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Relato erótico: “Mi venganza 5 final” (POR AMORBOSO)

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Recuperado mi ánimo, me dispuse a entrenar a Carla.

Durante el día la dejaba en el esqueleto que había preparado para ella, desnuda y a cuatro patas. Compré un plug anal en forma de rabo de perro que llevaba puesto todo el tiempo, solamente se le quitaba para usarla.

Habiba tenía orden de acariciar su coño cada poco rato, pero en ningún caso dejar que obtuviera un orgasmo, cosa que cumplía escrupulosamente.

Cuando regresaba por las tardes, sus muslos estaban pringosos de flujo. No menos que los de Habiba, que también disfrutaba con ello. Así que, lo primero que tenía que hacer era soltarla, ponerla de espaldas, hacer que Habiba se colocase a cuatro patas sobre ella para que le pudiese comer el coño y yo me colocaba detrás para follarla por el coño o el culo, mientras nos chupaba y lamía desde abajo.

Cuando Habiba estaba satisfecha, porque yo me aguantaba mi corrida gracias a un retardante, ya que si no, no hubiese podido resistirlo, nos limpiaba los restos y, después de ponerle la correa, la llevaba al garaje donde entrenaba mi nueva vena sádica.

El primer día solamente tenía las cuerdas para colgarla y una mesa vieja de cocina. Me las arreglé con eso. Vendé sus ojos, la hice sentar sobre la mesa y até sus muñecas y tobillos a sendas cuerdas al techo,

-¿Qué vas a hacerme, amo? –Me dijo

-Ahora me apetece depilar ese coño descuidado que tienes, luego comprobaré la elasticidad de tus pezones, coño y culo.

Ella no sabía en qué consistía aquello, pero ya se imaginó que no sería agradable.

Y efectivamente, no lo sería. Tomé cinta adhesiva de la conocida como “cinta americana” y fui cortando trozos que pegaba sobre su coño o pubis, según me interesaba. Presionaba bien para que pegase y lo retiraba despacio. Como se puso a gritar, tuve que utilizar uno para taparle la boca.

-No hace falta que grites, te voy a dejar el coño como el de una niña recién nacida. Verás como al final me lo agradeces.

Seguía emitiendo sonidos ininteligibles, pero lo peor era que lo mucho que se movía, que me impedía trabajar a gusto.

Cuando ya no quedaba nada, le dije:

-Ahora un poco de masaje para que quede bien suavecito. –Y procedí a darle con masaje de afeitar.

-MMPPPPPFFFFFF. –Fue lo que ella me dijo, pero no la entendí.

Ese día no seguí con más. Para el siguiente, esperé a conseguir una silla ginecológica especial para estos casos. Si embargo, le di instrucciones para que estuviese siempre perfectamente depilada. Para ello, todas las mañanas tendría un tiempo de intimidad para lavarse y preparar su cuerpo para mí.

Cuando obtuve la silla volví a llevarla. Se dejaba hacer con docilidad, las palizas previas la habían ablandado bastante, así que la até con las piernas bien abiertas, vendé sus ojos y coloqué la bola en su boca para no oírla.

-Como quedamos ayer, vamos a probar tu elasticidad vaginal.

Su respiración se aceleró. Yo me puse unos guantes, tomé un tubo de lubricante, deposité una buena cantidad en mis dedos y le unté la entrada del coño y todo lo que pude meter los dedos.

Comprobé que le entraban perfectamente primero dos Añadí un tercero, un cuarto y al final, probé con todos los dedos juntos en forma de piña.

Poco a poco fui forzando su dilatación hasta conseguir meter la mano entera y que pasase de la entrada hasta la muñeca.

Cerré el puño e hice movimientos de entrada salida, hasta que me di cuenta de que había demasiada humedad en su coño y que ella había quedado como en trance. Después de tres horas, lo que había conseguido es hacerle alcanzar el orgasmo más fuerte de su vida.

Visto que mis aptitudes como amo, castigador o vengador eran bastante pobres, conclusión a la que llegué viendo los últimos acontecimientos con Carla y las malas caras y modos de Habiba, unido, además, que esto no terminaba de satisfacerme, decidí hacer lo mismo que las grandes empresas: externalizar trabajos.

Hablé con El Fajina para llevarla a uno de los clubes a su cargo, con lo que estuvo encantado y pronto llegamos a un acuerdo. Me indicó donde ir y con quién hablar y quedamos que la llevaría y recogería todos los días. El único requisito que puse fue que no debía alcanzar el orgasmo nunca.

A partir de ese día, después de atendernos, y la mandaba lavarse y pintarse como una puta.

Al principio tenía que retocarle el maquillaje a bofetadas, pero pronto aprendió cómo me gustaba.

Luego la hacía vestirse con una minifalda y una camiseta que habían sido recortadas y ajustadas convenientemente por Habiba, y unos zapatos con los tacones más largos que pude encontrar, con los que completaba la imagen de puta.

Una vez preparada, la hacía ir andando hasta la salida de la urbanización, que se encontraba aproximadamente a un km., y esperarme en la parada del autobús que hay allí, donde iba yo a recogerla unos minutos después para llevarla al trabajo.

El primer día se negó a salir a la calle así vestida.

-No puedo salir así. Todo el mundo en la urbanización me conoce, ¡Qué van a decir de mí!

-Que eres una puta. Lo que has sido siempre. Como soy un blando, no te voy a obligar. A cambio, desnúdate y ve al garaje.

Até sus muñecas a sendas cuerdas al techo y sus tobillos a los enganches del suelo, dejándola en posición de “X”.

Tomé mi fusta preparada al efecto con una tira de 50 cm. de cuero en la punta y me puse a repartir golpes sin medida por todo su cuerpo. Tetas, culo y coño incluidos. En principio, temí que nos oyesen los vecinos, pero Habiba tenía orden de avisarme si se oía demasiado y no ocurrió. Cuando toda su piel estaba roja, incluso con algunas marcas de sangre, le dije.

-Vaya. Se me había olvidado que para que los correctivos surtan efecto, debes de ser consciente de ello. Volvamos a empezar. Te voy a dar 25 golpes con la fusta. Deberás contarlos y darme las gracias. ¿Lo has entendido?

-No, amo. Más no. Haré todo lo que me digas, pero más no. –Dijo llorando a lágrima viva.

-¿No lo has entendido? Bien, te lo repetiré otra vez.

-por favor. –decía bajito.

ZASSS

-AAAAAGGGGG.

-Te daré 25 golpes como este y tú los contarás y me darás las gracias. ¿Lo has entendido ya?

Afirmó con la cabeza.

ZASSS

-AAAAAGGGGG.

-No te he oído. ¿Lo has entendido?

-SSsi, amo.

-Bien, eso está bien.

ZASSS

-AAAAAGGGGG.

Un golpe sobre una de sus tetas.

-Uno, gracias amo.

ZASSS

-AAAAAGGGGG.

Otro golpe de abajo arriba en su coño.

-Dos, gracias amo.

-Vale, vale, vale. Paremos un momento. No te he explicado porqué te estoy castigando. ¿O lo sabes ya?

-Por no salir a la calle vestida de puta.

-No, no, no. Te castigo por no obedecerme. Cuando yo de diga algo, tu lo harás sin pensar en más. Tu único pensamiento será agradarme a mí. ¿Entendido?

-Si amo.

-Entonces, volvamos a empezar desde el primero.

ZASSS

-AAAAAGGGGG.

Un golpe sobre una de sus tetas.

-Uno, gracias amo.

ZASSS …

Al día siguiente, misma escena, pero esta vez salió corriendo para que la viese la mínima cantidad de gente posible, pero corriendo con esos taconazos sin estar acostumbrada, tubo dos caídas en las que se magulló piernas y brazos. Varias vecinas salieron a auxiliarla, pero las rechazó muerta de vergüenza.

Desde donde estaba, pude escuchar a dos de ellas.

-Te as dado cuenta. Va con el coño al aire, y esa falda ni siquiera se lo tapa.

-Y las tetas. ¿Qué me dices de las tetas? Sueltas también, como cualquier guarra.

-No, si ya sabía yo que esta tenía que ser una puta. Desde que se separó del marido…

Dejé que esperase un buen rato, mientras le pitaban los vehículos que pasaban y los que entraban o salían se quedaban mirando.

Cuando la recogí, me aparté a un cañaveral que había al lado de la urbanización, la hice salir y apoyar las manos en el capó del coche, me saqué el cinturón y le dije:

-Por querer esconder lo guarra que eres, has estropeado es cuerpo que es mío, y eso solamente puedo hacerlo yo. Te voy a dar diez correazos y si mueves las manos del capó, volveremos a empezar.

Y así lo hice. Levanté su falda y le di los correazos de rigor, tras lo cual, la llevé al trabajo.

Al día siguiente, lo sabía toda la urbanización. A la hora de salir, hombres y mujeres la observaban desde los porches, ventanas o desde la propia calle, donde la esperaban paseando disimuladamente.

Al tercer día, había dos vehículos detenidos en la parada, haciéndole proposiciones, mientras ella ocultaba su vergüenza vuelta de espaldas a ellos.

-¿Qué ocurre? –Pregunté tras detener mi auto y bajar de él.

-A ver si tienes más suerte que nosotros. No hay forma de sacarle cuanto cobra por dejarse follar o chuparla. –Dijo uno de ellos.

-20 por mamada de diez minutos y 50 por follarla por cualquier agujero en media hora.

Llegamos a un acuerdo y la hice subir al primer vehículo, que se metió en el huerto cercano, al abrigo del cañaveral. A los diez minutos volvieron, cambió de coche y realizó otro trabajo de diez minutos. La llevé a casa para que se lavase y de nuevo salimos para dejarla en su centro de trabajo

Al día siguiente, fui preparado con una garrafa de agua y toallitas húmedas y secas. Al llegar había un solo vehículo, pero fui informado que tras el cañaveral, había ocho más esperando.

Esta vez hubo todo tipo de servicios, incluido un matrimonio al que tuvo que atender a ambos. A todos les insistía en que la puta no debía correrse, que cuando la viesen excitada le retorciesen los pezones o el clítoris o hiciesen cualquier cosa para evitarlo.

Casi todos nos conocían, pues eran vecinos desde que fuimos a vivir de recién casados y todos tenían en común: las ganas de follársela desde que llegamos.

Así todos los días. Siempre había alguien dispuesto a follarla por el coño o el culo, cuando no eran varios.

Llegó un momento que se resignó a ello y ya no la avergonzaba ni lo que le decían ni lo que le hacían los que hasta entonces habían sido sus vecinos.

En el club, bailaba desnuda hasta la madrugada, en varios pases, cosa que no se le daba mal, tenía estilo para calentar a los hombres y alguna que otra mujer. El problema era que con sus grandes tacones y los movimientos sensuales, se le dañaban los pies y se le hacían heridas que luego yo desinfectaba con alcohol y curaba con pomadas calmantes.

Entre pase y pase, tenía que atender a la numerosa clientela del local, la mayoría presentes por verla a ella y poder follarla. Pues la fama había corrido y el hecho de follarla sin permitir que se corra, daba un valor añadido al morbo del sexo con ella.

Por otra parte, pronto estuvo instalado el sistema de cámaras con control remoto que compró El Fajina, por lo que quedamos en mi casa una mañana para instalarle la app en su teléfono y explicarle el funcionamiento.

Una vez instalada y configurada (yo también la tenía en el mío), tomamos una dirección al azar de las que correspondían a uno de sus centros especiales para clientes especiales, y rápidamente apareció la habitación vista con una toma lateral, en la que había una mujer acostada boca arriba sobre una mesa, bien sujeta e inmovilizado su cuerpo con bandas de lona, los pies en alto en unos apoyos de tipo ginecológico, la boca sellada con una bola y cinta adhesiva sobre ella, con las piernas abiertas hasta el dolor.

Frente a su coño un hombre con bata de médico, sostenía en sus manos una pistolita que no veía yo desde que era muy niño. Consiste en una pistola en plástico con un alambre rígido y grueso envuelto en un muelle, que recorre desde el cañón al percutor.

Tirando del alambre hacia atrás, se carga. En el extremo del cañón se ponía un tapón de corcho atado con un hilo para no perderlo y al presionar el gatillo el tapón salía disparado alcanzando una distancia de un par de metros o lo que llegase el hilo de sujeción. Si colocabas un objeto a esa distancia, se podía hacer tiro al blanco.

Cambiando la imagen a la cámara que se encontraba a espaldas de él, observamos que el caballero se entretenía en disparar tapones de corcho dentro del coño de ella. Que luego recogía con su mano envuelta en guante de látex.

Me dio un ataque de risa que no podía decirle nada. Solo señalaba la imagen y me volvía a dar otro ataque. Intentaba hablar, señalaba y un nuevo ataque.

-Puedes reírte, -me dijo El Fajina- pero este es nuestro mejor cliente y el que más paga. 10.000 euros esa sesión (eso me cortó la risa de repente) Hemos tenido suerte en la primera vista.

-¿Y paga eso por darle con corchitos en el coño?

-El amigo es un auténtico sádico. Los corchitos que tú dices, llevan en la punta un pincho untado en un producto altamente urticante, y los clava directamente en el cuello del útero. El guante no está lubricado, también está untado de urticante, con lo que le está dejando el coño en carne viva.

-Después de esto tendrá que pasar un mes hospitalizada, sin poder trabajar, teniendo que ser atendida por médicos y personal especializado. Por eso es tan caro.

-Pero en los hospitales hay que declarar lo que ha pasado. –dije yo.

-No, para eso tenemos nuestro propio servicio médico y hospital.

-Carla tiene que probar eso.

-Lo probará. Mañana llévala allí en lugar de al club.

Y así fue. Al día siguiente empezó en el nuevo lugar. Al principio fueron sesiones suaves: pinzas en pezones y clítoris, retiradas a latigazos, enemas y cosas parecidas, pero al ver que respondía bien, a los pocos días ya le tenían preparado algo especial. Su primera noche especial, según me anunciaron.

Me preparé en mi dormitorio como para ver un estreno de cine porno. Unas bebidas a mano, llevé mi televisor de 55 pulgadas con conexión a Internet al pie de la cama, unos grandes almohadones a mi espalda, Habiba entre mis piernas, ambos desnudos, los controles en mis manos y una tremenda curiosidad.

Me conecté con el televisor a la cámara de su habitación y enseguida apareció la imagen como si estuviese allí mismo, mirando por una ventana viendo lo que le hacía. Al mismo tiempo indiqué a Habiba que empezase a chupármela despacito.

El sujeto, un hombre de mediana edad, calvo y totalmente depilado, desnudo completamente, estaba preparando lo que iba a utilizar cuando ella entró en la habitación.

Esta estaba vacía, a excepción de una plataforma de un metro cuadrado aproximadamente y 25 cms. de alta, en uno de cuyos lados había un poste vertical de unos dos metros de altura, al parecer, muy bien sujeto. Al lado, una mesa de tipo quirófano, donde él preparaba el instrumental y otra mesa vacía un poco más alejada, con una silla delante.

Se acercó a recibirla y la acompañó hasta la tarima, donde la hizo subir. La colocó de espaldas al poste, sujetándola a él mediante un cinturón especial con un tensor que la dejó totalmente pegada a medio cuerpo.

Habiba se esmeraba en recorrer mi polla con su lengua, subiendo y bajando en un lento recorrido con lametones en el borde del glande y frenillo.

-MMMMMM. Juega más despacio, que tenemos mucho tiempo. –Le dije mientras volvía mi atención al televisor.

Seguidamente, tomó una cuerda ya preparada con un lazo en un extremo. Sujetó sus muñecas con ella y fue subiendo por sus brazos dándole vueltas y tensando, para que sus brazos quedasen fuertemente pegados entre si. Llegó hasta sus codos que ya no permitían más y procedió a anudarla. Otra cuerda más pequeña fijó su cuello al poste con tres vueltas y un buen nudo en la parte trasera.

Entre sus piernas, colocó un tubo con un ajuste a mitad y con un pie o base ancha metálica para mantenerlo recto, sin caerse al suelo por un extremo y para poder poner los pies de ella sobre esa base. En el otro lado, un pene pequeño, con tope par impedir su entrada total, que a su vez encajó en su coño, ajustando el tope a los labios del coño. Un cable que salía por la parte inferior, fue llevado a una caja que había en la mesa de material y conectado.

Ella quedó totalmente recta, con los pechos sobresalientes y casi sin movimiento.

Repasó las sujeciones y nudos, comprobando la firmeza de todo y procedió a presionar sobre los hombros de ella. Al bajarse unos milímetros, una descarga eléctrica partió de su coño y bajó por sus piernas, haciéndola temblar y emitir un grito inhumano

-AAAAAAYYYYYYYYYY

Satisfecho, le colocó una mordaza de bola en la boca y volvió a la mesa del instrumental. Él, en ningún momento abrió la boca para decir nada.

Sabía que ella tenía que estar callada siempre, bajo amenaza de castigos terribles.

Mi polla estaba dura como una piedra hice que Habiba se diese la vuelta y, de espaldas a mi, se la metiese en el coño, inclinándose hacia delante hasta quedar acostada boca abajo, con sus piernas a ambos lados míos y la polla bien metida en su coño. En esa posición le iba pidiendo suaves movimientos o que se detuviese, según me interesase para no correrme.

Ella me hacía movimientos circulares con su coño o presiones cuando se detenía, en una deliciosa tortura que me mantenía en la gloria.

Volviendo a la pantalla, el sujeto se había puesto unos guantes de látex y tomado una fina aguja de unos 25 cm., que sumergió en un líquido y procedió a clavarla verticalmente, sin prisa, con bastante precisión, desde el borde superior de la aureola hasta hacerla salir junto al borde inferior. Luego la ajustó para que quedase el mismo trozo visible por arriba que por abajo.

Cuando la aguja empezó a penetrar en su pecho, ella empezó a hacer movimientos, que hicieron que se disparasen las descargas de su coño, haciéndola emitir ruidos, que de no ser por la bola, serían horribles. Eso hacía que cada poco tiempo, se viese obligado a parar por las convulsiones que la sacudían entre el dolor y las descargas.

Cuando la tuvo toda pasada espero un momento para que ella se relajase.

Seguidamente, tomó otra e hizo la misma operación con el otro pecho.

Yo ensalivé bien mi dedo medio y se lo metí a Habiba por el culo. Empecé también a jugar metiéndolo y sacándolo, al tiempo que presionaba la pared de separación con mi polla y reforzaba el efecto placentero de los movimientos de ella.

En el televisor, seguía metiéndole agujas, entre convulsiones y dolores. En este momento, estaba con una horizontal, de lado a lado, formando una cruz. Cuando tuvo ambos pechos, comenzó a colocar otras dos más equidistantes en cada cuadrante superior, hasta completar 6 agujas por pecho.

-Amo, necesito correrme. –Me dijo Habiba. Al parecer, sus movimientos y mi dedo le estaban causando grandes efectos

Intensifiqué mis movimientos en su ano, haciéndola gemir de gusto:

-MMMMMMMM Siiii

La empujé un poco hacia delante, con el fin de hacer sitio para que un dedo de mi otra mano entrase entre nosotros y alcanzase su clítoris.

Estaba hinchado como nunca. Unos pequeños golpecitos con la yema de mi dedo, la colocaron en el disparadero:

-AH. AH. AH. AH.

Y apoyándolo sobre él, comencé a darle vueltas en círculo por encima.

-SIIII. Me corroooo. Siiii. No pareeee…

Tuvo un orgasmo prolongado que la dejó adormecida.

Tiré de sus piernas hacia mí para volver a encajársela nuevamente hasta el fondo y esperé a que se recuperase para que continuara con su labor.

En el televisor, estaba terminando de unir las agujas con unos cables que también terminaban en el aparato de la mesa.

Al tiempo que Habiba comenzaba a moverse nuevamente, el tipo desató la cuerda del cuello y soltó el poste desde una palanca en la base, levantándolo, sacándolo de los brazos y dejándolo a un lado.

Seguidamente, se colocó una especie de zapatillas de goma, tomó un mando a distancia, se situó tras ella y sin más, clavó su dura polla en el ano de la mujer. Sus movimientos volvieron a disparar las descargas sobre ella, que, con sus convulsiones, terminó de empalarse.

A partir de ese momento, cuando ella se detenía y cesaban las descargas en su coño, accionaba el mando, el cual hacía que recibiese descargas en las tetas a través de las agujas, lo que hacía que se moviese nuevamente.

Yo empecé a desear correrme, y así se lo hice saber a Habiba, que intensificó sus movimientos y presiones.

El grito de placer en el televisor por cuenta del tipo, lanzó mi orgasmo también en el coño de Habiba.

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH

Mientras mi polla llenaba su coño, Habiba también alcanzó su orgasmo. Metió su mano hasta su clítoris y empezó a frotarlo, alcanzando también la base de mi polla.

-PPPPPFFFFFFFFFFFSSSSSSSSS. MMMMMMMMMMMMMM .

Cuando nos recuperamos, la hice ponerse a mi lado y prestamos un momento de atención a la pantalla. El tipo, al que no le había bajado la erección, había retirado la picana del coño y había colocado la mesa vacía delante, la había hecho inclinarse sobre ella forzando los brazos hacia arriba y se la estaba follando por el coño

Apagué el televisor y nos quedamos dormidos, uno en brazos del otro, como casi todos los días.

Durante la siguiente semana, quedó en el hospital recuperándose.

En días sucesivos, solamente le encargaron trabajos suaves, algunos lésbicos, recibió una buena sesión de azotes e incluso un grupo de ocho amigos se montaron un concurso tipo gang bang para ver quién la reventaba a pollazos, donde estuvieron horas dándole por todos sus agujeros para terminar en un bukkake sobre su cara.

Algún tiempo después, fui avisado de un nuevo trabajo muy especial.

Tras prepararlo todo y con mi polla ya en el coño de Habiba, me dispuse a ver de qué se trataba.

Esta vez ya estaba colocada sobre una camilla tipo ginecológico, donde los apoyos para pies podían separarse a voluntad. En este caso estaba abierta totalmente, con las rodillas hacia atrás y el culo ligeramente fuera del borde de la mesa, lo que dejaba su coño totalmente expuesto. En la boca llevaba una enorme bola negra. Los brazos atados a sendos lados de una barra que cruzaba bajo la mesa a la altura de su cabeza.

A su lado, una mesa con material diverso, igual o similar a la de la otra vez y otra vacía, con una silla a su lado.

En este caso, el tipo estaba vestido, y se cubría con una bata blanca, tipo médico y guantes de látex.

Tomó de la mesita un tubo de goma con algo en los extremos, que luego pude ver que eran un succionador para el clítoris en un lado y una llavecita y un objeto para hacer el vacío en el otro.

Lo primero que hizo fue separar los labios del coño y empezar a lamer y chupar el clítoris, que no tardó en estar erecto mientras ella soltaba gemidos ahogados por la bola de su boca.

Mis instrucciones de no dejarla correrse y darle plantas estimulantes se seguían con precisión, entre otras cosas, porque eso hacía que estuviese caliente y lubricada casi constantemente, lo que facilitaba mucho su uso a los clientes, que lo agradecían con un mayor número de solicitudes de servicios.

Una vez conseguida la máxima erección, colocó el succionador y manejó el bombín de vacío hasta que no dio más de si. En el otro extremo, el clítoris había doblado su tamaño.

Mientras hacía efecto, se dedicó a meterle el dedo medio en el coño y moverlo despacio. Debía estar atacando su punto G, porque su cuerpo se arqueaba y movía lo poco que le dejaban las fijaciones.

Si se excitaba mucho, cambiaba para metérselo por el ano, solo o en compañía de otros dedos.

Una vez que el clítoris ya no dilataba más, manipuló la base del succionador que debió dejar algún tipo de anillo para impedir que recuperase su tamaño normal, que la cámara no me permitió ver, para luego abrir la espita y retirar el aparato.

Después, tomó una aguja gruesa y hueca, de las de poner inyecciones y un rollo de alambre de cobre, del tipo utilizado en los bobinados de los motores eléctricos del que cortó un largo trozo, en uno de cuyos extremos hizo una filigrana en forma de T. Ambas cosas las dejó sobre el suave vientre de ella, que la hicieron estremecerse levemente.

A continuación, echó líquido con un pulverizador, que debía ser desinfectante, mojando bien toda la zona, la aguja y el alambre.

Seguidamente, tomó un globo con formato polla, con la parte para hincharlo de una longitud de unos 20 cm., que fue metiendo en su lubricado coño, ayudándose de un palito empujador, hasta que solamente quedó fuera la parte para hincharlo.

Entonces, tomó los labios del coño, los emparejó por el borde y tomó un pellizco justo bajo el clítoris sobresaliente.

Mientras lo sujetaba con una mano, tomó la aguja con la otra y la clavó por un lado, sin prisa, hasta que salió por el otro, entonces, tomó el alambre, encajó la punta que había dejado lisa en el hueco delantero de la aguja y procedió a moverla hacia atrás, al tiempo que metía el alambre en sustitución. Cuando el alambre salió por el otro lado, tiró de él hasta que la T hizo tope y no pudo meter más.

Los puños apretados, marcando los nudillos blancos eran señal de que le estaba causando dolor.

A continuación, repitió la escena como cosa de un centímetro escaso más abajo, volviendo a meter la punta y pasando todo el alambre de nuevo, ajustando bien.

Repitió una tercera vez, creando una especie de apretada costura en forma de muelle.

Para la cuarta vez, colocó el tuvo de hinchar pegado a la tercera, y, si anteriormente había estado clavando la aguja de derecha a izquierda, esta vez lo hizo de izquierda a derecha, dejando una separación ajustada al tubo.

Siguió cosiendo hasta que ya no pudo más, y con la punta sobrante la metió por entre los labios hasta la parte superior, donde dobló la punta y cortó el resto.

Volvió a pulverizar líquido y limpiar con unos algodones. Se metió el clítoris en la boca, lo chupó y lamió un momento. Seguidamente, procedió a hinchar el globo hasta que la tensión de los alambres amenazaba con rasgar la carne, Momento en el que puso una pinza de presión para que no se saliese el aire.

Entonces se quitó la bata tranquilamente, y procedió a desnudarse, dejando la ropa cuidadosamente plegada sobre la silla. Cuando terminó, retiró la bola de la boca y volvió a situarse entre sus piernas.

A todo esto, yo me había corrido una vez en el coño de Habiba y ella no se cuantas más, pero seguía con su trabajo y yo totalmente empalmado.

En la pantalla se oía despacito la voz llorosa de ella:

-Por favor, no más. No más, por favor.

El se escupió en la punta de su polla, se la enfiló al culo y de un solo empujón le metió la mitad.

-AAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYYYY –Fue el alarido de ella al sentir la entrada.

-No, por favor, me matas. No, no. Me duele todo. Me estás deshaciendo.

Él, sin hacer caso, continuó metiéndole polla hasta que la tuvo toda dentro, comenzando a moverse lentamente entrando y saliendo, al mismo tiempo que movía el clítoris en círculos, cogido con las yemas de todos los dedos de la mano juntas, como si se tratase del joystick de un ordenador.

-FFFFFFFFFFFFFFF –Resoplaba el tipo. El gusto debía ser tremendo, a la estrechez natural del ano (aunque ya lo tuviese muy dilatado) se añadía la presión interna originada por el globo.

-Por favor, no más, me está deshaciendo el coño. Me duele mucho. AAAAAAYYYYYYY.

Estos gritos y quejas excitaban cada vez más al sujeto, que iba acelerando los movimientos poco a poco.

Al mismo tiempo, yo forzaba a Habiba a moverse también más rápido a base de palmadas en su culo.

Al final, el tipo soltó un fuerte gemido, empotrando la polla hasta lo más profundo y se corrió en su culo.

-AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH SIIIIIIIIIIIIIII Cómo aprietas. Me estas ordeñando como no lo han hecho nunca.

Tras unos minutos en el culo, la sacó, se dirigió a la cabecera haciendo bajar un trozo, lo que hizo que su cabeza quedase colgando.

En esa posición solamente tuvo que acercarse para metérsela en la boca hasta tenerla bien limpia.

Tras esto, volvió a vestirse con tranquilidad, se situó de nuevo entre las piernas y quitó la sujeción del globo, que se desinfló como un fuerte suspiro, seguidamente, con una tenacilla fue cortando el alambre por el medio y retirándolo a base de tirar de una de las puntas.

Una vez quitado, junto con el globo, manipuló el clítoris para quitar la presión de la base, lo que originó un nuevo y terrible grito de ella y la corrida de Habiba y mía.

Volvió a echar desinfectante y limpió la abundante sangre de las heridas, y se marchó.

Nosotros, apagamos todo y nos volvimos a dormir tranquilamente.

Muchas más cosas bastante menos interesantes pasaron en los siguientes días y meses, pero como en casi todo, los clientes quieren cosas nuevas y ella fue perdiendo interés, hasta el punto de que ni siquiera yo me conecto ya para verla. Me limito a recibir las notificaciones de ingreso de beneficios en los distintos bancos mundiales que tenía previsto, ya que esta gente se mueve por todo el mundo, sobre todo en paraísos fiscales. No porque tuviese interés en defraudar a la hacienda pública (?), sino por la dificultad de explicar los ingresos tan atípicos.

Hace poco, recibí la oferta de 500 mil euros por eliminarle los labios mayores, capricho de un cliente que le gustan las mujeres así. Dado el bajo rendimiento que estaba obteniendo últimamente, acepté gustoso. Eso ha hecho que otros clientes vuelvan a interesarse por ella y que hayan subido ligeramente los ingresos. Pero ya me da igual.

Como decía un viejo chiste, “no me queda ni gotita de rencor”. Mi vida está rehecha, soy feliz, me he quitado la espina que tenía clavada con ella y… me sobra dinero. Habiba también está más feliz. Se ha hecho a la idea de que soy totalmente suyo y notaba yo que no veía bien que disfrutase con la otra, aunque lo soportaba con su amor.

¡Ah, se me olvidaba! Habiba está embarazada y apunto de cumplir.

Gracias por haberme leído y por vuestros comentarios. Se que en el transcurso de esta historia han quedado algunos flecos sueltos que no se si darán para mucho si algún día los continúo. De momento, me voy a dedicar a mi mujer y mi hijo o hija, que no hemos querido saber qué era.

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Relato erótico: “Prostituto 13 La mulata se entrega a mí por placer” (POR GOLFO)

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Tara:

Para los que no hayan seguido mis andanzas, me llamo Alonso y soy prostituto de élite en Nueva York. Vender mi cuerpo no me avergüenza porque considero que además de ser un trabajo como otro cualquiera, está estupendamente remunerado. Pero en esta ocasión no voy a narrar mi historia sino la de Tara, un maravilloso ejemplar de mulata que la casualidad hizo que cayera en mis brazos.
Como expliqué en un relato anterior, al vengarme de un par de gemelas, recibí a esa preciosidad como parte del pago. Nunca llegaré a agradecer al árabe que se quedó con las dos hermanas el favor que me hizo al entregarme a esta mujer. No solo era todo un monumento a la belleza femenina sino que tal y como os contaré, resultó ser un filón que aproveché.
Considero primordial describiros a Tara, sabiendo de antemano que por mucho que me explaye será imposible hacer justicia a esa mujer. Mulata de veintidós años, debía su hermosura a la combinación de los genes blancos de un potentado de origen europeo con la herencia de la mujer negra que trabajaba como sirvienta en su hacienda. Su color de piel era apiñonado, para los que no estén familiarizados con ese término, os puedo decir que era negra clara o si lo preferís morena obscura. Pero si de algo podían estar orgullosos sus progenitores era del cuerpo de su retoño.
Delgada pero bien proporcionada, Tara tenía unos pechos pequeños pero maravillosamente formados. Firmes y duros era una delicia el tocarlos pero más aún el metérselos en la boca porque, al hacerlo, sus pezones marrones se encogían como asustados, convirtiéndose en unos deliciosos chupetes.   No sé la cantidad de horas que me he pasado mamando de ellos, lo que si os puedo decir es que ella disfrutó tanto como yo, las ocasiones que me dormí con ellos en mi boca.  Tampoco me puedo olvidar de su espléndido culo en forma de corazón que tantas veces poseí ni de ese coño depilado que la hacía parecer aún más joven. En resumen, Tara era una de esas mujeres que levantan el aplauso unánime de todos los que la ven pasar y para colmo, como persona era dulce, delicada y apasionada.
Todavía rememoro con cariño el siniestro modo en que la conocí. La pobre había caído en manos de una organización de trata de blancas y gracias a un trueque me hice con sus servicios una noche de madrugada. Recuerdo que estaba aterrorizada al no saber qué clase de amo era yo, cuando ese norteafricano me la cedió. No os podéis imaginar cómo temblaba la muchacha cuando siguiendo con el papel de amo estricto, la obligué a montarse en mi coche. Como no podía descubrir que no era uno de ellos, esperé a estar lejos del alcance de esas alimañas para preguntarle cómo había llegado a esa situación.
Debió ser mi tono amable, lo que la indujo a confesar al extraño que acababa de comprarla su triste historia:
-Amo. Nunca deseé ser una esclava pero ello no debe importunarle porque después de dos años y tres dueños, he comprendido que esta es mi vida y he aprendido a asumirlo-
No tuve que ser un genio para saber que era una víctima y por eso nada más contarme que un antiguo novio, en su África natal, la había vendido a esos traficantes, le ordené que se quitara el collar de esclava. Tara creyó que era parte de un malvado juego y que en realidad solo quería reírme de su desgracia:
-Amo, ¿En qué le he fallado para que me torture de esta forma?- respondió con lágrimas en los ojos.
Viendo que tanto maltrato la había convertido en un ser sin esperanzas, tuve que ser yo mismo quien se lo quitara, tras lo cual le dije con el tono más dulce que pude:
-Para empezar, nunca más me llames amo, soy Alonso y a partir de ahora eres libre-
Mis palabras lejos de consolarla, acrecentaron su llanto y completamente histérica, me rogó que no le hiciera eso, que no la liberara.
-No entiendo- contesté acariciándole la cabeza- ¿No me has dicho que no deseas ser esclava?-
Completamente desmoralizada, ya que se veía en la calle, me explicó que solo conocía en los Estados Unidos a sus antiguos amos y que si la echaba de mi lado, volvería a caer en sus garras o lo que era peor, en la de la “Migración americana”.
-Me mandarían otra vez al Zaire y eso sería mi sentencia de muerte porque mis tíos  me matarían para salvaguardar su honor- dijo temblando. -No se olvide que para ellos soy una pecadora-
Conociendo que en esa parte del orbe, seguían matando a las mujeres que por uno u otro motivo habían manchado el buen nombre de la familia, no me quedó otra salida que proponerle que viviera conmigo en calidad de sirvienta. Al oír mi propuesta, me besó emocionada prometiéndome servirme en la casa y en la cama.

-No me has entendido- dije rehusando sus carantoñas- Te ofrezco que seas mi criada y te pagaré un salario mientras conseguimos arreglar tus papeles. Se ha terminado para ti el entregar tu cuerpo. Cuando lo hagas que sea porque es tu deseo-

Le costó asimilar mis palabras porque, en su vida, todos los hombres con los que se había topado habían abusado de ella. Cuando al cabo de cinco minutos, llegó a la conclusión que podía fiarse de mí y que mis intenciones eran sanas, me dijo con voz temblorosa:
-Acepto pero deberá descontar de mi salario, lo que pagó por mí-
Solté una carcajada al escuchar a la muchacha. Con la libertad había retornado el orgullo innato de su etnia y obviando que era imposible que llegara a pagarme los treinta mil dólares en los que la habían tasado, cerré el trato diciendo:
-¿Qué tal cocinas?-
-Estupendamente, le cebaré como solo saben hacer las mujeres de mi pueblo-
Su desparpajo me encantó aunque por mi trabajo no me convenía engordar, no dije nada no fuera a ser que cualquier negativa por mi parte quebrara su recién estrenada autoconfianza y por eso, me dirigí directamente a casa. Ya en mi apartamento, lo primero que hice fue mostrarle su habitación. Tara al ver por vez primera donde iba a dormir, no se lo podía creer:
-Amo… digo ¡Alonso!- exclamó rectificando al ver mi cara de cabreo – no se imagina la jaula donde llevo seis meses durmiendo cuando mi antiguo amo no me requería en su cama-
Las penurias incalificables que esa pobre había sufrido se habían acabado y así se lo hice saber, diciéndola:
-Es tarde. Vete a dormir que mañana tengo que conseguirte ropa-
-Se la pagaré…-  respondió mientras dejándola con la palabra en la boca, me iba a mi cuarto.
Mi despertar con ella en la casa:
Ni que decir tiene que en cuanto apoyé mi cabeza en la almohada, me arrepentí de no haber hecho uso de esa preciosidad antes de liberarla. Tengo que reconocer muy a mi pesar que me pasé toda la noche soñando con ella. Me la imaginaba gateando llegar a mi lado y ya en mi cama, ronroneando, pedirme que la tomara.
“Cambia el chip” me dije mientras cambiaba de posición en el colchón, “no puedes ni debes abusar de su ingenuidad”.
Por mucho que intenté olvidarme de Tara, ella volvía a mis sueños más y más sensual cada vez hasta que, cogiendo mi miembro, me masturbé imaginando que disfrutaba de ese delicado cuerpo entre mis piernas. No sé las veces que liberé mi esperma sobre las sábanas en su honor, lo que sí sé es que al despertarme esa mañana estaba agotado.
Acababan de dar la diez cuando me despertó el ruido de unos platos. Al levantarme a ver que era, me sorprendió descubrir que la mulatita se había levantado temprano y que en contra de lo que era habitual, la casa estaba escrupulosamente limpia. Los papeles y los restos de comida habían desaparecido del salón pero fue el olor a comida, lo que me hizo acercarme hasta la cocina.
Desde el quicio de la puerta, observé como esa belleza se ufanaba cocinando mientras seguía con su cuerpo desnudo el ritmo de la música que salía de una radio. Embobado y aunque sabía que no era ético siquiera el contemplar a Tara sin su consentimiento, no pude dejar de disfrutar de esas curvas perfectas contorneándose siguiendo el compás de la canción.
“¡Es maravillosa!” pensé sin hablar mientras, bajo mi calzoncillo, mi miembro se revelaba contra mí, adoptando una dolorosa erección. ”¡Qué buena está!”.
El maltrato sufrido no había hecho mella en su anatomía. No solo eran sus duras nalgas lo que me cautivó, sino todo ella. Con una cintura de avispa, esa negrita era el culmen de la femineidad. Incapaz de retirar mi mirada, repasé minuciosamente toda su piel buscando un defecto que me hiciera bajarla del altar en la que la había elevado pero no pude encontrarlo. Aunque normalmente me gustaban los pechos grandes, esas tetitas pedían a gritos que mi boca tomara posesión de ellas y tengo que reconocer que si dándose la vuelta, Tara no me hubiera pillado contemplándola, hubiera ido directo al baño a volverme a masturbar.
-¿Cómo ha dormido el señor?- fue su saludo. Su rostro no tenía ni la menor pizca de maldad pero tampoco mostraba la menor señal de sentirse turbada por estar desnuda en mi presencia.
Tratando de tapar la firmeza que había adquirido mi pene al observarla, me senté antes de contestar:
-Bien, pero llámame Alonso. Lo de señor me hace sentir viejo-
Alegremente, me respondió que no volvería a llamarme así y cambiando de tema me contó que ella había dormido en cambio fatal.
-¿Y eso?- pregunté interesado por saber el motivo de su insomnio.
-No estoy acostumbrada a una cama y menos para mí sola- contestó mientras ponía frente a mí un suculento desayuno.

Os tengo que reconocer que ni siquiera me fijé en el plato, mis ojos estaban fijos deleitándose del sensual movimiento de los senos de la cría. Se notaba que nunca había sido madre por la firmeza con la que desafiaban la ley de la gravedad. Tara, al percatarse del modo en que la devoraba con la mirada, se sonrojó y un tanto indecisa, me preguntó por la ropa de mujer que había en su armario.
-Es tuya. Su antigua dueña nunca volverá- contesté obviando que esos trapos habían sido de Zoe, la teniente de policía por la cual la había intercambiado.
La morenita pegó un grito de alegría y pidiéndome permiso, se fue a vestir apropiadamente. Aunque la comida que me había preparado estaba riquísima no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba pensando en la muchacha que se estaba cambiando a solo unos metros.
“Está para comérsela” pensé mientras introducía en mi boca un pedazo del manjar que había cocinado en vez del clítoris de esa mujer que era lo que realmente me apetecía.
Tara no tardó en volver y cuando lo hizo, no pude dejar de maravillarme de la bella estampa que inconscientemente me regaló. Comportándose como una adolescente, me modeló su vestido dando saltitos sin dejar de reír. El dicho de “como niña con zapatos nuevos” le venía ni pintado. La mulatita estaba en la gloria sintiéndose la dama más feliz del mundo usando esa ropa de segunda mano.
-Estás preciosa- mascullé entre dientes cuando me pidió mi opinión.
Por vez primera, hallé algo de malicia en ella y fue cuando cogió mi mano y me llevó hasta su habitación donde me obligó a sentarme:
-Dime cual te gusta más- soltó mientras se desnudaba y removiendo los percheros, sacaba un ajustado traje de raso rojo.

Perplejo por la visión de esa mujer recién salida de la adolescencia en pelotas sin importarle que su teórico patrón estuviera observándola mientras se cambiaba, me mantuve callado rumiando mi calentura mientras intentaba que no se me notara.

-¡Dios mío!- exclamé en voz alta al descubrir que en contra de la noche anterior ni un pelo cubría su vulva.
-¿Qué le pasa?- preguntó asustada, pensando quizás en que algo me había incomodado.
Al explicarle totalmente avergonzado el motivo, soltó una carcajada mientras me decía:
-Ayer me fijé en su sumisa y creí que le gustaría más con el coño depilado-
Os juro que mi pene se izó como un resorte al escucharla porque aunque no lo dijera esa cría quería complacerme pero previendo que si no dejaba claro nuestra relación, no tardaría en llevármela a la cama aunque fuera a la fuerza:
-Eres una mujer libre, lo que hagas es porque te apetece, no porque me guste a mí más o menos-.
Por mi tono, Tara supo que me había incomodado pero entonces levantando la voz y tuteándome por primera vez, me soltó:
-Sé que ya no soy esclava y por eso si me apetece arreglarme para ti, lo haré y tú no podrás decirme nada-
Tenía toda la puta razón. ¿Quién era yo para ordenarla como debería llevar el chocho? Pero no queriendo perder nuestra primera discusión, me defendí diciendo:
-De acuerdo, pero te tengo que recordar que soy hombre y no te quejes si un día no aguanto más y te violo-
Muerta de risa, se pellizcó un pezón y poniendo cara de puta, me respondió:
-Ten cuidado tú, no vaya a ser que un día despiertes atado a tu cama y con esta mujercita forzándote-.
-¡Te estás pasando!- exclamé y aguantándome las ganas de tumbarla en la cama, salí del cuarto huyendo de ella.
Una carcajada llegó a mis oídos mientras dando un portazo me encerraba en mi estudio.
Tara me pide que la retrate:
 
 
Cómo no tenía que ninguna cita y además tenía suficiente efectivo para tomarme un periodo de asueto, me quedé en casa terminando un par de obras que tenía inconclusas. El pintar me permitió olvidarme momentáneamente de la mulata pero al cabo de la horas, escuché que tocaban a la puerta:
-Alonso, ¿Puedo pasar?-
Incómodo por la interrupción, di mi asentimiento a regañadientes. Al entrar Tara con una bandeja, comprendí el motivo que le había llevado a interrumpirme: la muchacha me traía la comida. Me arrepentí en el acto de haberme enfadado porque esa cría solo estaba cumpliendo con las funciones que le había encomendado.
-Gracias, no me había dado cuenta de la hora- dije a modo de disculpa.

Ni siquiera me contestó, al colocar los platos sobre la mesa, se quedó mirando los cuadros que tenía colgados. Su sorpresa fue patente y cuidadosamente, fue escudriñando uno a uno todos los lienzos. Su cara reflejaba una mezcla de turbación y excitación. Verla tan interesada en mi obra, me dio alas para preguntarle que le parecía:

-Me encanta- respondió en voz baja y tras unos momentos de  duda, me soltó: -¿Quiénes son? ¿Tus amantes?-
-¿Por qué lo dices?-solté extrañado- ¿Tanto se nota?-
-Sí- muerta de risa, me contestó. –Fíjate, aunque sean desnudos has sabido reflejar tanto el carácter de cada una de ellas como el tipo de relación que mantenías con ellas. Por ejemplo, esta rubia no es otra que tu antigua sumisa y se ve a la legua que te desagradaba-
Me sorprendió la agudeza de su inteligencia. Nadie se  percataba de eso sino se lo explicaba yo con anterioridad. Tratando de comprobar que no había sido suerte, le pedí que me dijera que veía en el cuadro de Mari:
-Esta mujer está triste pero te cae muy bien-
-Y ¿Este?- dije señalando el retrato que le hice a la amiga de mi jefa, una estupenda tetona que me dio su leche a probar.
-Solo veo morbo- contestó dando nuevamente en el clavo.
Satisfecho por lo atinado de sus respuestas, le fui explicando una a una mis citas, sin darme cuenta que su rostro se tornaba cada vez más cenizo. Al terminar, con verdadera angustia, me preguntó:
-¿Te acostaste con la mayoría por dinero?, entonces la pintura es solo un hobby-
Más que una pregunta era una afirmación y viendo su disgusto me tomé mi tiempo para contestar.
-Soy un pintor que se mantiene gracias a mujeres- contesté sin mentir pero obviando lo básico –Ahora mismo estoy preparando una exposición pero aún me faltan dos cuadros-
Mi respuesta le satisfizo parcialmente y por eso volvió a insistir:
-Si tienes éxito como pintor; ¿Dejarías de prostituirte?-
-Si- respondí sin tener claro si lo haría.
-Y ¿solo te faltan dos cuadros para poder exponer?-
Sin saber que era lo que se proponía, volví a responderle afirmativamente. Al oírme se le iluminó su cara y sin importarle mi opinión, exclamó:
-¡Úsame como modelo en ambos!-
Agradeciéndole el detalle, le expliqué que solo hacía un retrato por mujer pero olvidándose de lo que era obvio, alegremente, me susurró al oído:
-Alonso, gracias a ti, renací. Puedes pintar primero a Tara “la esclava” y luego a Tara “la mujer libre”-
“No es mala idea” pensé porque podría reflejar dos personalidades de una misma mujer y sin prever lo que esa decisión acarrearía, acepté su sugerencia. Habiendo cruzado nuestro Rubicón particular, no había vuelta atrás y por eso mientras yo preparaba el lienzo y los oleos, Tara se fue a cambiar. Al cabo de unos minutos, volvió enroscada en una sábana y con la gargantilla de sumisa que le había quitado la noche anterior en sus manos:
-Amo: ponga el collar a su propiedad-
Molesto le pedí que no me volviera a llamar así.
-Lo siento, amo, pero si tiene que captar mi antigua esencia es necesario-
Entendiendo a que se refería, no volví a insistir y cogiéndolo, se lo abroché. Lo que no me esperaba fue su reacción, nada más sentir que cerraba el broche, en silencio empezaron a brotar unas gruesas lágrimas de sus ojos.
-¿Qué te ocurre?- preocupado pregunté -¿Te sientes bien?-
-Perdóneme, amo,  sé que  una esclava no debe demostrar sus sentimientos y que ahora tendrá que castigarme- respondió quitándose la tela que cubría su cuerpo y arrodillándose a mis pies, adoptó una posición de típica de castigo.

Con la frente pegada al suelo, de rodillas y con el culo en pompa, esperó en silencio a recibir el duro correctivo. Reconozco que pensé que era un juego y por eso le solté un suave cachete en las nalgas, mientras le decía:

-Ya está bien, ¡Incorpórate!-
Nuevamente me vi sobrepasado por los acontecimientos cuando llorando la muchacha, me imploró:
-Si quiere pintar la realidad de una sumisa, ¡Debe castigarme!-

Su tono me convenció y cogiendo una fusta, le arreé un par de latigazos en el trasero. Esta vez sus gemidos fueron genuinos y totalmente inmersa en su papel, me pidió que siguiera. No sé si fue el morbo de volverla a ver como sumisa o como ella dijo, solo busqué la veracidad del retrato pero la conclusión fue que seguí azotándola hasta que me suplicó que parara.

Temiendo haberme pasado, me arrodillé junto a ella y sin pensar en nada más que consolarla, pasé mi mano por su espalda acariciándola:
-Umm- gimió al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Al oír su suspiro, asimilé de pronto que para ella, en ese momento, su amo la estaba premiando y tratando de no defraudarla seguí mimándola mientras le decía que era una buena sumisa:
-¿En serio? ¿Lo soy?- balbuceó con la voz temblando de emoción –¿Mi amo está satisfecho?-
-Sí, estoy satisfecho-
No acababa de terminar de hablar cuando de improviso, pegando un grito de satisfacción, la morenita se corrió a mi lado. No fue parte de su actuación, vi, oí y olí como se retorcía de placer en el suelo mientras de su sexo brotaba un pequeño riachuelo. Asustado por la profundidad de su orgasmo mostrado, me la quedé mirando mientras trataba de adivinar la razón.
“Aunque no lo sepa, está mentalmente condicionada a sentir placer cuando su amo le dice que está contento con ella” pensé.
Queriendo, después de lo que la había hecho sufrir, al menos compensarla, seguí acariciándola mientras le susurraba lo maravillosa que era. Al hacerlo alargué su éxtasis tanto tiempo que sin saberlo, convertí su placer en una nueva tortura. Totalmente maniatada por su adiestramiento, su cuerpo convulsionaba ante cualquier alago. Aunque sea difícil de creer, fui testigo de cómo esa muchacha iba de un orgasmo a otro solo con mi voz. Estaba tan ensimismado por mi nuevo poder que tuvo que ser ella, la que agotada me pidiera que no siguiese.
-Amo, ¡Pare!, ¡No aguanto más!- gritó usando sus últimas fuerzas.
Haciéndola caso, me callé pero Tara seguía corriéndose sobre la alfombra. Francamente preocupado, supuse que estaba histérica por tantas sensaciones acumuladas y recordando que cuando alguien estaba así, lo mejor era soltarle un guantazo, se lo di. En cuanto sintió mi bofetada, se calmó y de repente se quedó dormida.
Al verla sosegada, sonriendo y con cara de felicidad, decidí no despertarla y aprovechando que estaba inmóvil, me dediqué a pintarla. Su rostro reflejaba la felicidad de la entrega de una esclava. Aunque había observado muchas veces esa expresión en la cara de Zoe hasta entonces no supe asignarle su verdadero significado. Al cabo de una hora, mi negrita despertó de su sueño, feliz pero intrigada por lo que había pasado.
-¿Qué me ha hecho?- preguntó con una sonrisa- ¿Nunca había sentido nada igual?-
Dudé si contarle una milonga pero decidí contarle la verdad:

-Yo no te he hecho nada. Alguno de tus anteriores amos era un genio lavando cerebros y te ha condicionado para que cuando portes el collar, tengas que obedecer las palabras del que consideres tu dueño. Como te dejé llegar al orgasmo, seguiste encadenando uno tras otros mientras yo no te decía lo contrario-

-Amo, no le creo- contestó sin darse cuenta que era incapaz de llamarme de otra forma.
-¿Quieres que te lo demuestre?-
Asintiendo con la cabeza dio su conformidad al experimento:
-Sabes que te liberé ayer y que ya no eres mía y por lo tanto no tienes que obedecerme-
-Sí, lo sé-
-Entonces quiero que intentes desobedecerme, ¿Lo entiendes?-
Se quedó callada concentrándose en mis palabras. La dejé que durante un minuto se relajara y cuando ya estaba tranquila, le ordené que se pusiera en posición de esclava del placer.  Por mucho que intentó, no pudo evitar arrodillarse frente a mí con las rodillas abiertas, con la espalda recta y los pechos erguidos, exhibiendo su collar.
-¿Lo ves?-  satisfecho le solté.
Sudando y temblando al darse cuenta que había sido incapaz de llevarme la contraria, sollozó, diciendo que eso no demostraba lo que había sentido mientras me pedía otra oportunidad para demostrar que podía negarse a acatar mis órdenes. En ese instante, mi lado travieso me obligó a jugar con ella y sentándome en el sofá, la ordené que se acercara y que pusiera su cabeza en mi regazo.
Os tengo que confesar que me excitó ver a esa chavala sufriendo al nuevamente verificar que le resultaba imposible oponerse a mis pedidos y por eso cuando apoyó su cabeza contra mi pierna, mi pene ya estaba morcillón.
-Mi única duda es si llevas unido dolor y placer, pero ahora mismo podemos comprobarlo. ¿Te parece?-
-Amo, haga lo que crea conveniente- farfulló muy nerviosa.
Me tomé unos segundo en pensar que era lo que le iba a decir. Quería demostrar sin que pudiera quedar ninguna duda mi teoría y por eso la morenita debía ser únicamente un sujeto pasivo del experimento:
-Quiero comprobar que consigo llevarte al orgasmo con solo ordenártelo. No debes tocarte ni pensar en otra cosa más que en mi voz, ¿Has comprendido?-
-Sí, mi amo-
Su sumisión era total, quizás por ser ella la primera interesada en saber hasta dónde llegaba el control instalado en su mente. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le dije:
-Tara, una esclava vive para servir a su amo, ¿Lo sabes?-
Ver sus ojos rebosando de lágrimas fue suficiente respuesta y por eso, puse mi mano sobre su cabeza y ordené:
-Es mi deseo disfrutar de cómo te corres. ¡Hazlo!-
Mi mandato cayó como un obús en su cerebro y sin necesidad de ningún preludio, fui testigo de cómo mi preciosa morenita pegó un grito al sentir que desde lo más profundo de su cuerpo se iba acumulando en su entrepierna un calor artificial que intentó combatir durante unos segundos, hasta que aullando como perra en celo, cayó a mi pies diciendo:
-Dios, ¡Qué gusto!-
Fue acojonante observar como sus pezones se erizaron sin necesidad de que nadie los tocara pero sobretodo confirmar visualmente que su clítoris crecía bajo el invisible manoseo de mi voz. Temblando sobre la alfombra, la muchacha separó sus rodillas, de forma que pude ver como la humedad iba calando su sexo hasta que explotando, un pequeño torrente brotó entre sus piernas.
-Amo, ¡Me corro!- chilló histérica.
No me hacía falta continuar con dicha demostración y  como quería verificar los límites de su adiestramiento, corté de plano su orgasmo diciéndole que ya bastaba. Tara se quejó al no poder terminar de liberar la calentura que la dominaba y con gesto triste, me miró en espera de conocer mis designios.
-¿Qué opinas de mí?- le solté porque me interesaba saber si se vería obligada a decir la verdad y en ese caso, cuál era su opinión al respecto.
-Que usted es mi amo- respondió saliéndose por la tangente.
Comprendí que esa cría había contestado de esa forma para no descubrir sus verdaderos sentimientos hacía mí:
“Estará condicionada pero no es tonta” pensé y centrando mi pregunta, le dije:
-Primero quiero que me digas lo que sentiste cuando te compré-
Aterrorizada por ser incapaz de callar, me contestó llorando:
-Cuando usted me habló en la subasta, me excité y desde ese instante, deseé que ese bello amo fuera el que me comprara. Cuando finalmente le acompañé a su coche, estaba encantada y contrariamente a lo que me ocurrió con mis anteriores dueños, me apetecía ser su esclava y compartir su cama-
-Bien y ¿Qué pensaste después cuando te liberé?-
-Amo, me da mucha vergüenza….-
-Obedece-
-Me creí morir porque me di cuenta que usted no me desea y eso para una esclava es lo peor –
Estuve a un tris de sacarla de su error y decirle que no solo la encontraba atractiva sino que todas las células de mi cuerpo me pedían tomarla aunque fuera contra su voluntad pero en vez de ello, le pregunté:
-Si pudieras elegir un deseo, ¿Qué me pedirías?-
Tardó en responder y bajando la cabeza al hacerlo, me dijo:
-Ser suya aunque fuera una única vez-
Oír de sus labios que deseaba ser mía, terminó con todos mis reparos y acomodándome en el sofá, le solté:
-¿A qué esperas?-
Tara me miró alucinada y gateando hasta mí, me preguntó mientras llevaba sus manos a mi bragueta:
-Amo, ¿Puedo?-
-Sí y te ordeno que me vayas diciendo lo que te apetece hacerme o que te haga-
Un tanto acelerada, la morena me desabrochó el pantalón y sacando mi miembro de su encierro, me pidió permiso para hacerme una mamada. Al contestar afirmativamente, se le iluminó su rostro y acercando su boca hasta mi sexo, lo empezó a agasajar con dulces besos. Me encantó sentir los labios de esa cría rozando tímidamente mi glande antes de metérselo lentamente en su garganta.
Comprendí que no tardaría en correrme al ver la felicidad con la que esa mujer se embutía mi miembro. Arrodillada frente a mí, sus ojos permanecían fijos en los míos mientras metía y sacaba mi extensión  del interior de su húmeda oquedad.
-Eres una putita preciosa- le dije mientras acariciaba su melena: -¿Quieres que te toque?-
-Todavía no, amo- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -Antes necesito sentir su polla dentro-
Tal y como le había ordenado, la mulata me iba retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su conducto iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Tara, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Amo, ¡Necesito moverme!. Quiero sentir su verga entrando y saliendo de mi vagina-
Más que satisfecho, le di mi consentimiento. Ella, al oírme, soltó una carcajada y apoyándose en mis hombros, me empezó a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, la mulatita fue acelerando la velocidad con la que se ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, me suplicó que la dejara correrse:
-Córrete tantas veces y tan profundamente como quieras- respondí a su petición.
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Tara pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. La cría retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡No quiero dejar de ser su esclava!- exclamó con sus últimas fuerzas -¡Por favor! No me libere-
Fue entonces cuando imbuido en mi papel de dominante, la cogí entre mis brazos y dándole la vuelta la deposité sobre el sofá:
-Disfruta – le solté justo antes de volverla a penetrar.
La cría berreó de satisfacción cuando sintió mi extensión abriéndose camino en su sexo y moviendo sus caderas, me rogó que la usara. Su devoción era absoluta. Con la cabeza apoyada en el cojín, levantó su trasero y separando sus nalgas, me miró diciendo:
-Amo, quiero ser enteramente suya-
No me lo tuvo que repetir porque al ver su esfínter, se me antojó irresistible y cogiendo una buena cantidad de flujo de su sexo, embadurné con ello su entrada trasera antes de colocar mi glande junto a ella. Mi mulata al distinguir la cabeza de mi pene jugueteando con su hoyuelo, no se pudo resistir y echándose hacia tras, se lo fue introduciendo mientras no paraba de bufar.
-¿Te gusta zorrita?- pregunté al ver la cara de placer con la que recibió la invasión de sus intestinos.
-¡Es maravilloso!- musitó sin dar tregua a su sufrimiento hasta que la base de mi falo recibió el beso de los labios de su sexo.
Fue entonces cuando perdí toda cordura y cogiéndola de los pechos, la empecé a cabalgar desesperado. Tara no solo estaba hechizada con el trato sino que a voz en grito, me rogó que marcara sus movimientos con azotes. Ni primer nalgada coincidió en el tiempo con su ruego y a partir de ahí, imprimí su ritmo a bases de sonoras palmadas en su trasero.
-¡Dele más fuerte!, ¡Lo necesito!- aulló quejándose de lo suave de mis caricias.
Azuzado por su necesidad, incrementé la dureza de mis mimos y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre el sofá mientras me agradecía el tratamiento. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mi salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-Amo, ¡Me muero!- chilló mientras se desplomaba agotada.
En trance, Tara no se percató que cogiéndola en brazos, la levanté del sofá y cariñosamente, la llevé hasta mi cuarto. Al depositarla en mi cama, me quedé atontado observando su belleza y fue entonces cuando como un torpedo, me di cuenta que estaba colado por ella. Sin querer perturbar su descanso, me terminé de desnudar y en silencio, la abracé. Ella al sentir mi proximidad, me besó y susurrando en mi oído, me dijo:
-Le amo-
-Yo, también- respondí al reconocer que esa muchachita ya era parte vital de mi existencia.
Os tengo que confesar que jamás había sentido una dependencia tal y creyendo que no era apropiado que la mujer de mis sueños se viera impelida a cumplir mis deseos solo por ser míos, le dije:
-Tengo que quitarte el collar-
Asustada, se levantó de un salto y cogiendo la gargantilla entre sus manos, se negó diciendo:
-¡No quiero! Soy feliz sirviéndole. No me importa ser la esclava del hombre que adoro-
Viendo su negativa, la llamé a mi lado y previendo que tendría tiempo de convencerla de ser libre, le prometí no quitárselo. Más tranquila, mi mulatita se tumbó junto a mí y declarando su eterna fidelidad, me dijo:
-Amo, si me libera, le juro que me suicido- y dotando de un tono pícaro a su voz, me confesó: -Sin usted no quiero vivir pero si al final decide no hacer caso a su esclava, le aviso que antes de terminar con mi vida: ¡Lo mato!-
Soltó tan tremenda amenaza justo antes de, con una sonrisa, buscar con sus labios reanimar mi maltrecho miembro.
-Si eso es lo que quieres, eso tendrás- y deshaciéndome de su abrazo, le informé: -Tengo sed y mientras voy a la cocina, no quiero que te enfríes. ¡Córrete!-
Entusiasmado por la oportunidad que el destino me había brindado, me fui por un vaso de agua cuando desde el pasillo, escuché los primeros gritos de placer con los que mi pobre mulatita iba a amenizar mi casa en el futuro.

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Relato erótico: “Hércules. Capítulo 3. La rendición de Diana” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 3: La Rendición de Diana

Hera no era tonta. Zeus estaba inusualmente alegre esa mañana. Lo vigiló como un halcón mientras pudo, pero no hizo nada fuera de lo común. Le hubiese gustado seguirle a todas partes aquel día, pero a pesar de ser una diosa y estar en el Olimpo tenía cosas que hacer y se vio obligada a dejarle.

Zeus esperó, consciente de que mientras su mujer le vigilase no podía hacer nada. Cuando finalmente se quedó solo fijó su atención en Angélica. La relación entre las dos jóvenes se había establecido tan rápida y con tal fuerza que necesitaba librarse de ella por unos días. Esta vez fue más sutil y generó una tormenta sobre la ciudad de los padres de Angélica, “desgraciadamente” un rayo impacto en la casa de los ancianos destruyéndola por completo y obligando a la mujer a acudir para ayudarlos a establecerse en su diminuto piso mientras el seguro les pagaba la indemnización. Diana se ofreció a acompañarla, pero Angélica prefirió hacerlo sola, asegurándole que estaría de vuelta en dos o tres días.

Zeus se levantó de su trono y sonrió satisfecho.

***

Angélica había recibido la noticia aquella misma tarde. Afortunadamente sus padres no estaban en casa y no les había pasado nada, pero su casa estaba prácticamente destruida y habían tenido que quedarse en casa de unos amigos hasta que Angélica fuese a buscarlos.

Diana se quedó de pie en el camino, mirando como la pick up de Angélica se alejaba. Apenas se había separado de ella y ya sentía como una abrumadora soledad le envolvía como la bruma que emergía del arroyo.

Estaba a punto de girarse y volver cabizbaja a la casa cuando algo se movió a la izquierda justo en la dirección de la cantarina corriente de agua. Entrecerró los ojos, intentando traspasar la tenue neblina con la mirada y lo que vio le hizo sentirse totalmente confundida. Entre la bruma creyó distinguir una figura que se desplazaba rauda como el viento, abriendo un tajo en la neblina.

Se dirigió corriendo hacia el lugar, pero el animal había desaparecido. Hubiese creído que todo era una alucinación, pero las huellas de cascos en la orilla del arroyo eran inconfundibles.

Se agachó y las tocó para asegurarse de que eran reales y tras incorporarse miró en todas direcciones. No había un alma. Suspiró y se dirigió a casa.

La enorme casa se le hizo más grande aun, ahora que estaba sola. Mientras recorría el pasillo intentaba encontrar una explicación a lo que había visto. En un primer momento pensó que sus padres le habían comprado otro caballo inmediatamente, pero estaban de vacaciones en Zúrich y no volverían hasta la semana siguiente y desde luego no creía a su padre capaz de comprar un caballo por internet.

Se tumbó en la cama y se quedó pensando con los ojos clavados en el techo. ¿Podía ser un animal extraviado? No lo creía. Sus vecinos no tenían ese tipo de animales y la finca estaba aislada por un cercado que rodeaba todo su perímetro. No había explicación y eso era lo que más le intrigaba.

Se sacudió la cabeza intentando librase de aquellos extraños pensamientos y se quitó la ropa. Se acercó desnuda al armario buscando un camisón para pasar la noche. Su cuerpo desnudo se reflejo en el espejo. Recorrió las marcas y chupetones producto de veinticuatro horas de intensa intimidad con Angélica. La echaba de menos horrores.

Finalmente eligió un vaporoso camisón gris perla de tirantes que le llegaba hasta los tobillos. Se miró al espejo y observó el efecto que producía la luz atravesando la fina tela y perfilando las curvas de su cuerpo desnudo y deseó que su amante estuviese allí para verla.

Un relincho interrumpió sus pensamientos. Diana se acercó a la ventana y esta vez no tuvo ninguna duda, un espectacular semental angloárabe de color negro piafaba y golpeaba el suelo bajo la ventana con uno de sus cascos.

Hipnotizada por la belleza del animal, Diana salió de la casa y se acercó a él. El semental resopló retrasando las orejas nervioso. Ella, fascinada, le susurró palabras tranquilizadoras y aproximó sus manos un poco. El animal dio dos pasos hacia atrás, contrayendo toda su espectacular musculatura dispuesto a huir al galope a la menor señal de peligro.

Diana volvió a intentarlo susurrando y mostrando con sus gestos que no quería hacerle daño. Finalmente consiguió posar las manos sobre su cuello. Las caricias y los susurros lograron calmar al animal que poco a poco estiró las orejas y las movió curiosas escuchando los suaves susurros de la joven.

Diana acarició el hocico, el cuello, y los musculosos flancos del animal. Con suavidad fue acariciando la pata delantera izquierda desde la espalda hacia el casco y con habilidad, tal como le habían enseñado, empujó con su cuerpo y tiró de la extremidad para examinar el casco. Estaba sin herrar, de allí no iba a sacar ninguna pista de quién podía ser su propietario.

Tampoco tenía ninguna marca que lo identificase. Lo único que pudo averiguar al examinar la dentadura es que tenía alrededor de ocho años, la plenitud de su vida.

Desplazó la mano por su dorso y sin saber muy bien por qué se subió al animal. Nunca había montado a pelo con su sexo desnudo sobre un caballo. El calor del cuerpo del animal unido al suave pelaje hicieron que un ligero hormigueo de placer recorriese su cuerpo.

Lentamente se inclinó sobre el cuello del purasangre y le golpeó los ijares con sus talones. El caballo empezó a trotar lentamente. Diana comenzó a saltar sobre el animal a medida que se iba adaptando a su ritmo. Su pubis desnudo golpeaba rítmicamente contra el lomo del semental. Diana se aferró a sus flancos con las piernas sintiendo con creciente placer cada golpe hasta que no pudo evitar un gemido.

El animal percibió su nerviosismo y aceleró el ritmo haciendo que los golpes se acelerasen. Su coño pronto comenzó a segregar jugos que escapaban de su vulva mezclándose con el sudor del animal y empapando el pelo de su dorso.

Con un grito se agarró al cuello, inclinándose aun más, invitando al animal a lanzarse al galope tendido. El animal soltó un relincho y se lanzó hacia delante levantando trozos de césped con sus pezuñas.

Aquel animal era rapidísimo, jamás había sentido nada semejante montada en un caballo. Sentía cada músculo contraerse desplegando toda su potencia. Con un grito salvaje se desembarazó del camisón y agarrada con una mano a las crines del animal lo levantó en alto dejando que el viento lo desplegase como una bandera.

La euforia y la excitación hicieron que casi perdiese el equilibrio al entrar en el bosquecillo. Soltó el camisón que quedó prendido en una rama mientras se agarraba al cuello del animal. Increíblemente, el animal aceleró un poco más justo antes de sortear dos enormes árboles caídos. El impacto de su cuerpo contra el animal cuando este aterrizó tras el portentoso salto hizo que su sexo hinchado y excitado vibrase emitiendo sensacionales relámpagos de placer.

Exultante, casi no se dio cuenta de que el animal se había detenido en un pequeño claro iluminado por la luna, justo después de los troncos caídos.

La joven se incorporó dejando resbalar su coño por el lomo del animal aun excitada hasta que finalmente desmontó. Acarició el animal hasta que descubrió su erección. Fascinada observó el miembro del animal grande y grueso balancearse hambriento.

El caballo se movió ligeramente y recorrió su cuerpo con el sensible hocico olfateando y acariciando. Diana sintió el contacto de los belfos y los ollares del animal con sus pechos. Sus pezones se erizaron hipersensibles obligándola a retorcerse de placer.

Bajando el hocico olfateó su sexo y probó su flujos frunciendo los belfos en un gesto típico de excitación sexual.

Con la cola en alto la rodeo mientras ella se mantenía quieta en pie, sintiéndose extrañamente observada y valorada.

Finalmente la empujó ligeramente por la espalda llevándola suavemente hasta el tronco caído. Llevada por un ardor que luego le resultaría inexplicable, se inclinó y apoyó las manos sobre el tronco caído, separando ligeramente las piernas.

El animal apoyó los cascos delanteros en el tronco y acercó su enorme polla al sexo de la joven que esperaba con sus piernas temblando victima de la excitación y el miedo. Dos ligeros golpes del glande del caballo sobre su pubis hicieron que el placer evaporase su temores justo antes de que el enorme pene entrase en su interior.

El miembro del caballo resbaló con más facilidad de la esperada en su coño colmándolo y estirandolo, produciéndole un placer increíble. La áspera corteza se le clavó en las manos al soportar los rápidos embates del animal. Diana gritaba extasiada recibiendo cada embate con una tormenta de sensaciones que la embargaban y amenazaban con hacerla perder el equilibrio.

Con un relincho el animal se corrió inundando su coño con una prodigiosa cantidad de semen cálido y espeso que le provocó un brutal orgasmo. Diana gritó al sentir como la monumental polla del caballo abandonaba su cuerpo y el semen caliente escurría por sus piernas como un torrente…

***

—Maldito gilipollas. —pensó Hera iracunda y decepcionada— No se podía fiar de ese viejo verde salido. Incluso después de tres mil años de promesas seguía siendo el mismo cerdo salido. Pero se lo haría pagar, tardaría un tiempo, pero sabía exactamente como hacer daño a ese viejo cabrón.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

SIGUIENTE CAPÍTULO HETETO-INFIDELIDAD

Relato erótico: “El arte de manipular” (POR JANIS)

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 Ágata levantó los ojos de su plato y codeó a su amiga Alma, sentada a su lado en el pequeño comedor de la academia Wilson.
 ―     ¡Mira! ¡Ahí está Frank! – musitó.
―     ¡Vaya! Le llamas Frank y todo. Cuánta confianza.
―     No te burles, envidiosa. No me dirás que no es atractivo, ¿no?
―     No está mal, nada mal – respondió Alma, mirando con disimulo al profesor cuarentón que miraba los platos del buffet en ese momento.
  Se trataba de un hombre atlético, con el pelo bien arreglado y en el que no disimulaba las canas que poblaban sus sienes. Sus rasgos parecían cincelados en bronce, con una mandíbula agresiva y una boca recta y viril.
―     ¿Sólo eso? ¡No me importaría hacerle un favor! – bromeó Ágata.
―     No esperes que se fije en ti. No seas tonta.
―     Oh, ya lo sé. No me imagino nada. Además, me resultaría muy violento. Una cosa es comentar y otra cosa es pasar a la acción. No sirvo para eso – dijo Ágata con un suspiro. Paseó uno de sus dedos por el filo de su plato de plástico. – Lo que ocurre es que me trata muy bien y no puedo dejar de admirarle. Es un gran actor, ¿sabes?
―     Por supuesto. Por eso mismo, nos da clases.
―     No te lo he dicho antes, pero mi nombre figura entre las candidatas para la obra del primer curso.
―     ¿Para actriz principal? – se asombró Alma.
―     Sí.
―     ¿Cómo lo has conseguido?
―     Bueno, todo ocurrió a raíz de leer unos textos en el escenario. Frank… esto, el profesor Warren alabó mi entonación y mi gesticulación.
―     ¡Vaya suerte!
―     Bueno, veremos a ver qué pasa.
  Sin embargo, para Ágata no existía duda alguna de que su vida estaba destinada a ser actriz, tarde o temprano. Para ello, a sus diecisiete años, había convencido a su familia para tomar clases de arte dramático en una academia durante el verano. Su intención era seguir con esas clases, incluso cuando empezara el curso escolar. Podría llevar ambas cosas adelante pues era buena en los estudios.
Ágata era una pelirroja estilizada, de piel muy blanca y cabellera abundante y larga, siempre bien cepillada. Estaba muy orgullosa de su cuerpo, rebosante de juventud. Piernas largas, cintura estrecha, vientre plano y duro, pechos erguidos y no muy grandes, perfectos, un trasero respingón y un rostro angelical y pecoso. Sin embargo, esas mismas pecas que tanto atraían las miradas de los chicos, la cohibían un tanto. En su opinión, la afeaban, por mucho que comentaran los amigos, pero, por desgracia, eran imposibles de borrar. De lo que si estaba orgullosa era de sus rasgados ojos verdes, a los cuales acompañaba con unas bien depiladas cejas rojizas. Cuando alzaba una de ellas, en un gesto interesante, una pequeña arruga vertical aparecía en su ceño, confiriéndole un aspecto maduro. Poseía una nariz estrecha, fina y algo respingona, que su padre denominaba de pura irlandesa, que remataba con una boca pequeña, de labios finos y jugosos.

Alma sabía que su amiga, a pesar de ser inteligente y voluntariosa, era algo ingenua. No había dedicado tiempo alguno a conocer otros chicos ni a relacionarse. Solo estudios y películas. Ahora, abordaba un mundo nuevo y deslumbrante y podía resultar decepcionada. Era cierto que Alma envidiaba a su amiga, pero se decía, a ella misma, que era una envidia sana. Ágata poseía una innata belleza que atraía todas las miradas, pero no se aprovechaba de ella. Alma hubiera querido esa belleza para ella, para disfrutar mucho más de su vida, pero las cosas eran como eran y debía aguantarse. Sonrió de nuevo al mirar al profesor Warren. Ágata estaba pasando por lo mismo que ella había pasado a los trece años; se había enamorado de su profesor.

  Ágata sintió como su corazón saltaba en el pecho cuando, al final de la clase de interpretación, Frank la llamó. Disimuló su nerviosismo recogiendo sus apuntes.
 ―     Mañana aparecerá en el tablón de anuncios, pero me gusta decir las noticias personalmente – dijo el profesor acercándose a ella.
―     ¿De qué habla, profesor Warren?
―     De que has conseguido el papel principal en la obra. ¡Enhorabuena!
―     ¡Dios! ¿De verdad? – exclamó ella, saltando impulsivamente.
―     Sí, así es. Eres una de las mejores alumnas de este curso y no he dudado en dártelo.
―     Muchas gracias, profesor Warren, yo…
―     Ahora, vamos a trabajar juntos durante muchas horas. No es necesario que me trates con tanto respeto. Llámame Frank.
 Ágata ni se enteró de que sus pies la habían llevado ante su casa. Durante todo el camino, su mente dejó volar la imaginación y protagonizó multitud de sueños alocados. Nada más subir a su habitación, llamó a Alma y le comunicó la noticia.
 Días más tarde.
—          No, no. No es ese el tono. Muy mal. Repetiremos la escena – dijo Frank, cortando el ensayo.
—          Lo siento, pero no me sale de otra forma – se excusó Ágata, un tanto avergonzada.
  Llevaban ya tres semanas de ensayos y Ágata fallaba en nimiedades que debería haber asumido ya. Llegó a pensar, en ocasiones, que no estaba preparada, que el papel le venía grande. Frank agitó el guión delante de su rostro y la miró fijamente, algo furioso.
—          Se supone que eres una mujer despechada, amargada, llena de odio. No puedes hablarle al causante de tus penas de esa forma, Ágata. ¡No estás pidiendo un sándwich en la cafetería! Debes mascar cada palabra; tu voz debe destilar odio y pasión a la vez. Tus ojos deben apuñalarle. Eso es lo que debes sentir.
 —          Lo siento.
—          ¡Y no digas más “lo siento”! ¡Afirma tu carácter!
  Ágata sintió como su garganta se atenazaba; un nudo, formado por la vergüenza, el desencanto y rabia, la impidió decir nada más. Las lágrimas brotaron, incontenibles, y Ágata huyó del escenario. Diez minutos más tarde, Frank llamó a la puerta de uno de los camerinos donde ella se había refugiado.
—          Ágata, por favor, ¿puedo hablar contigo? – dijo desde el otro lado de la puerta. Al no tener respuesta, empujó la puerta y entró.
  Ágata se encontraba sentada delante del espejo, secándose los ojos y retocando un poco su maquillaje.
 —          Vengo a excusarme por todo lo que te he dicho. Estaba furioso y no me he podido contener. Defecto de actor – dijo, encogiéndose de hombros.
  La broma no funcionó; ella le miró con ojos atormentados.
—          En serio, Ágata. Sé que todo esto es duro, que piensas que no lo podrás conseguir, pero sí puedes. Tienes madera y posibilidades; sólo necesitas… concentrarte.
—          No es necesario que me animes. Me he dado cuenta de que no sirvo para esto. No he podido contener las lágrimas en el escenario. Vaya fracaso de actriz – sorbió ella.
—          No, no. Estás equivocada. Los actores deben de ser totalmente impresionables, llenos de sentimientos encontrados que les permitirán adecuarse al papel. Eso es bueno, solo que debes pulirlo.
—          ¿Y cómo lo hago?
 —          Verás, tenemos aún tiempo, pero no puedo dedicártelo a ti solamente en el plató. Hay otros estudiantes que me necesitan. Si pudiéramos vernos fuera de clases… No sé, una tarde de sábado, por ejemplo. Podría enseñarte muchas cosas, trucos de la profesión, que te ayudarían a concentrarte en tu personaje.
—          Eso sería estupendo – dijo ella, animándose.
—          ¿Qué tal si vienes a mi casa este sábado?
—          Estupendo.
—          Te daré la dirección. Yo mismo te acompañaré a casa cuando acabemos.
  Ágata sintió de nuevo su corazón acelerarse. Era lo más parecido a una cita que ella pudiera imaginar.
 

La casa de Frank era bastante curiosa. Según él, la empezó a construir su bisabuelo y su padre la terminó. Grande y con un amplio jardín trasero, el edificio contenía varios estilos arquitectónicos, debido a los diversos propietarios que colaboraron en su terminación. El timbre resultó ser una graciosa cadenita que activaba un carillón. Frank la saludó y la hizo pasar. Hacía un poco de frío en la calle y la recibió con una taza de chocolate caliente que no se atrevió a rechazar, aunque en casa nunca lo tomaba, pues cuidaba de su silueta.

   Frank entró en materia rápidamente y repasaron partes del guión. A medida que pasaban las horas, Ágata se sentía mucho más cómoda y llegaba a bromear constantemente. Se le pasó el tiempo volando y Frank, cual solícito caballero, la acompañó a casa en su coche. Ágata suspiró a solas en su dormitorio; estaba viviendo algo especial, casi un cuento de hadas.
  Durante dos semanas, la chica acudió puntualmente casi a diario. Los dos habían llegado al acuerdo de que debían repasar diariamente. Frank hizo mucho hincapié en que no debía comentar con nadie aquellas clases particulares, porque las había negado a muchos otros alumnos. Aquello convirtió la relación en algo especial para Ágata. Frank la ayudaba a ella, sólo a ella. La hacía sentir que era parcialmente suyo.
—          Inspira profundamente; relájate – la aconsejó a la tercera semana.
  Los dos estaban de pie en el centro de lo que él llamaba su estudio. Una amplia habitación de madera en el piso bajo, en parte biblioteca, en parte escenario. Ágata se sentía un poco nerviosa, a pesar de la gran confianza que había nacido entre ambos. Estaban repasando la escena final y era bastante difícil. Norma, su personaje, por fin encontraba el amor, después de ser golpeada duramente por los hombres. Era una especie de reconciliación con la vida. Frank interpretaba el rol de Néstor, el grave y profundo Néstor, psicólogo y viudo.
   Ágata se situó en posición. El final ocurría en uno de los puentes de Paris, acodados contra la pétrea barandilla. Para facilitar la escena, la chica se acodó en el pequeño mostrador de nogal del coqueto bar que Frank mantenía en su estudio. Sonrió cuando tuvo que imaginarse que el río Sena corría detrás del mostrador.
—          La vida no tiene por qué ser sólo sufrimiento, Norma – dijo Frank, colocándole una mano en el hombro, cariñosamente.
—          Entonces, ¿por qué sufro constantemente? ¿Por qué me trata así? – repuso ella.
—          No es la vida, Norma, y creo que te has dado cuenta finalmente. Eres tú. Te has encerrado tanto en ti misma que has creado una concha que nada puede traspasar. Has vivido con odio y rabia. Es hora de que te deshagas de ese bagaje, por el bien de tu hijo y por…
—          Sigue, Néstor, no calles. ¿Qué ibas a decir? ¿Por nuestro bien?
—          Sí.
—          ¿Qué futuro tendremos? Ambos somos seres incompletos, sin ilusiones.
 —          Yo sí tengo ilusiones, Norma – susurró Frank, tomándola de la barbilla y mirándola a los ojos.
  Ágata confundió por un momento la realidad. ¡Qué hermoso sería que le dijera eso a ella y no a su personaje! Ni siquiera se acordó que debía volver la cabeza para que Néstor no pudiera ver sus lágrimas. Se le quedó contemplando, alelada.
—          Tengo ilusiones para los dos y para Ben. No tengo hijos, pero quiero a ese chiquillo como si fuera mío. Deseo pasar el resto de mi vida junto a vosotros y cuidar de una familia – dijo Frank sin dejar de mirarla.
—          Fra… Néstor, ¿puede suceder eso? ¿No volverá el pasado para burlarse?
—          Cariño, el pasado está muerto. Déjalo enterrado. Confía en mí, confía en el amor…
—          Oh, Néstor, abrázame y no me dejes jamás – dijo ella, apoyando su cabeza en el pecho de Frank. Aquello era el fin, el telón debía caer en ese momento.
  Sin embargo, Frank hizo algo que no estaba en el guión. Le levantó el rostro con un dedo y se inclinó sobre ella. Ágata contempló aquel movimiento como si lo hiciera a cámara lenta. Ni siquiera se dio cuenta de que abrió sus labios, deseosa. El hombre la besó, dulcemente. Ella cerró los ojos y se dejó abrazar. La lengua de Frank rozó sus labios, atormentándola. Fue un instante mágico, memorable.
—          ¡Oh, Dios! ¿Qué estoy haciendo? – se apartó Frank vivamente, dejándola totalmente sorprendida y a punto de caer hacia delante. – Lo siento, me he dejado llevar por el papel. Soy tu profesor; esto está mal.
—          No pasa nada, Frank. Ha sido una reacción normal. Yo también he sentido… – intentó calmarle, pero el hombre empezó a pasear por el estudio como una bestia enjaulada.
—          ¿A quien intentó engañar? No es el papel, eres tú… Ágata, será mejor que te vayas. Llamaré un taxi y…
—          ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho de malo? – imploró ella. Su corazón latía muy rápido y sentía escalofríos.
—          Lo siento, pero debes marcharte.
—          Frank, por favor, no le des tanta importancia. Sólo ha sido un beso.
—          No lo entiendes, ¿verdad? – dijo él, girándose hacia ella y tomándola de los brazos, fuertemente. – No eres consciente de tu propia belleza, ¿no es cierto? Me estás volviendo loco; me desconcentro cuando te miro a los ojos. Siento un nudo doloroso en mi pecho y sufro cuando sales por esa puerta. Me estás volviendo loco, Ágata, con tu inocencia, con tu candor, y no puedo negarlo por más tiempo.
  Fue el turno para Ágata de sentirse atontada. ¡Frank la quería! ¡La quería de verdad!
—          Esto no puede suceder. No debo comprometerme de esta forma – murmuró Frank, soltándola y saliendo del estudio.
  Ágata se quedó como en trance. Aquella revelación la cogió desprevenida. Tanto soñar e imaginarse situaciones parecidas no la habían preparado para la realidad. Notó como las lágrimas acudían a sus ojos. Se sintió desesperada. Al cabo de unos minutos, Frank se asomó al estudio.
 —          He llamado a un taxi. Sobre la mesa del vestíbulo hay dinero. Por favor, acéptalo y márchate ahora. No volveremos a vernos aquí. No puedo dejarme atrapar por esta espiral. Discúlpame, te dejaré a solas.
—          No, Frank, no quiero que…
  Pero el hombre se marchó. Escuchó crujir las escaleras de madera que conducían al piso superior. El llanto se apoderó de ella, de forma atenazante, enmudeciendo cualquier oportunidad de hablarle. Ágata esperó el taxi fuera de la casa y llegó a su casa sintiéndose la mujer más desgraciada del mundo.
—          Frank, necesitamos hablar – le dijo ella, aprovechando que nadie estaba cerca. No tuvo más remedio que abordarle en la clase porque ni siquiera contestaba a sus llamadas telefónicas. Habían pasado tres días desde aquello.
—          Sí, sería lo mejor – dijo el hombre, asegurándose que nadie les escuchaba. Los demás estudiantes estaban saliendo de clase. – Ven a la hora del almuerzo al estudio de grabación. Estaré allí pasando unas copias.

La siguiente clase se convirtió en eterna. Ágata no dejaba de pensar en lo que estaba dispuesta a decirle y no sabía cómo hacerlo. Le había dado vueltas en su cabeza durante los tres últimos días y se había decidido finalmente. Dio de lado a Alma con una excusa cuando salieron de clase. No tenía hambre, no podía pensar en comer. Se dirigió al estudio de grabación, sabiendo que estaría vacío. Frank acostumbraba a revisar sus propias copias y lo hacía aprovechando el momento de descanso del personal. Tendrían intimidad para aclarar lo que sucedía entre los dos.

  Frank estaba de pie delante de la gran mesa de control y escuchaba atentamente un pasaje cuando ella abrió la puerta. Se miraron sin decirse nada.
—          Frank, yo… – empezó a decir Ágata, pero el hombre la cortó con un gesto.
—          No hace falta que digas nada. Lo he pensado y lo mejor será que te cambies de clase. Te daré una buena nota y te pasarás con el profesor Clems. Es un buen educador.
—          Pero…
—          Es lo mejor para los dos. No puedo soportar verte todos los días, sintiendo que me consumo por dentro. Me has llegado muy adentro, Ágata, no me será fácil olvidarte.
—          Frank, por favor, déjame hablar – exclamó ella, nerviosa y con el rostro arrebolado.
  Frank calló y se dejó caer en la silla giratoria del control. Encendió un cigarrillo y aspiró con fuerza.
—          Lo que… sientes, también lo siento yo – dijo, inclinando la cabeza. – Te he admirado desde el principio y… me he enamorado de ti. Intenté que no sucediera, pero mi imaginación y mi corazón pudieron más que la lógica. No tenemos por qué separarnos.
—          Oh, Dios, no es posible… – jadeó él. – Es lo peor que podía ocurrir. ¿Sabes qué pasará? Finalmente, se enterarán y seremos la comidilla de todos. Eso si tus padres no se me echan encima. Eres demasiado joven, Ágata.
—          ¡Frank! Yo te… quiero — estalló ella en un llanto algo histérico.
—          Oh, mi pequeña, mi dulce pelirroja – la consoló Frank, abrazándola. – No llores. Está bien, no nos separaremos. Shhhh… no llores más.
  La acunó entre sus brazos, meciéndola y susurrándole palabras de aliento y cariño. Ágata se sintió mujer entre sus brazos, querida y confortada. No quería que la soltara.
 —          No te preocupes, ya pensaré algo – le dijo cuando se calmó. – Lo importante es que lo mantengamos totalmente en secreto. Debes hacer lo que te diga, en todo momento, y fingir que no ocurre nada. ¿Podrás hacerlo?
—          Sí, dices que soy una buena actriz – contestó ella, sorbiendo por la nariz.
—          Así me gusta. Claro que eres una buena actriz. La mejor. Ahora, vuelve a la cafetería y reúnete con tus amigos. Ya nos veremos más adelante.
  Frank se sentó sobre su escritorio y sacó una botella de coñac, reserva para las ocasiones especiales, de la cual se sirvió una copa. Estaba prohibido tener alcohol en la academia, pero nadie registraba sus cajones. Alzó la copa y sonrió.
 —          Por ti, mi bella pelirroja. Has caído en la trampa como una novata. Ni siquiera distingues una buena actuación, así que no llegarás lejos en este mundo – dijo, bebiendo un trago.

Relato erótico: “Prostituto 14 Mi novia me traiciona con un abuelo” (POR GOLFO)

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Estoy cabreado, jodido y hundido. Mi novia me ha dejado por un tipo de setenta años y no he podido hacer nada por evitarlo. No tiene puta madre, hacíamos una pareja perfecta pero el destino y mi profesión han querido separarnos. Nunca pensé que mi mulata me traicionaría de ese modo. Siempre creí que el hecho de ser una pareja enamorada era suficiente para ser felices y continuar juntos, pero no fue así. Tara, mi princesa, me abandonó por un anciano. Os preguntareis cómo es posible que esa preciosidad haya preferido las caricias de un vejestorio a la pasión que, con mis veinticuatro años, yo le ofrecía. Sé que yo tengo gran parte de la culpa y que si hubiera cedido a sus ruegos, todavía seguiría conmigo pero aun así duele.
Nuestra idílica relación empezó a entrar en barrena, el día que la convencí de quitarse el collar de esclava. Para los que no lo sepáis, gracias a un trueque me hice con esa belleza. Desde el primer momento intenté liberarla pero ella se negó diciendo que prefería ser la sierva del hombre que amaba a una mujer libre. Tampoco ayudó que juntos descubriéramos que durante su esclavitud, uno de sus amos le había lavado el cerebro, de forma que no pudiera negarse a cumplir las órdenes de quien ella considerara su dueño. Cualquier otro, hubiera usado esa información para abusar de ella y en cambio yo la aproveché para darle placer y más placer.
Quizás fue, aunque ella siempre lo negó, que acostumbrada a sobredosis de orgasmos artificiales cuando solo obtuvo los que con ahínco le proporcionaba, le parecieron poco y por eso buscó a alguien que no tuviera inconveniente en emplear su aleccionamiento para hacerla gozar.
Otro aspecto determinante en su decisión fue que con el paso del tiempo, llevó cada vez peor que nuestro altísimo nivel de vida se debiera a que noche tras noche, la dejara sola y me fuera a satisfacer las necesidades de otras mujeres por dinero.
Y por último tampoco puedo negar que mi querida Tara quería formar una familia. Educada con rígidos conceptos morales, deseaba limpiar su reputación y así poder volver algún día a su casa con la cabeza bien alta.
Vosotros mis fieles lectores, decidiréis al terminar de leer mi historia si Tara me abandonó por liberarla, por mi profesión o por que encontró en ese viejo, la seguridad y el nombre que conmigo nunca tendría.
El collar:
Llevábamos tres meses viviendo juntos cuando una mañana, me despertó Tara con ganas de cachondeo. Aunque eran casi las doce, realmente me acababa de acostar hacía dos horas porque la noche anterior había tenido una cita con una clienta.
-Déjame dormir- le pedí al sentir que cogiendo mi pene entre sus manos lo empezaba a masajear con la intención de reactivarlo.
-Amo, su esclava está bruta y necesita un buen meneo- contestó obviando mi cansancio mientras deslizándose sobre las sábanas, aproximaba su boca a mi miembro –Usted descanse que yo me ocupo de todo-
Todavía medio dormido, sentí sus labios devorando mi extensión mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Su maestría hizo que en pocos segundos, mi pene se alzara completamente recuperado y entonces sentándose sobre mí, se lo fue introduciendo poco a poco hasta absorberlo por completo.
-¡Me encanta!- gritó mientras se empezaba a mover.
Cabreado por perturbar mi descanso, decidí darle una lección y haciéndome el dormido, dejé que me cabalgara sin moverme. Mi mulata cada vez más excitada, imprimió a su cuerpo una velocidad inaudita mientras se pellizcaba los pezones buscando su placer.
-¡Que cachonda estoy!- chilló completamente alborotada sin dejarse de empalar.
No tardé en sentir su flujo recorriendo mis piernas pero en contra a lo que la tenía acostumbrada, seguí haciéndome el dormido
-¡Necesito correrme!- gritó con el ánimo que le dijera que podía hacerlo pero habiendo resuelto castigarla, me mantuve con los ojos cerrados y en silencio.
Tara, totalmente verraca, se metía y sacaba mi falo mientras gemía escandalosamente buscando que diera una orden que la liberara.
-Amo, ¡Por favor!- gritó al sentir que mi pene explotaba regando de simiente su sexo: -¡Déjeme hacerlo!-
Decidida a obtener mi permiso, ordeñó mi miembro al convertir sus caderas en una batidora. Retorciéndose sobre mi cuerpo, buscó inútilmente mi beneplácito. Era tal su calentura que levantándose, volvió a meterse mi maltrecho falo en su boca y tras unos minutos al ver que estaba erecto, sin dudar se lo insertó por el culo.
-¡Ahhh!, ¡Que gozada! Me enloquece cómo mi amo me coge- aulló con todas sus fuerzas mientras rellenaba su intestino con él.
No hacía falta que me lo dijera, a mi querida mulata le encantaba sentir mi falo en su entrada trasera y sabía que reservaba el sexo anal para las ocasiones en las que más bruta estaba.
-¡Dele duro a su zorra!- berreó cogiendo mis manos y llevándoselas a sus nalgas. -¡He sido mala!-
Completamente descompuesta, maldijo cuando se dio cuenta que en vez de darle los azotes que me pedía, dejaba caer mis brazos como muertos sobre la cama. Cada vez más excitada y cabreada, llevó sus manos al clítoris y mientras lo torturaba con sus yemas, gritó creyendo que así me iba a hacer reaccionar:
-Amo, su perversa esclava se está masturbando sin su permiso-
Todo su cuerpo le pedía correrse pero el adiestramiento inducido durante sus años de esclavitud, solo le permitía hacerlo con la venia de su dueño. Reconozco que disfruté viéndola desesperada buscando el orgasmo. Con el sudor recorriendo su pecho y con el coño totalmente empapado, era incapaz de llegar a él por mucho que se lo propusiera.
Casi llorando, me soltó:
-Joder, amo, déjeme correrme-
Fue entonces cuando abriendo los ojos, le contesté sonriendo:
-No puedes correrte porque eres esclava, si quieres te libero para que lo hagas-
-¡Jamás!- chilló desolada con todas sus neuronas en ebullición: -Soy suya y quiero seguir siéndolo-
-Pues entonces termina lo que has empezado y cuando consigas que me corra, comienza de nuevo. Quiero dos orgasmos más antes de desayunar – le solté volviendo a cerrar mis ojos.
Indignada, se calló y sumisamente, obedeció. Una vez había conseguido realizar mi capricho, se levantó de la cama y me dejó dormir.
Eran más de las dos, cuando amanecí. Al ver que mi mulata se había levantado, la busqué por la casa. Fue en la cocina donde la encontré  llorando.
-¿Qué te ocurre?- pregunté al ver las lágrimas de su rostro.
-Amo, usted sabe lo que me pasa y que necesito- contestó enfadada. –Llevo dos horas intentando calmarme pero estoy peor que antes-
Haciéndome el propio, respondí:
-Pues si es así, yo también debería estar cabreado. Te quiero y me jode que prefieras ser mi esclava a mi novia- y metiendo el dedo en la llaga, le solté: -Voy a darte gusto por última vez, la próxima o eres libre o no tendrás más placer –
Tara me miró asustada e incapaz de llevarme la contraria, esperó mi orden.
-¡Córrete!- le grité con dolor al ser consciente de lo artificial de nuestra relación.
Destrozado, la observé llegar al orgasmo sin necesidad de tocarla. “¿Cómo es posible que quiera esto?” pensé maldiciendo mi suerte y dejando a mi querida mulata convulsionando sobre el frio mármol, me puse a desayunar.
Ese día supe que si quería que nuestra relación tuviese futuro, debía convencer a Tara de la necesidad de recobrar su libertad. Era un tema tan importante que decidí que tenía que ser ella quien diera el primer paso. Enfrascado en un encargo, me pasé toda la tarde pintando, olvidando momentáneamente el asunto pero la cuestión volvió con toda su crudeza después de cenar.
Fue la propia mulata quien lo sacó al irnos a la cama. Acababa de acostarme cuando la vi salir del baño, llorando. Al preguntarle qué pasaba, se negó a contestarme y tumbándose a mi lado, me empezó a besar. No creáis que fue algo apasionado, se notaba que mi pareja estaba destrozada y que algo la turbaba.
-Te quiero, preciosa- le susurré al oído tratando de consolarla.
Mis palabras, lejos de apaciguar su llanto, lo incrementaron y durante cinco minutos, no pude más que acariciarla mientras ella se desahogaba.  Interiormente conocía el motivo de su pena pero convencido que era necesario que ella sufriera su propia catarsis personal, no insistí. Un poco más tranquila pero sin mirarme a la cara, me dijo:
-Tengo miedo-
-¿De la libertad?- pregunté dotando a mi tono de todo el cariño posible.
-Sí y no. Me aterra pensar que si me libera después de tanto tiempo, sea incapaz  de ser mujer-
-No te comprendo- respondí.
Reanudando su llanto, me soltó avergonzada:
-Amo, jamás he hecho el amor sin collar y no sé si podría-
Comprendí su temor. Tara, consciente que hasta entonces su adiestramiento como esclava le había permitido gozar, estaba aterrorizada de no ser capaz de sentir placer y deseo sin su ayuda. Por eso y tratando de ayudarla a dar el paso, dije:
-Te propongo lo siguiente: Déjame hacerte el amor sin collar y te prometo que si no consigo espantar tus fantasmas, seré yo mismo quien te lo vuelva a colocar-
Tras unos momentos de duda y con gruesos lagrimones recorriendo sus mejillas, me respondió:
-Me lo promete-
-Si- contesté.
-Amo- dijo llorando- quiero ser suya como mujer libre, ¡Quíteme el collar!-
Por segunda vez desde que nos conocimos, desprendí el broche que la maniataba y sin esperar a que se acostumbrase a no ser esclava, la empecé a besar con ternura. La pobre Tara recibió mis caricias temblando, no en vano desde el punto de vista psicológico iba a ser su primera vez. Asumí que debía ser todo lo tierno y cariñoso que pudiera, ya que, la mujer que tenía entre mis brazos era tan inocente y pura como una adolescente y para ella, esa noche, iba a perder la virginidad.
Cuidadosamente, la fui mimando a bases de caricias, piropos y besos mientras ella esperaba expectante que su cuerpo empezara a reaccionar. Al advertir que se había tranquilizado y que poco a poco iba incrementándose la pasión de sus labios, llevé mis manos a los tirantes de su coqueto conjunto y deslizándolos por sus hombros,   lo fui bajando. Acababa de descubrir sus pechos cuando con alegría observé que sus pezones habían adquirido una dureza impresionante y eso que ni siquiera los había tocado.
Satisfecho por su respuesta, me los llevé a la boca y jugando con ellos, conseguí sacar su primer gemido de deseo.
-Te quiero mi amor- la oí decir cuando sin dejar de mamar de sus pechos, mis manos llegaron a su entrepierna.
Mis dedos al recorrer los pliegues de su sexo, lo hallaron empapado pero en vez de tocarlo, decidí bajar por su cuerpo y con la lengua incrementar su lujuria. Ella al sentirme cerca de su clítoris, me rogó que la tomara pero sabiendo que era su momento y no el mío,  me negué. Tiernamente, le separé los labios y cogiendo su botón entre mis dientes, me dediqué a mordisquearlo mientras mi ya novia se deshacía en suspiros.
-Alonso, hazme tuya- imploró al sentir los primeros síntomas de un orgasmo.
Supe interpretar el incremento de flujo y su respiración entrecortada y asumiendo que era un partido en el que debía de vencer por goleada, aceleré la velocidad de mi lengua. Me alegró escuchar su auténtico clímax y saboreando su placer, me dediqué a beber de él mientras mi amada convulsionaba sobre las sábanas sin la ayuda de su collar.
-Sigue- me pidió sorprendida de poder llegar siendo una mujer libre.
Metiendo un par de dedos en su sexo, prolongué su éxtasis  hasta que agotada me pidió que parara. Tumbándome a su lado, la besé con pasión y fue entonces cuando ella, deshaciéndose de mi abrazo, se puso a horcajadas sobre mí y metiéndose mi pene en su vagina, me pidió que la dejara hacer.
Fue maravilloso, ver su cara de deseo y más aún percatarme que habiéndose empalado por completo, mi querida novia me empezaba a cabalgar mientras reía como una loca al demostrarse que tras largos años de esclavitud, no solo era libre sino que seguía siendo una mujer completa.
Con genuina alegría, buscó su placer y cuando lo obtuvo, cayó sobre mí diciendo con felicidad:
-Gracias- y poniendo un tono pícaro, prosiguió: -pero siento comunicarte que vas a tener que esforzarte, porque esta hembra quiere más de su macho-
Solté una carcajada cuando la escuché porque no me pidió sino me exigió con su recién conseguida libertad que la satisficiera y durante toda esa noche, alimentamos con sexo y más sexo  a nuestro amor.
Los celos:
Una vez vencidos sus miedos, retomamos nuestra relación con más intensidad si cabe. A todas horas dábamos rienda a nuestra pasión sin importarnos cuándo ni dónde. Tara, mi bella Tara, me pedía sexo con una frecuencia tal que de no ser por mi juventud, difícilmente hubiese podido aguantar. Le daba igual que acabase de llegar de estar con otra, al verme entrar por la puerta me esperaba desnuda y sin dejarme descansar, me exigía que le hiciera el amor.
-A la primera que debes satisfacer es a mí- me respondía si se me ocurría quejarme.
Era como una obsesión, si se enteraba que había quedado con una clienta, no me decía nada pero se notaba que le enfadaba. Siempre era igual cuando Johana me llamaba, como presa de un arrebato extraño, se acercaba a donde estuviera y sin mostrar reproche alguno, me rogaba que la tomara. Su actitud fue empeorando con el paso de las semanas y tuvo su culmen cuando coincidimos en un restaurant.
Esa noche, me había contratado una explosiva rubia para acompañarla a una recepción pero, a última hora, cambió de planes y me pidió que la llevara a cenar. Todavía recuerdo que al salir, mi novia con cara larga me informó que aprovechando que yo tenía que ir a trabajar ella había quedado a cenar con unos compañeros de la ONG donde se había puesto a colaborar. El destino hizo que mi clienta eligiera el mismo local que sus amigos.
Todavía recuerdo su gesto de dolor cuando al entrar en el salón, me vio morreándome con esa mujer. Me hubiese pasado desapercibida su presencia de no ser porque pegando un grito, se dio la vuelta con tan mala suerte que se llevó por delante a un camarero con bandeja incluida. El estrepito me hizo mirar y os juro que me quedé helado al ver su rostro. Tirada en el suelo y mientras sus conocidos la intentaban levantar, mi novia lloraba incapaz de reaccionar.
La carcajada de mi acompañante al ver a la cría espatarrada, incrementó aún más su sufrimiento y aunque me levanté a ayudarla, rehusó mi ayuda y con cajas destempladas abandonó el local. Os juro que quise ir tras ella pero no podía dejar tirada a la mujer que había pagado por tenerme esa noche. Lo que sí os tengo que confesar es que me amargó toda la velada, por mucho que me intentaba concentrar en la tipa que tenía a mi lado, su recuerdo me lo hizo imposible.
A la mañana siguiente cuando llegué a casa, Tara no estaba. Preocupado intenté localizarla pero me resultó imposible y por eso hecho un manojo de nervios, esperé  su llegada durante horas hasta que cerca de las dos de la tarde, apareció por la puerta:
-Lo siento- dije nada más verla. –No sabía que ibais a ir a ese sitio- me traté de disculpar.
Por mucho que intenté entablar una conversación con ella, me resultó imposible. Estaba con tal cabreo que se encerró en su habitación y se puso a llorar. Creyendo que se le pasaría la dejé desahogarse y ya en la cena, le pregunté donde había dormido.
-En casa de mi jefe- respondió con arrogancia – si tú puedes pasar toda una noche con otra, no te quejes si yo hago lo mismo-
Os reconozco que al decirme donde había estado, me tranquilicé al recordar que ese tipo era un santurrón de avanzada edad que después de vender su empresa por una fortuna había fundado esa organización para ayudar a emigrantes del tercer mundo. Queriendo hacer las paces, la besé pero ella se negó de plano por lo que ese día fue la primera vez que dormí con ella sin ni siquiera tocarla.
Sé que debí mosquearme por eso, pero nunca imaginé que ese vejete representara peligro alguno porque, aunque se mantenía en forma y en un asilo sería un don Juan, tenía más de setenta años.
El puto viejo:
Desgraciadamente para mí, los hechos me demostraron lo equivocado que estaba. La presencia de John se fue haciendo cada vez más habitual en nuestras vidas y cuando yo salía a trabajar, Tara quedaba con él. Siempre supuse que el cariño entre ellos era como el de un abuelo con su nieta. Tan cegado estaba que cuando ella me avisaba que iba a salir, me reía diciéndole que me estaba poniendo celoso.
-Deberías- me contestó en una ocasión –John es un hombre bueno y varonil que es capaz de hacer feliz a la mujer que se proponga-.
-Qué sea bueno, no lo dudo, pero conozco a muchos eunucos más machos que ese anciano- respondí con sorna sin percatarme de que por él perdería a mi amada.
Tampoco vinculé con John, un extraño ingreso que un día apareció en mi banco. Sin venir a cuento, alguien me había depositado treinta mil dólares en mi cuenta corriente. Al preguntar, el director de la sucursal me informó que había sido un depósito en efectivo y que si nadie pedía la retrocesión del mismo en dos meses, podía considerarlo mío.
Haciendo memoria, recuerdo que al llegar a mi apartamento, le conté a Tara lo ocurrido y ella al oírme, sonrió sin hacer ningún comentario al respecto. Ese día fue la última vez que la vi. Cuando al caer la tarde me despedí de ella con un beso, se pegó a mí y con lágrimas en los ojos, me dijo adiós. Aduje su tristeza a los celos y sabiendo que no podía hacer nada por evitarlos, partí a cumplir con mi trabajo como tantas otras noches.
Al retornar a casa, ya no estaba. Sobre una mesa encontré un vídeo con una carta manuscrita. Al leerla me quedé de piedra, en ella, Tara se despedía de mí diciéndome que cuando la leyera, ya se habría casado con John y que no la buscara porque jamás volvería a mi lado. Hundido en la desesperación entré a su cuarto para descubrir que su ropa había desaparecido.
-¡No puede ser!- grité con el corazón encogido por el dolor.
Fue entonces cuando recordé que junto a su despedida había dejado una cinta y tontamente deseé que todo fuera un órdago y que en ella, Tara hubiese dejado sus condiciones para volver. Temblando, lo cogí y sin pensar en lo que me iba a encontrar lo metí en el reproductor, pero en vez de ser de ella el mensaje, era de su recién estrenado marido:
-Alonso, no me guardes rencor. Yo no te lo guardo- Creí morir al ver que era ese anciano el que aparecía en la televisión. Gracias a ti, he conseguido no solo la mujer más maravillosa del mundo sino la esclava que siempre soñé-.
De estar junto a  mí, lo hubiese matado sobre todo cuando alegremente ese cabrón me informó que hacía un mes que viendo lo mucho que Tara sufría por mi profesión, le había pedido matrimonio y que después de mucho dudar, había aceptado con la condición de que me reintegrara el dinero que me había costado sacarle de las garras del traficante.
-Los treinta mil dólares de tu cuenta son el pago que ella me exigió por ser mía. Disfruta de esa pasta como yo te juro que disfrutaré toda las noches con su compañía y por si tienes alguna duda de mi hombría, he grabado nuestra noche de bodas-
Lo creáis o no, ese malnacido había inmortalizado el momento en el que mi bella Tara se arrodillaba a sus pies y sumisamente le pedía que le pusiera el collar que con tanto esfuerzo, yo quité. En ese instante, el viejo miró hacía la cámara, diciendo:
-Alonso, no te preocupes por ella, la trataré bien y gracias a mi apellido, cuando muera podrá volver a su pueblo con la cabeza bien alta- y dirigiéndose hacia su recién estrenada posesión, le pidió que se corriera.
Mi adorada mulata pegó un grito de satisfacción y berreando como una cierva en celo, se corrió ante mis ojos. Sé que debí de apagar en ese momento la tele pero no sé si fue el dolor o la necesidad de convencerme de su traición, me quedé mirando cómo Tara iba de un orgasmo a otro bajo la atenta mirada de ese capullo.
El sumun de su deslealtad fue verla cómo gateando hacia su nuevo amo, le desabrochaba la bragueta y sin importarla el ser grabada, meterse su falo hasta el fondo de la garganta.  Fui testigo mudo de la forma tan brutal con la que ese viejo, una vez con el pito tieso, la enculó. Pero con gran sufrimiento, también me percaté que en la cara de mi amada, era el placer y la satisfacción de volver a ser esclava lo que se reflejaba.
Henchido de dolor, no resistí ver más cuando habiéndose corrido el viejo, le preguntó si se arrepentía de ser suya y mi querida mulata con una sonrisa en los labios, le respondió:
-No, mi dulce amo-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “Prostituto 15 Dina quiere ser violada” (POR GOLFO)

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Sin título1

Mi jefa viene a verme:
Como prostituto sé que cuando la gente deja volar su imaginación y se recrea en fantasías da como resultado las situaciones mas morbosas y raras con la que uno no ha soñado siquiera. Un ejemplo claro fue cuando Johana me llamó una tarde para comentarme la extraña petición de una clienta:
-Alonso, ¿Vas a estar en casa?-
Desde que Tara me abandonó, mi jefa aprovechaba cualquier oportunidad para verme y por eso no me extrañó que me lo preguntara. Por mucho que había tratado de explicarle que estaba bien y que ya me  había recuperado de su traición, no me creía y mirando por su inversión, cada vez que podía se auto invitaba a cenar. Más que harto del marcaje al que me tenía sometido, le contesté que no.  Por mi tono comprendió que no estaba de humor pero como tenía que hablar conmigo, respondió:
-Necesito verte, así que ¿O me esperas o me dices donde vas a estar?-
La firmeza con la que me habló me hizo a regañadientes aceptar verla y cabreado hasta la medula, le contesté que la esperaba hasta las siete, ni un minuto más:
-Allí estaré- me soltó colgando el puto teléfono.
“Esta puta cree que es mi dueña y me trata como a un niño”, maldije enfadado al advertir que me había dejado hablando solo al otro lado del auricular. Aunque gracias a ella vivía como un pachá, interiormente la acusaba de mi separación, ya que, una de las razones principales por las que Tara me dejó era que no soportaba que fuera un prostituto. Las dos horas que tuve que aguardar encerrado entre las paredes de mi apartamento, lejos de calmar mi cabreo, lo hicieron incrementar y por eso decidí hacerle pasar un mal rato.
Desde que nos conocíamos, había surgido entre nosotros una extraña química que hacía que nos atrajésemos y repeliésemos por igual. Johana, en sí, era una mujer pelirroja preciosa. Dotada por la madre naturaleza de unos pechos que harían suspirar a cualquier hombre, me había dado calabazas siempre que había hecho un intento por acercarme a ella. Era consciente que le atraía pero se negaba aduciendo que lo nuestro eran negocios.
“¡Te vas a joder!”, pensé mientras planeaba mis siguientes pasos, “si no sabes si te atraigo o te doy asco, hoy te vas a enterar”.
Aprovechando que siempre que venía a casa, nunca llamaba al timbre sino que usaba las llaves que le había dado para un caso de emergencia, decidí darle un escarmiento y la esperé tumbado en mi cama, totalmente desnudo.
Eran las siete menos diez cuando la oí llegar. Al no verme en el salón ni en la cocina, mi querida “madame” creyó que la había dejado plantada y enojada, gritó:
-¿Alonso?-
-Estoy en mi habitación- contesté desde la cama.
La muchacha, ajena a lo que se le avecinaba, entró en mi cuarto y al verme en pelotas sobre las sábanas, exclamó preocupada:
-¿Estas mal?-
 -¿Tú sabrás?, según las clientas que me consigues, estoy francamente bien- respondí cogiendo mi pene entre las manos y enseñándoselo.
Por su cara, mi exhibicionismo le molestó pero fue incapaz de retirar sus ojos del miembro que perversamente masajeaba frente a ella.
-¿Qué coño haces?- hecha una energúmena me soltó y tras reponerse de la sorpresa inicial, me gritó: -¡Tápate!-
-Lo siento pero no puedo- contesté levantándome y cogiendo un bote de Nivea, me la empecé a untar por mi cuerpo. –Tengo que salir y no querrás que nuestra clientela encuentre mi piel reseca-
Su desconcierto fue total al saber que estaba luciendo mi anatomía con el único propósito de molestarla pero a la vez, sabía que no podía evitarlo porque la razón que le había dado era de peso. Johana esperó callada unos minutos creyendo que sería rápido pero al ver que me eternizaba con la crema, me preguntó:
-¿Vas a tardar mucho?-
-Unos quince minutos- respondí  muerto de risa y poniendo el bote en sus manos, le susurré al oído: -Si quieres que me dé prisa, ¡Ayúdame!-
Mi descaro consiguió sacarla de sus casillas y bastante enfada, soltó:
-¿Te gusta jugar? ¿Verdad?-
Mi jefa obtuvo como única respuesta una sonrisa. Al advertir mi recochineo, me miró diciendo:
-Si quieres jugar, ¡Juguemos!-
Cuando creía que iba a ayudarme con la crema, hizo algo que no me esperaba: imprimiendo toda la sensualidad que pudo, ¡Se empezó a desnudar!. Cómo comprenderéis me quedé acojonado al observar como esa pelirroja dejando caer su vestido al suelo y desprendiéndose de su ropa interior, se quedaba completamente desnuda frente a mí. Creyendo que lo que quería era marcha, me acerqué a ella pero en cuanto vio mis intenciones, dijo:
-Cómo se te ocurra tocarme, ¡Te corto los huevos!-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando. Johana sonrió al ver mi confusión y abriendo el bote, cogió crema y melosamente se la empezó a untar por los pechos mientras me decía:
-¿Te parece bien que hablemos de negocios?-
Os juro que jamás creí que mi estratagema diera como resultado que por primera vez pudiese disfrutar de la visión de sus pechos y menos que esa fría mujer se pellizcara los pezones en mi presencia solo para devolverme la jugarreta. Alucinado y bastante excitado, no me quedó más remedio que reconocer que esa chavala tenía un cuerpo de escándalo mientras veía como sus manos recorrían lentamente y sin ningún pudor toda su piel. Siempre supuse que Johana estaba buena pero al verla así, me di cuenta de mi error:
¡Estaba buenísima!.
No solo era una mujer delgada de grandes tetas sino la perfecta combinación de genes la habían dotado de un culo espectacular que no desmerecía en nada al resto de su anatomía. La pelirroja disfrutando de su nuevo poder, se dio la vuelta y agachándose sobre el sofá, me dejó claro que era una oponente formidable cuando echándose un buen chorro, se embarró sus nalgas mientras me decía:
-Una de mis clientas quiere un servicio un tanto especial y le he prometido que te iba a convencer de hacerlo….-
-¿Qué quiere?- respondí mirando absorto cómo con los dedos se separaba sus dos cachetes y regodeándose en la visión que me estaba brindado, mi jefa untó de crema la raja de su trasero.
-Poca cosa, tiene la fantasía de ser violada- soltó como cualquier cosa mientras se daba la vuelta y separando sus rodillas, me mostró orgullosa un sexo pulcramente depilado – Sé que es raro pero me ha firmado un documento donde te exime de cualquier responsabilidad, afirmando que sería sexo consentido-
Debí negarme de plano pero en ese momento, mi mente estaba deleitándose con la vulva casi adolescente de la pelirroja. La muchacha sabiéndose deseada, separó los labios con sus yemas y mientras acariciaba su clítoris, me dijo:
-Está todo arreglado, me ha dado las llaves de su casa y cómo no quiere saber cuándo vas a hacerlo, me ha informado que va a estar sola todas las noches hasta fin de mes-
Os juro que ni siquiera me di cuenta de que mi pene había reaccionado y que totalmente erecto, se mostraba en toda su extensión. Queriendo alargar el momento, le pedí la dirección pero entonces, Johana cogiendo su ropa se empezó a vestir mientras me la daba. Al terminar y cuando ya salía de mi apartamento, me soltó:
-Aunque seas un prostituto, no puedes negar que eres hombre. Creía que me iba a ser imposible convencerte pero ya ves, con solo enseñarte una teta, has aceptado-
-¡Zorra¡- la insulté.
Ella no se inmutó y cerrando la puerta tras de sí, soltó una carcajada mientras me decía:
-Por cierto, tienes una bonita polla-
Hundido y humillado, me vi en mitad del salón con una erección de caballo mientras mi supuesta víctima se iba victoriosa sin daño alguno. “¡Será una calientapollas pero tengo que reconocer que es brillante!” maldije mientras me  volvía a la cama a liberar la tensión acumulada en mi entrepierna.
 Cumplo su encargo:
Esa tarde por mucho que intenté borrar de mi mente la imagen de mi jefa y la crema, me resultó imposible porque cada vez que lo intentaba, volvía con más fuerza el recuerdo de esa calientapollas. Yo que me creía un halcón resulté ser una paloma en cuanto Johana se lo propuso. Usando mis mismas armas, esa mujer me venció con tal facilidad que me quedé preocupado. “Va a resultar que me gusta esa zorra” pensé mientras tratando de olvidar mi ridículo, abría el dossier sobre esa clienta:
 “¡No puede ser!” exclamé al descubrir que la supuesta trastornada que quería sentir una violación era una primorosa morena de veinticinco años. Cuanto más miraba su foto, más raro me parecía todo al no comprender como una monada cómo esa, deseaba ser follada sin su consentimiento.
“O está como una puta cabra, o lo que le ocurre a esta tipa es que está cansada de los hombres que sin duda la cortejan y quiere probar que alguien la tome sin su consentimiento” sentencié cerrando la carpeta y yéndome a arreglar.
Aunque esa noche no tenía ninguna cita, decidí ir al Hilton a ver si había alguna ejecutiva con ganas de juerga. Mientras me duchaba, seguí pensando en mi jefa de forma que sin darme cuenta, me volví a excitar sin que el agua fría pudiera hacer nada por remediarlo.
“A la que violaría sin pensármelo dos veces es a ella”, me dije al percatarme mientras lo enjabonaba de la erección de mi miembro.
Os juro que si no llega a ser porque debía ahorrar fuerzas por si esa noche triunfaba, me hubiese masturbado nuevamente en su honor. Necesitaba follar para mitigar el calentón con el que esa puñetera pelirroja me había castigado y por eso, me vestí con mis mejores galas y salí a conquistar Nueva York. Esa noche todo me salió mal. Al coger un taxi, pinchó y cuando traté de tomar otro, me fue imposible porque parecía como si toda la ciudad hubiera pensado en lo mismo. Tras media hora soportando en una esquina el calor de Manhattan, decidí irme andando. Para colmo de males, al llegar al hotel, descubrí que todo el ganado medianamente pasable estaba ocupado con mi competencia y tras varios intentos infructuosos, me quedé comiéndome los mocos en una esquina del bar mientras los demás prostitutos hacían su agosto.
“¡Hay que joderse!”, pensé al observar a un jodido italiano de baja estofa saliendo con una rubia espectacular, “si hubiese llegado antes ese culo seria mío”.
Molesto y con alguna copa de más, salí del local al cabo de tres horas. Harto de que durante todo ese tiempo solo se me hubiera acercado una anciana borracha, decidí irme a casa pero cuando ya estaba en la parada del taxi, me di cuenta que al salir de mi apartamento, había cogido las llaves de Diana, la fetichista que quería ser violada. Cómo casualmente su piso estaba a unas manzanas de distancias, solventé hacerle esa misma noche la visita.
“No creo que se lo esperé. Al fin y al cabo, hoy se lo ha pedido a Johana  y según ella tengo un mes para hacerlo” pensé mientras me dirigía a pata hasta su dirección.
Estaba caminando hacia allí, cuando caí en que si se suponía que debía parecer una violación, no podía ir a cara descubierta y por eso al toparme con una tienda de chinos abierta 24 horas, entré y me compré unas medias que colocarme en la cabeza. Ya que estaba en ese establecimiento, también me agencié con un par de bolsas de tela y una cuerda para dar mayor veracidad a mi actuación. Debieron ser las copas pero curiosamente al llegar a su portal, no estaba nervioso cuando lo lógico es que estuviera a terrado con lo que iba a hacer. Entré en el edificio con las llaves de la cría y llamando al ascensor, subí hasta el décimo piso. Ya en el descansillo, busqué la letra D y sin hacer ruido, abrí el apartamento.
Al cerrar la puerta y girarme, comprobé que no había luz en la casa y poniéndome la media, empecé a recorrer la casa. Por el lujo con el que estaba decorada, comprendía que además de estar buena, esa muchacha tenía pasta. Se notaba por todo, desde los cuadros colgados en las paredes hasta los muebles destilaban clase y dinero. Al pasar por la cocina, cogí un cuchillo con el que dar más realismo al asalto y tranquilamente fui en busca de la muchacha.
La encontré dormida tranquilamente en su cama y para evitar confusiones verifiqué que fuera la misma de la foto que tenía en el móvil.
“Es ella” determiné tras comprobar sin lugar a dudas que esa cría era la misma que me había contratado y entonces poniéndole el cuchillo en la garganta, la desperté.
Os podréis imaginar el susto con el que se despertó al abrir los ojos y toparse con un tipo con una media en la cara mientras en su cuello sentía una fría hoja de acero. Tapando su boca con mi mano, evité que su grito despertara a los vecinos y entonces le dije con voz fría:
-¡Zorra!, si no gritas no te va a pasar nada-
Fue entonces cuando comprendí que la muchacha se había repuesto del susto y que había comprendido que yo era el tipo que había contratado porque en vez de llorar, sonrió mientras me decía:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado por su pésima actuación, decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-Aunque venía a robar quizás aproveche para darte un revolcón- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a sus tobillos.
Sin compadecerme de ella, la cogí del pelo y tirando de su melena, le pregunté:
-¿Dónde tienes las joyas?-
La morena me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Johana no me dijo nada de robar-
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras le decía que  no sabía de qué hablaba. La cría histérica me preguntó si no era el amigo de la pelirroja y al contestarle que no la conocía y que ya podía irme diciendo donde guardaba las cosas de valor, se quedó aterrada.
Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, Dina me rogó que no le hiciera nada y que tenía todo en una caja fuerte en el salón.
-Te voy a soltar para que me la abras pero no intentes escapar o te mato- dije mientras la desataba.
A esas alturas, la cría ya estaba convencida de que yo era un delincuente y mientras la llevaba hacía esa habitación, no paró de llorar.
-¡Cállate!, puta- le exigí retorciéndole el brazo.
Su gemido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación y  cuando temblando se puso a introducir la combinación, aproveché la ocasión para contemplar a la morenita.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía vislumbrar bajo la lencería negra que llevaba.
Pequeña de estatura, tenía un par de peras dignas de un banquete pero lo mejor era ese culito tierno y bien formado que desde que la vi postrada en la cama se me había antojado.
-¡Date prisa!- le solté con el único objetivo de aterrorizarla.
Hecha un flan, tuvo que hacer dos intentos para conseguir  abrir la caja. Cuando lo consiguió le ordené que metiera todas las joyas en una de las  bolsa de tela, tras lo cual, la volví a llevar a su cuarto.
-¿Qué me vas hacer?- musitó acojonada cuando la lancé sobre la cama.
-Depende de ti. Tienes que ser una zorra de lujo para dormir así- le grité mientras con el cuchillo desgarraba su sujetador.
Dina, pávida, tuvo que soportar que prenda a prenda fuera cortando toda su ropa, Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de acero por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:
-¿No querrás que cuando me vaya, te deje una fea cicatriz?-
Esa cría que fantaseaba con ser violada cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, Dina se orinó sobre las sabanas al estar segura de que su vida corría peligro y con voz temblorosa, me respondió:
-No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!-
Satisfecho al tenerla donde quería, la obligué a arrodillarse a mis pies e imprimiendo todo el desprecio que pude a mi voz, le ordené que me hiciera una mamada. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados a besar a hombres con dinero, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto de un supuesto delincuente.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre clienta se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa niña bien separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Debiste ser la putita del colegio y ahora estoy seguro que eres la amante de algún ricachón, ¿Verdad?- le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.
A la chavala le dieron arcadas al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo contrariarme se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos. Mientras lo hacía le ordené que se tragara toda mi simiente y ella, obedeciendo no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua.
Viendo su buena disposición, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, le pregunté si tenía un consolador. Totalmente avergonzada, la muchacha me contesto que tenía uno en el cajón. Sacándolo se lo di, tras lo cual le dije que si quería seguir viva cuando me fuera, quería verla masturbándose con él empotrado en el trasero.
-Soy virgen por ahí- se quejó en voz baja.
-Tú verás- le informé- ¿o te metes ese aparato o tendré que ser yo quien te rompa el culo?-
No tuve que repetir mi amenaza, cogiendo un poco de flujo de su vulva, la muchacha untó su consolador antes de con gran sufrimiento, desvirgar su entrada trasera. Fui testigo de cómo sufrió al ver forzado su esfínter y de cómo esa cría una vez con él introducido hasta el fondo, se empezaba a masturbar. Poniéndome a su lado, cogí uno de sus aureolas entre mis yemas y dándole un pellizco, me reí de ella diciendo:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedra!-
La morenita gimió al sentir mi caricia y tratando de complacerme, reconoció en voz alta que era una puta. Su sumisión me dio alas y cogiendo el dildo que tenía incrustado, empecé a sacarlo y meterlo en su interior mientras la acariciaba y la insultaba por igual. La combinación de insultos y mimos fueron llevando a la chavala a un estado tal que no sabía si estaba excitada o muerta de miedo. Yo por mi parte si lo sabía, Dina aunque todavía no fuera consciente estaba totalmente dominada por la lujuria y estando al borde del orgasmo, cualquier empujón por mi parte, la haría correrse sin remedio.
-¿Qué prefieres cerda? ¿Qué te preñe o que te dé por culo?-
Dina asumió que era inevitable y confiada por estar tomando la píldora, me rogó que la preñara porque eso significaba mantener medianamente intacto su orificio trasero. Solté una carcajada al escuchar su preferencia y tumbándola en la cama, levanté sus piernas hasta mis hombros y de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Primero el coño y luego el culo-
-Ahh- gritó al sentir mancillado su sexo.
Al meter mi miembro, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar acostumbrarse a sentir su conducto relleno, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía cuando notó mi glande chocando contra la pared de su vagina.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi clienta que se moviera. Para el aquel entonces la media que portaba me tenía acalorado. Por eso cogí la otra bolsa de tela y se la puse en la cabeza para seguir representando el papel de violador.
-Por favor, ¡No quiero morir!- chilló al sentir que la apretaba sobre su cuello.
-No te voy a matar, ¡Todavía!. Te la pongo para no verme obligado a hacerlo. Tengo calor y no quiero que me veas la cara-
Mis palabras consiguieron calmarla momentáneamente pero mi acción tuvo un efecto no previsto, al reducir el flujo de aire, su cerebro y la adrenalina incrementaron sus sensaciones de forma que no llevaba ni tres minutos follándomela encapuchada cuando la sentí convulsionar bajo mi cuerpo y aullando desesperada se corrió sobre las sabanas. Era tal la cantidad de flujo que brotaba de su entrepierna que realmente parecía que nuevamente esa muchacha se estaba meando.
-¿Te gusta ¡Putita!-
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada sobre la cama.
Su entrega era total y yo, todavía no me había corrido, por lo que la obligué a incorporarse y a colocarse a cuatro patas sobre el colchón. Dina, con la visión bloqueada, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba acojonada. Cuando sintió unas manos abriendo sus cachetes, intentó protestar pero ya era tarde porque, con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por vez primera con un miembro humano esa virginal entrada.
Dina gritó al experimentar mi dureza maltratando su ojete pero contra lo que tanto yo como ella esperábamos no hizo ningún intento de apartarse. La tranquilidad con la que iba absorbiendo mi extensión, me permitió seguir insertando mi pene y lentamente pero sin pausa, se lo clavé hasta que su base chocó contra sus nalgas.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse con prudencia.
Cuidadosamente, la cría fue incrementando la velocidad con la que se  empalaba hasta que su cuerpo tuvo que soportar un castigo infernal. Los suaves gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Dina berreó como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba sobre las sábanas.
Una vez había conseguido que la morenita se corriese, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la muchacha me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, Dina fue de un orgasmo a otro mientras su supuesto agresor seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada muchacha cayó sobre el colchón como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había realizado un buen trabajo y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de nuestro desenfreno. Ya de vuelta a la habitación, Dina ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que me hubiese ido, pero temiendo lo contrario ni siquiera se había quitado la capucha.
Nada más sentarme a su lado, se la quité. Asustada metió la cabeza en la almohada, intentando no verme porque eso supondría que la tendría que matar para que no me identificara. Solté una carcajada al saber el motivo y dándole la vuelta, le dije con suavidad:
-Dina, ¿Te ha gustado tu fantasía?-
Al verme la cara y reconocer en ella al prostituto que había contrato, se puso a reír completamente histérica mientras me insultaba acordándose de todos mis parientes.
-¡Serás cabrón! ¡Me has hecho pasar el peor rato de mi vida!-
-¿No era eso lo que querías?- le pregunté sonriendo.
-Sí…-contestó y tras unos momentos pensando, prosiguió diciendo: -Eres un capullo pero ahora que sé que era una farsa, te tengo que confesar que he disfrutado como una perra. ¡Me ha encantado sentirme indefensa! Aunque todavía tengo un sueño que me gustaría hacer realidad-
-¿Cuál?-
-¿Te importaría atarme?-
Muerto de risa, le pellizqué un pezón mientras recogía del suelo la cuerda con la que cumplir su deseo. Dina, al sentir mi caricia, se tumbó en la cama y ofreciéndome sus brazos, me rogó:
-¡Fóllame!-

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“Mi nueva criada negra” LIBRO PARA DESCARGAR (por Golfo)

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Sinopsis:

Una amiga viendo que era un desastre, me contrata una criada para que al menos organice la pocilga que es mi casa. Sin saber que la presencia de Meaza, cambiaría para siempre mi vida al descubrir junto a ella una nueva clase de erotismo.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

-Necesitas alguien fijo en tu casa- dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería.
Traté de defenderme diciéndola que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla ni de entrevistarla.
-No te preocupes yo te la busco-soltó zanjando la discusión.
Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana. Suponiendo que se le iba a olvidar, contesté que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
-Menuda carita- me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso diciendo: – Se nota que ayer te bebiste escocia.
-¿Qué coño quieres?- respondí ya enfadado.
-Te he traído a Meaza- dijo señalando a la muchacha que sumisamente la seguía: – No habla español pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, producto de las penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!- exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver dónde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé qué me pasó, quizás fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con él a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reírse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto- soltó tratando de quitar hierro al asunto.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está.
-Pues, entonces ¿de qué te quejas? Fóllatela y ya.
-No soy tan cabrón de aprovecharme- contesté bastante poco convencido en mi capacidad de soportar esa tentación dentro de casa.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter las llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara. Casi me caigo al verla únicamente vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Para colmo, lejos de incomodarse por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama.
Sentir su cuerpo pegado al mío alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que me impedía incluso el mantenerme de pie, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza usando como almohada su vestido, estaba totalmente desnuda y ajena a mi examen, descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla pero algo en mi me indujo a aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos. Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro. Redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara aun siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón. Por eso, todavía estaba ahí cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber qué hacer, me tapé con la sabanas mientras desayunaba y reconozco que no paré de mirar de soslayo a la muchacha.
Ella, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería y sonriendo abrió su boca para que le diera de comer.
Estaba alucinado, cuando todavía no me había repuesto de ese gesto, vi como sus blancos dientes mordían la tostada tras lo cual su dueña volvió a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido con ella mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda y los pechos hacía delante, mantenía su culo ligeramente en pompa.
«¡Qué buena está!», maldije al percatarme que me estaba volviendo a poner cachondo.
Tratando de evitarlo, me levanté a darme una ducha fría sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo. No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero. De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor y su cuerpo.
«No puede ser», mascullé entre dientes al pensar que aunque nunca había cruzado una palabra con ella y ni siquiera me entendí, me resultara hasta doloroso el comprender en lo difícil que me iba a resultar el respetar la relación criada-patrón si esa niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño con la toalla esperando secarme. Traté de protestar pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo por lo que al final, no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies.
«Esto no es normal», sentencié observando sus manos y la tela recorriendo mis piernas mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo.
Interiormente aterrorizado de lo que iba a pasar cuando esa mujer llegara hasta mi sexo, me quedé quieto. Al hacerlo, me tranquilizó ver su profesionalidad cuando se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
También os he de decir que aunque Meaza no mostró ningún rubor, mi pene en cambio no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose. La muchacha haciendo caso omiso a mi calentura sonrió y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo para acto seguido salir después con la toalla mojada hacía la cocina.
«Parezco nuevo», murmuré avergonzado. Me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí y saliendo al salón, encendí la tele.
Allí me resultó imposible concentrarme al ver a esa negrita limpiando la casa vestida únicamente con ese trapo. Confieso a mi pesar que aunque lo intenté que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
«Todo es culpa de Maria», sentencié hecho una furia con mi amiga por habérmela traído.
Cabreado hasta la medula, cerré los ojos mientras buscaba relajarme. No debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna. Tardé unos segundos en abrir mis párpados y cuando lo hice me encontré a Meaza hincada a mi lado con un plato de comida entre sus manos.
-No tengo hambre- dije tratando de hacerme entender.
Mis palabras le debieron resultar inteligibles porque obviando mis protestas, esa muchacha no hacía más que alargarme el plato.
– No quiero- contesté molesto por su insistencia y señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no.
Imposible, la negrita seguía erre que erre.
-¡Coño! ¡Que no quiero!- grité ya desesperado.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano me obligó a coger una loncha para posteriormente llevársela a su boca. Por fin entendí que lo que quería es que le diera de comer.
«Seguramente en su tribu, los hombres alimentan a las mujeres y obligada por su cultura espera que yo haga lo mismo», me dije y pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacía falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Agradecida, esa monada sonrió mostrándome toda su dentadura. Reconozco que estaba encantadora con una sonrisa en la cara y ya más seguro de mí mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Contra todo pronóstico comprendí que era una gozada el hacerlo porque de alguna manera eso me hacía sentir importante. Lo quisiera o no, era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles por lo que cuando se acabó todo lo que había traído, fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón. Más interesado de lo que nunca había estado con una mujer, acercándole el vaso a los labios, le di de beber. Meaza debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo pero como acto reflejo mi mano recorrió su seno y recogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos y con ellos, mi entrepierna. Cuando nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos pero decidí que me había equivocado por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
«Puta madre, ¡es preciosa!- pensé mientras combatía la lujuria que se estaba adueñando de mi cuerpo y sabiendo que eso no podía continuar así y que al menos debía de ir decentemente vestida para intentar que no la asaltara en cualquier momento, la cogí del brazo y la llevé a su cuarto.
Una vez allí, busqué algo con que vestirla pero al ver el armario totalmente vacío, descubrí que esa muchacha solo había poseía la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa- le dije.
Con los ojos fijos en mí, se echó a reír dándome a saber que no había entendido nada.
« Es primer domingo de mes», pensé, «luego los grandes almacenes deben de estar abiertos».
Tras lo cual, la obligué a ponerse esas ajadas pertenencias y la llevé de compras. Mi siguiente problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!- exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, ¡me estas volviendo loco! Cómo sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos.
Meaza, no me entendió pero me dio igual. Me gustaba como sonreía mientras le hablaba y por eso , le expliqué lo mucho que me excitaba el verla. Recreándome en su ignorancia, alabé su maravilloso cuerpo sin parar de decir burradas. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir a la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita pero hay que comprarte algo que te tape.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro porque le tenía miedo. Cómo no había más remedio, la obligué y ella asustada se abrazó a mí en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?- dije acariciándole la cabeza: -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en cómo llevarte a la cama.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla. Incapaz de comunicarme con ella, le pedí a una señorita que me ayudara inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé qué, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela para comprobar que le quedaba. Meaza me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si- asentí con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de las mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres está mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara cómo usarlo.
-Tienes unas tetas de locura- susurré mientras acomodaba sus perfectas tetas dentro de la copa: – Me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor.
La muchacha ajena a las bestialidades que salían de mi boca, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Todavía hoy me avergüenza mi comportamiento pero no pude evitar hacerlo porque estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
«Parece una modelo».
Nuevamente tuve que abrirle la puerta y de igual forma y aunque la negrita se había fijado como lo había hecho, en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón. Creo que incluso provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?- dije mirándola a los ojos sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
«Esta mujer está alterando mis neuronas y encima lo sabe- medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Sus piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Haciendo un esfuerzo retiré mi mirada y traté de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
-Yo también te deseo- contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Ya en el garaje de mi casa y habiendo aparcado el coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa.
«Debe ser lo normal en su país», pensé mientras acptaba que fuera ella quien cargara, tras lo cual y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mí me siguió con la cabeza gacha.
Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás. Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito proveniente de su cuarto.
Salí corriendo a ver qué pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?- pregunté. La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa con su infortunio.
Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura óptima. Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate- dije dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
-Quédate ahí, mientras busco algo que echarte- solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo las medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “Vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto. Estaba tan histérica que por mucho que intenté calmarla seguía llorando. Sin saber que hacer pero sobretodo sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estómago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aun sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos pero era una delicia el hacerlo y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo consciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, separó sus rodillas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuánto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!- exclamé al ver que se había desmayado y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara para acto seguido y sin dejar de hacerlo, bajar por mi cuello recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono. Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón al no pararparaba de sonar.
Cabreado contesté diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.
-¿Qué quieres, cariño?- le solté.
Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al ver como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
-Bien, es una muchacha muy limpia- contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla- dije irónicamente al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
-Que sí. No seas cabezota, me voy a ocupar que coma bien- respondí por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil- tuve que mentir para que me dejara colgar, porque estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante. Y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara…

Relato erótico: “NI TU, NI YO, ¿QUIEN DARÁ EL PRIMER PASO?, ¿QUE LOBO GANARÁ?! 1 DE 3 (POR RAYO MCSTONE)

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«El hombre es un lobo para el hombre.» Thomas Hobbes
NI TU, NI YO, ¿QUIEN DARÁ EL PRIMER PASO?, ¿QUE LOBO GANARÁ?…
“No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz sino espada”. Mateo 10:34

Lizbeth, hermosa hija de 22 años del afamado y adinerado médico especializado en Ginecología, Raúl Orozco Betancourt, escuchaba cabizbaja y curiosa el sermón ofrecido por el maduro sacerdote Chuy Venegas. A lo lejos podía observar a su Profesor preferido, Cosme Iván Alonso Sánchez con su guapa esposa y sus hijos adolescentes. Sabía que su hijo mayor era casi de su edad, por ahí de los 20 años, ya que asistía a unos cursos anteriores a los que ella matriculaba y el otro unos dos o tres años menor. Su mentor, calculo tendría unos 45 años de edad, dicha información se las había dicho desde la primera clase que tuvieron, pero de eso fue el año pasado y no se acordaba. En realidad parecía de unos 35 años.

El padre Chuy entusiasmado, eufórico y emocional como suele serlo, a sus aún 50 años, empezó a contar una anécdota para relacionarla con la explicación del Evangelio de Mateo, no sin antes citar que el filósofo inglés del Siglo XVII, Thomas Hobbes popularizo en su obra de 1651, –Leviatán- la famosa frase que en su momento acuño el comediógrafo latino Tito Macio Plauto (254 a. C. – 184 a. C.) en su obra Asinaria:

“Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit.”, que significa “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, al Padre Chuy le encanta preparar detalladamente su intervención dominical. Con su mejor voz, el sacerdote empezó:

“Un niño de siete años le pregunto a su abuelo: ¿Por qué hay guerras en el mundo?, Su abuelo acomodándose las gafas, le explico que en todo ser humano hay dos lobos peleando de manera constante. Un lobo pugna por la belleza, la bondad, la honestidad, la sinceridad, la fraternidad, el amor, la solidaridad y valores de ese tipo. Con paciencia les explico cada uno. El otro lobo por el contrario, quiere que el hombre luche, aplaste, domine al otro, busque su propio interés. También con palabras adecuadas a la edad de su nieto, les detallo cada uno de esos antivalores. Esos dos lobos siempre anidan en el hombre y buscan predominar sobre el otro, cuando el lobo malo gana, se llega hasta la estupidez de la guerra. El niño le pregunta ahora, ¿Qué lobo ganaría dentro de mi cuerpecito? El abuelo solo contesto: el que tú alimentes…

El sacerdote pregunto a la audiencia: ¿Cómo alimentamos el lobo del bien…? Una viejecita contesto que siendo buenos cristianos, otra señora que alimentándose de la palabra y de buenas acciones.

El Padre Chuy les dirigió una sonrisa afable y afirmando volvió a la carga, efectivamente como en Hebreos 4:12 se menciona, “Porque la palabra de Dios es VIVA y EFICAZ, y MAS CORTANTE QUE TODA ESPADA DE DOS FILOS; y penetra hasta PARTIR EL ALMA Y EL ESPÍRITU, las coyunturas y los tuétanos, Y DISCIERNE los pensamientos y las intenciones del corazón”.

Para de inmediato proseguir: La palabra de Dios es como una espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, y discierne los pensamientos e intenciones del corazón. Es la mejor ARMA que tenemos.

Por todo esto, debemos estar conscientes que vamos a tener guerra espiritual porque Jesús ya nos lo advirtió. Por lo tanto, la mejor forma de hacer esta guerra es usar la palabra de Dios como espada del Espíritu. Para eso tenemos que conocer bien la Palabra pasando muchas horas estudiando y meditando en ella y así siguió discerniendo y preguntando de vez en vez, incluyendo la pregunta ¿Cómo alimentamos al lobo del mal?….

Para ese entonces, Lizbeth ya estaba toda distraída. Pensaba en la película que iría a ver con sus amigas por la tarde, después de asistir al partido de beisbol de las 12 de la tarde. Todo el domingo para divertirse con sus compañeras y mañana lunes temprano a las 7 am la clase con Iván. Su novio Agustín radicaba en otra ciudad muy lejana, nada menos que el DF, porque estudiaba una carrera que no existía en la localidad. Solo en ráfagas captaba algunos de los conceptos y es que sabía que su papá Raúl le preguntaría al término de la misa. Con lo que agarró estaba segura salir de ese apuro.

De vez en vez, no entendía el por qué, dirigía su mirada hacia su maduro profesor. Le llamaba la atención lo diferente que lucía ahora de una cómoda bermuda y polo, haciendo lucir su envidiable figura sin artificios ni exageraciones, aún para sus demasiado atléticos compañeros de Universidad. No era nada agraciado del rostro, es decir no era el típico guapo, al contrario era moreno y simple, pero en realidad no es feo, simplemente diferente a las personas de su círculo social.

Sus amigos incluso maldecían como en los juegos de futbol en los que participaban no podían vencer con claridad al equipo de Iván que con otros maestros y algunos refuerzos juveniles del personal administrativo y uno que otro alumno tenía.

Normalmente Iván viste formal sin llegar al uso del traje, un buen pantalón docker y una camisa de marca afín al color, si acaso en Otoño un saco informal, pero ahora lucía como un jugador de golf y se veía muy bien.

Por su parte, Iván con cuidado de que su esposa Janeth e hijos no se dieran cuenta, volteaba y sonreía a una de sus tantas alumnas favoritas. Al parecer sus hijos estaban como distraídos mirando al aire, pero su esposa era muy receptiva y él estaba en su día de descanso como para dar explicaciones. Lizbeth lucía radiante como siempre. Él era muy esmerado en su imagen y aún en ese recinto quería lucir muy bien para esa fémina. A él le encantaba la fama que tenía de inconquistable, ético y de coherencia que proyectaba. Tenía un ego desmesurado. También ponía atención en la charla del sacerdote por si su familia le interrogaba, sabedores de que él no está muy convencido del acto y de que asiste a la misa del domingo a pedido de su esposa.

Al terminar la ceremonia, coincidieron las familias presentándose, Janeth le comento
un tanto sarcástica: ¡Qué guapa alumna tienes! Como has de sufrir en tus clases…
Iván solo mascullo: ya vez no todas son así, la mayoría están pasadas de peso y no
agraciadas…

Janeth: ajjjaaa y menos en la Uni, va cada cromo….

Iván: De que te preocupas, si sabes que solo tú eres la más hermosa para mí, dándole un sensual abrazo y beso delante de todos, que no pasó desapercibido para la joven Lizbeth que a mediana distancia los vio y que por un momento experimento un cierto grado de algo parecido a celos o envidia…que raro sentimiento se dijo para sí.

ELLA: Lizbeth es una joven de tez blanca, muy inteligente, madura y centrada que estudia Mercadotecnia en la mejor Universidad de la afamada Perla Tapatía, la ciudad de Guadalajara. Se podría decir que es de clase media alta, tirándole de plano a la clase alta. Su padre, que si es de extracción pobre, aunque de viejas raíces europeas por el color de su piel, a base de especializarse en su carrera de Medicina ha logrado la movilidad social y económica que todos los que estudian mucho, desean. Su mama es de Durango y ella si es de clase de abolengo venida a menos y de quien heredo su belleza especial. Lizbeth tiene un aire algo muy parecido e incluso mejor a su paisana Marlene Favela que es una actriz mexicana, nacida en Santiago Papasquiaro, estado de Durango en el país México (busquen sus imágenes en google y se darán cuenta de lo esculturales y hermosas que son en ese pueblo sus mujeres). Su pelo negro es largo, sus curvas de infarto son ya de mujer hecha y derecha. Toda su educación es muy católica, tal y como se acostumbra en el sector de clase media de México y de cualquier país latino. Colegios de monjas y círculos muy cerrados a otros ambientes, lo que en un pueblo se da. Aunque parezca mentira, sigue siendo virgen, si bien se mete sus buenos agasajes con su novio de años, Agustín el cual prácticamente lo tiene desde preparatoria y casi ya toda la carrera, ya que este semestre se gradúa. Ambos son de ese pequeño pueblo en el estado norteño de México.

La familia de Lizbeth por el trabajo del padre, radican ahora en Guadalajara, Jalisco que es un centro afamado de Hospitales innovadores y tratamientos nuevos en prueba. Ahí Raúl pudo florecer como ginecólogo de mujeres con problemas para embarazarse y encumbrarse para tener a su familia en una posición privilegiada.

La película que fueron a ver fue muy extraña, se trataba de un cine que pasaba películas de estreno junto a otras no tan recientes. La que vieron se llamaba “La Elegida”, los protagonistas son David Kepesh (Ben Kingsley, el actor que gano el Oscar por interpretar a Gandhi), es un senescente profesor universitario de 62 años bien conservados, y la hermosa estudiante Consuelo Castillo (Penélope Cruz, ¡qué senos, dios mío! y ¡que mirada de hembra en busca de todo!), quien es mucho más joven, de 32 años y poseedora de un sutil poder de seducción que atrae al profesor. Kepesh es un hombre bastante maduro, es divorciado y vive una soledad dura, solo tiene a un hijo quien es doctor, un par de amigos cercanos, entre ellos George, (Dennis Hopper) y a una amante ocasional de casi su misma edad que es Carolyn (Patricia Clarkson) quien solo se aparece en los festivos o cada quince días para dar un paréntesis a la soledad de Kepesh.
David Kepesh es célebre en el ambiente literario y público debido a su sapiencia acerca de la cultura y la literatura; y por sus cercanos que lo conocen por sus intensos instintos seductores, su pasión por las mujeres bellas y por su poca tendencia de establecer lazos duraderos; pero todo esto pierde sentido cuando la joven cubana Consuela Castillo (Penélope Cruz) se cruza en su camino después de la fiesta de graduación.

Después del juego y la seducción, los dos protagonistas empiezan una relación de la que Kepesh parece no poder prescindir. Pero al año y medio de relación pasional, los celos, la diferencia de edad (30 años) y el miedo al súbito abandono traicionan a Kepesh. Kepesh además en las diarias conversaciones con su amigo George se va influenciando por los consejos y puntos de vista que emite este quien pronostica que la relación entre un hombre mayor y una joven no tiene futuro y que solo debe aprovecharla al máximo mientras dure. Kepesh además debido a sus miedos, no interpreta o no oye los mensajes en contrario que Consuela le entrega en sus conversaciones acerca de un futuro entre ellos.

Todo esto desemboca en que Kepesh alimente en él un miedo paranoico atroz a ser dejado por Consuela, en resumen miedo al desamor. La pareja se distancia cuando Consuela intenta presentarlo a su círculo social, otra señal que Kepesh desestima. Kepesh odia admitir que se ha enamorado; pero ya ha hecho daño en la relación sin quererlo, Consuela no lo llama más ni vuelven a verse despúes del desaire. Kepesh vuelve a la vida y a la zona de confort que tenía antes de Consuela pero no la olvida y sus sentimientos permanecen en su alma torturándolo día tras día, momento tras momento.

Sin superar el tener que estar solo, sin Consuela, David Kepesh se refugia en su profesión y su relación casual con Carolyn. Dos años después y tras afrontar la muerte de su mejor amigo George, Consuela aparece en su apartamento para incredulidad de Kepesh y ella se presenta con una petición que hacerle y una noticia: ella tiene cáncer de mama.

La película la inquieto por la relación que se da entre el profesor universitario y la bella Penélope Cruz. Otra vez, sin saber porque, pensaba en el profesor Cosme Iván.

Su noviazgo es de ya casi cinco años. El último año de preparatoria que estuvieron juntos en Santiago y los cuatro años y medio de sus carreras. Solo que Agustín se tuvo que ir al DF y ella y su familia a Guadalajara. Por ese motivo las veces que se podían ver eran contadas en el año. En verano ella siempre estudio o realizaba actividades extra académicas. Claro que su novio quiso hacerle el amor, pero ella supo mantenerlo a raya y no es que no quisiera, sino que sabedora de que su papa estaba sobre ella y más que nada por prejuicios morales que tenía muy arraigada al ser muy provinciana y mantenerse expectante de los riesgos que evidentemente se le presentaban en su vida universitaria. A lo más que llegaron es que ella le practicara la masturbación con sus manitas blancas y tiernas. A estar casi desnudos uno frente al otro en alguna habitación de un lujoso motel en la ciudad, pero con la consigna de no sobrepasarse. El novio se contenía ya que se saboreaba el manjar que el futuro le deparaba. Por supuesto que le llego a acariciar con sus manos y boca esos suculentos senos que su novia tenía.
Lo que sucede es que en dichos Institutos privados es común que en cada salón de clases se formen grupitos pequeños que poco socializan unos con los otros. El círculo de sus amigas es muy parecido a su perfil, niñas bien de clase media. Chicas católicas, muy de familia, provenientes de otras provincias, de familias “normales”, nada disfuncionales.

Claro que conocían que en otros grupos se movía alcohol, drogas y sexo. Sobre todo los grupitos de mayor riqueza económica es donde más se daban esas situaciones. Su grupo varias veces asistió a fiestas en donde de manera abierta corría cualquiera de esas vertientes. Pero ellas se sabían mover, ya que sus padres las adiestraban de todos los peligros posibles. Eran diestras en cuidar su virginidad, sabedoras de que era necesario para seguir siendo “casables” con buenos partidos, so pena de hacerse de mala fama en esos círculos tan estrechos.

Por otro lado, prácticamente ella y Agustín se habían ya comprometido, se pensaban casar pasados unos dos o tres años después de que se graduarán ambos. Por supuesto que las familias estaban de acuerdo. Incluso los padres de Agustín aún más, la novia anterior de su hijo les había dado una mala experiencia al destaparse que se trataba de una alcohólica y ninfómana que fue sorprendida in fraganti en la misma casa de ellos, con un “sirviente”…uuufff fue el acabose para los padres del adinerado muchacho. Pero esa es otra historia.

Por lo mismo sabedores de la educación cristiana de su futura nuera, alentaban que su hijo la cuidara y no fuera a cometer una barbaridad. Ellos eran dueños de varios negocios en el pueblo de Santiago y sus recursos económicos eran muy superiores a los de la familia de Lizbeth. El muchacho se había podido contener ante el monumento de novia que tenía porque se daba sus buenos desquites con suripantas y amigas con derechos que no le faltaban en la soledad de su estancia en la capital del país, el DF. Cuando era época de visita a la novia, días antes se daba buenos atracones de sexo para no llegar con tantas ganas a ver a su escultural, deseada y envidiada novia.

En una semana, día a día, Lizbeth viviría un proceso en donde los dos lobos entrarían en pugna por tomar la victoria.

Él: Cosme Iván Alonso Sánchez, en realidad tiene 47 años, pero posee el don de tener una envidiable salud, por lo que representa mucho menos, es lo que se suele decir: “una persona come años”. De extracción pobre, a base de estudio y trabajo desde su adolescencia, llego a tener una Licenciatura en Economía, Maestría en Alta Dirección, Maestría en Educación y Doctorado en Economía. Trabajo muchos años en Dependencias Gubernamentales y en proyectos con la Industria, sin llegar a escalar en demasía en el organigrama, ya que prefería cambiar de puesto e iniciar de nuevo en otra ciudad, cuando veía o le pedían cosas que se salían de su estricto código de valores. Es bien sabido, que entre más subes en el Gobierno, más te debes prestar a actos de corrupción y él no se prestaba a ello, ni a establecer una política de relaciones y convencionalismos para ir quedando bien con determinadas personas que lo apadrinaran y pudiera escalar. Simplemente a él no le interesaba ese juego perverso de la grilla organizacional. Lo que le ocupaba era hacer bien su trabajo. Practicaba el voleibol de manera amateur a un muy buen nivel, sin dejar de hacer otros deportes como el soccer, el beisbol y lo que se organizara en la Universidad, ya que prefirió dejar el trabajo en el Gobierno, para ya dedicarse de unos 10 años atrás a la docencia universitaria. Ya había radicado en diversas ciudades del país e incluso vivió con su familia un año en Guatemala, haciendo una investigación para el Gobierno de Hidalgo. Él nació en un pueblito de la costa de Guerrero, cercano a Acapulco. Tiene 20 años de casado. Nunca le ha sido infiel a su esposa con una dama en particular, aunque en los últimos cinco años, aprovechando viajes por motivos de investigaciones para su Universidad se dio su gustito con “acompañantes de alto nivel”, “escorts de primera”. Una ocasión fue en Guadalajara mismo, la otra en el DF y una más en Monterrey. Pero esas son otras historias candentes por lo tórrido que resultaron. Aprovechando ocasiones en que tenía dinero extra, se dio esa pequeña libertad, ya que es un hombre muy sano, fuerte y como buen costeño, ardiente al por mayor. Sin embargo fue formado por sus padres en la disciplina del trabajo y la cercanía a Dios, por lo que sus valores morales siempre entraban en jaque, cada vez que se le presentaba la ocasión de poder contactar en un plano más íntimo con alguna compañera u alumna mayor cuando le toca dar asesorías a empresas o cursos de posgrado. Es alto, ya que probablemente tiene orígenes africanos, es muy moreno, delgado, fibroso. El típico hombre de costa. Su educación y cultura contrastan con su físico y origen, lo cual hace que llame la atención sin proponérselo. Al subir hasta cierto nivel económico y ya próximo a estar aligerado de la responsabilidad económica de sus hijos, su vida está adquiriendo un muy buen nivel de relajamiento y de confort, aunado al orgullo que siente por su vida y sus logros académicos. Tiene el síndrome de “Hugo Sánchez” (ex jugador mexicano de los 80 y 90 que milito en el Real Madrid de España- y que se le reconoce por su enorme orgullo por su carrera exitosa a pesar de las adversidades), por lo que se luce con sus alumnos, compañeros y familiares, aunque lo hace de tal manera que solo su esposa es sabedora de ese sentimiento de triunfalismo que tiene, nadie más lo percibe, al contrario lo elogian aún más por su bien adoctrinada “humildad y sencillez”.

Nada turbaba la mente de este pensante hombre, solo el seguir viéndose bien, aprender y enseñar más, lucirse ante los demás. En siete días sería puesta a prueba su conciencia y su moral.

PRIMER DÍA, LUNES: El encuentro

En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación. Anónimo.

Lizbeth suele ir a nadar a la alberca de la Uni a las 10 am que tiene tiempo libre y que el lugar se encuentra prácticamente vacío. Sus clases fueron normales. La primera clase con Iván, cansada al ser la primera y a tan temprana hora. Como que el Profe y el grupo se lo tomaron con calma y estuvo muy tranquila. De hecho, cosa rara, Cosme Iván casi no se movió de su lugar en donde se paró e incluso se sentaba de vez en vez. Normalmente es un Profesor que se mueve por todo el salón.

Cosme Iván se maldecía por haberse lastimado al descuidarse en un movimiento en el juego de padres, solteros e hijos que se dio el domingo en el club deportivo al que acudía con su familia. Le dolía el hombro, tendría que acudir al área de rehabilitación deportiva anexa a la alberca. Su única opción de tiempo libre era a las 10 am.
La doctora lo atendió prontamente, dándole una terapia inmediata con el especialista. La mesa de terapias daba hacia la alberca a través de un gran ventanal de piso a techo, la cortina estaba descubierta por completo, ya que los tratamientos se dan seguido. Para tomar el tratamiento tendría que quedarse en calzoncillos para que el amanerado terapeuta que por cierto era objeto de chascarrillos entre los jóvenes, le aplicara un masaje y tratamiento térmico con aparatos en toda la espalda, pero desde el tobillo y pierna hasta el hombro dañado. No habría problema, entre jóvenes era común andar en esta área casi desnudos. Solo que aquí se trataba de un profesor.

Una vez que del baño de hombres, salía Iván solo en su trusa tipo bikini, casi choca con una distraída Lizbeth que en un conjunto precioso todo rosa de bikini a dos piezas, también casi se cae, por lo que tuvo que apoyarse con sus manos en el pecho de su mentor preferido.

Ambos se rieron tontamente dando cualquier excusa, a pesar de haber estado juntos en otras ocasiones, nunca habían estado frente a frente de esta manera, casi desnudos, en donde solo la imaginación febril de ambos corrió desbocada para minimizar esas pequeñas prendas en este inesperado encuentro.

ELLA:

El sentimiento que tuvo Lizbeth fue muy raro, como cuando tiene hambre y el estómago se contrae. Ayer domingo ver a su pulcro profesor en bermuda y ahora en una minúscula trusa no era algo que se esperara. Sin querer comparo el fornido cuerpo de su novio, rayando en la exageración, ya le había comentado que no le gustaba como se veía, como si fuera un jugador de americano. Además, le parecía chistoso que Agustín tuviera un rostro requemado, aunque blanco y su piel blanquecina, como si fuera de dos colores. Por otro lado, siempre le pareció sospechoso que de buenas a primeras su ya prometido empezara a ponerse musculoso, como que lo sentía artificial, incluso la última vez le regaño amistosamente:¿No te estarás tomando pastillas como lo hacen la mayoría de mis compañeros para ponerte así?….Como crees le contesto un azorado Agustín, esto es producto de mis horas de gimnasia, Ja, nada más lejos de la realidad, al igual que la mayoría de los jóvenes de clase alta en el país, se empastilla para ponerse como si realmente estuviera en agotadoras horas en las pesas y los aparatos. Por el contrario vio que su profesor tenía un cuerpo musculoso que le pareció perfecto, duro, estético y que incluso vestido no se podía adivinar…sin duda su mujer que por cierto era muy guapa y curvilínea estaría feliz de tener a alguien así. Sin saber porque, la curiosidad hacia voltear a ver a su profesor que ya se encontraba tendido en una cama recibiendo un masaje por parte del terapeuta. Recordó a sus amigas que bromeaban con el buen trasero que se cargaba Cosme Iván. Muchas decían que le encantaba lucirlo con sus pantalones semi formales clásicos. Ella nunca dio mucha atención a esos comentarios, ya que por un año fue la asistente de él y se extrañaba ahora de empezar a verlo como un hombre de cuerpo atractivo. Le llamaba la atención la piel morena uniforme que tenía y que contrastaba con la sábana blanca y con las femeniles blancas manos de quien le estaba ejecutando la terapia y que atento a su trabajo y en su incesante parloteo no notaba como tanto el profesor como la alumna que nadaba en la alberca se dirigían de vez en vez miradas.

EL:

Cosme Iván quedo impresionado, pocas veces tenía la oportunidad de ver a una alumna tan escultural y bella en bikini, su libido de inmediato respondió, estaba haciendo enormes esfuerzos por no delatar el empalme que estaba teniendo. Afortunadamente estaba boca abajo, disimulando lo mejor que podía para ver nadar a Lizbeth en todo su esplendor, su bello cuerpo blanco, su pelo negro, esos ojos de inocencia contenida, ese rostro angelical y tierno, esa boca roja que sin coloretes artificiales hacia lucir a ese dulce encanto y que se le quedo en la retina, junto con las espectaculares curvas que sintió a plenitud al estar casi prácticamente abrazados hace un rato. Ahora el estilo de nado de esa mujer joven, hacia sobresalir después de cada brazada su impresionante trasero apenas cubierto por un pedazo de tela rosa que se llegaba a confundir con su piel nívea. En sus clases ya había aprendido a mirar con astucia cuando sus alumnas en sus apretados pantalones de mezclilla, o en el verano y la primavera en sus shorcitos no se daban cuenta para darse sus buenos panoramas visuales, así como en sus descarados escotes o en las vestimentas que usaban sobre todo los días de examen. Claro que le encantaba mirar, pero nunca, nunca había estado así de cerca de ver a este modelo de mujer que tuvo buen tiempo como asistente como la había visto el día de hoy. Siempre le gusto, le llamo la atención, aunque en su código estaba que nunca, nunca se sobrepasaría, pero ahora, simplemente se la estaba comiendo con los ojos y con la mente. Se daba permiso de ese pequeño desliz, al considerar que no hacía daño a nadie.

Como si se hubieran puesto de acuerdo todos, al ir hacia sus regaderas en los baños respectivos de ambos, se volvieron a topar de frente y en el pasillo, de tal manera que su caminar pausado les permitió una vez más observarse a plenitud uno al otro. Sus miradas se cruzaron, pero como buenos jugadores de pokar nada denotaron.

SEGUNDO DÍA, MARTES: La noticia

Se ha comprobado que el celibato no es que alargue la vida, sino que hace que la vida parezca más larga. Anónimo.

Mayte, la mejor amiga de Lizbeth que vivía con ella, no dejaba de llorar abrazada a una también llorosa alma sensible, que no dejaba de abrir sus ojos como platos ante lo contundente de cada revelación que le hacían. Su mente ya no asimilaba la cascada de sentimientos que recibía después de las frases entrecortadas que le mencionaban.

Mayte: ¡Desgraciado, Michel, me lastimo mucho!, Me dijo que no me dolería, y me desgarro toda, no supo hacerlo, yo me había preparado con tanto anhelo, pero él solo fue a lo suyo, sin tenerme en consideración, pero esto no se va quedar así….te juro que me las va a pagar….ya lo mande a la fregada, pero esto no se queda aquí…

Mayte al igual que Lizbeth era de Santiago, su familia le pidió a los papas de la afligida amiga que le dieran cobijo durante su estancia universitaria. A diferencia de esta, su novio Michel si estudiaba en Guadalajara, siendo de otro pueblo muy
cercano al de ellas. También desde antes ya tenían esa relación. Mayte le platicaba que había perdido su virginidad en la Semana Santa, meses atrás, si se había aguantado esa traumática vivencia es porque lo había perdonado, pero ahora se enteraba de que el angelito andaba con un transexual de lujo de la ciudad (Guadalajara es el paraíso de los escorts transexuales que luego emigran al DF y de ahí andan por todo el país e incluso al extranjero, pero una buena parte del producto nacional nacen y se transforman en esta bella ciudad).

Lizbeth, estaba impresionada, la narración de esa primera vez de su amiga no había sido lo que ella esperaba. Michel y Agustín son viejos amigos, de hecho, muy buenos amigos, ya que ambos pueblos de donde son, colindan y su gente se frecuenta mucho.

El hijo mayor de Cosme Iván, Daniel le estaba platicando de unas jóvenes alumnas de su padre, que aparentaban ser unos angelitos, cuando en realidad se trataba de unas empedernidas alcohólicas y ninfómanas que ya se habían metido con todos los chicos universitarios que habían podido. Estaba impresionado, juraría que esas jóvenes no tendrían esas licenciosas conductas, sin duda alguna estaba fuera de tiempo, no sabía distinguir en una joven el bien y el mal. ¿Sería que todas las jóvenes son lobos con piel de oveja?

ELLA:

En la intimidad de su alcoba, Lizbeth reflexionaba: ¿Cómo era posible que Michel hubiera dañado en su primera vez a su amiga? Y lo peor, ¿Por qué la engañaba? ¡ Y con un hombre…! Desgraciado, le preocupaba que era muy amigo de su novio, un ramalazo de celos se le vino de repente, tendría que hablar esto con la mayor discreción con Agustín, pero no quería por ningún motivo ser parte de una de las estadísticas de novias agredidas. Para colmo, en la TV estaban dando un reportaje muy explícito de ese raro fenómeno que se está dando de agresión en el noviazgo en México y sobre todo de parte del hombre hacia la mujer.

De pronto se le vino a la mente el encuentro de ayer con su profesor, le gusto que en su mirada no proyecto algo parecido a las miradas lujuriosas de sus compañeros, que cuando no tiene otra opción va a nadar en horarios de mucha afluencia. Todos se la comen viva, por eso prefiere ir en esa hora en donde nunca va nadie. Le gusto esa mirada, después el trato caballeroso que siempre tiene, ayyy porque los jóvenes de ahora son tan palurdos, petulantes, sin querer otra vez comparaba con su novio Agustín, del cual le chocaba el tonito para hablar que tiene la clase alta del país, como se dice “fresa” o “cherry” y ciertos ademanes, ahora que en la calma de estos pensamientos lo analizaba. Tuvo un extraño sueño, en donde a la salida de la misa, en lugar de abrazar y besar a su bella esposa, Cosme Iván a quien se lo hacía era a ella. Despertó muy inquieta y sudada.

EL:

Cosme Iván fingiendo leer una revista cualquiera, al lado de la cama de la mujer, daba por terminada una breve charla de un tema del cual ya ni se acordaba. Su mujer había ya terminado el ritual de belleza que se hacía todos los días y ya se disponía a dormir. Sin duda, conservaba muy buena figura y un rostro también muy
conservado. Solo le llevaba unos cuantos años, lo único que si evidenciaba su edad, eran ciertas huellitas de piel naranja o celulitis en los cachetes de sus glúteos o de los muslos de mujer trabajada en el deporte disciplinado, pero que a la luz era difícil que alguien los notara. Qué bueno que ya se dormía, estaba muy inquieto, una plática con otros docentes, en donde guardo discreto silencio, concretándose solo a escuchar, más la breve charla con su hijo, le tenían azorado…se decía que había una red de chavas que se estaban dedicando a prostituir. Ciertamente que en las cuatro o cinco Universidades en las que ha trabajado en el país, siempre de carácter Privado y de muy buen nivel, se corría la leyenda urbana de que algunas y algunos se dedicaban al oficio más antiguo del mundo de una manera sutil, discreta y en donde corría mucho dinero, nunca, le habían parecido ciertas esas murmuraciones, de un círculo muy estrecho y en donde de manera curiosa, nadie de los jóvenes soltaba la sopa. Sin embargo, las revelaciones hechas el día de hoy, le parecían lógicas y de mucha veracidad.

De pronto, pensó en su ex asistente y actual próxima a egresar Lizbeth, ¿Será ella una de ellas? ¿Cómo será su vida sexual?…Juraría que ella es coherente con su proceder e ideología, la conocía muy bien y siempre se le hizo hasta partido para su hijo, pero se cabreaba al ser ella de mejor posición social y económica que ellos….él se sabía, que era un simple profesor con una vida más que digna, pero nunca en los niveles de la mayoría de sus pupilos. Sin saber porque empezó a comparar el juvenil, firme y erguido cuerpo de ella con el de su esposa, así como su nivel de conversación e intelecto. Tuvo un extraño sueño, en donde a la salida de la misa, en lugar de abrazar y besar a su bella esposa, Cosme Iván a quien se lo hacía era a ella. Despertó muy inquieto y sudado.


Relato erótico: “Un buen estreno de mi culito adolescente…” (POR LEONNELA)

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Tan bellos recuerdos: la faldita azul que me llegaba casi a los tobillos aquella que ocultaba mi debilidad por andar  sin braguitas,   la blusita corta  marcando mis pechos aun en flor,  con sus botoncitos parados embelleciendo el escote, mi carita adolescente con rasgos aun de inocencia, una inocencia inquietante que estaba descubriendo todo lo lindo del sexo y lo incontrolable de resistirse cuanto te da ganas.
Éramos aún colegiales de manitos sudadas, que restringidos de libertad, desesperaban por encontrar donde amarse, quizá por eso nos gustaba tanto los sábados, pues era la noche  en que teníamos permiso para alargar las visitas, y si la suerte acompañaba, podríamos premiarnos con caricias subiditas de tono.
Aquella noche especial,  recuerdo que mientras me robaba un beso preguntó: estas como me gusta?, sonríe con aquella malicia que le dejaba en claro que no llevaba sujetador, y que podría retorcer mis  pezoncitos mientras nos abrazábamos. Sus ojos juveniles brillaron al ver la  faldita azul,  sabía  lo que significaba y  a la  menor oportunidad  intentaría meter su mano  por entre mis muslos, para  comprobar que ya andaba listita.
El tampoco llevaba interior, solo vestía su típico pantalón de sudadera holgado que disimulaba cuando a su pene se le antojaba desperezarse, bueno en realidad siempre lo tenía  despierto…ventajas de la juventud.
Sentaditos en el portal de la casa,  entre charla y  mimos   le robamos a la vida los suficientes segundos para darnos besos por el cuello, un roce en el trasero, una mano en la bragueta,   aún arriesgándonos a ser sorprendidos­, aunque bien valía cualquier peligro a cambio de nuestros gemidos de gusto  cuando el hábilmente  jugueteaba en mis pechos o yo hurgoneaba  en sus ingles.
Eran las primeras travesuras  que ya nos ponían urgidos pues llevábamos días en el intento de avanzar más,  pero el ir y venir de mi madre con cualquier pretexto nos tenía siempre con el morbo ahogado.
Ansiosos  de no poder calmarnos con mas caricias, fuimos  a la habitación que compartía con mi madre, un velador separaba las dos camas, y como éramos noviecitos formales ya nos habíamos ganado el derecho  de recostarnos juntos, abrazaditos, mientras veíamos la película de las diez.
Sabíamos que a pesar de ser arriesgado, allí podríamos desatar más nuestros juegos,  pues tendríamos vigilada a mi madre, la gran protectora de una virginidad que a esas alturas mi novio ya la había estrenado, paradójicamente en mi propia casa, sí la verdad es que a veces gozábamos del sexo sin medir riesgos.
Por su puesto al tenernos tan cerca, a ella se le dormían las ganas de curiosear, y respirando tranquila se concentraba  en la trama de la película, lo cual obviamente era  nuestra gran ventaja.
Mientras reímos por alguna escena de la película, él pegadito a mi  punteaba sutilmente desde atrás, una… dos…tres  veces  se detenía temeroso,  pero era lo suficiente para que mi vagina empezara a soñar con engullírselo completito.
Inquieta procuraba pegar mi cadera hacia atrás, suplicando  un poco mas, pero había que esperar a que otra escena absorbiera la atención de mi madre y  producto de la interrupción,  la excitación subía a limites en que mi vagina se pasaba la noche contrayéndose y su pene permanecía parado de guardia.
Golosa de caricias me cubría con aquel abrigo que también me trae lindos recuerdos,  fingiendo tener frío lo colocaba por encima de mis brazos, dejando el camino libre para que su mano subiera con mayor facilidad y se pasara al menos morboseando mis pechos, me gustaba que los masajeara y tirara de mis pezones  duritos y claro a consecuencia de ello destilaba juguitos  que hacían que mi entrada se preparara para recibir lo que tanto me gustaba.
Saltaba mi corazón  cuando de reojo  notaba que mi vigía daba uno que otro bostezo, pues empezaríamos a tener más libertad, ya sin contener las ansias y cubierta un poco por el abrigo, él alzaba mi faldita por detrás, sus deditos como buenos caminantes viajaban  a hurtadillas desde el umbral de mis glúteos  hasta hundirse en mi conchita.
 Despacito los movía… metiéndolos… sacándolos… haciendo círculos. ¡Qué delicioso!!
Con mis ojos dulces y agradecidos por esos escasos segundos de placer,  le alzaba a ver y el me respondía con miradas acariciadoras que se dan quienes han tenido que amarrarse las manos y aguantarse las ganas.
Sacaba sus deditos todos mojaditos y al disimulo los lamia, sabía que con eso acababa con la poca resistencia que me quedaba, luego escondiendo su mano detrás de  la curva de mi cadera sentía como agarraba su pene con fuerza,  lo apretaba como queriendo exprimir gotitas, que luego las pasaba por mis labios dejándome sentir ese olor  de lujuria, y el sabor tan  rico de su leche.
Aprovechando que a estas alturas mi madre ya cabeceaba de sueño nos atrevíamos mas…nuevamente la faldita azul era levantada y otra vez sentía el golpeteo en mi entradita, pero esta vez no era su dedo  sino algo de mayor tamaño, algo más rico, algo que me hacia querer abrirme, era su falo que  escapando por su pantalón, se encajaba despacito en mi cosita, no tienen  idea de lo delicioso que era comer con toda el hambre retrasada que traía.
Allí quietitos, abrazaditos, casi sin respirar solo gozando en silencio de estar conectados, sintiendo como mi canal  ya estaba invadido. Como ansiaba que se moviera, que su pelvis atacara  dándome  sin miedo, pero teníamos que conformarnos con eso, que para nosotros ya era bastante.
Quizá por la incomodidad, o por el sueño intranquilo mi madre se  enderezaba, acabando con nuestro rico momento y obligándonos a rápidamente recuperar la compostura.
Más calientes  que nunca, con las ganas alborotadas y ya sin ningún pudor susurraba…Amor vamos a preparar palomitas de maíz!! …..Eureka!!
Teníamos una cocina de madera que de forma extraña estaba ubicada tras de la habitación, bueno no tan extraña pues algunas  casas humildes no suelen tener buenas distribuciones en fin, para llegar a ella cruzábamos un pequeño pasillo, ¡como aprovechábamos los escasos 4 metros de intimidad!, ¡al fin solos aunque sea un par de minutos!
Ardientes como estábamos ya no necesitábamos mas preludios buscábamos con desesperación el desenlace, me tomaba de los glúteos alzándome mientras con agilidad yo separaba las piernas y me abrazaba a su cadera sosteniéndome de su cuello, gracias a que era de contextura mucho más fuerte que la mía, fácilmente nos acomodábamos de forma que su pene se metía por aquella cuevita estrechita, me penetraba con tanta intensidad que gemía calladita gozando con tanta adrenalina. El ir y venir de su pene literalmente me enloquecía, pero el trayecto llegaba a su fin, sabiendo que no podíamos demorar más pues resultaría muy sospechoso.
Ya en la cocina con rapidez buscaba las palomitas…el sartén….el aceite…mientras el de rodillas lamia mi sexo, mmmmm que rico, su lengua jugaba en mi clítoris mientras su dedos entraban  y salían rápidamente, no teníamos mucho tiempo y queriendo complacerlo me hincaba  a propiciarle un rica mamada, claro que en ese tiempo aún no éramos tan expertos pero hacíamos lo que podíamos y que rico resultaba…
Me arrinconaba contra la mesita, yo expulsaba mi cuerpo hacia atrás, dándole todas las facilidades para que pudiera cogerme, mientras a través de una rendija de la pared  vigilaba cualquier movimiento inusual, todo lo teníamos calculado: la hora, el lugar, la posición y hasta la  fisura que hace tiempo estratégicamente habíamos agrandado.
No había más que esperar, me lo metía una y otra vez, hasta el fondo, generando un excitante sonido de placer  que se confundía con el ruido de  las palomitas al reventar…
Seguíamos en aquel movimiento, incansables, dándonos lo que queríamos  pero un grito de advertencia nos ponía  alerta…  se queman las palomitas!!
Con la risa nerviosa por el descuido y las ganas aun acuestas volvíamos a mi camita a remoler rosetas ahumadas, y a pellizcar pezoncitos.
Fingiendo quedarnos dormidos, poco después escuchamos un ligero suspiro, el milagro había sucedido!!  al fin a mi cuidadora le doblegó el sueño.
Que delicia ahora si me comería a gusto, totalmente necesitada bajé el abrigo a mi cadera, cubriendo hasta mis piernas, yo misma levanté mi falda haciendo  puntita hacia atrás mientras el desesperado sacaba su pene.  Metió la cabecita y el resto resbalo solito, entraba y salía a su antojo con suaves movimientos para no despertarla, su mano jugaba en mi clítoris mientras yo acariciaba mis pechos, estaba tan  putilla que sin ninguna vergüenza  separaba mis labios  para que  me lo enterrara todito.
Fue entonces cuando sentí algo diferente mientras me penetraba sus dedos abandonaron mi clítoris, y tomando una pausa llevó líquidos de mi vagina hacia atrás,  poquito después sentí un cosquilleo suavecito en mi culito, que me hizo estremecer,  pero lo deje seguir, su dedito insistió mas, masajeando hasta que mi anillo comenzó a ceder, como estaba tan cachonda le permití seguir con la exploración aunque  brinqué cuando su dedo medio penetró mi vagina a la vez que el pulgar perforaba mi culito.
 Me gustó la sensación de hormigueo  en mi traserito y sus palabras diciéndome: eres mi mujer déjame hacértelo, yo cerraba los ojos algo indecisa pero el insistía, mi amor quiero que seas totalmente mía…entrégame tu culito
Nos amábamos sin duda, y quizá por eso, por deseo, por curiosidad, por complacerle o tal vez por una mezcla de todo, acepté suplicando: despacioo
Vi como sus ojitos se torcieron de felicidad ante mi disposición, una crema de mi velador sirvió como lubricante que se lo untó a lo largo del pene,  un poco de su saliva también  suavizaría la desfloración, mis juguitos ayudaron mucho y tantas eran mis ganas que mi culito rápidamente se acostumbró a su dedito, pero se ponía mas difícil pues su pene empezaba a  empujar, dolía, mi culito era virgen, nada había ingresado allí, excepto su dedo.
Espoleó suavecito, empujó un poco más y me retire asustada, _Vamos amor  solo la cabecita
Dejé que insistiera nuevamente, él me llevaba unos años así que ya tenía sus mañas. Empujo mas, gemí, ya tenía una parte atrancada en mi cuerpo, quemaba, ardía, solo quería que se retirara de ahí y que mejor jugáramos en mi vagina, pero me trataba tan dulce que yo no quería decepcionarlo, y deje que empujara un poco más.
Notando mi dolor  y dejándome atragantada, manoseo nuevamente mis pechos los lamio, succionó y me los chupaba tan rico que en poco rato otra vez andaba caliente.
Aquella vez siendo mi noche de inauguración, comprendí cual era el secreto para que una mujer se dejara follar por detrás, y disfrutara , eso hizo justamente acercó  sus dedos a mi clítoris y lo masajeaba como me gusta, que rico sentía y a medida que me regalaba placer allí empujaba suavecito detrás, mas aceleraba el movimiento en mi clítoris  y mas empujaba en mi trasero si eso era lo ideal caricias  adelante para dejarse por detrás, me empezó a gustar tanto que yo misma retrocedí  metiéndomela un poco más, y aprovechando mi sumisión me apuntaló totalmente, hasta llegar al fondo
Lo logró había roto mi traserito y yo sentía como el gustito de adelante restaba el dolor de atrás, sacó suave su pene,  y volvió a meterlo. Sorpresa, me empezó a gustar de a poquitos, que deje que entrara nuevamente y volviera a salir  me estaba cogiendo tan rico… pero paso algo mas…
Sé que por higiene y cuestiones de salud no se lo debe hacer pero en ese instante de locura y a esa edad quien podía pensar en eso, quizá tampoco debería contarlo pero ya que me estoy confesando…
Lo metió por delante y luego ingresó detrás , tres metidas por delante dos por detrás…cuatro por delante tres por detrás… cinco por delante cuatro por detrás… estábamos en la puntada del sastre: puntadita adelante puntadita atrás, ya no resistí mas, un orgasmo intenso, largo con muchas palpitaciones vaginales me hizo suspirar  y él aprovechado mi  gozo, me penetró con más fuerza, no resistió mucho unos cuatro o cinco ingresos  mas en mi culito lo extenuaron, dejándome toda su leche en lo más intimo de mi ser.
Después de volar al baño, nos quedamos abrazaditos contentos con aquel bello momento de mi gran estreno.
Quizá haya quien piensa que en la primera vez anal, el dolor no deja disfrutar, pero me alegra decirles que yo realmente gocé…aquella noche sin duda marcó para bien mi sexualidad.
El noviecito de hace tantos años, ahora  es mi esposo, en ocasiones especiales aun suele invitarme a cocer palomitas, y  terminamos riendo de que mi pobre madre nunca entendió porque tantas veces…. se nos quemaban las palomitas!!
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Relato erótico: “Prostituto 16 La modelo obsesionada con la leche” (POR GOLFO)

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Cuando conocemos o nos presentan a alguien famoso, todos sin distinción sufrimos un ataque de envidia y de alguna forma intentamos compararnos para después de analizar porque está forrado o forrada, tratar de justificar su éxito en la suerte y nos olvidamos que al igual que nosotros esos sujetos son personas con sus complejos y sus manías.

Este capítulo va de eso. Os voy a contar el fin de semana que pasé escondiendo en mi casa a una modelo de pasarela que estaba atravesando un momento complicado en su vida.
Lo primero que debo hacer es contaros que al igual que tantas tardes, estaba en mi estudio pintando cuando me llamó una antigua clienta para tomar un café. Como no tenía nada que hacer y esa mujer era un encanto, quedé con ella en un discreto café de la quinta avenida. Ese local era uno de los preferidos de Ann, la ejecutiva de Microsoft que tan buenos ratos me había hecho pasar. Sé que le gustaba sobretodo porque, aunque estuviese en una de las calles principales de  Nueva York, conservaba el aroma siciliano de la patria natal del dueño.
-Un espresso-  pedí al camarero, saboreando de antemano su aroma.
Increíblemente en un país donde llaman café a agua sucia con un poco de color, en ese lugar era cojonudo. Se podía hasta masticar. Negro, amargo y concentrado era el mejor de la ciudad. Aprovechando que mi cita no había llegado, pude deleitar mis exigentes papilas con su sabor. Como dicen en Roma, “il caffé poco ma buono”. Acababa de dar cuenta del segundo cuando vi que la rubia entraba acompañada por una amiga. Extrañado de que no viniera sola, me quedé mirando a su acompañante. Ataviada con una enorme pamela y ocultando sus ojos con un par de gafas de un tamaño aún mayor, la mujer parecía estar escondiéndose de alguien.
-Hola cariño- me dijo Ann dándome un beso en la mejilla –te presento a Adriana-
Me quedé de piedra al reconocerla. La muchacha que tenía enfrente era “ella”. La mujer por excelencia. La más bella de todas las modelos de Victoria´s secret. Su disfraz había conseguido engañarme al principio pero en cuanto se sentó, tengo que reconocer que empecé a temblar como un crio.
-Encantado. Soy Alonso- me presenté dándole la mano.
Como comprenderéis, ni en el mejor de mis sueños pude imaginarme estar compartiendo mesa con semejante monumento y un tanto cortado, les pregunté qué querían tomar.
-Una caipirinha- contestó con un marcado acento brasileño mientras mi conocida pidió un café como el mío.
Por mucho que fuera de incógnito, esa morenaza estaba estupenda o como dicen en mi pueblo “para mojar pan”. No solo era impresionante por su casi metro ochenta, Adriana lo tenía todo, cara, culo, tipo y ojos… muchos ojos. Si la mirabas fijamente te sentías dominado por una sensación de inferioridad como la que debe sentir un mortal ante los pies de una diosa. Era alucinante, vestida de modo “casual”, con una camisa suelta y unos pantalones rotos, la chavala destilaba elegancia por todos sus poros. Era uno de esos seres que intimida sin necesidad de hacer nada pero cuando hablaba su atractivo se multiplicaba por mil, al tener su voz un tono dulce y sugerente que enamora y excita por igual.
Llevábamos charlando solo unos minutos y ya me había percatado que a esas dos les pasaba algo porque no dejaban de mirar a su alrededor buscando o temiendo que alguien apareciera. Era tan evidente que no pude evitar preguntarles que era lo que les ocurría. Tras unos instantes de duda, fue Ann la que tomando la voz cantante dijo:
-Necesitamos tu ayuda. Adriana ha roto con su pareja y necesita desaparecer durante unos días-
Sin saber cómo querían que se las prestara, les prometí mi ayuda y fue entonces cuando pidiendo permiso a su amiga, la brasileña me explicó:
-No puedo ir a un hotel o a casa de alguien conocido porque los paparazzis me encontrarían y al hacerlo ellos, mi novio también- mi cara de estupefacción debió de ser cristalina porque haciendo un inciso, dijo: -Sé a lo que te dedicas pero Ann me ha jurado que eres el hombre más decente que ha conocido, por eso te pregunto: ¿Me puedo quedar en tu casa hasta el lunes?-
Menos mal que me había terminado el café porque si llego a tener la taza en mi mano, de seguro, se me habría caído al decirme ese primor que quería esconderse de la prensa en mi apartamento.
-Te pagaríamos- recalcó mi amiga -si te lo pido es porque sé que además de ser honesto, me has demostrado que de haber dificultades no dudas en defender a tus clientas-
Supe de inmediato a que se refería; La noche que nos conocimos un borracho intentó agredirla y sin pensármelo dos veces, la defendí noqueándolo de un golpe.
-¿Tan agresivo es el cabrón?- pregunté.
Abriéndose la camisa, la modelo me mostró su hombro. Al ver el enorme moretón que lo cubría por completo, supe que no podía dejar que volviera a suceder y por eso contesté:
-Mi casa es tuya pero me niego a que me pagues y si por mala suerte ese tipejo se entera de donde estas, por su bien espero que ni se le ocurra tocar la puerta de mi apartamento-
Mi respuesta debió de ser tan sincera que comportándose como una cría, la morena me dio un beso en la mejilla y sin para de reír, se dio la vuelta y le dijo a Ann:
-¿Te imaginas como se pondría Peter si  se enterara que al dejarle me he ido a pasar el fin de semana con el más guapo prostituto de Nueva York?-
Se arrepintió nada más decirlo y pidiéndome perdón, me rogó que no se lo tomara en cuenta.
-Adriana, ¡Mira que eres bruta!- le regañó mi amiga –Alonso es ante todo un pintor cojonudo que aprovecha el don que tiene con las mujeres para vivir mejor-
Tratando de mediar entre las dos, solté una carcajada diciendo:
-No mientas, soy un prostituto que aprovecha su don para obtener modelos gratis a las que pintar-
Mi descaro pero sobre todo la natural aceptación que mostré sobre mi profesión diluyó su vergüenza y riendo, me contestó:
-Ya que no vas a cobrarme, en compensación, modelaré para uno de tus cuadros –y poniendo cara de inocente, me soltó: -Te juro que no te pediré que me muestres tus otros dones-
-Pues ¡No sabes lo que te pierdes!- exclamó mi amiga pasando las manos por sus pechos –Alonso es una droga, lo pruebas una vez y quieres más-
-¡Por eso!, me conozco y sé que si lo cato, ¡me tendrá modelándolo de por vida!- respondió siguiendo la guasa.
El ambiente festivo y dicharachero se prolongó durante media hora. Treinta interminables minutos que se me hicieron eternos al advertir que los pezones de la modelo se habían puesto duros al hablar de sexo. Mil ochocientos segundos durante los cuales no dejé de soñar despierto con ella. Aunque en teoría seguía atentamente la conversación, mi mente divagó imaginándome a esa mujer entre mis brazos.
Al despedirnos, recordé que la tendría que dar de cenar y por eso le pregunté qué tipo de comida le gustaba:
-Mataría por un buen churrasco con feijoada-
Confieso que me extrañó que alguien que se dedicara al modelaje internacional, se diera el lujo de zamparse una comida tan sustanciosa pero al tener en la esquina uno de los mejores restaurantes brasileños de la ciudad, le prometí que esa noche le cumpliría su antojo. Su cara se iluminó al oírme y diciéndome adiós, me preguntó si podía aparecer por casa en dos horas.
-Te espero- respondí dándole la mano, pero la muchacha obviando las normas de educación americanas, me dio un fuerte abrazo al modo de su país.
Su efusividad permitió que por primera vez me impregnara de su aroma juvenil, la muchacha desprendía un dulce olor a  flores. Un tanto cortado, me separé de ella para que no advirtiera el apretón de mi entrepierna. Mi pene dotado de vida propia había crecido revelando a gritos mi excitación. Sé que ella se dio cuenta porque poniendo una expresión pícara en su cara, le dijo a mi amiga que se dieran prisa para no hacerme esperar.
Como comprenderéis al verlas partir, estaba como en una nube. ¡Iba a pasar un fin de semana encerrado entre cuatro paredes con una de las mujeres más deseadas del mundo!. Sabiendo que jamás tendría una oportunidad como aquella, salí corriendo hacia mi apartamento pero antes de entrar, me pasé por el “Rodizio”. Al verme, la encargada se acercó a saludarme:
-Alonso, mi amor, llegas temprano y tenemos cerrada la cocina-
Su trato tan familiar se debía a que era un cliente asiduo y por eso después de decirle un piropo, le pedí si podían acercarme esa noche a casa la cena.
-¡Pillín!- respondió alegremente – ¿Por qué no te la traes aquí a cenar?, te puedo apartar un reservado-
Supe que había adivinado que era una dama con la que iba a compartir la comida que había encargado y adulando su feminidad, le contesté:
-La única mujer en mi vida eres tú. Esta noche y no te rías, tengo que cenar con un gordo seboso que quiere comprarme unos cuadros-
-Vale, te creo pero no te olvides de esta mulata y ven a comer uno de estos días- satisfecha pero incrédula respondió prometiéndome que a las ocho y media tendría en mi puerta el pedido.

Diciéndola adiós, salí del local y entrando en mi portal, subí hasta mi apartamento. Nada más entrar, me puse a recoger y limpiar porque quería causar una buena opinión en mi invitada. Sudando y angustiado al darme cuenta de la hora, dejé para el final el cuarto de invitados. Una vez allí, cambié las sábanas y poniendo un juego nuevo de toallas, decidí que estaba listo y me metí a duchar.
Mientras me bañaba decidí que esa mujer acababa de salir de una relación basada en el maltrato y que aunque se me pusiera a huevo, lo más sensato sería rechazarla. Una relación con alguien tan famoso me pondría en el candelero y eso no me convenía por dos motivos bien distintos: Como prostituto la publicidad no me vendría bien porque toda mujer que requiriera mis servicios se echaría hacia atrás al saber que en cualquier momento un fotógrafo podía inmortalizar su infidelidad y segundo, si algún día quisiera retirarme y dedicarme únicamente a la pintura, que la gente supiera el origen de mis otros ingresos, no me haría ninguna gracia. Por eso cuando salí del baño, en vez de acicalarme como haría con una clienta, decidí ponerme un pantalón corto, una camiseta roída y las chanclas más cutres y viejas que encontré. Quería que Adriana supiera a simple vista que no pensaba seducirla y que su estancia en mi casa no conllevaría sexo.
De todas formas, os tengo que confesar que esperé nervioso su llegada. No en vano, era un rendido admirador de su belleza. Siempre que salía en una revista, perdía el culo por comprarla y así admirar la perfección de sus curvas. No sé las veces que me quedé prendado mirando sus fotos, su camaleónico rostro pasaba de una dulzura angelical a la sensualidad extrema con solo pasar la página.  Por algo esa marca de lencería la había contratado para ser una de sus ángeles: Adriana era una diva fuera del alcance de la gente corriente.
Estaba todavía pensando en cómo comportarme con ella cuando sonó el timbre. En mi mente se agolparon las dudas mientras abría la puerta. Su actitud al recibirla no ayudó porque, con la mejor de sus sonrisas, me saludó diciendo:
-Hola guapo. Acabo de ver el cuadro que le hiciste a Ann y estoy deseando posar para ti-
Ese piropo lejos de hincharme de orgullo, me dejó helado al recordar que era una de las pinturas más sensuales que habían salido de mis pinceles. En ella, mi amiga estaba desnuda en una bañera mientras en vez de agua era leche lo que recorría su piel.
-¿Te gustó?- pregunté extrañado porque siempre había creído que Ann nunca reconocería ante nadie que ella había sido la modelo.
-Mucho, has sabido calcar su personalidad aunque no se le vea la cara- me contestó y poniéndome en un aprieto, prosiguió diciendo con tono desvergonzado: – Solo espero que no necesites follarme para captar mi esencia-
-No hace falta- respondí apabullado por su franqueza- con conocerte y charlar, me podré hacer una idea de tu personalidad-
-Perfecto- me dijo para acto seguido preguntarme donde se podía cambiar.
Mecánicamente le señalé la habitación de invitados mientras trataba de calmarme. Al verla por el pasillo fue cuando advertí que esa mujer solo traía como equipaje una pequeña bolsa donde difícilmente cabría más que su neceser y un par de camisas. Extrañado le pregunté:
-Adriana, ¿Dónde tienes el resto de tu ropa?-
Muerta de risa, me contestó:
-Traigo lo necesario, dos tops y tres tangas-
Su entrada había hecho trizas todos mis planes y ya solo pensaba en la pesadilla que sería convivir con esa belleza durante tres días. Si su comportamiento me descolocó, el verla salir del cuarto, descalza y como única vestimenta una camiseta de tirantes y bragas, me hizo enloquecer.
“Dios mío, ¡Qué buena está!” no pude dejar de exclamar mentalmente mientras le daba un repaso.
Era una belleza apabullante. La modelo consciente de su atractivo vino hacía mí luciéndose. Adriana no solo tenía unas piernas y un culo de ensueño sino que bajo la tela casi trasparente se podía descubrir que nada cubría los pechos duros con los que la naturaleza le había obsequiado.
“Joder” mascullé  al observar que ese engendro del demonio estaba disfrutando con mi confusión.
Provocando, me abrazó y después de darme un beso en los labios, me soltó:
-¿Tienes champagne? Me encantaría tomarme una copa mientras me enseñas el resto de tu obra-
No pude negarme a cumplir su deseo y yendo a la cocina, volví con dos copas y la primera de las muchas botellas de Dom Pérignom que abriría durante ese fin de semana. Al hacerlo me la encontré, sentada en el suelo frente al cuadro que había realizado para una clienta.
-¿Siempre pintas temas tan eróticos?- me preguntó pidiéndome con la mano que me sentara con ella.
-Casi siempre- respondí poniéndome a su lado- ¿Qué te dice este cuadro?-
Al oír mi pregunta, se puso roja y tras pensárselo bien, me respondió:
-Me pone bruta- y señalando las cuerdas alrededor del pecho de la morena, me dijo: -Todas las mujeres sueñan con ser atadas alguna vez y solo el miedo y la vergüenza hacen que solo unas pocas lo hayamos probado-
Sus palabras incluían un reconocimiento explícito de que había disfrutado de una sesión de bondage, cosa infrecuente pero que concordaba con el tipo de relación que había tenido con su último novio y tratando de desviar el tema, le pregunté cuál era su fantasía preferida.
-Ser fea – respondió terminándose la copa de un trago.
No me esperaba esa contestación y por eso no pude más que insistirla en que se explicase.
-Desde niña los hombres me han deseado. Me gustaría saber lo que se siente cuando un hombre te rechaza-
Acostumbrado a cumplir con las extravagancias de mis clientas, su antojo me pareció nimio e infantil y rellenando su copa, le dije:
-Espera aquí que ahora vuelvo-
Conocía el modo de complacerla y obviando su seguridad, llamé a una amiga maquilladora de efectos especiales. Janeth no tuvo reparo en dejar su tienda y coger los bártulos de su profesión con la promesa de una sustancial suma de dólares en compensación. De vuelta al salón, le expliqué mi plan y sonriendo, me manifestó sus dudas diciendo:
-Yo, hasta fea estoy guapa-
-No creo que nadie te mire cuando ella termine contigo. Es más me apuesto contigo que aunque lo intentes serás incapaz de conseguir que nadie te de siquiera un beso-
-Hecho- contestó divertida- si no consigo un beso, modelaré para ti gratis durante un año, pero si pierdes tendrás que cumplir todos mis caprichos hasta el lunes-
Conociendo la habilidad de mi conocida para crear monstruos, acepté la apuesta mientras volvía a llenar su vaso.
“Con ella como reclamo, mi próxima exposición será un éxito”  pensé saboreando mi triunfo de antemano.
Mientras esperábamos la llegada de la artista del maquillaje, fuimos repasando cada uno de los cuadros que teníamos en mi estudio. La modelo me demostró que la cabeza le servía para algo más que llevar melena y que en contra de lo que normalmente se suponía, esa belleza la tenía perfectamente amueblada. Entre bromas y risas, pasó la media hora que tardó mi amiga en llegar.
Cuando tocó el timbre, salí a recibirla y anticipándole que era lo que quería y a quien iba a transformar, le pedí discreción:
-¡Por quien me tomas!- respondió molesta y llevando a mi invitada al baño, me dijo:- Cuando vuelva, ni su madre la va a reconocer-
Satisfecho por su respuesta, las dejé a solas. Aprovechando que durante al menos una hora estarían ocupadas, me tumbé en el sillón para planear mis siguientes pasos. Confiaba tan ciegamente en sus capacidades que al relajarme, me quedé dormido.
Me había quedado tan profundamente dormido que tuvo que ser el repartidor del “Rodizio” quien me despertara. Tras pagarle, cogí nuestra cena y la llevé a la cocina. Estaba terminando de poner la mesa cuando la vi salir. Janeth ni siquiera tuvo el detalle de despedirse y saliendo del apartamento, me dejó solo con Adriana.
-Estás vomitiva- sentencié al observar el resultado.
La maquilladora había obrado un milagro. El ángel se había convertido en un orco asqueroso que repelía nada más verla. Repleta de acné supurante, el cutis de esa mujer parecía infectado por un virus tremebundo y no contenta con ello, Janeth había conseguido que en vez de una facciones armoniosas, esa mujer aparentara tener un ojo diminuto y hundido mientras el otro se le veía enorme y saltón. El sumun de la crueldad fue observar que le había puesto una camisa mía y bajo la cual, Adriana parecía tener chepa.
-¿Cómo ha conseguido que parezcas el jorobado de Notre Dame?- pregunté maravillado.
Muerta de risa y encantada con su aspecto, me explicó que le había colocado una almohada:
-Pero aun así, ganaré la apuesta- insistió sentándose a cenar.
-Ni de coña- reí convencido – te voy a tener esclavizada enfrente de un lienzo-
-Veremos-
La cena resultó divertidísima, la brasileña no perdió la ocasión de mostrarme el pus de los granos de su cara con el objetivo de asquearme. Pero en vez de eso, os tengo que reconocer que disfruté como un enano con la simpatía innata de esa mujer. Después de acabar con todo y habiéndose cebado como una cerda, Adriana aún tuvo ganas de tomarse un helado.
-Vámonos- le dije señalándole la puerta.
Increíblemente esa chavala acostumbrada a que todo el mundo se diera la vuelta para observar su belleza, no puso reparo alguno en salir hecha un adefesio y cogiendo su bolso, me esperó en el descansillo mientras yo cerraba el apartamento.
-Te pienso explotar cuando volvamos – me susurró al oído esperando al ascensor – ¡No soy fácil de satisfacer!-
Si dos horas antes, me hubiera musitado eso, de seguro me hubiese puesto bruto pero en ese momento al hablarme tan cerca, rozó mi cara con la suya dejándome sentir el pringue asqueroso con el que la habían maquillado y no pude reprimir un escalofrío. Era repugnante.
Al salir fuimos directamente a una heladería cercana caminando y por eso, no tardé en darme cuenta que mi plan iba más que rodado, la gente se daba la vuelta pero ¡Para no verla!. Todos intentaba evitar su vista con mayor o menor fortuna pero el colmo fue cuando un niño le dijo a su padre:
-Papa, ¿has visto?-
Su progenitor avergonzado, tiró de su brazo pidiéndole que se callara pero el chaval incapaz de hacerle caso, insistió:
-Es horrorosa-
Adriana soltó una carcajada al escucharlo y cogiéndome del brazo, alegremente aceleró su paso, diciendo:
-¡Quién ríe el último ríe mejor!-
Contra toda lógica, estaba emocionada. Harta de ser siempre la guapa y levantar la admiración a cada paso durante toda su vida, aparentar ser una cacatúa desplumada era una sensación nueva que quería explotar. Al llegar al establecimiento, no hizo ningún intento por esconderse. Deseando que la gente la mirara, se sentó en una mesa al lado de un grupo de ejecutivos y con todo el descaro del mundo, empezó a coquetear con ellos. Utilizó todas sus armas para llamar su atención, desde alzar la voz a enseñarles las piernas pero al revés de lo que estaba habituada, sus  intentos resultaron infructuosos.
En un momento dado, me resultó incluso duro oír como uno de esos encorbatados decía:
-¡A esa no me la follo ni con pito prestado!-
“Será idiota” pensé “si supiera quien es, estaría babeando por conseguir que lo mirara”. Creyendo que ya era bastante el castigo que estaba experimentando, le pregunté si cancelábamos la apuesta y volvíamos a casa.
-Para nada. Me lo estoy pasando bomba- contestó mientras le lanzaba un beso al impresentable que había soltado la impertinencia -¿Sabes lo que  es no poder salir a ningún sitio sin que un baboso intente hacerse el machito? Pienso disfrutar del momento pero te aviso que voy a ganar y  a cobrar mi premio-
Su seguridad me divirtió y pensando que nadie tendría los huevos de intentarse enrollar con ese adefesio, le dije bromeando con ella:
-Aunque dudo mucho que consigas que alguien te bese, ¿En qué recompensa estás pensando?-
-Voy a putear al hombre hasta sacar al animal que tienes dentro- me soltó descojonada.
-¿No te entiendo?- pregunté al no saber a qué se refería.
Con una sonrisa en los labios, me contestó:
-Eres demasiado perfecto. Alto, guapo y atento. Te voy a demostrar que eres igual que todos los demás, ¡Un perro!-
Sus palabras sacadas de contexto podían parecer un insulto pero la expresión de su cara me reveló que no quería denigrarme y por eso, completamente interesado, insistí:
-¿Y cómo lo vas a conseguir?-
Entornando sus ojos y poniendo cara de puta, me replicó diciendo:
-Has prometido cumplir todos mis caprichos. Una vez te haya vencido, te prohibiré tocarme pero pienso seducirte, excitarte, hasta que faltes a tu promesa y me fuerces a follar contigo-
Reconozco que al escuchar su amenaza, mi pene vibró con la perspectiva de tener a esa hembra pero sacando mi orgullo, dije:
-No tengo la certeza de que no haya un loco capaz de besarte así, pero te aseguro que por mucho que me tientes, jamás te obligaré a tener sexo-
 -Pues lo que tienes debajo del pantalón, ¡No piensa lo mismo!- respondió señalando el enorme bulto de mi entrepierna -¡No vas a durarme ni media hora!-
Avergonzado porque hubiese advertido la traición de mi miembro, intenté defenderme aludiendo a que por mucho que mis hormonas se alborotaran, mi mente era capaz de controlarlas.
-¡No te lo crees ni tú!- me avisó –En cuanto me veas desnuda, me vas a rogar que te libere de tu promesa-
Supe que era ingenuo creer que me resultaría sencillo dominarme al imaginarme a esa diosa en pelotas y tratando de cambiar de tema, le pregunté donde quería ir:
-A una discoteca-
No pude negarme y cogiéndola del brazo, llamé a un taxi. Estaba abriendo la puerta del mismo cuando escuché que, comportándose como unos cerdos, los ejecutivos me gritaban:
-¿Te la llevas al zoo?-
Estuve a punto de liarme a hostias pero cuando me giré, vi que mi acompañante, levantándose la falda, les enseñaba el trasero mientras les decía:
-Seré fea pero tengo un culo cojonudo y esta noche, ¡Será para mi hombre!-
Los rostros de esos idiotas palidecieron al comprobar que ese ser del que se descojonaban tenía el mejor pandero que hubiesen visto y por eso consideré que era suficiente castigo. Ya en el coche le pedí al taxista que nos llevara a  Marquee pero Adriana me pidió que fuéramos a otro sitio porque ese club famoso por ser el más exclusivo de la ciudad también era el local de su ex novio.
-¿Dónde quieres ir?- pregunté.
-A un local de samba, me apetece moverme-
Su sangre brasileña le tiraba y por eso fuimos directamente a uno que conocía en el Soho. Gracias a que me conocían no tuvimos problemas para entrar. Ya una vez dentro, pedí una mesa pegada a la pista. Todavía no había pedido una copa cuando vi que mi pareja me dejaba solo y se ponía a bailar. Desde mi silla, observé que debido a lo grácil de sus movimientos, muchos hombres se acercaban a bailar con ella pero al verle la cara salían huyendo.
“¡Serán gilipollas!”
Confieso que varias veces estuve a punto de levantarme y acompañarla pero me mantuve sentado porque quería que esa preciosidad perdiera la apuesta. Durante dos horas, Adriana solo paró para beber pero daba un sorbo y rápidamente volvía a la pista. Lo extraño fue que en ningún momento hizo intento alguno por ligar, estaba disfrutando de que nadie la importunase. Eran cerca de las tres cuando acercándose a mí me dijo que estaba cansada. Creyendo que se daba por vencida pagué la cuenta y salimos del local, pero justo cuando esperábamos el taxi, me pidió veinte dólares.
-¿Y eso?-
-Son para ese pobre hombre- respondió señalando a un pordiosero tirado en la esquina
Os juro que se los di creyendo que era una buena obra y que esa muchacha, además de estar buena, tenía buen corazón, pero rápidamente comprendí su engaño. Acercándose al borracho habló con él y después de darle el billete, ese viejo maloliente sonrió y cogiéndola de la cintura, la besó.
-Eso es trampa- me quejé al verla llegar con una sonrisa de oreja a oreja.
-Para nada, la apuesta era que con estas pintas nadie tendría las narices de besarme y como has visto, ¡Has perdido!-
-¡Eres una cabrona!- respondí.
La muchacha agarrándose a mí, pegó su cuerpo al mío, diciendo:
-¿No creerás que he llegado donde estoy jugando limpio? Cuando algo me interesa, lo tomo y esta noche deseo divertirme a tu costa-.
-¡Puta!- contesté con tono serio aunque interiormente estaba descojonándome de risa. Había jugado con fuego y me había quemado.
Adriana se cobra la apuesta:
Nada más entrar a mi apartamento, Adriana me pidió que le pusiese una copa mientras iba a su cuarto a cambiarse, por lo que, bastante intrigado por sus planes, decidí que lo mejor era seguirle la corriente. Estaba sirviéndole una piña colada cuando la vi salir de su habitación sin restos de maquillaje y con el pelo recogido. Nunca me imaginé que saldría vestida con corpiño, tanga y medias negras y menos que al darle su bebida, me sonriera diciendo:
-Sírvemela en un plato y déjala aquí en el suelo-
Cumpliendo a rajatabla su capricho, pasé la piña colada a un plato y tal como me había pedido lo dejé en mitad del salón. Admito que me dejó helado observar que esa preciosidad se ponía de rodillas y gateando sin dejar de maullar, se acercaba al recipiente.
“¿Qué coño hace?” pensé alucinado mientras me sentaba en el sofá a disfrutar de la visión que gratuitamente me estaba dando.
Moviéndose lentamente como una pantera al acecho, Adriana se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual ferocidad. Se había  convertido en una depredadora cuya presa era yo. Mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar.
“¡Será hija de perra!” maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con los preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, la brasileña al llegar hasta su bebida, agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a beber directamente del plato. Jamás había visto algo tan erótico, esa mujer lo sujetaba con sus manos mientras sacaba una y otra vez su lengua recogiendo en cada movimiento un poco de líquido. Reconozco que de no ir una apuesta por medio, me hubiese levantado y la hubiese tomado allí mismo, sobre todo al observar como las gotas discurrían por su barbilla.
-A esta menina le gusta la leche- susurró al terminar y mientras se aproximaba a mi sofá, dijo con voz melosa: -tengo hambre y voy a por más-
Haciendo como si olisqueara en busca de su sustento, frunció la nariz hasta llegar a escasos centímetros de mi entrepierna y pasando su mano por la bragueta de mi pantalón, se quejó diciendo:
-Ya la he encontrado pero está fría, ¡Voy a calentarla!-
Aunque sabía que esa princesa estaba usando sus armas para someterme, os tengo que confesar que para aquel entonces, mi corazón bombeaba a toda velocidad. Impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras frotando su cuerpo contra el mío, esa chavala se sentaba encima de mis rodillas.
-¡Huy! ¡Qué calor!- exclamó con sus pechos a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se bajó los tirantes de su sujetador y con una sonrisa en los labios, me miró mientras iba liberando de su encierro sus senos.
Aunque había visto en las revistas miles de veces sus pezones, tengo que admitir que en vivo y en directo eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus aureolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo. Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.
-Esta gatita está bruta- maulló en mi oreja.
Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y la terminara de desnudar: Pero, tal y como le había dicho, mi mente todavía seguía reteniendo a mis hormonas y por eso, permanecí inmóvil. No me cupo duda de que Adriana estaba disfrutando porque imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna.
Lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.
-¡Me encanta que te hagas el duro!- me dijo mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído -¡Cuánto más tardes mejor para mí!-
Para entonces, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad pasmosa y por eso no me extrañó que lo que en un inicio eran débiles gemidos se hubieran convertido en aullidos de pasión. Cualquier otro no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión, follándosela pero yo me mantuve impertérrito y con cara de póker, observé como se corría.
-¡Deus!- gritó en portugués al sentir que, convulsionando sobre mis muslos, su sexo vibraba  dejando salir su placer: -¡Eu vou  ter um orgasmo!-
No me hizo falta traducción, mi brasileñita chilló su gozo mientras empapaba con su flujo todo mi pantalón. Durante un minuto que me pareció eterno, siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un caos, por una parte estaba orgulloso de haber mantenido el tipo pero por otra estaba contrariado pensando que había perdido la oportunidad de estar con una diosa. Menos mal que Adriana me sacó del error, diciendo con una sonrisa:
-Seu multiorgamica e eu estou gostando-
Tampoco necesité que nadie me lo tradujese, esa chavala me estaba diciendo que ese placer era solo un aperitivo. Sus palabras se convirtieron en hechos cuando dejándose caer, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón y desabrochándolo, me lo bajó hasta los pies.
-¡Ñao ha nada mais bonito do que o sexo de um homem!- exclamó en voz baja al librar a mi pene de su cárcel de tela.
Al oírla pensé que se estaba extralimitando porque según lo que me había explicado solo pensaba seducirme pero, como comprenderéis y de seguro perdonaréis, no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Dejándome llevar, separé mis rodillas y acomodándome en el sofá, la dejé hacer. Adriana al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios, pero ella haciendo caso omiso a mi sugerencia, incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación  y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
-Minha boca, ¡em seguida!-
Su promesa me tranquilizó momentáneamente porque en ese instante llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que no sé cómo no me corrí al ver a esa preciosidad postrada ante mí mientras alegremente nos masturbaba a ambos, lo que sí me consta es que creí enloquecer al observar como volvía a alcanzar un segundo clímax sin necesidad de que yo interviniera. Pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.
Adriana, poseída por una extraña necesidad, me gritó de viva voz:
-¡Deixe-me saber!-
Aunque formulado en otro idiona, comprendí que esa mujer quería que le anticipara mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando mi destino, le prometí hacerlo antes de cerrar mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije. La brasileña recibió mi aviso con alborozo y pegando su pecho a mi pene, buscó mi placer con más ahínco hasta que consiguió que explosionando brutalmente, descargara el semen acumulado.
Fue entonces cuando pegando un grito de alegría, Adriana me volvió a sorprender porque usándolo como si fuera una manguera, esparció mi simiente sobre sus pechos mientras decía:
-¡Que a quantidade de leite e so para mim!-     
No solo fueron sus palabras sino que al terminar de ordeñar mi miembro, se tumbó sobre el suelo y recogiendo con sus manos mi lefa, la extendió por todo su cuerpo diciendo:
-¡Eu gosto!-
Aunque suene raro, fue entonces cuando descubrí su verdadero fetiche: Adriana tirada en mitad del salón y con su cuerpo estremecido por el placer, se corrió nuevamente al sentir mi semen por su piel. Pero ese tercer orgasmo fue tan brutal que se prolongó durante minutos ante mi perpleja mirada. Pocas cosas se pueden comparar a ver a la mujer de tus sueños, berreando como una cierva en celo y gritando tu nombre mientras tú eres testigo mudo desde el sofá.
“¡Coño con la modelo!” pensé mientras ella seguía retorciéndose frente a mí uniendo un climax con el siguiente “¡En verdad, es multiorgásmica!”
Satisfecho pero sobre todo encantado con mi descubrimiento, esperé pacientemente a que se tranquilizara, tras lo cual cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama y suavemente la deposité sobre mis sábanas. La brasileña abriendo los ojos me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:
-¿Quer me foder?-
-Sí, preciosa, pero antes me vas a hacer una mamada-
No tuve que insistir, con sus ojos brillando de alegría, Adriana me terminó de desvestir y tumbándome a su lado, susurró a mi oído:
-Voce ñao vai se arrepender-
¡Y por supuesto que no me arrepentí!. Nada más de decir esa frase tan sugerente, esa belleza me separó las rodillas e instalándose entre las piernas, se agachó y abriendo su boca, se fue introduciendo mi pene en su interior. Con una sensualidad sin límites, la morena absorbió mi extensión mientras sus manos acariciaban mis testículos. Si cuando me masturbó se había mostrado desatada, esta vez, se comportó con una dulzura y una ternura impresionante. Como si fuera un juego, mamaba mi falo para acto seguido sacárselo y colmarlo de besos antes de volvérselo a meter. Se notaba que acostumbrada al maltrato, mi actitud pasiva le encantaba y por eso eternizó sus caricias. Con una parsimonia que me estaba volviendo loco, la muchacha disfrutaba ralentizando mi placer hasta que sin poder resistir más, le pedí que se diera prisa.
Fue entonces cuando realmente valoré su pericia con las mamadas. Olvidándose de cualquier recato, la morena me miró eufórica tras lo cual abriendo su boca de par en par, devoró mi pene con un ansía difícil de narrar. No solo fue que lo introdujo hasta el fondo de su garganta sino que presionando con su lengua sobre su talle, convirtió sus labios y su boca en un sexo caliente y húmedo con el que me empezó a follar.
Sacando y metiendo toda mi extensión, dotó a sus movimientos de un ritmo infernal mientras sin pedirme permiso con sus dedos jugueteaba con mi esfínter. Una y otra vez, se lo empotraba hasta que sus labios besaban la base de mi pene `para volvérselo a extraer con gran satisfacción por mi parte.
“¡Menuda mamada!” sentencié al sentir que toda mi excitación se comprimía en mis huevos y que como una llamarada, el semen recorría el conducto de salida hasta mi glande. Adriana al percibir la cercanía de mi orgasmo cerró su boca, apretando con su lengua sobre el diminuto orificio de donde iba a brotar mi simiente, de manera que al explotar mi gozo se incrementara.
¡Y vaya si lo consiguió!.
Cuando eyaculé, el tampón formado por su lengua, no solo alargó mi éxtasis sino que lo aumentó de sobremanera, regalándome el mejor orgasmo de mi vida.
-¡Coño!- grité dominado por el placer y obviando mi promesa, cogí su cabeza y forzando sus labios, me derramé en el interior de su boca.
Mi morena no solo se tragó toda mi producción sino que saboreando hasta la última gota, limpió mi miembro con su lengua.  No os podéis imaginar su cara de satisfacción cuando muerta de risa, ese prodigio de la naturaleza me dijo:
-¡Eu preciso de foder!-
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y besando el moretón de su hombro, le pregunté:
-¿Duro o suave?-
-Amanha suave, ¡Agora mais que duro!-
El desparpajo con el que me dijo que dejara la suavidad para el día siguiente pero que, esa noche, le apetecía que fuera rudo me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la puse a cuatro patas. Ella, olvidándose del portugués, giró su cabeza y mirándome, me soltó:
-Ves que tenía razón cuando dije que este culo iba ser para ti-
Ni la dejé terminar de hablar porque antes que lo hiciera, la mejor modelo del mundo ya tenía a mi pene retozando por el interior de sus intestinos.
 
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
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Posdata: perdonad mi portugués, es “made in Google”.
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Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (7)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (7)

Por fin llegaba el fin de semana, habían transcurrido tres días desde mi último encuentro con Patty en el que, al fin, sucumbí en mente y cuerpo a sus encantos para ser completamente suyo, y ella convertirse en mi putita personal para satisfacer todas mis fantasías.

Al ser último viernes de mes, tocaba lo que mi esposa llamaba “la noche de amigos”. Ella quedaba con sus amigas para salir a cenar e ir a tomar algo, y yo era totalmente libre para salir de copas con mis amigos y rememorar los viejos tiempos en los bares de siempre.

A las 9.30 ya estaba con mis colegas, en el bar de uno de ellos, tomando cervezas, aperitivos y poniéndonos al día sobre nuestras vidas y trabajos. Éramos 4 en total, Antonio (el dueño del bar), Ángel, Jandro y yo. Pasamos un buen rato riendo con las anécdotas de cada uno mientras cenábamos con los generosos aperitivos que Antonio encargaba al camarero para nosotros.

Más tarde, decidimos ir al bar de copas al que seguimos yendo fielmente desde hace 15 años, “Odín”, un local en el que ponen música rock y heavy metal que nos retrotrae a nuestra adolescencia y época veinteañera.

Saludamos a los viejos camaradas de siempre, los parroquianos que ya forman parte del mobiliario de “Odín”, y comprobamos que aparte de éstos, sólo había un par de caras nuevas en el local.

La noche fue pasando entre copas, partidas de dardos, repertorio de chistes y las viejas canciones que inflaman el corazón con el poderoso sonido del metal.

Según fue pasando el tiempo, mis amigos se fueron retirando a sus casas, y nos quedamos únicamente Jandro (soltero y fiestero empedernido) y yo, con ganas de aprovechar al máximo una noche entre tíos. Nos instalamos al final de la barra del local, lejos de la puerta, dándole yo la espalda a la misma, y charlamos animadamente sobre libros, películas y música hasta que mi colega me dijo:

– Carne fresca.

– ¿Qué?- le pregunté aguzando el oído para entender sus palabras mezcladas con la música del local.

– Que acaban de entrar tres tías, y nunca las había visto aquí.

– Bueno- le contesté-, de vez en cuando aparece gente nueva, hay que ir renovando el mobiliario del bar, ¿no?.

-Ya, pero es que parece que están buenas, sobretodo una morena. Si se quedan un rato nos acercamos…

– Tío, te recuerdo que estoy casado…

– Bueno, pues te guardas el anillo y me sigues el juego, a lo mejor esta noche mojamos. Ya sabes que yo soy una tumba, nadie sabrá nada.

Jandro es muy buen amigo, aunque un poco crápula. No era la primera ocasión en la que trataba de tentarme para que le pusiera los cuernos a mi mujer, pero por supuesto, todas sus tentativas habían sido en vano.

– Sabes que no voy a hacer eso- le contesté-, como mucho te hago de carabina, pero no pienso liarme con ninguna.

– El que estés a dieta no significa que no puedas darte un atracón de vez en cuando- dijo sonriendo-. Aunque sé que no tienes huevos a ponerle los cuernos a Tere.

– “He visto cosas que vosotros no creeríais”- pensé rememorando las palabras del replicante de Blade Runner.

– Lo que no hay son ganas- sentencié dándole un último trago a mi copa.

– Bueno, pues entonces serás mi carabina… ¡coño!- exclamó de repente.

– ¿Qué pasa?.

– Joder, que la morena viene para acá, y no está buena, está buenísima…

La cara de mi amigo viró de la expectación a la sorpresa cuando la chica se acercó aún más a nosotros:

– ¡Pero si es tu cuñada!- exclamó.

Me giré de inmediato para poder verla, y me encontré con ella, con Patty.

– Hola, profe- me dijo dándome dos sonoros besos-, y… Jandro, ¿verdad?. Nos conocimos en la boda de mi hermana.

– Sí, claro- contestó Jandro visiblemente excitado porque recordase su nombre.

– ¿Qué haces aquí?- le pregunté a mi cuñada estupefacto.

– Bueno, vivo cerca de aquí, y había oído hablar de este sitio, pero nunca había llegado a entrar, así que he convencido a mis amigas para tomar algo aquí y ver qué había.

Patty me dedicó su sonrisa de picardía mientras estudiaba de reojo a Jandro. Estaba claro que sabía por su hermana que yo frecuentaba ese bar.

– ¡Es lo que tiene ser un animal de costumbres!- pensé.

– Tómate algo con nosotros- se apresuró a decir Jandro radiografiándola mentalmente.

Estaba preciosa e increíblemente sexy, vestida con una entallada blusa negra de magnífico escote en pico que mi amigo no podía dejar de mirar, y como prenda inferior llevaba una falda de tubo con finas rayas grises horizontales y verticales sobre fondo blanco. Calzaba unos zapatos negros con tacón de aguja, así que por su altura, y sinuosa silueta, era imposible que pasase desapercibida para nadie.

– No, muchas gracias- declinó Patty-. He dejado al otro lado de la barra a mis amigas y creo que están un poco acobardadas por el tipo de música. Tal vez luego- concluyó guiñándole el ojo a mi amigo.

– Nos vemos, profe- se despidió de mí con un aleteo de sus pestañas.

Sin más, se dio la vuelta y se dirigió donde la esperaban sus amigas, deleitándonos con un magnífico movimiento de caderas y culo, bien marcado por la falda, al ritmo de cada paso que la alejaba de nosotros.

– Uffff- resopló Jandro-, ¡pero qué buena está tu cuñada!. Si no hubiesen estado vuestras familias, le habría entrado en tu boda.

– Me temo que no hubieses tenido ninguna oportunidad- contesté verbalizando mi opinión contrastada por los recientes acontecimientos.

Pedimos otra copa y continuamos charlando, aunque al poco tiempo, Patty volvió con nosotros.

– A mis amigas no les gusta mucho este sitio- dijo-, y quieren marcharse, pero a mí me gustaría quedarme. ¿Os importaría si me quedo con vosotros?.

– Por nosotros encantados- se apresuró a responder mi amigo-, ¿verdad, Carlos?- añadió dándome toquecitos con el codo en el costado.

-No, claro- contesté yo vislumbrando cómo acabaría la cosa-, aunque yo no tardaré en marcharme…

– ¡Genial!- exclamó Patty dedicándonos una seductora mirada-. Me fumo un cigarrito con mis amigas fuera y vuelvo con vosotros, ¿vale?.

– Aquí te esperamos, guapa- volvió a adelantarse Jandro.

– Jooodeeeer- añadió cuando mi cuñada se alejó de nosotros-. Me ha puesto la polla dura con solo mirarme. ¡Esta noche me la calzo!. En cuanto te acabes la copa pones cualquier excusa y me dejas con ella.

– Amigo mío- pensé-, creo que no eres tú su objetivo.

– Haré lo que pueda- contesté a mi lanzado compañero.

Diez minutos después, Patty estaba de vuelta. Jandro le invitó a una copa, y charlamos los tres. Mi amigo no dejaba pasar ninguna oportunidad para halagarla y flirtear con ella, a lo que mi cuñada respondía siguiéndole el juego, alentándole y permitiendo que su excitación fuese en aumento, aunque siempre acababa mirándome a mí de reojo, buscando mi complicidad y excitándome con sus seductores ojos.

– Bueno- dije cuando terminé mi consumición-, ya es un poco tarde y seguro que Tere ya ha llegado a casa, así que debería irme para casa.

Jandro me miró expresando gratitud, aunque en realidad yo no le estaba haciendo ningún favor. Para mí era evidente que mi cuñada había venido a encontrarse conmigo, y yo ya había aceptado la invitación buscando la manera de que fuese mi colega quien se marchase a casa.

– Pues yo también me voy- añadió Patty-. Aunque seréis buenos y me acompañaréis a casa, ¿no?.

– Por supuesto- se adelantó de nuevo mi amigo tratando de ocultar el fastidio por no quedarse a solas con ella.

La acompañamos a su casa, que realmente sólo estaba a 15 minutos caminando desde “Odín”.

– ¿Por qué no subís a tomaros la última?- nos preguntó cuando llegamos al portal-, es lo mínimo para agradeceros vuestra compañía.

– No hace falta que lo preguntes dos veces- contestó Jandro aceptando por los dos.

Habría sido absurdo negarme, la verdad es que ya estaba deseando tener otra ración de sexo salvaje con Patty. Mi amigo estaba creándose falsas expectativas pensando que sería él quien lograría el triunfo, y yo no veía la forma de desembarazarme de él.

Compitiendo mentalmente con cruces de miradas, los dos seguimos al objetivo de nuestro deseo, admirando cómo su maravilloso culo se meneaba al subir los escalones. Ya en el pequeño salón, nos sentamos los tres en el sofá, mi cuñada entre ambos, tras preparar las copas en la cocina.

– Un piso muy mono- comentó Jandro-, ¿vives sola?.

– Sí- contestó Patty encendiéndose un cigarrillo-, así no tengo que preocuparme de molestar o ser molestada cuando traigo alguien a casa.

Mi colega la estaba devorando con los ojos, y ella parecía complacida de sentirse deseada de forma tan descarada. Cualquiera de sus gestos era pura seducción: sus miradas verdeazuladas y aleteos de pestañas, su sensual forma de fumar, la manera en que relamía sus labios tras cada pequeño trago de su copa, el coqueto gesto de colocarse el pelo tras la oreja… y sobre todo, la manera en que su mano se posaba sobre la pierna de Jandro cada vez que le hablaba. Él estaba cardíaco, y yo estaba empezando a sentir cómo un nudo se formaba en mi estómago.

– ¿Estaré equivocado?- pensé-. ¿No seré yo el que está de más en esta situación…?

La duda y el malestar siguieron retroalimentándose en mí, ¿acaso estaba sintiendo celos?.

– ¿Y tienes novio?- preguntó Jandro.

– ¡Ah!- exclamé por dentro-. El muy cabrón ya está encauzando el tema, tal vez debería marcharme a mi cálido lecho, con mi fiel esposa…

– No- contestó Patty-, no me gustan las ataduras, soy más de vivir el momento, ¿verdad, cuñadito?- terminó dándose la vuelta hacia mí y guiñándome un ojo sin que mi amigo se percatase.

– Supongo- contesté sorprendido mientras mi polla se desperezaba ante el gesto de complicidad.

No sabía a qué estaba jugando mi cuñadita, parecía como si me estuviese dando una de cal y otra de arena. ¿Estaría provocándome para que sintiese celos?, ¿querría atraparme en su red hasta tal punto…?

– Uffff- resopló Jandro-, un pibón como tú viviendo el momento… esto se pone interesante…

Patty volvió a girarse hacia mi amigo, agarró su abultado paquete con la mano izquierda, y se abalanzó sobre él para darle un húmedo beso.

Yo me quedé petrificado, observando cómo se besaban. El único músculo de mi cuerpo capaz de reaccionar era mi verga, que se había puesto durísima contemplando el culito de mi cuñada moviéndose mientras devoraba la boca del encantado Jandro.

– Aquí sobro- dije malhumorado cuando mi mente consiguió salir del shock. Realmente estaba celoso.

Patty se separó de mi colega, volvió a girarse hacia mí, agarró mi dura entrepierna y se echó sobre mí metiéndome la lengua hasta la garganta para darme un tórrido beso. Después se separó succionándome el labio inferior haciendo que todo mi cuerpo se estremeciese. Entonces pude volver a ver a Jandro, que nos miraba con los ojos a punto de saltársele de las órbitas.

– Aquí no sobra nadie- susurró con excitación mi cuñada-. Tengo dos pollas para mí sola y quiero disfrutarlas, ¿os apetece?.

Jandro reaccionó enseguida, a su calenturienta mente le daba igual que Patty fuese mi cuñada, sólo podía pensar en que se iba a follar a una tía buenísima compartiéndola con su mejor amigo. Así que sin dudarlo se incorporó y, agarrándola por la barbilla, le metió la lengua hasta la campanilla mientras la mano de mi cuñada seguía acariciando la dureza de mi entrepierna por encima del pantalón.

Todo rastro de malestar y celos, sorprendentemente, estaba desapareciendo de mí. Sentía mi polla latiendo con las caricias de esa mano que sabía perfectamente cómo hacerlo, y la idea de follarnos a esa fogosa hembra entre los dos me pareció tan excitante, que me produjo un cosquilleo que ordenó a mi mano izquierda que le cogiese uno de sus turgentes pechos, mientras, la lengua de mi compañero exploraba su boca y sus manos recorrían todo su culo.

Patty se levantó, y cogiéndonos a ambos de la mano nos guió hasta el dormitorio. Comenzó un erótico baile para nosotros, moviéndose cautivadoramente mientras se iba deshaciendo de la ropa con un striptease digno de las mejores salas de variedades.

Jandro y yo nos la comíamos con los ojos, grabando en nuestras retinas cada uno de sus sensuales movimientos.

Primero se desabrochó lentamente los botones de la blusa, uno a uno, hasta abrirla del todo y dejarla caer al suelo. El sujetador negro que llevaba oprimía y alzaba sus turgentes senos, pero no era lo único que alzaba, pues mi polla apenas podía ser retenida por mi pantalón, al igual que la de mi amigo, que se abultaba en su entrepierna marcando un buen paquete.

Patty disfrutaba viendo cómo cada uno de sus movimientos era seguido por nuestras miradas incendiadas de deseo, que se correspondían con las latentes erecciones que clamaban por ella. Siguió con su erótico baile acariciando sus pechos por encima del sujetador, deslizando las manos por su sinuosa cintura, recorriendo sus caderas, girándose para mostrarnos cómo se acariciaba sus firmes glúteos… Contoneando las caderas, fue sacándose la falda haciéndola bajar poco a poco por sus muslos, como una serpiente que muda de piel.

Su tanga era negro, a juego con el sujetador; en la parte delantera apenas era un diminuto triángulo que marcaba la forma de su vulva, y en la parte trasera sólo se veían dos finas tiras sobre sus caderas, que confluían en el centro para acabar desapareciendo un poco más abajo, entre las redondeces de sus duras nalgas.

– ¡Qué polvazo tienes!- exclamó Jandro.

– Mmmm- gimió Patty acercándose a él con movimientos felinos.

Le desabrochó los botones del pantalón y se lo bajó junto con los calzoncillos mientras él se desnudaba de la parte de arriba. Con la polla tremendamente erecta, gruesa y llena de venas, se quedó desnudo para ella.

– Tienes una polla muy gorda- le susurró mi cuñada acariciándosela-. A ver cómo la tiene mi profe.

De sobra sabía cómo era, bien la había visto y mucho la había disfrutado engulléndola con sus tres orificios del placer, pero quería simular que era la primera vez que la tendría para ella. Se acercó hacia mí y repitió la misma operación que con mi amigo, quedándome totalmente desnudo con mi verga tiesa pidiendo su atención.

– Ufffff- suspiró Patty acariciándomela-, es muy grande y también la tiene durísima…

– Así es como me la ha puesto mi cuñadita- dije yo-, dispuesta para follármela. ¿Te apetece?.

Guiñándome un ojo por nuestra pregunta cómplice, y con cara de lujuria, mi cuñada se arrodilló ante mí y lamió mi glande para después mirar a Jandro e invitarle a acercarse. También lamió su húmedo glande para relamer el líquido preseminal que brotaba de la punta.

– ¡Qué maravilla!- exclamó cogiendo nuestros falos con cada una de sus manos-. Dos deliciosas pollas para mí solita.

Mi colega me miró sonriéndome, y yo, sin dudas que ensombrecieran mis deseos, totalmente entregado a la causa, le devolví la sonrisa. La perspectiva de follarnos los dos a esa insaciable hembra me había excitado de tal modo, que ya sólo podía pensar en darle justo lo que quería: ser follada por dos tíos sin compasión.

Patty empezó a alternar lamidas de una verga a otra, acrecentando nuestra excitación con su lasciva lengua.

– Quiero comerme tu polla- le dijo a Jandro mirándole directamente a los ojos con deseo-. ¿Me llenarás la boquita con tu leche?.

– ¡Uffff!- resopló mi amigo- ¿quieres que me corra en tu boca…?.

– Mmmmm, quiero tragarme toda tu lefa mientras mi cuñadito me folla el coño- contestó sonriéndome con picardía.

– “Le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”- dijo la característica voz de Vitto Corleone en mi cabeza.

Patty se levantó y yo le quité el sujetador para acariciar sus maravillosos pechos de erizados pezones mientras mi compañero le bajaba el tanga descubriendo su coñito, bien rasurado, húmedo y caliente.

Jandro se sentó en el borde de la cama, con su erecta verga apuntando hacia el techo. Mi cuñada se acercó a él y se agachó para poner sus labios sobre la punta del duro músculo. Lentamente fue bajando la cabeza, y el afortunado y yo observamos cómo su falo desaparecía deslizándose entre aquellos apetitosos labios para ser envuelto por la cálida boca de mi viciosa cuñada.

– ¡Ooooooooooh!- exclamó Jandro con casi todo su miembro engullido.

Yo conocía perfectamente esa increíble sensación y la innata habilidad de la experta felatriz para provocarla.

Mientras Patty comenzaba con su magnífica mamada a mi amigo “ummppff, ummppff, ummppff”, su irresistible cuerpo se presentaba ante mí doblado por la cintura, con sus grandes senos colgando, sus prietas nalgas mostrando su esplendidez, y justo por debajo de ellas, entre los firmes muslos, ese coño de hinchados labios que segregaba fluidos pidiéndome ser penetrado. No lo dudé, agarré ese culo acorazonado y coloqué mi glande entre los hambrientos labios vaginales. De un empujón introduje todo mi falo hasta que mis caderas chocaron contra sus nalgas “¡Plás!”.

– Ummmmppff- gimió mi cuñada con la polla de mi amigo llegándole hasta la garganta por mi embestida.

Se la sacó de la boca por unos instantes para toser y decir:

– ¡Ummm, qué gustazo!. Me encanta sentirme tan zorra con una polla en la boca y otra taladrándome el coño.

Jandro me miró sonriendo y respondió:

– Sí que eres una zorra calentorra, sigue comiéndomela.

Y agarrándole la cabeza le colocó los labios de nuevo sobre la punta de su venosa herramienta.

Yo me retiré hacia atrás sacando todo mi rabo cubierto de brillantes jugos femeninos, y volví a arremeter para perforar esa gruta de placer con todas mis ganas.

– Ummmm- gimió Patty con su boca y su coñito llenos de polla.

Empecé un fuerte mete-saca que su vagina correspondía con deliciosas contracciones que masajeaban todo mi miembro. El empuje de mis caderas movía todo su cuerpo, marcando el ritmo de la mamada a mi amigo. Éste estaba en la gloria, con las manos apoyadas sobre la cama y la cara vuelta hacia el techo gimiendo con cada chupada.

– ¡Uf, uf, uf!, jodeer commmmo la chupaaaas- decía-. Uf, uuuuffff, no lo aguantooooo, te voy a llenar la puta bocaaaaaaahhhh.

Jandro empezó a correrse mientras yo seguía follándome a mi cuñada ensartándole mi verga hasta el fondo. La corrida de mi amigo se prolongó durante unos segundos en los que Patty se atragantaba con los chorros de cálida y espesa leche que llegaban directamente a su garganta. Mis constantes embestidas no la dejaban acomodarse bien la polla de mi amigo sobre la lengua, y cada vez que yo arremetía, el glande de Jandro se le incrustaba en la garganta para descargar chorros de semen. Cuando terminó de correrse, con cara de satisfacción, mi colega sacó su estaca de la boca de su felatriz y se quedó sentado contemplando cómo me la follaba.

Patty tosió, pero en ningún momento se quejó. Era ella quien había querido que mi amigo se corriese en su boca para atragantarse con su esperma.

Jandro se levantó para dejarnos la cama libre y se sentó en la silla del escritorio para observarnos.

Desacoplándose de mí, Patty se giró.

– Quiero cabalgar tu polla- me dijo con la respiración entrecortada.

Me tumbé sobre la cama y acto seguido ella se colocó a horcajadas sobre mí, bajando sus caderas hasta que mi falo volvió a penetrarla por completo.

– Ooooohhhhh- gimió-, ¡esssso esssss!. Vamos a darle un buen espectáculo a tu amigo…

En posición perpendicular a mi cuerpo, comenzó con un fuerte movimiento de caderas con el que se clavaba mi polla despiadadamente.

– Mmmm, ssssíííí- decía entre jadeos-. Cómmmo mmme gussssta la polla de mmmmi cuñadooohh.

Jandro contemplaba el espectáculo fascinado, viendo cómo esa hembra salvaje movía su maravilloso cuerpo sobre mí, gimiendo, mordiéndose el labio inferior y poniendo caras de auténtico placer mientras mis manos acariciaban su culo, caderas, cintura y estrujaban sus grandes pechos de puntiagudos pezones.

Yo nunca me había sentido observado en pleno polvo, y pensé que la situación me coartaría por completo, pero descubrí que era todo lo contrario. Mi cuñada era tan sensual y fogosa, que hacía que el ser observados fuese una experiencia aún más excitante.

– Aaah, aaah, ummm, aaaah- gemía Patty alternando miradas de puro vicio entre mi amigo y yo.

Jandro volvía a tener una evidente erección, así que se acercó a la cama y acarició el turgente pecho izquierdo de Patty mientras ésta botaba sobre mí. Ella tendió su mano hacia él y le agarró la verga para acariciársela sin dejar de clavarse la mía con furia.

El placer era tan exquisito que yo ya no podía aguantarlo más, así que agarré a mi cuñada de las caderas y comencé a marcarle yo el ritmo, clavándole mi mástil en lo más profundo de su ser. Los espasmos recorrieron mi cuerpo de la cabeza a los pies, haciéndome levantar la cadera para correrme con violencia dentro de aquel coño que devoraba toda mi dura carne. Cuando la cálida explosión de semen inundó sus entrañas, Patty también alcanzó el orgasmo gritando con toda su espalda arqueada.

– ¡Ooooooooooooohhh!.

– Qué buena corrida- dijo tras recuperarse-, pero quiero más- añadió mirando a Jandro mientras me descabalgaba.

Yo me incorporé y me senté. Mi colega se puso al borde de la cama, y Patty acarició su erección con dulzura relamiéndose los labios.

– ¿Quieres más?- le preguntó Jandro-, ahora voy a darte yo una buena ración de polla.

Se puso sobre ella, y mirándole fijamente a sus preciosos ojos, la penetró con rabia.

– Mmmm- gimió mi cuñada-, mmme encanta otra polla para mmmí. Fóllame tan bien como mi cuñado.

Jandro comenzó un rítmico bombeo con las piernas de Patty abrazándole por las caderas. Ella lo estaba disfrutando, gimiendo con cada embestida, pero yo notaba en su forma de gemir que el placer no era tan intenso como cuando era yo quien invadía su coñito con mi potente músculo.

Me levanté de la cama para sentarme en la silla a observar, y ellos aprovecharon para rodar sobre el lecho, quedándose ella sobre mi colega como momento antes había estado sobre mí.

Ahora era yo quien observaba en tercera persona cómo esa hermosa amazona cabalgaba gozando con la verga de mi amigo. Era un espectáculo magnífico: su rostro ruborizado por el placer, sus ojos aguamarina incendiados de lujuria, su lengua acariciando su labio superior para después morderse el carnoso labio inferior entre gemidos. Su piel brillaba por una fina capa de sudor sexual, sus firmes pechos subían y bajaban eróticamente con el ritmo de sus caderas, su redondeado culito se meneaba deliciosamente adelante y atrás resultando hipnotizador… Mi falo volvía a desentumecerse ante semejante visión.

Patty fijó su lujuriosa mirada en mí, y al ver cómo mi miembro comenzaba a recobrar vida propia, susurró:

– Dame tu polla.

Me acerqué quedándome de pie al borde de la cama y, sin dudarlo, sin dejar de cabalgar, ella agarró mi miembro semi-rígido para introducirlo glotonamente en su boca. Esa humedad y calidez que ya conocía eran increíblemente placenteras. Entre gemidos ahogados comenzó a succionar, haciendo crecer mi verga dentro de su boca, poniéndola gruesa y dura, llenándose la suave cavidad de carne hasta conseguir su máximo tamaño.

Cuando sintió que mi herramienta alcanzaba todo su esplendor, se la sacó de la boca succionando fuertemente.

– Fóllame por el culo- dijo con la voz entrecortada por los envites de Jandro-. Quiero vuestras dos pollas dentro de mí.

– Te lo voy a taladrar- le contesté subiéndome a la cama y situándome de rodillas tras ella.

Palpé sus glúteos sin que estos parasen de moverse, y exploré la división entre ambos hasta encontrar su ano. No estaba completamente cerrado, el placer que Patty estaba sintiendo follándose a Jandro lo hacía bastante receptivo, aunque no lo suficiente para aceptar el grueso mástil que su golosa boca me había dejado. Ensalivé mi dedo índice, y penetré el suave ojal con él.

– Oooohhh- gimió ella.

Empecé a hacer movimientos circulares, lubricando con mi saliva y estimulando la abertura para que fuese ensanchándose y aceptase otro dedo.

Su cuerpo respondía tanto a mis dedos como a la polla que penetraba su coño, así que no tardó en aceptar dentro tres dedos bien untados de saliva. Era el momento de cumplir sus ansias de doble penetración.

Patty detuvo la cabalgada y se recostó sobre Jandro, que también se paró, aunque agarró sus magníficas tetas para no dejar de masajearlas. Yo me coloqué sobre ella, cargando mi peso sobre mis brazos y mis rodillas. Su mano derecha agarró mi polla y colocó mi glande en su ano. Poco a poco empujé con la cadera y mi ariete empezó a abrirse paso entre las estrechas paredes que lo envolvían y estrangulaban.

– ¡Ah, ah, ah, ah!- jadeaba la sodomizada sintiendo mi dureza abriéndola por dentro.

– Uffffff- resoplaba Jandro sintiendo en su miembro las contracciones internas de mi cuñada mientras el cuerpo de ésta trataba de aceptar al invasor que llegaba por detrás.

Tras unos instantes, mi cadera hizo tope con los firmes glúteos. Toda mi verga estaba alojada en su culo, increíblemente prieta en su interior. En mis huevos sentía un cosquilleo producido por el leve contacto con los de mi amigo, y mi polla pedía a gritos empezar con el mete-saca para sentir en toda su extensión la placentera sensación de los músculos de Patty masajeándolo.

Miré hacia la derecha y pude ver el reflejo de los espejos del armario. Parecíamos un sándwich en el que Jandro y yo éramos el pan, y mi cuñada el delicioso relleno.

Comencé con el movimiento de caderas, taladrando con mi falo ese magnífico culito. Los empujones de mis caderas hacían que las de Patty también se moviesen, clavándose aún más la inhiesta polla de mi amigo en su coño.

Los tres jadeábamos rítmicamente, en un coro de placer en el que rápidamente mi cuñada empezó a destacar como solista. A pesar de lo difícil de la postura, yo había conseguido acomodarme para dar estocada tras estocada en un frenético choque cadera-nalgas: “¡Plás, plás, plás, plás!”.

La impresión de tener dos pollas dentro, con sus dos agujeros llenos de carne dura y caliente, era tan intensa, que Patty gemía suplicante por no poder resistir tanto placer.

Jandro cogió mi ritmo, y también empezó a mover sus caderas para penetrar repetidamente con su gruesa polla el coño de mi cuñada rebosante de fluidos.

– Diossss mmmmío, oooooh, ummmmm- gemía ella-. Mmmmme rrrreventáissss porrrr deeeentroooohhh.

Mediante un pacto entablado con la mirada, mi compañero y yo comenzamos a alternar penetraciones profundas, de tal modo que Patty podía sentir en todo momento una verga invadiéndola por dentro. Cuando un falo se retiraba un poco, el otro profundizaba desde el otro lado.

Mi alumna estaba abrumada por tantas sensaciones: las manos de Jandro apretándole las tetas, mis jadeos produciéndole cosquilleos en su oreja derecha, la cadera de mi amigo golpeando su clítoris, la mía golpeando sus glúteos, el falo de su nuevo amante alojándose en su vagina, el de su cuñado dilatando su recto… delante, detrás, delante, detrás… coño, ano, coño, ano…

Patty no pudo soportar más la marea de cálidas y electrizantes sensaciones que se propagaban por todo su cuerpo y que a su cerebro no le daba tiempo a procesar. La energía sexual acumulada la hizo estremecerse en un poderoso orgasmo con el que gritó extasiada por esa doble penetración:

– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhh!.

Sentí en mi polla las fuertes contracciones, provocándome espasmos de placer que me obligaban a seguir empujando más y más.

Jandro estrujaba los pechos de la doblemente follada, con la boca abierta y los ojos en blanco, sintiendo la fuerza de los músculos vaginales exprimiendo su rabo. Su corrida también era inminente, y con un gruñido casi animal, liberó su carga llenando el coño de mi cuñada con el hirviente elixir de su excitación.

Al sentir la corrida inundándola por dentro, Patty encadenó otro orgasmo con el que su espalda se levantó venciendo mi peso y echándose hacia atrás. Yo sentí una sublime mezcla de dolor y placer cuando su culo exprimió aún más mi polla. Cuando su cuerpo me empujó hacia atrás con la casi sobrenatural fuerza del orgasmo, mis manos tuvieron que aferrarse a sus duros pechos para no caerme, pero la convulsión de su corrida era tan fuerte, que siguió curvando su espalda, apoyando sus omoplatos sobre mi pecho, consiguiendo que mis muslos cediesen al peso de ambos y mis rodillas terminasen por doblarse cayendo yo también hacia atrás.

La complicada y dolorosa postura en que quedamos, hizo que mi verga fuese como una lanza que empaló por el culo a Patty hasta la máxima profundidad, causándome tal gustazo, que inmediatamente me corrí eyaculando abundantes chorros de densa leche que escaldaron mi glande y abrasaron las entrañas de mi cuñada, que enlazó otro fantástico éxtasis que la dejó sin aliento.

Era la segunda vez que conseguía ver y sentir un orgasmo múltiple, y aún así, no podía creerlo.

Finalmente volvimos a echarnos hacia delante, apoyándose Patty sobre el cuerpo de Jandro, y yo sobre la espalda de ella, poniendo mis manos sobre la cama para no aplastar a ambos. Así permanecimos durante un par de minutos en los que únicamente se podía escuchar las dificultosas respiraciones de los tres.

– Gracias por cumplir una de mis fantasías- dijo Patty rompiendo el silencio.

Jandro sólo pudo sonreírle, y yo la contesté dándole un suave beso en el cuello, en la sensible zona de la yugular.

Una vez recompuestos, Jandro se marchó con la mayor cara de satisfacción que jamás le había visto. Yo me quedé el tiempo justo para darme una rápida ducha que eliminase el olor a sexo de mi cuerpo para volver a casa, junto a mi mujer.

Patty me esperaba en el salón fumando relajadamente, y cuando ya estaba a punto de marcharme, me dijo:

– No le des vueltas y no te preocupes por haberme compartido esta noche, sigo siendo tu putita.

– Lo sé- contesté depositando toda mi confianza en ella,- sólo querías cumplir tu fantasía de follar con dos tíos a la vez.

Ella sonrió y me dio un largo beso.

– Por cierto- dijo cuando finalmente nos despedíamos-, esta tarde me llamó mi hermana para invitarme a la fiesta de disfraces que organiza su empresa por el carnaval. Es el próximo viernes.

– ¡Ah!- exclamé sorprendido-. Sabía que iríamos, como todos los años, pero no me ha dicho nada de que te haya invitado.

– Pues acepté su invitación, así que sí iré, disfrazada a juego con vosotros… Será divertido.

– Será muy peligroso…- contesté dubitativo.

– Pues eso, muuuuy divertido- sentenció.

Nos dimos un fugaz beso de despedida y me marché rememorando lo sucedido esa noche, aunque pensando también en lo que podría ocurrir en la fiesta de disfraces. Unas frases del señor de los anillos acudieron a mi mente:

– “Es peligroso, Frodo, cruzar tu puerta. Pones tu pie en el camino, y si no cuidas tus pasos, nunca sabes a dónde te pueden llevar”.

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Relato erótico: “Vacaciones con mamá 4” (POR JULIAKI)

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Vacaciones con mamá (Día 4)

A la mañana siguiente vuelvo a despertarme y ella está en el baño. Cuando abre la puerta aparece una vez más con el diminuto bikini, que vuelve a despertar a todos mis bajos instintos, incluyendo, cómo no, a mi desgraciada polla que salta como un resorte.

Se mira al espejo y con sus manos se ubica bien el sostén de ese pequeño bikini para que no se escape accidentalmente ninguno de sus pezones. Mi visión es la de ese redondo culo y esa tirilla amarilla que se va colando por sus glúteos hasta desaparecer y volver a mostrarse justo por debajo en el dibujo de su coño por detrás. Acaricio mi polla por encima del pijama y corroboro que estoy otra vez como un toro.

– Vamos cariño, que tenemos que ir a la playa. – añade ella mirándome por el espejo atusándose el pelo y haciendo que sus tetas suban un poco más.

– Enseguida voy.

– ¿Qué pasa que vuelves a estar empalmado? – pregunta de pronto en un vocabulario impropio de mamá.

– Creo que sí – digo por algo que es más que evidente.

– No me voy a asustar por eso, cariño, ya lo sabes. Venga…

Ella no deja tiempo para la réplica. Se acerca con decisión y disfruto de sus andares que me parecen lascivos. De pronto levanta las sábanas y descubre la erección bajo mi pijama que apenas puedo tapar con mis manos.

– Vaya, como andas otra vez, hijo, eres tremendo

– Lo siento. – vuelvo a disculparme.

– No, tonto, sí da gusto verte – sonríe mientras yo salgo corriendo al baño tapándome a duras penas.

Me quedo por un momento tras la puerta asimilando todo esto y la respuesta de mamá, cuando ha dicho “da gusto verte” ¿Realmente le gustará ver mi erección? Puede sonar raro, pero estoy deseando enseñársela en vivo y en directo, aunque no sé cómo reaccionaría. Seguramente me partiría la cara.

Después de una ducha de agua casi helada para apagar mi calentura, me voy vistiendo y cuando vuelvo a la habitación ella puesto sus vaqueros y una camiseta nueva de tirantes negra con letras chinas de vivos colores. Vuelve a estar impresionante. Bajamos a desayunar y allí, en el comedor mamá me confiesa lo bien que se lo está pasando y que está haciendo muchísimas locuras, que con mi padre serían totalmente impensables…

– Entonces te veo lanzada a hacer topless- le digo mientras doy un trago de mi café observando el canalillo que ofrece esa camiseta.

– No creo que pueda, Víctor. Eso ya sería demasiado. Le he estado dando vueltas y definitivamente no voy a hacerlo.

– ¿No quieres ir a la playa?

– Sí, sí… me apetece mucho.

– Y en el fondo, te gustaría enseñar las tetas… .- digo sin pensar.

Cuando creo que mamá va a echarme una mirada de asesina, ella se ríe a carcajadas por mi ocurrencia.

– Me da vergüenza, Víctor, pero tengo que reconocer que sí que me gustaría. – añade.

– ¿En serio?

– Sí, lo haría encantada, ya que nunca lo he hecho y creo que nunca podrá darse una oportunidad como esta sin estar tu padre delante…

– ¿Entonces por qué no lo haces? – la animo

– Hijo, por tí no me importaría, si estuviésemos solos en la playa, lo haría encantada.

Casi me atraganto con mi siguiente sorbo de café. Pues no me dice la tía que no le importaría enseñarme las tetas.

– El caso es que me da corte delante de la gente y con Toni… – comenta enrojeciendo.

– Ese tío ¡Te pone! – afirmo.

– ¡Víctor!

– No mientas, mamá.

– Bueno, es cierto, es un hombre muy atractivo y me gusta cómo me mira.

– Y a tí provocarle.

– Pufff, pues sí, ya sé que no está bien, pero es solo un juego.

– Ya lo sé, simplemente estás jugando a calentarle.

– ¿Está mal?

– ¡Qué va!… bueno, mientras sea sólo eso.

– Claro, claro. No pienso hacer nada de lo que pueda arrepentirme.

– Dices que te da apuro enseñárselas a Toni, aunque te aseguro que a él le encantaría – digo, pero a pesar de mi pose natural, estoy pensando lo mismo.

– Pues sí, hay algo dentro de mí que está deseando hacerlo, pero otra cosa es que lo hiciera.

– Entonces, ¿En qué quedamos?, te gustaría enseñarle las tetas… ¿Sí o no?

– Sí, claro. Me gusta como me mira.

– Y te gusta él…

– Sí, pero no… o sea, no, no me líes, ¡Que soy una mujer casada!

– Ya lo sé, pero eso ¿Qué tiene que ver? Lo importante es que te sientes atraída por él y que te encanta mostrarle tu cuerpo, que estás viéndote deseada. – añado sin cortarme.

Veo cómo ella enrojece de nuevo, pero no dice nada, algo que confirma que lo que digo es totalmente cierto. Sin duda, está disfrutando, sintiéndose así de deseada por todos los hombres, por Toni y por mí, aunque no lo piense, aunque ahora que lo medito.. ¿Lo pensará realmente?

– ¿Y a tí? – me pregunta y pienso si se refiere a sus tetas, si me gustaría verlas.

– A mí ¿Qué?

– Que te gusta Sandra. Tú sí que puedes… no eres un hombre casado. Está buena ¿No?

– No tanto como tú. – digo de sopetón, pero es lo que realmente pienso.

– Jajaja, que tonto eres – contesta ella creyendo que lo digo de coña.

– Además la casada es ella.

– Ya pero eso no tiene que ver, Víctor.

– ¿En qué quedamos?

– La tienes loquita, hijo. No hay más que ver cómo te mira. – sentencia.

Tras esa intensa conversación, al fin decidimos dirigirnos a la playa y en un momento mamá me da la mano y me siento más que dichoso, ya que estoy de la mano de la mujer más impresionante y a la que más deseo en este mundo.

A medida que avanzamos por la arena, nos damos cuenta de que no hay mucha gente, pero curiosamente casi todo el mundo está desnudo. La mayor parte son parejas de recién casados y alguna familia, pero principalmente parejas. Evidentemente me fijo más en ellas que en ellos y disfruto de esos cuerpos sin nada de ropa. Veo que además, prácticamente todas las mujeres van depiladas al completo, mostrando sus conejitos por entero. ¡Joder! Una maravilla para los ojos de un mortal como yo. Un montón de rajitas preciosas por todas partes. Intento controlar de nuevo mi erección, pero el hecho de ir de la mano de mamá y viendo tanta tía buena en pelota picada la cosa se me hace más que complicada.

La cosa empeora cuando divisamos a Sandra sentada en una toalla que nos ve y se levanta, mostrando su preciosa desnudez. Nos sonríe y saluda con su mano acercándose hasta nosotros. Está impresionante, con su pelo recogido en una coleta, sus tetas que hoy me parecen más grandes, bailando a cada paso y su sexo totalmente rasurado, exhibiendo una linda rajita mientras se acerca.

Primero se pega a mamá para darle los dos besos, después a mí dejándome de nuevo descolocado y es que no todos los días una rubia imponente se le pega a uno como una lapa y menos estando ella en pelotas. Mi erección ya no tiene ningún tipo de control. Ella lo nota y me sonríe, mirando a mis ojos primero y a mi polla bajo mi bañador, después.

– Veo que os habéis decidido- dice Sandra.

– Sí, nos apetecía venir. Pero de momento yo no me desnudo, aunque casi todos lo estén – dice mamá para dejar las cosas claras y observando el bonito cuerpo de nuestra vecina.

– Tranquila, tú haz lo que te apetezca. Sin agobios – añade Sandra sin dejar de mostrar su dulce sonrisa-.

– Ya veo que tu estás muy relajada así… desnuda.

– Claro, ya te lo dije. Y cuando tú te decidas, verás que bien te sientes. – añade Sandra

– No creo.

– Bueno, tú siéntete cómoda haciendo lo que quieras. No te sientas forzada a nada. ¿Vale?

– Vale, gracias… Oye y ¿Toni? – pregunta intrigada mamá.

– Ah, sí, está dándose un baño.

Mi madre se despoja del resto de su ropa para quedarse con su mini bikini amarillo mientras yo extiendo la toalla rápidamente para intentar ocultar una erección más que evidente. Justo en ese momento llega hasta nosotros Toni, también en bolas y con su polla balanceante y sin ningún pelo en sus partes tampoco. Miro a mamá de reojo que aún continúa de pie y veo que no le quita ojo a esa polla que se acerca columpiándose de lado a lado hasta que nuestro amigo llega hasta nosotros. Me parece incluso ver a mi madre relamerse al ver a Toni desnudo.

Cuando el tipo se pega al cuerpo de mamá, me dan ganas de levantarme y sacarle a patadas de la playa. La imagen me tortura y siento unos celos terribles, pero es que claro, mamá con ese minúsculo bikini y el tío en pelotas completamente adherido al cuerpo de ella, para plantarle dos besos y es que no entiendo porque son tan pegajosos. No se conforma con besarla y ya, sino que se agarra a su cintura y se adosa al cuerpo de mamá como si se fuese a caer. Ella parece cortada, pero seguro que por dentro está ardiendo.

Siento una furia interna que me tortura. En el fondo me gustaría ser yo el que estuviera en este momento desnudo abrazando así a mamá, creo que es simplemente eso.

Después de todos mis mosqueos internos, nos colocamos en nuestras respectivas toallas. En ese instante Sandra dice a su marido que tiene que echarse crema y me quedo observándola, mientras ambos desnudos se untan la crema solar mutuamente. No se cortan y se extienden el bronceador por todas partes, incluyendo tetas, culo y ambos sexos. Cuando Sandra agarra la polla de su marido, esta adquiere un tamaño más que considerable, algo que no pasa desapercibido por mamá que no despega su vista de ese show. Cuando terminan, Toni se vuelve mostrando descarado su erección y mamá se muerde el labio inferior. Creo que está muy cachonda con la situación.

En ese instante la pareja se dirige corriendo al agua mientras nosotros nos quedamos sentados y algo impactados en nuestras respectivas toallas sin dejar de observarles. Allí en el agua juegan y se meten mano con toda la naturalidad del mundo.

– ¡Vaya espectáculo que nos han dado! – dice mamá de pronto en un largo suspiro.

– Sí, jeje, no se han cortado un pelo. Se han metido mano a base de bien.

– Ya lo creo. Y no les ha importado que estuviéramos presentes.

– Desde luego. Qué manera de esparcir la crema por todas partes – añado.

– Y… ¿Has visto como estaba Toni con su polla a tope?

Me quedo sorprendido ante esa pregunta de mamá. En principio por llamarle polla, algo que no se le suele escuchar y por otro lado por comentármelo con tanto descaro.

– Ya he visto que te has quedado flipada mirándosela.

– ¿Se me ha notado mucho? – pregunta mirándome con rubor.

– Pues sí, se te ha visto muy interesada, jeje.

– Hijo, es que hace mucho que no veo una así.

– ¿Grande?

– Más bien normal, pero tan tiesa… – aclara.

Después de decir eso, mamá desvía su vista hacia el bulto de mi bañador y por mi respuesta creo que está pensando si yo la tengo así como Toni o incluso más grande. En ese momento me gustaría enseñársela. Estaría deseoso de ponérsela cerca de su cara y que opinara. Ella vuelve a morderse el labio.

– Te ha puesto cachonda la sesión ¿eh?- le comento envalentonado.

– Un poco. – responde ella avergonzada y con la cabeza gacha.

– Creo que bastante… ¿No?

– ¡Victor!

– No pasa nada, mamá, relájate, a mí sí que me ha puesto.

– Ya veo, jeje. – dice mirando a mi entrepierna.

– Demasiadas experiencias en poco tiempo estamos teniendo.

– Ya lo creo.

– Estamos viviendo cosas muy intensas. – le digo.

– Sí, ¿Hoy te masturbaste? – me pregunta de repente.

– ¿Cómo? – vuelvo a cortarme a pesar de que ella se siente cada vez má segura de sí misma.

– Si, ¿qué si te has hecho una paja esta mañana?

– ¡Joder, mamá!

– ¿Qué pasa? ¿No le vas a ser sincero a tu esposa? – dice ella jugando a ese rol tan divertido.

– Pues hoy no…. todavía.

– Todavía… o sea que alguna cae hoy, jejeje.. – añade.

– Pues seguramente, ¿Y tú?

– ¿Yo, qué?

– ¿Que si te has masturbado?

– ¡Victor! – contesta mirándome con enfado y roja como un tomate.

– ¿Qué pasa? – digo envalentonado – yo lo digo y tú no puedes… además, sé que lo haces. – añado sin darme cuenta de mis palabras, pero creo que lo hago herido en mi orgullo.

– ¿Cómo dices? – pregunta alarmada.

– Que sí mamá, que es normal.

– ¿Me oiste anoche masturbarme?

Con esa pregunta se delata ella sola. Se da cuenta de ello y se pone aún más colorada.

– No, jajaja… anoche no te oí, mamá. – contesto riendo y pensando en qué momento se hizo un dedito sin que yo me percatase, supongo que en el baño, mientras se dio esa ducha.

– ¿Entonces? Si no me oíste anoche, ¿Cuando? – vuelve a preguntar muy alterada.

– Te oí otras veces, en casa.

– ¿En serio?

– Sí, pero no te preocupes, que lo entiendo.

– Es que yo… ¡Dios qué vergüenza, Víctor!

– Mamá, no te disculpes. Supongo que tu cuerpo te lo pide.

– ¡Qué horror!

– No seas tonta, que no pasa nada.

– Es que tu padre anda muy liado últimamente y no tiene tiempo… – se disculpa.

– Para echarte un buen polvo… – digo de sopetón.

– ¡Víctor! – me grita dándome un manotazo en el hombro.

– Perdona, mamá, pero no tienes por qué darme explicaciones, aunque follaras a diario con papá y te masturbaras a todas horas yo no te voy a juzgar. Si lo haces bien y sino, también.

– Gracias hijo, pero a veces pienso si hago mal.

– Mamá, por favor, no seas antigua. Hoy en día se mastruba todo el mundo.

– ¿Tu crees?

– La mayoría.

– Ya sé que no es nada raro, pero no sé, me siento extraña. Y además ahora tu padre no está muy centrado y hace mucho tiempo que… – se queda sin acabar la frase.

– ¡No folláis! – la termino yo.

– Hijo, ¿tanto se nota?

– Pues viéndote en estos días, creo que sí, que hace mucho que no…

– Sí, hace mucho que no. – confirma mirando a la arena.

– Pero ¿mucho, mucho? – pregunto ya intrigado.

– Creo que casi tres meses.

– ¡Joder! – digo. – no me extraña que tengas ese calentón y ganas de desahogarte.

No contesta. Está avergonzada. Mamá guarda silencio y cuando lo hace es porque se siente incómoda y prefiero no continuar con el tema. Nos quedamos mirando a la gente pasar a nuestro lado viendo que casi todos están desnudos, prácticamente todos menos ella y yo. Ella observa las vergas que discurren columpiándose a nuestro lado y yo los cuerpos de casi todas las chicas con esas tetillas balanceantes y esos coños sin pelitos…

– Mamá, ¿Por qué no te quitas la parte de arriba? – la animo de pronto.

– ¿Qué dices? – me recrimina.

– Ahora es el momento. Eres la única en toda la playa que lleva sostén del bikini.

Ella mira a todas partes aunque sabe que es cierto lo que le digo y no solo eso, sino que casi todo el mundo está desnudo completamente. Observa hacia el mar a lo lejos y se puede ver a nuestra pareja amiga bañándose tranquilamente.

Decido no presionarla más. Me tumbo en la arena y cierro los ojos, intentando asimilar tantas cosas como me están ocurriendo en estos días.

– Víctor – me dice mamá en voz baja.

– Dime – contesto con el ojo guiñado cegado por el sol.

– ¿De verdad que no te importa si me quito la parte de arriba?

Me pongo sentado sobre la toalla como un resorte porque no acabo de creerme lo que me acaba de decir. Ahora está sonriendo esperando mi respuesta.

– ¿Quieres decir que te vas a poner en tetas?

– Sí, pero antes quiero saber tu opinión.

– ¿Cómo? – mis ojos deben estar como platos y mi polla a punto de reventar.

– Sí, que me digas si hago bien y sobre todo si las tengo muy caídas, para antes de que vengan ellos, ya sabes, me da vergüenza. Si me ves mal, no me pongo. Es que nunca lo he hecho.

– Vale – intento contestar con cierta naturalidad, pero me sale en tono nervioso.

– Y por favor, a tu padre ni una palabra.

– ¡No, mujer!… tranquila.

– ¿No lo utilizarás como arma arrojadiza en algún momento?

– ¡Mamá, por favor!. Yo no haría eso nunca. Lo de este viaje es absoluto secreto.

– ¿Seguro?

– Te lo juro.

Mamá se echa las manos a la espalda y se suelta el cordón de su sostén. Mira a ambos lados y deja caer la prenda. Casi me caigo de espaldas al verla. Lo cierto es que las tetas de mamá son más bonitas todavía de como nunca antes las hubiera imaginado. Son perfectas, grandes, con unas aureolas en sus pezones rosados grandes y estos bastante marcados y puntiagudos. Creo que está excitada por la situación pues noto sus pezones como dos botones. Qué pechos tan lindos. Mis ojos parecen hipnotizados por esas domingas divinas y esos pezones que parecen ojos mirándome.

– ¿Qué tal hijo?- me pregunta sosteniendo sus tetas por debajo en sus manos.

– Mamá, son preciosas – lo digo con pleno convencimiento.

– Gracias, pero dilo en serio. Están muy caídas ¿verdad?- repite y las suelta descendiendo esas protuberancias por su propio peso, pero lo hacen ligeramente, para nada me parecen caídas, creo además que están más erguidas de lo que debieran para su edad, vamos están en su punto justo y necesario, al menos eso me parece.

– Lo digo completamente en serio, mamá, no me parece que estén caídas, sino al natural siendo tan grandes y las tienes muy bien puestas. Ya quisiera más de una… -digo a fin.

Mamá besa mi frente y una de sus tetas roza mi hombro, sintiendo una especie de escalofrío por todo mi cuerpo. Mi polla está a punto de reventar, claro.

– ¿Entonces me quedo así?

– Sí, mamá, estás impresionante. ¿Tú te sientes bien? – le pregunto hipnotizado con la visión.

– Sí, la verdad es que me apetece mucho mostrarlas. Me muero de vergüenza pero me encanta. Después de ver a estos, creo que estoy un poco…

– Cachonda…

– Sí – dice sin replicarme esta vez.

– Pues hazlo. Por mí no hay problema.

– ¿De verdad que no te importa que tu madre esté con las tetas al aire?

– Para nada, me encanta verte así.

– ¿Me estoy volviendo loca?

– En absoluto, es algo natural. Tú, siéntete libre y muestra tu lado más salvaje.

– Tu padre nunca me dejó probar y ahora me siento rara, pero a gusto. En estas vacaciones es todo tan extraño… – acaba diciendo.

En ese instante llegan hasta nosotros la pareja que había estado jugando en el agua. Ella aplaude desde lejos y Toni parece ponerse bizco y vuelve a crecer su polla mientras se acercan, pero es que no me extraña porque yo no puedo dejar de mirar esos pechos divinos. Cuando están a nuestro lado Toni presenta su polla completamente empalmada y no parece cortarse ni su chica tampoco, que no se lo recrimina.

– Al final te has decidido, ¡Bravo! – añade Sandra dirigiéndose a mamá.

– Sí, creo que aquí nadie se va a alarmar. – le contesta ella.

– Tienes unas tetas preciosas. – apunta la rubia.

– Sí, son geniales, ya solo te queda quitarte las braguitas. – añade sin cortarse, todo gracioso, Toni.

– ¡No, tanto como eso no! jajajaa. – es la respuesta de mamá avergonzada.

La verdad es que de sólo pensarlo me pongo a mil. Y sí que me gustaría verla en pelota picada, pero creo que eso ya es más que un sueño, algo impensable. Verla así, con ese tanga amarillo cubriendo lo justo y esas enormes tetas es lo que menos hubiera imaginado jamás.

Pasamos un día muy agradable y mamá después de echarse crema en sus tetas de una forma que me parece más que sugerente, se ha ido sintiendo más segura y enseña sus pechos al desnudo con total naturalidad. Cómo ha cambiado en tan pocos días, pero me encanta. Toni tampoco pierde detalle y a mi madre parece gustarle provocar erecciones continuas.

Después nos metemos en el agua, tomamos el sol, paseamos por la orilla y mamá ya no se corta como al principio, que miraba a todos lados. Ahora se siente segura y admirada, no solo por Toni y por mí, sino por muchos de los bañistas que no disimulan para echarla un ojo y asombrarse por ese par de melones. Yo, naturalmente, me siento más que orgulloso.

Por la tarde regresamos al hotel y mamá me confiesa lo bien que se lo ha pasado durante ese día y lo valiente que ha sido mostrando las tetas por primera vez.

Cuando llegamos a la habitación yo me meto en el baño y me hago otra de mis monumentales pajas, pensando obviamente en las tetas de mamá, que no logro borrar de mi mente y que las veo pletóricas y preciosas en cada una de las imágenes que vuelven a mi mente de ese día playero tan extraordinario. Esto es una locura, pero me encanta y creo que a ella también. Me corro imaginando mi polla entre esas dos moles mamarias que disfruté de niño y ahora también, afortunadamente, de adulto.

Al salir del baño veo a mamá hablando con mi padre por teléfono y se ha quitado la camiseta que llevaba por lo que vuelve a dejar al aire esas tetas tan deliciosas y sin que le importe que la mire. Yo, evidentemetne, no puedo remediar quedarme prendado de semejante visión. Ella sigue parloteando y no hago mucho caso a su conversación, pero de vez en cuando me mira y me pilla mirando sus tetas, además de todo su cuerpo pues tan sólo lleva la braguita minúscula del bikini.

– Era tu padre otra vez – me dice cuando termina la conversación.

– Ya me imaginé.

– Dice que si lo estamos pasando bien.

– Y le dijiste que sí, claro…

– Por supuesto, y es verdad ¿no? Yo al menos estoy encantada. ¿Tú? ¿Te lo estás pasando bien con tu madre?

– Yo estoy en la gloria.

– Jajaja, que bobo eres… Podrías estar con tus amigos y aquí conmigo….

– Disfrutando de tu cuerpo – lo digo sin pensar.

– Ya y de alguna otra chica en la playa. Supongo que ya te habrás hecho otra paja pensando en Sandra.

– ¡Joder, Mamá!

– No pasa nada, hijo, estás en la edad y la chica es preciosa y con un cuerpo de miedo, viéndola desnuda como para no sentirte excitado, es lógico. Es un bombón, lo entiendo perfectamente…

Ella lo dice como si tal cosa, pero no piensa que la que está en mis pensamientos y casi en exclusiva es ella y su endiablado cuerpo, ese que tengo ahora delante y me deja siempre sorprendido.

– También se ha quedado flipado Toni con tu cuerpo – añado, por no decir que soy su incondicional admirador.

– ¿Tú crees?

– No disimules, anda, que lo sabes tan bien como yo.

– Bueno, sí, pero no tanto como para flipar… – contesta riendo.

– ¿Acaso no viste como se empalmaba viéndote?

– ¡Víctor!

– ¿Es cierto o no, mamá?

– Sí, tienes razón, noté que no me quitaba ojo a las tetas.

– Como para no…

– Sí y me miraba sin cortarse.

– Y a tí te gustaba provocar eso en él…

– No… bueno… sí. Y además no dejaba de insinuar que me quitara las braguitas para quedarme desnuda.

– Hubiera flipado. – contesto eufórico, aunque realmente hubiera sido yo el primer desmayado.

– Ya lo creo.

– No te atreverías a hacerlo… – lo digo casi como una afirmación.

– ¿Lo de desnudarme del todo?, eso sí que no. Ni borracha.

– Esa sería tu prueba de fuego ¿No? jajaja.

– No, Víctor, eso es demasiado. ¿Te imaginas que me ponga desnuda en la playa?

– Pues sí, me lo imagino… jeje.

– Y ¿Tú te atreverías? – me pregunta de pronto.

– Uff, claro, supongo que sí. – lo digo haciéndome el chulito animándola a que no sea ella la única en no atreverse.

– Aunque estarías todo el día a tope, jajaja… – responde haciendo que yo enrojezca.

– Como Toni – añado yo en ese toma y daca.

– Sí supongo que estarías así como él.

– Y ¿te gustó verle así eh?

– ¿Empalmado?

– Sí, tiene una buena polla… – digo sin pensar.

– Ufff, tengo que reconocer que sí, pero me siento mal.

– ¿Por qué?

– Culpable, ya sabes…tu padre…

– Mamá, ¿Otra vez con eso? Tú misma dijiste que esta es tu única oportunidad de hacer algo diferente, luego no podrás hacerlo.

– Es verdad. Pero parece que le esté engañando y no me gusta.

– Que le veas la minga a un tío no es nada malo.

– Ya, pero estando así… por mi culpa.

– Pues ¿qué quieres que te diga, mamá? Que pongas cachondos a todos los tíos de la playa y del hotel no quiere decir que le estés poniendo los cuernos ni nada por el estilo

– Anda exagerado, a todos los tíos – dice riendo.

– Es verdad. Toni está como loco y yo también – añado envalentonándome y esperando su reacción.

– Víctor ya se que tu lo dices desde el cariño y por ti no me importa. A pesar de que nunca me hayas visto las tetas, bueno, salvo cuando eras un bebé y mamaste bien de ellas, claro.

– De eso hace mucho, jeje… – intervengo.

– Ya lo creo, pero bueno, no me importa que ahora me veas medio desnuda, pero con los demás, parece que esté siendo un poco putilla, provocadora… No me gusta del todo.

– Que disfruten, mamá. Yo ya lo hago – insisto en mostrar mi admiración hacia ella.

– Ya, pero no es lo mismo, tú eres mi hijo y eso tampoco es tan malo.

– ¿Te desnudarías del todo delante de mí? – mi pregunta es así, fulmimante.

– Anda, calla bobo – dice riendo otra vez y metiéndose en el baño.

Me deja allí pasmado sin responder a mi pregunta y dejando mil incógnitas en el aire, yo no puedo remediar acariciarme la polla por encima del bañador.

Cuando sale del baño, lo hace únicamente llevando unas braguitas blancas. Algo que hace que mi polla quiera pedir a gritos salir de mi bañador. Esta noche hemos decidido no bajar a cenar porque mamá dice haberse quemado con el sol y prefiere ponerse una crema hidratante y no ponerse ninguna prenda encima. Yo estoy encantando, claro. Y ella se pasea por la habitación con sus tetas al aire y esparciéndose un after sun por todo el cuerpo, que por cierto, brilla moreno.

– Deberías echarte algo de esto – dice señalando el envase.

Ni corta ni perezosa comienza a untarla por mi espalda, mis hombros, mis pectorales, juega entre mis abdominales y los acaricia. Mi erección es evidente, pero a estas alturas y viendo la risita de mamá, estamos perdiendo la cordura y acercando distancias. Es nuestro gran secreto y ambos lo estamos disfrutando. Para uno es difícil mantener la compostura cuando la mujer a la que más desea está ataviada únicamente con unas minúsculas braguitas y todo lo demás al aire, como jamás hubiera pensado.

Nos metemos en la cama y seguimos charlando durante un buen rato del divertido día, de lo atrevida que ha sido al ponerse en top-less y a sentirse contenta de hacerlo y de verse admirada por tanto hombre, algo que nunca antes había podido hacer. Es una sensación rara, pero estar ahí juntos en la cama y medio desnudos es como si fuéramos dos buenos amigos y no una madre y un hijo precisamente.

– Nos hemos quemado un poco ¿no? – me dice ella.

– Sí, nos ha dado el sol fuerte, quizá deberíamos usar una protección solar mayor.

– Sí, creo que si. Mañana compramos otra en la tienda del hotel. No quiero que se me quemen las tetas, ahora que estoy decidida a enseñarlas, jeje.

– Vale, mañana compramos protección para tus tetazas.

– ¿Son muy grandes? – me pregunta mirándome fijamente y sosteníendolas por debajo haciendo que estas suban.

– Son preciosas – afirmo y paso mi lengua como si me las fuera a comer.

– ¡Calla tonto!

Mamá se pone a leer un libro y yo uso mi smartphone para contestar a los mensajes que he ido recibiendo de mis amigos y que no he tenido ni tiempo de contestar y viendo alguna foto cachonda que me han enviado. De pronto recuerdo que no tengo las fotos de las tetas de mamá al natural.

– Oye ¿podría hacerte una foto a las tetas con mi móvil?

– ¿De mis tetas?

– Sí, un par de fotos, ya sabes, para verlas luego juntos…

– Bueno, haz un par de ellas, pero nada más. – dice ella tras pensarlo unos segundos aunque sabe de sobra que no haré solo dos.

Yo me pongo a disparar y sigo sin creérmelo. Estoy loco de contento. Me pongo de rodillas en la cama y sigo sacando una y otra foto sin parar, ella al estar sentada queda frente a mí y sonríe. Aprovecho a disparar un montón de fotos desde todos los ángulos, de cerca, de lejos, primeros planos de sus pezones, hasta que incluso se los tapa avergonzada, pero al hacerlo, me excita incluso más y vuelvo a ponerme como un toro.

– Ya te has puesto otra vez a tope. – dice riendo y señalando mi bulto.

Ya no oculto mi empalmada y llega incluso a gustarme ofrecerle la erección bajo el pantalón de mi pijama.

– ¿Te gusta provocar esto en los hombres eh? – le digo de pronto y sin dejar de hacer fotos.

– Anda, ya vale de fotos, guarro, que soy tu madre.

Vuelvo a sentarme en mi lado de la cama y empiezo a ver las fotos que le he hecho. Ella se pega a mí y noto su teta rozándome el brazo. Mira las fotos conmigo y me siento super feliz con ella tan cerca de mi, incluso en alguna ocasión, su duro pezon roza mi piel y me estremezco. A ella no parece importale y a mí me encanta.

Después de un rato se retira y sigue leyendo y yo no dejo de pensar en la suerte que tengo de tener a una madre tan buenorra. De vez en cuando miro ese perfil de su rostro y más abajo las tetas con su caída natural

– Ufff, me rozan las braguitas y me molestan. Hemos estado mucho al sol. Creo que me las voy a quitar. – dice de pronto con sus manos bajo las sábanas.

Trago saliva porque no creo lo que oigo. Mi madre ya no le da más importancia a nada y bajo las sábanas sigue haciendo unos leves movimientos hasta que se saca las braguitas por los pies y las tira por encima de su cabeza hasta el suelo. Joder… ¡Está en pelotas bajo las sábanas!

– Así, desnudita, estoy mucho mejor. Deberías quitarte tú también el bañador para que no te roce.

– No sé… – respondo dudoso aunque estoy deseando hacerlo.

– Sí, tonto, bajo las sábanas no te veo, tranquilo.

No lo dudo más, es una oportunidad de oro. Hago la misma operación que ella, metiendo mis manos bajo las sábanas y saco mi bañador para dejarlo en el suelo. Estoy en bolas igual que ella y no acabo de asimilarlo: Ambos desnudos y en la misma cama. ¡Dios! ¡A unos pocos centímetros!. No quiero pensar si nos rozamos en algún momento de la noche, creo que me correré si me toca.

– Hijo, no abuses de tu madre mientras duermo, jajaja. – dice de pronto a modo de broma.

– ¡Mamá! – protesto aunque mis pensamientos van por ahí, ya que no acabo de asimilar que ambos estemos desnudos en la misma cama.

– No, ya sé que me respetas, cariño.

– ¡Claro, mamá que soy tu hijo! – Lo digo intetando ser convincente y en mi papel de buen hijo, pero por dentro sé que soy un demonio.

– Pero así desnuda bajo las sábanas y desnudo tú también…. – acaba añadiendo ella.

No sé cómo tomármelo, espero que no sea una invitación al pecado. Ahora resulta que el cortado soy yo, pero el caso es que ella me incita con esas palabras, como si fuera un cortado y ella una lanzada. Creo que todo está sucediendo muy rápido, tanto, que me pilla de sorpresa a mí el primero. Todas mis fantasías se están cumpliendo, algunas a tanta velocidad, que me sobrepasan, al menos no soy capaz de asimilarlas tan rápido. ¡Estamos desnudos en la misma cama, joder! ¿Cómo voy a asimilar eso?

Juliaki

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Relato erótico:”Prostituto 17 Un perro se folla a mi clienta virgen” (POR GOLFO)

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No nos engañemos, la zoofilia está mal vista. Tanto los gays como los heteros, entre los que me incluyo, pensamos que dicha parafilia es una aberración de mentes trastornadas y por eso jamás creí que iba a ser participe activo de una sesión zoo. En este capítulo os voy a contar mi experiencia.

Todo comenzó un viernes en el que mi jefa me llamó para que le confirmara que estaba dispuesto a hacer un servicio un tanto especial, por lo visto, una conocida suya, una treintañera de mucho dinero quería contratarme para pasar un fin de semana en su cabaña de las montañas.
-Y eso, ¿Qué tiene de especial?- le contesté acostumbrado a ser alquilado no solo por una noche sino por semanas enteras.
 -Mucho- respondió – la mujer en cuestión es virgen y tiene la intención de dejar de serlo-.
El misterio con el que hablaba, me hizo intuir que había mucho más  y por eso le pregunté directamente que era lo que se había callado. Johana, un tanto nerviosa porque sabía de mis reparos a las relaciones que implicasen violencia, tardó en responderme:
-Rachel, aprovechando que no hay nadie en kilómetros, tiene la fantasía de recibirte en su casa, desnuda y actuando como una perra-.
-¡No entiendo!- exclamé- me estás diciendo que me voy a pasar un fin de semana con una chalada que quiere que la desvirgue mientras la trato como si fuera un animal-
-Eso es. Nuestra clienta me ha dado instrucciones estrictas de cómo quiere ser tratada. Deberás sacarla de paseo dos veces al día para que haga sus necesidades, no hablara sino que por medio de ladridos te mostrará su alegría o su disgusto, la harás comer en el suelo y la bañaras con una manguera en el patio. En resumen, tiene la fantasía de ser durante cuarenta y ocho horas un chucho y vivir como tal-
Conociendo a mi madame, le solté que aceptaba siempre y cuando eso no significara maltratarla:
-Por eso, no te preocupes. Le he dicho que eres un amante de los animales- respondió para acto seguido darme la dirección donde se hallaba esa cabaña.
Después de pensarlo durante un rato y como no tenía nada que hacer esa tarde, salí a comprar los utensilios que iba a necesitar para cumplir tan extraño cometido. Fui directamente a una tienda de mascotas y sin explicarle que era lo que tenía en mente, compré un collar, una correa y un bozal para mi cachorrita. Una vez pagado pensé que era insuficiente y por eso al salir me dirigí a un sex shop, donde me hice con otros aditamentos que sin duda iba a usar.
A la mañana siguiente, cogí mi coche y metiendo un par de mudas, me dirigí hacia la finca donde iba a pasar ese fin de semana. Durante el trayecto, no paré de pensar en esa mujer y que era lo que le había llevado a soñar con ser tratada de esa forma. No me cabía en la cabeza que una persona normal quisiera ser estrenada de esa forma pero como al final de cuentas ella pagaba, iba a cumplir a rajatabla sus deseos. Al irme acercando a mi destino, tuve que reconocer que nadie iba a sorprendernos porque ese lugar estaba en el culo del mundo. Llevaba más de media hora sin ver ningún rastro de civilización cuando llegue a la cabaña.
-¡Qué sitio más bonito!- pensé al bajarme del coche.
Rodeado de bosque, esa finca estaba en mitad de un prado de hierba perfectamente recortada. Estaba claro que alguien se ocupaba de ese jardín por el esmero con el que estaba diseñado y cuidado.  Al acercarme a la cabaña, oí un ladrido y a un enorme gran danés que se acercaba. Gracias a que estaba familiarizado con los perros no salí huyendo porque ese bicho lo único que quería era saludarme. Lo descubrí porque venía sin el pelo erizado sobre el lomo y moviendo la cola. Estaba todavía acariciándolo cuando oí llegar a mi clienta. Desnuda y ladrando como si fuera una perra, bajaba por la ladera. Sabiendo que era su fantasía, esperé que llegara a mi lado y rascándola detrás de la oreja, le dije:
-Así me gusta, que vengas a saludar a tu dueño-

Rachel meneó sus caderas de alegría y a cuatro patas, me guio hacia la casa. Como iba delante, tuve tiempo de observarla. Era una mujer de bastante buen ver con un cuerpo atlético y una melena rubia que le llegaba por la cadera. Para evitar daños al gatear, se había puesto unos guantes y unas rodilleras que le protegieran. Tengo que reconocer que aunque su aspecto era ridículo, algo en mí se empezó a calentar con la idea de desflorarla ambos agujeros.

Al entrar a la cabaña, con un ladrido me llamó a la cocina donde no tarde en descubrir unas instrucciones más precisas en la nevera. Descojonado por dentro leí el papel donde mi clienta me informaba que la perra se llamaba Reina y el perro era Sultán. Lo segundo que me decía era la rutina que debía de seguir y  que como no había podido darles de comer, encontraría su comida en la nevera. Ya por último me pedía que fuera bueno con ambos animales porque eran buenos y que lo único que necesitaban era un amo cariñoso que los cuidara.

-¿Tienes hambre Reina?- le dije pasando mi mano por su cuerpo.
La perrita ladró de placer al sentir que mi caricia se prolongaba y que sin ningún disimulo, recorría no solo su lomo sino que con toda la tranquilidad del mundo mis dedos acariciaron las esplendidas nalgas que formaban su culo. Sin esperar una respuesta que nunca llegaría, abrí el refrigerador y saqué un tupper con una etiqueta que me informaba que era la comida de ese día.
Al abrirlo y ver en qué consistía, me dije:
“Estará loca pero tienen buen gusto”, ya que era un guisado de carne que se me antojó riquísimo.
Pensando en su comodidad, calenté en el microondas su contenido y dividiéndolo entre dos platos, les día de comer a ambos. Sultán como era lógico, se lo tragó enseguida mientras que Reina menos acostumbrada a comer en el suelo tardó un poco más pero se lo terminó sin dejar de menear las caderas.
-Pobrecita- le dije abriendo una bolsa que traía- no tienes cola. ¿Quieres que tu amo te ponga una?-
La mujer se me quedó mirando extrañada y al ver que lo que tenía en mi mano era un plugging con una hermosa cola pegada, ladró de placer y se acercó a mi lado. Sin hablar, le abrí los dos cachetes para descubrir un ano virgen que me confirmó que esa mujer nunca había sido usada por ahí al menos, por lo que no queriendo hacerla daño, cogí un poco de crema y empecé a untar su esfínter con delicadeza. Reina se dejó hacer y al sentir mis yemas acariciando su ojete, empezó a ronronear de placer.
-Eres una perrita cachonda- le dije introduciendo mi primera falange en el interior de su entrada trasera.
Cada vez más excitada, sus pezones se pusieron duros como piedra al notar mi segundo dedo forzando su ano, y dejándose caer sobre el suelo levantó su culo para facilitar mis maniobras. Sabiendo que tenía dos días para follármela, me lo tomé con parsimonia y cogiendo el plugging se lo incrusté en el ojete.  Increíblemente al sentir que tenía cola empezó a mover el culo y a saltar de alegría. Pero tal demostración me pasó casi inadvertida porque al hacerlo, ví entre los pliegues de su coño que la rubia tenía el himen intacto.
“¡Coño! ¡Es cierto que es totalmente virgen!- exclamé al descubrir esa telita que lo demostraba.
La perspectiva de tirármela, hizo que dentro de mi pantalón mi pene se alzara y consiguiera una más que satisfactoria erección y  tratando de darle tiempo al tiempo, me concentré en las instrucciones que me había dejado. Después de comer, debía de dar un paseo con los perros atados con correa. Al sacar dos de un cajón, tanto el macho como la hembra vinieron a mí a que se las pusiera y por eso,  no me costó ajustar el cierre alrededor de sus collares.
Con una correa a cada mano, salí al jardín. Como es lógico el gran danés tiraba con más fuerza que la mujer de manera que tuve que azuzar su paso con una palmada en su trasero. Mi clienta al recibir el correctivo, aligeró su ritmo de forma que en pocos minutos habíamos dado un par de vueltas alrededor del jardín. Fue en ese momento cuando Sultán se puso junto a un árbol y empezó a mear. La mujer imitando al animal intentó hacer lo mismo pero cuando ya estaba haciendolo, le grité:
-Reina, las perras no levantan su pata-
Colorada al darse cuenta de su fallo, se agachó y en cuclillas liberó su vejiga sin mostrar vergüenza alguna. Una vez hubo terminado, los solté y cogiendo dos palos, se los tiré para que los recogieran. Nuevamente, el perro fue el primero en recogerlo y traérmelo en la boca mientras que la hembra tardó un poco más en retornar con el palo en su hocico. Lo grotesco de la situación no fue óbice para que me diera cuenta que esos días iban a ser divertidos, tratando de forzar los límites de mi clienta.
“Me lo voy a pasar bomba” pensé mientras volvía a lanzárselos esta vez mas lejos.
Estuve jugando con ambos durante casi media hora hasta que me percaté que Rachel estaba cansada. Jadeando y con el sudor recorriendo su cuerpo a la perrita le costaba correr en busca del palo por lo que sin decirle que iba a hacer, retorné hacia la casa. Al llegar al porche, recordé que Johana me había dicho que nuestra clienta le había dicho que una de sus fantasías era ser lavada con manguera por lo que llamándola a mi lado la até a un poste y cogiendo una, abrí el agua y empecé a bañarla.
La pobre mujer al sentir el agua helada, gritó pero rápidamente se dio cuenta de su error y ladró moviendo la cola. No os resultará difícil comprender que su entrega azuzó mi morbo y por eso, me entretuve más de lo debido lavándola. Me encantó ver como sus pezones se contraían por el frio y aprovechándome de ello les di un buen repaso con mis manos.  Rachel comportándose como Reina, dejó que mis dedos los pellizcaran sin quejarse. Una vez había quitado el sudor de su piel, decidí que mi cachorrita tenía el sexo sucio y tumbándola sobre la hierba, me ocupé de su vulva.
Ella al ver mis intenciones, cerró las piernas avergonzada pero mostrándome firme mientras le separaba las rodillas, le dije:
-Reina acabas de mear y no quiero que manches la alfombra-
Comprendiendo que tenía razón, sumisamente, se quedó quieta mientras me arrodillaba frente a ella. Su cara mostraba a la legua un deseo brutal de ser tomada cuando sin pedirle permiso empecé a recorrer los pliegues de su sexo con mis dedos. Al separar sus labios me encontré con un clítoris grande y duro que necesitaba ser mordido y venciendo sus miedos, acerqué mi cara a su  entrepierna. Cuidadosamente, lo cogí entre mis dientes y sin darle tiempo a reaccionar, empecé a juguetear con él mientras mis manos acariciaban sus pechos. La muchacha gimió a sentir mis maniobras y ladrando amigablemente me informó de su disposición.
No sé si fue su sabor o su sumisión absoluta lo que me llevó a penetrar con mi lengua su sexo mientras movía el plugging que llevaba en el culo, lo cierto es que inmerso en mi papel de amo, le susurré al oído:
-Esta noche mi perrita va a dejar de ser virgen-
Mis palabras la hicieron aullar de placer por lo que sabiendo que iba a conseguir descarga mi tensión en poco tiempo, forcé su obediencia metiendo un par de dedos en su trasero. Rachel suspiró mientras su cuerpo se agitaba sin parar sobre el césped. No me percaté que Sultán estaba a mi lado ni de que bajo su lomo su pene estaba totalmente excitado hasta que mi clienta alargó su mano y sin dejar de sollozar, lo empezó a masturbar.
Ese acto debió de hacerme comprender la naturaleza de su fantasía pero acostumbrado a satisfacer a mis clientas, seguí comiéndola el coño hasta que conseguí sacar de lo más profundo de esa mujer un brutal orgasmo. Tras lo cual y cortando la paja al pobre perro, me levanté y soltando su correa, la llevé a dentro del salón dejando a Sultán fuera.
Una vez dentro me senté en el sofá. Mi mente no dejaba de rememorar la escena anterior, de cómo esa mujer había pajeado al animal mientras yo me ocupaba de su entrepierna. Mientras lo hacía, ella se había acurrucado a mis pies, llorando y aullando de dolor.   Su congoja me hizo saber de la vergüenza que le causaba que hubiera descubierto su pecado y creyendo que era mi deber consolarla, le acaricié su lomo diciéndole:
-Sultán es tu amante-

Su confirmación me llegó en forma de ladrido y tratando de analizar que narices hacía entonces yo en su casa le dije:

-Entonces tu problema es que tienes miedo que te haga daño y por eso quieres que sea un humano quien te desvirgue y ayude luego a tu perro-
Levantando la cabeza, me miró con lágrimas en los ojos y sin poder aguantar su angustia empezó a llorar nuevamente. El sufrimiento de esa mujer hizo que me compadeciera de ella y le dije:
-Te voy a ayudar pero antes quiero que conozcas el placer que te puede dar un ser humano. ¿Estás de acuerdo?-
Sonriendo se puso a lamerme la cara mientras mostraba su alegría con ladridos. Aunque era una aberración lo que me pedía, mi pene no estaba de acuerdo y sin venir a cuento se irguió debajo de mi calzoncillo.  Ella al darse cuenta frotó su hocico contra mi cremallera pidiendo que lo liberara de su encierro. Sin hacerme de rogar, me levanté y en medio del salón me desnudé mientras mi perrita se mordía los labios con la perspectiva de comerse la primera verga humana de su vida.
Una vez en pelotas y siguiendo un guion de cualquier película porno, fui hasta la nevera y cogiendo un bote de crema, volví al sofá. Reina que se había quedado extrañada de mi salida, me recibió meneando su cola al ver y comprender cual eran mis intenciones.
-A todas las perras les gusta el chantilly- le informé mientras untaba mi miembro con gran cantidad de ese producto.
Rachel no esperó a que terminara y sacando la lengua empezó a lamer mi pene en busca de tan ansiado manjar. Reconozco que sentir su boca retirando la crema de mi extensión, terminó con los reparos que sentía y dejando que cumpliera su labor, me acomodé sobre los cojines. Mi clienta que en un principio se había mostrado modosa, se fue convirtiendo en una hembra ansiosa a la par que el chantilly desaparecía en el interior de su estómago y por eso al terminar con él, no paró de mamar sino que metiendo mi  miembro hasta el fondo de su garganta, se dedicó a darme placer con gran satisfacción de mi parte.
-También va a ser la primera vez que me folle a una perra- le dije en plan de guasa al sentir sus labios en la base de mi sexo.
Mis palabras le ratificaron que iba a seguir tratándola como un chucho y en vez de cortarla, incrementó su lujuria. Cuanto más excitada estaba, más movía su colita hasta que el meneo de su trasero me hizo caer en que tenía que prepararla. Por eso al sentir los primeros síntomas de mi orgasmo, se lo anticipé mientras cogía el plugging que llevaba incrustado en su culo y se lo empezaba a sacar y a meter.
Ella al sentir la intromisión, ladró de alegría y con más ahínco se dedicó a la mamada. Mi clímax no tardó en aparecer y  cuando tuvo lugar, mi perrita se relamió los labios al probar por vez primera mi semen. Debió de gustarle porque con un esmero digno de alabanza, exprimió mi pene hasta que acabó con la última gota. Entonces y como no podía ser de otra forma, se puso a cuatro patas sobre la alfombra y con un ladrido, me informó que estaba dispuesta a dejar de ser virgen.
 Lo lógico es que después de tan tremenda mamada, hubiera tardado en recuperarme pero al verla postrada a mis pies, me olvidé de mi cansancio y poniéndome detrás de ella, le di un sonoro azote mientras le susurraba al oído:
-Eres una perrita en celo-

No pudo reprimir una carcajada al oírme y meneando su trasero, buscó mi miembro. Con la poca lucidez que todavía conservaba, exploré su vulva antes de penetrarla. El descubrir que la tenía encharcada y que no necesitaba excitarla, aceleró mis planes y de un solo empujón rompí su himen todavía intacto. Rachel gritó al sentir hoyada su vulva pero no intentó separarse sino que forzando su dolor, empujó su cuerpo hacia tras hasta que mi miembro llenó su cavidad por completo.  Durante medio minuto esperé a que se relajara y entonces empecé con ritmo pausado a penetrarla.

Los gemidos de mi clienta me hicieron saber que le gustaba y por eso poco a poco fui incrementando el compás con el que sacaba y metía mi falo de su interior. Nuestra unión hubiera sido como cualquier otra si no llega a ser porque esa mujer en vez de chillar aullaba pero por lo demás fue igual. Se movía y gemía como cualquier otra hembra de mi especie y por eso la traté de la misma forma. Incrementando la velocidad de mis penetraciones cuando la veía enfriarse y ralentizando mis movimientos cuando sentía que iba a correrse, de forma que cuando lo hizo, tuvo un orgasmo tan brutal y sus aullidos fueron  tan intensos que, desde el exterior de la casa, su amante canino empezó a ladrar como descosido al darse cuenta de que su hembra estaba siendo montada por otro macho.
-¡Que se joda el chucho!- grité de mal humor y cogiéndola de la melena, llevé su cabeza hasta mi boca y sin cortarme un pelo, le solté: -Por hoy eres solo mía-
Cuando luego lo pensé, me di cuenta que estaba celoso pero en ese momento era un macho cubriendo a su perra y forzando su coño hasta lo indecible seguí apuñalándolo mientras ella enlazaba un orgasmo con otro. Fuera de mí, me agarré de sus pechos y profundicé mis penetraciones hasta que el placer me venció y caí agotado sobre ella. Mi clienta dejó mi pene en su interior mientras se relajaba y solo cuando se dio cuenta que se había deshinchado, se lo sacó y se quedó acurrucada entre mis brazos.  No sé cuánto tiempo estuvimos tirados sobre la alfombra porque os tengo que reconocer que me quedé dormido, lo que si os puedo contar es que al cabo de un rato desperté al sentir que Rachel me estaba lamiendo la cara.
Al abrir los ojos, vi que sonreía y sin esperar a que estuviera totalmente espabilado, bajó por mi cuerpo y buscó reanimar mi maltrecho pene.
-Eres una zorrita- le dije al sentir que con la lengua recorría mi glande.
Ella como respuesta movió su colita alegremente.
-Ya veo lo que quieres- exclamé al verla meneando su trasero- mi perra desea que la tome por detrás, ¿no es verdad?-
No contestó sino que afianzando su deseo se metió mi verga en su boca. Su labor tuvo un éxito rápido y cuando verificó que ya tenía suficiente dureza, se puso en posición de monta en mitad de la alfombra.
-Ni de coña- la espeté y cogiéndola del collar, la llevé hasta la cama. –Te voy a romper el culo como se lo haría a una humana aunque no seas más que una perra- y sin dejarla opinar, la tumbé en el colchón y usando las correas la até al cabecero.
Indefensa, aulló desesperada al sentir que inmovilizaba sus muñecas y que la dejaba boca abajo sobre las sábanas. Pero al notar que también le ataba los tobillos, trató de morderme.
-Grita cuanto quieras, nadie va a oírte- le dije dejándola con las piernas totalmente abiertas.
Sabiéndose en mis manos dejó de debatirse y en silencio esperó ser violada. Pero una vez sujeta, le acaricié la cabeza y con la voz más dulce que pude le dije:

-Nunca he poseído a una de tu especie por su entrada trasera y no quiero que me des un mordisco. ¿Lo comprendes?-

Asintió con la cabeza y esperó lo peor. Disfruté viendo que temblaba de miedo y solo cuando se calmó un poco, retiré su cola postiza y cogiendo crema empecé a embadurnarle su esfínter mientras le decía:
-Relájate, te voy a dejar lista para que al terminar, entre tu amante canino y termine lo que has soñado tantos años-
Mi promesa la liberó y dejándose hacer, aflojó sus músculos al sentir mis yemas recorriendo su ano. El haberla tenido durante una hora con el plugging en su culo facilitó mis maniobras de forma que en pocos minutos tenía a esa mujer donde yo quería, excitada hasta decir basta mientras dos de mis dedos entraban y salían con facilidad de su ano.
-¿Te gusta?- pregunté aunque sabía la respuesta porque su sexo estaba empapado y la mujer no podía evitar gemir de placer cada vez que sentía forzado su orificio.
Viendo que estaba lista, la liberé y poniéndola a cuatro patas, me acerque hasta ella con mi polla en la mano. Al girarse, su mirada era una mezcla de deseo y de miedo por lo que antes de forzarla le jugueteé con mi glande en su sexo. Ella al sentir mi cabeza rozando su clítoris, suspiró aliviada pero entonces cambié de destino y de un fuerte empujón, desfloré su entrada trasera.
-¡Ahh!- chilló dando un alarido muy humano e intentó zafarse de mi abrazo pero cada vez que intentaba sacarse mi miembro de sus intestinos lo único que conseguía era introducírselo más, de forma que a los pocos segundos, su culo había absorbido toda mi extensión en su interior.
Esperé a que se acostumbrara a tenerlo dentro y entonces acercándome a su oreja, le ordené que se masturbara con su mano. Incapaz de desobedecerme llevó sus dedos a su clítoris y empezó a acariciarlo mientras esperaba que yo comenzara a tomarla.
-¡Más rápido!- grité dando un azote en sus nalgas.
Sumisamente, Rachel-Reina aceleró sus toqueteos y cuando percibí que estaba suficientemente estimulada, comencé a mover mis caderas. Su auténtico gemido de placer me dio alas y asiéndome de sus pechos, inicié mi lento cabalgar. Mi perrita se convirtió en mi yegua y relinchando de lujuria, permitió que la montara.
-¡Qué bruto!- gritó por vez primera. -¡Me encanta!- berreó obviando que había optado por no hablar y gimiendo de gozo, me pidió que la siguiera tomando.
 Conociendo de ante mano que si esa mujer había abandonado su mutismo, era porque lo que estaba experimentando había desbordado sus previsiones, decidí que si había esperado treinta años para entregar su virginidad a un hombre, debía de esmerarme en hacerla sentir y por eso, alternando ternura y dureza, incrementé la velocidad de mi galope mientras le decía la maravillosa perrita que era.
-¡Me corro!- la oí decir con voz desencajada justo antes que su sexo se convirtiera en un torrente de temblado flujo que inundó mi piernas.

Cada vez que la penetraba, mis huevos al chocar contra su vulva como si de un frontón se tratase salpicaban sobre mis muslos el producto de su placer. La locura con la que recibía cada empujón, me hizo llevar al límite el ritmo de mi doma hasta que convulsionando entre mis piernas, esa mujer se desplomó gritando su entrega. No contento con ello, la cogí entre mis brazos y levantándola le chillé:

-Todavía yo no he terminado- y sin hacerle otra aclaración, y  seguí follando ese culo primoroso hasta que como si de un geiser se tratara, mi pene explotó regando sus entrañas con mi semilla.
Ella al notar mis sacudidas se volvió a correr sonoramente y juntos nos tumbamos en las sábanas. Al contrario que la otra vez, Rachel no se conformó con eso y mientras descansábamos me colmo de besos como solo una mujer puede hacer, tras lo cual, acomodándose entre mis brazos, me susurró contenta:
-Nunca creí que un hombre me podría dar tanto placer-
Fue entonces cuando comprendí que mi labor no había acabado y levantándome de la cama, abrí a Sultán. El enorme chucho entró corriendo en la habitación creyendo quizás que su dueña había sufrido algún tipo de daño pero al verla tranquila tumbada en la cama, se tranquilizó y empezó a menear su cola. Rachel sin conocer mis intenciones, acarició al perro y me preguntó porque lo había dejado entrar.
-Has disfrutado con un hombre siendo una perra, es hora que sepas si prefieres disfrutar como mujer con tu amante perro-
Alucinada por mi comprensión, me miró y me dijo:
-¿Seguro que no te importa?-
-Me has contratado para cumplir un sueño y ¿Qué clase de prostituto sería si no lograra hacer realidad tus fantasías?-
Con una alegría inenarrable, Rachel me agradeció mi ayuda y sacando de un cajón dos pares de calcetines, se los puso en las patas al animal. Al ver mi cara de sorpresa, se rio diciendo:
-No quiero que me arañe-
Al ver las garras del animal, comprendí y como si fuera algo normal le ayudé a colocar los patucos a Sultán. Una vez asegurado, cogí el bote de chantilly y le pedí que se tumbara en la cama. La expresión de su rostro mientras embadurnaba su coño con la crema me confirmó que deseaba ser tomada por el bicho y por eso nada mas terminar de hacerlo, acerqué al animal.
Fue increíble, el chucho se lanzó a lamer el coño de su dueña mientras esta se derretía cada vez que la lengua de su perro recorría los pliegues  de su sexo. Contra toda lógica verla pellizcando sus pezones mientras Sultán se daba su peculiar banquete, no me disgusto sino que colaborando con ella con interés rellené su esfínter para ver su reacción al sentir esa áspera lengua, introduciéndose en su orificio trasero. Todo perro es goloso por naturaleza y por eso al ver que había otra fuente de ese dulce manjar, el perro no tuvo reparo en buscar con gozo dentro de su trasero.
Mi clienta gimió al notar su caricia y poniéndose a cuatro patas, separó sus nalgas con sus manos para facilitar las maniobras del animal pero lo que no se esperaba fue que Sultán al oler las feromonas que desprendía su sexo, se excitara y tratara de montarla. Saltando encima de ella, Sultan intentó infructuosamente penetrarla por lo que tuve que ser yo quien venciendo mi natural reluctancia, guiara su pene hasta el interior de su vagina.
Os reconozco que una vez con su pene entre mis dedos, me sentí un veterinario ayudando en la monta de un semental y sin quejarme lo llevé hasta su sexo. El perro ayudo también porque al sentir su orificio, movió su cuerpo y de un solo empujón introdujo todo su extensión en su interior, llegando incluso a meter el nudo que se les formaba a los perros en su miembro.
Rachel azuzó a su mascota con dulces palabras hasta que dominada por un placer  se quedó quieta mientras el chucho la tomaba con velocidad.
-¿Qué sientes?- pregunté interesado.
-Es duro pero suave, me gusta- respondió la mujer.
En un momento dado el perro se quedó quieto mientras mi clienta empezaba a notar la seriedad de su acción.
-Es enorme- me dijo mordiéndose los labios al notar que el pene que tenía introducido se hinchaba cada vez más.
Quizás debía haber probado con un perro más pequeño, pensé al ver dos lagrimones saliendo de sus ojos. Queriéndole ayudar, le pregunté si podía hacer algo.
-Túmbate a mi lado- me pidió.
Haciéndola caso, me coloqué a su vera y mientras era tomada por el can, fui acariciando sus pechos. La muchacha gozando de su mascota, gemía como loca y viendo que no hacía nada allí, decidí irme a tomar agua. Al volver y tengo que reconocer que no supe como el perro estaba dado la vuelta sin dejar de tenerla ensartada. Fue entonces cuando comprendí el  rival con el que me había topado porque, una vez con su verga hacia atrás, pude observar su tremendo  grosor y a Rachel disfrutando introduciéndose ese tronco en su sexo. 
-¡Que pasada!- exclamé al comprobar que doblaba con facilidad mi tamaño.
Deslumbrado por Sultán, le pregunté qué cuanto tardaría en correrse el puto chucho y mi clienta con una sonrisa en los labios, me comentó:
-Espero que unos veinte minutos-
 
Si ya eso era raro más lo fue cuando poniéndose boca arriba, acercó ese enorme trabuco a su coño y tirando de la cola del animal, se lo metió hasta el fondo.
-¡Qué disfrutes!- dije al ver su cara y sabiendo que sobraba, salí de la habitación.
Al llegar al salón, puse la tele en un intento de amortiguar sus gemidos pero fue en vano porque la mujer no paró de gritar durante un buen rato. Por vez primera comprendí que había un semental mejor que yo y rumiando mis penas me concentré en la película que estaban dando en la primera.  Por mucho que intenté olvidar mi humillación no pude por que continuamente volvía a mí la imagen de esa mujer empalándose con el miembro de su mascota.
Menos mal que pude conservar intacta mi autoestima cuando al cabo de una hora, la vi salir de su habitación recién bañada y al verme, sin hablar, sacó al perro fuera y poniéndose a cuatro patas, se acercó a donde yo estaba, ladrando. Era su manera de decirme que al menos por lo que quedaba de noche, prefería ser la perra de un amo que la amante de un perro.
Sonriendo al haber recuperado mi orgullo, `palmeé su lomo y cogiéndola del collar, la llevé a la cama. Mi perrita me siguió meneando su colita, sabiendo que durante las siguientes horas, iba a disfrutar de las caricias de ese ser humano.

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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “El señor y la muchacha (Tercera parte)” (POR DULCEYMORBOSO)

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Laura se despertó al sentir la claridad colándose por las rendijas de la persiana. Estaba desubicada, se preguntaba donde estaba. Notó que estaba abrazada a alguien, abrió los ojo
s y la primera sensación que tuvo fue de vergüenza. La persona a la que estaba abrazada no era Pedro, su novio. Antonio… Recordó la noche anterior. Salió con sus amigas. Recordó que algo le habia empujado a ir a casa de ese señor. Había hecho el amor con ese hombre otra vez. Se ruborizó al sentir que estaba totalmente desnuda abrazada a él. La sábana había caido y bajó la vista por el estómago de ese hombre. Vio que él tambien estaba totalmente desnudo. Miro hacia la cara de él y vio que aún dormía. Su curiosidad la llevó a dirigir de nuevo su mirada hacia abajo. Bajo el ombligo reposaba el sexo de Antonio. Lo obervó detenidamente.Se preguntaba porque siendo así feo la atraía tanto. La piel no llegaba a cubrir el glande. Solo había visto a su novio desnudo y no podía evitar compararlos. Aquel glande era grueso,mas que el tronco del sexo. Le llamaba la atencion su color amoratado. A lo largo del tronco se marcaban mucho las venas. Le sorprendió que casi no tenía vellos, pensaba que eso de afeitarselos era cosa de la gente joven. Observó sus testículos. Eran grandes, estaban cubiertos de vellos cortos. Eran vellos canosos como los que tenía en la cabeza y pecho. Sintió esa sensación de nuevo por su cuerpo. No se reconocía ni a ella misma. Miró si seguía durmiendo y con muchos nervios acercó su mano. Pasó la yema del dedo índice por aquel tronco, recorrió con el dedo el camino que seguían las venas. Su dedo rozó los testículos y nerviosa abrió la mano y la puso en ellos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al acoger con delicadeza los testículos de Antonio con su mano. Los acarició con cuidado como dándoles un masaje. Laura enseguida sintió que aquel contacto la había hecho mojarse. No entendía que le pasaba con ese señor. Su vagina nunca se había mojado tan facilmente. Recordó la noche anterior…Antonio la habia lamido y besado entre las piernas. Nadie le había chupado entre las piernas y Antonio lo había hecho sin ni siquiera ella pedírselo.Al recordarlo sintió una sacudida electrica en su clítoris. Notaba sus muslos húmedos. Su sensible rajita estaba derramando su deseo por ellos. Instintivamente adelantó sus caderas para unirse a la pierna de Antonio. Tenía vergüenza de despertarlo y se movió frotándose despacio. La excitaba acariciar de esa manera a Antonio. Sorprendida sintió que aquel sexo comenzaba a moverse. Miró la cara de Antonio. Sus ojos cerrados le indicaban que estaba provocándole una erección aún estando dormido. Se maravilló por ello. Con mucho cuidado de no despertarlo puso su mano sobre el pene. Deseaba sentirlo crecer. El tacto de su mano lo hizo crecer rápidamente, en pocos segundos se había hinchado totalmente. En su mano sentía como aquel sexo palpitaba bajo su mano. Laura ni era consciente que cada vez se frotaba mas rápido contra el muslo de Antonio. Estaba muy excitada. Su mano agarró con delicadeza y comenzó a masturbar aquella polla que tantas sensaciones le producía. Estaba descontrolada por las sensaciones, su corazón latía muy fuerte.

    Antonio se despertó y sintió aquella caricia en sus testiculos. Recordó que aquella muchacha le habia pedido quedarse a dormir con él. Comprendió que se había despertado antes que él y la curiosidad la había llevado a explorar su cuerpo. Sentía la respiración agitada de la muchacha en su pecho. Sintió como la muchacha se movía contra él. Deseó abrazarla muy fuerte y hacerle el amor enseguida , cuando sintió que Laura pegaba su coñito a su pierna. En su muslo sintió lo mojada que estaba. Aquel sexo joven casi quemaba contra su pierna. Decidió hacerse el dormido y que la joven se sintiera libre para hacer lo que deseara. Antonio sintiendo aquella caricia en sus testículos, y como se frotaba contra él, no pudo evitar comenzar a excitarse. Estaba totalmente duro cuando sintió que su joven amante comenzaba a masturbarlo.
     Laura masturbaba aquel sexo y muy excitada apoyó su cara en el estómago de él. Deseaba mirar de cerca aquel pene mientras lo acariciaba. Se notaba totalmente mojada. Sus pezones muy endurecidos. Le fascinó tener tan cerca de su cara aquel sexo tan hinchado y grande. Pudo sentir el olor de hombre excitado que emanaba. Estaba muy nerviosa. Deseó hacer algo que nunca había hecho. Laura cerró los ojos y sin dejar de acariciar aquel pene bajó su cara hasta el muslo de aquel señor. Gimió al sentir como aquel glande excitado le rozo la boca. Deseaba hacerlo…..
      Antonio sintió como Laura bajaba su cabeza y se apoyaba en su muslo. Aquella muchacha lo masturbaba con verdadera pasión. Su corazón latía con muchisima fuerza. De pronto sintió que su glande rozaba los labios de esa niña. La escuchó gemir. El no quería que lo descubriera despierto. No quería que la muchacha se avergonzara y detuviera aquello. Se volvió loco de deseo y morbo al sentir que esa joven estaba masturbándolo contra su boca. Se frotaba los labios con su polla. La pasaba por su cara. La muchacha gemía contra sus testículos, contra su glande hinchado. Sentía que como siguiera así lo iba a hacer correrse enseguida. Antonio gimió de placer al sentir que Laura se la metía en la boca y lo chupaba. Aquella joven lo estaba volviendo loco. No era una mamada propiamente dicho pero lo estaba enloqueciendo. Laura tenía el glande por completo dentro de la boca y su lengua se enroscaba en el. Mientras su mano lo masturbaba con rapidez y deseo…Antonio gemía muy excitado…Miraba las nalgas desnudas de la muchacha, podía ver su coñito desde atrás asomar entre ellas…Deseó volver a lamer entre las piernas de ella. La giró hacia él de todo y la ayudó a subirse. La niña no dejaba de masturbarle y lamer su glande inflamado. Antonio contempló maravillado aquella vagina y separandole los labios con los dedos comenzó a mamarselo como si del mas suculento manjar se tratara. Laura gimió excitada al sentir la boca de aquel señor por segunda vez en su vagina. Antonio sintió el gemido de Laura en su polla. La lengua de aquella niña lo volvía loco. Laura muy excitada aumentó el ritmo de su mano…
          – Me vas a hacer correr pequeña, no sigas por favor…
       Al escuchar eso, Laura se estremeció. Comenzó a mover mas rápido la mano y ahora también sus labios chupaban aquel glande que tanto le gustaba su sabor. Antonio comenzó a temblar y sintió su polla estallar….Gimió de placer contra el coño de aquella niña. Se estaba corriendo en la boca de la muchacha. Laura descontrolada comenzó a frotarse contra la cara de Antonio. Se masturbaba contra su rostro. Antonio sentía aquel coño suave frotarse contra su boca, contra sus mejillas, sus ojos. Lo estaba empapando….Rozó su nariz y pudo oler el aroma embriagador de aquel sexo de niña excitada. Sintió como manaba de él muchisimo flujo y la sintió gemir. No pudo aguantar más con su polla en la boca pero no importaba, Antonio había eyaculado en la boca de Laura. La niña seguía corriéndose contra su cara, sus piernas temblaban mucho. Sintió que la boca de la joven se aferraba a su ingle y gemía….Habían tenido un orgasmo intenso. Se mantuvieron unos instantes en esa postura. Laura con sus piernas abiertas y su sexo en la cara de Antonio. Él tumbado debajo de ella, la cara de Laura en su muslo y sentía la respiración de la muchacha como una suave caricia en su polla…
        Laura se sintió feliz. Pensó que era una sensación muy intensa alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que la otra persona, con Pedro nunca le había pasado. Podía sentir en su vagina el placer que le había dado aquel señor con su boca. Se quedó mirando aquel pene. Lo había chupado. Era la primera vez que besaba y lamía una polla. Sintió el sabor de la leche de aquel hombre. Se ruborizó al darse cuenta que le había permitido eyacular en su boca. Se ruborizó al pensar que se había tragado aquel semen. Se ruborizó al sentir que aquella polla fea sabía bien….
         Sonó el teléfono. En la mesilla de noche había un reloj-despertador y vió la hora. Eran las doce de la mañana. Se levantó corriendo a coger el teléfono. Era su madre.
           – Mamá voy ahora mismo para casa, me quedé a dormir en casa de Lucía – Laura se giró y miró a Antonio que la observaba con admiración, Laura le sonrió entre halagada y ruborizada.
           Antonio la miraba mientras hablaba con su madre. Era una criatura hermosa. Destilaba sensualidad por cada poro de su piel. No podía evitar mirar entre las piernas de aquella muchacha. Aquel coño era el más hermoso que jamás había visto. Era un sexo precioso y a su vez cargado de morbo por lo carnoso y abultado que era. Se fijó en su color rosado. Laura se avergonzó al estar hablando con su madre y sentir que Antonio la estaba mirando entre las piernas. Sonrió ruborizada y se cubrió con una camiseta. Sintió la mano de Antonio que estirándose sujetó la camiseta y se la retiró con ternura. Se estremeció al sentir que su vagina atraía tanto a ese señor. Se despidió de su madre y colgó. Se quedó de pie al borde la cama mirando a Antonio. Él acercó su mano y le cogió entre las piernas.
        – Tanto le gusta mi vagina? – le dijo con la voz entrecortada. Aquella mano le hacía sentir placer.
        – Es el coño mas precioso y delicado que conocí nunca –  aquella mano grande estaba abierta cubriendo todo el coño de la niña y comenzó a abrirla y cerrarla como apretándoselo – pero quien de verdad me gusta eres tu pequeña.
         Antonio se sorprendió a sí mismo diciendo esas palabras. Laura miró el sexo de Antonio y vio que crecía. Acercó su mano y lo agarró comenzando a moverlo. Le fascinaba masturbarlo.
           – Te gusta mi polla? – Antonio también hablaba entrecortadamente por la excitación que sentía.
           – Es fea….- La joven miraba aquel pene totalmente hinchado mientras lo pajeaba- …pero me encanta… – se ruborizó al reconocerle lo que sentía.
           – Estas empapada pequeña…- sentía su mano totalmente mojada por los flujos de aquella joven.
          Laura se sonrojó y se subió a la cama. Se puso sobre él. Al ser bastante más pequeña de estatura dejó su vagina apoyada en el estómago de él. Deseaba besarlo. Se fundieron en un profundo beso,acariciando sus lenguas entre sí. Antonio sintió como la joven se deslizó hacia abajo. Aquel coño rozó su polla. Laura apoyó su cara en su pecho…
            – Y usted está muy excitado también…- al moverse un poco aquella polla resbaló entre los pliegues de su vagina penetrándola.. Gimieron…
           Laura comenzó a moverse sobre él. Aquella muchacha se movía con deseo y ansia. Se volvió loco de deseo al verla incorporarse y observar sus pechos endurecidos. La joven apoyaba sus manos en su pecho y se movía. Sentían una excitación descontrolada. Gemían, jadeaban. Antonio la sentía muy excitada y eso lo hacía excitarse más aún. Aquella muchacha buscaba su orgasmo con anhelo. El cuerpo de aquella niña se tensaba y jadeaba al tener aquellos pequeños orgasmos cabalgándolo. Laura apoyó su cara y sus tetas sobre él y comenzó a subir y bajar sus caderas con rapidez. Nunca lo habían follado con esa desesperación, con esas ansias. Lo iba a hacer correrse en breves segundos. Antonio llevó sus manos a las caderas de la niña para ralentizar sus movimientos y prolongar aquello pero ya había superado el punto de no retorno. Se iba a correr y comenzó a moverse también él empujando hacia arriba fuerte. Se estaban follando el uno al otro a la vez…Laura sintió aquel primer chorro contra su útero y comenzó a orgasmar en los brazos de Antonio. Él sintió sus testículos vaciarse de nuevo en aquel coño maravilloso. Temblaron…Se abrazaron fuerte….
 
       

Relato erótico “Joder Que puta es la guerra (3) Y (4) Yser” (POR JAVIET)

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Joder, que puta es la guerra (3)
PRIMEROS DE DICIEMBRE DE 1914.               SUDOESTE DE
BELGICA        BATALLA DE YSER.
 Jules Bonnier, soldado francés de 1,70 de altura, moreno de ojos vivarachos, en plena forma a sus 22 años, salió como el resto de los camaradas de su escuadra, del triste refugio en que dormitaban aquella noche, los disparos de la artillería alemana los despertaron abruptamente, unos minutos después el sargento Albért los mandó salir a la trinchera: – ¡Vamos muchachos salid! mas rápido, no os gustaría que una bomba cayera en el refugio, vamos lentos de las narices, a la trinchera y espaciaros, mantened la puñetera distancia. 
Estuvieron casi dos horas allí pegados a la pared de la trinchera, frente a ellos se veía el resplandor de los fogonazos de los cañones alemanes, los impactos de los proyectiles puntearon el terreno, primero frente a ellos destrozando las alambradas, luego llegaron los tiros más difíciles de soportar pues caían a un lado y otro de la trinchera, fue un buen rato de miedo y horror esperando el obús que los destrozase, pero tuvieron suerte y solo perdieron a cuatro camaradas aquella madrugada, Jules no los vio pues estaban más a la derecha en otro tramo de trinchera, pero el enlace del pelotón, paúl les dijo que había sido un impacto directo, nada que ver salvo algunas tajadas de carne y trozos de uniforme, ni se enteraron de que morían.
 Amanecía, eran las 06:30 se escuchaba barullo en las líneas “boches” algo estaban preparando aquellos granujas, el sargento Albert se paseaba por la trinchera tranquilizando a los hombres, un poco más allá se vio llegar al teniente Ménier con el resto del pelotón, los hombres que llegaban tomaron posición junto a sus compañeros rellenando huecos en la trinchera. En la posicion enemiga a 150 metros de ellos, tras de lo que quedaba de las alambradas y tierra revuelta salpicada de embudos de granada, aumento el murmullo de gente, el viento les traía aquel sonido amenazador.
 Varios silbatos sonaron casi simultáneamente, los alemanes surgieron de sus trincheras, eran una masa gris salpicada de pardo por el barro, avanzando ¡hacia ellos! No perdieron tiempo, el teniente ordeno: – ¡Fuego todos, matadlos!  La orden fue transmitida por el sargento y los hombres situaron contra la pared anterior de la trinchera, colocaron sus fusiles sobre los sacos del borde y abrieron fuego, la ametralladora Hotchiss del pelotón disparo a su vez, abatiendo entre todos a un buen numero de enemigos, apuntaban a bulto hacia la zona central de los cuerpos de los “boches” los impactos se producían en pecho y vientres de los atacantes que caían como bolos, algunos gruñían al ser alcanzados, otros solo gemían y se desplomaban, pero uno de ellos se llevó ambas manos a la zona genital y gritó, soltó un grito agudo y desgarrador antes de caer de bruces en el barro, el sargento Albert se rio diciendo: – Vale ya ha caído la nena, matad a los demás. La broma fue coreada por risas de los hombres mientras seguían disparando cruelmente sobre otros hombres de distinto uniforme.                      
 Los alemanes seguían llegando, frenada la primera oleada por el fuego francés, lanzaron una nueva oleada de tropas sobre ellos, los fusiles recalentados se encasquillaban más a menudo, eso era de todos sabido, el teniente ladro una orden: – ¡Cuando recarguéis, calad bayonetas, se nos van a echar encima! Seguid matando a esos cerdos. Lamentablemente el volumen de fuego fue menguando y los enemigos llegaron a las alambradas, devolvieron el fuego y algunos franceses cayeron, Louis el veterano de la sección recibió un tiro en la mejilla, en aquel momento Jules estaba recargando y vio como le daban, un chorro de sangre y trozos de algo le salió por la nuca, otros hombres más fueron cayendo con heridas en cabeza y hombros, devolvían el fuego contra los alemanes que se reagrupaban para asaltar la trinchera, se veían brillar sus bayonetas a la luz delamanecer.  
                                       
 El sargento Albért, exclamó: – ¡granadas, ahora que se han detenido para reagruparse, tiradles granadas! Algunos hombres dejaron sus fusiles y activaron sus granadas, las lanzaron por encima del parapeto hacia las alambradas,     Jules vio como caían entre los alemanes que se reorganizaban y estallaban entre ellos, detonaciones y fogonazos, hombres que caían y gritaban al ser sus cuerpos heridos por la metralla, algunos resultaron heridos, otros muertos atrozmente, a Jules le pareció ver como una granada caía junto a la cara de un “boche” tumbado en el suelo disparándoles, se produjo la explosión y solo distinguió un casco alemán cayendo del cielo con algo dentro salpicando a su alrededor, la ametralladora tableteaba furiosamente pero llegaban mas alemanes y supo que no podrían detenerlos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
 Jules disparo sus cinco disparos y se agachó para recargar, vio de refilón su reloj quedándose asombrado pues solo habían pasado diez minutos, juraría que habían pasado horas disparando al enemigo, apenas le quedaba munición así que se acercó a un herido y le cogió la suya, escuchó un griterío ¡vienen, vienen a la carga! El tiroteo se recrudeció, los gritos, los disparos, le resonaban en la cabeza, el humo le molestaba en la nariz y le picaban los ojos, vio llegar a los “boches” a la trinchera, disparó desde la cadera y vio caer a uno, movió el cierre e introdujo otra bala en la recamara, mientras lo hacía vio como uno de los atacantes disparaba en el pecho al teniente y luego saltaba a la trinchera, cayendo con  ambos pies sobre el pecho del oficial caído.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
                                             
Entraban más enemigos, todos luchaban como podían en la estrecha trinchera, Jean-luc recibió un bayonetazo en los riñones mientras disparaba, vio como Dervál le daba un culatazo en el pecho a un kraut, Jules vio como se le echaba encima un tío de sucio uniforme gris, sin pensarlo le dio un bayonetazo en las tripas, el alemán cayó al suelo en cuanto el retiro el rifle, Jules recordó su instrucción en combate a la bayoneta, clavar-retirar-rematar, sin pensárselo dos veces asestó un culatazo en el cuello de aquel hombre, un golpe tan fuerte y seco que escuchó cómo se rompía la columna vertebral del caído, al incorporarse diviso a un sargento alemán, llevaba en la mano izquierda una lüger y en la derecha una pala de trinchera alemana, le disparo en el vientre al cabo Fuchól y cuando este se doblaba por el dolor le asesto un golpe en el cuello con el filo de la pala, que casi decapitó al pobre desgraciado, se lanzo sobre aquel malnacido en una carga casi suicida, le acertó cuando se volvía hacia él y le metió un palmo de acero en el pecho, el alemán rugió de dolor y le miro a la cara, Jules le grito: – ¡Muérete Hans, muérete cerdo! El otro se bamboleaba, había dejado caer sus armas y se cogía al fusil de Jules, este vio caer una granada de palo alemana activada a dos metros de ellos, sin perder tiempo metió el dedo en el gatillo y disparo, el tiro reventó el pecho del alemán permitiéndole sacar la bayoneta, le dio un empujón al hombre y le lanzo contra aquella granada a punto de estallar.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
  La explosión de la granada, destrozó al alemán repartiendo sus restos en un surtidor de sangre, jirones de ropa y tajadas de carne y huesos, paradójicamente fue un trozo de costilla del “boche” lo que se llevo la rodilla de Jules, este sintió un dolor tremendo en la pierna  izquierda y cayó al suelo, desde allí siguió viendo como los hombres se mataban salvajemente, el sargento albért levantó su revólver lo pego a la nuca a un alemán que intentaba rematar un francés herido y le pago un tiro, mas allá los hombres luchaban a puñetazos, patadas, culatazos y hasta mordiscos, los uniformes se mezclaban en un baile atroz de sangre y muerte mientras su vista se iba tornando borrosa y gritó: – ¡NO NO NO NOOO NOOOOOO AYUDAAA!                                                                                                                                                                                                                                                                                            
¡NOOO AAAYUUUDAAAAAA, NOOOO, NOOOOO! Todo estaba oscuro y silencioso, no podía ver nada, escucho la suave voz de mujer: – Tranquilo cariño, tranquilo. Sintió sus manos acariciándole la cara, no pasa nada cariño es otra vez ese sueño, el sentía su corazón acelerado, su piel empapada en sudor frio, le temblaba todo el cuerpo. La mujer encendió una luz, entonces el pudo verla, era su esposa Marie Joubert, estaba en su cama y esta era su casa, recupero sus recuerdos de golpe.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                
  Estaban en enero de 1919, la guerra había acabado hacia meses, aunque para el acabó en diciembre de 1914 cuando le tuvieron que amputar la pierna izquierda por encima de la rodilla dejándole tullido de por vida, su vida militar había durado tres meses, dos en el cuartel y uno en las trincheras, su experiencia de combate 15 minutos, se paso otros dos meses en el hospital y luego lo facturaron de regreso a su casa con una pata de madera y el agradecimiento de la republica francesa, si claro que le quedó una pensión, ¡de risa! Unos pocos francos y una medalla, pero pudo ser aun peor,muchos convecinos del pueblo fueron reclutados, solo volvieron otros dos, uno con los pulmones enfermos por el gas, el otro sin brazos y tuerto, el al menos volvió casi entero con su amada Marie.                                                                                                                                                                                                                                                                      
Ahora tenía 27 años, se mantenía bien de forma física pues a pesar de su “pata de palo” su granja funcionaba bien, no era gran cosa, unas pocas vacas, unas cepas para hacer buen vino y un huerto mediano, les daba para comer y sacaban dinero, nunca serian ricos pero tampoco pobres, además su mujer le adoraba, había sido su primera novia y nunca lo dejaron, solo habían estado lejos el uno del otro aquellos meses de guerra, ella fue fundamental en su recuperación cuando él se sentía tan mal, siendo su amor lo único que le impidió hacer una locura, se recupero gracias a la hermosa mujer que ahora venia contenta hacia él, se detuvo a su lado y le cogió de las manos diciendo: – Sabes mon cherie, ¡vamos a ser papas!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
 Efectivamente lo fueron, el niño se llamo Jules como papa y nació el 1 de septiembre de 1919, tuvo una infancia feliz, durante su pubertad tonteo con algunas chicas, luego se echó una guapa novia, nadie podía suponer que justo el día de su 20º cumpleaños, estallaría la 2ª guerra mundial, el conflicto que mató a millones de seres humanos en todo el mundo y comenzó la era atomica.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            
Pero eso es otra historia, tened cuidado el destino está ahí fuera ¡ESPERANDOOS! Cuidaros y sed felices….mientras podáis recordad lo que dicen del 2012, ya falta poco. 
Joder, que puta es la guerra (4)
JODER, QUE PUTA ES LA GUERRA (4) DRESDEN.
13 de Febrero de 1945, Arrabales de Dresden (Alemania) 12:45.
El cabo del cuerpo de panzers Ernst bohel, de 24 años llegaba de vuelta a su ciudad natal, pensó con amargura que no llegaba como héroe victorioso tras vencer a los rusos, venia formando parte de una marea humana de tropas en retirada y miles de refugiados civiles que huían de Prusia oriental, silesia y hasta de Polonia, seguidos por el victorioso ejército soviético.
Dejándose llevar por la multitud se fueron internando en la ciudad, las autoridades civiles NSDAP y policía se encargaban de dividir aquella masa entre soldados y civiles, los primeros eran enviados a unos cuarteles improvisados con el fin de reasignarlos a unidades provisionales y rearmados, se preveía que el Führer designaría la ciudad como “fortaleza” y por tanto defendida hasta el último hombre, los civiles fueron distribuidos donde se pudo pues eran demasiados, cuando se acabaron las casas y los albergues se los ubico en conventos y centros deportivos, cuando todo espacio cubierto se agotó les cedieron tiendas de campaña del ejercito y les asentaron en parques públicos, pero eran demasiados y aquella multitud de gente acabo durmiendo en la calle cuidando de sus exiguas pertenencias, se veian mujeres y niños, también ancianos y jóvenes mutilados de guerra apoyados en muletas, huidos de todas partes y sin ningún lugar al que ir llevando a cuestas en pequeñas maletas todo lo que quedaba de una vida anterior.
Finalmente Ernst se encontró ubicado en un antiguo cuartel, allí encontró a otros camaradas de su regimiento Panzer y los dieron a los que eran de la ciudad permiso para ir a ver a sus familias, naturalmente nuestro protagonista tras darse una ducha y ponerse algo de ropa más o menos limpia, corrió a su casa para ver a su esposa y a sus padres, no le importaba nada más que llegar a casa y abrazar a sus seres queridos.
La ciudad no había sido bombardeada, las calles estaban moderadamente limpias aunque abarrotadas de refugiados que buscaban acomodo y comida donde fuera, en veinte minutos llegó a su casa y llamó a la puerta, el corazón se le acelero cuando esta se abrió y vio a Hildegard su madre, ella dijo:
Ernst ¡hijo mío, has vuelto!
¡si mama, soy yo he vuelto a casa!
Se abrazaron, alertados por las voces salieron los restantes miembros de la familia, su padre Otto y por fin su joven esposa Klara, todos se besaron y abrazaron sin dejar de reír, el hijo prodigo había vuelto de la guerra y a nadie le importaba si como héroe o derrotado, estaban todos otra vez juntos y todo el mundo sabía que la guerra no podía tardar en acabar, todo el mundo lo decía.
Entraron en casa y Ernst se quito su viejo y raido chaquetón de camuflaje invernal, así como su bufanda gris “de la suerte” pasando al cálido cuarto de estar cogiendo de la mano a su esposa, entretanto su madre preparó algo de comida mientras le recriminaba que no escribiese más a menudo, su mujer Klara le dijo que estaba muy delgado y su padre le ofreció un puro para después de comer, luego pasaron al comedor y comieron tranquilamente mientras él les contaba las vivencias que había tenido, nadie sabía cómo era hacer la guerra desde el interior claustrofóbico de un tanque, menos claro está los que lo habían experimentado y cuando se lo conto se inquietaron bastante.
Casi a las 18:00 y después de una larga sobremesa y charlar bastante, dejo a sus padres y subió con su esposa al dormitorio tras excusarse diciendo que estaba agotado, no se le paso por alto la mirada cómplice entre su mujer y su madre para que no los molestasen durante un buen rato, atrás quedaban las voces de sus padres comentando como se llenaba la ciudad de refugiados.
En el dormitorio y tras cerrar la puerta, se abrazaron y besaron con pasión el cuerpo delgado de ella se mostro en su lozana belleza, pelo largo y rubio senos medianos vientre plano, amplias caderas y culo firme sobre un par de piernas bonitas de verdad muy bien torneadas, con ansias y ganas de satisfacer deseos reprimidos largo tiempo, las manos volaron por sus jóvenes cuerpos acariciándose mientras se desnudaban, primero fue algo lento pero el deseo los espoleaba y acabaron quitándose la ropa frenéticamente, las botas del uniforme se resistieron un poco a las prisas de los dos amantes pero finalmente cayeron al suelo, Klara en la cama se abrió como una delicada flor rubia y preciosa, Ernst sobre ella se dejo llevar por el deseo y penetro el ansioso y chorreante coño de su esposa.
Los movimientos de ambos en la postura del misionero, se fueron haciendo poco a poco más veloces, entre suspiros y jadeos la pareja se entregó a la lujuria y disfrutó del reencuentro con aquel esplendido polvazo, el primer orgasmo de ambos no tardó en llegar, era natural que fuera tan rápido tras tanto tiempo de abstinencia, sus cuerpos entrelazados en aquel orgasmo se tensaron entre besos y jadeos para finalmente quedarse poco a poco relajados y quietos sin separarse, compartiendo su calor y sudor besándose con cariño.
Unos minutos después, Klara se levantó de la cama y poniéndose la bata salió de la habitación para limpiarse un poco en el baño que estaba en el pasillo superior de la vivienda, cuando volvió vio a Ernst de pie desnudo mirando por la ventana, se acercó a él y vio su cuerpo delgado pero musculoso debido al ejercicio constante, su cuerpo firme la excitó de inmediato, vio las marcas de quemaduras que tenía en la parte posterior del muslo izquierdo y en la cadera, las toco con los dedos haciéndole que se sobresaltara diciendo:
–         ¿Qué haces ahí atrás?
–         Estas quemaduras cariño, no las tenias antes.
–         No cielo, son de hace tres meses cuando tuve que salir de un Panzer IV en llamas, tuve suerte y lo conseguí, pero solo salimos dos de aquel tanque el resto se quemo allí dentro, salimos dos de cinco tíos.
–         Pobres hombres, cuánto debes haber sufrido.
Klara le hizo girarse mientras caía de rodillas ante él, tomándole el miembro lo beso y acaricio para lentamente dejarlo entrar en su bonita boca de labios jugosos, la erección fue inmediata pues la lengua juguetona y sus golosos labios sabían muy bien lo que hacían, con la mano izquierda le sobaba los huevos y con la derecha se soltaba la bata y procedió a acariciarse el chochete sin dejar de dar placer oral a su hombre.
Ernst estaba alucinando, ella era antes mas cortada en la cama, pensó que la mamaba demasiado bien para no tener apenas experiencia en ello pues antes casi nunca lo hacía, se notaba que pese a la vigilancia paterna debía haber practicado por su cuenta con algún o algunos afortunados, sin duda soldados de permiso con carteras llenas de pagas atrasadas y huevos repletos por meses de abstinencia, bueno el tampoco había sido un santo y había visitado algún burdel, así que se relajo y disfrutó del excelente trabajo que ella le hacía.
Interrumpió la mamada cuando estaba a punto de correrse, la hizo levantar y quitarse la bata para volver a la cama, una vez allí la dijo que se pusiera a cuatro patas y con su culito en pompa situándose tras ella, la fue arrimando el prepucio al pequeño esfínter tras lubricarlo con bastante saliva, poco a poco consiguió entrar en ella, al principio costó un poco pero finalmente lo logró entre grititos de dolor, pero aquello no estaba tan ceñido ni le había costado tanto como la última vez que lo intentó, ahora se movía mas rápido en aquel agujero que se ceñía a su miembro estrujándolo en cada vaivén que daba, ella hundía la cara en la almohada ahogando los gemidos de placer mientras agitaba las caderas acoplándose al ritmo de la penetración disfrutando cada vez mas, Ernst la dio unos azotes en el culo mientras la jodía sin pausa, siguieron unos minutos de movimientos frenéticos por ambas partes salpicados de suspiros y gemidos hasta que la sintió correrse de placer bajo su cuerpo, ella puso sus dedos sobre su clítoris y lo masajeaba mientras Ernst seguía embistiéndola sin pausa, no tardo mucho en dejarse ir corriéndose dentro de ella e inundándola los intestinos de un aluvión de esperma viscoso y muy caliente, ella sin parar de tocarse el clítoris dejo de contenerse al notar su culo lleno y se dejo ir corriéndose a su vez entre jadeos de gusto.
 Pasaron bastante tiempo en la cama, retozando y jugando como si fueran recién casados, a las 20:05 la madre de Ernst llamo a la puerta anunciándoles que ya estaba la cena y que bajaran, no tardaron en vestirse y reunirse para cenar, después mientras las mujeres fregaban los platos y mientras los hombres fumaban escucharon la radio, decía que pese a los reveses sufridos la situación estaba bajo control, la gloriosa werhmach contraatacaría expulsando a los untermensch rusos de vuelta a sus guaridas en lo más profundo de esa cloaca llamada Rusia y bla bla bla.
Finalmente se reunieron todos en el salón de la casa y charlaron, de cuando en cuando Ernst les contaba anécdotas de la guerra, procurando contarles solo la parte curiosa o divertida de sus vivencias para no amargar a la familia con hechos trágicos. Asi pasó el tiempo mientras tomaban una copa antes de irse a dormir, a las 21:50 empezaron a sonar las alarmas.
–         Alarma aérea.- Dijo Otto, su padre – Hay que ir al refugio, está en la manzana siguiente.
–         No es posible. Dijo su madre, añadiendo: – Nunca nos han bombardeado, será un error.
–         Sea como sea, abrigaos y vámonos. Añadió su padre poniéndose en pie: – mejor prevenir que curar, vámonos.
Se pusieron los abrigos y salieron de la casa sin correr pero caminando rápido, en breve llegaron al refugio que ya estaba casi completo, entraron y se sentaron en el suelo mientras se acababa de llenar, luego un schupo (policía) cerró la puerta tras poner fuera un cartel que decía: COMPLETO. 230 PERSONAS.
A las 22:05 empezaron a caer las bombas, el sonido que hacían al caer era estremecedor y ponía los pelos de punta, luego venia el sonido de las explosiones y vuelta a empezar, las oleadas de bombarderos se sucedían una tras otra y solo se podían medir por el sonido de los motores, el ulular de las bombas cayendo y el retumbar de las detonaciones que destruían casas y calles.
Tras un par de horas de esta cacofonía de terror, entre explosiones y gritos de miedo dentro del refugio, todos notaron el calor, un calor agobiante los envolvía y se notaba allí a dos pisos por debajo de la calle, los edificios ardían y se derrumbaban taponando calles e impidiendo la llegada de ayuda, un humo acre y oscuro se filtraba bajo la puerta del refugio y desató el pánico a morir ahogados allí dentro, alguien dijo de salir pero el schupo les dijo que no se podía, tras varios ruegos y amenazas se llego a un acuerdo, el schupo saldría a echar un vistazo y vería si se podía salir, abrió la puerta y una tremenda bocanada de humo penetro en el refugio, el hombre salió y volvió pasados dos minutos, el uniforme echaba humo en algunos puntos donde le habían alcanzado pavesas ardientes, tras apagárselas a manotazos dijo:
–         No se puede salir, la ciudad arde hasta donde alcanza la vista, en esta misma calle los raíles del tranvía están al rojo vivo y dobladas, los edificios circundantes son teas o se han derrumbado, estamos más seguros aquí.
Pese a que el pánico dominaba a los allí reunidos, el schupo no dejo salir a nadie al exterior saco la pistola y la empuño dispuesto a ser obedecido como fuera, el calor pareció aumentar y el humo siguió filtrándose bajo la puerta, Ernst miro a sus padres y abrazo a su mujer dándola un breve beso en los labios, ella le dijo:
–         Te amo, pase lo que pase.
El hombre la miró a los ojos y supo que no mentía, también supo que seguramente no saldrían vivos de allí y morirían ahogados por el humo, o asados a fuego lento por el calor, si no salían a la calle para morir destrozados entre las bombas explosivas, o quemados por las bombas incendiarias de fosforo, supo tan seguro como que respiraba que esa era su última noche vivo, dio gracias a dios por estar entre sus seres queridos y mirándola a los ojos dijo:
–         Yo también te amo, créeme amor ya nunca nos separaremos.
—————FIN————–
Pd: Dejo la vida de nuestros protagonistas en vuestras manos, decidid vosotros si vivieron o murieron, ahora vamos a los fríos datos de la historia.
DATOS HISTORICOS: La ciudad de Dresden tenía el 13 de febrero de 1945. Alrededor de 700.000 habitantes, la mayoría refugiados y huidos de Prusia, Silesia y Polonia que huían del ejército ruso que mataba y violaba a los ciudadanos alemanes sin freno ni control.
La ciudad fue bombardeada durante los días 13 y 14 de febrero de 1945, durante día y noche. 1.300 aviones de bombardeo británicos y americanos, descargaron 200.000 pequeñas bombas incendiarias de fosforo y 5000 bombas de alto explosivo de tamaño medio, en total 4.000 toneladas de bombas cayeron en dos días sobre la ciudad arrasándola por completo.
La ciudad se convirtió en un inmenso brasero, el humo del incendio era visible a 100 Km de distancia. Las autoridades alemanas de la época contabilizaron los cuerpos quemados y medio reconocibles en 29.000 muertos, por culpa de la política de reducción de bajas al dar las noticias por la radio, a fin de confundir al enemigo.
Los últimos cálculos más recientes, hechos por arqueólogos y fuentes más neutrales, ascienden esa cifra: entre 140.000 y 200.000 muertos entre soldados y refugiados hombres, ancianos, mujeres y niños.
Según la convención de ginebra, atacar refugiados desarmados es un crimen de guerra. Ningún aviador aliado fue juzgado en Nürenberg por esta atrocidad.
¡Joder, que puta es la guerra! Si dudáis de mis datos consultad en la red. Recibid un cordial saludo y procurad ser felices, hasta la próxima.

“La enfermera de mi madre y su gemela” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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Sinopsis:

El precoz desarrollo de Alzheimer en mi madre me obligó a buscar una persona que me ayudara. Cuando más desesperado estaba por no hallar alguien de mi gusto, un compañero de trabajo me recomienda a su prima como enfermera.
Sin tenerlas toda conmigo, concierto una entrevista con ella y para mi sorpresa, resulta ser una joven recién salida de la universidad. Aunque su juventud me echaba para atrás, la urgencia de obtener ayuda me hace contratarla sin saber que la presencia de esa rubia en mi casa me iba a cambiar la vida para siempre.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
1

La vejez es una mierda. Si ya de por sí cuando llegas a una determinada edad es angustioso sentir que vas perdiendo facultades, más aún lo es cuando la persona que se va viendo disminuida es alguien al que quieres. Eso es lo que le ocurrió a mi madre siendo todavía muy joven.
Habiendo sido toda su vida una persona activa e inteligente, de improviso cuando tenía solamente cincuenta y tantos años se vio afectada por el alzhéimer. Al principio, eran pequeños despistes sin importancia que ella misma achacaba al estrés. Esa explicación se la creyó incluso ella durante unos meses ya que como estaba en la fase inicial, siguió con su vida y su trabajo sin disminuir el ritmo.
Desgraciadamente, la enfermedad poco a poco fue deteriorando sus facultades hasta un punto que se fue recluyendo paulatinamente en su interior. Por mi parte, con treinta años, soltero y con un trabajo que me absorbía mi tiempo, no quise o no pude verlo. Sé que no es excusa, pero entre mis ligues, mis viajes y mis amigos no fui consciente hasta que una madrugada mientras estaba de cachondeo recibí la llamada de un extraño, el cual, tras identificarse como policía, me explicó que la habían hallado totalmente desorientada en mitad de la gran vía. Por lo visto su estado era tal que no tuvieron más remedio que llevarla a un hospital y revisar su móvil para localizar el teléfono de un familiar. Como comprenderéis, me quedé acojonado y dándole las gracias, acudí en su ayuda.
Al llegar a la clínica, directamente pedí verla. El médico de guardia tras comprobar que era su hijo me preguntó cuánto tiempo llevaba con alzhéimer.
―Mi madre no tiene esa enfermedad― respondí irritado.
El facultativo comprendió que vivía en la inopia y sin entrar en discusión, me dejó entrar a su habitación. Si la expresión de locura de mi progenitora ya era bastante para asustarme, lo que realmente me aterró fue que al verme me confundiera con mi padre.
―Mamá, papá lleva muerto diez años― respondí con tono suave.
Al escucharlo mi madre, soltó una carcajada y dirigiéndose a la enfermera que tenía a su lado, le soltó:
―No le dije que mi novio era muy bromista.
Su respuesta me desmoralizó y reconociendo por primera vez el problema, fui a disculparme con el médico y a pedirle consejo. Ese tipo de situación debía ser algo habitual porque sin aceptar mis disculpas, me explicó que a buen seguro en un par de días recobraría la conciencia pero que eso no era óbice para que esa enfermedad siguiera su curso.
Atentamente, escuché sus consejos durante media hora cada vez más destrozado…

2

Tal y como me había anticipado, a la mañana siguiente al despertarse mi madre era otra vez la mujer de siempre pero no se acordaba de nada. Por eso al amanecer en la cama de un hospital conmigo dormido en el sofá de al lado, me preguntó que hacía ella allí.
―Mamá tenemos que hablar…― respondí y con el corazón encogido de dolor, le informé no solo de cómo había perdido la cabeza la noche anterior sino también de la cruel sentencia que el destino le tenía reservado.
Fue entonces cuando demostrando una serenidad que yo no hubiera tenido me confesó que se lo temía y que si no me había dicho nada era porque antes de hacerlo quería dejar las cosas bien atadas.
― ¿A qué te refieres? ― pregunté.
Con la mente totalmente clara, me contó que estaba cerrando la venta de su negocio y que de ir las cosas como tenía previstas, en menos de una semana, se desharía de él. Comprendí y sobre todo aprecié el valor con el que afrontaba su futura demencia y con todo el dolor del mundo le prometí mi ayuda….
Los hechos posteriores se desarrollaron a una velocidad endiablada debido en gran parte a su juventud. Su edad lejos de ser un obstáculo para el avance de su enfermedad, lo aceleró y por eso, aunque en un principio, me bastaba yo solo para cuidarla a raíz de que casi quemara la casa no me quedó más remedio que plantearme otras soluciones.
Reconozco que pensé en internarla, pero el día que fui a visitar un asilo que me habían recomendado, se me cayó el alma a los suelos al ver a los residentes de ese lugar y como mi madre me había dejado una fortuna decidí que la tendría en casa todo el tiempo que pudiera.
Durante dos semanas busqué algún candidato o candidata que se quedara con ella mientras yo no estaba. Lo que en teoría debía resultar sencillo se convirtió en una odisea porque el que no era un gordo apestoso, era una geta que no me generaba ninguna confianza. El azar quiso que una mañana, un compañero del curro al oír mi problema me dijera:
― ¿Por qué no entrevistas a mi prima? Es enfermera geriátrica y te saldrá barata ya que como no ha conseguido trabajo, se ha tenido que volver al pueblo.
Confieso que, si bien no me hacía gracia contratar a alguien emparentado con él, la urgencia hizo que me asiera a su sugerencia como el que se agarra a un clavo hirviendo y acepté conversar con ella, sin darle mayores esperanzas.
Debido a que su pueblo estaba lejos de Madrid, quedé que a los dos días la recibiría. ¡Malditos dos días! En esas cuarenta y ocho horas, mi madre se cayó en la ducha, se rompió la pierna y perdió la poca conexión con la realidad que le quedaba. Por eso, tuve que pedir un anticipo de mis vacaciones para estar con ella.
La mañana que conocí a Irene, estaba con los nervios a flor de piel. Todo era un mundo para mí y reconozco que estaba totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Mientras la esperaba sentado en mi salón, no podía dejar de pensar en que quizás tendría que finalmente internar a mi pobre madre en un asilo. Para colmo cuando llegó y tocó a mi puerta, me encontré que la muchacha era una cría.
«¡No me jodas!», pensé al ver que era una rubita con cara de niña buena, «¡Si acaba de salir del colegio!».
Afortunadamente durante la entrevista, Irene demostró ser una persona con la cabeza bien amueblada y agradable que de forma rápida consiguió cambiar mi primera impresión. Cómo además sus pretensiones económicas eran bajas y al no tener donde vivir, se quedaría en casa, me terminó de convencer porque así me aseguraba un servicio 24 horas. Tras una breve discusión llegamos al acuerdo que sus días libres coincidirían con los míos por lo que cerré con un apretón de manos el trato.
La alegría que demostró al ser contratada me hizo casi arrepentirme de la decisión. Comportándose como una adolescente, empezó a pegar saltos chillando mientras me agradecía el hecho de no tener que volver al pueblo.
― ¿Cuándo puedes empezar? ― pregunté creyendo que me diría que en un par de días y con la idea de usar ese tiempo en buscar a otra.
―Hoy mismo, en dos horas. Solo tengo que recoger mi ropa de casa de mi primo…
3

A la mañana siguiente cuando desperté el recuerdo de cómo había dejado llevar pensando en ella, me golpeó con fiereza. Con la luz del día mi actuación me resultó repulsiva y carente de toda lógica, teniendo en cuenta no solo nuestra diferencia de edad sino el hecho de que esa niñata era la enfermera. Asumiendo que cualquier acercamiento por mi parte terminaría en fracaso y sin nadie que se ocupase de mi madre, decidí no volver a cometer ese error y con ello en mi mente, me levanté al baño.
Al ser temprano, no tenía prisa y con ganas de relajarme, llené la bañera y me metí en ella. El agua caliente me adormeció y sin darme cuenta Irene volvió a mi mente. Rememorando lo soñado, involuntariamente mi pene se alzó sobre la espuma, como muestra clara que por mucho que lo intentara esa mujercita me tenía alborotado. Afortunadamente el sopor me impidió pajearme porque si no hubiera sido todavía más humillante la pillada que esa bebé me dio.
Estaba con los ojos cerrados luchando con las ganas de coger mi polla y darle uso cuando de pronto escuché:
―Señor, le he traído un café y el periódico. ¿Quiere que se lo lea?
Mi sorpresa fue total porque al abrirlos, me encontré con esa chavala sentada en una silla, mirándome. Me quedé paralizado cuando extendiendo su brazo me dio la taza como si nada.
― ¡Estoy en pelotas! ― grité mientras usaba una mano para tapar mis vergüenzas.
La muchacha, sin darle importancia, me contestó:
―Por eso no se preocupe, además de enfermera tengo cinco hermanos y no me voy a escandalizar por ver a un hombre desnudo― pero al ver la mirada asesina con la que le regalé, decidió dejarme solo.
«¡No me puedo creer que haya entrado sin llamar!», pensé de muy mala leche, «¡Esta tía se ha pasado dos pueblos!».
Indignado hasta decir basta, me terminé el puto café y saliendo del baño, entré en mi habitación para descubrir que esa cretina me había hecho la cama. Que hubiera asumido que podía arrogarse también esa función acabó por sacarme de las casillas y vistiéndome, resolví montarle una bronca, aunque eso significara quedarme sin sus servicios.
El destino quiso que, al llegar a la cocina, estuviera dando de desayunar a mi madre y sabiendo cómo le alteraban los gritos, tuve que contenerme y decirle en voz baja:
―Irene, tenemos que hablar.
La muchacha levantó su mirada al oírme y con una sonrisa, contestó:
―Ya sé que debía haberle preguntado, pero al ver que las sabanas estaban llenas de manchas blancas, me pareció lógico el cambiarlas.
Saber que esa chavala había descubierto los restos de mi corrida, me llenó de cobardía y sin los arrestos suficientes para encararme con ella, me di la vuelta y salí de casa, pero no lo suficientemente rápido para que no llegara a mis oídos que Irene le decía a mi vieja:
―Menos mal que he llegado a esta casa, no comprendo cómo han podido vivir ustedes solos sin nadie que los cuidara.
Ya en el coche y mientras pensaba en lo ocurrido, resolví:
«¡Me tengo que librar de esta loca!».
La rutina del día a día y el cúmulo de trabajo que se agolpaba sobre mi mesa consiguieron hacerme olvidar momentáneamente del problemón que me esperaba cuando volviera del curro. Durante todo el día la actividad me mantuvo ocupado, de manera que no fue hasta las siete de la tarde cuando recordé que esa noche tendría que poner las maletas de esa niña en la calle.
Si ya no tenía ninguna duda de que tenía que echarla, fue su primo quien me hiciera ratificarme aún más en esa decisión al decirme:
―Por cierto, Alberto, esta mañana me llamó Irene y me contó lo feliz que estaba viviendo en tu casa ya que tu madre es un encanto y tú todo un caballero.
Mi cara de alucine debió ser tan rotunda que muerto de risa me comentó que, tomándole el pelo, le soltó que no se fiara porque tenía fama de Don Juan y que ella al oírlo, se había indignado y que le había colgado el teléfono, contestando:
―No te permito que hables así de mi jefe.
En ese momento, no supe con quién estaba más cabreado si con su primo por ser tan indiscreto o con ella por su absurdo comportamiento. La actitud que había demostrado esa chavala revelaba un sentimiento de propiedad que nada tenía que ver con la debida fidelidad a quién le paga sino más bien con un enfermizo modo de ver nuestra relación laboral.
Os reconozco que cuando encendí mi coche, estaba tan furibundo que, de habérmela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de mi chalé sin más contemplaciones. Afortunadamente para ella, la media hora que tardé en llegar me sirvió para tranquilizarme y por eso al cruzar la puerta pude escuchar unas risas que provenían del salón.
Ese sonido tan normal por otros lares me resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido mi hogar. Extrañado e incrédulo por igual, me acerqué a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrí a mi madre chillando de gusto y a Irene haciéndole cosquillas. Esa escena que en otro momento me hubiese enternecido, me dejó paralizado por la indumentaria de la muchacha.
«¡No puede ser verdad!», rumié entre dientes al percatarme que Irene llevaba puesto un uniforme nuevo y que este al contrario del anterior no podía ser más sugerente.
Desde mi ángulo de visión, el exiguo tamaño de su vestido rosa me dejaba observar en su plenitud dos maravillosas nalgas apenas cubiertas por una tanguita azul. Si ya eso era un cambio brutal, más aún lo fue ver que como complemento, la cría se había puesto unas medias con liguero. Si queréis que defina ese traje, parecía el disfraz que llevaría una stripper encima de un escenario. Mientras babeaba admirando su belleza, Irene no paraba de jugar con mi madre sin percatarse del extenso escrutinio al que la estaba sometiendo.
«Parece una puta cara», sentencié bastante molesto por el modelito y alzando la voz, dije:
―Buenas noches.
La niñata al escucharme, se levantó del suelo y corriendo hacia mí con una sonrisa, me soltó:
―Señor, ¿Le gusta mi nuevo uniforme?
Os juro que al verla de pie y descubrir que su tremendo escote me dejaba ver sin disimulo el sujetador de encaje, provocó que tuviese que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarme allí mirándole las tetas. Retomando mi cabreo, contesté:
―No, me recuerdas con él a una zorra que pagué.
Mi ruda respuesta la dejó paralizada y con lágrimas en los ojos, me preguntó qué era lo que no me gustaba. Fue entonces cuando cometí quizás el mayor acierto de mi vida porque acercándome a ella, con dureza, respondí:
― ¿No te das cuenta de que soy un hombre y que con él estás declarándome la guerra? ― para recalcar mis palabras, manoseé sus nalgas mientras le decía: ―Da la impresión de que lo que deseas es que te follé.
Si bien era previsible que Irene se echara a llorar, lo que no lo fue tanto fue que al sentir la tersura de su piel se despertara el animal que tenía dentro y aprovechando que estaba de frente a mí, perdiendo la cabeza, desgarrara su vestido dejándola medio desnuda.
―Si quieres que te trate así, ¡No te lo pongas!
Al observar el pánico en sus ojos, me tranquilicé y dándome la vuelta me fui a mi habitación. Ya solo, el maldito enano que todos tenemos en la mente me echó en cara mi conducta:
«Eres un hijo de puta. ¡Pobre niña!», machaconamente mi conciencia perturbó mi ánimo.
Mis remordimientos fueron en alza hasta que, al no poderlos aguantar, decidí ir a pedirle excusas. Pensando que la chavala estaría haciendo la maleta, me dirigí a su habitación y aunque no la encontré, si me topé con el otro uniforme que se había comprado. Si el primero era escandaloso, este segundo era aún peor porque era totalmente transparente. Al examinarlo bien, descubrí que me había equivocado porque a la altura de donde debían ir sus pechos cuando se lo pusiera, dos cruces rojas taparían sus pezones.
Comprenderéis e incluso aceptaréis que, al imaginarme a Irene con semejante vestimenta, me excitara y tratando de analizar esa conducta, caí en la cuenta de que la única explicación posible era… ¡Que esa cría tuviera alma de sumisa!
Ese descubrimiento quedó confirmado cuando bajé a la cocina y me encontré con la rubia en sujetador y tanga. Todavía sin tenerlas conmigo quise corroborar mis sospechas y por eso le pregunté por qué andaba así. Su respuesta lo dejó clarísimo:
―Usted me lo ordenó― su tono seguro era el de alguien que no había cometido ningún error.
Al someter su contestación a un somero estudio, supe que no había equívoco y que esa cría al aceptar trabajar en mi casa había asumido que sería enfermera, chacha y esclava para todo. Deseando revalidar ese extremo, la llevé al salón y sentándome en el sofá, le ordené que se arrodillara a mis pies. La sonrisa que leí en sus labios mientras obedecía, me demostró que aceptaba de buen grado ese estatus.
Confieso que me calentó verla adoptando esa posición tan servil y forzando su entrega, le pregunté:
― ¿Quién eres?
Mi interrogatorio la destanteó y bajando su mirada, respondió:
―Su enfermera.
Al escucharla, solté una carcajada y tomando uno de sus pechos en mis manos, repetí mientras le daba un pellizco en el pezón:
―Te he preguntado quién eres, ¡No quién aparentas ser!
El gemido que surgió de su garganta fue lo suficientemente elocuente, pero, aun así, esperé su contestación. La cría con rubor en sus mejillas me miró diciendo:
―Nadie, no soy nadie. Una esclava solo tiene derecho a ser eso, una esclava.
Usando entonces mi nuevo poder, le ordené que se desnudara. Irene que obedeció desabrochó su sujetador y lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
―Acércate.
La mujercita se arrodilló y gateando llegó hasta mi lado, esperó mis órdenes.
―Aquí estoy, amo―, escuché que me decía.
―No te he dado permiso de hablar― la recriminé. ―Date la vuelta y muéstrame tu culo.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad y satisfecho, le di un azote y le exigí que me exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi aprobación.
― ¡Qué belleza! ― complacido exclamé al comprobar que lo llevaba completamente depilado. ―Separa tus labios― ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Forzando su deseo, le di la vuelta y bajándome la bragueta, la senté en mis rodillas mientras tanteaba con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y asumiendo que deseaba tomarla por detrás, forzó la penetración con un movimiento de su trasero. Cómo mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, le pregunté:
― ¿Por qué tienes el culo dilatado?
Muerta de vergüenza y con la respiración entrecortada, me respondió:
―Me he pasado toda la tarde con un estimulador anal, soñando con esto.
Su confesión me hizo preguntar qué más planes tenía preparados antes de que yo llegara. La muy puta comenzó a moverse, cabalgando sobre mi pene, mientras me decía:
―Pensaba que, si con ese uniforme no me follaba, meterme esta noche en su cama.
El descaro que mostró me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo empalándola a cada paso. Sus alargados gemidos fueron una muestra clara que estaba disfrutando por lo que, acelerando mis movimientos, cogí sus pechos entre mis manos. Mi nuevo ritmo le puso frenética y berreando de placer, gritó:
― ¡Supe que sería suya en cuanto lo vi!
Para entonces mi lujuria era tal que, cambiándola de postura, la puse a cuatro patas sobre el sofá y reanudé con mayor énfasis el asalto sobre su culo. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo mi trotar en un desbocado galope donde Irene no dejaba de gritar.
―Por favor, amo. ¡No deje de usar a su puta!
Contesté su total sumisión con un fuerte azote. La rubita al sentirlo aulló descompuesta:
― ¡Me encanta!
Su alarido me azuzó y alternando de una nalga a otra, le fui propinando duras cachetadas siguiendo el compás con el sacaba mi pene de su interior. El salón se llenó de una peculiar sinfonía de gemidos, azotes y suspiros que incrementó aún más nuestra lujuria. Irene ya tenía el culo completamente rojo cuando se dejó caer sobre el diván, presa de los síntomas de un brutal orgasmo. Fue impresionante ver a esa chavalita, temblando de dicha mientras se comportaba como una mujer sedienta de sexo.
― ¡Amo! ¡No pare! ― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió la mesura y berreando como cierva en celo, se corrió mientras de su sexo brotaba un geiser que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando viéndola satisfecha, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su ojete mientras la rubita no dejaba de aullar desesperada. No tardé en verter mi gozo en el interior de sus intestinos. Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. Mi nueva amante me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado diciendo:
―Siempre soñé con tener un dueño.
Os parecerá hipócrita, pero estaba contento por no haberla echado y aun sabiendo que la había contratado para realizar otra tarea, esa cría no solo había cubierto mis expectativas, sino que me había ayudado a reconocer mi lado dominante. Por eso, cargándola, la llevé hasta mi cama y depositándola sobre las sabanas, riendo contesté:
―En cambio, yo nunca deseé una sumisa.
Asustada por que fuera a prescindir de ella, me imploró que no lo hiciera. Soltando una carcajada, la tranquilicé diciendo:
―Pero ahora que te he encontrado, ¡No pienso perderte!

4

Llevaba casi seis meses conmigo y como siempre, mi enfermera, chacha y sierva dormía plácidamente a mi lado cuando me desperté. Aprovechándolo, usé su dormitar para observarla. Su belleza casi infantil se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Reconozco que entonces y hoy en día, es un placer espiar sus largas piernas perfectamente contorneadas, su cadera de avispa, su vientre liso y sobre todo sus hinchados pechos.
«¡Está buenísima!», pensé satisfecho aun sabiendo que lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor.
Cuando la contraté, me sedujo sin saber si sería el amo que llevaba tanto tiempo buscando, pero no se lo pensó dos veces. Había descubierto nadas más verme que mi sola presencia la ponía bruta y lanzándose al vacío, buscó ser mía.
Desnuda y sabiendo que al despertar no se iba a oponer, recorrí con mis manos su trasero. Aunque el día anterior había hecho uso de él, todavía me sorprendía lo duro que lo tenía.
―Tienes un culo de revista― susurré en su oído mientras me pegaba a ella.
―Gracias mi amo― contestó sin moverse.
Su aceptación me satisfizo y recreándome en su contacto, subí por su estómago rumbo a sus pechos con mis manos. Irene suspiró al notar que mis dedos se topaban con la curva de sus senos y maullando como una gata en celo, me hizo saber que estaba dispuesta presionando sus nalgas contra mi miembro.
Alzándose como un resorte, mi pene reaccionó endureciéndose de inmediato y ella al sentir mi erección no dudo en alojarlo entre sus piernas, sin llegar a meterlo como si dudase por cuál de sus dos entradas quería su dueño tomarla.
―Eres una zorrita viciosa― dije al bajar hasta su sexo y encontrármelo empapado.
―Lo sé, amo― respondió con tono meloso moviendo sus caderas, tras lo cual y sin más preparativos se introdujo mi extensión en su interior.
Su cueva me recibió lentamente de forma que pude gozar del modo tierno en que la piel de mi verga iba separando sus pliegues y rellenando su conducto. Esperé a que la base de mi pene recibiera el beso de sus labios genitales para llevando nuevamente mi mano a su pezón darle un suave pellizco.
Mi rubita al experimentar esa ruda caricia supo mis deseos y acelerando sus movimientos, buscó mi placer mientras su vagina, ya empapada, estrujaba mi pene con una dulce presión. Tanto ella como yo lo deseábamos por lo que nuestros cuerpos se fueron calentando mientras iniciábamos un ancestral baile sobre el colchón.
Mi pecho rozando contra su espalda, a la vez que unos palmos más abajo mi verga se hundía y salía del interior de su sexo fue algo tan sensual que no pude más que besar su cuello y susurrando en su oído decirle:
―Me encanta que seas tan puta.
Mis rudas palabras fueron la orden que necesitaba para empezar a gozar y antes que me diera cuenta sus jadeos se transmutaron en gemidos y olvidándose de pedirme permiso, se corrió. Supe que tenía derecho a castigarla, pero me apiadé de ella y mientras se retorcía con el primer orgasmo de la mañana, clavé mis dientes en sus hombros para que la marca de mi mordisco fuera la enseña de su entrega. El dolor se mezcló con el placer y prolongó su clímax. Irene, dominada por la lujuria, me rogó con un grito que me uniese a ella.
―Todo a su tiempo― contesté dándole la vuelta.
La cría creyendo que deseaba besarla, forzó con su lengua mis labios. Descojonado la separé diciendo:
―Tanto me deseas que no puedes aguantar unos minutos.
Poniendo cara de putón desorejado, contestó:
―Amo, mi función es servirle y eso hago― y sonriendo, se sentó sobre mí, empalándose nuevamente.
La urgencia que mostró al empezar a saltar usando mi pene como su silla y la forma en que sus pechos se bamboleaban siguiendo el ritmo, me terminaron de excitar e incorporándome, acudí a la llamada de ese manjar metiendo uno de sus pezones en mi boca.
―Son suyos― respondió fuera de sí al sentir que como si fuera su hijo empezaba a mamar de ellos mientras su cuerpo convulsionaba nuevamente de placer.
Despertando mi lado fetichista, mojé mis dedos en su sexo tras lo cual le pedí que me los chupase. Mi petición no cayó en saco roto y bajando su cabeza, se los llevó a su boca y sensualmente usó su lengua para saborear el producto de su coño. El erotismo de su actuación que fue demasiado para mi torturado pene y como si fuera un volcán en erupción, explotó lanzando ardientes llamaradas al interior de su vagina. Irene al sentir que mi simiente anegaba su conducto y con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias por hacerla sentir mujer.
Totalmente exhausto, me dejé caer sobre las sábanas mientras la feliz enfermera me abrazaba. Durante unos minutos, nos quedamos callados cuando de pronto se levantó corriendo:
― ¿Dónde vas?
Sonriendo, respondió:
―A cambiar el pañal a su madre. Pero no se preocupe, ahora mismo vuelvo y me echa otro polvo.
Soltando una carcajada, contesté:
―Aunque me apetece, no tengo tiempo. Debo irme a trabajar.
Mientras iba hacía el curro, no pude dejar de meditar sobre la suerte que había tenido al contratarla. Irene no solo cuidaba a mi madre con un cariño brutal, sino que había ocupado el vacío en mi cama. Comportándose la mayoría de las veces como una amante sumisa en otras ocasiones adoptaba un papel mucho más protagónico y me pedía realizar sus fantasías. No era raro que, al volver a casa, esa mujer me hubiera preparado una sorpresa, desde ir al cine para que al amparo de la oscuridad me hiciera una mamada en público, a que la llevara a un bar y en los servicios, me obligara a tomarla. Realmente, mi vida había dado un giro para bien a raíz de su llegada.
Satisfecho con ese nuevo rumbo, me cabreó en un principio que esa tarde al volver, esa rubia me pidiera como favor que durante quince días aceptara que su hermana gemela se quedara en casa.
― ¿Y eso? ― contesté al saber que, si daba mi brazo a torcer, íbamos a tener que dejar aparcada nuestra relación ya que para todos era un secreto que Irene se acostaba conmigo.
―Viene a un curso y como no quiere gastar más dinero, me ha rogado que la acoja.
Conociendo sus orígenes humildes y reconociendo que dos semanas a dieta era algo que podía soportar, acepté que viniera sin saber lo que se me venía encima.
Durante los días siguientes Irene, quizás temiendo la abstinencia, se comportó aún más ansiosa de mis caricias y aprovechó cualquier momento para dar rienda a su lujuria. Deslechado hasta decir basta, afronté con tranquilidad la llegada de su hermana…

5

Desde el momento que esa rubia angelical llegó a mi casa, se hizo cargo no solo del cuidado de mi madre, sino que se adueñó de ella de un modo tan total que no me no pude hacer nada por evitarlo. Demostrando un cariño y una ternura sin límites, cubrió a mi vieja de cuidados obligándola diariamente a ponerse guapa y a levantarse, pero también como una mancha de aceite, su presencia se fue expandiendo, asumiendo para ella funciones para las que no había sido contratada.
Un ejemplo claro de lo que hablo ocurrió a los dos días, cuando al llegar del trabajo me encontré con la sorpresa que un olor delicioso salía de la cocina. Al entrar en ella, sorprendí a Irene cocinando.
«Si sabe cómo huele, estará estupendo», pensé sin percatarme que la chavala no llevaba el atuendo blanco de enfermera sino un vestido acorde con su edad.
Haciéndome notar, señalé que esa no era su función pero que se lo agradecía. La rubia entonces sonriendo me soltó:
―Disculpe señor, pero usted cocina fatal y ya que me paso todo el día en la casa, he pensado que tanto a su madre como a usted les vendría bien mejorar sus hábitos.
No pude contradecir su lógica porque en ese momento mis ojos se habían quedado prendados del par de piernas de la niñata.
«¡No me puedo creer que no me haya fijado antes!», exclamé mentalmente al admirar la perfección de sus muslos y disfrutar de la forma redonda de su culo.
Irene, o bien no se dio cuenta de mi escrutinio, o lo que es más seguro le divirtió descubrir que sus encantos me afectaban porque, meneando el trasero, llegó hasta mí y dándome una factura de supermercado, me dijo:
―Me debe cincuenta y ocho euros. Si le parece bien a partir de hoy, cocinaré y haré la compra para que usted pueda descansar.
Su franqueza me hizo titubear, pero atontado y consciente de que bajó mi pantalón mi pene se había puesto duro, solo pude sacar la cartera y pagarle. Ya con los billetes en su mano, guiñándome un ojo, me soltó:
―Voy a ponerme el uniforme y cenamos.
Confieso que me giré a verle el culo cuando se fue y también que babeé al observar como al subir las escaleras, sus muslos eran aún más impresionantes.
«¡Qué buena está!», no pude dejar de reconocer.
La chavala volvió al cabo de cinco minutos, ya vestida de enfermera. Al observarla comprendí el motivo por el que me había pasado desapercibido que esa cría era un portento. Su uniforme además de feo disimulaba sus curvas y no dejaba entrever que debajo de esa tela había un pedazo de mujer. Involuntariamente puse un mohín de disgusto que cazó rápidamente al vuelo porque como si no quiere la cosa mientras cenábamos me soltó:
―Señor, necesito que me compre dos trajes más de enfermera. Solo tengo uno y además es horroroso.
Alucinado y sintiéndome descubierto, saqué nuevamente mi billetera y le di dinero para que los comprara ella. Irene cogió el dinero sin poner ninguna objeción y habiendo conseguido su objetivo, me preguntó que le parecía lo que había guisado.
―Está delicioso― respondí con sinceridad.
Mis palabras le alegraron y con un brillo que no supe comprender en ese momento contestó:
―No tendrá queja de lo bien que les voy a cuidar a los dos.
El tono meloso con el que lo dijo me puso los pelos de punta porque, lo quisiera o no, era evidente que encerraba una insinuación que poco tenía que ver con su oficio. No queriendo profundizar en el tema, terminé de cenar y como cada noche, fui a llevar mis platos al lavavajillas, pero entonces Irene quitándomelos de las manos, me dijo:
―Váyase a descansar, ya los meto yo.
Por mucho que protesté, la cría no dio su brazo a torcer y se salió con la suya, de modo que no me quedó otra que irme a ver la tele al salón. Os juro que no sé siquiera que narices vi porque mi mente estaba tratando de analizar el comportamiento de esa mujercita. Aunque interiormente sabía que se traía algo entre manos, no quise reconocerlo y por eso acepté sus nuevas funciones como un hecho consumado.
Estaba todavía confuso cuando al cabo de diez minutos, llegó hasta mí y dándome un beso en la mejilla, susurró en mi oído:
―Voy a ver a su madre y después me acuesto.
Nada me había preparado para esa muestra de cariño, ni mi vida de solterón, ni mi relativo éxito con las mujeres porque al sentir sus labios tersos sobre mi piel y oler la fragancia a mujer que manaba de sus poros, como un resorte mi verga se izó debajo de mi ropa. Avergonzado, descubrí que se había fijado y por eso totalmente rojo, me quedé callado mientras ella desaparecía de la habitación.
«Tío, ¿de qué vas? ¡Es solo una niña!», refunfuñé de mal humor al descubrir que la deseaba.
Molesto conmigo mismo, apagué la tele y me fui a dormir. Desgraciadamente me resultó imposible conciliar el sueño porque como si fuera una maldición el recuerdo de su belleza volvía una y otra vez a mi mente.
Dejándome llevar, me imaginé que Irene entraba en mi habitación vestida con un vaporoso picardías y que, llegando a mi lado, se agachaba sobre mí dejándome disfrutar de la visión de su escote. Mitad fantasía, mitad pesadilla, la oí decirme mientras mis ojos trataban de descubrir el color de sus pezones:
― ¿No cree que su enfermerita se merece un beso al irse a dormir?
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados. Muerta de risa, Irene pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
― ¿Merezco algo más?
― ¡Por supuesto que sí! ― exclamé mientras cogía una de sus perfectas peras entre mis labios.
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
― ¡Hazme tuya!
Su completa entrega me dio alas y creyéndome el sueño, me vi arrodillándome a sus pies. Tras lo cual, separándole las piernas, le quité el tanga. Su dulce aroma recorrió mis papilas mientras ella no paraba de gemir al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
― ¡Sigue! ― me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo buscando devorar el flujo de su coño.
― ¡Qué gusto! ― gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.
Sabiendo que todo era producto de mi mente, separé sus rodillas y quedé embelesado al descubrir que la rubita tenía el chocho depilado y con mi corazón latiendo a mil por hora, no pude dejar de reconocer que, si ya era bello de por sí, al no tener ni un pelo que estorbara mi visión, era pecaminosamente atrayente.
Un tanto cortado al recordar nuestra diferencia de edad, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer. Afortunadamente, Irene miró mi erección con aprobación y me llamó a su lado. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
―Fóllame― me ordenó con la respiración entrecortada.
Excitado hasta decir basta, contuve mis ansias de obedecerla y metí mi cara entre sus pechos. Al hacerlo, su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Cambiando de objetivo, me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, Irene pegó un alarido al experimentar las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
― ¡Qué belleza! ― exclamé al disfrutar de ese coño juvenil.
La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con más ansiedad. Mis maniobras cumplieron su cometido y dominada por el deseo, se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se transmutó en un riachuelo que intenté secar, pero cuanto más lo devoraba era mayor la cantidad de líquido que manaba y queriendo absorberlo, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:
―Quiero sentirte dentro de mí― tras lo cual llevó mi pene hasta su sexo.
La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:
― ¿No querrás un aumento de sueldo por esto? ― pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
― ¡Mierda! ¡Hazlo ya! ― imploró mientras movía sus caderas intentando metérselo dentro.
Centímetro a centímetro lo vi desaparecer en el interior de su vagina mientras la enfermera de mi madre se mordía los labios con deseo. Al sentir que la había llenado al completo, di inicio a un lento vaivén, sacando y metiendo mi verga de ese estrecho conducto mientras ella no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
― ¡Dame duro! ― chilló descompuesta.
Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
― ¡Me corro! ― la oí gritar.
Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Irene al notarlo, protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido.
Sus palabras me convencieron y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que sus alaridos de placer fueron el acicate que necesitaba para que mi miembro regara con mi semen su interior.
Sabiendo que había sido un sueño, aun así, me dormí con una sonrisa en los labios hasta el día siguiente.

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 4
En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

Relato erótico: “Diario de una doctora infiel 10” (POR MARTINA LEMMI)

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 No sé a qué hora terminé regresando a casa, ya que después del delirante episodio en la estación de servicio, todavía tenía que volver a pasar por el consultorio para ducharme y cambiarme, cosa que en definitiva no había hecho en mi pasada anterior  aun cuando fuera justamente a eso a lo que había ido.  Damián, por supuesto, ya dormía; nuestra relación se estaba volviendo cada vez más fría y distante.  Era impensable que no fuera así: mis salidas hasta cualquier hora con las consecuentes sospechas, sumadas a mi propio alejamiento de él, no podían llevar a otra cosa más que a que él también se alejara.  A pesar de eso, jamás decía o manifestaba nada; por el contrario, cuando yo le daba explicaciones o exponía excusas acerca de mis demoras o ausencias, se comportaba como si estuviera atento a otra cosa, provocándome con ello la sensación de estar dando explicaciones que, en realidad, nadie me había pedido: casi una tácita admisión de culpabilidad.  De hecho, él también tenía, ahora, largos momentos de ausencia o tardanza.  Ignoro si con eso quería pagarme con la misma moneda o si, simplemente tenía la esperanza de que yo, en algún momento, le preguntase.  El hecho es que, si realmente ésa era su intención, jamás lo hice.  ¿Con qué derecho podía incriminarle o interrogarle?  Además, y me da algo de culpa decirlo, con todo lo que amaba a Damián, en algún rincón de mi conciencia destellaba ligeramente una pequeña esperanza de que tal vez él mismo se estuviera abriendo camino por otro lado.  De ser así, podía sacarme un peso de encima.  Para la esposa infiel no hay mejor remedo a sus culpas que saber que su marido se está alejando o bien creando su propia historia.  Qué extraño: la sola idea debería generarme celos… y no lo hacía.  Por el contrario, mis celos enfermos tenían como único destinatario a Franco, el chiquillo de diecisiete años que había provocado semejante cambio en mi vida.
               Renuncié al trabajo en el colegio.  Argumenté incompatibilidad de horarios, lo cual no era cierto.  Los dueños del establecimiento se lamentaron muchísimo y, de hecho, me ofrecieron mil variantes para tratar de acomodarme y que siguiera, pero puse excusas en cada caso.  La insistencia de ellos para que yo no renunciara venía a evidenciar que, finalmente y contra todos mis temores, ningún rumor les había llegado acerca de lo ocurrido, al menos hasta ese momento.  Damián, por supuesto, tampoco me pidió demasiadas explicaciones sobre el porqué de mi decisión, cuando quizás podría haberse pensado que se decepcionaría dado que era él quien me había conseguido ese trabajo: sólo lo tomó como un dato más, aun con todo lo extraño que pudiera parecerle que dejara un trabajo a las pocas semanas de haber arrancado.  La sorpresa fue que, a los pocos días de haber renunciado, una visita inesperada cayó en mi consultorio privado.  Cuando la recepcionista me pasó la ficha (recientemente abierta) de un tal Sebastián, de diecisiete años, jamás se me cruzó por la cabeza que pudiera ser el mismo.  Pero sí, era él, el chico de la fiesta…  Su presencia en aquel ámbito, en MI ámbito, me provocó una fuerte turbación.
             “¿Q… qué hacés acá? – pregunté, sin salir de mi incredulidad.
              “Quise visitarte – respondió, con sorprendente serenidad -.  Me dio mucha pena que dejaras el trabajo en el colegio.  Ahora hay una gorda cincuentona y ninguno de los chicos quiere hacerse la revisación, jaja… Con vos se peleaban por ir…”
                 Me quedé mirándolo fijamente, sin festejar su broma.
                “A mí no me parece que sea oportuno que te vean por acá – objeté -.  Sólo serviría para alimentar más dudas y sospechas; te agradezco que me hayas querido ver, pero… creo que es algo que en lugar de sumar, resta…”
               “Está bien, doctora, pero es que… además tengo un problema…”
                Se me escapó una sonrisita de incredulidad.
                 “¿Ah, sí?  No me digas… Dale, nene…, volvé a tu casa…”
                “Doctora, es la verdad… No se me ha vuelto a parar desde que estuve con vos en la fiesta…”
                 “Jajaja – me quité los lentes y solté una carcajada; él estaba haciendo uso de lo que a veces se suele llamar “chamuyo adolescente” a través de la exagerada lisonja -.  Gracias, nene, sos un divino…”
                 “¡Me masturbo pensando en vos!” – exclamó con tal ímpetu que me pareció imposible que no hubiera sido oído por la recepcionista o por los posibles pacientes que se hallasen en la sala de espera…
                  “Shhhh… callate, pendejo pelotudo, ¿querés?” – le reprendí, mordiendo y casi susurrando las palabras.
                “Pero es la verdad, fijate…”
                  Se puso en pie y dejó ver su bulto prominente por debajo del pantalón de jean; era claramente ostensible cómo la verga estaba tratando de escaparse de debajo de la tela.  Me afectó, no puedo negarlo.
                “¿Lo ves? – continuó -.  Se para apenas estoy en tu presencia.  No lo hizo en todos estos días…”
                 Lo que él decía bien podía ser verdad o mentira y más probablemente lo segundo, pero tal cuestión pasó, de pronto, a ser secundaria.  La contemplación de su bulto por debajo del pantalón me trajo irremediablemente a la cabeza el recuerdo de… Franco.
                 “Se acordó de Franco, no?”…
                  Touché.  El pendejo conocía bien el juego y recurría al golpe bajo.  Estaba clarísimo que había venido al consultorio sólo con un propósito: cogerme.  Y se iba a valer de todas las armas emocionales a que pudiera recurrir para conseguirlo.

Me quedé estática.  La mención de Franco y la visión del bulto del muchacho fueron una combinación explosiva para mí.  Desvié la vista, nerviosa, hacia un costado.  Él, detectando mis defensas bajas, caminó alrededor del escritorio y se ubicó a mi lado; estando yo sentada y él de pie, su pelvis quedó casi a la altura de mi rostro.  Y la presencia, tan cercana, de su bulto, se volvió más turbadora que nunca.  Giré la cabeza en sentido inverso.

                 “No te reprimas, doctora… Si te gusta mirarlo…”
                 Comencé a temblar de la cabeza a los pies.  Mi pierna izquierda, particularmente, se empezó a agitar frenéticamente, como sin control.  Daba la impresión de que yo no dominara mi cuerpo.  Junté fuerzas y volví a girar la vista hacia él con el objetivo, en principio, de reiterarle que se fuera, ahora con más energía que antes.  Pero al volver mi cabeza, me encontré… con su verga al descubierto y bien horizontal, asomando por fuera del cierre bajo del jean y apuntando hacia mí.  Casi me la choqué , de hecho…  Me eché hacia atrás en un impulso mecánico.  Levanté la vista hacia él:
            “¿Qué… hacés…? – mascullé -.  Andate, ¿entendés?”
             Manoteé por encima del escritorio tratando de asir algo; en las películas suele ocurrir que las mujeres casi siempre encuentran una cuchilla o algún elemento contundente cuando son repentinamente atacadas por un psicópata: no sé si era ése mi caso, pero lo cierto fue que sólo encontré un portalápiz: un par de lapiceras que se hallaban dentro del mismo se desparramaron por sobre el escritorio.  Estrellé con fuerza el objeto contra su vientre pero no pareció acusar recibo de nada; por el  contrario su siguiente acto fue hacer un movimiento de caderas y cintura que, con un violento empellón, hizo llegar su pija hasta mi boca.  Quise dejarla cerrada, pero fue imposible: el miembro entró altivo y victorioso entre mis labios una vez que los mismos se separaron, ignoro si por la fuerza de la embestida o porque algo dentro de mí me llevó a separarlos.  Mi boca quedó formando un aro mientras su verga avanzó dentro de ella en busca de la garganta; me quedaba un último recurso que era el de utilizar mis dientes.
             “Franco, Franco, Franco…”
              Por un momento creí que me estaba volviendo tan loca que hasta escuchaba mis pensamientos con toda nitidez, pero no: no había sido mi mente esta vez la que había repetido el nombre de Franco tres veces sino que había sido… el propio Sebastián.  El pendejo seguía ganando la batalla y sabía bien cómo hacerlo: se daba cuenta perfectamente del efecto que la mención de ese nombre provocaba en mí, tanto que el oírlo tres veces fue para mí casi como si alguien hubiera mencionado a Candyman tres veces ante el espejo.  Porque desde ese momento sólo sentí la verga de Franco, no otra… No era Seba, era Franco…
                “Franco, Franco, Franco…” – repetía él mientras empujaba cada vez más adentro de mi boca y yo desistía, finalmente, de la utilización de mis dientes.
                De repente la extrajo, sin delicadeza.  Yo había cerrado los ojos por un instante y, al reabrirlos, me encontré una vez más con la imagen de aquel prominente falo ante mi vista.  Volví a levantar la vista hacia él y, por un momento, volví a ver a Sebastián, no a Franco…
                “¿Sabés qué fue lo que me faltó aquella noche?” – me preguntó.
                Negué con la cabeza.
               “Hacerte la colita.  Ésos dos forros te la hicieron pero yo estaba demasiado fisura”
                Léxico adolescente, je.  Se me escapó una sonrisa.  De manera increíble, su planteo me pareció lógico.
                “Es verdad…” – dije simplemente.
                “A lo nuestro entonces…” – dijo él, con decisión.
                Me tomó por las manos y me invitó a ponerme de pie: un trato caballeresco absolutamente contradictorio en un joven que, sólo instantes antes, me había puesto la verga en la boca sin pedirme permiso alguno.  Me sonrió y, de manera involuntaria, yo también lo hice.  Me llevó hacia la camilla del consultorio; pensé que tendría tal vez el plan de hacerme acostar sobre ella pero no fue así: me giró por la cintura y me hizo inclinar hasta apoyar mi estómago sobre la misma.  Luego, con sus manos, levantó mi ambo y mi corta falda para luego, insolente e impunemente, bajar mi tanga lo suficiente como para descubrir mi cola.  Se escupió el dedo, me lubricó durante un rato y luego… simplemente entró.  Fue entonces cuando agradecí que, de entre todas las prácticas posibles, él hubiera optado, justamente, por la anal.  Al no tener necesidad de verle el rostro, sería tanto más fácil pensar en Franco.  Así que me concentré en él, en mi macho.  No obstante ello, traté de mantener el suficiente cable a tierra con la realidad como para darme cuenta que el contexto no daba para exagerar en las reacciones.  Es decir, empecé a gemir y jadear cuando su pene se fue abriendo paso por dentro de mi culo, pero… no podía aullar ni gritar.  No en el consultorio: si lo hacía, ya definitivamente todo estaba perdido… o bien era yo la que estaba perdida.  Eché un vistazo en derredor y vi mi balanza…, luego levanté la vista un poco hacia la pared y vi mi título de la Universidad de Buenos Aires, dignamente enmarcado.  Comprendí , en ese contexto, que de todos los actos de profanación de que había sido yo objeto hasta entonces, ninguno como la penetración que por la cola estaba recibiendo merecía tal carácter.  Cuando Franco o la gordita lesbiana habían dispuesto de mí a su antojo, ello había ocurrido en el colegio, en un consultorio improvisado que era, en realidad, un aula destinada a tal efecto.  Pero esto era distinto: estaba siendo tomada por el culo en mi propio consultorio, entre mis cosas y a la vista del documento que, expuesto en la pared, acreditaba mi formación profesional.  Fue tan embarazosa la situación que me produjo una cierta vergüenza: allí aparecían la firma del rector y del decano, con lo cual tuve la loquísima sensación de que ellos me estaban viendo.  Y por detrás de ellos, todos los profesores que había tenido en mi carrera… y algo más atrás, todos mis compañeros en las distintas y sucesivas cátedras.  Y me dio la sensación de que la mayoría me señalaban o se reían, en tanto que otros se horrorizaban y se escandalizaban, tal el caso de esa vieja y conservadora profesora de parasitología a quien prácticamente podía ver como si allí estuviese, cubriéndose la boca en señal de espanto.  Más aún: me acordé, en ese momento, que sobre el escritorio tenía un retrato de Damián; giré la cabeza un tanto y allí lo vi, mirándome con una sonrisa.  Estuve a punto de pedirle a Sebastián que interrumpiera un instante la penetración y que, por favor, girase el retrato, pero justo en el momento en que empezaba a decírselo, su verga ingresó en mi culo más poderosa que nunca y lo único que surgió de mi boca fue un lastimero jadeo, quejumbroso y placentero a la vez.  Una vez más volvió a mi cabeza la imagen de Franco y sólo traté de concentrarme en que era él quien me estaba penetrando por detrás.  Ya dije que, aun cuando Franco fuera incomparable, era con Sebastián con quien menos me costaba imaginármelo.  Y él, por supuesto, lo sabía y se valía de ello.
               “Franco, Franco, Franco…” – repetía mientras bombeaba en mi culo y cada vez que pronunciaba el nombre de mi macho coincidía con una nueva y salvaje embestida de su pija dentro de mi recto.
                Me aferré a la camilla con las uñas y prácticamente arranqué por el borde la tela que la cubría.  Me mordí el labio inferior hasta que casi me sangró, pero tenía que evitar por todo y por todo proferir sonidos o gritos: no debía gritar, no debía gritar, no debía gritar… Pero claro, Seba no tuvo tan en cuenta ese detalle; de pronto reemplazó cada mención de Franco por un profundo jadeo que se fue elevando a la condición de grito.  ¡Pendejo pelotudo!  ¡Estábamos en mi consultorio!  Todo lo que pude hacer para advertirlo al respecto fue estirar mi brazo hacia atrás hasta sentir incluso un tirón en mi hombro y sólo con el objeto de golpearlo en la cadera a los efectos de que entendiera que tenía que callarse.  Bajó un poco el volumen y di por descontado que había entendido el mensaje; sin embargo al momento los gritos arreciaron nuevamente: no lograba controlarlos.  Jadeante y babeante, se dejó caer prácticamente sobre mí y, cruzando un brazo por debajo de mi axila, me estrujó una teta para luego dedicarse a masajearla.  Mi excitación alcanzó su grado sumo y mi cabeza, por supuesto, sólo pensaba en Franco… y  de pronto me encontré con que… estaba llegando al orgasmo.  Sí, por la cola.  Me di cuenta de ello en el preciso momento en que él profería un grito lastimero y ahogado que surgió por entre sus dientes, los cuales sostenía evidentemente apretados.  Su eyaculación se hizo sentir dentro de mi culo y en ese mismo momento yo también alcancé el clímax.  Son curiosos los vericuetos de la mente en tales momentos de lujuria y locura, pero lo primero que acudió a ella fue el recuerdo del profesor ante quien rendí la última materia de mi carrera en el instante en que, extendiéndome sonriente mi libreta de estudiante, me decía: “La felicito, doctora Ryan, se acaba de graduar”.
             A medida que fuimos, tanto él como yo, recuperando el ritmo cardíaco y respiratorio, las cosas fueron volviendo a su sitio.  Él se separó de mí y se dedicó a acomodarse la ropa nuevamente.  Yo me trepé a la camilla y me senté de costado, con ambas piernas sobre ella, mirándolo: su cuerpo lucía transpirado, bellamente sudado.
              “Ahora me va a decir que no lo disfrutó…” – me espetó sonriente, pasando el cinto por la hebilla y abandonando súbitamente el tuteo.
               No dije nada.  Sólo seguí mirándolo.  Hice una seña con el dedo índice en dirección al ventilador.  Él, interpretando correctamente, se dirigió hacia el artefacto, lo puso en marcha y hasta tuvo la delicadeza de girarlo hacia mí.  La ráfaga de aire en mi rostro operó no sólo como un relax sino también como un retorno a la realidad.
              “¿Quiere que vuelva o no?” – me preguntó, a bocajarro.
              Yo no supe qué decir.  Seguía mirándolo con expresión estúpida y a lo único que atiné fue a parpadear varias veces seguidas.  El momento vivido instantes antes había sido tan intenso que holgaban todas las palabras.
                 “Mirá, hagamos una cosa – dijo, recuperando el tuteo y mientras parecía aprontarse para irse -.  Vos tenés mi número, ¿no?  Te quedó registrado… ¿Lo tenés todavía?”
                  “C… creo que sí” – respondí dubitativamente.
                  “Bueno, por las dudas que ya no lo tengas, yo después te mando un mensaje y así me agendas, ¿sí?  Yo el tuyo lo tengo…”
                  Asentí con la cabeza.  Yo estaba como ida.  La sensación era de una extraña paz.
                    “Así que, bueno, cuando pienses en Franco…, no te hagas la cabeza inútilmente.  Simplemente llamame o tirame un mensaje y yo voy a estar acá para que te acuerdes de él…”
                   Me guiñó un ojo y se despidió soplándome un beso desde la puerta.  Cuando volví a quedar sola en el consultorio, me atacaron la angustia y la premura juntas.  Me bajé de la camilla de un salto y me dediqué a acomodarme la ropa ya que de un momento a otro entraría la recepcionista con una nueva ficha.  Teníamos tanta confianza entre ambas que ya hacía rato que había dejado de golpear la puerta, al menos cuando sabía que yo no estaba con ningún paciente.  Justo a tiempo: Paloma, mi recepcionista, ingresó en el exacto momento en que terminaba de acomodarme aunque, casi con seguridad, mi cabello debía lucir bastante despeinado.  Dejó una ficha sobre el escritorio y me miró; me pareció descubrir un destello pícaro en su mirada y recordé, entonces, los potentes gritos que Sebastián no había podido contener mientras me hacía la cola.  Incluso yo misma había, en algún momento, sido demasiado ruidosa aún a pesar de mis esfuerzos por evitarlo.  Se retiró, dejando la puerta entreabierta y sin dejar de mirarme nunca; siempre sostuvo una ligera sonrisa, lo cual me puso nerviosa.
                  Quedaba un solo paciente por atender: un hombre de edad a quien, pobre, no debo haber escuchado una sola palabra de lo que me dijo ni sé tampoco qué le dije.  Puedo sonar insensible, lo sé, pero trate el lector de imaginar lo que puede llegar a ser atender a un paciente cuando un pendejo acaba de cogerte por el culo y hacerte acabar dejándote muerta.  Al retirarse, Paloma, mi recepcionista, volvió a hacerse presente en el lugar.  Era una joven muy agradable, de cabellos negros y de veinticuatro años; tenía aún cierta afabilidad y alegría adolescentes en todo lo que hacía.
               “Ya podés irte, Palo – le dije -.  No te hagas problema por las fichas que yo las acomodo… Andá, así llegás temprano a tu casa; por ahí tenés que…”
               “¡Contame ya cómo estuvo eso!” – me interrumpió bruscamente, con los puños apoyados sobre mi escritorio y con la mirada encendida.
               Obviamente sabía de qué me hablaba y mi primer deseo fue querer morir; intenté, no obstante ello, hacerme la tonta.
               “Hmmm… no te entiendo… ¿Q… qué…?”
                “¡Dale, pelotuda! – exclamó, abriendo enormes los ojos y haciendo aún más amplia su sonrisa, mientras golpeaba el escritorio con los puños acompañando sus palabras -.  ¡Se escuchaban los gritos de los dos desde la otra cuadra más o menos, jiji…!”
                Bajé la vista, cerré los ojos, me quité los lentes y me llevé dos dedos al puente de la nariz.  Cualquier mentira de allí en más era insostenible.
                “Jajaja… ¡Dale, contame!  ¡Te re comiste a ese bomboncito! ¡Sos mi ídolo, jajaja!  ¡Está RE bueeeenooo!!!” – me insistía,  alocada e híper cinética; se movía tanto que por momentos hasta parecía saltar en su sitio.
                Tomé aire y exhalé despaciosamente antes de preguntar, en tono de lamento:
                 “¿Tanto se escuchaba?”
                 “Jajaja… ¡Nena!  ¡Parecía que te estaba matando!  ¡O lo estabas matando, no sé!  ¡Quiero detalles! ¡DE-TA-LLES!  ¿Qué te hizo???”
                  Escondí mi rostro entre las palmas de mis manos.  Había toda la confianza del mundo entre Paloma y yo y sabía que le contara lo que le contase, sería una tumba.  Pero no era eso: era la vergüenza lo que me impedía hablar o, tan siquiera, mirarla a los ojos.
                   “Cheeeee… diecisiete años tiene… – me propinó un suave golpe de puño en mi antebrazo, haciéndome casi perder el equilibrio de mi cabeza -.  ¡DIE-CI-SIETE!  Sos una pedófila, hija de puta, jajaja…  ¿Y coge bien???”
                  Paloma es una chica que tiene mucha picardía pero no maldad: no buscaba, por lo tanto, ser hiriente con ninguno de sus comentarios; al contrario, se divertía y quería que yo también lo hiciera. Ya no quedaba más que seguirle el juego.
                   “Muy bien” – admití, con una sonrisa en mis labios.
                   “¡Aaaaay, me muerooooo!!!!  ¡Me MUE – RO!  ¿Y qué te hizo?  ¿Te la chupó??? ¿Cómo se porta con la lengua???”
                    “No hicimos sexo oral” – respondí, quedamente.
                   “Aaaay, qué pena, no me digas… ¿Todo convencional entonces???”
                  Fruncí los labios; sacudí un poco la cabeza.
                 “Más o menos…” – dije, volviendo a sonreír.
                  Sus ojos y su rostro se encendieron más aun de lo que estaban.  Abrió la boca inmensa y pareció tragar aire hasta ahogarse a la vez que llevaba ambos manos, con los puños cerrados, a su boca.  Se giró, caminó hasta la puerta, luego volvió… y así varias veces.
                    “¡Nooooo te la pueeeedo creeeeeer! – aullaba -.  ¿Te la dio por la cola???  ¿Y no te hizo doler?  ¿La tiene grande???”
                    “Sí… – respondí -.  Sí a las tres preguntas…”
                   “¡Aaaaay,qué hija de puta, sos una guachaaa!!! ¿Y acabaste???”
                    “Sí…, lo hice”
                     De pronto detuvo su frenético deambular por el consultorio como si alguien la hubiera clavado al piso delante de mí.  Se llevó un dedo índice a la boca e hizo la señal de la cruz.
                     “Vos quedate tranquila que de esta boca no sale nada , eh…”
                      “Lo sé – dije sonriente -, hace años que nos conocemos… Pero… me preocupa el paciente que se fue…”
                      “Aaaah, no, ni te preocupes… – hizo un ademán desdeñoso con la mano -.  Ese hombre no escuchó nada… No oye bien, ¿ no te diste cuenta?”
                    No sé de qué podía yo haberme dado cuenta cuando la realidad era que casi ni le presté atención.
                    “Pero vos quedate tranquila, tranquila… – me siguió diciendo, cargando a sus gestos de exagerado histrionismo -.  Esto nunca le va a llegar a Damián.  ¡Podés estar segura conmigo! Ahora… te hago una pregunta – pareció ponerse más seria repentinamente -.  Yo… hace rato que te noto extraña, como… ida, como… ausente…, como…. , hmm, ¿cómo decirlo?  ¡Como en otra, eso es!  ¿Es por este chico?”
                     Touché.  Tragué saliva.   Por dos motivos: por un lado, lo obvio que había sido mi ánimo durante todos los días previos; por otro, porque yo a Paloma no podía mentirle y tenía que decirle la verdad.
                   “No…- le dije -.  Es por otro…”
                   Otra vez abrió la boca y los ojos grandes.
                   “¿Otrooo???  ¿Y ése?  ¿Estuvo por acá?  ¿Qué edad tiene???”
                    Por momentos Paloma me hacía tantas preguntas que había que seleccionar a cuáles responder.
                   “Tiene también diecisiete… – respondí -.  Es un compañerito del que estuvo hoy…”
                     Se llevó la mano a la frente.
                      “Aaaaah noooo, nena, ¡paráaaaaaa!!!!!!! Jajaja… ¿Te vas a voltear a todo el curso?  ¿Y qué onda con ese otro chico?  ¿Está más bueno que éste???”
                      “Creeme que sí…” – asentí.
                       “Mmmm… Chaaaauuuuu….  ¡Me mueroooo!!! ¡Quiero conocerloooo!!!  ¿Cuándo lo traés por acá?”
                      De pronto me vino un acceso de tristeza.
                      “Va a ser difícil que venga… – respondí -.  Estamos como… alejados…”
                       Su rostro se tiñó de pena.
                       “Aaaay, Mari, cuánto lo siento… Me parece que metí la pata al preguntar, ¿no?”
                      “No, hermosa… – le guiñé un ojo -.  Está todo más que bien; en serio, no importa… Andá, linda,… andá a casa tranquila… Ya terminaste acá…”
                    No se lo dije en tono de exigencia ni de expulsión, sino más bien como premio o concesión.  Ella interpretó correctamente que yo, tal vez, quería quedarme sola para pensar en lo ocurrido.  Se inclinó hacia mí para saludarme con un beso en la mejilla y luego se dirigió hacia la puerta con la misma jovialidad que siempre la caracterizaba.  Al llegar al umbral y mientras sostenía el pomo de la puerta, se volvió una vez más hacia mí.
                   “¿Te puedo hacer una preguntita?”
                    Asentí con un encogimiento de hombros.  Por dentro pensé que ella hasta ese momento sólo había hecho preguntas.  Una más no parecía grave.
                    “O sea…, perdoname si es muy íntimo esto, pero… a tu marido, a Damián… ¿le das la cola?”
                   Esta vez no sonreía ni reía en absoluto; por el contrario, su talante había adquirido una cierta seriedad y, paradójicamente, ello hacía más graciosa toda la situación.
                 “Jamás” – respondí, tajante pero sonriente.
                La alegría volvió a su rostro.  Se llevó la lengua hacia un costado de la boca para inflar una de sus mejillas a la vez que me guiñaba un ojo y extendía hacia mí un pulgar levantado.
                “Ya te lo dije, Mari… ¡Sos mi ídolo!  ¡Ídoloooooo!!!! ¡Ídolaaaaa!!!! Jaja… te quierooooooo….”
                  Y, sin más, se esfumó por la puerta.  Paloma se convirtió, en ese momento, en la primera persona de mi ámbito que estaba al tanto de las cosas.  La primera que no sólo buscó sino que consiguió una confesión de mi parte.
               Las situaciones que me tocaba vivir se seguían enrareciendo y mi capacidad de asombro ante el rumbo que estaba tomando mi vida se veía superada a cada momento.  Lo de Sebastián en el consultorio no se podía creer, pero había que aceptar que en el abismo en que yo me hundía al saberme cada vez más lejos de Franco, el muchachito ayudaba un poco a mitigar esa pena y, de paso, a no sentir tan lejos a mi macho hermoso.  ¿Damián?  Cada vez más ausente, en todo sentido: físico y espiritual.  Mi matrimonio había entrado en cuesta abajo y eso era bien visible.  Y si el hecho de que un jovencito adolescente me hubiera cogido por el culo en mi propio consultorio parecía el punto máximo al que podían llegar las cosas, dos días después ese límite se vio superado…, y fui yo misma quien llevó a tal superación; no hizo falta que cayera nadie en mi consultorio ni en ningún lado.  En la noche previa a ese día di, como ya venía siendo habitual cada tanto, un nuevo giro por la casa de Franco; tenía la esperanza de verlo pero no fue así.  La calentura crecía en mí y ello me llevó nuevamente a la estación de servicio.  El muchacho estaba allí, pero había un par de autos esperando para cargar y la situación no estaba dada para nada.  Sin bajarme del coche, estacioné a algunos metros de los surtidores.  Él me vio y se notó que ello le afectó; se acercó unos pasos hacia el auto.
                 “¿A qué hora salís?” – le pregunté bajando el vidrio de la ventanilla y cuando aún le faltaban un par de metros para llegar hasta mí.  Se detuvo y quedó estático allí mismo, notoriamente descolocado por la pregunta.
                 “Ufff… a las siete de la mañana –se lamentó -.  De diez a siete; trabajo esclavo” – se notó en la cara del joven que le provocaba una cierta decepción tener que darme esa respuesta, ya que eso podría significar, según su óptica, aguar cualquier otro plan que yo tuviera.
               “Siete y cuarto estoy acá – le dije, guiñándole un ojo -.  Te encuentro en la otra esquina, por el maxikiosco”
                Los ojos se le encendieron y ni siquiera llegó a articular una respuesta.  Yo puse primera y me marché de allí, dando por descontado que había aceptado la propuesta.
               Claro, yo sabía que a las siete Damián entraba al colegio y, por lo tanto, a las seis y media ya salía de casa o de lo contrario no llegaba a tiempo.  Mi plan funcionó a la perfección.  En efecto, Damián se marchó a las seis y media; me saludó con un beso muy frío y apenas escuché el motor del auto ponerse en marcha, salí de entre las sábanas a toda prisa.  Fue todo rapidísimo: vestirme, maquillarme un poco, cepillarme los dientes y perfumarme con el 212 Sexy.  Me subí a mi auto y partí hacia la zona de la estación de servicio.  El chico estaba allí, donde yo le había dicho.  Le abrí la puerta, se subió sin decir palabra y comenzamos el viaje.  Aquí es donde viene la locura mayor: mi plan no era llevarlo a ningún hotel, no señor…, mi plan era llevarlo a casa.  Y así lo hice.  Prácticamente no intercambiamos palabra durante el trayecto; le manoteé un par de veces el bulto para tenerlo excitadito.  Al aproximarnos a casa lo hice inclinarse sobre mí para que no fuera visto por ojos curiosos de vecinos sin vida propia; en realidad era una precaución tal vez excesiva ya que el polarizado de los cristales, si bien leve, jugaba a nuestro favor.  Lo demás fue fácil: abrí automáticamente el portón y… ya estábamos adentro.
            Él estaba extasiado; escudriñaba la casa a su alrededor a medida que caminábamos en dirección al living y estaba claro que no podía terminar de entender por qué las cosas se le venían dando de ese modo tan sorprendente, fácil y rápido: en bandeja prácticamente.  Primero lo tomé de la mano y lo fui guiando; no pensaba hacer que me cogiera en el living, no.   Quería que fuera en mi habitación matrimonial, tenía que ser ahí.  Cuando llegamos ante la puerta del cuarto, simplemente me aparté a un lado y le hice con el brazo seña de que pasara en primer lugar.  Sí, nene, hoy vos vas a ser mi objeto, le dije con la mirada y sin hablar.  Vaciló un momento pero finalmente avanzó; se advertía en su rostro que sabía que iba ser prácticamente violado por mí una vez dentro del cuarto pero seguramente eso no lo detenía sino que, por el contrario, lo estimulaba.  Cuando pasó por delante de mí no pude resistir la tentación de calzarle una mano en la cola pues de verdad que la tenía preciosa.  Se volvió hacia mí y yo sólo lo empujé contra la cama para luego arrojarme sobre él como un felino cazador.  Lo besé todo lo que quise.  Teníamos toda la mañana después de todo.  Fue un placer desnudarlo e irle besando y lamiendo cada pulgada de su cuerpo a medida que le iba sacando las prendas.   En donde más me detuve fue obviamente en el pito, que lo tenía bien erecto.  En un momento se cansó de asumir una posición tan pasiva y me apoyó una mano sobre el hombro para tumbarme a mí sobre la cama y luego echárseme encima.  Ahora era él quien daba cuenta de mis prendas.  Me chupó las tetas y, al hacerlo, me llevó prácticamente al cielo.  Yo miraba en derredor las fotos de Damián o las que estábamos en pareja, ubicadas sobre los muebles.  Sólo dos días antes, cuando Seba me tomaba por el culo en el consultorio, había querido girar el retrato de mi marido; esta vez me atacó un morbo muy diferente.  Detuve al joven en un momento y le pedí que juntara todos los portarretratos que había alrededor nuestro y que los colocara sobre el borde de la cama.  Esta vez quería que mi esposo nos viera.
             El muchacho cumplió con lo que yo le pedí y los fue poniendo todos juntos, a un costado de donde yo me hallaba.
            “¿Ése es el cornudo?” – preguntó.
              “Ajá” – asentí con una frialdad que me sorprendió a mí misma.
              El muchacho se quedó contemplando las fotos por un instante y se notó que se detuvo particularmente en una en que estábamos los dos juntos, Damián y yo, en Mar de las Pampas.
              “Se los ve como una pareja feliz – comentó, extrañado y con un deje de insospechada tristeza -.  ¿Qué es lo que pasa?”
              Sacudí la cabeza y me restregué la frente.
              “Ni yo misma sé lo que pasa” – le respondí.
              Frunció los labios y asintió con la cabeza, aún mirando a la foto.
              “Está bien.  Menos pregunta Dios y perdona…  – dijo sonriendo y trocando su fugaz tristeza en una sonrisa; me pregunté por qué tuvo que usar el mismo dicho que le había escuchado a la putita de la vendedora en casa de Franco -.  Lo que la vida da, hay que tomarlo, jeje…”
              Y, sin más, me tomó por la cadera y se inclinó hacia mí, obligándome a poner mis piernas sobre mi cuello.  Lo que siguió fue, por supuesto, una cogida atroz.  En mi propia casa, en mi propia cama y teniendo sobre mí los ojos de Damián que me miraba desde los portarretratos.  Luego charla, cigarrillo, bebida y luego cogida nuevamente, esta vez conmigo en cuatro patas.  La sensación de estar siendo cogida por un extraño en mi propio lecho matrimonial no tenía parangón con nada.  Por supuesto que pensé en Franco, pero ya estaba visto que la única forma que yo encontraba de reducir en mí los efectos de su ausencia era buscando cada vez cosas nuevas que produjeran más adrenalina y más morbo.  ¿Cuál era el limite?  ¿Hasta dónde iba a llegar?  No había forma de saberlo.  El joven me hizo las más que obvias bromas acerca de que podía ir a la estación de servicio a que le midiera el aceite cada vez que lo quisiera o a que me llenase el tanque.  Muy vulgar y poco imaginativo…  y sin embargo, me excitaba.  Eso en lo que yo me había convertido no era otra cosa que lo que Franco había creado; él mismo lo había dicho: una perra en celo… Adiós, doctora Ryan.  Reapareció otra vez en mi cabeza la imagen del profesor devolviéndome mi libreta de estudiante pero allí en donde debía figurar la nota de mi última materia se leía claramente “perra en celo”… Y otra vez la frase repiqueteando en mi cabeza: “la felicito, doctora Ryan, se acaba de graduar”…
              El muchacho se retiró al mediodía; por cierto, jamás supe su nombre.  En un momento él me preguntó el mío y se lo dije pero cuando intentó abrir su boca para pronunciar el suyo le tapé los labios con mis dedos: lo quería así, sin nombre…
            Esa tarde hice una de las mayores estupideces posibles: fui a un local de tatuajes y me hice tatuar sobre la parte posterior del hombro derecho la  palabra “perra” pero claro, no me lo hice hacer, obviamente, en español ni tan siquiera en letras reconocibles, sino en caracteres japoneses.  Cuando Damián lo vio esa noche, le dije que esos símbolos representaban el orden cósmico: de algún modo era cierto.  Por supuesto que era todo una inmensa idiotez: a Damián le bastaba con investigar un poco el verdadero significado.  Definitivamente yo había involucionado a un estado de la más estúpida adolescencia; Franco me había llevado a eso.  Hasta pensé en tatuarme el nombre de él con caracteres japoneses pero… ya era demasiada locura.
               Si quedaba todavía una sorpresa más en mi vida, ésta llegaría en los días inmediatamente posteriores: por lo menos la sorpresa porque lo que no llegó… fue  mi menstruación.  Ello abría una perspectiva aterradora y excitante a la vez.  Porque, entre las posibilidades y de acuerdo a mis cuentas, había altas chances de que si en verdad estaba yo embarazada, el hijo en camino pudiera ser de Franco.  No de Seba, no del gordo, no del flaco, no del pendejito, no del playero sin nombre: si había embarazo, tenía que ser de Franco.  Ello, por supuesto, dejaba abierto un gran interrogante con respecto al futuro de mi matrimonio pero, por otra parte, se presentaba irónica y paradójicamente como una cierta recompensa después de tanta angustia y sufrimiento.  ¡Y qué recompensa!: un hijo de Franco era realmente lo mejor que me podía pasar.  Sería la mejor revancha posible entre tanta derrota.  Pero no había que precipitarse.  Mi atraso bien podía ser producto de que había dejado de tomar las píldoras anticonceptivas y eso suele redundar en pérdida de regularidad.  Pero los días pasaron y no hubo caso: no llegaba, no llegaba y no llegaba.  Recurrí, por supuesto al test de embarazo y…, en fin, positivo.  El corazón me latía con fuerza, no cabía en mí de la emoción y no lograba conciliar la tormenta interna en la que se debatían mi desesperación y mi algarabía.  Porque la noticia era tan aterradora como excitante.  Recurrí a una ginecóloga amiga, ex compañera de estudios y me hice una ecografía: en efecto, había bebé…
                “¡Qué bueno!  ¡Te felicito Mari!!! ¡Imagino cómo se va a poner Damián!  Va  a saltar en una pata” – me decía ella, emocionada.
              Sí, yo también imaginaba cómo se iría a poner Damián.
              Las preguntas comenzaron a poblar mi cabeza junto con los primeros mareos.  ¿Qué tenía que hacer ahora?  ¿Contarle la verdad a Damián?  Ello significaría, por supuesto, el fin de nuestro matrimonio y, en ese caso, ¿correría yo hacia Franco para pedirle que se hiciera cargo de su paternidad?  ¿O debía, más bien, callar todo en aras de salvar lo más que se pudiera de mi reputación y hacerle creer a Damián que el bebé era suyo?  Y de ser así, ¿él no sospecharía? ¿Y si algún día pedía un ADN?  Durante dos días y dos noches me devané los sesos debatiéndome entre ambas opciones: se trataba de un triple duelo entre la razón, los sentimientos y la pasión animal.  La primera  opción, la de confesarlo todo, era la más explosiva pero,  a su vez, y desde una óptica optimista, era la que me deparaba un futuro más promisorio o, al menos, más parecido a lo que yo podría, para esa altura, considerar como “lo ideal”: veamos…: yo ponía al corriente a Franco de su paternidad y, no habiendo más remedio, tendría que decirle la verdad a Damián y decidir así nuestra separación.  Tal perspectiva, por supuesto, era terrible para mi nombre, mi persona y mi carrera; sólo se hablaría de mí casi como una médica pedófila, pero ¿no estaba yo acaso dispuesta a pagar ese precio si la recompensa significaba la felicidad a futuro y la posibilidad de, tal vez, convivir con Franco por el resto de mi vida o, en el peor, de los casos, convertirme en pareja algo más formal de él?  ¿Qué futuro podía avizorarse mejor para una hembra que el de quedar para siempre unida a su macho?  Pero, claro, apenas trataba de poner un poco en orden mis pensamientos y de echar paños fríos sobre mi cabeza soñadora, me daba cuenta de lo delirante que era todo eso.  En primer lugar, ¿Franco admitiría su paternidad?  ¿Podía esperarse tal responsabilidad en quien, en definitiva, sólo era un adolescente?  En segundo lugar, aun suponiendo que fuera a hacerlo, ¿vendría realmente hacia mí?  ¿O preferiría, simplemente, mirar hacia un costado y dejarme a mí con “mi problema”?  Y por último, ¿qué había con los padres de Franco?  ¿Se quedarían realmente en el molde?  No hay que olvidar que, ante los ojos de ellos como posiblemente ante los de la ley y de la sociedad toda, yo sería vista sólo como una abusadora de menores y hasta podía terminar siendo tapa de los diarios: ¿qué podía ser más tentador y jugoso para la prensa amarillenta que el caso de la médica casada que fue  embarazada por un adolescente?  Como se verá, anoticiarlo a Franco del embarazo y reclamarle que se hiciera cargo de la paternidad era problemático en cualquiera de las variantes que asumiera o en cualquiera de los desarrollos que, de allí en más pudiera seguir la historia: más dudas que certezas…
           La otra opción era, como antes dije, guardar en secreto la verdad detrás de mi embarazo y encajarle a Damián un hijo que no era suyo; ello implicaba, sin duda, una mayor seguridad par a mi persona y mi reputación, además de la salvación de mi matrimonio: no habría tapas de diarios, no habría padres haciendo demandas judiciales, no habría que dar explicaciones a nadie porque, en definitiva, pocas cosas pueden ser más vistas como normales por nuestra sociedad que el que una mujer espere un hijo de su marido…   Ahora bien: habida cuenta de lo que venía siendo nuestra relación conyugal en las últimas semanas, me cabía a mí preguntarme si yo realmente querría,  ya para esa altura, salvar mi matrimonio: arrojarse en ese momento con Damián a la aventura de criar un hijo era, tal vez, comenzar un vía crucis, tratar de estirar la soga que ya no podía ser estirada; no hay nada peor que unir a la fuerza cosas que están tendiendo naturalmente a desunirse…  Y había algo más: si adoptaba ese camino bien estaba la posibilidad de perder para siempre todo contacto con Franco aun cuando, paradójicamente, me quedaría la satisfacción incomparable e impagable de engendrar un hijo suyo.  De hecho, mientras mi cabeza se devanaba buscando determinar qué era lo mejor por hacer, de a ratos se me daba por pensar en el niño, en imaginar cómo sería y hasta cómo se llamaría, e incluso hasta se me cruzaba la loca y, por supuesto, imposible fantasía de conservarlo en mi interior para siempre: sí, lo sé, no tiene sentido; era sólo una fantasía irrealizable pero me puse a pensar varias veces en cuán hermoso sería que el niño nunca naciera y así vivir el resto de mi vida en un embarazo eterno provocado por mi macho.  Es que la sensación de tenerlo dentro mío, de haber sido fecundada por Franco, era tan hermosa que hasta provocaba una cierta angustia el saber que algún día mi hijo tendría que desalojar mi vientre.
             Por lo pronto, y antes que nada, necesitaba hablar con Franco.  Tenía que ponerle al corriente de la situación y recién entonces, de acuerdo a la reacción y a las posibilidades que se abrieran, vería qué hacer.  Lo llamé un par de veces; nunca contestó.  Le tiré un par de mensajes de texto manifestándole que era necesario que hablásemos y tampoco hubo respuesta.  Aumenté la apuesta y en uno de los mensajes le puse: “Estoy embarazada”.  Si quise, con ello, generar un golpe bajo, no funcionó.  Nada.  Ninguna señal de Franco, lo cual era, justamente, una mala señal… Se me ocurrió la posibilidad de llamarlo a Sebastián: él era su amigo y, quizás, podría tener sobre Franco algún poder de persuasión.  Pero, considerando lo que Seba me había dicho en su momento, casi podía escuchar las palabras que iría a decirme: “no te enamores de Franco, doctora…; él no se enamora de nadie”.  Lo descarté entonces.  ¿A quién recurrir?  Tenía que ser, obviamente, alguien del entorno de Franco pero no cualquiera ya que tenía que ser alguien que estuviera al tanto de la historia que yo había tenido con él.  No podía, por supuesto, llamar al colegio para que hablaran con él desde la dirección ni tampoco pedirle a la psicopedagoga que busque convencerlo de los beneficios y responsabilidades que conlleva la paternidad.  No, descartado de plano.  Pero, entonces… ¿a quién acudir?… Un momento…, eso es: ¿cómo no se me ocurrió antes?
              Sí, sé que el lector, para esta altura del relato considerará como descabellada mi idea y también sé que tendrá toda la razón del mundo.  Pero la zorrita del local de lencería de la avenida Santa Fe era, casi, el único nexo que todavía podía llegar a tener con Franco.  Cuando entré en el local me saludó con su clásica y exagerada efusividad que rayaba en el histrionismo y la hipocresía, pero aun así se advertía en su talante una expresión de clara sorpresa al verme allí.
              “¡Hola amor!  ¡Qué sorpresa tenerte por acá!  ¿Qué pasó?  ¿Tenés alguna otra fiestita y querés que te vista?  ¡Encantada, va a ser un placer!  ¿Y Franco…?”
                Hasta allí hablaba ella sola; parecía preguntar y responderse a sí misma.
                “Es sobre Franco que vengo a hablarte” – le espeté, amable pero algo seca.
               Una sombra oscureció su rostro.
                “¿Fran?” ¿Por qué?  ¿Qué pasa con él?”
               Eché un vistazo en derredor: clientes, vendedoras, cajera… Definitivamente no era el contexto.
                “¿Podemos hablar privadamente en algún lado?” – le pregunté.
                “Hmmm, sí, amor, desde ya, pero… esperá… – manoteó de un estante un conjuntito de lencería -.  Vamos a los probadores” – me dijo para, al instante siguiente, salir a paso firme y decidido buscando el fondo del local a la vez que me instaba a seguir la marcha de sus tacos.
               Una vez adentro de uno de los probadores, corrió la cortina y levantó con una mano el conjunto que había tomado.
                “Es para disimular – explicó -.  Ahora decime, amor… ¿Qué pasa?”
                 “Bueno… es que… estoy embarazada”
                  La noticia, se notó, produjo un fuerte impacto en su expresión, lo cual, a decir verdad, disfruté: la zorrita no era tonta para nada y sabía a qué iba el asunto; si yo venía a hablarle de Franco para salirle con que estaba embarazada, estaba más que obvio que el responsable de mi preñez era él.  Su rostro pasó por todos los colores posibles:
              “Hmm… te felicito, amor, pero… a ver: sé clara, ¿qué tiene que ver Franco en esto?” – fingía sonar desconcertada pero la muy turra sabía sobradamente la respuesta.
               “Es de Franco…” – le dije, infligiéndole así una dura estocada, de la cual acusó recibo.
                Tragó saliva.  Recién en ese momento recalé en que era posible que Franco ni siquiera le hubiera contado que él y yo habíamos tenido algo antes de que ella apareciera.
                 “Pero… ¿estás segura?” – preguntó, achinando un poco los ojos.
                 “Es de él” – respondí con toda seguridad.
                  Instante de silencio.  Ella, claramente, estaba reacomodando su cabeza; créanme: lo disfruté.  Sí, nena, pensé: soy yo y no vos quien tiene un vástago de Franco dentro suyo.  Sé que te  carcome la envidia y que te querés matar: me encanta.
                 “Bien… – dijo finalmente -.  ¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?”
                  “Franco no me contesta… Lo llamo a su celular y no me responde.  Le envío mensajes de texto y tampoco me los contesta…”
                  La joven, visiblemente turbada, asintió pensativamente y frunció los labios.  Un mechón de rubio cabello le había caído sobre su ojo, como agregando más sombra a la que ya la noticia recibida había, de por sí, impreso a su rostro.  De pronto giró por detrás de mí; me sorprendió el movimiento.  Un instante después me estaba quitando la chaqueta por los hombros.
                 “¿Qué… qué estás haciendo?” – pregunté, extrañada.
                 “La charla parece ir para largo y si hay que disimular vamos a hacerlo bien – explicó -.  Te vas a probar ese conjunto que te traje.  Más aún: te diría que lo compres porque de lo contrario me voy a ver en problemas par a explicar por qué tanto tiempo en el probador”
                 No respondí; parecía tener su lógica o tal vez no, no sé.  Pero la dejé hacer simplemente.
                 “Yo te diría – me dijo – que si Fran no te contesta los llamados ni los mensajes está bastante claro que no está dispuesto a reconocer ese bebé”
                Puñalada hiriente.  Pensé en objetar algo a sus palabras pero no encontré nada.  La zorrita era maliciosamente inteligente y, llegado el caso, hacía uso de una lógica impecable.
                “Yo no sé qué hayas llegado a sentir vos por Franco, amor… – continuó -, pero yo lo conozco bien… y te puedo asegurar que haya sido lo que haya sido, para él no fuiste más que un polvo…, como tantas otras… Eso no va a cambiar con un bebé… Levantá los bracitos…”
                 Hice lo que me decía y me sacó mi remerita musculosa por la cabeza.
                  “¿Y vos no fuiste sólo un polvo para él?  ¿Se siguen viendo?” – pregunté.  El doble interrogante tenía claramente dos aspectos diferenciados: la primera pregunta tenía fines revanchistas; la segunda, investigativos.  Ambas, en todo caso, rezumaban de mi parte profunda envidia y celos.
                  “Sí, sí, nos estamos viendo cada dos o tres días – respondió, eligiendo contestar primero a la segunda pregunta, cuya respuesta era la más dolorosa de ambas para mí -.  Ahora… si soy un polvo o no para él… hmm, a decir verdad no es algo que me preocupe… Franco está hermoso y súper fuerte.  Mientras pueda, me lo voy a seguir cogiendo hasta que me mate y le voy  a seguir chupando la verga hasta sacarle la última gotita de leche y dejarlo seco… – a medida que iba hablando, acercaba su boca a mi oreja, con lo cual sus palabras se hacían para mí mucho más lacerantes -, pero… honestamente, no me imagino que Fran termine casándose conmigo…, ni con nadie: es la clase de tipo que nunca sienta cabeza.  Es un machito, ¿entendés?  Un macho con todas las letras.  Y un macho… no tiene dueña.  Hoy soy yo, mañana será otra; no importa: lo voy a disfrutar mientras pueda…”
                  Claro, la chica tenía las cosas mucho más claras que yo.  Me sentía una estúpida siendo aleccionada por una jovencita frívola y odiosa que, con toda seguridad, no habría tenido formación universitaria ni terciaria de ningún tipo.  Me bajó la falda y luego se hincó para llevarla hasta abajo y hacerme levantar primero un pie y luego el otro hasta terminar de quitármela.  Cuando se volvió a incorporar apoyó su mentón sobre mi hombro; sentí su respiración en mi oreja.
                 “Los chicos que están taaan buenos como él no son para enamorarse, para casarse ni para tener hijos – me dijo, casi en un susurro -; son para cogérselos, mi amor… Y eso es lo que vos no entendiste” – cerró sus palabras propinándome un delicado besito en el cuello, lo cual me hizo dar un respingo y encogerme de hombros como si hubiera recibido una descarga de electricidad.
                   “Está bien, te entiendo… – acepté, mascullando mis palabras con rabia -.  Estás diciendo que fui una estúpida por dejarme embarazar…”
                   “Sí, muy – me cortó, divertida, al tiempo que, sin aviso, me calzaba ambas manos sobre las desnudas cachas de mi cola, dado que yo tenía puesta sólo mi tanga.  Me las estrujó hasta clavarles las uñas y ello me hizo dar un respingo y estirar el cuello, situación que aprovechó para darme otro rápido beso allí -.  Y más todavía siendo doctora; se supone que deberías tener algunas cosas bastante claras.  ¿No te parece, amor?”
                  Pensar que, apenas un par de minutos antes, había yo pensado que la noticia del embarazo era un duro golpe para ella.  Ahora me quedaba en claro que, o bien había sido sólo mi imaginación engañada por mi deseo de venganza y por lo que en realidad había querido ver, o bien había sido sólo el fugaz impacto de la sorpresa momentánea.  Anoticiarse de mi embarazo no la turbaba en absoluto; más bien la divertía.  Yo estaba, una vez más, abatida y vencida.  Ella deslizó las puntas de sus dedos sobre la espalda hasta llegar a mi corpiño y lo soltó, dejándome en tetas.
                  “Está bien – concedí, quebrada la voz por el dolor y la bronca -.  Supongo que tenés razón en eso, pero hay una cosa que no cambia: yo voy a tener un hijo de Franco…”
                   “Ajá”
                  “Bueno…, necesito que Franco lo sepa…”
                  “Ya lo debe saber… – señaló, con tono indiferente mientras tomaba mi tanga por los bordes del elástico e, hincándose nuevamente, me la deslizaba piernas abajo -.  ¿No se lo dijiste por mensaje?”
                  “Sí – me apresuré a responder -…, bueno, en realidad no…, le dije que estaba embarazada, no que el niño fuera de él”
                  “Ah, qué genio que sos… Y decime… ¿por qué motivo crees que él pueda pensar que le venís con semejante noticia  a menos que sea porque él es el padre?  Ya lo sabe, tontita…”
                   Una vez más hubo silencio de mi parte.  Ella me tomó por los hombros y me giró noventa grados hacia el espejo del probador.
                   “Mirate… – me dijo -.  Detenete un momento a mirar qué hermoso cuerpo que tenés… – me cruzó una mano tanteándome el vientre -.  Y dentro de un tiempo va a estar todavía más lindo cuando te empiece a crecer la pancita, amor… – nuevo beso en el cuello; luego me llevó las manos a las tetas manoseándolas y estrujándolas con fuerza -.  Y esas tetas se van a llenar de lechita para alimentar a tu nene… ¿No te excita pensar eso, doctorcita?  Olvidate de Franco, haceme caso.  Pensá que ese bebé, sea bastardito o no, va a significar algo muy pero muy groso en tu vida y no tiene sentido que la malgastes pensando en un pendejo.  Además, con ese cuerpo e incluso si tu marido te deja en cuanto se entere de los cuernos que tiene, vas a poder tener al hombre que quieras.  Va a haber muchos haciendo cola para estar con vos e incluso van a aceptar la carguita de un hijo si eso les sirve para cogerte todos los días… Viví la vida, amor, olvidate de Franco…”
                  Viéndome al espejo en mi desnudez, ésta se hacía todavía mayor en la medida en que las palabras de la joven se clavaban en mi cuerpo como ponzoñosos dardos envenenados con realidad.  Aun a pesar de lo hiriente que era y de su objetivo, más que obvio, de hacerme renunciar definitivamente a Franco, había que concederle que la putita, una vez más, tenía razón.  Me soltó los senos y se dedicó a colocarme el conjuntito, primero un delicado corsé calado y con transparencias, luego una bombachita que era prácticamente un hilo dental, la cual llevó tan arriba al calzármela que me la enterró bien profunda adentro de la zanja de la cola haciéndome lanzar un gemido.
                  “Es más… – continuó -: hasta podés decirle a tu marido que el bebé es de él.  ¿Te pensás que va a sospechar?  Los hombres son bastante pelotudos para esas cosas.  Nada más fácil que enchufarles un chico que no es suyo… Compran y creen todo… –  me envolvió con sus brazos desde atrás, abarcando incluso a los míos y, produciendo, de ese modo, la sensación de estarme privando de movimiento -.  Mirate… ¡Mirate! – me espetó enérgicamente, repitiendo la orden al darse cuenta que yo desviaba la vista del espejo -.  Estás preciosa, tarada… PRE- CIO- SA… ¿Y te querés quedar llorando por un pendejo?  Olvidate de él… salí a conquistar el mundo, boluda…”
                  En eso descorrió la cortina de un manotazo y prácticamente me empujó hacia fuera del probador.  Yo sólo sentí pánico, terror; pugné por volver a introducirme en el vestidor pero ella me fue llevando a empellones hasta el pasillo.  Un par de chicas y una señora mayor estaban allí y clavaron la vista en mí.  La vendedora se acercó a mi oído y me habló en un susurro entre dientes:
                 “Lo ves, ¿pelotuda?  Mirá cómo te miran… Te comen con la vista… ¡Y son mujeres!  Si tuvieran pito, ahora lo tendrían parado… Dejate de joder con Fran… Olvidate, lo tenés todo por delante…”
                  Me tomó por la cintura y ella misma me empujó otra vez hacia el interior del probador para luego correr la cortina.  Antes de hacerlo, les sonrió a las tres azoradas clientas, las cuales, de hecho, no desviaron ni por un segundo la vista de mí.
                 Mi vergüenza no conocía límites.  Me quería morir ante tan humillante exposición como la que acababa de sufrir.  Una vez que volvimos a estar ambas encaradas dentro de la estrechez del probador, la miré con angustia:
                 “Vos… ¿no podés hablar con Franco?  Por favor, te lo pido… Quizás…”
                Se cruzó de brazos y miró hacia el techo a la vez que resopló apartando con ello por un momento el mechón de cabello rubio que le caía sobre el ojo izquierdo.
                  “Aaaay, doctora… ¡Cómo estamossssss! – se quejó, con tono de evidente fastidio -.  Tanto hablar para que la pelotuda siga sin entender nada…”
                 “P… por favor” – le imploré, al borde de las lágrimas.
                  “Está bien – terminó concediendo y, al hacerlo, un súbito arrebato de júbilo me recorrió de la cabeza a los pies.  Se descruzó de brazos y levantó las manos a la altura de los hombros, girando las palmas hacia arriba -.  Ok… ¡Ok!  ¿Querés que le hable?  Le voy a hablar, quedate tranquila…”
                Yo no cabía en mí de la alegría.  Hasta me había olvidado del embarazoso episodio de un instante antes, cuando había sido expuesta en ropa interior en el pasillo.
                 “¡No sabés cuánto te lo agradezco! – exclamé saltando en el lugar -.  ¡No te das una idea de lo importante que es para mí el favor que me estás haciendo!  Te debo una grande… ¡No sé cómo podría pagarte!”
                  Ella asentía, talante pensativo y boca contraída en una mueca.  Miraba hacia algún punto indefinido en la cortina.  Luego me miró de reojo.
                   “Yo sí sé cómo” – dijo.
                   La miré sin entender.  De pronto introdujo sus manos por debajo de la corta falda que llevaba e hizo deslizar su tanga piernas abajo hasta que la prenda quedó en el piso.  Alzó luego la falda a la vez que se sentaba en una brevísima banqueta de madera que, empotrada a un costado del probador, sólo tenía como función principal servir de apoyo para la ropa.  Echó la cabeza hacia atrás en señal de relajación y abrió las piernas:
                    “Dame una buena chupada de concha como la de aquel día en casa de Franco”
  CONTINUARÁ

Relato erótico: “El retrato de la madre de Dorian grey” (POR SIGMA)

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EL RETRATO DE LA MADRE DE DORIAN GREY
por Anonymous-024
traducido por Sigma

Mi nombre es Dorian – tengo 16 años y ahora soy el hombre de la casa. Mi padre huyó de mi madre y de mí hace casi tres años. Me alegra que se fuera. Solía venir a casa ebrio y golpear a mi mamá. Después lo sentiría y sería amoroso por un rato, pero no dejó la bebida, ni dejó de golpearla una y otra vez.
 
No lo entendí. Era casi como si mamá aguantara los golpes porque disfrutaba la atención extra cuando él se arrepentía. Pues todo se acabó. Regresé a casa de la escuela y encontré a mamá sollozando en el vestíbulo. Papá se había ido, se había llevado su ropa de la casa en algún momento del día. Ahora solo somos mamá y yo.
 
Ella parece haber perdido toda fe en los hombres. Creo que es una mujer muy hermosa. Mide 1.72 m. con grandes tetas, pelo castaño rojizo y piernas muy largas. Sin embargo siempre está pensativa, triste y usa ropa holgada para cubrirse. Incluso yo no sabría lo bella que es si no fuera por vistazos oportunos de ella saliendo de la ducha (esos vistazos han requerido grandes engaños). Tiene tetas grandiosas con pezones gloriosamente prominentes que me encantaría tocar y pellizcan.
 
Además de mi amor por mamá, también amo el arte. Mi maestro de arte en la escuela siempre me felicita. Esto significa que los otros niños me odian, pero no me importa, voy a estudiar arte cuando llegue a la universidad. Todo lo que necesito hacer ahora es realizar un retrato para añadir a mi carpeta para la nota final. Espero que pueda conseguir que mama pose para mí. Primero, porque a mí no me cae bien la modelo de la escuela, pero principalmente porque quería pintarla.
 
Seguí a mamá a la cocina.
 
“Mamá. Necesito hacer una figura completa reclinada como parte de mi proyecto final de arte y en lugar de usar a la modelo de la escuela me preguntaba si ¿tu posarías para mi?”
 
“¿Posar?”
 
“Bueno de hecho recostarse sería una mejor descripción”. Me reí. “Sin embargo posar es el término normal usado. Incluso podríamos usar el diván largo en el estudio”
 
“¿Porqué querrías que posara para ti?”
 
“‘Por que eres hermosa.” mamá sonrió brevemente. “y porque es más barato que la modelo de la escuela.”
 
Se rió. “Pues si así me quieres convencer, entonces cómo podría negarme. ¿Qué debo ponerme?”
 
Media hora más tarde tenía a mamá extendida sobre el largo diván usando una simple blusa blanca de seda y una larga falda negra. Había discutido que llevará tacones más altos que los zapatos normales que usaba, pero se había negado.
 
“¿Cómo me recuesto Dorian?” preguntó
 
“Imagínate esos cuadros de damas Victorianas en reposo.” Expliqué. “trata de parecer lánguida con un brazo a lado y el otro en tu cadera.” Ella lo hizo “sí eso es – ahora trata de quedarte inmóvil y sería bueno si pudieras sonreír.”
 
Rápidamente comencé a esbozar el cuadro. Una vez completo comencé agregar detalles
 
“¿Estas bien?” pregunté.
 
“Sí – es bastante cómodo, pero siento como si fuera a quedarme dormida”
 
“Si quieres puedes hacerlo. He terminado el esbozo de la cabeza así que puedes descansar si quieres”.
 
Varias horas más tarde la sacudí suavemente para despertarla. Aunque el cuadro no estaba para nada completo, tenía bastante con que trabajar y esperaba tener terminado el cuadro para el final de la semana.
 
Capítulo 2
El cuadro fue un éxito grandioso y yo triunfé en mis exámenes. La gente comentaba el hecho de que aunque la mujer era muy atractiva, había un definitivo aire de melancolía en ella. Esto me demostraba que había captado a mi madre correctamente. Fui aceptado por la universidad local lo que significaba que no me marcharía de casa y tenía por delante unas largas y relajadas vacaciones de verano.
 
Estaba en la cama mirando donde el cuadro de mamá se apoyaba contra la pared y de nuevo me alegré de lo bien que había salido todo.
 
“¿Me pregunto como se vería con una sonrisa en la cara?” pensé. Poniendo mi pensamiento en acción inmediatamente saqué mis pinturas y caballete de pintor y una hora más tarde mamá me sonreía desde el lienzo. Había sido difícil recordar como luciría con una sonrisa puesto que había sido largo tiempo desde que la había visto hacerlo. Cuando terminé escuché a mamá regresando a casa del trabajo.
 
“¿Dorian? ¿Estás en casa?” gritó desde el salón.
 
“Sí. Sólo estoy haciendo unas cosas. Ya bajo.” Contesté. Después de limpiar, bajé la escalera para encontrármela guardando algunos comestibles.
 
“¿Cómo estuvo el trabajo hoy?” pregunté.
 
“lo mismo de siempre.” Se enderezó y se volvió para mirarme. Cuando me vio sonrió de repente. Fue como ver salir el sol mientras todo su rostro se iluminó.
 
“¿Estas bien? No te he visto sonreír por mucho tiempo.”
 
“No lo sé. Simplemente me sentí feliz de repente, supongo. Debe ser por llegar a casa del trabajo.”
 
No iba a discutir que no había tenido ese efecto en el pasado.
 
“No,” continuó. “Definitivamente me sentí feliz al momento.” La sonrisa se amplió. “Pero no me molestaría un baño relajante, la espalda me está matando.” Se rió, presionando sus puños en la base de su espalda, lo que tenía la consecuencia de empujar sus tetas al frente. Tragué mientras trataba de mirarlas de manera no muy obvia.
 
Durante los siguientes días mamá llegaría a casa aparentemente alegrándose de verme. Incluso comentó que obviamente yo era su píldora de la felicidad.
 
De vuelta en mi alcoba revisé mi retrato de ella. En verdad la sonrisa en su rostro del cuadro ahora reflejaba la vida real. “Obviamente una coincidencia” Pensé “¿pero no sería grandioso si no lo fuera?” Checando de nuevo el cuadro decidí cambiarle el peinado. Haciéndolo más refinado. Diez minutos más tarde el rostro de mamá me miraba con centelleantes ojos verdes, una sonrisa radiante y un peinado que enmarcaba bellamente su faz.
 
Capítulo 3
Ocurrió que yo iba bajando las escaleras cuando mamá entró por la puerta la siguiente tarde. Miró hacia arriba me vio y sonrió. ¡Su cabello había sido cortado exactamente como yo lo había pintado en el cuadro!
 
“Bonito cabello mamá. Es un estilo nuevo para ti, ¡pero luces grandiosa!”
 
“Gracias,” contestó “decidí hacerme algo diferente. Apenas me decidí a hacerlo a la hora del almuerzo y tuve la suerte de una cita cancelada. Aunque me costó una fortuna.” sonrió de nuevo y palpó su cabello.
 
“Fue dinero bien gastado.” comenté. “Estarás apartando a los hombres a palos.”
 
“Lo dudo.” se rió. “pero gracias por el cumplido. ¿De verdad te gusta?” preguntó.
 
“Sin duda.”
 
“Pues entonces en verdad fue dinero bien gastado.” Sonriendo, me besó en la mejilla antes de pasar a mi lado rumbo a la cocina.
 
Corrí de vuelta a mi alcoba. Sí, el estilo en el cuadro era el mismo estilo que en mi madre. ¿Era coincidencia? ¿Dos veces? Me pregunté que cambios podría hacer para ver si algo especial estaba ocurriendo de verdad.
 
“Ya se- haré algunos cambios que ella nunca haría por si misma.” Las pinturas salieron y comencé a mezclar los colores que quería. El retrato original había sido bastante bueno y el material de la blusa de seda de mamá era tan delgado que había pintado las marcas de los tirantes de su sostén. Lentamente pinté sobre estos dejando un hombro liso. Me recliné admirando mi trabajo. “definitivamente necesita algo más” pensé. “Pezones.” susurré “definitivamente necesita pezones.” Con este pensamiento mi ágil pincel lentamente revelaba lo que parecía dos pezones erectos presionando contra el material de la prenda. Tras pensarlo bien pinté para eliminar el borde de su falda, levantándolo desde abajo de la rodilla hasta un par de pulgadas arriba de esta. Solo necesitaba esperar.
 
Esa tarde estaba sentado en la cocina cuando escuche la llave de mamá girando en el cerrojo de la puerta delantera.
 
“¿Quieres una copa?” Dije mientras entraba.
 
“Sí eso sería maravilloso” me contestó “dame 10 minutos. Quiero quitarme estas cosas del trabajo.”
 
Esos diez minutos parecieron arrastrarse hasta que ella entró en la cocina. No estaba seguro de lo que esperaba, pero lo que recibí me hizo boquear en una mezcla de lujuria y triunfo. Mamá estaba ante mí en una blusa blanca y una falda negra que sólo le llegaba a la mitad del muslo, sus piernas estaban cubiertas por medias oscuras, pero lo mejor de todo era el hecho de que los movimientos libres y las leves y sugestivas sombras de pezones en su blusa significaban que no llevaba nada debajo.
 
Antes de darle su té le di un abrazo.
 
“Bienvenida a casa mamá” le dije mientras la apretaba. Mi barbilla estaba sobre su hombro y mi nariz estaba enterrada en su cabello justo sobre su oreja. “deberías quitarte tu ropa de trabajo cada tarde.” respiré suavemente sobre su oreja. La sentí temblar.
 
“¿Tu crees?” preguntó en voz baja mientras estaba aplastada contra mi pecho.
 
“Absolutamente” dije. “de hecho demando que te quites tu ropa de trabajo cada tarde.” Deslicé mis manos bajando por su espalda y las dejé descansar en su parte baja haciendo pequeños movimientos circulares.
 
“Hmmmmmm. Se siente bien” dijo. Un pequeño escalofrío agitó su cuerpo y oí su respiración acelerarse. “Si recibo un masaje de espalda cada día entonces es un trato.”
 
La alejé de mí a un brazo de distancia. “De acuerdo entonces.” sonreí notando el hecho de que sus pezones estaban obviamente erectos empujado la tela de su blusa. Miré de sus pezones a su rostro y la atrapé sonrojándose. “Bueno,” dijo aspirando profundamente y plegando sus brazos defensivamente sobre sus tetas. “Entonces mañana a la misma hora.”
 
El resto de la tarde pasó conmigo observando el movimiento fluido de sus tetas cuando se movía por la casa. Cada vez que me veía observándola se ruborizaba, pero podía ver sus pezones responder casi al instante. Cuando llegó la hora de ir a la cama la abracé de nuevo, respirando profundamente en su cabello y acariciando la base de su espalda y la cima de sus nalgas. “Duerme bien mamá.” la dije. “Te veías maravillosa esta tarde y estoy seguro de que te verás igual de maravillosa, si no es que mejor, mañana en la noche.”
 
“Buenas noches Dorian” Iba a besarme en la mejilla, pero volví mi cabeza para que me besara en los labios suavemente. Una ligera pausa de respiración, entonces me besó de nuevo, labios juntos pero por varios segundos antes de salir del cuarto tambaleándose ligeramente.
 
Corrí hasta mi alcoba e inmediatamente comencé mezclar más pinturas. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Qué tan lejos podía presionar? ¿Desaparecerían la magia? Las preguntas volaban por mi cabeza mientras estudiaba el cuadro.
 
Comencé por levantar la altura de la falda de nuevo, y entonces la pinté como si representara una falda muy corta levantada hasta su cintura. Le dibujé un par de pantaletas negras con encaje de corte alto y repinté sus piernas más abiertas por varias pulgadas, cubiertas de medias negras y con un liguero a juego. Al tener sus piernas más abiertas significaba que podría pintarle más humedad en las bragas. Como toque final le oscurecí el área donde estaría su coño para que pareciera como si su excitación hubiera comenzado a mancharlas.
 
Entonces, metiéndome en la cama me masturbé furiosamente derramando copiosas cantidades de semen, mientras pensaba en el cuerpo de mamá y lo que haría con él. Después de limpiarme fui a tomar un poco de agua, cuando pasé por la puerta de mamá pude escuchar el sonido de gemidos. Tan silenciosamente como me fue posible entreabrí la puerta. En la cama estaba mamá, una mano pellizcaba su pezón mientras la otra estaba enterrada entre sus piernas. ¡También se estaba masturbando!
 
Calladamente cerré la puerta deseando que el próximo día llegara pronto.
 
La noche siguiente forcejeó en la puerta cargando varias bolsas.
 
“¿Te doy una mano mamá?” pregunté adelantándome para ayudarla. Al verme la escuché boquear ligeramente y su rostro se ruborizó.
 
“No, está bien Dorian, sólo necesito llevar estas a mi alcoba.”
 
“No hay problema.” tomé algunas de sus bolsas, fijándome en la marca ‘Victoria’s Secret’ escrita en una de estas. “Adelante, te sigo.”
 
Pareció detenerse un momento antes de suspirar y guiarme escalera arriba, vestida con su holgada ropa de trabajo que ocultaba su figura. Cuando llegamos a su cuarto arrojó las bolsas sobre la cama, la seguí pero entonces comencé a revisar sus bolsas.
 
“¿Y que compraste?” pregunté empezando a abrir la bolsa de Victoria’s Secret. “Oh nada” exclamó, tratando de arrebatarme la bolsa. Evitando sus manos abrí la bolsa y extraje unos papeles de empacar. Dentro había una pequeña pieza de encaje negro.
 
“Difícilmente nada mamá.” la dije. “De hecho diría que nunca tan poco había sido tanto.” Ella se ruborizó furiosamente, pero pude ver que su respiración se aceleraba. “Te dejo para que te cambies de tus ropas de trabajo. No puedo esperar para ponerte las manos encima.” Ella inspiro breve y abruptamente. “Y darte tu masaje de espalda por supuesto”
 
“Sí Dorian.” Me sonrió casi tímidamente.
 
Salí y bajé al salón. Finalmente escuché a mamá bajar las escaleras y contuve la respiración en anticipación. No me decepcionó.
 
Sus piernas estaban cubiertas por medias con encaje. Lo supe por que su falda era tan corta que las cimas de sus medias se insinuaban. Se blusa estaba tan desabotonada que sus tetas apenas permanecían dentro, cuando se movió sus pezones erectos casi saltaban a la vista. Al instante yo estaba tieso. Me encontré con ella cuando todavía estaba en el último escalón. De esta manera los dos teníamos la misma altura.
 
“¿Te gusta?” preguntó tentativamente.
 
“Oh sí” dije, retrocediendo para verla completa. Su blusa se había resbalado del hombro con lo que su pezón derecho se asomaba ante mí. Se ruborizó furiosamente y recolocó la blusa en su lugar, pero la vi checando el bulto en la entrepierna de mis pantalones.
 
“Simplemente no se por que estoy haciendo esto”. Se quejó. “Esta mal, pero se siente tan bien.”
 
Acaricié su rostro. Sus ojos se cerraron y casi ronroneó. Continué moviendo mi mano, por su elegante cuello, trazando su hombro y entonces deslizándola dentro de su blusa, atrapando su seno en mi mano con su pezón entre mis dedos.
“Lo haces porque eres mi mamá y quieres lucir bien para mí.” Le dije moviendo mis dedos para apretar y luego girar su pezón.
 
“Oh Dios siiiiii” gimió. “No deberías hacer esto pero está tan bieeeen” El pezón estaba tan erguido como podría estar. “¿Porqué que te dejo hacer esto?” gimoteó.
 
“Porque debes.” Le dije. “¿Se siente bien?”
 
“Dios sí.”
 
“¿Estas usando los calzoncitos que vi?”
 
“Siiiii” confirmó. Su cuerpo comenzó a oscilar y a empujarse contra mis manos mientras me movía de un pezón a otro.
 
“Entonces ya que te los pusiste para mi ¿No crees que debería verlos?” pregunté.
 
“¿Que?”
 
“Sube esa falda para que pueda ver si de verdad estas usándolos.”
 
Despacio, dudando, comenzó a jalar de cada lado de su falda. Mientras la piel blanca sobre sus medias apareció moví mi mano libre para comenzar a acariciarla. Ella se detuvo.
 
“Continua.” Ordené. “Quiero esa falda bien arriba y alrededor de tu cintura.” Gimió con lujuria y siguió levantándola. Sus bragas comenzaron a aparecer, con tanto encaje que podía ver su suave vello a través del frente transparente. Un área cada vez más grande se estaba oscureciendo por la excitación. Dios debe estar húmeda ahí abajo.
 
Mamá estaba ondulando de un lado a otro como si estuviera en trance. Sus ojos bien cerrados, las manos sosteniendo la falda alrededor de su cintura.
 
“Mírame” le dije. Sus ojos se abrieron y se concentró en mí. “Cuando estés en casa te vestirás así.”
 
“Sí Dorian”, susurró.
 
“No usarás sostén” ¡Le pellizqué duro un pezón! – gimió, “y si llevas bragas serán como estas.” Cubrí su coño con mi mano.
 
“Siiiii. Oh siii”
 
“Abre más tus piernas.” Ordené. El calor de su sexo casi quemaba mi mano. Cuando abrió sus piernas tomé el frente de sus bragas y lo hice a un lado. Endureciendo mí dedo medio lo empujé en él en el paraíso que era el coño de mi madre.
 
“SIIIIII. Oh jódeme con el dedo querido.” Sus manos soltaron su falda y se sujetó a mis hombros convulsivamente. Endureciendo mi dedo anular lo agregué al primero.
 
“Oh mete el dedo en el coño de mamá querido. Oh Dios, lo necesitaba tanto. Ha sido tanto tiempo.”
 
Moví mis dedos dentro y fuera de ella, apretando sus pezones al ritmo de mis embestidas. Para ese momento sus jugos empapaban mi palma entera.
 
“Tendrás más de esto.” Le dije. “Harás lo que yo quiera, cuando yo quiera.” Comencé a frotar su clítoris con mi dedo pulgar. Estaba alcanzando un orgasmo muy GRANDE.
 
“Este coño es mío para hacer lo que quiera con el mamá.” Me incliné y la besé, metiendo mi lengua en su boca. Sus brazos se colgaron de mi cuello deteniendo efectivamente mi ataque a sus tetas. Me pasé a sus nalgas en su lugar.
 
Los movimientos de mamá se volvían frenéticos, sus jugos habían dejado el interior de sus muslos resbalosos y un rítmico sonido líquido acompañaba a mis dedos jodiéndola.
 
Apartándome de su boca la miré fijamente a los ojos.
 
“¿Eres mi coño verdad mamá?” Esperé. “Dime que lo eres.”
 
“Soy…soy tu coño querido. Oh sí. Soy el coño maternal de Dorian. Ohhhhhh me voy a venir…Siii. Siii. ¡Oh me vengo, me vengo…VENGO! Nnnnnggggggggggg.” Se derrumbó contra mí, sus músculos tensando su sexo salvajemente alrededor de mis dedos.
 
Su cabeza estaba enterrada contra mi pecho. “No debería haberlo hecho, pero estuvo tan bien” Repetía una y otra vez. Pequeños temblores sacudían su cuerpo.
 
Deslicé mis dedos fuera de su sexo haciéndola gemir al hacerlo. Serenamente, sujeté la cima de sus bragas y las bajé por sus piernas.
 
“Nooooooooooooooo” mamá susurró.
 
Ignorándola se las bajé, se las quité y limpie mis dedos en ellas. Puse un dedo bajo su barbilla y levanté su cabeza para que me mirara de nuevo.
 
“Es hora de subir Mamá.” le informé.
 
“No deberíamos haber hecho esto Dorian.” gimoteó. “Está mal y debemos parar ahora.”
 
Aun mientras hablaba la hice dar vuelta y la empecé a dirigir escaleras arriba.
 
“Debemos parar” susurró mamá.
 
Le di palmaditas en el trasero, moviéndola hacia adelante por las escaleras y hacía su alcoba. Un montón de cajas vacías cubría el suelo. Le di la vuelta suavemente y la senté en el borde de la cama.
 
“No puedo seguir con esto. Está mal” murmuró.
 
Me desabroché el pantalón y saqué mi dolorosamente erecto pene. Inclinándome lo acerqué a los labios de mamá.
 
“¡Abre!” ordené.
 
Froté sus labios con la punta de mi pene. Sus labios se abrieron automáticamente y las quejas cesaron cuando comenzó a chupar tentativamente.
 
¡Estaba en cielo!
 
“Que buena mamá ¡Chúpame! Me chupas tan biennnn.” Sostuve los lados de su cabeza y comencé a moverme dentro y fuera de la boca de mi madre. Estaba tan excitado que no le tomo mucho a su labor y a la situación para vencerme. “Prepárate mamá. ¡Prepárate por que voy a venirmeeeee!” Ella trató de apartar su cabeza, pero la sostuve firme y vacié todo en su garganta- su cara enterrada entre mis piernas. Una vez que terminé saqué mi todavía erecto pene de su boca. ¡Con mi mamá en la posición que la tenía, un orgasmo no iba a ser suficiente!
 
“Nunca había hecho eso” dijo, mirándome “quiero decir que nunca me lo había tragado antes.”
 
“Lo estarás haciendo mucho de ahora en adelante.” Acaricié un lado de su cara con mi pene. “Bésalo y di gracias.” ordené.
 
“No puedo.” Se volvió hacia un lado.
 
“Dije bésalo mamá.”
 
Finalmente se volvió y besó la cabeza de mi pene. “Gracias Dorian.” Susurró.
 
“Ahora recuéstate.”
 
“¿Que?”
 
Me agaché y la levanté de las rodillas. Esto tuvo el efecto de hacerla caer de espaldas sobre la cama “Oh nooooooo.” Lloró.
 
Ignorándola la empujé más arriba en la cama. Sus piernas se abrieron ampliamente y su falda se enrolló alrededor de su cintura. Su coño estaba abierto a mi mirada. Los labios colgaban abiertos brillando por sus jugos, escarlata por la sangre bombeada en ellos. Abrí su coño maternal aun más y le di una lamida de prueba a todo lo largo de la grieta. “Hmmmmmmm no está mal supongo.” Era mi primer intento con un coño, ¡pero ciertamente no iba ser el último! En segundos estaba de vuelta en la tarea.
 
¡Mamá estaba frenética!
 
“¿Qué haces?… no debemos hacer esto es sucio.” Trató de apartar mi cabeza. Ignorándola chupe los labios de su coño en mi boca, entonces acaricié el borde de su agujero antes de empujar mi tiesa lengua dentro. Estaba en cielo y mamá no estaba lejos tras de mi.
 
“Nunca sentí esto.” Jadeó. “…Mi cuerpo entero pulsa… No te detengas, oh no te detengas…¡¡Haré cualquier cosa, pero no PARES!!”
 
Busqué con mi lengua donde sabía que estaba su clítoris. Al encontrar la dura y pequeña protuberancia, la chupé en mi boca, frotándola con la punta de mi lengua.
 
“Siiiii… Oh sí… justo ahí. Chupa mi clítoris… chupa mi chochito… voy a venirme de nuevo… demasiado… demasiado.” Su cuerpo entero se puso tieso, se detuvo mientras la montaña rusa llegaba a su punto máximo y entonces “SIIII… nnnggmmmm” Su grito se volvió una serie de gemidos guturales incoherentes cuando alcanzó el orgasmo.
 
Rápidamente me subí a la cama y empujé mi punzante miembro dentro de ella. Ella estaba tan húmeda que llegué hasta el fondo al primer intento. Mi primera vez en un coño incluyó los últimos espasmos de un orgasmo monstruoso. Quería asegurarme de que tendría otro pronto.
 
Sus piernas se cerraron alrededor de mi espalda cuando comencé a joderla en serio. ¡Es importante ser serio cuando jodes a tu madre!
 
“¿Te encanta?” le pregunté.
 
“Sí Dorian. Me encanta.” Sus piernas me apretaron fuerte.
 
El cuarto hizo eco del rítmico sonido líquido mientras la follaba. Aunque me había venido no hace mucho, podía sentir el semen hirviendo en mis pelotas. Me incliné y empujé mi lengua en la boca de mamá. Sus brazos arañaron mi espalda mientras nuestras lenguas luchaban. Los restos del jugo de su coño se extendieron entre nuestras caras. Detuve el beso.
 
“Abre tus piernas totalmente.” Le dije – obedeció extendiéndose completamente de manera que en verdad podía penetrar en ella profundamente.
 
“No tardará mucho mamá.” Gruñí. “Voy a venirme muy adentro de ti.”
 
“Siii… fóllame Dorian. Fóllame por siempre.” Su cabeza se mecía de lado a lado. “¡Fóllame, fóllame, fóllame… FÓLLAMEEEEE! ¡Nnnnggggggggggggg!”
 
“ME VENGOOO.” mi esperma penetró en su útero una y otra vez, mientras ella trataba de arañar mi espalda a través de mi camisa. Me desplomé sobre ella. Con mi decreciente pene aun dentro de ella.
 
Lentamente la sensación de placer se redujo a una calida felicidad. ¡Había follado a mamá y LE ENCANTO! Salí de su coño y rodé para estar a su lado. Ella se puso en posición fetal, con sus rodillas pegadas al pecho.
 
“Por favor vete Dorian.” Dijo. “Lo que hicimos fue una locura y nunca hablaremos de ello.”
 
“Pero te encantó.”
 
“Estaba loca Dorian.” Insistió. “Nunca debe volver a pasar.” Ella no me miraba.
 
Me quedé parado a lado de la cama. Al mirarla pude ver su coño apretado entre sus piernas. Los muslos mojados con la combinación de nuestros jugos- más goteaban de su interior, su falda todavía alrededor de su cintura.
 
“Hablaremos de esto más tarde mamá.”
 
“Sólo vete – por favor sólo vete Dorian.” Rogó.
 
Capítulo 4
Volví a mi alcoba. Mamá era casi mía, pero necesitaba sólo un pequeño empujón más para convertirla en la mami-mujerzuela dócil, deseosa y húmeda de semen que yo quería. Me desnudé; tiré mis pantalones mojados en la lavadora y rápidamente me di una ducha. Allí me enjaboné y decidí los cambios que haría a la pintura.
 
Era tarde esa noche cuando retrocedí ante a mi obra maestra. Ya no era el retrato de una atractiva pero triste mujer, totalmente vestida e inalcanzable. La imagen de sueño húmedo de una mujer me miraba fijamente. Sus ojos centelleaban sugestivamente, su rostro sonrojado de excitación y la punta de su lengua asomaba por la orilla de sus labios. Sus pechos estaban desnudos, un pezón erguido era pellizcado por su mano, su cintura de reloj de arena y la oscura sombra de su ombligo estaban a la vista. Sin embargo se ponía mejor. Estaba desnuda salvo por un liguero y medias; sus piernas estaban obscenamente separadas mientras su coño completamente rasurado estaba parcialmente cubierto por su otra mano que separaba los labios de su sexo. Mostrando sus húmedas profundidades y sólo esperando a se tocada o follada. Por último, alrededor de su cuello tenía una gargantilla negra de la que colgaba una placa de identificación de perro. En esta estaban grabadas dos palabras:
 
“De Dorian”
 
Con esto esperaba convertir a mi madre en la mujer que yo quería.
 
La siguiente mañana desperté al oír la ducha de mi habitación funcionando. “¿Eres tu mamá?” Pregunté.
 
“Sí querido. Estaba despierta y quería estar lista para ti. De algún modo no conseguí equilibrar la temperatura de mi ducha así que decidí usar la tuya.” Se rió tontamente (!) “¿No te importa, verdad?”
 
“Por supuesto que no ¿No quieres que te talle la espalda?”
 
“No… saldré pronto.”
 
Oí como cerraba la ducha y se movía en el baño. La luz se apagó y la puerta se abrió. Me di la vuelta en la cama para ver lo que la mañana me había traído.
 
Mi madre estaba de pie en un camisón cortito de seda blanca que apenas cubría su modestia. Me sonrió y se sonrojó ligeramente. Podía ver que se había secado de prisa pues la tela se pegaba a sus senos acentuando aun más los duros pezones. Con un gesto la invité a la cama.
 
“Bonito camisón mamá. ¿Es nuevo?”
 
Ella se detuvo a lado de la cama, aparentemente insegura de que hacer después. “Sí, apenas lo compre ayer. ¿Te gusta?” Parecía preocupada. Ávida de complacer.
 
“Prefiero lo que hay debajo.” Deslicé una mano bajo el borde del camisoncito y acaricié su cadera. Sus ojos se cerraron y su respiración se aceleró. “¿Que haremos hoy?” Moví mi mano para acariciar el interior de su muslo.
 
“Lo que quieras Dorian.” Suspiró. Comenzó a balancearse suavemente, tratando de empujarse contra mi mano.
 
Deslicé mi mano más arriba y fui recompensado cuando mi palma fue besada por un coño húmedo. Un coño que estaba obviamente tan liso como el trasero de un bebé.
 
“¿Que tenemos aquí?” pregunté. Se ruborizó furiosamente.
 
“Quería hacer algo especial para ti.” Explicó.
 
“Bueno pues quítate ese camisón y enséñame lo que has hecho.”
 
Lenta, seductoramente, mamá levantó los lados del borde de su camisón. Su coño afeitado apareció, los labios de su hinchado sexo estaban ligeramente separados y su humedad se empezó a hacer notoria. Ella esperó pacientemente, expectante.
 
“Muy bien.” La felicité. “Suelta el camisón y separa tus piernas.” Rápidamente obedeció. Deslicé ligeramente mis dedos sobre su sexo. Exhalo como en un silbido al contacto.
 
“¿Qué es esto?” Pregunté
 
“Es mi coño Dorian.”
 
“No, es tu coño de mami. ¿Qué es?”
 
“Mi coño de mami.” Susurró. Deslicé un dedo dentro de ella.
 
“No te escucho mamá.” Mi pulgar acarició su clítoris.
 
“Es mi COÑO DE MAMI.” Gritó. “El coño de mami de Dorian.” Sus manos subieron para pellizcar sus pezones mientras trataba de empujarse más sobre mi invasor dedo.
 
Me quité las cobijas. Mi pene estaba rígido y apuntando al techo.
 
“Muy bien mamá. Entonces lo mejor es que metas mi vara en tu coño de mami ¿No?” Ávidamente se subió a la cama, sacando mi dedo de ella y posicionándose sobre mi pene. Tomándolo en su mano lo dirigió a su abertura y se empaló.
 
Por segunda vez estaba dentro de ella. Sentí los músculos de su coño apretar mi pene en su totalidad.
 
“Tienes un buen coño mamá.”
 
“Gracias Dorian.” Se levantó hasta que la punta estaba justo dentro de ella y entonces se dejó caer de nuevo.
 
Me estiré y pellizqué suavemente sus pezones.
 
“Me pregunto como lucirían si les pusiéramos un piercing mamá. ¿Te gustaría eso?”
 
“Si quieres Dorian.” Volvió a bajar. Sonidos líquidos llenaron el cuarto mientras mi pene golpeaba su cerviz.
 
“¿De verdad?” pellizqué duro sus pezones.
 
“Oh siiii.” Chilló. “Si lo quieres haré lo que sea. Soy tu coño de mami.” Comenzó a rebotar rápidamente mientras yo me empujaba para ayudarla.
 
“Pues entonces esta tarde iremos de compras. No llevarás bragas y ni sostén. Sólo una blusa y una falda ligera para que pueda tenerte al alcance fácilmente.”
 
“Ohhhhhhhhh.” Gimió.
 
“Voy a mostrar que hermoso coño de mami estaba oculto bajo todas esas tristes ropas que usabas.” Le di una nalgada. “Siiii querido… puedes lucirme alrededor de la ciudad”.
 
“te conocerán por la mujerzuela que eres mamá. Te masturbarás en el automóvil.” Le di otro azote en la nalga. “Y lucirás ese coño desnudo mientras estés en los vestidores de la tienda.”
 
“Sí… lucir coño… lucir el coño de mami.” Ambos estábamos a punto.
 
“Y entonces veremos lo de estos pezones.”
 
Eso fue la gota que derramó el vaso. Le di una última nalgada y me vine dentro de ella.

Rociando el interior de su coño con mi semilla.

 
“Me vengo… oh me vengo… mami se viene”. Gritó cuando me quedé dentro de ella y se derrumbó bruscamente sobre mí. Cuando se calmó le di palmaditas en su trasero.
 
“Entonces tenemos un ocupado día de compras mamá. Mi pene está todo pegajoso y creo que deberías limpiarme.”
 
Ella me miró. “Con tu boca por supuesto.”
 
Sonrió y se bajó de la cama, rápidamente engulló mi pene semierecto en su boca. Nuestros jugos mezclados fueron tragados en segundos.
 
“Y cuando termines con mi pene debes recoger cuanto puedas de mi semen de tu coño y tomártelo también. No quieres desperdiciar nada ¿Verdad?” Me miró de nuevo y sonrió con sus ojos. Su boca se movía arriba y abajo mi rígido pene.
 
Me recosté de espaldas y pensé en cuanto había cambiado mi vida. ¿Quién dijo que el arte es aburrido?
 

Relato erótico: “Prostituto 19 Esther es mas puta que yo” ( por GOLFO y ESTHER)

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JEFAS PORTADA2
Todavía recuerdo el día que la conocí, Esther estaba en un bar en el que la fortuna me hizo caer una mañana de agosto. Desde que entré, me llamó la atención porque era la única mujer del local y sabiéndolo, con una mirada pícara, tonteaba con dos compañeros. Mientras ella bromeaba, los dos hombres
hacían que seguían su conversación cuando en realidad tenían fijos sus ojos en los pechos que se escondían tras esa camiseta blanca. Tras darle un repaso y valorar que esa mujer de casi uno setenta estaba buena, comprendí y acepté que en vez de mirarle  a la cara,  ese par se concentraran en esa parte concreta de su anatomía.
Como no tenía nada que hacer, me quedé observando a ese trío pero entonces la muchacha decidió ir al baño y eso fue mi perdición. Con su melena suelta, ese primor recorrió el pasillo con un movimiento que me dejó alelado:
“¡Menudo Culo!” pensé hipnotizado. Como si fuera un pez, abrí la boca y babeé al contemplar ese par de nalgas dignas de museo.
Morena de piel y con el pelo negro, esa mujer bamboleaba su trasero con un ritmo que te impedía pensar en algo que no fuera ponerla a cuatro patas y follártela. Aunque resulte imposible de aceptar, me la imaginé tomando el sol en una piscina, con un breve tanga como única vestimenta y mirándome con los ojos entrecerrados. Su mirada era una mezcla de satisfacción al sentirse observada y de reto, como diciendo a los otros bañistas: “Aquí estoy, disfrutad comiéndoos mi cuerpo con los ojos porque será lo único que catareis”.
Desde mi asiento, acepté ese desafío imaginario y antes que saliera del baño, ya había decidido conocerla. Anticipando el futuro, la vi en mi cama gritando de placer mientras la penetraba. Con mis dientes me apoderaría de los pezones  oscuros que de seguro adornaban esos pechos que había idealizado a través de la tela, cuando su dueña, como pago al placer que le estaba dominando, me los ofreciera. Como si llevara un año sin catar el dulce sabor de un sexo femenino, iría bajando por su cuerpo antes de hundir mi cara entre sus piernas y entonces separando con mi lengua los pliegues de su vulva, me adentraría en el paraíso al apoderarme de su clítoris. Supe en aquel instante que cuando esa morena experimentara mi húmeda caricia, intentaría juntar sus rodillas para aprisionar mi cabeza entre sus muslos y así eternizar las sensaciones que estaba sintiendo. Su entrega me haría devorar ese coño, mientras con mis dedos exploraría sin pedirle permiso el interior de su sexo y solo cuando después de beber de su flujo y cuando sus gemidos me confirmaran que estaba lista, me incorporaría y cogiendo mi pene entre mis dedos, apuntaría hacia esa fabulosa entrada y de un solo empujón, la poseería. No me cupo duda que de hacerse realidad ese sueño, la morena gritaría a los cuatro vientos su placer mientras su entrepierna empapada era asaltada.
 
Desgraciadamente todo tiene un final y cuando saliendo del baño, esa mujer cortó de plano mi ensoñación, no tuve oportunidad de conocerla porque cogiendo su bolso, abandonó el local. Loco de deseo, lamenté su marcha y sin saber qué hacer, me fui hacia mi casa. Durante el trayecto, cada paso que daba era un suplicio porque me alejaba de ese bar que aún sin ella conservaba su aroma. Ya en mi apartamento, intenté pintar ese cuerpo para así inmortalizar su recuerdo pero en cuanto empecé a esbozarlo, me percaté que me faltaban datos porque no sabía a ciencia cierta cómo tendría sus senos o si tendría esa pequeña barriga que a los hombres nos entusiasma o por el contrario su estómago sería una tabla de dura roca, de esas  que inspiran a esos diseñadores homosexuales de ropa tan de moda en nuestros días.
 
Frustrado, decidí darme un baño. Y mientras el chorro rellenaba la bañera, mi mente seguía a un kilómetro de distancia rememorando el movimiento de ese trasero que había alterado mis hormonas esa mañana. Al desnudarme y sentir el calor que desprendía, me fui hundiendo en el agua mientras, ajeno a todo, mi pene se iba irguiendo con su recuerdo. La tremenda erección que sobresalía sobre la espuma, me hizo coger entre mis manos mi miembro y lentamente soñar que eran las de esa mujer las que me pajeaban. Esa morena anónima me besaba sin dejar de jugar con mi entrepierna mientras me susurraba al oído lo mucho que le gustaba. Lentamente sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano, poniendo sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan concentrado que llegó un momento que realmente creí que esos pezones imaginarios, que se contraían al contacto con mis dientes, eran reales y explotando mi deseo, dejé blancas gotas flotando, muestra visible de la atracción que sentía por esa desconocida mujer.
Cabreado e insatisfecho, me vestí y llamé a Johana, mi jefa, para ver si tenía algún encargo que me hiciera olvidarme de esa obsesión. Desgraciadamente me informó que no tenía nada para darme y por eso colgándola el teléfono, salí en busca de una clienta. Sabía que a las doce de la mañana era imposible conseguir una patrocinadora pero, aun así, lo intenté recorriendo infructuosamente los hoteles de la gran manzana. Tras dos horas durante las cuales lo más cerca que estuve de hallar negocio, fue cuando un par de ancianas me preguntaron por un casino, volví tras mis pasos y con paso cansino, entré en un restaurante a comer.
Parafraseando una canción: “Es increíble que siendo el mundo tan grande, esta ciudad sea tan pequeña”. Contra toda lógica y incumpliendo las leyes de las posibilidades, mi morena se hallaba comiendo en una mesa al fondo. Creyendo que Dios me había dado una segunda oportunidad, decidí no desperdiciarla y aprovechando que el local estaba repleto, le di una propina al maître para que le pidiera, ya que estaba comiendo sola, si podía sentar a otro comensal en su mesa. Esa práctica, tan ajena y extraña en nuestro país, es común en los Estados Unidos y por eso al cabo de un minuto, me hallé compartiendo mantel con esa monada.
Al sentarme, le pedí perdón por mi intromisión pero ella me contestó que no había motivo para pedirlo y que se llamaba Esther. Por su acento adiviné su origen y pasando al castellano, me presenté diciendo:
-Soy Alonso y si no me equivoco somos paisanos. ¿Naciste en Canarias?-
-¿Tanto se me nota?-
-Solo sería más evidente si al salir en vez de tomar el autobús, tomaras la guagua- respondí sonriendo.
Mi respuesta le hizo gracia, lo que me hizo pensar que la misión que me había marcado, iba viento en popa porque no hay nada que le guste más a una mujer que le hagan reír. Se la notaba alegre al encontrarse por esos lares a un español y por eso fuimos cogiendo confianza de forma que cuando el camarero llegó con la comanda, ya nos considerábamos amigos.
 
Si ya me gustaba esa monada, su voz con un tono grave casi masculino me cautivó. Las palabras parecían surgir de su garganta como por arte de magia. Magia que me fue embrujando paulatinamente hasta que con disgusto comprendí que había caído en su hechizo. Esa mujer, involuntariamente o no, desprendía sensualidad por todos sus poros y mientras hablaba o reía, sus pechos participaban en la conversación, moviéndose libres sin la contención de un sujetador.
La visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había hecho mella, me hizo empezarme a excitar. Sé que ella lo notó porque bajo su camisa, sus pezones al reaccionar a mi mirada, la traicionaron. Duros y grandes, se dejaban ver presionando la tela. Esther al percatarse que la había descubierto, sacó su bolso y poniéndolo enfrente, creó una barrera física que mi imaginación bordeó sin esfuerzo.
-¿A qué te dedicas?- pregunté rompiendo el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros.
Mi táctica al desviar su atención dio un pésimo resultado y poniendo un mohín de tristeza, me respondió:
-Debido a la crisis, estaba en paro y por eso me vine a esta ciudad. Ahora tengo un sex-shop y me va bien-
Reconozco que me pasé, pero al escuchar que tenía una tienda de elementos eróticos, no pude reprimir mi carcajada. Jamás me hubiera imaginado que esa mujer se dedicara a esa actividad pero al ver su cara de enfado, le pedí perdón y cogiéndole la mano, prometí ser uno de sus mejores clientes. Indignada, pidió la cuenta pero antes de irse, me pasó una tarjeta de su negocio para ver si era verdad que me iba a gastar mi dinero en su tienda. Nuevamente en menos de dos horas, me vi solo, sorbiéndome los mocos y recriminándome la torpeza con la que había actuado y por eso mientras terminaba mi café, comprendí que le debía una disculpa.
 “Joder, era lógica mi reacción. A ese bombón le pega más ser la dueña de una tienda de golosinas”.
Al salir del restaurante, me fui directo a una floristería y  aunque intenté comprar un ramo de  estrelitzias, una flor que le haría recordar su tierra natal, al ser tan raras me tuve que conformar con dos docenas de rosas amarillas. Ya en la caja, me tomé unos minutos en pensar la dedicatoria. Afortunadamente las musas tuvieron piedad de mí y la inspiración fluyó entre mis dedos:
“Soy un patán. Solo espero que estas flores sirvan para paliar mi error. Una rosa es una rosa aunque tenga espinas. Si te apetece cenar y así tener la oportunidad de echarme en cara lo que piensas, llámame. Mi teléfono es XXXXXXXXXXXXXX”
Una vez redactada mi bajada de pantalones y esperando que mi disculpa fuera suficiente, cerré el sobre y tras pagar un servicio express, salí del local parcialmente ilusionado. Sabía que era casi imposible que me diera otra oportunidad pero el premio era tan grande que esperaba que esa tarde al recibir las flores, esa mujer se apiadara de mí y aceptara cenar conmigo. Si lo hacía, me juré por lo más sagrado que no volvería a errar y que andaría con pies de plomo.
Toda la tarde me la pasé comiéndome las uñas, temiendo que hubiese roto mi tarjeta y que no llamara. Por eso al dar las ocho ya había decidido irla a ver pero justo cuando cogía la puerta, sonó mi móvil.
-¿Alonso?- escuché nada más descolgar.
Era ella. Sin poder creer en mi suerte, me disculpé nuevamente pero Esther cortando por lo sano, me soltó con voz dulce:
-No creas que te voy a perdonar tan fácilmente. Para que piense en hacerlo, esta noche me tienes que llevar al Gallagher’s Steak House y te aseguro que no te saldrá barato-
“Coño, a quien se lo vas a contar” pensé  al recordar la factura que pagó una de mis clientas la última vez que fui. Aunque era difícil conseguir mesa, conocía al chef por lo que pude contestarle que no habría problema, tras lo cual, le pregunté donde quería que la recogiese:
-En mi casa. Vivo en la avenida Jeromé 37. Te espero a las nueve- y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.

Como esa dirección era del Bronx, llamé a la compañía de taxis y pedí que me recogieran a la ocho treinta porque así me daría tiempo de sobra para llegar a por ella y mientras tanto, me volví a duchar pero esta vez con una idea clara:
“Esa noche no dormiría solo”.
Acababa de terminar de vestirme cuando sonó mi telefonillo y cogiendo mi cartera, salí al portal. Como era habitual, el taxista era paquistaní y por eso le tuve que escribir en un papel el destino y mediante señas, explicarle que íbamos a recoger a otro pasajero, tras lo cual debía llevarnos a ese restaurante.
Al llegar hasta su casa, la llamé a su móvil y con autentico desasosiego esperé a que bajara. Cuando lo hizo, venía enfundada en un traje negro de raso que se pegaba a su cuerpo, dotándolo de un atractivo que me hizo sudar, sobre todo cuando al saludarme con un beso, pude echar una rápida ojeada por dentro de su escote y descubrí que esa mujer tenía unos pechos duros y redondos.
Si Esther fue consciente del repaso, no lo sé pero lo que si me consta es que nada más acomodarse en su asiento, se giró de tal forma que la tela de su vestido se abrió dejándome disfrutar de un pezón grande y oscuro que me dejó petrificado:
“¡Eran tal y cómo, me había imaginado!”
Su descaro me hizo creer que deseaba un acercamiento pero cuando lo intenté llevando mi mano a su pierna, separándola me soltó:
-Verás pero no tocarás-
Ella al ver mi desconcierto, se subió la falda hasta cerca del inicio de su tanga y poniendo cara de perra viciosa, se rio mientras me decía:
-No todo lo que hay en mi sex-shop está en venta, pero como soy buena te voy a dejar ver lo que te has perdido-
Jugando conmigo y castigándome por la impertinencia de reírme de su profesión, me preguntó:
-¿Te gustan mis piernas?. Creo que las tengo un poco gordas pero mi ex nunca puso reparo a hundir su cara entre ellas y darme placer-
-Serás cabrona-  maldije entre dientes mientras no podía retirar mis ojos del coqueto tanga negro semitransparente que llevaba.
-No te lo he dicho pero, sabiendo que iba a cenar contigo, me depilé y ahora tengo un coño de cría- y realzando la imagen que ya asolaba mi mente, prosiguió diciendo: -Imagínate, ¡Sin un solo pelo!. ¿Te apetece verlo?-
Con voz confusa, contesté afirmativamente y entonces ella cerrando sus rodillas me contestó:
-Todavía no te lo has ganado-
Al enfilar el taxista la quinta avenida, lo agradecí porque así terminaría el suplicio de tener a esa belleza a mi lado, sabiendo que era un terreno vedado a cualquier aproximación. Lo que realmente me apetecía no era cenar sino hundir mi cabeza entre sus pechos pero me había dejado claro que esa noche y a no ser que la convenciera de cambiar de opinión:
“De sexo, nada”
Cumpliendo a rajatabla las normas de educación, me bajé antes que ella y le abrí la puerta. Esther salió del vehículo sintiéndose una princesa y  a propósito, rozó con mi mano mi entrepierna mientras me decía que era un caballero.
“¿A qué juega?” pensé al sentir su caricia ya que era justamente lo que ella me había prohibido.
Cabreado y conociendo de antemano, que esa zorra se iba a dedicar durante la cena a provocarme, me senté en mi silla esperando que producto de su sadismo, esa mujer se fuera calentando y que después de cenar, me dejara tomarla como me imploraba mi miembro. Mis peores augurios se hicieron realidad cuando le estaba diciendo al camarero lo que queríamos cenar, al sentir un pie desnudo subiendo por mi pierna.
-¿Te pasa algo?- preguntó con una sonrisa irónica la morena mientras su planta se afianzaba encima de mi bragueta –Te noto un poco nervioso-
-No sé porque lo dices, estoy tranquilísimo-
-Pues sé de un pajarito que no opina lo mismo-
Que se refiera a mi miembro con ese diminutivo, me cabreó y tapándome con el mantel, saqué mi polla de su encierro para que palpara sin impedimento alguno que de pequeño nada. Estaba orgulloso de cada uno de los centímetros que lo componían y puedo asegurar que eran muchos. Mi reacción momentáneamente desconcertó a Esther al comprobar el tremendo aparato que calzaba entre las piernas pero después de la sorpresa inicial, me sonrió y poniendo una cara de no haber roto un plato, quitó su pie y me dijo:

-Cariño, no te enteras. Yo marco el ritmo y creo no haberte pedido que hicieras eso, así que voy a sumar un nuevo castigo a tu larga lista-
La seguridad con la que habló, me desarmó y metiendo mi encogido miembro dentro del pantalón, bebí un sorbo de vino mientras intentaba pensar en cómo vencer a esa arpía. Para colmo de males, un conocido suyo Un cuarentón de buen ver, apareció por el local y tras saludarle con un magreo en el culo, le preguntó quién era yo:
-Un aprendiz que se cree muy machito- respondió pegando su cuerpo al del recién llegado- espero que cumpla pero si no lo hace, ¿Te puedo llamar?-
-Claro, ya sabes que mi cama siempre está libre para ti- y dirigiéndose a mí me dijo: -Muchacho, Esther es una profesora excelente-
Mi humillación era máxima pero también mi excitación, de no haber sido por mis hormonas me hubiese levantado de la mesa y me hubiera ido a rumiar mis penas solo, pero justo cuando ya había dejado mi servilleta en la mesa y me disponía a irme, Esther me pidió que la acompañara al baño. Sin saber a qué atenerme, la seguí por mitad del restaurant siendo testigo de cómo los hombres se daban la vuelta para verla pasar. Todos y cada uno de los presentes, se fijaron en el culo de la española por mucho que, a los ojos de un gringo, fuera otra latina más. Pero para mí, ese trasero era una meta.
No fui consciente de lo que se me avecinaba hasta que al llegar al baño, esa mujer de un empujón me metió en el de damas. Nada más entrar, cerró la puerta con llave y dándose la vuelta me pidió que le bajara la cremallera. Temblando como un crio, cogí el cierre entre mis manos y lentamente lo fui bajando. Centímetro a centímetro la espalda de esa mujer se me fue mostrando mientras mi pene saltaba inquieto dentro de mi calzón pero aunque me moría por agarrar ese par de peras y hundir mi polla entre sus nalgas, me abstuve recordando que ella quería llevar la voz cantante. Esther al notar que la había abierto por completo, me ordenó que le sacara el vestido por la cabeza, por lo que me tuve que agachar e ir levantando poco a poco la tela, de forma que pude disfrutar de la perfección de su cuerpo mientras lo hacía. Ya desnuda a excepción de su tanga, se dio la vuelta tapándose los senos y entonces me preguntó:
-¿Quieres verlas? ¿Te apetece ver mis pechos?-
La pregunta sobraba, ¡Por supuesto que deseaba contemplar esas dos bellezas! Pero sabiendo que tendría precio, con voz titubeante le dije que sí.
-Arrodíllate en el suelo-
Sin voluntad alguna porque esa zorra me la había robado, sumisamente, me puse de rodillas mientras ella separaba sus manos. Al ver la perfección de sus tetas valoré en justa medida el precio que tuve que pagar y con una sonrisa, comprendí que había salido ganando. Mi expresión de felicidad, la confundió y con voz áspera, me preguntó porque sonreía, a lo que solo pude contestar con la verdad. Ella al oír mi respuesta, se sintió ama de mi cuerpo y sentándose en el wáter se puso a cagar. Habiendo satisfecho sus necesidades físicas, se levantó y poniendo su culo en mi cara, separó sus nalgas con las manos y me ordenó:
-¡Límpiame!-
Casi llorando por la ignominia a la que me tenía sometido, saqué la lengua y la llevé hasta su ojete. Había supuesto que me resultaría desagradable pero me encontré al recorrer sus pliegues que su culo tenía un sabor agridulce que, sin ser un manjar, no resultaba vomitivo y por eso cuando me hube acostumbrado a ello, tomé más confianza y usando mi húmedo instrumento me permití profundizar en sus intestinos. Esther no se quejó de mi iniciativa y separando sus piernas, me permitió seguir con mi exploración. Sus gemidos no se hicieron esperar y ya seguro de que le gustaba, hundí toda mi cara mientras con los dedos la empezaba a masturbar.
-Eres un estudiante travieso- me soltó dando una risotada, tras lo cual se dio la vuelta y sentándose en el lavabo, me dijo: -Termina lo que has empezado-
No me lo tuvo que repetir y con un hábito aprendido durante años, fui subiendo por sus muslos mientras le daba besos en mi camino. La morena no se esperaba tan tierno tratamiento  y por eso cuando mi lengua se apoderó de su clítoris, este ya mostraba los síntomas de su orgasmo. Decidido a hacerla fracasar en su intento por dominarme, estuve jugueteando con su botón durante una eternidad hasta que sentí que esa dura dominante se derretía sin parar. Sabía que era mi momento y por eso mientras lo mordisqueaba, fui preparando su sexo con someras caricias de mi yemas, de manera que obtuve y prolongué su ansiado éxtasis hasta que berreando como una loba, me pidió que parara pero entonces y por primera vez, la desobedecí y metiendo mi lengua hasta el fondo de su agujero, la empecé a follar sacándola y metiéndola de su interior.
-¡Virgen de la Candelaria!- exclamó al notar que sus defensas iban cayendo una a una con la mera acción de mi apéndice hasta que,  convulsionando sobre la loza, su sexo se convirtió en un geiser de donde manaba miel.
Recogiendo su néctar con mi lengua, me di un banquete que solo terminó cuando, con lágrimas en los ojos, esa mujer me rogó que volviéramos a la mesa porque llevábamos mucho tiempo en el baño y los camareros se darían cuenta. Su peregrina excusa, era eso, una vil excusa. Yo sabía la razón y no era otra que esa mujer había perdido la primera batalla y deseaba una tregua que le permitiera reorganizar sus tropas. Satisfecho pegando un pellizco en uno de sus pezones, recogí mi medalla y tras vestirse, galantemente, le cedí el paso.
Al contrario de nuestra ida al servicio, a la vuelta el rostro de la mujer estaba desencajado al no saber si podría someterme tal y como había deseado. En la mesa, durante unos minutos evitó mi mirada y ya repuesta, me pidió que pagase la cuenta. Al hacerlo, recogió su bolso y meneando el trasero, fue en dirección contraria a la salida. Extrañado y sin saber a dónde me llevaba, la seguí para descubrir que se paraba frente a la puerta de los baños de hombres.
-¿Y eso?- pregunté extrañado de que quisiera repetir.
-Reconozco que me has vencido pero ahora sin la premura del tiempo, seré yo quién te derrote-  contestó y tal y como había hecho yo con anterioridad con una sonrisa en los labios, me dejó pasar.
Creyendo que, ya que el partido se jugaría en mi campo y con la confianza del equipo de casa, entré en el baño convencido de que saldría victorioso y que de haber afición, esta me sacaría en hombros. Qué equivocado estaba, porque nada más trancar la puerta, esa mujer se convirtió en una loba en celo y arrancándome los botones de mi pantalón, me lo bajó mientras me sentaba en el wáter. Como una autentica obsesa, fue rozando mi miembro todavía morcillón con sus mejillas, mientras me anticipaba que jamás nadie me habría hecho lo que ella me iba a dar. Y supe que era así cuando habiendo levantado mi extensión siguió golpeando con la cara mi pene, como si quisiera usar sus mofletes como arietes con el que derribar mis murallas. Lo creáis o no me da igual, esa mujer consiguió de ese modo tan extraño que la dureza  de mi erección fuera hasta dolorosa y sólo cuando percibió que esta había llegado al máximo, poniéndose entre mis piernas, se sacó los pechos e incrustándoselo entre ellos, me miró diciendo:
-¿Tu sabes, mi niño, que toda canaria es medio cubana?-
Y sin esperar a que le diese mi opinión, estrujó sus senos contra mi pene formando un canalillo que me recordó a  un sexo femenino pero más seco pero ante todo más estrecho. Era tanta la presión que ejercía sobre mi extensión que al principio le costó que este se deslizara `por su piel.
-¡Te voy a dejar seco!- me amenazó poniendo cara de puta y recalcando esa idea, me dijo mordiéndose los labios: -Voy a ordeñarte hasta que explotes en mi cara-
Poco a poco, el sudor que se iba acumulando en ese artificial conducto fue facilitando que Esther cumpliera su desafío y por eso al notar que ya se resbalaba libremente a pesar de la presión, afirmó:
-Te gusta guarrete, ¿Verdad que nadie te había hecho una cubanita así?-
Si le hubiese respondido, hubiera reconocido mi derrota de antemano y por eso, cerrando los ojos, me concentré en evitar dejar que las sensaciones, que estaba experimentando, me dominasen. La morena al observarlo, contratacó agachando su cabeza y abriendo su boca, de forma que cada vez que mi pene sobresalía por encima de sus pechos, su boca me daba una húmeda bienvenida.
“Mierda” pensé al darme cuenta de su estrategia pero la gota que derramó el vaso, fue sentir que su lengua intentaba introducirse por el diminuto agujero que coronaba mi glande. 
La mujer al sentir que mis huevos se estremecían supo que estaba a punto de ganar la escaramuza y por eso, esperó tranquilamente a que llegara el momento y entonces usando mi pene como una manguera, bañó su rostro con las andanadas de blanca leche que salieron expelidas al correrme. Con una sonrisa en su cara, saboreó su victoria llevándose con los dedos el manjar que bañaba su cutis hasta sus labios e introduciéndolo en su boca, lo fue devorando sin dejar de mirarme.
-¡Qué rico está tu semen!- susurró incrementando el morbo que me daba ese ágape erótico del que fui testigo.
Degustando las últimas gotas de mi descalabro, se levantó  y sin esperar a que me vistiera, desapareció por la puerta mientras soltaba una carcajada. Hundido por haber perdido mi ventaja me abroché el pantalón, quedándome el consuelo que esa pérdida había equilibrado el marcador y estábamos empatados.
“¡Quien ríe el último, ríe mejor” sentencié saliendo en busca de esa zorra que sin duda me esperaba fuera del baño. Pero al llegar al pasillo, no la encontré y por eso, la busqué en el exterior del restaurante. Con una sonrisa en su cara y ya en el interior de un taxi, la arpía gritó al verme salir:
-Estoy aquí, machote. Entra que te voy a llevar al Empire State-
Descojonado por esa idea tan absurda porque sabía qué hacía más de dos horas que había cerrado sus puertas, me metí en el coche pensando en que hasta andando podríamos ir a mi casa y me convenía ganarle aunque fuera por una décima de punto. Al mirarla, vi que estaba esplendida y que curiosamente parecía estar segura de que podríamos entrar. Como esa mujer no dejaba de sorprenderme, decidí no decir nada, no fuera a ser que tuviera un as bajo su manga.
Una vez a los pies de ese enorme edificio, comprendí que había acertado cuando golpeando el cristal, llamó la atención de un enorme negro de más de dos metros, el cual nada más levantar su cara del periódico que estaba leyendo, le dirigió una sonrisa para acto seguido, abrir la puerta:
-¿Qué hace aquí mi blanquita favorita?- soltó ese animal con una voz de pito que no cuadraba con su musculatura.
-Pedirte un favor,  Ibrahim. Mi primo se vuelve a España de madrugada y no ha visto Nueva York desde el Empire-
-Pero Esther, tengo prohibido dejar pasar a nadie a deshoras. Me pueden despedir- protestó débilmente.
Mi acompañante no se amilanó por la negativa y pegándose a él, le empezó a acariciar la tremenda barriga mientras le decía con tono compungido:
-Ibrahim, ¡Se lo he prometido!. Te juro que la próxima vez que vayas a mi tienda, te regalo mis bragas usadas-.
El rostro del gorila se transmutó y forzando la negociación le soltó que no podía esperar y que si quería contemplar la ciudad esa noche, debería darle las que llevaba en ese momento. Esther, pegando un grito de alegría, le dio un beso en los labios y sin darle tiempo a arrepentirse, se quitó el tanga y sensualmente se lo lanzó a la cara. El gigantesco individuo apretó la prenda contra su nariz y apretando un botón, llamó al ascensor. Lo último que vi antes de entrar el interior, fue a ese hombre bajándose la bragueta mientras olfateaba la suave tela en busca del olor de su dueña. Al cerrarse la puerta, Esther empezó a desnudarse diciéndome:
-Tenemos media hora, no creo disponer de más tiempo antes que ese pendejo se canse de verme desnuda y quiera que nos vayamos-
-¿Nos va a ver?- pregunté alarmado.
-¡Pues claro! O crees que va a perder la ocasión de pajearse mirándonos- contestó completamente desnuda y acercándose hasta mí me ayudó a quitarme los zapatos.
En ese momento, el elevador llegó a su destino y abrió sus puertas. Esther al verlo, salió corriendo y soltando una carcajada, me dijo:
-Machote, ¿A ver si me alcanzas?-
Sin dudar fui tras ella pero lo que debía ser fácil en principio,  me resultó casi imposible porque moviéndose como una anguila, cuando ya creía que la iba a coger, hacía un recorte y reiniciaba su carrera.
“¡Será puta!” pensé al tropezar y caerme contra el suelo.
Fue entonces cuando  saltando encima de mí, me empezó a besar. La zorra se convirtió en una dulce amante que pegando su cuerpo contra el mío, buscó su placer entrelazando nuestras piernas. Acomodándose sobre mi pene, forzó su sexo y lentamente se fue empalando mientras ponía sus pechos a mi disposición. Cogiendo ese par de melones entre mis manos, llevé un pezón hasta mi boca mientras mis dedos pellizcaban el otro.
-¡Me encanta!- gritó pegando un alarido que nadie escuchó para acto seguido iniciar un suave trote mientras sentía la dureza de mis dientes, mordisqueando su oscura aureola.
-¡Más rápido!- le exigí con un duro azote en sus posaderas.
-¡Más rápido!- insistí soltándole otro mandoble al no notar cambio en el ritmo con el que me montaba.
-¡Más rápido!- repetí, cabreado porque deseaba que esa  mujer saltara sin freno sobre mi pene.
No comprendí la terquedad con la que se negaba a obedecer mi orden hasta que soltando un gemido, mezcla de dolor y de deseo, su vulva se encharcó y sumisamente me informó que solo aceleraría el compás de sus caderas, si yo le marcaba el ritmo a base de nalgadas. Su entrega me enervó y aceptando su sugerencia marqué una cadencia imposible que ella siguió como si nada.
-¡Sigue!- chilló – ¡Ojalá estuviéramos en mi casa!, allí sacaría una fusta y no pararía de darte latigazos hasta que aprendieras  a hacerlo-
Completamente dominada por la lujuria, esa puta no olvidaba su vena dominante y por eso, quitándomela de encima, la puse a cuatro patas tras lo cual, guie mi pene hasta su ojete y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo.
-Ahhh- gritó al sentir mi intromisión en su entrañas y llorando me pidió que lo sacara.
-¡Te jodes!, puta- dije en su oreja mientras seguía machacando su interior con mi mazo.
Implorando mi perdón, Esther sollozó al experimentar que su esfínter estaba sufriendo un castigo brutal pero no me apiadé de ella y sin pausa, incrementé la velocidad de mi estoque mientras le exigía que se masturbara. La muchacha incapaz de negarse, llevó su mano a su entrepierna y recogiendo su clítoris entre sus yemas, empezó a acariciarlo con avidez. Su deseo se fue acumulando con el tiempo hasta que estallando en risas, se corrió sonoramente.
Volví a infravalorar a Esther, muerta de risa, me exigió que le diera caña mientras  se descojonaba de mí al haberme creído sus lágrimas:
-Eres un niñato. Unos lloriqueos fingidos ya te crees que me dominas-
Su burla me sacó de quicio y hecho una furia, le di la vuelta y le solté un bofetón. La morena limpiándose la sangre de sus labios, soltó una carcajada retándome. Fuera de mí, con mis manos empecé a estrangularla pero ella, en vez de defenderse, cogió mi pene y se lo insertó en su sexo mientras me decía:
-Asfíxiame pero no dejes de follar-
Comprendí al instante sus deseos, esa zorra quería que al reducir yo el oxígeno que llegaba a su cerebro, le otorgara una dosis extra de placer. Cumpliendo fielmente su pretensión, le apreté el cuello mientras mi miembro se movía a sus anchas en su interior. Cuando su rostro ya estaba completamente amoratado, la vi retorcerse sobre el mármol y para de repente ponerse a temblar mientras su cuerpo se licuaba dejando un charco bajo su culo. Mi éxtasis se unió al suyo  y mezclando mi simiente con el flujo que brotaba de su coño, me desplomé agotado sobre ella.
No sé el tiempo que permanecí desmayado, lo único que sé es que al despertar, Esther permanecía desnuda, apoyada en la barandilla mientras miraba Nueva York desde las alturas Acercándome a ella, la besé en el cuello y le pregunté en que pensaba:
-En que somos unos extraños en esta ciudad pero la amo-
Fue lo primero realmente sincero que dijo esa mujer en toda la noche y conmovido, le respondí que a mí me pasaba lo mismo. No concebía mi vida sin vivir en la gran manzana.  Estábamos recogiendo nuestra ropa, cuando mirándome me preguntó:
-Por cierto, ¿A qué te dedicas?-
-Soy prostituto-
Incapaz de contenerse, soltó una carcajada pero en cuanto se dio cuenta, se pegó a mí y de buen humor me preguntó dónde iba a tener que llevarme a cenar.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
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