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Relato erótico: “la maquina del tiempo 9” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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estaba en el castillo de valencia del Cid campeador ya que había salvado a sus hijas como sabe el lector sus hijas. me compensaron con creces como sabe el lector. allí la vida era bastante monótona entre caballeros comíamos entrenábamos hablábamos de nuestras gestas por la noche. dormíamos pláCidamente alguna vez venían Sol y Elvira a visitarme y pasarlo bien juntos.

era una de esas noches como siempre pensaba que era Elvira y sol que venían por la puerta secreta a estar conmigo pero me equivoque:
– joder -dije yo -doña Jimena que hace aquí.
ella me dijo:
– no quiero que finjas conmigo sé que te follas a mis hijas ellas me han dicho que las vuelves locas a las. entre madre e hijas no tenemos secretos. yo también necesito de tu servicios ya que mi esposo al cual amo con locura esta siempre guerreando o pensando en su rey pero a su esposa la tiene muy descuidada.
– comprendo mi señora -dije yo.
– aunque soy mujer honesta también necesito una verga y tengo mis necesidades.
– lo entiendo mi señora sois bellísima y será un placer estar con vos y follaros y haceros gozar en el lecho.
– esto no tiene que saberlo nadie sería un escándalo. solo lo saben mis hijas y yo y vos caballero. mi marido quedaría mancillado para siempre su honor.
– comprendo mi señora seré una tumba os lo juro por mi vida.
Así que se me desnudo y yo también nunca vi una mujer como esa. era una mujer diez en una palabra. si las hijas eran bellísimas la madre no tenía nada que envidiar a ellas mi poya empezó a reaccionar y se puso como una piedra. la traje hacia mí y la bese y luego la hice bajar al pilón como se dice vulgarmente. ella me la chupo como nadie mejor que las hijas joder como chupaba.
empecé a joderla la boca sin miramientos ella estaba disfrutando:
– ahora quiero vuestra verga en mi coño lo necesito.
– así será mi señora poneros cómoda que os voy a follar.
-Asi lo espero.
y se la metí hasta los cojones.
– ahahahahaha caballero como folláis tengo el coño encharcado de vuestra poya.
– si mi señora y ahora quiero vuestro culo también.
– no me haréis daño.
– no mi señora disfrutareis como nunca.
así que la lamí el culo y la metí los dedos ella se volvía loca.
– nunca me había echo esto mi marido. sois increíble no me extraña que mis hijas quieran follar a todas las horas con vos.
cuando lo tuve preparado la empecé a meter mi verga por el culo.
– toma zorra hasta los huevos.7
– ahahahahha como podéis tratarme así.
– porque os gustara ser mi zorra igual que vuestras hijas. decirme que seréis mi puta vamos sino os quitare la verga que os vuelve loca.
– si si seré vuestra zorra pero por favor esto ni una palabra.
– tranquila so puta sigue jodiendo.
– ahaha me volvéis loca caballero no dejar de darme por el culo. esto es divino nunca había probado esto antes más quiero más.
– toma guarra me corrroooooooooooo -dijo Jimena y se corrió como una fuente.
– ahora os voy a follar el chocho pedírmelo.
– si por favor follar a vuestra puta el chocho.
y se la metí hasta los cojones y empecé a follármela.
– toma puta toma toma poya.
– así así me corrroooooooooooooooooooooooode gusto.
– a partir de ahora -dije yo -seréis mi amante y vuestras hijas igual.
– será un placer pero por favor esto ni una palabra.
– no os preocupéis soy una tumba.
los moros atacaron valencia pero el Cid y yo con sus ejecito de nobles los rechazamos una y otra vez. valencia era inconquistable pero tuvo la mala suerte del destino que paseando el Cid por una almena del castillo una mora vestida de soldado le disparo una flecha en el corazón. el Cid quedo para morirse ya en el lecho se despidió de sus hijas y de su mujer y me dijo a mí que cuidara de ellas.
– lo hare mi señor con mi vida.
cogimos a la mora lo cual era bellísima y la dije:
– eres una zorra.
– vosotros sin el Cid no sois nada.
– eso crees.
– si mis hermanos moradies conquistaran valencia.
Jimena y sus hijas estaban asustadas.
– que haremos- dijo llorando- ahora que ha muerto mi esposo.
– no os preocupéis. tengo la solución. tráeme a la mora.
– si señor -dijeron los otro caballeros.
– ahora zorra vas a saber cómo folla un caballero español.
-eso pensáis que violentarme ganareis la batalla.
– la ganaré. toma poya guarra- y se la hice comer.
– joder nunca había visto una poya así que gusto.
– toma zorra hasta los cojones.
– ahahahahaha.
luego me la folle y después la encerré en los calabozos.
– tenemos que solucionar lo de mi esposo que pensáis hacer.
– tengo la solución pondremos el cadáver de vuestro esposo atado al caballo para que vean todos que el Cid no ha muerto y sigue cabalgando. ni sus hombres lo sabrán pensaran que esta vivo todavía y ganaremos la batalla.
así se dispuso los moros pensaron que habían ganado la batalla creyendo que habían matado al Cid cuando salí con él a caballo junto con su ejército y salieron despavoridos dijeron:
– que viene el Cid es su espíritu correr- dijeron las huestes moras.
nunca hubo un caballero tan noble con rodrigo día de vivar cuando se supo su muerte lo enterramos con todos los honores señora dije a sus hijas y a su mujer Jimena:
– vosotras tenéis que seguir el legado de vuestro padre casaros con nobles y mantener sus estirpe.
– y vos- me preguntaron.
– yo tengo que seguir mi camino.
– quedaros con nosotras- dijeron -seremos las tres para vos.
– es una gran tentación pero no yo debo dejaros. quiero ir a Inglaterra.
luego me enteré que Jimena nunca se casó siempre mantuvo fiel a su esposo solo estuve yo. sus hijas encontraron buenos nobles lo cual me alegro y se casaron.
nunca olvidare a rodrigo Díaz de vivar el caballero más noble que hubo jamás yo cogí a mi prisionera que tenía en las mazmorras y me fui con ella ella se llamaba Zoraida antes la dije:
– serás mía y me pertenecerás.
– nunca antes la muerte.
– si es lo que prefieres te matare o prefieres venirte conmigo a Inglaterra así que zorra empieza chupar y a mamama me la poya.
ella se resistía pero luego la cogió el gusto y no paro me la folle hasta mas no poder y con ella seguí viaje hasta llegar a puerto rumbo a Inglaterra pero esto es otra historia CONTINUARA


Relato erótico: “Las Profesionales – Casa de marionetas esclavas 3” (POR BLACKFIRES)

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Las Profesionales – La casa de las marionetas esclavas: Parte 3 (Final).

Los últimos rayos de sol iluminan el jardín trasero de la mansión de la familia Baxter, la brisa suave y fría que atraviesa la barrera de árboles que rodea la propiedad hacen que la piel desnuda Rossana se erice y calma un poco el calor del sol que broncea su cuerpo mientras permanece acostada boca arriba en una de las sillas de playa de la piscina de la mansión. Su cuerpo tostado y brillante de sudor ofrece una excelente vista de sus dos hermosos pechos los cuales se separan un poco hacia los lados movidos por la gravedad, ambos adornados con un par de piercing de argollas de plata diminutas en sus pezones, su abdomen completamente plano muestra su también argollado ombligo y más abajo un cuarto piercing que adorna su clítoris se esconde entre los pliegues de su coño.

Sus torneadas piernas permanecen una estirada y una flexionada mientras escucha el susurro del viento al atravesar los arboles. Se acomoda de espaldas para que el cálido son termine de broncear toda su piel y sus cabellos caen en una cascada de un lado de su cabeza que hace descansar sobre sus manos, ahora sus pechos se presionan contra la silla y su espalda marca la ruta que va al sur encontrándose con un hermoso trasero respingón de carnosas nalgas redondas. A la vista de cualquier espectador esta chica desnuda solo puede ser comparada con una costosa muñeca sexual y al igual que esa muñeca ambas están listas para ser cogidas en cuanto su dueño lo tenga a bien.

Tomando una campanilla la hace sonar y por la puerta abierta, que da a la cocina de la mansión, aparece Samantha llevando una bandeja de plata, por todo atuendo lleva puesto un corsé que aplana y comprime su cintura dejando el busto desnudo en cuyos pezones han colocado dos campanillas plateadas que tintinean por el rítmico andar de Sammy, que con sus piernas bien tonificadas calza un par de tacones de aguja de 3 pulgadas, sus redondeadas nalgas desnudas se mueven en el vaivén y su húmedo coño lleva horas babeando mientras cocina, limpia y arregla la casa.

Al llegar junto a Rossana le ofrece un vaso de jugo de naranja y un tazón de frutas, Rossana toma el vaso de jugo y con un movimiento desprecia las frutas, Samantha sin saber que hacer observa a Rossana tomar el sol y ella le indica que coloque la bandeja a su lado. Sammy se inclina y coloca la bandeja sobre la espalda de Melissa que esta colocada a cuatro patas completamente desnuda, solo con un collar de cuero al cuello siendo usada como una mesa justo al lado de la silla de playa que ocupa Rossana.

Rossana termina con el jugo y levantándose pasa junto a las dos hermanitas, una de pie y la otra a cuatro patas esperando instrucciones, llega hasta la piscina zambulléndose en las cristalinas aguas y luego de nadar un rato sale y se aproxima a las hermanas Baxter. Mirando a la excitada Samantha le ordena.

– Sécame.

Sammy recoge una toalla la espalda de Melissa y rápidamente empieza a secar el húmedo cuerpo de la empleada de su casa, más que secarla aprovecha para acariciarla toda, espalda, brazos, entrepierna y sus hermosos senos que son los poderosos magnetos que atraen la atención de Sammy y la hacen mojarse. Mientras va terminando Rossana le ordena que recoja la bandeja y acariciándole las nalgas mientras se inclina y con una sonora nalgada le indica que vuelva a sus labores.

Envuelta en la toalla recoge una cadena de perro e inclinándose al lado de Melissa coloca la cadena en la argolla del collar de cuero que lleva la chica al cuello.

– Es hora de que seas más útil que una mesa putita.

Jalando de la cadena hace que Melissa empiece a andar a cuatro patas el trayecto que lleva de la piscina a la cocina de la mansión. Entrando a la mansión caminando sin prisa hasta el baño más cercano donde Rossana con un gesto de manos le ordena a Mely colocarse a 4 patas frente a la taza del baño, obedientemente Mely se coloca donde le indican y Rosana le dice:

– Posición de obediencia 3.

Sin el menor pensamiento el cuerpo de Melissa reacciona colocándose de rodillas con sus nalgas descansando en sus talones, sus piernas ligeramente separadas, sus manos se levantan sosteniendo sus grandes y hermosos pechos, su cabeza inclinada hacia atrás y mirando a su dueña abre la boca pasando su lengua seductoramente mojando sus labios.

Rossana se sienta en la tasa del baño y simplemente sonríe al ver a la altanera niña rica mirándola con lujuria mientras Mely no puede evitar soltar babas desde su coño y sus jugos escurren por sus piernas, Casi es imperceptible la leve vibración del cuerpo de Melissa al sentirse humillada y usada como un juguete, mientras Rossana simplemente deja que su bejina suelte su contenido directamente a la taza del baño haciendo escuchar el sonido característico del líquido a chorro cayendo en la taza. Melissa no puede creer lo arrecha que esta al tener un ama que la trata como un objeto y más teniendo ese adorado coño que la controla a menos de un metro de sus labios.

Al terminar Rossana se levanta y ese extraordinario par de piernas sostienen el cuerpo más deseado por Melissa y su posición arrodillada la deja a centímetros del coño de Rossana que simplemente le ordena con naturalidad.

– Límpiame.

Separando y levantando un poco la pierna la cara de Melissa Baxter se entierra en el coño húmedo de orine de Rossana y la entrenada lengua de Melissa realiza su labor con adoración y esmero, haciendo que la pobre chica siga soltando más y más jugos al sentirse tan humillada. Terminada la labor Rossana simplemente la abandona en el baño en la misma posición de inicio, Rossana vuelve a la cocina donde encuentra a Samantha limpiando los trastos y arreglando la cocina, deteniéndose un momento la contempla atareada moviendo su excelente par de carnosas y redondeadas nalgas mientras trabajando y va caminando de aquí para allá. Se le aproxima y sin darle tiempo a reaccionar, la toma por los senos desde la espalda, le besa el cuello mientras le comenta y la siente temblar de excitación.

– La puta de tu hermanita esta en el cuarto de baño. Ve y cógetela, de paso báñense bien una a la otra, las quiero aseadas y listas en 15 minutos.

Sammy camina al baño y se encuentra a Melissa aun arrodillada en el suelo, tomándola por la cintura la hace levantarse y sus manos permanecen rodeando su cintura, Mely la observa y le dice casi entres sollozos.

– No puedo creer lo puta que soy.

Mirándola a los ojos Samantha responde.

– No somos ni la mitad de lo putas que debemos ser.

Sin más que decir ambas hermanas se funden en un beso donde sus lenguas prueban su habilidad intentando explorar la boca contraria, mientras sus manos acarician senos, caras, espaldas y nalgas hasta casi fusionarse como una sola mientras se van metiendo a la ducha para cumplir con lo ordenado.

Hacia solo unos minutos que Rossana había conducido a las dos hermanas hasta el garaje de la mansión y tomando la camioneta de Samantha les había ordenado subir en el puesto trasero del vehículo. Antes de salir de casa las había llevado a la sala donde las hizo ponerse un par de gabardinas rosadas y blancas, con un amplio escote que dejaba apreciar los extraordinarios senos de las chicas y hacia abajo el atuendo casi no cubren la mitad de sus muslos, junto a sandalias con tacón de aguja de 3 pulgadas, todo el conjunto lo remata con un collar de cuero negro con hebilla plateada en el cuello de ambas chicas. Con una agilidad profesional que solo puede ser resultado de la práctica Rossana había maquillado a ambas chicas como dos putas listas a salir a caminar las calles de la ciudad en busca de vergas y billetes arrugados de baja denominación.

Mirando por el retrovisor del parabrisas Rossana puede ver a ambas chicas “vestidas para trabajar”, nadie podría reconocer debajo de ese maquillaje y esas ropas de putas a las herederas de las Clínicas Baxter, de aquellas dos niñas malcriadas y mimadas no quedaba ni el recuerdo. Poniendo el motor en marcha Rossana chasquea los dedos y Melissa y Samantha se deleitan acariciándose y besándose en el asiento trasero mientras el vehiculo avanza hacia su destino.

Así continúan hasta que sienten que el auto lentamente se va deteniendo y entran a los estacionamientos VIP de un edificio que ellas no reconocen, Rossana saca una tarjeta por la ventanilla y activa el portero eléctrico en un lector de tarjeta, la camioneta de Samantha entra sin problemas a un estacionamiento.

Bajando del vehiculo las chicas observan aterradas como Rossana avanza sin mas hacia una puerta que da acceso al edificio, la cara de Melissa se va tornando roja al mirar como Samantha sigue a Rossana, pero la vergüenza de ser vista en público vestida cual puta no la deja moverse. A unos 10 pasos Rossana voltea y ve a la chica junto al auto entre penumbras paralizada de vergüenza, regresando le ordena.

– Avanza.

Por toda respuesta escucha.

– No puedo yo….

– Te he dicho que avances.

– No puedo entrar allí vestida así… es que no pue…

Una sonora cachetada hace que los pensamientos de Melissa se apaguen unos segundos mientras Rossana la toma por la cintura y el cuello y la presiona contra el auto oculto a la vista de gente.

– Vas a hacer lo que yo te ordene Mely y serás una muy buena chica, no te importa que te vean vestida de puta por que simplemente eso eres…

Metiendo rápidamente una mano bajo su propia falda Rossana mete dos dedos en su coño que todo el día ha estado húmedo, saca estos dos dedos mojados de sus jugos y los pone sobre sus labios como brillo labial. Melissa sollozando observa a Rossana aproximar su rostro a ella y sin nuevas resistencias se deja besar por ella, su cerebro no logra asimilar lo que pasa y simplemente se escucha decir “soy una buena chica”, mientras siente como su cuerpo responde a su ama y caminan entrando a un lobby de lo que a todas luces es un casino repleto de gente muy bien vestida y elegante, jugando ruletas, cartas y dados en varias mesas distribuidas en la amplia sala, atendidos todos por espectaculares meseras con vestidos casi adheridos a sus cuerpos. Las hermanitas Baxter avanzan tras de Rossana como dos polillas siguiendo la luz de una vela hasta llegar a un ascensor que las lleva rápidamente al penthouse. Antes de salir del ascensor Rossana les coloca un par de cadenas de plata al cuello y las hace caminar dentro del lugar.

En el primer salón las hermanas Baxter quedan en shock al observar a una chica vestida en un juego de empleada francesa, montada en unos zapatos de tacos de aguja de por lo menos 4 pulgadas. Su uniforme esta compuesto por una microfalda de algo parecido al latex, un pequeño delantal y un corpiño que se encaja en su cintura pero que no cubre sus enormes y argollados pechos del cual penden dos campañillas, sobres su cabeza lleva una mascara de latex y en su boca una anillo rojo en forma de O ajustado con correas sobre su cabeza la hace mantener abierta la boca y por tanto su saliva cae de sus labios mojando sus pechos.

Rosana se le acerca y le ordena algo al oído y la chica que sin demora camina delante de ellas guiándolas a una de las amplias habitaciones del lugar donde, entre penumbras, pueden ver a una chica a 4 patas atada a una máquina, al igual que la empleada su boca permanece abierta por un abrebocas rojo manteniendo su boca en forma de O, por su culo una máquina eléctrica hace entrar y salir un vibrador de buen tamaño.

Para este punto ambas chicas entienden que son parte de una pesadilla Sadomasoquista, mirándose aterradas observando atentamente el salón descubren la computadora y las cámaras que transmiten como se han estado cogiendo las mujeres esclavizadas. La misma decoración que habían visto en el video que las había puesto tan calientes en la computadora en el cuarto de Samantha. La mujer atada sigue gimiendo al sentir como el dildo llena su culo en su rítmico entrar y salir y repentinamente el dildo mecánico sale del culo de la chica con un sonoro POP y la chica es tensada por el sistema de poleas y ataduras hasta quedar de pie en forma de X.

Roxy las deja observar y acercándose en medio de ellas, desde la espalda las rodea con sus brazos les va besando el cuello y les acaricia las cinturas, ellas poco a poco van reaccionando y aun observan a la chica atada ante ellas. Roxy jala los lazos que sostienen amarradas sus gabardinas, las cuales se sueltan revelando las pieles desnudas de ambas chicas, que ahora presentan sus coños húmedos y senos duros con pezones, Roxy jala las gabardinas desde la espalda y ambas chicas quedan desnudas solo con sus zapatos de tacon y sus collares de cuero y cadena en las argollas.

– Esa perra esta esperando por ustedes, ahora quiero que se la coman como les he enseñado.

Sin ninguna palabra ambas chicas avanzan hacia la atada y amordazada esclava. Samantha se coloca a la espalda de la chica y Melissa al frente y a la orden de Roxy ambas empiezan por su lado a mamarle el coño y el ano a la chica que empieza a gemir como una puta en celo, oleada tras oleada de placer acaban con la voluntad de la chica mientras las dos lenguas expertas la hacen llegar una y otra y otra vez al orgasmo, haciendo que sus piernas se tensen y su respiración se agite mientras todo su cuerpo vibra de placer ante las lenguas de las hermanas Baxter que siguen arrodilladas mamando como se les ordenaran. Roxy se aproxima al trío besando a la chica y con eso aplaca un poco sus gemidos. Acariciándole los senos hace sonar las campanillas de plata que cuelgan de los pezones de la chica que no puede dejar de venirse bajo la tortura sexual a la que es sometida.

– Muy bien hecho mis marionetas, ahora vayan a la mesa de fondo y pónganse esos dildos dobles y vuelvan a aquí.

Samantha y Melissa van a la mesa y encuentran un par de arneses con dildos cuyas correas son para sujetarlos a las caderas de las chicas, haciendo que una parte del dildo de plástico entre en sus coños y otro extremo cuelgue del frente del arnés. Melissa mira horrorizada todo aquello y le dice a Samantha.

– No podemos hacer esto… Samantha tenemos que para esto… ¿Samantha?

Samantha sigue las palabras de Roxanna al pie de la letra y casi como una autómata termina de ponerse el arnés y solo voltea a mirar a Melissa cuando esta última le sostiene de la muñeca para detenerla. Mirándola a los ojos Samantha le dice:

– Solo tienes que obedecer… solo podemos hacer eso.

Sin decir mas se suelta de Melissa y vuelve junto a Roxy, Melissa entre lágrimas empieza a ponerse el arnés y al terminar vuelve junto al grupo. Encuentra a Roxy metiendo tres dedos en el coño de la chica atada mientras la besa apasionadamente y alternando sus manos en el coño de la chica termina con sus dedos cubiertos de fluidos vaginales. Luego aproximándose a las hermanas acaricia con sus manos los dildos que cuelgan de las entrepiernas de las chicas

– Ya que están listas, Sammy cógete a esa puta por el coño y tú mi querida Mely dale por el culo. Quiero escucharla gemir, denle tan duro como puedan.

Sin esperar más ordenes ambas chicas empiezan a llenar los huecos de la chica que no puede dejar de gemir al sentir como más y más rápido es penetrada por su culo y coño, ambos dildos entran sin resistencia en los húmedos y dilatados huecos de la chica, sus gemidos de placer empiezas a llenar la habitación y Melissa empieza a escuchar como los gemidos de Samantha se funden con los de la chica. En la garganta de Melissa un gemido de placer empieza a formarse y se fuerza a no dejarlo escapar de sus labios, se siente mareada y necesita pensar en otra cosa, bloquear sus pensamientos. Para eso intenta mirar la pared de fondo buscando algo donde fijar su atención y bloquear todo aquello.

Sus ojos se van acostumbrando a la oscuridad y al buscar donde fijar su mirada descubre la silueta de una persona sentada en las sombras observándoles dominar a la atada chica. La figura le observa desde la oscuridad y lentamente le ve levantarse y poco a poco ir avanzando hacia la luz. La vergüenza de Melissa se mezcla con su excitación y finalmente todo esto se va convirtiendo en ira al ver la sonrisa de satisfacción en el rostro de James Baxter, sus embestidas aceleran y la chica atada empieza a gemir más y más fuerte. Melissa observa a Mr. Baxter con odio y finalmente haciendo un esfuerzo sobre humano le grita:

– Tú hiciste esto maldito desgraciado, tú estas detrás de todo esto…

James se acerca al grupo y tomando por la cintura y apretando uno de los senos de Roxy le besa apasionadamente. Al soltarla da un paso atrás y levanta la mano sosteniendo una cadena y Roxy cae de rodillas frente a él mientras dócilmente se deja colocar la cadena en un collar que se colocó justo en el momento que James se levanto del cómodo sofá desde donde observaba todo.

Finalmente Samantha parece reaccionar y mirando entre gemidos le dice a James con la mirada nerviosa y confundida.

– ¿Por qué nos haces esto… si nosotros somos…?

– Somos tus hijas maldito infeliz – dice Melissa.

Sonriendo James toma el rostro de Melissa que siente como todo su cuerpo vibra de placer al contacto de la mano de James.

– Mi linda Melissa siempre fuiste la de más carácter, pero siempre la más ilusa… ustedes nunca me aceptaron como su padre y siempre me trataron como ”el tipo con quien se caso mama”… En ese caso por que tendría yo que tratarlas como hijas y después de todo siempre me parecieron un par de putas malcriadas, frívolas, egoístas y egocéntricas. Pero tu hermana con ese “‘somos”‘ no se refiere a que son mis hijas, con ese somos se refiere a que ella y yo… “fuimos” algo más que padre e hija.

Melissa mira consternada a Samantha y Samantha solo puede baja su rostro evitando la mirada de su hermana.

Mr Baxter ahora acaricia el rostro de Samantha que inmediatamente comienza a correrse en un orgasmo incontenible mientras James le comenta a Melissa.

– No tengo por de darte explicaciones, mucho menos a una putita malcriada como tú, pero te diré que todo esto y lo que estas por vivir se lo debes a tu hermanita. Cuando conocí a tu madre Samantha era una puta adolescente calienta vergas y siempre encontraba la forma de quedarse a solas conmigo y luego masturbarnos, mamármela o cogernos justo antes que tu madre nos encontrada. Sí te preguntas si tu madre lo supo, pues te diré que estoy seguro que sí. Pero como a tu madre siempre le importo más el dinero, se caso conmigo.

James acciona un botón y las ligaduras de los brazos de la chica empiezan a soltarse y las horas que lleva atada vencen su resistencia haciendo que sus piernas se doblen, solo la sostienen los dildos y embestidas de Samantha y Melissa.

A una señal de James indica a Roxy que se aproxime detrás de Samantha y tomándola de la cintura con una mano y con la otra acariciando sus senos la separa de la chica lo suficiente para que la chica se desplome a 4 patas mientras James separa a Melissa tomándola de igual forma que Roxy a Sammy, apretando otro botón las cuerdas atadas a la cintura de la chica la hacen levantarse y las cuerdas atadas a sus tobillos hacen que sus piernas se separen un poco y la chica queda en un ángulo de 90 grados.

James y Roxy guían los dildos de ambas hermanas y hacen que se cojan a la chica, esta vez llenando su boca y su coño, mientras ellos primero con sus manos acarician sus traseros y poco a poco van separando sus nalgas y deslizan sus dedos en los anos de ambas chicas que empiezan a gemir de placer. A diferencia de las veces anteriores la primera en quejarse es Samantha

– ¿Aggggggg por que me haces esto…?

– ¿Aun te lo preguntas? ¿No recuerdas cuan furiosa te pusiste cuando te dije que no podrimos seguir lo nuestro pues me casaría con tu madre? Recuerdo que juraste que me arrepentiría. Tiempo después de casados un día llegaste con un archivo completo de las infidelidades de tu madre, datos sobre sus amantes, su gigoló y hasta sus oscuros manejos de mi capital de inversión en su empresa estética. No me quedaron muchas dudas de que debía hacer…

Con una sonrisa Roxy empieza a deslizar un dildo doble dentro del ano de Samantha lo que la hace gemir al estar empalada por el coño y culo al mismo tiempo. Por su parte James lentamente desliza su verga dentro del dilatado ano de Melissa. Samantha no puede resistirlo mucho tiempo y empieza a correrse otra vez mientras sus piernas tiemblan al punto de no poder sostenerse por si sola y Roxy la sostiene de la cintura.

Así transcurren unos minutos las hermanitas Baxter son sodomizadas por James y Roxy mientras ellas hacen lo propio con la chica atada que esta entre ellas, la cual no para de gemir, babear y correrse como una perra en celo. Finalmente James tocando un botón que acciona las cuerdas que hacen que la chica vuelva a quedar en forma de X. Separando a las hermanas de su atada victima les habla.

– Como les decía un buen día decidí que toda mis putas debían ser obedientes y complacientes…

Melissa empieza a gemir y temblar sin control mientras James besa su cuello y presiona sus senos. Samantha ahora un poco más lúcida pregunta.

– ¿Como que todas… que le hiciste a mi madre maldito desgraciado?

– ¿Ahora te importa tu madre? No le he hecho nada… Nada que ella no gozara en el proceso. Al igual que todas ustedes gozó tanto o más el proceso de convertirla en una puta marioneta.

Ambas chicas tiemblan de pánico al ver como James sacando su verga del dilatado culo de Melissa se aproxima a la chica atada y lentamente va soltando la correa que sostiene una mascara sobre la cabeza de la chica atada, poco a poco fácilmente va retirando la mascara de látex y finalmente el pánico de las chicas da paso a un sentimiento de alivio, que inmediatamente cambia a uno de sorpresa al descubrir que no es el rostro de su madre detrás de la mascara, pero ante ellas aparece el rostro de Valeria.

Samantha no puede creer como delante de ella Valeria aparece atada en forma de X con su mirada perdida y escurriendo jugos y babas desde sus tres orificios, su boca se mantiene abierta con la mordaza de anillo rojo que hace que parezca más estúpida al dejar que hilos de saliva escurran de su boca y humedezcan sus senos desnudos y argollados, Samantha puede jurar que Valeria no la reconoce o simplemente no esta conciente de todo lo que han hecho con ella en las últimas horas, pues solo puede ver una mirada perdida en sus ojos vidriosos y apagados, al igual observa un par de audífonos inalámbricos que cubren sus oídos y supone que nada de lo que han dicho ha sido escuchado por la aturdida Valeria.

Roxy empieza a besar el cuello de Samantha mientras James hace lo propio con Melissa mientras les dice:

– Deberían tener más respeto por tus mayores, miren como termino esta putita zorra por querer pasarse de lista.

Tomándolas por sus cadenas Roxy y James las hacen caminar a ambas hasta el sofá desde donde James contemplaba antes aquella escena al puro estilo de Hardcore Bondage, entre sus hijastras, su empleada y la atada Valeria. Ambos se sientan y Roxy ordena.

– A cuatro patas.

Al instante las dos hermanitas caen de rodillas y manos frente a ellos, movidas por el mas visceral de los instintos, como si en verdad fueran dos perras entrenadas para obedecer a sus dueños, lo que hace que ambas chicas sientan tal humillación y excitación al saberse controladas.

James coloca su verga frente al rostro de Melissa y ella lo mira suplicante.

– Ya sé que no te gustan las vergas que no sean de plástico. Pero esta verga hará que te encante las vergas, ahora ven y no demores nena.

Melissa solo alcanza a decirle.

– Por favor… mmmmmm… por favor…

– ¿Favor? Claro que te hare el favor, una vez pruebes mi verga vas a olvidarte de que algún día solo te gustaron las tetas y recientemente los coños, vas a estar sedienta de verga, por cierto Roxy no se te antoja una bebida fría…

Ya para entonces Roxy tiene los ojos en blanco, mientras sostiene con una mano la cabeza de Samantha que hunde su cara en el coño frente a ella y con la otra mano se aprieta los pezones. Al escuchar las palabras de James, Roxy suelta sus pezones y toma una campanilla de plata y la hace sonar. Segundos pues desde el suelo a cuatro patas ambas hermanas observan como avanzan hacia ellas un hermoso par de piernas con pies calzados en tacones de aguja de 4” y argollas en los tobillos, sus nalgas y coño intentan ser cubiertos con una microfalda negra que por delante lleva la parte baja de un delantal semitransparente que sube por su cintura y se inserta en medio de sus enormes senos los cuales están ambos anillados en sus pezones, el delantal termina atado en su cuello al igual que el collar de cuero negro del cual salen dos cadenas de plata que tensadas sostienen el frente de una bandeja de plata, las argollas de sus pezones sostienen la parte trasera de la bandeja en la cual lleva dos copas de Champagne.

En el rostro de Susan no hay el menor rastro de pensamiento y Samantha y Melissa sienten como sus cuerpos se estremecen al verla así, en una mezcla de miedo, humillación y excitación.

Melissa voltea mirando a James y casi llorando le dice:

– ¿Qué has hecho con ella, como puedes ser tan perverso?

– Bueno Sammy ya te dije todo cuanto debías saber, ahora Sussy ven y ofrécenos un trago.

– Si mi señor.

Sussy camina en medio de sus hijas y flexionando sus piernas sin inclinar la bandeja ofrece a Roxy y a James dos copas de Champagne, ambo toman las copas y James le ordena colocarse de rodillas… Sussy cae de rodillas y sus hijas la observan atónitas, Samantha no puede quitar los ojos de ese enorme seno que tiene a solo pulgadas de su boca… mientras Melissa no quiere mirar a su madre pues su boca se hace agua al oler la fragancia que escapa del encharcado coño de su madre, ¿Como había dejado que la convirtieran en una puta adicta a los coños? solo de imaginarse comiéndose ese coño, en su mente todo empezaba a dar vueltas y siente como su propio coño empieza a mojarse.

Al levantar la vista puede ver como James y Roxy le quitan la bandeja de plata de los pezones y las cadenillas del collar del cuello a Sussy y le ordenan sentarse entre ellos, ambos la toman por los muslos separándolos y empiezan a mamarle los senos. Sussy empieza a gemir mientras empiezan a meterle los dedos en el coño. Melissa tiene que mirar a otro lado pues siente que esta por desmayarse. Al mirar a su lado Samantha observa la escena sin siquiera parpadear y en su boca abierta ve como escurre de su labio un hilillo de saliva, Roxy empieza a tensar la cadena de Samantha atrayéndola hacia el sofá, Melissa mira suplicante a Samantha y le dice:

– Por favor no lo hagas…

Sin siquiera mirarla y gateando lentamente guiada por la cadena que lleva al cuello, Sammy contesta.

– No puedo evitarlo… obedecer es un placer…

Melissa observa como su hermana sin la menor resistencia gatea hasta los pies del sofá y la mano de Roxy guía su rostro hasta el empapado coño de Sussy Pussy, Sammy empieza a lamer y chupar ese coño mientras James y Roxy alejan sus bocas del los pezones de Sussy, Sammy empieza a subir al sofá y termina abrazada besando y lamiendo los labios de su madre mientras James le acaricia las nalgas, Roxy se une al beso y las tres lenguas juguetean entre ellas hasta que tomando por la cintura a Sammy, James la coloca sobre su verga y empieza a penetrarla haciéndola subir y bajar. Sammy gime de placer y se aprieta sus propios senos con cada embestida de James.

Melissa esta en el suelo mirando como una perfecta estúpida como su padrastro se coge a su hermana y su empleada mete su lengua en la boca de su madre. Ni en la peor de sus pesadilla algo como eso podría ser siquiera imaginado, pero lo más horroroso de todo era que su cuerpo estaba reaccionando a aquel bombardeo sexual, sentía su coño ardiéndole y por sus muslos escurrir sus jugos.

En un segundo Melissa consigue hacer que su cuerpo le obedezca y se pone de pie, sigue mirando aquella escena sacada de un mundo bizarro y empieza con gran esfuerzo a caminar hacia la puerta para salir de esa locura, James voltea a Sammy y sigue cogiéndosela pero ahora Melissa puede observar perfectamente la cara de fascinación de su hermana al ser penetrada una y otra vez por la verga de James, la observa finalmente llegar a un orgasmo que estremece todo su cuerpo y sus labios dejan escapar un gemido y al abrir los ojos Melissa entra en pánico al ver la misma mirada sin pensamientos en los ojos de Samantha, la misma lujuria y obediencia que ve en su madre, como si todo aquello le hubiera provocado un verdadero daño cerebral. James sonriendo voltea a verla de pie desnuda y temblando como un animalito asustado. Se levanta y lentamente se va acercando a ella y observa como sus muslos están empapados de sus jugos y sus pezones duros y todo su cuerpo bañado en sudor.

– ¿A donde vas Mely?

– Aléjate de mi, tengo… tengo que salir de aquí…

– No te preocupes estarás aquí poco tiempo, dame un momento y no notaras como pasa el tiempo.

Diciendo esto James toma de la cintura a Melissa con una mano y su otra mano la coloca en el empapado coño, Melissa intenta levantar sus brazos para alejarlo pero no hay forma ahora que ambas manos de James la toman por el rostro y rápidamente la besa apasionadamente. Melissa siente como la lengua de James invade su boca. Las manos enormes y calidas de él se deslizan por su espalda acariciándola toda hasta llegar a sus redondeadas y respingadas nalgas, las cuales sostiene con fuerza casi separando sus nalgas y la levanta, siente como sus talones se separan del piso y solo sus dedos de los pies en puntillas tocan el piso, siente como sus brazos empiezan a pesar una tonelada y no tiene forma de separarse de James.

Mientras su boca se inunda con la lengua y la dulce saliva, su nariz se satura del olor a hombre que hace que su coño babe oleadas de jugos que mojan sus mulos. Sus pechos y sus pezones los siente tan duros como rocas, para ella el tiempo se detiene y poco a poco siente como James introduce su verga aun húmeda de los jugos vaginales de su hermana. Su encharcado coño se va llenando lentamente mientras ella empieza a gemir, poco a poco la va penetrando hasta llenarla completamente. Con sus manos aprieta ahora los cálidos y endurecidos pechos de Melissa y la siente vibrar como la cuerda de un violín a punto de romperse. La cabeza de Melissa esta inclinada a un costado y su rostro apunta al pecho de James, este deja de acariciar los senos y tomando su rostro con ambas manos la hace que le mire a la cara, aun puede ver las lagrimas secas que corrieron por su cara alterando su maquillaje. En su mirada el pánico y el miedo ahora son remplazados por la sorpresa y la incredulidad.

James la observa sonriéndole mientras un hilillo de saliva escapa de la boca abierta de Mely al sentir como la verga de James la hace temblar.

– ¿Cómo te sientes ahora cariño?

– Espectaculaaaaar

– ¿Quiere reunirte con tu mami y tu hermana y poder abrazarlas y darles un buen beso?

– Siiiiiiiiiiiii

– ¿Sí que preciosa, quien soy y como debes llamarme?

– Siiiiiiiiiiii daddy

– Buena chica…

Diciendo esto James puede ver como los ojos de Mely se van apagando hasta convertirse en algo parecido a dos estanques de tranquilas aguas azules…

Fin de la “Casa de marionetas esclavas”.

Nota del Autor: Como siempre agradezco infinitamente los comentarios o e-mails que me hacen llegar a mi correo blackfires@hotmail.com o dejan directamente aquí en todorelatos.com. Cada una de sus palabras son bien recibidas y en caso de ser posible, contestadas y sus ideas usadas en los relatos.

En fechas próximas espero estar publicando nuevos capítulos de “Las Profesionales” y siempre lamentando la ausencia y lo prolongado que resulta el tiempo entre cada publicación, espero que la espera valga la pena.

Blackfires.

Relato erótico: “el amuleto 1” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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estaba paseando yo por la calle cuando encontré una tienda que había todo tipo de piedras raras amatista jaspe jade malaquita fluorita etc. me metí a verlo cundo estando observando las piedras vi una que me llamo la atención no la había visto en mi vida y eso que yo conozco todas las piedras ya que soy un entendido pregunte al vendedor y me dijo:
-No lo sabemos la encontramos en una cantera y no sabemos lo que es. a lo mejor lo ve usted en internet si quiere se la dejo barata.
así que me la lleve ya que me gustó mucho. lo describiré la piedra era como un especie de amuleto brillante tenía como un agujero para poner un colgante o algo parecido era muy lisa y suave.
le pague al vendedor ya que no cobro mucho ya que no sabía lo que era y me la lleve la estuve mirando en casa no sabía que era así que ojee por internet. estuve mirando varias piedras pero esta no aparecía por ningún sitio.
era muy raro puse un cordón a la piedra y me la puse al cuello no sé porque lo hice es como si la piedra me lo dijera sentí una sensación extraña al ponérmela como si sintiera que podía tener o hacer cualquier cosa así que salí a la calle con ella como una amuleto paso una chica bastante atractiva y para mojar pan preciosa una muñeca vamos cuando de pronto no sé porque la dije:
– zorra como te follaría.
no sé cómo decir esas palabras a la chica quise disculparme.
no sé cómo había dicho eso cuando ella me dijo:
– a qué esperas. no quieres follarme. vamos a mi casa.
me quede flipado no sabía que decir así que la seguí a su casa y se me desnudo.
– como sabes- dijo ella- que quería follar.
– no lo sé -dije.
la tía era impresionante empezó a comerme la poya y a chupármela y yo a comerla el chocho ella se volvía loca.
– así así así dame cabrón fóllame lo necesito.
empecé a follármela y ella se volvía loca luego la di por el culo con una energía que yo mismo no me lo explicaba de donde la sacaba la estuve follando más de una hora y no me cansaba no me lo explicaba que pasaba. la chica ya no podía mas solo hacia más que correrse.
al final se quedó destrozada de tanto follar y se durmió y yo me fui como si tal cosa no sabía que me pasaba como había pasado esto así que continúe mirando en internet a ver que piedra era esa.
cuando la vi por fin no era piedra ninguna según ponía era un amuleto del antiguo Egipto.
“ maldito que aquel que lo poseía podía gobernar a todo el mundo ya que sacaba los más bajos instintos de la persona no podías ocultar tus extintos pues salían a la luz las cosas que pensabas y se hacían realidad lo había tenido un faraón varios años para gobernar a su gente y la gente lo obedecía ciega como si nada a pesar de hacer bastantes barbaridades con ella.
el amuleto había sido forjado con magia negra por uno de sus sacerdotes intente quitármelo pero no pude algo me decía que me lo dejase aunque controlaba mi voluntad yo mismo pero cuando quería quitarme lo no podía. así que salí a la calle otra vez y me fui al trabajo y llegue a mi despacho y me atendió mi secretaria.
– esto son los informes de esta mañana.
– gracias Sandra.
– desea alguna cosa más.
– si echarte un polvo- joder como he podido decir eso.
estaba buena mi secretaria pero nunca se lo había dicho. la respetaba como mujer eficiente que era.
– perdona -dije yo- Sandra no como he podido decir eso.
– no si me ha gustado- cerró la puerta y se me desnudo allí en la oficina.
– joder joder esto no puede estar pasando- dije yo.
y me bajo la bragueta del pantalón y empezó a chuparme la poya. joder como la mamaba la hostia menos mal que estaba la puerta cerrada del despacho, sino nos hubieran visto los demás. en plena faena la comí coño con un ansia y una energía que ni yo mismo me lo explicaba .
ella empezó a suspirar:
– si cabrón fóllame chúpamelo todo. no dejes nada. como me follas.
puse algo de música para que no nos oyeran en la oficina lo que decía Sandra y se la metí hasta los cojones, joder ella se volvía loca. empezabas a follar y no parábamos luego se la endiñe por el culo y ella termino cansada de tanto follar y yo como si nada.
no me lo explicaba estaba algo asustado así que puse la excusa de que estaba algo malo y cogí permiso para irme a casa y volví a mirar el internet otra vez.
según ponía el faraón había tenido muchas orgias y le gustaba mucho el sexo incluso con las mujeres de sus vasallos y estas no se quejaban y todos le adoraban ahora lo comprendo era el amuleto de alguna forma controlaba la voluntad de las personas y hacía con ellas lo que quería y él no se pudo nunca quitar el amuleto pero entonces como estaba en mi poder CONTINUARA

Relato erótico: “Viviana 16” (POR ERNESTO LOPEZ)

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Mandamos a Mierda a que se quitara el conjunto de castigo y pudimos ver sus tetas y su pubis bañados en sangre, Viviana presurosa lamió bastante de esta antes de mandarla a bañarse

Ya un poco más relajados prestamos atención a la película mientras jugábamos un rato en la cama entre los tres. En la pantalla la cosa había ido in crescendo: los tipos garchaban como animales a las dos chicas que parecían juguetes en sus manos, las acomodaban como querían y le metían varias pijas al mismo tiempo, a veces dos en el mismo agujero.

Se me ocurrió mostrarle a Viviana como había avanzado con su madre en la dilatación anal, me encremé la mano y orgulloso dije, “mirá lo que logre con tu vieja, le cabe toda la mano” pasando del dicho al hecho metí mi mano en su orto sin demasiada dificultad.

No muy contenta Viviana dijo: “veo que se han divertido en mi ausencia, sobre todo esta vieja puta que debe estar feliz que alguien la atienda, ahora yo me ocuparé”

La dejé hacer, puso a la vieja en cuatro, le hizo separarse bien las nalgas con sus propias manos y metió una mano hasta medio antebrazo, al tener las manos más chicas que las mías entró sin dificultad.

Comenzó un mete y saca bastante rápido, a veces sacaba por completo la mano que tenía el puño cerrado y lo volvía a meter cada vez un poco más adentro hasta que casi llegaba al codo.

Burlándose cruelmente Viviana dijo. “ves, así se hace, a las vacas les gusta que les metan las manos bien adentro, ¿Qué se dice Mierda?

Y esta contestó llorando: “muchas gracias ama”

Me di cuenta que Viviana se la estaba llevando demasiado fácil, así que les die a ambas. “bueno, llegó el momento que se ganen la noche, quiero plata pero se la deben ganar ustedes, no los putos cornudos de sus maridos. Así que se visten de putas y se hacen coger o lo que sea, pero no vuelven acá con menos de $ 1000 cada una”

Esa suma en aquella época era al menos 3 o 4 veces lo que cobraba una puta, con lo cual iban a tener bastante trabajo en reunirla. Cuando estuvieron vestidas apropiadamente revisé sus carteras, les deje sólo los documentos y puse unos cuantos condones.

Luego les di las últimas instrucciones: “pueden hacer lo que sea para ganar esa plata, pero ni se les ocurra volver antes de juntarla. Eso si, si las cogen que sea con forro y después se los quitan ustedes al tipo y los traen. La que vuelva primero tendrá un premio y la otra por supuesto recibirá un castigo”

Salieron ambas raudamente, ninguna quería perder tiempo y ser castigada. Mierda vivía en el barrio de Flores que es una zona donde suelen haber mucha prostitución callejera y en hoteles por hora que sirven como prostíbulos, así que era una tarea bastante fácil conseguir clientes. Mientras yo me tire un rato en la cama y tomando un whisky me quedé dormido.

Como a las dos horas o un poco más llegó Mierda, al ver que lo hizo antes que su hija no pudo ocultar su alegría y empezó a llorar como una perra para pedir la palabra.
-“Dale, hablá”

-“Muchas gracias amo, parece que cumplí con la tarea antes que la Ama Viviana, ¿verdad?”

-” Si, vos llegaste primera” respondí, contento porque había llorado para pedir la palabra y llamaba a su hija: “Ama Viviana”. Aprendía rápido y era muy sumisa.

-“Acá le traje la plata y todos los forros usados amo” Abrió la cartera y había bastante más dinero del que le había ordenado juntar y gran cantidad de condones.

-“¿Cómo hiciste para juntar todo eso tan rápido?

-“Salí y empecé a caminar por una calle oscura donde siempre andas las putas, supuse que los clientes buscarían por allí. Al poco rato se detuvo un auto con dos muchachos jóvenes, pensé que querían burlarse de una puta vieja, no imaginaba que me elegirían para coger, pero me equivoque; uno sacó la cabeza por la ventanilla y me dijo: andamos buscando una puta para animar una fiesta, somos más de 10, si te dejas por todos te damos buena plata. Acepté de inmediato me subieron en el auto y me levaron a una casa no muy lejos”

-“¿No preguntaste que te iban a hacer ni cuanto pagaban’”

-“No, sólo me importaba conseguir el dinero y si eran muchos juntos sería mejor”

-“Bueno dale, contame que te hicieron”

-“ Cuando llegamos había un salón grande con un montón de gente, muchos más de 10, la mayoría eran hombres pero había también varias chicas, música, unos colchones tirados por el piso y mucho alcohol. Los dos que me habían levantado gritaron a los presentes: Trajimos una puta para divertirnos, los que se la quieran coger vayan haciendo fila”

-“¿No te asustaste, no tenías miedo de lo que te hicieran”

-“No parecían peligrosos, eran muy jóvenes, algunos adolescentes, y había tanta gente que era difícil que alguien me lastimara”

-“Bueno seguí contando”

-“Uno tomó coraje, me llevó hasta un colchón y me cogió delante de todos, lo único que le pedí es que usara el forro que le di. Cuando acabó le dije que eran $ 200, me los dio sin problema. Y así seguimos un buen rato, en total me habrán cogido unos 10, incluidas un par de chicas que me hicieron que las masturbe y les chupe la concha, fue muy lindo”

-“ ¿ Y a todos les cobraste?”

-“Si, a todos, pero a las chicas les cobré menos porque no hubo penetración, aunque una , la más chancha, se puso a hacerme un 69. Yo estaba con mucho flujo después de coger tanto pero no le hizo asco y me empezó a chupar mientras yo hacía lo mismo con ella. Después me preguntó si me podía meter una botella, le dije que si pero por el culo que lo tenía más descansado”

-“¿Te la metió por el pico o por la base”
-“Por el pico, empujo bastante pero no llego a meter la parte gruesa, lástima”

Evidentemente ya estaba totalmente emputecida, había hecho de puta cerca de su casa, cogido en público con un montón de gente y se lamentaba porque no le habían metido más adentro una botella en el orto.

La mandé a bañarse, estaba a la miseria con tanto sexo; volvió toda contenta y lloró pidiendo la palabra: ¿qué quiere que haga Amo mientras llega Ama Viviana, quiere cogerme tal vez o que se la chupe un poco?

Me gustó que a pesar de haber cogido con más de 10 tipos todavía le quedaran ganas de hacerlo conmigo, evidentemente se había transformado en una adicta, le di el gusto y la puse a chupármela tratando de no acabar.

Pero la muy turra aprendía rápido, me la chupaba hasta el fondo, metiéndosela hasta la garganta y llenándola bien de saliva, no pude aguantar y le acabé en la boca mientras sostenía su cabeza contra mi pelvis. En cuanto pudo respirar dijo sonriendo. “muchísimas gracias Amo, fue hermoso”

Seguimos tomando un whisky y mirando una película donde en un convento unas monjas viejas castigaban sin piedad a unas jovencitas y las hacían coger por unos tipos muy desagradables.

Se me ocurrió preguntarle: “¿Qué sentís cuando vez estas escenas?

-“ Envidia, me gustaría ser protagonista, o las monjas viejas que castigan o las jóvenes que lo reciben”

-“¿Y cual te gusta más?

-“ En este caso las viejas, están gozando como locas aprovechándose de las pibas”

-“¿Y a quien te gustaría castigar’”

-“ La verdad me da vergüenza confesarlo porque es mi Ama , pero me gustaría poder darle a Viviana”

O sea que no le parecía mal por ser su hija sino porque entendía que era su Ama y debía someterse a ella; esto me dio una idea:

-“Bueno, se te va a cumplir, cuando vuelva Viviana y después que yo le aplique mi castigo por perder, la vas a tener a tu disposición hasta que tenga que irse en la mañana”

Se tiró a mis pies y comenzó a besármelos como loca, no cabía en si misma de tanta alegría.

Al rato llegó Viviana, también se la veía bastante cansada de su labor y se puso peor cuando se dio cuenta que Mierda le había ganado la competencia, pero como buena sumisa me entregó el dinero y los condones usados y preguntó: ¿qué debo hacer Amo?

CONTINUARÁ

Relato erótico: Entresijos de una guerra 4 ( POR HELENA)

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A media tarde de este viernes en la cabaña. Te quiero.
Es todo cuanto ponía la carta que Frank me entregó dentro de un sobre sin abrir que llevaba mi nombre. Estaba escrita a mano y llegó tres semanas después de que Herman regresase a Francia, tras su última aparición en casa para anunciar su nuevo rango.
Pero cuando él no estaba cerca, pensar con claridad era más fácil y tres semanas era demasiado tiempo como para hacerlo y no darse cuenta de que me gustaba demasiado, de que lo aquello solamente iba a acarrearme complicaciones, porque él era mi objetivo y yo tendría que desaparecer de allí en cuanto me lo ordenasen. Y si ese día llegaba en un periodo de tiempo relativamente corto, todavía estaba en mi mano escoger si prefería pasarlo como uno más o como el más negro de mi vida. Así que escogí lo más sensato, elaboré un millón de teorías, estrategias y planes de acción de los que no salirme a pesar de lo que me pidiese el cuerpo cuando me plantase frente a Herman. No podía ceder, no podía flaquear a pesar del enorme favor que me había hecho al mandar a Furhmann a Rusia, o aunque me mirase con aquellos ojos y me dijese que me quería. Estaba claro que parecía un buen tipo, pero no lo era. No podía serlo cuando era teniente de las SS, eran cosas incompatibles. Cuanto más rango ostentase uno dentro de aquel cuerpo, más hijo puta tenía que ser. Así que Herman tenía que ser uno muy grande, a pesar de que disimulase muy bien. Y una no se enamora de un hombre así cuando tiene un mínimo de lucidez.
Sí, me lo repetí hasta la saciedad. Y aun con todo el tiempo que había tenido para pensar, aún con toda la incertidumbre que lo impregnaba todo en aquel ambiente de conflicto que se palpaba en cualquier lugar y que te quitaba las ganas de todo, mi corazón se aceleró cuando desdoblé aquel el papel y leí su letra.
Iría hasta la cabaña, ya que objetivamente no había motivo alguno para que yo no asistiese a nuestro lugar de encuentro. La última vez que habíamos estado juntos, la idea de separarnos me desagradaba tanto como parecía desagradarle a él. No obstante, lo que tenía que hacer era darle a entender que ya no me gustaba tanto la idea de seguir con nuestros encuentros, incluso corriendo el riesgo de dificultarme las cosas cuando él regresase y tuviese que reportar cada uno de sus movimientos. Y para argumentar mi nueva postura tenía un montón de posibilidades, desde el clásico; “no estamos hechos el uno para el otro”, hasta; “tu familia jamás lo aceptará” y pasando por; “esto no está bien” o; “prefiero no involucrarme demasiado”. La excusa podía ser la que yo quisiera, pero tenía que ser alguna y el jueves me dormí plenamente convencida de que al día siguiente hablaría con él sobre todo aquello.
El viernes a media mañana la viuda del Coronel recibió un correo urgente de las SS en el que se le comunicaba que su hijo, el Teniente Scholz, llegaría el sábado por la mañana. Y eso pareció alegrarle un poco el día. Andaba alicaída desde que su maquiavélica versión de “Romeo” había tenido que acudir a la línea fronteriza con Rusia, y por más que lo intentaba, no lograba hacer que alguien lo llevase de vuelta a su lado. Tal y como Herman me había prometido.
Por la tarde, después de leer un poco y fingir tomarme el postre en la mesa de juguete de Berta con ella y un par de muñecas, fui a la cabaña. El humo de la chimenea me mostró antes de llegar a ver la casa que ya me estaban esperando y ralenticé el paso del caballo para pensar bien qué iba a hacer mientras mi corazón parecía querer salirse del pecho. Me prometí a mí misma no llamar a aquella puerta hasta que no tuviese claro lo que iba a decir, pero él se adelantó a mis pensamientos y en cuanto avancé un poco más le vi sentado en las escaleras de la entrada, con aquel macabro abrigo de su uniforme que destacaba sobre el blanco de la nieve que lo cubría todo. Un depredador en medio de un mar de blanca tranquilidad, una metáfora tan cruel como la vida misma.
-Te he echado de menos – dijo levantándose para sujetar las riendas de Bisendorff. Su tono barrió cualquier rescoldo de maldad que mi mente pudiese atribuirle. A pesar de que luciese con orgullo aquel uniforme.
Le sonreí deseando decirle que yo también le había echado de menos a él, porque en cuanto vi aquella cara mirándome desde abajo mientras llevaba el caballo hacia las cuadras, supe que analizar una y otra vez lo que había ocurrido entre nosotros no era más que la excusa para seguir pensando en él de forma que no pudiese reprocharme nada.
-¿Tanto como para esperarme fuera? – pregunté evitando de todos modos lo que yo quería decirle. Había llegado el momento de ceñirse a las normas.
-Exacto. Tanto como para venir desde Francia y esperarte sentado en unas escaleras bajo la nieve mientras me fumaba un cigarrillo – admitió mientras me bajaba del caballo para que él lo guardase en una de las cuadras – ¿qué tal todo?
-Como siempre. Mañana lo verás… – le informé con despreocupación provocándole una sonrisa mientras se dirigía a mí tras acomodar el animal.
-Vas a tener que darme una fotografía tuya – me dijo con suavidad mientras sujetaba el óvalo de mi cara con sus manos – porque cuando te tengo delante me aturdes tanto que después me resulta imposible recordarte al detalle.
-Me temo que no tengo ninguna – alegué abrazándole para evitar el beso que casi logra depositar sobre mis labios.
-Bueno, nos sacaremos algunas durante estos días – contestó devolviéndome el abrazo y conformándose con besarme la coronilla.
-¿Hasta cuándo te quedas?
-Hasta el miércoles. Pero el lunes y el martes tendré que ir a Berlín. Aunque no me hace demasiada gracia, se rumorea que la fuerza aérea británica va a probar suerte de nuevo… ¿Vamos dentro? He encendido la chimenea y te he traído chocolate.
No accedí abiertamente, pero Herman me pasó un brazo sobre los hombros y yo le acompañé cuando echó a andar mientras intentaba encontrar el momento idóneo para sacar el tema a colación. Pero no terminaba de encontrarlo, ni el momento, ni tampoco la excusa. Me atraía demasiado. Sus palabras resonaban en algún lugar de mi cabeza, pero mi cerebro no llegaba a procesarlas porque estaba completamente entretenido contemplándole, así que tampoco podía pensar con claridad. Sólo me recordaba una y otra vez lo que se sentía entre sus brazos.
-Herman, tenemos que hablar sobre esto – le interrumpí de forma atropellada al comprobar el efecto que su presencia me causaba.
-¿Sobre qué? – me preguntó con curiosidad parándose en el último escalón de la entrada a la cabaña y mirándome de frente.
-Sobre esto… lo que estamos haciendo… lo de vernos a escondidas de todo el mundo… – balbuceé intentando esquivar aquellos ojos azules que volvían a clavarse en mí de aquel modo que me desarmaba.
-Ah, entiendo… – aceptó sin demasiada intriga – bueno, estoy de acuerdo. Luego hablaremos de ello, ¿te parece bien?
-Preferiría no dejarlo para “luego”, si no te importa… – protesté sutilmente mientras volvía a dejarle con la boca suspendida en el aire.
-¿Por qué? – Inquirió alargando la última palabra a la vez que volvía a sujetarme la cara para que le mirase – acabo de llegar de Francia para estar contigo unas horas antes de tener que ir a casa, ¿no puedes darme un beso antes?
Suspiré derrotada. Un beso me suponía mucho más de lo que tenía pensado. Pero por otra parte, era casi insignificante comparado con haber venido desde Francia un día antes sólo por estar conmigo a solas, y era sólo un simple beso. Fallé a su favor. Decidí que lo que pedía era muy poco a cambio de lo que había hecho y elevé mi cara para concederle su petición.
Sus cálidos labios presionaron los míos con suavidad antes de que sus manos volviesen a sujetar mi cara y su boca dejase paso a su lengua en medio del vaho que desprendíamos. ; me repetí mientras mis brazos le rodeaban y mi lengua comenzaba a tantear la suya aprovechando ese margen que me había impuesto. Un beso. Uno que por mí, podía durar hasta que el sol se pusiese y volviese a salir de nuevo. Pero Herman puso fin a lo que yo había bautizado como mi “último desliz”, y en esa ocasión fui yo la que me quedé con la cabeza ligeramente inclinada hacia delante y con la boca entreabierta mientras le miraba.
-Muy bien, querida. Ahora entraremos, nos pondremos cómodos y hablaremos de lo que tú quieras-pensé justo en el mismo momento en el que mi cuerpo desobedecía deliberadamente las órdenes preestablecidas y se lanzaba de nuevo a sus brazos para que me diese sólo un beso más. Y solamente un par de minutos después entramos en la cabaña como dos locos sin rumbo aparente, abrazándonos y besándonos sin tregua de camino a las habitaciones mientras sembrábamos las prendas que nos cubrían hasta llegar casi desnudos a uno de los dormitorios.
Herman caminó de espaldas hacia la cama, arrastrándome con él mientras nos besábamos como si fuera imprescindible para mantenernos con vida y causando justo el efecto contrario al dificultarnos la respiración. Me obligó a caer sobre él cuando estuvimos al borde del colchón y nos desmoronamos sobre él, riéndonos antes de retomar el beso que ya nos había dejado los labios rozando un color carmesí que todavía pensábamos colorear un poco más. Me dejé caer entre sus piernas, dejando que mi lengua dibujase un camino que llevaba desde su mandíbula a su pubis y una vez allí abajo, cuando mis rodillas tocaron el suelo, recorrí su erección con la boca del mismo modo. Despacio, para poder escuchar aquellas motivadoras exhalaciones que se le escapaban de vez en cuando.
Intenté probar cada milímetro cuadrado, deslizando mi lengua sobre su sexo una y otra vez hasta que sus caderas me buscaban inocentemente, como si no lo hiciesen contando con su permiso y eso le provocase cierto pudor. Entonces abrí los labios y los dejé caer sobre el extremo, contrayéndolos sobre su diámetro mientras comenzaba a bajar lentamente para subir de nuevo cuando rebasaba el glande, centrándome sólo en aquella parte y haciendo que Herman comenzase a dar rienda suelta al aire que se escapaba de su garganta. Avancé un poco más, aventurándome a través del tronco, y tras repetirlo un par de veces, noté que se incorporaba para sentarse al borde de la cama.
-Erika, me gusta demasiado – dijo con una débil voz mirándome desde el otro extremo de su torso.
-Ni siquiera he empezado, Herman… – le susurré antes de dejar caer mi boca hasta el final, encantada de hacerlo al escuchar el gemido que le arranqué con ello.
-Bueno, pues tendrás que dejarlo para otra ocasión… ven aquí – me dijo de forma atropellada.
Creí que bromeaba pero sus manos me interrumpieron antes de ayudarme a incorporarme y luego me arrastró hacia sí. Separé mis piernas y las flexioné a ambos lados de su cuerpo, quedándome a horcajadas sobre él. No se tumbó de nuevo, permaneció sentado mientras acomodaba nuestras respectivas caderas y apresaba uno de mis pezones con su boca al tiempo que me sujetaba con firmeza para dejarme caer sobre su entrepierna. Accedí sin miedo y con ganas, avanzando hacia abajo mientras él se deslizaba hacia arriba dentro de mi cuerpo, con sutileza y buscando de nuevo la postura más cómoda cuando logró llegar a lo más profundo. En ese momento elevó su cara hacia la mía, estimulando placenteramente cada nervio de mi cuerpo al dejarme ver aquel gesto de completa rendición antes de que reclamase otra vez mis labios y me invitase con sus manos a moverme sobre él.

Me hubiese quedado allí durante el resto de mi vida. Besándole, abrazándole y deslizándome a lo largo de aquella verticalidad que entraba y salía de mí con cada uno de los trémulos movimientos de mis piernas. Siguiendo el rumbo marcado por sus manos, que me sujetaban en el muslo y la cadera para dictarme los tiempos de nuestro particular e íntimo concierto. Pero estaba mal. Aunque mi cuerpo ahogó aquel pensamiento como si sólo hubiese sido un resbalón sin importancia.

Ni siquiera experimentaba un ápice de culpabilidad a pesar de tres semanas de profunda reflexión al respecto. Herman era mi dulce placebo, no había lugar para la realidad cuando me acunaba desnuda entre sus brazos, haciendo que nuestros cuerpos se confundiesen en aquel festival de movimientos que – aunque en aquella ocasión habían dejado a un lado la suavidad para parecer los de dos personas desbocadas – todavía podían transmitirme el mismo cuidado y el mismo cariño de nuestra primera vez mientras me sujetaba o me besaba de un modo intenso, atrapando mi labio inferior de vez en cuando o escondiendo la cabeza entre mis pechos para respirar profundamente a través de su boca. Y siempre aderezando todo eso con su aroma. Podía beber, fumar, mojarse, correr por el campo o dejarse caer sobre la hierba, pero siempre olía a Herman, y aquel particular olor que estaba inexorablemente ligado a él estaba convirtiéndose en una de mis grandes debilidades. Una en la que me encantaba regocijarme, sobre todo cuando escuchaba cómo respiraba con dificultad mientras me penetraba.
Pasé mis brazos alrededor de sus hombros y le sujeté con fuerza mientras seguía ciegamente sus manos, desahogándome de la sensación de deseo insaciable que me embargaba al mirarle y verle allí abajo, retorciéndose poéticamente en el placer que yo le proporcionaba.
Le besé apasionadamente cuando sentí que no era dueña de mi cuerpo y seguí cabalgando atropelladamente entre sus brazos al mismo tiempo que mis entrañas se contraían en violentos e involuntarios temblores que me impidieron seguir moviéndome mientras Herman apretaba mi cuerpo contra el suyo y me seguía en mi glorioso final. Dejándome percibirlo a través de la presión que sus manos ejercían sobre mí o dejándome ver aquella cara cuyo gesto transmitía el éxtasis más absoluto que yo también estaba experimentando.
Permanecimos quietos, besándonos despacio y en silencio mientras intentábamos restablecer nuestras respectivas pulsaciones. Y después de eso, él se tumbó hacia atrás, abrazándome para que cayese con su cuerpo. Abrió la cama torpemente mientras me besaba y me empujó cariñosamente hacia el lugar que había dejado con las sábanas al descubierto. Le abandoné con cierta amargura, sin acomodarme hasta que se tumbó a mi lado, y cuando lo hizo me subí a su cuerpo de nuevo. Me recosté sobre su pecho después de que él aovillase la almohada bajo sus omóplatos para inclinarse ligeramente y respiré sin preocupación alguna mientras su mano surcaba una y otra vez mi espalda tras cubrirme con la ropa de cama.
Lo había vuelto a hacer. Había conseguido que me olvidase de todo una vez más para dejar de tener una percepción real de quienes éramos ambos y disfrutar de la serenidad más profunda que jamás había conocido.
-Erika, querida, ¿no irás a dormirte? – me preguntó después de un buen rato rompiendo el silencio de la habitación.
-Me encantaría – susurré sin fuerzas antes de pensar si era realmente conveniente ser sincera.
-A mí también, pero tienes que volver – dijo antes de tomar una de mis manos para besar la yema de mis dedos – ¿no querías hablarme de algo?
Emití un lastimero alarido cuando él mismo me devolvió a la realidad al recordarme la conversación pendiente y me esforcé por olvidarlo para permanecer un poco más envuelta en aquella calma que sólo conocía después de hacer el amor con él.
-Sí, pero puede esperar… – concluí finalmente.
Herman se rió un poco y me besó la coronilla antes de arroparme de nuevo y abrazarme.
-Está bien, hablaré yo. Creo que sé lo que querías decirme. Yo también he pensado en lo nuestro y he llegado a la conclusión de que seguir así es una tontería, no veo por qué no hacerlo público.
Mis párpados se recogieron como una goma liberada repentinamente tras haber sido sometida a un esfuerzo. <> fue la única palabra que mi mente evocó antes de que mi cabeza se elevase para mirarle.
-¿Qué? – pregunté sin creerme lo que acababa de escuchar.
-Que si estás de acuerdo, anunciaré formalmente nuestra relación. No tenemos por qué ocultar que nos queremos. Aunque nuestra vida sexual tendrá que parecer nula hasta que nos casemos… ya sabes que…
-¡Herman, por el amor de Dios! ¡¿De qué hablas?! – exclamé escandalizada mientras me incorporaba sobre él.
-De ti y de mí – contestó con una elocuencia desproporcionada mientras elevaba los brazos para apoyarlos detrás de su nuca -. ¿No quieres que todo el mundo sepa que tú y yo somos pareja?
-¡Es que no somos nada, Herman! – disparé sin pensar.
-¿Ah, no? – Inquirió riéndose – ¡qué moderna, Erika! Me hablaron de estas cosas en Francia, de la gente que tiene sexo asiduamente sin ningún sentimiento ni relación de por medio… me hizo gracia. Pero no creo que sea nuestro caso – concluyó sin darle importancia -. No. No lo es porque yo te quiero, y tú me quieres a mí…
-¡No digas eso! – le reproché.
-¿Por qué? – Por su tono de voz parecía estar divirtiéndose – ¿No me quieres? ¿Es eso?
¿Por qué me lo preguntaba riéndose? No entendía qué demonios le hacía tanta gracia cuando yo podía decirle que no le quería y limpiar el suelo con su ego masculino.
-No es eso – confesé -. Te quiero cuando estás pero luego me repito que no podemos querernos… porque… no está bien que hagamos esto…
-¿En serio? ¡Me gustaría escuchar cómo te dices que no podemos querernos! – Exclamó entre carcajadas. Su actitud comenzaba a incomodarme, y mi cara debió delatarlo porque hizo un esfuerzo por calmarse y continuó hablando tras sentarse de nuevo en cama y sujetarme la cara para torturarme con sus ojos – Erika, ya nos queremos. No se va a pasar por mucho que te lo repitas, y tampoco es nada malo. Así que lo diremos y punto.
-No. No lo diremos – atajé evitando sus labios una vez más -. No te quiero y no vamos a volver a hacer esto – afirmé mientras recogía sus manos y las ponía sobre su pecho, evitando en todo momento cruzarme con su mirada.
-¿De verdad? – Asentí sin mirarle -. Bueno, se te pasará en un mes… creo que podré soportarlo… – dijo con seguridad haciendo que yo le mirase con avivada curiosidad –. Has dicho que me quieres cuando estoy, así que dentro de un mes, cuando regrese a casa y me quieras todos los días, retomaremos esta conversación.
-¿Por qué no te lo tomas en serio? – Le pregunté molesta.
-Porque no creo ni que tú misma creas lo que estás diciendo – me dijo suavemente -. Dentro de un mes estaré aquí otra vez, en la misma casa que tú, ¿y entonces qué? ¿Cuánto tiempo vas a evitarme en caso de que decidas seguir con esta tontería? ¿O cuánto tiempo vas a aguantar teniéndome a escondidas? Los dos queremos más. Pero a mí no me da miedo reconocerlo.
Su seguridad y sus argumentos me noquearon al instante. Sólo me había quedado sin palabras una vez; cuando él me había dicho que estaba enamorado de mí. Y en aquella ocasión no me había molestado pero ahora, el mismo hecho comenzaba a resultarme tan sumamente irritante que me negaba a reconocerlo.
 
-¡Aguantaré lo que sea necesario! – Exclamé dejando que el orgullo hablase por mí – ¡No tienes ni idea de lo que puedo aguantar, Herman Scholz! – Le dije mientras salía de cama y comenzaba a recoger mi ropa – ¡Ni idea! ¡Estás loco si crees que tú y yo podemos anunciar que somos una pareja de enamorados y vivir felices para siempre! ¡Loco de atar, ¿entiendes?! No tienes más que echar un vistazo a tu alrededor, tú deberías saber mejor que nadie en qué situación estamos, ¡deberías centrarte en tu labor como teniente y olvidarte de las mujeres hasta que termine la guerra!
Herman me miró sonriente desde cama y golpeó levemente el colchón con la palma de su mano invitándome a volver con él. No lo hice. En lugar de eso, comencé a vestirme.
-Yo no te he dicho que vayamos a vivir felices, Erika… te he dicho que lo hagamos público, ¿qué tiene de malo? Te quiero, ¿por qué no puedo admitirlo y dejar que los demás lo sepan? ¿Porque estamos en guerra? Es la tontería más grande que me has dicho nunca, así que no te va a funcionar si quieres convencerme de que no podemos seguir con esto… – salí de la habitación a medio vestir, dispuesta a recoger el resto de mi ropa y ponérmela encima para marcharme mientras Herman me seguía hablando. Ahora se había levantado y me hablaba desnudo desde la puerta de la habitación –. Por lo menos déjame decirte que mi labor como teniente mejoraría notablemente contigo a mi lado. Me motivas mucho, en serio… – le miré con una mirada fulminante, completamente cegada por el tono alegre que seguían teniendo sus palabras -. No me estoy riendo de ti, es que me hace mucha gracia que de verdad creas que puedes dejar de querer a alguien sólo por repetírtelo…
-¡¡No te quiero!! – Repetí furiosa mientras me calzaba las botas, sentada sobre el último escalón.
-Vale… pero entonces, ¿por qué no rehúyes mis caricias o mis besos si no me quieres? – Su pregunta me cayó como un chaparrón. Por un momento dejé la bota y le miré completamente encendida desde el piso de abajo – o mejor aún, ¿por qué me acaricias y me besas tú?– Insistió. Iba a gritarle otra vez pero decidí continuar con la tarea de calzarme para salir de allí cuanto antes -. ¿Por qué te quedas siempre entre mis brazos después de entregarte a mí?
Esa última pregunta aplastó mi vanidad y mi orgullo de una manera tan contundente como una de mis botas aplastaría a un frágil insecto.
-Ahora sí que no siento ni el más mínimo afecto por ti – le dije tratando de controlar mi cólera mientras me levantaba y caminaba hacia la puerta.
-¡Erika! – me llamó cuando abrí la puerta de la entrada. Permanecí quieta bajo el umbral, concediéndole la última oportunidad a esa parte de mí que me decía que todavía no me fuese aunque quería desaparecer – ¡Te quiero! – Me gritó de nuevo – ¡Te quiero y mañana se lo diré a todo el mundo! – Añadió de nuevo con aquel tono desenfadado que me irritaba todavía más.
Me abroché la cazadora, salí y me despedí con un portazo mientras caminaba apresuradamente hacia las cuadras pensando en quién de los dos tendría razón. Estaba muy seguro de que lo que yo sentía por él me impediría mantenerme firme en mi decisión, pero se equivocaba. En aquel momento hubiese sido capaz de dispararle a un pie si hubiese tenido una pistola a mano.
-¡Erika! – escuché otra vez al rebasar la cabaña a lomos de Bisendorff. Eché un vistazo y le encontré sentado en la ventana. Un escalofrío de solidaridad hizo que me subiese instintivamente el cuello de la cazadora hasta taparme por debajo de la nariz al verle allí cubierto sólo con su ropa interior. Todavía le odiaba ligeramente, pero la sonrisa que me dedicaba desde aquella ventana minaba mi mal humor hasta lograr que yo también retorciese sin pensar las comisuras de mis labios por debajo de la prenda que me tapaba -. Recuerda esto – dijo mientras encendía un cigarrillo aún con aquella sonrisa en su boca – mucho antes de que termine la guerra, yo diría que incluso en menos de un año, o año y medio como mucho, tú serás la señora del Teniente Scholz.
Mi sonrisa se desdibujó a medida que mis mandíbulas se apretaban y mi respiración aumentaba su ritmo al verse influenciada por la ira que me recorría de pies a cabeza. ¡¿Su señora?! ¡Ahora sí que el pobre había perdido el norte!
-Métete dentro, vas a resfriarte, Scholz… – le grité mientras emprendía el camino.
-¿Me cuidarías tú? – Contestó su voz desde la ventana –. Porque si lo hicieras, dormiría esta noche en la nieve…
Le dejé allí, gritando hacia el bosque mientras el caballo desandaba el camino que me había llevado hasta él y yo pensaba sin tregua en lo que acababa de ocurrir. Herman había perdido la chaveta y yo, definitivamente, no volvería a caer en sus brazos por mucho que me sedujese la idea. Ni siquiera cuando tuviese que dar parte de cada uno de sus pasos. Ya me las arreglaría, pero estaba claro que entre él y yo no iba a ocurrir nada más.

El sábado llegó, y con él, el flamante Teniente Scholz al que yo temía por su particular amenaza. Pero no la cumplió. Vino a ver a su hermana en medio de nuestras clases de lectura y tras un divertido saludo se retiró a sus quehaceres.

-¿Puedo irme con Herman, señorita Kaestner? Sólo hoy, se lo prometo.
-Vete a dónde te venga en gana… – le contesté resoplando cuando Berta me preguntó por enésima vez si podía ir con su hermano.
Recogí sus libros cuando me dejó a solas y arrastré una de las sillas a la ventana para fumarme un cigarrillo. Si la habitación donde dábamos clase hubiese mirado hacia el patio delantero me imagino que hubiese visto a la niña corretear hacia las caballerizas en busca de su hermano, pero daba hacia atrás y delante de mis ojos sólo tenía un inmenso jardín cubierto de blanco. Apuré el cigarrillo para no helarme y tras cerrar la ventana de nuevo me froté las manos para hacerlas entrar en calor mientras pensaba en cómo transcurrirían aquellos días con Herman de vuelta. Quizás pudiesen darse situaciones incómodas a pesar de que él no me había dejado entrever ningún síntoma de malestar cuando había aparecido a saludarnos. Todo lo contrario, parecía estar del mismo buen humor que el día anterior.
-Erika – me interrumpió de repente la voz de Berta.
-¿Qué? – Contesté con desgana. Ni siquiera la sermoneé por no llamarme “señorita Kaestner” como hacía siempre.
-Herman me ha dicho que subiese a decirle que la quiere mucho y que esta tarde quiere que venga con nosotros a patinar al lago porque ya está helado y me lleva todos los años – me soltó del tirón.
-¿Te ha dicho él eso? ¿Que me quería mucho? – Le pregunté descolocada. Había oído bien, la niña no podía haberse inventado una cosa así.
-Sí. Y también me dijo que no quiere usted que nadie lo sepa, así que me ha hecho prometer que les guardaría el secreto.
-Y lo vas a guardar, ¿verdad? – La apremié acariciándole el pelo con unas manos que me temblaban a causa de los nervios.
-¡Por supuesto! Él me ha prometido a cambio que podré ser la dama de honor el día de su boda…
¡Por favor! ¿Cómo había tenido la desvergüenza de decirle algo así al monstruo de su hermana?
-¡No va a haber ninguna boda, Berta! – Exclamé con firmeza.
-¿Por qué? Él no mencionó que fuese a casarse con usted, sólo se ha enamorado pero puede que se le pase y entonces se casará con otra… – argumentó con elocuencia.
Miré hacia el suelo para imaginarme los últimos trozos de mi destrozada vanidad agonizando sobre el piso, aplastada por una niña de doce años.
-Tienes razón. De hecho, ve con él y dile que será mejor que se le pase y que no puedo ir a patinar esta tarde.
-¿Por qué no?
Suspiré ante lo terriblemente cansina que podía resultar aquella criatura y le respondí como buenamente pude.
-Porque si voy no se le pasará el enamoramiento y tú no querrás que tu hermano se case conmigo, ¿verdad? – le expliqué como consideré más oportuno.
-Mire, pues lo cierto es que con quien se case mi hermano es cosa de él, y si usted quiere ser la novia, o no, es cosa suya. Yo sólo quiero ser la dama de honor y él me ha prometido que lo sería si guardo el secreto… – y acto seguido desapareció con la misma agilidad con la que había aparecido mientras yo todavía intentaba digerir su respuesta. Era obvio que tratarla como a una simple niña suponía un error.
Suspiré desbordada por un día que apenas había empezado y decidí unánimemente que evitaría al Teniente Scholz. Eso incluía declinar cualquier propuesta para pasar tiempo con él y renunciar a los paseos a caballo, pues resultaba imposible poner un pie en las cuadras sin cruzarse con él cuando estaba en casa.
Intenté hacerlo, y en términos generales, se me dio mejor de lo que pensaba. Me dediqué a matar las horas libres en mi dormitorio tras hacer alguna que otra visita a la biblioteca de la casa. Prefería leer cómodamente a estirar las piernas por los jardines, al menos con aquel frío. Por otra parte, no me quedaba más remedio que coincidir con el Teniente a la mesa, y fue durante esos momentos cuando mantuve las únicas conversaciones con él y donde escuché hablar por primera vez de que íbamos a ocupar Rusia. Estuve a punto de reírme pero aguanté al ver que Herman lo decía en serio. Aunque hubiese jurado que al principio lo decía en broma, y que luego, cuando su madre se mostró encantada con la idea, empezó a moderar el tono.
-Pues si el Führer piensa ocupar Rusia, más vale que lo haga rápido para que no le coja el invierno. Y si no que se lo digan a Napoleón…
Comenté con despreocupación al ver que la viuda del Coronel daba por sentado que Rusia sería el nuevo gran triunfo del régimen después de que París finalmente aceptase su ocupación. Herman se rió, pero yo dejé mi cubierto sobre la mesa cuando su madre me fulminó con la mirada. En aquel momento recordé que Furhmann estaba allí y que bromear sobre una posible “no victoria” cuando la misma operación sólo era un rumor, había sido un poco indiscreto.
-Bueno, esperemos que tenga en cuenta eso para elaborar una estrategia si es que finalmente se decide a llevar a cabo esa locura… – añadió Herman siguiendo el hilo de mi comentario.
-Si tu padre te escuchase, te relevaría del cargo, muchacho… – le regañó su madre como si se tratase de Berta que se negaba a comer la sopa o algo por el estilo. Pero él se limitó a reírse sin darle más importancia.
Aquella cena transcurrió sin más comentarios al respecto, y también las posteriores comidas. Nunca se volvió a hablar de aquello – por lo menos delante de mí – y tuve que conformarme con añadir a mi informe cada palabra de aquella conversación mientras los días, simplemente pasaron.
 
La cena del martes se tiñó de despedida ante la marcha de Herman al día siguiente. Pero en aquella ocasión no fue tan dramático como otras veces porque tendría que volver en menos de un par de semanas para acudir a la escuela de oficiales y se volvería a quedar unos días antes de regresar a Francia por última vez, hasta que las Navidades nos lo devolviesen de manera indefinida. Parecía no afectarme, pero por dentro temblaba sólo de pensar en jugar a evitarle un día tras otro.
Después de la cena me recogí a mi habitación, terminé un libro del que apenas me quedaban una veintena de páginas y decidí ir a la biblioteca en busca de un sucesor para evitar pensar en él. Comenzaba a creer que estaba equivocándome estrepitosamente y que quizás me diese cuenta demasiado tarde. Deambulé frente a las estanterías repletas de libros hasta que di con uno que llamó mi atención, lo cogí y regresé a mi dormitorio tranquilamente, pero me quedé quieta en medio del corredor que llevaba a mi habitación cuando divisé a Herman sentado en el pasillo al lado de mi puerta y comiendo algo. Me acerqué intentando no hacer ruido hasta que la risa brotó de mi boca cuando le escuché hablando sólo.
-¡Joder, Erika! ¡Creía que estabas dentro! – Exclamó sobresaltado.
-Fui a la biblioteca – le informé enseñándole el libro – ¿qué haces ahí?
-Vine a darte los chocolates que te había traído, te los volviste a dejar en la cabaña y estos días no te he visto nada…
-He estado ocupada – me disculpé abriendo la puerta de mi habitación.
-Ya, yo tampoco he querido molestarte, sé cuando alguien me evita – me corrigió con un tono gentil -. ¡En fin! Vi luz bajo tu puerta y pensé que estabas dentro pero que no querías hablarme, así que me senté aquí y he estado contándole al mobiliario que si tú no querías el chocolate, me lo comería yo, de modo que ahora voy a dártelos empezados, lo siento…
Me reí y cogí la caja que me ofrecía echándole un vistazo al interior para constatar que faltaban unos pocos, pero me hizo más gracia todavía.
-¿Un cigarrillo? – Torcí la boca ante su pregunta e hice ademán de cerrar la puerta pero él me detuvo – prometo solemnemente no intentar nada. Quería disculparme por lo que ocurrió el viernes.
Nunca lo hubiera hecho si se tratase de otra persona, pero viniendo de él, sentí curiosidad por saber qué quería decirme exactamente. Abrí la puerta de nuevo y le invité a entrar tras cerciorarme de que nadie veía aquello.
-Verás – comenzó a decir mientras tomaba asiento a los pies de mi cama –, me gustaría que aceptases mis disculpas si el viernes dije algo que te pareciese mal. Yo estaba muy seguro de mí mismo y no consideré lo que me dijiste como era debido.
-¿Y ahora? – le pregunté mientras encendía mi cigarro.
-Sí, ahora me lo tomo un poco más en serio – aceptó tras inhalar una bocanada de humo -. Incluso me tienes preocupado, ¿no vas a olvidarte de esta tontería? No sé por qué no quieres que lo nuestro sea oficial.
-Dijiste que no venías a intentar nada.
-Sí, lo dije. Tú también dices que no me quieres – dijo esbozando una sonrisa a medias.
-Déjalo, Herman – le pedí mientras abría la ventana un poco para que el ambiente no se cargase excesivamente.
-Está bien. Pero volveré a intentarlo, recuerda que a mí no me da miedo quererte – me advirtió con seguridad mientras me miraba desde cama.
-Muy bien… – acepté sin reparar demasiado en sus palabras -. Bueno, ¿y qué tal estos días en la escuela de oficiales? ¿Te han hablado de ese cargo tan importante que te está esperando?
-Ligeramente – admitió -. Berg me ha dicho que mi padre había hablado con él para que me tuviesen en cuenta para el puesto. Creo que no me va a gustar, pero ya no puedo decir que no.
Su voz parecía sincera.
-¿Por qué sigues en el cuerpo? Está claro que no te entusiasma la idea.
-Está claro para ti porque no me importa sincerarme contigo, pero jamás diría en público ni la cuarta parte de lo que digo cuando hablamos a solas – dijo riéndose de sus propias palabras -. El cuerpo de las SS siempre ha sido la meta de mi vida. Mi abuelo todavía es recordado en el ejército por su labor en la Guerra Mundial, mi padre asistió a la creación de las SA y fue de los primeros reclutados para las SS. Ninguno querría menos para mí, soy su viva imagen…
Cualquier otro lo habría dicho desbordando orgullo por cada poro de su piel, pero Herman se veía casi resignado.
-Ya, pero los dos están muertos. Dedícate a los caballos o a cualquier otro negocio de tu familia – su risa resonó en la habitación incluso antes de que terminase la frase.
-¿Me lo dices en serio? No te ofendas, pero te creía más espabilada – sí que me sentí ofendida, pero no lo exterioricé porque sabía exactamente a qué se refería. Sus negocios funcionaban tan bien porque el apellido Scholz estaba intrínsecamente ligado a la organización con más poder del país por detrás del mismísimo Führer -. En el momento en el que yo abandonase el cargo que tengo dentro del cuerpo, los negocios de mi familia caerían en picado, ya no sería ningún honor trabajar con nosotros…
Barajé la posibilidad de explicarle que yo me refería a que su familia ya tenía dinero de sobra para seguir llevando aquella vida durante unas cuantas generaciones más. Podían utilizarlo para salir de allí y empezar en cualquier otro lugar. Pero me callé al pensar que probablemente me diría que gracias a la fama que se había granjeado el nacionalsocialismo alemán, difícilmente podría salir adelante en otro lugar que no fuese Alemania u otros países afines a su política. Y éstos, por cortesía y fidelidad al Führer, no dejarían que un Teniente de las SS que renunciaba a su cargo campase a sus anchas a lo largo de su territorio. Encima, si eso de por sí ya parecía bastante tedioso, ni siquiera quería imaginarme cuál sería la reacción de su madre si tal cosa ocurriese.
– Entonces no te queda más remedio, Teniente Scholz – le comuniqué fingiendo un gran pesar.
-Lo sé, Erika… ya lo sé… – su “gran pesar” fue mucho más sincero que el mío. De hecho, casi me conmueve.
Apagué mi cigarrillo en el cenicero de mi mesilla auxiliar que había monopolizado Herman para sí y me senté en cama a su lado, guardando una distancia prudente. Iba a decirle que me dejase sola, pero no me molestaba demasiado.
-Te veo algo perdido, ¿me equivoco? – Dije con la única finalidad de incordiarle un poco. Lo del viernes todavía estaba demasiado candente.
-No, no mucho… – me reconoció entre un suspiro.
Permanecimos un buen rato en silencio, mirando hacia el vacío completamente inmóviles. No quería decir nada porque sabía que cualquier cosa que dijese sería interpretada por Herman como una sutil petición de intimidad y en el fondo, estaba cómoda con él. Era extrañamente agradable tenerle allí.
-Bueno, señorita Kaestner – me dijo repentinamente como si yo acabase de hacer todas aquellas reflexiones en voz alta – tendré que dejarla dormir – anunció cogiéndome la mano cariñosamente y arrancándome una sonrisa -. Ha sido un cigarrillo apasionante y espero sinceramente que disfrute de los chocolates.
Me reí al recordar que le había encontrado tirado en el pasillo y me levanté con él para acompañarle a la puerta.
-¿Te veré mañana antes de que te vayas? – Le pregunté por curiosidad.
-Podrías si te lo propusieses, pero es bastante improbable porque al alba ya estaré de camino.
-Bueno, pues que tenga un buen viaje, Teniente.
No era mi intención abrazarle pero tampoco me resistí cuando él lo hizo y terminamos estrechándonos mutuamente. Fue un abrazo largo, de ésos que aíslan de cualquier desventura que haya más allá del cuerpo que te acoge, y yo no hice nada para separarme de él. Permanecí allí, respirando tranquilamente sobre su pecho mientras él apoyaba su barbilla en mi cabeza, y dejé caer mis párpados sin decir nada cuando sus labios me besaron la parte alta de la frente, porque no quería decir nada que le hiciese retroceder. No quería que interrumpiese el rosario de besos que estaba depositando cuidadosamente hacia mi sien, cabeceando de un modo casi juguetón para abrirse camino hacia mi mejilla y mi cuello.
-Erika, mírame -. Me pidió sujetando mi espinazo firmemente mientras posaba una de sus manos cerca de mi boca. Abrí mis ojos para encontrármelo a una distancia demasiado corta, casi apoyando su cara sobre la mía y mirándome otra vez de aquella forma que me atravesaba -. Te quiero – me susurró sin mover sus pupilas y dejó caer su cara un poco más, creí que iba a besarme y yo no iba a hacer nada por impedirlo, pero se paró a milímetros de mí -. Te quiero y tú lo sabes, ¿verdad? – Repitió en un siseo que estremeció todo mi cuerpo.

Asentí débilmente mientras preparaba mis labios para recibir a los suyos y entonces me besó con aquella parsimonia que me condenaba a rendirme y a guardar silencio mientras durase el beso mismo y todo lo que estaba por venir. Todo eso que me hacía tambalearme ante el hecho de pensar que iba a cometer otro desliz y que me iba a gustar cometerlo.

Un paso me arrastró sutilmente hacia atrás mientras Herman se hundía en mi cuello con inquebrantable seguridad, colmándolo con el roce de su aliento a la vez que lo besaba sin freno, provocándome la irrevocable necesidad de querer tenerle sólo una vez más. <>, la misma frase que acudía a mi cabeza cada vez que me rendía, como si fuese una especie de ritual que me excusaba por hacerlo o una burlona forma con la que mi parte emocional pedía disculpas a mi raciocinio antes de sucumbir por completo. ¿Pero qué más daba lo que fuese? No necesitaba saberlo en aquel preciso momento.

 
Sólo necesitaba que nada se interpusiese entre ambos y por eso agarré con decisión su suéter, para arrastrarlo hacia su cuello junto con su camisa. Levantó sus brazos adelantándose a mis movimientos y él mismo dejó su torso al descubierto cuando mis manos rebasaron sus omóplatos. No dijo ni una sola palabra después de eso, dejando pasar el momento ideal para restregarme que él estaba en lo cierto. Simplemente volvió a rodearme y a besarme mientras me empujaba con su cuerpo hacia la cama y yo desabrochaba sus pantalones, retrocediendo hacia el inevitable lugar en el que acabaríamos.
Me bajé de mis zapatos cuando mis piernas rozaron la ropa de cama que cubría el colchón y dejé que me desnudase sin renunciar a su boca más que cuando era absolutamente imprescindible, pero siempre volvía, y siempre con esa arrolladora sutileza que sabía poner en cada uno de sus movimientos y que yo también intentaba tener al despojarle de sus pantalones y su ropa interior. Pero él me privó de mi oportunidad volviendo a terminar el trabajo por mí antes de abrir la cama y llevarme entre las sábanas, a remolque de su cuerpo. Hizo una fugaz parada para cubrirnos con las sábanas y la colcha y acudió de nuevo a mi lado para inclinarse sobre mí y besarme levemente antes de mirarme otra vez. Esperaba su voz de un momento a otro, diciéndome que finalmente se había cumplido su vaticinio, pero no llegó, y empezaba a descolocarme que no llegase nada más que el escrutinio constante de aquellos ojos. Elevé mi cabeza y le besé sin decir nada. Me correspondió con la misma intensidad y poco después, una de sus manos surcaba la parte interna de mis muslos, invitándome con refinada elegancia a ahuecar el acceso a mi entrepierna mientras sus labios resbalaban imparables sobre mi clavícula.
Mi cuerpo se estremeció cuando sus dedos comenzaron a masajear tenuemente mi clítoris, cayendo de vez en cuando a lo largo de todo mi sexo y retomando su tarea con maestría allí donde el placer se mostraba más intenso bajo su tacto. Abrí las piernas un poco más, dejando que uno de mis muslos rozase una pronunciada erección al mismo tiempo que su lengua se arremolinaba sobre uno de mis pezones y el aire se escapaba atropelladamente a través de mi garganta. Me retorcí mientras rodeaba su cara con mis manos para probar aquellos labios de nuevo y él me dejó hacerlo a la vez que uno de sus maravillosos dedos se atrevía a adentrarse tímidamente en mi cuerpo, provocando que mi piel se erizase cuando su falange externa se deslizó fluidamente a través de un umbral perlado de placenteras sensaciones. Dejé caer mi cabeza sobre la almohada, capturada por el deseo que aunque por ahora parecía satisfecho, pronto reclamaría más. Porque era inevitable no querer más de él cuando me provocaba aquel torrente de sensaciones con su mano mientras acariciaba mi frente con la otra y apoyaba su cara sobre la mía, que parecía no ser ni siquiera dueña de su expresión, condenada a reflejar con unos músculos completamente relajados todo lo que en aquel momento me excitaba. Permitiéndose sólo de vez en cuando cerrar los labios y los párpados con fuerza cuando un gemido amenazaba con romper el silencioso clima que quería mantener para que nadie más fuese testigo indirecto de aquella gran indiscreción. Y casi no lo consigo cuando Herman comenzó a acariciarme la yugular con su boca, despertándome un sensual cosquilleo al juguetear también con el lóbulo de mi oreja, pero finalmente no solté más que un mínimo quejido en comparación con lo que podía haber sido.
Sobrevolé mi propio cuerpo con una mano para sujetar con firmeza su muñeca cuando sentía que me iba de un momento a otro y él cedió atentamente, entrelazando sus dedos con los míos para apoyar nuestras manos atadas cerca de mi cara. Dejándome percibir mi propia humedad que se secaba entre nuestros nudillos concediéndole al tacto una extraña y estimulante sensación mientras Herman se desplazaba con cuidado sobre mi pelvis para posarse entre mis piernas. Las mismas que yo abría, esperando recibirle dentro de un momento a otro, anhelándole ya a causa de los segundos que perdía mientras recorría uno de mis costados con su mano para terminar colándola bajo el puente de mi espalda y elevar mis caderas suavemente.
Cerré los ojos con el primer toque de aquel suave mástil que tanteaba con leves empujones la puerta que sus dedos habían cruzado hacía apenas unos minutos, y estiré la cabeza hacia atrás esperando el toque de gracia cuando mis labios vaginales cedieron ante un extremo que suponía un deseado principio. Pero la irrupción que yo esperaba no llegó. En su lugar disfruté de una lenta penetración que me obligó a tensar mi cuello hasta el punto de ahogar las arterias que llevaban el riego a mi cerebro, mientras el aliento de Herman me rozaba de nuevo durante todo aquel trayecto de ensueño.
Rodeé su cuerpo con mis brazos y mis piernas cuando comenzó una lenta maniobra de retroceso, para rogarle que no se fuese muy lejos de mí. Solamente lo justo para que volviese a entrar hasta el final con esa voluntad de hierro que le permitía controlarse de un modo que estaba fuera de mi alcance. Yo sólo me afanaba en permanecer quieta por miedo a estropear sus cuidadosas acometidas, incapacitada para hacer cualquier otra cosa que no fuese sentirle moverse deliciosamente entre mis muslos.
Me besó fervientemente mientras aumentaba la rapidez de sus vaivenes, impregnándolos de una autoridad que me resignaba a dejarle hacer, a no llevar a cabo nada que no naciese de su voluntad porque él se las arreglaba perfectamente solo para hacer que mi cuerpo palpitase al unísono siguiendo el ritmo que marcaba el suyo. Y dejarle hacer era un placer sin precedentes para mí, un placer que crecía con sus engatusadores labios ensamblados a la perfección con los míos mientras subían y bajaban con el resto de su cuerpo. Todo lo que hacía tenía ese halo de ternura que sabía tender estratégicamente sobre mí para hacer que desease ese orgasmo que me elevaría y que lo temiese a la vez por el fin que suponía, porque después tendría que irse y me quedaría a solas con un remordimiento infernal que suplantaría la plena satisfacción que me estaba dando.
Pero de momento nada me impedía disfrutar de la manera en su cuerpo ocupaba el mío una y otra vez, llegando más lejos en alguna ocasión y quedándose más rezagado en otras. Dominando esos cambios de ritmo que me hacían aferrarme a él de un modo casi desesperado, hasta que su cabeza cayó al lado de la mía entre jadeos reprimidos que lograban abrirse camino de todos modos y que me hacían todavía más vulnerable al frenesí con el que penetraba a la vez que sujetaba mis caderas firmemente con ambas manos, apretando nuestras respectivas pelvis en un acompasado movimiento que nos abrió las puertas de un orgasmo compartido en pocos segundos. Un orgasmo que me sacudió y me llevó muy lejos de allí mientras su miembro palpitaba dentro de mi sexo y él pugnaba por propiciarme las últimas embestidas de un dulce encuentro a medida que se derrumbaba sobre mí.
Busqué su cara con mis ojos, ladeando la cabeza para verle a mi lado, respirando con la boca entreabierta, y le besé mientras liberaba una de sus manos para acariciar el óvalo de mi cara. Me hubiese gustado devolverle la caricia, pero mis entumecidas extremidades cayeron con inerte flacidez sobre el colchón, como si no perteneciesen al resto de mi cuerpo o como si éste ya tuviese suficiente con intentar coger aire como para ocuparse de ellas.
 
-Es la última vez que hacemos esto, ¿no? – me susurró entre besos mientras se incorporaba para apoyarse sobre sus brazos. Asentí intentando mostrarme todo lo convencida que podía y él se rió antes de besarme de nuevo -. Está bien, entonces me quedaré esta noche, si no te importa – añadió haciéndose a un lado y abrazándome.
Tenía que haberle dicho que no, pero no pude. Me gustaba demasiado el amparo de su cuerpo como para renunciar a esa <<última vez>> que podía tenerlo de aquella manera. Así que apoyé mi cara sobre su pecho y cerré los ojos para concentrarme en aquellas caricias que recorrían mi espalda o en los besos que caían constantemente sobre mi frente y mi coronilla.
-Te quiero – dije sin pensar con una débil vocecilla que para mi propio desconsuelo, no le pasó desapercibida. Pero él se rió despreocupadamente mientras acariciaba mi cara.
-Cásate conmigo – yo también me reí al escuchar el vago susurro con el que dijo aquello. Creí que me estaba tomando el pelo, pero su voz me interrumpió de manera más creíble -. Hablo en serio. Podemos esperar un poco si quieres, pero no veo la necesidad de perder el tiempo – añadió -.
-Deberías irte – le contesté pasados unos minutos durante los cuales intenté valorar su propuesta infructuosamente. Necesitaba un estado de ánimo mucho más estable para llegar a la conclusión de que planteármelo ya era una locura.
-Probablemente sí, pero voy a quedarme hasta que me respondas.
-No.
-¿No qué…? No te casas, no me contestas… – inquirió casi con un deje burlón.
-No me caso.
-Porque no me quieres, supongo… – dijo a modo de inciso.
-Sí, por eso.
-Me parece una decisión muy consecuente, querida – aceptó con una amable sonrisa antes de besarme la sien y abrazarme fuertemente.
-¿Te quedas aquí? – pregunté con curiosidad cuando sus piernas se hicieron hueco entre las mías cariñosamente.
-Por supuesto. No me perdería nuestra “última noche” por nada del mundo.
Iba a protestar por haberme dicho eso con el mismo tono de seguridad que había utilizado el viernes hasta hacer que mis nervios se saturasen. Pero no me quedó más remedio que reírme mientras me acomodaba, y contra todo pronóstico, me dormí rápidamente en brazos del Teniente Scholz.
-Erika… – su voz se coló en mi sueño algunas horas después hasta lograr despertarme, aunque no de un modo brusco, sino todo lo contrario -. Tengo que irme – me susurró cuando abrí los ojos. Estaba fuera de cama, vestido y acuclillado a mi lado.
-Vale… – acepté vagamente.
-¿Me das un beso? – Me apoyé sobre uno de mis costados y estiré el cuello para besar sus labios sin pensarlo. Inmediatamente después de hacerlo me dejé caer de nuevo sobre la almohada al pensar en lo poco que le hacía falta para hacerme meter la pata una y otra vez. Él se reía mientras sujetaba una de mis manos entre las suyas -. Te veré cuando vuelva, ¿puedo pedirte algo? – Asentí sin reparar en toda la gama de tonterías que podía pedirme, pero la petición no fue nada que me esperase en aquel momento -. No vayas a Berlín sola. Puedes darle las cartas para tu familia a Frank, él tiene que ir a menudo y sabes que es de fiar.
-Está bien – contesté sin intención alguna de cumplir su petición.
-Te quiero – dijo incorporándose antes de besarme en los labios.
No dije nada. Me limité a quedarme en cama mientras él se iba, y cuando estuve sola rodé hacia el lado en el que él había dormido para aspirar el olor que había dejado entre las sábanas mientras me maldecía por cometer la soberana tontería de quererle a pesar de la insensatez que suponía.
Tan sólo un par de días después estaba caminando entre las calles de Berlín, camino a ese cuchitril en el que dejaba constancia de toda mi labor desde que había llegado. Pero esta vez, mi corazón latía aceleradamente, y no era por las constantes amenazas de una lluvia de explosivos por parte de los ingleses – al fin y al cabo, ¿qué iban a hacer ellos después de que los alemanes hubiesen hecho lo mismo con Londres? -. Mi nerviosismo se debía a que en el sobre, junto con el informe de la semana, estaba mi dimisión y una petición formal para que se me proporcionase todo lo necesario para salir de allí. Sabía que sería difícil para mis superiores retirarme de un modo tan precipitado, pero adjuntaba un par de hojas en las que redactaba cuidadosamente que la situación con el Teniente Scholz se me había escapado de las manos y que éste, en un ataque de locura, me había pedido sin premeditación alguna que me casase con él. Junto con unas cuantas anécdotas más que dejaban entrever que comenzaba a “encariñarme” con él, tendría que ser suficiente como para que me procurasen una vía de escape.
La semana siguiente transcurrió para mí con implacable lentitud mientras me imaginaba lejos de allí en un corto periodo de tiempo. Me consumía la idea de no volver a ver a Herman y ahora me lo reconocía a mí misma sin ningún problema porque pronto desaparecería de aquel lugar para siempre y me olvidaría de él.
El día que tenía que volver a Berlín para dejar el informe de la semana, ni siquiera redacté tal informe. Daba por hecho que me estarían esperando para sacarme de allí o darme los papeles necesarios para hacerlo. De modo que metí en una maleta lo único que tenía que llevarme de la casa y salí hacia la ciudad convencida de que jamás volvería a pisar aquella casa.
Al llegar a la trastienda, me alegré al ver a un hombre de mediana edad. Casi se me saltan las lágrimas cuando me preguntó en francés si era Erika Kaestner y contesté nerviosamente lo que debía, dispuesta a volver a empezar donde hiciese falta. Lejos de Herman, por mucho que me doliese.
 
-Tenía muchas ganas de conocerla, señorita Kaestner – me dijo aquel hombre mientras recogía mi maleta y me acercaba una silla que sacó de la oscuridad.
-¿Por qué? – Quise saber emocionada mientras tomaba asiento y le observaba rebuscando en una carpeta de piel.
-¡Porque le ha robado usted el corazón a alguien que no lo tiene! – Me contestó entre risas pasándome unos papeles.
-¿Qué demonios es esto? – Pregunté escandalizada al comprobar que no era nada que me sirviese para poner pies en polvorosa.
-Me envían para negociar – me adelantó el hombre -. La situación es la siguiente. A lo que queda de Francia no le queda ni un solo franco, de modo que el servicio de inteligencia francés subsiste con suministro británico – su información me dejó helada, ¿cuánto tiempo llevaba yo trabajando para los británicos sin saber absolutamente nada? – No nos controlan ni nada parecido, sólo nos ayudan a mantenernos activos a cambio de proporcionarles los resultados de nuestras operaciones… usted ni siquiera tendría que ser puesta al tanto de algo así. Pero claro, su caso es especial…
-¿Qué quiere decir?
-Mire el contrato que le he facilitado y léalo con atención.
Obedecí y comencé a leer, arrepintiéndome inmediatamente de haber enviado aquellas hojas que justificaban mi dimisión. Esperaba una manera de salir de allí y en lugar de eso, me habían enviado un nuevo contrato. Uno en el que se establecía que yo sería objeto de prioridad absoluta para el departamento de inteligencia británico y para el francés. Eso supuestamente tenía que tranquilizarme si algo salía mal. Pero no lo hacía en absoluto, porque aquellos papeles recogían una cuestión comercial y yo sólo intentaba poner a buen recaudo mi vida personal, que nada tenía que ver con todo aquello a pesar de que se me recompensaría con una abultada suma de dinero por parte del Estado Británico y percibiría una sustanciosa pensión vitalicia por parte del Estado Francés en cuanto terminase la guerra a cambio de casarme con Herman.
-No voy a aceptar esto – le informé devolviéndole los papeles con mis temblorosas manos.
-¿Ha visto las cifras? – Me preguntó extrañado devolviéndomelos.
-Sí, pero no puedo aceptarlo porque no es cuestión de dinero… – dije intentando no derramar ninguna lágrima.
-¿Por qué? ¿Tiene idea de la gente que está pendiente de usted? Es una operación sin precedentes, podría hacer historia. Y eso sin mencionar su jubilación de lujo, no tendrá que volver a trabajar jamás…
-No me entiende – le interrumpí tratando de controlar mis nervios al comprobar que no iban a llevarme a ningún lugar – ¡necesito que me saquen de aquí porque me he enamorado de él!
El silencio invadió la estancia después de mi atropellada confesión. Esperé unos minutos más, a la espera de que me dijese algo y por fin se pronunció.
-Entiendo. Pero piénselo bien, no pueden sacarla de aquí de un modo seguro. Aunque hubiesen cedido a su petición, tardarían en sacarla de ahí una buena temporada, tal y como están las cosas -. Me levanté furiosa tirando las hojas al suelo y caminando de un lugar a otro para calmarme mientras el hombre seguía hablando -. Usted tiene la oportunidad de llegar más lejos de lo que nadie ha llegado jamás en su oficio.
-¡Gracias por su sinceridad! – Exclamé con sarcasmo mientras rebuscaba en mi bolso buscando mi pitillera – ¡Gracias por tener la bondad de reconocer que no pueden sacarme de aquí, pero en cambio, sí pueden darme dinero suficiente como para fundar mi propio país cuando termine la guerra!
-En un período de un año tras el final de la guerra – me corrigió.
-¿Y si ellos ganan la guerra? ¿Vendrán allí y me sacarán de todos modos?
-Sí, si usted así lo solicitase.
-¿Se cree usted que soy idiota? ¿Pretende que me crea que en ese caso van a venir a por mí para pagarme una estratosférica suma de dinero cuando no quede ni una sola libra después del capital que se está poniendo en juego con todo esto?
-Usted saldrá ganando de cualquier manera, Kaestner – admitió visiblemente tocado -. Si ganamos, tendrá su dinero. Y si ganan ellos, acaba de confesarme que está enamorada del Teniente Scholz. Usted ya estaría asentada en una familia adinerada y el caos para la parte derrotada será tan tremendo que en ese caso, usted sería libre para hacer con su vida lo que le viniese en gana.
Traduje su irritante contestación como una burda invitación para que me quedase en Alemania con Herman y con toda aquella alta sociedad asociada al partido. Eso sí que era congruente, ¡pasarme al enemigo como quien no quiere la cosa!
-No voy a hacer esta locura – protesté nuevamente recogiendo los papeles del suelo y echándoles un último vistazo -. ¿Qué coño significa esto de que seré objetivo de máxima prioridad en cuanto a seguridad, observación y seguimiento? ¿De qué va a servirme si él se entera de algo y me pega un tiro mientras duermo?
-No se le ofrece una suma de dinero de tal magnitud por decir “sí, quiero” y dedicarse a una vida conyugal normal. Todos sabemos que se juega usted el pescuezo de una manera bastante importante.
Curiosamente, lo que me podría pasar si Herman me descubría, era casi la que menos me importaba. Estaba irracionalmente convencida de que ni siquiera me pondría la mano encima si eso ocurriese. Aunque si me entregaba a las autoridades en lugar de ocuparse él mismo, sí que tendría que preocuparme. Sólo pensaba que si algo salía mal en ese sentido, no querría volver a verme jamás y eso sí que me aplastaba, porque estaría decepcionado y dolido conmigo. No sería como si yo desapareciese antes de que volviese, como tenía pensado hacer. Me odiaría durante el resto de su vida.
-Mire. Mientras no le explique todo con detalle, no puedo moverme de esta ciudad. Y no me gusta demasiado porque la Royal Air Force va a bombardearla en un par de días, así que tome asiento y escuche con atención – me senté solamente para que él pudiese irse, y porque después de todo, no había que ser muy avispada para reconocer que aquél no era un buen momento para pensar -. Se llevará el contrato y lo sopesará debidamente. Tómese el tiempo que considere necesario y si va a hacerlo, sólo tiene que firmarlo y llamar al teléfono que figura en la hoja número tres. Identifíquese y diga que necesita la documentación para una operación especial de la que ya están pendientes. Nadie le preguntará nada, simplemente se le remitirán los papeles necesarios para contraer matrimonio. Deberá recogerlos en esta dirección y dejar allí el contrato firmado – dijo sacando un papel del bolsillo interior de su abrigo –. A partir de ahora, éste es el nuevo punto de encuentro, ya que el actual quedará inutilizado después del bombardeo previsto…
-¿La semana que viene debo ir aquí? – Le pregunté recogiendo la dirección.
-Sí. Se trata de un taller que cerró hace un par de meses, debe entrar por la puerta trasera y dejar los informes en una taquilla que encontrará en una de las oficinas – asentí y él continuó hablando -. Si no firma, sus órdenes son las mismas hasta nuevo aviso y si firma, debe adjuntar un informe con todos los datos de la boda en el sobre de la correspondiente semana. Su padre morirá un par de meses antes del enlace y su hermano y su cuñada emigrarán a Norteamérica. Eso debería ser suficiente para excusar a su familia.
-Norteamérica amenaza con entrar en la guerra en contra de Alemania, ¿no pueden ir a otro lugar?
-Pretendemos que se olviden de sus familiares. Si se van a un país que se haya declarado no beligerante o afín al régimen, podrían estar interesados en visitarles, ¿a dónde quiere llevarles en ese caso?
Me reí despreocupadamente pensando que de todas las locuras que me habían sucedido a lo largo de mi vida, aquella era sin duda la más inverosímil. El hombre rebuscó de nuevo en su carpeta de piel y me dio unas fotografías que parecían tomadas desde un avión.
-Es el nuevo proyecto de la Nueva Alemania – me informó con una voz opaca – pretenden agrupar en estos campamentos rurales a los prisioneros de guerra o a todo aquel que se interponga en la depuración racial del Führer. Les someterán a cualquier tipo de trabajo del que puedan sacar provecho para ayudar a financiar la guerra. Pero no nos engañemos, las condiciones que esperan a esa gente aceleran la necesidad de terminar con todo esto, señorita Kaestner. Su amigo va a formar parte de la dirección de uno de ésos, y ya se sabe que las esposas acuden al lugar de trabajo de sus maridos en algunas ocasiones y que tienen acceso a innumerables secretos de alcoba.
-Pues que no le extrañe si en ese campamento en concreto se les concede incluso una hora de rigor para comer…
-¿Perdón?
-Oiga, ya sé que después de lo que le he dicho va usted a cuestionar lo que voy a decirle, pero Herman Scholz no es como los demás – tenía pensado argumentarle un poco mi afirmación mencionándole algún detalle o comentario de Furhmann o de cualquiera de los amigos del difunto Coronel que se dejaban caer por la casa, pero la carcajada de mi interlocutor inundó la habitación -. No le estoy disculpando, sólo le estoy diciendo que no es tan radical como los demás. Independientemente de lo que se haya visto obligado a hacer al hallarse en una guerra, como todos los demás. ¿O es que los ingleses lanzan flores desde sus aviones?
-¿Me está hablando así para que la saque de aquí? Porque sabe que si reporto lo que acaba de decirme probablemente lo hagan.
-Esperaré ansiosa – le respondí sarcásticamente a sabiendas de que no se iba a tomar la molestia mientras le devolvía las fotografías -. Tengo claro cuál es mi bando, por eso he presentado mi dimisión y solicitado mi retirada.
-En ese caso ya sabe usted que tanto su dimisión como su petición de retirada han sido rechazadas. Y tiene suerte de que todavía puedan enviar a alguien para negociar con usted – me dijo casi restregándomelo -. Yo ya le he dicho lo que tenía que decirle. Si acepta un consejo, déjeme decirle que es mucho dinero y que valdrá más después del conflicto. Esto es un negocio, no se quede sin su parte. Y si finalmente lo hace, no cometa la tontería de fiarse de alguien como él, por mucho cariño que le tenga. Le deseo mucha suerte, señorita Kaestner.
-Tómese un té mi salud cuando llegue a Inglaterra… – susurré cuando perdí de vista la silueta de aquel hombre.
Me levanté lentamente, recogí mi maleta del suelo, guardé el contrato que me evitaría cualquier problema económico hasta el fin de mis días si me casaba con Herman y salí de nuevo a la calle, resignada a volver a la casa de los Scholz.
Una semana, tenía una semana antes de volver a ver a Herman, lo que suponía una semana para pensar con claridad. Sólo que ahora, el mismo tiempo que me había pasado tan lentamente desde que había remitido una dimisión que había terminado en saco roto, se me antojaba un espacio de tiempo sumamente escaso para sopesar debidamente todos los factores que tenía que barajar para decidir qué cojones iba a hacer. Me sentí tan sumamente perdida que no me hubiese importado en absoluto que uno de aquellos anunciados proyectiles ingleses me impactase de lleno desde el cielo y me barriese del mapa. Pero nada parecía ponerse de mi lado, y lo único que había en el cielo era un montón de nubes densas.

 

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Relato erótico: “Trance azul. Actos 1 y 2.” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Acto 1. Cálculo complejo.

El salón recibía elegante el final de la tarde. Los últimos rayos de sol se colaban formando ángulos obtusos sobre los muebles de madera noble, dejando los jarrones, cuadros y al espejo en sol y sombra. La soledad de la ciudad permitía que solo se colara el canto de las golondrinas al atardecer. Domingo maldito de verano, lejos del mar, sobre las calles peatonales de la pequeña ciudad.

Pocas nubes en el cielo, formando una extraña espiral, como una puerta a otro mundo. Apuró el Whisky y notó como una sombra recorría el salón. Tuvo un susto momentáneo, antes de ver la silueta de su madre aproximarse a través de la primera oscuridad de la noche, o la última claridad del día.

– Bebiendo otra vez.

No fue ni una pregunta ni un reproche. Solo se limitó a decir lo que su hijo hacía, beber otra vez. Volvió a su hogar hacía cuatro años, víctima de una dolorosa separación. No tuvo más opción pues era un vago de treinta y tantos años que nunca trabajó; despreocupado por la fortuna que heredará. Ahora de nuevo en la mansión familiar, con su madre y con su padre, el cual no pensaba ejercer su próxima jubilación, adicto al frenético trabajo que le llevaba a estar largas temporadas fuera del hogar.

Ahora era una de esas temporadas.

Mansión familiar, ángulos de sol desde la mañana, luna inundada en la noche. Ocupa toda la planta de un histórico edificio rehabilitado de un piso, sobre un local comercial en alquiler. Seis habitaciones, dos salones, dos cocinas, cuatro cuartos de baño, amplia terraza. Primera y única planta. Frente al campanario viejo, objetivo de los objetivos fotográficos de cuantos turistas se aventuraran en las estrechas calles peatonales de la parte vieja de la ciudad.

El campanario marcó la hora de las sombras una noche más, provocando el último vuelo errático de un grupo de palomas, que buscaron acomodo en la cercana repisa del ayuntamiento.

Se giró pero su madre ya no estaba ahí. Miró la copa vacía, melancólico y abatido. Solo hacía beber y esperar que pasase el tiempo, sin deseos ni emociones. Tétrico. Solo se sentía un poco mejor al llegar la noche y saludar a la luz plateada de la luna, proyectando difusas sombras sobres las paredes de la mansión.

En las noches se sumergía en las profundidades de su pensamiento, mientras regaba con whisky sus recuerdos y anhelos. A veces sentía una sombra atravesar algún espacio alrededor, pues a su madre no le gustaba encender la luz para no molestarle, ella solo ocupaba su habitación de matrimonio y una pequeña sala contigua con todas las comodidades, como si de un lujoso hotel se tratara, con cocina y baño próximo. Pero sólo era así cuando estaban solos. Ambos se recluían sobre sí mismos, tratando de vencer sus deseos y miedos

Al hijo las largas ausencias del padre le causaban una extraña sensación. Solía sentarle peor la bebida, con una mayor ensoñación y confusión. Tal vez bebiera más, pues no soportaba la idea de envejecer junto a su madre, la cual también envejecía, aunque buscaba detener el tiempo en sus cincuenta y cinco años de apariencia decente.

Todas las ventanas abiertas, el calor cediendo a la noche, las calles desiertas. El campanario parecía respirar observando en silencio la ventana a través de la cual lo miraba. El alcohol le adormecía sin tener sueño, se apoderaba cada vez más de sus miedos y deseos. Las sombras crecían de un lado a otro.

Apenas quedó dormido un instante, sentado en el sofá. Se despertó con el estruendo del vaso al romperse en mil pedazos contra el suelo de mármol italiano. Miró alrededor, solo pudo ver la sombra salir apresurada del salón y perderse por el corredor hacia la otra zona de la mansión. Lo demás permanecía igual, la luna plateaba los muebles y esquinas de la casa, y en el exterior solo se intuía el respirar del viejo campanario.

Caminó despacio siguiendo el camino por el que intuyó ver marchar la sombra. Tuvo un potente recuerdo de haber soñado con ese momento, o de haberlo vivido varias veces. Es como si cada paso, cada esquina tétrica del corredor, cada estancia poco iluminada que miraba al pasar, como si todo eso lo hubiera visto con anterioridad. Al llegar a la última esquina se detuvo. Al fondo a la derecha, frente a la habitación de matrimonio, una luz tenue y azul asomaba del resquicio de la puerta de la habitación de invitados, marcando el mismo ángulo que marca la luz del sol con las cortinas en cada atardecer.

Despacio llegó y asomó débilmente la vista hacia el interior de la estancia. Sus ojos se tiñeron de azul, impregnados del color intenso que presenció. La luz de la lamparita azul, sobre la mesita de noche que separa ambas camas. Una de las camas bien hecha con sábanas blancas, la otra desecha con sábanas azules. Sobre ella su madre, recostada con su espalda sobre el cabezal, vistiendo un suave camisón de seda azul, con las piernas cruzadas mostrando un muslo blanquecino. Siguiendo la línea de sus piernas pudo ver sus delicados pies, cuyas uñas estaban pintadas de azul.

Permanecía quieta, mirando a algún punto determinado de la pared de enfrente, tal vez a la puerta, tal vez le miraba a él, no podía determinarlo pues su cabello negro había sido sustituido por una peluca azul, que le caía sobre el camisón escotado y su cara, dejando los ojos ensombrecidos, que parecían poder mirarle por la posición de la cara, pero tal vez no.

Era su madre, convertida en una enigmática sombra azul. Esa imagen también le vino con un potente recuerdo, como si lo soñara cada noche; seguramente lo estaría soñando en ese instante. Cerró fuerte los ojos intentando despertar, pero al abrirlos se tiñeron de nuevo del omnipresente color.

Su madre era baja, algo entrada en carnes pero esbelta, de piernas bellas y muslos regordetes, pechos generosos y figura lo mejor cuidada posible por las dietas y las sesiones del gimnasio. Pero ahora parecía otra mujer, una especie de reina y diosa del color del cielo en mitad de la tarde. El efecto de la luz, del color de las sábanas, de su camisón de seda y peluca, le hacían mimetizarse en el entorno como un camaleón, como en una realidad paralela. Su blanca piel relucía suave y contrastada, las piernas, el escote y la cara oscurecida.

Se adentró despacio. Sin duda todo eso ya lo había vivido o soñado antes, pues cada segundo transcurrido en aquella atmosfera azul lo recordaba con una nitidez tan difusa como la copulación entre madres e hijos para salvar a la humanidad en un apocalipsis, que obligara a las familias supervivientes a permanecer recluidas en sus mansiones.

Se adentró despacio, cerrando la puerta. Ahora todo era artificial y cálido. Atmósfera viciada del color de las profundidades de los océanos. Se detuvo ante la cama. Notó como su madre giró la cabeza hacia él, ahora pudo ver su cara iluminada por la lámpara. Piel azul, ojos azules, pestañas azules, labios pintados de azul. Se limitó a sostenerle la mirada, sin hablar ni pestañear, parecía que incluso sin respirar.

De repente su madre habló.

– Fóllame.

Despertó.

Su habitación le recibió calmada. Miró en derredor, no sabía cómo había acabado allí, lo último que recordaba es estar sentado en el sofá del amplio salón, en la soledad de la noche. Sin duda había vuelto a beber demasiado whisky.

Intentó dormir pero no pudo, el sueño le había dejado tocado. Una potente erección le incomodaba, y el recuerdo de su madre convertida en la sensual y misteriosa mujer azul le invadía la mente de vigilia.

Avanzó despacio y desnudo, tal y como dormía, en la oscuridad de la noche. Su pene se proyectó sobre la pared blanca del corredor antes de su perfil al pasar por la puerta del salón, con las cortinas descorridas. Al llegar a la última esquina se sintió extrañamente decepcionado al no ver la luz azul saliendo de la habitación de invitados. Todo estaba a oscuras y la única luz era la plateada lunar que se colaba sin pedir permiso por cada resquicio.

La puerta de la habitación de sus padres estaba entreabierta, así que se asomó y adentró lentamente. Ella reposaba sobre la cama, con la ventana abierta y la luz de blanca iluminando completamente la estancia. Parecía haber más claridad que fuera, pero ni rastro del azul, cuyo trance le había hecho ir hasta allí de forma mecánica, sin pensar, como movido por una extraña fuerza. Ahora estaba despierto y su madre dormía plácidamente sobre la amplia y lujosa cama, boca abajo, pegada al lado más próximo a la puerta por la que acababa de entrar.

Vestía camisón de seda blanco, curiosa combinación con la blanquecina luz de la luna llena. Como en el azul del sueño. Pero ahora sus ojos no podía verlos por la sombra que provocaba en su cara su larga melena morena, teñida hasta eliminar hasta el más mínimo resto de cana.

Dormía, aunque no la escuchaba respirar.

– ¿Mamá? – Susurró.

Ella ni se inmutó. Una brisa se coló por la ventana, empujando a las cortinas en una danza suave, resbaló sobre el cuerpo de su madre, acarició la seda de su piel y la tela de seda blanca como la luna, siendo la misma brisa la que inundó su cuerpo musculado y desnudo, reavivando inesperadamente la descomunal erección.

Recordó lo que ella le susurró en el sueño. “Fóllame”. No podía creer lo que le pasaba por la mente hacer. No era capaz de decidir si estaba bien o mal.

Ella le estaba esperando desde hacía meses. Había sentido un primer impulso de deseo hacia su hijo recién reinstalado este de nuevo en el hogar. De repente un hombre joven, guapo, musculado, parecido a su padre pero mucho más joven y apetecible. La evolución de la especie; era el nuevo macho alfa. En el mundo animal se habían desechado del macho alfa anterior, magullado y envejecido, y la hembra hubiera dominado al joven, dando igual que fuera o no descendencia suya. Pero el ser humano es más complejo, la evolución nos ha llenado de cargas y tabús; hasta el punto de que una mujer se sienta avergonzada de sentir algo tan natural, animal y humano.

Se obligó a apartar esa idea de su mente y lo consiguió durante un tiempo, pero siempre le volvía el deseo. Esto, unido a que su marido estaba casi todo el tiempo fuera de casa, y de que ya apenas hacían el amor, hizo que ella se mirase un día de forma intensa en el espejo y decidiese actuar.

Contactó con mujeres incestuosas en internet, pero no les convencían sus opiniones y sugerencias para acercarse a su hijo. Hasta que conoció a Anne, una psicóloga en los cincuenta que gozaba de una saludable vida sexual con su hijo varón mayor, a espaldas de toda la familia. Y la técnica que usó para acabar atrayéndole a su cama, la cual desarrolló durante meses, en un lapsus temporal en el que su hijo fue a vivir a su casa por motivos personales.

El caso de Anne era muy similar al suyo, con la diferencia de no poder estar ella disfrutando de su apuesto hijo. Anne le contó como lo consiguió. De forma discreta, con mucha paciencia y trabajo, con mucho tesón; pero Anne le aseguró que, más pronto que tarde,su hijo estaría follando su mojado coño maduro, cada día, como si no existiese un mañana.

Y allí estaba. De pie, desnudo y empalmado, justo al lado de su cama, mientras ella se hacía la dormida con un ojo entreabierto, protegido por la oscuridad. Nerviosa y deseosa, pero cauta. Le dejaría hacer. Si no se atreviese seguiría insistiendo hasta que diera el paso. Si algo había aprendido en esos meses de terapia, era a tener paciencia para poder conseguir algo que verdaderamente deseaba. Tenerlo allí desnudo y empalmado, a menos de un metro de su cuerpo ardiente, era lo más cerca que había estado nunca de conseguir su objetivo; follar con su hijo hasta desfallecer, beber todos sus líquidos y llenarse de él cada día. Morir por él si hiciese falta.

Se fue y volvió a su cama. Su ansiosa madre quedó defraudada y mojada. Pensando en que había faltado poco, quedó dormida tomando nota mental de contactar con Anne al día siguiente para comentarle el progreso y trasmitirle sus dudas de que finalmente pudiera conseguir nada.

La mañana era húmeda. El verano hacía todos los días iguales, aunque había algo de más ambiente en las estrechas calles peatonales de la ciudad vieja, con los comercios abiertos.

Él, a quien me he referido como él hasta ahora, se llama Edipo, y conserva la masculinidad filial apetecible, mezcla de músculo y calma infantil en la mirada. Ella, a quien me he referido como ella, se llama Tormenta, y sus cabellos y ojos negros son como nubes cargadas de lluvia, siendo sus curvas, generosas y atractivas, como las olas del mar furioso; reclamando fertilidad a los Dioses, deseosa del hijo en edad de procrear.

Desayunaron juntos, sobre la mesa de la cocina que usaban habitualmente. Apenas hablaron, cada uno en sus pensamientos. Edipo no estaba seguro si todo había sido un sueño. Tormenta daba vueltas a la cabeza, evitando mirar a su hijo.

Edipo fue al gimnasio y Tormenta se quedó en casa, tomando nota mental de cosas que quería hacer para continuar con su plan.

Cuando llegó Andrea, la mujer encargada del servicio diario (limpieza más cocina cada mañana), Tormenta se ausentó y fue al despacho de su marido, en el cual solía estar cuando él no estaba en casa.

Lo primero que hizo fue telefonear a su marido para confirmar que tendría algunos días más. Este le comentó que su hoja de ruta seguía intacta, estando fuera de casa, de la ciudad, del país y del continente hasta el siguiente lunes. Sí, toda una semana para que tormenta pudiera subir la apuesta, nunca sabía cuándo podría llegar la siguiente oportunidad en forma de ausencia del antiguo macho alfa.

Lo siguiente era abordar el plan, en el que nunca había avanzado tanto, como la noche anterior, en los casi diez meses que llevaba de intentos interrumpidos cuando no estaban los dos solos en casa. Necesitaba pensar con frialdad y contactar con la misteriosa Anne.

Se encerró en el despacho, se acomodó en la lujosa mesa de roble y abrió su portátil. Lo primero que hizo fue mandar un correo a su ayudante y cómplice.

” Anne, necesito hablar contigo. Ha habido avances y creo que ha llegado el momento de ir a por todas. Me gustaría charlar contigo, ¿quizá en una hora?. Tormenta.”

Cerró el correo y abrió el archivo oculto donde se registraba todo el plan y los pasos dados. Estuvo un rato pensativa. Su amiga le dijo en una ocasión que había un medio de ir más rápido pero que no era aconsejable, el cual le explicó ante su insistencia; pero le aseguró que lo ideal era seguir el plan poco a poco, con paciencia y rutina; y que si así no conseguía nada es que quizá lo mejor sería dejarlo. No obstante siempre le había transmitido mucha confianza. Pero la noche anterior había estado muy cerca y sentía que si no lo conseguía pronto, antes de que volviese su marido, quizá el barco zarparía para siempre y ella se quedaría con la miel en sus labios, la miel dulce y varonil de su único hijo.

Dedicó un rato a repasar el plan por enésima vez.

Todo se basaba en el subconsciente y en la química. Ni más ni menos. Anne le envió unas misteriosas pastillas, prohibidas en todo el mundo pero, según ella, usadas de forma secreta por gobiernos para sonsacar información a presos políticos. Ella las llamaba “pastillas para soñar”. Al parecer el uso prolongado de ellas al dormir va eliminando poco a poco el sentido común y el control sobre sí mismo de la persona que las toma, potenciando a la vez el área del cerebro destinada a los deseos. De forma que, bien usadas, podrían hacer actuar, o hablar, a alguien de forma guiada previamente, y haciendo que esta persona lo percibiera sin sentido común, como si de un sueño se tratara. De hecho, lo vivido durante el efecto de éstas, unas ocho horas, era percibido como un sueño por parte del afectado; no sabiendo separarlo de la realidad.

Así que, en cuanto las tuvo, empezó a dárselas, vaciando el polvo en uno de sus whiskis diarios del anochecer, aprovechando una de las veces que iba al baño; escondida en la oscuridad, moviéndose como una sombra.

Pero el efecto químico no era suficiente, se necesita de un apoyo psicológico, trabajando pacientemente el subconsciente durante un tiempo indeterminado. A veces funciona en días, otras en semanas, otras en meses, otras jamás. Anne le aseguraba que a ella le funcionó y le sigue funcionando, teniendo sexo cada vez que ella quiere, sin que su hijo sepa con seguridad si lo está viviendo o es solo un sueño, habiéndolo convertido en una especie de follador zombie, llenando sus antiguas madrugadas de divorciada en un desenfreno de sexo sin tabú. Justo lo que quería Tormenta, por eso se había sentido tentada por el método, hasta el punto de ponerlo en marcha.

La química de las pastillas cuadricula perfectamente la mente y hace que cualquier idea, o deseo, pueda ser fácilmente introducido en ella durante el periodo de máximo efecto. Normalmente el máximo efecto se produce en el momento de máxima subconsciencia, es decir, al dormir.

Inicialmente hay que introducir lo que Anne llamó, “el decorado”. Repetir suavemente algo que él localice rápidamente, para que todo lo posterior gire en torno a ello. Puede ser un color, un lugar de la infancia, un número. Tormenta eligió el color favorito de su hijo, el azul. Así que durante meses, con la voz más cálida y sensual que pudo, estuvo repitiendo la palabra “azul” al oído de su hijo mientras dormía profundamente bajo los efectos de las pastillas.

Edipo no tardó en soñar en azul, música azul, calles azules, recuerdos en azul. Se trataba de introducir ahora la imagen de Tormenta en mitad de aquel azul, hacer que soñase con ella. El azul se convirtió en “mama azul” durante semanas.

Cuando Anne lo vio oportuno le dijo que había llegado el momento de dar el último paso que ella podía dar, el más arriesgado dentro del poco riesgo que el método empleaba. Se trataba de que se mostrase mínimamente de la forma más erótica que pudiese, además de aumentar la apuesta de lo que le susurrase al dormir. Así que durante los días en los que estuvieron solos, ella se dejó ver de las formas más accidentales y eróticas que pudo. Auparse en la cocina simulando coger algo hasta quedar sus nalgas desnudas al aire, agacharse en el salón, ante él, simulando limpiar el suelo hasta mostrar su trasero con tanga o braguitas diminutas. Salir de la ducha desnuda, pensando estar sola en casa,….. Y por las noches, bajo el efecto de las pastillas, trabajar su deseo de forma más directa. “azul”, “mama azul”, “luces azules, cama azul”, “folla a mamá”, “fóllame”, “fóllame”.

Tras meses así, y tras el último fóllame, cuando de nuevo se acostaba sin esperar gran cosa, fue cuando apareció su hijo por la puerta de su habitación, desnudo y empalmado. Su coño se mojó al instante, quedando totalmente empapado cuando él se marchó de nuevo, dejándola con el corazón palpitando de forma salvaje, como su sexo, como su deseo.

Por eso deseaba rematar la faena cuanto antes, temerosa que volviese su marido y el nuevo parón hiciese retroceder todo lo avanzado de nuevo.

El problema de ella era que no podía hacerlo de forma constante, solo en las ausencias de su marido. Por eso temía que jamás diese resultado. Pero ahora, tras lo vivido la noche anterior, pensaba que era el momento de aumentar la apuesta, corriendo con los riesgos que ello implicaba.

Miró el reloj del portátil, había pasado casi una hora. Abrió el correo, Anne le había respondido casi al instante de ella escribir:

“De acuerdo, en una hora chateamos. Quita de tu cabeza la idea que tienes. Anne”.

Entró en el chat privado donde charlaban, su compinche ya estaba ahí. Le pinchó en privado.

Tormenta – Hola.

Anne. – Ah, hola cielo. Te estaba esperando. ¿Me cuentas ese avance?. Estoy muuuuuy intrigada.

Tormenta le contó todo lo acontecido. Anne tardó en responder.

Anne- ¡Eso es genial!, ya lo tienes en el bote cariño. Solo has de tener un poco más de paciencia. En pocos días lo tendrás follándote como un animal, ya lo verás. Incluso es posible que sea esta noche.

La idea de que su hijo la follara como un animal le hizo sentirse caliente, mojando las bragas bajo el camisón de dormir que aun tenía puesto.

Tormenta.- quiero que sea ya, mi marido viene dentro de una semana. Tiene que ser ya, voy a dar el paso.

Anne.- No, no lo hagas es muy peligroso. Me arrepiento de haberte hablado de esa otra posibilidad. Céntrate en el método; llevas meses de paciencia y estás más cerca que nunca. No lo hagas ya sabes qué es lo que puede pasar así que……

Tormenta se desconectó, dejando a Anne escribiendo sola.

Se sentía motivada y caliente como una perra. No iba a tocarse, pensaba mantener esa calentura todo el día hasta la noche. Estaba totalmente decidida, pensaba que era buena idea contar con la ayuda de Anne pero ella no estaba por la labor, así que se centró en volver al archivo oculto y leer bien lo que ella le había contado sobre el plan alternativo.

Básicamente era lo mismo, pero con más dosis de química y una mayor profundización del subconsciente mediante una técnica de hipnosis, la cual estaba totalmente detallada. Según le dijo eso daría resultado inmediato, en una semana como máximo, pero había riesgos que no podían ser obviados. Desde problemas para despertar, sonambulismo extremo con locura transitoria, hasta posible entrada en coma.

Imprimió la técnica de hipnosis para repasarla durante el día. Antes de cerrar el ordenador vio que su bandeja de correo seguía abierta, en ella varios correos de Anne con asuntos de advertencia con palabras apocalípticas. Los borró sin leer, segura de que lo que quería era llamar su atención para que pinchase; no iba a conseguir que su hijo no entrara dentro de ella. Estaba tan excitada como decidida.

Según el manual que Anne le hizo llegar, con esa técnica el objetivo se puede conseguir inmediatamente, en dos o tres días a lo sumo, siempre y cuando se hubiera hecho todo el trabajo previo que ella llevaba. estaba orientado a acortar plazos y asegurar el éxito, pero no era recomendado por los peligrosos posibles efectos secundarios.

Fue a su espejo preferido. Se miró durante un rato fijamente a los ojos. Cada vez se veía más envejecida, en pocos años ya no interesaría a los hombres. Respiró profundamente y decidió hacerlo esa misma noche.

Su hijo regresó de ejercitar un poco más los músculos. Como de costumbre se evitarían, perdidos en aquella mansión, cada uno en un extremo, ocupando Edipo la zona principal del salón y la terraza, además de su cuarto. Andrea había dejado comida preparada antes de irse, así que comerían por separado y a horas dispares, como habitualmente hacían. Pero Tormenta no pensaba comer, toda su atención y estómago estaban centrados en lo que se traía entre manos.

Su hijo ya había comido y ahora miraba una película en la pantalla del salón. Tormenta se sirvió una copa de vino tinto francés de la bodega de su marido y se sentó en la butaca de la salita contigua a su dormitorio. Tranquilamente se puso a leer con detenimiento los papeles de Anne, con todo lo que debía hacer.

Se aconsejaba ración triple de pastillas a lo sumo. Una dosis superior podría dar problemas de absorción metabólica. La autonomía seguiría siendo de unas ocho horas, pero el nivel de exposición mental del paciente sería mayor, convirtiéndose en poco menos que una marioneta, con todos los sentidos del miedo y el ridículo desbloqueados, y la cuadrícula del deseo potenciada.

Pero lo más importante, de nuevo, era el trabajo psicológico de su subconsciente durante el sueño; convertido ahora en una especie de sesión de hipnosis.

El trabajo previo era indispensable, si todo lo que había avanzado nada de lo que iba a hacer tendría sentido, y él lo percibiría como una especie de sueño extraño y estrambótico. Así que gran parte del trabajo ya estaba hecho.

Se trataba de ir psicológicamente a por todas. Había que hablarle mucho, hacerle regresar al azul, del azul a ella y una vez allí hacerle imaginar cómo sería estar con ella en una completa sesión de sexo; para ello tendría que tener inventiva y contarle toda una historia de sexo con ella; lo cual sería su sueño en ese instante. Otra salvedad es que había que introducir palabras subliminares relativas al diablo y el infierno, en mitad de la historia. Desconocía el motivo, pero pensaba seguir los consejos a rajatabla. Una vez detallada la historia hasta el final tendría que darle a beber parte de su sangre, sangre de Tormenta. Y luego irse y esperar. Lo más normal es que Edipo fuese hacia ella en estado de sonambulismo, pero sin titubear. Lo peor que podría pasar es que nunca más despertara del sueño; aunque esto último no formaba parte de sus opciones.

Acto 2. El despertar.

La tarde de nuevo caía de forma irremediable. Edipo estaba postrado ante la ventana del salón, como cada ocaso, mirando al campanario. Las sombras obtusas volvían al interior como espíritus que acechan. El ruido de los cubitos chocando entre sí, y con las paredes del vaso, marcaba la tintineante banda sonora del final de cada día, y el saludo a la clara oscuridad de la luna; llena en aquellos días.

Apuró el primer vaso y se volvió camino del mueble bar para echarse más. Dio un brinco asustado, no esperaba la figura de su madre en pié en mitad del salón, impávida cual si llevase ahí largo rato observándole, como una aparición. La sensación de espectro se acentuaba por estar ya con su camisón color plata de dormir, al que llegaba el vértice de la luz última apagada del día, que se filtraba hiriente a través de la cortina.

– Estás bebiendo.

De nuevo lo dijo sin entonación, casi susurrando.

– Sí, me ayuda a dormir. ¿Ya te vas a la cama?.

– Sí. venía a desearte las buenas noches.

Desapareció silenciosa, como levitando, mientras abría la botella y dejaba caer un buen chorro. De repente le llegó la imagen de su madre acostada con ese camisón, con él desnudo y empalmado a los pies de su cama. Era el extraño sueño que había tenido la noche anterior, como aquellos sueños que se repetían a menudo, donde ella aparecía como una Diosa en mitad del azul. No pudo evitar una erección.

Tormenta aguardó agazapada tras la puerta de una de las habitaciones contiguas al salón, la que usaban a modo de biblioteca. El olor a libros viejos y madera le trasportó a su infancia, cuando su padre le contaba un cuento mientras ella se vencía por la imaginación, sentada en sus rodillas.

Tardó una media hora en ir al baño. Momento que aprovechó para colarse en el salón y vaciar la bolsita donde había picado tres de las pastillas, removiendo bien con el dedo, el cual chupó, inundando su paladar de sabor del destilado escocés. Desapareció justo antes de que su hijo pudiera verla.

Edipo regresó del baño. Justo al entrar de vuelta al salón volvió a percibir una de esas sombras que parecían rodearle cada noche. Siguió bebiendo, calmado, tratando de no pensar en nada, asomado a la ventana, viendo como la noche cerraba del todo ante su mirada y ante el respirar eterno del campanario.

Sintió que alguien le miraba. Se volvió pensando que su madre habría entrado de nuevo en el salón, pero de repente se vio sentado en el sofá, con la copa vacía entre las manos. Otra vez se había quedado dormido sin darse cuenta. Se levantó para acostarse, pero al llegar al corredor vio algo extraño procedente de la otra zona de la casa, un intenso reflejo azul.

Avanzó cauteloso hacia el epicentro del reflejo. Tras doblar la última esquina vio que procedía de la habitación de invitados, frente al dormitorio de sus padres. Sintió como si aquello ya lo hubiera vivido antes, varias veces. Se dijo que tendría que ser un sueño.

Tormenta esperó en su habitación una hora aproximadamente. Después se aproximó despacio hacia el salón. Su hijo ya no estaba allí. Fue a su cuarto donde lo encontró plácidamente dormido sobre la cama, desnudo, como siempre, apenas medio tapado con las sábanas que dejaban su trabajado torso al aire.

Las tres pastillas ya habrían empezado a hacer su efecto, de hecho lo notaba más profundamente dormido de lo habitual. Se sentó despacio en la cama a la altura de su abdomen y se venció hasta su oído para iniciar la segunda parte del arriesgado intento. Se sentía muy excitada y cachonda, con ganas de saltar sobre aquel macho, pero se obligó a contenerse, a seguir el plan…

“azul”

Sus labios muy rojos apenas susurraron.

“mamá azul” “azul” “luz azul” “luz azul” “mamá está en mitad del azul”

Avanzó hasta llegar a la puerta, se asomó y sus ojos se tiñeron de azul. La habitación estaba pintada entera de azul, en la mesita de noche reposaba una lámpara que daba la única luz, azul, que iluminaba el cuarto de invitados. La cama de la izquierda estaba bien hecha, con ropas azules, y en la cama de la derecha, de sábanas azules, reposaba su madre vestida con un sedoso y sexy camisón azul. Dejando las piernas al aire, con las uñas de los pies pintadas de azul. Apenas podía verle la cara pues la ensombrecía una larga melena azul, pero ella parecía estar mirándole.

Tormenta cruzó los dedos, ya sentía como su coño había mojado sus braguitas blancas luz de luna, como el color del sedoso camisón. Ambas, las únicas prendas que llevaba.

De nuevo sus labios se acercaron al oído de Edipo.

“Fóllame” “folla a mamá”

Al decirle fóllame pudo verla ya de cerca, había avanzado a los pies de la cama azul. Sin duda era su madre, pero con pestañas azules, sombra de ojos azules y los labios pintados del mismo color.

“Mamá quiere que la folles”

Ya llevaba algo más de una hora así. Tormenta recordó lo siguiente que tenía que hacer, explicar detalladamente cómo sería que ambos follaran y meter palabras diabólicas entre medio a modo subliminar.

“Mamá se arrodilla ante ti. Coge tu enorme polla y la pajea mientras lame tus músculos”. “Luego mamá te come la polla como nunca te la ha comido ninguna mujer”. “Satanás”. “la polla rica y grande de Edipo para su mamá, Tormenta” “infierno”……..

De repente su madre se levantó de la cama y se arrodilló. Su lengua era azul y lamía los músculos de su abdomen, mientras sus manos, cuyos dedos terminaban en largas uñas del color que lo inundaba todo, pajeaban despacio su enorme polla. Luego se la metió en la boca, todo era azul menos su polla y la piel de su madre, la cual aguantaba que el capullo llegara hasta su campanilla sin arcadas.

Apenas empezó a disfrutar cuando ella le miró. El susto lo echó hacia atrás de un salto. No era su cara, era el diablo. Satanás le miraba desde las profundidades del azul con los ojos ensangrentados.

“mamá te cabalga con ternura y dulzura, pero sabes que mamá es una mujer que necesita caña. Tú me azotas y me agarras para penetrarme fuerte desde abajo”. “puto cabrón, príncipe del más allá”.

Ahora la diosa se puso a cuatro patas para que la follara desde atrás. Deslizó la bata azul hacia arriba para poderla agarrar, liberándose una alargada cola roja que lo agarró por las prietas nalgas y lo empujó hacia ella. No podía hacer otra cosa que follar el coño de aquel extraño ser parecido a su madre, mientras veía como la luz azul bailaba al compás de la follada y a ella le salían pequeños cuernos rojos a través de la peluca.

Se aseguró que el final fuera lo más satisfactorio para su hijo, dejando que se corriera por todo su cuerpo, y lamiendo después hasta la última gota de leche mientras él la miraba. Entonces recordó el final, hacerle beber algo de su sangre. Estaba preparada para ello.

Cogió un alfiler que había colocado en su camisón y se pinchó varias veces en la yema del dedo índice de la mano izquierda. Luego apretó hasta conseguir que todo el dedo se llenase de sangre. Una vez había bastante, lo deslizó por los labios de su hijo, introduciéndolo hasta que notó como su lengua lo chupaba. Miró abajo mientras le chupaba el dedo y notó como una enorme erección levantaba las sábanas. Se excitó más de lo que hubiera deseado. retiró el dedo y se fue corriendo a su habitación para refregar el coño contra su almohada, esperando ansiosa que el cabrón de su hijo fuera a follarla.

De repente volvió a ser su madre, sin rastro del diablo. Pero su cuerpo era todo azul, cada rincón de su piel. Sintió como una enorme eyaculación le sobrevenía pero no era más que sangre. Su polla escupió sangre por todo el cuerpo de su madre, la cual acabó impregnada por completo. De repente todo el azul fue rojo, las sábanas, la luz, las paredes, el cabello. Toda la piel de Tormenta estaba llena de sangre y él empezó a lamerla, los pies, piernas, vientre, brazos, buscando quitar la sangre y ver de nuevo el erótico azul. Pero ella se desvaneció, fue en su búsqueda y no la encontró en ningún lugar de la casa. Cuando entró en uno de los baños notó algo raro en el espejo, al encender la luz gritó. Su reflejo no era más que el de una especie de bestia, con sangre en la boca y carne humana entre los dientes, ojos enrojecidos y furiosos. Comenzó a gritar, y a gritar, y a gritar.

Despertó.

O eso es lo que él pensaba.

Aquel sueño formaba parte de los que venía teniendo últimamente, pero ahorahabía sido más raro que de costumbre. Sintió alivio de estar despierto. No obstante notó que sufría una erección anormalmente grande. Notó un regusto metálico en su boca, se tocó y miró, había sangre. Se debía haber mordido durante el sueño, pero no le parecía tener ninguna herida. Suspiró y se levantó. No sabía por qué se había levantado, sintió un poco de mareo. Después se dirigió desnudo hacia la habitación de su madre, andando con una torpeza que no podía enmendar.

Tormenta escuchó los gritos, pero cuando se levantó para ver si realmente necesitaba ayuda, éstos cesaron. Se quedó de pié y completamente inmóvil, al lado de la puerta de su dormitorio, agudizando el oído. La casa estaba en completo silencio. Temió lo peor hasta que escucho los pasos de pies desnudos, aproximándose lentamente desde la otra ala de la mansión.

Sintió una mezcla de miedo y deseo, en parte arrepentida por haber llevado todo al límite, en parte excitada y deseosa de que aquel macho la tomara.

Se apresuró a la cama y Se tumbó de lado, mirando hacia la entrada de la habitación. Colocando el pelo de forma que pudiera mirar sin que le viese los ojos. Subió deliberadamente el camisón de forma que se vieran las piernas hasta el nacimiento de las nalgas, para que pudiera ver las braguitas medio metidas en el trasero. Notó como los pasos se detuvieron justo tras la puerta. Se concentró en no moverse y mirar mínimamente, para hacerse la dormida. La puerta chirrió al ser abierta despacio.

Había llegado el momento de la verdad.

Relato erótico: “Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada 2” (POR GOLFO).

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Eran más de las once y Jimena y yo todavía seguíamos en la cama. Habiendo olvidado que éramos suegro y nuera, nos habíamos dejado llevar por nuestra pasión y por eso cuando Manolo me llamó, ella seguía entre mis brazos.
Ese amigo que era a la vez el psiquiatra de Jimena estaba preocupado por si había tomado alguna decisión. Un tanto cortado le respondí que en ese momento no podía hablar. Para los que no habéis leído la primera parte de este relato debéis saber que con anterioridad a nuestro desliz, me había avisado del difícil equilibrio mental de la viuda de mi hijo y de la fijación que estaba experimentando por mí:
-¿La tienes ahí?- me soltó comprendiendo que no estaba solo.
-Así es- respondí.
Al escuchar mi respuesta, se quedó pensando un momento tras lo cual insistió:
-¿Te has acostado con ella?
Colorado e incómodo, reconocí a Manolo lo que había hecho y curiosamente, mi amigo lejos de enfadarse únicamente comentó:
-Os invito a comer. Quiero hablar con los dos.
Más que una invitación era una orden y no queriendo que por ningún motivo, el estado psíquico de Jimena se viera perjudicado por mis reparos, acepté colgando la comunicación.
-¿Quién era?- dijo mi nuera con una sonrisa.
-Manolo, hemos quedado en comer en su casa.
Curiosamente, esa cría ni siquiera preguntó para qué y dando por sentado que iba a ser una reunión de amigos, me preguntó cómo era la esposa de su psiquiatra. Al responderla que era la típica ama de casa, amante de su marido, se rio y me dijo:
-Entonces nos llevaremos bien, no me gustaría descubrir que te anda seduciendo.
-Estás loca. Además de no ser mi tipo, es la mujer de un amigo- le contesté mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban al asumir que tal como me dijo Manolo, Jimena se comportaría con unos celos enfermizos.
-Y ¿Cómo es tu tipo?- insistió mi nuera.
Comprendí que estaba tanteando el terreno y que esa pregunta me la había hecho en realidad para que le contestara que era ella la que realmente me gustaba. Un poco mosqueado por su actitud, decidí darle un pequeño escarmiento y mirando su pelo castaño, le solté:
-Las rubias.
Mi respuesta la sacó de las casillas y con un cabreo de narices, se levantó de la cama sin dignarse siquiera a mirarme. Para terminarla de joder, solté una carcajada. Mi nuera al oírme, pegando un portazo, se encerró en el baño y no salió de él por mucho que intenté disculparme diciéndole que era broma.
-¡No te quiero ni ver! ¡Vete!- contestó llorando desde dentro.
Al ver su intransigencia, no me quedó otra que irme a la cocina a desayunar mientras esperaba a que se le pasase el berrinche para hacer las paces con ella. Desgraciadamente el cabreo de la muchacha era tal que en cuanto pudo me dio esquinazo y salió huyendo sin darme oportunidad de hablar con ella….
Jimena desaparece toda la mañana y vuelve cambiada.
No tuve noticias de mi nuera hasta la una y media cuando ya estaba preocupado porque desde que había tenido la crisis nerviosa, Jimena siempre me avisaba de lo que iba a hacer o donde estaba. Al no ser normal que desapareciera durante tres horas, estaba ya de los nervios pensando que había hecho alguna tontería y por eso cuando escuché abrirse la puerta del garaje, salí a ver en que estado llegaba.
Conociendo el débil equilibrio mental de mi nuera me esperaba cualquier cosa, desde que llegara borracha a que siguiera reusando hablar conmigo pero lo que nunca preví fue que la mujer a la que abriera la puerta del coche fuera una despampanante rubia:
-¿Qué has hecho?- pregunté al ver que se había teñido y que su melena negra había desaparecido.
Con una sonrisa de oreja a oreja, respondió:
-¿Te gusto más ahora? Como me dijiste que te gustaban las rubias, he decidido complacerte-. Su respuesta de por sí clarificadora me dejó helado cuando me modeló su cambio de look, diciendo: – Mira lo que he comprado para ti, ¡un tanga rojo!
Sin llegar a entrar en la casa y todavía en el garaje, meneando su pandero, se bajó los pantalones para mostrarme satisfecha la ropa interior que se había comprado. Su descaro me hizo reír y dando un sonoro cachete en una de sus nalgas, le comenté que llegábamos tarde a la comida con Manuel, olvidando aunque fuera temporalmente esa transformación.
Ya en el coche, Jimena me dio más claves que le habían llevado a cambiar completamente su apariencia al decirme:
-Amor, no sabes lo feliz que soy desde que vivo contigo. Cuando murió tu hijo creí que mi vida había terminado pero gracias a ti, tengo un futuro. Si algo no te gusta de mí, dímelo y cambiaré.
Racionalizando sus palabras, me quedó claro que mi nuera veía natural adaptarse a mis gustos como medio de mantener nuestra relación pero de un modo enfermizo. Por eso, respondí:
-No necesito que cambies, me gustas tal y como eres.
La alegría desbordada de la muchacha al oír mi respuesta me confirmó que había un problema sobretodo porque sin venir a cuento, me soltó:
-¿Te apetece que hagamos el amor?
Calculando la frase no fuera a ver en ella un rechazo, respondí:
-No creo que sea lo más adecuado, estamos en el coche y llegamos tarde.
Muerta de risa, contestó:
-Por eso no te preocupes- y poniendo cara de putón desorejado, descojonada prosiguió diciendo mientras llevaba sus manos a mi bragueta: – Tú conduce.
Antes de que pudiese reaccionar, Jimena obviando que estábamos en mitad de la calle se puso de rodillas sobre su asiento y sacando mi verga de su encierro, la comenzó a acariciar con ternura. Mi pene reaccionó irguiéndose y ella al verlo pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande mientras ronroneando me decía lo mucho que me amaba, para acto seguido, con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca.
-Estás loca- comenté ya excitado.
Durante un segundo alzó su vista para comprobar que me gustaba y al verificar que no ponía reparos, se lo volvió a meter. La lentitud con la que lo hizo, me permitió experimentar la tersura de sus labios al recorrer mi pene. Imbuida en su papel, Jimena no cejó hasta que consiguió que su garganta absorbiera por completo toda mi extensión. Una vez lo había conseguido, sacando y metiendo mi polla de su boca, comenzó un lento vaivén.
Mi nuera viendo que la excitación me dominaba, aceleró la velocidad de su mamada mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Para entonces reconozco que me costaba seguir conduciendo ya que la cadencia que estaba imprimiendo a su boca era brutal y eso dificultaba el concentrarme en otra cosa que no fuera sus maniobras. Coincidiendo con un semáforo, no pude seguir reteniendo mi placer y avisándola, me derramé en su interior. Jimena al sentir las explosiones de mi pene sobre su paladar, incrementó más si cabe el ritmo y no se quedó contenta hasta que  consiguió extraer la última gota de mi sexo.
Entonces y con un brillo extraño en sus ojos, me dijo:
– A tu mujercita le pone cachonda tu sabor- y acomodándose en su sitio, separó sus rodillas mientras metía una de sus manos por dentro de su pantalón.  Mi cara de sorpresa la hizo reír y no satisfecha con ello, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras me guiñaba un ojo, diciendo: -¿te importa que tu zorrita se masturbe?
-Para nada- respondí nuevamente excitado con la idea de verla satisfaciendo sus necesidades.
Jimena no se hizo de rogar y llevando su mano a uno de sus pechos, pellizcó su pezón sin dejar de gemir. Con las manos en el volante, fui testigo como separaba los pliegues de su sexo y con dos dedos torturaba su botón, concentrando así toda su calentura en su entrepierna.
-Necesito correrme- gritó como pidiendo mi permiso.
No contesté al estar alucinado por la furia con la que mi nuera empezaba a masajear su clítoris. Dominada por la lujuria, la muchacha convulsionó sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. El elevado volumen de sus gemidos terminó por acallar la canción de la radio y entonces con la melodía de sus aullidos llenando el habitáculo del coche, se corrió sobre su asiento. Al terminar y mientras se cerraba el pantalón me dio un beso y dijo:
-Gracias amor, por darme tanto placer.
Aunque su orgasmo casi coincidió con nuestra llegada a casa de Manolo, tuve tiempo de analizar lo que me había dicho y entonces con mis nervios a flor de piel comprendí que en su mente el placer iba unido a mí y por eso incluso adjudicaba a mi autoría, lo que acababa de sentir.
Mi amigo, que como sabéis era su psiquiatra, fue quien nos abrió la puerta y al ver que se había cambiado el color del pelo, le comentó que estaba muy guapa. Jimena al escuchar el piropo, le contestó:
-Muchas gracias. Fue Felipe quien me lo insinuó.
Manolo, que no era tonto, no dijo nada y esperó a presentarle a su esposa para que aprovechando que se la llevaba a mostrarle el piso, preguntarme si era eso cierto.
-Para nada- respondí. –Cuando me preguntó cómo era el tipo de mujer que me gustaba, le contesté de broma que rubias y ella al escucharlo, se fue directo a la peluquería a teñirse la melena.
-Típico en las personas con su trastorno- comentó entre dientes.
-¿Qué trastorno?- escandalizado exclamé.
-Joder, Felipe, ¡pareces tonto! Mira que te avisé de lo que se te avecinaba y olvidando mi advertencia, te acuestas con ella.  Tu nuera sufre un trastorno de personalidad dependiente emocional y hará todo lo que le mandes para evitar tu rechazo.
-Manolo, ¡Qué no se lo pedí!- protesté aun sabiendo que no era  injustificada esa reprimenda.
-¡No entiendes! Para Jimena, una sugerencia, un deseo o una insinuación por tu parte es una orden que no puede evitar cumplir- comentó y para darle mayor énfasis a su posición, me dijo: -Solo por complacerte, aceptaría de buen grado hacer cosas que de otro modo nunca realizaría. Tu nuera, o mejor dicho, tu pareja siente una necesidad excesiva por ti y buscará tu aprobación cueste lo que le cueste.
-¡No será para tanto!- contesté no muy seguro.
-Es peor de lo que te imaginas. Veras como esa cría terminará asumiendo tus propios gustos con una naturalidad total. Si no me crees, piensa en algo que sepas que no le guste y coméntale que a ti sí.
Como esa prueba era inocua, decidí hacer la comprobación en cuanto volvieran de dar la vuelta por la casa. Recordando que nunca le había gustado la cerveza al llegar, le comenté a la mujer de Manolo:
-María, ¿no tendrás una cerveza bien fría? Hace calor y nada mejor que una para combatirlo.
Os juro que se me erizó hasta el último vello de mi cuerpo al escuchar a mi nuera pedir que le trajera otra a ella. La inmediatez con la que confirmó los síntomas de su problema mental me dejaron hecho mierda y por ello, llevando a Manolo a un rincón le pregunté qué era lo que podía hacer.
-Lo primero, ¡No abuses! Aunque ahora parecerá una exageración, te será muy fácil dejarte llevar y poco a poco, ir moldeándola a tu gusto. Lo quieras  o no, a ti también te resultará natural ir ejerciendo tu autoridad sobre ella invadiendo todos sus recodos. Te advierto, no caigas en un dominio absoluto. Ninguno de los dos sería feliz.
El sentido común que manaba de sus palabras me hizo tomar nota mentalmente de sus consejos y de esa forma supe que debía de forzarle a tomar sus decisiones para que no adoptara las mías como propias, así como, intentar reforzar su autoestima.
Entre tanto, Jimena y María habían hecho buenas migas. Se notaba que la esposa del psiquiatra debía estar al tanto de lo peculiar de nuestra relación porque no hizo ningún comentario y aceptó como normal  tanto el parentesco que nos unía como nuestra diferencia de edad. Solo metió la pata cuando en mitad de la comida, le dijo:
-Y niña, ¿Cómo es eso de vivir con tu suegro?
De muy mala leche, Jimena le contestó:
-Felipe era mi suegro, ahora aunque todavía no nos hayamos casado es mi marido.
Su psiquiatra intervino, calmando la tormenta, al decir:
-Y nos alegramos por los dos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro.
Sonriendo de oreja a oreja, soltó un grito de alegría, diciendo:
-¿Verdad que si? Desde que me rescató en el hospital, supe que debía dedicar mi vida a hacerle feliz.
Puede advertir el disgusto de su médico antes de contestar:
-Jimena, debes de pensar en ti en primer lugar. Felipe es una buena persona pero tú también y por eso no te costaría encontrar a otro que te quisiera.
La indignación con la que recibió ese consejo fue total y agarrando su bolso, dejó plantado al matrimonio. Alucinado, pedí perdón a mis amigos y corrí tras ella. Al alcanzarla en el coche, se lanzó a mis brazos llorando mientras me decía:
-Júrame que nunca me dejarás sola.
Me quedé mudo al notar su dolor y besándola con cariño, le prometí amor eterno…
La dependencia de Jimena empeora.
Esa tarde al llegar a nuestra casa me tuve que multiplicar para consolarla. Su estado de tristeza la llevó a pasarse berreando durante horas mientras yo permanecía a su lado sin saber qué hacer. Los sollozos de mi nuera se prolongaron tanto tiempo que al final consiguieron sacarme de mis casillas y creyendo que lo que necesitaba Jimena para dejar atrás sus lamentos era una buena ración de sexo, le fui desabrochando su camisa mientras le decía:
      Voy a demostrarte lo mucho que te quiero.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para dejar de llorar y con sus mejillas al rojo vivo, me miró como el que admira a su salvador. Al observar su reacción, ralenticé mis maniobras mientras llevaba una de mis manos a sus piernas.
-Ummm- gimió separando sus rodillas al notar mi caricia en sus muslos.
Para entonces los pezones de esa mujer estaban duros como piedras y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la amara. Viendo que la calentura que la embriagaba era patente, terminé de despojarle de su blusa sin que ella hiciera nada por impedirlo.
Su entrega me terminó de convencer y abriendo su sujetador, le dije:
-Tienes unos pechos preciosos.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta sin dejar de mirarme mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Sabiéndome al mando, recogí ese sudor de entre sus tetas y llevándomelo a mi boca, susurré en su oído:
-Abre tus piernas, putita mía.
Mi dulce insulto la terminó de excitar y queriéndome agradar, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Sabiendo su necesidad de cariño, no dejé de susurrarle lo bella que era mientras le quitaba el pantalón, dejando solamente su ropa interior.
Jimena, excitada tanto por mis lisonjas como por mis toqueteos, quiso quitarse el tanga para dejar su sexo a mi alcance. Deseando que esa noche fuera inolvidable, se lo impedí y deslizándome por su cuerpo, fui dejando un húmedo rastro sobre sus pechos mientras bajaba.
-Hazme tuya- suspiró ya entregada al notar que me aproximaba a su entrepierna.
La que hasta hacía apenas unos días era solo mi nuera suspiró al sentir mi mano deslizándose por su piel hasta que llegar a su trasero. Y al notar mis yemas acariciando sin pudor sus nalgas, gritó llena de placer mientras su coño se encharcaba,  Al comprobar su necesidad, sonreí y con delicadeza separé sus rodillas dejando a mi alcance su coño todavía oculto por un tanga rojo.
-Quiero que disfrutes- dije mientras comenzaba a mordisquear su vulva por encima de la tela.
Jimena al notar mis dientes jugueteando con su sexo, suspiró y ya como en celo, me rogó que me diera prisa. Cómo gracias a mis años, sabía que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos me entretuve jugueteando con los bordes de su botón sin llegar a quitar esa braguita.
Completamente excitada, presionó con sus manos mi cabeza en un intento de forzar el contacto de mi boca contra su ya erecto clítoris. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y separando con mi lengua la tela colorada, dí un lametazo a su sexo mientras le decía:
-Cuando termine esta noche contigo, no te podrás ni sentar.
Tras lo cual deslicé su tanga por sus piernas, dejando al descubierto su depilado sexo.
-Por favor, ¡fóllame ya!- chilló descompuesta.
Fue entonces cuando los dedos de mi nuera se apoderaron de su clítoris y compitiendo con mi boca, se me empezó a masturbar. Satisfecho al percatarme que estaba a punto, usé mi lengua para penetrar en su entrada y mientras saboreaba su flujo,  pasé un dedo por su esfínter deseando darle uso.
-Me corro-  gritó en cuanto sintió que empezaba a relajar su ojete con suaves movimientos circulares.
Ese triple estimulo, mi lengua en su sexo, sus dedos masturbando su clítoris y el dedo en su culo fueron un estímulo excesivo y llegando al orgasmo, comenzó a dar tantos alaridos que de tener vecinos hubiesen llamado a la policía.
-Tranquila, zorrita- mascullé mientras unía otro dedo al que ya se encontraba en su trasero y sin dejar de usar mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de su interior.
-¡No aguanto más!- chilló al sentir que una a una sus defensas se iban hundiendo ante mi ataque.
Sin apiadarme de ella seguí  metiendo y sacando mi lengua de su interior hasta que con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara. Solo entonces y mirándola directamente  a los ojos, forcé su coño de un solo empujón.
-¿Te gusta ser mía? Mi querida guarrilla- pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
-¡Sí!- ladró convertida Jimena en mi perra.
Ya teniéndola en mi poder, imprimí a mis  caderas una velocidad creciente, apuñalando sin descanso su sexo. Dominada por la lujuria mi nuera respondió a  cada una de mis incursiones con un berrido.
-¡No pares de follarme!- chillaba sin parar.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular, recordé que no me había puesto un condón. Al sacársela y abrir el cajón de mi mesilla protestó intentando que volviera a introducirla en su interior.
-Espera, no quiero dejarte embarazada- dije mientras me lo ponía.
Pero entonces con un histerismo atroz me tumbó sobre la cama y poniéndose a horcajadas sobre mí, me quitó el preservativo mientras decía:
-Yo sí quiero.
Su cara era la de una loca y eso me impidió reaccionar cuando usando mi pene como lanza, se empaló una y otra vez hasta que no pude aguantar más y esparcí mi simiente por su fértil vientre. Mi coincidió con el suyo. Su coño se abrazó a mi polla como una lapa y Jimena disfrutó de mis cañonazos con una expresión de felicidad que me dejó aterrado. Ya agotada se quedó abrazada a mí. La sonrisa de sus labios me dejó claro que en ese momento mi nuera  soñaba con la posibilidad de haberse quedado en cinta.
La dejé descansar durante cinco largos minutos y viéndola ya repuesta, supe que tenía que hablar con ello de lo que acababa de suceder. A mi edad, lo último que me apetecía era volver a ser padre y por eso midiendo mis palabras, quise que me contara porque deseaba que la embarazara.
-Amor mío, darte un hijo me haría la mujer más feliz del mundo tuyo – respondió con tono alegre: -¿Te imaginas?  ¡Un bebe nuestro al que cuidar!
Mintiendo descaradamente contesté abusando de lo que sabía de su trastorno:
-Me encantaría pero ahora no es el momento. Primero quiero disfrutar de mi nueva esposa y te necesito las veinticuatro horas del día para mí.
Mis palabras la convencieron al encerrar una confesión de dependencia que no sentía y haciendo un puchero, respondió:
-Tienes razón, Cariño. Los niños pueden esperar.
El oírla hablar en plural de nuestra descendencia me obligó a preguntar cuántos quería tener. Jimena  se quedó haciendo cálculos durante unos segundos:
-Cómo tengo veintitrés años me da tiempo de tener… ¡Doce chavales!
 
 
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golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino” (POR GOLFO)

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 Toda mujer que se precie debería de huir de mi vecino si quiere mantener un mínimo de dignidad. Desgraciadamente desde casi niña me han gustado los “malotes” y por mucho que intento evitarlos, siempre caigo en sus redes.  Me imagino que si algún día se lo contara a un psicólogo, este me vendría con la típica explicación freudiana pero yo me conozco y sin entrar en más detalles, sé que me vuelven loca los tipos golfos.

Ya en el instituto solo salía con los más mujeriegos y si encima eran repetidores, mucho mejor. Un claro ejemplo es el imbécil que me desvirgó. No es que esté muy orgullosa de esa etapa pero, para que me comprendáis mejor, debo contároslo. Fue en el penúltimo curso y tenía apenas dieciséis años cuando Tato me pidió salir.
El tal Tato era tres años mayor que yo, borracho, impresentable y  un desastre en los estudios pero tenía dos grandes virtudes: Era relaciones de una discoteca y para colmo, guapo. Por eso no es de extrañar que mi primera relación sexual fuera en los baños de un bar y sin preservativo. Nunca creí que ese subnormal fuera mi príncipe azul pero tampoco que al terminar y todavía con mi coñito sangrando, me dejara.
Como os imaginaréis, me pasé quince días temiendo haberme quedado preñada. Por suerte, no fue así y pude seguir con mi vida. 
Mi segundo noviete fue el capitán del equipo de futbol de mi curso, otro idiota. Don Juan en ciernes, Eduardo repartía sus favores a cuantas tontas podía, sin importarle que ellas sí estuvieran enamoradas. Una de esas tontas fui yo. Ver a ese chaval en un pasillo era motivo suficiente para que mi entrepierna se mojara. Por eso cuando después de un partido, él y sus amigos lo estaban celebrando, le di mi primer beso y durante tres meses fui su puta.
Me follaba cuando y donde quería. Daba igual que fuera el cole, su casa o el parque, en cuanto Edu me tocaba las tetas sabía que lo siguiente era quitarme las bragas.
Terminó ese noviazgo como empezó, un día de partido ese mocoso descubrió que estaba cansado de mí y mandándome a la mierda, se fue con mi mejor amiga.
Aunque puedo seguir enumerando mis parejas, en realidad, no importa, porque el objeto de este relato es mi vecino del octavo. Se llama José y para haceros el cuento corto, si cogéis todos los defectos posibles en un hombre y los metéis en una envoltura atractiva, así es él.
Golfo, dominante, egoísta, manipulador… pero para mi desgracia amante cojonudo.
Conozco a ese mal bicho desde que llegué a Madrid cuando el destino quiso que el piso que había alquilado fuera el contiguo al suyo. Mi mal fario empezó el día de mi mudanza cuando al salir cargada del ascensor con dos cajas, me topé con él y luciendo una espléndida sonrisa y mirándome con sus negros ojos, me preguntó si podía ayudarme. Pesaban tanto los dos bultos que no pude negarme y por eso, ese cabrón entró no solo en mi casa sino en mi vida.  
 Reconozco que me encantó su profunda y varonil voz pero lo que realmente me puso a mil fue observar sus músculos cuando me quitó las cajas y las llevó hasta mi salón.
-Muchas gracias- alcancé a decir mientras sentía que mi respiración se aceleraba.
Quitándole importancia, ese moreno comentó:
 

 

 





-Los vecinos estamos para ayudarnos.
Os juro que mis braguitas se mojaron al oír que ese machote vivía en el mismo edificio pero pensé que me había meado al verle entrar en la puerta de al lado de la mía diciendo:
-Por cierto, me llamo José- tras lo cual sin darme tiempo de decirle  el mío, cerró la puerta dejándome con las palabras en la boca.
Lo peor fue al volver a mi apartamento y descubrir que antes de irse, ese “señor” había dejado su aroma por doquier. Con los restos de su colonia perfumando mi habitación, comencé a desembalar mis cosas pero su recuerdo hizo que mis hormonas se alteraran.
“¡Qué bueno está!” pensé mientras involuntariamente me iba calentando al rememorar el volumen de sus bíceps.
Al poco, me tumbé en la cama y ya cachonda perdida, llevé una de mis manos hasta mi pecho mientras la otra se hundía en el calor de mi chochito. La humedad que descubrí en mi sexo fue la confirmación de la atracción que sentía por ese desconocido y recreándome con caricias en el clítoris, me imaginé como sería su miembro.
“Sera enorme y sabroso”, me dije soñando con el pedazo de verga que suponía habitaba entre las piernas de ese moreno.
Mi propia calentura y lo que sentí al notar mis dedos hurgando dentro de mi vulva, me hicieron comprender que estaba bien jodida si alguna vez llegaba a convencerlo de compartir mi cama. Dejándome llevar, incrementé mi toqueteó figurándome que era él quien me tocaba. Aun sabiendo que no era más que una ilusión, sentí un latigazo en mi entrepierna al soñar con su caricia.
En mi imaginación, José pellizcó mis aureolas de una forma tan sensual con la que asoló de inmediato mis defensas. Caliente como una perra, soñé con su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda. 
-¡Mierda!, estoy brutísima- grité al visualizar a mi vecino comiéndome a besos.
La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. La imagen de semental me estaba volviendo loca y rendida a sus supuestos encantos, gemí fantaseando con que sus dedos se hacían fuertes en mi trasero. Verraca como pocas veces, traté de acelerar mi masturbación y gimiendo de placer, cerré mis ojos mientras soñaba con el pene de mi vecino tomando posesión de mi coñito.
-Fóllame- chillé por mucho que sabía que era irreal.
Que no estuviera a mi lado  no consiguió enfriar mi pasión y por eso cuando en mi mente, José aceleró sus caderas,  me corrí. Mi excitación no concluyó con ese orgasmo y profundizando en mi ensoñación, imaginé  que su mano había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas. Sonriendo, me miró diciendo:
-¡Qué putita es mi vecina!
Me mordí los labios al oír su masculina voz y sabiéndome suya, mi deseo volvió a alcanzar límites desconocidos cuando el moreno me agarró de la cintura y me acomodó sobre sus rodillas.  

-¿Me vas a dar tu culo o tendré que buscarme otro? – me soltó con descaro mientras sus manos se apoderaban de mis nalgas.
“¡No puedo ser tan zorra!”, pensé al disfrutar por anticipado del placer y del dolor que ese enorme aparato me iba a regalar y tragando saliva, esperé su siguiente paso.
Entonces, José viendo mi entrega, cogió su pene y acercándolo  a mi entrada trasera, susurró en mi oído:
-No me has contestado.
Su pregunta me sacó lo perra y chillando,  grité:
-Tómalo, cabrón.
Mi insulto espoleó su lujuria y presionando mi esfínter con la punta de su enorme glande, fue forzándolo lentamente. Adolorida pero más excitada de lo que me gustaría reconocer, sentí el paso de su gigantesca extensión mientras invadía mi estrecho conducto.

-¡Dios! ¡Cómo duele!- aullé  al notar que su pene me rompía el culito.
A partir de ahí, el dolor fue menguando y ya dominada por el placer, disfruté como una cerda de sus huevos rebotando contra mi culo con cada embestida.
-¡Muévete! ¡Zorra!- susurró y recalcando sus palabras con hechos, me soltó un sonoro azote.
Obedeciendo sus deseos, salté sobre su verga empalándome con rapidez hasta que, de improviso, su verga explotó en mi interior. Y aunque era imposible, sentí su semen como si fuera real rellenando mi conducto trasero. Cada una de las explosiones con las que regó mi interior provocaron que mi deseo se tornara en placer y temblando sobre mi colchón, me corrí nuevamente.
Agotada me desplomé en la cama. Durante largos minutos, fui incapaz de levantarme y solo cuando comprendí que había mucho que hacer, me incorporé. Con mi mente a años luz y mi chocho chorreando, terminé de deshacer mi equipaje. El convencimiento que ante cualquier avance de mi vecino, me sería imposible evitar caer entre sus brazos, me llevó a  evitarle a partir de ese día.
José se entera de la atracción que genera en mí.

Sabiendo del peligro, durante dos semanas conseguí no toparme con él pero el calor del mes de agosto en Madrid y el tiempo trascurrido, hicieron que bajara mis defensas. Todavía recuerdo que esa tarde llegué a casa sudando y sin pensar en que José podía aparecer por ahí, bajé a la piscina comunitaria.
Aunque ya eran las seis de la tarde, el sol seguía cayendo a plomo sobre la capital. Por eso al comprobar que no había nadie en esa zona, directamente me tiré al agua.
-¡Qué gozada!- grité al notar que estaba fresca y por eso disfrutando del cambio de temperatura, durante un rato, disfruté del baño sin percatarme de su llegada.
Al salir, vi que mi vecino venía acompañado de una rubia tetona. Os reconozco que en un primer momento agradecí que no estuviera solo y por eso no me importó que habiendo al menos dos docenas de tumbonas, hubiesen elegido unas pegadas a mí para tumbarse.
Obviando su presencia, fui hasta la mía y cerrando mis ojos,  me puse a tomar el sol.  No llevaba ni dos minutos allí, cuando oí que el putón con voz sensual le decía:
-Cariño, ¿Me puedes poner crema?
El tono de la pregunta me mosqueó y más cuando descojonado el tipo le contestó:
-De acuerdo aunque dudo que tengas bronceador suficiente para tus tetas.
Sé que me comporté como una autentica voyeur y que eso estuvo mal pero entreabriendo mis ojos, me puse a espiarlos. Desconozco si José se dio cuenta desde el principio que les estaba observando o por el contrario si me pilló más tarde pero lo cierto es que recreándose en ello, le pidió que se quitara la parte de arriba del bikini.
La rubia al escuchar su orden, no le importó que estuviera a su lado y con gran descaro, se despojó de la prenda. El tamaño de sus senos me pareció todavía más grande cuando al quitárselo rebotaron ya libres de la prisión que suponía esa tela.
-Tienes un par de tetas muy ricas- exclamó mi vecino entusiasmado y cogiendo el bronceador, lo comenzó a extender por su piel.
Si al principio sus manos evitaron esas moles y todo parecía normal, la situación cambió en cuanto mi vecino se acercó a las tetas de la rubia porque la muchacha al sentir la cercanía de sus dedos, pegó un gemido apagado. Al escucharlo, José se rio y cogiendo más crema, se puso a extenderla por sus pezones.
-Ummm- volvió a gemir la amiga al sentir que extralimitándose en sus funciones, el tipo le estaba pellizcando ambos pezones.
Reconozco que en ese momento lo correcto hubiese sido levantarme pero algo me lo impidió y cada vez más interesada, seguí observándolos de reojo.
Durante unos minutos, José se contentó con solo los pechos pero el continuo concierto de gemidos y sollozos le debió azuzar su lado oscuro y por eso, dejando caer una de las manos por el cuerpo de la rubia, la llevó hasta su entrepierna.
-Quítate las bragas- escuché que le ordenaba.
Medio escandalizada abrí los ojos sin llegarme a creer que esa puta fuera capaz de obedecer esa sugerencia. Mi sorpresa fue total al observar que señalando mi presencia, la chavala se las quitó mientras le decía muerta de risa:
-¡Estás loco! ¡Tenemos público!
Fue entonces cuando José, mirándome a los ojos, le respondió:
-Cállate y abre las piernas.
La sonrisa que lucía en su rostro me dejó paralizada y por eso fui testigo de cómo la rubia separaba sus rodillas dejando el campo libre a sus maniobras. El descaro de ese tipo fue total y sacando de su bolsillo un chupa-chups, le quitó el papel y metiéndoselo en la boca, lo embardunó con su saliva mientras con la otra mano comenzaba a pajearla.
Para entonces, mis hormonas estaban más que alborotadas y perdiendo parte de mi vergüenza, me acomodé en la tumbona para no perder nada de lo que ocurriera. Lo que no me esperaba fue que ese cabrón disfrutando del momento, me diese ese dulce diciendo:
-Es para ti.
La escena me había puesto tan cachonda que no dudé en cogerlo y llevándolo hasta mi boca, abrí mis labios y me puse a chuparlo como si fuera un micropene. Mi rápida respuesta le satisfizo y olvidándose de mí, se concentró en su amiguita. Dando una clase magistral de cómo se masturba a una mujer, mi vecino separó los pliegues de la rubia y cogió entre sus dedos  su clítoris mientras le decía:
 
-Tu público espera que le demuestres lo puta que eres.
La dulce tortura que imprimió a su erecto botón y la certeza de estar siendo observada por mí, excitó a la tetona, la cual llevando sus manos hasta sus pezones, los empezó a retorcer entre sus dedos.
-Así me gusta- comentó su amante y recalcando el poder sobre ella, le dijo: -Córrete.
La orden provocó un terremoto en la chavala y berreando como si estuviese en celo, descargó su tensión con un sonoro orgasmo. La facilidad con la que ese hombre la manejaba me fascinó y por eso deseé ser yo el objeto de sus caricias. Sin darme cuenta, había retirado una de las copas de la parte superior de mi bikini y me estaba acariciando con el caramelo y su palito.
Para entonces, José se sentía dueño de la situación y sentándose en la tumbona, se bajó el traje de baño y cogiendo a su amiga, le soltó:
-Ya sabes que tienes que hacer.
El putón sin cortarse un pelo, se arrodilló frente a él y sacando la lengua, comenzó a lamer su hermoso talle. Ya dominada por el ardor que me quemaba el chochito, me empecé a masturbar mientras admiraba la belleza del sexo de ese Don Juan.
“¡Menuda polla!”, exclamé mentalmente valorando que diría mi vecino si me sumaba a esa mujer.
Conocedora de un buen número de penes, ese en particular me pareció un sueño. No solo era grande y gordo sino tenía una apariencia tan dura que me hizo derretir al imaginarla retozando en mi interior. Visualizando mi entrega, babeé tanto como la rubia con las venas hinchadas de esa verga que temiendo ser capaz de arrodillarme frente a José, preferí usar el puñetero chupa-chups como consuelo y llevándolo hasta mi sexo, lo sumergí entre mis muslos.
“Joder, ¡No puedo ser tan zorra!”, maldije mi calentura al percatarme de lo caliente que me ponía ese capullo.
La verdad es que si en ese momento, mi vecino me hubiese pedido que me pusiera a cuatro patas, lo hubiera  hecho pero para mi desgracia no solo no lo hizo, sino que viendo lo perra que estaba, se levantó y cogiéndome en los brazos, me tiró a la piscina.
Al salir del agua, recriminé su actitud pero entonces, soltando una carcajada, José me soltó:
-Tu chocho estaba al rojo vivo.
Tras lo cual dejándome empapada y frustrada, se llevó a esa rubia a su apartamento a terminar lo que habían empezado. Nunca en mi vida me había sentido más humillada y aunque esa noche tuve que pajearme sin parar, me juré que aunque fuera el último hombre en el mundo, ¡Nunca cedería ante mi vecino!…
José se recrea con mi cachondez.


Los siguientes dos meses fueron una jodida tortura. Noche tras noche y semana tras semana, ese maldito tenía siempre compañía. Si ya de por sí era duro saber que al menos una docena de mujeres disfrutaban alternativamente de sus caricias, esa época coincidió con una absoluta sequía de amantes en lo que a mí respecta.

No os podéis imaginar lo que me molestaba cuando al llegar a la cama, tenía que soportar los gritos y gemidos que ese cabrón conseguía sacar de su hembra de turno. Al estar mi piso mal insonorizado parecía que José se las tiraba en mi oreja y eso solo pudo incrementar mi desasosiego.
Las paredes eran tan delgadas que al cabo de los días, comencé a reconocer a sus parejas por sus berridos y aunque intenté no oírlas, al final les puse hasta mote. La rubia era la gritona, una morena que al final de cada polvo se echaba a llorar era la infiel. Luego estaba una que le gustaban los azotes a la que llamé  la sumisa, otra que no paraba de recriminarle que anduviera con más mujeres era la mojigata y así hasta completar la extensa lista.
En contraposición con su éxito, estaba mi infortunio. Por mucho que intenté llevarme a varios tipos a la cama, solo obtuve fracaso  tras fracaso. El que no era gay, tenía pareja y mientras tanto mi almejita desfallecía por la ausencia de caricias.
Si eso ya era frustrante, lo peor comenzó a partir de una tarde en que al llegar a mi edificio, me topé con él y con una vecina al tomar el ascensor. Mascullando un breve saludo, entré en él. Como nuestra vecina llevaba la compra, observé a José ayudando tras lo cual se colocó a mi lado.
Todavía no había llegado a cerrarse cuando de pronto sentí su mano acariciando mi trasero. Creo que de haber ido sola con él, le hubiese abofeteado pero la presencia de esa viejita me hizo callar por miedo al escándalo.  Mi ausencia de respuesta le animó y poniéndose a mi espalda, llevó sus manos hasta mis muslos y levantando mi falda, dejó mi culo al aire.
“¡Sera hijo de perra!” exclamé mentalmente al notarlo pero increíblemente no hice nada y permití que con descaro, magreara ambas nalgas.
La sensación de estar siendo cuasi violada frente a esa vecina me puso como una moto y pegando mi trasero contra su sexo, descubrí que mi agresor estaba también excitado. Ese descubrimiento me hizo sonrojar y sin meditar las consecuencias, comencé a rozarme  con su miembro mientras la señora no paraba de quejarse de lo caro que estaba el supermercado.
Mi actitud se vio recompensada al bajarse la vecina en el segundo. Sin cambiar de posición, José metió su mano entre mis piernas y mientras se hacía fuerte en mi clítoris, susurró en mi oído:
-Te espero todas las tardes a las ocho aquí.

 


Su repetida caricia durante los siguientes seis pisos, hizo que al llegar a nuestro destino mi sexo ya estuviera chorreando. Sin salir del ascensor, mi agresor introdujo dos de sus dedos en mi agujerito y con movimientos rápidos me llevó en volandas hasta el placer. La violencia de mi orgasmo me dejó noqueada y cuando ya creía que iba a tener la suerte de acompañarle a su piso, mi odioso vecino se despidió de mí diciendo:
-Hasta mañana, zorrita.
No comprendí que había sido todo por ese día hasta que me vi sola en el ascensor y a José abriendo la puerta de su casa.
-¡No pensaras dejarme así!- protesté insatisfecha.
El muy cretino se giró y luciendo la sonrisa que también conocía, me soltó:
-Como bien sabes soy un hombre muy ocupado.
Os juro que al llegar a mi salón, de haberlo tenido enfrente, lo hubiese matado y por eso decidí por enésima vez, no permitir que me usara a su antojo. Muy a mi pesar su aroma me acompañó durante toda esa tarde-noche y continuamente venían a mi mente, las imágenes de ese maldito jugando con mi cuerpo. No sé las veces que recreé el instante en que empezó a magrear con sus manos mis nalgas o el momento en que asaltó con sus yemas mi coñito, lo cierto es que al llegar a mi cama ya estaba nuevamente cachonda y aprovechando los gritos de la pareja de esa noche, me hice un dedito soñando que era yo la que berreaba entre sus brazos.
Ni que decir tiene que al día siguiente, esperé puntualmente a que llegara. José nada más verme, sonrió y galantemente me cedió el paso al ascensor. Esa cortesía terminó justo cuando se cerraron las puertas y atrayéndome hacia él, me cogió de la cintura diciendo:
-¿Cuántas pajas te has hecho en mi honor?
-¡Ninguna!- cabreada exclamé.
Mi respuesta lejos de molestarle, exacerbó sus ánimos y abriéndome la camisa, sacó uno de mis pechos mientras me decía:
-No te creo.
Su cara de recochineo no menguó al escuchar mis protestas y regodeándose en humillarme, comenzó a mamar de esa teta sin importar que no estuviera dispuesta. Durante ocho largos pisos, ese tipejo me manoseó por entero hasta que al parar el ascensor, soltando una carcajada, me soltó:
-Mañana, sin bragas.

La seguridad de sus palabras me destanteó y llorando a moco tendido, busqué la seguridad de mis sabanas porque supe que aunque mi mente me aconsejara desobedecer, el resto de las células de mi cuerpo me pedían lo contrario.

La calentura que atenazaba todo mi ser, me llevó a creer una buena paja era lo que necesitaba y por eso con esmero, preparé el escenario. Para ello, llené la bañera con agua caliente, cogí un libro y al más fiel de mis amantes, un patito rosa que también era un suave vibrador y con esos tres elementos juntos, me sumergí en la lectura.
Si os he de ser sincera, ni siquiera recuerdo el libro solo sé que letra a letra, palabra a palabra me fui imbuyendo en la historia mientras mi “amiguito” se dedicaba a hacer carantoñas sobre mi coño. La dulzura de sus caricias sumado al calor de la espuma lentamente incrementaron mi deseo y cerrando los ojos me imaginé que yo era la heroína de la novela. 
No tardé en verme en los brazos del  apuesto príncipe. Todo iba genial hasta que sus enormes bíceps me hicieron recordar los de mi “simpático” vecino y a partir de ahí, su cara sustituyó a la del protagonista y nuevamente deseé con fiereza que me hiciera suya.  Usando el pico de mi inanimado amante busqué su consuelo con un ardor hasta entonces desconocido pero desgraciadamente su pequeño tamaño, aunque consiguió que me corriera un par de veces, me dejó totalmente frustrada y por eso en mitad de mi locura, hice algo de lo que me arrepentiré toda la vida.

 

Sin secarme el pelo, me puse un albornoz y descalza, fui a tocar a la puerta del que me traía tan excitada. José abrió la puerta y con su típica sonrisa autosuficiente, me preguntó que deseaba. Mi respuesta no pudo ser más elocuente, dejando caer mi bata me quedé desnuda frente a él. Comprendió a la primera mis intenciones y tirando de mi brazo me metió en su piso.
-Me siento sola- dije entre sollozos reconociendo mi claudicación.
Al oír mi confesión, me besó. Y lo que en un inicio fue un beso suave se tornó en posesivo. Necesitada de sus caricias, empecé a desnudarle. Su ropa cayó al suelo sin que José expresara ni aceptación ni rechazo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. Asustada por la posibilidad de que me echara, llorando le rogué:
-Necesito que me folles.
Azuzado por mi urgencia, me cogió en brazos y me llevó hasta el comedor. Al sentir que me depositaba en la mesa, agarré su pene con mis manos y lo coloqué a la entrada de mi sexo. Muerto de risa, mi vecino se entretuvo jugando con los pliegues de mi coño mientras yo intentaba que me penetrara de una puta vez.
-Tranquila- me espetó satisfecho por el poder que ejercía sobre mí.
Reconozco que su renuencia me estaba volviendo loca y por eso acomodando mis caderas, busqué forzar su contacto pero él reteniéndome llevó sus manos hasta mis pechos diciendo:
-Estás demasiado bruta… mejor lo dejamos para otro día.
-No- grité descompuesta. La mera perspectiva de volver a mi casa sin haber conseguido ser suya era demasiado humillante y por eso con lágrimas en los ojos, le pedí: -Por favor, ¡Tómame!

Su respuesta fue física y cogiendo mis pezones entre sus dedos, me los pellizcó saboreando su triunfo. Tras esa ruda caricia, introdujo un par de centímetros de su hermosa verga en mi coñito haciéndome gozar por vez primera de la forma que semejante aparato iba rellenando mi conducto.
-¡Qué maravilla!- chillé anticipando el placer que el moreno me iba a dar.
La humedad de mi cueva le confirmó mi estado y por eso no le extrañó que exigiendo más acción le clavara mis uñas en su espalda mientras me retorcía de placer.  Obviando mis deseos, José siguió tomando lentamente posesión de mi cuerpo y por eso pude experimentar cómo su polla iba abriéndose paso en mi interior.
En un vano intento de acelerar las cosas, le solté  un tortazo. Cabreado por mi golpe, mi odioso vecino sacó su pene  y dándome la vuelta sobre el tablero, me  azotó el trasero diciendo:
-¿Esto es lo que quieres?

 

Fuera de mí, todavía me permití enfrentarme a él:
-No, cabronazo. Castígame lo que quieras pero fóllame ya.
Mi descaro le terminó de enfadar y sin mediar palabra, insertó toda su extensión en mi cueva sin dejar de fustigar su culo con mis manos. El dolor que sentí al ser objeto de tanta violencia, me compensó porque estaba demasiado cachonda que necesitaba sentirme sucia, humillada pero ¡llena!. Mi sumisión afloró su lado oscuro y agarrándome del cuello, empezó a estrangularme. El sentir sus dedos presionando sobre mi garganta me aterrorizó y pateando intenté librarme de su acoso pero José incrementando la fuerza de sus yemas, me inmovilizó.
Asustada por la falta de aire pero a mi modo totalmente verraca, creí que me había orinado al sentir el río que brotando de mi coño recorría mis piernas. Fue entonces cuando como si fuera una llamarada, una corriente eléctrica discurrió por mi cuerpo y de improviso fui presa de un brutal orgasmo. Mi siniestro amante se percató del clímax que estaba experimentando y soltando una carcajada, comenzó a galopar sobre mí alargando una y otra vez mi placer. No contento con ello, usó mis pechos como asas mientras incrementaba la velocidad de su asalto sobre mi anegada cueva.
-No pares- imploré  temiendo que acabara y nunca volviera a disfrutar de él –¡Quiero más!
Sé que mi frase me delató y José queriendo mantener el control abusivo que estaba ejerciendo en mí, sacó su pene de mi interior y dándome nuevamente la vuelta, me soltó:
-Quiero correrme en tu boca.
Olvidándome de todo, me agaché y metiendo mi cara entre sus piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que uses tu boca!
Indefensa ante mi vecino pero ante todo sobre excitada, me dejé de tonterías y lamí su glande. Su gigantesco tamaño despertó mis dudas que me cupiera. José enfadado por mi tardanza, se incorporó y pellizcó con fuerza uno de mis pezones, exigiendo que introdujera su verga en mi boca. No me quedó mas remedio que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras él se jactaba de la sucia sumisa que estaba hecha su vecina. Ninguno de mis antiguos novios me había tratado así pero en vez de escandalizarme ese trato, mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba. Por eso imprimiendo velocidad a mi mamada, quise complacerle por el placer que me estaba regalando.

Usando mi boca como si fuera mi sexo, metí y saqué ese tronco con rapidez hasta que conseguí que ese cabrón se vaciara en mi boca. El sabor de su semen me pareció riquísimo y no queriendo que tuviese ninguna queja,  intenté tragarme toda su eyaculación mientras José se reía. Sus oleadas eran tan brutales que  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotaba de su interior y por eso al terminar de exprimir su virilidad, con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado se levantaba y se empezaba a vestir.

Humillada, le imité y recogiendo mi bata del suelo, me quedé callada. Abriendo la puerta de su casa, me miró y me dijo:
-Mañana, te quiero en el ascensor sin bragas.
Tras lo cual, me echó de su apartamento dejándome sola y medio desnuda en el rellano  de la escalera. Asustada por la fuerza de la atracción que ese maldito ejercía sobre mí, corrí hasta mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar.
-¡Te odio!- grité deseando que me oyera.

 

Mi vida había quedado destrozada por  ese hombre y hundiéndome en la desesperación, comprendí que a partir de esa noche sería un juguete en sus manos y que  a no ser que me suicidara, al día siguiente, a las ocho, estaría esperándole en el portal con mi sexo desnudo deseando ser tomada.
 
 
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Relato erótico: “Alba y su suegro” (POR DULCEYMORBOSO)

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Se miraron avergonzados y todavía exhaustos. Sus respiraciones estaban agitadas. El deseo y el morbo los había empujado a hacer aquello y nada volvería a ser igual. Tanto ella como él sabían que volvería a suceder…
Alba se levantó de la cama y recogió su camisón del suelo. Al salir de la habitación vio tirada en una esquina su braguita y se agachó. Jesús la miraba absorto. Aquella mujer era terriblemente bonita y sensual. Sus embarazos al contrario que muchas mujeres, le habían hecho ganar en belleza y sensualidad. Quien la viera le costaría creer que era madre de tres hijos y que hacía tan solo seis meses había tenido su último retoño. Al llegar a su cuarto vio a su hijo pequeño dormido plácidamente en la cuna. Alba se sentó en la cama y se quedó pensativa. No entendía cómo había sido capaz de hacer eso. Entre sus piernas sentía escurrirse la huella que aquel hombre había derramado en sus entrañas. Se estremeció al llevar su mano a la vagina y recoger con sus dedos semen de Jesús. Miró sus dedos llenos de semen y los llevó a su cara y lo olió. Se excitó al llevar los dedos a sus labios y comenzar a chuparlos lentamente. Los saboreaba como el más sabroso de los manjares. Se acurrucó en la cama sintiendo pequeñas contracciones en su vagina…Miró el reloj , eran las cinco. Había estado mucho tiempo en la cama con Jesús, debería ducharse antes de que llegara su marido….
Aún estaba despierta cuando llegó Ramiro. A pesar de haberse duchado hacía unos minutos, temía que su marido notara el olor de otro hombre en su cuerpo.. Ella se hizo la dormida cuando lo sintió meterse en la cama. En la oscuridad de la noche se quedó dormida pensando en sus hijos, en su marido. Una nueva contracción de su vagina la hizo avergonzarse.Jamás un hombre la había hecho alcanzar orgasmos tan fuertes. Odió por un instante a ese hombre que hacía una hora la estaba follando como nunca la habían follado. Odió a su suegro con toda el alma y sin embargo sentía que deseaba que llegara el momento de estar otra vez en sus manos.
Jesús se despertó a las ocho. Pensó en su nuera. Temía que se quedara dormida porque debía levantar a los niños para ir al colegio. Agudizó el oido para intentar escuchar algún sonido que llegara desde la cocina. El sonido del microondas lo tranquilizó, Alba estaría levantada. Una sensación de vergüenza alcanzó su cuerpo al pensar en cómo sería ese momento de verse cara a cara después de lo ocurrido esa noche.
La vió en la cocina sirviendo el desayuno a sus hijos. Estaba más hermosa que nunca. Alba se sonrojó al verlo entrar y darle los buenos días. Como cada mañana bromeó con los pequeños y estos se pusieron muy contentos al recibir la noticia de que su abuelo los llevaría al colegio.
Vuestra madre estará muy cansada y os llevo yo, vale? – Jesús le hizo un guiño de complicidad a su nuera.
Gracias Jesús – sus mejillas sonrojadas delataban que estaba recordando todo lo ocurrido.
Gracias a ti por todo Alba.
Jesús dejó a los niños en el colegio y decidió regresar a casa para ir a cambiarse y salir a hacer algo de footing. De camino a casa pensó en su nuera. A su cabeza volvieron las imágenes de su nuera sentada en el sofá a su lado. Siempre había pensado que esa mujer era una verdadera preciosidad. La conocía desde hacía muchos años. ¿Veinte? Se preguntaba. Calculó mentalmente, su hijo y ella tenían la misma edad, cumpliero 35 años el mismo mes. Un sentimiento de culpa a su vez de felicidad le hicieron sentirse extraño. Se sentía culpable de desear y haberse acostado con la mujer de su hijo, la madre de sus nietos y se sentía feliz porque nunca había imaginado que se acostaría con una mujer treinta años más joven que él y con esa belleza. Su sexo comenzó a cobrar vida cuando recordó el cuerpo desnudo de esa mujer. Esa joven era todo sensibilidad corporal…Nunca viera a una mujer tener orgasmos tan intensos. Recordó como aquella vagina eyaculaba mojándolo todo…El sonido estridente de un claxon lo devolvió a la realidad y pidiendo perdón al conductor del otro coche suspiró. Se dio cuenta de la erección que tenía con solo recordar…
Alba recogió las tazas del desayuno y las metió en el lavavajillas. Este estaba bastante lleno y decidió encenderlo. Pensó que mientras terminaba cambiaría las camas de los niños y de su suegro. Una sensación extraña recorrió su columna vertebral y fue a la habitación de Jesús. Al ver la cama se apoyó en la pared y todo volvió a su cabeza. Allí era donde había sido infiel a su marido, en esa cama había entregado su cuerpo a otro hombre. Un cosquilleo intenso se apoderó de su vagina. Se acordó de cómo aquel hombre la había hecho correrse varias veces. Se acercó a la cama y se ruborizó al ver aquella enorme mancha de humedad en la sabana. Nunca se había corrido de esa manera, era como si se hubiera orinado. Su cabeza viajó al momento que su mano rodeó el sexo de aquel hombre. Era grande, grueso y desprendía un deseo absoluto por ella. Alba vió el slip que llevaba Jesús por la noche. Su cabeza revivía momentos de la noche y se sentó en la cama. Acercó la mano a la prenda íntima de su suegro y al cogerlo un escalofrío atravesó su cuerpo. Su vagina se humedeció. Sentía miedo por todo lo que su cuerpo estaba sintiendo. Miró el slip y se dejó caer sobre la cama. Inconscientemente acercó la prenda a su cara y la olió. Respiró profundamente, deseaba sentir aquel olor recorrer su cuerpo por dentro. Mientras respiraba comenzó a llorar. Alba se había dado cuenta que amaba a su marido pero deseaba con locura a su suegro. Jesús desde esa noche era el dueño de su cuerpo , de su sexualidad y eso la asustaba…
El llanto de su bebé la devolvió a la realidad, vió el reloj, era la hora de darle el pecho. Se sentó en el sofa con el pequeño en brazos y liberó su pecho. Enseguida la boca del niño se agarró a su pezón y comenzó a mamar. Alba se dió cuenta que así había comenzado todo…
Veía la televisión cuando su bebé empezó a reclamar su alimento, ella por no perderse el final de la película se había dejado allí en el salón. Normalmente le daba el pecho en la habitación porque le daba mucha vergüenza que la viera su suegro. Pensó que Jesús estaba en la cocina y aún tardaría en ir al salón. A los cinco minutos de estar dando de mamar a su hijo, Jesús apareció por la puerta del salón. Los dos se quedaron paralizados sin saber que hacer. Su suegro iba a dar media vuelta cuando de su boca salieron esas palabras.
Quédese Jesús….
De verdad puedo quedarme? – su voz era entrecortada por la sensación de nervios y vergüenza
Si, es su nieto y también tiene derecho a verlo comer.
Jesús se sentó en silencio a su lado. Alba miraba la tele pero no era capaz de seguir la película, era la primera vez que un hombre veía como daba de mamar a su hijo. En realidad era la primera vez que otro hombre que no fuera su marido le veía el pecho desnudo. Desde muy jovencita Alba había tenido complejo y no por sus pechos sino por sus pezones. Estos eran más grandes de lo normal y le avergonzaba hacer topless en la playa.
Gracias por permitirme ver a mi nieto alimentarse Alba
De nada Jesús – Alba le hablaba sin mirarlo a la cara, sus mejillas estaban coloradas por la situación
Es muy hermoso ver a una madre dar de mamar a su hijo
Gracias….

La voz de Alba sonaba entrecortada. No podía creer lo que le estaba pasando. La succión de su bebé sobre el pezón y a su vez sentir que su suegro estaba mirando la hacía estar sintiendo un hormigueo intenso entre sus piernas. El bebé soltó el pezón y Jesús se quedó mirándolo totalmente hechizado. Ella no pudo evitar taparlo con la mano.
Que verguenza Jesús!!!
Te da vergüenza que miren tus pechos?
Si, muchísima. Solo su hijo me los vió – Alba puso al niño en el otro pecho y se cubrió el que acababa de ser mamado con una tela del niño
No haces topless?
Noooo….- el énfasis en la negación sorprendió a Jesús, ella se dió cuenta y se lo explicó- desde muy joven me dieron mucho complejo mis pezones.
Alba te aseguro que por lo poco que vi me parecieron preciosos, no deberías tener complejo
De verdad ?
Si
La complicidad de la situación y el que ella había sido capaz de contarle su problema llevó a Jesús a inclinarla poco a poco contra su pecho.
Estate cómoda Alba, gracias por sincerarte conmigo
Usted me hace sentir cómoda Jesús, gracias
Gracias a ti por permitirme ser el primero en verlos
Ellos se sienten como atrapados en una cárcel.
Los comprendo Alba – Jesús veía la fina tela que cubría el pecho, en la tela se dibujaba perfectamente el pezón – deberías liberarlos…
Me da tanta vergüenza Jesús…
Hazlo Alba…me gustaría mucho verlos libres de esa cárcel que es tu complejo
De verdad desea verlo? – Alba miró hacia la tela y se notaba totalmente el pezón erecto e hinchado
Me harías feliz Alba
Mírelo Jesús – Alba deslizó la tela que cubría su pecho y liberó su pezón ante los ojos de su suegro. Un pequeño gemido liberador escapó de su garganta.
Es precioso …
Le gusta?
Mucho … Nunca viera un pezón tan hermoso
Alba entre la succión de su bebé en un pecho y sentir la mirada de Jesús en su otro pezón, notaba entre sus piernas la humedad del deseo. El pezón que miraba Jesús goteaba leche y Alba limpiaba con una toallita húmeda. Su suegro le quitó la toallita de la mano y Alba se estremeció al sentir que se lo limpiaba con delicadeza. Al terminar de limpiarlo sintió como Jesús rodeaba el pezón con la toalla y sus dedos lo estiraban despacio. Alba gimió excitada.
Liberaré tus pezones ….
Si, por favor, libéralos de su cárcel

Jesús lo estiró un poco más. Nunca había visto unos pezones tan grandes y bellos….
El bebé terminó de comer y soltó el pezón. Ante Jesús apareció hermoso, grande, gordo.Acercó su mano y lo limpió con la toalla húmeda. Con un gesto Alba le hizo entender a su suegro que tenía que hacer eructar al niño y dormirlo.
Te espero aquí Alba

Ella salió del salón con el pequeño en brazos y desapareció por el pasillo. Pensaba que debía parar aquella locura y no volver al salón. Acostó al niño. Miró su cama y vió la luz del salón iluminar el pasillo. Jesús la esperaba en el salón. Si salía por la puerta sabía lo que iba a pasar. Se asustó. Vió la foto de su marido sobre la mesita de noche. Se miró reflejada en el espejo del armario. El camisón no lograba disimular sus pezones hinchados. En su cabeza volvió a sonar la voz de su suegro diciéndole que él liberaría sus pezones de esa cárcel. Se tumbó en su cama, deseaba ir pero era una locura. Había pasado media hora y se levantó. En esos momentos ella no era dueña de sus acciones, su cuerpo le reclamaba que fuera a junto de ese hombre. Al abrir la puerta de su habitación vió que la luz del salón estaba apagada. Sintió miedo, un miedo diferente al que sentía antes. Se dió cuenta que tenía miedo de no poder dar a sus pezones la oportunidad de que alguien los liberara.
Nerviosa se acercó a la puerta de la habitación de su suegro….

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 9” (POR ADRIANAV)

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Parte 9

Nueva vida, nuevas emociones

Una vez que dejamos el aeropuerto, tío Sergio nos dijo que había preparado la cabañita de atrás de la suya para nosotros. Que nos relajáramos porque el viaje era un poco largo.

En la forma de su cuerpo y en como vestía se notaba que tomaba mucho cuidado personal a sus casi cincuenta años de edad. Me dijo que hacía ejercicios todas las mañanas en el garaje de la casa donde tenía toda clase de máquinas y que si me interesaba que me iba a enseñar a usarlas. A pesar de su cabello con mechones blanquecinos se veía muy bien. La cara bien cuidada, afeitado, nariz casi en punta, ojos castaños bien claritos y vivaces, labios bien formados aunque no exagerados y sus brazos y tórax con formas musculosas que se notaban más cuando usaba mangas cortas. Lo mismo sus piernas y su trasero. Pero no era exageradamente musculoso, apenas lo necesario para verse bien. En realidad, un hombre que yo consideré siempre guapo. Todavía soltero, aunque tenía una novia-amiga que lo visitaba de vez en cuando, mas bien cuando él se lo proponía porque no le gusta que le invadan su privacidad, según me dijo.

Manejó casi por hora y media hasta que llegamos a su casa. Luego de pasar un pueblito hermoso, dio vuelta hacia una colina y diez minutos más tarde torció hacia la izquierda para entrar en un camino de piedrillas. Subió por casi cinco minutos hasta que divisamos algunas cabañas bien distantes unas de otras. Estacionó.

Los niños salieron corriendo de la camioneta para investigar los alrededores de lo que sería nuestro nuevo hogar por un buen tiempo. Mis padres cargaron las primeras maletas y cuando se encaminaron hacia la casa, mi tío me dijo:

– Qué grande estas! -Y abrazándome, le correspondí de inmediato con un abrazo de mi parte poniéndome en puntas de pie y rodeándole el cuello con mis manos. Siguió diciéndome:

– Estas muy linda sobrina.

– Gracias tío… -dije un poco apenada.

Y me dio un beso al costado de la boca que casi me toca los labios. Pensé que siendo una niña me estaba dedicando un momento muy especial, pero ahora presentí que estaba reaccionando distinto al encontrarme mas crecida. Nos miramos por un segundo y le sonreí nerviosa sin saber qué hacer. Sin soltarme cuando sentimos que mis padres venían a buscar más equipaje a la camioneta les comentó:

– Tal como me lo imaginaba, la niña que ya no es tan niña se ha puesto muy linda!

– Te lo dije cuando hablamos por teléfono y parece que no me creíste -dijo mi madre a su hermano.

– En esta edad es cuando te das cuenta lo rápido que crecen… -dijo mi padre.

– Vamos a descargar ya todas las maletas y festejemos la llegada! -animó mi tío.

Mis padres tomaron dos maletas mas y yo intenté tomar una pero estaba un poco pesada y complicada de sacar. Mi tío se puso detrás mío y me dijo:

– Déjame que te ayude.

Pasó los brazos por sobre mis hombros agarrando las manillas de la maleta, recostándose un poco en mi trasero. Su pelvis acomodada bien en medio con su bulto acomodado y algo crecido, a lo mejor por el resultado del abrazo. Yo no supe como reaccionar. Ni me moví un centímetro y mis ojos se abrieron como pantallas. Me sentí nerviosa, muy nerviosa porque no quería reaccionar y menos tenía idea de cómo reaccionar. Nos quedamos así por lo menos diez segundos, sin movernos ni decir una palabra ninguno de los dos. Y de repente reaccionó dándome un beso en la nuca:

– Estas muy linda Andreíta!

Levantando la maleta y separándose algo nervioso emprendió camino a la entrada de la casa.

Me quedé confundida en esa posición sin moverme por unos segundos mas. Pensaba a toda velocidad. Sé que algo hizo un clic en mi cuerpo y otra vez esa corriente sexual me recorrió de pies a cabeza… sentí deseos al sentirme invadida por él en ese lugar. Y él lo había hecho premeditadamente, no había dudas. Estaba algo confusa. No había sido una casualidad. Pero… era mi tío y no podía procesarlo con tranquilidad natural.

Tomé el bolso que quedaba y entré.

Era la cabaña pequeña que estaba ubicada detrás de la de mi tío. Era toda de maderas. Por fuera y por dentro. Un lugar hermoso. En mi vida habría soñado que iba a vivir en algo así. El techo del living algo alto con travesaños rectos gruesos. Una mesa con seis sillas en el centro. Hogar de leña a la pared que separaba la habitación que sería de mis padres y una habitación mas para los niños y para mi. Pero tenía solo dos camitas y había un catre desarmado recostado en una pared. Obviamente alguien tenía que dormir allí. Pero no importaba, todavía me parecía muy linda.

Al salir fuera nuevamente, me encontré con un panorama jamás visto. Rodeada de árboles, una colina en lenta bajada hasta un lago. Silencio tal que me permitía escuchar el ruido de las hojas provocado por el viento. Algún pájaro cantando a lo lejos.

Volví a la casa y ya Sergio había cruzado a la suya para prepararnos algo de comer.

– ¿Y, que tal? ¿te gusta tu nueva casa Andrea? -mi madre sonreía.

– Me fascina! Me encanta este lugar!

– Tu tío es un gran ser humano. Está dispuesto a ayudarnos en todo como ves. Tenemos que ser responsables y cuidarlo a él también. Sobre todo tu, que ya ves que te tiene un cariño muy especial.

Pensé en lo que me decía, pero no lo veía tan sencillo como mi madre. Él me había hecho sentir algo más que eso… pero todavía le daba crédito a la ley de la duda.

– Si -dijo mi padre. Y cuidar que tus hermanos no destruyan nada cuando nosotros no estamos.

– ¿Cómo que no van a estar?

– Es que a partir del martes ya tenemos trabajo. Tu madre trabajará en su depósito. Se va dedicar de los empaques de los productos que vende y de los envíos mientras yo voy a la agropecuaria a desarrollar mi sistema de riego. Pero no te preocupes porque a veces los va a llevar a la oficina de envíos ya que tienen una guardería con una tutora que les enseña hasta que puedan empezar la escuela.

– Si?! Qué bueno!

– Por eso m’hija, tenemos que retribuir lo mas que podamos a tanta bondad por parte de Sergio.

– ¿Y yo cuándo puedo empezar a estudiar?

– En eso esta trabajando Sergio. Creo que la semana entrante tienen una entrevista para ver puedes empezar. Pero según él, antes quiere ponerte a estudiar inglés para que no tengas trabas en el entendimiento y puedas superar la educación con más rapidez.

– Me encantaría poder aprender el inglés mami! Que bueno!

La verdad es que me alegraba inmensamente. Era como que se me había abierto una gran ventana a la posibilidad de poder ser mejor en mi vida.

Y pensé que en verdad, a pesar de lo que había sucedido, también había en tío Sergio mucho de entrega por ser familia, ya que de lo contrario quién mas iba a darnos una posibilidad así? Eso solo se ofrece cuando hay un buen corazón de por medio. Además éramos su familia.

Tenía que hacer crecer mi sentido de responsabilidad. La vida para mí ya no era un juego, tenía que crecer en cuanto a esto pero también tenía que procesar lo que sospechaba de que podía ser algo más que amor de familia.

Lo que había presagiado en este viaje se estaba comenzando a cumplir de inmediato. Un nuevo descubrimiento que sería la seguidilla de muchos más.

Entre las cosas que nos había preparado tío Sergio, estaba un refrigerador lleno de quesos, carnes, jamón, verduras y frutas. También panes, agua en botellas, sodas y en los baños todo lo necesario para el cabello y el aseo del cuerpo. Ni qué decir de las toallas! Suaves como jamás había visto.

Me di la ducha más disfrutable de toda mi vida. El agua salía con fuerza, tibia y duraba mucho, a diferencia de cuando en mi casa de la villa apenas me echaba el agua de un balde que calentábamos en la cocina. Algo tan simple me hacía tan feliz en este momento. Luego me puse una de las nuevas ropas que me había comprado mi madre. Un enterito azul claro con tirantes cruzados en la espalda y bordados en blanco. Tan holgado en las piernas que casi parecía una falda aunque en realidad era como un pantalón corto.

Ya estaba camino al living cuando sonó un timbre en la pared y escuché la voz de mi tío que nos hablaba por un inter-comunicador dentro de la casa. Contesté en voz alta y quedé impresionada con este descubrimiento tecnológico.

– Hola? – dije como jugando.

– Andrea?

– Si. ¿Tío?

– Ni bien hayan terminado de desempacar vengan para aquí.

– ¿Dónde estas que no te veo?

– En casa. Esto es un comunicador para hablar de una casa a la otra.

– Ah… dije para no pasar como una idiota- Ahora les aviso. Yo ya terminé de acomodar mi ropa, aunque parte la dejé en la maleta por falta de espacio.

– Bien. Tu no desempaques mas, no te preocupes que parte de tus cosas las vas a traer aquí. ¿Y tus hermanos?

– Siguen fuera correteando.

– Si quieres vente.

Le avisé a mis padres y salí.

Me había dejado la puerta abierta. Al entrar quedé de una pieza. El living era grande y despejado. Un techo altísimo con travesaños de madera que se juntaban en una cúpula, rodeado de ventanas que iban del piso hasta el segundo nivel. Un escalón hacia abajo y un sofá de cuero en forma de “u”. Una pantalla de tv que me pareció enorme. Había música divertida sonando por todos lados. Mas adelante estaba la cocina que también era grandísima (o por lo menos para mí que estaba acostumbrada a vivir en un lugar tan pequeño) con el comedor integrado. Arriba del living en el segundo nivel, una baranda que iba de lado a lado por donde se ingresaba a dos dormitorios. Abajo del living había otro nivel que alcancé ver desde la escalera, con un billar y otras dos habitaciones y un garaje. Estaba muy impresionada. No había visto algo así en mi vida de campesina por supuesto.

Cuando estuve con mi tío le dije:

– Qué linda es tu casa.

– ¿Te gusta? ¿Y la que le di a tus padres te gusta también?

– Si.

– Me alegro. ¿Quieres ayudarme?

– Claro! ¿Qué hago?

– Pon aceitunas de ese frasco en este pote de acero.

Y comenzamos la tarea de organizar para llevarlo a una mesita central en el living. En la cocina habían platillos con papas crocantes, humus, salmón, maní salado, castañas, enrollados de jamón con queso crema y algunas legumbres al escabeche. En el horno terminando de cocinarse una carne con papas. Había abundancia para todos nosotros.

Después de poner los platillos en el living, me paré al lado de él para ver si necesitaba algo más y al darse cuenta giró y me volvió a abrazar igual que la primera vez mirándome a los ojos.

– La verdad es que estas tan linda Andreíta.

– ¿Si?

– Si. Has crecido tanto que ya dejaste de ser la niña que dejé de ver hace un tiempo -me dijo separándose y mirándome a los ojos.

Sentí un poco de presión en la cintura cuando bajó sus manos. Me manejó con facilidad porque evidentemente no puse ningún reparo en resistir ya que para mi abrazarlo era algo normal, aunque ahora ponía más expectativa en ello. Pero quedé más aliviada o desconcertada digamos, cuando se liberó inmediatamente de mi, contrario a lo que pensaba otra vez y volvió a la tarea de dejar todo listo. ¿Estaría confundiendo el cariño de mi tío por tener yo misma pensamientos tan sensuales?

Por fin llegaron mis padres y mis hermanos. Todo transcurrió como una fiesta privada de familia. Y cuando llegaron los postres tío Sergio se paró y golpeando una copa con una cuchara dijo:

– Tengo una sorpresa para alguien -dijo como cantando con alegría- Síganme!

Y bajamos la escalera para ver al piso de abajo ya que todavía no habíamos visitado la casa por completo. Descubrimos el billar con tapete rojo y todo el resto en madera lustrada y trabajada. Cuando nos tuvo a todos, abrió una puerta y una habitación totalmente decorada con una cama inmensa, alta, hermosa con un tul que caía en campana desde el techo y una muñeca de trapo grande sentada en una silla. Al costado una cómoda adornada con varias cajitas como para guardar relojes, pulseras o cosas así. A la derecha un closet de pared a pared abierto y lleno de perchas vacías. Del otro lado una ventana con cortinas blancas y corazones pequeñitos rosados. Y un baño con una bañera grandísima que luego me enseñó, tenía chorros de agua para masajes. No teníamos idea cuál era la sorpresa todavía hasta que habló otra vez.

– Desde hace muchos años me prometí que si me iba bien, trataría de darle opciones a los más necesitados de mi familia. Por eso les ofrecí la cabaña a ustedes. Los niños tienen sus camitas y un dormitorio completo con juguetes. Ustedes dos, -prosiguió dirigiéndose a mis padres- tienen la casa que todavía no podían alcanzar pero que ahora con los nuevos trabajos podrán mantener hasta que quieran independizarse. Y por último, mi niña mas querida de la familia no iba a dejarla dormir con sus hermanos en un colchón en el piso, por supuesto!

Y destapando una manta que estaba tapando la pared sobre la cabecera de la cama, apareció mi nombre en letras de madera pintadas de un blanco hueso. Y dijo:

– Por eso mandé hacer esta habitación exclusivamente para ti Andreita. Por lo mucho que significaste cuando de chiquita fuiste mi companía por muchas veces cuando me sentía frustrado. Claro que tu no lo sabías porque nunca te lo mencioné. Y en tu inocencia no te diste cuenta que al despedirme y darte la espalda se me escaparon las lágrimas porque no sabía si iba a volver a verlos otra vez hasta quién sabe cuándo… o quizás nunca. Claro que esto es si tus padres están de acuerdo.

– Por supuesto Sergio! Para nosotros es un alegrón poder ofrecerle la oportunidad de tener un lugar tan lindo!

Quedé con la boca abierta como una tonta. Miré alrededor otra vez y empecé a girar sin querer perderme un detalle. Y sin darme cuenta las lágrimas empezaron a aflorar y rodar por mis mejillas. Mis manos a los costados de la boca. No podía salir de ese trance de sorpresa! Mis padres se abrazaron y mis hermanos empezaron a saltar contentísimos.

Cuando desperté de ese insomnio involuntario, salté al cuello de mi tío gritándole:

– Tío Sergio!!! Gracias tíiio! Te adoro! Este es el mejor regalo que he recibido en toda mi vida! -y por la fuerza de mi salto, los dos caímos sobre la cama mientras todos se reían de alegría por mi reacción tardía.

Yo montada a horcajadas en su pecho, le daba besos por toda la cara mientras él trataba de defenderse, entre los que varias veces lo besé en los labios pero ni me di cuenta cuántas veces lo hice. Los chiquillos nos cayeron encima y las risas llenaron el cuarto de alegría. Me levanté y fui a abrazar a mis padres. Cuando todo llegó a la calma y los chiquillos se fueron a hacer rodar las bolas del billar con la mano, mi tío se unió a ellos para enseñarles cómo tenían que meterlas en los huecos.

Yo sentada en la cama seguía mirando alrededor “mi cuarto”. Mis padres se sentaron uno de cada lado acariciándome.

– ¿te das cuenta cuánto te quiere tu tío?

Afirmé con la cabeza sonriendo como nunca lo había hecho.

– Ni nosotros sabíamos de esto.

– Por eso hija, tienes que ser buena, cuidar la casa y ayudar lo más que puedas en agradecimiento por todo lo que nos ha dado.

– Si papá. Si mamá. Prometo que voy a ayudar y voy a estudiar mucho para ser como él también.

Me abrazaron.

Luego nos fuimos a conocer el resto de la casa. La habitación de mi tío era un sueño también. Con un ventanal enorme y un balcón que miraba hacia el lago. A lo mejor para los demás era normal, pero para mi la cama era inmensa. Claro que nunca había visto una así. Alfombras a los lados sobre el piso de madera y cortinas pesadas. Una cómoda y un closet grande lleno de ropas y zapatos.

Cayendo la noche, mis padres estaban muy cansados y los niños se habían quedado dormidos. Los llevamos a la casa y mi madre, mi tío y yo mudamos mi ropa de lugar.

Habíamos dejado toda la ropa arriba de la cama para empezar a colgarla.

– Mariela -le dijo mi tío a mi madre- anda a descansar que entre los dos colgamos la ropa. Tu estás bien cansada.

– Bueno, si. Gracias por lo que haces Sergio.

Le dio un beso, me dio un beso a mi y se fue para la casita.

Fui al baño y me puse la camiseta de pijama encima de mis calzoncitos y unas zapatillas para empezar la tarea mientras mi tío fue a ponerse su pijama. Yo estaba tirada en la cama todavía sorprendida y feliz mirando alrededor cuando entró mi tío. Se me quedó mirando en silencio y luego como haciéndose el distraído me dijo:

– Manos a la obra!

Entre los dos colgamos la ropa rapidísimo. Después pusimos algunas cosas en la cómoda y me ayudó hasta con mi ropa interior que consistía solo de bombachas.

Luego nos tiramos en la cama. Uno de cada lado y nos encontramos en el medio. Pasó el brazo por detrás de mi cuello y yo me abracé a él.

– ¿Y porqué no tienes sostenes? -me preguntó.

– Es que no usaba en la villa.

– Pero te han crecido bastante las tetitas, no?

– Un poco.

– Un poco? Vamos… mira como se te notan bien Andreita.

– Bueno, no es para tanto -dije riéndome.

– Si que es. Te han crecido mi linda -dijo mirándome a los pechos.

Me reí levantando el pecho para que se me notaran mas, en forma de juego. Él no dejó de mirarlos.

– Bueno, bueno, a dormir, hasta mañana -se despedía amagando a levantarse.

– Gracias tío -lo abracé girando y subiéndome encima lo besé en la mejilla cerca de su boca como me había hecho él al llegar.

– ¿Estas contenta?

– Si! -le dije enderzándome abriendo las piernas y quedando sentada encima de su pelvis apoyando mis manos en su pecho. La camiseta había subido y mi bombacha blanca quedó al descubierto.

Me tomó de la cintura con suavidad como para querer salir de esa situación, pero no me moví.

– ¿De verdad me quieres tanto tío? -le dije toreándolo con una risa nerviosa.

– Mucho mi amor -amagaba a levantarse.

Para que no continuara con la intención de levantarse, me agaché para darle un besito y le dije gracias. Y volví a hacerlo varias veces como jugando y diciéndole gracias a cada poquito de boca que le daba. Pero en cada movimiento había algo diferente, más notorio. Sentía claramente como se le ponía más dura la pija. Yo estaba absolutamente consciente de lo que estaba haciendo. Al principio tenía muchas ganas de apretarlo, sentirlo, abrazarlo demostrándole el cariño que le tenía, pero la situación del momento fue convirtiendo ese sentimiento en algo muy sensual, más sexual. Y tomé la determinación de recostar mi cabeza en su pecho abrazada a su cuello.

Se quedó muy quieto, quizás confuso. Pero de seguro que lo que me había hecho sentir al bajar las maletas, era lo que en su mente tenía para provocar esa acción. Sus manos recorrieron mi espalda hasta apoderarse de mi nalgas y otra vez la quietud.

Al sentir que su crecido bulto convulsionó un par de veces en medio de mis piernas, apreté inconscientemente. Sus manos se crisparon y me apretaron más contra él. Cerrando los ojos yo me levante un poco arqueando la espalda sin dejar de rodearle el cuello con mis brazos recorrí lentamente todo lo largo de su dureza con mi pelvis. Abrí los ojos y nos miramos y así sin dejar de mirarnos, volvía recorrer el mismo tramo hacia abajo. Otra convulsión y volví a hacerlo dos, tres y a la cuarta vez me lancé a darle otro poquito en los labios quedándome pegada en su boca por un tiempo. Seguimos rozándonos las bocas delicadamente mientras sus manos me hicieron mover la cintura. Y en el mismo momento que abrimos las bocas lancé y gemido que fue el punto de partida de una batalla de lenguas mojadísimas y hambrientas.

Ya no había marcha atrás. Estaba declarada una guerra de sensualidad impresionante como no había sentido en mis veces anteriores. Desaparecían nuestras tímidos acercamientos para convertirse en una meta deliciosa que nos podía llevar a gozar de una noche inesperada, sin planeamientos.

Me levantó la camiseta y mis tetas fueron a parar a su boca turnándose en cada una. Me estaba poniendo loquita de deseos. Estaba deseando que sacara esa pija de su short pijama y me la metiera bien adentro!

Como adivinando mis pensamientos me giró y sacándome la bombacha, me montó en su boca y me penetró con la lengua. Como por la posición me había quedado mirando a sus pies, me agaché lentamente hasta llegar al short que le bajé hasta descubrir esa dura pija que saltó hacia mi cara. No le di ni dos segundos de libertad porque la tomé presa entre los labios sin poder meterla toda y empecé a darle una chupada en la cabeza brillantemente roja, apoyada por mi mano que no llegaba a cerrarse por completo alrededor de su miembro, desde bien abajo del nacimiento. La llené de saliva varias veces para ver si podía chupársela mas adentro como me habían enseñado y mientras me dedicaba a hacerlo, le moví la cintura para cogerlo en la cara con mi conchita ensopada rozándome el clítoris con su nariz y su lengua en cada estocada.

– No Andreíta, no. Creo que no deberíamos hacer esto -me dijo.

Pero no paró de moverse ni dejar de chuparme la conchita mientras me abrazaba el trasero con sus manos presionando lo más que podía. Los labios de mi vulva estaban completamente abiertos y casi alojaban toda su boca dentro de mi. Estaba a punto. Pocos movimientos más y empecé a sentir la necesidad de un orgasmo que no podía parar nadie ya. Ataqué su boca con movimientos más violentos en círculos y empecé a ensoparle hasta las mejillas, debajo y encima de los labios llegando a meterme la nariz para rozarme con fuerza durante mi venida insoportablemente deliciosa!

Mi mano seguía masturbándolo mientras había dejado de chupársela para poder gemir en ese momento tan desesperante hasta que me calmé un poco y volví a metérmela en la boca.

– Uy Andreíta! Qué rica que tienes la concha…! Y que caliente que eres! Me tenías así desde que te me arrimaste esta tarde en el aeropuerto y cuando te me subiste hace un momento encima delante de tus padres. Me sentía tan atraído que tenía miedo que esto fuera a pasar.

– …uuuhh… tío -le dije quitándome su pija de la boca y sin dejar de mirársela con deseos.

– Ven -me dijo.

Y girando otra vez me enfrenté a su cara abriendo las piernas para sentirlo justo allí donde más deseaba. Nuestros desnudos sexos se encontraban por primera vez. Y se gustaban porque se enfrentaron de inmediato. Sentí la cabeza en medio de los labios de mi vulva subiendo hasta toparse con el clítoris. Y otro gemido se me escapó mirándolo ahora a los ojos con cara de deseo inocente.

– ¿Estas segura de que quieres esto de mi?

– mhm… -dije moviendo mi cabeza afirmativamente.

Me agarró de los cachetes de la cara con las dos manos y me guió hasta su boca entrelazándonos en otra guerra de besos semi-violentos provocados por una calentura insoportable por parte de mi tío. Y empujé apenas un poco con mi conchita y por lo resbalosa que estaba, no hubo nada que impidiera que la cabeza me entrara pero me estiró demasiado los labios. Los sentí tensos. Su pija estaba muy gorda. Mi tío dio un sacudón y gimió:

– Huh…!

Y parando de besarnos nos quedamos mirándonos a los ojos con cara de deseo insoportable otra vez. Así estuvimos por un momento como suspendidos en el tiempo, como disfrutando de esta primer penetrada que me estaba haciendo. Pero mi impaciente calentura decidió por mi y mi cadera empujó un poco más. Y esa verga gorda, durísima y venosa entró un buen pedazo más arrancándome un quejido de deseo y miedo a que me fuera a doler. Sin embargo dilaté mucho hasta sentirme cómoda y no dejábamos de mirarnos con cara degenerada por la situación.

– Qué rica que tienes la concha Andreíta!! -me dijo al mismo instante que sus manos en mi culo empujaron hasta metérmela toda.

– Ahhhh…! -me arrancó otro gemido más fuerte ahora abriendo la boca. Y así mismo me lancé en la suya para chuparle la lengua con desespero y esperando volver a dilatarme un poco más para alojarla mejor. Me metió la lengua dentro de mi boca y así nos fuimos intercambiando las babas con los labios chupando cuando nos permitíamos separarlos un poco.

Le acaricié el cabello mientras mi cintura comenzaba a moverse hacia arriba y abajo repetidamente con una letanía insoportable que nos daba más calentura. Sentía eso duro revolviéndose en las paredes interiores de mi vagina con total claridad al salir un poco y al entrar totalmente cada vez. Tener la pija de un hombre dentro de mi concha siempre ha sido algo demasiado gozado por todo mi cuerpo y mi mente porque siento absolutamente sus movimientos ya se vaya de lado o de frente. Siento cuando cambia de dirección en mi interior y vuelve a acomodarse al llegarme al fondo. Siento como se eleva mi temperatura en ese mismo lugar y siento los flujos.

Me encantaba escuchar el ruido mojado que provocaban nuestros sexos en cada movimiento. Me fascinaba el olor que se iba sintiendo cada vez más fuerte mientras cogíamos. Y no veía nada a los lados porque me concentraba totalmente en ese cuerpo que tenía debajo o cuando me giró para montarme.

Me abrió las piernas poniéndomelas encima de sus hombros y me dijo:

– Ahora sí que te voy a llenar toda mi divina niña… ¿Quieres? -me dijo con cara morbosa.

– Sí tío si!! Lo que quieras!!

Puso su peso sobre mí hasta que mis rodillas quedaron a los lados de mi cara y sentí que me llegaba hasta el final de la vagina de tan metida que la tenía.

Con sus manos a los lados se apoyaba para embestirme con estocadas cada vez más rápidas.

– ¿Quieres que te de mi leche?

– Siii! -le grité sin parar de movernos.

– Pero… ¿estas segura que podemos? -dijo parando un momento de moverse. Y le grité:

– No tío no! Sigue moviéndote adentro mío!

Pasé mis piernas por detrás de sus nalgas y lo embestí yo misma con mi pelvis con repetidas veces cada vez más violenta. Me estaba viniendo otro orgasmo delicioso! Y ese instante me gritó:

– ¡Tómala nena, tómala! ¡Aquí tienes mi leche! No puedo parar! Ahhhhh….!

Y por dentro sentí ese calor divino invadiéndome las entrañas de mi concha alargando mi orgasmo más de lo normal mientras su boca me chupaba ahora las tetas. Una, dos, tres, cuatro y cinco embestidas de su pija fueron vaciando la leche allí mismo donde se sentía acomodada por las presiones que le hacía con mis músculos internos reaccionando a sus venas hinchadas muy dentro de mi.

Lo tenía abrazado con mis brazos y mis piernas. Me tomó la cara y subió sus labios para besarnos ahora con calma, con otro tipo de deseo, con agradecimiento de parte de los dos por habernos dado tanto placer.

– Qué manera más sensual de coger que tienes Andreíta…

Me sonreí y después de girarnos hasta quedar yo otra vez encima de él, le dije:

– Te adoro tío.

– ¿Te gusto que te cogiera?

– Si. Me gusto que me cogieras así tío. Me la hiciste sentir mucho.

– Te gusta mucho la verga me parece.

– Si -le dije sonriendo con un poco de vergüenza.

– ¿Cuántos te la han metido?

– Dos.

– ¿Quienes fueron?

– Arturo y Luis Eduardo.

– Vaya la niña. Los vecinos te gozaron juntos?

– No.

– Pero te lo hicieron a la fuerza?

– No.

– A ver, cuéntame.

Su pija seguía dentro de mí. No hacíamos nada por despegarnos. Me gustaba que habláramos así. Me daba más confianza. Y comencé mi narración de todo.

Él me escuchaba y me acariciaba. Me ayudaba con preguntas para que continuara y poco a poco fui contándole todo como había sucedido. A los pocos minutos de estar hablándole, sentí que su pija se iba poniendo dura otra vez dentro de mi.

Y sin terminar de contarle lo que me pasó en el avión, me plantó un beso tan caliente en la boca que me hizo olvidar que le estaba hablando. Se había calentado otra vez con mi historia y me quería coger otra vez.

No esperé nada para moverme encima de él.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

“Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania. Queriendo contratar dos muchachas de servicio, al desconocer la idiosincrasia de esa gente, lo que realmente hizo fue comprárselas. Los problemas surgen cuando esas crías actúan según ellas creen que deben hacerlo y deciden complacer a su dueña.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

 
INTRODUCCIÓN

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
―Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés. María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de MAung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
―Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
―¿Y cuánto me va a costar al mes?
―No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
―Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
―Por supuesto, MAung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….

CAPÍTULO 1. AUNG Y MAYI LLEGAN A CASA.

Tal y como habían quedado a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en China y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
―Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro, mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
―Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaron en la mesa.
María, que al principio estaba incómoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin―tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
―¡No son tan grandes!― protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: ―Tocad, ¡son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
―Tocadlos, ¡no muerden!― insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que de algún modo las había defraudado.
«En Birmania, la figura del patrón debe de ser parecida un señor feudal», masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada: «Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural».
La certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…

A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
―Buenos días― alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
«¡Qué gozada!», pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
«¡Me encanta que me mimen!», exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
«Me estoy poniendo cachonda», meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental. Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
―¡Dios! ¡Cómo me gusta!― berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás más avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
«¡Me voy a correr!», meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
«¡No lleva ropa interior y está cachonda!», entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso no fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
―¡Qué buena estás!― exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
―¡Estás para comerte!
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
―Joder, ¡está riquísimo!― exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
«¡No puede ser!» pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
«Soy una cerda. ¡Pobres crías!», machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “perdón”.
Admitiendo que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado, no pudo mas que comprobar que eso las aterrorizaba y eso afianzó sus temores por lo que decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido―
«Tengo que hacerles ver que no estoy enfadada con ellas», se dijo y dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas.
La reacción de las muchachas abrazándola mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con MAung.

Relato erótico: “Una amiga me ayuda con el cabrón de mi vecino” (POR GOLFO)

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Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino 2.

 


Mi desesperación creció de manera exponencial al saberme en sus manos y aunque sabía que la manera en que ese maldito me dosificaba sus caricias era con el objeto de volverme loca, no pude evitar que cómo un tsunami mi calentura alcanzara unos límites ridículos.

Considerándome una mujer atractiva, sus continuos rechazos me estaban hundiendo en la miseria y tratando de sacudirme su influjo, nada mas llegar a casa llamé a una amiga y le pedí que me sacara de copas. Alicia no puso reparo alguno en acompañarme y quedé con ella en una hora.
Decidida a triunfar esa noche, me puse un sexy vestido rojo que me sentaba de vicio y unos tacones de trece centímetros con los que aliviar mi  impotencia. Antes de salir me tomé un par de chupitos para ir calentando y ya medio entonada, llamé al ascensor.
Para mi desgracia en ese preciso momento, José salió de su piso y dando un repaso a mis pintas,  con descaro comentó:
-¿Te he dejado tan caliente que vas en busca de guerra?
Más que una pregunta era una afirmación y humillada hasta decir basta porque aunque me costara reconocerlo era verdad, contesté muy cabreada:
-No eres el único.
Muerto de risa, ese cabrón me levantó la falda y dejándome claro el poder que ejercía en mí, manoseó mi culo mientras decía:
-Lo sé pero soy el mejor.
Si  ya estaba bruta de por sí, cuando sentí sus dedos hurgando en mi trasero,  creí que me iba a dar un sofoco por la temperatura tan alta que alcanzó mi chumino e intentando zafarme de su abrazo, le solté:
-He quedado con uno que si cumple, ¡No cómo tú!
Nada más decirlo me arrepentí porque de mis palabras se podía deducir que aceptaba que me ponía cachonda. Mi inútil rebelión le divirtió y mientras me daba un suave pellizco en las nalgas, me informó:
-Mañana, no quedes con nadie.
La promesa que se escondía detrás de esa orden, terminó de ponerme como una moto y babeando ante la perspectiva de pasar toda una noche con él, salí huyendo  rumbo a las escaleras sin esperar que llegara el ascensor. No había recorrido ni el primer tramo, cuando escuché que me gritaba:
-Recuerda, te quiero sin bragas.
Con mi mente hecha un lio, caminé hasta el bar donde había quedado con mi amiga. Durante el trayecto, me recriminé mi falta de autoestima por no haberle soltado una bofetada cuando me tocó y debido a eso, estaba casi llorando cuando saludé a Alicia.
-¿Qué te ocurre?- preguntó al verme en ese estado.
Incapaz de quedarme con ese dolor dentro, le expliqué lo mal que me sentía por culpa del capullo de mi vecino. Con todo lujo de detalles, narré mi desgracia mientras ella se iba enfadando cada vez más hasta que ya hecha una furia, me comentó:
-No te comprendo. Eres un cañón de mujer y mírate, ¡Parece que disfrutas humillándote!
Dejándome llevar por la desesperación, empecé a berrear en sus brazos mientras la música del local amortiguaba mis gemidos. Alicia me estuvo consolando durante un rato hasta que harta de mi insensatez, me soltó;
-Vamos a emborracharnos.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió un par de copas. No sé si fue el cariño que me demostró o el efecto del alcohol que recorría mis venas pero poco a poco fui olvidándome de José mientras bailábamos como locas en mitad de la pista. Varios cafres se nos acercaron pero en ese momento lo que nos apetecía era divertirnos entre nosotras y por eso no hicimos caso a sus ataques. Tres horas más tarde, ya bastante borrachitas, salimos del bar y sin ganas de seguir deambulando por las calles, pregunté a mi amiga:
-¿Nos tomamos la última en mi casa?
Alicia aceptó sin pensárselo y por eso a los quince minutos estábamos abriendo la puerta de mi apartamento. Al entrar no tardamos en oir el sonido de un berrido que venía de casa del vecino.
-Lo ves. Ese cabrón todas las noches se folla a una diferente- comenté y muerta de risa, dije: -Si no me equivoco esta es la gritona.
 
-Joder, ¡Se oye todo!- Alicia respondió pidiéndome que me callara.
Acostumbrada a ese tipo de serenatas, la dejé en mitad del salón y me fui a servir un par de copas. Ya de vuelta, no tardé en descubrir que mi amiga se había visto afectada por la demostración de mi vecino al ver que estaba completamente colorada.
-Es alucinante, ¿Verdad?
El volumen de los gemidos de la pareja de esa noche de mi vecino lejos de menguar, habían aumentado y por eso tras pensárselo un momento, me contestó mientras cogía su vaso de mis manos:
-Ahora comprendo cómo te tiene. ¡Ese tipo es un semental! Reconozco que me ha puesto cachonda.
Esa confesión no hubiera tenido importancia si en ese momento, no se hubiera acercado a mí y pegando su cara a la mía, preguntara:
-¿Qué te apetece hacer?
Aunque nunca me he considerado lesbiana, la cercanía de sus labios entreabiertos me excitó y no pude resistir acariciar sus pechos por encima de la tela. Fue entonces cuando Alicia sonrió al ver mis labios tan cerca de los suyos y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó. Sentir su lengua introduciéndose en mi boca fue maravilloso, pero aún más el notar sus pechos posándose delicadamente contra los míos.
Desinhibida por el alcohol y azuzada por el ruido que venía del apartamento de mi vecino, deslicé los tirantes del vestido de mi amiga, dejando al aire sus bonitos pechos. Ella no solo no puso impedimento alguno sino que luciendo una extraña sonrisa, alentó descaradamente mis maniobras diciendo:
-Vamos a enseñar a ese cabrón que también en esta casa ¡Sabemos gritar!
Sus palabras me permitieron continuar y por eso recorrí con mi lengua su cuello en dirección a sus oscuros pezones que erizados esperaban con ansía mi llegada. Alicia no pudo reprimir un suspiro cuando sintió la humedad de mi boca recorriendo sus areolas. Yo por mi parte, deseaba aunque fuera con ella liberar la excitación que llevaba acumulando durante meses aunque al día siguiente nos odiáramos  por caer en la tentación.
-¡Me encanta!- gritó al notar que con mis dientes estaba mordisqueando sus pechos mientras la terminaba de desnudar.
Ya desnuda, mi amiga me miró con el deseo reflejado en sus ojos y sin pedir mi permiso, fue desabrochando los botones de mi traje mientras permitía que mi mano se apoderara de su trasero.
-Nunca he estado con otra mujer- reconocí al quedar en pelotas frente a ella.
-Para mí, también es mi primera vez-, respondió y sin dar importancia a que ambas fuéramos nuevas en esas lides, me cogió de la mano y me llevó hasta mi cama.
Una vez allí, levantando mi trasero, me despojó del tanga dejándome totalmente desnuda. Para entonces, éramos dos mujeres necesitadas y nuestra excitación inundó la habitación con su sonido.
 
-Te deseo- susurró en mi oído mientras se quitaba sus bragas y se acostaba a mi lado.
La confianza que nos teníamos le permitió apoderarse con su boca  de mis pechos mientras sus dedos se iban acercando cautelosamente a mi sexo. Os juro que al experimentar la suavidad de su piel sobre la mía, me hizo olvidarme de José y respondiendo a sus caricias, me tumbé sobre las sábanas mientras gemía de placer. Alicia al percatarse de mi entrega,  separando mis piernas, fue bajando por mi cuerpo. Cuando su lengua entretuvo jugando con mi ombligo, creí que me moría y pegando un aullido, le grité:
-¡Hazme sentir nuevamente viva!
Mi amiga ya imbuida por su papel, abrió con sus dedos los labios de mi sexo y dejó mi botón al descubierto. Fue entonces cuando llevando su cabeza hasta mi entrepierna, la punta de su lengua se aproximó a mi coño. La dudas de lo que estábamos haciendo vinieron a mi mente y suspirando le pregunté si estaba segura. Alicia, sonriendo, comprendió mis reparos y dejándolos a un lado, con una exasperante lentitud se fue acercando.
-Dios!-gemí al sentir su aliento.
Con los nervios a flor de piel pero ya dispuesta, le pedí que tomara posesión de su feudo y para recalcar mi deseo, acerqué su cabeza a mi sexo mientras le rogaba que no me dejara a medias.
-No pienso hacerlo- respondió  mientras recorría  mis pliegues y se concentraba en mi erecto botón.
Tanto tiempo a dieta y la ternura de mi amiga hicieron que el efecto de sus caricias fuese inmediato y retorciéndome en la cama,  me corrí salvajemente. Sorprendida pero igualmente encantada por la violencia de mi orgasmo, mi amante se fue bebiendo mi flujo al ritmo que brotaba de mi chocho. Su insistencia prolongó mi placer en un éxtasis continuado que me hizo desear  más.  Fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo, Alicia cambio de postura y  entrelazó nuestras piernas, pegando mi torturado sexo al suyo. Esa maniobra que tantas veces había visto en las películas pero que nunca había practicado, fue el banderazo de salida a una loca carrera de ambas por encontrar el placer.

Fundidas nuestras pieles por la fuerza de nuestra pasión nos lanzamos al galope. Rozando nuestros coños con un frenesí sin igual, compartimos la humedad de nuestros sexos mientras como si estuviéramos lejos de la civilización, no dejábamos de gritar.  El escándalo de nuestros gritos debía de oírse en toda la planta y aun así, no sentí ningún reparo porque de esa manera estaba haciendo partícipe a José, mi vecino, que también yo tenía compañía.

Alicia debió pensar algo parecido porque mientras posaba sus manos sobre mis pechos y así forzarme a acelerar mis movimientos, me dijo:
-¡Mas alto! ¡Qué se entere de lo puta que es su vecina!
Sus palabras me contagiaron de un fervor mayor y lanzándome al galope, busqué tanto su placer como el mío. Chocando continuamente mi coño contra el suyo, conseguí desbordar la pasión de mi amiga y al cabo de unos minutos, la oí gemir de gozo. Su orgasmo aceleró el mío y anegándome por segunda vez en la noche, me desplomé entre sus brazos.
Ya relajadas, nos quedamos abrazadas una a la otra y en esa postura, nos dormimos.
A la mañana siguiente al despertarme, Alicia seguía abrazada a mí y observando su cuerpo desnudo, rememoré el placer que había disfrutado con un sentimiento extraño. Por una parte me era complicado porque no en vano, había sido mi amiga durante años y no sabía cómo iba a reaccionar cuando abriera los ojos, pero por otra no podía negar el placer que sus caricias me habían provocado y por eso me mantuve quieta y que fuera ella quien diera el primer paso.
No llevaba ni cinco minutos despierta cuando noté que se movía y no queriendo que me descubriera cerré mis ojos y me hice la dormida. Os reconozco que estaba horrorizada porque pensaba que sin el aliciente del alcohol tanto ella como yo íbamos a hacer como si nada hubiese ocurrido pero Alicia me sacó de mi error, cuando en silencio y con una ternura sin igual, empezó a acariciar mi cuerpo aprovechando que para ella, estaba todavía soñando.
-Eres un putón- susurré al notar sus dedos recorriendo mis pechos.
El tono dulce con el que le solté ese improperio, le hizo saber que no ponía ningún reparo a reanudar lo de la noche anterior  y por eso ya confiada, usando su lengua recorrió todos mis pliegues y se apoderó del clítoris que tanto le había gustado unas horas antes. Imbuida por la lujuria, usó su lengua para recrearse en mi almeja. Su sabor agridulce la cautivó y por eso no le pareció extraño usarla para follarme como si de su pene se tratara.
Al sentir que el placer se iba acumulando en mi entrepierna fue cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual disfrutaba siéndolo.
-¡Por favor! ¡Sigue!- aullé al experimentar la caricia de uno de sus dedos en mi ojete.
Decidida a darme nuevamente  placer, metió una de sus yemas en mi ojete mientras escuchaba como mi respiración se aceleraba. Alicia estaba tan ansiosa por servirme que no anticipó mi orgasmo hasta que mi flujo empapó sus mejillas y entonces completamente cachonda y con su propio coño anegado de placer, se dedicó a satisfacer a mi gozo.  Sus renovadas ganas  me llevaron a alcanzar un orgasmo tras otro retorciéndome en la cama y justo cuando caía rendida en el colchón, Alicia comentó:
-Llevo desde anoche pensando en tu vecino- y poniendo cara de putilla, me preguntó: -¿Te apetece que hoy nos lo follemos entre las dos?….
Como “buenas amigas” decidimos enfrentarnos con José.

Abusando de la fascinación que sentía por él, mi vecino me había citado esa tarde nuevamente en el portal, poniéndome como condición que debía acudir sin bragas. Su idea era como tantas veces aprovechar el trayecto en ascensor para volver  a ponerme bruta y después dejarme rumiando sola mi excitación pero en esa ocasión todo iba a ser diferente porque aunque no lo supiera ese día no iba a ir sola.
¡Alicia me acompañaría!
Tal y como había quedado José llegó al portal puntualmente y sonrió al verme esperándole sin percatarse de la presencia de mi amiga. Ella se comportó como si fuera una vecina que casualmente esperaba también al ascensor.
Como otros días, el ruín de ese tipo esperó a que entrara en él para ponerse detrás de mí y empezar a tocarme. Lo que no se esperaba es que al sentir sus manos rozando mis pezones, me diese la vuelta y sin darle tiempo a reaccionar bajándole su bragueta, saqué su miembro todavía morcillón de su encierro.
-¡Qué haces!- protestó cortado al no estar preparado pero sobre todo por la presencia de Alicia.
Esta ni siquiera se lo pensó y colocándose a su lado, me ayudó a bajarle el pantalón. La sorpresa que se llevó no le dio tiempo a reaccionar y para cuando se quiso enterar, ya le habíamos quitado los pantalones y le habíamos dejado en calzones.
-¿Será una broma?- exclamó cuando le dejamos allí en mitad del ascensor medio desnudo y sin llaves de su piso.
Entonces y desde la puerta de mi piso, mi amiga le respondió:
-Para nada. Si quieres que te devolvamos las llaves, antes tendrás que comportarte y dejarnos satisfechas.
Tras lo cual entrando en el apartamento, lo dejó abierto para que José entrara detrás. Mi vecino tardó solo  unos instantes en comprender que no le quedaba más remedio que acompañarnos e intentando recuperar sus pertenencias, accedió al piso de muy mal genio.
-Dadme mis cosas- exclamó al ver que Alicia le esperaba sentada en el sofá.
Con la tranquilidad del que sabe que tiene al otro en su poder, sonrió y abriéndose de piernas, le mostró su sexo desnudo y dijo:
-Cállate y empieza a comer.
Indignado, se negó amenazando con llamar a la policía. A ello e interviniendo, contesté pasándole el teléfono:
-Toma, llama. Explícales que dos jovencitas te han desnudado en el ascensor y te han quitado las llaves de tu casa. Ja jajá…
Lo absurdo del planteamiento le hizo recapacitar y todavía de mala leche, preguntó:
-Si accedo, ¿Al terminar me daréis mis llaves?
-Por supuesto- respondí- una vez que nos hayas satisfecho, no nos sirves para nada.
Mi promesa le tranquilizó y aunque era humillante para él, al final accedió y quitándose la camisa, nos soltó:
-¿Con cuál de las dos putas comienzo?
Muerta de risa, me senté junto a Alicia y levantándome la falda del vestido, contesté:
-Nos da igual. Para que te dejemos ir tendrás que habernos complacido a ambas.
Alicia, hurgando en su herido, apoyó mis palabras diciendo:
-Date prisa que se enfrían los conejos.
Derrotado por las circunstancias, a José no le quedó más remedio que arrodillarse frente a nosotras y separándole las piernas a mi amiga, empezar a lamer su sexo. Lo que no se esperaba fue que la rubia le parara y pusiera uno de sus pies a la altura de su cara, diciendo:
-Empieza por mis dedos.
Esa nueva humillación le encolerizó más pero aun así, abriendo su boca, sacó la lengua y comenzó a recorrer con ella las comisuras de sus dedos. Alicia, no contenta con ese pequeño triunfo, me abrazó y me besó mientras José obedecía sus órdenes. Os juro que ver a ese cabrón prostrado, me excitó y bajando los tirantes de mi vestido, puse mis pechos a disposición de mi amiga. La rubia no les hizo ascos y se puso a mamar de ellos mientras mi vecino seguía lamiéndole los pies.
-¡Qué boca tienes! ¡Cabrona!- exclamé al sentir la húmeda caricia de su lengua recorriendo mis areolas.
Alicia al escuchar mis gemidos, incrementó su lactancia mientras separaba sus rodillas, diciendo a José de ese modo que ya podía subir por sus piernas. El moreno quizás azuzado por la escena lésbica que estaba contemplando, fue dejando un mojado surco por sus pantorrillas en dirección a su meta. Para entonces ya estaba brutísima y por eso llevé mis manos hasta las tetas de la rubia y sacándolas por el escoté, me dediqué a acariciarlas.
Al recibir ese doble estímulo, la rubia no pudo más que empezar a gemir de placer y mordiendo uno de mis pezones, incitó mi morbo diciendo:
-Puta mía, ¡Necesito comerte el coño!
Ni que decir tiene que al oírla, la complací y poniéndome a horcajadas sobre ella, puse mi sexo en su cara. Alicia en cuanto vio mi vulva a su alcance, usó sus dedos para separarme los pliegues y ya con mi botón al descubierto, sacó su lengua y empezó a relamerlo con fruición.
-¡Cómo me gusta!- gemí olvidando momentáneamente a ese moreno que para entonces ya iba por los muslos de mi amiga.

Mi aullido aguijoneó la excitación de la rubia que mientras seguía mordisqueándome el clítoris, con un dedo comenzó a penetrar mi conducto con una rapidez que no tardó en sacar de mi garganta nuevos chillidos.
-¡Sigue que me estás volviendo loca!- grité sintiendo que mi coño se encharcaba.
Dispuesta a darme placer, Alicia incrementó la velocidad con la que sus yemas me follaban mientras entre  sus piernas, José ya había alcanzado su sexo. Al notar que mi vecino se apoderaba de su propio botón, gimió descompuesta diciendo:
-A mí, ¡No! ¡Fóllate a mi zorrita!
Mi vecino tardó en comprender los deseos de mi amiga, por lo que tuvo que ser ella quien me bajara de su cara y pusiera mis nalgas a su disposición. Aunque intenté protestar, Alicia no cedió y con tono dominante, me ordenó:
-Deja que te folle mientras tú me comes el chumino.
 
Para entonces José ya se había repuesto y colocando su glande entre mis labios, comprobó que mi sexo estaba suficientemente lubricado y de un solo empujón, hundió todo su miembro en mí.
-¡Dios!- chillé al notar mi conducto invadido y la cabeza de mi pene chocando contra la pared de mi vagina.
Increíblemente excitada, me agaché entre las piernas de mi amiga y me puse a saborear su flujo mientras ese cabrón comenzaba un mete saca de lo más estimulante.
-Te gusta, ¿Verdad?, putita- susurró la rubia en mi oído.
-Síííí..- gemí ya dominada por el placer que asolaba mis entrañas y recreándome en el chocho de Alicia, bebí sin parar del néctar que manaba de sus entrañas.
A mi espalda, José cada vez se sentía más cómodo y menos humillado por lo que ya sumido en la acción, no tuvo reparo para darme un duro azote diciendo:
-Mete dos de tus dedos en esa puta.
Su sugerencia lejos de molestarme, me estimuló y cumpliendo sus deseos, introduje dos de mis yemas en el coño hirviendo de la rubia. Mi amiga al sentir esa invasión separó aún más sus rodillas comunicándome su aceptación. 
Mi vecino viendo su entrega, volvió a azotar mi culo incitándome a sumar un tercer dedo a los otros dos. Alicia estaba tan mojada que su sexo no tuvo problemas en aceptar las caricias de tres falanges moviéndose en su interior.  La facilidad con la que los absorbió y los gemidos de placer que salieron de su garganta, incrementaron el morbo que sentía y sin que tuviera José que pedírmelo, metí un cuarto.
-Eres muy mala- chilló llena de gozo al experimentar la presión de tantos dedos en su interior.
Fue entonces cuando decidí probar su resistencia y mientras sentía que me estaba derritiendo por el acoso de la verga de mi vecino dentro de mí, introduje el último.
-¡Me encanta!- oí que Alicia decía mordiéndose los labios de placer.
Ya puesta y observando que el coño de mi amiga era capaz de todo, presioné mi mano e introduje toda ella en su interior.
-¡Me duele pero me gusta!- bramó como cierva en celo al sentir mi puño dentro de su vagina y retorciéndose sobre el sofá, gritó: -¡Hazme más puta de lo que soy!
Comprendí lo que me pedía y cerrando mi mano en su interior comencé a mover mi puño  golpeando suavemente las paredes de su sexo.
-¡No pares!- chilló y mientras todo su ser se licuaba, insistió: ¡Hazlo duro!
Sus palabras me terminaron de convencer y con rápidos movimientos de muñeca, como si fuera un martillo asolé sus defensas hasta que pidiendo una tregua se desplomó sobre el sofá. El observar su orgasmo no solo no apaciguó mi morbo sino que lo aceleró y mientras le exigía a José que siguiera follándome, usando mi puño golpeé sin parar su interior.
-¡Por favor!- aulló al notar que su clímax se prologaba uniéndose con el siguiente- ¡No puedo más!
La sensación de tenerla en mis manos fue tan placentera que sin dejarla de machacar pedí a mi vecino que derramara su simiente dentro de mí. El moreno ya contagiado de nuestra pasión me cogió  de las caderas y comenzó un cruel asalto que no tardó en conseguir sus frutos:
-¡Me corro!- berreé gritando al sentir que todo ese cúmulo de sensaciones me estaban desbordando y que mi cuerpo estaba a punto de estallar.
José al escuchar mis gritos, aceleró aún más si cabe el ritmo de sus incursiones y coincidiendo con mi orgasmo, noté las brutales explosiones de su pene bañando con su lefa mi vagina.
-Cabrón, ¡No te has puesto condón!- grité asustada al caer que me estaba follando a pelo.
Como comprenderéis trate de zafarme pero olvidando cualquier recato, me agarró de las tetas e inmovilizándome, prosiguió esparciendo su simiente en mi interior. La angustia de poder quedarme embarazada y la imposibilidad de evitarlo, amplificó ´mi placer regalándome un orgasmo tan brutal que caí sobre mi amiga, babeando e incapaz de moverme.
Fue entonces cuando José sacando su verga, no soltó:
-Ya he cumplido, ¿Dónde están mis cosas?
Agotadas y satisfechas, le dijimos donde estaban y sin movernos del sofá, observamos cómo se ponía el pantalón y revisaba si tenía las llaves. Habiendo comprobado que podía irse, mi vecino se acercó a nosotras y mientras nos pellizcaba un pezón a cada una, se despidió diciendo:
-Mañana, os espero a las ocho. ¡Venid sin bragas y con ganas que os dé por culo!

Tras lo cual, nos dejó allí tiradas sabiendo que al día siguiente ni Alicia ni yo podríamos evitar estar allí puntuales.

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “OJOS” (PUBLICADO POR XAVIA)

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No era la primera vez que lo hacía pero sí es cierto que había pasado mucho tiempo desde la última ocasión. Muchos meses, por no decir algún año. Pero allí estaba yo, a las 6 en punto aparcado frente al edificio que albergaba las imponentes oficinas de una de las empresas más importantes del país.

Le mandé un whatsapp: “¿Hoy saldrás puntual?”

Pasaron varios minutos sin recibir respuesta. Era lógico, pues desde que hacía dos años la habían ascendido a adjunta de la responsable del departamento pocos días podía cumplir su horario. Ésta, además, era una amargada que solamente contaba con el trabajo como consuelo por lo que tenía la mala costumbre de reunirse con su equipo a última hora, con lo que posponía la llegada a casa de las mujeres y hombres de su equipo que sí tenían vida familiar o de pareja.

“Qué va, estoy con Carmen. Tengo para rato”.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando levanté la vista de la pantalla del Smartphone y la vi aparecer acompañada de un chico que creo que se llamaba Cristian o algo así. Salían juntos del edificio charlando animadamente y se dirigían hacia la derecha, en dirección opuesta a la mía.

Le mandé otro mensaje: “¿A qué hora esperas salir?”

Se detuvo, sin duda al oír el aviso del teléfono, leyó el mensaje mientras le hacía un comentario al compañero y tecleó: “No creo que antes de las 7. Estoy reunida”.

Aluciné. Pero mi ángel bueno salió al rescate aconsejándome no dejarme llevar por falsas apariencias pues la reunión podía no ser en el despacho. Tal vez debía reunirse con algún proveedor y el acompañante no era el Cristian que yo pensaba. O sí lo era, pero ambos debían ir a la reunión. O… Me quedé sin Oes.

“¿Con Carmen?”.

“Sii”.

No sé si la segunda i se le coló o la puso adrede. Pero Carmen no llevaba traje oscuro con corbata rallada, ni se afeitaba cada mañana ni era medio atractiva. La jefa de mi mujer rondaba los 50 años, se teñía el pelo de rubio y, sin estar gorda, ya no presumía del cuerpo que seguramente tuvo.

Repasé la conversación, a ver si me había perdido algo y lo estaba malinterpretando, pero su primera respuesta había sido estoy con Carmen, así que la última había sido reiterativa.

Un sudor frío como pocas veces había sentido me recorrió la espalda. Dudé de todo. De mi vista, del teléfono. Pero la mujer que había visto salir era Cossima, con la que me casé por la iglesia hace 8 años y con la que tengo dos hijas mellizas.

Arranqué, salí del aparcamiento y me dirigí hacia donde habían ido caminando. Tal vez solamente necesitaban un café para continuar la reunión con Carmen, me dije. O habían salido a comprar algo. Pero Cos, que es como sólo la llamo yo, llevaba su bolso al completo y el compañero un bolso-maletín que me extrañaba que necesitara para salir cinco minutos del trabajo.

No iban a por un café. En la segunda travesía a la derecha, calle por la que pude subir, se montaban en un BMW serie 1 blanco. Reduje la marcha para darles tiempo a salir y seguí sus pasos.

Cruzaron la zona alta y tomaron la carretera que lleva a Vallvidrera, antiguo pueblo de veraneo, hoy barrio de la ciudad en lo alto de la cordillera que aísla Barcelona del Vallès, donde vivimos en una casa adosada. Así que la lleva a casa, pensé para mí. ¿Y por qué no me lo podía decir? No teníamos secretos entre nosotros, cada día charlábamos un buen rato sobre el trabajo o los amigos si habíamos salido con ellos, por lo que no comprendía por qué Cos no podía decirme que un compañero la llevaría a casa.

Kilómetro y medio más adelante obtuve la respuesta. Nos separaban dos coches, una camioneta pequeña de reparto y un Ford Focus, que tuvieron que reducir la marcha cuando el BMW blanco indicó que giraba a la derecha para entrar en lo que parecía una propiedad privada. Tuve que pasar de largo para que no me descubrieran, así que busqué un lugar donde dar la vuelta. Dificilísimo en esta carretera, así que tuve que llegar hasta el cruce con el Tibidabo, casi tres kilómetros más arriba, y volver a bajar. También fue una temeridad entrar en el camino de tierra desde el carril contrario, pero la sangre no llegó al río.

Seguí la pista varios cientos de metros, pasé una casa semiderruida y a la izquierda vi el coche que había entrado en un pequeño claro del bosque muy bien resguardado por los árboles. Si no lo estuviera buscando, seguramente no lo hubiera visto. Avancé unos metros minorando aún más la velocidad y aproveché una curva del camino con un pequeño saliente de tierra para detener el Passat. Desde donde estaba no podía verlos, así que ellos tampoco me podían ver a mí. Si estaban en el coche, claro. Si se habían bajado, podíamos cruzarnos en cualquier punto y ninguno sabría qué explicarle al otro.

Caminé los escasos cien metros que me separaban del BMW y me acerqué con sigilo, sobre todo cuando confirmé que estaban en él. Sobra decir que en ese momento tenía el corazón en un puño, un nudo en el estómago, la respiración acelerada y aquel frío dorsal que no me había abandonado desde hacía demasiados minutos.

La mejor manera de ver sin ser visto era acercándome por el lado del copiloto, pues había más matorrales que al otro lado. Cuando estuve a menos de diez metros, se me heló la sangre. Cristian estaba sentado en su asiento, mientras una cabeza de corta cabellera rubia se movía arriba y abajo entre su cintura y el volante. ¡Dios! Sé que nunca olvidaré esa estampa. El cuerpo rígido del tío, sus ojos cerrados, su boca medio abierta, su brazo izquierdo apoyado contra el cristal mientras la mano derecha bajaba a sostener la cabeza de la felatriz.

Estuve un rato que no os puedo cuantificar paralizado. Viendo sin ver. Embelesado, estado del que salí cuando Cos levantó la cabeza. Reaccioné automáticamente, agachándome, pero no quise ver más. Ya había tenido suficiente.

No recuerdo mi trayecto al coche. Solamente sé que me senté en él temblando. Tampoco sé por cuánto tiempo. Aún estaba allí bloqueado cuando me llegó el whatsapp de mi mujer avisándome que ya había llegado a casa.

Yo también tenía que volver, pero ¿qué le decía, cómo actuaba, cuál debía ser mi reacción? En definitiva, ¿qué hacía? Qué debía hacer con mi pareja, con mi familia, con nuestro futuro.

Conducir me serenó. La verdad es que suele relajarme y, para alguien como yo, que me dedico a la venta y tengo visitas cada día a cierta distancia de casa, el coche me supone un buen lugar de reflexión. Normalmente del trabajo, pues planeo estrategias o busco argumentos para atacar a mis clientes. Pero en este caso era muy distinto.

Llegué a casa cuando las niñas ya estaban cenando en la mesa de la cocina, Cos a su lado escuchando lo que habían hecho en el cole. Me miró y con la sonrisa de siempre les dijo mirad quién ha llegado a lo que las mellizas se giraron contentas gritando papiiii. La misma familia feliz de cada tarde noche.

Subí a darme una ducha, pues necesitaba desintoxicarme, pero fui incapaz de diseñar un plan de acción. Estar bajo el agua, lejos de relajarme, incrementaba la sensación de rabia que hervía en mi estómago. Salí de la bañera con ganas de liarla, de decirle a mi amantísima esposa lo que había visto, que me había traicionado a mí y a las niñas y que ya podía ir haciendo las maletas. Sí, eso iba  a hacer.

Pero no lo hice. Bastó cruzármelas en el pasillo cuando salía del baño envuelto en una toalla, las pequeñas para lavarse los dientes y Cos tan guapa como siempre preguntándome qué tal el día y dándome un ligero beso, para que me lo replanteara. En su habitación, con el pijama ya puesto, les leí el cuento del día antes de ir a dormir mientras mi mujer bajaba a la cocina a servir nuestra cena y supe que no la liaría parda, que no quería entablar una guerra sin cuartel que acabaría por dañar, sobre todo a las más débiles.

La cena fue relativamente corta. Cos me contó su día en el trabajo, obviando un pequeño detalle, claro, y yo apenas probé bocado pues me encontraba mal, me excusé.

Realmente aquella tarde-noche de martes no fue distinta del día anterior ni de los martes de los últimos meses. Incluso, me acompañó a la cama para acostarnos pronto en vez de quedarse viendo la tele o navegando por internet como hacía otras veces. O había hecho yo. Para más Inri, estando ambos sentados en la cama leyendo, me abrazó suavemente por el abdomen interesándose por mi estado, y muy melosa ella, me preguntó si quería que lo arreglara de otro modo, bajando la mano y agarrándome el pene por encima del pantalón del pijama.

La miré sorprendido, no porque el gesto no fuera habitual, pues nuestra vida sexual era activa y variada, sino porque la supuse saciada. Pero ella lo entendió en otra dirección.

-Tendrás que conformarte con una mamada, que ya te dije ayer que me había venido la regla.

Aluciné. Era cierto que me lo había dicho el día anterior, entonces ¿qué había ido a hacer a la carretera de Vallvidrera? ¡Coño, a chupársela a su amante! Vaya pregunta más idiota. Por tanto, ¿qué era ahora yo para ella? ¿El segundo plato? ¡Ni de coña!

-Quita, quita –le dije cuando su mano ya había entrado en mi bóxer.

-Pues sí que tienes que estar mal para rechazar una de mis super-mamadas. –respondió coqueta jugando a hacerse la enfadada, me dio un pico y siguió leyendo.

Sobra decir que no pegué ojo en toda la noche. Ella sí, como un tronco, algo bastante habitual. No podía quietarme de la cabeza la escena. Constantemente me preguntaba por qué, desde cuando, cuantas veces, con cuantos tíos. Podía haber sido algo puntual, me decía a mí mismo para tranquilizarme.

Buscaba indicios, gestos, razones para que mi mujer tuviera un amante. Nuestra vida sexual siempre había sido muy buena. Desde que nos conocimos, hacía ya doce años, nos habíamos compenetrado muy bien, habíamos establecido un nivel de confianza tan profundo que a los pocos meses ya sabíamos que pasaríamos juntos el resto de nuestra vida. Una conexión que nunca sentí con ninguna de las cuatro novias anteriores a Cos y que ella siempre me había confesado en la misma dirección.

Ahora, en cambio, tumbado en la cama con los ojos abiertos como naranjas no dejaba de ver la cabeza de mi mujer moviéndose rítmicamente en el asiento delantero de un coche ajeno.

Los siguientes días fueron durísimos. En casa aparentaba normalidad, sobre todo de cara a las niñas pero Cos no tardó ni dos días en percibir que algo andaba mal. Me excusé con el trabajo, inventándome un ERE que podía afectarme, lo que provocó que me llenara de cursos, ofertas de la competencia, ideas de negocio que solamente lograban agobiarme más. Mantuvo, además, sus acercamientos a mí. Tan cariñosa como siempre, me abrazaba constantemente y las dos noches siguientes quiso relajarme de la mejor manera posible. Volví a rechazarla un día, no se me levantó al otro, cuando no pude evitar que se metiera mi polla en la boca y se dedicara a una de sus especialidades amatorias. Menos de cinco minutos después se la sacaba derrotada, preguntándome con la mirada qué coño pasaba mientras ella misma me disculpaba aludiendo a la tensión en el trabajo y a lo mal que lo debía estar pasando.

La semana siguiente no tuvimos ningún tipo de contacto físico. Más allá de la abstinencia sexual, apenas nos besamos o abrazamos, pues mi frialdad era manifiesta. Llegó a preguntarme si la culpaba de algo o si me había hecho algo. Pero lo negué. Me costó, no creáis que no, pero pesaba más en mi ánimo el bienestar de las niñas.

Cos es una mujer con mucho carácter, acostumbrada a controlar las situaciones y a solucionarlas cuando se tuercen. Siempre ha sido valiente y decidida, algo que yo también soy, por lo que no entendía por qué yo no tomaba las riendas del trance y, sobre todo, por qué no lo compartía con ella. Pero la respuesta a preguntas que no me hizo pero que sé perfectamente que bullían en su cabeza era tan simple como que yo no estaba dispuesto a desatar un conflicto o a prender una mecha si no podía controlar el alcance de los daños.

Aunque siempre he pensado que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, decidí tomar el camino más largo, pues pensé que así tendría más tiempo para reflexionar y me daría mayor margen de maniobra ante los acontecimientos que se fueran produciendo.

Después de darle muchas vueltas, mi prioridad era mi matrimonio y mi familia. Conocer a Cos era lo mejor que me había pasado en la vida y la familia que habíamos formado me parecía simplemente perfecta. Por tanto, decidí que no quería perderla. Pero para ello, debía saber. El camino más corto era preguntarle directamente a mi mujer, evidentemente, pero el instinto me pedía ser maquiavélico. Me estaba engañando, así que también podía mentirme y mi prioridad era saber exactamente qué estaba pasando, por qué había pasado y cómo solucionarlo.

Durante el siguiente mes tracé el plan. Siempre he sido un buen estratega por lo que tardé pocos días en dibujarlo en mi cabeza. La puesta en marcha era lo complejo y, aunque intenté dejar pocos cabos sueltos, no lo tenía controlado al cien por cien.

Puesto en marcha, lo más difícil fue la convivencia en casa. Nuestra relación de pareja siempre había sido muy próxima, muy cariñosa, cómplice creo que es la palabra que mejor la definiría, lo que suscitaba una vida sexual muy activa. Os podéis imaginar que tener a mi mujer a dos velas durante un mes y pico, sí, a mí también, era difícil de llevar, lo que provocaba que ella estuviera súper irritable y saltara a la mínima. Puedo afirmar que ella no estuvo todo el mes desatendida, claro, pero esto no sólo es harina de otro costal sino que creo que aún la ponía de peor humor.

Los primeros días, mientras acababa de dar forma al plan, los dediqué a conocer mejor los hábitos del individuo. Eran bastante tópicos, la verdad, pero pronto encontré un escenario en el que podría ponerlo en práctica.

Al tener un trabajo en el que me muevo bastante y tengo absoluta autonomía para gestionar mi agenda, pasé varios días esperándolo al llegar a la oficina, viendo cómo salía a comer con algún compañero o compañera, Cos incluida, iba al gimnasio antes de volver a casa, a menudo salía de éste con alguna chica, con la que tomaba algo o se la llevaba a su casa. Este patrón era más o menos estable aunque desigual, pero cada día de los que estuve allí y no se fue acompañado de mi mujer, se tomó una pinta en un pub galés situado en la calle posterior a sus oficinas.

No os he dicho que otra de las razones que aumentaron la irritación de Cos conmigo fue que me dejé barba. De novios, la había llevado alguna vez, más por pereza para afeitarme que por estética, pero desde que nos habíamos casado no había vuelto a dejármela crecer. En dos semanas se me puso cara de leñador, según el veredicto de mi amantísima esposa, y sin llegar a pedirme en ninguna ocasión que me la afeitara, podía ver claramente en su mirada que no le gustaba nada y que aumentaba su desconcierto respecto a mi comportamiento. Además, como estaba pasando menos horas trabajando, tenía menos que contarle del laboro así que nuestras charlas eran aún más cortas.

Tardé dos días en lograr entablar conversación con Cristian en el bar. El primero había pecado de desconocimiento, pues cuando entraba se dirigía directamente a un lateral de la barra asignado a los camareros y en un inglés muy extraño, cuando hablé con él supe que usaba acento de Gales y que saludaba al dueño en galés, se dirigía a éste como auténticos camaradas. El segundo día, también entré antes que él y, aunque había poca gente, se postró muy cerca de mí pues yo me había colocado expresamente para que así fuera.

Utilicé la excusa del inglés extraño que utilizó para comenzar una charla supuestamente casual con él en la que me explicó que había estudiado la carrera en Cardiff y que desde entonces se consideraba un galés más, razón por la que solía pasarse por allí siempre que podía saliendo del trabajo para tomarse la pinta a la que se había aficionado en Gales. Mis dotes de comercial charlatán hicieron el resto y lo que otros días eran quince minutos de su tiempo se convirtieron en una hora larga en la que me estuvo explicando, ayudado por Ian, el dueño del garito, las bondades del país del dragón rojo.

Cuando el tema folclórico-patriótico se fue gastando, derivamos hacia el deportivo, pues Gales es una potencia en rugby, pero ahí Ian me estaba pisando el terreno así que en cuanto pude derivé la conversación a temas laborales. Era en ese punto donde había decidido ganarme el pan.

La empresa en la que trabajaban se dedicaba a dar servicios de consultoría a empresas, principalmente médicas y farmacéuticas. Pues bien, Cos siempre se había quejado de la imposibilidad de encontrar un partner externo que solucionara una incompatibilidad de datos en el sistema de CRM que utilizaba la compañía. Las veces que me lo había explicado me decía que el coste de reparación de la disfunción era casi tan alto como el programa en sí, por lo que no valía la pena hacerlo, pero a ellos en el día a día les dificultaba el trabajo bastante.

Así que le expliqué a Cristian que trabajaba en una empresa de software a medida para empresas y que últimamente lo que más nos pedían, teniendo en cuenta que la mayoría de empresas ya estaban informatizadas, era soluciones y parches para mejorar o adaptar sistemas de gestión. Picó el anzuelo más rápido de lo que esperaba, así que decidí estudiar el problema que me contaba. Intercambiamos teléfonos, entregándole una tarjeta mía hecha adrede para la ocasión en la que me presentaba como un desarrollador de software para grandes cuentas con mi nombre de pila pero un apellido distinto.

Le llamé al día siguiente, sólo para mantener vivo el interés pero sin haber podido mirar mucho su caso. Tardé dos días más en volver a contactar con él y esta vez sí le di esperanzas, pero tampoco fui especialmente efusivo. Decidí que la semana siguiente sería la Semana.

Su principal interés, según descubrí la siguiente vez que hablamos en el pub, era cargarse a su jefa. Era lunes y me había llamado él para que nos viéramos. Según me contó, era una arpía medio incompetente que puteaba al equipo tanto como podía, apropiándose de los éxitos de éste y desviando las responsabilidades de sus errores hacia cualquier miembro del grupo que pudiera acarrear con la culpa. Vamos, nada que no supiera por Cos y que no pasara en un sinfín de compañías. Pero su jugada era saltársela y proponer la mejora directamente al consejero delegado demostrando que la bruja se había quedado desfasada en los avances del mercado.

Conociendo lo que sabía de ella por mi mujer, me sorprendió que pudiera ser tan fácil descabalgar a la directora del departamento pero no se lo dije. Mi meta era otra, así que me importaba bien poco si Cristian ganaba o perdía la batalla. Más bien pensé que si la perdía ya podía desempolvar sus estudios de galés pues no volvería a trabajar en el sector en su vida.

Fue el jueves. La elección no fue casual. Era el día en que Cristian y Cos se habían ido juntos la semana anterior. Lo cité a las 5 en el pub para obligarlo a salir sólo de la oficina, pero no llegué hasta media hora más tarde, para obligarlo a empezar a beber. Nos sentamos en una mesa del fondo del local para estar tranquilos y le expliqué muy resumidamente lo que podía hacer por su empresa, enfatizando que lo haría a través de él pero como free lance, pues mi empresa me obligaría a trabajar directamente con la suya con lo que su jefa se apropiaría del mérito.

En menos de media hora, tenía al tío eufórico. Le había puesto sobre la mesa las herramientas suficientes para clavar la daga tan hondo como pretendía. Entonces sonó su móvil. No me lo dijo, pero supe que era Cos. Sin duda le preguntaba dónde estaba lo que me confirmó que esperaban repetir la excursión de semanas anteriores. Se disculpó por tener que atender la llamada, pero no se levantó. Respondió delante de mí.

-Lo siento pero aún no he acabado. –Al otro lado de la línea supongo que le preguntaron por el tiempo que le quedaba conmigo con lo que Cristian respondió que aún tenía para rato a lo que añadió: -¿Por qué no vienes? Esto también te interesa y creo que deberías venir.

Cuando colgó supe que mi plan se aceleraba, pero no podía imaginar lo bien que irían las cosas cuando me anunció que una compañera se nos uniría pues ella también participaba de las mismas intenciones.

Diez minutos después, me anunció que ya estaba aquí señalando a una rubia de media melena vestida con un traje ejecutivo de falda y chaqueta gris con blusa rosa pálido que se nos acercaba cruzando la sala. Me giré levemente, pero no me reconoció pues ni me esperaba ni las gafas de pasta negras que me compré a modo de disfraz y que había llevado puestas las tres veces que había quedado con su amante lo dificultaron. Pero al llegar a nuestra mesa y tenderme la mano para saludarme se quedó tan petrificada como yo me había quedado hacía exactamente seis semanas y dos días.

Antes de que ella pudiera emitir sonido alguno, pues ya tenía la boca abierta, me presenté con mi nombre verdadero y mi apellido falso. Cossima Belli fue lo único que se atrevió a decir, mientras Cristian le hacía sitio a su lado moviéndose a la izquierda en el mullido sofá de sky granate. Me taladró con la mirada, pero en vez de sentarse balbuceó una excusa que provocó que Cristian se levantara a detenerla, pero más allá de cruzar un par de frases por lo bajo que apenas oí no pudo evitar que se fuera.

-Lo siento, dice que le ha salido un imprevisto y no puede quedarse –se disculpó el pardillo. A lo que a continuación agregó, dándome pie a acelerar mi estrategia: -No pasa nada, hablar conmigo es como hablar con ella.

Aproveché para pedir dos pintas mientras iba al baño, pues necesitaba serenarme y medir bien mis siguientes pasos. Salía del excusado cuando me entró un whatsapp: “Qué coño estás haciendo?” Al sentarme en la mesa, respondí: “Dímelo tú”

La siguiente cerveza fue la tercera, cuarta para Cristian, y marcó el pistoletazo de salida. Habíamos seguido hablando del proyecto del que el muy idiota no se dio cuenta que sabía demasiado, más de lo que él me había explicado, aunque creo que lo atribuyó al considerarme un excelente profesional que se había informado muy bien. Lo que no sabía él es que soy un excelente profesional en el excitante mundo de la manipulación.

-¿Esta compañera… Corina… -Cossima, corrigió él -…quién es?

-Una buena compañera, de las mejores que hay. Súper eficiente y de absoluta confianza.

-Pero me refiero, ¿ella también está por la labor de… cambiar las cosas en el departamento?

-Sí. Y tanto. Ella es la subdirectora del departamento así que está por encima de mí pero es la primera a la que le caen las hostias cuando la vaca muge.

-Comprendo, pero si os la cargáis, será ella la que tome el mando, ¿no?

-Podría ser, pero lo tengo bien pensado y procuraré ser yo el que dé el salto.

-¿Cómo? ¿Te la vas a cepillar? –Utilicé el verbo adrede, jugando con el doble sentido. El brillo de sus ojos me confirmó que había dado en el blanco. Además de una media sonrisa triunfal que se dibujó en su rostro.

-Bueno, la verdad… -por primera vez empezó a medir sus palabras, así que como no arrancaba, le ayudé.

-¿Es tu novia? ¿O sois pareja o algo?

-Algo –soltó con aparente pudor. –Dejémoslo en algo.

Sin que él se diera cuenta, había desbloqueado el teléfono hacía unos minutos jugando con él en las manos como si de un acto nervioso se tratara, así que lo solté sobre la mesa centrándolo entre ambos y accioné el icono de grabación de voz.

-¡Te la estás tirando! –afirmé con una amplia sonrisa mientras mis ojos lo felicitaban y mis labios añadían un qué cabrón, con lo buena que está. -¿Qué pasa, es un secreto o es de aquellas que no quieren tener rollos en la oficina?

-Está casada –soltó eufórico. Mi respuesta fue un joder acompañado de un par de risas y otro qué cabrón mientras el tío se iba hinchando cada vez más.

Lo tenía dónde quería y me había sido mucho más fácil de lo esperado así que no me conformé con una simple confirmación de lo que ya sabía. Pegué un buen trago a mi cerveza hasta casi acabármela y pedí otras dos pintas mientras le animaba:

-Espera, espera. Esto me lo tienes que contar bien.

-No hay mucho que contar –le quitaba hierro al asunto aunque vi claramente que era falsa modestia. –Uno que sabe tratar a las mujeres –fanfarroneó.

-Eso no lo niego –seguí hinchándolo. -¿Qué pasa, que el marido no le da caña, o qué?

-No, no va por ahí el tema, –le pegó un buen trago a la cerveza que nos acababan de servir –aunque últimamente no sé qué mierda tiene en su trabajo que el tío no la toca. Y a una tía como Cossi no puedes tenerla necesitada.

-O sea que es una fiera.

-Ya te digo.

-Pues mira que tiene cara de mojigata –pinché.

-¡Qué va! Es un auténtico zorrón. Es de esas que siempre quieren más.

-¡Joder con la señora directora! –Subdirectora me corrigió. –No hay nada que me dé más morbo que me la chupe mi jefa. –Sonrió con auténtica suficiencia- ¡Qué hijo puta! Si es tan zorra como dices la tiene que chupar de vicio.

-Ya te digo. –Era una coletilla que utilizaba bastante, además de verbalizarlo en un acento un tanto vulgar.

-Te imagino llamándola a tu despacho y venga jefa, de rodillas.

-No, no, qué va. No tengo despacho propio ni ella tampoco, pero me has dado una idea. Mañana haré que me la chupe en la oficina –dijo soltando una carcajada. Ya no dije nada más. Se fue embalando y apenas tenía que hacer leves comentarios o reírle las gracias, cual viejo verde, para que mantuviera la velocidad de crucero. –Donde más me la ha chupado es en el coche. Ahora debería estar haciéndolo, para eso habíamos quedado. –Puse cara de disculpa. –Una pasada tío. Te juro que es una auténtica aspiradora. Es de aquellas tías a las que les gusta más una polla que un caramelo. Vaya manera de chupar, tío. Y se lo traga todo, tío, todo. No deja ni una gota. Es tan puta que te deja los huevos secos y la polla completamente limpia, reluciente. Eso cuando tenemos prisa. Cuando hemos ido a un hotel y hemos tenido tiempo, buf. Es insaciable. La puedes poner como quieras y darle como quieras. Encima, debajo, a cuatro patas. Una pasada tío. Y puedes decirle lo que quieras. Zorra, perra, puta. No te lo puedes imaginar.

Sí, era cierto. Estaba describiendo a la Cossima que yo conocía, a mi Cos. Una mujer muy activa en la cama, que le gustaba el sexo y se entregaba a él al máximo, realmente como solía hacer con cualquier actividad de su vida. Cos no contemplaba hacer ninguna labor sin dar el máximo de sus capacidades. Eso era algo que me enamoró de ella, aunque ahora me estaba apuñalando.

No quise continuar por allí. Sabía que si quería sacarle información tendría que soportar la etapa bravucón pero me interesaba más el cómo y desde cuándo.

-¿Llevas mucho Tirándotela?

-Unos tres meses, un par de veces por semana. Desde que la conocí me dije que a esa tía me la pasaba por la piedra como que me llamo Cristian. La verdad, me va bien con las tías y no suelen resistírseme mucho, pero con esta me costó. Aunque estaba convencido que caería, pues algo me decía que bajo esa fachada de esposa y madre ejemplar había una zorra de campeonato. Tonteé un poco con ella y me la acabé tirando en la cena de Navidad. En el coche de su maridito –especificó soltando una risa burlona. Recordaba que aquel día se había llevado mi coche pues habíamos dejado el suyo en el taller. –No fue el mejor polvo que hemos echado pero ya la puse a cuatro patas en el asiento trasero. Al principio quería que me conformara con una mamada, pero es tan guarra que cuanto más me la chupaba más caliente se ponía, así que me acabó pidiendo que me la follara. –Hizo una pausa, le pegó un buen trago a la cerveza con lo que se la acabó y pidió otra. Yo aún tenía la mía a la mitad pero Ian nos trajo dos más. Mientras nos servían aproveché para mirar mi móvil y vi que la grabación ya iba por el undécimo minuto. –Yo pensaba que la cosa no pasaría de aquí. Además, yo ya había conseguido lo que buscaba, pero después de meses de remordimientos y mierdas, hizo lo que hacen todas las casadas. Mucho lloriqueo, mucho arrepentimiento, pero siempre vuelven pidiendo más. Y ésta, es insaciable tío. Una mina tío. Siempre está dispuesta.  Es más, mira lo que te digo, si quisiera me la tiraría a diario, pero tengo otras zorras en la agenda y no me gusta atarme a una sola. –Otro trago largo. A mí ya no me cabía más. –Pero esta… esta es especial. Me la seguiré tirando mientras dure. En el coche, en mi piso, en un hotel. Y más ahora que el pringado del marido la tiene desatendida.

Iba a apagar el móvil, acabar con la farsa y largarme cuando lanzó la bomba.

– Tienes razón tío, me falta la oficina. Mañana lo hago. Me la estoy tirando dos días por semana y tocaba hoy, así que para compensar mañana haré que se quede a las 3 y me la cepillaré en su mesa. –Ya no lo escuchaba cuando añadió: -Mañana en la oficina no me conformaré con follármela. Le daré por el culo, ahora que se lo he roto.

-¿También se deja por…? –no acabé la frase. Su sonrisa de suficiencia ahora era de auténtico orgullo mientras asentía con la cabeza. Sin duda era el macho alfa de la manada.

-Ya te digo. –Seguía asintiendo en el tono más perdonavidas que he visto nunca. –Una pasada tío. ¿Y sabes lo mejor? Lo hice en su casa. –Abrí los ojos como platos. Eso sí que no me lo esperaba. –Como te digo, el marido no la toca desde hace más de un mes y va más caliente que un microondas. Pues le dije que me la quería tirar en su casa. ¿Crees que puso reparos? ¡Qué va! Ni cuando le dije que quería hacerlo en su habitación, en su cama. Al contrario, es la vez que ha estado más caliente. Tanto que le dije hoy voy a darte por el culo, por puta, así se lo dije. Me dijo que no un par de veces, no creas, pero estaba a cuatro patas y no se resistió. Una pasada tío. Le reventé el culo en su casa. Y delante de mí, la foto familiar con el pringado y sus dos hijas.

-¿La foto de cuerpo entero que está en la mesita de la izquierda o la de estudio que está en la de la derecha? –escupí quitándome las gafas.

El vaso no llegó a sus labios. Estaba recorriendo el camino cuando se detuvo de golpe. Me miró a los ojos fijamente un par de segundos. Parece que las dos neuronas de su cerebro acababan de realizar la conexión y se daban cuenta de la trampa en que había caído. Dejó la bebida sobre la mesa y levantándose con cierta dificultad por la cantidad de alcohol que había bebido logró balbucear un lo siento tío.

Cuando llegué a casa las niñas ya estaban acostadas. No estaba borracho, pero sí muy cargado y sabía que ahora vendría la batalla de verdad. Me esperaba en la cama, sentada, apoyada en el cabecero con las piernas dentro de las sábanas. Llevaba el pijama azul cielo con cenefas violetas. Estaba preciosa, como siempre, pero obviamente estaba muy tensa.

No dijo nada mientras me desvestí. Esperaba que yo atacara pero estaba muy cansado y no me veía con fuerzas. Le anuncié que me iba a dar una ducha y me acostaría. Entonces preguntó:

-¿Me vas a dejar?

-No.

Su cara se iluminó, incluso llegó a dibujarse una sonrisa en su rostro. Se incorporó ligeramente, y se acercó a los pies de la cama casi gateando, para quedar sentada a la japonesa, con el culo sobre los tobillos.

-Lo siento. Ha sido una tontería pero te juro que no ha sido nada. Sólo sexo.

No la dejé continuar. Accioné la reproducción del audio y le tendí el móvil. Me di la vuelta para entrar en el baño y me sumergí en la ducha, al menos durante los 18 minutos que duraba la grabación.

Cuando volví a la habitación Cos tenía la mirada perdida, con los ojos muy abiertos y acuosos, pero no lloraba. La verdad es que nunca la había visto llorar. Al final, el llanto no deja de ser un recurso más de los que utiliza el sistema nervioso para liberar tensión. Ella reía mucho y a menudo, sonoramente pero sin ser vulgar; gritaba si la sacabas de sus casillas, pero solía ser paciente; insultaba y maldecía cuando alguien o algo le disgustaba, en eso sí era una deportista experimentada; pero su principal desestresante era el sexo, de orgasmos largos e intensos. Esta era la primera vez que veía lágrimas en sus ojos, aunque no vi bajar ninguna por sus mejillas.

No sabía si había escuchado todo el audio. Tal vez lo había apagado en los primeros minutos pero conociéndola me hubiera sorprendido. Pero preferí no preguntar nada. Sentía un cansancio infinito, como si hubiera escalado una montaña, y solamente pensaba en acostarme y dormir. Me puse el pijama, entré en la cama, apagué la luz, quedando encendida únicamente la de su mesita, y cerré los ojos.

Cuando desperté mi mujer estaba vistiendo a las niñas. Miré la hora. 8.24. Normalmente ella salía de casa antes de las 8 y era yo el encargado de dejarlas en la puerta del cole a las 9 menos cuarto. Me incorporé medio aturdido, después de haber dormido como un bebé diez horas seguidas. Era obvio que mi cuerpo lo necesitaba después de un mes y medio sin pegar ojo. Lo curioso es que mi mente también, pues había desconectado completamente y ahora me levantaba liviano, sin la presión en hombros y espalda que me había estado machacando las últimas semanas.

Las niñas entraron en la habitación, deseándome los buenos días entre abrazos de felicidad pues no me habían visto la noche anterior y simpáticas recriminaciones por haberme dormido y no poder llevarlas al cole.

-Hoy os llevo yo que papa está cansado del viaje de ayer. –Las echó de la habitación y girándose me pidió: -Hoy no iré a trabajar y me gustaría que tú fueras un poco más tarde. Quiero que hablemos. ¿Puedes hacerlo?

Le aguanté la mirada unos segundos. Estaba recién duchada y se había puesto un poco más de maquillaje del habitual, supongo que para disimular las marcas de una noche que debía haber sido muy dura para ella. Asentí ligeramente. No tenía nada ineludible a primera hora, aunque llamaría a la oficina para confirmarlo, pues últimamente Bego, la administrativa que daba soporte a mi departamento, ya había tenido que avisarme un par de veces pues se me había pasado alguna cita.

Ya estaba en casa antes de las 9. Yo salía del baño envuelto en una toalla pues me había vuelto a duchar. Sentía una morriña descomunal, una bajada de tensión exagerada como si mi mente y mi cuerpo hubieran entrado en algún tipo de letargo.

Se sentó a los pies de la cama, sin duda para poder charlar mientras me vestía. Pero no lo hice. Sin desprenderme de la prenda de algodón que debía secarme, me senté a su lado y la miré a los ojos, invitándola a arrancar.

-Llevo toda la noche dándole vueltas a… esto y no sé por dónde empezar, la verdad. –Mostró una leve sonrisa, forzada, sin duda. –Lo mejor sería hacerlo por el principio, pero prefiero empezar por el final. O sea, por el futuro. Eres el hombre más importante de mi vida. Eres el hombre de mi vida. Y no quiero perderte. Te quiero. Te quiero más de lo que se puede querer a nadie, de lo que nunca he querido a nadie y si hay una conclusión a la que he llegado esta noche, algo que por otro lado hace doce años que sé y que tengo clarísimo, es que no quiero perderte, quiero envejecer a tu lado, quiero morir a tu lado y ser enterrada o incinerada a tu lado. –Hizo la primera pausa, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos tratando de calibrar mi reacción. Pero no mostré ninguna. –Fue un desliz. Te juro que nunca lo había hecho, nunca te había engañado con nadie y nunca había querido hacerlo. Egoístamente, no lo necesitaba. Pero es cierto que el otoño pasado me dejé llevar por la adulación de Cristian, le permití cruzar líneas que no le he dejado cruzar nunca a nadie y él, que es un conquistador nato lo aprovechó. Empezó como un tonteo entre amigos, pues eso era para mí, que no supe o no pude parar. –Dejó de mirarme por unos segundos, y se acomodó el pelo por detrás de la oreja en un gesto muy característico suyo. Volviendo a clavar sus preciosos ojos almendrados en mí, continuó: -Sabía perfectamente que la cena de Navidad era de alto riesgo. Lo confirmé cuando cenamos y te prometo que un par de veces estuve a punto de venir a casa pues sabía que podía ocurrir algo. Bebimos, aunque eso no es excusa porque sabes que no suelo perder el control y la verdad es que no lo perdí en ningún momento. Tampoco te negaré que me apetecía. Por eso, cuando la cosa se descontroló, cuando había habido algún beso y había logrado sacarme del local al que habíamos ido a bailar para que nadie nos viera pensé que se conformaría con un magreo o como máximo con una paja. Pero no pude pararlo. De la paja pasé a la mamada y de allí al coito. –Creo que era la primera vez en mi vida que oía a Cos pronunciar esa palabra. Cuando hablábamos de sexo, que solía ser antes, durante y después del acto, su lenguaje y el mío era completamente soez, pues a ambos nos excitaba. Ahora parecía querer bajar la intensidad de sus palabras utilizando un término que bien podía aplicarse para describir el apareamiento entre dos llamas o profundizar en la explicación infantil de las abejas y el polen. –Aunque visto en perspectiva pueda parecerte increíble, no sabes cómo me arrepentí. Por ti, en primer lugar porque no te lo merecías. Por mí, también pues me parecía una soberana estupidez lo que había hecho. Cristian era un compañero de oficina, un tío con el que tenía que compartir muchas horas y al que a menudo tenía que dar órdenes. Había sido un error. Garrafal. Pero ya estaba hecho así que hice lo único que podía hacer. Poner distancia y dejarle claro que había sido una sola vez. Un desliz. Él pareció comprenderlo y digamos que olvidé el tema, o traté de olvidarlo. –Ahora bajó la vista hacia sus manos que habían empezado a jugar con la alianza de oro blanco que decoraba su dedo corazón, mientras tomaba aire. –Me planteé contártelo, -volvió a mirarme, -pero preferí olvidarlo. Temí el daño que pudiera hacerte y quería pasar página lo antes posible. Había sido una equivocación y no volvería a repetirse.

Me pesaba un montón la cabeza. No era resaca, pero parecía que me hubieran administrado una droga para adormecerme, así que me dejé caer en el colchón y cerré los ojos. ¿Quieres que pare? Preguntó. No, continúa, le pedí sin levantar los párpados.

-Cristian cumplió su parte y yo cumplí la mía. Volvimos a ser amigos y compañeros como si nada hubiera ocurrido, comportándonos con absoluta normalidad. Y ese fue mi error. Mi segundo error. No poner distancia entre nosotros. A los pocos meses volvíamos a tontear y una parte de mí me avisaba de que debía ir con cuidado. Pero como él tampoco daba ningún paso, no era tan agresivo como había sido antes de navidades, no quise darle importancia, no quise ver la gravedad de lo que estaba haciendo, el riesgo que estaba asumiendo. –Hizo una pausa larga. Ella también se dejó caer hacia atrás en la cama, cerró los ojos y respiró profundamente varias veces. Ambos sabíamos que no había acabado, que aún estaríamos en la cama bastante rato, por lo que esperé pacientemente que tomara fuerzas, que buscara las palabras más adecuadas para continuar con su relato. La miré, esperando acontecimientos, y reparé en que tenía a la mujer más increíblemente atractiva del mundo. Seguía jugando con el anillo con las manos a la altura de la cintura. Su profunda respiración acentuaba la curva de sus pechos, poderosos. Su aún juvenil cuello se estiraba cual muñeca de porcelana. Su perfil, de labios finos pero bien dibujados y nariz pequeña ligeramente respingona, tenía que haber sido delineado sin duda por algún artista neoclásico. La admiré entendiendo porqué aquel chulo-piscinas había puesto la diana sobre mi esposa. Un pinchazo de excitación prendió en mi pene, pero el recuerdo de las manos de aquel puto cerdo en su cuerpo lo convirtió en rabia mal contenida. Afortunadamente, las palabras de Cos saltaron al rescate. –Fue una travesura. Así lo sentí y así me auto justifiqué. Sólo es una travesura, me dije. Habíamos ido a una reunión con una firma japonesa que nos estaba dando por culo una barbaridad. Íbamos preparados para salir de allí bien calentitos, y en cambio la reunión fue tan bien que se iba a convertir en una de las mejores cuentas del año. No sólo capeamos el temporal, es que les dimos la vuelta y logramos aumentar el fee hasta doblárselo. Estábamos eufóricos. Tanto, que al entrar en su coche empezamos a besarnos como posesos. Te prometo que fue él el que dio el primer beso, aunque no puedo negarte que yo también lo deseaba. Fue un polvo muy rápido pero muy intenso, en el mismo parking subterráneo donde habíamos aparcado el coche. Este fue el primero. Hará unos tres meses de esto. El último fue este martes.

Detuvo la historia volviendo a mirarme. Esperaba alguna reacción por mi parte que no se produjo. Sus ojos se ensancharon y la humedad los anegó, dotándolos de un brillo intenso que los hacía más bonitos si cabe. Fue ella la que retiró la mirada, incorporándose para volver a sentarse al borde de la cama fijando la vista en la pared frontal, aunque era obvio que su mirada había ido mucho más allá de la pared antracita suave.

-Todo lo que escuchaste ayer de Cristian es cierto. No creo que sea exacto lo de habernos visto dos veces por semana, pero no va desencaminado. La mayoría de las veces lo hacíamos en su coche, pero un mediodía me llevó a su apartamento aprovechando que habíamos tenido una reunión cerca. Tres veces fuimos a un hotel, que pagó él… -como si eso la disculpara -…y el jueves pasado vinimos aquí, a casa.

Volvió a detenerse. Mi falta de reacción la estaba atenazando, lo notaba perfectamente, pero aún no tenía clara cuál debía ser, ni tampoco la intensidad de la misma. Me mantenía anormalmente calmado por más que el estómago me ardía como nunca lo había hecho. Si algo tenía claro era que no me dejaría llevar por mis impulsos. No quería mostrarme irascible, por más que ella lo mereciera, y sobre todo, no quería hacer o decir nada que pudiera agravar más una situación de por sí gravísima.

-Lo del jueves, en casa, en esta cama, -enfatizó señalándola –fue imperdonable. Pero tiene razón cuando dice que después de más de un mes sin que me hicieras caso yo estaba totalmente descontrolada. Hacía semanas que había dejado de ser una travesura y se había convertido en… no sé cómo llamarlo. Una aventura.

Giró la cabeza hacia mí, abandonando la visión de la pared que habíamos pintado en el color del que se encaprichó hacía un par de años, y sus ojos se clavaron en los míos de nuevo. Por primera vez en mi vida, vi lágrimas brotando de ellas. Un fino reguero se deslizaba por sus dos mejillas, pero no hizo sonido alguno ni convulsión. Estaba destrozada, pero mantenía la pose orgullosa y segura de sí misma que la caracterizaba.

-Cristian es un cerdo. Lo sabía hace un año y lo sabía hace tres meses. Y si había alguna duda, la grabación lo demuestra con creces. Un cerdo y un hijo de puta. Pero eso no me disculpa. Me dejé llevar y me acabé convirtiendo en la zorra que describe. –Se secó las lágrimas con los dedos de la mano, en un gesto coqueto y continuó: -Ahora, viéndolo todo en perspectiva, comprendo por qué has estado así estas seis semanas. Me viniste a buscar, ¿verdad?, el día aquel que me preguntaste si saldría puntual. –Sonrío con amargura. –Nos viste salir juntos y te diste cuenta de que te estaba engañando. ¿Por qué no me dijiste nada? Lo hubieras parado. Yo hubiera parado, de golpe. Habría despertado del sueño en el que me había metido.

¿Me estaba culpando de algo? Supongo que la expresión de mis ojos le permitió ver la pregunta que cruzaba mi mente y retrocedió.

-Yo soy la única culpable de lo que estaba sucediendo. No quiero echar en tus hombros responsabilidad alguna. Pero me engañaste como una idiota con lo de tu empresa y llegué a preocuparme mucho. Y sí, me comporté como una egoísta pensando sólo en mí. En mi disfrute personal cuando tú estabas hecho polvo. Traté de mimarte en casa mientras fuera te traicionaba, como si eso aplacara el daño pero sólo mitigaba mis remordimientos. –Las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas pero no se detuvo hasta que soltó todo lo que tenía que decir. –Te quiero y no quiero perderte. -Estiró las manos y agarró las mías lo que me obligó a incorporarme. –He roto nuestra relación en pedacitos muy pequeños, pero haré lo imposible para volver a juntarlos todos y volver a pegarlos. Te quiero. Te quiero. Te quiero y te pido que me perdones. Me he portado como una cría inmadura y te he hecho un daño atroz, lo sé, pero me aterra perderte…

Tuvo que detenerse porque las compuertas de la presa que sostenían sus lagrimales se resquebrajaron. El hilo de lágrimas que habían humedecido su cara se convirtieron en un auténtico torrente mientras un crujido sonaba en lo más hondo de su ser y estallaba en todo su cuerpo. No pude hacer otra cosa que abrazarla. Con fuerza, sosteniendo un cuerpo que se rompía cual muñeca de porcelana. Lloró como creo que no había llorado nunca, como queriendo extraer todo el líquido que no había sacado en los últimos veinte años. Me asió con fuerza, clavándome dedos y uñas en la espalda, pero no la aparté. Tenía claro que la quería, por más herido que estuviera, y sentí que debía mostrárselo.

Llegué al despacho pasadas las 11. Aunque había avisado a Bego de que un tema personal me tenía retenido en casa, para qué mentir, mi jefe me esperaba con mala cara pues los viernes nos reunimos los 6 comerciales de la empresa para pasar cuentas de la semana y planificar la siguiente.

Había dejado a Cos más tranquila, sobre todo en lo referente a nuestra relación, pues no tenía ninguna intención de dejarla, pero más allá de obligarla a dejar de dirigirle la palabra al chulapo, algo difícil de cumplir compartiendo equipo de trabajo, tan sólo le pedí que fuera a una tienda de colchones a cambiar el de nuestra habitación, pues tenía clarísimo que esta había sido la última noche que había dormido sobre él.

Puedo asegurar, lo sé con certeza, que no volvió a haber el más mínimo roce entre mi mujer y Cristian. Es más, su relación se volvió tan tensa que incluso tuve que pedirle que se moderara pues el tío podía darle a la lengua y ponerla en un aprieto. No lo hizo. Afortunadamente él aceptó una oferta de trabajo de un competidor y cambió de aires a las pocas semanas.

En casa, la reconciliación fue lenta pero firme. Volvimos a hacer el amor a los dos meses. No se pareció en nada a los centenares de veces que nos habíamos acostado, que habíamos follado. No hubo preliminares, ni juegos, ni palabras soeces. Ni siquiera palabras de amor. Ya hacía unos días en que me había ido aproximando a ella. La rabia había ido dando paso a la necesidad de abrazarla, de besarla, de volver a sentirla mía.

Estábamos en la cama listos para ponernos a dormir. Ella había leído un poco mientras yo acababa de asearme. Me metí bajo las sábanas y me dejé llevar por mis impulsos más primarios. Quería notarla, sentirla. La abracé, suavemente al principio, con vigor a los pocos segundos. Ella me correspondió con la misma intensidad. Sus pechos se pegaron a los míos, mis piernas se colaron entre las suyas. Bajé las manos y la aferré por las nalgas. No llevaba pantalón, así que me bastó con apartar el tanga a un lado para que mi erección entrara en ella. No estaba lubricada, pero su cueva me acogió cual hijo pródigo mientras un suspiro emergía de las profundidades de su ser. Me moví con suavidad, degustando su intimidad, mientras nuestros cuerpos se fundían como si quisiéramos traspasarnos. No aguanté demasiado. Tres meses sin sexo no son en balde pero sé que la hice feliz. Aumenté la velocidad lo justo para llegar al orgasmo y me derramé.

-No salgas, por favor –fue su única petición cuando acabé. –Déjame sentirte más rato. Lo necesito.

Se lo concedí. Durante más de media hora estuvimos conectados, moviéndome sutilmente mientras sus piernas me rodeaban y sus brazos me estrechaban, convirtiéndolo en uno de los actos de amor más íntimos que nunca he tenido con ninguna mujer.

Si os dijera que olvidé os mentiría. Creo que nunca podré hacerlo, pero nuestra relación ha evolucionado hacia una mejor compenetración, e incluso me atrevo a afirmar, por contradictorio que pueda parecer, hacia un mayor grado de confianza. En el sexo, además, hemos vuelto a ser los amantes fogosos, sucios y obscenos que siempre habíamos sido.

***

Ya ha pasado medio año de nuestra segunda primera vez y hemos escrito un nuevo episodio.

La relación poco a poco fue volviendo a su cauce. Opté por tratar de olvidar, pues me pareció el mejor antídoto. Tuve dudas, muchas dudas. La prueba de fuego se produjo la primera vez que salió de cena con su grupo de amigas, algo que solía ocurrir al menos una vez al mes pero que no había hecho hasta que percibió que yo estaba preparado. Superé el trago con cierta comodidad, ayudado por el hecho que llegara a casa más pronto de lo que solía, pues había declinado la invitación a tomar una copa y bailar un poco después de cenar.

La espina clavada en lo más profundo de mi ser seguía allí, percutiendo, pero de un modo inesperado. Yo había decidido pasar página, estaba convencido de que Cos no volvería a engañarme nunca, como cuando ha habido un accidente y sabes que aquella compañía o medio de transporte se convertirá en el más seguro del mundo, pues difícilmente van a volver a cometer el mismo error. Así me sentía en referencia a mi mujer.

La diferencia estribaba en cómo me sentía en referencia a mí.

Paulatinamente empecé a fijarme en otras mujeres. Pocas tenían un atractivo parecido al de la mía, muchas no le llegaban ni a la suela de los zapatos. Pero las miraba, con cierto deseo. Pero cuando analizaba fríamente por qué las anhelaba me daba cuenta que solamente buscaba devolverle la moneda a mi infiel esposa.

No eran más guapas, no eran más atractivas, dudaba que fueran mejores en la cama y, sobre todo, no esperaba que me dieran más placer ni que me hicieran sentir mejor. Pero las ansiaba.

Acabé decidiéndome. Afirmativa y concretamente. Iba a hacerlo y había decidido con quien.

-Quiero acostarme con Chiara. –Estábamos sentados en la cama, como otras noches antes de ir a dormir. Ella tenía la regla pero como la noche anterior, y otras muchas noches en que estaba con el período, había comenzado acariciándome por encima del bóxer para colar la mano a continuación y sacarme la polla dura para tragársela y dejarla seca. Se la acababa de meter en la boca cuando lo dije. Se detuvo de golpe. Levantó la cabeza mirándome fijamente y preguntó ¿Qué has dicho? –Me has oído perfectamente.

El cabreo fue monumental. Ni paja, ni mamada ni limpieza de bajos. Chiara Lombardo era su mejor amiga, íntimas desde que estudiaron juntas la primaria y secundaria en el Liceo Italiano de Barcelona. La única persona de nuestro entorno que conocía la historia de Cristian. La que le había dicho que estaba loca y le había pegado una bronca monumental por poner en riesgo una relación maravillosa. Una mujer atractiva e inteligente con la que yo también me llevaba bastante bien. No eran hermanas, pero se llamaban sorella entre ellas.

-Me lo debes.

-No puedes hacerme esto. –Pero mi mirada, inquisitiva, la detuvo. –Por favor, te lo ruego, no me pidas algo así.

-Además me ayudarás a hacerlo. –Un tenue por favor salió de su garganta, pero ni lo oí ni quise escucharlo. No me iba a echar atrás y ella lo sabía.

Mi plan era muy sencillo y, tal vez por ello, daba por hecho que se podría llevar a cabo con éxito. Cos operaría de alcahueta y le pediría a su mejor amiga que se acostara conmigo pues era un pago que me debía. La duda, mi duda, era si debía presentarme como el inductor o solamente como el actor. En el primer caso yo aparecería ante los ojos de Chiara como un cerdo vengativo, en cambio en el segundo, una mujer desesperada por recuperar a su esposo necesitaba equilibrar la balanza, para lo que le pedía ayuda a su hermana del alma.

Definitivamente la segunda opción era mejor, pues yo aparecería como víctima aunque realmente fuera el actor principal.

A diferencia de Cos en que solamente su padre era italiano, Chiara Lombardo era hija de un matrimonio de empresarios textiles turineses que se habían afincado en Barcelona siendo ella pequeña. Había heredado de sus padres el gusto por la moda, razón por la que solía ser la mujer más elegante de cualquier fiesta o reunión en que apareciera. Su figura, alta y esbelta, pero claramente mediterránea en cuanto a las formas, la colmaba de miradas lascivas entre los hombres, envidiosas entre las mujeres.

Solamente Cos tenía el porte, la belleza y el atractivo suficiente para rivalizar con ella. Juntas eran dos caras de la misma moneda. De media melena rubia y ojos marrones mi mujer, de largo pelo negro y ojos azules su hermana.

Cos intentó convencerme por todos los medios para que desistiera. Dando por sentado que necesitaba devolverle la jugada acostándome con otra mujer y que no lograría convencerme de lo contrario, me propuso alternativas con tal de que no fuera Chiara la interfecta. Llegó a proponerme, incluso, un trío con otra mujer, una desconocida, en la que ella haría todo lo que yo quisiera y se comportaría como la mayor de las putas, palabras literales.

Me negué en redondo. Así que a las tres semanas de haber soltado la bomba, no solamente había desistido en sus intentos para hacerme cambiar de opinión, si no que ya se había puesto manos a la obra. Con un solo aviso por su parte:

-Sé que no estoy en disposición de exigir mucho, pero como esto afecte mínimamente la relación con mi sorella no sé si podré perdonártelo.

El día de autos habíamos quedado con un grupo de amigos para cenar y tomar una copa, Chiara entre ellos claro. En aquella época, la amiga de mi mujer no tenía pareja, algo habitual pues viajaba mucho debido a que era la responsable internacional de una firma de complementos y no era una chica a la que le gustara atarse demasiado en relaciones largas. Alguna vez nos había presentado a algún novio, pero a las pocas semanas Cos solía avisarme de que ya le había dado puerta.

La cena transcurrió como era de esperar, entre charlas, risas, bromas más o menos divertidas y muy buen ambiente. Éramos once personas si no recuerdo mal que nos habíamos visto otras veces así que el nivel de confianza era alto y podías soltar las tonterías que te apeteciera pues jugabas en casa.

Cos bebió bastante. Porque formaba parte del plan, pero creo que también de mutu propio, supongo que tratando de mitigar el mal trago. Chiara, sentada a su lado, le seguía las bromas pero yo la notaba especialmente tensa.

Tomamos la copa en un local cercano al restaurante, en el que además se podía bailar, ocasión que aprovechamos en mayor o menor medida los miembros del grupo. Como era de esperar, nuestra amiga y Rosa, que también había venido desaparejada, sufrieron las acometidas de varios varones en edad de merecer, pero rechazaron todas las aproximaciones con elegancia. Marcos también había venido solo pero no tuvo que defenderse de nadie.

Sobre las 2 empezamos a desfilar, pues tres de las cuatro parejas convocadas teníamos hijos a los que deberíamos atender al día siguiente, aunque esta noche los hubiéramos aparcado con abuelos o canguros. Noté en seguida que Cos iba más perjudicada de lo que esperaba. También podría estar actuando, pero os aseguro que no es tan buena actriz. Así que Chiara se ofreció para ayudarme a llevarla a casa.

En aquel momento no sabía si el plan era ese, creo que sí, o si lo habían implementado sobre la marcha, pero por más amiga que fuera de mi mujer, yo no necesitaba ayuda para meterla en el coche o en la cama.

Las dos amigas subieron al asiento de atrás, para que Cos apoyara la cabeza sobre el hombro de Chiara. Cuchichearon algo que no oí, aunque mi amada esposa balbuceaba más que hablaba.

Le pregunté a Chiara si la dejaba en su casa a lo que me respondió que no, que nos acompañaba para ayudarme y que si no me importaba se quedaba a dormir en la nuestra. No dije nada a pesar de ser un argumento pobre de narices. Preferí centrarme en lo que se avecinaba y la verdad es que me empalmé como un burro.

Vivimos en una casa adosada de tres plantas, así que entramos por el parking y subimos hasta la segunda planta, prácticamente arrastrando a Cos que caminaba medio dormida. Entramos en el dormitorio, la tumbamos en la cama y entre los dos le quitamos zapatos y el ceñido vestido morado con el que estaba tan atractiva.

La dejamos arropada durmiendo la mona mientras yo le ofrecía la habitación de invitados, en la que había dormido alguna vez cuando aún no se había comprado el piso en que vivía desde hacía tres años en nuestro mismo barrio.

Yo seguí con el paripé, como si no esperara nada, dándole un pijama de Cos y deseándole buenas noches en la puerta de la habitación, mientras me dirigía al baño a asearme antes de meterme en la cama junto a mi bella durmiente. En vez de utilizar el baño de nuestra habitación como solía hacer cada noche, utilicé el de la planta, a medio pasillo, con la aparente intención de no molestar a mi mujer.

La idea era otra, claro, toparme casualmente con mi invitada al salir. Cosa que obviamente ocurrió, con dos especificidades. La primera, que Chiara ya se había puesto el pijama, que no era tal sino un camisón beige marfil que le sentaba como un guante. Mi empalme seguía sin bajar ni un milímetro. La segunda, que además de repetirnos el buenas noches, descansa, me preguntó si me apetecía tomar una copa pues se había desvelado un poco.

Supongo que no hace falta que diga que acepté.

-¿Te preparo una grappa? –Asintió, con un bajo en seguida.

La grappa es un licor típicamente italiano de altísima graduación, ríete de los tequilas y mezcales, que las dos amigas adoran aunque a mí nunca me ha seducido. Es como meterse un lanzallamas en la garganta.

Cuando bajó al salón su bebida estaba lista y yo estaba acabando de servirme un bourbon, mucho más agradable al paladar y menos agresivo para la faringe.

Le tendí su bebida y le di un buen trago a la mía mientras repasaba las formas de mi invitada sutilmente. Ella se dio cuenta, siempre se dan cuenta, pero no dijo nada. Inicié una conversación banal sobre la cena aliñada con cuatro anécdotas divertidas de la noche buscando destensar la situación, pues creo que nunca había visto a Chiara tan agarrotada.

Sorbí el último trago y jugué unos segundos con los hielos, empapándolos del resto de licor que pudiera quedar en el fondo, una costumbre que tengo desde que empecé a beber, hasta que volví a apurar el vaso y lo dejé en la bandeja del mueble bar.

-Yo por hoy ya he cumplido el cupo de alcohol. Me voy a la cama. Si quieres más grappa aquí la tienes –le dije señalando la botella transparente, pues ella también había apurado su brebaje.

Solamente pude dar un paso. Me detuvo parándose delante de mí, espera, dijo a escasos centímetros de mí poniendo ambas manos sobre mi torso. La miré haciéndome el sorprendido, ella me sostuvo la mirada fijamente, estiró los brazos para rodearme el cuello y su boca vino hacia la mía. Noté sus labios, pero me aparté suavemente.

-Chiara, ¿qué haces? -Por más que lo deseara, tenía que aparentar ser el marido fiel pues se suponía que yo era la víctima.

-Hace tiempo que lo deseo… -susurró –y a Cossi le debes una.

Sus labios contactaron de nuevo con los míos, su lengua buscó mi lengua. Me besó con ganas, impostadas o no, sentí avidez. No rechacé el morreo pero aún mantuve las manos muertas un rato, hasta que apartándose ligeramente me preguntó si no me gustaba. Antes de que pudiera responder, los tirantes del camisón habían descendido por sus brazos y un cuerpo espectacular se me mostraba orgulloso solamente cubierto por un tanga blanco semitransparente.

Sus manos tomaron mis manos para llevarlas a sus caderas, rotundamente delineadas y volviendo a tomarme del cuello para seguir besándome me anunció: esta noche soy tuya.

Cejé en mi actuación. ¿Para qué seguir desempeñando el papel de maridísimo? La besé con ganas mientras mis manos tomaban el control de su cuerpo. Lo recorrí varias veces mientras ella mantenía sus labios pegados a los míos y las manos en mi cuello. Abandoné sus labios para degustar su cuello, lo que provocó que suspirara ligeramente. Aunque me entretuve, acabé en sus pechos, duros, redondos, de pezón marrón, de una talla superior a los de Cos. Cambié al derecho. Me puse morado, pero bajé una mano para colarla entre sus piernas. No estaba demasiado húmeda, lo que me demostraba que era mejor actriz de lo que aparentaba. La masturbé con suavidad lo que provocó que aumentara el volumen de sus suspiros.

Se dejaba hacer pero aparte de haber iniciado el juego, ya no mostraba iniciativa alguna. Decidí cambiar dedos por lengua, así que la tumbé en el sofá y le quité el tanga. No iba completamente depilada como Cos, un hilo negro recorría su pubis como si de la continuación de su vagina se tratara. Le abrí los labios con los dedos y me sumergí en su feminidad. Los suspiros no aumentaron, pero pronto cambiaron de cadencia y ritmo. Ahora sí brotaba flujo.

En cuanto aceleró el ritmo de sus caderas decidí detenerme. Estaba surgiendo un diablo en lo más profundo de mi ser del que desconocía su existencia. Por primera vez en mi vida sentí que no me importaba lo más mínimo el disfrute de mi amante. Aunque se suponía que ella me estaba seduciendo, realmente era yo el que manejaba los hilos.

Me miró sorprendida cuando me puse de pié para desnudarme. Ella no dijo nada ni se movió, tumbada cual larga era con las piernas impúdicamente abiertas, esperándome. Me acerqué desnudo pero aunque ella esperaba recibirme entre las piernas pasé de largo y me arrodillé sobre el sofá a la altura de su pecho. Por su cara entendí que esperaba ventilarse el trago con un polvo rápido y que mi movimiento le acababa de revelar que ni sería tan corto ni tan apresurado.

Le sobé las tetas con saña mientras mantenía mi polla dura cerca de su cara. No tuve que pedírselo. Bastó con que mi mano derecha volviera a perderse entre sus piernas, que el goce reanudara sus movimientos pélvicos y que me detuviera de nuevo impidiéndole llegar al orgasmo, para que su mano me agarrara de la nalga primero para a continuación levantara la cabeza y la engullera. Tenía claro que no iba a desaprovechar la ocasión de ver como mi hombría desaparecía entre sus labios.

Cuanto más la torturaba deteniendo mis dedos, reanudando, ralentizando, acelerando, con más ganas chupaba. No tenía las habilidades de Cos ni por asomo, pero el morbo me podía. Tener a Chiara Lombardo tragándose mi polla o lamiendo mis huevos es algo por lo que pagarían una fortuna todos los hombres que alguna vez la habían visto y allí la tenía yo en una imagen que no se me borrará en la vida.

Decidí pasar pantalla. Ahora sí me acomodé entre sus piernas. No tengo condones pues no uso con Cos, no pregunté y ella tampoco dijo nada. Su única preocupación en aquel momento era correrse. La penetré con cuidado, como si fuera virgen, pero sus caderas se movieron agresivas para alojarme violentamente, mientras sus manos se aferraban a mis posaderas para dirigir la profundidad de la penetración. Pero me mantuve en mis trece. Te correrás cuando yo quiera.

Le babeé las tetas, le mordí el cuello, le sorbí los morros. Me sentía cerdo y así me comportaba, mientras mis embestidas alternaban dureza con sensibilidad. Sus jadeos, ya no suspiraba, me alertaron que volvía a acercarse al orgasmo. Volví a detenerme y salí. Un lastimero suspiro surgió de su garganta. Le di la vuelta, clavando sus rodillas al filo del sofá. Se la clavé desde detrás agarrándome a sus perfectas caderas mientras percutía con ganas. La agarré del cabello, obligándola a ponerse realmente a cuatro patas. Volvieron sus gemidos, que intentaba silenciar para que su hermana del alma no los oyera. Tiré de su pelo obligándola acercárseme más, quedando en vertical. Le agarré la teta izquierda con fuerza y le pellizqué el pezón. Emitió un leve grito, pero no me apartó. Relajé la presión en su cabellera y volvió a quedar a cuatro patas.

El diablo volvió a pensar por mí. Otra mala idea apareció en mi mente. Primero evitando por enésima vez que se corriera, lo que provocó que gimiera quejumbrosamente, para a continuación reanudar la penetración con suavidad mientras el dedo gordo de mi mano izquierda buscaba el orifico anal. Lo encontré y lubricado con los flujos de su propia vagina, intenté insertarlo. Un no desvalido salió de su garganta, pero no aparté el dedo. Volví a obligarla a levantarse tirando de su melena y, sin quitar el dedo del anillo anal pero sin lograr traspasarlo, le pregunté al oído:

-¿No te gusta por el culo?

-No.

-Yo creo que no te la han metido nunca por ahí.

-No.

-¿Quieres correrte?

-Sí.

-¿Seguro?

-Sí, lo necesito. No puedo más.

-Pues tendrá que ser por el culo.

No la dejé responder. La solté de golpe provocando que cayera boca-abajo sobre el sofá, tiré de sus caderas hacia atrás para que sus rodillas bajaran del catre y su culo quedara expuesto.

Si había algo que diferenciaba claramente a las dos amigas era el sexo. Sabía por Cos que su amiga no era lo activa, indecente y mucho menos obscena que era ella. Sus relaciones eran mucho más clásicas, aburridas en palabras de mi esposa. Supongo que simplemente no le gustaba tanto el sexo.

Cos me retrató en su día la cara escandalizada que puso Chiara cuando le explicó que habíamos probado el sexo anal. No era el plato principal de los ágapes ni lo practicábamos a diario, pero cuando el mierda de Cristian me dijo que le había roto el culo a mi esposa no se imaginaba que era un conducto que llevaba años abierto.

Así que poseído por el diablo que se había adueñado de mis actos no hice el menor caso a los lamentos del monumento que me ofrecía sus orificios cual ofrenda maya. Primero reanudé la masturbación vaginal, para mantenerla en su punto, para a continuación penetrarla. Mis dedos volvieron a su ano, se cambiaron por mi pene en su coño, y decidí abrirle ambos agujeros a la vez. Chiara estaba tan caliente que tardó poco en relajar el esfínter. Dos falanges se perdían en su vagina mientras mi dedo corazón superaba cómodamente su anillo anal.

Cuando noté que su orgasmo se acercaba, introduje un segundo dedo en el agujero posterior sacando los que habían percutido el anterior. Sus caderas se dejaban llevar al ritmo de mi movimiento. Cambié dedos por mi lengua, recorriendo sexo y culo, pero a los veinte segundos me incorporé. Volví a penetrarla vaginalmente provocando que sus gemidos se aceleraran, pero solamente buscaba lubricación. La saqué, apunté a la puerta trasera y la encajé. No fue automático, pero curiosamente me costó menos penetrar el culo de Chiara que el de Cos la primera vez que lo hice. Sus gemidos se detuvieron de golpe, daba bocanadas buscando aire, pero ni trató de cambiar de posición ni se quejó. Dejé caer mi peso sobre ella y entré. Lentamente pero sin pausa. Hasta el fondo. Comencé el vaivén, despacio para ir incrementándolo a medida que ambos cuerpos nos adaptábamos uno al otro. Volvió a gemir intercalándolos con suspiros y leves quejidos hasta que alargué la mano y logré colarla entre sus piernas hasta llegar a sus labios mayores, menores y sobre todo a su clítoris. Dejó de quejarse para suspirar, gemir y cuando un orgasmo brutal la recorrió de arriba abajo, gritar.

Su clímax propició el mío, anegando su recto y manchando sus nalgas. No salí. Quise degustar el momento pero no me lo permitió. En cuanto su respiración se acompasó, me exigió que se la sacara.

Estuvimos un rato juntos en el sofá pero lejos en la estancia. Ella tumbada boca abajo, yo sentado en el suelo apoyado en él. Se levantó despacio, tomó el tanga y el camisón del suelo y se perdió escaleras arriba hacia el baño. Yo no recogí mi ropa del suelo. Me levanté desnudo y me serví otro bourbon con hielo. Me lo clavé de un trago y luego enjuagué los cubitos en mi acostumbrado ritual. La oí salir del baño para entrar en la habitación de invitados, momento que aproveché para subir yo. Antes de que yo entrara en él, nos cruzamos en el pasillo pues se había vestido y se iba. No nos dijimos nada. Ni siquiera nos miramos a los ojos.

Cos estaba despierta cuando entré en la cama. Noté su cuerpo tenso y su respiración ligeramente acelerada. La besé desde atrás y la abracé. Esperaba que me rechazara pero no lo hizo. Al contrario, me agarró con fuerza. Sus únicas palabras fueron:

-Mañana quiero que tires ese sofá.

 

Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad. Son 12 relatos inéditos con un personaje común.

https://www.amazon.es/MUJERES-IMPERFECTAS-episodios-peculiaridades-imperfectas-ebook/dp/B01LTBHQQO/ref=pd_rhf_pe_p_img_1?ie=UTF8&psc=1&refRID=MCH244AYX1KW82XFC9S2

Relato erótico: “el amuleto 2” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector descubrí que el amuleto sacaba de la persona sus más bajos instintos. controlando a la victima a su voluntad, descubrí que fue arrancado del cuello del faraón por unos ladrones, que al no ver nada de valor lo tiraron y luego se mataron por sus riquezas.

lo encontraron cuando descubrieron la tumba como no era gran cosa de valor y no sabían lo que era lo vendieron a la tienda donde yo lo compre.
mi amigo el arqueólogo me tradujo un poco lo que pudo según decía era un amuleto echo de magia negra para controlar la voluntad nada más así el pueblo nunca se rebeló con el faraón a pesar de todo las maldades que hizo hasta que murió.
aunque yo dominaba mi voluntad no podía arrancármelo del cuello del cuello algo me dijo que no lo hiciera. pedí unas vacaciones y me fui a Miami beach. era una playa de millonarios donde había cada modelo de toma pan y moja. llegue allí no tenía mucho dinero pero encontré un tío que tenía un Ferrari y estaba forrado.
ahora iba a probar el poder del amuleto.
-joder cabrón menudo Ferrari tienes ya podías dármelo y todo el dinero que tienes.
– no se hable más- dijo el. me entrego las llaves del coche y todo el dinero de su cartera y se fue tan feliz como si tal cosa.
así que me fui a la playa donde estaba llena de pibones en tanga o bikini por decir algo revoloteando por los millonarios.
allí vi a dos tías que estaban para comérselas y llegue allí con mi Ferrari y me hice notar.
-que queréis dar una vuelta pero tenéis que follar conmigo -me salió como si tal cosa.
– si es por eso vámonos -dijo una de ellas -conozco una playa donde no nos molestara nadie.
la rubia se llamaba Andrea y la morena Alexia . eran unos pibones pero un par de zorras de cuidado. así que fuimos a la playa era una playa solitaria para estar solo con tu pareja.
– bueno que nos vas a follar o que- dijo Andrea.
-no hemos venido a eso- dijo Alexia.
– venir aquí zorras.7
ellas se echaron a reír ya me estaban comiendo la poya y riéndose.
– menuda poya te das cuenta Alexia.
– si Andrea esta riquísima para que nos folle a las dos.
así que cogí Andrea y se la metí hasta los cojones mientras me morreaba con Alexia, Andrea se volvía loca de gusto
– así así cabrón dame más fóllame más joder que gusto que poya tienes.
Alexia dijo.
– deja algo para mi zorra yo también quiero.
– tranquila chicas habrá para las dos, putitas mías.
ellas se echaron reír.
– fóllatela por el culo a esta puta con lo que le gusta la verga.
-pues como a ti golfa -dijo Alexia.
así que me la chuparon de nuevo y esta vez se la metí a Alexia por el culo.
-joder que gusto cabrón como me das por culo. que rico. más más más da me más me corro -dijo Alexia- hahahahahahahahahahahaha me corrrrrrrrrrrrrrrrrro.
luego la toco el turno a Andrea se la metí hasta los cojones por el culo.
– joder así cabrón no pares fóllame hasta que reviente tu poya que rico como follas.
luego cambiamos de posición y se la metí a Alexia por el chocho mientras le comía el culo Andrea.
-ahahahaha que rico es esto.
entre Alexia y yo hicimos correr Andrea chupándola las tetas y el chocho.
– ahahahahaha no aguanto más me venggooooooooooooooooooooooo -dijo Andrea.
solo faltaba yo entre las dos me chuparon la verga hasta que me corrí luego se lo pasaron la una a la otra relamiéndose que rico así que las deje allí en la playa cansadas y tomando el sol.
– ya nos veremos.
– cuando quieras cariño -dijeron ellas.
necesitaba una casa así que entre en una mansión y apareció el dueño.
– que hace aquí quien es usted ,como ha entrado.
yo le dije:
– cabrón ya podías darme tu casa y tu dinero ya que estas forrado.
nada más decir eso me dio la escritura de su casa y me dio su cuenta bancaria y se fue como si tal cosa. la verdad que el amuleto este era un bomba funcionaba a la perfección. yo vivía en una mansión lujosa no la faltaba de nada ni piscina ni buena comida buen coche etc.
hasta que un día apareció una madura hermosísima con su hija me dijo:
– quien es usted. como esta en esta casa.
– me la vendió el propietario.
– eso no puede ser porque él es mi padre y nunca vendería una mansión de su familia enséñeme las escrituras.
– no tengo por qué hacerlo pero lo hare.
le enseñe las escrituras.
– están bien pero no me lo creo -dijo Lucil que así se llamaba.
– disculpe- dijo Vivían la madre -pero comprenda que no lo podemos creer mi marido no nos ha comentado nada y falta mucho dinero en la cuenta.
– y yo que quiere que haga usted.
– ha engañado a mi padre de alguna manera -grito Lucil- iremos a los abogados y ya vera.
ya no pude oír más y con el poder del amuleto les dije:
– basta ya zorras la casa es mía chuparme la poya las dos.
me salió sin pensar ya que no podía controlar lo que decía era cosa del amuleto de pronto la madre y la hija se me desnudaron y empezaron a mamarme la poya como si las vida se les fuera en ello.
– que rica verdad mama.
– si hija está muy buena cabrón
dijo Lucil.
– fóllanos a mi madre y a mí con tu poya.
yo me saque la poya y se la metí a Lucil hasta los cojones y empecé a follármela sin reparo.
– así así fóllame bien que gusto me da como me folla este cabrón. que rica poya hasta los cojones la quiero -dijo Lucil.
– deja algo para mi hija que ya sabes que también me gusta- dijo la madre.
– tu chúpamela guarra.
– será un placer -dijo Vivian y se la metió en la boca- joder que gusto que rica esta no me cansaría de mamar esta verga.
– di que si mama yo también dala por el culo a mi madre cabrón.
y la cogí y la chupe el ano.
– que rico como me comes el culo.
y luego se la endiñe hasta los huevos Vivian que era la madura y de buen ver ya que era bastante guapa para su edad de 40 años se moría de gusto.
– así así cabrón me corrrooooooooooooo a hahaha me vengooooooooooooooooooooooo.
luego cogí a Lucil y se la metí en el culo.
– así cabrón como a mi madre haz que me venga como la puta de mi madre me corrooooooooooooooooo cabrón ahahahahahahahahahaha
luego las dos me chuparon la poya hasta que me corrí en sus bocas ambas se repartieron mi leche que rica tu leche cabrón te la comeríamos a todas las horas la poya dijeron ambas yo estaba en la gloria ambas se quedaron conmigo en la mansión de lujo y si se acuerda el lector de Andrea y Alexia también a menudo aparecían de vez en cuando allí hacíamos auténticas orgias CONTINUARA

Relato erótico: “La gemela 2” (POR JAVIET)

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Hola amigos, ante todo gracias por la cantidad de lecturas del primer relato de esta serie, además debo agradeceros los amables comentarios recibidos y darle una continuación como ha sugerido gor, ¡va por vosotros¡

Voy a presentaros a Pili, la autentica causa del ¿problema? Más bien el “Don” que poseen Laura y Lola, las gemelas telepatas. Ella es su madre y tiene 49 años, es alta y pesa unos 60 kilos, se conserva bien de forma física y su cuerpo está bastante bien, pechos y caderas amplios, cintura firme y bonita, un culete bien puesto, es morena atractiva y con una larga melena, no son pocos los que se paran a mirarla cuando pasa admirando sus rotundas curvas.

Ella nació y se crió en una pequeña ciudad de provincias, era desde joven una ferviente lectora de revistas como “Año cero” ó “Mas allá” ferviente admiradora del doctor Jiménez del oso y actualmente de “cuarto milenio” le interesaban los temas de ciencias ocultas y ovnis, así como la parapsicología y los viajes astrales, a los veintipocos años llegó a la capital para seguir sus estudios; estando en la universidad leyó un anuncio buscando voluntarios para un experimento de telepatía y se presentó junto con varios estudiantes mas.

El grupo de voluntarios pasaron varias pruebas, con ellas se procedió a eliminar a los que no tenían el potencial necesario, unos días después solo quedaban tres, ella y otra chica además de un joven pelirrojo, con posibilidades reales de éxito, el equipo médico se volcó en ellos y les hizo un poco de todo, desde inyecciones a electrocardiogramas, se pasaban horas con electrodos en la cabeza, los doctores les insistían en que se comunicaran entre sí sin hablar, pero … nada de nada, después de tres meses de pruebas y varios tipos de drogas e inyecciones, el experimento se dio por finalizado y catalogado de fracaso.

Durante el resto de su época de universidad y mientras estudiaba derecho, la controlaron regularmente pues las drogas inyectadas eran experimentales, pero no se la presentaron problemas ni efectos secundarios, finalmente acabó sus estudios y volvió a su pequeña ciudad, pera trabajar en el despacho de su papa con su flamante titulo de abogada.

Jesús su novio de toda la vida la esperaba ansioso, era moreno, delgado y fuerte pues trabajaba de mecánico en un concesionario de coches, reanudaron su relación y al poco tiempo se casaron. En general la vida les fue bien, aunque él se quejaba de que ella era algo fría en la cama, Pili tenía 26 años cuando se quedó embarazada, de aquel parto nacieron nuestras gemelas.

La niñez y la juventud de las niñas fue estupenda, eran buenísimas en todo y buenas estudiantes, Pilar y Jesús se volvieron la típica pareja de padres que vivían bien y empezaban a engordar sin preocupaciones graves, pero las chicas llegaron a los 14 años y la pubertad irrumpió en sus vidas, ocurrieron cambios en sus cuerpos y sus mentes, las niñas descubrieron de repente el sexo y todo cambió.

Sus primeros toqueteos y exploraciones se desarrollaban en sus camitas, cuando una empezaba a tocarse, el gustito era percibido por su hermana, que no tardaba en imitarla y compartir el placer. En pocos días una de ellas pasó a la cama de la otra y comenzó una época llena de exploraciones mutuas, se besaban acariciándose temblando de placer, probaban juegos y posturas nuevas para ellas entre gemidos y sus primeros orgasmos.

Cuando eso ocurría, Pili en su cama se sentía repentinamente excitada, naturalmente ella no sabía el motivo pero disfrutaba del resultado, se volvía hacia Jesús y le acariciaba mientras decía:

-Chus cielo, hazme unos mimitos anda, mira como estoy.

-Pero Pili, estoy cansado ¡déjame dormir.

-No seas malo Chus, dame tu palo ya verás…

Pili no era tonta y sabia lo que hacer, mientras le metía la lengua en la oreja bajaba sus manos hasta su miembro por debajo del pantalón del pijama, en breve el miembro de Jesús alcanzaba su erección y ella subía sobre el clavándoselo en el chochete, cabalgándolo como una amazona frenética y engulléndolo en su vagina untuosa, hasta que se corría en su interior llenándola de esperma hasta la matriz.

Este tipo de situación se repetía muy a menudo según las niñas experimentaban en sus camas, no tardó mucho Pili en darse cuenta de lo que pasaba, pues cuando Jesús salía al trabajo y llevaba a las niñas al colegio ella hacia las camas, entonces se dio cuenta de que las manchas de flujo en las camas de las niñas coincidían con sus días de calentura repentina, entonces lo entendió todo, recibía en su mente el placer de las niñas.

“Pero qué tontería” pensó para sí misma, recapacitó durante mucho tiempo recordando su juventud y el experimento en que participo, no se lo había contado a casi nadie, pero desecho sus temores y volvió a su problema sin encontrarle respuesta, pero los hechos aunque casuales la molestaban pues se sentía sucia y decidió que no haría caso a sus sensaciones sin antes comprobarlas.

Dos noches después se noto caliente de nuevo, Jesús estaba dormido y la casa en silencio, se sintió los pezones erectos y el chochete mojado, resistió la primera idea que le vino que no era otra que hacerse una paja, intento dormirse pero la sensación en su vagina aumento de intensidad, notaba el clítoris rozándole contra la braguita y esta como una bayeta empapada entre sus piernas, se levantó de la cama y se puso las zapatillas saliendo de la habitación hacia la de las niñas.

Entreabrió la puerta y las vio, estaban haciendo un 69 Lola arriba chupaba vorazmente el coñito de Laura que la devolvía la mamada como buenamente podía, sus cuerpos delgados y claros resaltaban contra las sabanas azules con dibujos, los gemidos de las chicas y el sonido de los lametazos que se propinaban parecían restallar en el pequeño cuarto, sus cuerpos se estremecían y arqueaban por el placer que experimentaban.

Pili se apoyó en el marco de la puerta pues la sensación de cachondez aumento de golpe y mientras se apretaba los pezones con la zurda llevó la mano derecha a su braguita empapada, presiono sobre ella con los dedos notando como sus labios vaginales se entreabrían y el tejido entraba en ella empujado por sus dedos, en la cama las chicas alcanzaban el orgasmo, Lola fue la primera en correrse en la boca de Laura, la temblaron las piernas y se estremeció de gusto mientras su hermana no dejaba de lamerla mientras gozaba, Pili aparto a un lado su braguita y se metió dos dedos de golpe agitándolos velozmente dentro y fuera de sí, se rozaba los pechos contra el quicio de la puerta sin dejar de tironearse de los pezones y no dejando de contemplar la escena que se desarrollaba en la cama de las chicas.

Estas seguían en la misma postura y parecían más activas que antes, Laura aparto un momento la boca del coñito de su hermana para decir entre maullidos de placer:

-Asiii Loliii me corroooo, me vieeene el guuustitooooo.

Al oír esto Pili metió dos dedos más en su chochete, dejando solo fuera el pulgar y acelero su paja sin dejar de mirar a las chicas, el cuerpo de Laura pareció botar en la cama mientras se corría entre grititos que proclamaban su placer, mientras la voraz Lola no dejaba de chuparla con su boca bien adherida como una ventosa al coñito de su hermana.

En la puerta, Pili alcanzo su propio orgasmo que resulto tan demoledor que la hizo caer de rodillas entre gemidos, el flujo resbalaba por sus muslos y la había mojado hasta la muñeca, había sido un orgasmo fortísimo y tan intenso que todo su cuerpo temblaba y vibraba de placer.

Curiosamente observo que las chicas parecían haberse reactivado, en lugar de detenerse y relajarse continuaban haciendo el 69 al parecer con más ganas que antes, vio como Laura abría el chochito de Lola y la mordisqueaba ansiosamente el clítoris aun pequeño pero al parecer bastante activo, pues su dueña prácticamente rugía de gusto, mientras intentaba hacer lo mismo con su hermana, al parecer con un resultado igual de bueno.

Pili caída de rodillas en la puerta, se sentía tan caliente como al principio, cerró los ojos y se concentro como hacía años la enseñaron a hacerlo, entonces las vio nítidamente en su cabeza, tan nítidas como si estuviera con los ojos abiertos, su mano se volvió a mover dentro de ella como si tuviera vida propia dándose gusto, se concentro en Laura y vio un primer plano del coñito de Lola, lo veía como debería de verlo ella misma a centímetros de sus ojos, Pili llevo la mano izquierda atrás y de un tirón rompió un tirante de su braguita, se acaricio las nalgas con aquella mano mientras con los ojos cerrados sacaba la lengua.

Pili creía estar lamiendo y mordisqueando el clítoris de Lola, la sensación en su mente era la misma que tenía Laura en primera persona mientras comía el coñito a su hermana, el olor a sexo, el sabor del flujo e incluso el tacto y la humedad parecerían reales en la caliente mente de Pili, sus manos se movían más rápido, con cuatro dedos de la diestra se penetraba el chochete empapado y los agitaba dentro, dos dedos de la mano zurda se empaparon de flujo y comenzaron a insinuarse apretando y entraron en su ano venciendo la resistencia del esfínter, sus pechos se rozaban contra el rugoso gotelé de la pared y la madera del marco.

Mientras disfrutaba, Pili se movía sobre sus dedos, la entrada de estos en su ano la hizo un poco de daño y aprovechando el ramalazo de dolor cambio la concentración de Laura a Lola, vio ante sus ojos el ano de Laura y sintió contra su boca el coñito, notó como la boca se movía y los dientes tironeaban de los labios vaginales, los mordisqueaban y luego hacían lo mismo en el botoncito del clítoris, sentía la boca llena de flujo de Laura, mientras experimentaba en su mente en primera persona como las chicas se comían el coño, saltaba sobre sus manos y dedos, se sentía doblemente penetrada y el gustazo que sentía no era comparable a nada que hubiera sentido jamás, sabía que no podía parar de disfrutar hasta correrse.

Fue cambiando su concentración de Laura a Lola mientras se comían los coñitos, incluso variaba el ritmo y la velocidad en su mente las corregía un poco, cosa que hacían las chicas también sin ser conscientes de ello, pero el placer que sentían todas era demasiado intenso y no tardaron en alcanzar el final esperado, Pili se corrió moviendo vigorosamente los dedos en su interior, sodomizada por sus dedos índice y medio de la mano zurda, al mismo tiempo que con cuatro dedos de la derecha en su interior y el pulgar sobre el clítoris, se agito y encorvó, su cuerpo temblaba mientras descargaba una corrida inmensa entre grititos y gemidos soltando una gran cantidad de fluidos que chorrearon entre sus dedos formando un pequeño charco en el suelo, mientras ella caía semiinconsciente hacia atrás percibió nítidamente el orgasmo de las chicas Laura y Lola que se empapaban las bocas la una a la otra en una espectacular corrida simultanea.

Al día siguiente ella recapacitó sobre lo ocurrido, las chicas no sabían que había pasado y ella no se lo diría por lo menos en un tiempo, ella percibía lo que ellas hacían y suponía que la una a la otra también se “detectarían” pero que harían de aquí en adelante…

La respuesta llegó mucho mas tarde, el tiempo fue pasando y el apetito sexual de las tres hembras aumento exponencialmente, cuando una se excitaba era percibido por las otras que asimismo se calentaban bastante, ni que decir tiene que durante un tiempo las gemelas fueron las chicas más populares de la clase, sobre todo entre los chicos… (Ya me entendéis)

Por su parte Pili y Jesús parecían en celo permanente, adelgazaron y se pusieron en una forma física que nunca habían tenido, su frecuencia sexual había pasado a niveles extraordinarios y nunca pasaron más de dos días sin alguna variante de sexo, incluido el anal y el oral a los que ella siempre se había mostrado reticente, en esa época caminaban abrazados por la calle y todos los vecinos afirmaban que se les veía muy felices.

A veces Pili sentía durante su trabajo en el despacho la excitación, era señal de que sus hijas estaban haciendo algo en el instituto, en esos casos algún compañero de trabajo ó cliente fue el feliz receptor de sus atenciones, otras veces era ella la que se introducía en la mente de ellas pera que se follaran a alguien, hace un año la situación se desmadro bastante por un posible embarazo de una de las chicas, que fue felizmente solucionado y aprovecharon una oportunidad de trabajo para salir de su pequeña ciudad para ir a vivir a la capital, al llegar aquí Pili dijo a sus hijas que se moderaran con sus ligues e intentaran buscar un novio fijo, lo que surgiese debería ser en la intimidad del hogar o como mucho en familia.

Lola fue la primera en buscarse trabajo y novio, Laura tenia trabajo y seguía estudiando, pero como hemos visto en el episodio anterior ha conocido a Paco, ¿Qué ocurrirá con ellos?

CONTINUARA…

Bueno, espero que nadie me acuse de pedofilia, nada más lejos ni de mi intención ni de mis preferencias intimas, solo he intentado describir a dos chicas experimentando, recomiendo que hagáis como yo e imaginéis que las chicas tienen los 18 cumplidos… ¿vale?

En caso contrario y según la ley sois unos guarros y estáis enfermos. Si además os habéis excitado leyendo esta historia, iros urgentemente a una comisaría y auto-denunciaros. En cualquier caso ¡sed felices!


Relato erótico: Dominada por mi alumno 08 – Ingreso (POR TALIBOS)

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INGRESO:

El Jueves por fin había llegado.
Por la mañana desperté alerta, despejada, con los sentidos en tensión. Por fin había llegado el día. Esa misma tarde pertenecería por completo a mi señor. Para siempre.
Mario, el dulce Mario, había percibido que esos días estaba un poco rara. Equivocadamente, pensó que era por culpa suya, que me sentía molesta por sus continuas ausencias por su trabajo. En otro tiempo fue así. Ahora ya no.
El pobre se había levantado antes que yo, para prepararme un delicioso desayuno que me diera fuerzas para el duro día de clases que me aguardaba. Desayunamos juntos, conversando, aunque no como siempre. Me estaba convirtiendo en una maestra del disimulo. Ya era capaz de charlar tranquilamente con él mientras mi mente volaba a otra parte. Hacia Jesús.
No podía esperar más. Anhelaba que la tarde llegara ya, para ser marcada como una pertenencia de mi Amo. Para ser totalmente suya.
Ya no me acordaba de Yoshi ni de su enorme polla, me daba igual, si mi Amo me lo ordenaba, dejaría que el japonés me la metiera entera. Me daba lo mismo. Sólo quería estar junto a él.
A pesar de mis esfuerzos, Mario percibía que mi atención estaba en otra parte, por lo que redoblaba los suyos para distraerme. Yo se lo agradecí con una hipócrita sonrisa, pues la verdad es que estaba empezando a cansarme. Pensé en pegarle un corte y mandarlo al carajo.
Pero no, él no se merecía eso, Mario era muy bueno conmigo. Si no le tuviera a mi lado, le echaría de menos. Quizás…
Logrando por fin poner un poco más de atención, conseguí mantener una charla en apariencia normal con él. Inesperadamente, Mario me preguntó por las bolsas con frutas y verduras que había encontrado delante de la puerta los últimos días.
Me había olvidado por completo. El vecino voyeur cumplía su parte del acuerdo.
No pasaba nada. No me alteré en absoluto mientras inventaba una patraña para Mario. Cada vez me costaba menos mentirle. Mejor.
Le dije que un vecino de enfrente, con esto de la crisis, había empezado a vender frutas entre la gente del barrio. Que se traía lo que podía del camión con el que trabajaba y lo repartía. Luego, a final de mes, ya haría yo cuentas con él. No había problema. Mario se lo tragó. Como todo lo que yo le contaba.
Seguimos charlando. Me acordé entonces de avisarle de que ese día llegaría tarde. Vendría a casa a almorzar, pero por la tarde volvería a marcharme. Él sugirió volver a recogerme al instituto, para ir a comer juntos por ahí, pero yo me negué, pues era posible que luego insistiera en acompañarme por la tarde. Y eso no podía ser.
Un poco mosqueado por mi negativa, Mario siguió desayunando en silencio. No me importó. Incluso lo agradecí. Me sorprendía cada vez más de lo poco que me afectaban sus estados de ánimo. Y pensar que dos semanas atrás él era lo más importante de mi vida…
Jesús tenía razón… Soy una zorra.
Me despedí de Mario con un beso en los labios, que él devolvió sin mucho entusiasmo, un tanto pensativo. Tomé nota mental de resarcirle un poquito cuando volviera, no porque me preocupara por él, sino para ahorrarme complicaciones. Mejor tenerle satisfecho.
Conduje hacia el instituto como un autómata. Por fortuna, la ruta me la conocía como la palma de la mano, pues mi atención estaba en la conducción sólo a medias. A medida que me acercaba al curro, me sentía cada vez más exultante. Y eso que aún faltaban horas para mi ingreso en el grupo.
Hablando de mañanas eternas. No voy a aburrirles contándoles lo largas que se me hicieron las horas de clase. Me mostraba distraída hasta tal punto que los alumnos lo notaron y, como hacen siempre en esas situaciones, aprovecharon para hacer el gamberro un poco más  de lo habitual.
Normalmente, hubiera cortado ese comportamiento de raíz, expulsando de clase a alguno si hacía falta. Pero ese día me daba todo igual, menos el reloj que había en la pared, que marcaba cansinamente las horas.
Y fue peor cuando me tocó la clase del Amo, pues esa mañana, él no había asistido a clase. Al parecer, los jueves eran su día libre, pues la semana anterior (la víspera de la venta de mi culo) tampoco había venido.
Sin su presencia, la clase se me antojó triste y apagada. Me costó Dios y ayuda motivarme lo suficiente para impartir algo de materia. Y, para más inri, Gloria tampoco estaba. Seguro que esa pelandusca estaba en ese momento gozando de la verga del Amo.
Maldita zorra… Es broma. Bueno, no del todo.
Pero todo tiene su final y por fin, las clases matutinas terminaron. Me sentía mentalmente agotada, pero en mi interior ardía la llama de la emoción por lo que tenía que venir. Por desgracia, entonces tuvo lugar un pequeño incidente que me ensombreció un poco el estado de ánimo.
 
Como todos los jueves, tras acabar con la última clase pasé por la sala de profesores, para dejar algunos papeles. Tenía la intención de quedarme un rato, para retrasar así la hora del regreso a casa, pues no tenía muchas ganas de volver a enfrentarme a Mario y su mudo reproche.
Me senté en una mesa y me puse a ordenar las cosas de mi maletín, aprovechando de camino para preparar las clases del día siguiente. La sala de profesores era un trajín de compañeros entrando y saliendo, recogiendo sus cosas para salir pitando hacia sus casas. Algunos me saludaron y otros simplemente pasaron corriendo. Ni caso les hice.
Poco a poco, la sala fue quedando desierta. No era extraño que algún profesor se quedara más rato allí, pero, ese día, estaba yo solita. O eso creía.
Concentrada en lo que estaba haciendo, no percibí los pasos que se me acercaban por detrás, por lo que di un gran respingo cuando, inesperadamente, dos manos me rodearon y se apoderaron de mis senos, estrujándolos con fuerza.
Durante un segundo, mi corazón se disparó desbocado, soñando con que quizás se trataba de mi Amo, que había venido a buscarme…
Mi gozo en un  pozo.
Enseguida percibí que aquellas manos no pertenecían a mi dueño, pues sus caricias no eran ni mucho menos las suyas, ya que no me enardecían ni me producían placer, sino solamente dolor por los apretones que le daban a mis pechos.

Con brusquedad, me levanté de la silla y di un fuerte empujón, librándome de mi molesto asaltante, cuya identidad ya sospechaba. Efectivamente, al darme la vuelta me encontré con la lujuriosa mirada de Armando, el director, que me sonreía con cara de loco.

–          No he podido dejar de pensar en ti desde la semana pasada guarrilla – siseó mientras se acariciaba la apreciable erección por encima del pantalón.
–          Pues peor para ti – respondí muy segura de mí misma, ahora que sabía con quien estaba lidiando.
–          Vamos, no me digas que no has pensado en mí… – dijo sonriéndome – Estoy seguro de que no te has olvidado de esto…
Mientras decía esas palabras, el muy cabrón se abrió la bragueta y se sacó la chorra, empalmada al máximo y se abalanzó sobre mí.
Atrapada entre la mesa y la polla, no pude escapar, siendo aferrada por el viejo verde, que empezó a sobarme por todas partes mientras frotaba su asquerosa verga contra mi muslo. Pero yo ya no era la chica apocada y desamparada de un par de semanas atrás.
Sin alterarme lo más mínimo, deslicé mi mano hacia abajo y agarré la dura estaca, haciendo que el cerdo resoplara de placer contra mi hombro. Sobreponiéndome al asco que me producía, deslicé mi mano por todo el tronco hasta llegar a mi objetivo, los colgantes huevos del director.
–          Sí, así, puta, sóbame la poll…. ¡AAGGHH!
El pobre imbécil ni se esperaba el tremendo apretón que le pegué en las pelotas. Agarré su escroto y giré la muñeca con fuerza, intercambiando de posición sus cataplines, el de la izquierda a la derecha y viceversa y luego… les di una vuelta más.
Armando cayó como un saco de patatas, agarrándose la entrepierna con las manos, los ojos desorbitados por el dolor y la sorpresa. Sin apiadarme lo más mínimo, me acuclillé junto a él y, agarrándole del pelo, le obligué a mirarme a los ojos.
–          Escúchame bien, saco de mierda – le espeté con frialdad – Como se te ocurra volver a ponerme la mano encima, te la corto. Si te permití que me follaras en tu despacho fue sólo porque Jesús me lo ordenó. Y entérate bien de que, si en estos días he pensado en algún momento en ti, ha sido sólo para acordarme de lo mucho que me costó sobreponerme al asco que me dio que me tocaras.
Diciendo esto, di un brusco empujón a su cabeza, que a punto estuvo de estamparse contra el suelo. El viejo me miraba con ojos llorosos, pero podía ver el brillo del odio en el fondo de su mirada.
–          Por favor – suplicó una vez más – Te pagaré lo que sea…
–          Vete a la mierda – respondí acabando de recoger mis cosas.
Sin dignarme a echarle ni un último vistazo, cogí mi maletín y me dirigí a la puerta.
–          Te acordarás de ésta – me amenazó el director.
–          Atrévete y verás – respondí sin volverme siquiera.
El molesto incidente tuvo al menos la virtud de hacerme olvidar por un rato mi cita con Jesús. Aunque aquello no duró mucho, pues tras cinco minutos conduciendo tranquilamente hacia mi casa, el Amo volvió a apoderarse de mi mente. Y la emoción volvió con fuerza.
Llegué a mi casa bastante alegre, olvidado ya el encuentro con el director. Mario, fiel como un cachorrillo, me esperaba con un fantástico almuerzo preparado, tratando de obtener mi aprobación, como si el pobre hubiera hecho algo malo. Me dio pena, así que decidí hacerle un regalito.
Procuré que la comida fuera apacible, concentrando toda mi atención en la charla, lo que agradó visiblemente a mi novio. Me mostré encantadora, ponderando sus habilidades culinarias, comiendo todo lo que me servía, aunque no tenía mucho apetito.
Mario se relajó mucho, más tranquilo al ver que mi actitud volvía a ser la de siempre y disfrutó de la comida con evidente placer. Tras acabar, me ofrecí solícita a recoger la mesa y meter los platos en el lavavajillas, mientras le obligaba a sentarse en el sillón a ver la tele.
Con la idea en mente de relajarle un poquito y agradecerle sus atenciones, puse la cafetera en marcha mientras cargaba el lavavajillas. Con una humeante taza de café en la mano, me dirigí al salón, donde Mario hacía zapping con aire distraído.
–          Toma, cariño – le dije sonriente – Te he preparado un café.
–          Gracias – respondió él con una sonrisa iluminándole el rostro – Pero, ¿tú no vas a tomar?
–          No, a mí me apetece otra cosa.
Con mi mejor cara de guarra, me arrodillé entre las piernas del atónito Mario. Con sensualidad, acaricié sus muslos mientras él me miraba estúpidamente sin decir nada, con la taza de café en precario equilibrio en la mano.
Con lujuria, comencé a lamer y chupar su entrepierna por encima del pantalón, que enseguida comenzó a crecer bajo mis caricias. Como una loba en celo, mordisqueé la incipiente erección, sintiendo cómo ganaba volumen a través de la ropa.
Cuando estuvo lista, agarré hábilmente la cremallera con los dientes y la bajé, tratando de llevar el erotismo de la situación a las más altas cotas, cosa que lograba a juzgar por la expresión de Mario.
Su nabo surgió de la bragueta casi sin ayuda, escapando del encierro del slip por mero empuje. Sonriendo, comencé a lamer el falo de mi novio y en menos que canta un gallo, lo tenía hundido hasta lo más profundo de mi garganta.
Me dediqué a chupársela con todo mi arte, agradeciéndole así lo bien que se portaba conmigo y disculpándome por no haberle tratado como se merecía en los últimos días. Era todo lo que podía hacer por él, pues aún no sabía qué me ordenaría Jesús en relación a Mario. Era posible que esa tarde me ordenara que cortara con él. Y lo haría sin pensármelo dos veces.
Con estos pensamientos en mente, me dediqué a darle placer a mi piloto, chupándosela lo mejor que supe. Su polla, excitada como nunca, crecía por momentos dentro de mi boca. La percibía más grande de lo habitual, estaba caliente al máximo… pero yo no sentía ni la décima parte de excitación que con mi Amo.
Ya lo tenía claro. Follar con Mario estaba bien, era agradable y no me suponía ningún esfuerzo. Pero, comparado con Jesús…
Cuando se iba a correr, Mario, atento como siempre, trató de avisarme, pero yo le ignoré y me tragué su polla hasta el fondo, deseosa de complacerle. El pobrecillo se agarró a mis hombros mientras su polla vomitaba su carga dentro de mi boca, gimiendo y jadeando como un desesperado, mientras yo tragaba todo lo que de su verga surgía.
Cuando la descarga de semen comenzó a menguar, la deslicé lentamente entre mis labios, recorriéndola con la lengua para limpiar todos los restos que pudieran quedar. Una vez limpia, volví a guardarla en el pantalón, cerrando bien la bragueta.
Mario, jadeante, me contemplaba atónito, como si no supiera bien quien era la chica que estaba con él. Sonriente, le besé suavemente en los labios y me dirigí al cuarto de baño, para asearme un poco.
Me lavé bien los dientes, usando enjuague bucal abundantemente, pues no quería que el Amo notase que la boca me olía a polla.
También me maquillé ligeramente, sin abusar y me cambié de ropa interior. Me puse un suéter negro y un pantalón gris, pues pensé que era más apropiado para que me tatuaran en la base de la espalda que la falda que me puse por la mañana.
Una vez lista, regresé al salón, donde Mario se afanaba en limpiar una enorme mancha de café que había sobre el sofá. Ni me di cuenta de cuando se le había derramado.
–          Lo… lo siento – balbuceó mirándome – Se me cayó antes cuando…
–          No te preocupes, cariño  – le dije – Ha sido culpa mía. Si quieres más café, queda todavía en la cafetera.
Un par de semanas atrás, le hubiera matado si llega a mancharme de aquella forma uno de mis muebles. Bueno, no tanto pero casi.
–          ¿Ya te vas? – me dijo al verme ya arreglada.
–          Sí. Ya te dije antes que volveré tarde. Pero si quieres… espérame despierto – le dije dándole un tenue beso de despedida.
Mejor tenerle contento.
Todavía era muy temprano para mi cita con Jesús, pero me sentía nerviosa y deseaba salir ya de casa. Además, después de la mamada que acababa de hacerle a Mario, era muy posible que él quisiera algo más, y no quería herirle negándome a acostarme con él. Porque eso sí, no tenía ninguna intención de presentarme recién follada ante mi Amo.
Dediqué la siguiente hora a conducir por la ciudad, dejando mi mente vagar por los últimos acontecimientos de mi vida e imaginando qué era lo que me esperaba esa tarde. La inquietud por si a Jesús se le ocurría encamarme con Yoshi regresó, pensando en si sería capaz de apañármelas con una polla como aquella. Aunque, ¿sería tan grande en realidad? He de reconocer que, en el fondo, sentía un poco de curiosidad.
Un rato después, comprobé por mi reloj que ya era hora de reunirme con el Amo. Un escalofrío de emoción me recorrió cuando mi coche enfiló la calle donde Jesús vivía con su padre y su esclava número uno.
Estacioné el coche en doble fila, delante de su portal, preguntándome si debía llamar por el portero electrónico o darle un toque al móvil. No hizo falta, pues a las seis de la tarde en punto, el portal se abrió y apareció Jesús, dirigiéndose tranquilamente a mi coche.
Fue verle, y el corazón se me disparó, con el cuerpo en tensión ante la expectativa de lo que me esperaba esa tarde.
Jesús abrió la puerta del pasajero y se sentó a mi lado, abrochándose el cinturón.
–          Buenas tardes, Amo – le saludé cuando nuestros ojos se encontraron.
–          Buenas tardes, perrita. Me gusta que seas puntual.
–          Gracias, Amo – respondí satisfecha.
–          Arranca y dirígete al restaurante de Kimiko. El local de tatuajes al que vamos no queda lejos.
–          Claro Amo.
Y arranqué.
 

Tras unos minutos de silencio, en los que el nerviosismo me corroía por dentro, Jesús se decidió a iniciar la conversación.

–          ¿Estás segura de esto? – me preguntó de repente.
–          Segurísima – respondí sin asomo de duda.
–          Piénsatelo bien, a partir de ahora te exigiré obediencia absoluta. No consiento que mis zorritas no hagan lo que les mando cuando se lo mando.
–          ¿Acaso te he desobedecido alguna vez desde que empezamos? – le respondí apartando un instante los ojos de la carretera.
–          No, en general estoy más que satisfecho contigo hasta ahora. Pero quiero que tengas claro que, una vez marcada, no consiento ni la más mínima vacilación para obedecerme.
–          Lo tengo clarísimo Amo.
–          Me alegro. Verás, no te insisto en este punto porque dude de ti, es sólo que…
–          ¿Qué pasa, Amo? – dije un poco inquieta.
–          No es nada. Pero tienes que entender que, para mí, tú eres un caso… “especial”.
–          ¿Especial en qué sentido?
–          Verás. De todas mis esclavas, eres la que ha logrado serlo en menos tiempo.
–          ¿En serio? – dije sintiendo un inexplicable orgullo.
–          En serio. Mira, las primeras estuvieron conmigo bastante tiempo hasta que se me ocurrió lo de marcarlas. Después, una vez que empecé a hacerlo, las que vinieron después tuvieron un tiempo de aprendizaje antes de ser marcadas, pero tú… En sólo dos semanas estás lista y decidida a pertenecerme. Y eso me hace dudar un poco…
–          ¡Por favor, Amo! – respondí angustiada – ¡Sabes que te obedeceré en todo! ¡No tienes por qué dudar de mí!
Jesús me miró fijamente unos segundos antes de continuar.
–          No es que dude de ti. Es sólo que, como no has experimentado todo lo que supone ser mía, pienso que quizás no estés lista aún.
–          ¡Sí que estoy lista! – exclamé asustada – ¡No entiendo a qué te refieres!
–          Al castigo… – dijo él simplemente.
–          ¿Cómo? – respondí sin entender.
–          Mira, desde que estás conmigo, has obedecido a todo lo que te he pedido casi sin dudar. Has sido una perrita muy buena.
–          ¿Y entonces? ¿Dónde está el problema?
–          En que, precisamente por eso, no me he visto obligado a castigarte. Y tengo dudas de que, cuando finalmente tenga que castigarte, quizás descubras que no estás preparada para aceptarlo y te rebeles.
Tardé unos segundos en comprender adónde quería ir a parar.
–          A ver si te entiendo – dije mirándole – Con las otras, durante el periodo de aprendizaje, te viste obligado a castigarlas porque te desobedecieron, por lo que, cuando llegó el momento de aceptarlas como esclavas, ya sabías que estaban preparadas para someterse al castigo.
–          Exacto.
–          Y dudas de mí porque no me has castigado nunca. Y piensas que, cuando lo hagas, quizás no aguantaré y querré abandonarte.
–          Más o menos – afirmó él.
Con el corazón en un puño, acongojada por lo que acababa de oír, frené bruscamente el coche y lo orillé junto a una acera. Por fortuna, en ese momento circulábamos solos por el asfalto, pues si no, habría organizado un buen accidente.
–          Eso tiene fácil solución – dije – Castígame ahora. Déjame demostrarte que mi único deseo es estar a tu lado y obedecer todos tus deseos. Comprueba que soy capaz de soportar el castigo que quieras infligirme.
Estábamos aparcados en plena vía pública, pero a mí me daba igual que cualquiera pudiera vernos, pues un único pensamiento llenaba mi cabeza: el Amo tenía dudas de mí y era posible que no me hiciera suya esa tarde… Y de eso nada.
Jesús me miró fijamente, calibrando la veracidad de lo que le decía. Sus ojos brillaban y no pude leer el menor atisbo de duda o vacilación en ellos.
–          Arrodíllate en tu asiento mirando hacia la puerta.
Como un resorte, salté en mi asiento para adoptar la posición requerida. Tuve primero que librarme del cinturón de seguridad, que en mi ansia por obedecer a Jesús, se había quedado enganchado. Aún así, logré colocarme en posición en pocos segundos, esperando un castigo que no me había ganado.
Cuando el primer azote llegó, un intenso ramalazo de dolor recorrió mi cuerpo. Fue un golpe seco, fuerte, que a buen seguro dejó una buena marca en mi nalga.
El segundo fue todavía más duro y provocó que incluso se me saltaran las lágrimas, aunque logré ahogar los gemidos de dolor que intentaban escapar de mi garganta.
Y entonces todo acabó.
–          Ya es suficiente, perrita – dijo mi Amo – Siéntate bien.
Sorprendida por la brevedad del castigo, me volví dubitativa hacia Jesús, que me miraba satisfecho. Ignorante de si lo había hecho bien o no, interrogué a mi Amo con la mirada, recibiendo un inesperado y tierno beso en la mejilla. Estaba completamente desconcertada.
–          Por cosas como esta es que he accedido a convertirte tan pronto en mi esclava – dijo Jesús mientras me limpiaba dulcemente las lágrimas de las mejillas.
–          No… no entiendo, Amo – dije aún muy confusa.
–          Has conseguido eliminar todas mis dudas de un plumazo. No te miento si te digo que no esperaba esta reacción por tu parte. Me ha complacido mucho esta demostración de obediencia.
–          Gra… gracias, Amo – balbuceé con el corazón latiendo con fuerza.
Me sentí al borde de las lágrimas, esta vez por el infinito alivio que experimentaba.
–          ¿Lo ves? – dijo Jesús – Ninguna de las otras chicas habría hecho algo como esto sin ordenárselo yo. Eres especial.
–          Gracias – repetí al borde del éxtasis.
–          Vamos, perrita, arranca. Ya hemos dado suficiente espectáculo.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que varios transeúntes nos miraban sorprendidos. Sin duda, habían presenciado la escena de los azotes, pero lo cierto es que no me importó lo más mínimo.
Arranqué el coche y nos saqué de allí, feliz por sentir la mirada aprobatoria de mi Amo. No sabía si aquello había sido fruto de la casualidad o se trataba de una última prueba de Jesús, pero, fuera lo que fuese, al parecer había aprobado con nota. Me sentía exultante.
–          Tienes que entender una cosa sobre mí – me dijo de pronto Jesús.
–          ¿El qué, Amo?
–          Hoy te has ganado llamarme como quieras, ya te dije el otro día que no es preciso que me llames Amo continuamente, pero especialmente hoy, puedes llamarme Jesús. Te lo mereces.
–          Gracias… Jesús. Pero permíteme que siga llamándote Amo. Me hace feliz.
 

–          Como quieras – respondió él sonriéndome.

–          ¿Y bien? – dije retomando el hilo de la conversación – ¿Qué es lo que necesito saber sobre ti?
–          Tienes que entender que yo no soy como otros hombres que hay por ahí.
–          Eso ya lo sé.
–          Me refiero a otros hombres que comparten mis mismas… aficiones.
–          No acabo de entenderte.
–          Hombres dominantes, que disponen de esclavas a su disposición.
–          Tú eres diferente de cualquier otro hombre. Compartan contigo aficiones o no – dije muy seria.
–          Te agradezco el cumplido. Pero yo me refiero a otra cosa.
–          ¿A qué?
–          Verás. Cuando empecé a iniciarme en estos temas.
–          Con Esther – intervine.
–          Sí, con ella y con Gloria poco después – continuó – Busqué consejo en ciertos… círculos de gente con gustos similares. Y descubrí que había una diferencia fundamental entre ellos (al menos los que yo conocí) y yo.
–          ¿Y cual era?
–          Que disfrutábamos con cosas distintas.
–          No te entiendo.
–          Mira, el objeto de su excitación era el castigo en sí y la dominación sobre sus esclavas (o esclavos). Les ponía castigarles, supongo que por una vena un tanto sádica.
–          Ya veo.
–          Y los sumisos, también disfrutaban el castigo físico.
–          Masoquistas – afirmé comprendiendo a dónde quería ir a parar.
–          Precisamente. A esas personas lo que les excitaba era, en gran parte, el acto mismo de castigar. Pero yo no soy así.
–          No, a ti lo que te excita es la obediencia extrema. El saber que la chica en cuestión obedecerá sin la menor sombra de duda hasta el más ínfimo de tus caprichos.
–          ¡Qué lista eres, perrita! Ya te he dicho que eres especial.
–          Gracias, Amo – agradecí con una sonrisa radiante.
–          Para mí, el castigo, sea físico o del tipo que sea, es sólo un medio para obtener esa obediencia. Nunca es la finalidad en sí mismo.
–          Te entiendo perfectamente.
–          Aunque… ¡eso no quita para que me guste darle unos azotes a una de vosotras de vez en cuando! – exclamó Jesús riéndose.
–          Como desees – respondí sonriéndole a mi vez.
–          ¡Mira! – dijo Jesús de repente – ¡Un aparcamiento libre!
Efectivamente, junto a la acera había un hueco suficiente entre dos automóviles y, para mayor fortuna, era zona libre de aparcamiento, sin parquímetros. Me tomé ese auténtico milagro moderno como un buen presagio para lo que se avecinaba y, encendiendo las luces de emergencia, aparqué el coche.
–          Hemos tenido mucha suerte – dijo mi Amo – El local de Yoshi está muy cerca de aquí.
De nuevo un tanto nerviosa, me apresuré a seguir a Jesús por la acera. Nos introdujimos por una calleja lateral y, en menos de dos minutos, llegábamos al local de tatuajes.
Penetramos a través de una puerta de cristal que estaba literalmente cubierta de fotografías de tatuajes, supongo que de trabajos realizados por el artista. El interior era todavía más impresionante, pues ni un centímetro de pared estaba libre de fotos o dibujos de tatoos y piercings.
La recepción se usaba como sala de espera y, sentados en las sillas que había dispuestas a los lados, varios jóvenes aguardaban su turno para tatuarse o perforarse la piel. Un grupo de quinceañeras estaban sentadas juntas hojeando catálogos de tatoos, mientras reían y daban grititos. A duras penas recordaba haber tenido su edad.
Sentada detrás de una especie de mostrador, estaba una chica que debía de ser la recepcionista del local. Iba muy maquillada, con el pelo tintado de varios colores y un montón de piercings adornando su rostro. Además, llevaba los brazos profusamente tatuados y no pude evitar preguntarme si llevaría el resto del cuerpo igual bajo la ropa.
–          Hola Mandie – dijo Jesús saludando a la chica – Yoshi nos está esperando, ¿verdad?
–          Hola, Jesús – respondió ella saludándole con dos besos – Sí, ha venido hace un rato. Está en su sala, la del fondo.
–          Sí, ya sé.
Haciéndome un gesto, Jesús me hizo pasar detrás de una cortina que tapaba la entrada a un pasillo. Ignorando las miradas enfadadas del resto de clientes, que pensaban (con algo de razón) que nos estábamos colando, le seguí por un pasillo iluminado lúgubremente. A los lados, aisladas por simples cortinillas entreabiertas, estaban las salas de tatuaje, a las que eché una mirada curiosa.
Me sorprendió ver que estaban todas ocupadas, con empleados trabajando sobre las pieles de la más variopinta selección de personas. Al parecer, la crisis económica no había afectado en demasía a aquel negocio.
En una sala, una colegiala vestida con el uniforme de un colegio privado estaba siendo tatuada en un tobillo, mientras una amiga, vestida exactamente igual, la miraba con cara de espanto. En otra, una chica se miraba el hombro en un espejo, revisando el resultado del trabajo del artista. En otra, un joven era tatuado en la nuca…
Un poco anonadada, me detuve junto a la cortina de una habitación en la que iban a hacerle un piercing a una chica. La muchacha, completamente desnuda de cintura para abajo, estaba despatarrada en un sillón similar al de la consulta del ginecólogo, con estribos en los que había colocado los pies. El empleado estaba disponiendo los instrumentos que iba a necesitar, por lo que no me vio, pero la chica sí que se dio cuenta de que la observaba desde la entrada.
Lejos de enfadarse o avergonzarse, me dirigió una sonrisilla libidinosa que me estremeció, lo que me hizo despertar de mi ensimismamiento y salir disparada tras Jesús, un poquito avergonzada de que me hubieran pillado espiando.
Jesús ya me esperaba junto a la puerta del fondo del pasillo, que mantenía abierta esperando a que yo entrase. Apretando el paso, franqueé la entrada y penetré en el estudio de Yoshi.
Me encontré en un cuarto bastante amplio, muy luminoso, decorado al estilo oriental (de hecho, me recordó mucho al restaurante de Kimiko). Yoshi nos esperaba sentado en una silla alta, pero, en cuanto entramos, se adelantó hacia nosotros para saludarnos.
Jesús hizo las presentaciones de rigor, en las que me mostré un poquito aturrullada, pues, aunque Yoshi tenía pinta de ser un tipo bastante agradable, no podía borrar de mi mente el secreto que se ocultaba en su bragueta.
El chico resultó ser bastante atractivo, más o menos de la estatura de Jesús, bien musculado (luego me enteraría de que ambos compartían gimnasio), de facciones un tanto angulosas, que le daban un aspecto de cierta seriedad a pesar de tener siempre una sonrisa en los labios.
Contrariamente a lo que esperaba, no iba tatuado en exceso. Al llevar una camiseta de tirantes, podía apreciarse que sólo llevaba tatuajes en el brazo izquierdo y en el hombro, así como un pequeño tribal en la nuca.
Tras presentarnos Jesús, Yoshi me saludó cortésmente, aunque pude notar el brillo divertido de su mirada. Sin duda sabía quien era yo y las cositas que su amigo me obligaba a hacer. Me sentí un poco avergonzada, pero lo superé pronto.
Yoshi, al igual que su hermana, hablaba un castellano bastante fluido, pero, a diferencia de ésta, tenía un marcado acento extranjero. No me había percatado hasta ese momento, pero Kimiko hablaba español casi sin acento y fue precisamente el contraste con su hermano lo que me hizo notarlo.
Mientras charlábamos unos instantes, de vanalidades sobre todo, para conocernos un poco, miré con curiosidad a mi alrededor, observando cómo era el estudio del tatuador.
Lo que vi me agradó bastante, pues era un sitio impresionantemente limpio, muy lejos de la imagen mental que tenía formada de este tipo de negocios.
A uno de los lados, había una mesa alargada, sobre la que reposaba todo tipo de instrumental; había incluso un enorme esterilizador, así como varias bolsas precintadas conteniendo agujas, lo que me confirmó que allí se respetaban las normas de higiene y salubridad. Al otro lado del cuarto, había una puerta cerrada que, por su aspecto, supuse conducía a un aseo.
Yoshi y Jesús siguieron hablando unos minutos, mientras yo miraba interesada unas fotos de tatuajes que había en una pared. Eran hermosos.
En cierto momento, Jesús me indicó que me acercara, alargándome un folio con el diseño del tatuaje que iba a hacerme. Me encantó.
Yoshi había dibujado una réplica de mi colgante, algo más grande que el original. Además, había diseñado una especie de pergamino que cruzaba por detrás del corazón, asomando por los lados y en él aparecían representados unos caracteres japoneses. Todo rodeado por unas ramas espinosas que daban fuerza al conjunto.
–          ¿Te gusta? – me preguntó Jesús.
–          Me encanta – respondí con rotundidad – Pero, ¿qué significan estos caracteres?
–          “Siempre tuya” – intervino Yoshi – Fue idea de Jesús.
–          Me parece perfecto – dije dedicándole a mi Amo la más cálida de las sonrisas.
–          Me alegro – respondió él sonriéndome a su vez.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos, hasta que Yoshi rompió el silencio.
–          ¿Tienes alguna pregunta? Si no, nos ponemos manos a la obra.
–          No, no tengo ninguna pregunta. Ya investigué en Internet un poco sobre los tatoos y creo que lo tengo claro.
–          Estoy obligado a asegurarme de que te lo has pensado bien. Y de que comprendes que, al fin y al cabo, un tatuaje es un tipo de herida en la piel. Hay ciertos riesgos.
–          Tranquilo. Ya te he dicho que estoy bien informada. No te preocupes.
 

–          Y eres consciente de que esto no es un dibujo. Si te arrepientes, no se borra así como así.

–          Que siiiii… tranquilo. Que lo tengo muy claro – dije mirando al sonriente Jesús.
–          Bueno. Pues nada. Me dijo Jesús que lo quieres en la base de la espalda ¿no?
–          Exacto.
–          Vale, pues desabróchate el pantalón y túmbate boca abajo en la camilla – me indicó el japonés mientras mi Amo se sentaba en una silla.
–          ¿Me lo quito? – pregunté.
–          No, no – exclamó el chico rápidamente – No es necesario. Con que lo bajes un poco es suficiente.
Me di cuenta de que Yoshi se había cortado un poco cuando hice ademán de quitarme los pantalones. Lo encontré muy mono, pues me di cuenta de que no era completamente indiferente a mis encantos. Me sentí halagada.
Y el diablillo de la vanidad me poseyó.
Obedeciendo sus instrucciones, me bajé un poco los pantalones, dejando al aire la parte superior de mis nalgas y me tumbé boca abajo en la camilla que había en la sala. Mientras, Yoshi se ponía los guantes y preparaba el instrumental que iba a necesitar para la operación en una mesita con ruedas que tenía para esos menesteres. Mientras lo hacía, no paraba de hablarme, tratando de que me sintiera cómoda y tranquila. No sé por qué, pero aquello hizo que me cayera todavía mejor.
–          No me habías dicho que tu amigo fuera tan amable – dije dirigiéndome a Jesús.
–          Tienes razón. Yoshi es uno de los mejores tíos que conozco. Confío en él más que en ningún otro – respondió mi Amo.
–          Vete al “calajo” – exclamó Yoshi bromeando – “Chinito no fialse pala nada del malvado homble blanco”
–          Pero, ¿tú no eras japonés? – dije riendo – Creía que eran los chinos los que no pronunciaban la “R”.
–          ¡Sí, coño! ¡Como que los españoles distinguís a un chino de un japonés! – retrucó él haciéndonos reír a los tres.
En un ambiente mucho más distendido, Yoshi terminó los preparativos del instrumental. Vi que había cogido una hoja con el dibujo del colgante, que supuse (acertadamente) sería el transfer que iba a usar para hacer el tatoo.
Lo primero que hizo fue revisar la zona de la base de la espalda para ver si había vello. Aunque no encontró nada, usó una crema depilatoria para dejar el área bien despejada, pues según me dijo, el pelo puede arruinar un buen tatuaje.
Tras acabar, limpió mi piel a conciencia con un desinfectante, para posteriormente aplicar el transfer directamente sobre la piel, procurando que quedara correctamente ubicado en la base de mi espalda.
Una vez tuvo el dibujo guía sobre mi piel, Yoshi abrió una bolsa de agujas delante de mí, para que yo comprobara que usaba un juego completamente nuevo y empezó a tatuar.
Cuando escuché el zumbido de la máquina de tatuajes, me puse un poquito nerviosa, lo que hizo que me pusiera en tensión. Yoshi, curtido en este tipo de situaciones, me indicó que me relajara, diciéndome que no tenía por qué preocuparme pues había hecho aquello mil veces.
Cuando aplicó la aguja sobre mi piel me dolió un poco, aunque no tanto como me esperaba, por lo que poco a poco fui tranquilizándome. Sentía cómo la aguja se deslizaba por mi dermis, penetrándola e inyectando la tinta por debajo, marcando en mi piel el símbolo de mi pertenencia a Jesús.
Yoshi, experto en su trabajo y dado que no se trataba de un diseño particularmente difícil, siguió charlando amigablemente con Jesús, aunque, de vez en cuando, se dirigía a mí para preguntarme si me dolía.
Como yo me encontraba cada vez más tranquila, Yoshi siguió hablando con mi Amo, lo que me dio la oportunidad de concentrarme en mis pensamientos, y claro, mi mente empezó a divagar.
Rememoré entonces la angustia que había sentido esa misma tarde, cuando Jesús insinuó que quizás no estaba lista todavía para ser su esclava. Por un segundo, había estado a punto de echarme a llorar en el coche, desesperada por no poder convertirme en aquello que más deseaba.
Comparado con aquello, el dolor que me producía la aguja tatuadora era una grano de arena en el desierto, no tenía la menor importancia. Poco a poco, mi mente fue centrándose en Yoshi, echándole disimuladas miradas mientras continuaba con su trabajo sobre mi piel y, sin poder evitarlo, comencé a recordar las intensas historias que su hermana me había contado días atrás.
Y por supuesto… me puse a pensar en su polla. El diablillo que me había poseído entraba en acción…
Joder, tantos nervios, tanta intranquilidad que había sentido días atrás, pensando en si mi Amo me obligaría a enfrentarme con el monstruo que el japonés escondía entre las piernas y al final… tenía ganas de verlo.
Y decidí que así iba a ser.
Me sentía muy juguetona y confiada en mi físico, pues sabía por las miraditas que el chico me había dirigido cuando entré en su estudio, que me encontraba atractiva. Pensé que sería divertido calentar un poco al japonés y descubrir por mí misma si las historias que se contaban tenían fundamento o no. Por un instante, el recordar que Jesús se había enfadado con Gloria en una situación similar me frenó un poco, pero, sin saber por qué, mi instinto me decía que a Jesús no le importaría mucho si yo jugueteaba un poco con su amigo.
Aprovechando que Yoshi se apartó de mí unos segundos para buscar algo que necesitaba, me bajé unos centímetros más el pantalón, dejando ya una buena porción de culo al aire y el tanga bien a la vista, enterradito entre las dos medias lunas de mis nalgas.
Cuando Yoshi se dio la vuelta, se encontró de bruces con que mi culito era más visible pero, aunque dudó un segundo, decidió hacer como si nada y continuar con su trabajo, como todo un profesional.
Divertida, pensé en agitar un poco el trasero, para darle un mejor espectáculo al chico, pero decidí que no, pues si me movía iba a estropear el tatuaje. Así que empleé otra táctica: me puse a gemir muy tenuemente, emitiendo unos sensuales sonidos que podían interpretarse como de dolor… o de placer.
Estoy segura de que logré que los vellos se le pusieran de punta al japonés, pero, para mi desencanto, fue lo único que logré estimular en él. Girando disimuladamente el cuello, miré de reojo hacia la entrepierna del tatuador, pero no vi señales de Godzilla por ningún sitio. Me molestó un poco y  mi ego se sintió ligeramente insultado. ¿Acaso mi lindo trasero no bastaba para sacar a la bestia de su escondite?
–          No te muevas, Edurne – me dijo Yoshi – Es importante que permanezcas quieta.
–          Perdona – respondí avergonzada, quedándome muy quieta.
Y más que me avergoncé cuando vi que Jesús me miraba divertido.
Ruborizada por haber sido pillada en falta, me estuve tranquila unos minutos, dejando a Yoshi trabajar en paz. De vez en cuando, sentía cómo sus manos enguantadas rozaban mi piel o deslizaban un trapito que usaba para limpiar la zona del tatuaje. Como me parecía que aquellos roces se estaban produciendo más al sur de lo necesario, sonreí para mí y, sin poder contenerme, volví a echarle un disimulado vistazo al área de conflicto.
¡Joder! Sin novedad en el frente.
–          No te muevas. Por favor. Ya no queda mucho – me reconvino Yoshi.
–          Es que me duele un poco – mentí con voz suave y aterciopelada.
No pude evitar mirar a Jesús tras el nuevo toque de atención, para volver a encontrarme con su sonrisa felina, quizás un poco más amplia que la vez anterior.
Un poco herida en mi orgullo, no tuve más remedio que estarme quietecita, tratando de pensar en otra cosa, reprendiéndome a mi misma por ser tan estúpida.
–          Oye, Edurne – me dijo Jesús de pronto – ¿Y a tu novio qué le parece lo del tatuaje?
–          ¿A Mario? Pues si te soy sincera ni se me había ocurrido. No le he dicho nada.
¡Coño! ¡Mario! Era verdad. No se me había pasado por la cabeza lo que Mario podría decir cuando me viera el tatoo.
–          Aunque me da igual lo que diga – continué – Le diré que mi cuerpo es mío y que hago con él lo que yo quiera, aunque sea mentira.
–          ¿Mentira? – dijo Yoshi extrañado sin dejar de trabajar sobre mi piel.
–          Claro. Mi cuerpo es de Jesús y él es quien puede hacer lo que quiera con él.
La sonrisa de Jesús se ensanchó todavía más.
Como pude, logré aguantar calmada un rato más hasta que por fin Yoshi anunció que había terminado.
Jesús se incorporó y miró con aire satisfecho el resultado del trabajo de su amigo. Yo giraba la cabeza tratando de ver cómo había quedado y Yoshi, antes de que me rompiera el cuello, acercó un espejo redondo permitiéndome admirar el resultado.
Me encantaba.
–          ¡Está genial! – exclamé auténticamente entusiasmada.
Sin pensarlo, me incorporé sobre la camilla y le di un beso a Yoshi en la mejilla. Él, lejos de sorprenderse, aprovechó para regañarme un poco.
–          Pues a punto hemos estado de fastidiarlo bien. No parabas de moverte. ¿Tanto te dolía?
–          ¡Oh! No… perdona – dije sin saber qué decir.
–          Pero, ¿no te das cuenta de lo que pasa? – dijo Jesús riendo.
Me quedé paralizada. No me pregunten cómo, pero en ese momento supe sin lugar a dudas que Jesús había vuelto a leer en mí como en un libro abierto.
–          ¿A qué te refieres? – dijo Yoshi extrañado.
–          A que Edurne ha oído hablar del tamaño de tu herramienta y pretendía verificar si los rumores eran ciertos. De ahí los gemiditos y los jadeos. Quería despertar al monstruo.
Yoshi se quedó callado, un tanto avergonzado por lo que su sonriente amigo acababa de decirme. Aunque su vergüenza no era nada comparada con la mía. Deseé que el suelo se abriera a mis pies y me tragara. Y me lo había buscado yo solita.
Colorada como un tomate, me coloqué bien el pantalón, sin reunir arrestos suficientes para mirar a Yoshi a la cara. Éste, también un poco cortado (o eso creía yo), me daba las instrucciones que debía seguir para el cuidado del tatuaje durante los primeros días. Que me aplicara una crema antibiótica, que no lo mojara, que no le diera la luz directa del sol…
Por fortuna, yo había leído ya todas esas instrucciones en Internet, pues apenas me enteré de nada de lo que me decía, avergonzadísima por haber sido pillada en falta. Jesús, en cambio, se lo pasaba de fábula.
–          ¿Y qué esperabas, cariño? – me dijo riendo, hurgando aún más en la herida – Yoshi es un profesional y todos los días pasan por esta sala montones de chicas guapas que quieren tatuajes o piercings en los sitios más recónditos. Obviamente, Yoshi tiene un férreo autocontrol. ¿Te imaginas qué pasaría si se empalmara mientras le está haciendo un piercing en el clítoris a una chica? Porque, te aseguro que el chico no podría disimular… ¡Ja, ja, ja! ¡Las denuncias por acoso sexual le lloverían literalmente!
Jesús encontraba divertidísimo todo aquello, pero yo me encontraba cada vez más avergonzada. ¿Cómo se me había ocurrido? Y total, ¿para qué? Si en el fondo me asustaba la posibilidad de tener que enfrentarme a la verga que había mandado a Gloria al hospital… ¿O no era así?
Confundida, me aventuré a mirar a Yoshi a los ojos con disimulo, notando que él también estaba avergonzado, pero no demasiado. De hecho, mantenía su mirada clavada en mí, lo que me inquietó un poco.

Con sumo cuidado, Yoshi me aplicó un vendaje sobre el tatuaje, indicándome que debía cambiarlo a menudo. Jesús nos miraba a ambos, con esa sonrisilla que exhibía cuando estaba maquinando algo. Inquieta, tragué saliva y esperé.

–          Oye, Yoshi – dijo Jesús de pronto, haciéndome estremecer – ¿Qué te parecería hacer feliz a Edurne?
Ya estaba. La habíamos liado.
–          Pues no sé – dijo Yoshi mirándome – No sé si estará preparada.
–          No, no creo que lo esté, amigo. Y no quiero que me la desgracies – dijo Jesús – Pero podrías dejarle echar un vistazo ¿no?
–          ¿Y qué saco yo? – dijo Yoshi mirándome sonriente.
Se veía que aquellos dos habían practicado aquel jueguecito en más de una ocasión, mientras yo sentía que la camisa no me llegaba al cuerpo.
–          No sé. ¿Qué te apetece?
–          Que decida ella – dijo Yoshi señalándome.
Me acojoné. Me había pasado días temiendo aquel momento y al final había sido yo solita la que se había metido en la boca del lobo. Y todo por zorra.
–          No, Amo – dije tratando de aparentar tranquilidad – Sólo estaba jugando, era una broma. Sabes que yo sólo quiero estar contigo.
–          Ya lo sé, Edurne – dijo él – Y como has sido una perrita muy buena, te mereces un premio, así que voy a dejar que eches un vistazo a lo que esconde mi amigo. No te preocupes, no me voy a enfadar.
–          Pero, Amo… – insistí.
–          ¿Qué pasa? – dijo él en tono más seco – ¿Te parece bien intentar calentar a mi amigo y luego dejarle tirado?
–          No, Amo – respondí poniéndome rígida.
–          Pues entonces, sé una perrita buena y pídele a mi amigo que te deje jugar con su cosita.
Resignada, pues todo aquel follón me lo había buscado yo sola, me volví hacia Yoshi y le dije:
–          Yoshi, quiero agradecerte el estupendo trabajo que has realizado marcándome como propiedad de mi Amo. Y, como eres tan amable, me gustaría pedirte otro favor.
–          ¡Muy bien dicho, Edurne! – exclamó Jesús – ¡A cada momento que pasa ganas más puntos!
Me sentí feliz por el halago de mi Amo.
–          Si eres tan amable – continué – Me gustaría ver tu pene y comprobar si lo que me han contado es cierto. Para agradecértelo, será un placer chupártelo y beberme tu leche, si eso te complace.
Me escuchaba a mí misma y no me reconocía. No me creía en absoluto capaz de pronunciar esas palabras. Me di cuenta entonces de que… ¡en realidad estaba deseando hacerlo! Y por encima de todo, ¡quería que mi Amo disfrutara del espectáculo de ver a su zorrita haciendo guarradas!
–          Vaya – dijo Yoshi mirándome con aprobación – Si me lo pides de esa manera, no puedo negarme. Joder, tío, es impresionante lo bien educada que está.
–          Ya te dije que era un talento natural – dijo mi Amo – Es mi profesora…
Me ruboricé de puro placer.
–          Como te gustan estos líos – dijo Yoshi dirigiéndose a Jesús, aunque la sonrisilla que había en sus labios demostraba que aquello no le incomodaba en absoluto.
Decidida a pasar el mal trago cuanto antes (y nunca mejor dicho) di unas palmaditas sobre la camilla, indicándole a Yoshi que se tumbara sobre la misma. Éste, sin dudarlo un segundo, me obedeció, subiéndose donde minutos antes estaba yo tumbada. Mientras, mi Amo tomó asiento en una silla, decidido a no perderse detalle del espectáculo.
Yo, todavía un poco cortada pero metida ya en situación, me acerqué a donde me esperaba el japonés expectante y cuidadosamente, fui deslizando mi mano por su pierna, empezando por la rodilla y subiendo hacia su cintura, procurando acentuar al máximo el morbo de la situación.
 

Clavé mis ojos en los de Yoshi, pudiendo leer la admiración y el deseo en su mirada. Esta vez si comenzó a notarse cierta actividad en la bragueta del pantalón del chico, lo que me hizo sonreír satisfecha.

Sin hacerme de rogar, posé mi mano sobre el área de conflicto, que acaricié dulcemente por encima del pantalón, sintiendo cómo la dureza comenzaba a incrementarse y la tela de la prenda a tensarse bajo la presión.
–          Será mejor que me quites los pantalones ya – dijo Yoshi en ese momento – Luego te costará más.
Nerviosa por lo que podía encontrarme, forcejeé con el botón y la cremallera de los pantalones, cosa que me costó un poco por el volumen que estaba empezando a adquirir la encerrada verga. Un poco inquieta, tragué saliva y empecé a bajarle los pantalones, mientras miraba atónita el enorme bulto que había en los calzoncillos del japonés. No me habían mentido pero, lo cierto es que la había imaginado más grande.
Como una autómata y sin apartar la mirada ni un segundo de la increíble tienda de campaña, despojé a Yoshi por completo de los pantalones, arrojándolos a un lado sobre una silla.
–          Parece que le gustas – dijo Yoshi guiñándome un ojo.
Con el fondo musical de la risita divertida de mi Amo, reuní valor suficiente para agarrar la cinturilla de los slips y tirar hacia abajo, deslizándolos por los musculados muslos, liberando a la bestia de su encierro.
Me quedé sin habla. Los rumores se quedaban cortos. Tonta de mí, había pensado durante un segundo que tampoco era para tanto justo antes de bajarle los calzoncillos, pero, tras hacerlo, tuve que reconocer que aquella polla era lo más impresionante que había visto en mi vida.
Lo que había pasado era que, mientras le quitaba los pantalones, la punta del miembro había escapado por la cinturilla del slip, quedando oculta bajo la camiseta que llevaba Yoshi, lo que me había hecho pensar erróneamente que no era tan grande después de todo.
Despertando de mi error, contemplé con los ojos como platos el inmenso tronco que el chico escondía entre las piernas. Ahora me creía las historias que me habían contado. No me costó nada imaginarme que aquella cosa hubiera sido capaz de mandar a Gloria al hospital. Si le llega a dar en la cabeza, la mata.
–          ¿Y bien? – resonó la voz divertida de mi Amo – ¿A qué esperas?
Asustada, reuní el valor suficiente para aferrar con mi temblorosa manita el poderoso instrumento. Cuando lo hice, apreté con fuerza el tronco, notando que mi mano no era  suficiente para rodearla por completo. En cuanto sentí su dureza y calor sentí un súbito cosquilleo en mi entrepierna, que me vi obligada a sofocar frotando disimuladamente los muslos. Me daba pánico pensar que Jesús notara lo cachonda que me encontraba y se decidiera a entregarme al monstruo.
–          Será mejor que la cojas con las dos manos – me susurró Yoshi – Si no, se te va a escapar.
Medio hipnotizada, hice caso de lo que me decía, aferrando la gargantuesca polla con ambas manos. Yoshi soltó un gruñido de placer al sentir mis manitas sobre su nabo, pero no me dijo nada para apremiarme, dejándome a mi aire manipulando el instrumento.
Lentamente, comencé a deslizar mis manos por el tronco, pajeándolo muy lentamente, mientras sentía cómo la sangre bombeaba a lo largo del grueso palo, manteniéndolo enhiesto. Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la paja, me sentía como si estuviera fabricando mantequilla o manipulando una enorme manga pastelera.
Un poco más entonada, sintiendo el intenso calor entre mis muslos y la dureza de mis senos, me animé a chupar levemente la punta del cipotón, usando la lengua para estimular el gigantesco glande. Aquello debió de gustarle a Yoshi, pues soltó un gruñido de aprobación y se tumbó por completo en la camilla, colocando las manos detrás de la cabeza y dedicándose a disfrutar del tratamiento.
Un poco enfebrecida ya, redoblé mis esfuerzos masturbatorios sobre el mástil, poniendo en ello todo mi arte y experiencia, por más que fuera la primera vez que me enfrentaba a una serpiente de tal calibre.
–          ¿Qué tal lo hace? – resonó la voz de mi Amo en la habitación.
–          Es estupenda – respondió Yoshi con voz entrecortada, llenándome de alegría – Aunque me las han hecho mejores.
Sorprendida, levanté la cabeza encontrándome con la mirada divertida del japonés. Me había herido en mi orgullo.
Decidida a no quedar mal delante de mi Amo, liberé el descomunal miembro de mis manos y empecé a desnudarme.
–          Edurne – me dijo mi Amo – ¿Sabes lo que haces?
–          Tranquilo Amo, sólo voy a darle el “tratamiento completo”. Pero no me veo capaz de meterme semejante cosa.
–          Pues es una pena, guapa – dijo el sonriente Yoshi – Te iba a encantar.
–          Otro día quizás – respondió preocupantemente mi Amo.
Me despojé de los pantalones y el tanga, pero el jersey simplemente lo subí hasta el cuello, librándome del sujetador, quedando así mis tetas al aire.
Con cuidado de no caerme, me subí a la camilla junto a Yoshi, sentándome a horcajadas en su regazo. Mis pies colgaban por los lados de la camilla, mientras mi culito quedaba apoyado sobre sus muslos. Deslizando un poco el cuerpo hacia arriba, hice que mi coñito quedara apoyado directamente sobre el grueso tronco, permitiéndole sentir mi calor y humedad directamente sobre el pene. Volviendo a agarrarlo con las manos, lo levanté hasta dejarlo atrapado entre mis senos, decidida a administrarle una lujuriosa cubana. Al hacerlo, descubrí que la punta quedaba al alcance de mis labios, con lo que el tratamiento que empecé a administrarle fue triple.
–          ¡Joder, qué pasada! – farfulló Yoshi cuando reanudé mis esfuerzos sobre su enorme verga – ¡Ostias, que bueno!
–          ¿Y bien? – dije sin dejar de lamerle la punta – ¿Te las han hecho mejores que ésta?
–          Te… te lo diré cuando acabes – farfulló el japo – Pero de momento… vas muy bien.
Mi sonrisa engulló por completo la punta del gigantesco cipote, concentrándome en chuparlo y mamarlo con habilidad. Sólo la punta bastaba para llenar mi boca por completo, aunque no permití que llegara muy a fondo, pues tenía miedo de ahogarme. Mis manos se aferraron a mis pechos, comenzando a moverlos arriba y abajo sobre el grueso tronco, mientras mi encharcado chochito derramaba sus jugos sobre el regazo del chico.
–          ¿A que es buena mi chica? – intervino Jesús – Creo que la has herido en su orgullo con lo que has dicho antes y se ha propuesto demostrarte que es la mejor.
–          Pues me alegro de haberla ofendido… – gimió el japonés ya rendido a mi excitante tratamiento.
Inesperadamente, aquella cosa entró en erupción. Estaba tan concentrada en aplicarle un masaje cinco estrellas que ni me di cuenta de que el chico estaba a punto. De repente, noté como el majestuoso nabo vibraba entre mis senos y juro que noté cómo sus huevos vertían su carga en el interior del conducto y cómo ésta subía disparada por toda la longitud del pene del chico.
Sin poder reprimir el impulso, aparté la boca del extremo de la polla, de forma que el primer disparo impactó directamente en mi cara, concretamente en un ojo que quedó cerrado por el enorme pegote de semen. Sorprendida, no atiné a cumplir mi promesa de tragarme la leche del japonés y puede que fuera mejor que no lo hiciera, pues podría haber muerto asfixiada.
El chaval, gimiendo y jadeando, descargó sus pelotas a conciencia sobre mi cuerpo, empapando por completo mi jersey y dejando mis pechos completamente pringosos de semen.
La monumental corrida duró casi un minuto y yo, sin saber muy bien qué hacer, me limitaba a sostener la polla bien agarrada con las manos sintiendo cómo lo espesos pegotes impactaban en mi cuerpo y se deslizaban por mi piel.
–          ¡Joder, qué maravilla! – jadeó el satisfecho japonés – ¡Ha sido la leche! ¡Tío, te daré lo que quieras, pero tienes que dejarme que le dé un revolcón a esta zorra!
–          Ja, ja… Te lo advertí Yoshi. Edurne es muy aplicada. Te dije que te iba a gustar.
–          Entonces, ¿puedo?
–          No, no, amigo. Ya te he dicho que no quiero que me la desgracies. Quizás más adelante, cuando esté acostumbrada.
Me serenó bastante la negativa de mi Amo, pues por un segundo temí que fuera a ceder a los deseos de su amigo y obligarme a lidiar con aquel gigantesco falo. No me malinterpreten, estaba caliente al máximo, pero aún así no me atrevía a intentar meterme un estoque de semejante tamaño.
–          Edurne, nena – me dijo Jesús – Puedes asearte en el baño, esa puerta de ahí.
Obediente y aliviada, me dirigí al baño para limpiarme los restos de la monumental oleada de soldaditos japoneses, pero Jesús tenía otra idea en mente.
–          Pero no te laves la cara – me ordenó.
Yo me volví hacia él, mirándole extrañada con el único ojo que podía mantener abierto (el otro seguía cerrado debido al espeso pegote de semen).
–          ¿Cómo? – dije sin comprender.
–          No has cumplido tu promesa de tragarte la leche de mi amigo, pero como has sido muy buena te mereces un castigo leve. Así que vas a salir de aquí con todo eso en la cara – dijo señalándome.
–          Sí, Amo – asentí sumisa.
–          Buena chica.
Mientras me aseaba el cuerpo, dejé la puerta del aseo entreabierta, con lo que pude escuchar la conversación entre los dos chicos. Yoshi le insistía un poco a Jesús con lo de echarme un polvo, pero, por fortuna, él se negó, lo que me hizo amarle todavía más.
–          Pues vaya mierda – dijo Yoshi – ¡Aj! Odio quedarme a medias.
–          Ya te lo advertí antes – respondió mi Amo – Tú has querido jugar a este jueguecito.
–          Ya, ya… Pero comprende que, después de lo que me habías contado sobre ella, tenía ganas de probarla un poco. Aunque, al final, no ha hecho falta pedírselo ni nada. Ella solita se ha apañado…
–          Ya te dije que esta putita era especial – respondió Jesús haciéndome sonreír frente al espejo del baño.
–          Bueno, pues tendré que aliviarme de otra forma. ¡Gabriela! – gritó el japonés.
Mientras gritaba, yo acabé de componerme la ropa y regresé a la sala de tatuajes, medianamente limpia y aseada, exceptuando el enorme pegotón de semen que relucía en mi cara obligándome a mantener un ojo cerrado.
Jesús me contemplaba con aprobación mientras su amigo, desnudo de cintura para abajo, llamaba a grito pelado a la tal Gabriela, con su enorme polla, con cierto grado de dureza perdido pero aún impresionantemente grande, bamboleando entre sus muslos rogando que alguien se encargara de ella.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió y entró una chica (la tal Gabriela supuse). Llevaba el pelo muy corto, rapado en una de las sienes y con varios piercings en la nariz y en la oreja izquierda.
–          Dime Yoshi, ¿qué quieres? – preguntó sin molestarse en saludar siquiera.
–          Dile a Mandie que venga. Y quédate un rato tú en la recepción.
–          ¿Y no te sirvo yo? – dijo ella con una extraña sonrisa mientras miraba el cimbreante falo de su jefe.
–          No, hoy tú no. Llama a Mandie. ¡Y date prisa!
–          ¡Ya va, ya va! – exclamó la chica abandonando la sala con reticencia.
–          ¿Lo ves? – dijo Jesús – Yoshi tiene su propio grupo de esclavas. Aunque buscan una cosa muy distinta a lo que yo os brindo a vosotras.
Le entendí perfectamente.
Tras dedicar un par de minutos a despedirnos de Yoshi (que no se animó a besarme en la mejilla, no sé por qué) abandonamos la habitación, cruzándonos en el pasillo con la tal Mandie, que acudía visiblemente emocionada. Aún así, la chica se quedó mirando sorprendida la blancuzca sustancia que manchaba mi rostro, aunque enseguida se recuperó y siguió su camino, tras balbucear unas palabras de despedida.
En ese momento me di cuenta de que, aunque me sentía avergonzada por andar por ahí con una corrida en la jeta, la calentura que llevaba encima provocaba que me diera igual. Mentalmente, recé para que Jesús no tuviera en mente dejarme en ese estado y se animara a darme una buena ración de lo que yo estaba deseando.
Con aire orgulloso, atravesamos la recepción del local de masajes, donde Gabriela había ocupado su puesto, mientras los clientes contemplaban atónitos cómo me dirigía a la calle con un enorme lechazo en toda la cara. Jesús sonreía.
En la calle fue un poco mejor, pues ya había empezado a oscurecer y además, la gente no suele prestar mucha atención a lo que le rodea. Aún así, en nuestro camino al coche un par de transeúntes se dieron cuenta de la mancha en mi rostro, pero lo cierto es que no me importó en absoluto.
 

Por fin, montamos en mi coche y Jesús me dio permiso para limpiarme. Agradecida, le sonreí cálidamente mientras sacaba un pañuelo de la guantera y eliminaba los restos de semen de mi cara, logrando por fin abrir de nuevo el ojo.

–          ¿Adónde vamos? – pregunté esperanzada.
–          Tira para mi casa – respondió él llenándome de desazón.
Decidida a ser una buena chica, no protesté en absoluto y arranqué el coche, conduciendo de vuelta a Jesús hacia su casa, para lo que primero debíamos atravesar la avenida que cruzaba el parque que había en el centro de la ciudad. Interiormente, mi cuerpo pedía a gritos que me tomara, pero ahora yo era su esclava, por lo que mis deseos no contaban para nada, así que me callé.
Pero, por fortuna, Jesús no pensaba dejarme a medias aquella tarde.
–          ¿Sabes, perrita? – Me dijo de repente – Me ha excitado mucho tu numerito con Yoshi. Eres una guarra redomada.
Me sentí feliz.
–          Gracias, Amo – le dije – Me alegro de que lo hayas pasado bien. Es lo que pretendía.
Jesús me miró un instante antes de responder.
–          Mentirosilla… – dijo acariciándome el muslo cariñosamente.
Reí un poco, ruborizada por haber sido pillada en falta.
–          Métete por ahí – me indicó Jesús de repente, apuntando hacia una calle lateral que discurría por un lado del parque.
–          ¿Por ahí? – pregunté mientras miraba por el retrovisor y señalizaba la maniobra – Ese camino es más largo.
–          No importa. Párate donde puedas.
El corazón saltó en mi pecho al escuchar esas palabras. Apartando un instante la mirada del asfalto, la dirigí hacia el asiento del copiloto, donde me encontré con la conocidísima sonrisa lobuna que me hacía estremecer de la cabeza a los pies. Esa vez no fue ninguna excepción.
Con el corazón amenazando salírseme por la boca, enfilé el auto por el a esas horas desierto paseo. Por desgracia, se veía una interminable fila de coches aparcados, no quedando el menor espacio entre ellos.
–          No hay aparcamiento, Jesús – le dije con voz lastimera.
–          No te preocupes. Párate en doble fila. Ya no puedo más.
Temblorosa por la excitación que sentía y con la sangre revolucionada latiéndome en los oídos, estacioné el coche en doble fila. No creía que fuera a haber mucho problema, pues esa calle no era muy transitada y ya era de noche. Además, al estar fuera del parque, no estaba muy bien iluminada, por lo que era ideal para hacer lo que tenía en mente.
Con un brusco tirón (casi me lo cargo), aseguré el freno de mano y solté el cinturón de seguridad. Para mi sorpresa (debía de estar muy cachondo), Jesús ya se había sacado el nabo del pantalón y ambos me miraban desafiantes desde el asiento del pasajero.
–          Cómemela, nena – me susurró Jesús.
Como si yo necesitara instrucciones…
Como una fiera, me abalancé sobre la enhiesta verga y la engullí con ansia entre mis labios. En cuanto sentí cómo la poderosa carne llenaba mi boca, un escalofrío de placer y excitación recorrió mi cuerpo, haciéndome gemir contra la entrepierna de Jesús.
Enseguida noté cómo Jesús colocaba sus manos sobre mi cabeza, acariciando mi cabello, tironeando de él con lujuria, mientras me obligaba a adoptar el ritmo que más le satisfacía.
Ronroneando como una gatita, me arrodillé en el asiento del conductor y seguí devorando aquella polla que se había convertido en el centro de mi existencia. Sólo cuando estaba disfrutando de ella me sentía feliz y completa.
Percibía que Jesús estaba deseando correrse en mi boca, así que redoblé mis esfuerzos en la mamada, pues sabía que, hasta que él no estuviera satisfecho, no empezaría a ocuparse de mí. Y yo a esas alturas estaba sencillamente empapada, sintiendo un dolor sordo en la entrepierna, que suplicaba que se la follaran ya de una vez.
La polla de mi Amo se sentía cada vez más grande en mi boca, sus huevos, acariciados por mis manos, estaban a punto de entrar en erupción, sus manos apretaban mi rostro cada vez con más fuerza contra su ingle… Y entonces nos interrumpieron.
–          Clic, clic, clic – resonaron unos golpecitos en la ventanilla del conductor.
–          Mierda – oí que susurraba Jesús, mientras empujaba suavemente mi cabeza apartándome de él.
Enfadada por la intrusión y decidida a mandar a tomar por saco al desgraciado que había tenido la osadía de interrumpirnos, me di la vuelta como una leona en mi asiento, quedándome paralizada de golpe.
Junto a nuestro coche se había detenido una patrulla de la policía local y el agente que viajaba en el asiento del pasajero había bajado su ventanilla y estaba dando golpecitos en la mía con una linterna.
Avergonzadísima, comprendí que, dado que su vehículo era más alto que el nuestro, el policía había podido ver perfectamente lo que estábamos haciendo segundos antes. Lo extraño era que yo no me había dado cuenta para nada de que la patrulla se paraba al lado nuestro. Aunque teniendo en cuenta lo entusiasmada que estaba chupándosela a Jesús, tampoco era tan raro.
El poli, que me miraba con expresión divertida, me hizo un gesto con los dedos indicándome que abriera la ventanilla. Nerviosísima, pues ya me veía en la portada de los periódicos como corruptora de menores, pulsé con mano temblorosa el botón del elevalunas, bajando el cristal.
El poli ni siquiera nos dio las buenas noches.
–          Coño – me espetó sin más preámbulos – ¿Por qué cojones no os buscáis un hotel?
–          Pe… perdone agente – balbuceé.
–          ¿Os parece normal ponerse a hacer esas cosas en mitad de la calle? Por aquí pasan niños.
–          No creo que a estas horas pase por aquí ningún crío – resonó la voz de Jesús acojonándome – Y a los adultos no los vamos a asustar.
–          Mira niñato – respondió el madero sin alterar el tono – Encima no te me pongas chulo. Que si quiero os empaqueto a los dos por escándalo público.
Madre mía. Ya la habíamos liado. Estaba asustadísima por lo que Jesús podía hacer a continuación. Si se ponía farruco con los policías eran capaces de detenernos, pues, como todo el mundo sabe, no hay nadie más chulo en el mundo que un policía local.
–          No me pongo de ninguna forma, agente – dijo Jesús agachándose un poco para poder mirar al policía a través de mi ventanilla – Usted está cumpliendo con su deber y si piensa que tiene que multarnos, hágalo. Aunque claro, también podríamos llegar a un acuerdo… – susurró mientras me acariciaba un pecho por encima del jersey con descaro.
El corazón se me paró. La expresión de Jesús era la que yo conocía tan bien, la que me aterrorizaba y excitaba hasta límites insospechados. Jesús miraba al policía, con la oferta implícita en el aire. Temblorosa, alcé la mirada hacia el agente y percibí que había comprendido perfectamente a qué se refería Jesús. Podía sentir su mirada devorando mi cuerpo, mientras simultáneamente miraba de reojo a su compañero, al que yo no podía ver desde mi posición.
Tragó saliva y, por un instante, pareció que iba a atreverse a algo más, pero, al final, no dio el paso y se vino abajo.
–          Anda, largaos de una vez y dejad de dar el espectáculo. Iros a casa y allí hacéis lo que os dé la gana – dijo el poli haciendo un ademán con la mano.
–          Si eso es lo que usted quiere – concluyó Jesús volviendo a sentarse erguido en su asiento.
Todavía temblando, agarré la llave del contacto y la hice girar. Estaba tan nerviosa que me costó varios intentos arrancar el coche. Mientras el motor gemía y se afanaba por ponerse en marcha, pude escuchar perfectamente la voz del otro policía que exclamaba:
–          ¡Manolo, dile a esa golfa que se limpie bien la boca, que desde aquí le veo el sabo!
Las palabras de aquel imbécil me sentaron como una patada en el estómago. Estuve a punto de gritarle alguna respuesta adecuada, pero la patrulla se puso en marcha y siguió calle abajo, despacito, para asegurarse de que nosotros nos íbamos también.
Finalmente, conseguí arrancar el coche y seguir camino, mientras me sentía cabreada y profundamente insatisfecha.
–          Malditos gilipollas – siseé – Ojalá se estrellen en el próximo semáforo.
–          Desde luego que son gilipollas – sentenció Jesús – Han estado a punto de disfrutar la noche de sus vidas y la han dejado pasar de largo.
Un nuevo estremecimiento me sacudió.
–          ¿En serio les habrías dejado follarme? – pregunté sin dejar de mirar al frente.
–          ¿Tú que crees? – respondió Jesús.
Tardé unos segundos en responder.
–          En el fondo me da igual. Habría hecho lo que me ordenaras – concluí.
–          Eres fabulosa perrita – dijo mi Amo acariciándome con ternura la mejilla.
–          Gracias.
–          No. Gracias a ti.
Me sentía exultante por los halagos del Amo. Pero mi coño no dejaba de latir y gritar pidiendo una polla con urgencia. Por fortuna, el Amo estaba todavía más desesperado que yo.
–          Conduce hacia el mirador – me dijo – Unos doscientos metros antes de llegar hay un sendero. Ya te avisaré cuando lleguemos.
El mirador es una zona bastante conocida en la ciudad, donde por las noches las parejitas van a hacer cosas malas. Y yo estaba deseando hacer de las peores.
Disimuladamente, apreté el acelerador para llegar más deprisa. Jesús no dijo nada, aunque podía sentir perfectamente cómo sonreía sentado junto a mí.
Cuando llegamos a la entrada del sendero, Jesús me indicó que girara, cosa que hice. Conduciendo ahora con bastante precaución, llevé el coche por el camino internándonos entre los árboles, aunque fue más sencillo de lo esperado, pues se notaba que el sendero era bastante transitado por vehículos.
–          ¿Adónde vamos? – pregunté pues no conocía esa parte del parque, pues el mirador quedaba hacia otro lado.
–          A un sitio tranquilo donde no nos molestarán más.
–          ¡Estupendo! – exclamé sin poderme contener – Estoy deseando que lleguemos a un sitio donde podamos estar solitos y a gusto. No he olvidado que el Amo se quedó a puntito hace un rato y debe estar a punto de estallar.
–          En eso tienes razón – dijo Jesús volviendo a acariciarme el pecho – Aunque solos no creo que estemos.
–          ¿Cómo? – pregunté mirándole extrañada.
–          Es un sitio bastante conocido por los practicantes de dogging. Aunque tranquila, que nadie nos molestará.
–          ¿Dogging? – pregunté.
–          ¿No sabes lo que es?
Sacudí la cabeza en gesto de negación.
–          ¡Ay, perrita! – dijo Jesús riendo – ¡Te queda tanto que aprender!
Iba a seguir interrogándole, pero en ese momento, llegamos a un claro en el que había varios coches aparcados. En el interior de los mismos se apreciaba que había gente, pero, como todos tenían las luces apagadas y estaban bastante retirados unos de otros, pensé que no nos molestarían si no los molestábamos a ellos.
Busqué un sitio apartado donde estacionar y, como un rato antes, tiré con violencia del freno de mano para dejar el coche bien sujeto.
Como un rayo, volví a arrodillarme en mi asiento y mis manos salieron disparadas hacia la bragueta de Jesús, encontrándome con que su erección, que no había bajado ni un ápice, apretaba contra el pantalón formando una notoria tienda de campaña.
–          ¡Pobrecito! – dije compungida – ¡Qué mal rato habrás pasado!
–          Ten cuidado – me advirtió Jesús – Esa arma está cargada y a punto de dispararse en cualquier momento.
–          Extremaré las precauciones – siseé sonriendo mientras volvía a engullir la hombría de mi Amo.
–          ¡Oh, perrita! – gimió Jesús – Eres la mejor.
Mientras decía esto, sus manos acariciaron de nuevo mi cabeza y mi espalda. Esta vez no marcó ritmo alguno, pues estaba a punto de caramelo y lo único que deseaba era vaciar sus pelotas en mi garganta. Yo, sabedora de ello, me preparé para recibir el cálido néctar en mi boca, relajándome y preparándome para la avenida.
Aún así, cuando Jesús se derramó entre mis labios, provocó que se me saltaran las lágrimas al recibir varios disparos bastante intensos directamente en el esófago, pero, como cada vez estaba más curtida en aquellas lides, aguanté como una campeona con la verga de mi Amo absorbida hasta el fondo, mientras él vaciaba alegremente sus pelotas directamente en mi estómago.
Cuando noté que terminaba, empecé a retirarme lentamente, deslizando su verga entre mis labios, pero Jesús tenía otros planes en mente y sujetó mi cabeza, obligándome con dulzura, pero con firmeza, a continuar con su polla enterrada en la garganta.
Jesús encendió entonces la luz interior del auto y, con delicadeza, me subió la espalda del jersey dejando al descubierto la venda que cubría el tatuaje.
Con sumo cuidado, levantó el esparadrapo que cubría la pequeña obra de arte, pudiendo así examinarla a placer bajo la tenue luz del habitáculo.
Yo, un poco agobiada por tener todo ese trozo de carne enfundado en la garganta, procuré relajarme al máximo, para no sentir arcadas ni tener problemas para respirar, porque sabía que eso molestaría a mi Amo.
Permanecimos así un par de minutos, mientras él examinaba cuidadosamente la obra de Yoshi, conmigo empalada por la boca como una trucha en un anzuelo.
Cuando estuvo satisfecho, él mismo empujó suavemente mi cabeza, extrayendo su todavía durísima verga de mi boca.
Con los ojos llorosos, acerté a sonreírle, mientras paladeaba el sabor de su hombría. Devolviéndome la sonrisa, me besó suavemente en la frente mientras me susurraba al oído:
–          Ahora vamos a ocuparnos de ti perrita.
 

Ni que decir tiene que aquellas palabras me llenaron de ilusión.

Con torpeza por lo estrecho del habitáculo, me las apañé como pude para desnudarme en el interior del coche. Siguiendo las instrucciones de Jesús, me quedé en pelota picada, quitándome hasta la ropa interior, dejando únicamente sobre mi cuerpo el colgante de plata y su réplica tapada de nuevo por el vendaje.
Mientras me desvestía, Jesús manipuló el asiento del copiloto, deslizándolo por completo hacia atrás y reclinando un poco el respaldo. Sin duda, todos los que hayáis echado un polvo en el coche sabéis exactamente lo que estaba haciendo.
Sin embargo, para mi desdicha, Jesús no se quitó nada de ropa, limitándose a mantener su enhiesto falo libre de su encierro, con el capullo brillante de jugos preseminales y saliva bajo la tenue luz del habitáculo.
–          Súbete aquí perrita – me dijo Jesús palmeándose en el regazo.
Sin pensármelo dos veces, me deslicé lo mejor que pude entre los asientos, quedando sentada sobre la dura polla de mi Amo. Excitada, deslicé mis caderas sobre la barra de carne, provocándole gruñidos de placer que me hicieron sonreír.
Deseando sentirle con más intensidad, intenté besarle, pero él apartó la cara bruscamente.
–          Nada de besos zorra – me espetó estremeciéndome – La boca te sabrá a polla y a leche y eso no me gusta.
–          Lo siento Amo – repliqué compungida.
–          Empálate ya, puta, quiero meterla en caliente.
Caliente me ponía yo cada vez que me insultaba. Me mojaba toda simplemente con que él me tratara como a su guarra, me volvía loca de excitación.
Obediente y con las entrañas ardiendo, agarré con firmeza el mástil de mi Amo y levanté el culo como pude para situarlo en posición. En cuanto estuvo bien apuntado, me dejé caer suavemente en su regazo, notando cómo su poderoso émbolo se abría paso centímetro a centímetro en mis entrañas.
Bastó con eso. Sentir cómo la anhelada verga de mi Amo se enterraba en mi interior fue suficiente para llevarme al orgasmo. El placer fue tal que lágrimas de alegría se deslizaron por mis mejillas mientras, avergonzada, enterraba el rostro en el cuello de Jesús, mojando su piel con mis lágrimas. Mis caderas sufrían pequeños espasmos que provocaban leves movimientos incontrolados sobre el regazo de mi Amo, haciendo que mis músculos vaginales apretaran con firmeza su miembro.
Suavemente pero con firmeza, Jesús aferró mis cabellos y tiró de ellos hacia atrás, separándome de él, permitiendo que nuestras miradas se encontraran bajo la luz del habitáculo.
–          Muévete, furcia – me ordenó mi Amo sin dejar de tirarme del cabello.
Sumisamente, apoyé una mano en la puerta del coche y la otra en el salpicadero para afirmarme un poco y comencé a cabalgar suavemente sobre la dura polla. Sentirle en mi interior, su dureza, su calor, bastaban para enviar devastadoras olas de placer a mis sentidos, pero yo quería más, quería que él experimentara lo mismo, que mi coño fuera para él la fuente de los placeres más extraordinarios que hubiera experimentado en su vida. Quería hacerle feliz.
Pronto estuve botando como loca sobre su polla, sintiendo cómo ésta se hundía en mi interior una y otra vez. Puedo jurar que notaba cómo la punta se estrellaba continuamente contra la entrada de mi útero, como si intentara colarse en mi interior y llegar más adentro y más profundo que nadie antes.
Las manos de Jesús se habían apoderado de mis senos y estos eran estrujados y manoseados a su antojo, entreteniéndose especialmente en pellizcar los sensibles pezones, que estaban más duros que nunca antes en mi vida.
Al principio no me di cuenta, pero pronto percibí que de mis labios escapaba un gemido continuo e ininterrumpido que iba in crescendo a medida que me iba dejando arrastrar por la excitación y la pasión. Varias veces estampé mi cabeza contra el techo del automóvil, pero ni lo noté ni me importó.
Y un segundo orgasmo me devastó.
Azotada por los espasmos del violento clímax, no acerté a seguir sujetándome con las manos, por lo que estuve a punto de caerme de lado. Sin embargo, las manos de Jesús me sujetaron y lo hicieron demostrando que era mi Amo y Señor: agarrándome con fuerza por las tetas y tirando hacia si.
El súbito dolor y la sorpresa alteraron por un instante el placer que estaba experimentando, pero, al sentirme usada como un objeto, me excité todavía más.
Jesús me atrajo hacia él, quedando mi torso aprisionado contra el suyo. Sentí cómo sus manos acariciaban con delicadeza mi espalda, confundiéndome una vez más. Tan pronto se mostraba dulce y considerado como duro e inflexible. Me desconcertaba. Y me excitaba.
–          Date la vuelta perrita – me susurró – Quiero ver el corazón mientras te meto la polla.
Sonriendo, me incorporé  y deslicé la enhiesta verga de Jesús fuera de mi cuerpo. Su regazo estaba mojado y pegajoso por mis flujos, lo que no era de extrañar, pues estaba empapada.
Con torpeza debido a lo angosto del habitáculo, me di la vuelta sobre el asiento, de forma que quedé mirando al frente, sentada en el regazo de Jesús de espaldas a él. Deseosa de volver a sentirme llena levanté el culo para permitirle ubicar de nuevo su verga a la entrada de mi cueva. Y me quedé petrificada.
Con los ojos como platos, observé atónita que varios hombres habían rodeado el coche y nos miraban a través de las ventanillas con los rostros congestionados por la excitación y la lujuria.
Sin poder evitarlo, mi cuerpo reaccionó y me tapé como buenamente pude con las manos. Dando un gritito, traté de regresar a mi asiento, con intención de poner en marcha el coche y largarnos zumbando de allí. Pero Jesús me retuvo con firmeza, agarrándome por las caderas y manteniéndome bien sentadita sobre su erección.
–          ¿Adónde coño vas, perrita? – me preguntó con voz divertida.
–          Pe… pero – acerté a balbucear.
–          Pero, ¿qué? No me digas que no te habías dado cuenta de que nuestros amigos se habían acercado a ver el espectáculo.
–          Yo… yo… – dije temblorosa recuperando la elocuencia.
–          Tú… tú – se burló Jesús imitando mi tono tembloroso – No vamos a dejar a estos señores con el espectáculo a medias, ¿verdad? Han venido atraídos por la luz encendida… Este tipo de cosas tiene sus reglas ¿sabes?
–          Pero Amo… Yo…
Jesús tardó un segundo en contestar. Aunque estaba de espaldas a él y no podía ver su rostro, sentí perfectamente cómo la atmósfera cambiaba en el interior del coche.
–          ¡Plas!
El azote resonó con fuerza en el habitáculo y el dolor recorrió mi cuerpo como un ramalazo desde la nalga donde había recibido el golpe hasta la última fibra de mi ser.
–          No me jodas que has esperado a convertirte en mi esclava para empezar a desobedecerme perrita – dijo Jesús con voz fría como el hielo.
Las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos, haciéndome ver todo borroso. No podía creerlo. Le había fallado a mi Amo a las primeras de cambio. Y yo que me proponía no ser castigada jamás simplemente obedeciéndole en todo.
–          Lo… lo siento Amo – sollocé – Ha sido la sorpresa. No había visto a estos señores y me he asustado.
–          Está bien perrita, por esta vez te perdono – dijo Jesús en tono suave – Pero quiero tenerte cabalgando en mi polla en menos de un segundo y espero que les ofrezcas un buen espectáculo a estos caballeros.
Como amé a Jesús en ese momento. Que me perdonara mi falta tan fácilmente me hacía comprender lo mucho que yo le importaba. Y ya no tuve dudas.
Con cuidado, me incorporé en el asiento y deslicé una mano entre mis piernas, aferrando con suavidad pero con firmeza el miembro de mi Amo. Sin perder un instante, lo coloqué en posición y volví a enterrarlo en mis entrañas, sin importarme que aquellos pervertidos nos miraran.
En cuanto sentí cómo se abría paso en mi interior, mis preocupaciones desaparecieron como por ensalmo y me dediqué a disfrutar y a darle placer a mi Amo con todo mi ardor.
Me agarré con fuerza al salpicadero con ambas manos y empecé a botar una y otra vez sobre la hombría de mi alumno, o más bien debería de decir de mi maestro.
El placer volvió a inundar todo mi ser, incluso notaba que la verga de mi Amo estaba más gorda que antes, percibía cómo mi coño se abría a él cada vez más.
De reojo y con disimulo, comencé a echar miraditas por las ventanillas, viendo cómo los pervertidos se machacaban las pollas frenéticamente, mientras disfrutaban del espectáculo que les estábamos ofreciendo.
Me di cuenta de que aquello me excitaba. Ver cómo completos desconocidos se masturbaban a escasos centímetros de mi piel desnuda me ponía a mil y se lo demostré a mi Amo dándole todo el placer de que fui capaz.
Mis caderas no sólo botaban sobre el cipote del chico, sino que literalmente bailaban sobre él, acariciándolo y apretándolo al máximo, aplicando todo lo que había aprendido en los últimos días para darle placer.
Jesús gemía a mi espalda, disfrutando de lo que le estaba haciendo. Sus manos acariciaban mi espalda, recorriendo delicadamente la piel alrededor del tatuaje, pero sin llegar a tocarlo para no hacerme daño. Dios, cuanto lo amaba.
De repente, uno de los hombres se corrió, disparando gruesos lechazos en el cristal del automóvil. Sin poder evitarlo, le miré sonriente y le guiñé un ojo, mientras el pobre tipo caía  derrengado de rodillas. Me sentí poderosa, había derribado a un tipo mucho más grande que yo sin tocarle siquiera.
Entonces Jesús hizo algo inesperado. Deslizó una mano junto a mi costado y pulsó el botón del elevalunas, bajando el cristal manchado de semen, eliminando la barrera que nos separaba de  los pajilleros.
Durante un instante, estuve a punto de protestar, pero el dolor sordo del azote en mi nalga me recordó que era mejor no decir nada. No quería volver a contradecir a Jesús.
Los pervertidos aún dudaron un segundo ante el mudo ofrecimiento. Yo me sentía tensa y me repetía mentalmente una y otra vez que Jesús no dejaría que me pasara nada malo.
Aún así, cuando el primero de ellos reunió valor suficiente y deslizó una mano por la ventanilla abierta hasta apoderarse de mis senos, no pude evitar que mi cuerpo se encogiera de miedo.
Sin embargo, para mi sorpresa, el tipo fue bastante hábil y delicado y empezó a acariciarme las tetas con bastante dulzura, lo que me excitó todavía más.
Nerviosa, miré al hombre a los ojos, encontrándome con una sonrisilla nerviosa y tímida, lo que me alucinó un poco. Sin embargo, esa timidez no le impedía al bastardo seguir pelándose la polla con la otra mano mientras me sobaba.
Jesús, divertido, había empezado a mover sus caderas lentamente, deslizando su pene en mi interior, como recordándome que no fuera a olvidarme de él por tener varias vergas revoloteando a mi alrededor.
Sonriéndole quedamente al osado pervertido, reanudé mis movimientos sobre Jesús, volviendo a follármelo con habilidad mientras mis tetas eran magreadas.
Envalentonado por nuestra tácita aceptación, el segundo de los pajilleros se las apañó como pudo para deslizar su mano por la ventanilla por el escaso hueco que dejaba su compañero y posó su zarpa también sobre mis tetas. El tipo estaba excitadísimo y se la machacaba con furia mientras me estrujaba las domingas, con más fuerza y menor delicadeza que el otro.
Entonces vi como el tercero de los tipos, el que ya se había corrido y había caído al suelo, rodeaba a la carrera el coche por delante, dirigiéndose a la puerta del conductor. Iluminado por la escasa luz del interior del coche, pude ver perfectamente cómo su verga seguía fuera del pantalón y bamboleaba arriba y abajo mientras su dueño correteaba. Os juro que esa imagen se me ha quedado grabada en la mente.
Le seguí con los ojos hasta que se colocó junto a la ventanilla del conductor. Como Jesús no le abría la ventanilla, el tipo reunió valor suficiente para posar la mano en la manija y abrir la puerta muy despacio.
De nuevo sentí miedo, pero no me atreví a protestar pues Jesús no dijo nada.
El tipo mirándome como pidiendo permiso, se deslizó lentamente en el asiento libre. Me  miraba muy nervioso, como temiendo que me fuera poner a pegar gritos por su presencia  allí.
Sí, para protestar estaba yo, con una verga enterrada hasta las entrañas y cuatro manos masculinas recorriendo mi anatomía.
El tipo debió de pensar que quien calla otorga, así que, con más confianza, se sentó cómodamente y empezó a cascársela, no tardando ni cinco segundos en reunir su mano libre con las de sus compañeros.
A esas alturas, las tetas me dolían por ser estrujadas por tanta gente, pero no dije ni pío para no molestar a Jesús. Pero él tenía ganas de más marcha.
–          Edurne, nena, no me parece bien que desatiendas a nuestros invitados. Debes ser más cortés.
 

Al principio, no supe a qué se refería Jesús, pero bastó con que el tipo que estaba en la ventanilla, tras escuchar a Jesús, abandonara mis tetas como un rayo y sacara la cabeza del automóvil, sustituyéndola inmediatamente por su enrojecida y rezumante polla.

Nerviosa por si no había entendido bien a mi Amo, acerqué una temblorosa mano a la dura tranca del desconocido. Un ramalazo de placer recorrió el cuerpo del pobre desgraciado cuando se la agarré con firmeza y comprendí que no iba a tardar ni un segundo en correrse.
–          Como te corras dentro del coche te mato – siseó Jesús con voz fuerte y clara.
Sin duda fueron las palabras mágicas, pues, en cuanto las dijo, la polla desapareció de entre mis dedos y pude escuchar perfectamente como el tipo gemía y rebuznaba mientras vaciaba sus pelotas fuera del habitáculo.
Sin embargo, mi tarea no había acabado, pues, en cuanto el pervertido se apartó de la ventanilla, el hueco fue ocupado por la verga de su amigo, que enarbolé con mayor confianza.
Justo entonces sentí unos golpecitos en el hombro izquierdo. Giré la cabeza y me encontré con la mirada suplicante del que estaba sentado en el asiento del conductor. No dijo nada, pero… sobraban las palabras.
Con una sonrisa de conmiseración, me agarré también a su polla y una vez que tuve una verga en cada mano… me puse a remar como loca.
Usando ambas pollas como asidero, volví a cabalgar con ganas la pija de mi Amo. Con habilidosos giros de muñeca, me las apañaba bastante bien para pajear ambos penes, provocando que mis inesperados acompañantes gimieran y babearan de placer.
–          Tú, capullo, acércate un momento – ordenó Jesús.
El tipo que ya se había corrido, se acercó a la ventanilla y Jesús le deslizó algo por el hueco de la ventanilla.
–          Haznos unas fotos – le dijo.
Comprendí que le había pasado el móvil. Por un segundo, pensé que el fulano podría largarse por pies, robándole el caro teléfono a mi Amo. Pero en el fondo sabía que eso no iba a pasar. A Jesús no.
No sé por qué, pero el flash de la cámara del móvil hizo que me excitara todavía más, así que intensifiqué el ritmo de las pajas y de mis caderas. El tipo de fuera del coche fue el primero en sucumbir. Por fortuna para él, no había olvidado la advertencia de Jesús, así que hizo como su amiguito de antes y liberó su verga de mi mano para correrse en el exterior del coche.
El otro fulano aguantó como un campeón lo menos 15 segundos más, antes de derrumbarse como un saco de patatas fuera del coche, del que se tiró como si estuviera en llamas.
Una vez libre de ambas vergas, Jesús se dedicó a darme con todo.
–          Muy bien putilla – me susurró acercando sus labios a mi oído – Lo has hecho muy bien.
Y de pronto me empujó con violencia hacia delante, estrujándome contra el salpicadero. No sé muy bien cómo, pero se las apañó para bombearme con fuerza en el coño, dándome certeros empellones que hacían que su vientre aplaudiera contra mi trasero.
Me corrí como una perra una vez más, gimiendo y gorgoteando como ida contra el parabrisas delantero, del que no podía apartarme por estar sujeta por la mano de hierro de mi Amo.
Éste continuó bombeándome con fuerza unos segundos más, hasta que sus pelotas entraron en erupción y derramaron toda su carga en mi vientre. Aún así, él siguió martilleándome inmisericorde, dilatando por completo mi coño, chapoteando en la mezcla de nuestras esencias, que se escapaban de mi interior manchando la alfombrilla del automóvil.
Cuando estuvo satisfecho, me desclavó y me apartó a un lado. Como pude, me dejé caer jadeante en el asiento del conductor, esquivando por poco la palanca de cambios. Mi mente enloquecida pensó que, si hubiera caído unos centímetros más a la derecha, me la habría metido entera por el culo y mi Amo se habría quedado con las ganas de disfrutar de él unas semanas más. Aquello me hizo reír.
–          Vaya. Perrita, te veo de muy buen humor. Eso me complace.
–          Gracias Amo – le dije sonriente.
–          ¿Te lo has pasado bien?
–          Genial – respondí sin dudar – Como siempre que estoy contigo.
–          Buena chica. Te has ganado un premio. Puedes limpiármela.
Sin dudar un segundo me incliné hacia él y dediqué un par de minutos a limpiarle la verga con la lengua. Cuando estuvo satisfecho, me apartó a un lado, aunque yo aún quería seguir. Para mi desilusión, volvió a guardársela en el pantalón.
–          Madre mía, perrita. Veo que tienes ganas de más – me dijo sonriente.
–          Yo siempre tengo ganas de más de ti.
–          Pues por hoy ya no puede ser. Le prometí a mamá que me la follaría esta noche y ya voy un poco tarde.
La puta de Esther. Los celos me azotaron durante un segundo. Por fortuna, respiré hondo y recuperé la calma.
–          Vístete, anda. Y llévame a casa.
Mientras me vestía con torpeza, vi cómo Jesús guardaba su teléfono móvil en el bolsillo. No me había dado cuenta de cuando se lo habían devuelto. De hecho, no me había dado cuenta de cuando se había largado el trío de pervertidos. Confusa, miré a mi alrededor.
–          ¿Qué te pasa perrita? ¿Los echas de menos? Si quieres, los llamo de nuevo y te vas con ellos de marcha después de dejarme en casa.
–          No, Amo – dije nerviosa – Es sólo que no me había dado cuenta de que ya no estaban.
–          Sí, ya he observado que tiendes a perder la noción de las cosas cuando tienes una verga en el coño.
–          No, Amo – respondí pícara – Me pasa cuando tengo TU VERGA en el coño.
Aquello le hizo sonreír.
Un rato después estacionaba mi coche delante del bloque de Jesús. Me sentía apenada por separarme de mi Amo, pero también muy feliz por pertenecerle por fin en cuerpo y alma.
–          Bueno, perrita – me dijo antes de bajarse – Te aseguro que has sobrepasado mis expectativas. Tú sigue así y lo pasaremos muy bien los dos.
–          Gracias Amo – respondí con el corazón a punto de estallarme.
–          ¡Ah! Otra cosa.
–          Dime.
–          Mañana voy a darme una vuelta por casa de Natalia. Últimamente las tengo un poco abandonadas a ella y a su hija.
–          ¡Oh! – dije yo sin poder evitar que la decepción trasluciera en mi voz.
–          Pero el sábado…
–          ¿Si? – dije súbitamente ilusionada.
–          Tengo entendido que tu novio se marcha de viaje y te quedas unos días sola.
Ni por un instante me extrañó que Jesús supiera que Mario se marchaba.
–          Sí, sí – asentí vigorosamente, sin importarme que percibiera lo ansiosa que me sentía – Se va por la mañana temprano.
–          Vale, aunque yo los sábados no madrugo. A eso de las doce me pasaré con Gloria por tu casa. Y si os portáis bien, nos pasaremos allí los tres solos todo el fin de semana.
–          ¡Estupendo! – casi grité.
No me hacía gracia compartirle con Gloria, pero, con tal de que Jesús estuviera conmigo, no me importaba que viniera.
–          Bueno perrita. Te veo mañana en clase.
Y me dio un tenue besito en la frente. En los labios no, que la boca me sabía a polla y a él no le gustaba.
Rememorando los acontecimientos de la tarde, conduje pensativa hasta mi casa. Cuando ya estaba cerca, me acordé de Mario.
¡Mario! ¡Joder! ¿Qué iba a hacer con él? Siguiendo el consejo de Kimiko, había decidido hacer lo que mi Amo me ordenara. Pero él no me había dicho nada, así que ¿qué podía hacer?
Dándole vueltas a la cabeza, llegué a casa y metí el coche en el garaje. Ya me dirigía al ascensor cuando me acordé de los tres tenores y regresé para echarle un vistazo a la carrocería.
Efectivamente, la puerta del pasajero estaba toda pegoteada de una sustancia blancuzca de naturaleza perfectamente determinada. Y lo mejor era que, al desplazarse el coche, el viento había empujado los pegotes hacia atrás , de forma que se habían formado regueros de semen desde delante hacia la parte trasera. ¿Habéis visto los coches tuneados con llamas pintadas en el costado? Pues ese era el efecto, sólo que, en vez de fuego…
Tomando nota mental de levantarme temprano y pasar por un lavado automático antes de ir al instituto, regresé al ascensor y, utilizando el espejo que había dentro, me acicalé un poco, echándome perfume del que llevaba en el bolso para eliminar el olor… a otras cosas. Minutos después llegué a casa.
Y claro, tras la mamada de la tarde y habiéndole dicho que me esperara despierto… Allí estaba mi novio, en el salón esperándome como un clavo.
–          Hola cariño – le saludé con mi mejor sonrisa hipócrita – Estoy molida.
–          Hola guapa – respondió él dándome un piquito.
A él no me importaba besarle con sabor a polla en los labios.
–          ¿Dónde has estado? – me preguntó mientras yo me sentaba en el sofá a su lado y apoyaba mis piernas en su regazo.
–          Por ahí – respondí con vaguedad – Con una amiga. Anda masajéame los pies – dije tratando de cambiar de tema.
–          ¿Con esa tal Esther? – dijo él mientras me descalzaba.
–          Sí, con ella – respondí un poco molesta – ¿Y a ti que más te da?
Noté que mi fría respuesta molestaba a Mario. Pude notar en su mirada cómo se retraía sintiéndose herido. Me dio pena.
–          Vale, vale, cariño – dijo un tanto cohibido – No pretendo controlarte ni nada. Sólo quería saber cómo te había ido el día.
–          ¿Controlarme? ¿Él? ¿Con ese carácter? – pensé para mí – ¡Ni de coña! Hacía falta alguien con la firmeza de Jesús para controlar a alguien como yo. ¿Cómo podía siquiera pensar en que yo…?
Entonces se me ocurrió. Fue una súbita inspiración.
–          Mira, Mario – le dije poniéndome seria.
–          ¿Sí cariño? – respondió un poco asustado por mi tono de voz.
–          En el fondo es una tontería – afirmé, tratando de tranquilizarlo.
–          ¿Qué pasa? – preguntó él más nervioso, quizás pensando en que quería cortar con él.
–          Verás. He ido con mi amiga Esther… A que me hagan un tatuaje.
–          ¿Cómo? – exclamó Mario.
La expresión de su rostro era de total estupefacción. Tanto que me hizo sonreír.
–          Pues eso. Me apetecía hacerme un tatuaje. Y temía que la idea no te fuera a gustar. No sabía si decírtelo, pues temía que me dijeras que no te parecía bien y acabáramos teniendo una pelea. Y Esther, que es una feminista convencida – improvisé – Me dijo que mi cuerpo es mío y que puedo hacer lo que me parezca con él y que tú no tienes derecho a…
Seguí durante un par de minutos con mi filípica sobre el feminismo y mi derecho a hacer lo que me diera la gana. Mientras hablaba, podía notar cómo Mario iba tragándose el anzuelo, pues se mostraba cada vez más relajado y sonriente… y haciéndome un magnífico masaje de pies además.
–          ¿Y por eso estabas tan rara estos días? ¿Por qué pensabas que yo iba a prohibirte que te hicieras un tatuaje?
Qué inocente era el pobre.
Ahora fue Mario el que, mucho más relajado, se dedicó a darme un largo discurso sobre lo liberal que era y lo que opinaba sobre la libertad personal de cada uno. Me dijo que se sentía ofendido porque yo hubiera podido pensar que él iba a inmiscuirse en lo que yo decidiera hacer con mi cuerpo y que si patatín y que si patatán.
A los 10 segundos desconecté de lo que estaba diciendo y volví a rememorar la tarde que había pasado con Jesús. Simulando que me rascaba la nariz, acerqué una mano a la cara, pudiendo constatar que, efectivamente, me olía a polla que tiraba de espaldas. Sólo de pensar que esa tarde había sobado un montón de vergas duras (incluida una enorme) y que otra me había follado sin compasión… Me mojaba toda.
Juguetona y deseando interrumpir el discurso feminista de mi novio, aproveché que me estaba masajeando con ambas manos el pie izquierdo para empezar a juguetear con el derecho en su entrepierna.
Fue mano de santo. Mario se quedó callado al instante.
Enseguida noté cómo su polla crecía dentro de su pijama bajo la planta de mi pié y una sonrisilla maliciosa se dibujó en mi cara. Bueno, si no podía disponer de Jesús hasta el sábado… habría que conformarse. A falta de pan… buenas son tortas.
–          E… espera cariño – susurró sin tratar de detener en absoluto mis maniobras – vamos a la cama.
–          Vale – asentí – Aunque esta tarde ha hecho calor y Esther me ha hecho andar un montón. Voy a darme una ducha rápida. Espérame en el cuarto.
Sin darle ocasión a que protestara, salí disparada hacia el baño. Con rapidez, me despojé de la ropa y la metí en el cesto.
Me contemplé un instante en el espejo. Tenía las tetas bastante coloradas por el masaje que habían recibido antes. Y también tenía una buena marca en las nalgas donde Jesús me había azotado. Recé para que Mario no notara nada.
Con cuidado, puse esparadrapo impermeable sobre el vendaje para que no se mojara y me metí en la ducha. Di un gritito cuando el agua helada me golpeó, obligándome a apartarme unos segundos hasta que se puso caliente y empecé a frotarme.
Justo entonces la cortina se abrió y Mario, desnudo y empalmado, apareció ante mí y se coló en la bañera haciéndome sonreír. Era un encanto.
–          No podía esperar para ver tu tatuaje – me susurró abrazándome.
–          Pues vas a tener que aguantarte. No puede mojarse, así que tendrás que esperar a que estemos en el cuarto.
–          Bueno… pues habrá que hacer otra cosa.
Su dura polla se apretaba contra mi cadera mientras Mario me besaba. Mi mano se apoderó de ella y la pajeé con fuerza, deslizando la piel hacia abajo al máximo, descubriendo por completo la cabeza, provocando que Mario gruñera de placer contra mis labios.
Sonriendo, le hundí la lengua hasta el fondo y levanté un pie de la bañera, apoyándolo en el borde para ofrecerme al máximo a mi hombre.
Sí, Mario era MI HOMBRE, de igual manera que yo era LA MUJER de Jesús. Sonreí pensando en hacerle a Mario las mismas cosas que Jesús me hacía a mí.
Nah, imposible. Porque como Jesús me había dicho, yo era una GUARRA… pero Mario no lo era.
Tras follarme en la bañera me llevó, envuelta en mi albornoz, hasta nuestra cama. Una vez allí, secó mi cuerpo con delicadeza y yo me puse a cuatro patas sobre el colchón para que pudiera admirar mi tatuaje.
Con delicadeza, retiró el esparadrapo y el vendaje y examinó el corazón con cuidado.
–          Es precioso – susurró – Es como tu colgante.
–          Me lo hecho por eso – respondí – me encanta.
–          ¿Y qué significan esas letras japonesas?
Para cuando acabé de mentirle explicándole que me había escrito “Siempre tuya” sobre la piel en honor a él, la verga de mi novio había recuperado todo su esplendor.
Sonriente, noté cómo Mario se colocaba a popa y, de un empellón, me alojaba la polla hasta el fondo del coño. Fue bastante más intenso de lo habitual, bombeándome con ganas mientras sus manos estrujaban con fuerza mis nalgas. Me alegré, pues así se disimularía la marca que me había dejado el Amo.
Fue un polvo genial, intenso, más placentero de lo habitual con mi dulce y apocado novio. Quedé muy satisfecha. Aunque quizás fuera porque ya estaba bastante cansada tras la intensa tarde que había pasado.
Tras correrse en mi interior, Mario se derrumbó a mi lado y se abrazó con fuerza a mi cuerpo. Ambos nos disponíamos a dormir, satisfechos y relajados cuando una estúpida cuestión se abrió paso en mi mente.
–          Oye Mario
–          Dime cariño – dijo él con voz adormilada.
–          ¿Sabes qué es el sabo?
–          ¿Cómo? – respondió él con tono divertido – ¿No te conoces el chiste? Si es el más viejo del mundo.
–          No, no me lo sé. Si no, no te lo preguntaría – respondí un poco molesta.
–          Pues… el sabo es… ¡Leche de mi nabo! – exclamó Mario riendo.
Maldito policía hijo de la gran puta.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
Ernestalibos@hotmail.com
 
 
 

Relato erótico: “La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso” (POR PAULINA Y GOLFO)

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Relato escrito entre Paulina y Golfo. De todas los millones de mujeres separadas o divorciadas que hay en España buscando alguien con quien compartir aunque sea una noche de pasión fue a ella a quien me encontré. Nada más verla en el hall del hotel donde iba a tener lugar el congreso, se me cayó el alma a  los pies porque, con ella deambulando por esos pasillos, me sería imposible echar una cana al aire tal y como tenía planeado.
Al salir de casa y tomar el avión que me llevaría a Barcelona, había hecho planes para zumbarme a un par de pediatras antes de volver a casa, pero la presencia de esa castaña era un contratiempo inesperado que los truncó sin  remedio.
«¡Mierda!», pensé cuando la vi dirigirse a donde yo estaba charlando con unos colegas porque no en vano, además de ser la ex de Alberto, era una de las mejores amigas de mi esposa.
Disimulando mi decepción, saludé a Paulina de un beso y aunque sabía que también era doctora y que por eso estaba allí, pregunté qué hacía en Barcelona. Con una sonrisa, contestó:
-¿No te dijo tu mujer que me verías aquí?
No quise decirle que no me había dicho nada porque comprendí que lo había hecho a propósito para que su amigota le sirviera de espía y en vez de ello, respondí:
-Sí, me lo avisó pero me he despistado- y cambiando de tema, le pregunté si ya se había registrado.
Sé que no me creyó pero no hizo ningún comentario y respondiendo a mi pregunta, me dijo que ya había dejado su equipaje en la habitación y que se iba a dar una vuelta antes de cenar pero que sí quería me esperaba.
-No hace falta- respondí tratando de evitar que su compañía se volviera agobiante.
Aceptó a regañadientes el irse sola por esa ciudad pero justo cuando se despedía, me preguntó con quién iba a cenar. Al responderle que solo, sonriendo me soltó:
-Te equivocas, cenas conmigo.
Su actitud posesiva no era normal y por eso no me costó asumir que mi mujer le había encomendado el tenerme corto mientras durara ese congreso. Haciendo como si estuviera encantado de ello, quedé con ella en el restaurante del hotel a las nueve.
Satisfecha por mi rápida claudicación, se despidió de mí y salió rumbo a la calle.
“¡Serán putas!”, cabreado exclamé al saber que no habría modo de liberarme de su escrutinio sino quería tener bronca al volver a casa.
Ya en mi cuarto y después de deshacer mi maleta, me puse a recordar que mi amigo nunca me explicó las razones que le habían llevado a separarse de ella. Estaba claro que no era por su físico porque Paulina era una castaña espectacular ni por su inteligencia ya que todo el mundo sabía que era una lumbrera en medicina. Tampoco era por su carácter ya que muy a mi pesar tenía que reconocer que la compinche de mi señora era una mujer divertida. No sabiendo a ciencia cierta los motivos, decidí como buen hombre que debía de ser una desgracia en la cama.
«¡Seguro que no se la mamó bien!», sentencié mientras encendía la ducha.
Ya bajo el agua, me olvidé de esa arpía y me puse a planear como darle esquinazo. Para ello, decidí que la única manera que podría librarme de su acoso sería el presentarle un colega soltero que intentará seducirla. Tras mucho cavilar, el candidato idóneo  me llegó a la cabeza pero para mi desgracia, recordé que Alonso llegaba al día siguiente.
-Joder, ¡Tendré que aguantar a esa pelmaza esta noche!- maldije cabreado y en voz alta.
La esperanza que el doctorcito sexy, como le llamaban en el hospital, me la quitara de encima fue suficiente para que abordara con mayor tranquilidad el tener que malgastar una de mis cinco noches con ella.
«Ese cabrón me debe un favor», me dije rememorando cuando le libré de una demanda de acoso al testificar en su favor.

 

Ya ilusionado con que el congreso se enderezara y pudiera echar algún polvo, me terminé de vestir y fui al encuentro de mi amiga. Como buena mujer, Paulina llegó tarde pero no pude recriminarle el retraso porque me quedé embobado viéndola aparecer vestida con un discreto traje de chaqueta blanco ya que curiosamente, esa indumentaria la hacía todavía más apetecible.
«Está buenísima», pensé viéndola quizás por primera vez como mujer. «¿Por qué Alberto se habrá deshecho de un bombón así?».
Paulina ajena a lo que corría por mi mente, me saludó y cogiéndome del brazo, me llevó hasta uno de los tres restaurantes que había en ese hotel. Su elección me agradó porque eligió un japonés y ese tipo de comida siempre me apetecía. Todavía hoy en día me parece increíble que hayan elevado el pescado crudo a la categoría de arte pero sabiendo que pocos somos los que nos gusta, me sorprendió que esa fuera su elección.
Ya en la mesa, la ex de mi amigo esperó de pie a que le acercara la silla. Ese gesto de coquetería femenino me debió de poner alerta y hacerme comprender que Paulina estaba en el mercado pero estaba tan mediatizado con la idea de que mi esposa la había mandado a controlarme que no caí en ello hasta que había pasado más de media hora y las cinco copas de vino que había bebido, la habían relajado hasta el punto de preguntarme directamente si sabía porque Alberto la había dejado.
-No lo sé- respondí sinceramente.
Fue entonces cuando medio en risa, medio en serio, la castaña me soltó:
-Según ese cretino, necesitaba una mujer y no un cerebro.
Asumiendo que mi amigo la había dejado porque le dedicaba más tiempo a su trabajo que a él, contesté:
-Piensa que a muchos hombres no les gusta que sus mujeres sean mejores profesionales que ellos.
Mis palabras por mucho que fueran verdad también eran duras y por eso no me resultó extraño ver unas lágrimas brotar de sus ojos azules. Creyendo que había dado en el clavo, proseguí diciendo:
-Sé que todavía te duele pero la vida es larga y seguro que encontrarás alguien que te valore y que disfrute de tus éxitos.
Fue entonces cuando Paulina indignada respondió:
-No fue eso, ¡Joder!  ¡Alberto se quejaba que era una estrecha!
Lo delicado del asunto, me hizo intentar evitar el tema y llamando al camarero, le pedí que nos trajera unas copas. Desafortunadamente para mí esa interrupción solo sirvió para que la amiga de mi esposa cargara su escopeta con reproches y ya con su ron en la mano, me soltara:
-Sigo sin comprender, hacíamos el amor todos los sábados. Nunca me negué a disfrutar de sus caricias. Si a él le apetecía hacerlo otro día siempre accedía e intentaba que fuera lo más gratificante para ambos.
Su confesión me permitió detectar el problema y eligiendo con cuidado mi respuesta, dije:
-No solo es cuestión de frecuencia. También es importante la pasión. El sexo no es algo que se deba planificar, surge espontáneamente. Paulina, ¡No eres un robot! – y entrando al origen de su divorcio, le solté: -¿Cuántas veces recibiste a Alberto desnuda para que te hiciera el amor?
-Ninguna- reconoció pero contratacando me preguntó: -¿Tu esposa lo hace?
No pude evitar soltar una carcajada al contestar:
-Aunque menos veces de las que me gustaría, ¡Sí!
Mi confidencia la desarmó y se quedó pensativa mientras pagaba la cuenta al suponer que esa velada había terminado pero entonces Paulina vació su copa de un solo trago y con una sonrisa, dijo:
-¿Dónde vamos?
Su pregunta me hizo comprender que necesita explayarse y soltar toda la amargura que llevaba dentro. Asumiendo que era mi amiga y que no podía negarme a servir de su paño de lágrimas, elegí un pub bastante tranquilo que conocía a la vuelta del hotel.  El sino quiso que nada más entrar me percatara de mi error al ver en una de sus mesas a dos asistentes al congreso tonteando entre ellos.
Callado como una puta, busqué alejarme de ellos y nos sentamos en una cerca de la pista. Ya en nuestros sitios, Paulina no tardó en descubrir a la pareja y escandalizada exclamó:
-¿No les dará vergüenza? ¡Están casados!
No queriendo que se enteraran de que hablábamos de ellos, le susurré:
-No juzgues para que no te juzguen.
Por su cara comprendí que no me había entendido y con ganas de perturbar su supuesta decencia, dije en su oído:
-¿Qué crees que pensaran ellos al verte conmigo?
La expresión con la que recibió mi comentario me hizo saber que por fin había comprendido que a los ojos de unos extraños, parecíamos estar en mitad de una cita. Totalmente colorada intentó defenderse diciendo:
-Tú y yo somos amigos.
Riendo, contesté:
-Pero ellos no lo saben y a buen seguro si nos ven pensarán que esta noche vamos a echar un polvo- y profundizando en su bochorno, le solté: – Al menos por mi parte, estoy a salvo porque lo único que pueden decir de mí es que me han visto con una mujer bellísima.
Cortada tanto por el piropo como el hecho que alguien pudiera pensar que era mi amante, se quedó callada. No tuve que ser un premio nobel para adivinar que Paulina estaba debatiéndose entre salir huyendo o quedarse porque una rápida huida certificaría de alguna forma que nos habían cogido en un renuncio. Por eso no me extrañó cuando dejando su bolso, pidió una copa.
Estaban trayéndonos nuestras bebidas cuando desde la mesa donde estaban, nuestros dos colegas nos hicieron señas de que nos uniéramos a ellos. Estaba a punto de negarme pero entonces Paulina cogiendo mi mano, me dijo:
-Ya que creen que somos amantes, vamos a reírnos un rato.
El tono con el que imprimió a su voz me puso los pelos de punta al no saber a lo que iba a enfrentarme y por eso nada convencido la seguí hasta ese rincón. Una vez allí en plan descarado me agarró de la cintura y al sentarnos dejó su mano sobre mi muslo, dando a entender que entre nosotros había una relación que no existía.
A la mujer no le pasó inadvertido ese gesto y con más confianza, puso la suya sobre la de su pareja.  En ese momento, se despertó el diablo que tengo dentro y decidí darle el mayor corte de su vida. Sin previo aviso, acerqué mis labios a los suyos y le planté un beso. La pobre de Paulina roja como un tomate, solo abrió su boca para decirme:
-No habíamos quedado en esto.
Muerto de risa, le susurré:
-Solo te seguía la corriente.
Su pasividad me dio alas y recreándome en su estado casi catatónico, acaricié con mi lengua su oreja mientras suavemente dejaba caer mi mano sobre su muslo. Mi descaro frente a la otra pareja la sacó de las casillas y sin saber qué hacer, solo atinó a mirarme a los ojos indignada. Pero ya habiendo cruzado el precipicio, decidí ir a degüello y cogiendo su cabeza forcé sus labios nuevamente.
En esta ocasión, Paulina abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y sintiendo mis dedos acariciando su pierna bajo la mesa, no pudo reprimir un profundo suspiro mientras me decía:
-No sigas, por favor.
No acababa de pedirme que cesara en mi acoso cuando de pronto sentí como sacando su lengua empezó a recorrer la comisura de mis labios. No esperándome esa reacción me quedé impresionado por que al parar, descubrí que bajo su blusa mi amiga tenía sus pezones erectos.
«Le está gustando» confirmé al ver que acomodándose en la silla, Paulina se había colocado de tal forma que me dio un enfoque perfecto de sus pechos. “¡Menudo canalillo!”, exclamé mentalmente mientras era incapaz de retirar mi mirada de esas dos bellezas.

 

Revelándose como una depredadora sexual, mi amiga cogió su copa y haciendo como si sentía mucho calor, pasó el frio vaso por sus senos. Al advertir que bajo mi pantalón mi pene crecía sin control, dejó caer su bebida sobre su camisa y poniendo cara de desconsuelo, me preguntó dónde podía secarse.
«Lo ha hecho a propósito!» sentencié pero no queriendo descubrir su juego le dije que si quería le acompañaba al baño,
Paulina sin dejar de mirarme a los ojos y en silencio, se levantó de su silla y enfiló por mitad de la pista rumbo a la salida dotanto a su trasero de un meneo que me resultó una clara invitación a seguirla.
«Tiene un culo de campeonato», admití babeando mientras me levantaba y la seguía. «¡Qué imbécil fue  Alberto al dejarla!»
Como un ser si voluntad corrí tras ella con mi mente fija en esa parte de su anatomía y por eso cuando la alcancé casi en la puerta, agarré sus duras nalgas mientras le recriminaba:
-¿No pensarías escapar de mí?  ¡Fuiste tú quien empezó a provocarme!
-¿Yo? ¡Pero si has sido tú el que me ha besado!
Reconozco que me quedé helado en un principio y más cuando saliendo del local, Paulina caminó por la acera.
« ¿Qué he hecho?», pensé creyendo que le iba a ir a mi esposa con el cuento.
Justo cuando ya me veía hundido, la castaña se paró y sonriendo me hizo una seña. Ni que decir tiene que me faltó tiempo para llegar hasta donde ella seguía andando y dándole la vuelta, estampé mis labios contra los suyos como la vez primera pero en ese momento su respuesta fue distinta.
Pegando su pubis contra mi sexo,  empezó a frotar su cuerpo en el mío mientras admitía de buen grado que mi lengua fornicara con la suya en el interior de su boca. Durante más de un minuto, nos dejamos llevar por la pasión hasta que separándose de mí y mientras se limpiaba sonriendo el hilo de babas que todavía unía nuestras dos bocas, me preguntó:
-¿Qué esperas para follarme? Quiero demostrarte que además de cerebro soy una mujer ardiente- y recalcando sus palabras llevó su mano hasta mi entrepierna  para con gran desvergüenza comenzar a pajearme en mitad de la calle.
Como comprenderéis mi respuesta no pudo ser otra que con mis dedos por dentro de su falda, le estrujara el culo mientras presionaba mi dureza contra su vulva. El gemido de placer que surgió de su garganta fue el aliciente que necesitaba para contestar mientras la llevaba a rastras hasta el hotel:
-Paulina, esta noche podrás demostrarlo porque no te pienso dejar hasta haber follado todos tus agujeros.
Sus ojos brillaron al oírme pero aun más  al sentir mi polla entre sus nalgas mientras andábamos pegados hacia el hotel. 
-¡Como te eches atrás pienso contarle a tu mujer que te has tirado a un travesti!- muerta de risa me soltó ya totalmente cachonda.
Los cinco minutos que tardamos en llegar a mi habitación fueron un suplicio para los dos, por eso al cerrar la puerta la arrinconé contra la pared y  de pie, empecé a comerle la boca mientras mis manos recorrían con avidez sus enormes pechos y su exuberante culo. Los aullidos con los que me regaló, esa zorrita me hicieron comprender que estaba totalmente entregada y por eso sin darle tiempo a que se arrepintiera de tirarse al marido de su mejor amiga, desgarré su blusa dejando al aire el coqueto sujetador de encaje que decoraban sus tetas.
-¡Me encanta! ¡Cabrón! – gritó al sentir mi lengua recorriendo sus erizados pezones.
Dominada por el cúmulo de sensaciones que creía olvidadas después de tanto tiempo sin un hombre en su cama, Paulina se agachó y arrodillándose a mis pies, llevó sus manos hasta mi bragueta. Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Al ver mi erección, cerró  su palma alrededor de su presa y mientras  tanteaba su grosor,  con su lengua recorrió los bordes de mi glande en un intento de saborear de antemano mi semen. No contenta con ello, usó su otra mano para sobarme los testículos antes de acercando su cara a mi verga, dejar que esta recorriera sus mejillas hasta llegar a su boca. Una vez allí, le dio un beso suave y mirándome a los ojos, susurró:
 
-No sabes cómo necesitaba esto.
 
Tras lo cual se dedicó a dar leves mordiscos a lo largo de mi extensión para ya satisfecha separar sus labios y lentamente embutírsela hasta el fondo.
No os podéis imaginar mi gozo al comprobar que la amiga de mi mujer me miraba fijamente a los ojos mientras movía su cabeza arriba y abajo, metiendo y sacando mi verga. Si eso no fuera suficiente, esa putita usó su lengua para presionar mi miembro en el interior de su boca.
 
 -Eres una zorra mamona-  dije impresionado por su maestría.
 
 
Paulina al escuchar mi insulto vio compensada su decisión de demostrarse a sí misma que era una mujer ardiente y eso la compelió a incrementar la velocidad de su mamada mientras       se quitaba el tanga por sus pies.  Al comprobar que la ex de Alberto, al contrario de mi mujer,  no tenía un  solo pelo en su coño me puso cachondo y por eso quise levantarla del suelo y follármela ahí mismo pero negándose siguió chupando y succionando mi verga con mayor énfasis.  Viendo la inutilidad de mis esfuerzos, me relajé y cogiendo su cabeza, colaboré con ella subiendo y bajándola mientras ella se la encajaba hasta el fondo de su garganta.
Cuando mi calentura era máxima y todas las células de mi cuerpo me pedían liberar mi semilla en su boca, mi amiga sacando mi verga de su garganta me miró diciendo:
 
-Me encantaría que mi ex me viera comiendo polla.
 
Descojonado, saqué mi móvil y sin darle tiempo a opinar empecé a grabarla mientras le decía:
 
-Eso puede arreglarse. En cuanto me corra, te mando el video y tú decides si se la mandas.
 
La idea cargada de morbo azuzó a esa mujer y queriendo vengar el abandono de su marido, buscó con mayor ahínco su recompensa. Como no quería arriesgarme a ser reconocido si Paulina al fin se la enviaba a Alberto, no pude avisarle de la inminencia de mi orgasmo y por ello, la explosión de mi pene la cogió desprevenida y se tuvo que tragar parte de mi semen. Sorprendiéndome por enésima vez, una vez repuesta y con restos de lefa en sus labios, sonrió a la cámara mientras comentaba:
 
-Cariño, mira lo que te has perdido por irte con tu secretaria- tras lo cual forzó que mi eyaculación le salpicara en el rostro y sacando la lengua se puso a lamer mi glande.
Comportándose como una zorra, mi amiga siguió ordeñando mi miembro hasta dejarlo seco. Con su objetivo ya cumplido, se dedicó con sus dedos a recoger mi blanca simiente de sus mejillas y a llevársela a la boca, dejando que mi móvil inmortalizara su lujuria. Una vez hubo terminado, comentó frente al teléfono:
 
-Este es mi primer mensaje. No te preocupes, te iré retrasmitiendo mis avances. Sé que te van a molestar pero te ruego que esperes el que grabaré mientras mi nuevo amante estrena mi culito.
 
Nada más escuchar la amenaza que lanzó a su ex apagué la grabación y antes de enviársela, le pregunté si estaba segura. Paulina muerta de risa, contestó:
 
-Por supuesto. ¡Quiero que ese cabrón se entere de que lo he sustituido!
 
Obviando los sentimientos del que consideraba mi amigo, usé el WhatsApp para hacérsela llegar porque me interesaba más saber si eso incluía la  promesa de regalarme la virginidad de su trasero.
 
-Eso tendrás que ganártelo- contestó mientras se terminaba de desnudar y me llevaba hasta la cama.
 
 
Todavía no me había tumbado junto a ella cuando mi teléfono empezó a sonar. Al cogerlo, leí el nombre de Alberto en la pantalla. Fue entonces cuando comprendí que esa bruja se lo había mandado y cayendo en la gravedad de lo que habíamos hecho, la informé que era su marido quien me llamaba:
 
-Contesta. ¿Quiero saber qué quiere?- ordenó con una sonrisa diabólica en su rostro.
 
Sin estar seguro, obedecí y saludé a su ex. Mi amigo estaba hecho una furia y directamente me preguntó si había visto a su mujer:
-Me la encontré esta tarde en el hall- respondí acojonado al saber el motivo de su llamada.
 
Fuera de sí, insistió tratando de sonsacar si la había visto acompañada.  Haciendo como si o supiera nada, le dije que no y le pregunté si pasaba algo:
 
-Esa puta me acaba de mandar un video donde me restriega que tiene un amante.
 
-No entiendo- contesté antes de tapar el auricular al escuchar que  su esposa se estaba masturbando y gemía mientras yo hablaba con él.
 
Al otro lado del teléfono, Alberto me estaba explicando que había recibido un archivo en el que su mujer se la estaba mamando a un tipo cuando Paulina se acercó hasta mí y aprovechando que no podía hacer nada por evitarlo, frotó su culo contra mi sexo hasta conseguir ponerlo nuevamente erecto y poniéndose a cuatro patas, se empezó a empalar con él. Sabiendo que si cortaba la comunicación mi amigo sospecharía de mí, decidí disimular mientras la zorra de su ex se iba introduciendo mi miembro lentamente.
 
-No te creo- contesté al cornudo para que me oyera ella. –Siempre me has dicho que tu mujer es una mojigata, estrecha y falta de pasión.
 
La aludida recibió con indignación mi descripción e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Paulina no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando escuchó que le decía a mi amigo mientras mi glande chocaba una y otra vez contra la pared de su vagina:
-Ahora no puedo buscarla- y soltando una carcajada, le conté que me estaba tirando a una puta que había encontrado en un bar.
 
Mi insulto la llenó de insana lujuria y viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que Alberto reconociera sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer.  Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras su ex seguía descargando su frustración al otro lado del teléfono. Al comprobar que esa morena no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente. Su orgasmo me obligó a terminar la llamada aunque antes tuve que prometer a su marido que investigaría con quien andaba.
Habiendo colgado me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Paulina se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
 
-¡Te gusta que te traten duro! ¿Verdad puta?-  pregunté a mi montura.
 
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
 
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina.
Paulina al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Durante unos minutos, la mejor amiga de mi esposa, la ex de Alberto y mi nueva amante se fundieron en una mientras todo su cuerpo temblaba por el placer que había sentido y no fue hasta pasado un buen rato cuando todavía abrazada a mí, luciendo una sonrisa me dijo:
 
-Eres un cabrón. Nadie me había tratado así.
 
Al comprobar su alegría, comprendí que esa zorrita había descubierto conmigo una faceta de ella misma que desconocía tener y deseando afianzar mi dominio sobre esa preciosa morena, pellizqué sus negros pezones al tiempo que le contestaba:
 
-A partir de hoy, no quiero que nadie más que yo te toque. Seré tu único dueño. ¿Has comprendido?
 
-Sí, mi amo- declaró satisfecha al notar que su sexo se volvía a licuar producto de la presión que mis dedos ejercían sobre sus areolas….
 
 

 Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadle un mail a:

paulina.ordeix@hotmail.com


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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

 

“JUGANDO A SER DIOSES: Experimento fuera de control” LIBRO PARA DESCARGAR (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO)

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Sinopsis:

Un magnate de bolsa, cansado y asustado por los continuos ingresos de su única heredera en clínicas de desintoxicación, ve en las novedosas teorías de Jack Mcdowall, un neuropsiquiatra con un oscuro pasado como agente de la CIA, la única forma de que su hija deje las drogas. No le importa que el resto de la comunidad científica las tache de peligrosas y decide correr el riesgo. Para ello no solo lo contrata, sino que pone a su disposición el saber y la intuición de una joven química, pensando que esas dos eminencias serán capaces de tener éxito donde los demás han fracasado.
Desde el principio existen claras desavenencias entre ellos pero no amenazan el resultado porque lo quieran o nó, sus mentes se complementan…. hasta que el experimento se sale de control.
En este libro, Louise Riverside y Fernando Neira se unen para crear una atmósfera sensual donde los protagonistas tienen que lidiar con sus miedos sin saber que el destino y la ciencia les tiene reservada una sorpresa..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1

Jack McDowall se había quedado sin trabajo. Hasta que publicó su último ensayo en Journal of Psychology, todo el mundo reconocía su valía como neuro psiquiatra, pero las controvertidas propuestas que se había atrevido a enunciar en esa revista lo habían convertido en un paria, un peligroso iluminado.
«Y si supieran que dichas teorías las desarrollé en gran parte gracias a mi labor en la CIA, querrían lapidarme», se dijo pensando en la mala prensa que tenían todos aquellos que habían servido en Afganistán.
Todavía recordaba la defensa que había hecho del tema cuando el decano de la prestigiosa universidad en la que colaboraba le había comunicado que debía tomarse una excedencia.
―John, no he dicho nada que la gente no supiera― comentó al verse acorralado por la polémica: ―Solo sistematicé una serie de técnicas que se vienen utilizando desde hace años y les di una aplicación práctica en un problema que acucia a toda la sociedad.
―No me jodas, Jack. Siempre te ha gustado provocar y hasta el título de tu artículo “Violencia coercitiva y uso de sustancias en la desintoxicación de drogadictos” es una muestra de ello.
Defendiéndose, el neuro psiquiatra respondió que su ensayo que estaba dirigido a un público informado y no a la plebe.
―Exactamente por eso, ¿no te das cuenta de que lo que sostienes es el uso de drogas sustitutivas y el lavado de cerebro como medio para desenganchar a los enfermos? ¿Qué pasaría si tus técnicas las usara un desaprensivo que se cree un mesías?… ¡No tendría problemas en convertir a sus acólitos en zombis incapaces de pensar!
― ¿Acaso Seaborg o McMillan son responsables de las bombas atómicas por haber descubierto el plutonio? Los científicos tenemos que estar por encima de eso― protestó acaloradamente: ―Por supuesto que los métodos que propongo pueden ser usados en otros fines, pero no por ello dejan de ser menos válidos. Piensa en los millones de personas que dependen de las drogas en nuestra sociedad, ¡les estoy dando una salida a sus miserables vidas!
― ¡Te equivocas! Lo que realmente has hecho es sistematizar y perfeccionar una herramienta con la que se puede controlar a las masas y eso crearía una sociedad cautiva, sometida y sin libertad. ¡Una dictadura perfecta!
Que le acusaran veladamente de nazi le indignó porque no en vano había dedicado dos años de su vida a combatir los estragos que los talibanes habían provocado en la mente de los americanos que habían caído en su poder.
―No acepto una simplificación como esa. Si un presidente quiere un lavado de cerebro en masa solo tiene que coger el teléfono y llamar al dueño de Facebook.
―Esa es tu opinión, pero no la del consejo. Por eso hemos decidido que debes tomar un año sabático mientras todo se calma― sentenció su jefe dando por terminada la conversación.
«Sigo sin poder aceptar que los miembros de la élite cultural de este país sean tan estrechos de mente», murmuró preocupado porque llevaba una semana buscando otra universidad que le diera cobijo.
Y todas con la que había contactado le habían dado largas cuando no le habían rechazado directamente. Por ello esa mañana, estaba en casa intentando hacer algo para romper la monotonía en que se había instalado desde que le habían notificado su cese, cuando escuchó el sonido agudo del timbre.
«¿Quién será?», se preguntó extrañado de que alguien, rompiendo su aislamiento, estuviera llamando a su puerta.
Al abrirla, se encontró con un chofer que tras cerciorarse de quien era, señalando la limusina que conducía, le pidió educadamente que le acompañara porque su jefe quería verle.
La sorpresa no le dejó reaccionar y antes de poder recapacitar, se vio dentro del lujoso vehículo con rumbo desconocido.
«Ni siquiera le he preguntado quién le manda», murmuró para sí mientras decidía si pedirle que parara o dejar que le llevara hasta su superior. La ausencia de otras ocupaciones le hizo comprender que nada tenía que perder y por eso relajándose, disfrutó de la comodidad de su asiento mientras a través de la ventana observaba la ajetreada vida de los neoyorquinos, sabiendo que muchos de ellos necesitaban una pastilla o una dosis de cocaína para levantarse todas las mañanas.
«Si me dejaran terminar mis estudios, ¡podría salvarlos!», se lamentó sintiéndose una víctima de la hipocresía reinante entre la clase pensante de ese país.
Seguía torturándose con lo que consideraba una injusticia equivalente a la que había que había sufrido Copérnico por hablar de heliocentrismo cuando de pronto el conductor paró frente a un impresionante edificio de la Quinta Avenida.
«¡Menuda choza tiene por oficina el que vengo a ver!», sentenció mientras junto al uniformado recorría el hall de entrada.
Si el lujo de esa construcción le había dejado apantallado, más lo hizo el que el sujeto que fuera a ver tuviera un ascensor privado cuyo único destino era su despacho.
«Esto huele a servicio secreto», dijo para sí pensando que quizás algún jerarca de una oscura agencia de seguridad había sabido de sus teorías, y escamado tras su experiencia en la Agencia, pensó: «Si es así, ¡me voy! ¡No voy a trabajar más para el gobierno!».
Los veinte segundos que ese elevador tardó en llegar a la planta superior le parecieron eternos y por eso se animó cuando por fin sus puertas se abrieron. La alegría le duró poco al reconocer al tipo que se acercaba renqueando hacía él.
«¡No puede ser!», murmuró en silencio confundido porque el hecho de que quien casi lo había secuestrado fuera uno de los más famosos magnates de Wall Street, «¿Qué cojones querrá de mí Larry Gabar?».
Su cara y su nombre eran habituales en los periódicos financieros de todo el mundo, pero también en los sensacionalistas por los continuos escándalos que su hija Diana provocaba cada dos por tres. No sabiendo a qué atenerse y tras saludarlo con un apretón de mano, lo siguió hasta su despacho.
«En persona, parece más viejo», sentenció fijándose en las profundas arrugas que surcaban la cara del ricachón.
Acababa de sentarse cuando ese hombre acostumbrado a enfrentarse con tiburones de la peor especie, con el dolor reflejado en su rostro, le soltó:
―Muchas gracias por venir, necesito su ayuda.
Que un sujeto como aquel se rebajara a hablar con un profesor de universidad ya era suficientemente extraño, pero que encima casi llorando le pidiera auxilio le dejó pasmado. Desconociendo en qué podía socorrerlo, Jack espero a que continuase.
―Mis contactos me han explicado que usted está desarrollando una novedosa terapia para desenganchar a drogodependientes.
―Así es, pero todavía está en pañales.
Levantando su ceja, Larry Gabar le taladró con la mirada:
―No es eso lo que me han dicho. Según mis fuentes, solo está a expensas de que alguien financie la puesta en práctica de sus teorías y ¡ese voy a ser yo!… Siempre que acepte mis condiciones.
A pesar de que para él era vital que alguien sufragara los enormes gastos de sus estudios, supo de inmediato que el interés de ese hombre no era mero altruismo, sino que era debido por algo que estaba a punto de conocer. Por eso, controlando el tono de su voz, para no revelar su alegría, Jack le preguntó cuáles eran esos requisitos que tenía que cumplir.
―Como me imagino que sabe, tengo una hija drogadicta. Quiero que la desenganche de esa mierda y que no vuelva a recaer.
El neurólogo comprendió lo peligroso que podría resultar tratar a la hija de uno de los hombres más poderosos de todo Estados Unidos, pero también que, de tener éxito, al hacerlo se le abrirían las puertas que de otra forma permanecerían cerradas.
―No tengo problema en tratarla una vez se haya confirmado la validez de mis métodos― contestó aceptando implícitamente el hacerse cargo de su vástago.
― ¡Mi hija no puede esperar! ¡Cualquier día la encontrarán tirada en un rincón víctima de una sobredosis! ¡Debe usted empezar de inmediato!
Esa era la contestación que más temía. No en vano sus planteamientos seguían siendo eso, planteamientos que jamás habían sido puestos en práctica. Tratando de no perder esa financiación, pero también que el millonario aquel comprendiera lo novedoso de los métodos que proponía, le preguntó si sabía en qué consistía la terapia.
Para su sorpresa y sacando un dosier, se lo dio diciendo:
―Me he informado y si acepto que un antiguo interrogador de la CIA le lave el cerebro a mi pequeña, es porque lo he intentado todo. Me trae al pairo como lo consiga, solo quiero a Diana lejos de las jeringuillas.
No supo que decir. Se suponía que nadie sabía que, además de ayudar a las víctimas de los Talibanes, la compañía lo había utilizado para sonsacar los planes a esos fanáticos. Jack mismo intentaba olvidarlo porque le avergonzaba el haber usado sus conocimientos como torturador.
Que ese hombre estuviera al tanto de ese papel, lo dejó acojonado al comprender que había tenido que usar todo su poder para conseguir esa información. Tras reponerse de la sorpresa, supo que de nada serviría fingir ni minorar el riesgo que ser la cobaya con la que experimentarían por primera vez sus arriesgadas teorías, replicó:
―Es consciente que la llevaré al borde del colapso físico y psíquico para poder manipular su mente y del peligro que se corre.
Con una mueca amarga en su boca, Larry Gabar contestó:
―Lo sé y antes de verla un día más tirada como piltrafa, prefiero correr el riesgo de que muera.
Impresionado por el valor del viejo, insistió:
― ¿Sabe que para ello propongo usar unas drogas que todavía no están plenamente desarrolladas?
―Eso cree, pero no es cierto. Tras leer su artículo, puse a mi gente a indagar y descubrí que existen.
―No es posible, ¡yo lo sabría! ― el neurólogo contestó casi gritando porque, de ser cierto, podría poner en práctica sin más dilación sus teorías.
Apretando un botón, el ricachón pidió a su secretario que hiciese pasar a su otro invitado.
―Jack, le presentó a J.J., la investigadora que ha creado unos compuestos que se adecuan a sus requerimientos.
Le costó creerse que esa joven rubia fuera experta en química orgánica. Por su juventud parecía más una colegiala que una científica y tampoco ayudaba que el jersey de cuello que llevaba fuera el que usaría una militante de ultraizquierda.
―Encantado de conocerla ― aun así, se presentó como si fuera una colega.
La recién llegada masculló a duras penas un hola, tras lo cual se hundió en un sillón como si esa conversación no fuera con ella. Gabar sin duda debía conocer las limitadas habilidades sociales de la muchacha porque olvidándose de la autora, empezó a explicar sus descubrimientos leyendo un documento que tenía en sus manos.
Llevaba menos de un minuto, relatando las propiedades de las diversas sustancias cuando impresionado por lo que estaba oyendo, Jack le arrebató los papeles y se los puso a estudiar en silencio.
El ricachón obvió la mala educación del neurólogo y sabiendo que lo había deslumbrado, esperó sonriendo que terminara.
«No me lo puedo creer, ¡ha modificado la metadona añadiendo unas moléculas que nunca había visto!», exclamó mentalmente mientras repasaba una y otra vez las supuestas propiedades de ese compuesto.
Lo novedoso de ese desarrollo lo tenía alucinado porque saliéndose de la línea que se estudiaba en todo el mundo, esa niña había planteado una nueva vía que se ajustaba plenamente a sus requerimientos.
― ¿Quién es usted? ― le espetó al no entender que jamás hubiese oído hablar de ella, de ser cierto todo aquello, esa pazguata era el químico más brillante que jamás conocería.
―Jota .
― ¿Tendrá apellido? ― molesto Jack preguntó.
―Jota ― sin levantar su mirada replicó ésta con un marcado acento español.
Interviniendo, el ricachón explicó al neurólogo que, en el acuerdo que había llegado con ella, estaba mantener su identidad oculta porque quería seguir viviendo anónimamente una vez acabara su colaboración.
Jack estaba a punto de protestar cuando de improviso escuchó a la cría alzar la voz:
―Como comprenderá, de saberse, los cárteles de la droga llamarían a mi puerta porque mis compuestos se podrían fabricar a una ínfima parte de los que ellos distribuyen. Solo he accedido a desarrollar lo que usted necesitaba porque me interesa que tenga éxito y consiga sacar de las drogas a la gente.
― ¿Me está diciendo que los ha hecho exprofeso para mi investigación? ¡Eso es imposible! De ser verdad, ¡solo ha tenido un mes para conseguirlo!
Levantado su mirada por unos momentos, contestó:
―Tardé quince días. La verdad es que me resultó fácil porque, con su artículo, usted mismo me fue guiando.
El cerebro que debía poseer esa criatura para llevarlo a cabo hizo crecer en una desconfianza creciente porque nunca había escuchado algo igual. Por ello y dirigiéndose al magnate, preguntó:
―Usted se creé esta mascarada. Me parece una estafa. Es técnicamente imposible.
Riendo a carcajadas, Gabar le respondió:
―Jota lleva trabajando para mí desde los dieciséis años y si ella dice que sus compuestos cumplen las condiciones que usted planteaba, le puedo asegurar que es así. Confío en ella y usted deberá hacerlo porque, si acepta mi oferta, trabajarán juntos.
Que esa veinteañera fuera un genio que llevaba en su nómina desde niña le intimidó, pero también le hizo comprender que, junto a ella, su proyecto avanzaría a pasos agigantados y venciendo sus reticencias, se puso a negociar con el magnate las condiciones en las que se llevaría a cabo ese experimento.
Contra todo pronóstico, Larry Gabar no discutió apenas los términos y en lo único que se impuso fue en que quería que la desintoxicación de su hija tuviera lugar en una de sus instalaciones.
Al explicarle que estaba alejada más de cincuenta kilómetros del pueblo más cercano y que Diana no la conocía, Jack aceptó porque era necesario aislar al sujeto de todo lo que le resultara familiar, así como de cualquier estímulo que le hiciera recaer.
Lo que no le gustó tanto fue que, al cerrar el acuerdo, la tal Jota preguntara al magnate si era seguro que se quedarán ellas dos solas ¡con un torturador!…

Capítulo 2

Larry Gabar tenía previsto que aceptara el encargo y por eso, cuando Jack estampó su firma en el contrato que le uniría al magnate, apenas le dejó tiempo para ir a casa a preparar su maleta. Para su sorpresa, la finca donde pasarían los siguientes tres meses ya estaba completamente equipada para la labor.
―Diana llegará en tres días. Para entonces espero que todo esté listo para comenzar su desintoxicación― informó al neurólogo: ―Por lo que, si encuentra algo a faltar, dígamelo y se lo haré llegar.
―Una pregunta, ¿su hija está de acuerdo con internarse?
― ¿Acaso importa? ― replicó el padre.
―Lo digo por mero formalismo legal porque desde el punto de vista del tratamiento, da igual.
El sesentón respiró aliviado al escuchar que no hacía en principio falta el consentimiento de la paciente, pero sacando un papel, se lo entregó a Jack diciendo:
―Diana fue incapacitada por un juez y como su tutor soy yo el que lo autoriza.
Jack ni siquiera leyó el documento porque sabía que en caso de un percance de nada serviría tenerlo al tenerse que enfrentar con los mejores abogados del país. Aun así, se lo guardó. Tras despedirse del ricachón, se percató que Jota le seguía y girándose hacia ella, le preguntó si le iba a acompañar al avión.
La rubia contestó:
―Considero necesario estar desde el principio porque además de crear las sustancias que usted vaya necesitando, mi otra función será informar a nuestro jefe de los avances que vayamos teniendo.
A Jack le gustó que reconociera sin tapujos que era una infiltrada del magnate porque así sabría a qué atenerse. Quizás por ello, en plan gentil, le cedió el paso mientras salían del despacho, sin saber que al hacerlo la muchacha malentendería ese gesto y cabreada le exigiría que fuera esa la última vez que se comportara como un cerdo machista.
―Mira niña, antes me acusaste de torturador y me quedé callado. Pero el colmo es que ahora me insultes tildándome de sexismo sin conocerme. Intenté ser educado, pero ya que lo prefieres así: ¡mueve tu puto culo que tenemos prisa!
Nadie la había tratado jamás con tanta falta de consideración y como no estaba acostumbrada a ese trato, anotó esa afrenta para hacerle saber lo que pensaba en un futuro, pero no dijo nada.
«Si cree que me puede tratar así, va jodido», sentenció sin dirigirle la palabra.
Jack deploró el haberse dejado llevar por su carácter, pero tampoco hizo ningún intento por disculparse.
«Menudo infierno va a ser tener que vivir con esta imbécil. Sería darle la razón, pero lo que me pide el cuerpo es ponerla en mis rodillas y darle una tunda para que aprenda a tener más respeto», pensó fuera de sí…

Una hora después el avión personal de Gabar estaba despegando del aeropuerto de LaGuardia con el neurólogo y la joven química en su interior. La falta de sintonía entre los dos quedó de manifiesto al sentarse cada uno en una punta para así no tener que hablar siquiera entre ellos. Es más, por si le quedaba alguna duda, Jota sacó de su bolso dos libros y se los puso a leer, dándole a entender que no deseaba entablar ningún tipo de comunicación.
Jack reconoció por sus tapas que eran libros de psicoanálisis y eso le dejó perplejo porque lo especializado de su temario hacía que solo alguien versado en la materia pudiera entenderlo.
Tratando de devolver veladamente sus insultos, desde su asiento ofreció a la rubia su ayuda diciendo:
―Si necesitas que te aclare algún concepto, solo tienes que pedirlo.
Levantando su mirada y por un momento, la cría le pareció humana, pero fue un espejismo porque al momento, luciendo una sonrisa de superioridad, esa bruja contestó:
―No creo que me haga falta, solo estoy repasando conceptos que tengo un poco oxidados. Piense que ya hace cuatro años que me doctoré en psiquiatría y desde entonces apenas he tocado estos temas.
No sabiendo que le jodía más, si que ese cerebrito fuese doctora en su misma rama o que lo hubiese dejado caer sin darle importancia, Jack replicó molesto que, ya que sabía del tema, quería escuchar su opinión sobre el método que él proponía para desenganchar de las drogas a los pacientes.
Sin separar los ojos del libro, Jota respondió:
―Es un enfoque que en un principio me escandalizó, pero tras meditarlo, comprendí que podía ser acertado el planteamiento. Hasta ahora todos los psiquiatras han tratado a los drogodependientes por medio de la persuasión, pero usted propone algo más. Mientras ellos se conformaban con se alejen de las drogas, usted desea que piensen y se sientan libres de ellas, aunque para ello tenga que usar la coerción para moldear los flujos de información de sus cerebros.
Al oír sus palabras, esa criatura lo había descolocado porque había sintetizado en apenas treinta segundos su teoría. Por ello, menos molesto, le preguntó qué pasos creía que iba a seguir para conseguirlo.
―Nuevamente, me toma por novata― respondió Jota: ―cualquier estudiante de primero puede responder a esa pregunta: Lo primero que va a hacerle es una revisión física completa mientras sigue confusa por hallarse en un ambiente hostil. Me imagino que además de los análisis normales, le hará unos escáneres para comprobar el daño que las drogas han hecho en su cerebro.
―Así es― confirmó el neurólogo: ― por mi experiencia si sabemos que el estado de sus lóbulos y cómo funcionan, nos resultará más sencillo detectar las debilidades que vamos a usar para manipular su mente.
― ¿Qué espera encontrar en Diana?
―Deterioros en su capacidad cognitiva, memoria dañada, falta de autocontrol… nada que no haya visto antes― contestó.
Confirmando a su interlocutor que conocía a su futura paciente, Jota insistió:
―Diana no es la típica drogata. Además de ser una mujer bellísima, de tonta no tiene un pelo. Se ha llevado a la cama a todos y cada uno de los terapeutas que su viejo ha puesto en su camino.
―No dice nada en su historial― cabreado señaló Jack mientras revisaba su expediente ― ¿Cómo nadie me ha avisado de algo así? ¡Es importantísimo!
―Me imagino porque esos papeles han sido escritos por los mismos que sedujo y nadie es tan honesto de dejar al descubierto sus pecados.
―Sabrás lo importante que es el sexo en el sistema de recompensas cerebrales. El placer puede ser la herramienta con la que hacerla cambiar. Las dosis de dopamina que se producen en cada orgasmo las podemos aprovechar para desmoronar su adicción a otras sustancias.
― ¿Está hablando de hacerla adicta al sexo? ¿Eso sería cambiar una adicción por otras?
―En un principio puede ser, pero cuando ya esté recuperada de las sintéticas será más fácil tratarla y no existen casi contraindicaciones. ¡A todos nos viene bien echar un polvo!
Jota estuvo a punto de protestar porque siempre había tenido dudas sobre los efectos beneficiosos del sexo más allá de los meramente físicos. Además, ella nunca se había visto atraída por otra persona, con independencia de su sexo, pero considerando que su vida personal no tenía nada que ver en el tratamiento, se lo quedó guardado.
«No me interesa que este capullo sepa que soy virgen y menos que nunca he sentido un impulso sexual. Como el manipulador que es, lo usaría en mi contra», decidió en el interior de su mente.
Asumiendo que era una anomalía, no por ello podía negar que la lujuria era común a la mayoría de los humanos. Y dando la razón en principio al neurólogo, aceptó desarrollar un compuesto que incrementara el deseo físico y la profundidad de los orgasmos.
―Por lo que deduzco, quiere una especie de “Viagra femenino” con los efectos que supuestamente produce el “Éxtasis”, mayor sensibilidad táctil, disminución de ansiedad e incremento del deseo.
―Sí y no me vale con un coctel de serotonina. Necesito que pienses en algo que incremente exponencialmente el placer. Tienes cuatro días para diseñarlo y producirlo, quiero usarlo en nuestra paciente en mitad de su síndrome de abstinencia para que psicológicamente su impacto sea mayor.
―Lo que me manda es complicado por falta de tiempo, pero intentaré que al menos ese día tenga algo con lo que trabajar, aunque luego perfeccione la fórmula― respondió la rubia mientras sacaba su portátil y se ponía a trabajar.
Mirandola de reojo, Jack observó cómo se concentraba en la misión mientras se preguntaba cuántos químicos que conocía hubiesen aceptado ese imposible.
«Ninguno», sentenció, «todos me hubiesen mandado a la mierda y llamándome loco, ni siquiera lo hubiesen intentado» …

Relato erótico: “Leia entre asteroides.” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

LEIA ENTRE ASTEROIDES

Ayudados por el caballero Jedi Obi Wan Kenobi. Han Solo, Chewbacca y Luke Skywalker logran rescatar a la princesa Leia Organa de las garras de Darth Vader.

Durante la operación, Darth Vader logra derrotar a Obi Wan, que desaparece antes de que el lacayo del Emperador consiga darle la estocada final.

El pequeño grupo rebelde huye en un viejo carguero corelliano aprovechando que el rayo tractor de la estrella de la muerte está temporalmente inutilizado, perseguidos muy de cerca por varios Tie Fighter imperiales…

Mierda de Rancor. Estaba totalmente jodida. Huía en un montón de chatarra de los cazas imperiales en compañía de un zumbado que se creía un caballero Jedi, el contrabandista más cotroso y poco confiable de toda la galaxia y un enorme y peludo Wookiee.

Un nuevo impacto en la cola hizo temblar aquella lata interespacial haciéndola temerse lo peor.

—Princesa, apártese y no moleste demasiado. —dijo Han Solo dirigiéndose a uno de los turboláser mientras indicaba a Luke Skywalker que ocupase el otro.

—De eso nada, —replicó Leía dando un empujón a aquel chico medio tonto— Tu eres piloto, vete a la cabina y sácanos de aquí. Yo necesito matar a alguien.

La sesión de sexo con su padre y la destrucción del planeta Alderaan la habían puesto de un pésimo humor. Tenía ganas de matar a alguien. Habían logrado escapar por los pelos de las garras de Darth Vader, pero cada vez estaba más convencida de que albergaba una nueva vida en su seno. Llevaba la semilla de su padre en sus entrañas.

Se sentía perdida. Como princesa no podía presentarse ante la causa rebelde como la mujer que llevaba la semilla del mal en su cuerpo. Pero no pensaba renunciar a su hijo así que tenía que conseguir un padre para él antes de que su embarazo se hiciese patente. Y la perspectiva no era muy halagüeña. Si sobrevivían lo suficiente para no ser desintegrados, tendría que elegir entre un yogurín con ínfulas y un gilipollas al que media galaxia quería ver muerto. El único que parecía tener algo de sesera era Chewbacca, lástima que los Wookiees estuviesen totalmente descartados.

—Espero que tengas tanta puntería como mal genio, princesa. Necesitamos quitarnos a esos hijos de puta de encima. —dijo Solo sentándose y activando el armamento.

El láser era un viejo modelo KTTO de doble tubo y mira GH. Lo activó y se puso los auriculares para poder escuchar al otro artillero. Antes de que estuviese en posición, dos Tie Fighters pasaron aullando peligrosamente cerca mientras dejaban un nuevo rastro de explosiones en el maltrecho escudo de energía de la nave.

—Ya puedes darte prisa encanto si no quieres que acabemos como pedacitos de escoria estelar. —oyó decir a Han en el auricular.

—¿Por qué no te callas y disparas a esos dos que se te acercan por la izquierda?

—¡Mierda! Se me han escapado y vuelven a la carga por tu lado. Dales duro, cielo.

—Como vuelvas a llamarme cielo, babosa de azufre, te arranco la cabeza. —dijo Leia dejándose llevar por la intuición y apretando el gatillo.

El doble cañón laser escupió una ráfaga que acertó a uno de los cazas imperiales en pleno centro. La explosión fue tan brusca y cercana que Leia tuvo que cerrar los ojos para no quedar deslumbrada. Un instante después llevada por un nuevo impulso abrió los ojos y apretó de nuevo el gatillo arrancando de cuajo una de las alas de otro Tie Fighter que se alejó dando tumbos sin control hasta estrellarse con un pequeño asteroide unos par de segundos luz más allá.

—Joder con la princesita. No sé si te rescatamos a ti de las tropas imperiales o le hemos salvado a esos pobres de una muerte segura. —dijo Solo soltando un grito de triunfo.

En ese momento pasó un nuevo caza por su lado y evitando de nuevo los disparos del contrabandista, volvió a realizar dos nuevos disparos que alcanzaron la nave.

—¿Podrías dejar de hacer el payaso y cargarte el caza que queda? ¿O voy a tener que hacerlo yo todo?

El tiempo se les acababa. Si no se libraban del caza restante, el sacrificio del viejo encapuchado no serviría de nada. Afortunadamente, cuando estaba a punto de sacar a patadas de su puesto a aquel jodido inútil, Han Solo estornudó en el momento en que disparaba una nueva ráfaga, consiguiendo un tiro perfecto y haciendo volar el último Tie Fighter en pedazos.

—¡Has visto, nena! ¡Un tiro perfecto! Sí señor.

Leia bufó por toda respuesta y se dirigió hacia la cabina para ver cómo le iba a los otros dos idiotas.

—¿Cómo va eso? ¿Cuándo alcanzaremos la velocidad de la luz? —preguntó.

—Cuando Chewbacca consiga arreglar los impulsores. —dijo Luke dejando que Solo tomase los mandos— Este trasto es un montón de chatarra.

—Y mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿Esperamos a que uno de esos destructores imperiales nos alcance y nos convierta en un montón de carbón intergaláctico?

—No, nos esconderemos. —dijo Han con una sonrisa.

—¿Qué demonios dices? ¿Dónde… —un frío sudor corrió por la espalda de la princesa al darse la vuelta y ver por las pantallas el campo de asteroides.

—Sí, cariño vamos allá —dijo Solo ignorando el grito de angustia del wookiee que trasteaba todo lo rápido que podía con los impulsores.

Nada más entrar en el campo de asteroides supo que no sobrevivirían. Aquel inútil en vez de evitar los asteroides parecía que quería jugar al billar con ellos. Afortunadamente Luke le apartó de los mandos y demostró lo que el Halcón Milenario era capaz de hacer.

El instinto de aquel chico era impecable. A pesar de evitar los pedazos de roca y algún que otro tiro lejano de un destructor, que era lo suficientemente estúpido para seguirlos por aquel laberinto, el chico parecía estar divirtiéndose. Han permanecía con de brazos cruzados observando con aire de entendido cómo su nave pasaba limpiamente entre los apretujados asteroides sin llegar a rozarlos.

Leia aprovechó la concentración de ambos para compararlos. Era evidente que Han Solo era un perfecto idiota, pero esa era su principal atracción; estaba segura de que no le costaría hacerle creer a aquel pánfilo que el niño era suyo. Además tenía que reconocer que ese pelo castaño y esa sonrisa de gañan le atraían irremediablemente.

Luke sin embargo, a pesar de ser evidente que estaba un poco pa allá con el rollo ese de los caballeros Jedis y esos cuentos de vieja sobre la Fuerza, parecía bastante más espabilado y más capaz de liderar la causa rebelde a su lado. Además sus increíbles dotes como piloto y esas miradas tímidas pero cargadas de deseo que le lanzaba eran la mar de excitantes.

—Ese destructor imperial se acerca. Creo que va a conseguir alcanzarnos. —dijo Luke.

—Esos gilipollas se están arriesgando a perder una nave como esa por alcanzarnos… Debemos gustarles un montón. —dijo el bocazas de Han.

En ese momento vio a su derecha un gran asteroide con un agujero en el que cabía la nave. Solo hizo falta señalárselo a Luke para que este diese un largo rodeo detrás de otros dos planetoides para salir del campo visual del destructor y maniobrando con elegancia girar la nave ciento ochenta grados y meterse en el oscuro agujero.

El Halcón Milenario aterrizó suavemente en el fondo del orificio. Tanto el wookiee como Han Solo y los dos androides salieron de la nave para terminar de reparar los impulsores mientras Luke y Leia se quedaban descansando.

Leia vio la oportunidad y se acercó a Luke acariciando su pelo rubio.

—Has estado muy bien. Eres un piloto extraordinario. —dijo Leia acercándose aun más para que Luke pudiese oler el aroma de su cuerpo.

—Yo… esto… no es nada… un caballero Jedi no…

La timidez que mostraba el joven la estaba poniendo aun más caliente. Acariciando la mejilla del joven, acercó su cabeza e interrumpió sus balbuceos con un beso. El chico, al principio se quedó como helado, pero cuando la princesa introdujo la lengua entre sus labios inundándole con su sabor reaccionó devolviéndole el beso con ansia.

Por la torpeza de sus besos era evidente que aquel chico nunca había estado con una mujer, eso la excitó aun más. Tomando la iniciativa, Leia deshizo el beso y empujando al joven contra el casco de la nave se arrodilló frente a él.

Con una sonrisa traviesa, acarició el interior del los muslos a la vez que dejaba caer una de las mangas de su vestido enseñándole una buena porción de su escote. Luke se quedó quieto dejando que ella le acariciase el miembro a través del tejido de los pantalones, mirando hipnotizado el cremoso escote de aquella desconocida.

—¡Joder! —dijo Leía en un susurro al ver crecer una mancha de humedad en la entrepierna de Luke.

—Lo siento… —fue todo lo que acertó a decir el chico con el rostro rojo como la grana.

—No importa. —dijo ella sacando el miembro de Luke aun goteando semen.

Observó aquel miembro un instante mientras lo sostenía entre sus manos. Tenía algo en su forma y tamaño que le resultaba vagamente familiar. Le hubiese gustado escarbar un poco más en su mente, pero el miembro de Luke estaba empezando a menguar. Fingiendo acariciarla quitó los restos de semen de su superficie y se la metió en la boca.

Aquella mujer era una diosa. A pesar de que aparentaba tener la misma edad que él, parecía mucho más experimentada. Los labios de la princesa se cerraban en torno a su miembro mientras su lengua jugaba con su glande y su boca chupaba haciendo que la polla creciese y palpitase amenazando con volver a reventar de un momento a otro.

No sabía si era la Fuerza, pero con un par de chupadas el miembro del chico volvía a estar como una piedra. Cuando se dio cuenta, Luke le estaba agarrándola por las trenzas e hincándole profundamente el miembro en su garganta.

Con un empujón apartó la cabeza. El miembro de Luke brillaba cubierto de una espesa capa de su saliva. Con una mueca lasciva acercó la lengua a la punta del miembro y cogiendo un hilo de saliva jugueteó con él dejando finalmente que cayese entre sus pechos.

Luke soltó un gemido y le arrancó el tenue vestido de un tirón. El cuerpo de la mujer era tan atractivo y rotundo que tuvo que contenerse para no empujarla contra la pared y follarla sin contemplaciones.

Leía estaba tan caliente que lo único que deseaba es que aquel parado la empujase contra la pared y la follase sin contemplaciones. Reprimiendo un gesto de contrariedad se levantó y poniendo la cara más sucia posible se acarició las caderas y se sobó los pechos, pellizcándose los pezones hasta que se pusieron duros mientras le indicaba que se desnudase.

Luke notaba como sus huevos hormigueaban de deseo al ver como Leia se acariciaba de forma impúdica su cuerpo desnudo… Pero, ¿Era verdaderamente aquel el camino de un Jedi?

Leía no le dejó terminar el hilo de sus pensamientos. Acercándose a él le abrazó pegando su pubis contra la polla erecta y caliente de Luke.

Por fin aquel paleto campesino de Tatooine reaccionó y levantándola en volandas la penetró. La polla de Luke llenó su sexo embargándola con un placer indescriptible. Agarrándose a su cuello comenzó a balancear sus caderas mientras el joven hundía la cara entre sus pechos lamiendo y mordisqueando su piel.

El coño de la princesa era cálido y estrecho y todo su cuerpo vibraba y se estremecía con sus empeñones. Deseando tomar el control, Luke se separó y empujó a la joven contra la mesa de ajedrez galáctico.

Leia solo tuvo tiempo de apoyar las manos contra la mesa antes de sentir el miembro de Luke resbalando en su interior y colmándola con su calor. Con un grito de salvaje alegría dejó que el hombre la follara con una fuerza que amenazaba con arrancar de cuajo la vieja mesa.

Cuando se dio cuenta tenía todos los músculos de su cuerpo contraídos y cubiertos de sudor. El joven aprendía rápido y cuando Leia estaba a punto de correrse se separó. La princesa gruñó frustrada y le pidió entre gemidos y jadeos que continuase.

Luke, sin embargo, se dedicó a admirar aquel cuerpo esbelto y jadeante brillando de sudor a la luz de los fluorescentes. Hipnotizado por el espectáculo, acarició el cuerpo de la joven, besando y lamiendo aquí y allá, impregnándose de su potente sabor.

Dándola la vuelta la sentó sobre la mesa y enterró la boca entre sus muslos. Leía pegó un grito y encogió todo su cuerpo estremecida por el intenso placer antes de que Luke con la boca saturada con el sabor de su sexo y su sudor, le separase las piernas para volver a penetrarla.

Leia pegó un largo gemido acompañando la entrada de aquel poderoso miembro en su seno. Era una lástima que el hijo no fuese suyo… Un nuevo empujón le obligó a dejar de lado cualquier pensamiento que no fuese la pura lujuria. Mirándole a los ojos siguió gimiendo cada vez con más desesperación hasta que una avalancha de sensaciones la derribó. Su cuerpo se descontroló impidiéndole hasta la respiración durante un instante.

—¡Vamos! ¡Fóllame fuerte cabrón! —exclamó presa de un indescriptible placer— ¡Córrete dentro de mí! ¡Hazme tu…

—¡Joder! ¡Basta ya! ¡Mecagüen el lado oscuro! —dijo Obi Wan apareciendo como por ensalmo en el momento que Luke estaba a punto de correrse.

Los dos jóvenes exclamaron sorprendidos. Luke se separó trastabillando y cayendo de culo sobre el suelo de la nave.

—He sentido una fuerte conmoción en la fuerza y he aparecido creyendo que estabas en peligro y te encuentro follando con… tu hermana.

—¿Qué coños dice este viejo? —dijo Leia tapando su cuerpo desnudo con los restos de su vestido.

—Obi Wan me estás diciendo que…

—En efecto le interrumpió el anciano Jedi. Tu y Leia fuisteis separados al nacer por vuestra seguridad ya que la fuerza era intensa en vosotros.

—Joder que puta mala suerte. —pensó Leia—Follarse a su hermano, después de follarse a su padre, no era lo que necesitaba una princesa para parecer honorable. Ahora qué coño iba a hacer. Después de aquel viaje iba a necesitar una buena temporada en un centro psiquiátrico.

Un par de ligeros temblores y ver a Han Solo corriendo precipitadamente camino de la cabina de mandos, hizo que todos sus pensamientos se esfumasen.

—Señores más vale que se ajusten los cinturones, tenemos un problemilla sin importancia. —dijo Solo en el instante en que aceleraba el vetusto trasto para salir del agujero.

Se sentaron todos rápidamente en sus puestos. Solo Obi Wan se quedó de pie al lado de Leia.

—Es conveniente para el equilibrio mental del joven Skywalker que no sepa por ti la identidad de sus progenitores. En este momento tan delicado podría dejarse llevar por el lado oscuro. —susurró el caballero Jedi— Y por el amor de la Fuerza, no vuelvas a tocarle. —añadió desapareciendo en el aire.

Los gritos de Solo y el Wookiee le devolvieron a la realidad. Parecía ser que el escondite era la madriguera de un hambriento gusano espacial. Luke se estremeció y prometió no volver a entrar en ningún agujero si se libraba de esa.

Mientras tanto, Leia no paraba de pensar en qué demonios iba a hacer con el niño que crecía día a día en sus entrañas. Cada vez le quedaba menos tiempo y menos opciones.

Continuará…

Relato erótico: “Las Profesionales – Maestro de marionetas esclavas ” (POR BLACKFIRES)

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Las Profesionales son relatos originalmente escritos en español y no existen versiones en ingles o en otros idiomas por el momento. De ser publicados fuera de la página de todorelatos.com solicito sea comunicado previamente y se mencione la fuente y su autor.

Las situaciones sexuales descritas en estos relatos son producto de la ficción. En el mundo real, existen serios peligros de enfermedades de contagio sexual, practique el sexo seguro. Use preservativos y protéjase usted y a su pareja sexual.

Las Profesionales – Maestro de Marionetas Esclavas.

La vista a través de la ventana del quinto piso del nuevo edificio de Baxter Health Care & Spa era simplemente hermosa, algunos de los edificios mas pequeños del complejo podían verse a la izquierda y a la derecha claramente se apreciaban los árboles que rodeaban las extensas hectáreas de montaña donde estaba ubicada la instalación. Más allá en el horizonte lejos de las montañas se apreciaban los suburbios y luego los edificios de la ciudad que hacia pocas horas despertaba a un nuevo día.

Robert Sagel, sentado en la comodidad de su nueva oficina, observa la tranquilidad del panorama. Teclea algunas órdenes en la computadora portátil colocada en su escritorio, mientras sostiene un ejemplar de Social World Magazine, en portada aparece la foto de una hermosa mujer de por lo menos 45 años, de hermosos ojos verdes, cabellos castaños y piel clara, vistiendo un costoso vestido ejecutivo de saco y blusa de seda la cual deja entrever un hermoso par de senos que aun se mantienen en buen nivel dándole un excitante y a la vez elegante porte, sobre la foto el título del reportaje central es “Vivian Deveraux una profesional de éxito digna de imitar”.

Abriendo la revista observa el contenido del artículo y sonríe al escucha un timbre proveniente de la página web de su banco en línea, revisando el monto de la cuenta descubre que los fondos que esperaba han sido transferidos con éxito. Leyendo en voz alta dice:

– “… ser una profesional de éxito es muy complicado en estos días, donde las responsabilidades y competencias de una mujer, día a día son puestas a prueba en la dura lucha por escalar las posiciones desde el suelo hasta la cima de la realización personal…” Agggg ummmmm.

Robert deja escapar gemidos mientras sonríe al mirar a la desnuda Vivian Deveraux que esta a cuatro patas en la mullida alfombra de la oficina, ella lo observa entretenida en su labor de mamar a su dueño, sus ojos verdes se mantienen opacos y con mirada ausente mientras Robert acaricia sus cabellos, ella solo usa un par de zapatos de altos tacones de aguja y un elegante collar de perlas con una plaquita de plata que dice “Vivi”, un murmullo llega desde su vagina y su ano donde dos vibradores activados mantienen su vulva empapada por sus jugos que escurren por sus muslos.

Robert con un control remoto activa el nivel 5 de ambos vibradores inalámbricos, Vivian tiembla al sentir como los aparatos aumentan el ritmo, en su mente su propia voz se combina con la de Robert escuchándose decir “buena chica Vivi, buena chica, da el código de seguridad de tu banco a tu amo, solo eres una buena chica obediente y dócil, tu amo te premiara si obedeces”

– Buena chica Vivi, muy buena chica, bien sabes que pude sacarte cualquier cosa de esa cabecita tonta que ahora tienes, pero me encanta premiar a mis esclavas, definitivamente eres toda una profesional digna de imitar… y mira hasta donde has escalado, hasta la alfombra de mi oficina.

El intercomunicador se activa y la secretaria le informa.

– “Dr. Sagel la Dr. Helen Bells esta aquí para su reunión de las 8:30”

– “Muy bien Tara dile que entre”

Segundos después la puerta de la espaciosa oficina se abre dando paso Helen que como siempre camina con exquisita elegancia y con paso decidido avanza hacia Robert, ella viste un conjunto de saco y minifalda ejecutivo azul oscuro, blusa de seda blanca y medias con ligueros de encaje que cubren las esculturales piernas calzadas con zapatos negros de tacón de aguja, el rítmico andar hace que sus caderas se muevan en un excitante vaivén y sus senos se muevan arriba y abajo haciéndola de lo mas deseable. Robert sonríe al apreciar esa obra de arte y se complace al ver el subir y bajar de esos hermosos y redondos senos pues el sabe que Helen no lleva puesto ni sostén ni bragas como se le ha entrenado. No es posible evitar una erección al ver caminar a esa mujer que casi es una pieza de arte viviente, la cual transpira deseo y afecta el libido ya sea a hombres o a mujeres.

– Buenos días Dr. Sagel.

– Mejores ahora Helen… toma asiento.

– La comitiva extranjera ha llegado a las instalaciones tal como usted lo solicitara.

– Excelentes noticias Helen y cuenta como avanzan los preparativos del nuevo proyecto…

Robert siente como Vivian Deveraux tiembla de pies a cabeza sin la necesidad de que aumente la velocidad de los vibradores, ella sigue mamando el erecto miembro de Robert, debe ser tan humillante para ella saber que otra persona puede verla a 4 patas y mucho más que ella sea usada como un juguete sexual que solo tienen como propósito ordeñar la verga de un macho que la domina.

– Todo marcha según lo planeado, en el transcurso de esta tarde y mañana en la mañana estaremos recibiendo los primeros resultados del experimento en la mansión.

– Muy buenas noticias Helen, mantenme al tanto de avances…. Encárgate por favor de llevar a nuestra invitada VIP a su celda, digo a su habitación 5 estrellas… parece que esta disfrutando muchísimo su visita a nuestra clínica de reposo.

Diciendo esto Robert coloca una cadena al cuello de la sumisa Vivi y la entrega a Helen que rápidamente tira de ella y Vivi sacando la verga de Robert de su boca le mira con una mezcla de excitación y desaliento por no recibir la totalidad de la deseada recompensa, gateando a 4 patas avanza tras Helen que la lleva hacia una de las puertas ocultas de la oficina y al llegar la hace que se levante, le saca ambos vibradores de sus huecos y le hace limpiarlos con su boca y lengua, estando en eso Helen le dirige una mirada cómplice a Robert y le comenta:

– Pronto tendremos muchas más de estas elegantes señoras a cuatro patas, la campaña de publicidad esta resultando un éxito.

– Tal cual lo dices Helen, pronto tendremos más trabajos VIP, la inauguración de la clínica y centro de reposo y descanso VIP ha sido un rotundo éxito en la operación, lo que me recuerda dile a Tara que revise todo para el recorrido de las instalaciones, descuida Helen, esta vez no regalaremos nada de nuestro inventario, creo que al contrario estarás complacida con los aportes que nos traen esta vez nuestros invitados.

Con una sonrisa Helen abre la puerta oculta en el muro, suelta la cadena del cuello de Vivi y Vivian sin siquiera recibir una orden con sus manos separa sus labios vaginales para facilitar que Helen coloque la cadena en la argolla que hacia unos días había comenzado a adornar su hermoso y depilado coño.

Ambas mujeres desaparecen tras la puerta, Robert acomoda sus ropas y acciona el intercomunicador mientras dice:

– “Tara, informarle a mi invitado que pueden pasar”

– “Inmediatamente Doctor”

Un momento después Tara abre la puerta dejando pasar a la oficina primeramente a un hombre de sobrio aspecto ejecutivo de aproximadamente 50 o 60 años, su rostro de marcadas facciones asiáticas da a su aspecto un porte misterioso e imponente. Justo a dos pasos detrás del hombre avanza una chica igualmente asiática en la cual destacan tantos atributos femeninos que van desde sus redondeadas y respingadas nalgas, pasando por sus caderas justo debajo de su cintura estrecha en su delgado y delicado cuerpo como es usual en las asiáticas, algo no tan usual en su origen son un par de hermosos y redondos senos 34C que en comparación con su cabeza parecen estar fuera de proporción en ese menudito cuerpo, no mayor a 1.65 metros de altura. Sus cabellos negros tan oscuros como la noche descansan a un costado de su cabecita en la cual lo mas inusual de todo lo hablado es lo más interesante de la recién llegada, un par de hermosos ojos azul grisáceos que le dan un toque aun más místico a toda ella.

Robert como es protocolo se levanta de su escritorio y avanza a su encuentro, se detiene y hace una perfecta reverencia que es devuelta por ambos visitantes mientras Robert les comenta.

– Hasegawa-Sama. Es un honor para mí recibirle en mi oficina.

– El honor es mío Rooober-San, ha sido un largo viaje pero ha valido la pena.

– Hasegawa-Sama tome asiento por favor.

El recién llegado toma asiento y conversa con Robert mientras la chica se mantienen de pie junto a su jefe quien no es mas que Tetsu Hasegawa, CEO de Hasegawa Group, una de las más grandes compañías de bioquímicas de oriente, en las cuales destaca su departamento de desarrollo de fármacos biotecnológicos, ella es Akemi Miyake una ejecutiva de 22 años la cual inicio en el Grupo Hasegawa como responsable del departamento investigación y desarrollo. Poco tiempo después de su contratación Hasegawa decidió que Akemi debía encargarse de complacer cada deseo que el tuviera en mente y para tal fin había sido enviada como enlace con Industrias Fredensborg, su socio comercial y su principal cliente de bioquímicos, tiempo después en las expertas manos de Robert, Akemi se convirtió en la leal y servicial esclava que ahora de pie sostenía el maletín de su amo mientras el conversaba con su anfitrión. En su mente no había más que la orden de ser dócil y obediente a las ordenes del gran señor Hasegawa.

Por lo menos eso es lo que pasaba en la mente y a los ojos de Akemi, pues en un singular uso de una profesional, todas y cada una de las palabras dichas por Hasegawa llegaban a los oídos y cerebro de Akemi la cual las traduce para Robert sin el menor contratiempo y cada respuesta de Robert pasaba por igual camino para llegar a Hasegawa, aun para Robert era fantástico ver como un juguete sexual era usada como un traductor viviente sin ella cometer el menor error.

– Si me lo permite Hasegawa-Sama, le invito a recorrer las nuevas instalaciones de nuestra Clínica de reposo, le anticipo que se sorprenderá de los adelantos que hemos logrado en tan corto tiempo.

Una leve pausa y nuevamente la hermosa voz de la sumisa entrenada, enuncia las palabras en perfecta traducción para su jefe que al momento responde y la voz de la sumisa llega a Robert que no se cansa de admirar lo hermoso de sus trabajo.

– He esperado con ansias el conocer las nuevas instalaciones Rooober-San, pero quisiera primero que nos encargáramos del equipaje que he traído conmigo.

– No faltaba más, pero ya he girado ordenes sobre ese punto, de cualquier forma iremos a dar un vistazo, acompáñeme por favor.

Ambos salen de la oficina seguidos por Akemi que camina justo a dos pasos detrás de su dueño. Toman un corredor que los lleva a una espaciosa área donde una puerta les da acceso a un cubículo donde un falso espejo les permite ver a un grupo de 6 chicas asiáticas, vestidas todas con el uniforme de empleadas de Hasegawa Group, falda larga y saquito ejecutivo azul marino, con blusa de color blanco con una corbatita del mismo azul del saco. Todas conversan animadamente mientras se van sentando en las sillas destinadas para ellas en una sala de proyecciones, donde según Tara y Mitzuki les han informado, podrán ver un corto video explicativo de la Clínica Baxter.

Poco a poco todas toman asiento y el video inicia, donde puede verse aparecer una sonriente Patricia Zurita, la cual empieza a comentar todo lo que Clínicas Baxter ofrece en sus instalaciones. Hacia solo una semana que Patricia Zurita había anunciado su pronta renuncia a su empleo en la cadena de noticias donde había ganado fama, para convertirse en el rostro y vocera comercial de Clínicas Baxter. La primera campaña publicitaria había tenido una rapidísima aceptación entre jóvenes mujeres de clase media y clase alta.

Tara y Mitzuki se colocan al fondo de la sala, el video continua y poco a poco el murmullo de las chicas se va apagando mientras por un lado prestan atención al video y por el otro el gas inodoro e incoloro va llenando la sala relajándolas y aturdiéndolas lentamente, la gran mayoría de los hermosos rostros asiáticos van reflejando el aturdimiento. Una de las chicas sentada casi al frente sacude su cabeza intentando despertarse y extiende su mano torpemente para llamar la atención de su compañera que mira aturdida la pantalla donde Patricia sigue explicando los detalles de Clínicas Baxter. Mitzuki avanza entre las chicas con una mascarilla respirador en su rostro, sacando un aplicador inyecta el cuello de la chica dejándola fuera de combate en dos segundos.

Mitsuki empieza a colocar las correas restrictivas en las piernas y brazos de las aturdidas chicas, mientras Tara con un carrito lleva 6 juegos de visores de realidad virtual que va colocando en las cabezas de las chicas ya atadas y conectándolos a terminales ocultas bajo los cómodos asientos.

Robert observa a sus esclavas sumisas trabajar sin contratiempos en las nuevas candidatas mientras escucha a su acompañante hablar y luego la voz de Akemi llega desde su espalda.

– Espero que concuerde conmigo Roober-San esta vez he traído a las más hermosas de mis empleadas.

– Debo reconocer el excelente gusto que demuestra con cada una de sus entregas Hasegawa-Sama.

– ¿En cuanto tiempo podré tener a este grupo preparado y listo para lucirlo en mi colección?

Ya para este momento la mayor parte de las chicas tiene puesto el visor de realidad virtual que Tara va colocando, mientras Mitzuki va levantando las faldas de las chicas y quitándoles las medias y cortándoles las bragas y sostenes a cada una, mientras ajusta consoladores en sus coños y pone electrodos en sus vulvas y en sus pezones.

– Estamos mejorando día a día nuestras técnicas, hemos reducido muchísimo el tiempo de adoctrinamiento, mucho más con los nuevos químicos que nos esta proporcionando. Deberíamos estar entregándole este grupo en menos de 15 días. Muy pocas mujeres han podido resistir el romperse en uno o dos días una vez iniciamos el tratamiento intensivo.

– Me parece excelente, quisiera tener a estas sumisas a mis pies lo más pronto posible. Me gustaría conocer el proceso de conversión de las esclavas.

– En ese caso acompáñeme, visitaremos en corazón de las Clínicas Baxter.

A varios kilómetros de las Clínicas Baxter, en un exclusivo barrio residencial a las afueras de la ciudad, donde las mansiones son de dos a tres niveles, con muchísimas habitaciones, rodeadas de muy cuidados jardines y árboles frondosos al frente, a los costados y sin dejar de lado la elegante piscina trasera de la mansión, la agitada vida de una familia continúa sin novedades aparentes. James Baxter esta sentado a la mesa de la cocina leyendo el periódico del día, mientras todo el lugar se llena con el aroma del café mañanero preparado por su empleada Rossana que ahora viste su usual uniforme blanco y negro de empleada doméstica mientras termina de preparar el desayuno para Susan Baxter que se ocupa apuntando cosas en su agenda electrónica justo antes de salir para comenzar un nuevo día de trabajo.

– Niñas a desayunar, es la tercera vez que les llamo, no estoy para perder el tiempo.

La voz de Susan llena la casa al tiempo que mirando a Rossana le ordena.

– Ve y diles que bajen de una buena vez pues si no, no podré despedirme de ellas, debo salir ya o llegaré tarde a la oficina otra vez.

– Si señora.

James Baxter levanta la mirada de su periódico y con un autoritario tono de voz se dirige a Rossana.

– Espera Roxy… ven junto a mí.

Sussan sigue ocupada apuntando cosas en su agenda electrónica y James observa detenidamente en una pantalla de cristal líquido, que sostiene camuflándola en su periódico de la mañana, puede ver un video de alta resolución a todo color. Mientras su mano libre acaricia la pierna de Roxy por debajo de la falda, Roxy sube su falda para que Mr. Baxter tenga mejor acceso a su coño y su culo, la mano de James le acaricia una nalga y ella siente como su coño empieza a soltar sus babas. En el video puede ver claramente la señal inalámbrica de las, por lo menos 20, cámaras ocultas que cubren todas las habitaciones y lugares de la mansión, el video central muestra a la menor de sus hijastras vistiendo un cortísimo “baby doll” casi transparente que él le había comprado hacia unos días, aunque ella no lo recordara.

Melissa esta sentada en su cama con sus piernas abiertas mientras la lengua de su “mejor amiga” Valeria Crowell explora el coño y toma prisionero con sus labios y dientes el clítoris de Melissa mientras esta gime y aprieta las sabanas y sus pechos sobre el “baby doll” de encaje. Un segundo después Valeria se desnuda y le besa con sus labios llenos de humedad y tomando una toalla se dirige al baño.

James cambia el número de imagen y aparece Valeria desnuda a punto de entrar a la tina de espuma para darse un baño. cuando la imagen muestra a la chica dentro de la tina y la siguiente imagen muestra a Melissa sola en su habitación James Baxter le ordena a Roxy.

– Ve por ellas Roxy y hazlo como se te ha ordenado.

– Enseguida señor.

Susan continua escribiendo en su agenda justo como se le a ordenado previamente, sin tomar en cuenta nada de lo que pase entre James y Roxy, es irrelevante cualquier cosa que vea o escuche entre ellos, su vida continua justo como ella cree que debe seguir. Rossana sube las escaleras y siente la incomodidad del dilatador anal que, metido en su ano hace un par de horas, esconde bajo su vestido de empleada domestica. Rossana sube al primer piso y toca la puerta de la habitación de Melissa, Rossana toca dos veces más y luego de murmullos y cuchicheos una muy molesta Melissa abre la puerta gritándole a la cara a Rossana

-¿QUÉ?

– FUCKTOY MELY

Los ojos de Melissa se vuelven vidriados y su mirada perdida demuestra que su cerebro se ha desconectado de la realidad justo como se le ha condicionado. Roxy la observa y le dice:

– Dime lo que eres.

Melissa abre su boca y sus palabras escapan de ella con una voz casi como un mantra.

– Solo soy una boca, un culo, un coño y un par de tetas.

– El amo dice que hagas lo que se te ha ordenado y que no tardes en complacerlo.

Un recuerdo en su cerebro se activa claramente como una película que ha visto miles de veces, cada detalle de lo que debe hacer es claro como el cristal para ella, Melissa retrocede hasta su cama y recoge una maleta de viaje pequeña colocada junto a la mesita de noche, abriéndola saca una bolsa de papel lleva impreso el logo de un sex shop, contiene un nuevo consolador con correas para ajustarlo a la cintura. Este nuevo juguete le proporcionaría horas de diversión junto a Valeria. Cerrando la maleta deja la bolsa de papel con su contenido debajo de la cama. Vuelve a la puerta donde le espera Roxy.

– Esta hecho. ¿El amo estará complacido?

– Buena chica, despierta ahora puta Mely.

Los ojos de Melissa parpadean un segundo y ajustan su visión de Rossana su empleada de pie en la puerta de su cuarto y la ve gesticular algunas palabras mientras le tira la puerta en la cara.

– Señorita Melissa su madre dice que por favor baje a desayunar por que…

– No me jodas…

Rossana no ha terminado de hablar y la puerta del cuarto se cierra con un sonoro golpe. Melissa camina descalza hacia su cama vistiendo su cortísimo “baby doll” casi transparente, lo que dificulta sobremanera ocultar sus hermosos senos y sus muy bien torneadas caderas y nalgas, justo antes de llegar a la cama, la puerta del baño de su habitación se abre y una hermosa chica de cabellos castaños oscuros y brillantes ojos miel sale solo envuelta en una toalla blanca, camina hasta el borde de la cama donde Melissa ya esta sentada y le pregunta.

-¿Qué fue tanto alboroto?

– La estúpida desubicada de la empleada que viene a tocarme la puerta, ¿Quién se cree ella para venir a apresurarme en mi propia casa? La deje hablando con la puerta en las narices y le dije que no me jodiera la mañana…

Roxy continua su camino hasta la puerta del cuarto de la mayor de las hermanas Baxter, los tres golpes en la puerta traen de vuelta a la realidad a Samantha y antes de atender la puerta se empieza a ajustar la ropa luego de realizar un espectáculo sexual a su novio vía Webcam, y sin ella saberlo también le mostraba cuan puta es a su padrastro que la observaba por las cámaras ocultas en su cuarto, avanza a la puerta y se encuentra con Rossana.

-¿QUE?

– FUCKTOY SAMMY

Al igual que en Melissa, los ojos de Samantha se vuelven vidriados y su mirada se pierde en el vacío, su cerebro se convierte en una pagina en blanco donde sus dueños pueden escribir sus deseos, por más perversos que sean, y ella estará encantada de complacerlos. Roxy la observa y le dice:

– Dime lo que eres.

– Solo soy una boca, un culo, un coño y un par de tetas, a tus órdenes.

– El amo te ordena que recuerdes y hagas lo que se te ha ordenado, no tardes en complacerlo.

En la mente de Samantha mas que un recuerdo una secuencia de imágenes se proyectan disparando sus mas fuertes instintos sexuales y sus deseos sadomasoquistas al ver atada y a cuatro patas en una mesita de la estancia a su madre, completamente desnuda mientras Rossana se la coge con un gran dildo negro que le ensarta por el culo y ve a su padrastro James usando la boca de su madre como si fuera un coño donde mete y saca con fuerza y velocidad su erecta verga haciendo que los gemidos que llenan la habitación bajen de intensidad.

Pero no son solo los gemidos de su madre los que ella escucha, justo a su lado su esta sentada su hermana menor, ambas están sentadas en un cómodo sofá mirando como usan a su madre. Melissa esta desnuda bombeando su coño con un vibrador y con el rostro inexpresivo se masturba como una poseída mientras gime y se convulsiona de placer. Una quinta mujer, que viste un elegante traje ejecutivo, acaricia por la espada a su hermana y le sostiene los senos y acaricia el clítoris, mientras le dice algo en el odio a lo que la aturdida Melissa solo responde.

– Sí, lo haré Mistress Helen… lo haré Mistress Helen…

– Buena chica, buena chica putita mely, ahora correte para mi como la puta descerebrada que eres.

Mientras el vibrador sigue insertado en su coño, un orgasmo gigantesco barre el cuerpo de Melissa y gemidos y gritos llenan la mansión mientras convulsiona de placer a las órdenes de sus dueños, y como si de un juguete al que se le acaban la cuerda se tratara, sus brazos caen a sus costados y su cabeza se inclina hacia un costado pues no tiene la energía suficiente para mover un músculo, leves espasmos y el movimiento de su pecho al respirar atestiguan que no ha muerto víctima del placer.

Samantha siente como su cuerpo se eriza al ver que aquella mujer besaba a su hermana en los labios y luego lentamente la abandonaba para colocarse detrás de su propia espalda y llenarla de caricias como lo hiciera con su hermana, mientras le susurra al oído sus palabras… no, no palabras, ordenes, sí eran ordenes que ella debía cumplir.

– Volverás a casa luego de salir con Sammy hacia las montañas, entraras a buscar a tu hermanita, no te interpondrás en lo que veas que pasa entre tus padres y su empleada. Te excitara mirar, te encantara lo duro que traten a esas putas y necesitaras caricias y besos, si tu hermana te besa corresponderás y si ella no te besa tú la besaras Sammy. Obedecerás cada palabra que Roxy te diga, cada cosa que ella quiera que hagas con tu hermana no tendrás ninguna duda en realizarla. Serás conciente de todo y de todas las putadas que hagan, sabrás claramente que tu naciste para ser una puta perra mamavergas que solo vive para complacer a sus dueños… eres una buena chica Sammy.

– Soy una buena chica Mistress Helen.

Diciendo esto ambas mujeres se besan y en la mente de Samantha no existe otra cosa que ayudar a sus dueños, a sus amos, para quienes es importa que ella se vuelva la mejor puta de todas. Una puta conciente de su realidad como esclava sexual, una realidad que le encanta aceptar.

– Repite tus ordenes Sammy, repítelas como lo hemos ensayado todos estos días…

James Baxter observa complacido la imagen de la cámara del pasillo donde puede ver como Roxy sosteniendo con sus manos ambas nalgas de Samantha la levanta y presiona hacia ella besándola en los labios y con su lengua explora su boca que permanece abierta y la aturdida chica solo reacciona cuando Roxy la suelta y le dice:

– Buena chica, despierta ahora puta Sammy.

Samantha la mira aturdida y pestañea un par de veces y el vago recuerdo de Mistress Helen sosteniendo su cabeza y la de Melissa, haciéndolas fundirse en un húmedo beso de amorosas hermanas se va desvaneciendo hasta desaparecer… cuando escucha a Rossana decirle.

– Disculpe señorita Samantha pero su madre dice que la esta esperando para desayunar.

Esta vez Rossana pudo entregar el mensaje completo antes de casi recibir en la nariz la puerta del cuarto de la mayor de las niñas Baxter.

En las instalaciones de Clínicas Baxter, los tres personajes caminan hasta una puerta donde Robert introduce un código numérico y entran a una sala espaciosa donde a través de ventanas de cristal pueden observar tres quirófanos donde en ese momento tres chicas son operadas y se le implantan los nanobots en sus senos por un equipo de cirujanos especializados en la técnica de aumento mamario. Robert acciona un intercomunicador y una de las enfermeras voltea a responder la llamada detrás de la mascara quirúrgica los hermosos ojos azules de Lourdes observan a Robert con lujuria y deseo.

– “¿Como avanza nuestra nueva mascota?”

– “Sin novedades Amo, estamos por terminar el procedimiento en Lissy y en unos momentos la llevaremos a la incubadora”

– “Muy bien Lola ahora ve y termina con tus deberes”

– “Si Amo”

Volteando hacia sus invitados Robert puede ver como Akemi casi babeando observa las caderas de Lourdes contoneándose al caminar mientras vuelve a sus deberes, Akemi aparte de ser una extremadamente eficiente traductora, había sido programada para ser una ardiente bisexual. El hecho de que Lola llamara su atención no era una novedad pues ambas habían sido condicionadas en la misma remesa de esclavas, y como era obvio ellas habían llegado a conocerse profundamente en sus pruebas de desempeño como nuevas esclavas.

– Como puede ver Hasegawa-Sama, esta es una de las 4 salas de cirugía con que ahora contamos en la clínica, estamos en capacidad de realizar cirugías plásticas y de implantación de nanocontroladores a por lo menos 12 candidatas en simultaneo, hemos ampliado de forma extraordinaria nuestro “stock” de enfermeras y médicos (femeninas) especializadas en cirugía, anestesiología y otras áreas afines. Realmente nuestra visita al Congreso Internacional de Medicina Estética nos ha brindado resultados de excelente calidad. Ninguna de ellas puedo resistirse a ser invitada a una visita todo pagado a nuestra famosa clínica.

Mientras Robert camina, sonríe al recordar lo bien que se la paso seleccionando doctoras y enfermeras de aquel congreso, como si se tratara de cazar cervatillos seleccionando los más vulnerables de toda la manada, llegan hasta la sala de incubadoras, donde de pared a pared aparecen entre 15 a 20 objetos parecidos a capsulas metálicas las cuales a sus costados pueden verse una batería de monitores que reflejan el contenido de “los capullos”.

– Esta es nuestra sala de recuperación y reprogramación intensiva, hemos renovado nuestros equipos con estos nuevos modelos de capsulas o capullos de aislamiento sensorial. Cada una de estas capsulas contiene una candidata que es monitoreada y reprogramada mediante técnicas de repetición y recompensa. Las imágenes y conocimientos que queremos que se graben en sus mentes son descargados a sus cerebros por espacio de 48 a 72 horas. Para lograr que se rompan completamente a nuestra voluntad, intensificamos y controlamos sus sensaciones sexuales y logramos que en poco tiempo acepten sus nuevos roles, claro que esto lo logramos muchas veces con el trabajo previo en la preselección de candidatas en las clínicas que tenemos en la ciudad.

Accionando una de las pantallas de la tercera capsula, Robert muestra el registro completo de actividad de la chica contenida dentro de la capsula. En la pantalla principal aparece el nombre de Daniella Morgan, justo debajo de una foto tipo pasaporte donde aquella chica de por lo menos 24 años, le regala una hermosa sonrisa a la cámara engalanando un rostro de facciones estilizadas, nariz pequeña, chispeantes ojos miel y hoyuelos en las mejillas, su cabello rubio aparece cortado casi a la altura de los hombros. Luego tocando una pantalla táctil Robert acciona un video que muestra lo que en ese momento hacen ver a la chica.

– Veamos como Daniella se divierte cuando no esta ocupada trabajando como piloto de aerolínea comercial.

En el video aparece Daniella desnuda, con sus pies separados por una barra de metal que esta conectada a unas gruesas tobilleras de cuero por medio de argollas de metal, sus brazos están atados por cadenas que cuelgan del techo lo que hace que su cuerpo se balancee colgando del techo, sus gemidos son apagados por una mordaza de plástico rojo en forma de pelota que se ata detrás de su cabeza, los gemidos son producidos por la potente e incesante penetración que recibe de parte de un hombre vestido con uniforme de piloto de la compañía en la cual trabaja. Ella no puede contenerse y siente como su coño arde de deseo mientras el hombre llena con su verga su empapado coño mientras la sostiene por la cintura o le separa las nalgas dejando su ano expuesto y ella llega a ver estrellas cuando siente como una húmeda lengua sondea su esfínter, y las manos de una de las asistentes de vuelo de la compañía, arrodillada detrás de ella, acarician sus torneadas piernas mientras mantiene su cara enterrada en su culo.

Un poderoso orgasmo estalla en ella y sus ojos se van hacia atrás dejándolos en blanco mientras su cuerpo se tensa y sus piernas y brazos vibran como si recibieran una descarga eléctrica mientras su cuerpo se inunda de placer y de paso sus pensamientos se ahogan en el deseo de más y más placer.

– Bueno allí van unas cuantas neuronas que estaban de más, en cuestión de unas horas sus sesos estarán tan jodidos que le será difícil recordar su nombre.

Alejándose de las pantallas caminan por el corredor mientras observan a varias de las profesionales, que vestidas en ajustados trajes de minifalda parecidos a los de la estética, que marcan sensualmente sus senos en un amplio escote y casi no logran cubrir sus hermosos traseros, atienden, revisan y ajustan los diferentes niveles de condicionamiento de las candidatas.

Avanzan hasta llegar a una puerta metálica donde nuevamente Robert acciona una contraseña numérica que le da acceso a un panel biométrico donde colocando la mano, Robert acciona la puerta que se abre con un chasquido. Junto a sus invitados entra en una área completamente pintada de blanco, un blanco tan blanco que parece surrealista, a la derecha de la habitación se encuentran con un grupo de 4 sumisas que visten de uniforme de las cuales 3 están sentadas frente a una batería de monitores que registran la señal emitida por las cámaras colocadas dentro de cada una de las habitaciones distribuidas a izquierda y derecha del pasillo central. Cada habitación parece estar sellada sin puertas ni ventanas, se accesa a través de una puerta disimulada en la pared, pero el interior del cuarto puede ser monitoreado por una pantalla digital colocada en la entrada de cada habitación.

Robert activa una pantalla y aparece la imagen de un reducido espacio, más parecido a una celda que a una habitación. Todo lo que hay dentro es una cama colocada en una esquina, una mesa empotrada en la pared, un área de aseo con un lavado y un sanitario con bidet, en la pared opuesta a la cama una pantalla de TV de gran tamaño proyecta películas pornográficas una y otra vez mientras que en el sistema de audio de la habitación resuena los gemidos y sonidos de la película en estéreo.

En medio del suelo del cuarto una chica de cabellos castaños y grandes pechos aparece desnuda observando la película, arrodillada frente al monitor con sus piernas separadas mientras con dos dedos bombea su coño y con su otra mano se apoya en el suelo para no perder el equilibrio mientras se masturba como una estúpida arrecha observando la película.

– Esta es la postura clásica que encontraremos en cada celda, esta chica esta siendo bombardeada por condicionamiento visual y por mensajes subliminales que están en el audio que escucha. Para mantenerla concentrada y evitar que intente reaccionar al adoctrinamiento, el aire acondicionado contenido dentro de la habitación esta saturado en un gas que la mantiene en la “tierra de la-la-land” y que nos facilita manejarla al momento de sacarla de la celda.

– Todo este tiempo la mantienen drogada y receptiva, ¿ella podría recordar este proceso?

– Es probable que sí lo haga, aunque para ellas sería como rememorar una pesadilla erótica, generalmente implantamos memorias falsas en sus cerebros para que recuerden su estadía en la clínica como el tiempo más agradable que han disfrutado… De hecho ninguna de ellas se va de aquí sin disfrutar cada momento. En algunos contados casos cuando nuestras candidatas son devueltas a su vida real pueden comentar lo bien que lo pasaron en nuestra clínica y así poder captar futuras candidatas potenciales que ellas están condicionadas a detectar.

El destello de una señal luminosa en la batería de monitores de la estación de enfermeras, hace que una de ellas se levante y camine directamente al cuarto ubicado frente al cuarto que Robert mostraba a sus visitantes. Todos se colocan frente al cuarto donde la enfermera activa el monitor que permite a todos ver una chica de por lo menos 20 años, con un cuerpo delgado de curvas suaves y piel blanca que contrasta completamente con sus ojos de un verde esmeralda y su cabello negro azabache, sus senos no han sido aumentados mucho para mantener la estética de su cuerpo que parece una bailarina de ballet.

La enfermera activa un dispositivo en el panel de la celda y el gas de control es reemplazado por aire puro y en medio de la habitación aparece la chica de pie con sus piernas ligeramente separadas, sus manos se mantienen por un lado acariciando sus pezones y su otra mano introduce su dedo medio y su dedo corazón en el canal vaginal que tiene horas de estar repleto de fluidos que no paran de salir con cada nueva masturbación.

Abriendo la puerta la enfermera coloca una cadena de plata en la argolla del collar de cuero rojo, que a parte de los zapatos rojos de tacón de aguja, es lo único que viste la chica que dócilmente se deja manipular y es sacada al pasillo donde Robert y sus visitantes la observan con total atención.

– Una interesante pieza de su colección Roober-San.

– ¿No sabia que estaba interesado en la música sinfónica Hasegawa-Sama?

– Me interesan mucho el arte, y tener a la primera violinista de la Sinfónica de Paris convertida en una dulce sumisa es toda una obra maestra.

– Colette LaFleur tuvo la amabilidad de visitar nuestra ciudad hace unos meses y como ve, algo encontró aquí que no ha podido abandonarnos. Esta noche puedo hacer arreglos para que ella le haga una presentación privada si así gusta Hasegawa-Sama.

– Seria un exquisito placer.

Robert saca su agenda electrónica y escribe una serie de ordenes, ordenes que inmediatamente se hacen visibles en el reporte de acciones a tomar en la nueva sumisa Colette LaFleur, destinada esa noche a servir a Hasegawa como el tenga a bien.

Minutos después que Samantha bajara lista para salir, seguida por Melissa y Valeria igualmente listas, entraran a la cocina y tomaron un vaso de jugo de naranja y una o dos tostadas, y se fueron sin casi despedirse saliendo de la Mansión Baxter. Susan Baxter sigue sentada a la mesa y James Baxter deja de leer su periódico y mirando a Susan le sonríe mientras le dice.

– FUCKTOY.

Susan Baxter suelta su agenda que cae sobre la mesa y sus manos automáticamente empiezan a abrir su blusa y dejan al descubierto sus senos con sus pezones argollados y sin esperar otra orden se pone a cuatro patas metiéndose por debajo de la mesa y coloca su cabeza en la entrepierna de su esposo que le acaricia sus cabellos rubios castaños mientras atrapando por la cintura a Roxy la acerca a él y le besa subiendo su mano y tomándola de la nuca.

Roxy automáticamente empieza a desnudarse abriéndose la blusa y subiéndose la falda mientras las manos de James la guían hasta acostarla sobre la mesa para empezar a comerle el coño, mientras Sussy ya engulle con desesperación la verga de su dueño. Sobre la mesa a parte de Roxy descansa una agenda encendida donde se pueden leer las actividades que Susan escribía o por lo menos pensaba que hacia. “Viernes 8:30am: rwerwrwf rertrwe lksds ske”, “Viernes 10:00am: fds llxc rwslt eodsm”.

Hasewagua y Robert continúan el recorrido poco a poco y la mañana va pasando mientras Robert explica detalladamente a Hasegawa el uso de las incubadoras, y lo hace visitar las instalaciones del cuarto de control donde en ese momento por lo menos 6 profesionales operan las diferentes consolas de datos con audio y video que llenan de ordenes y mensajes subliminales las mentes de las candidatas en las incubadoras y en las celdas de recuperación, ninguna de las chicas parece percatarse de la presencia de los visitantes y continúan su trabajo sin la más mínima distracción, Robert se acerca a una de las operarias y mientras acaricia su cabeza como si de una mascota se tratara comenta.

– Como vera cada una de ellas centra su esfuerzo por ayudar a romper la voluntad y condicionar a las siguientes candidatas, muchas de las que ahora observamos por estos monitores en pocas semanas ocuparan puestos de trabajo en estas mismas instalaciones, sus habilidades naturales y profesionales no son destruidas, en cambio nosotros sacamos el máximo provecho de nuestro material.

La operadora de la consola emite leves gemidos y sus pezones parece que intentaran romper la tela de látex que constituye su uniforme de esclava, como es de esperar no hay nada más debajo de ese vestido y su atuendo solo tiene dos accesorios adicionales, un collar de cuero en su cuello con su argolla y un par de zapatos de tacón de aguja. Robert y sus visitantes abandonan el cuarto y pasan a otra cámara repleta de monitores y pantallas de video los cuales muestran todos los ángulos posibles del interior y el exterior de las Clínicas Baxter.

– Este es el centro neurálgico de seguridad de las instalaciones, como ve podemos monitorear toda el área interior y el perímetro exterior y verificar el buen funcionamiento de la fábrica y de cada uno de los módulos.

Todos observan los monitores donde en algunas cámaras ven la llegada de las pacientes en sus autos en el estacionamiento, algunas son dejadas en la puerta de acceso en elegantes limosinas y en elegantes autos sedan que visiblemente parecen blindados. En otra pantalla se aprecia la entrada de las pacientes y su segregación en clientela regular y clientela VIP, donde las primeras esperan su turno en una hermoso lobby con un soberbio gusto en decoración salido de la más reciente revista de decoración de interiores, las puertas de seguridad se abren y dos chicas, una rubia y una pelirroja entran dirigiéndose a la salas de masajes terapéuticos escoltadas por dos alegres y hermosas Estilistas de Clínicas Baxter que conversan animadamente con sus clientes.

En el segundo caso las clientes VIP conversan o chatean sus frivolidades con sus amigas mientras esperan sentadas en una súper lujosa sala, donde meseras les atienden y ofrecen sus bebidas o aperitivos energéticos bajos en grasa, sin azúcar, cero colesterol y cargados de drogas de control desarrolladas por la compañía Hasegawa, mientras esperan para ser llevadas las áreas privadas y selladas como son los saunas, las áreas de ejerció, las clases de aerobics, los baños relajantes o el área de masajes terapéuticos entre otros. Saunas como el que se aprecia en una pantalla donde una de las elegantes señoras lucha por no correrse mientras una de sus elegantes amigas esta de rodillas entre sus piernas, haciéndole una mamada de coño bajo la atenta mirada y supervisión de una de las Estilista de Clínicas Baxter, la cual le ha prohibido a la elegante señora correrse hasta que le sea ordenado, la pobre puta solo tiene la opción de convulsionar y sentir como se estremece a la espera de la deseada orden.

Volviendo la mirada a las primeras cámaras puede verse a la rubia y a la pelirroja acostadas boca abajo en sus mesas de masajes mientras una de las Estilista le acaricia las nalgas a la rubia y la otra Estilista revisa el estado de conciencia de la pelirroja abriéndole los parpados y revisándole sus ojos con una pequeña lámpara, satisfechas de la aparente inconciencia de ambas clientas activa un botón y una pared falsa se abre dándoles espacio a mover a las desnudas e inconcientes clientas a los pasillos que las llevan a distintos puntos de entrenamiento y condicionamiento de la Clínica.

En la mansión de la familia Baxter, Rossana deja de temblar por un momento y Mr. Baxter como si fuera la cosa más común del mundo le da a lamer sus dedos llenos de los propios líquidos vaginales de Rossana que los limpia con presteza y luego él se dispone a terminar su café y leer las últimas paginas de su periódico, perfectamente conciente de que sus hijastras han vuelto a casa y que una de ellas los espía y desarrolla su gusto por el vouyerismo. Rossana sigue sobre la mesa con sus piernas separadas ofreciéndole su coño a Mr. Baxter mientras ella misma se masturba con sus dedos y con la otra mano levanta sus senos y lame y muerde sus pezones. Esto es casi demasiado para Melissa que sigue escondida observando todo lo que pasa entre su padrastro y su empleada, siente que esta a punto de correrse por todo lo que ve. Su padrastro aprovecha para observarla por la pantalla de cristal líquido que sostiene en el periódico y la ve mientras ella se masturba viendo el espectáculo sexual de la cocina. Al poco tiempo observa a Samantha entrar a la casa y dirigirse a justo al lugar donde Melissa los observa, James sabe que será cuestión de minutos para que esas dos putas estén besándose y apretándose los culos y tetas justo como lo hacen siempre que el las tiene bajo su control y las hace comerse una a la otra.

Un momento después que los corazones de Melissa y Samantha casi se detuvieran al ver a su madre salir de debajo de la mesa de la cocina, mientras miraba embebida la verga de James que chorreaba jugos vaginales de Rossana, jugos preseminales y algo de las propias babas de Susan. Ambas chicas solo pueden mirar como Susan sigue lamiéndose los labios mientras bajo su falda sus medias se van humedeciendo por los jugos que salen de su coño, que arde en ganas de ser penetrado. Mr. Baxter, aun sosteniendo el collar de perro de Sussy, con sus manos presiona los hombros de su dócil esposa que simplemente reacciona arrodillándose hasta quedar a la altura del coño de Rossanna, Mr. Baxter ahora toma por la cintura a Rossana y la gira hasta que sus nalgas quedan frente al rostro de Sussy.

– Roxy ofrécele el culo a mi putita y tu putita has un buen trabajo con esa lengua.

Rossana toma sus redondeadas nalgas con ambas manos y las separa ofreciéndole su rosado y dilatado esfínter a Sussy. Sussy saca su lengua y empieza lentamente a lamerle el culo abierto por el dilatador anal, el culo de quien hasta hace un tiempo era solo su empleada doméstica. Las hermanas Baxter son sacadas de su estado de shock por los sonidos de la bocina del auto de Samantha. Mr. Baxter mira hacia a la puerta y ve a ambas como se agachan para no ser vistas y corren a la salida más próxima y no paran de correr hasta llegar al auto. Sacando su teléfono celular marca una tecla rápida y en pocos segundos Hellen Bells contesta.

– “Estoy a sus órdenes Mr. B, en que puedo complacerlo.”

– “Hola Hellen, solo para decirte que todo va según lo planeado, ambas perras han salido de casa y ya van más que cargadas de ganas.”

– “Gracias por su cooperación Mr. Baxter, nosotros nos encargaremos del resto.”

– “Recuerda el tercer paquete Helen. Ha sido un imprevisto del cual no me he podido deshacer.”

– “No se preocupe por nada, tenemos todo bajo control.”

– “Hasta pronto entonces Helen.”

Cerrando la llamada le ordena a Roxy asearse y prepararse para la siguiente fase, la sostiene por la cintura y le da un apasionado beso, el cual es correspondido con total deseo por la controlada Roxy. Mientras la ve alejarse contoneando las caderas recuerda como empezó todo esto, nadie podría llegar a imaginar que esta chica condicionada física y mentalmente para coger, gozar y dar placer a su dueño hace un tiempo atrás fue Rossana Villegas Directora Adjunta de Relaciones Públicas de Biotecnología Baxter.

Desde la llegada a Biotecnologías Baxter despuntó como una gran profesional bien educada y graduada de las mejores Universidades y Academias de Negocios, su jefe inmediatamente vio las potencialidades de aquella chica que no se detenía ante nada con tal de lograr sus objetivos, solo había pasado un mes desde su llegada a la oficina cuando ya su jefe James Baxter en juntas privadas a puertas cerradas la colocaba sobre el escritorio, acostada boca abajo con sus pechos sobre la sobremesa y sus piernas bien separadas mientras Mr. Baxter le llenaba el coño con su verga sosteniéndola de su diminuta cintura, mientras ella gemía y pensaba en lo rápido que seria ascendida en la empresa y en las ganancias que representaría ser la amante de un hombre tan poderoso como James Baxter.

Habían sido 4 excelentes meses de tórrido romance y buen sexo, pero como nada es eterno un buen día aquella felicidad sexual se termino cuando Rossana después de pasar de Asistente Ejecutiva a Directora Adjunta de Relaciones Públicas en menos de dos meses, empezó a presionar a Mr. Baxter sobre un puesto en la Junta Directiva. Obviamente la primera respuesta de Mr. Baxter fue un diplomático “Tendría que pensarlo y plantearlo a los socios”, pero luego Rossana sacando sus hermosas garras comento sobre un reciente descubrimiento de algunas cuentas de gastos de publicidad y mercadeo que simplemente desaparecían de los libros de cuentas de la compañía, fondos destinados a la operación de Industrias Fredensborg.

Una semana después una muy entusiasmada Rossana abordaba un vuelo con destino a Asia donde estaría en viaje de negocios cerrando un trato con un gigantesca multinacional de productos químicos y medicamentos que apoyarían proyectos con Biotecnologías Baxter, esta seria su oportunidad y trampolín a la Junta Directiva. Un mes y medio después, y luego de algunas cirugías correctivas de rostro, un nuevo color de cabello y un hermoso aumento de busto, llegaría vía correo electrónico la notificación de que por motivos personales Rossana Villegas abandonaba la compañía y permanecería en Asia contratada por aquella compañía que fuera a visitar. Nunca más se supo de aquella hermosa chica que se fue a trabajar a Asia.

Sin títuloJames Baxter toma la mata de cabellos de Sussy Pussy, que permanece de rodillas a su lado excitada y babeando, James limpia los fluidos de su verga con los cabellos de su esposa y aun sosteniéndole la cadena le jala y la hace gatear rumbo al garaje de la mansión mientras de dice.

– “Vamos putita… perra de mierda, daremos un largo paseo”

El recorrido continua y Robert y su invitado caminan por los pasillos de la Clínica mirando los distintos módulos a través de cristales falsos o pantallas de TV. En el pasillo las Estilistas de la Clínicas conducen a sus clientas a sus destinos, unas en camillas otras por sus propios pies, desnudas y con sus cadenas y collares al cuello completamente ignorantes del trato que reciben.

Una de las Estilistas sostiene la cadena de a la chica pelirroja de la sala de masajes y la hace caminar detrás de ella por el pasillo, la pelirroja ahora viste un corsé que realza sus pechos desnudos y adornados con cascabeles y sus hermosas nalgas y rítmico movimiento de caderas se acompasa con el sonido “clack, clack” que emiten unos altos y fetichistas zapatos de plataforma mas parecidos a pezuñas que a zapatos, mientras su boca esta cubierta por una brida de caballo y en su cabeza lleva una especie de tapaojos y un plumón color rosa termina adornando la coronilla de sus cabeza.

Las siguen y entran a un área de ejercicios con múltiples máquinas, donde las candidatas y profesionales hacen hasta lo imposible por mantener tonificados sus cuerpos para complacer a sus amos, pero al fijarse detenidamente en cada una de las máquinas, estas no son precisamente máquinas comunes, pues las bicicletas estacionarias desde sus asientos proyectan falos o dildos donde las pacientes se encajan y reciben penetraciones al pedalear, algunas también pueden verse conectadas a copas de vacío que hacen succión a sus pechos mientras pedalean.

En las máquinas para hacer brazos pueden ver a una candidata sentada desnuda haciendo su rutina de pesas mientas un dildo entra y sale de su coño a cada flexión, y a su lado pasa algo similar con la rubia del video de la sala de masajes que permanece acostada flexionando sus piernas mientras un dildo entra en su mordaza en forma de O en su boca y otro dildo entra en su coño. La Estilista de Clínicas Baxter coloca finalmente a la pelirroja en una máquina para caminar y luego de establecer los ajustes necesarios la hace empezar a caminar en un paso sencillo para que caliente sus extremidades mientras se le enseña como una buena Ponygril debe comportarse.

Continuando con el recorrido los visitantes pasan a lo que parece ser una gran cámara de aislamiento donde en una pantalla pueden apreciar a una sumisa sentada en una especie de silla de dentista, igualmente conectada por a electrodos y a dildos vibradores que entran en su vagina y coño estimulándola sexualmente hasta hacerla correrse, la diferencia de esta cámara es que la sumisa esta prácticamente sumergida y dentro generadores de viento crean corrientes de aire que golpean su rostro y su cabello. La sumisa sigue semiaturdida mientras su cerebro se convierte en una esponja del bombardeo psicológico y su cuerpo deja de obedecer sus órdenes dejándose dominar por los deseos que las máquinas implantan en ella hora tras hora de adoctrinamiento intensivo.

Hasegawa observa con curiosidad y luego de un rato pregunta.

– ¿Cual es el objetivo de esta celda Roober-San?

– Hasegawa-Sama déjeme disculparme primero por no informarle en la totalidad sobre las acciones que estamos tomando en las Clínicas,

– No tienes por que disculparte Roober-San, yo solo soy un accionista y tu has demostrado tu gran eficacia al llevar a cabo toda esta operación para beneficio mutuo.

– Me honra con sus palabras Hasegawa-Sama, pero mayor razón tengo para informarle pues pronto tendré que pedirle su colaboración en uno de mis últimos y más ambiciosos proyectos.

Sonriendo mientras acaricia y aprieta el trasero de la, al parecer, distraída Akemi, Hasegawa contesta a Robert.

– Roober-San, sabes que con gusto haré lo necesario para pagarte todos tus servicios que tanto placer y beneficios me han traído.

Mirando nuevamente la celda Robert sonríe pensando cuan fácil es agradar a los poderosos mostrándose humilde y conociendo sus necesidades.

– Esta es una celda que llamo “Novaya Zemlya” (Tierra Nueva), esta celda nos permite recrear las condiciones atmosféricas especificas que nosotros deseemos, podemos hacer que aunque en el exterior estemos a las puertas del invierno, dentro de esta cámara sintamos que estamos en una hermosa playa de Tahití, con la cantidad exacta de Sol, brisa, agua de mar, el nivel se sal en el aire y hasta la presión barométrica propia del lugar que recreamos.

– Muy interesante todo este concepto Roober-San, pero ¿Cómo esta cámara beneficia nuestra mutua operación y cual es mi papel en aquella colaboración de que me hablabas?

La agenda electrónica de Robert empieza a timbrar justo en el momento que se dispone a explicar el proyecto a Hasegawa. Disculpándose camina a una de las terminales de comunicación de la Clínica y se comunica con su oficina pisos arriba. Una sonriente Tara aparece en la pantalla de video.

– “Disculpe la interrupción Dr. Sagel pero los invitados de la reunión de las 11 están por llegar”

– “Gracias Tara, en cuanto lleguen hazlos pasara a la oficina y atiéndeles como debes y diles que estaré allí en unos minutos”.

La respiración de Tara se acelera visiblemente y su voz marcada por la excitación contesta.

– “Así lo haré Señor, muchas gracias Señor”.

El rostro de la chica desaparece y la pantalla cambia al logo de Clínicas Baxter, mientras Robert vuelve con su invitado y le informa de la situación.

– Al parecer he perdido la noción del tiempo en este recorrido y nuevos invitados que debo atender ya han llegado, creo que seria agradable que fuéramos a un último modulo y diéramos por concluido el recorrido si es que le parece Hasegawa-Sama.

– No te preocupes por mi Roober-San, este ha sido el mejor día en la fábrica de juguetes que he tenido… aunque solo me queda probar algo de los nuevos productos terminados.

– Así será, ahora por favor acompáñeme por aquí.

Entrando a una última sala tan espaciosa como todas las anteriores, ambos observan el rítmico andar de por lo menos 30 mujeres, en casi proporción exacta de mujeres desnudas y vestidas de entrenadoras. En medio de la sala una línea de 10 mujeres desnudas, paradas una al lado de la otra, esperan excitadas su turno para que Helen Bells las evalúe abriendo sus bocas, tocando sus pechos, revisando sus coños y traseros en un perfecto ejemplo de revisión de control de calidad de producto.

Helen termina de anotar unos parámetros en dispositivo electrónico y activando un botón el dispositivo emite una etiqueta adhesiva que ella coloca sobre la frente de una excitada y sonriente Vivian Deveraux, la cual es tomada por una entrenadora que con su agenda lee el código de barra de la etiqueta y la conduce dócilmente, sostenida de su cadena rumbo, a su siguiente destino en la Clínica.

– Como ve Hasegawa-Sama, dejo el trabajo de control de calidad a mi más responsable y experta colaboradora. Como puede ver este es el área donde hacemos la evaluación de nuestros productos terminados.

– Es un placer servirlo Hasegawa-Sama, estoy para satisfacer cualquiera de sus necesidades.

– Gracias por todo su trabajo Helen-Chan (“Chan” se refiere a ella como una mascota, no como “joven señorita” de menor edad que él), me complace ver que todo lo que hacen son productos de una calidad incuestionable.

– Es hora de ir a la oficina, acompáñenme para dar por concluida la visita.

Minutos después Akemi y Hellen abren las puertas de la oficina de Robert y flanquean la entrada de sus dueños mientra estos entran, frente al mismo ventanal donde hacia unas horas Robert contemplaba el paisaje, Michael James Baxter esta de pie con sus brazos cruzados mientras su verga y su huevos salen de su pantalones grises a juego con su saco, mientras Tara permanece vestida con su ropa de secretaria ejecutiva arrodillada frente a Baxter, haciéndole una mamada y siente como una de las manos de Baxter sostiene su nuca y la hace atragantarse con la verga que ella debe atender, una mezcla de saliva y líquido seminal escapan de la comisura de sus labios y manchan su blusita que muestras sus pechos rudos y pezones erectos.

Un olor a sexo llena la oficina y los sonidos de la húmeda mamada se mezclan con los gemidos de excitación de una segunda perra que esperaba en la oficina. En una esquina, desde donde puede contemplar perfectamente a Baxter y a Tara, Susan Baxter completamente excitada la escena. Permanece desnuda de rodillas, mientras una de sus manos se encarga de introducir un dildo en su coño, su culo esta abierto por un dilatador anal negro y con su otra mano levanta sus pechos para lamerse y mamarse los pezones argollados alternando el izquierdo y el derecho, sin poder apartar la vista la gran mamada que recibe James por parte de quien hasta hace poco fuera la secretaria personal Susan… de Susan pues ella ya no es mas aquella mujer de negocios, ella es solo un objeto para colocar en una esquina y para que su amo le llama Sussy Pussy cuando quiera usarla.

Robert sonríe al observar la escena y con un gesto de manos invita a Hasegawa a sentarse mientras dice con un toque de sarcasmo en su voz.

– Creo que es el momento y ambiente perfecto para hablar de negocios caballeros…

Diciendo esto Helen cae de rodillas junto a las piernas de Hasegawa y Akemi hace lo propio al lado de Robert. Ambos hombres observan como aquellas hermosas hembras gatean hasta sus entrepiernas y con gestos delicados pasan sus rostros y cabezas sobre sus pantalones y lentamente abren sus cierres y extraen las vergas y, al igual que lo hace Tara, hacer lo que mejor saben hacer… ser unas verdaderas profesionales.

Continuara…

Anexos I

En un lujoso hotel de la localidad el Penthouse ha sido alquilado por Tetsu Hasegawa, el cual en ese momento se encuentra en la cama sosteniendo la cintura de la sumisa Colette LaFleur, que hacia pocos minutos había terminado de tocar magistralmente la Sonata en G Menor, o “Devil´s Trill” de Giuseppe Tartini. Aunque el alma de aquella chica no pertenecía al diablo en persona, su cuerpo le pertenecería toda la noche a Hasegawa.

Akemi Miyake saciaba sus ganas penetrándose ella misma con un dildo que había pegado con una ventosa en una de las enormes ventanas de cristal del lugar, le había encantado mamar el coño de esa hermosa violinista, mientras la habitación se llenaba de las preciosas notas que sacaba de aquel violín que ahora permanecía justo al lado de la cama, donde su dueño y señor era ahora quien hacia vibrar a la violinista y en vez de notas musicales, eran sus hermosos gemidos de placer quienes llenaban el lugar.

En otra habitación del lugar James Baxter termina de atar las manos de su emputecida esposa a los correajes de la máquina que tiene tensado el cuerpo de Sussy en forma de X, mientras James vuelve a una consola de computadoras y ajusta una video cámara que emitirá vía Web toda la sesión de castigo que tiene planeada para la puta de Sussy Pussy. Colocándose una mascara sobre su rostro y poniéndose unos guantes de cuero, toma un látigo de varias colas y descarga el primer golpe en las redondas y blancas nalgas de Sussy que emite un gemido de placer detrás de la mordaza de plástico rojo que cubre su boca.

En las instalaciones de Clínicas Baxter Helen Bells recibe una mamada de coño por parte de su recién estrenada mascota Vivi, mientras observa las pantallas llenas de las imágenes que recibe desde una lejana habitación de hotel en las montañas nevadas, donde una ardiente escena lésbica inició hacia escasos 10 minutos, escena protagonizada por las hermanas Baxter que tal como se les había condicionado no han podido sacar de sus sesos las imágenes de sus padres teniendo sexo con la empleada de la mansión, mas específicamente su madre siendo usada como un juguete o mascota sexual. Concientes de todo lo que pasa entre sus padres y entre ellas, han empezado a dar los primeros pasos en su emputecimiento total y que les colma de placer y excitación, dos cosas de las cuales en cuestión de horas se harán más que adictas.

En ese momento Helen se deleitaba observando como Melissa llena el coño de Samantha con el dildo plástico y ambas hermanitas completamente desnudas gimen y convulsionan de placer. Melissa empieza a bombear, al principió lento pero luego más y más rápido y Samantha solo atina a sentirse llena y a pensar en ella como la puta más grande de todas, una perra justo como lo es su madre.

Melisa continúa penetrándola y luego de un momento la hace voltearse y acostarse en la cama y empieza a mamarle y lamerle los senos mientras la penetra, ambas se besan y acarician casi llegando al orgasmo. Samantha se saca el consolador y empieza chuparlo y limpiarlo, lo quita de la cintura de Melissa y Melissa la agarra de la nuca y entierra el rostro de Samantha en su coño y Samantha sumisamente empieza a mamarla.

En ese momento Helen ordena a Vivi detener la mamada y observa como lentamente Valeria entra en el cuarto de las chicas utilizando una de las llaves maestras de la administración del hotel de sus padres. Helen observa como esta inesperada y molesta visita empieza a ser la tercera integrante del trío lésbico en sus pantallas, visita que puede echar a perder todo el plan meticulosamente estructurado. Tomando un teléfono seguro Helen marca rápidamente una serie de dígitos. El teléfono empieza a sonar y a varios kilómetros de la Clínica Baxter una sonriente recepcionista pelirroja contesta.

– “Hotel Crowell Mountain, Tamara McGuini le habla ¿en que puedo ayudarle?”

Una voz conocida para Tamara le habla al otro lado de la línea y siente como si una descarga eléctrica corriera por su columna.

– “¿Tammy?”

– “Sí soy yo…”

– “¿Estas sola Tammy?”

– “Sí, sí lo estoy…”

– “DREAMLAND, escucha con atención mis ordenes Tammy, vas a hacer todo cuanto de diga y te encantara obedecerme…”

Los ojos de la chica se opacan y su mirada se pierden el en limbo mientras escucha con total atención lo que su Ama Helen le ordena hacer, al final de la llamada una aturdida Tamara solo atina a decir.

– “Así se hará Mistress Helen…”

Cerrando la llamada se dirige a los recintos de empleados donde abriendo su armario toma una bolsa y luego camina hasta el área de mantenimiento donde se encuentra a una chica del personal de limpieza y amas de llaves, llamada Isabel Torres según reza la plaquita de plástico con su nombre en su uniforme, Isabel escucha un mp3 player mientras empuja su carrito de limpieza de habitaciones por el pasillo desierto.

Tammy llega hasta ella e Isabel la saluda con una sonrisa mientras la observa hablarle pero nota que Tamara luce perdida o atontada. Isabel quitándose los audífonos intenta preguntarle el porque de su estado pero Tamara le mira y dice.

– DREAMLAND.

Isabel siente como sus pezones se endurecen y su coño se humedece mientras pierde completamente el control de su mente y Tammy sosteniéndola de una mano la lleva dentro de un cuarto de depósito vacío. Allí dentro Tammy hace que la aturdida Isa se arrodille ante ella y levantando su falda la hace comerle en coño mientras le da las instrucciones que Mistress Helen quiere que cumplan.

Unos minutos después Isabel avanza por el pasillo que da a la habitación de las hermanas Baxter y coloca su carrito de lavandería en a puerta, se acerca a la puerta y finge tocar, se agacha detrás del carrito a recoger una llave maestra que se le ha caído al suelo y coloca el tubo del cilindro de gas comprimido que esconde bajo el carrito. El gas invisible llena en segundos la habitación y las tres chicas caen aturdidas en cuestión de un pestañeo.

Isa coloca en su boca un pequeño inhalador y con la llave maestra entra al cuarto de las chicas con su carrito. Saca un aplicador de su bolsillo, apartando los cabellos de una de las chicas y le descarga el contenido en el cuello para luego tomar y levantar por debajo de los brazos a la aturdida y desnuda hija de los dueños del hotel, coloca a Valeria dentro del carro de lavandería y cubre el cuerpo de la aturdía chica con mantas y toallas.

La operación no dura más de 4 minutos y mientras Tammy, mediante las cámaras de seguridad del hotel, monitorea la salida de Isa de la habitación con la aturdida Valeria dentro del carrito, marca un número seguro en su celular y cuando contestan dice:

– “Mistress Helen, tenemos su paquete.”

– “Has sido una muy buena chica Tammy, ya envíe a recogerlo, dile a Isa que han sido muy buenas chicas, pronto las recompensaré. Has lo que debes y despierta putita Tammy.”

Tamara borra la llamada de la lista de discado y guarda su celular, parpadea dos o tres veces mirando el lobby vacío a esa hora de la madrugada y se siente tan apenada de dormirse otra vez en el empleo y como tantas veces siente su coño húmedo y algo caliente, se avergüenza pensado que tal vez sean esos sueños eróticos otra vez… lástima que no recordaba nada de ellos, por lo menos así valdría la pena estar excitada.

A esas horas de la noche el Dr. Robert Sagel se encuentra de pie mirando por el gran ventanal de su Penthouse en la cuidad, las millones de luces de los edificios y autos crean un manto de destellos frente a sus ojos. Un cristal de vodka descansa en su mano mientras contempla pensativo la ciudad.

Su teléfono recibe una llamada, lo extrae desde el bolsillo de su saco y contesta.

– “Hola Hellen.”

-“Hola Amo… El tercer paquete ha sido reducido y neutralizado, ya mande a buscarle, las marionetas están actuando justo como lo hemos planeado.”

– “Gracias por mantenerme informado, buena chica Helen.”

Cerrando la llamada y sin dejar de mirar la ciudad Robert se palmea dos veces el costado de su pierna, inmediatamente una chica llega a su lado gateando, su cuerpo permanece desnudo a excepción de un collar de cuero al cuello, con argolla de plata y su plaquita de mascota donde se lee “Sheba”. Sus facciones delicadas y cabello oscuro en parte lacio en parte rizado contrastan con su piel blanca olivácea, ojos color avellana y un cuerpo de infarto donde sus caderas y nalgas redondeadas no tienen nada que envidiar a sus bien formados y turgentes senos que se bambolean a cada movimiento que ella hace.

Robert la observa a su lado a 4 patas lista para ser usada y sacando su agenda escribe un mensaje de texto y lo envía.

– “Todas las cartas están sobre la mesa.”

Un minuto después llega la respuesta.

– “Es hora de empezar un nuevo juego.”

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