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Relato erótico: “la maquina del tiempo 11” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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después de lo de Robin decidí dejar la edad media ya que estaba un poco cansado y moví de nuevo las ajugas del reloj com sabe el lector aparecí en la batalla e Little big horn vi como miles de indios mataron al general Custer vi a uno de los muertos que era un vaquero y me puse su ropa escondido en los matorrales allí estaba lleno de muertos y de indios y soldados de caballería joder tenía que salir de allí como sea.
Así que cogí un caballo que encontré allí y salí tomando leches de allí estaba por lo que se vi en la época del oeste cabalgando oí unos lamentos. encontré a un par de indias solas una de ellas estaba inconsciente la otra lloraba y la cuidaba. me apeé del caballo ella se asustó y me amenazo con el cuchillo:
– fuera rostro pálido. vete de aquí. que piensas matarnos igual que a nuestros guerreros .
-no. te equivocas. yo soy diferente. déjame ayudarte.
– yo no creer.
– por favor -dije yo- no quiero hacerte daño.
así que llegué a donde ella la convencí para ayudar a su amiga tiene mucha fiebre está ardiendo de prisa necesita bajar la temperatura sino morirá la puse paños calientes con agua fría y logre que bajara la fiebre. poco a poco se fue recuperando y cuando estuvo bien las acompañe a su tribu. de pronto salieron varios indios contra mi pero ella dijo:
– no hacer daño. el salvar la vida a nosotras. el ser diferente.
los indios me acompañaron a ver a su jefe era apache:
– porque tu querer salvarnos cuando los blancos matar a indios y robar sus tierras.
– yo vengo de un país muy lejano no tengo nada que ver con esos blancos- dije yo.
– tu rostro pálido ser amigo de nosotros. no ser como el maldito hombre blanco cuchillo largo. nosotros matarle. el violar nuestras mujeres y niños ser malvado.
yo ya conocía como era el general Custer, un asesino que mataba a todo indio viviente sin importar si era mujer o niño. así termino.
– tu quedarte con nosotros si querer.
– yo querer quedarme por un tiempo con vosotros. yo venir de un país muy lejano no América –dije yo.
– tu tu ser bien recibido. salvar a mis dos hijas. estar gradecido hombre blanco.
– es un placer jefe cochise.
me dieron una tienda estábamos todos durmiendo cuando algo me despertó eran las dos indias que había salvado ella se llamaba flor amarilla y luna blanca:
– nosotros darte las gracias tu ser bueno no como otros hombres blancos.
– no pasa nada.
se me desnudaron.
– nosotras querer ser para ti.
y se metieron en mi tienda y en mi lecho joder como estaban las indias y empezaron a comerme la poya las dos mientras yo me follaba a flor amarilla se la metí hasta los huevos. luna blanca me comía el ojete:
– que gusto por dios tu poseernos bien tener buena verga -dijo luna blanca -tu dar mucho gusto a mi hermana y a mi tu poder con dos mujeres.
– bueno- dije yo- lo intentare.
luego se la metí luna blanca por el chocho. la india:
– así así hombre blanco quiero más verga dame más. tu volverme loca de placer.
enseñé a luna blanca a comerle a su hermana el chocho mientras yo follaba a flor amarilla. se volvían locas de gusto.
– nosotros querer un esposo así. tu tener dos mujeres.
luego di a luna blanca por el culo mientras su hermana la chupaba el coño se volvían locas conmigo luego le tocó el turno a flor amarilla me la jodí por el culo mientras su hermana la chupaba las tetas ya que las enseñe todo. luego me corrí en sus bocas al día siguiente me llevaron delante de sus jefe cochise.
– tu casar con mis hijas. ellas elegir a ti las dos.
tener dos esposas joder menudo lio tenía no tuve más remedio que casarme con las dos sino me hubiesen matado. ellas eran bellísimas así que ni beberlo ni comerlo me apunte con dos esposas aunque no me desagradaba follaba y todas las noches con las dos algunos indios me envidiaban ni era por menos menudos polvos echaban. joder como jodian las indias lo viciosas que se habían vuelto estaban deseando quedarse solas conmigo para bajarme el pantalón y chupar mi verga y metérsela en su chocho o culo una vez entre y me las encontré por la noche follando entre ellas.
– ven esposo nuestro al lecho- me dijeron.
así que me desnude por la noche y me apunte con ellas menuda foliada hicimos los tres a día siguiente unos guerreros y yo salimos a cazar bisontes algo iba mal pues cuando vinimos estaban todos muertos mujeres niños etc. fui corriendo a mi tienda y vi a mi esposas muertas y violadas jure que me vengaría al igual que su padre cochise. fuimos a por los blancos mestizos que habían echo esa masacre estaban borrachos riéndose de todo lo que habían robado a los indios y matado a las esposas de ellos.
cogí a uno de ellos que intento matarme y le partí el cuello ya que en mi época actual era practicante de artes marciales los indios mataron a los demás y les cortaron la cabellera decidí dejar a l jefe cochise y despedirme una vez. muertas mis esposas que tenia que hacer allí.
así que vestido de vaquero me dirigí al pueblo entre en la cantina y pedí wiski me sirvieron uno cuando apareció un pistolero:
– tu eres forastero no te he visto nunca aquí -me dijo.
– sí que pasa.
– aquí los forasteros no son bien venidos.
– y eso.
– porque yo mando en el pueblo y tuya te estas largando- me dijo con la mano en la pistola- sino saca- me dijo.
toda la gente se apartó yo tranquilo como el que más el sería muy rápido pero yo llevaba años haciendo artes marciales en la época actual y no sabía lo rápido que eran mis piernas intento sacar solo lo intento porque la patada que le metí en la cara ya ni se levantó. toda la gente se quedó con la boca abierta.
– como has podido hacer eso sabes quién es ese es un pistolero de lo más famoso es su banda y los que mandan en el pueblo.
– y a mí que -dije yo.
– que vendrán a por tu hijo- dijo un viejo.
la noticia corrió como la pólvora que había noqueado a Johny el negro que era como se llamaba el pistolero joder con la época esa ahora iba a tener problemas con una puta banda que no conocía para matarme por haber pegado a su jefe, que era un capullo.
así que me arme de mis conocimientos de arte marciales me compre varios cuchillos me hice un chuchakus varios dardos me enteré que ya me estaba buscando por el pueblo así que no me convenía que me vieran a campo descubierto.
y vino toda la banda.
– donde está el forastero sino lo decís quemaremos el pueblo -dijo la banda.
eran unos doce todos buenos pistoleros incluso el capullo ese. iban a matar a un pobre viejo cuando tire un cuchillo a uno en la garganta el cual emitió un sonido y cayo del caballo.
los otros dispararon pero yo ya no estaba allí dos cuchillos más lance y dos muertos más y mes escondí. empezaron a dispararme yo sabía que no podía morir en esta época porque si no nunca nacería.
– enfréntate a nosotros forastero o mataremos a todos del pueblo- dijeron los 9 pistoleros que quedaban.
yo me quede de piedra cuando de pronto todo el mundo empezó a disparar contra ellos matando por lo menos a dos. era el pueblo que se había revelado los viejos las mujeres disparaban aquí .
-ayudar a este hombre que ha demostrado que no es un cobarde como nosotros.
y todos dispararon contra blanda matando a varios otro intento matarme salte en el aire y le tire un dardo a la garganta cundo cayo le dispare otra patada. el cual estaba muerto solo quedaban 5 de la banda.
– maldito forastero vámonos de aquí ya te mataremos- dijeron y se fueron a caballo.
el pueblo me dio las gracias.
-Gtracias a usted forastero hemos tenido el valor de enfrentarnos a esos cobardes. han salido corriendo del pueblo.
me fui a la cantina.
– invita la casa- dijo el tabernero.
las callgirl me dijeron:
– que guapo. subes con nosotras. para ti es gratis no tienes que pagar nada.
así que subí ya que hacía mucho tiempo que no había estado con una mujer desde que mataron a mis esposas los blancos mestizos y allí se me desnudaron me quitaron las botas y empezamos a follar.
Jenny que era como se llamaba una de ellas me comió la poya mientras Hana la otra me chupaba los huevos.
– que poya tienes cabrón- dijo Jenny que no paraba de mamar.
– fóllame a mi ahora- dijo Hana.
así que la cogí y se la metí hasta los huevos mientras chupaba los tetas a Jenny luego cogí a Jenny y se la metí por el culo la cual me dijo:
– no pares así dame fuerte haz que la sienta tu poya. ahahahahahaha me corrrrrrrrro -dijo Jenny.
luego cogí a Hana y se la endiñe otra vez por el chocho.
– así así no pares que verga tienes cabrón que gusto.
se la saque y se la metí a Hana por el culo.
– ahahaha me corrororororo -dijo Hana.
luego me chuparon la verga a mi.
– así danos tu leche en nuestras bocas. cabrón que rica esta.
y así me quede dormido hasta el día siguiente allí no me quedaba nada por hacer así que me fui del pueblo y cogí otra vez la máquina del tiempo y moví las agujas del reloj y desaparecí aparecí otra vez en otra época joder cuando vi a varios soldados alemanes atacando Moscú estaba en la segunda guerra mundial CONTINUARA


Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 10” (POR ADRIANAV)

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PARTE 10

La aceptación

Lentamente abrí los ojos y por un instante perdí la noción de dónde estaba. Por unos segundos pensé que todo había sido una fantasía y estaba todavía en la aldea. Pero la visión del cuarto a medida que lo recorría con la vista y la sensación de que los músculos de mis piernas y la cintura habían trabajado extraordinariamente, me devolvió la hermosa sensación que descubría la verdadera realidad vivida la noche anterior hasta caer agotada y dormir profundamente.

Las sábanas revueltas que solo tapaban apenas mi cintura y nada más, la camiseta, mi ropa interior en el piso y el muñeco que miraba hacia el suelo desordenadamente sentado en la silla del dormitorio, era el sensual fiel testimonio de lo que habíamos hecho durante casi toda la noche. Pero él ya no estaba en mi cama. Probablemente estaría en el gimnasio.

No tenía ganas de levantarme todavía. Decidí hacer un repaso de lo sucedido anoche. Me dispuse revivirlo con las imágenes que habían quedado grabadas en mi mente y que de solo pensarlo causaban cosquilleo entre mis piernas otra vez. Y por esa misma sensación de cosquilleo, sorprendiéndome se me hizo presente algo que antes no me había percatado. ¡Situaciones anteriores con él tenían mucho en común con el estado pasional que vivimos la noche anterior!

Estas demostraciones de su parte, las había tenido en varias ocasiones desde muy pequeña, y por la inocencia de la edad en ese momento no me daba cuenta de qué era ese alboroto que hacía sentir en mi cuerpo y me hacía responder con impulsivas acciones. Sobre todo cuando jugaba conmigo revolcándonos en la cama o en cualquier otro lugar. Esas sensaciones que sentía en sus abrazos o cuando yo me le trepaba encima. Sin darme cuenta, por retorcerme en la cama con estos pensamientos, estaba destapada y mi desnudez estaba totalmente expuesta tal como me había dejado el tío Sergio al retirarse, segregando ese flujo característico que me aparecía en cantidades últimamente al internarme en pensamientos sexuales.

Escuché pasos por la escalera y sonreí retorciéndome con un poco de coquetería ante la expectativa de verlo aparecer otra vez allí. Pero quien apareció en la puerta abierta de mi cuarto era mi madre.

– Hola hijita… -y recorriendo la vista por toda la habitación continuó:

– ¡Vaya! Tal parece que aquí ha habido una batalla campal…

– Hola mami -dije poniéndome nerviosa y buscando taparme las piernas solo llegué a cubrirme hasta la cintura.

– Si te has dormido así no dudo que tu tío también te haya visto así.

Por ponerme nerviosa no se me ocurrió otra cosa que reírme tímidamente.

Las costumbres en mi casa siempre fueron de una familia sin prejuicios tontos. Mis padres nunca limitaron mi forma de vida. Yo andaba por la casa en bombachas desde muy niña y sin nada más. Cuando nos bañábamos, después entraba a la casa desnuda y me vestía delante de mi padre, mi madre o mis hermanos. Y ellos hacían lo mismo. O sea que, por costumbre no me asustaba la desnudez ni me hacía sentir comprometida.

– Sé que tu no tienes vergüenza de ello porque en casa no nos preocupa ese tema, pero los hombres aunque sean familia son hombres y se calientan al ver una mujer desnuda tan linda como tu, porque ya estas a la altura de cualquier mujer merecedora. Ya no eres una niñita y debes asegurarte de lo que te da deseos.

– Si mamá. Pero el tío me parece tiene las mismas costumbres que nosotros.

– Me lo imagino. ¿Tu ya sabes lo que es sexo?

– Si.

– ¿Y lo has tenido con alguien?

No esperaba una pregunta como esa. No me animaba a decir eso, pero era el momento de poder hablarlo con ella. Sino, ¿quién mejor que ella?

Se dio cuenta que no me animaba.

– No tengas vergüenza de hablarlo conmigo hija. Yo a tu edad también tuve algo y sé lo feo que es no poder charlar con alguien de ello. Vamos, anímate!

– Bueno… sssih… mami.

Entonces decidió meterse en la cama conmigo a charlar, pero cuando avanzaba hacia cama me di cuenta de las manchas de esperma que se veían claramente y tiré una sábana para taparla. Estaba casi segura que ella lo había visto. Pero contrario a lo que pensé que podía reaccionar, me sonrió y se acostó al lado mío.

Yo me puse a mirar el techo y sentía que ella me miraba de lado en la almohada, como esperando que me decidiera a mirarla a los ojos para seguir conversando. Me aguanté lo más que pude en esa posición hasta que finalmente la miré. Lo que pasó fue insólito. Nos empezamos a reír a carcajadas.

– No llegaste a tiempo… -me dijo riéndose.

– No mami. Perdóname!

– Ja, ja, jaaa, no fuiste tan rápida. Jua, ja, jaja… Ya, ya mi amor, ya. Perdóname que no me aguante seria como debería de ser, pero me hiciste tentar y no puedo parar… -y como sin poder controlar la risa siguió de tal forma que me hizo continuar riendo también. Acariciándome el pelo sin dejar de reírse agregó:

– No te preocupes mi cielo, conmigo puedes decir lo que quieras. Piensa que yo te quiero ayudar. Mami no quiere oponerse a tu crecimiento con moralidades hipócritas.

– ¿De veras? ¿No te sientes mal por mi?

– No mi amor, para nada. Y tampoco con el patán de tu tío… Pero lo que más importa es que haya sido natural. ¿tu… lo… permitiste? -las palabras eran dichas con pausas.

– Si mami.

– ¿Te gusta estar así con él?

– Mucho.

– Uy hija. Es un buen hombre, pero es familia lo cual complica un poco las cosas para la moralidad de una sociedad que se conduce y además bastante mayor… no te gusta alguien de tu edad?

– No mami.

– Pero si todavía no has tenido relación con alguien de tu edad como puedes saberlo?

– Si tuve.

– ¿Me vas a decir quien o prefieres no decírmelo?

– Con Julián mami. Pero es niño un tonto y no tuvimos “todo”.

– Bueno. Es muy jovencito. Pero, ¿qué quieres decir con no tuvimos “todo”?

– Eso mami. Que no sentí así… como debe de ser… no sé como explicártelo.

– ¿No te penetró?

– Eso!

– ¿Entonces todavía estabas virgen?

– Este… no…

– ¿Acaso hubo alguien más?

– Si.

– ¿Mayor?

– Si.

– Dime. ¿Quién?

Dudé antes de decir quien. No sé si debía, pero mi madre me abría la puerta dándome la confianza necesaria para que pudiera decir las cosas como eran.

– Te lo digo pero no te enojes con él.

– No niña. Te prometo que voy a respetar tus decisiones, si es que fueron tuyas. – Arturo.

– Me lo imaginé!

– ¿Por?

– Porque no has sido la única mi amor. Lo conozco muy bien y cuando te dejamos a cargo de ellos, no pensé que todavía estabas deseando algo así.

– ¿Porqué dices que no fui la única? ¿Conoces alguien mas que se lo hizo?

– Si… -y luego de una larga pausa continuó – “A mi”.

– ¿Cojiste con Arturo? -le pregunté sorprendida por haberlo dicho con todas las palabras.

– Si. Pero tu padre no lo sabe ok?

– Claro mami. No voy a decir nada.

– Durante mucho tiempo me decía cosas y me rozaba cada vez que tenía una oportunidad. Siempre buscaba una oportunidad para hacerme sentir deseada. Y un día que Rosa se quedó en la ciudad con un amiguito que tienen allí, mientras tu padre y ustedes dormían y yo terminaba de arreglar la cocina, Arturo entró y al ver que no había nadie alrededor me abrazó por detrás y no me aguanté. Le permití restregarse contra mi y yo lo ayudé. Estaba con ganas de que me lo hiciera y allí mismo en casa me levantó la falda y recostada contra el fogón me lo hizo por primera vez. Pero esto nadie lo sabe ok? Tiene que ser nuestro secreto.

– Claro mami. ¿Hubo mas veces?

Hubo un silencio total. Yo no quería hacerla sentir mal, pero como me había tenido mucha confianza para decirme algo así es que le lancé la pregunta. Quería darle la misma oportunidad que me estaba dando a mi. Por eso de la confianza y tranquilidad de poder hablarlo con alguien como ella me había dicho.

– Si hija, si. Cada vez que Rosa se quedaba en la ciudad con el amigo de ellos, nos juntábamos a escondidas. ¿Y tu? ¿Cómo fue? ¿Cuándo?

– Hace poco. Cuando ustedes se fueron a la ciudad a buscar el documento.

– Oh… -se sorprendió- ¿Y Rosa?

– La primera vez dormía, luego se unió.

– ¿Y cómo fue? ¿Mas de una vez?

Y le relaté la historia tal cual sucedieron los hechos hasta que ellos llegaron de regreso de la ciudad. Inclusive le conté lo de Luis Eduardo. Me escuchó con mucha atención sin la más mínima reacción de contrariedad.

Cuando aprendí la palabra promiscuidad, recién en ese momento me di cuenta de que en la villa donde crecí, eso era algo normal. Por esa razón no era mal visto y habían muchas relaciones libres entre familiares. De la misma forma no era inaceptable ni escandalosa la sexualidad entre vecinos. Pero si venía algún extranjero, se tomaban mucho cuidado y no era aceptado de esa forma hasta que no estuviera integrado en nuestra sociedad. Con estas costumbres arraigadas, mi madre no se escandalizaba con lo que había descubierto en mi dormitorio.

Pero de todas formas me habló a modo de consejo de cómo tenía que tener cuidado de todo lo que podía entorpecer mi felicidad. En eso estábamos cuando de pronto apareció el tío por la puerta con el pantalón pijama y sin camiseta. Venía un poco sudado de hacer gimnasia.

– Oh, perdón. No sabía que estabas aquí -le dijo a mi madre mirando mi desnudez como queriendo darse vuelta para salir de la habitación. Y mi madre se le adelantó:

– No, Sergio no. No te asustes. ¡ven! -dijo golpeando la cama con la mano por sobre mi, indicándole que se sentara de mi otro lado.

Me subí las sábanas solo hasta la cintura porque se habían enganchado enredadas en los pies de la cama.

Entonces él contestó:

– ¿De veras?

– Si. Vente con nosotras que hablábamos de algo importante.

– Hola mi linda. ¿Amaneciste bien? -me dijo.

– Si… -dije bajando un poco la vista porque me daba un poco de vergüenza estar desnuda con él y mi madre juntos. Aunque ella lo aprobara todavía sentía algo de incomodidad. Se recostó de mi otro lado como si fuera lo más natural del mundo y pasándome un brazo por debajo del cuello le dijo a mi madre:

– He pasado mucha soledad desde que llegué a este país. Tenía necesidad de ustedes y tener finalmente a esta niña aquí es lo más lindo que me puede haber pasado recuperando mi felicidad.

Y mi madre, sin cambiar su humor me daba a entender de que aceptaba mi desnudez ante su hermano. Y le dijo:

– Me alegro que te sientas así. Ella me ha sorprendido con lo adulto de sus pensamientos y me expresó que está dispuesta a ayudarte en lo que sea y estoy de acuerdo que así sea.

Me giré abrazándolo. Mis tetitas se apoyaron en su pecho y le pasé una pierna por encima dandole un “piquito” de beso tímido pero agradecido. No sé de dónde ni cómo reaccioné así, pero me sentía segura con mi madre delante por haber hablado de nuestros secretos. Entonces escondiendo mi cabeza en su tórax me animé a decir:

– ¡Es que mi tío es un queso! ¡Y yo lo adoro mami!

Sergio me abrazó y mirándome me regaló una sonrisa enorme.

– Ustedes dos, en lugar de parecer tío y sobrina, ¡parecen novios!

Y nos reímos todos a la vez.

– Vaya que me gustaría que lo fuéramos! Pero aquí en este país podría ser un escándalo de que este viejito y esta niña tuvieran una relación de ese tipo.

– ¿Porqué? Sabes bien que nuestras costumbres no nos limitan en esto.

– ¿De veras no te molestaría que mantengamos nuestras costumbres y me enrollara con Andreita?

– No. ¿No crees que ya hubiera saltado tirándome de los pelos después de entrar a este cuarto tan desordenado y darme cuenta de lo que ha pasado aquí mismo donde estoy ahora?

Mi tío puso cara de sorprendido. No se esperaba esas palabras de mi madre.

– ¿No crees que también podría estar llorando a gritos de ver a mi hija en brazos de mi propio hermano prácticamente desnuda como esta ahora?

– Lo sé. Me apasiona esta niña. Y su desnudez es torturante para mi. Está tan hermosa!

Y mi madre, mirándole el bulto que había crecido en su pantalón pijama le dijo:

– Si, ya me doy cuenta de cuánto te apasiona.

– Y bueno… Si. Ella me pone así… Pero para mí es muy importante lo que tu pienses también Andreita. ¿Te molesta que yo te esté abrazando desnudita adelante de tu madre?

– No. Me gusta mucho -le dije mimosa sin quitarle mi cara de su pecho.

Él me acariciaba la espalda.

– Lo que les dije. Parecen dos bobitos.

– ¿De verdad lo apruebas? -preguntó mi tío a mamá.

– Si. Me gusta que ella se sienta tan segura con su tío. Sé que tu no la vas a lastimar porque la quieres mucho y bien.

– ¿Ves? -me dijo levantándome el mentón y nos miramos a los ojos.

Le sonreí y me dio un besito en los labios. Se lo devolví con la lengua.

– ¿Te gusta estar así con tu tío, hija?

– Me encanta mami! -le dije mimosa y volviendo a aplastar mi boca contra la suya iniciando una lucha de lenguas muy húmedas. Me monté sobre una de sus piernas y le di un par de fricciones con la pelvis.

– Bueno, entonces los dejo solos y me voy a preparar algo -dijo mi madre- ¿qué les preparo para desayunar?

– Huevos revueltos y jamón. ¿Tu quieres mi chiquita? -preguntó Sergio.

– Si. ¿Y tostadas? -me animé a preguntar mirándola sonriente.

Ella se adelantó un poco en la cama y se me acercó a darme un beso en la frente acariciándome la espalda también.

– Mi niña se está convirtiendo en mujer. Y con el hombre que más confío. A ti te tengo mucha confianza y sé que no la vas hacer sufrir.

Suficiente. Me estaba autorizando a estar en brazos de él, y me sentí más aliviada ante la tranquilidad con que mi madre se adaptaba a este ambiente de solidaridad y confianza conmigo y el tío Sergio. Ella veía con naturalidad mi desnudez pegada a mi tío que ya estaba excitado y con el bulto empinado duro contra mi pierna. Me dejaba sola para que me encargara de él. Mi pelvis seguía la danza sobre esa pierna que me estaba poniendo a circular la sangre a toda velocidad.

– De lo que hablamos y lo que ha pasado aquí, tu padre no puede enterarse de nada por ahora hasta que ustedes dos esten seguros. ¿Entendido?

– Siiii… -coincidimos los dos al decirlo y nos empezamos a reír. Ella también y siguió camino.

Ni bien desapareció por la puerta, tío Sergio y yo nos enredamos en un beso extremadamente sensual. Su mano fue a parar a uno de mis pechos que hacía rato estaba delatando mi estado de calenturienta por el crecimiento de los pezones al sentir a Sergio tan cerca. Mis gruesos y largos pezones querían ser atendidos. La pija de Sergio se asomó por entre el hueco de la bragueta del pijama y se la rodee con mi mano sin dejar de besarlo. Me tiré encima de él a lo largo con las piernas abiertas y guié ese pedazo de carne endurecida que tanto deseaba en ese momento hasta la entrada de mi conchita. La cabeza me penetró quedando rodeada por los labios un poco inflamados de mi vulva. Así con su pija apenas adentro, empezamos a jugar moviendo las caderas. Me excitaba tenerla así.

– ¿Te la meto mi amor? -dijo poniendo su manos en mis nalgas para aferrarse a ellas en el momento de penetrarme hasta el fondo.

– Siiihhh… dije gimiendo.

Y cuando me preparaba para empujar mi vientre y hacerlo realidad, sentí a mi madre otra vez entrar al dormitorio y quedé congelada sin saber qué hacer. La cama estaba frente a la puerta. Seguro que me estaba viendo penetrada por esa gruesa verga con mis piernas bien abiertas dandole a sus ojos un amplio panorama de lo que sucedía. Entonces di vuelta mi cara por sobre mi hombro y me quedé mirándola como pidiendo disculpas con mi expresión. Pero solo dijo:

– ¡Ustedes no pierden el tiempo! A ver tortolitos… pueden hacer una pausa para decirme si quieren que les haga café solamente o con leche.

– Con leche -dijo mi tío sin soltarme las nalgas.

– Ya veo -dijo mi madre con sarcasmo y volvió a irse mientras nos decía en alta voz: “Les doy veinte minutos…!”

Tío Sergio y yo nos miramos y como si fuera algo natural no esperó a que mi madre se fuera. Me la empujó hasta hacerla desaparecer dentro de mi.

– Andreita… que caliente estas mi niña!

La sacó y girándome se subió sobre mi metiéndomela otra vez de una sola estocada.

Miré por encima de su hombro y me percaté que la puerta estaba abierta. Mi madre y yo nos sonreímos pero no por mucho porque abrí la boca para gemir cuando me la empujaba otra vez con fuerza y perdí la atención totalmente concentrándome en lo que Sergio me hacía sentir. Estaba empalada por el miembro de mi tío que me llenaba estirándome toda la vagina para poder estar dentro de mi! Todo parecía una escena surrealista. Pero no lo era.

Entonces él me arrancó otro fuerte gemido que no pude disimular y comencé a mover las caderas buscando más placer.

– Qué rica tienes la conchita mi amor -me decía- todavía la tienes tan apretadita que me vas a sacar la leche muy pronto.

– …aha…! -decía yo con desesperación para que se siguiera moviendo así porque me estaba por venir un orgasmo!

Peleamos con los movimientos de caderas y pegando con violencia un sexo contra el otro. Sentía sus testículos pegando en mis nalgas.

– Mi chiquita, te voy a dar la leche ya!

– Siiii…. yo también!!!

Habíamos durado poco haciendo el amor. Ya no podíamos esperar más!

Y grité con un gemido insoportablemente ronco desde lo más profundo de mi garganta a la vez que sentía los azotes de su verga muy adentro mío derramando esperma sin parar. El calor por dentro me hacía feliz! Y sin dejar de moverse fue bajando la frecuencia de sus empellones. Yo me calmé, pero el ruidito que causaban nuestros sexos friccionándonos ensopados era delicioso de escucharlo. El olor a sexo, ahora más fuerte, cerraba el final de una cojida que no esperaba, de una calentura que no había sido planeada. Entonces recordé a mi madre y miré. Pero ya no estaba.

Relato erótico: “Me comí el culo de mi abogada, una madura infiel” (POR GOLFO Y PAULINA)

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Aunque Paulina llevaba años siendo mi abogada, nunca pensé en que llegaría un día en el que la tendría tumbada en mi cama desnuda mientras le comía el culo sin parar. Es más para mí, esa mujer era inaccesible y no solo porque era mayor que yo sino porque en teoría estaba felizmente casada.

Rubia de peluquería y grandes pechos, era una gozada verla durante los juicios defendiendo con  vehemencia a mi empresa. Profesional de bandera, se preparaba los asuntos  con tal profundidad que nunca habíamos perdido un juicio teniéndola a ella como letrada.

Por todo ello, cuando me llegó la citación para presentarme en un juzgado de Asturias, descolgué el teléfono y la llamé. Como era habitual en ella, me pidió que le mandara toda la información que tenía sobre el asunto, comprometiéndose a revisarla. Así lo hizo, al día siguiente me llamó diciendo que no me preocupara porque según su opinión la razón era nuestra y lo que era más importante, que sería fácil de demostrar.

Como el juicio estaba programado pasados dos meses, me olvidé del tema dejándolo relegado para el futuro…

La preparación del juicio.

Una semana antes de la fecha en cuestión quedé con ella en su oficina un viernes a las tres. Como Paulina tenía programado irse de fin de semana, me sorprendió que me recibiera vestida de manera informal. Acostumbrado a verla siempre de traje de chaqueta, fue una novedad verla con una blusa totalmente pegada y con minifalda.  Fue entonces cuando realmente me percaté que además de ser una profesional sería, mi abogada era una mujer con dos tetas y un culo espectaculares.

« ¡Qué calladito se lo tenía!», pensé mientras disimuladamente examinaba a conciencia la maravillosa anatomía que acababa de descubrir.

Mirándola sus piernas de reojo, confirmé que esa cuarentona  hacía ejercicio en sus horas libres porque si no era imposible que a su edad tuviese esos muslos tan impresionantes.

«Está buena la cabrona», sentencié y tratando de concentrarme en el juicio, me puse a repasar con ella los papeles que iba a presentar al juez.

Nuevamente comprendí que Paulina había hecho un buen trabajo al ordenar cronológicamente toda la información que le había pasado de forma que a cualquier extraño le quedaría clara mi inocencia así como la mala fe del que me demandaba.

Ya casi habíamos acabado la reunión cuando esa abogada recibió una llamada personal en su móvil. Sé que era personal porque se levantó de la mesa y dirigiéndose a un rincón, contestó en voz baja. Supuse que era su marido quien la llamaba al notar que su voz adoptaba un tono meloso y sensual que nada tenía que ver con el serio y profesional con el que se dirigía a mí.

Curiosamente esa ave de presa que devoraba  a sus adversarios en un abrir y cerrar de ojos, se comportó como una muñequita coqueta y vanidosa durante la conversación. Y lo que es más importante o al menos más me impactó, la charla debió bordear algo erótico porque al colgar  y volver a la mesa, ¡tenía los pitones duros como piedras!

Incapaz de retirar los  ojos de esos pezones erectos que la blusa no pudo disimular, me quedé alucinado por no haberme dado cuenta nunca de los melones que mi abogada atesoraba.

«¡Menudo tetamen!», exclamé mentalmente mientras terminábamos con los últimos flecos del asunto, tras lo cual, me acompañó a la puerta.

Ya nos estábamos despidiendo y esperaba al ascensor,  cuando al abrirse salió su marido. Este, después de los saludos de rigor y mientras yo le sustituía en su interior,  le pidió perdón por no haberla llamado  aduciendo que tenía su móvil sin batería.

-No te preocupes- contestó  mi abogada y diciéndome adiós con su mano, le acompañó de vuelta a su oficina.

La inocente disculpa de ese hombre me reveló que no había sido él la persona con la que Paulina había estado hablando, pero también me hizo sospechar que esa rubia tenía un amante.

« ¡No puede ser!», mascullé entre dientes al no tener certeza de su infidelidad, «Paulina es una mujer seria».

Aun así, al llegar a casa, tuve que pajearme al imaginar que esa rubia madura llegaba a mi habitación y ponía a mi disposición esas dos ubres…

Tras el juicio, perdemos nuestro vuelo.

 

El día del juicio teníamos reservado el primer vuelo que salía de Madrid rumbo a Oviedo para que nos diera tiempo a llegar con la suficiente antelación. Nuestra idea es que después del juicio, nos fuéramos a comer para saliendo del restaurant coger el avión de vuelta sobre las ocho de la noche.

Por eso, eran cerca de las siete cuando nos encontramos en el aeropuerto. Estaba imprimiendo nuestras tarjetas de embarque cuando la vi llegar con su maletín de abogado corriendo por los pasillos.

-No hace falta que corras- comenté divertido al ver su agobio por su tardanza: -Está lloviendo a mares en Asturias y nuestro vuelo sale con retraso.

-¿Cuánto?- preguntó angustiada pensando que íbamos a faltar a la celebración del juicio.

-Es solo media hora. ¡Llegamos sin problema!- contesté tranquilizándola.

Mis palabras la alegraron y regalándome una sonrisa, me insinuó si la invitaba a desayunar al preguntar dónde podíamos tomar un café.  Camino de la cafetería, observé disimuladamente el vaporoso vestido que se había puesto Paulina mientras pensaba en lo buena que estaba. Me resultaba curioso que no habiéndome fijado en ella como mujer durante años, ahora desde que descubrí que era infiel a su marido, mi abogada se hubiese convertido en una obsesión. Cabreado conmigo mismo, intenté dejar de admirar su belleza pero me resultó imposible, una y otra vez desviaba la mirada hacia el profundo canalillo de su escote.

« ¡Tiene unas tetas de lujo!», sentencié molesto por mi poca fuerza de voluntad.

Si la rubia se percató de la naturaleza de mis miradas, no lo demostró porque en cuanto se sentó en la mesa, se puso a repasar conmigo el juicio sin que nada en su actitud me hiciera intuir que se había dado cuenta que su cliente babeaba con su delantera. Por mi parte, me forcé a reprimir las ganas que tenía de hundir mi cara entre esos dos portentos y mecánicamente fui contestando sus dudas y preguntas.

Acabábamos de terminar ese repaso cuando mirando el reloj, me informó que teníamos que irnos. Sin esperar a que yo recogiera mis cosas, Paulina salió rumbo a la puerta de embarque. Al seguirla por la terminal, el sensual movimiento de su pandero me absorbió y totalmente hipnotizado por su vaivén, mantuve mis ojos fijos en esa maravilla temiendo a cada instante que mi abogada se diera la vuelta  y descubriera la atracción que sentía por ella. Con sus nalgas duras y su culo con forma de corazón impreso en mi mente, entregué a la azafata mi billete mientras usaba mi chaqueta para tapar el apetito que crecía sin control bajo mi pantalón.

Ya en el avión, la rubia se dejó caer en su asiento sin advertir que la falda de su vestido se le había recogido dejando al aire una buena porción de sus muslos. Al percatarme mi lado caballeroso se despertó y señalándoselo a mi abogada, ésta los cubrió sonriendo y sin darle importancia.

« ¡Hay que joderse! ¡Qué patas!», exclamé mentalmente sabiendo que quizás nunca tuviera otra oportunidad de contemplar esas maravillas.

Os confieso que durante los siguientes cuarenta y cinco minutos que tarda ese trayecto, me quedé con los ojos cerrados, intentando de ese modo no volver a echar una ojeada a mi acompañante. Era demasiada buena como profesional para perderla por una calentura.

Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos directamente a los juzgados. Una vez allí Paulina, la abogada, tomó el mando y comportándose como una fiera machacó a su oponente mientras desde el estrado, yo babeaba imaginando que mordía esos labios y me follaba esa boca con mi lengua. Confieso con vergüenza que para entonces me daba lo mismo el discurrir del juicio y solo pensaba en cómo hacerle para conseguir meter mi cara entre sus tetas.

Como no podía ser de otra forma, la rubia al terminar su alegato contra el juez estaba radiante pero al mirarme sonriendo descubrí que estaba excitada y que bajo la toga, sus pezones la delataban.

« ¡Coño! ¡Le pone cachonda ganar juicios!», sentencié maravillado.

Ese descubrimiento provocó que como un resorte, mi verga se alzara hambrienta entre mis piernas y solo la tardanza del inútil del abogado de la otra parte en sus conclusiones permitió que al levantarme no exhibiera a todos mis mástil tieso.  La razón de esa repentina emoción fue que caí en la cuenta que quizás alagándola su trabajo, podría llevar a cabo mi propio sueño.

Con ello rondando en mi mente, salí con ella hacia el restaurante. La futura víctima de mi lujuria se mostraba feliz con su triunfo y por eso nada más sentarse en la mesa, llamó al camarero y le pidió una botella de champagne. Junto a ella, ilusionado pensé que con alcohol en su cuerpo sería más sencillo el seducirla y por eso en cuanto el empleado sirvió nuestras copas, brindé con ella diciendo:

-Por la mejor y más bella de las abogadas.

Como si fuera algo pactado entre nosotros, Paulina apuró su copa de un trago y pidió que se la rellenaran antes de contestar muerta de risa:

-Con una de las mejores basta.

Su cara reflejó su satisfacción por el piropo y eso me permitió insistir diciendo:

-De eso nada, no te imaginas lo impresionante que te ves frente al juez, ¡hasta el demandante te miró babeando!

-Exageras- respondió ruborizada pero deseosa que siguiera alagando su profesionalidad.

Por ello, incité su vanidad con otro nuevo piropo:

-¡Qué voy a exagerar! Tenías que haberte fijado en cómo te comía con los ojos mientras machacabas su demanda con tu elocuencia- la involuntaria irrupción de sus areolas en su camisa me informó que iba por el buen camino y brindando con ella nuevamente mientras observaba unas gotas de sudor recorriendo su escote, terminé diciendo: -Hasta yo que debía estar acostumbrado al conocerte, me quedé maravillado con tu forma de defender mis intereses.

Mis palabras y ese furtivo repaso a sus pechos la pusieron colorada pero también despertó algo en su interior y reponiéndose al instante, en plan coqueta, preguntó:

-¿Solo te quedaste maravillado con eso?

Dudé si usar esa pregunta para iniciar mi ataque pero creyendo que era el momento, cuidando mis palabras le solté:

-¿Quieres saber la verdad?- y haciendo un inciso, susurré posando mi mano sobre las suyas: -Siempre me has parecido una mujer bellísima pero subida al estrado me recordaste a la diosa de la justicia.

Mi exagerado piropo le hizo sonrojarse nuevamente y ya interesada en saber mi opinión real sobre ella, insistió:

-¿En serio te parezco bella? Soy mayor que tú y encima estoy casada.

El brillo de sus ojos me dio los ánimos de contestar:

-Durante años te había admirado en silencio, pensando que jamás podría siquiera soñar en que te fijaras en mí. Para mí eras inaccesible y por eso nunca te había dicho nada- indirectamente le estaba diciendo que algo había cambiado y por eso me atrevía a confesárselo pero queriendo que fuera ella quien lo preguntara rellene su copa con más champagne y brinde con ella, diciendo: ¡Por la más impresionante abogada que conozco!

Partiéndose de risa brindó pero tras dar un sorbo a su bebida, su curiosidad le hizo preguntarme que era lo que había cambiado para que me atreviera  a confesar mi atracción por ella.

-Prométeme que no te vas a enfadar cuando te lo cuente- contesté manteniendo mi mirada fija en la suya. Agachando su cabeza, respondió en silencio que sí  y sin nada más que perder con excepción de una buena letrada, confesé: – El otro día en tu despacho una llamada te excitó y tus pezones involuntariamente se pusieron duros. Te juro que creí que era tu marido diciéndote guarradas al oído y sentí celos por no ser yo. Pero al salir y encontrarme con él, comprendí que quien te había puesto así era tu amante.

Mi confesión elevó el rubor de sus mejillas y vaciando su copa, me pidió que se la rellenara mientras trataba de cambiar de tema hablando de lo mucho que llovía en el exterior. Sabiendo que una vez había descubierto el imán que sentía por ella no podía dejarla escapar, acerqué mi boca a la suya y suavemente la besé mientras le decía:

-Te deseo.

Durante unos instantes, Paulina dejó que mi lengua jugueteara con la suya en el interior de su boca, tras lo cual, levantándose de la mesa, me soltó:

-Vámonos, me he quedado sin hambre.

Os confieso que al oír a mi abogada se me cayó el alma a los pies y dejando el dinero de la cuenta sobre la mesa salí corriendo tras ella. Ya en la calle me esperaba con gesto serio. Acercándome a ella, estaba a punto de pedirle perdón cuando fijando su vista en mis ojos, me soltó:

-No se lo puedes contar a nadie. Nadie debe saberlo.

Sin saber a qué se refería,  le juré que no lo haría. Y entonces dejándome boquiabierto, señaló un hotel que había en la esquina, diciendo:

-Vamos a registrarnos.

No creyendo todavía que se fuera a hacer realidad mi sueño, pedí una habitación y entregué mis papeles mientras la rubia disimulaba esperando en el hall.  Habiendo firmado ya, me uní con Paulina que aprovechando que se había abierto la puerta se había metido en el ascensor. La presencia de otra pareja no permitió que habláramos de lo que iba a ocurrir y por eso estaba totalmente cortado al abrir la habitación.

Ni siquiera había cerrado a puerta cuando Paulina saltó sobre mí y empezó a besarme con una calentura tal que parecía que ya quería sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella excitante acostarse conmigo, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Respondiendo a su pasión, llevé mis manos hasta su culo y me puse a magrearlo mientras con mi boca intentaba desabrochar los botones de su blusa. Ella al sentir mis dientes cerca de su escote, riendo me soltó:

  • No seas malo, recuerda que estoy casada…
  • Sabes que eso no me importa. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando, nos sorprenda tu marido-respondí muerto de risa.

Mis palabras elevaron su calentura justo cuando ya había conseguido liberar sus pechos y por eso pegó un gemido al notar un suave mordisco en un pezón mientras mi mano se introducía por debajo de su braga. Con mis dedos recorrí los duros cachetes que formaban su culo al tiempo que haciéndome fuerte en uno de sus senos, empezaba a mamar. Mi abogada al experimentar ese doble ataque aulló:

  • ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!

Al escucharla no solo la obedecí sino que sobreactuando forcé con una de mis yemas su ojete mientras estrujaba sus dos nalgotas.  Paulina no se esperaba esa intrusión pero lejos de quejarse se puso a dar lametazos a mi cara mientras me decía:

  • Me encanta que me trates como una perra.

Su entrega era tal que comprendí que a esa rubia le ponía el sexo duro y por eso dándole la vuelta, le bajé el tanga y con su trasero ya desnudo, apreté mis dientes contra su grupa dejando mi mordisco bien marcado sobre su piel.

  • Cabrón, no me dejes marcas. Mi marido puede enterarse- chilló tan molesta como excitada.

Su tono lujurioso me impulsó a darle un par de azotes en cada una de sus ancas mientras le decía:

  • Eres una putita infiel a la que le encantan los hombres rudos, ¿No es verdad?
  • Sí- aulló descompuesta y más al sentir que metía nuevamente dos dedos en su esfínter.

Moviendo sus caderas de un modo sensual, Paulina me informó taxativamente que estaba encantada con la idea que la tomara por atrás y por eso, separando sus dos nalgas con mis manos, hundí mi lengua en su ojete mientras le pedía que se masturbara al mismo  tiempo.

  • Ten cuidado, pocas veces me han roto el culo- gritó gozando cada uno de los lengüetazos con los que la regalé.

Al conocer de sus labios que su marido apenas le había dado por ahí y usando  mi húmedo apéndice como instrumento, jugué con los músculos circulares de su esfínter con mayor énfasis. El sabor agrio de su culo lejos de molestarme, me excitó  y por eso follándola más profundamente, solté una carcajada diciendo:

  • Mañana cuando veas a tu marido, podrás decir que es medalla de oro por la cornamenta que lucirá.

Fue entonces cuando mi abogada chilló:

  • ¡Para! O me vas a convertir en tu puta.

Esa confesión me hizo gracia y por eso te contesté:

  • No te voy a convertir, ya eres mi puta – tras lo cual seguí calentándote ya que teniéndola abierta de piernas, acaricié brevemente su trasero mientras la alzaba en mis brazos, para acto seguido llevarla con un dedo dentro de su culo hasta la cama donde pensaba poseerla.

La sorpresa no le dejó reaccionar cuando tirándola sobre el colchón, la cogí de su rubio pelo y sin darle tiempo, la ensarté violentamente de un solo empujón. Paulina protestó por la violencia de mi asalto pero no hizo ningún intento de quitarse el mango que llenaba brutalmente su pandero, al contrario cuando ya llevaba unos segundos siendo sodomizada por mí, me soltó:

  • Sigue… ¡cómo me gusta!

 Su entrega me permitió usar mi pene para machacar sin pausa su trasero mientras me agarraba de sus pechos para comenzar a cabalgar sobre ese culo soñado mientras me reía de sus sollozos.

  • Eres un cabrón….¡Estoy brutísima!

Aunque no necesitaba su permiso, me complació escuchar que estaba cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, susurré en su oído:

  • No te da vergüenza, entregar tu culo a un extraño mientras tu marido está en casa pensando que su mujercita es una santa. ¡Menuda zorra está hecha mi abogada!

Ese insulto junto con la certeza que estaba disfrutando al ponerle los cuernos hizo que su cuerpo entrara en ebullición y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó su mano hasta su sexo y mientras mi miembro campeaba libremente por su entrada trasera, se puso a masturbar con una fiereza brutal. Sus gemidos se debían escuchar desde el pasillo y gozando con mi pene destrozando su ojete, se dio la vuelta con la cara sudada y sonriendo, me dijo:

    – ¿Te gusta encularme?

    – ¿Tú qué crees?- respondí incrementando la velocidad con el que castigaba una y otra vez su cuerpo.

La facilidad con la que la empalaba me hizo conocer que esa puta había hecho uso de su culo mas veces de lo que decía y por eso me lancé en un galope desenfrenado buscando mi placer al tiempo que ella se estremecía debajo de mí. La lujuria de ambos era tal que en ese instante comencé a arrear a mi montura con una serie de duros azotes sobre sus nalgas mientras ella no paraba de rogar que no parara.

  • Sigue- chilló. – Dame duro.

Los berridos que salieron de su garganta al ser vapuleada fueron la gota que hizo que mi cuerpo colapsara y derramando mi semen en el interior de sus intestinos, me corrí. Paulina al sentir su trasero bañado, se unió a mí aullando de placer.

  • ¡Qué gozada!- rugió sin dejar de menear su pandero en busca de las últimas oleadas de mi leche.

Una vez había vaciado mis huevos, me dejé caer sobre ella abrazándola. Mi abogada todavía empalada por mi verga, dejó que mis brazos la acogieran entre ellos y luciendo  una sonrisa, me soltó:

  • Tendremos que llamar a Madrid y explicarles que hemos perdido el vuelo.

Sorprendido, miré el reloj y al ver que todavía nos quedaba tiempo para llegar al aeropuerto, comprendí lo que realmente la rubia quería decir y soltando una carcajada, respondí:

  • ¿Para cuándo reservo? ¿Para mañana o para pasado?

Muerta de risa, contestó:

  • Para mañana. No quiero que mi marido sospeche de su mujercita.

Su descaro me hizo reír y recordando que todavía no había hecho uso de su coño, llevé una de mis manos a su entrepierna mientras con la otra, pellizcaba sus pezones.  La rubia al experimentar esa doble ofensiva, maulló de gozo y pegó su culo a mi pene intentando reanimarlo. Separando sus cachetes, se lo incrustó en la raja y meneando su trasero, comenzó a pajearme mientras yo hacía lo propio con ella. Cuando notó que mi verga ya había consguido alcanzar su extensión máxima, poniendo tono de puta, me preguntó:

  • ¿Vas a follarme?

Desnudos como estábamos, esa pregunta era al menos extraña y eso me llevó a suponer que quería que la calentara de algún modo. y por ello mientras seguía torturando su clítoris acerqué mi boca a su oído y le susurré:

  • Te has quedado para eso. O ¿no es así? ¡Putilla!

Al escucharme, dio un prolongado suspiro y retorciéndose sobre las sábanas insistió:

  • ¿Te caliento??
  • Sí, y lo sabes. Me gusta verte desnuda y disfrutar de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

El gemido que salió de su garganta me informó que iba por buen camino y que lo que Paulina necesitaba era que la estimulara tanto física como verbalmente. Por ello, mordiendo su oreja, dije en voz baja:

  • Me calientas porque eres una zorra ninfómana que buscas en mí a tu macho. Sé que después de esta noche soñarás conmigo, aunque estés con el cornudo de tu marido.

Nada más oírlo, mi abogada se corrió nuevamente formando con su flujo un gran charco sobre el colchón.  Habiendo resuelto mis dudas, retorcí una de sus aureolas diciendo:

  • El cornudo de tu marido nunca ha sabido valorar a la guarra con la que se casó.

Mi enésimo insulto la molestó y levantándose de la cama se empezó a vestir mientras me decía que me había pasado.  Su enfado lejos de tranquilizarme, me excitó y viendo que quería marcharse, la perseguí hasta la puerta.  Una vez allí, la lancé contra la pared y aprovechando su sorpresa, la besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca mientras le estrujaba su culo con mis manos. La  pasión con la ella reaccionó, me hizo saber que le excitaba mi violencia  y mientras Paulina intentaba que llevar mi pene hasta su coño, le grité:

  • Lo quieras o no, te voy a folllar como la puta que eres.

Fue entonces cuando mordiéndose los labios, la rubia me contestó:

  • Sí…….soy tu puta.

Envalentonado por el rubor que cubría sus mejillas al confesarlo, le pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo:

  • Y las putas ¿Que hacen?

–        Son folladas por su macho- respondió gritando mientras ponía sus dos esplendidas peras al alcance de mi boca.

Siguiendo tanto mis deseos como los suyos. Comencé a moverme con  mi pene golpeando la pared de su vagina mientras me la tiraba  con su espalda presionando la misma puerta que quiso cruzar al huir de la evidencia que era mi zorrita. Los aullidos de placer con los que me regaló azuzaron el morbo que sentía por estar tirándome a esa madura y recreándome en sus tetas, usé mis dientes para mordisquearlas.

  • ¡Muérdelas! – aulló descompuesta- ¡Hazme chupetón!

«Esta zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a su excitación mamando de sus pechos sin parar al tiempo que con mi pene recorro una y otras vez el interior de su vagina. Un renovado chillido por su parte, hizo que sacando la lengua, lamiera su cara, sus mejillas y su boca dejando el olor de mi saliva sobre su rostro.

  • Sigue….te deseo. Me pones bruta.

Sus palabras despertaron mi lado perverso y deleitándome en su confesión, la obligué a abrir su boca. Al hacerlo dejé que mis babas cayeran dentro de ella mientras Paulina se sorprendía al notar que mi salivazo había mojado aún más su coño.

  • Dime que soy tu hembra- chilló.

– A una hembra se la marca- respondí y antes que me respondiera  llevé mi boca nuevamente a su cuello con la intención de dejarte un chupetón.

En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme con voz sensual:

  • Márcame, ¡Soy tu zorra!.

Al escuchar su entrega, solté una carcajada y metiendo un dedo en su culo, la llevé ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, la dejé un instante esperando y volví sobre mis pasos para dejar la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo la rubia, me preguntó el por qué. Muerto  de risa, cojí el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pedí que nos subieran unos sándwiches.

  • ¡No tengo hambre!- protestó deseando volver a empalarse con mi pene.

Descojonado, le contesté que el pedido  es una excusa para que el camarero vea lo puta que es mi abogada mientras salta sobre mi verga. La sola idea que el empleado del hotel la viera follando, la puso cachonda y como una posesa se puso a lamerme la polla para que cuando llegara nos pillara con sus tetas botando sobre mi mientras se empalaba con mi miembro. A los cinco minutos, escuchamos que el muchacho tocaba la puerta.  Fue entonces cuando acoplándose sobre mí y usando mi verga como silla de montar, la abogada le dio permiso para entrar.

Ni que decir tiene que el crio se quedó acojonado con la escena y solo al cabo de unos segundos pudo reaccionar, trayendo hasta la cama la cuenta para que se la firmara. Queriendo forzar su calentura, dije al empleado que quería  pagar con mi tarjeta y que la agarrara de mi cartera.

Totalmente cortado, el muchacho respondió sin dejar de observar el movimiento de las pechugas de mi acompañante:

-¿Dónde la tiene?

Muerto de risa, contesté  que estaban bajo las bragas chorreadas de la puta a la que me estaba follando. El tipo rojo como un tomate, las cogió con dos dedos y al hacerlo le llegó el aroma a hembra que manaba de ellas. Los gritos de Paulina al saberse observada, así como el modo tan brutal con el que se empalaba, le hicieron preguntar mientras me pasaba el bolígrafo:

  • ¿Le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo? Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.

Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a su deseos pero poniendo en su mano una buena propina, Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina la imagen del vaivén de sus pechos, descojonada me soltó:

  • Eres un cabrón, folla casadas.

Esa salida me hizo gracia y por eso la tumbé sobre las sabanas y sin pedirle opinión, agarré dos de mis corbatas y la até al cabecero con ellas. Muerta de risa y excitada, se reía mientras me preguntaba qué iba a hacerle. La indefensión y saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, la vería en pelotas y atada sobre el colchón, la excitó y más cuando me vio llegar del baño con una maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.

  • ¿Qué vas a hacer?- preguntó intrigada.

Sin hacerla caso, esparcí la espuma por su sexo y mientras le acariciaba su clítoris mojado, susurré en su oido:

-Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.

Exagerando su reacción, intentó liberarse de sus ataduras mientras me rogaba que no lo hiciera. Obviando sus quejas, cogí la guillete y comencé a retirar el antiestético pelo púbico de su coño. Los chillidos de la mujer menguaron a la par que retiraba una porción de la crema de su vulva y con ello, una parte del bosque que cubría su chocho. No queriendo que se enfriara esa puta, le fui dando unos lametazos consoladores sobre cada fracción afeitada, consiguiendo de esa forma que de su garganta brotaran gemidos de placer.

  • Eres un hijo de puta- berreó ya con una sonrisa- ¿Qué voy a decirle a mi marido cuando me vea así?
  • Ese es tu puto problema- respondí lamiendo su coño casi exento de pelos.

Poco a poco, las maniobras sobre su sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndola indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba ese coño.

  • Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en su oreja mientras la mordía.

Su calentura y la imposibilidad de moverse, hizo que la rubia meneando sus caderas me pidieras que la follara pero haciendo oídos sordos a sus deseos, pacientemente terminé de afeitarle el coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras le amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de su marido. Sus gemidos se hicieron gritos cuando cogiendo mi pene, se lo incrusté a su máxima potencia, diciendo:

  • Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho.

La cara de mi abogada fue un indicio del morbo que le daba ser inmortalizada con mi aparato en su interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo mientras  le pellizcaba las tetas. Su expresión de placer indujo a liberar una de sus manos y voltearla sobre el colchón, tras lo cual, la volví a atar mientras le decía:

  • ¿Estás preparada para que te dé por culo a pelo?

Mi abogada tan elocuente otras veces, no respondió y comprendiendo que con su silencio me daba el permiso que necesitaba,  le separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a su ojete, apunté y de un solo empellón se lo clavé hasta el fondo. Su grito se debió de oír hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ella y sin dejar que se acostumbrara a tenerlo campeando en sus intestinos, machaqué sin pausa ese culo mientras la rubia me pedía que cerrara la puerta.

  • Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo su melena y forzando su espalda al tirar de ella.

El dolor y el placer se mezclaron en su mente mientras temía que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de los gritos que ella misma emitía. Después me reconoció que en esos instantes, todo su ser combatía la sensación de sentirse feliz al ser usada como hembra. Durante toda su vida, ella había luchado por hacerse un hueco y de pronto al experimentar el estar indefensa y sometida a mí, había disfrutado como nunca.

Ajeno al discurrir de los pensamientos de la rubia, seguí solazándome en ese trasero y llevando mis manos hasta sus hombros, me afiancé en ellos para incrementar el ritmo con el que la sodomizaba. La nueva postura hizo que la rubia rugiera de placer y dejándose caer sobre el colchón, llegó a su enésimo orgasmo al mismo tiempo que mi pene descargaba su cargamento en el interior de su culo.  Paulina al notar mi explosión en su interior, meneó sus caderas de arriba abajo para ordeñar mi miembro mientras ella disfrutaba como la perra infiel que era de cada una de gotas de mi lefa templando su trasero.

Agotado, me deslicé sobre ella y forzando sus labios con mi lengua, jugueteé con la suya mientras con mis manos estrujaba las dos maravillosas tetas que la naturaleza le había dotado. Su respuesta rápida y pasional me informó que no estaba molesta y que a partir de ese día, Paulina sería mi abogada, mi puta y mi hembra aunque al terminar el día durmiera con el cornudo de su marido….

 

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es

Relato erótico: “Aurora” (POR MARTINA LEMMI)

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– ¿Nombre?

– Julio.

– ¿Edad?

– … Treinta y nueve.

– Dudó al decirlo.

– Cumplo cuarenta en unos días.

– Digamos entonces que tiene casi cuarenta.

– Tengo treinta y nueve…

Asiente ligeramente, se acomoda un poco los lentes y vuelve a su bloc de anotaciones. Debo confesar que, a poco de conocerlo, mi psicoanalista comienza a caerme mal; no sé por qué, pero creo haber detectado un cierto deje de ironía en su gesto o bien un cierto aire de triunfo por haberme hecho pisar el palito: a nadie le gusta el cambio de década y, por lo tanto, uno busca prolongar los treinta y nueve lo más que puede, pero sí, la realidad es que ya tengo casi cuarenta. A propósito, él parece tener algo menos: tal vez unos treinta y cinco o treinta y seis. Retoma su interrogatorio:

-¿Estado civil?

Trago saliva antes de responder:

– Casado.

– Otra vez dudó.

Está a punto de que lo mande a la mierda en la primera sesión pues, en este caso, estoy seguro de que no fue una duda en realidad.

– Estoy casado – insisto.

– Pero algo lo perturba acerca de eso.

De todos los modelos posibles de psicólogo, éste es el que más detesto: el que, de manera odiosamente mecanicista, pretende sacar conclusiones de cada vacilación o cada mínimo carraspeo. Más allá de eso, tiene razón.

-Sí – respondo.

-¿Y es ése el problema que lo lleva a iniciar terapia?

-Básicamente no.

-¿Básicamente?

-Básicamente.

-¿Puede explicarse mejor?

Estoy a sólo un instante de preguntarle por qué carajo no infiere él mismo el contenido de mis palabras ya que hace gala de tanta perspicacia. Me contengo. No es bueno arrancar mal predispuesto en la primera sesión de una terapia.

-Mi… problema básico es la autoestima.

-Ajá.

Parece garabatear algo en su bloc. Me pregunto sinceramente si estará tomando nota de mis palabras o más bien apuntando sus primeras conclusiones a priori. Quizás, simplemente, dibuje… No agrega nada más y, al hacerlo, de algún modo me presiona a ampliar:

– Sí. Autoestima. Cargo con ese problema desde mis… doce años.

– Pero, de todas formas, cuando usted mencionó su estado civil y yo le pregunté si su problema tenía algo que ver con eso, usted respondió: “´basicamente no”

– Es que es así: no tiene relación directa.

– Seguimos en la misma línea, por lo que veo. Primero dice “básicamente no” y ahora dice que no tiene relación directa. Es fácil darse cuenta entonces que, de un modo indirecto, tiene algo que ver.

Puede ser odioso, pero hay que reconocer que el hijo de puta es bueno.

– Sí – reconozco, cabeceando -; de manera indirecta, sí.

Doy por sentado que su próxima pregunta va a apuntar justamente a mi matrimonio, pero me equivoco; parece medir el tiempo justo para todo.

-Usted dijo que su problema de autoestima comenzó a los doce años.

– Y es así.

-¿Por qué marca un momento de quiebre tan específico?

Mi mente viaja al pasado.

– Supongo que porque fue entonces cuando entró en mi vida Aurora.

– ¿Aurora?

– Sí.

– ¿Quién es?

– La chica que me cuidaba.

– Ajá. ¿Sus padres no estaban habitualmente en casa?

– Por lo general, no.

– Y contrataban a una chica para cuidarlo.

– Tal cual.

– Aurora…

– Aurora.

– ¿Qué edad tenía ella?

Mi cabeza hace cálculos, a la vez que sigue desempolvando recuerdos; increíblemente, los mismos están terriblemente vívidos e instalados en mi mente y, de hecho, así lo han estado durante todos estos años.

– Creo que… cuando comenzó a cuidarme, ella era menor: tendría unos dieciséis o diecisiete.

– Ajá. A juzgar entonces por sus palabras, Aurora cuidó de usted durante bastante tiempo.

– Seis años.

– ¿Seis? – me mira por encima de los lentes, con expresión de sorpresa.

– Sí, seis.

– Eso significa que lo cuidó hasta los dieciocho.

– Así es.

– ¿Y sus padres seguían contratando una chica para cuidarlo a esa edad?

– Sí… Sobre todo mi madre era una mujer muy conservadora, bastante pacata… y muy sobreprotectora.

La sorpresa de mi psicoanalista me lleva a reflexionar. No es difícil entender que un joven crezca con la autoestima tan baja cuando sus padres lo han sobreprotegido a tal punto.

– Bien. Ya volveremos sobre Aurora – dice, y me produce una cierta decepción, pues, para esta altura, quiero exorcizar los fantasmas relacionados a ella -. Ahora dígame por qué cree que todo esto tiene alguna relación con su matrimonio.

Una vez más trago saliva. Me mira. Aunque se mantiene serio, creo que se divierte; sí, hay algo sádico en médicos o psicoanalistas: en algún punto, creo que disfrutan de estar desnudando a sus pacientes, ya sea de manera literal en el primer caso o simbólica en el segundo.

– Verá… – comienzo a decir lentamente -. Tengo la sospecha de que mi esposa… desde hace algún tiempo… me engaña.

– ¿Sospecha o certeza?

Me está volviendo a arrojar al mismo corral que antes, al preguntarme sobre la edad.

– Sospecha… digamos, con altas probabilidades de certeza.

– ¿Edad de ella?

– Treinta y dos…

– ¿Es hermosa?

La pregunta me molesta. Lo miro con seriedad.

-¿Tiene eso que ver con la terapia?

– Absolutamente.

– Pues… sí, lo es.

– Punto interesante. ¿Por qué tan baja autoestima cuando fue capaz de seducir a una mujer hermosa y, de hecho, la tiene a su lado como compañera de vida más allá de que sospeche?

Sacudo la cabeza. No sé qué decir.

– ¿Hacia quién apuntan sus sospechas? ¿Lo conoce?

– Sí.

– ¿Amigo suyo?

– No.

Se me dibuja una sonrisa al responder, pues esta vez entiendo que es él quien ha caído en la trampa de la obviedad; durante un instante, el imbécil cree haberse encontrado con el clásico caso de infidelidad con el mejor amigo.

– ¿Amigo de ella?

– Tan amigo como se puede considerar a un amante.

– ¿De dónde lo conoce?

– ¿Ella o yo?

– Ella.

– Del grupo de tango.

– ¿Tango? ¿Ella baila?

– Sí, asiste a un lugar dedicado a eso.

– ¿Hace mucho que asiste?

– Comenzó hace… hmm, poco menos de un año, convencida por una amiga.

– Típico.

– ¿Perdón?

– Nada. ¿Y la persona de quien usted sospecha es su compañero de baile?

– Sí. No sé si siempre lo fue, pero desde hace algunos meses lo es.

– ¿Y cómo llega usted a conocerlo?

– Porque, obviamente, he ido a verla bailar a algún que otro evento.

– -Ah… y ella se lo presentó.

– Sí.

– ¿Edad?

– ¿De él?

– Sí.

– Hmm, no lo sé; tal vez unos veintisiete.

– Ah, joven…

– Menor que ella, sí.

– Y menor que usted, quizás unos doce años.

No sé por qué remarca tan especialmente ese punto, pero asiento con la cabeza.

¿Su esposa tiene buenas piernas? – pregunta, de sopetón.

La pregunta me descoloca y me hace remover en mi silla. Mi mirada vuelve a ser severa.

-¿Perdón…?

– Su esposa, ¿cómo se llama?…

– Laura.

– Laura. ¿Tiene buenas piernas?

– No entiendo. ¿Por qué lo pregunta?

– Las bailarinas de tango suelen tenerlas.

– ¿Y hace eso a la terapia?

– Usted está aquí para tratar de desentrañar su propio mundo, Julio, un mundo ante el cual, según lo que se desprende de sus propias palabras, se siente poco. Por algo habló de baja autoestima. Por lo tanto, todo aquello que nos ayude a entender mejor su entorno, nos va a ayudar también a que usted sepa más sobre usted mismo.

No me convence, pero lo dice de un modo tan seguro y consistente que pareciera no haber lugar a esquivar la respuesta.

– Sí – respondo -, tiene buenas piernas.

– Y el atuendo clásico de las bailarinas de tango ayuda a resaltar ese encanto, ¿verdad?

– Sí – contesto de mala gana.

– Me refiero a… bueno, usted ya sabe, vestido cortísimo, medias de red…

– Tenga por seguro que sé perfectamente cómo se visten – le interrumpo, con fastidio.

– Sí… así lo supongo. Y dice usted que los vio bailar.

– Tal cual.

– El tango es una danza muy sensual.

– Ya lo sé; no necesito que me lo señale.

– ¿Y qué sintió al verlos bailar entre sí?

– Obviamente… celos… y algo de rabia.

– ¿Fue viéndolos bailar cuando pasó a suponer que entre ellos había algo?

– Sí… hmm, bueno, en realidad algo después…

– ¿Algo después?

– Claro. El evento era un certamen en el cual las parejas competían. Mientras esperaban el dictamen del jurado, las parejas se ubicaron una junto a la otra sobre el escenario. Y en ese momento… noté que él la tenía tomada por el talle…

– Es lógico. Eran pareja de danza. No podía esperarse que permaneciese a la espera del veredicto sin siquiera tocarla.

– Lo sé, pero… en un momento noté que él deslizaba su mano por la espalda de ella y… la apoyaba sobre su cola.

– ¿Desde dónde los veía usted?

– Desde mi mesa… en el salón.

– ¿A qué distancia?

– No lo sé; tal vez unos diez metros.

– Y estaba ubicado de frente a ellos.

– Tal cual.

– ¿Cómo pudo, entonces, ver la mano de él deslizándose sobre la cola de ella?

– El movimiento era bien claro – respondo, con un deje despectivo -: cualquiera podía darse cuenta que le acariciaba el trasero.

– Acaba de decir que le apoyó una mano sobre la cola. Ahora resulta también que se la acariciaba.

– ¡Lo hacía!

– ¿No será, Julio, su propia paranoia la que lo lleva a ver cosas que no son?

Es la primera vez en la sesión que arroja alguna duda sobre mis sospechas de infidelidad. En lugar de consolarme y evaluarlo positivamente, siento furia, pues yo sé bien lo que he visto y me indigna que este imbécil pretenda adjudicar todo a mi imaginación.

-Yo vi lo que vi – digo, con acritud -; no intente convencerme de otra cosa.

– No intento convencerlo de nada; sólo trato de cubrir todas las posibilidades. ¿El sujeto es atractivo?

-Sí, lo es – respondo, con pesar.

– ¿Qué fue lo que más le impactó de él?

Lo miro confundido. ¿Qué está sugiriendo? De pronto me invade el terror de que ahora pretenda llevar la sesión hacia una discusión en torno a mi sexualidad: otro lugar común en los psicoanalistas; yo no vine a eso.

-¿Impactar? – pregunto.

-Sí, algún detalle en él: su físico, su musculatura, sus ojos, no sé… hmm, su elegancia…

– Su bulto.

Esta vez es él quien acusa recibo; me mira ostensiblemente sorprendido.

– ¿Perdón?

Súbitamente lamento haber dicho lo que dije; me salió del alma, sin pensar, pero ahora ya es tarde para arrepentimientos y no queda más remedio que hablarlo.

– Sí, el bulto entre las piernas mientras bailaba. Destacaba particularmente entre todos los bailarines.

Frunce la boca y revolea los ojos.

– ¿Para tanto?

– Sí; me llamó tanto la atención que me puse a recorrer con la vista a los asistentes para ver si a todos les llamaba la atención.

– ¿Y era así?

– Sí, particularmente a las damas.

– Pues debía ser un bulto bastante generoso entonces. ¿Lo escudriñaban las damas que estaban solas o…?

– Casi no las había – le corto -; prácticamente estaban todas en pareja: con sus esposos, sus novios o sus vaya a saber qué.

– ¿Y aun así lo miraban?

– Más que mirarlo, lo devoraban con la vista; había que ver sus ojos libidinosos e incluso llegué a notar que a alguna le corría baba por…

– Julio – me interrumpe -; la paranoia, muchas veces, nos lleva a ver…

– ¡Yo sé que lo vi! – le corto, tajante -. ¡No me insista con esa estupidez de la paranoia!

Elevé demasiado el tono de voz. Por un momento me da la impresión de que se va a ofender o, tal vez incluso, a dar por terminada la sesión, pero no: ni se mosquea.

– ¿Y su esposa? – pregunta -… Laura dijo que se llamaba, ¿verdad?”

– Sí, Laura. ¿Qué hay con ella?

– ¿Lo miraba también?

– ¿Al bulto?

– Sí.

Me pongo evocativo; por un momento ya no estoy el consultorio sino en aquella cantina del barrio de La Boca.

– Verá… – comienzo a decir -; no sé si usted lo sabe, pero… cuando se baila el tango, la regla dice que no se mira a los ojos del compañero de baile.

– Jamás noté eso – dice, con sorpresa -. A decir verdad, no es que tenga visto tanto tango; sólo por televisión o…”

– En efecto: la mirada de la dama, particularmente, no debe estar en los ojos de su compañero sino algo más abajo…

– Entiendo, ¿qué tan abajo?”

– Digamos… en el mentón.

– ¿Y ella le miraba al mentón?

Trago aire y lo retengo por un rato antes de contestar.

– Bastante más abajo.

– ¿Le miraba el bulto?

Me da la desagradable impresión de que el tipo se está divirtiendo con mi historia; no obstante ello, le respondo:

– Sí.

– ¿Y él?

– ¿Y él qué?

– ¿En dónde tenía su mirada?

Otra vez hago silencio.

– En las tetas de ella – contesto finalmente.

– ¿Las tiene buenas?

Me remuevo en mi silla. Mis ojos se vuelven a inyectar en odio.

– ¿Qué?

– Si su esposa tiene buenas tetas.

– Creo que… esto se está yendo a cualquier lado.

– Le aseguro que no – me replica, impertérrito -, pero si así lo siente, es libre de irse y le cobraré sólo la mitad de esta sesión.

La oferta es tentadora, hay que decirlo, pero, a la vez, siento un fuerte deseo de saber hacia dónde quiere ir. Así que, a regañadientes, termino por responder:

-Sí, tiene buenas tetas. No muy grandes ni voluptuosas…

– Pero deseables – me interrumpe, en una actitud que ya raya en la insolencia.

– Sí, tal cual: deseables. ¿Es tan importante para la cuestión?

– Digamos que para entender cómo se sintió usted ante la situación primero debo visualizar el contexto en mi cabeza, así que cuantos más detalles me dé, mejor. De todos modos, dejemos por un momento a Laura y volvamos a su compañero de baile. ¿Tiene nombre?

– Me lo presentó como Nacho.

– Bien: Ignacio entonces. ¿Cómo se sintió al contemplar el bulto de Nacho?

Nuevamente me remuevo en la silla. ¿A dónde quiere llegar este estúpido? ¿Está acaso sugiriendo que soy homosexual? Intento, a pesar de todo, contar hasta diez y mantenerme tranquilo.

– No creo haberlo “contemplado” – replico, en actitud defensiva -; en todo caso lo he “notado” o me ha llamado la atención, pero no es que haya dedicado mi atención exclusivamente a…

– Déjeme a mí sacar las conclusiones correspondientes e indagar cuál era su verdadero interés en el bulto de ese hombre. Simplemente responda a lo que le pregunto…

Me muerdo el labio. Tengo el impulso de golpear mi puño cerrado contra cualquier cosa, pero me contengo. Tomo conciencia de que mis explicaciones sólo me muestran a la defensiva y eso no es bueno si lo que quiero es alejar dudas sobre una sexualidad de la cual, por cierto, no tengo dudas.

– Sentí mucha rabia… – digo finalmente.

– ¿Qué más?

– Celos…

– ¿Qué más?

– Envidia…

– ¿De quién?

Lo miro lleno de odio y en sus ojos creo hallar un destello de diversión.

– De él, por supuesto. ¿De quién va a ser?

– Volvamos sobre Aurora…

Sus súbitos cambios de tema me descolocan todo el tiempo.

– ¿Aurora? ¿Qué tiene que ver con esto?

– No tengo idea. Espero que me lo explique.

– Pues si usted no lo sabe, yo tampoco – echo un vistazo al reloj -. ¿Falta mucho para terminar la sesión?

– Eso no le concierne a usted. Aquí soy yo quien maneja los tiempos.

– Perfecto. Y a usted no le concierne la supuesta relación entre Aurora y…

– Le recuerdo, Julio, que fue usted quien sugirió que sus problemas de autoestima comenzaron a partir de la llegada de esa chica.

Mascullo rabia. Tiene razón.

– Es verdad – concedo.

– ¿Puede explicarme qué es lo que hizo esa joven para provocar un efecto a futuro tan nocivo sobre su autoestima?

Me está haciendo recordar situaciones traumáticas de mi niñez, pero, en fin, supongo que ése es precisamente su trabajo. Me quedo durante un rato tratando de procesar los recuerdos y, en la medida en que lo hago, me siento caer en un pozo.

– Ella… se complacía en humillarme.

– ¿Humillarlo?

– Sí. Ignoro la razón pero eso era lo que hacía. Parecía complacerse en degradarme públicamente.

. ¿Públicamente? ¿De qué modo? ¿Ante quiénes?

Se advierte en el tono de mi psicoanalista que está claramente interesado en el tema; lo que no logro determinar es si ello se debe a su trabajo o a un simple morbo.

– Lo hacía ante quien fuera que se le presentase la oportunidad de hacerlo, pero… sobre todo ante mis amigos.

– ¿Sus amigos? ¿Ello ocurría en su casa?

– Sí; era ella quien me insistía en que los invitase a venir.

– Usted no quería hacerlo…

– Al principio sí: eran muchas las horas que transcurrían sin que mis padres estuviesen en casa y ello daba una excelente oportunidad para reunirse, juntarse y divertirse.

– ¿Y luego qué pasó?

– Lo que ya sabe.

– Yo no sé nada, sólo lo que usted me dice.

– Aurora.

– ¿Qué ocurrió con ella?

– Lo que ya le dije; se dedicaba a humillarme ante ellos.

– ¿Podría decirme más específicamente cómo lo hacía?

– Es que… no había un único modo; lo hacía de varias maneras.

– ¿Por ejemplo?

– Bien, verá: mi madre, sobreprotectora como era, le daba precisas instrucciones de que yo no debía bañarme solo, así que ella se encargaba de hacerlo…

– Pero eso no tiene nada de humillación pública, creo; doy por descontado que lo hacía en el cuarto de baño.

– Sí.

– ¿Entonces?

– Es que… eso fue lo que permitió que ella me viera desnudo.

Me mira con extrañeza; se acomoda los lentes una vez más.

– ¿Y qué es lo que vio?

Silencio. Apesadumbrado, bajo la vista hacia mi entrepierna.

– Mi… pito.

– ¿Se refiere a su pene?

– Tal cual.

– ¿Qué hay con él?

– Pues… digamos que lo contrario de lo que le comenté con respecto al bulto del compañero de tango de Laura.

Frunce el entrecejo y mira hacia el techo como si tratara de unir cabos; de pronto la expresión de su rostro se transforma: al parecer lo ha comprendido.

– ¿Usted… tenía un pene pequeño?

– Lo sigo teniendo…

– Está bien, pero supongo que en aquel momento y siendo aún un niño, era lógico que así fuese.

– Era demasiado pequeño, aun para mi edad.

– Ajá. Entiendo. Pero sigo sin darme cuenta de por qué eso podía constituir, para usted, una humillación pública. Era algo que sabían sólo Aurora y usted. ¿O lo hizo público?

– Desde el momento en que lo supo, se valió de eso para degradarme cada vez que pudo. Cuando mis amigos venían a casa, ella, por alguna razón, oficiaba como maestra de ceremonias o animadora. Nadie le había otorgado ese rol pero, sin embargo, era la que se encargaba de organizar los juegos y demás.

– ¿Y los demás le llevaban el apunte?

– Eran chiquillos, preadolescentes… y Aurora era una adolescente ya hecha y derecha, con los correspondientes atributos.

– Entiendo. Estaba buena…

– Al menos para la mirada de un chico de doce o trece años lo estaba…

– Y entonces la seguían ciegamente en todo: si Aurora les decía que se arrojasen a un pozo ciego, lo hacían. Bien, voy entendiendo; ahora: ¿qué fue lo que hizo entonces para, como usted dice, humillarlo frente a sus amigos?

– Se le dio por organizar un torneo para ver quién tenía el pito más largo.

Abre los ojos grandes y se toma de la silla como tratando de mantenerse sobre la misma.

– ¿Hizo eso?

– Sí, hacía eso.

– ¿Hacía? ¿Está diciéndome que lo hacía regularmente?

– Sí. Su argumento era que estábamos creciendo y que, por lo tanto, las mediciones podían cambiar de una semana a la otra; eso era cierto, desde luego, pero digamos que las posiciones en el “ránking” no cambiaban demasiado.

– El pito más largo seguía siendo el más largo y el más corto seguía siendo el más corto.

– Así es…

– ¿Quién resultaba siempre el vencedor?

– Lucas. Y era lógico. Nos llevaba un par de años al resto.

– ¿Y usted en qué posición estaba?

Bajo la cabeza.

– Siempre último.

– ¿Lejos?

– Sí.

– ¿Y cómo era que terminaban mostrando sus penes? ¿Aurora les hacía bajarse los pantalones?

– Sí, a todos menos a mí.

– ¿A usted? No entiendo…

– A mí me lo bajaba ella. Y no sólo eso: me dejaba siempre para el final.

Abre los ojos enormes, mostrando sorpresa; se le escapa una ligera sonrisa.

– Es decir: a una orden de ella, todos se bajaban los pantalones, menos usted…

– Así es.

– ¿Dónde estaba ella en ese momento?

– A mi espalda y tomándome por los bordes del pantalón.

– Y una vez que todos se habían bajado el pantalón para mostrar sus penes…

– Ella me bajaba el mío.

– ¿Qué ocurría cuando lo hacía?

– Inevitablemente, una estruendosa carcajada a coro.

– ¿Ella también reía?

– Sí.

– ¿Usted se sentía muy humillado?

– ¿Y a usted qué le parece?

– ¿Lo comentó alguna vez con sus padres?

– Nunca.

– ¿Por qué?

– No lo sé; creo que le tenía miedo a Aurora.

– ¿Lo amenazaba ella?

– En realidad, no. A veces me golpeaba por tonterías: ensuciar la alfombra y cosas así, pero jamás me advirtió acerca de guardar silencio.

– Y sin embargo usted lo hacía…

– Sí.

– Le temía.

– Ya le dije que sí.

– Volvamos a su esposa… o mejor dicho, a su compañero de baile: cuando usted percibió el bulto generoso que él tenía, le retrotrajo a la vergüenza que sintió en aquellos días.

– Tal cual.

– En ese caso, usted vio a cada uno de sus amigos representado en su esposa…

– No sé si le entiendo bien.

– Claro. Al igual que pasaba con sus amigos, ella tuvo, según usted, oportunidad de comparar.

– Ah, ahora entiendo. Sí, eso es lo que creo.

– Y por eso usted sintió vergüenza. Se avergonzó de su propio pene al saber que, tal vez, su esposa estuviera disfrutando de uno mucho mayor.

– Tal cual.

– E incluso pensó en la posibilidad de que ella, secretamente, pasara a reírse de usted…

– En efecto; es la sensación que tengo.

– ¿Usted siente que, con su pene tan pequeñito, no le puede dar a ella la satisfacción que desea?

Lágrimas acuden a mis ojos.

– Sí, eso es lo que siento.

– ¿Usted le ha planteado a ella acerca de sus sospechas de infidelidad?

Niego con la cabeza.

– ¿Por qué no? – me pregunta, encogiéndose de hombros.

– Por temor…

– ¿Temor a qué? Laura no es Aurora…

– Temor a lo que pueda llegar a decir o a argumentar en su defensa…

– ¿Por ejemplo?

– Que mi pequeño miembro no puede darle satisfacción.

– ¿La cree capaz de decirle algo así?

– No lo sé, pero ante la duda no planteo el tema.

– Prefiere quedar con la duda indefinidamente…

– A veces es mejor.

– Además de reírse, ¿lo humillaba Aurora de alguna otra forma al enseñar a todos su pitito?

Cierro los ojos y cuento hasta diez para no insultarlo ni levantarme ni golpearlo. ¿Por qué tiene que decir “pitito”? Desde hace ya algún rato pareciera haber dejado atrás ciertos códigos profesionales o, lo que al menos uno piensa a priori que deberían serlo. De todas formas, me siento en necesidad de hablar el tema Aurora pues es la primera vez que lo charlo con alguien en años.

– Me lo… zamarreaba… mientras hacía voces que parecían querer sonar infantiles o bien imitar a personajes de caricatura o algo así.

– ¿Sólo ante sus amigos hacía esas cosas?

– Con el tiempo… me hizo invitar a más gente.

– ¿Ejemplo?

– Bueno… había una chica en el barrio, a la vuelta de la esquina, de quien Aurora sabía bien que yo estaba enamorado.

– ¿Cómo lo sabía? ¿Era su confesora?

– No hacía falta ser demasiado avispada para darse cuenta de cómo me ponía yo cuando la veía.

– Ajá… Entonces Aurora le dijo que la invitase, ¿es así?

– Tal cual.

– ¿Va a decirme que también le bajó el pantalón delante de ella? ¿A título de qué? Lo que quiero decir es que no es lo mismo que con sus amigos; allí no había lugar para competencia alguna.

– En realidad lo hizo estando todos; simplemente repitió la competencia y a ella le tocó ser espectadora privilegiada.

– Y así lo humilló también delante de ella.

– Sí…

– Pero usted sabía que había altas probabilidades de que eso ocurriera: es decir, si Aurora quería a esa chica en la casa, no podía ser para ora cosa más que para humillarlo ante ella.

Lo miro, rojo en furia. Él permanece con los brazos en jarras a la espera de una respuesta de mi parte que, al parecer, debe considerar que se cae de madura.

. No, no lo sabía – digo, tajante.

– Yo creo que sí.

Juro que me falta poco para saltarle encima. Está queriendo decir que yo, en realidad, me sometía a esos juegos queriendo ser humillado. No obstante, hago el esfuerzo por mantenerme calmo y replico con firmeza, pero tranquilo:

– No, no lo sabía – insisto.

– Bien, no importa; ¿esa chica también se rio de usted?

– Hmm, creo que se sintió algo sorprendida o confundida; no dijo nada en realidad.

– ¿Volvió luego de eso?

– No.

– ¿Se siguió hablando con ella?

– En realidad no nos hablábamos demasiado ya antes de ese episodio; yo estaba enamorado de ella, pero mucho lugar no me daba…

– ¿Y después de eso?

– Menos que menos…

– Lógico.

– ¿Perdón?

– ¿Fue la única vez en que Aurora lo humilló ante mujeres?

– No; volvió a hacerlo ante amigas, compañeras de colegio.

– ¿Lo obligó también a invitarlas?

– Suena raro decir que me obligó…

– Pero en la práctica fue lo que hizo.

– Sí. En la práctica, sí…

– ¿Y cómo reaccionaron ellas al verle con el pantalón bajo?

– Rieron a carcajadas.

– Claro, estaban en grupo; eso desinhibe. Julio, voy a pedirle algo…

– ¿Qué vuelva la próxima semana?

– Quedan aún unos minutos de sesión; es otra cosa en realidad. ¿Se podría poner de pie?

Mi confusión es absoluta. Lo miro sin entender, pero él, simplemente, gesticula con la palma de su mano izquierda hacia arriba, conminándome claramente a pararme. Hago lo que me dice.

– Ahora bájese el pantalón – me dice, de sopetón.

Es como un golpe en pleno pecho; no esperaba algo así: es psicoanalista, no médico.

– ¿P… perdón?

– Necesito saber qué tan fundamentadas estaban todas esas burlas y humillaciones de las que usted era objeto.

O sea, está claro: el tipo quiere ver si mi miembro, ése del cual hace rato que le vengo hablando, es justo merecedor de tanta mofa. La situación es de lo más incómoda y sólo pienso en irme.

– ¿Es… necesario? – pregunto.

– Absolutamente. Y ya sabe que puede dar por terminada la sesión e inclusive la terapia cuando no se sienta a gusto.

De pie en el centro del consultorio, vacilo durante algún rato. Sí, él tiene razón: yo puedo perfectamente marcharme cuando así lo desee; sin embargo, soy consciente de que, por primera vez en años, estoy desentrañando traumas de infancia y adolescencia, lo cual es motivo suficiente para no querer cortar lo que ya empecé. No hay tanto problema, después de todo, en enseñarle lo que quiere ver. Así que, lentamente, me desabrocho el pantalón y me lo bajo a la mitad de los muslos.

– También el calzoncillo – me dice él, en lo que ya para esta altura es obvio. Hago lo que me dice, dejando así mi pitulín al aire; no puedo evitar bajar la cabeza al piso con vergüenza.

– Acérquese un poco – me dice, mientras se acomoda por enésima vez los lentes; ignoro si en ese acto hay también algo de burla. De hecho, yo estoy bastante cerca de él, de modo tal que para hacer lo que me pide, sólo recorro un paso. No sé: la sensación que me deja es que me hace acercar como un modo de dejarme en claro que mi pito no se puede visualizar bien a la distancia.

Me estudia la entrepierna con detenimiento durante algún rato, lo cual contribuye a aumentar mi nerviosismo. Intento descubrir en la expresión de su rostro si se está divirtiendo o, simplemente, siente lástima, pero nada: no trasunta sensación alguna. Luego baja nuevamente la vista hacia el bloc de notas y garabatea algo: ¿qué carajo puede estar anotando? ¿Pito corto? Por lo pronto, mi nerviosismo sigue en aumento y las piernas comienzan a temblarme.

– ¿Me subo el pantalón? – pregunto.

– No. Quédese así – responde, sin dejar de anotar ni levantar la vista del papel -. Le hago una pregunta, Julio: ¿tiene usted sexo normal con su esposa?

Bien; su rostro no dejó traslucir nada al ver mi miembro, pero con esta pregunta me termina de confirmar que lo que ha visto en mí es, en efecto, un pene bien pequeño.

– No… sé qué es lo que define como normal.

– ¿La encuentra satisfecha luego de tener relaciones?

Otra vez me comienza a rodar una lágrima. Carraspeo antes de responder:

– No sé qué decir…

– Eso significa que no – dictamina él, siempre manteniendo el tono profesional (aunque no sé si los códigos) -. ¿Le practica sexo anal?

La pregunta es tan embarazosa que no puedo responderla; sólo niego con la cabeza. Él levanta la vista de sus notas ante mi silencio y, cuando me clava la vista, vuelvo a negar.

– ¿Porque ella no quiere? – me pregunta.

– Al contrario – respondo, con pesar -: ella sí quiere.

– Pero con esa pequeñez apenas puede hacerle cosquillas en la cola, ¿verdad?

Cada vez es más gráfico en sus comentarios y, ahora sí, siento claramente que me ridiculiza. Asiento con la cabeza.

– ¿Lo intentó? – me repregunta.

– ¿El sexo anal?…

– Sí.

– Sí.

– ¿Y cómo funcionó?

No contesto; mantengo la vista baja y me muerdo el labio inferior. Durante algún rato, permanezco buscando las palabras justas, pero no las encuentro, así que mi silencio termina por ser la más clara respuesta. Él asiente con la cabeza y vuelve a su bloc de notas.

– ¿Era su pequeño pene el único motivo de humillación permanente por parte de Aurora? – me pregunta.

– N… no… había también otros.

– ¿En relación con su anatomía?

– Sí.

– ¿Ejemplo?

– Mi cola…

– ¿Qué pasa con ella?

– Bien, es que… – se me quiebra la voz -, yo iba creciendo y veía que a otros chicos les salía vello por todo el cuerpo y a mí no.

– Aurora se dio cuenta de eso, ¿verdad? De hecho, lo bañaba a diario.

– No sólo se dio cuenta, sino que se encargó de hacérmelo sentir.

– ¿También lo sometió a juegos de comparación con sus amigos?

– Tal cual.

– ¿Qué edad tenía usted para entonces?

– Unos… quince o dieciséis.

– Ups, bastante grande; ¿y aún lo seguía bañando ella?

– Ya le dije que sí…

– Bueno, y dígame: ¿los hacía desnudarse a todos para así dejar en evidencia que a usted no le había salido vello corporal?

– Hmm, no nos hacía desnudar exactamente, sino… mostrar la cola.

– Entiendo: usted no tenía vello en la cola, ¿verdad?

– Sigo sin tenerlo… – digo, con la mayor vergüenza.

– A ver, gírese.

Lo miro con cara de pocos amigos; su rostro sigue sin trasuntar nada y se cae de maduro que lo único que espera de mí es que haga lo que me está ordenando (porque, sí, literalmente es así: me ordena). Avergonzado al punto de lo indecible, me giro y le muestro mis nalgas. En eso siento que una mano de él se apoya sobre mi carne y doy un respingo.

– Lindo culito… – me dice, al tiempo que me entierra las uñas al punto de hacerme casi gritar; aun así, busco permanecer en mi sitio -. ¿Y qué decía Aurora al respecto?

– Que… yo… tenía un… culo muy femenino, casi de chica.

– Y tenía razón. Perfectamente redondeado y terso, sin vello alguno.

Realmente me cuesta creer lo que oigo y… siento. No sé qué clase de psicólogo le toca las nalgas a sus pacientes; de hecho, ya ahora ni siquiera me toca: me acaricia abiertamente. Quiero despegarme, rehuir del contacto, pero, sin embargo, parece como que me tuviera sujeto por la cola sin dejarme mover. Es una sensación, desde luego, ya que todo lo que hace es apoyar su mano sobre mi nalga… y acariciarme con total descaro.

– ¿Y cómo reaccionaban el resto al ver su cola? – me pregunta, sin dejar de tocarme.

– Reían… se burlaban… me chiflaban como si yo fuera una chica, algunos incluso me tocaban…

– ¿Tal como yo lo estoy haciendo ahora?

Trago saliva; me corren gotas de sudor por la frente.

– Sí, tal cual.

– Y a usted le gustaba, ¿verdad?

– ¡No! – exclamo, colérico.

Mi brusquedad al responder lo deja en silencio por algunos segundos; sin embargo no da la sensación de haberse amilanado; me sigue recorriendo la carne del mismo modo que hace rato lo viene haciendo.

– Es que… – dice, finalmente -; la verdad es que el suyo es un culito bien de nena y muy apetecible. Era lógico que quisieran tocarlo. ¿Y qué hacía Aurora ante eso?

– Nada… Sólo los dejaba hacer.

– Y usted también…

Giro la cabeza por sobre mi hombro, inyectado en furia. Lo miro con ojos llenos de ponzoña, pero él no parece inmutarse demasiado; no deja de acariciarme y, por el contrario, esboza una ligera sonrisa.

– No se ponga nervioso, Julio. Es mi trabajo rastrear posibles manifestaciones del inconsciente de cuya existencia el paciente nunca se haya percatado.

– ¡Inconsciente una mierda! – bramo -. ¡Yo no soy puto!

Vuelve a sonreír:

– Si usted lo dice…

A cada momento lo detesto más. Ese deje de burla en su odiosa sonrisita está a punto de hacerme perder los estribos de un momento a otro.

– Explíqueme eso de que Aurora “los dejaba hacer” – me pregunta.

– Pues… simplemente no hacía nada al respecto – respondo mientras vuelvo a girar mi mirada hacia el frente -; por el contrario, los conminaba e invitaba a tocarme.

– Interesante. ¿Y algo más?

– A veces me… obligaba a inclinarme para facilitarles su labor.

– ¿Lo obligaba?

– Sí.

– Ella no lo obligaba, Julio.

– Sí lo hacía.

– ¿De qué modo? ¿Lo amenazaba en alguna forma?

– No.

– Entonces no lo obligaba, Julio.

Resoplo. Tomo aire. Una vez más, busco mantenerme calmo para responder.

– Quizás no me obligaba, pero ella…

– ¿Perdón?

– ¿Hmm?

– ¿Qué dijo?

– ¿Cuándo?

– Recién…

– Estaba por decir que ella era bastante mayor que yo y…

– No le pregunto qué estaba por decir, sino pidiéndole que repita lo que dijo…

Otra vez resoplo.

– No entiendo adónde va…

– Me pareció que usted dijo que quizás ella no lo obligaba…

– Sí – concedo, a regañadientes -; precisamente, estaba diciendo que ella quizás no me obligaba, pero…

– Quizás no lo obligaba – repite, como si me hiciera eco; giro mi cabeza nuevamente por sobre el hombro y lo veo anotando algo en su bloc. Cuando menos, dejó de tocarme, pero me intriga sobremanera el saber qué escribe; luego vuelve su atención hacia mí -. Adelante, prosiga…

El muy maldito está poniendo a prueba mi paciencia, pero también mis defensas. No sé si lo mejor es largarme de allí o seguirle la corriente.

– Bien… – digo, en voz baja y luego de aclararme la garganta -: lo que le… decía es que… Aurora era mayor que yo; mis padres le habían otorgado el trabajo de cuidarme y yo no podía contradecir mucho su voluntad.

– Lo está diciendo bien: sus padres le habían dado el trabajo de cuidarlo, no de disponer por usted.

– Pero… tácitamente le habían dado ese poder.

– Usted se lo dio…

El sudor sigue perlando cada vez más mi frente.

– Como sea… – digo finalmente, en lo que termina por ser una claudicación -; a esa edad, ella para mí era enorme, inmensa… y no entraba dentro de mi mente el contradecirla.

– Ya para ese entonces usted no era un niño; me acaba de decir que era un adolescente.

– Sí, lo era pero… la imagen de ella me quedó marcada desde mis doce años y, por lo tanto…

– Se supone que al entrar en la pubertad, se comienza a reaccionar contra lo instituido y, de manera muy particular, contra las imágenes que nos retrotraen a la infancia.

Lo odio, pero insisto: hay que conceder que el tipo es bueno en lo suyo.

– Sí, puede ser… o no, no lo sé…

– Volvamos a su culo – vuelve a apoyar su mano sobre mi nalga y doy un nuevo respingo -. ¿qué más hacía Aurora que lo humillara?

La cabeza me da vueltas; hurgo en el pasado una y otra vez y desempolvo recuerdos que preferiría mantener allí, encerrados. Sin embargo, me debato entre la doble necesidad de callar y hablar; después de todo, necesito de una vez por todas arrancar los fantasmas de mi pasado.

– En ocasiones… recuerdo haberme sentido algo afiebrado. Cuando eso ocurría, mi madre, antes de irse, le encomendaba especialmente a Aurora que me controlase.

– ¿Cómo?

– Pues… debía tomarme la fiebre cada tanto.

– Ajá. ¿Y cómo se relaciona eso con la humillación? Y con su cola, je…

Es la primera vez que le oigo reírse: fue sólo un “je”, pero ya se halla un paso por encima de las mordaces y sutiles sonrisitas que le había captado antes. Maldito imbécil, ¿acaso lo está disfrutando?

– Es que… mi madre le dejaba encargado a Aurora que debía tomarme la fiebre colocándome el termómetro en…

Esta vez el tipo se ríe abiertamente y sin ningún reparo.

– ¿En la… colita? – me pregunta, con la voz entrecortada por la risa.

– Tal cual… – respondo, apenas en un susurro mientras las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas.

– Bien. Y supongo que Aurora cumplía con lo encomendado…

– Más de la cuenta…

– ¿Más de la cuenta?

– Sí

– Explíquese, por favor.

– A veces… ni siquiera hacía falta que me tomara la temperatura. Ésa era una instrucción específica que mi madre le daba cuando yo me encontraba afiebrado, pero Aurora lo convirtió en rutina…

– ¿Le metía el termómetro en el ano todos los días?

– Sí… – mi voz ya es un débil hilillo.

– No entiendo. Es decir… entiendo que, en sí, es humillante, pero me dio la impresión de que usted hablaba de humillación pública y no privada…

– Lo hacía delante de mis amigos

– ¿Sus amigos? – pregunta el psicoanalista, lleno de incredulidad.

– Sí. Y mis amigas también.

– ¿Cómo era eso?

– Lo hacía a propósito – digo, entre sollozos -. Ella… esperaba a que ellos llegaran para venir a tomarme la fiebre. No había ninguna necesidad de hacerlo.

– ¿Y lo hacía a la vista de todos? ¿No lo llevaba aparte? ¿A su cuarto o al baño?

– No, jamás. Siempre a la vista de todo el mundo. Me hacía colocar boca abajo en el sofá que se hallaba en el medio del living.

– ¿Qué hacían sus amigos? O sus amigas…

– Reían a más no poder, desde ya. Ella, inclusive, a veces se marchaba para hacer algo en la cocina y me dejaba allí, largo rato sobre el sofá con el termómetro enterrado en la cola.

– A la vista de ellos.

– Claro…

– ¿Qué hacían ellos?

– Reían… todavía más; se burlaban de mí con absoluta crueldad. O jugueteaban con el termómetro en mi cola: me lo introducían aun más adentro… o imitaban una penetración… o bien lo hacían girar en círculos dentro de mi orificio anal.

– ¿Las chicas también le hacían eso?

– Ellas eran, justamente, quienes más se ensañaban. Y mostraban un morbo muy espe…

De pronto doy un salto hacia adelante; acabo de sentir un objeto largo y fino intentando entrar en mi orificio. Al girarme, me encuentro con que el tipo me mira sonriente mientras sostiene el bolígrafo en su mano: es eso lo que acabo de sentir en mi retaguardia. Mi rostro se tiñe de odio:

– ¿Qué… hace?

– Le informo, Julio: para que usted pueda resolver sus problemas de autoestima, es imprescindible desenterrar todos los traumas del pasado. Y la mejor forma de hacerlo es reconstruyendo el marco en el cual esos traumas aparecieron. Si tuviera un termómetro aquí, se lo metería en el culo ya mismo; le puedo asegurar que nos sería muy útil. Pero no habiendo termómetro, bueno es un bolígrafo, así que le pido que me deje continuar con mi trabajo.

Crispo los puños. Estoy perplejo y no puedo dar crédito a lo que oigo: definitivamente, ésta no es la idea que tengo de una terapia ni, mucho menos, este sujeto representa la imagen que tengo de lo que debe ser un psicoanalista. Mis piernas tiemblan y no puedo controlarlo. Echo un vistazo a mi reloj.

– Creo que… estamos pasados de hora – digo -; sería mejor ir terminando por hoy…”

– Déjeme a mí el decidir cuándo se termina la sesión –me replica, tajante -. Además, no hay nadie después: el suyo es el último turno, así que no se preocupe; podemos estirarnos. Y por otra parte… mírese un poco. ¿Adónde piensa ir así?”

Al principio no entiendo a qué se refiere; sólo veo que señala hacia mi entrepierna. Bajo despaciosamente la vista y me encuentro con que mi pene, diminuto e insignificante… ¡está erecto! Muero por la vergüenza y busco cubrirme inmediatamente con las manos aunque, claro, ya no tiene sentido. ¡Con tanto toqueteo, sumado al bolígrafo en mi cola, este hijo de puta me ha hecho parar la verga! Lo miro de reojo y apenas por debajo de las cejas: luce una expresión algo divertida en su rostro.

– ¿Ya se calmó, Julio? – me pregunta, aunque bien sabe que mi aparente calma es en realidad frustración y resignación -. Ahora, ubíquese en el diván por favor.

Era raro que no me lo hubiese indicado antes. De hecho, al entrar yo ya había notado la presencia del mueble icónico del psicoanálisis, pero sé que hay profesionales que lo usan y otros que no; como él no me había dicho nada al respecto, di por sentado que era, más bien, de los que, justamente, tienen el diván sólo por cuestiones ornamentales o, tal vez, por considerar que la presencia del mueble les ayudaba a provocar una buena impresión inicial en sus clientes. Sin embargo, nunca esperé que me saliera con eso de ir al diván cuando ya la sesión lleva largo rato comenzada.

Él tiene razón: por pequeño que sea mi bulto bajo el pantalón, no puedo ir así a ningún lado así a ningún lado en caso de pretender hacerlo. Opto entonces por hacer lo que está pidiendo… u ordenando: camino los pocos pasos que me separan del diván y, una vez ante el mismo, comienzo a girar mi cuerpo de tal modo de dejarme caer de espaldas.

– No – me interrumpe, en seco -: colóquese boca abajo.

Es la primera vez que oigo una cosa así. Lo miro lleno de incredulidad.

– ¿B… boca abajo?- balbuceo.

– Sí – me responde, y en lo breve de su respuesta siento que me está diciendo que no tiene por qué explicarme sus decisiones.

Hago, desde luego, un amago por subirme el pantalón, ya que me turba sobremanera el hecho de quedar sobre el diván con mi culo expuesto para él; sin embargo, me detiene en el acto:

– Mantenga el pantalón bajo. Y el calzoncillo también.

No parece haber lugar para discusión posible y mi poca capacidad de resistencia ha quedado prácticamente anulada desde el momento en que descubrí mi pene erecto. Me acomodo, justamente, tratando de introducirlo entre dos almohadones para que así no me sea tan incómodo el estar boca abajo. No puedo ver al psicoanalista, pero oigo sus pasos: se acerca. De pronto, siento otra vez el frío contacto de un objeto delgado y alargado hurgando en mi entrada anal; juega un poco allí, como describiendo círculos y, finalmente, entra. Se me escapa un involuntario gemido mientras el bolígrafo va ingresando hasta que me da la impresión de que está enterrado en su casi totalidad.

– ¿Así era como Aurora le tomaba la temperatura? – me pregunta; sigo encontrándole un deje divertido en el tono de su voz.

– Sí. S… suponiendo que eso fuera un termómetro, sí: tal cual.

– ¿Se siente ahora transportado a ese momento?

Silencio: no respondo; la realidad es que sí.

– Y usted dice que a veces Aurora se marchaba y lo dejaba así, en presencia de sus amigos.

– Sí… eso era lo que hacía.

– ¿Hasta qué edad ocurrió eso?

– Hasta mis dieciocho años, cuando Aurora dejó de trabajar con nosotros.

– ¿Qué ocurrió? ¿La despidieron?

– Nunca lo supe; supongo que yo era ya lo suficientemente grande como para cuidarme por mí mismo.

– Entiendo. ¿Y no volvió a saber de ella?

– No.

– ¿Le hubiera gustado?

Silencio.

– ¿Lamentó que ella fuera despedida?

Silencio.

– ¿La extrañó durante todos estos años?

Silencio, silencio y más silencio…Dicen que el que calla otorga: yo lo hice tres veces, pero el hecho de no haber respondido de manera decidida con la negativa, ya es en sí mismo un dato que me atormenta. Al menos Pedro, según se dice, negó a Cristo tres veces, pero no guardó silencio: yo ni siquiera tengo esa dignidad… O bien mis defensas ya prácticamente no existen.

CONTINUARÁ

Relato erótico: “Aunque me costó: ¡Por fin me follo a mi mujer!” (POR GOLFO)

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Segundo episodio de Marina, la perroflauta con la que me casé.
Tal y como os comenté en el primer episodio, la vida me sonreía pero me faltaba un hijo para sentirme satisfecho. Por eso me puse a buscar una mujer con la que tener descendencia. El problema fue que cuando la encontré resultó que no solo era una extremista sino que me odiaba porque sin saberlo había mandado a su padre al paro.
Aunque éramos polos opuestos, vi en ella un oponente formidable y por eso cediéndole la mitad de mi fortuna me casé con ella. No teníamos nada en común, ella era una activista de izquierdas y yo un potentado. Ella creía en elevados ideales y para mí, el dinero era mi razón de ser.
Para colmo, en mi despedida de soltero, contrato a una puta que parecía su clon que resultó una mujer maravillosa…
 
 
Mi noche de bodas
Al terminar nuestro banquete de boda, pensé que había llegado el momento de hacerla mía y por eso, acercándome a su lado, le susurré al oído:
-No es hora que nos vayamos a la cama.
-Claro, “cariño”- contestó la muy zorra- tú a la tuya y yo a la mía.
Creyendo que iba de broma le recordé el contrato que habíamos firmado. Fue entonces cuando soltando una carcajada, sacó una copia de su bolso y me dijo:
-Para ser un tiburón financiero, tienes muy malos asesores. Léelo bien. Este contrato solo me obliga a engendrar a tu hijo, no ha tener vida marital.
-Te equivocas- respondí cabreado- lo he redactado yo mismo y sé que te obliga a vivir bajo mi mismo techo.
Descojonada, me contestó:
-Tu mayordomo vive bajo tu mismo techo. ¿Eso significa que te acuestas con él?
-¿Y cómo cojones vas a quedarte embarazada sino es acostándote conmigo?
-Con inseminación artificial- respondió disfrutando la hija de perra.
-Me niego- protesté.
-Entonces te demandaré por incumplimiento de contrato y no solo me quedaré con mi 50% sino también con el tuyo.
 Dándome cuenta por primera vez del lío en el que había metido, salí hecho una furia del salón. Hasta mi llegó el sonido de sus risas.
“Sera puta”, pensé, “esto no se queda así”.
Sentado en la barra del bar, llamé a mi abogado y tras explicarle el tema, me dijo:
-Manuel, ¿Puedo serte sincero?
-¿Tan mal lo ves?
Se tomó unos segundos para contestar diciendo:
-Según mi opinión profesional, estás jodido. El contrato ha sido mal redactado y tu única solución, aunque no está nada claro que ganes, es que intentes anularlo.
Sin poder echar la culpa a nadie más que a mí, colgué el teléfono y pedí una copa al camarero. Anular el contrato además de casi imposible, significaría que había ganado esa cabrona y por eso apurando de un trago mi whisky pedí otro más mientras pensaba en cómo solucionarlo. Tenía claro que no iba a dejar que esa cría se saliera con la suya y encima se quedara con la mitad de mi dinero pero no se me ocurría como darle la vuelta.
Cuando más desesperado estaba por no encontrar una salida, sentí que me tocaban en el hombro. Al darme la vuelta, vi que Marina con otro traje sonreía a mi lado. Pensando que venía a torturarme, ni siquiera me digné a saludarla y me di la vuelta.
-Chiquillo, ¿Así es como saludas a tus amigas?
Al escuchar su acento sevillano, caí en que no era mi nueva esposa sino su clon. Sentí que mi noche iba a cambiar y levantando mi culo del asiento, le pedí que me acompañara.
-¿Qué te ocurre para estar tan malhumorado?- me preguntó mientras llamaba al camarero.
Increíblemente no me importó su pregunta ya que entre nosotros se había tejido una extraña amistad impensable entre puta y cliente. Quizás por eso o puede que en ese instante necesitara una segunda opinión, le expliqué lo sucedido. La muchacha me escuchó atentamente y solo cuando terminé, me soltó con su típico gracejo andaluz, muerta de risa:
-La jodida te tiene agarrado de los huevos.
-Así es- respondí de mejor humor por la burrada- es peor que la serpiente de la biblia.
Fue entonces cuando me percaté que no sabía su nombre porque la noche anterior había insistido en que la llamara Marina, por eso bromeando con ella, le solté:
-¿Qué quieres por tu nombre real?
-Poca cosa, un beso y…mil euros.
Saqué de inmediato de mi cartera su tarifa pero antes de dársela, le dije:
-Espero que esto incluya toda la noche.
Descojonada, la castaña me respondió:
-Por supuesto, puedo ser una puta cara pero no una estafadora como tú.
Encantado por su caradura, le di un beso e insistí en que me dijera como se llamaba.
-Triana me puso mi santa madre.
Satisfecho por no tener que llamarla como a ese engendro del demonio y volviendo al tema que me había llevado hasta la barra de ese bar, le dije:
-¿Se te ocurre algo para salir de este embrollo?.
-Lo tienes fácil…- contestó haciendo una pausa-…¡Mátala! o ¡Viólala!
-No seas bestia- respondí soltando una carcajada- matarla lo había pensado pero lo de violarla me parece muy duro.
-“Quillo”, entonces tendrás que enamorarla. Estoy segura que esa zorrita se moja con solo pensar en que te la tires.
-¡No la conoces! ¡Es fría como un tempano!
Sin importarle las demás personas que estaban en el local, cogió mi mano y se la llevó a la entrepierna diciendo:
-Si eres capaz de excitarme sabiendo que solo eres un cliente, ¿Qué crees que le ocurrirá a esa niña?
Su optimismo me dio esperanzas y bastante más verraco de lo que nunca le llegaría a reconocer, pagué nuestras copas y directamente, me la llevé a la habitación.
Nada más cerrar la puerta, Triana se lanzó sobre mí y sin darme tiempo a quitarme los pantalones, sacó mi pene de su encierro. Pensé que iba a hacerme una mamada pero en vez de arrodillarse, se bajó las bragas y me pidió que la tomara. Su entrega me calentó de sobre manera y apoyando su espalda contra la pared, la cogí en mis brazos y de un solo arreón la penetré hasta el fondo.
-¡Animal!- chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida.
La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sacando sus primeros gemidos. Sabiendo que no estaba suficientemente lubricada, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara diciendo:
-¡Fóllame!
Fusionando nuestros cuerpos con un ritmo brutal,  la garganta de la muchacha no dejó de aullar al mismo tiempo que sentía su coño forzado. En pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas mientras Triana se derretía en mis brazos con una extraña facilidad. Sin llegarme a creer su entrega, fui testigo de su orgasmo aún antes de que el mío diera señales. Manteniéndola en volandas, disfruté de su placer mientras en mi entrepierna se iba acumulando la tensión.
Sin estar cansado, la llevé hasta la cama y tumbándola sobre el colchón, la volví a penetrar con mi miembro. Esta nueva postura me permitió deleitarme con la visión de sus enormes pechos bamboleándose al ritmo de mis caderas mientras su dueña pedía mis caricias. Absorto en esas dos maravillas, las acerqué a mi  boca.
Triana berreó como una loca cuando sintió la tortura de  mis dientes sobre sus pezones. Ya totalmente fuera de sí, clavó sus uñas en mi espalda. El dolor que sentí azuzó mi morbo y deseando derramarme en su interior, comencé a galopar sobre ella. Con mi pene golpeando su vagina y mis huevos rebotando contra su sexo, exploté dentro de su cueva  mientras a mis oídos llegaban sus gritos de placer.
Agotado me desplomé a su lado. Aunque no me lo esperaba, Triana se abrazó a mí y con su cabeza sobre su pecho, sonriendo me soltó:
-Definitivamente, Marina tiene suerte- y levantando su mirada, me preguntó: -¿A qué hora os marcháis?
-A las ocho- respondí.
Mirando su reloj sonrió y dijo:
-Tengo tres horas para que nunca olvides tu noche de bodas….
 
Nuestro viaje en avión.
 
Esa mañana me levanté gracias a la alarma del despertador. Había dormido poquísimo pero no me arrepentía, mi noche de bodas había resultado perfecta de no ser que la había pasado con una mujer que no era mi esposa. Lo único malo fue que al abrir los ojos, la sevillana había desaparecido. Asumiendo su papel, discretamente se había marchado sin despedirse.
“¡Qué muchacha más encantadora!”, me dije notando su ausencia.
Lamentando en cierta forma el haberme casado con Marina y no con Triana, me vestí y bajé a encontrarme con mi esposa. La muy hija de perra estaba esperándome en el hall y nada más verme se acercó a mí, diciendo:
-Tienes mala cara, ¿Te emborrachaste ayer?
-Para nada- respondí- un ángel se apiadó de mí y me hizo olvidarme de la que faltaba en mi cama.
La mera insinuación de que había pasado la noche con otra mujer, curiosamente le afectó y de muy mal humor, me pidió que saliéramos rumbo al aeropuerto. Durante el trayecto en coche, se mantuvo en silencio demostrándome sin querer su cabreo. Pensando en su reacción, por primera vez, dudé si Triana tenía razón y esa perroflauta en verdad se sentía atraída por mí.
“Es imposible”, sentencié.
Ya en mi avión particular y en vista de su silencio, saqué unos informes sobre el país donde íbamos para ver si había alguna posibilidad de hacer negocio aprovechando mi estancia.  Al cabo de una hora me había hecho una idea de lo que me iba a encontrar; Sierra Leona es el segundo país más pobre del mundo. Su pobreza viene en gran medida de la guerra civil que ha devastado ese país durante décadas, así como por la corrupción de sus gobernantes. Tras leer que entre  sus riquezas naturales estaba una de las reservas más importante de “rutilo”, me empezó a interesar ya que ese mineral es la base para extraer  “titanio”.
-Coño- me dije- puede que no haya sido tan mala idea venir hasta el culo del mundo.
Cogiendo el teléfono, llamé a un contacto para que me investigara si había forma de contactar con los actuales gobernantes. Acababa de colgar cuando al girarme, vi que Marina estaba dormida en un asiento cercano.
“Dormida parece hasta buena”, pensé.
Recreándome, observé su belleza. La naturaleza le había sido generosa, no solo era una mujer bellísima sino que tenía un par de poderosas razones realmente espectaculares. Vestida con un vestido de algodón, se veía a través de la tela que sus pechos estaban decorados con dos negros y hermosos pezones.
“Está bien buena”, sentencié ya interesado.
Bajando mi mirada por su cuerpo, disfruté de sus piernas.
“Es perfecta”.
Sus muslos y sus pantorrillas parecían cincelados por un escultor, pero lo que realmente me dejó impresionado fue la perfección de sus pies. Cuidados con esmero, tenía las uñas pintadas de rojo.
Llevaba al menos cinco minutos admirándola cuando oí que se quejaba de la postura. Apiadándome de ella, me acerqué y sin despertarla, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta la cama que había en el pequeño dormitorio del avión. Al depositarla sobre las sabanas, la vi tan bella que no me pude retener y le robé un suave beso.
Fue entonces cuando abriendo los ojos, sonrió y me dijo:
-Aunque seas un ladrón, gracias.
Creí ver en su respuesta una clara invitación y por eso quise tumbarme a su lado pero ella lo impidió diciendo:
-Sigue trabajando y déjame en paz.
Su tono indignado me hizo salir de ese compartimento y enfadado, volver hasta mi asiento.
“Será hija de puta”, mascullé.
Desgraciadamente para mí, esa mujer me atraía y sus desplantes lo único que conseguían eran incrementar mi deseo. Intentando olvidar su presencia, intenté concentrarme en la pila de informes que tenía que revisar pero me fue imposible.
¡No podía quitármela de la mente!
No me siento muy orgulloso de lo que os voy a contar pero dejando a un lado los papeles y actuando como voyeur, conecté vía ordenador con la cámara instalada en esa alcoba. Mi primera sorpresa fue descubrir que creyéndose a salvo, Marina se había desnudado pero la segunda y sin duda la mayor de las dos, fue percatarme que esa supuestamente frígida se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No puede ser!”, exclamé mentalmente mientras seguía totalmente hipnotizado esa escena.
Durante un largo rato, violé su intimidad observando como mi esposa masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones. La razón pero sobre todo la moral me empujaban a apagar el portátil, pero el morbo de espiarla mientras esa mujer se dejaba llevar por la pasión me lo impidió. Así fui testigo de cómo Marina se iba calentando sin ser consciente que su lujuria estaba siendo observada por mí.
“Dios, ¡Que erótico!”, sentencié mientras en la otra habitación, la mujer disfrutaba.
Coincidiendo con su clímax, me pareció leer en sus labios mi nombre.
“Me he equivocado”, pensé al parecerme imposible que fuese yo el objeto de su deseo, “¡Debe estar pensando en otro!”.
Celoso hasta decir basta, apagué el puñetero ordenador y me serví una copa.  Aunque me serví mi whisky preferido, no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba ocupada recordando la visión de su cuerpo mientras se masturbaba. Desplomándome sobre mi asiento, descubrí aterrorizado que ya no era cuestión de amor propio sino que realmente deseaba hacerla “mi mujer”.
 
Llegamos a Sierra Leona.
 
El aterrizaje en el aeropuerto de Lungi transcurrió sin novedad a pesar de lo exiguo de su pista. Al bajarnos del avión, ese país nos recibió con una bofetada de calor que me hizo pensar en un horno a todo gas.
-¡Puta madre! ¡Qué bochorno!- exclamé casi sin respiración.
A mi lado, mi esposa se rio de mí diciendo:
-Solo a ti se te ocurre venir con corbata.
Sé que debí de hacerla caso pero el orgullo me impidió quitármela en ese instante. Soportando más de cuarenta grados, la seguí hasta la terminal. Dentro del edificio, la situación empeoró porque al calor del ambiente se sumó el producido por el gentío allí congregado.
“A la mierda”, me dije y claudicando, me desprendí de la puñetera corbata.
Por mucho que fuera el aeropuerto de la capital de ese país, sus instalaciones eran una mierda. Sin aire acondicionado y con sus muros agrietados, me hizo temer lo que nos íbamos a encontrar en el campo de refugiados. Mi humor ya era pésimo pero al ver la alegría con la que esa mujer entregaba los pasaportes al policía, se incrementó mi malestar y nuevamente me arrepentí del día que tomé la decisión de casarme con esa mujer.
“Está disfrutando la muy zorra”, rumié  entre dientes de muy mala leche.
Cualquier situación es susceptible de empeorar, dice una de las leyes de Murphy y doy testimonio de su veracidad. Si ya de por sí, ese calor era inhumano cuando por fin salimos de la terminal y junto con los miembros de la ONG nos subimos en la parte de atrás de una pick-up, comprendí las penurias que tendríamos que soportar durante ese jodido mes.
-Verdad que es precioso- soltó Marina camino a nuestro destino.
“¡Es un estercolero!”, pensé pero en vez de exteriorizar mi espanto, le respondí:
-Maravilloso.
-La pena es que a este paraíso lo jodieron las internacionales con sus oscuros intereses.
Debí morderme la lengua pero me indignó la forma tan evidente con el que retorcía la historia a favor de su ideología y sin medir las consecuencias, le solté:
-¡No me jodas! A todas las multinacionales les interesa la estabilidad para así hacer negocios, a esta tierra la ha devastado la división entre sus diferentes tribus.
Mi respuesta cargada de razón no la satisfizo y dimos inicio a una larga discusión donde ella achacaba todos los males de ese pueblo a  los mercaderes de armas y yo, a su incultura y al odio entre las diferentes etnias. Nuestros compañeros de batea nos miraban acojonados. Sin atreverse a intervenir, no les parecía normal que unos recién casados discutieran de ese modo.
En un momento dado, Marina dando por finiquitada la discusión soltó:
-Mejor dejémoslo porque no eres más que un fascista.
Incapaz de quedarme callado, respondí:
-Tienes razón, es imposible hacer razonar a una perroflauta como tú.
 Con nuevos bríos renovamos nuestra bronca y solo dejamos de echarnos los trastos cuando la camioneta llegó al campo de refugiados. La pobreza y la masificación del lugar era tal que incluso me llegó a afectar. No cabía en mi mente que tantos hombres y mujeres y niños pudieran subsistir en tan paupérrimas condiciones.
-Joder- exclamé realmente conmovido.
A mi lado, Marina con el corazón encogido lloraba como una cría. Para ella ver toda esa hambre y desesperación, fue demasiado y cerrando los ojos, deseó que no fuera verdad lo que veía,
-¿Cuánta personas malviven aquí?- pregunté a uno de los veteranos.
-Más de treinta mil- respondió- y crece cada día.  Aunque ahora Sierra Leona está en Paz, no dejan de llegar nuevos refugiados de otros países de la región.
Sabiendo que era solo uno de muchos y que la ONU calculaba más de diez millones de desplazados en esa área, realmente me impactó ver ese conglomerado de chabolas, sin luz eléctrica, sin agua pero sobre todo sin las menores condiciones higiénicas. Al paso de nuestro vehículo, multitud de esos desgraciados se acercó buscando quizás unas migajas que llevar a sus hambrientos estómagos. La angustia que leí en sus ojos, me emocionó y por eso antes de llegar a donde tenía esa ONG su cuartel general, decidí que había que hacer algo.
La casualidad quiso que la directora de ese lugar estuviera esperando nuestra llegada y obviando que Marina esperaba mi ayuda con nuestro equipaje, la cogí del brazo y me la llevé de paseo.  Al cabo de una hora, me hice una idea de las necesidades más perentorias del campamento y sin explicárselo a mi mujer, tomé medidas para que mi gente organizara el rápido abasto.

Al  volver a donde había dejado a Marina bajando nuestros enseres, tuve que preguntar por ella porque no la veía por ninguna parte. Un voluntario me ayudó a encontrar la tienda de campaña donde íbamos a dormir. Cuando entré, mi esposa estaba roja de ira y antes de que me diera cuenta, tiró mi ropa y mi saco de dormir fuera diciendo:
-No soy tu chacha para ir cargando tus cosas mientras tonteas con esa zorra.
-¿De qué zorra hablas?
-De la rubia con la que te has ido dejándome sola con todo.
El desprecio con el que se refería a la jefa de todo ese tinglado, me hizo gracia y sin sacarla de su error, hurgué en su herida diciendo:
-Es lo único agradable que  me he encontrado en esta mierda de país.-
Disfrutando de la reacción que había provocado en ella mi desaparición con Helen, le dije:
-Por cierto, hemos quedado con ella a cenar. Nos espera en una hora.
-No te da vergüenza en vez de trabajar a favor de esta gente, dedicarte a ligar con todo lo que lleva faldas.
Solté una carcajada al oírla y saboreando la situación, le solté:
-¿No estarás celosa?
-Vete a la mierda- contestó y dotando a su tono de todo el desprecio que pudo, terminó diciendo: -¡En África hay que tener cuidado! ¡No vaya a ser que  cojas el sida!…
 
Nuestra primera noche y nuestro segundo día en ese campamento.
 
Tal y como me había anticipado, esa noche, Marina se negó de plano a acompañarme y por eso, cené solo con la directora. Esa cena además de muy agradable, nos permitió planear el modo en que distribuiríamos los víveres que había conseguido. La rubia estaba tan encantada con mi colaboración que incluso se apuntó a acompañarme al día siguiente a ver al presidente de esa república africana.
Al volver a nuestra tienda, la cabrona de mi esposa se n. egó a dejarme entrar aun sabiendo que si dormía a la intemperie sería pasto de los mosquitos. Por mucho que insistí no conseguí hacerla cambiar de opinión y no  me quedó más remedio que irme a dormir al amparo de la nave de una iglesia protestante que había en el lugar.
El sol del amanecer me despertó y tras desayunar, fui a coger ropa con la que al menos dar imagen de hombre de negocios y no la de un pordiosero. Al no ver a mi esposa, cogí lo que necesitaba de la mochila y me fui a duchar. Al cabo de media hora y ya vestido con mejores galas, me recogieron para llevarme a la capital.
Estaba metiéndome en el coche cuando vi aparecer a Marina. Ella al verme acompañado por la directora del campo, llegó corriendo y me preguntó dónde iba.
-A Freetown con Helen- respondí sabiendo que se molestaría- ¿Quieres venir?
-No, me quedó trabajando- de muy malas maneras me contestó.
Como seguía indignado por el modo que me había prohibido la entrada en la tienda que era tanto de ella como mía, no le expliqué las razones de mi partida dejándola con la duda de que narices iba a hacer con esa mujer…
Freetown, la capital de Sierra Leona, con más de un millón de habitantes no se le puede considerar una gran ciudad sino un puerto rodeado de kilómetros de chabolas. Mis contactos me había conseguido una cita con el mandatario de ese país y por eso nada más llegar al palacio presidencial, nos llevaron directamente a verle.
La sorpresa fue que no estaba solo sino con otros dos ministros. Helen me miró alucinada porque llevaba cinco años por esos parajes y nunca había conseguido ver a nadie superior a un subsecretario. Viendo su inexperiencia, le pedí que me dejara hablar a mí.
Para resumir, rápidamente les expliqué que me había comprometido con esa ONG a donar gratuitamente el abasto de arroz y legumbres que necesitaran durante dos años pero como no era mi intención el figurar, le pedí al presidente que anunciara él la medida. El tipo que era un viejo zorro comprendió que eso aumentaría su popularidad y dejando a sus ministros que cerraran los flecos de la ayuda con Helen, me cogió del brazo y me susurró:
-Ya que nos hemos ocupado del pueblo, ahora, ¡Hablemos de negocios!
El mandatario me llevó a una cantina que tenía en el sótano y alrededor de de una mesa y una botella, nos pusimos a negociar. Seis horas después y con varios contratos bajo el brazo, llegamos de vuelta al campamento.  Los primeros camiones con los víveres ya habían llegado. Al buscar a Marina la vi repartiendo la comida recibida entre esa pobre gente. Si de por sí ya estaba enfadada conmigo cuando al acercarme a saludarla, olió que me había tomado varias cervezas se indignó y dejándolo todo, fue contra mí pegándome mientras gritaba:
-¡Y yo que pensaba que conseguiría cambiarte!
Aunque pude evitar casi todos sus golpes, no me fue posible parar su último bofetón.  Sin decir nada, me di la vuelta y me fui directamente a hacer las maletas. Podía soportar sus desplantes pero nunca que se atreviera a usar la violencia.
“Soy un imbécil”, me dije mientras  doblaba la ropa para salir por patas de ese país y de su vida.
Acababa de cerrar las maletas cuando la vi entrar con lágrimas en los ojos.
-Lo siento- dijo avergonzada- me volví loca cuando te vi irte con Helen. Ahora que me ha contado la ayuda que has prestado no sé qué decir.
-Me da igual lo que digas, ¡Me voy!
Acercándose a donde yo estaba, me cogió de la mano, diciendo:
-Perdóname, he sido una tonta. Los celos me hicieron actuar así.
El silencio se adueñó de la tienda, tanto ella como yo,  nos dimos cuenta del verdadero significado de sus palabras. Esa mujer, la extremista que en teoría me odiaba en realidad deseaba compartir conmigo su vida.  El modo artero y cruel con el que me había tratado era un modo de defensa. Sin tenerlas todas conmigo, la agarré de la cintura y la besé.
Marina respondió con pasión a mi beso, frotando su pubis contra mi pene. La presión que ejerció sobre él, me produjo de inmediato una erección y ya dominado por la calentura de tenerla entre mis brazos, deslicé mis manos hasta su trasero.
-¿Estas segura?
Separándose de mí, me miró mientras dejaba caer los tirantes que sostenían su vestido. Al caer este al suelo, me permitió observarla totalmente desnuda por primera vez. Era de una belleza deslumbrante. Con un cuerpo de escándalo, sus grandes pechos y su estrecha cintura eran el adorno necesario para hacer honor a su trasero.
¡Sus duras nalgas eran dignas de un museo!
Os juro que de buen grado me hubiera quedado observándola durante horas porque era perfecta pero al descubrir en sus ojos un enorme deseo, decidí tumbarla en la cama. Marina sonriendo dejó que lo hiciera. Teniéndola sobre el pequeño catre, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Sus dos negros botones se le pusieron duros incluso antes de que los tocara.
-Eres hermosa- susurré mientras pellizcaba uno de ellos.
Mi esposa, la perroflauta, gimió al sentir mi caricia. Deseando darle placer, sustituí mis dedos  por mi lengua y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer nuestros hijos en unos años.
-Me encanta- suspiró reteniendo un grito.
Tener su pezón en mi boca mientras, mis yemas se recreaban en el resto de su cuerpo, era una verdadera gozada. Disfrutando de todos y cada uno de sus gemidos decidí que nuestra primera vez tenía que ser ideal.
Quería  hacerla mía lentamente. Por eso poniéndome en pie, me fui desnudando sintiendo sus ojos clavados en mis maniobras. Su mirada era una mezcla de deseo y de necesidad que me dejó alucinado. Marina me observaba ansiosa, nerviosa, como si estuviera temerosa de fallarme. Ya desnudo, me tumbé a su lado abrazándola.
Mi todavía no estrenada esposa restregó su pubis contra mi sexo, invitándome a que la poseyera pero en vez de lanzarme de lleno, le dije:
Antes necesito tocarte.
Bajando por su cuerpo, dejé sus pachos y me concentré en su estómago liso. Sin gota de grasa era precioso.  Mi lengua fue recorriéndolo.
-Te deseo- gimió descompuesta al notar que me acercaba a su entrepierna.
Al contrario de la mujer que tanto se parecía, Marina lo tenía exquisitamente depilado. Su aspecto juvenil era un engaño porque no tardé en comprobar que olía a hembra hambrienta.
-¡Qué maravilla!- alcancé a decir antes de hundir mi cara entre sus muslos.
Usando mis dedos, separé sus labios y fue entonces cuando apareció ante mí su  erecto botón rosado. La genuina hermosura de su clítoris me invitó a jugar con él. Con la lengua como instrumento de tortura lo lamí continuadamente  mientras pellizcaba sus pezones.
-¡Como me gusta!- berreó gritando para acto seguido llenar mi boca con el flujo que manaba de su cueva.
El dulce orgasmo que asoló a la muchacha se vio prolongado durante un largo rato. Aferrando con sus manos mi cabeza, me pidió que la hiciera el amor. En un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo mi mujer, no dejé de beber de su rio hasta que llorando me imploró:
-¡Fóllame!
-¿Quién quieres que te folle?, ¿Tu novio?, ¿Tu Amante? o ¡Tu esposo!-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
-¡Mi esposo!- me respondió con la respiración entrecortada.
-¿Acaso tienes novio o amante?- dije mientras jugaba con su clítoris.
-¡No! ¡Solo te tengo a ti!-, contestó apretando sus pechos con sus manos.
Escucharla tan desesperada, me excitó e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Fóllame!, por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi extensión disfrutó de los pliegues de su sexo al irla empalando. La estrechez y la suavidad de su cueva sublimaron mi deseo y viendo que mi calentura era total,  comprendí que en esa postura no tardaría en correrme.  Por eso sacándola de su interior, la puse a cuatro patas.
-¡Qué haces! ¡Te necesito dentro de mí!- gritó molesta.
Al ver su trasero advertí alborozado que esas poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que no desvirgué en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Colocando la cabeza de mi verga en la entrada de su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás.  Pero su urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada le hizo de un golpe insertársela hasta el fondo.
Marina al sentirse llena empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta. Comportándose como una yegua, relinchó al sentir que me agarraba a sus dos ubres y empezaba a cabalgarla. Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina.
-¡Úsame como a una de tus putas!- gritó descompuesta al sentir el chapoteo que producían sus labios cada vez que sacaba mi verga de su interior.
Al escucharla, agarré su negro pelo a modo de riendas y azotando su trasero, le ordené que se moviera. Mis azotes  la excitaron aún más y sin importarle que alguien del campamento nos escuchara, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, me salí de ella y me tumbé en el catre.
-No seas cabrón- me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras no dejaba de exigirme que la tomara, poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro reiniciando un salvaje cabalgar. No tardé en deleitarme con la visión de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
-Bésate los pezones- ordené.
Mi ya por entera mujer me hizo caso y estirándolos con las manos,  se los llevó a su boca y los besó. Eso fue el detonante para que naciendo en el fondo de mi ser, el placer se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su cueva.
Marina, al sentir que mi simiente bañaba su estrecho conducto, aceleró sus embestidas. Acababa de terminar de ordeñar mi miembro, cuando  ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias diciendo:
-No sabes cómo necesitaba ser tuya.
Totalmente exhausto caí sobre las sabanas, abrazado a una mujer que apenas conocía pero que se había convertido en  mi obsesión. Llevábamos cinco minutos descansando cuando apoyándose en los codos, me preguntó:
-Cariño, ¿Por qué no me explicaste lo que había hecho?
Muerto de risa le contesté:
-Mi querida perroflauta, nunca lo hubieses entendido. Hay veces que hace más quien está en un despacho al teléfono que un centenar de obreros maza en mano.
Sonriendo aunque me había metido con su ideología, contestó:
-Para ser un facha de mierda, tienes bastante razón – y soltando una carcajada, prosiguió diciendo: – A partir de hoy, tomaré en cuenta tu opinión, pero ahora fóllame otra vez o te pongo a trabajar repartiendo la comida.
Por supuesto que esa noche me la follé y no solo una vez, sino varias. Lo que nunca le conté fue que habiéndome gastado quinientos mil euros en dar de comer a esa pobre gente, gané con su presidente más de diez millones.

 
 

Relato erótico: “Marina, una perroflauta con la que me casé”(POR GOLFO)

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Introducción.

Después de pasarme mi vida luchando para conseguir un estatus, decidí que ya bastaba. Tenía todo lo que un hombre puede desear menos un hijo. Muchas mujeres habían pasado por mi alcoba, pero ninguna me había parecido lo suficientemente buena para quedarse. De todas las mujeres que conocía no había ninguna que mereciera la pena como futura madre de mis hijos. Por eso el día que cumplí treinta y cinco años, tomé la decisión de cambiar esta situación. 
Las candidatas debían de cumplir una serie de características que borraban automáticamente a la gran mayoría. Quería que mis hijos estuvieran dotados a priori de una gran inteligencia, por eso decidí poner el asunto en manos de una empresa de cazatalentos.
Lógicamente, no se puede llegar a una de estas compañías y decirles, busco una mujer para inseminarla, ya que me hubiesen mandado directamente con una agencia matrimonial y estas no servían porque en su selección escudriñan es  la compatibilidad y otros elementos que me traían al fresco.
Yo lo que quería era una superdotada, alguien con quien compartir mis genes sin arriesgarme a que mis descendientes resultaran ser unos  imbéciles.

Aprovechando que dentro de mi organización había empresas de diferentes ramos, mandé al departamento de  recursos humanos que me buscaran personal con las siguientes características:

-Sexo femenino.
-Edad: entre 23 y 30 años.
-Coeficiente intelectual: mayor de 140.
-Deportista.
-Al menos una carrera, sacada con media de sobresaliente.
Cuando Julio Gómez, el director de esta área, recibió mi requerimiento, me llamó pidiéndome que le ampliara el perfil, ya que se me había olvidado incluir dos premisas importantes, el puesto a cubrir, y el salario que íbamos a ofrecer.
-Necesito una asistente personal, no me importa cuanto cueste, consíguemela-, le expliqué molesto por mi olvido.
-Jefe-, volvió a insistir,-necesito mas datos, Disponibilidad de horarios, soltera, casada, apariencia física, carné de conducir….
-Julio-, le interrumpí,-soltera, respecto a lo demás imagínate que busco un imposible, cuanto más se acerque a la mujer ideal mejor, pero eso sí lo primordial es que sea lista.
Esta vez, no hubo contra-réplica, había entendido y como era de esperar se puso manos a la obra. Al cabo de dos semanas, ya me tenía cinco candidatas.
Fue descorazonador el resultado, entrevista tras entrevista, las candidatas no se ajustaban a lo que yo deseaba. La que no era espantosa, era una acomplejada o tenía algo que me repelía, de forma que tras rechazar a las cinco, llamé nuevamente a mi empleado.
Gomez al escuchar el resultado que habían obtenido sus seleccionadas, se quejó de la dificultad que entrañaba lo que yo quería. Según él, todas las mujeres que se podrían adaptar al perfil, ya estaban trabajando o tenían su propia empresa.
-Me da igual, si tienen curro, ofréceles más dinero y si es la dueña de una compañía, la compramos.
-Saldrá caro-, me avisó.
-Tu, ¡hazlo!.
Esa misma tarde, recibí una llamada suya diciéndome que tenía una posible aspirante. Un antiguo profesor le había hablado de ella. Por lo visto, no había terminado aún la carrera, pero según el catedrático era el mejor expediente que había pasado por sus manos.
-Mándame su curriculum -, le contesté esperanzado.
-Mejor le propongo que me acompañe, por lo visto este cerebrito da una charla esta tarde en el Ateneo.
“¿En el Ateneo?”, pensé, “si eso es una cueva de nostálgicos de izquierda, que llevan veinte años mirándose al ombligo y quejándose de la debacle de los regímenes del telón de acero”.
Estuve a punto de decirle que se fuera a la mierda, pero la posibilidad que fuera lo que buscaba hizo que aceptara acompañarle.
-Le recojo a las ocho-, y con voz socarrona antes de despedirse me aconsejó: -Otra cosa mas, ¡déjese su corbata en casa-.
Tal y como me había pedido, nada mas llegar a casa me cambié. Dejando a un lado mi vestimenta habitual, me disfracé poniéndome un pantalón vaquero y una chaqueta de pana  que me habían regalado hacia dos años y que jamás había estrenado. Al verme al espejo, me repateó la pinta que llevaba, parecía el típico idealista trasnochado que no pudiendo triunfar en la vida se había recluido en la añoranza de una revolución que le diera otra oportunidad.
Recordé la frase demoledora de Winston Churchill:
-Todo hombre que a los veinte no cree en la revolución, no tiene corazón. Todo hombre que a los cuarenta  insiste  en la revolución no tiene cerebro-.
Esperando ir a una reunión de descerebrados, me monté en el coche. Pero para lo que no estaba preparado fue que llegando a la sala de actos, el titulo de la misma fuera:
“Manuel Toledano, prototipo de explotador capitalista”.
Julio se rió descaradamente al verme la cara, el muy cabrón sabía de antemano que nunca hubiese acudido a una conferencia en la que el tema era ponerme a parir. Tras mi sorpresa inicial, me contagié de las risas de mi acompañante y sin saber el porqué, me acomodé en una butaca a oír que era lo que la mujer iba a decir de mí.
Como era lógico, la sala se llenó de universitarios con pelos largos y pañuelos palestinos anudados al cuello, antisistemas y ancianos  activistas de izquierda.
 “En menudo lío me estoy metiendo, mejor me voy”, pensé al ponerme nervioso de que alguno de los presentes me reconociera, pero justamente cuando ya me había levantado de mi sitio y estaba a punto de irme, me vi impedido por un grupo de muchachos que, alborotando, pedían que empezara el acto. Ante lo imposibilidad física de escapar, tuve que volver a sentarme y hundiéndome en mi asiento, deseé que nadie se fijara en el tipo sentado en la cuarta fila.
Los aplausos y vítores con los que recibieron a los conferenciantes, me sacaron de mi aislamiento. Por fin iba a ver a la tipa, por cuya culpa había venido y ahora me  veía en esta situación.  Marina Samper fue la última en aparecer sobre el estrado pero la primera en tomar la palabra. Y cuando lo hizo fue directamente al grano.
Sus primeras frases no tuvieron desperdicio:
-Si hay alguien que representa la hipocresía, la codicia y la falta de escrúpulos en esta sociedad de consumo, es el personajillo que nos ha reunido hoy aquí. Manuel Toledano encarna todo aquello que detestamos, un niño bien que se ha lucrado con el sufrimiento de la clase obrera, explotando a los sectores más humildes y enmascarando su conducta por medio de fundaciones cuyo único fin son lavar la imagen  de este empresario ante la opinión pública-.
En ese momento dejé de escuchar, para nada me interesaba el contenido del discurso pero, pasmado, observé la capacidad oratoria de la muchacha y  como iba dosificando su arenga mientras caldeaba el ambiente. Los asistentes se vieron subyugados y como si fueran unos acólitos perfectos, respondieron como ella esperaba, alzándose y gritando contra el supuesto agresor. Es más, si no supiera por propia experiencia que la mayoría de las afirmaciones eran medias verdades o directamente mentiras, yo mismo hubiera alzado mi puño contra el energúmeno del que hablaba.
Julio estaba encantado.
Durante los quince años que llevaba colaborando conmigo me había llegado a conocer y sabía que lejos de aborrecer el estar ahí, yo lo estaba disfrutando al encontrarme con alguien con el que valiera enfrentarse y vencerle. Llevaba demasiado tiempo hastiado por no tener un reto que vencer y esta mujer me daba la oportunidad de recrearme, de ser imaginativo y de ganar un combate totalmente nuevo.
Por eso, cuando terminó de hablar y la concurrencia rompió en aplausos, le dije:
-Me interesa, pero no esperes que me trague el resto-.
-No hace falta-, me contestó, -he quedado con mi viejo profesor en el hotel Urban en una hora, y ¿adivina quien va a venir a cenar con nosotros?-
No necesité más datos y con bríos renovados salí de la vetusta  institución, sabiendo que al menos iba a pasar dos horas divertidas a costa de esa mujer inteligente. Su cara de niña  podía llevar a engaño, era un bello disfraz,  que escondía a una manipuladora eficaz y sobre todo a un adversario imponente.
Nos fuimos andando al hotel, que está a tres manzanas sobre la carrera de San Jerónimo, calle muy famosa al tener entre sus edificios al congreso de diputados. En el trayecto, Julio me dio un dossier de la señorita, el cual nada mas sentarnos en la mesa me puse a estudiar con más concentración que si fuera el balance de una empresa a la que quisiera lanzar una OPA.

Por lo visto, la tal Marina no solo tenía un coeficiente de inteligencia de genio y una de las mejores cabezas universitarias del país, sino según decían los papeles, tenía suficientes razones para odiarme, porque tanto su padre como sus tíos, se vieron en la calle al cerrar una empresa, “Metalúrgica del Pisuerga”, que era de mi propiedad.

No me costó recordar que le había echado el cierre aduciendo motivos ecológicos pero la realidad es que cuando la compré lo hice pensando en los grandes beneficios que me iba a dar la recalificación de los terrenos de la factoría, ya que al estar en mitad de Valladolid, como depósitos de chatarra  no valían nada, pero convertidos en urbanizables su valor era de muchos  millones de euros.
No nos hizo esperar la hora, porque a los treinta minutos escasos hizo su aparición del brazo de un gafotas con pinta de intelectual.
Al preguntar por la reserva, el maitre les informó que ya estábamos esperándoles. Por su gesto contrariado, supe que  nuestra llegada anticipada le había chafado sus planes, debía de haber esperado de un rato para preparase.
La vi acercarse a la mesa, segura de si misma, su andar era el de un depredador, pero lo que realmente me impresionó fueron sus ojos azules. En el acto no me había dado cuenta pero de cerca me recordaron a los de una loba.
-Manuel, reconozco que me sorprendió el saber que ibas a tener el morro de asistir, pero aun mas tu insistencia en conocerme-, me dijo estirando su mano al saludarme.
Desde hace al menos cinco años que los únicos que me tuteaban eran mis amigos de infancia o los muy estrechos colaboradores, por eso me chocó que ella lo hiciera, pero caí al instante que era un insulto deliberado.
-Si pero esperaba más… Después de los grandes elogios que habían hecho de ti, lo que oí fue el discurso de una populista sin ninguna base cierta-, le contesté tirando de su mano y plantándole un beso en la mejilla.
-¿Entonces no le gustó?, pensaba que le iba a entusiasmar-, me respondió con ironía, mientras se limpiaba asqueada la cara.
-No, pero tienes futuro. Por eso te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar-
-¿Me quieres comprar?, no creía que fueses tan idiota-, me respondió indignada.
Dejé que se calmara unos instantes, sin quitarle mi mirada, que fija en sus  ojos le taladraban tratando de analizarla.
-Si-, y haciendo una pausa dramática, proseguí diciendo:-  ¿cuánto valgo según tu valoración?, ¿cuanto dinero he robado al proletariado?-.
No se esperaba que le contestara así y  echa una furia me contestó que mas de cien millones de euros, que todo el mundo sabía que era un oligarca y un ladrón y demás lindezas que no valen la pena reseñar.  Su perorata no surtió resultado ya que nada mas terminar, en vez de enfadarme como había hecho ella, sonriendo le dije:
-Creo que te has quedado corta. Cásate conmigo, sé la madre de mi hijo y tendrás la mitad-.
El silencio se adueñó de los presentes, a la cara de incredulidad del profesor y de mi asistente, se unió la de ira de Marina, que pasados unos segundos y pensando que era una broma de mal gusto me respondió:
-Quiero el sesenta por ciento de todo-.
-Hecho-, dándole la mano cerré el trato ante su mirada estupefacta y dirigiéndome a Julio, le pedí que preparara el acuerdo prenupcial y que si no había problema, quería casarme al día siguiente.
Como no tenía nada más que decir, dándole un beso a la cría, les dejé terminándose la copa, mientras me excusaba diciendo que tenía que preparar mi propia despedida de soltero.
-¿Es en serio?-, me preguntó Marina totalmente fuera de lugar y sin llegarse a creer la situación.
                               
-Tu eres la experta en mi persona, ¿Sabes de alguna vez que me haya echado para atrás en un trato?-.
 
Negó con la cabeza.
-Entonces nos vemos mañana, espero que tú respetes el acuerdo y aparezcas en el juzgado-
-Allí estaré-, me contestó.
No llegué a escuchar su respuesta porque ya salía por la puerta y el murmullo de los tertulianos y las protestas del profesor me impidieron el hacerlo.
Mi despedida de soltero
Ya en mi coche y mientras mi chofer conducía, decidí que esa última noche de soltero tenía que ser especial y por eso buscando en mi agenda, llamé a Andrea Lafollé.
Para los que no lo sepáis, esa mujer de tan curioso y elocuente apellido es la “Madame” más famosa de Madrid. Aunque las putas más bellas de la capital están en su nómina, lo que realmente la ha hecho tan popular es que, dios sabe cómo, consigue cumplir los caprichos de los clientes más exigentes. Si llegado el caso, un potentado le pide tirarse una rubia con una flor tatuada en el culo, la encuentra. Si el tipo lo que desea es una dominatriz negra de cien kilos, para ella, no hay problema.
Por eso cuando descolgó su móvil y después de saludarme me preguntó a quién deseaba, me lo pensé unos instantes para acto seguido darle una pormenorizada descripción de mi futura esposa:
-Me gustaría que me mandaras a una mujer de veintiún años, castaña con una melena larga y ojos azules. Debe de medir uno setenta y dos…- me quedé pensando-… de pecho por los menos 110.
-¿Tetona entonces?
-Muy tetona pero delgada- respondí.
-120 de pecho…
-¡Debe de ser un sueño! – interrumpí y sacando el dossier de Marina, pregunté: -¿Te serviría la foto de una amiga como ejemplo de lo que quiero?.

-Sería bienvenida- contestó la celestina, acostumbrada a las diversas perversiones de sus clientes- como usted sabe intentaré acercarme lo más posible a sus gusto.

 

Satisfecho, saqué una foto con el móvil y se la mandé. Tras treinta segundos, con tono profesional, me soltó:
-La tendrá en una hora. ¿Se la mando donde siempre?
Asintiendo, me despedí de ella y colgué. Al hacerlo me quedé meditando que era acojonante el porfolio de zorras que dominaba esa mujer y bastante más nervioso de lo que solía ponerme, llegué a mi casa.
Cómo mi chalet estaba a las afueras, me tuve que dar prisa en la ducha para que cuando llegara la putita, estuviera listo. Aunque suene manido, acaba de terminar de vestirme y me estaba sirviendo una copa, cuando escuché el sonido del timbre.
Sabiendo que mi mayordomo abriría, pegué un sorbo mientras me picaba la curiosidad de cuan fielmente esa Madame cumpliría mi encargo. Os juro que cuando entró casi se me cae el whisky de la mano:
“La mujer que se acercaba a mí con paso felino era exactamente igual a Marina”.
Aturdido por el parecido, me la quedé mirando de arriba abajo y sin encontrar diferencia con el original, le pregunté:
-¿Eres Marina?
-Llámame como quieras- respondió y dejando deslizar los tirantes de su vestido, me preguntó: -¿No te parezco atractiva?.
Alucinado todavía, vi cómo se abría el escote y tapándose su pecho con las manos, insistía:
-¿Esperabas algo diferente?.
El problema era exactamente el contrario. La semejanza de ambas mujeres no podía ser producto del azar y acercándome a ella, me admiró la maestría del maquillador ya que ni de cerca era posible distinguirlas claramente. La única pega era el acento, mientras la perro-flauta era castellana, esa guarrilla parecía sevillana.
Mi invitada poniendo cara de putón verbenero, se empezó a acariciar los pezones mientras decía:
-¿Verdad que estas deseando comerme entera desde que me viste entrar?
Su burrada que en otro momento me hubiera molestado, en ese instante me calentó y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos.
Descojonada por mi rápida claudicación, me retiró de un empujón y subiéndose el vestido, me soltó:
-¡Chiquillo! ¡Qué todavía no me has invitado de beber!
El gracejo con el que se hacía la estrecha, me cautivó porque no era propio de una fulana y siguiéndole el juego, le pregunté qué quería:
-Otro whisky- contestó.

A partir de ese momento, no la traté como a una mujer a la que había alquilado sino como a una muchacha que hubiera conocido en un bar. Curiosamente, la charla con ella resultó divertidísima y tras unas cuantas rondas, ya habíamos entrado en confianza y bajando su mirada, intentó averiguar quién era la muchacha a la que tanto se parecía:

-La mujer con la que me caso mañana.
Mi respuesta la intrigó e debido a su insistencia, le tuve que explicar las razones que me habían inducido a tomar esa decisión. Muerta de risa me escuchó y con un deje de envidia en su voz, me soltó:
-¡Tiene suerte la cabrona!- tras lo cual recordando  el motivo por el que la había contratado, me miró sensualmente diciendo: -Mañana te casas pero hoy te vas a follar a esta puta.
Realmente atraído por esa mujer, decidí que ya era hora  y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la cargaba, no paró de reír. Su extraña alegría en una puta, me calentó y ya  dominado por la lujuria, tirándola sobre la cama, me empecé a desnudar.
Desde el colchón, la clon de mi futura esposa seguía jugando a hacerse la estrecha y mientras no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con denunciarme si la violaba. Descojonado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
-Lo que llevo deseando desde que apareciste por la puerta. ¡Voy a follarte! -respondí.
Al separar sus piernas, descubrí que no llevaba el coño depilado e azuzado por su aroma dulzón, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé el sabor agridulce de su sexo. La humedad que encontré en su coño, me informó que esa mujer estaba cachonda y desando calmar cuanto antes mi calentura, comencé a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Me encanta!- gritó al notar mi caricia sobre el botón escondido entre sus labios.
Satisfecho por su confesión, cogí su clítoris entre mis dientes. No llevaba siquiera  unos segundos mordisqueándolo cuando esa simpática mujer empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Dios!
Su rápida entrega se vio maximizada cuando incrementé la dureza de mi mordisco. Disfrutando realmente de esa castaña y olvidándome de su profesión, durante unos minutos seguí follándola con mis manos y lengua hasta percibí que en esa dulzura los primeros síntomas de que se iba a correr. Decidido a compartir con ella unos momentos ardientes, aceleré la velocidad de mi ataque. Tal como había previsto, la mujer llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo se licuaba. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui diluyendo la separación entre nosotros. Al estallar ya no era para mí una puta sino mi amante.
-¡Qué maravilla!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y presionando con sus manos mi cabeza, chilló con voz entrecortada: -Ya me has demostrado que sabes comerte un chocho pero ahora necesito que me folles.
Su tono me informó no solo de que estaba ya dispuesta sino de que lo deseaba y por eso, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Fóllame!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi pene en su interior. La facilidad con la que su estrecho conducto absorbió mi miembro,  reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse, comencé a hacerle el amor. El olor que manaba de su sexo me terminó de cautivar mientras ella no dejaba de chillar que  siguiera follándola.
-¡No pares!- aullaba mientras con todo su cuerpo buscaba mi contacto.
Con un ritmo feroz y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras la cría seguía gritando. Sus gemidos me llevaron a un nivel de excitación brutal y deseando unirme a ella. Su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Eres preciosa!- dije con voz dulce mientras mis dedos pellizcaban los rosados pezones de la mujer.
-¡Tú también!- chilló descompuesta.
Su piropo estimuló mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío aunque fuera por solo una noche. La nueva postura la volvió loca y pegando enormes chillidos, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo tan poco frecuente en alguien de su profesión, me cautivó y sin poderlo retener más tiempo, mi pene explotó regando su sexo con mi semen. La castaña al sentirlo, chilló de placer y pegando un berrido se dejó caer sobre el colchón.

Agotado, me tumbé junto a ella en la cama. La mujer, olvidándose que era solo un cliente, se acurrucó sobre mi pecho y se quedó dormida. Aproveché ese momento de calma para pensar. La dulzura de esa cría me había hecho replantearme el órdago que había lanzado esa tarde y por vez primera pensé en no acudir a mi cita.

 

El día de mi boda
Con una resaca de escándalo, pero vestido de chaqué como se esperaba de un novio tradicional, llegué al juzgado con solo cinco minutos de anticipación sobre la hora señalada. Marina ya estaba esperándome y al verme entrar torció el gesto, porque en su fuero interno deseaba que todo hubiese sido una fanfarronada, un órdago lanzado por un imprudente y que a la hora de la verdad, fuera un cobarde y haciendo mutis por el foro, no apareciera.
-Hola mi amor, ¡has venido!-, la hipocresía de sus palabras no tenía límite.
-¿Cómo voy a faltar a la cita?, si resultas tan buena como cara, mi placer va a ser indescriptible.
La burrada con la que le contesté, la hizo enrojecer. Pero no tardó en reponerse, diciéndome:
-En cambio, si tú tardas tan poco en terminar, como en pedirme que me case contigo, me voy a aburrir brutalmente. Pero siempre nos queda la inseminación, o ¿no?.
Iñigo, mi mejor amigo y mi testigo en esta ocasión, soltó una carcajada y cogiéndome del brazo, me dijo:
-Creo que voy a disfrutar de tu fracaso, te apuesto mi casa contra la tuya a que no consigues domar a esta fierecilla.
Marina interrumpiéndole le contestó:
-No puede apostarla, porque más de la mitad va a ser mía-
-Tiene razón- por primera vez dudé de ganar una apuesta -Pero te juego algo mas duro, si pierdo seré tu criado durante un mes, en cambio si gano tú serás el mío-.
-Iré preparando tu uniforme-, me contestó Iñigo entre risas mientras entrábamos a la sala.
La ceremonia civil como tal es una mierda. Lejos del ornato y el bombo de la religiosa en menos de diez minutos ya habíamos terminado. El concejal, que nos había casado, creyéndose cura me dijo que ya podía besar a la novia. Era lo que estaba deseando y asiéndola por la cintura, la besé apasionadamente mientras nuestros veinte invitados aplaudían la pantomima.
Era la primera vez que lo hacía y recreándome en el beso, me pasé magreando su trasero hasta que, cortada, me pidió que dejara algo para la luna de miel.
-¿Luna de miel?, te recuerdo que según el papel que hemos firmado eres la propietaria mayoritaria del grupo, esta mañana he firmado mi renuncia,  nombrándote  presidenta de todo. Como sabes, los empresarios tenéis  una responsabilidad ética con la sociedad. En una hora, mientras yo voy a mi banquete de bodas, tú tienes tu primer consejo de administración-.
-¡Estás de guasa!-, me dijo asustada por lo que le caía encima.
-Para nada. Por cierto hoy hay que tomar una decisión. Nuestra división automotriz está perdiendo dinero a raudales y si no la cerramos mandando a quinientas personas a la calle, el grupo con sus cinco mil empleados puede quebrar.
Disfrutando como un enano, proseguí:
-Eres un doctor que tiene que decidir entre extirpar una mano o perder a su paciente por la gangrena- y cruelmente mientras me llevaba a los invitados, le grité:-  Los bancos no esperan, cariño.

Creo que solo se tomó en serio mi información cuando Julio se acercó a preguntarle si ya se iban y decirle que tenía que explicarle las implicaciones del expediente de despido colectivo y cuál era la actitud de los sindicatos. Su semblante, que hasta ese momento se había mantenido impertérrito, se tornó blancuzco y dejándole con la palabra en la boca, salió corriendo detrás de mí.

-No me puedes hacer esto- me recriminó agarrándome de las solapas.
-Si que puedo-, no cabía de gozo al ver su nerviosismo,-tú misma quisiste en nuestro acuerdo mercantil quedarte como mayoritaria, ahora apechuga con las consecuencias.
-Te lo devuelvo.
-Esa no es forma de negociar, en tus mítines me has definido como un maldito depredador sin conciencia. Tienes razón, lo soy y por eso te pregunto: ¿Me crees tan imbécil de no saber que estaba pagando demasiado caro por ti?. Un contrato no es más que el preludio de posteriores negociaciones- la muchacha seguía pálida- Marina: Que te sustituya en ese marrón te va a costar  un módico diez por ciento.
No tuvo que pensárselo mucho; sabía que no estaba preparada mentalmente para mandar a tantas personas a la calle y perder ese porcentaje lo único que hacía era equilibrar los paquetes accionariales entre ella y yo, por que seguía teniendo capacidad de bloqueo. Haciéndole un breve gesto a Julio, este extendió los papeles del nuevo acuerdo.
-Hijo de perra- dijo con odio al firmar.
-Mi amor, son solo negocios. Si tenerte me costó más de sesenta millones, acabas de pagarme diez por una hora de trabajo. A este paso en dos días, además de tener un vientre que germinar,  vuelvo a ser el dueño de todo. ¡Nos vemos en el banquete!
Al sentarme en el coche, iba pletórico. Acababa de ganar un asalto y esperaba con impaciencia su contraataque. Si algo me había gustado de su breve biografía era que Marina se caracterizaba por ser  una luchadora, que además de tenaz tenía una imaginación innata y sino que se lo pregunten a Repsol que debido a una demanda en un principio inocua había tenido que apoquinar una multa de dos millones de euros.
Le había pedido a Julio que me acompañara al consejo y nada más entrar, no pudo dejar de preguntarme si estaba seguro de lo que hacía.
-No y eso es lo divertido-.
Ya en la sala de reuniones, tardé más tiempo en agradecer las felicitaciones por mi boda que en el orden del día, porque hacía más de un mes que todo estaba pactado, los sindicalistas y demás políticos  ya habían recibido su soborno y solo quedaba ratificar el acuerdo del ERE con mi firma. Mientras lo normal hubiera sido que mi mente estuviera concentrada en lo que se estaba votando en esos instantes, no podía de dejar de pensar y de disfrutar en la guerra que voluntariamente había declarado contra esa preciosa mujer.
Al terminar, montando en la limusina  nos dirigimos hacía el hotel Palace donde estaba teniendo lugar la recepción del banquete. Marina me sorprendió al ver que en mi ausencia había actuado como anfitriona y estaba charlando animadamente con un ministro.
– José-, dije al acercarme donde estaban,-veo que ya conoces a mi mujer.
-Sí. Lo que no comprendo que es lo que esta belleza ha podido ver en un viejo como tú.
-Su cartera, no tenga ninguna duda-, contestó Marina con una sonrisa en sus labios,-¿No creerá que me caso porque estoy enamorada?
El político, creyendo que era broma, soltó una carcajada.
-Además de guapa e inteligente, tiene sentido del humor-, soltó limpiándose con un pañuelo las lágrimas que lo forzado de su risa le había hecho soltar, -lo que digo, Manuel: No sé como lo haces pero tengo que reconocer que te envidio.
Afortunadamente el maître se acercó a avisarnos que debíamos pasar al salón, porque de haberse prolongado esa conversación no sé como hubiera terminado. Cogiendo del brazo a mi recién estrenada esposa, nos dirigimos hacia nuestro lugar mientras sonaba la marcha nupcial.
-Mira que sois previsibles los ricos-, me susurró al oído, -solo faltan los violines..
-No faltan, los he contratado-, respondí avergonzado.
-¡Hortera!-.
-¡Muerta de hambre!-
.
-Gracias a ti, ¡ya no!-.
 Me acababa de vencer dialécticamente, pero ya tendría oportunidad de devolverle el golpe.
Durante la cena, la muchacha volvió a dar muestras de su gran inteligencia. En nuestra mesa, se codeó sin inmutarse con banqueros, industriales y políticos de diferentes nacionalidades, hablando con ellos en varios idiomas y lo más curioso, sin provocar ningún altercado.
En los postres y sin previo aviso, se levantó y pidiendo silencio, empezó a hablar:
-Queridos amigos, tengo que agradecerles que nos estén acompañando en el día más importante de nuestras vidas y por eso les quiero hacer un anuncio.
Aterrorizado, esperé que continuara:
-Como saben, Manuel lleva saqueando, digo, trabajando sin parar durante los últimos veinte años- la risa de los presentes resonaron en el local -pero me ha prometido dejarlo aparcado durante un mes. Esta noche nos vamos a Sierra Leona a vivir durante un mes en un campo de refugiados para conocer de primera mano lo que significa la pobreza, por eso no cuenten con él en los próximos treinta días.-
Los aplausos de los invitados no la dejaron seguir y con una picara sonrisa, me dijo que era mi turno. Esperé dos minutos a que se calmaran los ánimos de mis conocidos y  al considerar que ya había dado tiempo a que asimilaran la noticia, les expliqué:
-Todos ustedes saben de la enorme inquietud que la situación de esos países y su pobreza siempre me ha provocado. Tuve que usar toda mi persuasión para convencer a mi esposa a que renunciara a la luna de miel de ensueño que tenía organizada y se dejara llevar al lugar más duro del planeta. Eso sí, no logré que además se comprometiera al ayuno sexual, por eso si vuelvo más delgado será, Ella, la única culpable-.
Colorada tuvo que soportar, con una sonrisa, las carcajadas de los presentes. 
 

Relato erótico: “Trance azul. Acto 3.” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Acto 3. Una visita inesperada.

Anne era una chica joven, apenas veinte años. Estudiante de psicología y Amante de las ciencias ocultas y el más allá, estudiosa de fenómenos paranormales. Delgada y baja, con gafas que tapaban unos bellos ojos verdes y pelo rubio que siempre llevaba recogido. Era fibrosa, atlética y deportista.

También amante de las historias incestuosas, se hacía pasar por el personaje de madre madura amante de su hijo, con el que se había realizado innumerables dedos hasta la fecha. Había ideado un plan de perversión incestuosa basándose en estudios psicológicos, y le había introducido todo lo aprendido de las ciencias ocultas, en un método de invocación al diablo que había visto funcionar con sus propios ojos, pero esta vez orientado hacia el sexo y la lujuria. Estaba segura de la existencia del príncipe de las tinieblas y sabía que el caldo de cultivo del incesto era una excelente puerta para hacerle desembarcar en el mundo.

Había engañado y logrado embaucar a diversas mujeres con su método de predisposición psicológica, algunas de las cuales le habían dado la alegría de contarle que les había funcionado. Pensaba reorientar todo su estudio para la tesis final de la carrera, convencida de ser pionera en el mundo.

Pero lo del llamamiento del Diablo era algo que había añadido sólo por diversión, pero realmente pensando que funcionaría. Convencida de que ninguna madre lo emplearía por no querer corre el riesgo de matar a su hijo de sobredosis de las “supuestas” pastillas; pues no eran más que placebo. La predisposición del hijo a copular con su madre, en los casos satisfactorios, había sido únicamente por el trabajo psicológico paciente realizado por cada deseosa y necesitada madre, convertidas en conejillos de indias no consentidas de su trabajo, en los momentos más subconscientes de sus hijos. Su trabajo, “Estudio psicológico del subconsciente como medio de consecución material”, estaba llamado a ser una auténtica revolución en el mundo de la psicología cognitiva.

Anne había logrado piratear la dirección de Tormenta y Edipo, asustada y temerosa de que hubiera intentado llevar a cabo la parte más oscura del plan. Ahora estaba bajo la vivienda, frente al campanario. Vistiendo zapatillas de deporte blancas, mallas deportivas negras y camiseta rosa. Había llegado corriendo una vez obtenida la dirección. respiraba agitada con miedo de haber llegado demasiado tarde. Se aseguró de tener bien escrita la dirección, forzando la puerta del portal y buscando los nombres en el buzón.

Edipo se adentró cauteloso y con movimientos inusualmente torpes. Su madre estaba tumbada frente a la ventana abierta, por la que se colaba una brisa cálida que expandía la luz de luna por todo el interior. La brisa recorría el cuerpo dormido de ella, trasportando su delicado aroma hasta Edipo, el que ya se encontraba de pié justo al lado de la cabeza de su madre, totalmente desnudo y empalmado.

Sabía que estaba mal lo que iba a hacer, de hecho no sabía decir si estaba despierto o aun soñaba. No había forma de saberlo pues presenciaba su entorno bajo un extraño tamiz que disminuía todos sus sentidos levemente.

Se acercó más y extendió su mano hasta acariciar el cabello de la durmiente, Tormenta cerró completamente los ojos. Con su mano derecha apretó ligeramente la cara de su madre, estrujando los labios; en un claro gesto de que había llegado el momento tan secretamente deseado por la que lo trajo al mundo.

Tormenta mojó las bragas de nuevo, esta vez asustadamente excitada ante el contacto físico brusco.

Edipo agarro su polla y la masturbó un poco para aliviar la no contenida erección. Se acercó y la deslizó por la mejilla de su madre, la cual hizo un leve movimiento. Siguió con el roce de su amplio capullo libre de pellejo, esta vez por toda la cara.

Tormenta volvió a mover un poco la cara, pero esta vez abriendo un poco la boca, buscandola. El roce llevó el capullo a su boca, ella lo engulló, abriéndola mucho. Luego intentó un patético intento de seguir haciéndose la dormida, el cual funcionó pues Edipo comenzó a empujar la polla hacia adentro de forma muy prudente. Ella abrió un poco más la boca y cuando la tenía totalmente llena, se acomodó como el dormido que busca una mejor postura, colocando la cabeza un poco más hacia arriba facilitando la labor penetradora de su vástago.

Edipo se colocó sobre ella y empujó. Le sorprendió notar como su madre movía la lengua en cada envestida, pasándola por el capullo de forma ansiosa.

“¿Será puta?” – pensó.

Al cabo de un rato la sacó de la boca. Su madre se movió, aparentemente dormida, dándole la espalda y colocándose sobre la almohada de forma que su culo quedase un poco empinado. Su hijo se colocó detrás sin titubear y le sacó las braguitas despacio, ella levantó un poco los pies para que pudiera sacarlas del todo. Pasó sus dedos por el coño, encharcado, y no tardó en meterla. Cuando empezó a follar, la polla se le salía constantemente pues la postura no era del todo cómoda. Entonces su madre, sin abrir los ojos, se colocó de rodillas, levantando mucho las caderas. y ahí se quedó, esperando la polla de su hijo mientras sus ojos se reposaban sobre la almohada, en un patético último intento de hacerse la dormida.

La puerta se le resistió más de lo esperado, teniendo que disimular al paso de algún transeunte trasnochador. Cuando logró entrar usó la luz del móvil para acercarse al único buzón, para su sorpresa, comprobando que la familia de su internauta amiga era la única que habitaba el lugar.

Miró hacia arriba de las escaleras temerosa, tratando de oír algo. Pero no percibía más que oscuridad y silencio.

Edipo no podía parar de fornicar. Estaba de pie en la cama, agachado en cuclillas para poder penetrar en plenitud, su madre estaba justo debajo de él, gimiendo entre chillidos y bufidos, ya sin molestarse en disimular que dormía. Tormenta se centraba en mantener el culo bien arriba para facilitar la labor al animal que estaba rompiéndole desde atrás. Sentía su fuerza, el impulso de los músculos y la gran polla contra ella. Se sentía feliz, dejándose llevar. Era el mejor macho que jamás la había cubierto, sin duda infinitamente mejor que su impotente padre.

Anne empezó a oír los gemidos femeninos justo al llegar arriba de la escalera, la cual desembocaba en un pequeño rellano con una única y amplia puerta. Cuidadosamente, sin encender la luz del móvil, apoyó una oreja sobre la puerta, pudiendo escuchar con más nitidez los gemidos de Tormenta. Sintió una mezcla de alivio, excitación y felicidad por comprobar una vez más que su método funcionaba. Pero pronto ese alivio y esa alegría se tornó en preocupación, al recordar que probablemente lo había conseguido por el método de invocación.

La excitación no le desapareció. El incesto era algo que siempre la entonaba y ponía a mil. Notó como su sexo se humedecía bajo las braguitas rosas de las supernenas.

Edipo no sentía que viviese el momento con claridad, se veía asimismo como en un sueño, tal vez lo fuera. Pero aquel sueño parecía demasiado real. Los gemidos de aquella perra a la que no le paraba de chorrear el coño eran demasiado reales. Se sentía pletórico. Dejó de penetrar y le dio un fuerte azote que dejó marcada la nalga derecha, la respuesta de la madre fue removerse coqueta, situándose más arriba, meciendo el culo de lado a lado pidiendo polla.

Sintió un raro impulso. que pudo controlar a medias.

Azotó en la otra nalga, esta vez con más fuerza. Tormenta gritó de dolor e intentó zafarse pero le tenía las caderas bien agarradas con las fuertes manos.

– ummm cielo ¿quieres que sea mamá la que se mueva mi vida?

La respuesta fue un gruñido ininteligible. Tormenta empezó a moverse de adelante atrás, al principio torpemente, pero al final cogió buen ritmo, abarcando toda la enorme polla de su bebé. Edipo tuvo una visión maravillosa del cuerpo de su madre, con la espalda torcida, el camisón agolpado en su nuca y el pelo vencido hacia un lado, mientras intentaba mirarle de reojo con la cabeza algo erguida. Follándole con nivel de actriz porno.

– Bien hecho perra.

– ummmm sí, así te gusta ¿eh? ahhh ahhhh ahhhh ahhhh

Anne valoraba las opciones. Si dentro de Edipo estaba el diablo este esperaría a quedar totalmente vacío de semen para actuar. Mientras no descargase Tormenta estaría a salvo. Se lamentó de no haberle contado todo tal y como era, al menos ella ahora tendría esa información y podría controlar que su hijo no descargara. Por otra parte no estaba segura que la invocación hubiera surtido efecto, igual no era así; en ese caso solo sería el nacimiento de otra maravillosa relación de sexo sin límites entre madre e hijo. Pensó que tendría que actuar pero ¿cómo?.

Presionó el timbre sin pensárselo dos veces.

El ding dong sonó estruendoso en mitad de la madrugada. Tormenta dejó de moverse en el acto y Edipo parecía no haberle hecho gracia así que abofeteó con fuerza en la espalda de su madre la cual chilló.

Anne escuchó el chillido y estuvo tentada de huir, pero algo le hizo quedarse quieta, aterrorizada pero con las braguitas encharcadas.

– ¿Qué haces vida?. No te muevas de aquí voy a ver quién es.

Edipo se quedó tumbado en la cama, ausente. Tormenta se colocó bien el camisón y se atusó los pelos.

Miró por la mirilla, todo estaba oscuro. Encendió la luz del rellano desde dentro y pudo ver a la joven. Abrió.

Cuando se abrió la puerta Tormenta vio a una joven que no era capaz de dilucidar si era mayor o menor de edad. Rubia y bella bajo la fachada de deportista que no parecía dar mucha importancia a cuidarse. Pelo rubio cogido en un moño y gafas, mallas negras apretadas que marcaba la delgadez de las piernas y camiseta rosa plana por delante. Una chiquilla.

Cuando se abrió la puerta Anne vio a una mujer madura, despeinada y con la piel enrojecida y el camisón mal colocado, dejando ver parte de uno de sus enormes pechos. Sin duda una mujer a la que acababa de interrumpir de un monumental polvazo.

– Hola chica, ¿en qué puedo ayudarte?

Notó como la joven estaba algo ausente, como pendiente de escuchar algo dentro de la casa. Le miró a los ojos torciendo un poco la cara, como pensándose bien las palabras, le sonrió de una forma en la que parecía intentar quitar hierro a que una completa desconocida le hiciese abrir la puerta en mitad de la madrugada.

– Eh……, hola, no sé muy bien cómo empezar….. ¿estás ahora sola?, ¿dónde está quien estaba contigo dentro?.

Tormenta frunció el ceño. Se atusó mejor la ropa mientras dirigió la mirada hacia la zona desde donde debería venir su hijo, pero todo estaba en silencio.

– te, te refieres a…. ¿has estado escuchando?

La joven adoptó una pose embarazosa.

– en realidad sí. Dime, ¿él escucha ahora?. ¿está ahí escondido tras la puerta o cerca de ella?.

Miró de nuevo hacia adentro, con un nerviosismo creciente.

– N…… no. Él está……. bueno, él está en la habitación. ¿Por qué lo preguntas?.

La joven parecía volver a medir las palabras con cautela.

– Verás, tú me conoces Tormenta. Te vas a reir, jajajaja…….

Dejó de reír. Prosiguió tras un gesto de su interlocutora que le animaba a seguir hablando.

– En fin, ahí va, soy Anne.

La información fue recibida con asombro. Rápidamente la agarró del brazo y la introdujo dentro, llevándola a escondidas a la habitación biblioteca. Le hizo un gesto para que esperara ahí escondida y desapareció.

Edipo la esperaba pacientemente tumbado en la cama, como digiriendo si aquello era un sueño o no, parecía estar en otro mundo. Tormenta le miró preocupada. Además notó que su erección seguía siendo máxima, relamiéndose ante la maravillosa visión.

– Cariño era solo Andrea, al parecer se había dejado aquí su móvil. Ya se ha ido. Si me esperas un momento voy a beber algo de agua, enseguida vuelvo.

-Sí mamá.

Es como si no fuese él, quizá estaba arrepentido de todo cuanto estaba haciendo. Eso le hizo sentir miedo de que no quisiera seguir follando con ella, pero no tenía tiempo para preocuparse. Ahora tocaba saber por qué la madura folladora de Anne era una joven pequeña y delgada de apenas veinte años. Y, sobre todo, qué cojones pintaba en su casa en mitad de la madrugada.

Entró en la biblioteca, Anne estaba justo tras la puerta, donde la dejó. La miró durante un rato, era considerablemente más baja que ella, debía medir un metro cincuenta como mucho.

– Está bien…… Anne…… Me entran ganas de muchas cosas, de abofetearte como mínimo. Pero te voy a dejar que te expliques.

Le explicó todo deprisa, susurrando y a trompicones. Pero le contó todo lo que debía saber. Quien era realmente, lo de su método que ya había funcionado otras veces, lo de su tesis que revolucionaría el mundo de la psicología cognitiva, lo de su morbo al incesto, su afición a las ciencias ocultas, lo de que una vez conoció al diablo, lo de que posiblemente este estaría ahora dentro del cuerpo de su hijo esperando pacientemente que eyaculara para manifestarse.

Tormenta no pudo más que reír. Justo cuando Anne estaba a punto de contagiarse de la risa se puso seria y la agarró fuerte por la coleta rubia, tirando de ella. Anne casi se arrodilló en un acto reflejo, intentando no chillar de dolor.

– Mira niña no sé de qué vas ni qué gracia o juego de roll se supone que es esto.

Anne hizo gestos suplicantes para que la soltara. Cuando lo hizo la agarró por las manos.

– Pero has visto que funciona, tu hijo te está follando bien. Se te nota en la mirada cielo, además que te he escuchado gemir como una buena perra. Debes creerme. El hecho de que tu hijo te esté follando como un animal es suficiente motivo como para que me des un voto de confianza.

Las palabras de la joven calentaron sobremanera a la madura.Mientras hablaba en esos términos ambos coños se inundaron. El de Tormenta porque quería volver a la fuerza de su hijo y el de Anne porque se moría de excitación tan solo con imaginar que un hijo follase a su madre como antiguamente lo hacían en las cavernas.

– Está bien cariño, te creeré. Entonces qué, ¿me lo follo evitando que se corra?, me muero por su leche.

– ¿Si mami?, ummm ¿te mueres por la leche de tu bebe?

Comenzaron a acariciarse las manos, los antebrazos, los pechos…..

– Sí, la quiero toda para mí.

– Pero no sería buena idea que tu hijo descargara.

– Ummmmmmmm no me digas eso nenita

Sacó su lengua dirigiéndose a la boca de la joven, la cual respondió sacando también la suya. Se morrearon durante un rato con mucha lengua y mucha saliva, ambas my perras y salidas.

Luego agarró a la joven de la mano y la llevó tras ella camino de la habitación donde aguardaba el diablo, musculado y con una polla capaz de saciar no solo a dos, sino a todas las mujeres del mundo.

Anne se dejaba llevar. De repente toda su lucidez se había esfumado, como si ésta se hubiera quedado en el rellano al entrar en la mansión. Solo deseaba dejarse llevar por las tinieblas, sin más miedo que disfrutar el momento como si no hubiera un mañana. Su mente luchaba por despertar pero no podía.

Entraron en la habitación. Anne pudo ver a Edipo tumbado sobre la cama boca arriba, durante un instante pareció verle un reflejo rojo en los ojos. Tormenta le hizo sentarse a los pies de la cama y se dirigió a su hijo.

– Hola cariño, mira, te presento a Anne, una joven que quería conocerte.

Edipo no entendía nada, debería ser ella, y no Andrea, quien presionó el timbre un rato antes. Pero, ¿quién era?, ¿qué hacía allí?. Se le acumulaban las preguntas pero algo hacía que no las formulase, algo externo a él se imponía a su lógica y le hacía sentir con un halo de normalidad todo aquello. Sin duda debía ser un sueño.

Anne se fijó en el joven, que le sonrió con un leve asentimiento de cabeza a modo de saludo. Su comportamiento era extraño, como si estuviera drogado; se preguntó si su madre no lo hubiera drogado para conseguir tenerlo, eso le tranquilizaría. No obstante tendría que andarse con cuidado; era plenamente consciente que Tormenta iba a pedirle a su hijo que le follara, tendría que cuidarse de que no eyaculase por si acaso.

– Mira Anne, mira que polla tiene mi hijo.

Tormenta se había sentado al otro lado, dejándole en medio de las dos. Su aparato seguía en plenitud y ahora su mami orgullosa la acariciaba delicadamente en movimiento de masturbación, como quien venera a un tótem. Edipo extendió su mano y pellizcaba el pezón izquierdo de su madre sobre el camisón de seda.

– Ya veo…… verdaderamente grande y….. muy guapo y fuerte tu hijo.

– ¿verdad?

Lo dijo con orgullo de madre justo antes de bajar a comer la polla de su pequeño. Anne empezaba a estar con verdaderas ganas, y esperaba ansiosa su turno.

La mamada fue larga y calmada, recibida con silencio por parte de Edipo. La joven temió que no aguantase pero parecía tener una gran capacidad y fuerza, aquel treintañero musculado la tenía absorta.

Tormenta dejó de comer y se inclinó sobre la cama pidiendo la boca de la joven. Se morrearon un poco delante del hijo. Entonces se levantó y se sentó a la altura de la cabeza de Edipo.

– Nene, me gustaría que te follaras a esta chica.

Edipo asintió obediente.

– De acuerdo mamá.

Anne empezó a hiperventilar disimuladamente mientras veía como un cuerpo el doble de grande que el de ella se levantaba mientras sus ojos neutros la miraban sin expresión.

-Desnúdate y ven nena.

La orden había sido concisa y con voz tan masculina como serena.

Se puso de pié frente a la cama, bajo la atenta mirada de madre e hijo, ella sonriente, él ausente.

En primer lugar se despojó de las gafas, la coleta y los zapatos. Un bello cabello rubio cayó sobre sus hombros, encerrando como si de rejas de oro se tratara a unos hermosos ojos verdes. Después se quitó la camiseta, dejando un mínimo sujetador rosa de las supernenas. Luego extrajo las mallas y unas braguitas, a juego con el sujetador, relucieron ceñidas y pequeñitas. Luego se quitó la parte de arriba del conjuntito, quedando dos peritas diminutas al aire. Concluyó con las braguitas, dejando un depilado, pequeñito, prieto y humedecido coño a la vista de sus peculiares espectadores.

Toda una delicia.

Se le veía muy pequeña, baja y delgada, muy poca cosa. Edipo gruñó satisfecho, su polla le ardía más aun. Se fue hacia ella como un lobo hambriento, ante la asustada, aunque excitada, mirada de la pequeñita rubia del conejito apretado.

La levantó en peso como si no pesara. La colocó abierta de patas a los pies de la cama. La agarró por la cintura y la atrajo hasta el borde. Donde se agachó lo justo como para poderla penetrar.

Tormenta estaba fascinada de lo fácil que manejaba su hijo a aquella chica. Un brazo de su hijo era medio cuerpo de ella, que por momentos parecía desaparecer bajo sus músculos, como si de un truco de magia se tratara.

La penetró con fuerza, le proporcionó un gran placer meterla en aquel coñito tan pequeño y firme, soltando un largo gemido de oso en celo. Ella, en cambio, se tragó el dolor sin chillar, con una lágrima que le resbaló por la mejilla. Pero no tardó en disfrutar de aquel excelso follador, sintiéndose extrañamente a gusto bajo aquel semental fortachón.

Tormenta les rodeó contemplando la ejemplar follada. Se detuvo justo al lado, colocando sus manos en el vientre de la joven, sintiendo como la polla de su hijo entraba. Acarició los brazos y los pectorales de él, lamiendo un poco sus pezones para motivarlo todavía más.

Él la sacó y le dio la vuelta con excesiva facilidad. Tormenta abrió muchos los ojos al verla a cuatro patas. Se agachó y agarró la polla de su hijo, mamándola un poco. Luego la masturbó un rato mientras se acercó al coño invertido para lamerlo. Anne sintió un alivio de placer al notar la humedad de la lengua madura, acompañandolo de un gemidito de gata traviesa.

A Tormenta le parecía increible que aquel pollón pudiera entrar en aquel pequeño coñito. La agarró y lo puso en el borde, ayudando a su hijo a empujar. Ya estaba totalmente lubricada, así que Edipo no tuvo ningún problema en meterla a fondo y coger ritmo constante y fuerte.

Anne sentía como la tenía fuertemente agarrada por las caderas, las cuales casi desaparecían entre sus manos. No se podía mover, se centró en disfrutar.

Tormenta se acercó a ella y le besó un poco, se desnudó y se sentó a su lado dejando reposar su cabeza en sus grandes pechos, los cuales amamantó ansiosa.

Tormenta le susurró algo al oído.

– Dime, si el cuento ese del Diablo fuera verdad, ¿qué crees que ocurriría al correse?

Anne respondió como pudo, entre gemidos y chillidos suaves de gata.

– El príncipe de las sombras se alimenta del ser humano. Imagino que nos mataría a una de las dos, tal vez a las dos, hasta saciar su hambre de muerte. Luego volvería a ser tu hijo hasta la siguiente corrida. Según creo aparecería tras cada eyaculación y luego quedaría dormido dentro de su mente.

Tormenta pareció pensativa. Anne fue a decir algo más pero la madre le acalló besándola. Luego se tumbó abierta de patas ante ella para que pudiera comer su coño.

Anne lo lamió, era algo peludo pero cuidado, y muy mojado. Le supo muy sabroso y delicioso y pudo notar lo verdaderamente caliente que estaba aquella perra, totalmente fuera de sí en los gemidos profundos y movimiento poseído de su cuerpo al sentir la lengua de la pequeña.

Edipo notó la necesidad de su madre y se la sacó a la chica para cubrirla. Su polla estaba aun perfecta, notaba lejos la corrida. Sentía que podría cubrir y dejar satisfechas a cuanta mujer se le pusiera por delante.

Anne estaba a punto de correrse cuando se detuvo.

– noooooo

Él hizo caso omiso y se subió encima de su madre la cual le recibió abriendo mucho las piernas, colocándolas alrededor de su trasero, para que no pudiera escapar hasta hacerla mujer. Mientras la follaba, su madre se erguía mínimamente para lamer sus fuertes y trabajados pechos de gimnasio. Anne se quedó tumbada al lado, a escasos centímetros de la cara de Tormenta, refregándose el coño con la mano abierta, como una posesa . Tormenta no tardó en correrse, emitiendo un gemido interminable y profundo, mientras su peque no paraba de taladrar con fuerza.

Tuvo que pedirle, exhausta, que parase.

Edipo estaba al máximo de su capacidad y no podía parar, así que saltó desde su madre hasta la chica. Ella se abrió y dejó que hiciera, la taladró fuerte hasta que ella se corrió. Luego, ansiosa y deseosa, le pidió que se tumbara y se pinchó. Le cabalgaba con alegría, con sus diminutos pechos saltando como bolitas, con las carnes duras y rítmica, perfectamente acoplada al varón.

Tormenta despertó al ver el alegre cabalgar de la mojigata. Se subió sobre su hijo, dando la espaldas a la improvisada amazona, colocando su coño sobre la cara de su hijo. Se agarró al respaldo de la cama y se medio levantó, de forma que pudiera refregarlo bien. Edipo se centró en lamer y comer todo cuanto podía, llenándose los morros de flujo de mamá, mientras tenía agarrada a Anne por las nalgas, ayudando en cierto modo a su trote goloso.

La chica tuvo un segundo orgasmo, que le llevó a levantarse para descansar al lado del semental. Su madre también se levantó y se tumbó al otro lado. Espontáneamente su madre agarró su polla y la masturbó un poco mientras lamia el pezón que tenía más cerca. La chica comenzó a lamer el otro y acabó besando a Edipo mientras miraba de reojo como su madre le masturbaba. La boca del hijo le supo al coño de la madre en una deliciosa mezcla del placer más prohibido. Se sentía motivada y feliz.

Al cabo de un rato Edipo comenzó a respirar más agitadamente. Temió que se corriera y pidió a Tormenta que parase con la vista. Esta lo entendió y se detuvo. Ambas dejaron caer sus cabezas en el torso de Edipo, como musas descansando sobre los pechos del guerrero.

Tormenta permaneció un rato pensativa, y decidió subirse encima de su hijo, ignorando la señal de negación de Anne, la cual temía que tal vez le quedase poco.

Le besó y lamió el torso hasta la polla, metiéndosela entera en la boca, acabando con los huevos, los cuales le dejó bien ensalivados, mientras le masturbaba. Luego se subió y le cabalgó dejando que sus generosos pechos se rozasen durante el vaivén.

Anne seguía negando pero su calentura volvió a toda velocidad y no podo evitar gemir y tocarse al ver a esa madre follar de esa manera a su hijo.

– Eres una loba – le dijo

– Soy la perra de mi hijo- le susurró en respuesta.

Edipo enloqueció y taladró desde abajo con fuerza. Sintió como empezaba a venirle poco a poco el manantial de leche. Motivado por el momento se levantó y tumbó a su madre boca arriba. Luego cogió en peso, como si nada, a la chica y la colocó encima de su madre, boca abajo. Se acomodaron de forma que sus coños quedasen uno encima del otro, como piezas que encajaban.

Ambas se miraban sorprendidas por el arranque, pero en sus miradas había un infinito de pornografía y deseo. Comenzaron a besarse y a escupirse la una a la otra cuando comenzó a follarlas.

Iba saltando de coño en coño, de pié frente a ellas. Una vez se agachaba un poco para poder penetrar el conejito prieto y depilado de la joven. Al rato la sacaba y se aupaba ligeramente para entrar desde arriba al coño más amplio y peludo de su madre.

Las dos perras no paraban de gemir y gemir cuando dejaban de besarse y escupirse como cerdas.

Estuvieron así largo rato hasta que Edipo notó que el final era inminente.

-Me voyyyy

Tormenta ahogó un “noooo” de Anne besándole. Él la sacó de su madre, a quien follaba en el momento de notar que le venía. Las movió y colocó de rodillas en el suelo.

Anne se vio envuelta en todo aquello como un huracán acaba cogiendo al ciudadano confiado. No tardó en correrse, apenas empezó a masturbarse. Su madre, lejos de estar asustada, lo recibió ya preparada con la boca muy abierta mientras le miraba con ojos sonrientes de madre orgullosa de su bebé.

El gemido de oso resonó en la oscuridad de la ciudad. Hasta las palomas salieron volando de la repisa del ayuntamiento.

Tuvo semen para las dos. Una auténtica fuente de la que las dos bebieron y quedaron totalmente impregnadas; el pelo, la cara, y los pechos.

Durante un instante algo le pasó a Edipo. Ambas le miraban expectantes pero no tardaron en asustarse. Se le ensangrentaron los ojos y apartó a su madre agarrándola por los pelos, la cual chilló pero se sintió a salvo, iba a por Anne.

La pobre chica no tuvo ni tiempo de gritar. En un instante la levantó en peso y la estrelló contra la pared, rompiéndole el cuello. Luego, se avalanzó sobre ella y comenzó a devorarla.

Miró de reojo a su madre.

– Sal de aquí.

Su madre se fue despacio y gustosa. Estaba sorprendentemente tranquila. Sabía que estaba a salvo.

– ¿Mamá?.

Lloraba, como si se hubiera despertado de una pesadilla.

Su madre entró en la habitación, la joven estaba totalmente desfigurada, con las tripas esparcidas por la habitación y parcialmente devorada. Su hijo estaba lleno de sangre, como la habitación.

Le besó en la mejilla, llenando sus labios de sangre.

– No te preocupes hijo, no es tu culpa. A partir de ahora solo obedece a mamá y haz lo que te diga, ve a la ducha y déjame a mi limpiar todo esto. Necesitas tiempo para digerir todo lo que te ha pasado y el cambio que va a suponer en tu ida. Pero tranquilo, mami te protegerá siempre.

Mientras limpiaba y se deshacía de lo que quedaba de la desgraciada chica pensó en las palabras de la joven.

” El Diablo se manifestará tras cada corrida, y lo hará con ganas de sangre. Entre eyaculación y eyaculación volverá a ser tu hijo, pero cuando se caliente no será él y sólo buscará saciarse por completo; primero su sed de sexo y luego su sed de sangre”.

No había problema. Ella le mantendría a ralla. Solo necesitaba a una mujer diferente cada vez que su hijo tuviera ganas. De lo que estaba segura era de que pensaba hartarse de follar a ese macho fuerte y semental, y de que a ella nunca le haría nada, porque sería la mano que le diera de comer.

Imaginó que nadie vincularía la desaparición de aquella chica con ellos. Aunque un problema llegó a su mente, su marido. Deberían dejar aquella vida. Debería fugarse lejos con su hijo y empezar desde cero en aquella nueva situación.

Se sintió bien con todo eso. Ahora cuidaría de su bebé como nunca antes lo había hecho.

Relato erótico: “Amor en Yavin” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

AMOR EN YAVIN

Huyendo de la flota imperial Han Solo, Chewbacca, Luke Skyewalker y Leia Organa llegan a la base rebelde en Yavin.

DarthVader los persigue a través de la galaxia y gracias a un dispositivo buscador colocado previamente en el Halcón milenario localiza su destino.

La base rebelde se enfrenta a la batalla final por su supervivencia. Los X-Wing se preparan para un ataque desesperado sobre la estrella de la muerte fiándolo todo a la destreza de sus pilotos…

¿Qué demonios estaba pasando? Se encontraba de nuevo en la estrella de la muerte. Huyendo por aquel laberinto de pasillos, vistiendo un horrible mono que se ajustaba a su cuerpo haciendo que cualquier movimiento fuese una invitación a la lujuria.

De una esquina salió un soldado imperial apuntándola con su pistola láser. Como un relámpago echó mano a sus caderas, pero donde debía haber estado su cartuchera no había nada. Se dio la vuelta, preparada para volver por donde había venido, pero otros dos soldados más le cortaban el paso. Con un gesto contrariado levantó las manos en señal de rendición.

Uno de los soldados se acercó y antes de que pudiese decir nada le atizó con la culata de su pistola en la sien haciendo que todo se volviese negro.

Cuando despertó y abrió los ojos una intensa luz la deslumbró, los cerró con fuerza intentando concentrarse a pesar del intenso dolor que atravesaba todo el lado izquierdo de su cabeza. Tras respirar un par de veces profundamente, volvió a abrir los ojos. Intentó mover los brazos para protegerse de la intensa luz, pero estaba totalmente paralizada. Un par de soldados imperiales entraron en la sala y apagando el mecanismo paralizante que colgaba de su cuello la ayudaron a levantarse para tras maniatarla, colgar sus brazos del techo de manera que apenas podía tocar el suelo con la punta de sus delicados pies. Intentó librarse de las ataduras, pero descubrió que tenía los brazos firmemente atados . Forcejeó desesperada durante un par de minutos hasta que finalmente se dio cuenta de que no conseguiría liberarse, con lo que optó por volver a cerrar los ojos y tratar de no pensar en lo que le esperaba.

La puerta se abrió dando paso a Darth Vader, que entró acompañado por un acólito vestido totalmente de negro. Los movimientos y la constitución del acólito le resultaron familiares, pero al llevar la capucha echada sobre su rostro no logró identificarle.

—Bien. Querida hija. Estoy encantado de verte de nuevo.—dijo Darth Vader haciendo que su voz metálica reverberase por toda la estancia— La última vez que nos vimos quedaron algunas cosas pendientes.

—Cerdo. Ni te atrevas a acercarte a mí. Tú no eres mi padre. Mi padre era Anakin Skywalker un caballero Jedi. Como mi hermano…

Una risa bronca de la oscura figura interrumpió la contestación de la joven princesa. Vader se acercó a ella y con un gesto de su mano volvió a pulverizar sus ropas dejándola totalmente desnuda de nuevo.

Ya estaba empezando a mosquearse. Aquel hijoputa estaba empeñado en dejarla en pelotas cada vez que la veía. Poniendo la cara de mayor desprecio posible observó impotente como se acercaba y comenzaba a acariciar su cuerpo, utilizando la Fuerza para excitarla contra su voluntad.

Las enguantadas yemas de los dedos de aquel ser recorrían su cuerpo dejando rastros de helada lujuria sobre su piel. Leia forcejeó con sus ataduras solo para que el dolor que le infringían las ligaduras al resistirse contrarrestasen el intenso placer.

En ese momento la figura encapuchada se movió y se colocó a su espalda comenzando a acariciarla, besarla y mordisquearla con suavidad.

Leia no pudo con el nuevo ataque y se vio obligada a claudicar al fin soltando un largo gemido. El desconocido agarró su culo y hundió los dedos en el masajeándolo con fuerza y dándole dolorosos cachetes hasta que quedó rojo como la grana.

—¿Te gusta mi nuevo aprendiz? —preguntó Vader— Ya sé que es un poco brusco, pero ya sabes, el entusiasmo de la juventud.

Leia se sentía como una especie de objeto blando al que dos maníacos estaban acariciando y pellizcando. Pronto sintió como toda su piel ardía, sus pezones palpitaban y su sexo chorreaba. Ni siquiera la incómoda postura y la repugnancia que le causaba el contacto con aquellos dos cuerpos que exudaban maldad podía evitar que se sintiese profundamente excitada.

Darth Vader se apartó un instante y le hizo señas a su acólito para que se acercara . El aprendiz se colocó a la derecha de su maestro y a una señal ambos abrieron sus capas mostrándole sendas pollas.

La polla oscura y bulbosa del maestro contrastaba con el miembro rosado y palpitante de vitalidad de su acólito. Aquel miembro le resultó tan familiar como el de Darth Vader aunque no era capaz de recordar a quién podía pertenecer. Intentó estrujarse un poco más el cerebro, pero la forma en la que se acercaron los dos hombres a ella le hicieron olvidar sus elucubraciones.

Los dos hombres la rodearon y se aproximaron tanto que pudo sentir las puntas de sus miembros rozando sus muslos. Instintivamente intentó alejarse, pero solo logró atraerlos aun más con sus cuerpo tenso y el bamboleo de sus pechos.

Finalmente la abrazaron, uno por delante y el otro por detrás, frotando sus pollas contra su cuerpo y ensuciándolo con sus asquerosas secreciones.

Se sentía tan sucia como lujuriosa. A pesar del profundo asco no podía evitar sentir una tremenda excitación y cuando el acólito cogió uno de sus pechos y se lo metió en la boca deseo tener libres la manos para poder bajar aquella ominosa capucha y revolver el pelo de su violador.

Por detrás, Darth Vader se limitaba a acariciar su cuerpo emitiendo su metálica respiración muy cerca de su oído, recordándole que la polla que tanto le estaba excitando pertenecía al segundo ser más odiado de la galaxia…

Sin esperar más, el oscuro aprendiz se irguió y cogiendo una de las piernas de Leia, la puso sobre su hombro y la penetró. Leia se agarró a las ligaduras de las que colgaba e intentó que no se notase el intenso placer que sentía. El desconocido comenzó a moverse en su interior colmándola de un placer tan intenso que no pudo aguantarse más y terminó soltando un largo gemido.

Darth Vader soltó una risa cascada a la vez que frotaba la polla contra su culo y su espalda.

No había resistencia posible , sus últimas defensas cayeron y cuando se dio cuenta estaba gimiendo y disfrutando como una loca.

En ese momento Vader separó sus cachetes y cometió la humillación final. Extrañamente no sintió ningún dolor. Siempre había pensado que sería muy doloroso, pero a pesar de que aquel hijoputa le metió la polla hasta es fondo de su culo lo único que sintió fue placer.

Leia se dejó llevar jadeando y gimiendo mientras era empalada por aquellas dos fenomenales pollas una y otra vez llenándola y llevándole al éxtasis que no tardó en llegar arrasándola.

Cuando volvió a ser consciente de lo que pasaba a su alrededor alguien había cortado la cuerda que la mantenía unida al techo y se encontró tumbada encima del acólito que no paraba de moverse bajo ella mientras Vader la sodomizaba a un ritmo endiablado. De la máscara del hombre solo escapaba un risa profunda y cascada.

Durante unos minutos más estuvieron maltratando sus genitales hasta que no pudieron contenerse más y se corrieron llenando sus agujeros con su cálido semen. En ese momento el acolito retiró la capucha que cubría su rostro y con horror pudo ver la cara de su hermano… o lo que quedaba de él.

En su rostro estaba marcado el efecto del reverso oscuro de la fuerza. Había perdido casi todo el pelo y sus iris azules estaban rodeados de un cerco rojo y unas profundas ojeras.

—Sí, soy tu hermano, Leia. Ven y únete a mí, a nosotros y experimenta el poder del lado oscuro de la fuerza.

Leía se quedó quieta chorreando semen y cubierta por el sudor de aquellos dos terribles seres mientras Luke se acercaba intentando seducirla.

Leia quería negarse, pero la tentación era muy fuerte. Luchó con todas sus fuerzas, pero aquellos ojos fríos, llenos de ira y soberbia la tenía atenazada. Solo era cuestión de unos instantes y sería esclava del lado oscuro…

Se despertó con un gritó, totalmente desorientada hasta que se giró en la habitación y se dio cuenta de que estaba en la base rebelde de Yavin, justo el día previo a la batalla que decidiría el destino de la causa rebelde.

Estaba suspirando de alivio cuando la puerta se abrió y Han Solo entró con la pistola preparada.

—¿Te encuentras bien, princesa? —preguntó Solo exhibiendo su típica sonrisa de rufián.

—Sí, solo era una pesadilla.

—Sera mejor que te tapes. —dijo señalando con el dedo el vaporoso camisón de la joven que con la pesadilla había quedado a la vista—Las noches en este planeta son frescas.

La primera intención de Leia fue hacerle caso y despedirle, pero de repente se dio cuenta. Aquel inútil podía ser su salvación. A pesar de que no había hecho nada, se había llevado la fama del escape de la estrella de la muerte y había ganado cierta reputación entre el ejército rebelde.

Sabía que quería largarse para pagar un deuda con Jabba el Hutt que le tenía en el filo de la navaja, pero estaba convencida de que si insistía suficiente lograría que se uniese al ataque suicida que estaban preparando contra la estrella de la muerte para la mañana siguiente

Sí lo pensaba bien era perfecto, solo tenía que follárselo esa noche hacerle unos cariñitos delante de todo el ejercicio y despedirle para que con su habilidad a bordo del Halcón Milenario acabase desintegrado por alguno de los turboláser de la estrella de la muerte. Así ella sería una especie de viuda y no tendría que dar enojosas explicaciones sobre la criatura que crecía en su interior.

—Perdón. ¿Qué decías? —preguntó Leia volviendo a la conversación.

—Que en fin —tartamudeó el contrabandista señalando sus pezones erectos—Que estas cogiendo frío.

—¿De veras que esto es por el frío? —replicó Leia pellizcándose los pezones a través de la suave tela del camisón.

Solo hizo un gesto de indecisión. Era evidente que la deseaba, pero no se atrevía a dar el paso. Ocultando su exasperación la princesa dejó que resbalara uno de los tirantes mostrando al contrabandista un pecho grande cremoso y turgente rematado por un pezón rosado que le desafiaba erecto.

—Creí que era Luke el que te gustaba. —dijo Han acercándose.

—Vamos, no seas tonto. El chico es guapo, pero a mí me gustan hombres un poco más hechos, que tengan mundo. Él apenas acaba de salir de las faldas de su madre. —replicó Leia poniendo morritos.

Eso fue lo único que necesitó Solo para desnudarse y meterse en la cama con ella. En cuestión de segundos estaba sobre ella acariciándola y besándola.

Tenía que reconocer que todo lo que tenía de gañan lo tenía de buen amante y además estaba bastante bien dotado. Las manos del piloto resbalaron por su cuerpo acariciándolo con suavidad, excitándola y haciendo que olvidase la turbadora pesadilla que acababa de experimentar.

Con un empujón lo apartó y se puso en pie. Con lentitud se fue bajando el camisón hasta quedar totalmente desnuda. Han Solo se quedó observándola embobado y ella, consciente de que en cuestión de horas le pediría que arriesgase la vida por él, se esforzó al máximo. Se contoneó ante él mientras deshacía las trenzas dejando que una espesa mata de pelo que le llegaba hasta la cintura se derramase sobre su pálida piel.

Han Solo tragó saliva y se levantó. Su enorme erección le causó a Leia un escalofrío de placer anticipado. Quizás no fuera mala idea. Dándose la vuelta volvió a apartarse de él jugando con su deseo un poco más. Finalmente la atrapó por las caderas y la acercó hacia él. Pudo sentir como Han acariciaba su pelo mientras la dirigía contra la pared de la habitación.

Las manos del contrabandista se deslizaron por sus costillas, agarraron sus pechos y se los estrujaron. Leia suspiró mientras frotaba su culo contra la erección de Solo que sonreía satisfecho.

El hombre fue bajando poco a poco las manos a la vez que se arrodillaba. En pocos segundos sintió como tras acariciar su culo le separó los cachetes y comenzó a comerle el coño.

Leia gimió y retrasó el culo mientras sentía la lengua de Han evolucionando por su sexo acariciando su clítoris, la abertura de su ano y recogiendo los flujos que escapaban de su cada vez más anhelante coño.

No podía aguantar más, necesitaba polla. Con las mejillas ruborizadas Leia se dio la vuelta y tirando del pelo de aquel rufián le obligó a levantarse . Han se hizo el remolón y aun se quedó unos instantes besando y chupando sus pezones haciendo que su deseo fuese casi angustioso.

Con esa sonrisilla de triunfo que tanto detestaba separó las caderas de Leia de la pared y la penetró. Leia no se cortó deseosa de que toda la base se enterase y pegó un grito de placer al sentir como el miembro de Solo colmaba su sexo. La joven levantó una de sus piernas y la colocó sobre la cadera de él. Han comenzó a moverse con suavidad a la vez que le acariciaba la pierna y la besaba con suavidad.

Los movimientos se hicieron más rápidos y bruscos. Leia gimió y clavo las uñas en el peludo pecho de Solo sintiendo como cada embate la llevaba más cerca del orgasmo.

Agarrándola por el culo Solo la levantó en el aire y la posó con delicadeza sobre la cama antes de seguir follándola. Leia abrió las piernas y las estiró todo lo que pudo a la vez que alzaba las caderas para sentir los golpes del pubis de su amante en el suyo propio cada vez que le metía la polla hasta el fondo.

Agarrando a Leia por los hombros Han la folló con todas sus fuerzas hasta que se derramó en su interior. La princesa sintió un cálido torrente derramarse en su interior y no tardó en correrse también.

Instantes después Han se separó, pero Leia quería que aquella noche fuese memorable. De un empujón tumbó al hombre boca arriba y se colocó a cuatro patas sobre él. Con lentitud comenzó a retrasar su cuerpo procurando que su piel le rozase suavemente la polla. Cuando la tuvo a la altura de sus pechos comenzó a bambolearlos golpeando delicadamente aquel miembro haciendo que volviese a crecer poco a poco.

Los apagados gemidos de Han la animaron y tras demorarse unos instantes siguió bajando hasta que tuvo el pene a la altura de su boca. Tras besarlo un instante sonrió y apartó la cabeza dejando que su larga melena lo acariciara.

El contrabandista jamás había experimentado nada parecido. La suave y oscura melena de la joven acariciaba su miembro haciéndole sentir un placer desconocido. Bajo aquella espesa capa de pelo la princesa cogió su verga y comenzó a masturbarle usando su pelo como si fuese un suave guante.

Han tensó todo su cuerpo y soltó un ronco gemido. Satisfecha acercó su boca y le lamió y le mordisqueó la polla chupando con fuerza, sintiéndola palpitar en su garganta.

A continuación se apartó de nuevo y acariciándole de nuevo la polla con su melena le masturbó una vez más antes de subirse a horcajadas y meterse aquel miembro hasta el fondo de su sexo.

Solo se dejó hacer mientras la princesa saltaba con violencia y gemía y gritaba presa de un placer irrefrenable. En pocos minutos estaba jadeando y cubierta de sudor, pero no dejó de subir y bajar por la verga de él a un ritmo endemoniado hasta que no aguantó más y todo su cuerpo se crispó asaltada por un tremendo orgasmo.

El contrabandista, sin darle respiro, la puso a cuatro patas sobre la cama y la volvió a penetrar con fuerza, prolongando su orgasmo y corriéndose de nuevo en su interior con un grito de triunfo.

—¿Quién lo diría? —dijo Solo tumbándose a lado de una Leia aun jadeante— Mi madre siempre me dijo que jamás llegaría a nada y aquí me ves. Yo, un líder de la causa rebelde y follándome a una senadora imperial. ¡Chúpate esa doña perfecta!

—Creí que te irías a pagar esa deuda que tienes pendiente… —dijo Leia haciendo dibujitos con sus uñas en el pecho del contrabandista

—Verás cielo. Esa era mi intención, pero me lo he pensado mejor y creo que vais a necesitar mi ayuda. Ese chico, Luke, me cae bien y no me gustaría que le pasase nada allá arriba.

—¡Ah! ¡Qué bien! —dijo Leia cubriéndole de besos— Creo que voy a hacer que te nombren general del ejército rebelde.

Como esperaba, aquel gilipollas se hinchó como un pavo. A partir de aquel momento supo que lo tenía en el bote. Ahora solo tenía que cumplir e ir directo a una muerte segura.

Doce horas después en los alrededores de la estrella de la muerte…

—Grrr, buuf, grrr, guau, guau.

—Joder Chewbacca, ya sé que estamos en un lío. No hace falta que me lo digas. Calla y desvía la energía a los cañones de proa, tenemos que cargarnos esa torre laser si no queremos acabar convertido en una bonita bola de fuego.

—Brrr, buuuf, grrr, guau, guau.

—No soy ningún gilipollas encoñado. Soy un general rebelde y como sigas tocándome lo cojones te voy a montar un consejo de guerra que te vas a cagar, bola de pelo apestosa….

FIN


Relato erótico: “Borracha y semidesnuda me esperó mi jefa en el portal” (POR GOLFO)

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Como otros muchos, llevaba cinco años trabajando en una gran empresa y aunque entré pensando que en una estructura tan grande tendría oportunidad de escalar posiciones, la realidad es que no lo había conseguido y seguía siendo un gerentillo de un área pequeña de ese monstruo.

A través de ese tiempo, muchos habían sido mis jefes y mientras a ellos les veía subir peldaños en la compañía, yo en cambio me había quedado estancado en mi trabajo. Aunque no me podía quejar porque además de tener un sueldo aceptable, al tener dominado mis dominios eso me permitía disponer de mucho tiempo de ocio y era raro el mes donde no me tomaba unos días libres, para golfear fuera de Madrid.

Como mi trabajo salía a tiempo y mi sección no daba problemas, ningún superior se quejó de mí pero tampoco me promocionaron cuando consiguieron un ascenso. La realidad es que nunca me importó porque desde ese rincón podía hacer lo que me viniera en gana.

Para bien o para mal, todo cambió hace seis meses cuando a Don Joaquín, mi jefe durante dos años,  lo promocionaron como jefe regional y trajeron a una enchufada. Fue entonces cuando caí en manos de Aurora, una zorra recién salida de la carrera que queriendo comerse el mundo, puso patas arriba todo el departamento. A partir de entonces, mi idílica vida de cuasi funcionario quedó trastocada sin remedio.

Todavía recuerdo el día que apareció por la oficina esa rubia. Embutida en un conjunto gris, me pareció una monja sin personalidad que jamás pondría en cuestión lo poco que trabajaba. Lo cierto es que no tardé en comprender que esa mujer me iba a hacer la vida imposible porque no llevaba una semana trabajando bajo sus órdenes cuando tras llamarme a su despacho, me informó que había visto los resultados de los últimos años y había descubierto que la única sección que mantenía un crecimiento constante era la mía. Creyendo que al saber que conmigo al mando se podía olvidar de esa línea de productos, muy ufano le solté:

-Gracias, mi gente y yo sabemos lo que nos traemos entre manos. Si confías en nosotros, podrás ocuparte de los demás problemas.

Fue entonces cuando esa jovencita de ojos verdes, contestó:

-Lo sé. Por eso he decidido que me ayudes y he decidido que seas mi segundo.

Su propuesta me dejó helado porque eso significaba decir adiós a mi pequeño paraíso y tener que trabajar en serio. Tratando de escaquearme de esa responsabilidad no deseada, señalé otros candidatos más cualificados para desempeñar esa labor pero ella tras escucharme lo único que dijo fue que agradecía mi franqueza pero que su decisión era firme y que a partir de ese instante, yo era el subdirector.

«¡Me cago en la puta! ¡Esta niña me va a hacer currar!», pensé mientras hipócritamente agradecía la confianza que depositaba en mí.

Mis temores no tardaron en ser realidad porque mientras en mi antiguo puesto era raro el día que no salía a la seis, a partir de que Aurora hiciera su aparición, mi horario se convirtió en todo menos normal. Entraba a las ocho de la mañana y esa lunática del trabajo me tenía esclavizado codo con codo con ella hasta pasadas las nueve. Obsesionada con los resultados, diariamente repasábamos los informes de las distintas secciones y no permitía que me fuera hasta que, entre los dos, tomábamos las actuaciones pertinentes para solucionar los problemas.

Para que os hagáis una idea tuve que dejar los dardos y mis partidas de mus en el bar de enfrente porque ese engendro que el demonio había mandado para torturarme solo confiaba en mi criterio y queriéndome en todo momento a su disposición, hacía imposible que, como me había acostumbrado, me tomara tres tardes libres a la semana. Os juro que aunque mi sueldo casi se dobló echaba de menos a mis antiguos jefes y también os reconozco que varias veces pensé en dimitir pero la crisis económica que asolaba España, me lo impidió.

Como sostiene Murphy, todo es susceptible de empeorar y eso ocurrió cuando una tarde casi a las ocho me cazó con el maletín en la mano y me pidió que la ayudara a revisar un expediente que había llegado a sus manos solo media hora antes.

«¡Maldita psicópata! ¡Eso lo podemos ver mañana!», exclamé mentalmente. Hundido en la miseria porque había quedado con una morenaza que pensaba follarme, tuve que dejar mis cosas en una silla y reunirme con ella para releer esa documentación recién llegada. Para colmo rápidamente descubrí que esa mujer tenía razón para estar preocupada porque según ese informe, teníamos un boquete de varios millones dejado por mi antiguo jefe y el cual si no conseguíamos demostrar, iba a ser adjudicado a nosotros.

-Comprendes ahora porqué te pedí que me ayudaras- dijo casi llorando al saber que todo apuntaba a que ese desfalco había sido realizado bajo su mandato.

Por vez primera vi que tras esa fachada hierática se escondía una niña y compadeciéndome de ella, me puse manos a la obra para intentar resolver ese meollo. Totalmente conmocionada, Aurora solo pudo permanecer sentada a mi lado mientras yo, aprovechando los conocimientos adquiridos durante años del sistema informático de la compañía, buscaba en el servidor las pruebas que descargaran la culpa de ella y se la adjudicara al verdadero culpable.

«¡Será cabrón!», mascullé entre dientes cuando después de una hora, no había conseguido encontrar nada. El viejo zorro de D. Joaquín había sabido ocultar su estafa bajo una maraña de asientos contables que imposibilitaban sacarlo a la luz. Únicamente el convencimiento que tenía de la inocencia de esa cría me hizo seguir husmeando entre datos hasta que ya bien entrada la madrugada descubrí el rastro de sus maniobras.

-¡Te pillé! ¡Hijo de puta!- grité al tirar de la madeja y demostrar que la muchacha nada tenía que ver con ese delito.

Mi grito hizo despertar de su letargo a mi jefa que al oírme se apresuró a pedir que le explicara qué era lo que había encontrado. Satisfecho pero no conforme todavía, no le hice caso y me puse a imprimir los documentos que nos exculpaban. Solo cuando tenía una copia en impresa, me tomé mi tiempo para contarle cómo había desenmascarado la trama. Durante cinco minutos, Aurora permaneció atenta escuchando mi perorata y al terminar con una sonrisa, dijo:

-¡Me has salvado la vida!

Tras lo cual y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, me besó pegando su cuerpo al mío. Al sentir sus pechos juveniles, me dejé llevar y respondí con pasión a sus besos hasta que recuperando la cordura, mi jefa se separó de mí y recogiendo los papeles, se despidió de mí diciendo:

-Sabré agradecer lo que has hecho por mí.

Asustado por mi calentura, me la quedé mirando mientras se iba y fue en ese momento cuando valoré por primera vez que esa universitaria tenía un culo de ensueño.

«¡La he cagado!», pensé dando por hecho que al día siguiente esa mujer me iba a echar en cara el haber abusado de su momentánea debilidad….

 

Al día siguiente y habiendo dormido solo un par de horas, llegué a la oficina destrozado y por eso no me hizo ni puñetera gracia que mi jefa me pidiera que la acompañara a ver al “puto bwana”, al “gran caca grande”, al “sumo pontífice”, que no era otro más que el máximo dirigente de la compañía.

Agotado y sin afeitar, intenté zafarme diciéndola que estaba hecho una piltrafa pero entonces y mientras disimuladamente acariciaba mi trasero, la rubia riendo contestó:

-Yo te veo guapísimo.

Su desfachatez me paralizó y por eso no pude negarme a seguir sus pasos rumbo al trigésimo piso donde se encontraba el despacho de ese mandamás. Jamás en mi vida había soñado con subir a esa planta y menos que Don Arturo hiciera un hueco en su agenda para recibirme. En cambio, Aurora parecía estar habituada a moverse en esas altas esferas porque nada más salir del ascensor, se dirigió a la secretaria del tipo y le dio su nombre.

La respuesta de esa agria cuarentona me dejó aún más desconcertado porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, contestó:

-Su padre le está esperando.

En un primer momento creí que había oído mal porque el apellido del tipo que íbamos a ver era Talabante mientras que el de mi jefa era Ibáñez. El saludo del sesentón incrementó mi zozobra porque plantándole un par de besos en la mejilla, la recibió diciendo:

-Hija, ¿qué es eso tan importante de lo que querías hablarme?

-Papá, ¿recuerdas que te conté que había algo que no me cuadraba en la división donde trabajo?

El viejo afirmó perezosamente con la cabeza. Ese breve gesto que a mí me hubiese aterrorizado, la rubia se lo tomó como un permiso para seguir hablando:

-Te presento a Andrés, mi segundo. Juntos hemos descubierto un desfalco millonario en las cuentas.

Don Arturo abrió los ojos y ya interesado, pidió a Aurora que se explicase pero ella me pasó la palabra diciendo:

-Mejor que te lo explique Andrés que es el que realmente sabe cómo se ha llevado a cabo.

Sin modo de escabullirme, empecé a explicar la forma en la que habían ocultado al departamento de auditoria el desvío de fondos pero entonces ese zorro me paró en seco y tomando el teléfono ordenó al director administrativo que subiera. Ya presente, tuve que reiniciar mi exposición pero esta vez con todo lujo de detalles al tiempo  que contestaba las preguntas de los dos financieros. Durante dos horas aguanté ese interrogatorio y no fue hasta que el gran jefe descargó su cólera sobre su subalterno por no haberlo detectado cuando pude descansar.

Aurora viendo que no hacíamos falta, pidió permiso a Don Arturo para volver a nuestros quehaceres y por eso salimos del despacho casi sin hacer ruido. Cabizbajo por no tenerlas todas conmigo al sentirme engañado por esa “espía”, la seguí hasta el ascensor. Mi jefa espero a que se cerraran las puertas para decirme:

-Has estado magnífico.

Tras lo cual se lanzó sobre mí y sin importarle que alguien nos viera, me comenzó a besar restregando su cuerpo contra el mío. Pero al contrario que la primera vez, sus labios me supieron a burla y separándola de mí, le dije:

-¿La niña pija se aburre tanto que me ha elegido como su mascota?

El desprecio con el que imprimí a mis palabras hizo mella en Aurora que comprendiendo que no me había gustado enterarme así que era la heredera de todo ese tinglado, casi llorando, contestó:

-Siento no haberte contado quien era pero no quería que la gente pensara que me habían dado ese puesto por ser su hija. ¡Sabes y te consta que soy excelente en mi trabajo!

Indignado al sentirme usado, me la quedé mirando y queriendo humillarla, llevé mis manos hasta sus pechos y  respondí:

-Lo único que sé es que estás buena- tras lo cual y aprovechando que se había abierto el ascensor salí rumbo a mi oficina donde me encerré durante el resto del día…

Todo cambia ¿para bien?

Como resultado de nuestro informe, Aurora sustituyó a Don Joaquin al frente de la delegación regional y a mí con ella. Mi promoción incluyó un nuevo despacho, el cual a mi pesar estaba pegado al de mi jefa, de forma que a través de los cristales esa criatura del infierno podía controlar mis movimientos.

«No voy a poder ni moverme», me quejé al comprobar las cristaleras que formaban la división entre los dos cubículos. Si ya de por sí era incómodo, más lo fue comprobar  que existía un acceso directo entre ellos que permanentemente la rubia mantenía abierto. «Va a escuchar hasta si me tiro un pedo».

Decidido a no dar pie a que pensara que me sentía atraído por ella, intenté mantener un trato frío con esa mujer pero me resultó imposible porque desde un principio Aurora hizo todo lo posible porque así no fuera. Lo primero que cambió fue su forma de vestir, dejando en el armario las faldas largas y las chaquetas holgadas, comenzó a usar minifaldas y suéteres pegados.

«Lo hace a propósito», protesté en mi interior al verificar lo difícil que me resultaba apartar la mirada de su cuerpo. Si con anterioridad a la noche en que salvé su prestigio nunca me había fijado en ella, en esos días no podía de mirar de reojo lo buena que estaba.

Dotada por la naturaleza con unos pechos perfectos, me costaba un verdadero sacrificio no babear al observar el canalillo que se formaba entre ellos, pero lo que realmente me traía jodido era ese culo en forma de corazón y esas piernas largas y contorneadas.

Mi jefa que sabía los efectos que su belleza causaba en mí y buscando romper la actitud profesional que trataba de mantener, no perdía oportunidad de exhibirse a través de la cristalera. Conociendo que lo mejor de su anatomía era su trasero, la muchacha solía regalarme con una exhibición del mismo tirando papeles, bolígrafos o lo que se le ocurriera al suelo para que al recogerlos torturarme con lo que me estaba perdiendo.

«Tiene un buen polvo», tuve que reconocer un día cuando al contemplarla hablando por teléfono puso sus pies descalzos sobre la mesa y sus encantos hicieron despertar de su letargo a mi pene.

Sufrí es sutil acoso durante dos semanas pero viendo que no disminuía la brecha que nos separaba, Aurora decidió dar otro paso. El primer síntoma que había  zanjado incrementar la presión sobre mí fue cuando aprovechando que le estaba mostrando un informe, esa zorrita posó sus pechos sobre mi hombro mientras disimulaba haciendo que leía esos papeles. Reconozco que al sentir esas dos maravillas me excitó pero lo que realmente me volvió loco fue oler el aroma de su perfume mientras escuchaba su respiración al lado de mi oído.

«Aguanta, ¡no te excites!», tuve que repetir mentalmente al notar que bajo mi pantalón crecía sin control una brutal erección. Para mi desgracia, la arpía se percató del bulto de mi bragueta y mordiéndome la oreja, preguntó que le ocurría a mi pajarito.

No sé qué fue peor, si la traición de mis neuronas al rojo vivo o la vergüenza que sentí al tener que aguantar su burla. Lo cierto es que cabreado hasta la medula, le pedí que dejara de tontear conmigo pero entonces sonriendo, mi jefa me contestó:

-Andres, lo quieras o no, ¡vas a ser mío!

Tras lo cual y ratificando con hechos sus palabras, pasó su mano por mi entrepierna antes de volver a su despacho. La breve caricia de sus dedos hizo saltar por los aires mi indiferencia e involuntariamente un gemido de deseo surgió de mi garganta. Gemido que ella aprovechó para decirme desde la puerta:

-No tengo prisa.

Lo cerca que había estado de caer en su telaraña me hizo levantarme de mi asiento y salir a tomarme un café mientras intentaba borrar la sensación que esas dos tetas habían dejado en mi mente.

No habiéndolo conseguido, al volver a mi cubículo me encontré un mensaje de mi jefa en mi correo. Al abrirlo, me topé con una sensual foto de Aurora en la que aparecía totalmente desnuda pero tapándose los pechos y su coño con las manos. Alucinado por el grado de persecución al que me tenía sometido, lo peor fue leer el texto:

-Me tienes a tu disposición, solo tienes que pedirlo.

Cabreado decidí responder y sin meditar las consecuencias, contesté a su email diciendo:

-¿Cuánto cobras? Si es muy caro, no vales la pena.

Al mandárselo, me quedé observando su reacción. Esperaba que ese nada velado insulto la cabreara y diese por olvidada su obsesión por mí. Tal y como esperaba, al leer mi mensaje se enfadó pero lo que jamás había previsto es que acto seguido cruzara la separación entre nuestros dos despachos y que tras bajar las persianas para que nadie pudiese verla, me dijera:

-¡Nunca en tu vida has tenido una mujer como yo!- tras lo cual, se despojó de su ropa y quedándose en ropa interior, insistió diciendo: -¡Soy todo lo que puedes desear!

Confieso que me quedé anonadado al comprobar in situ que ese cerebrito tenía un cuerpo de revista y que lejos de perder erotismo sin ropa, semidesnuda era todavía más irresistible. Con la boca abierta de par en par, fui testigo de cómo esa bruja se volvía a vestir y de cómo sin despedirse salía hecha una furia de mi despacho rumbo a la calle.

El dolor que leí en su cara, me hizo reaccionar y tras unos segundos de confusión, salí corriendo en su busca. La alcancé en el ascensor justo cuando se cerraban las puertas y sin mediar palabra, la besé. Aurora intentó rechazar mis besos pero al notar que mi lengua forzando sus labios, cambió de actitud y respondió a mi pasión con una lujuria infinita. Su entrega provocó que mi pene se alzara y ella al sentir la presión del mismo contra su sexo, no solo no se quejó sino que comenzó a restregarlo contra su entrepierna. Os juro que si no llega a abrirse en ese momento el ascensor, mi calentura me hubiese obligado a hacerle el amor allí mismo. Pero la presencia de un grupo de oficinistas mirando nuestra lujuria hizo que nos separáramos.

Aurora, satisfecha por mi claudicación, rompió el encanto de ese instante al reírse de mí diciendo:

-Sabía que no podrías soportar mis lágrimas. Reconócelo, ¡estás colado por mí!

El tono chulesco de mi jefa me enervó y  para no romperle la cara de un guantazo, preferí irme del edificio mientras escuchaba que cabreada me pedía que no me fuera.

«No debí confiar en ella, ¡esa zorra me ha manipulado!», sentencié al recorrer la acera en un intento de olvidar su afrenta y tranquilizarme.

Sin ganas de volver a mi oficina, directamente me fui a casa. Saberme objeto de su caprichoso carácter y el convencimiento que una vez  me hubiese domesticado, Aurora me tiraría como a un kleenex usado, no me permitía ni pensar. Todas las células de mi cuerpo me incitaban a ceder ante ella mientras mis neuronas intentaban hacerme entrar en razón y rechazarla por completo.

 Intenté combatir el calor que nublaba mi mente con un ducha pero en la soledad de mi baño, el recuerdo de esa rubia, de la majestuosidad de sus pechos pero sobre todo la perfección de sus nalgas hicieron que contra mi voluntad me volviera a excitar. Inconscientemente en mi imaginación  me puse a desnudarla mientras el chorro de la ducha caía por mi cuerpo. Como en el ascensor, Aurora se contagió de mi pasión y ya desnuda se metió conmigo  bajo el agua. En mi cerebro al ver y sentir sus pechos mojados fue demasiado para mí y por eso no pude evitar soñar que hundía mi cara entre sus tetas. Mi Jefa al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, gimió de placer mientras con sus manos se hacía con mi miembro.

-¡Dios como la deseo!- exclamé creyendo que eran sus dedos los que empezaban a pajear arriba y abajo mi verga ya erecta.

Entonces esa imaginaria mujer se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me tentó con su culo diciendo:

-¿Te apetece rompérmelo?

En mi fantasía, caí rendido ante tanta ese bello trasero e hincando mis rodillas sobre la ducha, usé mi lengua para recorrer los bordes de su ano. Aurora al experimentar esa húmeda caricia en su esfínter, ahogó un grito y llevando una mano a su coño, empezó a masturbarse. Urgido por dar uso a ese culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follar a mi jefa con ella.

-¡Sigue cabrón!- chilló en mi mente al sentir esa incursión.

Estimulado por su insulto, llevé uno de mis dedos hasta su esfínter e insertándolo dentro de ella, comencé a relajarlo. El gruñido con el que esa zorra contestó a mi maniobra, me informó que le estaba gustando y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras la rubia se derretía dando gritos.

-¡Fóllame! ¡Lo necesito!- chilló descompuesta al tiempo que se apoyaba en los azulejos de la ducha.

La urgencia de esa imaginaria mujer me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por la lujuria, con lentitud forcé por vez primera ese culo con mi miembro. El culo de mi jefa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando la rubia comprobó que la había incrustado por completo, aulló diciendo:

-¡Empieza de una puta vez!

Su actitud me sacó de quicio y sin avisarla empecé a mover mis caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos. La presión que ejercía su ojete en un principio, se fue diluyendo por lo que aceleré mis penetraciones sin importarme que le doliera. La rubia al notarlo, se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:

-¡Cállate y disfruta! ¡So puta!

Que su empleado la insultara, le cabreó y tratando de zafarse de esa cuasi violación, me exigió que se la sacara. Pero entonces hice caso omiso a sus deseos y recreándome en mi indisciplina, di comienzo a un loco galope sobre su duro trasero.

-¡Me haces daño!- rugió al experimentar como forzaba su esfínter con el brutal modo con el que la estaba empalando.

Vengando todas sus afrentas, recalqué mi acción soltando un duro azote en una de sus nalgas. Ese azote la hizo reaccionar y contra pronóstico, mi jefa empezó a gozar entre gemidos.

-¡Dame otro!- chilló alborozada al disfrutar del escozor de esa caricia.

Recordando su engaño y la manipulación que había sido objeto, decidí seguir castigando su trasero y a base de sonoras nalgadas, marqué el ritmo con el que me la follaba. Dominada por la lujuria, la rubia gozó de cada azote porque sabía que acto seguido vendría una nueva estocada de mi verga. Comportándose como la zorra que era, me pidió que siguiera usando su culo mientras con sus dedos no dejaba de masturbarse. La suma del triple estimulo, las palmadas, mi pene en su culo y sus yemas torturando su clítoris, terminaron por calentarla y convulsionando bajo la ducha, me informó que se corría.

-¡Córrete dentro de mí!

Oír que me pedía que anegara con mi semen el interior de su culo, fue la gota que derramó el vaso y acelerando aún más la velocidad de mis embistes, dejé que mi pene explotara en sus intestinos…

Estaba todavía recuperándome cuando de improviso comenzó a sonar mi móvil, molesto por esa interrupción, salí de la ducha y poniéndome una toalla fui a ver quién era. No me costó reconocer qué me llamaban del trabajo y creyendo que sería Aurora, dudé en descolgar. Finalmente la cordura imperó y contesté.

-Soy Lucia Santos, la secretaria de Don Arturo- dijo mi interlocutora al otro lado del teléfono. –Le llamo para informarle que el jefe me ha pedido que quiere verle en la fiesta que da esta noche en su casa.

Cómo comprenderéis supe de inmediato quien realmente me quería ver en ese festejo pero como no podía hacerle un feo a ese hombre, únicamente pregunté a qué hora y cómo debía ir vestido.

-A las nueve y de etiqueta- respondió la cuarentona tras lo cual colgó sin despedirse.

Sabiendo que es una encerrona, voy a la fiesta.

En ese momento agradecí saber que uno de mis primos tenía un smoking de mi tamaño y sin soltar el móvil, lo llamé para que me lo prestara. Como vivía cerca tuve tiempo de ir por él y de prepararme para la evidente encerrona de esa arpía.

«No debes seguirle el juego», repetí continuamente mientras anudaba la pajarita alrededor de mi cuello al sentir que lo que realmente estaba anudando era la soga con la que Aurora iba a ejecutarme.

Al no hacer asistido nunca a una fiesta de la alta sociedad, excesivamente toqué el timbre de la mansión donde vivía tanto Don Arturo como mi jefa. Lo que no me esperaba fue que fuera la propia rubia quien me abriera la puerta y menos que al verme de pie en el porche de su casa sorprendida me soltara:

-¿Qué coño haces aquí?

La expresión de su rostro me dejó confundido y por vez primera sospeché que ella no tenía nada que ver con el tema. Por otra parte también tardé en responder porque sin querer mis ojos recorrieron su cuerpo enfundado en un impresionante traje negro de raso. Ver a esa hermosura con su metro setenta y cuervas de escándalo, me había impactado y balbuceando le expliqué que su viejo a través de su secretaría me había invitado.

-Pues no puedes quedarte- me soltó todavía cabreada por la forma que después de besarla la había dejado plantada y me hubiera ido si no llega a ser porque en ese instante Don Arturo hizo su aparición y cogiéndome del brazo me introdujo dentro de su chalet.

Como no conocía a nadie, ejerciendo de anfitrión el gran jefazo me fue presentando a los presentes, dándome una importancia que a todas luces no me merecía. La incomodidad que sentí en ese momento, se fue diluyendo con el paso del tiempo y poco a poco fue cogiendo confianza, entablé conversación con varios de los miembros de tan selecta fiesta mientras buscaba a mi alrededor al ogro rubio de Aurora.

«¿Dónde se habrá metido?», me pregunté al cabo de un rato de no verla. Su cabreo y su desaparición no cuadraban con la idea de la encerrona.

Todavía me confundió más el hecho que a la hora de tomar asiento, me sentaran a la derecha del viejo mientras su hija lo hacía en otra mesa.

«No entiendo nada», mascullé al verlo.

Durante la cena, tuve un montón de trabajo al tener que responder un montón de preguntas sobre la empresa que sin parar me hizo Don Arturo. Afortunadamente, conocía bien los entresijos de la compañía y pensando que al día siguiente esa zorra me iba a despedir, fui sincero y le conté errores que veía y que a buen seguro sus subalternos nunca le habían expresado. Curiosamente mi franqueza fue del gusto de ese hombre de negocios y ganándome un respeto que hasta entonces no tenía, pasó a preguntarme sobre mi vida.

Mientras le explicaba donde había estudiado y a qué se dedicaban mis padres, desde la mesa de al lado escuché las risas de Aurora y de reojo observé cómo tonteaba con uno de sus acompañantes. Mi examen no le pasó desapercibido a su viejo que riendo a carcajadas, intentó sonsacar que tenía con su chavala.

-Nada, es solo mi jefa- respondí sin poder apartar mis ojos de ella al percatarme que el tipo en cuestión había pasado la mano por su cintura.

Descojonado al ver los celos reflejados en mis ojos, ese astuto financiero me soltó señalando a la rubia:

-Esa que ves ahí, no es ella. Está actuando para sacarte de las casillas. La conozco bien y desde que vi su mirada mientras nos contabas el desfalco en mi despacho, supe que sentía algo por ti.

Esa confidencia me perturbó porque en cierta forma el sesentón estaba dando su conformidad a nuestra supuesta relación y por eso durante el resto de la cena me quedé callado pero al terminar y dar inicio el baile, Don Arturo sin pedirme opinión llamó a su hija y le pidió que bailara conmigo. En un principio, se negó pero ante la insistencia de su padre me tomó de la mano y me llevó hasta la pista.

Una vez allí, me impresionó verla desenvolverse al ritmo de la música porque no solo era una experta bailando sino porque sus curvas de infarto dentro de ese vestido escotado eran una tortura. Cayéndoseme la baba, observé cómo sus senos seguían el ritmo de la música y por mucho que me esforcé en dejar de mirarlos, continuamente mis ojos volvían a su canalillo.

Mi calentura se exacerbó hasta límites insospechados cuando dieron inicio las lentas. No deseando bailar pegado a ella, le pedí volver a la mesa con su padre pero ella se negó y tomándome de la cintura empezó a bailar. Al notar sus pechos clavándose en mi camisa y sus caderas restregándose contra mí, sentí que no iba a poder soportar mucho sin que mi excitación hiciera su aparición bajo mi bragueta. Tratando de evitarlo, me separé de Aurora pero al notarlo, comprendió mis razones, Satisfecha al descubrir una debilidad en mí, se pegó aún más y sin que nadie se diera cuenta rozó con sus dedos mi extensión mientras me preguntaba:

-¿Qué tanto hablabas con mi padre?

-De lo puta que es su hija- respondí mientras una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y retiraba su mano de mi entrepierna.

Sabiendo que mi insulto tendría respuesta preferí que no fuera en medio de la pista y por eso sin darle tiempo a reaccionar, la llevé hasta el baño. Al cerrar la puerta, la ira acumulada la hizo intentar darme un tortazo pero previéndolo, paré su golpe y cogiendo su cabeza, la besé. Durante unos segundos pataleó e intentó zafarse de mi beso pero sujetándola, evité que huyera hasta que rindiéndose a lo inevitable, respondió con pasión a mi lengua y sin mediar palabra, como una perturbada comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. Pero decidido a que supiera quien mandaba, no se lo permití y girándola sobre el lavabo, le bajé las bragas y cogiendo mi verga, la ensarté violentamente.

Aurora gritó al experimentar quizás por primera vez que alguien le mandaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus manos para no caerse, mi jefa se dejó follar disfrutando de cada acometida. Si en un principio, mi pene se encontró con que su coño estaba casi seco, tras unas breves envestidas, este campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.

Olvidando donde estaba y que los demás asistentes a la fiesta podían oírla, esa niña mimada se corrió dando gritos cuando yo apenas acababa de empezar. Tras lo cual, encadenó un orgasmo tras otro mientras me rogaba que no parara de hacerla mía. Como bien imagináis, la hice caso e incrementando mi ritmo conseguí convertir su sexo en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

-¡Dios mío!- aulló al sentirlo y ya totalmente entregada, rugía descompuesta cada vez que mi mi pene se incrustaba hasta el fondo de su vagina.

El ardor que había tomado posesión de su cuerpo, me permitió seguirla penetrando con mayor intensidad hasta que dominada por el placer se desplomó sobre el lavabo mientras toda ella se estremecía, presa de la lujuria. Habiendo compensado sus afrentas, me dejé llevar y llenando su aristócrata conducto con mi semen, me corrí sonoramente mientras ella sufría los estertores de su orgasmo.

jovencitaAgotado, me senté en el wáter y fijándome en ella, observé que mi jefa sonreía con los ojos cerrados. “La fierecilla está domada” pensé erróneamente creyendo que había dejado atrás sus ínfulas de niña bien. Pero entonces, abrió sus parpados y mirándome fijamente, me dijo:

-Se nota que mi padre te ha ofrecido algo. ¿Qué te ofreció por hacerme caso? ¿Un puesto?

-¡Eres idiota!- contesté indignado porque creyera que su viejo me había comprado. Sin esperar a que terminara de acomodar su ropa, la saqué arrastrándola del brazo y llevándola donde Don Arturo, le entregué a su hija diciendo: -¡Dimito! ¡Aguántela usted que yo no puedo!

Tras lo cual saliendo de la mansión, cogí mi coche y sin nada mejor que hacer, me fui a ahogar las penas en un bar cerca de mi casa, pero ni la presencia de unos amigos ni el whisky que me pedí, consiguieron hacerme olvidar a Aurora. Cuanto más lo pensaba, mayor era mi cabreo al darme cuenta que estaba colado por esa mujer y sabiendo que había tomado la decisión correcta al renunciar a mi trabajo, saber que no volvería a verla me impidió hasta beber y tras dos horas, removiendo mi copa volví a casa.

Al salir del lugar tuve que agenciarme un paraguas porque  estaba lloviendo, quizás por eso no me percaté de su presencia. Estaba abriendo mi portal, cuando escuché desde un rincón:

-Perdóname, lo siento. Fui una tonta al creer que mi padre  te había convencido.

Al girarme para soltarle una fresca, la vi empapada, borracha y semidesnuda. Su vestido mojado se transparentaba dándole un aspecto todavía más desvalido. Compadeciéndome de ella, la tomé en mis brazos y cargando con ella, entré en el edificio. Aurora al sentir que la cargaba, posó su cabeza sobre mi pecho y llorando  me pidió que la dejara quedarse conmigo esa noche.

Todavía no sé lo que me empujó a contestar:

-Si te quedas hoy, tendrás que quedarte para siempre.

Mis palabras la sorprendieron pero tras pensárselo unos segundos, levantó su mirada y con una sonrisa que no pudo enmascarar sus lágrimas, respondió:

-Mañana traigo mis maletas.

Para comentarios, también tenéis mi email:
Desnuda

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 1 (POR CARLOS LOPEZ)

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Hola, mi nombre es Victoria y por fin me he decidido a contar lo que me pasó en las fallas de este año. A decir verdad, Victoria es un nombre falso, pero no puedo permitirme que nadie me identifique con lo que voy a contar. Fue algo muy fuerte que aún viene con frecuencia a mi mente, y que no puede evitar. Hasta ahora no lo ha sabido nadie porque no se lo he contado ni a mi mejor amiga. Ni yo misma me explico cómo me pude ver atrapada en una situación que voy a relatar en este momento. A veces dicen que contar las cosas ayuda psicológicamente…

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Soy abogada de una empresa mercantil, tengo 33 años, morena, pelo largo y ojos oscuros y grandes, ni alta ni baja, más bien delgada, pero con bastantes curvas. En concreto mi pecho es bastante grande lo cual me ha tenido siempre algo acomplejada, si bien mi pareja siempre me dice que “está loco por mis tetas” y reconozco que eso me halaga. Me gusta llevar ropa de marca y vestir bien, ya que por mi profesión estoy obligada a hacerlo. Por ello, aprovecho las salidas de fines de semana para ponerme vaqueros ajustados o vestidos más atrevidos. Soy bastante coqueta en ese sentido a pesar de que mi chico es mucho más soso y no quiere que me ponga muy provocativa. Si por él fuera iría siempre como una monja.
Bueno, volvamos a la historia que me sucedió hace unos meses en las fallas de Valencia. La pasada navidad, Marta, una de mis mejores amigas de siempre anunció su futura boda para finales del mes de abril. Después de muchos años saliendo con su chico (desde los 17), al fin había conseguido que aceptase pasar por vicaría. Así que todas sus amigas habíamos pensado que el fin de semana del 19 de marzo, en las fallas, era el mejor momento para hacer una despedida de soltera divertida.
Nos juntamos en un café un par de tardes para prepararlo en unas reuniones tipo “Sexo en Nueva York”, pese a que ninguna de nosotras se destaca por ser especialmente atrevida, representábamos ese papel y decíamos que preparar a Marta “algo especial”. Al final, después de que alguna amiga se echase atrás a última hora, nos decidimos a viajar 8 chicas. Conseguimos alquilar una casa rural súper bonita a unos 30 km de Valencia y, llegado el día, montamos a Marta en uno de los coches sin decirle a donde nos dirigíamos. Durante todo el viaje fuimos bromeando con ella sobre lo que iríamos a hacer… “Que se fuera preparando…” “que si habíamos quedado ya con un chico para ella…”, “que si en realidad eran dos chicos…” y muchas cosas de ese tipo.
Pensamos que, esa misma noche, nos acercaríamos a la ciudad a las fiestas accediendo al centro en el metro o en el tren. Así pasamos la tarde en nuestra casita rural, tomando copas y bromeando acerca de la noche que le esperaba a Marta, en la que la amenazábamos con que tenía que “probar al menos otro varón” pues en su vida sólo había estado con su chico. En realidad todas sabíamos que eran más bien fantasías que realidades, pues todas nosotras somos chicas bien, de colegio religioso y barrio bueno.
Afortunadamente, y precisamente porque ninguna nos veíamos haciendo el ridículo como en tantas despedidas de soltera se ve, llegamos al acuerdo de no usar disfraces horteras. Pero eso sí, decidimos salir todas en plan atrevido, con vestiditos cortos, escotes, medias, ropa interior sexy, etc. Mi prudencia habitual me hizo no beber exageradamente antes de salir de casa, como casi todas mis amigas hicieron, pero un par de copas sí llevaba en el cuerpo cuando salimos. También mi prudencia habitual me hizo salir sólo con el DNI y dinero, pues tenía miedo de perder el bolso o mi móvil iphone 4 regalo de mi chico, que acababa de estrenar el mes anterior. Total, íbamos a estar juntas toda la noche.
Llegamos a Valencia alrededor de las 11 de la noche, dispuestas a arrasar la ciudad. Al final, habíamos tomado el tren de cercanías que nos dejó en la estación del norte, y entre la gente nos fuimos acercando al centro. Imaginaos un grupo de 8 chicas sexys y vestidas para “matar”, encima un poco alegres. Llamábamos la atención e íbamos bromeando con unos y con otros.
Primero estuvimos viendo los ninots en distintas plazas y tomando cañas por distintos bares. La nit del foc sería al día siguiente y entonces los quemarían. Nunca había estado en las fallas. La ciudad estaba hasta los topes de gente, tanto por las calles y plazas, como por los bares. Continuamente sonaba el estallido de petardos, lo cual era un poco desagradable. Después de deambular de bar en bar y comer algún bocadillo de los puestos de la calle para acompañar la bebida, nos recomendaron una de las discotecas de moda de la ciudad, creo que se llamaba “La Indiana”. Aproximadamente a la una, cuando ya empezaba a hacer frío en la calle nos dirigimos a ella. Nada más llegar, mis amigas entraron en bloque porque querían ir todas al aseo. Pero yo me quedé con Marta un rato más en la calle ya que, al haberla hecho beber tanto estaba un poco perjudicada y era una buena idea estar afuera con ella tomando el aire. A mí también me venía bien que tampoco estoy acostumbrada a beber.
Marta y yo pasamos un rato hablando de mil cosas. De los preparativos de la boda, de nuestros respectivos novios, de nuestras aventuras de jovencitas, etc. Hasta que al cabo de unos 20 minutos me comentó que se sentía mejor y que ya podíamos pasar adentro y eso hicimos. El sitio era precioso y muy bien decorado, quizá algo oscuro. La música un poco tipo máquina, pero combinada con versiones de temas españoles del momento. El local tenía al menos 3 barras ubicadas en distintos lugares y encontramos al resto del grupo al final de una de ellas, bailando algunas y otras hablando y bebiendo. Poco a poco iba entrando más gente a la discoteca. Después de bailar unos minutos les comenté que si venía alguna al aseo, pero estaban ocupadas bromeando con un grupo de chicos, así que les dije a dos de ellas, Natalia y Ana, que me iba al aseo y que me esperasen donde estaban, a lo que asintieron.
La cola en los baños era horrible, pero no me quedó otra que esperar pues no había otros. Cuando llegué a entrar en uno de los cubículos no puede evitar oír como en el de al lado se había metido un chico y una chica y debían estar “ocupados” haciendo el amor, lo cual me indignó bastante por la cola que había. A mí nunca en mi vida se me había ocurrido hacer el amor en unos aseos sucios de discoteca, pero he de admitir que los gemidos que provenían del aseo contiguo eran realmente sugerentes. En fin, terminé de hacer pis y cuando salí me dirigí al lugar donde estaban mis amigas y donde me tenían que esperar. Entre la cola del WC y la aglomeración de gente que había en la discoteca, se puede decir que había tardado casi media hora desde que me fui.
Estaba contenta pues la noche estaba siendo genial. Hacía años que no salíamos de marcha todas las amigas en una noche tan divertida y estaba muy contenta. Incluso, el ambiente de la ciudad y de la discoteca abarrotada que normalmente me suele disgustar, hoy me parecía muy agradable. Tanto que no me pareció tan irritante volver del aseo a nuestro sitio rozando cuerpos. Después de lo que había escuchado hacer en el aseo, hasta tuve alguna idea morbosa al hacerlo, y yo misma iba sonriendo de mi travesura. Seguro que también tenía que ver el efecto de las copas que llevaba bebidas. Según llegaba al lugar dónde me esperaban mis amigas no conseguía verlas me empezó a venir a la cabeza la idea de que no estuviesen. No me puse muy nerviosa porque no me imaginaba que pudiesen no estar.
Pero bueno! ¿Dónde se han metido? Al final de la barra, en el lugar de mis amigas había un grupo de chicos de unos veinte años, y vestidos un poco macarras. Con cortes de pelo extraños, tatuajes y algunos piercings y pendientes. Uno de ellos tenía una barba en forma de perilla formando una línea recortada. Me puse a su lado intentando localizar con la mirada alrededor a mis amigas. Les noté que hablaban entre ellos y se reían. Había uno más alto, delgado pero con una camiseta ajustada que hacía el gesto de coger del brazo a otro más bajito para que viniese a mí. No vino y yo, por supuesto, no hice ningún caso.
Me quedé esperando y mirando alrededor. Pensé “éstas han ido ahora al baño y nos hemos cruzado”. Joder, con la cola que hay. No sabía muy bien si intentar buscarlas o esperarlas aquí, que era donde habíamos quedado. Ahora pensaba que tenía que haber traído el teléfono móvil. Joder, me daba cuenta lo dependiente que somos del teléfono en estos casos, no sabía de memoria ninguno de sus números teléfonos móviles. Pero estaba claro que habíamos quedado que me esperarían en la barra. Veía que los chicos de mi lado hablaban entre ellos y reían, pero me miraban de reojo o directamente continuamente. Justo eso me hacía cierta gracia, que unos chicos tan jovencitos me quisiesen ligar con una chica mucho más mayor que ellos y claramente de otra forma de ser. Incluso pensaba pedirles prestado su móvil para hacer una llamada a algún sitio, pero no se me ocurría como resolver el problema.
De todas formas los comentarios que hacían los chicos de mi lado entre ellos (quizá para que yo los oyese) empezaban a sonarme fuertes “qué buena está…” “qué tetas tiene, las cogería y…”. Parecía que alguno de ellos ya se iba a acercar hacia mí para decirme algo al verme allí solita y envalentonado por los comentarios de sus amigos. Yo ya me estaba poniendo nerviosa, más por lo disgustada que estaba por lo de mis amigas, que por los comentarios de los chicos. Por supuesto no se me pasaba por la cabeza entrar en ningún tipo de juego. Mientras me ponía de puntillas y seguía buscando con la vista a mis amigas.
Uno de los chicos, el más bajito que tenía cuerpo de gimnasio, había empezado a hablarme con su lenguaje macarra “¿qué haces aquí tan sola?” también decía “guapa, pero qué guapa estás”… pero yo le ignoraba. El seguía “¿A quién buscas guapa? ¿no te valgo yo?” e insistía ante mi indiferencia “Ven, que te invito a una copa…”. Lo curioso es que no tenía cara de mal chico y hasta dudaba de si hablar un poco con él mientras volvían. Pero el disgusto que tenía con mis amigas me había bajado un poco el estado de euforia y dije “no, gracias”. Entonces decidí salir a recorrer las zonas próximas del lugar de la barra donde nos habíamos quedado, o acercarme a los aseos. Al hacerlo no podía evitar pasar pegada a los chicos y rozarles con mi cuerpo. Ellos distraídamente reducían en hueco por el que yo tenía que pasar y mi cuerpo les rozaba. Joder, eso me producía coraje. Uno dijo “pero no te vayas…”, y no pude evitar sonreír, lo que tomaron como un juego.
Tardé unos diez minutos en volver. No veía a mis amigas por ningún sitio y no me quedaba otra opción que esperarlas ahí. Encima ahora el sitio estaba completamente abarrotado de gente. Casi empujándome con la gente llegué a mi lugar en la barra y me puse de espaldas a los chicos de antes. Sólo quedaban dos, el más alto y el más bajito que antes me había hablado. Por supuesto yo les ignoraba, y me dispuse a pedir una cocacola. El más alto estaba de espaldas a mí y ocasionalmente su cuerpo me rozaba. La chica de la barra, una adolescente rubia con escote generoso y un piercing en el labio no me hacía caso.
Sin mirar sentí que el más alto le decía a su amigo algo parecido a “nano, vas a ver cómo se hace”, y se volteó hacia mí y puso su mano en mi cintura. Dijo en plan chico duro de película”¿qué quieres guapa? Yo te invito… ” y llamó por su nombre a la chica de la barra que le atendió al momento mirándole como si fuera un dios. Mientras yo le apartaba su mano tratando de no ser muy borde, ya que estaba convencida de que iba tener que esperar en ese punto de la discoteca a mis amigas un rato grande y no quería malos rollos. Él me seguía hablando al oído cosas del tipo qué buena estoy, que si le encantan las morenas como yo…
Jo, prometo que siempre he odiado estas situaciones con chicos hablándote en una discoteca, claro, cuando me pasaban. Pero en ese momento no sé porque… pese a que mi mente no quería, no podía evitar sentirme algo estimulada con la situación. El chico era muy guapo y volvía a poner su mano en mi espalda ignorando mis intentos por librarme de él, seguía insistiendo. Nuestros cuerpos estaban juntos brazo con brazo mirando a la barra, pero esto también era por la aglomeración… distraídamente deslizaba su mano hacia mi cadera mientras me decía más cosas al oído… y yo le apartaba su mano, nerviosa, esperando que la camarera me trajese mi cocacola de una vez.
Entonces él cambiaba unas palabras con su amigo, se hacía el gallito, miraba hacia otro lado o pedía otra copa, pero al cabo de dos minutos ya estaba otra vez diciéndome cosas en mi oído. Cosas incluso soeces “Qué polvazo tienes, si quieres te lo doy yo” y sonreía contento de su propio atrevimiento. Y otra vez ponía su mano en mi cintura. Yo tenía una mezcla entre sensación de enfado y de picardía. En realidad me divertía que fuera un chico de no más de 20 años y yo tengo 33. Pero ya, cuando deslizó el tacto de su mano hacia mis costillas y posó sus labios fríos por el hielo de su copa en mi cuello, mi cuerpo me traicionó completamente con un escalofrío y mis pezones se marcaron claramente sobre la tela del vestido. Joder, me había puesto un sujetador atrevido y sin relleno y ahora me arrepentía. Le quitaba su mano, apartaba mi cuello, trataba de poner cara de enfado, pero él se reía y seguía hablándome de las chicas como yo, de lo cachondas que son, de que estaba seguro de que estaba excitada, de que él lo sabía, lo notaba en mi cuerpo… joder, y yo que encima me había vestido provocativa para esa noche. Llevaba un vestido negro de talle y pecho entallado, algo de escote, un tejido como de lycra con bordados, y una falda de vuelo hasta las rodillas con un tacto de tipo gasa. Incluso mi ropa interior… era sexy ese día.
Lo peor de todo es que tenía razón. Estaba excitada en contra de mi voluntad, y mis pezones se notaban claramente. Incluso puede que mi estado de nervios me delatase. O mi respiración. Hacía muchos años que no me veía en una situación así y no sabía manejarla bien. Diría que nunca anteriormente me había visto en algo así. Mi chico además no es de ir a discotecas y nunca salimos… Si no fuese porque no sabía qué hacer ni dónde ir… uffffff de verdad me estaba poniendo caliente con sus comentarios y el roce de los cuerpos. Era una sensación muy extraña porque estaba enfadada conmigo misma, y a la vez excitada y halagada por su dedicación hacia mí. Ahora combinaba palabras dulces como “no te enfades… que te pones muy fea y eres una princesa” con cosas del estilo de que en cuanto me bebiese mi cocacola me iba a llevar a la pista de baile porque quería que le rozase con “eso que se notaba en mi vestido”… y se atrevía a decirme que “a mí también me iba a gustar… que yo estaba loca por hacérselo… que se notaba”. Aunque me odiaba a mí misma por ello, era verdad… estaba excitada y le decía con un hilo de voz “déjame por favor”, pero en mi cabeza me veía bailando algo sensual con él. No lo podía evitar.
Joder, estaba claro que tenía que escapar de allí, porque si no iba a acabar pasando algo de lo que me arrepintiese. Reuní las fuerzas que me quedaban y, con un gesto de carácter, quité bruscamente su mano de mi cuerpo diciendo bruscamente “¡ya está!”, e hice ademán de irme, aún arriesgándome a no encontrar a mis amigas que aún tenía la esperanza de que volviesen a la discoteca. Al final me veía cogiendo un taxi los 40 km a la casa rural y esperando en la puerta. Pero no hizo falta, él no me dejó marchar y me sujetó de la parte superior de mi brazo con fuerza, como sintiéndose ofendido de mi gesto despectivo. Me dijo otra vez en mi oído con firmeza “ssssshhhhh quieta! tú te quedas aquí”.
Nunca habría admitido algo así. Ni siquiera a mi chico. Pero no sé lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. No lo puedo explicar. No sé si fue el alcohol o la situación. El saberme sola en una ciudad extraña donde nadie me conocía o el tipo de chico que me dirigía con sus palabras como si fuera un muñeco. Parecía que el que tenía 33 años era él y yo era una niña a su lado. Lo cierto es que me quedé quieta, de espaldas a él que seguía agarrando fuerte mi brazo con una mano mientras deslizaba la otra por encima de mi vestido, recorriendo la curva de mi culo y deteniéndose sobre las costuras de mis braguitas… y bajando. Uffffff me hablaba dulce pero firmemente y estaba bastante excitada. Mucho. Encima ahora, él notaba mi dejadez y ya empezaba a decirme cosas más soeces, rozando sus labios sobre mi oído que es mi punto débil. Desde su posición detrás de mí y más alto que yo veía la parte de mi pecho y decía “Pero qué tetas tienes tía… y mira cómo tienes los pezones… ¿te gusta lo que te hago?” rozaba mi pecho lateralmente con el exterior de su mano que aún sujetaba mi brazo pese a que ya no hacía falta pues estaba paralizada. No me podía resistir. Él seguía “¡te gusta! eres una zorrita, te gusta ¿eh? pero qué polvazo tienes” y metía la lengua dentro de mi oído lo cual siempre me excita sobremanera. Sabía lo que hacía.
Tiró de mí y prácticamente me arrastró otra vez hacia la barra sin ninguna resistencia por mi parte, pero esta vez entre su amigo y él. Entonces me besó los labios con rudeza, metiendo su lengua y recorriendo todos los rincones de mi boca. Y yo… yo le correspondía… casi me da vergüenza contarlo, me odiaba a mí misma por hacerlo. Nunca en mi vida me habría creído que en una situación de estas yo hubiese actuado así. No era yo. Ahora dudaba, en realidad no estaba tan bebida como para no saber lo que hacía. Lo sabía perfectamente y… me dejaba hacer. Su cuerpo me aprisionaba contra la barra. Una de sus manos presionaba mi nuca contra él que me estaba dando un morreo descomunal, y la otra mano había ascendido sobre el frente de mi vestido y envolvía presionando uno de mis pechos. Yo estaba desatada también… a veces hacía gestos de escapar como para hacerme sentir mejor, hacerme creer a mí misma que no quería la situación, pero él sin demasiado esfuerzo me fijaba en mi sitio y seguía con su boca sobre la mía o sobre mi cuello. Y yo, yo tenía los ojos cerrados y me dejaba hacer correspondiendo a su beso… incluso a veces salvajemente.
Me había atrapado entre la pared y el extremo de la barra, y su cuerpo me cubría en un rincón que era realmente oscuro… lo cual agradecí pues me había pasado por la mente la posibilidad de que mis amigas volviesen y me encontrasen así. No sé si me daba más miedo la vergüenza que iba a pasar si eso ocurriese, o lo que me habría disgustado más sería perderme la sesión de morbo y sexo que me estaba proporcionando este chico de quien ni siquiera sabía su nombre. Joder. Incluso eso me hacía sentir sucia y, a la vez, cachondísima. El ambiente estaba súper cargado de humo y la música vibraba altísima metiéndose en mi cuerpo. Ahora sus manos recorrían todo mi cuerpo sin ningún impedimento por mi parte. Se habían colado dentro de mi falda y habían subido por mis medias hasta mi culo. Al notar el encaje que mis medias tenían en la zona de mi muslo donde acababan soltó una carcajada y dijo en mi oído “si ya lo sabía yo… eres una putita caliente, mi putita de hoy… ¿verdad? ¡dime que lo eres!”. No sé que extraño mecanismo se había desatado en mi cerebro, pero para mi mayor sorpresa pude oírme a mí misma contestar “síii soy tu puta… síiiii” y pasar mi lengua por su cuello.
Entonces él puso su mano directamente sobre mi sexo. Abierta. Y empezó a presionar, a friccionar muy despacio pero con algo de presión sobre mi conejito, que por entonces estaba absolutamente hinchado y mojadísimo bajo el tanga negro de encaje que había elegido para esa noche. Ufffffff notaba sus dedos longitudinalmente sobre mis labios. Se deslizaban adelante y atrás muy despacio, sobre la tela, lubricados por mis propios jugos que tenían empapada mi braguita. Continuaba con sus comentarios bruscos sobre mi oído, y yo no podía evitar mover levemente mis caderas. Ya había asumido que esta sería mi noche de locura y que iba a dejarme hacer todo lo que él quisiese. Incluso me moría por sentirle dentro de mí, a pesar de que sólo con lo que hacía estaba al borde del orgasmo. Dios mío, si ni siquiera había tocado mi sexo dentro de la ropa, pero la situación me desbordaba. Jamás en mi vida habría pensado verme en ella, pese a que alguna vez en mis sueños me ha pasado algo parecido. Pero eran sueños.
Ahora me sujetaba la nuca presionando mi boca contra la suya, lo cual me parecía supermorboso, y había interpuesto sus dedos entre nuestras bocas. Era extremadamente excitante, sabía a mis propios flujos y me sentía muy sucia y a la vez muy caliente. Pasábamos nuestras lenguas sobre los dedos saboreándolos. Eran dedos largos y cuidados. No parecían del chico rudo que estaba presionándome contra la pared, mientras mis manos recorrían su espalda. Yo me aplicaba en pasar mi lengua frenéticamente sobre ellos y él decía “muy bien… así muy bien, zorrita”. Era como me sentía. Como una auténtica zorra manoseada en una discoteca. Ahora sentía sus dedos entrando dentro de mi tanguita y explorando entre mis labios vaginales… ufffff cómo me estaba poniendo… me estaban entrando las convulsiones que justo me vienen antes del orgasmo… pero de repente algo se disparó en mi mente ¡no podía ser! ¡no podía ser! si tenía una mano en mi nuca y otra entre nuestras bocas… ¿quién me estaba penetrando mi sexo con su dedo? ¡también tenía una mano en mi pecho!…
Ahora sí que me sacudí con fuerza. Esto ya era demasiado. Abrí los ojos y me vi ante los dos amigos, el más alto y el más bajo. Ambos estaban accediendo libremente a mi cuerpo y yo no me había dado cuenta… no sólo no me había dado cuenta, sino que estaba disfrutando sus caricias y toqueteos ¿pero cuánto llevaban así? ¡los dos! Pensé qué pasaría si llegasen mis amigas y me sacudí más… un poco desesperada ¡dejadme! Pero el chico más alto me sujetaba con fuerza y decía “¡quieta, putita! Ahora no empieces con esto… ¿qué te pasa?”… entre lágrimas dije “mis amigas… si me ven… por favor… vámonos”.
No me lo podía creer. No me había preocupado en absoluto que fuesen los dos… sólo me preocupaba que me pudiesen ver así. De mi boca salían palabras con un tono infantil “por favor, por favor, vámonos”. Entonces él, el chico alto dijo “venga, que nos vamos…”, vi como guiñaba el ojo a la chica de la barra a la que no pagó las copas, y cogió de nuevo mi brazo de la parte superior con firmeza, guiándome hacia la salida de la discoteca como si yo fuese una detenida o algo así. Yo actuaba como una autómata. Estaba completamente sojuzgada y me dejaba llevar. Cuando salimos de la discoteca, el frío de la noche me hizo reaccionar, pero sin oponerme a su comportamiento. Dije “¿pero dónde vamos?”, y él contestó “a casa de éste, que está aquí al lado”. Con lenguaje suplicante le decía “pero no me hagáis nada…”, y él “tranquila, no te vamos a hacer nada…” y añadió mirando hacia atrás a su amigo con una sonrisa infantil “nada que tú no quieras”.
No sé lo que pensaría la gente con la que nos cruzábamos. Lo cierto es que la noche de fiesta estaba ya avanzada y nadie se preocupaba por nadie. Además, para ser sincera he de reconocer que yo no me oponía a sus actos. Caminaba dirigida por él y una parte de mí estaba totalmente a su merced. Una gran parte de mí. Incluso la forma en que me dirigía agarrada por el brazo me ponía caliente. Nunca me había sentido así, me sentía lo peor del mundo.
Enseguida llegamos a un portal de un edificio de de viviendas antiguas. El chico bajito se adelantó, sacó las llaves y abrió la puerta del portal. Las escaleras eran de madera, y los techos altos. Parecía sucio, con olores añejos a otros tiempos. El chico alto dijo “no enciendas la luz” y yo me estremecí. Lo cierto es que con lo que se filtraba por el cristal del portal, y un par de focos de esos de emergencia era suficientes para vernos con cierta nitidez entre la semioscuridad. Entonces él me dirige a la pared, pone mi espalda en ella y sigue con el beso salvaje que me estaba dando en la discoteca diciendo “lo habíamos dejado aquí ¿no putita?” y llama a su amigo, “ven, vamos a seguir”… y yo, cuando iba a abrir la boca para protestar me la tapaba con un beso brusco, o poniendo su mano en mi boca, sus labios y lengua sobre mi oído y susurrándome “tú has venido a esto así que quiero verte como antes”… uffffffff no podía evitarlo, notando su lengua en mi oído hacía de mí lo que quería. Incluso su amigo ya me estaba tocando otra vez sobre el vestido. Y yo me odiaba a mí misma, pero me dejaba hacer. Estaba fuera de mí.
Estuvimos unos minutos los tres besándonos y tocándonos. Incluso yo me atrevía a tocar su cuerpo, su pecho, incluso sus bultos que se notaban bajo sus pantalones. Él lo dirigía todo y decía “así, muy bien, zorrita, venga vamos a casa” añadiendo “putita, sube delante de mí las escaleras que quiero verte bien el culo que tienes”, y yo me prestaba a hacerlo pero él me paraba “espera, primero quítate las bragas que yo te vea”. Joder, qué situación. Cada vez que pienso en ello me vuelvo a excitar. Incluso ahora, sólo de escribirlo me estoy excitando otra vez, no puedo quitármelo de la cabeza. Me da vergüenza reconocerlo, pero la verdad es que me las quité con la cara más roja que un tomate. La verdad es que subí la falda de mi vestido cuando él me lo pidió porque quería “ver mi coño de pija caliente”. La verdad es que subí las escaleras contoneándome para ellos. La verdad es que me dejé tocar mi sexo desde atrás mientras subía por parte del chico bajito. La verdad es que me excité más si cabe mientras lo hacía, y mientras decía a su amigo “nano, como me gustan las medias de puta que lleva”. No me forzaron. Era algo que había en mí, una fantasía oculta, lo que hacía que me comportase como una auténtica puta.
Mientras subíamos a la tercera planta, notaba que iban hablando de mis tetas… entonces el chico más alto q caminaba detrás de mí me las aprisionó desde atrás, dijo “espera un momento, que tienes que entrar triunfante a la casa aunque no habrá nadie”, y con un gesto abrió el escote de mi vestido y sacó mis pechos por encima de la tela del sujetador. Apoyó su espalda en la pared y me arrastró quedando mi espalda sobre su pecho, de modo que quedé completamente expuesta para que su amiguito pudiera comérmelas hasta q se cansara… delante de él. Mientras, sus manos se adentraban en mi coño sin piedad. Sólo recuerdo q empecé  a gemir como una auténtica zorra, y dijo “jajajaja, vas a despertar a los vecinos”, lo cual me puso más caliente al ser consciente de que cualquiera podía salir y verme así. Aún no había llegado al límite de mí misma, al límite de mi degradación…
Abrieron la puerta y entramos en una casa que era lo más parecido a una leonera. La luz estaba encendida aunque no parecía haber nadie. Había botellas y vasos sucios por todas partes, un olor fortísimo a tabaco e incluso a hachís. Las paredes algo sucias y con pintadas. Era como lo que una se imagina que sería una casa de ocupas…. un piso compartido por chicos hecho un desastre. Nada más llegar me inclinaron sobre la mesa y me subieron la falda, pasando el chico alto a darle una lección de anatomía a su amigo sobre mi cuerpo. Dijo, mira a esta puta… me tiene empalmado desde la discoteca… mira como está de mojada, decía mientras con sus dedos separaba mis labios vaginales… incluso me dio un azote en las nalgas diciendo, “¡abre más las piernas joder!”, a lo que yo respondí con un gemido y haciendo lo que me decían.
Llevó sus dedos a mi boca y yo entendí lo que quería y mojé sus dedos con mi propia saliva. Como si yo no estuviese presente, el chico alto le aleccionaba a su amigo “ves nano, te lo he dicho mil veces, sólo hay que sacar a la zorra que todas llevan dentro. Esta tía mañana nos despreciará, pero mira hoy…” y pasaba su mano grande y mojada sobre mi sexo tocando justo donde sabía que tenía que tocar, “mira cómo se pone” y mis caderas se movían solas sobre su mano “menos mal que no quería la zorrita… jajajaja si llega a querer…”. Y todas esas frases se me han quedado grabadas en mi mente, las he dado muchas vueltas y creo que tienen un punto de verdad. Incluso pueden valer para toda persona, hombre o mujer.
Combinaba su filosofía y su lección sobre mi cuerpo, con caricias cariñosas, azotes rudos, tocamientos expertos… era como quien mira a un caballo antes de comprarlo. Y yo dejándome hacer… la situación me tenía completamente subyugada, gemía, suplicaba, mi sexo ardía, incluso me había corrido ya sobre sus manos y me moría por que me follasen o me usasen como quisieran… Me daba igual todo. Incluso gemía con ansiedad cuando el chico bajito se puso a acariciarme el ano, siguiendo las indicaciones de su “maestro” y escupiendo primero sobre él… jo, quién me habría visto en ese momento, yo que nunca había dejado a mi chico que me hiciese nada ahí, no sé si por vergüenza o por miedo al dolor, ahora siendo manipulada por dos chavalines como si tuviesen derecho a todo sobre mí. Me sentía sucia, puta, desatada… y la verdad es que ese era mi estado.
En esta misma posición uno dice “nano, no aguanto más… vamos a follárnosla” y el otro le dice empieza tú… que aguantas más… y me puso la polla en la entrada de mi sexo desde atrás, mientras en mi boca me la había metido el chico alto que se había puesto de pié ante mí y con su mano guiaba mi cabeza para follarme literalmente sobre la boca. Joder, qué sensación con los dos disfrutando de mí y yo lamiendo su polla lo mejor que sabía y sin ningún reparo, como si me fuera la vida en ello. No tardó mucho en correrse en mi boca y me obligó a tragar el semen por primera vez en mi vida. A veces, recordándolo pienso que no era yo… que fue un sueño, o que me habrían puesto algo en la bebida… pero lo cierto es que era plenamente consciente de todo lo que me hacían, que era deseo puro lo que habían conseguido despertar en mí… no sé si fue el anonimato, el ser desconocidos, que fuesen dos o que fuesen unos macarrillas… quizá el que me dictasen sin ningún escrúpulo lo que tenía que hacer, a mí que siempre he sido una mujer de carácter… o puede que quizá tenía realmente oculto en mi ser tenía un deseo de vivir al menos una noche loca en mi vida… le doy vueltas y supongo que fue un poco todo, incluso el enfado que tenía con mis amigas.
 

Me retorcía de placer siendo penetrada desde atrás por el chico bajito… allí tuve otro orgasmo brutal, aunque tampoco duró tanto ese momento porque enseguida dijo el chico alto “vamos a la cama a follárnosla” y me guiaron a una cama grande, completamente desecha y con ropa alrededor. El chico alto se había erigido en nuestro jefe y seguía dirigiendo la operación. Mientras se sentó en un sillón a prepararse un porro, mandó a su compañero que se tumbase boca arriba y a mí que le limpiase de nuevo la polla a su amigo, que quería verme como “me iba a clavar bien clavada yo solita”, y yo obedecía sus órdenes y me ensartaba en él, llenando mi cuerpo con su miembro joven, grande y durísimo. Era la primera vez en muchísimos años que tenía sexo con alguien distinto a mi pareja… y encima con dos… como una auténtica prostituta, cabalgando sobre uno de ellos, mientras miraba a los ojos al otro, a nuestro “jefe” que se fumaba tranquilamente el porro en un sillón mientras se tocaba la polla. Cuánto deseaba aquella polla que ya veía dura de nuevo.

El chico se acercó a nosotros y, sujetándome el pelo, me daba caladas del porro mientras hacía un gesto de complicidad a su amigo que empezó a ensalivarme el ano con uno de sus dedos. Sabía lo que me iba a hacer y, aunque me daba un poco de miedo que me hiciesen daño, estaba tan sometida que no me importaba. Esa noche iba a vivir más cosas por primera vez, no sólo probar el semen o el hachís. Cada vez que era consciente de lo que estaba haciendo, en lugar de sentirme avergonzada o arrepentida, una oleada de placer me inundaba hasta el orgasmo. Había perdido la cuenta de los que llevaba. Joder, yo, que últimamente me costaba llegar al primero con mi novio y ahora…
Ya tenía al menos dos dedos dentro de mi culito y el chico alto me seguía dando a fumar lo que quedaba de porro mientras apretaba fuertemente mis pezones y tiraba de ellos hacia adelante tensando mis tetitas. Uffffffffffffff. No me dolía en absoluto. De hecho, mis manos masajeaban su polla y buscaba meterla de nuevo en mi boca… pero él decía “tranquila zorrita, ahora te doy lo tuyo y no es el la boca” y añadió “anda, ensalívala bien”, y yo obediente lo hice.
Me inclinaron hacia adelante, aún clavada en la polla de su amigo que de verdad llevaba todo el rato dándome placer sin correrse él mismo… mis tetas quedaron aplastadas sobre su pecho y mi culito expuesto al chico alto que le estaba dando unos mimos y ensalivándolo aún más. Me hablaba cariñosamente ahora “preciosa, cuando pruebes esto ya no vas a querer otra cosa”, y yo gemía y gemía, “vas a ver el cielo”, “este es tu premio por ser nuestra putita esta noche… el sueño de toda niña pija… ser penetrada por dos a la vez…”, “casi ninguna llega a realizarlo y se queda sólo en sueño, pero tú… tú lo vas a probar esta noche, ¿quieres?”… sólo acerté a decir “síiiiiiii” pero el ya tenía la cabeza de su polla dentro de mi culito… mientras me distraía hablándome, ya me había desvirgado mi agujerito. Él sabía perfectamente que su voz me fascinaba.
Estaba desatada, yo misma me clavaba en las dos pollas, sudando, con el pelo suelto sobre la cara, loca de lujuria y de vicio… oleadas de placer me invadían repetidamente y ya me dolía la musculatura de mi abdomen de tanto contraerse… Aquella noche me hicieron de todo… todas las posturas y todos los orificios de mi cuerpo quedaron saciados con su leche. Gracias a ellos he perdido muchos prejuicios en materia sexual y he tratado de practicarlos con mi pareja. Por supuesto de forma dosificada porque no quiero que piense que hubo un antes y un después de ese viaje. A veces mi chico no quiere hacer ciertas cosas, y echo de menos en ese momento a alguien más dominante sobre mi cama, o a alguien más imaginativo… cierro los ojos y veo al chico alto y entonces me pongo como una moto… Joder, ese día no podía dejar de escucharle… había algo que me lo impedía, algo en él. No sé el qué, pero no podía dejar de escucharle y ahora no puedo quitármelo de la cabeza.
Cuando la luz del día entraba por las persianas me levanté como pude y, superando todos los reparos sobre el estado de su cuarto de baño, conseguí darme una ducha y recomponer mi ropa. Un taxi me llevó a la casa rural donde, gracias a Dios, ya estaban mis amigas. En la media hora de taxi, sentada en el asiento de atrás, ponía una pose digna, erguida y con las piernas cruzadas… como hago habitualmente en mi trabajo. Yo misma iba sonriendo por dentro viendo cómo me mostraba así ahora, como una chica completamente digna y respetable, pese a que aún resbalaba líquido de dentro de mi cuerpo sobre mi vestido y la tapicería del taxi. No llevaba puestas mis braguitas pues se las había dado en las escaleras al principio y no me las quisieron devolver… era una paradoja, la paradoja de mi vida, digna por fuera y puta por dentro. Ahora pienso que realmente yo soy cualquiera de las dos personas, un ángel y un demonio. Sólo hay que cogerme en el momento preciso.
Cada vez que oigo la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, siento un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Pero lo que me ha hecho contarlo es que la semana pasada recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos donde me han mandado un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo follada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas…
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es

Relato erótico: “Descubrí a la ingenua de mi tía viendo una película porno”. (POR GOLFO)

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La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años  y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba  al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, « y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.
Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado,  a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte.  Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía,  Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
« Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
« ¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».
        
Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
― Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
― Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
― ¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
― No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
― De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
― ¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
― He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
― ¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
― Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla.  Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
― ¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
 « No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
― Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
― Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
― ¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
― Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
« Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
« ¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
― Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
« ¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron  como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras.  Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
« ¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
« Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
« ¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. « ¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
« Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, « está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
 
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi  tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando  la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
« Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
« Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…
Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
« ¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
― Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
― No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
― Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
― Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo:―  ¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
« ¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino. 
« ¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
― Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
― ¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
― No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
― A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
― ¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
― Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome,  sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
« ¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: « Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
« Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual  bamboleo de esas dos maravillas.
― ¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
« Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡Es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
― ¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
« ¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón.
Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y  esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
« ¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel.
Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
« ¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado.
Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro  y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
― ¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene  en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz,  preguntó:
― ¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ― ¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
― Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
― ¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
― Te deseo, Elena― susurré en su oído.
― Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
― Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
― No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
― ¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas. 
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
― ¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. 
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
― Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
 Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
― Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
― Júrame que no te vas arrepentir de esto.
― Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria,  convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene  a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
― Quiero sentirlo.

Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
― Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos,  respondió:
― ¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
― ¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

 

 

Relato erótico: “La gemela 3” (POR JAVIET)

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Hola lectores, voy a continuar relatando las andanzas de mi amigo Paco y su ligue una chica llamada Paula, como recordareis estos dos se conocieron en un local llamado “El bareto” y allí comenzó una relación que ya dura meses, naturalmente el bueno de Paco salía cada vez más con ella y menos con la cuadrilla de amigos, hasta que hace unos días en que discutieron y como vulgarmente se dice, la oveja volvió al redil.

Naturalmente la panda le acogió y le animó a superar su disgusto por el viejo sistema de hacerle beber muchas birras y darle palmaditas entre frases de:

– Ya te lo dijimos, te alejaba de nosotros.

– Era demasiada tía para ti.

– Menuda zorra debía ser, se la veía en la cara.

– Jo tío, si no la vas usar mas, pásanos el teléfono.

Así un largo etcétera en que cada amiguete daba su opinión, esta terapia alcohólica llego a su clímax cuando le hicimos tragar varios “submarinos” de Ron junto con mas birra, un rato después un Paco semidormido empezó a hablar con su voz de borracho, contándonos su historia con Laura con todo lujo de detalles hasta más allá de la hora de cierre del bar en que estábamos, su charla era tan entretenida que aparte del dueño del local y el barman se quedaron más clientes asiduos, haciendo junto a nuestra cuadrilla un circulo de atentos curiosos a la excitante historia que nos contó hasta el amanecer; Ahora tras asimilarla y ordenarla debidamente permitidme que la comparta con todos vosotros.

Unos días después de su primer encuentro en el bar y de follarse mutuamente en el coche, Paco llamó a Laura para ver si quedaban a tomar algo, a lo que la chica accedió encantada pues según dijo le había echado de menos, quedaron para verse el viernes por la tarde y ella le dio su dirección para que pasara a recogerla a casa, pues estaba cuidando a su hermana Lola que tenía una luxación en un tobillo, pero esperaba que para ese día estaría ya repuesta.

Llegado el día, Paco se vistió más elegante de lo normal, pues vería a Laura y por lo que dedujo posiblemente también a su hermana, además no sabía si estarían allí sus padres y quería dar buena imagen (recordemos que Paco es algo feo, de hecho estuvo mamando de su madre hasta los dos años en lugar de tomar el biberón, pues de esa manera ella le veía la coronilla y no la cara, como a un “terribleador” que yo me sé) salió de casa, tomó su coche y en breve llego con ayuda del GPS a casa de Laura situada a las afueras de la ciudad.

Sin salir del coche la llamó por el móvil:

– Hola, Laura ¿qué tal estas?

– ¡hola Paco estoy bien, ya he memorizado tu numero en mi móvil ¿estás bien, vienes ya?

– La verdad es que estoy en la puerta de tu casa, dentro del coche esperándote.

– Pues estoy casi lista pero me falta un poquito, ¿Por qué no entras a buscarme y te presento a mi familia?

– Estoo… me parece algo precipitado, solo nos conocemos de una tarde y…

– No seas tonto, no te van a comer, además a ellos les gustara conocerte estoy segura.

– Está bien, voy para allá.

Colgó el teléfono y salió del coche, dirigiéndose a aquella casita unifamiliar blanca de dos pisos y un pequeño patio, al llegar a la puerta pulsó el timbre y esperó unos segundos a que su chica le abriese la puerta, cuando esta se abrió vio a Laura, con unos 20 añitos de mas, la misma cara con forma de corazón, melena larga de color negro azabache, las tetas más grandes de lo que recordaba bajo un fino vestido amarillo, a través del cual se apreciaban unos pezones pujantes del tamaño de garbanzos, la impresión le dejo mudo y permaneció quieto, observando la silueta de la hembra de estrecha cintura y amplias caderas que la luz, proveniente de una ventana revelaba al pasar desde detrás de ella y a través del fino vestido.

Pili había oído el timbre de la puerta, estaba en la cocina y por tanto era la más cercana a esta, sabía que vendría el chico del otro día a buscar a Laura pues ella se lo había anunciado dos días antes. Recordó que la noche en que su hija le conoció, ella estaba en la cama echando un polvo con su marido Jesús, tras calentarse al sentir a Lola teniendo sexo telefónico con Marcos, estaba a cuatro patas recibiendo gustosa el bien dotado miembro de su marido por el culo, disfrutando de cada arremetida que recibía a través del abierto esfínter y sintiendo cada centímetro de caliente y pulsante verga recorrerla por dentro, cuando sintió la calentura de Laura y supo que estaba teniendo sexo con alguien.

Pili de inmediato y sin dejar de agitar las caderas para mayor disfrute de su macho, cerró los ojos y se concentro en la mente de Laura, hasta que vio lo que ella estaba haciendo, le estaba chupando la verga a un tío y menuda pedazo de tranca que se gastaba el maromo ¡parecía una mortadela! aquello la excito más si cabe, sin dejar de recibir los pollazos de su amado por el conducto anal se llevó tres dedos a su chochete y se los clavo a fondo, seguía con los ojos cerrados pero viendo en su mente como su hija le hacia una mamada fabulosa al desconocido.

Pili incluso sacaba la lengua y creía ayudar a Laura a lamer aquel pedazo de verga, todo esto sin dejar de meterse los dedos en su empapada grieta, mientras recibía los embates de Jesús por su atractivo trasero, cuando el chico de Laura eyaculó en su boca un torrente de semen, Pili sentía en su mente la sensación que tenía su hija saboreándolo, con lo cual prácticamente percibió el sabor ligeramente salado, espeso y cálido de aquel macho mientras aceleraba sus dedos dentro de su chochete en un ir y venir casi salvaje, en su culo Jesús arremetía cada vez mas vigorosamente notándola estremecerse entre gemidos de placer y sacudirse mientras se arqueaba entre grititos corriéndose sin dejar de meterse los dedos en el chochete, hasta que el eyaculo entre jadeos varios chorros potentes y cálidos dentro de ella, provocándola otro fuerte y liberador orgasmo que la hizo quedar derrengada en la cama.

También percibió a medias debido al agotamiento, como la vigorosa herramienta de Paco se follaba a Laura hasta correrse de nuevo, a la vez que su hija y en su interior hasta casi desbordarla, Pili inmediatamente se había propuesto probarlo, no sería la primera vez que probaba a un noviete de alguna de ellas, como había hecho con Marcos cuando este empezó a follarse a Lola, las chicas ya sabían el secreto de su madre, así como que ella podía “ver” lo que ellas veían, aunque ellas podían excitarse entre sí no podían ver lo que veía ella pues Pili sabia bloquearlas cuando quería, su precio por consentirlas ser un poco putitas era que ella debía probar y disfrutar esporádicamente de sus chicos, e incluso las animó a que los compartiesen entre ellas.

Aquello paso cuando cumplieron los 18 años, al principio las costó un poco pero pasado un año llegaron a protagonizar autenticas orgias en su pequeña ciudad natal, ahora que contaban 22 añitos el intercambio de novietes entre ellas les parecía algo normal, además de que los chicos solían estar encantados por el hecho te tirarse a dos gemelas, al llegar a la capital Pili las exigió que no fueran tan promiscuas y se echaran por fin novios formales, aunque podían seguir intercambiándoselos si querían, ellas tras alguna discusión habían finalmente aceptado todas sus condiciones.

Pili quería probar al chico nuevo, saborearlo y ser penetrada por aquel gorda miembro, así que se lo dijo a Jesús el cual acepto su propuesta, pues como imaginareis ya estaba acostumbrado a estas alturas a dejarla que hiciera lo que quisiera, pues de una manera u otra el siempre salía beneficiado con las aventurillas de su mujer.

Nunca habían tocado a sus hijas, pero disfrutaban con sus aventuras sexuales desde el instituto, Pili le contaba lo que hacían y así se calentaban para follar, además aquellas experiencias convertían a la mujer en una ninfómana desbocada, cuando se follaba a un novio o amigo de una de ellas, Jesús pedía una satisfacción y solían ir a un local de intercambio para que el pudiera estar con otras mientras la observaba, ella solo se masturbaba o hacia sexo oral, pues tenía prohibido en esas ocasiones follarse a nadie sin que su marido lo autorizase como venganza por los cuernos, con lo cual ambos salían beneficiados con aquel acuerdo.

Pero ella estaba decidida a probar en persona la mortadela del chico nuevo, con esta idea en la cabeza se había puesto aquel vestido semitransparente, Pili estaba casualmente en la cocina cuando oyó el timbre de la puerta y vio su oportunidad, pues quería impresionar a Paco en su primera visita, así que dijo:

– Llaman a la puerta.

– Ese es Paco seguro, ya voy. –Dijo Laura desde el baño.

– No te preocupes, ya le abro yo, tú acaba de arreglarte.

Pili abrió la puerta y miró a su visitante, el muchacho aparentaba unos 23 ó 25 años, vestía bien y de sport, la ropa de tonos claros hacia resaltar el tono moreno de piscina de sus facciones, de cara no era una belleza pero tampoco era feo, se le veía de aspecto fuerte y musculado, naturalmente y como de pasada le miro el paquete que ya abultaba un poco, debía de gustarle lo que estaba viendo a través del vestido amarillo, le llamo la atención que permaneciera allí quieto mirándola sin decir ni pio y con la boca semiabierta, ella dijo:

– Hola soy Pili la madre de Laura, tú debes de ser Paco.

– Estoo.. si claro, disculpe me he quedado asombrado, es usted clavada a su hija.

– Querrás decir a mis hijas.

– A su hija Laura claro y permítame decirla que son ambas muy guapas.

– Ya veo que mi hija no te ha hablado de su hermana Lola.

– Si me ha hablado de ella ¿Por qué lo dice?

– Porque son gemelas idénticas, ¿no te mencionó ese detalle?

– No me lo dijo, estoy seguro y tampoco dijo que fuera clavadita a su madre e igual de guapa.

– Gracias por el piropo chavalote, se bienvenido y anda, pasa al comedor que te presentare a la familia.

Ella le dejo entrar y le indico hacia dónde ir, Pili caminó tras el mirándole descaradamente el culo mientras se daba un pequeño y lujurioso mordisquito en los labios. Sentado en el sofá viendo la tele estaba un hombre de 50 años, moreno de pelo corto, se notaba que se mantenía en forma, era Jesús el padre, se levanto al verle entrar revelando su estatura de 1´80 y Pili los presentó, se estrecharon la mano y el hizo el gesto de darla a ella un beso en la mejilla, la mujer se lo devolvió aprovechando para darle a Paco ese beso muy cerca de la boca.

Los dos hombres se sentaron a charlar ante la tele, entretanto la mujer fue a por unas cervezas y algo de picar que trajo a la mesa y se unió a la conversación, más bien interrogatorio al que Jesús sometía al “nuevo” afortunadamente unos minutos después volvió a sonar el timbre, Pili fue a abrir la puerta bajo la mirada atenta de los dos conversadores, que como de común acuerdo admiraban sus curvas y su bonito culo, la oyeron saludar a Marcos el novio de Lola, el cual aprovechando que nadie les veía, la dio un suave beso en la boca antes de pasar hacia la sala donde Jesús le presentó a Paco, enseguida el chico de 1´70 de altura se sirvió una cerveza, tenía 23 años cabeza rapada, llevaba una camisa floreada y tenía algo de barriguita, pantalones vaqueros y náuticos a juego, todos se pusieron a charlar mientras esperaban a las chicas y veían la tele.

CONTINUARA…

Bueno amig@s este episodio a sido algo flojillo en tema de sexo, dado que tenía que presentar al resto de personajes, así como perfilar algunos detalles de la historia como son los límites del “don” de las protagonistas, pero prometo compensarlo en el siguiente capítulo cuando las chicas bajen de arreglarse.

Entretanto pasadlo bien y sed felices.

“La enfermera de mi madre y su gemela” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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Sinopsis:

El precoz desarrollo de Alzheimer en mi madre me obligó a buscar una persona que me ayudara. Cuando más desesperado estaba por no hallar alguien de mi gusto, un compañero de trabajo me recomienda a su prima como enfermera.
Sin tenerlas toda conmigo, concierto una entrevista con ella y para mi sorpresa, resulta ser una joven recién salida de la universidad. Aunque su juventud me echaba para atrás, la urgencia de obtener ayuda me hace contratarla sin saber que la presencia de esa rubia en mi casa me iba a cambiar la vida para siempre.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
1

La vejez es una mierda. Si ya de por sí cuando llegas a una determinada edad es angustioso sentir que vas perdiendo facultades, más aún lo es cuando la persona que se va viendo disminuida es alguien al que quieres. Eso es lo que le ocurrió a mi madre siendo todavía muy joven.
Habiendo sido toda su vida una persona activa e inteligente, de improviso cuando tenía solamente cincuenta y tantos años se vio afectada por el alzhéimer. Al principio, eran pequeños despistes sin importancia que ella misma achacaba al estrés. Esa explicación se la creyó incluso ella durante unos meses ya que como estaba en la fase inicial, siguió con su vida y su trabajo sin disminuir el ritmo.
Desgraciadamente, la enfermedad poco a poco fue deteriorando sus facultades hasta un punto que se fue recluyendo paulatinamente en su interior. Por mi parte, con treinta años, soltero y con un trabajo que me absorbía mi tiempo, no quise o no pude verlo. Sé que no es excusa, pero entre mis ligues, mis viajes y mis amigos no fui consciente hasta que una madrugada mientras estaba de cachondeo recibí la llamada de un extraño, el cual, tras identificarse como policía, me explicó que la habían hallado totalmente desorientada en mitad de la gran vía. Por lo visto su estado era tal que no tuvieron más remedio que llevarla a un hospital y revisar su móvil para localizar el teléfono de un familiar. Como comprenderéis, me quedé acojonado y dándole las gracias, acudí en su ayuda.
Al llegar a la clínica, directamente pedí verla. El médico de guardia tras comprobar que era su hijo me preguntó cuánto tiempo llevaba con alzhéimer.
―Mi madre no tiene esa enfermedad― respondí irritado.
El facultativo comprendió que vivía en la inopia y sin entrar en discusión, me dejó entrar a su habitación. Si la expresión de locura de mi progenitora ya era bastante para asustarme, lo que realmente me aterró fue que al verme me confundiera con mi padre.
―Mamá, papá lleva muerto diez años― respondí con tono suave.
Al escucharlo mi madre, soltó una carcajada y dirigiéndose a la enfermera que tenía a su lado, le soltó:
―No le dije que mi novio era muy bromista.
Su respuesta me desmoralizó y reconociendo por primera vez el problema, fui a disculparme con el médico y a pedirle consejo. Ese tipo de situación debía ser algo habitual porque sin aceptar mis disculpas, me explicó que a buen seguro en un par de días recobraría la conciencia pero que eso no era óbice para que esa enfermedad siguiera su curso.
Atentamente, escuché sus consejos durante media hora cada vez más destrozado…

2

Tal y como me había anticipado, a la mañana siguiente al despertarse mi madre era otra vez la mujer de siempre pero no se acordaba de nada. Por eso al amanecer en la cama de un hospital conmigo dormido en el sofá de al lado, me preguntó que hacía ella allí.
―Mamá tenemos que hablar…― respondí y con el corazón encogido de dolor, le informé no solo de cómo había perdido la cabeza la noche anterior sino también de la cruel sentencia que el destino le tenía reservado.
Fue entonces cuando demostrando una serenidad que yo no hubiera tenido me confesó que se lo temía y que si no me había dicho nada era porque antes de hacerlo quería dejar las cosas bien atadas.
― ¿A qué te refieres? ― pregunté.
Con la mente totalmente clara, me contó que estaba cerrando la venta de su negocio y que de ir las cosas como tenía previstas, en menos de una semana, se desharía de él. Comprendí y sobre todo aprecié el valor con el que afrontaba su futura demencia y con todo el dolor del mundo le prometí mi ayuda….
Los hechos posteriores se desarrollaron a una velocidad endiablada debido en gran parte a su juventud. Su edad lejos de ser un obstáculo para el avance de su enfermedad, lo aceleró y por eso, aunque en un principio, me bastaba yo solo para cuidarla a raíz de que casi quemara la casa no me quedó más remedio que plantearme otras soluciones.
Reconozco que pensé en internarla, pero el día que fui a visitar un asilo que me habían recomendado, se me cayó el alma a los suelos al ver a los residentes de ese lugar y como mi madre me había dejado una fortuna decidí que la tendría en casa todo el tiempo que pudiera.
Durante dos semanas busqué algún candidato o candidata que se quedara con ella mientras yo no estaba. Lo que en teoría debía resultar sencillo se convirtió en una odisea porque el que no era un gordo apestoso, era una geta que no me generaba ninguna confianza. El azar quiso que una mañana, un compañero del curro al oír mi problema me dijera:
― ¿Por qué no entrevistas a mi prima? Es enfermera geriátrica y te saldrá barata ya que como no ha conseguido trabajo, se ha tenido que volver al pueblo.
Confieso que, si bien no me hacía gracia contratar a alguien emparentado con él, la urgencia hizo que me asiera a su sugerencia como el que se agarra a un clavo hirviendo y acepté conversar con ella, sin darle mayores esperanzas.
Debido a que su pueblo estaba lejos de Madrid, quedé que a los dos días la recibiría. ¡Malditos dos días! En esas cuarenta y ocho horas, mi madre se cayó en la ducha, se rompió la pierna y perdió la poca conexión con la realidad que le quedaba. Por eso, tuve que pedir un anticipo de mis vacaciones para estar con ella.
La mañana que conocí a Irene, estaba con los nervios a flor de piel. Todo era un mundo para mí y reconozco que estaba totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Mientras la esperaba sentado en mi salón, no podía dejar de pensar en que quizás tendría que finalmente internar a mi pobre madre en un asilo. Para colmo cuando llegó y tocó a mi puerta, me encontré que la muchacha era una cría.
«¡No me jodas!», pensé al ver que era una rubita con cara de niña buena, «¡Si acaba de salir del colegio!».
Afortunadamente durante la entrevista, Irene demostró ser una persona con la cabeza bien amueblada y agradable que de forma rápida consiguió cambiar mi primera impresión. Cómo además sus pretensiones económicas eran bajas y al no tener donde vivir, se quedaría en casa, me terminó de convencer porque así me aseguraba un servicio 24 horas. Tras una breve discusión llegamos al acuerdo que sus días libres coincidirían con los míos por lo que cerré con un apretón de manos el trato.
La alegría que demostró al ser contratada me hizo casi arrepentirme de la decisión. Comportándose como una adolescente, empezó a pegar saltos chillando mientras me agradecía el hecho de no tener que volver al pueblo.
― ¿Cuándo puedes empezar? ― pregunté creyendo que me diría que en un par de días y con la idea de usar ese tiempo en buscar a otra.
―Hoy mismo, en dos horas. Solo tengo que recoger mi ropa de casa de mi primo…
3

A la mañana siguiente cuando desperté el recuerdo de cómo había dejado llevar pensando en ella, me golpeó con fiereza. Con la luz del día mi actuación me resultó repulsiva y carente de toda lógica, teniendo en cuenta no solo nuestra diferencia de edad sino el hecho de que esa niñata era la enfermera. Asumiendo que cualquier acercamiento por mi parte terminaría en fracaso y sin nadie que se ocupase de mi madre, decidí no volver a cometer ese error y con ello en mi mente, me levanté al baño.
Al ser temprano, no tenía prisa y con ganas de relajarme, llené la bañera y me metí en ella. El agua caliente me adormeció y sin darme cuenta Irene volvió a mi mente. Rememorando lo soñado, involuntariamente mi pene se alzó sobre la espuma, como muestra clara que por mucho que lo intentara esa mujercita me tenía alborotado. Afortunadamente el sopor me impidió pajearme porque si no hubiera sido todavía más humillante la pillada que esa bebé me dio.
Estaba con los ojos cerrados luchando con las ganas de coger mi polla y darle uso cuando de pronto escuché:
―Señor, le he traído un café y el periódico. ¿Quiere que se lo lea?
Mi sorpresa fue total porque al abrirlos, me encontré con esa chavala sentada en una silla, mirándome. Me quedé paralizado cuando extendiendo su brazo me dio la taza como si nada.
― ¡Estoy en pelotas! ― grité mientras usaba una mano para tapar mis vergüenzas.
La muchacha, sin darle importancia, me contestó:
―Por eso no se preocupe, además de enfermera tengo cinco hermanos y no me voy a escandalizar por ver a un hombre desnudo― pero al ver la mirada asesina con la que le regalé, decidió dejarme solo.
«¡No me puedo creer que haya entrado sin llamar!», pensé de muy mala leche, «¡Esta tía se ha pasado dos pueblos!».
Indignado hasta decir basta, me terminé el puto café y saliendo del baño, entré en mi habitación para descubrir que esa cretina me había hecho la cama. Que hubiera asumido que podía arrogarse también esa función acabó por sacarme de las casillas y vistiéndome, resolví montarle una bronca, aunque eso significara quedarme sin sus servicios.
El destino quiso que, al llegar a la cocina, estuviera dando de desayunar a mi madre y sabiendo cómo le alteraban los gritos, tuve que contenerme y decirle en voz baja:
―Irene, tenemos que hablar.
La muchacha levantó su mirada al oírme y con una sonrisa, contestó:
―Ya sé que debía haberle preguntado, pero al ver que las sabanas estaban llenas de manchas blancas, me pareció lógico el cambiarlas.
Saber que esa chavala había descubierto los restos de mi corrida, me llenó de cobardía y sin los arrestos suficientes para encararme con ella, me di la vuelta y salí de casa, pero no lo suficientemente rápido para que no llegara a mis oídos que Irene le decía a mi vieja:
―Menos mal que he llegado a esta casa, no comprendo cómo han podido vivir ustedes solos sin nadie que los cuidara.
Ya en el coche y mientras pensaba en lo ocurrido, resolví:
«¡Me tengo que librar de esta loca!».
La rutina del día a día y el cúmulo de trabajo que se agolpaba sobre mi mesa consiguieron hacerme olvidar momentáneamente del problemón que me esperaba cuando volviera del curro. Durante todo el día la actividad me mantuvo ocupado, de manera que no fue hasta las siete de la tarde cuando recordé que esa noche tendría que poner las maletas de esa niña en la calle.
Si ya no tenía ninguna duda de que tenía que echarla, fue su primo quien me hiciera ratificarme aún más en esa decisión al decirme:
―Por cierto, Alberto, esta mañana me llamó Irene y me contó lo feliz que estaba viviendo en tu casa ya que tu madre es un encanto y tú todo un caballero.
Mi cara de alucine debió ser tan rotunda que muerto de risa me comentó que, tomándole el pelo, le soltó que no se fiara porque tenía fama de Don Juan y que ella al oírlo, se había indignado y que le había colgado el teléfono, contestando:
―No te permito que hables así de mi jefe.
En ese momento, no supe con quién estaba más cabreado si con su primo por ser tan indiscreto o con ella por su absurdo comportamiento. La actitud que había demostrado esa chavala revelaba un sentimiento de propiedad que nada tenía que ver con la debida fidelidad a quién le paga sino más bien con un enfermizo modo de ver nuestra relación laboral.
Os reconozco que cuando encendí mi coche, estaba tan furibundo que, de habérmela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de mi chalé sin más contemplaciones. Afortunadamente para ella, la media hora que tardé en llegar me sirvió para tranquilizarme y por eso al cruzar la puerta pude escuchar unas risas que provenían del salón.
Ese sonido tan normal por otros lares me resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido mi hogar. Extrañado e incrédulo por igual, me acerqué a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrí a mi madre chillando de gusto y a Irene haciéndole cosquillas. Esa escena que en otro momento me hubiese enternecido, me dejó paralizado por la indumentaria de la muchacha.
«¡No puede ser verdad!», rumié entre dientes al percatarme que Irene llevaba puesto un uniforme nuevo y que este al contrario del anterior no podía ser más sugerente.
Desde mi ángulo de visión, el exiguo tamaño de su vestido rosa me dejaba observar en su plenitud dos maravillosas nalgas apenas cubiertas por una tanguita azul. Si ya eso era un cambio brutal, más aún lo fue ver que como complemento, la cría se había puesto unas medias con liguero. Si queréis que defina ese traje, parecía el disfraz que llevaría una stripper encima de un escenario. Mientras babeaba admirando su belleza, Irene no paraba de jugar con mi madre sin percatarse del extenso escrutinio al que la estaba sometiendo.
«Parece una puta cara», sentencié bastante molesto por el modelito y alzando la voz, dije:
―Buenas noches.
La niñata al escucharme, se levantó del suelo y corriendo hacia mí con una sonrisa, me soltó:
―Señor, ¿Le gusta mi nuevo uniforme?
Os juro que al verla de pie y descubrir que su tremendo escote me dejaba ver sin disimulo el sujetador de encaje, provocó que tuviese que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarme allí mirándole las tetas. Retomando mi cabreo, contesté:
―No, me recuerdas con él a una zorra que pagué.
Mi ruda respuesta la dejó paralizada y con lágrimas en los ojos, me preguntó qué era lo que no me gustaba. Fue entonces cuando cometí quizás el mayor acierto de mi vida porque acercándome a ella, con dureza, respondí:
― ¿No te das cuenta de que soy un hombre y que con él estás declarándome la guerra? ― para recalcar mis palabras, manoseé sus nalgas mientras le decía: ―Da la impresión de que lo que deseas es que te follé.
Si bien era previsible que Irene se echara a llorar, lo que no lo fue tanto fue que al sentir la tersura de su piel se despertara el animal que tenía dentro y aprovechando que estaba de frente a mí, perdiendo la cabeza, desgarrara su vestido dejándola medio desnuda.
―Si quieres que te trate así, ¡No te lo pongas!
Al observar el pánico en sus ojos, me tranquilicé y dándome la vuelta me fui a mi habitación. Ya solo, el maldito enano que todos tenemos en la mente me echó en cara mi conducta:
«Eres un hijo de puta. ¡Pobre niña!», machaconamente mi conciencia perturbó mi ánimo.
Mis remordimientos fueron en alza hasta que, al no poderlos aguantar, decidí ir a pedirle excusas. Pensando que la chavala estaría haciendo la maleta, me dirigí a su habitación y aunque no la encontré, si me topé con el otro uniforme que se había comprado. Si el primero era escandaloso, este segundo era aún peor porque era totalmente transparente. Al examinarlo bien, descubrí que me había equivocado porque a la altura de donde debían ir sus pechos cuando se lo pusiera, dos cruces rojas taparían sus pezones.
Comprenderéis e incluso aceptaréis que, al imaginarme a Irene con semejante vestimenta, me excitara y tratando de analizar esa conducta, caí en la cuenta de que la única explicación posible era… ¡Que esa cría tuviera alma de sumisa!
Ese descubrimiento quedó confirmado cuando bajé a la cocina y me encontré con la rubia en sujetador y tanga. Todavía sin tenerlas conmigo quise corroborar mis sospechas y por eso le pregunté por qué andaba así. Su respuesta lo dejó clarísimo:
―Usted me lo ordenó― su tono seguro era el de alguien que no había cometido ningún error.
Al someter su contestación a un somero estudio, supe que no había equívoco y que esa cría al aceptar trabajar en mi casa había asumido que sería enfermera, chacha y esclava para todo. Deseando revalidar ese extremo, la llevé al salón y sentándome en el sofá, le ordené que se arrodillara a mis pies. La sonrisa que leí en sus labios mientras obedecía, me demostró que aceptaba de buen grado ese estatus.
Confieso que me calentó verla adoptando esa posición tan servil y forzando su entrega, le pregunté:
― ¿Quién eres?
Mi interrogatorio la destanteó y bajando su mirada, respondió:
―Su enfermera.
Al escucharla, solté una carcajada y tomando uno de sus pechos en mis manos, repetí mientras le daba un pellizco en el pezón:
―Te he preguntado quién eres, ¡No quién aparentas ser!
El gemido que surgió de su garganta fue lo suficientemente elocuente, pero, aun así, esperé su contestación. La cría con rubor en sus mejillas me miró diciendo:
―Nadie, no soy nadie. Una esclava solo tiene derecho a ser eso, una esclava.
Usando entonces mi nuevo poder, le ordené que se desnudara. Irene que obedeció desabrochó su sujetador y lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
―Acércate.
La mujercita se arrodilló y gateando llegó hasta mi lado, esperó mis órdenes.
―Aquí estoy, amo―, escuché que me decía.
―No te he dado permiso de hablar― la recriminé. ―Date la vuelta y muéstrame tu culo.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad y satisfecho, le di un azote y le exigí que me exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi aprobación.
― ¡Qué belleza! ― complacido exclamé al comprobar que lo llevaba completamente depilado. ―Separa tus labios― ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Forzando su deseo, le di la vuelta y bajándome la bragueta, la senté en mis rodillas mientras tanteaba con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y asumiendo que deseaba tomarla por detrás, forzó la penetración con un movimiento de su trasero. Cómo mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, le pregunté:
― ¿Por qué tienes el culo dilatado?
Muerta de vergüenza y con la respiración entrecortada, me respondió:
―Me he pasado toda la tarde con un estimulador anal, soñando con esto.
Su confesión me hizo preguntar qué más planes tenía preparados antes de que yo llegara. La muy puta comenzó a moverse, cabalgando sobre mi pene, mientras me decía:
―Pensaba que, si con ese uniforme no me follaba, meterme esta noche en su cama.
El descaro que mostró me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo empalándola a cada paso. Sus alargados gemidos fueron una muestra clara que estaba disfrutando por lo que, acelerando mis movimientos, cogí sus pechos entre mis manos. Mi nuevo ritmo le puso frenética y berreando de placer, gritó:
― ¡Supe que sería suya en cuanto lo vi!
Para entonces mi lujuria era tal que, cambiándola de postura, la puse a cuatro patas sobre el sofá y reanudé con mayor énfasis el asalto sobre su culo. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo mi trotar en un desbocado galope donde Irene no dejaba de gritar.
―Por favor, amo. ¡No deje de usar a su puta!
Contesté su total sumisión con un fuerte azote. La rubita al sentirlo aulló descompuesta:
― ¡Me encanta!
Su alarido me azuzó y alternando de una nalga a otra, le fui propinando duras cachetadas siguiendo el compás con el sacaba mi pene de su interior. El salón se llenó de una peculiar sinfonía de gemidos, azotes y suspiros que incrementó aún más nuestra lujuria. Irene ya tenía el culo completamente rojo cuando se dejó caer sobre el diván, presa de los síntomas de un brutal orgasmo. Fue impresionante ver a esa chavalita, temblando de dicha mientras se comportaba como una mujer sedienta de sexo.
― ¡Amo! ¡No pare! ― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió la mesura y berreando como cierva en celo, se corrió mientras de su sexo brotaba un geiser que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando viéndola satisfecha, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su ojete mientras la rubita no dejaba de aullar desesperada. No tardé en verter mi gozo en el interior de sus intestinos. Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. Mi nueva amante me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado diciendo:
―Siempre soñé con tener un dueño.
Os parecerá hipócrita, pero estaba contento por no haberla echado y aun sabiendo que la había contratado para realizar otra tarea, esa cría no solo había cubierto mis expectativas, sino que me había ayudado a reconocer mi lado dominante. Por eso, cargándola, la llevé hasta mi cama y depositándola sobre las sabanas, riendo contesté:
―En cambio, yo nunca deseé una sumisa.
Asustada por que fuera a prescindir de ella, me imploró que no lo hiciera. Soltando una carcajada, la tranquilicé diciendo:
―Pero ahora que te he encontrado, ¡No pienso perderte!

4

Llevaba casi seis meses conmigo y como siempre, mi enfermera, chacha y sierva dormía plácidamente a mi lado cuando me desperté. Aprovechándolo, usé su dormitar para observarla. Su belleza casi infantil se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Reconozco que entonces y hoy en día, es un placer espiar sus largas piernas perfectamente contorneadas, su cadera de avispa, su vientre liso y sobre todo sus hinchados pechos.
«¡Está buenísima!», pensé satisfecho aun sabiendo que lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor.
Cuando la contraté, me sedujo sin saber si sería el amo que llevaba tanto tiempo buscando, pero no se lo pensó dos veces. Había descubierto nadas más verme que mi sola presencia la ponía bruta y lanzándose al vacío, buscó ser mía.
Desnuda y sabiendo que al despertar no se iba a oponer, recorrí con mis manos su trasero. Aunque el día anterior había hecho uso de él, todavía me sorprendía lo duro que lo tenía.
―Tienes un culo de revista― susurré en su oído mientras me pegaba a ella.
―Gracias mi amo― contestó sin moverse.
Su aceptación me satisfizo y recreándome en su contacto, subí por su estómago rumbo a sus pechos con mis manos. Irene suspiró al notar que mis dedos se topaban con la curva de sus senos y maullando como una gata en celo, me hizo saber que estaba dispuesta presionando sus nalgas contra mi miembro.
Alzándose como un resorte, mi pene reaccionó endureciéndose de inmediato y ella al sentir mi erección no dudo en alojarlo entre sus piernas, sin llegar a meterlo como si dudase por cuál de sus dos entradas quería su dueño tomarla.
―Eres una zorrita viciosa― dije al bajar hasta su sexo y encontrármelo empapado.
―Lo sé, amo― respondió con tono meloso moviendo sus caderas, tras lo cual y sin más preparativos se introdujo mi extensión en su interior.
Su cueva me recibió lentamente de forma que pude gozar del modo tierno en que la piel de mi verga iba separando sus pliegues y rellenando su conducto. Esperé a que la base de mi pene recibiera el beso de sus labios genitales para llevando nuevamente mi mano a su pezón darle un suave pellizco.
Mi rubita al experimentar esa ruda caricia supo mis deseos y acelerando sus movimientos, buscó mi placer mientras su vagina, ya empapada, estrujaba mi pene con una dulce presión. Tanto ella como yo lo deseábamos por lo que nuestros cuerpos se fueron calentando mientras iniciábamos un ancestral baile sobre el colchón.
Mi pecho rozando contra su espalda, a la vez que unos palmos más abajo mi verga se hundía y salía del interior de su sexo fue algo tan sensual que no pude más que besar su cuello y susurrando en su oído decirle:
―Me encanta que seas tan puta.
Mis rudas palabras fueron la orden que necesitaba para empezar a gozar y antes que me diera cuenta sus jadeos se transmutaron en gemidos y olvidándose de pedirme permiso, se corrió. Supe que tenía derecho a castigarla, pero me apiadé de ella y mientras se retorcía con el primer orgasmo de la mañana, clavé mis dientes en sus hombros para que la marca de mi mordisco fuera la enseña de su entrega. El dolor se mezcló con el placer y prolongó su clímax. Irene, dominada por la lujuria, me rogó con un grito que me uniese a ella.
―Todo a su tiempo― contesté dándole la vuelta.
La cría creyendo que deseaba besarla, forzó con su lengua mis labios. Descojonado la separé diciendo:
―Tanto me deseas que no puedes aguantar unos minutos.
Poniendo cara de putón desorejado, contestó:
―Amo, mi función es servirle y eso hago― y sonriendo, se sentó sobre mí, empalándose nuevamente.
La urgencia que mostró al empezar a saltar usando mi pene como su silla y la forma en que sus pechos se bamboleaban siguiendo el ritmo, me terminaron de excitar e incorporándome, acudí a la llamada de ese manjar metiendo uno de sus pezones en mi boca.
―Son suyos― respondió fuera de sí al sentir que como si fuera su hijo empezaba a mamar de ellos mientras su cuerpo convulsionaba nuevamente de placer.
Despertando mi lado fetichista, mojé mis dedos en su sexo tras lo cual le pedí que me los chupase. Mi petición no cayó en saco roto y bajando su cabeza, se los llevó a su boca y sensualmente usó su lengua para saborear el producto de su coño. El erotismo de su actuación que fue demasiado para mi torturado pene y como si fuera un volcán en erupción, explotó lanzando ardientes llamaradas al interior de su vagina. Irene al sentir que mi simiente anegaba su conducto y con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias por hacerla sentir mujer.
Totalmente exhausto, me dejé caer sobre las sábanas mientras la feliz enfermera me abrazaba. Durante unos minutos, nos quedamos callados cuando de pronto se levantó corriendo:
― ¿Dónde vas?
Sonriendo, respondió:
―A cambiar el pañal a su madre. Pero no se preocupe, ahora mismo vuelvo y me echa otro polvo.
Soltando una carcajada, contesté:
―Aunque me apetece, no tengo tiempo. Debo irme a trabajar.
Mientras iba hacía el curro, no pude dejar de meditar sobre la suerte que había tenido al contratarla. Irene no solo cuidaba a mi madre con un cariño brutal, sino que había ocupado el vacío en mi cama. Comportándose la mayoría de las veces como una amante sumisa en otras ocasiones adoptaba un papel mucho más protagónico y me pedía realizar sus fantasías. No era raro que, al volver a casa, esa mujer me hubiera preparado una sorpresa, desde ir al cine para que al amparo de la oscuridad me hiciera una mamada en público, a que la llevara a un bar y en los servicios, me obligara a tomarla. Realmente, mi vida había dado un giro para bien a raíz de su llegada.
Satisfecho con ese nuevo rumbo, me cabreó en un principio que esa tarde al volver, esa rubia me pidiera como favor que durante quince días aceptara que su hermana gemela se quedara en casa.
― ¿Y eso? ― contesté al saber que, si daba mi brazo a torcer, íbamos a tener que dejar aparcada nuestra relación ya que para todos era un secreto que Irene se acostaba conmigo.
―Viene a un curso y como no quiere gastar más dinero, me ha rogado que la acoja.
Conociendo sus orígenes humildes y reconociendo que dos semanas a dieta era algo que podía soportar, acepté que viniera sin saber lo que se me venía encima.
Durante los días siguientes Irene, quizás temiendo la abstinencia, se comportó aún más ansiosa de mis caricias y aprovechó cualquier momento para dar rienda a su lujuria. Deslechado hasta decir basta, afronté con tranquilidad la llegada de su hermana…

5

Desde el momento que esa rubia angelical llegó a mi casa, se hizo cargo no solo del cuidado de mi madre, sino que se adueñó de ella de un modo tan total que no me no pude hacer nada por evitarlo. Demostrando un cariño y una ternura sin límites, cubrió a mi vieja de cuidados obligándola diariamente a ponerse guapa y a levantarse, pero también como una mancha de aceite, su presencia se fue expandiendo, asumiendo para ella funciones para las que no había sido contratada.
Un ejemplo claro de lo que hablo ocurrió a los dos días, cuando al llegar del trabajo me encontré con la sorpresa que un olor delicioso salía de la cocina. Al entrar en ella, sorprendí a Irene cocinando.
«Si sabe cómo huele, estará estupendo», pensé sin percatarme que la chavala no llevaba el atuendo blanco de enfermera sino un vestido acorde con su edad.
Haciéndome notar, señalé que esa no era su función pero que se lo agradecía. La rubia entonces sonriendo me soltó:
―Disculpe señor, pero usted cocina fatal y ya que me paso todo el día en la casa, he pensado que tanto a su madre como a usted les vendría bien mejorar sus hábitos.
No pude contradecir su lógica porque en ese momento mis ojos se habían quedado prendados del par de piernas de la niñata.
«¡No me puedo creer que no me haya fijado antes!», exclamé mentalmente al admirar la perfección de sus muslos y disfrutar de la forma redonda de su culo.
Irene, o bien no se dio cuenta de mi escrutinio, o lo que es más seguro le divirtió descubrir que sus encantos me afectaban porque, meneando el trasero, llegó hasta mí y dándome una factura de supermercado, me dijo:
―Me debe cincuenta y ocho euros. Si le parece bien a partir de hoy, cocinaré y haré la compra para que usted pueda descansar.
Su franqueza me hizo titubear, pero atontado y consciente de que bajó mi pantalón mi pene se había puesto duro, solo pude sacar la cartera y pagarle. Ya con los billetes en su mano, guiñándome un ojo, me soltó:
―Voy a ponerme el uniforme y cenamos.
Confieso que me giré a verle el culo cuando se fue y también que babeé al observar como al subir las escaleras, sus muslos eran aún más impresionantes.
«¡Qué buena está!», no pude dejar de reconocer.
La chavala volvió al cabo de cinco minutos, ya vestida de enfermera. Al observarla comprendí el motivo por el que me había pasado desapercibido que esa cría era un portento. Su uniforme además de feo disimulaba sus curvas y no dejaba entrever que debajo de esa tela había un pedazo de mujer. Involuntariamente puse un mohín de disgusto que cazó rápidamente al vuelo porque como si no quiere la cosa mientras cenábamos me soltó:
―Señor, necesito que me compre dos trajes más de enfermera. Solo tengo uno y además es horroroso.
Alucinado y sintiéndome descubierto, saqué nuevamente mi billetera y le di dinero para que los comprara ella. Irene cogió el dinero sin poner ninguna objeción y habiendo conseguido su objetivo, me preguntó que le parecía lo que había guisado.
―Está delicioso― respondí con sinceridad.
Mis palabras le alegraron y con un brillo que no supe comprender en ese momento contestó:
―No tendrá queja de lo bien que les voy a cuidar a los dos.
El tono meloso con el que lo dijo me puso los pelos de punta porque, lo quisiera o no, era evidente que encerraba una insinuación que poco tenía que ver con su oficio. No queriendo profundizar en el tema, terminé de cenar y como cada noche, fui a llevar mis platos al lavavajillas, pero entonces Irene quitándomelos de las manos, me dijo:
―Váyase a descansar, ya los meto yo.
Por mucho que protesté, la cría no dio su brazo a torcer y se salió con la suya, de modo que no me quedó otra que irme a ver la tele al salón. Os juro que no sé siquiera que narices vi porque mi mente estaba tratando de analizar el comportamiento de esa mujercita. Aunque interiormente sabía que se traía algo entre manos, no quise reconocerlo y por eso acepté sus nuevas funciones como un hecho consumado.
Estaba todavía confuso cuando al cabo de diez minutos, llegó hasta mí y dándome un beso en la mejilla, susurró en mi oído:
―Voy a ver a su madre y después me acuesto.
Nada me había preparado para esa muestra de cariño, ni mi vida de solterón, ni mi relativo éxito con las mujeres porque al sentir sus labios tersos sobre mi piel y oler la fragancia a mujer que manaba de sus poros, como un resorte mi verga se izó debajo de mi ropa. Avergonzado, descubrí que se había fijado y por eso totalmente rojo, me quedé callado mientras ella desaparecía de la habitación.
«Tío, ¿de qué vas? ¡Es solo una niña!», refunfuñé de mal humor al descubrir que la deseaba.
Molesto conmigo mismo, apagué la tele y me fui a dormir. Desgraciadamente me resultó imposible conciliar el sueño porque como si fuera una maldición el recuerdo de su belleza volvía una y otra vez a mi mente.
Dejándome llevar, me imaginé que Irene entraba en mi habitación vestida con un vaporoso picardías y que, llegando a mi lado, se agachaba sobre mí dejándome disfrutar de la visión de su escote. Mitad fantasía, mitad pesadilla, la oí decirme mientras mis ojos trataban de descubrir el color de sus pezones:
― ¿No cree que su enfermerita se merece un beso al irse a dormir?
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados. Muerta de risa, Irene pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
― ¿Merezco algo más?
― ¡Por supuesto que sí! ― exclamé mientras cogía una de sus perfectas peras entre mis labios.
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
― ¡Hazme tuya!
Su completa entrega me dio alas y creyéndome el sueño, me vi arrodillándome a sus pies. Tras lo cual, separándole las piernas, le quité el tanga. Su dulce aroma recorrió mis papilas mientras ella no paraba de gemir al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
― ¡Sigue! ― me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo buscando devorar el flujo de su coño.
― ¡Qué gusto! ― gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.
Sabiendo que todo era producto de mi mente, separé sus rodillas y quedé embelesado al descubrir que la rubita tenía el chocho depilado y con mi corazón latiendo a mil por hora, no pude dejar de reconocer que, si ya era bello de por sí, al no tener ni un pelo que estorbara mi visión, era pecaminosamente atrayente.
Un tanto cortado al recordar nuestra diferencia de edad, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer. Afortunadamente, Irene miró mi erección con aprobación y me llamó a su lado. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
―Fóllame― me ordenó con la respiración entrecortada.
Excitado hasta decir basta, contuve mis ansias de obedecerla y metí mi cara entre sus pechos. Al hacerlo, su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Cambiando de objetivo, me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, Irene pegó un alarido al experimentar las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
― ¡Qué belleza! ― exclamé al disfrutar de ese coño juvenil.
La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con más ansiedad. Mis maniobras cumplieron su cometido y dominada por el deseo, se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se transmutó en un riachuelo que intenté secar, pero cuanto más lo devoraba era mayor la cantidad de líquido que manaba y queriendo absorberlo, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:
―Quiero sentirte dentro de mí― tras lo cual llevó mi pene hasta su sexo.
La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:
― ¿No querrás un aumento de sueldo por esto? ― pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
― ¡Mierda! ¡Hazlo ya! ― imploró mientras movía sus caderas intentando metérselo dentro.
Centímetro a centímetro lo vi desaparecer en el interior de su vagina mientras la enfermera de mi madre se mordía los labios con deseo. Al sentir que la había llenado al completo, di inicio a un lento vaivén, sacando y metiendo mi verga de ese estrecho conducto mientras ella no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
― ¡Dame duro! ― chilló descompuesta.
Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
― ¡Me corro! ― la oí gritar.
Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Irene al notarlo, protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido.
Sus palabras me convencieron y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que sus alaridos de placer fueron el acicate que necesitaba para que mi miembro regara con mi semen su interior.
Sabiendo que había sido un sueño, aun así, me dormí con una sonrisa en los labios hasta el día siguiente.

Relato erótico: “Destructo III No hagamos esperar al infierno” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

La Luna no era más que una pálida y delgada línea en un cielo negro atiborrado de estrellas. La brisa era fría, pero aquello no aminoró el espíritu de los miles de jinetes que se agolpaban al frente de la capital del reino de Xin, expectantes a la orden de entrar y asaltar el castillo del emperador. Levantaban la mirada y veían, más allá de las altas murallas que protegían la ciudad, cómo grandes volutas de humo ascendían por el aire para dibujar figuras informes en el cielo ennegrecido.

El último bastión del viejo imperio, Ciudad del Jan, una dinastía dominada por soberanos mongoles, pronto caería bajo el fuego y aquella sola imagen encendía los corazones de los guerreros.

El comandante de la legión invasora, Syaoran, cabalgaba al frente de la fila de jinetes. Su armadura lamelar, al igual que el de sus hombres, era de un negro oscuro e intimidante; se retiró el yelmo de penacho rojo y echó un vistazo a la gigantesca muralla. Desde que amaneciera hasta que el sol se ocultara, el sitio había sido férreamente defendido por los vasallos del emperador, con arqueros, lanceros y hasta arrojándoles acero fundido. Ahora no quedaba nadie y tenía la sospecha de que se habían resguardado en el castillo, en el centro mismo de Ciudad de Jan.

La muralla tenía al menos diez hombres de altura y rodeaba por completo la capital, una suerte de anillo de apariencia infranqueable; pero una súbita ola de orgullo lo invadió al reconocer que pronto rendiría frutos su estrategia de enviar infiltrados que escalasen las murallas en tanto atacaban con catapultas.

Pronto, pensó, las puertas se abrirían y pondrían fin a la dinastía mongola.

Luego se giró sobre su montura y vio a su ejército expectante. Eran casi diez mil hombres. Se impresionó al comprobar la disciplina de sus exhaustos guerreros ordenados en largas columnas que se extendían por las llanuras; los más alejados parecían más bien manchas sobre la hierba plateada.

El agua y la comida habían escaseado durante los últimos días de su viaje, pero con la toma de la ciudad vendría un festín. Recordó cómo los mongoles solían no solo llevarse las provisiones sino también a las mujeres antes de arrasar las ciudades xin; meneó la cabeza para quitarse los recuerdos amargos, por más que tuviera sus ansias de venganza, daría muestras de civilización a su enemigo… si es que decidían rendirse.

La gigantesca puerta principal chirrió y un par de golpes se oyeron desde adentro. Cuando un grupo de infiltrados consiguieron abrirla de par en par, otros sostenían de los brazos a un asustado hombre vestido con un deel azulado cruzado por una faja dorada. Luego de postrarse en el suelo, se presentó como un enviado diplomático de parte del emperador; esperaba pactar un cese a las hostilidades. Había mujeres y niños en Ciudad del Jan.

El comandante se mantuvo inmutable y esperó un tiempo antes de pronunciarse. Podría hacer caso omiso a las súplicas y dirigir a su ejército para adentrarse en las angostas calles de la ciudad, aplastando al enviado bajo las líneas de jinetes, pero Syaoran lo sorprendió.

—Hemos venido por la cabeza de vuestro emperador. Puedes decirles a las mujeres de la ciudad que estarán a salvo, a menos que yo encuentre una muy bonita.

El enviado dio un respingo al oír aquello y se estremeció al imaginar cómo Toghon Temur, el emperador mongol, era ejecutado por aquellos “salvajes y piojosos rebeldes”. Intentó convencerlo de que desistiera, pero el comandante volvió a interceder.

—Los hombres de tu emperador han luchado bien. Si se rinden, les perdonaré la vida.

—¿Y perdonar la vida de mi emperador? ¿No es más importante tenerlo vivo para que predique vuestra victoria por todo el reino?

—No solté la teta ayer. No dejaré que reúna fuerzas en otras tierras — Syaoran se inclinó sobre su montura y fijó su mirada en el aterrorizado diplomático—. Su cuello probará el acero de mi sable. Hemos venido hasta aquí como una rebelión del pueblo xin y pretendemos irnos como una nueva dinastía. Solo lo conseguiremos cuando ate su cabeza en la grupa de mi caballo y la presente a mi señor.

El enviado tragó saliva; no había forma de convencerlo.

—Me temo que mi emperador no se rendirá y peleará hasta el último de sus hombres.

Syaoran levantó su arma, cuya hoja refulgía bajo la luna como una línea luminosa.

—¡Wu huang wangsui!

Sus guerreros rugieron eufóricos al escuchar el grito de guerra xin. “¡Diez mil años para el nuevo emperador!”; tanto él como la caballería galopó rumbo la ciudad, elevando al aire gritos de júbilo. El diplomático se lanzó hacia un lado para evitar ser pisoteado.

Tras el comandante iban cabalgando los portaestandartes, elevando al aire las banderas de colores dorado y carmesí del nuevo orden xin. Eran llamativos los penachos rojos agitándose sobre sus yelmos; como una ola de fuego que flameaba en las calles; después de todo, eran conocido como el ejército del Turbante Rojo.

Las angostas calles se encontraban despobladas y los ciudadanos se habían resguardado en sus hogares, apenas asomándose por las ventanas para ver aquellos estandartes agitándose. Ya no había guardias mongoles defendiendo la ciudad y por un momento los rugidos de los guerreros superaron el golpear de las herraduras contra el empedrado.

El castillo del emperador estaba erigido sobre un terreno elevado, protegido por murallas. A su alrededor se extendían gigantescos jardines, aunque en algunas zonas el fuego crepitaba. No había señal de sus vasallos a la vista. El comandante levantó el puño para que los que lo seguían detuvieran a sus caballos; los demás imitaron el gesto para que la orden recorriera toda la caballería. Había que recuperar el aliento; al frente estaba el castillo y la imagen del mismo también siendo invadido por el fuego les volvió a inyectar de confianza.

—¡Mensajeros! —gritó.

Los guerreros esperaban con ansias la orden de abalanzarse para cortar la cabeza del emperador. Aproximadamente eran seiscientos los pasos que los separaban del castillo y aunque la victoria pareciera estar al caer, aún había toda una fortaleza en la que adentrarse y en donde probablemente se resguardaban los últimos de los vasallos. Se erigía altísima y arriba asomaban contados arqueros. Pero los jinetes xin estaban imbuidos de valor; tamborileaban sus lanzas, contaban sus flechas antes de guardarlas de nuevo en su carcaj, sacudían sus hombros para que el frío no entumeciera los músculos.

Los mensajeros se habían abierto paso entre los jinetes y avisaron al comandante acerca del imprevisto contratiempo: las catapultas debían ser desarmadas para atravesar las calles, y ahora avanzaban lentas a través de Ciudad de Jan.

El comandante gruñó. De todas formas, ya tenía el castillo rodeado y el emperador no escaparía.

—Montad un puesto de guardia. Atacaremos al amanecer.

Un guerrero frunció el ceño y tensó las riendas de su caballo. No tenía muchas nociones sobre la milicia, pero sabía que había una disposición de hombres con rangos y que, tal vez, lo mejor sería quedarse callado.

No obstante, tragó saliva y se armó de valor.

—Solo quedan arqueros defendiendo el lugar —dijo con voz firme, y algunos jinetes giraron la cabeza para verlo—. Podemos embestir mientras nuestros propios arqueros nos cubren.

El comandante fulminó con la mirada al joven. Había campesinos entre sus soldados y lo sabía; no todos estaban educados como debieran. Pero necesitaban de activos de guerra y en la nueva dinastía que pretendía alzarse no escatimaron en detalles. Si sabían levantar picas, iban al frente. Si sabían montar caballos, los entrenarían rápidamente en el arte de disparar desde sus monturas.

Lo vio detenidamente. Se veía fuerte y en su rostro había sangre seca desperdigada, prueba de que había participado en las batallas. Su sable, sujetado por el fajín de su armadura, también estaba teñida de rojo. “Pero es un campesino”, concluyó el comandante. Lo miró a los ojos; los tenía de color miel, de un amarillo tan luminoso que parecía un lobo.

—¿Cómo te llamas?

El guerrero sonrió, revelando dientes ensangrentados.

—Wezen.

—Al amanecer vendrán las catapultas para abrirnos el camino. Y cuando lleguen, mandaré a que te azoten la espalda hasta que aprendas a respetar a tus superiores.

Carcajadas poblaron el lugar. En cambio, los labios de Wezen se convirtieron en una delgada línea en su rostro pálido. Quién querría varazos. Mujeres, flores y vino de arroz, eso era lo que debían esperarlo luego de la victoria, pensó.

—Tienes valor, soldado —continuó el comandante—. ¿De dónde eres?

—Tangut —dijo; inmediatamente se corrigió—. De los reinos Xi Xia.

Syaoran enarcó una ceja. Se trataba una ciudad del reino Xin, ya inexistente, avasallada y destruida por los antepasados del emperador mongol. Entonces entendió los motivos del joven de seguir el asedio. Cómo no comprenderlo si él mismo también se movía por deseos de revancha. Desenvainó su sable que refulgía bajo la Luna y apuntó al extenso jardín del castillo, en una gran zona que aún no había sido alcanzada por el fuego, y luego miró al atrevido guerrero.

—¿Sabrás marcar el terreno para las catapultas?

—Claro que sí.

Un jinete dio un coscorrón fuerte al yelmo de Wezen. Este se giró y notó que su amigo, Zhao, estaba allí, con la armadura también empañada de sangre además de una mirada fulminante. En la caballería el trato era completamente distinto al que Wezen acostumbraba en las campiñas.

—Quiero decir… ¡S-sí, comandante!

Syaoran cerró los ojos, tratando de apaciguar su ira. La paciencia no era una de sus dotes, pero cómo iba a perder los estribos cuando la victoria ya estaba saboreándose. Cuando los abrió, calmo, asintió al joven.

Wezen hinchó el pecho, orgulloso. Ignoró los repentinos latidos frenéticos de su corazón y espoleó su montura, abriéndose paso entre los jinetes y adentrándose en los jardines, todo un terreno peligroso en el que podría ser víctima de los flechazos enemigos.

Los arqueros a lo alto del muro tensaron sus cuerdas y lanzaron al menos una decena de flechas al jinete que se acercaba. Las saetas apenas eran visibles debido a la oscuridad de la noche, pero los silbidos eran inconfundibles. Wezen se inclinó hacia adelante y elevó su escudo para protegerse, pero de reojo notó que las saetas se clavaban mucho más delante de él. Entonces supo que las flechas tenían un límite de distancia y él aún podía avanzar más; lo que fuera para marcar la línea donde las catapultas pudieran ser instaladas sin temer a los arqueros.

“No lo conseguirá”, pensó más de uno. “Lo mandó a una muerte segura”, sonrió otro. Su amigo, en cambio, apretaba los dientes. Se inclinó sobre su montura como un halcón que desea levantar vuelo, cuánto deseaba romper fila para acompañarlo. Vino a su mente la hermana de Wezen y apretó los puños. Cómo ese necio se atrevía a hacerlo, pensó; arriesgar su promesa de volver de una pieza. “Sobrevive”, susurró para sí. “Por Xue”.

El caballo relinchó al recibir un flechazo en el muslo y Wezen se giró sobre la montura; había llegado al límite, allí donde los arcos enemigos podían hacerle daño. Alargó el brazo y, torciendo la saeta, se la retiró de la pierna del animal. Volvió a galope tendido mientras se hacía con la lanza que colgaba en su espalda, sujeta por correas.

Marcó un tajo al suelo.

Zhao, a lo lejos, cerró los ojos y suspiró entre el murmullo aprobativo de los guerreros. Su amigo lo había conseguido.

Wezen detuvo al animal para apaciguarlo. Miró la fortaleza, allá a lo lejos, allá a lo alto, a los arqueros. Cuánto había deseado y soñado ese momento. Casi un siglo de sometimiento extranjero sobre el reino Xin terminaría esa noche y, sobre todo, las heridas provocadas a su familia tendrían venganza.

Bajó de su caballo y se plantó firme sobre la línea que había marcado. De la grupa del animal descosió los emblemas dorado y carmesí de la nueva dinastía. A lo lejos, su comandante apretaba los dientes pensando en que debería doblar la dosis de varazos cuando llegara al amanecer.

El guerrero enlazó los emblemas en la base de su lanza. Levantó el arma sobre su cabeza, haciéndola girar, y los pedazos de tela flamearon al viento. Revelándoles los dientes de su sonrisa, clavó la punta de la lanza en el suelo marcado.

—¡Oíd, perros! ¡Diez mil años para el nuevo emperador!

Enervados, los enemigos lanzaron una descarga incontable de flechas, pero ninguna alcanzó a Wezen. Tras él, todos los jinetes estallaron en gritos de júbilo mientras más saetas surcaban los cielos para clavarse en el suelo, pero lejos del confianzudo guerrero.

Wezen se giró para ver a sus camaradas. Volvió a gritar, levantando el puño al aire, pero era ensordecedor el sonido de victoria que atronaba la ciudad, así como las flechas cortando el aire, que ni él mismo se pudo oír.

Cuando montó de nuevo, se presentó ante su comandante. El griterío era imparable y el joven tenía la culpa de ello. Tuvo que alzar la voz para que su superior, cruzado de brazos, le oyera.

—¿Lo de los varazos sigue en pie, comandante?

—¿Qué varazos? Hoy comienza una nueva dinastía, Wezen. Preséntate en mi tienda para el mediodía.

El guerrero asintió. Observó de nuevo para ver aquel castillo. Cuando llegaran las catapultas todo aquello estaría convertido en un montón de escombros pedregosos. Y él era parte de ese hito.

“Una nueva dinastía”, pensó. Acarició a su animal, que apenas podía mantenerse tranquilo, tal vez por el griterío, tal vez por la herida. “Hoy comienza una nueva historia”.

II. Año 2332

Varias hembras aladas paseaban por un campo amplio de color del barro, aunque en diversas secciones ya asomaban brotes verdes y zonas floreadas. Con rastrillos, palas y escardillos en mano, las floricultoras de la legión de ángeles trabajaban el terreno que en un futuro sería la Floresta del Sol, un nuevo jardín de ocio de los Campos Elíseos, ubicado en las afueras de Paraisópolis.

Destacaba en el centro del terreno una hembra de alas finas, larga cabellera ensortijada y cobriza, además de unos llamativos ojos atigrados. Clavó una pala en el suelo y se frotó la frente sudorosa. Ondina, la líder de las jardineras, se encontraba cansada y con la túnica sucia de barro, pero sonrió al tener una panorámica del lugar; poco a poco el campo de tierra iba quedando hermoseado tras intensos días de trabajo.

Era una Virtud, rango angelical destinado a la protección de la naturaleza y fuertemente relacionadas a las flores. Solo esperaba que la reciente declaración de guerra contra el Segador no trajera ninguna batalla allí y destruyera el campo. Se estremecía solo de pensarlo.

Spica, otra Virtud, llegó para interrumpir sus cavilaciones. Tan sucia y cansada como ella, tiró su rastrillo al suelo y levantó tanto alas como manos al aire.

—¡Libre por hoy! —chilló—. Hablé con las otras y nos iremos al lago. ¿Te vienes?

Ondina meneó la cabeza.

—Tengo un asunto pendiente.

Y desclavó la pala de la tierra para seguir trabajando. Spica sospechó cuál era el asunto, por lo que fue inevitable sonreír por lo bajo, mordiéndose la punta de la lengua.

—Asunto… ¿pendiente?

Ondina frunció el ceño.

—Eso he dicho. ¿Qué te pasa?

—Nada. Pues no te tardes. Te estaré guardando un espacio en el lago.

—Antes de irte, ¿me traes unas bolsas de semillas? —agarró las bolsillas de cuero que pendían de su cinturón—. Ya se me están acabando.

Spica sonrió con los labios apretados. Las semillas estaban en la otra punta de la floresta, en la caseta de herramientas que habían construido. Estaba cansada y ya ni quería usar sus alas. Además, el sol aún golpeaba con fuerza y un baño en el lago era lo único que se priorizaba en su mente.

—¿No podrías continuar mañana?

Ondina la fulminó con la mirada.

—No.

—¡Ah! —Spica dio un respingo—. Está bien. Tú mandas …

Se giró en búsqueda de las “condenadas semillas”, como las pensó. Por más que fueran del mismo rango era notoria la dedicación de Ondina, no por nada era considerada la líder de las Virtudes. El jardín y su mantenimiento eran su vida y dedicación hasta un punto, según sus subordinadas, desmedido. “Algún día tiene que darse un respiro, por los dioses”, se quejó Spica, rascándose la frente. “Y a nosotras también”.

Poco a poco, ángel tras ángel, Ondina se había convertido en la única Virtud presente en medio del terreno que poco a poco se teñía por una luz ocre propia del atardecer. Cerró los ojos e imaginó el mismo campo ahora repleto de flores coloridas y paseos de árboles erigiéndose para todos lados. Levantó una mano al aire y casi pudo sentir esos pétalos imaginarios flotando en el aire y colándose entre sus dedos.

Un ángel descendió tras Ondina sin que esta se percatara de su presencia, absorta en sus imaginaciones como estaba. El arquero Próxima era fácilmente reconocible por las plumas de puntas rojizas de sus alas, además de llevar su arco cruzado en la espalda. Se lo retiró y lo lanzó a un lado, agarrando de paso el rastrillo que Spica había echado.

Empezó a trabajar la tierra, silbando una canción que solía escuchar en las noches del coro.

Ondina dio un respingo cuando lo oyó. Se giró para verlo y habló en tono quejumbroso.

—¡Ah! Tú. Deberías saludar, ¿no te enseña la Serafín los buenos modales?

—Intenté venir temprano —se excusó el arquero—. Pero me temo que tuve que quedarme para discutir los pormenores de mi misión. Lo siento, Ondina.

Pero Ondina hizo caso omiso a las disculpas. Frunció el ceño y continuó con su labor.

—¿Cuándo te marchas?

—Mañana al amanecer.

—Deberías prepararte entonces. Pierdes el tiempo aquí.

—Me gusta ayudar en la jardinería —se acercó a la Virtud y llevó sus dedos a la cintura femenina, deslizándolos por la tela de la túnica hasta que se introdujeron dentro de una de las bolsillas que pendían del cinturón—. Es relajante.

Ondina se estremeció al sentirlo, pero lo disimuló como pudo. Próxima sacó unas semillas y las desperdigó sobre la tierra.

—Cuida dónde pones esos dedos —amenazó altiva.

—Y me gusta estar contigo —asintió, volviendo a pasar el rastrillo.

Aquello fue un golpe bajo para la hembra. A ella también le agradaba su presencia. Más de lo que hubiera deseado. Apretujó sus labios y torció las puntas de sus alas porque ya no podía sostener su acto. Estaba preocupada. Todo el día lo estuvo. Abrazó la pala contra sus pechos y se giró para verlo.

—Si tanto te gusta estar a mi lado —ladeó el rostro, incapaz de mirarlo a los ojos—. ¿Por qué tienes que alejarte? Quédate. Dile a la Serafín que no deseas esa misión.

—Y si me quedo —sonrió el arquero, llevando la pala sobre uno de sus hombros, señalándose el pecho con el pulgar—. ¿Quién salvará los Campos Elíseos de las garras del Inframundo?

—¡Hmm! —gruñó ella—. ¿Ahora te crees un gran héroe? Que no se te suban los humos a la cabeza, los espectros del Inframundo no perdonan.

Había advertencia en sus palabras, una clara preocupación en su tono. La hembra se fijó en Próxima, pero este ahora echaba un vistazo a los alrededores, escabulléndose de las reprimendas y advertencias.

—Por los dioses —suspiró Próxima—. Este lugar es horrible.

—¡Ah!

—Pero lo conseguirás —asintió. Y luego se fijó en ella—. Siempre lo consigues.

—¿Quiénes irán contigo?

—Uno es Pólux. El otro…

—¿Pólux? —la hembra arrugó la nariz—. ¿Por qué no enviarán a otro guerrero como tú? El Inframundo es un lugar peligroso, ¿y deciden enviar a un bibliotecario? Un ángel gordo y perezoso, además.

Próxima rio. Tenía razón, Pólux podría ser de todo menos un guerrero. Aun así, lo defendió.

—Pólux será un gran aliado. Pero es cierto que yo preferiría tener de compañía a cierta Virtud, es la más hermosa que han visto mis ojos, no sé si la habrás visto por aquí —y al oír las palabras, las mejillas de la hembra ardieron—. Pero, a falta de ti, creo que el ángel más sabio de la legión será un gran compañero de viajes.

Ondina calló incapaz de librarse del sonrojo. Próxima siempre fue bueno con las palabras. Volvió a trabajar la tierra, pero esta vez el arquero se acercó no para meter la mano en las bolsas de semilla, sino para abrazarla por detrás y buscar consolarla.

—Te preocupas demasiado, Ondina.

—¿Lo hago? Es una misión suicida. Si la Serafín tanto desea hacerlo, ¿por qué no va ella?

—Es la líder ahora. Tiene asuntos más importantes.

—¿Y yo? ¿Acaso no tengo importancia alguna para ti?

Cayó un beso en el cuello de la hembra que hizo que por dentro su cabeza diera vueltas y vueltas. Siempre era avasallante sentir el tacto del amante; para seres como los ángeles a quienes se les había negado y arrancado esos placeres del cuerpo todo era vivido con más intensidad.

—Lo hago por ti.

—No —Ondina meneó la cabeza—. Lo haces por la legión. Yo entiendo. ¡Pero…! Llámame egoísta si quieres, deseo que te quedes —torció las puntas de sus alas cuando su amante la mordisqueó—. ¡Ah! ¡Próxima!…

El guerrero la tomó de la mano y levantó vuelo, aunque la hembra no deseaba volar ni apartarse de la tierra que trabajaba. Pero había un riachuelo en las inmediaciones y la llevaría a trompicones si fuera necesario.

—¡Aún tengo trabajo que hacer! —protestó la Virtud, tirando de la mano, pero el arquero no la soltaría fácilmente.

—La Floresta puede esperar. Yo no.

—¡Hmm! —gruñó, dejándose llevar.

El agua del río les llegaba por encima de la cintura, empapando sus túnicas y adhiriéndolas en el cuerpo; arriba, la luna arrojaba un destello plateado sobre el agua de modo que los amantes no perdían el detalle del otro. Ondina desnudó al guerrero, quien se giró para darle la espalda. La hembra deseaba tocarlo, aunque se contuvo porque aún no era el momento, además tenía la manía de arañarlo si esta se excitaba en exceso; meneó la cabeza para apartar el deseo carnal y empezó a lavar las alas del arquero.

Próxima quiso girarse para verla a los ojos, pero ella lo sujetó para limpiarle el barro de las plumas.

—Quieto. Y cuéntame, ¿es verdad lo que cuentan de Curasán y Celes? —la hembra encorvó las alas, había oído los rumores de parte de sus pupilas, pero quería confirmarlo con un testigo como Próxima—. Tú los has visto, ¿no es así?

—Fue una sorpresa —asintió, recordando la noche que la Querubín huyó de los Campos Elíseos—. Se tomaron de la mano delante de la luna. Frente a todos los guerreros. Los guardianes de la Querubín son amantes.

—¿Y cómo reaccionaron los demás? —preguntó curiosa, aunque realmente quería saber qué dirían “los demás” si se enterasen que la Virtud y el arquero también eran pareja.

Próxima se giró y la tomó de las manos, imitando a Curasán y Celes.

—No sabría decirte. No me fijé en la reacción de los otros. Pero, ¿cómo te sientes tú ahora mismo?

La hembra sonrió con los labios apretados. Se sentía bien, demasiado bien. La sangre hervía y las hormigas inexistentes poblaban su vientre. Claro que, para su pesar, la culpa por hacer algo prohibido siempre asomaba.

Miró hacia la orilla, allí donde varias flores crecían entre los hierbajos. Levantó su mano y, con un movimiento grácil de dedos, dichas flores empezaron a elevarse y dirigirse al río, desafiando la corriente de aire y la propia gravedad. Revoloteaban entre la pareja; era un espectáculo colorido que hechizó al arquero.

Ondina reía y cogió al vuelo varios pétalos.

—Estas servirán —asintió divertida.

—Estaría bien aprender eso —dijo Próxima moviendo torpemente los dedos, como esperando levantar las flores.

—¡Bueno! Y a mí me gustaría invocar rastrillos y palas, como cuando vosotros los guerreros invocáis vuestras armas. Pero eres un ángel guerrero y yo una Virtud. La guerra no es lo mío y la naturaleza no es lo tuyo.

Formó una pulsera de pétalos y la cerró en la muñeca de su amante.

—No te pediré que me prometas que volverás. Yo sé. Volverás a mí, guerrero.

—¿Segura? Tal vez me agrade el Inframundo y decida asentarme. Es decir, ¿qué me espera a mi vuelta?

Corrían los ángeles desnudos sobre la hierba de los Campos Elíseos, perdidos en la oscuridad plateada por la luna que ahora asomaba tímida tras las nubes, única testigo de la unión clandestina de los amantes. Ondina se abalanzó sobre Próxima, abrazándolo con brazos, alas y piernas, uniendo sus labios con fruición; el tacto era desinhibido; la mente apenas sabía cómo moverse, cómo actuar, pero era como si el cuerpo se activara y tomara las riendas de la situación.

Una larga estela de pétalos los persiguió desde el lago y danzaba alrededor de los amantes. A Ondina le hacía gracia cómo Próxima las miraba con recelo, como si fueran espías; no lo tranquilizaba por más que se gastara con explicaciones de que las flores la seguían a ella porque era su guardiana y cuando esta experimentaba felicidad, toda la flora respondía a su manera.

El guerrero, entorpecido por tener a Ondina atenazándolo, cayó tropezado sobre la hierba. Ella reía, pero al arquero le sonrojó aquello; uno de los ángeles más letales de los Campos Elíseos tropezándose por los prados tal querubín. Hizo acopio para olvidarse de los pétalos espías y, mientras la Virtud se acomodaba sobre él, palpó suavemente aquellos pechos orgullosos por donde algunas gotas de agua trazaban caminos.

Acercó sus labios y degustó los pezones con delicadeza porque había aprendido con el tiempo que Ondina no toleraba la brusquedad. La lengua dibujaba círculos alrededor de la aureola y luego incitaba al pezón a despertar. Cerró los ojos y se deleitó de los gemidos de su pareja.

La jardinera intentaba ofrecer los pechos, empujándose contra su amante, pero a la vez su espalda se arqueaba cuando los dedos del arquero se recreaban en las redondeces de su trasero; sus alas se torcían de placer y sus manos empuñaban la hierba debido a la intensidad con la que vivía todo.

Cuando unieron los cuerpos todo se les volvió más intenso. Se preguntaron para sí mismos, como otras tantas veces, si realmente tenía sentido que los dioses les prohibieran aquello. Esa estrechez húmeda que abrigaba el sexo del varón, esa plenitud, el sentirse llena y unida, que vivía ella dentro de sí cada vez que la penetraba. En ese instante que todo se desbordaba en un intenso orgasmo no cabía dudas de por qué Lucifer se reveló en los inicios de los tiempos. Más que deseos de libertad, tal vez, pensaban los amantes, el ángel caído habría experimentado el amor y con ello despertó el deseo del cuerpo.

Exhausta, Ondina se arrimó sobre el arquero.

—Volveré —dijo él, enredando los dedos entre la cabellera mojada de su amante—. Y cuando regrese, te tomaré de la mano frente a todos.

—Nos colgarán —rio Ondina—. A ver qué cara pondrá Irisiel cuando vea a su estudiante predilecto unido a una jardinera…

—Pues a mí me gustaría ver la cara que pondrá Spica —y la hembra carcajeó por el comentario al imaginar a su mejor amiga boquiabierta.

—Y pasearemos de la mano por la Floresta del Sol —Ondina asintió—. Yo misma haré un sendero de tierra rodeado de árboles y flores. Para los dos. Para más ángeles amantes.

Próxima cerró los ojos e imaginó todo aquello. En su mente los caminos de tierra serpenteaban por la floresta y cientos de parejas recorrían sus senderos entre el revoloteo de plumas y hojas de los más variopintos colores. Sonrió al entender, por fin, por qué Ondina ponía tanto empeño en trabajar el jardín.

—Ya veo. Entonces me apresuraré en volver.

Pólux bajó por las escaleras de la Gran Biblioteca conforme su rostro se torcía por la fuerte luz del sol. De una peculiar calvicie y una prominente barriga que demostraba su excesivo gusto por la bebida, el sabio ángel de rango Potestad levantó la mano e invocó su libro de apuntes, todo un grueso compendio de conocimientos adquiridos a través de los siglos.

Creados por los dioses para proteger los conocimientos, la Potestad usó el libro invocado para taparse los ojos del sol.

Se ajustó el fajín de su túnica y echó la mirada para atrás; definitivamente, pensó, extrañaría su lugar de trabajo; a saber cuánto tiempo estaría afuera en la misión que le había encomendado la Serafín Irisiel. Pero a la vez lo deseaba; salir de aquella suerte de claustro, de aquel gigantesco salón repleto de estanterías y libros varios que los ángeles de la legión utilizaban ya sea para adquirir sabiduría o como simple pasatiempo.

Si bien viajar al Inframundo no era precisamente una idea que le causara tranquilidad, se hacía inevitable sentir algo de orgullo al haber sido encomendado con semejante misión en unas tierras cuyo paso para los ángeles estaba prohibido.

Aprovecharía para recabar toda información acerca de aquel temible lugar, asintió decidido.

—¡Maestro!

Un grupo de Potestades salió de la Gran Biblioteca. Destacaba Naos por su aspecto larguirucho y su rostro de facciones igualmente alargadas; se trataba de uno de sus subordinados más fieles. Si bien todos compartían el mismo rango angelical que Pólux, era inevitable para ellos referirse a este como su superior; fue idea de él la de crear la Gran Biblioteca en los inicios de los tiempos, en medio mismo de la ciudadela de Paraisópolis.

—Me temo que estaré fuera por unos días —dijo Pólux.

—Lo sabemos, Maestro —Naos se acercó con un objeto en las manos, enrollado por una tela blanca.

—¿Y esto?

Se lo entregó y el maestro descubrió la tela para revelar el regalo. Pólux silbó largamente mientras torcía las puntas de sus alas.

—Es del viñedo de Spica —Naos esbozó una gran sonrisa—. Es un encargo especial.

Pólux miró para ambos lados de la calle. Había un montón de ángeles yendo y viniendo por las calles de Paraisópolis, pero no les prestaban atención. Mejor así. Su fama de ángel bebedor no era desconocida en los Campos Elíseos, pero deseaba mantener cierta privacidad. Agarró la botella de vino y la ocultó tras su fajín.

—¿Encargo especial? ¿Acaso ya lo sabéis? —preguntó Pólux.

—Los rumores corren rápido, Maestro.

—Hmm —asintió Pólux—. Mantened la biblioteca ordenada durante mi ausencia.

—Pero hay algo que me tiene curioso, Maestro —dijo otra Potestad—. Si se topa con un espectro del Inframundo, ¿acaso va a darle librazos a la cabeza hasta que muera?

Sus estudiantes carcajearon estruendosamente, aunque Pólux se estremeció de imaginarse haciendo algo como aquello.

—Si sucede lo peor, me temo que tendré que hacer un gran sacrificio y reventarle la botella de vino en la cabeza.

Más de un ángel detuvo su rutina y miró a ese grupo de sabias Potestades riendo sonoramente en la entrada a la Gran Biblioteca. Era usual verlos siempre de buen humor y tratarse con camaradería.

—De todos los ángeles de la legión, usted es el menos adecuado para esta misión, Maestro.

Ahora las risas fueron menos pronunciadas porque era una verdad incómoda. Las Potestades no estaban hechas para la batalla. Pólux ni siquiera sabía manejar un arma, tal vez una daga, como mucho, pero desde luego insuficiente para una misión al Inframundo.

—Estarás bien resguardado, eso sí —dijo uno—. Tu compañero es nada más y nada menos que Próxima.

Ahora todos asentían entre murmullos. Probablemente, luego de los Serafines, Próxima era uno de los guerreros más respetados de los Campos Elíseos. El alumno más audaz de la Serafín Irisiel era una excelente garantía de seguridad para una misión tan peligrosa.

—Pero tu otro compañero —Naos frunció el ceño—, no me inspira mucha confianza…

—No seas agorero —interrumpió Pólux—. No puede ser tan malo. Si Irisiel lo eligió, tendrá sus razones.

—La Serafín puede equivocarse —devolvió Naos—. Ya ves. Te eligió a ti.

De nuevo los estruendos de las carcajadas rebotaban por las callejuelas. El ambiente de despedida fue grato y entre amigos. Con sendos abrazos se despidieron de Pólux con la esperanza de verlo más temprano que tarde. El robusto ángel se ajustó su fajín y les sonrió, antes de girarse y perderse en las calles de Paraisópolis.

—Pero, realmente —insistió Naos a sus compañeros—. De todos los ángeles que Irisiel podría haber elegido para acompañar a Pólux y Próxima, ¿ha tenido que nombrar justamente a ese?

—No puede ser tan malo —dijo otro—. ¿O sí?

Varias hembras se encontraban apelotonadas en un rincón de la cala del Río Aqueronte, tras unos arbustos. Estaban nerviosas, pero a la vez emocionadas ante lo que contemplaban. Celes y Curasán, los guardianes de la Querubín, charlaban amenamente a orillas del río. Jamás hubieran creído que dos ángeles de la legión pudieran ser pareja, tal y como los mortales lo hacían en el reino humano. Ni bien pudieran, escribirían una canción acerca de aquel romance prohibido. Después de todo, como miembros del coro angelical, no se podía esperar menos. A ellas, todo les inspiraba letras de canciones.

Suspiraron en el preciso momento que Curasán tomó de la mano de Celes. Quién diría que el ángel más torpe de los Campos Elíseos luciera tan galán, iluminado especialmente por un haz de luz del sol mientras el viento mecía su corta cabellera. Sonreía y desde luego afectaba a Celes quien, enrojecida, no sabía dónde mirar.

Enrojecimiento que, súbitamente, invadió a varias de las hembras que espiaban. Una incluso llegó a suspirar mientras torcía las puntas de sus alas.

Curasán elevó la mano de su amante y la besó.

—Esas arpías curiosas —dijo él—. Nos están mirando desde lo lejos, ¿no es así?

Celes se encontraba nerviosa y le costaba concentrarse. Era la segunda vez en toda su vida que demostrara su afecto en público. La primera fue ante la legión de guerreros, pero ahora ante sus amigas más cercanas. Por más que el amor hacia Curasán lo sintiera reconfortante, no podía quitarse el hecho de que, al fin y al cabo, era algo innatural en los ángeles.

—Ah, Curasán —respondió al fin—. No las llames así. Son mis amigas.

—Pues que no espíen.

Celes meneó la cabeza para enfocarse. Había un par de asuntos mucho más importantes. La primera, ella misma debía bajar al reino de los humanos para ir junto a su protegida. Su “pequeña hermana”, como la llamaba. Y lo haría en compañía de las cantantes del coro angelical que aún estaban en los Campos Elíseos, quienes deseaban ir junto a su maestra Zadekiel. Las guiaría el Dominio Sirio, uno de los pocos Dominios al servicio de la Serafín Irisiel.

—Recuerda —dijo Celes, acariciando la mejilla de su amante—. Te estaremos esperando. Eres su guardián. Su hermano. Y tú… tú me perteneces, ¿no es así? —hizo una pausa porque se emocionaba con sus propias palabras—. Prométeme que volverás vivo.

—No podría volver muerto.

Aquello era el otro asunto que la tenía en ascuas. Si bien la Serafín Irisiel los había liberado, ahora los separaría. Celes bajaría al reino de los mortales para cuidar de su protegida, mientras que Curasán tendría una misión peligrosa: adentrarse, junto con otros dos compañeros, en las desconocidas y prohibidas tierras del Inframundo.

Pero él tenía confianza. En sí mismo. En sus dos compañeros: Próxima, el habilidoso arquero, y Pólux, la Potestad más sabia de los Campos Elíseos.

Celes se apartó, ofuscada ante el desenfado con el que se tomaba su amante todo aquello.

—¡Tengo mis razones para preocuparme! ¿Qué será de tu protegida si pereces? ¿Qué será…? ¡Ah! Ríete si quieres, pero, ¿qué será de mí?

—Y de mis otras amantes —Curasán se acarició la barbilla—. Mi muerte traerá mucha desesperanza, ahora que lo pienso.

—¡Necio!

Se abalanzó para abrazarlo. Y su amante correspondió, esta vez le invadió una súbita emoción al percibir en su pecho el llanto ahogado de Celes. Por más que fuera probablemente el más torpe de los Campos Elíseos supo comprender que no había lugar para bromas. Al menos, no en ese preciso instante.

—Volveré —susurró, acariciándole la cabellera—. Y cuando regrese, se lo diremos a Perla.

—Hmm —gruñó suavemente ella, asintiendo conforme hundía más su rostro en el pecho del joven.

—Me pregunto qué dirá…

—Trastabillará palabras por horas, seguro —rio la hembra.

Un ángel plateado descendió en la playa, entre el grupo de las cantoras espías y la pareja de amantes. Las hembras del coro respingaron al reconocer al mismísimo Dominio Sirio, con aquel llamativo y enorme mandoble cruzado en su espalda, y rápidamente se acercaron, unas aleteando, otras dando presurosas zancadas. Pero absolutamente todas miraban curiosas la despedida de los ángeles amantes.

Cuando el ángel plateado notó a todas las hembras tras él, les asintió.

—¿Estáis todas? Es momento —dijo él—. Dependiendo de dónde caigamos, podríamos llegar junto a Zadekiel en cuestión de pocos minutos o cuestión de dos días, como mucho.

Celes se apartó al oírle, pero cuánto deseaba unos segundos más al lado de su pareja. Dos de sus amigas se acercaron y acariciaron sus alas para, lentamente, llevarla de la mano al río Aqueronte. “Ve”, susurró Curasán, animándola. Cuando todas pisaron el agua en la orilla, Celes se giró y reveló sus ojos humedecidos.

—¡Curasán! ¡No lo olvides! Te estaremos esperando.

—No podría olvidarlo, no dejas de repetirlo —se palpó la cintura, buscando algo en su cinturón—. Oye, espera, Celes…

Levantó un papel de lino enrollado y se la lanzó.

—Entrégasela a la enana —le guiñó el ojo—. Y aguántate las ganas, curiosa, es solo para ella.

Sus amigas tomaron de su mano al ver que el Dominio Sirio ya entraba al agua. Al grito de “¡Vamos!”, se adentraron en el río. Tomadas de las manos, todas las hembras desaparecieron entre chillidos y risas, dejando sobre la superficie las espumas informes sobre el agua. Curasán dobló las puntas de sus alas; cuánto deseaba estar en ese grupo, cuánto deseaba ver de nuevo a su protegida y rodearla con sus brazos.

Pero él comprendía que era el guardián. Y como tal, tenía sus responsabilidades.

Silenciosa como una brisa, Irisiel descendió en la orilla, detrás de Curasán que miraba melancólicamente el río. La Serafín lo había visto todo desde la distancia. Era inevitable sentirse, en cierta manera, culpable por estar separando a la pareja de amantes. Pero era lo que tenía que hacerse. No podía dejar que Curasán y Celes dieran el mal ejemplo en la legión e incitaran a los demás ángeles a romper una promesa sagrada de servidumbre exclusivo para los hacedores, por más que estos estuvieran desaparecidos.

—Curasán —dijo apenas; su voz se perdía en el murmullo del viento.

El ángel no se giró para verla. Irisiel apretó los labios; de seguro estaba molesto con ella por ser la causante de la separación.

—Puedes estar todo lo enojado que quieras, pero lo hago porque creo que es lo adecuado para la legión. Y, sobre todo, por el bien de Perla. Porque tú eres uno de los pocos ángeles que puede cumplir con la misión.

No hubo respuesta. Solo el húmedo viento meciendo las alas del joven ángel.

—Pero te prometo —la hembra ladeó el rostro y apretó los dientes—. Te prometo que, si todo sale bien, podrás reunirte con Celes. Si esto es lo que te hace feliz, no me entrometeré. Pero, por favor… ¿Cómo te demuestro que no lo hago por caprichosa? ¡Eres el guardián de Perla, maldita sea, hoy más que nunca necesitas ser su escudo! ¡Háblame al menos!

Curasán lentamente se giró y vio a la Serafín. Sonrió e Irisiel se estremeció. No podía negar que el muchacho tenía su encanto. Era torpe, claro, pero irradiaba un aura que era capaz de tranquilizarla aún pese al clima de guerra que se olía en los Campos Elíseos. Tal vez fue el destino lo que hizo que criara a la Querubín, porque cuando veía sus ojos, veía un poco de Perla. Veía un poco de esperanza. De que todo saldría bien.

“Ojalá”, pensó ella, devolviéndole la sonrisa. “Ojalá muchos fueran como él”.

—Esto… —Curasán achinó los ojos y se limpió los oídos—. ¿Desde cuándo estás ahí?

III. Año 1368

Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, cientos de jinetes en formación partieron rumbo al diezmado castillo; las murallas se habían convertido en escombros pedregosos y desnivelados que ya no protegían los salones del emperador mongol. El polvo, acuchillado por haces de luz, había menguado y la visibilidad no era perfecta. Pero los guerreros xin, al ver a sus enemigos, levantaron los sables al aire que refulgían como líneas doradas al sol. Los casquetazos hacían temblar el suelo y pronto se llenó de rugidos de guerra cuando se dio el encontronazo contra los vasallos del derrocado emperador, quienes contaban con una disminuida caballería protegiendo los salones.

Iban y venían los sablazos durante el violento cruce entre las líneas enemigas; gotas de sangre se desparramaban por los aires y caían sobre la hierba del jardín. Wezen se adentró en medio del tumulto, como una lanza en medio del fuego, repartiendo tanto sablazo como podía dar. Recibió un inesperado corte en un hombro, pero el enemigo rápidamente cayó de su montura, con un flechazo atravesándole el yelmo. Wezen giró la cabeza y sonrió al ver a Zhao, arco en ristre, atento a él.

—¡Gracias, Zhao! ¿¡A cuántos mataste ya!?

Zhao no lo escuchó debido al griterío, pero entendió por los movimientos de labios.

—¡Recuerda a Xue!

Wezen tampoco oyó, pero entendió.

—¡Lo hago!

Recibió un martilleo de sable contra su yelmo, de parte de algún enemigo, aunque otros de sus compañeros entraron para embestirlo. A Wezen la cabeza le daba vueltas, pero no era momento de mostrar debilidad. Estaba en medio de una batalla y era hora de reclamar venganza. Espoleó su montura y siguió adentrándose entre los enemigos.

Se agachó al ver venir a uno y atizó un tajo bajo el brazo para que este cayera cercenado. Sintió sangre caer de su frente y saboreó el gusto amargo en sus labios; aquello pareció inyectarle de más vigor y consiguió deshacerse de otro con un rápido sablazo. Escupió un cuajo de sangre en el preciso instante que cortó el cuello de un enemigo más; era un auténtico carnicero y sentía que podría hacerlo durante horas.

Detuvo su montura al haber atravesado las diezmadas líneas enemigas. Vino la repentina quietud. Eso era todo. Al frente tenía las escaleras que daban el acceso a los salones del emperador. Se giró y vio con satisfacción cómo sus compañeros lo seguían y derribaban a cuanto se les atravesara. Los que caían eran rápidamente rematados por las picas para que no volvieran a levantarse.

Los gritos de guerra fueron disminuyendo de intensidad en el jardín para dar paso al griterío de júbilo, un grito que se repetía hasta el hartazgo. “¡Diez mil años para el nuevo emperador, diez mil, diez mil!”; pronto la noticia correría por todos los rincones del reino de los Xin: la batalla en Ciudad de Jan había terminado.

Zhao se abrió paso hasta llegar junto a Wezen y notó con espanto cómo la armadura de este estaba bañada de sangre. Pasó su mano por la pechera de su amigo y luego se restregó en su propio rostro el líquido viscoso, causando una mueca graciosa en Wezen. Lo hacía para aparentar ante los superiores, de que también había participado de la batalla como uno más.

—Mataste a uno, Zhao. Lo vi con mis propios ojos.

—Buda lo vio mejor —se excusó con un ademán—. Fue para protegerte.

Wezen lo tomó del hombro y sacudió, riéndose. Intentó quitarle el yelmo, para bromear, pero a su amigo le aterrorizaba que le vieran la calva y los demás sospecharan de su religión. Un budista no mataba, al menos no hasta que fuera necesario, y alguien con ideales tan diferentes a los de ellos no sería visto con buenos ojos en la caballería xin.

—Este Buda del que hablas… —Wezen frunció el ceño al fijarse mejor en Zhao; su armadura no tenía ningún rasguño—. ¿También atrapa las flechas y te escuda de los golpes?

—No. Solo estoy atento en el campo de batalla.

Wezen enarcó una ceja. Lo sintió como un regaño.

—No mientas, ¿Buda no castiga los mentirosos? Tú estás huyendo de la lucha.

—¿Huir? Me gustaría, pero no puedo —se encogió de hombros—. Te sigo donde vas. Y solo vas allá donde hay problemas.

El ejército había acampado en las afueras de la ciudad y el clima de festejo era notorio. La brisa se había vuelto aún más fría, pero ahora arrastraba un olor a carne asada que agradaba. Wezen y Zhao cabalgaban hacia al centro del sitio, por un camino de tierra que serpenteaba entre las tiendas, rumbo a la yurta del comandante. El estómago del guerrero protestó varias veces cuando reconoció el olor a carne de cordero, pero se recompuso pensando que en la tienda principal de seguro lo invitarían a algo.

Miró a Zhao y este ni se inmutaba.

—¿Tienes hambre, Zhao?

—No. ¿Y tú?

Abrió los ojos cuanto pudo y señaló con ambos brazos el campamento. El olor era embriagador para cualquier hombre y en serio no comprendía cómo ese budista era capaz de resistir semejante tentación.

—Pero, ¿tú qué crees?

—Estoy seguro que el comandante te invitará algo. Lo has impresionado.

Wezen asintió. Aunque Zhao aún no había terminado.

—O, por el contrario, podría darte los varazos que amenazó darte. Tal vez todo esto no sea sino una mentira para que vayas directo a la boca del lobo.

—La boca del lobo…. Ah, ya veo. ¡Eres un gran amigo! Me pregunto si ese Buda será capaz de evitar que me mee en tu desayuno…

—Sí sé que nadie te salvará de los varazos… —sonrió y lo miró divertido—. Amigo.

Desmontaron al llegar a la tienda principal, armada sobre una carreta de gran tamaño y vigilada por dos soldados. Zhao se arrodilló sobre la hierba y cerró los ojos. Wezen creyó oírle decir “Te estaré esperando”. Se había olvidado de nuevo sobre el asunto de las formalidades militares. Solo él estaba invitado, no el budista. Se dirigió a la tienda y uno de los guardias intentó interrumpir el paso, aunque el otro reconoció al joven y le indicó, con un cabeceo, que entrara a la yurta.

Agachó la cabeza para pasar bajo el dintel. El olor del cordero volvió a invadir sus pulmones. Se preguntó por un momento si lo que le había dicho el budista era verdad; tal vez se divertirían azotándolo mientras comían y bebían. Meneó la cabeza porque la sola imagen era aterradora.

Luego levantó la mirada y vio al comandante sentado en un asiento mullido, siendo masajeado por dos esclavas tan pálidas como la nieve; se encontraba con el torso desnudo, repleto de cicatrices; la cabeza echada hacia adelante y, ahora sin casco, podía verle las trenzas de su cabellera balanceándose.

Wezen se inclinó como saludo, ahora con más dudas asaltándole la cabeza. Tal vez ese hombre era algo más que un comandante.

—Comandante Syaoran, he venido. Como ordenó.

De un movimiento de brazo, el hombre apartó a una esclava y levantó la mirada.

—Ha venido el guerrero Xi Xia —Luego miró a una de sus esclavas y ordenó algo.

Mientras una muchacha acariciaba el pecho del comandante, la otra se hizo con una botella de vino de arroz y destapó la cera para servirle en una taza al joven guerrero. Este no dudó en tomarlo con ambas manos. La bebida quemó su garganta y gruñó; era más fuerte de lo que recordaba. Recordó que Zhao ya probó del mismo, en las campiñas de Xi´an. “Sabe a pis de caballo”, dijo en ese entonces, y el guerrero sonrió al terminarse la bebida.

—El emperador mongol no se encontraba en la ciudad —Syaoran elevó su propia taza—. Todo fue una trampa bien elaborada para hacernos perder el tiempo. Pero a falta de su cabeza, los sesos de su enviado diplomático y las ruinas de su castillo servirán como tributo.

Bebió de un trago y miró al joven.

—Es extraño que nombres tierras que ya no existen. ¿Cuál es tu historia?

—Mi abuelo. Era arquitecto y servía al rey Xi Xia.

Wezen respondió luchando contra un repentino mareo que causaba la bebida. Miró a la joven esclava, arrodillada a su lado, quien se sorprendió del color amarillento de los ojos del xin; él, en cambio, se deleitó de la vista de sus apetitosos senos y luego de la fina mata de vello recortada sobre la atractiva carne de su sexo… y le sonrió de lado.

—Mi abuelo también servía como vasallo del rey Xi Xia. Aunque no era arquitecto, sí sirvió como uno de sus escuderos.

Wezen lo miró con asombro. Entonces los antepasados del comandante también habían servido al mismo reino que los suyos. No había duda de por qué lo mandó llamar.

—¿Tienes familia, Wezen?

—Tengo una hermana, comandante. Vive en Congli, con mi tío… Eso es en la frontera. Al oeste.

—Queda lejos, pero lo conoceré. Nuestro ejército pertenece a la Sociedad del Loto Blanco y nos consideramos la mano derecha del emperador. Por decisión suya, deberé llevar mil hombres a la frontera con Transoxiana, al oeste. El resto del ejército volverá a Nankín a la espera de nuevas órdenes. Me gustaría llevarte como miembro de mi caballería.

—¿Transoxiana? —Para llegar allí debían pasar por Congli, por lo que sintió un cosquilleo en el pecho al saber que volvería a ver a Xue luego de año y medio de estar separados—. Puede confiar en mí, comandante.

—Lo sé. Quien honra a sus antepasados me merece la confianza. Por eso te pedí venir aquí.

—¿Qué sucede en Transoxiana, mi señor?

—Esperamos encontrarnos con unos emisarios de Occidente. De Rusia —el comandante bebió otra vez de su copa; su voz apenas se mantenía firme y ya arrastraba algunas palabras—. Hace años que nuestro emperador está en contacto con ellos. Serán aliados importantes… si los encontramos vivos.

Wezen desconocía de otros reinos, pero sí relacionaba las tierras del Occidente con algo.

—Cristianos.

—Hmm —gruñó el comandante, haciendo un ademán—. Son aliados. Musulmanes, cristianos, incluso ese amigo tuyo, el budista —Wezen dio un respingo al oír aquello. Definitivamente, al comandante no se le escapaban detalles—. ¿Qué importa cuando hay un enemigo en común? Los mongoles también asolan su reino.

Imprevistamente la esclava mordió el pezón de Syaoran, quien respingó. Su cabeza daba vueltas y vueltas, pero consiguió sonreírle a la joven, cuya mano se escondía bajo su pantalón en buscaba despertar la virilidad del hombre. Pronto se sentó sobre su regazo para encontrarse rodeada por los fuertes brazos del comandante.

Wezen notó cómo la segunda esclava se le despedía con una reverencia para unirse al dúo. El guerrero apretó los labios, decepcionado; esperaba que ella se le ofreciera. La muchacha abrazó a su amo por detrás, presionando sus nimios pechos contra su espalda, en tanto que este saboreaba de la boca de la otra joven.

Syaoran se apartó suavemente y fijó la mirada en Wezen.

—Si tienes hambre, llévate cuanto quieras.

El sol se ocultaba y teñía el horizonte poblado de lejanas colinas. En las afueras del campamento, Wezen ajustó la bolsa de la grupa de su caballo, cargada de bebidas y algo de carne asada, y montó de un enérgico brinco. Zhao lo esperaba más adelante, sobre su montura y conversando con un par de soldados. Era extraño verlo charlar con otros hombres; de seguro, pensó, se ganó algo de admiración en los demás por cómo se desenvolvió en el campo de batalla.

—Toma —Wezen le acercó un odre con vino—. Para calentar el cuerpo. Nos esperan tierras frías, Zhao. Y peligrosas. Quién sabe si aún hay mongoles acechando. ¡Pero …! Pero luego se nos abrirán de brazos las tierras más cálidas que te podrás imaginar.

—¿El desierto de Gobi?

—No —rio, no era ese tipo de calidez al que se refería, sino a algo más hogareño—. Volvemos a Congli.

—Ya veo. Xue estará feliz de verte.

Y él estaba de acuerdo. Avanzó unos pasos más, mirando las lejanas colinas por las que tendrían que buscar un camino rumbo a casa. Se inclinó ligeramente hacia adelante sobre su montura, como si quisiera partir cuanto antes. Acarició a su caballo, animándolo porque pronto afrontarían una larga travesía.

Mientras una fría brisa mecía la aparente infinitas extensiones de hierba, se giró para ver a su amigo.

—¿Qué sucede, Zhao? ¡Vamos! —elevó la mano, levantando el pulgar y cortando el gigantesco sol naranja—. Ya sabes lo que dicen. No hagamos esperar al infierno.

IV. Año 2332

En los lejanos límites de los Campos Elíseos, hacia el norte de Paraisópolis, cruzaba el gran Río Lete que delimitaba el fin del reino de los ángeles además de marcar, con una gigantesca bruma neblinosa, los inicios de un reino oscuro y desconocido para ellos. De una altura considerable, el grisáceo muro humeante del Inframundo no permitía el acceso a nadie.

Solo en los inicios de los tiempos, cuando Lucifer se recluyó allí con sus huestes además de sus dragones, los dioses permitieron a un ejército de ángeles adentrarse para darle caza. Pero hacía milenios de aquello y muchos guerreros de aquel entonces ya no se encontraban vivos.

Amontonados al borde una colina, varios ángeles se habían agrupado para despedir a los tres elegidos por la Serafín Irisiel, quienes estaban de pie frente al muro de niebla, fascinados. Fue la propia Serafina quien se abrió paso en el grupo para quedar al frente y hablar con sus elegidos una última vez.

—Cuidaos los unos a los otros —dijo la Serafín, y los tres ángeles se giraron para verla.

Próxima se fijó en el grupo y se sorprendió de ver a Ondina quien, como líder de las jardineras, se ofreció para desearle suerte a los tres enviados con regalos florales. Pulseras de pétalos flotaron en el aire y se cerraron en las muñecas de los tres elegidos al son de los movimientos de dedos de la hembra. El arquero sonrió de lado y la Virtud le devolvió la sonrisa.

Algunas Potestades también fueron. Naos estaba al frente, de brazos cruzados, totalmente preocupado por su maestro. Pólux le guiñó el ojo y su alumno asintió serio, incapaz de librarse de la inquietud que lo acosaba.

—Un mundo desconocido y prohibido les espera—continuó la Serafín—. Supongo que cada uno de ustedes hizo sus investigaciones sobre el Inframundo.

Próxima recordó que no dejó de consultar con la propia Serafín sobre qué peligros podría encontrar allí. Ya sabía, en menor medida, qué esperar de los espectros, así como de las bestias que pululaban en aquel reino. Pólux cerró los ojos y recordó sus noches en vela; cómo no iba a investigar sobre lo que pudiera. Incluso charló varias veces con los pocos guerreros que habían hecho incursiones hacía milenios. En su mente, ciudades y castillos se erigían bajo la oscuridad. Curasán, por otro lado, sonrió con los labios apretados. La verdad es que no se le había ocurrido investigar de alguna manera.

Cuánto le gustaría a la Serafín enviar todo un ejército al Inframundo, pero el enemigo era cauto e inteligente. Si ya fue por sí solo capaz de manipular al Serafín Rigel y a toda su legión de guerreros, cómo no iba a poder hacerlo con los demás. Sabía que no debía llamar la atención y solo debía enviar un grupo reducido.

Siguió hablando no solo para los tres, sino para tranquilizar a los ángeles que habían ido allí para despedirse.

—Os elegí a los tres porque confío en vosotros. Próxima, mi mano derecha. Pólux, mi sabio consejero. Y Curasán… —hizo una pausa y sonrió al joven ángel mientras algunas risillas cómplices se oyeron tras la Serafín—. Curasán, tú eres el ángel más noble de la legión.

El muchacho se rascó la frente, tratando de ocultar su sonrojo. Era la primera vez en milenios que la Serafín le regalaba un elogio como aquel. A pesar de que esa mañana, en la cala del Aqueronte, la hembra se abalanzó sobre por él para arrancarle varias plumas de sus alas, ahora sentía que sus palabras venían cargadas de sinceridad y admiración.

—Os adentraréis en las tierras prohibidas porque hay una amenaza que busca dividirnos con el miedo como arma principal. Os encontraréis con dificultades y probablemente el horror os espere, pero cuando sintáis que nada vale la pena, cuando sintáis que el miedo os presione el pecho, recordad que estás allí frente a frente contra un enemigo no porque odiéis al que tenéis adelante, sino porque amáis lo que habéis dejado atrás. ¡Así que extended las alas, mostradles que los ángeles abrazarán a todos aquellos que busquen la paz y el conocimiento, pero darán caza sin tregua a todo aquel que amenace nuestro reino! ¡Brillad allá en las tierras donde no alcanza la luz! ¡Llevad la esperanza en las tierras donde no la conocen!

Invocó un arco dorado en una mano y una saeta entre los dedos de la otra. Relucían con intensidad y los que estaban cerca admiraron aquello con largos suspiros y silbidos. Irisiel vio el arma detenidamente, rememorando aquella lejana guerra contra las huestes de Lucifer. Los dioses se lo habían regalado para cazar a los dragones, caballería por excelencia del ángel renegado, y había rendido con creces la confianza que depositaron en ella.

Ahora sería su turno de cederla, pero no sin antes hacer un último disparo. Tensó la cuerda hasta la oreja y apuntó al frente, allí en esa muralla de neblina en apariencia inexpugnable.

—¡Cazad al Segador y ponedle fin a la amenaza! ¡Id, mis elegidos! ¡Yo os nombro los Ángeles de la Luz!

La flecha salió disparada, generando un violento torbellino a su paso, levantando pedazos de piedrecillas al aire, atravesando y partiendo en dos el muro de niebla, revelando el sendero pedregoso y en apariencia infinita que conducía al Inframundo.

La legión elevó gritos de júbilo al aire que luego se convirtieron en rugidos que parecían inyectar de confianza y valor a los tres enviados. Mientras la Serafín lanzaba el arco dorado hacia Próxima para que este lo cogiera al vuelo, Pólux hinchó el pecho con orgullo. Fue un discurso motivador y propio de una guerrera tan distinta como lo era la Serafín, quien lejos de ensalzar la fuerza de los ángeles buscaba resquicio de valor en sus corazones.

—No te decepcionaremos, Serafín —dijo la Potestad.

—Volveremos, Maestra —respondió Próxima, ajustándose el arco dorado en la espalda.

Pero cuando el arquero volvió la mirada para observar el camino abierto, notó sorprendido que Curasán ya se adentraba con pasos firmes y decididos.

El guardián se giró, levantando la mano con el pulgar elevado. Los demás lo vitorearon porque el mensaje para el oscuro Inframundo y sus huestes estaba más que claro: en el reino de los ángeles no había amenaza que temer. La Serafina sonrió conmovida, en tanto que Pólux lo regañó por apurarse. Próxima, por su parte, apuró el paso para alcanzarlo.

Realmente había esperanzas, pensó la Serafina, viendo a sus tres elegidos.

—¿Y bien? ¡Vámonos! —ordenó Curasán—. No hagamos esperar al Infierno.

Continuará.

Nota del autor: Pido enormes disculpas por la tardanza. Espero que aún haya alguien interesado en la serie… China tuvo varios nombres en la antigüedad, generalmente asociada a la dinastía imperante. En la época ambientada ya adoptaba el nombre de una antigua dinastía: “Xin” o “Quin”, aunque la dinastía imperante en ese entonces se denominaba “Yuan”, regida por mongoles. Gobernaban en Ciudad del Jan, hoy Beijing.

En Europa era mayormente conocida como Catay. Transoxiana, por otro lado, se situaba principalmente en Afganistán.

Relato erótico: “trio con la madre de mi amigo y su hermana” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Mi nombre es Charles hace tiempo fui a ver a un amigo a su casa ya que habíamos quedado para irnos a tomar algo cuando llegue él se había ido había surgido una cosa imprevista y se había ido intente irme, pero la madre que era una madura de buen ver me dijo:
-porque no te quedas y le esperas y así me haces compañía, que estoy sola. el tardara varias horas.
– vale- dije yo.
– quieres tomar algo.
– vale porque no.
y me saco un cubata y ella se tomó otro.
– tendrás muchas novias- me dijo.
– no sigo soltero.
– vamos no me lo creo- dijo ella- que no tienes alguna por ahí.
– pues no y usted que ya que era viuda porque no se echa algún novio.
– ah -dijo ella -en mí no se fija nadie. yo ya soy mayor.
– que dice dije yo todavía está de buen ver.
– tú crees.
– por supuesto.
– no creo ya soy una vieja.
– de eso nada.
-si. de verdad te gusto.
-bueno ehehe es la madre de mi amigo.
– y eso que más da -dijo ella- tú crees que todavía estoy buena.
– por supuesto para comerla- dije yo.
– que es lo que más te gusta de mí.
– bueno -dije yo un poco cortado- los pechos y menudo culo tiene usted.
– de verdad piensas eso.
– por supuesto, pero no te cortes toca aquí te gusta esto.
– claro y esto también menudas tetas -dije yo.
ella me beso me quede cortado.
– perdona -dijo ella al verme- es que estoy muy necesitada y no tengo a nadie.
– no si me ha gustado- dije yo- si si, pero es la madre de Luis mi amigo.
-sí, pero tardara varias horas y él no se va a enterar.
– vale entonces señora Charo. por donde íbamos.
– no me llames señora Charo llámame Charo a secas.
me abrazo y me metió la lengua hasta la garganta yo la empecé besar y a quitarle la ropa.
– que tetas -dije yo.
– si comételas todas son todas tuyas.
se me ha olvidado decir que Charo ósea la madre de mi amigo era rubia con el pelo corto de buen ver y mejor tocar me bajo el pantalón y me saco la poya del calzoncillo y me dijo:
– cuántas ganas tenia de poya. te la voy a comer toda.
y se la metió en la boca y empezó a chupármela y a comérmela como se se le fuera la vida en ello.
– que rica- dijo.
luego termine de desnudarla y me desnudo ella menudo culo para tener 45 años estaba para mojar pan la empecé a comer el coño y se moría de gusto.
– joder que lengua tienes no pares de comerme el chocho – me dijo- así así suavecito. cuanto deseaba esto -la metí los dedos -sigue no pares de follarme con los dedos y tu lengua. es divino.
cuando estábamos en plena faena no oímos la puerta.
– mi hijo. no puede ser tardara horas- dijo ella.
pero no era su hijo sino su hija.
– que haces mama con Charlie no me lo puedo creer. eres una zorra. mi madre es una zorra -dijo su hija.
– hija no es eso.
– no entonces dime que es.
– es que estoy muy necesitada necesito un hombre llevo mucho tiempo viuda.
– y no puedes buscarlo por ahí que tienes que tirare a Charles, el mejor amigo de tu hijo.
– no he podido remediarlo.
– tranquila señora ella es una egoísta -el dije yo- no comprendes que tu madre necesita un hombre que la cuide.
– claro y tienes que ser tu quien se folle a mi madre.
– será mejor yo que soy legal a otro que la pegaría y la trataría mal.
– no joder que poya tienes ya que todavía estaba desnudo- dijo su hija que se fijó en ella.
– lo ves dijo su madre at también te gusta. no seas hipócrita -dijo su madre.
empecé a mover la poya.
– vamos no me digas que no te mueres por chuparla tú también la verdad.
– es que es muy grande y no está mal.
y se la acerque a su mano ella me la cogió menudo rabo y empezó a meneármela.
– chúpala ya verás cómo te gusta a ti también.
total, que se la metió en la boca empezó a mamarme la poya la hija mientras yo la comí las tetas a la madre.
– así así no pare de comértelas- dijo la madre.
Dije:
– a partir de ahora sois mis zorras y os voy a follar a las dos.
– si si follanos- dijeron ambas.
así que cogí a Yoli que era su hija tendría unos 24 años y se la endiñe por el chocho hasta las bolas.
– joder que gusto -dijo Yoli- menuda poya.
– te gusta hija- dijo Charo.
– si mama me encanta este cabron como me folla. me va a sacar la poya hasta por el culo que rico.
– dala bien a mi hija que luego me tocara a mí.
– toma zorra.
– a si así cabron haz que me corra de gusto no pares de follarme.
mientras comía el chocho a la madre que se había puesto a la altura de mi cabeza.
– como me comes el coño que rico.
luego la puse con el culo en pompa a la madre.
– trae jun poco de crema o aceite te voy a dar por el culo.
– nunca lo he hecho por ahí.
– por alguna vez tenía que ser la primera. no te parece.
total, que la puse la crema y la fui metiendo los dedos poco a a poco por el ojete despacio.
– me haces daño dijo.
– tranquila te gustara.
cuando ya lo tuvo bien abierto le fui metiendo la poya hasta los huevos.
– ahaha como me follas el culo cabron que gusto dame bien por culo haz que me corra.
– te gusta madre- dijo Yoli la hija.
– me encanta hija como jode este hijo de puta me encanta.
– yo también quiero probarlo.
así que se la saque a la madre y me la chupo otra vez Charo y preparamos entre los dos a su hija y se la fui metiendo poco a poco a Yoli.
– así cabron rómpeme el culo me muero de gusto- dijo Yoli.
luego se la saqué del culo y me la volvió a chupar de nuevo y esta vez se la metí a Charo por el chocho.
– así cabron como follas me corrrrroooooooooo- dijo Charo mientras le comía el chocho a su hija que también se corrrioooo. yo también.
– ahahaha madre que gusto cómo me come el chichi este cabron.
– ahora zorras comerme la poya.
las dos quiero correrme empezaron a chupar las dos una los huevos y otra el rabo al final no pude evitarlo y me vino:
-ahahahahahha ahí tenéis putas vuestra leche. me corrrrrrrrrroorororrooooooooo.
cuando vino el hijo ósea mi amigo nos encontró tranquila mente hablando y tomando algo.
– lo siento -dijo el- pero me surgió un imprevisto no he podido avisarte. espero que no te hayas aburrido mucho.
– para nada tu hermana y tu madre me han dado mucha conversación.
– que bueno mañana tendré que ir a cierto sitio. tendrás que esperarme otra vez en casa. te importa.
– para nada seguro que con tu hermana y tu madre hablando no me aburrirle.
le guiñe un las dos estábamos deseando repetir la follada


Relato erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 2” (POR GOLFO)

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Después de esa primera vez, mi tía se quedó abrazada a mí con una expresión en su cara llena de felicidad y eso que cuando intenté usar su maravilloso pandero, el dolor que sintió lo hizo imposible.

Al tenerla entre mis brazos, me puse a pensar cómo era posible que esa mujer apocada y tímida se hubiese convertido en una ardiente amante en menos de dos días, sobre todo asumiendo que era la hermana pequeña de mi madre.
Al pensar en ella, no pude más que saber que si mi jefa se enterara de nuestra incestuosa relación, pondría el grito en el cielo sin admitir que en parte era culpa suya.
― Fue ella quien insistió que Elena me acompañara― sonriendo murmuré sin percatarme que la aludida podía oírme.
― ¿Qué decías?― levantando su cabeza de mi pecho, preguntó.
Dudé en un principio si revelar mis pensamientos, podría hacerle sentir mal pero al mirarla y ver que sus ojos mantenían ese brillo pícaro de cuando le hice el amor, se despertó mi lado perverso y muerto de risa, contesté:
―Estaba pensando en lo que va a decir mi madre cuando le cuente lo zorra que es su hermana.
En un principio se quedó helada pero entonces comprendió que iba de broma y cogiendo con una mano mis huevos, respondió mientras los apretaba:
―Por tu bien, no te lo aconsejo.
Su nada velada amenaza azuzó mi morbo y siguiendo con la guasa, dije:
―Tienes razón, mejor se lo digo a mi padre. ¿Te imaginas la cara que pondría al enterarse que su tímida cuñada se anda tirando a su retoño?
Descojonada, la muy puta respondió:
―Tú hazlo pero cuéntale también como me encantó mamársela a mi sobrino y así puede que se atreva a intentarlo él también.
Su desfachatez me hizo reír. Saltando sobre ella, le cogí un pecho y mientras me llevaba su pezón ya erecto a mi boca, pregunté:
― ¿Te gustaría que compartiera tus tetas con él?
Fue entonces cuando presionando mi cara contra su seno, mi tía Elena respondió:
― ¿Quién te ha dicho que no las conoce?
El descaro con el que insinuó que mi viejo había disfrutado de esos melones, me puso bruto y usando mis dientes, empecé a mordisquearlo mientras con mis manos separaba sus rodillas. Al pasar mis yemas por su sexo, descubrí que lo tenía encharcado.
―Te he dicho alguna vez que eres una guarra― le solté y llevando mis dedos impregnados con su flujo hasta su boca, forcé sus labios diciendo: ―Fíjate lo mojada que estás y eso que  tu sobrino todavía no te ha comido el coño.
La sola mención de que pensaba hundir mi cara entre sus muslos, la hizo estremecerse y deseando que se hiciera realidad, prefirió jugar conmigo y de golpe cerró sus piernas diciendo:
―Todavía no te lo has ganado. Antes tienes que convencerme. ¡Richard!
Durante unos instantes no comprendí porque me había llamado con ese nombre anglosajón, pero entonces recordé que era el del protagonista de la película porno que había estado viendo.
« ¡Esta zorrita quiere jugar!», comprendí al ver su sonrisa.
Al repasar su argumento, recordé que en ese filme el joven intentaba seducir a la madura pero ella no le hacía caso y que este asumiendo que nunca iba a poder convencerla una noche, usando la violencia,  había conseguido atarla a los barrotes de la cama y con ella indefensa, se había dedicado a calentarla hasta que ya dominada por la pasión, la mujer había cedido.
« ¡Quiere que simule que la violo!», sentencié más excitado de lo que nunca le reconocería.
Decidido a complacerla, me levanté en silencio de la cama y fui al cuarto de baño a por unas vendas. Con ellas en la mano, volví a la habitación pero entonces descubrí que mi tía se había vestido y se había ido. Que hubiese desaparecido justo cuando más caliente me tenía, me hizo desear castigarla de alguna forma:
« ¡Tengo que darle una lección!».
No teniendo nada que hacer hasta la cena, me puse una camiseta y un bañador con los que salir a dar una vuelta. Ya en la calle, estaba paseando con mi mente a cien por hora cuando de improviso me topé contra un sex―shop. Al hacerlo vi en esa casualidad una premonición y sacando mi cartera, entré decidido a comprar los utensilios que necesitaría a mi vuelta.
« Esa zorra no sabe lo que hizo al intentar jugar conmigo», resolví muerto de risa mientras pagaba en la caja.
Con ellos bajo el brazo, volví a la casa a esperar el retorno de mi tía. Mi espera no fue larga porque al cuarto de hora, Elena llegó con una bolsa y saludándome como si nada hubiese ocurrido, me preguntó que quería de cenar.
Acercándome a ella, contesté mientras mis manos se apoderaban de sus pechos:
―El conejo maduro de una madrileña.
Riendo, se trató de zafar de mi acoso justo cuando sintió que cerraba un par de esposas alrededor de sus muñecas.
― ¿Qué coño haces?― exclamó todavía descojonada.
Tomando el mando, la tiré sobre el sofá y ya en él, tras atarla, le coloqué otros grilletes en sus tobillos. La actitud de mi tía seguía siendo tranquila pero cuando le coloqué una mordaza en su boca, noté que se estaba empezando a preocupar.
―No te he contado― comenté― Ayer te pillé masturbándote mientras veías una peli porno y he pensado que te gustaría ser la protagonista de una.
La tranquilidad que había mantenido hasta entonces se disolvió como un azucarillo al oírme y conociendo mis intenciones, intentó liberarse sin conseguirlo. Descojonado, saqué la cámara de fotos y colocándola sobre un trípode, la encendí mientras le decía:
―Con esas dos tetas, a buen seguro me sacaré un buen dinero vendiendo la película.
El sudor que ya recorría su frente, me confirmó que iba por el buen camino y sacando una máscara de latex, me la puse en la cabeza mientras le explicaba que tenía una fama que mantener y no me apetecía que me reconociera al verla en internet. Para entonces los ojos de mi tía ya reflejaban el terror que sentía por verse así expuesta.
Incrementando su turbación, saqué unas tijeras y con parsimonia fui cortando la camisa blanca que se había puesto Elena. Al sentir el filo contra su piel, mi tía se quedó completamente horrorizada y aunque me dio pena, obvié su sufrimiento mientras pensaba en mis siguientes pasos.
Una vez totalmente desnuda y atada de pies y manos, me la quedé mirando y tuve que admitir que asustada, mi tía se veía todavía más guapa. Tanteando el terreno, pellizqué las negras areolas que decoraban sus pechos antes de sacar el siguiente utensilio que usaría. Elena al sentir la ruda caricia de mis dedos sobre sus pezones intentó gritar pero la mordaza que llevaba en la boca se lo impidió y solo surgió de su garganta un suave gemido.
― ¿Te gusta cómo te trata tu sobrino?― pregunté recochineándome de su infortunio.
Indignada, movió de lado a lado su cabeza negándolo. Reconozco que estaba disfrutando y más cuando haciendo como si fuera un mago, saqué de mi espalda un enorme consolador con dos cabezas.
― ¡Chazan!― exclamé y mostrando ambos glandes ante sus ojos, fui recorriendo con ellos su cuerpo hasta llegar a su sexo.
Una vez allí, jugueteé con sus dos entradas antes de embadurnarlos bien con gel porque aunque quería castigar, no me apetecía hacerle sufrir en demasía. Para entonces mi tía lloraba como una magdalena y sus ojos iban de la cámara que estaba grabando a mí continuamente.
―Vas a estar preciosa en todas las televisiones de los pervertidos de este país― le dije mientras incrustaba la cabeza más grande en su coño.
Para entonces, mi tía había dejado de debatirse y mantenía sus ojos cerrados creyendo que así disminuiría su vergüenza pero no pudo evitar abrirlos al sentir que con el segundo forzaba su esfínter.
―No te quejes― me reí obviando que me había resultado imposible usar su culo― ¡Mi pene es de mayor tamaño y bien que me pediste que te lo metiera!
La doble penetración fue solo el inicio porque en cuanto noté que se había acostumbrado a la intrusión de esos dos objetos, encendí ese consolador a la máxima potencia mientras le decía desde la puerta:
―Te dejo sola durante una hora. ¡Qué lo pases bien!― tras lo cual me fui a preparar algo de cenar.
Haciendo tiempo, abrí una cerveza. Con ella en mi mano, me fui a comprobar en mi cuarto como evolucionaba mi víctima a través del monitor de mi ordenador. En cuanto conecté vía wifi con la cámara, me encantó descubrir que mi querida tía se estaba retorciendo de gusto contra su voluntad.
«Tal como preví, le está gustando», mascullé antes de empezar a grabar todo en la memoria de mi pc.
Con Elena gozando y sin nada más que hacer que mirarla, me quedé pensando en cómo había cambiado mi vida en esos días.
« Y yo que creía que mi tía era una estrecha», recapacité más excitado que nunca al comprobar que en la imagen que llegaba desde el salón, esa mujer se estaba corriendo sin parar.
Satisfecho, me terminé mi cerveza y me desnudé antes de volver a su lado. Al llegar, mi tía estaba presa de un gigantesco orgasmo y  decidido a humillarla,  saqué el pene que tenía en el coño y lo sustituí por el mío mientras retiraba la mordaza de su boca.
― ¡Maldito!― gritó al sentir que podía hablar― ¡Pienso denunciarte!
Al escucharla, solté una carcajada y sin hacer caso a sus quejas, comencé a follármela a un ritmo constante. El compás que imprimí a mis caderas, acalló sus maldiciones y paulatinamente se vieron transformadas en gemidos de placer. Una vez se había corrido por enésima vez, saqué mi falo de su interior y chorreando de su flujo, lo acerqué hasta su boca y con tono secó, ordené:
―Cométela ¡Puta!
Incapaz de repeler mi agresión de otro modo, cerró sus labios a cal y canto. Fue entonces cuando le solté:
―Si no me la mamas, tendré que darte por culo.
Mi amenaza cumplió su propósito y de muy mala leche, abrió su boca. Aprovechando el momento, se la metí hasta el fondo y presionando con mis manos su cabeza, evité que intentara sacarla. La violencia con la que la forcé curiosamente provocó que mi zorrita se aviniera a razones y lentamente comenzó a usar su lengua para congraciarse conmigo.
―Así me gusta― comenté mientras acariciaba su melena.

a maestría que demostró en esa mamada aunque no pudiera usar sus manos, fue tal que no tardé en explotar en su interior. Mi tía al saborear mi semen, se comportó como la puta que era y lejos de quejarse me rogaba que siguiera eyaculando en su boca.

― Elena― descojonado le recordé: ―No deberías ser tan zorra, ¡Te estoy grabando!
― ¡Me da igual! ¡Me encanta tu lefa! ¡Regálame más!
La lujuria que demostró consiguió sacar hasta la última gota de mis huevos y ya totalmente ordeñado, la liberé. Sin atadura alguna, lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese intentado huir pero en vez de hacerlo, se acurrucó entre mis brazos diciendo:
―Eres un cabronazo. Realmente pensé que me estabas grabando.
Muerto de risa, me levanté y conectando la cámara a la televisión, le demostré lo equivocada que estaba y que realmente había filmado “su violación”. Acojonada, me preguntó:
― ¿Qué piensas hacer con ella?
Quitando la memoria se la di, diciendo:
― Regalártela para que cuando vuelvas a Madrid, recuerdes los buenos ratos que pasaste con tu sobrino.
Fue entonces cuando realmente descubrí lo puta que era la hermana pequeña de mi madre porque devolviéndomela y con una sonrisa en sus labios, me soltó:
―Todavía le queda espacio para más sesiones― y soltando una risita, prosiguió diciendo: ―¿Qué otras películas tienes en tu biblioteca que podamos ver y luego representar?
Alucinado comprendí que había despertado una bestia y queriendo averiguar sus límites, pregunté:
― ¿Te apetece que veamos juntos una de un trio?
Su respuesta me dejó helado:
― ¡Siempre que sus protagonistas sean dos mujeres y un hombre!
Esa era la opción en la que había pensado pero queriendo conocer sus motivaciones insistí:
― ¿Estas segura?
Con tono pícaro, me contestó:
―Siempre he deseado saber que se sentiría al comerme un coño.
Su confesión me hizo gracia y por eso le pedí que nos sirviera unas copas mientras elegía una.
―Que sea muy morbosa― contestó mientras se levantaba del sofá….
Hacemos realidad su fantasía.
Esa noche, no solo vimos una película sino que ya en la cama reiniciamos lo que habíamos dejado inacabado en la tarde y por fin pude hoyar su trasero con gran satisfacción de su parte. Con su esfínter relajado por la acción del consolador, mi tía no sufrió casi dolor cuando le incrusté mi pene en su trasero. Es más sé que disfrutó como una perra porque al terminar, me informó que al día siguiente y durante el resto de nuestra estancia en Laredo tenía permiso de usarlo.
―¿Entonces ahora te gusta?― pregunté
Elena poniendo cara de puta asintió con una sonrisa y abrazándose a mí,  quiso que le contara con quien pensaba hacer realidad su fantasía.
― ¡Coño! ¡No lo había pensado!― reconocí.
Pero entonces soltando una carcajada y mientras se incorporaba para buscar su móvil, me comentó:
― ¿Recuerdas a Belén? La que fue tu novia hace un par de veranos
― Sí― contesté sin saber a qué venía porque llevaba tiempo sin verla.
Sacándome de dudas, me explicó que se la había encontrado en Madrid saliendo de un tugurio de mala reputación y que al comentarle que iba a pasar el verano en Laredo, le dio su teléfono. Con la mosca detrás de la oreja, pregunté de qué clase de antro salía cuando se topó con ella.
Muerta de risa y mientras agarraba entre sus manos mi pene, respondió:
― Solo puedo decirte que esa niñata me miró las tetas.
Tras lo cual, marcó su número y recordándole quien era, quedó en que al día siguiente pasaríamos a por ella para ir a una cala…
 
A la mañana siguiente, nos despertamos sobre las nueve ya que con buen criterio mi tía había quedado con Belén temprano al saber que tardaríamos tres cuartos de hora en llegar a la playa que habíamos elegido.
Mientras desayunábamos, observé que Elena estaba nerviosa y queriendo averiguar el motivo le pregunté que le pasaba.
-¡Pareces tonto!- contestó: -¡No ves que nunca he estado con una mujer!
En ese momento no quise decirle que por propia experiencia dudaba que esa cría fuera lesbiana y acercándome a ella, pasé mi mano por su trasero mientras le decía:
-Si quieres, cancelamos la cita y nos quedamos retozando los dos solos en el jardín.
Mi tía dejó que le masajeara su culo durante un instante pero viendo que se estaba poniendo bruta, se separó de mí diciendo:
-¿No te estarás echando atrás? ¡Me prometiste hacerlo!
Muerto de risa, le contesté:
-Para nada, ¿Me crees tan idiota de no querer disfrutar en la cama con dos bellezas?
Mi piropo levantó su alicaído ánimo y dejándome en la cocina, me informó que se iba a cambiar. Aprovechando que estaba solo, me puse a recordar la peli porno que habíamos visto la noche anterior y tuve que reconocer que por mucho que mi tía quisiera reproducirlo ese día, veía imposible que pudiéramos seducir a Belén.
«No la veo comiendo la almeja de Elena», refunfuñé preocupado por si además de no aceptar nuestras insinuaciones luego se iba de la lengua y contaba a todo el mundo que me andaba tirando a mi tía.
Mis temores no disminuyeron a pesar que al volver mi pariente estaba impresionante con el bikini que llevaba puesto. Confieso que babeé al admirar sus enormes pechos apenas cubiertos por un triángulo de tela.
-¿Te gusta?- me preguntó mientras modelaba ese conjunto.
-Mucho- reconocí.
Mi cara debió reflejar mi calentura porque riendo esa madura me soltó:
-No te calientes antes de tiempo.
Cabreado me quedé callado mientras salíamos de la casa y solo cuando ya estábamos en el coche, pregunté:
-¿Cómo piensas seducirla?
-No voy a ser yo, ¡Vas a ser tú!- contestó.
-No entiendo- tuve que decir porque aunque fuera hace dos años, yo ya me la había follado y ese día lo que íbamos a intentar era hacer un trio.
Elena viendo mi turbación, me explicó:
-¿Recuerdas que vi a esa morena saliendo de un bar de lesbianas? Pues resulta que la dueña es amiga mía y cuando le pregunté por Belén, me contó que era una cría que todavía no había dado el paso y que aunque cortejó a varias maduras como yo, nunca había culminado por miedo.
-Ya veo- respondí- Como no ha salido del armario, quieres que la seduzca para que luego tú te incorpores.
-¡Tengo un sobrino imbécil!- exclamó: -¡Al contrario! Quiero que le cuentes que descubriste que tu “pobre” tía es calentorra que incapaz de rechazar cualquier insinuación sexual provenga desde donde provenga y que le da lo mismo que sea de un hombre o de una mujer.
-¿Quieres que le cuente que eres una ninfómana?
Partiéndose de risa, me contestó:
-Así es y que te confabules con ella para reíros a costa mía.
-Ahora sí que me he perdido- reconocí.
-¡Estás espeso!– soltó cabreada:- Pídele que te ayude a ponerme bruta. Si mi amiga no me ha mentido, no podrá negarse a hacerlo y ya puestos, nos la tiraremos entre los dos.
Ese plan me parecía un disparate pero Elena parecía tan segura de su éxito que no me quedó otra que aceptarlo y de esa forma, en menos de diez minutos, llegamos hasta el espléndido chalet donde vivía Belén con sus padres.
Al tocar el timbre, fue esa morena quien abrió la puerta y mientras me quedaba sorprendido por el cambio que había dado desde que no la veía (¡Estaba buenísima!), nos hizo pasar diciendo:
-He pensado que, como hasta mañana no vienen mis viejos, mejor tomemos el sol en la piscina.
Estaba a punto de negarme cuando mi tía al comprobar que desde el exterior no se veía el jardín, aceptó diciendo:
-Me parece estupendo.
Tras lo cual, mi antigua novia meneando su trasero nos llevó hasta unas tumbonas donde dejamos nuestras cosas. Mirándola de reojo no me podía creer lo que estaba viendo. Los tres o cuatro kilos que había engordado le sentaban de maravilla sobre todo porque gran parte de ese peso extra se había acumulado en sus tetas. Si de por si Belén era tetona, ahora era una vaca lechera.
Sé que se percató de la forma en que la observaba porque en plan coqueta, me lo recriminó diciendo:
-¿Te parezco gorda?
-En absoluto- respondí- Estás guapísima.
Elena ratificó mi opinión diciendo:
-Tienes un culo precioso. ¿No ves las miradas que te echa mi sobrino?
Me molestó que mi tía me traicionara de ese modo y sin medir las consecuencias, devolví su pulla al contestar:
-Las mismas que tú o ¿Crees que no me he dado cuenta?
Nuestro rifirrafe cogió desprevenida a Belén que tratando de calmar la situación me pidió que le acompañara a la cocina por unos refrescos. Como os imaginareis accedí y la seguí mientras entraba en el chalet.
Estaba abriendo el refrigerador cuando como de paso me dijo:
-Cuando discutías con tu tía, me pareció entender que insinuabas que era lesbiana.
Muerto de risa al saber por dónde iba, contesté bajando la voz:
-Sí y no. Elena tiene un problema…
-¿Qué problema?- preguntó interesada la morena.
Con tono misterioso, contesté:
-Ahí donde la ves, tiene una sexualidad exacerbada. No puede evitar excitarse con facilidad y ya caliente le da igual quien esté cerca, ¡Sea hombre o mujer se lo tira!
-No te creo- respondió: -Me estás tomando el pelo.
Reforzando su interés, me atreví a decir:
-Te lo juro. Si no fuera porque es mi tía, te lo demostraría.
Al oírme, bajo la tela de su bikini aparecieron dos pequeños bultos que me confirmaron su interés por Elena y soltando un órdago, la reté diciendo:
-¿Por qué no lo intentas tú y así nos reímos? – y viendo su cara de estupefacción, insistí: – Estoy seguro que con que la toques un poco, se pondría a gemir como una cierva en celo.
Sus ojos brillando me informaron que la idea le atraía pero creyendo que era broma, contestó a mi burrada diciendo:
-Y mientras la excito: ¿Tú qué harías?
– Ayudarte-contesté.
Al no creerme, no pudo evitar soltar una carcajada y cogiendo los refrescos fue de vuelta a la piscina. Al llegar allí, nos encontramos a mi tía acostada en una tumbona con los ojos cerrados como dormida.
-Tiene unas tetas impresionantes, ¿Verdad?- susurré al oído de Belén al percatarme que no podía apartar sus ojos de ellas: ¿Le pedimos que se ponga en Topless?
Lo lógico hubiera sido que no me hubiese contestado pero para mi sorpresa y mientras se mordía los labios, respondió:
-Me encantaría.
Asumiendo que mi pariente nos estaba oyendo, hice hincapié en la idea diciendo:
-¿Te imaginas que pedazo de pezones debe tener?
Inconscientemente, Belén llevó su mano a su pecho y al notar que los tenía erectos, se puso roja y forzando su calentura, dije:
-Me encantaría hundir mi cara entre ellos.
La cría confirmando las palabras de la dueña de ese bar, cerró sus rodillas intentando que no me diera cuenta que hablar así de esa madura la estaba poniendo cachonda.
« ¡Va a resultar bollera!», sentencié al descubrir una mancha de humedad en su braga.
Que los deseos de Elena fueran posibles, me excitó y poniendo cara de lujuria, me lancé al abismo diciendo:

-Me da vergüenza decírtelo pero no sé qué daría por echarla un polvo.
Al escuchar mi confesión se quedó pensando en ella. Noté su lucha interna. En su mente debía estar debatiendo si me ayudaba con esa increíble madura y de paso ella conseguía su sueño de estar con una mujer. Tras unos segundos de indecisión, en voz baja, me soltó:
-Te voy a reconocer algo que nadie sabe, lleva unos meses rondándome la idea de saber que se siente al estar con alguien de mi mismo sexo.
Justo en ese momento, mi tía hizo como si se despertara y en silencio se levantó y se tiró a la piscina. Mientras nadaba, me acerqué a donde Belén y directamente le pregunté:
-¿Y si la atacamos entre los dos? Ambos haríamos realidad nuestras fantasías.
Turbada por mi pregunta no me contestó inmediatamente sino se quedó mirando a Elena que salía con su bikini empapado. No me costó percatarme en el modo en que admiraba sus pechos.
-¡Fíjate!, el agua fría le ha puesto duros sus pezones- susurré en su oreja.
La morena babeó claramente al oírme e incapaz de mirarme, cogió mi mano mientras me decía:
-Júrame que nunca se le contarás a nadie lo que ocurra.
-Te lo juro- respondí sabiendo que esa zorrita había caído en la trampa.
No queriendo darle tiempo a que cambiara mi idea, le pregunté si tenía crema de broncear y al traérmelo sin pedirle opinión me eché un buen chorro en las manos.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó.
Bajando la voz, le dije:
-Recuerda, mi tía tiene el sexo a flor de piel y estoy seguro que le pondrá como una moto ver cómo te echo crema. De esa forma no corremos riesgos, si no es verdad que sea ninfómana lo único que puede ocurrir es que te haya metido mano un antiguo novio pero si es verdad, ambos disfrutaremos del cuerpazo de esa madura.
Reconociendo el sentido común de mi plan, se acostó en la tumbona diciendo:
-Adelante, ¡No te cortes! ¡Soy todo tuya!
No os tengo que adelantar que le hice caso y haciendo como s mi intención fuera otra,  empecé a untar de bronceador sus piernas. Fue entonces cuando Belén me sorprendió al empezar a gemir al notar mis dedos subiendo por sus muslos.
-¡No exageres!- murmuré: ¡Se va a dar cuenta!
Su respuesta me dejó helado porque mordiéndose los labios, me soltó:
-No estoy exagerando, ¡Me pone bruta que me toques con ella a pocos metros!
Su confidencia me hizo mirar a su entrepierna y allí confirmé sus palabras al descubrir su tanga mojado. Azuzado por sus palabras, mi pene reaccionó bajo mi traje de baño y no queriendo adelantar acontecimientos, seguí untando de crema sus piernas pero ya con un destino fijo que era su coño.
Mientras lo hacía miré de reojo a mi tía y comprobé que seguía atenta mis maniobras. Satisfecho al observar que tenía sus pitones tiesos, murmuré al oído de Belén:
-Elena nos está mirando.
La morena no pudo reprimir una sonrisa al saberse observada y abriendo sus piernas de par en par, me pidió que la masturbara. Desobedeciendo, la besé mientras le decía en voz baja:
-Voy a hacer algo mejor. ¡Veamos cómo reacciona cuando te coma el coño!
Sin preguntar mi opinión, Belén se quitó la parte de debajo de su bikini y dejando su sexo expuesto, contestó:
-¡Te estás tardando!
Descojonado, di por descontado que mi tía se calentaría mientras yo me ponía las botas y por eso, estaba colocándome entre sus piernas cuando tocándome en la espalda, me dijo:
-¿Me dejas hacerlo a mí?
Temiendo la reacción de mi amiga, miré hacía ella pero al contestar con la mirada que la dejara, me hice a un lado y permití que Elena tomara mi lugar. Desde la tumbona de al lado vi que, al contrario que yo, mi tía en vez de abalanzarse sobre su sexo empezaba besando en cuello de Belén:
«Bien pensado, es uno de los puntos débiles de esa zorrita», me dije comprobando también que no se quedaba satisfecha con ello y que mientras lo hacía, llevaba una de sus manos hasta la entrepierna de la morena.
Mi amiga excitada y avergonzada por igual, cerró sus ojos al sentir los dedos de Elena separando los pliegues de su chocho cómo no queriendo saber lo que ocurría. Por su parte, a mi tía la supe nerviosa al observar que una de sus piernas temblaba sin parar.
«Joder, ¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé para mí al comprender que aunque Belén no lo supiera para Elena era también su primera vez.
Como buen mirón no me quedó otra que callar y observar mientras esperaba mi turno. Desde mi sitio, fui testigo del profundo gemido que salió de la garganta de Belén al notar el aliento de la madura cerca de su pezón.
-¡Sigue! ¡Me vuelve loca!– gritó descompuesta cuando recogiendo su areola entre los labios, mi tía empezó a mamar de su pecho mientras comenzaba a torturar su clítoris.
Sin dejar de masturbarla, durante unos minutos alternó de un pecho a otro y con la confianza que le daba los berridos de la cría, Elena decidió que era tiempo de probar el sabor de su sexo. En silencio, con lentos besos fue bajando por su torso mientras su víctima se retorcía sobre la tumbona.
-¡No pares!- aulló cuando tomando un descanso, mi tía cesó de deslizarse. La calentura de esa morena era tal que incorporándose y casi llorando le rogó: -¡Necesito que me lo hagas sentir!
Sonreí al comprobar que le costaba decir abiertamente que deseaba que esa madura le comiera el coño y por eso, interviniendo di un azote en el culo de mi tía mientras le ordenaba:
-¡Comételo de una puta vez! ¡So puta!

No sé si fue el azote, la orden o el insulto pero me da lo mismo, descojonado, observé que había conseguido mi objetivo al ver a Elena recorrer los pliegues de mi amiga con su lengua. El agudo chillido con el que Belén nos regaló al experimentarlo fue suficiente estímulo para que mi pariente perdiera los estribos y se lanzase a devorar ese coño como posesa.
Usando sus dedos para follarla mientras su boca se regocijaba entre los labios y el atormentado botón, no tardé en comprobar que mi amiga se corría dando gritos. No queriendo inmiscuirme todavía pero totalmente excitado, me quité el bañador y me puse a pajearme a la vez que esas dos disfrutaban del amor lésbico. Por su parte, mi tía al saborear el torrente de cálido flujo que salía de la vulva de Belén, descubrió que le gustaba y usando su lengua, se puso a recogerlo para que nada se desperdiciara.
Uniendo un clímax tras otro mi amiga estaba haciendo su sueño realidad pero yo seguía a dos velas y viendo el meneo del culo de Elena al comerse ese coñito, decidí que ya estaba bien de esperar y bajándole las bragas, le incrusté de un solo golpe mi pene en su interior.
El chillido de mi tía al experimentar mi intrusión en su trasero, provocó que Belén abriera los ojos para ver qué pasaba y al comprobar mi maniobra, con voz llena de lujuria, me soltó:
-¡Dale duro a esta guarra! ¡Te lo mereces!
Aunque no me hacía falta su aprobación, me alegró saber que nuestro acuerdo seguía vigente y con mayor énfasis, cabalgué sobre mi montura. El ritmo brutal que imprimí a su trasero junto con la excitación que ya acumulábamos los dos, hizo que no tardáramos en corrernos y mientras derramaba mi simiente en su interior, escuché los aullidos de Elena.
No contento con ello, seguí galopando sobre su grupa hasta que ordeñé por completo mis huevos y mi verga perdió su dureza. Agotado, me dejé caer al suelo mientras sobre la tumbona, mi tía y su recién estrenada amante se besaban sin parar.
Os confieso que creí que ya no me quedaba más que hacer en ese chalet viéndolas cuchichear entre ellas pero entonces Belén cogiendo a Elena de la mano, sonriendo, me soltó:
-¿Nos acompañas arriba?
Intrigado, pregunté para qué.
MI amiga soltando una carcajada, me lo aclaró diciendo:
-Quiero comerme el coño de tu tía… y que al terminar, me des el mismo tratamiento.
Imaginaros mi cara y cuando creía que nada me podía sorprender, muerta de risa, me dijo:
-Este día lo recordaré siempre. No solo habré probado que se siente con una mujer sino que también que tras mi primer trío, un ex novio desvirgará mi culito.
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: Blue margarita (POR VIERI32)

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La noche en el bar Rennes se había convertido en madrugada, y con ella se fueron mis esperanzas de encontrarme con Anastasia. El gentío que bailaba hacía unas horas, apretados en el calor infernal de la pista, e inmersos en la música fuerte de turno, se había convertido en tres, cuatro… cinco borrachos riendo en la mesa del fondo, escuchando el jazz suave que ponían cuando casi no había alma viviente. Nina Simone… nunca el jazz sonó tan bien con la voz de una mujer.

Iba a levantarme de la butaca, despegar mis brazos de la barra que me sirvió de apoyo por más de dos horas para nunca más volver, y con una idea fija recorriendo los rincones de mi cabeza; nunca más intercambiar mails con la hija de puta de Anastasia. ¿Cómo podía haber confiado en una extraña que me prometió la noche de mi vida? Pero sus palabras, las fotos que enviaba para mostrarme cómo era ella… sólo un cretino creería el paraíso que me ofreció. Sólo yo.
Fue cuando eché una ojeada alrededor del bar; entre el humo y el cabrilleo de las luces la vi mirarme con sugestión en el otro extremo de la barra; unos ojos pardos ocultos tras las ondulaciones que describía su pelo negro hasta sus pechos, ocultos tras un elegante vestido negro, tenía una copa entre manos con los vestigios de algún Martini.
Jugaba con una aceituna entre sus dedos, la hacía recorrer por los bordes de dicha copa. ¿Anastasia?, pensé. Tomó la puntita de aquella aceituna y lo llevó hasta la altura de su boca. Esos ojos gatunos, esos labios carnosos que fueron humedecidos por su lengua… ¡Anastasia!
La aceituna desapareció en su boca y ella me devolvió la mirada. Felina, erótica. Se levantó de su butaca y fue acercándose a mi lugar mientras un cosquilleo me recorría la garganta. ¿El blue margarita que me había bebido estaba haciendo efecto? ¿O era por el hecho de que aquella diosa de curvas peligrosas se acercaba inminente hacia mí?
– Rubén. – sonrió posando una mano en la barra, a centímetros de la mía. – no me fue difícil reconocerte.
– Anastasia – respondí con una mirada seria – ¿un poco tarde, no?
– Y sin embargo sigues aquí.
– Sigo aquí. Cabreado, eso sí.
– ¿Por qué no te fuiste?
– ¿Por qué? Pues… por el dinero – respondí tomando el último sorbo de mi copa.
En un desvío de mi mirada observé sus manos reposando en el bar, y lo vi… vi mis sospechas incrustadas en su dedo, brillando, un anillo de matrimonio brillando promesas rotas de quilates.
– Pensé que te ibas a divorciar.
– He decidido darle una segunda oportunidad
– ¿En serio? Estaba seguro que tus mails lloraban rabia cuando te referías a tu marido.
– ¿Puedo cambiar de opinión, no?

Antes de responderle, se inclinó levemente hacia mi rostro – porque yo seguía sentado en la butaca – y dejando su boca a centímetros de la mía, restregó su lengua por mis labios, inferior a superior, rematando con un susurro crispante;

– Arriba, piso once, habitación 809. Estaremos esperando. – dijo alejándose.
Quedé estático en mi asiento. Entre el humo y el jazz me pregunté en qué situación me estaba metiendo; era mi primera incursión en el sexo bisex… sí, a mis veintinueve podía parecer un poco tarde, y sumado al hecho de no conocer del todo a quienes pagaban por estar conmigo, le agregaba un toque de inseguridad… y morbo. Riesgos de entablar contactos vía Internet.
Pedí la cuenta al barman y me encaminé hacia el salón.
– Disculpe – interrumpió el hombre – la copa que se está llevando… eso pertenece al bar.
– La copa – la observé, con los vestigios del Blue Margarita recorriendo los rincones del vidrio. Fue mi única compañía durante dos horas, casi profeta de una noche patética. ¿Quién querría la copa? ¿Quién querría tener los recuerdos de mis soledades, de dos horas sentado en un bar con un pedacito de vidrio escarchado en sal, repleto de tequila y limón? Sólo yo.
– Me la llevo – respondí- ¿Cuánto cuesta?
El maldito barman me miró como si estuviera loco de remate. No lo culpé.
. . . . .
Dos golpes a la puerta 809. Tres golpes insistentes. Oí murmurar a dos personas, voces provenientes de la habitación. Silencio. Luego el pomo giró y la voz susurra de Anastasia me indicó que pasara. Entré en el lugar, apenas iluminado con lamparitas barrocas, posicionadas en lugares estratégicos para darle un colorido naranja, crepuscular.
– ¿Y esa copa que tienes ahí? – preguntó Anastasia.
– Es del bar. Me lo regalaron.
– Sería bueno que lo llenes con algo, ¿no? Allí hay una heladerilla…
-Ya habrá un momento para eso – dije reposando la copa sobre una mesa cercana.
– Bien… Ahora, fíjate en la cama, Rubén.
Giré mi vista hacia el lugar indicado. Otro hombre, trajeado elegantemente, sentado en el borde de dicha cama, con la boquita describiendo cierta sonrisa, de facciones fuertes, de brazos poderosos y con los ojos fuertemente estacados en mí.
– Es bonito. – dije mirando a Anastasia.
– Igualmente. – sonrió el hombre.
– Es mi esposo.
– ¿¡Su esposo!? – no pude evitar poner un rostro sorprendido al ver que mi primera experiencia sería con un matrimonio. Menudo matrimonio.
– Vaya, ¿te pagamos para hacer preguntas? – ironizó el hombre.
– No me vengas con rostros hipócritas. – dijo ella al ver mi cara. – Ahora, ¿te gusta algo de música de fondo? – preguntó acercándose a un equipo de sonido.
– Nina Simone – respondí.
– ¿Y quién es ella?
– Ella… es ésta. – dije retirando un CD de mi bolsillo, para dárselo. – Me gusta follar con jazz de fondo.
La mujer tomó el disco, mirándome extrañada, no conocía nada de mi querida Nina. Tenía ganas de decirle “puta arpía sin cultura musical” pero temí perder el dineral que me había prometido.
Ni bien sonó su melodiosa voz, Anastasia se acercó a mí para retirarme el abrigo, el cinturón, la camisa… restregó su mano por mi pecho, clavó sus uñas en mí, y bajó dolorosamente rumbo a mi entrepierna. Miré a su esposo, el idiota sentado y observando con una sonrisa oscura.

Se oyó mi bragueta bajar y bajar mientras el cornudo revelaba una erección terrible bajo su pantalón. Ella se arrodilló, lista para comer mi sexo con sus carnosos labios. Se oyó un gemido femenino cuando tragó mi hombría en aquella boca de vivo fuego, sus ojos gatunos brillaban bajo las luces de las lámparas y entre sus pelos ondulados, contemplándome, escrutando mi rostro mientras yo me sentía en el puto paraíso al sentir cómo crecía dentro de su boca.

Se levantó para besarme mientras su mano empezaba a pajearme a fin de tener la erección a pleno.
– Cobras caro – dijo entre los besos con lengua – pero desde que vi tu anuncio en la web… desde que vi esa carita que tienes, mi amor… – la mujer volvió a meter el fuego de su lengua en lo más profundo de mi boca, para luego proseguir – eres un sueño, ¿lo sabías?
– ¿Cobrar? Recuerda que el dinero me lo ofrecieron ustedes– sonreí.
– Es que nosotros no fuimos la única propuesta que recibiste, ¿no? – preguntó el marido.
– Recibí otras propuestas. –respondí tocando el culo de su amada, atrayendo su cuerpo contra mi erecto sexo. – Pero pocas ofrecieron dinero… y sólo ustedes ofrecieron mucho dinero. Ahora, si me permiten, iré por una Margarita en la heladerilla.
– Hazlo… – dijo el hombre – y luego te vienes para aquí.
Me dirigí para abrir la heladera, volví mi vista hacia la cama. Anastasia estaba desnudando a su marido con la misma estrategia que utilizó conmigo. Le hizo una deliciosa chupada mientras yo cargaba la bebida en mi copa… la misma copa del bar que me había hecho compañía. Y mientras mi querida Nina Simone cantaba “Sinnerman” en la radio – un guiño cruel hacia mí- vi cómo la mujer empezó a guiarlo hasta la cabecera de la cama, para atar sus brazos y pies a sendas extremidades. El hombre quedó boca abajo, con aquel culito respingón al aire, más aún, cuando la mujer llevó un par de almohadas bajo su panza para levantar su trasero.
La mujer se sentó sobre la espalda de él, mirándome a mí;
– Acércate, Rubén. – dijo llevando sus manos en las nalgas de su marido, haciéndole escapar un ligero gemido de sorpresa. Su cuerpo se tensaba conforme ella iba separándolas hasta mostrarme el pequeño agujerito. – ¿O prefieres beberte la tequila primero?
– Blue Margarita.
– ¿Qué?
– No es sólo tequila… es Blue Margarita. – dije al beberme otro pequeño sorbo, acercándome hacia ellos. “Menudo matrimonio” volví a pensar.
Me arrodillé frente a aquel trasero separado al máximo gracias a las manos sádicas de su esposa. Un temblor me volvió a recorrer el cuerpo, era mi primera experiencia, ganas me sobraban, información también. Cayó mi querida copa sobre el alfombrado mientras mi rostro se inclinaba para lamer aquel trasero. De arriba para abajo, una y otra y otra vez.
La mujer empezó a meter los primeros dedos en el humedecido trasero de su esposo, sorteando posiciones con mi hábil lengua, el muy cabrón empezaba a gemir bajo las almohadas y yo estaba encendiéndome a mil por hora rumbo a un muro.
Me subí en la cama, de rodillas frente al trasero. La mujer tomó de mi sexo, lo escupió y llevó el glande hasta la entrada del ano de su marido. Me miró a mí, sus ojos gatunos, sus bellos ojos gatunos y sádicos me imploraron un beso.
Penetré al tío, lloró como niña mientras yo besaba con exceso morbo a su querida esposa sentada sobre él. Mis movimientos iban adquiriendo vigor, Anastasia gruñía groserías entre besos, palabras inmundas dirigidas a su hombre, como “¿te gusta cómo te folla, puta?”, “¿Acaso te duele, cariño? ¡Quiero que digas que eres una putita niña llorona!”, “Ya te irás acostumbrando a que te follen tíos, para que tú aprendas a hacerlo, cabrón”
Yo era el tercero, si no fuera por mi verga, sobraría. Sólo estaba para darle y darle al pobre diablo, mis embestidas eran terribles, un leve halo de sangre empezó a correr del ano, le estaba rompiendo el esfínter y a su esposa no le importaba.
Limón, tequila y una copa escarchada en sal. Jazz de fondo, mi primera experiencia… la primera experiencia del pobre marido. Más delicioso, imposible.
Ella se levantó y me dejó hacerle, se dirigió hacia la heladera, aunque extrañamente no la abrió, sino que se limitó a mirar cómo un hombre hacía llorar a su esposo. Aquella montada sádica duró su tiempo, mi “leche” terminó dentro de él, y caí vencido sobre el desnudo cuerpo del hombre.
La mujer interrumpió mi breve descanso con una voz autoritaria;
“Ahora fóllame” ordenó, “hazme gritar como puta, lo quiero volver loco a mi marido.”
Pensé que íbamos a hacerlo en la cama, sobre su marido, o a su lado, pero ella me hizo una seña para sentarme en el sillón. Y así lo hice, me senté en el lugar, la mujer se acercó para inclinar su dulce culito hacia mí, agarré su cintura para poder llevar el glande entre sus labios vaginales. Se sentó sobre mí y la cabalgué a lo bestia, casi hasta con ganas de destrozarla con la montada. La noche más rara y esperada de mi vida.
Anastasia sabía gritar groserías, su pobre marido estaba atado en la cama, muriendo de dolor y escuchando chillar como cerda a su querida Anastasia. Yo sobraba, el juego era entre ella, su esposo y mi sexo. Miré la alfombra, mi copa seguía ahí, brillando crepúsculos, mi única compañera en toda la noche, reflejando el cuerpo de aquella mujer siendo embestida por mí… no, no por mí, embestida por mi verga. Yo sobraba. Sólo yo.
. . . . .
El pobre diablo fue desatado mientras yo estaba sentado en el sillón, fumándome un cigarrillo y viendo cómo la esposa acariciaba a su hombre, lo besaba, lo confortaba con palabras tiernas, viendo cómo su anillo matrimonial brillaba infidelidades de quilates.
Se vistieron, el hombre no llegó ni a mirarme. Fue el primer culo masculino que saboreé y penetré… y ni siquiera se atrevió a devolverme la mirada. Anastasia se acercó a mí, y me lanzó un fajo de euros. Mi premio prometido. Pero no vi el dinero, ni me fijé, sólo observaba los ojos felinos de la mujer. “Gracias” – me susurró.
– ¿Lo haremos otra vez? – pregunté escrutando su mirada, permaneciendo indiferente ante el peso del dinero en mi pierna derecha.
– Desde luego – interrumpió el hombre, de espaldas a mí, a punto de salir de la habitación.
– Ya lo oíste – sonrió Anastasia.
Aquellos ojos felinos se retiraron con una risita, contemplándome por última vez antes de salir de la habitación, tomada de la mano con su maldito esposo.
Me recosté en el sillón mullido, mi hermosa Nina dejó de cantar hacía ratos. En el suelo seguía mi copa, sinuosa con sus curvas, brillando atardeceres bajo la luz de las lámparas. Me ardía la cabeza, ¿acaso era la bebida?, ¿acaso era un efecto natural tras mi primera experiencia?
Lo peor de todo, es que mi única compañía de aquella noche terminó siendo la copa escarchada de sal, con los vestigios de tequila y limón. Mi profeta de una noche patética, de ojos felinos que no me pertenecerán, de mis soledades con sabor a Jazz y de doscientos euros haciendo peso en mi pierna izquierda.
Entre los fajos de los billetes relucía un papelito, y en éste, se inscribía en letra apenas legible; “Si deseas quinientos euros, dirígete hacia la heladera y retira la cámara que ha estado enfocando la cama. Estuvo grabando cómo te has montado a mi marido. Por obvios motivos, no puedo llevarlo ahora mismo conmigo. Ésa será la prueba de infidelidad con el que le pediré divorcio. Avísame por mail. Un beso, Anastasia.”
Sonreí, entendí el porqué de su decisión de no follar en la cama… ella no quería salir en la filmación. ¿Qué más daba? El mundo nunca sabe a rosas, aunque tampoco es una caja llena de tragedias y sinsabores… y aquella noche de anillos brillando infidelidades de quilates, de sonrisas oscuras y de trampas mortales… aquella noche, el mundo me supo a Blue Margarita. Sólo yo.
– Blue Margarita –
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico: ” Descubrí a mi tía viendo una película porno 3″ (POR GOLFO)

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Esa tarde, entre mi tía y yo dimos buena cuenta de Belén. Nuestra recién estrenada amante se comportó como una hembra ansiosa de sexo y no paro de exigirnos más hasta que tuvo sus dos agujeros casi descarnados. No sé la cantidad de veces que o bien Elena, bien yo o bien los dos juntos hicimos uso de ellos. Ya era bien entrada la tarde cuando viendo lo agotada que estaba, decidimos volver a casa.

―¿Os tenéis que ir?― preguntó mi exnovia al ver que recogíamos nuestras cosas.

Fue entonces cuando mi tía acercándose a ella y tras darle un beso tierno en la boca, dijo en su oído:

―Descansa ahora pero mañana te quiero ver en nuestro chalet. Los tres tenemos mucho que aprender y disfrutar.

La muchacha sonrió al escuchar de sus labios que quería prolongar ese trío durante el resto del verano y levantándose de la cama, nos acompañó hasta la puerta. Al salir, Elena me lanzó las llaves y a carcajada limpia me soltó:

―Tenemos que ir de compras.

Al mostrarle mi extrañeza por ese súbito deseo consumista, la hermana de mi madre, pasando su mano por mi entrepierna, contestó:

―Quiero darle una sorpresa a esa putita.

Por su tono supe que estaba pensando en una maldad y al interrogarle por sus motivos, me explicó que tenía muchas fantasías que cumplir y que Belén iba a ser nuestra conejilla de laboratorio. No tuve que ser un genio para comprender que deseaba usar a la morena de todas las maneras posibles y que si jugaba bien mis cartas, ese mes de agosto pasaría a la eternidad. Por ello, únicamente pregunté donde quería que la llevara:

―A un sex―shop ― respondió entre risas….

Tal y como se había comprometido, a la mañana siguiente Belén apareció por mi casa. Curiosamente, al abrirle la puerta, descubrí que estaba nerviosa y avergonzada. Al tratar de encontrar un motivo a esa actitud, comprendí que no habíamos tenido ocasión de hablar de lo que había pasado el día anterior y de cómo se había entregado a los dos en plan putón.

«No sabe cómo actuar después de lo de ayer», pensé, «tiene ganas de seguir pero no se atreve a plantearlo».

Dando tiempo al tiempo, la hice pasar a la cocina donde Elena estaba todavía desayunando. Mi tía nada más verla, la llamó a su lado y forzándole la boca con su lengua, le dio la bienvenida. La cría al sentir ese beso posesivo, se derritió como un azucarillo y casi llorando, le reconoció que tenía miedo que lo ocurrido hubiese sido un sueño y que no se volviese a repetir.

―Cariño, por eso no te preocupes― dijo mientras acariciaba los pechos de la recién llegada― en estas vacaciones, te vas a hartar de comer su polla y mi coño.

El gemido que surgió de su garganta fue una muestra clara que aceptaba el papel que le estaba encomendando y al saberse dueña de los destinos de la muchacha, la cuarentona forzó su entrega diciendo:

―¿Te parece que hoy juguemos un rato fuera de casa?

Al no saber que se proponía, Belén bajó la cabeza y sin mirarla a los ojos, muerta de miedo, respondió:

―Haré lo que me mandes.

Su respuesta, satisfizo a mi tía que cogiéndola del brazo se la llevó a la planta superior mientras yo daba buena cuenta del segundo café de la mañana. Sabiendo el jueguecito que tenía planeado, no me importó quedarme plantado en la cocina mientras ella preparaba a mi ex para lo que iba a acontecer. La media hora que tardaron en bajar y el rubor en sus mejillas me hicieron sospechar que Elena había aprovechado para darse un revolcón con Belén entre tanto.

―¿Listas?― pregunté haciéndome el despistado.

Mi tía supo que la había descubierto y pegando su cuerpo al mío, me pasó unos mandos mientras me decía:

―¿Te gustaría ver cómo funcionan?― tras lo cual, se puso al lado de la morena y levantando las dos faldas, prosiguió diciendo:―No ha sido fácil esconder los dos vibradores en nuestras bragas.

Descojonado, me acerqué a comprobar que ambas tenían incrustados sendos aparatos en el coño pero entonces obligando a que Belén se diera la vuelta, abrió sus nalgas y me enseñó que también le había colocado uno dentro del culo.

―¡Lleváis cada una dos!― sorprendido exclamé.

Muerta de risa, la hermana de mi madre contestó:

―Es hora que los pruebes.

Francamente interesado, sin saber cuál era, agarré el primer mando y tanteando los botones, encendí el que mi tía tenía inmerso en el ojete. El gemido de Elena me hizo saber que era el suyo y poniéndolo a plena potencia, probé el siguiente. Mi ex al sentir que su chocho y su culito se ponían a vibrar a la vez, aulló calladamente mientras se relamía sus labios con la lengua. Durante cerca de un minuto, jugueteé subiendo y bajando la fuerza de los aparatos hasta que la cuarentona con la respiración entrecortada, me pidió que los apagara:

―Si sigues así, ¡no esperaré a que nos lleves fuera de casa!

Comprendiendo que quería cumplir una de sus fantasías, accedí y silencié los suyos, dejando los de Belén funcionando aunque a un ritmo más bajo. Todavía no habíamos llegado al coche cuando percibí de reojo que mi ex estaba empezando a sufrir las consecuencias de esa estimulación dual:

«Está tan cachonda que hasta le cuesta caminar», pensé mientras incrementaba a propósito la velocidad del vibrador de su culo. La morena al experimentarlo, se tuvo que agarrar a la puerta para no caer. El orgasmo que sacudía su cuerpo era tal que tanto mi tía como yo pudimos observar cómo se estremecía y cómo partiendo de sus braguitas, brotaba un riachuelo que manchaba con flujo sus muslos.

―No seas capullo, déjala descansar― me advirtió sonriendo mi tía al ver la tortura a la que tenía sometida a la muchacha.

Sabiendo que tenía razón y antes de apagar los instrumentos, los puse a toda potencia durante unos segundos. El chillido de Belén nos hizo reír y abriendo la puerta del coche, susurré en su oído:

―¿Te ha gustado putita?

Antes de responder, cogió mi mano y la restregó contra su encharcado sexo y mordiéndose los labios, me contestó:

―Me has puesto como una moto. Te aseguro que me vengaré.

Por el tono, más que amenaza, era una promesa y por ello, mi pene reaccionó irguiéndose bajo mi pantalón deseando que hiciera efectivas sus palabras, me instalé en el asiento del conductor. Elena nada más ajustarse el cinturón de seguridad, me pidió que las llevara hacía el centro. Al preguntarle si quería algún sitio en especial, muerta de risa, me confesó:

―Llévanos a uno con mucha gente y a poder ser seria.

Su deseo no era sencillo de cumplir en una ciudad turística pero justo cuando ya me daba por vencido, recordé que había leído un cartel donde se anunciaban unas conferencias sobre historia. Imaginando que podría manipular la excitación de ese par en una sala casi en silencio donde no podrían mostrar los signos de su calentura, decidí dirigirme hacía allá. Al preguntar mi tía donde íbamos, me reí sin aclararle nada. En cuanto aparqué frente a la casa de la cultura, descojonada musitó entre dientes:

―Eres un pervertido. Aquí no podremos gritar.

Sus risas me confirmaron que le gustaba mi elección y por eso cogiéndolas de la cintura, entramos en ese local. La sala estaba casi repleta de público y por eso creí que no íbamos a poder sentarnos juntos cuando desde una esquina escuché que llamaban a Belén.

―¡Mis padres!― nos informó avergonzada.

Nos estábamos acercando a saludar al matrimonio cuando decidí aprovechar la circunstancia para putear a las mujeres y encendiendo los vibradores, les di un par de toques en el coño para que supieran cuales iban a ser mis intenciones.

―Ahora no― suplicó mi ex temiendo que sus viejos se percataran que algo ocurría.

En cambio mi tía no dijo nada y eso que producto de los mismos, sus pezones estaban como piedras bajo su blusa. Para desgracia de ambas, la presencia de los padres de Belén lejos de hacerme parar, incrementó el morbo que sentía y aprovechando que Elena estaba saludando a Don Nicolás, puse a toda potencia tanto el vibrador de su chocho como el de su culo. Para su desgracia, mi tía no pudo evitar gemir calladamente al notar la vibración y para colmo, el tipo creyó que algo le dolía e interesándose por ella, preguntó si le dolía algo.

―Estoy un poco mareada― comentó queriendo pasar el mal trago.

Lo que no había previsto fue que el padre de Belén al ayudarla a sentarse, le mirara el escote dando un buen repaso al canalillo formado entre sus dos peras. El brillo de sus ojos del cincuentón lo delató y ese descubrimiento incrementó su calentura, encharcando sin remedio el tanga que llevaba puesto. La humedad de su coño era tanta que Elena temió que traspasara su falda y que al levantarse todo el mundo pensara que se había meado y por eso se quedó sentada mientras el resto seguíamos charlando de pie. Muerto de risa le ataqué su sexo con una serie de sensuales vibraciones que la hicieron palidecer aún más.

―¿Seguro que te sientes bien?― insistió Don Nicolás al ver que las piernas de mi tía temblaban sobre su asiento.

La mujer se sentía incapaz de dejar de moverse aunque lo intentaba y por eso le contestó que tenía un poco de frio por el aire acondicionado. El hombretón asintió y sin saber que era lo que le ocurría a Elena, caballerosamente le preguntó si quería salir de esa sala tan gélida.

«¡Si supiera que lo que tiene esa zorra es calor!», pensé y sin inmutarme, programé los dos aparatos para que empezaran a vibrar acompasadamente. Cuando uno paraba, el otro comenzaba de forma que en ningún momento mi tía se sentía liberada.

El incremento de mi ataque la hizo retorcerse y creyendo que al salir de la sala, iba a perder la frecuencia y que con eso se pararía la tortura a la que la tenía sometida, nos pidió perdón y levantándose salió del acto. Lo que ninguno de los tres esperábamos fue que Don Nicolás creyendo que realmente mi tía se sentía mal, decidiera acompañarla.

En ese momento, quise acompañarles pero el padre de Belén, me dijo:

―Quédate con tu novia, yo me ocupo.

Que se refiriera a su hija como mi novia, me dejó anclado en mi sitio ya que entre ella y yo ya no había nada más que sexo. Fue entonces cuando su esposa interviniendo, nos preguntó que cuando habíamos vuelto a salir. Estaba a punto de negar esa relación cuando escuché a la aludida decir:

―Llevamos casi un mes.

La sonrisa de su madre me informó que me veía con buenos ojos y no queriendo defraudarla, pasé mi mano por la cintura de su hija mientras accionaba el mando para que sufriera un ataque igual al que había lanzado sobre mi tía. Pero entonces y al contrario de lo que hizo mi familiar, esa zorrita pegando su cuerpo al mío, susurró en mi oído:

―Me encanta que seas tan malo.

Su ronroneo fue una declaración de guerra y aprovechando que el acto empezaba me senté entre ella y su madre para así poder actuar más libremente. La fortuna se alió conmigo cuando al poco de empezar a hablar, el conferenciante apagó las luces de la sala para que viéramos mejor las diapositivas de su charla. La exigua iluminación me dio ánimos para mientras ponía sus consoladores a plena potencia, posar mi mano sobre uno de sus muslos.

Doña Aurora, su madre, ajena al placer que estaba demoliendo las defensas de su hija, me estaba preguntando cuando llegaban mis viejos, justo en el instante que su retoño cogía mi mano y se la llevaba a su entrepierna.

―Este año dudo que vengan. Mi padre está a tope de trabajo― contesté al tiempo que con un dedo separaba la braga de Belén y me ponía a pajearla.

La guarrilla de mi ex al experimentar esa caricia, separó sus rodillas de par en par para facilitar mis maniobras mientras su progenitora charlaba animadamente con el que consideraba su yerno. El morbo de estar masturbando a su hija frente a esa señora me hizo hundir una yema en el interior de su vulva hasta tocar el aparato que llevaba incrustado. Al hacerlo decidí sacarlo y usando dos de mis dedos lo extraje de su interior para acto seguido empezar a usarlo como estoque con el que acuchillar su chocho.

Belén no pudo acallar un gemido cuando notó que la estaba follando con ese dildo pero reponiéndose al momento, siseó en mi oreja:

―Fóllame como tú sabes.

Aunque no me hacía falta su permiso, su entrega facilitó las cosas y al tiempo que contestaba una nueva pregunta de Doña Aurora, comencé a meter y a sacar ese falo de plástico de su coño. LA velocidad que imprimí a esa acción provocó el orgasmo de la morena que sin poderlo evitar se corrió calladamente mientras yo disimulaba mi erección con el folleto de la conferencia.

―Sabes hijo, me encanta que hayáis vuelto a salir― me confesó su madre: ―Últimamente, no me gustaban las compañías de Belén.

Esa confesión me interesó y dejando momentáneamente el sexo de la morena en paz, pregunté a su madre a qué se refería. La señora se dio cuenta que había sido imprudente y por eso tuve que insistir para que exteriorizara sus dudas:

―Las amigas de universidad de mi hija creo que son lesbianas.

Soltando una carcajada, reinicié mi ataque contra el coño de la aludida mientras calmaba a su madre diciendo:

―Le puedo asegurar que su hija no se comporta como tal conmigo.

Esa media verdad tranquilizó a la señora y digo media verdad porque no en vano la noche anterior había sido testigo de cómo Belén hundía su cara entre las piernas de mi tía. Para entonces la morena estaba nuevamente a punto de correrse y llevando mi mano hasta su pecho, di un duro pellizco en uno de sus pezones mientras oía como Doña Aurora me contestaba:

―No sabes cómo me alegra el oírte. No tengo nada contra esas niñas pero prefiero que salga contigo aunque seas un poco golfo.

Al escuchar esa frase me fijé que sin cortarse esa cuarentona estaba señalando el bulto de mi entrepierna y completamente colorado, intenté disculparme pero entonces esa cuarentona murmuro en mi oído:

―No te preocupes. Para mí es un alivio verte calentar a mi hija y que ella disfrute.

«¡Joder con la vieja!», exclamé mentalmente al saber que no había conseguido engañarla pero que en vez de enfadarse alentaba esa actuación. Mi ex novia que ya se había corrido al menos dos veces y que no sabía que su madre se había dado cuenta, llevó su mano hasta mi bragueta y sin cortarse un pelo, la bajó introduciendo su mano dentro de mi pantalón. Doña Aurora al observar que su retoño me empezaba a pajear, no dijo nada y retirando su mirada, se concentró en la charla aunque bajo su camisa, dos pequeños bultos la traicionaron mostrando su propia calentura.

Cortado y excitado por igual, estaba perplejo tanto por la actitud permisiva de esa señora como por la lujuria de su cría y sin poder hacer nada más que dejar que siguiera su curso, me acomodé en mi silla para disfrutar del modo en que la mano de Belén ordeñaba mi miembro. La morena imbuida por la lujuria que sentía, aceleró la velocidad con la que me pajeaba mientras al otro lado su vieja miraba de reojo sus maniobras. La sonrisa de sus labios al notar que me corría incrementó todavía más mi morbo y dejándome llevar alcancé un brutal orgasmo mientras el conferencista terminaba su exposición. Os juro que solo me dio tiempo de acomodarme la ropa antes que encendieran las luces.

Todavía caliente y avergonzado me tocó acompañar a esa señora fuera del local para encontrar a su marido y a mi tía hablando animadamente en una terraza. Don Nicolás al vernos salir, se acercó a su esposa y dando un beso en su mejilla, se disculpó diciendo que se había perdido la charla por la indisposición de Elena. Su señora estaba tan contenta de que su niña no fuera de la otra acera que no advirtió la mancha blanca que su marido lucía en sus pantalones. Mancha de semen que yo sí vi y aprovechando que mi ex novia estaba despidiéndose de ellos, me acerqué a mi tía y haciéndome el celoso, le pregunté:

―¿Te has tirado al padre de Belén?

La muy puta sonriendo, contestó:

―Dos veces.

Su desparpajo al reconocerlo, me hizo reír y aunque resulté extraño de creer, me alegré porque de esa forma la hermana pequeña de mi madre me acababa de demostrar que había conseguido borrar todos sus problemas con los hombres y haciéndole una confidencia, le conté lo ocurrido dentro del salón de actos y cómo Doña Aurora se había sentido encantada de que su hija estuviera con un hombre en vez de con una mujer.

Al terminar de contárselo, Elena soltó una carcajada y cogiéndome de la cintura me llevó hasta Belén. Ya con sus dos amantes bajo el brazo, nos preguntó:

―¿A dónde os apetece ir?

Ni que decir que los dos respondimos al unísono que a follar a casa.

————————————-

Ya en el chalet, Belén me asaltó y en connivencia con Elena, ni siquiera había cerrado la puerta cuando se lanzó sobre  mí. Sin esperar a que mi tía entrara,  izándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo empujón la penetré hasta el fondo.

La morena chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro y deseando ese castigo, apoyó sus manos en mis hombros para profundizar la penetración. Mi glande chocó contra la pared de su vagina al conseguir que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior. Casi sin lubricar,  su estrecho conducto presionó fuertemente mi verga al entrar y sin esperar a acostumbrarse, comenzó a empalarse una y otra vez, olvidado el dolor que le provocaba esa cruel penetración.

Las  lágrimas de sus ojos me hicieron saber que estaba desgarrándola y fue entonces cuando mi tía me pidió que esperara a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Pero Belén contrariando las órdenes de Elena me gritó como posesa que la tomara y que no tuviera piedad.

―Me tienes hirviendo― soltó mientras usaba mi sexo como ariete con el que demoler sus defensas.

Los gemidos y los aullidos de mi ex se incrementaron al ritmo con el que hoyaba su interior y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas.  Mi tía colaboró conmigo mamando de los pechos de la cría mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo caliente que se había puesto la muchacha y lo mojada que estaba. La enorme facilidad con la que mi pene salía y entraba de su sexo, me hizo saber pensar que no tardaría en correrse.

Deseando dar cabida a Elena, le pedí que se sentara en la mesa y dando la vuelta a Belén, puse su cara en contacto con el chocho de mi pariente. Mi ex al ver los pliegues de mi tía a escasos centímetros de sus labiós, sacó su lengua y empezó a recorrerlos mientras yo la volvía a penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo con el que me follaba a  la morena.

Elena aulló como una loba cuando sintió como los dientes de mi ex torturando su clítoris y totalmente fuera de si,  clavó las uñas en la espalda de la muchacha como  buscando aliviarse la calentura. Ese arañazo consiguió que se incrementara  la lujuria de nosotros dos y  mientras Belén chillaba como una loca,  cogí sus tetas como agarre y comencé a galopar desenfrenadamente sobre ella.

―Dale duro. ¡Que sienta que es nuestra!― pidió mi tía al verme.

Olvidando toda precaución, forcé su coño con mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. Ella al sentir la forma en que eso la desgarraba aulló de dolor y de gozo. Sus lamentos me hicieron explotar y cuando rellené su cueva  con mi semen, ambas mujeres se unieron a mí, azotadas por el placer.

Agotado me desplomé sobre Belén sin sacársela y mi victima hizo lo propio sobre Elena mientras sufría los últimos estertores de su clímax.

Vamos a la cama― nos pidió la cuarentona en cuanto comprobó que nos habíamos recuperado un poco.

De la mano de ellas dos, fuimos  a mi  habitación donde comprobé que mi pariente no nos iba a dejar descansar porque nada más llegar, abrió un cajón y sacando un arnés, se dirigió a Belén diciendo:

―¿Cómo quieres que te follemos tus dos agujeros?…

 

 

 

Relato erótico: “ Pablo, Ana. José, Mila y familia.” (POR SOLITARIO)

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PABLO.

Vaya día aburrido. No tengo ganas de hacer nada…Voy a tomar algo a la cafetería.

Sentado en un taburete en la barra del bar, en la planta baja del bloque de mi apartamento, tomando mi café, solo, el café y yo, no hay más clientes.

Entra alguien. A mi espalda oigo hablar, es una voz femenina y me resulta familiar.

Me giro y me llevo una grata sorpresa, es Mila. Una muchacha que conocí en un hotel en Madrid, ella esperaba un cliente que no llegó. El maître del hotel me informo de su ocupación como acompañante, o sea, prostituta. Pero viene acompañada de un hombre, disimulo y les doy la espalda. Sé que ella me ha visto, si no me dice nada, yo tampoco, no quiero comprometerla.

Por un espejo, que hay en la pared tras la barra, les veo sentarse en una mesa. Hablan quedamente. Ella le dice algo a él, al oído. Mila se levanta y viene hacia mí. Toca mi hombro y me giro.

–¿Pablo? Me alegro mucho de verte. ¿Cómo estás?

–¡Muy bien Mila! ¡Qué sorpresa! ¿Y tú? Tan guapa como siempre.

De pie nos damos dos besos, le hablo despacio.

–Perdona si no te dije nada al entrar, no quería meter la pata.

–No te preocupes, ven, quiero presentarte a alguien.

Nos acercamos a la mesa.

— José este es Pablo, el amigo del que te hablé. Pablo, mi marido.

A pesar de mi perplejidad nos damos un fuerte apretón de manos. Me invitan a sentarme, traigo mi café y tomo asiento frente a Mila.

–Pablo, nos vienes como caído del cielo. José sabe, desde hace poco, a lo que me dedicaba. Y lo hemos pasado muy mal. Seguimos pasándolo mal. Mi vida anterior ha causado estragos en mi familia. José lo ha pasado, lo está pasando muy mal. Es muy bueno. Demasiado, no lo merezco y me quiere, nos queremos, Pablo, pero los recuerdos de mi vida pasada no dejan de hacernos daño. No sé, qué podemos hacer. Tú eres psicólogo y me consta que eres una buena persona. Hemos charlado en varias ocasiones y te he contado cosas de mi vida que nadie, más que tú, sabe. En el pasado me has dado buenos consejos que me han sido muy útiles. Por favor. Ayúdanos. Te lo suplico. Mi vida, nuestra vida, es un infierno.

Los ojos de Mila se llenan de lágrimas. La veo muy triste, muy delgada. ¿Qué está pasando aquí?

–Sabes que te aprecio y te admiro Mila. Pero estoy jubilado y no ejerzo como psicólogo. Solo puedo echar una mano como amigo. No sé, exactamente, a qué os enfrentáis. Puedo dirigiros a algún colega que pueda ayudaros.

–No, Pablo, te necesitamos a ti. No puedo confiar en nadie más, son temas muy escabrosos y cualquier profesional podría malinterpretarnos, a ti te conozco. Encontrarte ha sido providencial, ya no sabía qué hacer. Has hecho renacer la esperanza.

–Por el aprecio que te tengo acepto. Lo primero que tendremos que hacer es definir y evaluar, el problema. Después trataré de ayudaros a encontrar posibles soluciones. ¿Por qué no me lo contáis todo desde el principio?

José, muy serio, me mira fijamente a los ojos.

–Es muy largo de contar, Pablo. No te conozco pero intuyo, por lo que Mila me ha dicho, que eres una persona en la que podemos confiar. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche a casa y hablamos tranquilamente?

–Bien pues, de acuerdo.

–Vivimos cerca de aquí, en ————- Te esperamos ¿A las ocho te viene bien?

–A las ocho estaré en vuestra casa.

Me dan la dirección exacta y nos despedimos con un apretón de mano a José y un beso a Mila. Esta más delgada, pero está más bella, si cabe, que cuando la conocí. ¿Qué habrá pasado en esta pareja?

Subo a mi casa e intento meditar mientras escucho algo de Mozart, respiración, relajación. Mi mente no deja de pensar en Mila y su marido. En un par de ocasiones Mila me ofreció sus servicios, pero decline la tentadora oferta, muy a mi pesar, pero soy muy enamoradizo y corría el peligro de colarme por ella. Eso me daba miedo, saber a lo que se dedicaba me cohibía. Pero ¿Y su marido?

En la casa de José y Mila me presentan a Ana, su hija, Claudia, una amiga de Ana. Hay tres niños jugando en la planta superior. Las chicas se meten en la cocina, me quedo charlando con José. En un impasse de la conversación, me lleva a su despacho y me entrega un pendrive.

–Pablo, aquí tienes las notas y el relato que he recogido y preparado para que lo leas, lo analices y cuando volvamos a vernos hablamos de ello. ¿De acuerdo?

–Por mí de acuerdo, pero sería mejor que me adelantases algo.

José se asoma para ver si hay alguien que nos pueda escuchar.

–Mila se está recuperando de una tentativa de suicidio. Y yo me siento, en parte, responsable de ello. En el pen hay tres series de anotaciones, donde describo lo que nos ha ocurrido durante los últimos meses.

Se acerca alguien y deja de hablar, es Mila. Me guardo el pen y vamos al comedor.

Nos sentamos y las jovencitas nos sirven unos entrantes, antes de la cena. Esta transcurre en un ambiente agradable. Nadie diría que la familia atraviesa una crisis. Después de cenar nos sentamos a hablar, José, Mila, Ana y Claudia. José me mira.

–Después de lo ocurrido en Madrid, nos hemos refugiado aquí, tratando de olvidar el pasado. Pero al parecer es imposible. Continuamente están surgiendo fantasmas, relacionados con nuestra vida anterior. No es fácil empezar desde cero.

Mila me coge las manos.

–Pablo, Ana y Claudia, necesitan ayuda. Olvidar no nos es posible, necesitamos alternativas que faciliten nuestra vida, sin traumas. Creo que tú puedes ayudarnos. Hay algunos aspectos, muy críticos, que no podemos permitir que trasciendan, por eso recurrimos a ti, no queremos otro profesional. Ellas han ejercido la prostitución hasta hace poco, siendo menores. No sabemos en qué forma puede haberles afectado y como puede perturbar su comportamiento futuro. Las personas involucradas en los hechos delictivos, ya no son un problema. Unas han fallecido y otras están en la cárcel.

–Bien, siendo así, os propongo algo. Ana y Claudia, vendréis mañana, a las seis de la tarde, a mi casa, para charlar, luego ya veremos. Espero que me invitéis a comer algún que otro día para compensar el tratamiento. ¿Estáis de acuerdo? Jajaja

–Por nosotros encantados. Así podremos hablar más tranquilamente contigo. Además, también podrás conocer a Marga, amiga de Mila y a Claudia, Clau, para abreviar, madre de Claudia, que ahora están en Madrid resolviendo algunos problemas que han surgido, el peor, el fallecimiento del padre de Claudia.

–Vaya, lo siento.

–Pero háblanos de ti. ¿Qué haces aquí en Torrevieja?

–Veras Mila. Hace unos años, tuve problemas con mi trabajo. Problemas que llegaron a incapacitarme para ejercer como profesor. Me dieron de baja laboral por depresión, que luego se convirtió en indefinida, esto sumado a mi edad, me apartó, definitivamente, de mis labores docentes. Como ya sabes soy soltero, no he encontrado aún la pareja adecuada, así que compre un apartamento, en la parte de arriba del bar donde me encontrasteis y me dedico a leer y escribir, sin publicar, solo para mí. Pasear, charlar con las buenas gentes de aquí y en fin, no mucho más. Pero lo cierto es que esto es demasiado tranquilo, sobre todo en invierno. Por eso de cuando en cuando visito alguna ciudad, como Madrid, así nos conocimos.

Mila palmea el reverso de mi mano con la suya.

–Pues con nosotros no te aburrirás, te lo garantizo. Te necesitamos todos. Esta familia está muy traumatizada. Tienes mucho trabajo por delante.

José me mira con gesto serio.

–Y no somos una familia normal, al uso. Las normas que nos hemos dado son un tanto peculiares. Sobre todo en lo referente al sexo.

–Y ¿Cuáles son esas normas? Si puede saberse.

–Pues las que pueden regir en una comuna, al estilo de los años sesenta. ¿Recuerdas la ideología hippie? Todo aquello del amor libre, paz, no violencia. Pero todo esto, aderezado con las explosiones hormonales, de las jovencitas, libido exacerbado en las mayorcitas y yo en medio, soportándolas a todas. Un suplicio. Jajaja.

–¡Venga ya, José! Ya me gustaría a mí soportar ese suplicio. Jajaja

–Dejaros de bromas los dos. Que sois unos guasones.

La velada pasó entre bromas y chanzas. Fue muy agradable, me sentía muy agusto con esta familia. Realmente no se traslucía el drama por el que habían pasado. Me despedí, con abrazos y besos a todas, incluso a José, que me pareció un buen hombre, con una pesada carga.

ANA.

–¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¡Pepito se ha caído, tiene sangre en la cabeza!

Mamá y papá han cogido el coche, lo han llevado al centro de salud para curarlo.

Estamos en obras, papá ha encargado la construcción de la piscina. El lio es enorme.

Aunque la obra se realiza en el jardín, en casa todo anda manga por hombro.

Marga y Claudia se han ido a Madrid para resolver los asuntos de la muerte de Gerardo y de Isidro, el ex-marido de Claudia. Fallecidos en un ajuste de cuentas entre traficantes.

Papá ha dejado el ordenador funcionando al salir corriendo. Voy a apagarlo, no sabemos lo que van a tardar.

¡Hosti! ¿Qué es esto? Es una copia de una hoja manuscrita y parece la letra de mamá. Está en el pendrive que tiene conectado. ¿Qué dice aquí?

–Martes, 22 de Enero 2010

Hoy, por la mañana, al volver de llevar a los niños al colegio, me encontré a Pepe, mi suegro, en la entrada de casa. Sabe que su hijo, no vuelve hasta el jueves. Yo, ya sabía a qué venía. Tuve que cancelar dos citas, pero se las he cobrado a él. No hizo más que entrar, cerró la puerta y me desnudó. Me folló en el salón, sobre el sofá. Con violencia, sin un beso, sin una caricia, solo túmbate y ábrete de piernas.

Ha sido desagradable, pero ya estoy habituada a ese tipo de comportamientos. El machismo está muy arraigado en este país. Sé que mi suegro me desea y me aborrece, como tantos otros. Se siente atraído por mí, por mi cuerpo, mi experiencia en el ámbito sexual, pero no puede evitar sentirse asqueado en cuanto se derrama dentro de mí. Entonces me desprecia. Y el caso es que a mí no me importa, me comporto con él como con cualquier otro cliente. Es uno más. Solo que este me tiene atrapada, no puedo negarme a follar con él, puede contárselo a su hijo y eso me jodería más aún.

Con la excusa de estar con los nietos, se ha quedado toda la noche, conmigo claro. Me la ha metido por todos mis agujeros. Una sola vez ha hecho que me corra. Me follaba el culo y yo me tocaba el clítoris.

Creo que Ana nos ha visto. Ella lo sabe, pero no dirá nada, sigue pensando que José lo consiente. Algún día sabrá la verdad y tendré problemas con ella. Mi suegro se ha ido temprano. Al marcharse me ha dejado mil euros en la mesita de noche. Al menos es generoso.

He podido aplazar una de las citas de ayer para hoy miércoles. Más trabajo, las dos citas de hoy más la de ayer.

¡Dios mío! Mamá llevaba una especie de diario con las citas y los encuentros de sus clientes y conocidos. Y papá lo sabe. Tiene copia de todo. Aquí hay más de mil páginas con datos. Además hay videos. Voy a copiar este pendrive en mi portátil y lo dejaré todo como estaba, para que no se dé cuenta. No sé si decirle algo a mamá. O mejor no. ¡Joder, no sé qué hacer! Papá y mamá ahora se llevan bien, creo que tratan de olvidar todo lo que ha pasado. Y si meto la pata, removiendo recuerdos… ¡No! No diré nada. Lo de papá ha sido un descuido, pero ¿Por qué lee estas cosas? Lo tiene que pasar muy mal. Mi madre era una puta, mi abuelo era una mala persona, aprovechándose de lo que sabía para follársela. Y el que pagaba las consecuencias era mi padre.

Acaban de llegar con Pepito.

–Mamá, ¿Cómo está Pepito?

–Bien, cariño, solo ha sido la sangre que es muy escandalosa. Tres puntos y un dolor de cabeza nada más. Mañana estará bien.

–Menos mal, vaya susto nos ha dado.

Papá ha ido corriendo a ver si me he dado cuenta de lo que tenía en su ordenador. No miro directamente, pero por el rabillo del ojo lo veo sacar el pen y guardárselo en un bolsillo.

¿Qué hace ahora? ¿Adónde va? Ira a esconderlo al garaje. Voy tras él. Va al banco de herramientas, coge un martillo y machaca el pen sobre un trozo de hierro.

¡Lo ha destrozado!

Me voy corriendo para que no me vea. Está claro que quiere acabar con el pasado. Cuando pueda, tengo que entrar en su ordenador a ver qué más tiene.

Suena el teléfono, mamá lo ha cogido.

–No Claudia, no quiero ir a Madrid, no quiero volver, nunca. ………………Haz lo que creas conveniente. ……………¿José? Sí, está aquí,….. Se pone.

–Dime Claudia…………..Si…………..de acuerdo, iré. A ver como lo arreglamos. ……………Esta tarde salgo para Madrid y mañana hablamos con mi abogado y lo solucionamos. ……….Un beso.

–¿Qué piensas Mila? Te veo rara.

–El pasado José. Que no deja de perseguirme. Mientras estoy contigo, con los niños, en la playa, aquí. Os veo a todos felices y eso me ayuda a no pensar. Ahora esto. De nuevo el negocio, los pisos. No quiero saber nada. Nada.

–Mi vida, no tienes por qué ir, no hace falta que vengas. Iré yo solo. En un par de días lo soluciono y vuelvo con Marga y Claudia.

–Me da miedo José. No quiero quedarme sola. Ahora no.

–No estarás sola. Ana y Claudia te acompañarán. Ven bésame.

Mi madre está llorando, se abrazan y se besan. Ella se va al jardín.

–¡Ana! ¡Ven, quiero hablar contigo! ¡Llama a Claudia!

Voy por Claudia, está en la habitación. La llevo de la mano. Papá está solo en el salón.

–¿Qué pasa, papá?

–Mira Ana, tengo que ir a Madrid, salgo después de comer. Tu madre no debe estar sola en ningún momento, sigue muy delicada y puede sufrir una recaída. Tienes mi teléfono, el de Marga y Clau. Si notaras lo más mínimo en mamá, llámanos enseguida y nos lo dices. También os dejo el número de teléfono de Pablo, por si fuera muy urgente. Repito, no dejarla sola. Por favor.

–¿Qué vas a hacer en Madrid?

–Aún no lo sé. Pero al parecer se han liado las cosas. Necesitan la firma de tu madre y ella no puede ir. Pero yo tengo un poder notarial que me autoriza a firmar lo que sea necesario en su lugar y así evitarle un mal trago. Cuando vuelva podre deciros algo más concreto. Y ahora, la comida, que me voy. Mamá está en la cocina. No dejéis que se canse demasiado, aún está muy débil.

Papá se ha marchado.

Claudia lleva los niños a la playa. He preparado la cena para todos, cuando lleguen comerán y se acostaran.

Mamá está en la cama, parece dormida. Pero no, está despierta. Me acerco y me tiendo a su lado.

–Mamá, ¿No puedes dormir? ¿Qué te preocupa?

–No hija. Me cuesta conciliar el sueño. Y estoy preocupada por lo que está pasando en Madrid. La muerte de Gerardo e Isidro puede complicar las cosas. No se cuales, pero ya verás cómo se lían. Andaban en asuntos turbios. Y me siento cansada. No tengo fuerzas para enfrentarme a nuevos problemas.

De nuevo las lágrimas. Mi madre era feliz antes de todo este lio. No le he visto llorar nunca, era fuerte. Pero ahora está siempre triste, llora a cada momento, se siente desgraciada.

Oigo llegar a Claudia con los niños. Los deja jugando en su habitación. Entra sola y se tiende con nosotras.

–Hola pareja. ¿De qué habláis?

PABLO.

Estoy leyendo lo que José escribió, en el periodo desde que descubrió el engaño de Mila, hasta su asentamiento aquí en ——-. La verdad es que me tiene alucinado. ¿Cómo este hombre pudo superar tamaño golpe?

Es realmente un buen hombre, cualquier otro habría hecho alguna barbaridad irremediable, pero él no. Me resulta fascinante como una persona puede adaptarse a las circunstancias, incluso a las más dolorosas y traumatizantes.

José, con una formación tradicional, con una gran carga religiosa, con la influencia de su madre, muy de iglesia, de derechas, se ve en la tesitura de abandonar, prácticamente, todos sus principios morales, éticos, religiosos y sustituirlos por una ideología que le permite aceptar, lo que hace un tiempo sería impensable.

Llaman a la puerta, aún no son las seis. Abro y me encuentro con Ana y Claudia, las invito a pasar y sentarse en un sofá, yo ocupo el sillón, frente a ellas.

–Bien, señoritas. Cuenten como les va en este mini paraíso.

Claudia, más directa.

–Bien. No nos podemos quejar ¿Verdad Ana?

–Tienes razón. No nos podemos quejar.

–¿Ya tenéis amigos? ¿Estáis saliendo con alguien?

Ana sonríe pícaramente.

–Pues claro, estamos muy buenas, solo tenemos que dar una vuelta y tenemos a los moscones detrás. Pero hay dos chavales que nos gustan, nos vemos de cuando en cuando, salimos, charlamos…

–Claudia, ¿Puedes hablarme de tu padre? ¿Cómo te sientes?

Cambia el gesto de su cara, se torna más serio.

–Mal, si te digo la verdad, no lo quería mucho. Lo veía muy poco, su trabajo, los negocios. Además, no se portaba bien con mi madre. No le pegaba, pero si la maltrataba psicológicamente, la despreciaba, continuamente le decía que no hacía nada bien, que era un desastre de mujer, que no servía para nada. Además de controlarla constantemente, quería apartarla de todas sus amistades, sobre todo de Mila y Marga. Pero mi madre, sin que él lo supiera, aprovechaba los viajes que hacia mi padre, para salir con ellas a divertirse un poco. Desde hace tiempo vigilaba a mis padres, cuando follaban. Pronto me di cuenta que no la satisfacía, pero no podía decir nada. Hasta que una noche me pilló masturbándome y yo la sorprendí a ella, mirándome y tocándose, me levanté la llevé a mi cama y conseguí que se corriera. Fue su primera vez. Según me dijo, nunca antes había llegado al orgasmo. Mi padre era un bruto, preocupado solo por su satisfacción. Desde entonces estamos liadas. No todos los días, pero si la encuentro deprimida, sé como acariciarla para que se anime… Ahora tú Ana.

Ana sonríe y me mira fijamente.

–No sé lo que serás capaz de aguantar, Pablo, pero lo que te podemos contar te puede poner cachondo, a no ser que seas gay.

–No Ana, no soy gay, pero tengo la suficiente experiencia en estas lides como para no dejarme arrastrar por un calentón. Piensa que durante veinte años me las he visto con muchas chicas, que como vosotras, carecían de inhibiciones, me llevaba bien con ellas, e intentaba que no cometieran errores que les pasaran factura en su futuro. Me siento satisfecho por qué algunas de mis alumnas no han pasado por lo que vosotras, gracias a que se han confiado a mí y han seguido mis consejos. Ahora están casadas, tienen familia y una vida normal. Sois niñas aún, aunque tengáis el cuerpo de una mujer adulta, no lo sois. Vuestra personalidad, no está lo suficientemente madura, para hacer frente a situaciones que os desbordan.

–Ya, pero, nosotras tenemos una experiencia, que no tienen otras chicas de nuestra edad.

–Lo supongo. Pero eso puede tener aspectos positivos y negativos. ¿A qué tipo de experiencias te refieres?

–Pues con los hombres.

–¿Con qué hombres?

–¡Jope! ¡Pues con los que follábamos!

–Tranquilízate. Simplemente quiero que toméis conciencia, de la repercusión, que esos actos pueden tener en vuestra vida. ¿Cómo eran los hombres con los que habéis estado?

–¡Pues como van a ser! ¡Hombres! Altos, bajos, rubios, morenos, gordos, flacos, viejos…Puagg. Hombres, con algunos lo pasábamos bien, nos gustaban, con otros menos, pero el dinero compensaba los malos ratos. Era un trabajo. Una mujer que trabaje limpiando retretes en los bares, seguramente, lo pasara peor.

— Ante todo debéis tener en cuenta, que no soy un juez, ni un inquisidor, no voy a juzgaros. Vamos a analizar esas experiencias, para sacar algún provecho de ellas. Me gustaría que os fijarais en algo. Me habláis de la apariencia física. No de su forma de ser, de pensar. ¿Por qué solicitaban vuestros servicios? ¿Todos los hombres son como ellos?

Claudia toma la palabra.

–La verdad es que no me lo he planteado nunca. Y ahora que lo pienso, puedes tener razón. Por ejemplo, José se ha portado con mi madre, mi hermana y conmigo de forma distinta a como se portaban aquellos cerdos. Hasta el extremo de que siento más cariño por él que por mi padre. Y sé. Sabemos ¿Verdad Ana? Que nos desea como hombre, pero no se deja llevar por esos deseos, solo follamos con él una vez y fue porque lo drogamos.

–Eso es muy fuerte Ana. Se sentiría mal. ¿Y vosotras, como os sentíais después?

Ana me mira, dos lágrimas recorren sus mejillas.

–Si, Pablo, lo hicimos, fue una locura, no sabía las consecuencias que tendría. Lo veíamos muy mal, urdimos un plan para que dejara de pensar en mi madre y fue peor. Lo que conseguimos fue agravar el problema. Lo quiero mucho, el problema es que no consigo separar el cariño que le tengo, de la atracción sexual. Le quiero y le deseo y los dos sentimientos van juntos. Esto ha hecho que me replantee mi vida, ya no me atrae lo que hacía, antes disfrutaba, cada cita era una ventura. Ahora me doy asco de mi misma por las barbaridades que he llegado a hacer. Me siento mal, cuando pienso en ello me dan escalofríos y se me revuelve el estómago, de pensar las cosas que he hecho, que me han hecho.

–No te castigues así, no consigues nada, excepto atormentarte. Por lo que sé, el cariño que tu padre siente por vosotras, le ha hecho aceptar lo que hicisteis sin rechazaros. Ese es el verdadero amor. Os quiere y os acepta como sois, trata de corregir aquellos comportamientos, que sabe, que os hacen daño. Lo hecho, echo está y no tiene vuelta atrás. Hay que asumirlo, extraer lo positivo, siempre lo hay, incluso de las peores experiencias se puede aprender y vosotras, tenéis muchas experiencias, que analizaremos, para extraer lo positivo.

–Os habéis parado a pensar, que solo conocéis a un cierto tipo de hombre, sin escrúpulos, sin conciencia, capaz de tener relaciones con una menor, sin remordimiento, sin que medie el más mínimo afecto. Hombres que, en cuanto se satisfacían, os apartaban de su lado, os despreciaban. ¿Y los demás? Porque los hay, son la mayoría. Personas que no se dejan arrastrar por sus pulsiones. Me gustaría que reflexionarais sobre esto. Así qué, tranquilas. Seguiremos hablando pasado mañana, a esta misma hora ¿Os parece bien?

–Por nosotras de acuerdo, aquí estaremos. Por cierto Pablo, esta noche no está mi padre en casa y mi madre me dijo que te dijera si podías venir a cenar ¿Vendrás?

–No puedo negarme. Me pondré gordo con vosotras. Yo no suelo comer mucho y menos de noche, pero iré.

Se marchan dejándome preocupado. Los problemas de esta familia, súper familia, son mayores de lo que esperaba. Mila quiere hablar conmigo, sin que esté presente su marido.

Sigo leyendo los comentarios de José.

Realmente es una historia para ser contada. Se lo voy a proponer, le cambio nombres, lugares y en fin, cualquier dato que pueda facilitar la identificación. El comportamiento de José es digno de alabanza.

A alguien, en similares circunstancias, le podría servir como ejemplo.

Lo que más me impacta es como sus principios, el código moral, que le sirve como guía, que le fue impuesto por su familia, su educación, es desmontado por su razón y sustituido por otro, el libertario, dentro del cual, cabe su nueva forma de vida. De otra forma, sería imposible su existencia.

Una persona, que se vea forzada a vivir, de forma contraria a sus principios, es muy desgraciada.

El ejemplo de Mila es manifiesto. Era feliz, mientras se cumplían las normas que ella se impuso. La principal, no enamorarse de nadie. El amor para ella era dependencia y no quería vivir a costa de nadie.

Pero surge lo imprevisto, cuando llega al convencimiento de que está profundamente enamorada de José, ya no puede seguir sus propios principios, su mundo se viene abajo y llega un momento, en que no puede vivir con él, pero tampoco sin él y se le hace insoportable la vida, hasta el extremo de intentar suicidarse.

Solo el amor que José siente por ella y por sus hijos, puede sacarla del pozo en que está inmersa. Mila, como José, también tiene que cambiar sus principios, por otros que le permitan seguir viviendo y ser feliz.

Estas cavilaciones las hago mientras voy andando hacia la casa de Mila, son más de las ocho. Me reciben con muestras de cariño. Mi mente no deja de analizar los comportamientos de las personas que me rodean y en esta casa solo observo pautas de conducta afectiva, sin violencia, sin agresividad.

Pepito tiene un apósito en la cabeza, me cuentan que jugando se cayó al hoyo de la piscina, pero lo que me fascina es el cariño con que le tratan todos, con que se tratan entre sí. Si surge alguna disputa, normal entre niños, Ana o Claudia, median para resolverla, tratando de que no se moleste a Mila. Su cara muestra una profunda tristeza, solo paliada por alguna sonrisa que consiguen arrancarle los niños.

Cenamos todos juntos, en una gran mesa en el comedor. Se gastan algunas bromas y chanzas que hacen agradable la comida. Terminamos y las chicas se hacen cargo de retirar la mesa, Mila va al servicio, Ana me coge por el brazo.

–Pablo, necesito hablar contigo. Esta tarde, cuando llegue a tu casa, vi, antes que lo apagaras, lo que estabas leyendo en tu ordenador. Yo ya lo conocía, era lo que había escrito mi padre.

–Vaya descuido el mío, lo siento, no debías haberlo visto, no le digas nada a tu madre, por favor, tu padre me lo dio para que estudiara lo que os estaba pasando y es lo que hacía.

–No pasa nada, es solo que tengo la historia de mi madre. Una especie de diario donde registraba todo lo que hacía con sus clientes, nombres, datos personales, gastos, cobros.

–¿Y qué quieres hacer con eso?

–No lo sé, mi padre quiso destruirlo pero yo ya lo había copiado. Toma, está todo en este pendrive. Puedes hacerte una idea, más clara, de lo que ha pasado.

Me lo guarde y nos dirigimos al porche trasero, Mila ya estaba allí. Nos sentamos en dos sillones alrededor de una mesa de jardín. Ana me dice si quiero tomar algo y pregunto si tienen pacharán, dice que sí, me lo trae con un gintonic para Mila, regresa a la cocina.

–Pablo, José está en Madrid, se ha desplazado para resolver algunos problemas de herencias, como consecuencia de la muerte de Isidro y Gerardo. Por cierto, Gerardo era el padre biológico de Pepito.

Yo ya lo sabía, lo había leído en los textos de José. Pero no quise manifestárselo y simulé extrañeza.

–Sí, en mi vida he cometido muchos errores y ahora estoy pagando las consecuencias.

Me relató lo que en gran parte ya sabía, por el pendrive de José y por las charlas que manteníamos cuando nos veíamos en Madrid. En alguna ocasión estuve tentado de pedirle que me vendiera sus favores, pero ese tipo de trato, a mi no me satisfacía. Ella era muy hermosa y yo muy enamoradizo. Corría el peligro de engancharme con ella, lo que hubiera supuesto la ruptura de la confianza y la amistad que existía entre los dos. Ahora me alegraba de no haberlo hecho. No estaría aquí, con esta gran mujer, a la que admiro.

–Vamos a ver Mila, sé que es imposible olvidar. Pero si lo es asimilar, aceptar lo hecho, no se puede borrar, pero si se puede dar un giro a tu vida, no permitir que se repita lo que te ha hecho tanto daño y reorganizar vuestra vida desde otro ángulo. Es lo que creo que intenta hacer José. ¿Tú le quieres?

–¡¡Con toda mi alma Pablo!! ¡Como jamás he querido a nadie! No lo dudes.

–Pues que esa sea tu tabla de salvación. Aférrate a ella y no la sueltes, al menos, hasta que estés en condiciones de navegar sola.

–¿Navegar yo sola? ¿Qué quieres decir?

–Muy sencillo, ahora te encuentras en una situación crítica, necesitas ayuda, él, José, tus hijos, tus amigas y yo, estamos aquí para ayudarte. Incondicionalmente. Tienes que recuperar tu fortaleza, la misma que te permitió hacer lo que hiciste durante años, la misma fuerza pero con otra dirección, dedica esos esfuerzos a hacer felices a los que te rodean. Centra en ello todos tus esfuerzos. Obsesiónate con ese objetivo. Y eso te ayudará a superar cualquier obstáculo, que pueda presentarse en vuestro camino.

–Es fácil decirlo, pero me siento débil, no me quedan fuerzas, ha sido un golpe tras otro, me siento hundida, soy una mierda Pablo, he destruido todo lo que he tocado a mí alrededor.

–¿Estás segura? ¿Todo? Mira, Mila. Tienes un hombre a tu lado que, a pesar de lo que ha pasado, te quiere, estoy seguro, con verdadera devoción. Tu hija Ana, es como tú. Fuerte, inteligente y también te quiere con locura, te idolatra. Tus hijos te necesitan y tus amigas, por lo que sé, están decididas a hacer lo que sea por ti. Has destruido lo que habías construido con engaños, pero eso es bueno. Ya no necesitas mentir más. Ahora puedes empezar de nuevo, tienes los apoyos necesarios y no todo el mundo tiene esa oportunidad. ¡Aprovéchala! No la malgastes en elucubraciones negativas, eres joven y tienes una vida entera por delante.

–Si, todo eso está muy bien, pero ¿Cómo?

–Pues en principio, obligándote a no pensar en malos momentos del pasado. Cada vez que las ruedas de la cabeza te lleven a estos recuerdos, ¡Pega un grito! ¡¡Aaaahhhh!! Rompe el hilo de los pensamientos negativos y coloca en su lugar algún buen recuerdo, que seguro los hay. Y si ese recuerdo te hace reír, mejor.

Ana y Claudia se acercan alarmadas por mi grito. Mila sonríe al ver sus caras de asustadas.

–Lo ves, ya he conseguido hacerte reír. No pasa nada Ana, estamos haciendo experimentos, quedaos aquí con nosotros. Tu madre necesita risas, alegría. Alejar las preocupaciones y vosotras sois las más adecuadas para lograrlo. La tristeza es mala consejera.

Ana sonriendo.

–Bueno, buscaré en internet chistes para hacerla reír.

–No es imprescindible. Pero tu madre necesita mucho cariño y sé que la queréis, demostrádselo. Es así de simple.

–¿Cómo se lo demostramos? ¿La llevamos a la cama y le hacemos el amor?

–¡Noo! No es ese tipo de cariño el que precisa. Que, también, pero no con vosotras. Me refiero a un beso, un abrazo, una caricia, una mirada amorosa, mimos…

Se acercan las dos a Mila y comienzan a acariciarla, ella se queda quieta, sonríe. Las manos de las chicas se pierden bajo la falda. Ella reacciona y las aparta suave, pero firmemente. Se quedan sentadas una a cada lado de Mila.

–¿Entiendes ahora a lo que me refiero, Pablo? Ellas no distinguen entre amor y sexo, para ellas van unidos los dos conceptos. Cuando se ponen cariñosas no saben parar y la verdad es que me consiguen encender. Y no sé, si eso es bueno o malo.

–La verdad es que vuestras relaciones son atípicas, ya me lo dijo José, pero no imaginaba que lo fueran tanto. ¿Tenéis relaciones entre vosotras?

–Si, Pablo. Y la verdad es que no suponen un problema, José lo sabe y lo acepta, aunque no participa, a veces mira. Dice que son formas de manifestarse el amor, no hay violencia, no se obliga a nadie a hacer lo que no quiera y es muy satisfactorio. Él tiene relaciones con Marga y con Claudia con frecuencia.

–¿Y a ti no te importa? ¿No sientes celos?

–No, para nada. Sé que las quiere y ellas a él, yo también las quiero y vivimos una sexualidad sin tabúes, sin mentiras, con cariño y mucho placer. Los únicos que no participan son los niños y tenemos cuidado para que no nos vean, nada más.

–Interesante. ¿Y ocurre solo entre vosotros, o participa alguien más?

Mila me mira sonriendo.

–¿Por qué? ¿Quieres participar?

–¡¡No, por favor!! Mila, no vayas a pensar eso. No se me ocurriría.

Al ver mi cara de espanto se ríen a carcajadas las tres.

–Vaya la cara que has puesto. No te preocupes. Y sí, Ana y Claudia tienen sus amigos, con los que están empezando, llevan poco tiempo. Marga y Clau, tienen algunos conocidos con quienes salen, pero no los traen aquí y yo me dedico solo a José, aparte de algún escarceo con las chicas, normalmente cuando estoy con él. Son relaciones abiertas, aparte de mí, que no quiero contacto con ningún otro que no sea José, no me atrae ningún otro, por lo demás, todos pueden estar con quienes quieran, guardando unas mínimas formas, claro.

–Lo cierto es que como experimento sociológico no tenéis desperdicio. Se podría hacer una tesis doctoral.

Mila se ríe.

–Como conejillos de indias ¿No?

–No necesariamente. Hacéis vuestra vida, yo observo sin participar, claro, y trato de determinar que puede fallar en vuestras relaciones. Un análisis psicológico. Si detecto algo que puede afectar a vuestra estabilidad, nos reunimos y lo discutimos. ¿Qué os parece?

Mila me mira con curiosidad. Asiente con la cabeza.

–Si, puede ser interesante. Lo cierto es que, a pesar de haber tenido tantas experiencias, se han limitado al ámbito sexual, no al afectivo. Si, puede que logremos sacar algo positivo. ¿Por qué no? ¿Qué os parece chicas?

–Por nosotras no hay problema, pero ¿Tendremos que follar delante de él? No es que me importe, pero al chico le puede extrañar ¿No?

Me río de la salida de Claudia.

–No Claudia. Esas cosas las hacéis en la intimidad, pero después me informareis de las novedades que surjan, si ha ido bien, mal, peleas…

–Ya veo. Y cuando te lo contemos te dedicaras a hacerte pajas ¿No?

–¡No! Chiquilla, no. Pero en función de lo que me digáis podemos hacernos una idea de cómo va la relación, si os conviene o no, si vais demasiado rápido…Yo tengo mis vías para satisfacerme y no os las voy a contar. Son cosa mía. Y bueno, es tarde y no quiero cansarte más, Mila. Me voy a mi casa que mañana madrugo. Vamos, a descansar, que falta te hace.

Me dispongo a irme y las chicas se agarran a mis brazos, medio en serio, medio en broma.

–Quédate, Pablo, ven a nuestra habitación y nos cuentas algo.

–Anda, anda, dejad a Pablo tranquilo y vosotras a la cama sin hacer ruido, que vais a despertar a los niños. Un beso Pablo.

Nos damos dos besos en las mejillas, también a las chicas, que suben refunfuñando, de broma y riéndose. Mila me acompaña a la puerta de la parcela.

–Gracias Pablo. Estas siendo de gran ayuda para nosotros.

–No estoy haciendo nada, Mila. Solo escucho.

–Y ¿Te parece poco? No podemos hablar con nadie, fuera de nuestra familia. Hacemos verdaderos esfuerzos para que los vecinos no sepan cómo vivimos. Poder hablar libremente contigo nos hace mucho bien.

–Lo sé, Mila. Lo comprendo y ten por seguro que estaré a vuestro lado para ayudar en lo que pueda.

Me marcho a casa. Enciendo el ordenador y sigo leyendo los comentarios de José hasta muy tarde.

Relato erótico: “La paraguaya” (POR KAISER)

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La Paraguaya
“¿Adonde vamos ahora?, ¡falta poco para que empiece el partido deberíamos estar en la casa en este momento!” se queja Sergio con su madre mientras van en la camioneta y a cada rato mira la hora, “vamos a buscar a una amiga de la familia que esta en el país y que además es fanática del fútbol”, “¿y por que no se va en taxi a la casa?, nos vamos a perder el partido” insiste él y su madre le lanza una fría mirada, “por que ella no conoce bien la ciudad, además es una amiga nuestra y te aseguro que no llegaremos tarde al partido”.
Se detienen frente a un hotel y Sergio se queda en la camioneta, mira la hora con insistencia y murmura que ya debería estar en la casa comiendo y esperando el match entre Paraguay y Chile que ya esta por comenzar. Al poco rato Sergio escucha unas voces pero se queda en la camioneta, “¡ven acá muchacho mal educado!” lo llama su madre, “ven a saludar a Lidia que no te ha visto desde que eras un bebe” agrega ella. De malos modos Sergio se baja y con la cabeza agachada y murmurando se acerca, “¡pero levanta la cabeza niño, como esperas saludarme así!” le dice Lidia que de improviso lo abraza y le da un beso en la frente, en ese momento Sergio levanta la mirada y lo primero que ve es un escote, un enorme escote y unos pechos de impresionante tamaño con su piel morena. Luego de unos instantes levanta la cabeza completamente y ve el rostro de Lidia, morena de cabello negro bien rizado, rostro redondeado y radiante sonrisa. De manera espontánea Sergio la mira de arriba abajo impresionado por su físico ya que Lidia es una mujer de cuarenta y tantos años como su madre aunque mucho más “llamativa y exuberante”, en realidad demasiado llamativa y exuberante. Caderas anchas y un culo muy sugerente resaltado por sus ajustados jeans así como su busto. Lidia luce orgullosa la camiseta de la Selección Paraguaya de fútbol. “¡Pero vamonos ya que va a empezar el partido!” dice ella y rápidamente se suben al vehículo quedando Sergio entre ambas.
En el trayecto ambas conversan amigablemente, Lidia se muestra alegre y extrovertida mientras habla demostrando tener una gran personalidad. Sergio atrapado entre ambas, no deja de mirarla, esta impresionado con la belleza y voluptuosidad de Lidia, solo en revistas había visto una mujer así y él siempre ha sentido cierta debilidad por las mujeres maduras y Lidia es su fantasía hecha realidad. Ocasionalmente se empina discretamente para mirarle el escote de reojo hasta que Lidia lo sorprende, pero se lo toma con humor y le sonríe, “atrevido”
le susurra al oído.
Ya en la casa todos se instalan en el patio donde además del televisor y el resto de la familia esta la parrilla. Lidia tras saludar a todos se instala a comer y se sienta junto a Sergio a quien abraza y le conversa de todo, en especial acerca de su país mostrándose orgullosa de él, también le recuerda que lo conoció cuando era solo un bebe, algo que él detesta que le recuerden, y le hace preguntas acerca de si tiene novia o algo así, “no” es la seca respuesta que Sergio le da más por vergüenza que otra cosa.. Lidia sin embargo esta más interesada en el partido y desestima cualquier chance de victoria de la Roja en Asunción, “¡ja, si ustedes llegan a ganarnos en casa me quito la ropa aquí mismo!” bromea ella y de inmediato salen varios a cobrarle la palabra, Sergio sobre todo, pero su madre le advierte con pasarse de listo, “¡no lo retes mujer si era en broma!” lo defiende.
El referee da el pitazo inicial y comienza el match y además el espectáculo de Lidia que no para de alentar a su equipo. Se conoce a todos los jugadores y a la madre de Sergio no deja de contarle lo que le gustaría hacer con algunos de ellos en el camarín haciéndola sonrojarse, “son muy jóvenes para ti” le dice avergonzada por el lenguaje usado por su amiga, “y que, entre más jóvenes mejor” responde Lidia en voz baja y Sergio, que se hace el sordo, de inmediato se pasa ideas por su cabeza.
En ningún momento Lidia se queda quieta, salta baila y mueve sus brazos, sus caderas se mueven de un lado para otro y Sergio tiene serios problemas para concentrarse, no sabe si mirar el partido o ese pedazo culo que se mueve de manera tan desinhibida, solo cuando alguien le habla o se escucha alguna reacción de parte de los comentaristas del partido se concentra en el, aunque no le dura mucho tiempo.

De pronto se escucha el grito de Lidia y Sergio vuelve corriendo ya que estaba en la cocina preparándose un sándwich, gol de Paraguay y ella lo celebra de la manera efusiva, al ver a Sergio le da un tremendo abrazo casi ahogándolo entre sus senos, “¡ves, que te dije, no tienen por donde ganarnos!” le dice mientras ella sigue celebrando el gol de su selección, todos la miran de forma poco amigable, es una sensación amarga que un invitado te celebre en tu propia casa, pero que se le va a hacer, todos aun apuestan por el triunfo de la Roja.
Un nuevo pitazo del arbitro y termina el primer tiempo con un triunfo parcial de Paraguay que Lidia sigue celebrando. Sergio esta con una erección enorme que trata desesperadamente de ocultar, Lidia lo tiene hirviendo y por un momento piensa en escabullirse al baño y hacerse una paja, pero hay tanta gente que se le hace imposible. Lidia aparece en la cocina a buscar más cervezas cuando lo ve, “te dije que les íbamos a ganar hoy” le dice con una sonrisa y en ese momento se inclina frente al refrigerador mostrando su trasero de forma notable. Sergio se queda hipnotizado viéndola, es perfecto, su tamaño, su forma, todo. “¿Disfrutado la vista?” le pregunta Lidia que lo sorprenden in fraganti, Sergio se sonroja como un tomate y se retira de inmediato, pero ella lo alcanza, “oh no te pongas así, no me enojo y estoy acostumbrada a que me estén mirando el culo o los pechos a cada rato” le dice poniéndose ante él dejándole su escote en la cara, “ven vamos a ver el partido” y ambos regresan al patio.
Comienza el segundo tiempo y Lidia sigue con su espectáculo alentando a su selección y de reojo mira a Sergio que de nuevo tiene su vista clavada en ella. En ese momento se produce una gran combinación de pases entre los jugadores chilenos y gol de la Roja, todos saltan de alegría pero Lidia se queda sentada en su silla cruzada de brazos y piernas, “¡bah, pura suerte, nada mas que suerte de principiantes!” alega ella. Tras ese gol el partido se vuelve cada vez más intenso con llegadas en ambos arcos.
El resto del partido fue de lo más estresante para todos. Oportunidades perdidas, tiros en los palos, errores arbítrales acompañados de sus correspondientes epítetos con el arbitro e incluso un penal perdido por Chile que Lidia celebra muy entusiasta para frustración de todos. Al final fue un empate, justo para unos e injusto para otros. “Lamentable van a tener que quedarse con las ganas de verme sin ropa” dice Lidia picaramente mirando a los presentes y notando cierta expresión de decepción en algunos, en especial en Sergio.
Hasta bien entrada la noche siguieron compartiendo las ultimas botellas de cerveza y licor que iban quedando. Algunos ya se fueron y otros están demasiado ebrios para irse, la misma Lidia ha bebido bastante y se siente algo mareada, “deberías quedarte aquí esta noche, tenemos una habitación de huéspedes que puedes usar” dice la madre de Sergio y él escucha todo atentamente, “tienes razón, mañana debo viajar y estoy muy cansada, me quedo aquí y mañana voy al hotel a retirar mis cosas”.
Sergio subió al segundo piso con la intención de espiar a Lidia en la habitación, por desgracia lo llamaron y debió ayudar a ordenar el patio antes de irse a dormir, pero a esa hora pudo ver que Lidia ya había apagado la luz de su dormitorio, “una paja será entonces” murmura algo decepcionado. Tras pasar al baño entra a su habitación y se tira en su cama bajándose los pantalones, su verga ya no da más y se muere de ganas por hacerse una paja pensando en Lidia que hoy lo dejo al rojo vivo. “Vaya, vaya, vaya pero que tenemos aquí” escucha una voz muy familiar, Sergio abre los ojos justo cuando estaba en plena faena y ve a Lidia a su lado.
De inmediato se trata de subir sus pantalones, pero su erección y la intervención de Lidia se lo impiden. “Relájate o nos van a escuchar tus padres” le susurra, con sus hábiles manos Lidia atrapa su miembro y se lo frota con delicadeza, ella lo mira a los ojos y nota de inmediato el efecto que estas tiene en Sergio que se va relajando cada vez más hasta que Lidia queda en pleno control. “Como fue un empate lo más justo es que ambos nos quitemos la ropa, ¿no lo crees?”. Lidia se pone de pie y deja sus zapatillas aun lado, de manera calmada y con sensuales movimientos se va quitando su ajustada polera descubriendo sus pechos, el sostén parece que se va a reventar en cualquier momento. “¿Me abres mis pantalones?” le pide a Sergio y a él le tiemblan las manos cuando le abre el botón y el cierre. Lidia se media vuelta y se baja sus ajustados jeans lentamente, Sergio esta con la boca abierta observando como esas generosas nalgas comienza a aparecer. El calzón de Lidia se pierde entre las mismas y ella se pasa sus manos sobre su culo.
“¿Y bien?, te estoy esperando” dice Lidia y Sergio capta el mensaje. Rápidamente comienza a sacarse la ropa tirandola en todas direcciones, esta tan nervioso y ansioso que se cae de la cama mientras pelea por quitarse sus zapatos cuyos cordones se enredaron por completo, al final lo consigue y se sienta en la cama de nuevo mientras Lidia lo observa con una sonrisa. En ese momento ella se abre sus sostén y Sergio nota de inmediato como sus pechos lo empujan hasta quedar al descubierto con sus pezones oscuros y erectos luciéndose. “¿Te gustan?” y Sergio es incapaz de hilvanar dos palabras seguidas por lo que solo mueve la cabeza. Nuevamente ella se da media vuelta y se va quitando su calzón, se inclina ligeramente y Sergio ve como esta va saliendo de entre sus nalgas y aprecia el coño de Lidia cubierto por una pequeña mata de vello oscuro. Ella se separa sus nalgas y le enseña su estrecho agujero.
Lidia se endereza y avanza sobre Sergio recostándolo sobre la cama y apoyando su cuerpo sobre él presionando sus pechos y su entrepierna con fuerza. “Que bien, se siente tan bien el cuerpo de un chico guapo y bien dotado” susurra ella que usa a Sergio para frotarse. Deliberadamente roza su coño con el miembro de Sergio y siente los espasmos que esto le provoca. Lidia se mueve sobre Sergio, baja por su cuerpo hasta frotar su miembro entre sus pechos y luego sube nuevamente hasta ponérselos en la cara, Sergio de forma instintiva los toma con sus manos y se los masajea y aprieta ligeramente, “no seas tímido, usa tu boca en ellos” le dice Lidia y Sergio se los empieza a chupar igual que cuando era un bebe. El tamaño, la forma y la firmeza de los pechos de Lidia lo enloquece y ella comienza a gozar con las caricias de su joven y precoz amante.
Mientras Sergio se deleita con los pechos de Lidia, ella mete su mano bajo su cuerpo hasta que atrapa el miembro de Sergio. Delicadamente lo frota y lo guía hasta su coño que esta completamente mojado por la calentura que tiene, en ese instante Lidia presiona sobre el hasta recibirlo dentro de su cuerpo. Sergio reacciona con sorpresa ante la movida de Lidia, pero ella lo calma, “¿cómo se siente mi coño?” le pregunta al oído al tiempo al tiempo que se mueve ligeramente haciéndolo que su miembro la recorra por dentro, “increíble” le responde él y Lidia empieza a moverse con más fuerza a cada momento haciendo que sus pechos se agiten ante los ojos de un extasiado Sergio.
Ambos se besan, Sergio se va dejando llevar por la experimentada Lidia que ahora ya le cabalga con bastante fuerza, pero ambos deben controlarse para no ser descubiertos, es difícil para los dos ya que Lidia es increíblemente fogosa en la cama y Sergio inexperto aun, pero aprende rápido la abraza presionando su cuerpo mientras la penetra. Sergio hunde su rostro entre los pechos de Lidia buscando ansiosamente sus pezones para chuparlos y lamerlos, ella lo alienta y lo incita, le gusta que saboreen sus senos y Sergio esta fascinado con los mismos.
Sobre la cama Lidia cambia de posición y se monta sobre él de tal forma que hacen un 69, pone su coño casi en la cara de Sergio y con sus dedos separa los labios de su vagina, “y bien que esperas, tu lengua debe estar metida aquí” indica ella metiendose un dedo. Sin esperar la reacción de Sergio Lidia comienza a pasar su lengua sobre la verga de su joven amante, la desliza de arriba abajo y la saborea para luego meterla en su boca donde la chupa y la frota con sus labios y su lengua. En ese momento Lidia siente una descarga recorriendo su cuerpo y debe esforzarse por no dejar escapar un fuerte gemido, ella cierra sus ojos y siente la lengua de Sergio hundiéndose en lo más profundo de su coño, “siii, así se hace muévela más fuerte, más rápido” le dice al tiempo que sigue chupandosela con más ganas aun. El silencio de la noche solo es roto por los suspiros de ambos mientras se hacen sexo oral mutuamente.
“Tranquilo, tranquilo, tenemos tiempo de sobra” le dice Lidia a Sergio controlando sus ímpetus cuando este se pone sobre ella ansioso por penetrarla de nuevo. Lidia separa ampliamente sus piernas y juega con su sexo metiendose los dedos en el y se acaricia su clítoris, “que miras tanto, deberías estarme follando ahora” le dice y rápidamente Sergio se pone manos a la obra abalanzándose sobre Lidia y hundiendo su miembro de una sola vez en su coño haciéndola liberar un fuerte gemido que resonó por toda la habitación, “¡así, así me encantan los jovencitos apasionados!” dice en voz alta mientras Sergio se la coge. Lidia le enseña como besar a una mujer y Sergio pronto le toma el ritmo al tiempo que empuja con todo sobre ella que casi no puede controlar sus gemidos.
“Sergio, ¿hijo esta todo bien?” en ese momento se oye la voz de su madre que golpea la puerta de su habitación, “si, si esta todo bien” responde él nervioso mientras Lidia presiona su boca con sus manos, “¿que es ese ruido, necesitas algo?”, “eh, es que estaba jugando en el computador” contesta él mientras sigue moviéndose sobre Lidia, “vete a dormir mejor será” le responde ella y se escuchan los pasos indicando que se aleja. “Rayos estuvo cerca” dice aliviado y le da un beso a Lidia, “¿te imaginas nos hubiera sorprendido así?”, “me mata” dice él, “quien sabe, tal vez se nos hubiera unido” dice Lidia con una sonrisa llena de lujuria.
Con las espléndidas piernas de Lidia apoyadas en sus hombros Sergio sigue con su faena, ella se retuerce en la cama, se masajea sus pechos y desliza sus dedos sobre su clítoris mientras su joven amante la penetra hasta el fondo. Ella accede de inmediato cuando Sergio le pide que le haga una nueva mamada y pronto tiene su verga perdiéndose entre esos apetecibles labios, Sergio no puede evitar el sentir enviada por aquellos que lo antecedieron y por lo que dice Lidia, han sido bastantes.
Lidia se pone en cuatro sobre la cama y Sergio la toma de las caderas bombeándola con toda su fuerza, se moría de ganas por cogerla de esta manera, el fuerte sonido de sus cuerpos golpeando entre si es lo único que delata la intensidad con la que cogen. Sergio saca todo su miembro del coño de Lidia pero antes que la penetre de nuevo ella lo detiene, “aquí mejor” dice ella mostrándole su culo y separando sus nalgas. “Se que te mueres por hundir tu verga aquí, pero antes deberás hacerme sexo oral”, tras esa invitación Lidia levanta su trasero y Sergio finalmente cumple su deseo y hunde su rostro entre las espléndidas nalgas de Lidia que se estremece al sentir su lengua subiendo y bajando, partiendo desde su coño y llegando hasta su estrecho agujero donde Sergio presiona con aun más fuerza para el deleite de Lidia.
De manera intensa y moviendo sus dedos con rapidez la hace gemir, Lidia se mueve rítmicamente hacia él y Sergio luego le hace lo mismo en su trasero masturbándola por ambos agujeros a la vez. En ese instante Sergio pone su miembro entre las nalgas de Lidia y presiona con fuerza, ella se controla para no dejar escapar un fuerte quejido que podría delatarlos a ambos. Él esta asombrado de lo estrecho que es el culo de Lidia y lo siente como este aprieta su miembro, pero aun así sigue presionando con fuerza sobre ella hasta hundirlo todo.
Durante unos momentos ambos se quedan quietos sin decir nada, Sergio trata de acostumbrarse al sentir el estrecho culo de Lidia literalmente estrujando su miembro, “siempre he sido así” confiesa Lidia, “por eso me encanta el sexo anal, por que puedo sentir esos miembros palpitar dentro de mi, los siento como se mueven en mi culo” agrega. Antes que ella diga una palabra más Sergio comienza a bombearla, lento al comienzo pero poco a poco va tomando confianza y se lo hace más rápido. Lidia aprieta sus puños mientras la cogen, le encanta, le enloquece que se lo hagan por el culo. Sergio la abraza con toda su fuerza y se mueve vigorosamente, esta extasiado, por fin puede cumplir su fantasía de cogerse a una mujer madura y a una tan guapa como Lidia que lo estuvo calentando desde el primer minuto que la vio.
Sobre la cama los ruedan de un lado para otro, Lidia se recuesta de costado y Sergio se pone detrás penetrándola fuertemente y tomándole sus pechos, ambos intercambian ardientes lamidas y besos mientras follan. Lidia se muestra insaciable y Sergio le sigue el paso lo mejor que puede tratando de satisfacer a tan ardiente dama se le hace difícil considerando que es su primera vez, pero Lidia no deja de susurrarle lo mucho que lo esta gozando en este momento, “cuando quieras me llenas el culo” y pronto sucede cuando tras una serie de fuertes acometidas Sergio se corre dentro de ella, “uy así es damelo todo”.
Para ambos fue una larga noche dando rienda suelta a toda su calentura y follando como animales, Lidia lo hizo acabar sobre sus pechos con los cuales le hizo una tremenda paja y Sergio la hizo montarse sobre su verga follandola de nuevo por el culo mientras ella se mete sus dedos en su coño, para un simple chico como él, fue la mejor noche de su vida.
En la mañana Sergio se despierta y se encuentra solo, por un instante se pregunta si lo de anoche fue solo un sueño, pero el aroma de Lidia esta impregnado en su cama. Se pone su pijama y baja a la cocina haciéndose el leso, pero se decepciona al saber que Lidia se fue muy temprano a su país, “tenia pasajes reservados” le dice su madre. Sin embargo cuando Sergio vuelve a su habitación encuentra un papel bajo su almohada, “¡estuviste maravilloso!” escrito con lápiz labial de un vivo color rojo, “prepárate” dice mas abajo, “mira que para la próxima los invitare a mi país y nos divertiremos como nunca” dice la nota que finaliza con una figura de un corazón. “¿De casualidad ella dijo algo acerca de invitarnos a Paraguay?” le pregunta a su madre, “pues si algo menciono, pero eso será para las vacaciones en el verano” responde, “demonios será una larga espera” piensa él mirando el calendario.
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