrada de mi chocho:
-¡Eres solo un puto sueño!- grité acojonada por la intensidad de mi sensaciones.
Mi insulto espoleó su lujuria y colocando la punta de su enorme glande en la entrada de mi cueva, la fue forzando lentamente. Mas encantada de lo que me gustaría reconocer, sentí el paso de su gigantesca extensión a través de mis pliegues mientras invadía mi estrecho conducto.
¡Dios! ¡Cómo me gusta!- aullé  al notar que su pene chocaba con la pared de mi vagina.
A partir de ahí, me dejé llevar y dominada por el placer que estaba sintiendo, disfruté como una cerda de sus huevos rebotando contra mi culo al ritmo marcado por sus embestidas hasta que, de improviso, su verga explotó en mi interior. Lo creáis o no, sentí su semen como si fuera real rellenando mi conducto. Cada una de las explosiones con las que regó mi interior, me provocaron un placer indescriptible y temblando sobre el colchón grité a los cuatro vientos mi placer.
Agotada desperté para descubrirme a cuatro patas sobre la cama y con mi chocho chorreando. Era tanto el flujo que brotaba de mi interior que me parecía imposible. Todavía aturdida, llevé mis dedos hasta mi sexo y cogí un poco de ese líquido viscoso que recorría mis piernas.
-¡No puede ser!- exclamé al comprobar que no parecía flujo y que por su color, lo que salía de mi coño, ¡Era semen!
Ese descubrimiento, me dejó aterrorizada y por eso durante toda la noche fui incapaz de conciliar el sueño, no fuera a ser que se repitiera.
Recibo un nuevo mail:
Sin haber casi descansado, me levanté con la sensación de que mi mente me había jugado una mala pasada y que todo lo ocurrido había sido producto de mi perversa imaginación. Aun así no podía dejar de pensar en ello y aunque me costara aceptarlo, estaba cachonda.
Al recordar el placer que había sentido la noche anterior, mi sexo se llenó de humedad:
-Estoy loca- exclamé en voz alta combatiendo las ganas de masturbarme.
Luchando contra lo que me pedían todas las células de mi cuerpo, fui a desayunar. En mi mente, seguían presentes todas y cada una de las sensaciones que habían asolado mi anatomía la noche anterior. El placer que había experimentad había sido tal que todavía  me seguía obsesionando sus secuelas y sabía que una leve brisa, podía convertir los rescoldos de esa hoguera en un incendio de incalculables proporciones.
El agradable calor de ese café con leche matinal me terminó de calmar y olvidando ese perturbador sueño, encendí mi ordenador  y revisé mi correo. Al encender mi Outlook, comprobé que tenía uno de él. Aterrorizada y excitada por igual, tardé un buen rato en abrirlo.
Me daba miedo pero aun así algo me impelió a hacerlo. Temblando, clickeé el mensaje y lo abrí. Solo con leer el encabezado, el sudor empezó a recorrer mi asustado pecho:
“Relato de nuestra primera noche”.
Deseando y temiendo leer su contenido, me puse a leerlo.
Desde el principio, me percaté que era una recreación de mi sueño. Letra por letra, mi desconocido amigo recreaba  en su escrito mi sueño. Si en un principio me había parecido casualidad, al leer de su mano mis propios sentimientos me empezó a perturbar y cuando terminé, la perplejidad se había convertido en miedo y el miedo en terror.
“¿Cómo es posible qué sepa lo que soñé?”, pensé mientras intentaba dar un sentido a ello.
Recordando la forma tan extraña con la que entró en contacto conmigo, la palabra “Adictivo” llegó a mi mente. La certeza de lo extraño que era todo aquello me golpeó en la cara y tratando de recobrar algo de cordura, decidí no contestar a su mensaje. La sensación de ser un juguete en sus manos me obligó a mandar a la basura su email y cerrando el ordenador, salí a correr a un parque cercano.
A través del cansancio, conseguí que su recuerdo se fuera diluyendo poco a poco de forma que al final del paseo, lo había dejado apartado en un rincón de mi memoria de donde nunca debía volver.

Ese sencillo ejercicio de disciplina solapó las brasas pero no pudo apagar y por eso, nada más ducharme, cogí mi bolso y salí de mi casa. Mi hogar se había vuelto opresivo y costándome hasta respirar, llamé a Itxiar.

-¿Comes conmigo?- le pregunté.

Afortunadamente, no tenía nada que hacer y por eso, aceptó ir conmigo a un restaurante.  En cuanto la vi, me abracé a ella y llorando le expliqué lo que me había ocurrido. Mi amiga escuchó con escepticismo mi relato y solo cuando acabé de relatárselo me dijo:
-Hay una explicación lógica- su seguridad me hizo aferrarme a ella y por eso permanecía en silencio mientras me decía:- Ayer bebimos bastante y aunque no lo recuerdes, debiste de leer su mensaje antes de irte a la cama…- esa explicación tenía sentido, tuve que aceptar:…-Tu sueño solo fue una recreación de lo que habías leído.
Aun no convencida, mostré mis reticencias diciéndole:
-Pero es que esta mañana, el mensaje aparecía como no leído.
Soltando una carcajada, Itxiar me soltó:
-Debiste de marcarlo ser tu quien lo marcara como no leído pero no lo recuerdas porque estabas borracha.
Su sensata respuesta me convenció porque de no ser así, le estaba otorgando a ese supuesto amigo de unos poderes más allá de lo razonable.
-Tienes razón- respondí quitándome un peso de encima y ya totalmente tranquila disfruté con ella de una comida agradable donde la única consecuencia de la noche anterior, fue que no probé el alcohol.
Mi segunda pesadilla.
Esa noche al llegar a casa, me negué a abrir el ordenador. Aunque mi mente me decía que no me preocupara, seguía teniendo miedo de ese sujeto y de sus mensajes y por eso, antes de meterme en la cama, escribí en un papel:
“No he bebido y no he leído ningún mensaje”, tras lo cual guardé ese mensaje en el portátil y me fui a dormir.
La seguridad de tenerlo escrito me hizo conciliar el sueño y aunque en un principio dormí a pierna suelta, enseguida volví a soñar con él. Me vi en su compañía recorriendo un paraje boscoso. El sol calentando mi piel me informó que estaba desnuda. .
“Joder, estoy cachonda”, pensé en sueños.
La sensación placentera se transformó en una siniestra pesadilla, al ver que mi acompañante iba vestido con las gruesas ropas de cazador. Sin saber que se proponía, intenté tapar mi desnudez con las manos pero entonces le oí decir:
-Corre por tu vida.
Fue su tono frio lo que me obligó a salir corriendo. Completamente aterrorizada, hui a través de la maleza. Las ramas me arañaron sin piedad pero el terror a lo desconocido, me hizo seguir tratando de alejarme de él. Nunca había pasado tanto miedo, me veía muerta y descuartizada si llegaba a alcanzarme y por eso, seguí sin descanso recorriendo las cuestas de ese hasta entonces paradisiaco lugar.
Mi falta de forma provocó que a los pocos minutos me faltara el resuello y cuando estaba a punto de parar a descansar, escuché un disparo y a él gritando que venía  a por mí. Azuzada por el miedo, incrementé la velocidad con la que luchaba con alejarme. Jamás en mi vida me había visto en una situación semejante y con la respiración entrecortada, empecé a subir una cuesta.
En mi fuero interno sabía que ese desalmado a darme caza, mi única duda era cuanto tiempo podría mantenerme a salvo. Deseando despertar y volver a la comodidad de mi cama, alcancé la cresta para descubrir desde ese punto alto que no se veía rastro de civilización.
“Mierda”, exclamé reiniciando la marcha.

A mi espalda, escuchaba sus pasos porque recreándose en mi búsqueda, a voz en grito, me decía lo mucho que iba a disfrutar cuando me capturara.  Con nuevos brios corrí por mi vida. Olvidando el cansancio que se acumulaba en mis músculos, bajé por una vereda llena de olmos. Ya abajo, mi propia desesperación me hizo cometer un error del que pronto me arrepentiría. Al ver un hueco entre unas rocas, decidí esconderme a su amparo, creyendo que mi perseguidor pasaría de largo.

Con la piel erizada, al cabo de unos minutos, escuché que se acercaba. Tratando de taparme cogí unas ramas y tras ellas, me puse a rezar. Sin moverme, le vi llegar al olmedo. Me aterrorizó comprobar que cuchillo en mano, miraba el claro rastro que había dejado a mi paso.
“Estoy perdida”, me dije al ver que se agachaba y revisando unas hierbas recién pisadas, sonreía. La frialdad de esa mueca hizo que me meara encima sin moverme. Curiosamente el calor de mi orín me resultó reconfortante y suponiéndome a salvo, me quedé observando a ese cabrón.
“Esta bueno”, con disgusto confirmé al ver la fuerza que manaba de su cuerpo. “No puede ser que me ponga bruta”, me quejé al percibir que la situación me tenía alborotada.
Involuntariamente separé  los pliegues de mi sexo y cogiendo entre los dedos mi botón de placer, me empecé a masturbar. Estaba a punto de correrme cuando de pronto, ese capullo se levantó y miró hacia donde estaba escondida, diciendo:
-“Zorra, ya sé dónde estás”.
La seguridad de haber sido descubierta, me hizo reaccionar y saliendo de mi inútil escondrijo, salí nuevamente despavorida. Mi huida lejos de molestarle, le agradó porque así haría más larga mi captura.  Viéndome desaparecer tras unos matorrales, soltó una carcajada mientras gritaba:
-Corre, puta, corre.
Al escuchar su risa, me di la vuelta y descubrí que sin prisa, seguía mi pista. Temblando de terror, di un grito y me seguí moviendo a través de la espesura. Supe que paso a paso, ese cabrón me iba ganado terreno y aunque entonces me parecía inconcebible, su cercanía iba acumulando tensión en mi entrepierna.
“No piense y huye”, tuve que repetirme para acelerar mi paso.  
Sin saber que cuanto más acelerase antes me cansaría, intenté abrir un hueco de él. Mis intentos resultaron infructuosos y con el sudor recorriendo mi frente, al girarme comprendí que estaba aún más cerca.          
Desde veinte metros de distancia, oí su nueva amenaza:
-Guarra, ¡Pienso disfrutar de ti!
Desfallecida y totalmente agotada me dejé caer sobre la hierba. El malnacido prolongó mi debacle, acercándose despacio. En sus ojos descubrí la satisfacción del triunfo y nada mas llegar a mi lado, me dio violentamente la vuelta.
-Por favor, ¡No me mates!- imploré mientras ese cerdo me ataba las muñecas.
Intentando zafarme, le lancé una patada que sin dificultad evitó. Mi resistencia le satisfizo y muerto de risa, terminó de inmovilizarme los tobillos. Sabiéndome en sus manos y llorando a moco tendido, le rogué que me liberara jurándole que no diría nada a la policía.
Estaba totalmente vencida. Mi agresor me tenía en su poder y esa sensación me resultó terriblemente excitante. Fue entonces sin dignarse a responder, el cuarentón, me puso a cuatro patas y separándome las nalgas, rozó  con sus yemas mi ojete mientras se reía de mí diciendo:
-Ves cómo eres una sucia puta, mírate… estás cachonda- y antes de que pudiera contestarle, metió uno de sus dedos en mi  interior.
Su brusca caricia me hizo daño pero  temiendo su reacción, ahogué la queja y me quedé quieta esperando a ver mi suerte. Mi total entrega le azuzó a seguir  y poniéndose tras de mí, cogió su miembro y lo acercó hasta mi entrada trasera.
-¡No lo hagas!- chillé indefensa.
Haciendo caso omiso de mi ruego, me desfloró en plan salvaje. Esta vez no pude evitar que un alarido saliera de mi garganta al sentir forzado de esa forma mi esfínter y con lágrimas en los ojos, traté de relajarme. Mi agresor, entusiasmado por mi claudicación, se puse a cabalgar mi culo olvidando mis chillidos hasta que mi resistencia inicial se fue relajando y al poco de empezar a moverse, su pene campaba libremente. Sintiendo mi culo violado no paré de gritar.
-Cállate, zorra- ordenó sin dejar de tomarme.
Paulatinamente mis  gritos de dolor fueron increíblemente transformándose en  gemidos de placer al verme apabullada por el cúmulo de sensaciones. La ferocidad con la que violó mi trasero, me hizo descubrir mi lado masoca y por eso cuando lo terminé de asimilar, me vi desbordada por un siniestro gozo. Al percatarme de que me gustaba ser usada, pegando un berrido, le imploré que continuara.
Disfrutando como el hijo de perra que era, no hizo falta que se lo repitiera dos veces y cogiéndome de los hombros, incrementó aún más la profundidad de sus cuchilladas.
-¡Dios!- aullé en voz en grito por el gozo que estaba asolando mi cuerpo.
Mi imprecación fue el banderazo de salida para que decidido a someterme  azuzara mis movimientos con un azote. Al sentir el escozor en mis nalgas, como si hubiera abierto un grifo, mi sexo se llenó de flujo, dando como resultado  un arroyo de placer que empapó mis muslos.
-¿Estás disfrutando? ¡Guarra!- increpó sin dejar de machacar mi esfínter con su verga.
-¡Sí!- Tuve que reconocer anunciando de esa manera mi rendición.
Hasta ese momento, nunca había experimentado la sensación de ser poseída en  cuerpo y alma por ese tipo y eso elevó mi calentura hasta extremos impensables. Sometiéndome a sus dictados, moví mis caderas y me dejé conducir hacia el orgasmo. Tras unos segundos de agonía y retorciéndome entre sus piernas, me corrí pegando berridos mientras el cuarentón explotaba  llenando mi culo con su lefa, tras lo cual caí derrumbada sobre la hierba.
Aterrorizada por lo que había sentido, me desperté y solo cuando me vi en la seguridad de mi cama, conseguí relajarme. Durante largos minutos me quedé paralizada hasta que no pudiendo aguantar más en el colchón, me levanté.
Mis miedos se convirtieron en  franca desesperación cuando mirándome al espejo, descubrí los arañazos que me había provocado huyendo de él…
-¡Estoy perdiendo la razón!- exclamé al ver lo hilos de sangre seca sobre mi piel.
No pudiendo volver a la cama, deambulé toda la noche por mi casa sin saber qué hacer.  
 
Nuevamente leo mi email y descubro aterrorizada  su contenido.
 
Al amanecer, reuní el valor suficiente para encender mi ordenador. Los dos minutos que tardó en arrancar me parecieron una eternidad y temblando descubrí que en esa ocasión, me había mandado dos mensajes.
El título del primero decía lacónicamente:
-Tu sueño de esta noche.
Mientras que en el segundo pude leer:
-El futuro de mi zorra.
Sabiendo de ante mano que el contenido del más antiguo iba a ser una repetición de mi sueño, decidí directamente leer el último en llegar.
 
Con lágrimas en los ojos, lo leí detenidamente varias veces sin llegármelo a creer:
 
Para mi incrédula putita:
Como ya has experimentado en carne propia desde que aceptaste mi contacto, te has convertido en mi marioneta y aunque te alerté de que no me contestaras, pudo más la guarra que llevas dentro. Ahora no me puedes echar la culpa de tu desdicha, fue tu elección y por lo tanto voy a seguirte usando a mi antojo.
Jamás me verás en persona, pero todas las noches acudiré a tu lecho para disfrutar de ti sin que puedas hacer nada por negarte.  Jugaré contigo como nunca nadie lo ha hecho y pronto te darás cuenta que tu vida sin mis visitas no tendrá sentido.
Ese día dejaré de acudir a tu lado y desorientada, irás en mi busca.
Atentamente
 
Lucifer
Epilogo:
 
Han pasado ya tres meses desde que el diablo me hizo su primera visita. Cumpliendo su promesa, ese engendro me usó como le vino en gana. En su perverso modo de amar, me entregó a un grupo de violadores, me hizo probar el látigo de una dominatriz, fui sodomizada por un caballo e incluso me vi envuelta en una orgía de dolor y sangre en la que estuve a punto de morir.
Pero lo peor es que lleva una semana sin venir a verme. Las noches sin él no tienen fin… ¡Me siento terriblemente  sola!
Tal y como me informó, no resisto su ausencia y necesito volver a  verle. Me urge estar entre sus brazos y sentir sus rudas caricias.  
Sé cómo ir a su lado y por eso llevo dos días despidiéndome de mis amigos y familiares.
Ninguno ha entendido que les llegara  y les diera un abrazo como si esa fuera la única vez. No pude explicarles a nadie que esta noche, después de escribir estas letras como testamento, voy a reunirme con mi amado.
Tengo todo preparado: la copa de vino en la que he disuelto el bote entero de pastillas, sus cartas impresas que me han servido de compañía desde que desapareció y por eso, deseando estar presentable cuando llegue a su reino, me he puesto el último camisón que él me destrozó.
 
Adiós a todos. Cuando leáis esto, no lloréis por mí.
 
¡Estaré en el  infierno!
 

La señora ( Martes, noche, la intrusión) (POR RUN214)

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          Había estado todo el día acurrucada en la cama sin salir de ella. Solo había salido de su habitación para bajar a comer y fue por insistencia de su ama de llaves. Comió en compañía de su marido y su hijo. Su marido comió deprisa, en silencio, absorto en el plato de comida. Su hijo, que no paró de mirarla durante toda la comida, tampoco abrió la boca para decir nada. Solo sonreía cada vez que su mirada se cruzaba con la de su madre.
 Más de una vez estuvo tentada de contarle a su marido toda la verdad y que cada uno asumiera sus consecuencias. Pero la vergüenza del adulterio podía más que el rencor hacia el bastardo de su hijo.
 Fue la primera en levantarse de la mesa, no aguantó durante más tiempo su sonrisa de bobalicón. Pidió a su ama de llaves que preparase su dormitorio y se metió en la cama donde se pasó el resto del día hasta que su marido llegó entrada la noche.
 Estaba acurrucada entre las sábanas, de espaldas a la puerta cuando entró él. Le oyó desvestirse en la oscuridad y meterse a la cama, se acercó a ella y la abrazó. Comenzó a palparla bajo el camisón. Esa noche, su marido, había venido con ganas de follar.
-Déjame, esta noche no me apetece.
 Su marido no contestó. Le bajó las bragas y pegó su polla en su culo. Ella se giro enfadada.
-Que me dejes te he dicho. Hoy no me apetece.
 Por respuesta su marido la empujó poniéndola boca abajo y le sacó las bragas por completo de un tirón.
-¿Qué haces?… ¡Dios mío!… Garse ¿Eres tú?
-¿Sorprendida, putita?
-Dios, no… ¡Para! Que pares he dicho. Suéltame. Tu padre llegará en cualquier momento.
 Garse se echó encima de su espalda inmovilizándola.
-Te voy a follar el culo, puta.
-No lo hagas, por Dios Garse.
 Le untó saliva en su ano. Colocó la punta de la polla en la entrada y empujó pero apenas entró. Bethelyn contuvo un grito y apretó su ano todo lo que pudo.
-Relaja tu culo zorra. Si sigues así no podré meterla y me voy a enfadar.
-Jódete cabrón. Quítate de aquí y sal de mi cama. Vete de mi dormitorio.
 Garse tapó la boca y la nariz de su madre con una mano privándola de oxigeno.
-Mira madre. La situación es la siguiente. Tú me dejas follarte el culo y yo te dejo vivir.
Sin poder respirar, intentó golpearle hacia atrás, morderle, sacárselo de encima, pero todo era inútil. Estaba a punto de llorar. No podía ser. Otra vez no.
 Garse notó como su madre relajaba sus glúteos, resignada. De una nueva intentona alojó la polla en el ano de su madre. Estaba calentito y la polla se deslizaba suavemente. Abrió su mano lo justo para que pudiera respirar lo necesario.
-Acabaremos pronto. Lo único que debes hacer es estar como ahora, tranquilita. ¿Entiendes lo que te digo, zorra?
Bethelyn asintió con un gesto de cabeza y se dejó hacer. A punto del llanto soportó pacientemente que la sodomizara. Incluso abrió las piernas algo más para que la penetrara con menos fricción y menos dolor.
 Poco a poco notó como su ritmo empezaba a crecer. Se correría pronto y con un poco de suerte se iría de la habitación antes de que apareciera su marido.
 Garse disfrutaba de nuevo de su madre. Era suya de nuevo. No paró de sobarla todo el tiempo que estuvo follándole el culo. Había sido muy fácil. Quería darle a su madre por el culo y correrse dentro.
Y se corrió.
Lo hizo abundantemente. Las primeras sacudidas de semen las recibió dentro de su ano. Pero inmediatamente después Garse, el muy cabrón, sacó la polla del culo y se la metió en el coño donde quería terminar su corrida.
 Bethelyn dio un brinco al notar la polla atravesándola. Odiaba con todas sus fuerzas que le follara el coño pero más aun que se corriera dentro. El muy hijo de puta hacía ambas cosas.
 Cuando acabó se quedó sobre ella como un león sobre una gacela. Cansado, feliz, casi podía dormirse allí mismo con su madre debajo. Pero de repente, en medio de la noche, unos pasos se oyeron en el pasillo. Eduard Brucel había abandonado su despacho en la planta baja y venia hacia su dormitorio para acostarse.
Bethelyn, con los ojos abiertos como platos, hacía lo posible por no llorar. De hecho, no sabía si llorar o mearse encima. Garse, por su parte, que aún se encontraba sobre la espalda de su madre con la polla dentro de su coño, había incorporado su cuerpo y su cabeza como si fuera un perrillo de las praderas que otea el horizonte. Sus ojos estaban abiertos casi tanto como su boca en dirección a la puerta del dormitorio. No esperaba que su padre se retirara tan pronto. Se le escapo un pedo.
 La puerta se encontraba en un lateral de la habitación de tal manera que si alguien entrase por la puerta en línea recta terminaría tropezando con el lateral derecho de la cama. En cuanto su padre entrase les vería trabados como 2 perros.
 Los pasos se detuvieron junto a la puerta. La luz de la candela que portaba Eduard Brucel se filtraba por la rendija inferior. Con la respiración cortada ambos vieron girar la manilla lentamente. La puerta se abrió solo un poco, haciendo aparecer una rendija vertical iluminada.
 La luz a través de la puerta desapareció de súbito. El señor Brucel apagó la vela antes de entrar en el dormitorio. Terminó de abrir la puerta y se introdujo en la estancia en penumbra intentando no hacer ruido. La única iluminación provenía de la gran ventana en el lado inferior del cuarto con las estrellas como únicos focos de luz.
 Se desvistió en silencio en el mismo sitio que otrora lo hiciera su hijo. Dejó la ropa sobre el galán junto a la pared y se metió en la cama.
 Se acercó a su mujer e intentó abrazarla. Cuando lo hizo no pudo evitar levantar una ceja. Su mujer estaba acurrucada de espaldas a él y se hacía la dormida pero él supo que no lo estaba. Deslizó la mano por la cadera y la introdujo bajo el camisón. Levantó la otra ceja. Su mujer no llevaba bragas y eso significaba una cosa nada frecuente. Dirigió la mano hacia su coño.
 Bethelyn sintió la mano de su marido deslizarse por su coño pringoso y empapado de semen de Garse con el corazón desbocado. En el último momento, Garse se había tirado al suelo junto a su cama por el lado izquierdo. Ahora estaba tumbado boca arriba a menos de un metro totalmente desnudo. Podía verle la cara a través de la penumbra. Bethetyn estaba a punto de desmayarse y Garse apunto de orinarse encima.
-Por lo que veo, hoy tienes muchas ganas de follar. ¿Me estabas esperando?
 Bethelyn respiró aliviada. Si supiera que no eran fluidos vaginales lo que estaba tocando sino el semen de su propio hijo que acababa de correrse por todo su coño y su culo.
 Eduard se quitó los calzones e intentó montar a su mujer. Quiso colocarse sobre ella entre sus piernas, pero ella le detuvo para que no viera a Garse desnudo sobre la alfombra. Le empujó de espaldas y se puso a horcajadas sobre su marido, le cogió la polla y se la puso en la entrada de su coño.
-Mejor así.
-Joder, desde luego que sí.
Se metió la polla hasta dentro. Se coló en su coño lubricado a base de semen como un pescado deslizándose entre los dedos llenos de mermelada y comenzó a follárselo. Su marido no tardaría mucho en alcanzar el orgasmo.
 Eduard contemplaba a su mujer deslizarse a lo largo de su polla arriba y abajo. Le sacó el camisón por la cabeza y lo echó a un lado de la cama cayendo encima de Garse. Atrapó las tetas con sus manos y se las amasó.
-Me encanta que seas una señora en la casa y una puta en la cama.
Su mujer le dio una bofetada.
-¿Pero que coño haces?
-P…perdona, te di sin querer.
Garse sonrió. Miraba obnubilado como la puta de su madre follaba con su padre completamente desnuda. Bethelyn también le vigilaba de vez en cuando de reojo. Garse se estaba masturbando.
-Que buena estás, mujer. Con estas tetazas que tienes, la mayoría de los hombres de esta casa se pasarán el día pensando en follarte.
Bethelyn se mordió los labios. El jardinero y el cerdo de su hijo ya lo hacían.
-No me extrañaría descubrirte una noche con un hombre en la cama.
-¿C…Cómo?
-La tentación es muy grande. Y tú estás siempre tan sola.
-P…pues no hay nadie.
-Ya lo sé. Si lo hubiera, le reventaría los huevos. Y después te mataría.
Garse tragó saliva y dejó de masturbarse por unos instantes. Bethelyn comenzó a sudar todavía más. Giró la cabeza y miró a su hijo tumbado junto a la cama con la polla en la mano. Estaba muerta de miedo.
-A veces me das miedo.
-Es la verdad. Te mataría. No soportaría verte con otro hombre.
Se hizo el silencio.
-Aunque si te descubriera con una mujer… la cosa cambiaría.
-Vete a la mierda.
-En la casa hay alguna que otra sirvienta que…
-Cállate. No digas bobadas. ¿A ti te gusta follar con hombres?
-¿Cómo?
-Pues a mí tampoco con mujeres y menos del servicio. Lo que debes hacer es no dejarme sola tanto tiempo. Estoy harta de esperarte día y noche.
Garse nunca había imaginado a su madre con otra mujer. Aumentó su ritmo de masturbación.
-Sé que te he dejado sola durante estos últimos meses, pero tengo algo entre manos que no puedo dejar. Dame un poco más de tiempo. Voy a conseguir algo muy grande Bet.
Bethelyn no dijo nada más y siguió con el metesaca. En un momento dado sintió que su marido comenzaba a ponerse tenso. -Esto va a acabar enseguida. –Pensó.
-Mueve te más rápido, mi amor. Cabálgame mi puta.
 Le soltó otra bofetada.
-Joder ¿Pero que haces?
-P…Perdona fue sin querer otra vez. No se que ha pasado.
Cerró los ojos, apretó los labios, y se concentró en las tetas de su mujer. Bethelyn lamentó haberle arreado. El orgasmo estaba a punto de llegar y no quería retrasarlo. Después se dormiría como un lirón. Apoyó los brazos en el pecho de él y aumentó el ritmo de su cadera.
-Así, así. Cabálgame potra mía.
 Los ojos de Garse asomaban por el borde de la cama. La luz de las estrellas que entraba por la ventana iluminaba a su madre que brincaba como una posesa. Sus tetas botaban enloquecidas, su culo subía y bajaba sin cesar. Tenía el cuerpo empapado de sudor.
 Betehlyn miró a Garse de soslayo. Se estaba pajeando con frenesí con la boca abierta y los ojos a punto de salirse de las cuencas. El muy cabrón estaba disfrutando con su madre una vez más.
-¿Te falta mucho? –Preguntó su marido.-¿Qué?
-Que si te falta mucho para correrte. –Respondió Eduard –Estoy aguantando todo lo que puedo.
 Mierda puta. No se había dado cuenta de que su marido no pararía de follar hasta que ella también se hubiera corrido. Miró a Garse una vez más fulminándole con la mirada.
Se odió a si misma casi tanto como odiaba a su insidioso hijo. Tomó aire y muy a su pesar comenzó a fingir un orgasmo para disfrute de Garse.
Primero fue un leve gimoteo, después fue aumentando el volumen lanzando leves grititos de vez en cuando. Simuló el mismo orgasmo que tenía con él en privado. Eduard que disfrutaba como nunca de su mujer, se abandonó al placer y empezó a correrse abundantemente en su coño acompasando sus gemidos con los de ella. Garse, extasiado con el espectáculo, se corrió a la vez que su padre echando todo el semen en el camisón de su madre.
Cuando por fin terminó todo, Bethelyn se tumbó sobre su marido descansando unos momentos antes intentar retirarse a un costado.
-Chúpamela.
-¿Qué?
-Solo un poco.
-¿Ahora? Estoy muy cansada. Quiero dormir.
-Me apetece mucho.
-No, no quiero.
-Anda, chúpamela un poco y nos dormimos. Vamos mujer.
Miro de reojo a Garse. No le veía pero estaba segura de que estaría regodeándose. No quiso alargarlo más y gateó hacia atrás hasta que sus pies colgaron sobre la parte inferior de la cama.
Sostuvo la polla frente a la boca. Allí estaba el semen de los 2. Iba a lamer la corrida de su marido y su hijo juntos. Que desastre de noche.
 Se la metió en la boca y sintió el sabor amargo del semen de ambos. Ahogó una arcada y continuó lamiendo. Se la chupó con prisa. No quería estar mucho tiempo lamiendo pero cuando apenas llevaba un momento, dio un brinco asustada.
-¿Qué pasa?
-Nada, solo un escalofrío.
Garse había reptado hasta los pies de la cama donde se encontraba el culo en pompa de su madre e intentaba meterle mano entre las piernas. Ella movía el culo hacía los lados para evitar su toqueteo pero Garse era muy persistente. Ese imbécil iba a descubrirse él solo. Resignada, enfurecida y a punto de llorar optó por dejarse hacer.
 Los dedos de su hijo toqueteaban su culo y su coño hasta que uno de ellos consiguió introducirse por su ano. Comenzó a meterlo y sacarlo mientras ella chupaba la polla de su marido.
 Bethelyn toleró paciente la intromisión a su ano una vez más. Cuando no lo soportó por más tiempo, estiró el cuerpo hacia delante sacando el dedo del culo y dejándolo en el aire. Se recostó junto a su esposo con el alma y el ano doloridos.
-Gracias Bet, eres mejor que la mejor de las putas. Que pases buenas noches.
 Odió a su marido.
Transcurrió un tiempo hasta que Eduard quedó completamente dormido. Bethelyn vio a Garse levantarse del suelo. Mostraba su perenne sonrisa. Rodeó la cama hasta colocarse junto a su padre y allí de pie los miró a los durante un rato. Se rascó las pelotas y depositó sobre la cama el camisón de su madre, después se giró, recogió su pijama junto a la mesilla que su padre no había y abandonó la habitación en silencio.
 Bethelyn respiró aliviada por fin. Se incorporó quedando sentada en la cama, recogió su camisón y se lo puso. Volvió a tumbarse junto a su esposo. Se sentía húmeda y le pareció que olía a semen en alguna parte. Nada extraño teniendo en cuenta que esa noche se habían corrido 2 personas sobre ella. Cerró los ojos e intentó relajarse.
Esa noche tampoco durmió.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

Relato erótico: “Mi jefe me entrega una jovencita como esclava” (POR GOLFO)

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Nunca creí verme en una situación semejante. El mito de que en el siglo XXI se podía uno conseguir una esclava me había parecido siempre eso, ¡Un mito!. Siempre había pensado que era ridículo pensar que una muchacha europea por muchos motivos que tuviese se vendiera al mejor postor y comprometiera su vida  a servir a su dueño.  Pero…
¡Me equivoqué!
La historia que os voy a contar es la muestra clara de mi error.
 
Lydia entra en mi vida.
Un ascenso en mi trabajo provocó que me trasladaran a Madrid como director de área. Mi empresa para que aceptara ese puesto puso a mi disposición entre otras cosas un espléndido chalet en Majadahonda. Siendo soltero, los trescientos metros de esa casa me parecían excesivos. Al expresarle mis reticencias a Arturo, el dueño de la empresa, este me dijo:
-Chaval, todo es imagen.
Según él, las apariencias eran importantes y si quería que tanto mis subordinados como mis clientes me tomaran en serio, debía de llevar un estilo de vida acorde con mi salario.
-Nadie compraría una instalación tan cara como las nuestras a un tipo que vaya en un Renault de quince años.
La indirecta era todo menos indirecta. Mi automóvil por aquel entonces era un Megane del dos mil. Educado en la austeridad, me parecía un despilfarro el cambiar de vehículo pero asumiendo que era una orden disfrazada de comentario, esa misma tarde fui a comprarme un BMW. Al escuchar el precio estuve a punto de echarme atrás pero tras pensarlo dos veces me dije:
“Macho, ¡Date un capricho!”.
Mi nuevo sueldo me permitía unos lujos que nunca hubiese creído llegar a disfrutar y contraviniendo mis  normas, salí de ese concesionario con un descapotable azul.
Otro de los cambios que mi jefe me impuso fue sobre mi forma de vestir. Desde que salí de la carrera, me había acostumbrado a comprarme los trajes en las rebajas y por eso eran baratos. A la semana de llegar a la capital, aprovechando que iba a su sastre, Arturo me obligó a acompañarle y ya allí a hacerme varios a la medida.
-Son carísimos- me quejé al enterarme que costaban casi mil   euros.
-Necesitas al menos tres- respondió haciéndome sentir un pordiosero.
Os preguntareis porque os cuento esto. La respuesta es sencilla, sin darme cuenta, ese viejo me fue modelando a su gusto. Años después me reconoció que una de las razones por las que me había ascendido es que había visto en mí una versión suya de joven. Mi trasformación fue tan paulatina que me pasó inadvertida.
En un principio estaba centrada en mi modo de trabajar y en mi apariencia exterior pero al cabo de los tres meses, dio un salto cualitativo cuando se presentó en mi casa un sábado a tomar una cerveza. La sorpresa de encontrármelo en la puerta se incrementó hasta límites insospechados cuando  con una sonrisa en sus labios, me dijo:
-Por cierto, ayer te compré una criada. Mañana te la traen.
-¿Qué me has comprado el qué?- respondí pensando que había escuchado mal, ya que era impensable que realmente me hubiera dicho eso.
-Una criada- insistió- he pensado que no tienes tiempo para buscar ni  pareja ni a alguien que limpie esta casa y por eso te he conseguido una mujer que cumpla ambos cometidos.
Sé que debí de haberme negado de plano pero ese sujeto me tenía cogido de los huevos por el dineral que me pagaba y por eso solo me atreví a contestar:
-¿Y si no me gusta?
-¡La devuelves y te mandan otra!- descojonado respondió y aumentando mi espanto, me comentó: -Esa agencia nos asegura la virginidad de las chavalas para que las eduquemos a nuestro gusto pero si no estamos satisfechos o simplemente nos cansamos, podemos pedir que  nos las cambien cada cierto tiempo.
Tratando de acomodar mis ideas, pregunté:
-Arturo, ¿Tú tienes una?
-Claro chaval, actualmente tengo dos y te puedo asegurar que no me falta de nada.
El descaro de mi jefe reconociendo ser un cliente de una trata de blancas, me indignó pero asumiendo que tenía que mantener ese trabajo hasta que al menos pagara mis deudas, me hizo aceptar su proposición. Satisfecho se terminó la cerveza y tal y como había llegado se marchó, dejándome a mi totalmente confundido y sin saber que pensar.
Como supondréis esa noche no pude ni dormir. Continuamente llegaban a mi mente imágenes en las cuales la policía entraba en casa y me detenía por tener una esclava.  Esa pesadilla se repitió tantas veces que a la mañana siguiente apenas había descansado.
Con una puntualidad británica,  un mercedes llegó a mi casa a las diez. De él se bajaron un par de tipos con una joven. Ya antes de dejarles pasar, me apabulló descubrir la juventud de la chavala.
“¡No debe de tener más de veinte años!” pensé mientras les conducía hasta el salón y les sentaba en la mesa.
 El mejor vestido de los sujetos, nada más acomodarse en la silla, me informó que era notario y que su papel allí era dar fé que libremente tanto la muchacha como yo aceptábamos el contrato que íbamos a firmar, tras lo cual me extendió unos papeles.
Cogiendo el dossier, me puse a leer su contenido. Me quedé alucinado al comprobar que era un contrato privado por medio del cual tanto yo como la cría reconocíamos que libremente firmábamos un contrato de esclavitud, amparado bajo la forma de un reconocimiento explícito de practicar un juego de dominación-sumisión.
-¿Esto es legal?- pregunté.
-No- reconoció el notario- pero si hay problemas, con él puede demostrar que ninguno de los dos  se vio forzado.
Comprendiendo su propósito firmé y separándome de la mesa, me quedé mirando como la muchacha lo hacía. Lo creáis o no, la sonrisa que lucía mientras estampaba su firma en ese contrato, me tranquilizó aunque en mi fuero interno no tuviese claro de su esa cría venía por su propia voluntad o forzada por esos hombres.
Acabábamos de terminar con el papeleo cuando el otro hombre se levantó y me dijo:
-Le hago entrega de su esclava. A partir de que me vaya, usted será responsable de su existencia. Puede hacer uso de ella como y cuando desee pero debe velar por su seguridad.  Nuestra organización tiene una fama que mantener y por eso castigamos duramente que se rompan nuestras reglas.
-¿Cuáles son esas reglas?- pregunté.
-Léalas en el contrato pero básicamente son dos: En primer lugar, no aceptamos el uso extremo de la violencia y en segundo, cómo le estamos entregando una virgen que desea ser esclava, usted deberá ejercer como su  mentor y adiestrarla para que si llegado el caso, se cansa de ella, podamos colocarla con otro amo ya como sumisa experta.
Fue entonces cuando comprendí que había caído en una trampa. No podía aceptar a esa muchacha para liberarla y mucho menos para no hacer uso de ella:
“¡Me había comprometido en ser su amo!”
 Antes de darme tiempo a reaccionar, los dos tipos salieron de mi casa dejando en mitad del salón a la muchacha.  Una vez solos, me tomé mi tiempo para observarla. La cría, siendo casi una niña, tenía una belleza innegable. Alta y delgada, su anatomía se veía compensada con unos pechos grandes y bien puestos.
La serenidad que vi reflejada en su rostro me permitió preguntarle su nombre:
-Una esclava no tiene nombre, Amo- contestó bajando su mirada.
Su sumisa respuesta me hizo reír pero como no me apetecía inventarme un nombre, insistí:
-¿Cómo te llamabas antes?
-Lydia, amo.
“Servirá mientras le busco otro” me dije sin percatarme de que ese modo de pensar era el de un amo mientras la cría permanecía de pie sin moverse.
-¿Qué esperas? – pregunté extrañado.
-Que mi amo exija a su sumisa que le demuestre su virginidad.
Os juro que no se que me sorprendió mas. O su contestación o mi reacción al oírla porque dominado por el morbo de ser testigo de como pensaba justificarme que nunca había sido usada, le ordené:
-Hazlo, ¡ahora!
 La alegría con la que me miró al escuchar  mi orden, consiguió espantar los últimos resquicios de vergüenza por mostrar mi lado dominante.  “¡Esta cría necesita un amo!”, pensé al verla retirar los tirantes que sostenían su vestido. Dejándolo caer con infinita sensualidad, su cuerpo menudo se me fue revelando lentamente.
“¡Que buena está!” sentencié al comprobar que como había supuesto esa mujercita tenía un par de pechos dignos de un monumento.
Su belleza quedó francamente demostrada cuando sin levantar su mirada, admiré su cuerpo casi desnudo. La coqueta ropa interior que todavía llevaba, lejos de minorar su sexualidad, la incrementaba y por eso antes de que se despojara de eso también, decidí darme el gusto que me modelara con ella. La muchacha se ruborizó al oír mis deseos y dándose la vuelta, me dejó admirar la perfección de su trasero.
-¡Menudo culo!- exclamé en voz alta al contemplar las dos duras con la que estaba compuesta esa parte de su anatomía.
Lydia al escuchar mi piropo, sonrió y antes de que se lo mandase, se desabrochó el sujetador, dejándolo caer sobre la alfombra. Al verla con el dorso desnudo, se me hizo agua la boca.
“Dios, ¡Qué par de tetas!” mascullé entre dientes, obsesionado por los negros pezones que las decoraban.
Con alborozo, observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus areolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Ya con sus pezones erectos, tampoco esperó a que se lo ordenara para despojarse del diminuto tanga que llevaba. De manera que no tardé en verla completamente desnuda esperando a  ser inspeccionada.
-Acércate.
La rubia se arrodilló y gateando se acercó hasta mí. Ya a  mis pies, esperó mis órdenes.
-Eres una sumisa muy guapa.
-Gracias amo-, contestó.
-No te he dado permiso de hablar-, recriminé y ejerciendo ese poder que nunca creí en disfrutar, le dije,: -date la vuelta y muéstrame si eres digna de ser usada por detrás.
Contrariada por mostrarme primero su entrada trasera, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. No tuve que hacer uso de mi experiencia para saber que nunca nadie había hoyado ese rosado esfínter y recorriendo sus bordes,  comprobé tanto su flexibilidad mientras mi sumisa se mordía el labio para no demostrar su deseo. Satisfecho y más cachondo de lo que me gustaría reconocer, dándole un sonoro azote, le exigí que exhibiera su sexo ante mí.
Increíblemente serena y orgullosa  de haber superado la prueba con su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi escrutinio. Con genuino interés, estudié su sexo. Completamente depilado, parecía el coño de una quinceañera.
-Separa tus labios-, ordené ya sumido en mi papel y deseando que se confirmara la virginidad de la que hacía mención.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que el rudo escrutinio la estaba excitando.
-¡Estás caliente! ¿Verdad?
-Sí, amo- me reconoció con un breve gemido.
Su sumisión era tal que disfrutando de su dominio, le ordené que se masturbara.  Sin dudarlo, Lydia abrió sus piernas y comenzó a  acariciar su clítoris. Olvidándome de que era su amo, me concentré en observar si realmente era virgen.
“Coño, no ha mentido”, exclamé mentalmente al advertir entre sus pliegues una delgada tela. Sabiendo que era su himen, el saber que iba a ser yo quien la desvirgara, me empezó a calentar.
La muchacha al comprobar con sus ojos que mi pene reaccionaba, suspiró y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras aceleraba su masturbación. Poco a poco la excitación fue dominándola y dejándose llevar, comenzó a gemir de placer.
Recordando que era mi obligación el adiestrarla, esperé que estuviera a punto de correrse y entonces ordené que parase. Su expresión contrariada me gustó y acercándome a ella, la obligué a ponerse en posición de perro. Entonces y solo entonces, le exigí que continuara.
La muchacha obedeciendo, volvió a masturbarse mientras yo, actuando como un ganadero evaluando a una res, me puse a examinarla. Con tono profesional fui describiendo las distintas partes de su cuerpo:
-Para ser una puta barata, tengo que  tengo que reconocer que tienes un buen par de tetas- dije mientras acariciaba sus pechos.
Aunque sabía que mi propósito era humillarla, Lydia al sentir el contacto de mi palma en su piel, suspiró excitada. Al comprobar que eso avivaba su deseo, decidí forzar el morbo de la joven cogiendo  entre mis manos sus melones diciendo:
-Pareces una vaca. Si en vez de tetas tienes ubres, temo que cuando te preñe sean demasiado grandes- y sin cortarme, no pude resistir la tentación de darle un lametón a una de esas areolas.
La rubia, ya sin disimulo, incrementó la tortura de su sexo mientras meneaba su culo ante mis ojos. Al percatarme de la forma en que me demostraba la necesidad que sentía por ser usada, separando sus glúteos, deje al descubierto su rosado y todavía sin usar orificio trasero.
-¿Te apetece que primero te use por detrás? – pregunté muerto de risa.
-Lo que decida mi amo me parece bien- respondió con la voz entrecortada.
Como no era mi intención el hacerle daño, fui hasta el baño y cogí un bote de crema. Ya de vuelta y echando una poco entre sus nalgas, fui recorriendo las rugosidades de su ano, hasta que sin previo aviso, introduje un dedo en su interior.
-Dios- gritó por la incursión pero no hizo ningún intento de separarse.
Al contrario, completamente descompuesta, me rogó que la dejara correrse. Comprendiendo que de nada serviría prohibírselo porque estaba a punto de explotar, la autoricé a hacerlo.
-¡Me encanta!- berreó mojando sus muslos con el flujo que salía de su sexo y reptando por la alfombra, apoyó su cabeza en el suelo mientras levantaba aún más su trasero. 
La posición  que tomó me permitió observar que los muslos de la joven temblaban cada vez que introducía un dedo en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- aulló mordiéndose el labio. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La muchacha moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Qué placer!- gimió al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Tratando de colaborar conmigo, mi sumisa se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Era tanta su calentura que no tardé en comprobar como esa zorrita se corría y sin dejarla reposar, decidí hacerla mía. Por eso, embadurnando con su flujo mi pene, me puse a su espalda y mientras jugaba con mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista. 
Lydia, ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La lentitud con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.
En silencio pero con un gesto de dolor en su rostro, siguió sumergiéndolo en su interior hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse:
-¡Me duele mucho!- exclamó con lágrimas en los ojos.
Sus palabras hicieron que me apiadara de ella y venciendo las ganas que tenía de disfrutar de su culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro. Decidido a que su primera vez fuera placentera, llevé mi mano hasta su clítoris y lo acaricié para conseguir que esa cría no se enfriara mientras tanto.
Al notar mi caricia, pegando un nuevo berrido, Lydia me informó que se había relajado y girando su cabeza, me rogó que comenzara a cabalgarla. 
La  expresión de genuino deseo que descubrí en su rostro, no solo me convenció que había conseguido mi objetivo de hacerla sentir placer sino que me reveló que a partir de ese día esa putita  estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi propiedad, fui extrayendo y metiendo mi sexo de su interior.
-¿Quién eres?- pregunté cogiéndola de la melena mientras aceleraba el ritmo de mis embestidas.
-Su puta, mi amo- respondió con la voz entrecortada por el placer,
A partir de ese momento,  nuestro tranquilo trotar se fue convirtiendo en un desbocado galope. Machacando sus intestinos con mi pene, fui demoliendo sus defensas poco a poco. En un momento dado, la calentura de la cría  la hizo berrear, diciendo:
-Amo, ¡Deme un azote!

Su confesión me hizo gracia y por eso la complací descargando un doloroso mandoble sobre su trasero.
-¡Me encanta!- aulló satisfecha al ver cumplido su sueño.
-¡Serás puta!- contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di otro azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra,   me imploró más. 
No tuvo que repetirlo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. Esa ruda forma de amar la llevó al borde de la locura y con su culo completamente rojo, se corrió llorando de alegría.
Reconozco que me cautivó verla estremecerse temblando de placer mientras no dejaba de rogar que siguiera azotándola:
-¡No pare!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Con mi papel cumplido, di la tarea por  hecha y concentrándome  en mi propio placer, reanudé la tortura de su esfínter con un movimiento de caderas. La rubia que nunca había imaginado sentir tanto placer, aulló pidiendo un descanso  pero no le hice caso y seguí violando su intestino sin parar.
-Ya viene- grité al sentir que estaba a punto de correrme.
Mi orgasmo fue total. Cada uno de mis neurona se estremeció de placer mientras  mi pene vertía rellenaba con semen el estrecho conducto de la mujer. Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me dejé caer sobre el sofá. Lydia entonces hizo algo insólito en una sumisa. Subiéndose sobre mis rodillas, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida.
Mientras ella descansaba, me puse a pensar en lo sucedido. Supe que de algún modo mi jefe había descubierto mi faceta de dominante aún antes de que yo mismo tuviera conciencia de ella y como amo experimentado, me había regalado una mujer con la que desprenderme de los complejos y tabúes aprendidos desde niño.
Lo que no me imaginé fue que, al despertar, esa criatura me mirara con ternura y me dijera:
-Aunque mi padre me había asegurado que con usted iba a ser muy feliz, nunca lo creí.
-¿Quién es tu padre?- pregunté totalmente confundido.
Supo que había metido la pata pero aleccionada de que una sumisa no podía mentir a su amo, en silencio señaló una foto de la librería.
-No puede ser. ¿Don Arturo es tu padre?
-Sí, pero no le diga que se lo he dicho.
La sorpresa de que mi esclava fuera en realidad la heredera de mi jefe, me hizo comprender que de algún siniestro modo, Don Arturo me veía como su sucesor y por eso me había hecho entrega de su más valiosa posesión.  Estaba todavía pensando en cómo actuar cuando escuché los sollozos de la mujer.
-¿Por qué lloras?- pregunté.
Limpiándose las lágrimas que surcaban sus mejillas, contestó:
-Porque ahora que lo sabe, no me va a querer como sumisa.
-Te equivocas putita mía. No pienso dejar que otro tipo, disfrute con lo que es MIO- y recalcándole mis intenciones, le ordené: -¡Prepárame el baño!
Pegando un chillido de alegría, Lydia salió corriendo rumbo a la habitación, sabiendo que después de bañarme, haría nuevamente uso de ella.
 

Relato erótico: “La boda de mi mejor amigo” (POR CARLOS LOPEZ)

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Hola a todos. Lo primero es dar las gracias por los comentarios y sugerencias que me distéis después de mi primer relato. Me han animado mucho y ahí va el segundo: Espero que a las lectoras les guste un chico guapo y azorado en ropa interior. Sí, del tipo de ropa interior que gusta a las mujeres. Voy a apostar: ¿Unos boxer ajustaditos negros? Jaja, pues sí, la historia empezó conmigo desnudo de cintura para abajo, me encuentro en un salón de un hotel porque me he tenido que quitar el pantalón para coser el botón… Fuera se oye música.
No soy muy hábil cosiendo y ni siquiera lo tengo a medias.
¿Por qué estoy en esta situación? Pues es la boda de uno de mis mejores amigos y, después de la comida, rica y copiosa, los vinos buenos (sobre todo ese blanco que han puesto, fresquito y que se sube sólo), postre, cava, un licorcito… a mí se me ha descosido el botón del pantalón. Por suerte, he conseguido que me dejen un estuchito con aguja e hilo para ir a solucionarlo. Siempre hay una chica que lo lleva en el bolso, aunque sea un minibolso. Esos estuchitos que a veces se encuentran en las habitaciones de los hoteles son geniales para esto. También me han dejado pasar a este pequeño salón donde los novios dejan los regalos y pueden descansar un poco…
Sentadito en una silla, y con afán y atención estoy dedicado a mi tarea. Joder, qué poca maña tengo para esto… y hoy justo, que no llevo cinturón con estos pantalones necesito el botón. En ese pensamiento estaba cuando, de repente, suena la puerta y, torpemente trato de taparme… tengo que tener una imagen ridícula… con zapatos, calcetines, camisa y corbata, pero con mis piernas al aire en esta grotesca postura sentado en una silla, ahora encogido y avergonzado.
Entra una chica de unos 35 años. Preciosa, ya la tenía echado el ojo pero me dio la sensación de que venía acompañada de un chico, puede que su novio o su marido. No puede evitar reírse de mí y, en este momento pienso que es un bicho. Con la cara de buena chica que tenía y que me había despertado la curiosidad. De hecho, me había pasado todo el rato de la iglesia observándola unos bancos delante de mí. Una chica alta, esbelta, de pelo clarito recogido y bonita figura realzada por el precioso vestido que lleva hoy. Toda la misa mirando sus curvas, las marcas de su ropa, los rizos de su pelo… y ahora casi la odio.
A ella, que además de ser una super mujer, también es un encanto, le han pedido ir al cuarto a dejar una prenda de la novia y ha accedido. Sin esperarlo ella también se encuentra con un desconocido en esa rara actitud y ríe, un poco nerviosa, tratando de darse cuenta de lo que estoy haciendo. El vino también ha hecho sus efectos en ella. Es una prima de la novia y también me había visto ya entre los invitados, seguro que también se ha dado cuenta de cómo la observaba, pero no tiene muy claro a qué grupo pertenezco. Mi sonrisa es ridícula y ella, que no puede evitar reírse, empieza a sentirte un poco cruel con esa actitud.
No está muy claro si es ese remordimiento de reírse de mi desgracia, o porque también ha tomado un poco de vino, o bien porque me ve super torpe y lo de ser un sol le puede… pero, sin mucho control por parte del hemisferio racional de su cerebro, de sus labios salen las palabras mágicas “anda, déjame que yo te ayudo….”
“Noooooo, no hace falta”, digo yo, que lo que más deseo en este mundo es que desaparezca por la puerta por la que ha venido, o bien que se haga un agujero repentino en el suelo y me trague la tierra. En esa postura ridícula, con mis boxer negros apretaditos… con todo y con eso ella dice con una sonrisa maternal en la boca “traeeee”, mientras tira de mi pantalón, y yo me pincho con la aguja en un dedo, jeje no es nada pero me quejo mucho. “Aysssssssss”, soplo en mi dedo, lo que hace que ella, que ya va entrando en una fase claramente demonio, se ría con más libertad y diga…. “Perdona, jajajaja, perdona de verdad.”
Ggggrrrrrrrr, joder, ahora lo que pienso es que tengo delante a una de las chicas más atractivas de la boda (según la valoración conjunta de los amigos del novio jeje no sólo mía) descojonándose de mí. Qué mala suerte que me tiene que pillar en esta situación, y encima sin pantalones. Ggggrrrrr, sacando fuerzas de flaqueza (o también por el efecto del alcohol), la digo con mi mejor sonrisa inocente mientras coge el pantalón y la aguja… “ahora vas a ver te voy a poner nerviosa mientras lo coses a ver si te pinchas tú también, listilla”.
Obviamente me sigue la broma desafiante… “jajajajajaja no creo que puedas, si eres tan torpe que no sabes ni coser un botón”.
y yo digo… “¿que no?” y me pongo detrás de ella, con mi mano puesta castamente en su cintura…. bueno, castamente, jajajajaja, de casto no tiene nada porque la tela de su vestido es muy muy fina y siento el tacto y el calor de su piel…. Es curiosa la situación en la que estamos, somos dos desconocidos a los que una circunstancia de azar les ha llevado hasta aquí. Ella ya se ha fijado en mi camisa que es un poco (solo un poco) apretada y se notan mis músculos… de chico fuerte pero no de gimnasio… también en la mirada, y supongo que en cómo me queda el culo de los pantalones… mejor dicho, me quedaba, porque ahora mis pantalones están en sus manos.
Cuando nota mi mano en su cintura… siente un “chispazo”, una sensación agradable y nerviosa, no sé… el tacto piel con piel a través del vestido finito… incluso rozo la tira de su tanguita. Ufffff, me muero por saber cómo será su ropa interior, cómo el tacto de su piel, las curvas de su cuerpo…
Entonces, la música se pone de mi lado (de nuestro lado), y ponen una canción lenta, típica de las bodas para bailarla cogidos por la cintura. Me pongo a hacer un poco el tonto y a moverme con la música con las manos en su cintura mientras ella se sacude un poco “quita anda” y continúa intentando enhebrar la aguja… y yo digo “te vas a pinchar”. No conocemos nuestros nombres y, quizá por ello, la tensión sexual de la situación va en aumento. Hasta ahora lo ocurrido era algo casto, un poco de broma, pero ahora con mis manos en su vestido…. no me sobrepaso aunque algo en ella desea y se siente bien con el contacto.
Ella siente mis manos grandes y fuertes en la parte alta de los huesos de sus caderas, y el sonido de mi voz provocadora “a ver si enhebras así…”. Ella se ríe y dice “déjame anda, que al final vas a tener que salir en calzoncillos a la boda”.
Y yo sigo con el juego y con mi mejor sonrisa seductora argumento “es que esta canción hay que bailarla”. Sólo mis manos le tocan. Fuertes pero no lascivas. Ella insiste simulando algo de firmeza “deja anda!” (aunque internamente está deseando que siga) y hace un gesto con las caderas como de soltarse de mi contacto. El gesto es muy leve y su voz ya es aniñada, parece que la situación o el vino se está poniendo a mi favor. En sus manos tiene la aguja y el hilo y no lo ha soltado. Con su gesto, sin querer y mínimamente, roza mi paquete, que no está excitado pero tampoco relajado, está vertical pegadito a mi cuerpo y dentro de los boxer. Ambos disimulamos como que no ha pasado nada (es lo que se hace en estos casos ¿no?). Sin embargo la tensión aumenta.
Yo sigo diciendo con amabilidad, “anda, deja eso y vamos a bailar”, a pesar de que ambos sabemos que hay un poco de riesgo de que alguien entre en la habitación y eso le da cierto reparo, pues es una chica con pareja y arriesga más. Sin embargo, también la idea de poder ser cazados en esa actitud le hace sentirse algo excitada… ese morbillo del riesgo, de acabar la boda siendo el objeto de murmuración le produce una sensación extraña. Pero en realidad quiere bailar. Casi todas las chicas quieren bailar y más en la situación que se había creado. Pero, ¿y sí nos descubren? Mucha gente la conoce, es una prima de la novia y todos sus familiares están allí y, aunque es un baile inocente, el chico está medio desnudo. Y sí, está un poco excitada y divertida, yo sigo en su espalda y eso le provoca agitación. Puede percibir el olor de mi colonia y, este aroma es mágico.
Le digo “venga, uno sólo” y ella mira hacia atrás sin oponer resistencia y sonríe. Otro roce inocente entre nuestros cuerpos, mmmmm. Entonces, dice “vamos, pero un baile sólo” deja el pantalón en una silla y, tomando el mando de la situación para evitar riesgos, me coge de la mano hacia una puerta que no yo no sé donde lleva. Da a una habitación con una mesa y sillas, seguro que es donde luego se hará el pago del restaurante. Se pone frente a mí, y comenzamos a bailar…. de momento no muy pegados, con mis manos en sus caderas y las suyas en mi cuello estoy empezando a sentirme en el cielo. Soy un desconocido pero mis manos la electrizan, igual que a mí las suyas en mi nuca. Seguimos bailando y nuestros cuerpos cada vez se atraen más…. noto como ella me acaricia el cuello y yo siento ya su pecho rozando el mío…. uffffff es delicioso… su sujetador no lleva relleno y noto sus pezones completamente duros. Cada vez estamos más próximos. Nuestras caderas también están ya muy juntas, ella ya me siente en completa plenitud.
Casi espontáneamente, nos fundimos en un beso (y digo casi porque algo tuve que ver yo allí). Aunque se había convertido en super esperado, en inevitable, comienza tímido… suave, tranquilo… y segundo a segundo va evolucionando y se convierte en salvaje, ansioso, brutal.
Mis manos siguen en el mismo sitio, atrayéndola sin disimulo, y ella siente mi bulto, se recrea en sus movimientos sobre él. Se muere por acceder a mis calzoncillos, son los que le gustan a ella pero su marido se niega a usar. El vuelo de la camisa me tapa un poco de sus ojos, no de su piel. No sabemos ni como nos llamamos pero seguimos besándonos. Sus manos recorren mi nuca y ahora sí está desatada. El beso ya no tiene nada de inocente, es únicamente húmedo, morboso, sexual.
Y le digo con la mejor de mis sonrisas seductoras “cielo, te voy a pedir sólo una cosa y sería feliz si me la dieses”… continúo “la situación es muy injusta porque a mí me falta una prenda y a ti no”. “Dame una prenda… para tener un recuerdo tuyo cuando salgas por la puerta y desaparezcas de mi vida.” y ella, con un gesto coqueto y elegante, pero con un brillo especial en los ojos me dice “date la vuelta” y sin que yo le vea mete las manos dentro de su falda y se desprende de su precioso tanguita negro. Está mojadito por la parte de abajo, y piensa “estoy loca, a ver como justifico yo esto con mi marido cuando llegue a casa” pero de todas formas lo mete en el bolsillo de mi camisa y dice “ya” con su mejor sonrisa. “Voy a meter la mano a ver qué es”… y ella dice…. “nooooo, espera, tienes que dejar pasar un tiempo, cuando estemos en la pista de baile con todo el mundo. Nos miraremos y tú sabrás cuál es esa prenda”
En ese momento, en el punto álgido en el que estamos ensimismados con la atracción mutua que se ha desatado con el morbo de la situación, suena la puerta repentinamente… otra emoción más y me da un infarto. Ella ve unas cortinas muy espesas (en estas salas las hay) y tira de mi mano hasta meternos rápidamente detrás, tratando de contener nuestra risa nerviosa. En la sala entra la familia de los novios y el dueño del restaurante. Van a pagar el evento y nosotros escondidos en un rincón de la sala muy muy juntitos. Nos da miedo hasta respirar detrás de las gruesas cortinas y, a pesar de estar escuchando la voz de sus propios tíos (quizá precisamente por eso) su mano se dirige divertida a mi boxer. Siempre he pensado que las tías son mucho más retorcidas y, en este caso el morbo de estar escondidos y de las ganas de jugar le podían… si hasta podría jurar que había una sonrisa traviesa en sus labios mientras acariciaba mi polla que estaba a punto de estallar.
Siempre he pensado que estas ocasiones hay que aprovecharlas, y que si no lo haces te arrepientes toda la vida. Así que tardo un segundo en copiar su maldad desplazando mis manos también por todas las partes prohibidas de su cuerpo. Uffffffffff es precioso el vestido, las formas, mis manos llegan hasta sus piernas y entonces empiezan a subir mientras nos besamos con muuucho cuidado para no hacer ruido. Lo extraño es que no se oiga el latir de nuestros corazones.
Estoy en las nubes. Sus piernas son super suaves, son de seda, y su cuerpo tiembla. Yo también estoy muy excitado y lo sabe perfectamente porque lo está provocando y comprobando ella misma con sus manos en mi cuerpo. Llego a su pubis y ya puedo confirmar cuál es la prenda que está en mi bolsillo. Su sexo está caliente, hinchadito, empapado, completamente depilado. Mi mano sólo hace presión desde el exterior. No puede evitar un gemido y su respiración se hace más fuerte. Mi otra mano va a su boca, haciendo con mis labios un sonido imperceptible “ssshhhhhhhhhhhh” siento sus labios besando mis dedos. Estamos desatados, somos dos niños traviesos escondidos detrás de las cortinas y sabemos que no podemos hacer ningún ruido. Mientras mi otra mano sigue jugando con su sexo. ¿Quién me lo iba a decir a mí cuando la veía delante en la iglesia?. Ella no se queda atrás y su mano se mueve arriba y abajo sobre mi boxer. Estamos ambos excitadísimos. Introduzco mis dedos en su boca y me los moja mucho, con ansiedad, y los devuelvo a su entrepierna. Acaricio con sus labios, moviendo mis deditos hacia el entorno exterior de su sexo en un gesto distraído, como para despistarla, pero repentinamente introduzco dos deditos en ella, poco, unos centímetros, y lanza otro suspiro que creo que ha oído todo el restaurante. Pero yo sigo dentro de ella, explorando todos los lugares, con suavidad a veces, y más rápidamente otras.
Se da la vuelta y yo le ayudo a situarla contra la pared en la esquina, mis manos siguen en su cuerpo, sus pechos suaves y redondos, su piel, ummmmm, su sexo, húmedo y palpitante, su respiración, y le digo “cielo, te voy a echar un polvo que siempre recordarás”. “Síiiii” colabora subiendo un poco la faldita de su vestido y colocándose un poco pese a que sigue casi de pie inclinada contra la pared. Qué pena que esté oscuro y no la pueda ver, pero mi miembro es guiado por su mano, juega frotando un poquito con él la entrada de su coño que a mí me quema, de sus labios ummmmm. Le tapo la boca cuando su respiración se pone fuerte. Y cuando quita su mano de mi polla, ya dirigida, empiezo suavemente a meterla y sacarla dentro de ella. Uffffff qué situación…. Ahora no podemos ni hablar, no nos conocemos, pero algo nos ha unido y estamos en el paraíso. El morbo de poder ser pillados en cualquier momento, y la atracción que sentimos es brutal.
En todo caso lo hacemos con muuuucho cuidado por el miedo a que nos pillen. Tan despacio que en cada movimiento voy sintiendo como su sexo se adapta a mi polla según entra y sale. A este ritmo es incluso más placentero. Mis manos se recrean en sus tetas, que he sacado por arriba del vestido. Mis dedos mojaditos moldean sus duros pezones y deslizan en movimientos circulares sobre sus aureolas. Me muero por verlos, pero esa noche no tuve la fortuna de hacerlo. Voy susurrando barbaridades en su oído que ahora no voy a repetir. Para picar su orgullo digo “no esperaba que una chica bien esté aquí en esta situación, dejándose hacer esto por un extraño” y ella dice “nunca te fíes de una chica bien, ni de quién ha provocado la situación”. Me ha picado ella a mí, le digo “eres una chica mala, y te voy a dar tu premio por ser así”, “síiii, dámelo” y voy notando cómo cuando le hablo, subiendo el tono de mis palabras sucias, empieza a contraerse, una de mis manos pasa de sus pechos a su boca. Se la tapo e imprimo un ritmo más duro dentro del silencio… “esto es lo que quiere esta chica bien” llego a ser duro duro en mis gestos. Ella, con su vestido subido, sudando, sin hacer ruido, el corazón a mil por hora, tiene un orgasmo laaaaargo y profundo mientras mis manos se pasean por todo su cuerpo. Se contrae, se clava en mí, se frota, se convulsiona, noto sus uñas en mi espalda apretando mi cuerpo contra su espalda… es larguísimo. Larguísimo, profundo, morboso, silencioso.
Sólo unos segundos después, cuando su cuerpo se va relajando, nota los espasmos del mío… y los leves ruidos que emito y se siente contenta, culpable, excitada, enfadada, llena de amor, de sensaciones contradictorias… pero sobre todo viva.
Después de todo, aún tuvimos la suerte de que se quedó la sala libre de gente muy pronto… me dio un beso suave en los labios y me dijo “me ha encantado conocerte, pero ahora no puedo ayudarte con el pantalón, me están esperando” y arreglando informalmente su vestido salió ella también de la sala dejándome con cara de tonto.
No viene al caso cómo conseguí coser el pantalón después de este episodio. Tampoco fue el último encuentro que tuve con ella, pues al poco rato de volver a la pista de baile, la novia nos presentó como si fuésemos completamente desconocidos y, haciéndonos los despistados, conocimos nuestros nombres por primera vez. No sé si alguien notaría el brillo en nuestros ojos las veces que bailamos. Desde luego el imbécil de su marido no la hizo demasiado caso en toda la boda, lo que supone una prueba más de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Ganas me dieron de volver a nuestro escondite. En uno de los dos bailes que compartimos disimulando amistad, cuando se hizo la oscuridad le robé un beso en los labios y, cuando se le subieron los colores le dije al oído “tenemos que quedar un día para que te devuelva la prenda que llevo en el bolsillo, chica bien”. “Ven a verme cuando tú quieras, trabajo en Zara, en la tienda del centro comercial XXXXXXX”.
Esta es la primera vez que cuento lo que pasó. Ni siquiera lo saben mis amigos y me he cuidado de no poner nombres reales aquí. Después de esto, han pasado más cosas que contaré en próximos relatos.
Agradezco cualquier comentario o sugerencia diablocasional@hotmail.com.
Carlos López
 
 

Relato erótico: “Conociendo a Pamela “(POR KAISER)

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Conociendo a la Prima
Sebastián no esta muy animado con la idea, sus padres van a salir por motivos de trabajo y él va a quedarse en la casa de unos tíos por unos días. La idea no le agrada mucho, estará lejos de sus amigos y conocidos, lo único positivo es que no tendrá que ir a clases.
Sus padres lo dejan con sus tíos, él conversa con ellos y les cuenta acerca del colegio y como le ha ido, “¡Pamela va estar feliz de verte por aquí!” le dice su tía. Sebastián se acuerda de su prima, Pamela a quien no ve desde hace años.
Cuando ambos eran solo unos niños chicos siempre andaban juntos y salían a jugar y compartían todo. Hacían una pareja bien especial aunque Pamela era dos años mayor que él. Sebastián aun la recuerda, de largo cabello tomado en trenzas, ojos cafés aunque debía usar lentes bien gruesos y bastante delgada, flaca en realidad con unas piernas que más bien parecían palillos, Sebastián aun conserva una foto de ella aunque de esto ya han pasado casi 7 años, ahora él tiene 14 y ella 16 pero jamás la volvió a ver de nuevo luego que sus padres se mudaran a otro lugar.
Él se esta instalando en la habitación que va a ocupar, justo al lado de la de su prima, esta sacando su ropa del bolso cuando siente una voz familiar, “¡¿en serio que esta aquí!?” oye con claridad, después siente unos pasos en la escalera, “¡hola como estas tanto tiempo!” le dice ella que casi le brinca encima, Pamela lo abraza de forma efusiva, Sebastián esta desconcertado, “no puede ser ella” piensa él, “¡pero habla acaso no estas feliz de verme!” le dice ella, Sebastián la mira y casi no la reconoce, le cuesta creer que ella.
En su habitación ambos conversan, Sebastián se excusa por su actitud, “es que no te había reconocido, en serio” le dice y le muestra una foto que tiene de ella cuando eran niños, “¡vaya en realidad era horrible a esa edad!” comenta Pamela, “¿pero como me veo ahora?” le pregunta ella poniéndose de pie y dándose una vuelta, “vaya que ha cambiado” se dice Sebastián a si mismo.
Pamela aun conserva su largo cabello castaño tomado en una sola trenza en lugar de dos, aun usa lentes pero mucho más pequeños que los de antes. De flaca ya no tiene nada, si antes además de flaca era plana ahora la historia es totalmente distinta. Su cuerpo es más rellenito, más proporcionado y con unas curvas impresionantes. Pamela venia llegando del colegio y aun esta con su uniforme, una blusa blanca que a pesar de su holgura recorta la silueta de sus pechos y una falda bien corta que luce unas piernas increíbles y un culo bien parado, Sebastián observa a su prima casi con la boca abierta, ella se ríe al ver su cara, “vez, he crecido y me ha crecido todo” le dice con soltura mientras se pone las manos sobre sus pechos.
“Me voy a cambiar de ropa y esta tarde salimos los dos” Sebastián le asiente con la cabeza, “¡que rico que estés por aquí!” le vuelve a decir ella que de improviso le da un beso en la boca, tal como lo hacia antes, dejando a su primo totalmente desconcertado.
Mientras Pamela se cambia de ropa Sebastián trata de convencerse que esta belleza es su prima, casi no lo puede creer, mira la foto y simplemente le parece increíble, pero en todo caso esta nueva Pamela ya lo tiene loco. Sebastián sale de su habitación y se dirige hacia el living pero pasa frente a la habitación de Pamela que esta con la puerta entreabierta, la tentación puede más y trata de espiarla, se esta acercando cuando la puerta se abre de improviso, “¡aha, te pille tratando de espiarme, debería darte vergüenza!” le dice Pamela, con el susto Sebastián tropezó y cayo de espaldas, ella se ríe al verlo así, después le tiende una mano y ambos salen al centro a recordar viejos tiempos.
Ambos se pasean por el centro comercial, Pamela habla y habla, le cuenta todo. Ella lo lleva bien tomado del brazo lo que provoca la envidia de muchos y el nerviosismo de Sebastián que se percata que todos los tipos con los que se cruzan los quedan mirando. Para Pamela esto no es problema, ya esta habituada a esto, sin embargo ahora con el escotado peto con tirantes y esos pantalones cortos bien ajustados ella se ve simplemente increíble, “la suerte de algunos” le dice un tipo de forma discreta a Sebastián cuya sonrisa no le cabe en el rostro.
Se pasearon toda la tarde, él invita a su prima a comer y después al cine, ambos planeaban seguir dando la hora hasta que la mama de Pamela la llamo para ordenarles que regresaran a la casa, “¡que no se te olvide que tú aun debes ir a clases!”, sin otra opción ellos regresan.
Por la noche ambos conversan en la habitación de Pamela, ella le cuenta que ha tenido varios novios e incluso le dice, sin tapujos, que perdió la virginidad a los 13 con un chico de 20, “¡fue increíble, me dio bien duro lo hicimos con todo!” le relata ella haciendo que su primo se sonroje visiblemente y se ponga más que nervioso, “¿y tu oye, a cuantas chicas ya te has tirado?”, Sebastián casi se atraganta con una galleta en al escucharla, apenas le sale el habla y ciertamente le avergüenza decir que es virgen, “a varias” responde él a duras penas, “¿pero cuenta como fue tu primera vez?”, Sebastián no haya que decirle o que inventar, pero en ese momento aparece la mama de Pamela para decirle que se vaya a dormir, “¡o de lo contrario mañana te levantas tarde y llegas atrasada!”, Sebastián respira aliviado, “mañana seguimos” le dice ella.
Al día siguiente él se despierta temprano, por la ventana de su habitación ve a Pamela salir corriendo detrás del bus, “ya va a llegar tarde de nuevo” comenta. Baja a la cocina donde su tía le tiene listo el desayuno, “¿espero que no te moleste quedarte solo en la casa?” le dice ella que debe trabajar junto a su marido, pero Sebastián no se hace problema alguno.
Tras desayunar hace su cama y ordena su habitación, después se instala en el living a ver televisión, pero no dan nada bueno y se aburre bastante rápido, entonces se acuerda que Pamela le dijo que tenia un computador en su habitación y que podía usarlo si quería. Tímidamente él abre la puerta de la pieza de su prima, a pesar de todo él no había ingresado antes.
Las paredes tapizadas con postres de famosos cantantes y estrellas de cine, incluso en el techo. Tal como él esperaba el desorden es evidente, la cama a medio hacer, ropa tirada por todos lados al igual que los cuadernos. Sebastián despeja el escritorio y enciende el computador, recoge algunos papeles y busca un basurero. Al mirar debajo de la cama encuentra un sostén de Pamela, él se sorprende por la talla, bastante grande a pesar de la edad, de inmediato se pone caliente con el solo imaginar esos bellos pechos. Curioso comienza a revisar los cajones en busca de algo más, encuentra la ropa interior de su prima, calzones todos ellos bien sexys, sobre todo los de color rojo. Al mirar nuevamente encuentra una caja escondida en el fondo del cajón, la sacude un poco y siente que algo se mueve, al abrirla se queda espantado, consoladores de todo tipo y tamaño, él esta incrédulo, “¿Pamela lesbiana?”, le cuesta creerlo, pero la sola idea de su prima usando estos para pajearse o follarse a otras chicas lo pone más caliente que nunca. Finalmente se hace una paja ahí mismo y se corre sobre uno de los sostenes de Pamela.
Ella llega más tarde de lo habitual ese día y bastante apurada. Saluda a Sebastián con un beso y después se va a su habitación, él esta muy nervioso temiendo que ella se de cuenta de algo. Pamela se cambia de ropa y luego habla con su mama y con él, “esta tarde no vamos a poder salir, debo ir a la casa de una amiga a hacer un trabajo urgente y no volveré hasta la noche, lo siento”, él se ve algo decepcionado, “si quieres te puedo ayudar”, “gracias, pero no”. Pamela se despide de su primo con un beso y luego se va dejándolo con los crespos hechos.
Cerca de las 8 de la tarde Pamela llama a su mama y le dice que un hermano de su amiga la ira a dejar más tarde, ella pregunta por Sebastián y su mama le dice que se quedo en la casa todo el día, Pamela se lamenta por haberlo dejado solo hoy, en todo caso le vuelve a decir que cerca de las once estará de regreso. La mama de Pamela luego le dice a Sebastián.
Sebastián esta en su habitación, son casi las once de la noche y sus tíos duermen. Él ve televisión cuando el ruido de un auto lo alerta, se asoma discretamente por la ventana y ve un auto frente a la casa. Suponiendo que se trata de Pamela baja al living a abrirle, mira por una ventana y en efecto es ella, pero aun sigue dentro del auto. Él esta algo extrañado y más aun cuando este, con sus luces apagadas, se pone en marcha y da la vuelta hacia un callejón aledaño a la casa. Sebastián se pone sus zapatillas y un poleron y sale en silencio a ver que ocurre.
Como puede se trepa al cerco para tratar de ver, el auto esta ahí, pero no consigue ver mucho. Luego cambia de lugar y entonces ve lo que realmente sucede en el auto, Pamela esta besándose y siendo manoseada por aquel sujeto. Sebastián se queda impactado, con una mezcla entre excitación y envidia. Desde su escondite él sigue observando.
A Pamela le suben su polera y sus pechos se asoman, Sebastián se impresiona por el tamaño de los mismos, grandes y firmes. Aquel sujeto, que debe tener unos 20 y tantos años, se los masajea con fuerza, a tirones le sube la polera y le aparta el sostén. Aquel tipo se le encima y le chupa y lame sus pezones, Pamela lo carga contra sus pechos para que se los devore con ganas. Sebastián se percata como le soba el culo a su prima, desesperadamente busca abrirle los jeans y le mete una mano entre las piernas.
Sebastián ya no da más y saca su miembro que esta más duro que nunca y ahí, escondido en medio de la noche, se empieza a hacer una paja mientras en un auto se follan a su prima.
Pamela yace acostada sobre el, ella le ha abierto los pantalones y Sebastián la observa deleitarse con su verga. Ella la tiene entre sus manos, la frota y la acaricia para después pasarle su lengua, Sebastián ya se imagina a su miembro pasándose entre los labios de Pamela. Ella demuestra lo mucho que sabe de esto, le pasa su lengua como si se tratara de un helado, el mientras le tiene metida su mano en el culo, se lo soba y con sus dedos le aparta el calzón para jugar con su ano, a Pamela le encanta.
Sebastián se acomoda un poco para ver mejor, lo hace justo a tiempo para ver el culo de su prima, le han bajado los jeans y se aprecian unas nalgas perfectas y como le meten mano entre ellas y también para ver a Pamela recibiendo aquel miembro entre sus carnosos labios. Ella se la empieza a chupar, su cabeza se mueve hacia arriba y hacia abajo recorriendo aquel pedazo de carne, Pamela se saborea y se nota que tiene mucha experiencia en ello. Sebastián esta incrédulo y muy caliente mientras observa a su prima hacer una tremenda mamada, la chupa con ganas y se traga todo ese miembro en su boca.
A Pamela la hacen cambiar de posición, se pone en cuatro dentro del auto con su culo bien expuesto. Le lamen el culo y su coño, se ve como le pasa la lengua y el rostro de Pamela delata lo mucho que disfruta de estas ardientes caricias, le meten los dedos por ambos agujeros a la vez, Pamela se retuerce y sus pechos se mueven delatando la fuerza de semejantes caricias. Sebastián no oye nada, pero se da cuenta que Pamela gime como loca.
Algo le dice ella y pronto su pareja se pone tras ella con su miembro totalmente erecto, Sebastián no pierde detalle de cómo su ardiente prima es duramente penetrada, la tiene sujeta de las caderas y el observa aquel miembro entrar y salir del coño de Pamela, ella se mueve y sus grandes pechos se agitan, ella se los acaricia y se toca su clítoris mientras la cogen. Sebastián se pajea con todo esta más caliente que nunca y lleno de envidia, como le encantaría estar ahí dándole a su prima.
En el auto aquel sujeto se sienta a un lado, Pamela se la aprovecha de chupar nuevamente para luego sacarse los jeans y montársele encima poniéndole sus pechos en la cara. Pamela se le monta salvajemente, ella hace que le chupen sus tetas y Sebastián observa como es penetrada hasta el fondo, incluso ve como le meten un dedo incesantemente en el culo, como le gustar ahí dándole por detrás, pero por ahora se conforma solo con pajearse.
El auto se mueve delatando como follan ahí dentro, Pamela se lo monta ansiosamente, Sebastián jamás había pensado que ella pudiera ser tan fogosa como ahora se muestra. Pamela esta de espaldas en un asiento con el tipo encima dándole bien duro, ella lo abraza para hacer que la penetre con más fuerza. Sebastián de pronto observa como le dan a pamela una serie de fuertes acometidas y después el sujeto de mueve sobre ella, luego la ve cubierta en semen. Sebastián se corre de forma abundante manchando su pijama, nunca se había corrido así. Pamela chupa aquella verga hasta sacarle la ultima gota de semen que ella saborea.
Viendo que Pamela se esta arreglando Sebastián se regresa a la casa de inmediato. Casi se cae al entrar y eso lo demora un poco. Sebastián llega a su habitación y se tira en la cama haciéndose el tonto y que estaba viendo tele, al cabo de un instante aparece ella.
“¿Aun despierto?” le pregunta ella que se sienta en su cama, “si, es que estaba viendo tele, ¿terminaste tu trabajo?”, “si, fue difícil pero terminamos”, “¿te vinieron a dejar?”, Pamela sonríe, “el hermano de una amiga, fue super amable” dice ella. “Estoy cansada, me voy a dormir mañana nos vemos”. Pamela se despide de él y se va a su habitación, Sebastián se queda pensativo pero pronto comienza a matarse a pajas por causa de su prima a quien recién empieza a conocer.
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Relato erótico: “Sexo duro con mi amante virtual, una casada infiel” (POR GOLFO)

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¿La infidelidad existe aunque no haya trasvase de fluidos? Esta pregunta lleva años torturando a muchos. Para el autor, los cuernos se manifiestan desde el momento que una mujer o un marido se entrega plenamente a otra pareja aunque sea de modo virtual. ¿Tú qué piensas? ¿Estás de acuerdo o no?

Hoy me has preguntado por mail qué es lo que quiero de ti. Tras pensarlo durante unos instantes, te contesté:
– Por querer, quiero muchas cosas. una noche recorriendo tus pechos con la lengua, un amanecer acariciando tu melena mientras me sumerjo en ti, una mañana con tus piernas entrelazadas con las mías….. Que me regales tus bragas sabiendo que te has masturbado con ellas puestas, Sentir tus labios mientras engulles mi miembro. Azotar tus nalgas y oír tus gemidos al ser poseída por mí.

Mi respuesta te satisfizo e interesada, tecleaste en tu ordenador:

– Dime que te caliento.

Al leerlo, supe que querías jugar y por eso ya excitado, escribí:

– Me pones bruto. Cuando enciendo el facebook, estoy deseando encontrarte y que pidas que te diga guarradas. Releo los relatos que hemos escrito mientras juntos mientras agarro mi pene y me pajeo. Me encantaría mordisquear tus pezones y oír tu acento chileno mientras me pides que te posea. Te juro que de estar frente a ti, mordería tu cuello y con mis dientes te bajaría los tirantes de ese bikini blanco para descubrir el color de tus pezones. En mi mente, son rosados y grandes y en este momento te los estás tocando mientras me imagino que tus pechos tienen el tamaño y la separación perfecta para hundir mi cara entre ellos.
Ya lanzado, recordé que habías dejado a tu marido en tu patria y que estabas sola. Aprovechándome de eso, te solté:
– Y ahora mismo, ¿no echas de menos a alguien que te
susurre en las orejas y que mientras lees mis palabras, te pida que cierres el ordenador y le acompañes al jacuzzi?
Reconociendo mis intenciones, muerta de risa, preguntaste:
– ¿Para qué me ensarte en el jacuzzi?

– Exactamente- respondí. –De ser yo quien te llevara a esa bañera, aprovecharía que las burbujas, acariciando tu sexo, te han puesto caliente para pedirte que te montaras sobre mí. Sé que aceptarías gustosa y cuando ya tuvieras mi pene dentro de tu coño, me apoderaría de tus pechos con mis dientes.

Al leer la descripción de mis deseos, juntaste tus rodillas instintivamente por la agitación que sentías en tu entrepierna y casi temblando, escribiste:
– No seas malo, recuerda que estoy casada…

– Sabes que eso nunca me ha importado. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando nos sorprenda tu marido.

Fue entonces cuando el morbo de poder ser descubierta, te impulsó teclear:
– Juguemos a que me dices eso mientras me ensartas y me metes un dedo por el culo.
Conociéndote supe que en ese momento, te estarías pajeando al otro lado de la red y queriendo incrementar tu calentura, contesté:
– Al oír cómo gimes al sentir mi dedo en tu culo, pellizco uno de tus pezones mientras junto otro dedo dentro de tu ojete.
Imbuida en tu papel, usaste la web para implorarme:
– ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!
Leí tu ruego sentado en la silla de mi despacho y sabiendo que te tenía a mi merced, letra a letra fui pulsando las teclas de mi computadora:
– No solo apretaría tus nalgas sino que sacando de una bolsa un enorme consolador, lo usaría par empalarte por el culo mientras mi verga campea en tu sexo. Y entonces con tus dos orificios asaltados por mí, me oirías decir: -Eres una zorrita.

– Me encanta- respondiste metida en el juego y mientras seguías torturando tu clítoris en la intimidad de tu habitación, te atreviste a preguntar: – ¿Te gustaría follarme?
Sacando mi pene de su encierro, respondí:
– Me enloquecería y más aún ver tu cara de puta mientras te penetro. Si algún día llegamos a conocernos, sé que no podrás aguantar tu calentura cuando te empiece a acariciar mientras cenamos en un restaurant.
Al leer que me había olvidado de la escena en la que ya te tenía en mi poder en una cama, me pediste que volviera a cuando te tenía ensartada con el consolador diciendo:
– Yo no pararía de gemir al sentir mis dos agujeritos rellenos por ti y disfrutando como una perra, lamería de un lengüetazo tu boca recordándote que estoy casada.
Tu insistencia en recordar al sujeto con el que te ataste en una ceremonia me hizo saber que te ponía la infidelidad y por eso proseguí incrementando tu excitación escribiendo:

– Mordiéndote esa lengua que busca mis besos, te agarraría las nalgas, putita mía. Conozco tus deseos y sé que tu mayor deseo es que te ponga en mis rodillas y azote tu culo mientras te digo que eres una golfa infiel.

– Aaaahhh, sigue…en el jacuzzi
Tu gemido aunque fuera a distancia, me obligó a seguir diciendo:
– Esperaría a que me lo pidieras en voz baja mientras hundes tus uñas en mi espalda. Al sentir el arañazo y sin solicitar tu opinión, te colocaría de esa forma y lanzaría una serie de mandobles sobre tu culo mientras meto dos dedos dentro de tu coño.

– Ahhhhhhhh.

– Tus quejas azuzarían mi lado perverso y separando tus bellas nalgas, hundiría mi lengua en tu esfínter a la vez que pido que te masturbes en mi honor

– Sigue, sigue… Estás haciendo cornudo a mi esposo….
Tu evidente excitación me indujo a meter mi dedo en tu herida diciendo:

– Si cazaras sabrías que tu marido es medalla de oro por la cornamenta que exhibe cuando hundo mi lengua dentro de tu culo. Y reconocerías muy a tu pesar que mi pene es la escopeta con la que oteas su reacción por dejarte tan sola.

– Ahhhhhhh.

– El sabor agrio de tu culo lejos de molestarme, me excitaría y por eso penetraría todavía más entre los músculos circulares de tu ojete, usando mi húmedo apéndice como instrumento.

– ¡Para! O me vas a convertir en tu puta……

Esa confesión escrita me hizo gracia y por eso te contesté:
– No te voy a convertir, ya eres mi puta aunque sea por internet. Jajaja- tras lo cual seguí calentándote al escribir: -Teniéndote abierta de piernas, acariciaría tus nalgas mientras te alzo en mis brazos para acto seguido llevarte con mi dedo dentro de tu culo hasta la cama donde pienso poseerte. La sorpresa no te dejaría reaccionar cuando te cogiera de tu rubio pelo y te sodomizara brutalmente mientras protestas por mi violencia.

– ¡Cómo me pones!- descompuesta tecleaste al sentir como si fuera realidad mi miembro rompiendo tu culo.
Tu entrega aunque fuera virtual, me permitió decirte:
– Cogiendo impulso, usaría mi pene para machacar sin pausa tu trasero mientras piensas que tu marido nunca se podría imaginar que su esposa es una puta en mi teclado. Con ello en tu mente, agarraría tus pechos y comenzaría a cabalgar sobre tu culo mientras me rio de tus sollozos.

– Eres un cabrón pero sigue…

Aunque no necesitaba tu permiso, me complació leer que estabas cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, proseguí:

– Sabes que estás disfrutando poniendo cuernos a tu marido y aunque eso va en contra a la educación que recibiste en tu casa, no lo puedes evitar. Tu madre era una mujer dedicada a su esposo mientras tú aprovechas la ausencia del tuyo para dejar que un desconocido te use a su antojo. Por ello contra tu voluntad notas que tu coño te pica y llevando tus manos hasta tu clítoris te empiezas a masturbar mientras mi sexo campea libremente dentro de tu culo.
Tu respuesta no pudo ser más gráfica:
– Con tu pene mi trasero, me daría la vuelta y con mi cara sudada, te preguntaría: ¿te gusta encularme?

Muerto de risa, escribí:
– Es una sensación sin par sodomizarte mientras pienso que en Santiago tu marido se come los mocos creyendo que su mujer le es fiel. Tu orgasmo coincide con el mío y sacándola de tu culo te miro y te digo: ¡ya sabes que hacer! (¿Qué harias?)

– Abriría mi boca grande y me tragaría tu polla.

Siguiendo ese juego, respondí:
– Y yo te agarraría de las orejas y presionando tu cabeza la metería hasta el fondo de tu garganta mientras reprimes tus ganas de vomitar, sabiendo que de hacerlo te azotaría sin piedad. Al comprobar tu sumisión, como una muñeca sin voluntad, movería tu cabeza para follarte tu boca- momento en que te pregunté- ¿Qué estás pensando al sentir mi glande entrando y saliendo de tu garganta?

– Que soy tu puta, tu guarra.

– ¿Y qué dirías al saborear mi semen mientras mi pene golpea tus mofletes por dentro?

– ¡Dame más!

Tras lo cual, me sorprendiste, diciendo:

– Repentinamente dejo de mamártela y corro hacia la puerta intentando escaparme.

Comprendí que querías conocer mi reacción y poniéndome en esa situación, te respondí:

– Te persigo y tirando de tu pelo te exijo que sigas mamando mientras te amenazo con atarte durante toda una noche y llamar a tres amigos para que te follen uno detrás del otro.

– Uhmmmfff , te la volvería a mamar, jaja

– Tu rápida respuesta me confirma que deseas que lo haga realidad y por eso mientras oigo tus protestas, te llevo hasta tu cama y usando las corbatas de tu cornudo, te ato al cabecero.
Desde tu habitación leíste lo que había escrito y me pediste que volvieramos atrás diciendo:
– Quiero follar contigo por el chat. Acorrálame contra la pared y mientras me follas la boca con tu lengua, quiero que me estrujes el culo.
Mas excitado de lo que nunca me imaginé al estar chateando por internet, reescribí la escena diciendo:
– Persiguiéndote, te alcanzo en la puerta de mi piso y lanzándote contra la pared, te beso metiendo mi lengua hasta dentro de tu boca mientras estrujo tu culo. Mi violencia te excita y por eso usas tus piernas para abrazarme mientras intentas llevar mi pene hasta tu coño. Contigo en mi poder, te grito: – ¿No sabes que eres mía? Nunca podrás evitar ponerte cachonda conmigo. ¡Eres mi PUTA! ¿Lo entiendes?

– Sí…….soy tu puta.

– Y las putas ¿Que hacen?- pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo

– Son folladas por su macho.

– Y ¿quién es tu macho? ¿Tu marido o Golfo?- insistí y mientras respondías comencé a mamar de tus rosadas areolas.

– Suspiraría y acariciaría tu pelo mientras tu cara está en mis tetas.
Al sentir que estabas intentando evadir tu respuesta, indignado volví a la carga:
– Contesta puta. ¿Quién es tu macho?- insistí mordiendo uno de tus pezones de manera virtual pero no por ello menos brutal.

– Tú.

– Di mi nombre, ¿Quién es el hombre por el que estás ahora cachonda? Reconoce que me buscas en el face para sentir tu coño húmedo una y otra vez.

– Golfo….

Sabiendo que necesitaba tu completa claudicación y que de nada me valía ese mero reconocimiento, insistí:
– Confiesa que te gustaría hacer realidad todas nuestras aventuras mientras piensas en que sentirías mientras me empiezo a mover dentro de tu coño.

Comprobé tu rendición al leer:

– ¿Vas a follarme?

Y cómo queriendo saber si tus sentimientos eran compartidos, usando tu teclado, preguntaste:

– ¿Te caliento??

– Sí, y lo sabes. Me gustaría verte desnuda. Disfrutar de la tersura de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

No contenta con mi respuesta, escribiste:
– Dime con todas sus letras que te caliento y que eres mi macho.
No me costó reconocer en tí la urgencia de ser parte de mi propiedad y por ello te contesté sinceramente:
– Me calientas porque eres mi hembra y yo soy tu único macho. Sé que esta noche soñarás conmigo, con ese maduro que te dice guarradas y que hace sentirte mujer sabiendo que al otro lado tiene la verga parada esperando tus caricias.
Habiendo resuelto tus dudas, volviste a la escena idílica que estábamos narrando diciendo:
– Estás follándome contra la puerta….

Siguiendo tus deseos, describí tu entrega escribiendo:

– Mi pene está golpeando la pared de tu vagina mientras te follo con tu espalda presionando la misma puerta que quisiste cruzar al huir de la evidencia que eres mi zorrita.

Al leer escrito lo que ya sentías en la humedad de la gruta que tienes entre las piernas, nuevamente me imploraste:

– Dime que me follas a pesar de ser la mujer de otro.

– Te follo siendo la mujer de otro legalmente pero sabiendo que tu coño se mantiene caliente al pensar en mí y por eso incremento la velocidad con la que machaco tu interior con mi verga.

Habiendo obtenido tu capricho a través del monitor de tu ordenador, incrementaste la velocidad con la que te masturbas, mientras con la mano libre escribías en el chat:

– Aahhhhh. Muérdeme el cuello. Dame lametones. Hazme un chupetón.
«Mi zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a tu excitación a través de mi teclado:

– Sensualmente echas tu cabeza hacia la izquierda, insinuando lo que deseas. Obedeciendo tus deseos, abro mi boca y llevándola hasta tu cuello, la cierro sobre el mientras estrujo tu culo con mis manos. Tu chillido me excita y sacando la lengua lamo tu cara, tus ojos, tus mejillas y tu boca dejando el olor de mi saliva sobre tu rostro.

– Sigue….te deseo. Me has calentado.

– Mi lado perverso me obliga a decirte que abras la boca y al hacerlo dejo que mis babas se introduzcan dentro de ella mientras te sorprendes al notar que mi salivazo ha mojado aún más tu coño.

– Dime que soy tu hembra….

– Al notar su sabor me preguntas porque lo he hecho y mordiéndote la oreja, te digo: ¡Estoy marcando mi hembra!. Al igual que un lobo marca su territorio con su orina yo te he marcado con mi saliva. Y antes que me respondas, llevó mi boca nuevamente a tu cuello con la intención de dejarte un chupetón en la mitad para que mañana al volver al trabajo tus compañeros sepan que ya tienes un macho que te folla en España.

– Sigue…emputéceme.

– En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme: ¡Soy una loba!. Al escucharlo de tus labios, suelto una carcajada y metiendo un dedo en tu culo, te llevo ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, te dejo un instante esperando y dejo la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo, me preguntas el porqué. Muerto de risa, cojo el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pido que nos suban unos sándwiches. ¡No tengo hambre!, protestas deseando volver a empalarte con mi pene pero entonces te contestó que es una excusa para que el camarero vea lo puta que eres mientras saltas sobre mi verga.

Durante unos segundos permaneciste callada. Conociéndote sabía que en ese preciso instante debías de estar retorciéndote en la silla. Por ello sin esperar tu respuesta, te pregunté:
– Dime princesa, ¿qué pasaría por tu mente al ver entrar al empleado con la bandeja? ¿Te pondría cachonda que trajera la cuenta para que yo se la firmara mientras miraba de reojo tus tetas botando a la vez que metes y sacas mi miembro de tu interior?

– Ay sigue…..

– Imaginate que queriendo forzar tu calentura, le digo que quiero pagar con mi tarjeta y que la agarre de mi cartera que está bajo tus bragas chorreadas en la mesilla.

– Me encanta- respondiste totalmente entregada a esa perversión,

– El tipo cortado, las coje con dos dedos y al hacerlo le llega el aroma a hembra que mana de ellas, Tus gritos y el olor le hacen preguntarme mientras me pasa el bolígrafo: -¿le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo?. Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.
Recreándote y todavía con ganas, me pediste que aclarara si te tenía en cuatro o en cambio permanecía tumbada sobre las sábanas en plan misionero.

– Misionero, para que disfrute el tipo del vaivén de tus melones mientras te follo

Visualizando en tu mente esa imagen, no pudiste evitar preguntarme si me gustaban tus melones:
– MUCHO- respondí – Estoy seguro que me enloquecería mamar de ellos mientras te estrujo el culo con mis manos y de tener una foto, me pajearía en tu honor para acto seguido mandarte una imagen con mi pene derramando mi simiente sobre ellas.
– Sigue, cabrónazo…… haz que se vaya el camarero.
– Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a sus deseos pero poniendo en su mano una buena propina.
Interrumpiendo teclaste:
– Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina cómo mis tetas se banbolean sin parar me rio y te insulto diciendo: Eres un hijo de puta, folla casadas.

– Tus insultos me hicieron gracia y por eso te tumbé sobre las sabanas y sin pedirte opinión agarré dos de mis corbatas y te até al cabecero con ellas.

Muerta de risa y excitada, me preguntaste qué iba a hacerte y cómo iba a seguir abusando de ti:
– La indefensión de saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, te vería en pelotas y atada sobre el colchón, te excitó y más cuando me viste llegar del baño con mi maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.
– Cabrón, se va a dar cuenta que me lo he afeitado- protestaste desde el otro lado de la línea.
– Haciendo oídos sordos a tu queja, lentamente, esparcí la espuma por tu sexo y mientras acariciaba tu clítoris mojado, susurré en tu oido: -Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.
– Me pones a cien- confirmaste.
Sabiendo que no podía dejar que te enfriaras, proseguí;
– Cogiendo la guillete comencé a retirar el antiestético pelo púbico de tu coño. Cada vez que retiraba una porción de la crema de tu piel y con ello, una parte del bosque que cubría tu chocho, te daba un lametazo consolador sobre la fracción afectada.
– Dime que te caliento…cabrón….
No mentí al contestar:
– Tengo mi polla tiesa al pensar en tu coño. Me excitas putita.
Al leer que confirmaba lo que para mí era evidente me pediste que continuara.
– Poco a poco, las maniobras sobre tu sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndote indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba tu coño. -Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en tu oreja mientras la mordía.
– Me haces sentir tuya….. maldito infiel…
– Tu calentura y la imposibilidad de moverte, hizo que meneando tus caderas me pidieras que te follara pero haciendo oídos sordos a tus deseos, pacientemente terminé de afeitar tu coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras te amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de tu marido.
Atropelladamente me pediste que siguiera.
– Tus gemidos se hicieron gritos cuando recuperando el consolador, te lo incrusté a su máxima potencia, diciendo: -Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho, Tu cara de zorra fue un indicio del morbo que te daba ser inmortalizada con ese enorme aparato en tu interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo de tu interior mientras pellizcaba tus tetas.
– Sodomízame duro. ¡Que me quede claro que soy tu hembra!
– No esperabas que liberando una de tus manos te diera la vuelta sin dejar de penetrar con el consolador tu sexo y volviéndote atar, te dijera: -¿estas preparada para que te dé por culo a pelo?
– ¡Estoy cachonda.
– No respondiste y comprendiendo que con tu silencio me dabas el permiso que necesitaba, separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a tu ojete, apunté y de un solo empellón, te lo clavé hasta el fondo.
– Cierra la puerta….deseo gemir mucho.
– Tu grito se debió de oir hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ti y sin dejar que te acostumbraras a tenerlo campeando en tus intestinos, machaqué sin pausa tu culo mientras me pedías que cerrara la puerta: -Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo tu melena y forzando tu espalda al tirar de ella.
– No pares- leí tu entrega en la pantalla.
– El dolor y el placer se mezclaron en tu mente mientras temías que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de tus gritos. De haber estado libre, te hubieses arrodillado ante mí y me hubieses pedido que te dejara levantarte pero en tu estado solo pudiste seguir gozando mientras rogabas que nadie apareciera.
– ¡Me corro!- reconociste desde la mesa de tu despacho.
Quise seguir zorreando pero saber que te habías corrido, azuzó mi muñeca y releyendo nuestra conversación durante un par de minutos me pajeé hasta que mi sexo explotó dejando pringada la pantalla de mi portátil.
– ¿Estás ahí?- preguntaste confundida por mi silencio.
– Sí- contesté todavía con la respiración entrecortada.
No fui capaz de reconocerte que justo en ese momento mi semen amenazaba con estropear mi ordenador, en vez de ello tecleé:
– Disculpa pero tuve que atender a un cliente.
Fue entonces cuando cruzando la barrera que nos habíamos auto impuesto me rogaste que querías verme en persona. Ni siquiera contesté, molesto apagué el ordenador pensando en que era imposible y que si lo hacía tú, mi querida amante virtual, descubrirías que te había mentido y que aunque muchas veces te había hablado de los veinticinco centímetros de mi verga, todo era mentira…
No soy GOLFO sino GOLFA y entre mis piernas existe un vacío que por mucho que intento llenar con mi imaginación sigue existiendo. No tengo pene, polla, ni trabuco ni nada…¡SOY UNA MUJER!

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