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Relato erótico:” La ex esposa de un amigo nos folló en un congreso”. (POR GOLFO Y PAULINA)
Segunda parte de La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso y como el anterior ha sido escrito con la ayuda de Paulina O.
A la mañana siguiente, me desperté con Paulina en mis brazos y al sentir sus pechos presionando el mío, comprendí que había sido real y no un sueño.
«¡Me he tirado a la ex de Alberto!», pensé mientras con la mirada recorría su cuerpo desnudo.
Con la luz del día sus nalgas eran todavía más atractivas. Duras y firmes eran un paraíso terrenal solo al alcance de unos pocos. Recordando su promesa de convertirse en mi amante, decidí comprobar si era una mujer de palabra y sin copas mantenía esa decisión. Para ello lentamente retiré su brazo y posándola sobre el colchón, durante un instante, me quedé admirando su belleza mientras entre mis piernas mi pene se acababa de despertar.
«¡Qué buena está!», exclamé mentalmente ya con una erección brutal.
Sabiendo que corría el riesgo que al abrir los ojos, esa mujer se diera cuenta de lo que había hecho y se arrepintiera, acerqué mi cara a su trasero y sacando la lengua, comencé a lamer el canalillo formado por sus cachetes.
«¡Menudo culo tiene!», sentencié al acercarme poco a poco a mi objetivo.
Comprendí que Paulina se había despertado al escuchar un primer gemido cuando sintió mi húmeda caricia recorriendo los pliegues de su rosado ano.
―Eres malo― susurró con voz sensual al notar mi respiración entre sus nalgas.
―Y tú, una putita muy cerda a la que le encanta que la use― contesté dotando a mi voz de un tono morboso no carente de autoridad.
Al escuchar ese cariñoso insulto Paulina sonrió y separando sus rodillas, me informó en silencio que deseaba que renovara con ella los votos de la noche anterior, por eso y mientras le separaba las dos partes de su trasero con mis manos, azucé su calentura mientras introducía la punta de mi apéndice en su ojete diciendo:
―Recuerda que juraste que durante todo este fin de semana serías mía y que me pediste que te usara como la guarra que eres.
―Sí― respondió casi llorando de placer.
Al recibir un permiso que no necesitaba y sin esperar un rechazo de su parte, introduje la punta de mi apéndice en su ojete mientras le echaba mi aliento.
―Sí, ¿Qué?― pregunté hundiendo mi lengua como si de mi pene se tratara en su trasero.
La amiga de mi mujer, berreó como cierva en celo al experimentar esa intrusión en su interior y pegando un grito, confirmó su disposición diciendo:
―¡Quiero que me comas el culo!
La total entrega de Paulina me permitió ir acariciando por dentro los músculos que pensaba hoyar y que con ello, poco a poco se fuera relajando. Su respiración entrecortada ratificó que le estaba gustando y por eso, añadiendo un dedo a mi ataque seguí profundizando mi ataque.
―¡Me vuelve loca!―chilló al sentir esa segunda intrusión en sus intestinos y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó una mano a su sexo para comenzarse a masturbar.
Al comprobar su calentura y mientras introducía una segunda falange en su entrada trasera, mordiendo su oreja le susurré:
―Disfruta mientras puedas, porque pienso romperte ese culito tierno que tienes.
Añadiendo más picante a esa escena, recorrí con mi lengua su oído al tiempo que metía y sacaba cada vez más rápido mis dedos de su trasero. Al experimentar esas desconocidas sensaciones, Paulina se giró y mirándome con su boca abierta y babeando lujuria, me rogó:
―Hazme tuya.
La necesidad que lucía en su rostro me hizo gracia al recordar que Alberto la había dejado por poco fogosa y recreándome en ese recuerdo, le metí un tercer dedo mientras ordenaba a la que ya consideraba mi puta:
―Usa tu otra mano para pellizcarte los pezones.
Cumpliendo mi orden de inmediato, agarró su areola entre sus dedos y presionando duramente aceptó gustosa mi dominio sobre ella. Al escuchar sus aullidos de placer, decidí dar mi siguiente paso y dejé que fuera ella quien con un pequeño movimiento de sus caderas se lo introdujera unos centímetros.
―¡Me duele!― gritó con su culo adolorido.
En ese instante supe que no podía dar marcha atrás porque de hacerlo esa muñeca nunca me daría una segunda oportunidad y por ello la agarré firmemente mientras presionaba mi verga. Lentamente el culo de Paulina absorbió toda mi extensión hasta que con ella rellenando su conducto por entero, decidí darme el gustazo de sodomizarla en mitad de la ducha.
Cogiéndola entre mis brazos y sin sacar mi pene de sus intestinos, la llevé al baño. Una vez allí abrí la ducha y mientras se caldeaba el agua, la besé forzando sus labios para que no se enfriara al sentir mi lengua fornicando con la suya mientras su ojete se terminaba de acostumbrar a tener mi verga insertada.
―¡Eres un cerdo!― protestó sonriendo ya más tranquila.
Metiéndola en la ducha, la obligué a apoyarse con sus brazos en la pared antes de comenzar a moverme. Con cuidado en un principio fui extrayendo mi verga de su hasta unos minutos virginal agujero para acto seguido volver a metérsela. Paulina que hasta entonces soportaba con resignación el dolor que surgía de sus entrañas, respiró aliviada al percatarse que iba desapareciendo y que era sustituido por placer.
Su relajación me permitió presionar su cuerpo contra los azulejos e inmovilizarla para que sintiera el frio de ese material sobre sus excitados pezones. Una vez allí y sin dejar de horadar su culito, acerqué mi boca y mordí su oreja al tiempo que le susurraba:
―El idiota de tu marido no sabe lo perra que eres.
Mi nueva ofensa la hizo gemir de lujuria y reflejando lo puta que era en su rostro, me pidió que siguiera diciéndole guarradas al oído.
―Ves lo que te digo, eres una perrita que solo necesitaba de un dueño para renacer― y forzando mi dominio, ordené: ―Ládrame mientras te enculo.
Increíblemente la ex de Alberto me hizo caso y de su garganta salió un ladrido que fue el banderazo de salida para que la sodomizara en plan salvaje. Asiéndome a sus tetas con las manos incrementé el ritmo de mis penetraciones, provocando que con cada meneo la cara de Paulina se golpeara contra la pared. Estaba ya desbocado cuando mi móvil empezó a sonar y conociendo lo celosa y malpensada que era mi esposa, decidí para e ir a contestar dejando a la zorrita despatarrada y caliente bajo la ducha.
―Es tu marido― grité y cabreado por la interrupción tomé tres decisiones cruciales. La primera fue no contestar, la segunda que terminaría lo empezado y la tercera y más importante que lo grabaría para que ese capullo se jodiera.
Pero entonces su mujer me alcanzó en la habitación y tirándome en la cama, me rogó que descolgara porque le ponía brutísima saber que Alberto estaba al otro lado del teléfono. Su descaro me hizo reír y contestando saludé al cornudo que nada más oírme me preguntó si ya había visto a su mujer.
―No jodas, no son las ocho de la mañana― y entonces con toda la intención, le pregunté: ―¿No creerás que soy yo el amante de tu esposa y que ella ha dormido en mi cama?
―No, ¡Cómo crees! –protestó― ¡Eres mi amigo!
Tras lo cual me explicó que no había conseguido dormir y que se había pasado la noche viendo el video en el que Paulina se la comía a un desconocido una y otra vez. Descojonado en mi interior pero con voz seria, respondí mientras la aludida se ponía mi verga entre sus tetas y aprovechando que las seguía teniendo mojadas, me empezaba a regalar una cubana:
―¡No es sano que te comas el tarro mirando a esa puta mamando verga!
Su ex no pudo reprimir una risita al escuchar que Alberto estaba sufriendo y incrementando sus maniobras, agachó su cabeza para que cada vez que mi pene se acercaba a su boca lanzarme lametazo.
―Te juro que lo sé pero no puedo dejar de verlo. Esa guarra nunca puso conmigo tanto énfasis.
No queriendo seguir con esa conversación, me despedí de él asegurándole que iba a investigar quién era el capullo que se estaba tirando a Paulina. Ya sin él, cogí a la zorra de su mujer de la melena y acercando sus labios a los míos, metí mi lengua hasta su garganta antes de decirle:
―Alberto se lo ha buscado. Pienso grabar cómo te sodomizo.
Colocando mi móvil de forma que no se me viera la cara, lo encendí y poniendo a cuatro patas a mi amante, le grité antes de ensartarla con fiereza:
―Respira hondo, ¡Qué te voy a romper el culo!
No se esperaba la violencia de mi ataque y sus brazos cedieron ante él de forma que su cara se hundió en la almohada. Sin respetar su dolor, azucé a mi montura con un severo azote en sus nalgas diciendo:
―Puta, ¡Muévete!
No hizo falta que repitiera la orden, Paulina superó mis expectativas aullando de placer y pidiéndome que no parara de usar su trasero mientras me decía con voz de santa:
―¿Soy una buena puta?
Ni que decir tiene que su pregunta me permitió seguir montándola con mayor ardor mientras ella mordía con sus dientes la almohada para no gritar y que desde la habitación de al lado supieran lo zorra que era.
Usando a mi antojo a esa mujer, mordí su cuello, azoté sus nalgas y pellizqué sus pezones sin parar hasta que por primera vez en sus treinta y tres años de vida, Paulina disfrutó de un orgasmo total y como si fuera su coño una fuente eyaculó sin parar mientras ella era la primera sorprendida.
―¡Parece un geiser!― me reí al observar el chorro que por oleada salía de su chocho y jalando de su pelo, llevé su boca a la mía y dando un leve mordisco en sus labios, la besé preguntando: ¿De quién eres?
Mi pregunta la hizo comprender quien era su dueño y respondiendo con una pasión sin igual, sintió que todo su cuerpo se licuaba mientras me decía:
―Soy tuya. ¡Eternamente tuya!
Su confesión me dejó claro que a nuestra vuelta a Madrid esa zorra seguiría siendo mía y por eso sacando mi pene de su culo, le di la vuelta y dejándome ir, eyaculé sobre sus tetas mientras le decía:
―Úntate mi semen por tu cuerpo.
Nadie había eyaculado sobre ella y por eso le sorprendió sentir la calidez de mis explosiones recorriendo sus pezones pero una vez repuesta, comprendió que le encantaba al sentir que desde dentro de su vulva renacía con fuerza su orgasmo y pegando un gemido de placer, esparció mi simiente por sus pechos mientras entre sus piernas nuevamente brotaba su flujo con una fuerza inusual.
Al ver esa maravilla, hundí mi cara entre sus muslos y sacando mi lengua, me puse a secar ese arroyo. El sabor agridulce de su coño invadió por completo mi mente y como un ser sin voluntad seguí agarrado a sus nalgas bebiendo su néctar mientras Paulina gemía sin parar presa del placer. Desconozco cuanto tiempo estuve comiendo, mordiendo y lamiendo ese manjar ni cuantas veces su dueña disfrutó del éxtasis de un orgasmo pero lo cierto fue que en un momento dado y casi llorando, esa zorrita me pidió que parara diciendo:
―¡No puedo más! ¡Estoy agotada!
Al saber que aunque no fuera plenamente consciente esa mujer era mía y que tendría muchas más oportunidades de deleitarme con su cuerpo, cedí y tumbándome junto a ella, descansé entre sus brazos. Durante diez minutos, nos quedamos en esa posición hasta que mirando el reloj de la mesilla, me di cuenta que llegábamos tarde a la primera conferencia y por eso, acariciando una de sus nalgas le dije que era hora de levantarnos.
Paulina frunció su ceño pero asumiendo que tenía yo razón, me dijo:
―De acuerdo pero a la hora de comer, quiero que me hagas nuevamente tuya.
Partiéndome de risa, contesté:
―¿No decía tu marido que eras poco fogosa? ¡Lo que eres es una ninfómana!
Al recoger su ropa del suelo, riendo respondió:
―Para él, yo era su mujer. Para ti, ¡Soy tu puta!….
El doctorcito sexy.
Como la ropa de Paulina seguía en su habitación, se despidió de mí y quedamos en vernos en el buffet del hotel. Por eso una vez me había vestido, bajé a desayunar y allí me encontré con el doctorcito sexy.
Alonso estaba tomándose un café y nada más verme, me llamó para que compartiera con él su mesa. Al sentarme, mi compinche en tantas aventuras, poniendo un tono pícaro, preguntó:
―Raúl, ¿Cómo está este año el ganado?
Poniendo cara triste, contesté que había tenido poco tiempo de comprobar su calidad porque había tenido el férreo marcaje de una amiga de mi mujer. El muy cabrón soltó una carcajada al escuchar de mis labios que se habían chafado mis planes y con lágrimas en los ojos, se rio de mí diciendo:
―¡Qué putada! Tendré que ocuparme yo de todas esas pobres mujeres necesitadas de caricias.
Haciéndome el apenado, le expliqué que era Paulina era una arpía frígida y chismosa a la que mi mujer le había ordenado traerme bien corto. Mi amigo sin apiadarse de mí, dijo fingiendo una indignación que no sentía:
―¡Al menos estará buena!
―¡Qué va!― respondí: ¡Es una gorda asquerosa con un trasero lleno de grasa y las tetas caídas!
Alonso me estaba diciendo que lo sentía por mí y que en compensación él se tiraría a las que me tocaban cuando la aludida me preguntó:
―¿No me vas a presentar a tu amigo?
Muerto de risa, me levanté para acercarle la silla mientras respondía:
―Paulina te presento a Alonso.
El doctorcito sexy miró alucinado al bombón que supuestamente era un adefesio y devolviendo la andanada, comentó en plan ligón:
―Encantado de saber que Dios existe y que nos ha mandado uno de sus ángeles.
El descarado piropo surtió el efecto que deseaba su autor y la recién divorciada le regaló una sonrisa sin poder evitar que el rubor coloreara sus mejillas.
«Será cabrón», pensé más celoso de lo que nunca reconocería, «no pierde el tiempo andándose por las ramas».
Como experimentado Don Juan, Alonso usó toda su simpatía para hacer de ese desayuno una fiesta en honor de Paulina mientras desde mi sitio, me estaba poniendo malo al comprobar las risas de mi nueva amante ante las bromas y galanteos de mi amigo. Paulatinamente mi cabreo fue in crescendo hasta que ya claramente enfadado, levantándome les informé que llegábamos tarde a la primera conferencia.
Por mi tono, la ex de Alberto comprendió que estaba rojo de celos y disfrutando de la sensación de poder que le hacía sentir el ponerme de los nervios, susurró en mi oído:
―No seas tonto. ¿No ves que estoy disimulando?― para acto seguido y sin preguntar mi opinión, colgarse del brazo del doctorcito sexy camino del auditorio.
« ¡Será puta!», maldije asumiendo que esa mujer estaba jugando conmigo y que estaba ganando.
En ese momento, hubiese estrangulado a Alonso aunque fuese inocente y a pesar que sabía que no tenía motivos para quejarme puesto que entre Paulina y yo no existía contrato alguno. Os reconozco que de haberme parado a pensar un poco, hubiese comprendido que tanto esa mujer como el doctorcito eran libres y que el único de los tres que estaba casado era yo. La lógica decía que me tenía que callar y disfrutar de las migajas que dejara caer esa mujer pero no pude y por eso cuando al llegar al auditorio me senté en la última fila y Paulina se puso entre los dos.
El cabronazo del doctor que desconocía que ya había hecho mía a la ex de Alberto, no perdió comba y en cuanto colocó sus posaderas en el asiento, reinició su ataque a base de bromas y chascarrillos que mas de una vez provocaron la risa de la mujer. Para entonces estaba encabronadísimo pero como no me convenía descubrir mi infidelidad ni dejar en mal lugar a Paulina, me mordí un huevo cuando lo que realmente me apetecía era soltarle un guantazo.
El colmo fue ver que ese don juan de tres al cuarto, asumiendo que ella era una presa fácil, comenzaba a acariciar disimuladamente la pierna de mi amiga y que ella aunque se puso colorada como un tomate, no opuso ningún tipo de resistencia.
«Será cabrón», pensé y conociendo la fama de ligón que se había granjeado durante años, temí por vez primera que me la levantara al ver que sin retirar su mano se acercaba a Paulina y en voz baja le susurraba algo al oído.
La sonrisa de oreja a oreja que apareció en el rostro de la mujer y el hecho que no se alejara de él, agrandó mis celos por lo que aprovechando que tenía hambre, les pregunté si nos íbamos a comer.
Ambos aceptaron de inmediato, Alonso porque así podía culminar su conquista y mi amiga creí para librarse del acoso del doctorcito. Los deseos del tipo me quedaron claros cuando aprovechando que Paulina se había ido al baño me preguntó si, al terminar de comer, podía hacerme el desaparecido para que así se quedara un par de horas a solas con la que él suponía que era la espía que me había mandado mi mujer.
―No hay problema― contesté tragándome el orgullo.
La pericia en las artes amatorias de Alonso quedaron plenamente ratificadas con la elección del restaurant ya que no solo era coqueto y romántico sino que permanecía en una penumbra ideal para una primera cita.
Ni a mi peor enemigo le deseo la comida que ese capullo me dio porque nada más sentarse frente a ella, empezó a tontear con Paulina sin que pudiese hacer nada por evitarlo ya que corría el riesgo que en mi hospital se corriera la voz que tenía una amante y que además era la mejor amiga de mi esposa. Por eso tuve que reírle las gracias cuando me percaté que por debajo de la mesa, Alonso se había quitado el zapato y descaradamente acariciaba los tobillos de Paulina. Mirando de reojo al objeto de tal ataque descubrí que. Aunque tenía las mejillas rojas, sonreía.
«Será zorrón, ¡le está gustando!», dije entre dientes más que molesto.
Habiendo terminado el segundo plato, al llegar el camarero y preguntarnos qué queríamos de postre, Alonso se quedó mirando fijo a Paulina, insinuando que ella era los que deseaba. La ex de Alberto al comprender la indirecta, se ruborizó aún más y bajando la cara, intentó que yo no me diera cuenta que a ella también le apetecía ser su golosina.
«Aquí sobro», maldije mentalmente y haciendo como si se me hubiera olvidado que había quedado con otro asistente del congreso, los dejé solos mientras me llevaban los demonios.
Absolutamente derrotado, salí del restaurant y me fui a aligerar mis penas con un copazo. En el bar en que entré, intenté infructuosamente ligar con una rubia pero tras media hora de cháchara, tuve que rendirme e irme a mi habitación con la cola entre las patas.
Esa tarde me sentía fatal, no solo había perdido a una amante sino que para colmo había sido en manos de un amigo. Hundido en la miseria, pasé por una tienda y compré una botella de whisky que beberme a solas en mi cuarto, maldiciendo mi suerte. Llevaba dos copas cuando reconocí la voz de los dos riendo en el pasillo.
―No puede ser― exclamé al comprobar que el destino había querido que la habitación de Alonso fuera la contigua a la mía.
«Menuda puta. ¡Qué rápido ha cambiado de macho!», pensé y queriendo vengar su afrenta saqué el móvil y me puse a grabarlos mientras me decía: «Veras la cara de Alberto cuando vea a su recatada esposa follando con otro».
Dentro en el cuarto, el doctorcito estaba intentando desabrochar la blusa de Paulina pero entonces le retiró sus manos y dijo:
―Júrame que Raúl no se enteraré de lo que ocurra aquí. No quiero que piense que me acuesto con el primero que pasa por la calle.
Alonso al oírla, la besó hundiendo su lengua dentro de la boca de ella y mientras le agarraba el culo, contestó:
―Te lo juro, pero ahora enséñame las tetonas.
Os confieso que me dolió ver como Paulina le sonreía y como mientras se quitaba la camisa, le miraba con cara de vicio. Alonso enmudeció al ver ese robusto par de tetas apenas cubierto por un brassiere negro y tras unos instantes en que solo pudo observar embelesado, se agachó y hundió su cara en el canalillo que discurría entre esas maravillas.
―Ahhh― escuché gemir a mi amiga mientras con sus manos presionaba la cabeza de Alonso contra su pecho.
Ese gemido fue el acicate que necesitaba el doctorcito para usando sus dedos irle bajando los tirantes del sujetador mientras no paraba de lamer la tersa piel de la mujer.
―Tienes unas tetas preciosas― soltó ya claramente excitado mi conocido al admirar los pezones rosados que decoraban sus senos.
Sintiéndome un voyeur por la excitación que empezaba a dominarme, pegué mi cara al cristal para ver mejor como Alonso la iba desnudando.
«Dios, ¡Qué culo tiene!», pensé apesadumbrado al ver como caía su falda y sus bragas al suelo por la acción de unas manos que no eran las mías.
El ardor de esos dos iba en aumento y los jadeos se iban incrementando mientras yo me tenía que conformar con ver y grabar sin ser partícipe de esa escena. Justo cuando Paulina cogía entre sus manos la verga del doctorcito, este le dijo:
―Quiero tomarte la temperatura― y acto seguido se chupó uno de sus dedos y girándola contra la mesa, se lo metió en el ojete.
El aullido de placer que salió de la garganta de Paulina al sentir su entrada trasera hoyada de ese modo tan pícaro, me recordó sus gritos cuando hacía unas pocas horas era yo quien la sodomizaba.
―Vamos a la cama― rogó la mujer deseando ser tomada.
Lo que no ella ni yo nos esperábamos fue que Alonso aprovechara su caminar para ir metiendo y sacando su dedo del culo de la mujer mientras le decía:
―Pienso follarte ese culito tan duro que no te vas a poder sentar en una semana.
La vulgaridad de sus palabras lejos de cortar o disminuir la calentura de Paulina pareció incrementarla porque tirándose sobre el colchón, se puso a cuatro patas diciendo:
―¿Me prometes que vas a montarme el culo hasta que no me pueda ni sentar?
―Sí. ¡Tu trasero no te va a servir ni para cagar!― respondió a la vez que le soltaba un azote y se colocaba en su espalda.
―Ay― soltó mi amiga al notar el escozor de esa ruda caricia, tras lo cual se dejó caer con los brazos hacia adelante y respingando el trasero, giró su cabeza y le dijo: ―Fóllame como una puta. Soy tu guarra.
Alonso al escuchar que esa mujer le pedía caña, no se lo pensó dos veces y colocando su glande a la altura de su entrada trasera, de un solo golpe la ensartó haciéndola gritar por la violencia de ese asalto. Una vez con toda su verga rellenando los intestinos de Paulina ni siquiera la dejó asimilarla y por medio de una serie de duras nalgadas, le fue marcando el ritmo mientras ella no paraba de chillar de placer y de dolor.
―Sigue, no pares― la oí decir mientras no dejaba de mover su culo en círculos como queriendo ordeñar la verga que la estaba en ese momento empalando contra la cama.
Para entonces, el sudor había hecho su aparición en Paulina y desde el balcón tuve que retenerme para no entrar y ser yo quien se la follara al ver como con el pelo pegado sobre su frente, esa mujer que había sido mi amante disfrutaba del sexo como nunca.
«Necesito que vuelva a ser mía», reconocí mientras me colocaba el paquete bajo mi pantalón.
Paulina ajena a que la estaba observando, se giró sobre las sabanas y sacándose la verga del doctorcito del trasero, se abrió de piernas y señalando su vulva, ordenó a mi sorprendido amigo:
―¡Fóllame por el coño!…¡Mi coño necesita una verga ahora!
Alonso no tardó en saltar sobre ella y usando su pene como ariete, comenzó a tumbar una a una las defensas de esa mujer mientras se asía con rudeza a sus pechos. La ex de Alberto disfrutó como una perra de ese ataque y relamiéndose los labios, gritó:
―Ahhh sigue…. ¡Trátame como tu puta!
La entrega del bellezón rubio hizo despertar el lado morboso del doctorcito y dando un doloroso pellizco a uno de sus pezones, le soltó:
―Y el pobre de Raúl que creía que eras una dama, cuando en realidad eres una sucia guarra.
Paulina recibió ese insulto con mayor excitación y con todas sus neuronas trabajando a mil por hora, contestó mientras no dejaba de retorcerse buscando mas placer:
―Me has jurado que no le ibas a decir nada.
―No hará falta― rio el puñetero.―Cuando te vea la cara de zorra sabrá que te he follado.
La tensión acumulada por el continuado martilleo contra la pared de su vagina, hizo que el cuerpo de Paulina colapsara y pegando un grito, se corriera sobre el colchón. Alonso viendo su orgasmo, siguió torpedeando sin parar los bajos fondos de la mujer provocando que esta uniera un clímax con el siguiente hasta que sintiendo que le llegaba el momento a él, se la sacó del coño y metiéndosela en la boca, le ordenó que se la mamara. La zorra de la ex de Alberto, esa mujer que en teoría era una pazguata, no tuvo reparos en embutirse el miembro del doctorcito hasta el fondo de su garganta mientras este le presionaba su cabeza con las manos.
Al verlo, supe que estaban a punto de terminar y no queriendo que descubrieran mi presencia en el balcón, volví a mi habitación totalmente deshecho.
«Mierda», pensé, «¡he perdido a Paulina!».
Ya en mi cuarto, mi desesperación me llevó a realizar un acto del que todavía hoy me arrepiento porque cabreado hasta la médula, agarré mi móvil y mandé al otro cornudo la evidencia de su cornamenta.
«¡Qué sepa lo puta que es su mujer!», exclamé mientras apretaba el botón culminando mi venganza.
Sin saber qué hacer, me serví otra copa al tiempo que intentaba sacarme de la mente a Paulina porque, lo quisiera o no reconocer, esa mujer me tenía subyugado. Su belleza, su cuerpo y sobre todo su habilidad entre las sábanas habían conseguido conquistarme. Al darme cuenta que estaba enamorado de ella, me eché a llorar como un crio.
Durante una hora, alterné el whisky con las lágrimas hasta que alguien tocó la puerta. Medio borracho me levanté y fui a ver quién llamaba.
―Paulina, ¿qué haces aquí?― Pregunté al verla con una sonrisa de pie en el pasillo.
Muerta de risa, saltó en mis brazos mientras respondía:
―Venir a que me expliques porqué me has dejado tan sola.
Su alegría diluyó mi cabreo y mientras cerraba la puerta, supe que no podía vivir sin sus besos aunque eso supusiera el tener que llevar con la mayor entereza posible los cuernos.
«¡Seré un cornudo pero la tendré a ella!».
Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadla un email a:
Para comentarios, también tenéis mi email:
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Relato erótico: “Diario de George Geldof -11” (POR AMORBOSO)
Diario de George Geldof – 11
Las caravanas pasaron, llegó el invierno y las visitas empezaron a escasear. La nieve hizo su aparición, aunque no caía en gran cantidad. Todos los días había que repartir heno a los animales, a los que el valle protegía y el riachuelo mantenía unas temperaturas muy frías pero nada extremas.
Yo, buscando entablar amistad, tomé una de las reses y fui al campamento indio más cercano a nosotros, a ofrecerles la res. Me costó convencerles de mi buena voluntad y se extrañaron de que hablase su lengua y tuve problemas cuando ellos no sabían cómo corresponder a mi regalo con algo de igual o mayor valor. Quería darme a su hija por esposa, cosa en la que yo no tenía gran interés, a pesar de ser una muchacha joven y agraciada. Lo solucioné diciéndole que esto era algo que quería hacer con ellos cada invierno, como señal de amistad y que no podía darme una hija cada vez como esposa. Le propuse que, cuando le sobrasen pieles, me diesen el equivalente que estimasen justo en pago por el animal. El jefe lo entendió, me lo agradeció y me dijo que los inviernos eran duros por la escasez de alimento, y que muchos niños morían por esa causa. Con esa res, pasarían el invierno sin problemas. Sellamos un pacto no escrito de amistad y volví a casa. Cada primavera y a lo largo del verano, nos visitaban los indios, que dejaban algunas pieles en pago de la res y yo les agradecía con algo de legumbre y carne seca.
Esas pieles las vendía yo en primavera y otoño, cuando aún los días, y sobre todo las noches, eran frías, a los viajeros de las caravanas para protegerse del frío de la montaña e incluso en las minas. También resultó un buen negocio, porque sacaba más de las pieles que lo que costaba lo que daba a los indios, así que todos contentos.
Pasábamos muchas horas encerrados en la casa, siguiendo con las enseñanzas de lectura y escritura y follándola por todos los agujeros. Cada vez aprendía más técnicas para darme placer.
El invierno pasó y con la primavera volvieron las caravanas y con ellas me llegó un gran paquete de cartas. Eran de Inglaterra, y venían reenviadas desde la plantación de Tom, ahora de sus hijos.
Mi hermano me contaba mes a mes la evolución de mi hijo. En sus estudios, en las armas, en las relaciones sociales. Le estaban dando la misma educación que a sus hijos y la misma que me dieron a mí. Me contaba lo hermosa que estaba Brigitte y cómo se encargaba él de que todas estuviesen satisfechas.
En algunas de ellas, mi hijo añadía unas líneas, donde contaba lo que había hecho y siempre terminaba con la frase: “tengo muchas ganas de conocerte, papá” que dejaba mis ojos llenos de lágrimas.
Los guías de las caravanas empezaron a ser conocidos, tras sus idas y venidas. Algunos, cuando no tenían con quién relajarse en la caravana, empezaron a comentar lo guapa que era mi mujer, sacándolos de su error y diciéndoles que era mi esclava voluntaria. Algo que a ellos les extraño mucho al principio.
Les ofrecía sus servicios por un módico precio, pudiendo pasar la noche con ella. Lo aceptaban todos, lo que beneficiaba más mis bolsillos, solamente les ponía un límite: No correrse en su coño. Solamente podían usar su culo y boca. El coño lo reservaba para uso exclusivo mío, pues de vez en cuando me apetecía llenarlo con mi leche.
La primera vez que la alquilé, se echó a llorar diciendo el clásico:
-No, amo, por favor.
Que dos bofetadas calmaron y amansaron.
Al día siguiente ya no hubo quejas. Le pregunté si había disfrutado y me dijo que mucho, por lo que no le di más importancia.
Siendo cada vez más conocido, no dejaban de pasar tanto caravanas como jinetes solos, convirtiendo aquello en zona de paso obligada hacia el oeste. Hubo un par de veces que las visitas resultaron peligrosas.
La primera fueron tres hombres que llegaron al anochecer y decidieron pasar la noche allí, por lo que alquilaron mis literas. Después de cenar, y todavía sentado a la mesa, se abrió la puerta y entraron los tres con las armas empuñadas.
-Vaya, vaya. –Dijo uno de ellos.- ¿Qué tenemos aquí?
-¿Qué queréis vosotros?
-Estamos muy solos allá en el barracón –dijo el que llevaba la voz cantante- y tú aquí, tan bien acompañado. Hemos pensado en haceros una visita y disfrutar de la amabilidad de tu mujer.
Cuando me percaté de la situación, les dije:
-Dejad que mi mujer acueste primero a la niña.
-Rápido, si no queréis que la incluyamos también.
Melinda la cogió y llevó a su habitación seguida por uno de ellos que se mantuvo vigilante en la puerta.
Cuando salió, el que parecía el jefe, la tomó del pelo y la llevó a la habitación de al lado.
-¡Vaya, si está casi lista! No lleva nada debajo del vestido.
Otro de ellos se asomó a la habitación y el que me vigilaba volvió un momento la vista, lo que aproveché para ocultar el cuchillo que había utilizado en la cena y que era un cuchillo para todo.
La oí llorar y cómo la golpeaba. Al rato salió riendo y subiéndose los pantalones, mientras le decía a su compañero entre risas.
-Tu turno. Aprovecha que te la he dejado amansada y engrasada. Ja, ja, ja, ja, ja, ja.
Durante un momento vi una situación en la que el que me vigilaba estaba mirando a la puerta de la habitación, el jefe, de espaldas a mí, terminaba de ajustarse el cinturón con el revolver y el otro se bajaba los pantalones.
No lo dudé, lancé el cuchillo al cuello del que me vigilaba. Ni lo miré. Sabía que con la práctica, que no había dejado de realizar, estaba muerto.
El breve gorgojeo que emitió hizo volver la cabeza del jefe hacia él, al tiempo que por el otro lado, yo le saltaba encima cogiéndole por el cuello con una mano y con la otra ya en su revolver, que extraje en un movimiento rápido y con el que realicé un disparo a la cabeza del tercero. Seguidamente le puse el arma en el cuello, y lo fui arrastrando hasta donde guardaba las tiras de cuero que utilizaba para azotar o atar a Melinda. Tras tomarlas con la otra mano, lo saqué fuera hasta el lugar donde atábamos a los caballos, haciéndole agacharse y apoyar el cuello y las manos en él. Melinda salió casi arrastrándose, y vino hasta mí. Le pasé el revolver con orden de disparar si se movía. Sabía que no tendría valor, pero eso no lo sabía el.
Até el cuello a la barra y las muñecas a ambos lados, le quité las armas y el cinturón de su pantalón, con el que até sus pies juntos.
Entonces, tomé el revolver de Melinda, lo guardé y pude fijarme en su labio partido, sus inicios de moratones en la cara y ojo, y su andar extraño. La cogí en mis brazos y la llevé a la cama. Mientras, respondía a mi pregunta de qué había pasado.
-Cuando hemos entrado en la habitación, me ha desnudado y tirado sobre la cama, me ha dado varios golpes en la cara. Se ha desnudado y me ha hecho chupársela, pero el alcohol que lleva en el cuerpo o lo que sea, le impide la erección. Ha sido como cuando estaba con mi marido. Al no poder, me ha dado puñetazos en la cara. Cuando he caído en la cama ha abierto mis piernas y, mientras me insultaba y me decía puta muchas veces, ha metido su mano en mi coño, hasta que ha entrado entera y me ha podido dar un puñetazo dentro. Me ha hecho un daño horrible. –Decía hecha un mar de lágrimas.
La acaricié y curé sus heridas, dejándola descansar.
-Durante unos días no te moverás de esta cama.
-Pero amo quien os atenderá…
-Cállate y descansa.
Saqué a los muertos de allí y los dejé alejados de la casa. Volví de nuevo a limpiar todo lo que puede. Entré en la habitación de la niña para calmarla, y estuve con ella hasta que lo conseguí. Preguntaba por su mamá y tuve que convencerla de que estaba durmiendo, la acerqué a la habitación despacio y la pudo ver adormilada. Con eso se convenció y se quedó dormida cuando la acosté.
Volví a salir a comprobar las ataduras del prisionero, reforzándolas por si acaso, mientras él me insultaba y amenazaba. No me molesté en contestarle. Tras comprobar que madre e hija dormían, me quedé velando y dormitando junto a su cama, por si acaso.
Al día siguiente, tras nueva comprobación de que el prisionero no se había movido, fui yo quien preparó los desayunos, tras lo cual, revisé todas las armas de que disponía, incluidas las de ellos y las fui ocultando en todos los sitios y rincones que se me ocurrió. Uno de ellos, un revolver sujeto bajo la mesa en el lugar donde me situaba siempre.
Cuando se levantó la niña, puse el desayuno para los dos, y preguntó:
-¿Y mi mamá? ¿Dónde está mi mamá? ¿La han matado? ¿Le dispararon anoche?
-Cálmate, tu mamá está bien. Los señores de anoche eran malos y tuve que dispararles. Los detuve y uno está prisionero ahí fuera. Tu mamá hoy se ha despertado con muchas molestias y le he dicho que se quede en la cama. Luego le llevarás tú el desayuno.
-Anoche oí los disparos y me asusté mucho. No me atrevía a moverme. Luego os oí a mamá y a ti y supe que estabais bien, pero seguía con miedo por los hombre malos. Cuando viniste tú, y me llevaste a ver a mamá me tranquilicé. Luego me dormí
La acaricié y le dije:
-No tengas miedo, mientras estéis conmigo no os pasará nada.
-Amo. –Oí que decía la madre.
-Tenía preparada una bandeja con su desayuno, la tomé y le dije a la niña:
-Vamos a dar los buenos días a tu madre y a llevarle el desayuno.
Se levantó y nos dirigimos a la puerta de la habitación. Al llegar a ella, pasé la bandeja a la niña y la abrí. Cuando ella vio a su hija con el desayuno, se le arrasaron los ojos, pero le sonrió.
-Buenos días, mamá. Me ha dicho George que tienes muchas molestias hoy y que tendrás que guardar cama varios días. ¿Estás mejor?
-Si hija. Muchas gracias. Ahora eres tú la mujer de la casa. Tendrás que cuidar de George y de mí. –Dijo con voz apagada.
-Si mamá. Te traigo el desayuno…
Yo comprobé su frente y vi que tenía fiebre.
Las dejé a ambas con sus conversaciones y salí a ver al prisionero. Ya no insultaba, se había orinado en sus propios pantalones, que al no tener cinturón se habían bajado hasta sus pies. Se le veía agotado de no dormir o dormir mal, pues si intentaba sentarse en el suelo, quedaba colgando del cuello y si estaba de pie (doblado) resultaba agotador para sus piernas. Me miró suplicante y me dijo:
-Por favor, perdóname. Estaba borracho y no sabía lo que hacía. Suéltame y me iré para no volver más. Te juro que no tenía intención de haceros daño.
-Ya lo sé. Y pronto te soltaré, pero antes quiero convencerte para que pienses en esto cuando vayas a beber un trago de whisky
-Lo haré. Esta noche he tenido mucho tiempo para pensar.
Sin decir nada más, me fui a los establos y me fui al campamento indio en busca de ayuda a su “hombre medicina” o curandero, ya que no podía ir al pueblo más cercano que se encontraba a dos días de viaje, estando ellos a unas horas. Cuando expliqué lo que sucedía, el propio jefe y cinco guerreros nos acompañaron al curandero y a mí hasta mi casa.
El curandero estuvo con Melinda atendiéndola, dándole sus pócimas y realizando sus danzas rituales. Mientras, el jefe, sus guerreros y yo nos hicimos cargo del prisionero. El jefe, dio órdenes a sus hombres, que clavaron cuatro estacas en el suelo, lo desnudaron y ataron a ellas, dejándolo al sol, mientras nosotros comíamos algo de carne seca, servida por una atemorizada Pauline, y hablábamos. Cuando el chamán terminó, me dejó unas hierbas y las instrucciones de cómo usarlas y se fueron.
Pasé a ver a Melinda, encontrándola bastante mejor. La fiebre estaba bajando y se encontraba más animada. Viendo que no necesitaba nada de mí, por el momento, salí a atender al prisionero.
Tenía el cuerpo plagado de llagas y quemaduras del sol. Lo solté y medio arrastras lo volví a atar a la barra de los caballos por el cuello y manos. Fui al almacén donde guardaba aperos y tomé una azada de mango grueso y un tonel más bien pequeño.
Coloqué el tonel bajo su cuerpo y dejé la azada. Tomé sus piernas y procedí a atarlas abrazando el tonel.
Entonces se asomó la niña y le ordené que no saliese a no ser que yo la llamara y que se quedase junto a su madre. Luego proseguí con lo mío.
El delincuente, con el culo en pompa, suplicaba y preguntaba qué le iba a hacer.
Sin responder, tomé la azada y me puse a meter el mango por su culo. Yo hacía fuerza, pero no había forma de meterlo. El gritaba y chillaba como una puta. Entré en la casa, tomé un trapo que Melinda utilizaba para fregar los suelos y un poco de manteca, le puse el trapo bien metido en la boca para no oírlo y le unté el culo bien de manteca, volviendo a probar la entrada del mango.
Sus gritos, apagados por el trapo, resultaban música a mis oídos.
-¿Estás pidiendo más? No te preocupes que te voy a complacer. Te meteré todo el mango y verás que bien lo pasas. Más que mi mujer con tu mano, pero eso será porque tu mano es más gruesa que esto.
Por fin, entró un trozo, empezando a caer un hilo de sangre desde su ano al suelo.
-¿Ves? Ya ha entrado. ¿Disfrutas? ¿Te parece poco? Te lo voy a meter un poco más…
Sus gritos resultaban fuertes, incluso apagados por el trapo.
-Ya que te gustan las cosas grandes, te voy a follar el culo con esto. Disfrútalo.
Empecé a empujar para meterlo más y sacarlo, follándole el culo con él, las astillas del basto mango arañaban su interior y la entrada lo deshacía por dentro. Pasé toda la mañana con él, hasta que murió. Luego, lo desaté, lo llevé junto a los otros, cavé un agujero y los enterré juntos.
Al revisar sus pertenencias, descubrí gran cantidad de dinero y oro. Con la siguiente caravana que pasó por allí, hice llamar al sheriff del pueblo más cercano, al que conté lo sucedido cuando llegó varios días después, pero diciendo que había matado a los tres de sendos disparos, y que me confirmó que era procedente de un robo al banco local y del asesinato de varios mineros que habían tenido algo de suerte.
Se llevó el dinero y el oro y me quedé con el agradecimiento, las armas y los caballos. Ya no la volví a alquilar a nadie desde ese día.
Pero ese mismo día, a última hora de la tarde, una india a caballo llegó a mi casa. Me dijo que la enviaba el jefe para atenderme a mí y a mi esposa hasta que se repusiera. Su nombre era algo largo y me resultó incomprensible.
-Me resulta difícil pronunciar tu nombre. Te llamaré Wiki, que es lo único que he entendido. -Le dije, y lo aceptó sin más.
No conocía el funcionamiento de las cocinas de los blancos, por lo que entre ella, Pauline y yo preparamos la cena para todos.
A la hora de irnos a la cama, se me planteó el problema de donde iba a dormir ella. Le dije de dormir en el barracón, pero me dijo que el jefe la había enviado para atenderme en todo y que debía dormir conmigo.
-¿No tienes marido?
-No, murió hace diez lunas.
-¿Y no hay otro guerrero que te acepte?
-Tengo que llevar luto. Dentro de dos lunas podrán acercarse a mí.
-¿Y por qué te ha enviado el jefe?
-Toda la tribu te está agradecida. Los ancianos decidieron levantarme el luto temporalmente para atenderte a ti por ser la más joven sin marido.
Era una mujer bastante joven. Entre dieciocho y veinte años, delgada y no muy alta. Se encargó de acostar a la niña, que ya no hesitaba mucha ayuda, yo me fui a mi habitación, me desnudé y metí en la cama. Al momento llegó ella y se quitó las ropas que llevaba, quedando totalmente desnuda.
A la luz de la lámpara puede ver un par de tetas bien puestas, tamaño mediano, un cuerpo muy bien formado, con piernas proporcionadas y un coño peludo. Cruzó las manos sobre su cuerpo y bajó la mirada, avergonzada.
Abrí la ropa de la cama y se metió junto a mí rápidamente. Puse mi mano sobre su estómago y la fui subiendo poco a poco, acariciando su cuerpo. Cuando llegué a sus pechos, tenía los pezones erectos y duros. Se giró hacia mí, clavándolos en mi pecho. Yo besé su cuello y busqué su boca, mientras mi mano recorría su espalda hasta su culo y la aprisionaba contra mi polla, dura como una piedra ya, situada ante su coño.
Entonces hizo algo que me dejó confuso. Se separó de mí y se puso a cuatro patas.
-¿Qué haces?
-Me preparo para que me penetres.
-¿No quieres que nos acariciemos un poco, antes de hacerlo?
Ahora fue ella la que quedó confusa.
-¿Para qué?
-Para disfrutar más, para que estés más excitada. –No supe darle más razones, porque no dominaba totalmente su idioma y no sabía cómo decirle algunas cosas.
-Yo ya estoy preparada.
-Acuéstate de nuevo a mi lado.
Recorrí su cuerpo con mi mano, nuevamente desde su estómago hasta llegar a su coño, que efectivamente, estaba húmedo, aunque no lo bastante para mi gusto.
Puse mi boca sobre uno de sus pezones, chupando y lamiendo, mientras mis dedos frotaban suavemente el otro. Acaricié sus pechos, besé su cuello y sus labios, bajé hasta pasar mi mano por encima de su coño y presionarlo ligeramente.
-Mmmmm. –Empezó a gemir.
Sus piernas, antes semicerradas y relajadas, se abrieron buscando la caricia más profunda. Recorrí su raja con un dedo, dando una vuelta alrededor de su clítoris y bajando hasta meterlo dentro.
-Aaaaaahhhhhh
Estaba ya empapada. Me coloqué sobre ella y puse mi polla en su entrada, haciéndola resbalar para que fuese mojándose, antes de meterla.
-Mmmmm. –Repitió, al tiempo que se retorcía ligeramente y avanzaba su pubis para sentir mejor el roce.
Entonces empecé a meterla despacio, con suaves entradas y salidas. Ella aspiraba y contenía y soltaba el aire a mi ritmo.
-Oooopppsss… Fsssssss… Oooopppsss… Fsssssss…
Entraba con suavidad y pronto estuvo toda dentro.
-¿Qué me has metido? –Dijo.
-La polla
-Debe ser enorme. Por lo menos como la de un caballo. Me siento totalmente invadida. Con mi esposo no era así.
Entonces empecé a sacarla hasta la punta y meterla hasta el fondo, procurando no rozar su clítoris, pero con un buen roce interior.
Gemía y gemía sin parar, mientras me decía:
-Mmmmmm. Déjame ponerme bien, necesito sentir los golpes de tu bolsa en mí. Aaaah.
-No lo vas a necesitar.
Aceleré mis movimientos y, después de un par de fuertes gemidos, se agarró fuertemente a mi cuello y me aprisionó con sus piernas, mientras se corría en un largo y potente orgasmo.
Cuando se recuperó, sin haberla sacado yo, me dijo.
-¿Cómo puede ser que me haya corrido sin sentir los golpes de tu bolsa?
-¿Qué golpes y a qué bolsa te refieres?
-A la que te cuelga ahí. –Dijo señalando mis cojones.
-Con mi esposo, cuando estaba en posición, me daba mucho placer cuando me penetraba, pero más cuando su bolsa chocaba conmigo. Pero nunca había sido tan fuerte y largo como hoy. Ha sido muy fuerte, y sin embargo, todavía quiero más. Nunca me había pasado.
-Entonces, prepárate.
Desde mi posición, volví a acariciarla y besarla, bajé de nuevo a sus pechos, mientras ella volvía a gemir.
Bajé hasta su coño, totalmente abierto por su excitación y mi penetración. Lamí y chupé su clítoris, al tiempo que le metía dos dedos en el coño, mientras ella presionaba sobre mi cabeza.
Nuevamente alcanzó un orgasmo acompañado de gemidos y gritos de placer. Sin darle tiempo a más, se la clavé hasta el fondo y volví a un nuevo mete saca rápido, desplazándome unas veces hacia abajo para rozar bien su interior y otras hacia arriba para frotar su clítoris.
Cuando nuevamente alcanzó su orgasmo, me dejé llevar, llenándola de nuevo, pero ahora con mi leche.
Me puse a su lado, se abrazó a mí y se quedó dormida.
Por la mañana me desperté al moverse ella intentando levantarse. Tenía una fuerte erección, y le dije que me la chupase. Ella dijo algo así como “eso no bueno”
-¿Quieres que le diga al jefe y a los ancianos que no me has complacido?
No dijo nada más, se acercó y se la metió en la boca, quedándose quieta.
-¡Muévete de una vez!
-No se qué hacer. Nuestros hombres no nos piden esto.
Era lista y necesitó pocas explicaciones para chupar, lamer, tragarla hasta la garganta y al final, tragarse toda mi corrida.
Después de esto, nos levantamos y preparamos el desayuno. Más tarde, acompañé a Pauline a llevárselo a su madre, junto a lo que tenía que tomar, mandado por el chamán.
-Se que esta bien atendido, amo. Les oí anoche y les he oído esta mañana. Espero que no sea mejor que yo y me abandone por ella.
Me acerqué a besar sus labios afiebrados y decirle:
-Te dije que estarías conmigo hasta que tú quisieras, pero ahora sería muy difícil para mí dejarte marchar. Cuando te repongas ella se irá y continuaremos nosotros.
-Gracias, amo. -Dijo llorosa.
No la dejamos levantarse en una semana, hasta que estuvo totalmente repuesta.
Durante el día, la muchacha se sentía totalmente perdida, al no conocer el funcionamiento de la casa, por lo que era la niña la que le iba indicando qué hacer y cómo hacerlo.
La niña le ayudó a servir la comida y ella se arrodilló a mi lado, al estilo indio, mientras comía yo.
Por la noche, ya en la cama, la hice ponerse a cuatro patas y ensalivé bien su coño con mi lengua, aunque no era muy necesario, pues estaba muy húmeda ya. Con un poco de insistencia, alcanzó su primer orgasmo. Luego me confesó que llevaba todo el día así.
Seguía muy excitada. Le clavé la polla hasta el fondo y me incliné sobre ella para acariciar su clítoris hasta que se corrió nuevamente. No paré ni bajé el ritmo y aún alcanzó otro orgasmo más antes de que me corriera dentro.
Durante la semana que Melinda estuvo convaleciente, no dejamos de follar ni una sola vez. Resultó muy caliente y excitable.
El día que Melinda se levantó alegando que estaba perfectamente bien hacía días, que se cansaba de ser la mimada de la casa y que tenía el coño como un río de tanto oírnos y no participar, llevé a las dos a la habitación y las hice comerse el coño mutuamente hasta que se corrieron las dos, luego me las follé a ambas por el coño y terminé en el culo de Melinda.
Cuando Wiki vio que se la metía por el culo y que disfrutaba de un nuevo orgasmo, me dijo que quería que se la metiese a ella también. Tuve que explicarle que antes tenía que dilatarla para que me recibiera sin dolor y que ya era tarde para hacerlo. No se quedó muy conforme, pero aceptó.
Al día siguiente no quería marchar, pero la convencí diciéndole que su tribu la esperaba y que podría venir cuando quisiera. La acompañe hasta el poblado, llevándoles algunas provisiones en agradecimiento. Fue recibida con muestras de alegría por parte de las mujeres y la felicitación seria del consejo y del jefe.
Desde el día del ataque de esos malhechores dejé de confiar en la gente y me ponía armas en cuanto teníamos visita.
Mi contacto con los indios y mis negociaciones fueron de lo mejor que pude hacer, ya que unos meses después, Melinda me dijo:
-Amo tengo que confesarle una cosa.
-Dime. ¿Qué has hecho?
-Estoy embarazada, amo. Castígueme si lo desea.
-¿Por qué habría de castigarte?
-Porque nunca ha querido hijos y no he sabido evitarlo.
-Melinda, realmente estoy muy contento. –Le dije acercándome a ella y abrazándola.- Realmente me haces muy feliz. Hasta ahora he tenido dos hijos y no los conozco, espero que éste me acompañe el resto de mi vida.
-Gracias amo. –Dijo llorando.
Con la excusa del embarazo de Melinda, Wiki venía a menudo a ayudarla, reuniéndonos en mi cama los tres para disfrutar de nuestros cuerpos.
Cuando llegó el momento del parto, algunas mujeres indias y el chamán vinieron a atenderla en un parto largo, que terminó con el nacimiento de un niño al que puse por nombre Robert.
Tiempo después, como cosa de un par de años más tarde, tuvimos un segundo incidente con cinco jinetes que observé que venían al galope. Llamé a Melinda y le dije que cuando llegasen, si preguntaban, les dijese que su marido había ido a por mercancías al pueblo, escondiéndome inmediatamente.
Cuando llegaron, se distribuyeron por los edificios, mientras tres entraban en la casa con las armas empuñadas, dos recorrían todo en busca de gente.
Sacaron a Melinda con Robert en sus brazos y a Pauline a la calle. Le hicieron dejarle a Pauline el niño, y mientras uno quedaba con la niña, los demás entraron en el almacén con la madre para llevarse las provisiones. Yo, escondido cerca del que quedó fuera, entre un montón de heno, lancé mi cuchillo sobre su garganta, saliendo a la carrera para retirarlo, coger a la niña y al niño, meterlos en casa y hacerme con otra arma.
Seguidamente, fui al almacén, comprobé, oculto a las miradas, donde estaban ubicados. Observé que uno de ellos tomaba entre sus brazos un fardo de las mejores pieles y se dirigía hacia la salida, donde yo me encontraba. Le esperé y cuando salió tapé su boca con una mano mientras con la otra le abría la garganta. Solamente se oyó el suave ruido de la caída del fardo de pieles al suelo.
Cuando volví a asomarme, uno de ellos tenía el arma en la mano y los otros dos estaban cogiendo provisiones, con el arma en las fundas.
Entré como una tromba, disparando con las dos armas tres certeros disparos que terminaron con ellos en el suelo. El del arma en la mano, muerto, y los otros dos gravemente heridos.
A todos los saqué y puse al sol, alejados de la casa. Obvié los gemidos de los heridos y allí quedaron mientras atendía a los míos.
Un rato después, apareció una partida con el sheriff del pueblo al frente buscando a los cinco fugitivos, que también habían atracado el banco local. Volví a contarle la historia y le llevé donde los había dejado y donde estaban a punto de expirar los que quedaban vivos, a los que aún consiguió sacarles dónde se encontraba el resto de la banda.
Volví a quedarme con los caballos y las armas y el sheriff con lo robado al banco. El caso fue que el sheriff adquirió fama de que eliminaba a todos los que robaban en sus dominios, y ya ningún maleante se atrevió a aparecer por allí.
Cuando Pauline cumplió los 14 años, la envié a un colegio del este para señoritas donde obtuvo excelentes resultados, gracias a las largas sesiones de lectura y escritura de las noches, sobre todo las de invierno.
Un año después, Melinda me dio otro hijo. Esta vez una preciosa niña, a la que llamé Hanna, como una de las gemelas que conocí. Al igual que como el anterior, Wiki estuvo casi todo el tiempo con nosotros.
Las cosas no cambiaron a nuestro alrededor. Las caravanas iban y venían, la gente pasaba, los indios traían pieles y yo les entregaba terneros, Melinda disfrutaba todos los días de entre una y tres raciones de polla, cuando no tenía que compartirla con Wiki, de la que se había hecho muy amiga. La vida transcurría normalmente…
Seis años después, Pauline volvió convertida en una señorita que había terminado sus estudios de medicina y la recibimos con gran alegría, tanto por parte de su madre como mía.
Ese mismo día, a la hora de la cena, nos dio la sorpresa. Yo le pregunté:
-Y bien, hija. ¿Qué quieres hacer a partir de ahora? ¿Quieres establecerte de médico en el pueblo cercano o en algún otro? ¿Quieres volver a la ciudad y trabajar allí? Cuando eras pequeña, le hice la promesa a tu madre de que cuando fueses mayor podrías hacer lo que quisieras, yo pondría todo el dinero necesario. –No quise comentarle la otra opción.
-Quiero estar aquí como esclava tuya.
-Hija, pero… ¿Sabes lo que estás diciendo? –Dijo su madre.
-Si, madre. Desde que empezó mi despertar al sexo, me calentaba oír lo que hacíais, me tocaba varias veces al día. Mientras he estado en el colegio, lo he tenido presente todos los días y me he tocado mañana y noche. He guardado mi virginidad para el amo George, para que sea el primero.
-¿Y cómo aprendiste a tocarte?
-En una de las caravanas que se quedó a pasar el invierno, iba una muchacha mayor que yo con la que hice amistad. Empezó contándome que se juntaba a escondidas con otro muchacho que viajaba con ellos para hacer cosas.
-¿Y qué cosas hacían?
-Me contó que se tocaban. El le tocaba las tetas y el sexo, y me dijo que le daba mucho gusto. Ella tocaba su pene, que se ponía grande y duro. Luego movía la mano hasta que echaba un líquido blanco y grumoso.
-¿Y qué le hacia a ella para darle gusto?
-Le tocaba las tetas y metía mano bajo su falda, frotando su raja y el botón del placer, como lo llamaba ella. Ella me hacía lo mismo a mi y yo a ella. Así fue cómo aprendí a tocarme.
-Bien, te acepto como esclava. Dentro de tres días abriré todos tus agujeros. Melinda, prepárale el culo y enséñale a mamarla en condiciones. Mientras tanto, Pauline estará presente cada vez que follemos. Dormirás en el suelo, a mi lado.
Esa misma noche, cuando nos fuimos a la cama y se desnudó, vi que llevaba el tapón que utilicé con su madre para dilatarle el ano.
Las hice poner juntas, a cuatro patas sobre la cama y procedí a darles un correazo a cada una en el culo, hasta un total de cinco en cada lado.
Luego me coloqué detrás de Melinda y le metí la polla por el coño follándola inmediatamente, mientras con una mano la pasaba por la raja de Pauline, sintiendo cómo se abría para que pudiese meter mi dedo, cosa que no hice. Solamente acaricié por encima.
Estuve follándome a la madre hasta que le saqué dos orgasmos, dejando a la hija con las ganas.
-No se te ocurra tocarte. El próximo orgasmo lo tendrás conmigo. –Le dije
-Si amo. –Contestó.
Esa noche dormimos todos juntos en mi cama, y a la mañana siguiente me despertó su suave boca en mi polla, ayudada por su madre y siguiendo sus indicaciones.
La metía hasta más allá de su garganta, para sacarla despacio, venciendo sus náuseas y arcadas. Presionaba fuertemente con sus labios al moverse y azotaba con su lengua mi glande y su borde al sacarla. Me tuvo un largísimo tiempo al borde del orgasmo, hasta que no pude aguantar más y con mis manos empujé su cabeza, clavando mi polla en su boca y con dos movimientos arriba y abajo, me corrí directamente en su garganta.
-Has tenido un buen principio. Esta noche tendrás tu deseada iniciación.
-Gracias amo.
Esa noche quise que fuese especial para ella. Tomé un aceite que tenía en el almacén que me lo enviaron para venderlo a las mujeres, no se para qué y embadurné su cuerpo con él, ayudado por su madre. No dejamos ni un solo rincón de su cuerpo por untar ni frotar.
Sus tetas y pezones fueron objeto de gran interés, las tetas amasadas y untadas y los pezones frotados, presionados y hasta chupados. Su cuerpo recorrido entonos los sentidos y acariciado por todos lugares. Su coño también fue untado, primero por las ingles y hasta el borde de los labios reiteradamente. Luego el interior de su coño, frotando su clítoris y metiendo los dedos en su interior para aceitarlo bien.
Mientras los dedos entraban en su coño, otros acariciaban su ano y penetraban en él, untando tanto por fuera como por dentro. En ese punto sintió su primer orgasmo de la noche.
-Mmmmm. Me corrooooo. Amo, no puedo contenerme, Me corroooo.
Cuando se calmó, volvimos a estimularla madre y yo, volviendo su excitación rápidamente.
La hice ponerse a cuatro patas, se las abrí al máximo poniéndome tras ella y froté mi polla sobre su coño, recorriéndolo y humedeciéndola con su flujo y los aceites.
-Amo, por favor, estoy deseando que me penetres. Hazlo de una vez. Por favor, amo.
Le hice caso y se la metí despacio hasta encontrar resistencia, inclinándome sobre ella, mientras con una mano acariciaba su clítoris.
-Aaaaahhhh. Amo, sigue, no pares. Métela más.
Se la clavé hasta el fondo de golpe, dejando un tiempo para que se acostumbrara. Ella emitió un largo gemido.
-Mmmmmmmmmm. Siiiii.
Empecé mi movimiento, entrando y saliendo con gran suavidad, debido al aceite y su propia lubricación, mientras mi mano no dejaba de acariciarla.
-Oooohhhhh. Amo, siento que me viene otra vez. Siiii, siiii. Me vieneeee, siiiii.
Yo seguí sin parar, encadenándole otro nuevo a los pocos minutos.
Quedó derrengada, cayendo larga y sin poder sostenerse. Hice que su madre se colocase cruzada debajo, a modo de almohada, y mientras acariciaba el coño de la madre, le metía la polla en el culo a la hija. La madre, aprovechaba sus manos para meter dos dedos en su coño y, pasando el brazo bajo su cuerpo, acariciar su clítoris con la otra.
Se la metía profundamente y notaba su interior presionándome, además de los dedos de Melinda que me rozaban por dentro. Cuando ella se corrió con un fortísimo orgasmo, yo le llené el culo con mi leche. Ella quedó como ida, y ya no se recuperó. De ese estado pasó directamente al sueño.
Yo hice que Melinda me la pusiese en forma de nuevo con la boca y la estuve follando hasta que me corrí. De ella no conté las veces.
A partir de ese día, follábamos directamente, con una o con otra, pero todos salíamos satisfechos. Solamente cambiaba cuando venía Wiki, que procurábamos darle placer a ella sobre todo.
Por cierto, Wiki se unió a otro guerrero, que al poco tiempo fue coceado por un caballo y murió casi reventado. Eso hizo que cogiese mala fama entre el resto de los guerreros, no atreviéndose ninguno a juntarse a ella.
El tiempo fue pasando, los niños crecían sanos se hicieron mayores y los envíe a estudiar a colegios del este. Mi rancho se convirtió en lugar de paso obligado para los que cruzaban las montañas hacia el oeste. La compañía de diligencias me ofreció y negociamos un contrato para tener una parada de postas, donde ofrecer comida y descanso a los viajeros. Podían realizar servicios con parada a dormir en mi casa y continuar al día siguiente, lo que hacía ganar tiempo a los viajeros.
Creo que fue en el año en que debía de cumplir los 40 años, porque no he llevado nunca control de mi edad, Ni siquiera se en qué año estamos, cuando recibí una nueva sorpresa.
Un día de finales de primavera, en el que estaba recogiendo heno para guardar para el invierno, vi acercarse una solitaria carreta.
Me preparé para recibirla con mis armas y medio oculto a la vista, cuando, al llegar a mí, vi que se trataba de Bryan, el pastor del barco y Betty, su mujer. Salí a recibirlos con alegría y nos fundimos en un fuerte abrazo los tres. Les enseñé los almacenes, el barracón-hotel, el ganado, los llevé a casa y les presenté a Melinda, Pauline y mis hijos.
Como ya era hora de comer, los invité y nos sentamos a la mesa.
-Tu esposa cocina muy bien. ¿Ella y tu hija no comen con nosotros? –Me dijo Bryan.
-No, ellas comerán después y no estamos casados.
-¡Vivís en pecado!. Eso no puede ser. Yo mismo os casaré hoy mismo.
-No Bryan. Desde muy joven he vivido en pecado y jamás he sentido la necesidad de salir de esa situación. Olvídate del tema.
-Pero vivís como marido y mujer, incluso tenéis una hija.
-No, no somos marido y mujer, son mis esclavas. Madre e hija.
-¿Cómo dices? La esclavitud se abolió hace años.
-No hace falta que me lo cuentes. Estuve luchando en la guerra.
-Entonces, te ordeno que la liberes inmediatamente.
-Verás Bryan. Por la amistad que nos une después de las aventuras del barco, no te echo de mi casa. Ella está aquí por propia voluntad. Si quisiera irse, podría hacerlo y no la retendría. Te propongo un acuerdo: Yo no me meto con tus ideas ni tus creencias y tu no te metes con las mías ni mis costumbres. Si te parece bien, disfruta de tu estancia en mi casa, incluso de mis esclavas, si lo deseas –puso cara de escandalizado- Si no te parece bien, puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas a tocar estos temas.
Después de pensarlo, dijo:
-Por nada del mundo quiero perder tu amistad. –Cambió de tema preguntando- ¿Y qué ha sido de ti en estos años?
Yo le conté mi historia, incluso las partes más escabrosas, divertido al ver su cara escandalizada, hasta su llegada. Les pregunté por la suya y me contó que habían estado en un pueblo durante todos estos años, que no les había afectado la guerra porque estaba lejos del frente y que ahora que había conseguido nuevas vocaciones que podían seguir su ministerio, había sentido la llamada del Señor para ir a nuevas tierras, y se dirigían a las cuencas mineras.
-No es lugar para mujeres decentes. -le dije pero no comenté nada más.
Tras nuestra conversación, preguntó donde estaban las tumbas de los delincuentes y decidió que iba a rezar por sus almas, acompañado de Pauline con lo que quedamos Melinda, Betty y yo.
-Melinda, puedes comer.
-Si, amo.
-¿Eres feliz? –Me preguntó Betty.
-La felicidad es relativa. Disfruto de cada momento que tengo, y no me preocupo si podría ser mejor o peor.
-Debí haberme ido contigo. –Dijo Betty.-Ahora estaríamos juntos habiendo disfrutado todos estos años, y perdona por mi sinceridad. –Le dijo a Melinda.
-Eso no lo sabemos. Podían haber pasado muchas cosas. Puede también que esta vida no te guste, porque, por ejemplo, Melinda es mi esclava y lo que opine no tiene nada que ver. Solo debe importarle mi opinión y mis deseos.
-¿Qué no me guste? Estoy caliente y mojada desde la mitad de tu relato. Me encantaría sentirte dentro de mí ahora mismo. –Dijo de una tirada, sonrojándose hasta la médula.
-¿Es muy largo tu marido en sus oraciones?
-Mucho.
-Quítate las bragas y ven.
Miró a Melinda, que no levantaba los ojos del plato, y al ver que no decía nada, se las quitó con rapidez, mientras me sacaba la polla.
Le dije
-Siéntate sobre mi y clávate la polla.
Levantó sus faldas, se puso de espaldas a mí y se la metió entera de una vez.
-Dios mío. Ya no recordaba lo bueno que era esto.
Ella se movió a su gusto, disfrutando de mi polla hasta que se corrió. Siguió empalada un rato y volvió de nuevo a la carga con más bríos, hasta alcanzar un segundo orgasmo. Entonces se salió, llorando y dándome las gracias.
Yo hice una seña a Melinda, que se apresuró a arrodillarse ante mí y ponerse a chuparla, hasta que le dije:
-Por el culo.
Sin dudarlo, me dio la espalda, se la metió y empezó a moverse con maestría. Betty nos miraba con cara de sorpresa, incluso se acercó para comprobar que la estaba enculando. Cuando se corrió, sus contracciones me llevaron a mi orgasmo, descargando todo en su interior. Luego se salió, me limpió la polla y volvió a sus tareas..
-Me estoy perdiendo mucho. –Fue lo que dijo Betty.
En ese momento entró Bryan con Pauline y se sentó con nosotros, mientras la madre terminaba su comida y la hija empezaba con ello. Me habló de unas reparaciones que tenía que hacer en la carreta para poder cruzar las montañas con seguridad. Estuvimos mirando y realizando algunas de ellas. Se hizo tarde y nos llamaron a cenar. Durante la cena le comenté que tendría que quedarse el día siguiente también.
-No hay problema. Ya estamos acostumbrados a dormir a la intemperie.
-De eso ni hablar. Os quedáis en la habitación de Melinda.
-¿Y ella? ¿Dormirá con nosotros?
-No, ella vendrá conmigo.
-No, no y no. No puedo consentir que por mi culpa viváis en pecado. Dormiremos fuera.
-Por lo menos, deja que Betty duerma con Melinda. Como mínimo se merece un par de noches cómodas.
A eso si que pude convencerle. Luego le pregunté que también podrían quedarse en la habitación para matrimonios del barracón a lo que respondió que no tenían mucho dinero, y que tenían que ahorrar.
Le dije que no les iba a cobrar nada, que fuesen con tranquilidad. Betty decía que se quedaría con Melinda para poder hablar de cosas de mujeres.
Al final, después de mucho hablar, decidieron que el dormiría en una de las literas del barracón y las mujeres a la habitación.
En cuanto se fue, mandé recoger todo y cité a las tres en mi habitación. Entraron desnudas. Melinda y Pauline porque era su obligación y Betty porque lo hacían las otras.
Hice que se acostasen a mi lado, con Betty junto a mí, empecé a besarla y acariciar su pecho, mientras Melinda hacía lo mismo con el otro. Pauline bajó hasta su coño y se arrodilló entre sus piernas para comérselo.
-No le metas la lengua. Solamente recorre los labios con la punta. –Le dije.
Mi boca cambió a su pecho y mi mano fue a su coño, acariciando su vello. Melinda también chupó su pezón y acarició el pecho.
-Ensaliva bien tu dedo y méteselo por el culo sin dejar de excitarla y tú, Betty, flexiona las piernas.
Pasé mi mano al coño de Melinda, acariciando su superficie.
Observé su respiración acelerada y le dije a Melinda que se diese la vuelta y que se comiesen el coño mutuamente, con Betty arriba.
-Tienes mi permiso para correrte las veces que sea. Siempre que le des el máximo placer a Betty.
Al momento de ponerse, vio cómo tenía el coño y me avisó:
-Amo, está ya preparada y abierta.
Sin más dilación, me puse a follarla mientras Melinda le lamía el coño y chupaba el clítoris.
Betty gemía y gritaba de placer. Tuve que decirle que se concentrase en comerle el coño a Melinda para que no se oyesen sus gritos.
A Pauline, la hice poner de pie sobre ellas, con una pierna a cada lado, para poder comerme su coño mientras follaba a Betty.
Tanta actividad me estaba llevando al clímax y tuve que decirles que cambiasen de posición para metérsela por el culo a Melinda y poder correrme a gusto.
-Aaahhhh. Voy a correrme. Melinda, quiero correrme en tu culo.
Se la clavé directamente, sin problemas, gracias a lo mojada que la tenía del flujo de Betty.
Después de correrme, Melinda se giró volver a ponérmela dura con su boca, a lo que contribuyó también Betty desde abajo. A indicación mía, volvieron a colocarse como antes y se la clavé a Betty en el coño, volviendo a darle sin parar.
No sé la cantidad de orgasmos que tuvo. De repente, cayó sobre Melinda con los ojos cerrados, agotada. La aparté a un lado y seguí follando a Melinda hasta que ella se corrió. Yo hice que Pauline se acostase y continué con ella hasta que también obtuvo su orgasmo y yo la seguí con poca diferencia
El día nos sorprendió a los cuatro abrazados. A mí en el centro y ellas a los lados, pegadas a mí.
Las desperté a las tres. Melinda y Pauline me pidieron perdón por haberse quedado dormidas en mi cama sin mi permiso y se fueron a su habitación. Betty se despertó y me dijo que se iba rápidamente a vestir, pero una fuerte molestia en su coño la paralizó.
Lo tenía todo rojo, por fuera y fuertemente irritado por dentro.
La llevé a la otra habitación en brazos, le pusimos un discreto camisón y la dejamos en la cama. Mientras Melinda refrescaba sus partes con agua, acordamos decir al marido que se había despertado con un fuerte dolor de tripas y que quedaría todo el día en cama.
Aún bromeó diciendo:
-No me importaría pasar todos los días así, si las noches fuesen como la de anoche.
Riéndome, salí a buscar al marido, que levantado ya, atendía a las reparaciones de la carreta. Le expliqué que me habían dicho que su mujer se había despertado con dolor de tripas, por lo que volvimos a la casa y pasó a visitar a su mujer. Mientras, Melinda preparó el desayuno y, tras tomarlo, nos fuimos a trabajar.
Permaneció en cama durante todo el día y nosotros terminamos cerca del anochecer. Ella cenó en la cama y nos retiramos a descansar, en la confianza de que, al día siguiente, estuviese en condiciones de partir.
No había hecho nada más que acostarme, cuando entraron las tres en mi habitación, Betty con un tarro de manteca en la mano.
-Quiero que me la metas por el culo y te corras dentro. –Me dijo.
-No puede ser. Primero tengo que prepararte bien para no hacerte ningún daño.
-No hace falta, mira. –Y dándose la vuelta, me enseñó su culo con el tapón que había utilizado yo con Melinda.
-¿Y como es eso?
-Gracias a Melinda. Anoche me disgustó que no te corrieses en mi culo y se lo he dicho a ella, que ha pasado mucho rato dilatándomelo durante el día, hasta que me ha entrado el tapón.
-¿Pero no te encontrabas tan mal?
-Al principio si, pero luego lo he pensado mejor. No iré con mi marido. Las cosas no mejoraron desde que bajamos del barco, si acaso empeoraron al espaciar más las relaciones debido a la gran cantidad de trabajo que, según decía, le daba su ministerio en aquel pueblo medio vacío.
-Mi llegada aquí y mi estancia contigo me han hecho recordar. Y se ha transformado en odio hacia mi marido lo que hasta ahora era indiferencia. No volveré con él. Me quedaré aquí alegando mis dolores y le convenceremos para que se vaya solo y de que iré en la próxima caravana, una vez que me recupere. Luego le mandaré una carta explicándole todo.
-¿Pero tu crees que aceptará? ¿No piensas que quiera quedarse a cuidarte?
-Ahora me trae sin cuidado. Saca esa herramienta y arregla mi calentura, que no baja desde el momento en que te vi.
Envié a Pauline a su habitación, cosa que hizo con gran disgusto y descubrí la cama y les hice sitio a ambas. Esta vez, Betty se lanzó como una loba sobre mi polla, chupando como una posesa, pero sin nada de técnica. Tuvimos que enseñarle a realizar buenas mamadas, y es curioso lo rápido que se aprende cuando le pones interés.
Cuando la tuve como una piedra, se quitó el tapón y directamente se la metió por el culo sin darme tiempo a decir nada.
-Uuuuuuaaaaaaaaaauuuuuuuu.-Exclamó- Como me llena.
Empezó a mover el culo adelante y atrás, entre exclamaciones de gusto.
-Mmmmm. Que bueno. Qué gusto…
Hice que Melinda colocase su coño en mi boca y que chupase los pezones, yo pasé una mano por debajo para acariciar el clítoris de Betty, y otra por encima para ayudarme con el de Melinda.
Está claro que cuando se tiene hambre cuesta llenar el estómago, y Betty tenía hambre de orgasmos y polla. Encadenaba sus orgasmos y los agujeros. Tan pronto la tenía en su culo como daba un bote y se la metía en el coño.
Solo la interrumpí dos veces, para correrme en su culo y que luego me la pusiese dura de nuevo.
Melinda, como no había dejado de trabajarla, dejaba caer chorros de flujo y babas por ambos costados de mi cara, que mojaban la cama como si la estuviesen lavando.
Después de no se cuanto rato, fui yo el que tuvo que decir basta. Me dolía la polla del roce, lo que dificultaba una nueva corrida, ya más lenta porque sería la tercera, tenía la boca desencajada de comerle el coño a Melinda, los dedos me dolían de frotar los clítoris y Betty seguía como si acabásemos de empezar.
Con un mohín de disgusto, siguió hasta obtener una nueva corrida y se salió de mí, quedándonos dormidos casi al momento.
Al día siguiente, acababan de meterse las mujeres en su cuarto y yo a preparar desayunos, cuando entró el predicador. Me preguntó si sabía cómo se encontraba su esposa, a lo que respondí que no, pero que llamase a su puerta y le preguntase.
Llamó a la puerta, le abrió Melinda y preguntó por su esposa, a lo que ella misma le informó que peor que el día anterior. Pidió a Melinda y Pauline que saliesen, porque sabía algo de enfermedades y quería mirar a su esposa.
Cuando entró, ya me vi con problemas. Puse la mano en la pistola que tenía bajo la mesa y esperé.
Al rato salió diciendo:
-No podemos irnos. Está muy mal. Tiene una infección interna muy fuerte, hasta el punto que el ano le supura un poco de pus con heces reblandecidas. Además lo tiene inflamado y tremendamente dilatado. ¿Podrías acompañarme a buscar unas hierbas que conozco para curarla?
Mientras hablaba, retiré la mano de la pistola y me la llevé a la boca para morderla y no reírme a carcajadas.
-Por supuesto que si, Bryan. Vamos ahora mismo para dárselas enseguida y conseguir que se ponga bien cuanto antes.
Me explicó que clase de hierbas eran y su apariencia y, después de dar un largo rodeo, le llevé donde sabía que había.
Mientras, me fue diciendo.
-Vaya inconveniente que me ha surgido. Hacen falta cinco días para llegar al campamento minero, y tendría que salir hoy para llegar a tiempo y poder entrevistarme con el diácono actual, que se marcha entonces. Si perdemos más días, y puede que esto vaya para largo, no llegaré. Quizá sean los designios de Dios.
Yo le propuse.
-Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Te ofrezco de todo corazón mi casa, tanto si decides quedaros aquí como si quieres que tu esposa se quede con nosotros hasta que se reponga y la enviamos en la próxima caravana que pase en dirección a las minas.
-No creas que no lo había pensado, pero el problema es Betty. ¿Cómo se lo digo sin que se sienta abandonada y se enfade conmigo?
-Eso, si quieres, déjamelo a mi. Yo intentaré convencerla de que se quede, como idea mía. Tú estarás presente y no te dejarás convencer, hasta que ella acepte. ¿De acuerdo?
-Gracias George. Me salvas por segunda vez.
No sabía que decirle más. ¿Se puede ser tan ciego? En fin, encontramos las plantas y volvimos a la casa. Entramos en la habitación, donde Betty estaba desayunado con apetito que cambió inmediatamente a desgana.
Empecé a hablar yo.
-Me ha dicho Bryan que tiene una entrevista dentro de cinco días en las minas.
-Si, y temo que esto nos retrase mucho.
-He pensado una cosa.
-Dime.
-¿Qué tal si te quedas con nosotros hasta que estés restablecida y te vas después en alguna caravana que vaya con destino a las minas?
-Ya lo había pensado, pero sería una molestia para vosotros. Trastocaría toda vuestra vida. –Dijo sonriendo como forzada.
-A nosotros no nos importa. Además serán unos días. ¿A ti que te parece Bryan?.
-Noo, no puede ser. Demasiado amables habéis sido con nosotros.
Observe que Melinda se retiraba con la mano en la boca.
-Mira Betty, no se habla más. Tú te quedas con nosotros y Bryan se va. Me ha dicho que la entrevista era importante. Para nosotros no es problema que estés aquí todo el tiempo que quieras y además, te vamos a cuidar incluso mejor que él.
-Pues bueno, por mi si. La verdad es que no tengo ganas ni de levantarme para ir a la letrina. ¿Tu que dices, Bryan?
-Bueno, confío plenamente en que George y Melinda te cuidaran bien, y también es cierto que es importante que llegue a tiempo, pero lo más importante eres tú.
-Ve entonces, Bryan. Yo estaré bien y me reuniré contigo en cuanto no tenga necesidad de sus atenciones.
-Gracias, amor mío. –Se acercó y le dio un beso en la frente. Me dio un abrazo a mí y salimos a despedirlo hasta la carreta, ya preparada desde primera hora.
Cuando salíamos, desde la puerta oímos a Betty desde la cama:
-Buen viaje cariño. Perdona que no vaya a despedirte, pero no me puedo mover.
-Gracias amor mío, no te preocupes. Recupérate y nos veremos dentro de unos días.
Le acompañe a la carreta, volvimos a despedirnos con un abrazo y se marchó.
Gracias por vuestros comentarios y valoraciones. Sugerencias y comentarios en privado a amorboso@hotmail.com
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relato erótico: “la puta de mi maestro” (POR VALERIA313 Y GOLFO)
El día que agarré el vuelo que me llevaría a vivir a San Diego no podía imaginarme como cambiaría mi vida en pocos meses. Mis padres desaparecieron en una tormenta en alta mar y no han encontrado sus restos. Por lo tanto al no tener más familia me tuve que ir a vivir a EUA con mi tía Angélica, la hermana pequeña de mi papá. A pesar de que no era la mejor de las tías, me aceptó muy a regañadientes. Tras muchas discusiones, entre quién se quedaría con las ganancias y la empresa de mi padre, se optó por tomar la decisión de que yo me haría cargo de todo una vez que cumpliera 22 años. Me mudé con ella, su marido y su hijo de 6 años para además seguir con mis estudios.
San Diego me gustó desde que puse mis pies allí. Cosmopolita y poblada por gente de muchos países, se parece a mí, que entre mis genes podéis encontrar los aquellos españoles, portugueses e italianos que buscaron en el nuevo mundo otra oportunidad para hacer dinero. Según mi padre, mi pelo rubio oscuro se lo debo a mi abuela Luciana una mujerona del norte de Provenza, mi cuerpo pequeño y proporcionado a su marido, Antonio, un diminuto brasileño nacido en Río pero de padres lisboetas y lo que nunca me ha dicho pero sé bien es que mi pecho grande y duro que tantas miradas provoca en los hombres viene de mi abuela Amara, una gallega cuyos exuberantes senos eran legendarios en mi familia.
Gracias a esa mezcolanza, hablo inglés, español y brasileiro y por eso no me costó adaptarme al instituto donde estudio el último año antes de entrar a la universidad aunque llegué ya empezado el semestre.
El instituto donde estudio, no se parece en nada en el que estaba antes; gracias a la buena posición de mi padre y sus ganancias estudiaba en un colegio privado y nunca me hacía falta nada, sin embargo, al querer ingresar ya iniciado el ciclo, muchos colegios no me aceptaron por lo que tuve que ingresar en una escuela pública y ésta está muy descuidada.
El primer día me presenté y muchos se me quedaban viendo, todos mis compañeros y compañeras eran de piel morena y cabello oscuro, siendo yo la única rubia del salón. Me sentí un poco incómoda mientras todos me miraban pero el maestro de matemáticas les pidió que me trataran bien y que me hicieran sentir como en casa.
Los días pasaban y me fui adaptando bien a mi nueva escuela, rápido hice amigas y amigos y todos me trataban bien. En cuanto a los maestros algunos eran a todo dar y otros no tanto. Tal es el caso de mi maestro de Biología III, Carlos. Un tipo de 53 años, de anatomía robusta y gran panza, cabello oscuro grasoso y con barba descuidada. Sentía que era un viejo asqueroso y lascivo, ya que siempre en clase me pedía que me pusiera de pie para leer un texto y mientras lo hacía podía sentir como me miraba de forma pervertida. Sin cortarse, ese cerdo recorría mis piernas, mi culito y para terminar recreándose en mis senos sabiendo que eso me hacía morir de vergüenza.
Lo único bueno era que después de su clase teníamos clase de deporte y era la clase que más me gustaba. Siempre me han gustado los deportes y en esta clase destacaba mucho en Voleibol, tanto así que el maestro de deporte me pidió que me integrara al equipo femenil.
Antes de empezar la clase mis amigas y yo nos fuimos a cambiar los vestidores. Como hacia algo de calor me hice una cola en el cabello y me puse un top azul junto con un short corto de color rojo y unos tenis para deporte. Me estaba mirando en el espejo y podía notar como mis pechos resaltaban por el top azul, así que decidí ponerme una camiseta holgada que los cubriera un poco y parte de mi vientre y mi tatoo.
Cuando salimos el maestro de deporte nos puso a calentar y después dijo que haríamos un partido de futbol entre hombres y mujeres, muchas renegaron de la decisión del maestro pero no quedaba de otra. El partido empezó y a pesar de la diferencia del sexo en este deporte, nos defendíamos bien y yo al ser de un país donde se nace con futbol en la sangre me destacaba más que los chicos en las entradas, jugadas y los goles. Al final el encuentro quedo 8 a 5, ganando los chicos, pero esos 5 goles fueron míos.
Mientras recogíamos todo, pude ver que el maestro de deporte platicaba con el maestro de Biología, pero no le di importancia y seguí con lo mío. Antes de entrar a las regaderas, el maestro me habló y me dijo:
–Celia, quiero verte mañana en el campo de arena de voleibol a las 17:00 hrs para que empieces a entrenar con el equipo. Yo emocionada le contesté que me parecía bien y que ahí nos veríamos.
El resto del día transcurrió bien; en casa mis tíos trabajan todo el día por lo que mi primo y yo estamos solos en casa, mientras él jugaba sus videojuegos yo buscaba en internet trabajo en alguna tienda ya que no contaba con tanto dinero como antes y mi tía me exigía que ayudara en los gasto de la casa.
Al día siguiente me quedé después de clases para el entrenamiento. Como esta ocasión seríamos puras chicas, no me contuve y me puse otro top de color azul, un mini short negro, unas zapatillas de color azul y esta vez me hice un pequeño chongo en el cabello. Esta vez me sentía un poco más libre y mis tatuajes se podían ver mejor.
Eran las 17:00 hrs cuando llegué al campo pero no había nadie aun, así que decidí esperar. Alrededor no se veía ninguna persona, ya que era viernes y nadie se queda en la escuela, el tiempo pasaba y no llegaba nadie, traté de entrar a internet desde mi iPhone pero no tenía red. Cuando me dieron las cinco y cuarto pensé que había equivocado de día y decidí regresar a los vestidores para cambiarme y regresar a casa cuando de pronto veo al maestro Carlos con Lucy saliendo de uno de los salones. Me extrañó ver a esa negrita con ese cerdo y más a esas horas. Y no queriendo que me viera, me escondí:
«¿Qué hará con ella?» pensé y sin pensar las consecuencias, los seguí por los pasillos.
A buen seguro si el director me pillaba allí, me ganaría una buena regañina pero la curiosidad de saber que iban a hacer, me llevó a perseguirlos hasta su despacho.
«¡Qué raro!», me dije viendo la expresión de la pobre niña.
La morenita parecía feliz pero curiosamente no paraba de temblar mientras seguía al maestro por el colegio. Su nerviosismo se incrementó cuando Don Carlos abriendo la puerta de su oficina, le ordenó con voz seria que pasara. Mi compañera bajó la cabeza y entró obedeciendo a esa habitación. Os confieso que creía que iba a recibir una amonestación por algo que había hecho pero al pasar por frente del maestro, ese gordo le dio un azote en el trasero mientras le decía:
-Te quiero como a mí me gusta, apoyada contra la mesa.
Si ya me sorprendió ese castigo corporal al estar prohibido en todo Estados Unidos, mas fue ver antes de cerrarse la puerta la postura de mi compañera. Con su pecho apoyado sobre el despacho de madera, tenía su falda levantada la falda, dejando al aire sus negras nalgas sin ni siquiera un tanga que lo cubriera.
El ruido de la puerta al cerrarse, me sacó de mi parálisis y actuando como una idiota, quise observar lo que iba a pasar en ese cubículo. Por ello, acerqué una silla y desde un ventanuco, obtuve una vista razonablemente buena de todo.
« ¡No puede ser!», exclamé mentalmente al ver con mis ojos al maestro de Biología bajándose los pantalones mientras escuchaba a Lucy pedirle que la castigara muy duro.
Alucinada, le vi sacar su pene de su calzón y cogiéndolo entre sus manos, apuntar a la entrada trasera de la negrita para acto seguido, de un solo golpe, metérsela hasta el fondo. Los chillidos de Lucy se debieron escuchar por los pasillos pero al no hacer nadie en ellos, solo fui yo la testigo de la angustia de la pobre y de la cruel risa de don Carlos mientras la sodomizaba.
Estuve a un tris de intervenir pero cuando ya había tomado la determinación de estrellar la silla contra la ventana, la morenita le gritó que siguiera castigándola porque se había portado mal.
« ¡Está loca!» sentencié al percatarme que su voz no solo translucía aceptación sino lujuria. « ¡Pero si es un cerdo panzón!», me dije sabiendo que esa monada podía tener al chico que deseara.
Fue entonces cuando Lucy terminó de trastocar mi mente al recibir con gozo y pidiendo más, una serie de duras nalgadas. Asustada tanto por la violencia de los golpes como por los gemidos de placer que salieron de la garganta de la morena al ver forzado su trasero y sus cachetes, me bajé de la silla y salí huyendo de allí, deseando olvidar lo que había visto.
Ya estaba fuera del edificio cuando al cruzar el parque, me encontré de frente con el equipo de futbol que venía de dar una vuelta corriendo al estadio de Béisbol. El entrenador al verme me echó la bronca por llegar tarde e incapaz de contarle lo que acababa de ver, me uní a esas muchachas en silencio pero con mi mente todavía recordando el despacho de mi profesor de Biología.
« ¿Cómo es posible que le guste que la traten así?», me pregunté sin saber que en mi rápida huida había dejado mi estuche tirado junto a su puerta.
El duro entrenamiento me hizo olvidar momentáneamente lo ocurrido. Una hora después y totalmente sudada llegué junto a mi nuevo equipo al vestuario. Con ganas de pegarme una ducha, abrí el grifo y mientras el agua se calentaba, me desnudé. No llevaba ni dos minutos bajo el chorro cuando de pronto el ruido de la puerta de la ducha me hizo abrir los ojos y escandalizada ver a Lucy entrando donde yo estaba.
Antes que pudiese quejarme esa negrita me jaló del pelo y empujándome contra los azulejos, me amenazó diciendo:
-Sé que nos has visto. Si se te ocurre decírselo a alguien, ¡Te mato!
-¡No sé de qué hablas!- protesté aterrorizada.
Sin importarle el que se estuviera empapando su ropa Lucy presionó mi cara contra la pared y acercando su boca a mi oído, me soltó:
-Lo sabes bien. Si me entero que te has ido de la lengua, sufrirás las consecuencias.
E incrementando mi miedo me acarició el trasero para acto seguido darme un doloroso azote como anticipo a lo que me ocurriría si iba con el chisme. El miedo que sentí por su violencia aumentó cuando saliendo de ese estrecho cubículo, la negrita gritó al resto de las muchachas que estaban en el vestuario:
-Si alguien os pregunta, ¡No me habéis visto!
Ninguna de las presentes osó rebatirla ni tampoco ninguna se atrevió a consolarme cuando tirada bajo la ducha me quedé llorando durante un rato….
Tras un periodo de tranquilidad, meto la pata.
Durante dos semanas cada vez que llegaba a clase temía que Lucia volviera a agredirme pero no fue así, parecía que se había olvidado de mí y por eso mis miedos fueron pasando a un segundo plano. En cambio con Don Carlos, la situación fue otra. En sus clases, ese panzón se dedicó a acosarme a través del estudio. Raro era el día que no me sacaba a la pizarra para ponerme en ridículo frente a mis compañeras mientras sentía como me desnudaba con su mirada.
Creyendo que era un tipo ruin pero inofensivo, no podía comprender que esa negrita hubiese accedido a acostarse con un cerdo como aquel:
«Vomitaría si me tocara», me decía al observar su papada.
Harta de su maneras decidí coger el toro por los cuernos y enfrentarme con ese maestro. Aprovechando el final de una de sus clases, me acerqué y le informé que quería hablar con él.
«¡Qué asco!», maldije al sentir el repaso que hizo a mi anatomía, mirándome de arriba abajo sin cortarse.
Sé que Don Carlos se percató de la repulsión que me provocaba pero en vez de enfadarse, me preguntó qué era lo que quería comentarle:
-Usted lo sabe- contesté envalentonada por su tono suave.
Captó mi indirecta a la primera porque no pudo evitar mirar a Lucia que en ese momento salía del aula buscando su ayuda. En ese momento concluí que sin el auxilio de mi compañera, ese maduro era un pobre hombrecillo que temía a las mujeres. Por eso cuando me dijo que no podía atenderme porque tenía prisa, le solté:
-Si quiere puedo irle a ver a su casa.
Don Carlos se negó en un principio a recibirme en su hogar por lo que insistí hasta que dando su brazo a torcer, accedió a verme esa misma tarde al salir del instituto. Satisfecha por haberle obligado a verme y asumiendo que iba a obligarle a cambiar su actitud hacía mí, quedé con él que llegaría sobre las seis porque antes tenía entrenamiento con mi equipo.
Mi plan era chantajearle con lo que sabía para que dejara de meterse conmigo. Tan convencida estaba del éxito que no queriendo que se me escapara, esa tarde ni siquiera me duché al acabar de entrenar y todavía vestida de deporte, fui a verle a su oficina. Mi profesor ni siquiera levantó su mirada cuando entré y eso me hizo creer en que lo tenía en mis manos.
-Estoy harta de cómo me trata- dije en voz alta tratando que me hiciera caso.
Fue entonces cuando poniéndose en pie, cerró la puerta con pestillo y acercándose a mí, me preguntó a qué me refería. Sin ser consciente del embolado en el que me metía, respondí:
-Desde que le vi tirándose a su putita, no ha dejado de meterse conmigo en público.
-Y ¿qué quieres?- Insistió con su cuerpo excesivamente pegado al mío.
Molesta con su cercanía, retiré mi silla y contesté en plan altanero:
-Si no quiere que le denuncie, me tratará con respeto.
Carlos, soltando una carcajada y mientras pellizcaba uno de mis pezoncitos, me refutó:
-Te equivocas zorrita. En primer lugar, nadie te creería y en segundo lugar, estoy pensando en cambiar de puta.
-Quíteme sus sucias manos de encima – le grité. Y sin avisarme el sr. Carlos me dio una bofetada que me tiró al piso y me quedé paralizada del mismo golpe.
En eso el Sr. Carlos comenzó a desabrocharse el pantalón.
–Ahora vas a saber quién soy hija de perra, con qué crees que puedes venir a mi cubículo y chantajearme, ya verás cómo te garcho hasta que llores.
Al verlo acercarse hacia mí lo único que podía hacer era arrastrarme hacia atrás para alejarme de él, pero todo terminó cuando choqué con un estante de libros.
El Sr Carlos me tomó de mi cabello y me hizo ponerme de pie para seguidamente lanzarme a su sillón. Sin darme tiempo de levantarme se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme el cuello y manosearme toda.
-Auxiiiliiooo…. Ayudenmeee… -gritaba desesperada.
– No gastes tus fuerzas putita, a esta hora no hay nadie cerca que pueda escucharnos- me estaba contestando cuando de pronto sentí que metía su mano debajo de mi top y comenzaba a apretarme uno de mis pechos. -Mmmm… qué ricas tetas tienes zorrita… cómo me moría por sentirlas en mi mano.
Poco a poco fue levantando mi top hasta que mis pechos quedaron al aire y el sr. Carlos pudo contemplarlos de manera más libre.
-Eres una Diosa Celia, mira que tener ese par de tetas a tu edad y con unos pezones pequeños y rosados, eres perfecta.
Impidiéndome que me levantara y tomándome de mis muñecas, el asqueroso profesor comenzó a succionar y morder mis pezones. La sensación de placer comenzó a expandirse desde mis pechos a todo mi cuerpo, víctima de las depravaciones que estaba haciendo en mí. De pronto el sr. Carlos se puso de pie y rápidamente se sacó el cinturón. Sin dejarme reaccionar me tomó de ambas muñecas con su cinturón y me amarró para impedir que lo golpeara con mis manos.
-Ahora si te tengo como quiero preciosa- susurró con su voz cargada de lujuria.
Tomándome de los bordes de mi calza comenzó a sacármela lentamente, al llegar a mi conchita se detuvo y mirándome a los ojos me dijo:
–No sabes las ganas que tengo de probar tu rajita putita. –y sin decir más continuó bajando hasta que me dejó completamente desnuda en el sillón.
Trataba de patearlo pero el miedo y la desesperación no me dejaban reaccionar. Tomándome de los muslos, el sr. Carlos fue abriéndome lentamente hasta que mi conchita quedó expuesta completamente a su mirada lasciva y depravada.
Con lágrimas en los ojos le rogaba que me dejara, que no lo acusaría. Pero no me escuchaba, ni siquiera volteaba a verme. Y sin más hundió su cara en mi sexo y comenzó a devorarlo frenéticamente.
El placer que sentí fue instantáneo y explosivo. Podía sentir como su lengua recorría cada parte de mí y de vez en cuando me penetraba con ella, sus mordidas en mis labios, ocasionaba ligeros espasmos y cada vez oponía menos resistencia. Aunque no lo quisiera, el placer me estaba venciendo y de vez en cuando dejaba escapar inconscientemente algún gemido, cosa que a mi maestro parecía gustarle.
-Ves lo puta que eres- dijo al tiempo que con su lengua penetraba una y otra vez en mi conchita. -¡Estás disfrutando!
Para entonces mi mente daba vueltas. Aunque me resistía a reconocerlo, el tratamiento que me estaba dando ese cerdo me estaba gustando y solo mordiendo mis labios pude evitar gritar de placer al notar sus sucios dedos pellizcando mis tetitas mientras continuaba devorando mi coño.
-Tu chochito es tan dulce como me imaginaba- masculló entre dientes al notar el sabor del flujo que ya encharcaba mi cueva.
Me sentía humillada e indefensa. Con mis manos atadas y echadas hacia atrás, mi profesor me tenía a su entera disposición sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recreándose en el dominio que ejercía sobre mí, me obligó a separar aún más mis muslos y mientras me empezaba a follar con uno de sus dedos, susurró en mi oído:
-Pídeme que te folle como la guarrilla que eres.
Su tono lascivo me asqueó y sacando las pocas fuerzas que me quedaban, respondí:
-¡Nunca! Antes prefiero morir.
Mi aullido le divirtió y acercando su boca, se puso a lamer mi cara dejando un rastro de su saliva sobre mis mejillas, mis ojos y mi boca. Aunque sus lametazos tenían la intención clara de denigrarme, en realidad tuvieron un efecto no previsto porque al sentir su lengua recorriendo mi piel me excitó y sin poder retenerlo sentí un orgasmo que nacía de mi entrepierna y que me dominaba por completo.
-¡Por favor!- chillé descompuesta -¡Déjeme!
Don Carlos al notar que mi vulva se encharcaba y que mi cuerpo temblaba de placer, se rio y llevando una de sus manos hasta mis tetitas, me dijo acercando su boca a un pezón:
-Nunca te dejaré mientras sigas teniendo estos pechos tan apetecibles.
Tras lo cual empezó a mamar de mi seno al mismo tiempo que seguía masturbándome con sus dedos. Ese asalto doble consiguió prolongar mi gozo durante largo rato, rato que mi agresor aprovechó para ir demoliendo mis defensas contándome lo mucho que iba a disfrutar cuando él me poseyera. Susurrando en mi oído, Don Carlos me explicó que todo lo que estaba ocurriendo estaba siendo grabado y que si no quería que fuera de dominio público tendría que ser su zorrita lo que quedaba de curso.
Pensar en que mis compañeros vieran como ese cabrón abusaba de mí me aterrorizó y casi llorando le rogué que no lo publicara y qué yo haría lo que él quisiera. Mi entrega le satisfizo y colocándose entre mis piernas, ese cerdo jugó con su glande en los pliegues de mi sexo mientras me ordenaba:
-Ruégame que te folle.
Todavía hoy no comprendo como pude humillarme de esa forma pero lo cierto es que obedeciendo, rogué a mi captor que me tomara. El capullo de mi profesor se destornilló de risa antes de poseerme y retorciendo uno de mis pezoncitos entre sus dedos, lentamente fue metiendo su asqueroso trabuco dentro de mí.
«Me va a romper por la mitad», pensé extrañamente satisfecha al notar su extensión forzando los pliegues casi virginales de mi sexo, «¡Qué delicia!».
Lo quisiera o no, disfruté como una perra al experimentar por primera vez de ese pene haciéndome suya e involuntariamente comencé a gemir en voz alta sin importarme que él lo escuchara. Por su parte mi coñito colaboró con él al anegarse de flujo, de forma que las penetraciones se hicieron más profundas y largas. Al sentir la cabeza de su polla chocando contra la pared de mi vagina, me creí morir y solo el hecho de estar atada de manos evitó que las usara para obligar a ese viejo a incrementar el ritmo con el que me follaba. Ya dominada por mi calentura, di otro paso hacia mi denigración al chillarle que me tomara.
Don Carlos sonrió al oírme e imprimiendo a sus caderas un movimiento brutal consiguió que me corriera mientras gruesos lagrimones caían por mis mejillas al saberme y sentirme su puta. Mi total emputecimiento llegó cuando enardecido por el dominio que tenía sobre mí, ese profesor sacó su verga de mi coñito y rozó con ella mis labios. Lo creáis o no, supe que se esperaba de mí y como una posesa abrí mi boca y comencé a engullir ese miembro deseando con todo mi corazón saborear su semen.
Por la pasión con la que devoré su instrumento, ese cerdo supo que ya era mi dueño y presionando con sus manos mi cabeza, me lo metió hasta el fondo de la garganta. Os juro que aunque tuve que reprimir las arcadas que sentí cuando su glande rozó mi campanilla, algo en mi interior se transformó y disfruté de su agresión como si fuera una sucia sumisa. Retorciéndome de placer, me corrí al saborear la explosión de semen que golpeó mi paladar y como si me fuera la vida en ello, usé mi lengua para evitar que ni una sola gota de ese manjar se desperdiciara.
Mi profesor esperó a que terminara de limpiar su verga y entonces, sonriendo, hundió su lengua dentro de mi boca mientras estrujaba mi trasero. Confieso que al sentirlo, me derretí y colaboré con él, jugando con la mía mientras deseaba que ese cabrón me volviera a hacer suya. Lo humillante para mí fue que separándome, ese cabrón me obligara a vestirlo y que ya con toda su ropa puesta, me dejará desnuda en su despacho diciendo:
-Limpia toda tu porquería y mañana te quiero aquí antes de entrar a clase.
Os confieso que lloré al cerrar la puerta y comenzar a secar el sillón donde él me poseyó. Pero no por estar recogiendo mi flujo sino porque sabía que al día siguiente y siempre que ese maldito quisiera, ahí estaría yo para ser SU PUTA.
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Relato erótico: La señora. Lunes al medio día (POR RUN214)
EPISODIO VIII
LUNES MEDIODÍA. VIEJAS DEUDAS
Había pasado toda la mañana y Garse se decidió por fin a entrar en el dormitorio de su hermana sigilosamente. Ella estaba de espaldas ordenando algo de ropa sobre la cama. Se había convertido en una mujercita muy hermosa. Sus caderas sus piernas y su busto ya tenían formas de mujer. En cuanto ella se giró descubrió a su hermano tras ella, sonriéndola. Correspondió con otra sonrisa y abrió los brazos.
-Hermano. ¡Cuanto tiempo!
Garse se acercó para abrazarla. Un buen método para poder examinar las anchuras de su hermana. Avanzó unos pasos. En el último instante, justo cuando estaba a punto de abrazarla, se agachó, puso una rodilla en el suelo, agarró de los costados de su falda y tiró con todas sus fuerzas hacia abajo.
Las costuras se desgarraron y algunos botones salieron despedidos. La prenda quedó por completo en sus tobillos. Sus bragas, que habían sido arrastradas junto con la falda, quedaron a la altura de las rodillas.
Garse pudo apreciar perfectamente su coñete. El fino vello que cubría sus labios, la blancura de su piel en la zona más íntima. La anchura de su cadera. Maravilloso.
Las manos de su hermana tapando su sexo y un chillido ensordecedor le dejaron ciego de su espectáculo y sordo de un oído. Se levantó volviendo a quedar cara a cara frente a ella.
En otras circunstancias se abría preocupado de que alguien oyera los gritos de su hermana pero hoy no. Sabía que sus padres se habían ido de casa por la mañana, nada más pisar el suelo, para no volver jamás. Su abuela se lo había asegurado, le había dicho que se desharía de sus padres en cuanto les viera. Había sido un acierto hacer de ella su aliada. Su abuela había comprendido lo injusto de su situación cuando oyó su explicación con detenimiento. Él era una víctima de las circunstancias rodeado de una familia de ingratos y degenerados.
Por fin se había hecho justicia con él. Y por una vez había recibido un golpe de suerte. Ayer solo disponía del coño revenido de su abuela para poder aliviarse, en cambio hoy tenía también el de su hermana. Dos coños como dos soles. La vida era bella por una vez.
Su hermana estaba de mil colores.
-Pero… pero… ¿que coño haces? ¡Estúpido!
No contestó. En lugar de eso la cogió por el pecho con ambas manos y desgarró la parte superior del traje haciendo que los botones saltaran como disparos.
Unas tetas como manzanas aparecieron de un bote. Antes de que su hermana pudiera reaccionar tiró de la prenda hacia abajo y se la sacó de los brazos. La dejó completamente desnuda.
Berta intentó tapar su desnudez pero, o le faltaban manos o le sobraban partes que tapar. Estaba colorada, furiosa.
-¿Tú eres tonto o que te pasa? ¡IMBÉCIL!
Garse no se molestó en contestar. Simplemente dio un empujón a su hermana que tropezó con las faldas enredadas en sus tobillos y cayó estrepitosamente de espaldas sobre la cama. Las bragas salieron despedidas y quedó despatarrada con los brazos extendidos. Garse la miró obnubilado. Era preciosa. Sus tetas, futuros melones, estaban coronados por unos pezones que pronto él iba a probar y sus piernas se unían en un coñete espectacular. No, hoy no le iba a follar el culo. Ese coñete tenía prioridad absoluta.
Berta se incorporó y se cubrió como pudo sus pechos. Miró a su hermano que ya se había bajado los pantalones y los calzoncillos. Tenía la polla al aire y estaba dura. Muy dura.
Garse disfrutaba con la cara de sorpresa de su hermana que no paraba de mirarle la polla. Hoy su hermana iba a aprender para qué servía ese instrumento. Iba saber lo que es follar. Se acercó a la cama y esperó a que le mirase a la cara. Disfrutaba con su sufrimiento.
Cuando Berta le miró a los ojos soltó tal risotada que casi se le salen los mocos.

-Pero… pero… ¿De verdad quieres follarme con esa mierda de pito?
Quedó descolocado, miró de nuevo a su polla para asegurarse que ambos estaban mirando lo mismo. Pero ¿qué decía esta gilipollas? ¿No se da cuenta de que se la voy a meter por el coño? No sabe que le voy a follar su coño virgen ¿o qué?
-Menuda mierda de flauta. La última polla que me folló era así de grande y a sí de gorda. Y fue hace poco, por cierto.
El tamaño que su hermana describía era 2 veces el suyo. Le estaba tomando el pelo la muy idiota. Esas pollas no existen.
-Que te jodan. Te vas a hartar de polla hermanita. Vas a saber lo que es una buena follada.
Berta se tumbó hacia atrás, abrió las piernas tanto como pudo y pasó sus manos detrás de la cabeza sonriendo. Garse casi se muere de la impresión. Su hermana había destapado sus tetas que le miraban diciendo “cómeme”. Además tenía las piernas abiertas para dejarse follar por él sin oponer resistencia. De puta madre. Puso una rodilla en la cama.
-Ya me ha advertido papá de que intentarías violarme a traición antes de irse hace un momento.
-¿Hace un momento?
A Garse se le subió un huevo.
-Me ha dicho que volvería para la hora de comer y que si me tocabas un pelo te iba a apretar… no se qué.
Garse tragó saliva y miró de nuevo a su hermana que aguardaba frente a él despatarrada. Tenía la almeja abierta por la que asomaba una zona rosada entre sus labios a escasos centímetros de su polla tiesa. Hasta podía tocarle una teta si alargaba el brazo.
Retrocedió y se bajó de la cama dubitativo. Empezaban a dolerle los huevos como si se los estuviesen estrujando a mala hostia. Su hermana se sentó en el borde de la cama y le miró divertida.
-Me ha dicho que si entrabas a mi cuarto le contara…
-¡No tienes que contar nada! –gritó como un chiquillo.
-Has intentado violarme.
-¡Eso es mentira! No te he tocado. No te creerá.
-Si que lo hará, y le diré que te he visto ese arañazo que tienes en la ingle.
Garse se tapó instintivamente la marca. ¿De donde cojones había salido ese rasguño? Ya no estaba en erección y empezaba a tener miedo.
Berta se levantó y avanzó hacia él. No se molestó en cubrirse pese a que seguía completamente desnuda. Ninguna prenda cubría su cuerpo. Su hermano se había encargado de ello al arrancarle toda la ropa a tirones. Toda excepto los botines. Craso error.
La patada que recibió en los huevos le levantó varios centímetros del suelo. Cayó de rodillas, con las manos entre las piernas y sin aire en los pulmones. Estiraba su cuello hacia delante con la cara colorada, los ojos abiertos como platos y la boca intentando pronunciar una “U” como si fuera un lobo aullando. Tenía una voz aflautada como la de un chiquillo.
-Hija puta.
Sus ojos quedaron a la altura del coñete peludín. Podía verlo con total claridad. Un fino vello cubría sus labios delicados y tiernos. Era lo más bonito que había visto nunca. Las piernas torneadas de su hermana también eran perfectas, vio como se elevaba una de ellas antes de que una patada voladora impactara contra su cara.
La cabeza golpeó contra el suelo con los cordones de un botín marcados en el moflete derecho y aun con las manos entre las piernas. La oreja le ardía y no oía por ese oído. La cabrona de su hermana le había metido una hostia que le había partido el labio que no tardaría en hincharse.
Si cerraba un ojo lo veía todo borroso. Si cerraba el otro lo veía rojo. A duras penas pudo ver a Berta volverse de espaldas e ir hacia la pared. Tenía un trasero hermoso, soberbio, tanto o más que lo que se había imaginado. Cuando se agachó, sus labios vaginales aparecieron entre las nalgas. Sobre ellos se podía distinguir un agujerito escoltado de fino vello. Precioso, colosal, sublime. Garse disfrutaría de una erección si no fuera por que era más que probable que tuviera un desgarro escrotal de pronóstico reservado con daños severos en su bolsa testicular. El dolor era insoportable.
Cuando su hermana se volvió traía en la mano… ¿un bastón? Garse apenas podía gemir.
-¿Qué vaf a hafer con efo?… ¡puta!
– · –
Janacec, el ladino asesor y falso amigo de Eduard, disponía de un ático en el centro de la capital que utilizaba para esporádicos encuentros y escarceos extramatrimoniales. Estaba desnudo, tumbado boca abajo sobre la alfombra con el cuerpo empapado en sudor lanzando leves gemiditos.
Tras él había un hombre arrodillado entre sus piernas abiertas.
-Ya es suficiente. –Susurraba. Tenía muchas partes del cuerpo entumecidas además del ano.
-Solo un poco más. –Contestó el hombre tras sus piernas.
-Te digo que así está bien.
El hombre asintió y se puso de pie. Era un hombretón de aspecto feroz con una camisa arremangada hasta los codos. Le propinó una patada en las costillas.
Janacec lanzó otro gemido acompañado de sangre. Lo escupió sobre su carísima alfombra. Tenía tanta sangre que iba a necesitar llevarla al tinte o al matadero.
-Por favor Eduard, te digo que ya es suficiente, te he contado todo lo que sé.
Tenía varias costillas rotas así como diversos cortes y contusiones por todo el cuerpo. Brazos, piernas, rostro, sus magulladuras se contaban por docenas. Una botella estaba metida por el culo.
Eduard Brucel metió la mano entre sus partes y le acarició las pelotas unos instantes. Jannacec arrugó la cara. De nuevo la misma tortura. No tuvo fuerzas ni para gemir cuando su acompañante volvió a estrujarle los huevos.
–Por favor, te aseguro que he dicho todo lo que sé.
–Lo sé, lo sé. –Le consoló. -Solamente estoy disfrutando con tu dolor igual que tú disfrutaste con el mío. ¿Te gusta disfrutar con el dolor de los demás, cabrón?
Janacec lloraba. Aquel suplicio no acababa nunca. El tiempo pasa muy despacio cuando lo estás pasando mal. Janacec lo estaba pasando muy mal, rematadamente mal.
Habían pasado horas desde que Eduard llegó a su ático en busca de respuestas. Y las encontró. Vaya si las encontró. Respuestas, culpables, preguntas, documentos, más respuestas. Allí lo encontró todo.
– · –
Garse se despertó sobre su cama. Tenía más sueño que un cesto lleno de gatitos. Le dolía la cabeza y le pitaba un oído. Tenía el labio hinchado. Se pasó la lengua por los dientes. Gracias a dios los conservaba todos. Esa vacaburra casi le arranca la cabeza de una patada.
Intentó tocarse la cara pero tenía las muñecas atadas. Parpadeó y levanto la cabeza. ¿Dónde cojones estaba? Esa no era su cama y tampoco estaba en su cuarto.
Seguía en el dormitorio de su hermana. Tumbado boca abajo sobre la cama en sentido transversal de tal forma que su cabeza colgaba por un lateral de la cama. Sus pies pisaban en el suelo pero estaban atados por los tobillos a las patas de la cama.
Descubrió a su hermana junto a la mesilla. Seguía desnuda pero llevaba una especie de cinturón sobre su cadera. En la parte frontal, donde debería estar su chochete aparecía un falo como si fuera una polla. ¿Qué cojones estaba haciendo esa puta desviada?
Berta se acariciaba el falo lentamente como si estuviese masturbando una polla. Cuando se percató de que su hermano volvía a estar consciente se colocó frente a él con el falo a la altura de su cara. Le cogió de la barbilla y le levantó la cabeza.
-Hola bella durmiente ¿Te gusta lo que ves?
Delante de su nariz tenía el falo, más arriba continuaba el cuerpo de su hermana al final del cual estaba su cara de princesa.
-B…Bueno, ya que lo preguntas tienes unas tetas muy bonitas.
-Me refiero a mi polla.
-N…No me gustan las pollas.
-Esta te gustará. Anda, chúpamela.
-¡Ni hablar! Que asco, joder. A saber donde habrá estado metido eso.
Su hermana sonrió y le acarició el pelo.
-Te puedo decir donde va a meterse ahora. Abre la boca.
Lo tenía claro si pensaba que iba a chupar ese mango.
-Tendrás que romperme los dientes, yo no chupo pollas. –Berta no se inmutó.
-¿Alguna vez te han dado por el culo con una polla sin lubricar?
A Garse se le escapó un pedo. Estaba completamente desnudo, con las piernas abiertas y el culo en pompa. ¿Esa enferma de mierda quería perforarle el ojete?
-Más vale que le untes bien de saliva porque si no te va a doler… mucho.
-¡Que te jodan! Puta.
Berta rodeó la cama lentamente hasta colocarse tras él. Colocó sus manos sobre las caderas de su hermano y pegó el falo a su culo. Le acarició las nalgas con cariño al mismo tiempo que el falo de deslizaba sobre su ano en toda su longitud. Arriba y abajo.
-Por favor hermana, espera.
-Me han dicho que te gusta mucho meterla por el culo.
-¿Qué? n…no, eso no es verdad, espera.
-Voy a darte una buena follada de culo. Te gustará.
Estaba loca de remate. ¿Pero es que no hay nadie cuerdo en esta familia? Joder, todo lo malo siempre le toca a él. Pandilla de hijos de puta.
Berta colocó la punta en la entrada de su ano y apretó con fuerza. Apenas entró.
-Joddddd…er, que daño. Espera, por favor.
-Seguro que a la próxima entra hasta adentro.
-Noooo, espera. Por favor, espera. Vale, la chuparé.
-Ya no quiero que me la chupes.
Empujó de nuevo su cadera contra el culo de Garse. El falo entró algo más. El rozamiento le producía un dolor insufrible.
-Ññññññ, déjame chuparla, por favor, te lo suplico. –Garse lloraba.
-Está bien. Tú ganas, te dejo chupármela, haces de mí lo que quieres, truhán.
-Gracias, gracias hermanita, gracias. –Gimoteó como un niño.
Se colocó frente a su hermano y le metió su polla en la boca. Sabía a demonios pero Garse la chupó y lamió como si su culo dependiera de ello. Y de hecho lo hacía, en sentido literal. Solo abría la boca para agradecerle a su hermana la oportunidad de dejarle rectificar.
Berta había cogido a Garse por las orejas y empujaba su cabeza contra su polla. Movía las caderas rítmicamente como si le estuviera follando la boca. De alguna manera, se sentía poderosa. No estaba mal.
-Va a ser cierto lo que dice papá. Cuanto más daño hagas a alguien más agradecido te estará.
-¿Como?
-Nada. Ya está bien lubricada, ahora prepárate para disfrutar… Putita.
Se colocó de nuevo tras él y le pasó el dedo por la raja del culo, desde las pelotas hasta el ano. Garse temblaba como una hoja. Berta introdujo la primera falange del dedo en el ano de su hermano que se mordía los labios de angustia. Cuando lo introdujo por completo empezó a sacarlo y meterlo suavemente. Menos mal, esa puta desviada había terminado por conformarse con follarle con el dedo.
-Uf, que mala pinta. Lo siento doctor pero tenemos que operar.
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Hay que abrir.
-¿Abrir? ¿Abrir el qué? ¿De que hablas, ¡puta loca!?
Berta sacó el dedo y en su lugar coloco su polla. Apretó hasta que la puntita entró. Después comenzó un suave movimiento pélvico para introducir el falo poco a poco, sin anestesia pero sin dolor. Al cabo de unos pocos empujones la polla de Berta estaba dentro y Garse gimoteaba como un nene con el culo abierto por la polla de su hermana. Se lo estaba follando. A su hermano. Desde atrás. Le estaba dando por el culo.
Si el abuelo estuviera aquí, pensaba Garse, se iba a enterar esta cacho puta de lo que es una polla. El abuelo se la follaría. Solo es una mujer, un coño. Nos la follaríamos los 2, yo por detrás y él por delante. Tendría que ser yo quien se la meta a ella, joder.
La puerta se abrió a sus espaldas, ninguno de los 2 la oyó y una figura oscura se coló en la habitación.
– · –
Eduard brucell se refrescó antes de salir de aquel apartamento. Su frente estaba surcada de arrugas. A lo largo de su vida hubo multitud de veces en las que dudó entre hacer algo que está bien y algo que no lo está. La decisión correcta siempre era inequívoca: Un hombre ha de hacer lo que debe hacer.
Eso nunca le hizo feliz ni consiguió que se sintiera bien pero al menos quedaba en paz consigo mismo.
– · –
La escena era de lo más dantesca. Garse desnudo y atado sobre la cama con las piernas abiertas. Berta, tras él y completamente desnuda también, en botines y con un extraño cinturón como únicas prendas. Tenía agarrado a su hermano por las caderas con un objeto metido en su ano.
-Dile que pare, dile que pare. –Gritaba Garse.
-Quería violarme.
-No es verdad.
-Sí lo es. –Replicó Berta. -Este hijo de cabra intentó follarme.
-No la he tocado. Dile que me suelte, por favor. Me hace daño.
Bethelyn miraba a sus hijos y sus hijos le miraban a ella. Le habló a Garse.
-¿Tanto como el que tú me hiciste a mi cuando me violabas? Maldito demonio.
Garse se encogió y Bethelyn habló de nuevo pero esta vez a su hija.
-Que sepa lo que es que le metan una polla por el culo contra su voluntad.
Berta obedeció ipso facto y reanudó de nuevo su tarea. Ya conocía lo que le había hecho a su madre. Se sentía útil.
-¿Te acuerdas cuando me violabas? Cerdo. ¿Te gusta que te violen a ti?
Garse no contestaba. Tarde o temprano ese suplicio terminaría, su abuelo volvería a casa y ese par de putas se iban a enterar.
-¿Sabes lo que me he visto obligada a hacer por tu culpa?
-La culpa es tuya. Te tirabas al jardinero.
-Pagué por ello. Con creces.
-Papá casi me revienta los huevos cuando te chivaste, ¡jódete!
-¡Y yo tuve que lamerle el coño a otra mujer para que me perdonara!
-¿¡Que le has lamido el coño a una mujer!?
La pregunta la formularon a la vez sus 2 hijos. Berta, que había interrumpido su metesaca, la miraba incrédula. Garse en cambio se mojó los labios y dirigió la mirada instintivamente a la entrepierna de su madre que pudo sentir como la desnudaba con la mirada. Estaba babeando. Si pensaba que su hijo iba a mostrar algún arrepentimiento o sentirse culpable por ello estaba muy equivocada.
-¿A que mujer? –Preguntó Berta.
-Eso, eso. ¿A que mujer? –Repitió Garse.
Bethelyn se pasó la mano por la frente y se masajeó las sienes. Se había pasado de bocazas.
-Eso no viene al caso. Lo que importa es que me he tenido que humillar por tu culpa.
-Estoy dispuesto a lamerte como compensación. –Dijo con sorna.
-Eso te gustaría ¿No, cabrón?
Su hijo no contestó. La miraba de arriba abajo imaginándola desnuda con su cara entre las piernas de otra mujer. Aun en su penosa situación no podía evitar querer follársela y lamerla. Se la comía con los ojos.
Bethelyn estaba roja de vergüenza y rabia, con los puños apretados y las miradas de sus hijos clavadas en ella. Para sorpresa de todos se deshizo de la falda y se bajó las bragas quedando desnuda de cintura para abajo. Con su coño negro a poca distancia de la cara de su hijo. Esto se ponía interesante. Una disimulada sonrisa cruzó el rostro de Garse.
-Te gustaría lamerme ¿no? Pues te vas a hartar.
Se giró poniéndose de espaldas a él y se dobló por la cintura.
Su madre tenía un trasero hermoso. Entre las piernas asomaba su almeja con unos labios gruesos. Negra, atrayente. Encima, justo delante de su cara había un agujero negro rodeado de pelos ¿Qué cojones quería su madre, tirarle un pedo en la cara?
-Querías mi culo, cabrón. Pues lámelo.
¿De que hablaba esta mujer? No le iba a lamer el culo ni por asomo. Los culos de las mujeres se pueden follar o meter el dedo mientras se les folla el coño pero ¿lamerlos? Que asco, y menos con todo pringado de esa cosa blanca. Un momento, ¿Qué cojones era esa cosa blanca?

-¿De que hablas?
-¿Sabes cuantos asquerosos y sucios hombres han pasado por mí desde que te fuiste?
Garse tragó saliva, cerró la boca y reprimió una arcada. Ya sabía lo que era la cosa blanca.
-Hemos venido desde nuestra casa en el carromato del porquerizo. ¿Te acuerdas de él?
-Joder, ¿ese hombre te ha…? que asco me das. ¡Aparta tu culo, zorrón!
-Lame su semen.
-Ni hablar.
Garse se retiró hacía atrás lo que pudo pero su hermana le frenó con un empujón de cadera metiéndole su polla de madera.
-Quieta cordera, quieeeta ¿A dónde crees que vas, putita? Mamá te ha dicho que lamas. Lame.
-N…No pienso hacerlo. Los hombres no lamen el semen de otros hombres. Y menos del culo de una mujer. Soltadme ya, hostia.
Berta sabía lo que su madre había tenido que hacer para conseguir aquel medio de transporte porque estuvo presente cuando aquel sucio y maloliente individuo se aprovechó de su penosa situación. No le gustó ver a su madre rebajada de esa manera. No le gustó nada. Todos los hombres son unos cerdos.
Pasó las manos por la espalda de su hermano y las deslizó hasta sus pezones. Jugó con ellos utilizando las yemas de sus dedos para acabar pellizcándolos con fuerza. Garse chilló como una nenaza que ve aparecer un ratón bajo sus faldas.
-iiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
-Lame, putita.
-Noooo, ni hablar. Me da asco. Es una cerdada. Estáis enfermas.
Berta retorció los pezones de su hermano como si se los quisiera arrancar y le clavó su polla de un empujón tan profundamente que su pelvis se pegó a las nalgas de su hermano. Garse abrió la boca en un quejido sordo, con los ojos a punto de salirse de las cuencas. Su cara golpeó contra el culo de su madre.
-Y ahora lame, putita. Lame hasta que te duela la lengua. Ahora ya sabes lo que tu madre ha tenido que hacer para que podamos llegar hasta aquí.
Las lágrimas de Garse se mezclaban con sus mocos mientras pasaba la lengua una y otra vez por el ano de su madre. Aquello olía a demonios. El sabor terroso del semen ya era desagradable por si mismo. Saber que era del porquerizo lo hacía aun más deplorable. Tras él, Berta se mordía el labio inferior mientras le sujetaba por las caderas y continuaba follándole el culo con insistencia.
-Sigue putita, sigue. Lo haces muy bien.
Bethelyn aguardaba en silencio con la cadera flexionada y las piernas abiertas mientras su hijo le lamía el culo. No lo estaba pasando bien, no disfrutaba con ello. Era una posición ridícula y humillante pero había pasado por situaciones más bochornosas por culpa de su hijo. Ese demonio encebollado era la viva imagen de su verdadero padre, su suegro. El hombre más degenerado, misógino y pendenciero que había conocido.
La visión de su hija no era menos ridícula. Desnuda, con una polla de madera atada a su cintura y porculizando a su hermano.
Estiró el cuerpo y se puso firme apartándose de su hijo. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. Garse se quedó con el rictus contraído por el asco y con la lengua fuera que no se atrevía a meter en la boca.
Berta dejó de follar a su hermano y miró a su madre preocupada.
-¿Qué te pasa mamá?
-Nada.
-¿Quieres que cambiemos de posición?
-Joder, ya era hora. ¿Dónde me toca a mí? –Intervino Grase.
Ninguna de las 2 le prestó atención. Berta sacó su polla del culo de Garse, rodeó la cama y abrazó a su madre. Garse vio con asombro como las tetas de su hermana se pegaban contra el cuerpo de su madre mientras su polla de madera se colaba entre las piernas de su progenitora, rozando los labios de su coño. La imagen no podía ser más turbadora y fatal en estos momentos. Apartó la mirada rápidamente y cerró los ojos intentando borrarla de su memoria. “Garse no te empalmes” pensaba. “Por lo que más quieras. Como te vean con la polla dura te matan a hostias”.
Tarde.
La erección llegó inmediatamente. Si alguna de las 2 la viera sería hombre muerto. Pegó su cuerpo a la cama todo lo que pudo para esconder su polla erecta mientras agachaba la cabeza intentando ocultar su cara de culpabilidad manifiesta. En cuanto su hermana volviera a colocarse tras él descubriría su indecente miembro. Le castigaría a él o a su culo inocente.
Pasaba el tiempo y no sucedía nada así que se atrevió a mirar. Su madre se había colocado la falda y estaba apoyada contra la ventana con la mirada perdida en el horizonte. Ya no lloraba. Berta estaba detrás con una mano en su hombro.
-Mamá, ¿Estás bien?
-Tu padre vendrá en cualquier momento. No quiero que te vea así, vístete.
-Ah sí, vale. En cuanto me soltéis me pongo algo elegante. ¿O mejor voy de sport?
-No te decía a ti, putita. -Contestó Berta girándose y amagando una patada.
– · –
El abuelo de Garse tenía un despacho en el centro de la capital. Eduard había acudido a verle de muy mal humor. Estaba frente a él, gritaba y braceaba mientras su padre le escuchaba cómodamente sentado detrás de su escritorio.
-Eres un hijo de puta.
-Cuida tus modales.
-Me desheredas y me echas de tu casa como a un perro.
-No eres digno de llevar mi apellido. Has dilapidado una fortuna como un zoquete.
-Con tu ayuda, por lo que sé.
Su padre se puso en alerta y mantuvo la boca cerrada.
-Janacec me lo ha contado todo.
-No sé de que hablas.
-Tú me arruinaste. Tú y ese cabrón de Janacec. Él era tu esbirro. Difundisteis la falsa noticia de grandes yacimientos extranjeros. Vendiste desde tu único y paupérrimo yacimiento en el extranjero a precios ridículos para hacer caer el precio del carbón mientras adquirías todas mis deudas convirtiéndote así en mi máximo acreedor en la sombra. La ley que debía salvarme no se aprobó porque influiste deliberadamente en la toma de decisiones del gobierno. Ahora eres el dueño de toda mi fortuna y controlas todo el carbón de la zona que ha recuperado su precio original.
Su padre le miró impasible desde detrás de su escritorio.
-Escucha hijo…
-No me llames hijo. Yo no soy tu hijo. La bruja de mi madre ya me lo ha contado.
-No sé que más te habrá contado pero…
-¡Que te follabas a mi mujer!, que la dejaste preñada, ¡Que le dabas por el culo a mis espaldas recién casada conmigo!
-PUES JÓDETE. –Estalló su padre. –Sí, me la follaba ¿Y que? Te dije que no te casaras con ella.
-Pero me casé. Era mi mujer y no tenías derecho.
-Tu mujer es una cualquiera que viene de un hospicio.
-Eso no tiene nada que ver. Era mi mujer. Las personas no se miden por el tamaño de su cuna. Viejo rancio.
Su padre contuvo su acceso de ira, cerró los ojos y se masajeó las sienes.
-¿Te ha contado también tu madre que tuvo otros partos antes que el tuyo?
-Sí. –Escupió sus palabras. -Al parecer mis “hermanos” acabaron en un orfanato.
-¿Y sabes, por casualidad, en que orfanato?
Eduard se puso rígido y tragó saliva. Por su mente se le pasó una idea diabólica.
-¿De que estás hablando, viejo?
-¿Sabes como consiguió acceder tu mujer a un internado femenino?
-Trabajando, por supuesto. –Bufó.
-No. Trabajando pagaba su sustento. Para conseguir una plaza y acceder a un internado como ese tienes que tener un padrino.
Eduard ya estaba sudando. No le gustaba lo que su padre le estaba tratando de decir.
-Yo fui el padrino en la sombra de tu mujercita. Yo conseguí que ella pudiera estudiar en un internado femenino. Yo me encargué de que la hija ilegítima de tu madre tuviera un futuro lejos del orfanato donde se crió.
-Mientes. Bethelyn no es mi hermana.
-Te dije que no te casaras con ella. Te lo prohibí y no me hiciste caso.
-Madre me lo hubiese contado.
-Ella no sabe nada porque se desentendía de sus hijos al nacer. Yo le seguí la pista a ella y me ocupé de darle algún empujoncito.
-Sí que la empujaste, sí. Desde atrás, mientras te la follabas.
-Porque tenía mis derechos, vivíais en mi casa.
-¡No tenias una mierda!
-Te follabas a tu hermana. Que más da que me la follara yo también.
-¡Que no es mi hermana, joder!
Eduard daba vueltas por la estancia a grandes zancadas. Se paró y señaló a su padre con el dedo.
-Escucha viejo. Quiero que sepas que acabo de follarme a la puta de mi madre antes de venir aquí, a tu mujer. Te aseguro que la he jodido bien jodida. Si no quieres que te joda a ti también más vale que no me toques los cojones. Como me estés mintiendo te mato.
Su padre pareció sopesar la amenaza y hablo con voz calmada.
-Si es cierto que la has follado habrás notado que tu madre tiene un coño enorme.
Eduard cerró los puños mientras su padre seguía hablando.
-Tu mujer tiene un coño igual de grande, como ambos sabemos.
-¿A dónde quieres llegar?
-Y por lo que tengo entendido también te follaste a tu hija y, según me han contado, su coño se tragó tu polla por completo.
-Ya veo que Janacec te tenía al corriente de todo.
-La madre de tu madre también tiene un gran coño.
-Deja de hablarme de coños o te juro…
-¿No te das cuenta de lo que trato de decirte? Cada una de ellas ha heredado el coño de su madre, igual que sus tetazas. ¿A cuantas mujeres conoces con un coño así?
Eduard respiraba agitadamente. Se limpió el sudor de la frente con la palma de la mano. Él mismo se sorprendió de su tamaño y similitud cuando folló con ellas y veía desaparecer su polla por completo dentro de sus vaginas.
-¿Y has sido capaz de dejar que me folle a mi propia hermana durante años y que fecunde a su hija?
-Ya te dije que no te casaras con ella.
-¡Y una mierda! A ti eso te da igual.
-¡Pues sí, joder, me da igual! Y me sudan los cojones que te folles a tu hermana y la preñes. Las mujeres están para eso, hostia. Solo son coños y tetas, a ver si te enteras, idiota. Me follé a tu mujer ¿Y qué? También me follé a la madre de mi mujer y a todas las criadas que pasaron por esta casa. Las que quedaron preñadas deberían estar agradecidas.
-Agradecidas de engendrar pequeños psicópatas sin escrúpulos como todos tus antepasados.
Su padre le miró con asco y resentimiento.
-¿Mis antepasados? –Tomó aire. -No me gustó que te casaras con una mujerzuela indigna. Pero lo que nunca te perdonaré es que hayas privado a Garse, mi verdadero hijo, de llevar el nombre que han ostentado todos los primogénitos Brucel, antepasados gloriosos.
A Eduard se le encendió la sangre.
-Yo era tu primogénito. Tú me privaste a mí de llevar tu nombre. No estaba dispuesto a concedérselo a tu nieto por encima de mí.
-Tú no eres mi primogénito, solo un bastardo. Que no se te olvide.
-Todos los que habéis llevado ese nombre sois unos enfermos y unos psicópatas. Y lleváis un nombre de perro. Que no se te olvide a ti tampoco.
-Todos los Artan Brucel hemos hecho grandes cosas. Estamos destinados a hacerlas en el futuro también.
-No lo dudo. Grandes y malas todas ellas.
Artan Brucel, el padre de Eduar Brucel dio un golpe sobre la mesa.
-¡Basta ya! No quiero discutir más. Coge a tu familia. Sal de mi casa y lárgate. ¡Lárgate de mi despacho ahora!
-¿Irme? -Eduard miró a su padre como quien conoce un secreto muy grande. -No padre. He venido aquí a recuperar lo que es mío por derecho propio. Lo que me robaste.
-Imbécil, no vas a ver ni una moneda. Estás desheredado. Todo lo que ves pasará de mí a las manos de Garse.
Eduard lanzó sobre la mesa una carpeta. Su padre miró dentro y se quedó de piedra.
-Sin testamento yo soy tu legítimo y único heredero. Da la casualidad de que solo hay 2 copias de tu adjudicación. Justamente las que tienes en la mano. ¿Quieres saber como las he conseguido?
Su padre tragó saliva.
-¿Qué le has hecho a Janacec?
Apoyó los puños sobre la mesa y se inclinó sobre su padre que se recostó sobre su sillón asustado.
–Te follas y preñas a mi mujer que resulta ser mi hermana con la que tengo una hija, me arruinas y consigues que tu secuaz se folle a mi esposa delante de mí mientras violo a mi propia hija. ¿Qué me has hecho tú a mí? Cabrón.
Eduard Brucel era un orangután de 2 metros de alto con el cuello de un toro. Un vagón de tren con la espalda de un buey. Sus brazos eran troncos peludos con 2 puños como palas de excavadora. En comparación su padre parecía un gorrión con pulmonía. Eduard ocultaba el sol y su padre quedaba tapado bajo su sombra encogido en su sillón tiritando de miedo. Eduard Brucel no era un hombre, era un edificio.
-Sabes que te voy a matar ¿verdad?
– · –
A mucha distancia de allí, en un pequeño apartamento de alquiler, Elise estaba con la espalda contra la pared, asustada y desnuda de cintura para abajo, intentando tapar sus vergüenzas como podía mientras sostenía en alto el objeto que Bethelyn le diera un día, un abrecartas. Aléjate de mí, aléjate o te mato.
-Pero mamá, solamente quería verte el coño. Enséñamelo, ¿qué más te da? Además, a ti no te cuesta nada dejarme follar. ¿Es que no puedes hacer ni eso por tu hijo? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
FIN.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
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Relato erótico: Conociendo a pamela 6 Capítulo final (POR KAISER)
Conociendo a Pamela
Al recibir el recado Pamela y Sebastián se quedan en silencio, “esperaba que te quedaras hasta el fin de semana por lo menos” dice ella algo triste, “no importa, igual lo pase bien contigo” responde él. Ella se le acerca y le da un beso en la frente, “duérmete mejor será, mañana entro algo más tarde y tal vez podamos estar un rato juntos”, Pamela sale de la habitación y Sebastián se duerme profundamente a causa del cansancio y del alcohol.

Ambos comparten el desayuno, Pamela entra más tarde hoy y no tiene ningún apuro por llegar a clases. Ambos conversan un rato y ella le dice que lo va a extrañar, Sebastián la invita a que lo vaya a visitar pero ella no sabe si podrá, “por mis notas los viejos me tiene castigada, solo por que estabas tu pude ir a la fiesta anoche” le dice ella.
Cerca de las 11 de la mañana Pamela toma sus cosas y se va, se despide de Sebastián dándole un beso en la boca que lo deja más que sorprendido, “esto es en despedida como no nos vamos a ver la tarde, dale saludos a mi tía y a la Francisca, realmente lo pasaba super bien con tu hermana” agrega después y ella sale corriendo a tomar el bus.
Sebastián se queda solo en la casa y decide hacer algo de aseo antes de irse, mal que mal lo recibieron con los brazos abiertos y pretende hacer hora para ver si puede alcanzar a leer algo más del diario de Pamela antes de irse.
Almuerza con sus tíos y Sergio, su tío, le dice que lo va a ir a dejar a su casa a eso de las 6, esto no le gusta mucho a Sebastián que esperaba poder estar con Pamela antes de irse y ella sale a las siete de clases, “bien, que se le va a hacer” piensa él.
Ya después de almuerzo Sebastián se va a dar una ducha para reaccionar un poco, aun se siente algo afectado por la resaca y no quiere que sus padres se den cuenta o de lo contrario va a tener problemas. Sale del baño y va a su habitación a vestirse cuando al pasar frente a la habitación de su prima observa su ropa interior tirada encima de su cama, algo bastante habitual ya que ella es muy desordenada.
Sebastián decide aprovechar la oportunidad que tiene y se tira encima de la cama de su prima y empieza a hacerse una paja con su ropa interior, de nuevo. Sabe que esta será la última vez que tendrá esta oportunidad, ella lo tiene hirviendo y él ya se imagina su verga desapareciendo entre los carnosos labios de su prima o en su ardiente o entre sus magnificas nalgas, Sebastián esta en lo mejor disfrutando de lo que será su ultima paja en la habitación de Pamela.
“¡Vaya, vaya, vaya pero que tenemos aquí!”, al oír esa voz Sebastián abre los ojos espantado y con horror ve a su prima junto a un par de amigas de pie alrededor suyo, él trata de pararse pero Pamela se lo impide y se monta sobre él. “Ahora ya veo el por que esas manchas en mi ropa interior” dice ella sonriendo, “te lo dije, tu primo tiene una cara de degenerado” dice una rubia que se llama Catalina, “¡es cierto, hay que castigarlo!” agrega Sara.
Pamela roza con sus calzones el miembro de su primo, ella se endereza sobre él y observa su verga, “aun estas bien empalado, eso me gusta, ya estaba cansada que me espiaras y que leyeras mi diario de vida”, Sebastián se queda sin habla al escuchar esto, “¿que acaso crees que no me daba cuenta de que leías mi diario?, te vi esa noche cuando me lo monte con el hermano de Catalina en el auto, o como me espiaste cuando me masturbe aquí el otro día, o que cuando dormimos juntos crees no me daba cuenta de cómo me manoseabas y frotabas tu verga contra mi, acaso crees que yo no sabia que me seguías en la fiesta de anoche, se ve que no me conoces, la idea de que me vieras teniendo sexo con otros me excitaba de sobremanera por eso me asegure de dejarte ver harto de mi”, “¿pero no se supone que deberías estar en clases a esta hora?” pregunta muy nervioso Sebastián que aun esta desnudo sobre la cama de su prima, ellas se largan a reír al escucharlo.
“Te aseguro que escaparnos de clases fue algo bastante fácil, quería sorprenderte pero jamás pensé que te sorprendería así”, Pamela se apoya sobre él y le toma las manos ella se estira sobre Sebastián y le pasa sus pechos sobre su rostro, él no sabe que hacer, sin embargo de pronto reacciona cuando las amigas de Pamela lo toman por sorpresa y lo amarran a la cama, no alcanza a hacer nada y después lo amarran de los pies, él ahora esta a completa merced de ellas.
“¿Qué hacemos con él ahora?” dice Catalina, Sebastián esta más asustado que nunca, “podríamos sacarle fotos y subirlas a Internet” propone Sara, Sebastián se horroriza al escuchar esto, pero Pamela lo tranquiliza, “él quiere saber como lo hicimos para escaparnos de clases, ¿Por qué no le enseñamos?” propone Pamela, sus amigas se muestran de acuerdo.
“En el colegio hay un inspector, el viejo es un desgraciado pero decidimos hacerle un pequeño favor y nos dejo salir antes”. En ese momento Catalina y Sara rodean a Pamela y comienzan a meterle mano a diestra y siniestra, sobre su blusa y bajo su falda de colegio. Ellas se besan entre si y Pamela es el centro de atención, Sara le soba el culo y Catalina le abre su blusa descubriendo sus pechos que se aprecian bastante más grandes que los de sus amigas, Pamela sonríe al ver a Sebastián, a pesar de estar amarrado, bastante excitado, la expresión de su rostro lo delata.
Pamela atrapa con su boca los pechos de Catalina, se los chupa ansiosamente mientras Sara le frota su entrepierna a Pamela y presiona sus dedos contra su sexo, la escena es todo un espectáculo para Sebastián que ve a su prima montárselo con dos de sus amigas. Sara toma a Pamela y la empuja sobre la cama, ella cae encima de Sebastián y sus amigas se le van encima, Sara la abre de piernas y le sube completamente su falda metiendo su rostro entre ellas, Pamela empieza a gemir al sentir la lengua de su amiga deslizarse de forma vigorosa por su sexo, ella la sujeta de la cabeza y la carga contra su coño. Catalina no deja de lamer los pechos de Pamela pasa su lengua sobre ellos y con su boca atrapa los erectos pezones que se ven. Pamela se mueve encima de su primo el cual ya no das de caliente ante semejante espectáculo que ellas le dan.
Pamela se pone sobre él haciendo un 69, Sebastián tiene frente a su rostro el coño de su prima, él no sabe que hacer y de pronto las amigas de Pamela comienzan a meterle los dedos por su sexo y por su culo, Sebastián esta asombrado y terriblemente excitado, sin embargo pronto se lleva una sorpresa aun mayor cuando los carnosos labios de Pamela comienzan a envolver su verga, él respira agitado mientras ella le hace una mamada, “Mira su cara el pobre esta en el cielo” comenta Catalina.
“No te quedes ahí aun puedes usar tu boca” le dice Sara, ella toma a Pamela con fuerza y la hace poner su coño sobre el rostro de Sebastián y él tímidamente empieza a pasar su lengua sobre el mismo, a Pamela esto la excita y mueve su sexo contra Sebastián.
“Déjanos ayudarte” dice Catalina y junto a Sara se unen a Pamela y pasan sus lenguas por todo el miembro de Sebastián que ya no sabe que hacer, trata de liberarse pero ellas lo amarraron bastante bien a la cama. La sensación de sentir tres lenguas recorriendo al mismo tiempo su verga fue demasiado para él y comenzó a correrse para deleite de ellas.
“¡Vaya pero si es un pequeño degenerado míralo se ha corrido sobre nosotras!” se ríe Pamela al verlo, “pero fíjate que aun esta bien erecto y duro” le hace ver Catalina, Pamela sonríe picaramente, “veamos que más puede hacer”. Las tres se desnudan por completo y Pamela se monta una vez más sobre su primo, Sara sujeta derecha la verga de Sebastián y Pamela comienza a rozar su coño contra su verga. Ella se besa con Sebastián que no sabe como responderle, “vamos no seas tímido, acaso no me querías tener así” le dice ella.
Luego de jugar con él por un instante Pamela lentamente se deja caer sobre su verga, ella cierra sus ojos y su respiración se agita notablemente, Sebastián esta totalmente extasiado mientras ella se mueve lentamente sobre él, Catalina y Sara se besan apasionadamente con Pamela y le soban sus majestuosos pechos mientras ella esta empalada sobre su primo. Sara se pone sobre Sebastián restregándole su coño en la cara para que él se lo pueda lamer, las tres chicas se dan un festín con el pobre de Sebastián el cual se ve completamente sometido a sus caprichos, aunque él no se queja en absoluto de ello.
Al cabo de un instante Sara se levanta dejando el miembro de Sebastián aun bien duro, Pamela nuevamente toma su lugar pero ahora ella se le monta separando ampliamente sus piernas mostrando completamente su coño, “ya saben” les dice a sus amigas. Ellas dirigen esta vez la verga de Sebastián directamente al culo de Pamela para sorpresa de él, ellas se la lubrican con su saliva y Pamela la recibe completamente en su culo que Sebastián siente bastante estrecho.
“¡Así es se siente tan bien tu verga en mi culo!” le dice ella que se mueve rítmicamente sobre él metiéndosela más adentro cada vez, sus amigas no se quedan solo mirando y continuamente le lamen y le meten los dedos a pamela, Sebastián tiene una vista privilegiada de ello, pero aun hay más.
Pamela sigue moviéndose sobre la verga de su primo, se la mete una y otra vez dándole con todo, en ese instante las amigas de Pamela aparecieron portando dos consoladores que de inmediato se los ponen en la cara a Pamela, ella los chupa y los saborea como si fuesen de verdad, sus amigas le ayudan y después se los deslizan entre sus pechos, Sebastián se queda atónito cuando se los empiezan a meter por el coño, no uno sino que ambos a la vez y aun con su verga bien enterrada en el culo de su prima.
Catalina y Sara le dan con todo a Pamela, se los meten una y otra vez y se los retuercen en su sexo para el total deleite de la ardiente muchacha, Sebastián mueve sus caderas y la penetra con más fuerza aun mientras observa con lujo de detalles como se follan a su prima.
Pamela sigue gozando como loca, ella misma sujeta uno de los juguetes mientras sus amigas se follan entre ellas con el otro, Sebastián ya no da más y Pamela lo intuye en el momento en que ella se levanta Sebastián se corre de nuevo salpicándola de semen. Las chicas se encargan de atenderlo como se debe y finalmente lo liberan de sus ataduras.
“Espero que para la otra seas más activo” le dice Pamela a Sebastián, “siempre y cuando no me vuelvas a amarrar de nuevo” le responde él. Los cuatro se quedan ahí recuperando el aliento, Sebastián espera poder volver a follarlas esta vez a su manera cuando de pronto sienten el ruido de un auto afuera, es Sergio, el papa de Pamela, de inmediato los cuatro se arreglan y ellas se esconden para no ser descubiertas, Pamela le da un ultimo beso de despedida a su primo, “te prometo que te iré a visitar algún día” le dice ella. Sebastián recoge sus cosas y se va con su tío mientras ellas lo observan tras una ventana.
Dos meses han pasado y Sebastián no ha vuelto a ver a su prima, una tarde esta en recreo en su colegio cuando recibe un mensaje de texto en su celular. “Estoy en tu casa te vengo a visitar por unos días, te espero, ven enseguida, ventana de la cocina, Pamela”. Esto despierta la curiosidad de Sebastián, de inmediato se pone manos a la obra e inventa una supuesta enfermedad para salirse de clases y regresar antes de la hora a su casa.
Tal como dice el mensaje él entra por el patio saltando la cerca, en silencio se aproxima a la ventana de la cocina, voces y ruidos se escuchan cada vez con más fuerza a medida que se acerca. Discretamente se asoma por la ventana y ve a dos personas, dos mujeres, Pamela y alguien más. Ambas están en el piso de la cocina, Pamela encima de la otra, semidesnudas se besan apasionadamente, Pamela le mete su lengua en su boca y casi no le da tregua. Sebastián se percata además que entre ambas se follan con un consolador entre si, este entra y sale de los coños de ambas, Pamela se carga con fuerza sobre la otra enterrándoselo hasta el fondo.
“Pamela, Pamela, espera un poco, ya es muy tarde Sebastián puede llegar en cualquier momento” le dicen, Pamela la besa ardientemente y se carga con mas fuerza aun, “no se preocupe tía, Sebastián nunca sabrá nuestra pequeño secreto, así que sigamos, aun tenemos tiempo para seguir cogiendo”, Pamela abraza a su tía y ambas ruedan por el piso quedando la tía encima de su sobrina, Pamela observa a la ventana y ve una silueta familiar, a Sebastián con su verga en la observándolas, “estas dos semana serán increíbles” agrega ella después mientras sigue follando con su tía.

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Relato Erótico: “El amuleto 3 FINAL” (PUBLICADO POR VALEROSO32)
mujeres no me faltaban en la casa Lucil se quedó a vivir como su madre en la mansión y follábamos casi siempre y muchas veces venia Andrea y Alexia y hacíamos auténticas orgias.
todo iba demasiado bien cuando recibí la llamada de mi amigo el arqueólogo oye he traducido el texto del amuleto completo:
– no te lo habrás puesto
– no porque -dije mintiendo.
– porque el amuleto consume a la persona hasta que muere y al menos que te lo quiten es imposible quitártelo del cuello por propia voluntad. eso si dice que puedes tener a la mujer que quieras a las mujeres más bellas de la tierra. joder bueno es para que lo sepas- dijo mi amigo- deshazte de él es maligno.
– lo hare -le mentí así que moriría pero por lo menos me follaría a quien me diera la gana desde estrellas de cine hasta mujeres modelos mises o vírgenes lo pasaría por lo menos bien hasta mi muerte.
ya sabiendo todo me fui a un concurso de misses que se celebraba en Miami use el amuleto para poder pasar sin problemas y estar en el concurso de miss Miami camiseta mojada entre allí las mujeres eran bellas a mas no poder chicas de 22 24 25 años que solo con mirarlas te derretirías. la verdad que eran todas bellísimas pero las que más me gustaban eran mis Venezuela mis Colombia mis Brasil salieron a concursar con un tanga y una camiseta mojada con agua que le echaba la gente la cual se marcaba los atributos las tres que he dicho estaban no más para comérselas y ponerlas en mi harén.
gano mis Venezuela que era rubia con ojos azules y las siguió como damas de honor mis Brasil y mis Colombia eran morenas con ojos verdes y pelo liso y pelo ondulado como es costumbre en las brasileñas cuando llegaron a los camerinos yo las estaba esperando para llevarlas a mi casa venir a mi casa.
– zorras os voy a follar- dije yo aunque el que hablaba era el amuleto ellas sonrieron y se vinieron conmigo sin decir una palabra las lleve a mi mansión donde las dije -quiero veros desnudas.
como putas en celo ellas se quitaron todo sonriendo y dijeron:
– estamos dispuestas para que nos folles cuando quieras.
se me caía la baba al verlas desnudas eran unos pibones que solo uno ya te hacia correr nada más verlas.
-chuparme mi poya.
ellas estaban encantadas si estábamos deseando y se la metieron a la boca que tuve que hacer un esfuerzo máximo para no correrme en sus boquitas.
se llamaban Jasmín Daniela y Julia cogí a Jazmín y se la introduje por el chocho me di cuenta que era virgen ya que la hice daño y empezó un poco a sangrar.
– pero como no me lo has dicho -dije yo.
-porque estaba deseando que me follarás quiero ser para ti- dijo ella.
– nosotras también.
Daniela la brasileña no era virgen ni Julia pero estaban para comérselas también.
– toma zorra -la dije a Jazmín.
– si así dame más romperme el coño -dijo Jazmín- fóllame con tu poya hasta los huevos.
estaba lleno de lujuria me di cuenta que el amuleto las volvía unas viciosas luego se la metí por el culo.
– si dame bien que gusto cabrón hasta los huevos métemela.
luego Julia y Daniela me comieron la poya joder como mamaban parecía que se les iba la vida en ello me folle a Daniela mientras Jazmín la comía las tetas a Julia.
Daniela me dijo:
– fillo da puta fodeme gustoso mexe osa hija puta jodeme dame gusto muévete.
luego la di por el culo se volvía loca.
– mais mais fodeme o culo quiero tu lechiña en mehu culo.
luego llegó el turno a Julia la colombiana la cual se la metió sin reparos en el culo.
-así papaíto por el culo dame bien cabrón hasta los huevos dame. ahora por la cuca- ósea el coño -así hijo de puta como follas.
no sé cómo podía aguantar tanto tendría que ser el amuleto luego le tocó el turno a Jazmín:
– así mi amor dame todo tu leche.
– así que- las dije -abrir vuestras bocas zorras. toma mi leche en la boca.
ellas se relamieron de gusto cuando me corrí en sus bocas no podía quejarme tenía mi mansión llena de mujeres despampanantes que jodían conmigo cuando quería y entre ellas hacían varias orgias lésbicas.
allí en Miami iban hacer una película muy famosa policiaca entre ellas había actriz muy famosa una tal Scalert Johanson que el lector la conocerá tiene un par de tetas que no te menees la productora iba a provechar los decorados de Miami para rodar la película junto con otra actriz también famosa actriz alemana Claudia Siffer. así que me presente allí diciendo que era un productor de cine usando el poder del amuleto entre enseguida en la producción cuando termino el rodaje fui a los vestuarios de las estrellas n se puede pasar dijeron los guardias
– quien dice eso payaso -dije yo- vete y no vuelvas más.
y el tío se fue entre donde estaban las estrellas cambiándose ellas al verme se asustaron.
– pero quien es usted que hace aquí esto está prohibido aquí no se puede pasar. avisare a seguridad -dijo Claudia.
– tranquilas zorras -dije yo- venir conmigo a mi mansión y chuparme la verga.
no sé cómo me salió aquello pero enseguida cogimos una limusina y fuimos a mi mansión allí di orden de no ser molestado y me fui al jacuzzi con ellas se me desnudaron Scalert tenía un par de tetas que no veas y Claudia no se quedaba atrás me comieron la poya juntas y luego puse a Scarlet a 4 patas y se la metí hasta los huevos ella gemía:
– más mas dame más cabrón que gusto no pares de follarme.
-deja algo para mi- dijo Claudia -yo también quiero.
– tranquila que habrá para las dos zorras.
luego cogí a Claudia y se la metí por el culo ella se volvía loca mientras Scarlet la comía el coño.
– no pares haz que me corra- dijo Claudia.
– tranquila zorras.
las comí el coño a las dos y Claudia se corrió luego me folle a Scarlet a 4 patas lo cual me corrí dentro de ella lo pasamos genial de esto que cuanto al lector hace ya muchos años yo me estoy muriendo ya que el amuleto me ha consumido del todo y me queda poca vida aunque no me arrepiento en absoluto he disfrutado de cada mujer que me ha dado la gana sea mis modelo o estrella de cine y me he tirado a más de 200 mujeres en toda mi vida he dicho esas estrellas pero han sido varias que no quiero revelar esta es mi historia lector yo voy a morir pero muero contento y lo volvería hacer ah un consejo se encuentran el amuleto póngaselo merece la pena morir por el FIN
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Relato erótico: “MI DON: Lola- Regalos (41)” (POR SAULILLO77)
Ya estaba hecho, no había vuelta atrás, Lola y yo éramos pareja, ese fin de semana fue una montaña rusa de sentimientos, llevaba casi 4 meses siendo el casanova más cerdo y detestable que podía ser, me lo estaba pasando bien, teniendo esclavas como Liz, amantes inexpertas como Jeni y autenticas lobas como Yasira o Eli, con un abanico amplio de mujeres, altas o bajas, delgadas o rechonchas, rubias, morenas o teñidas, iba a por todas y al menos las hacia probar mi fogosidad 1 vez, y si pasaban la prueba seguían hasta donde duraran. Si salía a comer, me tiraba a la camarera, si iba al cine, a la del puesto de palomitas, si iba a una discoteca, a la gogó mas caliente, o si tenia que comprarme ropa, a la dependienta, me daba a igual, tenia tanta ira por dentro que me arriesgue con las amigas de mi hermana, y aun así no paraba, pese a estar agotado o poder contagiarme de cualquier enfermedad venérea. Solo os he relatado las relevantes, pero a cada sitio que iba, no miraba mujeres, si no próximas víctimas, y lo había mandado todo a tomar por culo por una choni agresiva, territorial y de ira fácil, por que irónicamente, me calmaba a mi.
Al terminar el fin de semana con mis amigos y despedirlos con aquella lluvia torrencial, me quedé con Lola todo lo que pude, y pese a que seria lo normal, no tuvimos sexo, fueron solo carantoñas y caricias, me perdía en sus ojos, azules y luminosos, se ruborizaba al verme mirarla de esa forma, nos habíamos sentado en el sofá rodeados de toallas al estar empapados por la piscina y el aguacero que nos cayó encima, se sentó en mi regazo rodeándola con mis brazos y una toalla, podría acariciarla y babear en su precioso y delicado cuerpo, pero no podía apartar los ojos de aquella mirada inquieta y viva, quería ver más allá de su rostro, mi mente ágil y escarmentada trataba de pensar mil maneras en que Lola fuera un engaño, algo irreal, quizá Eleonor, Ana, o hasta Jeni y Lucy tenían motivos para querer vengarse de mi, pero tenia la sensación de que si Lola fuera un artificio, me habían ganado esa partida, estaba tan perdidamente enamorado de ella que me hubiera dado igual que en ese mismo momento entraran todas con un equipo de cámaras detrás y un muñeco enorme de “inocente”. Había construido un muralla a mi alrededor y la mujer en mis brazos, una niña sin desarrollar del todo, con un 1,60 escaso de altura y menos de 57 kilos, la había derribado a mazazos, “no, no puede ser falso”, tendría mis argumentos para pensar así, lógicamente, a Lola la conocí antes del lío del piso, y aunque la hubiera pagado después, o era la mejor actriz de la historia o no era mas que una cría que seguía las modas de una tribu urbana mal vista, no se puede disimular cierta carencia de palabras, agudeza mental o reacciones físicas, y si era capaz, cuando la dieran su 6º Oscar siempre le podría presumir ante la gente que me tiré a aquella mujer.
La acompañé a su casa y nos despedimos con un largo y lento beso, la azoté en el trasero cuando se inclinaba sobre mi pecho para alcanzarme la cara con sus labios, y me respondió con un puñetazo en el vientre, justo donde aun me dolía, mi reacción la hizo palidecer solo un instante, para luego volver a besarme, riéndonos, se comportaba más como un mejor amigo que como mi novia, y aun así me la puso medio tiesa al mirarla el culo cuando se bajaba del coche, al regresar a casa corrí a coger el móvil estaba sonando tirado en el suelo, lo había dejado en la mesita, y había vibrado tanto que estaba tirado allí.
-YO: ¿si?
-LIZ: ¡¡¡¿como que ya tienes novia pedazo de desgraciado?!!! – tuve que alejar el móvil de mi oreja de sus gritos.
-YO: ¿que te pasa?
-LIZ: ¡¡¡¿y encima lo preguntas?!!! ¡¡¿pero no ibas a cortar con ella?!!
-YO: iba……..pero que quieres que te diga, la amo.
-LIZ: a muy bonito, ¿y ahora que?, ¿vas a estar jugando con nosotras como si fuéramos peones?
-YO: en realidad no……….había pensado que…….ya que tengo una relación seria………..pues………- no encontraba un forma suave de decirlo -…….vamos que te tienes que ir de mi casa…..- los gritos que pegó fueron tantos que a los 2 minutos decidí colgar, me volvió a llamar igual y la volví a colgar, a la 3º ya parecía más despejada.
-LIZ: mira, siento todo esto, me paso por allí y lo hablamos…..
-YO: si tú quieres………pero tráete una maleta, al irte te llevas tus cosas.
-LIZ: no seas cabrón, no me hagas esto.
-YO: mira, ha sido divertido y eso, pero ya sabias lo que había, mejor que ninguna, te agradezco todo lo que has hecho por mi pero se acabó.
-LIZ: esto no va a quedar así…….no soy un pañuelo de usar y tirar – colgó con un tono amenazador.
Me pasé toda esa noche, y lo siguientes 2 días, con conversaciones y mensajes similares, tirado en la cama con 40 de fiebre y escalofríos del domingo en la piscina, con un dolor de cabeza horrible y sudando sin parar, pero sonriendo cuando Lola venia y se quedaba cuidándome por las tardes, mi cuerpo la había protegido tanto que estaba como una rosa y yo era un harapo postrado en la cama, las únicas que no montaron en collera, ni me amenazaron, ni lloraron, ni suplicaron, ni cuáquera otra cosa, fueron Ana, que me llamó para felicitarme y hablar un poco del pasado, y Eli, con un escueto mensaje con una foto suya lanzándome un beso guiñando un ojo
“Mucha suerte con tu nuevo amor”
Fue la única foto recibida que Lola no me borró, el resto eran, de eróticas y sensuales, a obscenas y grotescas, todas con el fin de hacerme cambiar de idea, pero soy tan tonto que mandé los mensajes a todas sin pensar en las consecuencias, gracias a dios quité a Eleonor del lote, ni me imagino que podría hacerme si se entera, Eli me demostró que la única que entendió lo que necesitaba y comprendió mi forma de ser fue ella, el resto no lo aceptó nunca, y se creían que tenían a un animal salvaje dominado, compartido pero enjaulado, y cuando el animal rugió y decidió irse, se echaron las manos a la cabeza. La peor fue Liz, que odio me tenia de golpe, al ser la más cercana no me la podía quitar de encima y amenazaba con ir a mi hermana, ¿pero que la iba a decir?, ¿ “tu hermano pequeño me ha tenido 2-3 meses esclavizada sexualmente por que me encantaba como me follaba con su enorme polla” ?, sin duda eso fue lo que hizo Iziar, y Liz sabía tan bien como yo que las cámaras que grabaron a Iziar, la tenían a ella grabada negándose a ponerse ropa normal, retozar en mi cama pidiendo sexo hasta que se lo daba, o teniendo festivales lesbios con las chicas que dejaba mientras yo salía de casa, estaba tan pillada que solo podía mirarme con odio.
Al 4º día me recuperé por fin del catarro que cogí, el 1º olor que notaba en mi nariz desde hacia días era el desayuno de Dani, me hizo bajar flotando por las escaleras, y abrazarla levantándola por los aires entre risas girando sin parar.
-DANI: tú para, estar malo, descansar y tomar leche caliente.
-YO: ya se me ha pasado, y estoy renovado, Dani, el amor lo cura todo – la dejé en el suelo besándola en el cuello.
-DANI: ya, yo vi mensaje en móvil, ¿tu y Lola novios?
-YO: si, así que por ahora te quedarás sin que te haga mía – sonrió ante aquella especie de broma entre nosotros, Dani me quería, y yo a ella, pero si no había pasado ya, es que no pasaría nunca, Dani estaba demasiado curtida en el sexo, y creo que me veía más como a un hijo que como a un hombre.
-DANI: oh, yo lamento, no poder dormir esta noche con marido – se colocó el dorso de la mano en la frente como una gran actriz dramática, riéndonos.
Lamenté no haberme aprovechado antes de sus ofrecimientos, pese a no ser reales, si no muestras de piedad o cariño, serian mejor que nada, la había visto en biquini cuando su marido y su hijo se pasaron por mi piscina, y era de lo más hermoso y bien colocado que había visto nunca, si teniendo un hijo estaba así, un escalofrío me entró al pensar en ella con 18 años virgen y joven, pero ahora no podía, era un hombre con pareja, y esa idea empezaba a revolotear en mi cabeza, mientras tenia orgasmos en la boca con el sabor de las tortitas con sirope.
Si, de nuevo con pareja, con Irene me fue genial hasta que llegó el sexo y se volvió una adicta hasta no querer nada más de mi, Ana había sido maravillosa, pero terminó en desastre, sin duda fuimos demasiado rápido y demasiado lejos en nuestros juegos, no me podía volver a pasar, lo 1º por que ya había tenido bastante sexo con Lola y no se le había ido la cabeza, así que solo tenia que asegurarme que lo 2º no pasara, buscando ideas me senté con Dani para que me explicara su romance con su actual marido, sin duda la historia de cómo una puta se volvía una madre de familia con trabajo seria un ejemplo, me dijo que para ella fue mi importante ir despacio, notar como su marido no era un cerdo más que solo la abría de piernas, si no una persona que la quería y la respetaba, que la ayudaba con sus problemas y que se preocupaba por ella, poco a poco iban quedando más a menudo, luego unas vacaciones, y por ultimo irse a vivir juntos.
Fue esclarecedor, no podía meter a Lola a vivir en mi casa, no de primeras, pasar demasiado tiempo juntos me llevó a experimentar con Ana, iría despacio, como en las series, cada capitulo un poco más, hasta que de forma natural fueran ocurriendo las cosas, un proceso lento y progresivo. Estaba sentado en el sofá de salón, mirando a las paredes, pensando en que solo me sentía, en que no tenia nada que hacer en todo el día mientras Lola estudiaba de mañana y se pasaba por las tardes, solo trabajaba los fines de semana por las mañanas y mi jefa se mostró muy enfadada al ver el mensaje de mi noviazgo, no me lo pondría fácil, pero aun así, tenia tanto tiempo libre y nadie con quien compartirlo. Fue cuando un velo, o un cortina nebulosa, se apartó de mis ojos, y vi mi casa como por 1º vez, enorme, con 2 plantas, 4 habitaciones 3 baños y piscina propia, “¿Qué coño hago viviendo yo solo en esta casa?, tengo 21 años y ya vivía como un cuarentón”, se me pasó por la cabeza quemar la casa, como dijo Lola, seria gracioso explicárselo al seguro, luego entré en mis cabales, podría venderla, por ese piso al menos unos 50 millones de €, ¿pero donde viviría?, ¿volver a casa de mis padres? ¿A aquel cuchitril en comparación a mi palacio, a 15 kilómetros del centro de Madrid? Y una mierda, mejor seria comprarme un piso mucho más económico por el barrio de mis amigos, o ya puestos volver al piso de estudiantes, pero ya estaban las habitaciones ocupadas, y mi opción para entrar seria acostarme con Lara, y no creo que Lola lo aprobara……………….. Tenia la solución delante y no la veía, me golpeaba la cabeza tratando de zarandear las ideas, lo hacia desde pequeño, exteriorizar mis sentimientos, me ayudaban a definirlos y hacerles frente, mi madre me regañaba a menudo por me decía que me iba a hacer daño, mi padre se reía y mi hermana me ”ayudaba”, moviéndome como una maraca, jajajjaja dios, que recuerdos………………..”eso es”, ¡¡¡¡¿como podía haber sido tan imbécil?!!!!.
Cuando llegó Lola le expliqué mi idea, el como quería llevar nuestra relación, ella vivía con sus padres y podía pasarse por mi casa todas las tardes, quedaríamos los fines de semana y esas cosas pero nada de agobios, la conciencié de que sus estudios era prioritarios, tenia que sacarse el graduado para que la admitieran en cualquier curso de peluquería, que es lo que quería hacer, la dije que si sacaba los estudios adelante yo mismo la pagaría el curso, se me abrazó llenándome de besos, pero la tranquilicé, “solo si apruebas todo”, ya tendría tiempo de bajarla de la uve, ahora no me escuchaba, al terminar de hablar subimos a mi habitación y nos desnudamos lentamente hasta quedar tumbados en la cama, conmigo encima de ella besándola por el vientre, con ella jugando con mi pelo, pasamos un buen rato rozándonos, se abrió de piernas y la fui penetrando lentamente, se le había cerrado un poco de casi 2 semanas sin hacerla el amor, por que a ella ya no la follaba, era tierno y suave, y sus gritos solo eran de placer y gozo, pocas veces la hacia sufrir, o al menos queriendo hacerlo, su rostro cuando iba metiéndola cada vez más en su interior era de locura absoluta, y yo me contenía por no destrozarla, parecía tan frágil, tan diminuta, era brutal observar como su cadera se inflaba al dejar paso a mi rabo, era glorioso meterla entera en un cuerpo tan pequeño, sus muslos solo eran el doble de grandes que mi polla, y al iniciar el vaivén lento mientras la besaba sus bonitos senos de adolescente, sus gemidos me perdían en la lujuria. Si podría estar 40 minutos con la bestia, follando de esa manera podía estar horas, sus orgasmos eran casi tan pausados como mis golpes de cadera, la puse a 4 patas y cuando la fui a meter en su coño las carcajadas al ver las dimensiones fueron ofensivas, el ancho de mi verga era 1/3 parte del ancho de sus caderas, y aun así de firmes estocadas le entraba, era un truco de magia delicioso, como volver a meter un corcho en una botella de vino, cuando la fuente de fluidos me mojó las piernas la sujeté de la cintura y fui aumentando el ritmo, el sonido de golpes en su culo era constante y sus gritos y palabras se mezclaban en lamentos de placer, a ese ritmo ya mi pene no aguantó y daba los espasmos previos a una corrida, ella lo sintió y se salió de mi, el agujero entre sus piernas era un espectáculo, girándose, me tumbó con rapidez y con sus pequeñas manos masturbó mi tronco mientras se metía el glande con trabajo, pero a estas alturas ella ya sabia que la aparte que me volvía loco de ella, eran sus ojos, los tenia abiertos y mirándome, como gotas de cielo que no se apartaban de mi rostro mientras derramaba mi semen en su boca, el dulce placer que me provocaba su lasciva precocidad me dejaba planchado, ¿Cómo una niña podía ponérmela tan dura y a la vez dejarme roto con solo 1 polvo?, por aquel entonces ni me lo plantaba, solo disfrutaba de ello.
¿Que ocurre cuando una fuerza imparable choca contra un objeto inamovible?, ambos ceden, no había otra, mientras yo la ayudaba con los estudios y trataba de refinar sus modales, ella me arrastraba al mundo de la música electrónica y la fiesta sin descanso, a su vez yo me negaba a ponerme un piercing o hacerme un tatuaje, y ella a vestirse de forma menos llamativa y mostrando menos de sus muchos encantos femeninos, era una negociación constante, llena de vida y felicidad. El trabajo fue lo más duro, mi jefa trató de convencerme con armas de mujer para que hiciera una excepción con ella, cuando me negué apartando sus manos de mi entre pierna usó sus armas de jefa, amenazando con echarme si no la obedecía, por suerte mi jugada ya estaba planeada, la enseñé un bonito vídeo del móvil con ella comiéndome la polla la 1º vez que la hice mía, cuando la dije me pasaría por la empresa a recoger mi despido dejándole aquello a los jefes se puso de todas las tonalidades de azul, fueron un par de semanas duras de trabajo, ya era tan brusca y cruel conmigo como con el resto, pero me daba igual.
Tenia tal cantidad de videos, grabaciones y fotos, de chantajes útiles, usados o posibles en un futuro, que pensé entre risas que si me quitaran aquello podrían destruirme la vida, joder, era verdad, de inmediatamente hice copia de todo, varias de hecho, y las guardé en muchos sitios diferentes, una ligera angustia que tenia por miedo a represalias se calmó dentro de mi, ya solo tenia que bregar con alguna que otra ex amante que acudía a mi portal montando escándalos.
Llegaron las fiestas y preparé junto a Dani la noche de Navidad en mi casa, con mi familia, e invité a Lola, que pasaría todas las fiestas conmigo, no creía que sus padres no la dijeran nada o no les importara eso, pero así era, fui personalmente a presentarme a sus padres y comentarles mi idea, por si se quieran venir o algo, pero me encontré la familia tipo des-estructurada, un padre que apestaba a cerveza, ni me miró a la cara cuando le saludé, con una voz ronca que apenas se entendía dando gritos por cualquier cosa. Su madre era la definición de un estado de nervios, delgada, con la cara demacrada llena de ojeras y fumando sin parar, con un temblor constante, su forma de hablar era a como si se le hubiera quedado una “g” enganchada en la campanilla, si no consumía aun, había consumido drogas duras, estaba seguro, solo unos ojos azules escondidos tras unos párpados cansados hacían ver que era su madre, y aun así eran tan tristes y apagados que no se podían comparar con los de su hija. El remate fue el hermano pequeño de Lola, un mico de 11 años que era un terremoto, se movía sin parar por la casa, golpeaba las cosas, tenia un camión de juguete con el que iba rayando las paredes y berreaba sin parar, trataba de jugar con el pero me miraba con asco, estaba claro que quería llamar la atención, no paraba de moverse y hablar, su madre le susurraba que se estuviera quieto, con la voz rota de haberse rendido. Luego mientras hablaba con su madre, ya que el padre ni se molestó en hablar conmigo, el crío pasaba por delante y pegaba con el camión en las piernas de Lola, haciendo un ruido molesto e hiriente con la boca, Lola le miraba apartándolo con suavidad con un gesto claro de que si no estuviera yo delante le haría algo peor que eso, me dieron unas ganas locas de soltarle un bofetón al crío, de los que me daba mi madre de niño cuando me ponía algo tonto, algo, no ya el bochorno que estaba protagonizando el hermanito, parecía que no le habían dado uno en su vida.
(Pese a que la violencia con los niños es un tema delicado, una buena hostia pone recto a cualquiera, eso lo sabia de propias carnes, mi madre me daba bastante, pero nunca se propasó, y mi padre me puso la mano encima 1 sola vez en toda mi vida, no se no que estaba haciendo revoloteando a su alrededor, el no paraba de decirme que me estuviera quieto, que iba a tirar algo, pero yo le sacaba la lengua y seguía jugando a su alrededor, hasta que como era normal, roce un mueble y una figura de porcelana se precipitó al suelo, del bofetón que me soltó caí al suelo, y la marca se quedó en mi mejilla más de 1 hora, mi madre se asustó y a mi pobre padre le caía un berrinche encima de órdago, pero me miraba y yo con mis 9 años entendía que no fue por romper la porcelana, si no por que me lo advirtió tantas veces antes que estaba desafiándole, saber hasta que punto podía propasarme con el, y por los cielos que me quedó claro. Eso si, a un niño no se le educa a golpes, eso son reacciones físicas inevitables ante un crío revoltoso, para zanjar el tema en un momento de rabia, entiendo que a mi me han educado bien, y no por esos golpes, si no por que después de la bofetada, los broncas, los castigos y hasta las humillaciones publicas, con clama y tiempo, se sentaban conmigo y me explicaban por que habían hecho eso, que estaba haciendo mal y como debería de comportarme en esas situaciones, eso es, a mi entender, educar bien a un hijo.)
Lola estaba roja de vergüenza y el camino de vuelta se lo pasó sollozando, puedes pasarte una hora, o un día, o años con una persona y pensar que ya la conoces, “una choni estúpida, pastillera y borracha”, seguro que eso mismo has pensado de alguna o alguno que has visto por la calle, pero la realidad de cada uno es tan diferente que atreverse a juzgar sin conocer bien los hechos se vuelve una temeridad. Me alegré mucho de haberme cruzado en su vida, y por egocéntrico y déspota que suene, sabía que podía darla una mejor vida que aquella, pienso que no es justo juzgar que mi familia educa mejor o peor, pero que sea injusto no cambia que la imagen que me dieron, sabiendo que iría a verlos, fue de una dejadez y desatención absoluta, casi un milagro que Lola no fuera ya una drogadicta, alcohólica y ya embarazada, es duro decirlo así pero era la sensación que tenia, más aun cuando sentándome con ella ha hacer los deberes, descubrí que no era ni tonta ni vaga, simplemente nadie le había dedicado tiempo, si hasta era mejor que yo en matemáticas, y me juré que desde ese día yo seria lo que necesitara. Me pasé esa noche abrazado a ella, bajo las gruesas capas de mantas a casi finales de diciembre, calmándola y dándola cariño, reconfortándola y sintiendo como se iba quedando dormida sobre mi pecho.
Por fin llegó el día de Navidad, estaba tan ansioso y nervioso que me temblaba el cuerpo, Lola fue un gran apoyo esos días, la idea que tenía en mente brusca que temí que Lola la rechazara, pero no solo lo aceptó si no que le pareció una idea genial, entre los 2 y Dani que se pasó a ayudarme a preparar todo, teníamos mi casa casi lista, quería que lo estuviera antes de que llegara mi familia, en cuanto mi madre entrara por al puerta todos seriamos peones en sus manos, mandé a Dani a su casa 1 hora antes de su turno, la había invitado a cenar con nosotros ese día y que se trajera a su familia, pero se negó agradecida, imploré de rodillas a Lola que se pusiera uno de los vestidos menos llamativos que tenia, y me lo concedió con tantos nervios como yo, el vestido en si era rojo, casi gránate, de 1 sola pieza, desde los hombros hasta por debajo de las rodillas, algo ajustado pero elegante, con una medio luna en la espalda dejando ver el final de su espada y el tatuaje, había ido a una peluquería pero se había hecho ella sola un peinado precioso, alisándoselo todo sobre un hombro, caía como una catarata de oro liquido, con unas medias finas y unos zapatos a juego, se maquilló 3 veces, y cada vez usando menos cosas, me parecía absurdo, con la cara lavada estaba preciosa, las pecas de sus mejillas eran bonitas, pero se empeñaba en cubrírselas, al final con un pinta labios gránate, algo de colorete en las mejillas y una sombra menos grande de lo habitual en los ojos salió y me desplome desmayado en el suelo, de broma, pero la visión lo merecía, me vestí en una cuarta parte del tiempo que usó ella, me miró con odio al verme con los vaqueros, con slips claro, una simple camisa, y estar alucinante, con la cara lavada y mi estudiado despeinado, me senté con ella con miedo a tocarla por estropear su belleza.
-YO: tengo que pedirte disculpas anticipadas.
-LOLA: ¿por que?
-YO: es la 1º vez que vas a ver a mi familia, y no se como va a salir esto.
-LOLA: por favor Raúl, ya viste a mis viejos, no puede ser peor – bromeé girando la cabeza y abriendo los ojos dudando de sus palabras.
-YO: no se yo……..
-LOLA: jajajaja ni que me fueran a comer o algo, no me asustes, bastante “cagá” estoy ya – taconeaba con los pies en el suelo, yo hacia lo mismo, de nervios.
-YO: no es asustarte, pero mi familia no es muy normal que digamos, cuando estamos juntos tendemos a comportarnos de forma natural y desinhibida, mi padre es un alma libre, mi madre una obsesa del control y mi hermana un ogro…….
-LOLA: no me jodas, ¿peor os lleváis mal?
-YO: que va, nos queremos con locura y son la mejor familia que podría desear tener – Lola entrecerró los ojos sin entenderme.
-LOLA: no te sigo…… ¿entonces me tengo que asustar o no? – sonreí sin saberla que decir.
-YO: solo te advierto que pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, procura no tomarte nada demasiado en serio, presta atención al hablar con mi padre, no discutas con mi hermana y ni se te ocurra mentirle a mi madre, por lo demás se tu misma y si los astros se alinean, antes de que cenemos ya serás de la familia. – Lola reía tratando de asimilar todo aquello.
-LOLA: vale……- mascullo –……..si es solo eso………- impresionada y abrumada, la besé la mano y bajamos a recibir a mi familia, antes de que abrieran al puerta me santigüe, necesitaba que aquello funcionara.
-HERMANA: ya estamos aquí tato, baja al coche a ayudar a mama.
-YO: hola, mira esta es…….- la iba a presentar, mi hermana la miró de arriba abajo, solo con eso Lola agachó al cabeza.
-LOLA: ho….hola…
-HERMAN: buenas, la nueva amiga de mi hermano ¿no?, encantada, ahora baja a ayudar a mama, corre – me tiró del brazo y cerró la puerta tras de mi, con Lola pidiendo ayuda con la mirada antes de oír el golpe del portazo.
Bajé como el rayo y subí de golpe todas las bolsas y cosas del coche de mi padre, saludé con rapidez a mis progenitores, recordándoles que estaba Lola y que por dios no la asustaran, subí aun más rápido, “maldito ascensor”, entré sudando en casa, no escuchaba gritos ni cosas romperse, buena señal, dejé las cosas en al cocina, todo lo que había eran cosas para la cena, y aun quedaba toda la tarde por delante, mi hermana y Lola estaban en el salón, moviendo las mesas y sillas que habíamos colocado.
-YO: ¿que hacéis?
-HERMANA: que eres un inútil, lo has colocado mal y estamos arreglando esto – Lola me miró riéndose, ella misma las había colocado conmigo, pero no se lo diaria a mi hermana, cargaría yo la culpa de ese error, a Lola no se le caían los anillos por mover unos muebles, no era una flor delicada, y mostrarlo ante mi hermana era un punto para ella.
-YO: pues yo creía que así puestas………
-HERMANA: ¿y donde nos metemos si no has dejado sitio entre la mesa y el sofá ese? – gritaba sin mirarme.
-MADRE: bueno, ya vale, que se os oye desde el pasillo, no discutíais – llegaban mis padres jadeando del ritmo que les había puesto y que no habían podido seguir.
-YO: por fin, mirar, os presento a Casandra, mi novia – la rodeé con el brazo ante mis padres, a mi padre se le escapo una mirada de aprobación, sin duda la belleza de Lola era evidente para un varón.
-LOLA: Lola mejor, me gusta más – mi padre se acercó a ella y la cogió de la mano besándosela con elegancia.
-PADRE: es una pena, con un nombre tan bonito, en la mitología griega, Casandra significa “la que enreda a los hombres” era la hija de Hécuba y Príamo, los reyes de Troya. Casandra era sacerdotisa de Apolo, con quien pactó………………….- se alejó con ella de la mano contándole la historia de aquella mujer, pondría cara de incredulidad, pero mi padre era así, Lola parecía entusiasmada con la clase de historia griega.
-MADRE: ¿esta quien es? – me sobresaltó pro detrás.
-YO: ah, si, pues mi novia, ya te lo he dicho.
-MADRE: ¿pero tu novia, novia…………u otra de tus ligues?
-YO: mi novia, voy en serio con ella…….- tenia miedo a preguntar -……….¿que te parece?
-MADRE: hombre……..es monísima, aunque es algo pequeña para ti……
-YO: eso ya lo veo yo……… ¿que ves tú? – entendió mi frase, la observó, sonriendo con gracia a mi padre que aun le hablaba de la etimología de su nombre.
-MADRE: ya veremos………..- me besó en la mejilla y se alejó como una bruja antes de sus hechizos, pavoneándose al saberse con un don al que yo estaba recurriendo.
La tarde fue transcurriendo, como no, mi madre se metió en la cocina y nos tenia a todos preparando algo para la cena, yo trataba de no separarme mucho de Lola, pero no siempre era posible, mi madre la encargó preparar una ensalada bajo su más estricta supervisan, supongo que así podría estar a solas con ella para conocerla, y cuando me pasaba por allí mi madre no tardaba en sacarme a empujones, las oía hablar y reír, para bien o para mal mi madre se muestra como una persona encantadora y divertida, hace que te abras mientras te hace una análisis profundo, así que me senté junto a mi padre y charlé con el hasta que dejé de preocuparme, mi hermana andaba con el móvil liada, no entendía por que Liz no pasaba esa noche con nosotros, yo si. Para cuando empezó la cena las risas recorrían la mesa, como me solía pasar yo era el centro de todas las criticas de mi madre y mi hermana, de broma se metían conmigo para sacar unas sonrisas, mi padre seguía contándole historias a Lola cuando se le ocurría alguna de las cientos que tenia en la cabeza, y ella de forma natural se mostraba curiosa y encantada de escuchar, a mi hermana se la ganó aliándose contra mi en sus bromas, y mi madre seguía escudriñándola con la mirada, con su estudio. La cosa iba bien así que terminamos de recoger la mesa mientras los programas de TV entretenían al resto, mi madre y yo limpiábamos un poco la cocina.
-MADRE: bueno, ¿que tal estaba todo?
-YO: horrible, todo estaba malo…….- me dio una colleja.
-MADRE: mira que no vuelvo a prepararte una cena de Navidad.
-YO: ¿pues como va estar?, todo delicioso, como siempre.
-MADRE: ¿y tu como estas?
-YO: pues mejor, ya no me duele nada y la cicatriz del costado casi ni se nota – me levantó la camisa para verlo por si misma.
-MADRE: si es que…..vaya susto me diste.
-YO: no fue nada……..
-MADRE: ¿y fue por ella? – señaló con el dedo al salón, donde estaba Lola con mi padre y mi hermana.
-YO: si, aunque supongo que papá tiene cierta culpa también……
-MADRE: si, supongo……- recordaba el romance con el y las historias que me contaba de cómo la defendió de “los grises” en las manifestaciones contra la dictadura.
-YO: ¿y no tienes nada que decirme? – me armé de valor para preguntar, y el tono se entendió con facilidad.
-MADRE: la has preparado bien, se nota que a papá se lo ha metido en el bolsillo escuchando sus historias y a tu hermana, pero a mi no me la cuelas……..- aveces me daba pánico como sabía ciertas cosas.
-YO: no quería que fuera mal…..
-MADRE: da igual, a mi no se me escapa nada, se ha esforzado por mostrarse dulce y cariñosa, pero tiene genio y mucho carácter, yo no la enfadaría……..- desde luego no había perdido el olfato – ………es preciosa, no se puede negar pero es tan diferente a Ana…..y a Irene…..- mi madre seguía más enamorada de Irene que yo.
-YO: ya, deja a Irene en paz, y a Ana, necesito saber si puedo fiarme de Lola.
-MADRE: no se que decirte, con una mujer tan temperamental, puede que si o que no, lo que se es que si se ha esforzado tanto en caernos bien es que te quiere con locura.
-YO: o quiere aparentarlo……
-MADRE: tal vez….pero hay cosas que no se pueden fingir hijo mío – se acercó acariciando mi cara con su mano- te mira como a un Mesías que la ha arrancado del infierno, eso no es falso, pero la veo y no puedo evitar pensar que es una niña hosca y dura, su forma de hablar y de moverse, tan…….poco femenina, no se, a mi no me gusta, tu mereces algo mejor.
-YO: ¿habla mi madre o tu instinto?
-MADRE: ¿acaso tu madre no puede querer algo mejor para ti que una niña barrio bajera?
-YO: claro que si, pero no me interesa que te parezca más o menos apropiada para mi, eso lo tengo que decidir yo, lo que necesito es saber si ves algo en ella, algo oscuro y retorcido, como viste en Eleonor y Ana. – suspiró profundamente, mirándome a los ojos.
-MADRE: no se que puede pasar, ni veo el futuro, pero por lo que he visto…………… no, no veo maldad en ella.- una especie de luz creció en mi interior rompiendo en un sonrisa imposible de borrar, me lancé a sus brazos y la levanté del suelo un palmo besándola en la mejilla con fuerza.
-YO: gracias, es lo que necesitaba saber.
-MADRE: pero ándate con ojo, y cuídala bien. – seguía siendo una madre.
El postre que sacamos cerca de las 12 de la noche me supo a gloria, Lola me miraba sin comprender por que de golpe me brillaban los ojos al mirarla, me sujetaba de la mano y me la apretaba preguntándome por que sonreía, estaba feliz, completamente, y cuando pasó la media noche, empezamos a repartirnos los regalos, mi padre me dio un libro de la 2º guerra mundial, me encanta ese tema, mi madre ropa, como no, y mi hermanan unas cuantas películas en DVD, Lola unas zapatillas de deporte, a modo de guiño por como nos conocimos, y llegaron los míos.
A mi hermana le compré unas entradas para un musical de la Gran vía que llevaba 2 años queriendo ir a ver, a Lola un juego de pulsera pendientes y colgante de oro blanco, me puso la cara perdida de carmín al ver los zafiros incrustados, eran brillantes y llamativos pero al lado de sus ojos eran meras piedras, me costaron un dineral pero ahora sabia que lo merecía, a mi madre la di unos pendientes cortos de los que al gustaban y un perfume, y allí empecé mi obra.
-YO: bien, pues ya solo me quedan 2 regalos, el de papa y otro para loa 3 – señalé a mis familiares – pero me tenéis que jurar que los aceptareis.
-PADRE: hijo, no me gusta jurara algo sin saberlo.
-YO: ¿os fiáis de mi?
-HERMANA: no – la risa denotó la ironía, aunque me conocía lo suficiente como para sujetarse bien a la silla.
-YO: venga, ¿que puede ser tan malo?
-MADRE: esta bien, ¿pero no nos asustes? – el resto asintieron con la cabeza, Lola me apretó del brazo de tensión.
-YO: bien, pues allá vamos, 1º el de papá – metí la mano en mi bolsillo y saqué le objeto que le tiré y lo cogió con cierta habilidad, al abrir la mano vio las llaves de mi coche, el de alta gama que me regalo Eleonor.
-PADRE: no, hijo, es demasiado…….- amago con devolvérmelas pero no las acepté.
-YO: es tuyo.
-PADRE: ya tengo coche.
-YO: una tartana de hace 10 años que no deja de ir al taller y consume más que una avión, no, es tuyo.
-PADRE: ¿y tu te quedas sin coche? No
-YO: tengo coche, Teo se ha comprado uno con su sueldo, y el que compramos de 2º mano al mudarnos ya no lo necesita – técnicamente todo era cierto, aunque no había hablado con Teo nada de que me quedara ese coche.
-MADRE: hijo, es un regalo que te hicieron a ti…..
-YO: por lo tanto es mío y quiero dárselo a mi padre, por hacerme el hombre que soy, se lo debo – bastó una pizca de sentimentalismo para que nos fundiéramos en un abrazo y aceptara a regañadientes, era un gran aficionado a los coches y la carretera, pero no a la velocidad, si no a disfrutar conduciendo y llevando a su familia de viaje a conocer ciudades, castillos e historias.
-HERMANA: a mi me parece genial, es mucho coche para un renacuajo – era su forma de mostrarme su conformidad con el regalo.
-YO: bien, ya solo queda un regalo – me agaché sobre la cara de Lola y la susurré que fuera a cogerlo, dándole un ligero beso en la mejilla, sonrió levantándose a por el, regresó con una carpeta de piel – este es mi ultimo regalo de hoy, he sido un adolescente estúpido, así que os pido disculpas por no regalarles esto desde un principio, sois mi familia, me habéis cuidado desde siempre y pese a todo lo malo y lo bueno habéis estado conmigo, me habéis hecho feliz y os debo tanto que no podré pagarlo nunca, aun así aceptad este regalo como anticipo, y sobretodo, gracias.
Expendí la carpeta ante mi padres, la abrieron y como suele pasar, no entendían nada, en mi cabeza siempre se entienden estas cosas, pero la vida real es tan decepcionante.
-MADRE: no entiendo, ¿que es esto?
-PADRE: no se, parecen unos papeles, no veo bien, espera que me ponga las gafas de leer – solté una risa pegándome con la cabeza en la mesa, desesperación por romper el momento tan bonito.
-HERMAN: déjame que yo si leo bien………….- leía sin entender mucho pasando las hojas – ………parecen las escrituras de un piso.
-YO: de este piso en concreto.
-MADRE: ¿y para que me las das? ¿Quieres que las guarde? – la miraba atónito pensando que seria una broma, pero realmente no lo entendía.
-YO: ¿¡¡para que coño te iba a regalar que me guardes unos papeles?!!
-PADRE: bueno, cálmate, y dinos, ¿para que nos das esto? – me mordía la lengua por no saltar con alguna grosería.
-LOLA: Raúl no les da la carpeta, les da las escritoras de este piso, vamos, les regala esta casa.- por una vez la simplicidad de Lola fue útil y los ojos de mis familiares se abrieron a la vez, comprendiendo por fin el regalo y luego sobresaltados al entenderlo.
-MADRE: ¡¡¿pero que dices?!!
-HERMANA: ¿tu estas loco?
-PADRE: ¿nos das…..la casa?
-YO: así es, solo pido que me dejéis vivir con vosotros.
-MADRE: puedes vivir con nosotros siempre que quieras hijo, pero en nuestra casa, no aquí, esto es…….demasiado.
-PADRE: hijo, te lo agradecemos de corazón, y es muy bonito, pero es tu casa, no la nuestra.
-YO: no quiero esta casa, no sin vosotros, estoy solo todo el tiempo y os echo de menos.
-HERMANA: por mi prefecto…..
-MADRE: tu cállate – le dijo de forma severa mientras se levantaba andando hacia mi – Raúl, gracias pero no podemos aceptarlo.
-YO: ¿por que?
-PADRE: ya sabes que no somos así, nos gusta ganarnos nuestras cosas, un coche o una casa son cosas que has de aprender a apreciar, pagándolas y sufriendo para entender lo valiosas que son.
-YO: ¿Y no os lo habéis ganado ya? ¿Que más tenderíais que haber hecho? Papa lleva trabajando desde los 15 años, se ha roto la espalda trabajando toda su vida para darnos una vida, para ir de piso en alquiler a otro, o pagando las hipotecas de un coche o vuestra casa, lleváis 17 años pagándola y aun os quedan otros 12, y aun así eres el hombre que más respeto y quiero del mundo, mama se las ha ingeniando para criar a 2 hijos casi sin dinero y ha trabajado, incluso en 2 sitios a la vez, y aun así habéis educado como muy poca gente podría hacerlo, a mi y a mi hermana, que con 27 años ni siquiera se puede plantear irse a vivir con un chico por que no tendría dinero para ello por que ayuda en casa. Lleváis toda la vida sufriendo y peleando por tener un vida digna, y eso se acabó, ya esta, habéis llegado a la meta, ya no tenéis que seguir peleando, os habéis ganado esto – señalé la casa y las llaves del coche – esto y más, pero no lo tengo, si lo tuviera os lo daría y si logro tenerlo os lo daré, me he pasado casi 2 años en esta casa y no la he podio llamar hogar, jugando a ser un adulto, sin darme cuenta que lo 1º que tendría que haber hecho es daros lo que os merecéis, esta casa, sin preguntas ni condiciones, es vuestra, solo tenéis que firmar esos papeles.
El discurso lo tenia medio pensado, era obvio que no lo aceptarían sin poner objeciones, aun así una lagrima caía por mi cara y algunas partes no fueron tan bonitas como quería, pero creo que eso le dio más emoción al mensaje, no podía entender como no se me había ocurrido antes, mi familia lo era todo y los había dejado tirados en aquel agujero de extrarradio mientras yo vivía la buena vida, se lo debía. No obstante el silencio llenó la casa, Lola trataba de que no se le corriera el rímel sollozando y a mi padre le temblaba la barbilla, mi madre lloraba abiertamente, aferrada a mi pecho.
-MADRE: no es justo para ti……….- me acariciaba con los dedos en la cara.
-YO: yo soy joven y fuerte, seguiré peleando hasta ganarme mi derecho disfrutar de la vida, vosotros ya lo habéis hecho, con creces, lleváis luchando por una vida mejor desde que nacimos, ahora esta es vuestra recompensa.
-PADRE: ¿y que hacemos con nuestra casa? Los del banco querrán seguir recibiendo el dinero de la hipoteca aunque no vivamos allí, o se quedaran la casa.
-MADRE: que se la queden, estoy más que harta de ellos, podemos venderla, por menos de lo que nos queda por pagar, y así nos libramos de ellos. – mi madre ya pensaba en todo, esto arrancaba.
-HERMANA: ¿y que hacemos?
-PADRE: hombre, a mi me pilla mas cerca del trabajo aquí que allí.
-MADRE: y sin tener que pagar las malditas cuotas mensuales tendiéramos más dinero al mes.
-YO: ¿entonces…………?- miré uno por uno a mis familiares, asintiendo, mirando de reojo la casa.
-MADRE: a la mierda todo, nos mudamos – se secó las lagrimas y firmó los papales, mi padre me preguntó con la mirada si estaba seguro por ultima vez, antes de firmar.
No recordaba unas fiestas tan divertidas, nos pasamos a altas horas de la madrugada jugando a las cartas, riéndonos y bromeando, para aquel entonces Lola ya había bajado los escudos, era ella misma, y aun así parecía que nos conociéramos de toda la vida, lo astros se habían alineado, y yo estaba seguro de que había hecho lo correcto. A las 6 de la mañana ya cansados y algo tocados por la bebida, fui con Lola a comprar unos churros con chocolate, bien abrigada aferrada a mi brazo, tal como me gusta, mientras nos despachaban en la tienda hablábamos.
-LOLA: no me creo lo que has hecho…….
-YO: es mejor que quemar la casa, supongo – sonrió recordando sus palabras.
-LOLA: estas cosas no ocurren, no eres un ricachón, y lo único de dinero que tenías lo acabas de regalar como si nada. – la acaricié la cara pesando los dedos entre la cortina dorada de su pelo y la besé sin importarme mancharme de su maquillaje.
-YO: lo más caro tal vez, lo más preciado es mi familia, y ahora tú formas parte de ella. – arrugó el contorno de los labios, parecía que era lo más dulce y hermoso que le habían dicho nunca.
-LOLA: me cago en la puta, que suerte he tenio……..- se abalanzo sobre mi vientre abrazándome con tal fuerza que me hacia daño, la rodeé con los brazos.
-YO: la suerte la he tenido yo de encontrarte –parecía un cumplido simple pero si no es por ella seguiría en aquella casa solo y con una vida vacía.
Al llegar a casa desayunamos y charlábamos de la logística de cómo se harían las cosas, hacerlo durante las fiestas era lo lógico, mucho follón pero eran días libres, sentía un hormigueo en el estomago mientras debatíamos que habitación seria para cada uno, y mi madre ya planificaba cada detalle de todo, al terminar llevé a mi familia a su casa en mi coche, mi padre iba algo bebido, nunca borracho pero si tocaba control daría positivo, además así les dejaba ya el coche allí, cogí las llaves del viejo familiar de mi padre y me las vi negras para regresar con el, la dirección dura, los frenos gastados y sin muchos de los equipamientos modernos de ayuda en la conducción, mi padre me decía que si aprendías a conducir con un coche así serias capaz de conducir cualquier cosa. Iba a casa con una sonrisa se oreja a oreja y con unas ganas locas de celebrarlo con Lola, pero al subir me la encontré tumbada en el sofá totalmente dormida, me quedé sentado a su lado observándola en silencio, la di un beso y ante su remoloneo la cogí en brazos sin dificultad alguna, la subí a la cama y al desnudé lentamente, al quitarla los zapatos soltó aun exclamación de gusto inconsciente, la puse su pijama gordo de lana, arrepintiéndome de no sentir su delicada piel durante la noche ni poder seguir mirándola medio desnuda, y me acosté a su lado, solo con un pantalón de pijama algo suelto y desgastado, abrazado a ella y durmiendo, con una sensación de paz absoluta.
Me despertaron los besos de Lola en el pecho, enfoqué la vista para ver su precioso rostro junto a mi cara, con su larga cabellera rubia cayendo por su hombro hasta mi pecho, y sus imponentes ojos azules que me dejaban sin aire, aunque es probable que tenerla de rodillas encima de mi vientre ayudara a ese efecto.
-YO: hola rubia……- la besé con ternura.
-LOLA: buenos días, caballero – mordisqueó mi mentón con fuerza.
-YO: no merezco tal titulo.
-LOLA: ¿Eso crees? ¿Cuantos tíos se hubieran aprovechado de mí anoche? No se de ninguno que me desnudara en la cama y en vez de follárme me ponga el pijama y se duerma abrazado mi………a ninguno, salvo a ti.
-YO: ¿Y que iba hacerte? ¿Abrirte de piernas y metértela mientras duermes?
-LOLA: no serias el 1º que lo intenta…..- acariciaba mi pecho con su dedos.
-YO: mi pobre Lola………- giró la cabeza algo pensativa.
-LOLA: sabes, me cayó muy bien tu padre.
-YO: suele pasar, es un trozo de pan.
-LOLA: si, además me contó muchas historias y de mi nombre, Casandra, me gustó mucho esa historia.
-YO: ¿acaso no la sabias?, ¿no te has buscado en Internet o algo?
-LOLA: pues no, Lola siempre me pareció mas molón, pero no se……Casandra, tal como lo decía tu padre parecía precioso.
-YO: es precioso.
-LOLA: ¿y si me cambio el nombre?
-YO: ¿por cual?
-LOLA: amos, no cambiármelo, que si dejo de llamarme Lola, Casandra es más profundo, no se, quizá así me tomen en serio.
-YO: tú decides rubia, nunca supe por que te llamaban Lola.
-LOLA: pues porque soy pequeña parezco una niña y eso, mi madre me lo decía y se me quedó, pero ya no me gusta.
-YO: pues entonces Casandra a partir de hoy……- sonrió halagada.
-LOLA: dilo otra vez
-YO: Casandra, Casandra, mi pequeña y bonita Casandra – lo repetía por que cada vez que lo decía me besaba.
-CASANDRA: me encanta como suena.
-YO: genial, por que y también me voy a cambiar el nombre, ahora me llamare…………Eladio – me abofeteó con fuerza.
-CASANDRA: no te burles, que te pego.
-YO: ¿quizá Walter?- me soltó otro bofetón, al 4º o 5º nombre estabamos ya enzarzados en una ficticia pelea en la cama.
Mi polla dura de las mañanas resalía en el pantalón de pijama suelto y al movernos la rozaba con ella, a su vez la risas y los giros la levantaron la parte de arriba del pijama dejando su ombligo al aire, la inmovilicé con algo de dificultad, besaba y jugaba con su ombligo mientras la sacaba carcajadas de cosquillas, hasta que poco a poco mis labios iban haciendo menos cosquillas y más caricias, las risas se iban apagando y una tensión sexual enorme apareció de la nada, me sujetaba la cabeza como su fuera un balón de baloncesto mientras subía por su cuerpo y caía tumbado sobre ella besándola con pasión, sus manos acariciaban mi torso mientras yo jugaba con mi lengua en su boca, era excitante ver la habilidad y sensualidad de esa mujer con un pijama de niña pequeña, tiré de la parte de arriba hasta sacársela, con un río de cabello rubio cayendo sobre su cuerpo, se lo aparté con cuidado y mientras algunas risas flojas afloraban en su rostro yo acariciaba sus senos mientras pellizcaba sus pezones, se retorcía de gusto cuando una de mis manos la cogía de la nuca acariciándola con el pulgar detrás de las orejas, y lamía un pezón tan duro que podría rayar un diamante, los 2 suspirábamos perdidos en la pasión, poniéndome de rodillas tiré, tanto del pantalón, como del tanga que llevaba puesto y la dejé desnuda ante mi, retrocedí para caer con mi boca en su coño, que brillaba con las primeras gotas de placer, me entraba su vagina entra en la boca, y mi lengua para ella era un micro pene que la hacia vibrar, cerraba las piernas sobre mi cabeza jadeando al sentir como chupaba y lamía su clítoris y tiró de mi pelo cuando varios dedos la estaban penetrando buscando su punto G, se movía ansiosa y me costaba mantenerla quieta, elevaba su cintura apoyada en la nuca y se dejaba caer a plomo, un 1º orgasmos la llegó y no descansé hasta sacarla el 2º, allí me fue imposible sujetarla y se encogió rebotando sobre la cama con espasmos leves, cuando iba a por ella me pateó en el pecho echándome hacia atrás y saltó sobre mi, besándome y probando su propia lujuria, sus manos en mi polla acariciaban por encima de la tela y de un empujón me dejó sentado en la cama, tirando de mi pijama, al ver mi rabo saltar tieso ante ella se relamió con lascivia, fue ascendiendo por mis muslos como una serpiente hasta lamer mis testículos con esmero, luego iba subiendo por mi polla repasando toda una línea recta desde la base hasta la punta con la lengua, sin dejar de mirarme fijamente, y una vez arriba sus manos empezaron a masturbar de forma rítmica, lamiendo y succionando el glande como la copa de un helado, el morbo podía ser aun mayor al pensar en la diferencia de tamaños, pero yo ya no veía a una niña, si no a un mujer que me estaba dando una mamada de campeonato, metiéndose el glande entero en la boca y jugando con el, no tragaba mas, no podía sin romperse las mandíbulas pero era más que suficiente.
Me tumbé en la cama suspirando al sentir su lengua, a los pocos minutos no pude reprimirme, la cogí de los brazos y me la senté a horcajadas encima, por poco no la empalo en el gesto, mi polla quedó aplastada por sus labios mayores, y mientras me besaba su cintura hacía que su pelvis acariciara todo el largo de mi verga, al 5º movimiento me hizo lamerla los dedos y se los llevó a coño. Se lo abrió lubricándolo, dirigió mi polla a su entrada y fue apretando lentamente para que fuera entrando en ella, aquellos días la habían vuelto a abrir el coño lo suficiente para que entrara fácilmente, pero a partir de media polla su cara, a escasos centímetros de la mía, era un 90% y placer 10% sufrimiento, o quizá fuera al revés, pero le encantaba sufrir eso, sentir como la iba llenando, casi sacársela por la garganta, al final le di un golpe travieso de cadera que se la introdujo entera, con un leve gemido de bestia que salió de mi, ella permaneció inmóvil medio segundo, antes de volver a respirar.
-CASANDRA: oh dios………..fóllame…………fóllame por favor – arañaba con fuerza en mi pecho mientras no dejaba de repetirlo entre besos y lametones en la cara.
Ella misma estaba ya contoneándose sacándose parte mi erección y volviendo a metérsela de forma lenta, unos hilos de fluidos bajaban por mi polla mientras ella empezaba a cabalgarme a buen ritmo, la sujetaba de las caderas dando un leve empujón al final de cada estocada, y sus tetas jóvenes y tersas botaban ante mi, las lamía con gusto, apretándolas entre los dedos, era casi cómico verla querer llevar el ritmo, casi, por que pasado el tiempo estaba entrando y saliendo de ella por completo, disfrutando como un enano de sus orgasmos que no la hacían parar de subir y bajar, incluso se regodeaba con un gran movimiento de pelvis, totalmente ensartada girando la cadera con la espalda echada hacia atrás y los brazos colgando como 2 pesos muertos, me corrí dentro de ella de tal manera que sus paredes vaginales encogieron sintiendo aun más placer, cayó sobre mi pecho empapada en sudor y entre risas y besos me sentía el ser más afortunado de la tierra.
-YO: ¿que tal una ducha? – asintió.
-CASANDRA: juntos – atinó a susurrar entre jadeos, no podía quererla más.
Me puse en pie con ella aun ensartada por una polla flácida, trataba de rodearme con las piernas pero no le daban como para cruzarlas tras de mi, así que con su culo tenso bien agarrado nos metí en la ducha dejando caer el agua tibia, ver su cabello rubio mojado y sus senos joviales húmedos ya me la pusieron dura de nuevo, al apoyé contra la pared de la ducha sintiendo su escalofrío al notar los azulejos gélidos a su espalda, como no poda rodearme con las piernas la cogí una mientras ella apoyaba la otra en el asidero de la ducha, y aferrada a mi nuca sus ojos brillaban azules de deseo, la estaba empalando antes de querer pensar hacerlo, dando golpes de cintura tan fuertes que sentía sus labios mayores besando la base de mi miembro, se quedaba en estado ingrávido unas décimas de segundo, y volvía a descender para recibir de nuevo a mi falo, una y otra vez, sus gritos al correrse me excitaban más, su golpes en mi pecho no me dolían y cuando la besaba me mordía el labio inferior haciéndome daño, clavando sus largas uñas en mi espalda mientras su cuerpo temblaba, sentía una fuente de liquido cálido caer por mis piernas y no era agua, la posición cansaba y la dejé en el suelo de la bañera, pero totalmente ida a mi merced, la apoyé contra la pared de cara a los azulejos y la penetré desde atrás teniendo que bajar la cintura para entrar en buen ángulo, le dio tales golpes a la pared que una repisa de jabones se precipitó al suelo, yo estaba desatado follándome por detrás el coño de una mujer a la que casi triplicaba el volumen, metiéndola una polla descomunal sin sentir nada más que un placer indescriptible al verla gozar tanto como yo. La bestia acudió sedienta de sexo, pero tanto la dio a ella, ser follada normalmente o por la bestia, le daba igual, eran tan titánico uno como lo otro, pero su cuerpo se debilitaba a los minutos y sus gemidos se apagaban en un mar de sensaciones que la hacían desvanecerse al sentir su coño palpitar en carne viva, al correrme la separé de la pared y la daba embestidas fuertes y profundas agarrado de sus tetas, el sonido en sus nalgas era el de golpear mármol, y al llenarla de leche, de nuevo, sus músculos vaginales se apretaron regalándome unos segundos de lujuria absoluta.
Al soltarla casi se va al suelo, aun así me pidió con desesperación que la dejara un rato a solas, hacia bien, si me quedaba allí no respondía de mi, me bajé a darme un chapuzón en la piscina y cuando bajó vestida solo con un tanga y mi camisa del día anterior simplemente atada en el ombligo, casi me la voy a por ella otra vez, pero tenia el poder de perderme en su mirada, desayunamos algo de los restos de la cena de anoche, sin palabras, solo mirándonos embobados, estaba con el pelo mojado sin volumen, la cara lavada y sin maquillaje, sin artificios ni turcos, y era la cosa más bonita que había visto nuca, la hice un par de fotos pese a que ella se negaba al decir que estaba horrible, pero todas las fotos eran preciosas, como ella.
-YO: ¿estas bien?, no pretendía haberme pasado en la ducha…..
-CASANDRA: no soy ninguna mojigata – me pegó un manotazo en la espalda – me gusta que me folles así – me azotó en el culo apretando mis nalgas por encima del slips que llevaba puestos.
-YO: pues esto no es nada, cuando te pille un buen día te vas a arrepentir.
-CASANDRA: estoy desando sentir como me abres el puto coño a lo animal – me mordió en la espalda, de dolor me giré cogiéndola en brazos, sentándola en la encimera y besándola con pasión, mientras sonreíamos y ella me acariciaba la cara con su delicada mano.
-YO: como no te estés quieta te lo demuestro aquí y ahora.
-CASANDRA: seguro que si, pero hemos quedado con tus padres para comer con ellos.
-YO: joder es verdad, vamos vístete – la bajé al suelo, azotando su culo mientras la doblaba la espalda con un beso enérgico.
Lo pasé mal conduciendo otra vez la tartana de mi padre, pero era un bajo precio por su felicidad, comimos en mi casa y Lola…….bueno, Casandra, se mostraba mucho más suelta y natural, algo que a mi hermana la encantó, seguimos hablando y planificando todo lo de los próximos días, y por la tarde fuimos a cenar a casa de sus padres, o hicimos solo con su madre, su padre estaba tan borracho del día anterior que aun dormía, y el hermano pequeño me sacaba de quicio todo el rato, aun así al despedirnos les di las gracias y dejé allí a Casandra hasta unos dais después en que nos veríamos de nuevo, “con calma, no te precipites”.
Los siguientes días fueron un carrusel de viajes, llamadas, y papeleos, resulta que vender una casa que ya has pagado al banco casi la mitad de la hipoteca es muy fácil, ya tenían comprador antes del cambio de año, y en cada viaje me llevaba algo a mi casa, “a su casa” me recordaba constantemente, y cada día hablaba con Casandra o quedábamos con amigos a charlar y reír, los míos desconfiaban tanto de Casandra por sus formas que tardaron en comprender que tras la fachada mal hablada y vestida a su manera, era un chica tan normal y divertida como ellos. A Casandra le resultó gratificánte ver que se podía pasar bien el rato sin estar bailando escuchando música a todo trapo y bebiendo hasta desfallecer, con juegos de mesa y partidas de cartas, aunque en los fines de semana su alma “fiestera” era irrefrenable y teníamos que salir a bailar a cualquier sitio. En fin de año y reyes no pasó nada a destacar, salvo un encontronazo en la fiesta de fin de año que fuimos a una mega – discoteca, entre Casandra y una de mis ex amigas, la aprendiz de zorra de Rocío, de mi época del instituto, nos cruzaron el la pista de baile y la aprendiz estaba tan borracha que mientras hablábamos se me lanzó al cuello con Casandra delante, por poco la desgracia la cabeza con un zapato de tacón.
La mudanza fue larga y constante, un día Teo y Manu nos ayudaron y parte de las chicas del piso de estudiantes, e hicimos un gran avance en todo, Alicia seguía triste, pero me sonreía de verdad, con arrugas en los ojos, casi veía orgullo en su mirada al ver lo que había hecho por mi familia, pero en cuanto Casandra apareció su rostro se giró tenso y se acabó marchando, me daba mucha pena verla así, no era mi intención hacerla daño. Para después de reyes ya tenia a mi familia instalada y viviendo en mi casa, el choche de la 1º vez que mi madre se cruzó con Dani fue épico, como un duelo de pistoleros del oeste, pero en vez de pistolas sprays de lejía y en vez de cartucheras, trapos para limpiar, Dani llegó y, pese a estar avisada de todo, ver a mi madre limpiando la cocina la torció el gesto, las calmé a ambas, ya sabia que a madre, por mucha criada que la pusieras, seguiría limpiando y haciendo la casa, pero en un par de días se cuadraron las cosas y ambas parecían muy felices al tener menos trabajo que hacer, pero ser útiles, a ellas como a resto les hice ver que había llegado una nueva etapa a esa casa, una etapa diferente, en que la familia se volvió importante.
CONTINUARA……………
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Relato erótico: “La suegra de mi hijo me entregó su culo” (POR GOLFO)
Reconozco que la primera vez que vi a esa señora no me llamó la atención. Para entonces y recién divorciado, mis intereses iban por alguien más joven. A raíz que mi mujer me dejara por un antiguo novio, llevaba la vida de soltero maduro y era rara la semana que no conseguía levantar a una treintañera en busca de pareja.
Quizás por eso no me fijé en la suegra de mi hijo. Cuando me la presentó pocos días antes de la boda, Helga me pareció la típica noruega de cincuenta años. Con su metro ochenta era demasiado alta para mí y a pesar de tener un buen par de pechos, solo le eché un par de miradas. Todavía recuerdo que pensé al ver su tamaño:
« ¡Menuda yegua!».
Aunque era el prototipo de nórdica, rubia con ojos azules, nada en ella me atrajo y más cuando mi chaval me comentó que se había quedado viuda hacía diez años y que desde entonces no había tenido pareja alguna. Hoy sé que me equivoqué al juzgar precipitadamente a esa mujer y que me dejé llevar por su apariencia sin valorar que detrás de esa envergadura se escondía una dama divertida y coqueta.
No enmendé mi error hasta que con la excusa de celebrar su segundo aniversario, José y Britta nos invitaron a los dos a pasar el verano con ellos en el chalet que habían alquilado en Haugenes, un pequeño pueblo de Noruega. También os reconozco que en un primer momento, el pasar mi mes de vacaciones enterrado en mitad de un fiordo no me atraía para nada, sobretodo porque temía el frio clima de esas tierras. Fue mi hijo el que me convenció al comentarme que la temperatura iba rondar los veinticinco grados.
Por eso el primero de agosto me vi cogiendo un avión hacia ese remoto lugar sin prever que, durante mi estancia allí, mi vida daría un giro de ciento ochenta grados…
Mi húmeda llegada a Haugenes

«¡Mierda de clima!», en silencio maldije al sentir ateridos hasta el último de mis huesos.
Para colmo el puñetero taxista, al ver que me estaba muriendo de frio, se rio de mí preguntándome en inglés qué narices hacía allí cuando me podía estar tostando en cualquier playa del litoral español.
-El imbécil- contesté de muy mala leche.
Al llegar a mi destino y aunque era un paraje de ensueño, mi cabreo se incrementó hasta niveles insoportables al comprobar que ese chalet con su embarcadero estaba alejado de la civilización.
«¿Dónde me he metido?», pensé mirando el espectacular fiordo donde estaba construido, «¡no hay nada más que montañas y agua!
Con un mosqueo evidente, pregunté al conductor donde podía tomarme una copa. La respuesta del sujeto no pudo ser más esclarecedora, soltando una carcajada me soltó:
-El bar más cercano está en el pueblo, a cinco kilómetros.
Mi cara debió de ser un poema. Ya estaba meditando seriamente dar la vuelta y volver a mi amada España, cuando mi chaval y su mujer salieron a darme la bienvenida.
«Aguantaré un par de días y luego buscaré cualquier excusa para huir de aquí», decidí mientras los saludaba con una alegría que no sentía y mentalmente me cagaba en sus muertos.
Tras los saludos iniciales entré con ellos en la casa, si es que se puede llamar así a esa cabaña de madera. Aun teniendo tres habitaciones, su pequeño tamaño me pareció minúsculo sobre todo si como en teoría iba a compartirlo con otras tres personas.
«Voy a terminar hasta los cojones de ellos», me dije al observar que los elementos comunes se limitaban a un salón de poco más quince metros cuadrados.
Acostumbrado a mi piso de soltero, comprendí que esa “choza” me resultaría una ratonera a los pocos días. Afortunadamente al entrar en la que iba a ser mi habitación, comprobé que al menos la cama era grande y que tenía un baño para uso exclusivo mío.
«Menos mal», refunfuñé al deshacer mi maleta, «hubiese sido horrible el encontrarme las bragas usadas de la elefanta».
Fue entonces cuando me percaté que no había visto a la suegra de mi hijo. Por eso cuando salí y me encontré con mi nuera cocinando, pregunté dónde estaba su madre:
-Ha salido a pescar y todavía no ha vuelto- Britta respondió tranquilamente.
-¿Pero si está lloviendo?- alucinado contesté.
La chavala riendo me comentó que su vieja estaba habituada a salir con el barco en mitad de las tormentas y que esa llovizna no era nada para ella. Parafraseando a Obelix, pensé: « ¡Están locos estos noruegos!». En mi mentalidad mediterránea me parecía absurdo salir de casa un día como ese. Con ese clima yo no saldría ni a la esquina sino mediara una urgencia.
Hundido en la miseria y sin nada qué hacer, sacando un libro, me senté en el sofá a leer mientras mi nuera terminaba la cena. No llevaba ni diez minutos enfrascado en la lectura cuando el ruido de la puerta abriéndose me hizo levantar la mirada. Era Helga que llegaba enfundada en el típico traje de hule amarillo que usan los pescadores y que tantas veces había visto en los reportajes del National Geografic pero nunca me había puesto.
«Ya llegó el cachalote», rumié en silencio mientras me levantaba a saludar.
La mujer al verme, se acercó a mí y sin importarle el hecho que estaba empapada, me abrazó efusivamente. Al hacerlo sentí sus pechos presionando el mío y por primera vez supe que esa giganta era una mujer. Ella con las botas que llevaba puestas y yo con mi metro setenta y seis, me sentí ridículamente enano al percatarme que mis ojos quedaban a la altura de su boca.
«¡Es enorme!», exclamé en silencio mientras intentaba recuperar el resuello, «¡Y sus tetas todavía más!
Helga, o no se dio cuenta de mi cara de asombro, o quiso evitarme el sonrojo de darse por aludida y dirigiéndose a su hija, le dio una bolsa con lo que había pescado durante el día. Tras lo cual, se marchó a su habitación a cambiarse.
A los pocos minutos, escuché el ruido de la ducha y curiosamente me pregunté cómo estaría esa mujer en pelotas. Mi imaginación me jugó una mala pasada al visualizar a la noruega enjabonando esas dos ubres, ya que producto de esa imagen en mi cerebro entre mis piernas sentí a mi pene creciendo sin control. Asustado por que mi nuera se diese cuenta, volví a mi sofá esperando que la lectura terminara de espantar el recuerdo de su madre desnuda.

Media hora más tarde, ya estaba tranquilo cuando de pronto vi a Helga saliendo de su cuarto enfundada en un traje de terciopelo negro muy corto. Hasta ese momento, siempre había pensado que mi consuegra debía de tener dos gruesas moles, en vez de las dos maravillosas piernas que gracias a la poca tela de ese vestido estaba admirando. Babeando descaradamente, me quedé absorto contemplando a la madre de mi nuera mientras ella charlaba en noruego con su hija.
Fue mi propio chaval quien me devolvió a la realidad cuando en voz baja me soltó:
-Papá, ¿le estás mirando el culo a mi suegra?
Al girarme hacia él, descubrí que José estaba descojonado y que lejos de cabrearle el asunto, le hacía gracia. Al saberme descubierto, mi rostro se tornó colorado y buscando una excusa, dije:
-Estaba intentando entender su idioma pero es totalmente inteligible.
Por supuesto, mi hijo no me creyó y recreándose en mi vergüenza, me soltó:
-Helga no es tu tipo. Es toda una señora y no una zorrita con las que andas.
Que José me diera clases de moral, me cabreó pero sabiendo que tenía razón y que todas mis amiguitas eran bastante casquivanas, preferí como dicen en Madrid “hacer mutis por el foro” y no contestar.
Mientras esto ocurría, mi nuera había sacado una botella de aquavit y unos arenques escabechados como aperitivo. No habiendo probado nunca esa bebida, tomé precauciones antes de apurar mi copa y dándole un sorbo, comprobé que era fuerte y que su sabor no me desagradaba.
-Está bueno- comenté mientras alzaba mi vaso y brindaba con Helga.
-Skal- sonriendo contestó la nórdica bebiéndoselo de un trago.
Al imitarla, los cuarenta grados de alcohol de ese mejunje abrasaron mi garganta.
«Coño, ¡Está fuerte!», mentalmente protesté mientras veía que esa cincuentona volvía a rellenar nuestras copas.
No me quedó duda que esa mujer estaba más que habituada al aquavit cuando en español con un fuerte acento brindó por el joven matrimonio para acto seguido volver a vaciar su copa.
«A este paso me voy a emborrachar», sentencié mientras observaba de reojo los enormes pechos que el escote de su vestido dejaba entrever.
Producto del alcohol el ambiente se fue relajando y por eso al sentarnos a cenar, las risas y las bromas eran constantes. La gran mayoría aludían a las diferencias culturales entre España y Noruega, y mientras las dos mujeres se metían con el estereotipo del latino desorganizado, nosotros bromeábamos con el carácter frio y cuadriculado de los habitantes de ese país.
En un momento dado, Britta, queriéndose defenderse de una burrada que había soltado su marido, dijo muerta de risa:
-Es falso que las noruegas seamos frígidas. Piensa que en invierno, con el frio que hace, nos pasamos seis meses sin salir de la cama.
Fue entonces cuando interviniendo a favor de su hija, Helga comentó:
-Ningún hombre que ha probado mis besos se ha quejado.
Sin darme cuenta de lo duro que sonaría al ser viuda, respondí:
-Con las tetas que calzas, ¡han muerto de sobredosis!
Durante unos instantes, se hizo el silencio en la habitación hasta que, soltando una carcajada, mi consuegra me rellenó por enésima vez la copa y demostrando que no se había ofendido por mi comentario, contestó mientras adornaba sus palabras agarrándose los pechos:
-Aunque según dicen tienes una vasta experiencia, no te aconsejo probarlos, llevo tanto tiempo sin que nadie lo haya intentado que podría dejarte agotado.
La barbaridad de su comentario hizo que su hija la reprendiera diciendo que se comportara, pero entonces su madre se defendió diciendo:
-Él ha empezado.
Mediando entre las dos, comenté:
-Helga tiene razón. No debía haberlo dicho.
La cincuentona me miró con una sonrisa en los labios y cambiando de tema, preguntó a José que tenían pensado para nosotros al día siguiente. Mi chaval se disculpó diciendo que iban a visitar a un amigo y que por lo tanto, íbamos a quedarnos solos Helga y yo. Curiosamente, mi consuegra se tomó con alegría esa circunstancia y como si fuéramos amigos de toda la vida, me preguntó si quería acompañarla a la playa.
-Por supuesto que iré – comenté – ¡siempre que Dios y el clima nos lo permitan!…
Con Helga en la playa.

Si estaba enfadada no lo demostró. Es más, comportándose con una energía desbocada, me contó que la playa que íbamos a ir estaba a dos kilómetros de la casa y que había que ir allí en bicicleta. Al quejarme, Helga se destornilló de risa al oír mis lamentos y acercándose a mí, me pasó una taza con café mientras me decía que el ejercicio era bueno para mantenerse joven.
En ese momento al tenerla tan cerca pude admirar el profundo canalillo que se formaba entre sus tetas, por eso el único deporte en que mi mente podía pensar era el de sumergirme entre sus pechos. La cincuentona se debió de percatar de cómo la miraba porque vi crecer entusiasmado sus pezones.
-Voy a cambiarme- comentó totalmente colorada dejándome solo en la cocina.
«¡Menos mal que se fue!», sentencié agradecido al notar que bajo mi bragueta mi apetito crecía sin control, « esa nórdica me pone bruto».
Como yo ya iba vestido para la playa, terminé de desayunar tranquilamente mientras trataba de alejar de mi mente la imagen de esa madura de grandes tetas desnuda poniéndose el traje de baño.
«Debe de estar estupenda en bikini», pensé dejando en el olvido que esa mujer era más alta que yo.
Cuando al cabo de cinco minutos, Helga apareció sonriendo y luciendo un escueto conjunto morado, creí estar contemplando una diosa mitológica.
-¡Estás impresionante!- exclamé casi gritando al verificar que me había quedado corto y que en carne y hueso, esa mujer era todavía mas atractiva.
Dotada de un culo grande y sin apenas celulitis, mi consuegra parecía sacada de un cuadro vikingo y solo le faltaba un hacha en la mano para representar con realismo la imagen que tenemos todos de una guerrera escandinava.
Muerta de vergüenza pero alagada a la vez, bajó la mirada mientras me daba las gracias por las lisonjas que salían de mi boca. Su timidez me permitió recorrer su cuerpo con la mirada. De esa forma, verifiqué que ella, al sentir la caricia de mis ojos acariciando sus muslos, se ponía más nerviosa y que involuntariamente dos pequeños montículos crecían bajo la parte de arriba de su bikini. Al comprender que me estaba pasando y que de enfadarse conmigo podía tener problemas con mi hijo, dejé de examinarla y pregunté si nos íbamos a la playa.
Todavía con el rubor coloreando su rostro, la cincuentona agarró el bolso con sus cosas y señalando una de las bicis, me dijo que la cogiera. Os confieso que obedecí como un zombie porque en ese instante al subirse en la suya, me imaginé que era mi pene en vez del sillín el que se acomodaba entre sus nalgas.
«¡Quién se la follara!», rumié entre dientes al saber que era algo prohibido al ser la madre de mi nuera y nuevamente intenté olvidarme de ella.
Desgraciadamente, al pedalear, el vaivén de sus pechos lo hicieron imposible y lo que debía de ser un tranquilo paseo hasta la playa se convirtió en un infierno. No pude dejar de observarla aunque ello supuso que al bajarme de la bici, bajo mi traje de baño, luciera una tremenda erección que no le pasó inadvertida.
«¡Joder! ¡Parezco un crío!», me quejé en silencio, abochornado por la falta de sensatez que estaba demostrando.
A la noruega, o no le molestó comprobar el efecto que ella causaba en mí, o lo que es más seguro su timidez le impidió comentar nada. Lo cierto es que abriendo el camino, me guio a través de un prado hasta una coqueta cala. Os juro que no me esperaba encontrarme en ese recóndito y frio lugar un arenal blanco, al que las montañas cercanas protegían del viento creando un entorno casi paradisiaco y borrando de mi mente momentáneamente a mi consuegra, con la boca abierta me puse a admirar el paisaje.
-¿Es precioso verdad?- Helga comentó mientras me imitaba.
El verde casi fosforito de la hierba que llegaba hasta el borde de la playa, el blanco de la arena y el azul de esas aguas cristalinas dotaban a ese paisaje de una belleza sin igual.
-Sí que lo es- respondí y señalando una poza en un extremo de esa playa sin darme cuenta que había pasado mi brazo por la cintura de esa mujer, dije en plan de broma: -Seguro que ahí, el agua estará más caliente: ¡puede que hasta me bañe!
A Helga se le iluminó su cara al escuchar mi broma y cogiéndome de la mano, corrió hasta la orilla para una vez allí salpicarme con el pie mientras me decía:
-Está buena, lo que pasa es que eres un friolero.
Muerto de risa, la abracé para evitar que siguiera mojándome con esa gélida agua con tal mala suerte que trastabilló y caímos sobre la arena. El contacto de su piel contra mi pecho fue el acicate que necesitaba para besarla aprovechando que la tenía totalmente pegada. La cincuentona al sentir quizás por primera vez en años una lengua forzando sus labios, respondió con pasión y dejó que esta jugara con la suya mientras presionaba mi entrepierna con su sexo.
La pasión que demostró me permitió incrementar el ardor con el que la besaba y llevar una de mis manos hasta su pecho. Helga al sentir la caricia de mis dedos sobre la parte de arriba de su bikini, gimió de placer. Si ya había dejado clara su calentura, cuando retirando la tela toqueteé con mis yemas su pezón berreó como una cierva en celo.
Todavía sin saber dónde me metía, usé mi lengua para deslizándome por su cuello irme aproximando hasta su pecho. La noruega, al experimentar esa húmeda caricia, clavó sus uñas en mi trasero denotando una excitación que creía olvidada. Su entrega azuzó mi lujuria y me puse a mamar de esas dos ubres mientras su dueña se estremecía de gozo.
-¡Me enloquece que comas de mis tetas!- aulló como loca mientras se despojaba de su bikini y ponía la otra en mi boca.
Al comprobar que sin el sostén del sujetador seguían firmes, me volví loco y alternando de un seno al otro, mordisqueé sus pezones sin parar. Mi consuegra al sentir la presión de mis dientes sobre sus erectos botones, pegó un chillido y llevando sus manos a mi pantalón, me trató de desnudar.
La urgencia de esa rubia me demostró que en su interior existía una mujer ardiente que las circunstancias de la vida no habían dejado aflorar y por ello tras ayudar a despojarme de mi traje de baño, hice lo propio con la braguita de su bikini.
Durante unos segundos me quedé embelesado mirando a mi consuegra desnuda. No fue hasta que fijé mi mirada en su sexo, cuando descubrí que al contrario de las mujeres de su edad Helga llevaba su pubis totalmente depilado.

-¡Que belleza!- exclamé pero como estaba lanzado no pude evitar recorrer con mi mano su entrepierna.
Os juro que no sé qué me resultó más excitante, si oír su gemido o descubrir que tenía su coño empapado.
-No seas malo, llevo mucho tiempo sin que un hombre me toque- protestó con los ojos inyectados de lujuria.
Sabiendo que no había marcha atrás, mis dedos se apoderaron de su clítoris y recreándome con una caricia circular sobre ese botón, observé a Helga apretando sus mandíbulas para no gritar. Totalmente indefensa, sufrió en silencio la tortura de su botón mientras observaba de reojo mi pene totalmente tieso. Por mi parte, estaba alucinado de mi valentía al estar masturbando a la madre de mi nuera pero al comprobar que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo, no paré hasta que mis oídos escucharon su brutal orgasmo.
-¡Eres un cabrón!- me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello y arrodillándose frente a mí, me soltó al tiempo que sus manos agarraban mi pene: -Ahora, ¡me toca a mí!
Aunque parezca raro, esa viuda no se lo pensó dos veces al tener mi pene entre sus dedos y sin esperar mi permiso, se lo introdujo en la boca. Os juro que creí morir al comprobar que no se le había olvidado como se mama y esperanzado pensé que al final ese verano en esas gélidas tierras no sería tan mala idea al acreditar que era tanta su necesidad que esa rubia no iba a parar hasta que recuperara los años perdidos. Ajena a lo que estaba pasando por mi cabeza, Helga me demostró su maestría, cogiendo entre sus yemas mis testículos e imprimiendo un suave masaje mientras su lengua recorría los pliegues de mi glande.
-¡Cèst magnifique!- exclamó en francés al comprobar la longitud que había alcanzado mi verga y abriendo sus labios, la fue devorando lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.
El elogio me supo doblemente dulce porque en ese instante y usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meter y a sacar mi polla de su interior con un ritmo endiablado. Deslumbrado por su mamada todo mi ser reaccionó incrementando la presión sobre mis genitales. Estos explotaron en continuas explosiones de placer mientras mi consuegra, arrodillada sobre la arena, no dejaba que se desperdiciara nada y golosamente fue tragándose mi semen a la par que mi pene lo expulsaba.
Acababa de ordeñarme cuando las risas de unos críos nos avisó de su llegada. Muertos de risa, apresuradamente nos vestimos para que no nos pillaran en pelotas. Una vez vestida, me dijo sonriendo antes de salir corriendo hacia las bicis:
-¡Volvamos a casa! ¡El primero se ducha primero!
Al ver esas dos tetonas rebotando mientras trotaba de salida, reavivó mi deseo y aunque traté de alcanzarla antes que cogiera la suya al llegar donde las habíamos dejado, Helga ya pedaleaba de vuelta. Montándome en la bicicleta, salí tras ella pero nuevamente el mejor estado físico de esa cincuentona provocó que ella entrara primero a la cabaña.
Medio minuto después y con la lengua fuera, llegué a la casa. Una vez allí, dejé tirado el rudimentario vehículo en el porche y me senté a recuperar el aliento, mientras me decía que tenía que dejar de fumar.
«Estoy hecho una pena».
Ya descansado, pasé dentro y el ruido del agua cayendo me informó que mi consuegra se estaba duchando. Con nuevo ánimos, abrí la puerta para encontrarme a esa mujer apoyada contra los azulejos mientras me miraba. Si me quedaba alguna duda que intentaba provocarme, esta desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a mientras sonreía. Era una invitación imposible de rehusar y por eso a toda prisa, me desnudé sin dejar de mirar a esa zorra.

-¡Me encantan tus tetas!- dije mientras pasaba dentro de la ducha.
Descojonada y alagada por mi exabrupto, se pellizcó los pezones diciendo:
-¿No los tengo muy caídos?
-Para nada- respondí. –Me pasaría la vida comiéndotelos.
Helga soltó una carcajada al ver que mi pene ya estaba tieso y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me volvió a preguntar:
-¿Y mi culo no te gusta?
-Es maravilloso- admití babeando al observar que se separaba ambas nalgas con las manos y me regalaba con la visión de un ojete casi virginal.
Mi respuesta le agradó y tirando de mí, me metió junto a ella bajo el grifo. Al sentir su piel mojada sobre la mía, mi miembro alcanzó de golpe toda su extensión. Hecho que no le pasó desapercibido y partiéndose de risa, me soltó:
-¡Parece que te pone cachondo esta vieja!
Al escucharla me reí y mientras llevaba mis manos hasta sus pechos, contesté:
-No eres una vieja, ¡tienes mi edad! Y sí, me pones bruto pero tú también tienes los pezones duros -mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Disfrutando con el tratamiento que estaban recibiendo sus pechos, pegó un gemido de placer, cuando masajeé su otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi consuegra separó sus rodillas al sentir mi caricia cerca de su entrepiernas.
-¡Te necesito!- exclamó con su respiración entrecortada por la excitación que la dominaba.
-Para ser casi abuela, eres un poco puta–solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras.
-¡Y tú para ser un abuelo eres muy pervertido! – gritó ya totalmente dominada por la lujuria.
Incrementando su calentura, me arrodillé frente a ella y usando mis dedos, separé sus labios para acto seguido quedarme embobado con su inmaculado sexo mientras pasaba una de mis yemas por la raja de su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El chillido que pegó a notar como la súbita penetración, me informó que Helga estaba disfrutando y por eso me atreví a preguntarle:
-¿Hace cuánto que no te lo han comido?
Apoyándose en la pared, me explicó que desde que había muerto su marido nadie se había ocupado de ello.
-¿Diez años? ¡Ahora lo soluciono!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Viéndome arrodillado a sus pies y con mi boca en su sexo, mi consuegra aulló como loca. Al escuchar su gemido, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño mientras con mis dientes mordisqueaba su clítoris Helga al sentir la doble caricia se estremeció bajo la ducha. Sabiendo que su entrega era total, metí un segundo dedo en su interior alargando los preparativos.
Lo que no había previsto era que mi consuegra, buscando aliviar la calentura que la consumía, pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas restregándome su sexo por la cara. Satisfecho, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¡Cómelo ya!, ¡Lo estoy deseando!
Muerto de risa, la chantajeé diciendo:
-Te lo como ya, si luego me dejas follarte.
Me respondió separando sus rodillas. Siguiendo el plan previsto, la penetré añadiendo otro dedo. La rubia en vez de quejarse, no paró de sacudir las caderas restregando su sexo contra mi boca. Su cuerpo tiritando de placer me permitió meter el cuarto.
-¡Me duele pero me gusta!- berreó la mujer al experimentar que tantos dedos forzaban su entrada.
Mi lado perverso me indujo a mordisquear el botón que escondía entre sus pliegues con tanta fuerza que la noruega mientras daba un tuvo que apoyarse contra los azulejos al notar que estaba perdiendo fuerza en sus piernas.

-¡No pares! ¡Sígue comiendo! – aulló al tiempo que con sus manos presionaba mi cabeza contra su coño.
Alternando penetraciones con lametazos, hice que la rubia alcanzara una excitación desconocida. Al comprender que estaba a punto de correrse, seguí sacando y metiendo mis dedos cada vez más rápido.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló casi llorando de placer gimoteó mientras la seguía masturbando.
Ya que hacía tantos años que no se lo comían, decidí que era hora que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño y por eso, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe pero en ese instante, rocé su ojete con una de mis yemas.
-¡Ese es mi culo!- protestó pero contra toda lógica, llevó su mano a la mía y me obligó a seguir acariciando su esfínter mientras mi boca se llenaba con su flujo.
Su orgasmo fue brutal y con su flujo por mis mejillas, usé mi lengua para beber del riachuelo en que se convirtió su chocho, al tiempo que relajaba los músculos de su entrada trasera. Helga, con un dedo ya dentro de su culo, convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos.
Tras su clímax, se dejó caer sobre el plato de la ducha y sonriendo, me soltó:
-¡Nunca nadie me había nadie comido mientras me metía un dedo por el ojete!
-¿Te ha gustado?- pregunté tanteando el terreno.
La suegra de mi chaval agachando su cabeza avergonzada contestó que sí, momento que aproveché para darle la vuelta y separando sus dos cachetes, volver a juguetear con una de mis yemas en su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré en su oído mientras hurgaba sensualmente con mi dedo su interior: -¿Te gustaría que te lo rompiera?
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por esa cincuentona y por eso relajando poco a poco su ano, decidí usar toda mi experiencia para hacerla realidad. Para entonces la noruega estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar la excitación que le nacía de dentro, me rogó que la tomara. Dudé unos instantes porque también me apetecía follarla al modo tradicional y mientras decidía qué hacer, seguí masajeando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-¡Me vuelves loca! – chilló mordiéndose los labios y sin dejar de su culo contra mi dedo.
Aunque estaba ya bruta, comprendí que debía de relajarlo antes de dar otro paso, pero entonces Helga comportándose como una perra en celo, lanzó su mano hacia atrás y cogiendo mi pene, intentó ensartarse con él. Al percatarme de sus prisas, le solté un sonoro azote mientras le decía;
-Tranquila, putilla mía. No quiero destrozarte el ojete.

Mi consuegra gimió descompuesta al sentir mi dura caricia y poniendo cara de puta, me rogó que le diera otra nalgada. Sorprendido por su pedido, en un principio hice oídos sordos a us petición y seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado. Fue entonces cuando Helga presionando sus nalgas contra mi pene, me mostró su aprobación. Como no deseaba provocarle más daño del necesario, introduje suavemente la cabeza de mi miembro en su interior. Ella al sentir mi glande forzando su entrada trasera, no hizo ningún intento de separarse y esperó pacientemente a que se diluyera su dolor para con un breve movimiento de sus caderas, írselo introduciendo lentamente en su interior. La pausada forma en que se fue empalando, me hizo disfrutar de cómo mi extensión iba constriñendo los pliegues de su ano al hacerlo. Curiosamente, ese castigo azuzó su lujuria y echándose hacia atrás, consiguió embutírselo por completo.
-¡Duele!- gritó pero, pasados unos segundos, retomó con mayor frenesí el zarandeo de sus caderas.
El compás parsimonioso que marcó permitió que mi sexo deambulara libremente por el interior de sus intestinos mientras esa rubia me rogaba una y otra vez que la poseyera. Obedeciendo sus deseos, me agarré de sus pechos e incrementando el ritmo con el que tomaba posesión de su culo, cabalgué sobre mi consuegra usado mi pene como ariete. Helga, con lujuria en sus ojos, gimió su placer mientras me pedía la follara sin contemplaciones.
Me parecía imposible que esa mujer, que parecía tan dulce y recatada, se estuviera comportando como una zorra. Su calentura era tal que a voz en grito me repitió que necesitaba ser usada. Su confidencia extinguió todas mis dudas y forzando su culo al máximo, decidí recrearme ferozmente en la entrada trasera de esa mujer y mientras ella no paraba de berrear, usé, gocé y exploté su ojete con largas y profundas cuchilladas. La noruega, absolutamente poseída por una olvidada pasión, se apoyó en los azulejos de la ducha y gritando, me imploró que siguiera machacando su esfínter con mi polla.
-Me corro- escuché que decía al usar sus pechos como apoyo para incrementar el ritmo de mi follada.
Aullando como una loba a la que le está montando su macho, Helga me reclamó que siguiera porque todavía no estaba satisfecha. Deseando complacerla, comprendí que podía dejar atrás todas mis precauciones y usarla de un modo más salvaje. Por eso descargando un mandoble sobre una de sus nalgas, solté una carcajada y mordiéndole la oreja, le solté:
-¡Puta! ¡Mueve el culo y demuéstrame lo zorras que son las noruegas!
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con cada penetración con la que forzaba su esfínter. La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo!

Azuzada por mi orden y no queriendo dejar en mal lugar a sus compatriotas, mi consuegra se abrió los cachetes con sus manos y me dijo gritando:
-¡Rómpele el culo a tu guarra!
En ese instante, era tal la cantidad de flujo que brotaba de entre sus piernas que con cada cuchillada sobre sus grandes nalgas, este salpicaba mis piernas y aromatizaba con su olor a hembra excitada el ambiente
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- ladró mientras chillaba de placer.
La excitación que llevaba acumulando durante el día provocó que no pudiese aguantar mas sin descargar mi simiente y por ello cogiéndola de los hombros, profundicé mi ataque mientras castigaba sus cuartos traseros con mi polla. No tardé en correrme esparciendo mi semilla en el interior de sus intestinos y Helga al notar como rellenaba su conducto con mi semen, convirtió su culo en una ordeñadora y moviéndolo con desenfreno buscó sacar hasta la última gota depositada en mis testículos. Satisfecho y exhausto, cuando sentí que mi verga iba ya perdiendo fuelle, di la vuelta a esa mujer y la besé.
Mi beso fue el de un amante agradecido pero el de Helga al responder lo fue aún más y con una ternura brutal, dejó que mi lengua jugueteara con la suya hasta que con una sonrisa en sus labios, me preguntó:
-¿Qué van a decir los muchachos cuando sepan lo nuestro?
-No lo sé- respondí- pero piensa una excusa porque acabo de escuchar la puerta.
En un principio, Helga pensó que le estaba tomando el pelo pero abriendo la puerta un poco comprobó que su hija y mi chaval no solo habían llegado sino que estaban sentados en el salón esperando que saliéramos.
-¿Qué hacemos?
Estaba abochornada, sabiendo que la había escuchado gritar mientras la poseía, Se sentía incapaz de enfrentarse con Britta y por eso me imploró a que una vez vestido, fuera yo quien saliera del baño. Aunque tampoco era un plato de mi gusto, decidí hacerla caso y ser yo quien diera la cara.
Con ganas de fugarme a España por el corte de enfrentarme con mi nuera después de haberme follado a su madre, salí del baño. Pensaba que Britta estaría encabronada pero al verme salió corriendo a mis brazos y tras darme un beso en la mejilla, me dio las gracias. Si la actitud de ella era de por sí extraña, mas lo fue ver llegar a mi hijo y después de darme un abrazo que con una sonrisa, me dijera:
-Gracias Papá, sabía que podía confiar en ti pero tengo que reconocer que me ha sorprendido la prisa que te has dado.
Os juro que estaba tan nervioso y confundido que no comprendí sus palabras y por eso le pregunté a qué se refería. José muerto de risa me respondió:
-Mi esposa estaba preocupada por madre porque llevaba mucho tiempo sin pareja y conociéndote, le dije que bastaba con invitaros a pasar una temporada juntos para solucionar ese tema.
Cabreado por el modo que nos habían manipulado, quise cerciorarme de sus intenciones y por eso dirigiéndome a su esposa le pregunté:
-¿Planeaste esto con mi hijo?
Muerta de risa, la chavala contestó:
-Al principio no estaba segura pero, sabiendo que eres un buen hombre, no tenía nada que perder si probábamos.
Al evidenciar que habíamos sido unas marionetas en manos de los muchachos me divirtió y aprovechando que Helga estaba saliendo en ese momento del baño, la agarré de la cintura y dándola un beso de tornillo en la boca, susurré en su oído:
-Todo va bien, tu hija y mi hijo nos han invitado a este viaje esperando que nos acostáramos.
-No te creo- respondió pero al ver el rubor que coloreaba las mejillas de Britta, supo que era verdad.
Entonces soltando una carcajada, la llevé rumbo a mi habitación mientras decía a la intrigante pareja:
-Espero que os hayais traído tapones para las orejas porque esta noche no os pensamos dejar dormir- y dando un azote en el trasero a mi consuegra, le pregunté: -Cariño, ¿estás de acuerdo?
Mirando a su retoño, contestó:
-Por supuesto, vamos a enseñar a estos dos cómo con nuestra edad, ¡se puede follar sin parar!
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

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Relato erótico: “la maquina del tiempo 10” (PUBLICADO POR VALEROSO32)
Como Sabe el lector embarqué con Zoraida para el puerto de Inglaterra la travesía trascurrió con normalidad hasta que fuimos atacados por unos piratas cerca de las costas de Inglaterra yo sabía que no íbamos a ganar a los piratas y durante la batalla cogí un bote y algunas provisiones mientras todo el mundo luchaba contra ellos y la dije a Zoraida:
-vámonos aprovechemos la confusión aquí no hay nada que hacer ellos están perdidos.
cogimos el bote y nos alejamos durante la batalla a lo lejos ya vi que los piratas habían conquistando el barco todos serian vendidos como esclavos y las mujeres violadas no podíamos hacer nada por ellos entre las cosas que cogí.
había una brújula así que no dirigimos hacia las costas de Inglaterra que no estaban muy lejos teníamos algo de comida para aguantar.
– porque me has salvado- dijo Zoraida.
– tu eres un soldado hiciste lo que te mandaron no te pudo culpar por eso aunque mataras al cid y no te sirviera de nada ganamos la batalla.
– si pero gracias a ti.
– eso no importa.
llegamos al fin a la costa de Inglaterra y escondimos el bote para que no lo descubrieran y empezamos andar ella y yo hasta que encontramos un pueblo compramos algo de ropa y caballos con el poco oro que me quedaba de España cuando estuve con el cid y pregunte donde estábamos cerca de Nottingham así que continuamos la marcha nos adentramos en un bosque muy frondoso.
fuimos atacados por ladrones y fuimos cogidos prisioneros.
– quienes sois- dije yo.
– este es el bosque de Serwood y somos proscritos de Robin Hood ese que lucha contra el primo del rey que ha usurpado el trono. le conocéis- dijeron.
– no personalmente pero he oído hablar mucho de el en España- mentí.
nos llevaron ante Robin Hood era un tipo bastante apuesto de altura 190 con un pequeño bigote nos quitaron las cuerdas que nos ataban y el propio Robin nos dijo:
– quién es sois.
– soy un caballero español -dije yo- fuimos atacados por piratas y hemos escapado y hemos venido aquí. ella es Zoraida una soldado mora. nos ayundamos para escapar.
se celebró una fiesta allí en el refugio de Serwood todo el mundo bebía y estaba medio borracho mataron un jabalí para celebrar y que comiéramos todos luego empezó una orgia
– coger a la mujer que queráis- dijo Robin.
yo cogí a Jenny y a Shirley Robin cogió a Zoraida. parece que los dos se gustaban y empezamos todos a follar allí en el campamento .Jenny me cogió la poya y me la mamo mie3ntras yo la comí las tetas a Shirley luego se la metí a Jenny hasta los huevos.
– así así caballero que gusto- dijo Jenny mientras vi como Robin Hood se follaba a Zoraida y ella gemía también allí todos follábamos unas con otros .
luego me folle a Shirley y se la metí hasta los cojones mientras vía Robin dar por el culo a Zoraida la cual gemía como una puta en celo.
– más mi señor -decía Zoraida- soy vuestra más poseerme os necesito
oía a ella mientras yo estaba siendo follado por Jenny mientras comía las tetas a Shirley.
– toma puta hasta los huevos.
Jenny se corrió con mi poya dentro de ella y yo entonces jodí a Shirley hasta que me corrí ella se tragó mi leche terminamos la orgia y nos quedamos todos dormidos de tanto beber y follar lo mismo las mujeres que los hombres cuando me desperté pregunte a los hombres .
– él ha dicho que descanséis después de lo de anoche se ha ido a robar un cargamento de oro que venía para el rey juan.
cuando llego Robin ya era tarde había robado un cofre lleno de monedas de oro para pagar a los soldados del rey juan él dijo:
– queréis uniros a mi.
– porque no -dije yo- nos habéis tratado como reyes y soy un buen hombre -dije yo.
– el miserable del rey juan tiene a mi prometida lady Mariam en el castillo no puedo de momento rescatarla- me dijo.
– porque no me dejáis ir a mí de mi nadie sospecha y os podía abrir el castillo cuando pudiera para que aparecieran los vuestros y coger al rey desprevenido es un buen plan.
– estaríais dispuesto a ayudarme.
– por supuesto- dije yo.
así que me presente en el castillo y pedí asilo al príncipe juan.
– vengo de España pido hospitalidad para esta noche.
– será un placer -dijo el rey juan- contar con un caballero como vos háblame de España y de su gente.
le explique algo sobre el cid.
– aquí tenemos al traidor de Robin Hood que nos está haciendo la vida imposible.
– porque no le elimináis.
– hay mi buen amigo -dijo el usurpador -si fuera tan fácil yo mismo le mataría.
vi Mariam era rubia era guapísima.
– esta es mi ahijada que espero casarme con ella bien pronto -dijo.
– jamás traidor Robin te matara.
– como veis es un poco arisca pero entrara pronto en razón de eso me ocupo yo -dijo el impostor.
así que por la noche cuando todos estaban durmiendo burle la guardia y quería hablar con lady Mariam.
– y vos quien sois -dijo -otro traidor como el rey juan.
– no soy amigo de Robin vuestro prometido y quiero ayudaros a sacaros de aquí.
– como -dijo ella.
os haréis pasar por una mujerzuela y haremos el cambio ya lo veréis así que cogí a una mujer del castillo que era una furcia que se acostaba con juan y la amordacé la quite las ropas y se las di a lady Mariam.
– poneros la si queréis salir del castillo conmigo.
– pero estas son de puta -dijo ella.
– es la única forma os tomaran por lo que no sois y os dejaran salir conmigo mientras la otra se queda en el castillo nadie notara el cambio hasta mañana que vaya vuestro tío a veros.
– vale.
la despeine como una fulana y la rompí los vestidos parecía una furcia en vez de lady Mariam salimos del castillo pero nos vieron unos guardias de prisa dije:
– yo chuparme la poya ellos tiene n que ver que sois una fulana si no no haremos nada si no se lo creen.
– pero yo soy una doncella nunca echo eso.
– no os preocupéis aprenderéis pronto -y la metí a Mariam la poya en la boca.
ella intento chuparme lo mejor posible los soldados nos vieron y se rieron.7
– es el caballero amigo del rey jodiendo con una fulana jajaja -y se fueron.
– estoy avergonzada.
– no os preocupéis.
– que dirá mi prometido.
– nada porque no puede enterarse entendido.
la acompañe al bosque y ella tenía frio.
– pegaros a mi mañana llegaremos al bosque de Serwood y estaréis a salvo. esta noche no puedo hacer fuego. Desnudaos.
– por quien me tomáis preferís pasar frio. no creo que lo aguantéis.
ella tiritaba sí que yo me adjunte a ella y empecé a meterla mano ella con el frio no se pudo resistir.
– que hacéis caballero oh me volvéis loca.
– chuparme la poya y calentaros conmigo.
ella no tenía mucha experiencia pero empezó a mamar la verga que al final la gusto muchísimo.
– que verga tenéis caballero esta riquísima.
luego la prepare para follarmela.
– escuchar esto ni una palabra cuando hagáis el amor con Robin Hood el creerá en vos ya que os ama y no dudara nada de vos gemiréis y chillareis como si fuera la primera vez entendido.
– si caballero pero no paréis ahora de follame por favor quero aprender todo de vosotros.
así que me la folle la cual se volvía loca.
– más caballero más quiero más verga.
– toma zorra .
eso en lugar de cabrearla la calentó más.
– tomar mi señora tomar verga.
luego se lo prepare y la di por el culo.
– esto es divino no paréis de joderme que gusto yo creo que si no fuera porque amo a Robin seria para vosotros no paréis .me volvéis loca.
después de una larga follada ella se me corrió con mi verga dentro luego yo me corrí en su boca.
– que rico es esto caballero. por dios recordar mañana llegareis al bosque de Serwood sola. yo me quedare en el castillo y abriré el portón para que entre Robin Hood. no digáis ni una palabra a Robin de esto.
– por quien me tomáis esto será para siempre nuestro secreto.
y volví al castillo y me quede dormido pero antes abrir el portón y me fui a la habitación. Robin ya sin problemas ocupo el castillo ya que los guardias estaba noqueados por mi o por sus huestes y cogimos por fin al príncipe juan Robin me dio las gracias por todo y me trato como a un hermano si el supiera que me tire a su prometida no sé qué hubiese pensado apareció Ricardo corazón de león y os caso a Mariam y a Robin la fiesta fue magnifica ah Zoraida regreso a su país también y me despedí de ella el rey Ricardo subió al trono y bendijo la unión de Robin y Mariam que tuvieron un hijo eso si no se si sería mío lo mal probable ya que era primeriza cuando la desvirgue pero eso es otra historia me cansaba la edad media y pronto moví otra vez el reloj del tiempo y aparecí joder una batalla de indios con la caballería CONTINUARA
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Relato erótico: Mis adorados perros (POR ROCIO)
Era toda una tortura sentarme en las clases y sentir un dolor punzante en mi cola, pues el proceso de recuperación tras el ensanchamiento que me
habían hecho era lento, y no mágico como algunos creen. Pero peor aún era mi situación social y académica tras mi experiencia con el dóberman: no podía concentrarme durante las clases, temía por mis amigas que las sentía cada vez más distanciadas y temía por mí misma, pues me preocupaba más por hacerme dedos en el baño de la facultad, viendo los videos de zoo que me mandaban los compañeros de mi papá por whatsapp.
Ni mi novio me hacía caso y el jefe de mi papá no tenía muchas ganas de intimar conmigo desde que estuve con su perro, así que yo estaba como un hervidero todos los días. Y lo peor de todo es que últimamente no podía involucrar a los hombres en mis fantasías; no, solo me imaginaba siendo montada por un can.
Lo único “bueno” que podía rescatar era que por fin mi maduro amante me dio permiso para debutar con uno de sus perros. Al terminar las clases iría a su casa y me dejaría follar, lo había decidido tras pensarlo detenidamente, investigar en la web y prepararme tanto física como mentalmente. Tal vez por eso me resultaba imposible concentrarme en mis horas de estudio.
Andrea, una de mis amigas que conocí en la facultad, estaba notando mi “ausencia” durante las cátedras y por eso se animó a acercarse para hablar conmigo. Es una rubia que destaca por ser muy bonita de cara pese a sus gafas, aunque no tiene senos muy insinuantes y el trasero tampoco es que se robe miradas; es religiosa y se le nota bastante en su manera recatada de vestir y en la forma tan inocente de ver la vida.
—Rocío, me tienes que decir qué te pasa, últimamente te veo muy “ida”, estás muy rara y apenas hablas.
—Hola Andrea, no me pasa nada, solo estoy con un montón de problemas en la cabeza.
—Bueno, me tienes para cualquier cosa que necesites. Si quieres, cuando terminemos las clases, te puedo acompañar hasta tu casa para platicar.
—Noooo, en serio no es necesario, Andrea. Eres un sol, sé que estoy rara últimamente, no sé, será que estoy ovulando o yo qué sé.
—Bueno, estaré disponible para cualquier cosa que quieras.
Y se volvió a su asiento porque el profesor ya entraba para dar cátedra (ella se sienta adelante, yo al fondo). La verdad es que sí quería hablar de mis fantasías zoofílicas con alguien, sobre todo porque iba a debutar, pero una chica religiosa, amorosa y solidaria no es el tipo de persona que buscaba.
Terminada las clases, fui a la casa del señor López. Ya sabía dónde guardaba su llave así que ni siquiera toqué el timbre. Ingresé y lo vi sentado en su sillón viendo un partido de fútbol junto a su amigo don Ramiro. Los más guarros, groseros y detestables de todo el grupo estaban juntos.
Se me erizó la piel al ver cómo equiparon la sala: dos cámaras en trípode, un colchón desgastado en el centro, cerveza, condones en la mesita e incluso una peluca rubia que me causó curiosidad.
Me desnudé y me quedé con una escandalosa tanga que me habían comprado, no sé si para probar cuánta humillación puedo soportar o simplemente para reírse de mí, porque ese pedacito de tela apenas me cubría algo. Con la cara colorada me paré frente al televisor; no me miraron a los ojos, sino a mi pezón anillado, mis tetas marcadas por un par de mordiscos de la otra noche, y luego bajaron la vista para ver el pequeño triángulo que me cubría.
—Pero qué buena estás, zorrón —dijo don Ramiro e inmediatamente me abrazó y metió su lengua en mi boca.
—Deje de llamarme así, don Ramiro… ufff…
—Te pondré el nombre que se antoje, puta. Mira el tanga que llevas, deja que lo voy a mover para ver tu chochito…
—Ufff, diossss… ¿Pero cuándo aprenderá a ser caballeroso, señor?
—Caballeroso lo soy con mi señora. Mira, López, la marrana se depiló tal como le pedimos.
Don López encendió su cigarrillo y me ordenó:
—Acércate, Rocío, quiero verlo bien.
Me aproximé para que comprobaran cómo me quedaba el chumino pelado, lo hice en un centro de belleza que ellos mismos costearon. Se encargó de palpar cada recoveco mío mientras su amigo me volvía a meter lengua y jugaba con mi piercing bucal.
Don López plegaba mis labios vaginales para revelar mis carnes interiores, amagaba penetrarme con sus dedos pero solo jugaba conmigo para calentarme. Y la verdad es que lo conseguía, tenía unas ganas de lanzarme sobre uno de esos maduros. Don Ramiro se arrodilló detrás de mí y groseramente me separó las nalgas para besar y chupar mi culo, era su fetiche, ya lo sabía, y por eso todas las mañanas me limpiaba con una manguera en mi baño.
—Don Ramiroooo… Suéltemeeee… me va a volver locaaaa…
Mientras ese beso negro me derretía, don López se inclinó para chuparme la concha de manera magistral. Succionaba mis labios para que se hincharan y se humedecieran, movía la carne con su lengua, la lengua en mi grutita, la sacaba remojada y buscaba mi clítoris para pasarle lengua. Yo estaba lagrimeado del placer, vaya dos lenguas más expertas la de los señores, creí que me iba a desmayar pero don López dejó de comerme mi enrojecido chumino y me habló:
—Te gusta que te traten duro, perra.
—Diossss, no es verdad…
—Qué coño tan rico, a ver si un día te lo mandas anillar.
—Ufff, está loco, no le es suficiente con que me haya perforado la lengua y un pezón…
—Pues estaría muy bonito un par de anillos, para estirarlos y jugar con ellos de vez en cuando.
—Aníllese las bolas y ya veré si me lo hago yo también, mmfff…
—¡Jaja, tranquila! Escucha, hoy vamos a transmitir tu debut con mis perros por internet, vía webcam.
—¿Qué dice? ¿Lo va a ver todo el mundo?
—Claro que no, niña. Solo lo verán algunos compañeros que no pudieron venir hoy. Ahora vete al jardín y tráete un perro. No te olvides de ponerles las fundas.
Don Ramiro dejó de chuparme el culo y me dio un sonoro bofetón en las nalgas.
—¿Te sigue doliendo la cola, Rocío?
—Ufff, sí, señor Ramiro…
—Pues dentro de poco continuaremos ensanchándotelo, no veo la hora de follarte con mi puño y hacerte llorar, putón.

Me arrodillé frente a él para ponerle las fundas. El dóberman estaba cerca y forzaba su cadena porque quería montarme; a mí me ponía a mil pensar que el cabroncito podría romper su rienda y follarme, pero obviamente eso no iba a pasar. Sin darme cuenta retrocedí un par de pasos hacia el dóberman, y él aprovechó para lamerme desde del culo hasta la concha.
Me dio unas ganas terribles de quitarme el tanga y dejarme montar allí mismo, mandar al traste al jefe de mi papá y sus cámaras de alta definición, desbaratar su plan de transmitirlo por internet para sus colegas y demás guarradas. Pero ladeé ese pedacito de tela y me hice unos dedos para tranquilizarme; por más que el dóberman deseara hacerme su puta, tenía que mantener la calma y hacer lo que los humanos me pedían.
Finalizada la faena, me levanté y guié al perro de su cadena para ingresar a la sala.
—Bien, Rocío, veo que quieres estrenarte con el labrador.
Afirmé tímidamente pero don Ramiro me habló con voz fuerte:
—Pero dilo fuerte, puta, ¿quieres follar con ese perro o no?
—Sí, don Ramiro —la verdad es que me costaba decirlo.
—¿Qué te he dicho de comportarte como una niñata consentida? Eres una puta y deberías actuar como tal.
—Pero no me hable así de rudo…
—Tal vez deberíamos dejar a los perros de lado y reventarte el culo esta noche, ¿qué dices, don López?
—¡Valeee! ¡Sí, se lo acabo de admitir, quiero hacerlo con el maldito bicho!, el dóberman fue muy bruto la otra vez, por eso he elegido al labrador.
Don Ramiro tomó un pote de mantequilla y lo destapó. Se embardunó los dedos con la crema y me habló:
—Bien, bien. Ahora ponte de cuatro, perra, te la voy a meter hasta el fondo.
—Pero, ¡me la quiero poner yo!
—No me vuelvas a hablar así. O te pones de cuatro o te vas de la casa así como estás.
Últimamente a don Ramiro no le estaba gustando mi manera de hablarle. Me repetía una y otra vez que a esa altura debería dejar la altanería y darme cuenta de mi verdadero rol. Como castigo, una noche me folló con condón delante de todos sus compañeros, y nada más correrse, me hizo masticar y comer ese asqueroso forro con el que me la metió. La verdad es que aprendí a respetarle, y cuando notaba su cambio de voz, me volvía más permisiva:
—Madre mía, lo siento don Ramiro.
—Eso es, vamos que no tengo toda la noche.
Me puse tal como me pidió, con mi cola apuntándolo. Con una nalgada muy fuerte me ordenó que curvara mi espalda y sacara más el culo para poder facilitarle su metida de mano. Estiró la tela de mi tanga para pasarla fuertemente entre mis labios vaginales, estimulándome, fue incomodísimo pero a él le encanta jugarme así, abultar mis carnes y darles tironcillos. Era un bruto, no quería imaginarme si realmente me anillaba mis labios vaginales, me las iba a desgarrar de tanto tironear.
No obstante, cuando metió su mano dentro de mi gruta fue una experiencia muy gratificante; sentir sus gruesos dedos con manteca, restregándose fuertemente por mi coño y pasando luego por mi ano me hicieron babear por un rato. Yo arañaba el suelo y me mordía los labios, mirando de reojo al labrador que ya quería montarme, pero el jefe de mi papá lo sostenía de la cadena.
Tras un par de minutos, el gordo dejó de untarme y me hizo chupar sus dedos llenos de mis jugos con mantequilla. Luego me cegó con una pañoleta negra muy gruesa, me hice de la asustada pero en verdad me calienta no saber qué van a hacer conmigo. Sentí luego que tomó de mi cabello e hizo una coleta.
—¿Qué está haciendo, don Ramiro?
—Vamos a ponerte la peluca. Vas a ser rubia esta noche, Rocío.
—De todas las perversiones que usted tiene, esta parece la más normal…
—Me da igual que seas rubia, pelirroja o morena. Si estás así de buena hasta te lo puedes pintar de verde manzana o fuxia, ¡jajaja!
Al terminar de ajustármela, me puso un headset en la oreja y lo ocultó con el cabello. Me dijeron que sus colegas querían escucharme siendo montada por el perro, aunque cuando quise decirles que el headset era innecesario porque el micrófono de las cámaras sería suficiente, me habló don López:
—¿Sabías que tu papá va a ver esta transmisión, Rocío?
—¿Quéeee?
—Tranquila, no te va a reconocer, simplemente trata de no hablar alto, no sea que reconozca la voz de su adorada hija.
—¡Me está jodiendo, don López, se trata de mi papá!
Quise quitarme la pañoleta y salir corriendo de allí, pero el señor López me tomó del mentón y susurró:
—Eres tonta del culo por lo que se ve. Me pregunto qué dirá tu padre si alguien le mandara un vídeo de su hija participando en orgías con hombres de rostros borrosos.
—Madre mía, ¿me quiere volver loca o qué? Por favor, no a mi papá, me quiero moriiiir…
—Te va a gustar, ya verás… ¡Estamos transmitiendo! Veo que Javier está conectado también, ¿qué tal estás recibiendo la señal?
“¡Lo veo perfecto! ¡Vaya putita habéis conseguido! Veo que ya está de cuatro patas, lista para la fiesta”.
Se me cayó el alma al suelo. ¡Mi papá estaba viéndome! Casi me desmayé, quería gritar pero tenía miedo de pronunciar una maldita sílaba porque podría reconocerme. A mí, su santa y adorada hija. No sabía dónde estaba la cámara, podía estar viéndome casi de frente, lo cual sería terrible porque solo una pañoleta gruesa y una peluca rubia me separaban de revelarme, o por el contrario podrían estar filmándome por detrás, lo cual me tranquilizaría pues no me iba a reconocer, pero de todos modos me iba a mirar la cola, el coño húmedo e hinchado, así como mis tatuajes obscenos.
“¡Qué culo tiene la rubia, cómo quisiera estar ahí para reventarle ese agujerito!”-exclamó mi papá.
Me tranquilicé un poco. Me estaban filmando por detrás. Mientras ellos gozaban con la visión, estaba pensando en cómo vengarme de don López y don Ramiro, menudos sinvergüenzas y mal intencionados, no tenían derecho a mostrarme así frente a mi adorado padre.
—Sí, Javier, ¡contratamos carne de primera! ¿Quieres que hagamos algo con ella antes de ¿la con el perro?
“¿Cruzarla? ¡Jajaja, qué imaginación, Ramiro! Ufff, si mis hijos supieran lo que estoy haciendo”.
—¡Bah!, no pasa nada Javier, si nuestras señoras supieran también… ¿Desde dónde estás viendo la transmisión?
“Vine a la habitación de mi hija, mi ordenador tiene un virus”.
—¿Tu hija? ¿Y dónde está Rocío, Javier?
“Estudiando con sus amigas. En fin, no hablemos de ella, ¿sí? Ramiro, dale un buen par de nalgadas de mi parte”.
—¡Con gusto, Javier!
Me mordí los labios para soportar los dos tremendos guantazos que me dio, uno en cada nalga, me las dejó hirviendo, seguro que ya estaban al rojo vivo.
“¿Podéis enfocar ese coñito tan precioso?”.
—Yo te acerco la cámara –dijo don López—. Le voy a dar al zoom, fíjate en los detalles, Javier…
Me quería morir de vergüenza. Estaba congelada, solo podía escuchar a mi papá diciendo cosas como “mmm”, “joder, qué ganas” con una voz irreconocible. Se me partió el corazón cuando siguió con sus órdenes:
“Sepárale esos labios, Ramiro, a ver cómo tiene la carnecita adentro…”.
—Ufff, dios santo –susurré porque quien fuera que me los separaba era un desconsiderado con poco tacto. Ya estaba entendiendo por qué querían anillármelo, seguro que así les sería más fácil abrirme y filmar sin ningún tipo de pudor todo mi sonrojado interior.
“Madre mía, espera que me saco la polla…. Ufff, qué preciosidad, sepárale más, quiero ver la carne tierna que tiene… Mfff, eso es, puedo verlo todo y en HD, vaya detallazos… Lo estoy grabando, las pajas que me haré ¡jaja!… Venga, métele dedos, Ramiro…”.
—Como ordenes, Javier. Mira cómo me encharca los dedos la muy puta.
—¿Es precioso, verdad Javier?

Vaya sinvergüenzas, no eran formas de tratar a una chica por más “ligera” que me pensaran, ¡y menos frente a mi progenitor!
“Ufff, qué vagina tan hinchadita, se nota que quiere guerra, muchachos. Me gustaría verlo anillado ja ja”.
—¡Eso es lo que yo decía! A ver si la convencemos.
“¿Por cierto, cómo se llama la puta?”
—Le decimos Escarcha.
“Qué apodo más raro, pero bueno, sí que estás muy caliente y buena, Escarcha”.
Don López me dio un zurrón en la cabeza y me ordenó:
—No seas maleducada, puta, y contesta a mi amigo.
—Aham –dije asintiendo.
—Javier, una condición que nos pidió esta rubia es que no le filmemos el rostro. Tiene miedo de que lo grabemos o algo así y se quede inmortalizada, ¡jajaja!
“Me da igual… Hace rato que no me ponía como una moto, amigos… Ramiro, pásale la lengua por la línea de la espalda, ufff”.
Sentí la respiración del gordo en mi espalda, y gemí cuando su tibia lengua me recorrió desde entre los hombros hasta bajar hasta la raja de mi culo. Me quería desmayar del gusto, vaya experto el cabrón, por un momento sentí envidia de su señora por disfrutarlo todos estos años. Disimuladamente puse mi cola en pompa cuando finalizó su recorrido, y sin dudarlo, como si entendiera lo que secretamente deseada, me metió dos dedos en la concha y hundió su lengua en mi culo. Debo confesarlo, me estaba acostumbrando a eso del beso negro.
—Diossss… don Ramiroooo….
Su lengua dibujaba círculos adentro de mí. Parecía plegarse y replegarse dentro de mí, me ponía como muy cachonda.
Sentí la mano de don López acariciarme el vientre, subiendo luego hasta llegar a mi pezón anillado para jugar con mi piercing, estirándola y creo que mostrándosela a mi papá, porque el infeliz estaba jadeando diciendo “estíralo, estíralo, gran puta”, cosa que hacía de buen agrado su jefe.
Estaba que me moría de vergüenza, vaya pervertido de padre tenía, pero no podía hacer nada al respecto sino quedarme callada y tratar de aguantar los pellizcos, besos negros y estirones.
“Menudo putón, anillada y tatuada, ¿tu familia sabe que eres una perra pervertida, Escarcha?”
Negué con la cabeza, no sé si me vio, pero don López le aclaró que nadie en mi familia sabía que yo era la más puta del país. Aunque la verdad es que mi hermano sí sabe cositas.
“Ramiro, te veo por la cámara dos, qué puto pervertido eres… Mierda, jamás en la vida se me ocurriría besar el culo a una tía… Aunque si está tan buena como Escarcha… no sé, no sé… fíjate cómo el jugo de su coño moja sus muslos. Métele dos dedos en el culo y sacúdelos con fuerza, verás cómo se corre la puta”.
Menudo cabronazo mi papá. Don Ramiro sacó su lengua de mi culo, no sin antes darme un sonoro beso con palmadas en mis sufridas nalgas. Gemí como cerdita ante ese maestro, y luego casi me caí cuando sentí sus dedos haciéndome una estimulación anal, la verdad es que me estaban calentando muy bien, o mejor dicho, mi papá y sus amigos me estaban calentando bastante bien.
Don López interrumpió aquella fiestita con su voz potente:
—Llegó el momento, voy a traer al perro. No te preocupes, Escarcha, estaremos aquí. Yo sujetaré del collar al perro todo el rato.
Mi corazón se aceleró, me habían puesto a tope y yo quería carne. Carne humana o perruna, me daba igual.
Casi al instante sentí una sorpresiva y rugosa lengua metiéndose entre mis piernas. Cuando el labrador repasó mi clítoris me corrí inmediatamente y chillé, ya no me importaba que mi padre me reconociera la voz, me caí sobre el colchón muy sonriente.
—Uffff, diossssss….
—¡Se acaba de correr la rubia!
—Venga, putón, ponte de nuevo de cuatro patas –dijo don Ramiro con un bofetón que me devolvió a la realidad.
—Dame un momento, señor… —susurré retorciendo mis piernas.
—Y una mierda, si tuviera un fuste te ponía rojo el culo, venga.
Sentí que me puso un collar muy frío en mi cuello y oí el “click” de una cadena enganchándose. Al igual que el labrador, yo también estaba encadenada a un collar. Probablemente don López sujetaba la rienda de su animal y don Ramiro sujetaba la mía. Y así, a tirones, me obligaron a reponerme de cuatro patas.
Cuando el labrador se montó encima de mí, me volvió ese cosquilleo excitante que parecía ser como una corrida extendiéndose por mi cuerpo. Empezó su vaivén, el bicho quería metérmela pero le iba a resultar imposible sin mi ayuda, tan solo conseguía golpear su polla en mi cola.
A mi alrededor, mis dos amantes me hablaban, tironeando el collar del perro para traerlo más contra mí, tironeando también de mi collar para que yo dejara de balbucear y respondiera sus preguntas:
—Ya está embistiéndote, ¿te gusta, Rocíiii… Escarcha?
—Ufff, aham…
—Es más controlado que el dóberman… Hiciste una decisión correcta.
—¿Quieres que te penetre, puta?
—Ughhh… Aham…
—Pues Javier va a tener el honor de darte la orden. Adelante, Javier.
“Diosss… me he corrido una vez y todavía tengo ganas, amigos… la puta madre, Escarcha, que te folle el perro pero ya, esta paja te la dedico a ti y al bicho ese, jajaja”.

Mi papá me dio permiso. Estaba calentísima, bajé mi mano bajo mi vientre y tomé la palpitante y cálida polla del perro. Se me resbaló un par de veces pero con pericia logré sujetarla al tercer intento. Era la primera vez que la tenía en mis manos, mis temblantes y descontroladas manos. Se sentía tan rico, caliente, húmedo, lo acaricié un momento para palpar esa extraña forma y textura.
Y decidí levantarlo hasta posarlo en mi entrada; todo terminaría, casi dos semanas de preparación en donde me negaron sexo para tenerme loca y caliente por pollas iba a terminar. Dos semanas viendo videos de zoo en el baño de la facultad, en mi habitación y hasta repitiendo las escenas en mis sueños. Me habían emputecido, y me gustaba.
Se resbaló la verga, por lo que tuve que volver a rebuscarla mientras mis amantes y mi papá se morían a carcajadas, para colmo era difícil buscar su verga pues estaba cegada y tironeaban de mi collar para mi martirio. Hasta que por fin lo agarré de nuevo, fuerte para no soltarlo, y lo llevé para restregarlo entre mis labios vaginales. Puse la cola en pompa y empujé contra él aprovechando su vaivén para que lograra metérmela.
Y el labrador por fin hizo lo suyo, metió otra porción que me arrancó un gemido de sorpresa muy característico mío. A saber cuántas veces le estaba revelando a mi papá que la puta que estaba siendo montada por un perro era yo.
Ya no había necesidad de seguir guiándole al labrador; había metido una buena cantidad de carne así que me dediqué a acariciarme mi clítoris lentamente para poder disfrutar de cada segundo, pues sé que no íbamos a follar precisamente veinte minutos o más, como don López o don Ramiro.
El can era un bicho bastante caballeroso a diferencia de su amigo el dóberman. Podía sentir su aliento y jadeos entrecortados en mi oído izquierdo pues allí reposaba su hocico; a veces se le ocurría dar envites muy fuertes para meter más carne, y tenía que morderme los labios para no volver a gritar.
Aquello no era como follar con un hombre que sabe cómo regular el ir y venir, en ese sentido me hubiera gustado que el labrador supiera cómo tener sexo, pero supongo que el encanto de hacerlo con un bicho es que todo lo hace por instinto, más guiado por su placer que para darme a mí el éxtasis que buscaba. Por eso me acariciaba el clítoris, para compensar esa falta de destreza.
Y llegó el momento más esperado desde que me emputecí por los perros. Sentí cómo quería meter un una bola hinchadísima, se trataba de su bulbo y lo supe inmediatamente, era de temperatura mucho más caliente que el resto de su polla, y me volví loquísima al sentirlo en la entrada. Dejé de tocarme el botoncito y llevé mi mano para abrir más mi coño, para que el perro pudiera metérmela toda, y tras un par de envites muy fuertes que casi me hicieron caer, por fin logró ingresar y forzar las paredes de mi concha.
—Mmmfff… diossss…. Está adentroooo…. –balbuceé.
Se quedó ensanchado, vibrando y arrancándome palabras inentendibles. Me volví a acariciar mi puntito con más fuerza, mi cintura acompasaba el ir y venir del can una y otra vez en señal de que me consideraba su puta, y justamente en ese instante sentí cómo empezaba a derramar toda su leche en mi interior.
Me corrí fuertísimo sintiendo cómo su polla palpitaba, cómo me llenaba de su líquido hasta el cuello uterino. Era impresionante e incluso podía sentir su leche espesa queriendo rebasar mi coñito, pero era imposible, estaba todo contenido adentro, su enorme bola impedía que nada saliera de adentro.
En medio de aquel infierno sabroso, mientras me sacudía y gemía como una marrana debido a las pulsaciones ricas del bicho, escuché un sonido electrónico en mi oído: habían activado el headset. El cabronazo de don López estaba llamando con mi móvil a alguien mientras yo estaba en plena faena.
—¿Hola? –escuché. Era la voz de mi papá.
—Dioss…. Papáaa…
—¿Qué quieres Rocío?
Podía escuchar su respiración agitada, seguro que se pajeaba en mi honor. ¡Y en mi habitación!, vaya cabrón estaba hecho. Don López se acercó y me susurró al otro oído:
—Acabamos de apagar el audio de la transmisión, no nos está escuchando. Si logras conversar con él durante un minuto, terminaremos la noche. Si no, como castigo, te haré follar con mi dóberman inmediatamente luego de que el can termine.
—Rocío, ¿estás ahí? ¿Qué quieres?
—Papáaa… Esto… te llamaba para preguntarte… diosss… diossss míoooo… cómo estás, quiero saber cómo estás, papiiiii…
—Uffff… Rocío, no es un buen momento… uffff…
—Papáaa… ¿dónde estássss?
—Ufff… estoy en casa, Rocío, voy a cortar…
—¡Noooo! Maldita sea… soy tu hijaaaa… háblemeee…
—¡Gran puta, Rocío, no es el momento!
—¡Grosero!… diossss santoooo… –seguro que se la estaba cascando duro. Y de hecho yo estaba también acariciándome mi puntito, vaya coincidencias del destino.
—Perdón, Rocío… en serio, vuelve a estudiar con tus amigas…
—Mmmfff… madre mía me voy a moriiiirr…
—¿¡Qué dices, hija!?
—Es tan ricoooo… los bocaditos… los bocaditos que ordenamos…
—Pues trae algo a casa para invitarme. Rocío… ufff… debo irme…
—Te quiero papi… madre del amor hermosoooo….
—Igualmente cariño–cortó.
—No cortes cabróoooon…. Mierdaaaa….

Inmediatamente don Ramiro le habló a mi papá desde el ordenador:
—Lo siento, Javier, se me fue la cámara…
“No importa, Ramiro, se quedó enfocando el coñito siendo penetrado por el bulbo… ufff… Me interrumpieron un rato aquí también, mmmfff…”.
—¿Quién te interrumpió, Javier? ¿Era tu hijo o Rocío?
“Joder, amigos, no mencionéis a Rocío.”
—Ah, perdón, Javier. Mira, te enfocaré cómo el pollón del perro está atascado dentro de Escarcha.
Mientras le mostraban las cerdadas a la que era sometida, don López me dijo que perdí la pequeña apuesta pues no sostuve la conversación el tiempo suficiente. Mierda, iba a joder también con su otro perro.
El labrador, aún dentro de mí, se levantó de encima y quiso irse hacia la cocina, o sea, al lado opuesto de donde yo estaba “mirando”. Pero como el bicho estaba atascado, me hizo arrastrar un par de pasos hacia atrás. Estaba desesperada, esas cosas no pasaban en las películas, ¡en ninguna! Para colmo el infeliz no dejaba de correrse en mi grutita, yo no sabía si tanto semen era posible, iba a reventarme, iba a llenarme de leche y no había forma de librarme de él.
—¡Está atascado, jajaja!
“Qué morbo, la gran puta que te parió, Escarcha… dios me estoy corriendo en tu honooorrrr”.
—Quédate quieta aquí, puta —dijo don Ramiro, tirando de mi collar para que no siguiera al can. Se reían como malnacidos.
No supe qué tenía de gracioso ni de morboso, ¡era desesperante! Su pollón se agitaba con brutalidad dentro de mí y parecía hincharse más y más. El labrador quería arrastrarme a algún lugar pero don Ramiro forzaba mi cadena con fuerza, iban a partirme en dos joder, me iba a volver loca: me corría del gusto y que me desesperaba su maldito e hinchadísimo bulbo forzándome dolorosamente el coño.
“Escarcha, cuidado que si no se desabotona te van a llevar a un hospital para sacártelo, jajaja” –bromeó mi padre. Esperé que haya bromeado.
Escuché la voz de don López:
—Puta, no sé si te has dado cuenta, pero traje al dóberman. Está frente a ti, lo tengo bien sujeto.
—Uffff… tengo miedo, señor –le susurré—. ¿Cuánto tiempo voy a estar abotonada, madre mía?
—No sé, cerda, pero cuando se salga, voy a arrimarte mi dóberman. Esta va a ser una larga noche.
—Diosss…. Ufff… Su perro no para de correrse, don López, puedo sentirlooo… mmmfff esto no puede ser buenoooo…
—Baja la voz, marrana. Papi te puede reconocer.
—Voy a chorrear semen un buen rato joderrrr… Y me queréis meter otro bicho en seguida, no tenéis cabeza cabronessss…
—La gran puta, Roc… Escarcha, ¡que te calles! Ahora estimula a mi otro perro, no me hagas perder el tiempo.
Pude sentir el aliento del dóberman a centímetros de mi rostro sudoroso y jadeante. Llevé mi mano torpemente hacia adelante, alguien me la tomó y me guió hasta la polla del perro. Con cuidado acaricié su verga, tratando de no tocar el forro porque tenía entendido que se sentirían muy incómodos si lo palpaba. Por suerte su amigo el labrador estaba tranquilizándose “allá” atrás, prendado dolorosamente a mí, eso sí. La polla del dóberman se sentía un poco más grande que la que estaba dentro de mí esparciendo leche sin parar.
La idea era no estimularlo mucho tiempo; podía correrse y con ello se iría una gran oportunidad de debutar también con él. Dejé de acariciarlo y me dediqué a apoyarme fuertemente, meneando un poco la cintura para adelante y atrás, a ver si podía hacer que el otro animal terminara de correrse, o en todo caso, para ver si su polla trancada podría ceder y salir de una vez, porque ya me estaba incomodando su gigantesca bola hinchada adentro de mí.
—Te vas a lastimar si quieres salirte a la fuerza, Escarcha.
—Ufff… me está empezando a doleeeer… ufff…
Y cuando menos lo esperaba sentí una cadena de orgasmos incontrolables imparables. El maldito can por fin salió de mí derramándome sus últimas reservas. Estaba llena de semen, lo sentía, ese líquido viscoso y caliente que se escurría de mí sin cesar, seguro que el colchón estaba manchándose y yo parecía una maldita canilla de leche. A don Ramiro le excitó, espantó al perro que se fue para lamerse el pene en el jardín, y me tiró del collar para que me levantara. Yo estaba temblando de miedo y placer, abracé a mi gordo amante, esperando que tuviera algo de compasión por mí:
—Vas a manchar mi traje, puta. Aléjate… Eso es, abre las piernas, Escarcha. Esto es impresionante, fílmalo López, mira cómo se escurre la lefa de su coñito depilado…
—¿Lo estás viendo, Javier? Joder, qué asco. Sale sin parar…
“No para de chorrear leche la muy puta… Ese perro tiene más semen que un hombre, es increíble… ufff, me he corrido tres veces viéndolo, chicos. Mejor me piro porque mi hijo llega en cualquier momento”.
—Adiós Javier, para otra ocasión repetiremos.
“Sin duda. Adiós Escarcha, ojalá tuviera una chica como tú en cama para pasarla cañón”.
“Si tú supieras, cabrón” pensé. Suelo dormir con mi papá algunas noches porque desde chica estoy acostumbrada a hacerlo. Evidentemente la cosa no volvería a ser la misma, joder.
Me quitaron la pañoleta y la peluca, y tardé un rato en acostumbrarme a verlo todo claro nuevamente. Mis dos maduros amantes tenían las pollas a reventar tras sus pantalones, miré abajo y me desesperé al ver que el semen del labrador seguía escurriéndose de mí. Me sentía como un monstruo, manchado, emputecido, asqueroso y sucio.
—A ver, marrana, de cuatro patas de nuevo, mi dóberman está esperando.
Me dolían las rodillas pero tuve que acceder. Sin darme tregua, don López le encadenó del collar y lo montaron detrás de mí. Don Ramiro me habló mientras que con una mano se pajeaba y con la otra tensaba nuevamente mi collar.
—Dentro de una semana te irás a mi casa de campo, Rocío, ve preparando las maletas.
—¿Qué dices, viejo verd… don Ramiro?
—Cuidado con volver a faltarme el respeto, puta. Y no hagas esperar al perro, maleducada.
Cabreada, llevé la mano otra vez bajo mi vientre para guiar la verga del dóberman hasta mi gruta repleta de semen. Cuando entró una porción de carne, la leche de su amigo salió de golpe y se escurrió por mis muslos, me puso muy caliente sentirme tan puta pero debía seguir escuchando atentamente:
—No te preocupes por tu papá, mañana le avisaremos que se irá a Brasil para concretar una fusión con un negocio de allí. Estará fuera por un buen rato, así que estarás libre para acompañarme.
Y mientras el bicho metía otra porción de carne, volví a tambalearme. Tal vez el placer, tal vez miedo de estar a solas con ese gordo pervertido. Don López me dijo que era verdad, y que me iba a convertir en su putita personal por unos buenos días.
Pero no pude pensar mucho más al respecto, cuando el bulbo caliente del dóberman empezó a forzarme las paredes internas, me volví loca de placer y solo quería gozar.
Y mientras estaba abotonada, don López me dijo que ni en broma me iba a dejar dormir esa noche con él, tras las cochinadas que estaba haciendo. Me dijeron entre risas que me iban a amarrar de un collar al jardín junto a los perros para pasar la noche. Lo decían con sarcasmo, pero la verdad es que no me importaría pasar la noche junto a esos bichos que, después de mucho tiempo, me estaban haciendo gozar.
El dóberman fue más brutal, más violento y demostró tener mayor cantidad de leche que el labrador. La cama estaba hecha un desastre, y yo también quedé como una puerca. Mis amantes se corrieron en condones y, sujetándome de la mandíbula, me dieron de cenar sus malditos forros repletos de lefa, filmándome mientras los masticaba y chupaba entre lágrimas debido al excesivo sabor rancio.
El perro estuvo mucho más tiempo abotonado a mí, por lo que mis amantes se aburrieron. Conectaron mi cadena y la del dóberman a la pata de un sillón cercano y se fueron para mirar un partido de fútbol, dejándome a solas con ese excitadísimo dóberman, estaba dale que te pego y no aminoraba sus salvajes arremetidas.
Tras finalizar el partido de fútbol notaron que yo ya había terminado de follar con el perro, y estaba acostada sobre el asqueroso y manchado colchón, con la cara perdida, la boca babeando y toda sudada pues el dóberman se dedicaba a repasarme el clítoris y a veces el culo, y yo no podía hacer mucho para atajarlo.
Se llevaron a los perros al jardín, y lejos de dejarme descansar, tuve que limpiar toda la sala, así como de llevar el colchón al sótano y las frazadas al lavarropas. Estuve luego en el baño por casi una hora limpiándome, y cuando salí me di cuenta que don Ramiro ya se había ido mientras que don López probablemente ya se había acostado en la cama de su habitación.
Cuando terminé de pasar trapo por el piso de la sala, me di cuenta de que ya estaba amaneciendo. Tenía un sueño brutal y me fui a la habitación de don López. Comprobé que no bromeaba cuando me dijo que no quería estar conmigo, por lo que me mandó a la mierda cuando amagué entrar en su cama, me ordenó de manera poco cortés que le trajera un desayuno.
Como una zombi, lo preparé y lo llevé a su cama, ¡y en bandeja! Ni siquiera me lo agradeció, estaba demasiado metido en una discusión de teléfono, pero bueno era solo agua de inodoro con café y azúcar. A los perros sí que les cociné un desayuno mucho mejor sin que su imbécil dueño se diera cuenta.
Recordé cuando conocí por primera vez a esos dos bichos, me daban miedo, pero ahora la historia era muy diferente: yo era su putita y ellos mis adorados perros. Sé que nunca mencioné sus nombres, eso lo prefiero guardar para mí.
Me hice de mis ropas (había llevado ropa nueva en la mochila) y me preparé para ir al campus mientras le mandaba un mensaje de buen día a mi papá. Pero escribirle fue muy incómodo, y más aún los besos y abrazos que me mandó.
Nuevamente en clases, y a punto de caerme dormida, mi amiga Andrea se acercó a mí. Se ajustó sus gafas y respiró profundamente:
—Rocío, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.
—Gracias Andy –le digo “Andy” cariñosamente.
—Rocío, ayer te seguí y vi que no fuiste a tu casa, sino a la de otra persona.
Se me abrieron los ojos como platos. La chica religiosa me había pillado, me iba a denunciar a la iglesia, o al párroco del barrio, o incluso al Papa, dios santo.
—¿Quéeee, y qué viste, Andrea?
—No estoy orgullosa de lo que hice, pero subí la muralla gracias a un barril de basura. Vi que adentro había un coche cerca de la muralla que me serviría para salir si decidía ingresar. Así que pedí fuerzas y bajé. Rocío… lo vi todo… ¡todo!
—¿Entraste a una propiedad privada para espiarme?
—Bueno, para ser sincera, te he estado siguiendo bastante durante estos días. Solo que ayer estaba harta, y decidí entrar para ver qué hacías allí.
—¡Tienen perros, Andy, te podrían haber matado!
—¡Pues por lo que vi, no parecían perros muy violentos, Rocío!
—¡No puede ser, cabrona! –dije a punto de desmayarme.
—Rocío, no se lo diré a nadie.
—¿Qué quieres, Andrea?
—Rocío, cuando volví a mi casa, me pasé toda la noche viendo vídeos e informándome sobre esas cosas… Orgías, zoofilia, ufff… Me pareció asqueroso, en serio. Te están arrastrando por el mal camino.
Obviamente Andrea no conocía al labrador y al dóberman como yo les conozco, porque de asquerosos no tienen nada. Me ofendió cómo les mencionó, como si fueran monstruos; ¡son mis adorados perros! Pero me llegó un mensaje de whatsapp del señor López que tuve que revisar. Decía:
“Rocío, una chica nos estuvo observando. La captamos con la cámara de seguridad”.
—¿Qué te pasa, Rocío, por qué estás temblando tanto?
“¿Era esa chica tu compañera? Se parece a una con la que sueles hablar. La vamos a denunciar”.
La tomé de la mano y la llevé conmigo a los baños de la facultad. Le expliqué la situación, que soy una maldita puta de un grupo de ocho hombres maduros para que mi papá y mi hermano puedan trabajar en una gran empresa y percibir salarios desorbitados.
—Rocío, ¿eres algo así como una esclava sexual?
—Bueno, Andy, creo que soy algo peor que una esclava, no estoy segura. Mira, ¡te traje aquí para decirte que te han filmado entrando en su propiedad, y amenazan con denunciarte!
—¿Denunciarme? —hizo la señal de la cruz—. ¡Imposible!
—Andy, ¡no sé qué te pasó por la cabeza para entrar en esa casaaaa!
—¡Diles que soy tu amiga!, ¡ no entré para robar nada, por el amor de cristo!
Le envié un mensaje al señor López, explicándole que efectivamente era mi amiga y que por favor no la denunciara. Su siguiente mensaje casi me hizo desmayar.
“Tráela esta noche y hablaremos”.
—Rocío, ¿qué te dijeron?
—Dijeron… Dijeron que vengas conmigo esta noche para hablar… —dije mareada.
—¡Perfecto! De paso, les convenceré de que dejen de usarte para practicar actos obscenos.
—¡Ja ja ja ja ja!
—Eso de obligarte a tener relaciones con esos asquerosos perros… ¡Me pasé toda la noche llorando por ti! –me abrazó con fuerza.
—No vuelvas a decir que esos perros son asquerosos, Andy. Ve a clases, ya te alcanzaré.
—¿Qué? ¿Estás bien, Rocío?
—Sí, no pasa nada, solo quiero lavarme la cabeza.
Una gran amiga estaba a merced de ser emputecida como yo. No sabía qué hacer: O reírme de mi mala suerte y la de ella, o huir a otro país y no mirar para atrás. Pero ella estaba muy confiada de que les convencería. Evidentemente no conocía a mis amantes y no sabía de lo que eran capaces. Esos viejos cabrones son muy hábiles usando sus bocas. Lo digo en ambos sentidos.
Cuando se fue con una gran sonrisa, me encerré en un cubículo. Y sentándome sobre la tapa del váter, le escribí a don López con una mano mientras que con la otra me acariciaba el pezón anillado. Sí, estaba convertida en una chica con la cabeza podrida, lo admito. Pero tenía la concha hecha agua: primero debía ocuparme de mi calentura, luego podría seguir preocupándome por mi adorada amiga. Estirando un poquito mi piercing, gemí débilmente y escribí:
“Don López, ¿me podría enviar otro vídeo de zoo?”.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es![]()
rociohot19@yahoo.es

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Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (1 de 2)” (POR GOLFO)
La historia que os voy a contar puede parecer una fantasía de dolescente pero me ocurrió y aunque resulte un tanto hipócrita, no me siento culpable de lo que pasó porque fue Alicia no solo la que propició ese traslado sino la única responsable que yo hundiera mi cara entre sus muslos.
Antes de nada tengo que presentarme, me llamo Alejandro y soy un hombre maduro y del montón. Con casi cuarenta y cinco años, no tengo un cuerpo de modelo y aunque he perdido más pelo de lo que me gustaría, lo que no ha menguado con los años son mis ganas de follar. Reconozco que estoy bruto todo el tiempo. Cuando no estoy mirando las piernas de las mujeres que pasan a mi lado es porque estoy mirándolas el culo. Me confieso un salido y mi mujer que lo sabe me tiene vigilado y a la menor sospecha, me monta un escándalo para que vuelva al redil. Por eso no comprendo cómo durante unas vacaciones cometió el error de no advertir las maniobras de su caprichosa hermana.
Mi querida cuñada es una de las personas más volubles que conozco. Con treinta y cinco tacos y a pesar de estar bastante buena, no ha conseguido una pareja estable por su carácter. Pasa de un estado de euforia a la mayor de las tristezas sin motivo aparente y lo mismo le ocurre con los hombres, un día está enamorada por un tipo y al día siguiente, ese amor se convierte en odio feroz. Siempre he opinado que estaba un poco loca pero no por ello dejaba de reconocer que esa morena tenía un par de pechos dignos de ser mordisqueados.
Por todo ello, no creáis que me hizo mucha gracia cuando María me contó que ese verano Alicia iba a acompañarnos a Gandía. Pensé que esa pesada iba a resultar un estorbo sin saber que su presencia iba a cambiar mi vida, dándole un giro de ciento ochenta grados.
El viaje en coche.
Para los que no lo sepáis Gandía es la típica ciudad de veraneo del mediterráneo español que multiplica su población en agosto gracias a los miles de turistas que recibe. A principios de ese mes, tal y como mi esposa y su hermanita habían planeado, toda la familia salimos rumbo a esa ciudad y cuando digo toda la familia en ella incluyo a mi esposa, mi hijo de ocho años, el puto perro, mi cuñada y por supuesto a mí.
Ya desde el inicio del viaje, la bruja de Alicia se tuvo que hacer notar al negarse a viajar en la parte trasera, alegando que le daba miedo el chucho.
« ¡Será puta!», pensé al oírla porque mi perro lo que daba era lástima. Ejemplar de pura raza callejera, el pobre bicho además de escuálido y enano, era un pedazo de marica que tenía miedo hasta de su sombra. Sabiendo que era una mera excusa para ir delante, no dije nada cuando mi mujer se pasó atrás por no discutir con su hermana.
Sé que esa zorra se dio cuenta de mi cabreo porque al sentarse en el asiento del copiloto, me soltó:
― No te enfades de verdad tengo miedo de ese dinosaurio.
« Encima con recochineo», mascullé al oír el apelativo con el que se dirigía mi pobre “Fortachón” antes de percatarme que yo mismo al ponerle el nombre me había reído de su tamaño.
Durante todo el trayecto el sol nos dio de frente, de modo que el habitáculo no tardó en calentarse por mucho que teníamos el aire acondicionado a tope. Mi esposa, mi hijo y la advenediza de mi cuñada no pararon de quejarse pero fue la puta de Alicia la que aprovechando que había parado a repostar en una gasolinera, la que aprovechó para ponerse un bikini con el que ir el resto del viaje.
Os juro que al verla sentarse de esa forma en su asiento tuve que hacer un esfuerzo para no babear:
« ¡Menudas tetas!», exclamé mentalmente al observar de reojo esos dos enormes melones apenas cubiertos por dos trozos de tela negra.
Lo peor fue que al encender el coche y ponerse en funcionamiento el aire, este pegaba directamente sobre sus pechos e inconscientemente sus pezones se le pusieron duros como piedras. Fue entonces cuando aprovechando que mi mujer no había llegado con el crío, decidí soltarle una andanada diciendo de broma mientras señalaba sus pitones:
― Cuñadita, ¿te pongo cachonda?
Tras la sorpresa inicial, esa zorra me sonrió soltando:
― Ya te gustaría a ti. Tú eres el último hombre con el que me acostaría.
Muerto de risa al ver el color que habían adquirido sus mejillas, contesté sin dejar de mirar los dos bultos que pedían a gritos ser tocados bajo su bikini:
― En eso tienes razón, preferiría ser eunuco a acostarme contigo. ¡Con tu hermana tengo suficiente!
La expresión de cabreo con la que me miró me tenía que haber puesto en preaviso. Sin duda fue entonces cuando al herir su amor propio, esa guarra decidió hacerme ver cuán equivocado estaba y solo la llegada de María impidió que esa caprichosa mujer iniciara su ataque sobre mí en ese instante.
Tampoco tardó mucho porque una vez habíamos reiniciado la marcha, ese engendro del demonio aludiendo a la temperatura que hacía se dedicó a remojarse el escote con el propósito de ponerme verraco. Ni que decir tiene ¡que lo consiguió! Ningún heterosexual hubiera permanecido indiferente a la calenturienta escena de ver a esa monada acariciándose los pechos mojados una y otra vez mientras observaba de reojo mi reacción.
Espero que sepáis comprender que mi sobre estimulado pene reaccionara alzándose nervioso bajo mi pantalón mientras yo intentaba infructuosamente prestar atención a la carretera en vez de a ella. Pero por mucho que lo intenté mi ojos volvían inapelablemente a fijarse en el modo que Alicia se pellizcaba los pezones a pesar de saber que lo hacía para joderme.
El colmo fue que casi llegando a nuestro destino y aprovechando que su hermana mayor se había quedado dormida, me soltó mientras rozaba con su mano mi inflada entrepierna:
― Pues va a ser que no eres eunuco.
Si mi verga ya estaba intranquila por su exhibicionismo, al sentir su leve roce alcanzó de golpe una brutal erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Alicia, descojonada al percatarse de mi erección, acercó su boca a mi oído y me susurró:
― Nunca debías haberme retado. De Gandía no me voy sin haberte follado.
Su amenaza me dejó paralizado porque conocía de sobra su carácter caprichoso y que cuando se proponía algo, esa zorra no paraba hasta que lo conseguía…
El apartamento tampoco ayuda.
Ya en nuestro destino, mi querida cuñadita volvió a montarla gorda al descubrir que el piso que habíamos alquilado y que en teoría era para seis adultos, en realidad era un pequeño apartamento con dos habitaciones y que cada una de ellas solo contaba con una cama de matrimonio.
― ¿No esperareis que duerma con Alejandrito?― soltó quejándose no tanto por no disponer ni de un cuarto para ella sola como por el hecho de tener que compartir colchón con su sobrino.
Maria, mi mujer, que había sido la quien se había ocupado de rentarlo, se trató de disculpar enseñándole el folleto donde se veía que había al menos tres camas. Fue entonces cuando mi cuñadita cayó en la cuenta que una de las camas que aparecían era un sofá y creyendo que se había librado de dormir con el chaval, intentó abrirlo y descubrió que estaba roto.
― Mierda― exclamó de muy mala leche― ¡mañana mismo vamos a la agencia y que nos cambien de piso!
Su cabreo era tal que me abstuve de hacer ningún comentario y huyendo de la quema, cogí a mi crio y me lo llevé a nadar a la piscina. Al cabo de unos quince minutos, las cosas se debían haber calmado un poco porque vi entrar a María con Alicia. Mi esposa venía apesadumbrada por lo que no me costó entender que la bronca había sido total pero en cambio mi querida cuñadita venía feliz y contenta, como si nada hubiese ocurrido. Si había sospechado que era bipolar, el comportamiento de ese día me lo confirmó; una vez se había desahogado con su hermana, la morena había pasado página y se puso a jugar con Alejandrito con una alegría tal que nadie hubiera podido afirmar que minutos antes esa mujer estaba hecha un basilisco.
Tratando de calmar a mi mujer me acerqué a ella y le pregunté si quería que le pusiera bronceador. María me lo agradeció el detalle y olvidándome de su hermanita, comencé a untar la crema por su cuerpo, desconociendo que desde el agua Alicia no perdía detalle y que esa pérfida mujer querría que lo repitiera con ella.
La paz duró una media hora hasta que cansada de jugar con mi hijo, volvió a donde estaban nuestras tumbonas y comenzó a discutir con mi esposa por un motivo que la verdad ni recuerdo. Lo que si me consta es que María se levantó y hecha una furia se subió al piso sin despedirse. La sonrisa que descubrí en la cara de Alicia me alertó que se avecinaban problemas y dicho y hecho, en cuanto comprobó que su hermana había desaparecido, se acomodó en la tumbona y llamando mi atención me pidió que le pusiera protector tal y como había hecho antes con mi esposa.
Medio cortado pero ante todo alertado del peligro, me acerqué a regañadientes y comencé a echarle crema en la espalda mientras ella me provocaba con gemidos de placer cada vez que sentía mis manos recorriendo su piel.
- No te pases― susurré en su oído, temiendo que sus suspiros llegaran a los oídos de los vecinos y creyeran estos que entre Alicia y yo había una relación que no existía.
La muy guarra, lejos de cerrar la boca y dejar de abochornarme, siguió mostrando su satisfacción con mugidos más propios de una vaca que de una mujer decente. Viendo su actitud, di por terminado lo que estaba haciendo con un azote en su culo diciendo:
- Pareces una cría. ¡No sé a qué juegas!
Alicia al sentir mi indoloro manotazo sobre sus nalgas, me regaló una sonrisa mientras decía:
- ¡Qué rico! ¿Te he dicho alguna vez que me encanta que los hombres me premien con una buena azotaina después de hacer el amor?
Las palabras de mi cuñada consiguieron sonrojarme al imaginarme por primera vez haciendo uso de su espléndido cuerpo pero rápidamente me sobrepuse y en voz baja le contesté que se quedaría con las ganas porque entre ella y yo nunca pasaría nada. Muerta de risa, la muy cretina respondió mientras se daba la vuelta y se quitaba la parte de arriba del bikini:
- Sabes perfectamente que te haré caer y que antes de que te des cuentas estarás mamando de mis peras mientras me follas.
Sorprendido por su descaro no pude más que deleitarme mirando esas tetazas casi perfectas mientras ella las terminaba de untar con bronceador.
« ¡Con esas pechugas tendré que andarme con cuidado si no quiero caer en sus garras!», pensé al tiempo que retenía en mi retina la belleza de los pezones negros y duros que decoraban su pecho.
Sumido en una especie de trancé permanecí como un pazguato viendo como mi cuñada embadurnaba esas dos maravillas hasta que mi hijo me pidió que le acompañara a nadar a la piscina. Al levantarme, el bulto de mi entrepierna dejó claro a mi acosadora que sus maniobras habían tenido éxito y decidida a no dejar de pasar la oportunidad de restregármelo, al pasar a su lado, me dijo:
― Tu pajarito necesitan que le den de comer, si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.
Esa nada velada invitación a desfogarme con ella, me terminó de excitar y queriendo disminuir mi calentura, me tiré al agua esperando que eso me calmara. Desgraciadamente la imagen de esa maldita y de sus peras ya se había quedado grabada en mi cerebro y por mucho que intenté borrarla jugando con mi chaval, al salir de la piscina seguía allí reconcomiéndome. Por fortuna, para entonces mi cuñadita había vuelto al apartamento.
« Alicia es peligrosa, ¡debo andar con cuidado!”, recapacité a mi pesar al percatarme del disgusto con el que había descubierto su ausencia, « ¡Está loca!».
Alicia sigue cerrando la soga alrededor de mi cuello.
Dos horas más tarde y asumiendo que era la hora de cenar y que no podía postergar mi vuelta, agarré a mi chaval y subí con él al piso alquilado. Al entrar todo parecía haber vuelto a la normalidad porque María y Alicia estaban charlando animadamente en el salón sin que nada revelara tirantez alguna entre ellas dos. La concordia de las hermanas me hizo temer que mi cuñada había solo aplazado su ataque y que debía de permanecer atento sino quería que mi matrimonio fuera directo al precipicio.
Por eso directamente me metí a duchar, deseando que al salir esa zumbada se hubiese olvidado de su capricho. Para mi desgracia, al sentir el chorro de agua caliente cayendo por mi cuerpo me relajé y me puse a recordar los pitones de Alicia:
« Estará loca pero también está buena», mascullé entre dientes mientras por acto reflejo mi miembro se despertaba entre mis piernas. Todavía hoy me arrepiento de haberme dejado llevar por la imaginación pero reconozco que, al notar mi erección, cogí mi pene y mientras me imaginaba mordisqueando los pechos de la hermana de mi mujer, no pude evitar el pajearme visualizando en mi mente a ella ofreciéndome sus tetas como anticipo al resto de su cuerpo.
Mi estado febril hizo que acelerara el movimiento de mis manos al verme mordisqueando las areolas de sus senos mientras ella no paraba de ronronear como un cachorrito. En mi cabeza, mi cuñada ya no era esa mujer caprichosa y bipolar sino una hembra ardiente que reaccionaba con lujuria a mis caricias. Estaba a punto de correrme cuando un ruido me hizo despertar y al girarme hacia la puerta, pillé a esa morena observándome desde la puerta. Asustado traté de taparme pero entonces soltando una carcajada esa arpía me soltó:
― Veo que estabas pensando en mí.
El bochorno que sentía al haber sido cazado de esa forma, no me permitió responderle una fresca y por eso me sentí todavía más avergonzado cuando me dijo antes de irse:
― Por cierto, tienes un pene apetitoso.
Si de por sí eso era embarazoso más lo fue que me lo dijera relamiéndose los labios. La ausencia de moral de mi cuñada consiguió desmoronarme y de muy mala leche, salí de la ducha sabiendo que esa puta no iba a dejar de acosarme. Por su carácter, tenía claro que Alicia no iba a cejar hasta meterme en problemas. Hundido en la miseria, terminé de vestirme y salí al salón.
Supe que mis problemas no habían hecho nada más que empezar, cuando mi niño me informó que después de cenar les iba a llevar a su tía y a él al cine. Tratando de escaquearme, pregunté a mi mujer si ella no prefería ir por mí pero entonces María me contestó que se encontraba muy cansada y que prefería quedarse leyendo un libro.
« ¡Mierda!», exclamé para mis adentros sin demostrar mi disgusto, no fuera a ser que con ello mi esposa se mosqueara y empezara a sospechar. Si ya era incómodo el acoso de Alicia, no quería empeorarlo con los celos de María.
Entre tanto y desde el sofá, mi cuñadita sonreía satisfecha previendo que, sin la presencia de su hermana, yo sería una presa fácil. Confieso que en ese instante me sentía como cordero que va hacia el matadero y por eso hice el último intento que María nos acompañara.
― Te prometo que estoy muy cansada― respondió la aludida dando por zanjado el tema.
El tono cansino que usó al contestarme no me dio más alternativa que aceptar, creyendo que la presencia de su sobrino haría que esa arpía se contuviera y retrasara sus planes. Desgraciadamente nada más terminar de cenar y salir hacia el coche rumbo al cine, Alicia me sacó de mi error porque sin importarle que Alejandrito pudiera oírla, susurró en mi oído:
― Te voy a poner como una moto.
Su amenaza consiguió hacerme anticipar el suplicio que esa noche iba a tener que soportar pero simulando una tranquilidad que no tenía, me abstuve de contestarla y sin más me subí al vehículo. De camino al centro comercial, mi cuñadita se entretuvo subiéndose la minifalda que llevaba para obligarme, aunque fuera de reojo, a mirarle sus piernas y no contenta con ello, aprovechando que mi hijo llevaba cascos, me preguntó si me gustaba la ropa interior que llevaba puesta. Girando mi cabeza, descubrí que:
¡La muy puta no se había puesto bragas!
Su sexo completamente depilado se mostraba en plenitud. Confieso que me sorprendió su exhibicionismo y supe que de haber estado solo con ella hubiese hundido mi cara entre sus piernas aunque me hubiese costado mi matrimonio.
― Tápate― murmuré separando mi vista de sus muslos, – ¡te puede ver el crio!
A pesar que sabía que esa maldita estaba jugando conmigo, la visión de su coño me excitó de sobremanera y temí por primera vez que si Alicia seguía jugando conmigo, tarde o temprano caería en la tentación y terminaría follándomela. En ese momento, deseé estar a mil kilómetros de mi cuñada y así estar a salvo de sus manejos. En cambio por su sonrisa, se notaba que ella estaba feliz haciéndome sufrir y más cuando se fijó que bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control. Al percatarse de ello, incrementó mi turbación pasando su mano por encima de mi bragueta mientras me decía:
― No sabes las ganas que tiene mi conejo de comerse tu zanahoria.
Sudando la gota gorda, conseguí de alguna manera llegar a nuestro destino sin lanzarme sobre esa puta y enseñarle que conmigo no se jugaba. Mi cabreo era tal que había decidido que devolverle con creces mi angustia. Curiosamente el tomar esa decisión me tranquilizó y por ello ya no me escandalizó su forma de abrazarme al bajarme del coche ni que se pegara a mí mientras hacíamos la cola para entrar en el cine.
Una vez dentro de la sala, como teníamos tiempo, compré palomitas y refrescos para los tres porque con mi chaval entretenido, le pasaría inadvertido lo que pasara a su lado. Cuando me senté entre los dos, mi queridísima cuñada se mostró encantada pensando que así, con su sobrino alejado, iba a poder seguir con su acoso una vez se hubiesen apagado las luces.
Tal y como había previsto, al hacerse la oscuridad, la muy ramera ni siquiera esperó a que empezara la película para posar su mano sobre mi pierna. Disimulando mis planes, no reaccioné a su contacto y ella, saboreando su triunfo, fue subiendo sus dedos lentamente hasta mi entrepierna. Mi falta de rechazo le dio alas y no tardé en sentir su palma agarrando mi pene mientras con los ojos fijos en la pantalla, veía los primeros compases de la película.
« Tú sigue que luego te arrepentirás», rumié interiormente satisfecho cuando esa zorrita metió su mano en mi bragueta y comenzó a pajearme.
Reconozco que para entonces el morbo de disfrutar de una paja hecha por la hermana pequeña de mi mujer ya me tenía dominado y por eso esperé a que incrementara la velocidad con la que me estaba masturbando para dejar caer mi mano entre sus muslos. Mi cuñada pegó un grito al sentir que directamente mis dedos separaban los labios de su sexo y comenzaban a acariciarle el clítoris. Tras el susto inicial, intentó sin éxito que parara pero afianzándome en mi ataque, me dediqué a masajear con mayor énfasis ese botón.
Al notarlo, nuevamente buscó rechazarme usando las dos manos pero solo consiguió que metiera una de mis falanges en el fondo de su coño.
― Por favor, ¡para! – susurró en mi oído al comprender que el cazador se había convertido en presa.
Su nerviosismo pero sobretodo la humedad que manaba de entre sus piernas fueron el aliciente que necesitaba para comenzar a follármela con los dedos mientras tenía a mi derecha a mi hijo absorto con la película. Sin darle tiempo a acostumbrarse comencé a meter y a sacar mi dedo de su interior mientras seguía masturbándola.
Para entonces mi victima ya había comprendido que nada podía hacer por evitar mis caricias porque para ello tendría que montar un escándalo. Poco a poco se fue relajando, al notar que su cuerpo empezaba a reaccionar e involuntariamente colaboró conmigo separando sus rodillas. Su nueva postura y el hecho de no llevar bragas me permitieron irla calentando lentamente de manera que al cabo de unos minutos, cada vez que metía mi yema dentro de su chocho, este chapoteaba encharcado. Al advertirlo, decidí dar un paso más y sacando un hielo de mi refresco, lo llevé hasta su sexo y sin pedirle opinión se lo introduje dentro de su vagina.
― ¡Dios!― escuché que gemía descompuesta antes que el contraste de temperatura la hiciera llegar a un placentero pero silencioso orgasmo.
Seguí jugando con el hielo en su interior hasta que su propia calentura lo derritió y entonces le incrusté otro para así seguir con mi maniobra. Para entonces Alicia estaba disfrutando como una loca y sin importarle que la señora de al lado pudiese verla, llevó sus manos hasta los pechos y comenzó a pellizcarse los pezones. Uno tras otro, su chocho absorbió diez hielos que se disolvieron al tiempo que ella unía un orgasmo con el siguiente, completamente entregada a mí, su cuñado.
Desconozco cuantas veces se corrió sobre la butaca de ese cine, solo puedo deciros que ya estaba terminando el coñazo de película que habíamos ido a ver cuándo acercando mi boca a su oído, le mordí la oreja mientras le susurraba:
― No debiste jugar con fuego. Ahora lo comprendes, ¿verdad putita?
Mis palabras la llevaron por enésima vez al orgasmo y sacando mi mano de entre sus piernas, la dejé convulsionando de placer sobre su asiento. Habiéndome vengado, presté atención a lo que sucedía en la gran pantalla y me olvidé de ella porque sabía que había recibido su merecido.
Al encenderse las luces, mi cuñada estaba colorada y sudorosa pero ante todo avergonzada porque era incapaz de levantarse al tener la falda empapada. Comprendiendo su problema, le cedí mi rebeca para que se tapara y que así mi chaval no se diera cuenta que su tía parecía haberse meado encima. Ella me agradeció el detalle y tras anudársela a la cintura, sonriendo se acercó a mí y me dijo:
― Eres un cabrón. Ten por seguro que me vengaré.
El tono meloso y en absoluto enfadado con el que imprimió a su amenaza, me informó que no estaba cabreada pero también que tendría que estar en alerta para cuando esa guarrilla quisiera devolverme la afrenta con creces.
A la salida, la arpía se había vuelto una corderita y se mantuvo callada todo el viaje de vuelta. Ya en la casa, se despidió de mí meneando su trasero con descaro y aprovechando que Alejandrito iba adelante, se levantó la falda para que pudiera contemplar en toda su plenitud sus desnudas nalgas. La visión de ese culo elevó la temperatura de mi cuerpo de manera tal que nada más entrar en mi habitación me pegué a mi mujer que dormía plácidamente en su cama.
María al notar mi presencia se acurrucó contra mí, permitiendo que mis manos recorrieran su pecho. Por mi parte, comencé a acariciar sus pezones buscando despertarla. Sabía que mi mujer no se iba a oponer y deseando hacerle el amor, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón me tenía subyugado desde que la conocí pero como en ese momento lo que realmente me apetecía era una sesión de sexo tranquila, pegándome a su espalda, le acaricié el estómago. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, Siendo delgada, lo mejor de María eran sus senos. Grandes pero suaves al tacto, a pesar de sus cuarenta años se mantenían en su sitio y aunque parezca una exageración seguían pareciendo los de una veinteañera.
Al pasar mis dedos por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Mi esposa que se había mantenido quieta, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.
― ¿Estás bruto cariño?― preguntó desperezándose.
Al escuchar su pregunta, no dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Ella, moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sin palabras su aceptación. Cuando deslicé mi mano hasta su sexo, curiosamente me lo encontré empapado.
― Por lo que veo, tú también― respondí acariciando su clítoris.
No llevaba ni medio minuto cuando mi esposa me sorprendió levantando una de sus piernas e incrustándose mi verga en su interior. Me sentí feliz al comprobar que su sexo recibió al mío con facilidad, de forma que pude disfrutar de como mi glande iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Fue entonces cuando cogí un pezón entre mis dedos y se lo apreté. María al sentirlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó nuestro mutuo placer mientras su vagina recibía golosa mi pene.
― ¿Qué tal la película?― susurró en mi oído mientras forzaba mi penetración con sus caderas.
Separando su pelo, besé su cuello y respondiendo con un leve mordisco, le dije:
― Hasta los cojones de tu hermana. Estaba deseando volver contigo.
Mis palabras la alegraron y con su respiración entrecortada, comenzó a gemir mientras el interior de su pubis hervía de excitación. Sus jadeos se incrementaron a la par que el movimiento con el que respondía a cada uno de mis ataques:
―Fóllame Cabrón― chilló al notar que se corría.
Descojonado por su entrega, le di la vuelta y forzando su boca con mi lengua, llevé mis manos hasta su culo.
― Eres un poco calentorra, putita mía, ¿lo sabías?
― Sí― me contestó al tiempo que sin esperar mi aceptación se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.
María aulló al sentirse llena y notar mi glande chocando con la pared de su vagina justo cuando un ruido me hizo levantar la mirada y descubrir a su hermana espiando desde la puerta entre abierta. Os reconozco que me calentó ver a esa zorrita en plan voyeur e incrementando el morbo que sentía al follarme a mi mujer con ella espiando, solté a María para que lo oyera Alicia:
― No se te ocurra gritar, no vaya a ser que esa loca se despierte y quiera unirse a nosotros.
Mi mujer ajena a estar siendo observada, muerta de risa, contestó:
― Por eso no te preocupes, estoy segura que mi hermana además de medio sorda es frígida.
Sonreí al observar el gesto de cabreo con el que la aludida escuchó la burrada y disfrutando del momento, incrementé la velocidad de mis cuchilladas mientras me afianzaba cogiendo sus tetas con mis manos. El nuevo ritmo hizo que el cuerpo de Maria mostrara los primeros síntomas del orgasmo y por eso seguí machacando su interior sin dejar de mirar de reojo a mi cuñada. Justo en ese momento, me percaté de un detalle que hasta entonces me había pasado desapercibido:
“¡Alicia se estaba masturbando de pie en el pasillo!
Sin llegarme a creer lo que estaba viendo, no dije nada y mirando fijamente a esa espía, cambié de posición para que María no pudiese verla y poniéndola a cuatro patas, le pedí que se agarrara del cabecero. Mi mujer pegó un aullido al hundir mi verga de un solo golpe en su interior pero rápidamente se rehízo y con lujuria, me rogó que no parara de tomarla. Como comprenderéis lo le hice ascos a sus deseos y con mayor énfasis, seguí acuchillando su coño al tiempo que sonreía a su hermanita. Alicia, desde su privilegiado lugar, estaba desbocada y hundiendo sus dedos en su coño, no paraba de torturar el botón que escondían los pliegues de su sexo, siendo consciente de su pecado y sabiendo que yo la estaba retando al dejarla ser testigo de cómo me tiraba a mi mujer.
Fue entonces cuando María comenzó a agitarse gritando de placer presa de un gigantesco orgasmo. Deseando que mi cuñada se muriera de envidia y se diera cuenta que con mi esposa tenía suficiente, aceleré aún más el compás de mis caderas. Producto de ello, mi mujer unió un clímax con el siguiente mientras su cuerpo convulsionaba entre mis piernas. Con mi insistencia la llevé al límite y ya totalmente agotada, me rogó que me corriera diciendo:
― Lléname de tu leche.
Su ruego junto con el cúmulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi interior desde que masturbé a la zorrita de mi cuñada, hicieron que pegando un gemido descargara mis huevos, regando con mi semen su conducto. María al sentir su conducto anegado, se desplomó sobre la cama dando tiempo a Alicia a huir rumbo a su cuarto. Satisfecho, me tumbé junto a ella abrazándola deseando que con esa demostración esa perturbada se diese por enterada, pero con el convencimiento que al día siguiente tendría que seguir lidiando con su caprichoso carácter.
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Relato erótico: Sexo duro con un matrimonio perverso (POR ROCIO)
Hola queridos lectores de Pornógrafoaficionado. Me llamo Rocío y soy de Uruguay, tengo diecinueve pero a veces me siento rara con mis amigas porque me gusta el sexo duro y dudo que ellas soporten la mitad de lo que yo. Me dicen que soy muy apetecible, de carne maciza y buenas curvas, llevo además el cabello lacio y suelto hasta los hombros, de color castaño café como mis ojos.
En mis otros relatos conté cómo me chantajearon para ser la putita de un grupo de ocho hombres maduros, y también cómo tuve que hacerme tatuajes obscenos (pero temporales) y piercings para complacerles. Posteriormente me volvieron adicta a la zoofilia y cumplí mi deseo de hacerlo con los dos perros del jefe del grupo.
Nunca lo he practicado con mujeres, ni mucho menos me imaginé que podría “follar” a un maduro utilizando un pene falso, pero ambas cosas iban a cambiar drásticamente. Pronto tendría una noche de sexo tan salvaje, guarro y duro, que en mi vida nunca más me sentiría excitada a menos que fuera a los extremos.
Pero vamos por partes.
Tras terminar las clases en la facultad, mi amiga Andrea y yo fuimos a la casa de mi amante para tratar de aclararle las cosas, ya que ella fue filmada ingresando en su predio sin permiso, como comenté en mi último relato. Andrea estaba muy ansiosa cuando tocamos el timbre, se ajustaba sus gafas contantemente en una especie de tic nervioso.
A mí me ponía nerviosísima, tanto ella como la situación que se avecinaba. Es que es una chica un poco conservadora tanto en su forma de ser como de vestir, es como si se negara a revelar su cuerpo. Es rubia, un poco más alta que yo (aún así seguimos siendo pequeñas en comparación a la media). Tiene pocas tetas, y si bien su jersey holgado no ayudaba mucho al panorama, su ajustado vaquero enmarcaba una cola pequeña y paradita (apetecible para según qué gustos) y unas torneadas piernas.
Yo estaba con un conjunto casual que no delataba que era la chica más puta de todo mi país. Un jersey sin mangas y una falda decente puesto que había decidido dejar de usar vaqueros porque las molestias en mi cola eran notorias y quería sentirme más cómoda.
Volvimos a tocar timbre.
Lo que me causaba inusitada curiosidad era saber cómo iba a reaccionar mi amiga ante una propuesta indecente de parte de mi amante teniendo en cuenta lo recatada que es ella, o al menos esa es la impresión que tenía de mi amiga.
Otra vez toqué el timbre y por fin Don López nos recibió con semblante serio, y nos invitó a pasar dentro de su lujosa casa. Estaba elegantemente vestido y olía muy bien, pese a que tiene una personalidad de macho alfa que me resulta vomitiva, tiene un cuerpo bastante bueno a sus más de cuarenta años, y tampoco tengo quejas con respecto a su desempeño en la cama (aunque por lo general me suele follar en su baño, sobre un colchón desgastado en su sala o sótano, o sentado en su sofá si hay un partido de fútbol que le interese).
Al entrar en la sala, amagué quitarme el cinturón de mi falda en un acto reflejo, en una demostración de costumbre tras tantas tardes de vicio en ese lugar, pero me acordé que en esta ocasión estaba mi amiga presente. Cuando me volví a ajustar la hebilla, levanté la mirada y noté a una señora en la sala con una copa de vino en mano, mirándonos.
Me quedé congelada, probablemente era su esposa, le pondría una edad similar al marido; peinado caro, vestido negro y lujoso sin mangas, corto y ceñido que destacaban sus turgentes senos, anchas caderas, muslos gruesos y piernas torneadas; sí, era un monumento al atractivo de la mujer madura; pero tenía una mirada de pocos amigos, me recordaba a una profesora de secundaria de esas intratables. Verla me imprimió tanto miedo que pensé en salir volando de allí pero no podía dejar a mi amiga abandonada.
Cuando bebió de su copa, cruzó conmigo una mirada asesina.
—Don López –susurré acercándome a él—. Su… Su—su señora está aquí…
—Rocío, sí, ella estará conmigo esta noche. No te preocupes, lo sabe todo.
Muda y congelada. ¿Su esposa lo sabía todo? ¿Todo? ¿Que yo era la putita de su marido, y de otros siete maduros más? ¿Que en su sala y su sótano hemos montado un montón de fiestas? ¿Qué incluso me emputecí por sus perros? ¡Imposible! Pero don López no suele bromear con ese tono serio, por lo que probablemente me estaba diciendo la verdad.
Con voz cortante, don López le habló a mi amiga mientras yo me atajaba de una pared para no caer desmayada. Vaya panda de gente pervertida que me vine a encontrar.
—Así que tú eres la jovencita que entró anoche en mi propiedad. ¿Cómo te llamas?
—Me… me llamo Andrea, señor.
—¿Qué impide que vaya ahora mismo a la fiscalía para que te denuncie, jovencita?
—Señor, lo lamento mucho. No entré para robar ni nada similar, simplemente estaba preocupada por mi amiga que suele venir aquí a menudo. No volverá a suceder, ¡eso se lo prometo!
Su esposa soltó una risita y levantó la copa al aire:
—¡Pues a mí no me convence, querido!
—¡A mí tampoco, Marta, yo creo que lo mejor será asegurarnos y denunciarla! En la cárcel aprenderá—se burló don López.
—¡No, por favor, es verdad! –Andrea se alarmó—. ¡Rocío, diles!
Me recuperé. Debería tomar la mano de mi amante o pegarme a él para ablandarlo, pero ¡ahí estaba su señora! No me quedó otra que tratar de convencerlo con palabras:
—Don López, ¡Andrea no le haría daño ni a una mosca!
—Hagamos una cosa, acompáñanos esta noche, jovencita. Vamos a conocernos un poco, ¿sí?
—Pero… ¿Cree que soy tonta? –preguntó incrédula—. ¡Yo me voy de aquí ahora mismo, sé lo que quiere hacer, señor, dios mío!
—¿Hacer qué, jovencita? Pero bueno, vete, yo también me iré, ¡pero a denunciarte!
—¡Pero no quiero tener relaciones con alguien viejo y asqueroso como usted! ¡Puaj! ¡Y encima con su señora de cómplice! ¡No les da vergüenza!
—¿¡Qué!? ¿Tener relaciones? ¿Pero qué está fallando en tu cabeza, niña? Solo quiero conocerte y aclarar las cosas, ¿qué me dices, quieres unirte a nosotros esta noche?
Don López sonaba como un caballero, su perfume y su actitud de macho nos embriagaba, le sonreía con un atractivo propio de alguien maduro. Vaya galán, me estaba convenciendo a mí también, y eso que yo ya estaba emputecida por él. Andrea por un momento pareció perderse en su mirada, pero luego reaccionó y preguntó con preocupación.
—¿Solo eso?
—Adelante, siéntate en el sofá con tu amiga Rocío.
—Supongo… Supongo que no pierdo nada… Vaya, discúlpeme en serio, señor López… La verdad es que quiero que me conozcan, no soy ninguna ladrona ni nada similar.
Andrea y yo nos fuimos hasta el sofá y nos sentamos juntas. Ella muy distendida, yo cada vez más nerviosa: ¡su señora estaba ahí! ¡La de cuernos que le habrá puesto su marido conmigo! Necesitaba un chaleco antibalas para sentirme segura.
Don López se sentó junto a su esposa, frente a nosotras. Entre ambos grupos había una mesita de baja altura donde normalmente estaba repleto de condones, pero vaya, esa noche no había nada.
Era extraña la sensación de actuar como un ser humano en ese lugar, cuando acostumbraba a estar desnuda y llorando a cuatro patas, pero más extraña era la sensación de estar siendo observada por una señora que no me miraba con mucha alegría que digamos. La observé de reojo para contemplar mejor los detalles de su rostro; pese a que la edad le hacía mella, se mantenía bastante bien y tenía un innegable atractivo. No es que me gusten las mujeres, pero cuando alguien es guapa es imposible negarlo, y esa señora tenía su qué.
Ella carraspeó para que yo dejara de admirarla, y me preguntó:
—Tú te llamas Rocío, ¿no es así?
—Sí, soy Rocío, señora…
—Tú llámame “señora Marta”.
—Claro, ¡claro!, señora Marta, es un placer —dije preocupada.
—Pero qué pocos modales tienes, no cruces los brazos frente a nosotros.
—Disculpe, señora Marta, no volverá a pasar –respondí poniendo mis manos sobre mi regazo y con la cara colorada.
—Trae la botella de vino de la cocina y unas copas más, Rocío, para servirnos –dijo dibujando una sonrisa pequeña en sus labios. Tenía un tono autoritario que me estremeció de miedo.
Me extrañaba y molestaba que, pese a que apenas nos estábamos conociendo, ya me quería tratar de doméstica. Pero como no quería armar una escena con mi amiga y con su marido presentes, ni tampoco quería llevar la contraria a una mujer cuyo marido me había estado follando, decidí callarme las cosas.
Me levanté rápido y fui a por la botella y las copas. Mientras buscaba entre las estanterías de la cocina, escuché a don López; ya empezaba a tantear el terreno, ¡y con su esposa al lado! Vaya matrimonio más raro.
—Dime, Andrea, ¿tienes novio?
—Sí, señor López. Llevamos dos años juntos.
—¿Es de tu edad?
—Sí, éramos compañeros ya desde secundaria, señor.
—Si yo fuera un jovencito atractivo te trataría de conquistar, Andrea.
—Ay, señor, no diga eso, lo dice como si usted fuera feo.
—¿No te parezco feo, Andrea?
—Bueno, no quiero tener problemas con su esposa aquí presente, don López, ¡jaja!
—A mí no me importa, niña –le dijo su señora—. Adelante, dilo…
—Bueno, la verdad es que usted es muy guapo, señor. Me gustan sus ojos, y su voz es muy sensual, don López.
—¡¡¡Pero por favor, jajaja!!! –me descojoné de la risa, volviendo a la sala; casi eché la botella y las copas debido al tambaleo que me ocasionó tamaño chiste. Lo incómodo es que fui la única que carcajeó, y el matrimonio me miró con ojos asesinos. Ni mil chalecos antibalas parecían ser suficientes.
Me tranquilicé un poco y empecé a servir las bebidas.
—¿Ves qué malvada es Rocío, Andrea? Todas las noches lo mismo, me desprecia, me insulta… ¡qué martirio!
—Pero qué mala eres, Rocío –me reprimió mi amiga—. Yo creo que don López es un hombre muy guapo.
Y las bebidas comenzaron a correr. Las preguntas también avanzaron de temperatura. Ya no eran sobre la secundaria, estudios o inicios de nuestra universidad. Empezaban a ser sobre sus gustos con los chicos, sus experiencias como primeros besos y enamoramientos, así como nuestra percepción del sexo sin tabúes. Le pasaban el vino y exploraban más el terreno, conforme ella se volvía más abierta. Tras casi cuarenta minutos de interrogación, don López y su señora ya no disimulaban, se acariciaban los muslos del otro mientras le hablaban a mi amiga, que por la pinta estaba algo borracha; se notaba que no sabía tomar.
Yo fui en todo momento un ser invisible, un instrumento cuyo único objetivo era cargar las copas cuando se vaciaban, para luego sentarme al lado de Andrea y ver cómo poco a poco ella cedía a las consultas más obscenas: su primera vez, sus masturbaciones y cómo de bien lo hacía su novio comparado con otras ex parejas. Lejos de sentirse incómoda, se liberaba poco a poco una personalidad lívida que yo desconocía: o el vino que estábamos bebiendo tenía algo, o mi amiga era una guarrilla disfrazada de universitaria recatada. O puede que fuera una mezcla de ambas cosas.
—La verdad es que usted me agrada, don López, ya veo por qué Rocío viene aquí todas las noches.
—Bueno, Andrea, la verdad es que mis colegas y yo no le aguantamos tanto a Rocío, mira, te mostraré a qué me refiero… ¡Oye Rocío, cuéntanos cómo fue tu primera vez!
—¡Muérase, perro!
—¿Ves, Andrea, por qué nos harías bien en nuestro grupo? Rocío es una protestona e insumisa, a veces mis colegas vienen cansados del trabajo y queremos pasarla bien, pero hay que estar media hora convenciéndola para que nos haga fiesta. Acepta entrar en nuestro círculo y no te denunciaremos.
—Ya veo… hip… Entiendo, haré lo que me pidan siempre y cuando me respeten, y obviamente no me denuncien.
—¿Quéeee, estás diciéndolo en serio, Andy? –pregunté con los ojos abiertos como platos—. ¡Hace cuarenta minutos negaste enérgicamente!
—Así me gusta, niña preciosa—don López seguía picando hielo—. A partir de ahora te llamaré “Princesa”, porque me encanta tu forma tan amena de ser.
—¡Me encanta que me digan “princesa”!
La esposa de don López se levantó; vaya que era muy alta, casi tan grande como su marido. Tragué saliva, de solo pensarla sobre mí me hizo dar un ligero tembleque, mejor no llevarle la contraria. Se sentó al lado de Andrea y le invitó a beber de su copa de vino. Cuando mi amiga terminó un sorbo, la madura le quitó sus gafas con ternura, y luego le preguntó:
—¿Qué tan buena eres besando, Andrea?
—No soy muy buena, señora… hip…
—Dime, ¿yo te parezco bonita, Andrea?
—Hip… Sí, mucho, señora…
—Siempre me gustó la idea de estar con otra mujer. Sinceramente, no me gustaría estar con una chica que folla con mis perros –dijo mirándome con saña. Mi cara se volvió un tomate, quería llorar de vergüenza—. Pero Andrea, no tengo reparos en estar con una chica tan educada, simpática y guapa como tú…
—Señora López, nunca… hip… nunca besé a una mujer… ¡jajaja!
—No es que haya mucha diferencia, princesa. Mira, hoy espero cumplir un par de fantasías. La primera es el beso, y la otra es que mi marido se deje follar por culo por una chica con arnés.
—Querida, ¿en serio es necesario eso último? –se quejó don López.
—Me has sido infiel con una cría de 19 años, ¡o te dejarás follar por el culo o pido el divorcio para llevarme TODO!
Pues ya me quedó clara la situación. Su esposa lo había pillado de alguna manera (¿habré dejado una tanga o sostén por la casa?, o puede que haya descubierto su disco duro repleto de vídeos en donde me sometían). Lo que no entendía era por qué, en vez de pedir divorcio directamente, le puso condiciones tan extremas. Más adelante en la noche lo sabría.
—Querida, preferiría no discutir de eso con tan encantadoras damas aquí presentes.
—De acuerdo, querido.
La mujer puso la copa en la mesa, y tras relamerse los labios, lentamente se acercó a Andrea para tomarla del mentón. Le dio un piquito, luego otro y uno último sin que ella reaccionara más que con un respingo de sorpresa. La mujer se rio de ella, alejándose para susurrarle algo al oído, y luego volvió al ataque para pasar su lengua entre sus labios, de abajo para arriba, enterrándola luego en su boca para iniciar un beso de lo más guarro. Yo estaba boquiabierta, no podía ser que mi amiga fuera tan ligera y fácil, era increíble cómo se dejaba hacer y, sobre todo, ver a ambas ladeando la cabeza para succionarse mejor.
Don López chasqueó los dedos, cuando le miré con curiosidad, él separó sus piernas, como invitándome a arrodillarme entre ellas. Era obvio lo que quería, yo ya lo conocía; quería descargar toda su espesa leche en mi boca.
—No quiero, gracias –dijo cogiendo la copa de vino más cercana para vaciar su contenido.
—Rocío, no empieces. Venga, a cabecear.
—¿Cabecear? ¡Ja! En serio estoy cansada, señor –protesté en medio de los sonidos de succión que poblaban poco a poco toda la sala.
—¿Quieres que llame a don Ramiro para que venga y te folle en el sótano? Espera, voy a discar su número ahora mismo…
Casi como un acto reflejó me arrodillé y avancé a cuatro patas hasta colocarme entre sus piernas. Le quité el cinturón y tras sortear la tela de su ropa interior saqué su miembro, a media erección. Escupí un cuajo enorme y procedí a chupársela con fuerza para que su carne creciera dentro de mi boca. Sí, don Ramiro es un guarro y un asqueroso, la última vez que estuvimos en ese sótano me escupió tantas veces la boca que sentí que ni mil enjuagues bucales me limpiarían.
Pero, pese a que me mostraba renegada a hacer guarrerías, me ponía sobremanera oír los gemidos y los ruidos del beso de mi amiga y la señora, que se conjugaban con los ruidos de mi chupada a ese coloso miembro. Quería tocarme la concha pero la tranca del señor es muy grande y debía cascársela con ambas manos para que se corriera.
Sentí el semen espeso y caliente saliendo de la puntita de su cipote, y con fuerza empecé a serpentear mi lengua hacia su uretra para que se largara de una vez. Como era de esperar, me tomó del cabello y me la ensartó hasta la garganta, pero estaba ya tan acostumbrada que ni siquiera puse resistencia. Simplemente me limité a arrugar mi cara, a sentir cómo su polla latía con fuerza y expulsaba todo, pero admito que me molestó cuando sentí su corrida escurriéndose violentamente en mi garganta e incluso saliendo por mi nariz, manchando mi jersey. Con un bufido de animal que suele hacer, me soltó para que yo pudiera volver a respirar.
—Rocío –dijo la señora al dejar de besar a mi amiga—. No te limpies la carita. Ven aquí, vamos –dio un par de golpecitos al muslo de Andrea, separándole las piernas.
Tragué saliva. Nunca hice cochinadas con mujeres, pero avancé a cuatro patas con el semen del señor pegado en toda mi cara, goteando y escurriéndose desde mi mentón. Cuando me coloqué entre las piernas de mi amiga, pensé que me iba a ordenar que le quitara el vaquero para que le comiera la concha, pero muy para mi sorpresa, la señora tenía otro plan:
—Andrea, limpia la cara de Rocío con tu lengua.
Casi poté, hice un amague ante la idea de ver a mi amiga pasándome lengua. Andrea me miró con esos ojos entreabiertos, mezcla de borrachera y excitación. Yo puse mis manos en mi regazo y me quedé coloradísima pues suficiente vergüenza era mirarla con mi cara repleta de lefa. Supe que no teníamos escapatoria, nunca la hay cuando estoy en esa lujosa casa.
—Menuda guarra eres, Rocío. Hip… supongo… supongo que puedo hacerlo, señora Marta… Si es para que no me denuncien…
Se inclinó hacia mí y olió un poco. Arrugó su rostro pues el tufo del semen de don López es terrible, pero yo ya estaba acostumbrada. Se volvió e hizo un gesto de que el semen olía asqueroso, pero la señora le acarició el muslo y le dijo con cariño que le haría muy feliz si me limpiaba con su lengua.
Se apretó la nariz y se inclinó otra vez; se me erizó la piel y crispé los puños cuando abrió la boca y sacó la lengua frente a mi cara; el contacto de su tibia carne recorriéndome el mentón hasta la nariz, pasando por mis labios, me hizo tener un orgasmo brutal que no sabía era posible, tenía ganas de hacerme dedos, abrir mi boca y chupar su lengua o algo similar para calmarme.
Andrea, saboreando el semen recogido, dibujó una cara de asqueada. Quería escupirlo, de hecho ojeó en la mesa buscando algo, tal vez una copa vacía, pero la señora le tomó del mentón:
—Princesa, escupe en la boca de Rocío.
—¿Qué dice, señora Marta? –protesté sorprendida, asustada y asqueada. La muy cabrona me dio una bofetada con su otra mano que dolió más a mi orgullo que a mi mejilla, y luego me tomó del mentón mientras yo me quejaba por su trato severo.
—¡Auchhhh!
—¡No vuelvas a cuestionarme, Rocío!
—Ufff… valeeee… perdóooon…
Apretó mi mentón con fuerza; entendí que tenía que abrir la boca. Andrea, totalmente ida y sonriente, como si fuera ajena a la situación, se inclinó de nuevo hacia mí y apretujó sus labios hacia afuera, apuntando mi boca abierta. Vi cómo el semen brotaba de sus labios, lentamente y burbujeando. Tardó unos interminables segundos en depositar esa lefa mezclada con su saliva. Hice un gesto de arcadas conforme sentía la leche recorriendo mi lengua y entre mis dientes, pero no quería ni imaginarme lo que la señora me haría si vomitaba sobre su alfombrado, así que con mucho valor aguanté.
—Eso es, Rocío, no te lo tragues y espera a que tu amiga vuelva a recoger todo para escupírtelo de nuevo.
De vez en cuando Andrea pasaba su lengua por mis labios pese a que ya no había nada de semen allí, y luego iba hacia mis mejillas y también hacia mi nariz para recoger todo el semen desparramado. En ningún momento me sentí “limpia”, pues si bien la lefa iba retirándose, era la saliva de mi amiga la que empezaba a tomar lugar en mi rostro.
Tras otro par de cuajos cayendo en mi temblorosa boca, ya la tenía a rebosar y las ganas de vomitar eran tremendas. La señora por fin dejó de apretujarme el mentón, y tras darle otro sorbo a su copa de vino, me ordenó que tragara todo.
Andrea por su parte me miraba con cara de vicio, como admirando hasta qué punto estaba yo de emputecida. Cabrona, ella era la princesa, yo un mero instrumento.
Tragué un cuajo, luego otro grande, y por último, empuñando mis manos con fuerza y lagrimeando, conseguí tragar el último resquicio que habitaba en mi boca, no sin varios hilos de saliva y semen escapándoseme de la comisura de mis labios y ensuciando mi jersey. Necesitaba irme al baño para limpiarme los dientes, ¡y con urgencia!
Antes de que rogara que me dejaran ir a asearme, Andrea se volvió a inclinar para plegar su lengua por mis labios, ladeando la cabeza y poniendo fuerza para entrar en mi boca. Quería besarme, no sé si por lo caliente que le ponía mi situación o porque la señora le dio una orden que no llegué a oír. Yo estaba tan caliente que dejé que su tibia carne ingresara y palpara la mía. Me dio un pequeño orgasmo, de hecho, y justo cuando pretendía que sintiera la bolilla injertada en mi lengua, ella retiró su boca con un sonoro y seco ruido, dejando hilos de semen y saliva entre nuestras bocas.
—Rocío, eres increíble… hip…
Pero yo estaba embobada por el besazo que me dio, recogí los restos de lefa y saliva con mi dedo y me los tragué, esperando una felicitación también de parte de la señora Marta, esperando que con ello pudiera bajar de revoluciones conmigo pues nunca soltaba su mirada asesina.
Don López cortó el momento y ordenó con su voz de macho alfa:
—Rocío, vete quitando tus ropas.
—No tengo ganas esta noche, señor… —rogué, todavía de rodillas entre las piernas de mi amiga, reposando mi cabeza en su muslo para recuperarme un poco de la maraña de sensaciones que me invadían por haberme besado con otra mujer.
Su esposa se levantó del sofá para acercarse a mí, y tocándome el hombro, solo tocándomelo, me invadió una sensación sobrecogedora. Di un respingo y me mordí los labios. Miedo, pavor; me temblaron las manos e inmediatamente me levanté. Ni qué decir tiene cuando la mujer me habló con voz autoritaria:
—A esta niñata hay que enseñarle a cintarazos las cosas, me encantaría ser yo quien le corrigiera esa actitud.
Miré a Andrea, ella estaba bastante borracha y cachonda y no parecía darse cuenta de lo degenerados que eran esas personas conmigo. Temblando de miedo procedí a desabrochar el cinturón de mi falda. Tomando los pliegues de dicha faldita para bajármela, la señora se acercó para ayudarme a quitarme mi jersey y sujetador. Poco después, mis tetas se revelaban en todo su esplendor, anillo injertado en mi pezón izquierdo incluido.
—Bueno, princesa –dijo la señora-, ¿y tú por qué no te quitas las ropas?
Andy se levantó, y algo mareada pero muy sonriente, empezó a retirarse sus prendas. La señora le ayudó a quitarse el jean y posteriormente su ropa interior. Me quedé impactada por el escultural cuerpo que se revelaba ante mis ojos. Con ella y yo desnudas, frente a frente, Andrea me miró a los ojos, luego al piercing y por último contempló mi tatuaje obsceno que decía “Putita viciosa” en mi vientre.
—¡Qué loca… hip… qué loca estás, Rocío!
—Ni se te ocurra decirle de esto a alguien, Andy…
Yo, al tener las tetas grandes y el cuerpo en forma de guitarra, lucía muy apetecibles curvas. Nos compararon a ojo, y me dolió mucho que la madura me tratara de “vaquita” mientras que a mi amiga la llamaba la “princesa”. ¡No era tanta la diferencia entre ambas!
Don López se levantó y me atrajo con un brazo contra su fornido cuerpo, y con su otra mano metió su meñique en mi boca e hizo como si me la follara. Yo cerré los ojos para chupársela, me encantaba sobre todo dar lamidas a ese anillo matrimonial que tenía, y en esa ocasión hasta me atreví a mirar de reojo a su señora.
—Dile a tu amiga, Rocío. Lo que te pedí en whatsapp que le digas.
—Diosss…. Mmm… No quiero decirlo, don López…
—No te hagas de rogar otra vez, ¿o en serio quieres que llame a don Ramiro?
—Mmmff… ¡Nooo, a ese cabrón noooo! –dije tras mordisquear el dedo de mi amante—. Valeeee… Andy, soy la putita de ocho viejos degenerados, y aparentemente de una señora también… Por favor, no me dejes sola a merced de ellos… No podré a este ritmo yo sola…
—Rocío… hip… qué excitante… —respondió mientras yo volvía a chupar ese grueso y rugoso dedo.
La señora López se acercó para meterle mano entre las piernas y Andrea solo reaccionó con un torpe respingo de sorpresa, para luego dejarse hacer con una cara de vicio que me resultaba irreconocible. Mientras comenzaban otro fuerte morreo, don López sacó su dedo de mi boca y, señalándome el suelo, me ordenó:
—Rocío, al suelo, y lámele el tacón a mi señora.
—Me estás jodiendo…
—Ya me estás sacando de mis cabales, niña. Haz lo que te digo.
—Pero, ¿¡lamer un tacón!? ¡Es ridículo!
Me dio un zurrón en la cabeza que me cabreó. Con un gruñido de rabia me arrodillé frente a los putos tacones rojos de su mujer. En ese momento no le veía el más mínimo sentido, pero más adelante sabría que solo querían que me acostumbrara a estar en el extremo más bajo de la cadena. Era una forma más de degradarme, de hacerme saber mi lugar.
Miré arriba y noté como la señora y mi amiga empezaban a luchar con sus lenguas. Y yo, algo molesta y celosa, llevé un mechón de mi cabello tras mi oreja, tragué mi orgullo y empecé a lamer su tacón izquierdo, escuchando con envidia las succiones, deseando en el fondo, muy en el fondo, ser parte de esa orgía desenfrenada de bocas.
Don López se unió a la lésbica pareja e hicieron un obsceno beso de a tres partes. Estaban calentando a Andrea a base de bien, con roces y besos duraderos, mostrándoles toda su experiencia. Y yo, muy caliente, pasaba y repasaba mi lengua por la aguja del tacón de doña Marta con la esperanza de que me invitaran.
Tras pasarle lengua a ambos tacones por minutos, incluso a los zapatos de su marido y los pies desnudos de Andrea, contemplé con asombro que chupaban las pequeñas tetas de mi amiga, y que lejos de sentirse ultrajada, gemía al son de la pareja pervertida. Los contemplaba con asombro, pezones rosaditos y muy parados, ensalivados y mordisqueados, era todo un espectáculo, pero la mujer madura me dio una pequeña patada para que siguiera lamiendo su tacón.
—¡Pero si la dejé impoluta, señora Marta!
—¡No te ordené que dejaras de hacerlo, vaquita!
¿”Vaquita”? ¡Cabrona, era un cabrona! Con furia, continué pasando mi lengua.
La señora de don López, descansado su boca pero no sus manos que se escondían entre los muslos tersos de Andrea, me vio el tatuaje temporal del coxis y notó que ya estaba desgastándose, por lo que me ordenó renovarlos cuanto antes. Me dijo, no sé si en broma o en serio, que los hiciera permanentes, y para humillación mía, me sugirió que cambiara “Putita viciosa” por “Vaquita viciosa”, y “Perra en celo” por “Vaca en celo”. Se rieron a carcajadas, Andrea incluida, pero yo estaba a rabiar, pasando lengua fuertemente.
—Querida, es hora del sorteo.
—Ay, cariño, ¿qué estás tramando?
—Pues cara o cruz. Si sale cara me follo a la princesa y tú te follas a la vaquita.
—¡No me llame vaca, grosero! –protesté con la lengua cansadísima e hinchada.
Una repentina moneda cayó frente a mí, y tras tamborilear un rato en el suelo, un escalofrío me invadió el vientre: salió “cara”, y de alguna manera, esa señora sádica me iba a “follar”… ¡Ni siquiera tenía polla!
—¡Me tocó la follaperros! A ver, vaquita, en mi habitación, arriba, he preparado todo lo que necesitamos en una bandeja de plata. Ve a traerla.
—Pero no soy una vac… ¡Mmfff!, entendido, señora Marta.
El cansancio de mi lengua y boca eran terribles. Subí a la habitación matrimonial y encontré la bandeja sobre la cama: tenía un par de condones, una fusta para azotar y un consolador de goma unido a una especie de cinturón, que más tarde sabría que se le llama “arnés”. Tragué saliva, la polla falsa tenía hasta gruesas venas.
Al llegar de nuevo a la sala, puse la bandeja en el centro de la mesita. Andrea ya estaba sentada sobre don López, también desnudo, iniciando la faena ante mis atónitos ojos. La muy pilla se dejaba chupar las tetas y manosear groseramente, se restregaba contra su peludo pecho, vaya envidia me recorrió el cuerpo, y pensar que le asqueaba hacerlo.
La señora, por su parte, estaba esperándome, mirándome cabreada con las manos en su cintura. Ya dije que era alta e imponente, la verdad es que por poco no me oriné del miedo cuando noté su mirada malvada. ¡Chalecos, chalecos!
—Quítame el vestido, vaquita, y con cuidado, vale más que tú.
Me coloqué detrás de ella, tomé el medallón del cierre y, con sumo cuidado y respeto, comencé a bajar. Cuando terminé, se me reveló la piel de su espalda y una sensación deliciosa pobló mi vientre. Con voz de niña buena solicité permiso:
—Señora Marta, ya está, voy a ayudarla a quitarle el vestido.
—Hazlo lentamente, vaquita.
Me arrodillé para continuar; menudo culo más enorme se le enmarcaba frente a mi rostro. Bajé una porción de la tela; asomó la raja de su culo, la muy cabrona no llevaba ropa interior. Volví a bajar otra porción que desnudó la mitad de sus imponentes nalgas, que no es secreto que a su edad no es que fueran precisamente las de una modelo. Bajé otra porción y admiré con miedo tremendos cachetes expuestos; por el amor de todos los santos, ¿era posible que me parecieran apetecibles? Y de un último tirón, el vestido bajó de sus poderosos muslos hasta sus tobillos: levantando una pierna y luego la otra, le libré de la prenda.
Se giró y me dejó admirar sus enormes y caídas tetas así como su pelado chumino, como el mío; Andrea era la única allí que no la tenía depilada. Vaya monumento de mujer, de porte elegante y erótico. Tragué saliva y bajé la mirada:
—Señora, es usted muy hermosa.
—Gracias vaquita. Ponme el arnés – Al seguir su miraa entendí que “arnés” era la polla con cinturón.
Me ayudó a ceñirla fuerte en su cintura. Una vez cerré la hebilla y comprobar que estaba bien ajustada, me tomó violentamente del cabello y me forzó a lubricar la polla de goma por un largo rato. Mi boca y lengua estaban cansadísimas por haber lamido los pies de todos, pero lo último que quería hacer era quejarme frente a esa mujer. Una vez terminé de lubricar, ella me soltó la cabellera y se sentó en el sofá.
—Súbete, sujétate de mí, vaquita, pero ni se te ocurra arañarme.
—Sí, señora Marta…
Me coloqué sobre ella y posé la punta del enorme consolador entre mis labios vaginales. Yo estaba excitadísima y era muy evidente aquello vista la humedad. Lentamente posé mis manos sobre sus hombros y la miré a sus malvados ojos.
—Por favor, sea gentil, señora.
—¡Ja! Te voy a dar duro, vaquita.
—¿Qué? … No, ¡no, por favor!
Plegó la polla falsa contra mi rajita y luego me sujetó de la cintura con ambas manos. Dibujó una sonrisa de lo más oscura conforme parecía tomar impulso.
—¡No, en serio, perdón! ¡Perdón, perdón por haber estado con su marido! ¡Con sus perros también! ¡No volveré a hacerlo nunca!
No me hizo ningún caso. Dio un envión violento, chillé tan fuerte que los perros en el jardín ladraron, arqueé tanto la espalda que creí que iba a partir la vértebra, mordí tan fuerte mis labios que creí que iba a hacerlos sangrar. Entró demasiado.
—¡Mbuuuuffff, nooooo!
—¡Jajaja! ¡Muge, vaquita, muge!
—UUUGGGHHH, madre míaaaa… ¡no puede ser tan cabronaaaa!
—¡Dejaré de darte duro hasta que mujas!
—¿Está bromeándome, señora? ¿Mugir? ¡AAAHHH DUEEELEEEE!
Sus envites eran bestiales. Quería salirme de allí pero la muy puta me tenía bien atajada. No podía aguantar ese ritmo, tiré mi orgullo a un costado y con lágrimas en los ojos me rendí para dejar atrás el dolor:
—¡Muuuu! ¡Malditaaaa, muuuu!
—¡Jajajaja! ¡Más fuerte!
—Mmmffff….. espere… UFFFF, señoraaaa…
—¡Eso no pareció un mugido, marrana!
—¡MUUUU! ¿Asíiii? ¡¡¡MUUU!!!
—¡Jajajaja, eso es, puta!
—BASTAAAA, me va a mataaaarrrrr…
—¡Vaaa, muy bien hecho, vaquita!
Cuando mi poca dignidad quedó destrozada por ese pollón y mis mugidos, doña Marta empezó un delicioso vaivén a ritmo lento; si antes me costaba hablar por el dolor, ahora me era imposible armar palabras ante el placer que me causaba. Me repuse y reposé mi cabeza en su hombro:
—Mfff… señora… diossss… míoooo… ufffff…
—¿Te gusta, vaquita? ¿O prefieres follar con mis perros, eh?
—Es…. Me gustaaaaa… uffff… usted… usted se mueve muy bien….
No podía evitar balbucear y que la saliva se escurriera de mi boca para caer en su hombro. Era tanto el placer que me daba la madura que, en medio de la calentura y la follada épica, ladeé mi cabeza para besarla, pero muy para mi asombro la mujer dio un envión fuertísimo que me hizo arquear la espalda de nuevo.
—¡¡¡OOHHH, NOOOO!!!!
—Ni te atrevas a besarme, ¡follaperros! Te voy a dar lo tuyo para que aprendas, vaquita.
—¡¡¡NO!!! No, por favor… ¡no lo metas todo!…. ¡No, espera, señora, no, no! No lo metas todooooo, señooooorrraa…. ¡¡¡Diossss!!!
—¿Crees que eres mejor que yo, niñata, por acostarte con mi marido?
—Ughhh… Perdóoon… no es mi cuuulpaaa… ¡me chantajearon, es verdaaaad!
La señora no paraba con sus arremetidas, y yo, sentada sobre ella y mordiéndome los labios, con lágrimas y saliva conjugándose en mi rostro, trataba de no correrme. Sí, follaba duro, pero me estaba dando placer.
—¿Quieres que te más duro, vaquita?
—Mfff… Noooo…. ¡Un poco más lento, señora Marta!… ¡Por favoooor! ¡Aagghmmm!
No era justo, ¿por qué se sentía tan bien todo aquello? Era una folladora nata, y una hija de puta nata también. Me daba nalgadas de vez en cuando, mis tetas se descontrolaban demencialmente, ella a veces aprovechaba para darles fuertes chupetones, y yo me pasaba gastándome toda una sinfonía de chillidos varios debido a “su” gruesa tranca. A nadie debería gustarle esas perversiones, pero de alguna manera a mí sí me encantaba, me mojaba y me ponía como una moto saberme follada por una mujer.
Me corrí dos veces antes de que por fin a ella se le ocurriera dejar de reventarme por el coño.
Se limitó a relajarse, y siempre tomándome de la cintura, me ordenó que yo siguiera cabalgando su polla.
—Querido –dijo la mujer, ladeando su cara para ver cómo él montaba a mi amiga—. ¿Cuándo comienzas la fusión de tu empresa?
—Bueno, querida –miré de reojo y vi que, como yo, Andrea se limitaba a montar al señor, mientras que él, sentado y tranquilo, la tomaba de la cinturita para hablar a su esposa—. La semana que viene es la reunión.
—¿Y el papá de Rocío será quien vaya, no es así?
Era verdad, iban a mandar a mi papá a Brasil, no sé por cuánto tiempo, pero iban a aprovechar aquello para mandarme al rancho de don Ramiro. Empecé a reducir la velocidad de la cabalgata para prestar más atención a la conversación.
—Sí, su papá irá. Don Ramiro ya se reservó a Rocío, así que la llevará al interior por el tiempo que sea necesario.
—Interesante. ¿Oíste, Rocío? Yo que tú simplemente llevaría rodilleras y enjuague bucal, ¡jajaja!
—Ufff, señora… señora Martaaa… —trataba de hablar claro pero era de lo más delicioso montar esa polla de goma—. No quiero irme allíiii….
—¿Don Ramiro es un guarro de cuidado, no? Lo he visto en los videos.
—Lo odioooo… ¡Ahhhggmm! Me voy a correrrrr… diosss…
Me rendí, era demasiado placentero, y con un gruñido atronador revelé que me corrí como una cerdita. No me quedó otra que reposar mi cabeza entre sus enormes pechos, y para mi asombro, la mujer, lejos de darme una fuerte bofetada o reprimirme verbalmente, me acicaló el cabello con ternura. Como si fuera una madre consolando o felicitando a su hija por ser tan buena puta. Tomó de mi mentón y me besó con fuerza, y yo accedí a unir mi lengua con la suya por el tiempo que fuera necesario.
—Vaquita, la verdad es que eres muy hermosa, ya veo por qué mi marido está tan obsesionado por ti. Tienes razón, no tienes la culpa de que él sea un pervertido. Cuando éramos jóvenes, solíamos practicar muchas cosas perversas, incluso fuimos a clubes de intercambios. Claro que cuando llegó mi hija a nuestra vida, decidimos asentar la cabeza… ¡Pero qué sorpresa cuando veo que mi marido volvió a las andadas con una niña!
—Señooora Martaaa… me encanta cómo me follaaaa usteeed… mmgg… me quiero quedar así para siempre joderrrr… uffff…
—Ay, vaquita, te me estás enterneciendo. Dime, ¿qué tanto sabes de sexo anal?
—Señora Marta, mffff –respondí besando sus hermosos labios—. Solo me follan con dedos… uff… pero por favor, esta noche no, me duele la cola de manera horrible…
Me sonrió y luego levantó la mirada hacia su marido. Él estaba escuchando muy atentamente nuestro diálogo, casi sin hacerle caso a mi amiga que saltaba y saltaba sobre su polla muy enérgicamente. Para mi sorpresa, esa noche no sería yo la ultrajada en el ano.
—Querido, va siendo hora. De cuatro, en el centro de la sala –pateó la mesita para hacer espacio—.¡Ya!
—Mujer… pero en serio… tienes que estar bromeando…
—¡O te dejas dar por culo o pido el divorcio, y me llevo TODO, cabrón! ¡Me has sido infiel mientras yo me sacrificaba por tener unida a la familia!
—Mierda… Está… está bien, mi amor. Pero prométeme que no les dirás a ninguno de mis colegas.
—¡AHORA!
Me dio miedo hasta a mí, pero la señora me seguía follando muy lentamente, muy rico, y yo me limitaba a besar la comisura de sus labios. Pese a que fue una bruta y mal nacida conmigo, se estaba vengando de su marido, de ese cabronazo que tantos malos ratos nos hizo pasar a las dos. Éramos las víctimas. Y, para ser sincera, la mujer se estaba convirtiendo en mi ídolo, ¡su marido, con miedo en los ojos, accedió a ponerse de cuatro patas!
—Vaquita, sal de encima.
—Sí, señora Marta… Ufff, ¿se lo va a follar usted?
—Para nada. Te lo vas a follar tú, vaquita. Quítame el arnés, ya está lo bastante engrasado con tus jugos, ¿ves cómo brilla?
—Pero, ¡yo no sé follar con una polla de juguete!
—Pues vas a aprender hoy,
—¡Está usted looocaaaa! ¿Que me ponga un arnés y le dé por culo a su marido? ¿Es usted peor que don Ramiro!
Me dio una bofetada fuertísima que me hizo ver las estrellas. Entendí rápidamente la situación cuando vi esos ojos asesinos, vaya cabrona de mujer estaba hecha.
—¡Ni una palabra más, vaquita! Venga, quítame el arnés y póntelo tú.
Le desabroché con mis manos visiblemente temblorosas. Cuando me giré para ver a Andrea, noté que ella, sin venir a cuento, se colocó también de cuatro patas frente al rostro preocupado de don López. Como una pobre manera de sentirse un hombre a sabiendas de que iba a ser sometido por una jovencita, don López se acercó a ella y la montó para follarla con fuerza. Parecían dos perros, vaya.
—Señora, perdón por levantarle la voz –dije mientras me ceñía el cinturón del arnés—. Pero mi amiga nunca se había comportado así, tan guarra… ¿el vino tenía algo, no?
—Sí, ¿no te diste cuenta cuando le invité de mi copa? Un trago y voila. De otra forma dudo que se hubiera puesto así de puta… espera un poco… falta ceñir mejor la hebilla… ¡Ya está, tienes una polla muy grande, vaquita!
—Señora Marta, no me llame vaquita que me acomplejo fácil.
—Ponte de rodillas, detrás de mi esposo.
Me dio una fuerte nalgada. Me sentía rarísima, ¡una verga ceñida a mí! ¡Y le iba a dar por culo al infeliz que me ha estado ensanchando el ano los últimos meses! Las tardes de dolor, las muecas de sufrimiento, las lágrimas, la vergüenza, todo tendría revancha. Me sentía… ¡poderosa!
Me arrodillé frente a la pareja que follaba con descontrol. Frente a mí, el asqueroso culo de don López. No creo que mis adorados lectores y lectoras de TodoRelatos quieran que lo describa, en serio, pero por si sois algo curiosos, solo diré que había mucho pelo, y no como en su espalda, que también lo tenía pero no en esa cantidad. Debajo de él se percibía el culo precioso de mi amiga, y cuyo coño era vilmente sometido por la polla de mi amante con sonidos ruidosos de carne contra jugos. Un “splash, splash” que se me antojaba muy caliente.
—Vaquita, ¿sabes hablar duro?
—Creo que sí, señora Marta.
—Pues adelante, no te contengas. ¡Humíllalo!
Sí que lo iba a hacer. La de guarrerías que iba a soltarle era incontable, desfilaban violentamente en mi cabeza. Sonreí ligeramente y arañé su cintura:
—Señor López, voy a hacerle llorar como una putita.
—¿Qué dices, Rocío? –preguntó el señor, dejando de darle embestidas a mi amiga.
—¡Te va a gustar, cabrón!
—¡Querida, sácala de ahí, esto no puede ser verdad!
—¡Silencio, imbécil! –gritó la señora. Se arrodilló y tomó “mi” polla para posarla en el agujero del culo de su marido. Yo no quería verlo, la verdad, así que me limité a sonreírle a doña Marta. Ella también lo sabía, yo fui una víctima de sus perversiones y ahora tendría mi oportunidad. Fue verla y no poder evitar darle otro beso húmedo y guarrísimo.
—Rocío –suspiró don López—, recuerda que soy el jefe de una empresa, no puedo aparecer mañana en mi oficina caminando como pingüino.
—¡Y yo soy una estudiante, cabrón, y eso no te impide abrirme el culo todos los días! ¡Mi papá y mi hermano siempre me preguntan por qué me quejo cada vez que me siento a desayunar o cenar con ellos! ¡En el bus me paso sufriendo por la vibración! ¡Mis compañeros me miran raro cada vez que gruño del dolor al sentarme en mi pupitre!
—No le hagas caso, vaquita –dijo la señora—. Empuja, y dale por culo a base de bien.
—Prepárese, señor, le voy a destrozar el culo como los de Nacional lo hacemos cuando jugamos contra Peñarol, ¡jajaja! –apreté fuerte de su cintura y empecé a injertar poco a poco, con la ayuda de su señora, que puso la palma de su mano en mi nalga para indicarme que presionara.
—¡Rocío, está bien, lo entiendo, por favor deja eso! ¡Te prometo que…AAAHHHGGGG JODER, PUTITA DE MIERDAAAA!
—¡Hábleme con más respeto, viejo verde! –ordené dándole una nalgada fuertísima.
Sin darme cuenta, di un envión tan violento que el señor mandó su cintura para adelante, enterrando su polla en el coño de mi amiga con vehemencia. El dar esa embestida hizo que tanto él como Andrea gritaran, uno de dolor, la otra de placer. Sí, me follaba al viejo y a la vez hacía gozar a mi amiga.
—NOOO METTAAAAS MÁAAAAS HIJAPUTAAAAA…
—¡Eso es lo que yo solía gritarles, don López! ¿Y se acuerda cuál era su respuesta usual?
—MIERDAAAA… ESTO NO ESTÁ PASANDO, ESTO NO ESTÁ PASAND… UFFF…
—¡”A callar, putita, que te va a gustar”!
—PERO PERDÓO… OHHHH, PUTAAAAA… NO PUEDES… NO DEBES…. OOHHHH NOOOO…
—¡Di que eres mi puta, don López! ¡Dilo!
—PEROOO QUÉ COJONES TIENES EN TU CABEZA, NIÑATAAAAA…
—¡Y di que Peñarol es la putita de Nacional, jajaja!
—NI SIQUIERA SOY DE PEÑAROL, PUTAAAA… SOY DEL DEFENSOOOOR SPORTINGGGG…
—¡Me da igual, ellos son nuestras putitas también! ¿A que sí, don López, a que sí?
—VAAAA… LO ADMITO, CABRONAAAA… SOY TU PUTA, Y MI CLUB TAMBIÉEENNN… OHHH…
—¡Premio, don López! Así me gusta…
Empecé a follarlo con menos ímpetu, pero seguía introduciendo un poquito más de polla cada tanto, arrancándole alaridos al señor. El cabrón probablemente se iba a vengar de mí, tarde o temprano, con tundas de bofetadas y pollones, pero para qué mentir, fuera lo que fuera el castigo al que me iba a someter, el oír sus lamentos hacía valer la pena los castigos.
—Querido, ¿qué se siente ser follado por una niña que hace el amor con tus perros?
—QUERIDAAAA… PERDÓN… VALEEEE… POR FAVOR… ¡AAAHHGGG, ROCÍO, HIJA PUTAAAA!
—Don López, parece que tendrá que llevar almohadillas para sentarse en su oficina, ¡jajaja! –me reí como una diabla. Nunca había estado en esa posición dominante, y me excitaba sobre manera chillar productos de mi follada magistral.
—Vaquita, en esa época de sexo descontrolado que te comenté, yo solía ser una Ama, y debo decir que tú tienes un brillo en tus ojos similar al mío. Parece que naciste para someter a los hombres.
—ROCÍO… SUFICIENTEEEEE… UFFF… Gracias, preciosa Rocío… pensé que nunca ibas a dejar de meterla… ufff… quítala ya, por favor…
—Don López…
—¿Qué pasa… uff, qué pasa Rocío?
—¡No he terminado!
—¿Qué dices, Ro—AAAAGGGHHH… JODEEEER, PUTA DE MIER… TE VOY A FORRAR A OSTIASSSS… AHHHGGG…
—¡Dígame quién eres, cabrón, dímelo!
—MIEERRDDAAA NIÑAATAAA… SOY TU PUTAAAA… BASTA LA GRAN PUTAAAA…
Gemía como un caballo y se agitaba como un pez fuera de agua, quería salirse de mí pero yo le atajaba muy bien al infeliz, iba a probar polla y de la buena hasta que me cansara. Su señora, sorprendida y caliente, me tomó del mentón y me volvió a hundir su lengua en mi boquita. Mi héroe, mi divina diosa me agradecía y me admiraba viendo cómo sometía al que le puso los cuernos. Le chuupé la lengua y luego jugué con la puntita, haciéndole sentir mi piercing.
—¿Alguna vez chupaste un coño, vaquita?
—No… no, señora Marta.
—Buen, primero deja de follar a mi marido, quiero que te agaches y le comas la corrida, que no quiero que preñe a tu amiga, luego ambas me darán una chupada, ¿entendido?
Doña Marta me obligó a salirme tanto del beso como del culo de su marido. El cabrón lo agradeció al cielo una y otra vez. Prefiero no decir cómo lucía el arnés ni cómo quedó su ano. Me levanté temblando y me quité el cinturón para llevarlo al baño. Mi corazón latía rapidísimo pues comer una concha era algo nuevo para mí. Volví a la sala y vi a Andrea, todavía de cuatro patas, siendo débilmente penetrada por el cabrón de don López; ella tenía un cuerpo tremendo y ver cómo era sometida por ese viejo me ponía a cien.
Me arrodillé tras ellos y, succionando los huevos peludos de don López con mucha fuerza, tomé de su enorme tranca y la arranqué del coño de mi amiga.
Escupí en la polla, y torciéndola hacia mi boca para martirio del hombre, la ensalivé a base de bien. Cuando sentí cómo las venas de la tranca parecían latir, succioné y apreté fuertísimo mientras el cabrón berreaba de placer. Al retirar mi boca para respirar, un par de gotitas llegaron a salpicarme en el ojo derecho, cegándomelo.
Cuando Andrea se salió de debajo de don López, juntas nos dirigimos hasta donde doña Marta, quien parada, nos esperaba. Vi ese coño con un deje de asco y excitación, había demasiada piel colgando, joder. Andrea no esperó órdenes y se lanzó a comerlo; puta y borracha. Y yo, crispando mis puños sobre mi regazo, me incliné para penetrarla con mi lengua, rozando la de mi amiga de vez en cuando recorríamos los pliegues rugosos de su coño.
—Mfff… ¡Ufff, qué chicas más buenitas, eso es, así me gusta! Mira, querido, cómo te pongo los cuernos con dos niñas de diecinueve.
—Joder, querida… ¿Y bien? Me dejé dar por culo, ¡a la mierda! ¿Me perdonas?
—Ay, mi vida, jamás pensé que te rebajarías a dejarte follar por una niña para recuperar nuestro matrimonio. Estás perdonado, mi amor.
El romance volvió a la casa. Limpiamos con velocidad y fuerza, revolviéndonos entre sus abultados labios, buscando los últimos resquicios de sus jugos, chupando, succionando, mordisqueando con cariño para mostrarle a la señora que éramos buenas chicas.
Yo escupía una y otra vez en la concha para poder lubricarla más y más. A la señora le encantaba y por eso me agarraba un puñado de cabello y me enterraba la boca en su chumino jugoso.
Mi coño estaba hecho agua, no podía creer que me empezara a gustar eso. La señora me ordenaban que metiera más lengua, que empujara más mi cabeza contra ella, y yo, lejos de sentirme ultrajada, le decía que sí entre comidas, sintiendo sensaciones demasiado ricas recorriéndome el cuerpo.
Ser violentada por personas tan asquerosas como ellos me ponía a tope. Se sentía tan irresistiblemente bien, me volví loquísima cuando los tres dedos de su esposo entraron imprevistamente casi en mi culo, jugando adentro, haciendo ganchitos y circulitos. Trataba de seguir el ritmo con mi cadera pero a veces me dejaba llevar por el placer.
—Doña Marta… ufff…
—Qué pasa, vaquita, ¿quieres que mi marido te meta otro dedo más para probarte?
—Deje de llamarme vaquitaaa…
—Pero deja de quejarte, vaquita, prepárate porque tú vas a chuparme el culo, ¡jajaja!
Lo peor de la noche llegó allí, cuando oí eso me imagine lo más asqueroso, hundiendo mi cabecita entre sus enormes nalgas para comerle el culo como don Ramiro me lo hace. Imprevistamente me incliné y amagué potar el semen, alcohol y saliva ajena que había ingerido durante toda la sesión de sexo duro. Aguanté, pero cuando don López hizo más ganchitos adentro, la arcada volvió con más fuerza: sentía algo bullendo en mi garganta; me incliné, ladeé la cabeza y dejé que todo aquello se desparramara en el suelo.
Lo sé, fue asqueroso y humillante pero, ¿queréis que pote arcoíris y ponis? Es la verdad, estaba mareada de tanto beber, me dolía el culo por la follada de dedos, las mejillas y las nalgas me hervían por haber sido abofeteadas, tenía el olor rancio a semen por toda mi cara, olor a concha de una madura, la saliva de mi amiga también, la imagen mental del culo de ese maduro aún no la podía quitar, por dios, tarde o temprano iba a pasar.
—¡¡¡Puuutaaaa!!! –rugió doña Marta. Andrea dejó de comerle el coño inmediatamente y miró sorprendida el suelo.
—Rocío, hip… ¿acabas de potar sobre la alfombra?
—Ughhh… mbffff… perdón… perdón en serio, señora, déjenme buscar algo para limpiar… oh, diossss…
Pero no me hizo caso, doña Marta me llevó de un brazo al jardín mientras que en la otra mano llevaba unas esposas. Pensé que me iba a hacer follar con sus perros pero por desgracia tenía otros planes. Me apresó a la pata de una silla sin que yo pusiera resistencia (estaba muerta de miedo).
Tragué saliva y rogué:
—Señora Marta, lo siento, déjeme limpiar su sala, por favor, y sobre todo le imploro que no me obligue a comerle el culo, ¡eso es asqueroso!
—Lo del culo fue una broma, estúpida.
—Uf, menos mal…
—Vaquita, ¿tú trabajas?
—No, señora Marta…
—¡Qué vergüenza! Mientras tu papá y tu hermano se rompen el lomo… A partir de mañana vendrás aquí, después de tus estudios, para trabajar de doméstica.
—¿Doméstica? ¿¡Me está bromeando señora Marta!? ¡Me dijo que yo tenía habilidad para ser Ama, no esclava!
—Pues antes que ser Ama vas a comenzar bien debajo de la cadena. Te mostraré cuál es tu lugar ahora mismo, vaquita.
Noté que don López y Andrea ingresaron al jardín para curiosear. Andrea traía la fusta para azotar y se la cedió a la madura; doña Marta se acercó a mí dándole varazos al aire con fuerza, asestándome con su mirada asesina. Los perros también sintieron esa bravura que emanaba ella; ambos canes se escondieron en sus casitas. De hecho hasta observé que Andrea se ocultó detrás de don López. La sola imagen de ver a esa imponente madura acercándose me hizo orinar de miedo allí mismo.
……………….
Tanto Andrea como yo gruñimos de dolor al sentarnos en los pupitres de nuestra aula. Ella por el trabajito que le hicieron la noche anterior, y yo porque… bueno, aparte de que me follaron duro y me abrieron la cola, doña Marta me dio una tunda de azotes hasta hacerme desmayar en su jardín. La de cremas que me puse de madrugada para dormir.
—Mierda… —balbuceé arañando el pupitre.
—¿Te duele la cola, Rocío?
—¿¡Pero tú qué crees, Andy!?
—Rocío, siento que estoy flotando, vaya vergüenza… Esto es… muy nuevo para mí. Pero bueno, pese al café que tomé esta mañana, sigo con algo de resaca… Y me duele la boca de tanto chupar y lamer –me susurró con la cara colorada—. Don López es lo mejor que me ha pasado. Ayer, luego de que te echaran de la casa, me llevó a mi hogar en su coche y me dio mucho dinero.
—¿Qué? A mí nunca me pagó…
—Si te portas mejor tal vez te paguen como a mí, vaquita.
—¿Me acabas de decir “vaquita”, cabrona? Yo… yo no soy ninguna vaca –balbuceé, mirando mis enormes tetas, palpando luego mi cintura.
Pero bueno, tal vez sí era verdad eso de que ella la pasó mejor por portarse bien sumisa. La verdad es que ya no era divertido volver a casa en bus, con la ropa toda arrugada y lefada; la gente y los vecinos sospechan de lo que hacía. Tal vez mis machos me tratarían mejor si yo les complacía y dejaba de ser tan protestona. Lo había decidido mientras palpaba mis enormes tetas y mi cintura algo ancha; me esforzaría por tener contentos a esos viejos degenerados, trataría de ser mejor putita… mejor vaquita.
—Rocío, mira lo que me dieron anoche, luego de que te echaran –asomó de su mochila un arnés de color crema—. Saltemos las clases por hoy, Rocío, ¿qué tal si vamos al baño un rato?
—¿Saltar las clases? ¿Estás segura, Andy?
—Lo quieres, Rocío, no me mientas.
—…
—¿Y bien, nos vamos, vaquita?
—Mú –dije con una sonrisa viciosa.
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Gracias por leerme, queridos lectores de Pornógrafo. Espero que les haya gustado por lo menos la mitad de lo que a mí. J
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es
rociohot19@yahoo.es
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“Dueño inesperado de la madre y de la esposa de un amigo” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)
El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:
CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO
El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.
CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.
Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.
CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS
Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…
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Relato erótico: La orquídea y el escorpión (POR MARTINA LEMMI)
Ya sé que es un lugar común pero comenzar una carrera universitaria siempre constituye un desafío nuevo y una puerta hacia un futuro que uno puede ver como incierto pero a la vez motivador. Creo que siempre supe que elegiría psicología, al menos desde que entré a la escuela secundaria. Es que la mente humana siempre me pareció un laberinto interesante para descifrar y cuando elegí mi carrera, no lo hice (como sí lo hacen muchos) con la esperanza vana de resolver los propios problemas psicológicos. De hecho, si de algo estaba segura era de que terminaba mi paso por la secundaria como una adolescente segura de lo que quería y de lo que no quería, por lo cual no consideraba tampoco que hubiera muchos problemas dentro de mi cabeza por resolver.
Lo siento… fui muy descortés… Olvidé presentarme. Mi nombre es Luciana Verón. Mi contextura física es mediana, de poco más de metro sesenta de estatura y de cabello castaño con algunas ondas ligeras. Mi tez es levemente morena y mis ojos bien marrones. No tengo un físico apabullante ni mínimamente y, de hecho, no soy de las que llaman la atención pero tampoco del descarte: soy lo que bien se podría llamar “chica del montón”.
En cuanto empecé a cursar la carrera, quedé asignada en una comisión de horario muy desfavorable… Al vivir en las afueras de la ciudad, me implicaba un retorno al hogar demasiado tardío y, por cierto, peligroso, razón por la cual ya desde el primer día comencé a gestionar mi pase a otra comisión. Y al mes de carrera logré cumplir con mi objetivo: fui derivada a una comisión cuyos horarios sólo ocupaban franjas de la mañana o bien a la tarde temprano. De ese modo no tendría necesidad de regresar a mi casa más allá de las siete de la tarde como mucho. En parte me dolió el cambio, porque dejé algunas amistades que ya había empezado a hacer en el mes que llevábamos de cursada, además de algún que otro profesor excelente y algún que otro ayudante de cátedra realmente atractivo, je… Y uno de ellos parecía denotar interés en mí…![]()

Pero en fin, me mudé de comisión y me animó a hacerlo el hecho de que Tamara, una de mis “nuevas amistades”, también hizo el pase conmigo por problemas similares.
Fue un lunes el día en que tomamos contacto con nuestros nuevos compañeros. La materia con la que arrancábamos el nuevo horario se dictaba en un aula magna que está rodeada de parque y por esa razón, al llegar (como toda primeriza, ja) un rato antes, nos encontramos con que la mayoría de los estudiantes estaban sentados por los bancos de madera bajo los árboles o bien en los pocos peldaños que ascendían hacia la entrada del aula magna. Y fue en ese momento y en ese lugar cuando tuve mi primer contacto visual con Loana… Claro, el contacto lo tuve yo porque ella ni se enteró…
A mí jamás me habían atraído las mujeres, por lo menos hablando en un plano sexual… También en eso me consideraba una chica segura y siempre tuve en claro que me gustaban los varoncitos. Nunca fui, por otra parte, una chica fácil o muy predispuesta a aventuras fugaces. Pero no sé qué irradiaba aquella muchacha cuyo nombre yo aún desconocía. Era muy hermosa, desde ya: rubia, de ojos marrones y con curvas muy interesantes que delineaban un busto no exuberante pero bien formado y unas caderas muy bien marcadas. Su modo de vestir, que en ese momento se traducía en un vestido corto de color blanco y con un cuello cerrado (que haría recordar vagamente a Sharon Stone en “Instinct”), dejaba al descubierto un par de hermosas piernas, pero no sólo eso: un magnífico tatuaje de una orquídea ocupaba buena parte del muslo derecho, en tanto que la sinuosa silueta de un escorpión ascendía desde el empeine de su pie izquierdo, justo por encima de una de las sandalias color crema que lucía. Ambos tatuajes producían un efecto casi hipnótico que llevaba a mantener la vista en ellos y no creo que lo que estoy diciendo fuera una sensación excesivamente subjetiva ya que después noté que los ojos de quienes con ella hablaban tampoco parecían poder impedir el posarse en ellos. No sería lo único que descubriría con el tiempo: también sabría que había más tatuajes en el cuerpo de Loana, así como que aquel atuendo que ese día lucía era bastante representativo del estilo de indumentaria que habitualmente lucía.
Pero además de todo ello Loana dimanaba un aire terriblemente presuntuoso y pedante, casi diría el tipo de chica que habitualmente me chocaba y con la cual nunca hubiera querido ni podidod hacer buenas migas; sin embargo por alguna extraña razón la arrogancia que la joven irradiaba era distinta a cualquier otra cosa que hubiera conocido y, por extraño que pueda sonar, producía un fuerte atractivo. Bastaba con echar un vistazo en derredor suyo para comprobar que aquellas sensaciones que a mí me transmitía no parecían ser muy distintas a las que transmitía al resto de los estudiantes. Ella estaba sentada sobre uno de los bancos, el cual era lo suficientemente espacioso como para que se sentaran otras dos personas… y sin embargo, era la única que tenía su trasero posado sobre él y, de hecho, en el resto de los bancos había dos o tres personas en cada uno. Parecía ser SU lugar, algo así como una especie de trono y, por cierto, a su alrededor se arracimaban un grupo de unos nueve o diez estudiantes, tanto chicos como chicas, que sostenían plática con ella. En realidad quienes parecían hacerlo realmente eran un par; el resto permanecía atento, con sus cuadernos y carpetas apoyados sobre el busto (en el caso de las chicas) o por encima de los genitales (en el caso de los varones). Pero en todo momento daban la sensación de estar terriblemente atentos a cada palabra que ella decía, aun cuando yo, a la distancia en que con Tamara nos hallábamos, no conseguía oír realmente nada.
Fue Tamara quien me devolvió a la realidad con un tirón en mi remera, pues yo, sin darme cuenta, había detenido la marcha que llevábamos.
“Vamos al aula – me dijo -. Hay demasiados estudiantes acá… Y no quiero quedarme de pie para escuchar la clase”
Echando de tanto en tanto miradas de soslayo hacia aquella rubiecita de aire presuntuoso, seguí caminando junto a mi compañera en dirección a la escalinata del aula magna. Al entrar pudimos darnos cuenta de que los temores de Tamara eran infundados; era cierto que afuera había mucha gente esperando pero por algo no se apuraban a entrar: el aula era muy espaciosa, mucho más que la que veníamos utilizando en la comisión anterior y, como tal, no parecía haber posibilidades de no encontrar asiento. Aun así dejamos nuestras cosas sobre unos largos pupitres que, sólo alternados por los pasillos, recorrían todo el anfiteatro formando franjas desde un extremo hasta el otro. Tamara ya había echado su traste sobre el asiento, pero yo sentía un deseo irreversible de volver afuera: una sensación poderosa, extraña e inexplicable.
“Quiero fumar un pucho antes de que la clase arranque” – dije. Era una excusa, claro está, pero Tamara estuvo de acuerdo en acompañarme aun cuando ella no fumara. Pareció quedarse tranquila al saber que nuestros lugares ya estaban de algún modo “reservados”.
Salimos al exterior una vez más y Tamara se detuvo bajo el pórtico del aula magna, como dando por sobreentendido que ya estábamos lo suficientemente fuera como para fumar. El lugar estaba algo lejos de la posición de la chica rubia y, por esa razón, sin dar explicaciones, caminé peldaños abajo mientras encendía el cigarrillo y Tami no tuvo más remedio que acompañarme sin objetar nada. Caminamos a través del parque y nos detuvimos donde yo quise; la excusa era que allí había sombra de árboles, pero la realidad era que estábamos a unos cinco metros de aquella joven intrigante cuyo nombre yo aún desconocía.
Si bien ni Tamara ni yo somos demasiado atractivas, éramos nuevas en el lugar y, por lo tanto, fue inevitable que algunos chicos clavaran la vista en nosotros. Sin embargo casi ni los miré porque mis ojos estaban posados en Loana aunque trataba de hacerlo disimuladamente para que Tamara no se diera cuenta de ello. Me equivoqué:
“Se nota que es bien líder” – señaló mi amiga.
El comentario me tomó por sorpresa; giré la vista hacia Tami y de haberme podido ver a mí misma, estoy segura que mi rostro trasuntaba el mismo semblante que el chiquillo a quien han sorprendido en una travesura. No dije palabra, lo cual se vio facilitado por el hecho de que justo estaba inspirando una pitada al cigarrillo; más bien busqué adoptar una expresión interrogativa a los efectos de que Tamara se explayase más o fuera más específica acerca de lo que hablaba, si bien, claro, yo ya lo sabía.
“Esa chica – aclaró – parece ser líder”
Volví a dirigir la mirada hacia la rubia fingiendo sorpresa, como si no hubiera reparado aun en la joven de quien me hablaba. Ilusa de mí, Tamara no es tonta…
“¿La rubia que está sentada?” – pregunté en voz baja y tratando de imprimir a mis palabras un tono de sorpresa e ingenuidad.
“Seee… – remarcó Tamara -. Fijate cómo se comportan los demás, como reverenciando a una diosa”.
“¿Te parece?” – pregunté.
“No me parece… es así”
El hecho de que Tamara hubiese hablado acerca de aquella chica significó en parte un alivio, ya que yo ahora tenía una excusa para mirar en dirección hacia ella sin demasiadas culpas, como si buscara corroborar visualmente lo que mi amiga acababa de decir.
“Es hermosa eh….” – agregó Tami y yo di otro respingo, como si hubiera sido pillada nuevamente, pero a la vez sabía que lo que terminaba de decir mi amiga no era nada que no fuera visible.

No opiné al respecto… mantuve la mirada en el grupo de jóvenes y especialmente en Loana aun a riesgo de quedar en evidencia por mirar demasiado. Sin embargo, en ningún momento aquella rubia de aires presuntuosos pareció darse cuenta siquiera de mi existencia… y eso me molestaba… Hasta deambulé unos pocos pasos por el lugar tratando de llamarle la atención y mirando por el rabillo del ojo para ver si en algún momento parecía darse cuenta de mi presencia, pero nada… Se mantenía en ese momento charlando con un muchacho bastante atractivo que estaba de pie pero ligeramente inclinado hacia ella, con la palma de su mano apoyada sobre su propia rodilla. Era obvio que en ese momento y dentro del grupo que la rodeaba, era él quien concentraba la atención y la charla de ella. Es algo muy raro de explicar, pero sentí rabia, indignación… y mucha envidia. Aquella chica no me conocía y, por lo tanto, no tenía por qué prestar atención a ninguno de mis ademanes y movimientos, pero sin embargo flotaba en el lugar una sensación como de que quien no estaba en su entorno, directamente no estaba incluido… Era una locura, pero ésa era la sensación…
Un hombre maduro y de aspecto intelectual pasó caminando por entre todos los estudiantes en dirección hacia la escalinata del aula magna, siendo secundado por un muchacho y una joven que, muy posiblemente, fueran sus ayudantes de cátedra. El hecho de que los estudiantes comenzaran a ponerse de pie o bien a caminar en dirección al aula dio la confirmación de que el profesor había llegado. Me distraje por un momento con ello, pero volví rápidamente la vista hacia Loana, queriendo comprobar si ella también había alterado su rutina por la llegada del catedrático. Pero no… la realidad era que seguía charlando como si nada, como tomándose su tiempo… y ninguno de los que la rodeaban amagó moverse. Tamara volvió a tironear de mi remera y eso era una señal inequívoca de que debíamos dirigirnos hacia el aula; la acompañé, pero mientras subía la escalinata, no podía dejar de echar vistazos fugaces hacia atrás para ver si en algún momento la joven se dignaba a levantarse de su asiento. Justo en el momento en que con Tamara trasponíamos el pórtico, llegué a ver que por fin lo hacía, aunque absolutamente relajada y sin abandonar la plática con el muchacho. Sólo cuando ella se hubo movido, el resto comenzaron a hacerlo… Una vez más, las palabras de Tamara parecían confirmarse: esa chica era líder… no cabía ninguna duda…
Cuando entró en el anfiteatro, siguió mostrando el mismo aire indiferente y se mantuvo hablando con el mismo joven hasta que la clase hubo empezado. Se ubicó hacia la tercera fila en un lugar que parecía estar reservado para ella. Nosotras estábamos unas cuatro filas más arriba y lamenté tal situación… La clase transcurrió en calma; pude comprobar que si bien Loana parecía prestar atención, tampoco era el tipo de alumna que hacía preguntas o sorprendía con intervenciones…
Fue recién al otro día que pude saber su nombre. Esta vez había sólo dos filas de diferencia en el aula y pude escuchar como alguien le llamaba la atención precisamente por su nombre. Esa misma tarde durante una clase-taller en la cual se pasaba lista, pude además enterarme de su apellido: Batista. Pero eso era apenas una anécdota: en la medida en que nos fuimos metiendo más en aquel ámbito, pudimos darnos cuenta de que cuando se decía su nombre con eso bastaba: todos sabían de quién se hablaba. Era llamativo también el modo en que siempre estaba presente en casi todas las conversaciones, ya sea que éstas tuvieran que ver con la actividad estudiantil o no. Por lo pronto, en los días que siguieron, continuó ignorándome: yo para ella no existía. Tal situación me irritaba y a la vez me irritaba aun más que siendo yo una chica que siempre se había jactado de tener una personalidad segura e independiente, ahora resultaba que me afectaba muy mal el hecho de que una joven desconocida me ignorase. Si a ello le agregamos que yo estaba estudiando psicología, creo que no hace falta agregar más acerca de los conflictos que aquella chica me generaba…
Tamara no era del todo indiferente al influjo de Loana, pero se mostraba algo más independiente, siendo capaz incluso de hablar mal de ella, casi siempre haciendo referencia a sus aires de “chetita asquerosa” o de “rubia frívola y superficial”. Por lo pronto, sí pudimos saber con el correr de los días que intelectualmente no era una lela pero distaba de ser brillante. Definitivamente su extraño influjo no parecía provenir de su intelecto sino de una cualidad que no era fácil de encontrar en cualquier persona. Yo quería que nos sentáramos más cerca de ella a los efectos de poder alguna vez dar lugar a una charla pero claro, ello implicaba dar a conocer mis intenciones a Tamara y, obviamente, me daba bastante vergüenza. Por el contrario, mi amiga siempre se mantuvo fiel a la costumbre de entrar en el aula con una cierta anticipación (o al menos puntualidad), pero siempre, indefectiblemente, ella entraba detrás de nosotras. Quienes hablaban con ella podían ir rotando, aunque estaba claro que había unos pocos entre los estudiantes que parecían tener más afinidad o cercanía que el resto. Cuesta decirlo pero los celos y la envidia me carcomían. En una oportunidad, mientras estábamos afuera del aula, la vi fumando (de tanto en tanto lo hacía) y me sentí tentada de acercarme a pedirle fuego… pero no me atreví. Se veía como un intento bastante evidente por tratar de llegar hasta ella sobre todo si se consideraba que debía sortear, para hacerlo, el clásico círculo humano que se formaba en torno a ella. Además y por lo que vi, jamás nadie le pedía fuego a ella sino que era exactamente al revés: la postal típica era ella sentada prendiendo su cigarrillo con un encendedor que le acababa de prestar alguno de los tantos jóvenes que a su alrededor se congregaban. Cuando de volvía el encendedor, a veces ni siquiera agradecía y cuando sí lo hacía, era mirando hacia otro lado, nunca hacia la cara de quien se lo había prestado. A veces la cercanía me permitió, eso sí, conocerle el tono de la voz… y, a decir verdad, encajaba perfectamente en ese aura de presuntuosidad que irradiaba todo su ser.
“Qué mina asquerosa” – llegó a decir Tamara, siempre algo más libre del influjo inexplicable que Loana en mí ejercía; yo no objetaba ni agregaba nada a tales comentarios.
Lo peor de todo era que ese influjo me acompañaba a todas partes; no moría al cumplirse el horario de la facultad o al dejar de verla. Me iba pensando en ella mientras viajaba en el transporte público con destino a mi hogar e inclusive por las noches pasaba largas noches en mi cuarto haciéndolo. Más aún, me di cuenta que empezaba a relegar las actividades que tenía que hacer, tal la absorción que de mí se había apoderado.
Una noche, estando frente al monitor de mi computadora, se me ocurrió buscarla en facebook y en efecto la encontré. Intenté agregarla pero me apareció la leyenda diciendo que esa persona había pasado el número de amigos permitidos y que, como tal, ya no podría aceptar nuevas solicitudes; como premio consuelo, me decía que quedaba suscripta a sus actualizaciones. Lo cierto era que Loana seguiría sin enterarse de que yo existía: de haberle enviado la solicitud, no era seguro que me hubiera aceptado pero al menos se hubiera anoticiado de mi existencia. Todo parecía estar encaminado como para que siguiera andando por la vida con ese aire arrogante en un mundo en el cual yo no tenía cabida.

En fin, yo estaba decidida a que ella se enterara de mi existencia y, si bien fracasaban todos mis intentos por lograrlo, eso no me hizo en absoluto bajar los brazos. Y el día llegó… el contacto se produjo en el buffet de la facultad, unos veinte días después de haberla visto por primera vez. Era abril pero estábamos ante un otoño más que primaveral y aquella tarde hacía calor. Con Tamara nos dirigimos a la barra a pedir un par de gaseosas y una vez que las recibimos nos giramos para encaminarnos a buscar un par de lugares para sentarnos a alguna mesa. Era increíble que con el tiempo que ya llevábamos ahí no hubiera nadie que nos invitase a hacerlo: el primer día, por ser nuevas, algunos chicos nos miraron pero eso se terminó muy rápidamente. Creo que había una indiferencia generalizada hacia nosotras y se me cruzaba en la cabeza la idea de que eso tenía que ver con el hecho de no haber sido todavía lo suficientemente aceptadas o incluidas, lo cual a su vez tenía una sola explicación: no pertenecíamos al círculo de Loana… Y en ese momento fue cuando la vi; apenas di media vuelta con mi vaso de gaseosa en la mano, mis ojos la captaron avanzando con ese paso seguro y altivo que la caracterizaba y manteniendo una marcha firme de manera casi paralela a la barra. Venía en dirección hacia donde nosotros nos encontrábamos, pero eso, desde ya, no quería decir nada: en ningún momento sus ojos dieron la impresión de posarse en nosotras sino que sus pupilas parecían perdidas en algún punto indefinido del lugar; lo más probable era que pasase por al lado nuestro como si nada. En cuanto vi que se acercaba, me volví a girar hacia la barra, deposité mis útiles allí y fingí tomar el vaso de gaseosa que en realidad ya tenía en mis manos; mirando por el rabillo del ojo pude sentirla a pocos pasos de mí y supe que ése era el momento para girarme distraídamente, como si no la viera… Así lo hice y, en efecto, me la llevé por delante… Pero la consecuencia de mi acto llegó más allá de donde yo pensaba que lo haría, porque yo no había especulado con que el líquido contenido en mi vaso cayera sobre el escote y el vestido blanco de ella…
En un principio bajó la vista para mirar el desastre que yo le había hecho y a continuación sus ojos se levantaron para clavarse en los míos… sentí una mirada terriblemente punzante…sus marrones ojos parecían encendidos y tuve la impresión de estar ante un volcán a punto de hacer erupción, tal la ira contenida que parecía irradiar su semblante. Yo quise articular un pedido de disculpas pero ninguna palabra brotó de mis labios debido a la excitación del momento porque Loana… ¡me estaba mirando!…
Como si se hubiera tratado de un violento latigazo, una sonora y dolorosa bofetada se estrelló contra mi rostro, obligándome a ladearlo… Despaciosamente y casi con miedo volví a dirigir la vista hacia ella y, una vez más, estaba tratando de empezar a pedir disculpas, pero no llegué a hacerlo porque la voz de ella sonó, potente y furibunda:
“¿Qué hacés, pedazo de estúpida?” – me espetó.
No tuve tiempo de decir algo porque una nueva bofetada me cruzó el rostro. Difícil es describir la sensación que en mí provocaba la humillación de saberme abofeteada en público y, aunque en ese momento no lo pensé, imagino hoy la cara de incredulidad que estaría exhibiendo Tamara, la cual sin embargo no intervino… Hasta ella parecía caer ante esa atmósfera de poder e impunidad que dimanaba Loana. Lo cierto era que mi humillación se entremezclaba de manera contradictoria con la excitación que en mí provocaba el saber que finalmente Loana estaba al tanto de mi existencia… que me miraba a los ojos, me hablaba… y me abofeteaba…
El semblante de la presuntuosa muchacha seguía mostrando rabia e indignación. Sin pedir permiso ni anunciar sus acciones en modo alguno, me tomó del cabello con una de sus manos y tironeando con fuerza me obligó a girarme. Una vez hecho esto tomó una de mis muñecas y me llevó hacia atrás el brazo apretándolo fuertemente contra mi espalda.
“Vamos para el baño, idiota – dijo, casi escupiendo las palabras y sin cuidado alguno de que los demás oyeran sino más bien dando la impresión de buscar lo contrario -, vas a limpiar esto que hiciste”
Y acto seguido, marchando por detrás de mí y llevándome por el cabello y por el brazo, me exhibió cruzando todo el buffet cuan largo era para encaminarnos ambas hacia la zona de los baños. El dolor me hacía tener los ojos prácticamente cerrados y por lo tanto era ella quien prácticamente me llevaba; aun así, de tanto en tanto y cada vez que los abría, podía advertir las miradas de todos clavadas en mí… Algunos lucían preocupados por la escena, otros horrorizados o escandalizados, otros piadosos, pero la mayoría… divertidos. Me pareció oír a mi amiga Tamara ensayando una leve protesta, pero no prosperó o no insistió demasiado; probablemente ya sabía en qué terreno se movía y que allí no era posible manifestarse en contra de los deseos y decisiones de Loana.
La puerta del baño estaba algo entornada y prácticamente ella estrelló mi cara y mi cuerpo contra la misma para terminar de abrirla. No se preocupó luego por volver a cerrarla sino que me llevó hacia donde estaban los lavabos y los grifos. Recién allí me liberó, aunque no lo hizo con suavidad sino virtualmente arrojándome contra la fila de lavatorios.
Loana se detuvo de pie a un costado y fue casi como si hubieran erigido allí mismo la estatua de una diosa. Ubicó sus manos sobre la cintura y ligeramente hacia atrás, a la vez que adoptaba la posición más arrogante y altiva que persona alguna pudiese llegar a adoptar.
“Que no quede una sola mancha porque te juro que no te olvidás más de este día” – sentenció.
Yo, aún sin articular palabra, dirigí los ojos hacia el desastre que la bebida de cola derramada había hecho sobre su blanco e inmaculado vestido; se apreciaban también manchas sobre su hermoso busto. La imagen, por cierto, era lo suficientemente poderosa como para mantenerme hipnotizada pero lo cierto era que la premura del asunto y el enojo de Loana exigían urgencia de mi parte. Eché un vistazo alrededor buscando un trapo o algo para utilizar pero no lo encontré.
“Usá tu remera” – me ordenó, como si leyera mis pensamientos.
No podía creer la altanería e insolencia con que me impartía órdenes. Era una situación extrañísima, que dañaba sobremanera esa alta autoestima que yo siempre había tenido pero a la vez me generaba una excitación difícil de explicar en términos racionales. Lo que sí era cierto era que yo no podía concebir desobedecer a Loana. Saqué mi remera por mi cabeza quedando así en su presencia sólo con mi sostén y mi falda, lo cual me produjo una sensación de inferioridad nunca sentida antes. Abriendo el grifo, mojé mi remera y luego, con meticulosidad, pero a la vez con prisa, comencé a pasarla por las partes manchadas de su vestido. No tengo palabras para describir mi excitación. Actué con la mayor prolijidad posible buscando que no quedara mancha visible y luego me dediqué a… su escote… Dudé un momento: me pareció que era como profanar el cuerpo de una diosa.
“Rápido” – me apuró.
Así que tuve contacto con su magnífica piel. Porque, claro, al tratar de pasar mi remera mojada la piel de la parte superior de sus senos, ésta se volvía huidiza y costaba fijar el objetivo a limpiar, razón por la cual no quedó más “remedio” que ayudarme sosteniendo su hermoso seno con la otra mano a los efectos de que no se moviera tanto. La estaba tocando… no podía creerlo. Ella mantenía su posición impertérrita, como esperando el momento en que yo le devolviera el aspecto inmaculado que nunca debería haber perdido.
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Yo estaba tan cerca de su rostro que podía sentir su respiración cosquilleándome entre los cabellos por detrás de la oreja. Me dediqué afanosamente a la tarea de que su piel volviera a aparecer sin ninguna mancha. Mientras lo hacía no dejé de tener todo el tiempo la visión de aquella línea de deseo que se perdía entre sus pechos y desaparecía por el vestido bailoteando alocadamente. Una vez hube terminado con su pecho bajé la vista hacia la parte inferior del vestido: había manchas allí también, lo cual implicaba que para poder limpiarlas tendría que arrodillarme…y así lo hice.
Arrodillada frente a ella, me sentí infinitamente inferior… alcé levemente los ojos hacia los suyos a los efectos de comprobar cómo se veía ella, aun a riesgo de que lo notara y fuera yo reprendida por ello, pero la realidad era que los ojos de Loana estaban lejos de posarse en mí… Mantenía la vista hacia adelante con el mismo talante de superioridad que siempre exhibía… una estatua de marfil orgullosa de serlo. Comencé a limpiar la parte baja del vestido justo por encima de donde la línea de la tela de lycra se interrumpía para dar paso a sus magníficas piernas… y a ese tatuaje de la orquídea que tanto atractivo me despertaba. Creo que el influjo de la figura era aun superior ahora que la tenía tan cerca… De hecho fue tal el grado de abstracción que involuntariamente interrumpí mi labor por unos segundos… Loana lo advirtió y me golpeó ligeramente el rostro con el muslo, no con el del tatuaje sino con el izquierdo. El golpe no fue excesivamente violento pero me devolvió a la realidad… a mi realidad… es decir al hecho de verme súbitamente casi como un trapo de piso en presencia de alguien a cuya superioridad no podía siquiera pensar en aproximarme… ¡Yo, que siempre me había jactado de ser tan segura!
Era un problema limpiar la parte inferior del corto vestido, sobre todo en la zona que caía en el hueco de la separación entre las piernas. Tuve que tomar la tela entre mis dedos y estirarla a los efectos de facilitar mi labor pero la mancha estaba verdaderamente rebelde y sólo me quedó pasar mis dedos hacia la parte interna del vestido como para hacer apoyo allí donde debía pasar la remera húmeda. En algún momento sentí que mis nudillos se rozaron con su ropa interior y fue como si un extraño escozor me hubiera recorrido todo el cuerpo; el roce fue muy leve, tanto que ni se debió haber dado cuenta, pero para mí fue una sensación muy fuerte…
En cuanto hube terminado mi labor pude comprobar que casi no había rastros de las manchas… sólo mirando con mucho detenimiento y sabiendo que las mismas habían estado allí, podía percibirse algún indicio, pero había quedado mucho mejor de lo que yo pensé… Sin dejar de estar arrodillada levanté la vista hacia Loana y esta vez sí me encontré con sus ojos marrones escrutadores; supongo que yo en ese momento habré esbozado una muy leve sonrisa por haber concluido con la tarea pero el comentario de ella me la borró rápidamente: una vez más ella hablaba antes de que yo pudiera emitir palabra alguna.
“Fijate en la pierna… y el calzado… ¿O no lo ves? La verdad es que no puedo creer que justo me tocara cruzarme con la chica más estúpida de toda la facultad”
Semejante degradación verbal me llevó a bajar nuevamente la cabeza. En efecto había algunos hilillos de gaseosa chorreando por la pierna derecha (la del tatuaje justamente) y descendiendo hacia la sandalia sobre la cual también se apreciaban algunas gotitas que habían dejado mancha. Era raro que no me hubiera dado cuenta unos instantes antes cuando me había quedado fascinada con la contemplación de la orquídea, pero por otra parte era quizás justamente esa misma fascinación la que me había impedido prestar atención a un detalle tan trivial. Estaba a punto de comenzar a pasar la remera humedecida para devolver al tatuaje su magnífica y pura belleza, pero Loana me cortó en seco:
“Ni se te ocurra pasar por encima de mi orquídea el mismo trapo harapiento ése que ya estuviste usando para limpiar. Veo que además de idiota sos sucia y desubicada”
Levanté la vista hacia Loana sin entender del todo. Eché un rápido vistazo en derredor para ver si había algún otro elemento que pudiera ser utilizado.
“Sacate la bombacha – me ordenó secamente; una vez más la miré con incomprensión -. ¡Vamos retardada! ¡Para hoy…!”
No podía creer tanta degradación ni tanta humillación, mucho menos el hecho de que yo la estuviera “aceptando”. Yo llevaba una falda hasta la rodilla, así que sin abandonar mi posición arrodillada, me incorporé un poco a los efectos de poder levantar bien la misma y así deslizar mis bragas hacia abajo. Las saqué primero por un pie, luego por el otro y me aprestaba ya a mojarlas en el grifo sin dejar de permanecer arrodillada, pero Loana me interrumpió:
“A ver, dame eso” – ordenó.
Me detuve mirándola desde abajo. Cada orden que profería me descolocaba… Debe haber percibido eso porque me cruzó la cara de una bofetada, ya la tercera que me propinaba.
“Que me la des, te dije” – insistió, altanera.
Con el pulso temblando, le fui acercando lentamente la prenda y ella me la arrancó prácticamente de un tirón. Se la acercó a la nariz y la olió. Puso cara de asco y la revoleó a un costado.
“Está sucia y transpirada, perra mugrienta – me espetó -. ¿Pensabas pasar eso por arriba de un tatuaje que es una obra de arte prácticamente única?”
Mi estado de indefensión era tal que algunas lágrimas empezaron a rodar desde mis ojos. La acusación, por otra parte, era injusta, ya que me había puesto esa prenda esa misma mañana y perfectamente limpia. La situación me superaba de tal modo que ya no sabía qué hacer ni qué decir; de hecho, no podía llegar a decir nada. Me encogí de hombros, como dando a entender que no se me ocurría nada.
“Usá la lengua” – me ordenó con terrible frialdad.
La sorpresa invadió mi rostro porque no podía creer la orden que me impartía.
“¿Qué parte no se entiende? – inquirió, cada vez más enfadada -. La lengua… la len-gua… ¿no sabés lo que es? – sacó la suya propia de entre sus labios y la extendió cuán larga era para hacerlo más gráfico – ¿A ver, taradita? Mostrame la tuya…”
Y tímidamente pero a la vez presurosa ante el carácter de la demanda, extendí mi lengua larga y roja.
“Bien – dijo Loana -. Eso es la lengua. Con eso vas a limpiar mi orquídea”
Y así fue que acerqué mi boca al fabuloso tatuaje y comencé a dar largas lengüetadas buscando eliminar de él todo rastro de gaseosa. Un sabor dulzón me invadió la boca y era lógico considerando la naturaleza del líquido cuyos restos estaba limpiando, pero más allá de eso me es imposible describir la sensación que producía estar lamiendo su piel y, más aún, la superficie ocupada por el tatuaje de aquella magnífica orquídea de color rojo violáceo. Era como que a cada lengüetada que daba, una extraña energía se apoderaba de mí y se arrebujaba en mi interior haciéndome sentir terriblemente baja e inexistente frente a la grandeza etérea e invencible de aquella mujer. Por momentos cerraba los ojos, abstraída ante la situación, pero en otros los abría para poder contemplar tan cerca de mis pupilas la magnificencia de aquella obra de arte que cubría el muslo de Loana. Cuando percibí que ya no había más vestigios de gaseosa, seguí recorriendo con la lengua el resto del muslo y la pantorrilla, eliminando todo lo que hubiera; en realidad no estaba claro si debía hacerlo así o si, una vez limpio el tatuaje, ya no tenía que seguir utilizando la lengua, pero así lo hice y Loana nada objetó, lo cual me hizo suponer que estaba en lo correcto. Fui bajando hacia el tobillo y la sandalia, recorriendo con mi lengua la piel más increíblemente hermosa y bruñida con la que hubiera entrado en contacto en mi vida… y a medida que iba bajando, era aun más consciente de mi lugar en la medida en que mi mentón prácticamente tocaba el suelo. Limpié también con mi lengua las gotitas que habían dejado mancha sobre el calzado y no pude evitar mirar de soslayo hacia el empeine del otro pie, el cual lucía, dominante y agresiva, la efigie del escorpión, no menos subyugante que la orquídea del muslo. En el momento en que hube terminado con mi tarea, ella levantó su pie sin cuidado de no golpearme un poco la trompa al hacerlo. Flexionó la rodilla haciendo que su pierna izquierda formase un cuatro contra la derecha, que permaneció rígida.
“Limpiame bien la suela” – ordenó, sin miramientos.

“Bien – sentenció -. Ya hemos cumplido con la primera parte, que era el aseo del desastre que me habías hecho”
La incomprensión volvió a apoderarse de mí. Aún arrodillada, la miré interrogativamente, aunque siempre en silencio. ¿Primera parte? ¿De qué hablaba?
“Lo que nos resta – explicó, adoptando un tono casi pedagógico – es que recibas el castigo que te merecés por tu imbecilidad”
Yo no daba crédito a mis oídos. ¿Castigo? ¿Y cómo consideraba a toda aquella depravada degradación que yo estaba sufriendo hasta ese momento adentro de un baño de damas? Sin explicar nada, me tomó por el cabello y me alzó prácticamente en vilo, obligándome a ponerme de pie nuevamente. Una vez hecho eso, me giró y me obligó a incinarme sobre los lavatorios. Mientras yo tenía mi rostro prácticamente sobre el lavabo, pude percibir cómo con una de sus manos alzaba mi falda y dejaba al descubierto mis nalgas, carentes de ropa interior que las cubriese desde hacía algún rato. Nerviosa, eché un vistazo disimuladamente hacia atrás con el rabillo del ojo como buscando algún indicio de lo que me esperaba porque, para ser honesta, estaba muerta de miedo. Alcancé a ver cómo Loana se quitaba una de sus sandalias (precisamente la misma que yo había limpiado en su totalidad con mi lengua hacía unos instantes) y, en ese momento temí lo que se venía, aunque por otra parte no podía creerlo.
“Por cada golpe que recibas vas a decir que sos una estúpida” – ordenó severamente Loana.
Casi ni me dio tiempo a procesar la orden que ya el taco de la sandalia golpeaba contra mi nalga derecha, arrancándome un grito de dolor, a la vez que Loana, con su otra mano, sostenía mi falda levantada contra la cintura. No pronuncié palabra alguna, en parte por el dolor y en parte porque, como dije, no había llegado a asimilar la orden. La sandalia cayó pesadamente otra vez sobre la misma nalga a modo de recordatorio:
“¡No te oigo, idiota” – demandó Loana.
Como pude, en medio del dolor que aquejaba mi cola desnuda, entreabrí los labios y fue entonces cuando por primera vez pronuncié alguna palabra delante de aquella mujer.
“Soy… una estúpida” – balbuceé.
El taco de la sandalia cayó otra vez, y otra y otra… y cada vez que lo hacía yo repetía la degradante autodefinición que me era impuesta. Después de unos diez, doce o tal vez quince golpes sobre mi nalga derecha, se dedicó a la izquierda… y luego de una cantidad semejante retornó a la derecha y así lo hizo varias veces. No alternaba con cada golpe, supongo que porque la seguidilla sobre una misma nalga aumentaba el dolor y reducía la posibilidad de recuperación. Llegado cierto punto, se advertía que me golpeaba con tal ensañamiento que el cortísimo lapso entre un golpe y otro no me daba tiempo siquiera para pronunciar las tres palabras que debía decir: apenas llegaba al “soy” o, menos aún, a una “s”.
No sé cuántos golpes fueron en total, pero cuando el suplicio hubo acabado mi cola me ardía horrores y podía, sin verla, imaginarla terriblemente enrojecida. El humillante martirio se había detenido pero claro, yo ignoraba si en forma definitiva; volví a espiar por el rabillo del ojo y llegué a ver cómo Loana flexionaba una vez más su pierna formando un cuatro y se calzaba nuevamente la sandalia… Al menos no habría más golpes… Pero yo, para esa altura, no sabía si quería que los golpes se detuvieran o siguieran… Son extraños los caminos de la excitación…
Pero casi de inmediato Loana me dio señales de no estar satisfecha. Soltó la falda que hasta ese momento sostenía contra mi cintura dejándola caer, pero utilizó esa misma mano para aprisionarme por la nuca y hacerme hundir mi rostro en el lavabo, por suerte vacío. Lo que vino a continuación no entraba ni dentro del más morboso cálculo. Su otra mano se deslizó por debajo de mi falda y pude sentir cómo su dedo mayor recorría la zanja que separaba mis nalgas. Se detuvo al encontrar el orificio (por cierto incorrupto hasta entonces) y comenzó a juguetear allí, como si trazara círculos. Yo no salía de mi asombro: aquella chica arrogante e insolente me estaba metiendo un dedo en el culo… y yo no estaba haciendo nada para impedir tamaña humillación. Un par de veces noté que extraía el dedo y casi a continuación se escuchaba claramente el sonido de un escupitajo para después volver a introducir el dedo en mi ano, lo cual evidenciaba que estaba utilizando su propia saliva como lubricante. Y los círculos que su dedo trazaba fueron cada vez más profundos… Me dolía muchísimo porque, además, tenía la uña larga y filosa. Y el dedo fue cada vez más adentro… tal acción no podía tener otro objetivo más que el de la humillación pura y simple, lisa y llana… su garfio entrando a través de mis plexos era un doliente recordatorio para mí acerca de quién era la que mandaba allí, de quién era la que tenía el poder…
El dedo fue hurgando cada vez más profundo a la vez que comenzó a avanzar y retroceder alternadamente y sin pausa, como si se tratase de una penetración… o de una violación, que fue como lo sentí. Mi dolor iba en aumento pero lo hacía conjuntamente con mi excitación… Comencé a gemir aun en contra de mi propia voluntad; no podía evitarlo, no podía detenerme… Mis manos estaban apoyadas a ambos lados del lavatorio dentro del cual estaba mi rostro y se me cruzó por la cabeza casi mecánicamente la idea de llevar una a mi zona genital y tocarme… Estaba increíblemente excitada por la situación y me sentía muy cerca del orgasmo… Sin embargo, no me atreví a hacerlo: no sabía si estaba dentro de las acciones autorizadas por Loana y no quería arriesgarme en caso de que así fuera. Mis gemidos, ya para esa altura, se habían convertido en jadeos… Y así fue hasta que Loana cesó con su perverso acto y retiró (sin delicadeza) su dedo de mi cola… Soltó mi nuca; pude oír cómo abría el grifo del lavatorio contiguo al mío y procedía a lavar su dedo y luego sus manos, cosa que también pude comprobar espiando ligeramente de reojo.
“Espero que esto te sirva para el futuro” – sentenció la joven, lo cual me daba un cierto indicio de que la cosa allí había terminado. Me dolía todo: mis nalgas por la paliza recibida, mi orificio tras haber sido penetrado por el dedo de Loana, mi rostro por las bofetadas recibidas, mi brazo por haberlo tenido doblado contra mi espalda mientras me llevaba a través del salón, mis cabellos por haber sido tironeados y mi espalda por haber estado tanto tiempo arqueada mientras recibía mis castigos. Me costó incorporarme desde mi posición pero trabajosamente lo hice y al girarme me encontré con una imagen que puso la magnitud de mi humillación en un límite hasta ese momento insospechado para mí, pero por otra parte lógico considerando el lugar en que nos encontrábamos… Un grupo de seis o siete muchachas estaban allí observando la escena con la cual posiblemente se habían encontrado tras haber llegado sólo para peinarse o para atender alguna necesidad. La vergüenza que me invadió fue indescriptible. Algunos rostros lucían expresión de incredulidad o de escándalo, pero en la mayoría de los casos me dio la impresión de que se divertían, lo cual se evidenciaba en una ligera sonrisa que, al parecer, no podían contener. Unos pasos más atrás, bajo el marco de la puerta y casi diría más afuera del baño que adentro, alcancé a distinguir el rostro de Tamara… y mi vergüenza fue aun mayor. En el caso de ella, sí pude ver que la expresión era de incredulidad; no sé si sería que la escena la superó o bien que no quiso hacerme sentir peor una vez que yo me había percatado de su presencia allí, pero el hecho fue que dio media vuelta y se fue…
Acomodé mi falda nuevamente a la altura de mis rodillas y tomé mi remera que, hecha un bollo, estaba a un costado del lavatorio. No me la había puesto aún sino que busqué en derredor par a ver si veía el lugar en el cual había caído mi bombacha, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí la mano de Loana aferrándome otra vez fuertemente por los cabellos.
“Tengo ganas de hacer pis” – anunció con un tono casi glacial de tan frío.
Sin que yo llegara a captar el significado o las implicancias de tal anuncio, me llevó por los pelos en dirección hacia uno de los privados, sometiéndome una vez más a una humillación pública. Estrelló mi propio cuerpo contra la puerta para abrirla y así, sin que yo llegara todavía a entender ante qué nueva y perversa locura me hallaba, las dos nos encontramos en el interior del privado. Ella se encaró hacia mí y con un movimiento de contoneo increíblemente sensual levantó su vestido y se quitó la bombacha, que quedó pendiendo de una de sus manos.
“Te dije que quería hacer pis” – insistió.
Sin entender nada, bajé la vista hacia el inodoro, lo cual me parecía lo más lógico de acuerdo a lo que había dicho.
“Ay… ¡qué chica imbécil, por Dios!… Arrodillate, retardada… Ahí, contra el rincón…”

“Abrí la boca” – me ordenó.
La orden era de lo más degradante que se pudiera imaginar… pero así lo hice. Me di cuenta entonces que, si no me lo había ordenado desde un principio, era para que yo sintiera la orina en mi cuerpo del mismo modo que a ella le había ocurrido con la gaseosa que yo le había derramado. Venganza algo desmedida, desde ya… y terriblemente perversa…
Al abrir la boca pude sentir el líquido caliente inundando mi interior, bañando mi garganta y corriendo hacia mi estómago… Me sentía lo más bajo que había en el mundo, quería morir allí mismo, pero por otro lado… no podía creer que era el pis de Loana el que estaba entrando en mi cuerpo después de tantos días buscando que se percatase de mi existencia. Una vez que hubo terminado de evacuar, exhaló una bocanada de aire con satisfacción y salió de encima de mí, lo cual significó un alivio para mi nuca y mi espalda… podría decir también para mi dignidad, pero… ¿era salvable para esa altura?
Tomó papel higiénico para asearse y una vez que lo hubo hecho, no lo arrojó al cesto ni al inodoro sino que me miró y, una vez más, advertí en su expresión un deje de malignidad, particularmente en sus ojos, que se veían fríos y crueles.
“Abrí la boquita” – me dijo.
Carente ya de todo vestigio de dignidad, así lo hice… y la perversa joven introdujo el trozo de papel empapado en orina dentro de mi boca, para luego obligarme a cerrarla.
“No lo escupas – me ordenó -. No hasta que yo te lo diga”
Se volvió a poner la tanguita blanca y se acomodó el vestido, otra vez con un movimiento lleno de sensualidad, y abrió la puerta. Yo estaba a punto de incorporarme, pero me dijo:
“Seguime… a cuatro patas”
Imaginar mayor humillación resultaba ya, a ojos vista, inconcebible. Ella salió del privado y yo lo hice detrás a gatas, como si fuera un animal, al tiempo que mis mejillas lucían infladas por la cantidad de papel orinado que mantenía dentro de mi boca. Pude ver que seguían allí las jóvenes que antes habían presenciado mi castigo y que incluso habían llegado otras, pero nadie se iba. Aun cuando, estando yo a cuatro patas, sólo pude mirar muy ligeramente y de soslayo, puedo afirmar que esta vez sí los rostros lucían inequívocamente divertidos, con algunas sonrisas ya tornándose abiertamente en risas. Supongo que para todas ellas era fácil adivinar lo que había ocurrido en el privado desde el momento en que ni siquiera habían escuchado el ruido del agua corriendo; más aún, quizás ya conocían lo suficientemente a Loana y no era la primera vez que presenciaban una escena semejante. A propósito de Loana, la seguí hasta que se detuvo frente al espejo; se acomodó algunos pliegues y rugosidades del vestido como si no pudiera lucir una sola señal que mancillase su naturaleza impoluta. Se peinó un poco; luego se giró hacia mí:
“Bien, pedazo de estúpida – me dijo -. Supongo que habrás aprendido quién es quién y cómo debés comportarte, salvo que, claro, seas aun más estúpida de lo que pienso. Escupí ese papel en el cesto…”
Como un perrito obediente, me dirigí hacia el cesto y dejé caer el bollo de papel que tenía en la boca, cual si le alcanzase a mi dueño el diario matutino. Y al igual que un perrito, miré a Loana para saber qué seguía.
“Ahora – me dijo -, me voy a ir de acá. Vas a ir detrás de mí en cuatro patas besando el piso después de cada paso mío hasta la puerta”
En fin… era iluso suponer que la cosa no fuera a tener un final igual de humillante que todo el resto. Así que se giró, caminó taconeando con sus sandalias sobre los mosaicos del piso y yo detrás besando sucesivamente los exactos puntos en los que acababa de pisar . Al llegar a la puerta, la traspuso y se alejó; como me había dicho que sólo debía seguirla hasta allí, me detuve y esta vez estaba claro que la locura de perversión había terminado…
Me incorporé… no me atrevía a mirar a la cara a las otras chicas que estaban en el lugar… Busqué infructuosamente mi bombacha por todos lados pero no la encontré… Alguien la había escondido o tomado al parecer… Sí encontré mi remera humedecida y hecha un bollo sobre el piso: se me había caído en el momento en que Loana me había tomado de los cabellos para llevarme hacia el privado. La estrujé una y otra vez y la sequé lo más que pude con el secamanos… Limpié también lo más que pude el pis que pegoteaba mi cuerpo, pero era extraño… porque por otra parte era como que no quería limpiarlo del todo… era la orina de Loana y yo la tenía sobre mi cuerpo… una situación que ignoraba si se repetiría… Una vez que me coloqué la remera, abandoné el baño sin mirar hacia las chicas. Atravesé todo el buffet ante las miradas, una vez más entre incrédulas y divertidas, de la mayoría… y no pude evitar bajar la cabeza, pero seguí caminando a pesar de todo. No había rastros de Loana. Tampoco de Tamara. Busqué en la barra de bebidas en procura de encontrar mis útiles allí, pero no estaban… Una empleada del lugar, al captar mi búsqueda, rebuscó debajo de la barra y los extrajo, enseñándomelos; me los habían guardado. No sé si dije “gracias” o fui absolutamente descortés. En el estado en que me hallaba no puedo decirlo. Me fui simplemente…![]()

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Relato erótico: “El Club III” (POR XELLA)
No sabría decir exactamente lo que pasó al salir del Club. Sabía que cuando llegó a la habitación 157 allí estaba su ropa, incluso su lencería. Sabía también que había notado el frío aire de la noche al salir, y que al sentarse en el coche un grito de dolor se escapó de su boca. Un recuerdo de Javier el “rompeculos”, se dijo, mientras apretaba los dientes para soportarlo.
Se despertó a la mañana siguiente tirada boca abajo en el sofá del salón, no había sido capaz de llegar al dormitorio, ni siquiera se había quitado la ropa. Le costó un mundo levantarse, pero lo hizo y se dirigió a la bañera. Al quitarse la ropa pudo ver como tenía las piernas y el pecho lleno de semen seco, así como las bragas. Tiró la ropa a un lado y se sumergió en el agua cálida. El cuerpo le seguía doliendo, pero el baño mitigaba el dolor.
Estuvo horas dentro del agua, hasta que se quedó helada, entonces salió y comenzó a secarse. Maldijo a los dioses cuando vio como sus tetas todavía soltaban chorros de leche, ¿Hasta cuándo iba a durar eso?
Pasó el resto del día tumbada en su cuarto, con las luces apagadas, dándole vueltas a la cabeza. Estuvo rememorando cada momento que había vivido la noche anterior, se acordó del miedo, las dudas, la inseguridad, el sentirse desvalida y abandonada, la sensación de ser un pedazo de carne… pero también se acordó de la excitación que sentía, la sumisión, la curiosidad y… el placer…
No podía negarlo, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas y se decía a si misma que no, que era imposible, que simplemente era el fruto de la tensión a la que se había visto sometida no podía renegar de lo que había sentido. Se había excitado al sentirse dominada por Talía, por su ama, se había excitado al ser obligada a chuparle la polla a otro esclavo, le había excitado el miedo al castigo y sobre todo le había excitado el ser sometida. Recordaba como Javier y Rob la habían doblegado, le habían puesto en el lugar que le correspondía, que no era otro que el de una esclava y habían hecho de ella un mero juguete, una simple marioneta para su placer…
Aún sentía su culo palpitar de dolor, lo tenía irritado y enrojecido, pero ahora veía el sexo anal con otros ojos, había sentido un placer tan profundo… tan intenso… era completamente distinto a cualquier otra sensación que hubiera tenido antes, era un placer físico y mental, era como entregar hasta la última parte de su mente y de su alma, una entrega completa y total.
Se sorprendió a si misma acariciando su coño, con suavidad. Recorría con cuidado los pliegues de su sexo, mientras con su mente buceaba en sus recuerdos. No tardó en alcanzar el orgasmo, pero no se detuvo después, si no que continuó masturbándose hasta caer dormida de cansancio.
Su mente no abandonó los lujuriosos pensamientos mientras dormía, y se sumió en una retahíla de sueños húmedos que la hicieron sentirse culpable al despertar, culpable de no haberse acordado de su hija todavía, de haberla desplazado de su mente en favor de sus fantasías, ¿Cómo podía priorizar su placer por encima de la búsqueda de Lucía?
Entonces, su cerebro le jugó una mala pasada, una de esas jugarretas inconscientes en las que tu mente actúa por libre, que ocurren a veces y no podemos evitar y pensó en si Lucía también habría sido estrenada por Javier. La sola idea la aterrorizó y excitó a partes iguales, ¿es que se estaba volviendo loca? Apartó esa idea de su mente y a su pesar fue sustituida por otra, ¿realmente Javier podría estrenarla? ¿o su hija ya habría…?
¡No! Se obligó a pensar en otra cosa, cerró los ojos y respiró hondo, ¿qué podía hacer? Había perdido toda oportunidad de volver a entrar en el PomumVetitum, Talía le había dejado claro que no quería “esclavas de mercadillo”. Se planteó ir a la puerta del local hasta encontrarse con alguien, y recordó cómo le habían dado largas la primera vez. Entonces se le ocurrió algo. Era descabellado pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
Se levantó y corrió a por su móvil, buscó en el historial de llamadas y encontró su número.
Un tono. Otro más. Y otro. Lorena estaba impaciente, paseando de un lado a otro del cuarto. Entonces una voz contestó.
– ¿Qué quieres?
– ¡Talía! Necesito hablar contigo.
– Te dije que desaparecieras de mi vista.
– ¡No me cuelgues, por favor! ¡Espera…! – Lorena escuchó como su interlocutora aguardaba en silencio – Necesito tu ayuda para encontrar a Lucía.
– No me importa, intenté ayudarte desinteresadamente y no he conseguido nada más que desprecio y desobediencia por tu parte. Pensaste que esto era un juego y me ninguneaste y dejaste en ridículo.
– Lo sé, y lo siento. Ya se que no vas a aceptar ayudarme por nada, que no quieres más esclavas de mercadillo.
– ¿Y qué me ofreces entonces?
– Si me ayudas seré tu esclava a tiempo completo, sin condiciones.
Talía dejó pasar unos segundos, sonreía tras el teléfono, pero Lorena no podía darse cuenta de ello.
– ¿Eres consciente de lo que me estás ofreciendo?
– Si.
– Convertirse en esclava no es un juego, no será como ayer. A mis esclavas les exijo obediencia absoluta y sumisión plena.
– Si.
– Me pertenecerás completamente, tu cuerpo, tu mente, tu placer… tu dolor… ¿Estás dispuesta a ello?
– Si… ama – Contestó Lorena.
– De acuerdo. Te dejo el día de hoy para que cierres cualquier asunto que tengas pendiente, mañana a primera hora pasaré a buscarte y serás trasladada a tu nueva residencia.
– Si, ama – Lorena tragaba saliva, consciente del paso que estaba dando y lo que suponía.
– No hace falta que prepares equipaje.
Y tras esa frase Talía colgó.
Lorena se quedó quieta con el teléfono en la mano durante quién sabe cuánto tiempo, ¿Qué acababa de hacer? ¿Realmente estaba preparada para convertirse en una esclava de verdad? Todo esto lo hacía por su hija, pero era consciente de que ya no era un “juego” de una tarde como lo había sido el día anterior, se había ofrecido como esclava a tiempo completo, y no sabía si habría forma de revertirlo ¿Qué pasaría cuando encontrase a Lucía?
Le empezó a doler la cabeza y evitó pensar en eso, problemas del futuro – se dijo – ahora lo importante era que volvía a tener un hilo que seguir en la búsqueda de su hija.
——————————————————————-
Talía aparcó su coche en la puerta de la casa de Lorena, un enorme SUV plateado con las ventanas tintadas. Estaba satisfecha, todo estaba saliendo según había planeado. Había resultado bastante sencillo que Lorena se ofreciera ella misma como esclava, tenía todo planeado para llevarla a tomar esa decisión, pero la curiosidad de la mujer y la intervención de Javier y Rob habían acelerado y facilitado las cosas. Esa madurita era una sumisa de los pies a la cabeza, lo había notado desde el primer vistazo, y sólo hacía falta tocar las teclas pertinentes para despertar esa parte de su personalidad.
Le encantaba jugar con la mente de sus esclavas, moldearlas y pulirlas de tal manera que fuesen ellas las que creyesen que estaban decidiendo su destino, aunque realmente tenían el mismo poder de decisión que un perro al que le preguntas si quiere salir a la calle.
La joven bajó del auto y camino firme hasta la puerta de la casa.
Ding Dong.
Lorena se sobresaltó. Llevaba en un estado de nerviosismo desde el día anterior, no había pegado ojo y su cabeza había estado dando vueltas a su situación continuamente. Y ya estaba aquí, estaba a punto de cruzar el punto de no retorno, de abrirle la puerta a la que a partir de ahora sería su Ama (esa palabra resonaba en su mente, hacía eco y le producía un extraño vértigo en esos momentos), de entregarse totalmente a ella. Sentía miedo, nervios, curiosidad, ansiedad, deseo… Todos los sentimientos se arremolinaban en su estómago, sentía que iba a vomitar allí mismo, necesitaba gritar, cerrar los ojos, llorar, desaparecer, pero el único impulso que realmente sentía, el que dominaba a todos los demás, era una ansiedad por salir corriendo hacia la puerta y dejar entrar a su destino.
Intentó caminar recta y serena, ya no le dolía tanto el cuerpo como los días anteriores, agarró el pomo de la puerta y la abrió antes de que sus nervios la obligasen a esconderse en algún lugar de la casa.
Allí estaba ella, su ama, lucía unos sencillos vaqueros ajustados y una blusa negra, voluble y ligera, unas gafas de sol y unos botines de tacón.
– B-buenos días – saludó Lorena -. Pasa, por favor.
Pero antes de que acabase la frase Talía ya había entrado en la casa. Observó detenidamente el vestíbulo y entonces miró a Lorena de arriba a abajo. El tiempo parecía eterno para Lorena, no se atrevía a mirar a Talía a los ojos. No sabía si era sugestión al saber en lo que se estaba metiendo, pero la joven le imponía mucho más que en su anterior visita.
– Desnúdate – dijo Talía.
Lorena estaba preparada para eso, llevaba puesto un vestido florido de tirantes. Llevó su mano a uno de los tirantes y lo desanudó. Hizo lo propio con el otro, dejando que el vestido cayera a sus pies. Debajo del vestido estaba completamente desnuda. Talía sonrió para sus adentros, aunque no dejó entrever nada a su nueva esclava. Lorena se deshizo de sus sandalias y dio un paso al frente para liberarse del vestido por completo.
Talía se acercó a la mujer y la observó de arriba a abajo, acarició sus tetas y las sopesó. Unas gotitas de leche caían de los hinchados pezones. Introdujo la mano en su entrepierna y acarició su coño, comprobando su humedad, la rodeó y acarició su culo.
– Inclínate y separa tus nalgas – ordenó.
La esclava hizo lo que le decían sin dudar. Notaba como sus tetas, hinchadas todavía por las inyecciones que le pusieron, se balanceaban mientras se inclinó. Talía pasó un dedo desde el coño de Lorena hasta la raja del culo, y la pasó a través de ella. El ojete de Lorena estaba ligeramente enrojecido aún, pero ya no le molestaba. La joven volvió a situarse ante la mujer y, sujetándola de la barbilla le obligó a levantarse.
– Esta vez no es un juego – dijo, seria -. Si sales de esta casa conmigo no habrá marcha atrás, ¿Está claro?
– Si… – Talía taladró con la mirada a Lorena – …ama – finalizó ésta, al darse cuenta de su error. La joven suavizó la mirada.
– A partir de ahora te convertirás en mi esclava, 24 horas al día, 7 días a la semana. En cualquier lugar. En cualquier situación. Obedecerás cada una de mis órdenes sin rechistar, ¿Entendido?
– Si, ama.
– No permitiré rebeliones ni desobediencias por tu parte, y tampoco que salgas a curiosear – Lorena se sonrojó al escuchar esa acusación. se sabía culpable y quería remediar su error -. Por ello serás adiestrada.
Lorena levantó la mirada sorprendida y miró a su ama a los ojos. Al percatarse de su error bajó rápidamente la vista.
– ¿A-adiestrada? – Preguntó.
– No abras la boca si no eres preguntada. ¿Has entendido?
– Si, ama.
– Si. Adiestrada. Si vas a ser mi esclava tendrás que saber comportarte como tal, y estar preparada para atender todas y cada una de mis peticiones. Para ello seguirás un curso de adiestramiento. Hasta que no lo superes no continuaremos con la búsqueda de tu hija.
A Lorena le temblaron las piernas, ¿Cuánto tiempo podría ser eso? ¿Días? ¿Meses? ¿Años?
– Y ahora vamos, es hora de que empieces con tu nueva vida.
Talía se dirigió hacia la puerta. Lorena se agachó a coger el vestido.
– ¿Qué estás haciendo? – Le dijo la joven, volviéndose a mirar a su esclava.
– E-estoy cogiendo mi ropa…
– No necesitas tu ropa. Andando. – Talía le señaló la salida con la mano, el gesto severo de su cara indicaba a Lorena que no había opción a réplica.
Se le puso la carne de gallina, ¿pretendía que saliera desnuda a la calle? Cualquiera podría verla, llevaba muchos años viviendo en aquella casa, conocía a los vecinos y los vecinos la conocían a ella, siempre había sido una mujer respetable… – Pero ahora eres una esclava – le dijo una vocecita que salía de lo más profundo de su mente -, ya no eres la mujer respetable que una vez fuiste -. Sabía que se estaba entregando voluntariamente a aquella mujer, pero ilusamente había creído que eso no repercutiría en su vida privada – ¿Vida privada? ¡JA! -, veía como salir a la puerta de su casa desnuda era el primer paso de los muchos que tendría que dar a partir de ahora.
Avanzó lentamente, sin pensar y sin mirar a su ama. Abrió la puerta y la luz del sol bañó su piel desnuda, mientras que una ligera brisa la acarició distraídamente. Su piel se erizó ante la vergüenza y la excitación que sentía, alzó la vista y miró al despejado cielo que se mostraba ante ella.
– Camina hasta el coche plateado – Ordenó Talía.
Lorena puso un pie en el áspero suelo de la calle, y tras ese puso el otro. Era incómodo caminar así, podía notar cada imperfección del suelo en la planta de sus pies. Un paso más, y otro y después otro. No quiso mirar a los lados. No quiso comprobar si había alguien observando, el verlo con sus propios ojos habría sido demasiado.
Cuando llegó a la altura del coche sintió alivio, pero cuando intentó abrir la puerta trasera la encontró cerrada. El rubor acudió rápidamente a su cara, ¿Qué iba a hacer ahora? Se giro para buscar a Talía, que no había salido todavía de su casa, estaba ahí parada, observándola divertida. Ahora sí que miró a su alrededor, asustada. Había asumido que solamente sería un indecoroso camino hasta el vehículo pero, ¿por qué no le abría la puerta?
Vio como Talía cerraba lentamente la puerta de la casa y comenzaba a caminar con calma hacia el coche. Cada paso que daba se le hacía eterno. Cuando estaba a un par de metros de ella se paró y comenzó a rebuscar en su bolso.
– ¿Dónde habré metido las llaves? – preguntó con sorna – Mientras más prisa tienes por buscarlas más se esconden.
La cara de Lorena ardía, creyó que le iba a explotar de un momento a otro. Casi podía visualizar como Roberto, el anciano que vivía junto a su mujer, Violeta, en la casa de al lado, la observaba desde la ventana del salón, mientras llamaba a su mujer (¿Qué está haciendo la vecina, cariño? ¡Está loca!). Casi los podía oír en su cabeza. Casi podía ver también al chico de sus otros vecinos, Marco se llamaba, mirándola ansioso desde su habitación, estaba segura de que se estaría masturbando mientras la miraba, pues siempre la había mirado con deseo. Estaría asombrado e intrigado de por qué la soberbia madurita que vivía a su lado estaba desnuda en su jardín.
Ninguna de estas cosas estaban sucediendo, pero la avergonzada esclava no lo sabía y por su mente volaban todas las posibilidades.
– ¡Aquí están! – exclamó Talía sacando las llaves de su bolsillo – ¡Al final las tenía en el bolsillo! – Abrió el coche y Lorena se apresuró a entrar – ¿Dónde crees que vas, esclava? – El rubor que había subido a la cara de Lorena desapareció de golpe y se quedó pálida, estaba hablando a un volumen en el que cualquier persona que estuviese cerca habría oído llamarla esclava, y la vería obedecer sumisamente a continuación – ¿Crees que irás en el asiento de atrás tranquilamente mientras yo conduzco? ¿Qué crees que soy? ¿Tu taxista?.
Lorena salió del coche avergonzada y asustada, no sabía muy bien lo su ama quería que hiciera, así que simplemente se quedó ante ella, con la cabeza agachada. Talía se situó en la parte trasera del coche y abrió el maletero.
– Vamos, adentro – Dijo.
– ¿E-en el maletero?
– ¿No me has oído o es que eres corta de entendederas? Si, en el maletero, vamos.
Lorena avanzó dubitativa, casi trastabillándose. Se situó ante el portón trasero del coche y miró el interior del maletero, estaba recubierto con unas mantas acolchadas. En los lados colgaban correas y cuerdas, en cuyos extremos había grilletes de distintos tamaños, también acolchados por el interior.
La mujer entró donde le indicaba la joven. No le quedaba otra que colocarse hecha un ovillo pues, aunque el maletero era amplio, no era lo suficientemente grande como para estar estirada. Talía cogió las correas y comenzó a amarrar a su esclava con los grilletes. Lorena no hizo nada para evitarlo, pero estaba temblando aterrorizada ¿Dónde se estaba metiendo?
Los grilletes en sus muñecas, tobillos, cuello y cintura la mantenían casi inmóvil, en una posición bastante incómoda. A continuación, Talía le acarició suavemente la cara.
– Tengo que asegurarme de que no le pasa nada a mi nueva esclava durante el viaje, ¿Verdad?
La caricia continuó desde la cara hasta el cuello, para continuar por los pechos, pezones y vientre de la mujer. El cuerpo de Lorena reaccionó inmediatamente a la caricia de Talía pues, a pesar de la vergüenza y la humillación, la situación de salir desnuda a la vista de cualquiera la había excitado sin remisión. Se sentía completamente a merced de la joven, atada y desnuda como estaba, y notaba el contacto de su mano como si fuese lo único que existía en ese momento. Sabía el camino que había tomado la caricia y estaba deseando que llegara a su destino. Separó inconsciente sus muslos, o al menos lo intentó, pues las correas y grilletes no le permitían mucho movimiento.
Efectivamente Talía siguió con su caricia en dirección a la entrepierna de Lorena, pero en vez de continuar hasta su coño, simplemente lo bordeó y continuó su caricia por la cara interna del muslo. Al pasar la mano al lado del coño de Lorena pudo notar el calor que desprendía y un ligero gemido de decepción por parte de la mujer.
La joven recorrió la pierna de su esclava y al llegar al extremo abrió un pequeño compartimento en el maletero. Lorena no tardó en saber que había cogido. Una mordaza con un pene de plástico que fue obligada a tragar, y después le fue ajustada tras la nuca. No era muy grande (al menos no tanto como las pollas que tuvo que tragar en el Club), pero se le hacía bastante incómodo tener la boca ocupada de aquella manera.
Entonces Talía cerró el portón dejándola completamente aislada y a oscuras. Lorena pudo escuchar como su ama se montaba en el coche y arrancaba, alejándose del que había sido su hogar hasta entonces. Lo que la mujer no sabía era que nunca volvería a ver aquel lugar.
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Notó como el coche frenaba y se paraba, el viaje transcurrió durante un tiempo indeterminado para la percepción de Lorena, al principio intentó atender a los giros, baches y movimientos del coche para saber dónde se dirigían, pero en un par de minutos había perdido toda referencia.
El portón se abrió de repente dejando entrar una luz cegadora en el maletero. La mujer podía entrever la silueta de su ama a contraluz, que comenzó a liberar sus ataduras. Lorena bajó del maletero con los músculos entumecidos y entrecerrando los ojos aún, adaptándose al sol. Miró a su alrededor como pudo y vio que se encontraban en una amplia finca llena de jardines. El coche estaba aparcado en un camino asfaltado que atravesaba los jardines de tal manera que no se podía ver su comienzo, en cambio su final sí. Una enorme mansión se alzaba ante ellas.
La esclava se frotaba las muñecas en el lugar donde había tenido los grilletes mientras Talía cerraba el portón y el coche.
– Sígueme – dijo.
Y Lorena la siguió. La siguió por el camino de entrada hacia la casa, la siguió por la breve escalinata que había antes de la puerta principal, la siguió a través del doble portón de madera que daba entrada al lugar y entonces dejó de seguirla.
Dejó de seguirla porque no podía hacer otra cosa que mirar anonadada a su alrededor. Parecía que se encontraba en una película, pero no, allí estaba ella, de pie, desnuda, en un enorme vestíbulo con alfombras, murales, tapices, enormes lámparas que colgaban del techo… Eso no era una mansión, parecía un palacete. Dos accesos sin puerta, uno a cada lado del vestíbulo, daban acceso a otras salas, y ante ella se erigían unas amplias escaleras que llevaban al piso superior. ¿Quién era Talía realmente? En algún momento le había dicho que a El Club sólo tenían acceso personas de alto poder económico y social, pero no había pensado que Talía estuviese a ese nivel…
– ¿A qué estás esperando? – Talía se encontraba a mitad de las escaleras de subida, esperándola.
Lorena aceleró el paso para alcanzar a la joven, que continuó con la marcha.
– En el piso de arriba se encuentran los dormitorios – explicaba Talía -, tú dispondrás del tuyo propio, para las ocasiones en las que te haga falta utilizarlo – Esa frase dejó intrigada a Lorena, dejaba entrever que no en todas las ocasiones podría dormir en su cuarto -. Aquí está.
Talía se detuvo ante una sencilla puerta de madera, señalando con la mano el picaporte, indicando a su esclava que tenía permiso de entrar. Lorena abrió la puerta y vio un sencillo dormitorio con una cama en el centro, sin ventanas y con un pequeño armario empotrado. La cama era de hierro forjado estaba anclada a la pared y al suelo de forma que no se podía mover. A lo largo de la pared y en la cabecera y pies de la cama, había varias argollas que (no había que ser muy lista) servirían para encadenar a la esclava de igual manera que en el coche.
La dueña de la casa esperaba pacientemente en la puerta, dejando a su nueva esclava contemplar su cuarto, cosa que hizo con interés. Se acercó a la cama y tocó el colchón, parecía cómodo. A continuación se acercó al armario y lo abrió para ver el interior. Se llevó la mano a la boca al ver el interior, un gesto bastante cómico dada la mordaza que le impedía emitir cualquier sonido inteligible.
El armario se dividía en tres partes, en una había una barra con perchas, todas vacías. En otra había varios cajones, que más tarde vería que también estaban vacíos. Pero la que le llamó la atención fue la última zona. En ella había un completo arsenal de juguetes sexuales, penes de plástico de diferentes tamaños y colores, vibradores, grilletes, cadenas, fustas y látigos, mordazas, unas pequeñas pinzas que no quiso saber para qué servirían, cuerdas…
Un sudor frío comenzó a recorrer su nuca, bajando por su espalda, algunos de esos consoladores tenían un tamaño enorme, tanto de ancho como de largo, ¿Cómo podrían pensar que sería capaz de usar algo así?
– ¿Ves esos grilletes y ese collar? – Preguntó Talía. Lorena asintió – Esos serán los únicos objetos que podrás reconocer como de tu propiedad – la mujer observaba aquellos burdos trozos de hierro, pensando en las implicaciones de aquella afirmación -. Ponte los grilletes.
Lorena cogió los grilletes y los observó detenidamente, no pesaban mucho, pero tampoco eran ligeros. Estaban hechos de acero pulido y la parte interna recubierta de un acolchado para que no le saliesen heridas en la piel. El tacto era frío y suave constaban de una pequeña argolla para poder acoplar una cadena.
Se puso primero el grillete en la muñeca izquierda, escuchando un pequeño click que indicaba que estaba cerrado. Se observó la muñeca, el grillete se ajustaba perfectamente a ella, parecía hecho a medida. A continuación hizo lo propio con el grillete restante.
Lorena miró a Talía que la observaba impertérrita.
– Ahora el collar – la mujer cogió el collar, que era algo más fino que los grilletes, pero obviamente más grande para adaptarse al tamaño de su cuello. Le pareció que tenía un pequeño resplandor en la cara interna, pero no le dio importancia y se lo acercó al cuello – . Un momento – la detuvo la joven -. Quiero que entiendas que este es el último paso que vas a dar voluntariamente en tu vida. Si no te quieres poner ese collar todavía puedes no hacerlo, volveremos a entrar en el coche y te llevaré a tu casa de nuevo, nos olvidaremos de todo y no volverás a verme ni a tener contacto conmigo jamás. Volverás a cómo era tu vida antes de conocerme.
Lorena lo pensó. La última semana había sido un vaivén de emociones, la desaparición de Lucía, la aparición de Talía, el descubrimiento de un mundo nuevo, su jornada en El Club, el ofrecimiento de sumisión hacia Talía… Todavía podía olvidarse de todo aquello… Olvidarse de todo lo que había descubierto en los últimos días, los amos, los esclavos, El Club, las Pony Girl, las máquinas ordeñadoras, Javier el “rompeculos”… Y… y un nuevo mundo de placer, de orgasmos, de sumisión y de entrega… Las pistas sobre la localización de Lucía también se desvanecerían y sabía que, por lo que le había contado Talía y ella misma había visto con sus propios ojos, no habría manera de encontrarla.
Talía dejó escapar una amplia sonrisa en su rostro al ver cómo Lorena sellaba su entrega hacia ella y se ajustaba el collar al cuello. El mismo chasquido que sonó al ponerse los grilletes se reprodujo en esta ocasión, pero a la mujer le pareció un ruido lapidatorio, como el de un martillo golpeando en un yunque y forjando el último eslabón de la cadena que se ella misma se estaba poniendo.
Lorena bajó sus manos a la altura de su cintura y se situó frente a su ama, con la cabeza gacha en señal de sumisión. Ésta se acercó a ella y le acarició el pelo en un gesto paternal. La esclava se estremeció, cosa que no pasó desapercibida a Talía.
– Estás disfrutando de todo esto, ¿Verdad? – le dijo. Acto seguido pellizcó sin miramientos uno de los pezones de su esclava, haciéndola retorcerse y soltar un ahogado grito a través de la mordaza – Vamos, te enseñaré el resto de la casa y cuáles serán tus tareas.
Lorena caminaba tras su ama por la casa, mientras ésta le enseñaba la cocina, el salón, los baños, los dormitorios… ¡Incluso un gimnasio! Pasaron por delante de una puerta que estaba cerrada a cal y canto, y de la que Talía no hizo mención. Por último llegaron al cuarto de Talía. Era una estancia enorme y luminosa, con un baño a juego con el tamaño de la habitación.
– Este es mi dormitorio – Sentenció. Lorena miraba alrededor asombrada, parecía la habitación de una reina -. Ven aquí – ordenó la joven.
Acto seguido retiró la mordaza de la boca de su esclava, ante lo cual la mujer comenzó a mover la mandíbula de un lado a otro; la tenía acartonada.
– ¿Qué te parece tu nuevo hogar? – preguntó Talía.
– Es… Es maravilloso, ama.
– Tú serás la encargada de mantenerlo todo limpio y en perfecto estado – Lorena abrió los ojos por la sorpresa, por un lado la casa era enorme para hacerlo ella sola, y por otro… por otro creía que sus cometidos serían… distintos -. En el momento en el que vea que no haces bien tus tareas serás castigada, ¿Entendido?
– Si, ama.
– Te encargarás de despertarme por las mañanas y prepararme el desayuno, comida y cena. Cuando acabes tus tareas y yo no esté en casa, quiero que te ejercites en el gimnasio, una buena esclava tiene que estar en buena forma. Y si yo estoy en casa permanecerás a la espera de nuevas órdenes sin molestar, ¿Entendido?
– Si, ama – repitió Lorena, pensando que esto no era completamente lo que estaba esperando.
– También serás adiestrada para ser una buena esclava, yo seré quien te dará las nociones básicas – Lorena se puso nerviosa, eso daba a entender que el resto del entrenamiento correría a cargo de otra persona… -. Permanecerás completamente desnuda a no ser que se te ordene otra cosa, obviando por supuesto collar y grilletes. No tendrás permitido tener sexo con nadie sin mi permiso, ni siquiera tienes permiso para masturbarte – Lorena enrojeció, y un impertinente cosquilleo surgió en su entrepierna -. Tienes prohibido llegar al orgasmo sin pedir permiso, en caso contrario serás castigada ¿Te queda claro?
– Si, ama – La respiración de la esclava comenzó a tornarse más lenta y profunda.
– No tienes permiso para tomar ninguna decisión por ti misma. Sólo existes para obedecer a tu ama. Ya no tienes poder de elección, solamente existes para servir y para dar placer. Tu cuerpo no te pertenece, tu mente no te pertenece, ¿Entendido?
– Si, ama – Los pezones de Lorena estaban erizados, dejando caer lentamente gotitas de leche. El rubor dominaba su cara, las orejas le ardían, y su coño…
– Serás igual de servil con mis invitados como lo serás conmigo, les obedecerás y complacerás de manera que no tengan ninguna queja de ti, porque si tienen queja de ti, tienen queja de mí, y no quieres eso, ¿Verdad?
– N-no, ama – Lorena prestaba atención, pero cada vez le costaba más. La situación estaba comenzando a desbordarla.
– Serás entrenada por y para el placer. Tu boca, tu coño, tu culo – al escuchar esto la imagen de Javier vino a la mente de Lorena y, contrariamente a lo que quería pensar (“ya no tienes permitido pensar”), su cuerpo se estremeció -, tus tetas, sólo serán objetos a disposición de tu ama. Tú por completo sólo serás un objeto para servir a tu ama.
Talía observaba a Lorena, medía cuidadosamente sus reacciones y lo que veía la satisfacía. Aquella mujer era una sumisa de los pies a la cabeza…
Se acercó a un tocador y extrajo un pequeño dispositivo de uno de los cajones. Acto seguido se acercó a su esclava, acercó el dispositivo al collar y Lorena pudo escuchar un ligero PIP que surgió del mismo y notó un pequeño pinchazo en un lateral de su cuello.
El dispositivo era similar a un móvil, tenía una pantalla en la que comenzaron a aparecer datos.
– ¿Ves esto? – Preguntó Talía – Gracias a este cacharrito, que acabo de sincronizar con tu collar, puedo saber tu estado y tu localización en cualquier momento – Le enseñó la pantalla a la anonadada mujer. En ella aparecía la silueta de un cuerpo humano y diversos datos de cada zona: pulsaciones, temperatura corporal, nivel de la respiración, localización actual, agotamiento… -. Has notado un pequeño pinchazo en tu cuello, ¿Verdad?
– Si, ama. ¿Q-qué era?
– Se han introducido en tu torrente sanguíneo unas pequeñas nanomáquinas para controlar de mejor manera posible tu estado físico y mental.
– ¿Cómo…? ¿Para qué…? – Lorena comenzó a agitarse. Talía la miró de forma severa – ¿Qué vas a hacer con eso?
– El collar que llevas es un accesorio muy interesante… – dijo haciendo caso omiso a sus preguntas – Gracias a él puedo saber toda la información que necesito de ti, pero además, me permite hacer esto…
Talía tocó la pantalla y una fuerte descarga sacudió a Lorena desde el collar. La mujer gritó y cayó al suelo de rodillas.
– Creí haber dejado claro que no abrieses la boca si no eras preguntada – Lorena jadeaba en el suelo, acariciándose el cuello -. Levanta… ¡Levanta! – repitió la joven, al ver que la esclava tardaba en obedecer.
Volvió a tocar la pantalla un par de veces y una nueva descarga golpeó a la mujer, pero esta vez fue algo suave, casi como un toque de atención, pero fue suficiente para que la esclava se levantara casi de un salto. Tenía los ojos llorosos.
– Como verás, se puede regular la intensidad. Por tu bien, espero que no me obligues a usarlo – Lorena seguía frotándose el cuello, asustada.
Talía miró la pantalla, aquél aparato era maravilloso, podía ver como las pulsaciones de Lorena habían subido al recibir la descarga y cómo se estaba regulando al relajarse de nuevo, y también podía ver cómo la temperatura del coño de su esclava era más alta que la del resto de su cuerpo… Aquella zorra estaba cachonda a pesar de todo. Talía se sentó en la cama.
– Arrodíllate y ven hasta tu ama – Ordenó.
Lorena se tensó al momento y no tardó más de tres segundos en obedecer. Se acercó a gatas a su ama y se situó ante ella. La dolorosa sensación de las descargas en su cuello se había esfumado, ahora tenía la sensación de ser plenamente consciente de cada fibra de su cuerpo. Podía notar cómo los pelos de su nuca se erizaban, expectantes, cómo tenía los brazos y las piernas tensas por la espera, cómo su coño ardía y chorreaba. Una súbita vergüenza se apoderó de ella al notar incluso el aroma a sexo que se elevaba de su entrepierna, ¿También lo olería su ama? La miró de soslayo, sin mirarla.
– Quítame los zapatos.
La esclava retiró delicadamente primero un zapato y después el otro. Eran unos elegantes zapatos negros con un ligero tacón, sensual, sin ser atrevido. Los dejó perfectamente colocados a un lado.
Talía levantó el pie derecho y lo situó ante la cara de Lorena.
– Masajéalo.
La esclava tomó el pie entre sus manos. Talía llevaba puestas unas medias de nylon con motivos de pequeñas enredaderas, que hacían que el contacto fuese suave y delicado, Lorena se afanó en masajear como pudo, aunque nunca lo había hecho. Un ligero olor acre emanaba de los pies de Talía aunque, a pesar de resultar desagradable, no hacía más que encender a Lorena y hacerla sentir insignificante y sucia a los pies de su ama.
La esclava iba alternando entre los dos pies ante los gestos de Talía, y así estuvo cerca de media hora. En cierto momento Talía se levantó y, situándose al lado de Lorena, se deshizo de las medias en un movimiento grácil y sensual.
Lorena la miraba sin levantar la cabeza, viendo como después de las medias siguió la blusa, y después la falda. La respiración de la mujer se aceleró, le llegaba claramente el dulce aroma del coño de Talía, que estaba a escasos centímetros de su cara. Los recuerdos de su primer encuentro acudieron en tromba a su cabeza, aquel día comió un coño por primera vez en su vida, y para su sorpresa, lo había disfrutado. Lo había disfrutado tanto que la sola idea de repetirlo le aceleraba el pulso. No pudo evitar levantar la cabeza para observar el cuerpo de la joven que la tenía sometida, la que la había abierto la puerta a un mundo hasta ahora desconocido y prohibido.
Talía llevaba un conjunto de encaje morado claro, de tanga y sujetador de copa baja. Su figura era perfecta.
Cogió las medias que se había quitado y ató con ellas los brazos de Lorena a su espalda, a continuación volvió a sentarse en la cama. Nuevamente levantó un pie y lo situó ante el rostro de su esclava.
– Chúpalo.
Lorena, que esperaba tener que chupar otra cosa, se quedó confundida unos segundos pero estaba en tal estado de excitación que se repuso rápidamente y se dispuso a obedecer. Tímidamente acercó su lengua a los arreglados dedos de Talía, que lucían una manicura perfecta y estaban pintados de morado a juego con la ropa interior, y comenzó a lamer. Esperaba un sabor más fuerte pero, al igual que el olor, no era desagradable. La joven expuso la planta del pie y Lorena comenzó a lamerla, al principio con reticencias pero después con fruición. Llevaba su lengua del talón a los dedos, en un pie y en otro. Cuando su ama le ofrecía los dedos los lamía, los chupaba, se los introducía en la boca, los saboreaba. No dejó ni un centímetro de pie sin lamer.
– Suficiente – dijo Talía, mientras se levantaba. Con un rápido movimiento se deshizo del sujetador y a continuación se despojó del tanga -. ¿Habías hecho esto alguna vez?
– No, ama, nunca lo había hecho.
– ¿Te ha dado asco? ¿O has disfrutado? ¿Qué has sentido al hacerlo? Tienes permiso para hablar con libertad, esclava, quiero la verdad.
Lorena miró a su ama a los ojos, sopesando si de verdad tenía que ser sincera o si era mejor decir lo que su ama quería oír. Tras unos segundos llegó a la conclusión de que lo que realmente quería oír era la verdad. No creía que tuviese muchos momento para hablar con sinceridad en su nueva vida, así que aprovechó.
– Al principio… – Comenzó la mujer, dubitativa – Al principio sentí rechazo, no me resultan agradables los pies ajenos… el… el olor… – apartó ligeramente la mirada, avergonzada.
– Continúa – dijo Talía -, te pedí sinceridad y es lo que espero de ti.
– El olor era desagradable, aunque… no sé por qué… no me ha disgustado…
– ¿No te ha disgustado el olor de mis pies?
– No… incluso… incluso… – “me ha puesto cachonda” quiso decir, pero fue capaz de verbalizarlo.
Talía sabía perfectamente lo que estaba pasando por la cabeza de su esclava.
– ¿Has disfrutado haciéndolo? ¿Has disfrutado lamiéndome los pies?
Lorena apartó la mirada, pero no rehusó contestar.
– S-si, ama.
– ¿Si, qué?
– …Sí… He disfrutado lamiéndole los pies…, ama.
Lorena estaba cada vez más caliente, se sentía humillada y eso la estaba volviendo loca.
– Entonces tendrás que agradecerme que te haya permitido hacerlo, ¿No? Tienes que ser una esclava educada.
La mujer alzó la vista, ¿Quería que le dijera…? Si, claro que lo quería… Un paso más en la humillación, y van…
– M-muchas gracias, ama – dijo Lorena, entre dientes.
– ¿Muchas gracias por qué?
La mujer respiró hondo.
– Muchas gracias por dejarme lamerle los pies, ama – contestó la esclava.
Las palabras salían a trompicones de su boca, era curioso que le costase más trabajo decir esa frase que haberle lamido los pies a aquella joven.
– De nada – contestó Talía, divertida por la situación. Se sentó de nuevo en la cama, en el mismo lugar que antes -. Y si tan agradecida te sientes… ¿No deberías hacer algo por mí? ¿Para devolverme el favor?
Mientras pronunciaba esa frase, separó ligeramente las piernas. Los ojos de Lorena volaron al rosado coño de su ama. Estaba completamente depilado y brillaba por la humedad que rezumaba. La mujer se quedó paralizada, ahora sí, su ama estaba esperando que volviese a lamerle el coño y, para su vergüenza, Lorena también lo deseaba.
Se acercó de rodillas, era un poco difícil porque aún tenía las manos atadas a la espalda, y se inclinó hacia el regazo de Talía.
– ¡No, no, no! – canturreó la joven, parando el avance de Lorena con la mano – ¿Sin pedir permiso?
La mujer la miraba, una nueva humillación, un nuevo paso más en su descenso a los abismos.
– ¿M-me permite…? ¿Me permite que la… que la… lama… el… el … – Talía miraba con curiosidad – …coño, ama?
– ¿Quieres lamerme el coño?
– Si, ama.
– Podrás hacerlo, pero sólo si antes usas tu lengua en otro lugar – Talía se giró, poniéndose a cuatro patas y situando frente a la cara de su esclava su perfecto culo de ébano – ¿Quieres meter tu lengua en mi culo?
La mujer no daba crédito. Una lágrima resbaló por su mejilla. No podía esperar que dijese eso, que esas palabras saliesen de su boca, que la obligase a hacerlo, pero tener que pedirlo… verbalizarlo…
Pero sabía que no tenía opción, y que algo en el fondo de su alma le decía que tenía que hacerlo, que quería realmente hacerlo.
– Si, ama…Quiero… – ¿Por qué le costaba tanto decir las cosas? Ya le había comido el coño a aquella joven, incluso la había tenido a cuatro patas ante ella, aunque no había llegado a lamerle el culo, ¿por qué decirlo era tan difícil? – Quiero meter mi lengua en… – no iba a poder acabar la frase, no… – su culo…
Se estremeció. Al decir eso un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies, siendo perfectamente palpable el efecto que tuvo en su coño. Talía no dijo nada, simplemente se separó ligeramente las nalgas para mostrar al su esclava el pequeño manjar.
Lorena se inclinó ante el trasero de su ama y sacó la lengua lentamente. Las lágrimas descendían por sus mejillas, pero no era por lo que estaba haciendo, no era por sentirse humillada. Era porque lo estaba disfrutando. Se sentía culpable. ¿Cómo podía ella, una mujer respetable, estar disfrutando en esa situación? Sabía que las circunstancias la habían llevado hasta allí, el deseo de encontrar a Lucía, pero ¿De verdad tenía que disfrutar de ello?
Su lengua acarició el ano de Talía y pudo notar el tacto seco y rugoso. Recorrió el rosado agujero en movimientos circulares, degustando el peculiar olor y sabor que desprendía. No podía mantener bien el equilibrio sin manos, y acabó enterrando la cara entre las nalgas de la joven para no caer.
Poco a poco el sabor y el olor se disipó, ahora se había mezclado con el de su propia saliva (que por cierto había embadurnado su cara) y con el del coño de su ama, que tenía tan cerca… tan cerca…
Movía la lengua más rápido, con más soltura. El ojete de Talía se abría ligeramente debido al placer, palpitaba. Recordó lo que su ama le había pedido hacer.
Meter tu lengua en mi culo.
No lamer, ni chupar.
Meter.
Volvió a estremecerse.
Puso la lengua rígida y situó la punta en el agujero negro que tenía ante ella. Empujó ligeramente para vencer la leve presión que ofrecía el ojete y notó como éste cedía y abría paso a su lengua. La introdujo todo lo que pudo, notando como los músculos rectales de su ama presionaban y palpitaban alrededor de su lengua.
Talía gimió y movió las caderas adelante y atrás, indicando a Lorena lo que quería a continuación.
Y Lorena, espoleada por los gemidos de la joven, no puso objeción. Comenzó a meter y sacar su lengua en el culo de su ama, penetrándolo una y otra vez como si de una polla se tratase. Comenzó a dolerle la lengua, así que intercalaba las penetraciones con lamidas y besos.
Talía se agitaba, cada vez que su esclava metía la lengua echaba hacia atrás las caderas para lograr penetraciones más profundas, gemía, jadeaba. Separaba sus nalgas todo lo que podía, ofreciendo a Lorena una preciosa vista de su ano completamente expuesto, después la agarraba del pelo y la apretaba más contra su culo. En verdad estaba disfrutando del trabajo de su esclava.
Entonces, en un movimiento inesperado, la joven se tumbó, agitando aún las caderas por el placer, se puso bocarriba, se acercó al borde de la cama y se abrió de piernas.
– Está bien, puta, te has ganado tu premio – dijo mientras colocaba los muslos en los hombros de su esclava y cerraba las piernas tras su nuca.
Lorena se vio enterrada en el encharcado coño de Talía, atrapada entre sus piernas. El aroma de su sexo era poderosamente embriagador y se sumergió de buen grado en él, lo devoraba, lo degustaba y lo disfrutaba. Su mente se había ido y su excitación actuaba en su lugar, dejándose llevar por la lujuria.
Los gemidos de Talía inundaron la habitación, y no tardó mucho en alcanzar un sonoro y potente orgasmo que descargó en la cara de Lorena. Sin aflojar el nudo en el que tenía sujeta la cabeza de su esclava, alcanzó otro orgasmo más casi inmediatamente.
Pasaron unos minutos en los que la lengua de Lorena seguía lamiendo delicadamente el sexo de su ama, que seguía tumbada disfrutando de los últimos estertores de su orgasmo. Tras ese tiempo Talía soltó a la esclava y se levantó.
– Lo has hecho bien, perra – se agachó y le dio un suave beso en la frente que Lorena recibió con júbilo -. Ahora podrás ir a descansar, es suficiente para tu primer día, pero antes…
Talía obligó a Lorena a separarse de la cama y a pegar su cabeza al suelo. En esa posición, sus tetas quedaban colgando a la altura suficiente para que sus pezones rozasen el suelo, y su culo y coño quedaban totalmente expuestos a los deseos de su ama.
Lorena no hacía más que imaginar lo que venía a continuación y eso la ponía a cien. Talía se acercó al mueble a recoger algo y se acercó de nuevo a su esclava.
– Estás cachonda, ¿Verdad, puta?
– Si, ama – Lorena no contempló la posibilidad de mentir.
– ¿Has estado tan cachonda alguna vez?
– Uff… N-no, ama, nunca…
– ¿Y qué quieres que haga?
Talía comenzó a acariciar el coño de su esclava con un objeto de plástico.
Debe de haber cogido un consolador – pensó Lorena. Su respiración se aceleraba, quería sentirlo dentro, quería que la llenara quería…
– Quiero que me folle, ama.
No era ella la que hablaba, estaba segura de eso, ahora mismo no era capaz de controlarse a sí misma, era como si estuviese bajo los efectos del alcohol.
– ¿Quieres que te folle?
– Si, ama, por favor.
– ¿Quieres que te folle como la sucia perra que eres?
– Eeee… S-Si… quiero que me folle como… como… la sucia perra que sssoy.
Talía jugaba con el objeto en su coño, pero no llegaba a introducirlo en él. Lorena movía las caderas impaciente.
– Porque eso es lo que eres, ¿Verdad? Una sucia perra sumisa.
– Ssss-¡sí!, ¡Si, ama! – la mujer estaba perdiendo el control.
– En unos días has chupado coños, pollas, culos, has sido follada y enculada, y lo has disfrutado todas y cada una de las veces, ¿Cierto?
– Cierto, ama, l-lo he disfrutado.
– ¿Has disfrutado cuando me comías el coño?
– Si ama, he disfrutado *¡Ah!* – Talía introdujo el objeto en su coño y lo sacó – mientras le comía el coño.
– Y ¿has disfrutado obedeciéndome?
– Si, ama, he disfrutado obedeciéndola…
– ¿Disfrutaste cuando Javier empaló tu virgen culito?
La mención de Javier el “rompeculos” hizo que Lorena se estremeciese, pero sí, sabía que al final lo había disfrutado, casi más que cuando le follaron el coño.
– ¡Si! ¡Si! Lo disfruté, ama, ufff.
– Él también lo disfrutó. Y no me extraña: tienes un culo soberbio – Talía dejó de acariciar el coño de Lorena y situó el objeto a la entrada de su culo -, y quiero que esté preparado para cualquiera que quiera follarlo.
Haciendo un ligero esfuerzo, venció la resistencia que ofrecía el ojete de Lorena e introdujo de golpe lo que en realidad era un plug anal.
– ¡Ah! – gritó Lorena, mezcla de sorpresa y de dolor.
Talía le dio un pequeño azote y comenzó a desatarle los brazos.
– Ya puedes retirarte a tu habitación – dijo.
– ¿Y-Ya? – preguntó la esclava, confundida. Comenzó a incorporarse y a mover los brazos para recuperar la movilidad.
– ¿Algún problema? – Talía la miró fijamente, dándola a entender que no había lugar a réplica.
– N-no, ama, pero… ¿qué hago con… con esto? – preguntó, señalándose el trasero.
– Lo llevarás puesto en todo momento. Sólo te lo quitarás cuando hagas tus necesidades, momento en el que lo limpiarás y te lo volverás a introducir.
Lorena miraba incrédula, ¿la iba a dejar así de… de… cachonda? ¿y con aquello puesto?
– Como ya te he dicho (y no me gusta repetir las cosas dos veces), voy a entrenar tu culo para ser follado y dar placer, y para eso primero hay que acostumbrarlo a recibir objetos cada vez más grandes. Éste es el nivel dos del entrenamiento, pensé que gracias a la polla de Javier no haría falta empezar por el más pequeño, ¿No crees? – Lorena no contestó, estaba asimilándolo todo – Ahora quiero que vayas a tu cuarto y te des una ducha. Luego quiero que descanses bien.
Lorena estaba paralizada en medio de la habitación, no podía creerse que después de estar tan cachonda la dejase así.
– ¿A qué esperas? ¡Fuera!
La esclava se sobresaltó.
– ¡Si, ama! – respondió asustada, y salió a toda prisa de la habitación.
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Llegó a su cuarto casi a la carrera, quería encerrarse, gritar y llorar, pero lo que hizo fue obedecer y darse una ducha.
¿Qué he hecho para merecer esto? – pensaba – ¡He obedecido en todo! M-me he humillado y degradado ¡para nada!
“Tu placer no te pertenece, tu cuerpo no te pertenece” Le decía la vocecita dentro de su cabeza.
Gritó de rabia.
Se metió bajo el chorro de agua caliente mientras maldecía su suerte. Apoyó la frente contra la pared mientras las lágrimas de impotencia bajaban por sus mejillas. Comenzó a sollozar en silencio, se abrazó a si misma buscando algo de calor y comprensión, y… y lentamente comenzó a acariciarse.
No fue un acto consciente, simplemente su cuerpo demandaba ser atendido. Comenzó a acariciar su cuello, sus brazos, sus pechos. Jugueteó con sus sensibles pezones, los pellizcó y los estiró.
Una mano recorrió lentamente su abdomen, recorriendo la corta pero interminable distancia que la distanciaba de su coño. Cuando introdujo el primer dedo un gemido acudió inmediatamente a su boca, estaba al límite y no iba a tardar mucho en correrse. Introdujo un segundo dedo y un tercero. Notaba perfectamente como su culo se cerraba sobre el plug anal, y como se contraía sobre él a cada espasmo del orgasmo que se avecinaba.
Aumentó la velocidad, comenzó a gemir y a agitarse, ya venía, ya venía, ¡ya venAHHHHHHHHHH!
Un grito surgió de su boca cuando una enorme descarga recorrió su cuerpo. Cayó al suelo de la bañera gritando de dolor y agarrándose el cuello. Una tras otra se sucedían descargas eléctricas que la hacían retorcerse de dolor.
No pudo contar cuantas fueron, no supo cuánto tiempo estuvo tirada bajo el agua, pero al rato pararon, ¿Qué había pasado?
“Tienes prohibido llegar al orgasmo sin pedir permiso” resonó la voz de Talía en su cabeza.
Pensó en el collar, en las nanomáquinas, en el dispositivo de control… ¿Tanto control tenía sobre ella ahora?
Lloró. Lloró durante horas bajo la ducha hasta que se sintió agotada, momento en el cual salió, se secó y se metió en la cama, completamente desnuda.
No supo en qué momento se durmió, pero toda la noche soñó consigo misma desnuda y encerrada en una jaula, mientras desde fuera de ella, Talía, Zulema (aunque no sabía su aspecto, en el sueño sabía que era ella), Javier, Rob, Elsa, Lucía, su marido, sus vecinos, su familia, y todo el mundo la señalaba y se reía.
¿Dónde se había metido?
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Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (2 de 2)” (POR GOLFO)
Al día siguiente, la mano de mi esposa acariciando mi pene me despertó. Todavía medio dormido abrí los ojos y observé a María a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos. Me quedó claro que mi mujer no había tenido bastante con la sesión de sexo que habíamos compartido la noche anterior a pesar de los múltiples orgasmos que consiguió antes de caer dormida. En silencio, recordé el acoso al que me tenía sometido su hermana y como esa zorrita nos había estado espiando mientras hacíamos el amor. Ese recuerdo y sus lametazos hicieron que mi extensión se alzara y recibiera sus caricias con una gran erección.
“¡Sigue con ganas!”, satisfecho me dije al verla ponerse en cuclillas y sin hablar, recorrer con su lengua mi extensión.
Su maestría mamando quedó confirmada al notar como se recreaba en mi glande con suaves besos y largos lengüetazos al tiempo que con sus manos acariciaba suavemente mis testículos. La calentura que la embargaba era tal que ni siquiera tuve que tocarla para que mi mujer pusiera como una moto ya que dominada por un impulso extraño a esas horas, se estaba masturbando. Su lujuria la hizo jadear aún antes que consiguiera despertarme por completo y frotando su coño contra mi pierna, movió sus caderas en busca del placer hasta que fui espectador de su orgasmo.
Sorprendido pero encantado a la vez, presioné su cabeza contra mi miembro diciendo:
― Cómetela putita antes que tu hermana se despierte.
Mi permiso y la alusión a Alicia, hizo que María se introdujera mi pene en la boca sin mayor prolegómeno. Para entonces, mi esposa parecía estar poseída por un espíritu lascivo que le exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Con mi verga hasta el fondo de su garganta, le costaba respirar pero era tal su necesidad que no le importó y por eso abriendo sus labios, dio cobijo a mi extensión en el interior de su boca. Justo cuando sus labios rozaron la base de mi falo, sentí como todo su cuerpo volvía a temblar.
Totalmente excitada, me miró directamente a los ojos e incorporándose sobre el colchón, disfruté del modo que se empalaba. Su aullido al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina me terminó de despertar y antes que cambiar de opinión, me aferré a sus tetas y comencé un galope desenfrenado mientras acuchillaba con mi instrumento su interior.
― Me encanta― susurró descompuesta.
Aullando calladamente cada vez que mi verga recorría su conducto, me rogó que no parara. Su entrega se maximizó al experimentar un duro pellizco en ambos pezones.
― ¡Sigue mi amor! ¡Dame duro antes que se despierten!
Al oírla comprendí la razón de sus prisas, quería disfrutar lo más posible antes que la presencia de mi hijo y de mi cuñada lo hicieran imposible. Por eso y sin mediar palabra, la di la vuelta y poniéndola de rodillas sobre el colchón, la volví a penetrar de un solo empujón. La nueva postura le hizo gritar por lo que momentáneamente me quedé parado. Viendo mi interrupción y deseando más, mordió su almohada mientras movía sus caderas, informándome así que estaba dispuesta.
Contagiado ya de su calentura, la cogí de la melena y usando su pelo como riendas, galopé sobre ella a un ritmo infernal. Su coño totalmente encharcado facilitó mi salvaje monta y dando un sonoro azote sobre su culo, le exigí que se moviera. Mi ruda caricia la volvió loca y convirtiendo su sexo en una batidora, zarandeó mi pene con sus orgasmos como música de fondo.
―¡ Dios! ¡Cómo me gusta!― chilló sin dejar de menear su trasero.
Desgraciadamente en ese momento, escuchamos que Alejandrito se había despertado y no queriendo que nos descubriera follando, se separó de mí dejándome con el pito tieso e insatisfecho.
« ¡Mierda con el niño!», protesté al quedarme con las ganas de correrme y cabreado, me comencé a vestir mientras veía a mi esposa salir atándose la bata a poner el desayuno a nuestro hijo.
Al salir de la habitación me topé de frente con mi cuñada, la cual sonriendo se acercó a mí y aprovechando que María estaba en la cocina, murmuró en mi oído:
―Toda tu leche es para mí. He tenido que despertar al niño para evitar que siguieras tirándote a mi hermana.
Os juro que si no hubiese estado mi familia en ese piso, en ese momento hubiera cogido a esa guarra y la hubiese abofeteado para castigarla por esa jugarreta pero, en vez de ello, me tuve que tragar mi resentimiento y poniendo buena cara, ir a desayunar mientras escuchaba en mi espalda la carcajada de Alicia.
« Tengo que darle una lección o no me dejará en paz», mascullé más decidido que nunca a vengar esa afrenta.
Declaro la guerra a mi cuñadita.
Mientras me tomaba el café, resolví que tenía que pasar al contraataque cuando Alicia se sentó frente a mí y se puso a comer una tostada simulando que estaba mamando una verga. Su cara de puta y el modo en que me exhibía los pechos cada vez que María se daba la vuelta fueron la gota que derramó mi paciencia.
Hecho una furia dejé a las dos hermanas charlando animadamente y me fui a mi cuarto. Al pasar por la habitación que ocupaban mi hijo y mi cuñada decidí entrar a ver si hallaba una forma de vengarme. Al rebuscar entre sus cosas encontré un enorme consolador. Nada más verlo, se iluminó mi cara y retrocediendo mis pasos, volví a la cocina donde disimuladamente robé un bote lleno de chile cayena sin que ninguna de las dos se diera cuenta Ya de vuelta a su habitación, embadurné ese falo artificial con el picante sabiendo que si se le ocurría usarlo sin lavarlo previamente, Alicia vería las estrellas. Muerto de risa al anticipar su castigo, guardé el aparato dejando las cosas como estaban y esperé acontecimientos mientras me ponía a leer un libro en el salón.
Ajena a ese sabotaje, mi cuñada terminó de desayunar y se encerró en su cuarto. Os juro que al hacerlo nunca pensé que veía culminada mi venganza tan pronto. Sorprendiéndome por lo temprano que recibió su merecido, escuché un grito justo antes de ver saliendo a Alicia medio empelotas en dirección a baño. Sus chillidos de dolor alertaron a su hermana que preocupada comenzó a golpear la puerta mientras le preguntaba si le pasaba algo. Desde dentro, respondió que le había dado un tirón, sin ser capaz de reconocer que había sido objeto de una broma porque de hacerlo le tendía que reconocer que se había estado masturbando. Disfrutando cada uno de esos berridos, no me atreví a levantar mi cara de la novela para que mi esposa no se percatara que tenía algo que ver y por eso cómodamente sentado en ese sofá, me divirtió escuchar durante casi media hora correr el agua de la ducha, sabiendo que en esos instantes esa putilla estaría tratando de apaciguar el incendio provocado en su coño.
« ¡Qué se joda!», pensé y no deseando estar en ese apartamento cuando saliera, cogí a mi hijo y me fui con él a la playa mientras mi esposa esperaba a ver que le pasaba a su hermanita.
Como el edificio estaba en primera línea, en menos de cinco minutos ya había instalado mi sombrilla y extendiendo las toallas junto a ella, nos fuimos a nadar mientras me reconcomían los remordimientos al comprender que me había pasado. No en vano, sabía que en esos momentos Alicia estaría hecha una furia al saber que si tenía el chocho descarnado se debía a que yo había puesto algo en su consolador.
Bastante intrigado y preocupado por su reacción, desde la orilla continuamente me daba la vuelta para ver su llegada. A la hora de estar con mi chaval, observé que María y Alicia acababan de llegar a la playa. Curiosamente desde mi puesto de observación, las vi bromeando y cansado de estar solo, decidí aventurarme de vuelta.
Tanteando el terreno, pregunté a mi cuñada como seguía y entonces esa hipócrita luciendo la mejor de sus sonrisas, comentó que acalorada. Mi esposa que desconocía lo ocurrido no comprendió la indirecta y mirando en su teléfono la temperatura, comentó que no fuera exagerada que solo hacían veintiocho grados. Por mi parte, yo sí la cogí al vuelo pero no dije nada y haciéndome el despistado, me tumbé a tomar el sol mientras las dos mujeres se iban a dar un chapuzón.
Ni siquiera me había dado tiempo de cerrar los ojos cuando escuché que Alicia volvía de muy mala lecha. Al preguntarle que ocurría, indignada me contestó:
― Lo sabes muy bien, ¡maldito! En cuanto he entrado al agua, la sal me ha empezado a picar y he tenido que irme corriendo hasta las duchas― tras lo cual recogió sus cosas y casi gritando me informó que eso no se iba a quedar así, mientras volvía al apartamento.
Viéndola marchar, no pude contener una carcajada al percatarme que, con su chumino irritado, tenía que andar con las piernas abiertas. Mi cuñada al escuchar mi risa, se dio la vuelta y llegando ante mí, me soltó:
― Te odio pero no por lo que crees― y separando con sus dedos un poco su braguita, me enseño su sexo mientras me decía: ―Mira, lo tengo tan inflamado que cada vez que rozan lo pliegues contra mi clítoris, creo que me voy a correr. Tú ríete pero lo único que has conseguido es ponerme más cachonda.
Desde la toalla, me quedé callado sin ser capaz de retirar la vista de esos labios gruesos y colorados que me estaba mostrando. No comprendo aún como me atreví a soltar en ese momento:
― No me importaría darles un par de lametazos.
Alicia al escuchar mi burrada, se indignó pero justo cuando iba a responderme con otra fresca, se lo pensó y cambiando su tono altanero por uno totalmente sumiso, contestó:
― Nada me gustaría más que te comportaras como mi dueño. Si al final decides hacerlo, ¡te espero en el piso!
Su propuesta me calentó de sobremanera pero temiendo las consecuencias, me excusé recordándole que era su cuñado. Mis palabras le hicieron gracia y pegándose a mí me respondió que eso no me había importado en el cine mientras disimuladamente acariciaba mi verga por encima del pantalón.
― Nos pueden ver― protesté más excitado de lo que me hubiese gustado estar.
Entonces con una alegría desbordante, me recordó su oferta y despidiéndose de mí abandonó la playa, dejando mi pene mirando al infinito y a mí valorando por primera vez su proposición, debido a cambio que intuí en ella cuando se refirió a como su dueño.
« ¿Será sumisa?», me pregunté dejando mi imaginación volar.
Unos diez minutos más tarde, Alicia y Alejandrito volvieron del agua. Mi esposa al no ver a mi cuñada, me preguntó si había discutido con ella. Disimulando, le contesté que no y que su hermana había regresado por que no se sentía bien. Más tranquila, fue cuando me pidió si podía ir a ver como estaba, diciendo:
― No te importaría ir con ella por si necesita algo mientras le doy de comer al niño.
― Me dijo que se iba a acostar― mentí no queriendo cumplir su deseo porque eso significaría quedarme a solas con ella.
Mi respuesta no le satisfizo y fue tanta su insistencia que no me quedó más remedio que obedecer no fuera a ser que se oliera lo que realmente ocurría. De vuelta al apartamento, estaba intrigado pero también interesado por saber si realmente mi cuñadita andaba en busca de alguien que la dominara y que al verme me obligara de alguna forma a cumplir su capricho. Por eso al entrar lo hice en silencio. Al ver que no estaba en el salón, estaba a punto de marcharme cuando la vi salir de mi cuarto portando entre sus manos los calzoncillos que había usado el día anterior.
Su expresión de vergüenza al verse descubierta oliendo mis gayumbos me hizo reír y recreándome en su bochorno, decidí comprobar ese extremo. Sin tenerlas todas conmigo, me acerqué a ella diciendo:
― Eres más puta de lo que creía― para acto seguido coger uno de sus pezones entre mis dedos.
Alicia no pudo reprimir un gemido al notar el suave pellizco con el que regalé a su areola. El rostro de mi cuñadita se iluminó de felicidad por ese rudo tratamiento y antes de que me diera cuenta, se arrodilló a mis pies mientras bajaba mi traje de baño.
― ¡Quiero mi ración de leche!― tras lo cual acercando su cara, frotó mi sexo contra ella mientras me decía que iba a dejarme seco.
Viendo que no me oponía, la hermana de mi mujer abrió sus labios y mientras acariciaba mi extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Como comprenderéis, mi erección fue inmediata y ella, una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, se puso a lamer con desesperación mi glande, hasta que viendo que ya estaba listo, me sonrió diciendo:
― ¿Si te la mamo, luego me vas a follar?
Comprendí que iba a ser objeto de una mamada que le iba a dar igual lo que dijera y por eso, separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Mi cuñadita ya se había incrustado mi verga hasta el fondo de su garganta cuando mi móvil empezó a sonar dentro de mi bolsillo.
Al sacarlo, vi que era mi mujer y antes de contestar, le dije:
― Es tu hermana.
Alicia no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo. Estaba contestando justo cuando esa zorrita, decidió recoger en su boca mis testículos. Confieso que me dio morbo experimentar la calidez de su boca mientras hablaba con su hermana por teléfono.
« ¡Será Puta!», me dije mientras le explicaba a María que Alicia ya se sentía mejor pero que me había pedido que le preparara un té.
Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, me rogó que esperara a que se lo tomara no fuera a sentarle mal.
― No te preocupes, esperaré a que se lo haya bebido― respondí mientras la morena intentaba absorber la mayor superficie posible de mi miembro en su interior.
Antes de colgar, me dio las gracias por ocuparme de Alicia. Entre tanto su hermana se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé alucinado por la destreza con la que estaba ordeñando mi pene.
― Eres una puta mamona― susurré mientras le acariciaba el pelo, satisfecho.
― Lo sé― respondió reanudando esa felación con mayor intensidad aún.
Usando su boca, su lengua y su garganta, mi cuñada buscó mi placer con un ansia que me dejó perplejo. Alternando lametazos con profundas succiones, elevó mi temperatura hasta que viendo que no podría contener más mi eyaculación le avisé que me corría. Entonces y solo entonces, se la sacó y mientras permanecía con la boca abierta, chilló diciendo:
― Llena mi cara con tu semen.
La lascivia de su deseo terminó de derrumbar mis defensas y explotando de placer, embadurné su rostro con mi lefa mientras ella lo intentaba recoger con su lengua. Ya con todas sus mejillas llenas de mi leche, se volvió a embutir mi miembro buscando ordeñar hasta la última gota. El morbo de su acción me impelió a agarrar su cabeza y olvidando cualquier rastro de cordura, follarle la garganta una y otra vez hasta que mis huevos quedaron secos.
Satisfecho, saqué mi verga de su interior y fue entonces cuando sentándose en el suelo, Alicia volvió a sorprenderme al coger los restos de mi placer y separando sus piernas, empezar a untarse sus adoloridos labios mientras me decía:
― Ya que fuiste el causante de mi escozor, será tu leche la que me calme.
Tras lo cual se empezó a masturbar, teniéndome a mí como mero espectador. Su cara de lujuria me estaba volviendo a excitar cuando recordé que debía volver junto a mi esposa para que no se mosqueara. Por eso, acercándome a esa putilla, la obligué a levantarse y forzando sus labios con mi lengua, la besé al tiempo que dando un repaso con mis manos sobre su trasero, le decía:
― Me tengo que ir pero este culo será mío.
Alicia comportándose como una niña enamorada, se pegó a mí y contestó:
― Ya es tuyo, solo tienes que tomar posesión de él.
La sinceridad con la que proclamó que era mía, me asustó y saliendo del piso, retorné junto a mi familia sabiendo que tarde o temprano, reclamaría mi propiedad…
Un hecho fortuito acelera todo.
Ya estaba entrando a la playa cuando mi móvil empezó a sonar. Era María, quien bastante nerviosa me informó que estaba en el puesto de la cruz roja. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que un pez escorpión le había clavado su aguijón a Alejandrito y que le estaban curando. Como comprenderéis directamente me fui a ver a mi chaval porque aunque esa picadura no era grave, la había sufrido en mi propia carne y sabía que era muy dolorosa.
Tal y como me imaginaba, mi crio estaba llorando desconsoladamente cuando hice mi aparición en la tienda de campaña donde estaba instalado el puesto de socorro.
― Tranquilo cariño, sé que duele― le dije viendo que su madre no podía calmarle.
El muchacho no dejó de berrear mientras el enfermero de guardia limpiaba su herida, de forma que al terminar y todavía con lágrimas en los ojos tuve que llevarlo en mis brazos hasta la casa. Una vez allí, le tumbamos con el píe en alto en el salón para que al menos pudiese ver la tele mientras los tres adultos nos alternábamos para que nunca estuviera solo.
Curiosamente, su tía fue sumamente cariñosa con él y sin que ni su hermana ni yo se lo tuviésemos que pedir, se desvivió en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Le dio igual el tenerse que levantar un montón de veces bien por agua, bien por un dulce. Olvidándose de su carácter voluble, Alicia se comportó como si ella fuese su madre. Su transformación fue tan total que no le pasó desapercibida a María que llevándome a un rincón, me comentó en voz baja:
― ¿Qué le pasa a esta? ¡Parece hasta buena persona!
Muerto de risa, contesté:
― Le debe haber cabreado que le picara a él en vez de a mí.
Mi esposa sonrió al oírme pero rápidamente me amonestó por meterme con su hermana diciendo:
― Alicia te quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo.
Sus palabras me hicieron temer que estuviera con la mosca detrás de la oreja y que empezara a sospechar que entre mi cuñada y yo existiera un lío. No queriendo que discurriera la conversación por esos términos, insistí medio en guasa:
― Claro que me quiere. ¡Me quiere bien lejos!
Temiendo que en parte tuviera razón y Alicia me odiara, María dio por cancelada la discusión al decirme:
― No seas malo, ¡es mi hermana!
Durante el resto de la tarde no hubo nada que destacar de no ser lo meloso y necesitado de cariño que se comportó Alejandrito. El problema fue tras la cena cuando el niño insistió en dormir con su madre. Al principio mi mujer se negó recordando que no estábamos en casa y que solo había dos camas pero cuando la hermana pequeña de mi mujer intervino diciendo:
― De eso nada, tu niño te necesita. No me pasará nada por compartir mi cama con tu marido.
Os juro que me sorprendió su ofrecimiento pero temiendo la reacción de María, rápidamente dije:
― No te preocupes, puedo dormir en el sofá.
Increíblemente, mi esposa dio la razón a mi cuñada recordándome que ese sillón estaba roto. La puntilla la dio Alicia al soltar medio en broma:
― ¿Temes acaso que intente violarte?
La carcajada de María terminó con mis reticencias y a regañadientes acepté dormir en la habitación de su hermana, aunque en mi interior lo deseaba. El problema era que sabía a ciencia cierta que me la iba a follar y temía que alertada por el ruido, María nos descubriera…
Por fin hago mía a esa putilla.
Nervioso pero simulando una tranquilidad que no tenía, tras la cena me puse a ver la tele abrazado a mi esposa mientras mi cuñada se sentaba en el suelo. Durante las dos horas que tardó la película, por mi mente pasaron multitud de imágenes anticipando lo que iba a suceder en cuanto me fuera a la cama en compañía de Alicia. Algunas eran agradables como cuando la imaginaba con mi verga incrustada en su culo pero también os tengo que reconocer que tuve otras francamente preocupantes, en las que mi mujer nos pillaba jodiendo y nos montaba una bronca sin par.
Mis temores se fueron incrementando con el transcurso del tiempo al advertir que Alicia se removía continuamente en su asiento, muestra clara que a ella también le estaba afectando la espera. Su histerismo era tan patente que no me extrañó que faltando cinco minutos se levantara y saliera rumbo a la cocina. Lo que no me esperaba fue que volviera con una bandeja con un vaso de leche y unas galletas, los cuales ofreció a su hermana.
Mi mujer que siempre acostumbraba beber una taza antes de acostarse, le dio las gracias y sin dejar de mirar la tele, dio buena cuenta de lo que había traído. La sonrisa que descubrí en mi cuñada mientras su hermana bebía, me alertó que algo le había puesto en su bebida.
« ¡Le ha dado un somnífero!», supuse recordando su carácter manipulador.
La confirmación de ello vino a modo de bostezo cuando sin que hubiese acabado la película, María se despidió de mí aduciendo que estaba cansada. Lo curioso es que junto con ella también se marchó mi cuñada dejándome solo en la tele.
Confieso que desde ese momento me empecé a poner cachondo porque sabía que en pocos minutos iba a compartir sábanas con Alicia. Solo imaginar sus tetas dentro de mi boca hizo que mi verga se despertara bajo mi pantalón y meditara el irme a por ella. Pero la cautela hizo que esperara un rato antes de levantarme e ir a su habitación.
Al apagar la tele, primero fui al cuarto de mi esposa para darle un beso culpable de buenas noches pero María no me respondió porque estaba dormida. Ya tranquilo al saber que estaba noqueada, fui a encontrarme con mi cuñada. Nada más abrir su puerta y gracias a que tenía la luz encendida, supe que seguía en el baño por lo que tranquilamente me puse el pijama y esperé a que llegara.
Alicia todavía tardó unos cinco minutos en aparecer y cuando lo hizo me dejó totalmente desilusionado porque venía vestida con un camisón de franela que parecía una coraza. Su vestimenta me hizo creer que no iba a ser tan fácil el tirármela y más cuando se metió entre las sábanas sin siquiera dirigirme la palabra.
« ¿Esta tía de qué va?», me pregunté al ver su actitud distante y conociendo su carácter voluble, decidí apagar la luz y ponerme a dormir.
Llevábamos un cuarto de hora acostados cuando esa zorrita decidió dar el primer paso y acercando su cuerpo al mío, comenzó a restregar su culo contra mi sexo. Cómo os imaginareis dejé que siguiera rozándose contra mí durante un rato antes de responder a sus arrumacos. Viendo que ya estaba excitada, posé mi mano en una de sus piernas y comencé a subir por ella rumbo a su culo. Mi cuñada al sentir mis dedos bajo su horroroso camisón, gimió calladamente mientras incrementaba el movimiento de sus caderas.
― ¿Estás bruta?― susurré en su oído justo al descubrir que no llevaba bragas.
Alicia no contestó pero con sus duras nalgas a mi entera disposición, eso no me importó y seguí recorriendo con mis yemas sus dos cachetes mientras ella seguía suspirando cada vez más.
«¡Menudo culo tiene la condenada! », me dije al acariciar esa maravilla.
Para entonces, tengo que confesar que estaba verraco y con mi pene tieso, por eso olvidando toda prudencia lo saqué de mi pijama y lo alojé entre sus piernas sin meterlo mientras llevaba mis manos hasta sus pechos. Mi cuñada al sentir el roce de mi glande entre los pliegues de su coño protestó intentando que se lo incrustara.
― ¡Quieta!― le exigí― ¡Te follaré cuando yo decida!
Mi tono paró de golpe sus maniobras pero no consiguió acallar los sonidos que salieron de su garganta al experimentar el pellizco que solté en uno de sus pezones, como tampoco evitó que su sexo se inundara. La humedad de su vulva abrazó mi verga, facilitando el roce con el que estaba estimulando su lujuria.
― ¡Tómame ya! ¡Lo necesito!― aulló sin percatarse que aunque mi esposa estaba sedada, mi hijo podía despertarse con su gemido.
Su imprudencia me encabronó y levantándome de la cama, busqué el cajón de su ropa interior. Una vez lo había localizado, cogí una de sus bragas y volviendo a la cama, se la metí en la boca diciendo:
― Así no podrás gritar mientras te follo.
Su cara de sorpresa se incrementó cuando al volver al colchón, la puse a cuatro patas y sin darle opción a quejarse, le clavé mi extensión en su interior de un solo golpe.
―…ummmm..― rugió calladamente satisfecha de haber cumplido su capricho y posando la cabeza contra la almohada, levantó su trasero facilitando mis maniobras.
La entrega de mi cuñada me permitió ir lentamente acelerando el vaivén con el que con mi polla la iba acuchillando hasta que el lento cabalgar de un inicio se transformó en un alocado galope. Usando a Alicia como montura, cabalgué sobre ella una y otra vez mientras ella se retorcía de placer entre mis piernas al sentirse llena. Entonces y solo entonces, empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta y comportándose como una yegua, relinchó calladamente al notar que usaba sus dos ubres como agarre. El tenerla amordazada con sus bragas, evitó escuchara sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero increíblemente al no poder chillar, mi cuñada se lanzó como posesa en busca de su placer.
― ¡Te gusta!― le grité al escuchar el chapoteo que producían mi verga cada vez que entraba y salía de su encharcado coño.
Ya lanzado, agarré su melena a modo de riendas y azotando sin hacer ruido su trasero, le ordené que se moviera. Esos azotes impensables dos días antes, la excitaron aún más y por gestos, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, decidí putearla y sacando mi polla de su interior, me tumbé sobre la cama diciendo:
― Quiero que te empales como la puta que eres.
Con su respiración entrecortada obedeciendo, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro, reiniciando nuestro salvaje cabalgar. Sus pechos botando arriba y abajo siguiendo el compás con el que se ensartaba hizo nacer mi lado ruin y pegando otro pellizco en una de sus areolas, le ordené:
― Muéstrame lo zorra que eres. ¡Bésate los pezones!
Mi sumisa cuñada nuevamente me obedeció y cogiendo sus tetas las estiró hasta llevar los pezones hasta su boca. Una vez allí, se sacó las bragas que le había colocado y sonriendo comenzó a lamerlos mientras seguía saltando como loca sobre mi pene. La lujuria que descubrí en su cara fue el detonante para que creciendo desde el fondo de mi ser, un brutal orgasmo se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su sexo.
Alicia, al sentir que mi semen encharcaba su ya de por sí húmedo conducto, incrementó sus embestidas. Todavía seguía ordeñando mi verga cuando esa guarra empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se dejó caer sobre mí y acercando su boca a mi oído, me susurró:
― Gracias, mi amor. Llevaba años deseando ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado porque siempre había supuesto que me detestaba y jamás supuse que era una forma de evitar el demostrar su atracción por mí. No creyendo sus palabras, le exigí que se explicase:
― Siempre había envidiado a María por ser tu mujer pero lo sufría en silencio. No fue hasta hace un mes que le confesé a mi hermana que estaba enamorada de ti.
Saber que mi esposa lo sabía y aun así permitió que me acostara con ella, me hizo comprender que entres esas dos me habían manipulado. Mosqueado, le solté:
― ¡Entonces no la has drogado!
Soltando una carcajada, me respondió:
― ¡Por supuesto que no! – y levantándose de la cama, sonrió al decirme: ― Voy a buscarla. ¡Está esperando que le avise que ya puede entrar!
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
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Relato erótico: “El eslabón débil de la cadena (completo)” (POR XAVIA)
-No puedes pedirme eso. Es demasiado.
-Puedo hacer lo que me dé la gana…
-Es el doble de lo que le pagaba a Suárez. No puedo pagar tanto.
-Podrás. -Levanta la mano para que no responda, mirándome arrogante, como el lagarto al mosquito que se va a zampar. -Suárez es historia. Tienes una casa que funciona a las mil maravillas, con cinco chicas fenomenales, buena clientela y contactos. Podrás pagar. Sé que pagarás. Ambos lo sabemos.
Trato de mantenerme segura, tragarme la indignación, sentada tras mi escritorio aparentando ser la empresaria que afirmo, pero acabo bajando la mirada. La de Atilio, el nuevo comisario, se mantiene altiva, mientras sus labios se abren ligeramente en una asquerosa mueca de soberbia.
-Por ser el primer mes de nuestra nueva relación, te doy una semana para reunir el dinero. -Su tono no me deja alternativa. -El martes que viene. Además, vendré acompañado de uno o dos amigos, así que estaría bien que me reservaras a tus chicas un par de horas, digamos de 10 a 12 de la noche, para confirmar que la mercancía es tan buena como dicen.
Aunque debería indignarme, este punto es el menos dañino para el negocio, pues es habitual que algunos polis, no sólo los corruptos, disfruten de servicios gratis, pero lo indignante viene a continuación:
-¿Qué te parece si celebramos nuestra nueva y fructífera relación con una copa? -se regocija mirando hacia el surtido mueble bar que tiene en la pared de enfrente, a mi izquierda. Por qué no, mascullo entre dientes levantándome para servirle y que se largue pronto de mi despacho.
El comisario Atilio se mantiene cómodo, sentado en el sofá de dos plazas blanco, esperando que le tienda el Chivas con dos hielos que me ha pedido. Yo no tomo nada. Sonríe, cuando se lo tiendo, para añadir, que sí vas a tomar algo.
-Como muestra de buena voluntad, y como prenda por la semana que te doy de cuello, ¿qué te parece si te arrodillas y me demuestras de qué eres capaz? -Niego rotundamente, ya no hago eso, exclamo indignada, pero él ha abierto las piernas, separándolas, sin perder su reptiliana mirada, copa en mano, para ordenar. -No es una pregunta.
***
-Tengo que parar esto como sea. No lo aguanto más.
-¿Cómo vas a hacerlo? -responde Julián. No me fío de nadie, en este negocio no debes hacerlo, pero él siempre ha estado allí cuando le he necesitado.
-Para eso te he llamado, para que me eches una mano. Estoy desesperada.
-Pues no sé qué puedo hacer. No te conviene enfrentarte a Atilio. Es el comisario jefe de la provincia, tiene mucho poder, puede cerrarte el negocio cuando le dé la gana… incluso mandarte a la cárcel.
-¿Crees que no lo sé? -me lamento desolada. Los asientos delanteros de la berlina del detective que se encarga de mi seguridad huelen a nuevos, pero a mí me saben a amargura. -Si no fuera quién es, lo hubiera mandado a la mierda, cómo hice con el regidor de urbanismo que se creía todopoderoso.
-Pero esto es distinto.
-Claro que es distinto -exclamo levantando la voz. -Tan distinto que debo pagarle 4.000€ cada mes, puntualmente, cifra que pone en riesgo la rentabilidad del negocio. Viene cuando le viene en gana con tres o cuatro maderos más para divertirse. Cada semana, reserva a las chicas, a todas, un par de horas. ¿Así cuando quieres que trabajen? -Suspiro, tratando de calmarme y tomar fuerzas. -Pero eso no es lo peor. Se cobra una propina, cada vez que viene a cobrar.
-¿Contigo? -pregunta preocupado. Asiento débilmente, avergonzada. -Hijo de puta.
***
-Lo del viernes pasado no puede volver a suceder -afirmo categórica tendiéndole el sobre. Me mira desafiante, orgulloso, sentado en su sofá, según lo ha bautizado. Me dirijo al mueble bar, tomo los dos hielos sobre los que he escupido antes de que llegara para decorar su copa, la lleno hasta la mitad de Chivas y me vuelvo hacia él sin dejar de hablar, tan segura de mí misma como soy capaz de mostrar. -Vero estará en el hospital toda la semana. Pierdo facturación sin ella y si no vendo tú no cobras.
-Te equivocas nena. -Así me ha llamado las cuatro veces que ha venido a cobrar. -Yo siempre cobro. Es tu problema si alguna chica se pone enferma o tiene algún percance.
-¿Percance? -grito indignada, pero me corta llevándose el dedo índice a los labios, antes de que pueda recriminarle que uno de sus amigos, el Gorila, quiso meter algo metálico lleno de balas dónde no cabe.
Por toda respuesta sólo oigo, venga nena, ¿qué haces aún de pie?
***
-El tío está limpio. -¿Cómo? exclaman mis cejas arqueándose. -Legalmente limpio, me refiero. Cobra 2.954€ netos cada mes como comisario en jefe de la provincia además de las dietas propias del cargo, unos 600 o 700 € más, según el mes. Tiene 32.789€ ahorrados en una cuenta conjunta con su mujer y paga religiosamente todas las facturas. Escolares, impuestos, servicios y lo que venga. No hay rastro del dinero negro que le pagas, pero tiene que tener una caja fuerte en casa, pues no le he visto llevarlo a ninguna caja de caudales de un banco, algo lógico. Un poli no podría explicar para qué necesita una. Tampoco su mujer lo ha hecho, aunque dudo que ella esté en el ajo. Sólo es una maestra de primaria.
-Tiene que haber algún punto por el que podamos pillarlo.
-Por aquí no. Me estoy trabajando a los compañeros del cuerpo. Como cualquier mando tiene detractores, pero no son importantes. Además, sus cifras de detenciones y decomisos son muy buenas, así que los jefes lo tienen en un pedestal. En el cuerpo es intocable.
-¿Entonces?
-Entonces se me ha ocurrido tirar de dos hilos. Uno es Suárez, el antiguo comisario, averiguar por qué cayó y si le tiene ganas. Tal vez por allí podríamos encontrar algo, pero el tío se ha prejubilado y como bien sabes no era trigo limpio. -Ya, afirmo sin confiar en esa pista. ¿Y el otro hilo? -El otro hilo es el Club Esmeralda. Creo que también les extorsiona.
-No cuentes con ellos. Es posible que ellos mismos se hayan ofrecido a pagarle a cambio de hacer la vista gorda cada vez que traen a alguna pobre chica engañada de los países del este.
Bajo del coche de Julián completamente hundida. Resignada a seguir arrodillada.
***
-¡Joder, me tiene harto! Si la niña quiere ir a esquiar que vaya, si quiere salir con las amigas que lo haga. ¿Qué tiene de malo? Siempre está calentándome la puta cabeza…
-No te hagas el amigo conmigo porque no lo eres -le corto drásticamente. Lo que me faltaba, que me tome por su confidente y me cuente la mierda de vida que le espera en casa. Aún que parezca mentira, aguantar las paranoias de los clientes ocupa la mayor parte del trabajo de una profesional, pero al hijo de puta del comisario Atilio no se lo pienso permitir. Sería el colmo.
-Vamos a ver nena, tengo claro que tú y yo no somos amigos. -Sus ojos se han inyectado de rabia, sus dientes rozan la lengua cada vez que suena una sílaba. -Ni lo somos ni lo seremos nunca. Soy un agente de la ley y tú eres una puta, reciclada en madame si me apuras, pero una simple puta. Así que, si quieres llevarte bien conmigo, algo que te conviene, deberías preocuparte en hacer bien tu trabajo…
-Perdona, no quería molestarte… -trato de calmarlo.
-…pero tienes razón, ya está bien de cháchara y de tratarte como a una persona. -¡Lo que me faltaba por oír! -De momento me estoy conformando con que me la chupes, pero me están entrando ganas de reventarte ese culito tan prieto que aún te gastas. Así que nena, por tu bien, no me busques.
Parece evidente que la he cagado. O tal vez no, pues se me acaba de ocurrir una idea.
***
-¿Qué tal te ha ido?
-Bien, el primer contacto está hecho. No será fácil ni rápido, pero puede que logremos algo.
-Gracias Vero, vales un imperio.
-De nada jefa.
***
-Deberías hablar con ella. Yo no tengo hijas y no puedo aconsejarte, pero sí conozco la psicología femenina, sobre todo de las chicas jóvenes ya que trabajo con ellas, y si les das confianza y un poco de cuerda, suelen responder bien.
-Eso intento, pero la zorra de su madre no entra en razón. Ella es la maestra, claro, la que sabe de esto, pero pretende atarla tan corta que la niña se está revelando.
He cambiado de estrategia. Soy amiga de Atilio, soy su confidente, y trato de aconsejarle lo mejor que puedo. Tan bien como mis intereses demandan.
Vero, en paralelo, está haciendo un gran trabajo. Es una chica especial. Tiene cara de niña y cuerpo de adolescente, algo muy demandado entre los clientes, sobre todo si se disfraza de colegiala. Hay tópicos que no caducan. Gracias a ello es una de mis mejores chicas, de las que más facturan. Pero, además, cuento con la rabia que siente hacia el comisario y su camarilla por el daño que le hicieron, así que se lo está currando de lo lindo.
El primer paso del plan ha consistido en hacerse amiga íntima de Daniela, la hija de Atilio. La chica es un caballo salvaje que la madre trata de domesticar, pero que Vero está desbocando. Mi rebuscado plan, mi terrorífico plan, es que Vero la invite a probar un día de trabajo en la casa para que vea lo fácil que es ganar dinero. No lo es tanto, obviamente, pero la presentaré sólo a clientes inofensivos.
Mi plan puede ser devastador para Atilio, eso pretendo, pero para que no lo sea para mí, debo cubrirme las espaldas. Mi intención es grabarla en plena faena para amenazar a su padre con hacerlo público. Tratará de destruirme, obviamente, por lo que sería más seguro para mí si el cliente es otro policía. O expolicía.
***
-Hola jefa, esta es Daniela.
Es guapa la chiquilla. Pelo castaño, largo hasta el pecho, ligeramente ensortijado, pero cuidado. Se ha maquillado a conciencia, exageradamente, tal vez como acto de rebeldía juvenil hacia su autoritaria madre. El exceso de carmín en los labios le da aspecto de buscona. Viste modosita, en cambio, mallas ceñidas a caderas bien formadas y una blusa de manga larga de la que podría desabrocharse algún botón más si realmente fuera tan lanzada como quiere aparentar.
-¿Sabes a qué me dedico?
-Sí -responde nerviosa, buscando aparentar aplomo.
-¿Y no tienes preguntas?
-¿Cuánto puedo ganar?
Sonrío ligeramente. No sé si es una inconsciente, probable a tenor de su edad, o una joven cuya ambición la convierte en una irresponsable. También existe otra posibilidad: que se trate de una chica avispada, convencida de que el fin justifica los medios. Así es Vero, así soy yo.
***
-¿Qué tal con tu hija? -pregunto amistosa sentándome en el sofá blanco, al lado de mi amigable maltratador, también con una copa en la mano.
-No sé decirte… igual, supongo. -Posa la mano sobre mi muslo, en un gesto cariñoso más propio de una pareja de amigos o novios que de dos enemigos acérrimos, pero no me molesta. -Ayer tuvo una trifulca monumental con su madre, que se pensaba largar de casa, que está harta y toda la jerga esta típica de los adolescentes. Cuando llegué, traté de calmarla pero… -me palmea suavemente el muslo -…no sé… Realmente parece dispuesta a largarse… cuando hablé con ella, mantuvo la amenaza.
-Son críos, demasiado bien acostumbrados, no se van tan fácilmente.
-Eso pienso yo, pero es muy obstinada. Por suerte no tiene acceso a ninguna cuenta corriente, en eso sí estoy de acuerdo con su madre.
Sonrío para tranquilizarlo, ¿ves como no hay para tanto?, pero mis labios se han torcido satisfechos. Daniela no necesita, ni debe, abrir una cuenta corriente en un banco, pues no puede justificar los dos pagos de 300€ que le entregué la semana pasada.
***
-Si no quisieras a la cría para lo que la necesitas, sería un filón. ¡Joder, con la putilla!
El comentario de Vero no me sorprende. Ratifica lo que me han contado los 6 clientes que ha atendido en dos semanas. No era este el plan inicial. Me bastaba con probarla con un cliente fácil, de los que no pasan de mamada y polvo y procuran ser cariñosos, para grabarla con Suárez, este sí es un vicioso, a los pocos días y lanzar el dardo. Pero la chica pareció disfrutar más que el cliente la primera vez, lo tengo grabado, y me pidió más trabajo.
Tuve que frenarla, es menor y estoy asumiendo un riesgo muy alto, pero la cría vale para esto. El nombre de guerra que ha elegido, además, la define perfectamente. Mesalina. Pero debo acabar con esto rápido. Para el martes que viene, cuando vuelva Atilio, debo tener los deberes hechos.
***
-¿Qué coño significa que no tienes el dinero a punto?
-Exactamente eso. Que este mes, el que viene, el otro y el otro no recibirás ningún sobre de esta casa -sentencio altiva, segura de mí misma, pues tengo todos los ases en la mano. Uno de ellos escondido en la manga.
-¿Te has vuelto loca? ¿Quién cojones te crees que eres? -me escupe arrastrando cada sílaba, pero sin levantar la voz, algo que siempre me ha aterrado en el personaje. Los perros ladradores suelen ser más inofensivos que los gatos taimados como Atilio.
No respondo. Giro la pantalla de mi portátil para que pueda ver el vídeo que reproduzco.
-¿Me has grabado? -exclama divertido. -¿Crees que con un video casero de mierda vas a chantajearme? Ni te creerán en el cuerpo ni te hará ni puto caso mi mujer. Hace años que no la toco.
-Te equivocas. Mira bien a mi chica.
-Es Suárez -se sorprende en un primer momento. Aumento el zoom de la pantalla para que pueda ver a su dulce niña girar la cara hacia el bruto que le está martilleando las nalgas pidiéndole más y más y más.
***
-Gracias Julián.
Apostarlo tras la puerta de entrada ha sido mi primera decisión antes de lanzar el órdago. Precaución indispensable pues Atilio se me ha lanzado encima para estrangularme. Poco le ha faltado, las marcas moradas de mi cuello dan fe de ello, pero ha acabado entendiendo que el juego ha acabado. Al menos en mi casa.
Vero me abraza con fuerza, contenta por haber logrado el objetivo, aunque me avisa de que el Comisario en jefe de la provincia es un muy mal enemigo. Lo sé, pero no nos quedaba otra. Además, los vídeos de Daniela, tengo 6 grabados, han de servirnos de baluarte.
Hablando de la Reina de Roma, por la puerta asoma.
-¿Qué te trae por aquí? Hoy no te esperábamos.
-Quería hablar un minuto contigo a solas, si no tenéis inconveniente -pide solícita con su dulce sonrisa y su tan bien ensayado gesto juvenil de no haber roto nunca un plato.
Vero la abraza, como buena amiga que es, y sale de mi despacho acompañada de Julián.
-¿Ya ha venido mi padre?
Levanto las cejas sorprendida. Entiendo que el nombre del comisario haya podido salir en alguna conversación entre las chicas, pero ¿cómo sabe ella que su padre no es un simple cliente y que ha venido hoy? No me da tiempo a responder.
-No te sorprendas. Sé que mi padre venía a cobrar el primer martes de cada mes y que habéis montado todo este circo para sacároslo de encima. -¡Joder con la niña! Pienso. -Pues bien, estoy de acuerdo contigo en que había que darle una lección y desprenderse de él. No podemos permitirnos que un poli corrupto ponga en jaque la seguridad de esta casa. -Una parte de mí quiere cruzarle la cara de una bofetada, pero otra está cada vez más intrigada. ¿Dónde espera llegar a parar? -Así que he decidido que a partir de ahora, vamos a ser socias al 50%.
Mi carcajada retumba en toda la sala. Creo que incluso me pueden oír desde la calle. Ahora sí le voy a dar de lleno con la mano abierta. ¡Puta niña malcriada de los cojones!
-Lárgate de mi casa antes de que te eche a patadas. No sé quién te crees que eres, si se te ha subido a la cabeza la arrogancia de tu padre o es simple estupidez infantil, pero en este juego has sido un simple peón, indispensable, protagonista principal del juego, pero un simple peón que hemos utilizado a nuestro antojo pues eras el eslabón débil de la cadena.
La orgullosa cría enmudece. Derrotada. Hurga en el bolsillo de la ligera rebeca rosa pálido que cubre su torso, saca un teléfono móvil y lo acciona. Mi voz suena clara, explicando qué tiene que hacer y cuánto puede cobrar por cliente.
Sus oscuros ojos extremadamente maquillados me taladran, hirientes, hasta que sus labios me dan la estocada final.
-Este es solamente el primer audio de los que tengo grabados. También se te oye claramente pagándome en ocho ocasiones, a una menor, así como una veintena de conversaciones con la estúpida de Vero explicándome trucos a usar para contentar a los clientes. -Detiene la grabación. -Así que reitero mi ofrecimiento. Estoy dispuesta a ser tu socia permitiéndote mantener el 50%. Te lo has ganado. No solamente levantaste el negocio. Lo has defendido inteligentemente con uñas y dientes, derrotando a mi padre. Pero no a mí.
Mi sangre hierve, ahora soy yo la que quiere agarrarla del pescuezo y retorcérselo hasta que el morado de su piel sea el único color que decore mi despacho. Pero no lo hago.
-Dime socia, ¿quién ha sido en esta historia el eslabón débil de la cadena?
***
Niebla. Hay mucha niebla. No, no puede ser. La vista se está acostumbrando, mis ojos se van abriendo, la claridad se va imponiendo y me doy cuenta de que estoy en un interior, en una sala grisácea, poco iluminada. No es niebla. Es mi cabeza que va despertando del sopor en que se ha sumergido.
¡Mierda! No puedo mover las manos. ¿Qué les pasa a mis brazos? Estoy atada. Miro a izquierda, miro a derecha. Mis brazos siguen paralelamente el filo de una mesa, en toda su longitud, cual dobladillo, hasta morir esposados en las esquinas donde nacen las patas. ¿Por qué estoy atada en cruz? Repasados ambos brazos, miro hacia mi cuerpo. ¿Por qué estoy semi arrodillada?
¿Qué coño pasa aquí? Si es una broma, no tiene ni puta gracia.
Oigo ruido a mi espalda, pasos. Suéltame, grito, ¿se puede saber de qué va esto? Pero no hay respuesta. Giro el cuello, tratando de verle, pero solo percibo su avance, lento y pausado. Le increpo, pero no responde. El sonido se aleja, se abre una puerta, se cierra y vuelve el silencio.
Esto tiene que ser un secuestro. No hay otra explicación. Se trata de dinero, seguro, tiene que tratarse de eso. Soy una empresaria de éxito, de cierto éxito, así que después de asustarme, algo que ya han conseguido, pedirán un rescate y santas pascuas. Así que debo tranquilizarme. El dinero no tiene porqué ser un problema. Más difícil será cómo disponer de él pues estoy sola, no tengo familia, razón por la que solamente yo puedo prepararlo. Se lo explicaré y tendrán que entenderlo. No les quedará otra.
-Mira, mira, mira. Parece que nuestra chica ha venido a visitarnos. -Esa voz, inconfundible, me hiela la sangre. La puerta se ha abierto sonoramente mientras el excomisario Otilio saluda a mi espalda, triunfal. -¿Cómo estás Madame?
Jodida, pienso cuando le veo rodeando la mesa a mi derecha para detenerse risueño, tan arrogante como solía, delante de mí.
Antes de que continúe con sus exagerados parabienes, le escupo que me suelte, que la broma no tiene ninguna gracia, que entre en razón antes de que se me hinchen los ovarios y sea demasiado tarde.
-Tarde, ¿para qué?
La pregunta me descoloca. Antes de hacer algo irremediable, doloroso para mí, me temo, pero no lo verbalizo. Únicamente soy capaz de aguantarle la mirada, asesina, mientras mi cerebro busca argumentos convincentes para revertir la situación. Pero la compasión no está en su diccionario.
-Ahí te quería ver. -Se yergue orgulloso. -Así te quería ver, de nuevo arrodillada ante mí, pero esta vez a mi merced. Si en algo me equivoqué contigo fue en darte demasiada libertad.
Demasiada libertad… hijo de puta. Con todo lo que tuve que tragar hasta que me zafé de su yugo. Suéltame, grito por enésima vez.
-¿Qué os parece chicos? Nuestra Madame no está contenta con el discurrir de la fiesta. -La risa del excomisario viene acompañada de un coro dual, que se hace visible apareciendo desde mi espalda.
Trato de mantener la compostura, de no mostrar miedo, pero la situación es cada vez más negativa. El excomisario dejó el cuerpo y la ciudad después del escándalo del vídeo de su hija. Pero no fui yo quien lo hizo público. Sí, es cierto, yo preparé la trampa y yo lo arrastré a ella, pero fue su propia hija la que le dio la estocada. Yo no quería llegar tan lejos. Nunca pretendí arruinarle la vida, solamente buscaba sacármelo de encima.
Si las ganas de vendeta del excomisario ya son de por sí peligrosas, verlo amenazándome con dos policías en activo, dos de sus hombres, me acojona. Esto no va de dinero. Esto va de venganza, esto va de ganar la guerra, esto va de hacer daño. Esto va de no dejar rastro.
Por favor, por favor, imploro, no fui yo la del video… humillándome, pero al momento me doy cuenta de que no me servirá de nada. Se me acerca agachándose, para que nuestras miradas queden a la misma altura, me pasa la mano por la cara, en lo que pretende ser una caricia, y me susurra que no me preocupe, que no va a matarme. No sería justo, tú no me mataste a mí. Sonríe, en aquella pérfida mueca que tan bien conozco. Yo sólo pretendo joderte la vida, humillándote, clavándote el puñal tan profundamente como pueda, como tú hiciste conmigo. Ojo por ojo.
Intento no perder la calma, mostrarme segura, pero mi fortaleza inicial se está quebrando. Insisto en que se equivoca, que yo también acabé siendo una víctima, pero no me cree o no le importa.
No me escucha. Cuando se cansa de oírme saca una navaja de mango rojo, parece de las suizas pero es un poco más grande, y me la acerca a la cara para que mi ojo izquierdo se ensombrezca. Me callo de golpe. No del todo. Por favor, por favor, susurro sincopadamente.
La punta de la navaja recorre mi cara, descendiendo hasta mi cuello, hasta mi esternón, hasta mi pecho, incrustándose en mi canalillo. Cierro los ojos asustada, pero me obligo a abrirlos. No quiero parecer derrotada, debo mantener la serenidad, debo actuar.
-Por favor, Otilio. Comprendo cómo te sientes, pero no fui yo, insisto, fue tu hija. –Su navaja ha recorrido todo mi canalillo y asciende de nuevo hacia mi cuello. -Además, hay muchas maneras de arreglar esto. Puedo compensarte, volver a llegar a un acuerdo, económico. Te pagaría cada mes como…
En un solo golpe, seco, inesperado, ha cortado dos botones de mi blusa. Por un instante, nos miramos a los ojos, interrogándonos, aunque los suyos prefieren bajar hacia mis pechos, semi desnudos después del ataque.
-¿Decías?
No respondo, solo suplico, Otilio, por favor, pero la navaja corta dos botones más y mi camisa cae a los lados de mi cuerpo. Sus ojos son obscenos, sus labios salivan, mientras la cuchilla vuelve a subir por mi estómago. Llega al sujetador, se cuela por debajo entre ambas copas y grito cuando el impulso de su muñeca corta la tela.
-¿Qué os parece chicos? Menudo par de tetas tiene aún la Madame –exclama victorioso mientras la troupe le ríe la gracia. -¡Qué bien lo vamos a pasar! –festeja mientras sus manos toman mis senos.
Giro la cara, más humillada que indignada, haciéndome a la idea de que me van a violar. Trato de pensar, de buscar alguna solución, pero solo se me ocurre mitigar el daño. Que sea rápido e indoloro.
-No tiene por qué ser así, podemos hacerlo de otra manera –imploro, tratando de ganar tiempo. Pero me aterra que a mi captor se le congele la sonrisa.
-Te equivocas, preciosa. Nada será como tú quieras. Aquí y ahora mando yo, nosotros, y harás lo que nosotros digamos, como nosotros digamos y las veces que nosotros digamos. –Blande la navaja ante mis ojos. -¿Lo entiendes?
En un arrebato de furia, muevo brazos y piernas, tratando de soltarme, de patalear a pesar de estar arrodillada, pero no me sirve de nada. Una bofetada me cruza la cara mientras me agarra del cabello con la otra.
Por favor, suplico, cuando se incorpora para desabrocharse el pantalón. Giro la cara, no quiero verla, a pesar de haberla sentido entre los labios media docena de veces. Vuelve a tomarme del pelo, centrándome, venga cacho puta, que ambos sabemos que esto se te da bien, pero un último atisbo de dignidad me empuja a negarme cerrando la boca con fuerza. La cuchilla amenaza de nuevo, pinchándome en la cara.
-Me la vas a chupar de todas formas, así que de ti depende que te raje la cara, -aumenta la presión con la punta –o que te raje los pezones –en un movimiento rápido ha tomado el izquierdo pellizcándolo entre el dedo gordo y la hoja metálica. Chillo instintivamente.
Le miro a los ojos. Los míos asienten, aunque no se mueven, así que el excomisario acerca su miembro aun blando a mi boca que se abre dócilmente. Su pene crece rápidamente mientras mis labios lo recorren.
-Eso es zorra, eso es –me insulta como solía hacer en mi despacho. –No sabéis lo bien que la chupa esta puta. Tranquilos, -jadea –no tardaréis en saberlo.
Los compinches ríen confirmándome algo ya previsto. No he llegado aún a completar ni un tercio del suplicio. Así que me esmero, quiero acabar lo antes posible, indiferente a los cumplidos del cerdo que me tiene atada. Cuánto más chupo, más me insulta, más jalean, pero no me queda otra.
Noto perfectamente cuando se va a correr. Me ha tenido agarrada del cabello todo el rato, así que no trato de escapar. Además, era una de sus exigencias. Uno, dos, tres disparos muy densos impactan en mi paladar, seguidos de otros tantos que voy dejando de notar a medida que mi boca se llena de semen. Aguanto, soportando que mantenga mi boca aprisionada más de un minuto después de haber eyaculado, meciéndola suavemente. Hasta que me libera, resoplando como el toro que dice ser.
Automáticamente escupo, hacia un lado, soltando toda la pasta que he logrado no tragar. Tomo aire, tratando de acompasar mi respiración. Que acabe esto pronto, por favor.
Creo que se llama Rozas, el policía que se me acerca. Es el alto, delgado, que alguna vez había venido al piso. Siempre me pareció raro, tímido pero de mirada sucia. Un pervertido, pero las chicas nunca tuvieron queja.
Su pene se acerca hacia mí. No me resisto. Abro la boca y engullo una masa estrecha pero larga, demasiado, pues al segundo empellón me da en la garganta. Tengo una arcada. El tío se retira pero percute de nuevo. Otra arcada. Giro el cuello para ganar espacio pues la mesa en mi nuca es una pared que no puedo atravesar, pero al cerdo le da igual. Sosteniéndome la cabeza, me penetra profundamente sabiendo que llegará a mi campanilla. Para chupar una polla de esta longitud tienes que pararla con la mano, pero estoy atada, crucificada, y mi penitencia será hacer lo imposible para no vomitar.
Sus manos se agarran a mis tetas, como si de dos asas se trataran, pero no me importa. Así puedo dirigir la mamada, ladeando la cara, girando el torso, para lamerle el tronco, los huevos si me deja, usando técnicas profesionales que cuatro años de ejercicio me enseñaron, pero el tío no está por la labor, a pesar de que Otilio, en la distancia, me felicita por estar sacando la puta que llevo dentro. Mira, mira como chupa, con qué ganas… Lo que sea para acabar cuanto antes con este suplicio.
Acaba. Como temía, percutiendo profundamente. Trato de evitar tragar, pero recibo buena parte de su corrida con el glande en la garganta. Las arcadas escupen por mí una porción del viscoso líquido, pero buena parte de éste desciende hacia mi estómago.
Logro soltarme, boqueando ansiosa, tosiendo y escupiendo. Ya solo queda uno.
El Gorila me asusta más que el flaco pero menos que Otilio. Sé que es un bruto, Vero puede dar fe de ello, pero es muy simple, así que si le hago un buen trabajo debería poder controlarlo. A eso me dedico cuando una ancha masa oscura se presenta ante mí.
Alarga las manos para sobarme las tetas, imitando a su compañero, pero su polla sabe a orines. No me queda otra que hacer de tripas corazón, pero entre el asco que siento y que cada vez estoy más cansada no soy capaz de dar lo mejor de mí. Tampoco me parece que le disguste pues muge suavemente hasta que sus manos me toman de la cabeza, una en la parte superior, la otra por la barbilla, inmovilizándome, obligándome a tragar más polla. Forcejeo, pero le llaman Gorila por su fuerza bruta. Me la clava hasta que mi nariz choca con su pubis, sin dejar que me aparte, inmovilizada, mientras gruñe como un maldito mono. Mis ojos se anegan, pero trato de relajar la musculatura, adaptándome a la situación.
Cuando me suelta, que no libera completamente, respiro ávida, pues sé que el juego no ha hecho más que empezar. Así es. Repite la gracia varias veces, alojando su ancha masculinidad tan profundamente como puede, hasta mi garganta.
-Calma tío, la vas a ahogar –sale en mi rescate el excomisario, haciendo sonar todas las alarmas cuando continúa, -que tenemos que seguir jugando los demás.
-Eso, eso, que si pinchas la pelota se acaba el partido –se ríe el flaco.
Ahora sí trato de escapar. Forcejeo para que me suelte, para que me saque la polla de la boca, para gritar como una desesperada, pero solamente logro que los dos espectadores pasen a la acción. Rozas me agarra la cabeza por un lado, mientras Otilio blande la navaja de nuevo, amenazándome.
-¿Qué te pasa preciosa, no te gusta el juego?
No tengo elección. Dejar que me folle la boca mientras alguien me está sobando las tetas con saña, evitando pensar en lo que esté por venir.
Lo primero que llega es una descarga sobrenatural. Es tal la cantidad, que a pesar de tener el tronco clavado en la campanilla, la lefa desborda mi boca, escurriéndose por mi cuello hasta mis pechos, mientas los espectadores jalean la hombría del puto mono.
Al recobrar el resuello, trato de hablar con Otilio, ya he cumplido, desátame, pero mi captor se burla. Yo digo cuando has cumplido. Por favor, por favor, suéltame. Pero por respuesta saca su miembro, ofreciéndomelo de nuevo. Basta por favor, suplico. Me da un par de golpes con su miembro en a cara, riéndose, para sentenciar. Esto no ha hecho más que empezar.
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Relato erótico: “La ingenua alumna que resultó muy puta “(POR GOLFO)
La piscina.
Todavía recuerdo el día que vi por primera vez a Celia. Estaba en la piscina de la universidad donde doy clases cuando la vi jugando con uno de sus compañeros de primer curso. Tonteando y disfrutando del modo en que el muchacho babeaba por ella, esa cría se dedicó a lucir su bikini negro mientras le sacaba la lengua retándolo.
Reconozco que me impresionó ver el descaro con el que meneaba su trasero mientras calentaba a su víctima. Su cuerpo bien formado me pareció aún más apetecible al admirar ese culito con forma de corazón formado por dos nalgas duras y prietas.
“¡Está buena!”, tuve que reconocer y ya interesado, me fijé en sus pechos.
Pechos de adolescente, recién salidos de la niñez, que despertaron al maduro perverso que tanto me costaba esconder. Su forma y tamaño me parecieron ideales y por eso me vi mordisqueando sus pezones mientras los sostenía entre mis manos.
“Seguro que son rosados”, pensé más excitado de lo que me gustaría reconocer.
Su cara de pícara y su sonrisa insolente solo hicieron incrementar mi turbación al saber que si seguía observándola, terminaría deseando hacerla mía aunque fuera usando la violencia. La cría era espectacular y soñando despierto, imaginé lo que sentiría al abrirla de piernas y mientras ella intentaba librarse de mi ataque, jugar con mi glande en su entrada.
“¡No dejaría de gritar!», me dije visualizando en mi mente como la desfloraba de un solo golpe mientras agarraba sus nalgas para hundir mi miembro dentro de su cuerpo.
Los chillidos de Celia en mi cerebro se confundían con las risas de la muchacha en la realidad provocando que, bajo mi traje de baño, mi apetito creciera mientras observaba sus juegos adolescentes. Absorto mientras me deleitaba con su vientre plano y el enorme tatuaje que lucía en su dorso, la lujuria hizo que me viera desgarrando su bikini y mordiendo sus tetas.
Al comprobar la erección entre mis muslos decidí irme de allí, no fuera a ser que alguien se percatara y fuera con la noticia al decano que en el claustro tenía a un degenerado…
A partir de ese día, todas las tardes, convertí en una morbosa rutina el sentarme en esa mesa a espiarla mientras Celia nadaba. Curiosamente la cría al verme llegar vestido de traje y con mi corbata, siempre me devolvía una sonrisa como si se alegrara con mi presencia.
Memorizando sus movimientos en mi recuerdo, al salir de la alberca y volver a mi despacho, me encerraba en el baño para una vez en la seguridad de ese cubículo, dejar volar mi imaginación y masturbarme mientras los recordaba.
Poco a poco, mis diarias visitas tuvieron un efecto no previsto cuando esa rubita empezó a colocar su bolso y su toalla en una silla de mi mesa. Como si fuera un acuerdo tácito entre esa niña y yo, le cuidaba sus pertenencias y ella me pagaba secándose junto a mí al salir de la piscina. Obviando la diferencia de edad y el hecho que nunca habíamos cruzado más palabra que un hola y un adiós, Celia se exhibía ante mí recorriendo con la franela las diferentes partes de su anatomía.

«¿A qué juega?», me preguntaba mientras buscaba el descuido que me dejara admirar uno de sus pezones o la postura que permitiera a mis ojos contemplar los labios que se escondían bajo el tanga de su bikini.
Mi necesidad y su descaro fueron creciendo con el tiempo y antes de dos meses, esa criatura se permitía el lujo de acariciarse los pechos mientras mantenía fijos sus ojos en los míos. Día tras día, antes de ir a nuestra cita luchaba con todas las fuerzas para entrar en razón y dejarla plantada. Pero todos mis esfuerzos eran inútiles y al final siempre acudía a contemplar su belleza.
Por su parte, Celia también se convirtió en adicta a las caricias de mis miradas y si algún día por algo me retrasaba, me recibía con un reproche en sus ojos y castigándome reducía al mínimo la duración con la que hacía alarde de su cuerpo.
Aún recuerdo una tarde cuando aprovechando que no había nadie más en ese lugar, ese engendro del demonio se plantó frente a mí y desplazando la tela que tapaba sus pechos, me regaló con la visión celestial que para mí suponían sus pezones.
-Son maravillosos- me atreví a decir dirigiéndome a ella.
Luciendo una sonrisa, llevó un par de dedos a su boca e impregnándolos con su saliva, sin dejarme de mirar se puso a recorrer las rosadas areolas con sus yemas. El brillo de sus ojos al descubrir el bulto que rellenaba mi bragueta fue tan intenso que creí durante unos segundos que le había excitado pero entonces escuché que murmurando me decía:
-¡Maldito viejo verde! ¡Te excita mirarme!
Mi decepción fue enorme y comportándome como un cobarde, hui de ahí con el rabo entre las piernas. Con mi autoestima por los suelos y mi corazón roto, decidí que jamás volvería a dejar que mis hormonas me llevaran de vuelta a ese lugar….
Mi despacho
Durante dos semanas, al llegar la hora, me encerraba en mi despacho y me obligaba a mantenerme sentado, cuando todo mi ser lloraba por no estar disfrutando de su belleza. Como si fuera un peculiar síndrome de abstinencia, todo mi cuerpo sudaba y se contraía al imaginarse que alguien me hubiese sustituido en la mesa y que en vez de ser yo quien admirase el exhibicionismo de de Celia, fuese otro.
Lo que nunca me imaginé fue que a ella le pasara algo semejante y que cuando al día siguiente de insultarme comprobó mi ausencia, se había encerrado en su vestidor y llorando se había echado en cara su error. Tampoco supe ni nadie me dijo que día tras día la rubita acudía a la cita esperando que de algún modo la perdonara y pudiese volver a sentir la calidez de mi mirada acariciando su cuerpo casi desnudo.
Un martes estaba hundido en el sillón de mi oficina sufriendo los embates de mi depresión cuando escuché que alguien tocaba la puerta. Sin saber quién era el molesto incordio que venía a perturbar mi auto encierro estuve a un tris de mandarle a la mierda pero un último asomo de cordura, me hizo decir:
-Pase.

Reconozco que no supe reaccionar cuando descubrí que mi visita era mi musa, la cual, sonriendo cerró la puerta con pestillo y en silencio se empezó a desnudar sin que yo hiciera nada por evitarlo. Usando sus deditos, desabrochó uno a uno los botones de su camisa para acto seguido, doblándola con cuidado dejarla sobre la silla de confidente que había frente a la mesa de mi cubículo.
-¡Que bella eres!- exclamé impresionado por sus pechos todavía cubiertos por el coqueto sujetador azul que llevaba puesto.
Mi piropo dibujó una sonrisa en sus labios y siguiendo un plan previamente elaborado, se acercó hasta mí para cerrar con uno de sus dedos mi boca mientras me decía:
-No hables.
Su orden fue clara y reteniendo las ganas que tenía de decirle lo mucho que la había echado de menos, la muchacha se dio la vuelta dejando que su falda se deslizara hasta sus pies. Centímetro a centímetro, fue descubriendo las nalgas que me tenían obsesionado. Por mucho que habían sido objeto de mi adoración durante meses, al verlas a un escaso palmo de mi cara me parecieron aún más preciosas y solo el miedo a que saliera huyendo, evitó que alargara las manos para tocarlas.
Celia disfrutando del morbo de exhibirse ante un maduro como yo, se dio la vuelta y mirándome a los ojos, dejó caer los tirantes de su sujetador mientras se mordía el labio inferior de su boca. Sujetando con sus manos ambas copas, se deshizo del broche y retirando lentamente la tela que aún cubría sus pechos, gimió de deseo. La hermosura de sus pezones erectos me dejó paralizado.
«¡Son perfectos!», sentencié mientras mi respiración se aceleraba al comprobar que los tatuajes que lucía esa damisela, los hacía todavía más atrayentes.
La muchacha no pudo evitar que del fondo de su garganta surgiera un callado sollozo de placer al contemplar el efecto que estaba teniendo su sensual striptease bajo mi pantalón. Curiosamente al ver mi erección, sintió miedo y vistiéndose con rapidez desapareció sin más, dejándome solo en mi despacho.
Sin llegar a asimilar completamente lo que había sucedido cerré la puerta y sacando mi pene de su encierro, comencé a rememorar la tersura de su piel mientras mi mano restregaba arriba y abajo su recuerdo.
Esa noche me costó dormir. Me reconcomía la idea que Celia nunca volviera a brindarme la hermosura de su cuerpo pero también el saber que a los ojos de la sociedad era un maldito pervertido. Además de los veinte años que la llevaba, estaba el hecho que yo era un profesor y ella una alumna. Si nuestra rara relación llegaba a los oídos de los demás docentes, de nada serviría que no le diera clase. Para todos mis colegas sería un paria al que había que echar de la universidad.
Aun sabiendo el riesgo que corría al día siguiente, cancelé un par de tutorías para que llegado el caso y ese ángel volviera a mi despacho, nada ni nadie nos molestara. Tal y como había hecho veinticuatro horas antes, Celia esperó mi permiso antes de entrar pero esa vez, al pasar a mi cubículo, se sentó en mis rodillas y mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Sé que te pone el mirarme pero yo quiero algo más. ¡Quiero que me toques!
Al oírla quise corresponder a sus deseos acariciando sus pezones con mis dedos pero entonces esa jovencita mostró su disgusto y retirando mis manos, susurró en mi oído:
-Todavía no te he dado permiso.
Para acto seguido comenzar a desabrochar su camisa mientras restregaba su sexo contra el mío. La expresión de lujuria de Celia era total pero temiendo su reacción, me quedé quieto mientras se terminaba de abrir de par en par la blusa.
-¿Te gusta el sujetador que me he comprado?- preguntó al sentir mi mirada recorriendo por el canalillo que se formaba entre sus senos.
-Sí- reconocí maravillado.
-Desabróchalo- me ordenó a la vez que sonreía al notar mi erección presionando entre sus piernas.
Como un autómata obedecí llevando mis manos a su espalda y abriendo el corchete. Celia gimió descompuesta en cuanto notó que había liberado sus pechos y poniendo cara de puta fue dejando caer los tirantes que lo sujetaban mientras me miraba fijamente a los ojos. La sensualidad con la que esa cría se quitó esa prenda fue tal que no pude aguantar y sin pedirle permiso, hundí mi cara entre sus tetas.
La condenada muchacha al sentirlo soltó una carcajada y ofreciéndome como ofrenda sus pechos, llevó uno de sus pezones a mi boca y riendo me pidió:
-¡Chúpalo!
Ni que decir tiene que abriendo los labios me apoderé de su rosada areola mientras su dueña gemía al notar esa húmeda caricia. La calentura de Celia la hizo incrementar el roce de su sexo contra mi pantalón al experimentar como mi lengua recorría sus senos. Sus gemidos me dieron la confianza que necesitaba para forzar el contacto de su coño contra mi pene poniendo mis manos sobre su culo. La cría aulló como una loca al notar mis palmas presionando sus nalgas y moviendo sus caderas, buscó su placer con mayor énfasis.
Os juro que para entonces solo podía pensar en follármela pero temiendo romper el encanto y que Celia saliera huyendo de mi despacho como Cenicienta, tuve que conformarme con seguir mamando de sus pechos mientras ella se masturbaba usando mi verga como instrumento. El continuo roce de mis labios sobre sus pechos hizo que el sexo de esa jovencita se encharcara y su flujo rebasara la tela de su tanga mojando mi pantalón. Al notar la humedad que brotaba de su vulva y escuchar los berridos de placer con los que la cría amenizaba mi despacho, supe que no tardaría en correrse. Lo que no me esperaba es que al llegar al orgasmo, Celia se levantara de mis rodillas y acomodándose la ropa, saliera de mi oficina.
«¡Menuda zorra!», maldije al comprobar que había desaparecido sin despedirse y dejándome con un enorme dolor de huevos e insatisfecho.
Seguía todavía torturándome cuando de pronto volvió a entrar y con una seguridad que no tenía nada que ver con su edad, me preguntó dónde vivía. Abrumado por esa pregunta se la di y fue entonces cuando me soltó riendo:
-A las nueve estaré ahí para que me invites a cenar- tras lo cual se largó definitivamente…
Mi casa.

Como os podréis imaginar, me pasé el resto de la tarde pensando en ella y nada más terminar de dar mi última clase, salí corriendo a comprar algo de cena porque entre mis virtudes no está la de saber cocinar. Asumiendo que siendo tan joven no valoraría la comida gourmet, decidí ir a lo seguro y encargué en un restaurante cercano unas pizzas.
No viendo que llegara la hora, deambulé nervioso por mi casa y mientras la esperaba, en mi mente se acumulaban la imagen de sus pechos desnudos y el sabor de sus pezones. Afortunadamente, Celia fue puntual y exactamente a la hora pactada, escuché que tocaba el timbre. Nervioso abrí la puerta y cuando lo hice, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de colegiala.
-Buenas noches. señor profesor. Necesito unas clases particulares, ¿puedo pasar?
Sonreí al comprender a qué quería jugar y dejándola entrar, le pregunté qué necesitaba que le explicase. Celia puso cara de rubia tonta y mientras se quitaba el jersey azul que llevaba puesto, me contestó:
-No entiendo porque mi cuerpo se altera cuando usted me mira.
Tras lo cual, me preguntó dónde la iba a dar clase. Dudé en ese instante entre mi dormitorio o el salón y no queriendo ser demasiado descarado para que ella no supiera lo ansioso que estaba de disfrutar de su cuerpo, señalando a este último, dije:
-Todo recto.
Cumpliendo mi orden, Celia se encaminó hacia el salón. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar la exquisita forma de sus nalgas.
«Son perfectas», pensé ya excitado al comprobar que con esa minifalda y con esos tacones, sus piernas se veían aún mas impresionantes que en bikini.
Una vez allí, Celia se sentó en el sofá y separando sus rodillas, me preguntó:
-Profesor, ¿es normal lo que siento aquí abajo al sentirme observada por un maduro?
Dotando a mi voz de un tono exigente, respondí sin dejar de mirar entre sus piernas al descubrir que llevaba unas anticuadas bragas de perlé:
-¿Cualquier maduro o solo yo?
Bajando su mirada, aprovechó a desabrocharse un par de botones de su camisa antes de contestar:
-No lo sé porque solo usted es tan cerdo de mirarme así.
Reconozco que me impactó una respuesta tan directa y asumiendo que debía interpretar mi papel de estricto profesor, le dije:
-Señorita, cuide su lenguaje o tendré que darle un escarmiento.
Mi amenaza la afectó y con un extraño brillo en sus ojos, se disculpó diciendo:
-Lo siento pero es que cuando usted me acaricia con la mirada siento que mis pezones se ponen duros como escarpias- y terminándose de abrir la blusa blanca de su disfraz de colegiala, me mostró uno de sus pechos diciendo:-¡Fíjese cómo me los pone!
Me quedé perplejo al comprobar que no mentía y que tenía sus areolas erectas. Conociendo que era un juego lento el que quería interpretar, acercando mi cara a sus tetas, respondí:
-No sé, no sé. No los veo suficientemente duros- y con la típica voz de maestro, sugerí: Quizás si se los pellizca, podamos conseguir la dureza necesaria para proseguir con este experimento.
Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos primero un poco, cogiendo entre sus yemas los rosados pezones que decoraban cada uno de sus pechos, lo pellizcó mientras su garganta emitía un gemido de placer.
-Sigue, todavía pueden endurecerse más- comenté profesionalmente, sabiendo que debajo de mi bragueta mi miembro también se había visto afectado.
La cría siguió torturando sus areolas con mayor intensidad mientras se mordía los labios para no gritar. Entretanto había acercado una silla a sofá para no perderme nada de su extraño striptease. Mi cercanía aceleró su calentura y con lujuria en sus ojos, preguntó a la vez que se terminaba de despojar de su camisa:
-Profesor, ¿está seguro que mis tetitas son normales?
Y poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando mi respuesta. Asumiendo que era una insinuación, cogí uno de sus pechos y sacando la lengua recorrí la aureola como si estuviera probando un manjar mientras su dueña suspiraba llena de deseo.
-Esta tetita está sana, veamos si la otra también- comenté mientras repetía la operación con el otro pecho.
Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Celia gimió como en celo al sentir mis dientes mordisqueando su pezón y sentándose sobre mis rodillas como esa mañana, me informó tácitamente que estaba dispuesta a seguir pero que debía ser yo quien diera el siguiente paso. Asumiendo mi papel llevé mis manos hasta su trasero y tras acariciarle las nalgas, comenté:
-Señorita, tengo que revisar el resto de su cuerpo para certificar cuál es su problema.

La cría no pudo reprimir una alarido al notar que mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo. La sorpresa de sentir que las caricias de esa noche incluían esa parte de su cuerpo, la dejó paralizada. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su inexperiencia, metí una de mis yemas en su entrada trasera.
-¿Qué hace?- indignada protestó.
Como no había intentado separarse de mí, seguí acariciando los bordes de su esfínter mientras contestaba:
-Comprobar si su problema es anal- y con una sonrisa en mis labios, proseguí diciendo: -Enséñeme su coño.
Al escuchar mi orden, se despojó de sus bragas y quizás producto de la vergüenza que sentía, cerró los ojos mientras con sus dedos separaba los labios de su sexo para mostrármelo sin que nada obstaculizara mi visión.
-Parece tenerlo sano pero para estar seguro tendré que probarlo. Señorita, túmbese sobre la mesa.
La alegría con la que se tomó mi sugerencia fue tal que no me quedó duda que le comiera el coño era una de sus fantasías. Gimiendo descaradamente, Celia separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Es todo suyo.
Mi valoración preliminar consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Durante dos minutos recorrí su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi supuesto objeto de estudio se quejó preguntando cuando iba a comprobar si todo era normal entre sus piernas.
Deseando complacerla, acomedé la silla frente a la mesa donde tenía aposentado su trasero y obligándola a que separara sus rodillas, tanteé con mi lengua cerca de su sexo. Celia suspiró ya descompuesta y dio un respingo al sentir que me iba acercando a su meta. Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo los bordes de su vulva sin hablar. Mi sensual examen se prolongó durante unos segundos mientras la cría se estremecía al sentir mi cálido aliento tan cerca de su coño. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que estaba sintiendo.
-¡Me arde todo!- exclamó al experimentar por primera vez la humeda caricia de mi lengua sobre su vulva y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión.
Para entonces era yo quien necesitaba probar el dulce sabor que se escondía a escasos centímetros de mi cara y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado. Sin pérdida de tiempo, lamí con decisión su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, resolví mordisquearlo.
Celia, al sentir la presión de mis dientes sobre su erecto botón, se retorció sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Aprovechando su entrega y sin permitir ningún tipo de descanso, le metí un par de dedos en el interior de su vulva y con un lento mete-saca, conseguí prolongar su orgasmo.
Para entonces, la alumna estaba desbordada por el cúmulo de sensaciones que se amontonaban en sus neuronas y aullando como una loca, me preguntó si el problema no necesitaba una inyección. Al comprender que me estaba pidiendo que la tomara, me bajé los pantalones y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.
-¡Mi coñito necesita su medicina!- Chilló al tiempo que llevando sus manos hasta sus pechos se pellizcaba los pezones.
Deseando que esa criatura ardiera, incrementé su calentura jugueteando con su sexo durante unos segundos antes de meter parcialmente mi glande dentro de ella. Tanto sus ojos como sus gritos me pedían que la hiciera mujer pero haciendo oídos sordos a sus ruegos, permanecí sin profundizar en mi penetración. El morbo de sentirse a punto de ser follada, hizo que se corriera. Momento que aproveché para de una sólo empujón, introducir mi miembro al completo en su interior.
Acto seguido y sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé un lento galope. Metiendo y sacando mi pene de su cueva, la usé como montura. Para entonces esa mujercita estaba totalmente dominada por la lujuria y clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que acelerara. Pero obviando sus deseos, seguí penetrándola al mismo ritmo.
-¿No crees que ya es suficiente medicina?- Pregunté siguiendo su juego.
-No- gimió desesperada al creer que iba a sacársela y abrazándome con sus piernas, buscó no perder el contacto mientras se retorcía llorando de placer.
Para entonces todo mi ser anhelaba dejarme llevar y colocando sus piernas sobre mis hombros, forcé su entrada con mi pene. La nueva posición hizo que mi glande chocara con dureza contra la pared de su vagina, Celia, al sentir mis huevos rebotando contra su diminuto cuerpo, se puso a gritar como si la estuviese matando. Olvidando que estaba actuando como una inocente colegiala, permitió que su pasión se desbordara y a voz en grito, me rogó que siguiera follándomela diciendo:
-Dame duro, cabrón.
Su insulto despertó la bestia que siempre había permanecido dormida en mi interior y bajándola de la mesa, giré su cuerpo para poder hacer uso de ella de un modo más brutal. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas con mis manos para tantear con una de mis yemas su ojete. La resistencia de su ano me confirmo que se había usado poco y eso hizo que le incrustara un segundo dedo. El aullido de placer con el que esa cría contestó a mi maniobra, me dejó claro que no se iba a quejar en demasía y olvidando toda precaución, cogí mi pene en la mano y tras unos segundos, forcé ese estrecho agujero con mi miembro.
Celia, con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Me duele!
Intentando no incrementar su castigo, empecé a que se acostumbrara mientras me aferraba a sus pechos. Con ella más tranquila, empecé a deslizar mi verga dentro y fuera de su ano hasta que la presión que sentía en su esfínter se fue diluyendo. Al asumir que el dolor iba a desaparecer poco a poco y que sería sustituido por placer, aceleré mis penetraciones.
La cría se quejó nuevamente pero esta vez, sin compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate y disfruta!
Que no le obedeciera, le cabreó y tratando de zafarse de mi ataque, intentó sacársela mientras me exigía que parara. Por segunda vez obvié sus deseos, dando inicio a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- Gritó al notar que le estaba rompiendo el culo.
-¡Te jodes! ¡Puta! –grité soltando a la vez un duro azote en una de sus nalgas.
El insulto produjo un efecto no previsto y sin llegar a comprenderlo en su plenitud, Celia comenzó a gozar entre gemidos. Cuanto más castigaba su trasero, esa cría se mostraba más excitada. Asumiendo que le gustaba la rudeza, descargué una serie de mandobles sobre sus nalgas. Al sentirlos, esa chavala me imploró que la siguiera empalando y sin esperar mi respuesta llevó su mano a su clítoris y se empezó a masturbar a la par que me informaba que se corría. Cuando escuché que chillando me rogaba que descargara mi simiente en el interior de su culo, no aguanté más y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotado, me dejé caer sobre el sofá dejando a la muchacha despatarrada sobre la mesa. No llevaba ni un minuto sentado, cuando oí que se levantaba y sentándose a mi lado, me miró con una sonrisa mientras me decía:
-Ahora comprendo porque me excitabas. ¡Eres un maldito pervertido!- Y sin darme tiempo a reaccionar, se agachó entre mis piernas intentando reanimar mi maltrecho pene. Al comprobar que poco a poco recuperaba su erección, levantando su mirada, me soltó: -Por cierto, le he dicho a mis padres que dormiré con unas amigas y que no me esperen hasta el lunes.
Solté una carcajada al comprender que, siendo viernes, esa zorrita había asumido que se podía quedar en mi casa todo el fin de semana.
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
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ENTRE TODOS PODEMOS, QUÉDATE EN CASA

Da igual donde te encuentres, intenta no moverte de casa y así podremos entre todos minimizar los riesgos. Si vives en España, ya es obligatorio. Si vives en otro país, haz caso a tus autoridades. El virus no entiende de fronteras.
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“Mi nueva criada negra” LIBRO PARA DESCARGAR (por Golfo)
Sinopsis:
Una amiga viendo que era un desastre, me contrata una criada para que al menos organice la pocilga que es mi casa. Sin saber que la presencia de Meaza, cambiaría para siempre mi vida al descubrir junto a ella una nueva clase de erotismo.
Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Capítulo uno.
-Necesitas alguien fijo en tu casa- dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería.
Traté de defenderme diciéndola que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla ni de entrevistarla.
-No te preocupes yo te la busco-soltó zanjando la discusión.
Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana. Suponiendo que se le iba a olvidar, contesté que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
-Menuda carita- me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso diciendo: – Se nota que ayer te bebiste escocia.
-¿Qué coño quieres?- respondí ya enfadado.
-Te he traído a Meaza- dijo señalando a la muchacha que sumisamente la seguía: – No habla español pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, producto de las penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!- exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver dónde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé qué me pasó, quizás fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con él a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reírse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto- soltó tratando de quitar hierro al asunto.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está.
-Pues, entonces ¿de qué te quejas? Fóllatela y ya.
-No soy tan cabrón de aprovecharme- contesté bastante poco convencido en mi capacidad de soportar esa tentación dentro de casa.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter las llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara. Casi me caigo al verla únicamente vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Para colmo, lejos de incomodarse por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama.
Sentir su cuerpo pegado al mío alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que me impedía incluso el mantenerme de pie, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza usando como almohada su vestido, estaba totalmente desnuda y ajena a mi examen, descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla pero algo en mi me indujo a aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos. Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro. Redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara aun siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón. Por eso, todavía estaba ahí cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber qué hacer, me tapé con la sabanas mientras desayunaba y reconozco que no paré de mirar de soslayo a la muchacha.
Ella, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería y sonriendo abrió su boca para que le diera de comer.
Estaba alucinado, cuando todavía no me había repuesto de ese gesto, vi como sus blancos dientes mordían la tostada tras lo cual su dueña volvió a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido con ella mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda y los pechos hacía delante, mantenía su culo ligeramente en pompa.
«¡Qué buena está!», maldije al percatarme que me estaba volviendo a poner cachondo.
Tratando de evitarlo, me levanté a darme una ducha fría sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo. No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero. De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor y su cuerpo.
«No puede ser», mascullé entre dientes al pensar que aunque nunca había cruzado una palabra con ella y ni siquiera me entendí, me resultara hasta doloroso el comprender en lo difícil que me iba a resultar el respetar la relación criada-patrón si esa niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño con la toalla esperando secarme. Traté de protestar pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo por lo que al final, no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies.
«Esto no es normal», sentencié observando sus manos y la tela recorriendo mis piernas mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo.
Interiormente aterrorizado de lo que iba a pasar cuando esa mujer llegara hasta mi sexo, me quedé quieto. Al hacerlo, me tranquilizó ver su profesionalidad cuando se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
También os he de decir que aunque Meaza no mostró ningún rubor, mi pene en cambio no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose. La muchacha haciendo caso omiso a mi calentura sonrió y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo para acto seguido salir después con la toalla mojada hacía la cocina.
«Parezco nuevo», murmuré avergonzado. Me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí y saliendo al salón, encendí la tele.
Allí me resultó imposible concentrarme al ver a esa negrita limpiando la casa vestida únicamente con ese trapo. Confieso a mi pesar que aunque lo intenté que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
«Todo es culpa de Maria», sentencié hecho una furia con mi amiga por habérmela traído.
Cabreado hasta la medula, cerré los ojos mientras buscaba relajarme. No debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna. Tardé unos segundos en abrir mis párpados y cuando lo hice me encontré a Meaza hincada a mi lado con un plato de comida entre sus manos.
-No tengo hambre- dije tratando de hacerme entender.
Mis palabras le debieron resultar inteligibles porque obviando mis protestas, esa muchacha no hacía más que alargarme el plato.
– No quiero- contesté molesto por su insistencia y señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no.
Imposible, la negrita seguía erre que erre.
-¡Coño! ¡Que no quiero!- grité ya desesperado.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano me obligó a coger una loncha para posteriormente llevársela a su boca. Por fin entendí que lo que quería es que le diera de comer.
«Seguramente en su tribu, los hombres alimentan a las mujeres y obligada por su cultura espera que yo haga lo mismo», me dije y pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacía falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Agradecida, esa monada sonrió mostrándome toda su dentadura. Reconozco que estaba encantadora con una sonrisa en la cara y ya más seguro de mí mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Contra todo pronóstico comprendí que era una gozada el hacerlo porque de alguna manera eso me hacía sentir importante. Lo quisiera o no, era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles por lo que cuando se acabó todo lo que había traído, fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón. Más interesado de lo que nunca había estado con una mujer, acercándole el vaso a los labios, le di de beber. Meaza debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo pero como acto reflejo mi mano recorrió su seno y recogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos y con ellos, mi entrepierna. Cuando nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos pero decidí que me había equivocado por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
«Puta madre, ¡es preciosa!- pensé mientras combatía la lujuria que se estaba adueñando de mi cuerpo y sabiendo que eso no podía continuar así y que al menos debía de ir decentemente vestida para intentar que no la asaltara en cualquier momento, la cogí del brazo y la llevé a su cuarto.
Una vez allí, busqué algo con que vestirla pero al ver el armario totalmente vacío, descubrí que esa muchacha solo había poseía la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa- le dije.
Con los ojos fijos en mí, se echó a reír dándome a saber que no había entendido nada.
« Es primer domingo de mes», pensé, «luego los grandes almacenes deben de estar abiertos».
Tras lo cual, la obligué a ponerse esas ajadas pertenencias y la llevé de compras. Mi siguiente problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!- exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, ¡me estas volviendo loco! Cómo sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos.
Meaza, no me entendió pero me dio igual. Me gustaba como sonreía mientras le hablaba y por eso , le expliqué lo mucho que me excitaba el verla. Recreándome en su ignorancia, alabé su maravilloso cuerpo sin parar de decir burradas. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir a la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita pero hay que comprarte algo que te tape.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro porque le tenía miedo. Cómo no había más remedio, la obligué y ella asustada se abrazó a mí en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?- dije acariciándole la cabeza: -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en cómo llevarte a la cama.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla. Incapaz de comunicarme con ella, le pedí a una señorita que me ayudara inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé qué, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela para comprobar que le quedaba. Meaza me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si- asentí con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de las mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres está mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara cómo usarlo.
-Tienes unas tetas de locura- susurré mientras acomodaba sus perfectas tetas dentro de la copa: – Me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor.
La muchacha ajena a las bestialidades que salían de mi boca, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Todavía hoy me avergüenza mi comportamiento pero no pude evitar hacerlo porque estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
«Parece una modelo».
Nuevamente tuve que abrirle la puerta y de igual forma y aunque la negrita se había fijado como lo había hecho, en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón. Creo que incluso provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?- dije mirándola a los ojos sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
«Esta mujer está alterando mis neuronas y encima lo sabe- medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Sus piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Haciendo un esfuerzo retiré mi mirada y traté de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
-Yo también te deseo- contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Ya en el garaje de mi casa y habiendo aparcado el coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa.
«Debe ser lo normal en su país», pensé mientras acptaba que fuera ella quien cargara, tras lo cual y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mí me siguió con la cabeza gacha.
Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás. Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito proveniente de su cuarto.
Salí corriendo a ver qué pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?- pregunté. La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa con su infortunio.
Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura óptima. Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate- dije dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
-Quédate ahí, mientras busco algo que echarte- solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo las medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “Vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto. Estaba tan histérica que por mucho que intenté calmarla seguía llorando. Sin saber que hacer pero sobretodo sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estómago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aun sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos pero era una delicia el hacerlo y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo consciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, separó sus rodillas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuánto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!- exclamé al ver que se había desmayado y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara para acto seguido y sin dejar de hacerlo, bajar por mi cuello recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono. Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón al no pararparaba de sonar.
Cabreado contesté diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.
-¿Qué quieres, cariño?- le solté.
Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al ver como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
-Bien, es una muchacha muy limpia- contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla- dije irónicamente al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
-Que sí. No seas cabezota, me voy a ocupar que coma bien- respondí por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil- tuve que mentir para que me dejara colgar, porque estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante. Y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara…
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