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Relato erótico: “El arte de manipular 2” (POR JANIS)

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Ágata oteó el largo pasillo de la academia, pero no le vio. Hacía ya dos días desde que se habían declarado mutuamente y no le había visto desde entonces. Ansiaba su compañía; la
necesitaba, sobre todo para reafirmar su compromiso, para escucharle decir de nuevo que la quería. Ni siquiera había dormido bien desde entonces y tuvo que obligarse a calmarse ya que sus padres sospechaban que algo ocurría al verla tan agitada. Quería que la abrazara, que la mimara, que la besara tiernamente y le susurrara su amor al oído. Quería hacer todas aquellas ñoñerías que siempre había despreciado en las películas románticas.
  No fue capaz de aguantar más de media mañana y salió a buscarle. Finalmente, le encontró preparando la obra entre bambalinas, a solas. Frank la escuchó llegar. Sus zapatos planos rompieron el silencio de la sala de actos.
—          Ágata – murmuró él.
—          Quería verte – susurró ella, aún más bajo.
  Frank miró hacia la puerta y agitó una mano en su dirección.
—          Ven, deprisa. No has debido venir, puede entrar cualquiera.
—          Necesitaba verte – repitió ella. 
  La condujo detrás del telón y la abrazó entre dos decorados verticales. Allí estaban a salvo de cualquier mirada.
—          Lo siento, no quería regañarte. Me alegro tanto de que hayas venido – le dijo, acariciándole el sedoso cabello rojizo.
—          Oh, Frank, ¿por qué no nos vemos en tu casa?
—    Hoy no puede ser. Tengo una reunión con el consejo administrativo – le dijo, atrayéndola más contra su pecho. – Eres tan bonita, tan perfecta. He soñado contigo. Tenía muchas ganas de ti…
  Con aquellas palabras, Frank derribó cualquier posible barrera y se inclinó sobre ella, besándola tiernamente. No utilizó la lengua en un primer momento, sino que dejó que sólo los labios aspiraran la fresca boca. Ágata gimió y se pegó a su cuerpo todo lo que pudo. Le echó los brazos al cuello y fue ella misma la que introdujo su lengua en la boca del hombre. Frank se dio cuenta de que no era ninguna experta besando y eso le gustó aún más. Él se encargaría de educarla.
  Ágata notó la erección del hombre contra su vientre y se turbó un poco, pero no quiso apartarse. Las manos de Frank recorrieron su espalda hasta llegar a sus nalgas, las cuales acarició suavemente a través de la tela de la larga falda. Ella jadeó en su boca. Aquellas manos la enloquecían. Fuertes, cálidas, amorosas.
—          Oh, Ágata, no puedo resistirlo más… – susurró Frank, besándola en el cuello.
  Una de sus manos abandonó el trasero y ascendió lentamente por el costado de la chica, hasta acariciar uno de los pechos, ocultos bajo el jersey de lana. Ágata sintió como sus pezones se erguían ante la caricia. Nunca la habían tocado de esa manera y lo estaba deseando.
—          Frank, Frank… aquí no… – jadeó ella, sin voluntad alguna.
—          Sueño con acariciarte, con gozarte, una y otra vez. Cenar y reírnos a la luz de las velas, bañarnos juntos en agua caliente, viajar…
  Las palabras la desarmaban, anulaban su mente. La mano que le atormentaba los pechos bajó a lo largo de su vientre y se apoyó contra su pubis, tocando el elástico de las bragas. Sin querer, lanzó su pubis hacia delante, gozosa. Sin dejar de susurrarle palabras de amor, Frank le fue alzando lentamente la falda hasta dejar al descubierto sus bragas. La apoyó contra el cartón piedra del decorado que tenía a la espalda. Ella abrió un poco más las piernas al notar la presión de la mano que se coló por debajo del elástico de las bragas. Frank jugueteó con uno de sus dedos sobre el vello púbico, preguntándose si sería igualmente rojizo. Finalmente, al notar que Ágata estaba dispuesta y abierta para él, hizo descender su mano aún más, acariciando la vulva y el clítoris. La chica se estremeció y cerró los ojos. Sus dedos se enroscaban en el pelo de su nuca, siempre abrazada a su cuello. Se quedó casi colgada de él. La masturbó lentamente, mirándola a la cara, aprovechando que ella no le miraba. Le excitaban aquellos pequeños gestos de su rostro al gozar de la caricia. Observó como se humedecía los labios, como entreabría la boca, como respiraba agitadamente. Su cuerpo vibraba con la cadencia de los dedos del hombre.
—          Ah, roja mía, goza de mi mano, gózala…
—          Frank… ¡Frank! Ya… ya no… yaaaa… – gimió ella, estremeciéndose totalmente. Sus muslos se cerraron y aprisionaron la mano de su profesor. Él la besó largamente en la boca, acallando sus suspiros.
  Cuando Ágata se marchó de allí, su mente aún le daba vueltas. Se sentía eufórica y locamente enamorada. Ahora, deseaba estar más a solas con él, mucho más tiempo…
Días más tarde.
  Frank la vio llegar a través del jardín. Sonrió con una mueca. Ágata estaba despampanante. Seguramente se había arreglado para él. Minifalda, tacones de mujer y, seguramente, alguna blusita que ahora tapaba la cazadora. Removió con la cuchara la taza de chocolate caliente, disolviendo la cápsula de Loto Azul que había vertido en el oscuro líquido. De esa forma, sería más sencillo.
  Abrió la puerta y la chiquilla se le lanzó en los brazos, abrazándole y besándole apasionadamente, antes de que pudiera cerrar la puerta.
—          Eh, con calma. Déjame que cierre la puerta – le dijo.
—          ¡Tenía muchas ganas de verte! – exclamó ella, quitándose la cazadora. Había imaginado bien. Una blusita de seda azulada apareció debajo. – No veía llegar la hora de estar contigo.
  “Está colada. Ha llamado doce veces en estos dos días”, se dijo él.
—          Tranquila, tenemos toda la tarde para nosotros. Ahora, nos tomaremos un par de chocolates calientes y charlaremos.
—          No quiero chocolate, Frank. Me salen granos.
—          No te preocupes. Es bajo en calorías. Además, nos servirá para relajarnos.
  Se sentaron a la mesa de la cocina, como dos viejos amigos, y sorbieron de sus tazas. Hablaron sobre las clases, sobre el tiempo, pero la mirada de Ágata estaba fija en él y, finalmente, la conversación derivó hacia sus sentimientos.
—          Esto es algo muy serio, Ágata. Tengo edad suficiente para ser tu padre. No quiero que esto sea un simple ligue de verano – dijo él, muy serio.
—          Ni yo tampoco. Te quiero, Frank. No podría vivir sin ti.
—          Eso es aseveración muy fuerte. Eres demasiado joven para decir algo así.
—          Es lo que siento.
—          Tienes que comprender que no soy ningún adolescente. Ya he pasado por todo eso. Mi relación con una mujer debe ser plena y satisfactoria. Ya no tengo edad para juegos de manos. Quiero un compromiso absoluto, tal y como yo me entrego.
—          Lo entiendo – dijo ella, bajando la vista y enrojeciendo. Sabía a lo que Frank se refería. Aunque era virgen, estaba dispuesta a entregarse totalmente, a dejar que le enseñara todo su saber y compartir su cama. No era tonta. – Estoy preparada. He acudido al médico. Sabía que esto pasaría.
  “Buena chica. No hubiera querido utilizar condones”.
—          Hablaba generalmente, Ágata. No soy un viejo verde que persigue a las niñas. Pero, dejémonos de seriedades y divirtámonos. ¿Sabes?, he pensado en dar una vuelta en el coche esta tarde. Te llevaré a un par de sitios que conozco.
  Con alegría, pudo ver la desilusión, por un momento, en el rostro de Ágata. La chiquilla estaba preparada para hacer el amor y no se lo había pedido. Pero Frank no quería correr. Tenía en mente otras ideas mejores a la larga.
  Aquella tarde, visitaron un zoo y un museo, cogidos de las manos, como amantes. Ágata se lo pasó muy bien, sobre todo cuando la llevó a cenar a un sitio elegante. Era como revivir una vieja película. Se sentía fogosa y ardiente. Hubiera querido demostrarle su amor haciendo el amor en cualquier lugar, en un portal o en el coche. Durante la cena, llegó a acariciarle la pierna bajo la mesa en un par de ocasiones, pero él la recriminó con la mirada.
  Las tardes se sucedieron, los paseos continuaron. Ágata se acostumbró al rito del chocolate y a las reprimidas caricias en lugares públicos. Quería mucho más, pero también se sentía feliz así. Sin embargo, una semana después, el tiempo era tan malo que decidieron quedarse en casa de Frank. Éste la condujo hasta un coqueto salón y puso música.
—          Baila para mi – le pidió, sentándose en el sofá.
 Totalmente desinhibida por el Loto Azul que llevaba tomando días, Ágata, con una sonrisa, se contoneó delante de él, lascivamente, subiéndose la falda lentamente pero sin enseñar nada. Frank sonreía y aplaudía o la animaba según la ocasión. Ágata se sentía flotar; su sangre corría por las venas como si fuese fuego líquido. Su mirada se clavó en la entrepierna del hombre, una y otra vez.
—          Acércate, ángel mío – susurró Frank.
  Ella se acercó hasta quedar delante de él, de pie entre sus rodillas. Intuyó que lo que había estado esperando, sucedería ahora.
—          Eres una diosa, una aparición – dijo Frank, inclinándose hacia delante y colocándole las manos en la parte baja de los muslos que la falda dejaba al descubierto. – Déjame adorarte como un pagano…
  Muy lentamente, fue subiendo las manos, introduciéndolas bajo la falda. Sintió el suspiro y el envaramiento de Ágata, pero no se opuso. Pellizcó la vulva con dos de sus dedos, por encima de las bragas. Notó la humedad en la prenda. Ágata estaba dispuesta, siempre lo había estado. Frotó el nudillo de su dedo índice contra la vagina, presionando el clítoris. La chiquilla se abrió de piernas y se inclinó un poco hacia delante, apoyando sus manos sobre los hombros de Frank, aún sentado. Tenía los ojos cerrados y rotaba las caderas lentamente, disfrutando de la caricia.
Frank le bajó muy lentamente las bragas, a lo largo de las piernas. Ágata levantó un pie y luego el otro para que pudiera retirar completamente la prenda íntima. Frank colocó sus manos sobre las nalgas, atrayéndola contra su rostro. Apoyó su nariz y boca sobre su vientre, lamiendo y mordisqueando sobre la falda. Con un gruñido, la chiquilla se levantó la falda hasta que el hombre pudo lamer la piel desnuda. Quería sentir su boca en su sexo, de una vez. El hombre se aplicó a la tarea, deslizando su lengua sobre el clítoris y los labios. Abrió éstos con sus dedos y la penetró con la lengua. Ella retozó, abrumada.
—          Oh, Frank, no puedo… más… – gimió.
  Él se apartó; no quería que se corriera aún. Le sacó la blusa por la cabeza y la dejó totalmente desnuda. Se puso en pie y la abrazó; se besaron largamente, con sus afanosas manos recorriéndose el cuerpo mutuamente. Frank deslizó una mano sobre los enhiestos pechos, irguiendo los pezones todo lo que pudo. Ágata volvió a gemir. Tomó una mano de la chiquilla y la condujo lentamente hasta su entrepierna. La dejó allí, complacido de que ella explorara manualmente su entrepierna.
—          Desabrocha mi pantalón – le dijo al oído.
  Ágata le obedeció y le bajó los pantalones hasta quitárselos. Aferró, sin que le dijera nada más, el bulto que crecía bajo los calzoncillos.
—          Ven, quiero sentir tu boca en mi – la atrajo hasta acostarla sobre él en el sofá.
—          ¿Mi boca?
—          Sí, devuélveme la caricia que te he hecho.
  Ágata, aún dubitativa, se concentró en la ingle del hombre, sacando el miembro de su encierro. Lo sopesó, manipuló y admiró un momento, antes de acercar sus labios. Después, la pasión se apoderó de su mente y Frank no tuvo que indicarle nada más. Era la primera vez que chupaba una polla pero, instintivamente, sabía lo que tenía que hacer. A Ágata le encantó el sabor y la textura. Le alucinó volcar todo su ardor en aquel miembro que se alzaba como un dios. Sentir cómo palpitaba dentro de su boca cuando lo engullía o acariciar aquellas bolsas peludas. Frank se retorcía con cada caricia y eso la volvía frenética.
—          Espera, espera. Quiero hacerte mujer – la apartó Frank, a punto de correrse.
  La tumbó en el sofá, con las piernas abiertas, y se colocó entre ellas. Ágata se colgó de su cuello y le besó profundamente. Se mordió un labio cuando sintió aquel émbolo separar sus vírgenes carnes. Finalmente, la tuvo dentro completamente y el dolor menguó, convirtiéndose en una molestia ocasional que pronto desapareció. Bajó sus manos hasta colocarlas sobre las nalgas del hombre, pellizcándolas. Se sentía morir y excitantemente viva a la vez. Ahora comprendía mucho mejor el deseo de todas aquellas mujeres que sufrían por sus hombres. Frank embestía en su interior y Ágata se sintió parte de él, de su vida; le pertenecía. Gritó cuando se corrió y siguió gimiendo cuando el hombre se derramó dentro de ella, una sensación indescriptible, tranquilizadora.
  Dormitaron en el sofá casi toda la tarde, estrechamente abrazados y desnudos, acariciándose ocasionalmente y sin decir ni una palabra. No hacía falta.
Días más tarde.
—          ¡Ágata! – la interpeló Alma en el pasillo de la academia. – He visto al profesor Warren en la sala de actos. Me ha preguntado por ti. Por lo visto, te busca para una prueba de maquillaje o algo así.
—          Gracias, Alma – dijo Ágata cambiando el rumbo.
—          Estás muy ocupada con esa obra, ¿no? Se nota que es muy importante para ti.
—          Sí, por el momento, llena mi vida. Debo irme, perdona. Después, nos veremos.
—          Desde luego.
  Si no hubiera estado tan cegada, se hubiera dado cuenta que Alma sospechaba de algo. Pero solo pensaba en reunirse con su amado. La había llamado. Descendió hasta el sótano desde donde pretendía acceder a las bambalinas sin ser vista. Una voz la llamó desde el almacén de trajes.
—          Ágata.
  Reconoció ese tono de voz. Estaba lleno de deseo, de urgencia. Su coño se inflamó nada más escucharle.
—          Ven aquí. No nos verá nadie.
  la abrazó nada más entrar, acariciándole el respingón trasero con ansias.
—          No puedo más. Voy a reventar. Tengo la polla llena de leche para ti, mi dulce roja.
  Con esas palabras, se desabrochó la bragueta, sacando su polla ya crecida. La instó a que se arrodillara, justo detrás de uno de los grandes baúles que contenía trajes de época. Ágata tomó aquella polla adorada con sus labios, tragando todo lo que pudo. Al mismo tiempo, se llevó una de sus manos bajo la falda. Desde que se veía con Frank, solo utilizaba faldas cortas o amplias. A su profesor no le gustaban los pantalones en las chicas. Además, así era más cómodo a la hora de hacer el amor clandestinamente. Su coño ardía. Se acarició el clítoris con un dedo; ella también estaba deseosa.
—          Buena chica, buena chica. Ven, túmbate sobre el baúl. Te la voy a meter por detrás…
  Gimiendo por la excitación que la embargaba, Ágata se tumbó de bruces sobre el gran baúl, quedando con la cabeza un tanto baja y las nalgas al aire. Nunca le había dicho el placer que sentía cuando la hablaba así, cuando la trataba como un objeto, pero parecía que Frank lo supiese. Le levantó la falda por detrás y le bajó las bragas. Le acarició el coño a placer, incluso lo lamió fugazmente. Después, puesto en pie e inclinado sobre ella, condujo con una de sus manos la polla hasta el orificio apropiado. La penetró de un golpe, con fuerza. Ágata gritó, pero se aguantó. Sabía que era así como le gustaba a su profesor. Pronto estuvo gozando con los embistes de su hombre. La presión del cuerpo de Frank sobre su espalda la aplastaba contra el baúl, cortándole casi la respiración. Las fuertes manos le apretaban las nalgas con avidez y podía escuchar la respiración afanosa de Frank sobre su nuca.
—          Mi pequeña actriz putilla, ¡qué coño tienes, madre mía! ¡Me enloquece, me sorbe entero! – masculló Frank.
  Ágata ya no sabía dónde estaba; el placer la envolvía en olas cada vez más fuertes. Con un estremecimiento, se corrió; siempre lo hacía antes que él.
—          Vamos, tómala toda. Trágatela…
  Ágata se deslizó hasta el suelo y reptó hacia su macho, que empuñaba firmemente su polla. Ésta temblaba entre sus dedos, prontas para descargar. No tuvo más que lamerla un par de veces y el semen le salpicó la cara. Aún recordaba la primera vez que lo había hecho y lo feliz que se había sentido Frank. Le dijo que era maravillosa, que hacía lo que una mujer de verdad hacía para su hombre. No le gustaba demasiado tragarse el esperma; sabía salado y algo acre, pero quería contentar a Frank siempre que pudiera. Se lo tragó todo y limpió el pene con la boca.
  Poco después, los dos estaban hablando de la obra sobre el escenario, como si no hubiera ocurrido nada, aunque ella le devoraba con los ojos cuando no miraba nadie.

La obra fue todo un éxito según Frank. La verdad es que el público se puso en pie para aplaudir. Ágata quedó muy convincente en su papel de Norma y sus padres la felicitaron por todo lo que había aprendido en el verano. Tuvo la certeza que podría seguir en la academia cuando empezara el curso del instituto. Aquella noche, en la celebración, no pudo acercarse a Frank más que como alumna y, la verdad, es que deseaba follar con él.

—          No te preocupes, Ágata. Mañana lo celebraremos a solas, como se debe – le dijo en una ocasión en que estuvieron solos un minuto.
  A la tarde siguiente, hicieron el amor con locura y bebieron champán. Cuando acabaron, Frank trajo un estuche a la cama.
—          Es un regalo muy especial para mi mejor actriz – le dijo.
—          Oh, ¿qué es? – preguntó ella, incorporándose sobre un codo, desnuda como una Venus.
—          Algo que te hará recordar este día siempre y que contribuirá a nuestra felicidad. Ábrelo.
  El estuche era rectangular y estrecho. Seguramente, se dijo, contendrían un reloj o una pulsera. Ágata pensó que Frank era muy romántico al regalarle aquello. Abrió el estuche y se quedó mirando el interior, sin comprender en un principio.
—          ¿Qué es? – preguntó, desconcertada.
—          Es lo que se llama vulgarmente un ensanchador. Es de plata pura – dijo Frank, quitándoselo de las manos.
—          ¿Un ensanchador para qué?
—          Para tu precioso culito, mi amor. Ha llegado la hora de poseerte por ahí, mi vida.
—          ¿Por el culo? ¡Me harás daño! — exclamó ella, asustada.
—          No te preocupes. Para eso es este aparatito – explicó, alzándolo entre sus dedos.
  Se trataba de un tubo romo, parecido a un consolador, pero sin forma explicita, de plata. Resplandecía bajo la luz de la lámpara. Tenía una largura de unos quince centímetros y no tenía más de dos o tres de circunferencia. Frank lo desarmó y Ágata comprendió que se componía de varias piezas. Todas de la misma forma, pero con tamaños diferentes.
—          Empezaremos con éste – dijo, enseñándoselo. – Es poco más grande que un supositorio. Te lo insertaré en el recto y lo llevarás durante toda una semana, a todas partes, en todo momento. Así, tu esfínter se dilatará. Dispone de una cadenita para retirarlo en cualquier caso que se engancha al elástico de las bragas. Al cabo de una semana, aumentaré el tamaño hasta que te acostumbres.
—          Frank, no quiero hacer eso. No estoy segura…
Frank la miró, con esa expresión molesta que tanto le dolía.
—      ¿No harías eso por mí? Piensa en cómo voy a gozarte de esa forma, en la felicidad que nos dará. Si fueras mayor, no tendríamos que utilizar este ensanchador, sino que ya te habrías entregado a mí por tu voluntad.
  Ágata no supo qué replicar; siempre se quedaba sin palabras ante sus propuestas.
—      Ya verás. No es doloroso. Puede que sea un poco molesto cuando te sientes, pero en cuanto te acostumbres, pasará. Además, me han dicho que puedes llegar a gozar en silencio mientras lo llevas. Déjame que te lo meta…
  Ágata no supo negarse y, como un niño con un regalo nuevo, Frank corrió a por una crema al cuarto de baño. La puso de bruces, con una almohada en el pubis para levantarle las nalgas. Embadurnó muy bien el ensanchador así como el recto, usando su dedo meñique. Al sentir aquel contacto, Ágata se tensó, nerviosa, pero reconoció que era placentero. El ensanchador penetró muy lentamente un par de centímetros y ella se quejó. Frank la consoló hasta introducirle los otros cuatro centímetros que faltaban.
—      Probablemente se te saldrá en más de una ocasión. Quiero que me prometas que te lo volverás a introducir. No debes estar ni un momento sin él. ¿Me lo prometes?
—      Sí – respondió ella, quejosa.
  Le estaba costando trabajo mantenerse sentada en la silla. Ni siquiera escuchaba lo que el profesor estaba explicando.
—      ¿Te ocurre algo, Ágata? – le preguntó Alma, a su lado.
—      No, sólo estoy un poco nerviosa, eso es todo.
  La verdad es que el ensanchador presionaba su recto con fuerza. Aquella misma mañana, Frank le había introducido la tercera y penúltima pieza en el trasero, había comenzado la tercera semana de su especial aprendizaje y, con ella, el curso escolar. Tenía que darle la razón a Frank. Gozaba en innumerables ocasiones llevando el ensanchador en el culo. Cualquier movimiento un tanto forzado, o simplemente sentarse, la ponía frenética. Cuando se acostaba, debía masturbarse hasta quedar rendida, agobiada por el tremendo calor que sentía en el ano.
  La semana pasada, Frank la desvirgó analmente, cuando retiró la primera pieza del ensanchador. Le dolió una barbaridad, pero Frank parecía frenético por hacerlo. Cada tarde, la penetró analmente y, a la tercera ocasión, no sintió apenas dolor y si placer; un placer indescriptible y nuevo.
  “Oh, me he puesto cachonda al recordar”, pensó al notar cómo su coño se humedecía
—      ¿Puedo salir un momento? – preguntó al profesor, levantando la mano.
  Se dirigió a los lavabos, dispuesta a masturbarse furiosamente antes de regresar. A la hora del almuerzo, acudió al despacho de Frank, quien la hizo pasar, con un beso.
—      Me está matando – le dijo ella.
—      Te gusta, ¿eh? – sonrió él.
—      No puedo concentrarme en nada mientras que lo llevo puesto.
—      De eso se trata. Veamos cómo estás.
  Ágata solo necesitó una indicación para saber lo que Frank quería. Se acercó al sofá y se quitó la ropa, aún de pie. Después, se arrodilló sobre el mueble y apoyó sus manos sobre el asiento, quedando a cuatro patas, con el trasero alzado. Frank se arrodilló detrás de ella y tiró de la cadenita que colgaba. El ensanchador salió lentamente, produciéndole escalofríos. El hombre lo dejó caer en una palangana preparada para tal efecto, llena con agua, jabón, alcohol y colonia, en donde el instrumento se enjuagaría. Frank dejó caer un buen hilo de saliva en el ano y, a continuación, introdujo su dedo índice completamente.
—      ¡Estupendo! Estás muy abierta ya.
—      Entonces, ¿no me tengo que poner más ese cacharro?
—      Oh, de eso nada. Hay que completar las cuatro fases. Sólo una semana más y se acabó. Tranquila, pequeña. Es por tu propio bien.
  Mientras hablaba, la mano de Frank le acariciaba el coño lentamente, incrementando la excitación que la muchacha ya sentía. Ella agitó sus caderas, dispuesta.
—      Y ahora, vamos a probar ese negro agujerito – dijo él, bajándose la cremallera.
  Ensalivó un poco más el ano y condujo su miembro hasta el esfínter, presionando en él con el glande. Ágata se mordió el labio y se relajó; sabía, por experiencia, que si no se relajaba, el pene nunca entraría y le haría daño. Lentamente, el miembro fue desapareciendo en su interior, tragado por el recto. El miembro de Frank era algo mayor que el ensanchador y le costó trabajo meter más de media polla, pero lo consiguió. Ágata se sintió totalmente llena, desbordada. Sintió unos deseos inmensos de defecar, pero se aguantó. El dolor empezó a menguar. El ensanchador cumplía con su misión. Jadeó en cuanto Frank empezó a bombear. El glande rozaba las paredes de sus intestinos y eso la enloquecía. Su coño moqueaba literalmente. Tuvo que llevar un par de dedos a su clítoris y masajearlo para procurarse el placer que su cuerpo le pedía.
—      Oh, Dios, ¡qué culo! – exclamó Frank, aprisionado por el esfínter.
—      Oooh…. uuuuh… – jadeó ella, febril.
—      ¡No puedo más!
—      ¡Eso! ¡Riégame por dentro! ¡Suelta tu leche en mis tripas! – aulló Ágata, corriéndose.
 Cayeron hacia delante, Frank sobre ella, desfallecidos.
La próxima semana, te la meteré entera, ya lo verás – le dijo Frank, besándola en la mejilla.

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 7” (POR MOSTRATE)

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A mi novia le gusta mostrar su culito. (7)

Hola a todos. La verdad es que estaba decidido a no escribir mas sobre las aventuras de mi novia, no es que no hayan pasado cosas en este último tiempo, al contrario, sino que ya me da vergüenza contarles que Marcela tenga cada vez mas ganas de mostrarles la cola a desconocidos, sea donde sea y en cualquier situación. A través de muchos mail que me llegaron se referían a mi señora como una gran puta. Estoy en desacuerdo con eso. Marcela tiene un vicio, como fumar o apostar. A ella la excita terriblemente que los hombres le miren la colita. Todo lo que pasa después es debido a su gran calentura, así que no es para juzgarla.

También he recibido correos muy agradables pidiéndome por favor que siga relatándoles historias vividas, así que en agradecimiento a todos ellos decidí contarles una de las últimas que nos ha pasado.

Hace una semana llegue a mi casa de la oficina con un gran malestar estomacal. Tenía un gran dolor en la boca del estomago, por lo que enseguida me metí en la cama y le pedí a Marcela que llamara al médico de nuestra obra social. Ella muy preocupada lo hizo y les pidió que vinieran lo mas pronto posible, luego se acostó a mi lado y comenzó a masajearme suavemente el estomago.

Estuvo así un rato hasta que empecé a sentir que el dolor se calmaba. No solamente ello, con sus caricias que llegaban casi a tocar mi pene, me empecé a excitar. Marcela al ver como se me ponía dura la pija, la tomo con una mano y comenzó a pajearme lentamente.

– ¿Parece que ya no te duele mucho ?, me preguntó sonriendo.

– No la verdad que tus masajes me hicieron bien, le respondí.

– Ya veo, dijo mientras me masturbaba con mas rapidez ya mi completamente parado pene.

– Sabes que hoy en el metro un viejo atorrante estuvo todo el viaje tocándome la colita, prosiguió, sabiendo que cuando me contaba esas cosas me ponía a mil.

– ¿Y a vos te gustó ?, le pregunté, ya sabiendo la respuesta..

– Vos sabes como me pone ver que se calientan con mi cola, estuve todo el día excitada, me contestó, mientras llevaba una mano a la entrepierna.

– ¿Te hubiera gustado entregarle el culo al viejo ?

– Uyyyy si, me hubiese encantado, me respondió mientras se ponía en cuatro apuntando su culo hacia mi ,se levantó la pollerita, corrió la tanga y se metió un dedo en la cola.

Yo empecé a pajearme mientras ella con una mano se masturbaba y con la otra metía y sacaba un dedo de su hermoso culo.

De pronto sonó el timbre de la puerta de casa.

– El medico, dije yo.

Marcela estaba que explotaba, ni me escuchó, seguía mete y saca y gimiendo.

– Marcela, el medico, le repetí mas fuerte.

Ahí se dio cuenta y como pudo se arregló la ropa y fue a abrir la puerta. Yo mientras tanto acomodé un poco la cama y trate de bajar mi calentura pensando en otra cosa.

Unos segundos después escuche voces que se iban acercando a la habitación y luego de entrar mi señora entraron 2 médicos con sus habituales ambos blancos. Uno de ellos tenía unos 55 años y el otro unos 40. Ninguno de los dos eran apuestos, al contrario uno de ellos, el mas grande, era bastante desagradable y desalineado. Estaba toda su frente con sudor y barba un poco crecida; el otro era un tipo normal, un poco gordo quizás, pero bastante común.

Luego de cruzar saludos el mas grande se sentó en la cama a mi lado, mientras el otro se quedó parado al lado de mi señora a la cual no le sacaba los ojos de encima.

Les mostré la zona donde me dolía y les comente que en es momento ya estaba mejor, que el dolor había calmado bastante.

El médico que estaba sentado comenzó a examinarme y cada vez que se daba vuelta para hablar con mi señora, disimuladamente dirigía su mirada a sus piernas y a algo mas, ya que desde la posición que estaba ubicado seguramente podía verle hasta la tanga,

Marcela, que llevaba una calentura de aquellas, se dio cuenta y abrió un poco mas las piernas para ofrecerle una mejor vista.

El mas joven que había visto el movimiento de Marcela, se sentó también en la cama y casi sin disimulo comenzó a mirar las piernas de mi novia, que ya a esta altura mostraba en su cara gestos de una gran excitación.

Luego de revisarme el mayor me diagnostico una inflamación en los intestinos, producto seguramente de algo que había comido. Pero para estar seguro me pidió permiso para tomarme la temperatura rectal, a lo cual accedí. Me di vuelta me baje el bóxer y luego de untarlo con un poco con vaselina me introdujo el termómetro en el ano, que por suerte era bastante finito, así que casi no lo note.

Mientras esperaba boca abajo a que me sacaran el termómetro, escuché como el mayor se dirigía a mi señora.

– ¿Anoche cenaron juntos?

– Si doctor, respondió ella.

– ¿Y usted no ha tenido ningún malestar?

– Por ahora no, contestó Marcela.

En ese momento el doctor me retiró el termómetro de mi ano y al ver que tenía unas líneas de fiebre, prosiguió.

– Su marido tiene un poco de temperatura y esto se debe seguramente a una intoxicación por algo que comieron anoche, así que sería conveniente que ya que estamos acá también la revisáramos a usted.

– ¿Le parece necesario doctor?, le pregunté.

– Si, muy necesario, me respondió mientras miraba a Marcela de arriba a abajo con cara de deseo.

Era evidente que lo único que querían era revisar a mi señora para toquetearla un poco. Esto lejos de enojarme, comenzó a excitarme. No solo a mí, al mirar a Marcela, noté que ella también se había dado cuenta y se notaba en su cara que eso le había gustado.

– ¿Mi amor, me dejas que me revisen los doctores?, me preguntó.

– Si vos querés, le respondí.

Los médicos se miraron entre ellos mientras se levantaban de la cama para dejarle lugar para que se acostara ella.

Marcela se sentó en la cama apoyando la espalda en la cabecera de esta y los doctores se sentaron en el borde al lado de ella. No podían sacar los ojos de las piernas de mi señora, que debido a la posición que se encontraba ya mostraba hasta los muslos.

– Levántese un poco la remerita, le pidió el mas viejo.

Marcela lo hizo dejando su pancita al aire.

El medico comenzó a tocarle el estómago y a preguntarle si le dolía. Ella respondía que no y el cambiaba la mano de lugar y le volvía a preguntar. En un momento los dedos de la mano habían bajado hacia la ingle de Marcela y la masajeaba a su gusto. Se notaba que esos movimientos a ella la habían puesto a mil.

– Señora, por favor desabróchese y bájese un poquito la pollera, así la podemos examinar mejor, le dijo el doctor.

– ¿Así esta bien doctor? Le pregunto Marcela que se había bajado la pollera unos centímetros y mostraba los dos hilitos negros del costado de su tanga.

– Doctor, permítame a mi, le dijo el otro medico, mientras abalanzaba su mano hacia la panza de mi novia.

Este se notaba que era mas zafado y los toques eran mas sensuales. La acariciaba suavemente metiendo los dedos casi rozando el inicio de su conchita.

Se notaba que Marcela ya a esta altura no podía más. Había abierto un poco las piernas por lo que la pollerita se había levantado mostrando algo de su tanga. Yo al costado miraba, ya muy caliente, como dos médicos toqueteaban como querían a mi señora.

– Sacase la remera que quiero oscultarla., pidió uno de ellos.

– Lo que pasa que no tengo nada abajo doctor, y no se si mi marido querrá que me vean las tetitas, le respondió mi esposa, mirándome con cara de puta.

– No tenga vergüenza, su marido sabe que somos médicos, así que no tendrá problema ¿no?, me preguntó.

– No, esta bien, dije, casi sin poder hablar de la calentura que tenía.

Marcela se saco la remera y dejo al aire sus hermosas tetitas con sus pezones bien erectos a causa de la excitación. Esto no paso desapercibido para los doctores que se miraron entre si e inmediatamente uno de ellos con el estetoscopio comenzó a oscultarla, pasándoselo por todo el pecho, inclusive sobre las tetas muy cerca de los pezones.

Así se turnaron y estuvieron un rato. Ninguno de los dos ya podía disimular la erección que se les marcaba debajo de sus ambos blancos.

– Bueno señora, por favor, póngase cola para arriba y levántese la pollerita que le voy a tomar la temperatura rectal. Dijo el mas zarpado.

– ¿Amor, me dejas darle la colita a los doctores para que me pongan el termómetro?

Yo asentí con la cabeza, ya no podía hablar, lo único que quería era sacar la pija y hacerme flor de paja.

Marcela se dio vuelta, y se levanto un poco la pollera dejando medio culito al descubierto.

– ¿Esta bien así doctor?

– Levántesela un poco mas, o no, ya que a su marido no le molesta, mejor sáquesela, así podremos trabajar mejor, respondió el mayor.

Marcela levantó un poco la cola y se saco la pollera, quedando cola para arriba vestida solamente con la tanguita negra y un par de soquetes blancos.

– ¿No esta mas cómoda así?, preguntó en mas joven, sin poder sacar los ojos de ese fabuloso culo.

– Si doctor, respondió ella, casi inaudible debido a su terrible calentura.

No era para menos. Otra vez había logrado exhibir su colita casi desnuda a dos desconocidos, cosa que era lo que mas la excitaba.

Yo a esta altura de las circunstancias miraba la escena tocándome por debajo de la sabana deseando que ello no terminara nunca.

– Por favor levante un poco la cola señora, le pidió uno, mientras sacaba el termómetro de un maletín.

Marcela arqueó la espalda y levanto el culo, dando una vista impresionante a los médicos, que ya sin disimulo se tocaban sus miembros totalmente erectos por encima del pantalón.

– Permiso señor, voy a correrle la bombachita a su señora, me dijo el que estaba con el termómetro en la mano y sin darme ninguna oportunidad a que se lo prohibiera.

Tomó la tanga por uno de sus lados y la corrió, dejando a la vista el hoyito y la vagina de Marcela.

Untó el termómetro con un poco de vaselina y se lo introdujo en su ano. Un gemido salió de la boca de Marcela.

– Le duele señora, le pregunto el medico mientras metía y sacaba despacito el termómetro de su culo.

– No doctor, la verdad que ni lo siento, contesto ella hamacándose suavemente al ritmo del mete y saca del medico.

– Ya me parecía, lo que pasa que este termómetro en muy finito y usted tiene la colita muy abierta, así que no va a funcionar, dijo el mas joven ya totalmente fuera de control.

– Si a su marido no le molesta vamos a tener que controlarle la temperatura con el tacto, continuó.

– Mi amor, lo dejas a los doctores que me tomen la temperatura de la colita con tacto, me preguntó Marcela, mientras me miraba y se mordía el labio inferior.

– Adelante doctor, dije yo.

El medico mas joven apoyo una mano en un cachete de la cola y comenzó a introducir el dedo mayor de la otra mano en el hoyito de Marcela.

No tengo que contarles como entró. Hasta los doctores se sorprendieron. Mi señora pego un gritito de placer, lo que hizo que el tipo metiera y sacara el dedo a un ritmo infernal, mientras ella se contorsionaba al ritmo.

– Me parece que su señora tiene fiebre en la cola, porque se nota que esta muy caliente adentro, me dijo el medico que no paraba de meter dedo.

– A ver doctor, fíjese usted, se dirigió a su colega, dejándole el lugar.

Este apunto dos dedos, que entraron fácilmente.

– Tiene razón doctor, aunque siento que también tiene muy caliente la vagina, le contestó, mientras con el pulgar hurgueteaba en la conchita de Marcela.

– Yo no lo he notado doctor, debe ser por la bombacha, le respondió el otro.

– Porque no le saca la bombacha a su señora y nos las entrega desnudita, así podremos efectuarle el tratamiento que su esposa necesita para que le baje la fiebre, me pidió uno, como sabiendo que lo que me estaba pidiendo pondría como loca a Marcela, que les entregó su primer orgasmo.

Los dos se levantaron de la cama dejándome lugar. Yo como pude me incorporé y le saque la tanguita dejándola solo con las medias. Ella se puso e rodillas, abrió un poco las piernas y les ofreció una hermosa vista de su colita.

– Muy bien señor, ahora por favor salga de la cama, siéntese ahí y déjenos trabajar tranquilos, me dijo el mas joven señalando una silla.

Yo obedecí. Me senté frente a la cama, esperando ver nuevamente como dos tipos iban a romperle el culo a mi señora.

– Permiso señor, nos vamos a desnudar para poder trabajar mas cómodos, dijo uno, mientras se sacaban la ropa.

Cuando los dos estuvieron completamente desnudos, subieron a la cama y se ubicaron de rodillas, uno a cada lado de la cola de Marcela. Estaban con sus miembros totalmente erectos y eran bastantes grandes, especialmente el del mas joven que mediría por lo menos 5 cms. de grosor.

Mientras uno le acariciaba la raya del culo, el otro le manoseaba las tetas.

– La verdad que su señora tiene una colita preciosa, lástima que este enfermita de fiebre, me dijo el que le pasaba la mano por el culo.

– Pero no se haga problema nosotros la vamos a curar, dijo el otro, mientras le tocaba la conchita.

Marcela no hacía otra cosa que moverse y gemir.

– Bueno señora vamos a empezar, si le duela nos avisa, dijo el mas viejo mientras se ponía detrás de Marcela y le insertaba el miembro en la vagina.

– Ahhhh, se escucho de boca de ella.

– ¿Le duele?, le pregunto el que le estaba dando. ¿Quiere que la saque?

– No, por favor, siga doctor. Siga, siga, siga., gritaba Marcela

– Doctor, porque no le pone algo en la boca para que no grite tanto, le pidió al colega.

Este se dirigió a la cabecera de la cama y le refregó el miembro por la cara. Ella lo tomo con una mano y comenzó a lamerlo con desesperación.

Así estuvieron un rato. Los médicos me miraban y me decían que mi señora tenía una conchita y una boquita muy lindas.

– ¿Y la colita que les parece?, les pregunte yo, que me pajeaba frenéticamente viendo la escena.

– Señora, me parece que a su marido le gustaría ver como nos entrega la colita, dijo el que tenia el miembro en su boca.

– La verdad que tiene una colita hermosa, dijo el otro que había sacado el miembro de su concha y me mostraba como le entraban sus dos dedos en el culo de Marcela.

– Venga doctor, la señora ya tiene la colita bien abierta. Muéstrele al marido como le hace el tratamiento anal, prosiguió.

El colega sacó su verga de la boca, se arrodillo delante del culo de Marcela y puso su terrible pedazo de carne en la entrada del hoyito.

Ella empujaba para atrás y refregaba su cola con desesperación en el miembro del médico.

– Dígale a su marido que me pida por favor que se la meta, le exigió.

Marcela dio vuelta la cara, me miro, pero no pudo decir nada. Yo sabia lo que ella quería así que no la hice esperar.

– Doctor, por favor muéstreme como le rompe la colita a mi señora, dije.

Estas palabras hicieron que ella tuviera un orgasmo bestial. A los médicos se le pusieron las pijas como dos estacas.

Uno se acostó boca arriba y la subió a Marcela encima y empezó a darle por la concha, el otro se puso detrás y la ensarto por el culo. Los tres gritaban y gemían. Me decían que la iban a llenar de leche, que esa era la única forma para que se le vaya la fiebre. Marcela tenía un orgasmo tras otro. Yo iba por mi segundo polvo. Cambiaron posiciones y siguieron hasta que los dos explotaron dentro de ella.

Extenuados, se levantaron, se cambiaron y antes de irse uno de ellos abrió un poco los cachetes del culo de Marcela que estaba tirada boca abajo agotada, le metió un dedo y dirigiéndose a mí me dijo

Ahora ya tiene la colita mas fresquita, cuando se le vuelva a calentar llámenos,

Cuando se retiraron, me tire al lado de Marcela y acariciando su culito me quede dormido.

A todos los que me pidieron fotos de mi señora pueden verlas en nuestra nueva web: http://cablemodem.fibertel.com.ar/jorgeymarcela

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 7) ” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 7):
CAPÍTULO 13: NOS VAMOS DE CENA:
A veces no hay quien comprenda a las mujeres. Tanto quejaros de que vuestros novios no quieren acompañaros de compras, cuando la solución es bien sencilla. Alicia la conocía perfectamente. Le bastó con pasearse por el centro comercial sin ropa interior e invitarme a acompañarla a todos los probadores que visitamos, permitiéndome disfrutar de sus femeninas curvas cada vez que se probaba algún trapito.
Ni una sola protesta hice. No me habría importado que se probara 10, 20 vestidos distintos y que al final hubiera comprado ninguno (cosa que no hizo). Me daba igual. No, igual no, de hecho, cuantos más conjuntos escogía para probarse… mejor.
No, en serio. Las siguientes horas fueron para mí un estado de empalmada permanente. Alicia jugó conmigo tanto como quiso, aunque, por desgracia, no se decidió a volver a repetir nuestro numerito de la tienda de deportes, limitándose a ofrecerme como recompensa la visión de su excelsa anatomía. Y nada más.
Siendo sincero, la verdad es que su postura era la más razonable, pues las tiendas que visitamos eran mucho más pequeñas y el riesgo de que un dependiente o cliente nos formara un lío era demasiado alto. Pero, aún siendo consciente de que Ali tenía razón en querer portarse bien, no lograba librarme de la molesta sensación de que, si no nos montábamos un show, era porque ella no quería, completamente decidida a dedicarse a comprar ropa y nada más, y que, de haber querido ella, habríamos actuado exactamente igual que cuando nos masturbamos un rato antes.
Pero bueno. Tampoco podía quejarme. Y es que el cuerpazo de Alicia era un espectáculo que no me cansaba de ver.
Cuando salimos de comprar los bañadores, Alicia decidió que quería visitar la boutique de la jovencita que había saludado a Tati en el café. Me pareció una buena idea, pues existía la posibilidad de volver a ver a aquel bomboncito de pechos exuberantes… Y a quien no le apetece regalarse la vista con una obra de arte así…
Por desgracia no tuvimos (más bien no tuve) suerte y la chica no apareció por ningún lado. Aún así, pude recrearme admirando a una mujer que estaba por lo menos tan buena como la jovencita. Unos cuarenta, muy bien llevados, tremendas tetas embutidas en un elegante traje sastre negro y una pinta de ser una verdadera fiera en la cama que tiraba de espaldas. Creí percibir cierto aire familiar con la joven de antes y, recordando que Tati comentó que la madre era la dueña de la boutique… no me cupo duda de quien era.
La mujer, muy profesionalmente, atendió a Ali, resolviendo sus dudas y buscando los modelos de su talla para que pudiera probárselos. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia mí, cosa que me encantaba y yo le devolvía la mirada con tranquilidad, deleitándome con su cuerpazo con escaso disimulo.
Pero Ali, no sé si un poquito molesta (¿celosa?) porque los ojos se me iban detrás de la maciza señora, me arrastró enseguida al probador y, tras volver a obligarme a sentar en un banco, arrojó en mi regazo toda la ropa que pensaba probarse.
Por un momento pensé en burlarme un poquito de ella, pues se notaba que estaba ligeramente cabreada, pero, en cuanto se abrió la camisa y empezó a desnudarse, me olvidé hasta de mi nombre.
Cuando salimos del probador, la cabeza me zumbaba ligeramente y notaba un fuerte cosquilleo en la bragueta. La dependienta tetona nos atendió amablemente y Ali compró un par de conjuntos que tuve que transportar como buen burro de carga. La señora me dedicó un par de miraditas cómplices, seguro que imaginándose que en el interior del probador había pasado de todo. “Qué más quisiera yo”, le respondí con la mirada.
Y el resto de la tarde fue igual. Visitamos dos o tres tiendas más y en todas permanecí en mi doble papel: silencioso admirador y puteado porteador. Ali no parecía dispuesta a concederme nada más. Bueno, no pasaba nada, las molestias que suponía el segundo trabajo quedaban más que compensadas por las ventajas del primero, así que no puedo quejarme.
Cuando por fin dieron las nueve, Ali dijo que íbamos a pasarnos también por la tienda de Tati, que quería probarse un par de cosas que había visto. Yo, cargado como un mulo, la seguí sin rechistar. De qué iba a servirme protestar a esas alturas. Ya había asumido que, al menos ese día, Alicia estaba a los mandos de la situación. Hasta que no pudiera hablar tranquilamente con Tatiana a solas, no podría librarla del control que Ali estaba empezando a ejercer sobre ella.
Y, además, después de toda una tarde disfrutando de stripteases privados, me encontraba en un permanente estado de semi excitación, que provocaba que estuviera deseando averiguar qué planes había maquinado aquella perversa cabecita para esa noche.
Cuando entramos a la tienda, miré a mi alrededor con curiosidad, pues no conocía demasiado el establecimiento. Sólo había venido en un par de ocasiones para ver a Tatiana, no muy a menudo, pues ella parecía aturrullarse un poco cuando yo andaba por allí, así que, los días que venía a recogerla al salir del trabajo, la esperaba en el coche en el aparcamiento y no subía al local.
La tienda era un poco más grande que las otras que habíamos visitado, dividida en dos secciones claramente diferenciadas, una de ropa de hombre y otra para mujer. A esas horas, a punto de cerrar, no había ya demasiados clientes y pude ver que algunas de las dependientas habían empezado a recoger.
En ese momento, Ali me dio un ligero codazo en las costillas, extrañado, me volví hacia ella y vi que la sonrisa traviesa había retornado a sus labios. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrí el paradero de mi novia, a la que todavía no había visto.
La chica estaba detrás de un mostrador, atendiendo a dos hombres que parecían estar comprando unas camisas. Lo gracioso del caso era que, aunque el resto de la tienda estaba casi vacío, delante de su mostrador esperaban 4 o 5 hombres más, aguardando su turno para ser atendidos.
Y la razón era obvia. Bueno, más bien las razones, concretamente dos, que podían observarse perfectamente marcadas en el jersey de Tatiana.
–          ¿Lo ves? – me susurró Ali acercándose – Sigue cachonda como una perra. Te dije que a tu novia le gustaba este rollo.
Coño. Era verdad. A pesar de que habían pasado 3 horas desde que nos separamos de Tati, sus tetas seguían en posición de firmes. No pude menos que preguntarme si habría vuelto a meterse en un probador a acariciarse los pezones o si habría permanecido empitonada toda la tarde.
En ese momento Tati nos vio y nos saludó tímidamente con la mano, sin dejar de atender a sus clientes. Ali, juguetona, se lamió ligeramente dos dedos y simuló acariciarse un pezón con ellos. Al verla, Tati apartó la mirada, avergonzada y pude ver que volvía a ponerse colorada.
–          ¡Qué mona! – rió Ali.
Como Tatiana estaba bastante ocupada, otra chica acudió a atendernos. Yo la conocía de vista de mis anteriores visitas y ella a mí, así que nos saludamos con educación, pero nada más. Ali pidió un par de cosas para ver cómo le quedaban y esta vez no pasé con ella al probador, limitándome a quedarme por allí fingiendo mirar ropa, aunque en realidad lo que hacía era observar a los tipos que se comían a mi novia con los ojos.
Tengo que reconocerlo. Me resultó excitante. Aquellos tíos, unos con más disimulo que otros, desnudaban con ansia a Tatiana con los ojos. Sin poder evitarlo, sus miradas se desviaban irresistiblemente hacia los dos excitantes bultitos que se marcaban en el jersey de la chica. Todos llevaban prendas en las manos e, invariablemente, cuando alguno pagaba la prenda adquirida se quedaba rondando por allí un poquito más, vigilando de reojo que los pezones siguieran en su sitio.
Tras estar un rato así, regocijándome por dentro al pensar que por la noche iba a comerme ese bombón, me sentí juguetón y quise alardear un poco delante de aquellos babosos.
Como el que no quiere la cosa, dejé las bolsas de Ali en el suelo, me acerqué tranquilamente al mostrador y, rodeándolo, me acerqué a Tatiana, que me miraba con sorpresa.
–          Hola cariño – dije dándole un besito que ella devolvió más por inercia que por otro motivo – ¿Te queda mucho para salir?
Mientras decía esto, deslicé mi mano por la cintura de Tatiana, abrazándola ligeramente, atrayéndola hacia mí. Un segundo después, retiré la mano, pero procurando que los clientes percibieran perfectamente cómo recorría con impudicia el tierno culito de la dependienta.
Tati, avergonzada, no atinó ni a protestar, colorada como un tomate, mientras los clientes me observaban con envidia. Ay, si las miradas matasen…
–          Entonces ¿qué? ¿Te queda mucho? – insistí.
–          U… un poco. Tengo que terminar con estos señores.
–          Vale. Te espero por aquí.
Y, con todo el descaro del mundo, le di un suave azote en el culo a Tatiana, que dio un respingo y salí de detrás del mostrador. Los hombres me miraban con mal disimulado odio, pero al menos logré que dejaran de mirar a Tatiana con tanta desfachatez, con lo que la velocidad de la cola aumentó bastante. En menos de 10 minutos, Tati se los había ventilado a todos.
Cuando estuvo sola, me acerqué de nuevo, mientras ella me miraba ligeramente molesta.
–          Víctor, yo… En el trabajo no hagas esas cosas… – me dijo.
–          Vamos nena. No me digas que no viste cómo se te comían con los ojos. Yo simplemente les hice ver que no estabas libre. Si alguno llega a decirte alguna grosería, te juro que le hubiera partido la cara…
Tatiana me sonrió dulcemente. Mirando a los lados para comprobar que no nos veía nadie, se echó en mis brazos y me plantó un amoroso beso que yo devolví con ganas.
–          Vaya, ¿te has puesto celoso?
Me quedé sin palabras. Coño, no me había dado cuenta. Pero era verdad. Me había gustado que aquellos hombres se deleitaran mirándole las tetas a Tatiana, pero, en el fondo, me había sentido molesto. ¿Serían celos? Me di cuenta de que, por primera vez desde el día anterior, había admitido que seguíamos siendo pareja. Me sentía confuso.
Por fortuna, justo en ese momento regresó Alicia, con una bolsa de la tienda con otro vestido que acababa de comprarse. Seguro que había dejado la tarjeta temblando. Aunque, pensando en quien era su prometido… quizás no.
–          Hola Tatiana – dijo saludando.
–          Ho… hola Alicia.
–          Vaya – dijo Ali sonriendo ladinamente – Veo que eres una chica muy obediente.
Mientras hablaba, miraba con descaro a los enhiestos pezones de mi novia, que seguían perfectamente erectos y marcaditos en el jersey. Tati, un tanto turbada, apartó la mirada.
–          Vamos, niña, no me seas mojigata – continuó Alicia – Esto no es nada comparado con lo que vas a tener que hacer a partir de ahora.
Tatiana me miró un instante y, al hacerlo, pareció recobrar la convicción y alzó la vista, desafiante.
–          Así me gusta – rió Alicia – Y dime, ¿has vendido más de lo habitual esta tarde?
Una sonrisilla juguetona se dibujó en los labios de Tati, que acabó asintiendo con la cabeza.
–          Ja, ja, ¿lo ves? ¡Ya te dije que sería así! ¡Los hombres tiene el cerebro entre las piernas y ahí no hay demasiado sitio!
Pensé en decir algo, pero quien era yo para rebatirlo. A pesar de que se trataba de mi novia y de que la había visto desnuda mil veces, mis ojos no podían evitar desviarse y disfrutar del sensual espectáculo que brindaban los duros pezones de la chica.
–          ¿Te queda mucho? – dijo Ali mirando su reloj.
–          Un poco. Hay que cuadrar las cajas y tengo que esperar al guardia que viene a recoger el dinero.
Ali y yo nos quedamos charlando por allí, mientras Tati iba pasando por todas las cajas para que las dependientas le entregaran el dinero y las cuentas. Me sorprendía aquella faceta de Tatiana, profesional y segura de sí misma, bastante alejada de la imagen que tenía de ella. Debería haberme sentido mal, por subestimarla como siempre, pero no fue así, pues a esas horas y después de la tardecita que llevaba, una sensación se imponía sobre todas las demás: la excitación sexual.
Mientras hablaba con Ali me di cuenta de que, entre los dos, flotaba una especie de aura de tensión carnal acumulada, los dos estábamos cachondos, excitados y ni mucho menos pensábamos en dar por finalizada la velada tras la cena. Seguro que Ali tenía algo en mente.
Por fin parecía que Tati estaba terminando con las cajas, cuando entró en la tienda un guardia de seguridad. Me fijé en que había otro más, que esperaba en el exterior.
Tras saludar amigablemente a Tatiana, los dos dedicaron unos minutos a rellenar unos papeles y la joven le entregó unos paquetes con la recaudación del día. Al pobre tipo, se le iban los ojos sin querer hacia el jersey de la chica, pero he de reconocer que supo mantener la compostura bastante bien.
–          Entonces, ¿qué? Ya vais a cerrar ¿no? – preguntó el guarda estúpidamente.
–          Sí, claro. Echamos el cierre y hasta el lunes.
–          Ya sabes, si quieres te acompañamos hasta el coche – se ofreció el tipo.
–          No, no, gracias Fernando. He venido en autobús. Además, están ahí mi novio y una amiga que han venido a recogerme. Vamos a salir a cenar – le contestó Tati con toda inocencia.
El guarda me miró un instante y me saludó con frialdad, devolviéndole yo el saludo con idéntico tono.
–          Bueno, pues nada, nos vemos el lunes – empezó a despedirse el tal Fernando levantando las bolsas de dinero.
–          No, bueno… el lunes tengo turno de mañana, así que…
–          Oh, vale, pero seguro que nos vemos por aquí.
El tío, que a cada minuto que pasaba me caía más gordo, se despidió de Ali y de mí con un gesto de la cabeza y salió a reunirse con su compañero. Ali no tardó ni un segundo en lanzarse a degüello.
–          Ji, ji, vaya, vaya, Tatiana. Si le tienes comiendo en la palma de la mano. Quien lo diría.
–          No… no te entiendo – respondió Tatiana ruborizándose, demostrando que sí que la entendía perfectamente.
–          Venga ya, niña, no te hagas la tonta. El guarda ese está que se muere por meterse dentro de tus bragas. No me dirás que no has visto cómo se le salían los ojos cuando ha visto tus pezones.
Tatiana parecía avergonzada, pero yo empezaba a descubrir que había ciertos aspectos del carácter de mi novia que desconocía por completo. Por imbécil.
Las últimas compañeras de Tatiana se despidieron y se fueron marchando. Tati nos hizo salir para activar la alarma y tras cerrar las puertas con llave, bajó la persiana con un mando a distancia que luego guardó en el bolso.
Nos quedamos los tres allí parados, mirándonos; yo cargado con todas las bolsas de Alicia mientras mi novia me observaba divertida.
–          Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos? – dijo Ali – No sé vosotros, pero yo me muero de hambre.
–          Vale – asentí – Tengo el coche el aparcamiento. Pensad donde os apetece cenar.
–          Anoche me dijiste que te gustaba la comida china, ¿No Tati?
–          Sí – asintió la joven.
–          Pues nada. A un chino. Además, iba a ser difícil encontrar mesa en otro sitio sin reserva. Y no me apetece ir a un burguer.
Minutos después salíamos del sótano del centro comercial en mi coche. Curiosamente, ninguna de las chicas ocupó el asiento del copiloto, sino que ambas se sentaron atrás, para charlar tranquilamente.
Cuando quise darme cuenta, Alicia estaba contándole el numerito del probador, pero, a esas alturas, ya no me alteraba.
A mitad de narración, Ali me pidió el móvil, para enseñarle a Tatiana el vídeo que habíamos grabado. Mi chica lo miraba con atención y en cierto momento alzó la vista, encontrándose nuestras miradas en el espejo retrovisor. No supe apreciar cómo se sentía. ¿Celosa? ¿Excitada? ¿Enfadada? Bueno, ya lo averiguaría.
A eso de las diez y media conseguimos aparcamiento y, tras darle un euro al gorrilla de turno (no me fuera a arañar el coche) nos metimos los tres en un chino que Ali conocía. Todas las bolsas con las compras de Alicia se quedaron en el maletero, menos una que ella insistió en llevar colgada del brazo.
Me gustó el sitio, una sala bastante amplia y decorada al estilo occidental, nada de dragones de plástico y adornos asiáticos de cartón piedra.
Había bastantes clientes, pero no estaba abarrotado, así que nos dieron mesa sin problemas, junto a una pared. Yo me senté a un lado y las chicas al otro. Como teníamos bastante hambre, no nos entretuvimos mucho en pedir, cada uno lo que nos apeteció.
A pesar de que no combina mucho con la comida china, Ali insistió en pedir una botella de vino y tanto Tati como yo aceptamos. En menos de cinco minutos, estábamos cenando.
Charlamos durante un rato mientras comíamos, de cosas intrascendentes. Tatiana nos confirmó, entre risas, que era cierto que sus ventas se habían incrementado esa tarde y que todas habían sido en la sección de caballeros.
–          En serio, si me llego a quedar en la sección femenina, no vendo nada – dijo riendo.
Me di cuenta de que estaba un  poquito achispada y que Ali procuraba mantenerle la copa siempre llena. Entendí cuales eran sus intenciones.
Seguimos hablando y comiendo con tranquilidad, hasta que nos sirvieron los segundos platos. Yo ya estaba hasta arriba de arroz, así que me limitaba a juguetear con el pollo, ya sin muchas ganas y, por lo que pude ver, a las chicas les pasaba tres cuartos de lo mismo.
Entonces Ali se puso en marcha.
–          Oye, Víctor – me dijo – ¿Por qué no nos cuentas alguna historia? Yo he intentado contarle a Tatiana las que me narraste, pero tú lo haces mucho mejor. Además, me apetece una nueva…
Miré a Tatiana, un poco cortado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, lo que yo sabía bien era señal de haber bebido un pelín demasiado.
–          Sí, venga, cari. Cuéntanos algo – asintió ilusionada.
–          Bueno – concedí – ¿Qué queréis que os cuente?
–          Uno de tus éxitos por supuesto – dijo Ali – Espera, se me ocurre algo. Cuando nos conocimos, dijiste que yo era la primera mujer con inclinaciones exhibicionistas que habías conocido, pero, ¿es verdad? ¿Nunca conociste a otra chica con tus mismos gustos?
–          Sí, sí que es verdad – afirmé – Aunque hubo una vez…
–          ¡Cuenta, cuenta! – exclamó Tatiana en voz demasiado alta.
–          Vale, vale, tranquila – dije riendo – Es algo que considero, como ha dicho Ali, uno de mis éxitos, aunque quizás quedéis decepcionadas cuando os lo cuente, pues, en realidad, no pasó nada de nada.
–          No importa, tú cuéntanoslo y nosotras decidiremos – dijo Ali – Aunque, primero, si me disculpáis un momento, quiero pasar por el tocador.
Alicia se levantó y se dirigió al baño, llevándose consigo la bolsa que había traído. Yo clavé la mirada en Tatiana, cuyos pezones, curiosamente, habían empezado a calmarse por fin. Se la veía bastante tranquila y relajada.
–          Tatiana, no quiero ser un coñazo, pero, ¿estás segura de todo esto?
–          Víctor. Ya te lo he dicho. Si me preguntas si hace dos días habría imaginado que iba a hacer algo así, a meterme en estas cosas, te habría dicho que no, pero si me hubieras preguntado si lo habría hecho por ti, mi respuesta habría sido la misma que ahora: por supuesto que si. Yo haría cualquier cosa por ti.
Tatiana estiró la mano sobre la mesa y yo la así, estrechándola con cariño. Ella no se daba cuenta, pero al demostrarme tanta devoción, tanto amor, en el fondo estaba haciéndome daño, pues yo me sentía vil y ruin a su lado, en absoluto a su altura.
–          Además – continuó bajando el tono de voz hasta un susurro – Te mentiría si te dijera que lo de esta tarde no me ha resultado excitante…
Sentí la boca seca, así que bebí un poco de vino.
–          ¿De veras? ¿Te ha gustado que te miraran esos hombres? ¿Qué se te comieran con los ojos?
–          Al principio lo pasé mal, lo admito. Estaba nerviosísima y me costó mucho concentrarme, pero luego… dejó de importarme que me miraran y descubrí… que me gustaba. Pero sobre todo, lo que más me ha gustado es cuando has llegado tú y has espantado a los moscones – dijo la chica entrelazando sus dedos con los míos.
–          Tati, te lo juro, si en algún momento quieres dejar esto, me lo dices y punto. Alicia es muy dominante y te puede arrastrar a hacer cosas que no quieres. No se lo permitas.
–          Ya te he dicho que hago esto porque quiero. Haré cualquier cosa por ti.
Si sólo hubiera dicho la primera frase, me habría quedado más tranquilo.
En ese momento, Ali regresó del baño. Se detuvo junto a la mesa y, al vernos con las manos entrelazadas, sonrió en silencio. Tati se echó un poco para delante, para permitir que Alicia regresara a su silla, que estaba junto a la pared, justo delante de mí. Entonces me di cuenta de que se había cambiado de ropa, sustituyendo los pantalones que llevaba antes por una minifalda que había comprado por la tarde.
–          Te has puesto falda – dije sonriendo, empezando a intuir lo que tenía en mente.
–          Muy observador – respondió en tono jocoso mientras tomaba asiento.
–          ¿Y por qué? – pregunté siguiéndole el juego.
–          Verás – dijo ella con ojos brillantes – Antes has dicho que no sabías si la historia que ibas a contarnos iba a resultarnos satisfactoria o no… y he pensado en una manera de… calibrarla.
–          ¿Ah sí? – dije divertido – ¿Y qué manera es esa?
–          Saca el móvil.
No tardeé ni un segundo en obedecer.
–          Saca una foto bajo la mesa.
No hicieron falta más instrucciones. Sabía que lo que ella quería no era una foto del suelo precisamente…
Con cuidado, procurando que nadie se diera cuenta de lo que hacía, metí las manos bajo la mesa y orienté el objetivo hacia delante. Como no podía ver adonde apuntaba, hice varios disparos para asegurarme.
Cuando acabé, saqué de nuevo el móvil y accedí a la galería de fotos… Allí estaba.
Había obtenido varias tomas bastante buenas del coñito desnudo de Alicia. La chica, sin cortarse en absoluto, se había abierto de piernas todo lo que había podido bajo la mesa, posando para la foto. No contenta con eso, en las últimas instantáneas aparecía su mano entre sus muslos, separando al máximo los labios vaginales, exhibiendo para la cámara su vagina completamente expuesta.
Sonriendo, me recreé admirando las fotografías, pasándolas lentamente una a una en la pantalla del móvil. La excitación había regresado con fuerza y notaba perfectamente cómo algo se agitaba dentro de mis pantalones.
–          Déjame verlas – dijo Alicia.
Sin decir nada, le alargué el teléfono por encima de la mesa. Ella miró la pantalla con ojos brillantes, inclinándose hacia un lado para permitir que Tatiana disfrutara también del espectáculo. Tati, se asomó inmediatamente, quedándose boquiabierta al ver el coñito desnudo de la otra chica.
Sin acabar de creérselo, sus ojos alternaban entre la pantalla y mi rostro, como pidiéndome confirmación de que aquello era real. Era lógico, era su primer contacto auténtico con el exhibicionismo. Antes sólo había visto unos vídeos, pero, al no estar presente cuando se grabaron, sin duda le parecían menos auténticos que aquellas fotos que acababa de tomar.
Cuando las hubieron visto todas, Alicia me devolvió el móvil y, mirando a mi novia, le dijo con sencillez.
–          Ahora tú.
Tatiana dio un respingo en su silla, sorprendida, mirando alucinada a la otra chica. Por un instante, pensé que iba a mandarnos a los dos a paseo, pero no, ella estaba más que decidida a hacer lo que fuera con tal de retenerme a su lado.
–          Vale – asintió levantándose – Enseguida vuelvo.
La mano de Ali salió como un rayo para aferrar la muñeca de Tatiana, impidiéndole que se pusiera en pie.
–          ¿Adónde crees que vas? – le preguntó sin soltarle la mano.
–          Yo… Al baño – dijo mi novia ruborizada.
–          ¿A quitarte las bragas?
Tati asintió con la cabeza.
–          De eso nada, niña. Te las quitas aquí mismo.
La pobre chica se puso coloradísima, pero no protestó, dejándose caer de nuevo en la silla. No dijo nada, ni siquiera me miró esta vez, sino que echó un vistazo alrededor, intentando asegurarse de que nadie veía sus maniobras.
Obviamente, me acordé de días atrás, cuando yo le había dado la misma orden a Alicia. Nuestras miradas se encontraron y supe que ella estaba pensando en lo mismo.
Lentamente y con gran disimulo, Tatiana metió las manos bajo la mesa y empezó a forcejear con su falda. Con mucho cuidado, procurando no atraer la atención de las mesas vecinas, me trasladé a la silla de al lado, la que quedaba frente a mi novia y empecé a hacer fotos bajo la mesa con el móvil como loco, mientras ella me miraba con el rostro encarnado.
Segundos después logró su objetivo y, levantándose unos centímetros del asiento, empezó a deslizar sus braguitas por los muslos, agachándose hasta librarse por completo de ellas.
Cuando terminó, se sentó recta en la silla y le alargó la prenda de lencería a Alicia, que la guardó en la bolsa donde estaban sus pantalones. Ali la observaba con una sonrisa satisfecha en los labios, mientras Tatiana ni se atrevía a mirarnos a los ojos a ninguno de los dos, observando el mantel como si fuera lo más interesante del mundo.
Yo no les prestaba mucha atención, mientras repasaba en la pantalla del teléfono la nueva tanda de fotos. No habían salido tan bien como las de Alicia, pues, obviamente, para quitarse las bragas Tati había cerrado las piernas, no las había abierto, pero, aún así, tenían un morbo para morirse.
Le enseñé las fotos a Ali, que las miró divertida.
–          Bueno, ahora te toca despatarrarte, cielo – le dijo a mi novia.
A esas alturas yo ya portaba una empalmada de notables dimensiones y, cuando Ali empezó a decirle guarradas a mi novia, pensé que la bragueta iba a saltar por los aires.
–          Muy bien nena, y ya sabes, tienes que abrirte bien el coñito para que salga guapo en la foto.
Por la expresión de mi novia, se veía que daba gracias porque la mesa tuviera mantel, pues eso la tapaba de las mesas vecinas. Por suerte para ella, nadie pareció darse cuenta de que entre nosotros estuviera pasando nada raro, así que pudo obedecer mientras yo no paraba de sacar fotos.
–          Vale. Ya está bien. Enséñamelas – dijo Ali poniendo punto y final a la sesión.
Obviamente, antes de entregarle el móvil me regalé la vista con las primeras instantáneas exhibicionistas de Tatiana. La pobre seguía bastante colorada, pero pude notar que sus pezones habían vuelto a endurecerse y se apreciaban claramente en el jersey.
No sé cómo, pero a pesar de que sólo se veían sus muslos abiertos y su chochito expuesto, las fotos transmitían la sensación de que la chica estaba realmente avergonzada por exhibirse. Y precisamente por eso resultaban más morbosas.
Cuando estuve satisfecho, le entregué el móvil a Ali, que contenía su impaciencia a duras penas. Al principio, Tatiana no hizo ademán de ver las fotos, pero tras unas cuantas exclamaciones admirativas y comentarios jocosos, cedió finalmente a la tentación y pronto ambas jóvenes estuvieron con las cabezas juntas y los ojos clavados en la pantalla del aparato.
Y mientras yo me acariciaba la polla por encima del pantalón.
Cuando se dieron por satisfechas, Ali dejó el teléfono encima del mantel y dijo:
–          Ahora puedes empezar con tu historia.
–          Vale – asentí – Pero antes, aclárame una cosa.
–          Dime.
–          ¿Cómo van a servir estas fotos para calibrar si mi relato es bueno o no?
Ali me miró unos segundos con su sonrisilla traviesa antes de contestar.
–          Es fácil. Cuando termines, nos fotografías de nuevo.
–          ¿Y? – dije intuyendo por donde iba la cosa.
–          Si nuestros coñitos se han mojado, habrá sido una historia excitante.
–          ¿Y cual será mi premio?
–          Una de nosotras obedecerá una orden tuya. Y si no nos hemos puesto cachondas, serás tú el que cumpla una orden.
–          Me parece justo.
–          Pues empieza.
CAPÍTULO 14: LA JOVEN DEL BUS:
–          Bueno. De esto hace ya la tira de años, recuerdo que tenía 18 recién cumplidos.
–          Sí que ha llovido, sí – dijo Ali.
–          En ese entonces había empezado a ponerme en forma, ya iba al gimnasio y había empezado con las artes marciales, ya sabéis, como hobby, para mantenerme en forma.
Las dos me observaban en silencio, interesadas.
–          Era verano y, en cuanto se acabase, iba a empezar la universidad. Como aún no trabajaba, no tenía nunca un duro y demasiado que mi pobre padre me pagaba el gimnasio. Así que, para mejorar de forma, me aficioné a correr un poco por las tardes.
–          ¿Sigues haciéndolo? – preguntó Ali.
–          Sí. No tanto como antes, pero aún salgo con frecuencia a correr.
–          Estupendo. Algún día iré contigo.
Tati la miró un segundo, pero no dijo nada.
–          Pues bien, aquel día hacía calor, pero aún así salí a correr. Me di una buena caminata, desde donde vivían mis padres hasta el pabellón de los almendros, ya sabéis donde está.
–          Son muchos kilómetros – intervino Tati.
–          Bueno, a lo que iba. Cuando llegué allí, decidí que era suficiente, descansé unos minutos, bebí agua… y pisé una puta piedra y me torcí el tobillo.
–          Ji, ji, anda que… – rió Ali – Ya no estoy tan segura de querer ir a correr contigo.
–          Sí, bueno. Le puede pasar a cualquiera. Así que allí estaba yo, tirado en un banco, examinándome el tobillo. No era grave, podía apoyar el pie, pero ni pensar en volver a casa andando. Menos mal que siempre que salía a correr me llevaba la riñonera y tenía algo de dinero. Pero claro, ni de coña suficiente para un taxi (además que no me iba a gastar las pelas en esos lujos), así que, cojeando, me fui a la parada del bus.
–          ¿Por qué no llamaste a tus padres? – preguntó Tatiana – ¿No llevabas el móvil?
–          ¿Hace 20 años? ¿Qué móvil? – respondí divertido.
–          No… Es verdad. ¿Y no había ninguna cabina? Si tenías dinero…
–          Sí, sí, ya pensé en eso. Pero, a esas horas, mi padre seguía en el curro y mi madre no tenía carnet, así que…
–          ¡Ah, claro!
–          Pues nada. Esperé al solano al bus durante un rato hasta que apareció. Por fortuna, el vehículo que vino era de los más modernos por aquel entonces y tenía aire acondicionado, pues todavía quedaban muchos que no tenían.
–          Sí me acuerdo de esos – dijo mi novia, aunque por esa época debía ser muy niña.
Ali nos miraba a ambos. Por su expresión, se deducía que probablemente no había pisado un autobús en su vida.
–          Pagué al conductor, cogí el ticket y entré. Había 10 o 12 personas, con lo que quedaban asientos libres. Iba a sentarme en cualquier sitio, pero entonces la vi. Sentada casi al fondo, había una chavalita realmente preciosa y claro, me decidí a sentarme junto a ella.
–          Jo, pues yo, cuando el bus va medio vacío y un tío viene derecho a sentarse a mi lado, me asusto un poco – dijo Tati.
–          Ya. Y apuesto a que te pasa bastante a menudo – dijo Ali riendo.
Mientras hablaba, volvió a servirle vino a la otra chica. Ella también se echó un poco, pero yo me negué, pues luego tenía que coger el coche.
–          No, no me he explicado bien. Veréis. La chica estaba sentada en un grupo de 4 asientos que hay al fondo en ese tipo de autobuses, enfrente de la puerta de salida. Dos de esos asientos están orientados en el sentido de la marcha y los otros dos justo delante, en dirección opuesta.
–          ¡Ah, ya sé los que dices! – dijo Tati con entusiasmo, animada por el vino.
–          O sea, como las sillas donde estamos sentados ahora mismo – dijo Ali haciendo un gesto con las manos.
–          Exacto. La chica iba sentada mirando hacia el frente, en el asiento junto a la ventanilla y yo me ubiqué en sentido opuesto, pero no en el asiento delante de ella, sino en el otro.
–          O sea, yo estaría sentada donde ella y tú donde estás ahora mismo – dijo Ali señalándome mientras Tati asentía con la cabeza.
–          Precisamente.
–          ¿Y qué hiciste? ¿Te la sacaste y se la enseñaste?
–          No, hija. Ni mucho menos. Verás, no olvides que yo era bastante joven y aún no tenía mucha experiencia. Te aseguro que, cuando me senté junto a ella, no tenía nada truculento en mente. Simplemente vi una chica guapa y me senté cerca.
–          Ya. Claro. Estabas un poquito salido – dijo Ali riendo.
–          Por supuesto. Sigo igual – dije guiñándole un ojo – Pues bien, cuando me acerqué ella me miró con franco interés.
–          Es que estás buenísimo – bromeó Ali haciendo sonreír a mi novia.
–          No. Creo que se fijó en que yo cojeaba.
–          ¡Ah, claro!
–          Me senté y le eché un vistazo disimulado. Era guapísima. Rubia, ojos claros, con un buen par de… – dije haciendo el signo internacional de las tetas grandes – Debía tener mi edad, o quizás un poco más joven. Llevaba un vestido veraniego, fresquito, que permitía ver perfectamente su sostén asomando y la faldita le llegaba a medio muslo. Iba masticando chicle con aire distraído mientras escuchaba música en un discman. Era super sexy.
–          Y tú babeando.
–          Por supuesto. Pero os aseguro que no hice nada. En cuanto me senté, ella dejó de prestarme atención y se puso a mirar por la ventana. Como iba con los auriculares puestos, ni siquiera podía intentar entablar conversación, así que, conformándome con haberle podido echar un buen vistazo, decidí volver a examinar mi tobillo.
En ese momento vino la camarera  a retirar los platos. Pedimos el postre y seguí con la historia.
–          Aunque sea una falta de educación, el pie me dolía, así que lo subí al asiento de delante, el que quedaba libre junto a la chica, apoyando la suela en el borde y me puse a examinarlo. Estaba un poco hinchado, pero bien.
–          ¿Qué pie era? – preguntó Alicia, creo que intentando hacerse una imagen mental de la situación.
–          El derecho.
–          Y ella estaba a tu derecha.
–          Correcto.
–          O sea, que con la pierna encogida, por tener el pie apoyado en el asiento de delante, ella no podía ver tu entrepierna.
–          Lo has entendido perfectamente.
–          Vale. Sigue.
–          Pasaron unos minutos, el autobús paró y se bajaron un par de personas. Los dos éramos los únicos viajeros que estábamos en los asientos del fondo. Yo, disimuladamente observaba a mi compañera de viaje, mientras mi imaginación empezaba a volar soñando con todas las cosas que podía hacer con ella.
Tati bebió de su copa, poniendo los ojos en blanco como diciendo: “Hombres”
–          Qué queréis que os diga. Siniestros pensamientos empezaron a formarse en mi mente. Recordé mis anteriores experiencias exhibicionistas y fui poniéndome cachondo.
–          A esa edad no hace falta mucho.
–          Y tanto que no. Con disimulo y ya que, como tú muy bien has señalado, mi entrepierna quedaba oculta a su mirada (además de que ella no apartaba los ojos de la ventanilla) empecé a acariciarme suavemente la polla por encima del pantalón corto. Ella no se daba cuenta de nada y mientras, mi verga crecía y crecía dentro de los slips.
Las dos, inconscientemente, se habían inclinado sobre la mesa, acercándose a mí, pendientes de mis palabras.
–          De vez en cuando miraba por encima del hombro, para asegurarme de que nadie fuera a pillarme, pero dentro del autobús parecía haber una atmósfera de paz que no sé describir. No se movía ni un alma. Más tranquilo, empecé a frotar un poquito más vigorosamente mi erección.
–          ¿Y ella?
–          Hasta entonces no se había dado cuenta de nada, estoy seguro, pero, de repente, algo llamó su atención y volvió la cara hacia mí. Aunque mi pierna la tapaba, los movimientos de mi mano eran lo suficientemente obvios como para saber perfectamente lo que estaba haciendo. Me puse en tensión, preparado para arrojarme hacia la puerta al primer signo de escándalo.
–          ¿Y si llega a gritar?
–          Lo tenía todo estudiado. Alguna vez había pensado en hacer algo así en un autobús, pero nunca me había atrevido. Piénsalo, si una pasajera grita, lo lógico es que el conductor detenga el bus y, en aquel entonces, las puertas tenían un cierre manual de emergencia justo al lado, así que habría podido escapar sin problemas, aunque fuera a la pata coja.
–          Claro. Y entonces no había cámaras en los autobuses – añadió Tatiana.
–          Es verdad – confirmé, haciéndola sonreír – Pero bueno, que me estoy desviando. Lo cierto es que la chica no chilló, ni protestó, ni me largó un guantazo. Tras la sorpresa inicial, se limitó a volver a reclinarse en su asiento y a ponerse a mirar otra vez por la ventanilla.
–          Una franca invitación.
–          Espera que lo mejor está por venir – continué – Dejé pasar un par de minutos, hasta que el autobús llegó a otra parada y se bajó más gente, tras lo que reanudé el sobeteo de polla. Estaba muy pendiente de la joven, que parecía no hacerme caso, pero entonces, cuando el movimiento de mi mano se hizo más notorio, la chica no pudo reprimir una sonrisilla que asomó en sus labios.
–          Te estaba mirando de reojo.
–          Bingo. Joder, no sabéis qué cachondo me puse cuando sonrió. Y eso no es todo, pues, segundos después, la chica subió su pie izquierdo (el que estaba pegado a la ventanilla) al asiento que había a mi lado, con lo que la faldita se le subió unos centímetros, permitiéndome admirar su hermoso muslo.
–          ¡La madre que la trajo! – exclamó Tati sin poder contenerse.
–          Eso pensé yo – asentí – Y esa sí que fue una franca invitación – dije mirando a Ali – así que no me lo pensé más y bajé el pie al suelo, ofreciéndole un buen primer plano del bulto en mis pantalones.
–          ¿Te miró?
–          Un segundo. Y cuando lo hizo estuve a punto de correrme, os lo juro.
–          No me extraña – dijo Ali admirada.
–          La nena volvió a clavar la vista en la calle y yo, ya completamente envalentonado, subí el pie izquierdo al asiento, para taparme de alguien que viniera por el pasillo y apartándole pantalón corto, saqué mi polla al aire y empecé a sobármela despacito.
La camarera vino entonces con los postres, interrumpiéndonos. Ninguno dijo nada, deseando que acabara y se largara deprisa. Cuando lo hizo, retomamos la conversación como si la interrupción nunca hubiera pasado.
–          ¿Te bajaste los pantalones en el bus? – preguntó sorprendida Tatiana.

–          No, no me has entendido. El pantalón de deporte era de tela ligera, de estos de atletismo. Lo que hice fue subirme la pernera derecha (que total, era cortísima) y, apartando el slip, me saqué la chorra por el hueco.
–          Ja, ja – rió Tati al escuchar “chorra”.
–          Estaba excitadísimo. La polla parecía a punto de reventarme. Lentamente, seguí con la paja, ofreciéndosela a la chica, haciéndolo para ella. La sonrisilla traviesa había vuelto a sus labios, pero ella seguía sin mirarme directamente.
–          Joder, sigue – dijo Ali al ver que yo paraba para echar un trago.
–          Y entonces hizo algo increíble. Muy despacito, llevó la mano hasta su falda y tirando con suavidad, la enrolló en su regazo, permitiéndome ver sus braguitas.
–          Vaya con la niña – dijo Ali con los ojos brillantes.
–          Cuando lo hizo me volví medio loco. Ya no me pajeaba lentamente, sino que mi mano se deslizaba a buen ritmo por mi tronco, haciéndome jadear de placer. Eché un par de miradas por encima del hombro, pero el resto del autobús parecía estar a  años luz de nosotros. En el universo estábamos sólo ella y yo.
–          ¿Y te corriste? ¿Le echaste la lefa encima? – preguntó Ali sin poder contenerse.
–          No seas bruta – dije riendo – Yo estaba a punto de caramelo, con las pelotas casi en erupción y entonces…
–          Cuenta, cuenta – dijo Ali mientras las dos se inclinaban todavía más sobre la mesa.
–          La chavala agarró el borde de sus braguitas y las apartó ligeramente, brindándome el exquisito espectáculo de su conejito.
–          ¡No fastidies! – exclamó una de las dos.
–          Os lo juro. Y todo esto sin dejar de otear por la ventanilla, sin mirarme directamente. Su chochito era delicioso. Yo ya había visto unos cuantos, pero aquel… uf, qué coñito. Sonrosado, brillante, sedoso… los labios bastante hinchados y abiertos, demostrando que ella también se había puesto cachonda… Recuerdo que tenía bastante vello, rubio y suave, pues entonces aún no se habían puesto de moda los chochetes depilados entre las jovencitas.
–          Madre mía.
–          Y ya no pude más y me corrí. Con un gemido, el semen salió disparado de mi polla, aterrizando en el asiento de enfrente. Y, cuando mi rabo entró en erupción, la chica me miró por fin directamente, los ojos como platos, la boca entreabierta mientras respiraba jadeando y fue su mirada la que hizo que me corriera como una bestia. Mi polla vomitaba chorro tras chorro de espeso semen. Como pude, apunté hacia abajo, derramándolo por el suelo, mientras la joven, aún abierta de piernas y con el coñito expuesto, ni siquiera parpadeaba, sin perderse detalle.
–          La leche. ¿Y no pasó nada más?
–          No. A partir de ahí la cosa se torció. Cuando por fin mi polla dejó de vomitar semen, volví a guardarla en el pantalón y ella, como despertando de un sueño, bajó la pierna al suelo y se puso bien el vestido.
–          Qué pena.
–          Ya te digo. Deseando hablar con ella, le sonreí e intenté cambiarme de asiento, para estar a su lado.
–          En el de la lefa – dijo Ali.
–          Sí, bueno. Ni siquiera lo pensé. Pero dio igual, pues, en cuanto hice ademán de acercarme, la pobre chica puso una expresión de nerviosismo que me detuvo por completo. No sé, quizás pensó que iba a lanzarme encima para violarla. Puso una cara tan rara que levanté las manos en gesto de paz y me senté de nuevo en mi asiento.
–          La fastidiaste – dijo Ali.
–          Si. El encanto ya estaba roto. Quizás lo habría intentado de nuevo en cuanto se hubiera calmado un poco, pero enseguida se levantó de su asiento, tocó el timbre y se bajó en la parada siguiente.
–          ¿No la seguiste? – preguntó Tati.
–          No. Cuando se bajó me miró, como asegurándose de que no iba tras ella. No quería asustarla.
–          ¿Volviste a verla?
–          Por desgracia no. Y mira que lo intenté. Cogí varias veces ese mismo autobús a la misma hora, pero nada. Incluso una vez me bajé en la misma parada que ella y di una vuelta por el barrio a ver si la veía, pero no hubo suerte.
Nos quedamos callados, mirándonos en silencio. Los ojos de las dos chicas brillaban y Tati tenía de nuevo las mejillas encarnadas, a medias por el alcohol, a medias por la calentura. Yo, a pesar de conocer la historia al dedillo, no podía resistirme al erotismo que flotaba en el ambiente, así que mantenía una erección de campeonato.
Entonces, sin decir nada, Alicia tomó mi móvil de encima de la mesa y, metiéndolo bajo el mantel, se hizo una foto de la entrepierna ella solita. En cuanto lo hubo hecho, deslizó la mano hacia el lado de mi novia y dijo:
–          Vamos nena, abre bien las piernas.
E hizo una nueva foto. A continuación, las examinó con sonrisa traviesa y se las enseñó a Tati, que se puso todavía más colorada. Por fin, me alargó el móvil a mí.
–          ¿Tú que crees? ¿Nos ha gustado la historia o no?
Yo miraba las fotos, sonriendo complacido. Sus coñitos estaban inequívocamente excitados, hinchados y brillantes. Me había ganado mi premio.
–          Yo creo que sí que os ha gustado. Estos coños están empapados – dije con lascivia.
–          Tienes razón. Así es como me siento – dijo Ali mirándome intensamente – Empapada.
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Prostituto 20 Correos obscenos de una puta preñada” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2
Siendo un prostituto desde hace dos años, creía que nada podría sorprenderme pero os tengo que confesar que no entendí la actitud de Kim ni de sus correos. Todo empezó a partir de una fiesta a la que acudí como acompañante. Esa noche me había contratado Molly, una morena bastante simpática que pasada de copas, me pidió que la follara en el jardín de la casa. Como eso no representaba ninguna novedad, satisfice sus deseos echándole un buen polvo tras unos arbustos. Encantada con el morbo de la situación mi clienta quiso que la llevara a su casa y que allí repitiéramos faena, pero debido a la borrachera que llevaba en cuanto la desnudé, esa mujer se echó a roncar. Como ya había cobrado, la tapé y tranquilamente me fui a mi apartamento a dormir la mona. Fue una noche anodina como otra cualquiera y no la recordaría siquiera si al cabo de unos días, no hubiera recibido un correo de una amiga suya.
 
Para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando, os transcribo lo que ponía:
 
Alonso:
No me conoces, soy Kim, una amiga de Molly. Le he pedido tu correo porque, gracias a ti, no duermo. Por tu culpa, cada vez que me acuesto, tengo que masturbarme pensando en lo que vi. Por mucho que intento sacarte de mi mente, no puedo.
 
Te preguntarás el porqué. ¡Es bien sencillo!:
 
El viernes yo también fui a esa fiesta. Lucian me invitó porque fui con él a la universidad. Acudí con mi esposo y te juro que me lo estaba pasando bien pero, al cabo de un rato, ese ambiente tan cargado me cansó y por eso estaba sentada en el jardín, cuando saliste con esa zorra.
 
Al principio me turbó ver que mi amiga te besaba con una pasión desconocida en ella. Estuve a punto de levantarme y salir corriendo, pero cuando ya había decidido hacerlo, vi que te quitaba la camisa e intrigada, me quedé a ver qué pasaba.  De esa forma fui testigo, de cómo te desnudaba mientras te reías de ella.  Tu risa pero sobretodo los músculos de tu abdomen me hicieron quedar allí espiando. Sé que no estuvo bien pero, cuando le obligaste a hacerte la mamada, me contagie de vuestra pasión y metiendo la mano por debajo de mi falda, me masturbé.
 
Te odio y te deseo. Soñé que yo era la hembra que abriendo la boca devoró tu miembro pero sobre todo deseé ser la objeto de tus caricias cuando dándole la vuelta, la follaste en plan perrito. Te juro que no comprendo cómo no oíste mis gritos cuando azotaste el culo de esa rubia.   Poseída por la lujuria, sentí en mi carne cada una de esas nalgadas y sin quitar ojo a tu sexo entrando y saliendo del cuerpo de mi amiga, me corrí como nunca lo había hecho en mi vida.
 
Ahora mismo, mientras te escribo, mi chocho está empapado y solo espero volverte a ver.
 
Tu más ferviente admiradora.
Kim
 
Creyendo que esa mujer lo que quería era una cita, contesté a su email informándole de mi disposición a acostarme con ella, así como mis tarifas y olvidando el tema, me fui a comer con un amigo. Después de una comilona y muchas copas, llegué a mi casa agotado y por eso no revisé mi correo hasta el día después. Con una resaca de mil demonios, observé que la mujer del día anterior me había respondido y creyendo que era un tema de trabajo lo abrí:
 
¡Cerdo!
¿Cómo crees que voy a rebajarme a pagar a un hombre?.
¡Jamás!
Ni siendo el único sobre la faz de la tierra, permitiría que tus manos me rozaran.
¡No sabía que eras UN MALDITO PROSTITUTO!  De haberlo sabido ni se me hubiera ocurrido escribirte.
Te crees que por estar bueno y tener un aparato gigantesco, voy a correr a tus brazos y después de pagarte, dejar que liberes tu sucia simiente, en mí.
¡Ni lo sueñes!
 

Si  saber las consecuencias de mis actos, di a contestar en el Hotmail y escribí un somero-¡Qué te den!- y olvidando el tema me fui a desayunar al local de enfrente. Acababa de pedir un café cuando recordé a esa loca y pensándolo bien, me recriminé por haberla contestado ya que una fanática, podía hacerme la vida imposible e incluso denunciarme a la policía. Por eso decidí no seguirle el juego y no contestarla si me enviaba otro correo.

 
Como esa misma tarde, tenía otra faena conseguida por mi jefa, al llegar las ocho, me vestí para ver a otra mujer que engrosaría mi cuenta corriente. Tampoco os puedo contar nada en especial de esta clienta, cena, polvo rápido en el parking del restaurante y antes de las doce de nuevo en casita.  Cansado por los excesos acumulados durante la semana, me dormí enseguida mientras miraba un coñazo en la televisión.
 
Os cuento esto porque a la mañana siguiente, con disgusto observé que esa trastornada había contestado a mi email, estuve a punto de no leerlo pero me quedé helado cuando lo abrí:
 
¡Maldito hijo de puta!
No te ha bastado con sacarle la pasta a Molly que hoy has tenido que llevar tus instintos a pasear en mitad de un estacionamiento.
Te preguntarás como lo sé, pues es muy sencillo: ¡Te seguí!.
Fui testigo de cómo te tirabas a esa pobre mujer y de como ella aullaba al sentir tu sucia verga retozando por su sexo. No comprendo porque me indigné al observar que ni siquiera le quitaste el vestido antes de separar sus nalgas y follártela.
Me apena creer que todas las mujeres somos iguales que ella y que disfrutaríamos sin medida con tu polla en nuestros coños, disfrutando de cada centímetro de tu extensión al tomarnos.   Todavía oigo en mis oídos, los berridos de tu víctima al correrse y no alcanzo a comprender lo necesitada que debía estar, al  recordar su sonrisa mientras que te pagaba.
Te lo advierto:
¡Deja en paz a las mujeres decentes de esta ciudad!.
 
Pálido y desmoralizado, imprimí ese correo y con él bajo el brazo, me fui a ver a Johana. A mi Madame le extraño que le fuera a ver a la boutique donde trabajaba y por eso, metiéndome en la trastienda, me preguntó que ocurría. Después de leerlo y con semblante serio, me dijo:
 
-Esta tía está como una cabra. Tienes que cuidarte, si quieres llamo a las clientas de este fin de semana y cancelo tus visitas-
 
-No creo que haga falta. Tendré cuidado y evitaré que nadie me siga- contesté fingiendo una tranquilidad que no tenía.
 
Mi jefa me advirtió de las consecuencias de una posible denuncia pero como en ese instante, entró una clienta, me despidió con un apretón de manos. Francamente preocupado, me fui a casa a intentar sacar de mi mente a esa puta pero tras una hora frente a un lienzo en blanco, di por imposible pintar algo.
Cabreado, comí en casa. No me apetecía salir del refugio que representaban esas cuatro paredes y solo cuando se acercaba la hora de ir a trabajar, me vestí. Tratando de evitar ser visto, salí por la puerta trasera del edificio y ya fuera, miré a ambos lados de la calle. Intenté descubrir si alguien me seguía pero por mucho que busqué no hallé ningún rastro de mi acosadora. Convencido de que aunque no la viera, esa puta podía estar siguiéndome, me cambié de acera varias veces como tantas veces había visto en las películas, antes de coger el taxi que me llevaría a mi cita.
 

De esa forma, llegué al hotel donde dormía la clienta que iba a ver. Más tranquilo pero en absoluto relajado, estuve atento a cualquier indicio que me hiciera suponer que estaba siendo espiado por eso me costó concentrarme en la cincuentona que esa noche me había alquilado. Sabiendo que la noche estaba siendo un desastre, le pedí a esa morena que subiéramos a su habitación. Ella se mostró reacia en un principio pero una vez allí, seguro de no ser observado, volví a ser el mismo y cinco horas después, salí del establecimiento dejando a una hembra satisfecha y agotada sobre las sábanas. Al llegar a mi apartamento, volví a entrar por detrás y directamente me fui a la cama.

 

 

Os tengo que reconocer que al despertar lo primero que hice fue mirar el puto email y al ver que no tenía ninguno de esa perturbada, con una felicidad exagerada, me fui a desayunar a bar de siempre. Una vez allí, saludé a la encargada con un beso en la mejilla y con nuevos ánimos, me senté en el sitio acostumbrado. No llevaba ni cinco minutos en esa mesa, cuando me tuve que cambiar porque dominado por una absurda paranoia, me di cuenta que desde ahí no veía quien entraba o salía del local. Por eso me cambié a un lugar donde pudiera observar todo el local y  desde allí, tras escudriñar mi alrededor, desayuné.
 
Al volver a mi estudio, directamente me puse a pintar y al contrario que el día anterior, las musas se apiadaron de mí y en menos de dos horas, había esbozado un cuadro. Satisfecho por la soltura con la que mis pinceles plasmaron las ideas de mi mente, me serví un café y haciendo tiempo, eché un vistazo al correo.
 
-¡Mierda!- maldije en voz alta al percatarme que esa puta me había escrito y sabiendo que debía leerlo, lo abrí:
 
Me alegro que hayas recapacitado y que como un buen chico, te hayas mantenido lejos de tu pecaminoso oficio. Te acabo de ver desayunando y se te notaba radiante.
¡Ves como tengo razón!
Solo manteniendo un comportamiento honesto, serás feliz. Sé que eres un hombre sensual y con necesidades, por eso te aconsejo busques  a una sensata mujer que te aleje del pecado. Con ella podrás dar rienda suelta a tu sexualidad y liberar la tensión que de seguro se está acumulando en tu hermoso sexo.
Cuando experimentes la sensación de poseer a una dama que sea realmente tuya y no una viciosa, te darás cuenta que sus gemidos al ser penetrada por ti, sonarán diferentes. Sus berridos al correrse serán una muestra de amor y no de lascivia.
Lo sé por soy mujer y con solo imaginarme tener un marido como tú, sé que me desviviría por complacerte. Te esperaría desnuda y dispuesta cada noche cuando llegaras de la oficina para que al tocarme y comprobar que tenía el coño chorreando por ti, me tomaras brutalmente.
Me daría por completo para que no tuvieses que buscar fuera, lo que ya tendrías en casa. Mis pechos, mi sexo, mi boca e incluso mi culo serían tuyos. Te pediría todas las mañanas que antes de irte a trabajar, me sometieras con tu verga entre mis nalgas y solo después de haber sembrado mi cuerpo, te despediría en la puerta con un beso y la promesa que al retornar a nuestro hogar, encontrarías a tu hembra ansiosa de ti.
Un beso y sigue por esa línea.
KIM
 
-¡Será hija de puta!- exclamé doblemente alucinado.
 

Por una parte, esa zorra me confirmaba que seguía espiándome y por otra, dando rienda a su mente calenturienta, describía una idílica relación donde ella era la servicial esposa y yo el marido. Cualquiera que leyera su escrito, comprendería que Kim era una perturbada que soñaba con ser poseída con dureza por mí. Como su locura la hacía más peligrosa, decidí que a partir de ese día debería incrementar mis precauciones y por eso, cuando nuevamente tuve que salir a cumplir con mi deber, me escabullí de la misma forma que la noche anterior pero cambié dos veces de taxi antes de dirigirme al chalet donde había quedado. Confiado de no haber sido seguido y sumado a que ese el servicio fuese en un domicilio particular, hizo que desde un principio fuese el de siempre y tras una noche de pasión, retornara contento a casa. Eran más de las seis cuando entré por la puerta y aunque estaba cansado, no pude dejar de mirar mi ordenador para comprobar si esa zumbada me había escrito. Desgraciadamente, una mensaje en negrita del Hotmail con su nombre me reveló que lo había hecho y sin poder esperar al día siguiente, decidí leerlo:

 
Querido Alonso:
Esta noche cuando he pasado por tu casa y he visto el resplandor de la televisión en tu ventana. Sabiendo que estabas solo, tuve ganas de subir para agradecerte que sigas firme en tu decisión de abandonar tu asqueroso modo de vida. Se lo duro que te tiene que resultar pasar las noches sin que una mujer se arrodille ante ti y bajando tu bragueta, introduzca tu miembro hasta el fondo de su garganta. Reconozco tu valor y tu fuerza de voluntad, al negar tus sucios instintos y sufrir en silencio, la abstinencia.
Te reitero que debes buscar una mujer que sea impecable de puertas a fuera de tu casa pero, que en la intimidad de tu dormitorio, deje que la poseas de todas las maneras que tu fértil imaginación planteé. La candidata debe saber que tú eres su dueño y obedecerte ciegamente. Una hembra consciente que esclavizándose a ti y siendo tu sierva, logrará alcanzar un placer sin límites.
Sabrás que has acertado cuando al llegar cansado, ella te descalce en la entrada y poniéndose a cuatro patas, te pida que la castigues porque ese día sin tu permiso se ha masturbado pensando en ti. Te aviso que entonces, debes quitarte tu cinturón y cogiéndola del pelo, azotar su culo para que respete. Una buena esposa disfrutará cada golpe y ya con trasero rojo, te pedirá que le separes las nalgas y sin más prolegómeno, tu sexo se enseñoree forzando su ojete.
Mientras la consigues para facilitarte el trance, considero mi deber, ya que yo soy la culpable de tu cambio, enviarte algo que te sirva de inspiración pero sobretodo que llene tus noches de soledad.
 
La voz de tu conciencia.
 
KIM
 
Después de leerlo, comprobé que tenía un archivo de video adjunto y aunque me suponía lo que me iba a encontrar, le di a abrir. Tal y como había supuesto era un video casero, donde una mujer se masturbaba diciendo mi nombre. No me extrañó observar que esa guarra estaba desnuda ni que abriendo su chocho de par en par, cogiera su clítoris entre sus dedos y se pusiera a pajear. Lo que fue una sorpresa fue descubrir casi al terminar que su vientre tenía una curvatura evidente.
 
“¡Está embarazada!” pensé parando la escena y ampliándola.
 
Aunque había tratado de ocultar su estado durante todo el video justo al terminar se le debió mover la cámara o el móvil con el que se había filmado, mostrando tanto su panza como unos enormes pechos.  Revisando a conciencia la imagen, me excitó observar que decorando esas ubres lucía unas negras aureolas. Nunca había visto nada igual, no solo eran gigantescas, lo más impresionante era que, producto de la excitación que consumía a su dueña, las tenía totalmente duras y desafiando a la gravedad, esta no había hecho mella en ellas.
 
-¡Menudas tetas!- exclamé hablando solo.
 
Estaba sorprendido y caliente por igual. Sin meditar las consecuencias de mis actos, me pajeé mirando a esa zorra mientras mis dedos tecleaban una respuesta:
 
Mi Querida Zorra:
 

Si no he salido durante dos noches, no ha sido porque recele de mi oficio sino porque he estado reservando mi leche para rellenar tu culo con ella. Y si crees que no sé quién eres, tengo que decirte que además de embarazada eres una ingenua.

Te descubrí desde el primer momento y por eso, me exhibí ante ti. No creas que no sabía que nos estabas mirando mientras me tiraba a la zorra de tu amiga o que no escuché tus berridos al correrte. No te dije nada porque quería calentar la puta olla a presión que te has convertido. La segunda noche en el aparcamiento, al localizarte espiando, decidí regalarte un espectáculo y por eso, tomé a esa guarra de pie contra el coche. Cada vez que la penetraba, me imaginaba que eras tú, la cerda que llorando de placer se retorcía entre mis piernas.
Tengo que informarte de que he decidido que ya estás preparada y por eso, esta tarde te espero en mi casa a las seis. Deberás venir con un abrigo que tape tu desnudez. Quiero que al abrir la puerta te lo quites y como la cerda sumisa que eres, te coloques en posición de esclava y así esperes la orden de tu dueño.
Te demostraré quien manda y retorciendo tus pezones, te follaré hasta que me ruegues que te deje correrte. Pero recordando el modo tan poco respetuoso con el que te has dirigido a mí,  te lo impediré y tras mojar mi pene en tu sexo, te romperé ese culo gordo de un solo empujón.
 
Un lametazo carente de cariño en tu pestilente clítoris.
 
Tu dueño.
 
Pd. Tengo el email de ese inútil con el que compartes cama, ¿no querrás que reciba una copia de tu video?
 
 
Envalentonado por el órdago y los whiskies que llevaba, mandé ese correo mientras veía, una y otra vez, los treinta segundos de masturbación que mi acosadora me había regalado sin saber que los iba a usar en su contra. Con su recuerdo en mi retina, me tumbé en la cama y tras dejar que el placer onanista me venciera, dormí como un tronco mientras se llenaba mi mente de imágenes donde, ejerciendo de estricto amo, castigaba a esa sumisa.
 
Habiendo descansado después de una semana de estrés y humillación, me levanté a la mañana siguiente pletórico pero con el paso de los minutos, me empezaron a entrar dudas.
 
“¿Habré metido la pata?, ¿Y si no es ella la protagonista?” pensé perdiendo mi supuesta confianza y por eso, antes de darme la ducha matutina, miré mi correo en busca de una respuesta de esa puta.
 
Comprendí su absoluta claudicación y que no me había equivocado, con solo leer el título del mensaje “¡Gracias, Amo!”. Sonriendo, lo abrí y empecé a leer:
 
Mi adorado amo:
 
He recibido con alegría su mensaje. Le agradezco  que me considere apta para ser su sierva y por eso le confirmo que tal y como me ha ordenado, esta tardé estaré en su casa y pondré mi cuerpo a su disposición.
Sé que tiene motivos suficientes para castigarme y con impaciencia espero el correctivo que usted desee aplicar a su puta.
Con mi coño ardiendo por el honor que me ha concedido, se despide:
 
Su humilde esclava Kim.
 
Pd. No hace falta que el eunuco de mi marido se entere que la zorra de su mujer tiene un dueño que no es él.
 
Al terminar tan grata lectura, solté una carcajada y encantado con la vida, me metí en la ducha. Bajo el chorro de agua y mientras me bañaba, planeé el modo con el que vengaría la afrenta. Cuanto más pensaba en ello, mas cachondo me ponía la idea de follarme a una tipa con semejante tripa. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo por no masturbarme. Quería ahorrar fuerzas para esa tarde, de forma que todas mis energías estuvieran intactas a la hora de someter a esa mujer.
Las horas pasaron con una lentitud insoportable y ya estaba al borde de un ataque de nervios cuando escuché el telefonillo.
 
-Sube- ordene con tono serio y dejando la puerta entreabierta, me senté en una silla del hall.
 

Kim no tardó en subir en ascensor y tocando previamente, entró en mi apartamento. Al verme allí cerró y mirándome a los ojos, dejó caer su abrigo al suelo quedando completamente desnuda. Siguiendo mis instrucciones, iba a arrodillarse cuando le ordené:

 
-No, quiero antes comprobar la mercancía-
 
La mujer obedeció de inmediato y en silencio esperó mi inspección. Desde mi asiento, me quedé observándola con detenimiento. Contra lo que había creído Kim era una mujer guapa a la que el embarazo lejos de marchitar su belleza, le había dado una frescura difícil de encontrar. Alta y delgada, la tripa aún siendo enorme parecía un añadido porque, exceptuando a sus dos enormes tetas, el  resto de su cuerpo no se había hinchado por su preñez. Su culo con forma de corazón podía competir con el de cualquier jovencita al mantenerse en forma.
Decidido a humillarla, me levanté y cogiendo sus peños entre mis manos, los sopesé mientras decía:
 
-Pareces una vaca-
 
La mujer, consciente de su atractivo, contestó:
 
-Mi leche es suya-
 
-No te he dado permiso de hablar- repliqué mientras con las yemas le daba un duro pellizco. Kim reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse.
 
Siguiendo mi inspección, palpé su abultada panza advirtiendo que la tenía tremendamente dura. Era una novedad para mí y por eso me entretuve tocándola de arriba abajo mientras los pezones de mi sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación. Al llegar a su sexo, descubrí que lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le dije:
 
-A partir de hoy te lo dejarás crecer, solo las mujeres libres pueden lucir un coño lampiño-
 
Sumisamente, la mujer me respondió que así lo haría, sin darse cuenta que me había desobedecido. Fue entonces cuando le solté el primer azote en su trasero. Aunque esperaba un chillido o al menos una lágrima, esa zorra me sorprendió poniendo una sonrisa. Su actitud me hizo saber que me estaba retando y que me había respondido conociendo de antemano que eso conllevaría un castigo.
 
“Si eso busca, eso tendrá” pensé justo antes de soltarle un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante mí.
 
Kim debía de haber tenido un amo con anterioridad porque con una pericia aprendida durante años, adoptó la postura de esclava y así, esperó mis órdenes. Arrodillada y apoyada en sus talones, tenía las manos sobre sus muslos mientras permanecía con la espalda recta y los pechos erguidos.
 
-Separa las rodillas-
 
Con la barbilla en alto, mostrando arrogancia, Kim abrió sus piernas y sin esperar a que se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándome contemplar su clítoris.  Cabreado me di cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordené que me siguiera a mi estudio. Comportándose como una esclava perfectamente adiestras, la mujer me siguió gateando sin que eso hiciera mella en su ánimo.
 
Ya en mitad del salón, le ordené que no cambiara de postura y así con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas, la dejé sola. Al minuto volví con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los di. La embarazada comprendió mis instrucciones y sumisamente se lo incrustó, rellenando su trasero y su sexo.
 
-A plena potencia- susurré mientras pensaba como podría vencerla.
 

Mecánicamente, Kim aceleró la vibración del aparato y sin mostrar ninguna emoción, se me quedó observando. Comprendí que esa puta jugaba con ventaja porque yo no era un amo y ella sí una sumisa. Bastante preocupado, me quedé pensando en lo que sabía de esa zorra, cuando al pasar mi mirada por su estómago, me di cuenta que estaba enfocando mal el asunto. Todavía hoy sé que vencí gracias a ese momento de inspiración que me hizo abrir un cajón y sacar un rotulador permanente.

 
Kim ni se inmutó cuando, colocándome detrás de ella, le pinté “SOY PUTA” en sus nalgas unas palabras y solo cuando después de sacarle un par de fotos con mi móvil se las mostré, convencida de su superioridad en esos menesteres, me preguntó con tono altanero:
 
-¿Mi amo piensa castigarme mandando las fotos a mi marido?-
 
-No, putita. El tipo ese me la trae al pairo. Las fotos son para tu hijo cuando crezca, quiero que sepa y lea en tu culo que eres una zorra-
 
Asustada, se quedó callada y con lágrimas en los ojos, me rogó que no lo hiciera. Ni me digné a contestarla y sacando una serie de instantáneas más, prolongué su sufrimiento. A base de flashes, fui socavando sus defensas y solo paré cuando la mujer ya lloraba abiertamente. Entonces y recreándome en el poder recién adquirido, le susurré mientras le soltaba un duro azote:
 
-Estoy seguro que al verlas, me pedirá que le deje disfrutar de este culo-
 
Vencida y con la imagen de su vástago fustigando su trasero, la mujer gimió sin parar de berrear. Con el mando en mi poder, me senté y le ordené que viniera hacia mí. Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada.   Sumisamente, Kim se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Su pasado adiestramiento facilitó las cosas y con una maestría increíble, llevó mi glande hasta el fondo de su garganta.
 
Sus lágrimas bañando mi extensión, me confirmaron su derrota y mientras, completamente entregada, buscaba darme el placer que le había demandado, recordé que no sabía el sexo del bebé y lanzando un órdago a la grande, le solté:
 
-Estoy deseando ver a tu HIJA en tu misma postura. De seguro que saldrá tan puta como su madre-
 
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir. Al estar embarazada, sus movimientos fueron lo suficientemente torpes para que ni siquiera hubiera terminado de incorporarse cuando ya estaba a su lado. Poniéndome tras ella y aprovechando que tenía mi pene erecto, sustituí al consolador que se había quitado y de un solo empujón, se lo metí hasta el fondo de su vagina.
 
-¡No!, ¡Por favor!- gimió al sentir su conducto violado.
 
Sin apiadarme de ella, forcé su integridad a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, la mujer tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
 
-¿No es esto lo que venías buscando?-
Hecha un mar de lágrimas, me reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y paulatinamente, el dolor y la humillación que la turbaban se fueron diluyendo, siendo reemplazadas por una excitación creciente.  El primer síntoma de su claudicación fue la humedad de su coño. Completamente anegado por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Con una ferocidad inaudita, Kim forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro sin parar de gemir.
 
-Recuerda que tienes prohibido correrte- le recordé mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
 

La nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero hinchado, al experimentar esa presión desconocida, la terminó de volver loca y aullando como loba en celo, me rogó que la dejara liberar la tensión de su entrepierna. Ni siquiera la contesté porque abducido por la lujuria, en ese momento, mi miembro explotó en su interior regando con mi semen su conducto. Completamente insatisfecha, se quedó inmóvil consciente que un movimiento más  le llevaría al orgasmo. Encantado con su entrega, eyaculé como poseso, tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.

 
Kim me miró desconsolada en espera de nuevas instrucciones pero haciéndome de rogar, me tiré en el sofá y cerrando los ojos, le dije que se masturbara sin correrse mientras yo descansaba. Dócilmente obedeció y cumpliendo mis deseos, torturó su clítoris con sus dedos sin quejarse. Esa paja se convirtió en un cruel martirio que estuvo a punto de hacerla flaquear en varias ocasiones y solo el perfecto adiestramiento que tenía evitó que el deseo la dominase, corriéndose.  Lo que no evitó fue que su calentura se fuera convirtiendo en una hoguera y la hoguera en un incendio que estuvo a punto de incinerarla y por eso al cabo de media hora, cuando le ordené que se acercara, esa puta estaba a punto de estallar.
 
-¿Quieres correrte?- pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
 
Sudando a chorros, me contestó que sí pero que no quería fallarme otra vez. Ya con el control absoluto en mis manos, metí dos dedos en su vulva y empapándolos bien de flujo, le pedí que se diera la vuelta y me mostrara el ojete. Sé que estuvo a punto de sucumbir con ese tratamiento pero haciendo un último esfuerzo, acató mi orden y separando las nalgas, lo puso a mi disposición. Se creyó morir al experimentar la acción de mis falanges jugueteando en su entrada trasera y pegando un gemido, apoyó los brazos en el sofá. Era tal su calentura que nada más acercar mis yemas a su ojete, comprendí que estaba listo pero forzando su lujuria, la estuve pajeando en ambos agujeros durante cinco minutos hasta que la rubia temblando  como un flan, me suplicó que la tomara. No pude dejar de complacerla y colocándome a su espalda, cogí mi pene y apuntando a su entrada trasera, la fui ensartando con suavidad. Mi lentitud la hizo sollozar y queriendo forzar su gozo, me ayudó echándose hacia atrás.
 
-Amo, ¡Por favor!- gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –Déjeme-
 
-Todavía, ¡No!- contesté,  disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura.
 
Reforzando mi dominio, al sentir mi verga hundida por completo en sus intestinos, me quedé quieto mientras con los dedos le pellizcaba los pezones. Kim chilló como una cerda a la hora del sacrificio y sin pedir mi opinión, se empezó a  empalar con rapidez.
 
-¿Te gusta mi preñada?- le dije incrementando la presión de mis dedos sobre su aureola.
 
-¡Me encanta!- sollozó tiritando al intentar retener su placer. Por segunda vez, me compadecí de ella y acelerando mis incursiones, le di permiso.
 
Lo que ocurrió a continuación fue  difícil de describir. Kim, al oírme, dejó salir la presión acumulada y  berreando con grandes gritos,  se corrió mientras su cuerpo convulsionaba contra el sofá.
 
-¡Fóllame!- ladró sin voz al sentir el ardiente geiser que brotando de su cueva, se derramaba por oleadas sobre sus muslos.
 
No necesitaba pedírmelo, impresionado por su orgasmo, había incrementado el vaivén de mis caderas y llevándola al límite, mi pene acuchilló su culo al compás de los gritos de la mujer. Convertidos en una máquina de placer mutuo, nuestro cuerpos se sincronizaron en una ancestral danza de apareamiento con la música de la completa sumisión de esa mujer ambientando el salón. Kim uniendo un orgasmo al siguiente, se sintió desfallecer y cayendo sobre el sofá, me rogó que terminara.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por su acoso había desaparecido y contagiado de su éxtasis, sembré su culo con mi simiente. La rubia al percibir mi eyaculación, no pudo evitar su colapso y desplomándose, se desmayó. Al verla transpuesta, me compadecí de ella y cogiéndola entre mis brazos, la llevé a la cama. Después de depositarla sobre el colchón, me tumbé a su lado a descansar.
 
No sé el tiempo que estuvimos tumbados en silencio, lo que si puedo deciros que al despertar esa mujer, me besó y pegándose a mi cuerpo, intentó y consiguió reactivar mi maltrecho instrumento, Una vez con el tieso entre sus manos, se agachó y antes de metérselo en la boca, me preguntó:
 
-¿Qué uso les va a dar a las fotos?-
 
-Ninguno, se quedarán guardadas en un cajón para que jamás intentes chantajearme- contesté sin percatarme que me había tuteado.
 
La muchacha poniendo cara de santa, sonrió y después de dar un lametazo a mi glande, me preguntó:
 
-¿Puedo pedirte un favor?-
 
Sin saber cuál era, le respondí que siempre que no fuera borrarlas, se lo haría. Kim, soltó una carcajada al oírme y con voz alegre, me respondió:
 
-¡Nunca me atrevería! ¡Me encanta saber que las tienes! Y soñaré con que un día repasándolas, me llames nuevamente a tu lado-
 
-¿Entonces qué quieres?- dije con la mosca detrás de la oreja.
 
-Quiero que le mandes una de ellas a mi amiga Molly- respondió luciendo una enorme y pícara sonrisa –Me aposté con esa zorra a que aún embarazada podía acostarme contigo sin pagarte y como veras: ¡Lo he conseguido!-
 
Tardé en asimilar que sus correos, su supuesto acoso e incluso su sumisión era parte de una apuesta y sabiéndome burlado, asumí mi derrota, diciendo:
 
-Lo haré dependiendo de la maestría que muestres en la mamada-
 
La muchacha se rio y mientras se agachaba a cumplir, me soltó:
 
-¡Pobre Molly! Cuando nazca mi hija, va a tener que gastarse otros tres mil dólares-
 
-¿Y eso?-
 
-Me ha prometido regalarme una noche con el prostituto más guapo de Nueva York- contestó justo antes de introducirse mi polla en su garganta.
 
Solté una carcajada y acomodándome la almohada, disfruté de la felación de esa manipuladora pero encantadora mujer.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

 

 
   

Relato erótico: “Mi noche de bodas…sexo en un bus de pasajeros” (POR LEONNELA)

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Nacida en una familia con principios morales algo anticuados, crecí  restringida de libertad,  por lo que
nuestro noviazgo transcurrió bajo la sombra de cuidados maternales, que no nos dejaban gozar del sexo a plenitud.
Siempre vivimos al límite, disfrutando de nuestra sexualidad en lugares poco convencionales y en momentos inesperados, aprovechando instantes de descuido o inventando oportunidades, que si bien es cierto en ocasiones nos causaban tensión, también nos generaban grandes dosis de adrenalina y sin duda nos dejaron los mejores recuerdos.
  Mi primer beso, mi primera cogida de pechos, mi descubrimiento de un pene, mi  estreno  sexual, mi primera mamada, mi inauguración anal, etc, etc, las recuerdo al detalle, fueron experiencias únicas que compartimos en distintas etapas de nuestra relación,  y cada una tiene su historia propia por lo  inverosímil de  las circunstancias,  sin embargo siempre estaba latente ese añorado  deseo de amarnos  sin riesgos.  Quizá por ello siempre fantaseamos con nuestra noche de bodas…una cama, sabanas limpias, y la soledad de una habitaciónm sin sentir que al menor momento podría llegar alguien, así de simple, no pedíamos mas que nuestros cuerpos amándose con tranquilidad.
 Que porqué no escapamos a un  lugar que nos diera esa paz? es lo que siempre me he preguntado.
 Después de un largo noviazgo, llegó el día esperado…
 Fue una boda de aventura….nos casamos con la compañía de unos pocos parientes, sin amigos, sin vestido blanco, sin fiesta y sin pastel, éramos jóvenes impulsivos, y simplemente planeamos escapar por unos días a una  playa tranquila. Firmamos nuestro registro matrimonial, nos pusimos un par de jeans, mochilas al hombro y 20 minutos después ya estábamos abordando el interprovincial que nos llevaría a una zona costera en la cual disfrutaríamos de nuestra luna de miel.
 Subimos, era un bus con capacidad para al menos 40 personas, ubicadas en dos  hileras de  pares de asientos separados por un estrecho pasillo, estaba totalmente repleto. Nuestros lugares estaban ubicados un poco mas al fondo de la mitad; mi flamante esposo se sentó cerca de la ventana y yo en el asiento que daba al pasillo. Reclinamos los sillones procurando acomodarnos pues serian 13 largas horas de viaje.
 Eran alrededor de las ocho  de la noche, ya habíamos charlado mucho rato así que intentábamos dormir un poco, pero el ajetreo ocasionado por las malas carreteras y tantas emociones juntas no nos dejaban conciliar el sueño.
 _SE ACABO EL SEXO PUBLICO Y RIESGOSO, me dijo mientras me hacía recostar sobre su pecho, sonreí por el que creía el más acertado comentario. No pude responderle pues ese instante el controlador pasó recogiendo los boletos,  además apagó  las luces, quedándonos iluminados tan solo por los faroles de la carretera.
 Con música de fondo proveniente de la cabina cerré mis ojos decidida a  dormir, pero un roce suave sobre mi abdomen me hizo estremecer, su mano se había deslizado bajo  mi blusa, y pretendía meterse entre mi brasier, me moví un poco como acomodándome, estábamos acostumbrados a nuestros juegos, pero había gente despierta y detrás se escuchaba el murmullo de algunas conversaciones. Nuevamente insistió ahora un poco mas atrevidamente, alzó mi brasier hacia arriba y agarrando de lleno mis pechos, estrujaba mis pezones a su antojo; le alcé a mirar  retadora, y susurró: solo es de cariño, y fingió dormir.

Unos minutos después otra vez  agarraba explícitamente mis senos masajeándolos descaradamente, me gustaba esa sensación de simular impedirle sus avances cuando en realidad lo que quería era que insistiera más, pues andábamos muy ardientes ya que desde hace más de un mes no nos habíamos tocado como promesa de bodas.

 Dándole facilidades me recosté sobre sus piernas totalmente relajada, y el colocó una chompa cubriéndome mientras daba gusto a mis tetitas que ya no se conformaban solo con caricias,  expulsé mis pechos hacia el frente dejando en claro lo que quería, así que fingiendo agacharse a recoger algo del suelo, chupo mis senos dándome una  rica mamada que me hizo suspirar, olvidándome de dónde estábamos.
 Al virar mi rostro hacia su pelvis noté su herramienta ya endurecida, eso me excitó mucho y empecé a manoseársela por encima del pantalón, pero la mirada entrometida de uno de los pasajeros nos hizo detenernos un rato, dejando a mi vagina latir apresuradamente por las ganas que cargaba.
 Pasaron un par de minutos, y sintiéndonos mas seguros, baje la cremallera de su jean en busca de la belleza palpitante de su sexo, saqué mi lengua y se la pasé a lo largo del troco, un estremeciendo lo hizo mover ligeramente la cadera como pretendiendo llenarme la boca de su carne, seguí dándole lengüetazos hasta llegar a su glande, chupe suave esa cabecita colmándole de saliva, lamiendo por el frenillo, y desesperándolo en sus ansias de comérmela completa.
 Mis labios llegaban hasta el frenillo, subían  y bajaban   varias veces, y de pronto cuando menos lo esperaba zás!! me  la introduje de golpe, hasta el fondo, haciéndole gemir bajito; luego con movimientos suaves la sacaba y la volvía meter.
 Provocadoramente paré de estimularle y él sujetándome por la cabeza me empujaba sobre ella una y otra vez.  Allí condenados al silencio se la mamaba hasta sentir que de tanto chupar su falo se me cansaban los maxilares y se lastimaba mi garganta, pero seguía porque me gustaba parársela.
 Lo hacía con fuerza y luego bajaba la marcha, incrementaba el ritmo y lo  bajaba a mi antojo, a momentos intercalaba mis manos, agarrándole de la base y subiendo hasta la punta en un ir y venir que hacia que se destile un poquito de su leche la cual con mis labios secaba, para no desperdiciar ni una sola gota de su miel.
 Procurando devolverme placer,  zafó los broches de mi jean, metió su mano por mi pubis entreteniéndose en enervar mi clítoris, rodeaba su capuchón y lo agitaba de un lado al otro haciéndome estremecer vez tras vez. En medio de tanta excitación  escuchamos el ruido de alguien como  incorporándose, estoy segura que uno de los pasajeros de al lado, había notado nuestros extraños movimientos y empezaba a disfrutar de nuestro ligero exhibicionismo, pero estaba con tantas ganas que no me importaba, es más separé mis piernas todo lo que el pantalón me permitía  para que sus dedos se ahogaran en la laguna caliente de mi vagina.

Sus dedos sin misericordia entraban,  salían, despacio subían por en medio de mis labios restregando mi clítoris y volvían a hundirse en mi conchita, en nada me afectaba que en el asiento detrás del nuestro un niño lloriqueaba, que importancia podía  tener que aquel curioso pasajero conduciéndose al urinario desviara la vista hacia nosotros, si yo estaba en el gloria disfrutando de mi noche de bodas.

 De pronto se oyó un ruido como si alguien tropezara  al fondo, aparentemente era el tipo que acaba de cruzar, pero otros pasos se acercaban, seguro eran los del vigilante porque inesperadamente se encendieron las luces!! Nos quedamos totalmente helados aún más cuando murmuró: Qué sucede allí?
 Su mano metida en mi coñito, y mis tetitas al aire, eran una imagen digna de una fotografía, sumada  las caras de susto al ser sorprendidos, rápidamente  retiró su manoy lanzó la chompa sobre mi pubis desnudo y me abrazó cubriéndome los pechos con su cuerpo.
Nos quedamos quietitos, esperando la regañada del siglo, esa que no habíamos  recibido ni siquiera de mi madre, se detuvo en nuestros asientos, nos plantó la mirada, pero siguió muy despacio conduciéndose hacia los urinarios. Uffffff que alivio, seguro el también tenía alma de aventurero.
 Ruidos…voces…pasos…se apagaron las luces y todo volvió a la normalidad.
 Después del susto reíamos bajito con complicidad y le prohibí volverme a tocar!! bueno, al menos por unos minutos.
 Nuevamente empezamos con nuestros toqueteos, a mas de las ganas que traíamos era una situación altamente excitante, que se estaba sumando a nuestra colección. Sus labios entre los míos, succionando, chupando eróticamente, su lengua recorriendo mi boca descubriendo mis rincones, introduciéndomela como si fuera su falo el que me penetrara…mis pezones hinchados  escapándose de la blusa… era suficiente para volver a calentarnos…
 Me acomodé con el rostro hacia el pasillo recostándome de lado, tenía el pantalón abierto y la chompa sobre mis piernas, su mano abusiva bajaba por entre mis glúteos acariciando la línea que conduce a mi  vagina y sorprendiéndome con frecuentes empotradas me hacía brincar, era delicioso y ya no resistía más, necesitaba su pene incrustándome, dándome un paliza, para aliviar mi calentura.

No sabía si alguien además del señor de hace un rato notaba nuestra faena, pero se escuchaban cuchicheos bajitos, que se confundían con nuestras respiraciones agitadas. Aún así me tomó de la cadera empujándome hacia atrás, qué rico su falo buscando mi entrada, no fue difícil hallarla por lo resbaloso del camino; su cabecita empezó a hundírseme deliciosamente pero  apreté las piernas para no darle paso, el insistía y yo le dejaba jugar solo por las afueras, porque odiosamente estaba en mis días más fértiles, y de ninguna forma por un antojo sexual iba a permitir que cambiaran nuestros planes, aunque ese antojo realmente me estaba enloqueciendo, _ no podemos susurre…

 El me entendió perfectamente y automáticamente rebuscó en su billetera, un preservativo podía hacernos el milagro de seguir gozando, buscó en un bolsillo, en el otro, nada, abría los cierres de la mochila tampoco, no había un bendito preservativo. Vaya con las ganas que teníamos, y tener que aguantárnosla
A pesar de eso seguimos calentándonos protegidos por la oscuridad, bajé aún mas mi pantalón pero como resultaba incómodo, terminé dándome modos para liberar la una pierna y también  mi tanguita así podía abrirme a mi gusto. 
Me coloqué de lado  y mientras me enloquecía con sus dedos, esperó a que mis movimientos inquietos le demuestren el momento exacto de  caminar  hacia mi traserito, entendí perfectamente sus intenciones aun más cuando a medida q lengüeteaba en mis oídos me susurró: dámelo putita, quiero dejarte mis semillas detrás…
Cómo me encendía que me dijera putita, así que instintivamente expulsé mi cola hacia atrás, y empezó a preparar mi anillo, mojándolo con mis propios líquidos para suavizar la embestida. Su dedo medio y el pulgar masajeaban despacio pero firmemente, haciendo movimientos laterales para ensancharlo, poco a poco iba dilatándose y cediendo a sus intenciones.
Bajó un poco sus pantalones lo que la dificultosa posición le permitía, tomó saliva de mis labios y la rozó por su falo, sentí como me lo empinaba tratando de zambullirse en mi hoyo, avanzó suave pero rítmicamente,  dejándome sentir como mi  túnel se abría centímetro a centímetro hasta llegar al tope.

Me gustaba la sensación de sentirme ensartada, aunque un poquito de dolor inhibía mis ganas, que las fui olvidando a medida que con mi mano estiraba mis pezones y con la otra restregaba sobre mi clítoris.

La humedad de mi vagina destilando hacia mi culito facilitaba su lucha por cogerme, ya nada impedía que gozáramos, aunque teníamos que hacerlo sin la libertad de cambiar de posiciones y ahogando nuestros ruidos de placer por obvias razones.
Irrumpía una y otra vez contra mí, como lo hace un hombre cuando tiene una mujer que ama el sexo. Con aquellos estímulos mi clítoris se hinchaba tanto como mis pensamientos obscenos y mi corazón palpitaba con la misma fuerza, que mi vagina al explotar en un orgasmo  intenso, que me hizo arquear  matándome en vida por muchos segundos.
Varias arremetidas más hacían que su instrumento se hinchara, como si con un ligero roce fuera a explotar,  agarró su pene, apretándolo y hundiéndomelo de nuevo, se quedó quieto unos segundos como si se le acabaran las ganas de luchar mas..Segundos después me apretaba con furia contra sí, y claramente sentí como sus líquidos tibios corrían en mi interior como si fueran expulsados por un chisguete, nos quedamos inmóviles mientras con varias contracciones dejaba toda su leche en la hondonada de mi ser.
Nos higienizamos como mejor pudimos, me besó ahora con dulzura, y me dejo descansar entre sus brazos.
No teníamos idea de si quienes nos rodeaban advirtieron nuestra aventura, presumo que sí, era casi imposible que no notaran nuestra respiración, nuestros callados gemidos, el sonido del placer y el aroma a sexo que inundaba el vehículo, pero afortunadamente  nadie  dijo nada…supongo que calladamente disfrutaban de espiar a dos locos que se amaban bajo las sombras…
Al amanecer varias miradas curiosas se dirigían a nuestros asientos, en ese momento comprendimos que más de uno, había gozado en silencio de nuestra noche de bodas.
Ya en nuestro destino pasamos unos días inolvidables, disfrutamos de lo que siempre soñamos amarnos con la dulzura, la pasión y la entrega de quienes  tienen todo el tiempo del mundo para gozarse, de sus labios sobre mi espalda y los míos en su vientre, de la espuma del baño y del masaje relajante, de dormir juntos y despertar abrazados, pero cuando pienso en mi luna de miel, el más rico y excitante recuerdo, sin duda es el de mi noche de bodas …en el bus de pasajeros.
PARA CONTACTAR CONMIGO leonnela8@hotmail.com

Relato erótico: “El señor y la muchacha (4ª parte)” (POR DULCE Y MORBOSO)

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Laura se abrazaba a Antonio con fuerza. Este sintió que la boquita de aquella muchacha le besaba el pecho.
        – Tengo que irme, mis padres me esperan – mientras hablaba
iba llenando de besos pequeños su pecho, su estómago, su vientre. La boca de aquella muchacha besó su sexo…- Mañana vengo y estamos juntos, vale?
         – Si pequeña, ven cuando quieras…- Antonio le contestó deseando que llegara el momento de volver a tenerla en sus brazos.
          La observó vestirse. Un sin fin de pensamientos se agolpaban en su cabeza. Era tan solo una niña y lo estaba volviendo loco. La miró la rajita justo antes de que ella la ocultara con su braguita. Pensó que nunca había saboreado un coño tan dulce. Aún sentía en su polla su suavidad y su calor. Deseaba hacer el amor con esa criatura a todas horas. Miró su cara y ella sonreía. Su rostro era muy infantil y Antonio se sintió culpable de estar sintiendo esas cosas por ella. Laura se puso la cazadora y él la acompañó hasta la puerta.
         – Hasta mañana Antonio- Laura se puso de puntillas y besó los labios de Antonio. La vió caminar hasta el ascensor.
        Cerró la puerta de casa y se dirigió a la ventana. Vió como aquella muchacha se alejaba caminando alegre. Aún le costaba comprender porque aquella preciosa chiquilla le hacía caso pudiendo tener a cualquier hombre que quisiera. Recordó que además ella tenía novio. Se preguntó donde estaría ahora aquel muchacho. Se preguntó que sentiría ese niño si se enterara que su novia se había acostado con otro hombre y encima muchísimo mayor que ella. Antonio se sintió una mala persona, un egoista…Una lágrima resbaló por su mejilla. Se la secó avergonzado. Hacía mucho tiempo que no lloraba…
           Laura llegó a casa y sus padres la esperaban. Ella les explicó que Lucía se había encontrado mal y la había acompañado. Se quedaran dormidas por eso no los había avisado.Sus padres se miraban entre ellos. Laura tenía toda la confianza de sus padres gracias a que siempre había sido una hija muy responsable. Su madre le dijo que se fuera a dar una ducha que ellos saldrían a dar un paseo antes de comer.
        Se desnudó frente al espejo del baño y miró su cuerpo.Aún tenía los pezones endurecidos y oscuros por la excitación de lo sucedido hacía una hora. Se sonrojó y sonrió al recordar a Antonio. Como flashes que acudían a su mente recordó lo mucho que le había gustado besar aquel sexo maduro. Recordó su sabor, su calor al introducirlo en la boca…Laura sintió una especie de corriente en su vagina y pasó su dedo por ella.De nuevo se le había mojado totalmente al recordar a ese señor y su pene feo pero que tanto la atraía. Su mano comenzó a masturbar su sexo todavía sensible. Al hacerlo pensó que aquel señor le había besado y lamido entre las piernas dos veces. Por la manera que la lamía, sabía que a ese hombre le encantaba su sabor íntimo…Se corrió entre temblores. Gimió contra su brazo por miedo a ser descubierta…
         Habían terminado de comer y sonó el teléfono de Laura , era Pedro. Le pidió que fuera por su casa que estarían solos. Ella aceptó. Al colgar se quedó pensativa. Se había dado cuenta que deseaba ver a su novio pero que lo de estar solos en casa no le había hecho ninguna ilusión. Otras veces era distinto. Antes los dos deseaban encontrar el momento de estar solos y hacer el amor.
          Laura llegó a casa de su novio a las siete y él ya la esperaba con impaciencia. Hablaron un poco sentados en el sofá. Enseguida Pedro le dijo con picardía de ir a su cuarto.
           – Vale , vamos – Laura le respondió sin demasiado interés
          Un vez en el cuarto Pedro la besó con pasión, Laura lo abrazó. Le quería muchísimo. Se sintió rara pues deseaba que su cuerpo reaccionara a las caricias de su novio, como hacía cuando estaba con ese hombre. Pedro acariciaba sus pechos y le iba desnudando y Laura sentía que su vagina no reaccionaba igual que con Antonio. Su novio la desnudó por completo y se desvistió también él. Hicieron el amor…Laura lo abrazó al terminar y se quedó en silencio. Pensaba que con su novio sentía placer pero con Antonio sentía cosas que jamás había imaginado. No se había atrevido a pedirle a su novio que le besara entre las piernas, le daba igual, Antonio se lo haría sin ni siquiera pedírselo. De reojo observó el sexo del muchacho. Había deseado besárselo , sentía curiosidad por cómo sería, si sabría igual que el de ese señor. Pero no lo hizo, quizás su novio pensaría que era demasiado atrevida por hacerlo.Contempló aquel sexo desnudo. Lo comparó mentalmente con el de Antonio. Se ruborizó al pensar que el pene de aquel hombre maduro era feo pero le atraía mucho más que el de su novio.
          Al dia siguiente Laura se sentía nerviosa pensando que por la tarde iba a estar con Antonio. En la facultad se encontró con Marta y esta le propuso ir de compras.
           – Tengo que hacer unos recados – le dijo Laura sonrojándose – no podré ir.
           – Unos recados? – Marta al verla sonrojarse sintió curiosidad- Quedaste con Pedro?
           – No, no…- Laura nerviosa no sabía que decir.
           – Uy, entonces? – Marta le guiñó un hijo – …cuéntame pillina.
           – No es nada Marta. Ya hablaremos, vale?
          Marta vió alejarse a su amiga Laura y se quedó intrigada pensando que era lo que iba a hacer su amiga esa tarde. Al preguntárselo había actuado de una manera muy extraña y no era habitual en su amiga Laura.
            Por la tarde Laura estaba muy nerviosa. Cogió un autobús para ir a casa de Antonio. Varios chicos la miraron al pasar a su lado. Llevaba un vestido blanco que le quedaba perfecto. Se sentía algo excitada y su cabeza solo pedía que nadie le notara su estado.Antonio leía sentado en el sofá del salón. Miraba el reloj cada poco tiempo. Acaso aquella muchacha se había arrepentido y ya no iría a su casa?, se preguntaba asi mismo. El sonido del telefonillo rompió el silencio. Se puso nervioso. Ni siquiera preguntó quien era y abrió el portal. Escuchó el ruido del ascensor y abrió la puerta de casa. Allí estaba ella.La muchacha que en poco mas de una semana había cambiado su vida. La miró caminar hacia él. Antonio la contempló detenidamente, aquel vestido blanco le quedaba perfecto. De nuevo pensó que era una muchacha preciosa. Se entristeció. Ella al acercarse vió el rostro de aquel señor y se dió cuenta que algo no iba bien. La cara de Laura que unos segundos antes era de alegría, cambió al verlo a él.
             – Hola Antonio, que sucede ? – le preguntó algo asustada.
             – Pasa Laura , tenemos que hablar.
            Fueron andando hasta el salón, ella mirándolo y esperando que le dijera que ocurría. Antonio le señaló el sillón y ella se sentó. Él se sentó en el sofá frente a ella. La miró con tristeza durante unos segundos de silencio.Su voz rompió el silencio…
             – Laura antes de nada quiero decirte que eres lo mas bonito que me ha pasado en muchos años. Eres una muchacha adorable y tierna. Me cuesta decirte esto pero me siento mal porque pienso que estamos haciendo algo que no debemos.
             – Pero….- Laura intentó hablar pero él le pidió que le escuchara…
             – Tu eres una muchacha joven, casi una niña…Me siento mal porque yo soy un hombre mayor y debo tener los pies en el suelo. Laura…tu tienes a tu novio. Os quereis y debeis ser felices….- Antonio apenas podía seguir hablando.
             – Pensaba que te gustaba…Yo deseo estar con usted. Deseo estar en sus brazos – Laura pensaba lo que Antonio le había dicho y sabía que tenía razón. Ella quería mucho a Pedro.
             – Laura por mas que me duela, no puede ser pequeña. Es por tu bien
           Antonio la vió levantarse y la vió entrar en el baño. Desde el sofá intentó escuchar por si estaba llorando. Al poco rato escuchó el pestillo del baño y se abrió la puerta. Al verla su corazón se agitó nerviosamente. Aquella muchacha apareció ante él con tan solo la braga puesta. Se había quitado el vestido. Se acercó a él. Antonio intentaba no mirarla, aunque no podía evitar mirar fugazmente los pechos de aquella niña.
         – Laura por favor, no puede ser…
         – Dejeme estar con usted por favor – Laura intentó abrazarlo y Antonio evitó abrazarla.
         – No pequeña, es por tu bien…
       Laura se bajó un poco la braga, dejando a la vista su vagina desnuda.
         – Pensaba que te gustaba – Antonio no pudo evitar mirarle el coño. Se sentía sin fuerzas para luchar contra su deseo pero tenía que resistir.
         La muchacha aprovechó aquel momento para sujetar la mano de aquel señor y la llevó entre sus piernas. Antonio se estremeció al volver a sentir aquel sexo carnoso y tierno en su mano. El silencio solo roto por la respiración de los dos se adueñó del salón. Se miraron sin decir nada. Laura emitió un gemido al sentir como su vagina se empapaba totalmente. Antonio sentía la suavidad de aquel coño en su mano. Sentía que desprendía muchísimo calor. Sintió su mano mojada…
           – Le gusta mi vagina?
           – Es la más suave y bonita que vi nunca pequeña – Antonio ya no podía luchar contra ella y empezó a mover la mano muy suave acariciándola – Pequeña, esto no puede ser…
            – Cállese…- Laura apoyó su cara en el pecho de Antonio y comenzó a desabrocharle la camisa – mi vagina desea sus caricias….
          Él la comenzó a masturbar. En los anteriores encuentros había sentido que esa muchacha se mojaba muchísimo pero esta vez era mucho más. Su mano grande acariciaba aquel coño suave y sentía su mano totalmente mojada. Laura gemía contra su pecho. Su boca entreabierta no era capaz de contener la saliva y ésta resbalaba por su barbilla hasta caer en el pecho velludo de Antonio. Sintiéndola tan mojada no pudo evitar recordar lo mucho que le gustaba el sabor de los flujos de aquella jovencita. La joven gemía mientras era masturbada por Antonio. El sintió que le sacaba la camisa y la mano de aquella niña comenzó a acariciar su estómago. Su mano era pequeña, suave. Su corazón se aceleró mucho más cuando la mano de Laura bajó y comenzó a acariciarle la polla por encima del pantalón. Estaba totalmente excitado.
            La muchacha separó las piernas. La enloquecía sentir la mano de aquel hombre entre ellas. Deseó acariciarlo también ella a él. Después de acariciarlo por encima del pantalón solo pensaba que deseaba volver a ver aquel sexo de Antonio. Deseaba tenerlo en su mano, masturbarlo con sus manos. Se ruborizó al sentir que deseaba lamerlo y chuparlo por segunda vez…Le desabrochó el pantalón y se lo bajó. Le bajó también el slip y vió de nuevo aquel sexo que tanto le atraía. Nunca encontraba la explicación de que aquel sexo feo le gustara tanto. Lo agarró con su mano y comenzó a moverlo de arriba abajo. Había masturbado muchas veces a su novio pero no sentía lo mismo. Al comenzar a masturbar a ese señor sintió como si en su vagina se hubiera abierto algo y comenzara a derramar su flujo aún en mayor cantidad. Antonio notó que aquel coño se derramaba de placer al agarrar su polla.
             – Te gusta mi polla, verdad? – le preguntó excitado.
             – Cállese….- le avergonzaba contestarle
             – A mi tu coño me encanta mi niña – Antonio se sorprendió diciendo esas palabras.
          La cogió en brazos y la sentó en el sofá. Se arrodilló en el suelo y le separó las piernas. Contempló maravillado aquel coño. No tenía ni un solo vello. Era hermoso, tierno….Laura veía a aquel señor mirándole entre las piernas. El rostro de aquel hombre le indicaba que le gustaba mucho mirarla ahí. Le miraba y sus dedos comenzaron a tocarla cada pliegue de su rajita. Ella sentía placer. Antonio le pidió que subiera los pies al sofá y ella lo hizo. El le pidió que echara su espalda para atrás. Al hacerlo su culo se levantó un poco. Se creyó morir de vergüenza al sentir que en esa postura aquel señor también le estaría mirando su agujero más íntimo…su ano.
            Antonio no le había pedido que se sentara así con la intención de observarle también el ano. Seguía contemplando aquel coño y acariciándolo, cuando al echarse para atrás lo vió. Se sintió avergonzado al darse cuenta que sin dejar de acariciar aquella rajita, no podía evitar mirar entre las nalgas de la pequeña. Entre ellas asomaba lleno de timidez aquel ano. Antonio se puso muy nervioso. Nunca había imaginado que le pudiera ejercer tanta atracción el mirar esa zona de una mujer. Siguió acariciando aquella vagina con ternura y fue cuando vió a aquel agujerito tímido moverse. Rozó de nuevo el clítoris de la muchacha y su ano se contrajo. Una inmensa sensación de ternura hacia aquella zona se apoderó de Antonio. Laura tenía los ojos cerrados por la timidez de sentir que ese señor le estaba mirando su agujerito. Cuando le rozaba con sus dedos el clítoris sentía que entre sus nalgas el culito se contraía por el placer. Antonio le comenzó a rozar el clítoris más seguido y sentía las manos de ese hombre separándole un poco las nalgas. Abrió un poco los ojos para ver qué sucedía y observó que Antonio miraba extasiado su agujerito. Laura vio que Antonio acercaba la cabeza entre sus piernas y deseaba sentir de nuevo los besos de ese hombre en su coñito. Le producía una inmensa sensación de placer sentir que ese hombre no sentía ningún tipo de asco por lamerla. Muchas veces pensaba que su novio si lo sentía y por eso nunca la lamía. En ese momento fue cuando lo sintió. Su cuerpo se agitó totalmente al sentir que Antonio había comenzado a darle besos pequeños pero muy seguidos…Laura se sonrojó al notar que los labios de ese señor estaban dándole besos en el ano. Fue una sensación indescriptible para esa muchacha. Se sonrojó totalmente e intentó apartarse por la timidez.
           – Pequeña es precioso…- Antonio le dijo esas palabras con tanta sinceridad que Laura dejó de intentar apartarse- me encanta ….
           – De verdad? – ella se sintió desconcertada, nunca había imaginado algo así.
           – Si mi niña, es delicioso y tierno….- mientras Antonio le hablaba no dejaba de darle besos en el ano..
          La muchacha se estremeció. Con sorpresa y reparo sintió que aquellos besos le daban placer. Sentía como su culito se movía por las sensaciones. Se abría y cerraba. Sentía espasmos en su culito. Los dedos de Antonio comenzaron a masturbarle el coño. Laura comenzó a temblar, sentía que se iba a correr. El placer que sentía en su ano era tan fuerte que la muchacha no sabía distinguir si se iba a correr su vagina o era su otro agujerito. Sintió la lengua de Antonio lamer entre sus nalgas y no pudo evitar que su agujerito se relajara y fue cuando notó aquel calor de la lengua penetrarla. Se comenzó a correr intensamente y miró. Se quedó asombrada al comprobar que Antonio no la estaba masturbando el coño. La había hecho correrse lamiéndole el ano. La muchacha se quedó temblorosa, avergonzada. Antonio la miró y se dió cuenta de lo que sentía y la abrazó fuerte. Le acariciaba el pelo y él también pensaba en lo ocurrido. Nunca había besado a una mujer ahi y con Laura no solo la había besado sino que la había lamido y saboreado y le había encantado hacerlo…
            Laura aún temblaba de placer cuando se sentó sobre él y lo besó en la boca. Antonio estaba totalmente excitado y ella acercó su vagina a aquel sexo hinchado. Deseaba hacer el amor como la primera vez que estuvieran juntos. Besándolo,  comenzó a frotarse contra él. Era una sensación de muchísimo placer frotar su coño contra esa polla. Antonio acariciaba sus pechos endurecidos y la muchacha gemía excitada. El glande resbaló entre sus labios y lo sintió justo en la entrada de su vagina. Se miraron y se volvieron a besar. Antonio estirando el brazo apagó la luz. No quería que aquella muchacha mirara su cara. Se quedó totalmente a oscuras el salón y Laura se dejó caer sobre él. El sexo de Antonio la penetró con muchísima facilidad, estaba mojadisima. Se sintió totalmente llena y gimió fuerte. Comenzaron a moverse excitados. Laura le estaba haciendo el amor a ese señor. Antonio se movía y le hacía el amor a esa muchacha. Se hacían el amor al mismo tiempo. Sus bocas se buscaban con desesperación. Deseaban grabar en sus mentes para toda la vida aquellos besos y aquellas sensaciones. Pegaron sus caras y sus bocas. Gemían excitados. Sus rostros comenzaron a humedecerse.. Se besaban apasionadamente. Sus lágrimas se mezclaban con sus salivas en las bocas de ambos. Laura comenzó a moverse muy rápido. Antonio empujaba con fuerza hasta el fondo de aquel coño. Lloraban, gemían….Un intenso orgasmo les atravesó desde los pies a las cabezas. Sus cuerpos descontrolados se abrazaron temblorosos…
       Llevaban cinco minutos abrazados en silencio cuando el teléfono de Laura sonó. Ella no quería romper aquel abrazo y no hacía ademán de contestar.
         – Tienes que contestar pequeña…- Antonio cogió el móvil de Laura de encima de la mesa y se lo ofreció.
         – Hola…- era su novio. Laura contestó nerviosa…..- vale. Que me esperas en el centro?…estoy en…vine a comprar una cosa…- Laura no sabía qué decirle…- te llamo yo en un rato y quedamos….Yo también te quiero …- colgó y se volvió a abrazar a Antonio…
          – Tienes que irte mi niña… – su voz delataba la tristeza de Antonio
          – Lo se Antonio…- Laura se levantó del sofá- Puedo dejar la luz apagada?
          – Claro….- una lágrima rodó por la mejilla de ese hombre.
        Laura fue al baño y se vistió. La braguita estaba en el salón pero en la oscuridad no lograría encontrarla. Decidió dejársela como recuerdo de esos días que habían pasado juntos. Era un regalo para ese señor que tanto le había enseñado en apenas una semana y poco. Laura lloraba al acercarse a Antonio. Le dio un beso en la mejilla y la sintió húmeda. Un impulso la llevó a besarlo en los labios. Antonio la escuchó caminar lentamente hacia la puerta. Laura abrió la puerta de la casa y antes de cerrarla escuchó la voz de Antonio llamándola.
            – Laura!!!…- la muchacha se detuvo en la puerta –  se feliz por favor..
            – Tu también Antonio.
           Desconsolada echó a correr y bajó por las escaleras. Le dolía el corazón pensando que nunca más volvería a ver a ese hombre. Lo odiaba por alejarla de él. Sabía que tenía razón en todo lo que le dijo. Lo odiaba…Lo quería. Era la muestra de amor mas grande que nadie había hecho por ella. Antonio solo deseaba que fuera feliz.
            Antonio escondido detrás de la cortina la vio alejarse corriendo. Él también lloraba….Encendió la luz y vió allí la braguita de Laura. Se le encogió el corazón. Cogiendola del suelo la acarició. Aún permanecía el calor de Laura en aquella prenda íntima. Instintivamente la olió y sus lágrimas se mezclaron con la humedad de los flujos de la muchacha….

“Herederas de antiguos imperios” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Durante milenios, las antiguas familias reinantes han sido presa de una maldición. A pesar de tener un poder mental con el que edificaron imperios, sus miembros una y otra vez caían en manos de la peble, que recelosa de su autoridad se rebelaba contra la tiranía.
Gonzalo de Trastámara, descendiente del último rey godo, descubre su destino trágicamente. La muerte de su primera amante en manos de hombres celosos de su poder, le hace saber que el poder conlleva riesgos y cuando todavía no ha conseguido hacerse a la idea, le informan que debe reunir bajo su autoridad al resto de las antiguas casas reinantes.
En este libro, se narra la búsqueda de las herederas de esos imperios y cómo consigue que formen parte de su harén.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1: El despertar

No sé si deseo que las generaciones venideras conozcan mi verdadera vida o por el contrario se sigan creyendo la versión oficial tantas veces manida y que no es más que un conjunto de inexactitudes cercanas a la leyenda. Pero he sido incapaz de contrariar los deseos de mi hija Gaia. Su ruego es la única razón por la que me he tomado la molestia de plasmar por escrito mis vivencias. El uso que ella haga de mis palabras ni me incumbe ni me preocupa.

Para que se entienda mi historia, tengo que empezar a relatar mis experiencias a partir de un suceso que ocurrió hace más de sesenta años. Durante una calurosa tarde de verano, estaba leyendo un libro cualquiera cuando la criada me informó que mi padre, Don Manuel, le había ordenado que fuera a buscarme para decirme que tenía que ir a verle. Todavía después de tanto tiempo, me acuerdo como si fuera ayer. Ese día cumplía dieciséis años por lo que esperaba un regalo y corriendo, fui a su encuentro.

― Hijo, siéntate. Necesito hablar contigo― dijo mi padre.

Debía de ser muy importante para que, por primera vez en su vida, se dignara a tener una charla conmigo. Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores. La gente decía de él que era un genio de las finanzas pero, para mí, no era más que el tipo que dormía con Mamá y que pagaba mis estudios, ya que jamás me había regalado ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.

― ¿Cómo te va en el colegio?― fueron las palabras que utilizó para romper el hielo.

― Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase― en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.

― Pero, ¿Estudias?― una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos para hacerlo, lo que le permitió seguir hablando ― Debes de ser el delegado, el capitán del equipo y hasta el chico que más éxito tiene, ¡me lo imaginaba! y lo peor es que ¡me lo temía!

Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso por su afirmación, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.

― ¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?― le solté con mi orgullo herido.

― Sí, hijo― en sus mejillas corrían dos lágrimas― porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara.

― ¿Tara?, no sé a qué te refieres― si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura y por la tristeza que vi en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.

― ¡Te comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela. Es más, creo que estaba sentado en ese mismo sillón cuando me explicó la maldición de nuestra familia.

Mi falta de respuesta le animó a seguir y, así, sin dar tiempo a que me preparara, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja; que durante generaciones y generaciones nunca había sufrido la pobreza; que siempre durante más de mil trescientos años habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber más de un hijo con nuestros genes y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo error que se había saldado con miles de muertos.

― Eso ya lo sabía― le repliqué. Desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.

― Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole―

― No― tuve que reconocer muy a mi pesar.

― Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver el escaso predicamento del rey con los nobles y que estos desobedecían continuamente los mandatos reales, supuestamente, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo. Como todo pacto con el maligno, tenía trampa. Individualmente fue cierto, ninguno de los nobles fue capaz de levantarse contra él pero, como la historia demostró, nada pudo hacer contra una acción coordinada de todos ellos. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo hasta que sus súbditos, molestos con él, llamaron a los musulmanes para quitárselo de encima. Eso significó su fin.Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición. ―Esa tara se ha heredado de padres a hijos durante generaciones. Yo la tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido.

― Pero, Papá, partiendo de que me es difícil de aceptar eso del pacto con el maligno, de ser cierto, eso no es una tara, es una bendición― contesté, ignorante del verdadero significado de mis palabras.

― La razón por la que tenemos esa tara es irrelevante, da lo mismo que sea por una alianza de sangre o por una mutación. Lo importante es el hecho en sí. Cuando uno adquiere un poder, debe también asumir sus consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad han muerto violentamente. Por eso, le llamo Tara. El tener esa herencia te condena a una vida solitaria y te abre la posibilidad de morir asesinado.

― ¡No te creo!― le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.

― Te comprendo― me contestó con una tristeza infinita. ― Pero si no me crees, ¡haz la prueba! Busca a alguien como conejillo de indias y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra. Ten cuidado al hacerlo, porque recordará lo que ha hecho y si advierte que tú fuiste el causante, puede que te odie por ello.

Y poniendo su mano en mi hombro, me susurró al oído:

― Una vez lo hayas comprobado, vuelve conmigo para que te explique cómo y cuándo debes usarlo.

Pensé que no hacía nada en esa habitación con ese ser despreciable que me había engendrado y como el niño que era, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas.

« Tiene que ser mentira, debe de haber otra explicación», pensé mientras me calmaba. Supe que no me quedaba otra, que hacer esa dichosa prueba aunque estuviera condenada al fracaso. No había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo. Por eso y quizás también por que las hormonas empezaban a acumularse en mi sangre debido a la edad, cuando entró Isabel, la criada, a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.

La muchacha, recién llegada a nuestra casa, era la típica campesina de treinta años, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía, no tenía novio y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura del pueblo en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciese, al recordarlo no debía de ser yo el objeto de sus iras.

Fue durante la cena cuando se me ocurrió como comprobarlo. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no sólo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Mi calentura de adolescente decidió que debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo Sebas, hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. En cambio Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente. Nunca he llegado a comprender como podía haberse enamorado de semejante patán. Sonriendo pensé que, de resultar, iba a matar dos pájaros de un tiro: por una parte iba a comprobar mis poderes y por la otra iba a castigar la insolencia de mi querido pariente. Esperé pacientemente mi oportunidad. No debía de acelerarme porque cuando hiciera la prueba, debía de sacar el mayor beneficio posible con el mínimo riesgo personal.

Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, como ese capullo quiso echar un billar, bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión.

Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina donde me encontré a Isabel. Decidí que era el momento y mientras de mi boca, esa mujer solo pudo oír como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era un hombre irresistible y que con solo el roce de su mano o su voz al hablarle, le haría enloquecer y no podría parar hasta que sus labios la besasen.

Ya no me podía echar para atrás. No sabía si mi plan tendría resultado, pero previendo una remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio la llamaba por lo que, junto a ella, bajé por las escaleras.

La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado a la perfección. Sobre la mesa, mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.

Su novia no se lo podía creer y durante unos segundos, se quedó paralizada sin saber qué hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse y bajar del billar. Pero luego, Ana explotó y como una loca desquiciada se fue directamente contra Sebastián, tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Mi pobre y sorprendido primo solamente le quedó intentar tranquilizar a la bestia en que se había convertido la que parecía una dulce e inocente muchacha.

Todo era un maremágnum de gritos y lloros. El escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.

No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito o a una orden inconsciente pero el hecho real es que los tres se callaron y expectantes me miraron:

― ¡Sebas!, vístete. Y tú, Isabel, será mejor que te vayas a la cocina― la muchacha vio una liberación en la huída por lo que rápidamente me obedeció sin protestar― Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, te pido que te tranquilices.

― Tienes razón― me contestó, ―pero dile que se vaya, no quiero ni verlo.

No tuve que decírselo ya que, antes de que su novia terminara de hablar, el valeroso hidalgo español salía por la puerta con el rabo entre las piernas. Siempre había sido un cobarde y entonces, no fue menos. Debió de pensar que lo más prudente era el escapar y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.

― ¡No me puedo creer lo que ha hecho!― me dijo su novia, justo antes de echarse a llorar.

Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío y su tristeza se me contagió por lo que, al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella o por mí. Había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.

― ¿Por qué lloras?― me preguntó.

― Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos― le respondí sin confesarle mi responsabilidad en ese asunto, porque solo tenía culpa del comportamiento de Isabel ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.

― ¡Qué dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú― me dijo, dándome un beso en la mejilla.

Al besarme, su perfume me impactó. Era el olor a mujer joven, a mujer inexperta que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza. Al notarlo ella, no hizo ningún comentario. Cuando me separé de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero, tras breves instantes, me regaló una mirada cómplice que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.

Aterrorizado por las consecuencias de mis actos, busqué a Isabel para evitar que confesara. Ya lo había pactado con Ana, nadie se debía de enterar de lo sucedido por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.

―Isabel, ¿puedo hablar contigo?― pregunté.

―Claro, Gonzalo― me contestó sollozando.

Sentándome a su lado, le expliqué que la novia de mi primo me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo. Debía dejar de llorar porque sólo sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logré calmar a la pobre criada pero aún necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo y por eso, para asegurarme, le pregunté que le había ocurrido.

― No sé qué ha pasado pero, al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara, deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones, insinuándome como una puta. Don Sebas, al verme, empezó a besarme. Lo demás ya lo sabes. Es alucinante, con solo recordarlo se me han vuelto a poner duros.

― ¿El qué?― pregunté inocentemente.

―Los pechos― me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.

― ¿Me los dejas ver?― más interesado que excitado―nunca se los he visto a una mujer.

Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes y duros, con unos grandes pezones que ya estaban erizados antes de que, sin pedirle permiso, se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:

―No sigas que sigo estando muy cachonda.

Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano izquierda seguía apretando el otro.

―¡Qué rico!― me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.

Esa reacción me calentó y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi otra mano se deslizaba por su trasero.

―Tócame aquí― me dijo poniendo mi mano en su vulva.

La humedad de la misma, en mi palma, me sorprendió. No sabía que las mujeres cuando se excitaban, tenían flujo, por lo que le pregunté si se había meado.

― ¡No!, tonto, es que me has puesto bruta.

Viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca me había magreado con una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo.

― Ósea, ¡Qué eres virgen!

La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba. Nada más atrancar la puerta, coquetamente, se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y poniendo voz sensual, me pidió que la despojase de la falda y la braga. Obedecí encantando. No en vano no era más que un muchacho inexperto y eso me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo. Mientras me explicaba las funciones de su clítoris, me animó a tocarlo.

En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose a mis deseos, lo sacó de mis calzoncillos y dirigiéndolo a su monte, me pidió que lo cogiera con mi mano y que usando mi capullo, jugara con el botón que me había mostrado.

Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y, como si de un pincel se tratara, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.

― ¡Así!, ¡Sigue así!― me decía en voz baja mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.

Más seguro de mí mismo, separé sus labios para facilitar mis maniobras y con el glande recorrí todo su sexo teniendo los gemidos de placer de la muchacha como música de fondo. Nunca lo había tenido tan duro y, asustado, le pregunté si eso era normal.

― No, ¡lo tienes enorme para tu edad!― me contestó entre jadeos, ―vas a ser una máquina de mayor pero continua ¡así!, que me vuelve loca.

En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer y de un solo golpe, se lo introduje entero.

+―¡Ahh!― gritó al sentir como la llenaba.

Sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración. Cuando notó como la cabeza de mi sexo había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio incrementando poco a poco mi ritmo. Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir como cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo y cómo el flujo que emanaba de su coño iba facilitando, cada vez más, mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que éste entraba, mi creciente confianza me permitió acelerar la velocidad de mis movimientos mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.

Isabel, ya completamente fuera de sí, me pedía que la besara los pezones pero que sin dejar de penetrarla cada vez más rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como con su respiración agitada me pedía más y como su cuerpo, como bailando, se unía al mío en una danza de fertilidad.

― Soy una guarra― me soltó cuando, desde lo más profundo de su ser, un incendio se apoderó de ella, ―pero me encanta. Cambiando de posición, se puso de rodillas y dándome la espalda, se lo introdujo lentamente.

La postura me permitió agarrarle los pechos y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua. Gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete y ella mi montura, por lo que me pareció de lo más normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez más mojado sexo obligándome a continuar.

― Pégame más, castígame por lo que he hecho― me decía y yo le hacía caso, azotando su trasero.

Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración. El sudor empapaba su cuerpo cuando como un volcán, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de magma mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades. Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber qué ocurría, pero mi criada me exigió que continuara. Gritó que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene y sobretodo sus gritos, provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueñó de mi cuerpo y antes que me diera cuenta de lo que ocurría, exploté en sus entrañas llenándolas de semen. Desplomado del cansancio caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer y por vez primera, había experimentado lo que significaba un orgasmo.
Tras descansar unos minutos a su lado, Isabel me obligó a vestir. Alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran. Me dio un beso antes de despedirse con una frase que me elevó el ánimo:

― ¡Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar.

Salí del lavadero y sin hacer ruido, me fui hacia mi cuarto. No quería encontrarme con nadie ya que, solo con observar el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota de los mortales hubiese descubierto a la primera que es lo que me había pasado. Ya en el baño de mi habitación, me despojé de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes:

« El viejo tenía razón. Algo ha ocurrido, conozco a Isabel desde hace seis meses y nunca se ha comportado como una perra en celo». Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder. Para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.

No me había dado cuenta lo cansado que estaba hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas, un antepasado mío era el protagonista y curiosamente la secuencia que más se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, desperté sobresaltado.

― Tranquilo, soy yo― me decía Ana acercándose a mi cama.

― ¡Qué susto me has dado!― le contesté todavía agitado.

― Quiero hablar contigo― me dijo.

Tenía la piel de gallina por el miedo de la decisión que había tomado pero yo en mi ingenua niñez pensé que, como venía en camisón, tenía frío por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor. La novia de mi primo no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera calentándola. Lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó en la boca y abriendo mis labios, su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó más a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.

― ¿Y esto?― le pregunté, alucinado por mi suerte.

― Sebastián no merece ser el primero― me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama.

Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando sin saber el porqué. Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos desgarrándole el camisón, el deseo todavía no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad de la experiencia que me había dado Isabel retiré los tirantes de sus hombros, dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados, con dos rosados pezones, que me gritaban que los besara.

― ¿Estás segura?― le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar.

Por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí. Ana no era como mi criada. Todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando, mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos a la par que su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por el cuello y por los hombros hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea. Como si le hubiese dado vergüenza, su aureola se contrajo de manera que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.

Pero fue cuando al repetir la operación en el otro, los débiles suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón. Al levantarle las piernas, me encontré con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la basta braga de algodón de Isabel.

Me recreé, unos momentos, disfrutando con mi mirada de su cuerpo. Era mucho más atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas. La brevedad de su pecho estaba en perfecta sintonía con las curvas de su cadera y la longitud de sus piernas.

Ella sabiéndose observada me preguntó:

―¿Te gusta lo que ves?

Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos pero, esta vez, no se detuvo ahí sino que, bajando por su piel, bordeó su ombligo para encontrarse a las puertas de su tanga. Hablando sola sin esperar que le contestase, me empezó a contar que se sentía rara; que era como si algo en su interior se estuviera despertando; que no eran cosquillas lo que sentía, sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triángulo, su vértice señalaba mi destino por lo que me fue más sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.

Ana que, en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando. El deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias por lo que, gimiendo descontrolada, me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer. No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo por lo que, sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso, probé de su contenido mientras ella se retorcía de placer. No quería ni debía desperdiciar una gota, lo malo es que cuanto más bebía, más manaba de su interior, por lo que prolongué sin darme cuenta cruelmente su placer ,uniendo varios clímax consecutivos hasta que, agotada, me pidió que la dejara descansar sin haber conseguido mi objetivo. De su sexo seguía brotando un manantial inacabable que mojó, por entero, las sabanas.

― ¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado!― me dijo en cuanto se hubo repuesto.

Estaba tan radiante y tan feliz por haberse metido entre mis brazos sin que yo se lo hubiera pedido, que me preguntó si ya tenía experiencia.

― Eres la primera― le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto. Al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.

― ¿Entonces eres virgen?― me volvió a preguntar y nuevamente la engañe, diciéndole lo que quería escuchar.

Le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche bajo la apariencia de una mortal llamada Ana. Se rio de mi ocurrencia y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar ya que, sin medir las consecuencias, tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada. Le explique que iba a hacerse daño y que eso era lo último que quería ya que, en mi mente infantil, me había enamorado de ella.

Refunfuñando me hizo caso, dejándome, a mí, la iniciativa. Esa noche había follado con una mujer pero, en ese momento, lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa. Mi princesa. Como un caballero, la tumbé en la cama boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido pero recordé que la primera vez marcaba para siempre y por eso, introduje lentamente la cabeza de mi pene hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento pero ella, sin poder esperar y forzando con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.

Gritó de dolor al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro para posteriormente empezar a moverme muy despacio. Mientras le decía lo maravillosa que era, no deje de besarla. Ana se fue relajando paulatinamente. Su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se fueron transformando en sonrisa al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente, la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo.

Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizara mis movimientos y ella, al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido. Su orden fue tajante y cual autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me regalaba con un pequeño gemido cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando, como un escalofrío, el placer partió de sus ingles recorriendo su cuerpo. Sentí como el flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.

― Es maravilloso― me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía más mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior mientras nuestros gritos de placer se mezclaban en la habitación. Fueron solamente unos instantes pero tan intensos que supuse que esa mujer era mi futuro.

― Te amo― le dije nada más recuperarme el aliento.

―Yo también― me dijo con su voz juvenil, ―nunca te olvidaré.

― ¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia?― le pregunté asustado por lo que significaba.

― Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo― me contestó con dulzura pero, a mis oídos, fue peor que la mayor de las reprimendas.

― ¡Pero creceré! y entonces seré tu marido― le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lágrimas infantiles anegaban mis ojos.

Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida, que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama y tras vestirse velozmente, se fue de mi habitación.

uando ya se iba le grité, llorando:

― ¡Espérame!

No me contestó. Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Isabel fue la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombi mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.

Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar, salía la mujer con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo por lo que, cogiéndola del brazo, la metí conmigo.

― ¿Qué querías?― le pregunté.

Ella, sonriendo, me contestó:

― Estás hecho una fichita, pero no te preocupes. Nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo. Yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas.

«¿Sangre?», pensé por un momento que era lo único que me quedaba de esa noche. No podía perderlo. Por eso, le pregunté:

―Te puedo pedir un favor― y muy avergonzado continué ― necesito quedarme un recuerdo. ¿Podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?

Entendió por lo que estaba pasando y guiñándome un ojo, con mirada cómplice, me replicó:

―Voy a hacer algo mejor. Luego te veo― y sin decirme nada más, se fue a continuar con su trabajo.

Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome:

― ¡Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado sino que ha aceptado casarse conmigo.

Mi mundo se desmoronó en un instante. Comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física; a cada acción sobreviene una reacción. En mi caso, la reacción fue extremadamente dolorosa. Con dieciséis años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre. Mi viejo tenía razón: no era una bendición, el estar dotado de esa facultad era una arma de doble filo y yo, al haberla esgrimido sin prudencia, me había cortado.

Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana. La criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia el despacho de mi padre. Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada más verlo y con lágrimas en los ojos, le dije:

― Papá, ¡Tenemos que hablar!

Me estaba esperando. Tal y como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo:

― ¿Verdad, que duele?― no había reproches, solo comprensión. ― Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra comparten este dolor. Esos dos desgraciados somos tú y yo.

Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses pero necesité años para aceptar que, nada podía evitar que ese pacto firmado hacía más de trece siglos, me jodiera la vida.

Capítulo 2: El aprendizaje.

― Hijo, al igual que hicieron nuestros antepasados necesitamos un plan de trabajo con el que desarrollar tu mente. El primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas de inducción mental y si para ello hay que desarrollar a la par que las sexuales, lo haremos. Es una cuestión de practicidad, piensa que mientras la obediencia obligada crea resentimiento, la dependencia por sexo no, por lo que es más seguro zambullirte en este mundo por la puerta trasera de la carne.

― Pero Papá, solo tengo dieciséis años― le contesté avergonzado.

― ¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel?― me respondió tranquilamente sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, ― O me crees tan tonto para no ver en los ojos de Ana, la certeza de haberse equivocado.

Lo sabía todo. En ese momento, supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.

― Tu madre no debe saber nada― me ordenó.

Nadie excepto nosotros dos, debía de conocer nuestras capacidades y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro.

― He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados. A partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa qué clase de enseñanzas vas a recibir.

Lo que mi viejo no me dijo en ese momento, era que otra de las razones, por la que había tomado esa decisión, consistía en que debía acostumbrarme a vivir solo. Tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común.

― Ahora quiero que des una vuelta por el pueblo y que te sientes en la plaza. Con la excusa de tomarte una Coca―Cola, debes observar a la gente y practicar tus poderes con ellos. Cuanto los uses, te darás cuenta que, aunque no te percatabas de ello, te han acompañado desde la cuna, solo que ahora al hacértelos presentes, estos se irán incrementando a marchas forzadas, pero ten cuidado. Sé que puedo resultar pesado pero es mi deber recordarte el peligro: debes de ser prudente.

―No te preocupes, tendré cuidado― le respondí agradecido doblemente; por una parte no me apetecía seguir en la casa y por otra, tenía verdadera necesidad de practicar mi don.

Desde niño crecí con moto. En el campo es la mejor forma de moverse y por eso desde una edad muy temprana aprendí a conducirlas. Ese año había estrenado una vespa roja de 75 cc. con la que me sentía como Rossi, el gran campeón de motociclismo. Aunque ese scooter no estaba fabricado con la idea de usarlo en campo, para mí era lo mismo y como si llevara una verdadera enduro, volé por los caminos rurales de salida de la finca.

Oropesa, un pueblo toledano bastante más grande que la pequeña aldea que bordeaba los confines de mi casa, estaba a escasos veinticinco kilómetros. La media hora que tardé en recorrerlos, me dio tiempo a meditar sobre mis siguientes pasos e incluso a disfrutar de ese paisaje duro y férreo, plagado de encinas y alcornoques, que ha sido cuna de tantos hombres tan adustos y estoicos como la tierra que les vio nacer. Qué lejanas me parecen hoy en día esas tierras abulenses limítrofes con Toledo. El Averno, la finca de mi familia, con sus montes y riachuelos son una parte amada de mis años de infancia que nunca se borrará de mi memoria. Tengo grabados cada peña, cada vereda, cada árbol de sus doscientas hectáreas. Sus gélidos inviernos y sus tórridos veranos siguen presentes incluso después de tantos años.

Ya en el pueblo, me dirigí directamente a la plaza Navarro. Allí, frente al actual ayuntamiento, estaba El rincón de Luis. La terraza estaba vacía por lo que pude elegir en que mesa sentarme. Me decidí por la más cercana a la calle para aprovechar la sombra que daba su toldo amarillo y de esa forma, apaciguar el calor de esa mañana de agosto.

― Buenos días, Gonzalo― me saludó María, la rolliza camarera. Con sus cuarenta años y más de ochenta kilos formaba parte de la plaza, casi tanto como torre mudéjar del Reloj de la Villa. ― ¿Qué quieres tomar?

Sin pensar, le pedí una cerveza. La mujer, que debía de haberse negado a servir alcohol a un menor de edad, no protestó y al cabo de tres minutos me trajo una mahou, como si eso fuese lo más normal del mundo. Ese pequeño éxito me dio moral para seguir practicando. Mi siguiente objetivo fue el dueño del mesón que estaba situado a la izquierda de la plaza. Don Sebas era famoso por su perfeccionismo militante y su estricta manera de llevar a cabo todas las rutinas de su negocio. Da igual que llueva o haga sol, a las diez de la mañana abre las sombrillas del balcón y no las cierra hasta las nueve de la noche. Sabía a ciencia cierta que si lograba que romper ese automatismo de años, habría logrado una victoria todavía más apabullante que la obtenida con Isabel.

― Don Sebastián― le grité, ―hace viento, será mejor que cierre las sombrillas, no se le vayan a volar. Ante la ausencia total de aire mi argumento era ridículo pero, en contra de sus principios, el hombre, tanteando el viento, se mojó un dedo con su saliva, asintió y empezó a bajarlas.

No me podía creer lo fácil que había resultado. Si un tipo tan estricto había cedido con premura, eso significaba que mi poder de persuasión era enorme. Contento y entusiasmado, busqué a mi próxima víctima. Los treinta grados de temperatura no me lo iban a poner sencillo. Por mucho que esa fuese una de las plazas más transitadas del pueblo, esa mañana no había nadie en sus aceras, todo el mundo debía de preferir mantenerse al abrigo del sol y sus recalcitrantes rayos. Cabreado por la espera, me bebí la cerveza de un trago y me aproximé a pagar a la barra.

Los tertulianos de la tasca, enfrascados en su habitual partida de tute ni siquiera levantaron su mirada, cuando entré.

― ¿Cuánto es?― pregunté.

María, que estaba distraída, me preguntó qué era lo que había tomado, al contestarle que una cerveza, me miró diciendo:

― Menos guasa, ¡Luis!, ¡cóbrale una coca―cola!

Así fue como aprendí otra lección. Los sujetos, objetos de inducción mental, cuando se les obliga a hacer algo que vaya contra sus principios tienden a adulterar la realidad, creando una más acorde con sus pensamientos. María se había engañado a sí misma y creía que me había servido un refresco.

Acababan de dar las doce, por lo que mi pandilla de amigos debía de estar frente a nuestro colegio. Cogiendo mi moto me dirigí hacia allá. Nada mas doblar la calle Ferial, les vi apoyados en uno de los bancos de madera. Fue Manuel, el primero en verme:

― Capi, ¿Qué haces por aquí?― me dijo usando mi mote.

Desde que íbamos a Infantil, todos los chavales de la clase me llamaban así. Pero esa vez, me sonó como si fuese la primera al percatarme que el respeto con el que me trataban, así como su continua sumisión a mis caprichos, podían ser productos nuevamente de mi poder.

Me pareció oír a mi viejo diciendo: « Jamás tendrás amigos, serán meros servidores».

La abrupta confirmación de sus palabras me dejó paralizado. Pedro, Manuel, Pepe, Jesús… esos críos a los que consideraba mis iguales, no lo eran. Eran humanos normales y entre nosotros siempre había existido y existiría una brecha infranqueable que no era otra que la tara que llevaba a cuestas mi familia durante los últimos catorce siglos.

Mi padre me había mandado al pueblo a practicar y con el corazón encogido, decidí que eso era lo que iba a hacer:

― Me aburría en la finca― le contesté quitándome el casco, ―¿y vosotros?

―Ya ves, de cháchara….

Todos me miraban como esperando mis órdenes, los largos años de roce conmigo les había acostumbrado a esperar y acatar mis deseos. No podía creer que jamás me hubiese dado cuenta. Ahora que sabía el motivo, no podía ser más cristalina su completa sumisión.

―Vamos a dar una vuelta por el castillo, a ver si nos topamos con algún turista del que reírnos.

Esa era una de nuestras travesuras más comunes. Solíamos meternos con los guiris que, en busca de historia medieval, llegaban con sus estrafalarios atuendos a esas empedradas calles. Sé lo absurdo de nuestro comportamiento, pero también tengo que reconocer que añoro ese comportamiento gamberro de mis años de niñez. La rutina siempre era la misma, esperábamos a nuestras presas a la sombra del viejo magnolio que crecía a escasos metros de la entrada de la muralla y tras observarlas, dedicarnos a mofarnos del aspecto más risible de los indefensos excursionistas. Todo acababa cuando los guardias del recinto salían en defensa de su inagotable fuente de ingresos. Tonto, pueril pero igualmente divertido e inofensivo.

Éramos cinco y contábamos con tres ciclomotores, por lo que contraviniendo las normas de tráfico, Miguel y Pedro sin casco se montaron de paquete. En una gran ciudad, cualquier policía, que nos viera de esa guisa, nos pararía para extendernos una dolorosa multa pero eso era un pueblo y los municipales eran como de nuestra familia, nos conocían y aunque no aplaudieran nuestro proceder, jamás nos detendrían por algo tan nimio.

Las calles, ese mañana entre semana, estaban desiertas, por lo que no nos cruzamos con ningún vehículo. Cuando ya estábamos próximos a nuestro destino, nos topamos con una densa humareda que salía de una vetusta casa de piedra.

― ¡Un incendio!― soltó Jesús, parando la moto en seco.

Las llamas cubrían completamente el segundo piso, saliendo enormes lenguas de fuego por las ventanas. El crepitar de la madera era ensordecedor, nada que ver con el relajante crujir de una chimenea ni con el festivo estrépito de una falla ardiendo. Desde la acera de enfrente donde prudentemente aparcamos nuestras scooters, nos convertimos en voyeurs involuntarios. El poder destructivo del fuego estaba desbocado, hipnotizando a los pocos viandantes a los que la pecaminosa curiosidad les había obligado a parar para deleitarse con la desgracia ajena. No era un fuego anónimo. Personas de carne y hueso, vecinos nuestros, estaban perdiendo sus escasas posesiones con cada llamarada. Muebles, ropa, fotos, los recuerdos de una vida, los ahorros de una mísera existencia, se estaban volatizando en humo y ceniza ante nuestros ojos. Con la fascinación de un pirómano, no podía retirar mi vista de esa desgracia. Debería haber corrido a llamar a los bomberos pero ni siquiera se me pasó por la cabeza. Algo me retenía allí. Mis pies parecían anclados al cemento de los adoquines. Necesitaba observar como el maltrecho techo empezaba a fallar y oír las tejas desmoronándose al chocar contra el asfalto.

― ¡Capi!, ¡hay alguien en la casa!― me chilló Manuel, justo cuando detrás de una oscurecidas cortinas divisé un brazo de una niña.

― ¡Mierda!, ¡Tenemos que sacarla de allí!― solté cruzando la estrecha calle.

La puerta del portal estaba cerrada. Traté infructuosamente de abrirla, lanzándome contra ella. Mi bajo peso y mi pequeña estatura no fueron suficientes para derribarla. Buscando el auxilio de mis amigos, me percaté que asustados se mantenían al lado de nuestras motos.

― ¡Necesito ayuda!― les grité pero el miedo les había paralizado.

No en vano en ese preciso instante, las teas que caían del tejado ardían a mis pies. Sacando fuerzas del terror que para entonces ya me había atenazado, les ordené que me apoyaran. Sentí el impacto de mi mente en sus cuerpos pero sin importarme las consecuencias, insistí:

―Venid a ayudarme.

El primero en reaccionar fue Jesús, el más corpulento de los cuatro y gritando como un loco se abalanzó contra la puerta, tumbándola de un golpe. No esperé a los demás, internándome en el denso humo, subí las escaleras. El calor era sofocante, cada paso era un suplicio y andando a ciegas, llamé a la niña. Nadie me contestaba, estuve a punto de desistir pero la sola idea de abandonar a una muerte segura a la dueña de ese brazo, me hizo seguir y a gatas, buscar en la habitación.

Bajo la misma ventana desde donde la vi pidiendo ayuda, se encontraba acurrucada en posición fetal. La pobre criatura se debía de haber desmayado por lo que, haciendo un esfuerzo sobre humano, la alcé entre mis brazos. Menos mal que cuando el humo, el calor y la ausencia de oxígeno flaquearon mis piernas, acudieron en mi ayuda mis cuatro amigos y entre todos, conseguimos bajarla y alejarla de las llamas. Al salir a la calle y aspirar aire puro en profundas bocanadas, escuchamos los aplausos de la ya nutrida concurrencia. Los vítores y palmadas de aliento se sucedían, mientras yo no dejaba de aborrecer esa animosidad. Minutos antes había sentido en mi mente como un cuchillo, la cobardía de toda esa gente.

« Malditos hipócritas, si llega a ser por ellos, esta niña estaría muerta», pensé sentándome al borde de la acera.

Curiosamente mis amigos se alejaron de mí, en vez de juntos disfrutar juntos de nuestra heroicidad. En sus ojos, advertí que el miedo no había desaparecido sino que continuaba creciendo en una espiral aterradora.

― ¿Qué os pasa?― pregunté, sin obtener respuesta.

La razón de esa actitud tan esquiva y rara no podía ser otra que saberse usados. Contra su voluntad, les había forzado y aunque ahora tenían el reconocimiento inmerecido de sus vecinos, no podían olvidar la violación que habían soportado y sin ser al cien por cien conscientes que el causante era yo, un resquemor cercano al odio les hacía apartarse de donde me había sentado.

«Sé prudente», las palabras de mi padre volvieron a resonar cruelmente en mis oídos, « no nos entienden y lo que no se entiende, se odia».

Enojado pero sobretodo incrédulo por tamaña injusticia, cogí mi vespa alejándome del lugar. Mi padre me estaba esperando en las escaleras de entrada. Supe que de algún modo se había enterado de mi aventura y por su cara, no estaba demasiado contento con el hecho de que su hijo se hubiese puesto voluntariamente en peligro.

―Gonzalo, me acaban de llamar de Oropesa. Era el alcalde y un agradecido padre. Por lo visto, en vez de practicar tus poderes, acabas de salvar a una niña.

Sin poder soportar su mirada, bajé mi cabeza, avergonzado. Cuando mi viejo estaba realmente encabronado, sus broncas eran duras e inmisericordes, nunca dejaba ningún resquicio sin tocar y con un afán demoledor, asolaba cualquier defensa que el autor de la afrenta intentara esgrimir en su favor. Por eso, ni intenté defenderme y esperé pacientemente que empezara a machacarme.

― ¿Cuéntame que ha pasado?

Entre todos los posibles escenarios que había previsto, el que mi padre, antes de opinar, pidiera oír mi versión, era el que menos posibilidades de hacerse realidad y por eso, y quizás también por mi inexperiencia, pensé que me había librado. Dando rienda suelta a mi ineptitud, le fui dando todos los detalles de lo que había pasado. Le hablé del incendio, del brazo pidiendo ayuda, de cómo había tenido que obligar a mis compañeros a ayudarme y su posterior rechazo. Cuando hube terminado, levanté mi mirada buscando su consuelo.

― ¡Eres idiota!, ¡En qué cabeza cabe hacer uso de tus poderes en público!, ¡Qué clase de imbécil he criado!― me gritó.

Tratando de defenderme, le repliqué que me vi obligado por las circunstancias y que de no haber obrado así, una niña hubiera muerto abrasada. No esperaba comprensión de su parte, pero tampoco su avasalladora regañina.

―Quizás si fuera humano, me sentiría orgulloso de que el insensato de mi hijo arriesgara su vida para salvar la de un inocente, pero resulta que no lo soy y la vida de una niña es insignificante en comparación con la de uno de nosotros. ¿No te das cuenta que de haber muerto, hubiese desaparecido sin remedio uno de los más grandes linajes que hayan pisado la tierra? Tu vida no te pertenece, debes crecer, madurar y procrear a tu reemplazo antes de que sea realmente tuya.

Las venas de su cuello, inflamadas hasta grotesco, no dejaban lugar a dudas, estaba cabreado.

―Y encima, no has tenido ni la precaución más elemental de pasar desapercibido. Tus cuatro amigotes saben que han sido manipulados de alguna forma. Si sigues actuando tan a la ligera, no solo te pondrás en peligro sino que pondrás a toda la casa en la mira de la plebe. Ahora, vete a comer y recapacita sobre lo que has hecho. Esta tarde deberás cambiarte al refugio, no te quiero aquí poniéndonos en peligro. Debemos extremar al máximo todas las precauciones, mientras te alecciono en tus poderes.

Mi padre me había echado de casa. Según él, allí habría menos testigos de mis meteduras de pata al estar apartado. Toda esa tarde estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio situado en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero al alcance de mi padre. En el refugio, podría seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos.

Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor: su razón de ser fue la de disponer de un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura y allí, docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuvo que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, la verdadera portadora de nuestro gen, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido y cogiendo una pistola, se suicidó en el salón. A raíz de todo ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.

Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera. Bajo ningún concepto iba a admitir que la separaran de su hijo. Solo aceptó al ordenárselo mi padre haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era una muñeca en sus manos, ella nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es cómo mi viejo había influido en su elección y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no fueron más que teatro ya que había dispuesto que la criada me enseñase todo lo que debía saber sobre sexo.

Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. El traspié de esa mañana y el rapapolvo de mi viejo se me antojaban muy lejanos. Mi mente infantil no era consciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos aún, de la responsabilidad intrínseca que suponía el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí. Veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.

La cocina del chalet era tipo americana, con el salón―comedor incorporado, por lo que esa noche y mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema: tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.

Cuando la cena estuvo lista, me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar. Me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.

La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado para que así fuera. Nunca había podido demostrar sus dotes de cocinera en la casa de mis padres pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos, porque esa noche ella tuvo el descaro de cenar conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:

― Hoy por ser una ocasión especial y si no se lo dices a tus padres, abrimos una botella de cava para celebrar tu primera noche aquí.

No me dio tiempo de contestar ya que, sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores caldos que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos. El vino era nuevo para mí, nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco mientras ella daba buena cuenta del resto.

La curiosidad de la mujer le indujo a preguntarme sobre los motivos que habían llevado a mi padre a mandarme allí. Ante la ausencia de una respuesta clara por mi parte, Isabel dedujo que por algún motivo mi padre se había disgustado conmigo.

―Eso debió pasar― sentencié, intentando cambiar de tema.

En el postre, el alcohol ya había hecho su efecto y, su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. Decidí complacerla. En silencio, escuchó de mi boca, como Ana se había metido en mi cama buscando vengarse de mi primo y como siguiendo sus enseñanzas, la había desnudado. Su cara no pudo de dejar de reflejar la satisfacción que sintió cuando mintiéndole le dije que, después de haber visto su cuerpo, el de la muchacha me había parecido sin gracia.

― ¿Por qué dices que te resultó insulso?― me preguntó medio excitada por mis palabras.

― Era el cuerpo de una niña, el tuyo, en cambio, es el de una mujer― contesté dorándole la píldora. ― Tú fuiste la primera, mi maestra.

Poco a poco estaba llevándola donde quería. Sus pezones se empezaron a marcar bajo su vestido mientras, atenta, me escuchaba.

― Y teniéndola desnuda, ¿qué hiciste?―

― ¿Recuerdas cómo me enseñaste a excitar tu sexo? ¿Recuerdas cómo me dijiste que usara mi pene?― sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.

― Claro, que me acuerdo― me contestó.

Observé que, siguiendo un acto reflejo involuntario, se estaba acariciando los pechos.

― Pues usando la misma técnica, separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón.

― ¿Le comiste allí abajo?― me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.

― Sí y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca mientras yo pensaba en ti. Deseé que en ese instante hubiera sido el tuyo el que hubiese estado en mi boca.

Era consciente de estar mintiéndola pero al ver cómo le estaba afectando mi relato, no dejé de hacerlo. Isabel, totalmente cachonda, lo trataba de disimular cerrando sus piernas pero hacer eso, lejos de tranquilizarla al oprimir su cueva lo que estaba haciendo era excitarla aún más.

― ¿Y después?― me pidió que continuara.

Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.

― No te sigo contando si no prometes hacérmela― le solté de improviso, confiando en que estuviera lo suficiente caliente para no negarse.

― ¿Hacerte qué?

― Una mamada.

― ¡Niño! ¿Estás loco? ¿Te crees que soy tu puta y que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje?― me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud pero creo que también por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.

― Tú te lo pierdes― le contesté dejándola sola y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.

Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto temperatura esa noche por lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido. Me había adelantado. Si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento hubiese sido objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, salí congelado con la piel de gallina. Quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.

― Déjame que te seque me rogó con voz apenada― siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego.

Sin decirme nada más, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda. Seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes y al llegar a mi trasero, se sentó en el suelo. No pudo reprimir darme un beso en las nalgas mientras secaba esmeradamente mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedó a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.

― Cuéntame cómo la desvirgaste― me pidió, metiéndoselo en la boca.

Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande y a una mano que no fuese la mía, masturbándome. No podía negarme a complacerla por lo que, retomando el relato, le expliqué como Ana quiso que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó su ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mí, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos se los introdujo en la boca mientras su mano seguía masajeando mi extensión.

Pero fue cuando le intenté expresar con palabras lo que había sentido esa noche cuando Ana me abrazó con sus piernas lo que provoco que se rompiera ella misma el himen, Isabel, fuera de sí, llevó sus dedos a su propio sexo y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba. Sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana no había dejado de gemir mientras su coño empapaba mi pene. Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos la estimuló más aún si cabe y retorciéndose como la puta que era, se corrió sobre el mármol del baño.

Nada más recuperarse, se levantó del suelo y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía pero, al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado por eso me extrañó que, dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme. Quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada más cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido…

Descansé profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre el que, al abrir las persianas de mi habitación, me despertó diciendo:

― Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando.

El hecho de que mi padre , el cual nunca se había ocupado de mí, me levantase, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Manuel, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que, aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor, me lo encontré tomándose un café.

― Buenos días, Papá.

― Buenos días, hijo. Siéntate que quiero hablar contigo― se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las últimas veces. ―Hoy tenemos un día bastante ajetreado. Debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia, hará que tu vida no acabe antes de tiempo.

― ¿Qué quieres que haga?― le pregunté.

― Lo primero cuéntame cómo te fue ayer en la noche.

Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.

Mis mejillas debían de estar totalmente coloradas y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cuál era mi conclusión de mi experiencia.

No supe que contestarle.

― Mira, Gonzalo. La diferencia de edad, entre Isabel y tú, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval pero, por otra parte, le excita ser tu maestra. La idea de ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo es algo superior a sus fuerzas. Debes de explotar este aspecto. Lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla: Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso para que te acune en sus brazos y si es necesario chantajéala, lo importante es que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero siempre, ¡ten tú el control!, haz que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella.

La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por segunda vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre eran poco más que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada más terminar me llevó a dar una vuelta a la finca. No quería que nadie nos interrumpiera.

Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Mi padre iba a montar a Alazán y yo, mi favorita, una yegua llamada Partera. Comprendí que esa iba a ser mi primera lección del día.

―Gonzalo, los animales están acostumbrados a que los humanos les manden, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti.

No se me había pasado por la cabeza que pudiéramos usarlos de la misma manera que a los humanos pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor aunque existiera la dificultad de su irracionalidad.

Me resultó sencillo llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.

―Fíjese, jefe. Su hijo ha heredado su facilidad con los bichos― comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.

Sin más preámbulo, salimos trotando de las caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, me fue explicando que lo importante era que aprender a utilizar métodos indirectos para conseguir que me obedecieran. Cuanto más sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Me dio un ejemplo práctico; sin que me diese cuenta, me había obligado a quitarme la bota para rascarme el pié en marcha.

―Analiza la burrada que te he hecho hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte que te picara el pie. Tú mismo, sin mi intervención, te la has quitado para rascarte.

Estaba alucinado por la forma en que había sido objeto de su manipulación pero cuando realmente me di cuenta de su poder, fue cuando de improviso frené de golpe al caballo y saliendo despedido, choqué abruptamente contra el suelo.

― Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado― me dijo riéndose a carcajadas― esa es la diferencia entre una orden bien dada y una orden abusiva. Debes evitar practicar esta segunda.

Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando al intentar vengarme, intenté hacer lo mismo, es decir, obligarle a caerse de su caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.

― Eres todavía demasiado débil para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado― me informó con una sonrisa en sus labios y una expresión orgullosa en sus ojos, ―sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte.

La jaqueca me duró más de media hora, siendo un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara. Como dice el viejo refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica. El resto de la mañana fue inolvidable, mi viejo me enseñó diversas técnicas y mañas que yo fui asimilando. Echando la vista atrás, esa mañana lo que verdaderamente hice fue comprender su extraña forma de ser. Los esfuerzos, que me obligó a realizar durante esas pocas horas, consiguieron que a la una del mediodía, terminara realmente agotado. Por eso nada más llegar a la casa de invitados, me fui directamente a la cama.

Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer pero, entre sueños, le dije que me dejara descansar que estaba cansado. Cuando empezó a preocuparse fue al darse cuenta sobre las seis de la tarde que todavía no había bajado. Al entrar en mi habitación me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, Isabel, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, porque mi viejo al oírla le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, quizás por eso le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Mi padre fue inflexible, se negó de plano y además aprovechó para prohibirle que molestara a mi madre:

―Si mi esposa se entera, va a querer que Gonzalo vuelva a la casa― contestó.

La criada, temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió más. Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yendo a la cocina, me preparó un consomé. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más y ya empezaba a delirar; cuando entró la confundí con Ana y tratándola de besar, le pedí que nunca me volviese a abandonar.

Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también por el significado de mis palabras, me dijo:

―Mi niño, como puedes pensar que te dejaría― y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas y sin ser realmente consciente de lo que hacía, empecé a besárselos. ―Son tuyos― me dijo separando mis labios de su escote, ―pero ahora estás enfermo y no debes fatigarte.

Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para preparar algo de cenar. Al volver con la bandeja de la comida me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.

― ¡Menudo susto me has dado!― y dándome un beso en la boca, me dijo― ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo

Le comenté que no me acordaba de nada y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.

― Sigo helado― le dije guiñándole un ojo al terminar.

― Eres un pillín― me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor… calor del bueno.

Nada más tumbarse, me apoderé de sus pechos. Sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.

― ¡Déjame a mí!― me pidió y sin esperar mi respuesta, me fue desabrochando los botones de mi pijama a la vez que me cubría de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo. ―Un buen amante debe saber que el órgano sexual más grande, no es éste― me dijo cogiendo mi pene entre sus manos― sino su piel.

― Sí, ¡maestra!― contesté.

Mi respuesta le satisfizo y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a sus enormes cantaros, diciéndome:

― Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer y para ello, debes de recordar primero que al nacer son tu alimento. Quiero que te imagines que soy madre y que tú eres mi bebé.

Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado. Decidí entonces que ya me había cansado de hacer lo mismo por lo que, en vez de chupárselo, se lo mordí. Ella, al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:

― No pares, mi niño, no pares.

Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si esa fantasía la ponía así, debía explotar la faceta recién descubierta por lo que, siguiéndole la corriente, le susurré al oído:

― ¡Qué rica está la mamá más guapa del mundo!

Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase y que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias, espoleó mi curiosidad e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, tratando de verificar su aguante procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió pero conseguí hacerlo. Cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigió más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la tenía sometida El sexo de la muchacha, ya dilatado, permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera y para ello, le ordené que separara aún más sus piernas.

Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfruté de la visión de sus labios hinchados y sin saber porqué, me apoderé de su clítoris mordisqueándolo mientras mi mano se iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar pero como no me pidió que los sacase yo no lo hice. Todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a tantear la pared de su vagina como si de un saco de boxeo se tratara.

― No, por favor, ¡para!― gritaba pataleando.

Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas al intentar zafarse de mi ataque pero, tras unos segundos, el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos, se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, se desmayó en la cama. Nadie se había desmayado jamás en frente mío por lo que me costó un mundo, el reaccionar. Al principio creí que la había matado pero pegando mi cara a su pecho, oí con júbilo que su corazón seguía latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar, me levanté al baño a por un vaso de agua y espolvoreándosela en la cara, conseguí reanimarla.
Isabel salió, de su trance un tanto desorientada y tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo me dijo:

―El alumno ha superado a su maestra.

Al preguntarle por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación nunca alcanzadas y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.

― Entonces, ¿Soy un crío?― le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.

― No, un crío no puede ser mi dueño― me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad y que estaba totalmente entregada a mis deseos.

― ¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra?― le repliqué poniéndome encima y tratando de penetrarla.

― Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa― me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por los bordes e interior de su ano.

Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuáles eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal pero ella, viendo mi indecisión, alargó su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo. Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño pero, analizando mis impresiones, decidí que me gustaba. Ella, por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover mientras se acostumbraba sin moverse apenas a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé moverme en su interior. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer mientras mis huevos chocaban contra ella.

― Más rápido― me pidió, frotándose con descaro su clítoris.

La postura no me permitía incrementar mi velocidad por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites. Su conducto me ayudó relajándose.

― Más rápido― me volvió a exigir, al notar que la lujuria recorría su cuerpo.

Seguía sin sentirme cómodo. Soltándome de sus pechos, usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua y recordando el modo como me mostró le gustaba que la montara y que se volvía loca cuando le azuzaba mediante certeros golpes en su trasero, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre, azotando sus nalgas.: ―Vas a aprender lo que es galopar―

No se lo esperaba. Al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó, buscando desesperada llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara yo también, inundando con mi simiente su interior.

Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora. Tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:

― Gonzalo, si se enteran tus padres, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer por eso te doy permiso a tomarme cuando desees.

― ¡Qué equivocada estás!― le repliqué, ―No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca. Si no estás de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!

Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado, me pidió perdón. Acariciándole la cabeza, la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo, le expliqué:

― Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra y espero que sigas así enseñándome.

Nada más acurrucarse a mi lado me preguntó:

― ¿Qué es lo que te gustaría probar?―

Soltando una carcajada, le respondí:

― ¡A dos mujeres!

Me miró divertida, como única respuesta, se introdujo mi pene en su boca asintiendo…

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Relato erótico: “Demasiado bien” (POR SIGMA)

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“Demasiado bien”
Por JValet
Traducido por Sigma
 
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La luz del sol se vertió por la ventana de la alcoba en un grueso (aunque oblicuo) pilar dorado, su base reposaba al pie de una cama kingsize con un solo ocupante. El durmiente yacía enredado en las sabanas, presentaba una sonrisa cansada después de una aparentemente inquieta, aunque placentera noche.
 
El ancho cuadrado de luz del día se movió lentamente al lado de la cama mientras la mañana avanzaba, eventualmente alcanzando un par de delicados pies, enredados en un rizo de la manta. Con el cambio en temperatura, el durmiente gimió mientras la conciencia lentamente se fortalecía y movía sus pies lejos de la molesta luz. Ahora reposaba con sus largas y ligeramente bronceadas piernas atrapadas en la retorcida manta. Músculos subcutáneos se flexionaron en sus bien formadas pantorrillas y esbeltos muslos cuando lentamente empezó a mover sus caderas en un lento movimiento de sube y baja. La luz del sol persistió, sin embargo, y siguió a sus pies por la cama hasta que no tuvieron a donde huir. Mientras sus pies comenzaban a sobrecalentarse, recuperó totalmente la conciencia, ruborizándose ligeramente cuando se dio cuenta de lo que había estado haciendo poco antes.
 
Bostezando delicadamente Josephine Hall se incorporó, desenredándose de las mantas mientras lo hacía. Sentada en el borde de su cama, deslizó una mano por los rizos largos y lánguidos que llegaban justo arriba de sus hombros en una cascada roja. Lentamente se levantó, sonriendo ampliamente. La noche pasada, como cada noche de esa semana, había estado llena de. . . sueños placenteros. De hecho, ni una sola mañana de las últimas cinco había comenzado su día sin tener las bragas húmedas. No sabía por que demonios se sentía tan excitada, pero le gustaba. Que bueno que estaba de vacaciones… Josephine sabía que no estaba de humor para volver a trabajar el lunes.
 
Mirando sobre su hombro, echo una mirada en el espejo montado al lado de su ropero, y le gustó lo que vio. Después de treinta-ocho años Josephine sabía que todavía tenía el ENCANTO. Quizá tuviera algunas patas de gallo empezando a notarse en el borde de sus ojos, y su trasero ya no era lo bastante duro para no moverse, pero todavía tenía unas piernas para morirse, y sus pechos, aunque pequeños, todavía no mostraban señales de colgarse. Alisó las arrugas en el pequeño camisón negro que llevaba, e hizo un puchero. Si hubiera un hombre aquí, no había manera de que pudiera resistírsele… Si hubiera un hombre aquí. Josephine suspiró. Pero había otras maneras de reafirmar su situación de símbolo sexual.
 
Fuera de su cuarto, llegó el sonido de alguien preparando el desayuno. Josephine echo una última mirada sexy al espejo, y agarró la gruesa bata que yacía a los pies de su cama. Tras ponérsela y atársela holgadamente, fue a ver que tipo de desastre hacia Alvin en la cocina.
 
Andando calladamente y descalza hacía la cocina, encontró a su hijo apurándose, tratando de meterse en la boca una tostada y un par de trozos de tocino simultáneamente mientras bebía un vaso de jugo de naranja. Dejó de comer lo justo para verla cuando entró e intentó un “Buenos días” con la boca llena.
 
“Buenos días cariño,” contestó, y comenzó caminar por la cocina, como si buscara su desayuno. La bata se abría de vez en cuando, y así sus piernas aparecían a la vista para el único espectador presente. Josephine no podía suprimir una sonrisa cuando escuchaba su masticar hacerse más lento cada vez que los pliegues de algodón se abrían. Sabía lo que miraba… lo había estado haciendo toda la semana.
 
La primera mañana que lo sorprendió mirándola, Josephine recordaba haberse sentido más que ligeramente asustada y algo repelida por las miradas furtivas de su hijo. Pero con cada día que pasaba, el sentimiento había sido superado por una sensación de callado orgullo de que sus piernas todavía podían atraer la mirada de un hombre joven, y una sensación no tan callada de poder. En algún momento de la semana, se dio cuenta de que cada vez que mostraba sus piernas a Alvin, ELLA era la única cosa que ocupa sus pensamientos… cada vez que él se alejaba de ella en una posición medio inclinada, tratando de ocultar su erección, ELLA era la que controlaba su pene. Así, se volvió una especie de juego para ella últimamente, darle un espectáculo y observar como meneaba su primoroso traserito fuera del cuarto, tratando de ocultar el bulto de su entrepierna. Después siempre sentía una increíble embriaguez de poder y, tenía que admitirlo (aunque de mala gana), un aumento súbito de excitación.
 
Eventualmente se decidió por gran vaso de leche fría, se la sentó junto a él, cruzando esas largas, encantadoras piernas y causando que la bata se resbalara de estas por completo, dejando solo las cimas de sus muslos cubiertas por la indecente falda de su camisoncito. Entonces Alvin dejó de masticar por un momento, y tragó.
 
“¿Llevarás el auto a la escuela hoy?” Preguntó, cruzando sus piernas al contrario, y gozando internamente cuando lo vio sonrojarse salvajemente. Era una pregunta absurda – mientras estuviera de vacaciones, usaría el auto para ir al campus de la universidad, evitando así los horrores del tránsito público, aunque sea sólo por una semana. Asintió de todos modos.
 
“Bien. Sé cuanto odias el autobús,” alzó el vaso, y empezó a beber, levantando su barbilla. Un par de hilos blancos escaparon por las orillas de su boca, derramándose sobre la delicada curva de su mandíbula, su cuello, su escote y dentro de la cima de su camisón. Alvin gimió calladamente, y dejó de comer por completo.
 
Con un rápido “me tengo que ir,” se alejó tambaleándose de la mesa, su cara color escarlata. Josephine rió entre dientes en su vaso cuando él salió de la cocina, apretando sus muslos.
 
—————————-
 
Mirándose en el espejo de nuevo, Josephine decidió que realmente necesitaba más tacones. Parándose de puntitas, miró la curva de sus pantorrillas y su trasero destacarse cuando se levantó más alto… y más alto… tenía piernas hechas para tacones. Se había comprado un par o dos durante la semana pasada, pero ella definitivamente necesitaba más; y mientras más altos, mejor.
 
Ah, bueno. Había trabajo para el fin de semana. Murmurando suavemente para si misma, Josephine alisó las arrugas en la playera rosa sin tirantes tipo tubo que llevaba, acomodándola bien ajustada sobre sus pequeños senos, los pezones destacándose en el material. Apretando su estómago por un momento, se sintió complacida al ver aparecer las marcas de sus músculos abdominales… el programa de ejercicios que había comenzado hacía dos meses comenzaba a rendir frutos. Ahora, si sólo pudiera eliminar una pulgada más o menos de sus nalgas, todo estaría perfecto.
 
Contempló su trasero por un momento en el espejo y suspiró con resignación. Sus cortos pantaloncillos color tierra se tensaban ajustados sobre sus redondas carnes, el pliegue se introducía profundamente en la grieta de su trasero. Algunas cosas no podían mejorarse.
 
Escucho fuera el inequívoco sonido de neumáticos llegando a la entrada de autos. Poniéndose un par de zapatillas cómodas del mismo color de sus pantaloncillos, lanzó una rápida mirada por la ventana de la alcoba para asegurarse que era Alvin, presumiblemente llegando a casa para almorzar. Con una sonrisa salvaje, Josephine corrió a la puerta delantera para saludar a su hijo.
 
Tan pronto como él llegó a la entrada, ella abrió la puerta, dejándolo paralizado por la sorpresa. Él sólo se quedo allí por un momento, y Josephine sabía lo que hacía- mirar. Ella saboreó la embriaguez de poder que la invadió por un instante, y entonces, flexionando una bien torneada pierna, dijo,
 
“¿Te vas a quedar allí todo el día, o vas a entrar?”
 
Con la cabeza agachada para ocultar la timidez de su rostro, Alvin pasó a lado de su madre, aunque ella tuvo se aseguró de rozar su pierna contra la de él. Mientras cerraba la puerta ante un calido día de primavera, Josephine estaba bastante segura de haberlo escuchado murmurar para si mismo algo sobre autocontrol.
 
Siguiéndolo a la cocina Josephine no apartó la vista del trasero de Alvin, pensando en que traserito tan primoroso tenía. ¿Y porqué no? Era un niño del primoroso… quizá un poco tímido, pero eso sólo aumentaba su dulce apariencia de inocencia. Casualmente se preguntó si ya tendría novia. Josephine sabía que su hijo tenía un par de amigas en su pequeño círculo de compañeros, pero no creía que hubiera invitado a ninguna de ellas todavía. Simplemente no tenía las pelotas, figurativamente hablando. Dado el volumen de semen que ella tenía que lavar de sus sábanas, Josephine sabía muy bien que tenía pelotas del tipo literal.
 
Sin embargo, recientemente parecía haber aumentado en popularidad. No era que hubiera un súbito aumento del flujo de visitas a la casa; pero el volumen de correo que recibía se había triplicado desde hacía un par de meses. Incluso había recibido aquel paquete de Alema…
 
La idea de que él fuera, en todo el sentido de la palabra, virgen, hacía todo más dulce para Josephine. Si Alvin no fuera tan, tan virginal, toda la diversión de la persecución se perdería para su madre. Ningún cazador quiere que su presa se quede quieta… es la cacería lo que hace que valga la pena. Por eso ella disfrutaba sus miradas furtivas, el profundo escarlata de su cara cuando lo atrapaba mirando su carne expuesta. . .
 
Josephine lamió sus labios… hambrienta.
 
Apareciendo detrás de Alvin, ella lo rodeó con sus brazos, presionando sus duros pezones en su espalda, asegurándose de que él la sintiera. Abrazó a su hijo de la manera más maternal posible, dándole un beso en la mejilla, y hablándole al oído. “Y bieeeen…” comenzó juguetonamente, “¿cómo ha estado tu día hasta ahora?”
 
“Erm, bien,” Alvin suavemente se desembarazó del abrazo de su madre, y casi corrió a la cocina. Cuando comenzó a buscar algo para el almuerzo, Josephine lo tranquilizó sentándolo en la mesa de manera metódica.
 
“Oh no, no lo harás,” le amonestó, agitando un dedo, “no después del desastre que hiciste esta mañana. Siéntate, y te prepararé algo.” Así empezó a bailar por la cocina, haciendo que la simple creación de un sándwich de jamón pareciera un strip-tease. Poniendo el bocadillo en frente de su hijo, le dijo que lo disfrutara, haciéndolo sonar casi como una pregunta.
 
Se alejó de la mesa con sus caderas sacudiéndose y ondulando con una fluidez casi líquida. Tras llegar a la ventana y ver al patio trasero, Josephine se apoyó en el alféizar, levantando ligeramente su trasero en el aire.
 
“Es un día tan bello,” comentó como para si misma, “Creo que quizá saldré y mejoraré mi bronceado.” Alvin se atragantó ligeramente. Ella se permitió una pequeña sonrisa, recordando el día anterior, cuando la encontró en el patio trasero, usado solo unas tiras de brillante licra rosa y una capa de aceite bronceador. Alvin solo echó una mirada antes de irse corriendo, probablemente hacía su alcoba.
 
La idea de él allá arriba, bombeando su carne frenéticamente mientras observaba a su madre asolearse había causado que su coño goteara como un grifo descompuesto. De hecho, estaba teniendo el mismo efecto justo ahora.
 
Volteando para mirar a Alvin por encima de su hombro y de la curva de su cadera, sonrió y preguntó, “¿Que opinas, cariño?”
 
Lentamente él apartó la mirada de los ajustados pantaloncillos largos de Josephine, pero de todos modos consiguió mascullar una respuesta afirmativa. Ella suspiró, estiro las piernas, y se volvió de nuevo hacia la ventana.
 
“Estoy de acuerdo,” la voz de Josephine estaba tensa mientras se mordía el labio, saboreando el placer que jugar con Alvin le brindaba. Pero definitivamente tendría que cambiarse los pantaloncillos muy pronto.
 
Por alguna insondable razón, Alvin devoró vorazmente su almuerzo tan rápidamente como le fue posible sin ahogarse, y se marchó al colegio de nuevo.
 
—————————-
 
Lánguidamente, Josephine se enjabonó, lavando el bronceador de su cuerpo. Su mano se movió despacio, disfrutando la resbalosa sensación del jabón en su piel, y el calor de la ducha. Siempre disfrutaba cuando se relajaba al tomar el sol, pero la posterior ducha era mucho mejor. Deslizando la barra de jabón sobre sus piernas, admiró el ligero bronceado dorado que habían adquirido en la semana. Demasiado oscuro sería incongruente con su cabello color escarlata, pero tampoco quería tener la piel de ese color blanco pálido con el que algunas pelirrojas estaba condenadas a vivir.
 
Mientras el sedoso rastro de espuma se movía más y más alto, por sus muslos, sintió una punzada de pesar por que Alvin no había llegado a casa a tiempo para verla tomando el sol lujuriosamente. Que pena, realmente, se había perdido el espectáculo -pensó mientras frotaba suavemente sus tetas- cuando se quitó la parte superior de su bañador. Josephine podría haberse quedado afuera más tiempo, especialmente para él, pero consideró la posibilidad de quemarse demasiado elevada. Nadie encontraba la piel rojo-cereza y ampollada atractiva; al menos, nadie con predilecciones sexuales mas o menos normales.
 
Deslizando el jabón por el pulcramente arreglado conjunto de rizos rojos en la unión de sus muslos, Josephine rió entre dientes guturalmente cuando recordó la mirada que Alvin había tenido el día anterior en el traspatio. Esa mirada de perrito extraviado, mezclado con el dolorosamente obvio deseo por su madre. Su mano se quedó donde estaba, deslizando el jabón sobre sus ahora hinchados clítoris y labios.
 
Recargándose contra la pared de la ducha, lo imaginó ayer, frenéticamente corriendo a su cuarto, para poder acariciar su carne. En el ojo de su mente lo vio, quitándose los pantalones para liberar su hinchado pene. Las pelotas hinchadas de Alvin giraban en su imaginación mientras su mano trabajaba rápidamente sobre su erección, observándola… deseándola… de repente, se sacudió y espesos hilos de semen salieron disparados sobre la ventana, mientras miraba el llamativo y bello cuadro en bikini rosa en el traspatio.
 
Josephine lloró suavemente mientras el orgasmo inundó su cuerpo y sus rodillas se agitaron, mandándola deslizándose en éxtasis al suelo de la ducha. Tomando un momento para recuperarse, se preguntó, y no por primera vez, que tan grande era la polla de su hijo.
 
Fue sólo después de que se levantó, y extrajo el maltratado jabón de su coño, que Josephine decidió joder con su hijo.
 
—————————-
 
Más tarde esa ese día Alvin se sentó en la sala, mirando la tele y sintiéndose más que un poco nervioso. Aunque no llevaba mucho en casa, su mamá todavía tenía que aparecer, y no podía quitarse la sensación de que ella esperaba calladamente por él, como una tigresa en la selva. Casi saltó cuando escuchó la puerta de su madre abrirse y cerrarse suavemente con un discreto clic. El sudor empezó a surgir en su frente, y Alvin se retiró al extremo del sofá. Lentos y firmes pasos se acercaban a la sala, inexorables, inevitables.
 
Cuando Josephine entró en el cuarto, a Alvin le recordó de nuevo algún tipo de gran felino depredador al acecho. Su madre se movía con una gracia líquida mientras sus caderas ondulaban como en una pasarela de diseñadores de moda. Su melena carmesí a su espalda, Alvin podía ver que se había aplicado una sutil capa de lápiz de labios, pero ningún otro maquillaje. Todavía usaba la playera rosa del almuerzo, pero había reemplazado los pantaloncillos color tierra con una ajustada falda negra que le llegaba hasta el tobillo, ajustada a la cadera, dejando así desnuda una torturante parte de su abdomen. Aunque la falda estaba hecha de algún material elástico, una abertura corría hasta arriba de su rodilla, permitiendo al borde moverse al ritmo de las caderas de Josephine, y revelando la visión dorada de sus esculpidas pantorrillas. Ayudando a la sin igual forma de sus piernas había un par de altos tacones negros en forma de cuña, que alcanzaban los diez centímetros y dejando sus pies desnudos, salvo por una pequeña tira sobre los deliciosos dedos del pie de Josephine.
 
Sonrió a su hijo antes de tomar asiento en el extremo opuesto del sofá y cruzar sus piernas con calculado estilo.
 
Se sentaron en silencio por un tiempo, ninguno de ellos ponía particular atención al espectáculo electrónico relampagueando frente al sofá. Con facilidad practicada, Josephine cruzó sus piernas, y sonrió internamente cuando Alvin se reacomodó.
 
Mirado al muchacho, preguntó, “¿Hay algo malo con mis piernas?”
 
“Ahhhh… no,” Alvin forzó una risa por ninguna razón del particular.
 
“Pero te les quedas viendo,” Josephine empezó a hacer balancear en el aire un zapato colgando de su pie.
 
“¡No!” Él salto ante la contestación, pero se quedó en su asiento; no era difícil de hacer: Las manos de Alvin se sujetaban a los repozabrazos del sofá, sus dedos presionando profundamente en el suave material.
 
“Oh.” La televisión murmuraba en silencioso y desatento cuarto por un rato, entonces, “¿Son mis zapatos, entonces? Piensa que demasiado sexys para una vieja como yo, ¿verdad?”
 
“No, yo… Quiero decir que son… es que, yo… ¡se ven bien!” Se estaba fatigada, tensa como una banda de hule.
 
“¿De veras lo crees?” Josephine sonaba deleitada.
 
“Sí,” Alvin contestó en un tono casi culpable.
 
“¿De verdad te gustan?” Ella extendió una pierna fuera de su falda, apuntando su pie a la televisión, y dando a su hijo una vista mucho mejor de su extremidad.
 
“Uh, sí,” No estaba seguro de a donde iban las cosas, estando distraído en ese momento.
 
“¿Entonces porqué no las besas?”
 
“¡¿Que?!” Se pensaría que le habían pedido que comiera estiércol de caballo.
 
“Dijiste que te gustaban, ¿no?” Josephine preguntó con su tono más herido; incluso hizo un pequeño puchero, aun sabiendo que en realidad el no estaba mirando en esa dirección en ese momento.
 
“Sólo un besito.” Cambió de posición en el sofá, poniendo ambos pies en el regazo de Alvin. Él pudo ver un destello de la parte superior de su muslo antes de que pudiera reajustar el borde de su falda.
 
Antes de que pudiera protestar, ella levantó su pie izquierdo a la boca de Alvin. Con manos temblorosas, él sostuvo su sexy y pequeño pie, y le dio un casto beso a la punta de los dedos. Su madre se rió aniñadamente, y levantó el otro pie.
 
“Ahora el otro,” dijo innecesariamente. Mientras Alvin tomaba el pie por la zapatilla, Josephine dirigió su pie libre hacia la entrepierna de sus pantalones. Estando distraído por la impresionante imagen dorada que se reveló cuando la falda cayó completamente de la pierna que tenía enfrente, no se dio cuenta de que la otra se dirigía a su regazo hasta que fue demasiado tarde.
 
De hecho, ya estaba probando sus pequeños dedos cuando se dio cuenta de a donde iba su otro pie; cuando alcanzó su destino, toda lo que pudo hacer fue congelarse en donde estaba, y empezar a rezar.
 
“Awwww,” Josephine susurró, “¿el bebito está durito por su mamita? ¿El hombrecito de mamá está caliente y perturbado por los pies de mamá?” Ella posó su pie sobre su pene. “Pero claro, el hombrecito de mamá ya no es tan pequeño, ¿verdad?”
 
Moviéndose rápidamente, Josephine saltó (aunque incómodamente) de su extremo del sofá, quitando las piernas de su regazo y montándose en su todavía inmóvil cuerpo. La falda se rindió rasgándose a lo largo de toda su pierna al ser estirada más allá de los límites heroicos de la mezcla de licra y algodón. Sosteniendo firmemente la cabeza de Alvin en sus manos, se inclinó y le dio un ardiente beso retuerce-almas.
 
Todo lo que él pudo hacer fue mirarla fijamente.
 
“¿El hombrecito de mamá no había sido besado antes?” Él consiguió sacudir su cabeza débilmente. La espalda de Josephine onduló con anticipación. “Bueno, no te preocupes bebé. Mami va a enseñarle a su hijo como se hace. No quiero que mi hombrecito aprenda tonteando con alguna sucia zorra en el asiento de un auto. Va a aprender, y va a aprender bien.” Con una risita depredadora lo besó de nuevo, metiendo la lengua en su boca. Despacio, Alvin respondió, y pronto estaban enzarzados en un intenso combate lingual.
 
Josephine rompió el beso eventualmente, dejando a su hijo jadeante y murmurando pidiendo más. “Espera un segundo,” le dio un decepcionantemente breve beso en los labios, “Mami tiene algo más que mostrarte.” Con eso, la mamá de Alvin se inclinó y en un solo movimiento se quito su playera. Sus redondas tetitas se sacudieron levemente tras ser liberadas, unos pezones rojos llenaron la visión del chico. Sin una palabra se clavó en ellos, y Josephine dio una boqueada de deleite cuando la boca de Alvin se cerró alrededor de su pezón.
 
“Mmmmmm,” empezó a ondular sus caderas, “eso está realmente bien. El hombrecito de mamá está aprendiendo todo por si mismo.” Una mano sostuvo la cabeza en su teta mientras la otra se extendió para desabrochar la rasgada falda. Sus propias manos estaban temblorosas, le tomó un momento desabrocharla, pero una vez hecho, se levantó, apartando a Alvin lejos de su seno. De nuevo, él solo pudo gemir una protesta.
 
Frente a él, como una celestial visión dorada, Josephine puso sus manos en sus esbeltas caderas y esbozó la sonrisa salvaje que había estado guardando para este momento en particular.
 
“Besas realmente bien, cariño. ¿Porqué no bajas y besas el coño de mami?” Sin otra palabra, Alvin estaba de rodillas, con la cabeza firmemente plantada entre sus muslos, y la lengua ávidamente cavando en los misterios del delicioso coño de su madre.
 
Entonces, ella empezó de verdad a instruirlo…
 
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Algún tiempo más tarde, Alvin yacía despierto en la cama de su madre, sudoroso, agotado, y saboreando sus líquidos y los de ella. Josephine estaba apretadamente enrollada alrededor de él, rápidamente dormida, con una amplía sonrisa en su cara.
 
Con apariencia preocupada, Alvin calculó su próximo movimiento. Claramente las cosas habían progresado demasiado lejos, y demasiado rápido… demasiado bien. La Máquina de los Sueños que había instalado bajo la cama de su mamá obviamente había trabajado como por encanto, inculcando en ella todo lo que él quería: el deseo sexual incrementado; la provocativa y sexy personalidad; incluso su incrementado interés en el ejercicio. Aunque su comportamiento dominante era totalmente inesperado. Él simplemente quería follar con su sexy mama, no ser follado.
 
Refunfuñando, tiró de los pañuelos de seda que lo mantenían atado a la cabecera de la cama. Los nudos aguantaron. Su movimiento, sin embargo, causó que ella se agitara.
 
“¿El hombrecito de mama quiere otra lección?” Preguntó soñolientamente, dejando caer una mano sobre su maltratado pene. Él no dijo a nada.
 
“Tenemos mucho tiempo,” Josephine se recargó en su pecho. “Mamá nunca, nunca jamás dejará que su hombrecito se vaya, aunque signifique que él se quede aquí por siempre y para siempre, y siempre…” Se durmió de nuevo, roncando suavemente.
 
Alvin yació allí, con los ojos bien abiertos, pensando en sus palabras.
 
Pasó un buen rato antes de que pudiera dormirse.
 
FIN

Relato erótico: “Prostituto 21 Una clienta me confesó que era lesbiana” (por HEL con la colaboracion de GOLFO)

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verano inolvidable2

Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.
Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.
-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.
Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:
-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-
Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:
-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-
Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.
Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:
“¡Tiene que ser su hermana!”
Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:
-Soy Wendy-
Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.
“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.
Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.
Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:
-Nunca he subido a un 911-
Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.
-¿Tienes carnet?- pregunté.
-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.
-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.
La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.
-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.
Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:
-¿Qué tipo de comida te gusta?-
-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.
-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-
Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:
“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.
Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.
-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.
Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:
-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-
Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:
-Eso se lo dirás a todas-
No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.
Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.
-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-
-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-
Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.
Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:
-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-
Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:
-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-
Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.
Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.
Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:
-¡Hagámoslo!-
-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-
Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-
-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible- 
Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.
Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.
Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:
-¿Ya me dirás que pasa?-
-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.
-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-
-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-
-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-
Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.
La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.
La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.
Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.
Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:
-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.
-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada
-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-
“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.
-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.
-Déjame pensar- dije apurando mi copa.
Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:
“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”
Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:
-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.
La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:
-Tú déjame a mí-
No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.
-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.
Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.
Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:
-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-
Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.
Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.
La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.
 Así que la pequeña estaba en buenas manos.
Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.
Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.
Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos. 
Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.
Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca. 
Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.
-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.
Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.
La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.
Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.
Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.
-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.
Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.
La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.
En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.
-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.
-¿Qué es que, princesita?-
-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.
-¿Sientes rico?-
-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.
-¿Sientes como si tuvieras ganas?-
-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.
De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.
Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.
Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.
Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.
Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.
 Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.
¡Era fascinante!.
Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente. 
Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.
La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido
Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que yo de diga-
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:
-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.
-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.
-Continua- le dije –intenta con la lengua-
Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.
Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.
Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.
-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.
No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.
Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….
………………………………………………………..
Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.
-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.
Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:
-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-
Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:
-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 Para los que queráis disfrutar de mas relatos de esta estupenda autora y mientras la convenzo que los suba aquí, podéis leerlos en:
 

Relato erótico: “Pasantía ad honórem” (POR ROCIO)

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Los edificios me dan muchísimo vértigo cuando los miro de cerca, incluso cuando era niña me preguntaba qué diantres había adentro de esos rascacielos para que me causaran ese mareo. Pero molestias aparte, estaba bastante emocionada porque ese día comenzaría mi pasantía en una empresa privada del sector de combustibles. Así que enfundada en una falda tubo negra, una pulcra blusa blanca, ceñida, y dolorosos zapatos de tacón, avancé entre ese montón de hombres trajeados para llegar a la entrada del edificio, a empujones casi, pero con toda la motivación posible.
Piso once. Entré a la oficina por cuyo ventanal se vislumbraba un precioso paisaje de Montevideo; allí estaba sentado el hombre que sería mi jefe: Ángel Rodríguez, treintañero, sonriente y poseedor de una sensual barba candado que no paraba de acicalarse mientras hablaba por teléfono.
—¿Y quién es esta preciosa muchacha que ha venido a verme? —preguntó nada más cortar su llamada. Su voz tenía mucha fuerza y su sonrisa de galán hizo que mis ojos revolotearan por todos lados menos en su mirada. A mí no me gustan los piropos porque me sacan los colores fácilmente, y fue en ese momento tan vergonzoso cuando me acordé del piercing en mi lengua; había olvidado quitármelo así que tapando disimuladamente mi boca, pretendiendo atajarme una risa, me presenté.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. Me llamo Rocío Mendoza y soy la nueva pasante. 
—Sí, la recomendada por el rector de la facultad. Te estábamos esperando —tomó una carpeta de una pila de ellas, imagino que era mi solicitud, y ojeándola rápidamente, continuó—. No has aclarado tu edad en el currículo. 
—Bueno, tengo veinte, licenciado.
—No me jodas, si eres una nena todavía, me siento mal por haberte piropeado, ¡ja! Escúchame, vas a trabajar conmigo, en el Departamento de Relaciones Públicas. Mis chicos te pondrán al día y tú ayúdales como puedas. Esta pasantía será un largo camino, ¡para ambos!, que valga la pena recorrerlo, Rocío.
En lo que quedó de la tarde conocí al resto del grupo; unos muchachos muy divertidos que con mucha amabilidad me pusieron al día y me dieron un par de encargos para que me fuera adaptando. Allí era una más, cargando folios, fotocopiando documentos y observando cómo trabajaban con el sistema; estaba lejos de sentirme excluida por ser la única chica del departamento, al contrario, se empeñaron en hacerme sentir parte del grupo.
Tras terminar la tarde segura de haber finiquitado una jornada muy movida y productiva, volví al despacho del licenciado. Tenía ganas de contar lo bien que me sentía en el ambiente, lo fácil que logré conectarme con los muchachos, y desde luego que mi objetivo no era terminar la pasantía como una mera obligación para obtener mi título universitario, sino conseguir un puesto de trabajo. 
—Rocío, ¿qué tal estuvo tu primer día?
—Muy bien, licenciado, me gusta la gente y el ambiente, creo que me voy a adaptar muy rápido. 
—Me alegra. A parte de ayudar a los chicos, échame de vez en cuando una mano, ¿quieres? Estoy con trabajo hasta el cuello.  
—Claro licenciado, ¿pero no tiene secretaria?
—No, no la tengo porque renunció hace días. Estoy tratando de recuperarla, eso sí, pero me cuesta convencerla.
—Bueno, si su secretaria no quiere volver… conozco a alguien que le gustaría un trabajo así —sonreí.    
—¡Ja! ¡Me gusta tu actitud, Rocío! Por cierto, bonito piercing tienes en la lengua…
¡Qué vergüenza! Me tapé la boca instintivamente y cerré los ojos totalmente vencida. Me temblaron las piernas y me puse coloradísima. Podía sentir cómo caían todos mis esfuerzos por la borda; es decir, ¿quién querría a una chica repleta de aritos bajo todo ese traje de oficinista seria?  
—Uf, perdón licenciado Rodríguez, no sabe cuánto lo lamento, le juro que esta noche me lo quito.
—Rocío, tranquila. Por mí, no te quites el piercing. Simplemente… disimúlalo más.
—No, por favor, no quiero causar problemas.
—Me enojaré en serio si te lo quitas. Órdenes del jefe, ¿entendido?
A la tarde siguiente me encontré en la entrada justamente con el licenciado Rodríguez, que parecía discutir airadamente por su móvil. Me quedé a su lado esperando que terminara de charlar para así poder saludarlo.
—¡Tienes que estar jodiéndome! —cortó la llamada, resoplando bastante molesto.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. ¿Qué tal se encuentra?
—Buenos tardes, nena. Pues me encuentro mal. Se acerca la fecha en la que vendrá un inversor muy importante y mi secretaria sigue sin escucharme. ¡La necesito! ¿Sabes lo que haré? Le ofreceré un aumento. ¿Eso es lo que quieren todas las mujeres, no es así, Rocío? ¡Dinero dinero dinero!
—No es verdad eso…
—¡Claro que sí! Toca una tarde ajetreada, ¡a moverse, niña!
Los días seguían esfumándose y todo en el trabajo tenía un ambiente idílico. Los chicos me trataban genial, cada día estaba más familiarizada y el licenciado me invitaba a su oficina regularmente para preguntarme cómo me había ido, quejándose de vez en cuando de los partidos de fútbol de su equipo. La pasantía iba marcha en popa.  
Aunque una tarde en particular las cosas cambiaron drásticamente; desde que entré en su despacho y tomé asiento, sentí todo el ambiente muy raro. No ayudaba que por la ventana se vislumbrara una tormenta azotando la capital.
—Señor licenciado, ¿se encuentra bien? Lo veo algo pálido…
—Rocío… Somos una empresa que compite contra la Petrobras, que recibe constantemente inyección económica extranjera. Hasta hoy día lo hemos hecho bien, pero no podemos seguir el ritmo en esta competencia. Necesitamos crear alianzas, ¿me entiendes?
—Claro, por eso le preocupa la reunión con el inversor, ¿no?
—Eres lista. Sin alianzas, los números no tardarán en ponerse rojos. Hay muchos puestos de trabajo en juego, ¿sabes la cantidad de gente que depende de nosotros?, ¡claro que lo sabes, trabajas aquí! Es algo que lamentablemente mi ex secretaria no puede entender. Pero veo que tú sí, ¿escucharás mi propuesta? 
—Desde luego, licenciado, soy toda oídos.
Pensaba que el cargo de secretaria estaba al caer. El hombre se destensó la corbata y carraspeó un par de veces. Tras tomar un vaso de agua, continuó:
—Va a venir un inversor alemán que representa una firma muy importante con la que estamos tratando de crear una sociedad. Mi secretaria se encargaba de atenderle cada vez que venía; es decir, recibirlo en el aeropuerto, organizar su agenda, hospedaje, cena… y mantenerlo… contento. 
—¿Contento?
Se levantó de su silla y se sentó sobre su escritorio, frente a mí, aclarándose la garganta. En el momento que las palabras empezaron a salir de su boca, acompañadas por algunos truenos de afuera, toda mi cabeza se abombó. Básicamente, la ex secretaria era una especie de puta de lujo que se encargaba de cumplir las depravaciones del inversor. Todo comenzó cuando la vio durante una reunión y, medio en broma, medio en serio, “la solicitó”. Tanto el licenciado Rodríguez así como su patrón vieron en la secretaria una oportunidad para ganarse al alemán, aunque ahora la habían perdido. Eso sí, el licenciado creía haber encontrado una reemplazante perfecta.
—Me está jodiendo…
—No, Rocío, el que te va a joder y bien es ese alemán, ¡ja! … Lo siento, soy pésimo con las bromas… Mira, tienes más tetas que mi ex secretaria y eres mucho más pequeña. Tu carita de ángel también le puede tirar para atrás, pero tu cuerpo en forma de guitarra es la clave…
—¿Qué? ¡Está loco! ¡Contrate a unas putas si eso lo que quiere!
—¿Unas putas? Te he dicho que necesito a alguien que entienda lo delicado de esta situación, alguien que conozca la empresa, una puta de la calle no tendría idea de los puestos de trabajo que apeligran si hace mal las cosas. ¿Es que no quieres hacerlo?
—¡Obvio que no! He venido a trabajar… ¡no a ser la puta de un alemán depravado!
—¡Son sus costumbres, tienes que respetar las costumbres de los alemanes!
—¿Los alemanes acostumbran a hacer guarrerías para cerrar tratos? ¡Eso no es verdad!
—¡Lo es en el pueblo de donde viene! O eso creo… 
—¡Basta! ¡No pienso acceder, pervertido!
—¿En serio? Entonces hablemos de tu piercing. Ese que tienes en la lengua.
—¿Eh? ¿Qué pasa con mi piercing?
—Aquí debemos proyectar una imagen profesional, ¿me entiendes? Soy amigo cercano del rector de tu facultad. Le puedo reportar que su recomendada ha sido expulsada de la empresa por falta de moral, principios éticos y dignidad. Adiós pasantía. Adiós año lectivo. Hasta te convendría buscar facultad nueva, etcétera, etcétera… ¿Ves a dónde voy, nena? Tienes que medir bien tus pasos aquí o te van a joder la vida…
—¿Por un piercing? Dios, perdón, ¡no se lo diga al rector!
—¡Ja! Entonces… ¿aceptas el trato que te propuse?
—¡Cabronazo!
—Sí, lo soy, ¿pero aceptas?
¿Acaso tenía otra opción? Me vio la cara desencajada y supo que ganó la partida; se inclinó ligeramente hacia mí; su mano se posó en mi rodilla izquierda, medio oculta por la falda, y me clavó su mirada acompañada de una sonrisa de quien sabe que tiene el poder. Yo solo sentía muchísimo vértigo; su otra mano se posó en mi otra rodilla, y haciendo un leve esfuerzo, abrió mis piernas para que la falda se plegara hasta que se revelaran mis muslos; bastaba una mirada para que me viera mis braguitas, pero él no lo hacía, solo observaba mis ojos e interpretaba cada gesto mío.
—¿Do-dónde cree que está tocando, pervertido?
—Tienes unas piernas preciosísimas, Rocío.
—N-no es verdad, deje de hablarme como un degenerado…
—Será mejor que mañana vengas con otra actitud porque empezarás tu curso de capacitación.
—¿Curso de capacitación para qué?
—Pues un entrenamiento intensivo para aprovechar las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas que surjan en torno al inversor —se acicaló la barba maquiavélicamente—. Tenemos que contentarlo, ¿sabes? Lo tengo todo analizado, no puedo hacer nada a la bartola pues es nuestra empresa la que está en juego, nena.
La tormenta había aumentado afuera y adentro también, y yo, con la cara pálida, solo podía escuchar a la niña dentro de mí, preguntándome: “¿Esto es lo que hay adentro de este edificio?”. En solo minutos, me había convertido de pasante a una especie de putita empresarial con el fin de no joder mis estudios universitarios.
—Será un camino largo, Rocío —me cerró las piernas—, hagamos que valga la pena recorrerlo. 
Al siguiente las cosas irían de mal en peor. Por primera vez desde que inicié la pasantía, me invitaron a la sala de reuniones en donde encontré, sentado en el extremo opuesto de una gigantesca mesa, al mismísimo Gerente General de la empresa, el señor Ortiz, un viejo calvo y regordete con cara de poco amigos. Le acompañaba un sonriente licenciado Rodríguez.
—Bu-buenos días… Soy Rocío Mendoza, la pasante…
—¿Qué te dije, patrón? —el licenciado Rodríguez codeó a su jefe—. Está para mojar pan.
—¿Es tartamuda la nena?
—No, patrón, solo está nerviosa. ¿Y bien, qué me dices?
—No sé, Rodríguez —se frotó la frente—. ¿Seguro que le gustará al alemán?
—La otra secretaria era rubia, patrón, ¡los alemanes se cansan de ver rubias allá!
—Pues me parece muy tímida, no es capaz de sostener mi mirada sin ponerse roja, seguro que las prefiere más confianzudas, no sé.
El licenciado Rodríguez me invitó a sentarme en un mullido sofá dispuesto en un costado de la sala. A pasos lentos y con un mareo terrible, avancé conforme ellos se levantaban de sus asientos para acercarse.  Sé cómo son los hombres y reconocía sus miradas de lobos hambrientos; por un lado siempre me ha halagado ser vista así por gente mayor, pero no soy una chica que se encuentra cómoda en esas situaciones.
—¿Es verdad que tienes un piercing en tu lengua? —preguntó el viejo—. Déjame verlo mejor.
Si antes mis piernas flaqueaban, ahora cada articulación mía era un tembleque constante. Y mis ojos, por el amor de todos los santos, no sabían dónde posarse. Como vio que me apretujé los labios, él carraspeó, me tomó del mentón y me habló con tono serio:
—No lo hagamos más difícil de lo que es, sabes que podemos sacarte de tu facultad en un chasquido de dedos. Saca la lengua.
—S-sí, señor —Sus palabras me dieron pavor, mis manos agarradas fuertemente al asiento estaban temblando de miedo. Saqué la puntita y volví a apretujar mis labios, como no queriendo que saliera más lengua.
Me levantó la cara:
—Es precioso el piercing… Podemos aprovecharlo. Dime, Rocío,  ¿tienes otro?
—No, señor, solo en mi lengua… —mentí.
—Está bien. Ahora abre las piernas para que podamos ver.
—¿Que haga qué? ¿¡P-por qué habría de hacerlo!?
Me soltó el mentón; encendió un cigarrillo mientras yo miraba con cara de cordero degollado al licenciado, intentando obtener piedad. Pero él acariciaba su barba, regalándome esa sonrisa de vencedor. Mordí mis labios y tomé el pliegue de mi falda; debería remangarla para cumplir la orden pero me veía imposibilitada de hacerlo. Cuando levanté la mirada para decirles que no quería, noté que don Ortiz hacía una llamada telefónica desde su móvil.
—Hola, ¿cómo estás, Antonio? Un día de estos pasaré a visitarte en la facultad…
Mi alma cayó al suelo. ¡Estaba llamando a mi rector! Me fijé en el licenciado y me susurró un matador: “Será mejor que te apures y abras las piernas”.
—Pues te llamo porque te quiero comentar sobre la chica que has recomendado —expelió el humo hacia mí—. La de nombre Rocío… sí, sí, ella. Verás…
Aterrorizada, sintiendo cómo se iba mi año lectivo y hasta probablemente todos mis estudios, remangué la falda y abrí mis piernas instintivamente, regalando la vista de mis blancas braguitas a esos dos degenerados. Mis ojos adquirieron tinte asesino y me mordí los dientes. Creo que ambos se asustaron al ver mi poco amistoso rostro, tanto que retrocedieron un par de pasos.
—Es una niña muy dedicada, me alegra que la hayas recomendado, amigo.
“Esa linda braguita”, susurró el licenciado, señalándomelo maleducadamente con un dedo. “Sácatela, dale”. Fue decirlo para que toda mi vista se nublara. Vaya manera más descarada de pedir las cosas, seguro que a su señora no la trataba así; aunque mi atención estaba puesta en la conversación de fondo entre don Ortiz y el rector de mi facultad: una simple palabra bastaba para joder mi carrera estudiantil, y eso era más que suficiente para que accediera a sus peticiones; remangué la falda hasta mi cintura y, tomando mi blanca braguita, la llevé hasta la mitad de mis muslos.
—Es simplemente la alegría del jardín, amigo —don Ortiz continuaba charlando con el rector—, la verdad es que Rocío… ¿¡está depilada!? Quiero decir, ejem… Que si ella es así de energética en una pasantía ad honórem, no quiero ni pensar en cómo será con un sueldo fijo.
—Rocío —susurró un sorprendido licenciado Rodríguez, acercándose lentamente a mí, siempre cauteloso en caso de que yo quisiera darle un puñetazo—, no sabía que la tenías depilada, el alemán estará encantado.
—Asqueroso, ¿puedo volver a vestirme?
—No. Ahora las tetas —susurró de nuevo—. Muéstranos tus tetas, Rocío.
—Le juro que cuando menos se lo espere le voy a cortar sus pelotas, desubicado…
Me reacomodé en el sofá y accedí a quitarme los primeros botones de mi blusa. Al revelarse el canalillo, ladeé la cabeza y, aprovechando un mechón de cabello cayéndoseme, ojeé fugazmente a los dos hombres; jamás pensé que podría tener así de excitados a dos personas tan mayores, esos bultos en sus pantalones iban a reventar en cualquier momento y la causante era ¡yo!
Al notar que estaba haciéndolo lentamente, el licenciado metió mano y arrancó violentamente los restantes botones de mi camisa así como mi sostén para que mis tetas cayeran con todo su peso.
—Menudas ubres, pequeña mentirosa —susurró un sorprendido licenciado—, parece que sí tienes más piercings, ¡y en los pezones!
—Tu recomendada tiene un par de cualidades que la destacan por sobre el resto de pasantes, Antonio, ¡ya te digo!
El viejo de don Ortiz lanzó su cigarrillo al suelo y lo pisó sin dejar de mirar mis senos. Se sentó a mi lado, siempre serio y amenazador, y me agarró una teta con poca educación. Gemí por la molestia pero no pareció importarle; me alarmé cuando noté que se estaba inclinando para para besármela o chupármela:
—¿Y cómo está tu señora, Antonio?
Mientras el rector le respondía, aprovechó y besó mi pezón anillado, lo chupó luego; sentí su húmeda lengua haciendo círculos por mi areola, jugando también con el piercing que tengo allí. Pronto fueron los dientes quienes participaron de aquello. Sin darme cuenta ya estaba babeando de placer, cerré mis ojos con fuerza y arañé el sofá. No podía ser que mi cuerpo se excitara con algo tan denigrante, era imposible que la temperatura aumentara y que, para colmo, me empezara a hacer agua.
—Oh —puso su mano en el móvil y susurró—: el pezón de la cerdita se ha vuelto durito luego de morderlo. Míralo, Rodríguez.
—Déjame intentarlo con el otro, patrón.
Allí estaba yo, prácticamente amamantando a dos hombres mayores sentados junto a mí, apretujándome los labios hasta emblanquecerlos, retorciéndome las piernas para que esas manos que me acariciaban los muslos no pudieran comprobar que mi rajita estaba húmeda. Ya no había vértigo, no, solo un riquísimo hormigueo en mi vientre así como en mis pobres pezones que, sí, estaban durísimos ante los mordiscones de uno y las chupadas del otro.
—Me alegro que todo esté marchando bien en tu familia, Antonio —continuaba charlando. El problema era que su otra mano estaba decidida a tocarme la concha pese a que mis muslos ponían muchísimo empeño en cerrarle el camino—, la clave es sincerarse, abrirse, porque de lo contrario siempre hay problemas.
Me ganó. Metió su áspero dedo corazón dentro de mí mientras el índice y anular me separaban los labios. El cabrón era buenísimo estimulándome, y no me quedó otra que agarrar por la muñeca aquella experta mano para susurrarle que se detuviera, pero juraría que ambos hombres se deleitaban viendo mi carita arrugada de placer. Su dedito entraba y salía solo un poquito pero lo suficiente para volverme loca. Cuando pensé que pronto me vendría un orgasmo, sacó su mano y la llevó hasta mis narices. Olía fuerte.
—Definitivamente a Rocío le encanta, y ella no lo puede negar, Antonio.
Estaba roja y calentísima, para qué mentir, poco me importaba las cosas que discutían o lo denigrante de la situación, solo podía pensar que la señora del Gerente General era una mujer demasiado afortunada por disfrutar de ese experto maduro. Excitada, tomé su gruesa mano con las mías y la atraje para besarla, para pasarle lengua por y entre los dedos. Pero además estaba asustada, no de ellos, sino de mí y de mi cuerpo que le agradaba ser sometido. “¿Esto es todo lo que hay?”, me pregunté una y otra vez, lamiendo mis jugos en sus dedos, apretujando mis muslos para calmar mi hinchada vulva. “¿Esto es lo que me toca hacer?”.
—Hablaremos en otra ocasión, Antonio. De nuevo, no tienes idea del favor que me has hecho al enviarme a Rocío.
—¡Lo sabía, patrón! —exclamó el licenciado al acabarse la llamada—. Es calentarla un poquito y convertirla en putita hambrienta.
—Uf, no me diga putita, desgraciado… 
—Rodríguez, mira cómo chupa mi dedo… Me convenciste, creo que aquí tienes un diamante en bruto. Tienes dos meses para pulirla, ¿de acuerdo? Y cuando finalice su entrenamiento completo, quiero que la traigas de nuevo aquí para comprobar resultados.
—Déjalo en mis manos, patrón. Rocío, preséntate en mi oficina cuando termine el horario laboral, ¡esto será un camino que valdrá la pena recorrer!
Y así comenzó mi curso de capacitación sexual con el licenciado Rodríguez. Los entrenamientos eran rotativos; los lunes y martes practicaría el arte de la felación, estimulación escrotal y alguna que otra frase en alemán, siempre prestando atención a las debilidades o fortalezas del inversor.
La primera vez fue bastante tortuosa pues nunca había visto la verga de mi jefe; y creo que para él tampoco fue algo sencillo. Solía, antes de iniciar la capacitación, quitarse su anillo matrimonial del dedo, así como retirar el par de fotos de su esposa e hija que adornaban su escritorio. Eso sí, tras ese breve ritual, se sentaba cómodo y me invitaba a acomodarme, de rodillas, entre sus piernas.
Aquella vez, tras abrir su bragueta y meter su mano en esa jungla de vellos, sacó su verga y sentí lo mismo que cuando observaba los imponentes rascacielos: vértigo, miedo; la cantidad de venas que iban y venían por esa gorda y oscura carne me asombró.
—¿Se puede saber en qué estás pensando, Rocío? —me cruzó la cara con su mano abierta—. Despierta.
—Estúpido, ¿¡quién se cree que es para golpearme!?
—No tenemos todo el tiempo del mundo. Venga, agárrala delicadamente.
Las cosas más básicas las sabía casi de memoria. Pasar la lengua por el tronco, haciendo uso intensivo del piercing, así como cobijar el glande con mi lengua conforme mis dedos estimulaban sus huevos. Pero él me enseño cosas que, según sus informes e investigaciones, enloquecerían al alemán. Una de ellas era escupir grandes cuajos a la polla, cosa que nunca me salía bien; luego debía humedecer mis labios con el líquido preseminal, así como meter la punta de mi lengua en su uretra, lo suficiente como para no incomodarlo. Pasaba largas horas así, entre sus piernas, practicando y practicando hasta que él no diera más. Y ese era otro problema: cuando escupía toda la leche contenida.
—Tienes que tragar todo, Rocío, ¡a la mierda!, mira nada más la que dejaste escapar, la señora de la limpieza le va a tocar mucho trabajo hoy…
—Licenciado, déjeme ir al baño que se me fue una gotita al ojoooo…
—Nada de eso. Ahora tienes que decir la frase mientras me miras. Dame un beso fuerte a la polla y dímelo con esos labios humedecidos, anda…
—Ufff… Ich… ¿liebre dis shasi?
—En serio tu alemán es de puta pena. Menos mal que chupar se te da de lujos. Venga, succiona fuerte que siento que tengo un poco más dentro de la punta.
Los miércoles eran mis días “preferidos” por decirlo de alguna manera, aunque obviamente el licenciado no tenía por qué saberlo. Tuve que practicar distintas formas de besar y de paso aprovechar el piercing en mi lengua. Al menos no debía estar todo el rato de rodillas, al contrario, debía estar siempre sentada sobre su regazo durante los entrenamientos, abrazada a él. Como el inversor era un fumador empedernido, el licenciado tenía que fumarse habanos para que yo pudiera acostumbrarme al olor.
—Me gusta que chupes mi lengua, pero recuerda que tienes que usar el piercing, es la clave, juega con la punta de mi lengua, hazme sentir ese pedacito de titanio, ¿sí?
—E-está bien, prometo que lo haré mejor… —tosí—, por cierto, usted besa muy bien.
—Gracias nena —me dio un ligero bofetón. Siempre me los daba a modo de castigo cada vez que tosía—. Ahora fúmate un poco de mi habano, ¿entendido?
El jueves era el día que más odiaba pues se trataba del entrenamiento anal. Aquella primera vez me hizo acostar boca abajo sobre su escritorio conforme se ponía unos guantes de látex. Mareada de vértigo, enrollé la falda por mi cintura y le regalé una vergonzosa vista de mi cola.  Con ambas manos me bajó mis braguitas hasta los tobillos, tomó de mis nalgas y las separó para ver mis vergüenzas mientras yo me mordía los dientes y me preguntaba cuánto dinero me costaría un revólver.  
—Impresionante. En serio creo que tu culo me está pidiendo a gritos que lo reviente a pollazos.
—¡No! ¡No me hable, cabrón, y termine con lo que quiere hacer en completo silencio!
—Pues bueno, qué terca la nena…
—Diosss, ¿en serio tenemos que practicar esto? Auch, ¡t-tenga más cuidado, maleducado! —me quejé conforme arañaba su mesa y tiraba al suelo algunas carpetas.
—Ya está, he metido el dedo corazón hasta el nudillo.—Y empezaba a follarme con dicho dedo—. Apuesto a que te estás excitando, niña.   
—¡N-no es verdad! ¡Deje… deje de agitar su dedo… uffgghmm!
Los viernes debía usar una minifalda para que me cosieran a piropos; para que me acostumbrara a ello y dejara de ponerme roja. Solía enviarme a las calles para entregar documentos y recoger encomiendas, pasando siempre frente a las construcciones; su objetivo era exponerme a un sinfín de obreros maleducados que me sacaban los colores con inusitada facilidad.
También me daba algunas películas pornográficas para que las viese en mi casa. No eran las típicas de sexo duro, al contrario, tenían mucha historia y personajes bastante interesantes. Desde “El portero nocturno”, pasando por “Burdeles de Paprika” y “El amante”, conocí todo un mundo erótico que no sabía que existía. Luego de verlas tenía que escribir un resumen y leérselos en voz alta en su despacho mientras lo masturbaba.
Creo que, por lejos, el que más habrá agradecido todo el entrenamiento que atravesé fue mi novio. Con el correr de los días me había expuesto a tantos piropos y miradas indiscretas en las calles, y a tantas vejaciones en la oficina, que yo estaba prácticamente hecha un hervidero. No fueron pocas las veces que me descargué en su coche durante las noches que nos encontrábamos.
 —Rocío, desde que estás de pasantía estás como… cambiada, ¿no? —preguntó mi chico conforme le llenaba de besos su cuello. Estaba sentada a horcajadas sobre él.
—¿A qué te refieres, Christian?
—Es que… Apenas te abrí la puerta y ya estás sobre mí… No sé, ¿un saludo tal vez?
—¡Perdón!… y hola…
Desde luego él no tenía ni idea. Pero estaba mejor así; el licenciado en la oficina me hacía de todo pero jamás me follaba. Todo aquello era tan aséptico, tan maquinal, estaba tan concentrado en acuerdos, números y en la salvación de la empresa, que nunca pasó por su cabeza darme placer. Mi chico me servía como la canalización perfecta para desfogarme; eso sí, más de una vez dije algo que no debía en medio de un orgasmo violento.
—¡Me corro, nena, me corro!
—!Ich liebe… dich shatzi!
—¿¡Mande!?
Cuando el segundo mes de mi pasantía estaba terminando y la reunión con el inversor estaba al caer, atravesé las pruebas finales con el Gerente General, el señor Ortiz, en la sala de reuniones, a la vista de un orgulloso licenciado Rodríguez. El lugar tenía un terrible tufo a semen y sudor tras todas las prácticas a la que fui sometida durante horas. Prácticas que, secretamente, aprendí a disfrutar como una cerdita.
Arrodillada, haciéndole una cubana a aquel viejo depravado, tomé como mejor pude sus cumplidos.
—Es increíble cuánto has cambiado desde la primera vez que te vi, Rocío. Ya no eres la chica tímida que entró hace casi dos meses. He comprobado que no toses al oler el habano, que besas increíble, que la cola la tienes limpia y sabes usarla, incluso que sabes fingir orgasmos como nuestras señoras. ¡Sinceramente, creo que has superado a la antigua secretaria! Y encima has aprendido a hacer una lenta y rica paja con las tetas, uff…
—Ich liebe dich shatzi…
—¡Anda, si es que ya has aprendido a decir con naturalidad la frase en alemán! Venga, te voy a dar tu leche… —me agarró fuerte del cabello, y enchufándome su polla hasta la campanilla, escupió tanta leche que me asfixió varios segundos. Lagrimeé, terminé babeando semen y tuve que recogérmela rápidamente para tragarla toda. Lo miré a los ojos y le mostré mi boca para que comprobara que no había quedado rastro.
—Patrón —interrumpió el licenciado—, esta noche llega el inversor desde Múnich, cenaré con él en el restaurante de siempre.  
—Lo sé. Tengo plena confianza en Rocío, y claro, también en tu estupenda labor, Rodríguez. Dale, niña, límpiame la leche que resbaló hacia mis huevos.
—Patrón, confieso que estoy preocupado. Siento que estoy enviando a mi alumna aventajada a un examen demasiado difícil. Putita —continuó con la voz casi quebrada—, te veo chupando los huevos de mi patrón con tanto empeño y sencillamente me siento tan orgulloso de ti… maldita sea, creo que voy a llorar.
—Imbécil, deje de decirme putita —me aparté del viejo—, ¿se cree que yo me he encariñado con usted o algo así? ¡No hay día en que no le desee la muerte! ¡A ustedes dos!
—Ya… Ese es el principal problema, patrón, se pone refunfuñona fácilmente. Según mis estudios, al alemán no le gustará alguien tan conflictiva.
—Si me trata como a una mujer y no como a un zorra barata tal vez no le suelte las mil verdades, ¡cabrón!
Pues parece que se lo tomó muy a pecho porque esa noche, cuando volví a casa, me encontré con un paquete de no muy gran tamaño, envuelto en un lazo rojo, que había sido recibido por mi curioso hermano. En mi habitación comprobé que se trataba de un precioso vestido negro, largo, sin mangas, con escote y que regalaba la vista desnuda de mi espalda. No soy de usar ese tipo de vestidos pero lo cierto es que quedé sorprendida de mí misma con mi nuevo look, y los zapatos de tacón, con lazos de cuero que se ceñían hasta mis tobillos, eran una auténtica preciosidad que valía todo el dolor que me causaban a los pobres pies.
Mi papá y mi hermano simplemente no lo podían creer cuando bajé por las escaleras, presta a esperar al licenciado, aunque era un momento que no podía disfrutar puesto que mis senos se querían escapar constantemente del vestido y debía estar corrigiéndolas disimuladamente. Ellos creían que iba a una cena de la empresa para festejar el cumpleaños del patrón en la que todos los personales estábamos invitados, al menos eso fue lo que les dijo el licenciado cuando bajó de la coqueta limusina en la que vino a buscarme.
Ya dentro del coche, el licenciado me miraba con más orgullo que con morbo, casi como si yo fuera su hija o algo similar. Estaba rarísimo durante todo el camino.
—Estás preciosa, Rocío –dijo dándome un apretoncito de ánimo en la rodilla con una mano cálida.
—Licenciado, el vestido es fantástico, no sabe cuánto me encanta. Y los zapatos de tacón, y los zarcillos… ¿Pero cuánto se ha gastado?
—La empresa paga para que estés contenta. Verás, no queremos que te vuelvas protestona e insumisa… sabes perfectamente que con un paso en falso vamos a perder al inversor.
—Ya, muchas gracias. Prometo portarme bien.
Conocimos al inversor alemán, Eric Müller, en un restaurante lujoso que jamás pensé que pisaría, con vista a Mar del Plata. Se trataba de un rubio de cuarenta y nueve años con aspecto regordete, pero no me importaba realmente su físico. Me sabía tantas cosas de él que me pareció rarísimo tenerlo frente a mí; era casi como una estrella de cine a mis ojos debido a todo lo que aprendí y conocí de él.
Su acento, algo que no había oído hasta esa noche, me tenía enamorada porque pronunciaba cada palabra en español con cierto encanto.
—¿Y qué ha pasado con la rrrrubia, Rodrrríguez? —preguntó el hombre, bebiendo de la copa de vino.
—Oh, ella renunció, Eric. Ahora tenemos a Rocío.
—Es prrreciosa esta Rrrocío, sincerrramente, me canso de ver rrrrubias en Múnich.
—Eric, sigamos hablando sobre las ventajas de nuestra fusión empresarial, ¿sí?
Pasaron los minutos y también las conversaciones aburridas que sinceramente no entendía del todo bien. Mi misión en esos momentos era simplemente asentir y sonreír, además de cuidar que las tetas no se me salieran del vestido, como había comentado. Cuando el licenciado se levantó de su asiento y me tomó de la mano, supe que él ya lo había hecho todo y era mi turno de actuar.
De vuelta en la limusina, el inversor no paraba de admirar el paisaje del mar que se veía a lo lejos conforme se fumaba su habano. Estaba sentado solo, mientras que yo y el licenciado estábamos frente a él.
—Me gusta su país, Rodrrríguez, pero siemprrre me prrregunto, “¿Esto es todo lo que hay?”, simplemente es difícil la decisión, no es lo mismo inverrrtir en un país pequeño como Urrruguay, que por ejemplo, Arrrgentina, que tiene más merrrcado… No sé, crrreo que me falta un último empujoncito para cerrar el trrrato….  
El licenciado me codeó. Casi como un amo ordenándole a un perro de caza que fuera a por su presa. Aunque en mi caso la descripción perfecta sería una loba. Así que, sentándome a su lado, posé mi mano en su rodilla y le sonreí.
No soy una chica que sabe dar el primer paso. Eso siempre se lo he dejado a los chicos, eso de “tantear” el terreno. Pero para eso me habían ordenado ver tantas películas eróticas, para poder emular a aquellas lobas lanzadas que, sin ser soeces, arrebataban la atención de los hombres. Teniendo siempre en mente mi película favorita, “El amante”, me remojé los labios, aparté un mechón de pelo y le hablé en un fluido alemán aderezado con mi acento.
—Liegt mir am Herzen. Ich liebe dich shatzi.
—¡Oh! ¿Dices que te interrreso? ¡Me prrreguntaba cuándo moverías ficha, ángel!
—Disculpa, Eric, ¡qué vergüenza!, parece que mi secretaria bebió mucho vino, ¡no me esperaba esto!
—Nada de eso, Rodrrríguez. No soy nadie para ignorrrar los deseos de esta pequeña hembrrra.
—Pues en ese caso —el licenciado se acicaló la barba—, supongo que puedo llevarlos a los dos a mi casa de playa… no está muy lejos de aquí. Es toda para ustedes por esta noche, un regalo de mi parte.
—¡Ah, Rodrrríguez! ¡La vamos a pasarrr muy bien los trrres!
—¿Los tres? —preguntó sorprendido.
—Clarrro, si vamos a cerrar un buen trato, me gustarría cerrarlo con usted, Rodrrríguez. Esta hembrrra pide varrrios machos, mirrre su carrrita, yo solo no podrrré.
—¿Lo dice en serio, Eric? Supongo… supongo que no tengo otra—de reojo vi cómo se retiró su anillo matrimonial y lo guardó en su bolsillo.   
Mientras el licenciado se sentaba a mi otro lado, el alemán me metió mano en una teta y, acariciándome un pezón, se topó con mi piercing. El muy cabronazo no dudó en retorcerlo y estirarlo levemente para decirme “¡Qué puta!”. Instintivamente clavé mis uñas en su rodilla y el pobre hombre dio un respingo cuando le grité:
—¡Auch! ¡No me diga puta, maleducado de mierda!
Todo adentro de la limusina se congeló. Miré al licenciado y parecía que se quería morir, estaba blanco, como sintiendo que su noche de negocios se iba al garete pues me pasé de roscas. Aunque para nuestra sorpresa, el alemán me atrajo para besarme violentamente; gracias a los entrenamientos pude reaccionar a tiempo y hacerle sentir mi piercing restregándose por su húmeda y cálida lengua. Al separarse de mí, escuchamos estupefactos:
—¡Una guerrrera! ¡Definitivamente esta niña es mejorrr que la otra secrrretaria! ¡Prrrúebela, Rodrrríguez, es toda nuestrrra!
No lo podía creer. ¡Tenía vía libre para insultarlo!
Eso sí, desde que los besos empezaron a caer tanto en mis labios como en mi cuello por parte de aquellos hombres, la sensación de gusto empezó a hacer cosquillas en mi vientre. Dichosa, ya calmada, permití al alemán introducir de nuevo su mano por el escote y al licenciado remangar mi vestido para que pudiese frotar mi vulva por encima del tanga.
—Mirrra qué calentita se puso, su carrrita de guarrra. Las tetas están riquísimas y los pezones durrros y anillados.
Con los ojos cerrados y disfrutando de las caricias de Eric, ya apoderándose a manos llenas de mis senos, noté el traqueteo del vehículo cuando se salió del asfaltado para entrar en un breve camino de tierra que, imaginé, guiaba a la casa de playa. Cuando por fin paró el coche y abrí los ojos, escuché el abrir de las puertas de ambos lados; fue el licenciado quien, desde afuera, me extendió la mano mientras yo me acomodaba de nuevo el escote.
—Rocío, no esperaba que Eric me invitara también a mí…
—Ya sabe, licenciado, si el alemán le quiere dar duro a usted, no me interpondré.
—No bromees con eso. Vamos, hemos recorrido un largo camino, hagamos que valga la pena.
La casa era una verdadera joya de dos pisos. Me hubiera gustado quedarme más tiempo en la sala para admirar cada recoveco de aquel lujoso lugar, cada cuadro o figura, pero solo podía limitarme a echar un rápido vistazo llevada de brazos, por un lado, de un amoroso alemán que de vez en cuando besaba mi cuello, y por el otro, llevada por un nerviosísimo licenciado.
Me asusté al entrar en la habitación principal; cuando llegamos yo estaba prácticamente desnuda salvo las medias de red y los tacos altos pues mi vestido se había quedado varado hacia las escaleras. El respingo que di fue notorio; aquel lugar estaba repleto de espejos; estaban por el techo, paredes, y para rematar la escena, pronto el licenciado apretó un botón hacia la puerta para que unas pantallas de televisor dispuestas en varias partes de la habitación se encendieran, filmándonos desde distintos ángulos.
Iba a protestar, desde luego que sí, aquello de grabar no estaba en los planes, pero cuando quise abofetear al licenciado, el alemán rápidamente me apresó las manos a mi espalda con unas esposas.
—¡He estado tanto aquí que ya sé dónde están tus arrrtilugios, Rodrrríguez!
—¿Qué hace, viejo degenerado? ¡Quíteme las esposas!
—Lo siento niña, me gustan las chicas guerrreras, pero no puedo perrrmitirrr que me arrrañes todo el cuerrrpo, mi esposa me puede pillar.
Tragué saliva. Me giré hacia el licenciado y volví a mostrarle mis ojos asesinos, esos que tanto le asustaban. Retrocedió un par de pasos y rápidamente le habló al inversor:
—Esto… ¿Me pasas el paño de cuero, Eric?
El cabronazo me cegó con dicho paño. En esas condiciones ya no podría describirles mucho; eso sí, mi cuerpo pareció ponerse en alerta y todos mis otros sentidos aumentaron exponencialmente. Cuando una mano cálida me tomó de la cintura para llevarme a lo que supongo era la cama, la piel se me erizó y de hecho juraría que casi tuve un pequeño orgasmo solo con el tacto del macho que me quería hacer suya.
—Amigo Rodrrríguez, hoy le mostrarrré algo asombroso que he descubierto cuando estuve de reuniones en Turrrquía. El sexo que tuve allí fue el más durrro de mi vida.
—Estoy ansioso, Eric… siempre y cuando se lo hagas a Rocío y no a mí.
—¿¡Sexo duro!? —pregunté aterrorizada.
—Se te notaba la carita de zorrrón desde la cena, puta, así que nada que aparrrentar aquí
—¡Le he dicho que no me llame put… AUCH!
Me dio una fuerte nalgada que me hizo caer boca abajo en la cama. Aún con el eco rebotando en la habitación y el cachete ardiéndome, se trepó encima de mí y me tomó de la cintura. Pronto sentí que ponía unas almohadas bajo mi vientre.
Supongo que fue el licenciado quien se subió luego a la cama, porque conocía ese perfume suyo, y agarrándome del mentón me ensartó su verga en mi boca de manera poco caballerosa. Desde luego solo quería callarme y evitar que yo lanzara algún insulto más al inversor.
—Lo siento Rocío —dijo empuñando mi cabello con fuerza, aumentando los enviones—. Esto es por el susto que me hiciste pasar al insultar a Eric…
Atrás, el alemán me arrancó violentamente el tanga. Sentí cómo sus manos se posaron en mis nalgas; con firmeza separó los cachetes, manteniéndolos abiertos unos segundos mientras él me examinaba y murmuraba frases en su idioma, soplando allí para mi delirio.
El violento vaivén en mi boca me imposibilitaba usar mi lengua; aquello no era una felación; el muy cabrón estaba prácticamente follándose mi boca con violencia inaudita y propia de un animal más que de un hombre de negocios. Cualquier queja mía solo salía convertida en gárgaras y saliva desbordándose de la comisura de mis labios, y si, pobre de mí, intentaba zafarme de aquello para respirar, me agarraba del cabello con más fuerza y me la metía hasta la campanilla.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando sentí algo pequeño, húmedo y caliente en mi cola; el alemán me dio un beso negro guarrísimo que me erizó toda la piel; el sonido de saliva y polla en mi boca se mezclaba con la succión fuerte que me aplicaba el alemán con generosidad. El licenciado, imagino que al ver cómo meneaba mi colita de placer, sacó su tranca de mi vejada boca:
—Vaya marrana, Rocío, estás sudando y gozando, jamás te vi así durante las clases de capacitación.
—Licenciado… ese pervertido m-me estáaa… besando el culo…
Acto seguido me la volvió a meter hasta la campanilla, casi acompasando a esa experta lengua que también se enterraba más y más en mi cola; jamás pensé que algo tan obsceno como un beso negro podría encenderme pero es que él sabía cómo jugar, cómo hacer ganchitos, cómo salir para poder lamer el anillo del ano, cómo succionar con tanta fuerza que me moría de gusto.
—Me encanta cómo arrugas tu carita cuando te la meto toda, Rocío —dijo dejando su polla enterrada hasta el fondo de mi boca—, puedo quedarme aquí toda la noche solo para ver tus gestos.
La lengua experta abandonó mi cola solo para que un grueso dedo empezara a hurgar dentro, pero de una manera hábil que apenas sentía dolor. Así que, imagino que al notar que yo no protestaba, Eric prosiguió a meter un segundo dedo, y luego otro. Pronto la tensión en el esfínter se hizo presente dolorosamente; según el licenciado, que miró el reflejo por uno de los espejos, ya estaban entrando tres dedos hasta los nudillos en mi cola.
—Rrrelájate, niña. Disfrrruta.
Retorcía los dedos dentro, los separaba, hacía ganchitos y me abría los intestinos. Noté que el licenciado me quitó las almohadas de debajo del vientre, y luego de escuchar cómo se deshacía de sus ropas, se acomodó debajo de mí.
El estar en contacto contra su cuerpo velludo me puso loquísima. Quería tocarlo o verlo, pero era imposible. Se trataba de la primera vez que lo tenía así, tan cerca, a punto de follarme; en la oficina nunca intimamos; todo era tan aséptico, maquinal y frío, todo era un entrenamiento para ambos, pero ahora, contra todo pronóstico, nos estábamos dejando llevar por la calentura; y yo, con el resto de mis sentidos elevados al cubo, me corrí sin necesidad de que me penetrara. 
Restregándome su caliente polla por mi rajita húmeda, me habló con descaro:
—Se ve que te gusta, estás resoplando como una marrana y estás mojándome la polla, cerda.
—N-no es verdad, imbécil… mfff… —protesté antes de buscar su boca para besarlo con fuerza.
—Dale durrro, Rodrrrígez, necesito que se la metas bien hasta el fondo para el trrruco final. 
Dicho y hecho, el licenciado me sujetó fuerte y posó su glande entre mis hinchados labios vaginales; me tuvo así, en ascuas, conforme sacaba y metía solo la cabecita, abriéndome la concha. Me estaba volviendo loca aquello, el muy cabrón me susurraba “Ruégame, ruégame que te la meta, puta”, pero yo no me rebajaría a solicitar algo así a él por más caliente que estuviera.
—Dale, perrita, si me lo pides te daré verga—y metía la cabecita de su polla, sacándola luego.
—¡Ugh! Antes… muerta… ¡degenerado!
El alemán se lo pasaba en grande atrás; sus dedos me abandonaron y pronto sentí un líquido aceitoso y fresco caerse en mi cola. Con un masaje sensual, sentí lo que supuse era la punta de su caliente tranca dispuesta a darme fuerte.
—Estoy listo, licenciado. Se la meterrré hasta los intestinos —metía y sacaba el glande en mi cola.
—Yo también estoy listo para enchufársela, pero no seamos animales, Eric, que la niña nos lo pida. ¿Quieres verga, Rocío?
—¡N-no quiero!
—¿Serrrá posible? Bueno, si la nena no quierrre… pues qué pena… vayamos a ver la tele o qué…
Sabía que todo era demasiado duro y denigrante, que tenía todo en mí para que parasen, lo sabía, pero en ese instante no quería pensar mucho; no tenía sentido hacerlo cuando yo también empezaba a gozar como cerdita. Simplemente me pedí perdón a mí misma por ser tan puta, por tener hambre de machos.  
—Mff… por favor no —resoplé—, no se vayan…
—¿Quieres que te la metamos, Rocío?
—Crrreo que no te escuché bien, niña…
—S-sí, los quiero… Dios mío, ¡los quiero a los dos dentro de mí!
—Qué dices, Rocío, eso es cosa de putas.
—Exacto, niña, y tú no errres ninguna puta, o eso habías dicho…
—Uff, vaya par… ¡Son los peores amantes que se puede tener!
—¿Tienes TV porrr cable, Rrrodríguez? Vayamos a ver un parrrtido de fútbol.
—¡Noooo! ¡S-soy una putita, soy una putita! ¡Y los quiero adentro de míiii!
Me la clavaron hasta el fondo justo en el momento que mis músculos vaginales y el esfínter se contraían debido al pequeño orgasmo que tuve al sentirme tan putita. Fue como ser desvirgada de nuevo, sinceramente. Por unos segundos perdí la conciencia y la noción del tiempo; uno daba caderazos violentos, follándome a pelo, el otro me la metía más despacio al notar que mi culo ya no daba tanto abasto.  
Grité tan fuerte y me revolví tanto que parecía una poseída; mi pobre cola estaba siendo inhumanamente forzada por el inversor, todo dentro de mí se erizaba a la par que un dolor agudo empezaba a acuchillarme; si no estuviera esposada probablemente ya los habría arañado hasta hacerlos sangrar. Pero, ya sea por maestría o porque simplemente estaba demasiado caliente, el dolor de mi esfínter empezó a ceder para que una ola de placer me atontara. Mi rostro jadeante cayó contra el del licenciado, y él, en atención a mi estado, me susurró “Lo estás haciendo bien”, antes de tomarme del mentón y meterme su lengua hasta el fondo.
—¡Vaya culito, lo tiene estrrrechito!
Bañada en sudor y temblando de miedo, noté que la verga del alemán dejó de abrirse paso y que sus huevos tocaron mi cola; tenía toda su carne llenándome mis intestinos. O mejor dicho; tenía a dos vergas adentro, casi podía sentirlas tocándose, acariciándose ambas dentro de mí, solo separadas por mi matriz; una verga gruesa follándome con fuerza, la otra larga en un estado de reposo pues estaba en territorio delicado.
—Nena, sudas como una puta cerda, pero me gusta, es como una salsa que te hace más deliciosa.
—Es-están adentro, licenciado… Ustedes dos están adentro de mí, puedo sentirlos moviéndose… M-me encanta…  
—Es horrra de ver qué tan bien entrrrenada tienes a tu niña, Rodrrríguez.
El alemán sacó un poco su verga y trepó encima de mí para prácticamente aplastarme contra mi jefe; el cabrón era pesado y más velludo; susurró algo en su idioma y me la metió en la cola con fuerza demencial. Chillé a centímetros del rostro del licenciado, habrá visto mis lágrimas escurriéndose bajo el paño conforme le decía palabras sin sentido. Me dio tan duro una y otra vez, sin piedad de mis llantos, que pensé que podría morirme y aún así seguiría penetrándome como un toro.
Pese a todo eso, estaba tan enojada conmigo misma porque sí, lo confieso, me corrí varias veces con dos hombres dentro de mí que me trataban de manera denigrante.
No sabría decir cuánto tiempo estuve así con las dos pollas yendo y viniendo, ni cuántas lágrimas y sudor me saltaron, ni cómo era posible que pudiese chillar tanto sin que mi garganta se resintiera. Pero allí estaba yo, entre dos hombres que me cosían a vergazos, cegada, apresada, sin ninguna otra función más que la de darles placer.
Cuando ambas trancas se retiraron, caí rendida en esa cama sucia de semen y sudor, y probablemente algo de sangre. Pensé que todo había acabado por fin. Tonta de mí, aún faltaba el maldito truco que se había estado guardando.
—Rodrrríguez, ven aquí, detrás. Mirrra cómo le ha quedado el culo.
—A ver… ¡Me cago en todo, es enorme el agujero! ¡Puedo ver todo lo que hay adentro con claridad!  
—Ugh… ¿Van a seguir haciéndome guarrerías? Porque estoy muerta…  
—¡No se cierra! Parece que quiere más verga, Eric.
—Lo sé. Obserrrva.
Me sujetó de nuevo de la cintura para meterme su verga en mi húmeda concha, ya sin mucho preámbulo pero no sin cierto dolor. Luego arqueé la espalda y me mordí los dientes al sentir sus dedos entrando en mi culo hasta los nudillos con total libertad debido al agujero que me había dejado recientemente. 
—Así es como se doma a las guerrreras, licenciado, tiene que hacerlas ver quién domina. Obserrrve… Cerrrda, ¿quién te está follando tus agujerrros?
—U-ustedddd… señor Eric, usted lo está haciendo…
—¿Te gusta, cerrrda?
—¡Claro que no, degenerado!
—¿Errres mi putita?
—¡Su… su puta madre, bola de sebo!
No sé si existen suficientes letras u onomatopeyas para describir el dolor punzante que sentí en mi pobre cola cuando noté un violento envión de su mano. El desgraciado, miserable y pervertido, me había ensartado todos sus dedos, luego la mano hasta lo que creí era la muñeca, y sentí claramente cómo empuñó adentro de mí.
Creo que perdí el sentido del oído así como del tacto, la noción del tiempo y la propia conciencia se me hicieron añicos. Lo único que podía sentir era mi concha latiéndome de placer ante su verga, y mi culo siendo violentado por un puño, antes de desmayarme.
Tal vez lo mejor en esos casos extremos es apagarse, y rezar para que, al abrir los ojos, todo haya terminado. Lamentablemente no fue mi caso porque poco a poco mi conciencia volvió; primero noté que estaba babeando descontroladamente sobre la cama, con mi lengua saliéndose de manera vulgar; luego me volvió de manera parcial el sentido del tacto: podía sentir ese maldito puño follándome el culo, y además una polla entrando hasta prácticamente el cérvix. Y cuando mis oídos volvieron a funcionar, oí, como si fuera un eco lejano, al licenciado con tono desesperado:   
—¡No seas bestia, Eric! ¡Se supone que la tengo que devolver a su casa de una sola pieza!
—Trrranquilo, amigo, obserrrva.
Adentro de mí, su mano se expandía y se replegaba, jugando con mis pobres intestinos. Y a solo centímetros, separados por la matriz interna, su polla hacía movimientos que me hacían perder la capacidad de insultarle.
Tal como temí, con otro esfuerzo de su parte, sentí cómo su mano, adquiriendo forma de zarpa, hacía fuerza para agarrar el contorno de su polla. No tardó en acariciársela:  
—Mirrre, me estoy haciendo una paja dentro de la niña, ¡ha ha ha!
—Estoy alucinando, Eric, no sabía que eso era posible… ¿Estás bien, Rocío?
—Mff… Ichliebedisachi… —balbuceé viendo estrellas.  
—Únase de alguna manerrrra, Rodrrríguez —dijo el alemán, entrecortado, aumentando las caricias a su polla. No me preocupé cuando sentí que se corrió dentro de mí porque sabía, gracias a los informes, que ya no puede tener hijos. Simplemente me oriné, justo en el momento en el que el licenciado volvía para follarme la boca y correrse violentamente hasta hacerme sacar leche por la nariz.
Fue una de las mayores cerdadas que me hicieron en mi vida.
Cerca de la una de la madrugada, el alemán ya había firmado los papeles en un escritorio cercano conforme yo, libre de vendas y esposas, estaba llorando a moco tendido en un sofá porque la cama estaba sucia de semen, sudor, algo de sangre y mucho orín. Me dieron algo para el dolor pero lo cierto es que aún así notaba unas terribles punzadas en los labios vaginales y mi pobre cola.
Eric se despidió de mí diciéndome algún par de frases en su idioma conforme besaba todo mi cuerpo, con la promesa de volver. Yo, anonada, le prometí que desde esa noche juntaría dinero para comprarme una escopeta y poder recibirlo como corresponde.
Estaba hecha una calamidad cuando me levanté: tenía los ojos rojos de tanto llorar, mi vestido estaba arrugado, mi peinado destrozado. Y descalza además, que me veía imposible de andar con tacos altos.
En la limusina viajé acostada porque sentarme era, sencillamente, algo imposible para mí. Y mientras trataba de arreglarme como podía, el licenciado me pasó una carpeta bastante gruesa.
—Rocío, tú cumpliste con nosotros, y nosotros te lo agradecemos. Aquí tienes, los chicos te escribieron el reporte de tu pasantía y ya está firmado por mí. Está adjuntado con una carta de felicitaciones de parte de don Ortiz para que sorprendas a tus profesores y al rector.
—Ese inversor de mierda me ha metido el puño en la cola… —susurré tomando la carpeta.
—Ya. Debo decirte que a partir del lunes serás parte de la empresa. Felicidades, eres oficialmente mi secretaria, nena. ¿No estás contenta?
—¡Se pajeó dentro de mí, licenciado! ¿Eso es acaso posible?
—A ver, aprovecha el domingo y descansa. Te esperaremos el lunes, ¿sí? Nos queda un gran y nuevo camino por recorrer juntos, hagamos que valga la pena.
Y así, en silencio sepulcral, llegué y me bajé en mi casa. Mi papá y mi hermano dormían plácidamente, por lo que no tuve que explicar mi aspecto desaliñado y extraño caminar. En la ducha, mientras me limpiaba la cola dolorosamente, solo podía preguntarme una y otra vez si aquello era lo único que me deparaba en esa empresa. Si aquello era, simplemente, todo lo que había dentro de esos rascacielos. 
El lunes mi chico me llevó hasta mi trabajo porque sería el primer día en el que me presentaría oficialmente como secretaria a tiempo parcial y ya no como una pasante ad honórem. Nada más bajarme del coche, volví a mirar ese imponente edificio; me recogí un mechón de pelo y traté de sentir aquel mareo. Pero ya no sentía nada, ni vértigo, ni miedo; solo un dolor punzante en mi cola. Y creía saber el porqué.
—Rocío —dijo mi chico al notar que estaba mirando el edificio como una tonta—, ¿estás bien?
—Escúchame, Christian… ¿Ves toooodo esto? —le señalé el edificio, de arriba para abajo—. ¿Lo ves, no?
—Ajá…
—¿Esto es todo lo que hay? ¡Pues no me agrada! ¡Renuncio! Así que vayámonos a otro lugar…  
—¿En serio? ¿Renuncias en tu primer día?
Pero yo me reía mientras me quitaba esos dolorosos zapatos de tacón. Ya no me sentía tan alienada en el centro capitalino; la niña dentro de mí había descubierto lo que se escondía dentro de esos enormes rascacielos que tanto vértigo me causaban. La experiencia me resultó tan aséptica, maquinal y falto de cariño, que descubrí que bajo toda esa magia empresarial solo había gente bastante zafada que prefería dejar su humanidad, sus anillos y su ética misma a un costado con tal de conseguir números, números y más números. Me pregunté miles de veces: “¿En serio esto es todo lo que hay?”; al final encontré la respuesta: no había nada especial; ni vértigo, ni miedo, nada que ameritara más que mi indiferencia.
Caminando por la playa y tomada de la mano de mi chico, miraba a lo lejos esos rascacielos con una sonrisita. Él no podía entender por qué decidí rechazar lo que probablemente era un trabajo prometedor, así que simplemente le respondí que no vale la pena recorrer un camino, llámese pasantía o llámese paseo en la playa, si no lo vas a hacer en compañía de la gente que en verdad aprecias.  
Porque, en serio, al final del camino, eso es todo lo que queda. Esto es todo lo que hay. Que valga la pena.
Un besito,
Rrrrocío.

Relato erótico: “Mi prima me folló gracias a Alonso, un prostituto. (POR GOLFO)

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Sin título1

Aunque me da mucha vergüenza reconocer, ¡Me hice bisexual gracias a Alonso!, el famoso prostituto de Nueva York y ya pasado el tiempo, os tengo que reconocer que ¡No me arrepiento!. 
Antes de explicaros mi historia, debo presentarme:
Me llamo Patricia y si bien puede resultar pretencioso, soy una monada de veintiseis años. Gracias a los genes heredados de mis antepasados europeos, tengo el pelo rubio y la piel clara, en consonancia con el verde de mis ojos.  Sé que me llamareis presumida, coqueta y vanidosa pero cuando ando por mi ciudad, los hombres de todas las edades y clases, se voltean al verme pasar.
Soy lo que se dice ¡Un bombón! Y por eso os tengo que reconocer que me jodió que la primera vez que le vi, ese hombre no me hiciera ni caso.
Como soy mexicana os preguntareis como llegué  a contratarle, pues muy sencillo: Lo conocí gracias a que  fui a visitar a mi prima que vivía en esa ciudad.
No sé si fue la casualidad, el destino o la suerte lo que me hizo coincidir con él en una conocida discoteca neoyorquina. Todavía recuerdo que estaba tomándome una copa con mi prima cuando le vi entrar. Os reconozco que me quedé impresionada de su porte de galán pero también al observar que todas las mujeres se derretían a su paso, dando igual si estaban solas o acompañadas.
Sin ser capaz de retirar mi mirada de él, pregunté a Mariola si lo conocía. Mi prima soltando una carcajada, me dijo:
-Olvídate de él, ¡No está a tu alcance!
Sus palabras y sus risas lejos de cortarme, azuzaron mi orgullo y cogiendo mi copa, me puse a bailar a su lado. Desgraciadamente por mucho que moví mi cuerpo sensualmente a escasos centímetros de él solo pude sacarle una sonrisa. Enojada hasta decir basta, pensé que era gay y ya estaba a punto de volver a mi asiento cuando levantándose, llegó a mi lado y con su voz ronca pero tierna, me dijo:
-Eres demasiado joven y bonita para necesitarme- tras lo cual se abrazó a una vieja de unos treinta y cinco años que acababa de llegar.
Derrotada por primera vez en mi vida, volví con mi prima como cachorra apaleada. No me podía creer que ese Don Juan prefiriera a esa arrugada a mí y por eso, me cabreó escuchar sus risas mientras me decía:
-¡Te lo dije! ¡No es para ti!
Fue cuando más hundida estaba, cuando decidí volver a la carga y tratarle de conquistar. Al ver mis intenciones, Mariola me impidió volver a la pista, diciendo:
-Siéntate y no hagas más el ridículo. Ese tipo es Alonso, el más famoso prostituto de Nueva York. Muchas de las mayores bellezas de la ciudad se lo han tratado de llevar a la cama pero solo lo han conseguido las que le han pagado.
Al escucharla comprendí la inutilidad de mis actos el porqué ese pedazo de hombre había pasado olímpicamente de mí:
¡Estaba esperando a su clienta!
Obsesionada con él, me lo quedé mirando mientras ese rubia de peluquería bailaba rozando su sexo contra la entrepierna del muchacho.
“¡Será zorra!” pensé al ver el modo tan lascivo con el que se pegaba.
Mientras tanto Alonso, ajeno a estar siendo observado por mí, sonreía como si nada pasase. Resulta duro de reconocer pero deseé ser yo la mujer que estaba con él en ese momento.
“¡Qué bueno está!” me dije al observar los músculos de sus brazos al bailar. Totalmente absorta seguí fijamente sus pasos en la pista e incluso cuando volvió con su pareja hasta la mesa.
Una vez allí, ese putón desorejado se pegó a su lado y haciendo como si jugaban le empezó a acariciar. Sin cortarse, pasó su mano por su pecho y bajando por su cuerpo, llegó hasta su bragueta. Creí que iba a ver cómo le hacía una paja cuando Alonso retirando la mano de la rubia de su entrepierna, le dijo algo al oído y se levantó. Supe al ver la cara de alegría de la mujer que se la iba a follar y por eso deseando que fuera en el local, los seguí a una moderada distancia.
Creí morir al verle salir de las disco y suponiendo que me iba a quedar con las ganas de verlos, los perseguí hasta el aparcamiento. Cuando ya creía que iban a coger su vehículo y marcharse, Alonso cogió a la vieja de la cintura y dándole la vuelta la apoyó contra un mercedes y antes que se diera cuenta, le había subido la falda y bajado el tanga.
Usando un coche como escudo, pude observar como Alonso la penetraba de un solo golpe mientras preguntaba:
-¿Te gusta esto?, ¿Verdad puta?-
-Sí- gimió al sentir que el pene la llenaba por entero -¡Házmelo duro!
El hombre que me tenia obsesionado no se hizo de rogar y sin piedad no dejó de follársela mientras con sus manos castigaba su trasero. Aunque había tráfico a esa hora, el ruido de los azotes llegó a mis oídos mezclado con los gemidos de la mujer.
Contra todo pronóstico algo en mí se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris al ver a esa zorra disfrutando.
-¡Dios! ¡Qué cuerpo!- exclamé al ver su dorso desnudo mostrando sus dorsales.
Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de ese sujeto cuando la penetraba. Eran enormes y definidos. No me cupo duda de que dedicaba largas horas en el gimnasio para estar así. Completamente bruta, decidí que parecía un dios. 
En cambio, al fijarme en esa rubia decidí que yo era mucho más bella. Los pechos que rebotaban al compás de la lujuria demostrada nada podían hacer contra los míos. Esa guarra los tenía grandes pero caídos mientras que yo poseo unos senos pequeños duros y bien parados.
Aun así, no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental y por enésima vez envidié a esa mujer mientras involuntariamente con los dedos, me empezaba a acariciar.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, por miedo a que me descubrieran, tuve que dejar de espiarlos y disgustada tuve que volver con mi prima. 
El resto de la noche me lo pasé rememorando cómo ese portento se había follado a esa puta y por eso al meterme en la cama, la calentura me había dominado. Como una cierva en celo, separándome los labios, empecé a torturar mi sexo pensando en ese hombre que acababa de ver.
Sin darme cuenta y con creciente lujuria, me dejé llevar. Ya no  era esa mujer a quien poseía sino a mí. En mi mente, ese hombretón me sometía contra el coche mientras la mujer me azotaba el culo. En mi imaginación me convertí en una muñeca en los brazos de los dos y por eso, soñé con que me invitaban a su cama. Una vez allí, me ataban sobre el colchón y la mujer le ayudaba separando mis piernas.
Totalmente fuera de mí, llegué al orgasmo con solo pensar que la rubia me comiera los pechos mientras Alonso llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa al imaginarme algo tan depravado, me corrí cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón de casa de mi tía.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Mariola que quería entrar a acostarse.
Si bien no era nada extraño por que esa era su habitación, asustada de que se diera cuenta de mis mejillas coloradas por la excitación, me tapé con las sábanas.  Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Patricia, perdóname, no sabía que  estabas dormida.
Mis temores desaparecieron al verla desvestirse dándome la espalda. Como no podía verme, me quedé observándola mientras lo hacía pero al darme cuenta que estaba mirando con interés a mi prima, cerré los ojos acojonada.
“¡No soy lesbiana!” me dije tratando de dormír.
Esa noche dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía Alonso y empezaba a follarme una y otra vez. Otras veces el prostituto llegaba con mi prima y entre los dos, me obligaban a comerme el coño de Laura mientras él me poseía por detrás. Lo más irritante de mis pesadillas era que aunque en un principio me negaba:
¡Terminaba disfrutando como una perra!
Mi prima y yo nos obsesionamos con Alonso.
A la mañana siguiente me desperté hecha unos zorros. Las continuas “pesadillas” con las que mi sueño se vio alterado me dejaron exhausta y caliente como nunca en mi vida había estado. Aun despierta seguía erre que erre imaginándome como protagonista de escenas altamente eróticas. Si ya de por sí eso era extraño, lo peor es que en ellas Laura tenía un papel estelar. Lo quisiera o no, me la imaginaba compartiendo conmigo los brazos de Alonso. En mi mente, entre las dos, disfrutábamos no solo de las caricias del prostituto sino que una vez dominadas por la lujuria, nos dejábamos llevar por el placer lésbico.
“Estoy cachonda” pensé dándome la vuelta en la cama.
Al hacerlo me llevé la sorpresa de descubrir que en la cama de al lado, mi prima se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No pude ser!” exclamé mentalmente al ver que bajo sus sábanas, Laura estaba usando su mano para darse placer.
Sé que no debí quedarme mirando pero el morbo de ver a mi pariente pajeándose en silencio teniéndome a mí a un par de metros, fue superior a mis fuerzas.  Cómo de antemano estaba ya caliente, en cuanto la vi se me pusieron los pezones duros como piedras.
Os juro que no recordaba estar tan excitada y por eso dude si tocarme mientras observaba como ella no dejaba de frotar su clítoris con su mano. Lo que me decidió hacerlo fue ser testigo de que ajena a ser espiada, Laura se llevaba los dedos empapados a la boca y los succionaba saboreando sus fluidos.
“¡Dios!” gemí en silencio.
No me cupo duda de que mi prima debía de estar pensando en que un tío la  estaba haciendo gozar porque sin darse cuenta la colcha se le había deslizado hacia abajo, dejándome disfrutar de sus pechos.
“¡Menudas chichis!” me dije al valorar esa parte de su cuerpo.
Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida prima cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
Queriendo calmar mi propia calentura llevé un dedo a mi tanga y retirándola con cuidado me empecé a tocar mientras, a mi lado, Laura  intensificó su paja. Os juro que podía sentir como su cuerpo se mojaba en sudor y sin poder pensar en otra cosa, me apoderé del botón que se esconde entre los pliegues de mi sexo.
Ya estaba totalmente excitada, cuando de pronto vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella, en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. Desde mi punto de observación puedo atestiguar que mi prima se corrió brutalmente. Aunque no salió de su garganta ruido alguno, su cara se contrajo y su cuerpo se tensó mientras se dejaba de llevar por su orgasmo. Al terminar, se dejó caer sobre el colchón y pegando un suspiro, se tapó.
No queriendo que me descubriera, cerré los ojos y me hice la dormida.
 
Durante unos minutos y con mi coño totalmente mojado, esperé a que ella diera el primer paso porque no quería que sospechara que había presenciado su desliz. Afortunadamente, Laura no tardó en desperezarse y levantarse, Fue entonces, aprovechando que había hecho ruido, abrí los ojos diciéndola:
-¿Qué hora es?
Lo que no me esperaba es que con una expresión pícara en sus ojos, mi prima se lanzara encima de mí y me empezara a hacer cosquillas mientras me llamaba vaga.
Al sentir sus manos tocándome mis areolas se erizaron nuevamente y completamente cortada, intenté separarme de ella.  Mi prima que no sabía nada interpretó mi intento como una mera huida de sus cosquillas y usando la fuerza, me retuvo con sus piernas e involuntariamente mis muslos entraron en contacto con la tela mojada de sus bragas, causándome un mayor embarazo.
-¡Déjame!- chillé espantada al darme cuenta de lo bruta que me estaba poniendo.
Afortunadamente  mi tía, alertada por el  escándalo, nos llamó a desayunar lo que le obligó a dejarme en paz. Pero si creía que ese mal rato había terminado, me equivoqué porque al levantarme, Laura se me quedó mirando  y  muerta de risa, me soltó:
-¡Mi primita se levanta con los pitones tiesos!
Avergonzada, miré a mi camisón para percatarme con rubor de que se notaba a la legua que tenía los pezones duros. Tratando de cortarla, le solté:
-¡No todas las mañana se mete en mi cama un bellezón como tú!
Mi burrada lejos de molestarla, le dio alas y dándome un azote en el trasero, me contestó muerta de risa:
-Como te quedas una semana, ¡Veremos si es verdad eso!- tras  lo cual salió de la habitación hacia la cocina dejándome alucinada tanto conmigo como con ella.
Con el recuerdo de su mano todavía en mi nalga, no pude dejar de pensar que sus palabras tenían doble sentido y nuevamente excitada fui a reunirme con ella. Al llegar a donde estaba, me la encontré hablando con su padre por lo que no tuve oportunidad de preguntarle a que se refería y luego como mi tío quería mostrarme Nueva York también me fue imposible por lo apretada de la agenta que me tenía preparada. Aunque parezca imposible, ese día visitamos el Empire State, el Metropolitan e incluso tuvimos tiempo de dar una vuelta rápida al Museo de Arte contemporáneo. De forma que ya era tarde cuando volvimos a la casa.
Nada más llegar Laura me preguntó dónde quería ir esa noche, sin dudarlo respondí que al sitio del día anterior. Mi prima al escuchar mi respuesta, entornó sus ojos y con tono meloso, afirmó:
-Quieres volver a ver a Alonso- el rubor de mis mejillas me delató y por eso con una sonrisa en sus labios, dijo: -Hoy es sábado.
-¿Y eso que tiene que ver?
Soltando una carcajada, respondió:
-Hoy caza en el bar del Hilton Towers. ¿Te apetece que nos tomemos algo allí?
-Sí.
Una vez habíamos decidido donde ir, nos fuimos a vestir. Aleccionada por lo ocurrido en la mañana, tomé la decisión de hacerlo sola en el baño. No me fiaba de la reacción que podía tener si volvía a ver desnuda a mi pariente. Por eso cuando ya estaba lista y Laura apareció, me quedé impresionada con su belleza.  Embutida en un traje de seda negro, parecía una modelo de revista.
“¡Qué buena está!”, pensé para rápidamente mortificarme por tener esos sentimientos por una mujer.
Los enormes pechos con los que la naturaleza le había dotado quedaban magnificados por el sugerente escote. Sé que se dio cuenta de mi mirada porque acercándose hasta mí, dijo en mi oído.
-¡Tú también estás impresionante!
Instintivamente mis pezones se marcaron bajo la tela y totalmente azorada le di las gracias, urgiéndola a que se diera prisa. Laura que no era tonta, se rio de mi vergüenza y cogiendo su bolso, salió rumbo a la calle sin hacer comentario alguno.
Agradecí su tacto y por eso en cuanto nos subimos al taxi, empezamos a charlar como si nada hubiese ocurrido. La primera en hablar fue ella que haciéndome una confidencia, reconoció que sabía dónde alternaba ese prostituto porque durante una época lo había seguido.
-¡Qué calladito te lo tenías!- le dije encantada de compartir con ella mi obsesión.
Mirando fijamente a mi ojos, respondió:
-¡Soy capaz de valorar la belleza allá donde esté! y Alonso está muy bueno.
Su respuesta me puso los vellos de punta al no estar segura de si sus palabras escondían un doble sentido. Literalmente era un piropo a ese hombre pero se podía deducir que los gustos de Laura no se limitaban a los hombres y por eso no supe que responder. Mas nerviosa de lo que me gustaría reconocer, me quedé mirando por la ventanilla el resto del viaje.
Al llegar al Hotel, directamente nos dirigimos hacia el bar. Despues de dar una vuelta rápida al local y no encontrar a Alonso, un tanto desilusionadas nos sentamos en una mesa del fondo para así tener una visión general del establecimiento.
No llevábamos ni cinco minutos allí cuando vimos entrar al hombre que nos había llevado hasta allí. Durante unos segundos, el morenazo examinó a los presentes como si buscara a alguien y sorpresivamente, se diririgió hacia nosotras.
“No puede ser”, pensé al ver que se acercaba a donde estábamos.
Y no podía ser porque, con una sonrisa en sus labios, se sentó en la mesa de una rubia otoñal justo a nuestro lado. No tuve que ser un premio nobel para entender que esa mujer con cara de zorrón era su clienta.
Laura acercándose a mí me dijo:
-¡Menuda suerte! ¡Desde aquí podremos espiarle sin que se nos note!
Ni siquiera la contesté, en ese instante, solo tenía ojos para Alonso.
“¡Con razón es el prostituto más caro de Nueva York!”, sentencié mentalmente al mirarle. “¡Está de muerte!”
Mientras mi mente divagaba en cómo le iba a hacer para contactar con él, su clienta arrimándose al morenazo le preguntó que quería beber. Alonso llamando al camarero, le pidió un whisky con hielo y volteándose hacia la rubia, empezó a hablar con ella. Sin importarle que la gente se fijara en ellos, esa guarra babeaba riéndole las gracias.
Su acoso era tan evidente que mi prima se rio a carcajadas al verla acomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, esa mujer al comportarse como una puta barata o  cómo él la alentaba con tímidas caricias. Lo cierto es que no tardamos en observar a ese putón manoseándole por debajo de la mesa.
Aunque Alonso solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, sin colaborar con ella, nos  resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
-Me encantaría ser yo- me susurró Laura con la voz alterada por su excitación.
-Y a mí- no dudé en contestar mientras  fulminaba con los ojos a esa cincuentona.
Aunque tenía claro que estaba cumpliendo con su trabajo, me enfadó oir a ese Don Juan diciéndole a su acompañante que se había manchado su blusa.  La rubia que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón, poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Si bien  el lamparón  era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Entonces, Alonso tiernamente llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente.  De lo obsesionada que estaba, os juro que sentí su caricia en mi pecho y más cuando la zorra no pudo evitar pegar un gemido al experimentarlo.
-¿No te excita?- preguntó a mi lado mi prima.
-Mucho- contesté en voz baja.
En la mesa de al lado, esa mujer estaba cachonda. Debajo de la tela de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que le había puesto bruta ese pellizco. Sin pensar en otra cosa que dar rienda  a su lujuria, disimulando, llevó su mano a las piernas de Alonso.
Curiosamente, su descaro consiguió calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó el pantalón del prostituto, algo se estaba empezando a poner duro. Tratando de calmarme, tomé un sorbo de mi copa  pero confieso que me resultó imposible no seguir echando un ojo a lo que ocurría en esa mesa.
-¡Fijate!- exclamó mi prima al ver que ese zorrón estaba masturbando a su acompañante por encima del pantalón.
Ambas nos quedamos de piedra cuando ese tiarrón se bajó la bragueta y sacando su miembro, obligó a su clienta a continuar.  Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que alguien la descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de ese hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Pero entonces y cuando mi sexo estaba anegado, vi que la mujer le decía algo. Alonso al oírla, cogía su móvil e hizo una llamada infructuosa. Al no contestar a quien llamaba, buscó en su agenda a otro y volvió a intentar conectar pero tampoco. Con gesto serio, informó a su clienta que no contestaban. Entonces la mujer señalándonos, susurró algo en su oído. Aunque en un principio, Alonso se sintió escandalizado, al pensárselo otra vez se levantó y vino a nuestra mesa.
-¿Puedo sentarme?- dijo con una sonrisa.
-¡Por supuesto!- tuvo que contestar mi prima porque yo estaba totalmente paralizada.
Nada más hacerlo, Alonso nos preguntó protocolariamente  si queríamos beber otra copa. Sin creérmelo todavía acepté en nombre de las dos.  El prostituto llamando al camarero pidió otra ronda y mientras el empleado del hotel nos la traía, cortésmente nos preguntó nuestros nombres. Tanto a mí como a Laura nos quedó claro que estaba haciendo tiempo para plantearnos el motivo por el que se cambió de mesa.
En cuanto nos pusieron las copas, bastante cortado, Alonso nos preguntó:
-¿Queréis ganaros mil dólares?
Os podréis imaginar nuestra sorpresa. Nuevamente mi prima fue la que reaccionó:
-¿Qué tenemos que hacer?
En ese momento, mi mente se imaginó muchas posibilidades pero no su respuesta:
-Mi acompañante desea que nos miréis haciendo el amor-contestó sinceramente.
Cómo comprenderéis nos quedamos perplejas ante semejante propuesta. Viendo nuestra indecisión Alonso, levantándose, nos dijo:
-Pensadlo entre vosotras y me decís- tras lo cual volvió junto a la rubia.
En cuanto nos dejó solas, nos pusimos a discutir. Mientras mi prima estaba encantada con la idea, a mí me parecía descabellada. No sé si fue las ganas que tenía de observarlo en faena o los quinientos dólares que me tocarían pero lo cierto es que dando mi brazo a torcer, acepté. Habiéndolo acordado, Laura fue a decírselo a la pareja.
La mujer tras abonar tanto su cuenta como la nuestra, cogió al morenazo del brazo y salió del local. Mi prima, haciendo lo propio, me llevó en volandas siguiéndoles. Para entonces, os confieso que estaba muerta de miedo y a la vez expectante por lo que íbamos a contemplar.
Ya en el ascensor, la rubia aprovechando que estábamos solos los cuatro en su interior se lanzó al cuello del prostituto. Alucinada contemplé como esa cincuentona se lo comía a besos sin dejar de rozar su sexo contra él. Si ya eso era suficiente estímulo, mi calentura se acrecentó hasta niveles impensables al llegar a la habitación de la mujer porque nada más cerrar la puerta, Alonso nos pidió que nos sentáramos en el sofá enfrente a la cama y sin más dirigiéndose a su clienta, le soltó:
-¿Qué esperas?
La zorra supo de inmediato a qué se refería y en silencio se arrodilló entre sus piernas. Desde nuestro asiento, vimos a esa guarra arrodillarse y desabrochándole los pantalones, sacar de su interior su sexo. Mierandonos entre nosotras, no nos podíamos  creer lo que estábamos viendo:
¡Esa mujer estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su conquista!
Admirándola en cierta medida, me quedé mirando la exasperante lentitud con la que lo hizo y por eso aunque quisiera evitarlo,  mi  almeja estaba ya encharcada cuando sus labios se toparon con su vientre. En mitad de ese show porno, mi prima se pegó a mí y susurrando me dijo:
-¡No te imaginabas esto!
-¡La verdad que no!- contesté.
 
No tardamos en comprobar que esa mujer era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo ese inmenso pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras seguía mirándolos, sentí una mano entre mis muslos.
Al levantar mi mirada, Laura me dijo:
-Déjame y disfruta- tras lo cual empezó a  masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme al sentir sus dedos recorriendo la tela de mi tanga mientras a unos metros de nosotras, la rubia se había tomado un respiro sacándose esa verga de la boca.
-Sigue, puta- le exigió Alonso al notarlo.
Su clienta no se vio afectada por el insulto y mientras las yemas de mi prima separaban mis pliegues, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Dominada por la situación, no pude  dejar  admirar que la polla de ese hombre en todo su esplendor mientras Laura acariciaba dulcemente mi clítoris.
-Me gusta- gemí calladamente.
 
 
Para entonces, la cincuentona había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Alonso, me impulsaron a bajar mi mano hasta los muslos de mi prima. Esta al sentirlo, separó sus rodillas dejándome hacer. Aunque nunca lo había hecho, no tuve reparo en coger entre mis dedos su hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar la calentura de mi parienta.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo al hombre y la acción de mi prima en mi coño, consiguieron alterarme de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en el interior de Laura mientras sentía que estaba a punto de tener un orgasmo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo al ver como ese putón se la comía a ese hombre pero sobre todo al masturbar yo a una mujer.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de su vulva, tuve tiempo para observar mejor esa mamada. Alonso al descubrirme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de la clienta contra su entrepierna.
Con la verga completamente inmersa en la garganta de la mujer, le  preguntó si quería que se la follara ya:
-Sí- respondió con alegría.
Alonso levantándola del suelo y se puso a desnudarla mientras la mujer se nos quedaba mirando con una sonrisa. Nunca creí que ser observada me pusiera tan cachonda y menos que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Arrodillándome entre las piernas de mi prima, le quité las bragas y comencé a darle besos en las pantorrillas.
-¿Estás segura?- me preguntó Laura al sentir mis labios en su piel.
-No pero lo deseo- respondí sin dejar de acercarme hasta mi meta.
La morena, completamente acalorada, dejó que siguiera y pegando un gemido separé aun más sus rodillas. Mi actuación azuzó el deseo de la mujer y pegando un grito, rogó al hombre que se la follara. Alonso no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina. El chillido que pegó esa rubia me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que tenía entre sus piernas y tratando de excitar a mi prima, le dije:
-¡Eres tan puta como ella!
Lo sé me contestó, obligándome a subir al sofá y me besó mientras me decía:
-¿Te apetece hacer un 69?
-Lo deseo- respondí ya sobreexcitada y acomodándome sobre ella, le solté: -¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que mi prima se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer.  Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que acogió en su boca mi clítoris. Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Alonso seguía machacando otra vez a la cincuentona  con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
 
El prostituto, al escuchar mi alarido, soltó una carcajada y mientras incrementaba  sus incursione mientras exigió a Laura que buscara mi placer, diciendo:
-¡Hazle que se corra que yo me ocupo de esta zorra!
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, mi prima introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, los pellizó consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar tanto el ritmo de las caricias de mi prima como el compás de las penetraciones de ese tiarrón y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de su clienta, me corrí sobre la silla. Laura que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara con mi mamada.
Alonso, nos miró satisfecho y centrándose en la cincuentona, le dio un sonoro azote en su trasero.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
El prostituto, obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara. Mi prima presionó con su mano mi cabeza y gimiendo me rogó que la amara.
Imbuida por la lujuria que asolaba esa habitación, usé mi lengua para recrearme en la almeja de mi parienta. Su sabor agridulce me cautivó y por eso no me pareció extraño usarla para follármela como si de mi pene se tratara. Fue entonces cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual y que lejos de reconcomerme la idea, disfrutaba siéndolo.
 
-¡Por favor! ¡Sigue!- aulló Lorena al experimentar la caricia de uno de mis dedos en su ojete.
Decidida a devolverle el placer, introduje una yema en su ojete mientras en la cama el prostituto seguía follando sin parar a su clienta. Inexperta como era no anticipé el orgasmo de mi prima hasta que su flujo empapó mis mejillas y entonces completamente cachonda y con mi propio coño hirviendo de placer, me dediqué en cuerpo y alma a satisfacer a mi morena.  Mi renovado interés la llevó a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el sofá y justo cuando la cincuentona caía rendida en el colchón, Laura me rogó que parara:
-¡No puedo más!-dijo con una enorme sonrisa.
Os juro que fue entonces cuando me enamoré de ella. Su cara radiando felicidad me enterneció y cambiando de postura, la besé con pasión. Mi prima me respondió con el mismo o mayor cariño y mientras a nuestro lado el prostituto regaba con simiente el coño de su clienta, comprendí que esa visita a Nueva York cambiaría mi vida.
Al cabo de unos minutos, Alonso que se había mantenido al margen mientras nos amábamos, se acercó con un fajo de billetes y poniéndoselo a mi prima en sus manos, nos dio las gracias.
Cómo ya no hacíamos nada allí, nos vestimos y salimos del ascensor. Ya en él, Laura se acercó a mi diciendo:
-¿Vamos a celebrarlo?
-Por supuesto- respondí- pero no en un bar, sino ¡En tu cama!
Soltando una carcajada, mi prima me besó diciendo:
-¿No te apetece otra copa?
Sabiendo que lo hacía para picarme, le di un azote en el culo mientras le contestaba:
-Tal y como estoy de bruta: si cojo una botella, ¡Es para follarte con ella! 
 

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 7” (POR SOLITARIO)

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Martes 23 de abril de 2013

Despierto con los ruidos de los baños, los niños gritando por los lavabos, olor a café.

Estoy solo en la habitación, Mila y Ana ya se han levantado. Las oigo hablar en la cocina.

Se cierra la puerta principal. Queda la casa en silencio.

Me hago el remolón y me quedo un rato más en la cama.

Me levanto. Anoche me dormí vestido, tumbado sobre la cama. Me desnudo y me ducho.

No puedo evitar las imágenes que tengo grabadas, no solo en video, también en mi mente.

Con el agua, casi fría, me voy espabilando.

Mila entra en el baño.

Se desnuda y se mete conmigo en la ducha.

Con la esponja me frota la espalda.

Me giro la miro de frente.

El agua nos salpica a los dos.

No puedo evitar una erección al mirar su cuerpo de piel blanca y suave, a pesar de las marcas que aun se ven en sus glúteos.

Se arrodilla y se mete mi verga en la boca.

Una extraña sensación ambivalente me invade.

Por una parte me excita, es algo que nunca he experimentado, pero por otra me repugna, cierro los ojos y me dejo llevar.

Tardo en correrme, le cuesta pero es una maestra y ya no aguanto más.

Cojo su cabeza y se la meto hasta la garganta. Ella no se sofoca. Se la traga entera y yo descargo mi leche en el fondo, me mira, se lo ha tragado todo.

Mila.- Te lo debía. No había probado nunca tu leche, me gusta.

El café esta ya, vente a la cocina.

Se levanta, sale, se seca y se va.

Tomando café y tostadas llega Ana.

Se acerca con miedo a que la rechace para darme un beso, que yo acepto y devuelvo.

Se miran madre e hija, se entienden sin hablar.

Se prepara un cola cao y se sienta con nosotros. Se respira la tensión en el silencio de la cocina. Mila juega con las migas de pan en el mantel, Ana, mira fijamente el vaso entre sus manos. Yo las miro a las dos alternativamente. Mila levanta la cabeza.

Mila.- José, no quisiera que lo que ha ocurrido en el baño interfiera en lo que decidas.

Ana.- ¿Qué me he perdido?.

Yo.- Lo normal hija, tu madre ha atendido a un viejo cliente que tenia abandonado.

Mila.- Por favor José, no digas eso. Me duele.

Yo.- Pues imagínate lo que me duele a mí, que jamás me lo habías hecho hasta ahora.

Mila agacha la cabeza. Ana, mirándola.

Ana.- La verdad mama es que has sido cruel con papa. No se merecía esto.

Mila.- Lo sé hija, ya te dije la otra noche que he cometido errores en mi vida. Pero a pesar de todo no estoy arrepentida. También es cierto que estoy dispuesta a pagar cualquier precio por subsanar en lo posible mis faltas.

José, ¿Qué vamos a hacer?

Yo.- Vamos a sentarnos en el salón.

Nos levantamos y nos sentamos, Mila y Ana en el sofá, yo en el sillón.

Yo.- Mira Mila.- Voy a poner todas las cartas boca arriba. Tengo otras opciones, que te voy a exponer. Y necesito vuestra ayuda.

Me levanto y pongo en la pantalla un pendrive preparado con imágenes seleccionadas de las grabaciones en las que no queda lugar para las dudas.

Ella, otros, Ana, otras. Jesús. Una pequeña muestra de su actividad en el dormitorio.

Al ver las imágenes palidecen. Las veo temblar.

Mila se levanta y se dirige al baño a vomitar.

Ana está como una estatua de mármol, con los ojos desencajados viendo las imágenes.

Estoy consiguiendo parte de lo que me proponía.

Detengo la reproducción y voy al baño. Está sentada en el wáter, llora.

Yo.- Llora, Mila, llora, porque todo un rio de lagrimas no expresarían el dolor que llevo sintiendo desde que empecé a conocerte.

¿Te das cuenta de la angustia que he sufrido?

¿Eres consciente de la desgracia que has traído a esta familia?.

¿A nuestra hija Ana, lanzándola a la prostitución?

La deje sola y me senté de nuevo en el sillón del salón. Los sollozos poco a poco disminuyeron.

Ana sentada en el sofá, inclinada con su cabeza sobre las rodillas llora amargamente.

Al ver a Mila sentí pena. Su cara era la de la desesperación

Se arrodillo a mis pies. Cogió mis manos.

Mila.- ¿Podrás perdonarme? Dime lo que tengo que hacer para merecer tu perdón, por favor, te lo suplico.

Sus mejillas eran un rio de lágrimas. Besaba mis manos.

La aparté de mí y se dejo caer en el suelo, acurrucada llorando.

La levanté y la acompañé a la habitación donde la deje acostada.

Las emociones vividas eran muy fuertes, también yo lloraba.

De pena, de rabia rayana en la desesperación. En el salón me senté en mi sillón y me quedé dormido.

Me despertó el ruido de la puerta abrirse, eran Ana y los niños.

Había dormido varias horas.

Alegres, bulliciosos como siempre, se lanzan sobre mí como si de una piscina se tratara.

Los abrazo y me los como a besos.

Por un lado siento que me han robado algo, la paternidad, pero por otro también he recibido de ellos, cariño, risas, las satisfacciones de un padre. Soy yo quien ha estado con ellos cuando han estado enfermos, he asistido a sus eventos en el colegio…¿Colegio? Allí es donde Mila conoció a Manolo y a Jorge. No puedo evitarlo. Las imágenes vuelven una y otra vez, atormentándome.

Ana también se acerca, me observa atentamente, manda a sus hermanos a su cuarto y se sienta sobre mis rodillas.

Ana.- Has llorado mucho ¿Verdad papa?

Yo.- Sí hija sí. He llorado mucho en los últimos días.

Ana.- ¿Puedo hacer algo para compensarte?

Yo.- Ya no es necesario que finjas más. He visto y oído lo que habéis hecho y dicho en las dos últimas semanas, aquí en casa.

He visto a tu madre con sus clientes en mi propia cama.

Te he visto con tu madre y su amigo Jesús, con tus clientes del colegio, con tu amiguita Claudia.

Te he seguido hasta el piso de María ——– y he visto al tipo que se ve contigo, y he anotado la matricula de su coche. ¿Y me preguntas porqué he llorado?

Ana se incorpora poco a poco hasta situarse de pié frente a mí.

Ana.- Dios mío papa ¿Qué te hemos hecho?

Cubre su rostro y llora amargamente.

Mili entra y se acerca. Al ver llorar a su hermana se asusta.

Mili.- Papi ¿Por qué llora Ana?

Yo.- No te preocupes cariño, se ha dado un golpe en la rodilla y le duele.

Vete a tu cuarto que la voy a curar.

Mila está apoyada en el marco de la puerta. También llora.

Ana se abraza a su madre y llorando las dos se van a la habitación.

Se asoma Pepito de la mano de Mili. Van al cuarto donde están su madre y hermana. Hablan. Oigo a Mila tranquilizando a los niños. Vuelven a su habitación acompañados por Ana. Cierra la puerta y viene hacia mí.

Ana.- Papa, que va a ser de nosotros, ¿Qué va a pasar ahora?.

Yo.- No quiero haceros daño. Os quiero mucho. Pero lo que habéis hecho es imperdonable.

Dales de cenar a los niños, acuéstate y mañana hablaremos más tranquilos.

Me dirijo a la habitación. Mila gime acurrucada en la cama. Algunos de los sonidos me recuerdan a los que emite cuando está jodiendo. No puedo evitar los pensamientos que se cruzan en mi mente.

Me tiendo a su lado y ella coloca un brazo sobre mi pecho. Se acerca a mí, siento su aliento en mi cuello, me produce escalofríos.

Yo.- Mila, ¿Qué placer experimentas cuando te toman con violencia, cuando te hacen las barbaridades, que he visto, que te hacia aquel gordo seboso del local de intercambio?

Se sobresalta y se retira. Se sienta en la cama.

Mila.- ¿Estabas allí? ¡¡Tú eras el mirón!!

Yo.- Si, yo era el cobarde mirón que lloraba viendo como ultrajaban a la mujer que amaba.

Estuve a punto de mataros a los cuatro cuando estabais aquí. En esta misma cama, en aquella orgia demencial.

¿Por qué no lo hice? Creo que por tus hijos, que hubieran quedado totalmente desamparados y a merced de extraños.

Pero tú no has pensado nunca en ellos. Ni en nadie.

Tu egoísmo no tiene límites, solo buscas tu satisfacción a costa de lo que sea.

Contesta ¿Por qué? ¿Que te llevaba a permitir aquellas atrocidades?

Mila.- No tengo una respuesta para tu pregunta. Mi vida ha sido una sucesión de acontecimientos que yo creía que controlaba.

Pero ya veo que no era así. Ahora estoy desbordada.

No sé qué pensar, no era consciente del daño que te estaba haciendo ni del que le hacía a los niños. No tengo excusa.

Pero a pesar de todo te tengo que confesar que no me arrepiento. He cometido errores, quizá el mayor de ellos, haberme casado contigo. De no haberlo hecho no te hubiera causado tanto dolor.

Debería haber seguido soltera y libre, sin ataduras, para hacer lo que quisiera.

Ahora dime. ¿Qué piensas hacer?.

Yo.- Aun no lo sé. Intenta dormir un poco y mañana, cuando vuelva Ana de llevar a los niños, hablaremos los tres con tranquilidad.

Ana nos estaba oyendo desde la puerta abierta. Entra

.

Ana.- ¿Puedo dormir con vosotros?

Mila me mira y yo asiento con un gesto.

Mila.- Si pequeña ven aquí.

Se acuesta al lado de Mila, que queda en medio.

Ana.- Papa, te quiero. Buenas noches.

Yo.- Buenas noches. Tratad de dormir. Mañana tendremos mucho que hablar.

Poco después oigo la respiración acompasado de las dos. Y me duermo.

12 Miércoles 24 de abril de 2013

Despierto en medio de un gran silencio. Estoy solo en la cama, Mila y Ana no están.

Mientras me ducho oigo la puerta y a Mila y Ana hablando.

Ana.- Papa ¿vienes a desayunar?

Salgo de la ducha, Ana está en la puerta y me ve desnudo. Como puedo me cubro con la toalla.

Yo.- Vaya ¿donde estabais?

Ana.- Mama y yo hemos llevado a los niños. Ven a desayunar.

Se va y mientras me visto pienso en porque han salido las dos. ¿Qué tramaran? No puedo evitar desconfiar de ellas.

En la cocina Mila apenas ha probado el café con leche que tiene ante sí y la tostada está intacta. Ana bebe de su vaso de cacao.

El silencio ambiente es pesado, espeso.

Yo.- ¿Vamos al salón?

Me levanto y me dirijo a mi sillón. Ellas me siguen. Están hundidas, vencidas, rotas.

Siento pena por ellas. Y por mí.

Mila.- José, por favor, habla, di lo que sea, pero dilo ya. No soporto más esto. ¿Qué vamos a hacer?

Yo.- Bien dices Mila, que vamos a hacer, porque también vosotras tenéis que participar.

Primero, Mila, vas a sacar poco a poco todo el dinero de tus cuentas “Privadas” y me lo entregaras a mí. Hasta el último euro.

Y ten en cuenta que se todo lo que tienes.

Mila.- Pero…

Yo.- No hay pero que valga.

O eso o presento las pruebas que tengo y pongo una denuncia contra ti por abuso de menores, con el agravante de parentesco.

Incitación a la prostitución de menores.

Incesto con una menor.

Delitos contra la hacienda pública por no declarar los ingresos.

Te lo quitarían todo y acabarías en la cárcel y tengo suficientes pruebas.

Mila.- ¡¡Dios mío José, por favor, no hagas eso!!. Si no es por mí, piensa en los niños.

Se lanza hacia adelante y se abraza a mis rodillas llorando y balbuceando frases de perdón.

Sin violencia ni acritud la levanto y le indico que se siente donde estaba.

Yo.- Si hacéis todo lo que os mande, sin rechistar, no tenéis nada que temer.

Ni vosotras, ni por supuesto los niños.

Ana, (se sobresalta), vas a cambiar de instituto. Y por supuesto dejaras de “ejercer”.

Estableceré un control estricto sobre ti, tu comportamiento, horarios, salidas y entradas, por supuesto las notas deben ser excepcionales. Como tu madre, eres muy inteligente y no te costará nada lograrlo.

En el futuro me lo agradecerás.

Entiendo que no podrás evitar sentir deseos de sexo, pero será bajo mis condiciones.

Te permitiré follar pero tengo que saber con quién y cuándo.

Me has demostrado que no puedo fiarme de ti. Tendrás que esforzarte para cambiar eso.

Los niños también cambiarán de colegio.

Los matricularemos en uno privado cerca de casa.

Me miraban las dos con la boca abierta. Sin poder creerse lo que estaban oyendo. A pesar de todo en el fondo me hacía gracia la situación. Mi faceta dominante no la conocían y les sorprendía.

Yo.-Mila, haremos un documento de separación de bienes, después de entregarme todo el dinero de tus “ahorros”. Con una parte abriré una cuenta para los niños, otra para gastos comunes, en la que seremos titulares los tres y guardaré, la mayor parte, para asegurar nuestro futuro.

O sea, controlaré la economía doméstica.

He dejado de trabajar. Y voy a quedarme en casa para supervisarlo todo.

Sé que eres propietaria del piso contiguo a este. Lo escrituraremos también a mi nombre.

Lo prepararemos para que tú recibas en él a tus clientes.

Mila.-¿¿¿Qué??? ¿Qué voy a seguir como puta?

Yo.- Sí, ¿porque no? Has sido una ramera durante más de veinte años.

¿Por qué no vas a seguir?. A ti te gusta que te follen y es un buen negocio.

¿Hay alguna razón para que dejes de ejercer?

Ten por seguro que a partir de ahora no te darán otra paliza como la de la otra noche.

Yo me encargaré de eso.

Mila.- ¿Quieres ser un chulo de putas? ¿Tienes cojones para hacer eso?

Yo.- (Sonriendo). Mila no te puedes imaginar lo que me has hecho cambiar.

Y no te preocupes, aprendo rápido.

Mila.- Me refiero a si podrás soportar ver cómo me follan otros y mantener la calma.

Yo.- Querida, te he visto cometer atrocidades con tu cuerpo. Ten la completa seguridad de que ya no me afecta.

A ver si te enteras. He dejado atrás a al José que conocías. Al bueno, al cabrón ciego. Y has despertado al cabrón consentido, al chulo de putas que, en el fondo, has buscado toda tu vida y que no habías encontrado. Ya lo tienes aquí.

Si es preciso utilizaré la violencia, el castigo, cuando sea necesario y estoy seguro que tú buscaras ese castigo y lo disfrutaras.

Ah, otra cosa. Como sé que no puedo confiar en vosotras y me lo habéis demostrado hasta la saciedad, quizás caigáis en la tentación de quitarme de en medio, vosotras u otro a quien paguéis para liquidarme. Tengo un seguro.

Hay un notario, en otra ciudad, donde he depositado todas las pruebas que he reunido en una caja sellada.

Periódicamente tengo que dar pruebas de vida.

Si no las doy por desaparición, fallecimiento o cualquier otra causa, tienen la orden de romper el sello, abrir la caja leer las instrucciones para presentarlas ante la autoridad competente, acompañadas de la consiguiente denuncia por sospechas de homicidio.

Mila.- ¿Piensas que seriamos capaces de matarte? ¿Estás loco?

Yo.- Si Mila, estoy loco, pero la locura te la debo a ti. Y no me puedo fiar de vosotras.

Lo que os he visto hacer me obliga a desconfiar.

Dicho esto, vamos a planificar los pasos a seguir para lograr mis objetivos.

Vosotras tenéis experiencia en cuestiones que desconozco.

Madre e hija estaban silenciosas, pensativas, rumiando lo que habían oído.

Yo.- ¿Qué me contestáis?. ¿Estáis de acuerdo en obedecerme ciegamente?

Se miran las dos.

Ana.- A mi me parece bien, ¿Qué piensas mamá?

Mila.- Vaya sorpresa, todo este tiempo con un hombre en casa y yo sin saberlo. Podíamos habernos puesto de acuerdo hace quince años. Jajaja (Risa irónica)

Yo.- No me hace ninguna gracia. Piensa que has sido la causante de la muerte de aquel José con quien te casaste.

A partir de ahora no quiero mentiras, ni se os ocurra ocultarme algo, porque, como lo descubra, lo pasareis muy mal. Si he estado al borde del suicidio por vuestra causa, no os podéis imaginar de lo que ahora soy capaz.

Y tened siempre presente que mis sistemas de vigilancia son los mejores del mercado.

Pero hay más.

De cara a la gente que nos conoce todo seguirá igual. Nadie debe saber que yo estoy al frente de la nueva agencia de acompañantes.

Mila cerrará todos los blogs, páginas de internet donde se esté exponiendo. También cortara sus relaciones con la, o las, agencias para las que haya trabajado anteriormente.

En definitiva. Yo he acabado con mi vida. Vosotras también.

A partir de ahora todo será distinto para todos.

Mila llamaras a Marga. Quiero hablar con ella. También a Claudia para que venga con su hija Claudita.

Mila.- ¿Vas a meterlas en esto?

Yo.- Si, tengo planes para ellas. Y para otras. Ya os pondré en antecedentes.

José ha muerto, ha nacido José. Y la vida continúa.

Espero la opinión de los lectores para seguir o no, con el relato de José y su nueva vida como chulo.

Ya hay un esbozo de la segunda parte. En ella se aclaran las dudas de José.

Aclaración del autor

El hecho de utilizar a menores en los relatos, por parte del autor, tiene un fin y no es hacer apología de la paidofilia.

Por el contrario, pretende alertar, a tutores responsables de adolescentes, de los peligros que les acechan.

Si con esto se contribuye a evitar un solo hecho de estas características se habrá logrado el objetivo.

Los nombres, lugares y hechos relatados son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Viviana 20 FIN” (POR ERNESTO LOPEZ)

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VIVIANA 20 – CAPÍTULO FINAL

Mi esclava Mierda había pedido hablar con confianza, se lo autoricé.

-“Amo quiero pedirle algo, por favor no lo tome a mal… “ dijo dubitativa

-“Dale, hablá de una vez, ¿Qué querés?

-“Quiero hacerle una propuesta: nunca viví tan feliz como estos días con usted, quiero ser suya las 24 horas todos los días. Usted por supuesto podrá hacer lo que quiera, venir a su casa con quien quiera, usarme o no como se le ocurra, pero necesito estar cerca de usted, me hice adicta, lo necesito como a una droga!!”

No me esperaba esto, creí que me iba a pedir más sexo o humillación, pero el pedido me dejó impactado.

-“ Usted Amo se habrá dado cuenta que no tengo problemas económicos, pero en realidad lo que no sabe es que soy realmente millonaria. Mi familia siempre estuvo en muy buena posición y mi marido es dueño de media provincia, ni sabe la cantidad de campos que tiene”.

-“Pero vos te crees que te va dejar ir así nomas y quedarte con parte de su fortuna?”

-“ Tiene que hacerlo, por un lado hace rato que no le importo un carajo, y además se que tiene otra familia con hijos reconocidos y todo, así que le conviene darme parte de lo mucho que tiene y no tener problemas legales”

Me puse a pensar, en realidad hacía rato que casi no trabajaba, con la plata que me daba Viviana y su madre tenía todos los gastos cubiertos y sobraba, así que lo único que mantenía eran mis estudios por la noche. ¿Qué problema podría tener en irme a vivir con esta loca’, valía la pena probar…

Bueno, le contesté, lo haremos, tendremos que firmar un nuevo contrato donde queden bien claras las condiciones.

Se puse a llorar y me abrazó con una ternura impensable, “lo que quieras mi amor, podés escribir lo que se te ocurra, que podés disponer de mi vida, mis bienes y mi cuerpo como se te ocurra sin que yo tenga ningún derecho a quejarme. Podés usarme, hacer que me prostituya con hombres o mujeres, que me hagan todo tipo de sevicias, que me den de comer, beber o inyectarme cualquier sustancia, que me amputen algún miembro sin anestesia, que me operen para hacerme a tu gusto aunque quede deforme y ridícula, lo que sea, hasta la muerte.”

Decidimos festejarlo, llamé a Viviana y le pregunté si podía venir a cenar, que luego teníamos que hablar, seguramente se imaginó que tendríamos otra noche de partuza en familia y aceptó entusiasmada.

Al ratito llegó con su hijo, comimos normalmente charlando de temas generales y cuando el niño estuvo dormido, fuimos los adultos al dormitorio principal, allí le dije a Mierda, contale:

-“Mire Ama Viviana, tenemos que decirle algo…”

-“Tenemos no, tenés vos” la interrumpí

-“Si, si tengo que decirle algo, le he ofrecido a nuestro Amo Ernesto vivir conmigo en forma permanente, pero por supuesto conserva todos sus derechos sobre mi persona y algunos más. Y usted también Ama, cada vez que quiera pude venir o llamarme que yo iré donde usted diga y haré cualquier cosa que me pida, absolutamente todo…”

Viviana se acercó a su madre y sin decir palabra le dio una trompada en la cara que casi la desmaya, la agarró de los pelos y la tiró al piso donde estuvo un buen rato pateándola en las zonas más sensibles, incluyendo su cara, si concha, su estomago y sus tetas. Yo mientras fumaba un cigarrillo con calma y disfrutaba un buen whisky.

Cuando Viviana terminó de descargar toda su bronca estaba agotada, toda la cara roja, respiración agitada y conociéndola, seguro que estaba recaliente.

Le hice desnudar inmediatamente, pusimos a su madre encima de la cama, acosté a Vivi encima de ella boca abajo y le di por el culo mientras apoyaba su cara sobre la de su madre bañada en sangre, gozó como una yegua usándola de colchón.

Cuando terminé hice que desnudara a su madre y que lamiera todas sus heridas hasta dejarla limpia. No tuve que hacerme rogar, el sabor de la sangre siempre la excitaba. Mierda fue recibiendo las lamidas con placer, sobre todo cuando eran en sus tetas o en su concha y fue reaccionando de la paliza, terminaron dándose unos terribles chupones y haciendo un 69 que claramente marcó la reconciliación.

-“Viste que fácil es?” le dije a Viviana, tendrás a tu madre disponible para lo que quieras, cuando quieras es mi compromiso, por otra parte podemos continuar con nuestras sesiones cuando se nos cante, ya sea con o sin intervención de Mierda. ¿O me vas a decir que no disfrutarás teniéndola inmovilizada mientras nos ve cogiendo como conejos?

La imagen le causó placer y allí se dio cuenta que ella también salía ganando, sus celos iniciales desaparecieron por completo.

Esa noche fue la “despedida de soltera” de María Alejandra, Mierda en la intimidad, ya no la golpeamos más porque la paliza que había recibido fue terrible, se le estaban formando moretones por todos lados y se notaba que le dolía en cuanto la tocábamos, así que mas que nada nos entretuvimos con sus agujeros, le fuimos metiendo los dedos, consoladores verduras botellas y todo lo que pudimos hasta llevar sus tejidos casi al límite.

Ella entró en un orgasmo continuo que duró horas, cada tanto la refrescábamos meándola en la boca y después chupaba lo que quedaba en piso

Estaba en un éxtasis que parecía como ida, entonces Viviana la llevo a pasear, con una berenjena inmensa en la concha y un plug anal en el orto, le puso un collar y cadena y la levó a dar una vuelta la manzana, lo divertido es que Vivi también salió desnuda.

Volvieron pronto, cagadas de frio, en cuanto entraron Mierda se tiro al piso a besarle los pies a Viviana agradeciendo la experiencia, en lugar de enfriarse estaba aún más caliente por la humillación vivida.

Llego la mañana y Viviana y su hijo se fueron, el niño tenía clases.

Nos quedamos con María Alejandra planeando nuestro futuro, donde viviríamos, planeando viajes, aventuras, cosas por conocer juntos.

Convivimos varios años, después la vida se hizo monótona y ya no había motivación por más que buscáramos las cosas más sórdidas o locas que puedan imaginar, así que decidimos separarnos, capaz que cada uno por su lado podría encontrar nuevas experiencias gratificantes.

Yo tuve muchas, pero nunca olvidare esos años de locura continua. Alguna vez quise volver a reunirme con ella, aunque fuera para recordar los buenos tiempos, pero no logre ubicarla.

Algunos dicen que está viviendo en Europa y dirige un exclusivo burdel sadomaso, otros me contaron que se vendió a si misma como esclava a un rey árabe famoso por su crueldad.

No pude comprobar ninguna de estas versiones, tal vez si lee esto me pueda contactar…

amoernesto@yahoo.com.ar

FIN

Gracias a todos los lectores y lectoras que siguieron esta historia, si tiene comentarios serán bienvenidos.

Mi intención es seguir escribiendo relatos más breves sobre otros episodios, algunos más recientes.

Saludos a tod@s, Ernesto

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 6. Akanke.” (POR ALEX BLAME)

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Capitulo 6: Akanke

Unos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.

Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.

La desconocida soltó un gemido ronco y trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.

—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.

—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie… Me matarán…

Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.

Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.

Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.

Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.

En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni ningún hueso roto.

Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.

El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.

—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.

—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.

Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.

—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?

—Yo, me llamo, mi nombre… Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.

—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.

Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación. Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.

La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa…

Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.

La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.

Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.

Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una pantera, procurando concentrarse en su tarea.

Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.

Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.

La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente…

***

Akanke se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.

Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.

Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.

Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.

Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.

Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.

—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.

Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.

Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber el calor y la bondad que irradiaba aquel desconocido.

Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.

Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.

Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.

—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo… Por favor.

Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO SEXO ORAL

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición” (POR GOLFO)

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Cap. 1.- Me alertan de lo que se avecina

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!

        Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Golsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5.

Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi.

Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.

Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos.

Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.

―Jefe, es una tarea inmensa― protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.

―Ya me conoces Irene― contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas.

―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas.

Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.

Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.

―Entonces, ¿me cree? ― preguntó al escuchar mis directrices.

―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.

―No esperaba menos de usted― contestó dando por terminada la conversación…

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com.

Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. 

Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones.

A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.

―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias― dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.

―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa.

―De ser cierto, ¿qué pasaría?

―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos?

―Se arreglarían― dije tratando de llevarle la contraria.

―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados.

―Entonces, ¿qué prevés?

―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente siete mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo.

― ¿Cuántas víctimas? ― pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.

―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias….

― ¿Qué soluciones existen?

―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares.

―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones.

―Y ¿qué haremos? ― dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.

―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur.

―No comprendo― respondió levantando su cara.

―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para mil doscientas personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!

Cap. 2.― Los preparativos.

Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño.

¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron!

En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión.

Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.

Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.

Y todo ello en menos de dos años.

Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:

―Jefe― me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población.

―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento― contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia.

―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres.

―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable.

―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cinco mil personas. En cambio, si llevamos a quinientas difícilmente pasaríamos de las dos mil.

―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad― contesté: ― pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas?

―No, jefe― me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa.

― ¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?

―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de doscientos para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual.

―De acuerdo lo dejo en tus manos― respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres.

Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.

―Y, por último― me explicó ― como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…

―Me he perdido― tuve que reconocer.

La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:

―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes.

Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:

― ¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado.

―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación― contestó Irene echándose a llorar: ― Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento.

―Lo haré― dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.

Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.

La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:

―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa.

Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.

«Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier.

No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.

«Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

Cap. 3.― Mi llegada a la isla del saber.

Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2019. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 527 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.

Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo, pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.

Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.

Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.

Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones, sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:

―No te das cuenta de que, en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada― contesté.

―Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna, sino que le he hipotecado de por vida― respondió con una sonrisa.

―No te alcanzo a entender― dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.

―Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad ha existido un valor refugio.

―Claro. El oro, pero… ¡qué tiene eso que ver!

―Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía.

― ¡Serás puta! Me has arruinado― contesté sin parar de reír: ― ¿cuánto has conseguido?

―Veinte toneladas.

Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de más de setecientos millones de euros. Sabiendo que, si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable, pero si la tormenta tenía lugar eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:

―Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte.

― ¿Y no podría darme un anticipo? ― respondió poniendo un puchero: ―Llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas.

Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.

―Lo necesitaba― exclamó mientras acariciaba con su mano el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.

Encerrado en el estrecho habitáculo solo con ella y mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que, en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.

― ¿Ahora? ― me preguntó confundida.

―Sí y no quiero repetirlo.

Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.

―Hueles a zorra― le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta: –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche.

―Soy suya― respondió acalorada―pero antes de que lo haga debo de enseñarle el resto de la isla.

Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:

―Akira, ven que quiero presentarte al jefe.

La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era el ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.

―Encantado de conocerla― dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.

―Señor, no sabía que usted venía― dijo tartamudeando: ―siento no haberle recibido como se merece.

―Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo.

―Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen― respondió casi entre lágrimas.

No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella con otro beso, pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.

― ¿A esta que le pasa? ― pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.

―No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella.

―He adivinado que es una de las otras cuatro, pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?

―Pues quien va a ser, ¡su amo! ― respondió poniendo sus piernas entre la mía ―jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo.

Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:

―Desabróchate un botón.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote, pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.

―Tócate los pechos para mí― ordené interesado en forzar sus límites.

Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.

―Tienes unas buenas ubres― dije con deseo: ―esta noche te prometo que, si te portas bien, mordisquearé tus pezones.

Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:

―Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?

Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:

― ¿Ahora adónde vamos?

―Al área de reproducción― me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.

― ¿Alguna sorpresa? ― le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.

―Sí― respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta― Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa.

―Por lo que veo, has seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia.

―No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra.

―Bien pensado― respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.

El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:

―Gertud, te presento a nuestro presidente.

La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió, pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:

― ¿Dónde está la zorra de tu jefa?

Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer.

Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta de que era de mi estatura y que, aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes lucía un culo aún más enorme.

Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:

―Encantado de conocerte, ¡mi amor! No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas.

Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.

―No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses― respondió sonriendo con una dentadura perfecta― pero pase a mi despacho.

Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo se quitó la bata dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador, pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:

―No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen.

― ¡Qué bruta eres! ― repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.

―Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte.

―No lo has hecho― respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.

― ¡Qué bueno! Por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo― dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: ―Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima o ¿no?

―Calculamos que en menos de dos meses― explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.

―Recuérdame que te castigue― dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.

― ¡Puta madre! Primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo el que salía de sus labios. Además, estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo.

La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que, mirando a Adriana a los ojos, le dije:

―Eso quiero verlo.

― ¿Aquí? ― respondió extrañada, pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: ―Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que, si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata.

Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:

―Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre! Cachonda y alborotada.

Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca.

Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa.

La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho:

―Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo cómo― ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza, sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenía una dulzura que me cautivaba.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando levantando su falda, mi mano se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.

―Chupa mis dedos― ordené a mi asistente ― y comprueba si está lista.

Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:

―Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte― dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: ―Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana.

Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que, luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.

«Poco le durará la virginidad», pensé mientras de un solo empujón, clavaba mi miembro hasta el fondo de la brasileña.

Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina y metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope no paraba de intentar que su amiga se corriera.

Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:

― ¿Suficiente meneo?

―Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla! ― gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.

Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.

No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche, pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:

―Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre.

―Te equivocas― contesté―eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama― respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.

Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:

―Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!

Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo:

 ―Son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho.

Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto.

Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:

― ¿Nos acompañas?

―No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento.

―Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana― contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.

―A él quizás no, pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes― susurró a mi oído mientras me daba un beso.

Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:

― ¿Verdad que es encantadora?

―Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres.

―Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán.

―Cuéntame quienes son.

―Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia, pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará.

― ¿Y la última?

―Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás.

Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:

―Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito! Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección.

Confiado de su buen juicio, determiné que, si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.

―No lo has visto bien― dije acariciando su trasero.

Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:

―Propiedad exclusiva de Lucas Giordano.


“Herencia Envenenada” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:
No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño. Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.
O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras. 
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

INTRODUCCIÓN

Inmerso en el día a día de la oficina, mi secretaria me preguntó si podía recibir a mi abogado. Conociendo al sujeto, comprendí que esa visita no programada debía ser urgente, de no ser así, Manuel hubiese pedido cita. Sabiéndolo, pedí a Lara que lo hiciera pasar.
― ¿A qué se debe este placer? –pregunté nada más verle.
Bastante nervioso contestó que venía a cumplir el deseo póstumo de un cliente y antes que pudiera reaccionar, me informó que mi padre había fallecido.
No supe qué decir ni qué hacer porque a la sorpresa de la noticia se unía un total desprecio por esa figura paterna que nos había abandonado a mi madre y a mí, siendo yo un niño. El rencor que sentía por él no menguó al saber que había muerto y por ello esperé sentado a que me informase de su encomienda.
―Tu viejo me contrató hace dos años para servir de albacea porque se temía que una vez supieras que te había nombrado su heredero renunciaras por despecho.
―Y tenía razón, no quiero nada de ese hijo de perra. Cuando lo necesité, no estaba y ahora que soy rico, no lo necesito― respondí con ganas de soltarle un guantazo por tener la osadía de haberle aceptado como cliente.
―Lo sé y además comparto tu punto de vista― contestó consciente del odio visceral que sentía por mi padre porque no en vano además de mi abogado, Manuel era un buen amigo― pero creo que antes de tomar cualquier decisión debes saber las consecuencias de ese acto.
Por su tono supe que era mejor escuchar qué tenía que decirme y deseando acelerar ese trámite, le pedí que se explicara:
―Aunque teóricamente don Ricardo os dejó cuando tenías apenas seis años y que según tú muchas veces me has comentado nunca hizo nada por ti ni por tu madre, tengo documentos que demuestran que eso no es cierto. Tu padre no solo financió tu educación, sino que sus compañías fueron las que te apoyaron cuando necesitabas un inversor para hacer realidad tus sueños.
―Desconozco que te traes entre manos, pero puedo asegurarte de que no tuvo nada que ver. Estudié con una beca de una farmacéutica suiza que fue la misma que entró como accionista cuando fundé esta empresa.
―Dolbin Farma, ya lo sé― replicó y sacando unos papeles de su maletín, me soltó: ―Aunque no era del conocimiento público, él era el dueño y se aseguró que recibieras toda la ayuda que necesitaras de su organización sin que nadie te revelara quien estaba detrás de ese conglomerado.
― ¿Me estás diciendo que ese malnacido era millonario y que maniobró a mis espaldas para que nunca me enterara?
―Así es… no me preguntes sus motivos porque no los sé, pero lo que si tengo claro es que también era el propietario de Manchester Investment, la compañía con la que te acabas de fusionar.
Impresionado por esas noticias, me tomé unos segundos antes de contestar:
―Aun así, no quiero nada, que se meta por el culo su herencia.
Tomando un sorbo de agua, Manuel respondió:
―Será mejor que estudies antes su testamento. Si te niegas a aceptar lo que te deja, Antonio Flores será su heredero y con ello se convertirá en el accionista mayoritario de todo lo que has creado.
«Nadie más que un ser retorcido podría haber planeado algo así», pensé al escuchar que mi mayor enemigo, el tipo con el que llevaba en guerra casi diez años se convertiría en mi jefe si me negaba a aceptar su herencia y con un cabreo de narices, arrebaté el testamento de las manos de Manuel.
«No puede ser», exclamé en mi mente al leer todos los bienes que poseía ese indeseable, pero también al comprobar que mi abogado no había mentido cuando me hizo saber que, en la sombra, mi viejo había sido mi mayor socio desde que fundé mi empresa.
Enfrentado al dilema de aceptar algo de ese maldito o verme en la calle, seguí leyendo y casi al final descubrí que había puesto como condición necesaria para heredar que me comprometiera a vivir durante seis meses en un rancho en el suroeste mexicano y hacerme cargo de por vida de su mantenimiento, ¡con la prohibición expresa de venderlo!
Asumiendo que era una especie de trampa de ese cretino, pregunté a Manuel si sabía algo de esa finca.
― Solo sé que tu viejo vivía ahí, pero nada más.
― ¿Cuándo tengo que contestar? ― pregunté asumiendo que no me quedaba más remedio que viajar allí en cuanto pudiera.
― Tienes de aquí a un año, pero antes que transcurra ese plazo si al final aceptas, debes cumplir la condición de vivir ahí el periodo estipulado. Mientras tanto seré yo quien administre todo en su nombre― dijo mi amigo mientras guardaba todos los papeles en su maletín…

CAPÍTULO 1

Soltero y sin cargas personales, un mes después había organizado mi partida hacía la trampa urdida por mi progenitor y digo progenitor porque me niego a catalogarlo como padre porque nunca ejerció como tal. Mi ausencia tan dilatada me había obligado a dejar todos los asuntos de mi empresa bajo la dirección de mi mano derecha y eso me incomodaba.
La noche anterior a mi viaje, me fui con un par de amigos de juerga y suponiendo que en el “exilio” tendía pocas ocasiones de disfrutar de los placeres de la carne, tras la cena insistí en ir a un tugurio de mujeres alegres.
Mis acompañantes apenas pusieron objeción a mi capricho, de forma que directamente fuimos a uno de los puteros más famosos de Madrid. Lo malo fue que ya una vez dentro del burdel, perdí todo el interés al preguntarme uno de ellos cómo me había afectado lo del difunto.
―Ese capullo no existía para mí― respondí.
Pero lo cierto fue que por mucho que las meretrices intentaron vaciar nuestras carteras, al menos con la mía no lo consiguieron. Ya en el avión que me llevaría a cruzar el charco, me puse a pensar en mi destino y tengo que reconocer que odiaba todo lo referente a mi viaje. Incluso el nombre que el difunto había elegido para el rancho me escamaba y me jodía por igual.
«Solo a un imbécil se le puede ocurrir poner “el futuro del hombre” a una finca», murmuré mientras revisaba el itinerario que me llevaría hasta allí.
La información que había podido recolectar sobre esa hacienda no era mucha, aparte de unas fotos sacadas de Google Maps donde aparecía una mansión típicamente indiana y de la descripción de las escrituras, no sabía nada más.
«¿Qué se le habrá perdido ahí?», me preguntaba.
Me resultaba difícil de entender su importancia, algo debía tener para que un hombre tan rico como había sido ese cretino lo pusiese como condición indispensable para aceptar su herencia.
Me constaba que no era el valor económico porque ciento cincuenta hectáreas de selva montañosa no era algo representativo del total de su dinero, por lo que debía ser otra cosa. Y considerando que ese malnacido era incapaz de albergar sentimiento alguno en vida, tampoco creía que tuviese un valor afectivo.
«Una puta encerrona, eso debe ser», sentencié cabreado al saber que no me podía escabullir, pero también que iba preparado para no caer en ella.
«Seis meses, acepto su herencia y vuelvo a Madrid», me dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad de mi asiento.
Durante las once horas de viaje apenas pude dormir porque, cada vez que lo intentaba, el recuerdo de las penurias que ese cabrón había hecho pasar a mi madre volvía a mi mente. Por ello, al bajarme del avión, tenía un cabreo de narices y dado que Manuel había organizado que una persona de su confianza me recogiera en el aeropuerto, tuve que hacer el firme propósito de no demostrar de primeras mi disgusto por estar en ese país perdiendo el tiempo cuando tenía mucho trabajo en España.
Acababa de pasar la aduana mexicana cuando de pronto escuché mi nombre. Al darme la vuelta, me encontré de frente con una impresionante morena que reconocí al instante por haber asistido a un par de conferencias suyas.
―Doña Guadalupe… ¡qué casualidad encontrarme con usted! ― exclamé bastante cortado por el hecho que esa eminencia en terapias génicas me hubiese reconocido, no en vano solo había cruzado un par de palabras con ella.
Para mi sorpresa, Guadalupe Cienfuegos respondió:
―No podía ser de otra forma. En cuanto me enteré de que el hijo de don Ricardo venía a comprobar el estado de nuestras investigaciones, insistí en recibirle en persona.
Totalmente fuera de juego, me la quedé mirando y molesto por haber mencionado mi relación de parentesco con ese capullo sin alma, contesté:
―No sé de qué habla. Mi intención en este viaje es cumplir con las directrices del testamento y me temo que eso no tiene nada que ver con sus investigaciones. Vengo a una finca que fue de él y que por alguna causa quiere que conozca antes de aceptar o no ser su heredero.
Con una enigmática sonrisa, ese cerebro con tetas replicó:
―El futuro del Hombre no es una finca. Es el laboratorio de ideas que su padre creó con la intención de explorar nuevas técnicas, alejado del foco de los periódicos y de la lupa de los gobiernos.
― ¿Qué tipo de estudios o ensayos hacen ahí? ― pregunté sintiéndome engañado.
Mirando a su alrededor como si comprobara que no había nadie escuchando, contestó:
―No estamos en un área segura. Espere a que estemos en el helicóptero para ser más explícita. Solo le puedo decir que de tener éxito la empresa ¡usted cambiará la historia de la humanidad!
Por lógica que envolviera sus estudios en tanto misterio me debía de haber preocupado, pero lo que realmente me sacó de mis casillas fue enterarme que íbamos a usar ese medio de transporte para llevarnos a nuestro destino. Hoy seguramente me hubiese negado, pero la vergüenza a reconocer mi fobia ante esa mujer fue mayor que el miedo cerval que tenía a ese tipo de aparato. Por eso dejé que me condujera sin decir nada a un helipuerto cercano mientras interiormente me llevaban los demonios.
Aun así, mi nerviosismo no le pasó inadvertido y al ver las suspicacias con la que miraba el enorme Eurocopter posado en tierra, comentó:
―Está considerado el más seguro de su especie.
Si intentó tranquilizarme con su sonrisa no lo consiguió y cagándome en el muerto por enésima vez, me subí al bicharraco aquel. Una vez dentro, tengo que reconocer que me impresionó tanto el lujo de su cabina como la sensación de solidez que transmitía, nada que ver con las cajas de zapatos en las que había montado con anterioridad.
Más calmado me senté en uno de los asientos y deseando que el mal rato pasara pronto, pregunté cuanto iba a durar el viaje.
―Casi dos horas― comentó Guadalupe mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Ese sencillo gesto provocó que me fijara en ella y contra todo pronóstico me puse a admirar su belleza en vez de estar atento al despegue. Y es que no era para menos porque esa mujer además de tener un cerebro privilegiado poseía otros dones que eran evidentes.
«Está buena la condenada», me dije mientras recorría disimuladamente sus piernas con la mirada.
Morena de ojos negros y pelo rizado, la señorita Cienfuegos era una preciosidad de casi uno ochenta muy alejada del estereotipo que tenemos los europeos de las mexicanas porque a su gran altura se le sumaba unos pechos generosos, una cintura estrecha, con la guinda de un trasero duro y bien formado, todo lo cual la hacía ser casi una diosa.
«No me importaría darme un revolcón con ella», pensé mientras intentaba recordar quien me la había presentado en el congreso farmacéutico de Londres.
«¡Fue Manuel!», exclamé mentalmente al percatarme que era demasiada casualidad que mi abogado fuera también el de mi padre y que encima conociera a esa mujer.
Asumiendo que mi amigo me debía otra explicación al resultar que no había sido algo casual, sino que premeditado, me abstuve de comentarlo y en vez de ello le pedí que me explicara qué hacían en nuestro destino.
―Consciente que el futuro de la industria estaba en el estudio de los genes y sus aplicaciones en el ser humano, su padre reunió un conjunto bastante heterogéneo de científicos con los que buscar sin ninguna cortapisa las soluciones que siempre han acosado al hombre― contestó en plan grandilocuente.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí en que fuera más concreta y entonces fue cuando esa mujer dejó caer la bomba en forma de pregunta:
― ¿Ha oído hablar de la “Turritopsis Nutricula”?
―Cualquiera que trabaje en la industria farmacéutica conoce esa medusa― respondí con los pelos de punta al saber por primera vez cual era el objeto de tanto secretismo.
―Entonces sabrá que es el único animal que no muere de viejo y que es técnicamente inmortal porque es capaz de revertir su envejecimiento.
«No puede ser que gastara su dinero en esa entelequia», sentencié convencido de que era imposible reproducir en el ser humano ese proceso en el que, al llegar a su madurez sexual, en vez de originarse un deterioro irreversible, los miembros de esa variedad se ven afectados por una adolescencia al revés y comienzan un proceso de rejuvenecimiento hasta que el sujeto vuelve a ser una especie de bebé.
Resumiendo, en mi cerebro lo que sabía de la medusa, pensé:
«De una forma similar en que una serpiente pierde su piel sin dejar de ser ella misma, los Turritos se renuevan completamente, ¡manteniendo su identidad como individuo!».
La expresión de mi rostro, mitad estupefacción y mitad recochineo, la hizo reaccionar y adoptando un tono defensivo, me soltó:
―Como comprenderá no queremos llevar al límite ese proceso, pero queremos aprender de él para alargar la vida humana.
―En pocas palabras quieren conseguir la inmortalidad.
Sin cortarse en lo más mínimo, esa doctora en medicina replicó:
―Ese es el fin último, pero nuestros objetivos son más humildes. Nuestra prioridad es ralentizar el deterioro neuronal y conseguir la regeneración de miembros amputados o enfermos.
Que reconociera el buscar esa quimera sin ruborizarse, me extrañó. De decirlo en un entorno académico hubiera sido tachada irremediablemente de charlatana o lo que es peor de estafadora.
Aun así, insistí en el tema:
―Me imagino que están estudiando como consiguen transformar sus células a través de la transdiferenciación, pero como sabrá en la naturaleza solo se da en animales que pueden regenerar órganos o extremidades.
―Así es y la razón de centrarnos en esas medusas se debe a que los Turritos son los únicos que lo aplican invariablemente a todo su cuerpo al alcanzar determinado punto de sus ciclos.
―Personalmente no creo en ello― confesé midiendo mis palabras― pero no puedo emitir una opinión hasta estudiarlo.
Guadalupe estaba tan acostumbrada a que la tildaran de loca que tomó mi rechazo como un triunfo al darle la oportunidad de mostrarme sus hallazgos y con una alegría fuera de lugar, contestó:
―Don Ricardo me dijo antes de morir que no tendría problemas en continuar mis experimentos porque si de algo se vanagloriaba era de que su hijo poseía una mente una mente abierta, no anquilosada por prejuicios morales. Desde ahora le aseguro que no se arrepentirá… no sé cuánto tardaremos en tener éxito en humanos. Quizás tardemos años, pero al final demostraremos a la comunidad científica que estaba equivocada y usted aparecerá en los libros de historia como el salvador de la humanidad.
Esa perorata destinada a ensalzar mi figura no cumplió su objetivo de elevar mi ego porque fui capaz de vaciarla de palabras inútiles y caer en la cuenta del desliz que había cometido: Al decir que tardarían años en tener éxito con humanos, implícitamente estaba reconociendo que habían tenido éxito con otras especies.
Espantado por las consecuencias que podría acarrear ese descubrimiento de ser cierto, me quedé callado y mientras rumiaba toda esa información no pude más que aceptar que la sonrisa de ese cerebrito era hasta pecaminosa.
«No me importaría hacer con ella un ejercicio de anatomía comparada», mascullé mientras me preguntaba cómo sería en la cama…

CAPÍTULO 2

Desde el aire, nada podía hacer suponer que esa finca no fuera la típica hacienda productora de café y por mucho que busqué señales que delatara su verdadera función me resultó imposible.
«El camuflaje es perfecto», pensé al ver que el helicóptero tomaba tierra en una explanada cercana a la mansión y que incluso la pista de aterrizaje podía ser confundida con un vulgar prado.
Un automóvil nos esperaba y decidida a que no perdiéramos el tiempo, Guadalupe ni siquiera esperó a que recogieran el equipaje para ordenar que nos llevaran hasta el edificio principal.
«Se nota que tiene prisa por enseñar sus logros», pensé cuando ya en la escalinata de la mansión me tomó del brazo para forzar mi paso.
Tal y como había previsto, no se paró a mostrarme el lujoso salón por el que pasamos, sino que directamente me llevó a un ascensor escondido tras una cortina. Tampoco me extrañó que como tuvieran como medida de seguridad un escáner de retina, pero lo que realmente me dejó acojonado fue que antes de abrirse la puerta, ese cerebrito me informara que como éramos dos también tenía que pasar yo el examen de esa máquina.
―No tienen mi registro― contesté.
―Se equivoca, su padre insistió en grabar su pupila cuando instalamos este sistema.
Asumiendo que era verdad y que de alguna forma habían conseguido escanearla acerqué mi ojo al sensor. La puerta abriéndose confirmó sus palabras y con un cabreo del diez, entré junto a la morena.
«Llevan años preparando este momento», comprendí molesto por haber sido manipulado de esa forma y no haberme percatado de ello.
Mi desconcierto se incrementó exponencialmente al llegar a nuestro destino porque al abrirse el ascensor me encontré con un enorme laboratorio instalado bajo tierra donde pude observar que al menos trabajaban allí unas cuarenta personas.
«Debió de tener claro que debía mantener el secreto, para asumir la millonada que debió costar escarbar estas instalaciones», refunfuñé para mí mientras trataba de calcular cual sería el precio de mantenerlas abiertas y operativas tal y como mi progenitor establecía en su testamento.
Guadalupe aprovechó mi silencio y haciendo uso nuevamente de su arrebatadora sonrisa, comentó:
―He concertado una reunión con las máximas responsables para presentártelas.
En ese momento no caí en el género que había usado y por eso me sorprendió que fueran tres, las jóvenes científicas que estaban esperándonos en la sala a la que entramos.
―Alberto, te presento a Lucienne Bault, experta genetista de la universidad de Lausanne.
La aludida se levantó de su silla y llegando hasta mí, me saludó con un beso en la mejilla. Ignoro que fue más perturbador si esa forma de presentarse o que esa francesa me dijera medio en guasa que habían salido ganando con el cambio de jefe porque yo era mucho más guapo que mi padre.
―Gracias― alcancé a decir totalmente colorado antes que Guadalupe me introdujera al siguiente cerebrito señalando a una increíble hindú de ojos negros.
―Trisha Johar es nuestra heterodoxa bióloga y una de las culpables con sus teorías de que estemos aquí.
Al oír su nombre y su apellido caí en la cuenta de un artículo que había leído hacía años donde se criticaba con violencia unos enunciados teóricos de una doctora del Delhi Tech Institute en los que sostenía que era posible forzar la protógina en los mamíferos.
―Conozco sus estudios sobre el cambio de sexo en los animales― contesté francamente escandalizado por el tipo de investigación que me debería comprometer a mantener si aceptaba esa herencia.
«¿Qué coño esperaba ese cabrón obtener de estas locas?», pensé mientras observaba que al contrario que su predecesora esa morena se abstenía de acercarse a mí y desde su sitio me hacía la típica genuflexión de su país.
La tercera y última especialista resultó ser una candidata a premio nobel de la universidad de Chicago por sus investigaciones en la reproducción basada en el desarrollo de las células sexuales femeninas sin necesidad de ser fecundadas, la llamada partenogénesis.
A ella no hacía falta que la presentaran porque no en vano la conocía desde que, hacía casi diez años, habíamos coincidido en un curso impartido en Tokio donde presentaba el nacimiento de una rata engendrada sin necesidad de padre.
―Julie, me alegro de verte― comenté mientras esta vez yo era quien la saludaba de beso.
La treintañera se mantenía en plena forma y a pesar del tiempo transcurrido seguía con el mismo tipo exuberante que había intentado sin éxito conquistar. Alta, rubia y dotada de dos enormes ubres había sido la sensación de ese simposio, pero enfrascada en su carrera no conocía a nadie que se vanagloriara de habérsela llevado a la cama, a pesar de que fueron muchos los que al igual que yo lo habían pretendido.
Manteniendo las distancias, contestó tomando la palabra en nombre de sus compañeras:
―Estamos deseando mostrarte los avances que hemos conseguido en nuestras áreas. Te aseguro que te van a sorprender.
Durante un segundo temí que se pusieran a exponer sus locuras en ese instante, pero afortunadamente Guadalupe saliendo al quite comentó que era casi la hora de cenar y que todavía no me había instalado. Tras lo cual las informó de que esa noche la cena se retrasaría media hora para dar tiempo a que me diera una ducha.
― ¿Dónde vamos a cenar? ― pregunté inocentemente al no haber visto ningún restaurante por las cercanías.
―En la casa― y sin dar importancia a la información, me soltó: ― No te lo he dicho, pero durante la reforma de la hacienda, tu padre se reservó la parte noble de la mansión para alojar tanto a él como a sus más estrechas colaboradoras y así no perder el tiempo con los desplazamientos.
― ¿Me estás diciendo que viviré con vosotras? ― pregunté alucinado.
Con una sonrisa pícara, la mexicana contestó:
― ¿Tan desagradable te parece la idea? Piensa en el lado práctico, nos tendrás a tu disposición a todas horas.
Podía haber malinterpretado sus palabras si no se refiriera a ella y a los otros tres cerebritos porque tomándolas literalmente me estaba ofreciendo compartir algo más que sus conocimientos. Rechazando esa idea por absurda, tomé su frase desde una óptica profesional y contesté:
―Normalmente suelo separar el trabajo de los momentos de esparcimiento, pero lo tendré en cuenta si me surge alguna duda.
Lucienne soltó una carcajada al escuchar mi respuesta y deseando quizás acrecentar mi turbación, se permitió el lujo de intervenir diciendo:
―Por eso no te preocupes, hemos prohibido hablar de trabajo en casa. Bastantes horas trabajamos en este zulo, para llevarnos tarea a la cama.
Nuevamente al mirarlas, mi impresión fue que de algún modo estaban tanteando el terreno y que sin desear ser demasiado explicitas, se estaban ofreciendo como voluntarias a sudar conmigo entre las sábanas.
«O bien llevan tanto tiempo encerradas aquí que andan cachondas o bien han decidido darme la bienvenida tomándome el pelo», mascullé para mí.
Asumiendo que era la segunda opción, decidí seguir con su broma y sin cortarme, respondí:
― En eso estoy de acuerdo… en la cama se duerme o se estudia anatomía comparada.
Mi andanada lejos de reprimir a la francesa, la azuzó y riendo mi gracia, replicó:
―Ten cuidado con lo que dices. Somos cuatro y tú solo uno para comparar. No vaya a ser que te tomemos la palabra.
Sin pensar en las consecuencias, respondí mirándola a los ojos:
―Mi puerta siempre estará abierta para el estudio.
Si esperaba ver algún signo de vergüenza en ella, me equivoqué porque lo único que conseguí fue que, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me regalara la visión de su perfecta dentadura.
Guadalupe debió pensar que había que cortar esa conversación no fuera a ser que se despendolara y llamando a la calma, me recordó que todavía no me había mostrado la oficina que iba a ocupar a partir de ese día.
―Soy todo tuyo― respondí mientras teatralmente le ofrecía mi brazo.
La mexicana aceptó mi sugerencia y tras despedirse de sus compañeras, me llevó por los pasillos del laboratorio hasta una puerta con el mismo sensor que el ascensor y por segunda vez tuve que escanear mi retina para que el puñetero chisme se abriera.
―Resulta raro entrar aquí sin tu padre― murmuró la morena con tono apenado.
Me resultó extraño que alguien pudiese echar de menos a mi viejo, pero no queriendo indagar en sus sentimientos pasé a su interior con una mezcla de desconfianza e interés porque no en vano ese sujeto era un completo desconocido para mí.
Juro que me sorprendió descubrir lo mucho que se parecía a mi propia oficina. El mismo tipo de decoración, muebles muy semejantes pero lo que realmente me dejó impactado fue comprobar que al igual que ocurría en la mía, una de sus paredes lucía llena de pantallas.
―Se nota que os habéis inspirado en la reforma que hice en mi empresa― comenté al ver las semejanzas.
Guadalupe me preguntó porque lo decía y al explicarle lo mucho que se parecía a la oficina que había estrenado hacía unos seis meses, contestó:
―Debiste contratar al mismo decorador que don Ricardo porque lleva así al menos tres años que es cuando empecé a trabajar aquí.
No dije nada y me quedé pensando:
«Es imposible, yo mismo la decoré».
Que esa mujer me mintiera en algo tan nimio, despertó mis suspicacias y para no provocar que se pusiera a la defensiva, me puse a chismear el resto del despacho mientras mi cicerone se quedaba sentada en una de las sillas de cortesía.
«El cabrón de mi progenitor quiso que me sintiera cómodo trabajando aquí», deduje al no aceptar que fuese fortuita tanta similitud.
Habiendo satisfecho mi curiosidad, volví donde estaba la morena y le dije si nos íbamos.
―Todavía no. Tu padre me dejó instrucciones de traerte aquí ― replicó y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, se encendieron los monitores y la figura de mi odiado ascendiente apareció en ellos.
―Hola hijo. Gracias por estar aquí― fue su entrada.
― ¿Me dejó un mensaje grabado? ― escandalizado pregunté a la mujer.
En vez de ella fue la voz de mi padre quién contestó:
―Sí y no. Lo que estas escuchando es un programa resultado de años de desarrollo con el que he querido anticiparme a las dudas que te surjan sobre este proyecto en el que embarqué mi vida. Se puede decir que es un compendio de mis vivencias y opiniones.
Por si fuera poco, acto seguido esa especie de inteligencia artificial pidió a mi acompañante que nos dejara solos. Me disgustó ver que Guadalupe obedecía como si realmente hubiese sido su antiguo jefe quien le hubiese ordenado desaparecer de escena.
Tomando asiento, esperé a ver qué era lo que esa condenada máquina quería decirme. Nada más cerrar la puerta la mexicana, escuché que me decía:
―Antes de nada, nunca os abandoné, sino que fue tu madre la que me prohibió todo contacto bajo la amenaza de hacer público la que considero que es la obra de mi vida.
Indignado porque metiera a mi santa en la conversación, espeté a su imagen:
―No te creo. Fuiste un maldito egoísta toda tu vida… ¡me alegro de que estés muerto!
Nada más soltarlo, caí en la cuenta de que estaba enfadado con un programa de ordenador y que, al gritarle, me había comportado exactamente igual que su subalterna. Si ya de por sí eso era humillante, más lo fue cuando con tono monótono, ese personaje virtual me contestó:
―No creo que sea la mejor forma de empezar nuestra relación, pero te puedo ofrecer pruebas de qué no miento.
Ni siquiera aguardé a que terminara de imprimirse, en cuanto escuché que la impresora se ponía en funcionamiento, salí de su despacho jurando no volver jamás…

Relato erótico: “Diario de una Doctora Infiel (11): Final” (POR MARTINA LEMMI)

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           En fin… No necesito decir al lector que tuve que practicarle sexo oral nuevamente, esta vez arrodillada en el interior de un probador.  Tampoco necesito decir que tuve que comprar el conjunto de lencería y, una vez más, pagar en efectivo para evitar el que mi nombre quedara involucrado y expuesto en una compra con tarjeta…, con la tarjeta de Damián, por cierto, de la cual yo tenía una extensión.   Nos intercambiamos, por supuesto, los números de celular con la vendedora; lo cómico del asunto fue que ni siquiera le pregunté su nombre al momento de agendarla y recién entonces caí en la cuenta de que en realidad nunca lo había sabido, no sé si por no haberlo oído jamás o quizás porque, en el supuesto caso de que Franco lo hubiese mencionado,  mis oídos, selectivamente, se habían negado a registrarlo: una especie de mecanismo de defensa.  Pensé en preguntárselo directamente a ella pero finalmente no lo hice; se veía que mi negación, si era tal, seguía operando, así que la terminé agendando como “zorrita puta”.   Ella me dijo que veía a Franco esa misma noche (lo cual era, en ese contexto una noticia excelente pero a la vez y, como siempre, me llenaba de odio y de celos), así que quedé a la espera de un llamado o de un mensaje.  No lo hubo, ni esa noche ni al día siguiente…
                 La ansiedad y la desesperación me carcomían por dentro.  ¿Qué hacía esa puta que no llamaba?  Al día siguiente ya no pude esperar más y yo misma le envié un mensaje de texto, tratando de redactarlo del modo más amable que fuera posible: “Hola, ¿cómo estás¿  Perdoname que te moleste pero al final, ¿lo viste a Franco?  ¿Hablaron sobre eso?”.  Pasaron como veinte minutos y no hubo respuesta: los veinte minutos, les puedo asegurar, más largos de mi vida.  Cuando finalmente sonó el ringtone de mi celular anunciando la entrada de un mensaje de texto no pude evitar dar un salto por la ansiedad y la emoción.  Al abrirlo para leer, el alma se me vino al piso: “Ah, hola, ¿qué tal?  Sisisisi… Perdoname que me colgué en avisarte.  Dice Franco que el bebé no es de él”.
                Así de fría la respuesta.  La desazón que se apoderó de mí fue tan grande que hasta se me cayó el celular al piso.  De todos modos y pensándolo fríamente, ¿qué podía esperarse?  Era terriblemente ingenuo suponer otra cosa.  Es más: ¿sería realmente quien Franco había dicho eso?  ¿O tal vez la turrita, lisa y llanamente, no le habría dicho una sola palabra?   Ambas alternativas eran posibles, pero, en cualquiera de los dos casos, el efecto sobre mí era el mismo: allí estaba, utilizada por una vendedora y abandonada con un niño en el vientre por un muchachito que, muy posiblemente, ya no quisiese saber nada más conmigo en su vida.  ¿Y ahora?  ¿Cuál debía ser el siguiente paso? 
                       Casi no cruzaba ya palabras con Damián.  ¿Me iba a aparecer como si nada a engañarlo diciendo que esperaba un hijo?  Estábamos, por cierto, en el peor contexto de pareja posible como para hacer eso.  Durante los días siguientes estuve terriblemente nerviosa; probé salir a caminar, ir al gimnasio, pero nada funcionaba como elemento de distracción.  Más aún: por todos lados me daba la sensación de que la gente me miraba como si estuviese al tanto de mi historia y hasta supiera que llevaba una vida en mi interior.  Más seguridad me otorgaba dar vueltas en el auto; al menos, cuando se va a una cierta velocidad, no es tan posible que la gente se detenga a mirarte y menos todavía cuando tu coche tiene vidrios polarizados.  A veces salía de noche, como si ya ni siquiera me importara dar excusas a Damián.  Un par de veces pasé, por supuesto, por lo de Franco, en una de las cuales paré el auto y me quedé allí, en la nada, acariciándome el vientre.
                     No sé en qué momento ocurrió.  Fue todo tan rápido que ni llegué a darme cuenta de nada.  La puerta del acompañante se abrió súbitamente; giré la cabeza para ver a alguien ingresar al vehículo pero ni tiempo tuve de asimilar la información porque en ese preciso instante alguien abrió también la puerta, lo cual me hizo hasta perder el equilibrio puesto que tenía el codo apoyado en la ventanilla.  Alguien me tapó la boca con una pesada mano mientras otro me atrapaba con un abrazo envolvente.  Intenté gritar, pedir auxilio, pero fue inútil: no lograba emitir sonido alguno, tal la fuerza con que me mantenían tapada la boca.
                 “Ssssh, quietita… y tranquila” – escuché decir a alguien.
                 Yo casi no podía ver sus rostros debido a la falta de luz en el lugar en el que, para mayor discreción, había estacionado el auto.  No obstante, se notaba que eran tipos mayores, tal vez de cincuenta y tantos años, así como también que se movían con un cierto profesionalismo o experiencia.  Uno de ellos me amordazó dándole varias vueltas a una cinta alrededor de mi boca y de mi nuca; me trajo a la mente el recuerdo de cuando había sido amordazada por la gordita lesbiana en el colegio pero estaba bien claro que esto era absolutamente distinto… y aterrador.  Me pusieron mis muñecas a la espalda y me las ataron con gran rapidez y sorprendente habilidad; una vez hecho eso, me levantaron como si fuera un bulto y, mientras uno de ellos pasaba a ocupar el lugar del conductor que me habían hecho abandonar por la fuerza, el otro, en el asiento del acompañante, me sentaba sobre su regazo y con sorprendente tranquilidad, se dedicaba a acariciarme las piernas.  El auto arrancó; doblamos por varias calles, todas oscuras; yo sólo rogaba porque alguien nos viera… ,pero nadie, no había nadie.  No dejaba de sorprender el grado de impunidad con que ellos se manejaban ya que ni siquiera habían tenido el cuidado de echarme al asiento trasero o en el baúl de las maletas.  Claro, tonta,… ¿para qué iban a hacerlo?  El polarizado de los cristales, aunque leve, jugaba a favor de los secuestradores.  ¿Secuestradores?  Sí, tonta, me dije en un terrible acceso de indescriptible pánico: te están secuestrando… ¿Todavía no te diste cuenta?
        

     Los tipos ni siquiera trabajaban con la cara cubierta; estaba bien obvio que conocían bien su trabajo o que gozaban de la suficiente impunidad como para practicarlo sin obstáculos.  ¿Adónde me estaban llevando?  ¿Se trataba del auto?  ¿Sería eso?  ¿Ladrones simplemente?  De ser así, seguramente me abandonarían en algún descampado y seguirían con el vehículo.  ¿O su plan sería más ambicioso e incluiría encerrarme en algún cuchitril por algún barrio periférico para pedir rescate?  ¿Pensaban en violarme?  Por cierto, la lascivia demostrada por el que me tenía sobre su regazo no ayudaba a pensar en otra cosa.  No paraba de tocarme las piernas y de franelear mi cola contra su bulto, contoneándose y haciéndome mover de tal modo de imitar una penetración.

                   “Le gusta… ¿No, doctorcita? – me decía, burlona y asquerosamente -.  Nosotros ya estamos bien informados eh… Sabemos muy bien que le gusta mucho la pija…”
                  “Vendale los ojos, pelotudo…” – intervino el que iba conduciendo el auto, tal vez molesto con su compañero o quizás resentido por no poder tocar tanto, al tener que conducir.  Así y todo y sin dejar el volante, arrojó un par de manotazos para tocarme; lo hizo con mi rodilla, luego con una teta; por último se dedicó a masajearme la concha.  El otro, entretanto, me vendó los ojos y ya no pude ver más nada; lo último más o menos conocido que registré fue que cruzábamos por uno de los puentes debajo de la General Paz: habíamos salido de capital y estábamos en provincia, por lo tanto.  Y la pregunta seguía en pie: ¿adónde me llevaban? ¿Pensarían en matarme?  La idea me producía tal escalofrío que sentía la necesidad de hablarles; hubiera deseado no tener la mordaza sobre mi boca para decirles que si lo que querían era violarme, que simplemente lo hicieran pero que, por favor, no me hicieran nada más.  ¿Y qué tal si el plan de esos tipos era completo y pensaban robarme el auto, violarme y matarme?  Todos los días se leían noticias de ese tenor en los diarios: ¿por qué mi caso debía ser la excepción?
                    Sin dejar nunca de apoyarme, el que me tenía sobre sí se dedicó a sobarme las tetas sin delicadeza alguna a la vez que me daba largos y repugnantes lengüetazos por sobre mi rostro.  Yo me removía y sacudía de todas las formas posibles; quería librarme pero me era imposible y, por el contrario, parecía que mi captor gozase aún más en la medida en que yo me resistía.  Quería hablar, pedirles por favor que se detuviesen, decirles que tenía un hijo en el vientre; quizás eso los apiadaría de algún modo.  En eso sonó un celular; provino desde mi izquierda, así que le había sonado al que conducía.
                    “Sí, ssssseñor – dijo, remarcando bien las palabras una vez que contestó – ya la tenemos y la llevamos para la clínica, je… Y… más vale, papá… vos pagás por un trabajo y nosotros lo hacemos… Y… eh, ahí está; se resiste un poco la yegüita pero la tenemos en ablande, jaja… Entendido… Sí, sí, deciles que en… no sé, media hora, estaremos por ahí… cuarenta y cinco minutos a más tardar… Ok, estamos al habla… y tranquilo que va todo bien…”
                 Yo ya no cabía en mí del terror que sentía.  ¿Con quién había hablado?  Lo de “papá” había sido, claramente, un trato más callejero que familiar.  Fuera con quien fuese, resultaba harto evidente que me estaban secuestrando y que todo respondía a un plan.  ¿Cuál era ese plan?  Imposible saberlo; en ningún momento habían hablado nada de dinero o de pedir un rescate pero cabría también suponer que no dirían mucho por teléfono o en mi presencia.  En mi desesperación, vendada y amordazada como estaba y vejada como lo estaba siendo, intenté hacer una lectura positiva de esa posible “reserva” al hablar: si no querían decir mucho en mi presencia, bien podía significar que no tenían en sus planes matarme.  Al menos…, no por ahora…
                  No sé durante cuánto tiempo anduvimos en la noche.  El que conducía había hablado de media hora o cuarenta y cinco minutos pero me dio la impresión de que fue más.  No pararon de divertirse en ningún momento a mi costa, toqueteándome y franeleándome en las partes más íntimas y del modo más inmundo imaginable.  Ya para esa altura yo  comenzaba  a pensar que, después de todo, si me mataban, sería lo mejor que podría pasarme.  Vaya a saber qué era lo que me esperaba.  Habían hablado de una clínica… ¡Una clínica!  ¿Qué era lo que tenían en mente para mí aquellos dos monstruos o el psicótico degenerado que había hablado por teléfono con el conductor un rato antes?  De pronto el auto se detuvo…
                “¿Qué pasa? – preguntó el que me tenía sobre sí -.  Ya estamos a un par de cuadras, ¿o no?  ¿Por qué paramos acá?”
                 “Ssssh, esperá pelotudo – le calló el otro -.  Estaba pensando que en un ratito tenemos que entregarla y si vamos a jugar un poquito con ella el momento es ahora porque después no vamos a poder”
                  “Tenés razón.  Cuando salga de ahí va a estar inservible y, además, me parece que en cuanto nos paguen la platita, nos dan el raje”
                   ¿Inservible?  ¡Dios mío!  ¿Qué pesadilla me esperaba en esa “clínica” de la que habían hablado.
                   “Muuy bien – dijo el conductor, en tono de falsa felicitación -.  Lo entendiste, la concha de tu hermana… Ahora, allá nos están esperando y si tardamos mucho es como que se van a impacientar…”
                   “Hmmm…, sí, ¿entonces?”
                   “Entonces… lo que yo digo es que no hay tiempo para que nos la cojamos los dos.  Para hacerlo rapidito vamos a tener que hacer el dos por uno…”
                  “Jejeje – rió el que me tenía atrapada, acercando deliberadamente su boca a mi oído y arrojándome una bocanada de aliento fétido; estaba claro que no debía cepillarse los dientes jamás -.  El dos por uno…”
                 “Bueno… – dijo el otro -, va a haber que sacarle la mordaza entonces…”
                  “¿Y la venda también?”
                  “No, pelotudo… No necesita ver para tragarse una pija…”
                   “Jejeje, es cierto – recibí una palmada en la cola -.  Bueno, entonces, ¿quién se la coge por la boquita y quién por la conchita?”
                  El dos por uno…  Ahí fui cuando entendí todo.  Manejaban un cierto lenguaje carcelario, ya que así se conoce a un beneficio que se le otorga a algunos condenados a través del cual, en casos de buena conducta, un año de condena cumplida se computa como dos… De todas las locuras vividas hasta el momento desde el día en que Franco entró a la revisación, ésta era, sin dudas, la peor.  Por mi cabeza desfilaron mil imágenes, incluso la del propio Franco, la de Sebastián, Jona, el playero sin nombre, Damián, mis padres, mis profesores en la Universidad… ¡Dios!  Cómo deseaba que alguien de todos ellos pudiera estar allí para ayudarme, pero… la realidad era que yo me hallaba a merced de dos maníacos dentro del habitáculo de mi auto en algún lugar impreciso del conurbano en donde la posibilidad de recibir auxilio de cualquier tipo se reducía virtualmente a cero. 
                  “Vamos a lo más simple y corto – sugirió el que conducía -, así como la tenés, es más fácil que me chupe la pija y vos encargate de pegarle un garche…”
                  “Jejeje, me gusta, me gusta la idea – otra vez el aliento fétido sobre mi rostro e incluso me pareció sentir algunas gotitas de baba cayendo sobre mi hombro y mi cuello -.  Pero… vamos a hacerla mejor… – me apoyó una mano en el vientre -.  La doctora espera un bebé, ¿verdad?  Una mamita muuuy sexy… Para no hacerle daño en la pancita, me la voy a coger por el culo, jaja… Es buena idea, ¿no?”
                  Otra vez el asqueroso lengüetazo en pleno rostro.  Yo no salía de mi espanto ni de mi asombro.  ¡Sabían todo!  ¡Estaban al tanto de mi embarazo!  Por debajo de la venda, los ojos se me llenaron de lágrimas.  Sin ninguna delicadeza, alguien me arrancó la mordaza haciéndome emitir un grito que, al parecer, no les preocupó en demasía.  O no había nadie alrededor o bien se movían en un área, para ellos, protegida.  Con violencia me tomaron por los cabellos y empujaron mi cabeza hacia abajo hasta que sentí en mi trompa el contacto con una verga maloliente que, deduje, sería la del conductor.  Mientras ello ocurría, el otro hurgueteaba con sus dedos por debajo de mi falda y se encargaba de bajarme la tanga para, acto seguido y sin lubricación alguna, empalarme por el culo.
              Yo no daba más.  Ya no sabía cuál dolor era peor, si el físico, el psicológico o el espiritual.  Me sentí más degradada que nunca: aquello que me estaba ocurriendo hacía creer que todo lo que había sucedido hasta entonces era nada más que un simple juego de niños.  Ni caminar en cuatro patas para llevarle el dinero a Franco, ni ser sometida a todo tipo de manoseos y tratos por parte de una adolescente lesbiana, ni ser el objeto de diversión de cuatro adolescentes alcoholizados y drogados, ni ser desnudada por una vendedora de tienda a la cual tuve luego que practicar sexo oral: nada de eso, ni mínimamente podía parecerse a lo que me estaba tocando vivir en ese momento dentro de mi propio auto.  Allí no había ninguna tormenta interna; no estaban el sí y el no librando una batalla campal en mi interior: yo sólo quería salir de ahí…
              “Vamos, vamos, putona… Así, haceme acabar” – decía el que ahora tenía su pija dentro de mi boca mientras me sostenía por la nuca de tal modo de casi no dejarme inspirar otra cosa que no fuera el olor fétido de sus genitales sin aseo alguno.
               “Uy, qué bien que va por ese culito…” – decía el otro sin parar de bombearme por detrás.
                 Aunque a mí se me hizo eterno, fueron rápidos; era obvio que estaban apurados.  Uno acabó dentro de mi boca y el otro dentro de mi cola casi al mismo tiempo.  Jadearon y gritaron de tal modo que terminé de convencerme de que debíamos estar en una zona descampada.  El que estaba al volante me tomó por los cabellos y alzó mi cabeza como si fuera una bolsa y, a la vez, como si se sacara una molestia de encima.  El otro me tuvo empalada por un rato más, incluso cuando el auto ya había iniciado su marcha nuevamente.  Volvieron a amordazarme.
               Unos minutos después el auto se detenía.  Estuvo un rato con el motor en marcha como a la espera de algo (¿de que le abrieran un portón tal vez?); al rato reanudó la marcha pero me dio la sensación de que sólo anduvo unos metros.  Se abrieron las puertas del coche y, en cuestión de segundos, yo era arrastrada fuera del mismo y luego obligada  a caminar mientras uno de mis captores me llevaba por una axila y el otro por la otra.  Alguien se acercó y les habló; la entonación y hasta la forma de hablar me sonaron como si se tratara de alguien bastante más educado o, al menos, con más instrucción; no parecía pertenecer al mismo ambiente marginal que ellos.
              “¿Y, muchachos? – preguntó -.  ¿Ningún problema?”
              “Ninguno, maestro… Ya te avisó que veníamos, ¿no?”
              “Sí, sí, ya estábamos al tanto”
               O sea: no era el mismo que había hablado por teléfono con el conductor.  ¡Mi Dios!  ¿En qué clase de red había yo caído?  ¿Cuántos eslabones o jerarquías había en aquella organización?
               “Bueno…, pasen a la salita – ordenó, siempre con su tono extraña y sorprendentemente educado -.  La doctora está esperando…”
               ¿La doctora?  ¿Hablaban de mí o de alguien más?  La realidad fue que me sonó más como lo segundo.  Una doctora… Mi terror a cada instante crecía más… ¿En dónde estaba?  ¿A quién me estaban entregando?  Me puse a repasar el diálogo telefónico en el auto y, en efecto, habían hablado de una clínica. ¿Sería entonces con esa supuesta “doctora” con quien hablaban?  No, no cerraba: el que conducía el auto había llamado a su interlocutor “señor” y hasta había utilizado la expresión “papá”; por otra parte, en todo momento de la conversación telefónica me había dado la sensación de que quien estaba al otro lado de la línea se comunicaba desde un lugar que no era el mismo hacia el cual estábamos yendo.  De hecho, habían hablado de avisarle a alguien…
               El retumbar de los pasos, sumado al hecho de que los dos tipos marchaban a mi lado casi estrujándome como si fuera una salchicha, me daban la pauta de que marchábamos a lo largo de un pasillo angosto.  Me arrastraban de tal modo que mis pies casi no tocaban el suelo; sólo cada tanto se oía el golpetear de mis tacos contra el piso.  Traspusimos una puerta, eso se notó… Ignoro a qué tipo de ambiente habíamos pasado, seguramente el que habían llamado “la salita”, pero les puedo asegurar que el miedo que yo sentía era tal que me hice pis encima; no pude evitarlo.
                 Una voz de mujer, aunque de timbre muy grave, retumbó en la habitación.
                 “Pónganla sobre la camilla… Atada de pies y manos” – ordenó, en un tono que evidenciaba tener una cierta autoridad o jerarquía en aquel lugar de pesadilla al que me habían llevado.
                   Sin objetar absolutamente nada, uno de mis captores me soltó las manos que yo llevaba atadas a la espalda; ello no significó, sin embargo liberación alguna ya que me sostuvieron por los codos de tal modo que no pudiera mover mis brazos ni aún desatada.  Luego me cargaron en vilo entre ambos y me echaron pesadamente sobre una durísima camilla.  Acto seguido, sentí cómo me aferraban nuevamente por las manos y ataban mis muñecas a ambos flancos de la camilla sobre la cual me hallaba.  Luego hicieron lo mismo con mis tobillos, dejándome con las piernas bien abiertas.  Uno de ellos advirtió que me había orinado y lo hizo notar, divertido.
                   “Siempre pasa eso con estas putitas – acotó la mujer -.  Ahora resulta que tienen miedo, lloran, patalean, les duele, se mean, se hacen caquita, pero bien que cuando tuvieron que abrirse de piernitas para dejarse culear ni se quejaron”
                   La voz sonaba como de mujer mayor: tal vez sesenta años o más y, no sé por qué, se me antojó voluminosa o gorda, quizás por el tono grave.
                  “Bien – dijo -.  Fuera; déjenme sola con la paciente”
                  ¿Paciente?  ¡Qué modo extraño de verme!  No puedo describir el pánico que yo sentía, aumentado por el hecho de que no podía ni siquiera ver lo que se cernía sobre mí ni tampoco hablar para pedir clemencia.  El lugar olía mal: húmedo y nauseabundo, como a algo en descomposición.  Uno de mis captores, el mismo que me había tenido en su regazo y que luego me había cogido por el culo, se acercó a mi oído:
                 “Adiós, doctorcita… Fue un placer enterrársela en el orto…”
                 Y otra vez el detestable lengüetazo en mi rostro, sumado a un desagradable beso que pretendió ser de despedida.    Puede sonar increíble al lector, pero cuando escuché la puerta cerrarse y supe que los dos monstruos se habían retirado, me sentí aún más desprotegida que antes.  Ahora estaba sola, en aquella lóbrega y maloliente habitación a la que llamaban “la salita”, con una mujer que bien podía ser un monstruo aún peor que los dos rufianes que acababan de marcharse.  Escuché sonidos que, debido a mi entrenado oído profesional, logré reconocer como de instrumentos quirúrgicos.  Un nuevo ataque de terror se apoderó de mí y me sacudí con violencia en la camilla, haciendo esfuerzos denodados por conseguir liberar alguna de mis manos o, siquiera, alguno de mis pies.  Me moví frenéticamente, levantando mis caderas y mi espalda una y otra vez pero sin conseguir nada.  Los hijos de puta me habían amarrado bien y con tanta fuerza que hasta sentía la circulación cortarse en muñecas y tobillos.
                 “¿Qué pasa, putita? – me preguntó la mujer y juro que creí escuchar la mismísima voz del diablo -.  ¿Estás nerviosa?  No te preocupes que algo sé: soy especialista en putas como vos.  En un ratito más, esa mierdita que tenés en el útero va a ser un residuo más en la bolsa”
                  Fue entonces cuando mi cerebro acusó recibo de todo.  Claro, estúpida, ¿cómo no te diste cuenta antes?  El lugar era una clínica de abortos clandestina; la mujer sería, muy posiblemente, una falsa médica… y el plan… no era otro que despojarme de mi bebé.  Me sacudí aún con más fuerza, dando violentas convulsiones sobre la camilla y tratando de arrojar puntapiés, cosa que, por supuesto, me era del todo imposible: yo era un animal atado… Sí, un animal: finalmente tocaba el punto más bajo en el abismo hacia el que Franco me había arrojado cuando me tildara de “hembra en celo”.  Franco… claro, ahora todo cerraba perfectamente.  Bastó con que supiera del embarazo y que, encima, yo me pusiera obsesiva y molesta en llegar hasta él y hacerlo consciente de su paternidad, para que él terminara por decidir actuar por cuenta propia.  Pero… ¿él?  ¿Un chiquillo de diecisiete años podía ser capaz de interactuar con una organización que incluía espías, entregadores, secuestradores y médicos abortistas?   Sonaba a locura, desde ya.  Mucho más posible, en cambio, era que quienes habían tramado y pergeñado todo eso fueran sus padres.  Aun sin conocerlos, más de una vez yo había pensado en ellos o en cómo pudieran llegar a reaccionar ante la noticia de que Franco esperaba un hijo.  Como ocurría, en general, los padres de los alumnos de ese colegio eran  gente adinerada o más o menos acomodada económicamente.  Como tal, tendrían los contactos suficientes como para armar todo aquello.  Más que posiblemente, habría bastado que el nene se apareciera diciendo que había una doctora mala que le quería encajar un hijo para que ellos se pusieran en campaña para sacarme de en medio o, cuando menos, lograr que ese bebé ya no existiese.   Así era como terminaba todo finalmente: cuán distinta era mi vida de cómo había sido hasta sólo un par de meses atrás.  Cuán alto terminaba siendo el precio a pagar por haber cedido a la tentación carnal y haberle sido infiel a mi esposo, al que alguna vez había jurado fidelidad.  Abatida y maniatada sobre esa camilla, hasta me puse a pensar si en verdad no me lo tendría merecido.
               Pude sentir los pasos y la pesada respiración de la mujer cerca de mí y me estremecí de la cabeza a los pies.  Me tocó el vientre, como si palpara el material a tratar.  Luego pude sentir el frío de un objeto filoso y metálico apoyándose contra la cara interior de uno de mis muslos.  Fue apenas un roce pero pude darme cuenta de que se trataba de un bisturí o de un escalpelo.  A continuación, escuché el crujir de la tela al rasgarse y me di cuenta que la mujer estaba cortando mi falda por el frente.  Luego tanteó en el hueco entre mis piernas y tocó mi tanga.
                 “Esas bombachitas que se ponen ahora…, bien de putas… Qué asco que me dan…” – se quejó, casi escupiendo las palabras de tanto odio.  Utilizando el instrumento que tenía en mano, cortó en jirones la breve prenda y así mis zonas íntimas quedaron totalmente expuestas para lo que se venía, fuera lo que fuese.
                Otra vez tuve un acceso de nervios y comencé a sacudirme frenéticamente.
               “Quieta, puta, quieta… – no cesaba de decirme mientras me abofeteaba el rostro sin lograr detener mis convulsiones ni siquiera de ese modo -.  No tengas miedito…, yo no mato mamis, sólo les saco la porquería de adentro.  Te aclaro, ganas no me faltan porque me dan asco cuando son tan putas como para andar regalándose y abriéndose de piernas – ella seguía hablando y mis convulsiones no cesaban -. Parece que querés hacerme las cosas difíciles… Voy a tener que usar el cloroformo y ponerte a dormir… Cuando te despiertes, tu bebé va a estar en la caja compactadora de un camión, jaja…”
                No podía creerlo.  No podía creer nada de lo que me estaba pasando.  Mis ojos se llenaban cada vez de más lágrimas mientras mis muñecas y tobillos pugnaban inútilmente por liberarse.  ¡No!  No podían quitármelo, no podían hacerlo, no podían…
                En eso escuché un sonido seco y ahogado, como si algo pesado hubiera caído al suelo.  La gasa con cloroformo que yo había esperado sentir apoyarse sobre mi nariz nunca llegó y un extraño silencio se apoderó súbitamente del lugar.  No había ningún ruido: ni de instrumentos quirúrgicos, ni de frascos, ni de nada… Escuché unos pasos, pero no eran los de la pérfida doctora; no sonaban tan pesados.  Había alguien más en la habitación, pero… ¿quién?  Súbitamente pude sentir el hálito de una respiración sobre mi mejilla… y alguien que me hablaba al oído:
                  “Tranquila, doctora Ryan… – me dijo -.  Ya pasó todo.  Quédese tranquila que todo va a salir bien…”Mi cerebro se había convertido en un gran signo de interrogación.  ¿Qué diablos estaba pasando?  ¿Quién era ése que había hablado?  Y, por otra parte, yo conocía esa voz…, la conocía.  Claro, sí, era el que se había acercado cuando los dos matones me estaban bajando del auto, el que había hablado con tono algo más educado o instruido.  Aun así, habiendo logrado establecer quién era el dueño de la voz, la situación distaba mucho de estar aclarándose.  De pronto sentí que me quitaban la venda de los ojos.
                 Los abrí.  Me costó acostumbrarme a la mala luz que había en el lugar, sumado al hecho de que tenía los ojos entumecidos y llorosos.  La habitación era tal como la había imaginado, por lo menos la parte que, echada de espaldas contra la camilla, llegaba a ver: manchas de humedad poblaban el techo y las paredes.  A pocos centímetros de mí, un rostro: un hombre de treinta y cinco o cuarenta años me miraba fijamente con unos ojos verdes que, en ese momento, se me antojaron tristes y hasta piadosos.
               “Te voy a sacar la mordaza – me dijo -, pero no tenés que gritar… Si lo hacés, estamos en el horno, ¿entendiste?”
                Las cosas cambiaban su curso con tanta rapidez que no me permitían acostumbrarme a cada cambio, pero aun así entendí que ese hombre quería ayudarme y, como tal, lo menos que podía yo hacer era colaborar.  Asentí con la cabeza y él hizo lo mismo.  Me quitó la mordaza con la mayor delicadeza posible, tratando de no hacerme doler.
                “Mi nombre es Silvio” – se presentó: extraño contexto para una presentación en realidad.
                 Yo no conseguía articular palabra; era como si mi boca aún siguiera amordazada.  El hecho de haberla tenido encintada durante tanto rato se combinaba con la incomprensión que, en ese momento, hacía presa de mí.  Podía hablar, sí,  pero…, ¿qué podía preguntar o decir?  Más bien dejé que el sujeto hiciera lo suyo y, en efecto, se dedicó a soltar las ligaduras, primero de mis manos y luego de mis tobillos.  No puedo explicar el alivio que sentí: fue como si mi sangre volviera a correr por mis extremidades.  Él me colocó una mano por debajo del hombro y me instó a incorporarme.  Me senté sobre la camilla y tuve una visión aún más completa y aterradora del lugar en que nos hallábamos.  Ninguna higiene: manchas de humedad por las paredes y de sangre seca en el piso, una mesa sobre la cual se amontonaban varios instrumentos quirúrgicos en algunos de los cuales se apreciaban, incluso, manchas de óxido… y un montón de bolsas de residuos (¿para los fetos, tal vez?).  Pero lo más estremecedor de todo fue ver a la mujer en el piso; estaba allí, aparentemente, sin sentido: no era gorda como la había imaginado, pero sí maciza y robusta.
                   “Le tuve que dar cloroformo – explicó mi misterioso salvador -.  Ella estaba a punto de usarlo con vos, pero…, le gané de mano, je…”
                   Caballerosamente, me ayudó a bajar de la camilla.  Yo aún seguía atontada y desconcertada por la marcha de los acontecimientos y los cambios que se daban a cada momento.
                     “Tenemos que salir de acá” – me dijo -.  Voy a espiar que no haya nadie en el pasillo y, si es así, conozco un camino alternativo…”
                      Se acercó a la puerta de la habitación y la entornó un poco para otear fuera de la misma.
                      “Está despejado – anunció, como si diera un parte de guerra -.  Vamos…”
                     Apenas empecé a caminar para tratar de seguirlo, me encontré en problemas.  Mis tobillos me dolían por haber tenido que soportar durante tanto tiempo las ceñidas ligaduras y, por otra parte, los tacos hacían ruido.
                    “Yo te diría que te descalces – me dijo -.  No es sólo el ruido, es que además vamos a tener que movernos rápido…”
                   Haciéndole caso, me quité el calzado; un instante antes de hacerlo, tuve que resistirme a la tentación de propinarle un puntapié en pleno rostro a la mujerona que yacía, sin sentido, en el piso.  Fue como si él me hubiera leído la intención:
                     “Dejala – me dijo -.  Vamos, rápido…”
                     Una vez que estuve descalza, le seguí los pasos.  Debo confesar que me produjo un fuerte estremecimiento tener que caminar sobre manchas de sangre pero la situación ameritaba, en ese momento, dejar de lado todo prejuicio higiénico.  Estuve a punto de dejar mis zapatos allí, pero él me hizo seña de que los llevara.
                     “Es mejor que no dejes nada tuyo acá… Vamos” – me urgió.
                      Salimos al pasillo, me tomó por una mano y echamos a correr hacia la izquierda.  Algunas puertas jalonaban el estrecho y lóbrego corredor pero todas estaban cerradas.  Nos desviamos luego por una puerta no menos estrecha que estaba justo debajo de una escalera.  Un nuevo pasillo se abrió ante nosotros pero ahora a cielo abierto; por encima de nosotros estaban las estrellas.  Una vez finalizado el corredor, salimos a una especie de gran patio que, por lo poco que podía verse bajo la luz de la luna, daba aspecto de abandono: aquí y allá poblaban el piso algunos escombros y trozos de metal desparramados, en tanto que ocasionales matas de pasto crecían en las juntas de los baldosones.  Corrí, casi a ciegas, siempre siguiendo al misterioso sujeto, mientras rogaba por no clavarme nada en la planta del pie.  Una vez que dejamos atrás el patio de baldosas, salimos a un gran descampado lleno de malezas: una nueva tortura para mis pies.  Llegamos a un gran tinglado sin paredes y sostenido sólo por columnas de ésas que se dividen en varios cuerpos, como las antenas de las emisoras de radio.  Había allí estacionados unos tres vehículos y nos dirigimos hacia un Volkswagen Tiguan: el sujeto me abrió la puerta del acompañante para que me subiera y fue, luego, presuroso, a tomar el lugar del conductor.  En cuestión de segundos salíamos por una calle de tierra que, en determinado momento cruzaba una alcantarilla a modo de puente sobre lo que parecía un gran zanjón o tal vez un canal.  De allí pasamos a otra calle de tierra que bordeaba precisamente ese zanjón y ello me permitió tener, a la luz de la luna, una visión algo más abarcativa del lugar que acabábamos de dejar y del cual procurábamos poner distancia.  Realmente el edificio parecía un galpón abandonado, sin que hubiera trazas de actividad alguna: era imposible pensar que allí pudiese funcionar  una clínica de abortos ilegales pero, claro, supongo que el objetivo era precisamente que así fuese.
               Durante bastante rato no hablamos palabra.  Silvio mantenía la vista en el camino y pisaba el acelerador a fondo aun a pesar de hacer sufrir al vehículo violentas sacudidas en pozos y huellones; claro, la idea era alejarnos lo más rápido posible de aquel infierno de pesadilla del cual huíamos.  Pronto estuvimos en lo que parecía ser una ruta o, cuando menos, un camino asfaltado y comencé a sentir un cierto alivio: era como si de a poco recobrara el contacto con la civilización.
              “¿Estás bien? – me preguntó él girando la vista hacia mí durante un fugaz instante.
               “S… sí, dentro de lo que se puede, sí” – contesté.
               Mi respuesta era de lo más lógica.  En una misma noche y en el lapso de un par de horas había sido secuestrada, violada por detrás, y obligada a practicar sexo oral para luego ser maniatada sobre una dura camilla con el objeto de ser sometida a un aborto ilegal que, gracias a Dios y a aquel sujeto misterioso que guiaba el auto, no se concretó.  Silvio tomó un atado de cigarros de la guantera y me extendió uno.  No soy fumadora compulsiva pero se lo acepté: una noche tan extraña y traumática como la que acababa de vivir ameritaba el vicio. 
                “¿Quién sos? – pregunté -.  ¿Y por qué me salvaste y me sacaste de ese lugar?”
                 “Como te dije, me llamo Silvio – respondió entre dientes, mientras encendía su cigarrillo -.  Y si querés saber algo más, te puedo  decir que trabajo como detective…”
                  Lo miré estupefacta, tratando de interpretar si sus palabras iban en serio o en broma.  Él detectó mi perplejidad y me dirigió una rápida mirada de soslayo.
                 “Te maté con ésa ,¿no?  ¿Sorprendida, doctora Ryan?”
                  Yo continué mirándolo fijamente.
                  “¿Esto que acabas de hacer es entonces para vos parte de un simple día de trabajo?” – le pregunté.
                  “No – blandió en señal de negación los dos dedos en los cuales sostenía el cigarro -.  No hago este tipo de cosas por lo general…”
                   Caímos a una autopista, a la cual creí reconocer como la Ricchieri, con lo cual quedaba en claro que había sidollevada hacia el sudoeste de la capital.  Un nuevo silencio se volvió a producir entre nosotros y él me echó una mirada de reojo, quizás para comprobar que me hallaba bien.  Me pareció que bajó un poco la vista hacia mi entrepierna y luego la desvió, probablemente avergonzado.  Yo también me avergoncé, porque cobré conciencia en ese momento de que me hallaba prácticamente desnuda: no tenía bombacha, pues la horrenda mujerona me la había destrozado y tampoco mucha cobertura por delante ya que mi falda estaba abierta en dos, colgando en sendos jirones sobre mis caderas.  Me llevé las manos a mi sexo para cubrirme.
                    “Se va a complicar hacerte entrar en el edificio, así como estás – señaló él -.  Espero que no nos crucemos con nadie…”
                    “¿Adónde estamos yendo?” – pregunté intrigada.
                    “Quiero mostrarte mi lugar de trabajo…”
                     “Ajá… ¿y para qué?”
                    “Vas a entender algunas cosas…”
                     Otra vez se produjo un momento de silencio.  Lo miré:
                    “Te contrató la familia de Franco, ¿no?” – le interrogué.
                      Simplemente dio un par de pitadas a su cigarrillo.
                      “Esperá a llegar… – dijo, secamente, aunque con amabilidad -.  Allá vas a entender todo…”
                       “¿Y por qué te echaste atrás?” – le espeté, continuando con mi interrogatorio.
                       “¿Echarme atrás?   No entiendo…” – dijo él, sacudiendo la cabeza.
                      “Claro, me sacaste de ahí, pero hasta unos minutos antes estabas con ellos.  Recuerdo bien tu voz…”
                   Cabeceó pensativamente.  Arrojó el cigarro por la ventanilla aún sin haberlo terminado.
                   “Es que… la cosa se fue muy a la mierda… – dijo, en tono de lamentación -.  Y hay cosas que no me las banco…y, como te dije, no las hago…”
                  “¿Y por qué habías accedido a hacerlas entonces?  Digo… antes de arrepentirte, claro…”
                    Haciendo el clásico gesto para hacer referencia al dinero, frotó dedo pulgar contra índice.
                   “Lo de siempre… – contestó -.  Buena platita.  Pero… cuando estás adentro te das cuenta que hay límites que no podés cruzar sólo por un billete…”
                     “¿Por qué lo decís? ¿Secuestro, violación, aborto ilegal?  ¿Cuál de ésos es tu límite?”
      

             Me miró con una sombra de lástima en los ojos.

                    “Te violaron, ¿no?… Lo siento, de verdad.  No era algo que pensé que pudiera ocurrir… Lo que empezó como un simple trabajo por encargo, terminó en una gran locura… y mi trabajo es, habitualmente, bastante más simple y, si se quiere, más ético que eso…”
                     Entramos a la General Paz y marchamos hacia el norte; bajamos en Gallardo, a la altura de Liniers y luego nos movimos en dirección al barrio de Versalles.  Entramos a un edificio que, por suerte, tenía cochera.  No había nadie en el lugar.  Para mayor seguridad y dada mi casi desnudez, fuimos por las escaleras en lugar de por el ascensor.
                   “Nadie usa las escaleras a esta hora” – explicó él.
                   Conté tres pisos hasta llegar a lo que parecían ser sus oficinas; daba la impresión de tratarse de un semipiso.   El lugar estaba realmente bien puesto, muy posmoderno y con varias computadoras, además de monitores y un enorme plasma.  Me invitó a sentarme en una mullida silla giratoria frente a un escritorio y él pasó a ocupar el otro lado, no sin antes darme un vaso de agua.  Por pudor, me crucé de piernas.
                   “Tranquilizate – me dijo -.  Fue una noche muy agitada, pero quiero que estés bien para esto…”
                    “Estoy bien – repuse con energía -.  Ahora decime lo que me tengas que decir”
                   Asintió, pensativamente.
                   “Más que decir, tengo que mostrarte” – dijo y le dio arranque a una de las tantas computadoras que allí se veían.  Un monitor se encendió a un costado del escritorio e instantes después él rebuscaba con el mouse entre una serie de archivos.  Hizo doble clic sobre uno.
                    Cuando por fin la imagen se abrió y el programa predeterminado comenzó a ejecutar el archivo, la mandíbula se me cayó completa.  Allí estaba yo, con el dinero en la boca, marchando en cuatro patas hacia Franco.  La conmoción fue tal que comencé a respirar con dificultad.
                   “¿Vos tenés eso? “ – le pregunté, abriendo de par en par mis ojos por la incredulidad.
                   “Y esto” – respondió, dando doble clic a otro archivo para que, a continuación, mis aún descolocados ojos me viesen a mí misma haciendo subir a mi auto al chico de la estación de servicio, justo en la puerta del maxikiosco.
                    “O esto” – agregó.
                     Y aparecí otra vez yo, siendo penetrada analmente por el flaco en la fiesta con los cuatro adolescentes.
                      Yo no salía de mi asombro.  Mis piernas temblaban.  Dos de las filmaciones ya las había visto pero, a la sorpresa de saber que aquel extraño las tenía en su poder se agregaba la de que alguien me había filmado en la calle cuando, en plena madrugada, había hecho subir a mi auto al chico del combustible.
                   “Acá tengo otra” – dijo Silvio, volviendo a hacer doble clic y a continuación vi la imagen de mi auto entrando en un hotel, que rápidamente reconocí.  Era el de la colectora en el acceso oeste y la imagen correspondía, obviamente, a la noche en que me llevé allí a Franco…
                    “Y tengo más…” – siguió diciendo.  Y en la medida en que se fueron abriendo nuevos archivos y nuevas ventanas, me vi a mí misma enfundada en guardapolvo y tocando el timbre en la casa de Franco en una imagen que reconocí como correspondiente al día de aquel fatídico almuerzo.  En otra me vi hablando con Franco en la calle y luego invitándolo a subir a mi auto; era el día aquél del accidente y esa escena se había producido sólo un rato antes de la entrada al telo de la colectora.  Es decir, me habían seguido, vigilado, fotografiado y filmado por todos lados… Fue como si en sólo un instante se hubiera hecho trizas para mí cualquier concepto medianamente asociable con “vida privada”.  Un dolor comenzó a apretarme el pecho.   Me sentía consternada, dolida y pillada como una niña a la que han descubierto en sus travesuras, pero claro, siendo yo una mujer adulta, casada y profesional, la sensación de humllación que ello producía era cien veces mayor.
                    “¿Es… esto lo que hacés habi…tualmente?” – pregunté, con la voz queda y algo quebrada.
                    “Claro.  Por eso te decía: yo no hago secuestros ni abortos ilegales; no estoy en esa movida”
                     Me llevé dos dedos al puente de la nariz a la vez que bajaba la vista.
                     “No entiendo… ¿La familia de Franco te pagó por hacer todo este trabajo?”
                    “Nunca dije que hubieran sido ellos, doctora…”
                    Le miré fijamente, cada vez más confundida.
                    “Yo le dije que mi trabajo no son los secuestros ni abortos ilegales ni nada de eso; nunca me enganché con toda esa mierda – continuó explicando -.  Mi trabajo es mucho más inocente que eso, doctora… Y, según como se lo vea, hasta puede decirse que le hago un bien a la comunidad…”
                   “¿Te podés explicar, por favor?  No estoy entendiendo nada…” – mi tono revelaba estar empezando a perder la paciencia.
                   “Hmm, bueno, verás… Hay muchas esposas que tienen dinero y que sospechan que sus maridos no se están portando realmente bien… Y también maridos que sospechan de sus esposas… Ahí es donde entra mi trabajo: yo descubro lo que necesiten saber y les saco todas las dudas… De esa manera, se quitan las vendas de sus ojos y una vez que se enteran de lo que realmente son sus parejas, la decisión es de ellos: o perdonan o les dan una olímpica patada en el orto…”
                      De pronto sentí un sacudón interno y di un respingo en la silla que ocupaba como si todas las fichas me cayeran juntas.
                     “¿Damián? – pregunté, casi ladrando el nombre -.  ¿Me estás diciendo que te contrató Damián?”
                     “Sé que no es la noticia más linda que quisieras recibir en este momento – dijo tristemente -, pero sí, fue él…”
                     Me tomé el rostro con ambas manos; todo me daba vueltas.
                    “¿Te sentís bien? “ – me preguntó.
                   “¿Cuándo? – repregunté sin hacer caso a su interrogante -.  ¿Desde qué momento comenzó todo esto?”
                   “Al día siguiente del día en que le mamaste la verga a Franco en el colegio… – pareció ruborizarse al decirlo -; en fin, mil disculpas por decirlo de ese modo…”
                    “¿Y cómo se enteró?  ¿Por qué sospechó?” – volví a la carga, haciendo caso omiso de sus disculpas.
                   “Bueno…, una… compañera de trabajo de tu marido, una preceptora, en realidad… Ella fue la que los escuchó y le fue a él con el cuento …”
                    Claro, la maldita preceptora había oficiado como buchona.  De hecho, tanto ese día como otros me había parecido imposible que los gemidos y gritos no se oyeran fuera del aula y, más de una vez, viendo la expresión de ella, me había dado la impresión de que se hacía la tonta, pero traté, en aquellos momentos, de pensar que era sólo mi paranoia.  Estaba obvio que los gritos se habían escuchado y, dado que ella tenía su preceptoría de manera contigua al aula que yo ocupaba, se convirtió en testigo privilegiado.  Ahora lo que me preguntaba era si sólo lo habría puesto al tanto a Damián o le habría ido con el chisme también a más gente.  Difícil era creer que hubiera dejado pasar un rumor tan jugoso y atrayente.
                    “Pero,.. ¿cómo tenés esa filmación entonces?  Me refiero a la del primer día…”
                   “Acceder a un teléfono celular es fácil para mí… – dijo -.  Es mi trabajo, no te olvides.  La tecnología puede ser muy útil pero tiene un gran problema: deja rastro.  Yo me manejo con contactos adentro de todas las compañías de telefonía celular, a los cuales, obviamente, siempre hay que pagarles.  No fue difícil dar con el número de Franco y, como al otro día, por lo que parece, una compañera del curso le sacó el celular y se envió el archivo a sí misma, desde ese momento la filmación fue totalmente vulnerable… Lo demás ya lo sabés,  ahí lo tengo…”
                    Yo no salía de mi asombro.  No podía creer que cada vez encontrara un nuevo límite para mi capacidad de sorpresa.
                   “Y… entonces, si tenés acceso a cualquier teléfono celular – dije -, supongo que eso quiere decir que…”
                  “Sí, sí, al tuyo también – dijo, mientras abría otro archivo -.  Acá están todos tus mensajes de texto, por ejemplo… Y también chequeé la ubicación geográfica de tus llamados cuando decías que estabas atendiendo a una mujer enferma, que había muchas escaleras y cosas por el estilo…”
                  “Y… la grabación de audio que recibí, entonces…”
                  “¿Cuál?  ¿Ésta?” – inquirió al tiempo que clicaba sobre un nuevo archivo y sólo una fracción de segundo después se escuchaba mi propia voz pidiéndole por favor a Franco que me hiciera la cola.
                   No puedo describir lo que estaba sintiendo en ese momento.  Vergüenza.  Estupor.  Impotencia.  Y estupidez,… mucha estupidez por haber creído que estaba logrando engañar a mi marido en sus narices cuando la realidad marcaba que ya hacía rato que me tenía totalmente vigilada.
                  “Pero… y entonces… si lo sabía, ¿por qué prolongó esto durante tanto tiempo?”
                    “Para juntar más material y así hacerte mierda y dejarte en pelotas…” – contestó fríamente
                  “P… ¿perdón?”
                  “Claro.  En el caso de un reparto de bienes gananciales, él tiene que reunir la suficiente cantidad de pruebas como para demostrar que vos no te portaste bien.  Si una de las partes ha sido desleal con la otra y ha faltado a los votos conyugales, ello incide desfavorablemente sobre ella para  los jueces en el momento de proceder a la división…”
                  Mi cabeza seguía siendo un remolino.  Claro, no era que tuviéramos tanto dinero: éramos un matrimonio de clase media pero él había cobrado hacía poco una herencia de unos ochocientos mil pesos que, me había dicho, mantendría bajo llave en un banco hasta que dispusiésemos de ella para mejorar nuestra casa o para lo que fuera que planeásemos, sobre todo el día en que llegara nuestro primer hijo: ironía del destino, ese hijo estaba por llegar, pero era mío, no de él.  Ahora bien, quedaba claro que Damián no quería repartir nada de ese dinero conmigo, ni, seguramente, tampoco la casa…, o los autos.  Pero, ¿tan frío y calculador podía él haber sido como para mantener la boca cerrada durante todo ese tiempo?  ¿Hacerme creer que nada sabía de lo que estaba ocurriendo?  ¿Cómo había hecho para aguantarse las ganas de decirme en mi cara que lo sabía todo y que yo era la peor puta del mundo?  Las siguientes palabras de Silvio aportaron, en buena medida, algo más a mi pobre comprensión.
                 “Por otra parte – continuó -, te voy a confesar una cosa.  Yo no le di todo el material a Damián de entrada; sólo muy poco: apenas algunas fotos en las que subías a Franco al auto o la grabación que escuchaste recién.  No puse en sus manos ninguna de las escenas de sexo explícito que te tuvieron como protagonista, por ejemplo.  Preferí guardarlas para mostrárselas más adelante y así mantenerlo como cliente durante algún tiempo más.  Eso también es mi trabajo: crear el gancho como para que el cliente que pidió la investigación siga motivado e intrigado y así seguir cobrando por el trabajo.  Es un error dejar caer todas las bombas desde un principio”
                 “O sea… a ver… – le interrumpí ello mientras intentaba ordenar mis pensamientos  y reacomodar un poco el rompecabezas -, volvamos a la grabación… ¿Quién me la envió entonces?  No me cierra que hayas sido vos porque eso hubiera sido echar tierra sobre tu propio trabajo…”
                 “No.  Ése fue el pelotudo de tu marido – sonrió fugazmente, pero  a la vez sacudió la cabeza con evidente fastidio -.  No se la aguantó y quiso jugar a ponerte nerviosa.  Casi lo maté cuando me dijo: el imbécil estuvo a punto de echar a perder absolutamente todo… Afortunadamente no fue así: tu calentura ayudó…”
                  Lo miré sin entender.
                “Y… es que, honestamente me sorprendió que no te detuvieras y que siguieras queriéndote coger al pendejo aun a pesar de que, al parecer, alguien te tenía vigilada… Yo habría apostado todas las fichas en que desde el momento en que te llegara ese mensaje de voz con la grabación, te irías a bajar de absolutamente todo y que te recluirías en tu casa… No fue así: sorprendente, doctora…”
                 No puedo describir la situación de vergüenza y de humillación.  Incluso ese tipo, quien hasta el momento se había presentado como educado y tratable, me degradaba de algún modo con sus comentarios y dichos, aun cuando diera la impresión de que no era ésa su intención.  Eché una mirada al monitor y a los distintos archivos que tenían que ver conmigo: toda mi vida privada almacenada y expuesta allí.
               “Supongo que te divertiste todo este tiempo, ¿no?” – pregunté con un deje de tristeza.
                 “Te mentiría si dijera que no – respondió -.  Es la parte divertida de este trabajo: ver las cosas que las mujeres casadas hacen en su vida privada.  Pero más allá de entregárselas en bandeja a los maridos cornudos, uno también tiene su costado de “voyeur” y en ese sentido  tengo que decir que la pasé muy bien con vos”
                 Cerré los ojos: no sabía si agradecerle o insultarlo por tanta sinceridad.  Debía recordar, por supuesto, que en definitiva era él quien me había salvado del bisturí de la bruja abortista. 
                “¿Y en qué momento recibió Damián el material completo?” – pregunté, intrigada.
                  “Eso fue hace un par de semanas o menos, apenas saltó lo de tu embarazo – respondió -.  Ya estando vos preñada por ese pendejo no había forma de estirar mucho más el asunto porque pronto tu marido iba a saberlo de un modo o de otro.  Así que ya llegado ese momento puse todas las cartas sobre la mesa: en un mismo día recibió todos los videos y fotografías más la noticia de que estabas embarazada”
                 “Y entonces puso en marcha el plan del secuestro… y del aborto” – aventuré.
                 “Tal cual.  Y ahí fue cuando las cosas se empezaron a ir al carajo.  Yo… acepté su propuesta por el dinero pero…, me sentí mal apenas lo hice.  Y ni hablar cuando vi ante quienes y en donde te entregaba.  Lo mío es otra cosa, otro tipo de trabajo.  Fue desagradable.  Tuve que tratar con secuestradores, con bandas clandestinas de abortistas… Por mi trabajo, obviamente, conozco gente y tengo forma de contactarlos, pero… no es que me guste hacerlo.  Prefiero no juntarme con ese tipo de lacra… Yo… siento mucho haberte metido en esto…- bajó la vista; su arrepentimiento daba la impresión de ser sincero.
               Se produjeron unos instantes de silencio; sólo se escuchaba el sonido de los ventiladores internos de las computadoras y, muy de tanto en tanto, el del ascensor.
                “¿Te puedo preguntar cuánto te pagó por esto?” – espeté, haciendo un ademán con mi mano en dirección al monitor.
               “Hasta ahora… – contestó a la vez que cabeceaba y parecía estar haciendo cuentas en su cabeza -, he recibido unos ciento treinta mil pesos.  Jamás hago trabajos por esa cantidad de dinero, te lo puedo asegurar.  Fueron noventa mil por todo esto que ves – señaló hacia el monitor – más otros cuarenta mil por hacer de contacto con toda esa mafia.  Los secuestradores habrán recibido unos cincuenta mil: son de poca monta en realidad, pero fueron lo mejor que le pude conseguir.  Y la clínica abortista le cobraba a tu marido otros cincuenta mil pero no creo que hayan llegado a ver ese dinero porque el aborto finalmente no se produjo.  Si pagó, debe haber sido algún pequeño porcentaje en concepto de seña pero siendo yo el nexo, creo que me hubiera enterado de la operación”
               Me quedé pensando.  Ahora era yo quien hacía cuentas en la cabeza.  Si se analizaban fríamente los números, finalmente no había negocio alguno para Damián.  Ya llevaba gastada poco más de una cuarta parte de los ahorros: es decir, lo que no quería compartir conmigo lo estaba entregando, a la larga a investigadores privados o a bandas delictivas.  Quedaba en claro entonces que el móvil era más que económico.  Él quería destruirme y no compartir nada conmigo, pero no le importaba tener que repartir con alguien más, ni siquiera con un hato de inescrupulosos y facinerosos.  Pensándolo fríamente, hasta podía llegar a entenderlo en algún punto y, después de todo, no era yo la más indicada para hablar de escrúpulos con lo que le había hecho.
            “¿Y ahora qué vas a hacer?” – le pregunté a Silvio.
            Me miró sorprendido; se apoyó un dedo índice en el pecho.
           “¿Yo? – me repreguntó extrañado – ¿Yo?  Echate un vistazo en cuanto puedas, doctorcita… Estás desnuda y sucia, demás está decir que sin poder volver a tu casa dada tu situación actual… ¿Y te preocupás por mí?”
             “Supongo que te metiste en un problema con esto que hiciste por mí” – aventuré.
               “Sí – asintió, enarcando las cejas y revoleando los ojos como si con sus gestos relativizara sus palabras -.  Por los secuestradores no tengo que preocuparme.  Ellos hicieron su trabajo, cobraron y se fueron.  No les importa un carajo si a los de la clínica después se les escapó la presa que ellos le llevaron… Con los de la clínica ya es otra cosa porque ellos sí perdieron tanto paciente como cliente y no vieron un solo mango.  Así que van a estar que trinan en cuanto empiecen a caer en la cuenta de que, muy posiblemente, haya sido yo quien te sacó de ahí.  Pero… – tomó su celular y lo conectó a la computadora a través de un cable USB -, yo tengo material como para hacerlos mierda, fijate…”
              Una serie de imágenes fueron desfilando por el monitor: tomas de la clínica de abortos, tanto por dentro como por fuera del edificio, incluyendo instrumental, aparatos y (lo más escalofriante de todo) algunos fetos amontonados uno sobre el otro.  ¿Cuántos abortos hacían por día en ese lugar?  Aun siendo médica y habiendo visto cosas infinitamente peores a los ojos, no pude evitar desviar la vista y hasta sentí náuseas.  Es que no era sólo lo que veía, sino el concepto contenido en las imágenes.  Cualquiera de aquellos fetos listos para ser desechados bien podría haber sido el mío; me llevé una mano al vientre con instinto maternal protector.  Le pedí a Silvio que sacara las imágenes de la pantalla y así lo hizo tras pedirme disculpas.
             “Perdón… – dijo, con evidente culpa -.  Pensé que siendo médica no te impresionaría…”
              “En esta noche fui raptada, violada y estuve a punto de ser sometida a un aborto ilegal por una carnicera.  Eso es demasiado hasta para una médica… Ahora, volviendo al tema, ¿y no tenés miedo?  Una vez que presentes esas pruebas a la justicia…”
              “Ni en pedo… – me corrigió -.  A la justicia no, a los medios”
             “Ok, vos sabrás… Entonces, una vez que hayas presentado eso, ¿qué te hace pensar que no te van a hacer boleta?”
             “Nada…”
            “¿Y entonces?  ¿Vas a correr el riesgo de todas formas?”
             En lugar de contestar, tomó un portarretratos de encima de su escritorio y lo giró hacia mí.  En la foto estaba él abrazado con una mujer realmente muy bonita, de cabello castaño y ojos marrones.
               “¿Es tu esposa?” – pregunté.
               “Era…”
               “¿Qué pasó?  ¿Sos separado o…?”
                 “Separado, sí”
                 Sonreí.  Eché un vistazo a los monitores y colecciones de archivos.
                 “Supongo que todo esto no debe ser muy fácil para una esposa… – dije -. Es decir, ser la mujer de un detective es lo mismo que vivir bajo el ojo de una cámara…”
                   “Sí, eso es verdad – concedió -.  Pero no era eso lo que te quería mostrar”
                   Levanté las cejas sin entender y volví a mirar hacia la foto.  Él trazó un semicírculo alrededor de la imagen principal de la pareja como buscando abarcar el entorno.  Parecían ser las playas de Copacabana; nunca estuve, pero ya son suficientemente identificables para cualquiera, haya ido o no.
                   “Brasil, ¿no?”
                    “Exacto – confirmó con una sonrisa de oreja a oreja -.  Mañana empiezo a desmantelar todo esto y me voy para allá”
                     En ese momento eché un vistazo a un diploma enmarcado que, justamente, acreditaba sus estudios como detective.  Correspondía a una institución de Río de Janeiro.
                   “Estudiaste allá…” – dije.
                   “Tal cual… Y me voy para allá en un par de días” – respondió.
                   “¿Solo…?”
                  “No, acompañado…”
                   Touché.  ¿Era mi imaginación o me estaba invitando a acompañarlo?  Fue como si alguien me hubiera empujado la cabeza hacia atrás.
                    “Somos tres” – agregó, siempre sonriente.
                   “No… estoy entendiendo nada, lamento decirte…”
                   “¿Pensás quedarte acá? – me espetó, asumiendo algo más de seriedad – A tu casa ya no podés volver, eso está claro… Y con todo el jaleo que se ha armado, no es seguro para vos ni para tu bebé – señaló hacia mi vientre – que te quedes en el país”
                    Otra vez el terrible remolino dentro de mi cabeza.  Lo que exponía tenía una lógica impecable, pero… ¿desaparecer de mi entorno, de mi mundo, de mis familiares y amistades?  ¿E irme con un desconocido, con alguien a quien conocía desde hacía un par de horas?   Había que concederle, no obstante, que era cierto que mi mundo estaba a punto de desmoronarse en la medida en que se volvieran vox populi mis historias sexuales y mi embarazo.  La oferta de Silvio, aunque llena de incertidumbres, quizás no fuera tan mala…
                    “Y si me voy de acá…” – comencé a decir.
                    “¡Bien! – me cortó, en tono efusivo y guiñando un ojo -.  Ya lo estás pensando, eso me gusta…”
                      “Si… me voy  de acá – retomé -, o sea… si me voy con vos… ¿Implica que seamos pareja?”
                      “No implica nada, pero tampoco hay que descartar nada…  Si, una vez allá, no querés vivir conmigo, bueno…, Brasil es grande, jaja…Y de todas formas, te repito, somos tres…”
                       Me quedé sin palabras durante varios minutos.  Dejar todo, abandonar todo, iniciar una vida en otro sitio…, ¿sería capaz?  Y, sobre todo, ¿soportaría estar tan lejos de Franco?  Un mar de dudas me carcomía por dentro pero urgía tomar una decisión.
                         Esa misma noche Silvio me permitió ducharme en el baño de su oficina.  No hizo ninguna propuesta sexual en ningún momento y me alegré: no era el mejor día si se consideraba que yo venía de ser violada anal y bucalmente.   De hecho me costaría muchos días volver a una sexualidad normal.  Al otro día, a las nueve en punto, cayó la secretaria de Silvio, una chiquilla de veintidós o veintitrés años, realmente preciosa, de cabellos castaños y ojos color miel, además de algunas pecas que contribuían a darle a su rostro un aspecto eternamente adolescente.  Muy afable y siempre sonriente, se apareció trayéndome ropa que, al parecer Silvio, sin decir nada, se había encargado de pedirle que me trajera.  Allí empecé a entender las cosas un poco más.  Apenas ella llegó se arrojó sobre él y estuvieron largo rato besándose.  La jovencita no lucía como lo haría cualquier secretaria normal: su aspecto era más bien informal y, precisamente, juvenil: no lucía tacos sino zapatillas, por ejemplo, además de unas calzas negras terriblemente ceñidas que resaltaban unos muslos perfectamente redondeados.
                       “¿Ella es la tercera?” – pregunté.
                        Silvio asintió y ambos sonrieron.  En fin, en ese momento sólo recordé las palabras que, en su momento, me había dicho la odiosa vendedora de la tienda de lencería acerca de tomar lo que la vida da, aprovecharlo y punto.  Ese mismo día pasé por mi consultorio para retirar todo lo mío.  Silvio se portó muy bien conmigo al prestarme su auto para hacerlo ya que el mío o bien estaba en casa de Damián o bien había ido a parar a algún desarmadero.  Lo que sí recuperé, y no esperaba hacerlo, fue mi teléfono celular: de hecho, Silvio lo tenía puesto que, se encargó de tomarlo de la clínica en la noche previa.  Demás está decir que no regresé a casa, pero eso sí: un par de días después y antes de tomar el avión a Brasil no pude evitar pasar por la casa de Franco una vez más.  Mantuve las puertas con seguro y ni siquiera me detuve esta vez: la experiencia del secuestro me había aleccionado lo suficiente.  Pasé, aun a riesgo de chocar otra vez casi en el mismo sitio, con mi vista clavada en la casa, esperando ver a Franco por algún ventanal o bien simplemente imaginándolo.  Arrojé un beso al aire: allí quedaba mi macho, mi único y verdadero macho, el que me había hecho entender que soy hembra antes que mujer.  Mientras pasaba con el auto frente a la casa sentí como si un extraño puente de corriente eléctrica se hubiera tendido entre la casa y mi vientre, el cual me acaricié.  No se podía, aún, por supuesto, saber el sexo de la criatura y, sin embargo, yo sabía, sí, internamente lo sabía, que sólo podía ser varón.  O mejor dicho, que sólo podía ser macho… ¿Qué nombre le pondría?  El primero que se me ocurrió fue, por supuesto, Franco, pero… era demasiado obvio.  De pronto se me ocurrió una idea.  Giré por la calle que conducía a la estación de servicio cercana a lo de Franco y, al llegar allí, divisé al muchachito sin nombre al que había, en su momento, llevado a mi casa para que me diera una espectacular cogida sobre mi cama matrimonial.  De algún modo, era como que quería, internamente, despedirme, verlo por última vez, pero no era sólo eso…En un principio, claro, no reconoció el auto pero luego se quedó petrificado, junto a los surtidores, apenas me vio.  Una vez más, yo no me acerqué a los surtidores como para cargar nafta sino que permanecí dentro del vehículo a una distancia de cuatro o cinco metros.  Saqué la cabeza por la ventanilla y le pregunté, en voz alta:
                 “¿Cuál es tu nombre?”
                   Sonrió algo estúpidamente; pareció shockeado pero, a la vez, gratamente sorprendido.  Claro, seguramente recordaba bien que yo alguna vez le había dicho que lo prefería sin nombre.  Se quedó un rato como atontado hasta que finalmente contestó:
                  “Franco”
                  No pude evitar soltar una carcajada.
                  “Jaja… ¡Me estás jodiendo!”
                  Se encogió de hombros y abrió los brazos en jarras en claro gesto de incomprensión.
                 “Me llamo Franco” – reiteró.
                  Le arrojé un beso soplado desde el auto y él me lo devolvió.  Claro, lejos estaba el jovencito de imaginar que yo me estuviera despidiendo, posiblemente, para siempre.  Puse primera y me alejé de allí.  Mientras lo hacía, no pude evitar volver a acariciar mi vientre.  Me reí.
                   “Bueno… – dije, hablando sola o, más bien, con el bebé que llevaba adentro -, yo el intento lo hice, ja…  Te vas a tener que llamar Franco entonces…”
                    Hace ya tres meses que estamos instalados en Brasil, en un lugar paradisíaco.  Silvio trabaja como detective y tiene una agenda mucho más movida que la que tenía en Buenos Aires.  Yo, de a poco, estoy posicionándome como doctora en una sala de primeros auxilios.  Las cosas van bien y el embarazo marcha perfecto.  Silvio es un tipo muy agradable y divertido y la verdad es que, en la cama no lo hace mal, pero cuando se agrega la preciosa secretaria la cosa se pone todavía mucho mejor.  Hasta a veces disfrutamos juntas cuando él no está.   Es tanta la buena onda que irradian los dos que logré superar mucho antes de lo que esperaba el trauma por la doble violación arriba de mi auto.  Me costó, eso sí, despedirme de mis padres o hermanos, pero les expliqué, lo mejor que pude, que me iba para bien.  Silvio me entregó la mitad del dinero que Damián le pagó y eso me hizo posible también indemnizar a Palo… No me hubiera permitido nunca dejarle sin nada; de hecho la recomendé rápidamente y sé que ahora está trabajando en unos policonsultorios de Villa Urquiza.   La clínica de abortos fue noticia en todos los medios de Argentina y, cada tanto, sigo el caso por internet: están en el horno.  De los dos hijos de puta que me violaron, por supuesto, no tuve noticia alguna; ojalá terminen muriendo en algún tiroteo.  De Damián tampoco tuve noticias ni quiero tenerlas; siento que, de algún modo, estamos a mano: yo lo engañé sin ningún miramiento y él trató de dejarme sin mi preñez, aun cuando lo hizo de la peor forma y poniendo en riesgo mi vida.  Pero bueno, seguramente habría enloquecido al enterarse de que la esposa a quien tanto amaba y en quien tanto confiaba, había sido culeada por medio mundo y, lo peor de todo, ella daba señales de haberlo disfrutado.  En fin: que haga su vida…  Y ojalá encuentre una mujer: yo ya no lo soy: soy una hembra…
                   Todo el tiempo, eso sí, me acuerdo de Franco.  Si alguien me transformó en lo que soy ahora fue él y, de algún modo y sin saberlo, se convirtió en el principal responsable de un cambio positivo en mi vida ya que me ayudó a descubrir mi verdadera esencia.  Hace un par de días en la playa vi un chico que me hizo acordar mucho a él, aun cuando era bastante más morochito.  Se fue dando que, en la medida en que el sol fue cayendo sobre el oeste, la playa se fue despoblando y en un determinado momento estábamos prácticamente sólo yo y él, separados por unos veinte metros.  Había algunos otros, pero mucho más alejados.  Lo que me salió hacer en ese momento fue algo que nunca hubiera hecho seis meses atrás y eso hablaba a las claras de que había una nueva Mariana.  Me incorporé y caminé a paso decidido hacia él.  Estaba echado sobre la arena y se hizo visera con el antebrazo para tratar de verme mejor ya que mi silueta se recortaba contra el sol poniente.  Me miró interrogativamente; la verdad era que no había dado, a mi pesar, señales de prestarme atención en toda la tarde.  Eché un vistazo al bulto que hacía montañita en el short de baño y se me hizo agua la boca.
                   “¿Te puedo chupar la pija?” – le pregunté.
                    No pareció entender.  Claro, hablaría portugués y, si conocía algo de español, quizás pensara que era imposible que yo hubiera dicho lo que él podía haber entendido.  No vacilé más.  Me arrodillé entre sus abiertas piernas y tiré del short de baño hasta bajarlo y dejar al aire un miembro que era tan hermoso como lo imaginaba.  Su rostro, por supuesto, sólo rezumaba incredulidad y yo, encima, no le di tiempo a entender mucho.  En cuestión de segundos ya me estaba comiendo su verga cuan larga era sin plan de interrumpir la labor hasta tanto no lo hubiera dejado sin leche.  Y, en efecto, así fue. Sí, lindo, te vas a tener que conseguir otro porque me lo pienso tragar entero… Intentó incorporarse, posiblemente  sacudido por la sorpresa o asustado por el carácter público del contexto.  Yo, sin dejar nunca de comerle el pito, estiré un brazo hasta apoyar una mano sobre su hermoso pecho y lo empujé hacia atrás: al rato él no podía contener sus gritos, que resonaron en el aire vespertino de la playa mezclándose con los que producían las olas y las gaviotas.  No sé qué habrán pensado los que, desde lo lejos, hubieran visto la escena; no me importó tampoco.  Sólo sé que mientras estaba, como una ventosa, prendida a su pija, sólo pensaba en una cosa: Franco, Franco, Franco…
                   Y aquí estoy, queridos lectores.  Una vez más retozando en las playas de Copacabana. Y, una vez más, también, echándole el ojo a un muchachito; a decir verdad, no es tan lindo como el de hace un par de días, pero me mira mucho… Mi pancita ya se nota bastante, así que debe ser uno de esos pervertidos que se ratonean con las embarazadas.  Tanto mejor: le estoy guiñando un ojo, me estoy relamiendo el labio inferior.  Preparate guachito, porque te voy a coger bien cogido…
                 Una sonrisa se me dibuja en el rostro y mecánicamente me acaricio la pancita.  Bajo la vista hacia ella por un instante y me siento agraciada por llevar dentro mío el mejor recordatorio posible de que soy una hembra.  Me acaricio y me acaricio…, y sonrío… Vas a ser hermoso, lindo…, como tu padre… Y, sobre todo, muy machito…
                                                                                                                                                                        FIN

Relato erótico: “Vendo sumisas” (POR AMORBOSO)

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Hola, soy Manuel, y tengo cinco sumisas que quiero vender. Tienen entre 18 y 29 años y están todas muy bien educadas. Responden a cualquier orden sin pensar en revelarse, término que ha desaparecido de sus mentes.

Están en muy buena forma física, porque dedican varias horas al día al ejercicio físico, además de cuidar su alimentación.

Todas entrenadas para hacer presión tanto con el anillo del culo como del coño para mayor satisfacción del amo. No están anilladas ni marcadas, lo dejo a elección de su nuevo amo.

La garantía es de por vida. Con reeducación gratuita si en algún momento tuviesen algún signo de rebeldía.

Si tiene interés y no consigue una, no se preocupe, más adelante iré disponiendo de más cada pocos meses. Puede apuntarse a la lista de espera. También es posible adaptarlas a gustos especiales.

Pueden enviarme las ofertas y gustos cuando deseen.

Seguramente no se creerá que pueda disponer de nuevas sumisas en pocos meses, cuando se tarda años en conseguirlo, por lo que voy a contarle el método, en la seguridad de que pocos o más bien nadie, podrán copiarlos y lo hago por dos razones, para convencerle y para dar a conocer las manipulaciones de las multinacionales.

Soy hijo de un matrimonio de médicos. Mi madre dirige una residencia de ancianos y mi padre es médico de la sanidad pública por las mañanas, tiene un afamado consultorio privado en la mejor zona de la ciudad, donde pasa consulta los lunes, miércoles y viernes por la tarde, dedicando el martes y jueves a atender gratuitamente a enfermos en una de las zonas más deprimidas. Todavía saca algo de tiempo para ayudar a mi madre en la residencia, donde viven ellos y hasta no hace mucho, yo también.

Desde que nací, me he criado entre el dolor de los demás. Los ancianos con sus molestias, dolores articulares y de todo tipo, el de los pobres que no pueden comprar medicinas y calmantes para sus enfermedades, a pesar del reparto gratuito e insuficiente que hace mi padre, y otros que he ido viendo.

Cuando tuve un poco de razón, decidí que estudiaría para conseguir un modo barato, si no gratuito, de suprimir el dolor de las personas. Por eso, en cuanto pude, empecé a leer todo lo que podía sobre el dolor, sus causas, cómo se transmite, etc., aburriendo a mis padres con mis preguntas cuando no entendía algo. Gracias a Dios, tengo gran facilidad de aprendizaje, por lo que ya de mayor, estudié bioingeniería, biotecnología y microelectrónica casi a la vez, con magníficos resultados, culminados con un proyecto de fin de carrera sobre nanotecnología aplicada al dolor, que hicieron que, antes de tener el título en mis manos, ya estuviese contratado por una multinacional farmaceútica, con la cesión de derechos de mi trabajo a favor de la misma y un grupo de otras cinco más.

Cuando entré a trabajar, me colocaron en un despacho con un trabajo que me pareció tan inútil como innecesario y cuando lo hice notar, agregando que podía desarrollar mi proyecto, me dijeron que el proyecto, después de estudiarlo detenidamente, carecía de interés y de futuro, por lo que había sido desechado al no ser rentable.

Cuando pedí más explicaciones, la propia directora general me dio a entender que, si se llevaba a cabo, iban a perder muchísimo dinero al dejar de fabricar la gran cantidad de productos dedicados a calmar el dolor en mayor o menor medida.

Es decir, me habían dado el trabajo para bloquear mi proyecto.

Durante mis estudios, me había montado un laboratorio en una de las habitaciones del sótano de la residencia, donde hice las prácticas de mis estudios y las pruebas de mi proyecto. Cuando salía de perder el tiempo, ya que eso no era trabajar, iba a mi laboratorio para perfeccionar lo mío.

Un año después, asistí a la celebración de la fiesta anual de la empresa. Nos llevaban a uno de los mejores restaurantes, nos invitaban a una fabulosa cena, seguida de baile con barra libre para todos.

Lo pasé estupendamente, los compañeros de mesa, al los que no conocí hasta entonces, fueron amables, de conversación fluida y alegre, lo que unido a las exquisitas viandas, hicieron que disfrutase de la velada en todos los sentidos.

Cuando llegó la hora del baile, la directora general y el que me dijeron los compañeros que era su marido y que veía por primera vez, lo inauguraron con un vals, al que pronto se le unieron algunas parejas. Fue el comienzo de las maniobras que quería llevar a cabo y que había planeado desde hacía tiempo.

Invité a una de las muchachas más hermosas de la mesa a bailar y fuimos evolucionando por la pista hasta llegar junto a la directora, momento en que detuve mi baile y, saludando con una inclinación de cabeza, les dije:

-Les apetece cambiar de pareja?

El marido, no lo dudó. Dejó a su mujer y se abrazó a la muchacha. Yo lo hice con la directora y seguimos evolucionando por la pista.

Llevaba un vestido escotado y atado al cuello, que dejaba su espalda al aire, casi

-Es una fiesta magnífica, doña Elena, estoy disfrutando muchísimo.

-Me alegra que te guste… eee…

-Manuel, doña Elena

-Ah, si, Manuel, ya me acuerdo. Es una costumbre de la dirección desde hace años, para que los empleados puedan confraternizar en un ambiente más distendido que el de la empresa.

-Pues conmigo lo han conseguido, tengo unos compañeros de mesa magnífic…

-Agg. Me estás clavando algo en la espalda.

-Uy, perdón, se me ha girado el anillo y lleva abierta una de las garras que sujetan la piedra y es lo que le ha pinchado.

Me la puse bien y seguimos bailando hasta terminar la pieza, momento en el que la acompañé a su mesa y le di las gracias.

No le quité ojo de encima y dos o tres bailes después, vi que se encontraba sentada en su sitio con mala cara, mientras su marido no había dejado a la muchacha que le había intercambiado.

“Ha llegado el momento”, me dije y me fui hacia ella para sacarla a bailar nuevamente.

-No, gracias, tengo mucho malestar por todo el cuerpo. Creo que me iré a casa.

-Quiere que la ayude? Recuerde que yo se mucho sobre el dolor.

-No, gracias, ya se me pasará. Me tomaré alguna pastilla y listo.

-Dudo que se le pase. Es más, creo que irá en aumento. Cuando no pueda más, avíseme y buscaremos la solución juntos. Yo se cómo calmarlo.

Y dicho esto me fui a mi mesa

No era tonta, debió estar pensando y no tardó mucho en acercase a mi, que me encontraba solo en mi mesa y no dejaba de mirarla y sonreir.

-Me has hecho algo, verdad? Me has pinchado con algo. ¿Qué me has metido?

-El resultado de mis estudios…

-¡Maldito cabrón! Sácame lo que me has metido ahora mismo. –dijo gritando, aunque con la música solamente pude oirla yo.

-Shhhhhsssst. No grites. Si me obedeces, te calmaré el dolor, si no, morirás esta noche entre terribles convulsiones y dolores.

Los dolores debían ser muy fuertes, porque enseguida se echó a llorar y dijo:

-¿Qué quieres de mi?

-A ti.

-¿Cómo?

-Te quiero a ti. Quiero que seas mi esclava sumisa.

-¡Maldito hijo de puta! Lo que voy a hacer es denunciarte en la primera comisaría de policía y que te obliguen a limpiarme lo que me has inoculado!

-Haz lo que quieras. –Le dije mientras metía la mano en mi bolsillo. La expresión de su cara volvió a cambiar con un nuevo rictus de dolor.- Pero mañana no verás el sol.

-Cabrón. ¿Qué me estas haciendo?…

-Solo demostrarte que la solución está en mis manos y en tu aceptación.

-¡Detenlo, por favor! –Dijo llorando.

-¿? –La miré con actitud interrogante.

-¿Qué quieres que haga?

-Ve al baño de hombres, entra en uno de los servicios. Espérame allí.

-¡Por favor, quítame este dolor ya!

-Cuando cumplas tu parte.

-¡No puedo ni moverme. Me duele todo el cuerpo. Te lo pido por favor. Quítame este dolor!

-…

-Maldito seas toda tu vida. –Dijo llorosa- Ven pronto, por favor, ya no puedo aguantarlo.

Y se fue moviéndose despacio, llorando por los dolores que se agudizaban a moverse.

No tardé mucho en ir al baño. Cuando entré, estaba vacío, y solo una de las puertas de los cuatro inodoros estaba cerrada. La empujé pero no se abrió.

-Abre.

Se oyó el cerrojo y la puerta se abrió facilitándome el paso, volviendo a cerrarse a mi espalda.

-Llevas un bonito vestido. Te sienta estupendamente. Pero me gusta ver lo que hay debajo. Muéstrame las tetas. (Si hubiese sido otra, le hubiese dicho pechos, que me parece más fino, pero quería empezar a humillarla)

-¡Y una mierda. Cabrón. Hijo de puta. Que te las enseñe tu madre!

Volví mi mano al bolsillo y saqué un pequeño mando con dos potenciómetros deslizantes, con tan mala fortuna que los cursores se engancharon en un hilo suelto y al moverlo se desplazaron hasta el extremo. A pesar de la prisa que me di en volverlos a su posición media, no pude evitar que Elena diese un grito inhumano y cayese redonda al suelo, donde no llegó por los pelos, cuando pude sujetarla. La senté en el inodoro y esperé a que se recuperase.

-¿Qué me ha pasado?

-Has sufrido un dolor tan fuerte que ha saturado tus sentidos y te has desmayado. Por suerte ha sido solamente un momento, si no, habrías muerto en unos segundos.

-Todavía siento mucho dolor.

-Todavía no me has enseñado las tetas.

Creo que en ese momento se rindió. Llorando, llevó las manos a la nuca y desanudó el vestido, dejando caer las dos tiras que lo formaban en su parte superior y que cubrían sus pechos. Operados, por lo firmes que estaban para los 52 años que tenía.

-Me gustan. Ahora, sácame la polla y hazme una buena mamada hasta que me corra. El dolor se incrementará poco a poco y cesará totalmente cuando me corra y te lo tragues todo.

-¡Por favor, no me hagas esto! ¿Qué te he hecho yo para que me lo hagas?

-Luego te lo explicaré. Ahora ponte a chupar y procura hacerlo bien para que me corra pronto, porque llegará un momento que no podrás hacerlo por el dolor y morirás. Lo de antes ha sido solo un aviso.

Con cara de asco y dolor, procedió a soltar mi cinturón.

-No lo sueltes. No quiero que me bajes los pantalones. Sácame la polla y chupa.

Bajó la cremallera de mi bragueta y buscó mi polla en el interior. Cuando la encontró, la sacó con facilidad, porque no estaba erecta, ni siquiera a mitad. La verdad es que esa mujer no me excitaba mucho, pero cuando metió mi polla en su boca y comenzó a darle con la lengua, mientras yo acariciaba sus pezones, los estiraba y apretaba, pellizcaba sus tetas, se me puso dura en un momento.

Era una estupenda mamadora. La chupaba, la recorría con la lengua, deteniéndose en el glande, para luego metérsela hasta la garganta, toda entera, y eso que no es pequeña, aunque grande tampoco (18 cmts y de grueso proporcionado). Eso, unido a que llevaba meses sin follar, me hicieron alcanzar rápidamente un tremendo orgasmo, que, presionando sobre su cabeza para que le entrase toda mi polla, me hizo descargar una abundante corrida directamente a su estómago.

Tosió y escupió babas. Una fuerte bofetada la paralizó.

-No escupas nada, si no quieres limpiarlo con la boca en este sucio suelo.

Seguidamente, moví los cursores de mi pequeño mando y se le calmó todo el dolor.

-¿Cómo lo haces? –Me preguntó.

-¿Recuerdas porqué entré en la empresa?

-Creo que tenías un proyecto para calmar el dolor. –Dijo más calmada.

-Efectivamente, pero me impediste comercializarlo. Por eso he mejorado el sistema para mi uso personal. Ahora no calma el dolor, sino que lo activa e incrementa.

-Y como consigues dar o quitar ese horrible dolor.

-Mi sistema original esta basado en nanobots. Pequeños robots preparados para identificar y fijarse a determinados nervios del cuerpo y bloquear los impulsos que informan al cerebro del dolor. Mi mejora consiste en que también pueden reproducir esos impulsos dolorosos y enviarlos al cerebro como si realmente existiese algún tipo de daño. Cuando estimulo al máximo todos los nervios a la vez, se produce un bloqueo cerebral con resultado de muerte si se prolonga. (Esto no lo tenía comprobado, pero quería asustarla)

Por desgracia –continué- todavía no están perfeccionados y no distinguen entre un nervio y otro, solamente distinguen entre los que lo transmiten, por lo que se fijan a todos a la vez. Tampoco se hacer que vayan al sitio adecuado, por lo que se fijan todos junto al cerebelo, donde llegan todas las terminaciones nerviosas. Por eso sientes como si te estuviesen golpeando, aplastando, pinchando y todo tipo de sensaciones dolorosas por todo el cuerpo a la vez

-¿Ya me los has quitado?

-No, solamente están aletargados. El mando es un emisor de frecuencias que recarga o descarga su energía. Se recargan con la energía de tu cuerpo, y cuando tiene de la mitad en adelante empieza a producir impulsos dolorosos, que se incrementan hasta llenarse completamente de energía, llegando al colapso total, aunque mucho antes ha muerto la persona anfitriona.

-¿Y qué me va a pasar?

-Cuando la energía suba, volverás a sentir dolor, entonces deberás venir a mi para que la descargue.

-¿Y que sentido tiene todo esto?

-Te lo he dicho en la mesa. Desde ahora harás todo lo que te diga. De momento, cada mañana pasarás por mi despacho preparada para ofrecerme tu coño, culo o boca, según me apetezca, no consentiré que te niegues a nada. Si no vienes sufrirás, si no obedeces, sufrirás, si alguien se entera o me detienen sufrirás y luego morirás. Así que tú decides. Mañana es domingo, como la empresa está cerrada, pasarás por mi casa a las 12 en punto para usarte. Esta es la dirección. –Dije pasándole en un papel la dirección de un piso que tenía como picadero.

-¡Eso no te lo crees ni borracho, cabrón, hijo de puta!

-Ah, y quiero que vayas siempre con faldas y sin ropa interior o desnuda, como prefieras o te ordene.

Dicho esto, salí de allí y me fui de la fiesta.

El domingo no vino en todo el día. Yo aproveché para modificar el mando, utilizando botones protegidos para evitar la presión accidental y eliminado los potenciómetros que me habían dado tan enorme susto, además, introduje un código de seguridad para evitar manipulaciones extrañas.

El lunes, a las 4 de la mañana (empezábamos el trabajo a las 9) llamaron a mi puerta con insistencia. Sabiendo lo que ocurría, me puse un calzoncillo, pues duermo desnudo y fui a ver que ocurría. Cuando abrí con los ojos somnolientos, apareció ella demacrada, sin pintar y sin peinar.

-Hijo de puta, quítame otra vez este dolor. –Dijo empujándome y entrando rápidamente.

Yo dejé la puerta abierta, la alcancé y tomándola por el brazo, la arrastré de nuevo al rellano.

-Mal comienzo. Vamos a empezar nuevamente. –Y cerré la puerta.

Volvió a llamar, esta vez de forma normal. Abrí de nuevo y …

-Por favor, quítame este dolor.

Llevaba una blusa blanca y pantalón negro.

-No vas vestida adecuadamente. –Y volví a cerrar.

-Te dije “con falda”, “sin ropa interior” o desnuda

Al otro lado escuché:

-Por favor, déjame pasar y haré lo que quieras. Aquí no puedo hacerlo. Pueden verme los vecinos.

-A estas horas, lo dudo.

-Déjame pasar, por favor.

Yo no contesté. Un minuto después volvió a llamar. Al abrir estaba desnuda, con la ropa sujeta contra su pecho, cubriendo las tetas y el coño.

-Por favor,,, -Dijo llorando.

Yo me quedé mirando su ropa sin dejar paso. Ella aumentó su llanto y bajó sus manos con una parte de las prendas en cada una, quedando desnuda ante mi. Su cuerpo, pese a sus 52 años, se conserva como el de una de 20. Sus pechos operados tienen un tamaño medio con una aréola pequeña, de marrón oscuro, de donde salen los pezones gruesos y grandes, su coño, totalmente depilado, también ha sido tratado para aparecer más recogido, con su interior rosado, como si jamás hubiese sido utilizado.

-Suéltala.

Dejó caer su ropa, pasando a cubrirse tetas y coño con las manos y brazos. La dejé pasar. Cerré la puerta y mientras me volvía, repitió.

-Por favor, quítame este dolor.

-Debías de haber venido ayer a medio día y… ¡Deja los brazos a los costados cuando estés ante mi!.

-Ayer… Noo… pude. Me levanté tarde… y… tenía citas.

-Desde ahora tu cita más importante soy yo. Si te llamo, sea la hora que sea, irás inmediatamente a donde te indique. Si te cito en un lugar y hora, estarás puntual. Cualquier cosa que te ordene la harás inmediatamente, sonriendo y poniendo todo tu interés, sea conmigo o con quien te diga. No le harás ascos nada de lo que te indique. De lo contrario sufrirás… y mucho.

-Haré lo que quieras, pero quítame este dolor…

-Antes tienes tareas pendientes, las que no hiciste ayer.

-Dímelo rápido y las haré para que me lo quites.

-La primera, desnudarte, ya la has hecho, ahora ponte de rodillas y chúpamela.

Lo hizo con rapidez. Me bajó el calzoncillo, quedando mi polla ya morcillona, ante su cara. Me pajeó varias veces y la descapulló para llevárselo a la boca y chupar el glande, pasando la lengua alrededor del borde, mientras seguía pajeando mi tronco.

Cuando la puso en su máximo esplendor, se la metió entera en la boca, mientras calentaba mis huevos con una mano y llevaba la otra hacia mi culo para acariciar mi ano.

Separé mis piernas para facilitar su labor y ella se aprovechó de eso. Sacó mi polla de su boca y metió en ella su dedo, ensalivándolo bien. Acto seguido volvió a meterse la polla en la boca y el dedo en mi culo masajeando mi próstata.

Fue increíble, atacado por tres lados me costaba enormes esfuerzos no correrme rápidamente.

-Más despacio, puta, no quiero correrme demasiado pronto. Quita el dedo de mi culo y dedícate más a mi polla.

Siguió alternando los recorridos con la lengua desde la base hasta el capullo con las engullidas hasta la garganta, hasta que ya no pude más y le dije:

-Ya no aguanto más, puta, empléate a fondo y prepárate para tragarlo todo.

En ese momento estaba lamiendo mi glande. Volvió a meterse el dedo en la boca para ensalivarlo y llevarlo a mi culo y repetir el proceso anterior.

-AAAAAAAAAhhhhhhhh Me corrooooo.

Ella se la metió hasta el fondo y se tragó toda mi corrida, dejándola completamente limpia después.

-Por favor, ahora ya he cumplido mi parte, quítame ahora este dolor.

-¿Quién te ha dicho que has cumplido? Esto solamente es una parte. Sigue aquí arrodillada.

Me fui a la habitación, mientras la oía gemir diciendo:

-Por favor… Manuel… No me hagas sufrir más. Me estoy volviendo loca.

Tomé el mando que controlaba los nanobots, y que servía para dar órdenes, y reduje su dolor a la mitad. Seguidamente volví junto a ella. No dijo nada, notaba lo que había hecho.

-Vuelve a ponérmela dura otra vez, quiero follarte.

Pude apreciar que se esmeró en conseguirlo. No soy de segunda erección fácil. De echo, no sabía se era de segunda erección, pero consiguió ponérmela dura otra vez, después de un buen rato de trabajársela.

-Date la vuelta, ponte a cuatro patas, con la cara en el suelo y separa bien las piernas.

Obediente, lo hizo. Se notaba que tenía experiencia, como así lo confirmaba la mamada que me había hecho y la perfecta colocación, que permitía mi acceso a su culo o a su coño.

Me arrodillé tras ella y froté mi polla recorriendo su raja. Mi intención era excitarla, hasta que caí en que sus nervios estaban bloqueados por el dolor y por tanto daba igual lo que hiciese porque no se iba a excitar. Sin más se la clavé. Entró bastante bien, por la saliva de la mamada, pero se la notaba seca.

La saqué, me levanté y, tomándola del pelo, la medio arrastré hasta mi cama.

-Ponte ahí en posición, puta. –Le dije mientras tomaba un bote de crema hidratante que tengo para la piel, pues desde niño la tengo muy seca y me produce picores.

Me unté la polla, la hice girarse y ponerse en el borde y punteé la entrada de su coño. Inmediatamente ajustó su altura para que pudiese meterla con comodidad, cosa que hice de inmediato.

-MMMMMMMM que estrecha estás, puta. Pareces primeriza. Qué gusto das.

Luego supe que contraía los músculos de la vagina para dar mayor placer. Como acababa de correrme, estuve más de media hora entrando y saliendo de ese coño que me resultaba tan estrecho, unas veces más rápido para aumentar el placer y otras más lento, cuando veía que se aproximaba mi orgasmo.

También le di unos azotes con mi mano en su culo, pero ni siquiera se puso algo rojo como consecuencia del bloqueo. No obstante seguí azotando por mi placer.

Cuando ya no podía más, se la clavé hasta el fondo, me incliné sobre ella, tomé sus pechos y llevé la mano a sus pezones, estirándolos y retorciéndolos, mientras un fuerte orgasmo me hacía soltar todo lo que me quedaba en los huevos, en la entrada de su útero.

Cuando me relajé, le dije:

-Límpiamela.

Ella se giró y lo hizo con prontitud. Cuando la tuve brillante por su saliva, me acerqué al mando, puse la combinación de seguridad y bajé el umbral de dolor. A partir de las 23-24 horas, se incrementaba gradualmente de forma automática.

Me descuidé y dejé el mando sobre la mesita, aunque desactivado, y le di un par de palmadas en su culo, que ahora si respondió coloreándose un poco. Elena se movió despacio sin que yo pudiese prever sus actos, hasta que saltó sobre el mando y saltó corriendo de la cama en dirección a la puerta, mientras pulsaba los botones frenéticamente.

El sistema de bloqueo estaba pensado para incrementar el dolor si no se introducía el código correcto, por lo que, en segundos, soltó el mando y cayó al suelo retorciéndose de dolor.

-AAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGG.

-Espero que esto te sirva de lección. –Dije recogiendo el mando. –Por esta vez no te voy a castigar, pero no quiero que hagas nada que yo no te haya ordenado, ni toques nada que yo no te haya indicado.

-Siii, perdona, pero, por favor, quítame este horrible dolor.

-Solamente quiero que te enteres bien de mis instrucciones. ¿Las has comprendido?

-Siii. Por favor, no lo haré más. Quítame el dolor. –Llorando

Introduje el código y volví a eliminar el dolor.

-Vístete y vete. No te olvides de que, a partir de ahora, lo primero que harás nada más llegar a la oficina será venir a mi despacho para ofrecerte. Y recuerda también que la próxima vez que te retrases no seré tan blando y rápido a la hora de reducir tu dolor.

Dicho esto, me metí en la cama para seguir durmiendo, ella se fue al recibidor, tomo su ropa, se vistió en silencio y se fue. Desconfiado, di una vuelta para ver si estaba todo en orden y volví a acostarme. Eran las 6 de la mañana.

A las 8 me levanté. Ducha, afeitado y a la oficina, donde nada más llegar pedí un café a la secretaria que compartía con otros dos directivos.

A las 10:30, media hora más tarde de lo habitual, Elena entró en las oficinas y vino a mi despacho:

-Aquí me tienes, hijo de puta, ¿quieres algo?

-Tshs, tshs, tshs. ¿Tu crees que esas son formas de ofrecerte?

-¿Cómo quieres que lo haga? Pedazo de cabrón.

-Tranquila, que te voy a enseñar. Lo primero, suprime los insultos de tu vocabulario, o la próxima vez te arrepentirás. En segundo lugar, desnúdate siempre nada más entrar. Y en tercero, cuando estés totalmente desnuda me preguntarás: ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo? ¿Entendido?

-Si

-… -Alcé las cejas al ver que no se movía.

-¿A qué estás esperando?

Esta vez llevaba blusa y falda negras y me había hecho caso. No llevaba ropa interior. Enseguida quedó desnuda.

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

Aparté los papeles de la mesa y eché hacia atrás el sillón.

-Recuéstate sobre la mesa delante de mi, abre bien las piernas y separa los cachetes del culo. Quiero ver bien tus agujeros.

Silenciosamente hizo lo que le mandé. Sentado en mi sillón, metí mi dedo índice en su ano haciéndole emitir un gemido de dolor.

-¿Qué te ocurre?

-Me haces daño.

-Eso te pasa por no venir preparada. ¿Y si decido metértela por el culo? No pretenderás que sea yo quien te lo lubrique.

Seguidamente, metí el dedo medio en su coño y estuve un rato frotando la zona de su punto G, al mismo tiempo que su ano. Cuando empecé ya estaba mojado, pero pronto se convirtió en un río. Hasta tal punto salía, que mojaba ambos dedos para lubricar suficientemente su ano.

Cuando notaba que se aproximaba su orgasmo, la hice bajarse, arrodillarse ante mí y chupármela un rato. Cuando mi excitación crecía un poco, la volvía a poner sobre la mesa y seguía masturbándola, eso si, evitando las partes “mágicas” para que no alcanzase el orgasmo que a esas alturas tanto deseaba. Hasta cinco veces le hice esa jugada.

Al fin, la hice arrodillarse entre mis piernas y la dejé que me hiciese una mamada completa. Puso todo de su parte para hacerme alcanzar mi orgasmo. Lamió mi glande, lo chupó, se metió la polla hasta la garganta, tan profunda que le daban arcadas. Acarició mis huevos, y no me metió el dedo en el culo porque la había sacado sin bajarme los pantalones. Después de un rato trabajándomela, le anuncié mi inminente orgasmo.

-No desperdicies ni una gota. MMMMMMMMMMMM. Me corrooooo.

Ella, todavía forzó más la entrada en su boca y recibió todo mi semen, el poco que quedaba desde la madrugada, que tragó inmediatamente.

Después de limpiármela, me dijo:

-¿Quieres algo más de mi o de mis agujeros?

-No gracias, puedes vestirte y salir.

-Por cierto, -dije seguidamente- No quiero que te masturbes ni tengas un orgasmo hasta que yo te de permiso. Si lo tienes, me enteraré y sabrás lo que es sufrir en extremo una vez más.

-Pero… Me has dejado muy caliente. Necesito correrme.

-Mañana me lo pensaré. Hoy, ni se te ocurra correrte.

-Lo que tu digas.

Guardó mi polla en el pantalón, se levantó y vistió, mientras yo le activaba más tiempo en los nanobots.

Durante el resto del día no volvimos a comunicarnos ni a vernos, al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, entró en mi despacho, se desnudó quitándose un vestido hasta la rodilla, con una zona elástica bajo sus tetas que marcaba su cuerpo e impedía su movimiento indiscriminado al andar, con el fin de que nadie pudiera asegurar que iba sin sujetador, y me dijo la frase:

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, quiero follarte el culo.

Aparté los papeles de la mesa y eché atrás mi sillón y le hice un gesto para que viniese y se arrodillase ante mi.

-Sácame la polla. –Dije poniéndome en pie para que me bajase los pantalones. Antes tomé el mando, lo liberé y lo escondí en mi mano. Mi intención era jugar un rato con ella excitándola y aplicándole dolor para que no alcanzase el orgasmo.

Desabrochó el cinturón y el pantalón bajándolo, junto a mi calzoncillo, hasta los tobillos. Seguidamente me senté de nuevo y le señalé mi polla, que ya estaba casi en total erección, señal de que empezaba a gustarme el juego, y le dije:

-Pónmela a tono con la boca.

Ella se colocó entre mis piernas, tomó con una mano mis huevos y empezó a lamerla desde abajo hasta el glande, donde se entretuvo dándole lengüetazos todo alrededor del borde para volver a bajar y subir de nuevo.

Seguidamente, se la metió entera, rodeándola con los labios, formando un anillo estrecho que masajeaba mi pene y me transmitía sensaciones de placer al cerebro. En un momento me la puso como una piedra.

En uno de esos movimientos, no se si por casualidad o porque algo me decía que esa sumisión tan rápida no era normal, vi que abría su boca al máximo y sacaba los dientes e imaginé lo que venía a continuación. Fue un acto reflejo. Pulsé el botón que enviaba un impulso de máximo dolor cuando comenzaban a clavarse en mi polla. Ella cayó al suelo sin un gemido. Yo revisé los daños, observando una serie de pequeñas heridas que sangraban un poco, pero que resultaba más aparatoso que efectivo.

Con un suspiro de alivio, vendé las heridas con mi pañuelo y me subí los pantalones dejando la polla fuera para controlar el sangrado.

A ella la llevé al centro del despacho y la coloqué boca abajo. Mientras esperaba a que se recuperara, busqué en los cajones una regla de 60 x 5 cmts., que no usaba para nada, acerqué el sillón me senté a esperar.

Tardó como unos 15 minutos en recuperarse completamente. Cuando pudo darse la vuelta, me vio con la regla en una mano y el mando en la otra y se le mudó el semblante. Se sentó en el suelo y empezó a arrastrar el culo hacia atrás, intentando poner el máximo de espacio entre ambos, mientras decía:

-Yoo…

-Nooo…

-Lo siento.

-Lo siento mucho.

-Ha sido… sin pensar.

-Perdóname.

-Perdóname por favor.

-No volverá a ocurrir.

-Te compensaré por esto…

La interrumpí al escuchar esta frase. Una idea vino a mi mente.

-Vuelve al sitio donde estabas y a la postura en la que te he dejado.

-Perdóname…

Levanté el mando y ella se apresuro a obedecer, colocándose boca abajo en el mismo sitio, pero ligeramente girada para ver lo que hacía.

-Bien. Has intentado hacerme daño. Mucho daño. Incluso…

-Perdóname. No sabía lo que hacía…

-¡¡Cállate!! No hables si yo no te lo indico. Si sueltas aunque sea un suspiro, lo sentirás ¡y mucho!

Se calló y quedó mirándome.

-Has intentado hacerme mucho daño. Incluso hacerme morir desangrado. Y me da igual si fue intencionado o sin pensarlo. Vas a ser castigada, y muy duramente. Te voy a dar 25 golpes con esta regla. No quiero oirte ni verte abrir la boca. Después, y durante todo el día vas a sentir dolor en todo tu cuerpo, hasta que anochezca, pero no te preocupes, no morirás por ello.

-Tienes dos opciones –Continué- Primera: Aceptas el castigo y si gritas o viene alguien por el ruido te encargas de despacharlo. O segunda: No lo aceptas, te vistes y te vas. Es indistinto si me denuncias o no, pero esta segunda opción significa que morirás a la puesta del sol. Tú eliges, primera o segunda.

Con voz casi inaudible, dijo:

-La primera.

-¿Cómo?

-La primera. –Echándose a llorar.

-Bien. Levanta el culo al máximo y mantén pegada la cabeza al suelo.

Cuando se hubo colocado, me situé a su costado y solté un fuerte golpe sobre su culo, con efecto rebote, para golpear rápido, con fuerza y separándola con la misma rapidez, como el rebote de una pelota.

-ZASS.

-Huuummmmmmmmfffffffsssssss.

Fue el sonido que emitió cuando el dolor la alcanzó. Una línea roja, del acho de la regla, le cruzó ambos cachetes. El efecto la hizo caer larga al suelo.

-Maldita puta, ponte de nuevo en posición. –Le iba diciendo mientras golpeaba por todas las partes de su cuerpo que tenía a la vista, hasta que se volvió a colocar

Tras cuatro o cinco segundos de espera, que utilicé para cambiar al otro lado:

-ZASS.

-Hufff… ffff… ffff… ffff…

Esta vez casi cayó, pero consiguió mantenerse.

-ZASS.

-….

Cuando ya llevábamos unos quince, dados con toda mi fuerza, llorando y con voz apagada dijo:

-Por favor, no más. He aprendido la lección.

-No, no la has aprendido. Hablar te supondrá cuatro golpes en las tetas.

Cuando terminé con su culo, estaba cubierto de bandas rojas y líneas sanguinolentas en todas las direcciones que soltaban algún reguero que escurría por sus piernas. En el suelo, bajo su cara, un charco de babas y lágrimas.

-Incorpórate. Ponte de rodillas. Con el cuerpo recto.

La levanté yo, porque el dolor la impedía moverse por su cuenta, la coloqué más o menos en posición y quitándome la corbata, vendé con ella sus ojos. Me situé ante ella dispuesto a continuar. Casi me dio pena. La cara empapada en lágrimas. Su pintura corrida. Con un gesto de dolor que la desfiguraba. Parecía un monstruo.

Alargué mi mano y sobe primero un pecho y su pezón y luego el otro, lo que aumentó su llanto y gemidos de dolor.

Me separé de ella y …

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes en los costados de sus tetas. Uno de ida y otro de vuelta

-MMMMMMMM

No pudo dejar escapar un gemido que bien hubiese podido parecer de placer, pero que no era así.

Cinco minutos después.

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes de arriba abajo en una y de abajo arriba en la otra.

-MMMMMMMMMMMMMM

Esta vez, el gemido fue más largo.

Desaté mi corbata y la eché sobre la mesa.

La ayudé a ponerse en pie, tomé su vestido que había dejado en una silla y le dije:

-Toma. Vístete y vete.

-Puedo…

-…

-Necesito…

Decía con voz casi inaudible.

-Necesito lavarme.

-Pasa al baño lávate, te vistes y te vas. (El despacho constaba de un baño con ducha).

Le dije mientras la acompañaba.

En ese momento, la secretaria llamó a la puerta.

-Don Manuel, Doña Elena. ¿Ocurre algo?

-No pasa nada, Marta, siga con lo suyo.

Intentó abrir la puerta, pero Elena había puesto el pestillo al entrar.

Yo me guardé mi polla rápidamente con un ramalazo de dolor y fui a abrirla.

Se asomó al despacho y preguntó:

-¿Y doña Elena?

-Está en el baño. –En ese momento se oyó la ducha.

Vi que miraba la habitación. Sus ojos fueron a la mesa despejada con la corbata sobre ella y luego al charco del suelo. Se puso roja como un tomate y dijo.

-Perdone, Don Manuel, pero he oído algo extraño y he pensado que les había ocurrido algo. No les volveré a molestar. Si quiere, más tarde le envío al personal de limpieza.

-Ya le diré algo. –Le dije mientras la empujaba con la puerta y volvía a poner el pestillo.

Seguidamente, entré en el baño, donde Elena estaba secándose el cuerpo, evitando su culo. Se lo miré y le dije:

-Voy a ponerte en esas heridas un poco de masaje de afeitar que tengo aquí,

-Noooo. Por favor, me escocerá mucho.

-Pero te curará antes. Dóblate y separa las piernas.

Tomé el masaje, me lo eché en las manos, las froté un poco y se las pasé con suavidad por su culo. Aun con todo, ella emitió otro fuerte gemido y empezó a tragar y soltar aire.

Cuando terminé, coloqué papel del baño sobre las heridas y le ayudé con el vestido.

-Por favor, no me hagas más daño. No me merezco lo que me estás haciendo.

-¿Qué no? ¿Tú sabes la cantidad de personas que han sufrido tremendos dolores por enfermedades como el cáncer, por enfermedades reumáticas, por simples operaciones, amputaciones y un largo etcétera durante este tiempo? Todos podrían haber sido aliviados con mi trabajo, pero preferisteis comprar los derechos para dejarlo abandonado con el fin de que no disminuyesen los beneficios. Esto es solo una pequeña compensación moral por ello.

-En cuanto llegues a tu despacho, -continué- dirás al departamento de contabilidad que deberán pasarme un estado de todas tus cuentas y las de tu familia. ¡A partir de ya! ¿Entendido?

-Si.

-Ya te puedes ir. Luego pasaré a verte.

La vi salir hasta la puerta. La marcha hasta su despacho tuvo que ser espectacular. Sus movimientos lentos, sus gestos de dolor y las manos que iban al culo alguna vez, debieron dar a entender algo, que precisamente esa vez, no había sucedido.

Pasada una hora o poco más, me trajeron el informe de las cuentas, en el que, al primer vistazo, me saltaron a la vista varias cifras

La primera fue una transferencia mensual por un importe equivalente a lo que yo cobraba en un año a favor de su marido, que nunca aparecía por la empresa. La segunda, otro importe mensual, algo mayor que el mío, que se ingresaba el día último de cada mes en una cuenta conjunta con otro hombre, y que desaparecía el día uno. Había una tercera a nombre de una mujer cuyos apellidos coincidían con los de ellos, y de nombre Patricia, que deduje que era la hija. Los demás eran pagos normales.

Llamé a mi secretaria para interrogarla sobre el marido y el otro, porque había aprendido que en la empresa se sabía todo de todos, y no me equivoqué.

Me contó que el marido era un vividor, que repartía su tiempo entre las putas, las drogas y el juego. Que su mujer había tenido que pagar varias veces las deudas que contraía y que el otro era un desaprensivo que la chuleaba para vivir a costa de ella y acostarse de vez en cuando. Al terminar, se me quedó mirando y con la confianza que da el día a día en un trabajo donde no tienes nada que hacer me preguntó:

-¿Te la estás tirando?

-Por el momento, solo una vez.

-Pues la has dejado para el arrastre. Después de salir de aquí, moviéndose de forma rara, ha ido a su despacho, a hecho una llamada y se ha ido a casa alegando que no se encontraba bien. No se qué eres capaz de hacer, pero me gustaría probarlo algún día.

Y dicho esto, se marchó.

Al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, vino a mi despacho a ofrecerse, pero como todavía no tenía la polla en condiciones, rechacé su oferta. Ella volvió a irse a su casa.

Al otro día, cuando volvió nuevamente a ofrecerse, le dije:

-No, todavía no estoy en condiciones, sin embargo, quiero hablar contigo, siéntate, que tengo que darte unas instrucciones.

-Yo tampoco estoy en condiciones de sentarme por tu culpa. Si no te importa, permaneceré de pie.

-Eso lo decido yo. –Aparté los papeles de la mesa y continué.- Recuéstate sobre la mesa y se para bien las piernas.

-Por favor, no me hagas más daño, llevo dos días sin poder sentarme, ni dormir, ni ponerme ropa en condiciones.

-Obedece y no tendré que castigarte.

Se situó sobre la mesa, dejando su culo y su coño ante mi. Realmente, llevaba el culo en carne viva. Entre nosotros, reconozco que me pasé golpeando, pero… ¿y tú no lo hubieses hecho?

Llevaba el ano lubricado. Se veían restos de crema a su alrededor y toda la zona brillaba, pero no fue ese mi objetivo.

Esta vez, fui yo el que se arrodilló tras ella, acerqué mi boca a su coño y recorrí los labios con mi lengua, dando lengüetazos rápidos durante el recorrido. No tardaron en abrirse ante mi estímulo, asomando su clítoris entre ellos.

Entonces, volví a sentarme y sustituí la lengua por el dedo, volviendo a recorrer la zona y rodear su clítoris para mantener su excitación si que llegase al orgasmo. Mientras, comencé a decirle.

-Vas a realizar algunos cambios en tu vida. Quiero que te divorcies del putero de tu marido, sin que tenga derecho a nada. Puedes aprovechar y denunciarle por la situación de tu culo. De cualquier forma, no te costará encontrar cientos de motivos.

-MMMMM. Pero… MMMMM. No… MMMMM. Puedo hacer eso. MMMM. Tenemos.. MMMMMM. Un acuerdo.

Mi dedo entraba en su coño, llegando hasta la entrada de su útero y recorriendo el cuello con círculos de la yema de mi dedo medio.

-No me importa. Habla con tus abogados o con quien sea necesario, pero quiero que dentro de un mes estés soltera.

-FFFFF Si… Hablaré con los aboga… MMMMM dos..

-También dejarás, desde ahora mismo, a tu chulo y amante. A partir de ahora solamente follarás conmigo.

Lo sacaba y recorría los labios hasta la base del clítoris.

-MMMMM Lo que tu digas. MMMMM.

-zas.

Le di una suave palmada en su coño, más erótica que de castigo, a la que respondió con un gemido placentero, y le dije:

-Pues entonces, vuelve a tu sitio y haz lo que te he dicho.

Me aparté más de la mesa para que saliese.

-Necesito correrme.

-Tu necesitas lo que yo te de. Te correrás cuando yo quiera. Ahora vete.

Se levantó, se puso su ropa y se fue. Casi sin dar tiempo a cerrar la puerta, entró la secretaria para ver si necesitaba algo.

-No, nada, gracias. Pero quiero que llame antes de entrar. De todas formas, no es necesario que pregunte. Si necesito algo, la llamaré.

Salió con un mohín de disgusto y con una larga mirada a la mesa.

Dos días después, ya me encontraba en condiciones de usar mi polla. Cuando vino a ofrecerse, la hice colocarse sobre la mesa como la vez anterior. Su culo tenía mejor vista, pero seguía siendo algo horrible. Le quedarían cicatrices para el resto de su vida.

Cuando me agaché para pasar la lengua por su raja, la encontré abierta y rezumante, con el clítoris sobresaliendo entre los pliegues.

-¿Te has estado tocando?

-No, llevo así desde el otro día. Necesito un orgasmo. Por favor, no me lo niegues. Seré tuya para siempre.

-Esto último no lo niego. En cuanto te divorcies del cornudo de tu marido, nos casaremos tú y yo.

-Pero… ¡Soy mucho mayor que tú! Solo tienes 24 años y yo 52. Lo que debes buscar es una chica de tu edad. –Dijo medio incorporándose, girándose un poco y volviendo la cabeza.

-ZASS

-AAAAAAAAAAAAAAGGGGGGG.

El golpe en su maltratado culo le produjo un gran dolor que le hizo emitir un fuerte grito, sobre todo por lo inesperado. Nadie vino a preguntar qué era lo que pasaba.

-¿Quién te ha dicho que no tendré una chica de mi edad? No vuelvas a opinar sobre nada. Acepta lo que te diga y obedece, sin hacer nada más. Haré lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Tú te limitarás a estar a mi servicio y obedecer mis órdenes. ¿Entendido?

-Si, como tu quieras.

Yo mismo me bajé la ropa y dejé la polla libre, dura como una piedra. Aquello me estaba gustando.

Recorrí con el glande toda su raja. Su agujero era como una aspiradora que pretendía absorber toda mi polla entera.

-OOOHHH Siiii.

Le froté el clítoris con ella, dándole vueltas alrededor.

-MMMMM Sigueee, sigueee, ohhhh.

Estaba tan excitada que vi que se iba a correr en cualquier momento. Pasé de más preámbulos y se la clavé entera. Estaba tan mojada que entró sin resistencia.

-SIIIIIII. Métemela bien, dame duro. Siiiii

Yo me quedé quieto un momento, luego la saqué un poco y comencé un pequeño vaivén, sacándola unos milímetros y metiéndola otro tanto.

-MAAASSSS. Por favor, maass. –Gritaba.

-Tranquila, que vas a tener tu ración de rabo, pero no demasiado pronto.

-MMMMM No me hagas esto. Estos días me he portado bien, he hecho lo que tu querías.

Yo seguí con mis movimientos cortos, que mantenían su excitación pero no le dejaban llegar al orgasmo, mientras mi placer se iba acercando.

Cuando lo sentí próximo, comencé un mete saca a toda velocidad.

-AAAAAAAGGGGGGGG. SIIIIII DAME MAAASSSS. MAS FUERTEEE.

Cuando sentí que me iba a correr, bajé la mano para pinzar su clítoris entre mis dedos, con intención de masturbarlo mientras me corría, pero no pude hacerlos. Nada mas pinzarlo empezó:

-AAAAAAGGGGGGGG ME CORROOOOO

-OOOOOOOHHHH QUE FUERTEEEE.

Oirla gritar así, hizo que no pudiese aguantar más y me corrí en su interior. Sentir cómo mi esperma se derramaba en su vagina, hizo que un nuevo orgasmo se le encadenase.

-SIIIIIII. OTRA VEEEZ. OOOOHHHH. QUE BUENOOOO.

Tras esto, quedó como desmayada sobre la mesa, yo sobre ella, hasta que se me desinfló la polla y se salió por ella misma. Cayendo sentado sobre mi sillón.

Varios minutos después, le dije que podía marcharse.

-¿No te apetece repetir? –Dijo a la vez que se levantaba.- ¿Quieres que te la ponga en forma otra vez?

Seguía con ganas de más.

-No, no quiero repetir, pero no es por miedo a que vuelvas a intentarlo, dije tomando el mando, pero déjamela bien limpia antes de irte.

Me la estuvo chupando y lamiendo hasta que me pareció suficiente y la hice marcharse.

Más tarde, pedí un café a la secretaria, que, solícita, lo trajo al momento, depositándolo a mi derecha.

-Gracias.

-Si lo deseas, ya sabes que estoy dispuesta a que me lo agradezcas de otra forma…

Entonces me di cuenta de que me estaba tuteando.

-Señorita, no creo haberle dado permiso para que me tutee. Le ruego recomponga su actitud, al menos durante las horas de trabajo.

-Por supuesto, Don Manuel. Pero recuerde que si desea agradecerme algo, estoy a su disposición.

-Déjeme solo, por favor.

Cerca del fin de la jornada, Elena volvió a mi despacho, se desnudó e hizo la pregunta de rigor

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no, gracias. ¿A qué has venido?

-El otro día despedí a mi amante, y ahora me ha enviado unos correos con unos vídeos comprometidos reclamándome una indemnización equivalente a 10 años de lo que le estaba pagando.

-Vamos a tu despacho.

Se vistió y salimos juntos hacia su despacho. Había varios correos con vídeos tomados con el teléfono, donde se la veía chupando y lamiendo la polla a la vez que miraba a la cámara hasta conseguir una corrida en su cara en uno, en otro en una cama con el culo levantado por almohadones y la polla entrando y saliendo de su coño, por cierto, una polla más pequeña que la mía, pero que, al parecer, debía saber manejarla muy bien. En otro le daba por el culo mientras estaba arrodillada en el borde de una cama, y varios más en distintas posiciones, lugares y agujeros.

Por lo visto, no había un lugar donde no hubiesen follado y hubiese sido filmada.

-Cítalo para mañana. Cuando venga, me llamas a mi y me presentas como gestor de tus cuentas, y después de que yo lo salude, le dices que soy su sustituto.

Así lo hizo, al día siguiente no la follé cuando vino y la despedí inmediatamente. Sobre el medio día, me llamó a su despacho:

-Don Manuel, ¿puede venir un momento a mi despacho?

Yo me ajusté mi sortija correctamente y fui para allí.

Cuando me presentó al sujeto, bajo el ridículo apelativo de Jony, como el gestor de sus cuentas, alargué mi mano y le di un fuerte apretón.

-Agggg. ¡Me ha pinchado!

-Oh. Lo siento, Jony, tengo que llevar esta sortija al joyero, lleva una patilla del engarce un poco suelta y como siempre se me da la vuelta, me ocurren cosas como esta. Discúlpeme, por favor.

-No. No ha sido nada. No se preocupe.

-Don Manuel es tu sustituto. –Dijo entonces Elena.

-Maldita puta. Me has sustituido por este mierda de jovenzano. Me las pagarás. Voy a publicar todo lo que tengo sobre ti en Internet, y lo enviaré a todos tus clientes y proveedores. ¡Te voy a hundir! Puta.

-Bueno, hablemos con calma –dije yo- Creo que usted reclamaba una cantidad por entregarle los vídeos, estamos aquí para llegar a un acuerdo.

-Ahora ya no me conformo con eso, ¡quiero el doble! Esta puta me ha engañado!

Observé las reacciones de molestias en distintas partes del cuerpo me indicaron que los bots estaban haciendo su trabajo.

-Bien Jony, en estos momentos estás notando que te empiezan a doler todas las partes de tu cuerpo. Ese dolor irá incrementándose hasta que se produzca un colapso general y mueras. Tienes dos opciones, o nos das todos los vídeos, fotos y material que tengas sobre Elena y te libero o te niegas y dejo que siga el proceso.

-¿Qué me estáis haciendo?

-Es muy simple, al saludarte, te he inyectado una fórmula experimental que estimula los centros nerviosos del dolor, pudiendo llegar a bloquear tu cerebro y causarte la muerte. Si tardamos mucho, no tendrá remedio.

Aceptó ir a su casa, donde tenía el material, ya que era tan tonto que no esperaba resistencia por parte de ella. Eliminamos los correos enviados, los ficheros del disco, sobrescribiendo otros encima antes de borrar, revisamos todos los pendrives, discos, cd’s, teléfono, cámara de fotos, etc. No dejamos nada sin mirar ni limpiar. Incluso pasamos un programa eliminador de rastros.

Cuando terminamos, el dolor que sentía debía ser muy alto.

-A partir de ahora siempre estarás dolorido. No alcanzarás el nivel mortal, pero nunca más volverás a disfrutar de ninguna parte de tu cuerpo. Sólo tendrás dolor. Espero que eso te enseñe a no intentar extorsionar a nadie.

Nos dimos la vuelta, bajé su nivel de dolor a un nivel más soportable y nos fuimos, dejándolo como una piltrafa. En la puerta aún me volví y le dije:

-Y cambia ese apodo de Jony. En este país, los anglicismos resultan ridículos. Y más en un chulo de putas como tú.

-¿Qué le pasará ahora?

-Estará dolorido el resto de su vida y jamás tendrá placer de ningún tipo.

-Es muy cruel.

-Si. Ve aprendiendo.

El marido era más tonto que el otro. Le presentó una demanda de divorcio por infidelidad, con tantas pruebas y tan abrumadoras que firmó todo lo que le pusieron delante y sin protestar. Dada su buena disposición, le dije a Elena que le regalase el piso que utilizaba para sus juergas y puteríos y fue eso lo único que obtuvo del matrimonio.

Quince días después de obtener el divorcio definitivo, nos casábamos en el juzgado. Mis padres, cuando se enteraron también estuvieron aconsejándome durante horas de que debía buscar una mujer de mi edad, que no sabían que le veía a esa mujer, que era ya muy mayor, que cuando yo tuviese 60 años ella tendría 88 y sería una vieja decrépita, que estaba echando a perder mi vida, que si era por el dinero, ellos tenían el suficiente para que pudiese vivir desahogadamente, etc. Yo no di explicaciones y nos casamos.

Por supuesto, nos fuimos a vivir a su casa, un chalet en una urbanización de lujo. Piscina, zona arbolada, enorme espacio de césped, barbacoa, pista de tenis, padel, gimnasio, sauna, y un enorme garaje. Por su parte, el chalet consta de un gran sótano, montado como bodega, una planta calle con un gran salón, una no menor cocina, dos baños y tres dormitorios pequeños con aseos, destinados al servicio, y ocupados en parte por una doncella y una cocinera. En la parte superior, el dormitorio principal, enorme, con cama enorme y baño completo enorme, incluyendo sauna y bañera de hidromasaje, además de cinco habitaciones más pequeñas todas con baño.

Nada más entrar, me enseñó todo y al terminar le dije:

-En una parte de la bodega instalaré mi laboratorio, dormiré en el dormitorio principal y tú lo harás en el del final del pasillo (el más alejado). Cuando estemos solos, irás desnuda, sin que tenga que recordártelo.

Trasladé todas mis cosas a la casa, monté mi laboratorio y me dispuse a disfrutar de mi vida de casado. Por cierto, no hubo viaje de novios.

No hace falta decir que “convencí” a la doncella y la cocinera con el fin de que estuviesen calladas.

Todas las mañanas, Elena tenía la obligación de venir a mi habitación y despertarme con una mamada. Si me apetecía, la follaba por la noche por alguno o todos sus agujeros, según me viniese en gana. Al mostrarse siempre obediente y sumisa, sin decirle nada, fui dejando sin energía poco a poco a los bots, que se iban desprendiendo y eliminando por la orina, aunque de vez en cuando dejaba que le doliese un poco con los que quedaban para que pensase que todavía estaba bajo mi control.

Por supuesto que no volví a la oficina. Cuando ella se iba, me encerraba en el laboratorio para perfeccionar mi proyecto. El disponer de dinero ayudó mucho para mi trabajo, preparé una nueva versión que puede dar dolor o placer, según interese.

Como dije antes, Elena tiene una hija, Patricia, de 29 años que vivía con un novio del que no puedo precisar nada debido a que cambiaba cada quince, treinta o más días, pero siempre menos de 90. Nunca llegaban a los tres meses.

Cuando se enteró de que su madre se había divorciado de su padre y, sobre todo, que se había casado con un tío más joven que ella misma, vino a la casa a montarle un tremendo follón a su madre.

Había oscurecido ya cuando llamó a la puerta. A Elena la mandé a ponerse algo encima y fui a abrir yo mismo. Nada más hacerlo, la vi por primera vez, imaginé quien era por su parecido. Ella me saludó con el mismo estilo cariñoso de la madre:

-¿Así que tu eres el chulo? ¿Dónde está mi madre?.

-Arriba pon…

-Aparta y quítate del medio, imbécil.

Me dio un empujón y fue en busca de su madre. La encontró en el cuarto donde dormía, terminando de arreglarse.

Empezó una discusión preguntando el porqué de dejar a su padre si ella llevaba el puterío tan al día como su él. Que por qué se había casado con un imberbe que podía ser su hijo, que de hecho era más joven que ella misma. En fin gritos, gritos, gritos. Yo fui a por mi anillo, actualicé la carga y fui a buscarlas. Elena lloraba sentada en la cama. Cubriéndose la cara con las manos. No podía decir nada porque se lo había prohibido. La hija, inclinada sobre ella le lanzaba sus gritos e improperios la tomé por su brazo desnudo en una clara intención de separarla.

-Y tú que haces aquí, madito cab… AAAAGGGG Imbécil, me has pinchado, ¿qué es lo que estás haciendo?

-Perdona, es que esta sortija se da la vuelta y tiene una pata del engarce suelta y es lo que pincha. No pretendía más que separarte un poco de ella.

-No, Manuel, por favor, a mi hija no.

-Lo hecho, hecho está.

-Qué coño pasa aquí. De qué mierda estáis hablando. ¿Qué te ha hecho este hijo de puta, mamá?

Elena lloró más angustiadamente, viendo que su hija iba a sufrir el mismo calvario que ella.

-Por favor, no te excites. Terminarás con dolor de cabeza y es lo único que sacarás. Estamos casados y no vamos a deshacer el matrimonio. Te guste o no. Así que acéptalo y deja a tu madre en paz. –Dije.

-Tú no te metas, imbécil. ¿Qué te pasa? ¿Vienes por el dinero de mi madre, no? Porque no querrás decirme que te has enamorado de ella, ¿Verdad?

-No, no me he enamorado de ella. Y si, en parte estoy con ella por su dinero, pero hay algo más. Quiero castigarla.

-¿Castigarla? ¿Y quién eres tú para castigarla? ¿Qué ha hecho ella para merecer el castigo? Y ¿Por qué te atribuyes el poder de juzgarla y condenarla? Ufff. Todo eso me está dando dolor de cabeza.

-Los motivos no te importan, lo que si te importa es que ese dolor se irá incrementando hasta resultarte inaguantable, para, al final, colapsar tu mente y matarte.

-De donde te has sacado semejante imbecilidad, subnormal.

-Hazle caso, hija, no sabes el dolor que puedes llegar a sentir.

Ella notaba el incremento de dolores por todo el cuerpo.

-¿Qué…? ¿Qué me has hecho?

-Este subnormal, cabrón e hijo de puta, -le dije- es el autor de un proyecto que es capaz de hacer sentir dolor agudo a las personas, hasta el punto de matarlas y no quedar rastro. Desde ahora eres otra de mis víctimas, sentirás dolor en todo tu cuerpo, y solamente yo soy capaz de calmarlo y para conseguirlo, tendrás que obedecerme ciegamente.

-Y una mierda, cabrón. Eso es una sarta de mentiras. Mamá, ¿Dónde tienes los calmantes?

Ella le señaló el lugar, pero le dijo.

-No te servirán de nada, yo probé todo antes de dejarme llevar. Es mejor que lo asumas y te dejes tú también.

Las dejé solas y me fui a ver la televisión. Mejor dicho, a esperar acontecimientos delante del televisor.

Poco tardaron ambas en salir de la habitación. Patricia encorvada y con la cara contraída por el dolor, Elena la sujetaba de los hombros y la guiaba hasta mi.

-Le he contado lo que me has hecho pasar y se ha convencido. Está dispuesta a obedecerte.

-¿Y sabe lo que tiene que hacer?

La madre empezó a desnudarse, intentando hacer lo mismo la hija, pero el dolor hacía torpes sus movimientos y no conseguía hacerlo. Su madre le ayudó.

-¿Deseas usar alguno de nuestros agujeros u otra parte de nuestros cuerpos? –dijo Elena.

-¿Por qué tienes que hablar tú en nombre de las dos? Cada una que hable en su nombre.

-Perdona. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no quiero usarte.

-¿Deseas… fff usar… fff alguno de… fff mis agujeros u otra… fff parte de mi cuerpo?

-Si, quiero que me hagas una buena mamada hasta que me corra en tu boca, y que no dejes derramar ni una gota.

Vino hasta mi acompañada por su madre, ambas llorando, se arrodilló ante mis piernas con su ayuda y procedió a bajarme el pantalón corto que llevaba para estar por casa y dejar mi polla al descubierto, pues no suelo llevar nada debajo, seguidamente, se la llevó a la boca y empezó a chuparla, se la metía hasta el fondo de la garganta y la sacaba despacito, formando una anilla con sus labios y presionándola con la lengua contra el paladar, después la sacaba y lamía mi capullo volviendo a introducirla hasta el fondo, pero con el detalle de no presionar con la lengua para no hacerme daño.

Estuvo casi 10 minutos lamiendo y chupando. Su boca es cálida y acogedora, tiene un gran dominio de su lengua, que juega con mi polla y sobre todo con el glande. Mi excitación se encontraba al máximo.

Estaba apunto de correrme. Ella se dio cuenta y aceleró los movimientos de forma increíble. En un momento me corrí. Cuando ella notó la tensión de mi polla, se la metió toda dentro y acarició mis huevos mientras me corría.

Tragó hasta la última gota con mi polla dentro de su boca, para seguidamente proceder a dejarla totalmente limpia antes de sacarla.

Tras esto, eliminé su dolor, cayendo al suelo llorando presa de un ataque de histeria. Mientras repetía una y otra vez:

-¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi?

Su madre la tomó por los hombros, la puso en pie, dispuesta a llevarla a alguna habitación.

-Que se acueste en la habitación anterior a la tuya. A partir de ahora vivirá aquí.

Y desde ese día, mis experimentos fueron con ella. Descubrí las secuencias de los impulsos dolorosos que permitían identificar al cerebro el origen del dolor. Con esa información reprogramé mis bots para especializarlos cada uno en un punto distinto. Al tiempo, también encontré las secuencias para identificar el placer.

Con todo esto, volvió a llegar la fecha de la cena y baile anual, al que asistí con mi esposa. A los postres, fui recorriendo las mesas y hablando con la gente, ganándome su confianza a la vez que buscaba víctimas para mis experimentos.

Haciendo preguntas, encontré a 4 muchachas, Sonia, Silvia, María y Begoña,de 17, 18, 22 y 22 años respectivamente, que vivían solas en un piso y eran trabajadoras de la empresa, a las que convencí para ir mi casa el fin de semana siguiente, con la excusa de un día de fiesta y piscina con algunos amigos.

También me encontré después con la mujer de mi vida, Eva, una muchacha preciosa, rubia teñida, 24 años, soltera, sin pareja, viviendo sola, con pechos bien formados, redondos y tiesos, pues se veía que no llevaba sujetador. Del tamaño que me gustan, un cuerpo de escándalo y unas piernas largas que aparecían bajo su minifalda.

Bailé con ella toda la noche, hasta el punto de que se mosqueó y me preguntó si no le sabría malo a mi esposa. Le dije que no, pues en estos eventos teníamos el acuerdo de congeniar con los empleados para facilitar el acercamiento. Le hable de las 4 muchachas invitadas al día de fiesta del fin de semana siguiente y aproveché para invitarla a ella, que también aceptó.

Durante la semana, mandé poner dos camas en cada habitación de las que quedaban contiguas a Elena y su hija, en previsión del fin de semana.

Ese fin de semana, llevé a las 5 a la bodega, con la excusa de enseñarles toda la casa, y las “convencí” por el procedimiento habitual, esa noche se quedaron todas en casa. Las cuatro muchachas en las habitaciones dobles, Eva en la contigua a la mía, antes, en un aparte, indiqué a Eva a la hora que quería que estuviese en mi habitación.

No merece la pena repetir los detalles de conducción a la sumisión de todas, solamente contaré un par de detalles, uno con la que es mi novia y otro con la más joven.

Esa noche, fui a buscar a Eva y la llevé a mi habitación. Allí estuve besándola, sin ser correspondido, acariciando su cuerpo y diciéndole cuanto me gustaba, permaneciendo ella silenciosa. Me ayudé con la opción de estimulación placentera de mis bots, pero en ningún momento intenté forzarla. Mis caricias ya no le resultaban tan desagradables. Pronto fue ella la que buscaba dirigirme a sus puntos de placer, siguiéndole el juego pero evitando que se excitara tanto que llegase a alcanzar un orgasmo. Mi intención era que fuese ella la que me lo pidiera.

Viendo que se acercaba la hora de que viniese Sonia, la tomé en brazos, la llevé a su habitación, la acosté y cubrí con la sábana. En su mirada vi que dudaba entre quedarse conmigo o quedarse sola en la habitación. Por si acaso, bloqueé sus opciones de placer. En días sucesivos la iría convenciendo y llevándola a grandes orgasmos.

Al poco de volver a mi cama, entró Sonia.

-Aquí me tienes. ¿qué quieres de mi?

-¿Todavía no has aprendido a presentarte? –Le dije al tiempo que le aumentaba el dolor.

-Agggg. No, por favor…

-Aggg. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, ven que quiero follarte.

Se acercó llorando, se acostó a mi lado y se abrió de piernas.

-¿Por qué no lo hacemos de otra manera? Ponte a cuatro patas sobre mi, con el coño en mi boca y hazme una buena mamada.

Después de esto lancé la estimulación del placer. Tras colocarse sobre mi, aceptó mi polla con placer. Yo acerqué mi boca a su coño, que empezaba a mojarse. Recorrí con mi lengua los bordes en una suave caricia. A pesar de tener la boca llena de polla, se le escapó un gemido de placer.

-MMMMMM

Seguí recorriendo su raja y pasé a mojar su ano, el cual ensalivé bien. Volví a recorrer su raja, aprovechando para acariciar con el dedo su ano, que encontró poca resistencia. No dejé de ensalivarlo por eso, y poco tiempo después tenía tres dedos metidos. Todo ello sin dejar de prestar atención a su raja, abierta totalmente y con el clítoris fuera. Un par de lamentazos en él, la llevaron al borde del orgasmo.

-OOOOOOh Siiiiii. Me voy a correeeer.

Por supuesto que no la dejé, dedicándome a meter un dedo de la otra mano en su coño y acariciarlo suavemente por dentro. Ese dedo chocó con algo en el interior, que deduje que era su himen, pero no dije nada. Ella imprimía un ritmo frenético a la mamada de mi polla, como indicándome que quería que le diese a ella también más deprisa.

-Um, uff, umm, uff.

No me pude aguantar y solté toda mi lefa en su boca, que tragó, creo que con placer, y dejó limpia mi polla.

Seguí con mis lentas caricias, mientras ella volvía a intentar estimularme. Ya estaba poniéndose excesivamente ansiosa cuando consiguió que alcanzase una buena erección.

-Ponte en cuatro al borde de la cama. ¿Eres virgen de coño y culo?

-De coño, si, pero de culo no.

-¿Cómo es que te han desvirgado el culo y no el coño?

-Fue un novio que tuve. No quise que me quitase la virginidad, pero a cambio me pidió el culo y se lo tuve que dar.

-Voy a metértela por ahí. –Le dije mientras me colocaba de pie tras ella.

-Si, por favor, estoy deseando que me folles por cualquier sitio.

Y se la clavé. No gritó ni se quejó. Un profundo suspiro acompañó a mi polla en su camino, que finalizó cuando mis muslos chocaron con los suyos y mis huevos con su coño. No tardó ni un minuto en anunciarlo.

-Me corroooo. Siiiiii. Sigue, sigue.

Su ano presionaba mi polla coincidiendo con sus contracciones de placer. Yo estaba preparado para seguir un buen rato más, por lo que estimulé los bots de sus centros de placer, consiguiendo que, en los 20 minutos que estuve dándole por el culo, se corriese tres veces con orgasmos intensos. En ese momento ya no pude más y descargué lo que me quedaba en su recto, cayendo los dos sobre la cama rendidos y agotados.

Cuando se recuperó, la mandé a su habitación, diciéndole:

-Vuelve a tu cama. Mañana te espero a la misma hora para follarte el coño y desvirgarte.

-Lo que tú digas.

Me acosté bien y me dormí inmediatamente.

El lunes, mi mujer me despertó con su mamada. Si le supo a mierda, no dijo nada. Cuando terminó, se fue corriendo al trabajo pues debido a la juerga nocturna, me costó más correrme.

Ese lunes empecé las pruebas con las cuatro sumisas, mas la hija de mi mujer. He estado haciendo pruebas otro año más, descubriendo que en dos meses, si las muchachas son jóvenes, se convierten en sumisas capaces de hacer cualquier cosa que se les pida.

Como he dicho antes, no voy a repetir el proceso, porque siempre es el mismo, obligarles una y otra vez a hacer lo que no quieren y castigarlas con dolor si no obedecen. Si lo hacen, les dejo una ligera sensación placentera, que no la notan, pero las pone muy contentas. Es el mejor lavado de cerebro.

Esa noche, Sonia vino a mi cama nerviosa.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estas nerviosa?

-Hoy dejaré de ser virgen y temo que me hagas mucho daño.

-Te aseguro que no sufrirás lo más mínimo.

Podía haber bloqueado sus nervios de dolor y haberla follado inmediatamente, pero preferí otra forma de hacerlo que le dejase mejor recuerdo.

La hice acostarse a mi lado, desnudos ambos, Estando yo boca arriba, hice que ella se pegase a mi costado, doblando su pierna sobre mi cuerpo y abrazándome. Mi brazo bajo su cabeza, permitía a mi mano acariciar su espalda. Ladeé ligeramente mi cuerpo y mi otra mano pudo acariciar su costado, desde el muslo hasta el cuello, sin olvidar su ano.

Estuve largo rato acariciando su cuerpo, tanto por detrás como por delante, buscando su relajación, pero no llegaba a relajarse bien.

Acariciaba su cuello, su culo, su ano, sus tetas, su espalda. Besaba todos los puntos a mi alcance, pero si bajaba mi mano a su coño, se tensaba como una ballesta. Decidí ayudarla, estimulando su placer. Pronto mis caricias llenaron de humedad su coño. Seguía tensándose, pero menos. Algo debía haberle ocurrido antes, porque eso no era normal ante la buena disposición para entregar su culo. Quizá hubiese sido mejor decirle que se la iba a meter por el culo y cambiar de agujero sobre la marcha.

Cuando estaba ya bien húmeda, la hice ponerse sobre mi y frotarse contra mi polla, que estaba ya dura como una piedra. Ella misma se hacía recorrer la raja con el glande, haciéndola saltar cuando se enganchaba en la entrada de su coño.

Se notaba la subida de su calentura, gemía mientras se frotaba, llegó a meter la punta hasta sentir que chocaba con su himen, incluso presionó ligeramente. Ese fue el momento que esperaba. La hice girar, quedando debajo de mi, empecé a meter solamente la punta, sin profundizar, sacándola completamente y recorriendo hasta el clítoris de salida y haciendo el camino inverso hasta meterla de nuevo.

Volví a aumentar la sensación de placer y a anular el del dolor, jugué con ella dos veces más y se la clavé hasta el fondo. Sentí la resistencia de su himen y cómo cedía. Ella solamente sintió placer, y en unos instantes, alcanzó un orgasmo. Yo seguí bombeando, besando y chupando, en busca de mi placer. Con el estímulo exterior y la ausencia de dolor, unido al machaqueo de mi polla, llegó a alcanzar tres orgasmos. El último, coincidiendo con mi corrida, debió de sentirlo tan fuerte que quedó como ida. No se recuperó, pasando directamente al sueño.

Dormimos juntos, abrazados, hasta que vino mi mujer a la mamada matutina. Sonia se levantó y se fue a su cuarto. Mi mujer cumplió con su cometido sin decir nada, volviendo a salir a toda prisa por la demora en correrme.

De Eva he conseguido que se enamore de mi con el paso del tiempo, ahora somos como un matrimonio, sabe toda la historia y la acepta. Compartimos el placer de las sumisas y de mi mujer, que ahora nos despierta comiendo polla y coño. Por cierto, mi mujer me pidió permiso un par de veces para follarse a unos clientes. Al parecer era su costumbre con ellos para conseguir sus contratos. Con el fin de tenerla controlada, hemos hecho un chalecito en un extremo del terreno, con entrada independiente desde la calle, para que las futuras citas las tenga allí y poder controlar a los clientes cuando pueda hacerlo con los hombres.

Y esa es la historia. Ahora no puedo investigar en condiciones porque las sumisas están muy entrenadas y no se si la mezcla de nanobots les afecta directamente.

Pongo a la venta a Sonia, Silvia, María y Begoña, perfectamente educadas y enseñadas. Si hubiese mucha demanda, vendería también a la hija de mi mujer. Solamente pongo las siguientes condiciones: No deberán ser tan maltratadas que les queden secuelas y no podrán ser vendidas a prostíbulos. Antes de cualquier transacción, deberé ser informado y aceptarla.

Con esta venta espero reponer mi laboratorio de nuevas mujeres para nuevos experimentos.

No olvides valorarme bien para que las chicas alcancen un mejor precio en el mercado.

Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 2” (POR GOLFO)

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Cap. 4.― En la casa, sigo conociendo a la familia.

Al llegar a la casa que sería mi hogar lo que me restara de vida, descubrí que era la única diferente de la isla. Pintada en color ladrillo, su tamaño hacía que sobresaliera sobre todas las demás. No me hizo falta preguntar el motivo de la desproporción entre ella y el resto. Era la casa del mandamás y debía quedar claro desde el principio. En su interior descubrí nuevamente el buen gusto de Irene, manteniendo la sobriedad, sus estancias rezumaban clase y practicidad por igual. Decorada con un estilo minimalista, no faltaba ninguna comodidad. Una sección de oficinas daba paso a una serie de salones amplios y luminosos.

―Esta es la parte para uso oficial. Espero que la privada también le guste.

Sin saber adónde ir, seguí a mi asistente por una escalera de mármol y en cuanto traspasé la puerta que daba acceso a nuestras dependencias, comprendí a que se refería. Era una copia de mi piso de Madrid, solo que más grande y que en vez de tener un solo dormitorio, del salón salían al menos media docena. Alucinado porque hubiese recreado hasta el último de los detalles, me dirigí hacia mi cuarto y al entrar descubrí que no solo había hecho traer todos mis muebles, sino que todas mis pertenencias y mis fotos estaban ubicadas en el mismo lugar que en el departamento al que ya no volvería.

―Quería que se sintiera en su hogar― dijo al ver mi desconcierto y señalando la cama, comentó: ―Lo único que es diferente es esto. Si va a tener que acoger ocasionalmente a seis personas que menos sea de tres por tres.

―Eres maravillosa― le dije con ganas de estrenar tanto la cama como a ella.

La muchacha percatándose de mis siniestras intenciones, se escabulló como pudo y desde la puerta, me informó:

―He dispuesto que tuvieran su baño preparado, luego me dice que le ha parecido.

Cabreado por quedarme con las ganas de poseerla, me quité la chaqueta y depositándola sobre un sillón me dirigí hacia el baño. Al entrar me quedé paralizado al descubrir que, de espaldas a mí, había un negrazo de más de dos metros totalmente desnudo. Solo me dio tiempo de mirar la tremenda musculatura de su espalda antes que, indignado y sin medir las consecuencias, le espetara:

― ¡Qué coño hace usted aquí!

El sujeto dio un grito por la sorpresa, pero, al girarse descubrí, que no era él sino ella quien estaba en cueros sobre las baldosas de mármol. Cortado por mi equivocación, no pude más que pedirle perdón por mi exabrupto y ya tranquilo, le pregunté que quien era. La muchacha, con una dulce voz que chocaba frontalmente con el tamaño de sus antebrazos, ya que, parecía una culturista, contestó:

―Soy Johana. Irene me ha pedido que le ayude a bañarse porque venía cansado del viaje y necesitaba un masaje, pero si le molesta mi presencia me voy.

―No hace falta, quédate― respondí y aunque estaba cabreado con la rubia, la pobre cría no tenía la culpa.

Johana sonrió al escucharme y cuando lo hizo su cara se trasformó, desapareciendo la dureza de sus rasgos y confiriendo a su rostro una ternura que derribó todos mis reparos. Dándose cuenta de que no estaba enfadado con ella, la mujer se aproximó a mí. Cuando la tuve cerca, avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano posteriormente me enteré de que la pequeñaja medía dos metros diez.

«Soy un pigmeo a su lado», pensé asustado por su tamaño.

Si se dio cuenta de mi asombro, no le demostró y llevando sus manos a mi camisa, me empezó a desabrochar los botones sin dejar de mirarme a la cara. Yo mientras tanto no podía dejar de observar lo desarrollado de los músculos de la dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que, lejos de ser pequeño, era enorme y que lo que me había hecho cometer el error de pensar que era plana, era que al ser ella tan musculosa, parecían a simple vista enanos. Inconscientemente, pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, como si tuviese frío, se encogió poniéndose duro al instante.

Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque con lágrimas en los ojos, dijo sollozando:

―Soy una mujer, no un monstruo.

Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón y alzando mi brazo, cogí su cabeza y bajándola hasta “mi altura”, deposité un suave beso en sus labios. La muchacha al sentir mi caricia abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente.

Fue una sensación rara sentirme un juguete entre sus brazos. Nunca se me había pasado por la cabeza que una hembra tan alta y musculosa pudiese ser tan dulce y menos que me atrajera, pero lo cierto es que bajo mi pantalón mi pene medio erecto opinaba lo contrario. Johana, dejándose llevar por la pasión, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me abrazó y alzándome me llevó hasta el jacuzzi. Protesté al sentir que mis pies abandonaban el suelo y que ella como si fuera un niño me hubiese levantado sin ningún esfuerzo.

―Deje que le cuide― respondió la mujer, haciendo caso omiso a mis protestas y depositándome suavemente dentro de la burbujeante agua, prosiguió diciendo: ―aunque ya me lo había dicho Irene, no la creí cuando me contó que el jefe me iba a conquistar con su mirada.

Acojonado por la profundidad del afecto que leí en sus ojos, no puse reparo cuando acomodándose en la enorme bañera, me cogió con una sola mano y con cariño me colocó entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Me retorcí de gusto al sentir sus caricias y ya convencido, apoyé mi cuerpo contra el suyo. Johana lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias, pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos.

La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo hizo que dándome la vuelta metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara. La negra no pudo reprender un sollozo cuando sintió mis dientes contra su oscuro pecho. Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris.

Como el resto de su cuerpo su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque. Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me confesó:

― Nunca he estado con un hombre.

― ¿Eres lesbiana? ― pregunté extrañado porque no me cuadraba con la pasión que hasta entonces había demostrado.

―No, pero nunca me han hecho caso, ¡siempre les he dado miedo! ― respondió llorando.

―A mí, no me das miedo― repliqué depositando un beso en su boca mientras mi mano seguía torturando su sexo. Tras lo cual, señalando mi pene ya totalmente excitado le dije: ―Lo ves, está deseando tomarte.

La mujer se quedó de piedra y colmándome de besos, me dio las gracias por verla como una mujer. Sabiendo que no podía fallarle, me levanté sobre el yacusi y le pedí que me aclarara. Johana no se hizo de rogar, de manera que en pocos segundos ya había quitado cualquier resto de jabón de mi cuerpo. Al comprobar que estaba limpio, le solté:

―Llévame a la cama.

Johana, sin estar segura de que hacer, se quedó mirando. Comprendí que debía aclararle que quería y por eso, dije:

―Si fueras del tamaño de Akira, te llevaría en brazos hasta la cama.

Soltando una carcajada, levantó mis ochenta y cinco kilos sin ningún tipo de esfuerzo, de forma que en pocos segundos me depositó sobre las sábanas e indecisa sobre cómo comportarse se quedó de pie, mirándome.

Aprovechando sus dudas, apoyé mi cabeza sobre la almohada y me puse a observarla. Johana estaba enfrascada en una lucha interior, el deseo le pedía tumbarse a mi lado, pero el miedo al rechazo la tenía paralizada. Yo, por mi parte, usé esos instantes para evaluarla detenidamente, pero sobre todo para pensar en cómo tratarla.

Físicamente era impresionante, no solo era cuestión de altura ni siquiera de músculos, lo que verdaderamente me acojonaba era que la mujer de veintiocho años que tenía enfrente solo había sufrido rechazos por parte de los hombres. Si quería que ese pedazo de hembra se integrase en la extraña familia que íbamos a formar, debía de vencer sus miedos y por eso valiéndome de su pasado militar, le pregunté:

― ¿Cuál era tu rango en los Navy?

―Comandante― contestó poniéndose firme.

Verla en esa posición marcial, me dio morbo porque siempre había querido tirarme a una uniformada. Retirando de mi mente la imagen de poseerla vestida con botas y correas, le ordené:

―Comandante, túmbese a mi lado.

Al escucharme, se le iluminó el rostro porque si entendía ese lenguaje e imprimiendo una dulzura extraña en alguien tan enorme, respondió.

―Sí, señor.

En cuanto la tuve a mi vera, la besé mientras recorría con mis manos su negra piel. Ella, al no estar acostumbrada a recibir caricias, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo que todo fuera un sueño y que ese hombre que recorría sus pechos desapareciera al despertarse. Su pasividad me dio alas y bajando por su cuello, recogí uno de sus pezones entre mis labios mientras el otro disfrutaba de los mimos de mis dedos. Los primeros suspiros llegaron a mis oídos y ya con confianza, descendí por su torso en dirección a su sexo. Cuando estaba a punto de alcanzar mi meta, los miedos de la mujer volvieron y asustada, juntó sus rodillas. Ya sabía cómo manejarla, esa mujer necesitaba ser tratada alternando autoridad y ternura. Por eso, levantándome de su lado, le grité:

―Abra inmediatamente sus piernas.

Adiestrada a obedecer sin rechistar, Johana separó sus piernas, de manera que desde mi posición pude contemplar por primera vez su coño abierto y húmedo. Si en vez de esa virgen, la mujer de mi cama hubiera sido otra, sin dudar, me hubiese lanzado como un kamikaze, pero en vez de ello bajé hasta sus tobillos y con la lengua fui recorriendo sus pantorrillas con lentitud estudiada. Trazando un surco de saliva sobre su piel, fui jugando con sus sensaciones.

Cuando sentía que se acaloraba en exceso, retrocedía unos centímetros y en cambio cuando percibía que se relajaba, aceleraba mi ascenso. De esa forma, todavía seguía a mitad de sus muslos, cuando advertí los primeros síntomas de su orgasmo.

―Tiene permitido tocarse― dije al notar que la mujer luchaba contra sus prejuicios.

Liberada por mis palabras, pellizcó sus pechos y separando sus labios, me pidió permiso para masturbarse.

―Su coño es mío y le advierto que no admito discusión.

Mi orden causó el efecto esperado y Johana, al escuchar que reclamaba la propiedad de su sexo, se retorció sobre la cama, dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella.

Satisfecho, recorté la distancia que me separaba de su pubis. Con la respiración entrecortada y el sudor recorriendo su cuerpo, esperó a que mi lengua rozara sus labios para correrse ruidosamente.

Acababa de ganar una escaramuza, pero tenía que vencer en esa batalla, asolando todas sus defensas y obligarla a aceptar una rendición sin condiciones. Por eso sin darle tiempo a reponerse tomé su clítoris entre mis dientes mientras que con un dedo recorría la entrada a su cueva. Sollozó al notar mis mordiscos y reptando por las sábanas, intentó separarse de mi boca.

―No le he dado permiso de moverse― solté sabiendo que su huida era producto de un miedo atroz a lo que se avecinaba. Deseaba ser tomada, pero le aterraba no estar a la altura y defraudarme.

Al volver a su sitio, directamente la penetré con mi lengua, jugando con su himen aún intacto y saboreando su flujo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y recogiendo con mi lengua su maná, lo fui bebiendo mientras ella no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó al llevar una mano hasta mi pene y hallarlo completamente erguido. El placer de la mujer fue in crescendo hasta que gritando como posesa de desparramó sobre la cama.

Sin darle tregua, me levanté y poniendo mi glande en su entrada, la miré. En su cara pude adivinar un poco de miedo y mucho deseo. Por eso sin esperar a que recapacitara y que nuevamente se echara atrás, la penetré lentamente rompiendo no solo su himen sino el último de sus complejos. Johana sollozó al sentir su virginidad perdida. En cambio, a mí, me sorprendió tanto la calidez como lo estrecho de su conducto.

«Una mujer tan enorme con un coño tan pequeño», pensé mientras dejaba que se acostumbrara a tenerlo en su interior.

Tumbándome sobre ella, mordisqueé unos de sus pezones hasta sacar de su garganta un gemido. Cuidadosamente empecé a moverme, sacando y metiendo mi extensión de su coño mientras no dejaba de mamar el néctar de sus pechos. Johana que se había mantenido a la espera, lentamente imprimió a sus caderas un ligero ritmo que se fue incrementando a la par que mis penetraciones. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y levantándome sobre ella, convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al notarlo y estrechando mi cuerpo con sus piernas, se clavó hasta el fondo de sus entrañas mi pene erecto.

Asumiendo que no iba a durar mucho y que no tardaría en derramar mi simiente en su interior, la di la vuelta y obligándola a ponerse de rodillas, la volví a tomar, pero esta vez sin contemplaciones. La nueva posición le hizo experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre las sábanas. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.

Agotado, me tumbé a su lado. Rendida a mis pies, sus ojos me miraron con cariño mientras me decía:

―Me dejaría matar por usted.

Estaba a punto de besarla cuando oí un ruido en la puerta, al levantar la mirada me encontré que Irene y Adriana estaban de pie mirándonos.

―Has perdido la apuesta. Ya te dije que Lucas haría que esta estrecha se comportara como un cervatillo― escuché decir a mi asistente antes de salir corriendo de la habitación con su amiga.

Comprendí que esa sabionda no solo me había preparado una encerrona, sino que, conociendo de antemano mi modo de actuar, se había apostado a que yo vencía los miedos de Johana. Mirando a la mujer que yacía a mi lado, cabreado, ordené:

―Abrázame durante unos minutos, me apetece sentirte, pero luego quiero que me traigas Irene. Si se niega, usa la fuerza que consideres oportuna. La quiero aquí.

La gigantesca mujer se acurrucó posando su cabeza en mi pecho. Se la veía feliz por haber mandado a la basura, en una hora, complejos que la tuvieron subyugada durante toda su vida.

Por mi parte, me debatía entre la satisfacción de saber que, aunque el mundo se fuera al carajo, esa isla iba a ser un oasis a salvo de la devastación mundial y el cabreo por sentirme una marioneta en manos de Miss Cerebrito.

Habiendo descansado, me di cuenta de que era tarde y como quería llegar temprano a la cena, me levanté y me empecé a vestir. Johana protestó al sentir que deshacía nuestro abrazo y remoloneando, me pidió que volviese con ella.

―Comandante, tiene órdenes que cumplir― le recordé mientras me ponía los pantalones.

La mujer obviando que estaba desnuda, se incorporó ipso facto y saliendo por la puerta, se fue a cumplir con lo que le había mandado. Al cabo de unos minutos, escuché unos gritos provenientes del pasillo, para acto seguido ver que Johana entraba en la habitación portando en sus hombros a una indefensa Irene. Se notaba que la rubia no estaba muy de acuerdo con el modo tan brusco con el que la negra estaba llevando a cabo su misión.

―Señor, ¿dónde deposito este fardo? ― dijo marcialmente la militar.

La propia Irene había trasladado mis pertenencias y por eso, abriendo el cajón donde en mi antiguo piso tenía mis juguetes, sacando una cuerda y un bozal, contesté:

―Hasta nueva orden es una prisionera, después de inmovilizar al sujeto, amordázalo. No me apetece oír sus gritos.

Johana, comprendió al instante lo que quería y desgarrando su vestido, se puso a cumplir mi pedido. No teniendo más que hacer allí, me alejé mientras oía las protestas de la que se consideraba mi favorita…

Relato erótico: “Diputada Homofóbica Secuestrada y Atada por Lesbianas” (POR VIRGEN JAROCHA)

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“Diputada Homofóbica Secuestrada y Atada por Lesbianas”
 Lentamente fui recobrando mi conocimiento, sentí com
o si hubiera despertado de un largo sueño, no podía ver nada y fue ahí cuando me di cuenta que tenía mis ojitos vendados, lo primero que hice fue tratar de usar mis manos para quitarme la venda de mis ojos pero me percaté que tenía mis manos bien atadas hacia atrás, traté de separar mis muñecas pero los nudos estaban tan apretados que me hacía daño, también sentí mis codos atados y mis brazos bien pegados a mi cuerpo, estaba totalmente inmovilizada, después quise mover mis piernas y sentí que las tenía bien juntas, quise separarlas pero algo me lo impedía, sólo sentí muchas cuerdas apretando mis muslos, rodillas y tobillos, las cuerdas estaban tan bien ajustadas que lastimaban mis piernas; trataba de entender esta situación.
¿Quién me secuestró y quien me amarró?
Lo único que recordaba era que al salir de mi auto de pronto me levantaron, me subieron a una camioneta y a pesar de que me resistí lograron someterme, me colocaron un trapo en mi carita y de ahí ya no recuerdo nada. No estaba desnuda, al parecer aún tenía mi ropa puesta, mis pies me dolían mucho, así que quise quitarme mis tacones friccionando mis zapatillas pero me di cuenta de que una cuerda mantenía atados mis tacones a mis pies, así que no logré quitarme mis zapatillas, ni siquiera podía relajar tantito mis pies, todo era oscuro, no tenía noción si era de día o de noche, no podía ver absolutamente nada, tampoco se escuchaba nada, sentí que mi boca estaba abierta al máximo y una bola me impedía cerrarla, parecía que mi quijada estaba a punto de reventar.
Mis tobillos hacían contacto con mis nalgas y al querer levantarlos me di cuenta de que otra cuerda los mantenía Unidos a mis muñecas formando un formidable Hogtied. Poco a poco mi desesperación fue aumentando, cada vez me daba cuenta de que estaba atada de una manera inhumana, en mi mente dibujaba mi propio cuerpo atado, más o menos me daba una idea de cómo estaba amarrada y me asusté mucho.
¿Quién tuvo la crueldad de atarme así?
Aunque sabía que era inútil luche por desatarme, no tenía otra opción más que intentar desatarme por mi misma, así que empecé a sacudirme como loca, se sentía horrible estar atada de esta manera así que puse todas mis energías para lograr soltarme. Al poco rato ya estaba toda sudada, sentí mi cabello todo alborotado, mi saliva comenzaba a escurrir de mi boca, pues era imposible pasármela así que sin querer mi propia baba me escurría y se me embarraba por todo mi cuello y mi pecho, a pesar de que estaba bien amarrada yo buscaba la forma de reacomodarme de posición, yo soy muy imperativa y no puedo estar quieta ni 2 min. Siempre me gusta estar en movimiento pero ahora que estaba atada sabía que no podía moverme pero aun así buscaba alguna libertad de movimiento, me retorcía de mil formas ya no con el afán de desatarme, solo me retorcía para no quedarme quieta, ya que no soporto estar sin moverme y así seguí retorciéndome por largo rato aunque sabía que jamás lograría desamarrarme.
Tenía sed y hambre, me sentía muy acalorada y de repente escuché mi celular timbrar, era obvio que no podía contestar pero por el hecho de oír sonar mi cel me levantó el ánimo con la esperanza de pedir auxilio, así que me sacudí con mucha violencia pero solo me hice daño, no se porque creí que podía contestar, mi cel dejo de timbrar y yo me quedé abatida, otra vez todo era silencio, no soporté más y me eché a llorar con mucho desconsuelo, nunca había llorado como niña.
 De pronto escuché que abrieron la puerta y una voz femenina dijo:
“Mira ya despertó la líder del movimiento anti-lésbico”
Yo traté de reconocer la voz pero era totalmente desconocida y otra voz femenina respondió:
 “Mírala que hermosa se ve amarrada, ¡Está preciosa!!”
Y la otra chica contestó:
 “Es hora de darle su merecido a esta Diputada homófobica”
YO escuché todo muy atenta y de inmediato entendí la situación, precisamente soy Diputada y propuse al Senado la iniciativa de una Ley que prohibiera el matrimonio gay, prohibir que marchen desnudos y con vestimentas diminutas, limitar las adopciones de hijos entre parejas gay, etc. Mi Ley contenía varias fracciones que afectaban “la libertad de expresión” de lesbianas, además de eso, yo soy líder de 3 grupos que se formulan en contra de tendencias homosexuales, no acepté la contratación de varias mujeres lesbianas y siempre buscaba la forma de discriminar a esta gente.
Las mujeres siguieron conversando y decían:
“Vamos a obligarla a que anule la iniciativa de su Ley, también haremos que abandone sus grupos anti-lesbicos, y finalmente ¡La convertiremos en lesbiana ¡
Al oír eso, me quedé paralizada por el terror.
Su amiga le contestó:
“Comencemos de una vez, ¡ya no resisto las ganas de sodomizarla ¡”
Yo emitía ahogados
“ Mmmmmppppppp”
Después ambas chicas comenzaron a hacer de las suyas, me manosearon y poco a poco rompieron la cuerda que formulaba el Hogtied, luego levantaron mi falda, después me empinaron y rompieron mi calzón dejando mi trasero desnudo, sentí unos dedos untándome una crema en mi ano, creí que era lubricante pero era una especie de mezcla que comenzó a provocarme una picazón insoportable, tenía ganas de rascarme ahí pero era imposible, la chica al ver mi reacción comenzó a reírse y me dijo:
 “¿Te pica el culito? Jajajajajajajaja”
Y sentí que su dedo frotaba mi esfínter y realmente aliviaba la picazón, pero después metió su dedo con mas crema y ahora sentía picazón adentro de mi ano, yo me retorcía y movía mi cadera, la comezón era insoportable, así que la otra chica me fue introduciendo una especie de dildo y cuando me lo iba metiendo me invadió un dolor que me hizo romper el llanto, después esa picazón que sentía se fue aliviando debido a que el dildo tallaba mi recto y anulaba esa especie de comezón, realmente era reconfortante, pero yo me resistía a aceptar que me gustaba, soltaba alaridos de dolor y solo salían diminutos:
“Mmmmggggppp”
 Mientras una me penetraba la otra me jalaba mi cabello y me daba ligeras bofetadas y me decía:
“Verdad que ya te gusta? Nosotras vamos hacer que te vuelvas putita, de ahora en adelante serás la líder de movimientos lésbicos y posteriormente anularas tu iniciativa de ley”
Yo estaba bañada en lágrimas y mis Mpmmggggg eran mezcla de dolor y placer. La chica seguía penetrándome a ritmo acelerado y seguía untándome más crema que me ocasionaba mucha comezón, pero con la penetración del dildo la comezón se me aliviaba de una manera exquisita y me bañaba en un placer verdaderamente sensacional. Cada vez mi voluntad se doblegaba más y más, me hicieron esto una y otra vez, las perversas chicas me decían que no me iban a soltar hasta que me convirtieran en lesbiana, me tuvieron secuestrada por varios dias, me obligaron a besarme con varias mujeres, todas realmente guapas, me forzaron a tocarles sus nalgas y pechos, siguieron untándome esa crema en mi ano y me penetraban y yo cada vez disfrutaba más esa sodomización. Comencé a tener orgasmos realmente placenteros y finalmente me volví lesbiana, acepté toda su filosofía y para reforzar mi nuevo lesbianismo, me obligaron a hacer el amor con otras chicas mucho más jóvenes que yo (cosa que me fascinó en todos los sentidos).

Después de estar secuestrada durante un mes, me liberaron, pero yo ya era bien putita, me encantaban las mujeres y tenía muchas ganas de atar a varias chicas, incluso me asignaron una novia temporal, esa novia es una de las tantas lideres lesbianas, ella me vigila y se encarga de “violarme” todas las noches para completar mi gusto lésbico, siempre me amarra y me hace el amor. Ya retiré mi iniciativa de Ley con contra de lesbianas, ya abandoné el liderazgo Homofóbico al que pertenecía antes y ahora soy líder de movimientos lésbicos.
 
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