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Relato erótico: La señora ( El exilio) ( POR RUN214)

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UN LUNES CUALQUIERA. EL EXILIO

             Lo habían perdido todo. La ley que salvaría las empresas de Eduard Brucel, finalmente no se aprobó. Ahora conducía un carro destartalado acompañado de su familia y unas pocas pertenencias.
 Bethelyn viajaba en silencio. Continuaba absorta en sus pensamientos. Había sido una mujer rica y feliz pero eso ya formaba parte del pasado. En una semana la relación con su amante había acabado de súbito, su hijo la había violado varias veces, se había dejado follar por el más sucio de sus criados e incluso había tenido que lamerse el coño con su ama de llaves. Hundió la cabeza entre las manos. Sentada en aquella carreta de mala muerte.
 Recordó el día posterior a la noche con Janacec. Lo primero que hizo por la mañana fue buscar a su ama de llaves. La encontró en la cocina tal y como suponía, trasteando en la despensa.
-¿Qué haces aquí Elise? –Preguntó enfadada.
-Oh, señora. Me ha asustado.
-No trates de esconderlo.
-¿Como?
-Dámelo.
-¿Señora? No se de que me habla.
 Se acercó a su ama de llaves y le habló con palabras llenas de hiel.
-Esta noche, el hombre más repelente y asqueroso que te puedas imaginar me ha follado por el coño y por el culo en ese orden y ¿Sabes qué? Me he corrido con él. ¿Cómo es eso posible Elise? ¿Cómo he podido disfrutar con semejante individuo mientras contenía las ganas de vomitar?
La criada temblaba como una hoja. Finalmente sacó un frasco del bolsillo y se lo entregó.
-¿Cómo has podido? –Escupió Bethelyn.
-El señor Janacec me lo dio para que lo vertiera en sus bebidas.
-Eso ya lo imaginaba. Pero ¿Por qué lo hiciste?
-Me pagó mucho dinero…
-¡Mentira! No ha sido por eso. A ti no te hace falta dinero.
Una sonrisa fugaz apareció por un instante en el rostro de su ama de llaves.
-Sabía a qué había venido ese señor y para qué servía el frasco. Vertí todo el contenido. Solo fue algo inocente.
-Me estado corriendo mientras me llenaba de semen ese gusano repelente y mi marido se ha follado a mi hija como un búfalo desbocado. ¿Me dices que es algo inocente?
-¿Su… su hija? Yo no pensé que ella…
-Sabías a qué había venido el señor Janacec, bien. ¿Sabes también por que razón me he dejado follar por él?
-Por la misma que lo hizo conmigo, supongo… -Tragó saliva. -Los gustos de su marido…
-¡No! –Explotó Bethelyn. -Estábamos bajo chantaje. Yo debía dejarme follar por ese gusano y mi marido tan solo tenía que tener la polla dura dentro de la boca y del coño de mi hija. Pero gracias a ti y tu afrodisíaco de mierda, mi marido se puso como un mandril en celo y terminó montándola y corriéndose dentro. ¡Lo más probable es que la haya preñado, joder!
-N…No sabía…
-Estamos arruinados. –Comenzaba a llorar. –Lo hacíamos para recuperar nuestro dinero.
-¿Arruinados? Yo…, no lo sabía…., pensé…, solo era una pequeña venganza.
-¿Venganza? ¿Por lo de la otra noche contigo?
-N…No. –Se recompuso en un porte serio y levantó la cabeza. -Por follarse a mi marido.
Se quedó estupefacta.
-¿Como sabes que tu marido y yo…?
-Olía a estiércol de caballo cuando me crucé con usted en la entrada principal. Toda su ropa olía a estiércol de caballo cuando la recogí más tarde de su dormitorio para lavarla. Incluidas sus bragas.
Bethelyn puso los ojos en blanco.
-Fue por culpa de tu marido. Me chantajeó. Tuve que dejarme follar por el y por tu hijo.
-¿Mi… mi hijoo? ¿Mi hijo ha follado con usted? Dios mío. –Elise retrocedió 2 pasos con la mano en el pecho. -¿Pero usted sabe lo que ha hecho?
-¿Lo que he hecho? Lo que me han hecho ellos a mí. Los 2. ¡Por delante y por detrás!
-No puede ser cierto que le haya dejado follar.
-Tu hijo, tu hijo, tu hijo ¿¡Y qué pasa conmigo!?
Elise casi no la oía. Se apoyó en una balda y comenzó a respirar agitadamente.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? –inquirió Bethelyn.
-No me pasa nada, pero no debería haberlo hecho.
Aquí pasaba algo muy raro.
-Elise… -Titubeó Bethelyn. –Respóndeme. -Tomó aire y habló muy despacio. -Lesmo no es hijo de tu marido ¿Verdad?
-¿P…Por qué lo dice?
-Porque tengo mis sospechas sobre quien es su padre. De hecho, creo que sé por qué te pones así.
Entonces Bethelyn sacó algo del bolsillo y se lo ofreció.
-Toma, coge esto, si no estoy equivocada te hará falta.
– · –
Garse paseaba inquieto por su habitación. Estaba enfadado, muy enfadado. Vivía con sus abuelos desde que sus padres le echaron de casa. Era una mansión señorial mayor que la de sus padres. La vida allí era incluso mejor que antes salvo por algún que otro detalle.

Su abuela, que había entrado para hablar con él, le veía pasear con furia de un lado a otro.

-¿Me quieres decir que te pasa?
-Nada abuela, no me pasa nada.
-¿Entonces por que estás así?
-¡Déjame en paz!
-No me hables así mocoso.
-Te hablo como me da la gana.
La bofetada hizo que se parara en seco. Se llevó la mano a la zona dolorida y miro a su abuela como quien ve por primera vez pasar el tren.
-Y ahora contéstame. ¿Por qué estás enfadado?
Garse la miró con odio.
-Porque en esta casa no hay coños, joder.
Su abuela se puso tiesa como si le hubieran metido un paraguas por el culo.
-Niño insolente. ¿Qué forma de hablar es esa?
-La de alguien que se pasa todo el día haciéndose pajas. Estoy hasta los cojones, quiero follar pero en esta casa solo hay rabos. Mayordomos, lavanderos, cocineros… mierda. ¿Es que en esta casa no hay ni un solo coño?
-¡Basta de hablar así, impertinente!
-Hablo como me da la gana. Seguro que la idea de rodearte de pollas es tuya, bruja.
Aurora, la abuela de Garse, se puso colorada y puso unos ojos como platos como si hubiesen abierto el paraguas del culo.
-¿Sabes porque no hay coños en esta casa, niño consentido?
Garse aguardó la respuesta.
-Porque el cerdo de tu abuelo se los follaba a todos y me cansé de consentirlo.
-Ya veo. –Escupió sus palabras. -Ahora los rabos te follan a ti ¿eh, zorra? Te aprovechas de que el abuelo no esté en casa, putón.
Su abuela levantó la mano amagando un nuevo golpe. Garse volvió a llevarse la mano a la zona dolorida y retrocedió un paso. Miraba a su abuela con los ojos entrecerrados. Lanzaba fuego con la mirada.
-Así que el único coño que queda aquí es el tuyo.
Bajó la vista deteniéndose en sus tetas y prosiguió hasta llegar a su falda. Su abuela, tragó saliva y se cubrió el cuerpo instintivamente con las manos.
-Ya veo de quien has heredado los genes, pequeño pervertido.
Entonces Garse avanzó un paso hacia su abuela al mismo tiempo que su abuela retrocedía otro.
Aurora, la abuela de Garse y madre de Eduard comenzó a sentir miedo. Ese muchacho ya no era su nieto, su ojo derecho. Se había convertido en un demonio, como su abuelo. Se lanzó a correr hacia la puerta pero Garse se abalanzó sobre ella antes de que pudiera alcanzarla y cayeron al suelo.
-¡No! Déjame ¿Que haces? Soy tu abuela.
-Tranquila abuelita que no te voy a comer.
Forcejeó con ella hasta colocarse encima con el cuerpo entre sus piernas.
-Vamos abuelita enséñame el coño, anda.
-¿Qué dices? Suéltame degenerado.
-Solo quiero follar. Déjame metértela en tu coño. Hazlo por tu nieto. ¿Que te cuesta?
-Estas enfermo. ¡Suéltame!
-Seguro que tienes un coño suave y peludo ¿verdad abuela?
Aurora continuó forcejeando inútilmente. Él era más fuerte. Sus manos la sobaban de arriba abajo. Sus faldas volaron y una mano se coló bajo sus bragas. Se mordió la lengua cuando notó unos dedos hurgar entre sus pliegues. Sintió como la exploraba por dentro. De nada servía su resistencia.
Sus bragas volaron. Sintió el cuerpo caliente de su nieto sobre ella, entre sus piernas. Notó como su nieto frotaba su polla contra ella, lo notaba por las ingles, por su pubis, estaba excitado, muy excitado. Intentaba cerrar las piernas y quitárselo de encima pero era imposible.
Le empujó e intentó arañarle la cara y la mismísima polla pero al final cedió. Era inútil luchar, siempre lo era, se rindió una vez más en su vida. No lloró ni imploró. Se dejó hacer pacientemente en silencio con la cara contraída mientras Garse hurgaba entre sus muslos y desabrochaba su escote. Allí tumbada en el suelo con su nieto entre sus piernas y sus tetas al aire.
Le folló el coño despacito. No tenía prisa. Se había hecho muchas pajas y quería tomarse su tiempo ahora que de nuevo disponía de un coño para follar. Una mala follada es peor que una buena paja, por eso ese tipo de cosas se debían hacer con calma.
Aurora tenía las piernas completamente abiertas y las bragas colgando de un tobillo. Sus tetas no estaban nada mal. Eran grandes como las de su madre. Disfrutó lamiéndolas y amasándolas.
Se corrió dentro. El coño de su abuela le recordaba al de su madre, negro y espeso. Por dentro era calentito y suave, ideal para su polla que entraba y salía fácilmente. Cuando acabó, se levantó y se subió los pantalones con una sonrisa de satisfacción en la cara.
Su abuela le miró mientras su nieto se guardaba la polla y se vestía. Aurora tenía el rostro contraído en una mueca de asco y sorpresa. Ella también comenzó a vestirse. Se subió las bragas y se recompuso el vestido en silencio. Se abrochó el escote y se fue hacia la puerta.
Garse estaba ufano. La próxima vez se lo haría por el culo. Le encantaba meterla por el culo. ¿Habrían follado a su abuela por el culo antes? Esa bruja debería ser más considerada con él. Tenía tetas, culo y un coño que solo utilizaba para mear. Él tenía sus necesidades. No era justo.
Aurora se giro antes de salir del cuarto.
-Solo había venido a decirte que tu hermana llegará hoy.
-¿Berta?
Hacía mucho tiempo que no veía a su hermana. Seguro que ya era toda una mujercita. Con sus tetitas y su coñito peludín. ¿Cómo sería el coñete de su hermana? Pronto lo averiguaría. De repente iba a tener 2 coños a disposición, uno maduro y otro fresco como una lechuga.
-Tu padre y tu madre vienen con ella.
-Mi… ¿padre?
Se asustó tanto que se le metieron los pelos del culo para dentro. Mierda, joder. Si su abuela se iba de la lengua era hombre muerto. Su padre casi le mata por follarse a su mujer. Ahora se había follado nada menos que a su madre y no tenía nada con que chantajearla para mantener su silencio. Menudo estúpido había sido. Su abuela iba a cantar y él y sus huevos iban a convertirse en tortilla de gilipollas. Se golpeó la frente con la palma de la mano. Solo piensas con el pito Garse.
-Abuela… ¡Es…espera!
– · –
Cuando los padres de Garse llegaron, él no se atrevió a salir a recibirles. En lugar de eso se quedó escondido en su cuarto. Si su abuelo estuviera en casa le defendería. Siempre lo hacía. Era un tipo inteligente y práctico, de los que ya no quedan. Su abuelo pensaba como él. Las mujeres solo son coños a disposición del hombre que los quiera follar, punto. Si su padre pensaba otra cosa es por que era imbécil. Él era un pobre inocente pero iba a pagar el pato. Pero si lo único que había hecho era follar algún que otro coño, joder.
– · –
 

Aurora recibió a sus huéspedes con una fría acogida. Cuando se apearon del carromato les saludó como si fueran 3 andrajosos. Apenas intercambió algunas palabras con ellos. Después fueron guiados por un hombre del servicio hasta sus habitaciones.

Aurora detestaba a Bethelyn. El imbécil de su hijo se había casado con una mujer proveniente de un hospicio. Pagó sus pobres estudios trabajando en el mismo internado donde estudiaba. Limpiaba, lavaba y desarrollaba el resto de tareas de una chacha miserable.
 Los Brucel eran gente importante y esa mujer ensuciaba su buen nombre. Ni ella ni su marido perdonaron nunca al estúpido de su hijo por casarse con ella. Ahora les tenía a todos mendigando en su casa, incluida la palurda de su nieta. Que asco.
– · –
 Garse no salió de su habitación. Se pasó el resto de la mañana merodeando por la casa como un furtivo. En uno de sus husmeos descubrió a Berta. Había cambiado desde la última vez que la vio. Había cambiado mucho. Su pecho estaba desarrollado. Debajo de aquel corpiño se adivinaban 2 manzanas como 2 soles. Se preguntó si su polla cabría entre ellas. Podría follárselas y correrse en su cara. Nunca había follado las tetas de nadie. Fantaseó con la cara de Berta llena de semen.
 Las caderas de Berta no estaban nada mal. Su culito respingón se la puso dura. ¿Cómo sería follarla por el culo? Seguro que su hermana todavía era virgen, así que follarle el ano sería un buen comienzo para una mujer que no ha conocido hombre. Iba a enseñarle algunas cosas a esa putita.
– · –
Eduard hablaba con su madre acaloradamente en el despacho vacío de su padre. Ambos estaban de pie delante del escritorio. Uno en frente del otro.
-¡Me habéis desheredado! ¿Y me dices que tengo que abandonar esta casa?
-Así es.
-Me desheredáis para entregarle una fortuna a un muchacho degenerado y sin escrúpulos. No me lo puedo creer.
-Tampoco yo me puedo creer que hayas dilapidado tu patrimonio, no eres el más indicado para hablar.
-No sabes lo que estás haciendo, madre. Te digo que Garse no es el nieto que tú crees.
-Garse es digno de suceder a tu padre mejor que tú. Él no tirará el dinero como lo has hecho tú.
-Nunca he tirado el dinero, me ha arruinado un vil gusano que tenía por amigo con engaños y falsos consejos y estoy seguro de que alguien más estuvo detrás.
-Así aprenderás a no confiar en nadie. Eso Garse lo hace mejor que tú.
-¡Basta, madre! No quería decírtelo pero has de saber que Garse es un psicópata y un violador.
-Bobadas.
-¡Ha violado Bethelyn! Se ha follado a su propia madre, joder.
-¿Y qué?
Eduard tuvo que apoyarse en la mesa del escritorio para no caerse del asombro.
-¿C…Como que “y qué”? ¿Has oído lo que te he dicho?
-Garse es joven, tiene necesidades. ¿Qué más da que utilice el coño de tu mujer para desahogarse?
-¿P…Pero tú te estás oyendo? La violó y después se la folló por el culo.
-¿Y qué? ¿Cuántos más se la han follado además de él? Te molesta que tu hijo se la monte pero no que lo haga tu jardinero.
-¿C…Como sabes tú eso?
-Garse me lo ha contado todo. Dejas que cualquiera se folle a tu mujer sin importarte lo más mínimo. Un sucio jardinero se la puede meter y correrse en su coño y no pasa nada pero si es tu hijo el que lo hace entonces le torturas sin piedad y le humillas. Eres un mal padre. Deberías estar orgulloso de él por ser un muchacho tan avezado en lugar de castigarle.
En cuanto a esa zorra, debería ser más considerada con su pobre hijo y enseñarle cosas que a su edad ya debería saber sobre mujeres. Es culpa suya y solo suya que mi nieto haya crecido lleno de traumas y necesidades. ¿Sabes lo mal que lo está pasando el muchacho? Debería abrirle las piernas a menudo para que el pobre chico aprenda como dios manda, en lugar de quejarse histérica por un “mete-saca” de nada. ¿¡Como podéis ser tan egoístas!?
Eduard estaba colorado, a punto de explotar. Las palabras se le atragantaban en la garganta.
-Si te hubiera follado a ti…
-Ya lo ha hecho. Y no pasa nada. Me lo explicó todo y lo entendí.
-¿Q…Que mi hijo te ha follado a ti también?
-Pues claro. Garse necesitaba desahogarse, necesitaba a una buena mujer y solo me tenía a mí. Se vio obligado a hacerlo. Si la puta de tu mujer fuera mejor madre y se dejara follar, el pobre chico no hubiera tenido que llegar a hacer eso con su querida abuela. Estaba destrozado.
-¿Se folla a su madre y a su abuela y la víctima es él? 

-No es la primera vez que a tu mujer se la follan y tiene la boca cerrada. Los Brucel son hombres de sangre caliente, necesitan follar, lo llevan en los genes, no es culpa suya. Tú no lo entiendes por que eres un bastardo. Esa es la verdadera razón de que te hayamos desheredado.

A Eduard se le cayeron los huevos al suelo.
-¿C…Como dices?
-No seas estúpido Eduard. ¿Nunca te has preguntado porque no te pareces en nada a tu padre?
-Serán los putos genes.
-Mira que eres tonto. Yo estaba preñada de otro cuando me casé con tu padre. Me aceptó contigo en mi barriga. Pero luego no nos has dado más que decepciones. Como cuando te casaste con esa cualquiera.
-¿Pero… Garse?… Mi hijo es igual que su abuelo.
-Por que tu padre se folló a tu mujer durante todo el tiempo que vivisteis aquí. Donde quiso y las veces que le dio la gana. No hay nada de malo en ello. Tu padre es un Brucel y los Brucel tienen sus necesidades. Tu mujer solo es una mujerzuela, era su deber satisfacer al padre de su reciente esposo. No siempre la folló por el culo y la muy puta se quedó preñada de él. Debería estar orgullosa de engendrar un hijo suyo y de que ese hijo la prefiera a ella para desahogarse tal y como antes hizo su verdadero padre.
-Bethelyn… nunca me dijo…
-¿Qué eras un cornudo? Si te hubiera dicho que tu padre se la montaba la hubieras repudiado. ¡Menudo eres tú!
-No puede ser.
-Garse es el verdadero hijo de tu padre y el legítimo heredero de todo esto. Lo tiene todo de su padre, el físico, el carácter, su inteligencia, todo excepto su nombre. Tú y esa zorra os negasteis a bautizarle con el nombre que llevan todos los primogénitos Brucel.
-La tradición se rompió conmigo. Tampoco yo llevo su nombre.
-Tú no eres un Brucel. No lo olvides, bastardo.
Eduard arrugó la cara.
-¿Cómo puedes despreciarme de esta manera? Mi propia madre.
-Deberías darme las gracias por criarte en esta casa con nosotros y darte una educación que tiraste a la basura. Antes de ti nacieron otros que acabaron en un orfanato y no tuvieron la suerte que tuviste tú.
-¿Otros?… tú…, tú eres una puta ¿O qué?
El bofetón sonó por toda la estancia. Pese al gran tamaño de Eduard, su cuerpo se desplazó a un costado por el impacto. Su cara se giró 90 grados y por un instante perdió la visión de un ojo. La reacción no se hizo esperar. Cerró una de sus manos que parecían palas de escavadora y le endosó un puñetazo a su madre en el estómago.
 Aurora se dobló por la cintura y abrió la boca todo lo que pudo intentando que el aire volviera a sus pulmones.
-Mi padre… no es mi padre. Mi hijo… no es mi hijo y tú… tú…
Empujó a su madre contra la mesa sobre la que cayó de bruces. Le subió las faldas por encima de la cintura y tiró de sus bragas hacia los tobillos. Sujetó su cabeza contra la mesa y se quedó mirándola.
-Así que los coños de las mujeres son para satisfacer a los hombres de verdad, ¿No? Madre.
-¡Ni se te ocurra, degenerado! –Gritó su madre que comenzaba a recuperar el resuello.
Se sacó la polla y comenzó a meneársela. Cuando la tuvo lo suficientemente dura la puso contra su coño y la deslizó por su raja adelante y atrás.
-Quítate de aquí, imbécil. ¡Suéltame!
Cuando la polla de su hijo comenzó a penetrarla Aurora empezó a aullar y a insultarle. Por suerte para ella el semen de Garse que todavía se encontraba dentro de su coño actuaba como lubricante natural, mitigando el dolor de aquel mástil. Blasfemó cuanto pudo, le insulto y le llamó de todo lo que se le ocurrió. Aurora estaba furiosa, muy furiosa. Eduard se alegró de que su madre se enfureciera tanto como se había enfurecido él, pero eso no le hacía feliz.
 Tenía una polla grande, un pollón. Pocas mujeres tenían un coño capaz de alojarla por completo. Su mujer era una de ellas y su hija también, como tuvo la desgracia de descubrir. Al parecer su madre también era de las que tenía un gran coño, la polla desaparecía por completo dentro de él. La tenía tan gorda y la follaba tan fuerte que su madre pasó de la furia al ruego.

063Eduard era incansable con el metesaca. Su madre que había dejado de insultarle le pedía perdón, le suplicaba. Le alegró verla implorando igual que él había implorado a Janacec pero eso tampoco le hacía feliz.

 La sostuvo por las caderas mientras la montaba. Miraba su ano que quedaba a la vista y le recordó al de su mujer. Todo el mundo se la mete por el culo menos yo. Pensó en todos y cada uno de los hombres que la habían porculizado. Puso un dedo en su ano y jugó alrededor de él. Introdujo la primera falange. Aurora gimió. Después metió todo el dedo y comenzó a follárselo ala vez que su coño. Era suave y estaba caliente. Después sacó el dedo, puso la polla en la entrada del ano y apretó contra él.
 El aullido de su madre al notar aquel pollón entrando casi le deja sordo. Había metido el glande. Apretó un poco más y vio desaparecer media polla dentro del culo. Sonrió. Nunca había follado por el culo. Mil veces lo intentó con Bethelyn y mil veces fracasó. Que ironía que la mujer con quien por fin lo consigue sea su madre.
 Empujó más hasta que la polla despareció por completo. Empezó el metesaca. Que placer.
 Aurora gimoteaba, suplicaba, rogaba… lloraba. El también lloró amargamente cuando lo perdió todo por culpa de personas corruptas y degeneradas. Pero aquellas lágrimas tampoco le hacían feliz.
 Pasaban los minutos y Eduard se corrió. Se corrió mucho. Lo hizo en su culo pero antes de terminar con las últimas convulsiones la volvió a meter en el coño. Quería acabar de correrse en el chocho de la puta que le parió.
-Hoy te vas a acostar con el semen de los 2. Lo mismo te hago el honor de dejarte preñada, putón.
Se retiró de ella, la cogió de los pelos y la tiró al suelo donde quedó de rodillas. Le puso la polla frente a la cara.
-Ahora me la vas a chupar. Me la vas a chupar como jamás se la has chupado a nadie. Vas a hacer que me corra de nuevo y te lo vas a tragar todo, puta.
-L…Lo que tú digas pero no me hagas daño.
-Si intentas morderme o la mamada no me gusta te arranco los ojos con un cuchillo. Hazme una buena mamada y me déjame satisfecho… y te prometo que solo te arrancaré uno.
Aurora casi se mea, estaba loco, la iba a rajar o a matar. No dudó en cogerle la polla, llevársela a la boca y comenzar a chupar.
 Le acarició las pelotas y se las lamió mientras le pajeaba. Solo paraba de chupar para pedir perdón. Eduard sonrió. También él había pasado por esa etapa implorando el perdón de su hija a la que había violado como un búfalo en celo. No, tampoco le hacía feliz.
 No cabía duda de que su madre era una experta chupando pollas. ¿Cuantas habría chupado hasta convertirse en la esposa de su padre? A lo mejor hasta se casó con ella por lo bien que mamaba. Hijos de puta, los dos.
 Lo más buscado y lo más temido llegó. La corrida de su hijo. No se atrevió a derramar ni una gota. Se tragó todo, no dejó ni rastro de su semen o del de su nieto. Le lamió toda la polla y las pelotas. Cuando su hijo puso fin, esperó temblorosa su veredicto.
-No ha estado mal. Ya veo que eres una buena chupadora de pollas. Menuda zorra.
Aurora tragó saliva. Su hijo no sería capaz de sacarle los ojos, ¿o sí?
-No te voy a sacar ningún ojo pero…
Notaba el golpear de su corazón en las sienes. Su hijo la miraba con asco. Me va a matar, pensó. Vio como se giraba de espaldas y se agachaba.
-Me vas a lamer el culo.
Delante de ella, a unos centímetros de su cara, había un culo velludo. Los cojones de su hijo colgaban entre sus piernas y, más arriba, en el centro, un agujero negro rodeado de pelos la miraba fijamente.
 Casi vomitó. Por si no era suficiente haberse tragado todo su semen y parte del de Garse ahora venía esto. Las lágrimas acudieron de nuevo. Le temblaba el labio inferior y estaba reprimiendo varias arcadas. Pasó la punta de la lengua de abajo arriba por el ano. Repitió la operación con los ojos cerrados y el estomago revuelto, una y otra vez.
-Gracias. Gracias hijo. –Repetía rota en lágrimas. –Gracias.
Sí, ahora sí era feliz. Se había follado a su madre, le había dado por el culo, se había corrido en su boca y le estaba hciendo que le lama el culo. A cambio, ella le daba las gracias. Se lo agradecía. Así funcionaba la vida. Da igual lo bueno y justo que seas, los favores que hayas hecho o el dinero que hayas donado. Al final, solo se respeta y se rinde pleitesía al que te jode vivo y después te perdona la vida.
 
 
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Relato erótico: A lo bruto me converti en la putita de dos perros ( POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo aficionado. Soy Rocío, de Montevideo, Uruguay. Como he comentado en otras ocasiones, mido 1.62 centímetros de estatura. Tengo senos muy insinuantes y un trasero respingón que no me gusta destacarlos pues tengo un papá celoso, de todos modos no me gusta ir de provocativa por la vida, me considero una chica decente que simplemente tuvo la mala fortuna de estar rodeada de degenerados.

Días atrás me había injertado mi primer piercing en la lengua y me anillé el pezón izquierdo por petición de los amigos de mi papá, para que me disfrutaran más. Me hacían su putita y practicaban las guarradas que no pueden con sus señoras, y si bien nunca admití disfrutar de las cerdadas a las que era sometida, la verdad es que en el fondo me calentaba.
Una tarde fui a la casa del jefe de mi papá, el señor López, al terminar mis clases de facultad, pues su esposa y e hija habían salido para veranear en Punta. Me pidió que le hiciera compañía y, como el puesto de trabajo de mi padre apeligra cada vez que rechazaba sus peticiones, no me dejó alternativa. Debo decir que ese maduro parece el ser humano más repugnante que ha pisado la tierra, pero también sabe sacar la puta que hay en mí a base de estimulaciones vaginales fuertísimas y palabras groseras.
Me hizo pasar adentro tras tocar el timbre.
—Buen día señor López –dije lanzando la mochila al suelo de la sala.
—Hola Rocío, te estaba esperando, ¿cómo te fueron las clases?
—¿Quiere saber? –pregunté mientras me quitaba mi vaquero y luego la camisa. En mi vientre se notaba el tatuaje obsceno que me hice para él, y al retirarme el sujetador vio mi pezón anillado.
—La verdad es que no me interesa, solo preguntaba. Menuda putita estás hecha, ven y hazme una mamada –dijo sentándose en su sofá y empezando a sobar su paquete de manera grosera.
—Tenga más modales al hablar. Y por cierto, actualícese, la próxima vez use el Whatsapp, ya nadie envía mensaje de textos –tiré mi tanga a un costado. Me acerqué al sofá y me incliné para besarlo pero él me agarró del cabello y me hizo arrodillar a la fuerza.
—Rocío, tuve un mal día en la oficina y me gustaría descargarme un rato, abre la boca –dijo restregándome contra su bulto.
Vaya maleducado. Desabroché su cinturón para poder acariciar su verga que ya estaba morcillona tras las telas de su ropa interior. Cuando por fin lo saqué con mis dos manos (es enorme el cabrón), me detuve para mirar el montón de venas que parecían iban a estallar.
Empecé a masturbarlo pero él me dio un bofetón que me dejó boquiabierta, vaya maneras de tratar a una chica:
—Pero en dónde tienes tu cabeza, puta. Escupe mi polla si vas a cascármela.
—Cabrón, me voy a vengar –murmuré.
Me acerqué y lancé un cuajo. Mejor dicho, traté de lanzar un cuajo de saliva pero me salió algo pequeño y ridículo. Volví a intentarlo y conseguí escupir algo más decente, y con la punta de mi lengua empecé a restregar la saliva por toda su enorme polla, recorriendo los pliegues de sus venas porque sé que a él le gusta sobremanera que las presione.
Fue justo cuando estaba mamándosela cuando escuché mi móvil, vibrando y sonando en el bolsillo de mi vaquero tirado cerca. Preferí dejarlo allí y seguir succionando la verga del señor López, pero mi maduro amante me ordenó que atendiera la llamada. Le miré cabreada pero sé que no puedo negarme a sus deseos.
Me levanté para retirar el teléfono del bolsillo. Miré la pantallita: se trataba de mi novio, Christian. Dios, qué vergüenza y rabia. Miré con carita de puchero al señor y le pedí que me dejara apagar el móvil.
—Atiende la llamada, niña –ordenó expeliendo su cigarrillo —. Y ven, sigue chupando, cerda.
—Será cabrón, viejo de mierda –le respondí tosiendo un par de veces al oler el humo. Y atendí mientras se la cascaba.
—Hola Chris.
“Rocío, no me llamaste en todo el día, ¿qué te pasa?”
—Perdóooon, estuve muy ocupada, luego te escribo, ¿síii?
“¡No! Es nuestro primer aniversario y no me dijiste ni mú”.
Se me cayó el alma al suelo. Dejé de cascársela al señor inmediatamente, aunque no aparté mi mano de su enorme verga.
—¡Mierda!, mi amor, perdón, estoy con tanto ajetreo que se me pasóooo…
El señor López sonreía, fumaba su cigarrillo y lo expelía en mi rostro para hacerme toser. Quería ponerme en un aprieto mientras hablaba con mi chico. Traté de cortar cuanto antes la llamada:
—Te lo voy a compensar, Christian, no te preocupes…
 “Y bien, ¿te paso a buscar esta noche? ¿O te olvidaste que reservé en el restaurant chino? Ese que tiene la vista al río de la Plata”.
Miré la polla venosa del señor López. Estaba metida en un dilema. Amo a mi novio, me encanta la comida china, río de la Plata me enamora, pero dios santo esa verga venosa era enorme. No todos los días tenía la oportunidad de estar con el jefe de mi papá a solas. Me mordí los labios y volví a cascársela, inclinándome hasta sus velludos huevos. Antes de metérmelos en mi boquita, le aclaré las cosas:
—Tengo que estudiar en casa de Andrea, perdóooon, no sabes cuánto lo lamento…
Me cortó la llamada. Era obvio que se cabreó, pero no pude pensar mucho porque me engullí esos huevos. Sé que es el punto débil de mi amante y se corre rápido si paso mi lengua anillada por esa piel peluda y rugosa. Y mientras  con mi nuevo piercing recorría esa piel tan áspera, el señor López volvió a expeler el humo de su cigarrillo en mi cara:
—Ufff, cabróoon, deje de hacerlo –dije mordisqueando sus huevos.
—¡Ufff! ¿Quién era, Rocío? ¿Tu novio? ¡Ja ja ja!
Tiré el móvil a un costado y miré muy enojada al señor, con ambas manos pajeando su tranca para que se corriera de una puta vez y me dejara en paz.
—No me vuelva a llamar puta, y menos vuelva a tratarme así cuando hablo con mi novio.
—Sigue, Rocío, me voy a llegar pronto –dijo gimiendo horriblemente, como si fuera un caballo.
—Ya era hora, se me entumecen las rodillas señor López.
Tomó un puñado de mi cabello y me folló la boca brutalmente. Me la metió hasta la garganta, me agarró de sorpresa y me costó respirar por unos momentos, quería apartarme pero sé que era imposible, es muy fuerte y cuando se quiere correr lo hace metiéndomela hasta la campanilla para darme toda su leche espesa y caliente, simplemente no hay forma de evitarlo.
Y se corrió, sentí que me iba a ahogar cuando su semen se escurrió incluso por mi nariz. Fue una de las corridas más asquerosas que habré sufrido, era un animal irrespetuoso, grosero y asqueroso. A la vista de todo el mundo era un hombre exitoso, profesional y educado, pero conmigo mostraba su verdadera personalidad.
Poco a poco su polla fue disminuyendo de tamaño y me dediqué a limpiársela a lengüetazos, sin usar mis manos, como le gusta. Cuando por fin quedó impoluta, la guardé tras su ropa interior.
Me senté en su regazo para besar su cuello mientras él me metía mano para poder estimularme. Me acarició la concha húmeda con un par de dedos, restregándolos entre mis calientes e hinchados labios vaginales. Confieso que me gusta cómo lo hace, me frotaba más contra su cuerpo porque si bien me parece el ser humano más detestable que existe, sabe cómo calentarme.
—Mira la TV, Rocío.
Me acomodé para ver mientras él seguía masturbándome. Y abrí los ojos como platos cuando me mostró una película porno en donde una chica estaba de cuatro patas, siendo follada por un labrador. Chillé del susto porque no estoy acostumbrada a ver cosas así, por no decir directamente que ni siquiera sabía que algo así podría ser posible.
—¡Ufff, no me extraña que a usted le gusten estas guarradas! ¡Cambie de canal, uff!
—¿Te gusta lo que ves?
—¡Es un perro, por diossss, cabrón no me muestre eso mientras me tocaaaa!
—¿Quieres que te deje de tocar, Rocío? –y empezó a buscar mi puntito, acariciando, plegando mis carnecitas húmedas con fuerza.
—¡Nooooo, por favor sigueeee… Pero cambia de canaaaal…!
—No es un canal, es una película. ¿Te gusta cómo esa puta se lo monta con el perro?
—Me confunde con su esposa, cabróoooon, yo soy una chica decenteeee…
Y me corrí tan rico, encharqué la mano del señor López mientras me mordía los labios y empuñaba mis manos con fuerza. De reojo veía aquella mujer chillando del placer o del dolor mientras el perro se la metía con violencia. O puede que la mujer chillaba del espanto, porque sé que a mí me asustaría mucho estar montándomelo con un bicho. Encima era un perro grande, a saber cómo la tendría de gruesa.
—Chupa tus jugos, puta –dijo mostrándome su mano.
Me incliné para chuparle sus dedos. Él alejó su mano y se empezó a reír de mí. Lo tomé con mis dos manos y la llevé a mi boquita para pasarle lengua entre sus dedos gruesos, succionando mis jugos. La verdad es que si antes me causaba asco, hoy día le empezaba a tomar el gusto. No se trata del sabor en sí, sino de la situación, la excitación del momento hace que mis flujos y hasta su rancio semen me sepan  agradables.
—Parece que cancelaste tu cita con tu novio porque estás estudiando en la casa de tu amiga, ¡jajaja! Menuda puta eres, Rocío. Vamos a pasarla bien.
—¿Sus colegas vendrán hoy, don López? –pregunté volviéndome para abrazarlo. Vale que lo odio, pero sabe cómo calentarme y al final mi propio cuerpo me traiciona y le pide carne. Y mientras desabotonaba su camisa para besar su peludo pecho, me aclaró las cosas:
—Sí, vendrán al anochecer. Te traerán una sorpresa. Ahora levántate y prepárame un café, marrana. Y limpia un poco la sala, de paso.
—¿Pero qué dice, viejo? ¿Tengo cara de empleada doméstica?
—¿Pensabas que ibas a venir a mi casa para estar como una reina? Reina es mi esposa, princesa es mi hija, tú eres una puta y si quieres estar aquí vas a tener que trabajártelo.
—Madre mía, viejo verde… Si lo hubiera sabido me iba a la cita con mi novio –mentí. Me levanté y recogí mis ropas con la cara enojadísima. A mi hermano y mi papá les hago el favor de prepararles el desayuno, cuando estoy de humor. Y mi casa la limpio una vez a la semana pero porque se trata, justamente, ¡de mi casa!
—¿Qué haces, Rocío?
—Me voy al baño para limpiarme y ponerme mis ropas.
—Nada de eso, si vas a estar aquí, estarás en pelotas. Quiero que estés siempre dispuesta a cualquiera de mis colegas. Quiero que se vea toda la mercancía, que se vean esos tatuajes y piercings.
Estaba entre enojada y caliente, para qué mentir.
—Dígame que está bromeando, señor.
 

—Vamos, prepárame algo y luego limpia la sala. Más vale que todo esté impoluto para cuando vengan mis colegas.

Vaya imbécil. Iba a escupir su maldito café, iba a lanzar el azúcar en el suelo antes de ponérselo en su taza, iba a remojar el pan con el agua del inodoro antes de pasarle mantequilla, pero por dios que no iba a quedarme sin mi venganza.
Se sentó en otro sillón y empezó a ver un canal deportivo.
Casi una hora después, mientras él me felicitaba por tan deliciosa merienda, sus colegas llegaron y vaya que se encargaron de hacerme saber que mi condición sería la de una puta sin muchos derechos. Desnuda como estaba ante esos maduros trajeados, no iba a tener chances.
Estaba limpiando algunos cubiertos del fregadero cuando uno de esos hombres se acercó para darme una fuerte nalgada con la mano abierta. A la fuerza me inclinó sobre dicho fregadero y empezó a restregar groseramente su enorme bulto por mi cola sin que yo pudiera hacer más que retorcerme, pero por suerte sus amigos lo apartaron mientras yo trataba de recuperarme del susto.
—Rocío, después de estos días no vas a poder sentarte por un mes, ¡ja ja ja! –dijo mientras sus amigos le tranquilizaban.
—¡Está locooo, me prometieron que nada de tocarme la cola!
—Basta, Ramiro –dijo uno, era el más guapo de todos los ocho hombres—. Tampoco es plan de matarla a pollazos. Ya saben a lo que hemos venido.
—Perdón, Rocío, es que te vi ahí desnuda y no pude aguantarme.
—Viejo gordo, tengo cuchillo en mano y no dudaré en usarlo.
—¡Ja! Tranquila, niña, es verdad que prometimos que no vamos a tocarte el culo, seguro que aún te duele desde aquella vez en el departamento. Ya habrá momento para reventártelo.
—Ojalá se lo revienten a usted primero, verá qué divertido es que le duela cada vez que se siente o camine.
Se rieron todos. No sé qué de gracioso dije, porque es verdad que días después de haberme ensanchado un poco más el ano, sufrí de lo lindo cada vez que me sentaba o me movía mucho. Subir al bus era directamente una tortura.
Repentinamente vi que uno de los hombres trajo a dos enormes perros mediante sus respectivas correas. Uno era un labrador como el de aquella asquerosa película porno y el otro era un dóberman. Mi primera reacción fue abrazarme al primer hombre que tuviera cerca porque, en serio, los perros me asustan sobre manera. Claro que ellos se la pasaron carcajeando, me dijeron que los trajeron para proteger la casa del señor López.
—Pues amárrenlos afuera, no sé por qué tienen que entrar en la casa… ¡¡¡Y están ensuciando el piso que estuve limpiando!!! –Ya estaba sonando como una madre de familia, la verdad.
El que los trajo los llevó al jardín. Luego se sentaron todos en la sala y me pidieron que me acercara. Fue un auténtico martirio estar desnuda mientras ellos estaban tan relucientes en sus trajes, me hacían sentir como un animal en el extremo más bajo de la cadena, como una perra. Me pasaba de regazo en regazo, me tomaban de la cinturita para contemplar los tatuajes obscenos del cóccix y el vientre que me puse para ellos, me invitaban la cerveza, jugaban con mi pezón anillado o pedían que les besara y que les hiciera sentir el piercing en mi lengua.
Pero como mucho llegaron a meter dedos en mi coño hinchado, yo estaba cachondísima de tanto toque y beso, pero no iba a rogarles para que me follaran, porque insisto, me considero una chica decente. Fue cuando estaba sentada a horcajadas sobre el maduro más apuesto de todos, restregándome y besándole su cuello, cuando el señor López carraspeó y me dijo que encendiera la enorme televisión HD de la sala.
Cabreada, accedí. Ya podrían apretar un puto botón ellos. Me levanté, estaba algo mareada por beber tanto, y le di al “ON”. En la televisión apareció la enorme polla de un maldito dóberman siendo acicalada por una mujer de edad. Chillé del susto, la verdad es que me tomó de sorpresa y apagué el televisor.
—¡Jajajaja!, ¿te asustó, puta?
—¡Vuelve a ponerlo, te va a gustar!
—¡Jamás!
—Vale, ven conmigo Rocío, no les hagas caso –dijo el gordo asqueroso mientras se descorría su bragueta. Sacó su polla gruesa y empezó a sacudirla como un puerco mientras se relamía sus labios.
—Panda de viejos raros –murmuré para arrodillarme ante él.
—Eso es, Rocío, tengo mucha lefa para ti. ¿La quieres?
—No.
—Sí la quieres, venga, chupa, puta.
Me acomodé entre las piernas del gordo para tomar con mis manitos su gruesa tranca. Olía asqueroso.
—Don López, me la quiero follar –dijo inclinándose para acariciar mi teta y jugar con mi pezón anillado.
—No, lo siento Ramiro, ya sabes que debemos aguantar.
No sabía a qué se estaban refiriendo. Pero es verdad que no me habían follado  aún. Me habían acariciado, besado y tocado a gusto, pero lo que era follar: nada. No le presté mucha atención, me dediqué a lo mío. Escupí un cuajo pequeño y se la sacudí para tenerla lubricada. Y mientras comenzaba a meter mi boca para meter la puntita de mi lengua en su uretra, escuché unos sonidos de jadeos provenientes de la televisión. Volvieron a encenderla para ver la maldita película.
—¡Es increíble, amigos, cómo esa chica se lo monta con el perro! –exclamó el señor López.
—Mira cómo lo disfruta.
—Chúpame los huevos, perra –me ordenó el gordo. Levanté el tronco y metí mi boca en esa asquerosa jungla de pelo para succionar una pelota rugosa.
—Rocío, tienes que follar con un perro un día de estos, ¡jajaja!
—Mffff, ¡en la puta vida! –les regañé antes de que el gordo volviera a empujar mi cabeza contra su polla.
El sonido de la película porno estaba al máximo. No podía verlo, no quería de todos modos, pero me resultaba imposible evitar escuchar los jadeos del can y los gemidos de la chica mezclándose con mis sonidos de succión. Era como si ella gozara, pero no podía ser posible, estaba follando con un perrazo, no sé qué clase de puta podría disfrutar con ello. Para colmo podía escuchar cómo los hombres a mi alrededor se la estaban cascando viendo semejante tontería.
El gordo me tomó del cabello y me levantó la cabeza. Tomó de mi mentón y restregó su enorme glande entre mis labios. Abrí la boca para que me la follara y se corriera. Sonando como un cerdo, arrugando su rostro de manera rarísima y fea, depositó toda su leche caliente en mi boca.
Con la nariz y boca chorreando semen, con los ojos casi llorosos, recosté la cabeza en su muslo para pedirle que me dejara en paz. Pero el cabrón me dio un bofetón:
—Súbete, te voy a dar una rica pajita.
—Ufff, quiero ir al bañooo…
—Arriba, vamos, perra.

Me senté sobre él, de espaldas, de modo que podía ver el televisor gigantesco de la sala. Y mientras me metía mano en mi agujerito y buscaba mi puntito con sus dedos, empezó a hablarme groseramente sobre lo muy puta que era por chorrear tanto.

Miré de reojo al jefe de mi papá, fumándose un cigarrillo y filmándome con su móvil mientras los otros se masturbaban viendo la película.
—Rocío, ¿es cierto lo que dice Ramiro? ¿Que eres una perra?
—Uffff… Perra su señora, sinvergüenza…
—¡Jajaja! Mi esposa es una reina, como te dije. Algo remilgada, por eso tú eres nuestra puta, para poder practicar guarrerías contigo.
El gordo era un experto estimulándome la conchita, me tocaba la teta anillada con la otra mano mientras yo me restregaba más y más contra su pollón. No podía evitar ver la maldita televisión, era demasiado grande, era inevitable ver a esa mujer siendo montada por tan asqueroso bicho.
—Hoy no me lavaré la mano, Rocío, así mismo le voy a saludar a tu papá mañana, en la oficina, con los tus jugos resecos, ¡jajaja!
—Diossss… deje de hablarme cuando me tocaaaa… uffff
—¿Eres una perra, Rocío?
—Síiii, lo sooooyyy…  ¿Va a follarme o noooooo? –dije apretando mi conchita contra su polla para que entrara. Solo era cuestión de darle un puto empujoncito, mis grutita quería pollas, no dedos. Con una mano lo tomé y quise metérmela yo por mi propia cuenta, pero él se la apartó para mi martirio.
—No me convenciste, puta, dilo de nuevo.
—Que me folle, viejo, por favoooor, soy una perraaaa, lo admitooo, lo he admitido hace una semana, ¿es que ya sufre usted de pérdida de memoria, maldita sea?
Pero no aguanté más y me corrí como una auténtica cerda. Mejor dicho, perra. Y mientras sus dedos gruesos entraban en mi grutita, no pude despegar mis ojos de la maldita pantalla. El perro se había dejado de mover violentamente, estaba como acoplado a ella, y la mujer tenía una carita de vicio similar a la que yo pongo cuando me corro del gusto.
Aprovechando que yo estaba recuperándome de aquella corrida, el gordo me tomó de la cintura y me guió hasta hacerme acostar boca abajo sobre la mesita del centro de la sala, ubicada entre los sillones y el televisor. Más caliente no podía estar, pensé que por fin me iban a follar y puse mi colita en pompa disimuladamente, no sea que pensaran que iba rogando pollas.
Vino el señor López y agarró un puñado de mi cabello para levantar mi cabeza, de modo que pudiera ver la película obscena muy de cerca.
—Ufff, no quiero veeeer, es asquerosoooo…
—Mira, te vas a ir acostumbrando a ver estas cosas, puta.

Y el gordo aprovechó, se arrodilló detrás de mí y se inclinó para meterme lengua hasta el fondo de mi culo por varios segundos. Berreé como una puta poseída, arqueé mi espalda y mis músculos se tensaron; me corrí otra vez y pensé que me iba a desmayar del gusto.

Vi de reojo, mientras me retorcía, cómo los otros se acercaban para correrse sobre mí. Estaba cansada, jadeaba y me incomodaba mi culo por el beso negro que cada vez era más brutal. La leche tibia caía sobre mi cuerpo, se oían los jadeos y algunos me daban pellizcos. Poco a poco los hombres fueron retirándose de la sala al acabarse sobre mi espalda, y por último el gordo por fin sacó su lengua y me dio una fuerte nalgada que me hizo gritar del dolor.
Se fueron para asearse y a beber en la cocina. Me dejaron allí tirada como una muñeca de trapo repleto de semen. Estaba cansadísima y algo mareada porque no estoy acostumbrada a beber mucho, a duras penas me levanté y me fui a sentarme en el sofá.
Levanté la mirada para terminar de ver la maldita película mientras me limpiaba el semen reseco en mi cara. Era una mezcla de curiosidad, alcohol y calentura. La escena cambió y entraba una jovencita con un bulldog. Me pareció más gracioso que otra cosa, el perro no era tan grande como los otros, a saber cómo lo haría. Vi con asco cómo la joven se puso algo pastoso en su pelada concha para que el animal empezara a lamerle. A la putita le encantaba cómo se la lamía, me imaginé que la lengua de los perros son más grandes y tendrían una textura diferente a la de los humanos, así que sería una experiencia de otro mundo. Luego la montó, y con la ayuda de la chica, pudo penetrarla.
Sin darme cuenta, me había visto toda la maldita escena. Y peor aún, tenía dos dedos entrando y estimulando mi grutita. Me levanté asustada. No podía ser verdad lo que me pasaba, tal vez era cosa del alcohol. Una chica decente no se toca viendo una película así de pervertida.
El señor López volvió:
—Ya se fueron mis colegas. Antes de bañarte quiero les des de comer a los perros.
—Ya es de noche, señor, quiero ir al baño, por favoooor…
—Son buenos, no te preocupes. Luego date una ducha y vente a mi habitación, quiero quitarte algunas fotos –me expelió de nuevo el humo de su cigarro.
—Ufff, hace frío afuera, quiero mis ropas.
—No hace frío, eres una niñata consentida que no quiere hacer nada productivo.
—Y usted un pervertido doble cara, con su señora, su hija y hasta con mi papá se muestra como un caballero. Pero yo lo conozco muy bien. Ojalá se tropiece rumbo a su habitación y se muera, viejo de mierda.
—¡Jajajaja! Menos ladrar y más trabajar, perra. El plato para los animales está afuera, la comida está en la cocina.
Y se fue a su habitación. No era precisamente como pensé que las cosas iban a desarrollarse cuando me dijo que íbamos a pasar la tarde y noche juntos.
Fui al jardín para busca el plato. No duró ni dos segundos en mis manos pues la lancé detrás de unos plantas. No soy la empleada particular de nadie, ni mucho menos de un degenerado. Muy para mi sorpresa, se apareció el labrador con el plato en su boca. Me causó gracia, la verdad, quise quitársela pero él forcejeó y me caí al suelo.
—Chucho malo, necesito que lo lleves lejos.
Ahí estaba yo, tirada sobre el gramado con una sonrisa de niña loca. Desnuda, sudada, algo borracha, calientey tras haberme visto un montón escenas de sexo entre mujeres y perros. Frente a mí estaba ese bicho asqueroso que por algún motivo movía la colita con emoción. No pude evitarlo, miré de reojo su polla para tratar de calcular cómo sería su tamaño a tope.
Me puse de cuatro patas, atajándole la cabeza con una mano, inclinándome para verlo mejor. No iba a tocarlo, no iba a ponerme a follar con él, soy una chica decente, simplemente tenía curiosidad. Fue cuando estaba admirando sus partes cuando sentí una lengua fría, húmeda y de textura rugosa recorriéndome desde mi coño hasta mi culo.
Gemí como cerda y arqueé la espalda. Supe inmediatamente que era el dóberman. Me tambaleé porque me agarró de sorpresa. Como aún estaba de cuatro patas, aprovechó y se subió sobre mí; mis ojos se abrieron como platos, me zarandeé pero el cabrón se ceñía muy bien a mi cintura. Fue cuando sentí lo que parecía ser la punta de su nabo golpeando mi cola cuando se me erizó toda la piel. Grité por ayuda mientras el perro trataba violentamente de metérmela, chillé para que el señor López me viniera a rescatar. Estaba a merced por ser una perra curiosa.
Mientras él estaba dándolo todo por penetrarme, vino el señor López. Pensé que me iba a rescatar pero cuando le miré, vi con toda la rabia del mundo que el cabrón estaba filmándome con su móvil, sonriendo como un malnacido:
—¡Se-señor López… sáquelo de encimaaaaa!
—Jajajaja, Rocío, no te va a follar, necesita que le ayudes a entrar. No te preocupes, se lo mostraré a los colegas, esto es divertido…
—¡Imbéciiiiiil, ojalá arda en el infiernoooo! –grité sintiendo una y otra y otra vez la punta tibia de su sexo golpeándose intermitentemente en las caras internas de mis muslos, a veces tocando ligeramente mis labios vaginales.
—Deja que se corra en tus muslos, perra.
—¡Noooo, me está lastimando la espaldaaaaa!
No pude aguantar la fuerz de sus embestidas, mis brazos cedieron y me caí. Seguí zarandeándome para librarme pero era imposible, el dóberman seguía dándole con todo aunque no podía ensartármela.
—Ya, ya, suficiente, no es para ponerse así, Rocío.
Me separó del can y salí corriendo hacia la sala. Me acaricié la espalda, el infeliz me dejó un par de rajas rojizas que ardían. Estaba cabreada, estaba nerviosa y me sentía humillada pues fui sometida por un perro frente a mi maduro amante
—¿Te gustó, Rocío? –me preguntó entrando a la sala.
—No pienso volver a ese jardín, les van a dar de comer su puta madre, su puta esposa y su puta hija, pero yo no pienso volver allí, CABRÓOOON.
—¡Bah! Ya estoy cansado de ti, niñata. Báñate, ponte tus ropas y vete a tomar por viento.
—Imbécil, ¡no sabe cuánto lo odio!
—Si vas a venir mañana será mejor que cambies tu actitud, Rocío.
—Cree que volveré después de cómo me ha tratado. ¡A tomar por viento usted!
Cogí mis ropas y me vestí, prefería bañarme en mi casa porque no iba a aguantar ni un segundo más en ese lugar. El hombre ni me acompañó, ni se despidió y ni mucho menos se ofreció para llevarme a casa, dejándome en claro qué tipo de persona es.
Más tarde, ya de vuelta en mi hogar, apenas logré conciliar el sueño. Me puse una cremita en la espalda antes de dormir; me la pasé quejándome toda la noche sobre lo atrevido que fue el señor y sobre todo, lo bruto que fue el dóberman conmigo.
Al día siguiente, en medio de mis clases, vi con una sonrisa que el señor López me envió su primer mensaje de Whatsapp. Me sorprendió un poco, se estaba modernizando por mí, parecía que en el fondo tenía en cuenta mis sugerencias y quería agradarme. Pensé que tal vez bajo esa personalidad de macho alfa de mierda se escondía un hombre interesante.
“Hola Rocío. Instalé el Whatsapp solo por ti. Discúlpame por lo de anoche”.
Le respondí un escueto “OK” pero realmente estaba sonriendo. Me envió otro mensaje un poquito después. Se trataba de un video. Suelo sentarme en el fondo de la clase con mis amigas así que no me preocupaba que alguien me pillara. Me acomodé y le di al “play”.
Se me cayó el alma al suelo. Era el video en donde su dóberman me sometía. Era asqueroso, el perro muy bravo y excitado haciéndome su putita. Yo tenía una cara de vicio, los ojitos decían que estaba asustada, mi boquita abierta de la sorpresa, mi cabello con algo de semen se desparramaba al ritmo de los vaivenes.
Me molestó muchísimo. Me envió otro mensaje que ponía “¿Te espero esta tarde?”. Le respondí “NUNCA MÁS”.
Mi novio no me hacía caso pese a mis llamadas, me evitaba en el campus y yo realmente tenía ganas de desfogarme pues todo el día anterior fui brutalmente estimulada por los colegas de mi papá, pero sin ser follada. Básicamente: no aguanté.  Al terminar las clases volví a la casa del señor López y toqué el timbre con la excusa de que no quería que despidiera a mi padre; se puso feliz al verme y me volvió a pedir que me quitara las ropas y las dejara en la entrada de la sala.
Me guió hasta su baño y me ordenó que me apoyara contra la pared, que pusiera mi colita en pompa. Utilizando solo su dedo corazón, me folló el culo mientras que con la otra mano me estimulaba el coño. La cola no me dolía tanto, me limité a morderme los labios para aguantar la pequeña molestia que sentía. De vez en cuando me pedía que hiciera presión a su dedo, cosa que no sabía cómo hacer. Me dijo que más adelante iba a aprender para cuando debutara por detrás.
Al verme toda colorada y sudada, sacó sus dedos y me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo gritar de sorpresa. Salió del baño para encender su cigarrillo, y me ordenó que lo acompañara hasta el jardín. Bastante confundida, lo seguí hasta salir afuera.
—Rocío, dale de comer a mis perros.
—Uffff, señor por qué me está dejando a mediasssss… por favor termine lo que estaba haciendo —protesté tomando de su mano para besar sus dedos.
—Lo siento Rocío, tal vez luego. No me hagas repetir una orden dos veces.
Antes de que volviera a oponerme, me aclaró que les ató en una esquina para que ninguno de los animales se pasara conmigo, pues es verdad que eran perros grandes y fuertes, y me sería imposible escaparme si me atrapaban.
Así pues, desnuda y caliente, cargué la comida en dos platos enormes para los animales. Me arrodillé frente a ellos para acercarles, y de paso miré las pollas de esos perros para rememorar las películas porno. El dóberman estaba excitado, me quería comer como la otra noche, se le notaba la verga bastante tiesa.
—Eres un salido, bicho –le susurré riéndome, pero no me atrevía a tocarle, simplemente estaba allí, arrodillada frente a ellos y curioseando.
Al terminar de comer los dos animales, el señor López me devolvió las ropas y me dio un par de películas para que las viera en mi casa. Le dije que quería quedarme más tiempo con él pero respondió que estaría muy ocupado pues tenía una reunión de emergencia con sus colegas. Le respondí que podía acompañarlo pero me insistió que no era el momento adecuado.
En mi casa, tras estudiar y cenar, me dirigí a mi habitación y puse el seguro de mi puerta. Puse la primera película que tenía el rótulo “Zoofilia”. No sabía qué era eso, pero el “Zoo” me estaba causando una ligera sospecha que confirmé al darle al “Play”: era otra de esas escenas de mierda con perros y mujeres. No duró dos segundos en mi reproductor. Puse la otra que no tenía rótulo: Eran dos chicas besándose. No me gustan las mujeres pero me pareció interesante verlo. Lastimosamente, al rato entró un negro con dos perros en escena. Y apagué el televisor.
Con rabia traté de conciliar el sueño. Entre que don López me dejó caliente de tanto meterme mano, mi novio que no me hacía caso, entre los dos perros del señor que me ponían nerviosa y las películas de temática bizarra que vi, me dormí y tuve sueños demasiado raros.
 

Me veía a mí misma con los ojos vendados, siendo follada por el dóberman de manera brutal. Me arañaba la espalda y los costados mientras los malditos amigos de mi papá estaban alrededor bebiendo y riéndose. Don López sujetaba de la correa a su labrador, que esperaba su turno. Una y otra y otra vez el sueño se repetía.

Me desperté toda sudada y traté de tranquilizarme. “Soy una chica decente, las chicas decentes no soñamos esas cosas” me decía una y otra vez.
En la facultad no podía pensar con claridad. En plena clase, el señor López me volvió a enviar otro video.
Lamentablemente resultó ser otra escena de zoofilia. Quise continuar escuchando al profesor, pero era demasiado aburrido. Volví a mirar el video, me acomodé en mi asiento y terminé de ver los cinco minutos en donde una rubia era vilmente sometida por un gran danés. La puta pareció gozarlo bastante, seguro que si ponía el volumen se la podía escuchar cómo chillaba de placer.
No aguanté más. Era demasiado, estaba calentísima. Ya había visto tantas veces que me estaba acostumbrando. Mi mente estaba pudriéndose, por dios, me levanté y pedí permiso para ir al baño, la concha se me estaba haciendo agua.
Me metí en un cubículo, bajé mi vaquero y me senté sobre la tapa del váter. Puse el móvil sobre mi regazo y volví a poner el video. Me toqué la teta anillada con una mano y metí dos dedos en mi coño con la otra, mientras admiraba esa mierda de escena pixelada.
Me corrí y repetí la misma operación una última vez. Me volví a correr más fuerte y casi grité con tres dedos entrando en mi grutita encharcada. Era oficial: me había convertido en la más puta de todo Uruguay. Me calentaba viendo videos de perros follando chicas. Y lo peor es que quería ver más y más.
Me recosté un rato tratando de asimilar la situación. No sabía si llorar o volver a mirar el video por tercera vez. El móvil vibró pues el señor López me envió otro mensaje. “Ojalá sea otro video” rogué para mis adentros. Pero era solo texto y decía:
“Rocío, estoy en la oficina con mucho trabajo. Te ruego que vayas a mi casa y le des de comer a los perros. La llave la dejé bajo la alfombra de la puerta de entrada”.
Dios santo. Iba a estar a solas con esos bichos. Con una mano acariciándome mi húmedo coño, le respondí lentamente con la otra:
“No soy su empleada, pero lo haré solo porque no soportaría que esos perros pasen hambre”.
Dos horas después, terminadas las clases, estaba frente a la casa de mi amante. Abrí la puerta y entré. Maquinalmente me quité las ropas porque estaba acostumbrada a hacerlo. Me reí de mí misma, no había necesidad de desnudarme si no estaba nadie en casa.
No obstante, decidí quitarme las ropas. Puse mis ropas sobre el sofá y allí comprobé que seguía mojadísima. Fui a la cocina y saqué la bolsa con la comida para perros con un par de platos grandes. Salí al jardín toda emocionada, allí estaban los dos bichos, encadenados. A esa altura ya me conocían, movía la cola el labrador, el dóberman me daba pena porque apenas tenía colita pero la sacudía con muchas ganas.
—Vino mamita, chicos  –dije sonriendo. Me arrodillé frente a ellos y les acerqué los platos repletos.
El dóberman, el más salido de los dos, empezaba a ponerse duro. Al parecer quería montarme de nuevo. Dios mío, era idéntico al perro de uno de los videos. Empecé a meterme dedos y masturbarme frente a ellos. Dejaron de comer y empezaron a mirarme con curiosidad, noté que incluso al labrador se la estaba poniendo dura; ambos querían venir hasta donde yo me retorcía pero sus cadenas eran cortas.
Me puse de cuatro y empecé a estimularme fuertísimo. Les miraba de reojo, mis ojos empezaron a humedecerse. Babeaba como una perrita, viendo a esos dos animales deseándome, queriendo montarme y hacerme su perrita como en las películas.
Me volví a correr por tercera vez en todo el día, chillé como cerda frente a ellos. Se les veía en los ojitos: querían darme carne de la buena, y yo quería recibirla porque aparentemente los humanos no querían dármela. Pero no me atrevería jamás a dejarme montar por un perro, por favor, pero como fantasía aplacaba mis ansias.
Mi conchita estaba hirviendo, hinchadísima, mis pezones estaban paraditos, se me hacía agua la boca todo el rato, era una auténtica locura, mi cuerpo me pedía que me dejara follar por cualquiera de los dos animales pero mi mente aún era muy fuerte y luchaba por la poca dignidad que tenía.
“Soy una chica decente, soy una chica decente, soy una chica decente, por diossss” –me decía mientras me volvía a meter dedos, mirando esos dos cipotes anhelantes.
Estuve tirada allí sobre el césped, jadeando, tras haberme corrido por lo menos una vez más. Pasaron los minutos y decidí volver adentro de la casa para darme una ducha. Cuando terminé de hacerme con mis ropas, le escribí al señor López:
“¿Va a volver pronto, señor? Ya alimenté a sus perros.”
“Gracias Rocío, eres mi princesa, pero no llegaré temprano. Ve a tu a casa, mañana te escribo”.
Otra vez tratándome tan bien. Si es que cuando se pone las pilas es todo un amor. Cogí mi mochila y me retiré de la casa esperando que mi cuerpo dejara de pedirme sexo con perros.
De nuevo en mi hogar, intenté estudiar en la sala. No podía. Veía mis apuntes y no podía concentrarme. Fui de nuevo a mi habitación para escuchar música o ver la televisión. Pero terminé viendo las películas que me dejó el señor López.
“Soy una chica decente” –me repetía una y otra vez mientras ponía la película en el reproductor. Terminé viéndolas dos veces cada una, de vez en cuando ponía las escenas a mitad de velocidad para percatarme de todos los detalles como los rostros de esas mujeres y los embates más fuertes de los animales.
Y al dormir volví a tener más sueños guarros pero que ya no parecían incomodarme tanto; soñaba que el labrador me hacía su putita en mi habitación. Mi papá y mi hermano miraban desde la puerta gritándome lo muy puta que era por dejarme montar. Cuando el perro se corrió, entraron a mi habitación con un montón de perros listos para follarme.
Al día siguiente, de nuevo en clases, recibí otro mensaje del señor López. Cuando lo leí se me cayó el mundo y casi me desmayé:
“Rocío, tengo cámaras en la casa y en el jardín. Vi lo que hiciste ayer frente a mis perros, puta. Bueno, mis colegas también lo están viendo”.
Mi móvil cayó al suelo y rápidamente lo recogí. Estaba temblando, estaba mareada, quería morirme, quería que la tierra me tragase. Una amiga me preguntó si me encontraba bien pero su voz parecía tan lejana. Me recuperé y le escribí:
“No es lo que cree, don López”.
“No pasa nada. Hoy iremos yo y don Ramiro para buscarte a la salida de tus clases.”
Casi me desfallecí en  plena sesión de estudios. Me critiqué. Toda la culpa la tuve yo. Por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Mis amigas notaron que me había vuelto un fantasma en vida, no les hacía caso, a veces miraba al techo y me reía silenciosamente y sin razón. Era más que oficial: mi cerebro estaba podrido.
Cuando terminamos las clases, me fui a la salida y vi venir un lujoso coche. Era el gordo de don Ramiro y el señor López.  Yo estaba ida, como fuera de mí, ya no me importaba lo que mis amigas y compañeros pensaran de mí al verme subir en ese auto con dos hombres maduros. Me acosté en el asiento trasero para tratar de calmar el mareo. Y arrancaron el coche con rumbo desconocido.
—Hola putita.
—Hola señores –dije aminorada.
—¿No nos vas a mandar a la mierda como usualmente sueles hacer?
—Estoy cansada, quiero irme a casa.
—Pues va a ser que no. Vamos a una veterinaria para comprar un par de cosas.
—¿Qué? ¿Qué van a comprar?
—Jajaja, ya verás. Tenemos un buen par de sorpresas para ti.
Me recuperé poco a poco durante el viaje. Me senté adecuadamente y traté de asimilar mi nueva situación: los compañeros de mi papá y su jefe me vieron masturbarme frente a dos perros en el jardín. Vieron cómo me corrí al menos dos veces. Por dios, no había forma humana de asimilarlo…
Llegamos a la veterinaria, nos bajamos los tres. Entramos y el señor López le dijo a la encargada:
—Buenas tardes, mi hija aquí –dijo tomándome del brazo—. Ella quiere comprar unas fundas para las patitas de sus dos perros.
Imaginaba por dónde iban los tiros. Me convertí en una chica autista, fuera del mundo, estaba como drogada y la señora me miraba raro.
—Ejem…  Bueno, tienes detrás de mí un montón de colores para elegir. ¿Cuál quieres, jovencita?
—Elige, Rocío. ¿Cuál crees que le quedará mejor al dóberman?
—Al… al dóberman –me imaginé al bicho montándome duro en el jardín —. El rojo.
—¿Y para el labrador? –preguntó don Ramiro.
—Ese… me gusta el negro –mi concha estaba chorreando. El labrador haciéndome su puta en la sala.
—Pues nos los llevamos. Rocío, son tus perros, por lo tanto gastarás tu dinero. Paga.
—¿Quéeee? –me desperté de mi mundo de sueños zoofílico.
 

La dependienta se rio de mí. Con la cara enfadada pagué las malditas fundas mientras me decía para mí misma que seguía siendo una chica decente.

De nuevo en la casa de don López, me desnudé al entrar. Ambos hombres se sentaron en el sofá y me invitaron a colocarme entre ellos. Me empezaron a tocar el coño y tetas mientras me ordenaban que les masturbara con una mano a cada polla. En tanto que  uno me chupaba el cuello y el otro me metía su lengua hasta el fondo de la boca para calentarme, oí al dóberman ladrar en el jardín.
—¿Estás caliente, puta?
—Sí, dios santo, estoy que me muerooooo…
—¿Quieres polla, no, putita?
—Mi novio no me habla, ustedes solo me meten mano, claro que quiero vergas jodeeeer –dije apretando ambas trancas con fuerza.
—¡Auch, Rocío, cuidado que vas a arrancarlas!
—Pues si eso es lo que hace falta, cabrones, lo voy a hacer.
—¡Jajaja! Parece que volviste. Bueno, ya es hora. Estás a tope. Ve al jardín y elige un perro.
—¿Elegir? ¿Para qué voy a elegir uno?
—Pues para ponerle las fundas.
—¿Y… para qué voy a ponerle las fundas?
—No te hagas de la que no entiende, puta. Te di una orden, ve y elige un perro. Tráelo de la cadena.
—Perdón, se-señor López.
Me levanté. Temblaba y me sentía fuera de mí. Era la hora. Salí al jardín y me arrodillé frente a los dos bichos. El dóberman parecía muy feliz de verme. Era el más salido pero probablemente el más fuerte, me iba a matar si no sabía cómo domarlo. El labrador parecía más tranquilo y me convenía, pero era el del cipote un poquito más pequeño.
Entré de nuevo en la sala trayendo de la cadena al perro elegido.
—¡Trajiste al dóberman! Toma, ponle las fundas a las patitas.
Los hombres atajaron al animal mientras yo me arrodillaba para ponérselas. Tras un martirio que me pareció durar horas y horas, mirando de reojo la polla rosada palpitante del dóberman, logré forrar sus cuatro patas.
—Señor López, tengo miedo –dije al atarle la última fundita. Le tomé de las manos y le miré con carita de puchero.
—Esto es lo que te mereces por puta y salida. Quieres estar con los perros, pues estarás con ellos.
—Pero no quita el hecho de que tenga miedooooo….
Se sentó en su sofá y me dijo que me acercara a él a cuatro patas, como una perra. Al llegar, me senté en el suelo sobre mis talones, acomodándome entre sus piernas. Saqué su polla sin que me lo pidiera y empecé a chupar el tronco, recorriendo sus enormes venas con mi lengua.
—Rocío, solo estábamos probándote. No vas a follar con el perro –dijo acariciándome el cabello—. Vas a practicar primero. Deja que te monte, no te va a penetrar a menos que lo ayudes. Queremos ver primero si eres capaz de soportar su peso, su fuerza. Iremos paso a paso.
Sonó el timbre. Don Ramiro fue a abrir pues se trataba de los compañeros de mi papá, que vinieron a ver cómo “la hija de Javier” se lo montaba con un perro. Cuando entraron, la sala se llenó de insultos, me decían guarradas, me tocaban el culo pero yo no podía pensar con claridad, tan solo me limitaba a mamársela a don López.
—Sigue, puta, pronto tendrás toda mi lefa –ordenó don López –. Amigos, traigan al dóberman.
Me asusté un montón, el momento estaba llegando, dios santo.
 —Rocío, ¿quién te dijo que dejaras de mamar, puta?
—Diossss… perdón, don López –dije engullendo su cipote.
—Sujétate de mis piernas, puta, el perro es fuerte. Ya lo sabes.
—¿Me ayudarán si me lastima? En serio estoy que me muero de miedoooo…
—Como sigas hablando te ato afuera y te dejamos a tu suerte con los perros.
—Perdóoon, no hablo más, perdóoon –metí la puntita de mi lengua en su abertura uretral para tranquilizarlo, no es divertido cuando don López se enoja.
Escuché cómo traían al perro detrás de mí. Saqué mi boca de su tranca y abracé la cintura del señor, pegándome contra su pelvis, sintiendo su polla palpitando entre mis senos. Creo que le di pena porque normalmente me diría que soy una tonta y que me iban a dar lo mío, pero me acarició el cabello:
—Pues parece que sí tienes miedo. Joder, me vas a dar pena y todo, marrana. Mira, si quieres, pararemos con esto y lo dejaremos para otro día. ¿Qué dices?
Le miré a los ojos. Podía frenarlo; pero ya era tarde. Mi cabeza estaba podrida, mi coñito estaba que ardía. Ellos me vieron, sabían mi naturaleza de puta pese a que no lo admitía nunca.
—Quiero hacerlo, don López.
—¿Segura, quieres que te folle el dóberman?
—Síiiii –dije volviendo para chupar su enorme pija.
—Te jodes, Rocío, no te va a follar, te dije que vamos a ir paso a paso. Hoy una montada, nada de penetración, para ir cogiendo ritmo. El día que te folle tendremos que higienizar al can, consultar con un experto o algo, no quiero que te lastimes permanentemente.
E inmediatamente sentí al perro abrazándome la cinturita. Se me erizó toda la piel, sentí algo riquísimo en mi vientre, como un pequeño orgasmo expandiéndose por el cuerpo. Puse mi colita en pompa y sentí esa carnecita tibia golpeando mi cola y a veces mis muslos, balanceándose y humedeciéndome.
Empezó a iniciar su vaivén. Su carne me daba como pequeños azotes, yo me inclinaba más para sentirlo mientras mi boca seguía engullendo el pollón del señor López. Él agarró un puñado de mi cabello y me levantó la cara:
—Quiero que te filmen el rostro mientras te monta.
En la TV de alta definición podía verme a mí misma, al dóberman tratando de entrar en mí y a mis amantes masturbándose a mi alrededor. A don López se la sacudía con mis dos manos, tratando de aguantarme los embates fuertes  del animal, tratando de disfrutar de esa película de zoofilia tan obscena en donde yo era la puta principal.
Se me hizo agua la concha como nunca e hice un esfuerzo para estimularme el clítoris con una mano mientras la otra se aferraba al pollón venoso del señor López. Era demasiado delicioso, solo faltaba que me la insertara, que su bulbo se expandiera dentro de mi coño y que me hiciera su puta, que  se corriera dentro y nos quedáramos abotonados toda la noche.
—Don López, quiero que me la metaaaaa… diosss míooooo….
—Qué puta eres, la mierda, menudo putón parió tu madre… —dijo don López, corriéndose en mi boca. Nunca se llegó tan rápido, imagino que le excitaba verme sometida por un perro. Fue brutal, me la metió hasta la campanilla nuevamente haciendo que saliera semen por la nariz, la sacó y me salpicó un ojo, cegándome, pero no me importaba, quería más así que apreté su pollón y succioné con fuerza para extraer las últimas gotitas.
Me volvió a levantar la cabeza para hablarme:
—¿Te está gustando?
—Mfffff… Síiiiii… si tan solo me follara sería lo más ricoooo…
—Qué puta es la nena –dijo un señor que se masturbaba.
—La hija de Javier está salida, me la voy a llevar a mi casa el próximo finde, joder –dijo otro.
—Te voy a llevar yo a mi mansión, ramera, voy a contratar un par de travelos para que te cosan a pollazos –amenazó el gordo.
—Pues yo tengo un perro en casa, ¿quieres estar con mi can, puta?
—Síiii, señoooor, y quiero que este perro se corra en mí como en las películasssss, diossss, don López por favoooorrrr…
—¿Lo están grabando? ¡No puedo creer que la hija de Javier esté diciendo estas cochinadas!
—Lo estamos grabando todo, jaja, venga don López, que la folle de una vez, ¡todos queremos verlo!
Llevé mi mano bajo mi vientre para agarrar esa maldita polla.  Estaba cansada de sentirla golpeándose, dándome azotes a mis carnes. La quería tomar, quería que me la metiera como a esas putas de las películas. Porque vale, lo confieso: soy una puta, una perra que necesitaba ser calmada. Pero rápidamente se acercaron para sacar mi mano de allí, a la fuerza. Don López carcajeó, me dio un zurrón en la cabeza y sentenció:
—Estás loca. Te dije que hoy no follas con el perro, hay cosas que aún tenemos que averiguar –metió su dedo corazón en mi boca. La chupé con fuerza, estaba cabreadísima y de la rabia di un mordisco.
—¡Auch! Tranquila Rocío, joder, ya tendrás tu oportunidad, lo hacemos por tu bien.
El perro empezó a ser más violento. Estaba que no podía contener sus enviones, se habían vuelto tan fuerte que tuve que atajarme de las piernas de mi amante. Era obvio que se estaba por correr y me tenía como loca el hecho que no iba a penetrarme, por eso en un último intento puse mi colita en pompa tratando de que me la ensartara sin que ellos se dieran cuenta, pero simplemente no había forma de que me la metiera.
Empezó a correrse, a lanzar gotitas que se pegaron en mi cola y en la cara interna de mis muslos. Todo dios empezaba a llegarse también, y yo en cambio tenía el coño chorreando como nunca en mi vida, rogando carne, sin poder terminar la faena.
El perro se salió de encima e inmediatamente metió su hocico para comerme la concha. Luego vi en la TV que el gordo se acercó y me separó las nalgas groseramente. En el momento que me quejaba por su forma brusca, el perro ladeó su cabeza para repasarme el culo.
—Ufffff… no puede ser tan ricoooooo… —abracé de nuevo a don López, que si no me caía.
—¿Te gusta que el dóberman te coma el culo, niña?
—Qué gustazoooo me voy a moriiiirrr… Por favor traigan al otrooooo….
—¡Qué puta es la nena!
—Cuando te haga probar mi polla vas a olvidar a los perros, cerda.
Mientras su lengua se ensañaba con mi culo, volví a estimularme el clítoris para correrme. Fue muy rico pero no era lo mismo, realmente deseaba ser penetrada por el dóberman.
Pocos minutos después, con mi cuerpo exhausto, reposando la cabeza sobre el bulto del señor López, el perro dejó de comerme las carnecitas y se fue de la sala mientras yo estaba tratando de respirar bien pues la lefa de mi amante me tapó las vías nasales.
—¿Podemos… practicar con el labrador, don López? –pregunté sumisa.
—Suficiente con los perros por hoy, Rocío, ¿no ves cómo pusiste a mis colegas? Deja de pensar tanto en ti, niñata.
—Perdón, don López –dije chupando sus huevos a modo de disculpas.
—Ufff, ve a limpiarte, guarra, cuando vuelvas te vamos a dar carne hasta que veas pollas en vez de estrellas, ¡jajaja!
—Uffff… Sí, señor, pero por favor por el culo no me hagan nada…
—No sé, no sé, ya veremos. Al menos con los dedos te quiero follar ese culito, puerca.
Don López me tomó del mentón y me metió su lengua hasta el fondo. Casi vomité del asco, más que nada por su horrible aliento a cigarrillo. Pronto sentí la mano de otro tío, agarrándome de la quijada para que abriera la boca, pensé que me iba a escupir o alguna cerdada similar, pero en realidad me dio de tomar algo muy fuerte que me quemó la garganta.
Entre dos hombres me levantaron y me llevaron de los brazos al baño, para limpiarme con manguera, esponja y jabón. Yo me dejaba hacer sin poner resistencia, estaba ida, tratando de asimilar mi nueva condición de perra. Escuchaba cómo comentaban lo cerda que me había vuelto, me hacían ver las escenas con el dóberman que filmaron con sus móviles, escuchaba cómo le rogaba para que el bicho me penetrara. Mi cerebro estaba oficialmente podrido, pero no me importaba.
Cuando terminaron de bañarme, me vendaron los ojos con un paño negro y me apresaron las manos tras la espalda con lo que pensé serían esposas.
—Venga, suficiente descanso, vamos a darte lo tuyo, putita.
—Por favor, señores, no tan duro como la última veeeezzzz…
De brazos me llevaron con rumbo desconocido. Tal vez a la sala, tal vez a la habitación de don López o al sótano. Pero sí sabía que no iba a salir de ahí durante un buen rato y que mi noche recién había comenzado. Pero ya podrían desfilar todas las pollas del mundo frente a mí, yo solo podía pensar en esos dos perros.
“Soy una chica decente” dije al aire, con mi sonrisa repleta de semen mientras esos maduros me llevaban a algún lugar de la casa para darme una tunda de pollazos que no olvidaría nunca. Me lo merecía, por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Por estar convirtiéndome poco a poco en la putita de un dóberman, por estar deseando ser montada también con el labrador.
No sabía dónde estaba, pero me hicieron arrodillar. No quería quitarme la venda ni las esposas, me calentaba sobremanera no saber quién tocaba, quién metía dedos, lengua y polla. Sentía a varios hombres a mi alrededor. Se oía cómo quitaban fotos, cómo se pajeaban en mi honor.
—Te voy a preñar, puta –dijo alguien, dándome latigazos en la mejillas con su tranca.
—Pues yo te voy a reventar el culo, me importa una mierda lo que te prometimos.
—Joder, aguántense las ganas, maldita sea, el culo no lo tocaremos. ¿Quién trajo los condones?
—Seguro que todavía estás pensando en ese puto perro, Rocío.
—Pero si yo soy una chica decente – les dije sumisa, ida, fuera de mí, antes de que una larga y gruesa polla me callara por el resto de la noche.
————————-
Gracias por leerme, queridos lectores de pornografo aficionado. Si les gustó, escribiré cómo terminé concretando por fin la faena con los bichitos estos. Si no les gustó, pues perdón, lo escribí con mucha ilusión.
Un besito,
Rocío.
 
 
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es
 

 
 
 

Relato erótico: ¡Qué culo tiene esa mujer!: La entrego a una amiga (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Esta primera foto es de Virgen Jarocha en la que os manda un beso por la gran acogida que le habéis hecho a sus relatos, AUNQUE LE DA TRISTEZA QUE NO HAYÁIS COMENTADO NADA DE SU RELATO: 
“Fantasia o realidad”
http://pornografoaficionado.blogspot.com.es/2013/12/fantasia-o-realidad-por-virgen-jarocha.html
 Las demás son de unas modelos

Si queréis agradecérselo, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com 
 
Habiendo acordado conmigo Linda que,  a partir de ese día, cumpliría todos mis caprichos incluido el que la compartiera con otra mujer, decidí hacerlo realidad en cuanto pudiera. Por eso en cuanto dejé el pueblo, empecé a pensar cual de mis amigas aceptaría realizar un trío con esa monada. Repasando mis diferentes amistades, comprendí que solo Patricia daría la talla. Aunque no era precisamente bella, más bien era feílla, el hecho de ser bisexual reconocida y tener una vena dominante y morbosa, la hacía la idónea para realizar esa fantasía. El problema es que era de “Martinez” y como había crecido también allí, conocía a Linda. Tras analizar los pros y contras, decidí que lejos de ser un problema, el que se conocieran incrementaba el morbo.
Como debía darle tiempo para hacerse a la idea, llamé ese mismo lunes a esa morena. Sin decirle exactamente qué era lo que me proponía la invité a pasar conmigo el siguiente fin de semana de desenfreno en mi hacienda.
-Por el modo en que me hablas, me tienes preparada una encerrona- contestó muerta de risa-
-Solo te puedo decir que no te arrepentirás- dije picando su curiosidad.
La naturaleza femenina de mi amiga hizo el resto y aceptando de inmediato, quedé con ella en recogerla el viernes a la tres.
-¿Qué ropa debo llevar?
-Aunque no te va a hacer falta, vete dispuesta para matar.
Nuestra llegada a mi hacienda:
En la mañana de ese viernes avisé a Linda que llegaría a cenar con compañía sin especificarle el quien porque quería que fuera una sorpresa. Disfrutando de antemano, me imaginé la reacción de ambas al encontrarse frente a frente: Mi empleada se quedaría cortada por ver a su amiga de la infancia y no saber cuáles eran mis intenciones. Patricia en cambio, estaría descolocada porque le había prometido una juerga brutal y temería que la presencia de Linda, truncara sus planes.
Después del trabajo, recogí a mi amiga en su casa. Tal y como le había pedido, iba vestida pidiendo guerra. El escotado traje que se había puesto dejaba poco margen a la imaginación. Sus pechos no solo se intuían sino que parecía que se le iban a salir, debido a lo apretados que los llevaba. Al entrar y sentarse en el asiento del copiloto me la quedé mirando fijamente y en plan de guasa le pregunté:
-¿Le has robado el vestido a tu hermana pequeña?
-¿Por qué lo dices?- respondió haciéndose la boba mientras se inclinaba hacia delante, dejándome disfrutar del estrecho canalillo de sus senos.
-Cariño- susurré a su oído mientras mi mano se perdía bajo la tela: -O has engordado o te han crecido los pechos.
Mi acompañante se mordió los labios al sentir la caricia y sin protestar por ella, se dejó hacer mientras me preguntaba:
-¿Qué me tienes preparado?
-Un trio.
Mi escueta respuesta la excitó y ya con sus pezones duros, sonrió mientras intentaba sacar más datos:
-¿Y quién es tu amigo?
Muerto de risa, respondí:
-¿Quién te ha dicho que es un hombre?- mis palabras la desconcertaron por completo y más cuando viendo su silencio, le dije:- Puede que sea un perro.
-¡Baboso!- exclamó destornillada de risa.
Comprendiendo que no me iba a sonsacar nada, se hizo la indignada y quitando mi mano de sus tetas, me amenazó con que si no le gustaba la compañía que le había elegido, se tomaría un autobús de vuelta a casa.
-No te preocupes, ¡Te gustará!
El resto del camino se quedó callada pero cuando estábamos a punto de llegar al pueblo, se empezó a poner nerviosa. Aunque intentó interrogarme por el tercero en discordia, de mis labios no salió ningún otro dato. Por eso en cuanto entramos en la hacienda y Linda salió a recibirnos, me miró con ojos de incredulidad.
-¿Es ella?- preguntó en voz baja.
No la contesté y sacando las maletas de carro, cargué con ellas por las escaleras. Al dejar toda la ropa en mi habitación, pude observar un gesto de reproche en los ojos de mi empleada. Reconozco que me encantó ver que Linda estaba celosa y por ello, aprovechando que la morena se había ido al baño, acaricié su trasero mientras le robaba un beso.
Increíblemente, esa mujer me respondió con pasión y poniendo un puchero, me preguntó:
-¿No vas a acostarte conmigo este fin de semana?
-Sí- respondí.
-¿Y Patricia?
-¡También!
Solté una carcajada al observar su cara de terror. Sin dar importancia a sus reparos, le informé que cenaríamos los tres juntos. Intentó protestar pero entonces le recordé nuestro trato por el cual se había comprometido a cumplir todos mis caprichos. Viendo que no daba mi brazo a torcer, me informó que se iba a terminar la cena por lo que me dejó solo en mi habitación.
Patricia al volver y darse cuenta que no había nadie más en el cuarto, como una furia me recriminó la presencia de Linda:
-No te parece bastante la mala fama que tengo en el pueblo. Si se nos ocurre montar una fiesta, esa zorra irá con el chisme a todos.
-No lo creo- contesté sin darle más explicaciones.
No sé si fue mi seguridad o que mi amiga supuso que el desmadre empezaría cuando esa mujer nos hubiese dejado pero la realidad es que sin esperarse que fuera Linda el tercer componente del trío, confió en mi palabra.
-¡Como se vaya de la lengua, te la corto!- respondió mientras bajábamos al comedor.
Para relajar el ambiente, abrí una botella de vino y serví tres copas. Al percatarse que Linda iba a cenar con nosotros, su desconcierto fue patente pero no dijo nada e hizo como si no ocurriese nada. Mi empleada llegó entonces con la cena y preguntándome como nos íbamos a sentar, le respondí que una a cada lado y yo en medio.
Una vez en nuestros sitios empezamos a cenar. Haciendo honor a su destreza, todos los platos estaban deliciosos y por eso poco a poco ambas mujeres se fueron relajando. Momento que aproveché para llevar la conversación hacia el lado picante. Sin darse cuenta, las dos amigas contaron sus experiencias de adolescentes con muchachos del pueblo. Muertas de risa, me explicaron que entre ellas me llamaban el “marqués”. Al preguntarles el motivo, descojonadas reconocieron porque me creía superior.
-Eso no es verdad- protesté.
-Sí que lo es- respondió Patricia- Todas queríamos echarte el guante pero ninguna pudo.
Recalcando la idea, en plan de guasa, Linda soltó:
-Incluso empezamos a supones que eras gay.
Solté una carcajada ante semejante locura y bajando una mano a cada lado, empecé a acariciar los muslos de ambas mujeres por separado mientras que les decía:
-¿Os apetece que os demuestre lo contrario?
 Mi descaro las sorprendió pero ninguna hizo intento alguno por retirarla de su pierna y mirándose entre ellas, se preguntaron que iba a pasar después. Viendo su desconcierto, fui deslizando mis dedos hacia sus entrepiernas y ya cuando mis yemas habían alcanzado las pantaletas de ambas, comenté como si nada:
-Aunque pensándolo bien, os he oído gritar a ambas en mi cama- e introduciendo mis dedos bajo sus tangas, empecé a masturbarlas sin que ninguna pudiese hacer nada por evitarlo.
Desconcertadas por mis palabras ya que, importándome una mierda el qué dirán, le había confirmado que ambas habían sido mías se quedaron en silencio. La primera en reaccionar fue Patricia que dejándose llevar por la calentura que sentía, se dirigió a  Linda mientras separaba sus rodillas para facilitar mis maniobras, diciendo:
-¿Sabes que este cabrón, me ha traído engañada?. ¡Me ha prometido un trío!.
Sin ser capaz de mirarla, mi empleada contestó:
-No te ha mentido, esta noche seremos dos mujeres las que estaremos en su lecho.
Esa confesión la dejó anonadada y por eso no pudo reprimir un gemido al sentir mis dedos pellizcando el botón de su entrepierna. Cómo ya se había desvelado todo, decidí forzar la situación y levantándolas de sus sillas, las junté una contra la otra mientras ordenaba:
-Bailad para mí.
Patricia que tenía experiencia con otra mujer, tomó la iniciativa y llevando su mano a la cintura de Linda, la obligó a pegarse a ella. No tardé en observar como con sus cuerpos totalmente unidos, las dos muchachas iniciaban un sensual baile, teniéndome como testigo.  Sus movimientos cada vez más acusados me demostraron que ambas los deseaban.
-Linda, ¡Besa a Patricia!.
Mi empleada obedeció y cogiendo la cabeza de la morena, aproximó sus labios a los de la otra mujer. El brillo de los ojos de Patricia me informó de su excitación cuando su dueña, abriendo la boca, dejó que la lengua de su conocida entrara en su interior.   Con sus dorsos pegados mientras se comían los morros una a la otra, siguieron bailando rozando sin disimulo sus sexos. Para aquel entonces, los corazones de ambas estaban acelerados y más se pusieron cuando oyeron mi siguiente orden:
-¡Quiero veros los pechos!
Actuando al unísono, Patricia deslizó los tirantes que sostenían el vestido de la rubia mientras Linda hacía lo propio con los de la morena. Me encantó disfrutar del modo en que sus pezones ya duros se clavaron en los pechos de la mujer que tenía enfrente. Mi empleada no pudo  evitar que de su garganta brotara un  gemido de deseo al sentir la mano de su amiga recorriendo su trasero.
Aunque su entrega se iba desarrollando según lo planeado, comprendí al ver el nerviosismo de la rubia que para ella iba a ser difícil al ser su primera vez con una mujer. Por eso, para facilitar las cosas, me acerqué a Patricia y le susurré al oído:
-¡Es su primera vez!
Mi amiga percibió al instante que le pedía y mientras rozaba con su pierna la  encharcada cueva de Linda, cogió un pecho de la indefensa mujer. Antes de seguir, la miró a los ojos y al vislumbrar deseo, decidió seguir. Desde mi posición, la observé bajar por su cuello y con suaves besos acercar su boca al pezón erecto de su aprendiz.  Asustada pero excitada, la rubia experimento por vez primera la lengua de una fémina recorriendo su rosada aureola.
-¡Dios!- exclamó en voz baja.
Durante un rato, Patricia se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de la primeriza. Viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Linda estaba preparada para dar el siguiente paso, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino al tanga de la mujer.
Arrodillándose a sus pies, le quitó con ternura esa mojada prenda, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Linda obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad retiró a los hinchados labios de la rubia, para concentrarse en su  botón.
-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer, lejos de ser repugnante, le gustaba.
Esa confesión dio a mi amiga el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera de Patricia y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la mujer arrodillada. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina. Sin importarle que pensara yo,  gritó de placer:
-¡Por favor! ¡Sigue!
Interviniendo, levanté a Patricia del suelo y cogiendo a ambas de la cintura, las llevé escaleras arriba hasta mi habitación. Una vez allí, ordené a la morena que se tumbara en la cama  y mirando a mi empleada, le solté:
-Es hora de que le devuelvas el placer.
Linda me miró aterrada pero cumpliendo con nuestro trato, se fue acercando hasta el colchón donde le esperaba la otra mujer. Patricia desde las sábanas esperó a que la rubia procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta mujer no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la muchacha.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer y asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que te gustaría que ella hiciera.
Sus ojos me pidieron que la dirigiera y por eso
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi empleada entre los muslos de mi amiga y señalando el abultado sexo de la mujer, le dije:
-Separa los labios con tus dedos y descubriendo el clítoris: ¡Bésalo!
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso a un sexo de mujer.
-Está rico- dijo bastante roja y avergonzada.
-Sigue- ordené
Linda me obedeció sin reparos y mientras seguía mis instrucciones, me a pellizcar los pezones de una indefensa Patricia que dominada ya por el deseo,  vio en mis duras caricias un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Métele tu dedo- le pedí justo cuando la mano de la morena me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Patricia hizo que Linda diera un chillido de deseo y sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene, siguió masturbando a la morena, metiendo y sacando su dedo de ese coño. Repartiendo mi atención entre lo que hacía la rubia y las caricias de la morena, obligué a la primera a incrementar sus acciones añadiendo otro dedo al que torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi Patricia ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta.
-No te aceleres- le solté sacando mi miembro -¡Por ahora disfruta!
Cabreada por dejarla sin su chupete, intentó volvérselo a meter. Al ver que no cedía se acomodó entre los almohadones y cerrando los ojos, dejó que mi empleada siguiera comiendo de su coño. Esta se colocó frente a la morena y separándole las piernas, recomenzó como si nada hubiese pasado, lamiéndole la parte interna de los muslos. Desde posición, pude contemplar por entero el sexo de la morena y la humedad que encharcaba los labios me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con su respiración entrecortada, esperó las caricias de la lengua de mi empleada. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y convulsionando sobre las sábanas se corrió dando gritos. Me encantó ver que su cuerpo temblaba mientras Linda no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua.
Sus gemidos coincidieron en el tiempo, con mi llegada a la espalda de Linda. Mientras la rubia seguía devorando el coño de mi amiga, con mis manos le abrí sus nalgas y tanteando el terreno, le solté un azote mientras le preguntaba si deseaba que la tomara.
-Cógeme, ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!- chilló entusiasmada.
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria, y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, la forcé lentamente, de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi tranca rozando sus adoloridos labios, mientras la llenaba.
Patricia exigiendo su parte, tiró del pelo de la rubia y poniendo nuevamente su coño a disposición de la muchacha, le exigió que su lengua se introdujera en el interior de su vagina mientras mi pene se recreaba en el interior de mi empleada. Sentir mi huevos rebotando contra su culo mientras ella seguía comiendo con auténtica pasión la cueva de mi amiga, fue algo alucinante.
Parecíamos un tren desbocado. Mis  embestidas obligaban a Linda a penetrar con su lengua más hondo en el interior de Patricia, y esta, al sentirlo, pegaba un grito que forzaban a un nuevo ataque por mi parte.
La morena fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la cama y mientras se pellizcaba los pezones, nos pidió que la acompañáramos. Aceleré el ritmo al escucharla y cayendo sobre la espalda de la rubia, me derramé regando su interior con mi semilla. El orgasmo de Linda en cambio fue algo brutal. Al sentir mi semen rellenando su estrecho conducto, se creyó morir y pegando un alarido, informó a los cuatro vientos su placer.
Satisfecho por lo sucedido, me tumbé en la cama entre ellas y mientras me abrazaban, pregunté a Patricia si seguía temiendo que Linda se fuera de la lengua.
-¡Por supuesto! – respondió muerta de risa -¡No te haces una idea de lo bien que la maneja! Solo espero que esto sea un aperitivo y que durante el fin de semana, vuelva a demostrarlo.
Mi empleada soltó una carcajada al oírla y llevando una mano al pecho de la morena, le apretó un pezón, mientras la contestaba:
-Tendrás que preguntar a José. Yo no hago nada sin que ¡Él me lo mande!

Relato erótico: “En la estrella de la muerte” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

EN LA ESTRELLA DE LA MUERTE

La princesa Leia, aliada con la causa rebelde en contra del malvado Emperador Palpatine, tras una cruenta batalla, consigue robar los planos de la estrella de la muerte.

En su desesperada huida, camino del sistema Alderaan, es interceptada por la armada imperial en las inmediaciones del planeta Tatooine. En el último momento, la princesa consigue poner los planos a salvo en la superficie del desértico planeta, pero no puede evitar caer prisionera de las tropas imperiales.

Inmediatamente, es conducida a la estrella de la muerte, donde el destino le espera para jugarle una mala pasada…

Aquella chica era un maldito incordio. Darth Vader se estiró la túnica, ajustó los graves de su micrófono manipulando un par de diales de su pechera y entro en la sala de torturas. Como había imaginado +KP2, la flamante unidad de tortura de última generación del almirante Piett, no había conseguido nada de aquella testaruda joven.

Estaba seguro de que había robado los planos de la estrella de la muerte y pretendía llevarlos a la base rebelde con la vana esperanza de encontrar un punto débil en aquella fenomenal arma de destrucción total y antes de su detención los había escondido, pero ese montón de chatarra no había conseguido extraer ni lo uno ni lo otro de aquella valiente joven rebelde.

—¡No tiene derecho a mantenerme aquí encerrada! —exclamó la joven con la voz firme como si ninguna de las torturas que le habían aplicado hubiese causado efecto en su determinación— Soy la princesa Leia Organa, miembro del Senado Imperial. Voy en misión diplomática a Alderaan. ¡Esto es una infamia! ¡Tendrá noticias de ello el Emperador!

—¡Basta! —rugió Darth Vader con una voz grave y metálica— No hace falta que sigas con esta impostura. Sé perfectamente que apoyas a la causa rebelde y voy a conseguir que me digas dónde guardas los planos de esta nave y sobre todo, dónde está la base rebelde.

Darth Vader echó un rápido vistazo a la muchacha que se había erguido y mantenía un gesto adusto. No había nada destacable en ella. Su rostro era vulgar aunque tenía unos ojos grandes y castaños que revelaban una feroz determinación. La fina túnica blanca no podía disimular un cuerpo esbelto y voluptuoso a pesar de su juventud.

Pero lo que más le sorprendió fue lo intensa que era la fuerza en ella. Mientras se acercaba a ella amenazador, se recordó a si mismo que debía hacer un recuento de midiclorianos de los restos ensangrentados del robot de tortura.

—Princesa Leia, por última vez. ¿Dónde está la base rebelde?

Aquel hosco silencio y la mirada dura de la joven despertaron algo en él, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Quizás fuese el parecido con su ya casi olvidada Padme. Perdida de una forma absurda. ¡Perdida porque él no pudo mantener su promesa! Perdida por culpa de aquel maldito Obi Wan Kenobi que le metió absurdas ideas en la cabeza…

Sintió como la ira calentaba su cuerpo, como el reverso oscuro de la fuerza le envolvía y le proporcionaba un poder aun más extraordinario hasta el punto de sentir la necesidad de hacerle experimentar a aquella joven el terrible poder que poseía.

Con lentitud levantó un brazo y haciendo un pequeño gesto consiguió levantar a la joven por el aire a la vez que cerraba su garganta. La princesa emitió un estertor, pero no apartó la firme mirada. Tampoco se debatió, consciente de la inutilidad de toda resistencia.

—Veo que eres una mujer valiente, quizás lo que debo hacer es cambiar de táctica. —dijo Vader soltando una risa cascada.

Aflojando la presión en la garganta, pero manteniendo a la princesa indefensa en el aire con un nuevo gesto hizo que la frágil túnica volara desintegrada en mil retazos.

La joven intentó tapar su cuerpo desnudo, pero Darth Vader ya se había adelantado y la mantenía totalmente paralizada. Por fin, mientras admiraba aquellos pechos pálidos y turgentes y aquella suave mata de pelo oscuro y rizado cubriendo su pubis, vio un destello de miedo en sus ojos.

—No sé qué es lo que pretendes, cerdo, pero te aseguro que nada de lo que me hagas podrá acabar con mi determinación de liberar a la galaxia de tu oscura presencia y de la del Emperador.

—Sí, sigue así. Siento como la ira y el miedo crecen en ti. Deja que la oscuridad te envuelva y te de fuerzas.

—No me das ningún miedo, cabeza de Minock, sabandija de los pantanos de Dagobah…

Darth Vader la ignoró y dio una vuelta alrededor del cuerpo paralizado, pensando que aquella joven ganaba bastante desnuda. Sus piernas eran largas y atléticas y su culo era tan apetitoso que no pudo evitar quitarse uno de sus guantes y acariciarlo con suavidad con una mano artificial.

La joven princesa crispó todo su cuerpo al notar el contacto. Era como si algo oscuro y venenoso, como un gusano geonosiano reptara por su culo amenazando con convertir su cuerpo en una yaga purulenta.

Lo que quedaba de los labios del maestro oscuro sonrieron con malicia bajo la máscara al ver la reacción de repugnancia de la joven. Con un gesto la depositó de nuevo en el suelo, aun paralizada. Quitándose el otro guante acercó una mano sarmentosa, cargada de cicatrices de las terribles quemaduras sufridas en un mundo olvidado. Acarició la espalda y el culo de la princesa, que soportaba impotente aquella nueva tortura, recorrió con sus dedos ásperos sus pechos y pellizcó sus pezones hasta que estuvieron erectos.

Leia se mordió los labios intentando mantener el control sobre sí misma. El dolor de sus pezones y la respiración metálica e intimidante hicieron que no pudiese evitar que se le escapase una solitaria lagrima que Darth Vader se apresuró a recoger con una de sus frías garras.

El húmedo calor de la lágrima de la princesa calentó su dedo. Sintió como la fuerza corría a raudales por aquella minúscula gota y la observó hipnotizado por un instante. Aquella mujer era una amenaza, tanto por su potencial para convertirse en una Jedi como por su capacidad para parir nuevos individuos con esa enorme concentración de midiclorianos… Aunque bien pensado… que mejor aprendiz que un hijo de las dos personas vivientes con mayor concentración de esas microscópicas criaturas en la galaxia. Un hijo al que poder criar y adiestrar en el reverso oscuro de la fuerza desde su más tierna infancia. Durante unos segundos fantaseó con el poder que podría acumular aquella criatura cuando fuese adulto.

Antes de que la joven se diese cuenta, salió de su ensimismamiento y acercó sus manos con desesperante lentitud a su cuerpo paralizado e indefenso, disfrutando del terror de la jovencita. Si la concepción se producía en un entorno en el que la ira y el miedo era intensos el poder de la criatura sería aun mayor.

—Es hora que sepas que tienes mucho que aprender jovencita. —dijo Darth Vader soltando una tétrica carcajada.

Manteniendo a la joven princesa inmovilizada, se abrió la túnica extrayendo de su interior un miembro negro y brillante como la carbonita. Levantando su antebrazo hasta la altura de su cintura, puso la palma de la mano hacia arriba y fue cerrando poco a poco el puño con fuerza a medida que lo levantaba ligeramente.

La polla de Darth Vader comenzó a crecer y endurecerse al mismo ritmo hasta alcanzar un grosor y tamaño considerables.

Leia miró aquella polla negra y hambrienta palpitar en busca de su coño. Si hubiese podido, hubiese salido corriendo, pero a pesar de sus esfuerzos estaba totalmente paralizada.

Cuando Darth Vader estuvo totalmente empalmado, su atención se fijo en la joven que miraba su miembro con ojos grandes y asustados, forcejeando con sus invisibles ataduras.

Aquella joven de piel tierna y cremosa le excitaba sobremanera. Con un ligero gesto hizo que el sexo de Leia se hinchase y se volviese tan sensible que hasta una leve corriente de aire conseguía estimularlo. Con un pequeño giro de muñeca hizo que la fuerza estrujase su clítoris y se introdujese por su coño expandiéndolo hasta alcanzar el límite. La joven crispó todos sus músculos al sentir como una presencia extraña la invadía y tuvo que morderse el labio para no gritar asaltada por un intenso placer.

Aquella criatura maligna la estaba violando sin apenas tocarla y lo peor de todo es que había un lado oscuro en ella que estaba disfrutando con ello. Cuando aquel hombre sin rostro se acercó y la penetró físicamente con su enorme polla, no pudo evitar un apagado suspiro. Aquella polla era fría y grande, pero sobre todo era una inmensa fuente de placer. Cuando se dio cuenta estaba tumbada sobre la mesa de torturas con las piernas abiertas deseando más.

El general imperial metía y sacaba su miembro de ella usando sus garras para estrujar sus pechos y pellizcar sus pezones mientras la invitaba a unirse al lado oscuro de la fuerza.

Leia no tuvo más opción que rendirse al placer para poder seguir concentrada en evitar la terrible tentación de sucumbir al mal.

Darth Vader estaba satisfecho. La mujer, a pesar de resistir sus intentos para unirse a él, también en mente, además de en cuerpo, estaba sucumbiendo a la lujuria, una de las más poderosas fuentes de poder del reverso oscuro de la fuerza. Su vástago sería oscuro y poderoso.

—Hijo de puta. Nunca seré tuya. —dijo la princesa entre gemidos—Puedes torturarme. Puedes dominar mi cuerpo y convertirlo en un guiñapo hambriento de sexo, pero mi espíritu está muy lejos, con mis seres queridos.

El hombre interrumpió el discurso con dos poderosos embates. El cuerpo de la mujer, al fin libre de moverse, se retorció extasiado mientras ella apretaba los dientes y soltaba un grito ahogado.

Hacía tiempo que Leia había perdido todo control sobre su cuerpo, que se estremecía aguijoneado por intensos relámpagos de placer. En ese momento, el Lord de la oscuridad la levantó en el aire y agarrándola por aquel culo terso y cremoso y separó sus cachetes.

Con su coño aun ensartado por el enorme falo de aquel espectro negro Leia sintió como algo pugnaba por penetrar en su virginal ojete.

Tras un par de tanteos sintió como una presencia atravesaba sus esfínter sin contemplaciones. Con un alarido recibió aquella presencia ardiente mientras la polla de Darth Vader seguía machacando su coño sin piedad.

Fuego y hielo, placer y dolor. Luz y profunda oscuridad. Aquel contraste era tan placentero que tardó apenas uno segundos en correrse. Su cuerpo se estremeció su culo se contrajo dolorido y su sexo vibró estrujando la polla de Darth Vader lo que a ella le pareció una eternidad.

Las oleadas de placer se sucedían mientras Darth Vader reía con voz cascada y empujaba dentro de aquel cuerpo joven e inocente con una insistencia sobrenatural.

El control sobre la fuerza le permitía machacar a la princesa todo el tiempo que le pareciese. Le preguntó una y otra vez por el planeta donde estaba la base rebelde hasta que la joven en un momento de debilidad, asaltada por un mezcla de intenso dolor y placer, susurró el planeta Dantooine.

—¿Es cierto eso? —preguntó Darth Vader dándole dos brutales empujones.

—Sí, Sí. —respondió ella entre alaridos de placer.

—Eres una perra mentirosa. —dijo él consciente de que la princesa le mentía— Pero yo voy a decirte algo que inmediatamente sabrás que es verdad; Princesa Leia, yo soy tu padre.

En ese momento un arrasador torrente de semen inundó su coño. Entre lágrimas de dolor y miedo sintió como le golpeaban cada una de las palabras amenazando con llevarla al borde de la locura, a la vez que sentía como aquella presencia maligna inundaba e impregnaba todas su entrañas buscando echar raíces en ellas para formar una nueva vida…

Continuará…

Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad 8” (POR GOLFO)

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11

Esa noche no solo desfloré el trasero de Irene, sino que también me sirvió para comprobar lo ardiente que podía llegar a ser esa morena. Y es que no solo buscó su placer sino también el mío y el de las dos putitas que el destino había puesto en nuestro camino.

«Uno podía acostumbrarse a esto», me dije mientras observaba a las tres mujeres desnudas que dormían a mi lado sobre el colchón.

Las tres eran totalmente diferentes, pero mirándolas dormidas tuve que admitir que las tres eran unas bellezas. Si Mercedes con su espléndida madurez era preciosa, Irene con su juventud y descaro no le iba a la saga. Pero la que realmente me tenía impresionado era Xiu, mi pequeña y dulce oriental.

«Es perfecta», pensé totalmente embelesado.

Y es que además de ser una mujer guapísima, tenía un cuerpo que inducía a pecar. Con unas tetas desproporcionadas para su diminuto tamaño, parecía diseñada para el deleite de todo hombre que se cruzara por su camino.

«Dios, ¡qué buena está!», murmuré para mí, todavía sin creerme que era mía.

En ese momento, Xiu abrió ojos y vio que estaba observándola. La expresión de deseo que descubrió en mí, la alegró y con una sonrisa en su boca, me dio los buenos días diciendo:

―Ojalá sea una premonición de mi futuro y a partir de hoy, pueda despertarme con mi amo a mi lado.

La dulzura y entrega de su voz me sobrecogió y atrayéndola hacia mí la besé. La chinita se desmoronó al sentir mi lengua abriéndose camino a través de sus labios y pegando su cuerpo al mío, sollozó diciendo:

― ¿Puedo suponer que sigo siendo su núli?

Desnuda y abrazada a mí, esa pregunta era al menos extraña y eso me llevó a suponer que esa muñequita necesitaba sentirse deseada y por ello sin dejar de acariciarla, acerqué mi boca a su oído y dije:

―No podría nunca deprenderme de ti. Me gustas demasiado.

Al escucharme, dio un prolongado suspiro y retorciéndose sobre las sábanas insistió en si me gustaba como mujer.

― Sí, y lo sabes. Me gusta verte desnuda y disfrutar del tesoro que escondes entre tus piernas.

El sollozo de deseo que salió de su garganta me informó que iba por buen camino y que lo que realmente buscaba esa mujercita era que estimulara su ego. Meditando sobre ello, comprendí que a pesar de ser una mujer hecha a sí misma y dueña de un negocio, seguía siento una niña necesitada de cariño y que quizás realmente no buscara tanto un dueño como una pareja que le ayudara a realizarse anímicamente.

Queriendo comprobar ese extremo, le dije en voz baja que era una zorra ninfómana que veía en mí a su macho. Al escucharme, se puso a restregar con mayor fuerza su coño contra mi pierna y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, su flujo recorrió mi muslo dejando un gran charco sobre el colchón.

―Eres todavía más puta de lo que pensaba― le dije al tiempo que, llevando una mano hasta sus pechos, retorcía una de sus aureolas.

 Mi enésimo insulto la terminó de excitar y sin importarle la presencia de las otras dos mujeres, me rogó que la tomara otra vez.  Haciendo caso a su deseo, la besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca mientras le estrujaba su culo con mis manos. La pasión con la que Xiu reaccionó, me hizo saber que le excitaba mi violencia y viendo que cogiendo mi pene entre sus dedos lo intentaba que llevar hasta su coño, le comenté que no me apetecía follármela.

Con lágrimas en los ojos, la chinita se separó de mí y con una expresión de dolor en sus ojos, me preguntó qué era lo que había hecho mal y porqué la castigaba de ese modo.

Sacando la lengua, lamí la humedad de sus mejillas, mientras le pedía que me dijera porque consideraba que la estaba castigando:

―Mi señor, soy su puta y las putas son folladas por su macho.

Su gritó fue una llamada de auxilio que me dirigió a mí pero que curiosamente fue escuchada por las dos mujeres que descansaban a nuestro lado e Irene, saliendo de su dormitar, me rogó que me apiadara de la oriental y que la hiciera mía.

― ¿No te importa?― pregunté a mi compañera mientras cediendo a sus pretensiones, hundía mi verga entre los pliegues de Xiu.

En vez de responder, la morena se lanzó sobre los pechos de mi sumisa y viendo que se plegaba a lo evidente, comencé a mover mi pene lentamente mientras extendiendo mi mano, me ponía a acariciar a la que en teoría era mi novia.

Xiu al sentir que mi pene jugando en el interior de su vagina mientras sus pezones eran mordisqueados por su dueña, creyó que no tardaría en correrse y aullando descompuesta, pidió a Irene que la marcara.

Mi compañera me miró sin saber que hacer y comprendiendo que no había entendido los deseos de la chinita, soltando una carcajada, se lo aclaré:

―La muy puta quiere que dejes la marca de tus dientes en sus tetas.

No tuve que repetírselo otra vez. Haciendo gala de una buena dentadura, le regaló a la oriental un par de duros mordiscos que me dolieron hasta mí pero que contra toda lógica lo que hicieron fue azuzar la lujuria tanto de la víctima como de la agresora y por ello fui testigo del modo con el que las dos mujeres se buscaron la boca mutuamente.

        La pasión con la que se comieron los azuzó el morbo que sentía por estar tirándome la muñequita asiática frente a mi novia y viendo que Mercedes nos miraba desde la esquina de la cama sin atreverse a participar, le pedí que se acercara. Al hacerlo, observé que la rubia estaba excitada y sabiendo que no podía negarse la exigí que me pusiera las tetas en la boca.

        ―Son todas suyas― dijo con alegría.

Y demostrando por enésima vez su entrega, me rogó que las mordiera y le hiciera un chupetón.

«Este zorrón está excitado», pensé mientras intentaba dar cauce a su excitación mamando de sus pechos, eso sí, sin dejar de someter a la acción de mi verga el interior de su vagina.

 Mi novia demostró nuevamente que la pasión la tenía totalmente abrumada cuando dando un chillido y sacando la lengua, se puso a lamer la cara y las mejillas de la oriental mientras me rogaba que le diera caña:

―Sigue follándotela. Me pone bruta ver cómo te la tiras.

Sus palabras despertaron mi lado perverso y deleitándome en su confesión, la obligué a acercar su sexo a mi boca. Al hacerlo, me apoderé de su clítoris con mis dientes y comencé a mordisquearlo.

Disfrutando de esa comida de coño, mi novia ordenó a Mercedes que la sustituyera con la chinita mientras me pedía que nunca la dejara porque sabía que juntó a mí podría buscar sus límites en el sexo y poniéndose de rodillas frente a mí, me sorprendió diciendo que al igual que la oriental quería ser marcada.

Al escuchar su deseo, solté una carcajada y le dije que tendría que esperar a que terminara de follarme a Xiu. Demostrando una vez más lo guarra que era, sonrió y girándose hacia la oriental, le metió un dedo en el culo mientras le decía que se diera prisa en ordeñarme porque le urgía que la tomara.

Confirmé lo mucho que iba a gozar viviendo con ellas tres, cuando Xiu, lejos de indignarse por el trato de Irene, me pidió si podía cederle el puesto a mi “novia”, ya que la pobre necesitaba que me la follara.

Desde un inicio sospeché que esa petición tenía gato encerrado y por ello no me extrañó que, al darle permiso, la chinita dejara claras sus intenciones al obligar a Irene a ponerse a cuatro patas sobre la cama.

Como no podía ser de otra forma, en cuanto la vi en esa posición, la tomé de la cintura con ánimo de penetrarla, pero entonces mi dulce oriental, sentándose frente a ella con las piernas abiertas, la ordenó que comenzara a lamerle el coño.

― ¿Y yo que hago?― riendo pregunté.

Con picardía y mientras presionaba la cabeza de la morena contra su sexo, respondió:

―Una esclava no tiene opinión, pero si fuera una mujer libre le diría que le rompiera el culo mientras ella me come el chumino.

Solo he de decir que entre esas cuatro paredes no tardó en oírse el desgarrador chillido de mi novia al ser tomada por mí…

12

Totalmente agotado, me quedé dormido tras hacerles el amor. Fue más allá de las diez cuando Mercedes me informó que el desayuno estaba listo y que su dueña me esperaba. La adoración con la que se refería a Irene me sorprendió, pero preferí no comentar nada y siguiendo sus indicaciones, la acompañé al comedor.

        Allí encontré a mi novia charlando amigablemente con la oriental y por ello no me extrañó que nada mas sentarme a su lado, me comentara que le parecía alucinante lo que tuvo que pasar Xiu al llegar a España.

        ―No tengo ni idea de lo que hablas― contesté recordándole que a pesar de las apariencias apenas la conocía.

        ―Siempre me olvido― musitó con una sonrisa.

        No tuve que ser muy avispado para percatarme que me había hecho ese comentario con la intención de descubrir si la había mentido sobre cómo me había hecho con los servicios de esa monada.

Acudiendo en mi ayuda, Xiu me explicó que al llegar a Madrid se había pasado un año sin salir del taller de la gente que la había traído y que solo cuando consiguió pagar la deuda con su trabajo, pudo pisar la calle por primera vez.

―La tenían esclavizada― señaló colérica.

Juro que me hizo gracia su rabia porque no en vano en ese momento, nuestra profesora, su sierva, la mujer que le había jurado obediencia, permanecía desnuda y arrodillada a sus pies.

―No era para tanto― quitando hierro al asunto replicó mi asiática: ― gastaron un dinero en traerme y era lógico que me exigieran su devolución.

Reconozco que, en ese preciso instante, lo que menos me importaba eran los padecimientos que había soportado esa morenita, lo que me tenía acojonado fue reconocer en sus ojos el mismo tipo de adoración que había descubierto en los de Mercedes al observar a Irene.

Constaté nuevamente que esa mujer bebía los vientos por mí cuando al ir a servirme un café, me paró en seco y me pidió que me sentara. Tras lo cual, trayendo la jarra en sus manos, con una sonrisa señaló que estando ella su dueño no tenía que moverse.  

―Tienes enamorada a la chinita. ¿Debo ponerme celosa?

Estaba pensando una respuesta cuando, adelantándose, Xiu la contestó:

― ¿Debe mi señor estar preocupado por el amor que siente por usted la perra que permanece arrodillada a sus pies?… Al igual que Mercedes no puede evitar amarla por encima de su propia vida, sé que mi dueño es todo para mí.

Las palabras de la oriental causaron un shock en Irene porque jamás se había puesto a pensar en que sentía su sumisa por ella:

― ¿Me estás diciendo que estáis enamoradas de nosotros?

Bajando la mirada, la bella asiática contestó:

―Señora, la devoción que siente una esclava por su amo es mucho más profundo que el amor y no espera el ser correspondida. Nos basta poder servir al dueño de nuestra existencia y que él nos regale unas migajas de su cariño.

Mitad escandalizada, mitad orgullosa, mi novia preguntó a Mercedes si eso era cierto. La madura se tomó unos instantes para analizar sus sentimientos:

―Desde que me hizo suya, me he dejado llevar y nunca me había puesto a meditar sobre lo que siento ―con lágrimas en los ojos replicó: ―solo sé que moriría por usted.

Irene sintió que los cimientos se le movían al escuchar de labios de la profesora la total dependencia que sentía:

«No puede ser que piense realmente así», se dijo experimentando por primera vez la responsabilidad que involuntariamente había echado sobre sus hombros y llamándola, la sentó en sus rodillas.

Mercedes no opuso resistencia al sentir que Irene usaba sus manos para recorrer sus pechos desnudos mientras le exigía que le explicara sus sentimientos al ser acariciada por ella. Con sus areolas totalmente erizadas, contestó:

―Dichosa. Me siento feliz.

Cogiendo los hinchados senos de la rubia en sus manos, mi compañera sopesó su tamaño y como si quisiera comprobar su consistencia, los empezó a magrear sin recato. Al escuchar el primer gemido que salió de la garganta de su sumisa, dio un paso más y aprovechando su calentura, los pellizcó.

Esta vez los jadeos de la madura se prolongaron haciéndose más profundos.

―La tienes totalmente verraca― comenté mientras imitando a Irene, sentaba a Xiu sobre mí.

―Lo sé― respondió y olvidándose de que tenía compañía, la obligó a sentarse mirando hacia ella con las piernas abiertas sobre la mesa.

No dije nada al ver que lo concentrada que estaba al recorrer con la lengua los muslos de Mercedes al saber que era el momento de ellas dos. Mi chinita debió de pensar los mismo porque susurrando me pidió que las dejáramos solas.

Supe que tenía razón y por ello, tomándola de la mano, nos fuimos a la cocina donde le pedí otro café. La expresión de dicha de esa monada mientras lo servía me hizo recordar lo poco que sabía de ella.

―Quiero conocerte, cuéntame: ¿Dónde y con quién vives?

―Vivo sola en un piso encima de la tienda, mi señor―contestó: ―Llevo ahí tres años.

Por un momento, intenté calcular su edad. Cuando la conocí supuse que debía ser más o menos como yo, pero tenía mis dudas.

― ¿Cuántos años llevas en España?― pregunté.

―Seis en Valencia y cuatro en Madrid― me dijo.

― ¿Qué edad tienes?― con la mosca detrás de la oreja repliqué. Si llevaba una década fuera de su país, no podía tener mis años a no ser que saliera de China siendo una niña.

―Su putita es ya mayor― contestó con tono avergonzado: ―Tiene veinticuatro años.

Juro que me impactó que me llevara tantos años, porque jamás lo hubiese supuesto ya que le había echado como mucho veintidós.

Xiu malinterpretó mi sorpresa y creyó que estaba enfadado:

―Si mi señor me considera demasiado vieja para él, lo comprendería.

Me impresionó la tristeza que destilaba y atrayéndola hacia mí, la besé mientras le decía que era todo lo que un hombre podía desear. No tardé en comprobar que mis palabras habían conseguido su objetivo y que, en combinación con mis caricias, hacían que la pequeña asiática se sintiera feliz.

Su impresionante cuerpo y saber que era mío, despertó mi lujuria.  y se lo hice saber llevando mis manos hasta su trasero. Me reí al comprobar que los pezones de Xiu se endurecía con ese magreo y disfrutando de mi poder, susurré en su oído que tenía un trasero que era una tentación irresistible.

―Mi señor…― musitó mientras separaba sus rodillas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo.

Tal y como preveía, me encontré su sexo mojado, y apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar:

―Lo que voy a disfrutar teniéndote de sumisa.

Las piernas de la oriental temblaron al sentir mis caricias, pero por miedo a defraudarme se mantuvo firme mientras me rogaba en voz suave que la hiciera mía. El morbo de tenerla así, de pie a mi lado mientras me tomaba un café provocó que mi pene empezara a endurecerse.

―Me excitas, pequeñaja mía― dije llevando una de sus manos a mi entrepierna.

 Se estremeció al sentir en su palma mi extensión totalmente erecta y mordiéndose los labios, no pudo evitar que un gemido de deseo la delatara.

―No te parece que es una pena que esté tan sola― dije señalándola.

Xiu comprendió mis deseos y agachándose frente a la silla donde estaba sentado, me bajó la bragueta con la intención de hacerme una mamada, pero   se lo impedí y agarrándola de la cintura, le obligué a encaramarse sobre mí.

―Dios― gimió al sentir que mi falo entraba en su sexo lentamente y disfrutando del modo en que la iba empalando, se empezó a mover en busca de mi placer.

― ¡Quieta! ¡Es mi turno! ― le grité.

Me gustó observar en sus ojos una cierta desilusión porque dada su excitación era evidente que lo que realmente deseaba en ese instante era menear su trasero teniendo mi polla en su interior. A pesar de ello, se quedó inmóvil y premiando su obediencia, le regalé un pellizco en su pezón mientras le decía que si se portaba bien quizás me apiadara de ella y la dejara correrse.

Esa promesa elevó hasta niveles insospechados su lujuria y de improviso su sexo se convirtió en una especie de geiser expulsando un chorro de flujo sobre mis muslos.

―Mi putita esta bruta― susurré mientras incrementaba mi acoso, separando sus nalgas con mis dos manos, e introduciendo un dedo en su interior.

La chinita, al sentir que su dueño estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo e involuntariamente empezó a retorcerse mientras trataba de evitar sentirse dominada por el placer. Desgraciadamente la táctica que usó no fue la correcta ya que, para postergar su orgasmo, presionó con su pubis sobre mi verga y con ello solo consiguió que se acelerara su clímax.

― ¡No quiero fallar a mi amo! ― sollozó al darse cuenta de su error.

 Quizás fue entonces cuando realmente me percaté de lo mucho que me gustaba que esa monada fuera mi sumisa y totalmente dominado por la pasión, tomando sus nalgas con mis manos, incrementé la profundidad de mi embiste mientras Xiu se deshacía de placer.

Sé que ese polvo no pasará a los anales de la historia porque la excitación acumulada me hizo correrme anticipadamente y aunque mi adorada oriental no paró de gritar lo mucho que le gustaba sentir que la regaba con mi miente, supe que estaba exagerando con la intención de alagarme.

Por ello, tras descansar durante unos segundos, señalé la silla que tenía al lado y le pedí que se sentara porque teníamos que hablar. Asustada por mi tono, Xiu tomó asiento y se quedó esperando a que le comentara qué era lo que me pasaba. No tuve que esforzarme mucho para observar la inquietud con la que aguardaba mis palabras.

―Mercedes nos ha ofrecido esta casa para que Irene y yo vivamos con ella. Como vivo en una residencia de estudiantes, lo lógico sería aceptar… pero en mi caso tengo mis dudas y quiero hacerte una propuesta.

―Usted me dirá― sonrió al ver que sus temores se desvanecían.

―Como, al fin y al cabo, esa rubia es la guarrilla de Irene, no quiero depender del humor con el que se levante y por ello, me gustaría contar con tu casa en el caso que esas dos se enfaden y nos echen de aquí.

―No entiendo, ¿me está pidiendo que viva aquí con usted pero que no deje el piso donde vivo por si lo necesitamos?

―Así es― repliqué.

Abriendo los ojos de par en par, respondió llena de alegría:

―No hay cosa que desee más que poder demostrar a mi señor que puedo ser su esclava veinticuatro horas al día.

Preocupado por la vaguedad de su respuesta, le pedí que respondiera claramente a mi pregunta.

Agachando su mirada, Xiu contestó:

―Me encantaría vivir a su lado. Donde y con quién me da igual, solo me importa el poder servirle.

Solté una carcajada al escuchar su entrega y respondí:

―Vamos a probar vivir con Irene y su putita. Si no nos gusta o no nos sentimos cómodos, cogemos nuestras cosas y nos vamos a tu casa. ¿Te parece bien?

 ―Sí, mi señor― contestó y con una sonrisa de oreja a oreja, prosiguió: ― desde ahora le prometo que todas las noches, al volver de la universidad, me tendrá lista y caliente para lo que necesite.

Supe que la idea de vivir junto a mí entusiasmaba a la chinita al observar cómo se alborotaba su cuerpo y cómo sus pezones se erizaban bajo la blusa con solo saber que sería mía…


“Sobreviviendo al fin del mundo en la isla del placer”, LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando desgraciadamente las predicciones de unos científicos indios se hicieron realidad en las que la tierra iba a ser asolada por una tormenta solar y el mundo que conocíamos se había ido a la mierda, por suerte, ¡Lucas Giordano estaba preparado!
Poco antes de que los países se hundieran en el caos, Irene Sotelo tuvo la valentía de comentárselo a su jefe y por raro que parezca, este la hizo caso y comprendió que no se podía hacer oídos sordos a lo que se avecinaba.
Juntos, el millonario y su fiel asistente decidieron olvidarse de las normas vigentes hasta ese momento y diseñaron una sociedad donde las mujeres fueran mayoría para asegurar que pudiese sobrevivir al desastre … sin importar que eso supusiera que cada hombre tocara a cinco mujeres….

MÁS DE 150 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los  PRIMEROS CAPÍTULOS:

Cap. 1.― Me alertan de lo que se avecina

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!

        Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Goldsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5.

Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi.

Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.

Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos.

Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.

―Jefe, es una tarea inmensa― protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.

―Ya me conoces Irene― contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas.

―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas.

Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.

Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.

―Entonces, ¿me cree? ― preguntó al escuchar mis directrices.

―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.

―No esperaba menos de usted― contestó dando por terminada la conversación…

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com.

Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. 

Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones.

A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.

―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias― dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.

―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa.

―De ser cierto, ¿qué pasaría?

―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos?

―Se arreglarían― dije tratando de llevarle la contraria.

―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados.

―Entonces, ¿qué prevés?

―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente ocho mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo.

― ¿Cuántas víctimas? ― pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.

―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias….

― ¿Qué soluciones existen?

―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares.

―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones.

―Y ¿qué haremos? ― dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.

―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur.

―No comprendo― respondió levantando su cara.

―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para doce mil personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!

Cap. 2.― Los preparativos.

Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño.

¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron!

En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión.

Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.

Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.

Y todo ello en menos de dos años.

Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:

―Jefe― me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población.

―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento― contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia.

―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres.

―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable.

―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de diez mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cincuenta mil personas. En cambio, si llevamos a cinco mil difícilmente pasaríamos de las veinticinco mil.

―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad― contesté: ― pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas?

―No, jefe― me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa.

― ¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?

―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de dos mil para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual.

―De acuerdo lo dejo en tus manos― respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres.

Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.

―Y, por último― me explicó ― como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…

―Me he perdido― tuve que reconocer.

La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:

―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes.

Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:

― ¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado.

―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación― contestó Irene echándose a llorar: ― Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento.

―Lo haré― dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.

Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.

La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:

―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa.

Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.

«Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier.

No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.

«Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

Cap. 3.― Mi llegada a la isla del saber.

Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2019. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 527 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.

Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo, pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.

Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.

Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.

Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones, sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:

―No te das cuenta de que, en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada― contesté.

―Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna, sino que le he hipotecado de por vida― respondió con una sonrisa.

―No te alcanzo a entender― dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.

―Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad ha existido un valor refugio.

―Claro. El oro, pero… ¡qué tiene eso que ver!

―Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía.

― ¡Serás puta! Me has arruinado― contesté sin parar de reír: ― ¿cuánto has conseguido?

―Veinte toneladas.

Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de más de setecientos millones de euros. Sabiendo que, si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable, pero si la tormenta tenía lugar eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:

―Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte.

― ¿Y no podría darme un anticipo? ― respondió poniendo un puchero: ―Llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas.

Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.

―Lo necesitaba― exclamó mientras acariciaba con su mano el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.

Encerrado en el estrecho habitáculo solo con ella y mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que, en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.

― ¿Ahora? ― me preguntó confundida.

―Sí y no quiero repetirlo.

Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.

―Hueles a zorra― le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta: –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche.

―Soy suya― respondió acalorada―pero antes de que lo haga debo de enseñarle el resto de la isla.

Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:

―Akira, ven que quiero presentarte al jefe.

La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era el ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.

―Encantado de conocerla― dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.

―Señor, no sabía que usted venía― dijo tartamudeando: ―siento no haberle recibido como se merece.

―Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo.

―Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen― respondió casi entre lágrimas.

No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella con otro beso, pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.

― ¿A esta que le pasa? ― pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.

―No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella.

―He adivinado que es una de las otras cuatro, pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?

―Pues quien va a ser, ¡su amo! ― respondió poniendo sus piernas entre la mía ―jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo.

Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:

―Desabróchate un botón.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote, pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.

―Tócate los pechos para mí― ordené interesado en forzar sus límites.

Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.

―Tienes unas buenas ubres― dije con deseo: ―esta noche te prometo que, si te portas bien, mordisquearé tus pezones.

Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:

―Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?

Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:

― ¿Ahora adónde vamos?

―Al área de reproducción― me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.

― ¿Alguna sorpresa? ― le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.

―Sí― respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta― Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa.

―Por lo que veo, has seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia.

―No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra.

―Bien pensado― respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.

El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:

―Gertud, te presento a nuestro presidente.

La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió, pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:

― ¿Dónde está la zorra de tu jefa?

Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer.

Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta de que era de mi estatura y que, aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes lucía un culo aún más enorme.

Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:

―Encantado de conocerte, ¡mi amor! No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas.

Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.

―No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses― respondió sonriendo con una dentadura perfecta― pero pase a mi despacho.

Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo se quitó la bata dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador, pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:

―No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen.

― ¡Qué bruta eres! ― repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.

―Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte.

―No lo has hecho― respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.

― ¡Qué bueno! Por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo― dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: ―Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima o ¿no?

―Calculamos que en menos de dos meses― explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.

―Recuérdame que te castigue― dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.

― ¡Puta madre! Primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo el que salía de sus labios. Además, estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo.

La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que, mirando a Adriana a los ojos, le dije:

―Eso quiero verlo.

― ¿Aquí? ― respondió extrañada, pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: ―Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que, si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata.

Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:

―Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre! Cachonda y alborotada.

Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca.

Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa.

La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho:

―Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo cómo― ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza, sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenía una dulzura que me cautivaba.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando levantando su falda, mi mano se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.

―Chupa mis dedos― ordené a mi asistente ― y comprueba si está lista.

Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:

―Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte― dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: ―Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana.

Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que, luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.

«Poco le durará la virginidad», pensé mientras de un solo empujón, clavaba mi miembro hasta el fondo de la brasileña.

Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina y metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope no paraba de intentar que su amiga se corriera.

Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:

― ¿Suficiente meneo?

―Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla! ― gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.

Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.

No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche, pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:

―Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre.

―Te equivocas― contesté―eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama― respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.

Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:

―Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!

Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo:

 ―Son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho.

Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto.

Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:

― ¿Nos acompañas?

―No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento.

―Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana― contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.

―A él quizás no, pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes― susurró a mi oído mientras me daba un beso.

Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:

― ¿Verdad que es encantadora?

―Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres.

―Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán.

―Cuéntame quienes son.

―Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia, pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará.

― ¿Y la última?

―Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás.

Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:

―Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito! Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección.

Confiado de su buen juicio, determiné que, si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.

―No lo has visto bien― dije acariciando su trasero.

Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:

―Propiedad exclusiva de Lucas Giordano.

Relato erótico: Conociendo a Pamela 5 (POR KAISER

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Conociendo a Pamela
 

Mientras su prima se da una ducha él pone en el horno una pizza para los dos. “Esta estuvo cerca demasiado cerca” piensa él, “deberé ser más cuidadoso”.

En el living pone la mesa cuando aparee ella, con su cabello envuelto en una toalla y usando una delgada polera de tirantes y pantalones cortos. “Saca unas cervezas del refrigerador quieres”, “¿y si los tíos se enojan?”, “¡ay si no se van a enojar!” le dice ella, al final Pamela saca las cerveza y los dos se instalan a comer.
“No hallaba la hora de salir de clases estaba realmente hastiada, necesitaba relajarme un poco” dice ella que come y bebe como condenada, Sebastián esta asombrado. Los tíos de Sebastián llegaran tarde así que ambos aprovechan de salir a dar una vuelta y en la noche se instalan a ver tele juntos. Pamela saca unas cervezas otra vez y en el living se instalan cómodamente.
Sebastián se siente algo nervioso al tener a su prima tan cerca, ella se apoya en él y por el escote de la polera Sebastián observa sus pechos, su prima se le pega más aun. “Deja sentarme aquí” le dice ella y antes que Sebastián reaccione ella se le sienta encima, “¿que te pasa, ya se te olvido cuando veíamos tele así?”, Sebastián esta algo incomodo con el culo de su prima encima de su verga, ella le toma los brazos y lo hace abrazarla por la cintura, “¡eso es así estamos mucho mejor!”.
Pamela actúa con toda calma mientras él esta que hierve, ella se mueve un poco y la verga de su primo esta que explota. Ella se recuesta hacia él y Pamela le habla acerca de la película, ella se ríe y se mueve bastante, Sebastián hace lo que puede para disimular su erección pero no es suficiente, solo espera que su prima no se de cuenta.
A eso de las doce se van a dormir, Sebastián esta entrando en su habitación decidido a hacerse una paja cuando Pamela le habla, “¿oye te molesta si dormimos juntos esta noche?”, Sebastián solo atina a decirle que si, más por reflejo innato que por otra cosa. Sebastián esta acostado cuando ella se mete a su cama, “aun me acuerdo cuando nos tocaba dormir juntos en la casa de los abuelos” dice ella “lo pasábamos tan bien en ese lugar”, Sebastián también lo recuerda con la salvedad que Pamela no era la misma de ahora.
Ella se duerme como una roca, pero esta inquieta en la cama, Sebastián aun esta despierto y ella se pega a su lado. De pronto apoya una de sus manos muy cerca de su verga. Después apoya su cabeza en su pecho y luego pone su pierna derecha encima de él, en ese momento Pamela se queda finalmente quieta. Sebastián le quita su mano que ya estaba casi encima de su miembro y respira algo más aliviado.
Mientras ella esta dormida Sebastián decide aprovechar la ocasión y discretamente le soba su culo, siente sus nalgas firmes y su piel suave, también se las arregla para palparle los pechos, se impresiona por la firmeza y el tamaño de los mismos. En ese instante Pamela se mueve, él se queda quieto y teme ser descubierto. Ella se da media vuelta y le da la espalda, después se queda quieta otra vez. Sebastián al cabo de un rato se le acerca, el tenerla tan cerca lo hace correr el riesgo y se pega a ella discretamente comienza a puntearla, a rozar su culo, su miembro se pone más duro que nunca. A cada instante se lo hace con más fuerza mientras ella duerme, al final se termina corriendo casi encima de Pamela, como puede Sebastián trata de limpiar todo para impedir que su prima se de cuenta.
Por la mañana Sebastián despierta y Pamela no esta, no ve nada raro así que respira con alivio, “menos mal no me descubrió”, se dice a si mismo. De inmediato se levanta y se va al baño a hacerse una paja, después de dormir con ella realmente necesita hacerse una con más calma.
Sebastián esta en la casa cuando su prima aparece de improviso más temprano de lo habitual, por poco lo sorprende en su habitación. “Esta noche habrá una fiesta en el colegio y quiero que vengas conmigo” le dice ella. Sebastián lo duda un momento, él no va a fiestas y más encima no sabe bailar, algo que le avergüenza mucho, “¡no te hagas problemas, yo te voy a enseñar y me vas a acompañar aunque tenga que llevarte a la fuerza!” le advierte ella.
Ya en la noche Sebastián se arregla un poco, Pamela le dijo como debía ir vestido. “¿Estas listo?” le pregunta ella que aparece usando una diminuta mini falda y un peto con un escote más que revelador, su cabello lo lleva tomado en un simple moño, “¿Cómo me veo?” dice ella, Sebastián la observa de arriba abajo como si se la fuera a comer con la mirada, “pues, muy hermosa” le responde él.
 

La fiesta es en el gimnasio del colegio, la música es ensordecedora y las luces brillan en todos lados, Pamela esta en su ambiente. De inmediato se ve rodeada de chicos pero ella los rechaza, lleva de la mano a Sebastián donde están sus amigas, en un instante él se ve rodeado de algunas de las chicas más guapas del colegio, se ve tímido en esta situación y más aun cuando ellas empiezan a bromear con él, “Pamela nos ha hablado mucho de ti” le dice una de ellas.

Pamela se divierte, conversa y bebe bastante, Sebastián le sigue el camino y también se toma unas copas que rápidamente se le suben a la cabeza, “no bebas tanto, no tienes costumbre de esto” le advierte su prima, al verlo algo afectado por el alcohol.
“Ven aquí vamos a bailar”, ella lo lleva a la pista de baile donde Sebastián se siente, y en realidad se ve, más torpe que nunca. Su prima mueve su cuerpo al ritmo de la música y trata de enseñarle, pero Sebastián es bastante tieso para ello. Pamela agita sus caderas al ritmo de la música, Sebastián observa sus pechos moverse bajo su peto y ella se pega a él restregando su culo de forma descarada. Pamela sigue bailando de forma cada vez más desinhibida, Sebastián va tomando confianza y la toma de las caderas, él sube sus manos pero antes de llegar más arriba ella se aleja, “ven vamos a sentarnos un rato” le dice dejándolo con los crespos hechos.
Sebastián nuevamente se toma unas copas y pronto el alcohol se le sube a la cabeza, “será mejor que te quedes aquí no te ves nada bien” le dice su prima, ella lo acompaña un instante y le aconseja que no beba más, “¡te dije que se te iba a subir a la cabeza!” le dice ella riéndose al ver a su primo algo ebrio, “lo siento, no salgo de fiesta muy a menudo” le responde él, Pamela lo acompaña un instante, Sebastián le asegura que esta bien y en todo caso no planea ir a ninguna parte en estas condiciones.
Pamela sale a bailar con unas amigas, se divierte de lo lindo en la pista de baile, ella mueve su cuerpo sin importarle con quien baila. Sebastián se mueve un poco para observarla, con su mini falda de mezclilla y su peto luciendo su esplendida figura luce irresistible sumado a los provocadores movimientos de su cuerpo Pamela deja hirviendo a cualquiera. Sebastián la pierde de vista un instante y decide buscarla, como puede se pone de pie, bastante mareado y la observa en la pista de baile agitando su cuerpo salvajemente al ritmo de la música, pero ella no esta sola ahora, hay unos sujetos a su alrededor, mayores que ella por lo demás. Pamela sigue bailando con ellos casi encima, a ella no le molesta y se les insinúa reiteradamente, Sebastián trata de no perder detalle de lo que ocurre.
Él se las arregla para tener una mejor vista, Pamela lo esta pasando bastante bien, uno de los sujetos le soba el culo por encima de su mini falda, ella no le dice y se deja hacer, los otros dos se le acercan y Pamela se ve rodeada por los tres los cuales de inmediato le empiezan a meter mano mientras ella sigue bailando, a la situación no le molesta en absoluto.
 
Sebastián tiene problemas para acercarse por el tumulto de gente y las luces que se prenden y apagan desde todas direcciones, la música es ensordecedora y pronto la pierde de vista de nuevo.

Mareado como esta él consigue pasar por un pasillo donde hay varias parejas en lo suyo. “¡Viste a esa zorra se lo va a montar con los tres!” le escucha a una chica que va pasando, de inmediato estima adonde pudo haber ido Pamela y se mete por un pasillo que da hacia una bodega cuya puerta esta a medio cerrar. Dentro esta Pamela.

Casi se cae por la puerta al abrirla, el alcohol se le fue bien a la cabeza, pero a pesar de todo ellos no lo ven ya que tienen sus manos llenas con su prima. Pamela esta intercambiando besos y lamidas con los tres, ella lo hace con uno y otro mientras no dejan de meterle mano. Le soban su culo y sus pechos parece que se los van a estrujar. Sebastián observa a uno de ellos meterle la mano por detrás subiéndole su minifalda y sobandole el culo descaradamente sin que ella se oponga o se resista, al contrario da todas las facilidades para ello.
A pesar del mareo se las arregla para acercarse un poco más, Sebastián se esconde tras unos muebles y de ahí sigue observando como se follan a su prima ante sus ojos, de nuevo.
Entre los tres le subieron su peto y ella luce sus grandes pechos al descubierto, uno de los chicos se los chupa y se los lame ansiosamente mientras los otros dos le devoran su culo y su sexo, ella los carga contra su cuerpo disfrutando de cada caricia y lamida que le dan. Su primo ya esta verga en mano, ebrio aun, disfrutando del espectáculo.
“¿Por qué no nos muestras que puedes hacer con esos carnosos labios?” le dice uno de ellos a Pamela que de inmediato se pone a trabajar. Ella se sienta sobre unas colchonetas apiladas y pronto tiene frente a su hermoso rostro tres vergas completamente erectas a su disposición. Sebastián observa una picara sonrisa en su rostro. Con sus manos ella sujeta dos vergas y comienza a hacerles una paja, lentamente, delicadamente buscando darles el máximo placer posible. Pamela se acerca a la otra y se la pasa por su rostro, le da un beso con sus carnosos labios y juguetea con su lengua, el tipo trata de metérsela a la fuerza pero ella no lo deja, “se hará a mi manera” le responde.
Una a una aquellas vergas comenzaron a pasar por su boca, Pamela les demuestra lo bien que sabe hacer una mamada, a Sebastián ya le gustaría estar en el lugar de cualquiera de ellos con tal de sentir los carnosos labios de su prima envolviendo su verga. En ese instante Pamela tiene una bien metida en su boca, ella la chupa y la recorre con su lengua como si se tratara de un helado que se derrite en sus ardientes labios, luego otra toma su lugar y ella repite aquella caricia que con los años aprendió a hacer tan bien, “¡envidio al suertudo que fue el primero en poner su verga aquí!” dice el chico al cual Pamela se la esta mamando, Sebastián mueve la cabeza encontrándole completamente la razón.
Uno de ellos se sienta en las colchonetas y Pamela de inmediato se le monta encima, Sebastián observa aquel miembro desaparecer en su sexo y como de inmediato sus pechos comenzaron a agitarse salvajemente. Los otros dos la besan y le lamen sus senos mientras ella esta bien empalada, Pamela le hace un gesto a uno de ellos y de inmediato se la empieza a chupar mientras el otro pasa su miembro entre sus pechos. Pamela le da todo un espectáculo a su primo que no se pierde detalle alguno.
 
A Pamela le dan con todo y ella ciertamente lo disfruta una enormidad. Sebastián se sorprende y se excita aun más de lo que ya esta cuando de pronto ve como otro de los que se folla a su prima comienza a meter su verga por su coño, justo donde Pamela ya tiene otra. “¡Que bien los quiero a los dos en mi coño!” les dice ella en medio de sus gemidos. Al sentir ambos miembros recorriendo su sexo Pamela se retuerce y sus quejidos solo son ahogados cuando el otro chico se la mete en la boca y ella se la empieza a mamar.
Luego de un rato ella cambia de lugar, con rudeza toma al chico que se la estaba mamando y lo tira sobre las colchonetas para después montarse sobre él, Sebastián esta hipnotizado al ver sus impresionantes pechos agitarse ante las embestidas que ella recibe. Pamela degusta ambas vergas chupándolas incansablemente una y otra vez hasta que uno de ellos empieza a juguetear con su culo, se ve como sus dedos desaparecen entre las perfectas nalgas de Pamela y en su rostro se refleja el placer que ello le causa.

“¡Que esperas, follame por el culo, te quiero aquí!” le dice ella separando sus nalgas y mostrando su agujero. Aquel tipo toma su verga que esta bien gruesa y dura y empieza presionar sobre el culo de Pamela, Sebastián se muere de ganas por estar ahí dándole a su ardiente prima. “¡Ay, ay la tienes bien dura!” exclama ella a medida que se lo van metiendo, luego de un par de acometidas ella la recibe por completo y entre los tres le dan hasta dejarla exhausta.

Pamela gime totalmente fuera de control, sin importarle en lo más mínimo si alguien la escucha o no. Desde su escondite Sebastián observa como aquellas vergas entran y salen de Pamela ya sea de carnosa boca, de su coño o de su culo que es follado sin contemplación. Su prima se lo monta con los tres a la vez y busca satisfacerse no solo ella, también a sus tres amantes los cuales se turnan para darle por el culo.
Con un hilo de voz Pamela les pide que se corran en su culo y uno a uno ellos le obedecen sin dudarlo llenadole su culo de semen. Sebastián se corre también y ahora comienza a ver como salir de ahí sin ser visto. Los sujetos le proponen a Pamela seguir la fiesta en otro lugar pero ella se rehúsa, “solo disfruten de los recuerdos ahora” les dice ella.
Sebastián a duras penas trata de regresar a la mesa donde estaban pero Pamela lo encuentra a mitad de camino. “¿Y tu que rayos haces aquí, estas ebrio lo recuerdas?”, “eh yo lo siento, buscaba el baño”, “como sea nos vamos será mejor que descanses por que mañana tendrás una resaca horrenda”, “al parecer sabes bastante de esto” le dice Sebastián a su prima, Pamela sonríe, “¡ni te imaginas como me divierto cuando salgo de fiesta y eso que ahora me voy temprano pero en otras ocasiones…!”.
Cerca de las 3 de la mañana llega a la casa, en silencio se va a su habitación, se empieza a sacar la ropa cuando Pamela entra, “oye encontré una nota sobre la mesa, tus viejos llamaron, quieren que te regreses mañana en la tarde”, Pamela luce algo apenada, y Sebastián también.
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Relato erótico: “Diario de George Geldof –10” (POR AMORBOSO)

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Diario de George Geldof – 10

Y al final, seis meses después de dejar el ejército, llegué a la plantación.

Bueno, eso era un decir. La plantación estaba arrasada. Tom había muerto en la guerra, Yulia tuvo que enfrentarse a unos desertores que invadieron su casa, la violaron y le dieron tal paliza para que les dijese donde estaban las joyas y el dinero (que se habían utilizado para financiar la guerra) que había quedado trastornada y muerto también meses más tarde.

Sara huyó con Richard cuando la plantación fue atacada por los desertores y se encontraban en paradero desconocido.

Durante mi regreso, había oído hablar las minas de oro de las montañas del norte. Había mucha gente que había encontrado oro y se había hecho rica. Mi idea era ir allí con Sara y Richard, a probar fortuna.

Estuve varios meses preguntando y buscándolos, mientras ayudaba a los hijos de Tom a hacerse con la plantación. Cuando ya empezaba a funcionar, decidí marcharme. Di indicaciones de donde iba por si Sara y Richard aparecían y recogí el oro que tenía bien guardado y enterrado desde antes de la guerra. Después volví al norte.

Me dirigía a las montañas, avanzando siempre hacia el noroeste. Unas veces cabalgaba solo, otras me unía a caravanas que llevaban mi dirección. Conocí nuevas gentes, nuevas historias y nuevas vivencias. Mientras viajaba con una caravana, solía dedicarme a la caza, para suministrar carne a los viajeros, a cambio, ellos compartían conmigo las legumbres y pan.

Yendo con una de estas caravanas, alcanzando las primeras estribaciones montañosas y estando de caza, entré en un valle muy grande y con mucho pasto, por el que circulaba un riachuelo, cuyas aguas se encontraban tibias. Las laderas tenían suaves pendientes, hasta una determinada altura, donde aparecían cortadas a pico en unos tajos de gran altura. Pensé que era un lugar recogido para guardar ganado. Lo que más me extrañó fue el que las aguas del río estuviesen calientes. Seguí cazando y volví a la caravana.

Un poco más adelante nos teníamos que enfrentar a las montañas, y dado lo avanzado de la temporada, corríamos el riesgo de no poder cruzar antes de las primeras nieves, lo que nos bloquearía en medio del paso, y, habiendo hecho recuento de provisiones, tampoco teníamos las suficientes para aguantar hasta el deshielo. Además de que no podríamos aguantar el frío.

El guía de la caravana, propuso (obligó más bien) volver al pueblo anterior, que estaba a dos días de camino y pasar allí el invierno.

Mientras volvíamos, se me ocurrió que si hubiese un sitio más cercano donde las caravanas pudiesen acampar para pasar el tiempo en que la nieve bloquea los pasos de la montaña o reponer provisiones antes de cruzar, podrían ahorrar mucho tiempote su ya penoso viaje. Según me comentaron, era un paso muy transitado por su relativa facilidad.

Al llegar al pueblo y dado que tenía telégrafo, hice averiguaciones para comprar los derechos sobre el valle y la tierra de alrededor, unos 700 acres, que gracias a mis contactos del ejército, ahora en el gobierno, me salieron casi regalados.

Compré varios cientos de reses de la raza hereford, buena para carne, herramientas, madera, grano, legumbre, en fin, de todo lo que pudiese necesitar para hacer una casa, un almacén, un establo y poder suministrar alimentos a las caravanas.

Contraté a gente para que me ayudase a montar todo y en un par de meses tenía mi casa construida junto al farallón de entrada, cerca del riachuelo y un almacén al lado.

La casa la mandé hacer con piedra de los alrededores y argamasa, al estilo inglés, con el interior recubierto de tablas de madera. Eso la hacía sólida ante las nevadas copiosas que dejan varios metros de nieve, que nunca cayeron y aislada de la temperatura exterior.

La estructura era rectangular. El interior lo distribuí en dos habitaciones a cada lado, una para mí y las demás para alquilar a quienes deseasen una buena cama, dejando en el centro un espacio enorme con cocina, y mesa para comer por lo menos diez personas. Una estufa grande se encargaría de calentar la casa. Todo esto me costó la mayor parte de mis ahorros, pero lo di por bien empleado.

Pasé mi primer invierno adaptándome a la nueva situación. No pasó nadie por allí. Cuando empezó la primavera, algunas de las reses parieron y me tuvieron ocupado unos cuantos días.

Ya mediada la primavera, empecé a salir de caza para llenar mi despensa, y de paso, localizar a las caravanas para informarles del servicio que tenían a su disposición en mi casa. Varias de las que volvían del oeste pasaron por allí para reponer provisiones. La noticia corrió, y pronto tenía caravanas en mi puerta cada una o dos semanas. Las habitaciones se mostraron insuficientes ante la demanda, por lo que levanté un nuevo barracón, con dos grandes habitaciones, una para hombres y otra para mujeres, que llené con literas del ejército. También puse otra más pequeña con cama grande para matrimonios que quisiesen algo de intimidad.

Mientras acampaban en mi casa, si la compraban, sacrificaba alguna res y podían comer carne fresca. El resto se ahumaba o salaba y se lo llevaban para el viaje. Cuando llegó el invierno siguiente, ya había repuesto varias veces mi almacén, y con las ganancias iba recuperado mis ahorros gastados con rapidez.

Repuse también reses, doblando su cantidad y me dispuse a pasar el invierno, esta vez con una caravana acampada en mi casa.

¿Qué como llevaba mi soledad? En las caravanas, casi siempre había alguna mujer que no deseaba dormir con las otras mujeres, ni en el suelo, ni en la carreta. Una vez al mes, las putas del pueblo más cercano, subían a los campamentos mineros y paraban en mi casa. Solían ser tres, todas se iban contentas y… no me cobraban. Bien es verdad de que también les reponía provisiones.

Uno de los días que salía a cazar, me llamó la atención unos disparos que se oían a lo lejos. Dirigí mi caballo hacia allí y pronto divisé en el cielo unos buitres dando vueltas a algo, que cuando me acerqué más, era una carreta volcada, y una mujer con un rifle que disparaba a los buitres que se acercaban, sin mucha puntería.

Cinco disparos míos dejaron limpia la zona y pude acercarme con tranquilidad.

-No tenga miedo, señora, no le haré ningún daño.

Me encontré con una mujer joven, de 22-24 años, delgada, aunque sus vestidos no dejaban apreciar bien su figura. Un sombrero descolocado enmarcaba una cara vulgar.

-Ayúdeme por favor.

-¿Qué le ha ocurrido?

Entre lágrimas me dijo:

-Nos dirigíamos a cruzar las montañas, cuando vimos que nos faltaban provisiones, pues nos habían vendido algunas en mal estado y las tuvimos que tirar. Mi marido decidió desviarnos de la ruta para acercarnos a un pueblo, que calculaba a un día de distancia, donde podríamos comprar más provisiones para cruzar. Estuvimos dos días esperando ver el pueblo en cualquier momento. Sin provisiones. Solamente a base de agua. Hace tres días veníamos arreando a las mulas para que fuesen más deprisa, cuando, al pillar una piedra, se rompió el eje de la carreta y tuvimos que parar para repararlo. Ya había quitado la rueda y dejado la carreta sobre un apoyo de rocas, cuando, estando debajo, el apoyo de rocas se resquebrajó, le cayó la carreta encima del pecho y lo mató. Levo aquí los tres días sin saber que hacer, espantando a los buitres, para que no se lo coman.

Efectivamente, el olor era insoportable. El cadáver, con la estancia al sol, había empezado a descomponerse con rapidez.

Cubriéndome la cara con el pañuelo, volví a levantar la carreta, apoyándola sobre rocas sólidas, no calizas cómo había hecho el muerto. Saqué el cadáver, lo envolvimos en una manta con la ayuda de la mujer, cavé un hoyo y lo enterramos, después coloqué el eje reparado, monté la rueda y dejé la carreta lista para marchar.

-Bueno, ya está listo.- dije montando sobre mi caballo.- La verdad es que se habían desviado de la ruta. Pasaron por las proximidades del pueblo, pero no lo vieron. Hubiesen podido seguir y seguir sin encontrar nada, a no ser que se cruzasen con alguien que les llevase a otro pueblo o terminar en territorio indio.

-¡Dios mío! ¿Y que hacemos ahora?

-Si toma esa dirección, teniendo siempre al frente aquella montaña que se ve al fondo, -dije señalando el lugar- llegará al pueblo al que se dirigía con su marido. Allí podrá adquirir provisiones e ir al lugar que desee.

-Pero yo no se que hacer. Nunca he viajado sola. ¿Podríamos ir con usted?

-No. Mi vida y el lugar donde vivo, no están preparados para mujeres. Es mejor que siga su camino. Encontrará a alguien que le ayude a volver con su familia.

-Seré su esposa, limpiaré, coseré, haré la comida y todo lo que me pida. Soy incapaz de llegar a ningún lado.

-No es imposible.

-Dígame que quiere que haga y lo haré. Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pida, pero llévenos con usted.

-Es mejor que vaya al pueblo. Yo no puedo ayudarla.

Di la vuelta a mi caballo, dispuesto a marcharme.

-¡Espere!

Ella se movió deprisa hasta la parte posterior de la carreta y volvió al momento con una chiquilla de unos seis o siete años.

-Por favor señor. Llévese por lo menos a mi hija. Yo no creo que sobreviva a esto, pero ella no merece morir. Le queda mucha vida por delante.

La chiquilla me impresionó. Se la veía débil. Pero fue mas fuerte la idea que vino a mi mente: Sara y mi hijo Richard, perdidos no sabía donde. En ese momento, decidí ayudarlas, con la esperanza de que alguien, en otro lugar, hiciese lo mismo por Sara y mi hijo.

-¿Cuánto hace que no coméis?

-Son cinco días ya. Hemos entretenido el hambre masticando unas pocas alubias secas que nos quedaban. Pero hace dos días que se acabaron.

Después de pensarlo un momento, cogí de mi montura uno de los conejos que había cazado y se lo di a la madre, le pedí que lo limpiase para asarlo y que esperasen mientras recogía leña. Encendí un fuego y asamos el conejo. La niña acercaba la mano para ver si podía llevarse algo a la boca, siendo reprendida por su madre. Ambas se las veía salivando solo con verlo.

Como llevaba un poco de tasajo (carne ahumada) les di un trozo a cada una, para que pudiesen esperar a que el conejo estuviese listo.

Cuando lo estuvo, comieron con apetito, incluyéndome a mí, quedando solamente los huesos y con poco que obtener de ellos.

Nos pusimos en marcha nada más terminar. La mujer a las riendas del carromato y yo delante con mi caballo guiando por zonas transitables para el carro.

Era de noche cuando tres horas después llegamos a mi casa. Las mandé entrar y yo llevé los caballos al establo, les di agua y pienso y fui también a la casa.

Cuando entré, ella estaba de pie frente a la puerta, sujetando por los hombros a su hija.

-Supongo que todavía tendréis hambre. En ese caldero tengo alubias guisadas con carne, que, aunque imagino que no será lo que más deseáis ahora, es lo único que tengo en este momento. Enciende fuego y caliéntalas, luego poneos comer.

Di media vuelta y me marché a comprobar las reses, el almacén y todo lo que hacía habitualmente.

A mi regreso, estaban de pie junto a la mesa, había puesto tres platos con sus cubiertos y una fuente en medio con las alubias. Dejé todo en el suelo y les dije

-¿Por qué no estáis comiendo?

-Le estábamos esperando.

-Entonces no perdamos más tiempo.

Me senté a la mesa y ellas hicieron lo mismo. Comimos en silencio. De vez en cuando, la madre ayudaba a la hija con la comida. Cuando terminaron, les dije que repitiesen hasta terminar todo, y no se lo hicieron repetir. En verdad que tenían mucha hambre.

Cuando terminaron, recogieron la mesa y la limpiaron les señalé las habitaciones frente a la mía y les dije que se las repartieran, mientras yo me iba a mi habitación a dormir.

La oí acostar a la niña, y luego moverse por la habitación colocando los cacharros de cocinar, sillas, etc. Luego dejó de oírse ruido.

Ya estaba casi dormido cuando golpearon mi puerta.

-Pasa

Entró ella con una camisa de dormir blanca de algodón, de las que llevan un agujero delante y un quinqué encendido en la mano.

-¿Que necesitas?

-Señor, he visto que vive solo. Yo no se cómo agradecerle lo que ha hecho por nosotras. No tenemos casi para pagarle. Solo puedo ofrecerle mi cuerpo. –Dijo al tiempo que se sonrojaba. -Si lo desea, puede satisfacerse conmigo.

-Gracias, pero no es así como lo deseo. Ve a tu habitación y descansa.

-Verá. Cuando he entrado en la habitación y he cerrado la puerta, me he sentido sola y triste. ¿Me deja dormir con usted esta noche?

Aparté a un lado la ropa para hacerle sitio, mostrándole que estaba totalmente desnudo y volviendo ella a ponerse más roja si cabe.

Bajó la luz del quinqué hasta apagarlo, se metió en la cama de espaldas a mí. Yo la cubrí con la ropa. Ella se puso boca arriba, sin decir nada, quizá esperando que yo actuase. Pero yo me limité a buscar la mejor postura y dormirme casi de inmediato.

Al día siguiente me despertaron los ruidos de la cocina. Me levanté, desnudo como estaba, coincidiendo con la mirada de ella a través de la puerta abierta, que apartó no con suficiente rapidez. Me vestí y fui junto a ella.

-Déjame que te ayude con el desayuno. –Le dije.

-No se preocupe. Yo me encargo de ello. Es lo menos que puedo hacer.

Me dijo, amable pero con una cierta sequedad, lo que con mi experiencia, sabía que significaba: “Idiota. Anoche estuve esperando que hicieses algo y te pusiste a dormir, dejándome con las ganas”.

Yo salí a atender a los animales y regresé a desayunar.

La mesa estaba puesta. Había un mantel que no tenía yo, servilletas, y bandejas de huevos revueltos y bacón. También unas piezas de fruta que había conseguido un par de días atrás. Como la noche anterior, ambas estaban de pie esperándome.

-MMM, esto parece el desayuno de un rey. –Dije.-Estáis dejando que se enfríe. Venga, a desayunar.

Nos sentamos y desayunamos. Dejé la mayor parte para ellas, porque necesitaban reponer energías.

No hablamos, fuera de “Quieres más, Pauline”, “Dame agua, mamá”, “Pásame el bacón”, “Quiere más huevos, señor”, etc.

Al terminar, fue a ponerse de pie para recoger, cuando la tomé de la mano y le dije:

-Siéntate. Tengo que hablar contigo.

-Sí, señor, lo que usted quiera. Usted dirá.

-En primer lugar, yo me llamo George. ¿Cuál es vuestro nombre?

-Yo soy Melinda, y mi hija se llama Pauline.

-Bien, Melinda, ¿Iba en serio lo de quedarte conmigo que dijiste ayer cuando os dejaba?

-Si, señor. También lo he meditado esta noche y puedo decirle que iba en serio.

-¿Incluso el dejar que haga contigo lo que quiera?

-Incluso eso. Solo le pido que sea benévolo con nosotras y le serviré mientras viva.

-Te ofrezco dos soluciones:

Primera: Te quedas haciendo las tareas de casa y me ayudas en lo que sepas, y os marcháis con la primera caravana que vaya en una dirección que os convenga.

O

Segunda: Os quedáis aquí en condición de esclava. Con derecho sobre ti para castigarte, follarte o cederte a quien quiera.

-Nací en una familia de 10 hermanos. Yo soy la tercera. En mi casa escaseaba todo. Mi padre se bebía el poco dinero que ganaba e incluso a veces, el que mi madre ganaba cosiendo y haciendo trabajos para la gente del pueblo. Tenía 16 años cuando me casaron con el primer hombre que pasó por allí, para tener una boca menos que alimentar, como me dijeron para convencerme.

-No se leer ni escribir.-Continuó-Y no tengo más experiencia del mundo que el viaje que empezamos el mismo día de la boda y que nos ha llevado de pueblo en pueblo, parando solamente en los que mi marido encontraba trabajo. Enseguida quedé embarazada de Pauline, y no he aprendido otra cosa que a guisar, a limpiar y a recibir palizas. Primero de mi padre y luego de mi marido. No sabría desenvolverme sola por ahí, y no puedo volver a casa de mis padres. Mucho menos teniendo que hacerme cargo de una niña.

-Prefiero la segunda opción. No puede ser peor que lo que he vivido hasta ahora.

Guardé silencio un rato y le dije:

-Bien, serás mi esclava, al menos mientras estés aquí. Es algo que hace tiempo que no tenía, y cada vez me apetece más.

-Durante el día harás las faenas de casa y me ayudarás con los animales y el almacén. No te negarás nunca a lo que te pida, te guste o no. Te alquilaré a los viajeros si me apetece y te usaré cuando me venga en gana, al igual que podré usar a otras mujeres. No tienes derecho a nada, y menos de exclusividad conmigo.

-Por mi parte –Continué -Aquí estaréis protegidas y alimentadas. Por las noches os enseñaré a leer y escribir, sobre todo a tu hija, que cuando cumpla los 15 años podrá elegir entre marcharse, en cuyo caso le buscaríamos un lugar donde ir y le daré una buena dote, o quedarse como esclava también.

-Su oferta es muy generosa. La acepto sin condiciones.

-Bien, te iré dando instrucciones sobre la marcha. Hazte cargo de la casa. Yo no volveré hasta medio día.

Y me fui a buscar frutas y caza para secar y ahumar.

A mi vuelta, la comida estaba en la mesa, y madre e hija estaban dando los últimos retoques una cortina que había puesto en la ventana, y que luego se completaba con otras en el resto de la casa. Observé que había algunos muebles nuevos, que no había visto, pues en ningún momento revisé la carreta. Los estuve mirando y revisando un momento, hasta que se acercó y me dijo:

-Si pudiese ayudarme a traer un armario que queda en la carreta, podría poner el resto de la ropa de casa y las nuestras.

-Si, esa es una cosa que te quiero decir. Quiero que te prepares un vestido que sea rápido de quitar o levantar, que puede ser un tubo de tela sujeto en los hombros por dos cintas, rápidas de desanudar. No llevarás nada debajo, a no ser que sea necesario. Siempre me servirás primero a mí y permanecerás a mi lado hasta que termine. A la niña puedes atenderla antes, después o a la vez que a mí.

-Pero…

-Sin protestas. ¿Recuerdas? Ahora vamos a por ese armario.

No me costó nada pasarlo a la casa, máxime, vacío como estaba

Comimos con apetito y he de reconocer que era buena cocinera. Al terminar le dije a la niña que fuese a ver el rancho, y que no volviese hasta que la llamásemos, porque su mamá y yo teníamos que hablar de cosas de mayores. Le dije que no tocase nada ni abriese las puertas cerradas y la niña, asintiendo, salió corriendo de la casa. No hizo más que salir cuando le dije a la madre:

-Melinda, desnúdate.

Ella que estaba recogiendo la mesa, dejó todo y comenzó a desnudarse con gran vergüenza.

Su vestido y ropa interior eran viejos, pero estaban muy limpios. Cuando terminó, cruzó una mano sobre sus pechos y otra en su coño, bajando la cabeza, roja de vergüenza.

-Pon las manos a los costados.

Pude observarla con tranquilidad. Delgada, quizá un poco más de lo deseable, unos pechos medianos y redondos, aréolas pequeñas y pezones grandes. Su coño quedaba oculto por una gran mata de pelo y cuando la hice ponerse de espaldas, pude comprobar que tenía un culo redondo y respingón.

-Ven, acércate a mi lado.-Yo seguía sentado en la silla.

Se puso junto a mí.

La senté sobre mis piernas y acaricié su espalda, bajando hasta llegar a su culo, luego pasé a sus pechos, uno tras otro, pasando la palma de mi mano por sus pezones, que se pusieron erectos de inmediato. Bajé por su escasa tripa, pasando de largo de su coño, para acariciar sus muslos. Tuvo intención de cerrar las piernas cuando mi mano se acercó a su coño, pero una fuerte palmada en su culo la hizo desistir.

Cuando mi mano recorrió su intimidad subiendo y bajando suavemente, abrió poco a poco más las piernas, mientras su respiración se aceleraba.

Metí un dedo y lo encontré ya mojado.

-¿Disfrutas con lo que te hago? –Dije sin parar de rozarla

-Si, señor.

-A partir de ahora, me llamarás amo, y terminarás tus frases con “si amo” o “no amo”. ¿Lo has entendido?

-Si, amo.

Le di una palmada en el culo y le dije: ponte la camisa de dormir y sigue con lo que estabas.

Con un gemido de insatisfacción, se levantó, buscó la camisa de dormir y siguió recogiendo, mientras yo atendía las faenas de fuera.

Se hizo de noche y, hasta que estuvo lista, me entretuve preparando unas hojas de papel con las letras, para, después de la cena, empezar a enseñarles a la madre y la hija a identificarlas.

Cuando nos cansamos, mandé a Melinda que acostase a Pauline y volviese, diciéndome al volver que se había quedado dormida nada más acostarse.

Aparté la silla de la mesa y le dije:

-Ven, arrodíllate entre mis piernas.

Cuando lo hizo:

-Sácame la polla y hazme una buena mamada.

Se quedó parada y empezó llorar.

-¿Qué te pasa ahora?

-No lo he hecho nunca, y me da mucho asco.

Le di un empujón a su cabeza tirándola al suelo, mientras me levantaba gritando:

-SERÁ POSIBLE. ¿ES QUE NO PUEDO ENCONTRAR A NADIE NORMAL?

Y me fui a la cama directamente.

La niña se despertó y llamó a su madre, que fue a atenderla.

Cuando se durmió, vino a mi cuarto y se acostó conmigo, yo ya estaba dormido.

Me despertaron unas excitantes manipulaciones sobre mi polla. Me estaba masturbando y algo más.

Encendí el quinqué y me miró avergonzada, me dijo:

-Lo siento amo, intentaré hacerlo lo mejor que sepa.

-Desnúdate del todo y sigue.

Se desnudó y siguió pajeándome, mientras le daba pequeños toque en la punta con la lengua.

-¿Dónde has aprendido a pajear tan bien?

-Con mi marido. Cuando bebía mucho no se le ponía dura y tenía que hacer esto para que se le pusiese. Si no lo conseguía, me pegaba. Puedes pegarme también, si lo deseas, amo.

-No, pero ve metiéndote la punta en la boca y ve insistiendo hasta que te entre toda.

Me hizo caso y fue metiéndosela y volviendo a sacarla poco a poco, intentando meterla un poco más cada vez.

Cuando le dieron arcadas, le dije que no siguiera, y que empezase a recorrerla de arriba abajo, y a lamerla y acariciarla con la lengua.

Estaba arrodillada a mi costado, con sus tetas colgando, cosa que aproveché para acariciarlas y sobarlas a gusto. Con estas manipulaciones, poco me costó llegar a decirle:

-Me voy a correr. No te apartes ni pierdas una gota, si no quieres que te de tu primera paliza en esta casa. Trágatelo todo.

Y diciendo esto, solté mi corrida en su boca, cuyo primer lechazo la hizo toser y salir algo por la nariz, tragando el resto. Inmediatamente, se levantó con arcadas, pero la cogí del brazo, le di una bofetada y le hice dejármela bien limpia.

Tras esto le dije:

-Te has portado bien. Vamos a dormir.

Mi intención era mantenerla cada vez más deseosa, para el momento en el que quisiera follarla.

Cuando me desperté por la mañana, ella todavía dormía. Me entretuve mirándola a la luz del amanecer. Efectivamente, no era una mujer guapa, pero tenía algo que atraía. Fui destapándola poco a poco para ver sus pechos, sus piernas y su coño, mientras me iba empalmando por momentos. Ella abrió entonces los ojos, y su primera reacción fue taparse, al sentirse totalmente desnuda, pero abortó el movimiento cuando la miré con cara seria.

-Vamos a ver si recuerdas las enseñanzas de anoche. Vuelve a chuparla hasta que me corra.

-Si, amo.- Y se puso a ello. Esta vez lamía y se la metía hasta darle arcadas, que poco a poco fueron pasando.

Le pedí que me la presionase con la lengua al entrar y salir, además de otras consideraciones para hacerla una buena chupapollas.

Después de un rato, sentí que me venía y volví a recordarle:

-Me voy a correr. Trágatelo todo y no pierdas ni una gota.

-Iiiimmm

Lancé mis chorros directos a su garganta, y esta vez los tragó sin problemas, aunque luego mostraba signos de un cierto asco.

-Vayamos a preparar los desayunos. –Dije

A ella le dieron arcadas. Yo me vestí de espaldas mientras me reía por lo bajo.

Ella salió desnuda y se puso a preparar el desayuno.

Como la niña estaba dormida todavía, me puso el desayuno y le pregunté:

-Follabais a menudo con tu marido.

Se puso roja y no contestaba. Tuve que mirarla con mala cara.

-Bueno… Si… No…

-¿En qué quedamos, si o no?

-Hasta que me descubrí embarazada, cada semana o quince días, después escasamente cada mes. Algunos de ellos no tenía suficiente consistencia para mantener relaciones y era cuando tenía que estimularlo con la mano.

-Cuéntame como eran tus relaciones con él. Como fue la primera vez. ¿Fue con él?

-Sssi. Mi primera vez fue con él. El día de la boda, apareció en la iglesia con su carreta, la misma que hay afuera, celebramos la ceremonia y con el tiempo justo nos subimos a la carreta y nos fuimos de camino a otro pueblo donde le habían dicho que tendría trabajo. No nos quedamos ni a comer. A mediodía, nos detuvimos junto a un río y nos comimos un poco de pan y un pollo que había conseguido sacar con las prisas, sentados en la hierba de la orilla.

-Nada más terminar, me hizo recostarme y me levantó la falda. No hizo caso de mis protestas y empezó a bajarme las bragas. Intenté detenerlo, le dije que me gustaría hablar antes con él, pero se limitó a darme varias bofetadas y a recordarme que era su mujer y que debía acceder con amabilidad. Terminó de quitarme las bragas, sacó su pene y me lo metió de golpe.

-Me hizo un daño horrible, pero a él tampoco le debió de gustar, porque sacó su pene ensangrentado, escupió abundantemente sobre su él y volvió a meterlo de nuevo. Estuvo un rato entrando y saliendo de mí, sin preocuparse del escozor que sentía yo, hasta que se derramó abundantemente dentro. Se salió, me mandó recomponerme y recoger para montarnos de nuevo y seguir el camino.

-A última hora de la tarde llegamos al rancho donde le dieron trabajo. Dormimos en la carreta, el se fue temprano a trabajar y yo quedé sin hacer nada esperándole. A medio día volvieron y vino a mí con dos platos de guiso. Comimos en silencio y se fue otra vez a trabajar. A la noche se repitió la escena, yendo a dormir pronto porque estaba cansado.

-Los días se repitieron hasta llegar el sábado. Todos cobraron su paga y se fueron al pueblo a beber, dejándome allí. Cuando volvió, se había gastado más de la mitad del dinero y se encontraba algo bebido. Me dijo que me desnudara, que me iba a follar, mientras él se salió a hacer alguna necesidad. Cuando volvió yo ya estaba sobre la colchoneta y las mantas que nos servía de cama en la carreta con mi camisón, que había sido de mi madre y que fue su regalo de boda.

-Esa vez fue más amable. Me subió el camisón y acarició mis pechos, los besó, pasó su mano por mi sexo y aquello me empezó a gustar. Luego sacó su pene, se colocó entre mis piernas y lo metió dentro de mí. Quiso besarme, pero su olor a alcohol me hizo apartar la cara. Estuvo entrando y saliendo un buen rato. El roce de su pene me daba un gran placer, hasta que una fuerte sensación se apoderó de mi. Luego derramó su esperma dentro de mí y se apartó un poco de mi, durmiéndose al instante y roncando de inmediato.

-Yo pensé que por fin había conocido el placer del sexo, del que había oído hablar en la escucha oculta de conversaciones de muchachos. En los meses sucesivos fuimos de un sitio a otro, aprovechando las paradas en lugares solitarios para montarme. Siempre era igual, acariciaba mis pechos, mi sexo y me penetraba hasta que me llenaba. Yo siempre he disfrutado mucho, y algunas veces volvía a sentir el fuerte placer, pero también me he quedado con la sensación de que necesitaba algo más.

-Un sábado, al volver del pueblo intentó montarme. Cuando llena de alegría, le dije que estaba embarazada, me llamó puta y cosas peores, me dio una paliza y me montó a la fuerza, sin la más mínima caricia..

-Luego nació Pauline y se distanció de mí. Durante los años de la guerra, como había escasez de trabajadores, ganó mucho dinero, pero se lo gastó todo en beber. Se emborrachaba todos los fines de semana, y me hacía estimularlo para poder penetrarme. Ya no me acariciaba, y cuando conseguía fuerza suficiente para penetrarme, no me hacía daño porque estaba deseosa de que entrase en mí, pero si perdía la fuerza o no la conseguía, me echaba la culpa y me pegaba

-Así he pasado los siete años de mi matrimonio. En este viaje, como no teníamos suficiente dinero, compró las provisiones más baratas que encontró, que como le dije, estaban en mal estado y hubo que tirarlas. También el accidente fue causado porque iba bebido, porque eso si, bebida no le faltaba, y no tuvo la precaución de comprobarlo todo.

La miré un momento y le dije:

-Aún es pronto. Ve al dormitorio, ponte de rodillas con el culo en alto, la cabeza sobre la cama, los brazos estirados, las manos en la almohada y las piernas abiertas. Espera a que yo vaya.

Se fue a hacer lo mandado, mientras yo terminaba el desayuno. Luego entré en la habitación estaba con el culo en pompa. Me acerqué a ella y recorrí su columna vertebral con mi dedo, desde su nuca bajando por su ano y recorriendo su coño, que ya empezaba a abrirse, para volver a subir y acariciar sus costados.

-¿Qué sientes?

-No sé. Me gusta. Es como cuando mi marido me acariciaba, pero de otra forma.

-Te sientes excitada.

-Creo que si. No lo se.

-Adelanta un poco más las rodillas.-Con eso su culo y su coño quedaban más expuestos.

Acaricié sus pechos, haciendo hincapié en sus pezones que se le pusieron duros al instante.

-Mmmmm. –Emitió un gemido.

Volví a recorrer su cuerpo en dirección a su coño. Noté su ansiedad conforme me acercaba. Se había abierto bastante más, se apreciaba su humedad. Pasé mis dedos por los costados, presionando ligeramente hacia el centro, lo que le hizo soltar otro gemido. Seguí acariciando su cuerpo un poco más.

-¿Cómo te sientes ahora?

-Bien, muy bien.

-Zass. –Una palmada en el culo, que, por la posición, también llegó a su coño.

-Ayyy

-Te estás olvidando de algo y tendré que castigarte.

-Perdón amo. No volverá a ocurrir.

-¿Quieres que siga?

-Si, amo. Haga lo que quiera.

-Zass

Le di otra palmada, pero esta vez, al retirar la mano la pasé presionando su coño. Ella lo echaba hacia atrás para mejorar la presión

-AAymmmmm.

Acaricié su culo un momento.

-Zass

Otra palmada y otra presión, seguida de caricia.

-Mmmmm

Vi que estaba totalmente abierta, por lo que aproveché para meterle un dedo, en busca de esa parte que tienen las mujeres que les da tanto placer.

-AAAAAAAHHHHHHHHAaaayyyy

Empezó a emitir grititos y gemir fuerte. Al tiempo que se mojaba más.

De pronto, se abrió la puerta y apareció la niña.

-¿Qué te pasa, mami? ¿Te está haciendo daño?

-Al contrario hija mía. Me gusta mucho lo que me hace. Vuelve a la cama un rato más y cierra la puerta.

-¿Qué estáis haciendo?

-Ya sabes, hija mía, que, a veces, me hace daño ahí, y que antes me lo curaba papá, pero como ahora no está es el amo quien me cura.

-Pero con papá no gritabas. ¿Te hace daño?

-No hija, acuéstate un ratito más.

-Creo que ya vale. –Dije sacando el dedo y dándole una palmada en el culo. –Ve a desayunar y dale también a tu hija.

-Nooo.

-Siiii. Tenemos mucho que hacer.

Salimos y me fui a mis quehaceres. Las pocas veces que pasé por la casa, la encontré de un humor de perros. Gritaba a la niña por cualquier cosa y siempre estaba con mala cara.

A medio día, mientras comíamos la niña y yo y ella nos servía, le pregunté:

-¿Qué te pasa hoy que se te ve de mal humor y no paras de reprender a la niña?

-No lo sé, amo. Desde esta mañana tengo unas sensaciones extrañas en los sitios donde me ha tocado.

Yo le dije sonriendo:

-No te preocupes, que esta noche lo repetiremos hasta que desaparezcan esas sensaciones.

-Gracias amo.

Durante la tarde estuvo de mejor humor, hasta la vi abrazar a su hija.

Esa noche, después de la cena, cuando iba a comenzar a repasar la lectura y escritura, me dijo.

-Amo, la niña y yo estamos cansadas y no prestaremos suficiente atención. ¿Podemos irnos ya a la cama?

-No, hasta que no aprendáis algo más. Yo diré cuando nos acostamos.

Sabía lo que quería, y pretendía alargarlo lo más posible. Las tuve un buen rato, con la excusa de que hasta que no aprendiese bien las palabras que tocaban ese día, no nos acostaríamos. La niña, más espabilada, las aprendió enseguida, pero se quedó con nosotros para corregir a su madre.

Para estimular más su interés, dado que yo estaba ubicado en un extremo de la mesa y ellas se encontraban una en cada lado, fui recorriendo sus muslos con mi mano, hasta llegar a su ingle. Ella emitió un gemido.

-No quiero oír nada que no sean las palabras que estamos estudiando.- Le dije.

Con eso la desconcentraba y le costaba más centrarse en lo que estábamos.

Al fin, di por terminada la sesión y nos fuimos a la cama. Ella fue a acostar a su hija y yo me fui a mi cuarto a acostarme.

Al rato, entró ella, ya desnuda.

-¿Qué quieres?

-Amo, vengo para continuar lo de esta mañana, como me ha dicho a medio día.

-¿No sería mejor que te acostases? Hace un momento me decías que te encontrabas muy cansada.

-Pero amo, por favor… Me siento muy molesta.

-Estáaa bieeenn, anda, ven a la cama. –Le dije, intentando parecer condescendiente.

Rápidamente se subió a la cama y colocó a mi lado en la misma posición que en la mañana.

Llevé mi mano a su coño, comprobando que lo tenía abierto y chorreando. Procedí a pasarle el dedo por el centro empezando en su clítoris y terminando metiéndolo dentro, mientras mi mano se apoyaba en él.

-Mmmmhhhuuuummmm

Un fuerte gemido, apagado por la presión de su cabeza contra el colchón fue su respuesta.

-Voy a penetrarte, ya estas lista. –Le dije.

-Si, amo, como quiera. Pero… ¿No le apetece acariciarme un poco más?

-No, quiero metértela ahora.

-Pero amo. Es muy grande. ¿Cree que me cabrá? ¿Me hará daño?

-Quizá un poco al principio, pero luego te gustará.

-Me está gustando mucho lo que me hace. Más que lo que me hacía mi marido. ¿No puede seguir un poco más?

-Tengo la polla a reventar. Además, estás aquí para mi uso y disfrute, y ahora me apetece metértela.

Sin más, me coloqué detrás de ella y pasé la punta de mi polla por su raja. Tuvo que apagar otro gemido contra el colchón.

Seguidamente, empecé a metérsela poco a poco, avanzando y retrocediendo, mientras ella retenía y soltaba aire:

-Ooppss, ooppss.

Cuando la tuve toda dentro, me detuve, como siempre, para que se acostumbrase.

-Amo, me va a reventar. La siento muy adentro.

-Pues espera un momento y verás.

Comencé a moverme, acelerando poco a poco mis movimientos, pero, no había hecho más que empezar, cuando un grito, apagado por el colchón, me anunció una larga y grande corrida por su parte, confirmada cuando, al terminar, cayó derrumbada sobre la cama.

Pensé que había perdido el conocimiento o le había dado algún ataque, pues no se movía y estaba con los ojos cerrados, aunque respiraba.

Al rato, los abrió y me dijo:

-¡Dios mío! ¿Qué es lo que me ha hecho, amo? Nunca había sentido el placer tan fuerte.

-Se llama orgasmo, y es una de las razones por las que se mantienen las relaciones sexuales. La intensidad depende de lo estimulada que estés.

-El placer que me daba mi marido, cuando lo alcanzaba, no tiene nada que ver con lo que he sentido ahora.

-Tu marido solamente conseguía excitarte, pero no lo suficiente. Si te llegaste a correr debió ser por tu propia excitación. Yo te he hecho alcanzar tu primera corrida u orgasmo provocado por mi desde el principio al final.

-¿Y siempre será así?

-No, solamente te correrás cuando yo quiera. Si alguna vez te corres sin mi permiso, te azotaré. ¿Lo has entendido?

-Si, amo.

-Ahora date la vuelta, que quiero follarte hasta correrme.

Se puso boca arriba y sin dudarlo, se le volví a meter hasta el fondo. Un nuevo gemido de placer me acogió.

Volví a mi lento mete y saca, acelerando. Esta vez, procurando rozar clítoris, que era muy grande, hasta que veía que se le acercaba el orgasmo, que frenaba y volvía al método lento. Cuando que la vi lo bastante excitada como para que se volviese a correr de nuevo, aceleré mis envestidas hasta que otro largo gemido apagado por la cama y el estrujar de la ropa me indicó que estaba teniendo un nuevo y largo orgasmo.

Esta vez no me detuve y seguí dándole duro, hasta que mis esfuerzos se vieron recompensados por otro orgasmo de ella. Me salí y recosté a su lado. Cuando se recuperó, le dije:

-Ahora te toca a ti. Chúpamela hasta que me corra y ya sabes…

-Si amo, me lo tragaré todo.

Tomó mi polla pringosa de sus jugos e hizo un mohín de asco, pero se la llevó a la boca haciéndome una soberbia mamada, hasta que me corrí en su boca.

Me la limpió como era de esperar y me dijo:

-Dos veces gracias, amo, una por el placer que me ha dado y otra por dejarme dárselo a usted.

-Está bien. Ahora vete a tu habitación a dormir.

-¿No quiere que me quede a su lado?

-No, he dicho que vayas a tu habitación. Y no me gusta repetir las cosas.

Al día siguiente, a media mañana, llegó una carreta y Pauline vino a buscarme entre el ganado.

-Señor George, dice mi madre que ha llegado una carreta y que qué tiene que hacer.

-Vamos, te acompaño.

Habían llegado las putas, que hacían su viaje a las montañas para trabajar allí un par de semanas.

Las recibí con alegría y abrazos, y di instrucciones a Melinda avisando de que pasarían el día con nosotros, comerían, cenarían y dormirían con nosotros.

Descargué algunas cosas que traían para mí y cargué su carreta con carne seca para los mineros, mientras ellas se bañaban en el riachuelo de agua templada, con mi compañía en algún momento. Entre unas cosas y otras, pasó la mañana. Melinda nos llamó a comer, permaneciendo a mi lado durante toda la comida y sirviéndonos a todos.

Cuando terminamos les dije a las putas:

-¿Vamos a mi habitación?

-Ja, ja, ja, ja, ja . Pensábamos que no lo ibas a decir nunca.-Me dijeron.

-Melinda, ya nos avisarás para cenar.

Tomé a dos de ellas por la cintura y nos dirigimos a la habitación, mientras la tercera nos seguía y cerramos la puerta.

Nos desnudamos los cuatro y ellas tres se arrodillaron ante mí y empezaron a compartir una mamada, pasándose mi polla de una a otra boca hasta que les dije que parasen.

Nos subimos a la cama y enseguida adoptamos las posturas que a mí más me gustaban.

Una le comía el coño a otra, mientras yo enculaba a la que estaba arriba y le comía el coño a la que quedaba, colocada de pie delante de mi, con una pierna a cada lado de las otras. Cuando la que estaba enculando se corría, la que estaba de pie pasaba abajo, la de abajo arriba y la de arriba de pie.

Todo eran risas y gemidos. En medio de esta orgía, se abrió la puerta y entró Melinda:

-Amo, ya he terminado de recoger. ¿Quiere que haga alguna cosa más?

-No, te he dicho que solamente nos avises para la cena.

De repente, empezó a llorar diciendo:

-Pero amo, ¿no puede estar conmigo? ¿No le gusto yo? ¿No le gusta como lo hago? Le prometo que aprenderé, pero no me haga esto.

-FUERA DE AQUÍ Y CIERRA LA PUERTA. LUEGO HABLARÉ CONTIGO.

Se fue llorando.

Nosotros seguimos con lo que estábamos. Después de varias vueltas me pidieron que se les metiera por el coño, y entonces fui yo el que hice ronda de agujeros. Gracias a mis corridas anteriores, aguanté hasta que las tres se corrieron. Luego fueron ellas las que con su boca me hicieron acabar a mí.

Estábamos descansando un momento, cuando llamó Melinda para cenar. Íbamos a salir desnudos, cuando recordé a la niña y nos pusimos algo de ropa para cenar.

La mesa estaba preparada y una Melinda llorosa y enfadada nos sirvió la cena. Hasta la niña le preguntó qué le pasaba, respondiendo con un: Cállate.

Luego nos volvimos a la habitación y no salimos hasta el amanecer. Preparé su carreta y se marcharon.

En cuanto se alejaron, mandé a la niña a la casa y tomé a Melinda del brazo, llevándola a buen paso hacia el establo. Allí, la mandé desnudarse y la até de frente a una de las columnas con los brazos en alto, bien tensos.

Tomé unas tiras de cuero de unas riendas con una mano, mientras con la otra acariciaba su espalda, bajaba a su culo y la pasaba por su sexo.

-¿Recuerdas que te dije que te usaría cuando quisiera, te prestaría para que te usasen otros, que yo usaría a otras y que tu no tienes la exclusividad? –Todo esto sin dejar de acariciar su coño, que se había abierto y mojado, casi de golpe.

-Si amo.

-¿Entonces, a qué vino la escena de ayer?

-Perdón, amo, me sentí abandonada y humillada. No volverá a ocurrir.

-Desde luego que no. Te voy a dar cinco latigazos. Los irás contando y me darás las gracias por corregirte. Si gritas volveré a repetirlo. ¿Entendido?

-Si, amo.

A estas alturas, su coño estaba como un río. Me retiré y preparé para azotarla.

Como era mi costumbre, anduve de un lado a otro para que no supiese cuando iba a empezar ni por donde le iba a dar y le solté el primero

-Zasss

-FFFFF. Uno. Gracias por corregirme, amo.

Me acerque, acaricié sus pechos y volví a separarme.

-Zasss

-Dos. Gracias por corregirme, amo.

Acaricié su coño.

-Zasss

-Tres. Gracias por corregirme, amo.

-Empezó a llorar en silencio.

Metí y saqué un dedo.

-Zasss

-Cuatro. Gracias por corregirme, amo.

-Zasss

Rocé suavemente su gran clítoris.

-Cinco. Gracias por corregirme, amo.

La miré. Llevaba la espalda y culo cruzada de líneas rojas a un lado y al otro.

La solté y le dije:

-Apoya las manos en la columna, inclínate hacia delante y abre bien las piernas, que voy a follarte.

Lo que hizo con rapidez, yo me saqué la polla, me coloque tras ella y se la metí hasta el fondo. No tuve problemas para entrar de lo mojada que estaba. Me incliné sobre ella y pasé mi mano para acariciar su clítoris mientras la follaba. “Tengo que comerme este enorme clítoris ya”, pensé.

-MmmmmAaaaaahhhhh. –Gemía ella con cada envestida o caricia que le hacía.

-¿Vas a hacerme caso y no volver a entrometerte cuando esté con otra?

-Nnno, amo, ufffff.

-¿Vas a protestar si te dejo a mitad de una follada?

-Nnno, amo, pero… Necesito correrme.

-Espera. –Le dije mientras seguía.

-Pero es que ya no puedo más.

-Espera. –Le dije otra vez.

Cuando vi que ya no aguantaba, la saqué, sin dejar su clítoris y empecé a darle palmadas en el culo, mientras ella se lanzaba a un orgasmo poderoso.

Volví a metérsela y seguir follándola. Cuando estaba apunto para una segunda vez, la saqué y la hice chupármela hasta acabar yo.

Después de dejármela limpia, le dije:

-Vístete y ve a la casa.

Ella se fue disgustada, pero sin decir nada. Yo seguí con las faenas y transcurrió el día sin más.

Por la noche, después de la lección de lectura y escritura, mandé que acostara a la niña y la esperé sentado a la mesa.

-¿No se acuesta hoy, amo?

Me aparté, saqué mi polla, todavía dormida y esperé. Ella se arrodilló delante de mí y empezó a lamerla y chuparla hasta ponerla en forma.

-Ponte de pié, desnúdate y colócate entre la mesa y yo.

Cuando estuvo colocada, la tomé por la cintura y la senté en la mesa con un movimiento rápido.

-Recuéstate sobre la mesa y abre bien las piernas.

-Amo, me da mucha vergüenza. –Dijo mientras lo hacía. No le hice caso.

La coloqué bien, con el culo un poco fuera del borde. Fui a buscar mis útiles de afeitar y agua tibia.

Procedí a enjabonarla bien todo el vello, incluyendo las ingles y el ano. Hice mucho hincapié en la distribución extendiéndolo bien. Luego tomé la navaja.

-¿Amo, me va a hacer daño?

-No. Cállate.

Empecé a eliminar el vello por la parte superior de su pubis, luego bajé a sus ingles, tomando los labios con los dedos para tensarlos un poco y poder afeitarlos bien. En este punto la oía suspirar. Le hice levantar las piernas y sujetárselas en el aire para acceder a su ano, que prácticamente no tenía nada.

Cuando terminé, limpié todo con un paño humedecido para refrescar la zona. Y una vez quitado el jabón, pasé mi lengua por las partes afeitadas. Esto hizo que se excitase rápidamente, abriéndose su coño y sobresaliendo su gran clítoris, ya erecto.

Continué recorriendo su raja con mi lengua, dándole rápidos lengüetazos y obligándola a gemir fuertemente. Tomé su clítoris con mis labios y empecé a masturbarlo como si de una pequeña polla se tratase. Me lo metía en la boca y le daba con la lengua, lo sacaba haciendo presión con mis labios.

Su excitación era mayor por momentos, se mordía la mano para no gritar y no correrse.

-Puedes correrte. –Le dije

Al tiempo que volvía a su clítoris, le metía dos dedos en su coño y los sometía a un vaivén de entrada-salida rápido. Fue tan fuerte que emitió un potente grito y se quedó como ida.

La hija se despertó y salió a ver que pasaba a su mamá, encontrándosela desnuda sobre la mesa, con los útiles de afeitar al lado, con las piernas abiertas y yo entre ellas, además de que no reaccionaba. Le tuve que decir que su madre tenía molestias y la estaba curando. La hice volver a su cama, saqué mi polla, dura como una piedra y comencé a follarla con violencia. Aún tuvo fuerzas para alcanzar otro orgasmo, para el que le tape la boca cuando vi que le venía, pero estaba tan excitado que no pude contenerme y seguidamente me corrí en su interior. Algo que había evitado hasta el momento para que no quedase embarazada.

Cuando la saqué, de su coño salio mi esperma mezclado con su flujo y unas vetas de sangre. Pensé que le habría hecho alguna herida con los dedos, y así se lo dije. Ella contestó que no tenía dolor por el momento, sino más bien restos de placer todavía.

La mandé a su cuarto a dormir y yo me fui al mío.

Al día siguiente me dijo que le había venido el periodo y que de eso era la sangre. Entre eso y que a los cuatro días llegó una caravana que permanecieron una semana reponiéndose, gracias a la oferta de camas y carne fresca que les ofrecíamos, no volví a tocarla hasta bastante más tarde.

En esos días, Melinda me propuso cultivar algunas hortalizas para mejorar nuestra dieta y nuestra oferta, ya que sabía como hacerlo, porque ella era la que mantenía el huerto en casa de sus padres, a lo que no me opuse porque me pareció una buena idea, así que, cuando vino la carreta de los suministros, le encargué semillas de todo lo que se podía cultivar en aquella zona.

Una vez que la caravana se marchó, le pregunté:

-¿Tu marido te la metía por el culo?

-No, amo.

-¿Te la han metido alguna vez?

-No, amo.

-Entonces hoy va a ser tu primera vez.

-Amo, me va a hacer mucho daño.

-Daño te hará, pero procuraré que no sea mucho.

Durante el día, preparé un trozo de madera del grueso de mi polla, con un lado más delgado, en aumento hacia el final y un trozo más grueso como tope, puliéndolo todo bien para que quedase muy suave y sin astillas. Luego preparé unas tiras de cuero con unas riendas viejas.

A la noche, al irnos a la cama, le ordené tomar un poco de manteca, ir a mi habitación y desnudarse

Cuando entré yo, le dije:

-Ponte a cuatro patas y ábrete bien el culo.

Me coloqué detrás de ella y comencé a frotar su coño con suavidad. Un suave ronroneo acompañó mi gesto. En cuanto empezó a abrirse, tomé un poco de manteca con la otra mano y unté mi dedo y su ano. Hice un poco de presión y noté resistencia.

-Relájalo, haz fuerza hacia fuera y será más fácil.

Entonces noté que la resistencia disminuía y que la punta de mi dedo entraba. Aproveché para meter más manteca y profundizar con el dedo. Cuando ya entraba todo en su totalidad, empecé a hacerle pequeñas presiones de la parte interior contra su vagina y la mano exterior. Luego probé a meter más manteca, con un segundo dedo, para continuar con un tercero. Todo ello sin dejar de acariciar su coño

Cuando calculé suficiente, unté el trozo de madera que tenía preparado y se lo metí hasta el tope, al tiempo que atacaba su clítoris y se lanzaba a un orgasmo.

Rodeé su cintura con una de las tiras de cuero y le pasé otra entre sus piernas, atándola a la de la cintura, para que no se saliese el tapón.

-Ahora ve a tu cama y no te lo quites en toda la noche. Por la mañana vienes y te lo quitaré yo.

Así lo hizo, y a la mañana siguiente, vino corriendo a mi habitación ya desnuda. Comprobé que estaba bien colocado y le dije:

-¿Has dormido bien?

-Si, amo, aunque con alguna molestia.

Le solté las tiras y saqué el tapón, que se despegó con un “plof” al salir. La hice acostarse en la cama y comencé a besar sus pezones, que estaban duros ya. Bajé mi mano a su coño y lo encontré totalmente mojado y abierto. ¡Venía ya excitada! No dejé de acariciarla, mientras ella echaba mano a mi polla y me pajeaba lentamente.

Le dije que esta vez podía correrse cuando quisiera y cuando me excitó totalmente, me subí sobre ella y la estuve follando con mi procedimiento habitual, movimientos lentos alternados con otros rápidos.

Aún con todo, alcanzó dos orgasmos, hasta que se la saqué, le di la vuelta, la puse en cuatro, unté mi polla con manteca que quedaba de la noche y se la clavé por el culo. Entró completa, sin obstáculos y empecé a bombear, al tiempo que, inclinado sobre ella, acariciaba su clítoris.

Gemía, gritaba, bufaba, todo ello con la cara metida en el colchón para atenuar los sonidos. Noté dos nuevos orgasmos de ella, y en el segundo, la presión de su ano provocó el mío, llenándole el culo de leche.

Cuando la saqué, salió pringada de manteca, leche y mierda.

-Límpiamela. –Le dije.

Se levantó y de repente echó a correr hacia la calle en dirección a la letrina, mientras me decía:

-Enseguida, amo, ahora vuelvo. Se me escapa todo.

Yo, riendo, también salí, pero en dirección al riachuelo, donde procedí a darme un baño y lavarme bien la polla. Cuando ella salió, la llamé para que viniese conmigo y entrase en el agua, que estando sentados, nos llegaba a la cintura.

Con mi polla dura todavía, me recosté hacia atrás y la hice que se la metiera por el coño, indicándole los movimientos a realizar para disfrutar de una lenta follada, hasta que nos corrimos y nos fuimos a desayunar.

Recordando mi estancia en la India, decidí aprovechar la habitación contigua a la mía para construir una piscina, alimentada con el agua del riachuelo, cosa que poco a poco fui realizando.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones


Relato erótico: “Sustituí a un amigo con su madre y su esposa” (POR GOLFO)

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El destino nos tiene reservadas muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y por desgracia, solo en pocas ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. 
Curiosamente, un buen día, una mala noticia se convirtió en pésima pero al cabo de los días, esa desgracia se convirtió en lo mejor que me ha ocurrido jamás.
Para explicaros de que hablo, os tengo que contar las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Todavía recuerdo que estaba en el despacho cuando Laura, mi secretaria, me avisó que tenía visita. Extrañado miré mi agenda y al ver que no tenía nada programado, le pregunté quien venía a verme.
-Don Julio LLopis- contestó- dice que es un amigo de su infancia.
-Dígale que pase- respondí inmediatamente porque no en vano, ese amigote no solo era uno de mis más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, me quedé pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos nos resultó raro, si lo pensabas bien, no lo era tanto:

“Si yo tuviese una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella”, pensé recordando a Lidia, su mujer.

Sé que muchos no estaréis de acuerdo conmigo pero si conocierais a ese pedazo de bombón, cambiaríais de opinión de inmediato. Sin pecar de exagerado Lidia es la mujer más impresionante con la que me he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Os tengo que reconocer que si Julio y yo seguíamos siendo amigos, se debe únicamente a que ese portento jamás me ha dado ocasión de echarle los tejos. De haber visto en sus ojos alguna posibilidad, me hubiese lanzado en picado sobre ella.
Lo cierto es que detrás de esa cara angelical, se esconde un cuerpo de lujuria que hace voltear a cuanto hombre se cruza con ella. No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados en una anatomía espectacular. Su cintura de avispa es solo la antesala del mejor culo que os podáis imaginar.
“Esta buenísima”, sentencié justo en el momento que vi entrar a su marido.
El aspecto enfermizo de mi amigo me sobresaltó nada más verlo. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
-¿Qué te ha pasado?- exclamé al percatarme de su estado.
Julio, antes de contestarme, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a mi mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
-Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que me informó de su precario estado de salud, me desarmó e incapaz de contestar ni de inventarme una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre nosotros, solo pude preguntarle en que le podía ayudar:
-Necesito de tus servicios – contestó echándose a toser.
Su agonía me quedó clara al ver la mancha de sangre que tiñó su pañuelo al hacerlo. El dolor de mi amigo me hizo compadecerme de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, le respondí:
-Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
-Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
-¡Estás loco!. ¡No puedo aceptar!- contesté- Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Con una parsimonia que me dejó helado, me rogó que me callara:
-Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, no me hizo sospechar la verdadera causa de su decisión y asumiendo una responsabilidad que no era mía, accedí siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado, la herencia a sus legítimas dueñas.
-¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
“No comprendo”, pensé, “si les da ese poder, realmente seré su albacea hasta que decidan ejercerlo”
Y pensando que quizás lo que quería Julio es que no hicieran ninguna tontería durante los primeros meses, me quedé más tranquilo y acepté ya sin ningún reparo. Fue entonces, cuando haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, me invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tuviéramos la oportunidad de cerrar todos los flecos. Como podréis comprender, dándole un suave abrazo, quedé con él en que ese mismo viernes iría.
Sin nada más que tratar, le acompañé hasta un taxi y mientras le veía marchar, me quedé pensando en lo jodido que estaba y que no le pensaba fallar.
Mi visita a “El vergel” me depara nuevas sorpresas.
Tal y como habíamos acordado, ese viernes al mediodía cogí mi coche y me dirigí hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada su cortijo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, me puse a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, teníamos esa finca como refugio para nuestras múltiples correrías. Siendo unos putos críos cada vez que queríamos hacer una fiesta un poco subida de tono, nos llevábamos hasta allá a cuanta amiga o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, no pude dejar de sonreír al recordar la metedura de pata de unos de nuestros colegas. Con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se le presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.

El pobre muchacho al enterarse que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas. 

“Eso fue hace diez años”, me dije un tanto inquieto por encontrarme otra vez con ella, no en vano, esa mujer por aquella época tenía un polvo de escándalo y dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
Sabiendo que no tardaría en saber cómo le había afectado esos años, aceleré con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia. Por mucho que mi amigo me hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con su decisión, no me lo podía creer y por eso no tardé en tomar la decisión de renunciar en cuanto descubriera el mínimo rechazo a tan extraño testamento.
Durante el trayecto recordé múltiples anécdotas que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque mi amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, recordé un día en que me descubrió con una hembra atada en mi cama. Al verle entrar sin llamar, pensé que iba a montar un escándalo pero en contra de lo que había supuesto, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, me preguntó si podía mirar.
-Tú mismo- contesté.
De esa forma tan rara, Julio conoció mi faceta de dominante y aunque fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás volvió a mencionarlo.
Esa tarde debí de quebrantar en multitud de ocasiones el estricto límite de velocidad que hay en España, porque a las dos horas y cinco minutos de salir de mi oficina, llegué a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, me sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, reconozco que me llenó de gozo descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, mi primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vi abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de mi amigo seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba, me encantó ver que por Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
“¡Sigue siendo un monumento!” exclamé mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Ambas mujeres me recibieron con un cariño desmesurado y sin dejarme siquiera sacar  mi equipaje del coche, me hicieron pasar adentro. Mientras Lidia me conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de mi amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino me permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
“¡Está impresionante!”, sentencié mientras disimuladamente me recreaba en la rotundidad de sus cachetes.
Mi amiga debió percatarse del rumbo de mis pensamientos porque pegándose a mí, más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, me dijo:
-No parece tener cuarenta y nueve.
-La verdad es que no –respondí avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, le solté: -Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oír mi piropo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, me llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
-Fernando, mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que mi amigo se enterara de mi error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
-Siempre ha tenido buen gusto- y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto nos quedamos únicamente él y yo en la habitación, me llamó a su lado y con voz quejumbrosa, me fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, escuché de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de penuria.
En un momento dado, al explicarme las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, pensé que no tenía ningún sentido que me nombrara heredero porque lo había previsto todo. Cada vez más confuso, le pregunté:
-Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
-¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírmelo, me hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se me hicieron eternos al imaginarme unas deudas de las que no hubiera hablado. Pero os tengo que confesar que nunca me hubiera esperado, lo que vino a continuación: con una sonrisa en sus labios, me dijo:
-Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.  

Imaginaros mi cara, solo el dolor que se reflejaba en sus ojos evitó que creyera que era broma y pensara que me estaba tomando el pelo. Viendo mi estupor, me pidió que le acercara un timbre y sin darme oportunidad a preguntar para que lo quería, lo tocó.

 No había pasado ni un minuto cuando escuché que tocaban la puerta y pedían permiso para entrar. La confirmación que era en serio su propuesta no pudo ser más clara porque tanto Nuria como su nuera hicieron su aparición portando un collar como única vestimenta. Al verlas totalmente desnudas, me levanté de un golpe y por eso de pie fui testigo de cómo se arrodillaban frente a la cama donde yacía mi amigo y adoptando la postura de esclavas de placer, le preguntaron en que podían servirle.
Nada me había preparado para verlas así y por eso no me avergüenza reconocer que me excitó ver a ese par de preciosas hembras sirviendo a su amo. El metro que me separaba de ellas, me permitió admirar sus cuerpos. Mientras el de Lidia mostraba la lozanía de la juventud, el de Nuria era una magnifica representación de la belleza madura. 
Aunque lo intenté no supe cual me gustaba más, o la tierna y delicada morena o la despampanante y espectacular madura. Para entonces estaba curado de espanto pero aun así, me quedé paralizado cuando Julio les preguntó si habían traído los que les había pedido.
-Sí, amo- contestó su madre y extendiéndole un joyero, lo puso sobre su regazo.
Haciendo un esfuerzo sobre humano, lo abrió dejándome ver su contenido: ¡Envueltos en seda roja había dos collares de sumisa!. Una vez abierto, me llamó a su lado y con voz agotada, les preguntó si me aceptaban como nuevo dueño.
-Con mucha pena aceptamos dejar de ser suyas y pasar a ser del amo Fernando- contestaron al unísono.
La ratificación de que eran conscientes de los planes de mi amigo me dejó helado y por eso Julio me tuvo que repetir que por favor les quitara los collares que llevaban y que les pusiera los míos. Sin tenerlas todas conmigo, cogí el primero y leí la inscripción que tenía grabada:
“Esclava Nuria. Propiedad de Fernando Alazán”
La rubia al ver que la casualidad había determinado que fuera ella la primera en ser acogida por mí, sonrió y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies mientras echaba su melena hacia adelante. Ese gesto de sumisión y percatarme la alegría con la que aceptaba mi autoridad, me azuzó a abrir el broche del que llevaba y sustituirlo por el mío.
La madre de mi amigo al sentir que la presión de su nuevo collar, me miró con los ojos llenos de lágrimas y cayendo a mis pies, me dio las gracias por aceptarla. Sabiendo que era lo que se esperaba de mí, acaricié sus pechos con mis dedos y recreándome en mi nuevo poder, la gratifiqué con un suave pellizco. Nuria al sentir mi ruda caricia, con una felicidad en su rostro, me dijo:
-Estoy deseando  servirle, amo.
Como podéis suponer, el morbo de tener a esa mujer en mis manos era enorme y por eso tuve que vencer las ganas de follármela allí mismo pero recordando que tenía que asumir la propiedad de la esposa, cogí entre mis manos el otro collar.  
La morena se acercó hasta mí y mirando de reojo a su marido, dejó que le pusiera el símbolo de mi poder. Sé que resultara raro pero al sentir que cerraba el broche alrededor de su cuello, pude observar como sus pezones se ponían duros sin necesidad de tocarlos.
Sabiendo que debía tomar posesión de mis nuevas esclavas, miré hacia la cama. En ella, Julio seguía atento mis maniobras con una mezcla de satisfacción y de pena. Comprendí que aunque le dolía desembarazarse de sus más preciadas posesiones, por otra parte para él era una liberación dejarlas en buenas manos. 
-Levántate- ordené a la que hasta ese momento había sido su esposa y cogiéndola de la cintura la llevé hasta donde yacía su marido y dirigiéndome a él, le dije: -Julio acepta que esta zorra te sirva por última vez.
Mi amigo sonrió agradecido y llamándola a su lado, le ordenó que le hiciera una mamada. La morena sin hablar se agachó entre sus piernas y abriendo su boca, buscó dar placer al que hasta entonces había sido su dueño. Viendo que mi amigo disfrutaba, me di la vuelta y llamé a su madre a mi lado:
-Dejémosles solos- ordené
 La madura me acompañó fuera de la habitación y ya en el pasillo, me preguntó si quería que me enseñase mi habitación. Al aceptar me guio por la casa. Mientras íbamos hacia allá, no pude dejar de recrear mi mirada en los felinos movimientos de la rubia. Con una femineidad que solo poseen las esclavas bien educadas, Nuria fue recorriendo paso a paso la distancia que nos separaba del lugar donde sin duda alguna, la tomaría. Observándola me percate que estaba nerviosa al decirme que habíamos llegado.
Al abrir la puerta, me quedé maravillado al descubrir que mi cuarto no solo era enorme sino que la cama era una King Size. Ya dentro decidí que por primera vez debía mostrarme cariñosa con ella y por eso, dándole un azote suave en el trasero, le pedí que me preparara la bañera. Nuria asintiendo con la cabeza, se dirigió hacia el baño y mientras oía que abría el agua, me puse a recapacitar sobre lo ocurrido.
“Julio tiene que estar bien jodido para cederme a estas dos”, pensé.
No habían pasado ni dos minutos cuando la rubia me informó que estaba lista. Asumiendo que para ella yo era su amo, entré en el baño y con voz seria, le ordené:
-Desnúdame.
La madre de mi amigo no me contestó pero por el tamaño de sus pezones supe que estaba excitada. Sin mediar palabra se agachó y quitándome los zapatos, me besó los pies mientras me volvía agradecer haberla aceptado como sumisa. El morbo de tener a esa mujer que había poblado mis sueños juveniles postrada, me calentó pero no dije nada. Una vez me había descalzado, se levantó y botón a botón fue desabrochándome el vaquero.  La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de sus manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajó el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que le fue posible,  me lo sacó por los pies y levantándole su cabeza, dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
-¿A qué esperas?- pregunté con recochineo al advertir  que la madura había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
-Su orden- respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como una novedad para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. Quizás fue el sudor que recorría su frente lo que me hizo decirle mientras la acercaba a mi paquete:
-Quiero que me la mames-
Nuria que hasta ese momento se había mantenido expectante, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mi pene tieso a escasos centímetros de su boca:
-¡Amo! ¡No se arrepentirá de mí!.
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar mientras hundía su cara en mi entrepierna.  Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en esa situación nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis huevos mientras me pajeaba lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé que siguiera. Ni que decir tiene que para entonces mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección.

Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  La confirmación de que iba a cumplir mis deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi piel, mientras se apoderaba de mi pene.

-No se mueva-  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, le hice el favor de esperar sus caricias. La madre de Julio, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba lo cachonda que le ponía tenerme como su amo. Cuando le informé que quería sentir sus labios, abrió su boca y  se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y   para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. Disfrutando como un enano de la mamada, me quedé pensando que además de ser la madre de mi amigo, esa zorra estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida.
No contenta con meter y sacar mi extensión de su boca, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra entre sus piernas. Aunque no le había dado permiso para masturbarse, no me importó.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Tardó poco tiempo en que llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Nuria, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras me pedía que la dejara correrse.
Al permitírselo, se dejó llevar por la lujuria y durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer. Sin darle tiempo a reaccionar, me levanté y me metí en la bañera. La rubia al percatarse, me preguntó si podía enjabonarme. Satisfecho por su entrega, le ordené que se metiera conmigo dentro de la tina.
Una vez a mi lado, se quedó callada esperando que externalizara mis deseos.  Su actitud me permitió contemplar su cuerpo sin que se quejara de ser objeto de un exhaustivo escrutinio.  Realmente, tuve que admitir que esa mujer era una preciosidad. Dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos, la gravedad todavía no había hecho estragos en ellos.
Grandes y bien puestos, su belleza quedaba realzada al estar adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Cualquiera que la viera desnuda tendría que admitir que jamás desperdiciaría la oportunidad de perderse entre sus piernas. Por eso en cuanto me miró, le pedí que se tocara para mí. Curiosamente se ruborizó al tener que hacerlo pero obedeciendo de inmediato, empezó a acariciarse los pechos mientras observaba mi reacción.
-Empieza- le urgí.
Cerrando sus ojos, buscó su punto de placer y cogiéndolo entre sus dedos lo cogió mientras el agua mojaba sus pechos. Separando sus rodillas, comenzó a masturbarse a ritmo lento. Sus movimientos se iban acompasando con sus caderas dando la impresión que necesitaba desahogarse. La necesidad de sexo que tenía esa mujer me sorprendió y al poco tiempo aceleró el ritmo de sus manos. Asida de un pezón y con dos dedos incrustado hasta el fondo de su vulva, Nuria empezó a gemir descompuesta.
Al comprender que necesitaba más. Cogí el brazo de la ducha y descolgándolo se lo pasé. La rubia comprendió al instante mis deseos y abriendo su sexo, dirigió el chorro al hinchado clítoris.
-¡Dios!-aulló.
No tardé en observar como su cuerpo volvía a estremecerse y mientras  con la lengua remojaba los labios de la boca, la madre de Julio, concentró todo el chorro sobre su botón.
-¡Necesito correrme!- chilló.
-Aguanta- le ordené interesado en saber hasta dónde aguantaría.
Berreando como una puta, sus  piernas empezaron a temblar anticipando un  inminente orgasmo. Aun sumergido bajo el agua, no tuve duda de que su coño estaba anegado de flujo y mientras ella era incapaz de hablar, le exigí que se pusiera de pie. Costándole lo indecible mantener el equilibrio, se me quedó mirando absolutamente poseída al percatarse del interés con el que le miraba el conejo.
Totalmente depilado, no parecía el coño de una cuarentona y queriendo tanto forzar su sumisión como el probarlo por primera vez, tanteé con mi lengua sus labios. Nuria al sentir mi cálida caricia recorriendo sus pliegues, pegó un tremendo grito e incapaz de controlarse, apoyó una mano en la pared para no caer mientras yo seguía paladeando su sabor.
-Amo, ¡Necesito correrme!
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer llevaba mucho tiempo insatisfecha porque desobedeciendo, llegó al clímax con una corrida intensa y  maravillosa. Sabiendo que me había fallado, resopló y con una extraña felicidad impresa en su rostro, me pidió perdón. No tuve que ser un genio para descubrir que la madre de mi amigo  se encontraba alegre y aunque su excitación se había visto amortiguada por el placer, seguía necesitando ser tomada.
Observándola, me percaté que sus pezones seguían duros y decidido a complacerla le pedí que se diera la vuelta. Sabiendo que era de mi propiedad, obedeció al instante y anticipando mis órdenes, se separó con sus manos las dos nalgas.  Al observar de cerca su ojete, me sorprendió descubrir que se mantenía cerrado como si nunca hubiera sido usado.
“¡No puede ser!”, pensé atónito, “¡Una sumisa con el culo virgen!”
Con mi pene totalmente tieso anticipando el placer que ese trasero me daría, le pregunté si sus amos anteriores nunca la habían tomado por detrás. Bajando la cabeza avergonzada, me confesó:
-El padre de Julio solía disfrutar sodomizándome pero mi hijo jamás. Dice que eso es de animales.
Al escuchar sus palabras, comprendí que mi amigo era un amo bastante peculiar y sobre todo poco estricto. Tanteando el terreno, ya que no quería forzarla en demasía desde el primer día, le pregunté si cuando había experimentado el sexo anal si le había gustado:
-Me encantaba- respondió con rubor en sus mejillas.

El tono con el que me contestó me hizo saber que estaba diciendo la verdad y por eso sin pedirle opinión, introduje dos dedos dentro de su coño y bien embadurnados con su flujo, comencé a relajar su esfínter.

-Gracias, amo- chilló con satisfacción al sentir que introducía una de mis yemas en su interior y sin que le tuviera que decir nada, se agachó para facilitar mis maniobras.
Su nueva postura me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí  dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó de placer mordiéndose el labio. 
Su gemido me avisó de la naturaleza fogosa de la viuda y deseando terminarla de convencer que conmigo iba a disfrutar mucho, volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La rubia moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Gracias!- aulló como posesa al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, no aguantó más y se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba. Sin dejarla reposar y poniéndome a su espalda, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, me dijo con una alegría inaudita:
-¡Cuánto tiempo llevaba sin sentir esto!
Reconozco que tuve que esforzarme para no empezar a disfrutar de su culo. Necesitaba que se relajara para no destrozárselo y por eso mientras esperaba que fuera ella quien decidiera el momento, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Con sus intestinos invadidos y disfrutando como una perra, la madura no tardó en pedirme que la tomara.
-Soy suya.
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Nuria con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir. Cualquier observador hubiera dicho que debíamos ser amantes desde hace tiempo por el modo que nos sincronizamos. Cuando yo intentaba sacarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Después de años sin probarlo, la rubia estaba tan excitada que tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Amo! ¡Por favor no pare!- me pidió cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
Encantado por el modo que esa mujer respondía a mis caricias, le di un fuerte azote mientras le susurraba al oído lo puta que era. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y oír mi insulto.
La expresión de lujuria que brillaba en su rostro, azuzó mi lado más dominante y alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior.  Nuria ya tenía el culo completamente rojo cuando dejándose caer sobre la bañera, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal.
Fue impresionante ver a la madre de Julio, temblando de dicha mientras de su sexo se anegaba con su flujo. 
-¡Quiero sentir su semen!- aulló por el placer desgarraba su interior. 
Su deseo fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Perdiendo el control y con sus caderas convertidas en una batidora, se corrió. Fue entonces cuando ya habiendo obtenido su placer, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, fui violando su intestino mientras la madura no dejaba de aullar que no parara.
Mi orgasmo fue total, con todos mis nervios a flor de piel, me derramé en su interior mientras mi nueva sumisa berreaba  a voz en grito su liberación. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Nuria en la bañera. Con una felicidad palpable, la madura me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla aceptado. Todavía estábamos en esa  posición, cuando al levantar mi mirada descubrí a Lidia arrodillada en mitad del baño.

El brillo de sus ojos me reveló que estaba excitada pero también que por alguna razón se había visto impelida a quedarse al margen mientras sodomizaba a su suegra.  Decidido a averiguar qué es lo que la había detenido, preferí no hacerlo en ese instante y por eso le pregunté por su marido.

 

-El pobre se ha quedado dormido.
Al asimilar sus palabras, me percaté que una vez había cumplido mi orden había venido a que tomara posesión de ella y por eso salí de la ducha y poniéndome a su lado, le ordené que me secara. La esposa de mi amigo sonrió y cogiendo una toalla, se agachó y empezó asecarme los pies. Adoptando una deliciosa postura, sus manos fueron recorriendo mis piernas mientras despojándolas de cualquier rastro de humedad. Fue al llegar a mi sexo, cuando con una profesionalidad digna de encomio se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
En su cara no, pero mi pene se endureció en cuanto sintió el contacto de sus dedos. Como no le había ordenado otra cosa,  la morena obviando lo bruto que me había puesto terminó de secarme todo el cuerpo, dejándome francamente insatisfecho.
“Se está haciendo la dura” pensé al descubrir que tenía los pezones duros como escarpias y deseando descubrir hasta donde llegaba su supuesta sumisión, le dije:
-Quiero mear.
Al ver que me acercaba al váter pero que no cogía mi pene, lo tomó ella entre sus manos para acto seguido dirigir el chorro para que no empapara el suelo con mi orín. Me encantó descubrir que se la veía entusiasmada de tener que ser ella quien apuntara y por eso no la reprendí cuando juguetonamente se entretuvo en salpicar los bordes del inodoro.
Esta vez cuando acabé no tuve que pedirle que me lo limpiara, porque sin esperar que le ordenara hacerlo, mi hasta entonces amiga sacando la lengua recorrió mi glande, recogiendo la gota que había quedado en la punta.
Complacido por sus atenciones, decidí tomarla en la cama y llamando a mis dos sumisas, les ordené que me esperaran allí.
-¿Las dos?- preguntaron a la vez.
Su rápida respuesta me mosqueó y tratando de indagar los motivos, les pregunté que veían de extraño a eso. La más madura fue la que me contestó, diciendo:
-Nuestro anterior amo hacía uso de nosotras individualmente. Nunca nos permitió compartirle- y claramente avergonzada, prosiguió: -Es más, teníamos prohibido cualquier contacto entre nosotras.
Su confesión afianzó mis sospechas de que Julio no había sido un verdadero dominante y queriendo saber de antemano si ponían algún reparo, les pregunté si les apetecía probarlo.
-A mí si- respondió Nuria claramente interesada.
Al no escuchar la opinión de Lidia, directamente insistí:
-¿Y Tú?
La morena incapaz de mirarme a los ojos, me contestó:
-Amo, llevo años viendo como nuestro antiguo dueño disfrutaba de su madre y nunca me atreví a pedírselo.
El notorio deseo que mostraron ambas, despertó mi lado travieso y cogiéndolas del brazo las llevé hasta la cama. Una vez allí, les pedí que se besaran. De esa manera y ante mis ojos, Lidia experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo. En cuanto sintió los labios de su suegra aproximarse a los suyos, respondió con pasión al beso y gimió de placer.
Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero reconociendo que era su momento, me alejé de ellas, sentándome en el sofá. Aunque fui solamente un testigo de piedra, pude disfrutar del momento y así, desde ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Lidia a  manos de Nuria porque aunque no me lo había dicho, no tenía ninguna duda de que su primer amo si le había obligado a probar el amor lésbico.
La más joven de las dos se veía fascinada con mi idea. Sus ojos brillaban de felicidad y de emoción, anticipando su primera experiencia. Tal y como había previsto aunque Lidia fuera novata, en cambio, Nuria se comportaba como  toda una experta.  Por eso no me extraño que fuera bisexual.
Sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención, se besaron durante unos minutos. Mientras su suegra le susurraba cosas al oído, el rostro de la morena se tiñó de rojo. Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos, la rubia hizo que su partenaire se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada.  Por mi experiencia sabía que era una estrategia para hacer sentir segura a esa primeriza al permitirla ocultar su cara cuando sintiera vergüenza.
Una vez acomodadas, Nuria comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de su nuera mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la joven.
“Esta puta sabe lo que se trae entre manos”, me dije al ver que le daba cortos besos en el cuello.
Gracias a ese dulce mimo, Lidia fue relajándose y excitándose poco a poco. Cuando no pudo más, se dio la vuelta y ya de frente a su suegra le plantó un beso apasionado. A partir de ese momento, pude comprobar que ambas se acariciaban mutuamente sus cuerpos. Después de tantos años, admirando su cuerpo la morena pudo por fin recrearse entre los brazos de la otra mujer y bajando por el cuello de la madura se apoderó de sus pechos. Con gran frenesí, los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la madura perdiera la razón y empezara a gemir como una loca. 

Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.

Decidida a ser ella quien llevara la iniciativa, la rubia llevó sus dedos hasta la entrepierna húmeda de su nuera. Con gran cuidado, primero la acarició por fuera, sintiendo la humedad que anegaba sus pliegues. Al escuchar los gemidos de la muchacha indicando que quería más, los introdujo dentro de su cueva. Al sentir esa intrusión, Lidia abrió los ojos como dos platos.
-Tranquila- susurró la madura en su oído mientras la besaba y reanudaba los lentos movimientos circulares  que estaban poniendo al rojo vivo el sexo de la  morena.
Si bien en un principio, solo acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, al sentir el torrente de flujo que manaba de su interior,  fue penetrando una vez más con sus dedos el coño de su nuera. Al escuchar que esta había vuelto a gemir sensualmente decidió dar otro paso y agachando su cabeza, fue acercándose hasta la que era su meta.
-¡Que gusto!- gimió su víctima al sentir la lengua de la rubia acariciándole el clítoris.
Ya totalmente poseída por la calentura que sentía, vi como la  chica le clavaba las uñas en la espalda mientras movía febrilmente las caderas. La madura al sentirlo, reinició las penetraciones de sus dedos sin dejar de comerle el chocho con su boca..
-¡Me corro!- chilló desbordada por el placer.
Juro que todos mis vellos se erizaron al escuchar el brutal grito de placer que emanó de la garganta de mi amiga al alcanzar el orgasmo. Sabiendo que era el primero obtenido de otra mujer, me quedé esperando mi turno. La propia morena también se asustó  al sentir que todas las neuronas de su cerebro se veían sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Casi llorando, disfrutó una y otra vez de las delicias de ese prolongado orgasmo mientras su suegra se empezaba a contagiar de su excitación.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.

Os juro que aunque había sido testigo del estreno lésbico de al menos media docena de sumisas, la forma tan dulce con la que Nuria le hacía el amor  me dejó impactado. Fue entonces la rubia, inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su nuera, la llevó hacia su sexo y sin parar a preguntarme mi opinión, le dijo que ahora ella tenía que devolver ese placer.

 

Cuando Nuria se tumbó en la cama y abriendo sus piernas llamó a la morena, no quería ternura, necesitaba ser follada. Al ver que la joven no respondía, cogiendo la mano de Lidia, se penetró ella misma con los dedos de la aterrorizada muchacha. Esta no tardo en entender los deseos de la madura e incrementando el ritmo la empezó a penetrar con mayor rapidez.
En ese momento y viendo como se la follaba decidí yo mismo hacer uso de mi recién estrenada posesión y por eso me acerqué hasta la cama. Sin avisarla de mi ataque, me puse detrás de Lidia y con una certera cuchillada, hundí mi pene en su interior. Los suaves gemidos de Nuria se vieron acallados por los berridos que pegó la morena al verse tomada por mí y mientras la obligaba a bajar hasta el coño de su suegra, le seguí incrustando mi ariete con total impunidad.
-¡Dios!- berreó atiborrándose del chocho de la rubia mientras su sexo era tomado al asalto-¡Me encanta!
Después de permanecer tanto tiempo quieto, decidí que era la hora de llevar la voz cantante y dándole un sonoro azote en su culo, le ordené que se moviera. Nuria al verme llegar y follarme sin compasión a su querida nuera, se corrió como una loca mientras me pedía que le enseñara a esa zorra como follaba un verdadero hombre.
Sus palabras me recordaron quien había sido su dueño y sonriendo comprendí que Julio aunque era muy buena persona, era un pésimo amante. Decidido a dejar el pabellón alto, usé mi sexo como ariete y con él fui demoliendo las defensas de la que durante tantos años había sido una fiel esposa. Si ya de por sí la morena estaba gozando como nunca, se volvió loca cuando su suegra se levantó de la cama y cogió entre las manos sus pechos.
-Amo, ¿Me permite ayudarle?- preguntó Nuria mirándome.
Solté una carcajada al ver sus intenciones y aunque no necesitaba su auxilio, le di permiso. Al darle vía libre, la rubia cogió los pezones de su nuera y sin importarle su opinión, dio un duro pellizco en ellos mientras le decía:
-Córrete como la puta que eres.
Todavía no sé si fue esa orden o bien el cumulo de sensaciones que albergaba en su interior la morena lo que le hizo desplomarse y correrse gritando su pasión a los cuatro vientos.  Contorsionando todo su cuerpo, se sintió liberada y aullando de placer, me rogó que no parara.
La nueva posición me permitió profundizar con mi pene y con la cabeza de mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí follándomela en busca de mi placer. Lidia al notar esa nueva sensación, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su amo daba rienda suelta a su pasión. El brutal compás de mis caderas prolongó su éxtasis hasta lo humanamente soportable y llorando como una magdalena, me pidió que la dejara descansar.
-Cállate- respondí.
Al ver que hacía caso omiso a su petición, Lidia recordó algo que había hablado con su suegra e intentando acelerar mi orgasmo, apretó los músculos interiores de su sexo. Lo que nunca se esperó esa morena fue que al presionar mi pene, se desbordara nuevamente su placer y no pudiendo soportar ese renovado gozo, colapsó entre mis piernas. Verla caída y exhausta sobre el colchón, no apaciguó mi ánimo y sin descanso seguí acuchillando su coño hasta que pegando un grito, descargué toda mi simiente en su interior. 

Ya satisfecho, me tumbé en la cama. Nuria, abrazándome, se pegó a mi cuerpo dándome las gracias en nombre de las dos por el placer que les había regalado. Como podréis comprender me dejé mimar por esa cuarentona mientras su nuera yacía desmayada a nuestros pies. Aprovechando su indisposición, pregunté a la madura como era su hijo.

Con una sonrisa en su rostro, contestó:
-Buena persona pero mal amo.
Su respuesta no hizo más que confirmar lo que ya sabía pero intuyendo que había algo que no me había contado, directamente le pregunté:
-Nunca has tenido un verdadero dueño, ¿No es así?
Nada más ver como se sonrojaba, supe la verdad. Pero queriendo que ella me lo dijera de viva voz, insistí. Casi llorando, me contestó:
-Al quedarme viuda siendo tan joven y necesitando un hombre a mi lado, traté de convencer a mi hijo que su padre le había encomendado cuidar de mí en todos los aspectos. Y viendo que Julio no cedía, me inventé lo de ser sumisa- para entonces la rubia estaba acojonada por cómo reaccionaría yo y decidida a confesar su felonía después de tantos años, prosiguió diciendo: -El problema fue que me encantó sentirme sumisa y por eso cuando Julio enfermó, creí que nunca más iba a tener otra oportunidad.
Soltando una carcajada, mordí sus labios antes de decirle:
-¿Y fue entonces cuando tu hijo te comentó que sabía que yo era dominante?-. Muerta de vergüenza, respondió que sí.
Tratando de hilvanar todas las hebras de ese engaño, la miré a los ojos y le pregunté por Lidia.
-Desde que se convirtió en hombre, supe que si conseguía una mujer “normal” me echaría de su lado y anticipándome a ello, yo la busqué y se la puse en bandeja.
Intrigado por la habilidad de esa mujer, le pedí que me respondiera con sinceridad si ahora que me había probado seguía convencida en ser de mi propiedad. Nuevamente me sorprendió esa zorra porque cogiendo tanto su collar como el que lucía su nuera me preguntó:
-¿Qué pone aquí?
-Propiedad de Fernando Alazán- contesté.
No hizo falta más y ejerciendo mi nuevo poder, le pedí que me trajera una copa mientras intentaba reanimar a Lidia para hacer nuevamente uso de esa preciosidad. La madura obedeciendo se levantó y ya desde el umbral de la puerta, me soltó muerta de risa:
-Amo. No tiene usted idea de cuantos juguetes compré y el bobo de mi hijo nunca estrenó.
Descojonado, contesté:
-No te preocupes, ¡Los estrenaré yo!
 

Relato erótico: Dominada por mi alumno 7 (POR TALIBOS)

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HISTORIAS (2ª parte):
 

A veces parece mentira cómo los problemas se solucionan por si solos. Estaba preocupada por cómo justificar ante Mario mi ausencia la semana siguiente para el cumpleaños de Jesús (porque estaba segura de que esa noche volvería tarde a casa) cuando él, mientras desayunábamos el martes por la mañana, me anunció que le habían cambiado los destinos y que al final tendría que marcharse el sábado, teniendo que pegarse por lo menos una semana en ruta.

En ese preciso instante afloró mi lado más hipócrita, pues mientras me lamentaba en voz alta por tenerle otra vez lejos tanto tiempo, por dentro me sentía contenta y aliviada. Un problema menos.
Tras acabar de desayunar me vestí a toda prisa, pues Gloria debía estar a punto de llegar. Precisa como un reloj, en cuanto estuve lista pegaron al timbre, con lo que sólo tuve que detenerme un segundo para despedirme de Mario antes de reunirme con mi alumna.
Supongo que Mario estaba un poco extrañado porque me dedicara ahora a llevar a mi vecina al instituto, pero si era así no comentó nada.
Gloria me saludó con su sonrisilla maliciosa mientras trataba de echar un vistazo dentro de mi piso, intentando atisbar a Mario. Me daba igual.
Interiormente, esa mañana me sentía muy inquieta y nerviosa. Mientras me vestía, le había estado dando vueltas al coco para determinar la causa de mi nerviosismo, hasta que llegué a la simple conclusión de que todo se debía a que, el día anterior, no había recibido las atenciones de mi Amo.
Sentí incluso un ramalazo de celos al recordar que Jesús había pasado la noche con Kimiko, la dulce japonesa que había conocido por la tarde.
Y lo que era peor, como los martes no tenía clase con el grupo de Novoa, era muy probable que ese día también trascurriera sin que mi Amo viniera a ocuparse de mí. Menuda mierda.
Pero, como he dicho al principio, a veces los problemas se solucionan solos.
Gloria y yo llamamos al ascensor y entramos en cuanto las puertas se abrieron. Usé la llave para dirigirnos al sótano a por mi coche, pero, tras ponerse en marcha, el ascensor se detuvo en la planta sexta, pues algún vecino lo había llamado también.
Las puertas se abrieron y una sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro cuando comprobé que el vecino que subía al ascensor era el quinceañero al que Jesús le regaló el espectáculo de mis tetas y mi coño unos días atrás.
Inmediatamente, mi cerebro recordó las instrucciones de mi Amo para cuando volviera a encontrarme con el chico. Sabía que no era preciso actuar en ese momento, pues Jesús me había ordenado hacerle un regalito cuando estuviésemos a solas y no era el caso, pero mi calenturienta mente imaginó que, si montaba un pequeño numerito, Gloria se lo contaría sin falta a Jesús durante sus clases, con lo que era posible que el Amo se animara a hacerme una visita.
–         ¡Hola, Héctor! – saludó Gloria a nuestro vecino, sin imaginarse los pensamientos que poblaban mi mente.
Héctor (que así se llamaba el chico, aunque yo lo ignoraba hasta hacía 5 segundos) se había quedado petrificado al verme, con un pie dentro del ascensor y el otro fuera.
Gloria, extrañada por su actitud, me miró tratando de averiguar qué pasaba, encontrándose con la sonrisa lobuna de mi rostro.
–         Vamos, Hector, pasa – dije suavemente mientras agarraba al chico de la pechera y le atraía lentamente al interior del ascensor – Que no tenemos todo el día.
Gloria me miraba con expresión divertida, mientras las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Imaginando por dónde iban los tiros, la chica no dijo nada y me dejó a mi aire.
–         Eres un poquito maleducado, Héctor – continué con el mismo tono suave – Ni siquiera nos has dado los buenos días.
–         Bu… buenos días – balbuceó el joven, reaccionando por fin.
–         Así me gusta, que seas amable – continué, mientras mi dedo jugueteaba en su camiseta – Porque, si eres amable, la gente tiende a comportarse de igual modo contigo…
El pobre chico no sabía qué decir, mientras Gloria nos observaba sonriente a ambos.
–         Por cierto, ¿te gustó el regalito del otro día? – pregunté.
Héctor asintió tan vigorosamente con la cabeza que me hizo reír.
–         ¿Y no te gustaría que te hiciera otro?
–         Cla… claro – respondió el chico con un brillo de ilusión en los ojos.
–         Pues sólo tienes que pedirlo con amabilidad – respondí.
–         ¿Có… cómo?
–         Que me lo pidas y a lo mejor te llevas una sorpresa…
Héctor me contempló en silencio un par de segundos, sopesando si lo que le había dicho era verdad. El chico, alucinado, no podía creerse lo que le estaba pasando y no atinaba a decir ni pío.
En ese instante, el ascensor llegó hasta el parking, adonde se había dirigido directamente, pues Héctor se había olvidado de pulsar el botón de la planta baja cuando se encontró con nosotras en el ascensor.
Las puertas empezaron a abrirse y yo, encogiéndome de hombros, tensé un poquito más la cuerda.
–         Bueno, pues si no quieres nada… – dije haciendo ademán de salir.
–         ¡No! – exclamó el chico reaccionando por fin.
–         ¿Qué pasa? ¿Quieres algo? – pregunté juguetona.
–         ¡SI!
–         ¿El qué, si puede saberse?
–         Tus tetas… – susurró en voz muy baja.
–         ¿Cómo? – dije haciéndome la sorda – No te entiendo…
–         ¡TUS TETAS! ¡ENSÉÑAMELAS, POR FAVOR! – aulló el muchacho, reuniendo por fin el valor suficiente.
–         ¿Y no prefieres tocarlas? – concluí yo.

Mientras decía esto último, así a Héctor de una de sus muñecas y arrastré su mano hasta mis senos. Inmediatamente, el chico se apoderó de mi teta izquierda y empezó a estrujarla por encima de la ropa.

 
 

Aunque yo no le había dicho nada, Héctor se apoderó de mi otra teta con su mano libre y enseguida me encontré con la cara del mocoso frotándose contra mis pechos mientras éstos eran pellizcados  y acariciados con fuerza y muy poca habilidad.

El chico, con el ardor de la juventud, me había empujado hacia atrás hasta que quedé atrapada entre él y la pared del ascensor. Un poco preocupada, pues sabía que me iba a costar librarme de aquel cachorro en celo, le hice un gesto a Gloria para que cerrara las puertas del ascensor, no fuera a ser que algún vecino viniera por el sótano.
Gloria, entendiéndome perfectamente, pulsó el botón y mantuvo el de detención apretado, para que nadie pudiera llamar el ascensor, mientras a duras penas aguantaba la risa por lo que estaba sucediendo.
Yo, como podía, defendía mis prietas carnes de las insidiosas manos del macaco, que había empezado a sobar ciertas partes para las que no tenía permiso.
–         Héctor, ya basta – siseé, tratando de librarme sin éxito de su acoso.
 Cuando me quise dar cuenta, noté cómo el chico apretaba su durísima entrepierna contra mi muslo, lo que me proporcionó una escapatoria.
Sabedora, a juzgar por la torpeza de sus caricias, que la experiencia del muchacho con mujeres debía de ser nula hasta la fecha, me aproveché de ello para incrementar su excitación, simplemente frotando enérgicamente mi muslo contra su erección.
Logré mi objetivo en menos de cinco segundos.
–         ¡AAAAAAHHHHH! – gimió el chaval mientras aflojaba su presa.
Aprovechando que las juveniles fuerzas estaban concentradas en un punto muy concreto de su anatomía, conseguí librarme por fin del lujurioso abrazo.
Héctor, supongo que un poco mareado, cayó sentado de culo en el suelo del ascensor, con una reveladora mancha extendiéndose por la entrepierna de sus pantalones, lo que mostraba muy a las claras lo que había sucedido en el interior de sus calzoncillos.
–         Héctor – le reconvine con tono severo – Que sepas que siendo tan violento no vas a conseguir nada de las mujeres.
Aunque interiormente pensaba que, a lo mejor no le iba tan mal, a tenor de mis más recientes experiencias.
–         Lo… lo siento – balbuceó él.
–         Por esta vez te perdono – dije deseando largarme de allí de una vez – Pero, si quieres que sigamos con estos jueguecitos tendrás que cumplir dos condiciones:
–         ¿Cuáles? – exclamó el chico, ilusionado por la perspectiva de que aquel no hubiera sido nuestro último encuentro.
–         La primera… no debes hablarle a nadie de esto, ¿está claro?
–         Clarísimo.
–         Y la segunda, es que debes obedecerme en todo lo que te diga. Yo no te he dado permiso para que me metieras mano, ni para frotarme la polla contra la pierna. Parecías un puto perro en celo – dije un tanto enfadada.
–         Lo siento – respondió él bajando la mirada, avergonzado.
Lo encontré monísimo.
–         Y ahora vete a tu casa y cámbiate de pantalones – le dije sonriendo.
Gloria y yo abandonamos el ascensor, conmigo componiendo mi ropa lo mejor posible mientras la joven se carcajeaba a mi costa durante todo el trayecto hasta el coche. No paró hasta varios minutos después, cuando, ya montadas en el auto, nos dirigíamos hacia el instituto.
–         ¿Y cómo se te ha ocurrido semejante cosa? – dijo limpiándose los llorosos ojos con un pañuelo.
–         ¿Tú qué crees? – repliqué un poco mosqueada – Órdenes de Jesús.
–         Comprendo.
Durante el resto del trayecto le conté nuestro encuentro con el vecino días atrás, cuando Jesús vino a mi piso.
–         A Jesús va a encantarle todo esto cuando se lo cuente – me dijo Gloria cuando acabé de narrarle la anécdota – Seguro que se ríe un montón.
Ahí estaba. Sonreí mentalmente al ver que Gloria iba a hacer precisamente lo que yo quería: contárselo a Jesús en clase. Aunque eso sí, yo esperaba que no se riera precisamente…
Cuando llegamos al insti (con la hora justa, pues el incidente con Héctor nos había retrasado) nos despedimos y nos dirigimos cada una a su clase. Al haber actualizado las actas el lunes por la mañana, ya podía dar las notas de los exámenes de recuperación, así que las clases matutinas las dediqué a repasar los ejercicios del examen y a dar las calificaciones.
Como sólo hubo unos pocos alumnos disconformes con su nota, no fue preciso organizar una hora de revisión de examen, sino que pudimos hacerlo directamente en horario lectivo: mejor para mí, menos horas extra.
La mañana fue agotadora, pero eso sí, pasó volando. Fue tan intensa, que apenas tuve tiempo de pensar en si mi plan para atraer a Jesús habría tenido éxito o no. Aunque, interiormente, mi cuerpo estaba en llamas.
Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada escolar mi corazón se puso a latir descontrolado. ¿Habría funcionado? ¿Lograrían las palabras de Gloria despertar el deseo en mi Amo? ¿Vendría a saciarlo con mi cuerpo?
Haciéndome la remolona, tardé una eternidad en recoger mis papeles, tratando de retrasar el momento de abandonar el centro, rezando para que mi Amo se dignara en venir a buscarme. La tentación de ir yo en su busca era irresistible y sólo me detenía el saber que a él no le gustaría que fuera a suplicarle que me follara: lo que le gustaba era disponer de mí cuando a ÉL le apetecía.
Y por fortuna le apeteció.
Noté su presencia antes incluso de verle. El corazón se me iba a salir por la boca. Temblorosa, alcé la mirada y tropecé con su sonrisa socarrona que me contemplaba desde la puerta del aula, ignorando por completo al resto de alumnos que pasaban a su lado para irse a sus casas.
Ruborizada, aparté la vista y seguí recogiendo los papeles, mientras interiormente daba gritos de júbilo al saber que pronto estaría llena con la polla de mi Amo. El coño me ardía intensamente y pude percibir cómo mis jugos hervían en su interior.
 

Con una fuerza de voluntad inmensa, conseguí mantener la mirada fija en el pupitre, intentando en vano que Jesús no percibiera lo intensamente que le deseaba.

Por fin, cuando los últimos alumnos abandonaban la clase, Jesús se puso en marcha y caminó hacia mí. Yo seguía con la vista clavada en el pupitre, pero pude sentir perfectamente sus firmes pasos acercándose, inconfundibles a pesar de que el instituto literalmente bullía de actividad.
–         Me han contado que hoy te has portado muy bien, putilla – me dijo estremeciendo hasta la última fibra de mi ser.
–         Gra… gracias Amo – balbuceé como si la quinceañera en celo fuese esta vez yo.
–         Y eso merece una recompensa…
¡Olé mi coño! ¡Lo había conseguido! ¡Menuda manipuladora estaba hecha!
El corazón me latía desaforado, expectante por ver lo que mi Amo iba a hacer conmigo.
–         Cierra la puerta – siseó.
Como una centella, corrí hacia la puerta del aula y la cerré de un portazo, importándome un comino si alguien se daba cuenta de que me había encerrado en el aula con un alumno.
Loca de deseo, me abalancé hacia Jesús y traté de besarle, pero él, con rudeza, me apartó de un empellón, provocando que mi espalda chocara con la pizarra.
Sin decir palabra, se acercó a mí y, de un tirón, me subió el jersey hasta el cuello dejando mis domingas al aire. Con fuerza y lujuria, hundió el rostro entre ellas y comenzó a amasarlas y estrujarlas en un remedo del comportamiento de Héctor en el ascensor, sólo que, sus caricias sí que me enardecían y excitaban.
Cuando quise darme cuenta, las copas de mi sujetador habían sido bajadas, con lo que mis senos desnudos eran chupados y manoseados a placer.
–         ¿Era así cómo te sobaba las tetas, puta? – siseaba Jesús – ¿Era así?
–         No, Amo… no hay comparación….
Loca de deseo, mis manos se hundieron en los cabellos de Jesús y se deslizaron entre su pelo, acariciándole y estrechándole contra mí para sentirle con mayor intensidad. Excitada a más no poder, deslicé una mano hacia abajo y agarré firmemente su durísima erección por encima del pantalón, sintiendo una inmensa felicidad al saber que aquello estaba así de duro por mí.
Con un gruñido, Jesús apretó su pelvis todavía más contra mí, permitiendo que mi inquieta mano abriera su cremallera y sacara al aire al espléndido prisionero. Sintiendo su intenso calor en mi palma, lo pajeé con fuerza, provocando que el amoratado glande surgiera orgulloso.
Pero ambos queríamos otra cosa, por lo que, cuando Jesús apartó mi mano de su polla, no me resistí.
Con cierta violencia, Jesús me subió la falda hasta la cintura, donde la dejó enrollada. Durante unos instantes, apretó su dureza contra mi entrepierna, provocando que mi vagina chorreara de deseo.
Sin perder tiempo en más preliminares y sin molestarse siquiera en bajarme las bragas, Jesús apartó el tanguita a un lado, lo suficiente para dejar expuesta mi empapada intimidad.
Con un gesto seco y hábil, Jesús me la clavó de un tirón llegándome hasta las entrañas. Obnubilada por el placer que me inundó, a duras penas acerté a morderme el puño apretado, en un intento de ahogar los gritos que pugnaban por escapar de mi garganta.
Agarrándome por los muslos, Jesús levantó mi cuerpo en vilo y comenzó a follarme contra la pizarra. Al no tener los pies apoyados contra el suelo, estos colgaban inertes a los lados de Jesús, agitándose violentamente al ritmo que marcaba su follada.
El éxtasis inundó mi cuerpo, obligándome a enterrar el rostro contra el cuello de mi Amo, para evitar que mis aullidos de placer atrajeran a toda la gente del colegio.
Convertido de nuevo en una máquina de percutir, Jesús siguió dándome pollazos en el coño, estrellándome una y otra vez contra la pizarra, amenazando con derribar toda la pared e invadir el aula vecina.
Jesús siguió martilleándome varios minutos, sin desfallecer ni flaquear a pesar de mantener mi cuerpo levantado a pulso. Yo lloraba de placer contra su cuello, feliz porque mi Amo estuviera allí conmigo. Feliz porque hiciera con mi cuerpo lo que le apetecía.
Cuando Jesús se corrió, estrujó mi cuerpo con tanta fuerza contra la pizarra que pensé que iba a aplastarme. Su semen inundó mi interior con fuerza, llenando mi vagina por completo, deslizándose por mi interior hasta mis entrañas.
Una vez satisfecho, Jesús dejó mis pies de nuevo en el suelo y se retiró de mi interior. Al hacerlo, un grueso pegote de semen brotó de mi coño y se estrelló en el suelo, entre mis pies.
–         Límpiamela – me ordenó.
Obediente, me arrodillé ante él y procedí a chupar su falo con deleite, eliminando todo rastro de semen y de mis propios flujos. Cuando estuvo satisfecho, el mismo Jesús apartó su verga de mis hambrientos labios y se la guardó en el pantalón, aunque yo con gusto hubiera seguido chupando para devolverle su vigor y obtener así una nueva racioncita de nabo.
–         Deberías ir a lavarte – me dijo con voz suave – Te has puesto perdida de tiza.
Al mirar la pizarra, comprendí a qué se refería. Como el encerado estaba lleno de tiza por estar todavía escrita la resolución de los problemas del examen de recuperación, me había manchado la espalda (es lo que tiene que te follen contra una pizarra) y como mi jersey era oscuro, la verdad es que cantaba un montón.
–         Iré al servicio – dije poniéndome las bragas bien y desenrollándome la falda.
–         Yo me marcho ya – dijo Jesús.
–         ¿Te vas? ¿Quieres que te lleve a algún sitio? – le dije casi suplicándole.
–          No, no te preocupes – dijo él para mi desilusión – Tengo cosas que hacer.
Jesús debió leer la pena en mi rostro, pues añadió:
–         Te has portado muy bien, perrita. Estoy muy satisfecho contigo.
Feliz y sonriente, salí del aula tras mi Amo y nos separamos, dirigiendo mis pasos al aseo más próximo.
Mientras me adecentaba, pude percibir que el nerviosismo matutino había desaparecido por completo, pero aquello, lejos de tranquilizarme, se convirtió en una nueva fuente de inquietud, pues si bastaba un solo día sin la polla de Jesús para ponerme en ese estado, Dios sabía lo que sería capaz de hacer cuando pasaran varios días si estar sin él.
Y es que no podía hacerme ilusiones al respecto. Jesús tenía nada menos que siete coños a su entera disposición y por mucho que quisiera, lo normal era que pasaran varios días entre cada visita del Amo.
En ese momento, Jesús pasaba mucho tiempo conmigo pues yo era la nueva del grupo, pero, en cuanto pasara la novedad…
Con tan inquietantes pensamientos en mente terminé de asearme y de arreglar mi jersey. Por desgracia, no había podido eliminar todos los restos de tiza, pero poco más podía hacer sin una lavadora.
Resignada, salí del baño y fui a tropezarme casi de bruces con quien menos me esperaba: Mario.
–         ¿Qué haces aquí? – exclamé asustada.
–         He venido a recogerte – respondió él dándome un casto besito – ¿Acaso no puede un hombre venir a recoger a su novia al trabajo?
Una vez repuesta de la sorpresa (y comprendiendo que él no me había visto con Jesús) fui capaz de esbozar una genuina sonrisa y le devolví el beso con bastante entusiasmo. La verdad era que, ya que no iba a poder estar con el Amo, la compañía de Mario podía distraerme y hacerme pensar en otra cosa.
Cogidos del brazo, salimos del centro y subimos a mi coche, pues Mario había venido en taxi. Me explicó que me había localizado gracias a que había tropezado con Jesús y su novia Gloria (pude notar cómo se le iluminaba la cara al hablar de la chica al muy cabroncete) y que le habían dicho que me había despistado en clase y había apoyado la espalda en la pizarra, con lo que probablemente podría encontrarme en los servicios.
–         Si me llego a dar un poco más de prisa, te hubiera pillado en el baño y te habrías enterado – me dijo Mario juguetón, besándome en la mejilla mientras conducía.
–         Si te llegas a dar un poco más de prisa, me hubieras pillado en el aula y te habrías enterado tú – pensé sonriéndole.
Fuimos a comer a un restaurante cercano que a ambos nos gustaba bastante. Charlamos y charlamos durante horas, y la verdad es que, aunque lo pasé muy bien con él, me sentí un poco triste, pues pude constatar que ya no sentía por él lo mismo que antes. Qué se le iba a hacer.
Pasamos la tarde juntos, como una parejita de enamorados, paseando por el parque y haciendo planes. Me sentí una completa hipócrita, pues sabía que, si Jesús me lo pedía, abandonaría a aquel hombre encantador sin dudarlo un segundo, por muchos planes de futuro que hiciéramos juntos.
–         Me ha encantado que vengas a recogerme al trabajo – dije dándole un tierno besito.
–         Me alegro. Creo que te lo debía, pues esta mañana pusiste muy mala cara cuando te dije que me marcho el sábado.
Si tú supieras….
……………………………………………………..
El miércoles, las clases transcurrieron muy aburridas. Como el martes no había tenido clase con el grupo de Novoa, me tocó ese día dar las notas y corregir el examen en su clase, por lo que la mañana también fue agotadora.
Ese miércoles, Jesús tenía otros planes que no me incluían, por lo que no me hizo el menor caso. Sin embargo, tras acabar las clases, Gloria, que también se había quedado compuesta y sin novio, me pidió que la alargara a su casa, a lo que accedí con gusto.
Una vez en el coche, mientras nos dirigíamos a nuestro bloque, Gloria me dio nuevas instrucciones de parte el Amo.
–         Edurne – me dijo atrayendo mi atención por el tono serio que empleó – Mañana, a las seis de la tarde, debes recoger a Jesús en su casa.
Mi cuerpo se puso automáticamente en tensión.
–         De acuerdo – asentí deseando que ya fuera jueves.
–         Tengo que felicitarte – dijo la chica.
–         ¿Por qué? – respondí extrañada.
–         Mañana vas a ser marcada como miembro del grupo del Amo.
–         ¡Oh! – exclamé con el corazón a punto de salírseme por la boca.
–         Y eso quiere decir que conocerás a Yoshi…
–         Madre…
Un par de horas después, tras haber almorzado en casa con Mario, le daba vueltas sin parar a la cabeza en la soledad de mi despacho.
Por fin había llegado el día. Por fin sería un miembro de pleno derecho del harén de Jesús. Por fin podría demostrar que… era suya.
Sin embargo, lo poco que había oído del hermano de Kimiko me inquietaba. Estaba segura de Jesús no se lo pensaría ni un segundo en obligarme a hacer cualquier cosa con el tal Yoshi, en especial si eran tan buenos amigos como parecía.
Y si una guarra como Gloria no había sido capaz de manejar el instrumento de Yoshi… ¿qué podría hacer yo?
Aunque, en el fondo, sentía una inmensa curiosidad por averiguar qué era lo que el tatuador japonés escondía entre las piernas. Y yo decía que la guarra era Gloria…
Entonces se me ocurrió una idea.
Acelerada, rebusqué entre mis cosas la tarjeta que Kimiko me había dado días atrás. La encontré en mi maletín, revuelta con otros papeles.
Un poco nerviosa, aunque no había motivo para ello, llamé a la linda japonesita, que se mostró educadamente encantada de quedar conmigo esa misma tarde para tomar un café.
La conversación con Kimiko me recordó que aún no había contribuido al regalo del Amo, por lo que, tras colgarle el teléfono, encendí el ordenador e hice la transferencia de 2000€ al número de cuenta que me habían dado. Poco me habían durado los 1000€ que saqué de la sesión con el director.

No me importaba.

Tras arreglarme un poco, me despedí de Mario, que estaba medio adormilado en el sofá y salí de casa, cogiendo el coche para ir al restaurante de Kimiko.

No tuve ni que aparcar, pues ella me había dicho de ir a una cafetería que conocía, así que sólo paré el coche unos segundos junto a la acera e hice sonar el claxon.
La esclava número 5, vestida con camisa y falda larga, me saludó sonriente desde la puerta de su restaurante y se reunió conmigo en el interior de mi coche.
Siguiendo sus instrucciones, conduje unos cinco minutos por las calles de la ciudad, y, en cuanto ella me lo dijo, busqué aparcamiento (nueva contribución a la asociación de parquímetros anónimos… bueno, no tan anónimos, que estos cabrones están bien identificados).
En el coche sólo habíamos charlado de trivialidades, pero, una vez sentadas en un reservado de la elegante cafetería, con sendas tazas de humeante café delante, no tardamos mucho en meternos en materia.
–         ¿Y bien? – me dijo la chica mirándome por encima de su taza – ¿Qué es lo que quieres preguntarme?
–         ¡Vaya! – exclamé un poco sorprendida – Eres muy directa.
–         Influencia del tiempo que llevo conviviendo con españoles – respondió ella sonriendo.
Dudé unos segundos antes de continuar.
–         Primero de todo – dije – Quería disculparme por lo del otro día.
–         ¿Por qué? ¿Por la charlita con Gloria-san?
–         Sí. Estuvo muy grosera. Me sentí muy incómoda con aquello.
–         Pero no fue culpa tuya. No tienes por qué pedir disculpas.
–         Lo sé, pero aún así… quiero hacerlo.
Kimiko se quedó callada unos instantes, mirándome fijamente, como decidiendo la opinión que iba a formarse sobre mí.
–         De acuerdo – dijo – Acepto tus disculpas, aunque insisto en que no son necesarias.
–         Bueno, pero así me siento mejor.
–         Está bien entonces – concluyó ella sonriéndome.
Amabas aprovechamos el momentáneo silencio para dar un sorbo al delicioso café.
–         Y, si no es muy indiscreto preguntar – dije – ¿Por qué os lleváis tan mal las dos?
–         ¿Gloria-san no te dijo nada? – repuso ella extrañada.
–         Bueno… me contó algo relacionado con tu hermano… – contesté evasiva.
Kimiko, un poco cohibida, tardó unos segundos en responder.
–         ¿Qué te dijo?
–         Que te aprovechaste de tener más rango que ella y le ordenaste acostarse con tu hermano.
Como ella no decía nada, continué yo.
–         Y… por lo visto, tu hermano tiene un gran… – dije titubeante – Bueno ya sabes…
Kimiko asintió en silencio.
–         Y que, al obligarla a hacerlo con él, se había hecho daño y lo había pasado muy mal.
Nuevo silencio.
–         ¿Y bien? – dije sin poder esperar más – ¿Es verdad?
La japonesa volvió a sorber lentamente su café antes de continuar.
–         Es verdad – asintió.
–         ¡Vaya! – dije si saber muy bien cómo tomármelo.
–         Lo único erróneo fue que, cuando pasó, el Amo no había instaurado aún los rangos. Fue a raíz de aquello que se le ocurrió asignarnos un número, para evitar nuevos problemas entre nosotras.
–         Comprendo.
Kimiko me contempló en silencio unos segundos.
–         ¿Te gustaría conocer mi historia? – me dijo.
–         Claro. Y si quieres, yo puedo contarte la mía.
–         ¡Oh! Eso no es necesario – dijo ella.
–         Ya te la han contado, ¿no? – dije sonriendo.
–         Por supuesto. En este grupo la información es importante. Es necesario calibrar a las demás mujeres, para conocerlas y saber si una va a poder congeniar o no con las otras.
–         ¿Y qué opinas de mí? – pregunté – ¿Crees que podremos ser amigas?
–         Si te juzgara tan sólo por lo que he escuchado de ti… sería complicado. Eres demasiado… valiente.
–         ¿Valiente? – exclamé extrañada – ¿Yo?
–         Quiero decir que eres muy… cómo decís en España… – dijo Kimiko buscando la expresión deseada – Echada para delante. Has cumplido con todo lo que te ha pedido el Amo sin dudar ni una vez. Las demás, sobre todo al principio, nos hemos negado a hacer ciertas cosas. Pero tú…
–         Vamos, que en definitiva pensáis que soy una guarra – dije un tanto picada.
–         ¡Oh, no! – exclamó ella poniéndose muy colorada – ¡Cómo vamos a pensar eso de ti! Olvidas que todas estamos en el mismo barco. ¡Todas hemos hecho cosas semejantes! Sólo que a algunas… les ha costado un poco más.
–         Comprendo – asentí, aunque seguía un poco molesta.
–         Sin embargo – continuó ella – Por lo poco que te conozco y lo que hemos hablado la una con la otra… creo que podemos ser muy buenas amigas.
–         Vaya – sonreí – Te lo agradezco.
–         Y quiero que sepas que en nuestra relación no influirá para nada el que tú sí te lleves bien con Gloria-san. Nuestros problemas son cosa nuestra.
–         Ah, vale. Me alegro, porque he de reconocer que, quitando el rato que pasamos contigo, me he sentido bastante cómoda en compañía de Gloria.
–         Sí, es que cuando quiere puede ser encantadora.
Nos quedamos calladas de nuevo un segundo, decidiendo si aquella incipiente amistad iba a ir a más o no.
–         ¿Y bien? – dije por fin – ¿Me cuentas tu historia?
–         Encantada. Pero no es un relato para contar bebiendo café. Necesito algo más fuerte.
Con discreción, Kimiko atrajo la atención del camarero y le pidió un whisky con hielo. Yo, no tan lanzada en cuestiones espirituosas, pedí un cocktail de los que venían en la carta.
LA HISTORIA DE KIMIKO:
–         Todo empezó cuando yo tenía quince años y era una simple alumna de instituto en Osaka. Vivíamos los dos con nuestros padres, que regentaban un restaurante tradicional, donde aprendimos el oficio.
–         ¡Si eras sólo una niña! – exclamé.
–         Tranquila, te cuento mi historia desde el principio. Quiero que me conozcas un poco mejor.
–         Ah, perdona.
–         Pues bien, en esos tiempos yo estaba enamorada de Makoto, el mejor amigo de Yoshi-chan.
–         Tu hermano.
–         Exacto. Aunque me daba muchísima vergüenza, mi hermano, sabedor de lo que sentía por Makoto, nos organizó una cita a los dos.
–         Mira qué bien – asentí.
–         No he pasado más vergüenza en mi vida, te lo juro, y es que, en esos tiempos, apenas había tenido contacto con chicos, pues mi colegio era femenino y sólo había hablado con Makoto unas cuantas veces en mi casa.
–         Y claro, con semejante preciosidad queriendo salir con él, el tal Makoto estaría más feliz que una perdiz – dije sin pensar.
–         ¡Oh, no! Yo también fui su primera cita, así que él estaba tan nervioso como yo.
–         Ah, vale.
–         Bien, la relación fructificó y pronto nos hicimos novios. Tras un par de meses saliendo, perdimos la virginidad juntos y fuimos pareja estable.
–         ¿Y a tu hermano le parecía bien?
–         Estaba contentísimo. Yoshi siempre ha cuidado de mí y sólo quería (y quiere) que yo sea feliz.
–         Me alegro – dije sin mucho sentido, un poco achispada por el cocktail.
–         Pero, poco a poco, Makoto fue descubriendo una hasta entonces desconocida afición por… el bondage.
–         Entonces fue él y no Jesús quien te introdujo en ese tipo de prácticas.
–         Exacto. Comenzó poco a poco… Vendándome los ojos mientras hacíamos el amor… atándome a la cabecera de la cama….
–         Bueno, ese tipo de cosas también las he hecho yo con algún chico – dije tratando de empatizar con ella.
–         Sí, bueno – siguió ella ruborizada – Pero la cosa fue poco a poco pasando a mayores… Makoto empezó a alquilar vídeos y revistas sobre el tema, e insistía en que probáramos aquellas cosas que le atraían.
–         ¿Y tú no decías nada?
–         ¿Yo?… – dijo ella haciendo una pausa dramática – Cuando me quise dar cuenta disfrutaba con aquello tanto o más que él.
–         ¡Oh!
–         En aquel entonces, no lo hubiera admitido ni en el potro de tortura, pero empecé a desear cada vez con más ganas los encuentros con Makoto. Me excitaba pensando en qué sería lo que me haría a continuación.
–         Comprendo – dije bebiendo de mi copa.

–         Me hacía ir al instituto sin ropa interior, o con un consolador metido en… ya

 

sabes. Aprendió a realizar todo tipo de nudos (en estas prácticas hay infinidad de ellos) y nuestras sesiones de sexo se convirtieron en algo cada vez más degradante… y cada vez más placentero.

–         Madre mía – asentí apurando mi copa.
Kimiko hizo un gesto al camarero y pidió otra ronda.
–         Pero entonces, todo mi  mundo se vino abajo.
–         ¿Por? – indagué atrapada por el relato.
–         Yoshi y Makoto, que ya habían dejado el instituto, empezaron a frecuentar compañías… peligrosas.
–         ¡No fastidies!
–         ¿Has oído hablar de la yakuza?
–         Claro.
–         Pues los muy idiotas empezaron a hacer recados para una banda de poca monta en Osaka. Pensaron que podrían convertirse en gangsters o yo qué sé.
–         Madre mía.
–         Pero, como la banda con la que se juntaban era de poca importancia… Ya sabes. El pez grande se come al pequeño.
–         ¿Tuvieron problemas con otra banda?
–         Exacto – corroboró ella, deteniendo su relato un instante para que nos sirvieran las copas.
Tras dar las gracias al camarero, Kimiko siguió con su historia.
–         Makoto apareció muerto en un descampado. Yoshi estaba desesperado. Pensaba que también iban a ir a por él, así que se mantenía oculto en casa.
–         ¿Y tú?
–         ¿Yo? Imagínate. Estaba destrozada. Había perdido al hombre que amaba. Lloré tanto que no sé ni cuantos días estuve encerrada en mi cuarto. Me quería morir.
–         Por Dios – asentí comprendiendo por qué Kimiko había dicho que su historia precisaba de alcohol para ser contada.
–         Si salí adelante fue gracias a Yoshi, que estuvo a mi lado. Se sentía responsable por la muerte de Makoto, pues había sido él el primero en juntarse con los yakuza.
–         Comprendo.
–         Pero yo no podía permitir que a él le pasara nada. Había perdido a mi novio. Perder también a mi hermano hubiera sido el final.
–         No digas eso.
–         Es la verdad. Por fortuna, mis padres nos apoyaron mucho. Aunque no aprobaban las actividades de Yoshi, vieron la oportunidad de alejarle de ese mundillo, así que nos enviaron a ambos a Kobe, a casa de unos familiares.
–         ¿A los dos?
–         Sí. Yo no quería separarme de Yoshi y, sin Makoto, era mejor no permanecer en Osaka, pues todo me recordaba a él.
–         Claro, es verdad – asentí.
–         En Kobe nos fue muy bien durante varios años. Yoshi entró como ayudante en el taller de mi tío, que era dibujante. Pero pronto se instaló por su cuenta, montando un taller de tatuaje.
Un escalofrío recorrió mi espalda al acordarme de la cita del día siguiente.
–         Yo, por mi parte, acabé el instituto y entré en la facultad de empresariales, donde me gradué. En ese periodo, una vez superado lo de Makoto, tuve varios novios, pero ninguno me hizo sentir lo que él.
–         ¿No les gustaba el bondage?
–         Probé con todos ellos, pero era yo la que les iniciaba en esas cosas y no todos respondían bien. Ninguno logró hacerme sentir ni la décima parte que Makoto.
–         Tal y como dices “todos” da la sensación de que fueron unos cuantos.
–         Y es verdad. Durante la carrera debí de salir con 20 0 30 tíos. Con todos probé a que me ataran y todos fueron una decepción.
–         ¿30? – exclamé incrédula.
–         Imagínate la fama que me gané. ¿Cómo has dicho antes? ¡Ah, sí, fama de guarra! – dijo ella riendo un poco, creo que por influencia del alcohol.
–         No te ofendas – dije riendo – Pero la fama no era del todo inmerecida.
–         ¡Sí que es verdad! – rió ella alzando su copa – ¡Campai!
Yo respondí alzando la mía.
–         Pero entonces todo volvió a complicarse. Un día entró en el taller de mi hermano un viejo conocido suyo de Osaka. Un yakuza de la banda que había asesinado a Makoto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Yoshi no estaba seguro de si el tipo había venido en su busca o no, pues solamente le había estado preguntando sobre los tatuajes y eso, pero preferimos no correr riesgos.
–         Lógico.
–         Yo tenía muchas ganas de viajar y como teníamos familia en España, nos decidimos a emigrar para montar un negocio. Y juntando nuestros ahorros con el dinero de mis primos de aquí, abrimos el restaurante. Y nos va muy bien.
–         Ya lo creo. Servís el mejor sushi que he probado nunca. Y la fama del local…
–         Gracias, me halaga que te gustara nuestra comida.
–         No es un halago. Es la verdad.
Kimiko me sonrió.
–         Bien, Al poco tiempo, Yoshi abrió su propio negocio, y se labró una buena reputación como tatuador.
–         Y haciendo piercings….
–         Correcto. Yo, por mi parte, tuve algunas relaciones con españoles, pero me pasó lo mismo que con los japoneses… tus compatriotas pueden ser amantes muy ardientes, pero no era eso lo que yo necesitaba.
–         Entiendo.
–         Así que me sentía infeliz y frustrada. Y aunque nunca le dije nada a Yoshi…. Él lo sabía.
La japonesa dio un trago largo a su bebida, como armándose de valor para lo que me iba a contar.
–         Te suplico que no me juzgues con demasiada dureza por lo que te voy a contar.
–         Tranquila. De todas formas, ya sabes las cosas que he hecho yo, así que ¿cómo iba a juzgarte por nada?
–         Te lo agradezco.
Nuevo trago al whisky.
–         Un día al regresar a casa, Yoshi me estaba esperando en mi cuarto.
Me puse tensa. Intuía lo que podía venir a continuación.
–         Yo entré al dormitorio, sin esperar que él estuviera allí dentro.
–         No me jodas – pensé para mí.
–         Cuando entré, se abalanzó sobre mí y, de un empujón me derribó sobre la cama.
Yo la escuchaba con los ojos como platos.
–         Cuando me di cuenta de que era Yoshi, pensé que se trataba de una broma, así que le di un coscorrón… pero él no bromeaba.
  • Onee-chan – me dijo – Sé que desde la muerte de Makoto te has sentido desgraciada. Como aquello pasó por culpa mía, haré lo que sea necesario para que seas feliz.
–         Cuando me quise dar cuenta, Yoshi-chan había sacado una cuerda y se acercaba a mí.
–         Madre mía.
–         Haciéndome volver de espaldas, me ató con la cuerda por encima de la ropa, usando una técnica sencilla, pero que yo no sabía que él conociera. Cuando acabó, me dejó allí atada sobre el colchón.
–         ¿Y tú que hiciste?
–         Una vez repuesta de la sorpresa y tras forcejear un buen rato, me di cuenta de que me sentía excitada, así que me relajé y me estuve quieta, esperando a que Yoshi volviera para soltarme.
–         ¿Te gustó?
–         Un poco sí – admitió ella – Cuando por fin volvió, me confesó que Makoto le había contado el tipo de relaciones que manteníamos y que sabía que, si había salido con tantos hombres, era para intentar encontrar a alguien que pudiera darme lo mismo que su amigo.
–         ¿Y tú que dijiste?
–         Nada. Seguía atada y sin acabar de creerme lo que pasaba.
–         Lógico.
–         Se ofreció a atarme siempre que lo necesitara, pero que, obviamente, no podíamos tener sexo, pues éramos hermanos.
–         Menos mal, qué considerado – pensé irónicamente.
–         Yo le dije que estaba loco y que me soltara de una vez, cosa que él hizo.
–         ¿Y qué pasó?
–         Durante días, no era capaz ni de mirarle a la cara. Pero, poco a poco…
–         Aceptaste que querías que se repitiera.
–         Exacto – asintió la bella japonesa – Me resistí cuanto pude, pero no tenía más remedio que admitir que aquella torpe sesión con Yoshi me había dado más placer que todo el sexo que había mantenido en los últimos años.
–         Y aceptaste lo que te proponía.
–         No sólo acepté. Lo busqué.
–         ¿A qué te refieres?
–         Hice lo mismo que él me había hecho. Le esperé en su dormitorio, pero esta vez…
–         ¿El qué?
–         Iba desnuda, con una sencilla bata sobre mi piel.
–         ¿Y decías que yo era la echada para delante? – exclamé.
–         Yoshi ni siquiera se sorprendió cuando me encontró en su cuarto. Ni tampoco de que estuviera desnuda, pues sabía que, como más se disfruta, es sintiendo las ligaduras sobre la piel.
–         Vaya, vaya – dije mirando sonriente a la chica.
–         Sin decir palabra, me ató con otro tipo de nudos sacados de un libro y me dejó allí, encima de su cama.

–         ¿Y disfrutaste?

–         Como hacía mucho tiempo. Cuando Yoshi volvió a soltarme mis jugos habían empapado sus sábanas. Pero él no dijo nada y simplemente me desató.

–         Sigue, sigue – la apremié.
–         Durante un tiempo seguimos así, pero, poco a poco, nuestra relación fue haciéndose más… íntima.
–         Es normal.
–         Empecé a percibir que Yoshi se excitaba cada vez más mientras me ataba, cosa bastante fácil de percibir, debido al enorme bulto que se formaba en su pantalón.
Bulto que yo iba a conocer el día siguiente, sin duda.
–         Y claro, cada vez más presa de la lujuria, empecé a desear ver el secreto que ocultaba la bragueta de onii-chan.
–         ¿Y lo descubriste?
–         No me hizo falta insistir mucho. Una tarde, una vez estuve atada sobre su cama, le pedí que se masturbara delante de mí.
–         ¡Joder!
–         No se lo pensó ni un segundo. Acercó una silla al colchón donde yo reposaba y sacó el miembro más formidable que había visto en mi vida. Y había visto unos cuantos…
–         ¿Có… cómo es de grande? – balbuceé.
–         Más de30 centímetros.
–         ¡Jesús, María y José! – exclamé.
–         Yoshi-chan se masturbó delante de mí hasta que alcanzó un formidable orgasmo. Yo por mi parte, también me corrí, tanto por sentir el tacto de la cuerda sobre mi piel como por el espectáculo que me ofrecía mi hermano.
Kimiko volvió a darse un lingotazo, animándose a seguir.
–         Seguimos así un tiempo más. Llegué incluso a masturbarle yo misma en un par de ocasiones y él también me lo hizo a mí mientras estaba atada. Nuestra relación era cada vez más perversa.
–         Me tienes sin palabras.
–         Pero entonces, por fortuna, apareció Jesús-sama.
–         ¿Y cómo fue?
–         Había coincidido con Yoshi unas cuantas veces en bares de por ahí. Ambos eran bastante populares entra las chicas, uno por ser guapo y el otro… ya sabes.
No me extrañaba nada que el tal Yoshi ligara todo lo que quisiera una vez el rumor del tamaño de su atributo hubiera empezado a circular. Seguro que tenía a decenas de chicas deseosas de verificar si las informaciones eran ciertas o no.
–         Pues eso. Se hicieron amigos. Creo que incluso tuvieron un par de fiestecitas juntos y el Amo le habló a mi hermano de las tres chicas que ya tenía a su disposición.
–         Esther, Gloria y Rocío – asentí.
–         Precisamente. Entonces Yoshi, que se sentía muy culpable por la relación que mantenía conmigo, pues sabía cómo iba a acabar, pensó que quizás Jesús sería capaz de darme lo que yo necesitaba, así que le habló de mí.
–         ¿Le ofreció a Jesús a su propia hermana?
–         Onii-chan sabía que Jesús-san iba a tratarme bien. Además, ¿no era mejor que aquellas cosas las hiciera con otro chico? Porque, si seguíamos por el camino que íbamos, terminaríamos acostándonos con total seguridad.
–         Bueno, eso tiene lógica – concedí – Un poco retorcida, pero lógica al fin y al cabo.
–         Jesús se mostró interesadísimo en los temas del bondage. Por lo visto, aunque había atado algunas veces a sus chicas, no había practicado en serio el tema, así que la posibilidad de iniciarse le atrajo mucho.
–         No me extraña – dije irónica.
–         Yoshi le dio todos sus libros, revistas y algunas explicaciones; por lo visto, el Amo puso mucho interés en aprender. Finalmente, Yoshi se armó de valor y me habló de Jesús.
–         ¿Y cómo te lo tomaste?
–         Me enojé muchísimo. Le grité que estaba loco, que cómo se le ocurría contarle mi secreto a un desconocido. Que cómo era capaz de entregar a su hermana a un tipo que podía ser un psicópata o algo peor.
–         ¿Y cómo te convenció?
–         Se puso muy serio y me dijo que me quería muchísimo y que si seguíamos en el plan que estábamos acabaríamos por acostarnos y eso era algo que él quería evitar. No supe qué contestarle, pues sabía que tenía razón.
–         Entiendo – asentí.
–         Aún pasaron varios días hasta que di mi brazo a torcer. Supongo que en mi decisión influyó que desde la discusión, Yoshi me había estado evitando y no habíamos tenido ninguna de nuestras “sesiones”, con lo que mi cuerpo empezaba a pedirme un poco de marcha.
–         ¿Y aceptaste?
–         Primero tuve una larga charla con mi hermano. Me aseguró que Jesús-sama era un buen chico, que le conocía desde hacía tiempo y que intuía que él sí sería capaz de darme lo que necesitaba.
–         Vaya si era verdad – afirmé.
–         Y tanto. Además, me dijo que si me iba a quedar más tranquila, él estaría cerca cuando me reuniera con Jesús-sama y si en algún momento yo quería dejarlo, no tenía más que llamarle.
–         Y fijasteis una cita para hacértelo con Jesús.
–         Yoshi se ofreció a presentármelo primero, tomando un café o algo así – dijo Kimiko alzando su copa – Pero yo no quería conocerle. Internamente había decidido aceptar, pero no quería conocer al chico ni entablar ningún tipo de relación con él. Para mí se trataría simplemente de atender una necesidad de mi cuerpo. Quería que fuera sólo sexo y nada más.
–         Menuda pifia, ¿no? – dije sonriente.
–         Digo. Acabamos concertando una cita con Jesús-sama para la tarde siguiente, en casa de mi hermano. Yo estaba nerviosísima y… cómo se dice…
–         Acojonada – concluí yo.
–         ¡Eso! Tenía mucho miedo por lo que iba a pasar pero, cuando llegué a casa de Yoshi y me presentó a Jesús-sama… me quedé alucinada.
–         ¿Por qué?
–         ¿Tú qué crees? Me había armado de valor para tener una sesión bondage con un desconocido y cuando le conocía ¡resultó ser un crío!
–         ¡Ah, claro! – asentí.
–         Entonces el Amo tenía 17 recién cumplidos y, aunque parecía mayor de lo que era en realidad, no me esperaba para nada a alguien tan joven.
–         O sea, que hace un año que estás con Jesús.
–         Falta poco, sí – asintió ella.
–         ¿Y qué pasó?
–         No sé muy bien por qué, pero, al verle, sentí algo que me hizo estremecer. No sé cómo definirlo, magnetismo, sensualidad, fuego en la mirada…. no sé, pero decidí no protestar y ver qué pasaba.
–         Te entiendo – asentí, sabiendo exactamente a qué se refería.
–         Y cuando habló… su voz, su tono firme y seguro… me hicieron estremecer. Y ya no tuve dudas.
  • Encantado de conocerte Kimiko – me dijo estrechando mi mano – Tu hermano me había dicho que eras muy hermosa. Pero sus palabras no hacen en absoluto justicia a tu belleza.
  • Gracias – contesté enrojeciendo como una colegiala.

–         Seguimos charlando un rato, avergonzada y profundamente halagada por los continuos piropos que Jesús-sama me dirigía. Mi hermano apenas participó en la conversación, supongo que percibiendo que la cosa iba por buen camino y no deseando inmiscuirse. Cuando me quise dar cuenta, Yoshi se fue al cuarto de al lado, dejándonos solos, aunque sin marcharse del piso, cumpliendo su promesa de no dejarme indefensa.

–         Y a esas alturas estarías deseando pasar al dormitorio.
–         He de reconocer que sí. Me alegraba de haber aceptado la idea de Yoshi, pues intuía que detrás de aquel jovencito había mucho más de lo que parecía. Y, con suerte, quizás pudiera encontrar lo que estaba buscando.
–         Y así fue – dije echando un trago de mi cocktail.
–         En efecto. Al rato, pasamos al dormitorio y una vez dentro… todo cambió.
–         ¿Cómo?
–         Hasta ese instante, mi idea había sido que aquello fuera parecido a una transacción comercial. Yo necesitaba algo y aquel chico podía dármelo. A cambio yo le daría experiencia y conocimiento en esos temas. Limpio y fácil. Pero en cuanto se cerró la puerta del dormitorio…
–         Cuenta, cuenta – dije acercando mi silla a la de Kimiko.
–         Jesús-sama se hizo cargo de la situación. En un instante, dejó de ser el chico amable y educado que alababa mi belleza y se convirtió… en el Amo.
Entendía perfectamente a qué se refería la japonesa con esas palabras. Yo había experimentado lo mismo.
  • Quiero que entiendas cómo es la situación – me dijo con tono severo – Una vez estás conmigo exijo que obedezcas en todo lo que te digaEstoy aquí para aprender todo lo que pueda de una materia sexual que no conozco y que me interesa y pienso que eres la adecuada para enseñarme, por lo que toleraré que me corrijas en aquello que haga mal. Pero, aparte de eso, espero que hagas todo lo que yo te mande… y que lo hagas de manera satisfactoria.
  • Pe… pero – balbuceé atónita.
  • No te he dado permiso para hablar – sentenció haciéndome callar de golpe – Ahora mismo eres mi sumisa y has de hacer lo que te diga. Si no te parece bien, dímelo ahora y me marcho.
–         Estuve a punto de mandarle al cuerno en ese momento. Por fortuna no lo hice – dijo Kimiko.
  • Bien – dijo él tras esperar mi respuesta unos segundos – De todas formas, no pienses que estás aquí atrapada sin escapatoria, puedes largarte cuando quieras. A mí me excita dominar a una mujer, pero eso no quiere decir que vaya a maltratarla. Si en algún momento quieres que paremos, sólo tendrás que decir la palabra clave, por ejemplo “miércoles” y lo dejamos y punto.
–         ¿Palabra clave? – pregunté a Kimiko interrumpiéndola.
–         Sí – dijo ella – Es algo común en las prácticas BDSM. Verás, hay ocasiones en las que los practicantes de este tipo de actividades se “sumergen” mucho en sus papeles de dominante o dominado. Es muy posible que la “víctima” grite o suplique al otro que se detenga, pero eso puede ser debido simplemente a que está interpretando su papel, para que el otro se excite.
–         ¡Ah, claro! – asentí – Por eso se pone una palabra clave que esté totalmente fuera de contexto, para que se sepa cuando quiere acabar de verdad con lo que se esté haciendo.
–         Lo has pillado – dijo la japonesa – Como me pareció bien y un poco más tranquila por ello, acepté las condiciones que Jesús-sama me imponía.
  • Bien, entonces desnúdate. Quiero ver tu cuerpo – me ordenó en tono perentorio – ¡Ah! y durante esta sesión quiero que me llames sensei, significa maestro ¿verdad?
  • Sí, así es… sensei – asentí mientras empezaba desvestirme.
  • Buena chica – dijo él esbozando una sonrisa lobuna.
–         Mientras me desnudaba, muerta de vergüenza, miles de pensamientos cruzaban por mi mente como un torbellino. ¿En qué me había metido? ¿Quién era aquel chico? Y sobre todo, ¿por qué me excitaba tanto?
  • ¿Quién te ha dicho que te tapes con las manos? – exclamó con severidad el Amo al ver que me tapaba el pubis y los senos con los brazos – ¡Apártalos!
–         Como te dije antes, había estado con muchísimos hombres desde la muerte de Makoto. Pero aquel chico conseguía hacerme sentir nerviosa y excitada como ningún otro antes usando tan sólo su voz. Sin poder evitarlo, obedecí su orden y dejé caer mis brazos a los lados, quedando totalmente desnuda frente a él.
  • Eres muy hermosa – volvió a decir, estremeciéndome – Bellísima.
–         Mientras decía esto, comenzó a acariciar mi cuerpo con una mano, deslizándola delicadamente por mi piel; deteniéndose en mis pechos, pellizcó levemente mis pezones, verificando su dureza. Sin decir nada, siguió hacia abajo hasta que sus dedos se introdujeron entre mis labios vaginales, acariciándolos un instante. Cuando me quise dar cuenta, sus dedos se habían introducido suavemente en mi interior, masturbándome con dulzura.
  • Vaya, vaya – dijo con voz suave – Veo que estás hecha toda una putilla. Mira cómo te abres de piernas para que te toque el coño.
–         Era verdad, Edurne. No me había dado ni cuenta. Inconscientemente, había separado mis muslos para permitirle llegar a mi interior. Mi cabeza aún estaba sopesando si decir la palabra clave, pero mi cuerpo respondía a sus caricias sin que yo pudiera evitarlo. Cuando retiró sus dedos de mi vagina, estuve a punto de suplicarle que siguiera acariciándome.
  • Quítame la camisa – me ordenó.
  • Sí, sensei – asentí.

–         Temblorosa, hice lo que me pedía, mientras sentía el calor abrasador de su mirada deslizándose por mi piel. Sentía arder todo mi cuerpo, la cabeza me daba vueltas, cada vez más entregada a lo que aquel chico pudiera darme. La visión de su torso desnudo me enardeció más todavía. Sin poder evitarlo, deslicé las yemas de mis dedos por su pecho, regalándome con la dureza de sus músculos. Él simplemente sonreía.

–         Sí – afirmé – A mí también me sorprendió lo musculado que está la primera vez que le vi desnudo. La verdad es que no lo aparenta.
–         Al Amo le gusta disimular. Goza con la reacción de las mujeres cuando descubren lo bien cuidado que está su cuerpo.
–         Es cierto.
  • Arrodíllate frente a mí – me ordenó.
–         Y yo lo hice inmediatamente, pensando que iba a pedirme que le practicara una felación, pero no era así.
  • Tócate – me dijo sentándose en la cama de mi hermano – Quiero ver cómo te acaricias.
–         Muerta de vergüenza, pero con fuego en las entrañas, comencé a deslizar mis manos sobre mi cuerpo. Empecé a masturbarme lentamente, recorriendo mi vagina con los dedos como me gusta hacerlo, pero el placer que sentía con mis caricias no se acercaba ni de lejos al que experimentaba por tener sus ojos clavados en mí. Estaba hechizada.
–         Yo también he sentido eso – la animé – No sé cómo lo hace.
–         Es innato. No podemos evitarlo – dijo Kimiko – Tras mirar cómo me masturbaba un par de minutos, el Amo se levantó del colchón y se quitó los zapatos. Con paso firme, se dirigió hacia una bolsa de deporte que había en un rincón y sacó unas cuerdas… Empezaba el show.
  • En los libros que he leído decía que este tipo de cuerdas es el apropiado para estos juegos, ¿es así? – me dijo enseñándome una de las sogas.
  • Sí, son muy adecuadas – asentí examinado la fibra.
  • No te he dicho que dejes de masturbarte.
–         No sabes el tremendo escalofrío que me recorrió, Edurne. Su tono era tranquilo y pausado, sin alterarse, pero lo cierto es que se me pusieron los vellos de punta y continué acariciándome. Deseando complacerle.
  • Lo siento, sensei – dije compungida.
  • Por esta vez te perdono – respondió para mi alivio.
–         Por fin, se cansó de mirar cómo me acariciaba y me ayudó a levantarme, agarrándome suavemente por las axilas. Yo no peso mucho, pero aún así me sorprendió la facilidad con que me levantaba del suelo y me depositaba sobre el colchón.
  • Mira, quiero atarte de esta forma – me dijo enseñándome una fotografía de una revista.
  • Es un poco complicada – respondí yo – Pero creo que podemos hacerlo.
–         Me situé boca abajo sobre el colchón y el empezó a atarme siguiendo mis instrucciones. Yo era bastante ducha en ese tipo de explicaciones, no olvides que había iniciado en esos temas a varios de mis amantes, en un intento de encontrar un sustituto a Makoto.
–         Vaya, que sabías explicarte – dije.
–         Eso es. Enseguida me encontré con los antebrazos atados uno encima del otro a mi espalda, de forma que mi torso quedaba erguido. Después, procedió a describir complicados nudos sobre mi cuerpo, formando una malla de cuerda sobre mi piel. Se le daba muy bien y apenas necesitaba que yo le guiara. Para finalizar, deslizó la cuerda en sentido vertical, desde los hombros hacia abajo y la introdujo sin muchos miramientos entre mis labios vaginales y mis nalgas.
–         Parecerías un regalo de navidad – bromeé.
–         Y tanto. Estaba excitadísima. Sentir las firmes ligaduras sobre mi piel me enervaba, notar cómo la cuerda se clavaba en mi vagina, entre mis nalgas, me provocaba un placer indescriptible, pero sobre todo, el estar sometida a un hombre seguro de sí mismo, que sabía lo que quería de mí y no se detendría para conseguirlo… me volvía loca de lujuria.
–         Jo, chica – dije – Me están entrando ganas de probar esos jueguecitos a mí también.
–         Tranquila, querida; antes o después los probarás.
Ese comentario me inquietó un poco.
–         Jesús-sama me hizo incorporarme, quedando de pie frente a él. Mi cuerpo estaba recorrido por una red de cuerdas, que se clavaban en mi piel de forma muy placentera, mientras mi vagina se empapaba cada vez más, con la cuerda bien enterrada entre los labios.
  • Estás muy sexy – dijo el Amo caminando a mi alrededor y acariciando suavemente las ligaduras. Eres muy bella…
–         Entonces, inesperadamente, aprovechó que estaba detrás de mí para darme un empujón que me hizo caer de bruces sobre la cama. Como tenía los brazos atados a la espalda, no pude hacer nada para amortiguar la caída, por lo que caí sobre el colchón rebotando encima. No me hice daño, pero el corazón me latía tan fuerte por el susto que parecía ir a salírseme por la boca.
  • De todas formas, creo que a esta postura le falta algo… – dijo el Amo.
–         Entonces me agarró por los tobillos y dobló mis rodillas hacia atrás, forzándolas, de forma que mis pies quedaron apoyados contra mis brazos atados. Usando otra cuerda, ató mis tobillos a mis brazos, procurando mantener mis muslos bien abiertos, de forma que quedé totalmente atada e indefensa.
–         Veamos si lo entiendo – dije – Estabas boca abajo en el colchón con las manos y los pies atados a la espalda… Parecerías una gamba.
Kimiko, sorprendida por el comentario (y un poco achispada por el alcohol), empezó a reírse de forma descontrolada, espurreando el trago de whisky que acababa de tomar.
Avergonzada, se tapó la boca con la mano, sin parar de reírse, mientras yo me unía inevitablemente a sus carcajadas.
–         Muy… muy bueno – dijo ella con los ojos llorosos por la risa – Nunca se me hubiera ocurrido algo así.
–         Perdona – dije riendo a mi vez – No pretendía burlarme. Es que me pareció gracioso y no pude evitar el chiste.
–         Nada, nada, no te preocupes. Ha sido muy bueno. Aunque ya me contarás cuando seas tú la que esté en esa postura – dijo ella mirándome con un brillo divertido en los ojos.
–         Sí, veremos si sigo riéndome entonces – asentí.
Tras secarnos un poco las lágrimas y una vez calmadas, Kimiko siguió con su historia.
–         Como decía, estaba totalmente indefensa, sujeta de manera que no podía mover ni un músculo.
–         ¿No tenías miedo?
–         Sí, claro. Pero también estaba caliente a más no poder. Y justo entonces…
–         ¿Qué pasó?
–         Jesús-sama hizo algo que me sorprendió bastante. Nunca lo había hecho antes.
–         ¿El qué?
–         Se puso de pie y agarró las cuerdas por el punto donde estaban atadas las piernas y los brazos. Agarró el nudo, como si fuera un asa, y me levantó del colchón con un solo brazo, como si mi cuerpo fuera una maleta.
–         ¿En serio? – dije bastante sorprendida.
–         Te lo juro. Me alzó en volandas con una facilidad increíble y comenzó a pasearse por el cuarto llevándome suspendida, como si de verdad fuera su equipaje.
–         ¡Joder!
–         Al hacer eso, las cuerdas se me clavaron muchísimo en la piel, pero no me importaba, pues el placer que empecé a sentir al ser utilizada de esa forma hizo que casi me desmayara.
–         Madre mía – dije admirada.
–         De vez en cuando, Jesús-sama daba un brusco tirón, agitando mi cuerpo, incrustando las cuerdas en mi piel, en mi vagina, en mi pecho… Cuando me quise dar cuenta, un incontrolable orgasmo azotó todo mi ser, haciéndome temblar y estremecerme. Experimenté incluso pequeños espasmos en la vagina, que provocaban que mis labios se frotaran aún más contra la cuerda, incrementando el placer… Fue la primera vez que me pasó algo semejante.
–         Tienes unos gustos muy particulares – le dije un poco alucinada.
–         Ya me contarás cuando lo pruebes.
Quizás tenía razón. Un par de semanas atrás yo ni siquiera habría soñado con hacer algunas de las cosas que había acabado practicando con Jesús. Y sospechaba que, si había acabado disfrutando de ellas, era por el hecho de hacerlas con Jesús, así que el bondage podía ser simplemente una más.
–         Jesús-sama, al notar que había llegado al clímax, volvió a depositarme sobre el colchón, dejándome allí medio desmayada. Al poco, percibí cómo se movía por la habitación, preparando algo más.
–         ¿Qué estaba haciendo?
–         Como pude, me las apañé para alzar la cabeza y mirar en busca del Amo. Éste estaba subido a una silla y estaba colgando del techo una especie de trapecio.
–         ¿De dónde lo colgó?
–         Mi hermano practicaba (y practica) artes marciales, así que suele colgar en su cuarto un saco de arena para entrenar. Por eso tiene soportes instalados en el techo de su dormitorio.
–         ¿Y para qué era el trapecio?
–         ¡Ah! Ese invento sí lo había usado yo antes. Sirve para suspender a una persona… ya sabes, para colgarla del techo.
–         ¡Ah, comprendo! –asentí, imaginándome más o menos cómo sería aquello.
–         Cuando estuvo bien firme, el Amo se bajó de la silla y vino a por mí. Alzándome con la misma facilidad de antes, me llevó hasta las cuerdas que colgaban de la polea del trapecio y las enganchó a mis ligaduras.
–         ¿Y te colgó de una cuerda?
–         No de una. De tres.
–         ¿Tres? – pregunté extrañada.
–         Claro. Una la enganchó en las ligaduras que pasaban por debajo de mis axilas, más o menos en medio de los hombros. Y las otras dos, una en cada muslo.
–         ¿Para qué tantas? – dije sin comprender.
–         Porque así se estabiliza el cuerpo, y quedas colgada horizontalmente, con el torso paralelo al suelo. De esta forma, el Amo podía disponer de mi cuerpo a su antojo, sin que éste bamboleara ni cabeceara arriba y abajo.
–         Entiendo – dije haciéndome una imagen mental del cuadro.
–         Cuando estuve suspendida, el Amo empujó mi cuerpo haciéndome girar en el aire. Me mareé un poco.
–         No me extraña.
–         De pronto, noté cómo su mano me agarraba por un hombro y detenía el giro. Miré hacia delante y me encontré de bruces con la poderosa erección del Amo, pues se había desnudado mientras yo daba vueltas.
–         Ahora viene lo bueno – pensé.
–         Sin mediar palabra, el Amo apretó su duro pene contra mis labios y yo, sin dudar, los separé recibiéndolo en mi interior. Su dureza inundó mi boca por completo, la metió hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó apretado contra su ingle. El embriagador aroma del Amo inundó mis fosas nasales, enardeciendo mis sentidos. Podía sentir cómo el extremo de su miembro se apretaba contra mi campanilla, provocándome arcadas, que yo me esforzaba por sofocar para no importunar al Amo. Jesús-sama no se movió, no deslizó si miembro entre mis labios, limitándose a mantenerlo enterrado en mi garganta unos instantes.
–         Joder – siseé.
–         Una vez satisfecho, se retiró de mi boca lentamente, provocando que la saliva escapara de mis labios y cayera al suelo.
  • Buena putita – me dijo acariciándome el rostro.
–         Te lo juro, Edurne, a esas alturas, mi único deseo era complacerle en todo lo que quisiera. El simple hecho de que me alabara bastaba para enardecerme aún más.
–         Te entiendo.
–         El Amo volvió a la bolsa de deporte y extrajo un objeto de ella. Lo acercó a mis ojos para que verificara de qué se trataba.
–         ¿Qué era?
–         Un consolador eléctrico. Era muy finito, compuesto de pequeñas bolitas de un par de centímetros de diámetro y, al pulsar el interruptor, éstas se movían en todas direcciones, de forma que se agitaba como una serpiente.
–         Y claro – dije yo imaginándome el resto – Un consolador tan fino no está pensado para la vagina precisamente.
–         No – Asintió Kimiko enrojeciendo de nuevo.
–         A buenas horas te pones colorada, cariño – pensé sin decir palabra.
–         El Amo se situó tras de mí y yo traté de relajar el cuerpo sabiendo lo que venía a continuación. Con delicadeza, untó el aparatejo con un bote de vaselina que había sacado también de la bolsa y, cuando estuvo bien lubricado, apartó un poco la cuerda que había entre mis nalgas, colocó la punta en la entrada de mi ano y lo deslizó suavemente en el interior de mi culo.
–         Hasta el fondo – dije yo alzando mi copa a modo de saludo.
–         Hasta el fondo – corroboró la japonesa con una sonrisa – Sin perder un instante, el Amo encendió el aparato que empezó a agitarse y a vibrar en el interior de mi recto. Aunque lo esperaba, no pude evitar que mi cuerpo se contorsionara por culpa del intruso, haciendo que forcejeara con mis ligaduras que se incrustaban todavía más en mi piel.
–         ¿Y no te la metió? – pregunté indiscreta.
–         Por supuesto que sí. Tras dejar que aquella cosa me estimulara el ano un par de minutos, el Amo se situó entre mis piernas y entonces escuché el clic característico de una navaja.
–         Conozco ese sonido – dije rememorando mi primer encuentro con Jesús.
–         Como la cuerda en mi vagina estaba tan clavada entre mis labios, si el Amo se hubiera limitado a apartarla a un lado para poder penetrarme se habría hecho daño en el pene por el rozamiento, así que simplemente cortó con mucho cuidado esa cuerda, dejando mi entrepierna a su merced.
–         ¿No pasaste miedo cuando te acercó una navaja a tus partes?
–         Ni me di cuenta de que lo hacía. Olvidas que tenía un inquieto visitante dándome placer en el recto. Yo sólo oí el clic y después noté cómo la cuerda se aflojaba – dijo ella. Nada más.
–         ¡Ah, claro! – asentí.
–         Agarrándome por los muslos, el Amo se situó entre mis piernas y, con habilidad, deslizó su enhiesto falo en mi interior, provocando que mi cuerpo se estremeciera en un nuevo orgasmo.
–         No me extraña.
–         Sentir mis dos orificios invadidos simultáneamente era más de lo que podía soportar. El deleite que sentía era tal, que me puse a aullar de puro placer. Después supe que Yoshi, alarmado por mis gritos, se asomó subrepticiamente a la habitación, encontrándose con que Jesús me follaba el coño como loco, separando y atrayendo mi cuerpo hacia así, sin moverse en absoluto.
–         No te entiendo – dije extrañada.
–         Quiero decir que él no bombeaba en mi interior, no movía su pelvis contra mí, sino que, aprovechando que yo estaba suspendida de la cuerda, empujaba mi cuerpo adelante y atrás, empalándome una y otra vez en su erección.
–         Increíble – susurré.
Cada vez me apetecía más una pequeña sesión de aquellas prácticas.
–         Entonces, el Amo comenzó a hablarme, a preguntarme cosas extrañas, con lo que conseguía que la cabeza me diera más vueltas. Me sentía como transportada a otro planeta, como si mi mente no estuviera allí, sólo mi cuerpo y… el placer.
–         ¿Qué te preguntaba?
–         ¡Oh! Muchas cosas. Que cómo me llamaba, que cuantos años tenía, que a qué me dedicaba…
–         ¿Y a qué venía eso?
–         Era un truco. Un truco para reafirmar su dominio sobre mí. Para obligarme a aceptar que ya era completamente suya.
–         No te entiendo.
–         Verás, en medio de la batería de preguntas aparentemente inocuas, deslizó la única que en verdad tenía importancia.
–         ¿Cuál era? – pregunté interesadísima.
  • ¿Qué día es hoy? – me preguntó el Amo sin dejar de follarme.
  • ¿Hoy? Creo que mi… miércoles, sensei – respondí sin pensar.
  • ¿Miércoles? – dijo él deteniéndose inmediatamente – De acuerdo. Si quieres paramos.
 

–         Y me dejó, Edurne. Me la sacó de dentro y se apartó de mi cuerpo. Me quedé balanceándome en el aire, oscilando colgada de las cuerdas con un sentimiento de incredulidad infinita. Mi cuerpo, mi alma protestaron por el súbito abandono. No podía pensar en nada más, sólo quería que siguiera follándome, no me importaba nada…

  • No, sensei, por favor – le supliqué casi llorando – No se detenga. Por favor.
  • ¿Cómo que no? – me dijo él mirándome sonriente – Has dicho la palabra clave. Y yo me he detenido. Por nada del mundo querría hacer nada que tú no desees.
  • Por favor… por favor sensei – era lo único que era capaz de decir.
–         Entonces, él se acercó y se agachó frente a mi rostro, mirándome fijamente a los ojos.
  • A ver, acláramelo – me dijo – ¿Qué es lo que quieres?
  • Siga follándome – respondí sin dudar – Por favor, no se detenga…
  • ¿Quieres esto? – me dijo agarrándome por el pelo y haciendo que mirara su enhiesto pene.
  • Hai… – asentí suplicante.
  • Pues pídemela, querida… Y será tuya…
  • Su polla, sensei… – siseé con la mirada perdida – Quiero que siga follándome con su polla… No puedo más….
–         Sonriendo en su triunfo, el Amo volvió a situarse detrás de mí y volvió a empalarme en su hombría. Si antes me había follado con dureza, ahora fue simplemente demencial. Comenzó a penetrarme una y otra vez a tal velocidad y con tanta fuerza, que el placer provocó que pusiera los ojos en blanco y la saliva comenzara a chorrear de mis labios nuevamente, formando un charquito en el suelo.
–         Esta historia es alucinante – susurré sintiendo el intenso calor entre mis muslos.
–         No pude más, me corrí no sé cuantas veces. Estaba mareada, mi mente divagaba, no me había sentido jamás así. En cierto momento me desmayé, pero eso al Amo le daba igual, pues siguió martilleándome una y otra vez sin importarle nada.
–         Sí, a mí me ha pasado eso un par de veces. Cuando usa mi cuerpo, no se preocupa de nada más. Me siento como si fuera un simple objeto que él usa para su propio placer.
–         Eso es. Y eso me excita todavía más – dijo Kimiko.
–         A mí me pasa igual.
Ambas sonreímos.
–         Cuando me desperté – continuó la chica – Estaba en la cama de mi hermano, desnuda entre las sábanas, descansando tranquilamente.
–         ¿Cuánto tiempo había pasado?
–         Aunque no te lo creas, era ya de noche, así que debí de dormir algunas horas.
–         No me extraña. Estarías agotada.
–         Y tanto. Tambaleándome, abrí el armario de mi hermano para mirarme en el espejo. Todo mi cuerpo estaba marcado por la silueta de las ataduras, que parecían grabadas a fuego sobre mi piel. Sonreí al verme, completamente satisfecha por primera vez en muchos años.
–         Tía, eres increíble – sentencié.
–         Noté entonces que el culo me dolía un poco, así que creo (pues nunca me he atrevido a preguntárselo) que Jesús-sama usó mi trasero a placer mientras estaba desmayada.
–         Sí, tengo entendido que el sexo anal le atrae mucho – dije un poco mosqueada.
–         ¡Ah, es cierto! – dijo ella sonriendo – Tú aún no has sido iniciada en esas prácticas por el Amo. Tranquila, pronto lo serás.
–         Lo sé – dije estremeciéndome.
–         Agotada, me puse una camiseta de mi hermano y salí del cuarto. Para mi sorpresa, Jesús-sama seguía allí, tomando una copa en el salón mientras charlaba amigablemente con Yoshi-chan.
  • ¡Ah, la Bella Durmiente ha despertado! – me saludó al verme entrar.
  • ¿Cómo estás? – me preguntó Yoshi con gesto preocupado.
  • Bien – respondí mirando al Amo – Todavía cansada pero bien.
  • ¿Lo ves? Te lo dije. Jesús era lo que necesitabas – dijo mi hermano mirándome sonriente.
–         No me preguntes por qué – dijo Kimiko – Pero aquellas palabras de mi hermano me irritaron profundamente. Era como si me dijera: “¿Lo ves putilla? Lo único que te hacía falta era un buen pollazo”. Me enfurruñé un poco.
–         No era para tanto – intervine.
–         Es cierto. Pero aún así me sentó mal.
–         ¿Y qué pasó?
–         Nada más. Seguimos charlando un rato, pero, como era obvio que yo estaba un poco molesta, Jesús-sama no prolongó mucho más su estancia y, aunque yo deseaba que se quedara, no dije nada.
  • Bien, Kimiko, me marcho ya – dijo el Amo – Gracias por todo lo que me has enseñado. Me será muy útil. Lo he pasado maravillosamente bien.
  • Gra… gracias – balbuceé avergonzadísima – Yo también he disfrutado mucho.
  • Bueno, Yoshi, nos vemos otro día. Kimiko… ha sido un placer conocerte – me dijo despidiéndose con un beso en mi mejilla.
–         Me quedé hecha polvo cuando se marchó. Deseaba que se quedara, no para tener más sexo (estaba completamente agotada) sino para averiguar más de él, conocerle mejor… por primera vez en mi vida, deseé que mi hermano no estuviera allí conmigo.
–         Es normal – asentí.
–         Mi hermano trató de sonsacarme un poco, pero yo me mostré extrañamente reticente a contarle nada. Me confesó entonces que había estado espiando un rato cuando escuchó mis gritos y aquello me cabreó todavía más. Le grité que cómo se atrevía a espiarme, que era un voyeur asqueroso.
–         Tía, te pasaste un montón. Si él estaba allí era porque tú se lo habías pedido – la amonesté.
–         Por supuesto, ya lo sé. Pero no era por eso por lo que estaba enfadada. Era plenamente consciente de que mi plan, de que aquella cita fuera simplemente sexo y nada más, se había ido al garete. Me sentía esclava de aquel muchacho y sabía que no podría escapar de él… y le echaba la culpa a Yoshi.
–         Menuda locura.
–         Es que fue una tarde de locos. No me pidas que aquello tuviera sentido, pero me sentía así.
–         Supongo que hay que vivirlo para entenderlo – asentí filosóficamente.
–         Precisamente. Bueno, aunque enfadada, estaba demasiado agotada para irme a casa, así que me quedé a dormir en el cuarto que tengo en el piso de Yoshi. Al día siguiente me desperté casi a la hora de comer, cuando mi hermano volvió del trabajo. Estaba mucho más calmada, así que le pedí disculpas a Yoshi-chan, pero aún así, me resistí a admitir delante de él que estaba deseando encontrarme de nuevo con Jesús-sama.
–         Sí, te entiendo. Yo también soy muy testaruda – dije sonriendo.
–         ¿Ves? Otra cosa que tenemos en común – dijo la japonesa sonriéndome – Pues bien, durante días no di mi brazo a torcer, negándome a pedirle a Yoshi que me concertara otra cita. Ni siquiera aludí en ningún momento a Jesús-sama, aunque, cuando mi hermano mencionaba su nombre, escuchaba atentísima y con el corazón desbocado cualquier retazo de información sobre él.
–         Dura de mollera, ¿eh?
–         El orgullo es uno de los principales rasgos de mi familia – sentenció Kimiko – Sin embargo, Yoshi no se dejaba engañar, así que aprovechaba cualquier excusa para hablarme de su amigo.
–         Te conoce bien.
–         Imagínate. Y fue entonces cuando me contó algo que me hizo cambiar de opinión.
–         ¿El qué?
–         Me habló de las otras esclavas de Jesús-sama. Onii-chan ya me había hablado un poco de ellas, pero yo ignoraba hasta qué punto era profunda su relación con ellas. Pensaba que eran un poco como las chicas que perseguían a mi hermano, “amigas con derecho a roce” como decís aquí, pero no imaginaba hasta qué punto estaban sometidas a los deseos del Amo.
–         Es normal.
–         Lo que pasó es que Yoshi-chan me contó que le había sugerido a su amigo la posibilidad de marcar a sus esclavas con un piercing, para que quedara demostrada su total dependencia y sumisión hacia él y que a Jesús-sama le había encantado la idea.
–         ¿Fue cosa de tu hermano lo de los piercing? – pregunté sorprendida.
–         A medias. Jesús le había consultado acerca de unos colgantes (por si no lo sabías, el colgante que llevas al cuello es obra de un artesano taiwanés) y Yoshi le había dicho que sería mejor un piercing. Entre los dos, diseñaron el sistema del colgante para las aprendices y el piercing para las esclavas, que Jesús-sama empezaría a usar a partir de entonces, pues a esas alturas el Amo ya tenía en mente ampliar un tanto su rebaño.
–         Vaya con tu hermanito – dije riendo.
–         Y para empezar, sus tres primeras mujeres iban a ser marcadas por mi hermano. Yoshi-chan se mostraba muy ilusionado por conocer a las mujeres de su amigo, puede que sintiera incluso un poco de envidia.
–         ¿Y tú?
–         ¿Yo?… – dijo Kimiko haciendo una breve pausa – Decidí inmediatamente que lo que deseaba era unirme a ese grupo. Durante días, no pude pensar en nada más.
–         ¿Y qué hiciste?
–         El día que me enteré que Yoshi iba a marcar a una de las mujeres… Me presenté en su estudio.
–         ¡Al ataque! – exclamé riendo.
–         ¡Banzai! – rió Kimiko también – Pues bien, la tarde que aparecí por allí fue precisamente el día en que le tocaba a Gloria.
–         ¡Oh! – exclamé barruntándome lo que venía a continuación.

–         No me corté un pelo. Me armé de valor y entré a la trastienda, donde mi hermano hace los tatuajes y los piercings. Allí estaban los tres, onii-chan preparando los instrumentos para la perforación, Gloria, echada en la camilla y por supuesto… el Amo, que me miraba como si mi presencia allí fuera lo más normal del mundo.

  • ¿Quién es esta? – exclamó Gloria sorprendida por mi intrusión.
–         Su intuición la servía bien, pues inmediatamente había detectado a una rival.
  • ¡Ah, perdona, Gloria! – respondió mi hermano bastante azorado – Es mi hermana. Voy a ver qué quiere.
  • Quiero hablar con Jesús – dije con serenidad.
–         Él esbozó su característica sonrisa y me miró.
  • Déjala, Yoshi – intervino el Amo – No molesta en absoluto.
  • Pero… pero ¿vas a dejar que mire mientras me hacen el piercing? – exclamó Gloria con tono irritado.
  • ¡Tú te callas! – sentenció el Amo en tono enfadado – ¡O haces lo que te digo o ya puedes largarte a tu casa! ¿Está claro?
–         Gloria se quedó paralizada y atónita, callándose de inmediato. Eso sí, me echó una mirada que si se pudiese asesinar con los ojos…
–         Y ese fue el comienzo de vuestra hermosa amistad – sentencié.
–         Exacto. Ya empezamos atravesadas. Y además, durante el tiempo que estuvimos en aquel cuarto, la atención de Jesús-sama era toda para mí, sin interesarse lo más mínimo por Gloria, lo que la mortificó todavía más.
–         Ya veo.
–         Y no sólo eso, yo lo notaba y me sentí… triunfante. Era feliz de que Jesús-sama me prestara atención a mí en vez de a aquella zorrita.
–         Vamos, que era mutuo – dije.
–         Nunca dije que no lo fuera – dijo Kimiko con filosofía – Bueno, Yoshi hizo que Gloria se desnudara de cintura para arriba y pude notar que, desde luego, a mi onii-chan sí que le interesaba mucho aquella chica. Los ojos se le salían de las órbitas mientras miraba sus senos desnudos. Ella se dio cuenta y coqueta como es, comenzó a flirtear descaradamente con mi hermano, allí, alegremente, con las tetas al aire. Lo que no percibió la muy idiota fue que Jesús-sama también se daba cuenta… y no le gustaba.
–         Uf. Ya veo por donde vas – dije.
–         Yo, por mi parte, la odié un poco, pues sus pechos eran mucho mayores que los míos. Ya habrás notado que casi no tengo… – dijo la japonesa con cierto tono de amargura.
  • ¿Y bien, Kimiko? – me preguntó por fin el Amo – Aunque me alegra muchísimo volver a verte, no me creo que hayas pasado por aquí por casualidad, así que dime… ¿Para qué has venido?
–         Tardé sólo un segundo en responder.
  • Quiero uno de esos – dije señalando al corazoncito que Yoshi sostenía entre sus dedos.
–         La sonrisa del Amo se ensanchó mucho más.
  • ¡Eso hay que ganárselo, furcia! – exclamó Gloria sin poderlo evitar.
  • ¡TE HE DICHO QUE TE CALLES! – gritó el Amo volviéndose bruscamente hacia Gloria.
–         Ella reaccionó como si la hubiera abofeteado. Se quedó mirando a Jesús con lágrimas en los ojos. Entonces vio la sonrisa de suficiencia que había en mi rostro (lo siento, no la pude evitar) y sus lágrimas fueron sustituidas por llamas de genuino odio.
–         A eso le llamo yo empezar con mal pie.
–         Desde luego que sí. Bueno, yo, muy feliz por mi triunfo, seguí charlando con el Amo, que me regaló mi precioso colgante y me expuso las líneas generales de cómo sería nuestra relación.
–         Sí, ya conozco ese discurso – aseveré.
–         Mientras, onii-chan, que no había dicho ni mu durante toda la escena, estaba practicándole el piercing a Gloria en el pezón. Cuando estuvo listo, ella me miró con insolencia, como diciéndome: “yo tengo esto y tú no”, pero mis ojos le respondieron: “pero pronto tendré uno igual”.
–         Vaya par – dije sacudiendo la cabeza.
–         Amor a primera vista. Y entonces la cosa empeoró.
–         ¿Cómo?
  • Muy bien, zorrita – dijo el Amo examinando el trabajo de onii-chan – Te queda muy bien.
  • Gracias Amo – respondió Gloria sonriéndole.
  • Aunque te has portado francamente mal. Estoy muy decepcionado – dijo él, borrando su sonrisa de un plumazo – Te has ganado un buen castigo.
  • ¡Por favor, Amo, no! – dijo ella a punto de llorar – ¡Perdóneme! Es que esta…
  • ¡ES QUE ÉSTA QUÉ! – aulló el Amo – ¿VAS A SEGUIR REPLICÁNDOME?
  • No, Amo, perdón – dijo Gloria ya llorando.
  • Bien. Pues vamos a castigarte. Ya no eres una aprendiz, ya eres mi esclava. Y eso supone unas obligaciones…
  • Lo sé Amo – dijo la chica sin atreverse a mirarle a la cara.
  • Además, es una buena oportunidad para que Kimiko vea donde se mete y decida si será capaz de hacerlo o no.
–         A mí me daba igual, pues yo no pensaba desobedecer al Amo jamás. Sólo quería estar con él y pasar tardes tan alucinantes como la que ya habíamos pasado. Estaba segura de que jamás me ganaría un castigo.
  • Vamos, ponte en posición encima del sillón – ordenó el Amo.
–         Toda llorosa, Gloria se colocó a cuatro patas sobre el sillón, subiéndose la falda y bajándose el tanga. A Yoshi-chan, los ojos se le salían de las órbitas por ver el firme trasero de la zorrilla y su delicado coñito. Sin poder evitarlo, eché una disimulada mirada a la entrepierna de mi hermano, comprobando que el monstruo estaba bien despierto.
  • Bien. Empieza a contar – dijo Jesús mientras le propinaba un sonoro azote a las nalgas de la jovencita.
  • U… no – lloró ella.
–         La cuenta llegó hasta diez. Me dolía de ver lo colorado que se le había puesto el culo a la pobre, pero en el fondo… estaba muy excitada.
  • Bien – dijo Jesús sama tras el décimo golpe – Esto ha sido por faltarme al respeto a mí. Ahora recibirás el castigo por insultar a mi amigo y a su hermana.
  • Perdona, Jesús – intervino mi hermano – Yo no me he sentido insultado. No ha dicho nada que…
  • Yoshi, su actitud es suficiente insulto. Merece ser castigada. Y como vosotros habéis sido los ofendidos, seréis los encargados de aplicar el castigo.
–         La perspectiva de poder poner sus manos en aquel culito (aunque fuera a palos) hizo que mi hermano dejara de protestar. Gloria, derrotada, lloraba en silencio, con el culo rojo como un tomate.
  • Adelante, Kimiko, tú has sido la más ofendida, así que te corresponde darle 20 azotes.
  • Sí, sensei – asentí.
–         Y se los di, Edurne, no dudé ni un segundo. Tras darle cuatro o cinco, El Amo me detuvo y me ordenó dárselos más fuerte, que lo que estaba haciendo Gloria ni lo notaba. Su tono me hizo comprender que, si no le obedecía, pronto me encontraría yo encima de ese sillón con el culo en pompa y las bragas bajadas, así que hice caso.
–         Pobre Gloria – dije sin poderlo evitar.
–         Sí, pobrecilla – dijo Kimiko sorprendiéndome – Cuando terminé, tenía el culo rojo a más no poder. Dolía de mirarlo.
–         ¿Y luego la azotó tu hermano? – pregunté.
–         No. Se me ocurrió una idea. Cuando Yoshi se disponía a golpearla, me dirigí al Amo.
  • Sensei, perdone – dije tímidamente.
  • Dime, Kimiko.
  • A estas alturas, la chica tiene el trasero tan enrojecido que ni se va a enterar de los azotes.
  • No voy a perdonarla – dijo él malinterpretando mi intención.
  • No, si no digo que la perdone, pero… podría castigarla de otra forma.
  • Habla – dijo él interesado.
  • No he podido evitar darme cuenta de que onii-chan está muy excitado por la situación y seguro que preferiría otro tipo de… castigo.
–         La sonrisa que se dibujó en el rostro de Jesús-sama me hizo estremecer. Noté perfectamente que estaba muy mojada. Todo aquello me tenía caliente a más no poder.
–         Y entonces tu hermano se la folló con su enorme verga – sentencié.
–         ¡Oh, no! Eso fue más tarde… – dijo ella.
–         ¿Entonces qué pasó?
  • Gloria, tienes la oportunidad de librarte de los últimos 20 azotes. ¿Quieres hacerlo?
  • ¡Sí, Amo, por favor! – exclamó ella con el rostro empapado de lágrimas.
  • Bien, arrodíllate frente a mi amigo y pídele que te castigue de otra forma.
–         Y ella lo hizo. Renqueante y con muestras de dolor en su rostro a cada paso que daba, Gloria se las apañó para bajarse del sillón y ponerse de rodillas frente a mi hermano, que la miraba alucinado.
  • Por favor, señor Yoshi – susurró ella – Le suplico que me perdone los 20 azotes que me merezco y sustituya el castigo por otra cosa…
  • ¿Y qué vas a hacer cambio? – preguntó el Amo sonriente.
  • Lo que el señor Yoshi me pida – dijo ella llorando.
  • ¿Y bien? Yoshi, amigo, decide tú lo que quieras que haga; aunque, si lo prefieres, estás en tu derecho de azotarla.
  • No, no… no es necesario – dijo él, cohibido – Pensaré en otra cosa…
–         Aunque estaba bien clarito lo que le apetecía – dijo Kimiko sonriendo levemente.
  • ¿Po… podría practicarme una felación? – preguntó onii-chan dubitativo.
  • ¿Y bien, putilla? ¿Se la chuparás a mi amigo Yoshi?
  • Por supuesto Amo – dijo ella sumisa – Será un honor chupar el miembro del amigo de mi Amo para pedirle perdón por mi comportamiento.
  • Bien, pues hazlo. Y como castigo tendrás que tragártelo todo sin desperdiciar una gota. Es lo menos que puedes hacer por Yoshi después de cómo te has portado.
  • Claro, Amo – dijo ella más tranquila ahora que se encontraba en el terreno que mejor dominaba.
–         Pero ahí Gloria cometió un error de cálculo. No esperaba para nada el tamaño de la serpiente que había entre las piernas de mi hermano. Aunque el bulto era considerable, como Yoshi-chan llevaba vaqueros estos disimulaban bastante. Con dificultad, Gloria consiguió desabrochar los pantalones de Yoshi y bajárselos hasta los tobillos. Cuando levantó la cabeza y se encontró frente a frente con la cabeza de la anaconda, se quedó con la boca abierta y los ojos como platos. Es una de las pocas veces que la he visto callada desde entonces. Creo que estaba tan alucinada, que hasta se le olvidó el dolor que sentía en el trasero, pues se echó hacia atrás estando de rodillas, quedando sentada sobre sus pies.
–         ¿Tan grande es? – pregunté inquieta por si al día siguiente era yo la que se enfrentaba al monstruo.
–         Cualquier cosa que te diga se queda corta. Tendrás que verla para creerme.
No me apetecía demasiado, la verdad.
–         Como Gloria no reaccionaba, Jesús-sama la apremió.
  • ¿Y bien? ¿A qué esperas? ¿Es que quieres más azotes?
–         Poniéndose en marcha por fin, Gloria acercó sus manos a la monumental erección y la agarró con fuerza. Sus dos manos se aferraron a la barra de carne, pero aún así, quedaba un buen trozo libre por cada extremo. Lentamente, como si estuviese limpiando el cañón de un lanzamisiles, Gloria empezó a pajear a dos manos el pistolón de onii-chan, arrancándole los primeros gruñidos de placer.
  • ¿Qué coño haces? – exclamó el Amo – ¡Tienes que chupársela!
–         Sacando fuerzas de flaqueza, la pequeña Gloria acercó su boquita a la punta del espolón y empezó a lamerlo con la lengua. Poco a poco, la muy guarrilla fue animándose, incrementando el ritmo de sus manos sobre el falo y el de su lengua sobre el glande. Cuando lo tuvo bien ensalivado, se atrevió por fin a introducirse la punta en la boca, comenzando a mover la cabeza adelante y atrás, chupando alegremente un buen trozo de rabo.
–         Madre del amor hermoso – pensé alucinada.
–         Pero, para el Amo, aquello no era suficiente.
  • ¡Vamos, puta, tú puedes hacerlo mejor! ¡Demuéstrale a mi amigo la suerte que tengo por disponer de una chupa pollas como tú!
–         Mientras decía esto, el Amo puso su mano en la cabeza de Gloria y empujó con fuerza, obligándola a meterse hasta la garganta un buen pedazo de rabo. Gloria aguantaba como podía, dando arcadas, con las lágrimas resbalándole por las mejillas, medio asfixiada por el volumen del chorizo que acababa de tragar.
  • Y tú – dijo el Amo volviéndose hacia mí – ¡Mastúrbame!
–         Yo reaccioné con rapidez, con el corazón latiéndome ante mi primera orden como aprendiz de esclava. Ni corta ni perezosa me aproximé al lujurioso trío y extraje el enhiesto pene del Amo de su encierro, comenzando a menearlo lo mejor que supe. Yoshi, tenía los ojos en blanco, disfrutando a tope de la mamada, mucho más intensa y profunda que las que estaba acostumbrado a recibir y el Amo también disfrutaba con mi tratamiento, lo que me llenaba de felicidad.
Me sentí increíblemente excitada. Sin casi darme cuenta, apreté mis muslos bajo la mesa del café y los froté uno contra el otro, tratando de calmar mi ardor.
–         El Amo empujaba y tiraba del pelo de Gloria, obligándola a hundir en su garganta la polla de mi hermano una y otra vez. El pobre Yoshi-chan, bajo aquel tratamiento, no pudo aguantar más y se corrió como una bestia. La infeliz Gloria recibió aquel tremendo lechazo directamente en lo más profundo de su boca y, sin poder evitarlo, forcejeó tratando de escapar de la presa del Amo, simplemente afanándose por respirar. El Amo, a punto de correrse también, la dejó libre, con lo que la chica logró sacarse el enorme trozo de entre los labios y, boqueando, llevó de nuevo el aire a sus pulmones. Jadeando, la desgraciada muchacha expulsó gruesos pegotes de semen directamente al suelo, mientras daba arcadas de forma incontrolada.
–         Seguro que eso no le gustó a Jesús – dije.
–         Desde luego que no. El Amo con un  simple gesto me indicó que apuntara su polla contra la medio asfixiada chica y se corrió abundantemente. Yo, comprendiendo sus deseos, apunté para que los lechazos impregnaran bien su piel, concentrándome sobre todo en su rostro y sus tetas, donde se agitaba orgulloso el brillante piercing.
–         Menudo bukkake – dije.
–         Mi hermano, resoplando, se había dejado caer en el sillón, contemplando excitado a la hermosa chica embadurnada de semen. Su mirada me hizo comprender que daría cualquier cosa por poseerla, cuestión de la que tomé debida nota.
–         Ay, ay, ay… – dije imaginándome lo que pasaría después.
–         Pero, como has dicho, Jesús estaba enfadado.
  • ¿Pero qué has hecho, puta’ ¡TE DIJE QUE TE LO TRAGARAS TODO!  Si no me obedeces, me dejas en mal lugar delante de mi amigo. Y lo que es peor, la nueva aprendiz pensará que no es necesario obedecerme en todo, pues saltarse alguna orden no trae consecuencias. ¡Y ESO NO LO VOY A PERMITIR!
  • Perdón, Amo – sollozó Gloria – No he podido con tanta…
  • ¡QUE TE CALLES! – aulló Jesús-sama asustándome un poco.
  • Jesús, tío – intervino mi hermano – No pasa nada. He comprobado que tus chicas obedecen hasta la más pequeña de tus órdenes. No pasa nada si la pobre no ha podido con todo mi semen. Te juro que ha sido la mejor mamada de mi vida. Es la primera vez que una mujer logra meterse un trozo tan grande en la boca. Normalmente se limitan a pajearme y a chuparme la punta, pero ella ha estado magnífica.
  • ¿Has oído, putilla? ¡Da gracias a que mi amigo ha intercedido en tu favor! ¡Porque estaba dispuesto a arrancarte ese maldito corazón y a mandarte a tu puta casa!
  • Gra… gracias, señor Yoshi – acertó a balbucear la joven.
  • ¡Bien! Me gusta que seas agradecida. Pero no te creas que te vas a librar de un castigo.
–         El alma se le calló a los pies a la pobre niña. Hiciera lo que hiciera, sólo conseguía empeorarlo todo.
  • Por favor, Amo, no me castigue más… le prometo que no le enfadaré nunca más, haré todo lo que me pida…
  • No sigas, Gloria, que me enfadaré más. Me has dejado en ridículo delante de mi amigo y de Kimiko y eso no lo voy a consentir. Es necesario que comprendan que eres mía y que cumplirás con todo lo que yo te ordene. Por eso quiero que hagas una demostración de obediencia.
  • ¡Claro, Amo! ¡Lo que digas! – exclamó ella viendo la luz al final del túnel.
  • La pequeña Kimiko tiene un restaurante de sushi – continuó Jesús-sama – Pues bien, durante las dos próximas semanas, todos los días, al salir de clase, te presentarás en ese restaurante y trabajarás para Kimiko. La obedecerás absolutamente en todo, sea lo que sea lo que te pida. Y si ella me cuenta de que la has desobedecido en algo, no te molestes en volver a buscarme.
  • ¡Sí, Amo, lo que tú digas! – dijo ella, aunque pude captar cómo me dirigía una disimulada mirada de odio.
  • Durante esas dos semanas estarás a prueba y no te acercarás a mí para nada. No follarás con nadie ni te masturbarás, a no ser que Kimiko te ordene otra cosa. Si cumples el castigo, te perdonaré y todo estará bien entre nosotros, pero si no… ya puedes olvidarte de mí.
  • Amo, por favor… no me aleje de usted.
  • No lo hago yo… – respondió Jesús-sama impertérrito – Lo has hecho tú misma…

–         Tras decir esto. Me agarró de la mano y me sacó del local de mi hermano. Me llevó a su piso, donde me presentó a Esther. Después nos metimos en el cuarto, sacó unas cuerdas del armario y me pasé el resto de la tarde aullando de placer

 

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–         Lo conseguiste – concluí.
–         Sí. Lo conseguí.
–         ¿Y Gloria?
–         Mi hermano me contó que la ayudó a lavarse y a vestirse. Después la llevó a su casa, entregándole una de las tarjetas del restaurante, para que supiera donde presentarse al día siguiente. Me dijo que se la veía muy triste y abatida.
–         No me extraña.
–         Es cierto. Pero, si he de ser sincera, a mí no me importó mucho, pues mi vida estaba demasiado llena del Amo en ese momento. No podía pensar en otra cosa.
–         Pero hay algo que me extraña – intervine – Cada una de vosotras me habla de un Jesús distinto. No sé, no imaginaba que pudiera ser tan… despiadado.
–         Y es que hoy por hoy no es así – dijo Kimiko – Verás, después averigüé que por esas fechas había tenido un montón de problemas con sus tres esclavas. Esther, al parecer, no encajaba bien con Gloria y habían tenido más de una pelea. Además, tampoco congeniaba mucho con Rocío, creo que a causa de su pasado, por lo que la martirizaba y le hacía la vida imposible. Gloria, creo que compadeciéndose un poco de Rocío, la defendía, enfrentándose abiertamente con Esther, por lo que las peleas entre ellas eran habituales y Jesús-sama se pasaba el día castigándolas, empezando a estar un poco harto de ellas.
–         No me extraña que Gloria se compadeciera de Rocío. Participó en su iniciación y fue bastante dura.
–         Sí que lo fue, conozco la historia. El Amo llegó incluso a decirme que había considerado la posibilidad de expulsar a Gloria del grupo y a no hacerla esclava, porque claro, Esther es su madrastra y no podía echarla a ella, así que Gloria era el eslabón más débil. Estaba cansado de problemas.
–         ¿Y qué esperaba? Si mantener una relación convencional ya es un cúmulo de problemas. Imagínate cómo será mantener una relación como la nuestra con tres mujeres a la vez.
–         Imagínate como será tenerla con siete – dijo Kimiko mirándome por encima del borde de su vaso.
–         Y entonces instauró lo de los rangos… – concluí.
–         Casi. Aún faltaba un incidente más – dijo ella.
–         Lo de Gloria con Yoshi.
–         Precisamente.
Aunque ya me sentía suficientemente achispada, tenía la boca seca así que pedí otra ronda más.
–         Las dos semanas de Gloria en mi restaurante fueron larguísimas. Al principio me mostré un poco dubitativa, pidiéndole cosa sencillas, que ayudara con las mesas, que recibiera a los clientes… cosas así. Pero el Amo no se mostraba satisfecho con eso y me empujaba a exigirle más, para comprobar los límites de su sumisión.
–         ¿Y cómo se enteraba?
–         Nos veíamos casi todos los días, para “practicar” ya sabes y me pedía informes. Y si no nos veíamos, me llamaba por teléfono.
–         Así que empezaste a pedirle más a Gloria.
–         Exacto. Todas las tareas desagradables iban para ella, limpiar los retretes (qué guarros sois los españoles por cierto), sacar la basura, fregar las ollas… Y ella lo hacía todo sin rechistar, aunque nunca logré borrar de su cara el desafío y el desprecio, lo que me irritaba profundamente.
–         ¿Y tu hermano? – pregunté sabiendo por donde iban los tiros de la historia.
–         Estaba todo el tiempo en el restaurante. Ni siquiera en los periodos en que estuvo echándome una mano con el local pasó allí tanto rato. Estaba fascinado con Gloria y deseando sin duda llevársela a la cama, lo que me ponía todavía más celosa y enfadada con ella.
–         Ya veo.
–         Cuando llegó el último día de obediencia de Gloria, ella llegó al local con una sonrisa de oreja a oreja, pavoneándose orgullosa por haber logrado quedar encima de mí. Y yo decidí borrar esa sonrisa.
–         Ya sé cómo lo hiciste.
–         Precisamente. En los dos o tres últimos días había estado sugestionando a mi hermano, incitándole a que se lo montara con ella, hablándole de lo buena que estaba y de lo mucho que había disfrutado cuando se lo chupó. Fue muy sencillo entonarle. Como acercar una cerilla a un bidón de gasolina.
–         Ya lo supongo.
–         Esa tarde, después del servicio de medio día, envié a mis empleados a casa con la tarde libre, cerrando el local al público. Cuando Gloria se dio cuenta, intuyó que algo iba a pasar y por primera vez vi miedo en su mirada. Me gustó mucho.
–         Eres diabólica – siseé fascinada.
–         Es verdad. Cuando todos se hubieron marchado, la llamé a mi despacho. Cuando entró, se encontró conmigo sentada a mi mesa, sonriendo. Mi hermano, por su parte, la esperaba sentado en el sofá, completamente desnudo y con el mástil apuntando al techo. Gloria inmediatamente supo lo que iba a pasarle y se asustó mucho.
  • No – dijo con voz temblorosa – Cualquier cosa menos eso.
  • No hay problema – dije con firmeza – Márchate.
–         Mientras le decía eso cogí mi móvil, que estaba sobre la mesa y me puse a buscar el número del Amo.
  • ¡No lo hagas! Por favor – me suplicó una vez más.
  • Gloria, esta es la última orden que te doy. Cúmplela y tu castigo habrá terminado. O no lo hagas y tendrás que despedirte del Amo para siempre. Tú eliges.
  • Por favor, no lo digas – imploró.
  • Fóllate a mi hermano – sentencié.
–         Resignada, Gloria aún tardó unos instantes en claudicar. Finalmente, su orgullo venció y no queriendo ser vencida por mí, decidió obedecer hasta el final. Lentamente, se desnudó por completo, sin vergüenza, como demostrándome que nada de lo que yo hiciera podría apartarla del Amo. He de reconocer que admiré su valor, porque el simple hecho de mirar la formidable barra de carne que la esperaba bastaba para estremecerse.
–         Y se acostó con él.
–         Digo que sí. Yoshi se tumbó boca arriba en el sofá y ella se arrodilló junto a él. Supongo que con la intención de lubricar aquello un poco, Gloria la chupó y lamió por todas partes, ensalivándola a conciencia. Mi hermano gemía y jadeaba, disfrutando como un loco, cada vez más cachondo y deseoso de follarla.
–         No me extraña.
–         Por fin, Gloria dejo de lamer y se incorporó, decidida a acabar con aquello cuanto antes mejor. Como pudo, se situó a horcajadas sobre mi hermano y, lentamente, fue empalándose en su verga. A medida que aquella cosa la penetraba, la expresión de la muchacha iba cambiando, poniendo una cara de asombro que resultaba casi cómica.
–         Sí, un hartón de reír sin duda – dije para mí.
–         Con un buen trozo incrustado en la vagina, pero aún con un gran pedazo fuera, Gloria comenzó a cabalgar sobre mi hermano, apoyando sus manos en el pecho de él para impedir quedar ensartada por completo. Obviamente, intentaba deslizar la verga en su interior con mucho cuidado, moviéndose muy despacio.
–         Normal.
–         Yoshi-chan, muy excitado, llevó sus manos a los pechos de la chica y empezó a acariciarlos dulcemente. Ella agradeció el gesto con una sonrisa, pero siguió muy concentrada en moverse despacito sobre la verga. Cada vez que bajaba sobre ella, un rictus de dolor se dibujaba en su cara, pero hay que reconocer que, hasta ese momento, la chica se defendía bastante bien.
–         ¿Y qué pasó?
–         El problema fue que mi hermano, excitado hasta el límite, quería más, así que empezó a subir a su vez su pelvis, de forma que, cuando ella bajaba, se metía una porción cada vez mayor de rabo. Y claro, aquello le hacía daño.
  • No, no, por favor – suplicaba la chica – Déjame a mí.
–         Pero Yoshi estaba empezando a perder el control y no aguantó mucho rato.
–         ¿Qué hizo?
–         De repente, Yoshi se incorporó y abrazó a Gloria, pegando la cara a sus pechos, chupándolos y lamiéndolos. Ella intentaba no romper el ritmo, seguir metiéndose aquella cosota lentamente, manteniendo el control. Pero onii-chan quería otra cosa.
–         ¿Y?
–         Cuando quise darme cuenta, onii-chan se puso en pie, llevando a Gloria empalada en su hombría. Era incluso gracioso ver cómo se mantenía en pie con una chica empotrada en su entrepierna, mientras ella se aferraba como podía a su cuello para evitar clavarse hasta el fondo.
–         Madre mía.
–         Con un gesto brusco, Yoshi-chan la tumbó en el sofá boca arriba, con él encima y esta vez fue él quien se encargó de marcar el ritmo de la follada.
–         Pobrecilla. Cómo la dejaría.
–         Ni te lo imaginas. Ya completamente fuera de control, Yoshi-chan empezó a bombearla con fuerza. Tras cada empellón, podía ver cómo su polla penetraba cada vez más profundamente, Gloria, con la boca desencajada, aullaba de dolor y placer. Parecía decir algo, pero no se le entendía absolutamente nada.
  • ¡¡UUUAAAAAAHAHHAAAAA! ¡MI COLMPO!¡DIOOOSSSSS! ¡NOOOOO!
  • ¡Sí, guarra, sí! ¡Tómala toda! – aullaba mi hermano mientras seguía insultándola, alternando el castellano con el japonés.
–         Ahora sí que estaba preocupada. Yo sabía (porque él me lo había dicho) que eran muy pocas las mujeres que eran capaces de recibir todo su trozo en su interior y que, además, tenía que follarse a esas pocas elegidas muy lentamente. Sin embargo, con Gloria mi hermano perdió completamente el control y se la folló a lo bestia. Por fortuna, no tardó mucho en correrse, con lo que pronto se la sacó y se pajeó la monstruosa verga hasta dejar el desmadejado cuerpo de Gloria pringado de semen.
–         ¿Y Gloria?
–         Inconsciente. Se desmayó al poco de ser penetrada. No se movía en absoluto, parecía muerta.
–         ¡No me jodas!
–         Yoshi, que parecía haber recuperado la razón, se preocupó por ella y trató de despertarla, pero no consiguió nada. Bastante asustados, intentamos reanimarla, pero Gloria seguía desmayada en el sofá.
–         Por Dios.
–         Como no despertaba, nos asustamos y llamamos a nuestro primo Eichi, que es médico y acupuntor. Mientras éste venía al restaurante, aprovechamos para asear un poco el cuerpo de Gloria. Vi entonces que sangraba un poco por la vagina, lo que me asustó muchísimo.
–         ¡Por Dios! – repetí.

–         Mi primo la reconoció y logró que recuperara el sentido. La llevamos a su clínica y la ingresamos allí. Mi primo y un compañero la reconocieron, diagnosticando un agotamiento extremo y desgarros vaginales de diversa consideración. Por fortuna, no era nada tan grave como parecía, pero aún así, Gloria se pasó un par de días ingresada.

–         ¿Y qué dijo Jesús? – pregunté.
–         No sabes el miedo que pasé cuando se lo dije. En mi mente sólo estaba la imagen del culo de Gloria enrojecido por los azotes. Sin embargo, el Amo no me hizo nada.
–         ¿Nada?
  • Si es eso lo que le has ordenado, ha hecho lo correcto obedeciéndote – me dijo – Yo no te marqué límites a lo que podías pedirle. Eso sí, mañana es posible que seas tú la que tenga que obedecer a Gloria, así que atente a las consecuencias.
–         Esa noche me hinché de llorar en mi cama. La que había perdido el control había sido yo y no Yoshi. Me sentí muy mal. Quería visitar a Gloria en el hospital, pero no me atrevía, pues sabía que ella no querría verme.
–         No es de extrañar – dije.
–         Pero al día siguiente recibí una llamada de Jesús, ordenándome acudir a la habitación de Gloria en la clínica. Muy asustada, obedecí, encontrándome con que nos había reunido allí a todas.
–         ¿Para qué?
–         Ese día instauró el sistema de rangos. Nos dijo que había estado meditándolo y que le parecía la solución para los problemas entre nosotras. Estaba harto de discusiones, peleas y puñaladas traperas. A partir de ese momento, todas tendríamos que pensarnos mucho qué le hacíamos a las otras, pues era muy posible que, al cambiar los rangos, las víctimas se convirtieran en agresoras, así que, lo que más nos convenía, era llevarnos bien. Y esa es mi historia.
Me quedé callada unos minutos, jugando con la sombrillita de mi cocktail, tratando de digerir la increíble crónica que acababa de escuchar. Por fin, me armé de valor y le hablé a Kimiko.
–         No te ofendas, Kimiko. Pero, tras escucharte, he de concluir que la culpa de la enemistad con Gloria es completamente tuya.
–         Nunca dije lo contrario – dijo ella sencillamente – Me descontrolé por completo y me pasé muchísimo de la raya.
–         ¿Y ella no se vengó?
–         Claro que lo hizo. Aunque he de reconocer que nunca me ha hecho nada tan grave como lo de Yoshi. Y no por falta de ganas…
–         ¿Cómo es eso? – pregunté.
–         Verás, Gloria tiene el defecto de que no sabe mantener la boca cerrada y eso molesta mucho al Amo. Por eso su rango es el que fluctúa más a menudo. Es capaz de obedecer las órdenes más peregrinas de Jesús-sama sin vacilar, con lo que sube muchos puestos, pero luego lo estropea hablando en el momento menos apropiado. Por eso no me hace putadas muy gordas, porque yo podría vengarme.
–         Extraño status quo – dije.
–         Sí, así es. Pero funciona. Los enfrentamientos entre nosotras acabaron aquella tarde en la clínica. Ha habido tiranteces, claro, pero ahora todo va mucho mejor. Y por supuesto, también ayudó la llegada de Natalia y Yolanda, que son un encanto. Y tú también caes simpática a todas…
Seguimos charlando un buen rato, siendo incapaz de decidir si aquella japonesita me caía bien o mal. Me parecía increíble que hubiera tratado así a Gloria sin conocerla apenas, pero no tenía más remedio que preguntarme si yo habría hecho algo distinto de haber estado en su lugar. Si hubiera disputado con otra chica por la atención de Jesús… quizás no.
–         Bueno – dijo entonces Kimiko – Ahora que ya nos conocemos un poco mejor voy a ser directa. ¿Para qué me has citado esta tarde?
–         Quería hacerte algunas preguntas, aunque ya me has contestado a algunas de ellas.
–         Ah, ¿si? ¿A cuales?
–         Quería que me hablaras de Yoshi. Mañana voy a acudir con el Amo a que me haga el tatuaje.
–         Y estás inquieta por si Jesús-sama decide pagar los servicios de Yoshi-chan en especie ¿verdad? – dijo ella adivinando con exactitud mis inquietudes.
–         Exacto. Y la verdad es que tu relato no ha contribuido a tranquilizarme precisamente.
–         No tienes por qué preocuparte – me dijo – Simplemente obedece al Amo en todo lo que te diga, no le enfades y no pasará absolutamente nada. Además, aunque le enfades, te aseguro que no te ordenará que te acuestes con mi hermano. Ese castigo fue idea mía.
–         ¡Ah, vale! – respondí un poco más serena.
–         ¿Y nada más?
–         Bueno… también quería preguntarte sobre la fiesta de cumpleaños.
–         Si es por el regalo… No te sientas obligada a contribuir. Puedes comprarle cualquier cosa. Lo que el Amo quiere de nosotras no son regalos precisamente.
–         No, no es eso. Esta tarde he ingresado 2000€ para contribuir. Es sólo que me siento… como si no fuera bastante. Me parece un poco impersonal. Y me preguntaba si alguna de vosotras pensaba en hacer algo más por él. Siento que soy la última en llegar y que tengo que hacer más que las otras para estar a vuestra altura…
Kimiko me contempló en silencio unos instantes, calibrando mis palabras.
–         Me dices que quieres hacerle un regalo especial al Amo…
–         Exacto. Vosotras le conocéis mejor. ¿Qué le gustaría?
–         Mira, hay algo que me encantaría ofrecerle al Amo, pero no puedo, pues en la fiesta sólo podemos estar nosotras y el Amo y yo he de encargarme de preparar la cena y servirla, pero, si tú estás dispuesta…
–         Dime, dime – dije muy interesada.
–         ¿Has escuchado el término nyotaimori?
–         En mi vida.
–         Pues escucha esto, que podría interesarte.
Y me interesó…
Continuará.
                                                                                                       TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:

Ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 8” (POR ADRIANAV)

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Finalmente emprendimos viaje.

A pesar de que todavía era muy niña y me faltaba madurez, despedirme del lugar donde había nacido me dio tristeza. No solo por lo que vivi desde mi infancia sino por todo lo que viví mientras estuve allí. Hasta el momento de mi despedida había sido muy feliz. Pero la agenda de mi vida no terminaba allí.

Llegar a la capital de mi país fue como descubrir un nuevo mundo. Nunca soñé con ver tanta gente junta caminando por las calles, miles de autos, edificios y tiendas. El ruido de la ciudad fue otro impacto. En mi villa lo más fuerte que se escuchaba era el llanto de algún niño. Y cuando llegamos al aeropuerto quedé maravillada con el tamaño. Una hermosa pared inmensa de cristales, el ruido de motores rugientes y otra cantidad de gente activa caminando con maletas. Ahora me enfrentaba a un nuevo mundo que no tenía ni idea de cómo sería. El idioma era distinto y de seguro que la comida y las costumbres. Una real nueva aventura, aunque teníamos la garantía de que contábamos con la guía y protección de mi tío Sergio.

El recuerdo más presente de él que mantengo bien claro es que cuando venía a la villa, nos reunía a todos, inclusive la mayoría de los vecinos (que no eran muchos). Apenas recordaba cómo lucía físicamente, pero si me acordaba que era muy afectuoso con todo el que conocía, y más con mis padres y mis hermanos, pero en especial conmigo. En fotos que casi ni presté atención -como reacción negativa infantil ante su decisión de haberse ido lejos- había sido el único conocimiento extra que pude tener desde su partida.

Esa aventura continuaba con las sorpresas de muchas primeras veces en muchas cosas desconocidas, así como también era la primera vez que subía a un avión. Mis padres se sentaron dos filas mas adelante, luego mis dos hermanos en la fila delante de mi y yo en otra solita. Era la última fila del avión. Cinco minutos mas tarde, una muchacha muy bonita, delgada, joven, vestida muy linda con una falda verde oscura, corta, blusa de seda blanca abierta dejando ver un poco el nacimiento de sus pechos, cabello lacio bien oscuro como sus ojos, labios de muñeca bien rellenos, y traía una mochila, una cartera y un abrigo en la mano me pidió sonriente:

– ¿Esta es la fila 36?

– Si… creo que si -dije sonrojada sin la menor idea de cuál era porque mis padres simplemente me habían indicado donde sentarme.

Puso algo en el compartimiento de arriba y se sentó.

– Me llamo Maggie. ¿Y tu?

– Andrea -dije timidamente.

– ¿Viajas a Nueva York o sigues camino después?

– Si. A Nueva York.

– ¿Solita?

– No. Adelante están mis hermanos y mis padres.

– Oh… Ya veo. La familia completa. ¡Qué lindo! Es tu primera vez en un avión. ¿Verdad?

– Si.

– ¿Estas nerviosa?

– Un poco.

– Bueno, no te preocupes. Yo ya estoy acostumbrada y puedo enseñarte a como alejarte del miedo. A mi la primera vez me pasó lo mismo y el que viajaba al lado mío me enseñó a no pensar en ello.

– Bueno… -dije con duda de que fuera tan sencillo como me lo decía!

Y aunque estaba temerosa quería disfrutar todo lo nuevo que comenzaba a despertar mi curiosidad.

El tiempo pasó rápido. Ya todos los pasajeros habían abordado y llegó el momento de despegar. Maggie se dio cuenta que mi nerviosismo iba en aumento y poniendo su mano sobre la mía me dijo mirándome a los ojos:

– Tranquila. Vas a sentir una sensación muy linda, como que flotas en el aire. Cierra los ojos y disfrútalo. Yo estoy aquí contigo. Las dos vamos a flotar juntas en el cielo. ¿Si?

– Si -dije sonriéndole nerviosa.

Pero contrario a lo que había presagiado, me gustó la sensación de subida del avión. Hice lo que me dijo y lo disfruté. Me aferré a su mano y cerrando los ojos me la colocó sobre su pierna. Así pasamos casi quince minutos. Luego nos acomodamos y sin darme cuenta me vi envuelta en una conversación en la que ella me hacía sentir como que fuéramos conocidas de hace mucho tiempo.

Maggie era bien extrovertida. Hablaba con mucha facilidad de muchas cosas que me sorprendían acerca del nuevo mundo por descubrir, de cómo había cada vez más gente extrovertida y con mas amplitud en cuanto a las relaciones humanas. Para mí eran temas que nunca había escuchado, cosas que no me imaginaba que podrían existir porque de donde yo venía, no había nada de eso. Nunca nadie me había hablado de esa manera. Eran palabras directas, reales que explicaba el comportamiento humano. A veces yo le preguntaba las cosas más de una vez por no entender ese lenguaje y ella parecía darse cuenta y me lo repetía de una forma más sencilla. Me entretenía escucharla, me fascinaba.

Me hizo pensar y soñar en lo que me quedaba todavía por descubrir, a pesar de que hacía poco días creía haber descubierto el más grande significado de la vida a través de mis primeras incursiones en la sexualidad. Pero había algo intuitivo… algo que me decía que había mas… mucho mas cosas por vivir.

Luego vino la cena durante la que me contó que había nacido en el norte pero se habían mudado a Perú por unos años. Su padre era arqueólogo y su mamá profesora de historia. Me confesó en voz baja que había tenido un novio hasta que descubrió que no era lo que ella quería y un montón de cosas más. Y llegó la pregunta que no me esperaba de que si yo había estado con algún chico. No pude responderle con total realidad. Aunque no había nadie sentado en la fila del medio de nuestro lado, mis hermanos estaban en la próxima fila y podían escuchar, por lo que tuve que bajar un poco la voz y eso le causó curiosidad a Maggie.

Apagaron la luz del avión para quien quisiera dormir.

– Ven acércate y cuéntame me dijo en voz baja. ¿Tuviste o no?

Me sentí confiada. En realidad estaba necesitando conversarlo con alguien más apropiado a mi edad desde que había empezado todo. Con Rosa era distinto porque ella solo había tenido el interés de entregarme a su marido y luego poseerme sexualmente para ella misma. Por lo tanto no había amistad. Maggie sin embargo, me había contado cosas muy personales de su vida y yo con mi todavía inocencia a flor de piel, pensé en hablarlo con alguien.

– Bueno… novio no, pero algo así.

– ¿Cómo fue “algo así”? ¿Quién era, un chico, un vecino?

Nos turnábamos para hablarnos al oído.

– No fue un chico. Fue un vecino.

– ¿No fue un amiguito?

– No. El papá de mi amigo.

– Oh! ¿Un señor grande?

– Si.

– ¿Casado?

– Si.

– ¿Y cómo hicieron en un lugar tan pequeño como la villa para esconderse de todos, y de la esposa…?

– Ella lo sabía

– ¿Y como lo supo? No entiendo.

Sentía su aliento en mi oído cuando de pronto el avión dio un pequeño sacudón. Me asusté un poco y mi mano le aferró la pierna otra vez. Puso su mano sobre la mía y me ayudaba a que me relajara acariciando su pierna suavemente.

– Es que ella también estuvo con los dos después de la primera vez.

– ¿O sea que sabía que su esposo te había cojido?

– Si.

– ¿Y esa fue tu primera vez?

– Aha…

– ¿Lo disfrutaste?

– Si

– ¿Y a ella?

– También

– …uuuy… que interesante! Niña has vivido más que yo entonces!

– Ji, ji, ji. No creo.

– Pero… ¿cojiste con ellos más de una vez? ¿tuvieron sexo los tres juntos?

– Si

– ¿Y con ella que hiciste?

Noté que tenía más interés de saber eso que de lo que había sucedido con Arturo.

Me pedía detalles de como había sido y por algo que me iba naciendo como retribución a ayudarme a enfrentarme al temor de volar, me animé. Mientras avanzaba con la historia, ella guiaba mi mano en una constante caricia que ya llegaba hasta la entrepierna.

Y como los asientos eran un poco incomodos, decidimos acomodarnos mejor. A ninguna de las dos parecía molestarnos tanta aproximación. Como dos niñas haciendo una fechoría, nos tapamos con las mantas que nos había entregado la camarera de a bordo. Nos miramos y me reí tapándome la boca.

Su mano jalaba de la mía lentamente sin dejar de mirarme a los ojos y al no sentir resistencia de mi parte, la guió hasta situarla totalmente entre sus piernas. Se mordió un labio y entrecerró los ojos. Sentí la tela mojada de su interior. Le sonreí nerviosa y se me acercó para hablarme bajito.

– ¿Alguna vez ella te besó en los labios?

Y me saltó de inmediato la imagen de Rosa cuando me besó por primera vez. Bajé los ojos afirmando con un gesto. Y me dijo con voz suave moviéndose lentamente:

– Es lindo, no crees? -me dijo tan cerca que ya sentía su aliento pegado a mis labios.

Volví a afirmar de igual forma.

– ¿Tienes ganas? -me dijo rozándolos…

Miré alrededor. Estaba bastante oscuro. La miré a los ojos y volví a afirmar con la cabeza. Fue suficiente.

Sentí esos labios ardiendo en los míos. Los frotábamos de lado a lado, sin abrir la boca. Solo pasaba la lengua para mojarlos. Puso su mano en mi pierna y levantándome la falda llegó hasta mi calzoncito. Una corriente me recorrió el cuerpo hasta concentrarse en el clítoris. Ya me sentía caliente y

abrí un poco más las piernas para facilitar su caricia. La mano se mojó cuando la pasó por encima. Cerré los ojos y abrí la boca. Su lengua sintió la libertad que mis labios le daban y me invadió. Juntamos las lenguas. Sus dedos recorrieron el borde de mi ropa interior hasta hacerla a un lado y dos dedos me acariciaron los labios ensopados de la vulva. Subieron hasta apoderarse del clítoris y fui vencida en esa batalla entregándome completamente al delirio que me hacía sentir otra vez el maravilloso momento del sexo.

Quitó mi mano de su pierna por un momento y cuando la puse otra vez entre sus piernas toqué los labios de su vulva. Tenía la falda levantada y mi mano tocó su conchita mojada. Estaba desnuda por completo de la cintura para abajo. Me agarró dos dedos y se los metió dentro. Sentí que resbalaban y se perdían entre los labios de la vulva.

– Andrea, me encanta sentir tus dedos dentro de mi…! -me dijo empujando los suyos dentro de mi.

Nos pusimos frente a frente y entrelazamos las piernas. Ella restregaba mi rodilla contra su vulva y se revolvía en silencio para que nadie se diera cuenta de lo que hacíamos. Siguiendo su ejemplo hice lo mismo con su pierna.

No era nada cómodo. Estábamos descargando una calentura descomunal y sorpresiva. Era algo que por lo menos a mi, me había llegado inesperadamente, sin haberlo pensado antes de sentir la piel de su pierna en mi mano. Y buscamos algo más sustancioso. Ella de espaldas al pasillo y yo de espaldas a la ventanilla del avión, juntamos los sexos mismo donde los dos asientos se unían. Nos apretamos tanto que sentí los labios de su vulva contra la mía. Apreté mi clítoris contra el suyo y empezamos a mover las caderas en círculos lentos, desapercibidos para los demás. Tenía ganas de besarla otra vez pero estábamos muy separadas. Si no fuera porque mi familia iba delante mío, si hubiera estado sola con ella, me le habría subido encima para sentirla mejor. No podía creer lo que estaba sintiendo. Si bien Rosa me había hecho algo parecido, nunca pensé que volvería a pasarme.

No habían pasado ni diez minutos cuando Maggie se apretó más fuerte y empezó a convulsionar con su conchita pegada a la mía. Estaba teniendo un orgasmo y me estaba provocando uno a mi. Ya no había regreso. Quería ofrecerle el mío y se lo hice saber con mis movimientos más violentos. Después de varios empujones durante mi orgasmo, relajé mi cuerpo y esperé a que ella volviera a abrir los ojos. Nos sonreímos sin dejar de mirarnos. Estábamos en éxtasis. Nos fuimos separando poco a poco sintiéndome ensopada cuando sentí el frío del aire acondicionado pasando por entre las piernas. Enderezándonos, volvimos a una posición más cómoda y me senté al lado de ella. Me sorprendió tomándome la cara con sus manos para entrelazar las lenguas en un beso espeso, lleno de sensualidad y sin importarnos ser descubiertas por algún mirón.

Por suerte casi todo el avión dormía ya plácidamente. Y cuando nos calmamos, también las dos caímos en el sopor de un sueño que me permitió dormir por lo menos cuatro horas.

Me despertó la mano de Maggie acariciándome. Y acercándose a mi oído me dijo que estaban por servir el desayuno. Ni bien terminó de decirlo me metió la lengua en la oreja. Miré adelante, mis hermanos todavía dormían y volteando la cara me animé a besarla en los labios intercambiando saliva con las lenguas. Me metió la mano por la blusa y me acarició las tetas.

– Me gustas Andrea. Me encantó hacerte el amor…

Sus caricias me encantaban

– No quiero perder contacto contigo. Quiero poder pasar todo un día juntas -me dijo dándome otro beso- ¿y a ti?

– Sihh… -le contesté casi gimiendo.

– Sería lindo que algún día pudieras venir a mi departamento. Te voy a dejar mi número. Eres deliciosa inocente niña. Me encantas…

Todavía la oscuridad nos ayudaba.

Fui al baño. Me lavé un poco, me sequé y regresé a mi asiento y Maggie se avalanzó a mi oído para decirme lo que había disfrutado. Ese fue nuestro tema por un buen rato hasta que volví a dormirme. Me desperté cuando estaban sirviendo el desayuno. Maggie escribió en un papel su numero de teléfono y la dirección.

Cuando terminamos el desayuno, mi papi y mi madre se levantaron y vinieron hacia mi asiento de camino al baño.

– Hola! -le dije sonriendo- Les presento a Maggie.

Los cuatro nos pusimos a charlar y les comenté que habíamos conversado mucho en la noche y planeábamos hablarnos por teléfono para mantenernos comunicadas.

Cuando aterrizamos fuimos todos juntos hasta salir y en la calle nos despedimos. Cuando ella me dio un beso en la mejilla me dijo en susurro:

– Me dejaste enamorada de tu sexualidad. No dejes de llamarme por favor.

– Claro que te voy a llamar!

En eso llegaba mi tío Sergio en su camioneta y todo se convirtió en un festejo. Nos abrazó a todos alegremente. Cuando me vio, me abrazó y me separó de golpe para decirme que ya me había convertido en una mujercita hermosa. Y volvió a dedicarme un abrazo mas prolongado. Me gustaba haberlo re-encontrado. Es el más guapo de toda la familia.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

Relato erótico: “Educando a una malcriada, la hija de un amigo” (POR GOLFO)

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Toda mi vida he tenido fama de hombre serio y responsable. Celoso de mi vida privada, nunca se me ha conocido un desliz y menos algo escandaloso. Soltero empedernido, nunca he necesitado de la presencia de una mujer fija en mi casa para ser feliz. Aunque eso no quiere decir que no haya novias y parejas, soy y siempre seré heterosexual activo pero no un petimetre que babea ante las primeras faldas que se le cruzan. 
Escojo con cuidado con quien me acuesto y por eso puedo vanagloriarme de haber disfrutado de los mejores culos de las distintas ciudades donde he vivido. A través de los años, han pasado por mi cama mujeres de distintas razas y condición. Blancas y negras, morenas y rubias, ricas y pobres pero todas de mi edad. Nunca me habían gustado las crías, es más, siempre me había repelido ver en una reunión al clásico ricachón con la jovencita de turno. Para mí, una mujer debe ser ante todo mujer y por eso nunca cuando veía a una monada recién salida de la adolescencia, podía opinar que la niña era preciosa pero no me sentía atraído.
Desgraciadamente eso cambió por culpa de Manolo, ¡Mi mejor amigo!.
Con cuarenta y cinco años, llevaba  tres años viviendo en Houston cuando me llamó para decirme que su hija Ángela iba a pasar un año estudiando en esa ciudad. Reconozco que en un principio pensé que el motivo de esa llamada era que me iba a pedir que viviera conmigo pero me sacó de mi error al explicar que la universidad le pedía un contacto en los Estados Unidos y preguntarme si podía dar mi teléfono.
Cómo en teoría eso no me comprometía en absoluto, acepté desconociendo las consecuencias que esa decisión iba a tener en mi futuro y comportándome como un buen amigo, también me comprometí en irla a recoger al aeropuerto para acompañarla hasta la residencia donde se iba a quedar.
 Ese día estaba en la zona de llegadas esperándola cuando la vi salir por lo puerta. Enseguida la reconocí porque era una versión en guapa y joven de su madre. Flaca, pelirroja y llena de pecas era una chavala muy atractiva pero en cuanto la examiné más de cerca, su poco pecho me recordó sus dieciochos años recién cumplidos y perdió cualquier tipo de interés sexual.
Isabel al verme, se acercó a mí y dándome un beso en la mejilla, agradeció que la llevara. No queriendo eternizar nuestra estancia en ese lugar, cogí su equipaje y lo metí en mi coche. La chavala al comprobar el enorme tamaño del vehículo, se quedó admirada y con naturalidad dijo riéndose:
-Este todoterreno es un típico ejemplo de los gustos masculinos- y olvidándose que era el amigo de su viejo, me soltó: -Os gusta todo grande. Las tetas grandes, los culos enormes y las tías gordas.
Indignado por esa generalización, no pude contener mi lengua y contesté:
-Pues tú no debes comerte una rosca. Pecho enano, trasero diminuto y flaca como un suspiro.
Mi respuesta le sorprendió quizás porque no estaba acostumbrada a que nadie y menos un viejo le llevara la contraria. Durante unos segundos se quedó callada y tras reponerse del golpe a su autoestima, con todo el descaro del mundo, me preguntó:
-Si crees que me hace falta unos kilos, ¿Dónde me vas a llevar a comer?
Os confieso que si llego a saber el martirio que pasaría con ella ese restaurante, en vez de a uno de lujo, le hubiese llevado a un tugurio de carretera porque allí, entre moteros y camioneros,  hubiera pasado desapercibida. Pero como era la hija de Manolo creí conveniente enseñarle Morson´s, uno de los locales más famosos de la ciudad.
¡Menudo desastre!
La maldita pecosa se comportó como una malcriada rechazando hasta tres veces los platos que el pobre maître le recomendaba diciendo lindezas como: ¿Me has visto cara de conejo?, ¿Al ser hispanos nos recomiendas los más baratos de la carta porque temes que no paguemos? ,  pero fue peor cuando al final acertó con un plato de su gusto, entonces con ganas de molestar tanto al empleado como a mí, le dijo:
-Haber empezado por ahí, mi acompañante piensa que estoy en los huesos y un grasiento filetón al estilo tejano me hará ponerme como una vaca para ser de su gusto.
“Esta tía es idiota”, pensé y asumiendo que no volvería a verla durante su estancia, me mordí un huevo y pedí mi comanda.
El resto de la comida fue de mar en peor. Isabel se dedicó a beber vino como si fuera agua hasta que bastante “alegre” empezó a meterse con los presentes en el lugar. Molesto y sobre todo alucinado de lo mal que había mi amigo educado a su hija, di por concluida la comida.
Al dejarla en la residencia, respiré aliviado y deseando no volver a estar a menos de un kilómetro de ella, le ofrecí hipócritamente mi ayuda durante su estancia  en la capital del estado. La mujercita, segura de que nunca la iba a necesitar, me respondió:
-Gracias pero tendría que estar muy desesperada para llamar a un anciano.
 Para mi desgracia los hechos posteriores la sacaron de su error….
Un sábado, a las tres de la madrugada, me llama la policía.
Llevaba un mes sin recibir noticias suyas cuando me despertó el teléfono de mi mesilla sonando. Todavía medio dormido, escuché al contestar que mi interlocutor me preguntaba si estaba hablando con Javier Coronado.
-Sí- respondí.
Tras lo cual se presentó como el sargento Ramirez de la policía metropolitana de Houston y me informó que tenían detenida a Isabel Sílbela.
-¿Qué ha hecho esa cretina? – comenté ya totalmente despierto.
-La hemos detenido por alteración del orden público, consumo de drogas y resistencia a la autoridad.
Os juro que no me extrañó porque esa niñata era perfecta irresponsable y asumiendo su culpabilidad, quise saber cuál era su actual estatus y cuánto tiempo tenía que pasar en el calabozo. El agente revisando el dossier me comunicó que habían fijado el juicio para dentro de un mes y que como era su primer delito el juez había fijado la primera audiencia para en unas horas.
Una vez colgué, estuve a un tris de volverme a la cama pero el jodido enano que todos tenemos como conciencia no me dejó hacerlo y por eso vistiéndome fui llamé a un abogado y me fui a la comisaria.
“¡Menuda pieza!”, pensé mientras conducía hacía allí, “Lo que le debe haber hecho sufrir a su padre esta malcriada”.
Al presentarme ante el sargento en cuestión y ver este que yo era un hombre respetable, amablemente me informó de lo sucedido. Por lo visto, Isabel y unas amigas habían montado una fiestecita con alcohol y algún que otra gramo de coca que se les había ido de la mano. Totalmente borracha cuando llegó la patrulla del campus, se enfrentó a ellos y trató de resistirse.
“Será tonta, ¡No sabe que la policía de este país no se anda con bromas!”, exclamé mentalmente mientras pedía perdón al sujeto en nombre de su padre.
Fue entonces cuando Ramirez me comunicó que tenía que esperar a las ocho de la mañana para tener la audiencia preliminar con el juez donde tendría la oportunidad de pagar una fianza. Viendo que todavía eran las cinco y que no podía hacer nada en tres horas, me dirigí a un 24 horas a desayunar. Allí, sentado en la barra, llamé a Manolo para informarle de lo sucedido.
Como no podía ser de otra forma, mi amigo se cogió un rebote enorme y llamando de todo a su querida hija, me pidió que en cuanto pudiera la metiera en un avión y se la mandara.
-No te preocupes eso haré- respondí convencido de que esa misma tarde llevaría a Isabel al aeropuerto y la empaquetaría hacía España.
Pero como bien ha enunciado Murphy, “Cualquier situación por mala  que sea es susceptible de empeorar y así fue.  La maldita niñata al ser presentada ante el juez, se comportó como una irresponsable y tras llamarle fascista, se negó a declarar. El abogado que le conseguí había pactado con el fiscal que si aceptaba su culpabilidad, quedaría en una multa pero como no había cumplido con su parte, el letrado pidió prisión con fianza hasta que tuviese lugar el juicio. El juez no solo impuso una fianza de cinco mil dólares sino que en caso de aportarla,  exigió que alguien se responsabilizara que  la chavala no volviera a cometer ningún delito.
¿Os imagináis quien fue al idiota que le tocó?
Cabreado porque encima le había quitado el pasaporte, pagué la fianza y me comprometí a tenerla durante un mes bajo mi supervisión hasta que se celebrara el puñetero juicio.
Ya en el coche, empecé a echarle la bronca mientras la cría me miraba todavía en plan perdonavidas. Indignado por su actitud, le estaba recriminando su falta de cerebro cuando de pronto comenzó a vomitar manchando toda la tapicería. Todavía hoy no sé qué me enfadó más, si la peste o que al terminar Isabel tras limpiarse las babas, me dijera:
-Viejo, ¡Corta el rollo!
Aunque todo mi cuerpo me pedía darle un bofetón, me contuve y concentrándome en la conducción, fui directo a su residencia a recoger sus cosas porque tal y como había ordenado el magistrado, esa mujercita quedaba bajo mi supervisión y por lo tanto debía de vivir conmigo. El colmo fue cuando vi que al hacer la maleta, esa chavala metía entre sus ropas una bolsa con marihuana.
-¿Qué coño haces?- pregunté y sin darle tiempo a reaccionar, se la quité de la mano y arrojándolo en el wáter, tiré de la cadena.
-¡Te odio!- fueron las últimas palabras que pronunció hasta que ya en mi casa, se metió en la cama a dormir.
Aprovechando que esa boba estaba durmiendo la mona, llamé a su padre y de muy mala leche, le expliqué que gracias a la idiotez de su hija el juicio había ido de culo y que no solo le habían prohibido salir del país, sino que encima me había tenido que comprometer con el juez a que me hacía responsable de ella.
Manuel que hasta entonces se había mantenido entero, se desmoronó y mientras me pedía perdón, me explicó que desde que se había separado de su esposa, su retoño no había parado de darle problemas. Destrozado, me confesó que se veía incapaz de reeducarla porque en cuanto lo intentaba, su ex se ponía de parte de su hija, mandando al traste sus buenas intenciones.
-A mí, esa rebeldía me dura tres días. Si fuera su padre, sacaría mi mala leche y la pondría firme- comenté sin percatarme que mi amigo se agarraría a mis palabras como a un clavo ardiendo.
Fue entonces cuando llorando me pidió:
-¿Me harías ese favor?- y cogiéndome con el paso cambiado, me dijo:-Te ruego que lo intentes, es más, no quiero saber cómo lo abordas. Si tienes que encerrarla, ¡Hazlo!.
Aunque mi propuesta había sido retórica, la desesperación de Manolo me hizo compadecerme de él y por eso acepté el reto de convertir a esa niña malcriada en una persona de bien.
Hablo con Isabel.
Sin conocer las dificultades con las que me encontraría, había prometido a mi amigo que durante el mes en que esa deslenguada iba a permanecer en mi casa iba a reformar su actitud y por eso esperé a que se despertara para dejarle las cosas claras.
Sobre las seis de la tarde, Isabel hizo su aparición convencida de que nada había cambiado y que podría seguir comportándose como la niña caprichosa y conflictiva que llevaba tres años siendo. Desconociendo las órdenes de su padre había quedado con unos amigos para salir de copas y ya estaba cogiendo la puerta cuando escuchó que la decía:
-¿Dónde crees que vas?
-Con mis colegas- contestó y enfrentándose a mí, recalcó sus intenciones diciendo: -¿Algún problema?
-Dos. Primero que vas vestida como una puta. Segundo y más importante, ¡No tienes permiso!
La pelirroja me miró atónita y creyendo que sería incapaz de obligarla a quedarse en casa, lanzó una carcajada antes de soltarme:
-¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme a la cama?
Con tono tranquilo, respondí:
-Si me obligas, no dudaré en hacerlo pero preferiría que no tomar esa medida- y pidiéndole que se sentara, proseguí diciendo: -He hablado con tu padre y me ha autorizado a usar inclusive la violencia para conseguir educarte de un puñetera vez.
-No te creo- contestó y cogiendo el teléfono, llamó a su viejo.
No me hizo falta oír la conversación porque con satisfacción observé que su rostro iba perdiendo el color mientras crecía su indignación. Al colgar, cabreadísima, me gritó que no pensaba obedecer y que iba jodido si pensaba que se comportaría como una niña buena. Lo que Isabel no se esperaba fue que al terminar de soltar su perorata, me levantara de mi asiento y sin hablar le soltara un tremendo tortazo.
Fue tanta la fuerza que imprimí a la bofetada que la chavala dio con sus huesos en el suelo. Entonces y sin compadecerme de ella, le solté:
-A partir de hoy, tienes prohibido el alcohol y cualquier tipo de drogas. Me pedirás permiso para todo. Si quieres salir, comer, ver la tele o dormir primero tendrás que pedir mi autorización.
Acostumbrada a hacer de su capa un sayo,  por primera vez en su vida, tuvo que enfrentarse a alguien con más carácter y con los últimos restos de coraje, me lanzó una andanada diciendo:
-¿Y si quiero masturbarme? ¿También tendré que pedirte permiso?
Muerto de risa, le contesté:
-No soy un tirano y aunque tienes estrictamente prohibido el acostarte con alguien, comprendo que eres joven- y actuando como un rey magnánimo, cedí en ese extremo, diciendo: -Si quieres masturbarte veinte veces al día, tienes mi palabra que nunca te diré nada.
Os confieso que en ese momento no supe interpretar el brillo de sus ojos cuando oyó mis palabras, de haber supuesto que esa arpía utilizaría mi promesa contra mí, jamás le hubiera otorgado tal permiso.
Habiendo dejado las cosas claras, permití que volviera a su habitación…
Isabel comienza su asedio.
La pelirroja se mantuvo en su cuarto durante media hora, tiempo que usó para planear como me plantearía batalla. Aun sabiendo que esa criatura no se dejaría rendiría sin luchar, nunca me imaginé que intentara sacarme de las casillas por otra vía que no fuera el enfrentamiento frontal.
Hoy puedo confirmar  que minusvaloré a esa jovencita porque me encontraba en la piscina combatiendo el calor de esa tarde tejana, cuando la oí salir de la casa y con una cordialidad extraña, acercarse a mí y decirme si podía tomar el sol.
-Por supuesto- respondí con la mosca detrás de la oreja.
Isabel sonrió y despojándose de la bata, lució con descaro el escueto y coqueto bikini que llevaba. Comprendí sus intenciones en cuanto observé la poca tela del mismo y olvidándome de ella, seguí nadando. Durante diez minutos, estuve haciendo largos y viendo que  la cría se había tumbado en una de las hamacas, ya cansado decidí hacer lo mismo.
Al salir del agua, la malcriada me miró de arriba abajo y tras ese minucioso examen, se rio diciendo:
-Para ser un anciano, ¡Tienes un buen culo!
Su falaz piropo no consiguió su objetivo y haciendo como si no la hubiese oído, cerré mis ojos y me puse a disfrutar del sol. Ni siquiera me había secado cuando de improviso, escuché un gemido que venía de su lado. Al mirarla me encontré con que aprovechando que se estaba extendiendo la crema por su cuerpo, esa zorra había comenzado a masturbarse.
Conociendo la razón última de esa paja, me lo tomé a guasa y sin hacerle caso, seguí tranquilamente tomando los rayos del atardecer. Bueno, tan tranquilo no, porque esa pelirroja al darse cuenta del poco efecto de su acción, elevó el tono de sus suspiros mientras con un ansia insana torturaba su clítoris aprovechando mi promesa.
Los continuos jadeos se fueron haciendo más profundos hasta que pegando un grito, se corrió a un metro de mí. No contenta con ello,  se levantó de la hamaca y llegando hasta la mía, me preguntó si sabía en quién había pensado para masturbarse.
-Ni lo sé ni me importa- contesté sin dar importancia a su descaro,
Soltando una carcajada, la pérfida mujercita me informó:
-En ti comiéndome el coño.
En plan indolente, me incorporé y llevando mi mano hasta su exiguo pecho, pellizqué uno de sus pezones mientras le decía:
-Si crees que una tabla puede dominarme, vas jodida- y recalcando mis palabras, se lo retorcí diciendo: -Mujeres mucho más bellas que tú, lo han intentado y han fracasado.
Tras lo cual, volví a tumbarme dejando a la pelirroja totalmente confundida. Su demostración de fuerza no solo no había tenido éxito sino que sin llegarlo a comprender, tanto mi supuesta indiferencia como mi contraataque le habían hecho sentir  nuevas sensaciones. Por eso y con el rabo entre las patas, se alejó de mí reparando que entre sus piernas tenía su sexo completamente empapado.
Lo que esa zorrita desconocía era que no me había visto tan poco afectado como pretendía porque al estrujar entre mis dedos su rosada areola, me encantó descubrir la manera tan evidente con la que ese botón había reaccionado poniéndose duro.
Por eso y mientras la veía marcharse moviendo su pandero, tuve que tranquilizarme y esperar a que desapareciera para sumergirme en la piscina, esperando que el agua fría me calmara la calentura.
Una hora más tarde y viendo que la cocinera no me había dejado nada preparado, toqué a su puerta y la informé que saldríamos a cenar fuera. Isabel saliendo de su habitación, con voz suave me preguntó cómo debía ir vestida. Reconozco que tardé unos segundos en contestar porque la chavalita obviando que estaba casi desnuda, por toda vestimenta, llevaba puesto un sensual picardías blanco. Ignorando su pregunta, me concentré en el erotismo con el que esa prenda realzaba la belleza de sus pecas y por eso la pelirroja tuvo que insistir diciendo:
-Si quieres voy en pelotas pero no me parece correcto.
Su deslenguada respuesta ratificó su juego.
“¡Esa cría se había propuesto seducirme!”.
Reaccionando por fin, abrí su armario y eligiendo el más horroroso y tapado de sus vestidos, lo saqué y se lo puse en las manos. La mirada asesina que me dirigió, me confirmó que había hecho una buena elección y satisfecho, me fui a cambiar.
Mientras me afeitaba, el recuerdo de la cría no me dejó en paz. Continuamente llegaba a mi mente la escena de la que había sido testigo y rememorando sus gemidos, me fui excitando. No me podía quitar de la cabeza el escultural culo de la muchacha y por primera vez fui consciente de que Isabel me atraía cuando me descubrí pensando en si todavía su entrada trasera permanecía intacta.
Horrorizado por el rumbo que estaban tomando mis pensamientos, comprendí que deseaba que ese pandero siguiera siendo virgen para ser yo quien lo desflorara.
“Es una bebé”, mascullé entre dientes con mis hormonas alborotadas, “y su padre es mi amigo”.
Mi propio pene corroboró esa infamia con una brutal erección.  Tratando de calmar mi ardor, lo cogí entre mis manos y soñando con el trasero de la pecosa, busqué que el placer onanista lo apaciguara. Desgraciadamente, el eyacular apaciguó el incendio pero dejó un gran rescoldo que cualquier vientecillo avivaría.
No tardé en comprobarlo porque cuando bajé al salón, me encontré a Isabel vestida con el traje que había elegido pero con la sorpresa también que había aprovechado el tiempo y lo había recortado, convirtiendo ese espanto en un coqueto vestido negro que lucía con descaro.
Al ver mi cara, muerta de risa y modelándolo, dijo:
-No puedes quejarte. ¡Me he puesto el que me has ordenado!
Tras unos instantes durante los cuales admiré la belleza de sus muslos desnudos, asimilé que había vencido esa escaramuza y dándole un sonoro azote en una de sus nalgas,  de buen humor, contesté:
-No lo hago.
 La pelirroja al sentir la ruda caricia pegó un grito, tras el cual, alegremente se quejó diciendo:
 -No sabía que merecía un castigo- y con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó: -¿Qué harás cuando te desobedezca?
-Darte una buena somanta de palos- contesté bromeando.
Nuevamente esa malcriada me cogió desprevenido porque con todo la desfachatez del mundo, me soltó:
-Durante la cena, te juro que me portaré bien pero mañana cuando te despiertes, tendrás que ponerme el culo rojo de tantos azotes que me voy a merecer.
No tuve dudas de que iba a cumplir su amenaza y curiosamente, desde ese momento, esperé con interés su rebelión….
Isabel muestra su lado salvaje.
Tal y como prometió, su actitud en el restaurante fue intachable. Más que eso, dejando al lado su espíritu rebelde, esa mujercita se comportó como una dama educada, inteligente y divertida consiguiendo que al poco rato me olvidara de quien era y de la razón por la que estaba conmigo.
Confieso que me cautivó descubrir esa faceta y por eso, al llegar a casa, me permití levantar parte de su castigo y proponerle que nos tomáramos unas copas. Rápidamente, aceptó y propuso ser ella quien las sirviera. No viendo malicia alguna acepté sentándome en uno de los sillones de la sala. Desde allí, observé a la cría meneando las caderas al son de la música, mientras ponía los hielos.
“¡Está rica!” pensé admirando su contoneo y disfrutando de la visión de sus muslos.
A Isabel no le pasó desapercibido mi examen y recreándose en el baile, sensualmente siguió bailando después de poner la copa en mis manos. Babeando con el erotismo de la muchacha, di un buen trago a mi gin-tonic sin ser capaz de retirar mi mirada de su culo y quizás envalentonado por el alcohol, me atreví a piropearlo mientras daba buena cuenta de mi bebida.
Ella, encantada con mi lisonja, se acercó a mí y subiéndose a mis rodillas, dijo.
-A mí no tienes que pedirme permiso para tocarlo- y subrayando su frase con hechos, llevó mis manos hasta sus nalgas.
La suavidad de su piel desnuda, despertó de su letargo a mi pene y tratando de evitar la insana atracción que sentía por la hija de mi amigo,  la retiré de mis piernas mientras le decía:
-Me voy a dormir y como puedes ver has fallado.
Ni siquiera espero a ver los primeros síntomas y soltando una carcajada, me informó:
-Para nada, ¡Yo he cumplido!. Te dije que mañana ibas a tener que castigarme y así será, porque te he echado en la copa una droga para dejarte indefenso y la suficiente viagra para que no se te baje en toda la noche.
Ya mareado, pregunté el porqué. La malcriada criatura se levantó y mientras me acompañaba hasta la cama, me confesó:
-Aunque te parezca raro, desde que te has mostrado tan arisco conmigo, te deseo y como sé que eres tan responsable y buen amigo que te negaras a follar conmigo, he decidido darte un empujón. Por eso, ¡Voy a violarte!
Todavía hoy desconozco que jodida droga me echó porque ya en la cama, no pude evitar que ese putón me desnudara. Paralizado pero completamente despierto, observé cómo la pelirroja daba inicio a un sensual striptease. Por mucho que intenté girar la cara, no pude. ¡Casi todos músculos no respondían! Y digo casi todos porque mi pene siendo su involuntario cómplice se alzó entre mis piernas a su máxima extensión.
Mi inicial nerviosismo menguó a la vez que crecía mi excitación. Isabel consciente de mi reacción sonrió y maullando como gata en celo, se arrodilló y gateando se fue acercando mientras decía:
-Mi viejito está indefenso y su zorra se lo va a follar.
Al observar a ese engendro del demonio subiéndose al colchón, hice el último intento de rechazarlo pero ni mis manos ni mis piernas me obedecieron y por eso tuve que conformarme con cerrar los ojos. No pasó mucho tiempo antes de sentir como esa puta cogía mi verga entre sus manos. El mimo con el que la rubia acarició mi extensión, ¡Mentalmente me volvió loco! Sabía que estaba mal pero aun así, ¡Estaba gozando!
El involuntario gemido que salió de mi garganta, afianzó la resolución de la pelirroja que acercando su boca a mi glande, riéndose me anticipó:
-Cariño, aunque mañana me castigues, ¡Hoy te voy a hacer disfrutar como nunca!- tras lo cual abrió sus labios y se introdujo unos centímetros mi pene en su interior.
La humedad de su boca me tele-transportó al paraíso y convertido en el objeto de su lujuria, la miré mientras ella lamía sin descanso toda mi extensión.
“¡Dios!”, pensé deseando por primera vez no estar inmóvil para colaborar con ella.
Ajena a mis sentimientos, la muchacha se contagió de mi calentura y llevando una de sus manos hasta su propio sexo, comenzó a torturar con ansía el botón que se escondía entre los pliegues de su entrepierna sin dejar de lentamente profundizar en su mamada. Drogado como estaba, fui  la pasiva meta de su desordenada voluntad mientras mi polla era absorbida por su boca. Con ella en su interior, la hija de mi amigo dio inicio a una carrera desenfrenada por darme placer y así cumplimentar sus deseos.
Metiendo y sacándola con rapidez de su garganta mientras con sus manos acariciaba mis testículos, demostró su pasión con amplitud y convirtiendo su boca en una ordeñadora, exprimió sin pausa mi verga hasta que esta explotó llenando su rostro con mi blanca simiente. Isabel al sentir el semen en sus mejillas, lo recogió con sus dedos y poniendo una expresión perturbada lo llevó hasta sus labios.
-¡No sabes como deseaba catar tu esencia!- tras lo cual, sacando la lengua los lamió hasta no dejar rastro de lefa en ellos.
Pocas veces, había sido testigo de algo tan erótico. Quizás por eso, sin menospreciar la ayuda química del viagra, mi verga nunca perdió su fuelle. La pelirroja disfrutando de su poder, se incorporó y reptando por mi cuerpo, llegó hasta mi cara y mirándome a los ojos, susurró:
-Sé que te ha gustado.
Entonces sin retirar su mirada, recogió mi erección con una mano y  apuntó con ella a su sexo. Con una angustiosa parsimonia, separó sus pliegues y con un suave movimiento de caderas la fue embutiendo en su interior.
-¡Reconócelo!-  gritó -¡Deseas que te folle!
Si hubiese podido hablar, hubiese aceptado por que en ese momento, me daba igual su edad, Manolo y la moral. Todas las células de mi cuerpo anhelaban ser suyas. Me urgía que culminara su violación y rellenara su conducto con mi polla. Isabel plasmando con hechos  su fantasía, consiguió absorber toda mi extensión  y con mi glande chocando contra la pared de su vagina, dotó a su cuerpo con un lento vaivén.
Me hubiese gustado llevar mis manos hasta sus casi inexistentes pechos y pellizcar esos pecosos pezones pero en vez de ello, me tuve que conformar experimentando el placer que esa zorra me estaba imponiendo.  La pelirroja dosificó con maestría las penetraciones acelerando o disminuyendo su velocidad a su antojo hasta que mordiéndome la oreja, me informó:
-Tu zorra está a punto de correrse- dando inicio a un alocado galope en busca de su placer.
Usando mi verga, se empaló y desempaló con rapidez mientras incrementaba el volumen de sus gemidos. Saltando sobre mí con frenesí, su cuerpo temblaba al recibir su vagina la cuchillada. Comprendí que estaba a punto de alcanzar el orgasmo cuando un húmedo y templado río de flujo brotó de su sexo regando con él mi cuerpo.
-¡Qué pene tienes!- aulló  descompuesta y dejándose caer sobre mí, comenzó a temblar y convulsionar presa del placer.
Agotada se tomó un respiro, dejando su cabeza apoyada en mi torso hasta que dando por terminado su descanso, empezó a acariciar los vellos que cubrían mi pecho  mientras me decía:
-¿Verdad que ha estado bien? Aunque lo niegues, vas a tener que agradecerme el haberte dopado.
La seguridad con la que habló, me cabreó y al tratar de levantar mi mano y abofetearle, no pude pero eso no fue óbice para que me alegrara porque uno de mis dedos si respondió, lo que me comunicó que estaba menguando el efecto de la droga y que pronto podría tratar a esa zorrita como se merecía. Cómo no quería alertarle de su error al administrarme la dosis, evité moverme para que ella siguiera creyendo que estaba paralizado.
Confiada, Isabel reanudó su ataque diciendo:
-¿Adivina quién se va a comer mi coñito?- y pegando su sexo contra mi cara, buscó obligarme a que lo hiciera.
La presión de su vulva en un principio me impidió respirar y asustado  abrí la boca tratando de obtener el ansiado aire. Al hacerlo, no solo comprendí que ya podía mover la boca sino también me dejó saborear el dulce aroma a hembra que  manaba de su chocho. Como un resorte, mi polla se izó como un mástil y sin pensar que mi acción podría descubrir mi recuperación, saqué la lengua y comencé a  devorar metiendo y sacándola de su cavidad.
La pelirroja dominada por la fiebre que ardía en su interior no se percató de su significado  y soltando una carcajada, comentó:
-A mi viejito le gusta el sabor de su putita.
Impulsado por la hambruna pero indignado con esa guarra, seguí usando mi húmedo apéndice para recorrer su vulva cada vez con más soltura. La facilidad con la que movía la lengua, me confirmaba que mi cuerpo estaba asimilando esa droga y que en pocos minutos, podría hacer uso de mi fuerza para castigarla.  Esa convicción me dio ánimos para acrecentar el ritmo con el que comía su coño.
Ya totalmente descompuesta, Isabel aulló anticipando su orgasmo. Momento que aproveché para recoger entre mis dientes su clítoris y darle un suave mordisco. El dulce suplicio fue el acicate que necesitaba la muchacha para correrse sin saber que yo al sentir que su flujo se desbordaba por mis mejilas, iba a incrementar la presión y cerrando mis mandíbulas iba a aprisionar su erecto botón entre mis dientes.
-¡Me haces daño!- chilló sorprendida.
Fue entonces cuando incorporándome la cogí de la roja melena y la obligué a ponerse a cuatro patas. Tras el susto inicial, la puñetera muchacha girando su cabeza me miró  y preguntó muerta de risa:
-¿Ahora que ya te has repuesto qué vas a hacer? ¿Me vas a castigar con unos azotes?
Borré su sonrisa de un plumazo en cuanto cogiendo sus duras nalgas entre mis manos, las abrí diciendo:
-Para nada, tengo pensado otra cosa.
Si de por sí no pensaba echarme atrás, al descubrir su ojete rosita e intacto, nada de este mundo iba a evitar que cumpliera ese objetivo. Haciendo caso omiso a sus súplicas, impregné mis dedos con su flujo y empecé a untar su ano diciendo:
-¿Adivina a quien le voy a romper el culito?
Isabel intentó zafarse de mi abrazo pero no pudo y por eso, llorando buscó que me apiadara de ella. Sus súplicas alimentaron mi deseo y metiendo mi pene en su coño, lo humedecí  y ya empapado, lo acerqué hasta su ojete.
-Por favor, ¡No lo hagas! ¡Me vas a destrozar!
-Lo sé – contesté- y por eso, ¡Voy a hacerlo!
 
Disfrutando de su terror, concluí que era hora de romperle por primera vez su trasero y posando mi pene en su entrada trasera, de una sola embestida introduje mi extensión dentro de ella. La pelirroja gritó de dolor y quiso repeler nuevamente de mi agresión pero fue incapaz. Aunque no se lo merecía, dejé que esa puta se acostumbrara a mi grosor antes de comenzar con mis embestidas.
Los gritos de Isabel fueron la música ambiente que necesitaba para estrenar su culo. Babeando con la boca abierta, cerró sus puños como acto reflejo al notar que empezaba a mover mis caderas.
-¡Perdóname!- chilló adolorida.
Supe que esa mujer no había previsto ese drástico final a su travesura pero era mi deber educarla y por eso, fui acelerando el compás de mis penetraciones  sin volver a pensar en su padre. El dolor que recorría sus entrañas era tan brutal que con lágrimas en los ojos, me imploró:
-¡Para! ¡Te juro que seré tuya!
Reí al escucharla y soltando un mandoble en uno de sus cachetes, respondí:
-Desde que me drogaste, firmaste tu sentencia. ¡Ya eres mía!- y recalcando mi poder, le grité: ¡Muévete Puta!
Isabel no se podía creer que estaba siendo sodomizada por el maduro que creía conquistar y al sentirse una marioneta en mis brazos, esto provocó que algo en su interior cambiara y se diera cuenta que le estaba empezando a gustar. Al ver que  dejaba de agitarse y comenzaba a transpirar, me recochineé de ella imitando sus palabras:
-A mi putita le está gustando que le rompa su culito.
Extrañamente su rebeldía brilló por su ausencia y eso me permitió recomenzar mis penetraciones, sintiendo como al fin toda mi extensión recorría su ano. Con un nuevo azote, implícitamente le ordené que se moviera e Isabel acomodó el ritmo de sus caderas al marcado por mis manos sobre su trasero. Poco a poco nos convertimos en una maquina bien engrasada e incrementamos la cadencia de nuestros movimientos  hasta que nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno.
-Cabrón, ¡No pares! – aulló dándose por vencida la pelirroja al observar que el dolor había transmutado en placer y apoyando su cabeza contra la almohada, permitió que como si fuera presa de una llamarada, su cuerpo convulsionara de placer.
Al notar su  orgasmo y sentir su flujo recorriendo mis muslos, proseguí acuchillando con mi pene en sus entrañas hasta que uniéndome a ella, derramé mi semen en sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado y entonces claudicando por completo, Isabel me besó medio llorando y medio riendo. Al preguntar a esa muchacha que ocurría, la arpía me contestó:
-Lloro porque tengo mi esfínter adolorido y rio porque aunque te cueste reconocerlo, me he salido con la mía y he conseguido que el amigo de mi padre, ese viejo gruñón, me poseyera.
 
 
 

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Relato erótico: Mi vecina de la lado 1 (POR CARLOS LOPEZ)

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Mi vecina de al lado es una guapa e impecable mujer casada. Por azar descubro una faceta de su vida que hace que se desate una tormentosa y apasionada relación entre nosotros.
Hace unos meses, hacia el mes de febrero, fui destinado por mi empresa a Valladolid. A pesar de no agradarme la idea de dejar Madrid no pude negarme y, tal como están las cosas, no me quedó más remedio que aceptar. Lo tomé por el lado positivo. Pensé que después de un par de turbulentas relaciones sentimentales, me vendría bien cambiar un poco de aires aunque me alejase de mi familia y amigos. Así que decidí ir a probar unos meses. Total, para dejar la empresa siempre tendría tiempo.
Así que, siguiendo la “ley del mínimo esfuerzo” y, como me parecía una buena opción, tomé en alquiler el piso que el compañero anterior dejaba. Era un poco grande para mí, pero los precios de allí son algo inferiores a los de Madrid, y el de éste me parecía razonable. Se trataba de un bloque de viviendas de ladrillo visto, de 7 alturas y unos 20 años de antigüedad. Con garaje, piscina, pádel, todas las viviendas exteriores y unas vistas razonablemente buenas. Estaba en las afueras, pero no excesivamente y dentro de la colonia los bloques estaban bastante distanciados unos de otros. Un sitio pijo, pero no excesivamente. El vecindario estaba formado principalmente por familias de clase media acomodada. Trabajadores cualificados, funcionarios, algún médico, o profesores. En general era gente agradable, pese a que yo no soy partidario de intimar mucho con el vecindario. No era partidario.
En la puerta de al lado vivía una familia típica de gente bien de provincias. Una pareja joven, que estaría ya rozando los 40, pijos, con 2 niños de unos 10 años, siempre amables y con aspecto de ser una familia ideal. Ella se ve que ha sido muy guapa en su juventud. Lo sigue siendo pero tiene un punto de tristeza y una sonrisa tímida que, si bien le resta chispa, para mí la hace bastante adorable. Con pelo moreno y ligeramente más alta que la media. De constitución sólida y fuerte, pero lejos de llegar a ser gruesa, y con unas curvas que no pasaron desapercibidas a mi mente sucia. Me dijo que era profesora en un colegio concertado de carácter religioso. Él siempre trajeado y sonriente, ligeramente engominado. Parece sacado de un anuncio de dentífrico, y era un directivo de una empresa multinacional radicada en la zona.
A pesar de que durante las presentaciones iniciales, bromeamos diciendo lo típico “si un día necesitas sal o azúcar, llámanos a la puerta y eso”, lo cierto es que nuestra relación era muy ligera. Prácticamente se limitaba a los habituales saludos de buenos días o buenas tardes cuando nos encontrábamos en el garaje o en el ascensor, aunque alguna vez me había llamado Juan (él) para completar un cuarteto y jugar una partida de pádel-tenis y yo había accedido. Nuestra relación era cordial, aunque no habíamos congeniado mucho. Yo lo prefiero así.
Como he contado, vivimos en la séptima y última planta. Hay 4 pisos en el rellano, pero nuestras puertas están juntas y compartimos una larga pared medianera. Procedente de su casa, nunca he oído una palabra más alta que otra, ni fiestas, ni música fuerte… ni episodios de sexo. La terraza o tendedero de mi cocina está pegada a la suya con una pared común de esas que están hechas con unos ladrillos grises de los que se puede ver y que dejan pasar hasta una botella. Creo que se llama celosía. No obstante, en mi casa, en la pared compartida con los vecinos, hay un armario grande que, salvo en la parte muy alta, no deja ver nada y mantiene, hasta un altura de unos 2 metros, la intimidad. Pero claro, nadie está muy interesado en lo que pasa en una terraza de cocina, un tendedero, para la lavadora y para dejar trastos de la casa.
Nunca lo hice, pero confieso que alguna vez he tenido la tentación de asomarme por encima del armario y mirar, en la ropa tendida, cuál es el tipo de ropa interior de mi vecina… porque siempre he sentido morbo por las chicas que van de buenas y he de reconocer que Ariadna, era el paradigma de chica de clase. Siempre cuidada, madre de familia joven, morena, con media melena perfecta, curvas, maquillada, y con los niños impecablemente vestidos cada mañana. Especialmente los domingos, por lo que sospechaba que irían a misa. Alguna vez me sorprendí pensando que en cuanto llegara el verano y se abriera la piscina de la finca, iba a tardar muy poco en tratar de coincidir y comprobar cómo le sentaba el bikini sobre sus curvas.
Mi vida en la ciudad era sencilla, agradable y, salvo alguna aventurilla con chicas de allí, algo aburrida. Todo cambió un día de diario del mes de mayo que no fui a trabajar por aquello que era festivo en la sede de Madrid, y me quedé tranquilamente en casa. Hacía calor y abrí puertas y ventanas. Me disponía a desayunar en la cocina cuando empecé a oír sonidos extraños, algo así como jadeos o gemidos. Por la hora que era y por lo increíble que me parecía que esos ruidos viniesen de la casa de al lado, pensé si sería real o si era mi mente enferma la que lo producía. Salí sigilosamente y despejé todas las dudas. Era real y venía de la terraza de la cocina. Los jadeos eran gemidos y venían del tendedero de los vecinos modelo. Uffffff, qué sensación, ya me estaba imaginando a ellos dos, tan perfectos, haciendo el amor en la terraza jajajajajaja, y me corroía la envidia a la vez que me sonreía. Pensé, al final todas las personas somos eso, personas, y tenemos nuestros momentos de “locura”… por más ultrareligiosos que parezcamos. No pude evitar subirme en una silla para mirar un poco entre la celosía, por la parte superior del armario y ahí, ya, mi sorpresa fue mayúscula.
No eran los vecinos. Al menos no los dos, era la vecina, Ariadna, la que se mordía el labio inferior apoyada sobre la lavadora, mientras a su espalda estaba un chico joven, alto, corpulento y vestido con ropa de trabajo, agarrando sus caderas con unas manos grandes y dándole una dosis de sexo bastante salvaje.
Me quedé petrificado contemplando la escena. Ella, tan mona, con la falda de un vestido veraniego pero recatado subida hasta su cintura, estaba recibiendo algo que realmente le hacía estremecer. Estaba sólo a unos tres metros de mí, de modo que si abría los ojos o levantaba su mirada me pillaría en esa posición de voyeur. Los gemidos fueron acelerándose y me volvió loco ver su cara mientras experimentaba un orgasmo. Estaba excitadísmo por la situación. Tanto que, sin querer, rocé un brik de leche, de los que almaceno por allí, y cayó al suelo haciendo un ruido suficiente para que abriese los ojos hacia mí y me viese enfrente de ella. Fueron dos segundos sólo, pero su cara pasó del éxtasis de un largo orgasmo a la más profunda sorpresa y vergüenza. Me impactó y bajé de la silla metiéndome a la cocina de nuevo con el corazón latiéndome a mil. En fin, es su vida, pensé con un sentimiento entre excitación y vergüenza por haber sido sorprendido espiando.
 
Los días siguientes traté de no coincidir con los vecinos. Con ninguno de los dos. Aunque esas imágenes pasaron a ser mi inspiración, me daba cierto apuro. Pero aproximadamente una semana después, nada más llegar a casa del trabajo sonó el timbre. Abrí y allí estaba ella, Ariadna, iba voluntariamente vestida poco provocativa, pero a mí me parecía preciosa, con unos vaqueros holgados y un jersey de cuello alto no muy entallado. Me dijo, “Carlos, quería hablar un minuto contigo ¿puedo pasar?”. Estaba un poco ruborizada. Supuse que había estado pensando mucho en este momento. Yo mismo lo estaba. Le ofrecí un café, que rechazó, pero pasó a mi salón. Nos sentamos alejados en el mismo sofá. 
Y bien?
Carlos, sé que el otro día viste algo que… no tenía que haber pasado.
No te preocupes, Ariadna, por mí puedes estar tranquila, ya lo he olvidado (dije mintiendo porque las escenas estaban presentes -muy presentes- en mi mente).
Ya, pero no quiero que pienses que soy “ese tipo de mujer”… fue algo que yo nunca haría, no sé qué me pasó. No soy de esas…
(la corté) Ariadna, yo no soy quien para juzgar nada. Todos tenemos nuestros momentos. Mira, ese día me subí a una silla para ver. Yo tampoco estoy orgulloso de ello.
Ya, pero yo te lo quiero explicar, esa no era yo… (dijo suplicante). Jamás he hecho nada así. Sólo lo hice en ese momento, y … (una lágrima corría por su mejilla) no quiero que esto cueste mi matrimonio si se lo dices a mi marido.
Se notaba que debía llevar estos días torturándose… estaba sufriendo en lo que estaba contando.
Ariadna, no tienes que preocuparte por mí. Eres adulta, vivimos en un país libre y puedes hacer lo que quieras. Ya te digo que mi vida tampoco es un ejemplo.
Ya, pero tú eres amigo de Juan… y no quiero que lo sepa. Por favor, no le digas nada. No volverá a pasar. De hecho, hasta ese momento jamás en mi vida he sido infiel a nadie. No sabes lo que me arrepiento y lo difícil que es esto. He sufrido mucho con ello… yo no soy ese tipo de mujeres que hacen esto. A veces subes a casa con alguna de ellas y os oigo por la pared… y yo no soy de “esas”!

Las últimas palabras me parecieron algo despectivas. Como considerándose un tipo de persona mejor por llevar el tipo de vida que llevaba y ahí, reconozco que quise ser un poco duro con ella.

Bueno, no quiero meterme en tu vida, pero no me dio la sensación de que te estuviese disgustando… es más, la expresión de tu cara no me pareció de sufrimiento. Me pareció la cara de una mujer en éxtasis. Igual igual que la de “esas” chicas que van conmigo (dije cruelmente).
Comenzó a sollozar, y me arrepentí en el acto de lo que había dicho. No soporto ver llorar a nadie y menos por mi culpa, o por culpa de mis palabras.
Lo siento, Ari, de verdad. No quise hacerte daño, la verdad es que la imagen tuya en ese momento era sensual, excitante, pero también bonita. Eres una mujer bellísima, una supermujer que cualquiera desearía, y haber contemplado eso, ha sido lo más excitante que me ha pasado en años. 
No pudo evitar una sonrisa, y algo me dijo que era una mujer muy necesitada de cariño y palabras bonitas. Continué intentando animarla. 
De verdad, desde que os he conocido, siempre he pensado que Juan, tu marido, es un hombre muy muy afortunado por tenerte a su lado. Mira, yo no hago más que dar tumbos y envidio de alguna manera a Juan. De verdad. Sois afortunados juntos.

Creo que había metido la pata porque su sonrisa se transformó en un gesto amargo… tragó saliva y se puso a hablar. Se notaba que lo necesitaba. Estoy seguro de, para su desgracia, que no tenía amigas a quien contarles sus problemas y empezó a desahogarse conmigo.

“Mi marido, Juan era el chico más popular del instituto. Era guapo, deportista, de familia bien. Empecé a Salir con él a los 15 años. Nuestras familias se conocían. Mi vida fue un cuento de hadas. Nos casamos jóvenes, nada más terminar la carrera.”
“Al principio todo fue precioso, tardamos 4 años en buscar el primer embarazo… queríamos disfrutar de nosotros mismos. Viajamos a varios lugares. Íbamos con frecuencia al teatro, a conciertos, al cine todas las semanas… y en cuanto a la vida sexual… nunca fue demasiado buena, pero yo tampoco sabía cómo tenía que ser, y pensaba que con el tiempo mejoraría.”
“Luego vinieron los niños. Los ascensos en el trabajo. Llegábamos cansados a la hora de acostarnos y empezó a distanciar los días de sexo. Yo no me atrevía a pedírselo, no estoy “programada” para eso. Pero ahora, desde hace 3 años, prácticamente no me toca (una lágrima rodaba por su mejilla, y castamente la recogí con mi dedo sin que ella se opusiera). Dice que está cansado, que el trabajo es muy duro.”
Empezaba a sentirse cómoda hablando y se sinceraba, mientras yo la encontraba frágil, excitante y adorable. Sentía lástima por ella, pero al la vez me daban ganas de abalanzarme en el sofá. No se merecía su situación y yo, yo no me merecía tener a semejante mujer temblando a mi lado, diciéndome que necesita cariño, sexo, y yo mantenerme parado. Yo sí que no estaba “programado” para ello. Sin saber cómo, cada vez estábamos más cerca en el sofá. Continuó.
“Lo que ocurrió ese día fue que había olvidado que iba a venir el técnico a reparar la lavadora. Era una mañana más y yo estaba recogiendo la casa, ya arreglada. Y sí, una vez más estaba llorando cuando sonó el timbre. Últimamente lloro a menudo. Como pude sequé mis lágrimas, ya estoy acostumbrada, y le dejé pasar. El chico me preguntó por la lavadora y no sé ni lo que contesté. Con sorpresa, él, era un chico muy joven, me vio mi estado de nervios y tristeza y me preguntó. Me habló con cariño, con comprensión y no sé lo que pasó pero me vi en sus brazos y… y yo también le abracé. A partir de ahí todo se precipitó, y me arrepiento mucho de lo que pasó.”
Lloraba mientras hablaba. Supongo que la historia es relativamente frecuente pero quise desviar su drama. Le hablé de mi propia vida. De mis relaciones y de las de mis allegados. Comenté mi certeza de que en la gran mayoría de las parejas, la pasión en el sexo, y el sexo en sí mismo va decreciendo con el paso del tiempo. Pero claro, una cosa es decrecer y otra tener a una diosa en la cama cada noche y no caer nunca en la tentación. Ariadna necesitaba hablar, desahogarse, y encontró ternura en mí. Me llegó a confesar sus miedos, sus deseos, sus tentaciones, sus ratos en los que se dejaba llevar… y su arrepentimiento. A pesar de su estatus social, ahora se comportaba como una persona insegura, desvalida en estos campos de la vida.
No le acepté arrepentimientos. Me parecía injusto se mirase por donde se mirase. Hasta dentro de la moral cristiana, pecar es hacer mal a alguien y ella no hacía ningún mal con sus actos. Esto se lo dejé claro y se convenció. Al menos se dejó convencer y me escuchaba como si le hablara un sabio en la materia. Lo cierto es que conozco mucho mejor estos asuntos y verla tan débil y a la vez tan digna me producía una sensación difícil de explicar.

Le dije, yo te voy a ayudar a que tu vida esté equilibrada y sana. “Los vecinos están para ayudarse”, dije con ternura pero con una sonrisa maliciosa que no pude evitar. En ese momento, ya tenía su mano entre las mías y la acariciaba… apoyó su cabeza en mi hombro y comencé a pasar mi mano por su cabello. Tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer. Se notaba que tenía una necesidad enorme de cuidados y atenciones. Ahora ya no hablábamos. Sólo pequeños susurros. El dorso de mi mano se deslizaba suavemente sobre su jersey, exploraba la orografía de su cuerpo, que era tal cual prometía. El tacto de su pecho sobre la ropa era firme y cálido. Pasé unos minutos rozando suavemente su cuerpo sobre la ropa mientras ella se recostaba en mí.

Sentía acelerarse su respiración. Sentía el latido de su corazón, la rotundidad de sus pechos y la dureza de sus pezones que presionaban la tela de su sujetador. Mis caricias eran suaves… mi mano abierta se introducía entre su cabello y notaba el efecto que hacían mis caricias en su cuerpo. Abrí la cremallera que tenía su jersey en el cuello de cisne y mis labios tomaron posesión de su yugular. Iba muy despacio, aunque mi pene hacía rato que había alcanzado la máxima expresión. Mis manos abiertas sopesaban su pecho, presionaban y liberaban con dulzura, tomando sus pezones entre mis dedos sobre la ropa. A veces suave suave, y otras con un poco más de presión. Se dejaba hacer, estaba entregada, jadeaba suavemente con el ritmo de mis manos y mis labios sobre su cuello.
La situación era alucinante. Me sentía alguien poderoso. Hasta pensaba que la estaba ayudando y tenía derecho a jugar y a todo. Ordené con cariño pero con firmeza “Ari, quítate el jersey”. Y sorprendentemente, algo la hizo reaccionar diciendo “¡¡¡No!!! ¿qué haces?”… hizo un gesto de contraer su cuerpo con una cierta brusquedad apartándose de mí. Todo cambió radicalmente. Yo siempre he sido pacífico y juguetón, pero en ese momento, detecté un cierto rechazo, pero una gran altivez por su parte. Y eso me cabreó profundamente en mi interior. No sé lo que se me pasó por la cabeza en ese momento ni qué resorte de mi cerebro se me disparó, pero sujeté sus muñecas con fuerza y la levanté bruscamente del sofá. De mi cuerpo salían actos y boca salían palabras que suscribiría el mismo demonio. La había arrastrado hacia la puerta de salida y ahora apoyaba su espalda en la pared. Le hablaba ahora con notable brusquedad, alto y claro, sin susurrar ya, con maldad “¿ah sí? ¿Has venido a mi casa para decirme que, aunque te gusta follarte al técnico de la lavadora, eres una señora? Vaya, yo creo que eres un puta, una puta –recalcaba estas palabras- caliente”. Sujetaba sus muñecas con una mano y con la otra la rudamente su cuerpo. Y seguía diciendo algo poseído “en cuanto reconozcas lo que eres, una puta, te echo de aquí. Vamos vecina, quiero oírtelo decir –soy una puta caliente, aunque voy de señora-” “vamos dilo y te vas. Dilo y a tu casa, yo no te delataré”.
Ella estaba asustada. Se notaba. Pero a la vez había ese brillo especial en su mirada. Creo que nunca la habían tratado así y su cara era una mezcla de susto, de odio hacia mí, de orgullo, pero también de deseo. Decía ahora dócilmente “Por favor, déjame!”, y mientras sujetaba con una de mis manos sus dos muñecas, con la otra recorría bruscamente su cuerpo sobre la ropa. O tiraba de todo su pelo para poner su cabeza mirando hacia arriba y pasar mis labios por su cuello mientras decía ya susurrando “Vamos vecina, sólo tienes que reconocer lo que eres y te abro la puerta y te vas. ¿No quieres irte? Te juro que en cuanto lo digas te vas… no quiero putas en esta casa”. Pero ella sólo acertaba a decir “por favor, por favor, déjame” y mi mano libre presionaba su entrepierna sobre la ropa guiando los movimientos que sus caderas empezaban a realizar. Su cuerpo la estaba traicionando y se estaba sometiendo a mí. Su mente… su mente tenía que ser un lío imposible de comprender para ella. Yo seguía. En poco tiempo sus caderas se movían frenéticas y mi mano sujetaba su coño caliente sobre el pantalón. Tenía los ojos cerrados y jadeaba. Se había entregado.
Mis sentimientos también eran encontrados. Ahora sentía lástima por ella, a la vez que excitación y deseo. Pero, aunque no había conseguido que de su boca salieran las palabras que pedía, sí había conseguido lo que quería. Había bajado sus humos, su estatus de chica pija por encima de mí y de todos los demás. Ya no quería más de ella. Me volvía loco esa mujer pero no quería problemas en el vecindario.
Así que me aparté suavemente y dije, “es verdad, lo siento, lo siento mucho por haber llegado hasta aquí. Anda, vete. Te juro que no lo voy a decir y que nunca más volverá a pasar algo parecido. Tú tampoco tendrías que estar aquí, no sé que haces en mi casa… por favor, sal de aquí, vuelve a tu vida” y añadí “y no tengas miedo, no diré nada al imbécil de tu marido. Es vuestra vida, es algo vuestro que a mí no me incumbe”. Me había apartado de ella y, en un gesto cortés, dejaba libre su camino hacia la puerta.
Pero en ese momento, una nueva sorpresa me tenía reservada en su interior. A pesar de que mis palabras eran reposadas y sinceras, ella se quedó totalmente paralizada. Dije una vez más, con algo más de firmeza indicando la puerta “¡venga, sal!”.
No sé lo que pasaría por su cabeza, pero seguro que se sintió asustada, rechazada. Una vez más en su vida. Me di cuenta de que su cuerpo había comenzado a temblar, y menos de quince segundos después a llorar. Vino hacia mí para abrazarme, pero yo sujetaba sus brazos. Me invadía un sentimiento mitad de enfado mitad de pena. Trataba de acercar su cuerpo hacia mí mientras lloraba nerviosa y desconsoladamente… con hipidos… era sobrecogedor ver a una mujer hecha y derecha, una chica educada y distinguida derrumbada de esa manera.
Hizo ademán de quitarse el jersey, pero yo ya no estaba con el ánimo morboso ni salido, y no la dejé. Sin embargo, no sé porque pero la acogí en mis brazos de nuevo, esta vez tiernamente… pasaba mi mano por su cabello y apoyaba su cara contra mi hombro de modo que a través de mi camisa notaba la humedad de sus lágrimas. No me importaba. Dejé que se fuera relajando y pasaron varios minutos… yo también me tranquilicé y poco a poco fui consciente otra vez de las curvas de su cuerpo. Ya no quería soltarla, y ella tampoco a mí, estaba aferrada. Sin embargo mi cuerpo estaba reaccionando de nuevo, y tenía la sensación de que ella también lo notaba. Cada vez estaba más apretada a mí, y su cuerpo presionaba específicamente esa parte de mi cuerpo, esa parte que ahora era dura y rotunda. Ahora yo hablaba sin demasiado convencimiento.
Ari, cielo, anda ve a tu casa… me encanta que estés aquí y me encanta que puedas considerarme mi amigo, pero no sé si lo que yo puedo ofrecerte va a trastocar tanto tu vida que la desequilibre.
No, quiero estar aquí, contigo… -decía con hipidos aún-
Ari, mi vida es desordenada y ni siquiera soy de aquí… cualquier día desapareceré y creo que no voy a hacerte ningún bien… te vas a comer la cabeza…
Quiero estar contigo –Hacía ademán de abrazarme de nuevo pero yo mantenía una pequeña distancia… era tal la falta de cariño que tenía que estaba dispuesta a todo y yo estaba loco por tenerla dentro de mi cama.
Bueno, pues si quieres estar conmigo, vamos a poner unas reglas. Si vienes a mi casa es para que yo disponga de ti a mi antojo. No te haré daño ni se lo diré a nadie. Sólo te voy a dar sexo y cariño así que no me pidas más… además, yo mando.
Me da igual, sólo quiero lo que tú me des… -ahora hablaba con una decisión impresionante, su preciosa carita emanaba tranquilidad, a pesar de los signos de haber llorado.
Me pareces una mujer preciosa, de bandera, la más atractiva que se ha cruzado en mi vida en mucho tiempo. Tienes clase y estilo y, quizá por eso, me excita pensar que voy a hacer contigo lo que quiera y cuando quiera…

y jugando con el momento añadí:

 Ariadna, esto es un favor que yo te hago y tú, tú la chica bien, vas a ser mi puta. Esas son las reglas, puedes irte ahora mismo, pero si te quedas es que las acatas.

Estas palabras ya las dije con firmeza, quería dejar las cosas claras. Incluso quería ser disuasorio. Tampoco niego que me gustaba la situación cada vez más. Ya había dejado a un lado las angustias personales que siempre me afectan y estaba jugando.

Ella sólo asintió bajando la cabeza y diciendo un “sí” casi imperceptible, pero yo juro que vi un cierto fulgor en sus ojos al escuchar mis palabras.
Dije “ven”… estábamos de pié, y la puse de espaldas a mí, y esta vez introduje suavemente y sin el menor pudor mi mano dentro de su pantalón y sus braguitas. Se había vestido expresamente con un pantalón ancho para no delatar sus formas, y ahora me estaba facilitando la labor metiendo su preciosa tripita. Una paradoja más de la vida.
Ya no sé si me sorprendió, pero Ariadna estaba completamente empapada. Completamente. Hasta su ropa interior. Lo ocurrido anteriormente la había puesto así. Su pubis, aquél que había visto accidentalmente el día del episodio del técnico de la lavadora, estaba ahora en mis manos. El vello era suave, extenso pero recortado, rezumaba cierta humedad. Puse mi mano abierta cubriendo exteriormente todo su sexo, presionando leve y uniformemente todo él. Mientras mi cuerpo estaba totalmente pegado a su espalda, y mi otra mano sujetaba su cadera contra mí.
No hacía nada más con mi mano, sólo la mantenía allí, pero ella había cerrado los ojos y respiraba acelerada. Se estaba acostumbrando a tener mi mano en su sexo, esta vez sin ropa. A continuación me dio otra sorpresa: Fue ella la que cogió mi otra mano y la puso sin decir nada sobre su pecho. Uffff ella estaba deseando que la tocase. Así que decidí forzar un poco más el juego y me resistí diciendo “¿qué haces vecina? ¿qué es lo que quieres llevando mi mano a tu cuerpo?”. Ella ruborizada dijo “jooooo”, pero yo estaba alucinado y divertido así que decidí seguir con el juego “¿qué quiere esta chica? ¿quiere que la toque su vecino? ¿eh? ¿eso quiere?… no dices nada” y apartaba mi mano de sus pechos, pero seguía sin decir nada. Así que empecé a hacer el amago de sacar también mi otra mano de su pantalón y ya reaccionó sujetándomela de la muñeca para que no la sacara. “joooo” decía. Y yo seguía con mi básico juego

 Vecina, ¿qué quieres que haga con mis manos? Dímelo y lo hago.

Quiero que me toques ahí.
¿Dónde? Eso tiene un nombre!!
En mi cuerpo
¿En qué parte? ¿Aquí? -Y agachándome le toqué con poca maña fingida un rodilla-

y se dio la vuelta de improviso poniéndose frente a mí y colocando mi mano en su redondo pecho

 ¡No, aquí!

Jajajajaja esto se llama teta… y las tuyas son geniales… -decía mientras la amasaba- cuántas veces lo habré pensado…

Ya no hacían falta más juegos, y nos fundimos en un beso cada vez más húmedo y apasionado. Nuestras lenguas se entremezclaban y manos recorrían nuestros cuerpos impúdicamente. Era el paraíso. Después de unos minutos en los que soltamos la emoción contenida anteriormente, me tumbé en la cama y le dije… “Ari, desnúdate despacio para mí”, me daba un vértigo tremendo el juego de darle órdenes. Creo que a ella también, porque mirándome y muy despacio empezó a despojarse de su jersey de cuello alto… su camiseta… sus zapatos… el pantalón… ufffff sus braguitas negras estaban húmedas y arrugadas en la zona de su sexo. Se notaban los relieves de su cuerpo a través de la tela. Yo estaba cardiaco y completamente empalmado. Se puso de espaldas para soltar su sujetador, y se dio la vuelta con sus pechos tapados con las manos y sonriendo. Lo habría visto en alguna película, pero le estaba saliendo bien (a juzgar por el estado de mi miembro)… bailaba sensualmente.

Yo estaba impaciente por que terminase. Quería tener de nuevo su cuerpo en mis manos. Sabía que sólo tenía que pedirlo y así lo hice “Ari, ven aquí”… y vino hacia mí a besarme, pero dije riéndome “¡aquí!” e indiqué mi sexo al cual fue sonriendo también. Yo estaba tumbado boca arriba, y la guié para que su sexo quedase sobre mi boca, quería examinarlo de cerca. Y quería volverla loca. De hecho me había pasado una amiga mía un email sobre la búsqueda del punto g y quería hacer unas pruebas en ella.
Ariadna, por su parte, se metió mi miembro en la boca y empezó a hacerme una curiosa felación. No lo hacía mal, ponía voluntad, pero se veía que no tenía mucha práctica. Quizá ninguna. Dije “bonita, me encanta cómo lo haces… mira, cógela con la mano en la parte de abajo y con la boca en la mitad de arriba. Mueve suavemente arriba y abajo… con mucha saliva…”. Y aprendía rápido, no me hizo falta decir nada más. Usaba los labios y la lengua con interés, y se había adaptado a mí en un minuto.
Me estaba poniendo supercachondo. Jugando con su coño frente a mi boca, ya tenía dos dedos explorando dentro de ella y estimulaba especialmente la zona delantera. A la vez que mi lengua recorría los labios de su vulva, centrándome sobre todo en su clítoris. Sus fuertes gemidos, casi gritos, me ponían aún más, y me daban la certeza de que estaba acertando con mi maniobra. De repente se empezó a contraer gritando… joder salía mucho flujo a mi boca, lo había encontrado!! Jajajaja. Le dejé tranquilamente gozar, frotando su sexo sobre mi boca. Estaba desatada completamente, frenética. Luego le di tres o cuatro fuertes azotes en su culo, por no haberme avisado de su orgasmo. A cada uno respondió con un gemido que no era precisamente de dolor.
Había tenido un orgasmo largo e intenso. A mí mismo me gustó sobremanera, estos momentos me hacen sentir poderoso. Estar dotado para provocarlo algo así es un don. Le dije “ven anda, ahora quiero que te claves en mí”. Obedientemente se colocó a horcajadas sobre mí. Me encantó el gesto de cómo se abría los labios para colocarme dentro. Ufffffffffff que sensación fue sentir el calor del interior de su cuerpo en mi polla… era bestial, combinado con su carita de chica bien, ahora viciosa, y sus redondas tetas delante de mí.
Y seguí con mis instrucciones “Ari, ahora quiero que seas tú la que te folles en mí… muévete sobre mi polla, vale?”. Una vez más asintió mientras se mordía el labio. Me entraron ganas de decirle mil palabras soeces, pero no dije nada. Esta primera vez no iba a portarme muy mal. Sólo la observaba. Nos mirábamos a los ojos con cara de vicio. Sus tetas se bamboleaban suavemente llamando a mis manos sobre ellas. Combinaba poner mis manos abiertas sobre ellas dejando que sus pezones se rozasen y clavasen en mí, con caricias amasándolas. Estaban durísimas y los pezones tremendos. Me entusiasmaba la idea de pensar lo que iba a hacer con ellas en los próximos meses.
Ella, a su vez, restregaba su sexo sobre en el mío… notaba como buscaba friccionar su clítoris. No tenía ningún complejo ahora y dejaba actuar a sus instintos naturales. Dije “Ari!”, y me miró con adoración. Ahora esperaba ansiosa mis órdenes. Sólo quería decirle que me avisase antes de su orgasmo y otra vez asintió. Me fascinaba ver a mi educada vecina moviendo sus caderas circularmente clavadita en mí. Se puso a pellizcarse ella un pezón y eso ya me sacó de mis casillas… así que dije “déjame” y le sujete ambos pezones con mis dedos de modo que sus propios movimientos los comprimían y estiraban. Estaba a punto de correrme cuando ella dijo con un hilo de voz “ya”, “ya”, “me voy, ya” y nos dejamos ir a la vez… fue tranquilo, pero profundo. Tuve la sensación de haberle llenado el cuerpo de semen, y tuve la sensación de que los espasmos de ella extraían con sincronía y precisión el fluido de mi cuerpo.
Al final se derrumbó sobre mí quedando enroscada y abrazada… Fue el primer episodio que tuve con ella, pero a partir de este tuve muchos más que contaré.
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Dos Gemelos me follaron en mitad de un parking” (POR GOLFO)

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La verdad es que no sé cómo empezar a contaros la historia de cómo caí en los brazos de esos maravillosos, malvados y descerebrados  cerdos. Ahora mismo estoy tirada en mi cama, pensando en ellos y os tengo que reconocer que me pongo cachonda al rememorar mi caída. Recordando las noches en Madrid, no he podido evitar que mis dedos se deslizaran por  mi cuerpo y se apoderaran de mis pechos  tal y como esos dos lo hicieron. Sin darme cuenta, metí una mano por mi escote y cogiendo uno de mis pezones, lo pellizqué soñando que eran sus dientes quienes lo mordían.
-Os echo de menos, cabrones – grité excitada al recordar como todo empezó….
Aunque fui educada en una escuela católica y  tengo unos padres muy tradicionales, nunca he sido mojigata y he disfrutado dando y recibiendo sexo pero jamás pensé que a raíz de ese viaje a España encontraría a dos hombres por los cuales mis pantaletas se mojaran solo con oír sus nombres.  Os juro que hasta que mis viejos me regalaron ese tour por ese país, siempre había llevado el mando en la cama y mis amantes me obedecían sin rechistar  pero todo cambió el mismo día que llegué a Madrid.
Acababa de inscribirme en el Hotel, cuando decidí ir a tomarme una copa al bar de ese establecimiento. Ni siquiera el mesero me había preguntado que quería tomar,  cuando ya me había fijado en un tipo que en la otra mesa hablaba por teléfono. No es que fuera guapo, lo que realmente me cautivó fue su voz profundamente varonil. Experta en estas lides,  me lo quedé mirando mientras terminaba la conversación.
Debió de ser tan clara mi fascinación que se percató que le espiaba y por eso nada más colgar, se acercó a donde yo estaba y con una sonrisa en sus labios, me preguntó si podía acompañarme.
-Estoy sola- contesté sabiendo que le estaba implícitamente dando entrada.
Ese desconocido soltando una carcajada y mientras se sentaba junto a mí, me respondió:
-Lo estabas. A partir de ahora, estás conmigo- tras lo cual con dos besos, me dijo su nombre.
Aunque debí de sentirme escandalizada por su descaro, algo en mí me impidió reaccionar cuando como si fuera amigo mío de toda la vida, me tomó de la cintura y acariciándome el cuello con sus yemas, me soltó:
-Tengo reservada una mesa en el Gaztelupe, ¿Me acompañas?
La seguridad con la que me lo dijo me hizo decir que sí y levantándome del asiento, dejé que me llevara hasta su coche.  De camino a su auto, el aroma a macho que manaba de su cuerpo me terminó de convencer y con una inocencia que todavía hoy me deja pasmada, me metí con él en su BMW.
“No puedo ser tan zorra” pensé todavía indecisa pensando en que acababa de llegar a esa ciudad y ya estaba buscando acción,  pero justo en ese momento Fernando se sentó en su asiento y mirándome, me dijo mientras me ponía el cinturón de seguridad:
-En España es obligatorio el llevarlo- al hacerlo, ese tipo rozó con sus dedos mi pezón y quizás por la sorpresa, pegué un gemido de placer.
Mis pechos reaccionaron al instante poniéndose duros y traicionándome bajo la tela, dos pequeños bultos dejaron al descubierto mi excitación.  Sé que se dio cuenta porque luciendo una sonrisa, susurró en mi oído:
-Primero vamos a comer.
Que diese por sentado que iba a tener algo conmigo, me encabronó y por eso sacando fuerzas del espanto que sentía, protesté diciendo:
-Solo he aceptado que me invitaras a comer, ¡Nada más!
Fue entonces cuando pasando una mano por su nuca, acercó mi cara a la suya y dándome un beso en los labios, respondió:
-Niña, desde que te vi mirándome, me di cuenta que eres una putita. ¡Aunque tú todavía no lo sepas!.
Al oír el modo tan brutal con el que se dirigía a mí, se despertó en mí algo desconocido e involuntariamente, noté que mi entrepierna se mojaba como nunca antes. Pálida por descubrir que me había gustado su falta de tacto, solo pude murmurar:
-No soy una puta.
-Si lo eres- contestó y recalcando sus palabras con hechos, me separó las piernas mientras me decía: -Estás empapando la tapicería. Quítate las bragas y sécala.
Increíblemente, obedecí y sacando mis pantaletas por mis pies, me las quité y me puse a secar el cuero beige de mi asiento. Cuando hube terminado, ese desconocido me exigió que se las diera y nuevamente cedí, poniéndoselas en sus manos. Fernando al tenerla en su poder, se las llevó a la nariz y tras olerlas, divertido, me soltó:
-Si sabes cómo hueles, voy a disfrutar mucho contigo.
La mera idea de que ese cabrón metiera su cabeza entre mis piernas hizo que mi sangre hirviera y que todo mi trabajo no hubiese valido para nada porque de mi sexo volvió a  emerger mi excitación dejando un charquito bajo mis nalgas.
“Estoy cachonda”, exclamé mentalmente.
Al mirar a mi acompañante descubrí que él también se había visto afectado por la situación y que la enorme hinchazón que mostraba bajo su bragueta era la muestra palpable. Relamiéndome de gusto al admirar su tamaño, supe que a buen seguro sería mía y por eso  sonreí deseando que después del restaurante, Fernando me llevara a su casa.
El trayecto hasta el restaurant fue corto y en menos de cinco minutos aparcó frente a su entrada. Bajándose,  me abrió la puerta del coche y me cedió el paso. Sus modales me hicieron sonreír y tratando de congraciarme con él, le dije:
-Todavía quedan caballeros.
Mi acompañante al escucharme, soltó una carcajada diciendo:
-No pienses tan bien de mí, ¡Solo quería verte el culo!
La desfachatez con la que reconoció que si me había dejado pasar antes no era por educación sino porque le apetecía mirarme el trasero, lejos de molestarme, azuzó mi coquetería y por eso decidí imprimir un movimiento sensual a mis nalgas para dejarle claro que si de algo me sentía orgullosa era de mi culo.
-Cómo sigas meneándolo así se te va a marear- me soltó encantado.
Girándome, le contesté:
-Está acostumbrado a mucho meneo.
La lujuria que desprendieron sus ojos me confirmó que, esa misma noche, ese hombre iba a querer gozar de mi pandero y no queriendo que perdiera su interés en el resto de mi cuerpo al sentarme en la mesa, dejé que mi falda se me subiera descaradamente, dándole una espléndida visión de mis muslos.
-Me gustan tus patas-  susurró en mi oído mientras se acomodaba a mi lado.
-Todo en mí es perfecto- contesté sin dejar de sonreír.
Mi falta de humildad le hizo gracia y riendo me preguntó:
-¿Estás segura?
– Lo estoy- respondí.
Justo cuando esperaba que Fernando me contestara con una frase ingeniosa, escuché a mi espalda:
-No sabía que íbamos a tener compañía.
Al mirar al recién llegado, me topé con un tipo exactamente igual que mi acompañante. No tuve que ser muy lista para comprender que me hallaba ante su hermano gemelo. Su aparición me dejó perpleja y más cuando oí que decía:
-¿No me vas a presentar a esta preciosidad?
Fernando hizo las presentaciones diciendo:
-Indira, Ricardo- tras lo cual y sin cortarse un pelo, prosiguió diciendo:  – Es una mexicanita que esta noche quiere descubrir el lado salvaje de Madrid.
Con el mismo descaro que su hermano, Ricardo mirándome a los ojos, preguntó:
-¿De Madrid o de los madrileños?
Sabiendo que me estaban poniendo a prueba, contesté:
-No creo que seas salvajes, más bien os veo como dos gatitos bastantes domésticos.
El reto nada velado que escondían mis palabras picó a ambos pero sobre todo a Fernando que siendo el primero que conocí, ya sabía de qué pie cojeaba, y por eso tomando la palabra, soltó:
-Mira niñita, no nos duras ni un asalto.
Encantada por haberles tocado la fibra sensible, quise ahondar en su herida y con voz autosuficiente, les respondí mientras les tomaba de la mano:
– Ningún español ha sido nunca capaz de sorprenderme.
Mi menosprecio azuzó su hombría y los dos al unísono, me miraron como si estuviera loca y Ricardo, bastante enfadado, soltó:
-Te debes haber encontrado con puro marica.
Estaba disfrutando del cabreo de esos hermanos y dando un paso más, llevé la mano que tenía asida de ambos hasta mis desnudos muslos, diciendo:
-¿No será que yo soy mucha mujer?
Al poner sus palmas sobre mi piel les estaba desafiando y Fernando tomando el guante, susurró en mi oído:
-Tú te lo has buscado- y dejando claras sus intenciones, llevó mi mano hasta su entrepierna, diciendo: -Toca con lo que te voy a forzar ese culito que tienes.
Sin dejarme amilanar tanteé su bragueta. Mis maniobras hicieron que bajo su pantalón su pene se pusiera erecto y fue entonces cuando comprobé que ese tipo tenía una verga impresionante. Su hermano al observarlo, no quiso ser menos y llevó mi otra mano hasta la suya.
“¡Dios! ¡Menudas trancas calzan!”, pensé al tener sus dos pollas entre mis dedos y ser incapaz de decidir cuál era más grande.
Mis pezones se me pusieron duros como piedras al imaginar el placer que con semejantes aparatos podrían darme y queriendo un anticipo, separé mis rodillas mientras les bajaba la bragueta aprovechando que estábamos en una mesa apartada. Los hermanos entendieron mis deseos y mientras sacaba sus penes, con sus dedos empezaron a subir por mis muslos.
Valoré en su justa medida  el grosor y la longitud con los que la naturaleza les había dotado y  relamiéndome de gusto por anticipado, comencé a pajearles por debajo del mantel. Ellos al sentir el ritmo con el que jalaba sus miembros, se pusieron de acuerdo para sin pedir mi opinión y aprovechando que seguía sin bragas, comenzar a acariciar mi sexo.
“Seré una puta pero ¡Esto me encanta!”, exclamé mentalmente al notar que uno de los hermanos se había apoderado de mi clítoris mientras el otro metía una de sus yemas dentro de mí.
Mi calentura ya era tal que si no llegamos a estar en ese local, me hubiese agachado a mamársela a uno mientras le pedía al otro que me la metiera. Como eso era imposible, no me quedó más remedio que acelerar el compás con el que les estaba masturbando, deseando que ellos hicieran lo propio con mi coñito. Dicho y hecho, cuando los gemelos  notaron mi excitación incrementaron el placer que estaba sintiendo al competir con sus dedos dentro de mi sexo. Al sentir que eran dos o tres las yemas que llenaban mi conducto, no pude reprimir un gemido. Fernando al oírlo, pegando un suave pellizco en uno de mis pezones, me informó:
-Estoy deseando oír tus gritos cuando te esté dando por culo mientras Ricardo te folla.
La imagen de ser poseída a la vez por aquellos dos hombres elevó mi excitación y olvidando cualquier cordura, me deslicé bajo la mesa y llevé mi boca a su miembro mientras seguía pajeando a su gemelo. El morbo de estar mamando a uno y masturbando al otro en público fue tan intenso que en cuanto incrusté su verga en mi garganta, sentí que mi sexo se licuaba y cerrando mis labios sobre ese hermoso miembro, me corrí en silencio.
Algo parecido debió pasar a los gemelos porque en menos de un minuto noté que Fernando explosionaba dentro de mi boca  y tras saborear su semen, cambié de pene y devoré el segundo. Ricardo aunque aguantó más, tampoco duró mucho y por eso, no tardé en disfrutar de la blancuzca y dulce semilla del segundo. Habiendo limpiado con mi lengua cualquier rastro, guardé sus pollas y saliendo de debajo de la mesa, les sonreí diciendo:
-Gracias por el aperitivo, ¿Qué vamos a cenar?
Los hermanos soltaron una carcajada y mientras llamaban al mesero, insistí diciendo:
-Espero que no me dejéis con hambre.
Ricardo, muerto de risa, contestó:
-Te prometo que mañana cuando te despiertes, no podrás ni andar ni sentarte.
Esperanzada por esa promesa, decidí que cuando viniera el camarero, no pediría mucho de comer porque estaba segura que esos dos me regalarían un banquete lleno de leche y de sexo.
Esos dos cabrones me llevan al parking

.

Como comprenderéis durante toda la cena, no pude dejar de pensar en el meneo que ese para de hermanos me iban a dar esa nochey por eso  estaba deseando que nos marcháramos porque estaba totalmente cachonda.
Al terminar de cenar y habiendo decidido que nos iríamos los tres en el coche de Fernando, nos dirigimos abrazados al parking. Fue entonces cuando todo se desencadenó porque cuando todavía no habíamos llegado a donde estaba aparcado,  Ricardo  sin avisar me cogió de la nuca y empezó a besarme como un loco. Os confieso que me encantó sentir su lengua forzando mis labios mientras sentía sus manos acariciando mis nalgas.
-Serás cabrón. Yo la conocí y me merezco ser el primero.
Al oírlo decidí que tenía parte de razón y como no quería que hubiese una discusión entre los hermanos, me agaché frente a él y llevando mis manos a su entrepierna le bajé la bragueta. Al sacarle su verga la encontré tan dura y erecta que se me erizaron hasta los pelos de mi coño.
-No discutáis, tengo para los dos- le dije sonriendo justo antes de acercar mi boca a ese pollón.
Tal y como deseaba, abriendo los labios, saque mi lengua y recorriendo los bordes de ese maravilloso capuchón, comencé a mamársela mientras miraba al otro hermano con ojos de deseo. Ricardo comprendió que era lo que mi cuerpo anhelaba y lamiéndose los labios, informó a Fernando:
– ¡Tiene razón la putita! ¡Follémonosla los dos!-  tras lo cual se sacó su verga y acercándose a donde yo estaba, me levantó la falda del vestido dejando mis nalgas a su disposición.
Mientras tanto su hermano metiendo su mano por mi escote me sacó los pechos y se puso a pellizcar mis pezones. La calentura que sentí al notar esa ruda caricia fue tal que en cuanto sentí que Ricardo empezaba a jugar con los pliegues de mi sexo usando su enorme instrumento, grité descompuesta:

-¡Fóllame!
Aunque siempre he sido muy puta, jamás pensé que me encontraría en un parking mamando a un hombre a quien apenas conocía  mientras su gemelo frotaba su pene contra mi vulva, pero en vez de cortarme decidí que estaba disfrutando de ello.  
-Complace a  la mexicanita- ordenó Fernando a su carnal mientras presionaba con su mano mi cabeza para embutirla totalmente en mi garganta.
Al notarlo, gemí con la boca llena mientras mi chocho se anegaba por el placer que esos dos me estaban provocando. Cuando creía que nada podría mejorar, Ricardo me agarró de las caderas y de un solo empujón me clavó su pene hasta el fondo de mi vagina.
-¡Me encanta! – aullé al notar mi conducto relleno.
Como había sacado la verga de Fernando de mi boca para poder gritar, este agarrando mi cabeza con sus dos manos me la volvió a meter hasta el fondo .
-¡Dale duro a la putita!- exclamó mientras metía y sacaba su verga de mi boca.
Su hermano no se hizo esperar y dando un sonoro azote sobre mi culo, comenzó a follarme con una velocidad endiablada.
“¡Qué gozada!” , pensé completamente llena por sus atenciones, “¡Hoy voy a dormir poquísimo!”
Justo en ese momento, un ruido no muy lejano nos anunció la llegada de otro coche y con disgusto pensé que tendríamos que parar y por eso me volví a sacar la verga de la boca pero entonces Fernando volviéndome la incrustar, me dijo:
-No te he dado permiso de que pares. Si te da vergüenza que te miren, ¡Te jodes!
 Nada más lejos de la realidad, si había parado era por ellos ya que soy bastante exhibicionista, por eso ya sin importarme si alguien nos veía, me puse a mamar con mayor  intensidad a ese cabronazo.
-Eres una calentorra- muerto de risa a mi espalda, Ricardo me soltó mientras incrementaba aún más el ritmo de sus caderas.
El cúmulo de sensaciones hizo que como si fuera un terremoto y naciendo desde lo más profundo de mi ser, un brutal orgasmo recorriera mi cuerpo. La fuerza de ese clímax me hizo retorcerme como una anguila y eso incrementó el morbo de los dos hermanos de manera exponencial y Ricardo se rio de mí diciendo:
-Mira a la mexicanita, parece que la estamos matando.
“¡Capullo!”, pensé justo cuando escuché a su hermano contestar:
-Date prisa que en cuanto acabes pienso destrozar su culito.
La amenaza me volvió aún más puta y meneando mis caderas, busqué que su gemelo se derramara en mi interior porque lo que realmente me apetecía era que Fernando me sodomizara.
-¡Será zorra!- gritó Ricardo al sentir que mi coño estaba totalmente anegado – ¡En vez de chocho tiene un lago!
Justo en ese instante, su gemelo pegó un grito y forzando con sus manos mi melena, explotó dentro de mi boca mandando directamente su semen hasta el fondo de mi garganta.
“¡Mierda!”, pensé, “¡Con lo que me gusta! ¡Menudo desperdicio!”.
Tras lo cual, sacándola un poco, conseguí que saborear sus últimas descargas mientras mi cuerpo seguía disfrutando del ataque de Ricardo. Fernando satisfecho, me obligó a limpiar su pene con mi lengua. A lo que yo no me opuse porque deseaba reactivarlo para que cumpliera su amenaza.
-¡Abre el coche!- escuché que su hermano le decía.
Aunque yo no comprendí el motivo, Fernando si lo hizo y cumpliendo sus deseos, abrió de par en par la puerta. Ricardo al verlo, se separó de mí y se tumbó boca arriba en la parte de atrás del coche.  Entonces, me llamó diciendo:
-¡Móntate encima!
Con mi coño chorreando, no me costó ponerme a horcajadas sobre él y empalarme con su pene creyendo que se había cansado sin caer en que esa nueva postura dejaba mi culo al alcance de su gemelo. Este no se hizo de rogar y separándome las  nalgas cogió un poco del flujo que ya corría por mis piernas y relajó con él mi esfínter.
-¡A qué esperas!- chillé como alma en pena al notar sus yemas en mi culo cuando lo que me traía loca era sentir su pene en él.
Mi chillido convenció a Fernando de mi entrega y sin más prolegómeno me calvó su estaca hasta el fondo.
-¡Joder!- grité al sentir mis dos agujeros invadidos.
Os confieso que esa cruel invasión no me dejaba ni respirar y menos cuando el hermano que me estaba sodomizando llevó sus manos a mis hombros y usándolas de agarre, inició un salvaje galope conmigo como su yegua.
-¡Muévete puta!- desde debajo de mí, Ricardo me ordenó.
“¡Cómo coño quiere que me mueva!” exclamé mentalmente al no poder articular palabra de tan ensartada como me tenían ese par. Empalada por mis dos agujeros aparte de pestañear solo podía gozar y eso hice. Gozando como una perra, dejé que esos cabrones se regodearan dentro de mí cada vez más rápido. Sintiendo el pollón de Fernando en mi culo y el de su hermano en mi sexo, cerré los ojos mientras todo mi cuerpo disfrutaba con sus ataques.
“¡Joder!”, pensé al notar que me corría.
El que me estaba dando por culo afianzó su dominio con dos sonoros azotes en cada una de mis nalgas y al notar la ruda caricia, mi sexo terminó de inundarse y pegando un grito, sentí que todas mis neuronas estaban a punto de explotar.
-¡No paréis!- aullé descompuesta al notar que mis amantes estaban a punto de eyacular.
Al experimentar que  esos cabrones rellenaban a la vez mis dos conductos con su simiente creí que mi placer iba a terminar pero entonces gracias a la lubricación extras, los gemelos llevaron su ritmo a un nivel increíble y sin poder ni quererlo evitar, uní un orgasmo con el siguiente hasta que ya exhausta no me quedó más remedio que pedir una tregua diciendo:
-¡Necesito descansar!
Ricardo con una carcajada me soltó:
-Ni lo sueñes- e intercambiando su lugar  con el de Fernando, sentí nuevamente como me ensartaban.
La facilidad con la que ambos se repusieron me hizo sospechar que se habían tomado algo y por eso sacando fuerzas y con mi respiración entrecortada, se lo pregunté.
-Así es zorrita. Cómo te creías invencible, nos hemos sacudido un par de viagras.
La dureza de sus penes confirmó por anticipado mi derrota pero lejos de molestarme, me encantó aunque eso supusiera que al día siguiente no pudiera siquiera andar. Queriendo al menos mantener una cierta dignidad, con una sonrisa de oreja a oreja, respondí:
-Soy toda vuestra pero ¿No sería mejor que me llevarais a vuestra casa?
Por toda respuesta, Fernando pellizcó  mis pezones dando inicio al segundo asalto cuando todavía no me había repuesto del primero….
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Enculando a la malcriada y a su amiga por zorras” (POR GOLFO)

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Segunda parte de Educando a una malcriada, la hija de un amigo.
Al despertarme y  ver que Isabel dormía plácidamente abrazada a mí, comprendí que no había sido un sueño lo poco que recordaba de la noche anterior. Tratando de aclarar mis ideas, hice memoria de como esa zorra me había drogado y que no contenta con ello, había aprovechado mi indefensión para acostarse conmigo. Su falta de moral era tan enorme que sabiendo que nunca hubiera accedido a hacerlo, me había paralizado con drogas y ya inmóvil, no solo había usado mi pene como ariete sobre el que empalarse sino incluso me había obligado a comerle el coño.  Lo único bueno fue que se equivocó con la dosis y al liberarme antes de tiempo, castigué su infamia rompiéndole el culo.
De madrugada me pareció proporcionado pero, a la luz del día, pensé que el haber desflorado ese rosado esfínter había sido una cuasi violación y por mucho que ella había sido la primera en forzarme, temí que al espabilarse esa pelirroja quisiera ponerme una denuncia. Asustado más que  por las consecuencias legales por el tener que enfrentarme a Manolo cuando se enterara que me había tirado a su hija, me quedé quieto esperando que esa cría se despertara.
Durante al menos media hora, tuve que aguantar a mi conciencia machacándome el cerebro hasta que abriendo sus ojos, Isabel me miró sonriendo y dijo:
-¿Estás listo para echarme otro polvo?
La desfachatez de esa zorra me sacó de las casillas al dar por sentado que me apetecía reanudar una relación que nunca debió de tener lugar. Ni siquiera le contesté y zafándome de su abrazó, me levanté y directamente me metí al baño. Lo que no preví fue que esa niñata me siguiera e intentara entrar conmigo a la ducha.
-¿Qué haces?- pregunté impidiendo que cumpliera sus deseos.
Isabel, al comprender que no quería ducharme con ella, lejos de enfadarse,  se sentó en la taza del váter y mientras no perdía ojo de mi cuerpo desnudo, me soltó:
-¿No me jodas que después de follarme toda la noche, ahora te haces el estrecho?
Su tono alegre me dejo claro que no tenía ningún remordimiento por haberse tirado al amigo de su viejo pero cuando realmente mostró  su desvergüenza  fue cuando obviando que podía verla, se puso a mear mientras muerta de risa, me decía:
-Me arde el coñito por tu culpa- y recalcando sus palabras, separó sus labios demostrando que lo tenía rozado de tanto follar.
La ausencia de cualquier tipo de moral en esa chavala me encabronó y sabiendo que de haber un culpable no era yo si no ella, respondí de muy mala leche:
-¡Mira niña!  Si te duele el chocho, piénsatelo mejor antes de comportarte como una zorra.
Al oír mi respuesta, curiosamente, lo que le molestó no fue que le llamara zorra sino que le recordara su corta edad e indignada, salió del baño y haciendo un berrinche, me gritó desde la puerta:
-¡Te odio!
Su brusca reacción me hizo conocer que ese era su punto débil y aunque os parezca raro, eso me tranquilizó y tomando nota, terminé de ducharme  sabiendo que esa malcriada esperaría su oportunidad para devolverme la afrenta.
Acababa de vestirme para ir a trabajar cuando escuché que Isabel tocaba educadamente a mi puerta. Al abrir, la pelirroja me preguntó si al salir de la universidad podía traerse a una amiga a casa. Aunque no tenía ninguna duda que tramaba algo, le di permiso recordándole que todo lo que tenía prohibido.
La muchacha con su típico tono malcriado me contestó:
-Ya lo sé, ni alcohol, ni drogas.
-Tampoco te traigas ningún tipo a casa. No quiero ser encima quien le tenga que decir a tu padre que su bebita se ha quedado preñada.
– ¡Serás cabrón!  ¿Acaso anoche te pusiste condón?- exclamó muy cabreada por mi nueva referencia a sus pocas primaveras.
Pensando que a buen seguro, esa guarrilla me tendría preparada una jugarreta cuando volviera a casa,  me metí en el coche y me dirigí a mi oficina.
Al volver a casa, Isabel me presenta a su amiga.
El duro día a día de la oficina me hizo olvidar durante toda la jornada  a esa pelirroja. El trabajo que se había acumulado durante el fin de semana me tuvo tan ocupado que apenas comí y por eso cuando por la tarde, aterricé en mi chalet, lo primero que hice fue coger una cerveza del refrigerador y hacerme un bocadillo, tras lo cual busqué donde se encontraba la hija de mi amigo.
La encontré tomando el sol en la piscina con un bañador bastante coqueto pero en absoluto indecente. Cansado me senté en la tumbona de al lado y mientras daba un primer mordisco al bocata, pregunté:
-¿No ibas a traer hoy a una amiga?
Levantando su mirada, me sonrió diciendo:
-Está nadando. Cuando termine te la presento.
Os juro que no vi doblez en sus palabras porque al mirar hacia la piscina, observé una silueta de mujer nadando a crol por lo que olvidándome de ella, pregunté a la pelirroja que había hecho. La muy bruja soltando una carcajada me contestó:
-Cómo esta mañana amanecí con mi chocho adolorido tuve que buscarme alguien que me diera mimitos.
Estaba a punto de responder esa impertinencia cuando escuché que su amiga le pedía una toalla para salir de la piscina. La rapidez de la pelirroja para levantarse de la tumbona y llevarle una franela blanca me extrañó pero no dando a ese tema mayor importancia, di un sorbo a mi cerveza. Sorbo que se me fue por el otro lado al ver salir a su amiga del agua totalmente desnuda. Todavía seguía estornudando cuando plantándose las dos frente a mí, Isabel me la presentó diciendo:
-Javier quiero que conozcas a Mary.
La cría que era una castaña muy mona, se acercó y mientras se tapaba con la toalla, me dio un beso en la mejilla diciendo:
-Ya me ha contado Isa, el maravilloso amante que eres.
Cortado con la recién llegada por su franqueza y hecho una furia con la hija de mi amigo por su “locuacidad”, no pude mas que contestar con un escueto “gracias” a su confesión. Cuando ya creía que nada me podía sorprender, Isabel le susurró algo en el oído y con una expresión pícara en su rostro, la castaña permitió que la toalla se fuera deslizando hasta que quedó completamente en bolas frente a mí.
-Verdad que es preciosa- comentó la pelirroja mientras comenzaba a recorrer el cuello de su amiga con sus besos.
Nada me había preparado para esa escena y por ello, me quedé paralizado admirando como la malcriada iba acariciando con sus manos el cuerpo desnudo de Mary sin dejarla de besar. Testigo involuntario de esa demostración lésbica lo que realmente me impresionó fue percatarme de lo mucho que se parecían ambas mujeres. Delgadas y dotadas con un culo estupendo, ambas adolecían de falta de tetas y si a eso le añadimos que siguiendo la moda de rasurarse las dos llevaban el coño depilado, parecían un clon cuya única diferencia era el color del pelo.
“¡Son unas niñas!” exclamé mentalmente más interesado de lo que me gustaría reconocer. 
Mary azuzada por las caricias de su amiga y quizás también por la cara de pazguato que debía tener yo en ese instante, se dio la vuelta y se apoderó con pasión de los labios carnosos de Isabel. Mi situación era complicada, si me levantaba y me iba, parecería que las tenía miedo pero si me quedaba podría suponer que era un viejo verde, por eso aunque lo sensato hubiera sido huir, permanecí observándolas con la esperanza que viendo que no conseguían el efecto deseado, se cansaran y me dejaran en paz.
Desgraciadamente los hechos posteriores me sacaron de error porque Isabel, viendo que permanecía sentado en silencio, incrementó su  presión sobre mí, desanudando su traje de baño. Mary con sus pezones ya erizados, sonrió y mientras ayudaba a su amiga a despojarse del mismo, me preguntó:
-¿No quieres unirte?
-Todavía no- respondí aunque mi interior ya empezaba a darle vueltas a esa idea.
No dando importancia a mi rechazo, las dos ya desnudas se volvieron a besar a un metro escaso de donde yo permanecía sentado. La naturalidad con la que ambas se entregaban a Lesbos, me hizo afirmar que esa no era la primera vez que lo hacían y como si me hubiese leído el pensamiento, cogiendo uno de los pechos de su amiga entre los dientes, le dijo:
-Enseñemos al viejito como nos amamos.
El gemido que pegó la castaña al sentir el dulce mordisco sobre su areola me confirmó lo anterior y ya sin disimulo ni recato me puse a disfrutar de la escena mientras me terminaba la cerveza.
“¡Joder con las cría!” pensé al observar que Mary dejando caer su cuerpo, se arrodillaba y hundiendo su cara entre las piernas de la pelirroja, sacaba su lengua y se ponía a lamer con verdadera ansia el juvenil coño de su amiga.
La cabrona de la malcriada viendo mi interés en la maniobra abrió sus piernas y separando con sus dedos los pliegues de su sexo, se permitió el lujo de colaborar con la castaña mientras me guiñaba un ojo, retándome mientras su amiga lamía sin descanso el rosado botón que escondía entre sus pliegues.
-¡Sigue putita mía!-  gritó descompuesta al notar esa húmeda y continuada caricia.
El dulce insulto azuzó a la muchacha y con los gemidos de placer de la pelirroja resonando en sus oídos, introdujo uno de sus dedos en el sexo de Isabel con la intención de acelerar su orgasmo.
-¡Cabrona!- chilló al notarlo y no queriendo que ser ella la primera en correrse, obligó a su amiga a sentarse en uno de los sillones de mimbre que había junto a mi tumbona.
-¡Espera! ¡Deja que ponga la toalla!- le pidió Mary al notar la dureza de ese material.
Con rapidez la castaña colocó la franela de forma que al sentarse su trasero estuviera a salvo del mimbre y posando su pandero, miró a Isabel y le dijo:
-¡Comételo!
La hija de mi amigo no dudó en complacerla y hundiendo su cara entre los muslos de Mary, lamió con deseo sus pliegues antes de penetrar con la lengua en su interior.          La escena que me estaban brindando esas dos terminó de alborotar mis hormonas y con la mirada fija en el coño de esa chavala, me saqué la polla y acercándome por detrás, la puse entre los cachetes de Isabel.
La pelirroja al sentir mi pene jugueteando con su entrada trasera sonrió y mientras se echaba hacia atrás para forzar el contacto, incrementó la velocidad con la que se comía el coño de su amiga. Mary, al notar que Isabel no conformándose con usar su lengua, acababa de introducir un par de dedos en su sexo, gimió como loca pidiendo más. Ese fue el momento culmen que me indujo a forzar con un movimiento de caderas su esfínter:
-¡Dame duro!- gritó la malcriada al experimentar como mi verga violentaba su estrecho conducto.
La aceptación de la muchacha disolvió cualquier reparo que tuviera a volver a hacer uso de su culo y por eso, le incrusté de un solo golpe toda mi extensión.
-¡Me duele!- protestó pero al segundo empujón, muerta de risa, rectificó diciendo: ¡Pero me encanta!
-¡Serás puta!- contesté y recalcando mis palabras con hechos, azoté su trasero marcando el ritmo con el que la penetraba.
El duro tratamiento exacerbó a la pelirroja y colapsando sobre el cuerpo de su amiga, se corrió dando berridos.  Mary al escuchar su placer, se contagió de él y mientras se pellizcaba los pezones con dureza, buscó presionando con una mano sobre la roja melena su propio orgasmo. Interpretando el deseo que se leía en los ojos de la castaña, azucé a Isabel a que acelerara la velocidad con la que sus dedos se la estaban follando. De forma que en menos de un minuto y mientras yo seguía cabalgando sobre el culo de la otra, de la garganta de Mary surgió un colosal berrido muestra clara de que había llegado al clímax.
La certeza que ese par de zorras habían obtenido su dosis de placer, permitió que me lanzara en pos del mío y convirtiendo mis penetraciones en fieras cuchilladas, castigué su esfínter a un ritmo creciente hasta que con un aullido mi verga explotó regando sus intestinos con mi simiente y agotado me dejé caer sobre su espalda. Tras unos minutos soportando mi peso, Isabel se deshizo de mí y levantándose, le dijo a su amiga:
-Luego te toca a ti disfrutar del viejo.
Y abrazadas las vi marchar al interior de la casa, dejándome en mitad de la piscina deslechado y humillado por igual. Os juro que fue entonces cuando indignado, decidí que esa puta se arrepentiría de haber jugado conmigo y recogiendo mi ropa, me dirigí  hasta mi cuarto a planear mi respuesta.
Proyecto su castigo.
Tras cavilar durante largo rato, comprendí que mi venganza debía de ser total para que a esa malcriada no se le volviera a pasar por la cabeza el intentar nuevamente tomarme el pelo. Con mi cerebro azuzado por la humillación sufrida, me imaginé muchos castigos pero ninguno me convenció por no ser definitivos.
Cabreado decidí irme a dar una vuelta, esperando que al cambiar de aires me viniera la inspiración. La fortuna quiso que en la barra del bar donde aterricé, la camarera me preguntara que me ocurría. La amistad que creció a lo largo de meses donde ella me servía copas y yo pagaba, me permitió explicarle cual era mi problema. Madisson una vez había terminado, muerta de risa, me contestó:
-Lo que una mujer no acepta es que el hombre que ella cree tener en sus manos, la ignore y regale todas sus atenciones a otra.
-¿Me estás diciendo que la ponga celosa?
-Así es. La muy tonta sin darse cuenta te lo ha puesto en bandeja. Tu error ha sido follártela a ella en vez de a su amiga.  Si te hubieras tirado a la castaña, tendrías a la pecosa comiendo de tu mano.
El sentido común que escondían sus palabras me convenció y dándole las gracias, pagué la cuenta y me fui a casa. Al llegar como tantas tardes, fui al salón y cogiendo un libro de la estantería, me puse a leer mientras esperaba que la hija de mi amigo hiciera su aparición.
Tal y como preví, la malcriada al enterarse de mi vuelta no tardó en bajar a donde yo estaba. Al verla entrar con un diminuto top y un más exiguo short, supe que venía con la clara intención de molestarme, por eso, levantando la mirada saludé y reanudé mi lectura. Mi ausencia de respuesta, le divirtió y buscando incrementar mi humillación, comentó como si nada:
-Me encanta la facilidad con la que los hombres caen ante cualquier mujer que se les ponga a tiro.
Lo que esa pelirroja no se esperaba es que dejando el libro a un lado, le soltara:
-Tienes razón te resultó fácil y aunque todavía me parece inconcebible, en cuanto eché el ojo a tu amiga, me resultó irresistible.
Mi respuesta la descolocó y más cuando poniendo cara de deseo, comenté:
-No te haces idea de cómo me apetece tirármela- y recalcando mi supuesto embeleso, seguí diciendo: -Mary es impresionante. Solo pensar en que tal y como le dijiste esta noche va a estar entre mis brazos, me trae loco.
Al escucharme, se enfadó y haciendo como si no se lo hubiera llegado a creer, me respondió:
-Si tanto te atraía porque me follaste a mí y no a ella.
-No creo que quieras saber la verdad- contesté y viendo que esperaba una respuesta, le dije: -¡Eras el único culo que tenía a mano!
Mis palabras cayeron como un obús en su infantil autoestima y roja de coraje, se levantó y desapareció rumbo a las escaleras. Sentado en mi sillón, disfruté del dulce sabor de la victoria y sabiendo que vendría su contraataque, me preparé mentalmente para reaccionar a sus acometidas. Cómo en ese momento no estaba cachondo, mi intención era conseguir que  Isabel se comiera todos y cada uno de sus desplantes y si para ello me tenía que acostar con Mary, lo haría.
Mientras recapacitaba sobre ello, no me cupo duda que la maldita pecosa estaría comentando a su amiga nuestra conversación y por eso cuando al cabo de cuarto de hora, la castaña apareció por la habitación supe que la había mandado ella para comprobar si era cierto. Cumpliendo con mi papel, le pregunté si quería una copa. La jovencita contestó que sí y con todo el descaro del mundo, se aposentó en el sofá dejando al aire un buen porcentaje de sus muslos.
-Estás preciosa- comenté mientras servía dos rones con cola.
Tras lo cual me senté frente a ella y empecé a preguntarle lo típico: qué estudiaba, donde vivía… A la muchachita le encantó ser el centro de atención y disfrutando de tener a un maduro como yo solo para ella, olvidándose del cometido que traía empezó a tontear conmigo preguntando cosas de mi vida.
Como hombre experto en esas lides, le fui narrando mis éxitos y algún fracaso para irla interesando, de forma que al cabo de veinte minutos ya la tenía comiendo de mi mano. Siendo tan joven, no solo  le impresionó mi alto nivel de vida sino también el número de países que conocía y supe que estaba a punto de caramelo cuando entornando sus ojos, preguntó:
-¿Y por qué todavía no te has casado?
La respuesta obvia hubiese sido contestarle que porque no había encontrado todavía la mujer pero en vez de ello, respondí:
-No soy fácil de cazar- y nada colocar ese anzuelo a su alcance, le dije: ¿Te apetece salir a cenar conmigo tú y yo solos?
Mary dudó unos instantes porque eso no era lo que había quedado con Isabel, pero el reto que suponía seducirme la convenció y cogiendo su bolso, se levantó diciendo:
-Vámonos antes que me arrepienta.
Interiormente satisfecho, pasé mi mano por su cintura y la llevé hasta el garaje. Una vez allí, al comprobar que estaba admirada que mi coche fuera un Porsche último modelo, pregunté agitando las llaves frente a su cara.
-¿Quieres conducir?
La inocente cría no vio la red que estaba tejiendo a su alrededor y con sus ojos brillando de emoción, contestó cogiéndolas al vuelo:
-Me encantaría.
Era tanta sus ganas de conducir ese deportivo que al ponerse al volante, pude observar que involuntariamente sus pezoncitos se marcaban bajo la tela de su vestido y sabiendo que no iba a protestar, dejé caer una mano sobre sus muslos mientras arrancaba.
-¿Dónde vamos?- preguntó con genuina alegría.
Mi plan era impresionarla y que durante el viaje de vuelta, calentarla de una forma tal que no dudara en meterse en mi cama. Por eso, le comenté si conocía el Mark’s American Cuisine. Mary al escucharme, comentó:
-Claro, es el mejor restaurante de la ciudad pero dudo que podamos ir, hay que hacer la reserva con semanas de anticipación.
-Por eso no te preocupes- respondí- yo siempre tengo mesa.
La sorpresa que leí en su cara, ratificó mi decisión y aprovechando que la castaña conducía, llamé al dueño un viejo amigo que me debía un par de favores inconfesables. Tras colgar y mientras acariciaba suavemente su pierna, le solté:
-Acelera que nos están esperando.
La cría que jamás había infringido el estricto límite de velocidad de Texas no supo que hacer por la que tuve que darle un empujoncito y presionando su rodilla, subí sin parar las revoluciones del coche hasta que vi que el velocímetro marcaba cien millas por hora. Esos ciento sesenta kilómetros por hora que en España nos resulta hasta normal es una velocidad disparatada en los Estados Unidos por lo que la cría sudando la gota fría se puso tensa al volante.
-Disfruta princesa, el Porsche tiene un anulador de radar por lo que a menos que veas un coche de policía, no desaceleres.
Dominada por esa carrera desenfrenada, Mary no fue consciente que se le había subido la falda, dejando a mi libre observación el tanga blanco que tapaba su entrepierna.  Al verlo y sin cortarme  en lo más mínimo, me lo quedé mirando y al comprobar que lo tenía totalmente encharcado, riendo le solté mientras lo rozaba con un dedo:
-Te ha puesto cachonda la velocidad, ¿Verdad putita?
-¡Sí!…- alcanzó a decir antes de que mi caricia le obligara a soltar el acelerador.
Obviando el peligro que suponía el masturbarla siendo una conductora novel,  aproveché su disposición para retirando la tela pasar mi yema por sus pliegues antes de concentrarme en el botón de su entrepierna. La pobre cría al experimentar en su clítoris ese  tierno pero continuo toqueteo, no duró mucho y por eso cuando al fin aparcó frente al restaurante ya se había corrido un par de veces y por eso tuve que esperar unos minutos a que su respiración se normalizara.
Ya más tranquila, me miró sonriendo y me dijo:
-Eres un cabrón. ¡Nos podíamos haber matado!
Descojonado, la cogí de la melena y acercando sus labios a los míos, le solté:
-Pero te ha encantado.
Mary totalmente entregada buscó mis besos con una pasión que incluso a mí me sorprendió y por eso muerto de risa, pregunté:
-¿No prefieres dejarlo para después de la cena?
-¿Dejar el qué?- dijo haciéndose la niña buena.
– El que tú y yo nos acostemos.
Al escucharlo, en plan zorra abrió la puerta del coche y posando su mano en mi bragueta,  cogió entre sus dedos mi miembro mientras me decía:
-Solo si me prometes que al volver a tu casa, seré tuya.
Mi respuesta consistió en un azote en su trasero y pasando mi mano por la cintura, entramos al local. Tal y como había adivinado, Mary quedó apabullada por el lujo de ese restaurante y creyéndose por primera vez miembro de su selecta concurrencia fue saludando a todas las mesas en plan diva.
Modelando a todos su belleza, meneó su estupendo pandero mientras seguíamos al camarero. Comprendí que no solo estaba luciéndose frente a la galería porque que de alguna manera, Mary quería mostrarme que, teniéndola a mi lado, la gente envidiaría mi suerte.
Mis sospechas quedaron confirmadas cuando habiendo ya ocupado nuestros sitios, la castaña entornando sus ojos en plan coqueta me soltó:
-Me tienes desconcertada y no sé a qué atenerme. ¿Cuál es tu relación con Isabel?
-Ninguna- respondí. – Es solo la hija de un amigo que por idiota tengo que soportar.
Al oír el modo en que me refería a la pelirroja sus ojos adquirieron un brillo extraño y con tono meloso, insistió:
-Eso no es lo que dice ella.
Ya interesado, le pregunté qué era lo que decía esa malcriada.
-Según Isabel, estás enamorado de ella y por eso le has pedido que se fuera a vivir contigo.
-¡Será puta!- exclamé indignado y hecho una furia, expliqué a su amiga los verdaderos motivos por los que la pelirroja vivía conmigo. Tras escucharme atentamente al terminar, cogió mi mano diciendo:
-Me alegro- contestó sin poder ocultar su satisfacción.
Ya abierta la veda, decidí hacerle la misma pregunta porque me convenía saber qué tenían esas dos crías entre ellas para saber mejor como atacarlas. Mary poniéndose como un tomate, me contestó:
-Quizás no te lo creas después de vernos en la piscina, pero entre Isabel y yo solo hay una buena amistad.
Que esa muchacha disfrazara de amistad una clara relación, me serviría de base para obligarla a traicionar a la malcriada y por eso haciendo que la creía,  pregunté:
-¿Te apetece reírte esta noche?
-Claro- respondió- ¿En qué piensas?
Con una sonrisa, le expliqué mis planes…
Volvemos a casa.
Conociendo de antemano que nos íbamos a encontrar a Isabel cabreada,  aparqué el coche y sin hablar, agarré de la cintura a Mary y con ella, entré en a la casa. La castaña seguía nerviosa porque no en vano iba a traicionar a su amiga pero curiosamente, esa perspectiva la tenía cachonda y con su coño completamente encharcado, deseaba que llegara el momento en que la pelirroja apareciera.
-Estoy tan cachonda que me lo va a notar en cuando me vea- susurró en voz baja mientras le servía una copa en el salón.
Todavía no había terminado de servirlas cuando Isabel entró en la habitación y sin ni siquiera mirarme, se enfrentó a su amiga preguntándole de donde venía:
-Javier me llevó a cenar.
Echa una furia, la malcriada le recriminó por haberla dejado sola pero entonces la muchacha se acercó dónde estaba ella y pegando un pellizco en uno de sus pezones, le contestó:
-Hice lo que me pediste. Javier ha aceptado acostarse con las dos.
Aunque en teoría había conseguido su propósito, la pelirroja comprendió que algo no cuadraba cuando me vio sacar una cámara de fotos de un cajón.
-¿A qué viene la cámara?- preguntó.
Sin llegarla a contestar y mientras yo ajustaba la cámara de fotos, Mary empezó a desabrochar los botones del camisón de su amiga.
-¡Qué coño haces!- protestó indignada al notar que sin pedirle su opinión la estaba empezando a desnudar.
-Para que pase la noche con nosotras, Javier quiere tener pruebas de que fuimos nosotras quienes lo seducimos y por eso me ha pedido que demuestre que eres una zorra bisexual.
Os podréis imaginar el cabreo de la pelirroja. Furibunda y colorada, apartó las manos de su amiga de sus pechos y dándose la vuelta, me enfrentó diciendo:
-¿Es eso verdad?- en sus ojos no había deseo sino desprecio pero aun así su cuerpo la traicionó cuando mirando con descaro sus pechos, descubrí que tenía los pezones duros.
Soltando una carcajada, desgarré su vestido y dejándola desnuda, contesté:
-Sí. Desde que llegaste a mi casa, te has comportado como una zorra y ya es hora de que te demuestre quien manda- y aprovechando su cercanía, la besé.
Indignada, me soltó un tortazo y tratando de zafarse me insultó, pero muerto de risa la reduje y llamando a su amiga, le solté:
-¿Te apetece castigarla?
Sin llegárselo a creer, Isabel escuchó a Mary contestar:
-Sí, amo.
La pelirroja nunca se hubiera imaginado que la mojigata de su amiga se excitara pensando en someterla y por eso cuando Mary me preguntó con su voz marcada por el deseo si tenía una cuerda con la que atarla, le sorprendió sentir que su coño se licuaba. Fue entonces cuando respondí que tenía algo mejor y sacando de un cajón una fusta y un collar con correa, se los di.
Al verla con ellos en la mano, Isabel no pudo evitar temblar de pasión y comportándose por primera vez en su vida como una sumisa, se arrodilló a sus pies mientras la castaña disfrutando de su nuevo poder ser desnudaba. Reconozco que me encantó observar esa escena y más escuchar a Mary exigir a la pelirroja que se masturbara mientras ella se despojaba de su ropa.
“Increíble”, pensé al comprobar que obviando cualquier reticencia, Isabel llevaba su mano a su entrepierna y se ponía  a masturbar con rapidez.
Descojonada, la castaña le recriminó ser tan puta y llegando a su lado, le ató el collar al cuello y tirando de la cadena, la obligó a ir de rodillas hasta el sofá donde me había sentado. Una vez allí, con la fusta empezó a azotarle su trasero  mientras cámara en mano me dedicaba a inmortalizar el momento.
Fue entonces cuando la pelirroja me volvió a sorprender porque, al sentir  la caricia del cuero sobre su culo, le gritó:
-¡Dame duro!
Sus palabras fueron el acicate que Mary necesitó para montarse sobre ella y tirando de su collar, obligarla a recorrer la habitación con ella sobre su espalda. Comportándose como su jinete, la cogió de la melena con una mano mientras con la otra usaba la fusta para forzarla a gatear, de manera que durante unos minutos fue su montura hasta que cansada por el juego, se bajó y mirándome, me pidió permiso para empezar.
-Es toda tuya- respondí mientras seguía sacando fotos.
La castaña al escuchar que le daba mi autorización, usó la fusta para penetrar el coño de su amiga.
-¡Qué gusto!- aulló al notar la intrusión del aparato y retorciéndose sobre la alfombra, le pidió que no parara.
La total entrega que mostraba su amiga junto con mi presencia fueron el detonante para que dejándose llevar por su excitación Mary obligara a su montura a tumbarse boca arriba, tras lo cual sentándose a horcajadas sobre su cara, le exigió que le diera placer. Isabel también estaba sobre excitada y adoptando una actitud sumisa, separó con sus dedos los pliegues del chocho de la castaña y comenzó a lamer con desesperación.
Satisfecha, Mary aprovechó el instante para seguir torturando el sexo de la pelirroja con la vara y mientras violaba  cada vez más rápido su cueva, se dedicó a pellizcar brutalmente sus pezones.
-Ahhh-  gimió Isabel al sentir que su amiga le retorcía una de sus aureolas mientras la insultaba llamándola “puta lesbiana”.
Isabel dominada por su papel, usó su lengua para penetrar en el sexo de su amiga. Mary al sentir que estaban llegando al orgasmo y que sentado en el sofá yo no perdía ojo de lo que sucedía, decidió que era el momento que habíamos previsto y me pidió que me desnudara. Como personalmente estaba como una moto, en pocos segundos, me empeloté y acudí a su lado.
Ocupada con el coño de su amiga, Isabel no cayó en mis intenciones hasta que Mary la obligó a ponerse de rodillas con el culo en pompa. La pelirroja intentó protestar diciendo que no quería pero obviando sus quejas, la castaña le dio un bofetón y la forzó a seguir comiéndole el coño mientras yo me ponía a su espalda. Isabel trató de evitar que mi contacto en cuanto que mi glande jugueteaba con su sexo.
-¡Muévete todo lo que quieras!- le grité mientras un solo empujón metía toda mi extensión en su cueva.
Al introducir mi falo, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso ni siquiera la dejé acostumbrarse antes de acelerar mi ritmo. Concentrada en el coño de su amiga, Isabel movió sus caderas facilitando mi intrusión sin dejar de lamer una y otra vez el clítoris de Mary.
-¡Eres un putón!- la castaña soltó a la malcriada al comprobar que recibía con gozo las embestidas de mi pene.
Entonces decidí dejar clara su claudicación y cogiendo sus nalgas entre mis manos, las abrí y metiendo un dedo en su interior, susurré en su oído:
-Lo estoy grabando todo. Sonríe a la cámara mientras te doy por culo.
-¡No, por favor!- gritó acojonada que quedase grabada su degradación.
Su rechazo solo consiguió incrementar mi morbo y presionando su esfínter, lentamente fui horadándolo mientras la malcriada no paraba de gritar. Su sufrimiento lejos de provocar compasión en su amiga, azuzó su excitación y mientras le soltaba un fuerte azote en el trasero, me reclamó que la penetrara sin piedad, diciendo:

-¡Haz que esta puta sufra!
Incitado sus palabras, cabalgué salvajemente sobre ese culo. Mis embestidas ya de por sí rápidas, alcanzaron un ritmo infernal que derribó una a una todas sus defensas hasta que contra toda lógica, el dolor se transformó en placer y berreando, Isabel se corrió sobre a alfombra.
-No quiero- protestó al sentir todo su cuerpo temblando de placer.
Su mente todavía seguía luchando contra la idea de ser usada como mercancía mi cuando al experimentar que ese orgasmo no terminaba sino que se iba acrecentando de manera exponencial, se dio por vencida y gritando me rogo que no parara.  Al escuchar su rendición, la cogí de la melena y usando su cabello rojizo como riendas, me lancé en un desenfrenado galope mientras su amiga se dedicaba a azotar su espalda con la fusta.
-¡No puedo más!- chilló y cayendo desplomada, su mente se quebró al asumir estaba disfrutando del papel sumiso que le habíamos adjudicado.
La claudicación de Isabel no menguó la excitación de su amiga que deseando demostrar que estaba de mi lado, me soltó:
-Amo, fóllese esa boca de puta.
Asumiendo que deseaba humillarla al tener que comerse mi verga aún manchada con los restos de su intestino, saqué mi pene de su interior y lo llevé hasta su boca. Isabel no quiso o no pudo negarse y por eso abriendo sus labios, dejó que incrustara mi pene en su garganta. La propia excitación de la pelirroja hizo que no pusiera reparo en limpiar con su lengua mi verga.
El saber que esa malcriada estaba en mis manos, me terminó de calentar y sabiendo que no tardaría en expulsar mi semen, forzando su garganta la avisé de  mi inminente eyaculación. Mary muerta de risa, azotó nuevamente su trasero mientras le ordenaba  que se tragara todo. Por eso cuando exploté en el interior de su boca, tuvo que engullir mi simiente mientras, incomprensiblemente, un brutal orgasmo la paralizaba por completo.
Agotada, Isabel se dejó caer sobre la alfombra y sollozando por su debilidad, se quedó mirando como Mary y yo nos besábamos mientras nos reíamos de ella y de su desamparo…
Epílogo.
Desde esa noche, Mary e Isabel comparten mi cama. Sus cuerpos casi adolecentes son míos y aunque nunca había sentido preferencia por comportarme como dominante, me he convertido en su amo y ellas en mis dos perritas sumisas.
La malcriada nunca volvió a España y cuando su padre la llamó para preguntar por su retorno, le tuvo que reconocer que estaba preñada y que el padre de su retoño era yo. Como os imaginareis perdí un amigo pero eso no me importó al saber que todas las noches, la pelirroja y su amiga me esperaban desnudas deseando complacer hasta el último de mis deseos.
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (29)” (POR ADRIANRELOAD)

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Tras la espectacular venida que tuve… escuchar aquella frase de satisfacción me dejo perplejo…

– ¿Queee?… exclame atónito.

Aquella frase solo se la había escuchado a ella en momentos de placer… si… a… Vane… si aquella niña ricachona gringa mimada y alienada que en momentos de excitación y placer profería frases en inglés (oh my god)… y no solo eso, era el tono de voz… no era el de Mili…

Quizás estaba equivocado, tal vez seguía ebrio, quizás era un sueño… para verificar, me di otro palmazo en la frente… auuu, eso dolió… luego aparte la maraña de cabellos de su rostro…

– Por la put… madr… suspire lamentándome en voz baja.

– Te dije que me lo harías de nuevo… sin ataduras… dijo Vane sonriendo satisfecha.

La conch… su madr… en ese momento mis bolas se hicieron canicas, mi verga parecía un globo largo desinflándose… no di importancia a los líquidos que escurrían sobre los muslos de Vane y salían de su ano extasiado… Mierd… me deje caer a un lado del colchón, devastado casi parapléjico… mientras Vane seguía descansando, disfrutando su momento triunfal…

Carja… pero ¿Cómo?, comencé a pensar… había mucha oscuridad para diferenciar colores de piel y cabello. Mi ebriedad y sentidos adormilados no notaron la diferencia entra las nalgas pulposas de Mili y las musculosas de Vane… también recordé que Mili dormía de lado y Vane estaba boca abajo.

Vane profería sus palabras y gemidos en voz baja, amortiguados por la almohada, más el ruido de grillos afuera, nuevamente mis sentidos no estaban al 100%… caraj… aparte que ella no dijo ninguna frase en ingles hasta el final… no sé si se contuvo a propósito para que no me dé cuenta, porque si lo hacía me daba cuenta y me detenía… al menos eso creo, en momento de excitación ¿Quién sabe? (soy humano)…

Después estaba la entrega… Mili era más floja en el acto sexual, yo era el que proponía y hacia el mayor esfuerzo físico al poseerla. Ella me complementaba poniendo su enorme rabo y yo ponía mi nabo… Vane resistió esa faena en una posición difícil y hasta participando activamente culeándome para que le entre mejor mi verga, esa resistencia era producto de su entrenamiento en gimnasio… ¡Diablos!…

Bueno esa era la justificación de la parte física, y ¿el cuarto?… era el correcto… estaban las cosas de Mili ahí (su ropa del baile y traje de baño)… en algún momento de la noche, Vane le cedió a su anfitriona Mili el cuarto más grande en forma de agradecimiento por dejarla quedarse con ella… eso no lo sabía… lo habría hecho Vane a propósito sabiendo que con lo pipilectico que soy, buscaría a Mili a medianoche…

Después de todo, aquellos continuos sueños que tuve con Vane, ahora parecían más una advertencia de lo que podía pasar que un deseo por ella… interprete mal las cosas… pero eso no fue lo peor…

– Vaneee… se escuchó una voz afuera.

Mierd… ¿están penando? ¿fantasmas? ¿La llorona?, ¿vinieron del más allá a llevarme?… pero no… era la voz de… de… mi enamorada… por la put… madr… se acabó la historia, mi vida, cierren la web, apaguen su compu, tablet o smarthphone… se jodio todo… Mili estaba en la puerta, yo palidecí y hasta escalofríos me dieron… Vane seguía sonriendo coquetamente satisfecha… solo me hizo un gesto de silencio…

– Uhmmm… ¿sí?… replico Vane haciéndose la que recién se despierta.

– ¿Escuchaste un ruido?… pregunto Mili.

– Ahhh… si… debe ser ese vigilante que anda dando vueltas… se justificó Vane.

Sentía que esa respuesta no convenció a Mili… con lo que me quedaba de resto físico, me escabullí a un lado de la cama, luego al suelo, mientras Vane se reía de mí accionar. Después rodé debajo de la cama, escondiéndome como una rata… me sentía sucio… pero esa maniobra fue propicia porque justo…

– ¿Puedo entrar?… insistió Mili.

– Sí, Claro… agrego Vane.

Debajo de la cama, yo estaba sudando frio y respirando apenas, sin hacer ruido. Sentí el colchón moverse, seguro Vane se daba vuelta, no recibiría a Mili con las nalgas abiertas y el ano rebosando en mi leche… escuche la puerta abrirse y vi cómo se formaba la sombra de Mili acercándose a la cama…

– Creo que… el ruido venia de acá… dijo Mili, sonaba un poco enferma.

– ¿Ah sí?… bueno… repuso Vane un poco nerviosa ante la insistencia de Mili.

Este era el punto de quiebre… Vane tenía todas las de ganar, hasta el momento me había tenido a salvo, quizás para torturarme cruelmente… ahora me tenia del cuello, podía darme el golpe de gracia en ese momento y decirle a Mili que su enamorado estaba escondido bajo la cama, tras propinarle un placentero orgasmo anal… y tenía las pruebas escurriendo por sus intimidades…

– ¿Y bien?… insistió Mili.

– Es que… me da vergüenza… replico Vane.

Yo estaba a la expectativa de lo que dijera, una palabra suya me llevaría al cielo o al infierno… en ese momento me arrepentí de todas las oportunidades que tuve de confesarle a Mili y Guille lo sucedido, hubiera alejado a Vane del club y de nuestras vidas desde antes… pero me calle para no hacerlos sufrir ni malograrles el momento, ahora terminaría pagando las consecuencias de mi silencio…

– ¿Por qué?… pregunto curiosa Mili.

– Es que… tuve uno de esos sueños (húmedos)… agrego Vane con voz pudorosa.

– Ahhh… exclamo Mili avergonzada, no creo que quisiera preguntar detalles.

Vane me había salvado… ahora yo recuperaba la respiración, sentía la sangre volver a mi rostro y el alma al cuerpo… pero ella no hacia las cosas sin planearlas, era hasta cierto punto maquiavélica Creo que sabía que si me delataba, la historia terminaría ahí para ambos y una pelea en media noche no tenía sentido… Vane aun quería tenerme en sus garras, a su merced para lo que dispusiera esa lady ladilla…

– Pensé que… que Guille había venido… agrego Mili con voz rara.

– Ay no… no me hables de ese… ese… tu sabes… dijo Vane, creo que recordar a Guille le malogro esos instantes de victoria y satisfacción.

– Es que… dijo Mili un poco ida.

Vi su sombra tambaleante, emitió unos sonidos guturales raros… luego salió cerrando la puerta presurosa, seguramente para que Vane no oyera lo que pasaría… por mi experiencia entendí que salió raudamente al baño, se le venía el vómito por la borrachera… por eso sonaba rara, enferma… aún seguía medio mareada (igual que yo) por lo de la fiesta, ella no acostumbraba tomar mucho…

Al lado se escuchó el ruido de la puerta del baño, y el sonido de lo que expulsaba su cuerpo… entendí que era mi momento para huir, aprovechar el malestar de Mili que la entretuviera unos minutos… Salí de debajo de la cama, me recompuse sin hacer mayor ruido, no quería ni ver a Vane… solo que…

– Me debes una… me dijo Vane jalándome de un brazo hacia ella.

En un acto reflejo voltee a verla… ella aprovecho ese descuido, ese momento de titubeo para estamparme un jugoso beso y hasta su lengua sentí… luego Vane me guiño un ojo y me dejo ir…

Esta loca habrá pensado que todo esto fue planeado por mí para cogérmela, no se habrá dado cuenta que esto fue involuntario… bueno cada quien piensa o ve las cosas como quiere… más aun en la mente retorcida de Vane… tampoco tenía tiempo para explicarle lo que sucedió… solo sabía que debía huir…

– Hey… me susurro Vane y luego señalo mi cuerpo.

Mujer golosa, seguro quería más… pero al ver mi ingle note que seguía desnudo… Maldición ¿Qué me pasa?… tome mi short y polo a un lado de la cama y me los puse como pude. Solo con el short casi pierdo el equilibrio y me saco la mierd… lo que le hizo gracia a Vane que disfrutaba la situación…

Después vi como Vane se dejó caer rendida sobre la cama, con una sonrisa de oreja a oreja, saboreando lo sucedido, su victoria y su orgasmo, resoplando de cuando en cuando, aun exhausta por lo ocurrido. Conociendo su falta de conciencia, seguro dormiría tranquila y sin remordimientos.

Mientras yo salí casi de puntitas de la habitación, cerré la puerta, como Mili lo hizo. Con todo lo que paso, la embriaguez se evaporo de mi cuerpo. Ubique mi puerta de escape, en el camino vi que la puerta de Mili estaba abierta y aun se la oía arrojando sus entrañas… ufff… al menos está ocupada…

Me senté al lado de la puerta y fui abriéndola de a pocos, hasta que… caraj… mala suerte la mía… vi la luz de la linterna apuntando cerca de la cabaña… así que volví a cerrar la puerta y esperar que la luz se alejara… sabía que esos minutos de espera podían jugarme en contra… había dejado de escuchar vomitar a Mili, pero tampoco había ruido, así que seguro seguía en el baño…

Una vez que vi la luz alejarse, nuevamente abrí la puerta… no sé por qué en mi aturdimiento decidí sacar primero las piernas, luego empecé a sacar mi pecho… sin querer aquella maniobra me salvo…

– ¿Dany?… dijo una voz.

A la mierd… es el colmo caraj… no podía tener tanta mala suerte, como decía mi padre en momentos muy jodidos: a mí no me han parido, me han cagado… voltee el rostro y si… era ella… era Mili…

– ¿Qué haces aquí?… insistió Mili.

Yo estaba gélido, casi temblando… en shock, casi al borde del paro cardiaco… di algo animal…

– Yo… yo… yo… comencé a tartamudear en voz baja.

– ¿Tú qué?… replico Mili.

Solo atine a hacer un gesto de silencio, para ganar tiempo mientras pensaba en algo… Mili entendió que debía ponerse a mi lado agacharse para oír mi explicación, para no alertar a Vane… ¡que pesadilla!…

– ¿Sí?… insistió Mili que parecía perder la paciencia.

– Yo… yo… yo vine… vine… por ti… agregue languideciendo, fue lo único que se me ocurrió al ver que mi posición en la puerta más que de salida parecía de entrada a la cabaña.

– Ohhh… ¿En serio?… replico derritiéndose.

Aquella frase sin querer funciono de maravillas… Mili me abrazo y me dio un suculento beso que casi me mata… ¡tenía un olor a vomito espantoso!… dada la situación y mi sentido de culpabilidad, no me quedo otra que soportarlo todo, con decir que también a mí me dieron ganas de vomitar… hasta que…

– Ohhh no… dijo Mili retorciéndose de nuevo.

Se paró bruscamente y otra vez se fue corriendo al baño… aun le faltaba vomitar más. Yo caí rendido en el piso, con medio cuerpo afuera de la cabaña… esto no puede estar pasando, me decía… ¿Sera el karma por lo que le hice a Vivi?… me repuse, estaba exhausto pero no podía irme, Mili me había visto…

Ya no tenía más leche que votar… supuse que en el estado de Mili, no querría nada sexual, solo que la reconforten… en fin… no hay de otra… volví a entrar a la cabaña y cerrar mi puerta de escape. Mientras me dirigía a su cuarto, escuche los ronquidos de Vane… cayo dormida rápido, la deje muerta, pensé.

Entre al cuarto de Mili y a su baño… vi a la pobre de rodillas, con la cabeza frente al sanitario…

– ¿Te sientes bien?… fue la pregunta más boba, pero a esa hora no pensaba.

– No… me quiero morir… decía casi sollozante, y agrego… nunca más vuelvo a tomar…

Casi le digo que esa es la mentira más grande, pero dado su estado, solo opte por sentarme a su lado y acariciar su espalda. Mili estaba vestida con un camisón translucido que dejaba ver sus senos y que apenas llegaba a la mitad de sus nalgas desnudas. Seguro era algo que usaba de más pequeña y que ahora apenas le cabía y se veía sexy… aunque por su mal estado, en realidad no me excitaba mucho…

– ¿Necesitas algo? (¿una menta para el aliento?)… pregunte intentando ayudarla.

– Si… pásame un poco de papel porfa… me pidió desfalleciente, bajando la palanca del baño.

Mili seguía con la cabeza apuntando al sanitario, en 4 patas, el papel estaba del otro lado, para alcanzarlo debía pasar detrás de ella. Para que no se sienta sola, continúe acariciando su espalda y cabellos, pasando casi arrodillado en ese ambiente poco espacioso. Una vez detrás suyo, como que quede aprisionado entre la pared y ella… pero esta vez estirándome si alcanzaría el papel.

Comencé a estirarme y sin quererlo, mi ingle se fue hundiendo entre las deliciosas y morenas nalgas de Mili… esto es otra cosa me dije, tiene consistencia y suavidad (comparándolas con las nalgas de Vane). Sin animo sexual también comencé a acariciar sus muslos, quería hacerla sentir bien… y tras mi reciente error con Vane, mi conciencia también me obligaba a hacer lo más reconfortante posible.

Le alcance el papel y ella procedió a limpiarse la boca… Mili seguía en la misma posición sumisa, en 4 frente al sanitario, por si volvía a darle otro arranque de nauseas… y efectivamente tuvo otro ataque, su vientre empezó a retorcerse un poco y con eso el resto de su cuerpo…

Yo que me había mantenido pegado a ella, porque me gustaba sentirla así, con su gran trasero presionando mis genitales… esta vez sentí aquellos temblorcillos, la compadecí… pero… esos movimientos involuntarios estaban surtiendo un efecto inesperado e impensado…

– Wow… exclame asombrado sintiendo mi verga crecer.

– Ay no Dany… no… en serio que no estoy para eso… se quejó Mili, previendo lo que pasaría.

– No, nada… yo solo juego… le dije, pensando que no había posibilidad de algo más.

Pero el morbo me empezó a invadir cuando no solo comencé a sentir, sino a ver también… baje mi vista, y pude apreciar tras el camisón translucido como su bronceada espalda terminaba en su pequeña cintura y la tela le daba forma a su figura… siguiendo más abajo, como se iba formando aquel carnoso trasero en forma de corazón, con esa deliciosa raja…

– Lo siento… le dije suspirando abrumado.

– ¿Por qué?… pregunto Mili fatalista, seguro esperaba una confesión.

En realidad, ya mi verga increíblemente estaba tiesa a mas no poder… y el pretexto que mi mente estaba usando para convencerme era que: debía hacerlo para borrar mi involuntaria equivocación con Vane en el cuarto de al lado… me baje el short, Mili ya estaba en 4 hace buen rato y su camisón ya había descubierto sus imponentes caderas…

– Lo siento… por lo que voy hacer… agregue.

– ¿Qué?… ouuu… nooo Dany… nooo… se quejó Mili.

Era tarde, mi verga ya había hecho diana en su flexible ano. Tras un entrenamiento intensivo anal que le di a Mili en las últimas semanas, su esfínter ya no necesitaba tanto de cremas lubricantes como Vane… Mi verga ya se sabía el camino y su ano sabia como estirarse para comerse gustoso mi pene.

– ¿Por qué eres así?… estoy mal… ayyy… me reclamo graciosamente Mili.

– Para mi estas muy…. pero muy bien… la halague acariciando su cintura y muslos.

Ese cumplido la hizo sonreír y relajarse, lo que aproveche para perforarla más, mi verga ya había entrado completa. Vi como un temblorcillo recorría su columna y la piel se le erizaba. Su ano ansioso palpitaba sobre mi endurecida verga… no habiendo mayores síntomas de nauseas, procedí a bombearle sus jugosas y redondas nalgas…

– Uhmmm… estoy ebria… ohhh… estas abusando de mi… uhmm… gimoteaba Mili.

Seguía con la cabeza en el baño pero instintivamente su posición en 4 se fue amoldando más para recibir una cogida, es decir, encorvando la espalda y abriendo las piernas para que esas dos voluptuosas nalgas se abran de par en par y reciban más profundamente mi verga.

De mi posición arrodillada fui pasando cada vez más a sentarme sobre mis pantorrillas, Mili se estaba agarrando del borde del sanitario y empezaba a empujarme su enorme rabo contra mi ingle… después de todo no era tan flojita como pensé…

– Ayyy amorrr… ohhh… uhmmm… comenzaba a disfrutarlo a pesar de su mareada cabeza.

Tomo mis manos que apresaban su cintura y las dirigió a sus senos, que gustosamente bailaban con cada clavada a la que sometía el goloso esfínter de Mili… podía sentir sus pezones a través del camisón… pero ella quería sentir mis dedos sobre sus senos desnudos…

Entonces ella misma, loca de pasión, no aguanto y tomo su camisón por el borde de cuello y lo jalo, rasgando la débil tela y liberando sus henchidos melones… mis dedos ahora estrujaban sus senos desnudos y jugaban con sus pezones, llenándola de más placer…

– Ouuu… ufff… uhmmm… exclamo desfalleciente en un inusual pero placentero orgasmo.

Mierd… nooo… me faltaba poquito, me dije un poco decepcionado… pero no me importo, corregí el error de la noche haciéndoselo a la chica correcta en esa cabaña… había ido por Mili y la tuve… esperaba haber terminado con la maldición.

– Ay amor… se me viene otra vez… salte… me advirtió.

Pensé que se le venía otro orgasmo, pero fue otra descarga de vomito… creo que la ajetree mucho… saque presuroso mi verga a punto de explotar en leche… Mili arrojo más lo que parecía agua o saliva, no le quedaba nada solido en el estómago… fue entonces que ella cometió un error…

Aun sentada al lado del sanitario, levanto el rostro, lejos de parecerme asquerosa esa imagen, por el morbo del momento… aquella baba que cubría sus carnosos y enrojecidos labios, parecía más restos de mi leche… eso término de incentivar mis genitales…

– Nooo Mili… sal de ahiii… le advertí.

– ¿Queee?… exclamo ella asombrada de ver mi verga a pocos centímetros de su boca.

Quise contener el torrente de leche que se me venía, ahorcando mi verga, pero mis dedos en vez de detener este aluvión, al frotar mi sensible pene, terminaron por incitarlo más… era muy tarde…

– Ohhh… ufff… resople aliviado, mi verga comenzó a escupir leche a montones.

– Ahhh… cofff… cofff… se quejaba Mili casi ahogándose.

Mi intención fue descargar mi leche en el sanitario, pero el rostro y sobre todo la boca de Mili se interpusieron en mi camino. Una lluvia de semen cayo en sus parpados, mejillas, labios, mentón y sobre dentro de la boca abierta de Mili y su lengua…

Esta excitante imagen fue un peor aliciente, mi verga no dejaba de contraerse, mi miembro era ahora el que vomitaba a más no poder, litros y litros de leche… comencé a exprimir mi pene para que no quede nada… y Mili atónita continuaba sin moverse, recibiendo toda esa viscosa salpicada.

– Asuuu… ufff… dije terminando, casi creí que me orine, pero me vine como nunca.

Viendo mi placentera venida, creo que Mili no me quiso malograr la experiencia con reclamos, seguro que también la excito ver lo que me causo… para rematar mi fantasía, ella sin limpiarse o escupir nada, se asió de mi verga y comenzó a limpiarla, en el proceso se habrá tragado algo, pero en su estado no le importo… con ese excitante panorama logro exprimirme algunas descargas más de leche…

– Wowww… eres… la mejorrr… ufff… la halague plenamente satisfecho, acariciando su cabello.

Mili sonrió agradecida, aun con mis líquidos en su rostro, sus labios melosos y mi leche escurriendo por su mentón y resbalando hacia sus senos… hasta que… Otra vez le dio un arranque de náuseas y voto todo, incluyendo mi leche… eso en parte mato la pasión… pero esos momentos e imágenes excitantes quedaron bien grabados en mí.

Volví a confortarla, por suerte fue el último vomito de la noche… después me dijo que había despertado con nauseas, por la bebida, y que había oído ruidos raros en el cuarto de Vane, al entrar y acercarse a su cama, sintió un olor raro (nuestro sudor, mi leche y sus jugos) y eso le activo las náuseas… no dije nada…

Luego nos aseamos entre juegos y nos fuimos a dormir en esa enorme cama donde sus viejos durmieron la noche anterior. Como lo había planeado desde el inicio me acurruque con Mili… La incursión a esa cabaña, como pensé, con sus sorpresas y todo acallaron el recuerdo de Vane, mi obsesión temporal.

Aunque vi la luz de la linterna reflejada en los muros, no me importo, porque antes de entrar a la cabaña note que el vigilante no se acercaba tanto, seguro temía que Mili lo delate como fisgón con su viejo…

Por otro lado, a través de las paredes escuchaba algunos ronquidos de Vane que descansaba placenteramente… esa bruja creyéndose la gran ganadora de la noche, se durmió satisfecha sin asearse, con mi leche adentro de sus entrañas como grato recuerdo…

Decidí perdonarme a mí mismo por lo sucedido, no fue enteramente culpa mía: la primera vez Vane me amarro y la segunda fue una equivocación en la oscuridad y por mi embriaguez, hasta con matices de ser una trampa tendida por Vane… Así que al menos esa noche al lado de Mili, dormí tranquilo…

Pero igual aún tenía el recelo de que es lo que haría Vane… aun le “debía” un favor…

Continuara…

Relato erótico: Tatoo (POR VIERI32)

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El día lluvioso y relampagueante en la capital no anunciaba nada bueno, eran las nueve de la mañana y una vez más bajaba del bus frente a la tienda de tatuados. Siempre me causaba gracia las miradas de las señoras por mi vestimenta estilo punk-rock, los pelos – literalmente hablando- de puntas gracias a la aplicación de gel y secador, además de mi ajustada camisa negra de losGun´s. Está de más decir cómo reaccionaban las señoras del transporte público al ver el dibujo de la calavera fumándose un porro.

¿Pero sabéis qué? Me importaba un puto comino sus miradas despreciativas, como pensando “Oh, míralo, mejor guarden sus carteras“. Eso sí, siempre que podía las miraba como en trance para que crean que estaba volado, drogado. Que conste, nunca utilicé sustancias por más cliché que sea.
Retiré las llaves que pendían de una cadena larga desde mi cinturón perlado para abrir el negocio. Prendí las luces, luego el aire acondicionado para soportar los cuarenta y seis grados que sería la máxima del día- como siempre en el verano- y cómo no, encendí el equipo de sonido que empezó a hacer vibrar las paredes al ritmo de “The Ramones“.
Fui al escritorio que bien me servía como recepción y, sentado con los pies sobre la mesa, continué mi libro, una compilación de poesías… claro, sobrepuse la portada de una revista porno sobre el libro para mantener las apariencias.
Normalmente los clientes solían venir cerca del mediodía y siendo verano, la cantidad de los mismos aumentaba en el local. Supongo que luego iban a la playa para regodearse y mostrar los tatuajes que yo les hice, algunos seguramente se la pasarían de machitos con aires de Casablanca, cuando de hecho lloraron a moco tendido mientras los tatuaba.
Las mujeres normalmente venían poco y los tatuajes que elegían no solían ser soeces, por lo general diminutos y ocultos bajo la ropa, dejando algo a la vista… muy erótico e inteligente aquellas decisiones, por cierto.
Y en medio de mi lectura, con la música de “The Ramones” ardiendo en el local, una colegiala había empujado las puertas de cristal para entrar y mirarme de manera curiosa mi aspecto, venía bien abrigada por la lluvia que imperaba. Obviamente le devolví su gesto fisgón, poniendo mi rostro de “volado” como diciendo; “¿qué miras tú?”.
– Prohibido menores, nena.- le dije señalando el cartel a lo alto y retomando la lectura.
– Tengo dieciocho.- mintió.
– ¡Ah! ¿En serio? Yo voy por mi centenario… prohibido menores. Allí está la puerta, a volar, vamos.
– ¡Pero quiero un tatuaje!- dijo en tono decepcionado, pateando el suelo.
La miré, era una más del montón de colegialas que salían del instituto religioso a dos cuadras del local. Recatada y sí, bonita, con el pelo lacio hasta los hombros, sin maquillaje a excepción de los labios carmesí y carnosos, la falda casi llegando a las rodillas, toda una auténtica niña consentida por sus padres seguramente ricachones. Era de las que iban a las fiestitas con sus amigas evitando excesos, de las que veraneaba en el exterior para volver con un bronceado como el que tenía.
– ¿No es muy temprano para salir de clases, nena?
– Se suspendieron por el mal tiempo.
– ¿Y el permiso de tus padres? Si los tienes no hay prohibición.
– Aquí está. – y me pasó una hoja levemente arrugada.
– Muy extrañas las firmas… con el mismo bolígrafo ambas signaturas, la hoja parece recién arrancada de tu cuaderno y no llevan las fotocopias del DNI de tus padres. ¿Qué más? Ah, sí, allí está la puerta, que no te golpee ese culito tan bonito que tienes al salir- le sonreí. Pensé que ella saldría llorando a raudales hasta que se plantó firme frente a mí;
– Desgraciado.- masculló sacándome su dedo, al instante le volví a sonreír, es que con aquel gesto me demostró que poco o nada tenía de común con las otras colegialas que solía ver. La joven se dio media vuelta para salir del lugar hasta que cerré el libro;
– Espera… ¿cuánto dinero traes?
– ¿Yo?
– No, se lo estoy preguntando al culito. Sí, a ti, niña, ¿cuánto traes?
– Tengo esto. – y sacó un fajo de billetes bien grueso de su mochila.
– ¿Qué tatuaje quieres?
– Una rosa…
– Madre mía- dije orbitando los ojos porque me volvía a resultar ser una más de las mismas. Faltaba que me pidiese un corazoncito o algo por el estilo.
– Una rosa negra y con espinas. – finalizó. Sonreí, ahora ella sí estaba hablando de un tatuaje.
– ¿No es un dibujo muy duro para ti? Quedaría bonito en las chichas roqueras… tú pareces ser de las que lloran por Alejandro Sanz y esas cosas.
– Me gusta el rock… – dijo ella mientras ojeaba el álbum de tatuajes del escritorio.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué está sonando ahora?
– Hmm… – pensó entrecerrando sus ojos y poniendo un dedo en su mentón.
– Si respondes bien te hago el santo tatuaje, niña.
– Dame unos segundos, que lo recuerdo, lo recuerdo…
– Anda, no lo sabes.
– ¿Rock at the Beach?
– ¡De la puta madre, nena! Mira que me has sorprendido, creo que eres distinta a las demás, aunque tu “facha” deja mucho que desear.
– ¿”Facha”? ¿Te refieres a la forma en que me visto?- se retiró su campera y me di cuenta que ya empezaba a aflorar cierta personalidad rebelde, tenía una pulsera perlada en la muñeca izquierda y un collarcito de mismas características. La nena en dos o tres años sería de las “revolucionarias”, sin dudas, aquellas muchachas con piercing´s y ropas más ajustadas, pero ella estaba aún en pleno proceso de cambio y yo, sin dudas la ayudaría a dar su siguiente salto.
– Mira, ¿cómo te llamas? Y dime tu edad de una vez por todas.
– Soy Rosa. Tengo dieciséis, pero en días cumpliré los diecisiete.
– Está bien, Rosa, vamos al cuarto del fondo. Toma el álbum y elige la rosa que más te gusta, yo me encargaré de ponerle las espinas y demás.
Fuimos allí y se recostó en el camastro boca abajo: – Lo quiero en mi baja espalda.
– Está bien. – dije mirando fijamente aquel trasero que resaltaba de su falda, desafiaba las leyes de la gravedad, de la física cuántica, de la relatividad… así de levantado lo tenía la muchacha.
– Y luego lo quiero bajo mi vientre.
– ¿Quieres dos? Creo que te arrepentirás, mi bella Rosa, que suele doler bastante.
– Tengo dos amigas que se lo hicieron… no les dolió tanto.
Me senté a un costado suyo, me puse los guantes y preparé el equipo. Lentamente subí su camisa por su torso y bajé su falda, sí, me excedí a conciencia pues tenía unas endemoniadas ganas de ver el nacimiento de la raja de su trasero adolescente. Apliqué una pomada en la zona un par de veces y añadí;
– Tenemos de esas bolas de goma, si quieres morderla para no gritar.
– No, no, estoy bien.
Y comencé, a cada pinchazo ella temblaba y gemía, se revolvía de la camilla, cada dos minutos la hacía descansar, preguntándole si quería continuar. Casi sollozando me decía que continúe, hundiendo su cabeza en las almohadas de la camilla.
Aprovechaba para reposar mi mano libre sobre una de sus nalgas y así mantenerla un poco quieta, lo mío empezó a erguirse conforme presionaba más sobre aquel pedazo de trasero que la niña se mandaba. Al cabo de casi media hora la rosa negra y con espinas estaba terminada, se la mostré mediante un par de espejos cómo había quedado, aún su piel estaba rojiza pero ya bien se podía divisar el buen trabajo.
– ¡Es bonito!- dijo ella secándose las lágrimas.
– ¿Estabas llorando?
– Lo siento… ¡es que dolía!
– Ya, ya, he visto a varios hombres llorar varias veces por los tatuajes.- La ayudé a levantarse y explicarle algunas simples guías sobre cómo cuidarse de posibles infecciones y demás. A los de veinte minutos la muchacha estaba decidida a ir por el siguiente tatuaje, en su bajo vientre. ¿Qué decirle?

Se recostó boca arriba en la camilla con las rodillas dobladas y los pies casi tocando suelo, me senté frente a su sexo, le subí la falda por su torso y quedó tan sólo con su braguita. “¡Madre Santa!” pensé al ver el monte de venus relucir bajo su ropa interior.

Posé sutilmente una mano allí y con la otra empecé a pinchar bajo su pancita tan plana, ella nuevamente se revolvía a cada punto que marcaba. “¡Duele, duele!”, gritó ella al cabo de un minuto.
– ¿Te duele, hermosa? – Soplé lentamente en la zona, ella gimió y retorció sus piernas, un dulce olor a rosas veraniegas parecía empezar a emanar de su vagina. El soplo fue lentamente bajando hasta llegar a su monte y la nena gimió ahogadamente.
– Te duele, ¿no? – Al rato estalló en llantos, diciendo que se arrepentía de haberse hecho el tatuaje y llorando – ahora sí- raudales.
– Ya, ya – dije reponiéndome para borrar sus lágrimas – ¿pero por qué te arrepientes, nena?
– ¡Bórramelo, bórramelo!
– Este, va a ser que no, su alteza. El tatuaje no lo puedo borrar tan simplemente. Anda, ¿por qué viniste aquí?
– Mi novio – sollozó- me dijo que me quedaría bien uno.
– ¿Tienes novio? ¿Y te dejas convencer así por así?
– Sí, lo tengo… mejor me voy. – dijo tomando de su mochila y dirigiéndose hacia la entrada.
– Rosa, ¡es que no hemos terminado la flor de tu bajo vientre! Vi aquel trasero menearse conforme ella se alejaba a pasos rápidos… “¡Madre Santa!”- volví a pensar mientras ella salía ya en la calle. Muy tarde para convencerla…
El resto de la semana transcurrió regularmente, cada vez que la puerta chirriaba al abrirse esperaba a que fuera la muchacha… pero nunca aparecía. Supuse que se había acobardado y decidió volver con su noviecito para planear alguna fiesta o cosas por el estilo.
 

Aunque muy para mi sorpresa, un sábado por la tarde la mismísima Rosa se volvía a presentar, aunque ya con ropas más formales, una remerita rosa que dejaba ver parte de su pancita, la faldita blanca y unos zapatos deportivos.

– ¿Me recuerdas? – dijo ella al abrir las puertas.

– ¡Ah, mírate nada más! ¡Estás hecha una flor de puta!- le sonreí al levantarme del escritorio.
– Anda, ¿¡eso es un halago!?
– Siento mi léxico soez bella, pero es que la costumbre. Ven, trae ese trasero para aquí.
– ¡Majo! ¡Me pones roja de vergüenza!
– ¿Tu noviecito no te habla así? Ah, me olvidé, seguro que el niño es de los educados hijos de mamá, ¿no?
– Bueno, más o menos, pero no vine para hablar de él.
– Vienes por mí, ¿no?
– Vaya, eres creído. Vine a terminar el tatuaje de mi vientre.
Fuimos nuevamente al cuarto con risas de por medio y ella volvió a acostarse de tal forma en que yo, sentado, tenía frente a mí su abultado pubis reluciente bajo su braga, con su faldita arrugada por su torso, empezaba a pasar las yemas de mis dedos con la pomada en el susodicho vientre. – Aquí voy, Rosa, sujétate.
Ella volvía a temblar y gemir, nuevamente suspendía cada dos minutos para hacerla descansar. Antes de volver a dibujar, decidí soplar su pancita pues la piel la veía bien roja. Bajé pícaramente hasta su monte…
-¿Continúo? – pregunté. Ella apenas masculló: –Continúa, continúa.
Posé el aparato en su vientre para continuar el tatuado.
– ¡No!- gruñó ella, abriendo sus piernas- ¡sopla, sigue soplando!
Estando seguro de lo que sucedería, devolví las máquinas en la mesa, corrí hacia la entrada para asegurarla e impedir que alguien nos descubra y volví a sentarme frente a sus piernitas abiertas descaradamente. Tomé la cintura de la braga y la bajé hasta sus muslos para revelar a mi libido, una fina mata de vellos dorados.
– ¿Que sople, nena, que sople?
– ¡Sopla ya! – y con sus muslos rodeó mi cuello y atrajo mi rostro a su sexo. ¿¡Qué hacer!? Soplé una última vez, ella se revolvió y meneó su cadera para adelante, mi boca chocó con su pubis y aproveché para meter mi lengua en sus carnes.
Rosa pegó un grito al cielo cuando sintió mi lengua buscando su agujero entre sus abultados labios mayores, bajando y salivando entre su vello en busca de penetrarla. Ni qué decir cuando lo encontré, al sentir el frío piercing de mi lengua recorriendo aquel apretado pasaje empezó a chillar como una posesa. En vista de que sus gritos bien superaban a los de “The Ramones” que sonaba en el equipo de sonido, me aparté de su vagina para pasarle la santísima bolilla de goma y evitar que alguien de afuera nos escuche;
– ¡Muérdelo, preciosa, muérdelo, que chillas muy fuerte! – dije para luego volver a comerme sus labios vaginales, a beber el salado líquido que empezaba a escurrírsele. Dirigí el dedo corazón en su vagina para humedecerlo y luego enviarlo a su tierno agujero trasero.
– ¿¡Qué haces!? – dijo Rosa temblando-
– ¡Tranquila, te va a gustar, lo sé, lo sé!- y empecé a chupar diabólicamente su sexo mientras mi dedo humedecido entraba en su recto. Si antes gritaba como posesa ahora la princesita gruñía improperios inentendibles. Intenté meter un segundo dedo pero tenía un culito de lo más apretado.
Una sorprendente descarga de un líquido salado y con olor a rosas se había mitigado en mi boca, la muchacha se había llegado gritando al ritmo de Marky Ramone en el equipo de sonido.
Subí en el camastro y, soltándome el jean, dirigí mi glande entre las carnosidades de su vagina para buscar su agujero, reposando mis brazos a los costados de su desgastado cuerpo;
– Te la meto, bebita, déjame entrar, mira que ya me he puesto plástico.
– Hazlo… – masculló con una carita de vicio- pero lento, ¡que eso duele!
Y “The Ramones” coreaba “Rock at the Beach” al compás de mi sexo venciendo lenta y pausadamente su agujerito, la nena clavó sus uñas en mi espalda y sus piernitas detrás de mí para comenzar un lento vaivén;
– ¿Te duele bella, te duele?
– Mmm… ¡más lento, más lento!
Fundimos nuestros cuerpos en aquel infierno de verano de 45 grados alivianados por el acondicionador de aire, reduje mi velocidad y ella comenzó un meneo de su cadera para excitarme a lo bestia.
Besé el nacimiento de sus pechos, no sé cómo se me escapó que se verían bonitos con unos piercing´s en sus pezones, su piel tenía un bronceado de no creer, muy probablemente de algunas vacaciones en Río, lo decía en su remerita arrugada.
Al cabo de minutos terminé vencido pero victorioso sobre su cuerpo tierno y adolescente. Mi grito de júbilo fue acompasado con un trueno desde afuera en la ciudad, una vez más volvía a llover.
– Nena, nena, mil gracias, te la parto de nuevo si quieres. Puedo, sé que puedo.
– ¡No, no! Suficiente por ahí. – dijo riéndose y mirando con curiosidad mi sexo.
– ¿Al menos me la chupas, preciosa?
– ¡Asco! –y ella volvió a reír.
– Vamos, sé que lo quieres en tu boca.
– No, de eso nada, nunca he chupado un pene y no pienso hacerlo hoy.
– ¿Por qué no, princesa?-Y me devolvió una sonrisa cómplice, mordiéndose su labio inferior y negándome con la cabeza. Antes de hacerse de sus ropas le tomé de la manito en un último intento de convencerla de hacerme una felación… al cabo de cinco minutos, Rosa estaba de rodillas y chupándomela en el baño del local con su pequeña boca apenas dejando entrar a mi glande, cuando al rato deposité en su boca lo mío, ella terminó por escupir todo en el lavabo.
– Me pareció asqueroso, no sabe ni por asomo delicioso como lo pintan. – dijo secándose la boca.
– No te enojes, Rosa. ¿Te imaginas al pobre de tu noviecito ahora?
Y pegó una risotada conforme nos vestíamos. El resto de la tarde me acompañó en el local, nada de otro mundo, tan sólo hablamos, no pensé que tenía tanto en común con aquella nena en cuanto a música se refería. Definitivamente su apariencia de recatada y educada cayó por el suelo para revelarme una beldad adolescente y rebelde.
– Bueno… mis padres creen que estoy estudiando en la casa de una amiga. – dijo ella de manera bien tímida, me dio un dulce besito de labios, pero decidí tomar su mentón y enterrar mi lengua en su boca, “firmarlo” así como lo hice en su tierna vagina hacía ratos.
¿El dinero? No le cobré nada, antes de salir se retiró su braga metiendo la manito bajo su falda, la dobló delicadamente y me lo guardó en el bolsillo trasero. Corrió para atravesar la lluvia y tomar el bus rumbo a su hogar.
Al cabo de unos días volvió con unas notables ganas de injertarse unos piercing´s en los pezones, al parecer tomó en cuenta mi opinión sobre lo bonito que le quedarían. Fue bastante difícil por lo pequeño que los tenía, pero al fin y al cabo, con hielo, mi lengua, una aguja de lo más diminuta y hemostático, pude insertarle la barrita con dos bolillas mientras su manito pajeaba mi sexo lenta y cariñosamente. Por si fuera poco, “The Ramones” roqueaba al compás de la masturbación.
Una vez más se me escapó una opinión, sobre qué bonitos se verían unos piercing´s en sus abultados labios vaginales y otro en la lengua. Rosa se mordió los labios, negándome mientras su manito aumentaba el vaivén.
– Tal vez en una próxima. – susurró. Nuevamente me dejó sus braguitas como recuerdo.
¿Y qué de mí? Pues, cuando vean a una niña por las playas tomando sol con un tatuaje asomando por el nacimiento de un traserito respingón, tal vez sea ella. Esperaré que cumpla su promesa de volver y de momentos me seguiré regodeando al escuchar “The Ramones” que harán resucitarán aquella alocada y caliente sesión con una colegiala… retiré su braga de mi bolsillo y la llevé a mis narices… tenía un tierno olor a rosas…
 
– TATOO –
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 
 

Relato erótico: “Una diosa muda me salvó la vida en la montaña”. (POR GOLFO)

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Una diosa muda me salvó la vida.
Todavía hoy hasta mis amigos me consideran un loco. Aunque ninguno comprende como pude sobrevivir a ese accidente de helicóptero, tampoco se creen mi historia. Por mucho que intento explicarles que si no llega a ser por ella hubiera muerto, les parece imposible aceptar que una Diosa me haya salvado en esas agrestes y frías montañas.
Unos pocos opinan directamente que miento mientras la mayoría disculpa mi terquedad, asumiendo que es una alucinación producto de las penurias que tuve que pasar hasta salir de esa cordillera. Pero yo sé que ella existe y por eso en cuanto reponga fuerzas volveré a buscarla porque sin ella mi vida no tiene sentido.
(Nota encontrada al lado del manuscrito)
UNA DIOSA MUDA ME SALVÓ LA VIDA.
Mi historia tuvo lugar en la región de Komi, una república rusa famosa por albergar los montes Urales. Debido a la crisis en España me quedé sin trabajo. Tras seis meses sin conseguir nada en mi país decidí probar fortuna  en el extranjero y por eso mandé mi curiculum a una vasta lista de empresas de ingeniería.
Para mi desgracia, la única oferta que recibí fue de Gazprom, una de las mayores empresas petroleras del mundo que tiene su base en Moscú.  Si ya de por sí pensar en irme a esa ciudad de la que desconocía el idioma era difícil, cuando en la primera entrevista me enteré que el puesto era para un remoto pueblo llamado Tyvkar se me cayó el alma a los suelos.
« ¡Está en el culo del mundo!»
Estaba pensando en negarme cuando me informaron que el salario que me pagarían triplicaba mi antiguo sueldo. Ni que decir tiene que siendo soltero y sin perspectiva alguna en mi tierra, acepté el trabajo.
Durante dos años, viví en ese remoto lugar. Alejado de todo y con la única compañía de los mineros y de sus familias, aprendí ruso y pasé frío. Y cuando digo frio es frio y no el fresquito que hace en Madrid durante el invierno. Para que alguien pueda hacerse una idea, la temperatura en Febrero puede llegar a los cuarenta y cinco grados bajo cero.
Mi única diversión en ese remoto lugar consistía en una vez cada dos meses aprovechar a irme un fin de semana  a la capital de esa zona en un helicóptero que la compañía ponía a nuestra disposición. Fue durante una de esas escapadas cuando ocurrió el accidente.
 
El helicóptero se estrella en mitad de los Urales.
Como en todas las ocasiones anteriores, ese viernes trabajé en el turno que terminaba a las dos de la tarde para así salir rumbo al “paraíso” que para mí suponía la ciudad de Syktyvkar en ese helicóptero. En esa ocasión, los dos pilotos llevaban a otros cuatro ejecutivos como pasaje. Con la excepción del director, todos los mandos de la mina habíamos quedado en corrernos una juerga que nos hiciera olvidar la mierda que suponía vivir en esa aldea perdida.
Ya desde el inicio el viaje empezó mal. Las condiciones atmosféricas eran penosas y por eso sufrimos un retraso de una mientras el  capitán de la aeronave esperaba que mejoraran. Aunque no lo hicieron, la idea de quedarse en esa pocilga y la presión que ejercimos para que despegara terminaron de convencerle de esa locura
Al despegar, todos los ocupantes  estábamos felices. Los pilotos porque volvían con sus familias y nosotros por la fiesta llena de putas y vodka que teníamos preparada al llegar. Desgraciadamente, el clima empeoró y el tipo que estaba a los mandos decidió con mal criterio en vez de volver a la base, variar el rumbo cruzando la cordillera porque según los meteorólogos allí no había tormenta.
Mientras cruzábamos esas abruptas montañas, el panorama cambió y el cielo se cubrió de negros nubarrones limitando la visibilidad. Cuando ya no se veía nada y mientras el viento arreciaba, todavía tranquilo, el imbécil del piloto nos informó  que no había motivo de  preocupación porque esa nave podía soportar eso y mucho más.
¡Menudo profeta!
El helicóptero no tardó en ser zarandeado por la tormenta y el mismo profesional que minutos antes nos había tranquilizado con esa memez, nos pidió que nos abrocháramos bien porque tenía que hacer un aterrizaje forzoso. Fue tanto el nerviosismo que transmitió con su voz, que aunque nunca había sido religioso me puse a rezar viendo lo cercana que tenía la muerte.
La velocidad del aire hacía imposible dominar la nave y durante un tiempo que se me hizo eterno ese orgullo de la ingeniería soviética se convirtió en una marioneta volando sin rumbo fijo. Fue el grito del copiloto el que me informó del desastre y solo pude cerrar los ojos antes que nos estrelláramos contra un pico nevado.
Desconozco el tiempo que estuve sin conocimiento. Al despertar, me encontré herido, con una pierna rota y todos mis compañeros muertos. El dolor que sentía me hizo permanecer entre los restos del aparato hasta que la seguridad que me helaría de frio allí, hizo que me levantara y a duras penas buscara refugio.
No había dado el primer paso cuando comprendí que tenía que entablillarme el fémur, si quería conseguirlo. Buscando entre los hierros retorcidos, encontré cuatro barras de aluminio.
« Esto me servirá» pensé agradeciendo el hallazgo y cortando unos cinturones de seguridad, con gran dolor conseguí sujetar el hueso.
Aun así era atroz el sufrimiento que suponía avanzar entre la nieve mientras el viento me cortaba la cara.
« ¡Voy a morir!» convencido exclamé que tardarían días en dar con nosotros.
La dureza del camino me obligaba a hacer frecuentes paradas para tomar aire pero aun así metro a metro recorrí la distancia que me separaba de las rocas donde esperaba resguardarme. No sé cómo lo conseguí pero acababa de anochecer cuando me dejé caer en un agujero entre las peñas. Ya en él, mis gruesas ropas de abrigo me dieron una cierta tranquilidad al creer que bastarían para soportar la noche.
¡Qué equivocado estaba!
En menos de diez minutos ese gélido aire había entumecido todo mi cuerpo. Al dejar de sentir los pies y comprobar que no podía ni mover los dedos de las manos, entendí que era cuestión de tiempo que me quedara congelado. Curiosamente, el no tener futuro me dio una extraña serenidad y cerrando los ojos, espera la llegada de la parca…
Mi despertar.
Estaba medio inconsciente cuando entre sueños noté  a un ser peludo zarandeándome para que despertara. Creyendo que era una alucinación me di la vuelta para seguir durmiendo  pero el intruso sin darse por vencido, tiró de mí sacándome del refugio. En mi mente creí que era una especie de Yeti, el molesto individuo que jalaba de mis piernas. Supuse que iba a ser su cena pero era tan penoso mi estado que no pude hacer nada por evitarlo…
Las siguientes imágenes que recuerdo fueron el fulgor de un fuego, la imagen de una mujer de piel clara sonriéndome y la fiebre. Durante mi sueño una diosa nórdica envuelta en pieles me  restregaba con aceite el cuerpo, intentando que mi sangre circulara por mis piernas. Sus azules ojos reflejaban una preocupación que en ese momento no comprendí. Creyéndome muerto, las maniobras a las que estaba siendo sometido me parecían fuera de lugar y solo quería que me dejara descansar.
Durante días sino fueron semanas, me despertaba durante unos segundos para acto seguido hundirme nuevamente en las tinieblas hasta que una mañana me desperté en el interior de una habitación, tirado en un catre y tapado por innumerables mantas.
« ¿Qué hago aquí?», fue mi primer pensamiento.
El recuerdo del accidente y la muerte de esos seis hombres  me golpeó en la mente al intentar moverme y sufrir el latigazo de mi pierna rota. Fue entonces cuando recordé  todo y aunque me dolía todo el cuerpo, no pude dejar de alegrarme al saber que estaba vivo. Sin fuerzas para salir de esa humilde cama, miré a mi alrededor intentando descubrir cómo había llegado a ese lugar pero sobre todo para conocer a mi salvador.
La soledad de esas paredes hechas de troncos y apenas cubiertas por estuco, me hizo saber que debía estar en la cabaña de un leñador pero poco más. La exiguas pertenencias que tenía a mi vista consistían en una silla medio rota, una mesa y diferentes utensilios que reconociéndolos como aperos de caza, realmente desconocía su función.
«Deben ser trampas», mascullé para mí mientras buscaba sin encontrar un teléfono, una radio o cualquier cosa que me sirviera para conectarme con el exterior. « Necesito avisar que estoy vivo», pensé al saber que todo el mundo estaría convencido que estaba muerto.
Durante horas aguardé que alguien llegara pero fue en vano. El hambre que atenazaba mi estómago, me obligó a intentar encontrar algo que comer aunque eso supusiera que el dolor volviera. Sufriendo con cada paso un suplicio, conseguí salir del cuarto y al observar el resto de la casa, me hundí. La pobreza de esa vivienda era tal que ni siquiera había un suelo hecho de madera y lo que encontré fue una base de tierra rústicamente aplanada y poco más.
« La gente que malvive aquí es imposible que tenga una radio», sentencié sintiéndome tan o más miserable que ellos.
Cómo al salir de la cama no había tenido la precaución de taparme, no tardé en sentir frio y por eso las brasas que todavía ardían en la chimenea se convirtieron en mi siguiente objetivo. Arrastrando mi pierna enferma, renqueé hasta un modesto sillón ajado por los años y allí me dejé caer desmoralizado, mientras devoraba unos trozos de pan seco que hallé tirados en un plato.
Estando rancio, era tal mi apetito que ese mendrugo me pareció un manjar.
Estaba recogiendo las últimas migajas con mis dedos cuando caí en la cuenta que estaba desnudo y que además de no ser apropiado estar en pelotas cuando llegara el dueño de ese lugar, me estaba muriendo de frio. Gasté las últimas fuerzas en llegar hasta ese catre y al sentarme en él, comprendí que era incapaz de buscar mi ropa por lo que no me quedó otro remedio que taparme con las mantas y esperar ayuda.
« ¡Ojalá no tarde!» pensé mientras el sopor me dominaba.
Esta vez mi desfallecimiento debió ser cuestión de horas porque todavía era de día cuando un ruido me hizo despertar. Al buscar su origen, descubrí que acababa de entrar en la habitación mi salvador. El grueso abrigo, la capucha y la bufanda que lo cubrían por completo evitaron que en un principio reconociera que era una mujer quien había hecho su aparición. Cortado pero agradecido, en ruso, saludé al recién llegado:
―Pri―vyet.
Ese breve “Hola” hizo que el sujeto se diera la vuelta. Al verlo de frente, me quedé sin habla pensando:
« Esos ojos los conozco. ¡No puede ser!», exclamé al reconocer  la bondad de su mirada, « ¡Es la diosa de mis sueños!»
Confirmando mis sospechas en silencio, se quitó el capuchón de su trenca  y pude por fin verle la cara:
« ¡Es bellísima!».
En ese momento la mujer, ajena a la brutal impresión que me había producido descubrir que mi salvador no era el recio leñador que me había imaginado, me sonrió y siguiendo una rutina de años, se fue desprendiendo de su ropa de abrigo mientras desde la cama yo me quedaba cada vez más impresionado.  Olvidando de mi presencia, colgó las pieles de un perchero y sentándose en una silla, se fue quitando las botas mecánicamente.
Entre tanto, seguía alucinado. La muchacha debía tener  unos veintitrés años. Rubia, alta y fibrosa parecía sacada de una revista. Nada en ella reflejaba la dura vida a la que debía estar acostumbrada.  Era tal mi admiración que intenté incorporarme y al hacerlo no pude evitar pegar un gemido por el sufrimiento que eso me provocó. Al oírlo, la rusa se acercó y me obligó a tumbarme nuevamente en el catre. Tras lo cual, sin despedirse salió de la habitación.
Al quedarme solo, me puse a pensar en que hacía una cría así en un lugar tan apartado y creyendo que debía vivir con alguien más, decidí hacerla caso y quedarme en la cama mientras conocía al resto de los habitantes de esa choza.
Al reconocer los ruidos secos que venían desde el exterior como los que produciría un hacha al ir troceando un tronco, me hizo presuponer que su padre o marido debía estar cortando leña para la chimenea. Reconozco que al pensar que ese primor pudiera tener pareja, no me gustó.
« ¿De qué vas?», mentalmente me eché en cara esos pensamientos. « ¡Esta gente te ha salvado!».
Al cesar los hachazos escuché el sonido de la puerta y el de una carretilla entrando. Presuponiendo que el hombre de la casa había hecho su aparición, me preparé para agradecerle su ayuda. Pero los minutos pasaron sin que nadie viniera a verme. Extrañado y preocupado por igual, mi imaginación me hizo creer que quizás su marido no estuviera muy satisfecho con mi presencia.
«Yo tampoco estaría muy tranquilo teniendo una mujer tan bella», reconocí muy a mi pesar.
En esas zonas tan inhóspitas, los forasteros solo acarrean problemas y por ello, son frecuentemente rechazados. Aunque esas personas en vez de dejarme morir de frio me habían salvado, no significaba que estuvieran contentos por tenerme allí.
« ¡Incluso he invadido su cama», pensé al caer en la cuenta que en esa morada no había otra.
La paranoia  se había  instalado en mi mente y aterrorizado al saberme en manos de esos desconocidos, decidí que al menos debía vestirme para que el sujeto al llegar no me encontrara desnudo con su mujer. Estaba a punto de levantarme cuando la muchacha entró en la habitación con una bandeja y sentándose junto a mí en ese estrecho catre, cogió una cuchara e intentó que comiera.
Me cogió tan de sorpresa el que quisiera darme de comer en la boca que no pude más que abrirla y como si fuera yo un crio y ella mi madre, fue cucharada a cucharada  vaciando el plato sin mostrar ninguna emoción. El guiso estaba bueno pero me sentía ridículo. Al terminar la cría se estaba  levantando  cuando queriendo darle las gracias, le cogí del brazo.
Su reacción fue brutal. Saltando como una pantera, no sé de dónde sacó  el cuchillo que de improviso apareció en mi cuello. Reconozco que se me puso la piel de gallina al sentir el filo de ese instrumento cerca de mi yugular y tratando de aparentar una calma que no tenía, dije en su idioma lo más suave que pude:
―Solo quería decirte gracias. La comida estaba riquísima.
Mis palabras la tranquilizaron y bajando su cuchillo, salió de la habitación sin mirar hacia atrás. Tirado en la cama e indefenso, comprendí  la violencia de esa cría señalando  como culpable a la severidad de ese entorno:
« La gente de la montaña siempre ha sido dura». Aun así aprendí la lección, debía ir con cuidado y jamás tocar a esa gata montesa.
La actitud de la rubia me tenía confuso. Obviando que debía besar el suelo por donde pisaba solo por haberme salvado, la mujer que me dio de comer no tenía nada que ver con la tigresa que me había enseñado sus garras. Una era la ternura personificada mientras la otra haría retroceder al soldado más valiente,
« Si ella es así, ¡Cómo será el hombre!», mascullé acojonado.
Con el estómago lleno me fui amodorrando hasta que me quedé dormido. Cuando me desperté, había anochecido y la habitación se mantenía en penumbra.  Estaba todavía acostumbrándome a  esa luz cuando descubrí a la rubia mirándome.
―Buenas noches―  dije medio cortado.
Sin responder, se acercó a mí y con su mano tocó mi frente, como intentando saber si la fiebre había desaparecido. Al comprobar que así era sonrió y en completo silencio se empezó a desnudar.
« ¿Qué hace?», me pregunté horrorizado temiendo que en cualquier momento llegara su pareja y nos descubriera.

Ese striptease, lejos de azuzar mi lujuria, incrementó mi turbación hasta el extremo que cuando ya se había deshecho de toda su ropa y con señas me pidió que le hiciera un hueco en el catre, únicamente pude echarme a un lado sin protestar. Desde el rincón pegado a la pared, observé como se tumbaba y como dándose la vuelta, usaba las mantas para taparnos a los dos.
« No me lo puedo creer», rumié al notar que la joven, obviando que estábamos desnudos, intentaba dormir.
Mi mente para entonces estaba trabajando horas extras. No comprendía nada. Aunque sabía que la mejor forma de combatir el frio cuando se estaba en pareja era dormir desnudos, me parecía fuera de lugar que esa mujer se atreviera a hacerlo con un desconocido.
«Podría intentar abusar de ella», razoné antes de percatarme que de intentarlo tendría nuevamente un cuchillo en mi cuello.
Ese pensamiento me hizo evitar su contacto y cerrando los ojos, decidí imitarla y buscar que el sueño, me permitiera olvidar lo incómodo de esa situación…
Descubro su desgracia.
Acaba de amanecer cuando la luz de la mañana, me hizo despertar. Al hacerlo, noté a la muchacha abrazada a mí y a sus senos desnudos presionando contra mi pecho.
“No se ha dado cuenta que dormida me ha abrazado”, sentencié asustado por cómo reaccionaría cuando se despertara.
En otro momento, a buen seguro, el calor que su cuerpo desprendía hubiera alterado mis hormonas pero mi total dependencia así como el  dolor de mi pierna, me evitaron el bochorno de estar excitado cuando abriera los ojos. Aun así al sentir su respiración sobre mi piel, me hicieron caer en la cuenta que ni siquiera sabía su nombre. Al pensar en ello, también descubrí que por extraño que parezca no había escuchado la voz de esa mujer.
« ¡Qué raro!»
Estaba dando vueltas a ese asunto cuando la joven se empezó a desperezar y levantando su cara, me miró sonriendo. La belleza de sus ojos azules solo era comparable con la hermosura de su sonrisa. Alelado y sin palabras, susurré “buenos días”:
―Dó―bra―ye ú―tra.
Como única respuesta, esa cría volvió a cerrar los ojos y pegando su cuerpo al mío, permaneció otros cinco minutos en silencio mientras tenía que hacer un esfuerzo para no excitarme. En un momento dado, esa rubia debió de pensar que era tarde porque se levantó y tapándose con una de las mantas salió de la habitación.
« ¡No pienses!, ¡No digas nada!», me repetía una y otra vez, tratando de mantener la cordura pero sobre todo por comprender que pasaba: «Tu cultura es distinta».
Al poco rato, mi salvadora llegó con una taza de café y ayudando a que me incorporara, la llevó hasta mis labios. Reconozco que en esa ocasión no pude negarle el capricho de mimarme pero no porque estuviera convaleciente  sino porque no podía retirar mi mirada de sus pechos.
« ¡Qué maravilla!» exclamé mentalmente al admirar la forma y belleza de sus senos.
Aunque pequeños de tamaño, eran impresionantes. Sin rastros de estrías y con unos pezones que parecían los de una adolescente, me hicieron asumir que esa mujer nunca había estado embarazada. Eran demasiado perfectos para haber amamantado a un bebé.
Mientras tanto, la cría casi había conseguido que me bebiera todo el café cuando una gota resbaló por la comisura de mis labios y riéndose calladamente, acercó la cara y abriendo su boca, la recogió con la lengua. Ese gesto, hoy sé que carente de lujuria, provocó que como impelido por un resorte mi pene se alzara erecto entre mis piernas.
Su cara reflejó ignorancia al verlo y olvidando cualquier recato, se lo quedó mirando con cara de sorpresa:
―Lo siento. Eres muy guapa― dije en ruso mientras tapaba mis vergüenzas con la sábana.
La expresión de su rostro me informó que por alguna razón no me había entendido y  no queriendo insistir, cambié de tema diciendo:
―Me llamo Javier.
Fue entonces cuando mi anfitriona sacó de un cajón un bolígrafo y garabateó en un papel algo. Al dármelo, leí su nombre:
―Te llamas Katya― respondí.
La rubia al oírme con su cabeza respondió que sí, dándome a entender a la vez que era muda.
«Por eso no había escuchado su voz», pensé y enternecido porque un bombón como esa mujer hubiese tenido la desgracia de nacer sin la capacidad de hablar, le devolví el papel para acto seguido decir:
―Agradezco a tu familia que me haya salvado. Sin vuestra ayuda hubiera muerto.
Mis palabras llenaron sus ojos de lágrimas y escribiendo en el papel, respondió:
―Vivo sola desde que, hace seis años, un oso mató a mi padre.
El dolor de su mirada me hizo abrazarla y aunque en un principio noté como se tensaba, rápidamente se relajó y hundiendo su cara en mi pecho, se puso a llorar. Con ella entre mis brazos, no me cabía en la cabeza que una niña hubiese podido sobrevivir ella sola tanto tiempo.
“¡Es increíble!”, sentencié.
La congoja de Katya se prolongó durante un largo rato mientras intentaba comprender por qué esa muchacha no había dejado esas tierras y se había ido al poblado más próximo.
«Debemos estar alejados de toda civilización», con el corazón encogido alcancé a discernir pero entonces recordé el café y su presencia solo se comprendía si mantenía aunque fuera ocasionalmente el contacto con el exterior. Por eso más tranquilo, esperé que esa mujercita dejara de llorar para decirle lo más dulcemente que pude:
―Ya no estás sola. Yo estoy contigo.
Katya al oírme, sonrió y usando ese ancestral medio de comunicación, escribió:
―Lo sé. La Diosa del Viento ha devuelto un hombre a esta casa.

Sus palabras aún escritas me dejaron perplejo y no pudiendo aguantar la curiosidad, pregunté:
―¿La Diosa me ha traído a ti?
La cría con una sonrisa en sus labios, respondió:
―Durante los meses de invierno, cuando cazaba una presa siempre ofrecía su corazón a mi Diosa. Por eso hace quince días y cuando estaba poniendo una ofrenda, escuché un gran estruendo. Fui ir a ver qué había ocurrido y en cuanto te vi, supe que eras su regalo.
Al analizar lo que había garabateado, comprendí que mi convalecencia había durado dos semanas y no queriendo contradecirla revelando que el estruendo que escuchó fue producto del accidente, di por buena su versión diciendo:
―Es  a mí a quien la Diosa devolvió la vida y le dio un presente.
Que agradeciera a su deidad mi vida, la alegró y saliendo del catre, se empezó a vestir con un brillo renovado en sus ojos. Al verla, le pregunté:
―¿Dónde vas? ¿Te puedo ayudar?
Muerta de risa, cogió el bolígrafo y escribió:
―Tengo que revisar las trampas y tú debes descansar.
La seguridad con la que me pasó el papel, me hizo comprender que tenía razón y que no podía hacer nada por echarle la mano, por eso me quedé en la casa mientras ella, enfundada en un grueso abrigo salía a enfrentarse a las inclemencias del tiempo y a no sé qué más peligros.
Ya solo, conseguí levantarme y encontrar mi ropa. Tras lo cual con gran esfuerzo y valiéndome de un bastón que encontré arrumbado en un rincón, salí fuera y me puse a cortar leña mientras me decía:
« Cuando vuelva Katya, verá que no soy un estorbo».
Agotado tras haber acumulado dos carretillas, esperé en el interior de la cabaña que la muchacha volviera. El sol ya estaba en lo alto cuando escuché que llegaba. Al entrar venía con una enorme sonrisa en la cara y dejando caer, una pierna de reno sobre la mesa, se acercó a mí y frotando su nariz contra la mía, me saludó.
Su felicidad se trasmutó en preocupación al ver que durante su ausencia, en vez de descansar había estado trabajando y sin darme tiempo a reaccionar, me desabrochó el pantalón y me lo bajó hasta los tobillos mientras se arrodillaba.
―¿Qué haces?― pregunté escandalizado.
En ese momento,  comprendí que lo único que quería era comprobar que mi herida no se hubiese visto afectada con el esfuerzo pero aun así mi miembro se alteró al verla en esa postura y por eso la levanté del suelo, diciendo:
―Estoy bien.
Katya de muy mal humor me recriminó mi falta de sensatez, escribiendo:
―Mi hombre todavía no está bien. No quiero que se pueda reabrir tu herida y me dejes sola.
Reconozco que cuando leí el modo en que se refería a mí, me quedé impresionado porque intuí que en su mente me veía como su pareja y por eso le prometí que no volvería a desobedecerla.
La muchacha aceptando mis excusas, sacó su machete y con gran soltura empezó a trocear la carne y a meterla en varios frascos de vidrio, los cuales una vez llenos, los cerró y enterró en la nieve. Siendo de ciudad y de clima templado, comprendí que de ese modo se conservaría sin atraer la visita de algún carroñero.
« La cantidad de cosas que tengo que aprender», recapacité en silencio.
Ajena a mis dudas, la rubia cerró la puerta y tras desprenderse de su abrigo, se puso a cocinar  mientras desde un sillón yo la observaba. Sabiendo que me había prohibido colaborar, curioseé  por la humilde habitación hasta que encontré en un estante un libro que rápidamente  reconocí como un diario.
Al abrirlo, la cría se puso en alerta y creyendo que había metido la pata, le pregunté de quien era.
―Es de mi padre.
Al saberlo avergonzado decidí que debía dejarlo en su sitio pero entonces mediante señas, Katya me rogó que se lo leyera en voz alta.  Su insistencia hizo desaparecer mis dudas y lo estudié durante unos segundos. No tardé en percatarme que había dos partes. La primera consistía en una serie de cuentos infantiles mientras la segunda era propiamente el diario de un hombre atormentado. Asumiendo que lo que quería era que le leyera una historia, elegí una que hablaba de la Diosa Blanca.
―En lo más profundo de la madre Rusia, existía por entonces un reino  donde los hombres y los animales vivían felices bajo el gobierno de una diosa…. – fui recitando mientras la cría ponía una expresión de felicidad que me hizo suponer que su viejo había rellenado sus largas tarde de invierno de ese modo.
Durante una hora, estuve narrando uno tras otro los cuentos de su niñez teniendo a Katya como espectador de lujo hasta que el olor del guiso le abrió el apetito y rellenando dos platos, me pidió que me sentara en la mesa. Obedeciendo, me puse a su lado y esperé a que intentara darme de comer. En cuanto lo intentó, cogí su mano y retirando la cuchara, di un beso en sus dedos diciendo:
―Gracias pero puedo yo solo.
Mi gesto carente de doble sentido tuvo un efecto no previsto y bajo la camisola de algodón, sus pezones se pusieron erectos sin que su dueña comprendiera el motivo. La cara de perplejidad que puso, me hizo comprender que, por muy campestre que fuera, desconocía su propia sexualidad y en vez de excitarme, saber que a esos efectos era una niña me desmoralizó.
« ¡No sabe nada!», pensé mientras me avergonzaba al suponer que cuando se refería a mí como hombre era que me quería en su cama.
Haciendo como si no me hubiese enterado, terminé mi plato y cuando quise ayudarla con los trastes, me pidió que me tumbara a descansar. Deseando leer el diario de su padre, no puse inconveniente y me fui con él a la habitación.
Ya en ese humilde catre, fui descubriendo página a página su vida y como era una cría normal hasta que  desgraciadamente al fallecer su madre, Katya dejó de hablar. Su padre entonces se mudó con ella a esas montañas, creyendo que así nadie se mofaría de ella. Y ya en esa cabaña, Sergei comprendió que su hija debía valerse por sí misma y por eso desde esa tierna edad, la enseñó a cazar y a recolectar los frutos que el bosque brindaba.
Viendo la fecha de lo último que había escrito, advertí que Katya se había equivocado y que eran siete años, los que llevaba sola pero también que según el libro, ¡Tenía solo veinte años!
El llevarle ocho años no fue lo que realmente me sorprendió sino el hecho que esa mujer hubiera sobrevivido en la más absoluta soledad desde los trece.
« ¡No puede ser!», me dije pero repasando otra vez los cálculos confirmé su edad impresionado.

Conociendo que debido al clima las nórdicas se desarrollan más tarde que en zonas templadas, comprendí que ni siquiera había tenido la regla cuando ese oso mató a su viejo.
« ¡Pobre chiquilla!», enternecido decidí que en cuanto estuviera sano, la sacaría de ese lugar y la llevaría a la civilización.
Un ruido me hizo levantar la mirada para sorprender a esa niña observándome desde la puerta.
―Ven a la cama― sonriendo le dije haciéndole un hueco.
La cría sin poder ocultar su satisfacción llegó a mi lado y tumbándose junto a mí, me pidió que le leyera otro cuento pero entonces cerrando el libro, comencé a contarle uno de los que habían hecho las delicias de mi infancia que no era otro que la historia de Mowgly en el libro de la selva.
―Erase en un lugar muy lejano en mitad de la india, donde la mala suerte hizo que un niño se le perdiera a su madre y fuera recogido por una manada de lobos que lo crio como si fuera otro de los lobeznos….
Durante todo el relato, Katya se mantuvo callada usando mi pecho como almohada. Cuando terminé, la miré y descubrí que estaba llorando. Al preguntarle si mi relato la había entristecido, lo negó  con la cabeza pero viendo que no la creía, sonrió y acercando sus labios a mí, me besó en la boca.
Fue un beso tierno pero aun así consiguió despertar mi  virilidad de su letargo. Ella al darse cuenta de la presión que ejercía mi miembro contra su cuerpo, puso cara de interés y me preguntó con la mirada, qué me ocurría.
―Cómo te dije esta mañana, eres muy guapa.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo el papel, me rogó que le explicara. Muerto de vergüenza, le expliqué que mi cuerpo reaccionaba a su belleza.
―No entiendo― escribió insistiendo.
Reconozco que no estuvo bien pero soltando una carcajada, le pregunté si había visto a los renos o a los lobos apareándose. Al responderme que sí, le solté señalando el bulto entre mis piernas:
―Soy un macho y tú eres una hembra.
Durante unos segundos se quedó pensando, tras lo cual usando el bolígrafo preguntó:
―Para ti, ¿Soy una mujer?
―Sí― respondí.
Entonces me hizo una pregunta de difícil contestación:
―¿Y mi cuerpo también reaccionará ante tí?
―No lo sé, ¿Quieres que probemos?
Sin meditarlo, contestó afirmativamente. En cuanto la incorporé en mitad de ese catre, pude observar en su rostro la inseguridad de esa cría y sabiendo que para ella todo era nuevo, decidí que tenía que esmerarme para que si llegaba el caso, esa primera vez fuese un bello recuerdo en su mente.
―Eres preciosa.
Katya respondió a mi piropo regalándome una sonrisa. Aunque se la notaba nerviosa y confundida por no saber qué iba a pasar, también es cierto que en ese momento, toda ella manaba sensualidad de sus poros. Al notar sus pezones duros a través de su blusón, me hizo desear todavía más hacerla mía y conteniendo mis ganas de saltar sobre ella, le pedí que se acercara.
La rusita se acomodó a mi lado casi temblando y con la cabeza gacha esperó mi siguiente paso. Reconozco que me enterneció la manera en que dominó el miedo a lo desconocido y por eso, dulcemente, la forcé a que me mirara y con mis ojos fijos en los suyos, pregunte a esa monada si estaba segura.
Nuevamente, respondió que sí moviendo su cabeza. Con su permiso, decídi que de nada valía seguir esperando y acercando mi boca, le mordí su oreja suavemente mientras la susurraba que era guapísima.
―Ummm― escuché que gemía.
Que fuera ese gemido el primer sonido que escuché de ella, me alegró al saber que le había gustado. No queriendo asustarla pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que acercaba mis labios a los suyos. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, me informó nuevamente que estaba dispuesta.

El sabor de sus labios me resultó el más dulce manjar y temiendo no ser capaz de mantener mi lujuria contenida si prolongaba mucho esa espera, empecé a desabrochar su camisola. La rubia al sentir mis dedos jugueteando en su escote, comenzó a temblar cada vez más nerviosa. Al terminar de soltar sus botones, fui abriendo la tela dejando al descubierto sus pechos. Entonces con premeditada lentitud, llevé mi boca hasta uno de sus pezones y sacando la lengua recorrí sus pliegues. Su respiración entrecortada me informó que le gustaba y repitiendo la operación en su otro pecho, me puse a mamar de ellos mientras con mis manos seguía acariciándola sin parar.
 ―¿Te gusta lo que sientes?― pregunté sabiendo su respuesta.
La cría solo pudo sonreír. Su exótica belleza de por sí atrayente, se convirtió en un doloroso imán al que no podía abstraerme al contemplar sus azules ojos brillando de lujuria. Por eso no pude evitar que al estar sentada sobre mis piernas, mi pene se alzara presionando el interior de sus muslos.
« ¡Tranquilo!», tuve que repetirme. Todo mi cuerpo me pedía que la hiciera mía mientras mi cerebro me pedía prudencia.
Con mucho cuidado e intentando no asustarla la  despojé de su bragas. Katya al sentir mis manos deslizando esa prenda por sus piernas, no pudo reprimir un sollozo. Temiendo que su mente infantil no pudiera asumir lo que su cuerpo estaba sintiendo, la tumbé sobre las sábanas dándole tiempo.
―¡Qué bella eres!― susurré al admirar por vez primera su sexo y encontrarlo apenas cubierto con un sedoso bosquecillo de rubios vellos.
La rusita que nunca había sido objeto de un examen tal por parte de un hombre, sintió vergüenza de su desnudez e intentó taparse con sus manos.   Conociendo su inexperiencia, creí que había llegado el momento de desnudarme y poniéndome en mitad de la habitación, me saqué la camisa por los hombros. Al percatarme que desde el catre Katya no me quitaba ojo, decidí que con mi pantalón lo haría gradualmente. Dotando a mis movimientos de una lentitud que intentaba ser sensual, desabroché mi cinturón sin dejarla de mirar.
Sus ojos reflejaban deseo pero también miedo y por eso, fui dejando caer mi pantalón poco a poco mientras observaba su reacción.  Reconozco que me encantó comprobar que de algún modo, esa mujer me veía como hombre y que los pezones que decoraban sus pechos al ponerse duros, reflejaban lo que  realmente sentía.
Al terminar de desnudarme, Katya estaba ya ansiosa de sentir mi piel contra la suya y dando una palmada en el colchón, me pidió que acudiera a su lado. Obedeciendo, le pedí que se echara a un lado pero ella tardó en reaccionar porque no podía dejar de mirar la erección de mi pene.
« Parece hipnotizada», sentencié al comprobar su fijación por el tamaño de mi miembro.
La cría no se podía creer las dimensiones que había adquirido y acercando su mano, se puso a tocar mi extensión como queriendo comprobar que era verdad. Esa caricia me provocó un espasmo de placer y no queriendo correrme antes de tiempo, retiré sus dedos y me tumbé junto a ella. Ya  en esa posición, me dediqué a acariciar su cuerpo sin importarme nada más, buscando cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla y ya sumida en la pasión, Katya me rogó con la mirada que la desvirgara.
Os confieso que en ese momento, deseaba con toda mi alma complacerla pero cuando me coloqué sobre ella dispuesto a hacerlo, sus ojos llenos de miedo me informaron que no estaba lista. No queriendo que tuviera un mal recuerdo de esa noche,  reinicié mis caricias y besando su cuello, me fui deslizando rumbo a su sexo. La rusita tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos.
Asumiendo que se estaba excitando, tiernamente separé sus rodillas y me dispuse a atacar su sexo con mi lengua. Nada más acariciar con la punta su clítoris, Katya sintió que su cuerpo entraba en ebullición y mordiéndose los labios se corrió. Satisfecho por esa primera batalla ganada, seguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que casi llorando forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
«Está riquísimo», alborozado sentencié al saborear su coño en mis papilas.

Para la cría, cada uno de mis pasos era un descubrimiento y por eso permanecí lamiendo  y mordisqueando ese manjar hasta que sentí como nuevamente, Katya sufría los embates de un delicioso orgasmo. Viéndola disfrutar, quise maximizar su clímax y llevando una de mis manos hasta su pecho, lo pellizqué. Esa ruda caricia alargó su éxtasis y gimiendo de placer, buscó mi pene con sus manos.
―¿Quieres que te haga mujer?― murmuré en su oído.
Respondiendo de inmediato con su cabeza, la cría me confirmó su deseo. Sabiendo que lo necesitaba, acerqué mi glande a su excitado orificio. En cuanto sintió mi verga jugueteando en su entrada, moviendo sus caderas me pidió que la tomara.
―¡Tranquila!― dulcemente respondí.
Decidido a que fuera inolvidable para ella, me entretuve torturando su clítoris con la cabeza de mi pene sin meterla.
―¡Ahhh!― gimió descompuesta.
No pudiéndolo postergar más tiempo, decidí que era el momento y rompiendo su himen, introduje mi extensión en su interior. El dolor que sintió al perder su virginidad la hizo gritar y por eso esperé a que se acostumbrar a esa invasión. No tuve que esperar más que unos segundos porque, reponiéndose rápidamente, forzó mi penetración con un meneo de sus caderas y sin necesidad de hacer nada más, Katya volvió a correrse.
Al hacerlo, su sexo se impregnó de su flujo facilitando mis maniobras. Ya sin oposición,  mi glande chocó contra la pared de su vagina y sabiendo que podía hacerle daño si la penetraba con dureza,  seguí machacando con suavidad su conducto. La expresión de su cara me confirmó que mi ofensiva la estaba llevando al paraíso y eso me permitió, ir incrementando poco a poco mi ritmo.
El nuevo compás con el que mi verga rellenaba su conducto llevó a un estado de locura a esa rubia que olvidando que seguía herido, clavó sus uñas en mi trasero como la gata montesa que era.

―¡Tú te lo has buscado!― chillé azuzado por la acción de sus garras en mis nalgas y agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas mientras le decía: ―¡Luego no te quejes!
Dominado por la lujuria, mi ritmo era atroz y con cada penetración, sentía que mi víctima se retorcía de placer. No contento con su claudicación, tomé posesión con mis manos de sus tetas y exprimiéndolas con dureza, me dejé llevar derramando  mi simiente en su interior. La rusita al notar mi eyaculación, explosionó y reptando por la cama, no quiso que acabara y presionando su pubis contra el mío, buscó con más ahínco su placer pero entonces ya agotado caí sobre ella.
Durante casi un minuto, sentí como su cuerpo se estremecía con los últimos estertores de su gozo para acto seguido empezar a llorar.
―¿Qué te ocurre?― pregunté preocupado de haberme pasado.
Pero entonces, con una sonrisa, Katya se separó de mí y cogiendo el puñetero papel, escribió:
―¿Soy tu mujer?
Muerto de risa, contesté:
―¿Todavía te lo preguntas?― y atrayéndola hacia mí, mordí suavemente el lóbulo de su oreja mientras le susurraba: ―La Diosa me trajo a ti y nunca te dejaré.
La alegría que mostró al escuchar mis palabras fue sincera y tumbándose a mi lado, se quedó mirando mi pene que habiendo perdido su dureza, había vuelto a su tamaño normal. Extrañada del cambio, levantó su mirada y con una expresión de sorpresa en sus ojos, me preguntó el porqué.
Al asimilar su extrañeza, recordé que había vivido aislada durante su evolución de niña a mujer y soltando una carcajada, le expliqué que era natural pero si quería verlo crecer solo tenía que darle “besitos”. Katya comprendió a la primera y sonriendo pícaramente, se fue deslizando por mi cuerpo con la idea de hacerlo crecer….
 
 
(continuará)
 
   Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

 

 

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Sinopsis:

Desde que recibió la llamada, supo que recordaría ese fin de semana toda su vida. Tras una noche de jueves con demasiado alcohol, se levantó a contestar creyendo que sería un amigo. Para su sorpresa era uno de sus mejores clientes el que llamaba y al no poder escaquearse, se tuvo que vestir para ir a sacar a su hija de la comisaría.
Ahí se enteró que la policía acusaba a su retoño de ser la asesina en serie que llevaba aterrorizando Madrid las últimas semanas. Su modus operandi la había hecho famosa y todos los periódicos seguían sus andanzas y es que, tras seducir a sus víctimas, las mataba drenando hasta la última gota de su sangre.
En este libro, Fernando Neira nos vuelve a demostrar porqué es uno de los estandartes de la nueva literatura erótica en español. 

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:

1

Supe que ese fin de semana iba a ser de los que hacen época y no exactamente por bueno. Tras una noche de jueves que empezó bien pero que terminó con demasiado alcohol, me levanté con un puñal atravesándome la sien y no podía echarle la culpa a nadie más que a las tres botellas vacías que esperaban en silencio que un alma caritativa las echara a la basura.

«¡Menuda resaca!», pensé mientras me prometía como tantas otras veces que es mismo viernes iba a dejar de beber.

Con la boca pastosa, apagué el despertador e intentando mantenerme en pie, salí rumbo a la cocina. Mi idea inicial era preparar un litro de café que me permitiera sobrevivir esa mañana, pero apenas había dado dos pasos cuando mi teléfono comenzó a sonar.

Su estridente sonido zumbó en mis oídos con inusitada dureza y desesperado corrí a cogerlo.    

«¿Quién coño llamará a estas horas?», murmuré.

Mi cabreo mutó en acojone al contemplar en la pantalla que era Toledano mi mejor cliente. Por experiencia sabía que ese oscuro inversor era un ser noctámbulo y por ello comprendí que nada bueno podía derivarse de esa llamada.

―Simón, ¿en qué te puedo ayudar? ―  tratando de aclarar mi voz pregunté.

Para mi sorpresa no era ese viejo frio e insensible, sino su secretaria y estaba llorando. He de decir que al escuchar sus lloros supuse que algo grave debía de haber pasado con su jefe. Aunque hice todo lo que se me ocurrió para que se tranquilizara y me contara cuál era el problema, me di por vencido cuando después de diez minutos al teléfono había sido incapaz de sonsacarle nada coherente, a excepción de que tenía que ver con alguien de su familia.

Por ello vi el cielo abierto cuando destrozada y sin poder seguir hablando, Juncal me pasó a Simón. A éste se le notaba también triste pero no tanto como ella y por fin me enteré de que estaban en la comisaría de Argüelles porque habían detenido a la hija de su secretaria. Me extrañó que estuviera tan afectado porque no en vano le había visto firmar un despido colectivo que mandaba a la puta calle a dos mil personas sin inmutarse.

― ¿De qué la acusan? – pregunté.

―De asesinato― contestó mi cliente.      

Admito que me esperaba otra respuesta. Había supuesto que se le habían pasado las copas, pero nunca se me pasó por la cabeza que fuera por algo tan grave.     

Ya despierto del susto, quise saber a quién se suponía que había matado y fue entonces cuando me informó que la responsabilizaban de al menos media docena de muertes.

― ¿Qué has dicho? ― pregunté pensando en que lo había oído mal.

―La policía sospecha que es la asesina en serie que lleva actuando todo el año en Madrid.

Cómo no podía ser de otra forma, me quedé mudo. Durante los últimos seis meses los periódicos no dejaban de hablar y especular sobre una femme fatale que se dedicaba a matar a jóvenes universitarios.

«¡Puta madre! ¡Pobre Juncal!», pensé mientras intentaba ordenar lo que sabía del caso.

Así recordé el haber leído que, desde el principio, los polis habían especulado desde el principio que la culpable era una mujer, dado las víctimas eran heteras y aparecían atadas sin signos de haberse defendido, como si se hubiesen dejado maniatar voluntariamente.

«Se supone que la asesina primero los seduce y por ello no se defienden, pensando que se trata de algún tipo de juego erótico hasta que es demasiado tarde».

Que todos fueran fuertes y deportistas no había hecho más que incrementar el interés del público, pero lo que realmente había convertido ese caso en un filón de oro para los periodistas había sido el método usado para acabar con sus vidas:

¡La exanguinación!

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar que según los diarios los dejaba totalmente secos, ¡sin una gota de sangre! Y que por ello habían puesto a la supuesta culpable el sobrenombre de “la chupasangre psicópata”.

Tras aceptar el caso, pedí a Simón que le dijese a Juncal que en cuanto me vistiera iba hacia allá y que mientras tanto que no hablase con la policía y todavía menos su hija, no fuera a ser que luego se tuviese que arrepentir de lo que hubiese dicho o declarado.

―No te preocupes. Eso mismo fue lo primero que le dije al saber de lo que la acusaban.

2

De camino a la comisaría, no dejaba de pensar en lo que estaría pasando por la mente de Juncal y lo difícil que sería aceptar que su niña pudiese estar involucrada en algo tan siniestro. Conociéndola, no me cuadraba tuviera una hija de esa edad como tampoco que le saliera tan descarriada.

«Debe estar muy jodida», medité impresionado.

Pero lo que realmente me tenía mosca era qué tenía que ver Simón Toledano en ello y a qué se debía la importancia que le daba al tema. Las malas lenguas decían que esa morenaza, además de secretaria para todo, era su amante y aunque hasta ese día nunca me lo había creído, su actitud apesadumbrada me hizo pensar en que era cierto.

Meditando en ello, comprendí el mutismo de mi cliente:

«Lo primero que se pide a alguien de su profesión es tener fama de ser serio y honrado, sin mácula de sospecha» me dije mientras conducía: «Nadie pone su fortuna en manos de alguien con una doble vida».

Por otra parte, estaba el tema de la edad. Mientras Juncal no debía de tener más de cuarenta años, su jefe debía sobre pasar los setenta.

«Debe ser más joven que cualquiera de los hijos de ese cabrón», sentencié recordando que al igual que su viejo, esos dos era considerados unos tiburones sin escrúpulos, pero a la vez unos mojigatos en cuestión de faldas: «Siempre se vanaglorian de que un judío practicante nunca era infiel a su mujer».

Jamás había tenido motivo alguno para sospechar lo contrario. Siempre había achacado a la envidia los comentarios sobre Simón y en ese momento no tenía nada claro que no hubiera nada entre ellos, como tampoco quien era el padre.

Por lo que sabía, Juncal era soltera y por ello con las sospechas más que fundadas sobre la paternidad de la chavala, llegué a la comisaría. En la puerta y con cara de pocos amigos, Simón me estaba esperando:

―Pedro, no me importa cuánto me cueste ni a quién tengas que untar, pero quiero que saques inmediatamente a la niña de aquí. ¡Sé que es inocente!

―Déjalo de mi cuenta. Lo primero que debemos hacer es averiguar qué tienen en su contra y en qué basan la acusación― respondí tratando de tranquilizar a mi cliente.

―Me da igual lo que digan: ¡Raquel no tiene nada que ver con esos asesinatos!

Al oír cómo se llamaba, se maximizaron mis sospechas porque el hecho de que Juncal le pusiera un nombre de origen bíblico era algo bastante esclarecedor.

«Es un nombre que cualquier judío pondría a alguien de su sangre. Al final va a ser un desliz del viejo», medité y sin exteriorizar mis pensamientos, saludé a la madre.

Sin maquillaje y con los ojos rojos de haber estado llorando seguía siendo una mujer guapísima.

―Tranquila, haré todo lo que pueda para sacar a tu hija.

La desesperación que leí en su rostro no me gustó nada porque en cierta medida significaba que no tenía la seguridad plena sobre la inocencia de su retoño y por ello, dirigiéndome al policía de la entrada, pedí hablar con mi defendida.

Al enterarse de que era el abogado de la sospechosa y que quería verla, me llevó a una sala mientras llamaba a Gutiérrez, el comisario encargado de la investigación. He de reconocer que no me extrañó que me hicieran esperar dado el revuelo mediático del caso. Por ello y con la única intención de ponerles nerviosos, comencé a protestar aludiendo a que estaba vulnerando el derecho a una defensa efectiva y que pensaba denunciarlos.

Mis protestas hicieron salir casi de inmediato al responsable, el cual me aseguró que habían respetado en todo momento sus derechos y que como la detenida había pedido un abogado, ni él ni nadie de la comisaría la habían interrogado.

No tuve que ser un genio para dar por sentado que esa explicación y su celeridad en dejarme ver a su sospechosa no era algo habitual y que lo último que quería, era dar algún motivo que hiciera que el juez de guardia se creyera una versión distorsionada de su actuación.

Es más, interpreté erróneamente su sonrisa cuando abriendo una puerta me dejó a solas con ella.

Nada más cruzarla y ver a mi defendida, supe que esa actitud colaborativa no se debía al miedo de que se le volteara el caso sino porque estaba plenamente convencido de que era la culpable de tantas muertes y de que podría demostrarlo. Lo cierto es que hasta yo lo pensé al verla sentada tranquilamente en esa celda.

«¡No me jodas!», dando por perdido el caso, exclamé en mi interior al contemplar por primera vez a la que iba a ser mi cliente.

Rubia y con un piercing cerca de la boca que podía pasar por un lunar al modo de Marilyn, llevaba un escotado vestido negro casi hasta los pies que contrastaba con el colorido de los tatuajes que recorrían su piel: «Encima, la muy loca ¡va de gótica!».

He de deciros que en todos mis años de abogado nunca había prejuzgado culpable a un cliente sin siquiera escucharlo. Pero con Raquel Sanz, lo hice. ¡Di por sentado que era la chupasangre solo con mirarla!

Si os preguntáis la razón por la que llegué a esa conclusión, es muy sencilla. Había entrado allí pensando en que me iba a encontrar con una niña, pero con lo que realmente me topé fue con una mujer tan bella como siniestra.

― ¿Eres mi picapleitos? ― preguntó levantando su cara de la Tablet. La dureza de su tono y el desprecio hacia mí implícito en su pregunta, reafirmaron mi sensación de derrota.

Ni siquiera me digné en contestar y sentándome frente a ella, le comenté que estábamos amparados por los privilegios abogado cliente y que nada de lo que me dijera podía ser usado en su contra.

―Si el inútil del abogado que ha contratado mi vieja también me cree culpable, voy jodida― señaló molesta.

―Lo que crea o deje de creer no importa. A quien hay que convencer es al jurado― pensando ya en el juicio, respondí.

La sequedad de mi respuesta le hizo gracia y mirándome, contestó:

―Soy inocente. Aunque me lo he planteado un par de veces, jamás he matado a nadie.

Os juro que sentí que me taladraba con su mirada y producto de ello, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al verme totalmente subyugado por el azul intenso de sus ojos.

«¿Qué me pasa?», cabreado pensé mientras intentaba tranquilizarme, «¿Por qué me he puesto tan nervioso?».

Raquel Sanz debía de estar habituada a producir esa reacción en los hombres porque levantándose de su silla, me soltó:

―Si es lo que necesita, ¡devóreme con la mirada! Pero hágalo rápido, necesito que me saque de aquí.

A pesar de la vergüenza que sentía, no pude más que obedecer y recrear mi vista en el espléndido culo que la naturaleza le había dado.

«Joder, ¡qué buena está!», me torturé durante unos segundos, hasta que con esfuerzo recompuse mis defensas y le pregunté si conocía a las víctimas.

―Aunque me he follado a todos ellos, apenas los conocía― con una pasmosa tranquilidad contestó.

No me esperaba esa respuesta.

― ¿Qué te has acostado con todos? ― repliqué dejándome caer hacia atrás en la silla.

―Encima de idiota, sordo― enfadada respondió: ―He dicho y así se lo he reconocido a la policía, que me los tiré. Pero no por ello, soy una asesina.

―No me puedo creer que hayas admitido que has hecho el amor con las víctimas. No me extraña que te consideren la principal sospechosa.

Mis palabras la cabrearon aún más y levantando la voz, me gritó que no fuera cursi, que entre ella y los muertos solo había habido sexo, nada de sentimientos. La dureza y frialdad de su tono me recordó quién suponía que era su padre y asumiendo que su progenitor no se quejaría al recibir una abultada minuta, en vez de renunciar a su defensa, le aconsejé que de ahí en adelante me hiciera caso y no reconociera algo así a nadie.  

―Tampoco mientas. Es mejor no contestar.

Entornando sus ojos y como muestra de que me había entendido, sonrió. Todo mi mundo se tambaleó a sus pies y con el corazón a mil por hora, dudé sobre la conveniencia de seguir siendo su abogado al contemplar embelesado como solo con ese gesto, la oscura arpía capaz de asesinar a media humanidad se convertía en una dulce y virginal ninfa necesitada de protección.

«¡Concéntrate! ¡Joder!», me repetí intentando retomar la conversación y dejar de bucear en su mirada, «No es un ligue, ¡es tu cliente!».

Al reconocer las señales que evidenciaban mi indefensión ante ella, soltó una carcajada y como si hubiese sido solamente un espejismo, su rostro volvió a adquirir el aspecto pétreo y enigmático que me había impresionado.

«De llegar a juicio, tendremos que explotar ese atractivo», me dije mientras pedía al policía que estaba al otro lado de la puerta que llamara a su jefe porque ya estábamos listos.

Nada más llegar, Gutiérrez comenzó el interrogatorio señalando que el día y la hora en que mi defendida se había beneficiado a cada uno de los muertos.

―Cómo verá, su cliente siente que es una amantis religiosa― sentenció a modo de resumen el comisario― y como las hembras de esos insectos, se cree en el derecho de devorar al macho.

―Lo único que demuestra es que mi defendida tiene una sexualidad desaforada y eso es algo que hasta ella reconoce― contesté sin reconocer carácter probatorio alguno a dichos encuentros, para insistir a continuación que si no tenían nada más esos indicios eran insuficientes para mantenerla entre rejas.

Cómo viejo zorro, curtido en mil batallas, el policía respondió sacando unas fotos de los difuntos donde con un rotulador habían remarcado una serie de marcas en sus cadáveres que no me costó reconocer como mordiscos.

―Ve esos círculos… el forense ha determinado que coinciden con la dentadura de su defendida― y mirando a la susodicha, le preguntó que tenía que decir.       

―Que soy una mujer apasionada.

―Entonces confiesa que usted los mordió antes de matarlos.

―Reconozco que les eché un polvo y hasta que fue un tanto agresivo, pero nada más. Cuando los dejé estaban vivos y satisfechos por haberse acostado con una diosa.

Para entonces, ya me había tranquilizado e interviniendo comenté que cronológicamente las muertes no se habían producido en las fechas en que mi defendida se los había follado, sino con posterioridad

―Fue solo sexo. Del bueno, pero sexo― añadió Raquel haciendo como si lanzara un mordisco al policía.

El descaro de esa mujer consiguió sacar a Gutiérrez de sus casillas e indignado le preguntó si no era ella la asesina, entonces quién era.

―Ni lo sé ni me importa― respondió y cerrándose en banda, dejó de contestar a las preguntas que durante más de media hora le formuló el policía…

3

Mientras esperaba que el juez de guardia resolviera mi reclamación, me puse a analizar lo sucedido en la comisaría y a la única conclusión que llegué fue que no tenía claro si me había impresionado más la ferocidad con la que el comisario se enfrentó con mi clienta o por el contrario la frialdad y menosprecio con la que esa mujer le respondió que dejara de mirarle las tetas.

―No he hecho tal cosa― se defendió.

Demostrando que no le tenía miedo, Raquel se llevó las manos hasta sus pechos y acariciándolos, le preguntó si realmente pensaba que alguien le creería cuando ella le acusara de comportamiento inadecuado.

― ¡Hija de perra! ― resonó en la sala de interrogatorio mientras asumiendo que no podía seguir interrogándola, Gutiérrez salía por la puerta.

Ni que decir tiene que como abogado aproveché ese insulto en mi escrito, recalcando además que las supuestas pruebas irrefutables en las que los investigadores basaban su acusación no eran más que hechos casuales sin conexión con los asesinatos y que solo por la animadversión que sentía el jefe de todos ellos por mi clienta se entendía que hubiesen atrevido a detenerla sin base alguna.

A pesar de que mi razonamiento era impecable y de que haber compartido unos momentos de sexo con las víctimas no la hacía una asesina, no las tenía todas conmigo: ¡Hasta yo la consideraba implicada en esas muertes! Por eso cuando el juez determinó su libertad, respiré aliviado. Raquel seguía investigada, pero al menos podría defenderse de esos delitos, desde la comodidad de su casa.

Tras recoger la orden, me dirigí a la comisaría y con ella bajo el brazo, exigí al indignado comisario su liberación.

―Sé que eres tú y pienso demostrarlo― replicó mientras quitaba las esposas a mi clienta.

La intensidad del odio que el policía sentía por ella me impactó, pero no supe que decir ni que pensar cuando Raquel, demostrando lo poco que le afectaba la opinión del comisario, respondió:

―Si no quiere seguir perdiendo el tiempo, le aconsejo que me olvide. Puedo ser culpable de tener un coño tan sabroso como insaciable, pero soy inocente de esos asesinatos.

Afortunadamente para todos, Juncal y su jefe hicieron su aparición cuando ya temía que llegaran a las manos y Raquel olvidando a Gutiérrez concentró su mala leche en el recién llegado diciendo:

―Esto es algo digno de ser visto, ¡la familia al completo! Mamá y el eyaculador que la preñó han venido a buscarme.

―Hija, yo también me alegro de verte― contestó sin inmutarse el viejo judío.

Mi incomodidad era total al sentir que sobraba.  Por ello, tras comentar lo sucedido con la pareja, me despedí para no verme involucrado y que resolvieran sus problemas entre ellos.

― ¡Picapleitos! ― escuché que me gritaban. Al girarme, la bella arpía me alcanzó y depositando un beso en mi mejilla, me dio las gracias.

Toda la reacción de mi cuerpo se concentró en un lugar específico y es que contra mi voluntad al oler su perfume y sentir la dureza de su pecho restregándose contra de mí, el grosor y el tamaño de mi pene se multiplicaron en un instante. Mi erección no le pasó desapercibida pero lejos de quejarse, mirándome a los ojos, sonrió.    

―Hasta pronto, ¡guapetón!

Asustado por saberme atraído por ella y que esa zumbada lo supiera, salí de ahí y me fui a mi despacho, donde intenté concentrarme en el día a día para olvidar las sensaciones que su manoseo había provocado en mi interior.

«Menuda putada debe ser el tener una zorra así, como hija», murmuré mientras el recuerdo de sus extraños ojos ámbar y la profundidad de su voz me perseguían muy a mi pesar. Por mucho que hacía el esfuerzo no podía dejar de pensar de haberla conocido en un bar, yo podía ser uno de los muertos, dando por hecho que Raquel era la asesina de esos chavales.

Como abogado debía intentar creer en la inocencia de mis clientes para transmitir mejor al juez o a los miembros del jurado los argumentos que hicieran posible su absolución, pero con Raquel eso me estaba resultando imposible porque con solo mirarla uno se daba cuenta que esa mujer era ciento por ciento pecado.

«Es la lujuria hecha carne», sentencié al percatarme de que inconscientemente había empezado a tocarme al pensar en ella.

Reprimiendo ese conato de paja, estuve a un tris de pedir a algún socio del bufete que me sustituyera en su defensa. Pero tras pensármelo mejor, la certeza que al hacerlo también perdería a su padre como cliente impidió que siguiera buscando a quien ceder la venia.

«Necesito el dinero de ese viejo por lo que no solo debo seguir defendiéndola, sino que tengo que conseguir que la absuelvan», medité mientras firmaba unos cheques antes de irme.

La empresa era difícil pero no imposible pero también que para poder triunfar iba a necesitar, ayuda.

«Tengo que hacerme con los servicios de Alberto», me dije y cogiendo mi teléfono lo llamé.

Tal y como esperaba, el discreto, pero efectivo detective aceptó de inmediato y se comprometió que desde esa misma tarde pondría a toda su gente a ver qué era lo que conseguían averiguar del tema.

―Cualquier cosa que halles, no se lo anticipes a nadie, ni siquiera a la policía. Quiero ser el primero en saberlo.

―No te preocupes, así se hará. Eres el que pagas las facturas― contestó y un tanto extrañado de que me tomara ese asunto tan en lo personal, dejó caer si tenía algo que ver con Raquel.

No me costó saber que lo que realmente estaba insinuando era si tenía un lío sexual con la sospechosa:

―Ni ahora ni nunca, esa tía es peligrosa. Acostarse con ella es como meter la polla en un avispero: la duda no es si te picarán sino cuantas veces― contesté sin llegar a creer en mi propia respuesta.

Alberto, que no era tonto, vio en mí una actitud defensiva pero no insistió y tomando los datos, se despidió prometiendo resultados.

«¿Qué coño me pasa? ¿Por qué me afecta tanto y no puedo dejar de pensar en esa loca?», maldije en silencio mientras cerraba la oficina y me marchaba a casa.

Ya en el coche puse la radio. Nada más encenderla, reconocí Perlas ensangrentadas, la canción que Alaska convirtió en un éxito y olvidando que podía ser una premonición, siguiendo su ritmo, conseguí relajarme mientras conducía dejando atrás el recuerdo tortuoso de Raquel.

Desgraciadamente, fue solo un breve paréntesis porque al llegar a mi edificio, el conserje me informó de que mi hermana me estaba esperando en mi piso.

― ¿Mi hermana? ― pregunté extrañado porque, aunque tenía una, esta vivía en Barcelona.

―Sí, una joven guapísima― contestó: ― La pobre se había olvidado las llaves y por eso la abrí.

Supe de quién se trataba al observar la tranquilidad con la que me acababa de decir que había roto la principal regla de un buen portero y que no parecía en absoluto preocupado.

«¿Qué habrá venido a buscar?», me pregunté mientras con un cabreo de la leche llamaba al ascensor…

4

O bien Raquel no veía nada malo en su actuación o bien supuso que sería incapaz de recriminarla el haber invadido mi espacio porque al entrar me la encontré casi desnuda pintándose los pies en el suelo de la cocina.

― ¿Se puede saber qué narices haces aquí? – pregunté mientras intentaba evitar darme un banquete admirando la perfección de esos pechos que la camiseta que llevaba puesta era incapaz de tapar.

― ¿No lo ves? Arreglándome las uñas― contestó sin siquiera levantar su mirada mientras como si me estuviera retando separaba sus piernas.

La obscenidad del gesto y esa respuesta me terminaron de cabrear y he de reconocer que estuve a punto de saltarla al cuello. ¡Ganas no me faltaron! Pero conteniendo mi orgullo herido, insistí:  

― ¿Por qué estás en mi casa?

Con tono suave, me respondió que había intentado ir a la suya pero que al llegar había una nube de periodistas esperándola y que recordando que la había prohibido conceder entrevistas, había tomado la única decisión sensata… ir al único sitio donde no la buscarían.

―Mi piso― sentencié molesto.

Raquel debió decidir que una vez aclarado, no valía la pena seguir dando vueltas a lo mismo y cambiando de tema, me soltó qué le iba a preparar de cena. Su desfachatez me indignó y levantándola del suelo, le grité que si quería quedarse en mi casa al menos debía mantener las formas y no ir vestida como una vulgar fulana.   

― ¿No serás gay? ― fue lo que me replicó.

Comprendí que realmente le había sorprendido que le exigiera discreción en su vestir y lleno de ira le respondí que no.

― ¡Pues cualquiera lo diría! ¡Ni siquiera te atreves a mirarme!

Que dudara de mi hombría fue la gota que derramó el vaso y atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua mientras con las manos daba un buen magreo a su trasero. Lejos de mostrarse intimidada por mi reacción, Raquel colaboró conmigo frotando su cuerpo contra el mío.

―No eres más que una zorra― rechazando su contacto, repliqué.

La fría carcajada que soltó mientras se acomodaba la ropa me informó de mi derrota y que, con solo proponérselo, esa perturbada había conseguido sacar lo peor de mí.

―Ahora que ya te has reído, puedes coger la puerta e irte – dije enfadado hasta la médula.     

Obviando mi cabreo, sonriendo, Raquel contestó:

―No creo que a mi padre le guste saber que su abogado me ha echado a los lobos y menos que me ha besado contra mi voluntad.

Que ni siquiera intentara disfrazar su vil chantaje me desarmó y sentándome en una silla de la cocina, le volví a preguntar qué era lo que buscaba de mí.

―No te creas tan importante. No busco nada, solo divertirme― contestó mientras se subía a horcajadas sobre mis rodillas.

Reconozco que me sorprendió. Por ello poca cosa pude hacer cuando descubrí que bajo su camiseta no llevaba sujetador y que sin ningún esfuerzo podía entrever dos pezones tan negros como erizados e instintivamente y sin pensar en las consecuencias, comencé a acariciar su trasero.

― ¿Adivina quién me va a echar un polvo? ― murmuró en mi oído mientras frotaba sus nalgas contra mi entrepierna.

Si no hacía algo, sabía cuál sería la respuesta al sentir la dureza de sus cachetes al incrustar mi pene en su sexo. Es más, viendo que no la detenía, se puso a hacer como si me la estuviera follando y solo las murallas de su breve short y de mi pantalón impidieron que culminara su felonía.

―Seguro que yo no― respondí mientras me levantaba de la silla.

Al hacerlo la tiré al suelo. Raquel en vez de cabrearse, comenzó a reír mientras me preguntaba gritando cuanto tiempo creía que iba a soportar sin follármela. Humillado hasta decir basta, salí de la cocina confirmando mi derrota.

«¡Será puta!», pensé totalmente hundido con el sonido de sus retumbando en mis oídos mientras notaba como el deseo se iba acumulando bajo mi bragueta.

Era consciente que de no ser porque hubiera quedado como un auténtico cretino, hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero. En vez de ello, fui a mi habitación a darme una ducha fría. El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado, al salir me tumbé en la cama desnudo, me quedé dormido.

Llevaba unos pocos minutos soñando cuando la imaginé llegando completamente desnuda. Aun sabiendo que era un sueño, me quedé extasiado observando como sus pechos se bamboleaban al caminar hacia mí. En mi mente, esa rubia del demonio me invitaba a morder los duros pezones que decoraban sus dos maravillas.

Ni dormido, quise dejarme vencer y me la quedé mirando mientras le decía:

―Tienes demasiados huesos para mi gusto y encima con tanto tatuaje pareces un personaje de Walt Disney.

De nada me sirvió esa una vil mentira. Apenas podía respirar, mientras se acercaba. Su cuerpo no solo era el de una modelo, era el sumun de la perfección al que los dibujos grabados sobre su piel magnificaban aún más su belleza.  Con una picardía innata, Raquel exhibía ante mí su estrecha cintura, su culo en forma de corazón y su estómago plano sin dejar de sonreír, demostrando lo poco que le había afectado mi crítica:

―No te lo crees ni tú. A tu lado, ¡soy divina!

Quise responder a su impertinencia, pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al contemplar su sexo a escasos centímetros de mi cara y saber que solo con pedírselo esa zorra hubiese puesto dichosa su coño en mi boca.  En mi imaginación traté de mantener un resto de cordura y cerré los ojos deseando que desapareciese y así cesara esa tortura.

Desgraciadamente en mi cerebro, la rubia envalentonada por mi evidente cobardía recorrió con sus manos mi cuerpo y al comprobar que bajo las sábanas mi pene se erguía erecto, se adjudicó el derecho a subirse encima de mí riendo.

― ¡Vete por donde has llegado! ¿No ves que no quiero nada contigo? ― contesté intentando mostrar al menos apatía.

No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas sobre mí, incrustó mi pene en su sexo y me empezó a cabalgar mientras aprovechaba mi indefensión para atarme.   

― ¿Qué haces? ― grité incapaz de detenerla.

―Evitar que huyas, mientras te follo― respondió con perversa alegría.

Tras terminar de inmovilizarme, se tumbó sobre mi pecho para hacerme sentir   la tersa dureza de sus pezones mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba que me siguiera follando ahí mismo. Os confieso que ya me había entregado por completo a ella cuando pegando un grito, se corrió sobre mí.

Como la diosa que se sabía, obró un milagro y bajándose de la cama, se descojonó al mostrarme mi erección: 

―Mortal, te voy a llevar a mi cielo.

Tras lo cual, y cogiendo un poco de la humedad que manaba libremente desde su vulva, se untó el trasero.

― ¿Qué quieres de mí? ― chillé al ver que en su boca le crecían los colmillos. 

―Convertirte en mi esclavo― replicó y pasando una de sus piernas sobre las mías, usó mi verga para empalarse.

La lentitud que imprimió a sus movimientos me permitió disfrutar de la dificultad con la que su trasero absorbió mi trabuco mientras aterrorizado sentía como me latían las venas.      

― ¡Por favor! ¡No lo hagas!

Riéndose de mi desesperación, acercó sus labios para localizar mi yugular. Supe mi destino aun antes de que clavara sus dientes en mi cuello.

― ¡Eres y serás siempre mío! ― me informó mientras cerraba sus mandíbulas. Aullé al sentir que el dolor se transmutaba en placer y liberando mi simiente en el trasero de mi asesina, ¡me desperté!

Por unos momentos respiré al ver que había sido producto de mi calenturienta imaginación, pero entonces desde la puerta escuché que Raquel me decía:

―Pronto te entregarás a mí y juntos haremos realidad tu pesadilla.


Relato erótico: “Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada “. (POR GOLFO)

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Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo,  resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!   
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
-Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera  hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora.  La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
-Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
-No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
-Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». 
María,  su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
-Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La  buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. 
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
-Don Felipe- dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: -Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
-¿Mi ayuda?- interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
-Sí- contestó ese chaval que había visto crecer,- su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
-Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
-No comprendo- respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:- ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
-Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
-Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
-Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
-Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de  antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario…  Aun así era raro el día que la veía  en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
-Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
-Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
-Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
-¡Tú dirás!- respondí más tranquilo.
-Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
-Lo sé- interrumpí molesto por que lo me recordara: – ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
-Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar- la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. –  Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
-Comprendo- mascullé.
-¡Qué vas a comprender!- indignado protestó: -En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
-¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
-Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
-Me he perdido- reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
-Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
-¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
-Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
-No te creo- contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: -Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
-Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
-Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
-Eso espero- contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
Sus negros pronósticos no tardaron en hacerse realidad.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a  verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-He pensado que me llevaras al Pardo. 
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
-Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía.  Asustado accedí. De forma que tuve que esperar  media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
-¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
“La chica es mona”, admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
-Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
-Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
-Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
-¿Verdad  que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
-Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
-Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
-He soñado que me dejabas- consiguió decir con su respiración entrecortada.
-Tranquila, era solo un sueño- respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
-¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
-Claro que no, princesa- contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
-No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera  sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
-Gracias, mi amor…
Todo se complica.
Esa noche apenas dormí porque me angustiaba el estado psicológico de esa niña. Con  ella abrazada a mí, me atormentaba la idea de causarle un daño irreparable si se daba cuenta que el cariño que la tenía no tenía ningún aspecto sexual y que la consideraba más una hija que una mujer.
« Menudo lío. ¿Cómo explicárselo sin hacerle sufrir?», me torturaba continuamente recordando las palabras del psiquiatra.
Tras horas dándole vueltas, el cansancio pudo conmigo y me quedé dormido. Solo me desperté cuando a las ocho de la mañana escuché un ruido. Al abrir los ojos me encontré a Jimena cargada con una bandeja en la que me traía el desayuno a la cama. Desperezándome, iba a levantarme cuando ella colocando una mesita sobre el colchón me lo impidió diciendo:
-He pensado que desayunemos  juntos aquí.
Aunque no me parecía apropiado, era tal la alegría de su rostro que no me vi con fuerzas de negarme y cogiendo entre mis manos la taza de café di un sorbo aceptando mientras Jimena se sentaba frente a mí.
-No sabes lo bien que he descansado- comentó. –Saber que te tenía a mi lado, me permitió dormir como un bebé.
En silencio observé su dicha pero también que olvidando el recato que me debía al ser yo su suegro, no se había tapado. La tela de su camisón era tan liviana que me permitió observar en su plenitud todo su cuerpo. Con un sentimiento ambiguo, recorrí su figura con mis ojos desmenuzando cada porción de su piel y certificando que era toda una belleza pero también descubriendo que a pesar de tener unos senos maravillosos decorados con dos pezones grandes y rosados, nada en ella me atraía.
En cambio, mi nuera al sentir la calidez de mi mirada sobre sus pechos debió de malinterpretarla porque sus dos botones se erizaron ante mis ojos mientras su dueña se ponía colorada.
Rompió el silencio que se había apoderado de esa habitación diciendo:
-Termina de desayunar mientras me ducho.
Tras lo cual, se levantó de la cama y entró en el baño adosado a ese cuarto sin cerrar la puerta.
« ¿Qué coño hace?», me pregunté al ver que abría la ducha.
Mientras se calentaba el agua, mirándome a los ojos, dejó caer el camisón y desnuda me soltó:
– Hoy no hace falta que me lleves a la academia. Me voy a quedar en casa pintando.
Ni siquiera respondí, terminando mi café de un solo sorbo, salí huyendo hacia mi habitación mientras en mi cerebro se abría una grieta  al percatarme de lo mucho que me había gustado verla en su plenitud.
« ¿Qué me pasa?», murmuré angustiado al sentir que bajo el pantalón de mi pijama, mi apetito crecía sin control. « ¡Es la viuda de José! ¡Mi nuera!».
Ya en el coche, rumbo a mi oficina, la imagen de Jimena sin ropa me siguió torturando cada vez más y con la vergüenza de saber que me atraía, llamé a mi amigo, su psiquiatra.
-Manolo, ¡Necesito verte!- solté en cuanto descolgó el teléfono.
Por mi tono supo la razón de mi llamada:
-Vente, te abriré un hueco.
Que mi amigo no me hiciera ninguna pregunta era una mala señal y acelerando acudí desesperado hasta su consulta. Nada mas entrar me estaba esperando y me hizo pasar. Ya solos en su despacho, como una ametralladora le conté lo sucedido mientras él se mantenía callado. Solo al terminar, me soltó:
-Ocurrió antes de lo que pensaba.
-¿Y qué hago?- pregunté con los nervios a flor de piel.
Tomándose unos momentos para organizar sus pensamientos, contestó:
-Eso depende. Tu nuera ha mejorado mientras creaba una total dependencia de ti. Si la rechazas, se hundirá de nuevo en la depresión y si la aceptas, se aferrará a tu persona y buscará hacerte feliz. Tú decides: Si tus principios morales te impiden hacerla tu mujer, déjala hoy mismo pero asumiendo que siempre te echarás en cara su recaída. En cambio la otra opción es aceptarla en tu vida. Piensa que a Jimena lo único que le falta para considerarse totalmente tuya es que la acojas en tu cama. A efectos prácticos: ¡Es tu pareja! Vive contigo, la mantienes y le das el cariño que ella necesita.
-¡No es lo mismo!- protesté.
-A tus ojos quizás pero a los suyos, ¡Eres el hombre que la cuida y le sirve de sostén! 
La seriedad del problema me desmoronó y dejándome caer sobre el sofá, pedí su consejo. Manolo midiendo sus palabras, me soltó:
-La mayoría de los hombres no lo dudaría. ¿Te parece tan horrible hacer feliz a una belleza sabiendo que al hacerlo te garantizas que jamás te fallará porque para ella no existirá nadie más que tú?
-Joder, ¡No puedo! Cada vez que se me acerca, pienso en mi hijo.
-Comprendo tu dilema pero me temo que te estás quedando sin tiempo. Cuanto más tiempo pase, más difícil te resultará tomar una decisión…
Como comprenderéis durante todo ese viernes no pude concentrarme en el trabajo, ¡Jimena me tenía paralizado! Por mucho que fuera atrayente saber que con un gesto cariñoso conseguiría que esa preciosidad se convertiría en mi amante, no podía olvidar que era su suegro. Por eso al salir de mi oficina, lo que menos me apetecía era volver a casa y enfrentarme con ella.
Asumiendo que no me quedaba más remedio que volver, llegué a casa. Al entrar, mi nuera no estaba en la planta baja y aprovechando su ausencia, me serví una cerveza para tomarla tranquilamente en el salón. El problema fue que al llegar a esa habitación, descubrí que la muchacha había dejado el cuadro que estaba pintado en la mitad. En él había plasmado a dos amantes haciendo el amor en una playa.  Intrigado me acerqué y fue entonces cuando horrorizado, me reconocí como uno de los protagonistas y aunque no se la veía la cara a ella, no me costó identificar a mi nuera como la mujer que a la que estaba haciendo el amor.
« ¡Dios! ¡Somos nosotros!» exclamé mentalmente mientras dos gotas de sudor recorrían mi frente.
La confirmación que Jimena me veía como su hombre maximizó mi terror justo cuando haciendo su aparición, entró en la habitación diciendo:
-¿Te gusta?
No pude decir la verdad y ocultando el hecho que había descubierto que éramos los dos, contesté:
-Es muy sensual.
Muerta de risa y mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla, respondió:
-Sé que es un poco fuerte pero desde que me desperté supe que debía de pintarlo.
No queriendo profundizar en sus razones, cambié de tema y le pregunté si quería salir a cenar a algún sitio pero ella, sonriendo, dijo:
-Prefiero que nos quedemos en “nuestra” casa. Necesito contarte la ruta que he diseñado para este verano.
No sé qué me causó mayor impresión; si el cuadro, que ya estuviera planeando ese viaje o en cambio que se refiriera a ese chalet como “nuestra” casa. Todos y cada una de esas detalles, reflejaban el mismo hecho: ¡Jimena daba por sentado que éramos pareja!
Durante la cena, mi nuera me fue desgranando las diferentes etapas de ese verano sin ahorrarse ningún detalle, las ciudades que visitaríamos, los kilómetros a hacer en cada jornada e incluso los hoteles donde dormiríamos mientras absorto en mis pensamientos, le respondía con monosílabos cada vez que me preguntaba.
En cuanto terminamos, despidiéndome de ella, hui a la soledad de mi habitación y tumbándome sobre la cama, encendí la televisión deseando que hubiera una serie que me hiciera olvidar aunque fuera momentáneamente la encrucijada en la que me hallaba.
No llevaba diez minutos acostado cuando escuché entrar a Jimena en la habitación ya vestida para dormir y sin pedirme opinión ni permiso como si fuera algo habitual, se metió entre las sábanas diciendo:
-¿Qué ves?
-Castle- respondí alucinado por la naturalidad con la que mi nuera tomaba el hecho de acostarse conmigo.
Ella, pegándose a mí, se puso a ver ese capítulo usando mi pecho como su almohada. Mi mente se puso a trabajar a cien por hora, intentando hallar una solución al problema. Lo de menos era sentir el calor de su cuerpo casi desnudo contra el mío, mi verdadero dilema era si sería capaz de vivir con la culpa de echarla de mi lado o en su lugar, si podría soportar la vergüenza de ceder a sus deseos.
Mientras tanto, Jimena se había quedado dormida.
“¡Qué bonita es la pobre!”, pensé en plan paternal al ver la placidez con la que dormía.
Reconocí al mirarla que amaba ya a esa cría pero también que me resultaría imposible verla alguna vez como mujer.
« ¡Es demasiado joven!», concluí sin caer en que por primera vez, había olvidado el hecho que también era mi nuera.
Cansado, apagué la tele e intenté dormir reconociendo que era agradable sentir brazo de Jimena sobre mi pecho. Deseando que al despertar todos mis problemas hubieran desaparecido, me sumergí en brazos de Morfeo.  Mi descanso se tornó aún mas placentero al soñar con mi esposa. En mi sueño, sentí que María recorría con sus dedos mi pecho. Como tantas veces durante nuestro matrimonio, mi mujer comenzó a darme besos por el pecho mientras usaba sus manos para desabrochar mi pijama.
-Te deseo- exclamé aún dormido creyendo que era ella, la que en ese momento se deslizaba por mi cuerpo.
-Lo sé, mi amor- contestó una voz cargada de pasión que no reconocí como suya.
Abriendo los ojos descubrí que era Jimena, completamente desnuda, la que me estaba besando mientras su mano acercaba a mi entrepierna.
-¿Qué haces?- murmuré asustado.
Mi nuera miró satisfecha la erección de mi verga y levantando su mirada, contestó:
-Hacerte el amor.
Horrorizado, no supe o no pude reaccionar y por eso  me la quedé mirando mientras ella profundizaba sus caricias. La lujuria que vi en los ojos de mi nuera era tan inmensa que quise detenerla diciendo:
-No es el momento.
Al oírme, paró un segundo y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:
-No sabes cómo he soñado que me dejaras hacerte una mamada.
Dando por sentado que yo lo deseaba como ella, se deslizó hasta mi pene y con una dulzura sin par, se apoderó de él y usando sus labios comenzó  a besarme el capullo.
-¡Jimena!
Mi chillido de auxilio para mi nuera fue la confirmación verbal de mi deseo y sacando su lengua recorrió con ella todo mi pene y mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba con ternura los testículos. Ese triple tratamiento y muy a mi pesar, consiguió su objetivo que no era otro que excitarme.
-Lo tienes hermoso, mi amor- dijo satisfecha al ver que mi miembro había alcanzado su tamaño máximo.
Tras lo cual empezó a lamerlo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente. Aunque resulte difícil de creer, en ese momento me embargaban dos sentimientos contrapuestos. Por un lado, estaba totalmente excitado pero por otro, estaba destrozado por no haber conseguido evitar que esa cría cumpliera sus deseos.
-¿Me amas?- preguntó con una sonrisa mientras me daba otro lametón.
Tardé en contestar porque no podía decirle que mi amor por ella era de otro tipo y no fue hasta que sentí que de sus ojos surgían un par de lágrimas de dolor cuando respondí:
-Sí.
Mi respuesta no era cien por cien mentira y siendo tan concisa, dudé que le sirviera pero Jimena al oírla pegó un grito de alegría y abriendo su boca, comenzó a meterse alternativamente cada uno de mis huevos sin dejar de masturbarme. Para entonces mi excitación era brutal. Deseaba que mi nuera culminara su felación con mi pene hasta el fondo de su garganta pero incapaz de exteriorizar mi deseo, la muchacha siguió jugando con mi miembro con sus manos.
-¿Quieres sentirla en mi boca?- insistió con lujuria en sus ojos.
No esperó mi respuesta y sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo que imprimió a su mamada fue lento pero constante. Buscando maximizar mi locura, cuando veía que estaba muy excitado paraba durante unos instantes para acto seguido reiniciar la felación con mayor ardor. 
-¡Me encanta!- reconocí derrotado mientras usando mis manos presionaba su cabeza contra mi pene.
Para mi nuera el hecho que encajara toda mi extensión en su boca fue el banderazo de salida y incrustándosela por entera hasta el fondo de su garganta, empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. La precisión que demostró al hacerlo así como el calor y humedad de su boca, me hicieron temer que no tardaría en correrme.
« ¡Esto no está bien!», pensé mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para no derramar mi simiente.
Jimena cada vez más segura de lo que estaba haciendo, aceleró la velocidad de su mamada y llevando una de sus manos a su sexo, se empezó a masturbar mientras me preguntaba excitada:
-¿Te gusta cómo te la mamo?
-Sí-confirmé con un chillido tanto su pregunta como mi claudicación.
Mi entrega lejos de satisfacerla, la azuzó y sin dejar de acariciar su clítoris con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Te prometo que a partir de hoy no tendrás queja. Seré tuya cuando, donde y cuantas veces quieras.
Tras lo cual,  izando su cuerpo, puso mi polla entre sus pliegues y dejándose caer, se empaló con ella lentamente. La nueva postura me permitió observarle de cara y descubrir tanto la dulce expresión de su rostro como sus pechos y sin pensar en lo que estaba haciendo, con mi lengua empecé a recorrer sus pezones.
-Siempre supe que te volverían loco mis tetas-gimió al sentirlo y terminando de llenar su conducto con mi pene, clavó sus uñas en mi pecho y me pidió que la amara.
No tardé en sentir que mi nuera empezaba a moverse sobre mí y aunque todavía me avergüenzo, reconozco que en ese instante olvide nuestro parentesco y disfruté  al notar su vagina húmeda y a ella excitada. Sus gemidos se acuciaron mientras ella incrementaba el compás con el que usando mi verga acuchillaba su interior hasta convertirlo en vertiginoso.
-¡Me corro!- aulló teniéndome a mí dentro.
La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y los jadeos que salían de su garganta fueron la gota que derramó mi vaso y  sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Agotada pero feliz, cayó sobre mí mientras su cuerpo sufría los últimos embates de su orgasmo.
Fue entonces cuando sin levantar su cara de mi pecho, confesó:
-¡No sabes cómo necesitaba que me hicieras el amor!
Desgraciadamente, sí lo sabía pero también que al acceder a ello, unía su destino al mío de por vida. Aunque Jimena tenía todo lo que me resultaba enloquecedor, no podía olvidar que era la viuda de mi hijo. Estaba todavía pensando en ello cuando abrazándome escuche que me decía:
-A dormir, ¡Tu mujercita necesita descansar!
Agradecí sus palabras y mientras el enanito que todos tenemos dentro me echaba en cara el haber disfrutado, mi nuera se quedó dormida desnuda entre mis brazos…
El primer día del resto de mi vida.
Al ser sábado, esa mañana mi despertador no sonó y sobre las nueve, me desperté con Jimena abrazada a mí. Recordando lo ocurrido y como mi nuera se había entregado a mí, no pude menos que arrepentirme de ello. Sabía que no había marcha atrás porque una vez había accedido, mi rechazo sería todavía más doloroso.
« ¡Cómo no lo vi venir!», me reclamé en silencio. « ¡Podía haberlo evitado!».
Maldiciendo mi poca voluntad, con cuidado aparté el brazo de mi nuera y sin despertarla, fui al baño con la esperanza que una ducha sirviera para borrar o aminorar en algo mi sentimiento de culpa. Ya bajo el chorro, mi mente se puso a divagar sobre aspectos más prácticos: Dando por sentado que estaba unido sin remedio a Jimena, ¿Debería hacerlo público o por el contrario mantenerlo en silencio? Había aspectos positivos y negativos en ambas opciones pero tras pensarlo bien, comprendí que esa cría necesitaba estabilidad y que para obtenerla, debían de saberlo la gente de nuestro entorno.
« ¡Qué vergüenza!», exclamé al pensar que debería plantarme ante la familia y demás amigos para contarles que la viuda de mi hijo era mi mujer.
Estaba todavía reconcomiéndome con esos prejuicios sociales cuando hoy que con un grito desgarrador la cría preguntaba por mí:
-Tranquila estoy en el baño- respondí mientras me preguntaba que le pasaba a esa loca.
No habían trascurrido más que un par de segundos cuando vi a Jimena entrando por la puerta con su cara desencajada. Al verme, preguntó llorando:
-¿Por qué no me has despertado?
-Me dio pena, quise que descansaras- respondí.
Esa mentira la tranquilizó pero aún con su voz cargada de tristeza, me confesó:
-Al abrir los ojos y ver que no estabas, me temí que te hubieses arrepentido de hacerme tu mujer y me hubieses dejado.
La tremenda angustia de su rostro me obligó a, forzando una sonrisa, contestar:
-Nunca te dejaré.
Al escuchar mi respuesta, la expresión triste de su cara mutó en alegría y mientras abría la puerta de la ducha, me dijo riendo:
-Te amo y quiero hacerte feliz.
La picardía que lucía en sus ojos me hizo comprender sus intenciones y si me quedaba alguna duda, desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me retaba. Incapaz de retirar mi mirada, intenté complacerla diciendo:
-¡Eres preciosa!
Totalmente feliz al descubrir en mi cara la fascinación que sentía por su juvenil cuerpo, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-Dime amor, ¿Te gustan mis tetas?
Creo que fue entonces cuando cayó mi careta y reconocí que esa mujer me gustaba y que no era tan mala la idea de pasar mi vida con ella. Por eso, contesté:
-Mucho, me encantan.
Entonces comportándose como una niña traviesa, dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití tras valorar rápidamente toda su anatomía.
Para entonces y asumiendo que esa muchacha sería parte de mi vida, me sorprendió percatarme que estaba excitado y que entre mis piernas mi pene estaba erecto. Jimena al comprobar que su exhibición había incrementado mi calentura, se rio y me abrazó. La suavidad de su piel desnuda fue suficiente para que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Mi amorcito está bruto!- dijo al notar la presión que ejercía contra su pubis.
En plan defensivo, contesté soltando una burrada que nunca había dicho a ninguna mujer:
-¡Y eso te gusta! ¿Verdad? ¡Putita mía!
Mi insulto aunque la sorprendió en un principio, consiguió azuzarla y creyendo que era parte de un juego, dotando a su voz de un tono burlesco, me retó diciendo:
-¡No tienes dinero para pagarme!
Mi respuesta fue atraerla hacía mí y agachando mi cabeza, apoderarme de uno de sus pezones con mis dientes mientras le decía:
-¿Tú crees?
Satisfecha porque mamara de su pecho sin pedirle permiso, aun jugando se quejó:
-¡Para! ¡No has pagado mi precio!
Ya lanzado le pregunté qué quería, mientras masajeaba su otra teta.
-¡Prométeme que haremos ese viaje!
-Hecho- respondí a la par que la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo.
Jimena soltando una carcajada me dejó claro que había ganado esa nueva batalla y sorprendiéndome nuevamente  se arrodilló frente a mí y cogió mi verga entre sus manos, diciendo:
-Ahora me toca a mi pagar- y sin dejar de sonreir, me obligó a separar las piernas.
De pie en mitad de la ducha, observé que la chiquilla se ponía a lamer mi extensión antes de metérselo lentamente en la boca, presionando con sus labios cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía.
-¡Me saldrás carísima!- grité emocionado por su maestría ya que Jimena me estaba demostrando ser una autentica devoradora.
Con una sensualidad total, se engulló toda mi extensión y no cejó hasta sumergirla hasta el fondo de su garganta, para nada más terminar, empezar a sacarla y a meterla con gran parsimonia. Viendo que la pasión ya me tenía dominado,  se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta cómo te la mama tu putita?
-Sí- gemí mientras me apoyaba con las manos en la ducha.
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir el tratamiento que daba a mi pene con su boca, -¡Vas a conseguir que me corra!
Al oírlo, buscó su recompensa con mayor ahínco pero fue cuando mi pene exploto en su interior cuando sus mamada se volvió frenética y recogiendo con su lengua todo mi esperma lo fue devorando al ritmo en que lo derramaba sobre su boca. Fue tal su obsesión no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Nunca me cansaré de su sabor!
Esa promesa me confirmó que con mi nuera mi vida estaría al menos bien cubierta desde el punto de vista sexual y por eso la levanté para besarla pero al ver sus pechos mojados no pude evitar hundir mi cara en ellos. Jimena al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
Una vez mi sexo había recuperado su dureza, mi nuera hizo algo que me dejó sin habla, dándose la vuelta, separó sus nalgas y con un extraño brillo en sus ojos, me confesó:
-Llevo toda la noche sabiendo que debo ser completamente tuya y nunca lo seré hasta que hayas usado mi culito.
La seriedad con la que lo comentó me obligó a bajar la mirada y fue entonces cuando descubrí que o mucho me equivocaba o nadie había horadado esa entrada. Intrigado le pregunté si era virgen.
-Nadie lo ha usado por eso quiero entregártelo a ti.
Saber que sería el primero, me hizo caer de rodillas ante tanta belleza y tímidamente usé mi lengua para ir acariciando los bordes de su ano. Jimena al experimentar esa húmeda caricia, gimió de placer  y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega me dio alas y ya necesitado de disfrutar de su trasero, forcé ese agujero con mi lengua y empecé a follarla mientras mi nuera no paraba de gozar.
-¡Te amo!- chilló descompuesta al experimentar la nueva sensación.
Azuzado por sus gritos, usé una de mis yemas para relajar su ojete. La forma en que berreó al sentirlo me hizo comprender que le gustaba y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Jimena se derretía.
-¡Tómame!- aulló apoyando su cabeza sobre los azulejos de la pared.
Su grito me hizo olvidar toda precaución y cogiendo mi pene en la mano, me puse a juguetear con mi glande en esa entrada trasera mientras le preguntaba:
-¿Estás segura? ¡Te va a doler!
Sin dudar, me respondió que sí.  Su seguridad permitió que con lentitud forzara por vez primera su culo con mi miembro. La muchacha absorbió centímetro a centímetro mi verga sin quejarse y solo cuando sintió que había rellenado con ella su conducto, se permitió quejarse diciendo:
-¡Me duele! ¡Pero sigue! ¡Necesito dártelo!
Intentando no incrementar su dolor, esperé a que se acostumbrara a esa invasión mientras acariciándole los pechos la consolaba. Fue mi propia nuera quien en silencio movió  sus caderas, dejando que el miembro que tenía incrustado se deslizara lentamente por sus intestinos. La presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo a medida que su dolor desaparecía y era sustituido por el placer.
Al advertirlo y notar que todo su cuerpo estaba disfrutando, Jimena me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. Producto de todas esas sensaciones, la muchacha sintió que su cabeza estaba a punto de estallar y en voz en grito me informó que se corría. Su berrido fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene regara con mi simiente sus intestinos.
Exhausto, me dejé caer sobre la ducha y entonces, Jimena sentándose sobre mí, me besó tiernamente mientras me decía:
-¡Contigo todo es maravilloso! – y susurrando en mi oído, prosiguió diciendo: – Para esta noche quiero que pienses que te apetece que tu mujercita te haga.
Su descaro y la promesa que eso encerraba, me hizo reconocer que con ella mi vida iba a dar un cambio y solo deseé que fuera para bien.
« Como dice Manolo: ¡Cualquier hombre desearía tener una mujer como Jimena!» pensé tratando de convencerme de que tenía que aceptar esa nueva realidad.
En ese instante, la que ya consideraba mi pareja, me volvió a demostrar su disposición para hacerme feliz, diciendo:
-Vuelve a la cama mientras te preparo un desayuno fuerte con el que puedas afrontar el esfuerzo.
-¿Qué esfuerzo?- pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-No creerás que estoy satisfecha con este polvo. Llevaba tanto tiempo sin que me hicieran el amor, ¡Qué me ha sabido a poco!
 
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