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Relato erótico: La distraída (POR KAISER)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

Ella esta en su oficina terminando de revisar unos reportes bancarios, esta cansada pero sigue adelante. Se muere de Sin-t-C3-ADtulo26hambre ya que come muy a la ligera, el café y un cigarro son su mejor compañía a esa hora. Mónica es así, trabajolica por excelencia prefiere quedarse en la noche a hacer este trabajo que es bastante aburrido ya que en el día simplemente no tiene tiempo.

Mónica es la gerente del banco, tiene un buen sueldo y es respetada, incluso temida se podría decir, por todos. Es una mujer divorciada de férreo carácter y sumamente autoritaria. Sus empleados la detestan por ser tan exigente y ella no tiene problema en hacerse odiar por ellos.
Sin embargo todos concuerdan en que Mónica es físicamente atractiva, 40 años de cabello corto y de color negro, ojos negros y un cuerpo bastante proporcionado y sugerente. Siempre viste de forma elegante y sobria aunque los trajes con escotes dejan entre ver unos pechos de buen tamaño, no excesivamente grandes pero tampoco pasan desapercibidos y unas piernas bastante bien formadas.
“Hasta que termine” suspira ella profundamente y ordena las carpetas en su escritorio, es viernes por la noche y a pesar de algunas invitaciones a salir ella las rechaza, solo quiere volver a su casa, darse una ducha y beber una cerveza, eso es todo.
Sale rápidamente del estacionamiento y enfila por la autopista hacia su departamento, ella vive en un condominio bastante privado y siempre llega tarde así que casi nadie la ve. Mónica ya esta cerca cuando suena su celular, al tomarlo del bolsillo de su chaqueta este se le cae, ella se inclina a recogerlo y le saca la vista al camino por un instante, cuando reacciona se topa con una luz roja y ella frena violentamente, pero ya es tarde. Un chico venia pasando en bicicleta y Mónica lo golpea con su auto, ella queda atónita y cierra los ojos al escuchar el golpe, de inmediato se baja de su auto y va a auxiliarlo.
“¡Maldita loca por que no te fijas por donde vas!” fue lo primero que le dijeron, Mónica se traga su orgullo y de inmediato le ofrece ayuda, con dificultad él se pone de pie y le reclama a Mónica por dañar su bicicleta, ella se deshace en disculpas y le ofrece pagarle una buena suma por los daños. Él cojea visiblemente y quiere llamar a la policía, Mónica no desea tener más problemas y evitar que esto se sepa, así se ofrece a llevarlo a su departamento para revisarlo, ella sabe algo de primeros auxilios.
“Vamos, despacio ya vamos a llegar” le dice ella que lo ayuda a entrar y lo deja sentado en un sillón, enciende las luces y le revisa su pierna derecha que le duele bastante. Él, que se llama Alex tiene alrededor de 16 años, de inmediato le reclama a Mónica que no haya como excusarse, ella le entrega un cheque por los daños a su bicicleta, él lo mira y no pone buena cara. Mónica cree que él solo trata de sacarle dinero, nada más.
“¡Bueno te ofrecido ayuda y una buena por los daños a tu bicicleta que más quieres!” le dice ella algo molesta que se da media vuelta a recoger unos papeles que se le cayeron al entrar, “chápamela” le dice él en voz baja, sin la intención que Mónica lo escuche pero en efecto ella lo hace. “¡¿Qué quieres que cosa!?” reacciona ella indignada y llena de furia, él se queda en silencio sin saber que hacer ni decir, simplemente lo dijo en broma, una broma para él pero Mónica lo ve de otro punto de vista.
“¡Mocoso insolente como se te ocurre pedirme semejante cosa debería darte una bofetada!” le dice ella visiblemente molesta. Alex no sabe que hacer, si decirle que era broma o bien tratar de sacarle provecho al asunto. Mónica se pasea frente a él con sus brazos cruzados, la observa un poco y con esta pose ella sin querer exhibe algo más su busto y gracias a su falda algo corta se ven sus bellas piernas, Alex toma una decisión.
 
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“Esta bien entonces llamare a la policía y les diré que usted me arrollo y que después me trato de sobornar para no delatarla que iba hablando por celular mientras manejaba y mas encima no respeto una luz roja”, los ímpetus de Mónica de inmediato se enfrían, queda descolocada ante semejante chantaje, “¡condenado rufián!” ruge ella, Alex se prepara para arrancar en caso de ser necesario.

“¡Muy bien, muy bien lo haré, desgraciado como te atreves a pedirle eso a una dama!” le dice Mónica molesta pero ya resignada a fin de evitarse mas líos de los que ya tiene. Alex, aun sorprendido de que Mónica accediera se abre los pantalones sacando su verga. Ella se inclina frente a él y toma su verga la cual pronto empieza a ganar dureza y a ponerse erecta en las manos de Mónica, “¡ni siquiera se te ocurra correrte encima mió o en mi boca!” le advierte ella.
Mónica comienza a hacerle una paja para poner su verga dura, ella considera tan humillante esta situación, pero la idea de tener líos con la justicia ciertamente le parecen más humillantes. Alex esta en el paraíso ante las caricias de Mónica, desde ese ángulo aprecia sus pechos a través del escote de su blusa, “nada mal” le dice él. Mónica respira hondo y envuelve con su boca, la acaricia lentamente con sus labios y se la chupa suavemente, “¡vaya esto es increíble!” dice él que siente la calida boca de Mónica. Él la carga ligeramente pero ella no se lo permite, “¡si quieres que haga esto lo haré a mi manera!”, de inmediato Alex la deja y Mónica sigue con lo suyo.
Ella se la sigue chupando, le pasa su lengua por encima de sus testículos y después por todo el miembro para luego meterlo en su boca otra vez, Mónica esta plenamente concentrada en su trabajo y Alex trata de controlar las sensaciones que ella le provoca. “Sabes una compañera de curso me la chupo una vez pero tu, eres increíble mamándola” le dice a Mónica a la cual no le hace gracia el “cumplido”.
Al cabo de un rato Alex ya no puede más y por más que trata de contenerse de improviso sujeta a Mónica y se corre en su boca. Ella retrocede atragantada por el semen y tose con fuerza, “¡infeliz te dije que no te corrieras en mi boca!” le grita ella que trata de reponerse, de esta sorpresa. “¡Muy bien cumplí con mi parte, ahora lárgate de aquí!” le ordena ella.
Mónica se limpia la boca cuando de pronto Alex la abraza por la espalda, “¡que rayos te sucede suéltame de una vez!”, pero Alex no le obedece, “ahora serás una buena niña y me vas a mostrar que escondes ahí debajo” le pide al oído. Mónica siente las manos de Alex que se meten bajo su blusa y le suben falda, ella forcejea por liberarse pero sin éxito. “¡Déjame que te has creído!” le grita ella, pero Alex no se detiene y con algo de esfuerzo mete su mano bajo la falda de Mónica y le empieza a frotar su entrepierna, de un tirón le abre su blusa y aprecia sus pechos cubiertos por un sostén de color negro el cual también le quita a tirones, “¡tiene unas tetas magnificas!” le dice mientras la besa en el cuello.
El forcejeo entre ambos continúa, Mónica hace lo que puede pero no es suficiente. Alex le sigue frotando su coño y presiona sus dedos cada vez con más fuerza, los pechos de Mónica se los soba y estruja sin que ella pueda hacer mucho por evitarlo. Alex empuja a Mónica sobre una mesa y se pone sobre ella, la besa a la fuerza sigue metiéndole mano, “¡vamos quítate de encima!” le dice ella que trata de evadir sus besos sin mucho éxito. Finalmente Alex le mete su mano bajo el calzón de Mónica y mete sus dedos en su sexo, le chupa ansiosamente sus pechos mientras la folla con sus dedos, ella se retuerce sobre la mesa tratando de liberarse, “¡no sácalos de ahí!”.
 

A pesar de todo Mónica se va excitando ante semejantes “caricias” pero trata de sacarse de encima a Alex. “Te gusta, te gusta admítelo” le dice Alex a Mónica la cual no lo oye y se mueve mientras él empuja sus dedos tan adentro como puede. Con fuerza Alex voltea a Mónica y la pone de estomago contra la mesa obligándola a dejar su culo al aire, la toma del cabello y consigue inmovilizarla a pesar de los pataleos. Mónica siente los dedos de Alex entrando sin cesar en su sexo, hasta tres dedos le mete al mismo al tiempo por más que trata de impedírselo. “¡Déjame, por favor déjame!” le suplica ella pero sin éxito. Alex coge su verga y de improviso la penetra metiéndosela toda de una vez.

“¡Aaaaah!” dice Mónica la cual recibe violentas acometidas en su coño, él la sujeta de las caderas y la penetra salvajemente, la mesa tiembla ante la fuerza de Alex y las cosas caen por todos lados. Ella trata de aun de resistir pero todo es en vano, Alex esta en completo control. A Mónica nunca la habían cogido tan duro como ahora y Alex recién ha comenzado.
Sin liberarla en ningún momento la pone contra la pared, le sujeta su pierna derecha y la penetra apretándola contra el muro, ella forcejea con él pero una vez que se la entierra Mónica apenas se resiste. Alex la besa a la fuerza y le estruja sus pechos, le da con tantas ganas que Mónica se queda sin aliento. Alex se agarra el culo y le empieza a meter un dedo en el, esto desespera aun más a Mónica que jamás le ha hecho algo así, “¡me encantan las mujeres maduras que se resisten!” le dice él que no le da tregua ni respiro.
Ambos van de un lado para el otro en el departamento, Alex consigue llevar a Mónica hacia un sillón y la hace montársele sobre él, la abraza con fuerza para no soltarla mientras la tiene empalada, Mónica jadea desesperada ante esta situación, siente su coño atravesado una y otra vez por la verga de Alex, “¿¡como puedo pasar esto?!” dice ella entre sus gemidos. “Espérate aun te tengo algo especial”.

Mónica nuevamente se ve con el culo al aire ahora sobre el sillón, nuevamente los dedos de Alex se hunde en su coño, pero ahora ella siente su lengua metiéndose entre sus nalgas, “¡tiene un culo muy rico!” le dice él mientras ella esta inmóvil, Alex la retiene y presiona sus dedos contra el culo de Mónica la cual lucha por evitarlo, “¡no por ahí no!” le dice ella. Sin embargo los esfuerzos son en vano y Alex tiene éxito, él de inmediato empieza a darle por el culo.

“Ahora viene lo bueno”, tras lubricarle con saliva su culo él rápidamente toma su verga y presiona entre las nalgas de Mónica hasta que esta comienza a enterrarse en su estrecho ano, los gritos de Mónica se hacen más fuertes, nunca la habían follado por ahí. “¡Un poco más solo un poco y te empalare por este precioso culo!” le dice. Finalmente lo consigue, “vaya que lo tienes estrecho, es mejor así gozare más partiéndote el culo”. Mónica recibe unas duras acometidas, ella jadea y grita ante esto, él es rudo y no le da ni un momento de respiro. Ella se ve cabalgando sobre le recibiendo su verga en el culo, Mónica llega a desfallecer del esfuerzo hasta que finalmente Alex se corre en su culo y después en su cara dejándola tirada en el piso de su departamento.
Mónica respira agitada por lo sucedido, apenas tiene fuerzas para moverse, Alex se arregla y se pone de pie frente a ella, “te dejo el cheque, con esto me siento pagado y con creces, un placer conocerte y puedes arrollarme cuando quieras”, él rápidamente recoge sus cosas y se va. A Mónica le toma unos instantes recuperarse, ella se dirige al baño y se da una ducha, come algo, se toma una cerveza y se va a dormir.
El lunes Mónica llega radiante a su trabajo, se ve más alegre e incluso se da el tiempo para algunas bromas, sus subordinados están sorprendidos, jamás la vieron actuar así. “¿Se siente bien?” le pregunta uno, “mejor que nunca” le responde Mónica.
A eso de las 10 de la noche un chico viene corriendo por la vereda, de improviso se atraviesa al tratar de cruzar la calle y un auto lo golpea, no muy fuerte pero igual lo derriba y lo deja bastante maltratado. “¡perdona no te vi, todo esto es mi culpa!” le dice Mónica, “ven déjame llevarte a mi departamento y veré como compensarte por esto” agrega después con una picara sonrisa.
 
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Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 3” (POR GOLFO Y ELENA)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 5

sin-tituloEse polvo rápido cambió la historia. Si antes era un desgraciado suspirando unas migajas, eso había terminado porque desde el momento que había pasado a la acción, esa pelirroja no había podido o querido oponerse a que la tratara como la zorra que era. No solo la había usado oralmente sino que había coronado mi cambio de actitud con una cogida en toda regla donde ella solo fue un instrumento de mi lujuria.
Asumiendo mi nuevo papel, esa tarde ni siquiera la esperé a la salida del trabajo puesto que tenía que organizar un par de cosas para llevar a cabo la meta que me había propuesto y que no era otra que emputecer a Elena hasta que ni siquiera ella se reconociera.
Por ello directamente me fui a un sexshop que conocía. Allí me agencié un surtido de juguetes, los cuales pensaba usar para disfrutar de los encantos de esa mujer. No me importó pagar una cifra descomunal por ellos, ya que me servirían para saciar mi apetito sexual mientras pervertía y envilecía a esa guarra. Con ellos bajo el brazo llegué a casa y al contrario que la noche anterior dormí como un bendito, sin que nada ni nadie perturbaran mi descanso.
Me desperté de buen humor ya que ese día marcaría el comienzo de la reeducación de Elena. Conociendo de primera mano que estaba obsesionada por el sexo, debía canalizar su furor uterino para convertirla en mi esclava particular con la que experimentar mis sucias pasiones.
Ya en mi oficina usé el mismo conducto que ella había utilizado para contactar y llamando al portero de la finca, le pedí que la informara que la esperaba a comer en un restaurante cercano. La elección del local no fue al azar sino que gracias a que conocía al dueño sabía que podía confiar que de ser necesario, podría usar uno de sus salones privados para desahogarme con ella.
A las dos y cinco, estaba sentado a la mesa de un rincón y con una tranquilidad que era difícil de entender, esperé su llegada con una cerveza. Quince minutos más tarde, hizo su aparición. Al verla entrar, reconocí el nerviosismo de sus ojos verdes y divertido con la situación, me levanté a separarle la silla para que se sentara.
―Gracias― dijo coquetamente mientras tomaba asiento.
No me pasó inadvertido viendo su escote que se había desabrochado un botón de más para que me viera obligado a admirar el profundo canalillo que lucía entre sus dos tetas.
«Esta zorra creé que todavía puede manipularme», pensé sin hacer mención a ello. Reservándome, llamé al camarero y le pedí que nos trajera la carta de vinos.
El empleado no tardó en extendérmela y tras una breve revisión, elegí un Rivera reserva de mis favoritos. Elena permaneció callada todo el rato como evaluando sus opciones y sin saber a ciencia cierta, la razón de esa invitación. Dejé que su tensión se incrementara hasta que ya con nuestras copas llenas, sonriendo le pedí que me diera sus bragas.
―¿Qué has dicho?― preguntó sorprendida.
Con la naturalidad que da el saber que uno está al mando, respondí:
―¿Qué esperas a entregarme tu tanga?
Al oírme lo primero que hizo fue mirar a nuestro alrededor para comprobar si alguien de nuestro entorno se había dado cuenta de mi petición y al ver que parecía que nadie se había percatado, en voz baja contestó mientras intentaba levantarse:
―Deja que vaya al baño.
Soltando una carcajada, insistí:
―Quítatela aquí… enfrente de toda esta gente.
Me miró sabiendo que la estaba poniendo a prueba y decidida a no dejarse vencer tan fácilmente, se volvió a sentar en la silla y disimulando poco a poco fue levantando su falda. A pesar del exhibicionismo que me había demostrado, no era lo mismo hacerlo en un sitio donde nadie la conocía que allí y por eso sus mejillas estaban totalmente coloradas cuando con las dos manos se bajó esa prenda. Viendo que tampoco nadie había advertido esa maniobra, con una sonrisa, me la dio en la mano diciendo:
―Eres un cerdo.
―¡No lo sabes tú bien!― respondí mientras observaba ese coqueto tanga de encaje rojo.
Acojonada al comprobar que lo mantenía extendido entre mis manos y que todos los comensales podían adivinar que era de ella, me dediqué a disfrutar de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― dije satisfecho― ¿Te has masturbado antes de venir?
Mi pregunta la cogió desprevenida y asumiendo que lo había descubierto por lo húmedo que estaba, no pudo negarlo y bajando su mirada, contestó afirmativamente. Su respuesta ratificó la opinión que tenia de ella y forzando su entrega, le ordené:
―Abre las piernas.
Elena se quedó perpleja al oírme pero venciendo la vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de levantar su mirada del plato. Cubriendo otra etapa de mi plan, esperé que el aire acondicionado del salón recorriese su entrepierna mientras la miraba sonriendo. Que la observase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Sus pezones ya habían hecho su aparición por debajo de su vestido cuando viendo que que se mordía los labios en un vano intento de no demostrar su excitación, busqué sus límites diciendo:
―Tócate para mí.
La pelirroja me fulminó con la mirada pero al comprobar que iba en serio, se puso nerviosa. No tardé en comprobar que la lujuria había vencido a su razón porque con lágrimas en los ojos, metió una de sus manos bajo el mantel y empezó a masturbarse. Aunque su sometimiento me era suficiente, la azucé a darse prisa y mientras liberara su tensión entre tanto comensal, no paré de decirle lo puta que era. Mis insultos lejos de cortar de plano su desazón, la incrementaron y en pocos minutos, fui testigo del modo silencioso en que esa pelirroja se corría.
Todavía estaba sintiendo los últimos estertores de su orgasmo cuando una camarera nos trajo la comida y su presencia evitó que me descojonara de ella nuevamente. La dejé descansar unos minutos, tras los cuales, directamente le comenté que sabía que estaba casada y que tenía una hija pero que en vez de ser un problema, me parecía un aliciente.
―¿Y eso por qué?― preguntó un tanto más tranquila.
Descojonado, contesté:
―Cuando te folle, lo haré pensando en el cornudo de tu marido.
Mi burrada le hizo gracia y en un ambiente ya relajado quiso saber si le tenía algo preparado. Riendo señalé bajo la mesa mientras le decía:
―Solo tu postre.
Increíblemente no le molestó que le insinuara que quería una mamada sino que incluso percibí en su mirada una especie de satisfacción antes de verla desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida y solo cuando sus manos me bajaron la bragueta, comprendí que esa guarra estaba convencida que había encontrado en mí el complemento ideal a su lujuria y que a partir de ese momento, podía confiar en que nunca se iba a echar atrás por muy pervertidas que fueran mis órdenes.
Confirmando que cumpliría todos mis caprichos, se lo tomó con tranquilidad. Lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión, para acto seguido explorar todos los recovecos de mi glande. Cuando la tenía ya bien embadurnada con su saliva, ansiosamente, su boca se apoderó de mi extensión mientras sus manos jugueteaban con mis testículos.
Su pericia dificultó de sobremanera que pudiera seguir disimulando y es que a pesar de poner cara de póker, poco a poco la excitación me fue dominando gracias a la húmeda calidez de su boca y al estímulo que sus manos ejercían con la rítmica paja a la que tenía sometida a mi extensión. Si a eso le sumamos que a nuestro alrededor compartían local al menos una veintena de personas, el morbo de poder ser descubierto me terminó de calentar.
«Se ha ganado que le eche un polvo», pensé mientras imaginaba las formas con la que podía hacer uso de ese bello cuerpo, en las posturas y experiencias que podía disfrutar con ella.
Elena aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras con sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Su pericia y dedicación hizo que todo mi cuerpo entrara en ebullición y sin poder aguantar el tipo, derramé mi placer en su boca. La pelirroja al notar las blancas y dulzonas andanadas contra su paladar, usó su lengua como si fuera una cuchara, para recolectar mi semen y no queriendo que nadie notara nada al terminar, con largos lametazos dejó mi verga inmaculada. Tras lo cual, me subió la bragueta y saliendo de debajo de la mesa, se sentó en su silla.
Al mirarla, tenía sus mejillas coloradas y su mirada brillaba excitada, producto quizás de la travesura que había cometido. Comprendí los límites de su calentura cuando relamiéndose me preguntó:
―¿Te ha gustado?―, me preguntó mi opinión.
―Mucho― respondí mientras pedía la cuenta.
Ya salíamos del restaurant cuando desde la caja, la camarera que nos había servido llamó mi atención con un gesto. Al acercarme a ver que quería, discretamente me entregó un papel al tiempo que me susurraba al oído que si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos, la llamara.
―Pensaré en ello― respondí mientras certificaba que no habíamos conseguido pasar desapercibidos y que por lo menos una persona nos había descubierto.
Al comentárselo a mi pareja, lejos de cohibirla, saber que alguien había sido testigo de todo azuzó su libido y notando que una de mis manos le estaba acariciando el pecho, sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
―Eres la más cerda que conozco― respondí cumpliendo sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que pudimos oír los cuchicheos de los presentes y no queriendo que la situación se me fuera de las manos, tomé rumbo a la salida.
―¿Dónde tienes tu coche?― la pelirroja preguntó susurrando en mi oído.
Al explicarle que en el parking del edificio, Elene, comportándose como una perra en celo, me pidió que la llevara a un hotel. Dudé de la conveniencia de hacerlo por todo el trabajo que tenía acumulado, pero para entonces mi calentura había vuelto con renovadas fuerzas y casi corriendo llegamos a ascensor que llevaba al sótano. La pelirroja aprovechó los pocos segundos que estuvimos en su interior para magrearme y sabiendo que era incapaz de esperar para tirármela, busqué un lugar discreto de la primera planta donde poder desahogar mis ganas.
Una vez allí, la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un bmw oscuro.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó claramente excitada al comprobar que estábamos frente a la puerta por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y aprovechando la ausencia de ropa interior, recorrí sus pliegues con mis dedos. No fue ninguna sorpresa encontrar su coño ya encharcado.
―¿Te pone bruta esto? ― susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su ninfomanía, me rogó que la tomara casi llorando. Pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. La zorra, sin contener el volumen de su voz, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y ya dominada por su naturaleza, me imploró que rompiera su culo.
―¿Eres adicta a las vergas en tu culo? ¿Verdad? ¡Zorra!― pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
―¡Sí!― aulló sin saber que con ello llamaba la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Solo meneando esa yema en su interior, provoqué que Elena gimiera como si la estuviera matando mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que esa mujer estaba en dificultades. Sus agresivos modos se transformaron en diversión al darse cuenta que estábamos follando y sin importarles que pensáramos, se quedaron mirando desde un coche aparcado a escasos metros de nosotros.
La presencia de los chavales exacerbó más si cabe la temperatura de la pelirroja y gritando como una loca, me rogó que la tomara. Acababa de subirle el vestido hasta la cintura cuando al girarme, descubrí que uno de ellos había sacado el móvil e inmortalizaba la secuencia.
No me importó la actitud del muchacho y aprovechando el relajado ano que el destino había puesto a mi alcance, de un solo empujón incrusté mi falo hasta el fondo. La satisfacción que demostró con sus berridos de placer al experimentar esa invasión en el ojete, me permitió iniciar un rápido galope sobre ella mientras mordía su cuello y le decía guarrerías.
―Dale duro― los críos me ordenaron al ver que bajaban el ritmo.
Azuzado por sus palabras, incrementé la velocidad con la que la estaba sodomizando de tal modo que con cada penetración, la cara de la mujer chocara contra la ventanilla del automóvil. Pensé que estaba siendo demasiado salvaje pero al percatarme de la felicidad del rostro de mi contrincante, comprendí que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, los muchachos me espolearon para que machacaran sin pausa ese trasero, de forma que haciendo caso al respetable, sometí a Elena a un cruel castigo que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
―¡Qué gozada!― escuché que decía mientras se corría al no poder aguantar el ataque al que estaba sometiendo a su entrada trasera.
«Está desbocada», sentencié al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, les pedí a los chavales que enfocaran su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como nunca, Elena usó los movimientos de su culo para exprimir mi verga con una eficacia tal que despertó los aplausos de los mirones. Espoleado por las ovaciones, convertí su trasero en un frontón donde golpeaba rítmicamente mi pene y ella sintiéndose desbordada nuevamente con un aullido, se vio presa de un espeluznante orgasmo. Su clímax me estimuló a seguir machacando su esfínter hasta que totalmente domada y cual potrilla, se desplomó contra la carrocería del coche.
«Ahora me toca a mí», sentencié mientras me agarraba a sus pechos para seguir forzando su adolorido ojete.
Era tanto el placer que la dominaba que sin poderlo evitar, pude contemplar como de la boca, se le caía la baba.
―Cabrón, me estás matando― chilló al sentir que con las manos agarraba su melena y usándola como riendas tiraba de ella hacia atrás.
Las quejas de la pelirroja no afectaron a mi ritmo, sino que incluso fueron el aliciente que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a mi montura. Afortunadamente para mi víctima, la acumulación de sensaciones hicieron imposible que siguiera reteniendo mi eyaculación y mientras obligaba a la mujer a seguir exprimiendo mi miembro con sonoras nalgadas, me corrí como pocas veces. La rudeza de esas caricias y un postrer orgasmo la hicieron flaquear y lentamente fue cayendo al suelo mientras rellenaba con mi semen su trasero.
Elena seguía tirada sobre el asfalto cuando descojonado me acerqué al chaval que había grabado la escena y con una sonrisa en los labios le pedí que como pago al espectáculo, quería una copia de la película. Muerto de risa me pidió mi número y sin poner ninguna objeción, me la mandó por whatsapp. La pelirroja todavía no se había recuperado del esfuerzo y por ello, tuve que ayudarla a levantarse mientras los chavales educadamente se despedían.
Ya solos y mientras se acomodaba la ropa, le enseñé el tesoro que guardaba en la memoria de mi teléfono.
―¡Qué vas a hacer con eso!― murmuró todavía impresionada porque no se había dado cuenta mientras follábamos que los críos estaban inmortalizando el momento. Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que saberse grabada la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
―Chantajearte, si no quieres que llegue a las manos de tu marido, serás mi puta durante un año.
Juro que jamás creí que lejos de aterrorizarse, respondiera a mi vil extorsión diciendo:
―No te hará falta porque lo creas o no, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas y sé que a tu lado, conoceré facetas del sexo con las que ni siquiera he soñado.
―¿A qué te refieres?― complacido susurré en su oído.
Radiante me miró a los ojos mientras respondía:
―No te rías pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
―¿Y eso te excita?
El brillo de sus ojos anticipó su respuesta:
―¡No sabes cuánto!― y ratificando con hechos sus palabras, cogió una de mis manos y la llevó hasta su encharcado coño para que comprobara que no estaba mintiendo. Habiéndomelo dejado, me soltó: ―Solo pensar en complacerte, me pone bruta.
―¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
―Aunque no me comprendas, sí― contestó mientras su almeja volvía a babear: ―Siempre he sido muy lanzada pero ahora me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Sorpresivamente, esa guarra sin remedio se estaba auto nombrando mi sumisa y buscando el confirmar ese extremo, le pregunté:
―¿Te apetece que sea tu dueño?
Con felicidad casi enfermiza, respondió:
―Ya lo eres.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras esperábamos el ascensor que nos llevara a nuestros trabajos. Ni siquiera se habían abierto las puertas, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
―¿Esta noche mi amo me usará o me dejará esperando?
Soltando una carcajada, respondí:
―Vete a casa y folla con tu marido porque a partir de mañana, tendrás el coño tan rozado que no permitirás que se te acerque.
Eufórica respondió:
―Por eso no se preocupe, no sé qué le pasa pero ya no me toca.
―Yo sí sé que le pasa…¡es un imbécil!

PARA CONTACTAR CON LA COAUTORA: pelirroja.con.curvas@gmail.com

 

Relato erótico: Mi prima Marina (POR CARLOS LÓPEZ)

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Sin título1

 
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Siempre tuve una relación especial con mi prima Marina. Desde pequeños había una química extraña entre nosotros, y no hablo sólo de atracción física. A pesar de nuestra diferencia de edad (yo soy 3 años mayor que ella) tengo hasta recuerdos infantiles de jugar a las casitas con ella. No me explico cómo lo conseguiría, porque yo siempre me he considerado un “chico malo”, y me solía comportar como tal. Así que no sé cómo se las apañaría para hacerme jugar a los papás con muñecos. Supongo que desde chiquitita ya tenía algo que me hacía sentir atraído por ella y estar, hasta cierto punto, en sus manos.

En realidad, tampoco es que compartiéramos tantos momentos porque vivíamos en distintas ciudades y sólo coincidíamos en acontecimientos familiares muy concretos (bodas, bautizos y comuniones). De hecho, era normal que pasasen años sin vernos. Pero, incluso después de esos años, sólo con que nuestras miradas se cruzaran sabíamos que estábamos en “territorio amigo”, y sólo con compartir unos minutos, nos sumergíamos en una bonita sensación de bienestar por estar juntos. Había algo en ella que me transformaba y me hacía dócil en su presencia, a pesar de mi habitual rebeldía.
Según pasaron los años, ella se fue convirtiendo en una bella adolescente. Su cuerpo fue tomando forma, hasta el punto de recordar sentirme orgulloso de caminar a su lado cuando tenía la oportunidad de hacerlo. Su pelo se fue rizando, sus pestañas largas y curvadas enmarcaban unos inmensos ojos oscuros, sus pechos se hicieron rotundos, redondos, sin ser exageradamente grandes. Sus labios adquirieron volumen junto con el resto de su cuerpo dándole un aire sensual, pero su sonrisa hacia mí siguió siendo siempre cálida y confiada.
Por aquellos años, empezamos a coincidir con más asiduidad en las fiestas del pueblo de nuestros abuelos. Nuestra complicidad se hizo mucho más sólida. Imaginad aquellos tiempos y aquellas fiestas de pueblo pequeño. Mi máximo interés de chico de 16 años era enrollarme con todas las chicas posibles de mi propia pandilla y de las de los pueblos de alrededor. Mi insaciable curiosidad y mi carácter siempre revoltoso me llevaban a ello. Con ellas llegaba siempre allá donde me dejaban, y solía tener cierta habilidad para llegar más allá. A mi favor contaba con que el poco tiempo que pasaba allí, sólo la semana de fiestas, hacía que fuese novedad en el grupo. Además, me había creado una cierta fama de chico malo y no tenía escrúpulos para explotarla. Marina, más jovencita, me miraba comprensiva mientras flirteaba a su vez con aquellos chicos de su edad sin llegar nunca a los límites que yo sobrepasaba. Bueno, de esto no estoy seguro, pero me gustaba pensar que era así.
Lo que sí que sé y recuerdo es que, después de las locas noches de verano, a la mañana siguiente, solos en el banco a la puerta de casa, me pedía fervorosamente que le contase todo lo que hacía con ellas, y yo adornaba el lado romántico de las historias y descafeinaba el morboso. Nos dejábamos calentar por el sol, a veces aún en pijama. Era mi niña en el sentido platónico de la palabra. La protegía y cuidaba, y cuando podía me reía de ella. Recuerdo la noche que, en unas fiestas del pueblo de al lado, se le desprendió un botón de su blusa y se le veía el sujetador. Yo le insistía en que me dijese quién se lo había roto, que alguien había metido su mano ahí y que me dijese quién. Ella se sonrojaba y me daba algún empujón diciendo con acento aniñado “déjame…”. Entonces insistía con la broma alabando su gusto por la ropa interior y decía que yo también quería meterla mi mano ahí porque las tenía frías, que qué había que hacer. Ella se debatía entre la risa abierta y la turbación, pero os juro que había algo travieso en su mirada. Era algo muy inocente pero era nuestro mundo.
Era genial.
Luego, acababa el verano y cada uno a su ciudad. Cada uno con su propia vida y cada uno con sus propias relaciones de adolescentes. A veces, en el frío invierno la recordaba y entonces me moría por estar con ella, por saber más de ella, pero los primos no se enrollan. Todo el mundo lo sabe. En todo caso en sueños. En esos sueños volvían a mí las sensaciones de su pecho rozando el mío en aquellos bailes de fiestas de pueblo que a veces nos concedíamos, el color bronceado de su cuerpo adolescente en la piscina, nuestras charlas y nuestros momentos en casa. Con todo y con eso, nunca intenté nada con ella. Quizá eran otros tiempos, o quizá yo, creyéndome malo, era un chico inocente.
En aquel pueblo y en las fiestas se bebía mucho. Calimochos, cervezas, copas… encima las noches de fiesta acababan con un chocolate caliente hecho al fuego en una lata, y cada pandilla de amigos se buscaba un rincón oculto de miradas indiscretas donde realizarla. Os podéis imaginar cómo llegaba yo a casa muchos de aquellos días. Las charlas del día siguiente de mis abuelos… ummm ahora que ellos me faltan las recuerdo con nostalgia. Había más cariño que reproche. En una ocasión ella bebió más de la cuenta. Sólo recuerdo esa ocasión en que esto pasase. Yo mismo la rescaté de su grupo de amigos y la llevé detrás del frontón para dejar pasar el mal momento antes de volver a casa. Ese día me pidió expresamente que la hiciese lo que a las demás. Me besaba torpemente el cuello mientras la ayudaba a caminar. Cogía mi mano y la llevaba a su pecho de mujer de 14 años y me decía con un toque de amargura que si no me gustaba. Con toda mi ternura la apartaba, manteniéndola a mi lado pero tratándola como la niña que era. Que yo creía que era. Incluso la ayudé a soltarse la ropa para hacer pis tras unos coches, mientras de espaldas respetaba su intimidad. Era mi niña. Una hora después, cuando estaba mejor, la llevé a casa con todo el cuidado para que nadie se diese cuenta que había bebido. Automáticamente, me fui a seguir la fiesta, había una rubia neumática de un pueblo vecino que se me había metido entre ceja y ceja, pero ya llegué tarde para ella. No me importó.
Jamás salió ese suceso en nuestras conversaciones. Pasó y ya está. Ese invierno me vino a la memoria la imagen de ella abrazándome el cuello con fuerza, tratando de besarme y de que la tocase. No la dejé. Los primos no se tocan. Además, Marina sólo tenía 14 años.
El verano siguiente coincidimos muy poco y apenas nos vimos los días finales de la fiesta. No obstante, la última noche ocurrió un episodio un tanto extraño y muy sexual entre nosotros. De hecho estuve mucho tiempo arrepentido y sintiéndome culpable de lo que pasó. Pero lo que pasó, pasó. Ella me había dicho por la tarde que volviese a casa pronto, que este año no habíamos podido “contarnos nuestras cosas”. Además, mis tíos y abuelos habían ido a un entierro a un pueblo a 200 km e íbamos a estar solos. De hecho, era mi obligación estar pendiente de ella pero yo tenía mis propios planes. Llevaba varios días tonteando con una chica más mayor que yo, y también era mi última noche del verano. Así que, después de una tarde de copas de despedida de amigos en el bar del pueblo, estaba tambaleándome cuando aquella chica, tampoco en muy buen estado, se ofreció a acompañarme a casa.
 

No voy a entrar en los detalles, que casi no recuerdo, pero lo que sí está en mi mente es que subimos las escaleras quitándonos la ropa y metiéndonos mano por todo el cuerpo. Había olvidado a Marina y estaba enrollándome en mi habitación con una chica del pueblo. El caso es que estaba penetrándola sobre la cama alta del pueblo. Mi camisa había caído sobre la lamparita y la luz era tenue. Ella tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y sus piernas abrazándome mientras yo, de pie, luchaba por que se quedase con un buen recuerdo mío. No podía perder mi fama de “chico malo”. Cuando levanté la vista hacia la puerta, que no habíamos tenido el cuidado de cerrar y estaba entreabierta, allí estaba Marina. De pié tras ella con la luz apagada y una camiseta blanca que yo le dejaba para dormir y le hacía de camisón.

No sé si Marina notaría mi sobresalto, pero yo simulé no haberla visto y continué. No quería enfrentarme a esa realidad pero algo me impulsaba a poner ahora una enorme dedicación en lo que estaba haciendo. Mi pareja gemía cada vez más fuerte, y yo tenía una mezcla de sentimiento de culpa y excitación difícil de explicar. Me había puesto muy caliente la situación. Aún más cuando observaba de reojo como Marina había colocado su mano en sus braguitas, apartando la camiseta y se frotaba delicadamente. Uffffffffffffff. A mi edad estaba viviendo el momento más erótico de mi vida. Yo seguía y seguía y ella también. Ahora mi mirada estaba fija en ella pero no sé si ella, al no haber encendido la luz, pensaba que no la veía. Aún está en mi mente la imagen de su boca, mordiéndose el labio inferior… y sus braguitas, a rayitas blancas y negras. No duré mucho más y me corrí sobre la chica del pueblo que creo que esperaba algo más de mí.
Pero ella a mí no me importaba ya nada. Sólo me importaba Marina. Me aparté de la chica diciendo “vamos, que te tienes que ir” y fui buscando su ropa por la habitación y fuera. Marina ya no estaba. La puerta de su habitación estaba cerrada cuando salía con la otra chica, desconcertada por mi actitud, sujetándola del brazo y guiándola a la puerta. No quería ser malo con ella, pero ahora me sentía fatal de no haber dedicado a Marina mi última noche del verano.
Cerré la puerta tras ella y, temblando de miedo y nervios, subí las escaleras hacia la habitación de Marina. Abrí sigilosamente y susurré “¡Marina!”, pero ella no contestó. Estaba dormida, o al menos parecía hacérselo. Yo estaba excitado y aún algo bebido. Dentro de mí había una mezcla de intenciones hacia Marina que iban desde transmitir todo mi cariño hasta hacer una diablura. Comencé a acariciar su pelo. Ummm era seda. Acariciaba su carita… ella no se movía, y ahora estaba seguro de que se hacía la dormida. Estaba tumbada boca arriba sujetando la manta con sus manos. Suavemente las solté, separé la manta de su cuerpo y me tumbé a su lado. Estaba respirando junto a su pelo, cerca de su orejita. Mi mano tomo vida y se puso a recorrer las curvas de su cuerpo sobre la camiseta. Rozándola suavemente. Sus pezones reaccionaron al instante, pero yo no me detenía en ningún lugar concreto, sólo deslizaba mi mano sobre su cuerpo.
 

Ella no abría los ojos. No decía una palabra. Simplemente se dejaba hacer simulando estar dormida. El momento tenía un punto mágico y morboso. Bajaba hasta la piel de sus piernas y subía metiéndome en su camiseta sintiendo cómo se erizaba su fina piel casi de niña. A continuación volvía a bajar rozando su intimidad, para volver a subir otra vez sobre su camiseta. Ahora iba ejerciendo más presión en algunos puntos. Uffff su pecho era firme y sus pezones duros como el diamante. Sus braguitas estaban húmedas, muy húmedas y a veces me detenía sobre su sexo, para luego seguir mi camino por sus piernas hasta casi sus pies y volver hacia arriba. Con un gesto casi imperceptible había abierto sus piernas y lo tomé como una invitación al pecado. En el siguiente recorrido, descendiendo de su fascinante tripita, mi mano se introdujo dentro de sus bragas alucinado por el calor, la humedad y la seda de su pubis. Ella sólo se dejaba. Era mía, mi muñeca ya era una mujer de tamaño natural. Y era preciosa. Su respiración empezó a acelerarse a medida que mis dedos exploraban su interior. Mi posición, a su lado, era perfecta para presionar su clítoris mientras mis dedos exploraban su interior o los pliegues de sus labios. De fondo el suave chapoteo provocado por mis caricias en su sexo. Había pasado muy poquito tiempo cuando ella estalló en un éxtasis total. Su cuerpo se puso rígido y sus manos apretaban con fuerza un puñado de sábana. No cambió de posición. No dijo una palabra. No abrió los ojos. Se corrió en relativo silencio pero las convulsiones de su cuerpo eran evidentes. Las de su sexo presionaban mis dedos. Fue largo y placentero. Cuando se relajó, volvió la cabeza hacia mí para besar mi mejilla, se hizo un ovillo dándome la espalda, y cogió mis brazos haciéndome abrazarla. No hicieron falta palabras.

Yo tampoco sentía la necesidad de seguir. Eso era lo natural. Tumbados lateralmente mi cuerpo la cubría a su espalda y la abrazaba.

Después de aquel verano, yo me enfrasqué en mi carrera de ingeniería en Madrid y, 3 años después, Marina decidió ir a estudiar su carrera universitaria, medicina, a Barcelona. Nuestros encuentros se hicieron escasos, y a veces me culpabilicé pensando que era por lo ocurrido aquella mágica noche. En realidad fueron las dificultades de los estudios en la carrera, las asignaturas pendientes, la dificultad de viajar… lo que hizo que nos distanciásemos. Dejamos de coincidir en las fiestas del pueblo y no siempre había bodas, bautizos o comuniones familiares. Yo, por aquel entonces ya salía con mi primera novia seria. Una canaria preciosa y con acento musical en su voz, que me proporcionó unos años maravillosos de juergas y cariño. Ummmm las fiestas en aquellos pisos compartidos de chicas. Eso es para otro relato.
Con todo y con eso, aún coincidíamos ocasionalmente en alguna boda, y pasábamos largos ratos hablando y riendo a pesar de nuestras respectivas parejas. Había un acuerdo no escrito entre nosotros por el que siempre buscábamos sentarnos cerca en la mesa, y siempre reservábamos un baile para nosotros. Uffffff su pecho, su olor, el tacto suave de su pelo rizado, su silueta en el vestido de fiesta. Siempre volvía a casa pensando “si no fuera mi prima…”. Siempre fuimos corteses y cariñosos ante los ojos de los demás, pero ello no quita que hubiese un brillo especial en nuestra mirada.
Transcurrieron los años. Yo trabajaba en un prestigioso estudio de arquitectura donde me explotaban vilmente, pero donde me sentía original y sofisticado. Mi vida era algo así como una especie de sexo en Nueva York en masculino. Relaciones turbulentas y atrevidas con chicas triunfadoras y traviesas. Debo ser un poco tierno porque esta parte de mi vida no la recuerdo con tanto cariño jajajaja. Y una primavera, casi esperadamente, llegó la “terrible” noticia de su boda. Se casaba con un catalán y nos había invitado a todos los primos a una barbacoa en una masía para entregarnos la invitación. Mientras me lo comentaba por teléfono, mis sentimientos eran encontrados: me alegraba de la alegría que transmitía su voz, pero a la vez me daban ganas de flirtear con ella. Tenía cierta amargura.
La comida en la masía, en el campo, fue espectacular. Reunión de primos y amigos después de muchos años. Familias cruzadas, que también estaba la de él. Vino, música y sol. Ella estaba preciosa, radiante. Un vestido blanco, estampado con algunas florecitas negras repartidas aleatoriamente, falda de vuelo tipo América años 50, algo entallado en la tripita. Había cogido un poquito de peso y se la veía más mujer, casi tan alta como yo. Sus rizos recogidos en una coleta de la que voluntariamente se escapaban algunos que la caían sobre la cara y los hombros. Su piel dorada. Sus inmensos ojos. Estaba loco por ella, y el vino estaba empezando a hacer efectos en mí. En mí y en todos, así que me hice la nota mental de mantener la compostura. No quería estropearle nada del día. Como siempre, nos habíamos sentado próximos. Estaba frente a ella y bromeaba con sus historias del pueblo, haciendo ver a su prometido que se llevaba una “joya”. Ella a veces me daba una patada cariñosa bajo la mesa, o me acariciaba con su pié mientras reía. Contactos inocentes, pero sólo nuestros. Para mí no eran inocentes.
Poco a poco la comida se iba acabando y, en un momento dado, se acababa el vino y dijo que iba a ir a la bodega a por más. Me dijo, “ayúdame y te la enseño” que es una pasada. Me llevó de la mano abiertamente. Todo era inocente. Decía “bajamos a por más vino. Me notaba un poco ligero de piernas por el vino, estaba detrás de ella mientras bajábamos las escaleras hablando de todo un poco:

 

 

“Así me ayudas, que pesa mucho”
“Ya sabes que yo por mi prima favorita hago lo que sea”
“Además, dirás que soy un poco pava, pero es que me da miedo bajar sola”…
“¿y yo no te doy miedo?? Vaya, yo que siempre he querido ser un malote” le dije divertido
“jajajaja tú me produces otra cosa”
“¿ah síiiiii? ¿Qué te produzco?”
“… morbo” dijo con voz casi inaudible.
“jajajaja, pues no quieras saber lo que siempre me has producido tú a mí”
“ya prefiero no saberlo” dijo con cierta amargura

 

 

En ese momento, no sé lo que pasó, pero el cielo obedeció a mis plegarias… y la bombilla que nos iluminaba hizo “chakkkk” y se fundió. A veces se alinean los astros, y ese fue uno de esos momentos… Se hizo la oscuridad y ella se detuvo… chocando yo suavemente contra ella. Nos sujetamos de los brazos, yo detrás de ella, muy juntos pero sin más contacto.

 

“¿ves? Por estas cosas me da miedo. Por esto y por los bichos.” Dijo con más calma de la que yo tenía
“pues ahora estás con un bicho, Marina, jeje” Yo siempre bromeando
“Ahí adelante hay otra luz” e hizo ademán de ir a palpara la pared
“no la enciendas” dije con cierto tono imperativo que no buscaba pero me salió

 

 

Marina se quedó pegadita a mí, unos segundos… sus manos sobre mis antebrazos sin impedir que las mías ya estuvieran sobre su vestido. Y mi nariz olía su pelo… olía a limpio y a champú de hierbas. Despacito mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo… sus costillas… sus manos acariciaban el dorso de las mías… dijo con un hilo de voz “es una locura” y su respiración se aceleraba.

Mis labios se posaron en su cuello, con suavidad le daba un beso húmedo húmedo en la seda de su piel mientras su respiración me ponía más y más cachondo. El vino, el vino nos había llevado a esto pero yo creo que sin vino pasaría exactamente igual. Punto por punto. Mis manos recorrían todo su cuerpo ya, sus tetas redondas sobre el vestido, notaba la dureza de sus pezones. Jamás se los había visto con luz y hoy, en la oscuridad tampoco lo iba a hacer. La piel de gallina de sus brazos, ummmm las yemas de mis dedos rozaban sus labios y ella intentaba morder mis dedos suavemente.
La empujé suave pero firmemente contra la pared y puso sus manos en ella para evitar chocarse en la oscuridad. Yo sujeté con las mías sus caderas, sobre los huesos que sobresalen a ambos lados y rozaba mi paquete contra su vestido. Estaba inmenso, durísimo. Ella suspiraba, y decía imperceptiblemente mi nombre… o decía “es una locura”. Dije “¿cómo se llaman estos huesos de aquí de los que te estoy cogiendo?” (Marina era ya médico)… dijo entre gemidos “es la cresta ilíaca”. Yo cada vez estaba más excitado. Sabía que tenía que ser rápido y opté por tratarla con cierta brusquedad de movimientos. Brusquedad fingida, porque mis labios en su nuca dejaban claro que mis besos eran cariñosos. Cariñosos y morbosos.
Subí su falda a la cintura y con mis manos recorría su cuerpo bajo el vestido. Sus braguitas eran suaves, de algodón como me gustan… jugaba sobre ellas, sobre la piel de sus muslos, sobre su tripita, pero evitaba llegar a su sexo. Ella jadeaba, restregaba su culo sobre mi pantalón… estaba desatada. Quería darse la vuelta, o soltar las manos de la pared, pero no le dejaba. Decía “deja las manos en la pared, Marina”. Y puse mi mano abierta sobre sus braguitas, abarcando todo su sexo con ella. La mantenía abierta y a veces hacía el gesto de atrapárselo con suavidad, otras hacía ligeros movimientos con mis dedos colocados longitudinalmente sobre su hendidura. Notaba que estaba muy muy húmeda. Completamente depilada, creo, aunque mi mano estaba sobre la tela. Decía “es una locura”, pero cuando hacía ademán de retirarla me la sujetaba entre sus piernas y decía “vamos, por favor, sigue…”. Estaba nerviosa, quería moverse. Seguíamos en la más absoluta oscuridad, lo cual era muy morboso en si mismo.

 

“Deja tus manos en la pared Marina” –ordené
“ummmmmm”

 

 

Metí mis manos en los laterales de su braguita y me agaché deslizándolas sobre sus bien torneadas piernas. Levantó uno y otro pié para que salieran, y las guardé en mi bolsillo, no sin antes pasarlas unos segundos por mi nariz disfrutando del maravilloso olor a feromonas, perfume de canela, a cremita hidratante pero, sobre todo, a mujer. Ya no la percibía como la niña que venía siempre detrás de mí. Ese el olor majestuoso… suave, dulce… no sé, agrio también… despertaba en mí instintos primitivos y salvajes de difícil control… Era sexo puro.
Yo continuaba a la espalda de Marina, de rodillas, y poniendo mi boca sobre su sexo lo recorría longitudinalmente… desde el principio hasta el final y vuelta otra vez. Ella se apretaba contra mí, y yo masajeaba sus glúteos con mis manos, abriéndolos, y todo su sexo con mi lengua. Sólo acertaba a decir “fóllame, por favor, por favor, fóllame”. Estaba loco por hacerlo. Además, no teníamos mucho tiempo.
Así que subí, a tientas recoloqué su vestido sobre su espalda y palpé su culito y su sexo una vez más, situándome apuntando mi polla hacia ella. Uffffffffff se la clave lentamente. Muy muy lentamente, sintiendo como avanzaba cada milímetro dentro de ella. Mientras penetraba en su interior, mis manos se incrustaban en su cadera…. su fina cintura… me permitía tocar sus huesos pélvicos y apretarla fuertemente hacia mi. Y yo metía y sacaba mi miembro dentro de mi prima. Mi prima favorita. Creo que nunca la he tenido tan grande y dura como allí, en la oscuridad de la bodega, con el frío y humedad. Su piel erizada. Sus jadeos.
Estaba loco. Empecé a incrementar el ritmo y ella puso una de sus manos sobre mi culo, para sentir mis movimientos. Sentía como contraía su coñito. Ese coño al que nunca accedí y hoy no iba a poder ver tampoco. Pero cuyo aroma me iba a llevar a Madrid, depositado en sus braguitas. Estaba a punto de correrse… y yo seguía, y seguía. Noté como su mano se ponía sobre su sexo, seguramente masajeando su clítoris, aunque a veces notaba sus dedos sobre el tronco de mi polla. Empezó a contraerse, a gemir tan fuerte que tuve que desplazar mi mano que apretaba fuerte su pezón sobre el vestido, a su boca.
Me encantó sentirla e imaginármela así (estábamos a oscuras)… seguí bombeando despacito, sólo para mí ahora. Disfrutando el calor interior de su cuerpo y sus contracciones. Y muy profundo, sujetando sus caderas, me descargué sobre ella.
Estuvimos en esa posición un minuto más, sintiendo como la sangre iba retornando de nuestros sexos al resto de nuestros excitados cuerpos. Sólo dijo “siempre quise hacer esto”. Y no volvimos a hablar más del asunto. Cuando palpando la pared, consiguió encender la otra luz, me pidió un pañuelo de papel y se lo di. Estaba perfecta, cualquiera diría que hace sólo unos segundos estaba totalmente desatada y ensartada en mi polla.
Cogió al azar unas botellas de vino porque ya teníamos prisa, y volvimos a la fiesta. Como siempre había pasado después de nuestros episodios, no volvimos a hablar de ellos. Sólo a veces, entre la gente, cruzábamos nuestra mirada cómplice. Yo, metía la mano en mi bolsillo y rozaba sus bragas. Ufff sólo pensar que estaba sin ellas puestas, comportándose como una perfecta y radiante anfitriona delante de su prometido me ponía cardiaco. Pero no pasó nada más y no volvimos a hablar de ello.
Unos meses después, su boda fue preciosa. Se los veía totalmente enamorados y felices. Fui solo, no tenía ninguna relación seria en ese momento. Como siempre, Marina reservó un baile para mí. Me dijo que se me veía muy guapo y muy contento, y que era su primo favorito. Ya lo sabía. Aunque me moría por hacerlo, evité la torpeza de pedirle que nos encontrásemos en 10 minutos en los aseos. No era el momento.
 

Nuestras vidas siguieron separadas. Yo continué con mi vida de eterno soltero. Juergas y risas. Aunque en realidad, siempre que soñaba con una chica para mí, esa chica tenía su cara. Ella, profesional brillante, ginecóloga en Barcelona, y esposa ejemplar. Alguna boda, algún funeral, y siempre ternura y cariño hacia mí. Siempre complicidad.

Yo me había aficionado al mundo de las motos. Y tenía una preciosa blanca, roja y azul. Honda CBR 600. Una pasada de moto, de la que os acordaréis. A mí nunca se me olvidará pues fue mi última moto. En vísperas de la navidad de aquél año, antes de cumplir los 30, volvía de Castellón a Madrid cuando el coche de delante hizo un extraño e invadió mi carril arrastrando a mi moto y a mí. Milagrosamente no me rompí más que el hombro izquierdo, pero mi cuerpo quedó completamente magullado y tardé varios días en recuperar la consciencia.
Para empeorar el asunto, contraje una infección indeterminada en el hospital. No sólo estaba dolorido. Estaba decaído y deprimido. En una ciudad que no era la mía apenas tenía visitas. Por lo que tras los primeros días, empecé a encontrarme especialmente mal. Desanimado. Con tanta gente que conocía, casi no tenía apenas visitas. Nadie venía a verme a esta ciudad. Además, mi brazo izquierdo inmovilizado no me dejaba hacer casi nada.
No sé si estaba soñando o despierto, cuando apareció ella. Era al mediodía. Yo no sabía ni qué día era. Estaba más gordita pero igual de preciosa y deslumbrante que siempre. Con un vestido negro, muy ligeramente entallado sobre su cuerpo, dejando ver su incipiente barriguita, la falda le llegaba a la altura de las rodillas y bajo ella medias negras, como a mí me gusta. Su pelo rubio recogido y su sonrisa abierta. Sólo fue entrar ella y la habitación se iluminó. Se iluminó toda mi vida. Yo, al borde de la muerte, y aún me quedo alucinado con su presencia.
Me besó muy cariñosamente mi mejilla, manteniendo sus labios muchos segundos sobre mí y, tras comprobar con ojo experto las medicinas que estaban puestas en mi gotero, se dispuso a sentarse en el sillón ese de acompañante que lo mismo vale para dormir que para sentarse. En ese momento el respaldo no estaba anclado y, como reclina, se le fue la espalda un poco hacia atrás permitiéndome ver involuntariamente sus piernas…. sus medias hasta el muslo…. uffffff
Yo, que llevaba la idea de refunfuñar sobre mi estado y sobre mi suerte, no me queda otra que reírme de su movimiento. Además, empiezo a contemplar la vida de otra manera. Después de haber visto sus piernas, sus braguitas negras, su piel entre ellas y la blonda de las medias, es normal.
Ya no pude contarle penas, sólo hablamos de trivialidades. Ella me animaba comentándome “unos días más en el taller y ya puedes volver a ser el terror de las mujeres de Madrid”. Yo sonreía, en ese momento sólo me apetecía ser el terror de mi prima Marina. Me producía morbo, pese a que sospechaba que pudiese estar embarazada, pero no me atrevía a preguntarle. No por que no tuviésemos confianza, o por si sólo estaba más gordita y pudiese ofenderse. No se lo preguntaba porque algo en mí me impedía hacer la pregunta.
Además, estaba superatractiva. Como siempre. Pero después de tantos días en el hospital, y haber visto debajo de su falda, mi mente que unos minutos antes estaba pensando el la mierda que es la vida en general había entrado en un estado de media excitación y juego… de hecho, nuestras miradas eran traviesas. Llamaron a la puerta y trajeron la comida… joerrrr qué momento para interrumpir. Con lo poco que me apetecía comer. Y menos la comida de hospital… pero ella se acercó a mí, colocó mi almohada para ponerme más erguido y la tuve a pocos centímetros. Oliendo su perfume y mirando sus labios. Colocó la mesita de ruedas ante mí y se dispuso a darme de comer como quien da a un niño desganado.
Me dejaba dar la comida y abría la boca. Decía “muy bien” maternalmente, pero muy despacio puse mi mano útil en su muslo y la fui subiendo bajo su falda…. hizo como que no lo sentía y continuaba dándome la comida. Era alucinante, se dejaba. Y yo mantenía mi mano sobre su piel, justo donde acababan las medias… en el encaje. Subía muy muy despacio entre sus piernas y rozaba el tejido de sus braguitas. Presiono levemente en su sexo, y ella hace un gesto de regañarme sonriendo, pero ve mi carita de perrito abandonado y, sin decir nada, sonríe y se deja hacer. Sigue dándome la comida, maternalmente, como si no estuviese tocando su cuerpo. La situación es flipante.
Ahora yo no hago nada, sólo mantengo mi mano en su piel bajo la falda y con el borde de mi mano rozo sus braguitas. No hago mucho más. Ella al moverse mínimamente para darme la comida se roza ligeramente sobre mí. Creo que se está poniendo caliente. Empiezo a notar una cierta humedad en sus braguitas. Pero no hago nada, sólo mantengo ahí mi mano, como un signo de posesión.
Sólo siento su cuerpo, sus labios, su sexo, pero no hago movimientos. Sólo estoy ahí. Es ella la que se mueve mientras de la cintura para arriba, su cara es de una chica aplicada en alimentarme, de la cintura para abajo se está rozando cada vez más conscientemente sobre mi mano. La mesa esa de hospital, donde va la bandeja, separa dos mundos. Ella me da a mí algo que necesito y yo a ella….
Y le digo… “Marina, cierra la puerta”.
No tuve que decir nada más. Volvió, apartó la mesita de la bandeja de comida y me besó. Impúdicamente, y con lentos movimientos subió su falda y se despojó de sus bragas. Me las dio y las cogí con mi mano buena para acercarlas a mi rostro hechas una bola. Sonrió, me conocía perfectamente. Apartó la sábana, que ya parecía una tienda de campaña donde el mástil era parte de mi propio cuerpo. Subió y se situó a horcajadas sobre mí. Cogió mi miembro y despacio despacio fue descendiendo sobre él hasta que nuestro sexos se tocaron, y poco a poco continuó su recorrido hasta que se fue empalando en mí. Me miraba a los ojos con una expresión tierna y traviesa. Era mi niña.
Mi estado de ánimo había cambiado radicalmente. Ahora era de euforia tranquila. Como siempre con Marina, morbo y cariño, cariño y morbo. Y una gran dosis de erotismo. Una supermujer moviéndose arriba y abajo clavada en mí. Cogió mi mano buena y la puso en su pecho sobre la ropa. Sus tetas eran más grandes que nunca, redondas, duras, sensibles, cálidas. Las amasaba con mi mano, sin furia ni agresividad, pero con presión y ella jadeaba y me miraba sin parar de moverse. No tuvimos que decir nada, sólo mirándonos sabíamos el estado de cada uno. Ella se mordía el labio inferior. Siempre lo hace en estos casos y está preciosa. Tan señora y tan puta a la vez. La visión era espectacular, casi en cuclillas y con su falda subida, su pubis perfectamente rasurado. Mucha humedad y mucho aroma a sexo. Cada vez se iba incrementando nuestro placer hasta que mirándonos comenzó nuestro orgasmo. Se agarró con toda su fuerza a mi cuello y me apretó sobre su pecho. Me dolía un poco el hombro roto, pero no me importaba en absoluto. Estaba en el cielo. En la luna. Jamás había estado mejor. Fué un orgasmo tranquilo pero brutal.
No sé el tiempo que estuvo sobre mí. Creo que acabé durmiéndome por el esfuerzo en mi estado convaleciente. Cuando desperté, estaba a mi lado, sentada en el sillón con las piernas cruzadas leyendo una revista de bebés. Me sonrió y dijo “me alegro de verte, primo”. Y yo contesté “y yo, con el tratamiento que me ha dado, doctora, estoy mucho mejor”. “Ya sabes que siempre voy a estar para cuando lo necesites”. Me besó y volví a cerrar los ojos.
Muchas gracias por llegar hasta aquí. Carlos López. diablocasional@hotmail.com
 
 
 

Relato erótico: La señora. Venganzas (POR RUN214)

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MARTES. VENGANZAS

     Sin-t-C3-ADtulo24        Eduard Brucel era un hombre temido por su rectitud y carácter intransigente y, sobre todo, por su tamaño y apariencia. Pero al lado de su hija aquel animal fiero, grande y peludo se había convertido en un osito de peluche.
-Te he perdido perdón cientos de veces.
-Tu perdón no me va a librar de un embarazo seguro.
-Ya te he dicho que no sé qué me pasó. Nunca creí que pudiese tener una erección contigo. Fui el primer sorprendido cuando mi polla se puso dura.
-Eso no es lo malo. Era lo que debía pasar y lo acepté cuando mamá me lo pidió. Chupártela hasta que se te ponga dura y tenerla dentro de mi coño mientras ese tiparraco se la follaba. Pero tú me pusiste contra la cama y me follaste como una cualquiera. Me sobaste, me lamiste y lo peor, te corriste dentro. Me has desgraciado. Tú, ¡Mi propio padre!
-No era yo, te lo juro. Estaba avergonzadísimo teniéndote delante. Si ese cerdo de Janacec se hubiese conformado con follarse a tu madre frente a mí a solas, todo hubiese sido distinto. No sabes el apuro que supuso que me vieras desnudo. Verte a ti desnuda lo hacía más duro aún.
-Sí, “duro”, es la palabra correcta.
Berta estaba sentada frente a su tocador, peinándose. Eduard se arrodilló tras ella.
-Escucha Berta. Lo estaba pasando muy mal cuando se me puso dura y tú te la metiste. Pero entonces… no sé… me fijé en tus tetas… tu coñó subiendo y bajando… cuando me quise dar cuenta casi me estaba corriendo. A partir de ahí, no pude parar. No fui consciente cuando te acaricié las tetas ni cuando te las lamí y chupé. Sé que te violé, lo siento, perdóname.
 Berta no contestó y se entretuvo rebuscando entre los cajones del tocador.
-Es difícil perdonar pero no es menos difícil pedir perdón. Berta, te lo suplico.
-Todos los hombres sois unos cerdos. Si fuera yo la que te hubiera hecho algo parecido a ti…
-Te perdonaría, por supuesto que lo haría. Eres mi hija. Estaría dispuesto a hacer cualquier cosa para demostrártelo.
Berta se giró con un objeto en la mano. Unas correas unidas a lo que parecía el mango de un bastón.
-¿Estás seguro de lo que dices? padre.
– · –
Garse daba vueltas por la habitación como un león enjaulado. Desde el suicidio de su abuelo su padre se había hecho con el control de la casa y de la familia. Ni siquiera su abuela que siempre había desarrollado su matriarcado dictatorial tenía ningún poder sobre su propio hijo. Ahora su padre se había vuelto más agresivo con él. Su madre, consciente de todo ello y sabedora de que contaba con la protección de su marido le castigaba con ahínco en cada ocasión.
 Para más INRI había intentado follarse a su hermana. Aunque el tiro le saliera por el culo, nunca mejor dicho, si su padre llegara a enterarse podría despedirse de sus huevos para siempre.
 Garse cavilaba sin cesar. Si había conseguido poner a su abuela de su parte después de haberla follado contra su voluntad tal vez podría lograr lo mismo de su hermana o de la tirana de su madre. Debía hablar con la desviada de Berta cuanto antes.
– · –
Eduard tenía la frente perlada de sudor. Estaba apoyado en el tocador de su hija con el cuerpo doblado por la cintura, completamente desnudo.
 Entre sus piernas abiertas se encontraba Berta, desnuda de cintura para abajo excepto por un extraño aparato con forma de pene y sus inseparables botines. Estaba untando de manteca el ano de su padre. Cada vez que introducía un dedo para lubricarle, éste daba un brinco.
-No te va a doler. Ésta no es tan grande como la que me metiste a mí.
 
11

Cerró los ojos cuando Berta dejó el tarro de manteca sobre el tocador, frente a su cara. Sintió posarse unas manos sobre sus caderas y tragó saliva. Si no lloraba era por que aun se consideraba un hombre.

 Berta abrió las nalgas para tener mejor visión de su ano. Eduard las contrajo como acto reflejo escondiendo su agujero entre ellas. Se iba a desmayar de un momento a otro.
-Relájate papá, así no acabaremos nunca.
Volvió a colocar su culo en pompa. Esta vez no se encogió cuando sintió la punta de la polla de madera deslizarse alrededor de su ano. Un leve empujón metió la puntita dentro. Después con una leve cadencia la polla de su hija fue introduciéndose cada vez más hasta alojarse casi por completo. Empezó a follárse a su padre.
 Berta sentía cierto placer. De alguna manera se sentía poderosa. Acariciaba las caderas de su padre que tenía un corpachón enorme. Era como abrazar a un árbol. Su culo era duro y peludo. Le gustó clavar sus dedos en él. Sus brazos fuertes como robles estaban tensos, con las venas a punto de reventar. Sus manazas, agarradas del borde del tocador, estaban tan apretadas que en cualquier momento harían astillas la madera. Su espalda y su cuello eran enormes como las de un toro. De hecho parecía que se estaba follando a un toro.
 No pudo evitar pasar una mano bajo sus piernas y coger aquellas pelotas de toro. Grandes y abultadas igual que su polla, una polla de toro. Una princesa follándose a un toro bravo.
 Pasó una mano por su espalda, grande, amplia, fuerte, capaz de soportar una casa. Tuvo que estirarse para alcanzar el hombro y el brazo de su padre. Un brazo que parecía un roble, con las venas a punto de estallar. Su padre estaba tenso y asustado por su culpa y eso la satisfacía.
 El pecho de su padre no desentonaba con el resto de su cuerpo. Unos pectorales grandes y duros, puro músculo. Clavó las uñas en sus pezones. Su padre ahogó un grito de dolor y ella otro de placer. Placer por el poder, placer por dominar a la bestia y placer a causa de la protuberancia interior del cinturón que rozaba contra su clítoris. Estaba muy excitada.
 Se mordía el labio inferior mientras acariciaba su espalda pero esta vez clavando las uñas. 5 líneas coloradas surcaron la espalda de arriba abajo. Eduard se mordió los labios de dolor, Berta lo hizo de satisfacción, estaba a punto de llegar al éxtasis. Aumentó el ritmo follándose a su padre con más brío lo que aumentaba el rozamiento de la protuberancia contra su clítoris. Eduard sudaba tinta mientras Berta le follaba sin parar, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
 Berta también sudaba a mares. Por una parte debido a la excitación y por otra debido al esfuerzo del continuo metesaca cada vez más salvaje. Le gustaba, disfrutaba follándose a la bestia, sometiéndola. Se estaba follando a un toro bravo al que le estaba haciendo botar sus pelotas a base envites contra su culo.
 Volvió a colocar su mano en su torso sudoroso de su padre y otras 5 líneas rojas cruzaron de nuevo su pecho, esta vez su padre no pudo evitar soltar un bramido… de placer. Se estaba corriendo.
 Su hija no había dejado de menearle la polla desde que se la agarró. Le había estado pajeando mientras le follaba el culo. Él intentó aguantar todo lo que pudo mientras su hija le follaba y le arañaba pero al final llegó lo inevitable. Borbotones de semen salieron de su polla hacía el taburete del tocador que se encontraba debajo de él, donde Berta había colocado su ropa.
 Berta llegó al orgasmo a la vez. Movía sus caderas como una posesa. Le follaba el culo mientras pajeaba su polla. Con la otra mano le sobaba las pelotas, aquellas pelotas de toro. Gritaba como una diablesa mientras su padre mugía de placer. Gritos, mugidos y semen.
 Cuando acabó el orgasmo Berta se desplomó sobre la espalda de su padre sin abandonar su polla, sus pelotas ni su culo. A Eduard le temblaba el labio inferior. “Dios mío, como he llegado a esto”, pensaba. Hace una hora era un hombre hecho y derecho. Ahora era solo un hombre y quizás ni eso.
 “Está bien”, pensó. “Esto se ha acabado aquí y ahora. Lo que ha pasado queda entre ella y yo”, así era el trato.
-¡Dios mío! Si no lo veo no lo creo.
Padre e hija miraron asustados a la persona que les observaba incrédula desde la puerta.
– · –
 
3

La abuela de Garse se encontraba en la misma situación que su nieto. Encerrada como una leona en la casa de su hijo. No tenía donde ir. Todo lo que poseía su marido pasó a manos de su hijo. Sospechaba que Eduard había tenido algo o mucho que ver con la muerte de su marido pero Janacec, un hombre de total confianza de su esposo, había jurado que Eduard estuvo con él desde media mañana. El pobre había sufrido un desgraciado y fatal accidente y Eduard estuvo ocupándose de él todo el día.

 Tampoco entendía que su marido no la hubiese dejado alguna propiedad en compensación a todos los años dedicados a él. Maldito cabrón egoísta, después de todo o que había tenido que tragar para que su marido trepara en sus negocios.
 Ahora vivía en la mansión de su hijo con él y su familia. La puta de su nuera le hacía la vida imposible obligándola a realizar labores de criada.
 Sin embargo, Aurora estaba urdiendo un plan para resarcirse. Garse formaba parte del plan y su nieta también. Garse ya estaba de su lado, solo faltaba Berta pero ya sabía como ponerla de su lado, en cuanto hablara con ella.
– · –
-Esto tiene una explicación. –Balbuceaba Eduard.
-Sí, que eres un maricón. Creía que ya te habías ido a la ciudad y resulta que te encuentro en el cuarto de tu hija dándote por el culo mientras tú te corres de gusto.
Berta se separó como un muelle y se cubrió la polla de madera con sus manos. Eduard se puso derecho cogió la primera prenda que pilló y se tapo la entrepierna con ella. Quedaba bastante ridículo intentando ocultar su rabo con las bragas de Berta.
-Mira, créeme si te digo que únicamente he accedido a hacer esto en compensación.
-¿Compensación de qué?
-Por lo de la noche que estuvimos con Janacec.
Bethelyn miró con unos ojos como platos a Berta que estaba roja de vergüenza.
-¿Pero es que te gusta tu padre o disfrutas dando por el culo a la gente?
Berta mantuvo la boca cerrada. Bastante tenía con taparse como podía. No podía darle una explicación, ni siquiera ella la conocía.
-Y tú, maldito porculero, serás maricón.
-Bet, te aseguro que lo que has visto lo he hecho contra mi voluntad.
-Mentira. Te has dejado encular voluntariamente, os he visto.
-Como retribución por violarla. Hemos hecho un trato. Ojo por ojo.
-¿Qué ojo, el ojo del culo?
-Bet, por favor. Yo la violé, por eso me he dejado violar por ella. Estamos en paz.
-¿Pero que violación ni que niño muerto? No es una violación cuando te corres como un berraco.
-Porque me ha hecho una paja mientras me la metía. Joder, que no soy de piedra.
Miró a Berta que estaba roja como un tomate y le temblaban las piernas.
-Tendrás una explicación para esto.
-Él me violó… yo… quería devolverle la moneda… como retribución.
-Me refería a lo de hacerle una paja a tu padre.
-S…Se me fue la mano… no sabía lo que hacía… en realidad no quería que disfrutara era solo… quería hacerle daño.
-¿Haciéndole una paja?
-Ah, ¿Eso era una paja?
-Berta no te hagas la tonta, por favor. Sabes de sobra lo que has hecho.
-F…Fue sin querer, lo juro.
-¿Y también te has corrido como una cerda sin querer?
-Es que… me rozaba el aparato… justo en…
-¡Basta! No quiero oír mas estupideces, sois unos cerdos, los 2.
-Escucha, Bet. -Intervino Eduard.
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-¡No! Escúchame tú a mí. Podéis follar lo que os apetezca y podéis montar los numeritos que se os ocurra. Me da igual. Pero a partir de ahora yo también voy a follar con Ernest cuando me plazca. Con o sin tu consentimiento.

-¿Cómo, el jardinero? Ya hablamos de eso…
-Pues volvemos a hablar. Follaré con él cuando me de la gana. Nunca te preocupaste por mí mientras estuviste inmerso en tus negocios así que harás lo mismo ahora. Te abriré las piernas cuando quieras como me corresponde por ser tu esposa. Pero no me preguntarás cada vez que se las abra a él.
Su marido agachó la cabeza malherido. Recogió su ropa del suelo, se mal vistió y caminó hacia la puerta cabizbajo.
-L…Lo siento Bet. Tengo que irme, cuando vuelva de la ciudad…
No terminó la frase y salió del cuarto despavorido. Cuando ambas mujeres se quedaron solas Bethelyn se acercó a Berta.
-No me esperaba esto de ti.
-Mira mamá… todos los hombres son unos cerdos… tú lo sabes mejor que nadie…lo hacía para vengarme, de verdad.
-¿Vengarte de qué? Tu padre no te violó aquel día. Te corriste mientras te follaba.
-¿Cómo? ¿L…Lo notaste?
-Por supuesto que lo noté y Janacec también. Te movías como una lagarta mientras tu padre te follaba. ¡No parabas de mover las caderas!
Berta se quería morir.
-No sé qué pasó. Me daba asco, casi vomité cuando tuve que chupársela o cuando me la metí en el coño. Pero por mi cuerpo me traicionó. Te juro que no sé por qué me corrí.
Su madre sí lo sabía pero prefirió no contar nada sobre el frasco de afrodisíaco de Janacec. El sentimiento de culpa de su hija y de su marido le había venido muy bien. Podría volver a estar con su amante y esta vez contaba con el permiso de su marido y la aprobación de su hija. Fantástico. Miró a Berta que tenía una imagen ridícula y se fijó en su polla de madera.
-Dame eso.
-¿Como? ¿Para qué?
-De momento no quiero que vuelvas a tener este juguete, dámelo.
– · –
Aurora se frotaba las manos nerviosa mientras releía el documento que tenía delante, estaba contenta y rabiosa a partes iguales. La puta de su nuera y el cabrón de su hijo se habían reído de ella. Tenía ganas de gritar de rabia y de aporrear a alguien. De repente la puerta se abrió de sopetón y Bethelyn apareció bajo el quicio con el rictus contraído por la sorpresa.
-¿Qué haces en el despacho de mi marido?
Aurora no se asustó y se enfrentó a su nuera. Se levantó del sillón tras el escritorio, alzó el documento y lo zarandeó en el aire con los ojos encendidos por la furia.
-¿De tu marido? Querrás decir de mi nieto. Teníais escondido el testamento de Artan. Ha dejado todos sus bienes a Garse excepto algunas propiedades que quedan a mi nombre, ¡ladrones!
-Los únicos ladrones habéis sido vosotros.
-Todo esto es mío, míoooo.
-Todo esto es nuestro y tú seguirás siendo nuestra criada… como te corresponde.
-Nunca más. Se acabó soportar tus humillaciones.
-Soportarás a lo que me de la gana y harás lo que yo te diga.
-No a partir de ahora. Ya estoy harta de vivir en esta casa de mierda y de ser tu sirvienta. No pienso volver a llevar esta ridícula cofia de criada. Soy una dama no una esclava a las órdenes de cualquiera de tus empleaduchos.
-Pues atente a las consecuencias.
Una sombra se coló en la habitación y se colocó detrás de Bethelyn mientras Aurora espetaba a su nuera.
-Vas a ser tú quien se atenga a las consecuencias por haber intentado estafarnos a Garse y a mí, puta.
A Bethelyn se le pusieron los ojos en blanco cuando oyó el insulto y la chulería de su suegra.
-Te vas a arrepentir de esto, en cuanto se lo cuente a Eduard…
-Eduard se ha ido y no volverá hasta dentro de una semana por lo menos. Ahora quien gobierna esta casa es Garse, su legítimo dueño, y tú vas a comportarte como la sucia criada que siempre has sido. La señora paso a ser yo, ahora me obedecerás a mí.
-Ya veo que no aprendiste la lección que te enseñó mi marido. Pero me voy a encargar de que te la repita de nuevo. Según me dijo, quedaste muy agradecida.
A Aurora se puso colorada de rabia.
-No tienes ni idea de lo que me hizo pasar el cabrón de Eduard. Esa lección merecías haberla aprendido tú, puta. Y todo por algo que deberías haberle proporcionado a Garse sin límite. Eres una madre egoísta con un hijo lleno de necesidades.
-¿Estás diciendo que debería haberme dejado follar por Garse cada vez que él quisiera?
-Por supuesto ¿Sabes lo que tu hijo se ha visto obligado a hacerme por tu culpa? ¿Por tu negativa a comportarte como una madre responsable con tu hijo?
-No lo suficiente, por lo que veo. Pero si tanta necesidad tiene de sexo, tú te vas a encargar personalmente de satisfacerle a partir de hoy.
Bethelyn se giró airada para salir del despacho pero se topó de frente con Garse que la miraba con curiosidad. La risa de Aurora sonó a su espalda.
-Va a ser que no. Eres tú la que vas a comenzar a cumplir con tu obligación a partir de ahora mismo. ¡Garse! –Llamó. –Un hombre de verdad como tú necesita desahogarse con una mujer y es tu madre quien tiene la responsabilidad de proporcionarte ese desahogo. ¡Es su obligación!
-Bueno la verdad abuela…
 

-¡Silencio! Ya es hora de que saques algo de provecho de tu madre por una vez.

Aurora rodeó el escritorio y avanzó unos pasos hacia Bethelyn.
-Desnúdate.
-Ni hablar. ¿Eres una estúpida o qué? ¿Qué crees que pasará cuando le cuente a Eduard lo que está pasando aquí?
-Para cuando se entere ya habré llevado este documento ante un juez que nos restituirá con nuestros bienes y os dejará en la calle o mejor, en la cárcel. Cuando Eduard llegue dentro de varios días se va a encontrar una mansión diferente habitado con criados de mi confianza y con 2 policías esperándole en la puerta.
-Abuela… –intervino Garse.
-¡Cállate! Y tú, quítate la ropa de una vez o te la quitaremos nosotros por la fuerza, zorra.
Bethelyn parpadeaba perpleja.
-Os arrepentiréis.
-Eso ya lo veremos. Vamos Garse, hoy vas a follar como dios manda. ¡Desnúdala!
-Si me tocas un pelo, tu padre te arranca los huevos niñato.
Garse miraba a una y a otra sin atreverse a mover un músculo.
-¿Es que no me has oído Garse? Arráncale la ropa, túmbala en el suelo y fóllatela. Estás en tu derecho. ¡Obedece!
-Te arrepentirás de esto. –espetó Bethelyn.
Garse tragó saliva.
-P…Pero abuela, m…mi padre aun está en casa. Acabo de verle. Mira, su portafolios todavía está sobre el escritorio. Nunca se va sin él.
Aurora miró el portafolios con cara de horror, después giró la cabeza hacia Bethelyn.
-Pues sí. –corroboró Bethelyn. –Hoy se ha entretenido más de lo habitual despidiéndose de Berta.
51
Aurora sintió un espasmo que le recorrió toda la espina dorsal. Se llevó las manos al estómago intentando aplacar la acidez que sentía. Garse intentó abandonar la estancia. Allí iba a haber una tormenta de hostias y no quería que ninguna le diera a él.
-Quieto ahí Garse. –oyó decir a su madre. -¿a dónde te crees que vas?
“Mierda”, pensó.
-Y…Yo no he hecho nada. A mi déjame en paz.
-Ibas a follarme.
-¡Eso no es verdad! No tengo nada que ver en esto. Todo ha sido cosa de la abuela. Ya has visto que no he intentado nada contigo.
-Pero lo hubieras hecho de si tu padre no estuviera en casa.
-N…No, te digo que no.
-Tu padre se va a enfadar mucho cuando le diga lo que maquinabais tu abuela y tú.
-Yo no he manipulado nada. Madre, por favor. No le digas nada de mí.
-Tu abuela dice que necesitas follar.
-¿Qué?…, Nooo.
Garse suplicaba de rodillas con lágrimas en los ojos.
-Por favor, madre. No le digas nada de mí, por favor. Ya solo me hago pajas. Me conformo con eso, es suficiente para mí. Ya no te espío ni a ti ni a Berta ni a nadie.
-¿Oyes a tu nieto Aurora? El pobre solo se hace pajas. ¿Por eso decías que le hace falta una mujer? ¿Una buena mujer?
Aurora estaba en estado de shock pensando en su metedura de pata. Tenía que haber esperado el momento justo. Estaba a punto de salir corriendo con el documento en la mano cuando oyó a Bethelyn referirse a ella.
-Garse, fóllate a tu abuela. Creo que a ella sí le hace falta un buen polvo.
-¿C…Como?
-Ya me has oído. Si no quieres que le cuente a tu padre lo que ha pasado aquí o lo que intentaste hacer con Berta, fóllatela.
Garse se levantó del suelo y dio varios pasos hacia su abuela que le vio acercarse horrorizada.
-¿Qué haces? ¡Suéltame!
-Vamos abuela, no te resistas y ayúdame un poco, ¿no?
-¿Qué te ayude? ¿Qué te ayude a qué? ¿A violarme?
-Joder abuela. No ves que si mi padre se entera me arranca los huevos.
 

-Pues jódete, a mí no me toques ni un pelo.

-Pero, pero… como eres tan hija de puta. ¿Primero me metes en esto y luego me das la patada?
-¿Pero tú te estás oyendo? ¿No te das cuenta de que…?
Un puñetazo en el estómago dejó sin aliento a Aurora. Después, Garse desgarró la pechera de su vestido y tiró de él hacia abajo dejándola en camisola y bragas. Puso una rodilla en el suelo y tiro de las bragas hacia abajo dejando el coño a la vista.
Garse cogió a su abuela de los tobillos y antes de que Aurora pudiera hacer nada por defenderse tiró de ellos provocando que cayera de espaldas.
El golpe aturdió momentáneamente a Aurora. Cuando se quiso dar cuenta Garse ya estaba entre sus piernas con la polla preparada para metérsela.
-Nooo, no lo hagas, espera.
Pero Grase no la oía. Su polla se frotaba contra sus labios intentando encontrar la entrada de su coño mientras forcejeaba con ella. Intentaba inmovilizarla para hacer más fácil la penetración pero su abuela se revolvía con más agilidad de la esperada evitando una y otra vez sus intentos de penetración.
-Espera Garse, espera, escúchame… escucha te digo…
Tarde. La polla de Garse encontró el hueco buscado y entró hasta lo más profundo. Acto seguido empezó a entrar y salir sin cesar. La camisa de Aurora se desgarró quedando su melonar expuesto a las garras de Garse que no tardó en atrapar.
-Quítate de aquí cabrón. Deja de sobarme. Deja de follarmeeee.
Garse parecía no oír mientras continuaba su metesaca. Tras él, su madre miraba la escena con rabia. Su suegra había intentado que su hijo volviera a violarla, la muy puta. Aurora seguía resistiéndose a su nieto que forcejeaba con ella mientras se la follaba sin piedad.
Pasaba el tiempo, Aurora estaba cada vez más nerviosa y Garse más y más excitado.
-Quítate de una vez. Deja de follarme. Soy tu abuela.
-Aguanta un poco más, que ya casi estoy.
-¿Que estás qué?… no se te ocurra correrte dentro. Sácala, sácalaaaa.
Tarde. Garse se corría dentro de su abuela. Al parecer las pajas que se hacía no eran suficientes para aplacar su lívido. Su cara de satisfacción lo reflejaba. Continuó embistiendo a su abuela con secos golpes de cadera hasta que éstos quedaron reducidos a unos leves estertores. Se desplomó sobre ella extenuado.
-Pues sí que necesitaba una mujer mi hijo. Tenías razón Aurora.
Aurora empujó a Garse a un lado quedando él tumbado boca arriba. Se tapó como pudo y miró a su nuera con los ojos encendidos por la ira.
-Esto no acaba aquí, puta.
-No, no lo hace. Mi pobre hijo no ha quedado del todo satisfecho. Mírale.
Garse se incorporaba jadeante sentándose junto a su abuela. Su polla todavía estaba semierecta.
-Chúpasela. –dijo Bethelyn.
-Que te jodan. Que os jodan a los 2. Chúpasela tú.
 
62

-Garse, si tu abuela no te la chupa os arrepentiréis los 2.

Garse dio un brinco y cogió a su abuela por el brazo.
-Joder, vamos abuela, chúpamela y acabemos de una vez.
-¿Pero tú eres imbécil o qué?
-No pierdas más tiempo, joder.
-Que te la chupe tu madre.
Garse agarró por el pelo a su abuela y le apretujó la cara contra su entrepierna. Aurora intentó sujetarse con las manos a ambos lados de la cadera de Garse. Tenía la nariz y la boca aplastada contra la polla de su nieto.
-Si me metes eso en la boca te juro que te la arranco de un mordisco.
Garse deslizó una mano hasta un pezón y se lo retorció.
-Y yo te arranco los pezones hija de puta. Chúpamela de una vez. Haz lo que dice mi madre y acabemos ya.
Aurora abrió la boca para gritar pero Garse aprovechó para meterle la polla.
-Y ahora chupa de una puta vez o te ahogo, zorra egoísta.
Apretaba la cabeza contra su polla que llenaba toda su boca. Apenas podía respirar por la nariz que estaba hundida en su pubis. Aurora no tardo en comprender que no le quedaba otra salida. Con lágrimas en los ojos comenzó a mover la cabeza adelante y atrás.
Garse se relajó, cerró los ojos y se concentró para correrse cuanto antes y poder salir de allí indemne antes de que su padre se enterara de nada. El tiempo corría en su contra. Tarde o temprano su padre acudiría a por su porta-folios.
Aurora parecía haber llegado a una conclusión parecida. Cuanto antes se corriera su nieto, antes terminaría su suplicio. Comenzó a utilizar una de sus manos para masajear los huevos de su nieto. Paseó su lengua por el glande aun con restos de semen y utilizó sus labios para masajear el tronco de su polla.
 
Garse tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Su abuela le estaba dando la mejor mamada de su vida. Joder con la vieja, menuda chupadora de pollas estaba hecha. Se acordó de su abuelo. Como debía disfrutar con mamadas como ésta. Cuando volvió a abrir los ojos al cabo de un rato casi se queda sin aliento.
Su madre se había quitado la falda y se estaba bajando las bragas dejando su negro coño a la vista. Parpadeó varias veces para cerciorarse de lo que estaba viendo.
Garse estaba sentado en el suelo, su abuela a 4 patas chupándole la polla y su madre detrás de ella desnuda de cintura para abajo. Fue entonces cuando se percató de lo que su madre tenía en las manos. Era algo que había tenido durante todo el tiempo pero no había sido hasta ahora cuando se fijó en ello. Un objeto alargado atado a unas correas. La polla con que le folló el culo su hermana. ¿Qué cojones iba a hacer su madre con él?
La respuesta no se hizo esperar. Bethelyn se colocó el aparato en su cintura y acercó a su suegra por detrás. Se arrodilló, la cogió por las caderas y pego el falo a su coño.
Aurora dio un brinco en cuanto noto algo duro colarse entre sus piernas pero Garse la sujetó firmemente de los pelos contra su polla. No quería perderse este espectáculo por nada del mundo.
Aurora quiso protestar, intentó chillar y se removió violentamente pero ni Garse ni por supuesto su nuera le dieron un mínimo margen.
Garse miraba obnubilado como su madre intentaba introducir el aparato dentro de su abuela que se revolvía sin parar. Un brusco pellizco en uno de sus pezones puso fin a la negativa de Aurora que se mostró más receptiva a la polla de madera de su nuera.
El falo se introdujo lentamente en Aurora y su madre comenzó a follar su coño. Bethelyn la sostenía por las caderas mientras lanzaba envites hacia su coño engrasado por el semen de su hijo. Las prisas de Garse por correrse cuanto antes desparecieron de inmediato, quería que durase toda la vida. Lástima que su madre no se hubiera quitado también la parte superior del vestido. Le hubiera gustado ver botar esos melones de nuevo. En su lugar se conformaba con amasar las tetas de su abuela.
-¿Te gusta puta? ¿Te gusta que te follen sin tu consentimiento? –decía Bethelyn. -Gracias a ti, mi pobre hijo lleno de necesidades ha podido aliviarse.
El metesaca duró hasta que Garse se corrió hasta la última gota de semen. Hasta entonces Betheyn no paro de follar el coño de Aurora. Cuando Garse liberó su cabeza de sus manos Bethelyn hizo lo propio con sus caderas y su coño.
Aurora se revolvió y se giró en el suelo, se separó de sus 2 opresores andando hacia atrás con pies y manos hasta pegar su espalda contra la pared y solo entonces fue consciente de la ilustración que ofrecía Bethelyn con su polla de madera. La miró como si estuviera viendo a un bicho raro.
-Eres…, eres…, eres… ¡una hija de puta!
-Ten cuidado con lo que dices.
-No creas que no sé lo que has hecho. Quieres poner a Garse en mi contra. Intentas ganártelo a mi costa pero él te odia tanto como yo. Nos has robado nuestro patrimonio y lo que es peor, nos has obligado a denigrarnos como animales. No creas que nos engañas con tus tretas de pacotilla.
Bethelyn miró con furor a su suegra durante unos segundos.
-Dime hijo, ¿te gustaría que nos folláramos otra vez a tu abuela? Pero esta vez yo se la meto por el culo.
Garse abrió los ojos como platos, después miró a su abuela con más hambre que un perro pequeño. Tragó saliva imaginando la escena. Aurora también abrió los ojos como platos cuando vio la expresión de lascivia de su nieto, ese pequeño judas. Se tapó el cuerpo como pudo.
-No, otra vez no. Ni se os ocurra, mal nacidos.
Bethelyn dio por contestada a su suegra.
-Garse, a partir de hoy tienes mi permiso y por consiguiente el de tu padre para satisfacerte con tu abuela. Podrás visitar su cama cada noche y te aliviarás con ella cuando tengas necesidad.
-¿Cómo? Estás loca, ¡soy su abuela! –interpeló Aurora.
-Precisamente por eso. Es tu deber como abuela ocuparte de que tu nieto crezca sin necesidades que le puedan causar traumas en un futuro…
-No pienso consentirlo. Además, no puedes obligar a Garse a violentar a su abuela.
-Dime Garse ¿Te gustaría disfrutar de tu abuela cada noche que quisieras o prefieres seguir haciéndote pajas?
Aurora miró a Garse que la observaba como un gorrino en celo, pasándose la lengua por los labios. Se le cortaron las palabras y tragó saliva.
Bethelyn se levantó, se colocó de nuevo la falta, recogió el testamento del suelo y se dirigió al escritorio tras el cual se encontraba el butacón de su marido y se sentó en él.
-Eduard vendrá de un momento a otro. No creo que queráis que le de explicaciones de lo que estáis haciendo aquí.
Antes de acabar la frase Garse ya salía por la puerta como un disparo, presto a situarse bien lejos de allí. Aurora, pese a que intentaba mantener las apariencias, se vestía lo más aprisa que podía para poner tierra de por medio y evitar que su hijo pudiera tomar nuevas represalias si se enteraba de lo que había tratado de hacer. Rezaba para que su nuera no se fuera de la lengua.
 
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
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“La obsesión de una jovencita por mí” LIBRO PARA DESCARGAR

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LA OBSESION 2Sinopsis:

Todo da comienzo cuando una admiradora de mis relatos me envía un email. Sin prever las consecuencias, entablo amistad con ella el mismo día que conocí a una mujer de mi edad. la primera de veinte años, la segunda de cuarenta. Con las dos empiezo una relación hasta que todo se complica. Relato de la obsesión de esa cría y de cómo va centrando su acoso sobre mí.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:

Hola soy Claudia.

Tus relatos me han encantado.

Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.

Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya.

Estuve a punto de borrarlo. Su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras:

Si quieres ser mía, mándame una foto.

Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.

Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.

Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.

No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.

El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.

― Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?

La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.

Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.

No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla:

Amo:

Espero que no le moleste que le llame así.

Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.

Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.

En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.

Casi sin esperanzas, entré en su página, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.

Contra todo pronóstico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en cómo sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.

Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.

Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.

Soy virgen pero jamás encontrará usted, en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.

Sé que usted podría ser mi padre pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mí, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse».

La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la última ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.

Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.

La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.

Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.

Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.

― No te entiendo― escribí en el teclado de mi ordenador.

Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.

― Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú los instaláis, crearías una línea punto a punto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje.

― Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger.

― Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla.

Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.

La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.

Clarificando mis ideas al final escribí:

Claudia:

Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.

No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.

Tu amo

Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.

Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.

Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.

Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.

Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.

La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.

« ¿Me estará escribiendo a mí?», pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.

Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía:

― ¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que me desnude? ― contestó.

Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.

― ¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?― escribí.

― Amo, es que me excita el que usted me mire.

Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.

No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.

― Tu primer orgasmo conmigo― le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo. ― Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte.

― Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.

― Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo.

Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.

Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.

Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.

― Son preciosos, ¿verdad?― dijo sacándome de mi ensimismamiento, ― la pena es que crecen.

Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.

― Sí― respondí ― cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden.

Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.

Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:

― Fernando Gazteiz y ¿Tú?

― Gloria Fierro, encantada.

Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:

― ¿Me aceptas un café?

Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.

Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:

― Chanel número cinco.

La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:

― Fernando, eres una caja de sorpresas.

Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.

― Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?― me dijo al despedirse.

― Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…― me quedé callado al no saber cómo pedírselo.

― ¿Y?

― Que me des un beso.

Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpos, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.

― ¡Para!― dijo riendo ― deja algo para mañana.

Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:

― No me falles.

Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.

Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en cómo sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.

Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus pósters de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.

Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.

― Guapísima, con un cuerpo de locura― contesté.

― Cabrón, me estás tomando el pelo.

― Para nada― y picando su curiosidad le escribí,― No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam.

― No jodas.

― Es verdad, aunque todavía no he jodido.

― ¿Pero con gritos y todo?

― Me imagino, ¡por lo menos movía la boca al correrse!

― No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha! Si le das habilitas la comunicación oral.

Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:

― ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Es así como espías a tus alumnas?

Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga.

Al cabo de media hora la vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.

Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.

― ¿Por qué lloras?, princesa― oyó a través de los altavoces de su ordenador.

Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.

― ¿Es usted, amo?― preguntó al aire.

― Si y no me gusta que llores.

― Pensaba que estaba enfadado conmigo.

― Ya no― una sonrisa iluminó su cara al oírme, ― ¿Dónde has ido?

― Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde .

Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.

― ¿Te gusta oírme?― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

― Sí― hizo una pausa antes de continuar ― me excita.

Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Sus pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.

― Desabróchate los botones de tu camisa.

El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.

― Enséñamelos― dije.

Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas era el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.

― Ponte de pie.

No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.

― Desnúdate totalmente.

Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.

― Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella.

Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.

Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.

― Imagínate que estoy a tu lado y que son mis manos las que te acarician― ordené sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.

Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.

― Despacio― insistí ― comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final.

Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.

― Mi mano está bajando por tu estomago― le pedí mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo. ― Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo.

Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.

― Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti― ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.

La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imaginó que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.

― Dime lo que sientes― exigí.

― Amo― me respondió con la voz entrecortada,― ¡estoy mojada! ¡Casi no puedo hablar!… 

Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.

Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.

― Ahora, ¿qué te pasa?

― Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue― contestó con la voz quebrada.

Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:

― ¿Cuándo es tu cumpleaños?

― El martes― respondió ilusionada.

― Entonces ese día nos veremos, mañana te diré cómo y dónde.

Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…

Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo, el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.

 

 

Relato erótico: Una nochecita en mi taxi (POR TALIBOS)

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 NUERA4

Menuda mierda de trabajo – exclamé.

 

 

Allí estaba yo, hablando solo, sentado en mi taxi un viernes por la noche, aparcado en la parada de taxis que había cerca de la zona de marcha de la juventud.
Odiaba trabajar esas noches, pues normalmente acababas llevando a sus casas a niñatos (y niñatas, para ser políticamente correcto), borrachos como cubas (o cubos como dice la imbécil de la ministra), que no se acordaban ni de sus nombres, con lo que no era extraño que te dejasen algún regalito en el suelo del taxi, que claro, había que limpiar antes de coger al siguiente viajero.
No me malinterpreten, yo también había sido joven (aún lo soy, coño, que sólo tengo 32 tacos) y me he cogido más de una curda, pero los de mi generación teníamos un poco más de respeto y ni en sueños se me hubiese ocurrido echarle la papa en el coche a un pobre taxista que lo único que hacía era tratar de ganarse el pan.
Y era precisamente eso lo que trataba de hacer esa noche, ganar algo de pasta, echando horas extra, pues en mi casa la íbamos a necesitar. Y es que, seis meses atrás, mi querida mujercita me había anunciado que íbamos a ser uno más en la familia.
¡Mi primer hijo! ¡Cuánta felicidad había sentido cuando mi Julia me había dado la noticia! Pero, claro, tras la euforia inicial llegó el brusco encontronazo con la realidad.
Cuando nos pusimos a amueblar el cuartito del bebé, que si ropita (que según decían todos mis amigos con hijos, no les duraban ni un mes por lo deprisa que crecían), que si juguetes, que si pañales, que si termómetro cutáneo, que si sillita para el baño, cubiertos, biberones, baberos…. Bueno, seguro que todos se hacen una idea. Los pocos ahorros que teníamos… a tomar por culo.
Y Julita no ayudaba precisamente. Al tercer mes de embarazo, a los terribles vómitos matutinos, se unió un tremendo dolor de espalda, que digo yo que de qué sería, si aún no tenía barriga ni nada, así que, aprovechando que el médico de cabecera era amigo nuestro, se cogió la baja y… ¡ala! A verlas venir.
Con el contrato de mierda que tenía en la tienda en que trabajaba, durante la baja sólo cobraba una parte del sueldo, así que el resto del dinero para cubrir el presupuesto… que trabajase el menda.
¡Ostias! ¡Qué falta de educación! Acabo de darme cuenta de que ni siquiera me he presentado. Me llamo Carlos… y soy taxista (por si alguien no lo sabía, je, je).
Si habéis leído hasta aquí (y algunos no lo habrán hecho, pues de momento no ha habido nada de triki triki) pensaréis de mí que soy un quejica. Pues coño, no os falta razón, un poco llorón sí que soy, pero es que todavía no sabéis lo mejor de la historia… y es que mi mujer me tenía en el dique seco desde hacía 3 meses.
Pues sí. Cuando empezó con los “dolores de espalda” (que al parecer no le impedían salir de compras por la tarde con su madre), entró también en un periodo de “inapetencia sexual”, por lo que llevaba desde el 10 de mayo (cayó en sábado y si quisiese, podría deciros cuántos días, horas, minutos y segundos han pasado desde entonces, pero no lo haré, para que no penséis que soy un enfermo…) sin echar un polvo.
Ni pajas me hacía la muy (“z–CENSURADO–a”), pues decía que le dolía la espalda… Que se pegara 14 horas seguidas en el taxi, como yo hacía, y que después me hablara de dolores.
Y éste es justamente el motivo de que os haya largado todo este rollo. Quiero que entendáis que no soy un cabrón sin entrañas que va por ahí poniéndole los cuernos a su pobre mujer embarazada… bueno, sí que lo soy, pero hay circunstancias atenuantes.
Que quede claro que yo quiero mucho a mi mujer y espero estar casado con ella muchísimos años (por lo menos tantos como nos dure la hipoteca, pues eso significaría que hemos estado juntos hasta ser bien viejos). Pues eso, que en lo que pasó después, influyó decisivamente el tiempo que llevaba sin echar un kiki. Que estaba más caliente que el palo de un churrero, vaya.
Retomando el hilo del relato, estaba sentado en mi auto, esperando turno en la fila de taxis de la parada para coger viajeros. Llevar jovencitos es casi siempre una mierda, pues a los inconvenientes que mencioné al principio, se unía el que los jóvenes no tienen un duro nunca, así que podías olvidarte de la propina.
Y claro, además estaba la inseguridad de trabajar de noche, que la vida está muy jodida y cualquiera puede atracarte… y a los taxistas, más.
Pero, eso sí, había una cosa que sí estaba bien de trabajar en las zonas de marcha: las chavalas.
Madre mía cómo están las chicas que pululan por ahí. A Dios le pido que, si tengo una hija, jamás se le ocurra vestirse como las golfillas que veo pasar los viernes por la noche. Tremendas.
Sé que es una frase muy manida y bastante machista, pero es que no encuentro otra forma de expresarlo: se visten como putas.
Y es que no puedes fiarte ni un pelo de a qué le echas el ojo, pues con la cantidad de maquillaje que se ponen y la cantidad de carne que exhiben con sus exiguos vestiditos parecen mucho mayores de lo que son en realidad. Te quedas mirando algún pivón impresionante que pasa junto a la ventanilla y luego resulta que si se sube al taxi y la escuchas hablar… no tiene más de 13 años… para cagarse.
Legendaria entre los taxistas es la historia de Manolo, compañero de gremio, que le echó unos piropos demasiado soeces para reproducirlos aquí a un pedazo de rubia de pelo rizado que pasó con sus amigas, justo antes de descubrir que era su hijita con 14 añitos recién cumplidos. Eso fue hace 2 años, pero todavía seguimos cachondeándonos de él.
Pues eso, cuando estás en una parada de taxis, normalmente buscas algún entretenimiento entre cliente y cliente, lees, escuchas música, hablas con los compañeros… pero los viernes de marcha no. Esas noches me dedico a mirar disimuladamente a todas las jamelgas que pasan junto al coche, imaginándome cómo sería ponerlas mirando a Cuenca, pero sin atreverme a nada, claro.
Y esa noche más que nunca. Llevaba una semana jodida, trabajando mucho, y encima esa tarde había estado hablando con un compañero que tenía fama de donjuan, y que alardeaba de la guiri que se había tirado la tarde anterior. Personalmente yo no me creía ni la mitad de las historias que contaba, pero el tío lo hacía con tal lujo de detalles que ese día había logrado entonarme un poco, así que miraba a las chavalitas que pasaban por allí como un toro en celo… y claro, mirarlas hacía que me pusiese más cachondo.
Altas, bajas, rubias, morenas, de tetas gordas, piernas largas… y todas estaban buenas. Y es que esas chavalas sabían maquillarse, de forma que todas resultaban atractivas (no guapas, que la que es fea, es fea, pero sí sexys, al menos, por la pinta de zorrillas que tenían todas). Y lo mejor: las minifaldas. No saben cómo me alegré cuando hace un par de años volvieron a ponerse de moda.
Contemplar esos muslámenes juveniles al aire me ponía burro total. Supongo que debía tener pinta de pervertido, allí espiando a las chicas, salido perdido, pero eso sí, disimulando, no me fuera a ver el novio de alguna moza devorando con los ojos a su media naranja y me sacase del taxi para calzarme dos ostias, que como dije antes, la vida está muy jodida y cualquiera con quien te cruces puede cascarte por una nimiedad o hacerte algo peor.
Pues allí estaba yo, voyeur enfermizo de jovencitas, esperando que llegase mi siguiente carrera… hasta que llegó.

 

¿Está usted libre? – dijo una voz juvenil tras abrirse la puerta trasera.

 

 

Me di la vuelta para decirle que cogiera mejor el taxi de delante, el primero de la fila (protocolo normal en la parada de taxis), pero, al hacerlo, me encontré con una morenita preciosa, vestida con un top brillante, de esos que dejan la espalda al aire, sujeto por unos finos tirantes, que marcaba a la perfección sus rotundos senos y con una minifalda negra tableada, que dejaba al aire dos muslos de estatua griega.
La chica tenía medio cuerpo dentro del taxi para preguntarme, por lo que su soberbio canalillo quedaba justo frente a mí. Tras quedarme medio alucinado un par de segundos mirando su escote, la chica volvió a preguntar:

 

¿Está libre?
Sí, sí, claro… – balbuceé.
Estupendo – dijo el bomboncito – ¡Vamos, Nuri!

 

 

¿Nuri? ¿Quién coño era Nuri?
Nuri resultó ser su amiga, otra morena de buen ver. Tenía el pelo negro, oscurísimo, teñido sin duda, y la verdad es que estaba bastante buena, aunque sin alcanzar los niveles curvilíneos de su compañera. También vestía un top, de color blanco, y unos pantalones de esos ceñidísimos, los llamados de sordomudo, porque se pueden leer los labios sin problemas.
Bueno, no estaba mal, dos por el precio de una.
En cuanto cerraron la puerta trasera arranqué, rezando porque el compañero que estaba primero en la fila de taxis (al que le hubiese correspondido la carrera) no se mosquease mucho por habérsela quitado.

 

¿Adónde vamos?
A la calle Bosque Verde, en el Puerto de la Reina ¿la conoce?
Sí, no os preocupéis, conozco la zona.

 

 

Me alegré, porque la barriada del Puerto de la Reina está en la otra punta de la ciudad, con lo que la carrera iba a ser larga, pero lo mejor no era el dinero que iba a cobrar, sino el largo rato que iba a poder pasar espiando a aquellas dos mozas por el retrovisor, que, obviamente, ya había ajustado adecuadamente para obtener una buena panorámica del asiento trasero. ¿Pervertido yo? No, no, ¡Señor pervertido! (es una categoría superior).
Lentamente, arranqué el taxi apartándolo del bordillo, dejando poco a poco atrás el bullicio de gente. En los primeros instantes me concentré en la conducción, más que nada porque en aquella zona, con el montón de niñatos borrachos que había, tenía uno que andarse con cien ojos, no fuera a ser que alguno se cruzara delante del coche.
De todas formas, alguna miradita disimulada sí que eché por el retrovisor a las dos chavalitas de atrás. Se las veía ligeramente achispadas (habían bebido, sin duda), lo que se notaba espacialmente en las risitas tontas que soltaban continuamente.
A medida que dejábamos atrás la zona de marcha (y por tanto disminuía la probabilidad de atropellar a algún capullo borracho) mis ojos se apartaban con mayor frecuencia de la calzada para atisbar por el retrovisor.
Disimuladamente, trataba de vislumbrar los soberbios muslos de “Jamona”, nombre con el que había bautizado mentalmente a la chavalita de la minifalda. Madre mía qué cachas tenía la nena y qué escotazo tan impresionante. La baba se me caía sin poderlo evitar. Cada vez que se reía por algún comentario de su amiga, se removía en el asiento, con lo que su exigua minifaldita se subía, revelando un par de jamones que ni los de Jabugo.
Su amiga, Nuri, también estaba muy buena, pero mis ojos apenas se apartaban de “Jamona”, pues además de ser mucho más voluptuosa iba vestida más provocativamente. Y ese fue mi error.
En un momento dado, desvié la mirada hacia Nuri y me encontré frente a frente con sus ojos reflejados en el espejo, mirándome divertidos. Me había pillado devorando a su amiguita.
¡Joder, qué susto! Rápidamente aparté la mirada, nervioso por si la chica me decía algo. Tanto criticar a los jóvenes y resultaba que el pervertido era yo. Si la nena quería, me podía montar una escenita de órdago, lo que me producía una vergüenza enorme.
Tratando de disimular, me concentré por completo en la conducción, esperando que, de un momento a otro, estallara la bronca. Pero los minutos pasaban y Nuri no decía nada, lo que, en vez de tranquilizarme, me ponía cada vez más nervioso. En mi mente, podía sentir la mirada de la chica clavada en mi espalda, al acecho, esperando que su presa cayera en la tentación de volver a espiarlas para montarle un cristo de cojones. Os juro que, a esas alturas, yo sudaba como un cerdo. Y entonces escuché la encantadora vocecita de “Jamona” susurrando:

 

 

¡Ay! Aquí no… estate quieta…

 

 

¡Ay, madre!, para cagarse en los pantalones. Agucé el oído cuanto pude, sin atreverme a mirar de nuevo por el retrovisor y alcancé a escuchar unos suaves jadeos y el inconfundible sonido de chupetones.
Mis manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. El sudor corría por mi espalda hasta la raja del culo; era mucho peor imaginarse lo que estaban haciendo aquellas dos en el asiento trasero que comprobarlo realmente. No me atrevía a mirar, estaba seguro de que era una treta de Nuri para que volviera a espiarlas y pillarme in fraganti, tenía que resistir, concentrarme en el volante, olvidarme de ellas… y una mierda.
Mis ojos, sin control alguno, volvieron a apartarse de la carretera para ir al retrovisor y allí me encontré con el reflejo de la escenita más erótica que había visto en mi vida.
Era cierto, las dos chavalas estaban enrollándose en mi taxi. En ese preciso momento, Nuri tenía el rostro hundido en el cuello de “Jamona”, sin duda lamiendo y besando esa zona tan sensible. “Jamona” por su parte, se dejaba hacer, disfrutando con los ojos cerrados de las caricias de su amiga. Además, había colocado uno de sus muslazos sobre el regazo de Nuri, la cual, sin dejar de besarle el cuello, lo acariciaba deslizando una mano sobre la tersa piel de “Jamona”, de manera que el borde de la faldita subía cada vez más.
¡Madre mía! Para mear y no echar gota. ¡Menudo espectáculo! En ese momento iba conduciendo por instinto, guiado por la Fuerza, o dirigido por el Dios de los voyeurs, pues lo cierto es que si no tuvimos un accidente fue por alguna de esas razones y no porque yo estuviera mirando la calle.
Nuri apartó entonces el rostro del cuello de su amiga y me miró sonriente, pero no dijo ni pío. Comprendí entonces que el show estaba dirigido a mí, así que, tras darle las gracias mentalmente a Santa Nuria bendita, me dediqué a disfrutar por el espejo, olvidándome por completo de que llevaba un coche entre manos.
Pero todo lo bueno acaba y aquello lo hizo un poco bruscamente. La manita de Nuri comenzó a deslizarse bajo la falda de su amiga, por lo que “Jamona”, sorprendida, abrió los ojos y miró hacia delante, dándose cuenta rápidamente de que yo estaba espiándolas por el retrovisor. Dando un respingo, se apartó bruscamente de Nuri, que sonreía sabiendo perfectamente lo que pasaba. Como buenamente pudo, “Jamona” se sentó bien el asiento, componiendo rápidamente su vestuario.
Yo aparté la mirada con tristeza, aunque tranquilo porque sabía que ninguna de las dos iba a echarme la bronca. Porque a ver, quién coño iba a reprocharle a un hombre heterosexual no difunto que espiara un show lésbico improvisado en el asiento trasero de su coche. Es ley de vida.
Desde mi asiento podía escuchar cómo las dos cuchicheaban en voz baja, y aunque no entendía lo que decían, por el tono podía adivinar que “Jamona” estaba nerviosa y enfadada mientras que su amiga se estaba divirtiendo de lo lindo.
Un poco más tranquilo ya, sabiendo que lo bueno se había acabado, seguí conduciendo, aunque la tremenda empalmada que llevaba (¿alguien lo dudaba?) me hacía sentir bastante incómodo.
Poco a poco las chicas fueron serenándose y comenzaron a charlar con normalidad, aunque Nuri continuaba jugando con su amiga, procurando que la conversación fuera ligeramente picante, para que “Jamona” (obviamente mucho más tímida que su lanzada compañera) pasara vergüenza al saber que yo estaba escuchándolas.

 

En serio, tía – decía Nuri en ese momento – mientras bailábamos Toni me daba unos refregones tremendos. Te juro que hasta le notaba las venas de la polla cuando se apretaba contra mí.
¡Tía! – exclamó “Jamona” escandalizada.
¿Qué? ¿Te vas a poner mojigata? Pues antes he visto que Manu te sobaba el culo.
Tía, qué vergüenza…
Y con la pánfila de su novia en la barra pidiendo mojitos – añadió Nuri – aunque no me extraña, tú estás mucho más buena…
¡Calla, zorra! – dijo “Jamona” riendo – que Toni también tiene novia.
Me la suda. Porque ya era tarde y tú tenías ganas de irte ya para casa, si no te juro que me lo llevo al baño y se la como entera.
¡TÍA!
Venga, no seas tonta, si este señor no va a decir nada…

 

 

Al darme por aludido alcé la mirada al retrovisor, y me encontré con los ojos de las dos chicas, avergonzadísima una y pasándoselo bomba la otra. No era difícil juzgar el carácter de aquellas dos, se veía que les daba igual carne que pescado (no sé si me entienden) especialmente a Nuri, que daba perfectamente la imagen de tía chulilla de vuelta de todo. “Jamona” en cambio se veía cortadísima, sin duda era el elemento sumiso en aquella pareja de “elementas”, valga la redundancia.
Poco a poco, el volumen de la charla fue bajando, lo que me molestó mucho, pues escuchar lo que se decían aquellas dos guarrillas me estaba gustando bastante.
Tratando de pensar en otra cosa, bajé el volumen de la emisora de los taxis y puse algo de música en la radio, pero la apagué enseguida, pues me salió la mierda de canción (y digo canción por llamarla de alguna forma) de la “Mayonesa”… genial.
De vez en cuando, volvía a mirarlas, pero ahora se hablaban al oído, muy serias las dos, con lo que comprendí que ya no estaban de broma. Un par de veces, sorprendí a Nuri mirando hacia mí mientras hablaba con la otra, por lo que supuse que yo era el tema de conversación.
No me pregunten por qué, pero aquello no me gustó. Supongo que sería mi instinto de taxista curtido en mil batallas, pero noté que allí se cocía algo raro.
Disimuladamente, accioné el botón del bloqueo infantil, porque no sé muy bien cómo se me metió en la cabeza la idea de que aquellas dos querían jugármela. Haciendo esto, impedía que las puertas traseras se abrieran desde dentro. Fue uno de los mayores aciertos de mi vida.
Cuando estábamos cerca de la barriada del Puerto de la Reina, tuve que detener el taxi en un semáforo y justo entonces las chicas entraron en acción.

 

¡Ahora! – gritó de pronto Nuri.

 

 

Como dos rayos, las dos chicas se abalanzaron contra sus puertas. Frenéticamente, forcejearon con las manijas, tratando de abrir para largarse sin pagar la carrera. Afortunadamente, el bloqueo infantil impidió su fuga, y yo, acostumbrado a este tipo de numeritos por parte de niñatos, puse en marcha de nuevo el coche (me salté el semáforo, pero a esas horas qué coño importaba).

 

Vaya, vaya con las lesbianas. Así que queríais jugármela ¿eh?

 

 

Mientras decía esto, las miraba de nuevo por el retrovisor, pero ahora sin ganas de broma, sino con un cabreo de tres pares de cojones. Nuri estaba bastante calmada, consciente de que las había pillado y no había escapatoria; seguro que se había visto envuelta en marrones de este calibre con anterioridad, pues el aplomo que mostraba tenía que ser fruto de la experiencia. “Jamona”, en cambio, estaba acojonadísima y continuaba forcejeando inútilmente con la manija de la puerta.

 

Mira, niñata, deja la puta puerta de una vez, a ver si encima me la vas a romper. ¿Qué coño vas a hacer si la abres? ¿Tirarte del coche en marcha? – le espeté.

 

 

Llorosa, mi querida “Jamona” abandonó sus infructuosos esfuerzos y se volvió hacia su amiga, sin duda rogándole a Dios que Nuri la sacara de aquel lío.

 

Me debéis 22 euros y mientras sigamos con el coche en marcha el taxímetro va a seguir corriendo. Así que ya estáis aflojando la pasta.

 

 

Nuri me lanzó una mirada de profundo odio, pero ahora yo era el amo total de la situación. En circunstancias como estas me había visto muchas veces antes y sabía perfectamente cómo manejar a aquellas dos niñatas. Si se hubiera tratado de un par de tíos de 2 metros, otro gallo hubiera cantado, pero en aquel taxi, a aquellas horas de la madrugada, el hijo de mi madre se bastaba y se sobraba para manejar a un par de estúpidas timadoras.

 

Bueno, ¿qué? ¿Me pagáis o vamos derechitos a comisaría? Os advierto que el trayecto hasta allí también lo vais a pagar vosotras.

 

 

Tras un par de segundos de duda, Nuri me respondió.

 

 

No tenemos dinero.
¿Cómo? – dije conociéndome perfectamente el truco – Me parece que no te he oído bien.
He dicho que no tenemos dinero – dijo Nuri en tono desafiante – ¿No has tenido bastante con el numerito de antes?
¡Coño! – exclamé –Y encima se pone chula. Mira Nuri, ¿me dejas que te tutee? Como ya nos conocemos tan bien… Te lo voy a explicar clarito. No es la primera vez que me encuentro con algún gilipollas que quiere hacerme el gato, así que no me complicaré mucho la vida. Nos vamos a ir disparados a la comisaría del barrio y allí le explicaré a los maderos la situación. Ellos también están muy acostumbrados a estas cosas, así que en menos de cinco minutos estarán llamando a vuestros padres y veremos cómo solucionan la cosa ellos.

 

 

Por el retrovisor pude ver cómo la sola mención de sus papás hacía que la sangre se helara en las venas de “Jamona”. En menos de un segundo, se puso a llorar como una magdalena, aunque yo no me conmoví en absoluto. Acojonada, se volvió hacia su amiguita y le susurró algo en voz baja.

 

¿Y qué coño quieres que haga? – respondió Nuri – No llevo ni un céntimo.
¿Y entonces? – dijo su llorosa amiga.
Pues tú verás, mis padres están fuera, así que…

 

 

Decidí que era hora de dejar de lado al poli malo y probar con el poli bueno.

 

Mirad chicas, entiendo que a vuestra edad se hacen muchas tonterías, así que vamos a buscar otra solución que nos os complique mucho la vida.

 

 

“Jamona” me miró en ese instante como si yo fuese el mesías.

 

Por lo que he escuchado, tus padres no están, pero los tuyos – dije refiriéndome a “Jamona” – sí. Podemos ir a tu casa, aparcamos en el portal y tú subes a pedirle dinero a papá. Mientras, tu amiguita Nuri se queda conmigo para asegurarme de que vas a volver a pagarme y todos tan contentos.

 

 

Otra vez llorando cual magdalena…

 

No… no puedo. Mis padres creen que estoy estudiando en casa de Nuri. Si se enteran de que sus padres no están y de que nos hemos ido por ahí me matan…

 

 

San Crisóstomo bendito, dame paciencia…

 

¿Y tú? – le dije a Nuri – ¿No tienes dinero en casa? Aunque no me fío mucho de ti, confío en que no dejarás a “Jamo…”, digo… a tu amiga tirada. Subes a tu casa y bajas con la pasta.
En mi casa no hay ni un euro – sentenció Nuri.
¿Tus padres se van por ahí y no te dejan dinero?
No se fían de mí. Me dejan la comida preparada y la tarjeta de crédito en casa de la vecina por si hay una emergencia.
La verdad, no entiendo por qué tus padres no se fían de ti – ironicé – Bueno, pues vamos a casa de la vecina y después a un cajero.
Sí, claro y que mis padres se enteren de que no me he quedado estudiando.
¡Pero, Nuri! – exclamó “Jamona”, que veía cómo sus últimas posibilidades de escapar del lío se esfumaban.
¡Ni Nuri, ni ostias! – dijo la chica enfadada – ¿cuánto crees que tardarían mis padres en llamar a los tuyos si se enteran?

 

 

“Jamona” se quedó callada.

 

Bueno, chicas – dije un poco harto – pues si no hay más remedio nos vamos a comisaría.

 

 

Puse el intermitente y doblé una esquina, decidido a ir a la poli.

 

Menudo par de elementos estáis hechos. Y conociéndote, ¿cómo coño te dejan tus padres sola en casa? Para una putilla como tú no hace falta pasta para salir por ahí a liarla – dije.
¡No me insultes, cabrón! – chilló la chica con los ojos como ascuas.
Sí, enfádate lo que quieras, que ya escuché lo que ibas a hacerle al novio de tu amiga en el baño de la disco.

 

 

Aquello la dejó callada. Punto para el caballero.

 

Responde a lo que te digo. ¿Tus padres pasan de ti o qué?
No, me llaman a casa para controlarme.
¿Y entonces?
¡Para eso está el desvío de llamadas, imbécil! – me espetó la niñata.
¿Y tus padres se lo tragan? – dije extrañado.
No – dijo ella en tono bajo – Pero como Natalia se quedaba conmigo…

 

 

Natalia. Bonito nombre.

 

Ya veo. Ella es la buena chica. Si tus papás te llaman, tú le pasas el teléfono a Natalia y ellos se quedan tranquilos.

 

 

Nuri, no contestó, pero como el que calla otorga…

 

Y tú, “Ja…”, digo, Natalia. Ese es tu nombre ¿verdad?

 

 

El acojonado bomboncito asintió con la cabeza.

 

Tú pareces buena chica. ¿Cómo te has dejado enredar?

 

 

Natalia no dijo nada, limitándose a encogerse de hombros.

 

¿No te das cuenta de que esto es un delito? ¿Tanto te compensa meterte en este lío sólo por ahorrarte el taxi?

 

 

Las lágrimas brotaban de nuevo de los hermosos ojos de la chica, pero yo no me dejaba conmover. ¿Acaso les había dado pena yo a ellas? ¿Les importaba que yo estuviera currando de madrugada para ganar unos cuantos putos euros? Me mantuve firme, aunque he de reconocer que tenía un nudo en la garganta. Nuri miraba en silencio a su llorosa amiga, supongo que sufriendo el desagradable estrujón de tripas de los remordimientos.
Entonces doblé una esquina, enfilando la calle donde estaba la comisaría. Y se lió la marimorena.

 

Espera – dijo Nuri poniéndome una mano en el hombro.
¿Qué? – dije pensando que había ganado la batalla – ¿Has recordado que sí tienes dinero?
No… – dijo ella muy seria – Si no nos denuncias te hago una mamada.

 

 

En mi interior se desató un intenso dilema moral. Aquella chica era con toda probabilidad una menor (rondaría los 17 o 18 años), yo estaba casado y amaba a mi mujer, aquello no estaba bien, la Biblia lo prohíbe… A quien quiero engañar, no tardé ni un segundo en aceptar.

 

Vale – dije mientras mi polla volvía a ponerse como el mástil de la bandera – ¿adónde vamos?

 

 

Miré por el retrovisor y pude ver una expresión de ligera sorpresa en el rostro de Nuri, supongo que debido a lo rápido de mi aceptación. Natalia en cambio, no se mostraba sorprendida, sino cataclísmicamente alucinada por lo que acababa de proponerme su amiga.

 

PERO, ¿ESTÁS LOCA? – aulló mi querida “Jamona” – ¿CÓMO SE TE OCURRE SEMEJANTE LOCURA?
Déjala, bonita – pensé yo – si no es para tanto.
¿Y qué coño quieres que haga? ¿Prefieres que se enteren tus padres? Yo no sé lo que te harían los tuyos, pero los míos me dijeron que, al siguiente follón, me iba a pegar 6 meses castigada. ¿Te imaginas que tuviera que irme todos los fines de semana al pueblo con ellos? ¿Sin poder salir?
Bueno – argumentó Natalia, derrotada.
¡Prefiero chupársela a este cabrón y salir de este lío!
Oye, niña… Sin faltar – intervine.

 

 

Pero la chica iba lanzada.

 

¿No has visto cómo nos miraba antes? ¡Es un salido asqueroso! ¡Seguro que se corre en un minuto y se terminó el follón!

 

 

Pensé en reprenderla por los insultos, pero ¡qué coño! Después de todo, aquel bomboncito me la iba a chupar… De todas formas la interrumpí.

 

Entonces, ¿qué? Mira que el taxímetro va ya por 30 euros. ¿Te decides o qué?
Sí, sí – dijo Nuri – Ya te he dicho que sí. Conduce hasta el llano detrás del mercado. Allí hay un sitio donde puedes parar.

 

 

Conocía el sitio. Era una explanada donde se hacía un mercadillo los viernes. Seguro que las parejitas iban allí a aparcar por las noches para el ñaca-ñaca. Y seguro que Nuri había ido más de una vez.
Sin perder más tiempo, aceleré un poco, conduciendo hacia el descampado. Las dos chicas conversaban en voz baja, pero yo no podía oírlas, pues en mi cabeza sólo resonaban una y otra vez cinco palabras mágicas: “ME LA VAN A CHUPAR”.
En un par de minutos, las luces del taxi iluminaron el oscuro descampado. Pude constatar que por allí había aparcados 3 o 4 coches, pero estaba seguro de que los dueños, concentrados en sus propios asuntos, no iban a venir a molestarme en los míos.
Conduje hasta un lugar un poco apartado y detuve el auto, volviéndome para ver bien a las chicas por primera vez, no a través del reflejo del retrovisor. Las dos estaban buenísimas, ¡pero “Jamona” estaba increíble!

 

 

Bueno, ¿qué? ¿Estás lista? – dije entusiasmado.
Sí, cabrón – respondió Nuri, altiva.
Nena, no me insultes más, anda. Me llamo Carlos y si me llamas por mi nombre, yo te llamaré Nuria y no tendré que llamarte putilla, por más que sea cierto que yo soy un poco cabrón y que tú eres una puta de cuidado ¿vale?
Vale – dijo ella viniéndose un poco abajo.
Hija mía – le dije – Si la chupas la mitad de bien de lo que insultas, esto va a ser realmente la ostia.

 

 

No sabía yo hasta que punto.
No era la primera vez que me lo montaba en un coche (mi Julia y yo éramos bastante ardientes en nuestros tiempos), así que no me faltaba práctica. Con habilidad, desplacé el asiento del pasajero todo lo que pude hacia delante e incliné el respaldo hasta que el cabecero tocó el tablier del coche.

 

Es para tener más sitio – les expliqué inútilmente.

 

 

Encendí la luz interior del coche (no quería perderme detalle) y, con torpeza, me colé entre los dos asientos hasta la parte de atrás. Habría sido más cómodo salir del taxi y abrir la puerta trasera, pero a saber qué eran capaces de hacer aquellas dos si me salía del coche aunque fuera un segundo.
Por fin, logré mi objetivo, sentándome en el asiento trasero en medio de las dos mozas, quedando Natalia a mi izquierda (tras el asiento del conductor) y Nuri a mi derecha con más espacio, pues estaba detrás del asiento del pasajero, completamente desplazado hacia delante.

 

Estupendo – dije sonriendo – Se está bien aquí detrás.

 

 

Mientras decía esto, les daba a las dos afectuosas palmaditas en las piernas, como si fuésemos tres amigos de cachondeo. Ninguna protestó.

 

Bueno, acabemos con esto – dijo Nuri enfadada.
Claro, chata. Siéntate en el respaldo del asiento, así estaremos más cómodos.

 

 

Ella me entendió enseguida, por lo que se levantó del asiento, permitiéndome echarle un buen vistazo a su espléndido trasero, que llenaba a la perfección sus ajustados pantalones. Con habilidad (sin duda no era su primera vez moviéndose en semejantes estrecheces) se dio la vuelta y se sentó sobre el respaldo del asiento del pasajero. Yo me desplacé un poco hacia su lado, para estar más cómodo.

 

Venga, sácatela – me apremió Nuri – Cuanto antes acabemos, mejor.

 

 

Yo no estaba muy de acuerdo con esa afirmación. Me encontraba en una situación que envidiaría cualquier mortal y quería disfrutarla. Pero como no había ningún motivo para retrasarlo, me quité los zapatos, levanté el culo del asiento y me desabroché el pantalón, bajándomelo hasta los tobillos junto con el slip, quitándomelos finalmente ambos.
Al dejarme caer de nuevo sobre el asiento, mi polla, dura como una roca, osciló con alegría. Yo no dispongo de un arma tipo Rocco Sigfredi, pero estoy bastante orgulloso del tamaño y grosor de mi herramienta, y más orgulloso que me sentí al notar dos pares de ojos juveniles clavados en mi enhiesto instrumento. Flipante.

 

¿Te gusta? – dije haciéndola bambolear hacia Nuri.
Vete a la mierda – respondió ella, aunque sus ojos seguían fijos en mi erección.
¿Y a ti? – dije inclinándola hacia Natalia.
……….

 

 

La chica no dijo nada, pero su rostro encendido me calentó aún más. Allí había infinitas posibilidades.

 

Cuando usted quiera, maestra – dije abriendo bien mis muslos y ofreciéndole mi enardecido nabo a la zorrita.

 

 

Nuri, por primera vez, no dijo nada, sino que se inclinó hacia delante, quedando arrodillada entre mis piernas. Mientras lo hacía, deslizó sus manos por mis muslos, en una lenta caricia que hizo que se me erizara el vello de la nuca. La chica iba metiéndose en situación.
Entonces, deslizó su mano derecha hasta mi nabo y lo agarró por el tronco, haciendo que deliciosos espasmos de placer recorrieran mi cuerpo. ¡Cuánto había echado de menos aquello!
Acercando su rostro a mi enhiesto miembro, sacó su lengua y le dio un lametón en la punta, haciéndome ver estrellitas de colores. Siguió lamiéndola unos segundos, humedeciéndola bien, antes de decidirse a introducir el glande entre sus carnosos labios, lo que me trasportó a un indescriptible universo de placer. Sin duda aquella chica era toda una experta en aquel tipo de operaciones, el tal Toni no sabía lo que se había perdido por no mandar a tomar por el culo a su novia.
Nuri siguió con sus expertas maniobras, tragando en cada embite un trozo más grande de nabo, acomodando poco a poco su garganta a la talla de mi instrumento. De esta forma, llegaba cada vez más adentro, realizando un trabajito de lengua, labios y garganta que ya quisieran dominar las más afamadas miembros del gremio puteril.
Hablando en plata: “CÓMO LA CHUPABA LA JODÍA”.
Aunque la chica no necesitaba ayuda, no pude resistirme a colocar mi mano derecha sobre su pelo, para acompañarla en el ritmo de la mamada y hacerla adoptar la cadencia que más me gustaba. Ella no protestó, por lo que comencé a acariciar suavemente su cabello y la tersa piel de su cuello.
Justo entonces, cuando estaba en lo mejor, desvié la mirada hacia Natalia, para comprobar cómo la estaba afectando aquella aventurilla y lo que vi me encantó: Natalia estaba cachonda perdida.
Su rostro, enrojecido por la excitación, tenía una expresión de lujuria como yo no había visto antes. Inconscientemente, se mordía el labio inferior, cosa que siempre me ha puesto un montón. Sus senos, rotundos y firmes, subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración. Sus manos, reposaban sobre sus magníficos muslos, que asomaban bajo la cada vez más subida minifalda, acariciándolos con sensualidad. La chica estaba a punto. Aquella era mi oportunidad.

 

Espera – le dije a Nuri, apartando con cuidado sus labios de mi polla.
¿Qué? – dijo ella algo confusa, mientras me miraba con expresión de ¿desilusión?
Quiero que siga ella – dije mirando a Natalia.

 

 

Nuri aún tardó unos segundos en comprender lo que yo quería. Cuando lo hizo, un brillo de furia apareció en su mirada y empezó a ponerme verde.

 

¡SETRÁS CABRÓN! ¡ESE NO ERA EL TRATO! ¡HABÍAMOS QUEDADO EN QUE YO…!

 

 

La chica no pudo continuar, pues se quedó boquiabierta al ver cómo su querida amiga Natalia (“Jamona” para los amigos) se arrodillaba en el asiento a mi lado como si estuviera en trance y, sin decir nada, se inclinaba acercando su voluptuosa boquita a mi enardecido falo, que la aguardaba con desespero.

 

¡PERO, NATALIA! ¿QUÉ COÑO HACES?

 

 

Mientras gritaba, Nuri trató de apartar a su amiga de mi juguetito, pero “Jamona” se resistió, no permitiendo que mi polla escapara de entre sus labios. Yo, delicadamente pero con firmeza, empujé a Nuri hacia atrás, obligándola a sentarse de nuevo en el respaldo del asiento del pasajero. La chica, comprendiendo que nadie estaba obligando a su amiga a saborear mi caramelo, se rindió, mientras contemplaba estupefacta como la dulce Natalia me hacía un trabajito oral.
Ni que decir tiene que la chica no gozaba de la misma habilidad y experiencia que su amiga, pero lo compensaba sobradamente con entusiasmo y por qué no decirlo: por lo tremendísima que estaba. Queridos amigos, si en vuestra vida no os la ha chupado una tía de diez, no sabéis lo que os estáis perdiendo.
Sabedor de que tenía que seguir forzando la situación para sacar de allí todo lo que se me antojara, aproveché la propicia postura de Natalia para aplicarle un tratamiento dactilar. Como estaba de rodillas a mi lado, con su rostro hundido en mi entrepierna, su culo quedaba en pompa, cosa que no desaproveché.
Deslicé mi mano izquierda por su espalda, acariciándola con ternura, hasta llegar finalmente a su destino: el tremendo trasero de “Jamona”. Una vez allí, lo sobé y estrujé con ganas, arrancando a su dueña estremecedores gemiditos de placer que se deslizaban sobre mi polla, bien enterrada en las húmedas profundidades de su boca.
Sin dejar de sobarle el culo, le subí la faldita, dejándola sobre su espalda, dejando así al aire el más soberano trasero que había visto en mi vida, vestido, obviamente, por un tangazo de color negro que se perdía entre sus dos soberbios cachetes. Amasé un poco más aquellas prietas nalgas, pero pronto seguí navegando hacia mi objetivo, que estaba un poco más al sur.
Con cuidado, deslicé mis insidiosos dedos entre sus muslos, buscando su chochito, a esas alturas de seguro empapado. Natalia, comprendiendo mis intenciones, separó aún más las piernas, dejándome expedito el acceso a su intimidad. Hábilmente, mis dedos se deslizaron bajo el mojadísimo tanga, comenzando a explorar y acariciar la cálida gruta de la chica.
Comencé a aplicarle entonces todos mis años de experiencia en materia sexual, masturbando a la preciosa chica mientras ella no dejaba de comerme la polla. Insidiosos impulsos asaltaban mi miente y os juro que me costó verdadero esfuerzo no abalanzarme sobre sus esculturales nalgas y morderlas con ganas, así de buena estaba.
Como es lógico, a esas altura yo estaba que reventaba, pero como quería alargar un poco más el momento, me puse a pensar en cosas no excitantes, tratando de retrasar el momento de mi explosión y nada mejor para ello que la odiosa cancioncilla de la radio.
“MA – YO – NE – SA, ella me bate como haciendo mayonesa, como me corra en la boca de esta tía, le voy a volar la cabeza”. Bueno, la última parte de la letra es de cosecha propia.
Allí estábamos, en la parte trasera de mi coche, con un pivón impresionante chupándomela mientras yo le hacía una paja a ella. Pero allí había otra invitada.
Sonriendo, alcé la mirada hacia Nuri, la cual también estaba a punto de caramelo. No sé si sería la situación, o el hecho de ver a su querida amiga abalanzarse sobre una polla como una leona sobre su presa, pero lo cierto es que todo aquello había hecho mella en mi querida Nuri, la cual se estaba masturbando lentamente, con una mano metida en los pantalones mientras no se perdía detalle de cómo me la chupaba su amiga.
Deseoso de congraciarme con ella, estiré mi mano libre (la derecha, pues la izquierda estaba muy ocupada) hacia ella, tratando de llamar su atención. Con ello conseguí que saliera un segundo del trance y con la mano le hice gesto de que se acercara.

 

Si quieres – le dije con voz entrecortada – puedo ocuparme de eso por ti.

 

 

La chica comprendió mis intenciones y, tras dudar un instante, se incorporó acercándose a mi mano, que ahora reposaba sobre el asiento. En cuanto estuvo a mi alcance, deslicé mis dedos por la cinturilla de su pantalón, buscando con rapidez su empapado chochito.

 

UMMMMMMMM. DIOSSSSSSSSS – siseó Nuri cuando mis dedos se abrieron paso entre sus labios vaginales y comenzaron a masturbarla con dulzura.

 

 

El coño de aquella chica también estaba a tono y no me costó nada deslizar el dedo corazón en su interior, provocando que un espasmo de placer recorriera su cuerpo. Enseguida encontré un ritmo adecuado con las dos manos, de forma que masturbaba a las dos chicas a un tiempo.
Nuri, comenzó entonces a estrujarse los pechos, disfrutando como loca de la paja que yo le hacía. Sus caderas comenzaron a moverse cadenciosamente adelante y atrás, de forma que mi mano frotase profundamente su intimidad. Mientras, Natalia movía el culo cada vez más rápido, obligándome a hundir mis dedos en su coño cada vez más fuerte.
Imagínense la situación, un chocho en cada mano y unos tiernos labios en mi polla: el paraíso.

 

 

Nuria, enséñame las tetas – siseé – Quiero verlas.

 

 

Nuri bailaba con los ojos cerrados sobre mis dedos, mientras se acariciaba los pechos. Cachonda a más no poder, se quitó el top, sin dejar de mover las caderas. Un segundo después, su sostén reposaba en el suelo de mi auto, permitiéndome al fin ver las espléndidas mamas de la chavala.

 

Acércate – susurré.

 

 

Hábilmente, mis labios se apoderaron de los senos de Nuria, que seguía su danza con mis dedos enterrados en su interior. Chupé como pude uno de sus pezones, jugueteando con la lengua sobre él. Tenía un delicioso sabor salado y un regusto a fresa, no sé si por el perfume que usaba la chica o porque las tetas le sabían a pastel.
Y ya no pude más. No me negarán que me merezco una medalla por aguantar tanto tiempo aquel tratamiento de dos diosas.

 

Memf coggo… – balbuceé como pude, con el rostro apretado contra el pecho de Nuri.

 

 

No se entendió ni una mierda y claro, como Natalia no tenía mucha experiencia en aquellas lides, no comprendió mi aviso. Así que: lechazo que te crió en toda la boca.

 

UAHHGGGHHH – farfullaba yo sin querer abandonar los pechos de Nuria.
UMMMMMFFFFFF – resoplaba Natalia mientras se apartaba de mi polla, que no paraba de disparar su carga directamente en su garganta.
¡UAHHHHHH! – aullaba Nuri, pues en mi entusiasmo le había dado un pequeño mordisco a su pezón (pequeño, ¿eh?).

 

 

Natalia se incorporó, de rodillas sobre el asiento, con lo que mis dedos, protestando, tuvieron que abandonar su gruta. La chica, con los ojos llorosos, escupía pegotes de semen en el suelo, mientras tosía medio ahogada.
Yo pensaba que se iba a enfadar (ya sé que correrse en la boca sin avisar es una putada y más si se trata de una carga de meses como la mía), pero sorprendentemente no dijo nada. Nuri en cambio sí me reprochó lo que había hecho, pero acallé sus protestas en un instante redoblando mis esfuerzos dactilares sobre su coño. Se corrió en menos de un minuto.

 

¡AH! ¡DIOS! ¡ME CORRO! ¡ME CORROOOOO! – aullaba la morenaza mientras se derrumbaba sobre mí mientras yo no dejaba de juguetear con su chocho.

 

 

Permanecimos unos segundos así, respirando agitadamente los dos, con su cuerpo desmadejado sobre el mío. Entonces algo me cayó encima.
Intrigado, me aparté un poco de Nuri, cogiendo el objeto que me había caído y me encontré con el tanga de Natalia entre los dedos. Dando mentalmente gracias a Dios, me volví hacia “Jamona” que se había sentado en el asiento, con la espalda apoyada en la puerta.

 

Ahora me toca a mí – me dijo con una expresión de golfa que tiraba de espaldas, mientras se sujetaba la falda mostrándome su palpitante coño.

 

 

Delicadamente, aparté a Nuria de mí, dejándola reposar apoyada en el respaldo del asiento del pasajero. Me puse de rodillas en el asiento, frente a frente con Natalia. Ella clavó los ojos en mi mustio miembro (tranquilos, que aunque ya no tengo 20 años, estaré en forma muy pronto otra vez) sonriendo divertida. Yo, sin pensármelo un instante la agarré por los tobillos y tiré con fuerza, haciéndola quedar tumbada de espaldas, mientras la chica daba grititos de sorpresa.

 

Te vas a enterar – siseé mientras me abalanzaba sobre ella, hundiendo la cara entre sus torneados muslos.

 

 

Si las tetas de Nuria sabían a fresa, el coñito de Natalia sabía a miel, así de dulce lo tenía. Madre mía, qué mar de jugos había entre aquellas piernas, el asiento del coche estaba quedando empapado, pero, como comprenderán, a mí me importaba un huevo.
En aquel instante, todo mi mundo se reducía a la maravillosa gruta que escondía aquella preciosidad entre sus muslos, así que me concentré en explorar aquella hermosa cuevecita a conciencia, sólo que en vez de hacerlo con mapa y brújula, lo hice con mis dedos y mi lengua. Y lo hice al milímetro, sin dejar ni un solo rincón sin recorrer.
Chupé, mamé, lamí, penetré, le comí el coño hasta lo más hondo, deseando que aquello durara para siempre. Natalia, gemía y chillaba como loca, disfrutando a fondo de mi mamada, hasta que los sonidos que profería quedaron de repente ahogados.
Sin dejar de comérselo, alcé la mirada y me encontré con que Nuria se había arrodillado junto a ella y ambas se comían la boca la una a la otra con desesperación. Nuria, había logrado soltar los tirantes del top de Natalia, dejando sus tetas al aire, para poder estrujarlas y acariciarlas a placer. Mientras, “Jamona” había deslizado una mano entre los muslos de su amiga, frotándole el coño por encima del pantalón.
A esas alturas, mi amiguito “cipotón” había despertado por completo y no queriendo hacerlo esperar más me incorporé y tirando de nuevo de los tobillos de Natalia, la arrastré sobre el asiento acercándola más a mí. Agarrándola por las caderas, despegué su trasero del asiento, y, tras apuntar bien mi polla en la entrada de su vagina, la penetré sin muchos miramientos, deslizando mi erección dentro de ella sin dificultad alguna.

 

¡Uaggggggg! – farfullaba la chica sin dejar de morrearse con su amiga.

 

 

Sin perder un segundo y agarrándola con firmeza por las caderas, comencé un lento mete y saca, sintiendo como cada centímetro de mi miembro se enterraba en lo más profundo de aquella dulce chica.
Ella gemía y gritaba, disfrutando cada segundo, pero no se entendía nada, pues sus labios continuaban fundidos con los de su amiga. A medida que me la follaba, se encendía cada vez más, frotando vigorosamente la entrepierna de Nuri con su mano.
Nuria, por su parte, deseosa de sentir mejor las caricias de su amiga, abandonó sus labios momentáneamente, aprovechando para despojarse de sus pantalones y su tanga, quedando a nuestro lado como Dios la trajo al mundo.
Nuri iba a abalanzarse de nuevo sobre Natalia, pero yo tenía otros planes.

 

¡Espera! – resoplé dirigiéndome a Nuri, sin dejar de bombear a su amiga – Súbete en su cara.

 

 

A buen entendedor, pocas palabras bastan, así que Nuria, ni corta ni perezosa, deslizó una pierna a un lado de la cabeza de Natalia, apoyando la rodilla en el asiento y dejando el otro pié apoyado en el suelo. De esta forma su coño quedaba directamente frente a la cara de su amiga, la cual no se hizo de rogar y empezó a comerle el chocho, mientras yo no dejaba de follármela.
Por desgracia, Nuri se había colocado de espaldas a mí, para poder agarrarse con las manos a la puerta y mantener el equilibrio, así que no pude besarla mientras me follaba a su amiguita, pero no me importó, pues en esa postura podía contemplar en todo su esplendor su magnífico trasero así como las bamboleantes tetas de mi víctima.

 

¡ASÍ, NATI, ASÍ…. POR AHÍ… SÍIIII! – aullaba Nuri ante el tratamiento que le aplicaba su amiga.

 

 

Natalia también gemía, pero, con la cara entre las piernas de la otra chica, no se le entendía.
Lo que sí entendí fue el brutal orgasmo que le proporcioné a mi querida “Jamona”, la cual, en el momento del clímax, cruzó sus piernas tras mi trasero, atrayéndome al máximo contra su cuerpo, obligándome a clavársela hasta el fondo. Mientras se corría, llevé una mano hasta sus soberbias tetazas, que estrujé con ganas, pues hasta ese instante no había podido tocarlas.
Natalia, por su parte, berreaba como loca contra el coño de la otra chica, que disfrutaba enormemente de lo que le estaban haciendo.

 

¡NATALIAAAAAA! ¿QUÉ COÑO HACES? ¡AY! ¡NO ME MUERDAS! ¡ZORRAAAAAA!

 

 

Sí, mucho quejarse, pero la tía no se apartaba.
Cuando los últimos espasmos de placer abandonaron el cuerpo de Natalia, no quise perder un segundo y, con una sola idea en mente, se la saqué de golpe y echándome hacia delante, quedé a horcajadas sobre el estómago de la chica, mientras que mi rezumante falo se aproximaba traicionero a la desprevenida grupa de la preciosa Nuria.
Sin pensármelo dos veces, deslicé mi nabo entre sus muslos, tratando de encontrar la entrada de su coño. La verdad es que fue la mar de fácil, pues la simpatiquísima “Jamona”, comprendiendo mis intenciones, me agarró la polla, le abrió el coño a su amiga y me colocó en posición, de forma que lo único que tuve que hacer fue dar un buen empellón.

 

¡UAAAAAHHHHH! ¿QUÉ HACES? – aullaba la sorprendida Nuri.

 

 

Como si no lo supieras rica.

Empujando con fuerza, comencé a propinarle certeros culetazos a la espléndida grupa de Nuri, acariciando sus muslos, caderas y senos con mis inquietas manos. Sentí entonces cómo la queridísima Natalia participaba en el juego, atrapada como estaba bajo los cuerpos de su amiga y del mío, comenzando a administrarnos excitantes lametones en su coño y en mi polla mientras procedía al mete y saca.

Corrijo lo que dije antes. El verdadero paraíso era éste.
Madre mía, follarme aquel chochito, mientras su dueña se sujetaba como podía a la puerta del taxi, con una morenita adolescente chupándome los huevos es lo máximo que puedo esperar de la vida. Para hacer un cuadro.
Sin dejar de estrujar sus tiernos senos, seguí follándome como loco a Nuria, consiguiendo poco después llevarla a un devastador orgasmo, que hizo que se derrumbara contra la puerta. Durante un instante, consideré la posibilidad de desclavarla y terminar con Natalia, pero me quedaba muy poco para alcanzar el clímax, así que redoblé mis esfuerzos sobre su caliente chochito, seguro de acabar de un instante a otro.

 

No… – acertó a balbucear la desmadejada Nuri – Dentro no….
Tranquila… – susurré.

 

 

Cuando estuve a punto, se la saqué del coño, frotándola vigorosamente entre los labios vaginales de la chica. Natalia, por su parte, siguió lamiéndomela con fuerza, así que pronto me corrí, con mi polla atrapada entre cuatro labios, dos del coño de Nuria y dos de la boca de Natalia.
Cuando hube acabado, me derrumbé, sentado en el asiento. Natalia, también derrengada, se estiró, colocando sus pies sobre mi regazo. Nuri, por su parte, se arrastró como pudo, sentándose en el suelo del auto, con la espalda apoyada en la puerta, acariciando con cariño el cabello de su amiga, que tenía la cara completamente manchada por los restos de mi corrida.
Los tres resoplábamos cansados, aunque mentalmente rezaba porque la noche no hubiese acabado aún.

 

 

Pues sí que nos ha salido barata la carrera – dijo de repente Natalia, mientras se limpiaba un espeso pegote de semen de la cara con los dedos y lo contemplaba atentamente.

 

 

Todos nos echamos a reír, poco a poco al principio, pero pronto estallamos en carcajadas incontroladas. Cuando por fin nos calmamos, nos quedamos mirándonos los unos a los otros, sin saber muy bien qué decir. Por fin, Nuria rompió el hielo.

 

Oye… – dijo dirigiéndose a mí – Perdona por haber intentado timarte antes.

 

 

Miré a la chica sorprendido, pues no me esperaba que, precisamente ella, tuviera remordimientos.

 

No te preocupes, ya es agua pasada – dije sin saber muy bien qué decir.
Lo que ha sido una pasada ha sido esta juerguecita – dijo Natalia haciéndonos reír de nuevo.

 

 

Segundos después, fui yo el que hablé.

 

Madre mía, todavía no puedo creerme lo que ha pasado.
Ni yo – respondió Natalia.
Pues anda que yo, concluyó Nuria.
Aunque no negaré que esta es la fantasía de cualquier tío. Por cierto, ¿cuántos años tenéis?
Diecisiete – dijeron las dos al unísono.
¡Joder! Así que soy un corruptor de menores…
Efectivamente, ahora somos nosotras las que podríamos llevarte a comisaría – dijo Natalia riendo.
No pasa nada – bromeé – En cuanto les explicara el caso a los policías, estoy seguro de que todos comprenderían lo que he hecho. Quien iba a renunciar a montárselo con dos pivones como vosotras.
Entonces buscaríamos a una mujer policía.
¿Y qué? Con lo buenas que estáis y lo que os gusta el rollo bollo, tampoco se resistiría ninguna mujer.
¿Y si fuera un poli gay?
Se volvería hetero. No le quedaría otra.

 

 

Risas de nuevo.

 

Bueno – dijo Natalia con voz susurrante, mientras seguía tumbada boca arriba en el asiento – Con todo esto hemos pagado lo que te debíamos ¿verdad?
Claro, hija – asentí.
Pero yo aún estoy lejos de mi casa… – continuó – ¿No iras a dejarnos aquí solas, eh?
Niña, claro que no – dije sin comprender – Que tan cabronazo no soy…

 

 

Natalia comenzó entonces a frotar descuidadamente mi dormida polla con sus piececitos, que reposaban en mi regazo. Comprendí entonces sus intenciones y me regocijé interiormente. La cosa no había acabado todavía.

 

Pues eso – dijo “Jamona” – Ahora habrá que pagarte el trayecto hasta casa ¿no?
Sí, tienes razón – contesté mientras sentía que la vida retornaba a mi miembro.
¿Y cómo podríamos pagarte?
Ya se nos ocurrirá algo.

 

 

Nuri intervino entonces, mirando con sorpresa a su amiga.

 

Quien te ha visto y quien te ve, hija. En menudo zorrón te has convertido.
Ay, cari, tenías razón. Lo que necesitaba era olvidarme del imbécil de Lucas. Era cuestión simplemente de encontrar a alguien que sepa follar y soltarme un poco.

 

 

Ni que decir tiene que mi ego masculino alcanzó las más altas cumbres en ese instante.

 

¿Y te parece que este tío folla bien? – dijo Nuri con una sonrisilla en los labios.
Zorra – pensé.
A mí me ha gustado mucho.

 

 

Mientras la chica hablaba, sus caricias con los pies se hacían cada vez más decididas sobre mi nabo, que poco a poco iba recobrando su vigor. Yo, por mi parte, estiré una mano y comencé a acariciar sus melonazos, obra maestra de la naturaleza que en la vida podría cansarme de sobar.

 

¿Y a ti no te ha gustado? – le dije mientras a Nuri, un poco picado.
No ha estado mal… – respondió ella sonriente – Cabronazo.
Pues ven acá, putilla – dije riendo a mi vez – Que todavía puedo hacerlo mejor.

 

 

Con movimientos felinos, Nuri se incorporó acercándose a mí. Sin mediar palabra, sus labios se apoderaron de los míos, y nos fundimos en un abrasador baile de lenguas, mientras mi mano libre sobaba sus prietas nalgas y se perdía entre sus muslos, acariciando su cálido coño.

Natalia, por su parte, me estaba propinando una decidida paja con los pies, cosa que era la primera vez en mi vida que me hacían, pero, no queriendo acabar corriéndome de esa manera, la detuve y cogiéndola de la mano, hice que se incorporara quedando sentada, atrayéndola hacia Nuria y hacia mí.
Ella no tardó ni un instante en hundir su rostro en nuestro beso, así que me encontré morreándome simultáneamente con dos bellezas de impresión, mientras mis pícaras manos exploraban hasta la última curva de sus espléndidas anatomías. Nuestras lenguas danzaban excitadas, mientras las caderas de las chicas bailaban sobre mis dedos.

 

¿Por qué no me la chupáis las dos a la vez? – dije cuando tan maravillosa idea penetró en mi mente.
¿Eso te gustaría, eh? – dijo una de ellas, no sé cual.
¿A ti que te parece? – respondí.

 

 

Tremendamente obedientes (no sé de qué coño se quejaban sus padres) las dos chicas se deslizaron hasta el suelo, quedando cada una a un lados de mí, arrodilladas en el suelo. Yo estaba sentado en el centro del asiento, sin creerme todavía lo que estaba pasando y dándole gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón.
Todavía riendo, las dos ninfas acercaron sus rostros a mi erección, que a esas alturas resultaba casi dolorosa, y cuando sentí sus tibias bocas apoderarse de mi falo: vi el sol, la luna y las estrellas. Todo a la vez.

 

¡Diosssss! – siseé – ¡Esto es la ostia!

 

 

Y vaya si lo era. Las dos chavalas se dedicaron a propinarme una fenomenal mamada, aunque más bien lo que hacían era besarse la una a la otra, jugueteando con sus lenguas, mientras mi polla quedaba atrapada entre sus labios. De vez en cuando, una de ellas (no sé cual, pues yo estaba con los ojos cerrados, disfrutando hasta el último segundo de aquel tratamiento) se deslizaba hacia abajo, lamiendo todo el tronco y me chupaba dulcemente las pelotas, mientras la otra introducía el glande entre sus labios y se tragaba todo lo que podía de mi polla. IMPRESIONANTE.
Consciente de que de esa forma no iba a aguantar mucho más, decidí pararlas, pues no estaba muy seguro de que mi pene fuera a empinarse de nuevo tras una tercera corrida (no soy Superman, qué coño) y como tenía muchas ganas de endiñarles un buen pollazo a cada una lo mejor era reservar fuerzas.

 

Parad, chicas, parad – les dije mientras apartaba mi nabo de sus ávidas bocas – Como sigáis así me voy a correr y me gustaría meterla otra vez en caliente.
Vaya, vaya – dijo Nuri divertida – Así que el señor ya no puede más ¿eh?
Y qué quieres, hija. Vosotras dos seríais capaces de secarle las pelotas a un equipo de fútbol entero.
Vale – dijo de repente Natalia – Yo primero.
¡Y una mierda! – dijo súbitamente Nuria – ¡Lo echamos a suertes!

 

 

Fue bastante surrealista ver cómo aquellos dos bombones, uno completamente en pelotas y el otro vestido tan sólo con una faldita, se jugaban a piedras – papel – tijeras quien iba a ser la primera en recibir mi sagrado instrumento.
Fue Natalia la que ganó, y no se cortó un pelo en celebrarlo.

 

¡Yo primera! ¡Yo primera! ¡La polla es para mí!

 

 

Joder con la niña.
Sin perder un segundo, Natalia se sentó a horcajadas sobre mí, mientras yo permanecía sentado. Introduciendo una mano bajo su minifalda, ella misma se encargó de colocar la punta de mi nabo en la entrada de su vagina, y, poco a poco, fue deslizándose sobre el tronco, empalándose hasta que nuestras entrepiernas quedaron unidas.

 

¡UFFFFFFFF! – resopló “Jamona” mientras sentía cómo mi polla se clavaba en su interior.

 

 

Enseguida comenzó una cadenciosa danza de caderas sobre mi polla, mientras sus brazos rodeaban mi cuello. Sus tremendos senos quedaron aplastados, contra mi pecho, cosa que lamenté, pues no podía seguir sobándolos, así que tuve que conformarme con agarrar bien sus nalgas, amasándolas y usándolas como asidero para ayudarla en su movimiento de cabalgar sobre mi pija.
Disfrutando tremendamente de aquel polvazo, aproveché que era ella la que hacía todo el trabajo para echarle un vistazo a nuestra común amiga. Nuri, mientras aguardaba su turno, se había tumbado en el respaldo del asiento del pasajero, aprovechando la espera para masturbarse lánguidamente.
Natalia, a medida que crecía su excitación, chillaba desaforadamente, disfrutando al máximo de la cabalgada. Yo, que quería acelerar su orgasmo para que me quedaran fuerzas para afrontar a Nuri, subí las apuestas: cuando menos se lo esperaba, le metí el dedo corazón por el culo.

 

¡UAAAAAHHHHHH! – aullaba la chica – ¿QUÉ HACES?
¿Cómo que qué hago? ¡Te estimulo el ano para sodomizarte después! – contesté con aplomo.
¡Y UNA MIERDAAAAAAAA! ¡YO NO HAGO ESAS COSASSSSS!

 

 

Era verdad. Me había olvidado que me enfrentaba a dos chicas modositas y bien educadas. No sé cómo se me ocurrían aquellas guarrerías.
La verdad es que Natalia mucho quejarse de lo del dedo, pero en ningún momento me dijo que se lo sacara, así que seguí estimulándola, tratando de acelerar su orgasmo.
Natalia estaba como poseída por el espíritu del sexo, ya no controlaba muy bien. Llegó incluso a golpearse un par de veces contra el techo mientras botaba como loca sobre mi polla. De pronto, decidió que quería cambiar de postura, así que me obligó a tumbarme boca arriba, mientras ella continuaba con su infernal cabalgada, lo que por desgracia hizo que tuviera que sacarle el dedo del culo.
Yo miré a Nuri un tanto confuso, sorprendido por el frenesí de la chica, y vi que también ella estaba sorprendida. Sorprendida y excitada, pues ya no se limitaba a acariciarse lentamente, sino que se estaba haciendo una paja en toda regla. Me acordé entonces de que aún no había catado el chochito de la chica y así se lo hice saber.

 

¡NURIA! ¡VEN ACÁ, QUE QUIERO COMERTE EL COÑO!

 

 

Así, comedido y educado.
Nuria no se lo pensó ni un segundo y en seguida me encontré con otra chica montada sobre mí, sólo que esta se había colocado sobre mi cara. Deseando probar las mieles de su intimidad, enterré mi lengua entre los labios vaginales que la chica tan gentilmente me ofrecía, descubriendo que su sabor era distinto del de su amiga, pero también absolutamente delicioso.
Como Nuri se había colocado mirando hacia su amiga, las dos empezaron a morrease, mientras ambas seguían cabalgando sobre mí, una en mi polla y otra en mi cara. La postura me permitía además acceder al culito de Nuri, así que empecé a estimularlo con mi lengua y dedos.

 

¡Ni se te ocurra! – escuché que decía Nuri de pronto – ¡Quítate eso de la cabeza!
¡Fanquila! – farfullé con la boca llena de coño – ¡Eeftoy folo juganfdo!

 

 

Y fue justo entonces cuando Natalia se corrió. Fue un poco inesperado, pues yo creía que me iba a costar más hacer que se corriera, pero supongo que las dos corridas que me había pegado antes habían hecho que mi aguante aumentara.
Natalia se derrumbó sobre mi cuerpo, mientras mi polla se salía de su interior. Nuri, sabedora de que le tocaba a ella, se bajó de mi cara, y me ayudó a escapar de debajo del cuerpo de su amiga. Como pude me puse de pié medio agachado, para no dar con el techo, con mi polla empapada de jugos de Natalia cimbreando en busca de otra hembra.
Sin mediar palabra, empujé a Nuri, que dio un gritito de sorpresa, obligándola a tumbarse sobre el respaldo del asiento del pasajero. Situándome entre sus piernas, la penetré con rapidez y con suma facilidad, pues estaba empapada. Ahora quería ser yo el que marcara el ritmo.

 

¡AAAAGHH! ¡AAGGHH! ¡AAHHHHH! – aullaba Nuri mientras soportaba mis empellones.

 

 

Yo no decía nada, concentrado como estaba en follarme aquel tierno coñito y en evitar caernos al suelo, pues el respaldo del asiento se agitaba con cada culetazo que yo pegaba.

 

¡ASÍ! ¡ASÍ! ¡MÁAASSS! – gritaba ella.

 

 

Como usted mande.
Redoblé mis esfuerzos en su coño, horadándola sin compasión, y pronto (supongo que caldeada por la paja que se había estado haciendo y por mi comida de coño), la pequeña Nuri alcanzó un devastador orgasmo.
Derrengada, se deslizó entre mis brazos, deslizándose sobre el respaldo hasta quedar sentada en el suelo. No podía creerlo. Tanto esforzarme por complacerlas a las dos y resultaba que era yo quien más aguante tenía. Esta juventud….
Pero claro, yo no podía quedarme, así. Tenía que acabar ya y descansar de una vez. Consideré un instante el pelarme la polla hasta correrme, pero, ¡qué coño! Habiendo marisco quien se conforma con pan.
Me coloqué a horcajadas sobre Natalia, que seguía tumbada sobre el asiento. Colocando mi polla entre sus tetas, comencé a hacerme una deliciosa cubana con sus monumentales senos. La chica, en un último esfuerzo por colaborar, se apretó las tetas, estrujando mi falo entre ellas con fuerza. No duré ni un minuto.
Mi corrida se desparramó entre los pechos de Natalia, manchándole aún más el cuello y la cara. Era curioso, todas las veces me había corrido encima de la modosita, mientras que la putilla se había escapado. Cosas de la vida.
Cansado, levanté los pies de Natalia del asiento, sentándome y dejándolos de nuevo sobre mi regazo, pero esta vez la chica no hizo nada. Ya habíamos tenido suficiente.
Cuando pasó un rato, fuimos recuperando fuerzas. Los tres bebimos de una botella de agua mineral que yo siempre llevaba en el taxi y Natalia usó el agua que sobró para limpiarse un poco el semen que la empapaba.
Como pudimos, fuimos recuperando nuestras ropas, mientras bromeábamos sobre lo ocurrido. Cuando estuvimos listos, colocamos bien los asientos y las llevé a casa de Nuri. Las dos se despidieron de mí con un beso.
Absolutamente derrengado, esa noche pasé de trabajar más, así que me fui a casa, pasando antes, eso sí por un lavado de coches 24 horas, pues al día siguiente tenía que currar de nuevo y no creía que a los clientes les gustara el olor (y otras cosas) que había en el interior de mi taxi.
Y bien, esa es la historia. Han pasado varios meses desde aquello. Mi hijo ha nacido y mi vida sexual conyugal ha mejorado notablemente.
Pero eso sí. Los viernes por la noche acudo puntualmente a la zona de marcha, directamente a la puerta del garito o discoteca cuyo nombre he recibido antes por sms. Las chicas han obtenido un servicio de chófer gratuito desde la puerta de la disco hasta su casa y yo he obtenido… je, je, je…
FIN
TALIBOS
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Relato erótico: La señora. Las mujeres de la casa (POR RUN214)

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no son dos sino tres2     
 Aurora estaba despierta. Se encontraba boca arriba en su cama, mirando al techo y 
lamentándose de su mala Sin-t-C3-ADtulo11suerte. Lo tenía todo o, mejor dicho, había estado apunto de tenerlo. Pero todo se había torcido. Su maldita nuera la había descubierto en el peor momento y el pusilánime de su nieto no había ayudado mucho en su comprometido lance. El mismo pusilánime que se encontraba ahora entre sus piernas follándosela.
 Su nieto jadeaba en su oído con cada envestida mientras sobaba sus tetas como si fueran masa de pan. De vez en cuando se llevaba un pezón a la boca y se lo lamía y chupaba con esmero. Lo estrangularía si no fuera por que le tenía casi tanto miedo como a su hijo.
-Joder abuela, tienes un coño de puta madre. Lo que debía disfrutar el abuelo follándote, ¿eh?
 Aurora obvió su comentario absorta como estaba en sus propios y negros pensamientos.
-Me voy a correr dentro abuela, te voy a llenar de semen. ¿Te imaginas que te preño?
 Y encima gilipollas. El idiota se cree gracioso. Por suerte para ella la tortura no duró demasiado. Su nieto no tardó mucho en correrse y acto seguido se tumbó junto a ella.
-¿Te ha gustado abuela? Menudo polvo te he echado ¿eh? ¿Te has corrido mucho?
-Vete a la mierda.
-¿Es una insinuación para que te de por el culo, abuela?
 Esta vez Aurora no se atrevió a replicar. Sabía por experiencia que era mejor cerrar la boca y abrir las piernas. En este caso las piernas ya las tenía abiertas mientras la mano de su nieto hurgaba entre ellas. Su dedo se deslizó hasta encontrar su ano, lo que hizo que se pusiera tensa. Garse era un auténtico cabrón. Sería capaz de follarla por el culo solo por fastidiarla. Por suerte para ella se apartó, se bajó de la cama y abandono la habitación. Al menos esa noche dormiría tranquila.
– · –
Al otro lado de la pared de su cabecera se encontraba Elise. También ella miraba el techo tumbada en su cama, absorta en sus pensamientos. Su hijo había intentado violarla en varias ocasiones desde que el matrimonio Brucel abandonara la mansión. La mayoría de ellas con éxito para Lesmo, su hijo. Ahora con el retorno de los Brucel las cosas habían mejorado mínimamente. Madre e hijo habían alcanzado un acuerdo por el cual Lesmo no utilizaría la violencia física a cambio de dejarse follar por él sin oposición, tal y como estaba haciendo en este preciso momento.
Sus manos asían las barras de la cabecera de la cama mientras Lesmo disfrutaba con sus tetas y su boca. La cadera de Lesmo golpeaba sus últimos estertores contra ella llenando su coño de semen, como ya era habitual cada noche.
Su marido, conocedor de las costumbres de su hijo, no solo no desaprobaba el acto filial sino que se sentía orgulloso de su zagal e instaba a su mujer a que fuera más animosa con el muchacho, algo que Elise odiaba sobremanera.
A diferencia de Garse, cuando Lesmo terminó de correrse, no se apartó a un lado sino que se quedó tendido sobre ella utilizándola de colchón. Elise le empujó hacia un lado y le exhortó para que abandonara su cama, cosa que hizo a regañadientes. Quizás pudiera dormir algo antes de que su marido llegara aquella noche.
– · –
En una habitación contigua Bethelyn, al igual que las anteriores, también se encontraba boca arriba y con las piernas abiertas pero a diferencia de ellas sí disfrutaba con el hombre que se estaba corriendo entre sus piernas. Era la tercera o cuarta noche que acudía a su amante, Ernest el jardinero, que tantos problemas le causo indirectamente. Ahora las cosas habían cambiado mucho. Tenía el consentimiento de su marido para follar con él cuantas veces quisiera y desde hacía varias noches acudía al dormitorio de su amado donde conseguía dormir plena y feliz en mucho tiempo.
– · –
En las afueras de la mansión, Eduard acababa de llegar de un largo viaje desde la capital. Volvía con varios de sus criados como tantas veces. Mientras ellos se ocupaban de alojar los caballos, el coche, así como el resto de enseres, él se retiró a su alcoba donde siempre encontraba a su mujer dormida. En esta ocasión, al llegar a su dormitorio lo encontró vacío. Bethelyn no estaba allí y supo porqué, peor aun, supo con quién. Ernest se la estaba follando de nuevo.
 
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Se moría de rabia imaginando al jardinero montando a su mujer. Metiéndole su polla una y otra vez, corriéndose dentro, amasando sus tetas, comiéndole la boca. Ella le chuparía la polla y los huevos, se tragaría su semen.

Se sentó en la cama con la cabeza entre las manos, derrotado. La culpa había sido suya, él había propiciado la espantada de su mujer. Todo por culpa de su absorbente trabajo y el desgraciado desliz con Berta.
Metió una mano en uno de sus bolsillos y sacó unas bragas, las miró durante un buen rato, se levantó y abandonó la habitación.
– · –
Berta aun estaba despierta cuando su padre entró en su dormitorio. Leía un libro en la cama bajo la luz de una vela y se sorprendió al verle.
-¿Qué haces en mi habitación a estas horas?
-Me llevé tus bragas el día que tu madre nos pilló. Venía a devolvértelas.
-¿Ah sí?, no hacía falta que te dieras tanta prisa…
-No quería que pensaras que me las quería quedar.
-Ni tan siquiera sabía que las tenías.
Eduard se quedó parado delante de Berta que aun no había cerrado el libro a la espera de que su padre se largara de la misma manera que había venido. Daba vueltas a las bragas entre sus manos con la vista fija en el suelo.
-Tu madre no está en su dormitorio.
-¿Ah no?
-Y la cama esta sin deshacer. No ha dormido en esa cama en toda la noche.

-Ya, entiendo. –comentó impaciente.

-Tenía muchas ganas de… de estar con ella. Y así de paso… limar asperezas.
Berta se ruborizó y guardó silencio. Era el tipo de conversaciones que la incomodaban.
-Apostaría algo a que estará follando con ése.
-¿Cómo? Ah, sí bueno, la verdad papá… -Berta se revolvió en la cama inquieta. –últimamente mamá ha pasado mucho por el dormitorio de “ése”.
-La culpa es mía, joder.
Se sentó en el borde de la cama de su hija y hundió la cabeza en sus manos. Berta cerró el libro y apoyó la mano en su hombro.
-Bueno, no te lo tomes muy a pecho. Mamá está resentida contigo… bueno con nosotros. Quizás lo hace más por venganza que por deseo. Seguro que con el tiempo las cosas vuelven a ser como antes.
-Tu madre ya follaba con Ernest desde mucho antes.
-Quiero decir…
-Ya sé lo que quieres decir pero tu madre no va a desaprovechar la ocasión de follar con él cuando le venga en gana ahora que puede hacerlo con mi consentimiento, aunque sea forzado.
Berta se sentó junto a su padre y le pasó el brazo por el hombro con compasión. Era como abrazar una vaca gigante. Eduard miró a su hija con ternura. El canalillo de su camisón dejaba al descubierto gran parte de su anatomía. Las tetas de su hija parecían más grandes que la última vez, quizás por la tenue luz. Sea como fuere Berta se dio cuenta de la mirada de su padre y se tapó instintivamente.
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Se hizo un silencio embarazoso entre los 2. Eduard bajó la cabeza al captar la reacción de su hija. Berta, azorada, empezó a sentir que el camisón tapaba menos de lo que debía. La presencia de su padre se le hacía cada vez más incómoda. Le quitó el brazo del hombro.

-Papá, creo que deberías irte.
-¿Me haces una paja?
-¿Qué? ¿Para eso has venido aquí?
-Vamos hija, ¿Qué te cuesta? Tu madre no está en su dormitorio y llevo varios días sin…
-Cállate, joder que asco. Eres mi padre.
-Mira como estoy. Llevo así varios días. No te estoy pidiendo nada del otro mundo.
Eduard se señaló el bulto de su entrepierna a lo que Berta respondió con una mueca de desagrado.
-Joder, papá, que cara más dura tienes. Que soy tu hija.
-Estoy así por tu culpa. Te dejé darme por el culo con aquella cosa. Y mientras lo hacías me hiciste una paja que me ha traído más problemas que satisfacciones. Tu madre se está follando a otro y yo no tengo quien me haga una miserable paja de mierda. Lo único que te estoy pidiendo es que me menees la polla como lo hiciste la otra vez.
Iba a abofetear a su padre pero detuvo su mano. No quería verle por más tiempo en su habitación. Levantó el dedo índice frente a su cara.
-Siento mucho todo lo que ha pasado pero debes entender… las cosas a veces… ¡Joder papá, vete de mi cuarto de una vez!
Eduard no protestó más. Se levanto y se fue hacía la puerta en silencio cabizbajo. Berta le vio alejarse paso a paso, derrotado. Un toro bravo, toreado, estocado y rendido.
-Espera, espera un poco. –tomó aire. –te hago una paja.
– · –
 

Eduard estaba tumbado en la cama de Berta, desnudo y con las piernas semiabiertas. Su hija estaba sentada en el borde de la cama con la mirada fija en la polla de su padre. Su mano subía y bajaba frenéticamente a lo largo de aquel pollón.

Pero Eduard no conseguía relajarse. Aquella paja no estaba resultando como él esperaba, nada que ver con la paja que le hizo el día que su mujer les pilló. El ambiente era frío y tenso. Se encontraba ridículo desnudo frente a su hija.
Berta se esmeraba en su trabajo manual, tanto que había conseguido mantener la polla de su padre dura como una roca, sin embargo el orgasmo no tenía visos de aparecer pronto. Su frente estaba perlada de sudor y ya había cambiado varias veces de mano debido al cansancio.
-Joder papá, ¿te vas a correr o qué?
-No sé que pasa. Te juro que estoy a mil pero…
-Pero ¿qué?, ¿no pensarás que me voy a tirar así toda la noche?
Eduard se pasó la lengua por los labios resecos.
-Enséñame las tetas.
Berta paró de meneársela en seco.
-Sí hombre, ni lo sueñes.
-Anda mujer, si ya te las he visto antes. Venga.
-Se te está olvidando que soy tu hija…
-Y yo tu padre, aquel al que se la metiste por el culo.
Se quedó callada con los labios apretados. Su padre tenía razón, pero eso no quitaba el hecho de que era un cerdo.
Con cara de hastío y vergüenza dejó caer su camisón por los hombros a la vez que continuaba su tarea masturbatoria. Su padre agrandó los ojos cuando vio aparecer aquel manzanal por encima del camisón.
La cosa estaba mejorando, podía sentirlo en el sudor y la respiración de su padre. De repente una manaza se posó en una de sus tetas. Berta dio un respingo y la apartó de un manotazo.
-¿Pero que coño haces?
-Joder Berta, solo quiero tocarte un poco, nada más.
-Te estoy haciendo una paja y te enseño las tetas, confórmate con eso y no me metas mano.
-No te meto mano, solo te toco un poco. Joder que solo es una caricia.
Berta siguió pajeándole con la esperanza de que el orgasmo llegase cuanto antes pero de nuevo la mano de su padre se posó sobre su teta. Esta vez no intentó quitarla, más le valía a su padre correrse de una puñetera vez.
Pero pasaba el tiempo y su padre no se corría pese a que sudaba y respiraba como un jabalí a la carrera. Y lo peor de todo era que ahora su padre le sobaba sus tetas con ambas manos sin el menor disimulo.
Continuaba pasando el tiempo y Berta se ponía cada vez más nerviosa. La polla de su padre era enorme, dura, venosa y él no solo le sobaba las tetas si no que además se las estaba lamiendo. Chupaba y pellizcaba sus pezones mientras le sobaba todo el cuerpo con sus manazas. En una determinada ocasión una de las manos de su padre se coló bajo el camisón hasta palpar sus bragas.
-¡Basta!
-¿Qué?
-Ya está bien. Deja de meterme mano.
-Pero hija, ya estoy casi a punto. Vamos, no pares.
-Llevas diciendo eso toda la noche.
-Pero es que es verdad, vamos no pares, y sóbame los huevos con la otra mano, anda.
Berta soltó un bufido y continuó con la paja de su padre. Eduard por su parte volvió a meter la mano entre sus piernas y acarició las bragas de su hija haciendo caso omiso de sus quejas. La polla de su padre tenía el glande empapado de fluido seminal. Berta aplicó el lubricante por todo el mástil. Su mano recorría su polla en toda su extensión mientras acariciaba sus testículos con la otra.
 
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Minutos después por fin aquella polla soltó su carga. Un volcán de carne escupiendo grandes cantidades de semen. Era evidente que su padre llevaba mucho tiempo sin descargar sus pelotas. Las sostuvo en su mano, absorta en su tamaño. Su mano apenas podía abarcar sus grandes huevos velludos. Se encontró abstraída en la polla y los huevos de su padre con la respiración irregular y acelerada por el cansancio. Pese a todo no podía evitar reconocer con cierto orgullo la hermosura y el tamaño de su miembro y sus genitales a los que seguía masturbando y acariciando lentamente. Sin saber porqué se encontró excitada, caliente. Giró la cabeza y vio la causa de ello. La mano de su padre se ocultaba entre sus bragas.

Sin saber en que momento había ocurrido, uno de sus dedos, grandes como pepinos, se había introducido en su coño y llevaba un buen rato a masturbándola.
-¿Pero que coño haces?
Su padre no contestó. Berta le miró con horror y desconcierto antes de cerrar los ojos con fuerza, arrugar la frente y echar la cabeza para atrás.
-Jod-der…, jod–der…, serás cab-brón. –gimió de placer.
Comenzó a mover las caderas al compás de la mano de su padre. Abrió los ojos y los fijó en la polla que aun contenía su mano. Se agacho hacia ella y se la metió en la boca. Se la chupó mientras le masajeaba las pelotas cada vez más excitada por la paja que le hacia su padre hasta que en un determinado momento se separó de la polla, empujó la mano de su padre fuera de su coño y se deshizo de sus bragas y del camisón anudado en su cintura.
Eduard vio a Berta colocarse a horcajadas sobre él, completamente desnuda. Se colocó la polla en la entrada del coño y descendió por ella con suavidad. Era la segunda vez que Eduard veía desaparecer su polla en aquel coño, un coño grande como el de su mujer y su madre.
Berta pasó del trote al galope en poco tiempo. Hundía sus dedos entre el vello pectoral de su padre. Sus uñas se clavaban cada vez con más fuerza cuanto más excitada estaba. Los gemidos de ella eran cada vez más sonoros.
Eduard estaba pletórico, sus manos no descansaban un momento. Amasaban las tetas y el culo de su hija sin cesar. Tanteó su ano con la yema de un dedo mientras lamía sus pezones. Notó como se contraía con cada envestida.
Mientras tanto Berta arañaba su piel como una gata mientras gritaba como una diablesa. La cama se movía debido a las envestidas de la fémina que galopaba a su padre como una posesa.
-¡Así, así! –Gritaba –ya casi estoy.
Su padre no sabía si sentía más dolor por los arañazos de su hija o placer de la follada que le estaba dando pero estaba apunto de alcanzar el cielo otra vez, un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar junto con la correspondiente descarga de semen.
-Yo también me voy a… correr. –balbuceó Eduard, que había apoyado la cabeza hacia atrás en la cabecera de la cama con los ojos cerrados, mientras manoseaba el culo y el ano de Berta.
-¿Qué?
-Me… corro…
-¿Te vas a correr ya?
-Sssssssí…
La hostia que recibió Eduard casi le parte la cabeza en dos.
Abrió los ojos asustado y miró hacia los lados esperando encontrar algún hombre escondido bajo la cama. Su polla seguía dura como una roca pero del susto, y sobretodo de la hostia, se le había cortado el orgasmo de golpe.
El oído le pitaba y tenía un lado de la cara insensible con evidentes indicios de enrojecimiento. Sin embargo Berta, ajena a los pensamientos de su padre, seguía galopando y gritando como una loca como si tal cosa. Su coño tragaba y escupía su polla sin cesar, sus tetas continuaban botando frente a su cara arriba y abajo y su culo, que aun estaba entre sus manos, se tensaba con cada sacudida.
 
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Sin embargo, ahora sus uñas se clavaban como agujas en los pezones de su padre que aguantaba el dolor como podía. Las lágrimas asomaban a sus ojos y los mocos le colgaban de la nariz.

-¿Te vas a correr? –preguntó Berta entre gemido y gemido.
“No me atrevo”. Estuvo a punto de contestar Eduard.
En su lugar sujetó las muñecas de su hija y apartó sus manos llenas de uñas de su cuerpo malherido, liberando así su pecho del mortífero ataque gatuno. Miró a su princesa con enorme desconcierto que seguía botando sobre su polla. “Sal del cuerpo de mi hija seas quien seas”.
Para su asombro, Berta aumentó sus embestidas todavía más fuertes. Su boca, abierta en toda su extensión, lanzaba gritos cuyo sonido ya no se limitaba a la intimidad del cuarto aunque, por suerte, tuvo el decoro de pegar la boca al cuello de su padre en un beso vampírico ahogando con ello la mayoría de sus decibelios. La loca había alcanzado el clímax por fin.
“¿Así será como se corren las perturbadas en los manicomios?” Pensó Eduard.
Berta se estiró, dio los últimos latigazos a su cuerpo y se dejó caer sobre su padre como una hierva recién cortada por la raíz. Feliz, satisfecha, plena.
-Ahora ya te puedes correr. –susurró.
Eduard no se movió durante un buen rato intentando analizar lo que había pasado esa noche. Era la segunda vez que Berta le jodía bien jodido.
En mitad de sus cavilaciones Berta descabalgó su polla, se tumbó y se giró de espaldas a él dispuesta a dormirse. Eduard, frustrado por el polvo a medio terminar no quiso insistir en acabarlo así que la imitó metiéndose entre las sabanas con resignación. Por hoy ya había tenido suficiente jodienda.
-¿Qué haces?
-¿Cómo que qué hago? Pues dormir, como tú.
-Pero no en mi cama, lárgate.
-Pero…, pero…
-Ya te he dado más de lo que querías. Has venido a que te hiciera una paja y has terminado follando conmigo. No pretendas además plantar tu culo en mi cama.
-Está bien. –refunfuñó a regañadientes mientras salía de la cama dando manotazos a las sábanas. –espero que mañana estés de mejor humor para follar.
Berta dio un respingo y se encaró a su padre.
-De eso ni hablar. No soy tu puta que te espera con las piernas abiertas.
-Pero… yo pensaba que te había gustado lo de hoy.
Berta entrecerró los ojos, tomó aire y levantó el dedo índice.
-Por alguna extraña razón, que no llego a entender, siento cierta atracción hacia tu polla y tus pelotas, sí, y además me he corrido como pocas veces en mi vida pero, si alguna vez decidiera repetir contigo, cosa altamente improbable, ya te lo haría saber en su momento. Hasta entonces no vuelvas a entrar aquí sin mi permiso.
Berta se volvió a tumbar dándole la espalda. “Joder con la chiflada”. Pensó Eduard mientras recogía su ropa del suelo y murmuraba por lo bajo.
Antes de abandonar la habitación vio las bragas de Berta caídas en el suelo, las recogió, se las llevó a la nariz y se limpió los mocos con ellas. Después las echó sobre la cama. Si había suerte, su hija se las pondría y a lo mejor se le quedaban pegadas al coño a la hija de la gran puta.
– · –
Cuando Eduard entró en su dormitorio encontró a Bethelyn acostada y dormida. Evidentemente había abandonado el dormitorio de Ernest antes de que la mujer de éste, la cocinera que había acompañado a Eduard durante su viaje a la capital, los pillara in fraganti.
Se acostó sigilosamente a su lado y se durmió intranquilo pensando en la puta de su mujer y la zorra de su hija.
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
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Relato erótico: La orquídea y el escorpión 2 (POR MARTINA LEMMI)

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SOMETIENDO 4
Al llegar a casa al atardecer, pasé casi sin saludar a mis padres con rumbo hacia mi habitación.  Me preguntaron algo 2acerca de cómo había estado mi día y no sé qué contesté.  Me encerré en mi habitación y me dejé caer en la cama sintiéndome terriblemente baja… y sucia.  Yo, Luciana Verón, estudiante siempre brillante y de personalidad segura y bien formada, había sido degradada al punto de sentirme la peor basura del mundo y todo había sido obra de una muchachita rubia con aires de engreída… Las sensaciones se encontraban y chocaban, tanto que en algún momento lloré… pero también en algún momento me toqué, me acaricié el sexo mientras a mi mente acudía el recuerdo de cada una de las escenas vividas en el buffet y en baño de la facultad.  Reconstruí todo mentalmente mil veces porque hasta tenía temor de olvidarme de algún detalle con el correr de las horas… ¿Y qué habría sido de Tamara?  No la vi al irme; claro, yo no asistí la clase que aún nos quedaba y quizás ella sí lo hizo… o tal vez no; ignoro qué tan turbada pudiese estar ella ante lo que había presenciado.
          Permanecí en la habitación hasta asegurarme de que ya no había movimientos en la casa; mi madre me llamó a cenar, pero le dije que no me sentía bien… Se preocupó, obviamente, como toda madre, pero le dije que ya se me pasaría, que cenaran sin mí y que yo vería después cómo me las arreglaba.  Ya era más de medianoche cuando me cercioré de que nadie estaba aún levantado y salí finalmente del cuarto.  Lo primero que hice fue darme una ducha…y debo admitir con vergüenza que el hecho de hacerlo era una necesidad (ese día había sido orinada nada menos) pero al mismo tiempo sentía pena porque no quería eliminar de mi cuerpo los vestigios que pudiesen quedar de la meada que Loana me había propinado, como si se tratase de haber sido rociada con el néctar de una diosa… Una vez duchada me dirigí hacia la cocina… Estaba a punto de abrir la heladera para rescatar algo, pero la verdad era que no tenía hambre… Tantas sensaciones nuevas vividas en un solo día me habían cerrado el estómago… En lugar de ello fui a buscar mi notebook; entré otra vez a ver el facebook de Loana, ése que se me presentaba inaccesible y sin poder ver nada de lo que en él había.  Me quedé subyugada con la única foto que podía ver, es decir la del perfil.  Sólo se veían su rostro y tórax, aparentemente sentada y acodada en algún lado, luciendo ese aire orgulloso y diríase despreciativo que era tan característico en ella.  Guardé la foto como archivo en mi notebook y, más aún, la puse como fondo de pantalla… Ello aumentaba la sensación de sentirme vigilada, controlada y poseída… Realmente no podía pensar en otra cosa que no fuese en Loana: ¿en dónde estaría ahora? ¿en su casa tal vez? ¿haciendo qué? ¿estaría en su cama? ¿desvistiéndose para acostarse?  Dios… las imágenes se me venían a la mente y yo sólo quería estar allí, quzás preparando la cama o quitándole la ropa para luego permanecer toda la noche de rodillas junto a su lecho mientras ella dormía… ¡Qué pensamiento enfermo! ¿En qué me había convertido? ¿Adónde había ido a parar mi dignidad?
         Dirigí mi atención a la foto de portada que, sacando la de perfil, era lo único a lo que prácticamente podía yo tener acceso.  Si no había reparado más detenidamente en dicha foto antes, era porque no se trataba de ninguna imagen de ella, lo cual me había hecho, seguramente, perder interés.  De hecho, se trataba de una imagen con fondo blanco que era recorrida por una línea rugosa y serpenteante de derecha a izquierda.  Al clicar en la foto advertí algo de lo que antes no me había dado cuenta: no era otra cosa que la silueta de la cola de un escorpión y, por cierto, hacía acordar mucho al tatuaje que ella llevaba ascendiendo desde el empeine de su pie…  La lista de sus amigos permanecía oculta y ni siquiera me aparecía la indicación de que hubiera algunos en común… Nadie en absoluto, como si la vida de aquella muchacha transcurriera en otro mundo, en un universo inasible e inaccesible para mí…
          Me fui a la cama, no sin antes masturbarme pensando en los sucesos del día; tardé en dormirme, pues mi cabeza no hacía más que divagar en torno a Loana y a la naturaleza oculta que en mi persona había yo encontrado por obra de ella… El sueño me venció finalmente… No sé bien con qué soñé porque no lo retuve al despertar, pero no me extrañaría que lo hubiera hecho con aquella diosa rubia… y con escorpiones… y con orquídeas…
 
             Desperté con los nudillos de mi madre golpeteando contra la puerta.  Tanto ella como mi padre salían a trabajar en la mañana relativamente temprano y, seguramente, notaron que yo aún no lo había hecho siendo que en algún momento más debería partir hacia la facultad.  Miré el reloj y eran las ocho menos cuarto.
          “Lu… Lu… – repetía – se te hace tarde, nena.  ¿A qué hora cursás hoy?”
            Me restregué los ojos y me sacudí un poco la modorra… Era viernes y, por cierto, ese día, yo entraba algo más tarde que de costumbre, pero había una realidad… ¿podría ir a la facultad después de los sucesos del día anterior?, ¿estaba preparada para soportar las miradas, los comentarios y las burlas de todos?, ¿para encontrarme con Tamara y, peor aún, cruzarme con Loana? Y de ocurrir esto último, ¿cómo iba yo a comportarme?… O quizás la pregunta era más bien cómo DEBÍA comportarme…   La realidad era que yo no sabía cuál sería mi futuro con respecto a la vida universitaria pero por lo pronto lo que sí sabía es que ESE viernes no podía asistir… Por suerte después llegaría el fin de semana y eso ayudaría a poner un poco de distancia con lo sucedido… o al menos eso creía… Ilusa de mí…
             “No, mamá, no voy… a ir” – dije, a la vez que bostezaba.
             “Nena, ¿qué te pasa? ¿Se puede entrar?” – preguntó mi madre, obviamente cada vez más preocupada.
              Decidí que lo mejor era que me viera… y así supiera que, después de todo, lo que le pasaba a su hija no era para preocuparse o, al menos, no en la medida en que ella lo estaría haciendo.  Le abrí la puerta, hablamos un rato sentadas en la cama y le expliqué que había tenido mucho dolor de cabeza el día anterior y que necesitaba recuperarme… que pensaba que era mejor faltar el viernes y así recuperarme entre el sábado y el domingo.  Me preguntó cien veces si tenía fiebre, tantas como apoyó el canto de su mano contra mi frente y, al cerciorarse de que no era así, insistió también varias veces en si yo no tendría baja presión o algo así… Busqué tranquilizarla de todos los modos posibles, diciéndole que ya me sentía mucho mejor pero que sólo pensaba que si asistía a clase, el tener que fijar la vista, prestar atención, etc., iban a hacer que no lograse una absoluta recuperación.  Demás está decir que me dijo cien veces que llamara al médico y que la pusiera al tanto si me sentía mal durante el día; a todo contesté como tratando de no darle importancia al asunto.  Lo que quería era que se marchara a su trabajo lo antes posible y, siendo la hora que era, ya seguramente mi padre lo habría hecho, con lo cual me quedaría sola en la casa, situación más que ideal para evaluar lo vivido en la víspera.  Se marchó finalmente…
 
 
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Tomé el celular y envié un mensaje de texto a Tamara para avisarle que no iba, dado que solíamos encontrarnos en un punto determinado, a pocas calles de la facultad.  No me lo contestó… extraño en ella, por cierto… Pero, en fin, no tenía forma de imaginar qué estaría pasando por la cabeza de ella… Sobre la noche le envié otro preguntando si había ido a clase, pero tampoco me lo contestó…

         Si mi esperanza era que entre el viernes, el sábado y el domingo se iban a alejar de mi cabeza los pensamientos y sensaciones que me atormentaban, fue quedando en claro que me equivocaba a medida que los días fueron pasando.  Pasé un fin de semana casi de autorreclusión.  Un par de ex compañeras del colegio vinieron a visitarme, pero fue lo mismo que si no hubieran venido, tal el estado ausente y abstraído en que yo me encontraba.  Más sobre la noche recibí la vista de Franco, un muchacho que me andaba revoloteando alrededor desde hacía tiempo y con quien compartíamos, esporádicamente, alguna que otra salida pero sin título de noviazgo.  Tampoco eso ayudó a que me despejara; él, por supuesto, no es ningún tonto y me notó extraña… pero a la larga desistió de tratar de entender lo que me pasaba o, tal vez, se fue con la idea de que estaría atravesando uno de los clásicos procesos de confusión sentimental.  Pero como no éramos novios y él bien lo sabía, tampoco insistió demasiado al respecto.
        El domingo fue otro día de “ausencia” por mi parte; no había nada que me distrajera y los intentos por hacer las actividades de la facultad fueron en vano, como también el de ver una película, la cual abandoné a la mitad por mi poca capacidad de concentración.  Lo que más me angustiaba era que se acercaba el lunes y no sabía bien qué iba a pasar al día siguiente ni cómo debería actuar yo…
          Lunes… Para muchos el día más odiado de la semana; para mí nunca lo había sido demasiado pero ese lunes en particular aparecía cargado de dudas e inseguridades.  Faltar a clase un día más era un despropósito y definitivamente lograría que mis padres se preocuparan en serio, lo cual no resultaría productivo.  Tomé el colectivo como lo hacía siempre y mi estado era tal que cada vez que veía una mujer rubia algo me sacudía por dentro, como si la imagen de Loana estuviera sobrevolándome permanentemente.  De todas formas, por alguna razón, me resultaba difícil imaginar a Loana viajando en un transporte público.  Traté de pensar en otras cosas: puse algo de música en mi ipod y eché un vistazo a los apuntes como para reubicarme en el tema de la clase del día pero… una vez más, nada funcionó.  Me bajé a unas cinco cuadras de la facultad como siempre lo hacía y caminé hasta llegar a la esquina en la cual siempre me encontraba con Tamara, quien llegaba al lugar en otra línea de colectivos.  No habíamos quedado particularmente en nada y, a decir verdad, yo no le había enviado más mensajes después de que no me contestara los del viernes.  La esperé unos veinte minutos y no apareció, con lo cual decidí encaminarme hacia la facultad o bien llegaría tarde a clase.  ¿Estaría Tami decepcionada conmigo?  ¿Tan duramente me juzgaría mi amiga por la actitud sumisa y carente de autoestima que yo había exhibido en el buffet aquel día?
           Llegué al predio y recorrí el parque en dirección al aula magna con el corazón palpitándome a mil.  Es que apenas estuve en el lugar, empezaron a escudriñarme las miradas de aquellos que, seguramente, habían presenciado todo lo ocurrido el jueves.  Aunque yo no podía oír una sola palabra de lo que decían, era evidente que cuchicheaban entre sí y que hablaban de mí… y aquellos que quizás no hubieran sido testigos de lo que Loana me había hecho, estarían seguramente siendo puestos al corriente por aquellos que sí lo habían sido.  A medida que me iba acercando al recinto del aula, las miradas eran cada vez más… Noté sonrisas y algunas risotadas, pero estaba tan paranoica que no podía determinar si yo era el único y real motivo de las mismas… Posiblemente lo fuera en parte… Y en buena parte… Yo, de todos modos, bajé siempre la vista con vergüenza… Me fue inevitable, sin embargo, mirar de reojo hacia el lugar en el que siempre solía estar ubicada Loana; el corazón, por supuesto, latía en mi pecho con más fuerza que nunca.  Y, en efecto, la diosa rubia allí estaba… Situación típica, como si su rutina nunca se hubiera visto alterada, como si lo ocurrido el jueves sólo hubiera sido un incidente menor tras habérsele interpuesto en su camino una larva, un insecto insignificante sin ninguna consecuencia para la marcha de una diosa inmaculada e incorruptible como era ella.  Esta vez, al verla, ocurrió en mí el efecto inverso al que me había provocado en las anteriores oportunidades.  No pude quedarme con la vista clavada en ella aun cuando se me hiciera difícil, sino que bajé la vista avergonzada y hasta rogué que no me viera… Por suerte (y como parecía norma) no me advirtió en absoluto al parecer…
         Entré presurosa al aula saltando los escalones de dos en dos, como si quisiera refugiarme de las miradas de todos cuando la realidad era que en un momento más el lugar estaría atestado de todos aquellos que afuera aguardaban… la propia Loana incluida.  Me senté y estaba casi sola… apenas unos pocos estudiantes más desparramados por el inmenso anfiteatro que daba, de ese modo, apariencia de vacío.  En un momento entró el profesor y, casi de inmediato, el sitio comenzó a inundarse con la presencia de la estudiantina.  A medida que se iban ubicando, yo bajaba la vista y fingía estar viendo mis apuntes al solo efecto de no tener que mirarles a la cara: una mezcla de vergüenza y terror inundaba todo mi ser.  Sin embargo, la sorpresa fue que, si bien los cuchicheos, los rostros y los gestos de burla siguieron presentes, esta vez, a diferencia de lo que había ocurrido tantas veces antes, había muchos que me saludaban.  De algún modo extraño y casi enfermo, lo ocurrido con Loana me había introducido finalmente en el ámbito universitario.  Quizás para los demás yo era un energúmeno, una basura, un ser muy bajo… pero al menos era todas esas cosas… era algo; me veo tentada a decir que eso constituía un progreso para mí pero sé que corro el riesgo de que el lector deje de leerme por considerarme una enferma psicótica…
           Pero el momento clave fue, por supuesto, el ingreso de Loana… Las piernas comenzaron a temblarme y no exagero si digo que estuve a punto de hacerme pis encima.  Instintivamente bajé la vista hacia los apuntes, lo cual constituía más un gesto reflejo que algo necesario porque lo cierto era que la soberbia rubia pasaría caminando con su orgulloso paso como mucho a unos diez metros de donde yo estaba y, habiendo tanta cantidad de gente y teniendo en cuenta además su conducta habitual, era prácticamente imposible que reparase en mí.  Como era usual en ella, lucía vestido corto (difícil era creer que utilizara atuendo capaz de dejar oculto el tatuaje de la orquídea), sólo que esta vez de un color salmón; detrás de ella marchaba el habitual séquito de seguidores y obsecuentes: creo que mi desprecio hacia ellos rezumaba más bien una fuerte sensación de envidia.  Sin embargo, se me ocurrió pensar en ese momento si alguno de todos ellos habría sido meado por la magnífica rubia… y extrañamente… sonreí, como si hubiera sacado alguna ventaja sobre ellos.  ¡Por Dios! ¡Qué pensamiento más denigrante el mío!  Cada vez me sorprendía más la pseudo criatura aborrecible en que me estaba convirtiendo…
 


4Por suerte Loana se ubicó lejós de mí y eso hizo que incluso levantara algo más decididamente la vista hacia ella.  En ese mismo momento escuché una voz femenina contra mi oído izquierdo:

          “Qué momento, ¿no?”
           Sorprendida, giré la cabeza lentamente para descubrir que quien me hablaba era una muchacha simpática y bonita aunque algo regordeta a quien yo había visto varias veces por allí, pero con la cual jamás me había hablado.  Estaba ubicada detrás de mí, en la fila inmediatamente superior del anfiteatro.
           “¿Perdón…?” – inquirí, como fingiendo no entender o tal vez directamente no entendiendo ya que no sabía específicamente a qué se refería, si bien lo más probable era que fuese algo relacionado con Loana.
            La chica se sonrió de oreja a oreja.
            “Loana… – aclaró, confirmando lo que yo suponía –, qué momento te hizo pasar el otro día, ¿no?”
           Bajé la cabeza avergonzada y, al parecer, ella lo notó…
           “No te sientas mal – me dijo, con tono misericordioso -.  Es el estilo de Loana… nadie va a cambiarla, jaja”
            En ese momento la clase comenzó.  Honestamente no tengo idea de sobre qué giró.  Por momentos yo ni siquiera estaba tomando apuntes sino que más bien garabateaba con la lapicera sobre el papel.  Dibujos aleatorios y anárquicos, sin sentido.
            A la hora, el profesor decidió hacer un alto, un pequeño recreo.  Y la muchacha regordeta volvió a hablarme:
           “ Se ve que te dejó mal” – me dijo.
           Giré la cabeza y levanté la vista hacia ella sin entender del todo.
           “Loana… – aclaró -. Se nota que te dejó mal” – señaló con su dedo índice hacia los dibujos que yo había estado garabateando sobre el papel.
            Bajé la vista, los miré, me encogí de hombros.
          “Hmmm… no te entiendo” – le dije.
            Esta vez la joven, más que sonreír, soltó una pequeña risa.
           “Estuviste dibujando todo el tiempo una orquídea y un escorpión” – apostilló.
             El comentario me hizo dar un respingo como si me hubieran apoyado un cuchillo de hielo en la base de la espalda.  Bajé una vez más los ojos y agucé la visión para descubrir que… ¡la chica tenía razón!  Lo que hasta un momento atrás eran sólo trazos sin sentido, al hacer una visión global del conjunto daba claramente formas que se asemejaban mucho a los pétalos y al tallo de una orquídea así como al cuerpo de un escorpión… ¡Y yo ni siquiera me había dado cuenta!  Yo que tanta fascinación tenía por los testes de Rorschach y por la interpretación de los dibujos infantiles… Y de pronto era mi propio inconciente el que estaba siendo develado por una compañera de estudios a quien ni siquiera conocía.  Supongo que debo haber quedado mirando los dibujos con una expresión estúpida y con el labio inferior caído.  La joven volvió a hablarme:
             “No te preocupes – adoptó un tono tranquilizador -.  Loana tiene una personalidad muy fuerte y no te sientas mal por haber caído bajo su influjo”
             Más que tranquilizarme, sus palabras me mortificaron aun más.  La chica se me presentó: se llamaba Alejandra.
             “¿Y le pediste disculpas después de lo del otro día? – me inquirió en un momento.
             Me sentí perdida.  Recapitulé a velocidad supersónica los pormenores del episodio del jueves y, en efecto, recalé en el hecho de que en ningún momento me había disculpado.  En parte, claro, eso había sido porque Loana tampoco me dejó hacerlo.  Cada vez que yo empezaba a tratar de emitir alguna palabra llegaba alguna orden, algún cachetazo o alguna humillación indecible.  La verdad era que no había pensado en eso.  El carácter profundamente denigrante de los castigos que había recibido parecían eximir de cualquier pedido de disculpas.

             “Yo que vos lo haría” – me dijo Alejandra; sonrió y se levantó de su asiento para dirigirse al exterior del aula.

              Me quedé pensando sobre el asunto.  Lo que ella había dicho era absolutamente válido.  Resultaba inconcebible no haber pedido disculpas formalmente después de haberle derramado la gaseosa encima.  Pero por otra parte, con todas las humillaciones degradantes a que me había visto sometida por Loana, ¿no era el pedido de disculpas en tal contexto una humillación más?  Presa de tales cavilaciones, me dirigí fuera del aula magna, saliendo al parque en el cual los estudiantes disfrutaban de su recreo.  Caminé buscando con la vista el sitio en el cual siempre se solía sentar Loana… y allí estaba.  La imagen de siempre: sólo ella sentada y un grupito de chicos y chicas de pie congregados a su alrededor.  Me detuve en seco; tragué saliva.  ¿Sería capaz de abrirme paso hacia ella para pedirle humildemente mis disculpas por lo ocurrido? ¿Yo? ¿Acercarme a Loana por propia iniciativa?  No sé de dónde saqué coraje verdaderamente.  Tragué aire, hinché el pecho y caminé a paso decidido hacia el semicírculo de estudiantes que se formaba en torno a ella.  Pasé entre ellos y, súbitamente, me encontré frente a la diosa rubia.  Me miró con algo de sorpresa, pero a la vez con cierto desprecio y un deje de indiferencia, como si un insecto hubiera importunado su desayuno al aire libre.
               “Lo… ana – comencé a decir, tartamudeando aun a pesar de los grandes esfuerzos que hacía por hablar segura -.  Quería… pedirte mis humildes disculpas por el momento que te hice pasar el jueves… No fue mi intención derramar… la gaseosa sobre tu vestido ni… sobre tu cuerpo…”
               Durante unos segundos me miró sin emitir palabra y con la misma indiferencia que venía exhibiendo.  En derredor nuestro, el grupo de testigos involuntarios de la escena estaba envuelto en un silencio que hasta erizaba la piel.  Loana revoleó un poco los ojos hacia arriba y luego hacia el costado; es decir, dejó de mirarme directamente.
              “Ponete de rodillas” – me ordenó.5
 Algunos rumores se elevaron del grupo.  Yo, una vez más, me sentía ensartada en mi dignidad por aquella arrogante muchacha.  Me puse blanca… pero por otra parte sabía que TENÍA que cumplir con lo que me había sido ordenado.  Así que, sin dudar más, me puse sobre mis rodillas, con lo cual mi rostro quedó a la altura de sus piernas al estar ella sentada… y ello hizo que quedara momentáneamente hipnotizada por la magnífica visión de la orquídea sobre su muslo.
             “En primer lugar – comenzó a explicar Loana sin volver a mirarme en ningún momento – no tenés por qué tutearme… Así que ahora vas a repetir tu pedido de disculpas como se debe..”
             Una nueva estocada contra mi dignidad.  Ella me tuteaba pero yo no podía hacerlo… yo le debía otro respeto y otra reverencia.  Tragué saliva y me aclaré la garganta.  Comencé a hablar nuevamente…
            “Quiero… pedirle mis disculpas…”
             “¡Más alto! – me interrumpió -. Así nadie te escucha, idiota”
             Otra estocada.  Las palabras de Loana evidenciaban que la intención era que no sólo ella me escuchara, sino que lo hicieran todos los que en el lugar se hallaban.  Al pensar después sobre el asunto, llegué a la conclusión de que ese tipo de método era un doble mecanismo para humillar a quienes ella consideraba inferiores, pero a la vez para mostrar poder ante los demás.  Volví a aclarar mi voz y comencé nuevamente:
           “Quiero pedirle humildes disculpas por el mal momento que pasó Usted el jueves.  Fui una estúpida y no tuve intención de derramar la gaseosa sobre su ropa y su cuerpo”
             Lo dije de corrido, sin pausa pero claramente.  Había logrado hablar sin  que mi voz saliera entrecortada.  Alcancé a oír el coro de rumores a mis espaldas y pude apreciar la sonrisa de satisfacción que se dibujó en los labios de Loana.  Seguramente el agregado mío acerca de mi estupidez le había gustado; volvió a mirarme, con aire complacido.
            “Besame los pies” – ordenó secamente.
              Definitivamente a Loana ninguna humillación de mi parte parecía terminar de conformarla; era como que siempre había lugar para alguna degradación más… Estábamos en el parque, a la vista de prácticamente todos los estudiantes de mi clase y algunos de otras comisiones… Y me estaba pidiendo que besara sus pies.
            Sin girar la cabeza eché un vistazo de reojo a un lado y luego al otro, comprobando que no sólo los chicos y chicas seguían allí, sino que se apreciaba a simple vista que se había congregado aun más gente, seguramente atraída por un nuevo espectáculo, en este caso al aire libre.  Las murmuraciones, por supuesto, iban en aumento… Me incliné hacia adelante; Loana estaba sentada, como solía hacerlo, de piernas cruzadas y besé, por lo tanto, en primer lugar, la punta de la sandalia del pie izquierdo, es decir el del escorpión… Y la imagen del arácnido ante mis ojos reavivó otra vez mi conciencia acerca de la situación a que me hallaba sometida.  Una vez más caía yo profundamente en el insondable foso que parecía no encontrar fondo… Luego de besar el pie izquierdo, apoyé las palmas de mis manos contra el suelo y bajé mi cabeza hasta que mis labios tocaron la sandalia del pie derecho, todo ello mientras escuchaba como el murmullo de voces seguía aumentando y se convertía ya en un coro de comentarios a viva voz; aun así, creo que era tal el estado en que yo me hallaba que no fui capaz de retener una sola palabra de las que pronunciaban…  Una vez hube cumplido con la orden de besar ambos pies me incorporé hasta volver a quedar con la espalda erguida pero seguía arrodillada.
           Loana asintió ligeramente en señal de aprobación, pero ya sin mirarme… Dirigió su atención a la cartera que, apoyada sobre la superficie del banco, tenía a su lado… y extrajo un atado de cigarrillos de la marca del camellito.  En ese momento llegó a mis oídos el sonido simultáneo de varios tipos buscando algo en sus bolsillos y supe que tenía que ser más rápida… Extraje del bolsillo trasero de mi pantalón mi encendedor y, avanzando sobre mis rodillas, lo puse frente a su cigarro.  Loana enarcó una ceja (una sola) e hizo un gesto satisfecho y aprobatorio.  Acercó su cigarrillo a la lumbre que yo le acercaba e inspiró profundamente la primera pitada.  Hasta el acto de dejar escapar el humo, lo hizo con su aire cargado de presuntuosidad y pedantería.  Yo, por mi parte, me sentía satisfecha porque les había ganado a todos en la carrera por darle fuego.
            “Muy bien taradita – aprobó la diosa rubia -.  Ahí tenés un trabajito para hacer de acá en más, a ver si redimís tu culpa… Cada vez que estemos en el parque te quiero cerca de mí para encender mi cigarrillo”
          No puedo describir la emoción que sentía por dentro.  La pérdida de la autoestima hasta niveles indecibles se batía a duelo en mi interior con una felicidad que me embriagaba.  ¡Dios! Jamás había sentido algo así en toda mi vida… Es que las palabras de Loana implicaban una sola cosa… que yo de allí en más ya no necesitaría excusas para estar cerca de ella… Ahora pertenecería a su “círculo”… con un rol no muy decoroso, por cierto: yo estaba para encenderle el cigarrillo mientras otros charlaban con ella; casi podría decirse que mi papel era el de ser la escoria del grupo… Pero eso poco me importaba en ese momento; durante días había buscado el acercamiento con aquella mujer increíble y ahora, de manera no prevista, se me había entregado una credencial para entrar en su círculo, para estar cerca de la diosa…
          En ese preciso instante recomenzó el desfile hacia el aula magna, señal de que el profesor retomaba la clase.  Loana, por supuesto, siguió incólume en su sitio, fumando su cigarrillo y hablando con algunos de quienes la rodeaban.  Yo, que en otro momento, hubiera ido hacia el aula apenas comenzaran a hacerlo los demás estudiantes, permanecí allí junto a ella… como sentía que debía hacerlo… y ya sé que al lector le debe costar entender esto… pero me sentí feliz en ese momento.
          Cuando Loana terminó con su cigarrillo, lo dejó caer y lo pisoteó con su sandalia (incluso a ese simple acto lo cargaba de sensualidad y altanería) y se puso de pie para encaminarse hacia la clase.  El resto lo fueron haciendo tras ella y yo, en último lugar, me incorporé para seguirlos también.  Ese día ingresé al aula magna siendo parte de ese séquito de obsecuentes a los que yo siempre veía con desprecio… y con envidia…
             Ese día me senté en el aula relativamente cerca de ella y así lo hice también en los siguientes.  Era como que yo me consideraba ya lo suficientemente apta para integrar el círculo de los que estaban más cerca de Loana.  No era que me ubicase junto a ella por supuesto; ello hubiera parecido una osadía y una desfachatez y, de algún modo, la propia Loana, con su actitud, daba a entender que sentarse junto a ella no podía ser para cualquiera.  Había algunos chicos que parecían tener más afinidad y se ubicaban a su lado pero noté, como lo venía advirtiendo ya antes, que nunca nadie se sentaba a menos de medio metro, como si hubiera que dejar forzosamente una cierta distancia libre a los efectos de no profanar el espacio de la diosa.  No daba la impresión de ser algo hablado o acordado, sino más bien tácito e implícito.  La mayoría de las veces Loana no necesitaba hablar para imponer su superioridad y su poder…
           Pero mis momentos de mayor éxtasis coincidían, paradójicamente, con los de mayor humillación.  Todos los días, en los recreos o en la antesala de alguna clase, me tenía Loana a mí arrodillada a su lado mientras los demás conversaban con ella… Esa sola situación me hacía ser quien más cerca estaba de su magnífica presencia, aun cuando esa cercanía no obedeciera a un motivo muy decoroso que digamos.  No importaba: cada vez que Loana amagaba a extraer un cigarro, yo estaba ya presta con el encendedor en mano; lo normal era que ella prendiese su cigarrillo sin siquiera dedicarme una mirada (mucho menos una palabra de agradecimiento) y continuara la plática con el resto… En general la charla giraba sobre lo que podría uno llamar frivolidades: salidas nocturnas, eventos del fin de semana, etc. ; jamás se trataba de algún tema académico o que hiciera a la carrera en sí.  Pero además de todo y ya desde mi segundo día de “servicio” se notó que Loana no me tenía sólo para encender su cigarrillo; ese mismo día (un martes) me ordenó que lustrase sus sandalias con mi lengua, de modo análogo  a como lo había hecho en el baño unos días atrás… y demás está decir que así lo hice: recorrí cada centímetro del calzado con la húmeda superficie de mi lengua y con especial afán me dediqué a suelas y tacos.  Todo ello ante la vista entre divertida y azorada (aunque cada vez más acostumbrada) de todo el mundo.  Yo había sido convertida en la peor mierda del planeta… Y sin embargo me sentía feliz.  Cada noche al regresar a mi casa no podía dejar de excitarme al recordar los momentos que durante el día de clase vivía… y por momentos me atacaba la angustia de extrañar a Loana…
 
6

La proximidad del fin de semana, normalmente celebrada y festejada, se convertía para mí en una frustración inminente porque sabía que eran días en que no vería a Loana y por lo tanto no podría servirla.  En mi cuarto día de sumisión a sus pies, ella me ordenó que apoyara mi mejilla contra el suelo y, una vez adoptada la posición exigida, pude sentir cómo apoyaba su pie sobre mi nuca, evidenciado ello en el punzante taco que parecía querer entrar en mi cerebelo.  Lo hacía, aparentemente, para descansar el pie… y mantuvo ese hábito durante casi todos los días siguientes: el día en que no lo hacía, yo me salía de mí misma por mi deseo de recordárselo o bien de ofrecérselo… pero no, no podía osar decirle a una diosa lo que tenía que hacer.  Un detalle: jamás Loana preguntó mi nombre y, obviamente, nunca me llamó por él… Las veces en que a mí aludía, utilizaba epítetos tales como “imbécil”, “idiota”“estúpida”, “tarada”, “retardada”, “infradotada”, etc.  Un día me llamó “putita” y yo sentí que me humedecía… Repitió también ese apelativo varias veces en días sucesivos.  Nunca Loana se iba a molestar en aprender mi nombre porque eso iría en contra del proceso de deshumanización a que me sometía: para ella yo era una cosa… un objeto… Y los objetos carecen de nombres propios…

           Extrañé, eso sí, y de manera enferma, la paliza, el dedo en el ano y la meada a que me había sometido en el baño el primer día.  ¿Habría posibilidad de que esas cosas se repitieran?  No sabía yo aún decirlo, pero además de eso tampoco sabía si temía que eso volviera a ocurrir o bien lo deseaba…
            En uno de esos días en que Loana tenía su pie sobre mí, yo permanecía con mi rostro en tierra, ladeado y, por lo tanto, disponiendo de alguna visión lateral.  Fue entonces cuando vi pasar, a unos veinte o treinta metros de distancia, a Tamara… Había reaparecido… Marchaba, como era su costumbre, presurosa a clase llevando sus carpetas y cuadernos de notas contra su pecho.  Pude ver cómo dirigió una mirada de soslayo hacia donde yo me encontraba y no llegué a determinar si su gesto fue de repulsión, de lástima o una mezcla de ambas.  Hacía ya más de una semana que faltaba a clase…
             Ese día, cuando entré al aula siguiendo, como siempre, a Loana y a su séquito, eché un vistazo hacia el lugar en el que típicamente Tami solía ubicarse… y allí estaba.  Se me cruzó por la cabeza la idea de ir a sentarme junto a ella, pero no… yo ahora pertenecía al círculo de Loana y, como tal, debía seguirla… Jamás la rubia me había dado una orden acerca de dónde debía ubicarme yo en el interior del anfiteatro, pero yo interpretaba que debía ser así y temía sobremanera que si resignaba o dejaba ese sitial de privilegio, algún otro u otra rápidamente lo ocuparía.  Lo lamenté por Tamara, pero me senté lejos de ella.
             Al finalizar la clase la vi retirarse; una vez más me dirigió una mirada que, esta vez, me pareció de indulgencia… y sin decir palabra ni hacerme gesto alguno se fue… Yo permanecí un momento más en el aula hasta que Loana decidió marcharse.  Varias veces tuve la tentación de seguir a la diosa, intrigada por  saber adónde iría, con quién lo haría o en qué transporte lo haría… pero me abstuve.  Podía ser un insulto, una profanación.  Por lo tanto, apenas abandonábamos el predio de la facultad yo hacía mi propio camino: esas pocas cuadras que me separaban de la parada del colectivo.  Y ese día no fue distinto, sólo que cuando apenas me había alejado una cuadra del predio universitario, escuché que alguien me chistaba; al principio pensé en algún mujeriego pero no, al girarme me encontré con mi amiga Tamara.
           “¿Qué tal? ¿Cómo estás?” – me dijo en un tono que no supe interpretar si era o no de ironía.
           “Tami…” – comencé a saludarla.
            “Parece que ahora te sentás entre los lameculos de Loana” – me espetó, extrañamente sin perder el tono amable en la pronunciación de las palabras, aun cuando las mismas fueran durísimas.
            “Gracias por el concepto – le contesté, buscando ser igualmente irónica -.  Quiero pensar que no viniste a hablar para agredirme”
             Tamara me guiñó un ojo, como indicándome que todo estaba bien.
            “Para nada, Lu… pero me parece que tenemos que hablar sobre todo esto que está pasando, ¿no?  No se te ve bien con el pie de esa rubia presumida arriba de tu mejilla”
             Desvié la mirada.  Verdaderamente no sabía qué decir, ni hasta qué punto las intenciones de Tamara eran de ayuda o de sarcasmo liso y llano.
            “Es tu elección desde ya – agregó -… pero la pregunta es… ¿es realmente tu elección? ¿O ya perdiste tu capacidad de decidir por cuenta propia?  Siempre me di cuenta que esa chica es una líder, pero…¿tanto poder puede haber conseguido sobre vos?”
             Yo seguía sin articular palabra.  ¿Qué iba a decirle?  ¿Que a pesar de las humillaciones que a diario vivía me sentía a gusto a los pies de aquella joven arrogante?  Claro, era lógico que Tami estuviera algo molesta por el hecho de que no me hubiera sentado junto a ella; lo único que se me ocurrió como para objetar algo fue un “pase de factura”.
             “Te estuve enviando mensajes el viernes y no me contestaste – dije -.  No fui yo la que buscó alejarse”
            “Sí, amor, los recibí… Y admito mis culpas… ¿Podemos hablar por un momento?  Tengo algo para mostrarte…”
 

Entramos a un café que había en esa misma esquina.  Apenas nos sentamos a una de las mesas advertí que entre sus carpetas y apuntes Tamara llevaba también su notebook, lo que no era habitual.  Parecía tan ansiosa por mostrarme lo que me había anunciado que le dio encendido aun antes de que la camarera llegase a atendernos.

             “¿Oíste hablar del Rey Escorpión?” – me preguntó sin dejar de mirar su notebook.
             “Hmmm…. sí, recuerdo haber visto una película – respondí, tratando de hacer memoria -.  No muy buena, pero recuerdo que actuaba un morochote que se partía de bueno que estaba y que cada vez que aparecía en pantalla me hacía caer los calzones”
             “La leyenda del Rey Escorpión es un mito del Alto Egipto, de la etapa predinástica o protodinástica.  Durante mucho tiempo todo lo que hemos sabido sobre él tuvo que ver con una lápida a la que incluso se ha considerado como el documento escrito más antiguo de la humanidad…”
             “¿Vas a hablarme de historia? – le interrumpí -. Sabés que me aburre…”
             “Lo que pocos saben es que se ha encontrado también una serie de estelas en el desierto que ilustran mucho más sobre la historia de ese rey… – continuó sin hacerme caso -. Durante años se ha dudado de su existencia; algunos, sin embargo, afirmaron que fue el precursor de lo que luego sería la unificación de Egipto.  Pero lo que hasta ahora nadie sabía…”
            “Pero que vos tenés como data en tu notebook… “ – interrumpí sarcásticamente.
            Levantó la vista y me miró con severidad.
            “No te me hagas la rebelde – me espetó -.  No te queda bien considerando que andás tomando pis”
               El comentario fue realmente hiriente.  Se produjo justo en el momento en que la camarera llegaba con nuestros cafés e incluso llegué a advertir que dio un respingo al oír el comentario.
               “El Rey Escorpión parecía tener,  por lo que se sabe – continuó – la habilidad o el influjo de ejercer poder sobre sus súbditos con muy poco.  Seguramente fue esa característica la que lo convirtió en rey en una etapa en la cual las monarquías unificadas y centralizadas aún no existían.  Tenía, al parecer, la protección del dios Horus pero, en fin, eso es, claro, lo que la gente de la época quiso ver”
               “Horus es un mito, ¿verdad? – apunté -, pero el rey Escorpion resulta que no lo es…”
               “El Rey Escorpión parece no haber tenido rivales en su camino hacia el poder ni tampoco los tuvo una vez que el poder estuvo en sus manos.  Extendió sus conquistas hacia los cuatro puntos cardinales, pero fue en el sur en donde se encontró con problemas”
             “¿Problemas?” – pregunté, fingiendo algo de interés.
             Tamara giró la notebook hacia mí
              “¿Conocés esto?” – me preguntó.
            Quedé realmente absorta ante la imagen que me mostraba y que ocupaba prácticamente todo el monitor de la notebook.  Era una flor, pero no cualquier flor, sino una orquídea de color rojo violáceo, de una tonalidad semejante a la del vino tinto… y prácticamente idéntica a la que Loana lucía sobre su muslo.
             “Es una orquídea africana – explicó Tamara al notar que mi perplejidad probablemente no me permitía emitir sonido alguno -.  Te cuento… los días del Rey Escorpión terminaron cuando se encontró con una tribu de amazonas que obedecían a la Reina Orquídea”
               Demasiada información para mi cabeza… Me parecía una locura lo que Tamara me estaba contando… Solté una risita…
7
               “Tami… ¿de dónde sacaste todo este delirio?  ¿Es por esto que estuviste faltando?  ¿Estuviste día y noche ahondando en todas esas boludeces?”
               “La Reina Orquídea tenía el mismo poder que el Rey Escorpión – continuó ella haciendo caso omiso de mis intervenciones -, es decir tenía también el extraño poder de ser seguida por sus súbditas por alguna cualidad imposible de definir con exactitud.  Y entró en guerra con el Rey Escorpión… ¿entendés lo que eso significa?”
             “Algo así como la pelea del siglo, ¿no?”
             “O del milenio – corrigió Tamara -.  ¿Conocés algo sobre las propiedades de las orquídeas? – la miré sin entender -.  O sea… ¿sabés cómo se reproducen?”
            “Siempre esa mente tan perversa, ¿no? – bromeé -.  No, nunca me interesé verdaderamente por la actividad sexual de las flores”
            “Son plantas zoofílicas.  ¿Sabés lo que eso significa?” – me interrogó.
              Me reí nuevamente:
            “Seguimos con la idea fija, Tami… Me suena a sexo con animales de granja”
             “Las orquídeas son plantas que se valen de los animales para conseguir sus propósitos… De los insectos, sobre todo, que actúan como agentes polinizadores – explicó, con paciencia didáctica -.  Pero lo llamativo es el poder que tienen para atraer, seducir a los insectos y tenerlos a su servicio… llevarlos a hacer lo que ellos quieren”
             Por primera vez empecé a entender hacia dónde iba Tamara con todo aquello.  Aun así, me seguía pareciendo un delirio absoluto: estaba asociando la acción de una orquídea con la actitud de Loana; en realidad, no estaba tan mal la analogía entre un insecto y yo, ya que exactamente así era como me sentía en su presencia.
             “Para la Reina Orquídea – siguió explicando Tamara -, todos eran insectos a su servicio.  Incluso el Rey Escorpión.  Hubo una guerra… adiviná quién ganó…?”
              La respuesta era tan obvia que no hacía falta que yo dijera nada.
          “La Reina Orquídea apresó al Rey Escorpión – continuó -.  Lo hizo suyo, lo convirtió en su esclavo y posiblemente lo usó sexualmente”
           “Guau… – me reí -, una verdadera comehombres”
             “Tal cual – acordó -.  El mito dice que lo devoró… y que desde entonces lució sobre su pie la imagen de un escorpión… En el pie, claro… el lugar que le tocaba a alguien que había sido vencido.  Y al devorar al Rey Escorpión, también absorbió su poder, con lo cual aumentó el suyo”
             “Se quedó con el poder de los dos… pero puestos al servicio de ella” – agregué, para ver si había entendido; el asentimiento de Tamara con su cabeza me hizo entender que así era.
              “Pero hay más… – agregó -.  Las estelas encontradas muestran a la Reina Orquídea devorando al Rey Escorpión, mientras su vientre aparece hinchado”
              “¿Embarazada?” – yo ya no podía con mi incredulidad; era un disparate que estuviera sentada a la mesa de un café siguiendo los razonamientos de una amiga que parecía haber tenido una experiencia alucinógena con alguna sustancia.
                “Es de creer que la Reina Orquídea tuvo un hijo… o una hija… que continuó el legado, transmitiendo el influjo de la Orquídea y el Escorpión a lo largo del tiempo”
 

Revoleé mis ojos y me mordí el labio inferior.  Palmoteé el aire, como aplaudiendo.  No quería ser descortés con mi amiga, pero francamente no podía creer que expusiera con pretensiones de verosimilitud una historia tan demencial.

                 “¿Y de dónde sacaste eso? ¿De internet?  Si querés te puedo contar el nacimiento de Goku en Dragon Ball Z… Además, decime una cosa, Tami… Es decir, yo imagino a lo que vas: me vas a decir ahora que Loana tiene algún parentesco lejano con la Reina Orquídea y el Rey Escorpión.  Pero… no sé… a los egipcios no los veo muy rubios… y en cuanto a esas amazonas, si habitaban hacia el sur de Egipto, es de creer que fueran de raza negra… No me cierra en absoluto que hayan tenido descendencia rubia, jaja”
           Pero Tamara no se reía.  Volvió a girar la notebook hacia mí para mostrarme una nueva imagen.  Era un clásico bajorrelieve de esos que uno ha visto mil veces en los libros de historia del secundario.  Representaba a una mujer sentada rodeada de súbditas que aparecían en posición genuflexa, postradas ante ella… Pero lo más escalofriante del asunto era que mientras todas las mujeres que estaban arrodilladas presentaban un tono claramente oscuro en la piel y en sus cabellos, la que parecía ser la reina tenía su cabellera absolutamente clara, rubia diríase…
           Debo confesar que por primera vez me estremecí.  Pero de inmediato sacudí la cabeza y me dije que estaba entrando en la locura de Tamara.  Se lo dije:
          “Estás loca, Tami”
           “¿Loca? – repreguntó -. ¿Por qué?  ¿Por investigar un poco?  Loco es andar lamiendo el calzado de alguien  o bien tomando su meo”
            Suficiente.  Llamé a la camarera para pedir la cuenta.  Me encargué de  dejar en claro a Tami que no tenía ningún problema con ella y que la seguía respetando y queriendo… pero que no iba a entrar en semejante locura sólo por unos datos de dudosa fuente casi con seguridad extraídos de la red.  Nos despedimos bien a pesar de todo.  Ella me deseó suerte y yo a ella también… Cuando la dejé, me dio la impresión de que, al igual que lo había hecho en el aula magna, me miraba con una profunda lástima…
            Mentiría si dijera que el relato de Tamara no me afectó en modo alguno.  Esa noche en la cama se me cruzaron varias de las imágenes de la historia que me había contado.  Y se hacía inevitable pensar en Loana; realmente no había mejor analogía que la imagen de una imponente orquídea dominando el muslo y, por debajo, al pie, el escorpión vencido, domesticado…y también incorporado y asimilado.  Pero intenté por todo y por todo alejar tales pensamientos turbadores y, por el contrario, busqué concentrarme en los días que estaba viviendo con Loana, en mi sumisión, en mi degradación y cosificación a su lado.
             Durante los días siguientes continué a su servicio en el parque y, si algo lamentaba, era, una vez más, la proximidad del fin de semana, en que sabía que no la iba a ver.  Sin embargo ocurrió lo que, por lo menos para mí, era totalmente inesperado.  Alguien, dentro del semicírculo que, como siempre ocurría, se arracimaba alrededor de Loana, hizo referencia a cierto trabajo sobre los orígenes del conductismo que había que entregar el lunes.  Loana se lamentó:
            “Un fin de semana dedicado a eso… ¡qué espanto!… Espero que esas dos idiotas tengan idea de cómo hacerlo”
             Yo no tenía idea alguna de a quiénes aludía.  Alguien, una joven, le señaló a Loana que era un trabajo de bastante extensión como para hacerlo en un fin de semana y que implicaba, además, mucha lectura.
            “O sea que voy a necesitar más ayuda que la habitual – conjeturó, cavilativa, Loana, a la vez que se llevaba el cigarro a la boca.  Estaba en eso cuando pareció que algo se le hubiese ocurrido y se giró hacia mí -. ¿Vos tenés idea sobre cómo hacerlo?”
             La pregunta me tomó desprevenida pero el corazón me comenzó a latir con más fuerza.
             ¡Sí! – contesté enfáticamente sin poder ocultar mi entusiasmo y, a la vez, tratando de sonar segura ya que, a decir verdad, no me había puesto todavía a pensar demasiado en el trabajo, en parte porque la excitación de esos días me tenía absorbida y con la cabeza y los sentidos en otra cosa.
              La blonda diosa volvió a desviar su mirada de mí y se llevó nuevamente el cigarro a la boca.
             “Creo que voy a necesitar tus servicios de acá al lunes– anunció -.  Así que dejá dicho en tu casa que mañana te vas a lo de una amiga por todo el fin de semana”
              ¿Era real lo que estaban mis oídos oyendo?  ¿Iba a llevarme a su casa? Realmente no podía imaginar en ese momento una situación más excitante… Definitivamente, tantos días arrodillada a los pies de ella estaban dando largamente frutos.
                 En efecto anuncié a mis padres que pasaría todo el fin de semana en casa de una amiga y que el objetivo de tal visita era poder realizar un trabajo que debíamos presentar en la comisión de trabajos prácticos y que era harto demandante y exigente.  De alguna forma, no faltaba a la verdad… No hablé con Franco y, como sabía que la noticia de mi ausencia n le iba a caer bien, preferí dejar la noticia para dársela al otro día; le llamaría por teléfono.
8
              Al llegar el viernes, no cabía en mí de la excitación.  Al finalizar la última de las clases del día, Loana me ordenó que la siguiera y tuve el honor de hacerlo incluso más allá del predio universitario.  Me hubiera gustado ser la única que tenía tal satisfacción, pero había también tres varones y una chica que nos acompañaban.  Caminamos una cuadra y media pero con un rumbo diferente al que llevaba yo cada tarde al ir hacia la parada del colectivo.  Llegamos ante un Volkswagen de los llamados “escarabajo”, de estilo obviamente retro pero novísimo, pulcro y reluciente.  Yo permanecí de pie en la acera a la espera de instrucciones acerca de donde debería sentarme, para lo cual obviamente primero debía dejar que se sentasen todos los demás y, seguramente, mi sitio sería el que quedaba.  Error: Loana se dirigió hacia la parte trasera del coche y abrió el baúl; bastó un solo ademán y un gesto de su rostro para que yo entendiera que ése era mi lugar.  La cabina estaba reservada para los demás… La novedad, obviamente, me shockeó un poco, pero pensándolo bien, ¿qué se podía esperar?  ¿Podía un energúmeno, un insecto como yo, pretender viajar en donde lo hacían el resto?  Si consideramos, además, que adelante podían viajar sólo cinco, la cabina ya estaba completa y estaba más que obvio quien constituía el primer lastre a eliminar.
            Sin chistar, eché mi bolso adentro e ingresé seguidamente de un salto.  Me arrebujé como pude y adopté una posición que podría llamarse fetal mientras Loana cerraba la tapa del baúl y todo se convertía para mí en oscuridad… No sé bien cuánto duró el viaje: escuchaba las risotadas de quienes viajaban en la cabina y, cada tanto, notaba que teníamos una detención y alguno de los jóvenes se despedía.  Los iban dejando de a poco; difícil era creer que Loana los llevara hasta sus respectivas casas: lo más probable era que los dejase cerca en la medida en que su recorrido pasase por las proximidades de los hogares de cada uno.  O incluso cerca de alguna estación de subte o parada de colectivo.  En determinado momento ya no escuché voces, sólo el ruido del motor y algo de música que parecía sonar en la cabina.  Una nueva detención se produjo y esta vez se apagó el motor.  En cuestión de segundos la tapa del maletero se abrió y vi, recortándose contra el cielo del atardecer, la figura escultural e imponente de Loana.
            “Vamos… Abajo” – me ordenó, con voz de hielo.
             Yo no tenía idea de dónde podíamos estar y ni siquera podía presumirlo por el tiempo transcurrido porque, como ya dije, perdí noción temporal.  Tal como bien había supuesto, no había ya nadie más que Loana. Pensaba yo que habríamos llegado a la casa de ella y me embargaba una fuerte emoción de saber que estaba por conocer la misma, algo que la gran mayoría de las chicas de la facultad envidiarían.  Sin embargo al salir del baúl del auto, comprobé que nos hallábamos en una zona comercial en donde era altamente improbable que Loana residiera.  La espléndida rubia cerró la tapa una vez que yo hube salido del interior y, a continuación, comenzó a caminar en dirección a lo que parecía ser la entrada de una galería comercial.  A mí, por supuesto, no me quedaba más que seguir sus pasos.
            Entrando en la galería pasamos ante varios locales que vendían los artículos más diversos, desde juguetes hasta arañas de techo pasando por juegos de computación.  Pude comprobar una vez más el magnetismo que irradiaba Loana ya que las miradas, tanto de hombres como de mujeres, se clavaban en ella y, al caminar, daba la impresión de que, como acto mecánico, todos se apartaran.  Lo mismo que ocurría en la facultad ocurría allí.  Era casi imposible ver a Loana con alguna persona a menos de un metro de ella,  aun cuando (como en este caso) se tratase de un lugar comercial altamente concurrido y transitado.  Subimos por una escalera y recorrimos otro largo pasillo hasta llegar a un codo del mismo, lugar que era ocupado por un local de tatuajes.
             El tatuador, de unos cuarenta y cinco años y de aspecto bohemio, salió de atrás del mostrador y se dirigió a recibir a la recién llegada casi como si se tratase de una figura de la realeza.  El tono efusivo de los saludos evidenció que había una amistad importante entre ambos, lo cual debo decir, me produjo una cierta envidia, sobre todo cuando vi que aquel tipo besó a Loana en ambas mejillas y luego, en un acto que no supe interpretar si era de caballerosidad o de reverencia, hizo lo propio con la mano derecha de la muchacha.
              “Hace rato que no se te veía por acá – decía el hombre entre dientes, como si su boca estuviera ocupada por una sonrisa permanente. – ¿Me trajiste una nueva?”
              Un respingo me vino de pronto y recorrió mi espina dorsal.  ¿Una nueva? ¿Hablaban de mí?  ¿Y a qué se refería, exactamente, con lo de “nueva”?
              “Sí, sí – respondió Loana -.  Y supongo que te acordás bien de lo que tenés que hacerle… – sonrió malignamente -. Vas a ser bien recompensado”
               “Por supuesto que me acuerdo  – dijo enfático el tatuador, manteniendo siempre el mismo tono jocoso -. ¿Y vos? ¿Cuándo vas a dejarme hacerte un tattoo nuevo?”
           Interesante… parecía que estábamos ante el artista que había hecho las dos obras maravillosas que lucía Loana, tanto en el muslo como en el pie.
           “Por ahora estoy bien con los que tengo – repuso Loana -.  Y la verdad es que sos el mejor: un genio tatuando”
            “Ja… pero si ni siquiera llevás visibles los que yo te hice” – objetó el tatuador, un poco en broma y un poco en serio por lo que llegué a inferir.
             Lo cierto era que con aquel comentario, la suposición de estar ante el genial autor de la orquídea y el escorpión se caía hecha pedazos.  Y lo que dijo a continuación terminó de servir como corolario.
             “Alguna vez me vas a contar quién te hizo esa orquídea y ese escorpión…”
             Loana sonrió:
            “Jamás” – dijo, y rápidamente escapó del tema -.  Bueno, te parece que empezamos con ésta?”
            El tatuador estuvo ampliamente de acuerdo y fue en procura de sus instrumentos.  Loana se giró hacia mí y me miró con gesto imperativo:
            “Desnudate” – me dijo.
             La orden, por cierto, me descolocó y me hizo vacilar porque la realidad era que estábamos en un lugar terriblemente público.  Cierto era que en ese preciso momento no había nadie en el interior del local salvo nosotras y el hombre.  Pero dada la cantidad de gente que deambulaba por la galería era de esperar que en cualquier momento alguien pudiese hacer su ingreso.  Y algo más: el local, en forma de letra “ele”, estaba rodeado de cristales que daban a ambas callejas de la galería, con lo cual, sencillamente, cualquier que pasase por fuera vería perfectamente lo que adentro sucedía.
           “Para hoy, idiota, sacate todo” – insistió la diosa rubia.Sin-t-C3-ADtulo16
 

Relato erótico: “La gemela 4” (POR JAVIET)

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indefensa1Se recomienda la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

sin-tituloPaco estaba algo cortado, aunque intentaba integrarse en la animada conversación que sostenían los padres de Laura y Lola con Marcos el novio de esta última, no podía evitar lanzar furtivas miradas al escote de la mujer, su perfil tan parecido al de la joven, junto a sus pechos grandes y aquellos pezones que pujaban contra la tela liviana del vestido amarillo le atraían excitándolo, de hecho comenzó a empalmarse sin proponérselo, cambió de postura para que no se le notase el bulto pero al estar sentados todos en el tresillo en forma de L ante la tele, tenía pocas opciones para cambiar de lugar, decidió coger su botellín de cerveza aun frio y ponérselo como al descuido sobre el paquete para bajarlo un poco, pues el mejor que nadie sabía el tamaño que podría alcanzar y no quería causar mala impresión.

Dos minutos después se oyó cerrar una puerta en el piso de arriba, se oyeron pasos bajando las escaleras y risas femeninas, unos segundos después las gemelas Lola y Laura aparecieron por la puerta del salón casi directamente ante Paco, pues era el más cercano a aquella entrada y que no pudo más que admirarlas mientras se ponía en pie.

Una de ellas (Lola) llevaba su negro pelo sujeto con un coletero rosa sobre su nuca, dejándoselo caer hasta el principio de la espalda, dejando perfectamente visible su preciosa carita en forma de corazón, en sus orejas lucía unos pendientes finos en forma de aros dorados, bajo su estilizado cuello una camisa de manga corta de color blanco con finos cuadritos rojos, que acababa unos centímetros por debajo de sus pechos donde unas lengüetas de la misma tela permitían hacer un coqueto nudo, se había dejado abierto el escote lo bastante para insinuar sus perfectos pechos, la prenda dejaba bien a la vista su cintura y ombligo, el cual estaba decorado con un pequeño pero llamativo piercing en forma de perla, una falda de algodón azul cielo con volantes blancos, junto con unas deportivas a juego completaban su indumentaria.

Laura llevaba el pelo suelto desparramándose por sus hombros, traía puesta una bonita camiseta azulona de cuello barco con tirantitos finos, que aún sin ceñir su torso resaltaba sus pechos tamaño pomelo, apenas se vislumbraban dos o tres centímetros de piel entre la camiseta y la ligera faldita blanca de amplio vuelo que lucía, esta acababa unos centímetros antes de las rodillas, también llevaba unas zapatillas a juego con su vestimenta.

Ambas chicas eran de semejante altura y hermosa figura, a simple vista era casi imposible distinguirlas, las dos jóvenes se habían pintado y maquillado resaltando la belleza de sus facciones, sus ojos sabiamente realzados y sombreados en tonos suaves resultaban un imán para las miradas, los labios de ambas resultaban tentadores por su brillante efecto de humedad, aunque el tono de carmín usado por ellas variaba ligeramente de color.

La pausa de las chicas en la puerta del salón apenas había sido de 5 ó 6 segundos, pero a Paco le parecía muchísimo más tiempo mientras las observaba, intentando saber cuál de las gemelas era “su” Laura y cual no, entretanto el volumen de su paquete aumento al excitarse con la visión de aquellas hembras tan excitantes, el no se dio cuenta pero ellas si lo hicieron, las chicas le miraron y cuchichearon algo entre risitas para seguidamente acercarse y saludarle, Laura dijo:

– Hola cielo, – Añadiendo más bajito, mientras le besaba en la mejilla.- Menos mal que le das la espalda a mis padres, parece que te hemos gustado mi hermanita y yo.

– Estooo… si claro perdona, Hola Laura tenía muchas ganas de verte.

– Ya se nota nene, mira te voy a presentar a mi hermana Lola, mira Lola este es Paco, ya te he hablado de él.

– Si, ¡y mucho! – dijo ella mientras se acercaba a darle un beso, aprovechando para rozarle el pecho con sus tetas.

– Eencantadoo de conocerte Lola, – dijo el notándose aun mas excitado al sentir aquella presión sobre su pecho, a la vez que cortado por la presencia en la sala de los padres y el novio de la chica.

Seguidamente las chicas fueron a saludar a marcos, momento que Paco aprovecho para excusarse e ir al servicio, Laura le dijo que usara el de la primera planta a la derecha de las escaleras, pues era el que iba mejor, Paco subió y una vez allí dentro se saco el nabo y tras abrir el agua fría del lavabo lo metió en ella, manteniéndolo sumergido mientras se le bajaba la erección, a la vez que se miraba al espejo y decía:

– ¿Pero tú estás tonto o qué? Ponerte así delante de toda esta gente que no conoces, ¿quieres que te echen a patadas o que, so idiota? Y lo peor que ambas se han dado cuenta de cómo estabas, ¡joder si hasta Lola te ha dado un roce con las tetas que…uuff! Bueno pues ahora tranquilízate un poco y sales como si nada, vamos a ver si causamos buena impresión y nos vamos pronto, tengo ganas de repetir lo del otro día con Laura pero a solas.

Entre tanto, en el salón tenía lugar otra conversación a media voz entre los padres, las hijas y Marcos, Lola estaba diciendo:

– Llevabas razón hermanita, menuda polla se gasta, la he notado a través de la falda.

– Ya te dije que estaba muy bien dotado – Dijo Laura, añadiendo. – y cuando entra te rellena a base de bien, creedme que es el más grande que he probado.

– Pues yo lo voy a probar hoy mismo hermanita. – Dijo Lola. – Aquí a marcos no le molesta, verdad cari.

– Ya sabes que no ¡zorrita mía! – Dijo el aludido Marcos mientras metía la mano bajo la falda de su novia, añadiendo a continuación – Así volveré a follarme a Laura mientras tú te lo montas con ese Paco, hace más de 15 días que no la monto.

– Porque estabas ocupado con nosotros, ó es que no recuerdas el trió que nos montamos el miércoles. – Dijo Jesús sonriendo, mientras metía un dedo desde atrás en coño de Pili por debajo del vestido amarillo.

Esta empezó a menear las caderas según entraba libremente aquel dedo en su chochete pues no llevaba bragas, dejando la mente abierta para que la excitación que sentía fuera percibida por sus hijas, se mojó los labios lascivamente con su lengua y gimió sin dejar de menearse mientras decía:

– No me lo vayáis a espantar por ser muy lanzadas, ya sabéis que yo también deseo probarlo.

– Yo quiero montarme un trió con mama y con él, no lo olvidéis. – Dijo Jesús.

– ¿sabéis qué? esto me empieza a sobrar. – Dijo Laura mientras se quitaba el tanga negro que llevaba y donde ya se apreciaban manchitas de humedad.

Marcos que estaba de pie entre ambas chicas no perdió el tiempo y sin dejar de sobetear la entrepierna de Lola, metió su otra mano bajo la falda de Laura, apreciando la humedad de su coñito, un minuto después pajeaba a las chicas a dos manos, la tele sonaba en segundo plano al ser bajado su volumen para poder oír si Paco bajaba del baño, así que solo se escuchaban los sonidos de chapoteos de dedos en las ansiosas vaginas y los suspiros de sus dueñas en el salón.

Las tres hembras hábilmente masturbadas y de sobras recalentadas por el morbo de la situación, además de percibirse gozando en sus mentes y verse las unas a las otras disfrutando a tan corta distancia, no tardaron en correrse de pie como estaban contra los dedos invasores de sus sexos, Laura se estremeció gimiendo y abrazándose al brazo izquierdo de Marcos cuya mano la hacía gozar, Lola estaba abierta de piernas recibiendo las caricias digitales de la mano diestra del joven, con el culete apoyado en el respaldo del sofá, cuando se corrió a su vez entre jadeos que ella misma procuraba ahogar tapándose la boca con una de sus manitas, casi encima de ella Pili estaba inclinada con el culo en pompa recibiendo los dedos de Jesús dándola placer en su chochete, enseguida se corrió y para ahogar los gemidos de gusto beso a Marcos en la boca.

Laura se recupero un poco y ordenó sus ropas, vio como su madre le comía la boca al novio de su hermana, aun persistía en su mente la sensación de calentura sexual y supo que eso no podía detenerse de golpe, no al menos con aquellas dos lobas al lado y con ganas de guerra, así que tras secarse un poco el chochete con el tanga pero sin ponérselo dijo:

– ¿vais a parar un poquito o no? Hay alguien nuevo en la casa.

– No cielo, ahora que papa esta cachondo y marcos también vamos a tirarnos a nuestras chicas. – Dijo Jesús.

Marcos la miro sin ocultar su deseo, mientras se lamia los dedos que la habían hecho gozar dijo:

– Laura cielito, si no quieres ser la única sin follar de aquí a 5 minutos, deberías subir a ver como tu chico se baja la erección.

– Si anda hija, ve a ver que hace Paco y entretenle un ratito. – Dijo Pili.

– En media hora subo a relevarte y estrenármelo, así que ni te hagas la mema recatada, ni por el contrario la zorra ansiosa y me lo vayas a agotar. – Dijo Lola.

– Mejor será que te apuntes el cuento y no seas ¡TU! la que me lo agote niña, recuerda que yo también quiero probar esa mortadela. – Dijo Pili a la vez que suspiraba con los dedos de su marido Jesus moviendose aun dentro de su chochete.

Así que Laura salió del salón y subió las escaleras hasta el baño de la primera planta, donde aplicó el oído a la puerta asiendo la manilla y dándose cuenta de que el pestillo no estaba echado, en el interior Paco con los pantalones de color mostaza caídos alrededor de los tobillos, no conseguía bajarse la erección, pues cuando parecía haberlo logrado escucho lo que parecían grititos y gemidos, con lo que su aparato había vuelto a crecer hasta estar más duro que una piedra, al pensar en lo que deberían estar haciendo los vecinos. (En su cabeza resultaba imposible pensar que sus anfitrionas estuvieran siendo pajeadas justo bajo sus pies en el salón)

Llevaba allí metido más de 10 minutos y nada, seguía erecto del todo, pensó seriamente en golpearse la erección con el teléfono de la ducha ó contra la pila del lavabo para que se bajase, pero se contenía porque le rondaba la idea de tirarse a Laura esa tarde y aquello sería francamente contraproducente, además también estaba la salida de hacerse un pajote, pero no le parecía ni correcto ni decente en esas circunstancias y rodeado de desconocidos.

La puerta se abrió de repente y apareció Laura entrando decidida en el baño, viendo a Paco con aquello en la mano (ó con la mano en aquello, como queráis decirlo) dio un pequeño grito, nuestro amigo se quedó mudo de la sorpresa y cuando quiso reaccionar ella se había abalanzado sobre él y le estaba besando en la boca con una pasión increíble, le mordisqueaba los labios y le metía su inquieta lengua en su boca, el respondía al beso como buenamente podía mientras las manos de la chica se adueñaban de su miembro, en un momento y tras comprobar su dureza interrumpió el beso el tiempo suficiente para empujarlo dejándolo sentado en la taza del wc y fue situándose sobre él para una vez levantada la falda, dejarse caer suavemente sobre el amoratado prepucio de nuestro amigo.

Pese a haberse secado el chochete en la planta de abajo, la visión del erecto y enorme miembro de Paco la había vuelto a excitar, cuando sintió el prepucio rozándole los labios vaginales, su chochete ya producía flujos en abundancia y ella simplemente se dejo caer sobre aquel erecto miembro que tanto había deseado, se le clavo profundamente sintiéndose rellena de carne caliente y notándolo hasta en el cuello del útero, Laura abrió la boca por la impresion dejando salir un largo jadeo de gusto mientras se cogía de los hombros del chico para sujetarse, seguidamente comenzó a cabalgarlo despacio para sentir cada centímetro dentro de su interior, el placer la hacía ir cada vez más rápido a la vez que agitaba sus caderas.

Paco no permanecía quieto, metió sus manos bajo el borde de la camiseta azul y las subió acariciando la piel de Laura hasta llegar a sus preciosos pechos desprovistos de sujetador, los pezones de la chica estaban erectos reclamando sus caricias y el rápidamente acaricio y presionó en el derecho mientras lamia y mordisqueaba ávidamente el otro pezón, mientras su dueña se empalaba repetidamente en la verga del muchacho y le abrazaba la cabeza contra su pecho mientras gemía cada vez más fuerte.

El intentó acoplar sus caderazos a los vaivenes del cuerpo que lo cabalgaba pero la chica se agitaba velozmente saltando sobre él, sentía su miembro estrujado dentro de la ajustada funda movediza y encharcada que era el chochete de su Laura, unos placenteros instantes después y sin detener la frenética cabalgada, la sintio tensarse y estremecerse a la vez que lanzaba un grito contra la cabeza que seguía mamándola los pezones, seguido de una serie de jadeos entrecortados al correrse en plena cabalgada, Laura disfruto de su orgasmo mientras u cuerpo se arqueaba entre espasmos y temblores hasta que ralentizo su cabalgada tras aquella gozada, pues su cuerpo intentaba relajarse tras la liberación de placer, a la mente de la chica llegaban sensaciones de placer no solamente propias, sino de su madre y hermana disfrutando mientras follaban en la planta baja.

Pero Paco no sabía nada de aquellas sensaciones, solo sabía que lo estaba pasando de vicio con su chica y que ella aflojaba la cabalgada tras su corrida, el solo sabía que no quería quedarse a medias y decidió tomar la iniciativa, sacando las manos de la camiseta de Laura las bajo hasta sus caderas y acaricio con ellas los firmes cachetes del culito de la chica que seguía moviéndose suavemente sobre el aun empalada, Paco no queriendo quedarse a medias además de ansioso y deseoso de disfrutar de su chica, notaba las contracciones del túnel vaginal en toda la longitud de su miembro y comenzó a moverse, dando caderazos fuertes que impulsaban su rabo en las profundidades de la empapada vagina, disfruto del placer de follarse a su chica mientras ella volvía a gemir de nuevo, se miraron a los ojos y se besaron con pasión mientras el aumentaba los caderazos enviando una y otra vez su tieso órgano dentro de ella, la jodía agarrado a los cachetes del culo para impulsarse y al mismo tiempo generar un efecto de rebote que les hizo aumentar la velocidad e intensidad del placer.

En la mente de Laura el sentimiento de placer que sentían su madre y hermana, se unía al placer autentico que sentía en su cuerpo mientras sentía la verga del chico dentro de ella hasta lo más profundo de su vientre, notaba el prepucio meterse en su útero con cada envite recibido; el punto “G” no era rozado con la penetración del miembro, ¡era aplastado! en cada vaivén contra la pared vaginal dado el calibre del miembro invasor que se movía arriba y abajo, rebozado en abundante flujo que no paraba de producir el prensil chochete de la chica, su clítoris estaba sensible e hinchado como pocas veces había estado y le enviaba sin parar ramalazos de puro gusto, ella gozaba y pasó de jadear a casi rugir con todas aquellas sensaciones agolpándose en su cabeza, se corrió dos veces más sin que el chico aflojara el ritmo de la follada que la estaba propinando.

Paco disfrutaba una enormidad, pero esteba algo incomodo, por lo que decidió cambiar de postura así que la dijo:

– Laura cariño, agárrate a mi cuello y no te caigas que nos vamos de viaje.

– Cooomooo que deee viaajee, yo yaaa eestooy de viaaje al cieeeloo.

– Tu solo agárrate que nos vamos.

El se movió levantándose de la taza del wc, ella seguía clavada sobre el muchacho pero al notarse en el aire, ciñó con sus piernas las caderas de Paco y se sujetó con fuerza, Paco se giro un poco y dio un par de pasos mientras la daba un par de profundos envites, apoyo a la chica en la pared con el culo contra el toallero y allí la dio varias fuertes arremetidas como si quisiera clavarla a dicha pared, Laura gritaba de gusto al sentirse así usada y dominada por aquel macho fuerte que la jodía en vilo y sin parar, Paco se giro un poco mas y su siguiente escala fue en la pila del lavabo que aun tenía el agua que había usado para bajarse los ánimos infructuosamente, volvió a apoyar allí el culete de Laura y siguió metiéndola el miembro sin parar de disfrutar, ella le recibía ansiosa pero ahora con cada arremetida que impulsaba el miembro en el chochete su culete bajaba, al tocar el agua fría daba un respingo y saltaba hacia arriba, justo para recibir el siguiente envite que la sumía la verga de nuevo y aun más profundamente.

Laura entre gemidos y con los ojos semicerrados decía:

– Asiiii dame maas, machoteee follameee, estoy empapadaa.

– No voy a aguantaar mucho más cieeloo.

– Pueees damelooo, coorretee,

Paco volvió a cogerla y la levanto con el miembro bien dentro de su chochete, la chica se aferraba con brazos a piernas al cuerpo del muchacho, sus pechos se agitaban rozándose contra su camisa mientras completaba el giro y volvía a la taza del wc, dejándola sentada en la tapa de madera, Laura se soltó al sentirse apoyada y se concentro en el placer que sentía, mientras el bueno de Paco reanudaba la follada ahora desde una postura más de su agrado y con renovados ánimos, mantenía con sus manos separados los muslos de la chica y veía su depilado vientre, aquel chochete era invadido por su gordo rabo que lucía una corona blancuzca de flujo batido alrededor, el miembro se movía sin dificultad y Paco se dejo llevar buscando su inminente corrida mientras aumentaba su velocidad de penetración, el placer se adueño de ambos y acoplaron sus movimientos, Laura levanto su camiseta y se tironeaba los pezones con las manos tensándose de gusto mientras alcanzaba otra corrida, los movimientos y temblores provocaron el orgasmo de Paco que soltó sus dos primeros y más potentes chorretones de esperma en el interior de Laura mientras decía:

– Arggg nenaaa me corrooooo.

– Siii loo notoooo, damelooo, todooo dentrooo.

Pero por prudencia o instinto, el se retiro y saco el miembro de aquella ajustada funda mientras seguía eyaculando el siguiente chorretón regó la entrada del chochete, empapándola el clítoris y los labios mayores, los cuatro o cinco que siguieron fueron a parar a su vientre y dejaron su blanca muestra láctea hasta la parte baja de sus pechos, el gustazo que sintieron los hizo estar en silencio unos segundos mientras sus cuerpos se relajaban.

Paco al acabar de eyacular había vuelto a meter el miembro en la rajita de Laura, esta se frotaba el cuerpo con el esperma del chico para excitarlo y de paso aprovechar e hidratarse la piel del vientre y los pechos, incluso se chupó lujuriosamente los dedos al acabar, el seguía erecto y estaba aumentando el ritmo de un segundo polvo arrancándola un suspiro de gusto, pero ella recordando a su hermana y madre esperando turno, decidió no agotarlo así que dijo:

– Paco para, tenemos más gente en casa y llevamos aquí un montón de tiempo.

– Si cielo, llevas razón pero estas tan buena y eres tan…

– Luego seguiremos estate tranquilo, pero ahora sal de mi y estate quieto, mira me he manchado un poco la camiseta con tu leche, saldré del baño e iré al salón a ver que andan haciendo, enseguida volveré a la habitación a cambiarme, vístete espera 5 minutos y ven es la puerta de la izquierda, así luego bajaremos juntos.

– Está bien, pero ¿estarán muy mosqueados por la tardanza? No quiero causar mala impresión.

– Tu estate tranquilo que seguro que algo habrán estado haciendo y seguro que no nos han echado de menos, ahora venga… dame un beso y haz lo que te he dicho.

Mientras se besaban Paco la dio unos cuantos meneos, pero ella fue inflexible y finalmente salió de aquel cálido conejito, Laura se limpio con un poco de papel se colocó la ropa y salió del baño, bajando al salón y sonriendo como el gato que se comió al canario, luciendo orgullosa la mancha de esperma en su camiseta azulona, ante el cuadro que formaban sus seres queridos.

Paco se lavó y se peinó pues tenía el pelo como un loco, procedió a vestirse y al pasar los 5 minutos salió y se dirigió a la habitación de la izquierda.

CONTINUARA…

Bueno niños y niñas, espero que os haya gustado esta entrega, en el siguiente capítulo veremos que pasaba en el salón entre Marcos y Lola y los padres de las chicas, mientras nuestra parejita “facía coyunta” en el baño, me ha parecido mejor hacerlo en capítulos separados por ser menos lioso dado el número de personas, habitaciones, pisos y posturas. Gracias a eso me he podido extender un poquito en el texto, en fin que lo disfrutéis y os ayude a ser un poquito más felices, cuidaros y no seáis rácanos dejando comentarios, si dais consejos o ayudas a la historia serán tenidas en cuenta.

 

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 2 (POR CARLOS LÓPEZ)

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SOMETIENDO 5 

Hola, mi nombre es Victoria (como ya dije, es un nombre falso, ya que no puedo permitirme que nadie me identifique) y, después de lo que me pasó en las fallas de este año y que he narrado en mi relato anterior, mi vida ha tomado una nueva dimensión. Mejor dicho, mis vidas, porque ahora tengo dos vidas y no sé realmente cuál de ellas representa mejor a cómo yo soy en realidad. Ni yo misma me explico cómo me he podido ver atrapada en esto que voy a tratar de contar, más como terapia que como otra cosa. He entablado una relación perversa con un chico retorcido que sabe los que quiere, mientras que yo, insegura, me he visto arrastrada a renunciar a mi orgullo y dignidad, movida por una irrefrenable avidez de conocer los bajos fondos del mundo del sexo… la pareja perfecta.

Como podéis leer en el relato anterior, las pasadas fiestas de las fallas en Valencia celebrábamos la despedida de soltera de una de mis mejores amigas. En ese viaje, por circunstancias que no voy a repetir, me quedé sola en la ciudad buscando a mis amigas y, aún no sé porque, permití a unos chicos desconocidos que me usasen a su antojo. Me hicieron todas las fantasías y aberraciones sexuales y yo me presté a ello. Al principio quise resistirme, pero luego caí en su juego, me dejé llevar sin poder evitarlo, y me hicieron gozar del sexo como jamás pensé que haría en la vida. Joder, me trataron como una auténtica puta. Con lo lista que siempre me he creído, con mi brillante carrera de Derecho y mi puesto ejecutivo… no me imaginaga que esto podía ser así.
Lo más grave de todo es que durante estos meses no he podido dejar de pensar en ello. Y no con rechazo. Cada vez que lo recordaba o que oía la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, sentía un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Por más rabia que me dé, aún me excito pensándolo. No sé en qué me he convertido. Yo, que siempre he sido una chica bien, responsable, fiel a mi pareja… habían abierto una faceta desconocida en mí y, pese a todo, durante estos meses tenía la firme convicción de olvidarla. Tenía la firme convicción de considerarla una locura que nunca repetiría, y mandarlo a rincón de las fantasías que no se realizan nunca. Tenía la firme convicción de volver a mi vida con mi pareja y mi trabajo, con mis rutinarias sesiones de sexo y mi existencia acomodada.
Pero claro, dicen que toda situación es susceptible de empeorar. En mi caso, hace unas semanas recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos con un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo penetrada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! Inmediatamente me he puesto a llorar. No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas… aunque mi mente quiera, no lo puedo evitar.
Dudé mucho sobre como contestar. Una vez más, mis dos personalidades luchaban entre sí. Por una parte, había conseguido ocultar lo que me pasó en Valencia, nadie lo sabía y mi vida transcurría igual en mi trabajo y con mi pareja. Me daba mucho miedo arriesgar mi modo de vida, cómodo y agradable. Me gustaba mi vida. Me gustaba mi chico aunque muchas noches de sexo acababan en nada. Y yo era (¡soy, joder!) una chica respetable. Pero por otra parte, en mil sueños mi cuerpo deseaba ser tratada como sólo esa noche en mi vida había sido. Me levantaba empapada. Deseaba experimentar de nuevo todas las sensaciones. Creo que una parte de mi mente también lo necesitaba.
Al final me bloqueé, me pudo mi miedo, y les contesté por email diciendo que no estaba preparada para esta situación. Que reconozco que lo pasé bien con ellos, pero que soy una mujer casada (mentira, porque en realidad mi chico y yo no estamos casados), y no podía permitirme entrar en su juego. Por favor, que no me hagan entrar en ello.
A los pocos días llegó su respuesta “No seas tonta, Victoria. Lo estás deseando y lo sabes. Tenemos que hablar, prefieres darme tu móvil o quieres que vayamos a verte cuando vayamos a Madrid”. Sin duda lo había escrito el chico alto, que pese a su imagen de macarra, se le notaba una cultura mayor que la de sus compañeros. Tenía algo que le hacía especial.
Ahora sí que me asusté terriblemente… y se lo di. Les di mi teléfono y empecé a dormir mal por la noche de lo angustiada y excitada que estaba. Odiaba el momento en que me tuviese que enfrentar a la situación. No quería verlos. Pese a ello cada vez que salía de casa miraba a un lado y a otro deseando ocultamente encontrarlos. Aunque me duela reconocerlo, desde ese día empecé a ir especialmente guapa. Engañándome a mí misma pretendía no ir sexy y no llevaba faldas o vestidos, pero algo me hacía ponerme mis vaqueros más bonitos o algún suéter entallado. Así iba vestida para ir al trabajo el día en que ocurrió y aparecieron sin llamar.
 
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Habían pasado unos días de su última comunicación y ya estaba relajándome, cuando al salir de casa para el trabajo un día de diario un coche paró a mi lado. Se abrió la ventanilla y me dijeron imperativamente “sube”… dudé 2 o 3 segundos, pero mi excitación y las fotos mías que tenían hablaron por mí y subí. Subí temblando. Sabía que eran ellos. El coche era mediano, parecía de esos preparados por los chicos jóvenes para lucirse, pero sin exagerar.

Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Vi que iba él solo. Ni me miró. Tengo que reconocer que era guapísimo. Se había afeitado la barba aunque no iba completamente apurado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta. Me preguntaba a qué demonios podía dedicarse profesionalmente un chico así. Tenía el pelo revuelto, sus ojos oscuros que nada más verlos me acordé del poder que tenían sobre mí. De hecho, nada más ponerse en marcha y, sin mediar un saludo o un beso, dijo “abre las piernas, Victoria” y os imagináis mi reacción: Sí, las abrí inmediatamente. Dios mío, si sólo con esas palabras ya sentía que se me empezaba a humedecer. Por no hablar de que en cada semáforo y continuamente ponía su mano inocentemente entre mis piernas, sobre mi pantalón vaquero y mi cuerpo reaccionaba pese al rechazo de mi mente y mi nerviosismo. Incluso experimentaba un escalofrío cuando rozaba mi pecho con su antebrazo. Estaba acojonada pero excitadísima.
No sabía adonde nos dirigíamos y, aunque lo pregunté, ni me contestó. Temblando saqué fuerzas de flaqueza para intentar evitar lo inevitable y empecé a contarle que no estaba preparada para esto, que era una chica buena y que estaba casada, que lo pasé muy bien con ellos pero que no quería hacerlo más veces. Que por favor no me hicieran nada y que me dejase tranquila. Casi lloraba cuando se lo decía. Él parecía no hacerme ni caso mientras conducía. Eso sí, con una mano en el volante y la otra ocasionalmente apoyada sobre mi entrepierna sobre el pantalón, que temía que estaba empezando a mojarse y él lo notaba. No nos alejamos demasiado. Aparcó en el parking subterráneo de un centro comercial al que yo iba a veces, en una esquina apartada.

Cuando me temía lo peor, dijo “Victoria, dame un beso y luego, si quieres, sal del coche, no te voy a hacer nada”… “paso de estar con nadie que no quiera estar conmigo”… “no me hace falta”… yo no reaccionaba, no me lo esperaba, pero él seguía “anda, dame un beso y vete, que esto no es para ti”. Y yo me relajé, en ese momento me sentía agradecida porque llevaba semanas temiendo que me chantajearían o que me usarían. Ahora me daba cuenta de que yo le daba exactamente igual, que sólo me quería si era capaz de proporcionarle distracción y me tranquilicé. Con todo, no podía evitar estar un poco contrariada. Rechazada como mujer. Joder, qué complejas somos.

En ese momento, no sé por que pero confiaba en él. Acerqué mis labios a los suyos darle un último beso y él abrió su boca comenzando lo que yo pensaba que era un beso tierno de despedida… ¡qué equivocada estaba! Me besaba de tal manera que no podía despegarme de él, suave y tiernamente… no lo sé explicar, pero poco a poco incrementaba la pasión del momento. Con sus manos agarró mi cara, acariciándome, descubriendo con sus fríos dedos la piel bajo el cuello del suéter cisne que llevaba. Me empezaba a estremecer, me había colocado enfrentada a él y sus antebrazos rozaban mi pecho produciéndome escalofríos. Agarró mi pelo recogido desde detrás y manejaba mi cabeza a su antojo. Su lengua era como una serpiente que me tenía hechizada. Dentro de mi boca o sobre mi cuello… combinándose con sus labios, cerca de mi oído. Uffffff ya estaba enfrentada a él y jadeaba como una auténtica zorra. No quería irme. Puso su mano sobre el botón de mis vaqueros y hasta yo metí tripa deseando que los desabrochase y no me echase del coche… estaba dominada por la misma sensación que tuve en Valencia en las fallas, pero esta vez no podía poner la excusa de que había alcohol de por medio… no había nada. Sólo deseo.
Obedecía sus órdenes como una autómata. Me hizo desnudarme de cintura para abajo. Mis braguitas estaban empapadas. Se las quedó. Combinaba frases tiernas con otras del tipo “¿has echado de menos a mi polla?, a la que yo respondía disciplinadamente con lo que él quería oír “sí, todos los días”, y él continuaba con “seguro que llevas días preparándote, depilando tu coño y matándote a pajas pensando en el momento justo en que te la meta”. Creo que a ésa no contesté, pero recuerdo que pensé con cierto remordimiento que era la pura verdad.
Notaba cómo tenía un dominio absoluto de mí y de la situación, y eso me ponía mucho. Siempre me han gustado los chicos que aparentan control. Pese a todo, jugaba conmigo, cariñoso y cruel mientras me acariciaba “que piernas más suaves tienes puta” “porque eres una puta, ¿lo sabes?” o “rózame con las tetas, que sé que te mueres por hacerlo” o directamente “ven aquí” creo que es su autoridad lo que me vuelve loca. Su autoridad. Su habilidad. Su control. Su olor. Su cuerpo. Su piel. Me comportaba como una adolescente cachonda y desatada. Estuvo un rato besándome la boca, sujetando mi pelo con una mano mientras sólo rozando exteriormente mi sexo con la otra me tenía al borde del éxtasis. Cuando introdujo dos dedos en mi cuerpo me moría de ganas, y comencé a mover yo sola mis caderas clavándome sobre su mano. Buscando que llegase a todos mis rincones. Él decía susurrando “tranquila Victoria” o “tranquila putita”. Mi nombre en sus labios me ponía aún más. En cuanto introdujo el tercer dedo, esta vez en mi ano, me vino a la mente el episodio de Valencia empalada por los dos amigos y tuve mi primer orgasmo a gritos entre espasmos.
 
 
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Él sabía manejarme perfectamente, sabía lo que hacía. Yo, que no recuerdo haber gritado en un orgasmo con mi pareja, ahora lo hacía con un desconocido sólo acariciándome. Estaba en sus manos y no me importaba en absoluto lo que me hiciese, lo que me degradase, ni estar faltando a mi trabajo, ni estar siendo infiel a mi pareja… nada. Hasta deseaba que continuase con su lenguaje sucio conmigo.

Quería mucho más de él. Subirme encima, que me follase como quisiera, por donde quisiera. Quería corresponderle. Estaba loca por acceder a su paquete, pasaba su mano por encima y lo notaba durísimo. Estaba desatada, ansiosa, jadeando, pero él, sólo con decirme “quédate ahí quieta”, me situó en mi asiento. A pesar de que no pasaba demasiado de los 20 años, me manejaba como a un muñeco. Después, pensándolo, creo que él buscó a propósito ese momento en el que no había sido capaz de proporcionarle placer a él. Algo así como para jugar con mis sensaciones y mis sentimientos. Como podéis imaginar, obedecí y me senté clavadita en mi butaca. Permanecía mirándole con una especie de admiración, como una niña pequeña. Juntando mis piernas entre sí y con mis manos unidas entre ellas, intentando apurar las últimas sensaciones de mi orgasmo anterior. Ahora no tenía ninguna duda, me sentía suya, no me acordaba de mi trabajo ni de mi pareja ni de mi vida, me sentía sólo suya, y estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiese. Y él iba a hablar.
Me dijo “Victoria, eres una chica preciosa y está claro que quien sea tu marido no te sabe tratar. Te voy a proponer una cosa, si quieres aceptas y si no te vas”. Yo estaba nerviosísima, completamente excitada y ávida de conocer su proposición. Pero él hablaba pausadamente: “Mira, de vez en cuando vengo a Madrid. Cada dos o 3 meses. Y cuando vengo a veces me apetece tener a una chica para mis juegos. Que te quede claro que sólo te quiero para follarte, para usarte o para llevarte a alguna fiesta. A veces vengo sólo y a veces no. Quiero una puta, y tú eres una puta, bajo un barniz de chica encantadora, pero una puta. No quiero rollos ni cosas románticas. Me tienes loco con tu cuerpo, con tu clase, con esa inexperiencia que no aparentas… me gusta que seas una chica bien. Por eso me apetecía volver a verte, pero que te quede clara una cosa, que quiero una puta”.
Me dejó un poco descolocada. No sé describir lo que pasaba por mi mente en ese momento. Evidentemente tenía razón “soy una puta bajo una imagen de chica encantadora”… yo misma sabía que estaba dispuesta a hacer todo lo que él me dijese. Pero que lo plantease así, tan directa y abiertamente, que me dijese con todo el descaro que me quería sólo como “su puta” hería profundamente mi dignidad. Otra vez mi mente se debatía entre la abogada triunfadora y esposa respetable, y la mujer llena de fuego que necesitaba la manera de calmarlo. La primera estaba a punto de escapar del coche indignada y abofeteando al individuo por su impertinencia, mientras que la segunda… la segunda estaba loca por que el mismo individuo infame dispusiese de mi cuerpo a su antojo, me usase, me follase o me humillase.
El resultado fue que no era capaz de articular palabra, debatiéndome entre ambas ideas. Sé que mi orgullo pugnaba por encontrar una fórmula en la que fuese yo quien pusiese algunas condiciones, pero no me atrevía a prever las consecuencias. Él me miraba fijamente, y yo me ponía más nerviosa, más excitada, y más ansiosa. Temblaba.
Después de dejar transcurrir así aproximadamente un minuto que se me hizo eterno sin atreverme a contestar, él dijo “anda, vete, no me vales…” y en ese momento me puse a llorar. A intentar abrazarme a él. “quita, Victoria, no me vales, vístete y vuelve a tu vida”. Joder, no sé por que pero el mundo se me había caído encima en ese momento.
 

La realidad es que estaba llorando desesperada, medio desnuda, intentando abrazarme a un chico más de 10 años menor que yo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba… me moría por saberlo, por que me hiciese caso. Estaba abrazada a él, rozándole torpe e impúdicamente con mi cuerpo y diciendo cosas inconexas acerca de lo “puta” que era para él. Era la culminación a unos días de emociones diversas, y sentimientos encontrados. Pero ya lo tenía claro. Quería ser su puta, me moría por serlo. Luego, pensándolo con más calma, reconozco que lo que me ha ofrecido es lo mejor que podía pasarme, algunas sesiones de puro sexo al cabo del año, sin interferir en modo alguno con mi vida. Mi vida que tanto me gustaba y no quería cambiar, pese a que le faltaba esa emoción y ese sexo al que ahora se me hacía durísimo renunciar.

Lo que empezó a partir de entonces es demencial. Algo que no sé si alguna vez seré capaz de contar siquiera a mi mejor amiga. De película porno dura. Él dijo “¿entonces quieres ser una puta? Bueno, pues vamos a probarte”, y sacó su teléfono e hizo una llamada… dijo básicamente “Tío, estoy en el parking… en la planta -2, zona D, plaza 184. Anda baja, que tengo una sorpresa para ti”… “Síii, de las que a ti te gustan, jajajajaja”. Yo estaba alucinada, había llamado a alguien para que bajase al parking diciéndole que tenía una “sorpresa”… ¡y la sorpresa era yo! No me lo podía creer, pero estaba dispuesta a demostrarle que podía usarme para lo que quisiera. Él sacó un pañuelo negro de la guantera y se me puso a vendarme los ojos… suavemente, como preparándome para algo. Dio dos vueltas vendando mis ojos y, después de unos segundos creo que observando su obra, dijo “perfecta”.
No pasó más de un minuto cuando se abrió la puerta del coche y entró al asiento de atrás una persona saludando a mi… a mí chico… joder, no sé ni como llamarle. En ese momento podría decir que a mi “dueño”. Después de unos saludos cordiales entre ellos, como si yo no existiese, el extraño dijo “a ver qué has traído de Valencia”… y él, sin aclararle que soy de Madrid dijo “lo que a ti te gusta, jajajaja una chica bien que se aburre con su marido”… “anda, pruébala, que la estoy enseñando”. Pero la persona que entró quería verme y tocarme. Me movieron al asiento trasero con el desconocido. Tenía un olor peculiar, no era del todo a sudor, pero sí era una mezcla entre eso y algún desodorante barato. Él me abrió las piernas porque “quería ver el coñito de esta putita”… se reía porque no estaba completamente depilada. Me tocaba, me metía sus dedos en mi sexo, y se reía más “está completamente encharcada la muy puta”.
Joder, qué extraño mecanismo es la mente humana. Nunca en mi vida habría pensado que admitiría una situación así. Si me lo describen de alguien jamás lo hubiera creído, y de mí mucho menos. Pero lo cierto es que estaba completamente excitada. Dos desconocidos hablando de mí y tratándome de puta para arriba como si yo no estuviese presente. Me había dejado tapar los ojos, estaba desnuda de cintura para abajo, en el asiento de atrás de un coche en un parking me estaba dejando tocar con brusquedad por alguien que ni siquiera sabía quién era, y con todo ello, cada vez que usaban palabras más sucias acerca de mí, más cachonda me ponía. Había perdido completamente los papeles, la identidad…
Me cogió del pelo y me dirigió la cabeza hasta que su miembro tocó mi cara. A pesar de que tenía un olor fuerte y no muy agradable, no tuvo que decirme nada y yo sólita abrí la boca para metérmela dentro y esmerarme para hacerle la mejor mamada de la que era capaz. Mientras ellos seguían con sus comentarios humillantes “aún tiene que aprender esta zorrita, pero no lo hace mal del todo”, decía el extraño mientras me introducía su polla hasta la garganta provocándome arcadas. “No te quejes… que te lo tienes que tragar todo”. Estaba arrodillada en el asiento, con la cabeza metida en su regazo y había puesto mi mano en la base de su polla, lo que pareció gustarle y así me evitaba que la metiese tan profunda en mi boca. Mi “chico” se entretenía poniendo canciones en el aparato de música, y el extraño comenzaba a jadear como un jabalí. Joder, si hasta me sentía orgullosa de tenerle así. Me dijo “tócate putita, que yo te vea” y me faltó tiempo para llevar una de mis manos a mi perlita y acariciarme en su presencia. Él seguía con sus comentarios, pero el tono de su voz le delataba, estaba a punto de terminar y noté como sujetaba mi cabeza para que no pudiese apartarme y empezó a descargar su semen espasmo tras espasmo. Yo lo tragaba como podía, porque era mucha cantidad, pero no quería decepcionar a ninguno de los dos. Creo que no lo hice.
Había quedado en posición fetal sobre el asiento. Me sentía sucia y usada, pero contenta por haber complacido al amigo de mi dueño. Había hecho de mí lo que había querido y, mientras se abrochaba, decía “quiero follarme a esta zorrita, ¿cuándo la traes?”. Mi “chico” respondió “Ahora no, que me tengo que ir a Valencia. Cuando vuelva por aquí”. Yo sabía que era mentira, pero no abría la boca.
Cuando el desconocido se fue, me indicó que me vistiese y que me llevaría al trabajo. Me sentí decepcionada porque quería con todas mis fuerzas sentirle dentro de mí. Estaba ardiendo por todo lo que había pasado, pero él me dijo riendo “jajaja, por el momento prefiero que sigas deseando mi polla, pero para mañana tengo una sorpresa para ti”. Y continuó, esta vez con tono firme “vamos, vístete que tengo prisa”. Por supuesto obedecí al instante y, después de secarme como pude con una toallita de mi bolso, me puse los vaqueros directamente sobre mi piel. Como la otra vez, él se había quedado con mis braguitas. No sé porque pero me atreví a pedírselas, y él me contestó “acostúmbrate a venir con ellas e irte sin ellas”.
Por el camino me acariciaba ocasionalmente la mejilla, diciéndome cosas cariñosas que me hacían sentir bien. Decía que era guapísima, que le encantaba tenerme con él, y yo sonreía al oírlas. Me comportaba con él como una niña pequeña. Joder. De alguna forma me engañaba pensando que en el fondo era un buen chico. Mi chico para esta faceta de mi vida y, aunque no lo creáis, incluso después del episodio de su amigo, me sentía contenta. Me dio algunas instrucciones para el día siguiente. Dijo que me buscaría por la noche para ir a un club de swinggers, de intercambio de parejas. Ufffff otra vez mezcla de sensaciones… vergüenza, curiosidad, deseo, excitación, miedo a encontrar a alguien conocido… más aún cuando me fue describiendo la ropa que debía llevar.
Mientras, yo pensaba en cómo había llegado hasta allí… lo inverosímil que me parecía. Una parte de mí pensaba que debía escapar, pero mi otra parte ya estaba pensando la excusa que iba a tener que dar en casa a mi novio para poder faltar toda una noche. Uffff toda una noche.
Muchas gracias por las sugerencias, comentarios y correos (que me hacen ilusión), y por leer hasta aquí.
Carlos López.  diablocasional@hotmail.com
 
 
 

Relato erótico: Una Chica especial (POR KAISER)

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Calladamente llega a clases, entra a la sala y se ubica en su puesto a la espera que llegue el profesor. Reservada y Sin-t-C3-ADtulo8tranquila, así es ella. Saluda a sus compañeras de manera bastante seria, algo típico en Gabriela. Al principio les molestaba su actitud tan distante, pero ahora ya no la toman en cuenta, “es una perra amargada” dijeron en una ocasión.

Gabriela mantiene distancia con todo en el curso. Siempre trabaja sola y cuando debe hacerlo con otro compañero lo hace solo en el colegio, rara vez se junta con alguien después de clases a menos que sea estrictamente necesario. No es nada popular entre sus compañeros por ello, la encuentran arrogante y sobrada. Muy poco se sabe de ella, vive sola en un departamento que sus abuelos le pagan, no se sabe nada de sus padres o si tienes hermanos o algo así, básicamente ella es todo un misterio.
Ella no es fea, posee un bello rostro de facciones suaves, ojos claros y pelo castaño claro hasta el hombro. Siempre viste ropas bien holgadas y sueltas, aunque en una ocasión se le vio llegar con un peto más ligero y se aprecia una bella figura, algunos chicos se le han acercado pero los rechaza de forma bastante directa e incluso los llega a insultar.
Es día viernes en la tarde y la clase de deportes esta por empezar. Todos llegan al gimnasio y se preparan para la clase y se cambian de ropa, Gabriela espera afuera a que se desocupe el camarín de mujeres, esto mientras sus compañeras se alistan. “Que rara es esta tipa” comenta Teresa al ver a Gabriela afuera, “déjala si es así” le responde Valeria. Al cabo de un rato entra Gabriela y rápidamente se cambia de ropa. El contraste entre ella y sus compañeras es notable, mientras la mayoría opta por poleras ajustadas y pantalones deportivos bien cortos para lucir sus cuerpos ella se viste con poleras anchas y holgadas y pantalones deportivos largos e igualmente anchos.
A pesar de todo Gabriela es una buena deportista, en la práctica de deportes se muestra muy activa. Una de las evaluaciones consiste en una demostración de básquetbol donde deben enfrentarse en uno a uno, la rival de Gabriela será Valeria, una de las chicas mas populares del curso.
El profesor da las indicaciones y el partido comienza. Gabriela rápidamente demuestra su habilidad, para sorpresa de sus compañeros, y Valeria tiene problemas al marcarla, todos están atentos al duelo y lo siguen con interés. Valeria se esfuerza por seguirle el paso pero se le resulta muy complicado, por su parte Gabriela se siente algo incomoda cuando Valeria se le encima para marcarla, el sentir los pechos de su compañera en la espalda la hacen desesperarse un poco, Valeria es reconocida por el tamaño de su busto.
El partido continúa y se vuelve mas intenso, Valeria no esta dispuesta a perder y se empeña por marcar a su compañera. Sorpresivamente cuando Gabriela salta para tratar de encestar Valeria salta a marcarla y ambas chocan. Al caer Valeria pierde el equilibrio y le cae encima a Gabriela la cual queda bajo su compañera, de forma involuntaria la rubia le restriega sus grandes pechos en la cara. Gabriela se desespera y trata de poner se de pie.
“¿Oye estas bien?”, le pregunta Valeria, Gabriela se pone de pie y se aleja cojeando, “si gracias, solo me torcí el tobillo”. Valeria se le acerca a revisarla pero Gabriela se aleja con un gesto algo brusco. “Oye que te pasa solo quería ver si estabas bien” le replica Valeria molesta, “¡solo déjame ya!” replica Gabriela en un tono mas duro. El profesor interviene y da por terminada la evaluación para ambas y envía a Gabriela a descansar. “¿Qué demonios le pasa a esa tipa?” reclama la rubia, “solo déjala ya sabes que es bien rara” dice Teresa, “ven vamos a comprar algo de beber me muero de sed” agrega Ana. Gabriela se queda sentada en una orilla y se toma la cabeza, a la distancia las chicas la ven con extrañeza.
Gabriela esta comprando en un quisco cuando se da cuenta que la clase termino. De inmediato regresa al gimnasio y se asegura que no haya nadie en el camarín de mujeres para poder darse una ducha y cambiarse ropa. A la distancia solo esta el profesor el cual recoge sus cosas y se va. Ella entra al camarín y lo revisa no encontrando a nadie.
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De un casillero saca su bolso y se va la última ducha disponible en el fondo del camarín. Se saca su ropa y la guarda en su bolso, luego deja una toalla en una percha y se mete bajo el agua. Gabriela se relaja un poco y respira hondo, ha sido un día bastante agitado y solo quiere volver a su casa. Se acuerda del duelo que tuvo contra Valeria, el solo recordar la sensación de sentir los pechos de la rubia sobre su cuerpo le provoca un escalofrió, ella trata de olvidarlo pero no puede, de forma casi involuntaria comienza a deslizarse una mano entre sus piernas.
“¿Y bien como te fue en la fiesta el otro día?”, al oír esto Gabriela reacciona casi aterrada, de inmediato cierra la llave de la ducha para no ser oída, no quiere ser vista por sus compañeras. “Horrible, toda una decepción, pensaba follarlo pero el idiota se corrió en mi boca cuando se la estaba mamando” se lamenta Valeria acerca de su cita de anoche, “¿y a ti como te fue? Supe que tu primo iba a venir” le pregunta después a Teresa, “así es llego ayer, pero llego con su novia”, “¿y él es tan guapo como dices?” pregunta Ana, “si es bien guapo, de hecho hace tiempo que le tengo ganas, por desgracia no es muy listo, le insinué en un par de ocasiones hacer un trío con él y su novia pero ni siquiera me tomo en cuenta, ¿y tu como lo pasaste?”, “pésimo, yo trabaje de promotora ayer en la noche en un evento, me canse que puros viejos se me insinúen a cada rato” comenta Ana.
Las tres chicas conversan alegremente de su vida privada. Gabriela guarda estricto silencio, no dice una palabra. Por una rendija las espía mientras las chicas se van sacando la ropa y se preparan para darse una ducha. Ella observa a sus amigas desnudas y no puede evitar excitarse un poco, algo que le avergüenza. Gabriela cierra sus ojos y carga sus manos entre sus piernas, fue ahí cuando de pronto Valeria abre la puerta de la ducha y la sorprende, al verla ella se queda sin habla. Al notar la reacción de su amiga Ana y Teresa acuden a ver que ocurre, “¡que rayos!” exclama Ana en voz alta, Gabriela abre los ojos y se ve sorprendida, desesperada ella simplemente cae al piso y rompe en llanto.
 

Las chicas casi no saben que hacer, finalmente Valeria le hace un gesto a Ana y esta sale corriendo y cierra la puerta del camarín con llave para que nadie más entre. Teresa entra a la ducha y levanta a Gabriela mientras Valeria la envuelve en una toalla y la hacen sentarse en una banca, tratan de calmarla como pueden. Gabriela no deja de llorar, ellas se miran las caras sin saber que hacer ante esta situación, “¿pero como es posible esto?” le pregunta Ana, “¡no se, no se!” responde Gabriela visiblemente alterada, “¡desde que me acuerdo he sido así, no se que hacer ahora que todos lo van a saber!”, Valeria la sacude con firmeza para hacerla reaccionar, “¡solo cálmate, nadie lo va a saber, no se lo vamos a decir a nadie!” le insiste y sus amigas repiten lo mismo, esto hace que Gabriela se calme un poco, Teresa le ofrece algo de beber y poco a poco se recupera.

Ya más calmada ellas miran atentamente a Gabriela, un miembro se asoma entre sus piernas y al mismo tiempo posee un coño, ellas no entienden nada. “Soy hermafrodita” les dice, “¿Qué cosa?” pregunta Valeria, “hermafrodita, tengo pene y vagina, una mujer pero con órganos sexuales masculinos y femeninos al mismo tiempo”, la cara de asombro de todas es más que evidente. “¿Pero como es posible?” le pregunta Teresa, “no lo se, al principio era una chica normal, hasta que cuando cumplí los 10 años esto se empezó a desarrollar, nunca se lo dije a nadie y siempre trate de ocultarlo, no saben por lo que he pasado para esconder esto” dice ella muy apenada y con lagrimas en sus ojos, sus compañeras se compadecen y entienden el por que es tan reservada y distante con los demás, el miedo que ella siente de que la descubran debe ser muy grande.

Gabriela ya se siente mejor, “tranquila no le diremos a nadie, tu secreto estará a salvo” le dice Valeria que le da un efusivo abrazo. En ese momento la rubia siente algo presionando contra su cuerpo, al separarse se da cuenta que el miembro de Gabriela se ha puesto duro y erecto, “¡vaya es increíble!” comenta, sus amigas observan atónitas. Gabriela se sonroja y se avergüenza por ello, “¿te excitaste con mi abrazo?” le pregunta Valeria, pero su amiga solo baja la mirada avergonzada y trata de cubrirse su verga, Teresa no se lo permite, “déjanos ver” le dice. Gabriela de forma reticente separa sus piernas y aleja sus manos, sus compañeras se hincan frente a ella y observan su miembro asombradas, esta duro y erecto su roja cabeza se aprecia claramente.

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Ana toma la iniciativa y delicadamente lo toma con una mano, Gabriela suspira profundamente y Ana lo siente palpitar, lo frota levemente y este reacciona al igual que Gabriela cuya respiración se vuelve entrecortada. “déjame probar” dice Teresa, ella es más directa y frota con ambas manos el miembro de Gabriela la cual trata de impedirlo pero Valeria la detiene. La rubia se sienta tras ella y apoya sus pechos en las espalda de su amiga y le toma las manos, “tranquila, solo relájate” le dice al oído y le empieza a besar el cuello delicadamente haciendo que su amiga se derrita. “¿Te has masturbado con el?” le pregunta Ana, débilmente Gabriela le responde que si mientras Valeria la sigue besando en el cuello y con sus manos ahora busca sus pechos, “¿y te has corrido?”, de nuevo le responde que si.
Valeria no deja de masajear los senos de Gabriela, ella esta muy excitada y trata de controlarse, pero la rubia no la deja. Teresa y Ana siguen acariciando la verga de su amiga, se la frotan y envuelven con sus manos su miembro el cual sienten palpitar a cada instante. “Vamos a probarlo” dice Ana y Gabriela observa desaparecer su verga entre los labios de su amiga, la calidez de su boca y el roce de sus labios la hace estremecerse por completo. Sus gemidos se hacen más fuertes hasta que Valeria sella sus labios con los suyos y hunde su lengua en la boca de su amiga. Gabriela se siente inundada por toda clase de sensaciones, Ana y Teresa se la están mamando al mismo tiempo y se sobresalta cuando Ana le separa bien las piernas y le roza su coño, “eres bien sensible” le dice.
Las tres ponen a Gabriela sobre la banca. Valeria se pone encima de ella y la besa apasionadamente y frota sus pechos contra los de ella, poco a poco Gabriela cede ante sus amigas. Teresa se ocupa de hacerle una tremenda mamada, “¡tu verga sabe increíble!” le dice, Gabriela se retuerce al sentir como Ana se lo hace en su coño, mete su lengua y sus dedos sin darle tregua. Valeria le pasa sus pechos en la cara y Gabriela de inmediato se los chupa y lame, “no sabes desde hace cuanto quería hacerte esto” le confiesa Gabriela, “¡pues házmelo!” le responde la guapa rubia.
“Te la quiero mamar ahora” dice Valeria, Ana y Teresa le devoran los pechos y la besan mientras Valeria usa sus carnosos labios, “¡es grande, dura y deliciosa!” dice la rubia que se la chupa y se la frota insistentemente. Mete su lengua en su coño y después continúa hasta llegar a su miembro. Ana le toma una mano a Gabriela y la lleva hasta su entrepierna, “presiona tus dedos aquí” le dice y ella se los hunde en el coño, Teresa hace lo mismo y mientras le devoran los pechos Gabriela masturba a sus amigas. Valeria no deja de mamarle su verga, se la chupa con insistencia y le mete sus dedos en el coño, Gabriela no deja de moverse nunca había sentido algo así antes. “¡No puedo más, no puedo más!” comienza a gritar Gabriela y Valeria siente como su boca se llena de semen el cual se escurre por su cuerpo.
Las chicas observan como brota del miembro de Gabriela y se apresuran a saborearlo lamiendo todo lo que cae. Valeria se monta sobre Gabriela y le da un beso haciéndole probar su propio semen, “sabe delicioso, es mucho mejor que el de un hombre” le dice. Gabriela esta completamente extasiada. “¡Oye mira esto!” le dice Ana a Valeria, las tres se dan cuenta como, a pesar de haberse corrido en abundancia, la verga de Gabriela aun seguía dura y erecta, “¡increíble!” exclama Teresa, Valeria sonríe, “¡veamos que más puede hacer!”.
La voluptuosa rubia se monta sobre Gabriela, sus amigas sujetan su verga que se siente dura y palpitante. Gabriela las observa como su amiga se va metiendo lentamente su verga, “¡aaaaah, es grande es increíble!” exclama la rubia a medida que siente aquel miembro recorriéndola por dentro. Gabriela se muerde los labios de placer, la sensación es indescriptible mientras su verga se ve envuelta por el coño de la rubia. Valeria finalmente la recibe toda dentro, “¡la siento palpitar en mi sexo eres sensacional!” le dice a Gabriela que esta casi fuera de si.
Valeria comienza a cabalgarle encima, primero lentamente pero a medida que va tomando el ritmo lo hace con más fuerza y rapidez. Sus pechos se agitan frente a Gabriela que la toma de las caderas y empuja también para penetrarla mejor. Ana y Teresa comenzaron a besarse con Valeria, le soban sus grandes pechos y Ana le hace un dedo en el culo algo que a la rubia le encanta. Gabriela estira sus manos y le soba sus pechos mientras Valeria le cabalga encima, “¡se mueve, se mueve dentro es increíble nunca había sentido una verga así antes!” dice la rubia cuyas palabras se entremezclan con sus gemidos. Teresa se pone sobre Gabriela restregándole su sexo en la cara, de inmediato ella le hace sexo oral y Teresa siente su lengua entrando en su coño.
Las tres chicas se empezaron a turnar para montarse sobre Gabriela, Ana tomo ansiosa el lugar de Valeria, ella es mucho mas esbelta que la voluptuosa rubia pero no menos ardiente. Ana se inclina un poco y Teresa se encarga de hacerle un dedo a Gabriela en su sexo, Valeria le pone su coño en la cara y Gabriela se ve complacida por todos lados. “Follame de otra manera” le dice Teresa. Ella es más bajita que sus amigas, pero tiene un culo bien grande. Se pone de espaldas en la banca y apoya sus piernas en los hombros de Gabriela, Valeria coge el erecto miembro y se lo mete en el coño a su amiga, “ahora bombéale con todo” le dice a Gabriela.
Teresa se queda casi sin aliento mientras Gabriela la folla, Valeria por detrás no deja de meterle los dedos a Gabriela, ya sea por el culo o por su coño y Ana pasa su sexo en el rostro de Teresa. “¡Más fuerte, dale más fuerte!” le incita Valeria mientras hunde sus dedos bien adentro de su amiga, Gabriela le da con todo a Teresa hasta dejarla sin aliento a estas alturas ya sabe muy bien como usar su verga y hacer delirar a sus amigas.
Valeria se pone en cuatro en el piso apoyándose en una toalla, “ven aquí, quiere me desvirgues por el culo”, Gabriela esta impresionada al igual que Teresa y Ana. Valeria aprecia la verga de Gabriela apuntando a su cual daga apunta un soldado, sus amigas le ayudan y le lubrican su culo para facilitar la penetración, el miembro de Gabriela no ha perdido un ápice de dureza. Gabriela lo toma en sus manos y lo dirige metiéndolo entre las nalgas de Valeria que esta más expectante que nunca. Lentamente empieza a presionar y este comienza a desaparecer en el culo de su amiga, “¡aaaaay!” se le escucha a la rubia que aprieta sus puños a medida que se dejante miembro se le va clavando en su culo virgen, Gabriela siente la estreches de Valeria envolviendo y apretando su miembro pero con una acometida final la empala completamente.
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“¡Ahora te haré gritar!” le dice, Gabriela la sujeta de las caderas y la folla salvajemente, le arremete con todo ante el asombro de sus amigas que más excitadas que nunca observan a Gabriela destrozarle el culo a Valeria. “¡Más despacio me vas a partir en dos!” le suplica Valeria en medio de sus quejidos pero Gabriela no la escucha y le sigue dando, los pechos de la rubia se agitan ante cada embestida y Gabriela simplemente no le da tregua, la escena tiene atónitas a Teresa y a Ana que solo observan y se masturban entre ellas.
De pronto Valeria colapsa y cae rendida al piso, casi desmayada abrumada por el orgasmo. Gabriela entonces las emprende sobre Teresa cuyo gran culo, más grande que el de Valeria, es un blanco apetitoso ahora. Teresa ya tiene experiencia en el sexo anal, pero la forma en que Gabriela la coge la sorprende por completo y casi no puede seguirle el paso. Gabriela la somete hasta ponerla de espaldas en el piso con su miembro bien enterrado en su culo y usando sus dedos contra el coño de su amiga, Teresa se retuerce y se contorsiona ante semejante cogida que le dan, nuevamente y al igual que con Valeria ella colapsa totalmente extasiada.
Ana observa los ojos de Gabriela, tiene una mirada fija en ella. Gabriela la arrincona y la besa, a la fuerza la voltea y la pone de cara contra la pared. Ana no alcanza a decir nada cuando siente como su culo, también virgen, es penetrado por Gabriela. “¡Aaaaah, es muy grande me vas a partir!” le grita pero Gabriela no la escucha y le sigue dando y metiendo su mano entre los muslos frotando su coño. La aprieta contra la pared metiendo su miembro hasta el fondo y dándole bien duro al igual que como lo hizo con Valeria y Teresa las cuales están al lado observándola. “¡Ya no puedo más!” grita Gabriela y Ana siente su culo inundado por semen, Gabriela saca su verga y Ana cae absolutamente rendida. Gabriela entonces termina de correrse sobre Valeria y Teresa que gustosas reciben su calida descarga, agotada Gabriela se desmaya y queda rendida en el suelo.
A las cuatro chicas les toma varios minutos recuperarse. Ana y Valeria tiene sus culos casi destrozados, Gabriela no les tuvo compasión ni siquiera por ser su primera vez, Teresa esta mejor. Bajo la ducha y en medio de abrazos y caricias se dan un baño y luego se arreglan y se van. “Ahora que ya no tienes que ocultar tu secreto con nosotras, podrás usar tu encanto cada vez que quieras lo haces mejor que un hombre” le dice Valeria, Ana y Teresa están totalmente de acuerdo.
El lunes están en clases de nuevo, Gabriela se muestra más alegre y todos se sorprenden al verla charlando tan animadamente con sus nuevas amigas. En el recreo Ana y Teresa las buscan desesperadamente a Valeria y Gabriela, las perdieron de vista al salir de la sala. Al final las encuentran escondidas en el fondo del patio, Valeria con su blusa abierta y su falda subida con Gabriela dándole por detrás, “¡hey, teníamos un acuerdo que gozaríamos las tres!” reclama Ana, Valeria no responde, esta ocupada siendo follada, “¡no importa, aun tengo para todas!” contesta Gabriela, “bien en ese caso aun nos quedan 15 minutos de recreo” dice Teresa, ella y Ana se empiezan a aligerar sus ropas y esperan su turno junto a Valeria.1418423-15-7603737049bporno00015
 

Relato erótico: Condenadas al infierno (POR VIERI32)

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El juez Saavedra se recostaba plácidamente en mullido sofá del departamento. A su lado, también sentada, su esposa la señora Saavedra, bebiendo una Margarita, ambos observando el atardecer por el ventanal en la lujosa sala. Estaban de vacaciones en aquel paraíso romántico llamado Cancún.
Había entrado en dicho departamento un joven camarero con una bandeja de plata en mano;
– Buenas tardes, Señor Saavedra.
– Ah, camarero. La merienda… adelante, adelante.
– Mi amor – interrumpió la esposa en tono serio – trata de cuidar tu alimentación.
– Ah, pero cómo viniste cariño… déjame disfrutar un poco de la vida. – El joven, sin hacerles caso, se dirigió hacia el televisor de la sala para encenderlo. Al instante una voz sonó desde aquel aparato;
“Buenas tardes Señor Juez y Señora Saavedra… quiero decir, ¿buenas noches?¿Qué hora es por allí? Va, no me importa.”
– ¿Cariño? ¿Oíste eso? – Preguntó la esposa. Ambos giraron la vista hacia el televisor y lentamente se dirigieron al sofá para sentarse frente al mencionado aparato.
“Seguro se estará preguntando que quién mierda soy yo… Tal vez si su senil memoria chispea, recordará que usted me ha condenado a cuarenta y siete años de prisión por presunta manipulación y tráfico de drogas. Bueno, digamos que no quise terminar mi condena…”
– ¿Cariño? – preguntó la esposa – ¿quién es el hombre de la televisión? – El juez Saavedra estaba inmutable, casi temblando mientras seguía clavando sus ojos en el televisor.
“La transmisión que está viendo es en vivo. Ah, y no piense escaparse o apagar la televisión… ni mucho menos pedir auxilio, tengo un camarada infiltrado en su departamento.” – Al instante el camarero lanzó la bandeja al suelo y desenfundó un arma de grueso calibre con una media sonrisa dibujada en el rostro;
– Es cierto – dijo el camarero – ahora disfruten de la función. Manténganse sentados y vean la televisión.
“Seguro se estará preguntando también qué hago yo en su enorme mansión Ah, ¿No se le dije, Señor Juez? Mis hombres y yo estamos ocupando su mansión ahora mismo mientras usted disfruta de Cancún.”
El juez casi tuvo un paro cardíaco cuando escuchó esas palabras clavarse en lo profundo de su ser, y ni qué decir cuando el hombre prosiguió la transmisión;
“Como ve, ahora estoy sentado en el cómodo sofá de su lujosa sala… por cierto, ¿escucha los gritos en el fondo, señor Juez? Bueno, esas son sus decentes, delicadas y hermosas nenas Sofía y Marisol. Yo y mis hombres la vamos a pasar de lujo con esas chiquillas… y sus padres serán los espectadores de lujo.”
-Condenadas al Infierno-
“No se me desespere Señor Juez, que no somos tan brutales. Ah, ahí vienen, forzadas por mis hombres hasta el centro de su sala, mírelas, maniatadas y llorando a moco tendido. Pero qué marranas, deberían sentirse orgullosas, casi una treintena de hombres las desean y sólo lloran como niñitas consentidas.”
Ambos padres miraban con impotencia el televisor, viendo cómo sus hijas iban a ser utilizadas y vejadas por los hombres en vivo y en directo. El Juez Saavedra fue inmediatamente esposado a uno de los brazos del sofá y enmudecido con una cinta pegada en su boca a fin de no pedir ayuda. Repentinamente el muchacho que los tenía cautivo se sentó a su lado y ordenó a la señora Saavedra que se la chupara. Como la mujer se negó instintivamente, el joven blandeó su arma al aire;
-Venga, vieja calentona, vaya quitándose las ropas y déjeme contemplar ese cuerpo de yegua maciza… vamos, vamos.
La espantada mujer, al borde del llanto e invadida por un sentimiento de impotencia al ver el arma, fue lentamente quitándose las ropas hasta quedar desnuda. Se dirigió hacia el muchacho para arrodillarse frente a él y tomó su venoso mástil con la mano temblándole.
– A chupar, zorra de mierda, ¿qué espera? – y reposó el arma en su cabeza de manera amenazante. La señora Saavedra empezó la felación al lado de su marido, quien prefirió mirar la televisión;

“Bueno, bueno, lamento que mis hombres estén desgarrando tan cruelmente sus ropas, pero como que las putitas no quieren cooperar. ¡Ah! Mire a la menor, ¿cómo se llama? Sí, sí, Marisol. Su uniforme de colegiala no le favorece en absoluto, qué muslos se manda, las tetas bien prominentes, más que las de su hermana mayor Sofía, que es una universitaria bien atractiva pero de escasas curvas, ¡qué cuerpos bronceados se mandan los dos! Estará orgullosa la señora Saavedra por haber engendrado tamañas putitas, ¿no? Vea cómo se tapan sus partes privadas, las tetas con un brazo y su entrepierna con el otro, miran con pavor a mis hombres. Las veo demasiado flacas, supongo que se cuidaron mucho, crecieron en salones de belleza y gimnasios, típicos de las hijitas de gente rica como usted… ah, no, mire a mi compañero, el gordo grasoso, quiere introducirle el dedo corazón entre las piernas a la colegiala. Ahí la están sujetando para abrirle las piernas… ¡cómo se retuerce la nena, no quiere! Mire ahora, otro de mis hombres se está retirando su cinturón… ahora lo está doblando. ¡Parece que le va a azotar! Qué bestias son mis hombres, en fin. Ahí se acerca y… ¡Uh! El cinturón golpeó entre sus tetazas ¡Eso debe doler! ¡Cómo llora la putita! Bueno, al menos ya entiende que debe quedarse quieta, el gordo le está metiendo el dedo… vaya, como que le cuesta introducirlo. Seguro tiene un agujerito de lo más apretado… bueno, eso va a cambiar hoy.”

. . . . .

En la recepción de aquel hotel en Cancún, uno de los encargados había entrado en el sótano de la cocina a fin de entender de dónde provenían los sonidos de unos golpes ahogados. Quedó mudo al abrir la puerta del sótano y ver en el fondo a uno de sus camareros atado y sin ropas.
Tras ayudarlo, el camarero le relató que un extraño joven lo atacó y terminó vistiéndose con sus propias ropas para luego abandonarlo atado en el sótano. Rápidamente, el encargado comunicó el suceso al administrador, quien pensando que un ladrón había ingresado en las instalaciones, gestionó una llamada para la policía local a fin de atrapar al intruso.
Cerraron los accesos del hotel y tras unos minutos apareció un grupo de oficiales quienes decidieron tomar las riendas del caso. Entre ellos, el afamado comisario Riviere, quien ordenó buscar piso por piso al intruso y de paso advertir a los ocupantes de los departamentos que no salieran hasta que terminara la búsqueda.
. . . . .
Nuevamente en el departamento, el “camarero” estaba sentado plácidamente en el sofá, pero ya con la señora Saavedra sentada sobre él, de espalda, montándolo tras la chupada que le dio.
– ¡Salte, salte como la puta que es, vieja guarra! – ordenaba el muchacho. Los senos de la mujer se bamboleaban por los lados descontroladamente, ella gemía mudamente mientras su marido estaba hecho un desastre, no sabía si mirar la televisión donde sus hijas eran degradadas a juguetes sexuales o mirar a su esposa, quien lo corneaba con un muchacho que tenía la mitad de su edad;
“Como ve, en la otra esquina de su sala está chillando agudamente Sofía. Está maniatada al pasamano de la escalera y una barra de acero separa sus piernas mediante unos dogales injertados en los tobillos… se estará preguntando qué hace esa mujer introduciéndole barritas de chocolate en su tierna vagina… pues, esa es su empleada doméstica. Así es, señor Saavedra, la que lavaba sus ropas, la que le cocinaba, atendía el teléfono y arreglaba su mansión… ella era de las mías y me ha mantenido bien informado. Por cierto, ¿es buena ocasión para decirle a la Cornudísima Señora Saavedra que usted se ha acostado con la “empleada” en varias ocasiones?”
Al oír esto, la Señora Saavedra no pudo evitar sentir aquella noticia como un golpe a su vida. Como venganza a la infidelidad de su marido, empezó a gozar de la cabalgada que se mandaba con el chico de la pistola. Empezó a saltar más enérgicamente y a lanzar gritos de placer.
– Mira nada más – sonrió el muchacho- parece que a la vieja le gusta esto. ¡Eh! Deja de gritar así que nos pueden oír.

El joven dirigió su mano al hinchado botón de la mujer para friccionarlo duramente, pero ordenándole que ni se le ocurriese gritar. La señora Saavedra no pudo evitar llegarse mientras veía a sus hijas protagonizando una auténtica película de porno duro, empezó a temblar y emanar flujos a borbotones;

– Señor Juez – prosiguió el muchacho, gimiendo del placer – ¡qué… qué buena está su esposa! ¡Se corre como cerda viendo cómo son violadas sus hijitas! ¡Madre mía!
Mientras, en la televisión, proseguía el show en vivo; “Bueno, a Sofía le están retirando las barritas de chocolate empapadas de sus jugos y fuerzan a su hermanita a probarlas. ¡Pero qué brutos mis hombres, no tienen contemplaciones en azotar a Marisol para que pruebe el chocolate! Ah, bien, bien, ya está comiendo… joder, qué desagradecida, parece que va a vomitar.”
“Ahora observe cómo tres de mis hombres se llevan a Sofía para trabajarle esos agujeros tan apretaditos. Pobrecita, está viendo el pene de uno de los negros y parece que se va a desmayar. Ahí se acuesta uno en el suelo y la obligan a sentarse sobre él. ¿Ve cómo se niega? Qué malcriada, y mire, un, dos y tres varazos en la espalda y la nena ya aprende… ¡cómo llora, qué pesada! Apenas quiere sentarse sobre el negrazo, entra muy lentamente el pene, ¿ve cómo fuerza los pliegues de sus labios vaginales? Sofía está sudando raudales, se nota que le está forzando mucho su tierno capullito… ¡ah, no! Un segundo hombre le está metiendo dedos en el trasero de manera brutal… ¡eh, un poco más lento, compañero! Y ya, el tercero se la metió en la boca, vea cómo toma con violencia un puñado de su pelo y empieza el vaivén, le penetra la boca como si fuera un agujero más… qué imagen más bonita, su hija siendo poseída por tres hombres desconocidos en su sala.”

“Mire nuevamente a la colegiala, arrodillada frente al sofá, lamiéndosela al gordo mientras sus manitos pajean los sexos de otros dos hombres que están a sendos lados de su cuerpito, todo ello lo hace a punta de pistola. Observe cómo sus lágrimas y mocos se mezclan con el semen del hombre al que se la chupa, pobrecita, y eso que la punta del pene apenas entra en su boquita. Ese rostro de resignación de la nena no tiene precio. Por cierto Señor Juez, me parece curioso, cuando su empleada nos abrió las puertas, nos

 

encontramos a la nena estudiando “Lengua Castellana” en su cuarto… vaya, qué giros da la vida, ahora le estamos ayudando a usar la lengua a la putilla… ¿ve que al fin y al cabo somos buenas influencia, señor Juez?”

. . . . .
 

El comisario Riviere ya había recibido varios informes de su grupo desplegado en el edificio, iban varios los pisos requisados pero no encontraban al sospechoso. Sólo encontraron un par de camareros, pero eran todos reconocidos por el administrador como sus empleados. El hombre decidió tomar la posta del asunto y empezó a ayudar en la búsqueda en los pisos que aún faltaban.

Mientras, en el departamento, la señora Saavedra seguía saltando sobre el muchacho y su esposo continuaba observando el televisor totalmente atónito;
“¿Ve lo que tengo en mi mano, señor Juez? Seguro que sabe lo que es… es un enorme consolador de dos cabezas, especiales para las chicas. Parece que Marisol vio el consolador… ¿te gusta, niña? ¿Pero por qué lloras ahora? Caramba, gente rica, ¿quién los entiende? Ahí traen a sus adoradas hijas en el centro de la sala, apenas han sido usadas y ya se quieren morir… qué mugrientas se ven, ¿no?. Ah, ¡cómo se abrazan! Se están dando fuerza, pero bueno, así desnudas parecen ser más bien putitas lesbianas. Ahora me traen a la universitaria Sofía, mire cómo la sujetan, le están introduciendo las braguitas de su hermana colegiala en la boca, sirve como bozal, muy práctico. Ahora le abren las piernas y estiran vulgarmente sus labios vaginales. ¿Ve esa carne rosadita de primera? Es ahí donde yo aparezco, señor Juez.”
“Observe, estoy metiendo el consolador en la nena… ¡se retuerce como loca!, si no fuera por la braga gritaría como una puta en celo, es que este es de los más grandes que conseguí. Para meter esto debo girarlo como rosca… esto… así… ¿ve? Jo, no pensé que entraría la cabeza en el agujero de su puta hija. Mírela, ya no llora, tiene su rostro triste de zorra lleno de lágrimas y mocos, creo que en el fondo le está gustando… muy en el fondo. Y ahora la nata, su dulce hermanita se sentará sobre la otra cabeza del consolador… bueno, mírela ahí, se niega rotundamente a hacerlo. Estas zorritas aún no conocen el morbo del sexo filial y lésbico… Ah, el negro le está dando fustazos insistentemente en los muslos, uno, dos, tres… ¡no para! Esto, vea cómo chilla la putita, ¡se cayó al suelo! Pero qué marrana. Creo que ya lo pensó bien, se está dirigiendo hacia su hermana para sentarse sobre la otra punta del consolador. Veo que aprenden rápido, unos buenos azotes y ya cumplen órdenes.”
Mientras tanto, en Cancún, la señora Saavedra, luego de haberse corrido con el muchacho, fue obligada a punta de pistola a acostarse boca abajo sobre una mesa, que estaba ubicada entre el televisor y el sofá donde estaba esposado el Juez.
Allí el joven la sometía analmente no sin antes introducirle cinta adhesiva en su boca a modo de bozal y esposar sus manos en sendas patas de la mesa para inmovilizarla. El muchacho se dirigía al esposo mientras la sodomizaba;
– Qué culo se manda su esposa, Señor Juez, joder… mire esas nalgas… qué rugoso se siente encularla. Mierda, ¡míre cómo se retuerce su puta señora! Y luego entrecierra las piernas y arquea la espalda… creo que le gusta. Sí. Tengo unos amigos a quienes las presentaré, sí, su putísima esposa se la va a pasar un campeonato con nosotros… vamos…
El señor Saavedra estaba devastado, ya no miraba nada, sólo se limitaba a escuchar los gemidos de su esposa frente a él y el llanto de sus hijas en la televisión;
“Ve qué hermosas se ven, llorando, sudando y teniendo sexo entre ellas. El negro les ordena que se besen, chaquea el cinturón al aire y… ¡mírelas! ¡Cómo se morrean con fuerza!, se nota que no quieren volver a sufrir más trallazos.”
Media hora fueron enfocadas en medio de su incesto forzado hasta que por fin los hombres la separaron. Ellas estaban exhaustas y rogaban descanso, pero eso estaba lejos de cumplirse;
“Ahora están llevando a Sofía otra vez a la esquina de la sala entre cuatro negros. Bueno, allá ella con su orgía. ¿Y la nena Marisol? Pues allí se la están llevando mis hombres al segundo piso. Se la pasarán cañón con ella. Mírela, no tiene ni fuerzas para subir los escalones.¡Cómo tiembla!”
La cámara enfocaba primero cómo Sofía era vejada en un sándwich de negros… dos veces. Sus gritos pronto se ahogaron cuando otros hombres le insertaron sus erectos sexos en la boca para penetrarla enérgicamente para luego llenársela de semen. El líquido pegajoso ya era tanto, que cuando otro la penetraba ahí, se le escurría de entre los labios de su boca y colgaba vergonzosamente de sus labios. Todo eso mientras sufría del sándwich sexual.
Luego la cámara fue dirigiéndose al segundo piso donde mostraba a su hija menor, Marisol, llorando por la penetración anal a la que el gordo la sometía en la cama matrimonial. La joven se retorcía como podía y su rostro estaba totalmente enrojecido y sudoroso. Cuando el hombre se largó todo en sus intestinos, no le dieron tregua a la jovencita y la sujetaron en la cama para introducirle una variedad de objetos en ambos agujeros. Primero bananas, que luego la forzaron a comer, así como luego huevos de chocolate en el trasero para dárselos de comer nuevamente. Obviamente no pudo completar la faena pues parecía querer vomitar cada tanto mientras seguían injertándole objetos como bolillas chinas y consoladores de varios tamaños. Cuando la cámara bajó a la sala para enfocar nuevamente a Sofía en la orgía, el perro de la mansión había entrado ladrando;
 
“¡Joder! ¿Y ese perrote? Apareció de repente… habrá oído las quejas de sus dos amas. Menos mal entró a la sala con intenciones de jugar con mis hombres… mueve la cola como si fuéramos todos sus amigos. A ver si el perro se desenvuelve como todo un macho con la universitaria de Sofía. Eh, qué tonto soy, parece que Sofía me escuchó y se está retorciendo como loca allí en la orgía donde está… ¡Eh! Nena, ¿te asusta que un bicho te la meta? Anda, que dentro de poco te será de lo más normal… vamos, muchachos, suéltenla y tráiganla al centro de la sala.”
“Mire a su puta hija, quiere protestar pero sólo sale el semen de mis hombres de su boca… ¡Qué pesada es! Llora como niñita mientras la atan en la mesa para que el perro penetre su culito.”

En efecto, reposaron al perro sobre la espalda de Sofía y ordenaron a la muchacha – a punta de pistola – que envíe el erecto pene del perro en su agujero que ella desee. Lógicamente la joven no estaba como para captar órdenes, así que uno de los hombres se puso un guante y llevó el sexo del can en su trasero. Fue filmada cerca de diez minutos con el perro bombeándola violentamente y rasguñándole la espalda con sus patas hasta que Sofía chilló ensordecedoramente, con su rostro enrojecido y bañado en lágrimas y sudor… al parecer el perro estaba trancado a ella y empezaba a tirar semen en sus tripas.

“Bueno, mientras esperamos a que el perro se desacople de la putita, le diré que no extrañe mucho a sus hijas… ¿Que qué? Esto… ¿No se lo dije? ¡Disculpe, es que a veces soy un desfachatado! Nos llevaremos a sus dos hijas a nuestra base en compensación por los años que me condenó a la cárcel. A partir de hoy, sus adoradas niñas serán las putas de mi grupo, no se preocupe, las haremos masticar algunos mejunjes para que se mantengan excitadas, de otra forma dudo que aguanten el estilo de vida de putas. Tal vez las pongamos a callejear por dinero en el país donde iremos… Eh, no se ponga así Señor Juez, es que necesitamos más ingresos.”
“¿Ve el rostro de la marranita de su hija mientras el perro sigue trancado y expulsando semen en su culito? ¡Mire el rostro de zorra enviciada! ¡Está disfrutando! ¿Será que mis hombres le dieron de tragar alguna sustancia prohibida? Parece que sí. Y ahí están bajando por las escaleras a Marisol, apenas camina, seguro le dieron duro… ¿Qué le pasa? Ah, escuchó todo lo que dije y patalea como tonta, creo que esto de ser puta de por vida no le gusta… ¡Madre Santa, cómo llora nuevamente! Ya, ya la está calmando el gordo, flagelándola con el cinturón… y ahora la está callando al introducir su grasoso pene en su boquita ahí en la escalera. Ya decía yo que estas furcias maleducadas no saben apreciar la buena vida, pero ya verán. Lastimosamente no tenemos la lujosa comida que ellas degustan todos los días aquí, probablemente vivan de semen, agua y lo que sobre de nuestra comida. Tal vez se hagan adictas a alguna droga que tenemos produciendo… ¡Uh! ¿Qué dije? ¡Me descubrió! Parece que usted no estaba tan equivocado después de todo, Señor Juez. Sí, producimos drogas… “
“Ahí las llevan a la camioneta estacionada en su jardín, mírelas, bañadas en sudor y semen, sus rostros llorando raudales… ahí también subirá el perro con ellas. Nos llevaremos a los tres. Ah, mire, el negro le introdujo consoladores en sus irritados agujeritos y ata sus manos a sus respectivas espaldas… y vea cómo vibran los aparatillos. ¿Soy yo o estoy viendo brillantes fluidos escapándose de sus vaginitas? ¿Ve el rostro de sus hijas? Parece que les está empezando a gustar, ¿no?¿O será que ambas están drogadas? Joder, debo hablar con mis hombres, como está la cosa creo que sus hijas ya son adictas a esos mejunjes que le dieron. Bueno, ahí le pusieron las máscaras de cuero y directo a la camioneta las dos chiquilinas.”
. . . . .
El comisario había derribado la puerta del departamento con una fuerte patada, entró con el arma apuntando hasta la sala con otros oficiales tras él. Sorprendidos quedaron al ver al Juez esposado al sofá, con su sexo visiblemente erecto bajo el pantalón, viendo una especie de película de porno con dos jovencitas de protagonistas – aún no sabía que eran las hijas del Juez – mientras que la Señora Saavedra estaba acostada boca abajo sobre una mesa, con sus manos esposadas a sendas patas de dicha mesa, con su rostro impregnado de lo que parecía ser semen.
Del baño del departamento salió sonriente el muchacho que los mantuvo cautivos, pero su sonrisa se oscureció al ver a los oficiales, quienes rápidamente se abalanzaron hacia él para arrestarlo. Todos bajaron sus armas y el comisario Riviere se acercó al televisor donde continuaba hablando un extraño hombre;
“Si quiere saber cómo le va a sus emputecidas hijas con nosotros, sólo deberá ir dentro de dos meses al mercado negro y buscar en los clubes de películas clandestinas, la sección de porno duro… seguro sabrá reconocerlas en las portadas de videos de orgías, sesiones forzadas de incesto lésbico así como de zoofilia en las que su hermoso perro será partícipe con las dos. Haga todo lo que crea conveniente para encontrarme, incluso pida ayuda a esa policía estatal de mierda que protege a los ciudadanos… sí, vamos. Será gracioso ver a la policía intentar localizarme. Pues nada más, disfrute su semana en Cancún, señor Juez y señora… sé que yo he disfrutado la mía en su mansión y con sus adoradas hijas.”
El comisario Riviere y sus oficiales aún no sabían que estaban viendo en el televisor a un hombre que pronto debían capturar… y a dos jovencitas que debían rescatar.
Continuará…
 
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
 
 

Relato erótico: Entresijos de una guerra 7 (POR HELENA)

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NUERA4 

El sol brillaba con fuerza sobre Binz, aunque no llegaba a calentar del todo. Y si cerca de Berlín todavía era posible encontrar los últimos Sin-t-C3-ADtulo5resquicios de nieve en algún sitio apartado de un bosque en el que no diese mucho el sol, allí era imposible ver algo así a principios de mayo si no se miraba directamente hacia las montañas.

-Tendremos que volver mañana. Lo siento mucho, de verdad – se disculpó Herman irrumpiendo en el porche y anunciando lo que nos temíamos.
La boda había sido algo sencillo, apenas una veintena de invitados – los amigos más íntimos de la familia Scholz más algún que otro familiar –. Y nuestra luna de miel, aunque era mucho más de lo que soñé tener nunca, también estuvo en concordancia con las circunstancias de la ceremonia que nos había declarado “marido y mujer”. Binz, una localidad con kilómetros de playas bañadas por el Báltico, plagada de balnearios y casas de arquitectura típicamente alemana que pertenecían a las mejores familias del país – y donde los Scholz también tenían la suya –, había sido nuestro destino. A pesar de que finalmente tendríamos que regresar un día antes, porque a Herman le esperaban unos asuntos que no podían esperar más. Supongo que en medio de una guerra como aquella, concederle a un Teniente algunos días de descanso, era todo un lujo que ni siquiera podías permitirte si no tenías un apellido como el que ahora yo también tenía. Erika Scholz, ahora soy la señora Scholz, o la señora del Teniente Scholz.
-No importa – acepté sin reparo alguno – ¿qué ocurre?
-En Berlín están saturados. Todavía no se han recuperado del bombardeo de principios de abril, la Luftwaffe metió bien la pata con la defensa y el Führer está que trina… – me contestó en un resignado suspiro -. Había puesto fecha a la ofensiva contra Rusia para mostrarles a los ingleses que sus esfuerzos por detenernos son inútiles y el avance de las tropas estaba previsto para mediados de mayo. Pero ahora resulta que Italia necesita ayuda en África y Grecia. Quieren reordenar las tropas, será imposible atender a todo… se están pasando. Todo esto se les va a ir de las manos, ya lo verás…
Sí, todavía seguía sin explayarse en cuanto a todo aquel misterio que rodeaba aquel trabajo que tan a disgusto desempeñaba en el campo de prisioneros. Pero me mantenía informada de lo demás. Y también puedo decir que no le hacía demasiada gracia, siempre repetía que “el mundo vendría a por Alemania”.
-¿Y a dónde quieren que vayas?
-A Oranienburg, a mi puesto de trabajo. El lunes llegarán más prisioneros y algunos de los oficiales estarán fuera por toda esa mierda de la reorganización de frentes – dijo con cierto descontento mientras se encendía un cigarrillo sentándose en las escaleras que daban al jardín trasero -. Tendré que mandarles construir más barracones, ya no me queda sitio para meter a más gente… – añadió frotándose la nuca agobiado ante la idea.
-¿Por qué siguen mandando prisioneros? – Reflexioné en voz alta – si recluyen a la gente en los guetos…
-No lo sé, Erika… – me interrumpió antes de dar una calada a su cigarro – no lo sé, ni quiero saberlo… yo sólo tengo que hacerles sitio.
Quería saber más, no sólo porque era mi trabajo, sino porque me interesaba verdaderamente todo aquel rompecabezas que el Reich tenía armado en torno a la marea de prisioneros que amontonaba en los campos y que luego explotaba libremente. Pero reconocí aquel tono en la voz de Herman que me decía “basta de preguntas”. Ni siquiera llevábamos una semana casados, no quería que pensase que yo sería una carga para él, de modo que opté por tener un mínimo tacto en lugar de presionarle. ¿Para qué forzar algo que seguramente llegaría con el tiempo? Si me conformaba con lo que me decía, probablemente quisiera decirme más cosas que si viese nuestras conversaciones como incómodos interrogatorios.
Al día siguiente regresamos a una casa que – a parte de los caballos y los empleados de las caballerizas – nos esperaba completamente vacía. La madre de Herman y Berta ya se habían despedido de nosotros antes de que saliésemos hacia Binz porque tenían pensado mudarse antes de que regresásemos. “Puede que la eche de menos a usted, pero no echaré de menos nuestras clases” fue la peculiar despedida que Berta me dedicó entre las lágrimas que no pudo contener al despedirse de su hermano, por mucho que su madre le prometiese enviarla unos días con nosotros de vez en cuando. Me reí para mis adentros al pensar en la pobre alma que ahora tendría que ganarse el cielo ocupándose de la educación de Berta Scholz – mi cuñada de trece años -.
La mayor parte del servicio se había ido a Berchstesgaden con la viuda y con Berta, sin embargo Herman prometió ocuparse de eso a la semana siguiente. Ser la señora Scholz era extremadamente cómodo, excepto cuando llegaban invitaciones para merendar, cenar o comer en casa de los vecinos, que se morían por contar con el joven matrimonio Scholz entre sus amistades. Acudí a la primera merienda a la que fui invitada, el primer fin de semana después de que regresásemos de Binz, y acudí ciertamente animada por aquella acogida social que me habían brindado, segura de que mis relaciones sociales también me ayudarían en mi trabajo extraoficial. Pero salí de allí segura de que no volvería a poner el pie en una de esas reuniones a menos que llevase un par de copas encima. Y todavía no sabría decir qué parte de la conversación me aborreció más; si la de los devaneos del marido de una tal Gretchen Meyer o la de especulaciones sobre cuándo llegaría nuestro primogénito. Sopesé la posibilidad de sincerarme y decirles que Herman y yo – bueno, más bien yo – no podíamos tener descendencia, después de todo, se acabaría sabiendo. Pero entonces concluí que probablemente ése sería el tema estrella de la siguiente merienda de urracas y preferí dejar que sus conjeturas derivasen en una ronda de apuestas, aunque no sin antes defecar mentalmente en cada uno de los familiares de aquellas mujeres. Y por supuesto, archivé la anécdota en lo más hondo de mi memoria en cuanto salí de allí.
El domingo amaneció lluvioso, dando al traste con nuestro plan de salir a pasear a caballo, así que decidimos quedarnos en casa durante la mañana, a la espera de que por algún milagro las nubes nos diesen un descanso. Lo hicieron a media tarde, de modo que tras enfundarnos las ropas de montar salimos hacia las cuadras.
Todavía seguía acordándome de Furhmann cuando rebasaba el tercer y último escalón de la entrada. Pero aquello parecía ya muy lejano. Tanto, que el comportamiento de Herman aquel día casi se me antojaba fruto de mi imaginación, aun teniendo por delante la ardua tarea de descubrir los recovecos de su trabajo y asumiendo el hecho de que Furhmann no era el primero que moría a manos del Teniente Scholz – a pesar de que esto último resultaba bastante irrelevante teniendo en cuenta que Herman había estado destinado en varios frentes -.
-Buenas tardes, señora Scholz – me saludó Frank sacando a Bisendorff de la cuadra.
Todavía no me había acostumbrado a que todo el mundo pronunciase aquello de; “señora Scholz” con un infinito respeto, pero pude ver que Herman me sonreía de refilón mientras echaba un vistazo a unos papeles que acababa de entregarle Frank. Iba a corresponder al cordial saludo del encargado pero Herman se me adelantó con una pregunta.
-¿Cree que podría aumentar la cifra hasta setenta?
-¿Setenta? – Preguntó Frank incrédulo – eso sale a casi dos personas por cuadra, señor… no sé si sería prudente…
-Claro que sí, Frank. Mire, aquí, en personal de pista, ahí puede pedir cinco personas más – dijo Herman señalando los papeles – invéntese también “mantenimiento del material”, podría pedir seis o siete personas para limpiar las sillas y los arreos… y no sé… puedo traerle algún veterinario, seguro que hay alguno…
-Pero hasta ahora los mozos de cuadra han sido los que se han encargado del material, y el veterinario viene tres veces por semana, no necesitamos uno aquí todo el tiempo.
-Pero si lo tenemos será mejor. Y también si tenemos a gente que se encargue sólo del material. Y, ¿sabe qué? Ponga cuatro o cinco personas más para que se encarguen de los comederos, o de lavar a los caballos. Cuanto más personal me pida, menos tendrá que hacer usted.
-Veré lo que puedo hacer, señor.
-Muy bien, pero no me pida menos de setenta personas, ¿de acuerdo?
-Son muchas… – repitió Frank sin estar muy convencido.
-Se portarán bien, ya lo verá. Se lo prometo – insistió.
Era evidente que estaban hablando de contratar gente, pero a juzgar por lo que había podido escuchar, yo me decantaba del lado de Frank. Setenta personas eran demasiadas, la plantilla normal de trabajadores en las cuadras oscilaba entre las veinte, así que la pregunta fue obligada en cuanto abandonamos los establos en dirección al campo.
-¿Para qué quieres a setenta personas en las cuadras? – Inquirí con curiosidad.
-Para que las atiendan – me contestó con una leve sonrisa que no entendí. Guardé silencio intentando descifrar lo que le hacía sonreír, pero acabé determinando que me había perdido algo -. Erika, voy a contratar a prisioneros para trabajar en casa – dijo finalmente.
Sopesé sus palabras detenidamente. Negándome a creer lo que acababa de escuchar. Él, que tanto se quejaba de que aquella gente tenía su vida antes de que el Führer ordenase su aislamiento y de que se les estaba explotando. Yo creía que, aun obligado a ejercer su cargo, en el fondo era consciente de que no era justo. Y sin embargo, ¿ahora se sumaba al abuso?
-No me habías comentado nada – dije mirando hacia otro lado para esconder mi profunda decepción.
-Lo sé, y lo siento. ¿Te parece mal? – Me encogí de hombros sin querer pronunciarme al respecto -. No son peligrosos, el Reich simplemente les discrimina porque sobran en el proceso de pureza racial.
-Setenta personas son muchas – zanjé con rotundidad para no concederle la oportunidad de darme otro brillante argumento como aquél.
-Venga, las cuadras son amplias. Ya sé que treinta serían más que suficientes pero mientras les tenga en casa no estarán allí… – me informó reflexivamente -. También he pensado en traer jardineros y algunas sirvientas para casa…
-¿De cuántas personas me estás hablando? – Pregunté al escuchar su preocupante tono de voz.
-Espero que no menos de noventa – dijo tras pensárselo durante algunos minutos.
-¿Un centenar de personas? ¡¿Estás loco?! – Ni siquiera Versailles necesitaría ese número de trabajadores para su mantenimiento.
-Tenemos hectáreas de finca, les sobrará qué hacer… además, he pensado que podríamos rehabilitar el huerto. Me gustaría volver a ver cosas plantadas, yo solía ayudar a mi abuela a regar las hortalizas cuando era niño. Y también el gallinero, mis abuelos tenían gallinas…
Ahogué un suspiro completamente descolocada por lo que acababa de decirme el mismo hombre que hacía un par de minutos me había hablado de la depuración racial del Reich y que ahora estaba exponiéndome su proyecto de granja.
-Oye – dijo completamente serio acaparando mi atención – son de fiar. Nunca he visto a ninguno que osase revelarse, y motivos no les faltan, créeme.
Y yo no dudaba de eso, ya sabía que al régimen le hacían falta apenas un par de cosas para considerar a alguien como “enemigo natural de la Nueva Alemania”. Yo seguía teniendo esa leve punzada de dolor que me había causado el hecho de que él también se aprovechase de esa esclavitud, aunque lo hiciese porque de paso les sacaba de allí. Algo que tampoco me tranquilizaba demasiado al pensar que no podía resultarle tan fácil llevarse a cien prisioneros para trabajar en casa sin que nadie hiciera nada.
-¿Y dónde dormirán?
-No pueden dormir en casa como el servicio normal, son prisioneros. Los traerán unos soldados a primera hora de la mañana, los vigilarán durante el día y se los llevarán al terminar la jornada.
-¡Estupendo! – Exclamé con sarcasmo.
-Los soldados no entrarán en casa, ni te molestarán para nada. Te guardarán el mismo respeto que a mí. Ahora eres mi mujer.
Mentiría si dijese que no me tocaba la fibra sensible la forma que tenía de llamarme “su mujer”. Pero intenté que no se percatase de ello debido al carácter de la conversación. Seguía sin hacerme ninguna gracia todo aquello, era demasiada gente, ¿en qué narices estaba pensando? Sin embargo no dije nada más.
El martes llegaron los nuevos empleados de la casa. Un centenar de personas que llegaron en dos camiones que el ejército alemán debía haber usado ya en la Guerra Mundial, aunque cuando los vi bajarse comprobé que su estado no era mucho mejor que el de su medio de transporte. Dejé mi desayuno en la mesa de la cocina y salí al patio delantero para recibirles, tal y como me había pedido Herman. Él venía con ellos para darle las directrices básicas de sus nuevos trabajos.
 

Me saludó con un cariñoso beso en los labios y procedió a separar a los nuevos empleados, que apenas me miraron de reojo bajo el atento escrutinio de cuatro soldados que acompañaban a Herman. El grupo que trabajaría en las cuadras se separó del resto cuando él lo pidió mientras estudiaba detenidamente unos papeles que sostenía en sus manos. Se quedó mirando el numeroso grupo de personas y se acercó a un hombre de unos cuarenta años, quizás tuviese menos, pero todas aquellas personas aparentaban una edad difícil de calcular debido a la pésima imagen que ofrecían.

-Usted es veterinario, ¿me equivoco? – Le preguntó amablemente recogiendo una temerosa negación por parte del recluso – bien. Acompañe a Frank, él le explicará a usted y al resto cómo funcionan las cosas. También les enseñará dónde tienen los vestuarios, allí encontrarán ropa de sus respectivas tallas. Vestirán igual que el resto de los empleados, lo único que deben conservar es la banda del brazo con la estrella.
El grupo – que constaba de aproximadamente setenta personas, tal y como había acordado con el viejo Frank – siguió las órdenes caminando por detrás del encargado al mismo tiempo que un par de soldados les seguían.
-¡Un momento! – Exclamó Herman – no quiero que entren armados ahí. Se lo prohíbo terminantemente. Cualquiera de esos caballos vale más que cualquier cosa que hayan podido tener delante en toda su vida.
-Pero, mi Teniente, las órdenes son que… – protestó el de más edad mientras se cuadraba a medida que Herman avanzaba hacia él.
-¿Qué órdenes va a recitarme usted a mí que yo no sepa, soldado? Los prisioneros estarán perfectamente identificados, tal y como regula la normativa de trabajo, y ustedes sólo deben prestar atención para que no se escape nadie, eso pueden hacerlo aquí mismo. Ahí dentro estarán supervisados por personal de mi confianza y si tienen algún problema, entonces les avisarán. Pero si me entero de que entran ahí armados tomaré las medidas que yo considere necesarias por insubordinación, porque no quiero que ningún altercado perturbe la tranquilidad de esta casa, ¿me han entendido?
Aquel no era Herman, era el Teniente Scholz, aquél que casi nunca venía a casa y del que me olvidaba a menudo. Pero alguien con quien al fin y al cabo, yo también estaba casada.
Los soldados obedecieron las órdenes y se quedaron con los otros dos mientras Herman seguía separando a los jardineros, a los trabajadores del huerto y finalmente, a diez mujeres que se ocuparían de la casa.
-Tampoco será necesario que mantengan una vigilancia continua sobre las empleadas del hogar, ni sobre los jardineros, ni con los encargados del huerto… trabajarán bajo las órdenes de personas que han estado al lado de mi familia desde hace años – les informó a los soldados cuando hubo indicado sus respectivos destinos a los grupos – limítense a traerlos cada mañana y a hacer el recuento antes de llevarlos de vuelta. Es un trabajo fácil, pero si no son capaces de hacerlo… tendré que buscarles otro destino, ¿no creen? – Preguntó casi con ironía.
Los cuatro negaron al unísono, aceptando de nuevo sus órdenes.
-¿Y qué hacemos durante el día, mi Teniente?
-Hagan lo que quieran con tal de que no molesten a nadie. Si los prisioneros no hacen bien sus tareas, entonces no me servirán para nada – les contestó desinteresadamente mientras les daba una de las hojas que tenía en sus manos -. Aquí tienen, son los grupos de trabajo para que les sea más cómodo hacer el recuento. Si tuviesen algún problema con cualquiera de ellos, les repito que no quiero ningún altercado en mi casa, diríjanse a mí y yo me encargaré.
Eso último no sonaba nada bien, pero Herman había repetido hasta la saciedad que nadie daría problemas. Así que intenté no pensar demasiado en ello mientras entraba en casa con él, seguidos por el nuevo servicio.
-Mi mujer les enseñará los cuartos del servicio anterior, allí encontrarán la ropa que deberán usar. Deben conservar el distintivo con la estrella, al igual que el resto. Lo siento mucho, no hay forma de saltarse esa norma… al menos legalmente – les dijo en un modesto tono sin recoger absolutamente ninguna contestación por parte de las mujeres -. Bueno, ustedes ya lo saben… Erika, querida, llévalas al ala del servicio para que se cambien e indícales sus tareas mientras yo hago un par de llamadas – me pidió antes de dirigirse a las escaleras.
Hice una breve presentación de mi persona, indicándoles que podían prescindir de formalidades y llamarme Erika a secas, pero me dio la sensación de que ni siquiera se dirigirían a mí para nada. Sólo callaron. Así que eché a andar hacia la zona de la casa en la que se encontraban las habitaciones del servicio ahora vacías, seguida por aquel silencioso séquito de mujeres que apenas asentían o negaban con la cabeza de un modo visible.
Les expliqué que no tenían que hacer mucho. La casa era grande, pero sólo usábamos la cocina, el salón, un par de baños, la biblioteca y un dormitorio de los quince que había. De modo que decidí apropiarme el plan de limpieza de mi suegra y contentarme con que limpiasen las habitaciones que no se usaban un par de veces a la semana. Aun así, eran diez, me sobraba gente y no tenía ni idea de qué hacer con ella. Yo jamás había tenido que preocuparme por dirigir una casa, y menos una como la de los Scholz. Terminé por pedirles que me esperasen en el salón unos minutos y decidí hablar con Herman. Aunque los hombres no se educasen en las labores del hogar, por lo menos él había vivido toda su vida con sirvientes a su alrededor.
Me abrió la puerta del despacho cuando llamé y me indicó con el dedo índice sobre sus labios que guardase silencio mientras se dirigía de nuevo al escritorio y cogía el auricular del teléfono.
-Bueno, te decía que la cría de caballos es un negocio. No pertenece al sector de la industria… pero también demanda mano de obra, Berg. Todos los oficiales contratan prisioneros para sus tareas, el Comandante también tiene servicio… – de repente guardó silencio, hizo una pausa para escuchar a su interlocutor y continuó hablando con una sonrisa – ¡Pero si has visto mi casa más de mil veces! Mi madre se ha llevado más personal a Berchstesgaden del que yo tengo ahora mismo atendiendo la casa, ¡y es una residencia vacacional!
La idea de que aquel contrato masivo ya le estuviese causando algún problema comenzó a incomodarme cuando Herman escuchó de nuevo sin decir nada. Pero hablaba con Berg, y Berg nunca le daba problemas, más bien todo lo contrario. Aquel hombre debía tener algún tipo de complejo de padre con Herman, lo sé porque el General fue mi padrino de boda y pude comprobar que tenía a mi marido en bastante más estima que a un simple “hijo de un compañero”.
-No… de verdad, puedes estar tranquilo… no van a darme problemas, pertenecen todos a mi subcampo, los tengo bajo control. Oye, tengo que atender otros asuntos. Nos vemos mañana en Berlín, ¿de acuerdo?
Esperé pacientemente a que colgase el teléfono y entonces le planteé mis dudas acerca de qué hacer exactamente con diez mujeres y una casa. Se rió un buen rato antes de sacar el tabaco, encenderse un cigarrillo y pasarme uno.
-Está bien, luego te ayudaré con eso. ¿Puedo pedirte algo? – Me preguntó después de sopesar mi gran problema.
-Claro – acepté con seguridad.
-Intenta hablar con ellas. Yo lo he intentado alguna vez pero jamás he conseguido que me digan ni una sola palabra. Sé de esas personas lo que figura en los informes con sus números, y no puedo culparles por no querer decirme nada más, así que prefiero no insistir.
-¿Qué quieres que les diga? – Inquirí imaginándome que quizás quisiera saber algo más de ellos que lo que tenía en aquellos informes.
-Lo que quieras. Sólo quiero que las animes a hablar, muéstrales que no pasa nada porque hablen entre ellas. Si se lo dices directamente no lo harán. Se pasan el día así, trabajando en silencio, excepto cuando les mandan correr cantando… ¿tú crees que eso es vida?
-¿Les mandan correr cantando? – Pregunté incrédula. Él asintió desdibujando la débil sonrisa que tenía en aquel momento – ¿Para qué quieren que corran cantando?
-Porque mientras tú y yo estábamos de luna de miel llegó un cargamento con calzado fabricado para el ejército alemán. Era un nuevo modelo de bota y querían probarlo, así que ordenaron a los prisioneros ponérselas y les tuvieron corriendo un par de horas diarias después de la jornada de trabajo para probar la resistencia del calzado – me contó con resignación antes de dar una calada.
-Pero, ¿y lo de cantar? – Quise saber aunque lo de correr dos horas diarias después de trabajar durante todo el día ya me produjo una oleada de rechazo hacia mi propio marido.
-A nosotros también nos lo hacían en la escuela militar. Tras los primeros veinte minutos respirar se convierte en una odisea, así que no te queda más remedio que mejorar tu capacidad pulmonar. Pero cuando apenas comes y vives al límite de tus fuerzas…
No terminó la frase. Dejó que sus palabras muriesen a medida que el humo salía de sus labios, apagó el cigarrillo antes de levantarse y esperó a que yo hiciese lo mismo. Sentí la necesidad de preguntarle si él hacía cosas así, si de verdad tenía que ir cada mañana a organizar y explotar a un puñado de gente como aquella que había traído a casa, tan huesuda y demacrada que parecían conformar el elenco de alguna necrópolis. Pero no lo hice. Me respondí a mí misma que él no era así, que lo que tuviese que hacer era porque era parte de su trabajo. Y opté por esa opción porque en el fondo temía que me contestase que sí. Que él no era distinto de aquellos que obligaban a los prisioneros a correr durante dos horas mientras cantaban, o quizás miedo a que me dijese que él hacía cosas incluso peores. Como pegarles un tiro en el cráneo y ordenar a alguien que se llevase el cuerpo sin ningún tipo de preocupación, algo que ya le había visto hacer meses atrás.
Pero Herman tenía esa capacidad innata para jugar con esas dos personalidades tan distintas que tenía que alternar a diario. Y siempre mostraba la correcta justo a tiempo para que uno no creyese que era quien no debía ser. Como hizo cuando se plantó delante de aquellas mujeres cabizbajas y les explicó muy correctamente cómo tenían que ocuparse de la casa tras preguntar quienes sabían cocinar y elegir a dos de ellas para que se dedicasen exclusivamente a la cocina, todo con la misma educación que sus padres le habían dado sin pensar nunca que la utilizaría para dirigirse a esa gente.
 

Algo que me provocó una tenue sonrisa aunque no obtuvo ninguna respuesta de sus oyentes.

-Bueno, tengo que regresar ya – dijo finalmente antes de dirigirse a la entrada -. A la hora de comer se llevarán a los hombres de vuelta, pero ellas pueden quedarse. Diles que se cocinen lo que creas conveniente, pero especifícales el qué. Si les dices que “coman algo” no comerán nada por miedo a coger algo que no podían. ¡Ah! Y échales un vistazo a esos soldados, asegúrate de que no molestan, ¿de acuerdo? – Asentí mientras recibía un beso frente a la puerta de casa y luego le observé partir de nuevo hacia ese punto negro de Oranienburg del que había salido toda aquella gente.
No pude reprimir un gesto de contrariedad mientras regresaba a casa. Pero me repetí de nuevo que Herman no era así y me encaminé hacia la cocina dispuesta a entablar conversación con una de las dos mujeres que ahora eran las cocineras de la casa.
Sólo conseguí saber que la más joven se llamaba Rachel y la otra Esther. Después me resultó completamente imposible arrancarles cualquier otra palabra. Ni siquiera cuando les pregunté si les apetecía alguna comida en especial, así que en vista de que solamente miraban hacia el suelo sin decir nada, intenté recordar si el judaísmo era una de esas religiones que prohíbe algún tipo de comida y finalmente les dije que hiciesen un cocido con la comida que había en la despensa. Herman tenía razón, aquella gente parecía muda. Pero en su falta de palabras no se veía ningún tipo de discapacidad oral, sino terror. Solamente miedo en estado puro.
Salí hacia el viejo huerto, a ver si tenía más suerte con el personal masculino. Observé durante algunos minutos el meticuloso trabajo de un par de hombres que araban la tierra y finalmente me decidí a probar con el que estaba plantando algo en el terreno recién removido.
-¿Necesitan ayuda?
Ni siquiera me miró para negar con la cabeza, aunque pude ver que dirigía sus ojos hacia mis pies, seguramente pensando que mis zapatos eran lo menos indicado del mundo para meterme allí. Me quedé un rato más mirando cómo plantaba, reparando inconscientemente en la banda blanca con una estrella de David que llevaba en el brazo. Era el distintivo que el Reich les obligaba a llevar ya desde mucho antes de confinarlos en guetos o campos de prisioneros, pero por más que miraba, no alcanzaba a comprender por qué tanto odio hacia alguien que si no llevase aquella banda, sería tan normal como yo misma.
-¿Cómo se llama? – Pregunté con la débil voz que me salió a causa de estar adelantándome ya a mi derrota por entablar una conversación con alguno de ellos.
-Moshe – me respondió con una voz que le costó entonar.
-Moshe – repetí agachándome para intentar ver su cara tras comprobar que los soldados no andaban cerca. No tenían por qué acercarse allí, Herman les había ordenado quedarse esperando en la entrada y el huerto quedaba en la parte trasera de la casa -. Soy la señora Scholz, pero puede llamarme Erika – repetí al igual que con Rachel y Esther.
La respuesta de Moshe fue igual que la de mis cocineras, inexistente. Y mi sonrisa tampoco me había servido para nada, ya que ni siquiera me miró.
-¿Quiere un cigarrillo? – insistí sintiéndome culpable en cuanto le acerqué la cajetilla de tabaco, pues la rehuyó como si tuviera la peste -. Lo siento, no pretendía ser… ¿pueden fumar? Me refiero a si su religión… – también me sentí una estúpida al preguntar eso. Yo simplemente quería ser amable, interesarme por ellos, pero seguramente acababa de dar la imagen de la típica señora de Teniente que les trataba como si fuesen algún tipo de animal exótico que nunca antes había visto -. Da igual, olvídese de esta gilipollez de pregunta… si no fuma no pasa nada – dije mientras me incorporaba para seguirle un par de pasos hacia delante mientras plantaba -. ¿Puede enseñarme a plantar tomates? – Pregunté tras echar un ojo a la bolsa de semillas que tenía a un lado. Me sentí triunfante cuando el hombre elevó su cara para mirarme, así que seguí hablando para no echarlo todo a perder – siempre quise tener un huerto, pero no tengo ni idea. Nací en Berlín, jamás tuve la oportunidad de plantar nada hasta que vine a esta casa – le mentí.

En el orfanato de Suiza teníamos huerto y plantábamos nuestras propias hortalizas. Las ayudas económicas no eran demasiadas así que teníamos que procurarnos ocupaciones que resultasen productivas. Y también recuerdo que odiaba las semanas que me tocaba ocuparme del huerto, pero cuando aquel hombre asintió, sentí que podría plantar invernaderos enteros. Luego miró con temor hacia la salida.

-No se preocupe. Mi marido les ha dicho que esperen en la entrada.
-Está bien. Pero será mejor que se limite a mirar, no es necesario que se ensucie las manos con esto – dijo tímidamente.
-Bueno, luego nos las lavaremos – contesté con una sonrisa haciendo un agujero en el suelo tal y como le había visto hacer a él. Estaba eufórica con mi gran logro personal. Tanto, que el hombre me miró con una pizca de miedo, por lo que traté de mostrarme menos efusiva.
Asistí con ilusión a mi clase de botánica, aunque más allá de las palabras necesarias para instruirme, el silencio fue la opción por la que Moshe volvió a decantarse. Le ayudé a terminar las semillas de tomate y a plantar algunas coles, pero luego decidí regresar a la casa para lavarme las manos y echar un vistazo por las cuadras. Allí también reinaba el mismo silencio que en el resto de lugares en el que aquella gente trabajaba. Y al final, tras andar de un lado para otro durante toda la mañana, intentando entablar alguna conversación, decidí hablar con los soldados.
-Buenos días, señora Scholz – entonaron casi al unísono, cuadrándose ante mí como si estar casada con Herman me otorgase su mismo rango militar.
-Buenos días, ¿desean tomar algo? ¿Un café, o un té? Llevan aquí parados toda la mañana, ¿no se aburren?
-No señora, muchas gracias pero no se preocupe. El Teniente nos ha ordenado esperar aquí.
Asentí vagamente antes de retirarme. Desolada por no encontrar a nadie dispuesto a darme un mínimo de conversación aunque hubiese más de un centenar de personas en aquella casa. Ser la señora Scholz no era ninguna ventaja para entablar una vida social fuera del elitista círculo al que pertenecía mi nuevo apellido.
Aquel día solamente me dediqué a asegurarme de que las mujeres del servicio comían, y lo hicieron con muchas ganas aunque ninguna repitió plato cuando les dije que podían hacerlo si querían. Por la tarde acompañé a Herman a las cuadras para supervisar personalmente el trabajo de los nuevos empleados. Había pedido la tarde libre por asuntos personales y la dedicó íntegramente a dar instrucciones precisas sobre cómo tratar a los animales o cómo realizar las tareas de mantenimiento, tanto de las instalaciones como del material. Y puedo decir que en ningún momento observé por su parte ningún trato incorrecto – ni siquiera una palabra pronunciada en un tono más alto que otra – hacia los prisioneros. A decir verdad, no parecía darles órdenes. Solamente les pedía las cosas, igual que siempre lo había hecho con los empleados de la familia. Un detalle del que siempre había carecido por completo mi difunto suegro, porque al Coronel le encantaba pasear recitando imposiciones.
Hice constar aquello en mis informes. Evitando intencionadamente pensar en el hecho de que quizás estaba intentando “lavar” la imagen que mi bando pudiese tener del Teniente Scholz, o tratando de hacerle más digno del trato que yo había exigido para él al terminar la guerra. No, yo no le estaba “suavizando” al hablar de él en mis informes. Me limitaba a reflejar lo que veía en casa. Aunque sabía que estaba obviando por completo una peligrosa parte que era la razón por la que todo el mundo se negaba a pronunciar una sola palabra en mi presencia. Pero aquello también era una gran incógnita para mí, porque aunque a veces se animaba a relatarme algún que otro incidente que acontecía en su trabajo, yo seguía sin conocer los detalles.
Asumí que aquella gente no me hablaría nunca para algo que no fuese estrictamente necesario y durante más de mes y medio me limité a seguir con la vida que se suponía que debía llevar. Una que nunca imaginé que podría tener, consistente en recibir los respetuosos tratamientos que mi posición de “señora Scholz” me otorgaba y en invertir las horas del día en cualquier cosa que me apeteciese mientras esperaba a que Herman regresase del campo. Seguía haciendo mi trabajo, pero ahora era coser y cantar acercarse al despacho que Herman jamás cerraba con llave y fotografiar los documentos que me diese la gana, incluso me podía parar a echarles un vistazo. Algunos me resultaban interesantes y otros no llegaba a entenderlos, pero fotografiaba todo a pesar de saber que la documentación perteneciente a la gestión de su trabajo en el campo le acompañaba siempre en su carpeta de cuero. Y no por ello lo que captaba con aquella reducida cámara que me habían entregado dejaba de ser valioso, porque en las estanterías del despacho seguía habiendo información acerca de la estrategia militar alemana y otras operaciones de las que las Waffen-SS ponían al tanto a un Teniente.
Las cosas siguieron como siempre hasta el verano. Y aunque el ejército alemán a esas alturas, avanzaba imparable por el territorio soviético sin registrar un preocupante número de bajas, Herman no se cansaba de repetir que la estrategia era deficiente. Que la operación debía haberse retrasado otro año más al no poder haberla iniciado cuando estaba previsto y que cometerían exactamente el mismo error que Napoleón, aunque el Führer hubiese dispuesto varios bloques en el frente en lugar de uno sólo y compacto – como el legendario conquistador francés -. Vaticinaba que, en el mejor de los casos, la “apropiación del territorio” se quedaría incompleta, como ya había ocurrido en Francia.
Llegué a creer de verdad que le preocupaba la suerte del ejército alemán, a pesar de que no hiciese más que sacarle defectos estratégicos y hubiésemos bromeado cientos de veces cuando los ingleses lograron hundir el Bismarck en la primera batalla naval abierta que el indestructible acorazado alemán libró contra la marina inglesa. Pero toda aquella atención que prestaba al frente ruso, me obligó a preguntarme si de verdad no tendría un preocupante “sentimiento patriótico” del que yo no me había percatado nunca. Lo cierto es que al final, terminé completamente perdida al ser incapaz de determinar qué esperaba él exactamente de aquella campaña. Porque vivía pendiente del frente a pesar de que ninguna de las noticias fuesen de su agrado.
Una mañana a principios de julio, tras redactar el informe que tenía que entregar aquella tarde y que recogía las últimas noticias “no oficiales” que sabía acerca de la contienda soviética gracias a Herman, me dirigí a la puerta trasera de la cocina para echar un vistazo al huerto que Moshe había cultivado con mimo y que comenzaba a dar resultados. Pero reparé en unas botas completamente embarradas que había al lado de la puerta. ¿Por qué las botas del uniforme de Herman estaban cubiertas de barro a principios de julio? Era raro, pero lo atribuí a esas continuas construcciones de barracones que tenía que ordenar para dar cabida a más prisioneros.
Las cogí dispuesta a limpiarlas, decidida a liberar de un trabajo más a aquellas sirvientas que no hacían otra cosa que trabajar en silencio. Pero un escalofrío recorrió mi espalda cuando al darles la vuelta contemplé una suela completamente colapsada por una mezcla de barro reseco y pelo. Marañas de cabello fino, que no pertenecían a la crin de un caballo, que eran inequívocamente humanos y que ocupaban casi la totalidad de los huecos que dejaba el dibujo de la suela siendo mucho más abundantes que el mismo barro. <<¿Pero qué coño…? >> Ni siquiera fui capaz de formularme una pregunta completa al respecto, cogí ambas botas de nuevo y regresé a la cocina.
-Esther, ¿qué narices es esto? – Ella se quedó mirando las botas amedrentada sin saber qué decir –. Me refiero a por qué las botas de mi marido están llenas de barro y pelo – maticé enseñándole la suela de las botas. De nuevo el mismo gesto mientras Rachel entraba en la cocina portando una bandeja de verduras -. Muy bien – les dije tratando de calmarme y completamente decidida a arrancarles una respuesta –. Todos ustedes saben que mi marido y yo les estamos dando un trato que jamás, en ningún otro lugar de Alemania, podrían recibir en esta mierda de Reich. Llevo desde que han llegado intentando que se comporten de una manera completamente normal mientras están en mi casa, y también saben que ni él ni yo nos oponemos a que tengan aquí unas libertades con las que ni siquiera pueden soñar ahí fuera. Así que les pido por favor que si saben algo de esto, contéstenme sinceramente, porque sólo quiero saber por qué estas botas están llenas de barro y cabello. Sólo eso.
Mi discurso pareció no causarles el más mínimo efecto. De hecho, mi cabeza ya estaba ensayando las palabras con las que le exigiría a Herman una respuesta a esa misma pregunta cuando la débil voz de Rachel rompió el silencio ante la atónita mirada de Esther.
 
 

-Es porque están llegando los prisioneros soviéticos, señora. A todos se les ducha y se les corta el pelo al llegar. Pero están llegando tantos que las duchas no son suficientes y se les lava al aire libre con mangueras de riego.

-¿Qué? – Pregunté casi para mí con un débil hilo de voz.
Le creía más humano, mucho más que aquello, aunque supiese que era un maldito Teniente de las SS. ¿Por qué siempre me olvidaba de aquel puto detalle? Supongo que porque en casa se comportaba correctamente con todos los empleados, llevasen o no aquella puñetera banda en el brazo. Sí, tan correctamente que se me hizo doloroso imaginármelo ordenando duchar a gente con mangueras de riego, como si no supiese que podía hacer cosas mucho peores.
-Está bien, muchas gracias – concluí finalmente mientras intentaba calmarme.
Salí de la cocina indignada conmigo misma, por cometer el mismo error una y otra vez, por disculparle continuamente y consumida al mismo tiempo por saber que después de algunos días, preferiría pensar que él no tenía otra alternativa y que sólo aplicaba unas órdenes de la mejor manera posible.
Fui a mi antigua habitación y añadí una hoja más a mi informe detallando el trato que recibían los prisioneros soviéticos sólo para empezar. Y en aquella ocasión me esforcé por no poner nada que jugase a favor de la imagen de Herman. Aguantando aquella sensación de estar traicionándole y decantándome por la intuición, que esta vez me decía que cesase en mi empeño por mostrarle como alguien condenado a cargar con el apellido de su familia y desempeñando a disgusto un cargo que le horrorizaba. Cayendo en la aplastante obviedad de que si seguía en aquel sitio, era precisamente porque las SS estaban contentas con su gestión. Algo que decía mucho en su contra y muy poco a su favor.
Entregué el informe por la tarde, aprovechando para comprar en la calle un periódico en el que se reflejaba el último gran avance en la campaña soviética. Probablemente Herman se equivocaba. Los alemanes seguían avanzando. Minsk había caído por el sur, se dirigían a Leningrado por el norte y todo el mundo daba por sentado que se llegaría a Moscú antes de finales de mes.
Aquella noche cené en silencio, bajo la atenta mirada de Herman, que dibujó distintos grados de curiosidad antes de convertirse en preocupación y finalmente se aventuró a formular la pregunta que seguramente llevaba un buen rato aplastándole.
-Erika, querida… – empezó con mucho tacto – ¿ocurre algo?
-No, Herman.
-Dos palabras, no está mal – se burló irónicamente -. Está bien, supongo que si quisieras contármelo ya lo habrías hecho – zanjó mientras se frotaba la frente.
Es cierto que no era la típica conversación que un matrimonio de menos de un año mantiene durante la cena, pero también era cierto que en aquella mesa éramos un Teniente de las SS y una espía de la resistencia francesa. Así que lo raro era que esas conversaciones hubiesen tardado tanto en aparecer.
-¿Qué has hecho durante el día? – Preguntó probando otro camino.
-Nada interesante, ¿qué has hecho tú?
-Desconozco si lo que he hecho yo te parecería interesante, pero no lo sabremos porque no puedo contártelo, ya lo sabes -. Supongo que su tono ciertamente punzante fue provocado por la reticencia de mi respuesta.
-Muy bien, entonces está todo hablado – contesté sin inmutarme.
-¡Joder, Erika! ¡¿Qué cojones te pasa ahora?! – Me quedé anonadada al escuchar aquello. Unas palabras perfectamente coloquiales que Herman jamás había utilizado conmigo de una forma tan directa y singular –. Me voy a cama, he tenido una mierda de día… – dejó caer casi en un murmuro mientras se levantaba de la mesa.
Del millón de posibilidades de hacer alguna referencia a su “mierda de día” acabé no escogiendo ninguna. En lugar de eso me quedé sola en la mesa, sintiéndome como una idiota a la que dejan dolida después de una burda discusión que ella misma había provocado. Justo lo que yo era en aquel momento. Ni más, ni menos.
Los días siguientes fueron difíciles. Seguíamos ligeramente molestos el uno con el otro sin saber muy bien el por qué, ya que nuestras respectivas reacciones resultaban desmedidas para atribuirlas a aquel mal cruce de palabras que ahora me parecía ridículo. Echaba de menos a Herman, al que siempre me abrazaba en cama en lugar de darse la vuelta y quedarse dormido sin ni siquiera acercar sus pies a los míos. Le echaba mucho de menos y me amedrentaba el hecho de que aquel irascible Teniente le estuviese ganando terreno a mi marido.
Y la confusión me cegó tanto que hice lo que una mujer en el mismo grado de desesperación que el mío haría, lo más obvio y también lo menos prudente.
Herman me había comentado alguna vez que la familia de Rachel tenía una pastelería que el ejército había destrozado hacía algunos años durante la que ya se conocía como “la noche de los cristales rotos”. Así que a mediados de la semana siguiente, durante una tarde en la que no tenía nada que hacer y harta de las comidas en silencio, me acerqué a ella con la excusa más idiota del mundo, aprovechando también que Esther estaba ayudándole a Moshe a limpiar lo que habían recogido del huerto para almacenarlo en la despensa.
-Rachel, ¿sabes hacer bizcocho?
-Sí, señora Scholz – me respondió de la misma débil manera de siempre.
-¿Podrías enseñarme? Yo nunca he sido demasiado buena con los fogones y lo cierto es que me encuentro patética cuando me doy cuenta de que tampoco hago nada para remediarlo.
Adorné mi argumento con una despreocupada risa que logró arrancarle una débil sonrisa a mi cocinera. Rachel tenía una sonrisa bonita, siempre pensaba que era todo un mérito saber sonreír así con toda la mierda que le había tocado aguantar.
-Claro, ¿quiere hacer uno ahora o prefiere dejarlo para más tarde? – Me preguntó casi con un minúsculo atisbo de ilusión.
-Ahora está bien… si tenemos todos los ingredientes, para mí es un buen momento…
Reconozco que no había estado especialmente habladora con nadie desde la última vez que me había dirigido a ellas para preguntarles por qué había pelo de persona en las botas de Herman, pero inexplicablemente, había habido un cambio en aquella muchacha que se dirigía apresuradamente a la despensa para coger los ingredientes necesarios para hacer un bizcocho. Presté atención a las explicaciones de Rachel procurando que la conversación no se extinguiese, aunque no resultase interesante. Sólo era una forma de tejer cierta confianza para introducir el tema que quería. Y aproveché un silencio un poco más largo de lo normal mientras removíamos nuestras respectivas mezclas para abordar el espinoso tema.
-Herman me ha dicho que no soléis hablar mucho, y es cierto, me preguntaba por qué. Cuando llegasteis yo creí que os conocíais del campamento…
-Sí, nos conocíamos de vista – me confirmó. Era demasiado inocente, o quizás el hecho de que no hubiera mantenido una conversación normal en meses la obligaba a no desaprovechar una oportunidad como aquella. En cualquier caso, la situación me favorecía -. Pero no se suele hablar mucho cuando todas nos dedicamos durante todo el día a lo mismo. Además, los soldados allí no nos dejan hablar mientras trabajamos, quizás por eso a su marido le parezca que hablamos poco.
-¿Herman no os deja hablar? – Pregunté como si me sorprendiese que realmente pudiese llegar a tomar esa medida.
-Su marido no nos supervisa personalmente a diario, es un oficial – contestó casi con un tono de disculpa -. Son los soldados quienes nos vigilan, y ellos tienen esas órdenes – dijo con una voz suave, como si temiese herir mi sensibilidad. Algo que me pareció sumamente altruista por su parte -. Pero eso no es decisión de su marido, señora Scholz. Yo he estado en otro campo antes de que me trasladasen aquí y allí también era igual.
-Lo siento… – dije sinceramente tras algunos minutos de reflexión acerca del devenir de desgracias que tenía que haber sido la vida de aquella muchacha durante los últimos años. Ella me miró escondiendo su curiosidad con un gesto neutral -. Te parecerá raro, pero a mí todo esto de la depuración racial del Reich me parece una aberración – le confesé con la boca pequeña en un arrebato de locura transitoria.
De todos modos, estaba segura de que no pasaría nada. Si ella cometía la grandísima estupidez de decir que yo había dicho semejante cosa, bastaría con que les dijese a los soldados de allí fuera que me estaba difamando. Pero sabía que no ocurriría, porque ella me sonrió y yo le devolví una sonrisa llena de complicidad.
-Y ojalá mi marido pudiese sacaros de allí, pero me ha dicho que no puede. Lo máximo que ha conseguido es que vosotras podáis comer en casa – añadí completamente segura de que acababa de hacer mi primera amiga en mucho tiempo.
Sí, ahora era una espía casada con un Teniente y con una amiga clasificada como “judía” en medio de un régimen extremadamente antisemita. Comenzaba a creer que no conseguiría salir viva de aquella casa.
-Bueno, gracias al trabajo que nos ha dado también nos ha conseguido vacunas, que nos dejen más tiempo para ducharnos o que no tengamos que cortarnos el pelo tan a menudo… – la miré estupefacta, gratamente sorprendida por lo que acababa de escuchar de los labios de alguien a quien se suponía que estábamos explotando -. Se cuida más la higiene y la apariencia de quienes trabajan en casa de los oficiales que la de los que lo hacen allí o en las fábricas… – añadió tímidamente.
-Él no dice nada… pero yo sé que tampoco le encanta lo que hace… – comenté con tristeza tras plantearme durante algunos segundos si de verdad era factible la idea de decirle algo así a alguien como ella. Pero Rachel me sonrió tímidamente mientras me indicaba que teníamos que esparcir mantequilla en el molde en el que íbamos a poner la mezcla que acabábamos de batir. Quizás sólo me sonriese por cortesía y en realidad, en lo más hondo de su cabeza, me estuviera mandando a la mierda. Pero yo necesitaba introducir a Herman como objeto de conversación para saber algo de lo que pasaba allí, algo que me diese alguna pista de lo que hacía día a día en aquel macabro lugar -. No quiero decir que a mí me parezca bien lo que hace. Él ya sabe que no, y supongo que por eso no me cuenta nada. Pero yo le quiero, y no lo haría si no tuviese algo que le diferenciase del resto. Es difícil para él… no sé cómo explicarte…
Ella guardó un silencio que yo interpreté claramente como una forma de decirme: “usted no tiene ni puta idea de lo que hace su marido” al mismo tiempo que un nudo en mi garganta parecía obstruirme la respiración.
-Señora Scholz, usted no tiene por qué explicarme nada – dijo tímidamente cuando yo fui incapaz de esconder más mi cara -. Mire, no puedo decirle que nos tratan bien allí, le mentiría. Pero sí le puedo decir que nunca ningún oficial se había preocupado de que los soldados no cometiesen abusos en su campamento, ni por reducir el número de bajas… – la miré descolocada, preguntándome verdaderamente si lo que estaba escuchando eran de verdad palabras que, contra todo pronóstico, dejaban a Herman en un “buen lugar”. Y entonces Rachel siguió hablando con cierta inseguridad – el otro día… cuando le dije de dónde había salido el pelo de las botas de su marido… bueno, debí explicarle que en los demás campamentos se dejó a los prisioneros esperando dentro de los mismos vagones en los que habían llegado porque casi no hay sitio. Estaban muriéndose encerrados bajo el sol, así que su marido…
Rachel no terminó la frase porque la abracé inesperadamente con fuerza. Primero porque no podía creerme que esa gente, en la posición en la que estaba, pudiese ser capaz de decir nada bueno acerca de alguien como Herman. Y segundo, porque eso sólo podía significar que, después de todo, él también era capaz de influir positivamente en el Teniente que no tenía más narices que ser.
-Lo siento – me disculpé por mi impulsiva reacción intentando contener unas lágrimas de felicidad.
-No importa – contestó descolocada mientras regresábamos de nuevo a la elaboración del bizcocho.
Procuré buscar otro tema de conversación. Dándome por satisfecha con aquel enorme – mejor dicho, gigantesco – avance y animada porque por fin tenía a alguien con quien hablar en la ausencia de Herman. Alguien que además parecía disfrutar de nuestras vagas palabras y que -aunque mostraba una gesticulación oxidada por el desuso – dejaba entrever cierta nota de agradecimiento por una simple conversación.
Aquella tarde, cuando Herman llegó a casa, le recibí con un gran abrazo en la entrada del salón.
-¿Qué demonios has hecho esta tarde? – Me preguntó extrañado tras aceptar el enorme beso que había deseado darle desde que había obtenido el fruto de mis pesquisas por libre.
-¡Te he hecho un bizcocho!
-¡Venga ya! – Exclamó riéndose.
Decidí mostrárselo directamente y le conduje hasta la mesa del comedor, donde mi gran obra culinaria reposaba orgullosamente inflada de una forma desigual. Tenía que haberle hecho caso a Rachel y servirlo troceado para que no se apreciase el “amorfismo”.
-Dios mío… – murmuró – creí que lo habrían las cocineras y que intentarías convencerme de que lo habías hecho tú. Pero es evidente que esto es obra tuya… – dijo frunciendo la nariz de una forma graciosa mientras lo observaba.
-Vamos, Herman… – ronroneé sujetando su brazo – sólo intento que me perdones por comportarme como una imbécil estos días.
No estaba muy acostumbrada a pedir disculpas, y en este caso, ni siquiera estaba segura de tener que pedirlas. Pero yo quería a mi marido de vuelta y alguien tenía que dar el primer paso.
-Está bien, probemos esta “maravilla”… – accedió pacíficamente antes de besarme en la coronilla y tomar asiento.
-¿No quieres cenar primero?
-No, no tengo mucha hambre… – me informó desabrochándose el primer botón del uniforme, aquél que parecía ahogarle manteniendo el emblema con la doble S rúnica celosamente ceñido a su cuello.
Serví también el chocolate que habíamos preparado para acompañar el bizcocho y cenamos mientras me comentaba que los ingleses se habían aliado con los soviéticos después de que Leningrado hubiese sido atacada por el ejército del norte. Después elogió el sabor de mi bizcocho remarcando entre risas que nada hacía presagiar que fuese comestible. Le conté que el que Rachel había hecho para enseñarme tenía una pinta estupenda pero que les había insistido para que se lo comiesen ellas, algo que le sorprendió positivamente a juzgar por su reacción.
-Erika, comprendo que todo este “secretismo” acerca de mi trabajo te inquiete… pero si lo hago de esta manera es porque ya te he dicho que no quiero que tengas nada que ver con todas esas barbaridades, ¿lo entiendes? – El corazón me dio un vuelco al escuchar “barbaridades”, pero no pude hacer otra cosa que asentir mientras le miraba a los ojos -. Te quiero – dijo cogiendo mi mano sobre la mesa.
-Y yo a ti – contesté con sinceridad -. ¿Vamos a cama? – Pregunté en voz baja como si temiese que alguien pudiese más pudiese escucharme a pesar de que estábamos solos.
-No puedo, todavía tengo que ocuparme de algunos asuntos antes. Pero ve tú y espérame, terminaré enseguida.
No acepté, pero tampoco hice nada para detenerle cuando se levantó de la mesa y recogió su carpeta antes de desaparecer camino del despacho. Me quedé un par de minutos pensando en mi oxímoron favorito: él. Un cúmulo de incongruencias que no terminaba de contemplar al mismo tiempo. Como si realmente me resultase imposible conjugar todos los aspectos que conocía de su personalidad mientras me imaginaba los que todavía me quedaban por conocer. Bueno, por lo menos sabía que él trataba como podía de mantener el orden en la pequeña parcela del Reich que le tocaba administrar, y eso me producía un sentimiento de orgullo hacia él que – al menos de momento – me hacía verle con buenos ojos.
Me levanté y me dirigí a nuestra habitación. Pero me puse el camisón y ni siquiera me planteé esperarle en cama, sino que me dirigí al despacho de Herman. No había cerrado la puerta del todo así que sólo tuve que empujarla levemente para encontrarle en el escritorio, firmando algo y leyendo atentamente unas hojas.
-¿Te queda mucho, Her? – Inquirí con cierta picardía.
Él dejó la pluma sobre la mesa y me miró sonriente mientras apoyaba su cara sobre su mano. Sonreía porque sin duda sabía lo que quería, y lo sabía porque – a parte de mi lenguaje corporal – me había apropiado del diminutivo con el que Berta se refería a él para reclamarle aquello que ahora no estaba moralmente vedado para nosotros. Aunque nunca nos importó lo más mínimo que lo estuviese.
-Nunca te rindes, ¿verdad? – Dijo mientras me indicaba con su dedo índice que me acercase. Di un par de pasos hacia delante, caminando lentamente mientras negaba con la cabeza – ¿No? – Insistió mientras yo seguía negando a medida que avanzaba con deliberada suavidad – ¿Puedes enseñarme tu mano derecha? ¿Qué llevas ahí? – Preguntó derrochando un tono burlón mientras yo le enseñaba la alianza que me convertía en lo que tantas veces me había negado a ser.
-Alguna vez me he rendido… – confesé mientras rodeaba la mesa para ponerme a su lado – ¿puedo saber qué haces?
-Organizo unos traslados que quiero solucionar cuanto antes – contestó mientras apartaba los papeles a un lado para llevar una mano a mi cintura, instándome con ella a colocarme en el poco espacio que había entre él y la mesa.
-¿Puedo preguntarte algo? – Inquirí rodeando su nuca cuando él dejó caer su cabeza sobre mi vientre mientras cercaba mis muslos con sus brazos. Me asintió con un vago sonido -. ¿Cómo puedes traer a cien prisioneros a casa todos los días sin que nadie se oponga? – Mi voz sonó débil, como temiendo encontrarse con otra respuesta ambigua que no iba a aclarar mis dudas. Pero no fue así.
-Nuestros caballos… – me adelantó en un suspiro -. Tenemos una de las ganaderías más prestigiosas del país, Erika. Hago tratos con el ejército, les vendo ejemplares o simplemente se los presto para algún desfile… igual que ellos me dejan a mí algunos sementales de vez en cuando. Es un negocio y eso me convierte en empresario. Con lo cual, tengo derecho a utilizar la mano de obra que el Reich le está ofreciendo a sus empresarios. Oficialmente, toda esa gente viene aquí a trabajar en el negocio familiar. Excepto un par de empleados que vienen a ocuparse de la casa o del jardín – me explicó con una pausada voz como si estuviese a punto de quedarse dormido.
-Pero los soldados que les acompañan saben que no es así, que tienes reclusos esparcidos por toda la finca, ¿y si tiran del hilo?
-Los que podrían tirar del hilo tienen las manos atadas por Berg… esos soldados que vienen a casa no tienen derecho a ponerme en duda, están aquí bajo mis órdenes. Pero nadie va a osar tirar del hilo cuando se trata de la familia Scholz, Erika. Ni siquiera la secreta. Hay más condecoraciones en mi familia que en todo el cuerpo de la secreta… nadie pone el ojo en una familia como la nuestra. Se supone que yo soy igual que mi abuelo y que mi padre… – su voz volvió a sonar cansada. Pero yo me encogí al pensar que si la policía secreta del Reich metía las narices en algo, lo más prudente que yo podría hacer sería pegarme un tiro – en el fondo lo soy, sino no llevaría este uniforme…
Si le dijese que no lo era, él insistiría en que sí lo era y entonces nos saldríamos por la tangente antes de tener la oportunidad de preguntarle algo que recordé en aquel momento.
-¿Berg te ha dicho algo de todo esto?
-No. Berg es demasiado bueno en todo, sabe perfectamente qué decir para no comprometerse y para no comprometerme a mí…
-¿Qué quieres decir?
Herman suspiró, me soltó y se recostó sobre el respaldo de la silla antes de frotarse la frente mientras comenzaba a hablar.
 
 

-Berg lo sabe todo y sólo sabe lo que le conviene, Erika… por eso es tan jodidamente bueno. No hace falta hablar directamente de algo porque él ya sabe de qué estás hablando. Me conoce demasiado bien, sabe que no necesito a toda esa gente. Y lo sabe tan bien como yo sé que está de acuerdo, porque él también lo haría si su puesto le diese la oportunidad. Es de fiar, no es como mi padre, que hubiera traicionado a cualquiera de su nosotros por seguir ciegamente los ideales del régimen. Él tiene principios, y lo que es más importante, sabe imponerlos de forma que parezcan los principios que a él le han impuesto. Jamás haría nada que me pusiera a tiro –hizo una pausa para mirar despreocupadamente hacia otro lado y después continuó hablando -. ¿Acaso crees que no sabe lo que pasó con Furhmann? Supo desde el primer momento que lo que yo le dije no era más que lo que quería que figurase en el informe oficial. Pero los dos sabíamos que si yo mencionaba lo que había hecho, él estaría en la obligación de delatarme. Y como no iba a hacerlo, el hecho de mentir descaradamente fue el equivalente a guardar las formas para ahorrarnos un favor. ¿Y sabes qué me dijo antes de colgar? – Esperé ansiosa a que continuase hablando, sorprendida de que me estuviera confesando el teatro que se traía con Berg y sacando mis propias conclusiones. Eso significaba que tomaban ciertas precauciones con sus propios “camaradas” y que yo para él también era “de fiar”-. Me dijo: “¡Joder, muchacho! Si supiese que iba a perder la cabeza en Rusia, le hubiese enviado antes. Ahora te mando a alguien, no te preocupes”. Y nadie preguntó nada porque la orden venía de arriba. Así funcionan las SS.

Y aunque me desbordaba la curiosidad de saber por qué dos oficiales de poderosas familias se tomaban semejante molestia a la hora de “guardar las formas”, sabía que de momento no me iba a decir nada más. Sólo pude estremecerme en su franqueza al mismo tiempo que mis pupilas se clavaban en las suyas antes de recorrer el relajado gesto de su cara. Como si en el fondo estuviese deseando que todo aquello que le sustentaba se fuese al traste, contradiciéndose de nuevo a sí mismo y jugando otra vez a estirar esa frontera que distinguía lo que era y lo que otros querían que fuese. Pero recordando con entrañable ilusión que yo para él, era alguien de fiar.
-Te quiero – le dije suavemente mientras le tendía una mano para que me diese la suya. Correspondió mi gesto con la misma dejadez con la que me había contado todo aquello y yo tiré de él para que se incorporase -. Te quiero muchísimo – repetí cuando sus manos rodearon mi cintura y su torso se adhirió al mío con cuidado.
Su agradable olor me capturó antes de que llegase a besarme con aquella entrega que solía poner al hacerlo. Casi había olvidado qué se sentía cuando me besaba de verdad a causa de aquel eclipse de afecto que mi estúpida reacción de hacía algunos días había provocado. Pero tuve el inmenso placer de volver a experimentarlo en el mismo momento en el que mis labios se abrieron bajo los suyos, recibiendo el abrazo de su lengua sobre la mía con la misma delicadeza que ponían sus brazos al rodearme mientras arrastraban el bajo de mi camisón hasta mis costillas. Diciéndome con todo ello que nadie me haría sentir nunca ni la mitad de mujer de lo que me sentía con él. Con quien yo quería estar realmente, porque sabía que a ningún otro le abriría las piernas de la misma manera que las abrí para él tras elevarme sobre mis pies y sentarme al borde de la mesa. Ahogando el leve malestar que me produjo el recuerdo de aquella escena similar en la que él estaba justo dónde había estado su padre, pero de distinta forma, porque en mis encuentros con el Coronel sólo había de por medio el más genuino interés por llevar a cabo un trabajo. Un trabajo que con él quedaba relegado a un segundo plano, o incluso a un tercero. No tenía nada que ver, así que no tenía que sentirme culpable sólo por entregarme en el mismo lugar.
No me resultó difícil convencerme de aquello, y menos con la ayuda que sus manos me brindaron al deshacerme de mi ropa interior después de que él se apartase durante un instante para luego regresar al interior de mis muslos de una manera sugerentemente atropellada, como si los segundos que acababa de invertir en dejar al descubierto mi sexo le hubieran parecido años enteros. El gesto me arrancó una sonrisa que me duró poco, lo mismo que él tardo en adueñarse otra vez de mi boca. Esta vez con decisión, devorándome de una forma que me obligaba a hacer lo mismo mientras sentía que mi deseo se inflamaba a medida que sus manos me retiraban ahora el camisón para descubrir mis pechos.
Y su boca me abandonó para atenderlos cuando me encontré completamente desnuda y a su merced, dejando caer mi espalda hacia atrás al ritmo que marcaban las manos que me guiaron hasta depositarme sobre la superficie del escritorio sin que su lengua osase separarse en ningún momento de mi busto, regalándome su cálido tacto sobre la sensibilidad que derrochaban ahora aquellos pezones que yo notaba rígidos. Tan rígidos como aquella protuberancia que me abrasaba la entrepierna mientras yo dudaba de que él pudiese encontrar en mis pechos ni una mínima parte de aprovechamiento de lo que yo le veía a lo que pugnaba por liberarse de sus pantalones. Algo a lo que sin embargo, no prestaba atención alguna.
Él sólo seguía saboreando mi cuerpo, deslizándose por donde creía conveniente mientras me arrancaba con ello todo tipo de reacciones, excepto la de refrenarle. Ésa no tenía cabida cuando se entretenía conmigo de aquella forma. Es más, siempre me inducía la necesidad de apremiarle inútilmente, porque al fin y al cabo, terminaba dándomelo en la dosis que le daba la gana. Pero era parte del juego. Pertenecía a esos preliminares que él dominaba a la perfección y que le servían para decirme sin palabras que me conocía de una manera casi insultante. Aunque bien mirado, no puedo negar que me encantaba que lo hiciera.
Mi cuerpo se convulsionó sobre la mesa con la placentera sensación que su lengua depositó sobre mi clítoris mientras sus manos colocaban estratégicamente mis muslos sobre sus hombros, flanqueando aquella cara que me regalaba las atenciones de su boca de un modo que me forzaba a luchar por el aire en lugar de respirar, mientras que mis párpados cubrían mis ojos dejando que fuese mi piel la que me dejase constancia de lo que ocurría sobre mi cuerpo. Un cuerpo que aun siendo golpeado por la inminente necesidad de ser ocupado, era capaz de traducir para mi cabeza cada uno de los roces de aquella lengua incomparable que hacía que mis caderas bailasen tímidamente en busca de su constante atención. Siguiéndola un poco más cuando parecía abandonarme para proponerle mi humedad a cambio de la suya, mi propia humedad que ella había hecho crecer una vez más.
Pero la atención cesó en uno de esos momentos en los que Herman sabe dejarme, perfectamente consciente de que es en ese instante cuando más deseo que continúe. Y consciente también de que mi excitación crece todavía más cuando su cuerpo sobrevuela el mío a ras de mi piel hasta que los ojos del azul más limpio que he visto en mi vida se encuentran con los míos. Cosa que casi siempre sucede al mismo tiempo que su miembro palpa tenuemente mi hendidura, dejando que se escurra tentadoramente entre mis labios mayores para mostrarle a mi resbaladizo y algodonado sexo la implacable consistencia del suyo antes de penetrarme. Como si estuviese avisándole de que va a llevárselo por delante a la vez que me incita a desear que lo haga.
 
Ahogó un gemido sobre mi cuello cuando lo hizo. Obligándome a que yo dejase escapar el que había contenido desde que su boca se había separado del lugar en el que ahora se estrellaba su bajo vientre con cada una de sus cuidadosas acometidas. Siguiendo aquel patrón que le encantaba marcar para que no me quedase más remedio que retorcerme con cada milímetro que me introducía o me sacaba.
Me enerva que haga eso. Me encantaría sujetar su mandíbula para obligarle a mirarme y suplicarle que lo haga más rápido en lugar de condenarme a esperar temblorosamente desde que comienza ese retroceso hasta que su cuerpo vuelve a rendirme tributo enterrándose en lo más hondo del mío con una particular vagancia que no me deja más remedio que ceñirme a sus caderas con mis piernas. Pero supongo que se reiría con esa despreocupación con la que sabe salir airoso de cualquier lance y después me lo haría todavía más lento. Así que acepto libremente el decreto que le permite torturarme durante algunos minutos, a sabiendas de que luego me los devolverá con intereses.
Y sin embargo, esta vez sus caderas parecían atormentarme más que nunca, desenvolviéndose entre mis muslos sin desprenderse del cauteloso ritmo que marcaban, y hasta conseguir que el roce de su sexo al moverse a través del mío me resultase la forma más inhumana de saciar el deseo de alguien.
-Herman, más rápido por favor… – imploré entrecortadamente en un par de suspiros.
El hecho de que su boca estuviese ocupada jugando en las inmediaciones del lóbulo de mi oreja no fue suficiente para no permitirme percibir un jocoso atisbo de risa que murió cuando su pelvis me dio lo que le pedía mientras que una de sus manos se deslizaba hasta mi nuca, dejando su pulgar al final de mi mandíbula para sujetar mi cara de un modo dominante que me resultaba increíblemente tierno.
Ahora sí que me deshacía. Mis dedos se expandieron sobre su espalda anclándose a su musculatura mientras respiraba frenéticamente sobre mi yugular y me embestía ensartándose con firmeza, hasta que sus caderas desplazaban mi cuerpo bajo el suyo. No hice nada, no podía moverme más que lo justo para ofrecerle una penetración limpia, pero no importaba porque con sus movimientos era más que suficiente para que mi orgasmo estuviese a punto de hacer una estelar aparición. Y comencé a jadear, completamente convencida de que iba a ser el mejor de mi vida, avanzando imparable hacia ese momento en el que un escalofrío anuncia lo irremediable. Incluso cerré los ojos con fuerza y estiré mi cuello para recibir el apoteósico momento.
Y entonces mi orgasmo – mi prometido y perseguido final – se quedó entre bambalinas cuando Herman, tras clavarse con ahínco dentro de mí, decidió retomar sus perezosos movimientos.
Abrí mis ojos con desesperación, apretando fuertemente mis mandíbulas para ahogar un grito antes de intentar relajarme.
-Más rápido, Herman… – susurré con una melosa e inocente voz. Mis plegarias fueron vanas. Esperé durante algunos segundos pero mi petición no fue atendida – Her… – insistí con el mismo tono cerca de su oído. Pero “Her” continuaba su vago quehacer con la cara completamente hundida en mi cuello, suspirando agitadamente mientras me penetraba a un ritmo más bajo que el de su respiración – ¡Herman, por Dios! – supliqué probando con un tono más alto.
-No –. Fue lo único que me dijo elevando su cara un par de centímetros para volver a desaparecer de nuevo al lado de mi cuello.
No tuve más remedio que quedarme quieta bajo su cuerpo, dejándole hacer y sabiendo que seguiría haciéndolo de aquella manera que crispaba mis nervios al acercarme tan lentamente a un final que ya se me había escapado de las manos por su puñetera culpa.
Me rendí y me abandoné a sus movimientos lentos, intentando poner en práctica aquello de: “si no puedes con tu enemigo, únete a él” y disfrutando de la abrasadora sensación que me producía cuando llegaba al final y empujaba todavía un poco más, como si quisiera asegurarse de que ya no era posible trepar más arriba.
-Sólo un poco más rápido… – le pedí cerrando los ojos mientras ese plano emocional que precede al orgasmo y que parece ajeno a la realidad se hacía dueño de mi cuerpo, prolongándose en el tiempo sin llegar a dármelo. Tampoco me hizo caso -. Por favor… – susurré invirtiendo mis últimas fuerzas en contorsionar mi cuerpo a causa del infinito placer que su vaivén me regalaba.
Sus movimientos se acortaron mientras su mano me obligaba a enfocar su cara. Ahora entraba hasta el final con una dosis extra de empuje y salía solo hasta la mitad de su miembro, pero igual de insoportablemente lento.
-Te he dicho que no – me impuso interrumpiendo su atolondrada respiración.
Y él tenía razón. Hacerlo así era como si el momento previo a un final de órdago se perpetuase hasta perder la noción del tiempo y hasta llegar a consumirte en la inminente necesidad de alcanzar el clímax por fin. Contradictorio, sí, pero sumamente placentero. Y también indescriptiblemente satisfactorio cuando mi vientre comenzó a contraerse casi por propia voluntad antes de que lo hiciesen también los músculos de mi sexo, abrazando aquel cuerpo que se deslizaba en su interior y ofreciéndome cada detalle de sus movimientos al mismo tiempo que Herman era incapaz de reprimir un gemido que pareció sorprenderle incluso a él mismo.
-Oh, Dios… no aprietes… – alcanzó a decir tras modular la respiración.
Puede que si las cosas hubiesen sido de otra manera le hubiera hecho caso. Pero en cuanto su voz me lo pidió con la misma desesperación que la mía hacía unos minutos, supe enseguida lo que tenía que hacer. Y apreté. Apreté haciéndole boquear a escasa distancia de mi cuello, derramando su aliento sobre mi piel y enloqueciéndome al tratar de imponerse un ritmo que comenzaba a escapar a su control mientras que yo me deleitaba en aquellas traviesas embestidas que no lograba retener en algunas ocasiones.
<<¿Qué te ocurre, Her?>> Pensé mientras intentaba dar con el momento para preguntárselo con aquel tono socarrón que ya estaba preparando. Pero todo aquello se me quedó en una mera intención ante la imposibilidad de dominar mi respiración, porque yo estaba experimentando una sensación de colapso general que me impedía hacer cualquier otra cosa que no fuese centrarme en cómo mi cuerpo se rendía a la fruición que poco a poco iba embargándolo, mientras las suaves oleadas que dibujaban las caderas de Herman entre las mías iban acumulando poco a poco cada nota de placer. Matizándolas con la satisfacción de dejarme sentir su pulso acelerado al posar su pecho sobre el mío, o besándome el cuello sin más freno que sus propias espiraciones, que me dejaban pequeñas muestras de aquel olor que me hacía buscarle con todos mis sentidos mientras esperaba pacientemente, supeditada a su voluntad ante la imposibilidad de hacer nada más que confiar en que sabría devolverme el tiempo una vez más.
Abrí más mi boca para respirar, incapaz de hacerme con el aire que necesitaba valiéndome sólo de mi nariz y demandando cada vez inspiraciones más profundas. Proporcionales a la magnitud de aquellas penetraciones que cada vez se adentraban más, al mismo tiempo que aquel vientre se llevaba mi clítoris con el suave barrido que iba a hacer que me corriese después de unos minutos que me habían parecido horas.
Y después de eso, simplemente estallé en medio de sus aterciopelados movimientos. Tensando mi cuerpo hasta límites insospechados antes de rendirme al orgasmo más nítido que había tenido en mi vida. Las piernas me temblaban con cada sacudida en medio de lo que yo percibí como un pasaje más propio de un cuadro del romanticismo, mientras apreciaba claramente cada convulsión de mi sexo y las que pertenecían al de Herman. Sí, también era capaz de percibir las convulsiones de aquel arrogante marido que me empapaba a medida que se derrumbaba apabullado, aferrándose a mis caderas desesperadamente para seguir hundiéndose entre mis piernas aunque eso pudiera parecer ya imposible. Y todo aquello fue absolutamente delicioso, aunque pensar ahora en lo que costaba alcanzarlo me originaba una enorme pereza.
Me llevé una mano sobre la frente cuando mi cuerpo se relajó después del fragor de la batalla más candente que jamás habíamos librado, afanándome por volver a respirar con normalidad mientras trataba de convencerme a mí misma de que había sido real.
-Te odio… – dije después de darme cuenta del placentero extremo que había llegado a alcanzar siendo coaccionada con la más ardua de las desesperaciones.
Él se rió mientras reposaba todavía sobre mí.
-Y una mierda, querida – contestó antes de elevarse sobre sus brazos y besarme -. Me quieres tanto como yo a ti. Y lo sabes.
No lo rebatí. Hubiese sido inútil, así que le devolví el beso y nos fuimos a cama tras recoger mi ropa. Aquella noche volví a dormirme en los brazos de Herman, deseando que al día siguiente no tuviese que levantarse para ir a ningún sitio – o más bien, a ése sitio en concreto -.
Pero no fue así. Al día siguiente me desperté justo a tiempo de acercarme a la ventana y verle subir en el coche que le recogía cada mañana. Y también vi los camiones que traían a los empleados, así que me vestí para bajar a desayunar, ligeramente esperanzada por la posibilidad de que Rachel no hubiese perdido la confianza que habíamos establecido el día anterior.
Me agradó comprobar que no lo había hecho, e incluso mantuvimos una conversación bastante normal mientras desayunaba. Le ofrecí un bollo de desayuno, pero lo rechazó. Supongo que todavía no habíamos llegado a ese punto y recordé que la tarde anterior había tenido que hacer verdaderos méritos para que se comiesen el bizcocho que ella había hecho. Pero ya me las arreglaría. Aquella mañana estaba exultante. Por lo menos lo estuve hasta que “mi suegra” telefoneó a casa para decirme que “mi cuñada” pasaría un par de semanas con nosotros.

<> Pensé mientras recibía la noticia con fingida alegría.

Mas relatos míos en:

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“Mi nueva criada negra” LIBRO PARA DESCARGAR (por Golfo)

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Sinopsis:

Una amiga viendo que era un desastre, me contrata una criada para que al menos organice la pocilga que es mi casa. Sin saber que la presencia de Meaza, cambiaría para siempre mi vida al descubrir junto a ella una nueva clase de erotismo.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

-Necesitas alguien fijo en tu casa- dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería.
Traté de defenderme diciéndola que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla ni de entrevistarla.
-No te preocupes yo te la busco-soltó zanjando la discusión.
Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana. Suponiendo que se le iba a olvidar, contesté que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
-Menuda carita- me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso diciendo: – Se nota que ayer te bebiste escocia.
-¿Qué coño quieres?- respondí ya enfadado.
-Te he traído a Meaza- dijo señalando a la muchacha que sumisamente la seguía: – No habla español pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, producto de las penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!- exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver dónde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé qué me pasó, quizás fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con él a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reírse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto- soltó tratando de quitar hierro al asunto.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está.
-Pues, entonces ¿de qué te quejas? Fóllatela y ya.
-No soy tan cabrón de aprovecharme- contesté bastante poco convencido en mi capacidad de soportar esa tentación dentro de casa.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter las llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara. Casi me caigo al verla únicamente vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Para colmo, lejos de incomodarse por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama.
Sentir su cuerpo pegado al mío alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que me impedía incluso el mantenerme de pie, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza usando como almohada su vestido, estaba totalmente desnuda y ajena a mi examen, descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla pero algo en mi me indujo a aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos. Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro. Redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara aun siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón. Por eso, todavía estaba ahí cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber qué hacer, me tapé con la sabanas mientras desayunaba y reconozco que no paré de mirar de soslayo a la muchacha.
Ella, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería y sonriendo abrió su boca para que le diera de comer.
Estaba alucinado, cuando todavía no me había repuesto de ese gesto, vi como sus blancos dientes mordían la tostada tras lo cual su dueña volvió a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido con ella mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda y los pechos hacía delante, mantenía su culo ligeramente en pompa.
«¡Qué buena está!», maldije al percatarme que me estaba volviendo a poner cachondo.
Tratando de evitarlo, me levanté a darme una ducha fría sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo. No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero. De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor y su cuerpo.
«No puede ser», mascullé entre dientes al pensar que aunque nunca había cruzado una palabra con ella y ni siquiera me entendí, me resultara hasta doloroso el comprender en lo difícil que me iba a resultar el respetar la relación criada-patrón si esa niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño con la toalla esperando secarme. Traté de protestar pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo por lo que al final, no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies.
«Esto no es normal», sentencié observando sus manos y la tela recorriendo mis piernas mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo.
Interiormente aterrorizado de lo que iba a pasar cuando esa mujer llegara hasta mi sexo, me quedé quieto. Al hacerlo, me tranquilizó ver su profesionalidad cuando se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
También os he de decir que aunque Meaza no mostró ningún rubor, mi pene en cambio no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose. La muchacha haciendo caso omiso a mi calentura sonrió y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo para acto seguido salir después con la toalla mojada hacía la cocina.
«Parezco nuevo», murmuré avergonzado. Me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí y saliendo al salón, encendí la tele.
Allí me resultó imposible concentrarme al ver a esa negrita limpiando la casa vestida únicamente con ese trapo. Confieso a mi pesar que aunque lo intenté que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
«Todo es culpa de Maria», sentencié hecho una furia con mi amiga por habérmela traído.
Cabreado hasta la medula, cerré los ojos mientras buscaba relajarme. No debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna. Tardé unos segundos en abrir mis párpados y cuando lo hice me encontré a Meaza hincada a mi lado con un plato de comida entre sus manos.
-No tengo hambre- dije tratando de hacerme entender.
Mis palabras le debieron resultar inteligibles porque obviando mis protestas, esa muchacha no hacía más que alargarme el plato.
– No quiero- contesté molesto por su insistencia y señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no.
Imposible, la negrita seguía erre que erre.
-¡Coño! ¡Que no quiero!- grité ya desesperado.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano me obligó a coger una loncha para posteriormente llevársela a su boca. Por fin entendí que lo que quería es que le diera de comer.
«Seguramente en su tribu, los hombres alimentan a las mujeres y obligada por su cultura espera que yo haga lo mismo», me dije y pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacía falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Agradecida, esa monada sonrió mostrándome toda su dentadura. Reconozco que estaba encantadora con una sonrisa en la cara y ya más seguro de mí mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Contra todo pronóstico comprendí que era una gozada el hacerlo porque de alguna manera eso me hacía sentir importante. Lo quisiera o no, era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles por lo que cuando se acabó todo lo que había traído, fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón. Más interesado de lo que nunca había estado con una mujer, acercándole el vaso a los labios, le di de beber. Meaza debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo pero como acto reflejo mi mano recorrió su seno y recogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos y con ellos, mi entrepierna. Cuando nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos pero decidí que me había equivocado por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
«Puta madre, ¡es preciosa!- pensé mientras combatía la lujuria que se estaba adueñando de mi cuerpo y sabiendo que eso no podía continuar así y que al menos debía de ir decentemente vestida para intentar que no la asaltara en cualquier momento, la cogí del brazo y la llevé a su cuarto.
Una vez allí, busqué algo con que vestirla pero al ver el armario totalmente vacío, descubrí que esa muchacha solo había poseía la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa- le dije.
Con los ojos fijos en mí, se echó a reír dándome a saber que no había entendido nada.
« Es primer domingo de mes», pensé, «luego los grandes almacenes deben de estar abiertos».
Tras lo cual, la obligué a ponerse esas ajadas pertenencias y la llevé de compras. Mi siguiente problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!- exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, ¡me estas volviendo loco! Cómo sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos.
Meaza, no me entendió pero me dio igual. Me gustaba como sonreía mientras le hablaba y por eso , le expliqué lo mucho que me excitaba el verla. Recreándome en su ignorancia, alabé su maravilloso cuerpo sin parar de decir burradas. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir a la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita pero hay que comprarte algo que te tape.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro porque le tenía miedo. Cómo no había más remedio, la obligué y ella asustada se abrazó a mí en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?- dije acariciándole la cabeza: -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en cómo llevarte a la cama.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla. Incapaz de comunicarme con ella, le pedí a una señorita que me ayudara inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé qué, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela para comprobar que le quedaba. Meaza me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si- asentí con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de las mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres está mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara cómo usarlo.
-Tienes unas tetas de locura- susurré mientras acomodaba sus perfectas tetas dentro de la copa: – Me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor.
La muchacha ajena a las bestialidades que salían de mi boca, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Todavía hoy me avergüenza mi comportamiento pero no pude evitar hacerlo porque estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
«Parece una modelo».
Nuevamente tuve que abrirle la puerta y de igual forma y aunque la negrita se había fijado como lo había hecho, en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón. Creo que incluso provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?- dije mirándola a los ojos sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
«Esta mujer está alterando mis neuronas y encima lo sabe- medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Sus piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Haciendo un esfuerzo retiré mi mirada y traté de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
-Yo también te deseo- contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Ya en el garaje de mi casa y habiendo aparcado el coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa.
«Debe ser lo normal en su país», pensé mientras acptaba que fuera ella quien cargara, tras lo cual y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mí me siguió con la cabeza gacha.
Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás. Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito proveniente de su cuarto.
Salí corriendo a ver qué pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?- pregunté. La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa con su infortunio.
Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura óptima. Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate- dije dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
-Quédate ahí, mientras busco algo que echarte- solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo las medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “Vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto. Estaba tan histérica que por mucho que intenté calmarla seguía llorando. Sin saber que hacer pero sobretodo sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estómago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aun sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos pero era una delicia el hacerlo y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo consciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, separó sus rodillas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuánto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!- exclamé al ver que se había desmayado y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara para acto seguido y sin dejar de hacerlo, bajar por mi cuello recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono. Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón al no pararparaba de sonar.
Cabreado contesté diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.
-¿Qué quieres, cariño?- le solté.
Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al ver como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
-Bien, es una muchacha muy limpia- contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla- dije irónicamente al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
-Que sí. No seas cabezota, me voy a ocupar que coma bien- respondí por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil- tuve que mentir para que me dejara colgar, porque estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante. Y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara…

 

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 5” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Adrián: Yo conocía a Diana cuando tenía 20 años desde que la vi me deslumbro su belleza angelical esa mirada llena sin-titulode pureza su bonitos ojos, sus tiernos labios su cabello lo llevaba lacio con un mechón hacia el lado izquierdo y una coleta eso me cautivo también he de decir que vi ese cuerpo de infarto sus bien torneadas piernas ese trasero redondo de buen tamaño parado que hace voltear miradas y sus buen par de senos grandecitos bien parados que daban a su figura esa silueta perfecta. Yo un tipo normal ni flaco ni gordo provengo de una buena familia pudiente mi padre tiene su propia empresa. Nos conocimos en la universidad por amigos en común ya que estudiamos diferentes carreras, me impresiono por lo inteligente que es paso la universidad becada, a medida que pasaba el tiempo nos fuimos acercando más entre salida y salida, las cosas se fueron dando entre nosotros hasta que nos hicimos novios, la relación se hizo seria y cada uno conoció a sus suegros y familias, en el sexo nos iba bien lo normal aunque con ese trasero deseaba que fuera mío pero nunca lo logre siempre sacaba pretexto de que por ahí no que le iba a doler y sexo oral ni se diga decía que era cochino pero aun así disfrutábamos y nos dábamos nuestras escapadas para tener intimidad.
Para mí todo iba muy normal aun que si notaba que era algo coqueta pero no pasaba de ahí creí que era normal por su forma de ser cariñosa bueno eso creía hasta que un día me di cuenta de que la cosa no era como creía. El día en cuestión fue su cumpleaños número 21 se hizo una reunión con un gran grupo de amigos en su casa temprano en la noche, ella usaba un vestido blanco enterizo manga corta con botones al frente que le llegaba hasta la mitad del muslo dejando ver sus torneadas piernas le quedaba entallado realzando esa espectacular figura, de ahí salimos todos a bailar a una discoteca popular en la ciudad todo de maravilla licor baile, en la mesa de al lado se hicieron unos tipos eran 3 bastante atractivos altos parecían modelos de portada revistas venían con dos mujeres muy bellas dos de los tipos en cuestión quedaban mirando hacia la mesa en la que estábamos notaba que miraban a mi novia le sonreían y ella se daba cuenta y de vez en cuando les regalaba una sonrisita, ella me decía que iba al baño que queda al lado de unas escaleras que suben a un segundo piso de la discoteca donde era más íntimo, más oscuro para las parejas y desde arriba se tiene una vista de la pista, 5 minutos desde que se fue mi novia veo a uno de los tipos ir hacia el baño en esas alcanzo a ver que mi novia salía el tipo la detiene y le dice algo hablaron como por 2 minutos el tipo le da un beso en la mejilla y entra al baño mientras mi novia vuelve a la mesa, cuando llega le pregunte que si conocía al tipo del baño me dice que no, que solo la quería felicitar por el cumpleaños que se dio cuenta por la algarabía que teníamos en la mesa, yo decidí no darle importancia al asunto y continuar con la fiesta, el tiempo trascurrió hasta altas horas de la madrugada los tipos seguían mirando a mi novia y ella regalándole sonrisas, ya más bebidos más ebrios mi novia dice que quiere ir al baño yo le dije que también fuimos ya algo mareados la vi entrar al de mujeres y yo entre al de hombres salí y la espere pasaron como 5 minutos y no salía pensé que ya estaría en la mesa me asome desde lejos y no la vi mire la mesa de al lado y los dos tipos no estaban, me empecé a preocupar vi que una mujer iba a entrar al baño le pregunte que si había una mujer con las características de mi novia ahí adentro se asomó y me dijo que no.
Preocupado salí del baño y vi las escaleras decidí subir estaba muy oscuro solo había unas pequeñas lámparas en las mesas en el sitio logre ver solo 3 parejas muy cariñosas dándose placer al fondo logre distinguir dos hombres y una mujer logre ver que la mujer llevaba un vestido blanco estaba abierto con un buen par de tetas grandes fuera del sostén estaba arrodillada chupándoles el pene a ambos hombres me acerque en medio de la oscuridad y me coloque detrás de una columna que había cerca ahí pude ver mejor era mi novia con su vestido abierto ese delicioso par de tetas al aire disfrutando chupándole las vergas como de 19 cms a un par de desconocidos, mi novia se veía hermosa chupándoles ese par de pollas ellos gemían de placer y mi novia saboreaba a gusto pajeaba a uno mientras chupaba la otra y así iba intercambiando mamada les levantaba las pollas y le chupaba los huevos así estuvieron como 5 minutos hasta que ambos cogieron sus pollas y empezaron a pajearse rápido frente de la carita de mi novia y le empezaron a decir…. abre la boca puta aquí te va tu regalo de cumpleaños…. la ración de leche que tanto quería dijo mi novia. Abrió su boquita y le empezaron a caer los lechazos de ambas vergas en toda la cara dentro de su boca le dejaron la cara perdida de semen parte de él le cayó en esas ricas y jugosas tetas quedo toda untada, lo que le cayó en la boca se lo trago a gusto.
Mi novia les dio las gracias por la lechita y los tipos solo se reían y le decían que de nada que era muy puta que estaba muy rica le dieron su teléfono para ver si se veían después, yo no hice nada la imagen era tan impresionante no podía creer lo que veía mi dulce e inocente novia me había engañado se veía muy bella con esa expresión de puta llena de lujuria comiendo pollas a pesar del engaño no hice nada para detenerlo me sentí celoso traicionado pero con una sensación nueva me sentía excitado y humillado eso hacía que mi excitación estuviera al máximo tenía una erección que no podía controlar, mi novia mientras tanto recogía el semen se su cara y se lo tragaba se chupaba los dedos saboreando la lechita yo salí rápido de ahí y volví a la mesa pasado un rato llego mi novia contenta, los dos hombres también se sentaron en su mesa riéndose, mi novia se puso cariñosa conmigo me daba besitos en la mejilla en los labios podía sentir un sabor extraño del semen que se había comido mientras tenía una erección que sentía que iba a romper el pantalón, en la otra mesa los tipos nos miraban y reían obviamente de mí.
Yo quería ir a tener relaciones con mi novia pero ella me dijo que no que estaba cansada ese día la lleve a casa y tuve que irme a la mía a quitarme la calentura recordando lo que vi.
Pasaron los días en una ocasión Diana vino a mi casa yo vivo en una unidad uno de los vecinos es un señor de unos 65 años de nombre Javier él es blanco, cabello canoso a pesar de su edad se ve bien conservado de joven se notaba que era una persona bien parecida de contextura delgada 1.80mts siempre anda bien vestido muy educado él es viudo y vive solo sus hijos viven en otra ciudad creo que fue profesor universitario, Diana y yo íbamos a salir a dar una vuelta saliendo de la unidad nos encontramos al vecino que muy educadamente nos saludó pasamos junto a él y seguimos me dio por mirar hacia atrás y pude ver como el viejo vecino le miraba ese culo grande redondo bien parado a mi novia como le quedaba ese jean que usaba apretado se le alcanzaba a meter entre las nalgas se le marcaba bien, el viejo solo miraba sin descaro con mucho morbo en esas me mira pudo ver que me daba cuenta de que miraba a mi novia el simplemente me vio y se sobo un bulto enorme que tenía entre el pantalón y me sonrió, yo no supe cómo actuar quede desconcertado, algo nervioso pero me empecé a excitar del saber cómo mi novia iba parando vergas por ahí sin darse cuenta, me di cuenta mientras paseábamos por algún centro comercial o algún sitio que mi novia no pasaba desapercibida su belleza y su cuerpo la hacían muy atractiva yo me sentía orgulloso por poder estar con una mujer así pero también sentía morbo y excitación al saber que iba despertando deseos.
En otra ocasión salimos a celebrar el grado de una amiga nuestra Diana iba hermosa como siempre su cabello castaño liso un poco más abajo de los hombros con un mechón al lado izquierdo de su angelical rostro y los labios pintados de color rojo, una blusa negra manga larga ceñida a su cuerpo con un muy buen escote recto que llega casi hasta la mitad de sus enormes pechos que llamaban la atención y podía verse un hermoso canalillo, tenía puesta una minifalda a cuadros muy pequeños blanco con negro que le llegaba a medio muslo dejando ver esas piernas gruesas bien torneadas y que hacia resaltar ese culo grande carnoso y redondo por ultimo unos tacones altos negros que estilizaban esa deliciosa figura y hacia destacar ese hermoso trasero, salimos de mi casa mi vecino estaba atento nos saludó se quedó mirando a mi novia con cara de pervertido no disimulo mientras lo miraba solo sonreía y me dio un guiño Diana lo alcanzo a ver y me dijo…. Ese señor como me mira. Le respondí…. Jajaja es que le gustas hasta a los viejitos jajaja no te gustaría un novio viejito…. Hay no que asco tener de novio un viejito…. Te podría mantener jajajaj…. Hay no que asco…. Solo te molesto amor jajaja…. Si ya me di cuenta mejor vamos que llegamos tarde. Me dio un piquito.
Fuimos a una discoteca a bailar éramos 3 hombres y 3 mujeres entre los hombres estaba José, para ir al sitio salimos en mi auto al ser yo el conductor no podía beber alcohol, nos divertimos mucho se tomó, bailamos la pasamos muy bien, en a la madrugada decidimos salir a comer algo ya todos estaban en un alto grado de ebriedad y lo único que había abierto a esa hora era una estación de servicio la cual acostumbramos a ir siempre que salimos de fiesta y está abierta las 24 horas, estábamos hablando en esas José fue al baño del establecimiento que es mixto 3 minutos después mi novia dijo que quería ir al baño le pregunte que si la ayudaba me dijo que no que podía ir sola la vi dirigirse al baño algo tambaleante yo me quede con los demás que estaban muy borrachos hablando pasaron como 10 minutos y mi novia nada que volvía ni tampoco José.
Llegue a la puerta del baño intente abrir pero tenía seguro al parecer había alguien pegue mi oreja a la puerta y poniendo mucha atención alcance a escuchar gemidos, sentí en ese momento que se me iba a salir el corazón solo pensaba en mi novia debía buscar la manera de comprobar que ella estaba ahí adentro pensando recordé que el baño tiene una pequeña ventana enrejada en la parte superior de una de las paredes que da a la parte de atrás de la estación de servicio disimuladamente salí pase por un lado de los borrachos que seguían hablando y no se dieron cuenta que pase por ahí llegue a la ventana estaba algo alta así que acomode unos contenedores de basura y con cuidado me asome para no ser descubierto.
Lo que vi era increíble mi novia estaba apoyada con sus manos sobre el lavamanos inclinada sacando ese hermoso culo en pompa con ese enorme par de tetas afuera saliendo por encima del escote de su blusa, su faldita sobre su cintura enrollada, sus piernas algo abiertas y su pequeña tanguita negra en sus tobillos ella se miraba en el espejo tenía una cara de puta salida llena de felicidad simplemente gemía llena de placer, en la parte de atrás se encontraba José solamente con el cierre del pantalón abierto con su polla y sus enormes pelotas afuera, le estaba clavando ese pedazo de carne de 23cm gordo y totalmente duro por ese pequeño coñito apretado que tiene mi novia se lo abria mientras se la metía le daba nalgadas y se aferraba a sus caderas para poder darle duro, solo escuchaba los gemidos de mi novia, entre gemidos la escuchaba decir…. José aaahhh te amooo aaahhh te amooo que rico me coges con tu vergota aaahhh siempre te voy amaaarrr mientras me sigas cogiendo aaaahhh asiiii aaahhhh…. Claro que si amooorrr te voy a seguir cogiendooo estas muy ricaaa y mereces que te coja a pollasos como la buena puta que eres aahh. Yo no aguante me saque mis 15cms en erección del pantalón y me empecé hacer una paja como desesperado disfrutando el espectáculo, José la levanto le dio vuelta su calzoncito quedo en el suelo, se empezaron a besar apasionadamente mientras José la agarraba apretándole una teta y le metía mano en el culo, Diana mientras tanto con una de sus manitas le hacia una paja a esa vergota mi novia se veía entregada se dejaba hacer solo quería complacerlo la escuche decirle…. Amor ven te la chupo ese pipi otra vez. La vi arrodillarse coger ese pedazo de carne abrir esa boquita a todo lo que daba y metérsela en la boca empezar a chupar no podía creer lo que veía lo hacía como una puta profesional se metía hasta la mitad le pasaba la lengua por todo el tronco le chupaba esas enormes pelotas se las metía a la boca José solo gemía parecía en trance le decía…. Me vas hacer venir para ven te la quiero seguir metiendo.
La levanto la sentó en el lavamanos le abrió las pierna mi novia se veía hermosa con una cara llena de lujuria y deseo agitada por la excitación sus enormes tetas perfectas hinchadas con sus pezones rosa en punta brotados por la calentura, sus piernas abiertas permitían ver ese cuquita mojada toda chorreada esperando por pija, José acerco esa enorme verga la empezó a restregar en su chochita babeante y se la empezó a enterrar sin detenerse hasta clavársela hasta las bolas mi pobre novia solo gimió mientras su cara se desfiguraba de dolor y placer… aaahh así amor me encanta sentir toda esa preciosa verga dentro de mi siento como me abre a toda aaaahhh…. prepárate mi putica que me voy a empezar a mover…. Si dale que estoy caliente. José le puso esas deliciosas piernas en los hombros le saco 20 cm de verga y luego se la metió toda la fue cogiendo así hasta acelerar y darle duro a un ritmo demencial mi novia solo gemía y pedía más él le agarraba las tetas y se las chupaba mi novia solo lo jadeaba tenía los ojos en blanco como si se fuera a desmallar José no paraba mi novia solo recibía placer se veía hermosa cuando se la cogían como se movían ese par de tetas y su cuerpo sudado hasta que José empezó a gritar se empezó a venir dentro de mi novia y ella empezó a tener un orgasmo que la hizo estremecer solo convulsionaba mientras recibía los pijasos profundos y los lechazos que le llenaban la conchita, yo me vine ahí a chorros sentí mucho placer ver esa imagen de mi novia siendo poseída por otro hombre me daba mucho placer ella se veía bellísima, José le dejo la verga adentro mientras perdía dureza encima de Diana, aprovecho para besarla y darle una chupadas a ese par de tetas después de un rato le saco la polla la conchita de mi novia se veía hinchadita toda mojada empezó a chorrearle una gran cantidad de semen que cayó al suelo una parte la otra empezó a bajarle por las piernas.
Se empezaron acomodar la ropa Diana cogió su calzoncito se lo puso con su vagina llena de leche y se acomodó sus tetas en la blusa cruzaron unas palabras y salieron yo rápidamente me acomode la ropa y fui con el resto de mis amigos, mi novia llego se veía feliz y relajada dijo que quería ir a casa así que nos montamos todos al vehículo dejamos a todos nuestros amigos en sus casa inclusive a José que también estaba muy feliz por ultimo lleve a Diana a su casa me dio un beso en la boca nos despedimos me dijo que me llamaba más tarde.
Antonio: woo José nunca va a desaprovechar el cogerse a Diana.
Adrián: si estoy seguro que se la siguió cogiendo más de una vez.
Steven: espero que ahora no vaya aprovechar que esta acá en Colombia para volvérsela a coger.
Jajajaja Antonio y Adrián rieron, le dijeron esperemos que no.
Adrián: bueno déjenme seguirles contando.

 

Relato erótico: La señora 11, favores debidos (POR RUN214)

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UNA EMBARAZADA2FAVORES DEBIDOS

            El día siguiente transcurrió como un día normal en el que todos los integrantes de la familia se ignoraron. Sin-t-C3-ADtulo38Eduard se encerró en su despacho mientras el resto de la familia se perdía por la casa.
Al levantar la vista de su escritorio vio a Berta atravesar la puerta de su despacho y dirigirse hacia él. Continuó leyendo el documento que tenia delante ignorando a su vástaga que se acercaba con paso lento pero firme. Cuando estuvo frente a su padre se mantuvo en pie unos momentos tras los cuales se sentó en una de las sillas.
Seguramente habría venido para pedirle algo pero dado el pésimo trato y desdén recibido por parte de su hija la noche anterior decidió ignorarla hasta el extremo. Así que Eduard se hizo el ausente y continuó sin dirigirle la palabra. Fuera lo que fuese lo que ella deseara, Eduard no estaba dispuesto a concedérselo o, en cualquier caso, pediría mucho a cambio.
La mejor táctica en una negociación es el desinterés mostrado hacia la otra parte. Una baza que hay que jugar muy bien si quieres conseguir un propósito o cerrar un trato con unas condiciones beneficiosas.
Tampoco se inmutó cuando Berta carraspeó para hacerse notar. Acostumbrado como estaba a llevar el peso de las conversaciones y negociaciones no iba a permitir que ella guiara la conversación hacía donde quiera que fuese su interés. Si ella quería algo de él tendría que pedírselo de rodillas, la haría sudar sangre, la arrinconaría para, al final, sacar de ella todo lo que quisiese. Y Eduard quería mucho.
Por fin Berta se decidió a abordar a su padre directamente.
-He estado pensando. Quiero volver a follar.
-Joder, yo también. No sabes las ganas que tengo de volver a repetir lo de anoche. No he parado de pensar en ti. En mi vida me había corrido tanto. Joder, eres una diosa. Y ese cuerpo que tienes, tus tetas, tu coño… no sé donde has aprendido a follar así pero…
Se calló de súbito. Berta mantenía el rictus serio con el mismo porte con el que entró. Eduard recordó la torta que recibió de Berta la noche anterior. ¿Sería capaz de soltarse una hostia de ese calibre a si mismo por bocazas?
Rápidamente endureció el rostro y se recostó en su sillón hacia atrás. Esperó unos instantes antes de volver a hablar con tono grave y pausado.
-Estaba bromeando. No me gustó como me trataste anoche. Casi me partes la cara. Me jodiste el polvo en el último momento.
-Si te hubieses corrido me lo habrías jodido a mí. Todavía no estaba a punto.
-¡Joder! Pero no hacía falta soltarme un guantazo como ese.
-¿Si te lo hubiese pedido “por favor” habrías aguantado?
-Pues… pues…
-Pues no. Te hubieses corrido y me habría quedado con una polla flácida en la mitad del polvo.
-¿Y yo qué?
-Te hice la paja que me pediste, te la chupé y además te dejé sobarme y follarme.
-Bueno, bueno pero…
-¿Quieres follar esta noche o no?
Eduard se sintió herido en su orgullo. Por mucho que lo deseara debía mantenerse indiferente hacia ella si quería seguir manteniendo su estatus de líder de la familia. La mejor decisión suele ser la más dolorosa y ésta lo era mucho. Tomó aire.
-Esta noche tengo mucho trabajo.
Berta no se inmutó. Se levantó y se dirigió directamente a la puerta con el mismo paso lento y firme con el que había entrado.
-Pero no creo que acabe muy tarde. –añadió como un gallina.
-Si cuando llegas me encuentras dormida, no te molestes en entrar.
Berta cerró la puerta cuando salió. Eduard ya había de decido no llegar tarde.
– · –
La noche llegó a la mansión y todo el mundo se recogió en su alcoba. Cuando Bethelyn llegó a la suya se encontró con Elise que la estaba esperando.
-¿Elise?
-Señora.
-¿Qué sucede? ¿Por qué estás aquí?
-La estaba esperando. Me preguntaba si podría dormir esta noche con usted.
-¿Conmigo… en mi cama? Pero… mi marido llegará en cualquier momento… no sería buena idea.
-Su marido siempre se demora hasta altas horas antes de acudir a su dormitorio. Cuando él venga me iré, se lo prometo.
Bethelyn permaneció dubitativa por lo que Elise continuó insistiendo.
-No quiero dormir sola esta noche.
-Bueno… no sé… –Elise la miraba con ojos de cordero degollado. -Está bien.
Entraron en el dormitorio y se desvistieron en silencio. La luz de las velas iluminaba la estancia. Bethelyn se quedó solo con las bragas mientras sacaba un camisón de un cajón. Le incomodaba estar desnuda delante de su ama de llaves.
Elise no tenía camisón así que se metió en la cama con la ropa interior que llevaba. Cuando su señora se metió a la cama se pegó a ella intentando coger algo de su calor.
-¿Qué te pasa Elise? Estás temblando.
-Es el frío.
-No me tomes por tonta. Dime qué te pasa.
-Es… Lesmo.
-¿Tu hijo? ¿Qué ha hecho?
-Usted se acostó con él…
-Él me galopó como una yegua, querrás decir. -respondió airada. –Me chantajeó y me obligó a hacerlo.
Elise se calló y Bethelyn notó su doloroso silencio.
-Lo siento es que… fue tan humillante. –tomó aire. –tu marido y él me trataron como a una furcia.
-Lo sé y lo siento pero el caso es que desde aquel día… -volvió a enmudecer.
Bethelyn esperó impaciente a que acabara la frase.
-Quiere repetir lo que hizo con usted… conmigo… constantemente.
-Tu… tu hijo… ¿te viola?
-A diario.
Se vio a si misma meses atrás siendo follada por Garse a su antojo.
-¿Pero… cómo lo permites?
-No tengo elección. Él es más fuerte y siempre acaba logrando someterme.
-Pero, pero ¿por qué no se lo cuentas a tu marido?
-Ya lo he hecho pero el muy cretino dice que son cosas de la edad. Dice que el muchacho debe aprender y que yo debería ser más comprensiva con él. Estoy sola, no tengo a quien acudir.
-No me lo puedo creer. ¿Y deja que su hijo monte a su mujer? ¿Qué la llene de semen?
-Está muy orgulloso de él.
-Como puede estar orgulloso de que su hijo se folle a su mujer cada día. ¡A su propia madre!
Elise rompió a llorar en su hombro.
-No puedo más. Me persigue allá donde vaya solo para follarme. Desgarra mi ropa y me desnuda como si fuera algo gracioso antes de penetrarme como un salvaje. Más de una vez he tenido que correr semidesnuda hacia mi cuarto para ponerme algo de ropa. A la mínima ocasión mete su mano bajo mi falda para hurgar entre mis piernas aunque haya alguien delante.
Elise lloraba con fuerza.
 

-Ya me he cansado de pelear, no aguanto más. Me he resignado ha dejarme follar por él sin oponer resistencia. Aprovecha cada momento que estoy sola para abusar de mí. Todas las noches se mete en mi cama, me soba, me lame las tetas mientras me mete su polla una y otra vez. Últimamente le ha dado por metérmela por el culo. No quiero que me la meta por el culo, no me gusta.

Bethelyn intentó tranquilizar a su ama de llaves.
-Relájate Elise.
-Me obliga a ponerme a 4 patas y me monta por el coño y el culo. ¡Soy su madre, no una perra! -Las lágrimas se mezclaban con sus mocos. -No sé cuantas veces he tenido que chuparle la polla y tragarme su semen. ¡El semen de mi propio hijo!
-No quiero ser pesada Elise pero si le explicaras todo esto a tu marido creo que comprendería…
-¿¡Mi marido!? Mi marido llegó ayer al dormitorio justo cuando Lesmo salía de mi cama desnudo. Intenté contarle lo que acabo de decirle a usted. ¿Sabe lo que hizo?
Bethelyn arrugó la cara esperando una respuesta macabra.
-Mandó a su hijo a su dormitorio y me dijo que puesto que aun estaba despierta entonces no me importaría follar de nuevo con él. Así que estuvo follándome mientras le contaba todo lo que acabo de decirle.
-¡Será crápula! -bufó- ¿Y no se enfadó después? ¿Qué dijo cuando le contaste todo?
-¿Que qué dijo? Seguía orgullosísimo de él. Le agrada que sea tan precoz y valiente para su edad. ¿Se lo puede creer? Me sentí como una tonta. Yo lloraba del disgusto mientras él eyaculaba satisfecho dentro de mí.
-Quizás deberías decirle que Lesmo no es hijo suyo. Ya no le haría tanta gracia que sea el hijo de otro el que se acuesta con su esposa.
Elise se puso tensa y desvió la mirada.
-No, eso no puedo decírselo, jamás.
Se hizo el silencio.
-Usted ya sabía desde hace mucho tiempo que Lesmo no es hijo de zarrio. ¿Cómo lo descubrió?
-Por que ha heredado todos los genes de su puñetero padre. –Hizo una pausa. –Su padre es mi suegro, ¿verdad?
Elise asintió con la cabeza.
-Pero… ¿Cómo pudiste acostarte con él?
-Me violó.
-Dios mío. ¿Ese cabrón te forzó?
-Lo hacía constantemente. Durante todo el tiempo que serví en su casa.
-Pero… ¿Cómo lo permitiste? ¿Cómo pudiste acabar en las garras de ese hombre?
-Todo empezó cuando salí del orfanato.
-¿Has estado en un orfanato?
-Sí, en el que hay en las afueras de la ciudad.
-Pero… si ese es el mismo orfanato en el que he estado yo. Debimos habernos conocido allí.
-No es probable. Yo tengo algunos años más que usted por lo que estaríamos en módulos distintos. Además, nada más pasar la pubertad abandoné el orfanato y para entrar al servicio de los Brucel.
A Bethelyn le cambió la cara a la vez que en su cabeza se comenzaba a fraguar una idea macabra.
-Perdona pero, ¿estás diciendo que Artan, mi suegro, te sacó del hospicio para que formaras parte de su servicio?
-Creí que fue un golpe de suerte. Qué equivocada estaba. No pasó mucho tiempo antes de que el señor Brucel comenzara a propasarse conmigo. Al principio solo eran tocamientos, más adelante comenzó a obligarme a hacerle cosas. – rompió a llorar. -Estuve sufriendo durante años hasta que su marido y usted me propusieron servir en su residencia como ama de llaves. Aquello fue como si se abriera el cielo. Por fin pude escapar de los abusos de ese hombre. Desgraciadamente ya estaba embarazada de él.
-Y buscaste un padre para tu hijo entre los hombres de mi servicio.
-Zarrio era un buen hombre. Un poco simplón pero en aquel momento me pareció una buena elección. Comenzó a rondarme nada más poner los pies en su mansión y yo… me dejé cortejar sabiendo lo que llevaba en mi barriga.-hizo una pausa antes de continuar hablando. -Le engañé haciéndole creer que Lesmo era hijo suyo, lo reconozco, pero he pagado con creces mi deuda con él. Le he devuelto mucho más de lo que él me dio a mí.
-De eso no me cabe duda.
-Estar con zarrio era lo mejor que me pudo pasar en aquel momento. Hasta que llegué aquí no había día que el viejo Brucel no abusara de mí. Su mujer estaba al corriente de todo pero jamás hizo nada para detenerlo.
Bethelyn sintió una punzada de dolor.
-Mi suegra. -casi lloraba por la rabia contenida. -Yo también pasé por lo mismo.
-¿Usted?
-No fuiste la única a la que mi suegro violó sistemáticamente.
-El señor Brucel… usted… ¡pero si es la mujer de su hijo!
-Para él solo era una buscona caza fortunas. Un coño al que follarse. Día tras día, en cualquier momento, en cada rincón de la casa. Me obligaba a masturbarle, a chupársela, a tragarme su semen, disfrutaba follándome por el culo.
Elise ahogó un grito. –Eso… eso mismo hacía conmigo. Yo solo era un coño para él, una simple ramera.
-Y mi suegra tampoco hizo nada para detenerlo, incluso me odiaba más.
-Pero… si usted era la mujer de su hijo… ¿Por qué no hizo algo? ¿Por qué no se lo contó a su marido?
-Cuando abusaba de mí me sentía tan sucia… pensaba que había ocurrido por mi culpa. Estaba tan avergonzada que no fui capaz de confesárselo. Con el tiempo se convirtió en una desagradable rutina. Me folló cientos de veces.
Las 2 mujeres se abrazaron entre sollozos.
-También a mí me dejó preñada. –dijo Bethelyn ante la atónita mirada de su compañera de cama. -Garse no es hijo de Eduard.
-No me lo puedo creer.
-Y al parecer, nuestros hijos tienen una costumbre en común: follarse a su propia madre.
-¿Cómo? ¿Su hijo también…?
-Sí, en repetidas ocasiones, igual que a ti, con la misma sangre fría y la misma mirada de pervertido que mi suegro.
-Dios, no tenía ni idea.
-Me chantajeó hasta que se lo confesé a Eduard. Por eso le enviamos fuera de esta casa
-Y yo fui el pago de ese chantaje ¿no fue así?
-Tú fuiste el pago de su perdón. El perdón de mi marido por mi falta.
– · –
Días más tarde Aurora estaba limpiando la cubertería de plata cuando su nuera la abordó en el comedor.
-Espero que no intentes robármela.
-Vete a la mierda, fulana. Por si no tenía suficiente con desempeñar una labor de criada, ahora además me has convertido en la puta de tu hijo. Soy la señora de Artan Brucel y ni tú…
-¡Basta!, ya me sé esa canción. He venido a hablar contigo sobre tu labor.
-¿Mi labor de chacha? -escupió en el suelo junto a los pies de Bethelyn.
-No, tu labor de puta. A partir de esta noche tendrás un nuevo acompañante en tu cama.
Aurora palideció.
-¿C…Como dices?
-Lesmo, el hijo del caballerizo. Le darás placer cada vez que él te lo solicite.
-No puedes hacerme esto. ¿Me vas a obligar a acostarme con el hijo del limpiador de cuadras?
 

-Su madre atendió las necesidades de tu marido durante años, como bien sabes. Ahora tú atenderás las de su hijo.

-Esa… zorra… ¿tengo que acostarme con su hijo?
-Esa zorra se llama Elise y es el ama de llaves de esta casa a la cual debes obediencia.
-¿Sabes lo que tengo que aguantar con tu hijo? ¿Te haces una idea de lo repulsivo que resulta tenerle entre mis piernas? Frotándose contra mí, lamiéndome, metiéndome su sucia polla a todas horas.
-Me hago una idea, por desgracia.
-¡SE HA PASADO LAS 3 ÚLTIMAS NOCHES FOLLÁNDOME POR EL CULO! -gritó su suegra con lágrimas en los ojos. -Y ahora me dices que además tengo que dejarme violentar por ese asqueroso muchacho. ¿Pero es que no tienes compasión?
-La tuve, pero tu marido y tu nieto me la arrancaron de cuajo.
– · –
Esa noche Garse no sodomizó a su abuela. Tampoco Lesmo le folló el coño. Fue justamente al revés. Mientras Aurora permanecía a 4 patas respirando agitadamente y con dificultad, Garse, que estaba debajo de ella, amasaba sus tetazas a la vez que su polla entraba y salía de su coño. Tras ella, un Lesmo pleno de vitalidad, metía y sacaba su pene del culo de la mujer al compás de su compañero.
-Joder, que bien así ¿eh, abuela? –decía Garse.
-Tiene el culo y las tetas iguales que las de mi madre. -añadía Lesmo.
-No me la metáis al mismo tiempo. -Gemía Aurora. -Hacedlo uno cada vez, me hacéis daño, me vais a romper.
-Así me gusta más, abuela, noto su polla contra la mía cada vez que la meto hasta el fondo.
-Joder, es verdad. –Corroboró Lesmo. -Yo también lo notaba. Uf, sí que da gusto cuando golpea una contra otra.
-Sois… unos… cabrones. –sollozaba Aurora.
-Lo que tú digas abuela pero luego nos las vas a chupar a los dos a la vez. Quiero verte con 2 pollas en la boca.
– · –
Hacía noches que Eduard no acudía a su dormitorio junto al calor de su mujer lo que hizo que Bethelyn empezara a preocuparse. Quizás Eduard había encontrado dicho calor en los brazos de otra mujer, o entre sus piernas.
Un acceso de desconfianza recorrió la espina dorsal de Bet que por primera vez en mucho tiempo sintió celos de su marido y de su nueva compañera.
Cuando su marido le confesó que pasaba las noches entre las piernas de su hija sintió odio y rabia a partes iguales. Odio hacia su hija que quería robarle a su marido y rabia por ella misma. Había empujado a su marido a los brazos de ella. Era tarde para evitar tal aberración y, muy a su pesar, debería vivir con la certeza de que su hija obtenía habitualmente de su marido algo que antes solo recibía ella.
Para mayor desgracia Ernest, su amante furtivo, ya no la atraía como antes y las visitas nocturnas a su alcoba fueron distanciándose con el tiempo. Dormía sola, lamentando el día que descubriera a padre e hija fornicar como bestias y no hacer nada para evitar que se repitiera de nuevo. Ahora echaba de menos a su marido, su hombre, su bestia de grandes espaldas y abrazos poderosos. Y todo ello pese a saber que Eduard no era sino su hermano, como tuvo la desgracia de descubrir por su propia boca.
Una de esas noches en las que Bethelyn acudía a su solitaria alcoba se encontró con su ama de llaves esperándola en la puerta.
-Elise, ¿qué haces aquí?, es tarde.
-¿Puedo pasar la noche aquí, con usted?
-¿Cómo?, ¿otra vez?, pero… ¿te ha vuelto a molestar tu hijo?
-No, no, en absoluto. Lesmo no ha vuelto a ponerme un dedo encima. –Dijo Elise. -Solo quería pasar la noche en su compañía.

Quizás Bethelyn tampoco quería pasar sola la noche o quizás sintió lástima de su criada, en cualquier caso cedió ante las peticiones de su ama de llaves sin oponer mayor resistencia.

Una vez dentro del dormitorio y acostadas ambas mujeres, Elise comenzó a interrogar a su señora.
-Su marido y usted… no se les ve mucho tiempo juntos.
Bethelyn se puso tensa pero no respondió.
-Señora, ¿podría pedirle un favor?
-¿Qué tipo de favor?
-Pues verá… es algo respecto a aquella noche en que ustedes y yo… -continuó Elise. –pasamos la noche aquí… juntos…
-¿Aquella noche?
-Me dejé follar por su marido, por que usted me lo pidió.
-Sí, Elise. –Bethelyn estaba ruborizada. -Y te estoy enormemente agradecida.
-También follé con usted.
-Lo recuerdo, fue realmente desagradable.
-Una de las cosas que quería el señor era vernos a las dos lamiéndonos y yo accedí a sus requerimientos.
-Cierto. -¿Adonde quería ir a parar? -yo también accedí pese al asco que me produce.
-Ambas metimos la cabeza entre las piernas de la otra para lamernos.
-¿Adonde quieres llegar?
Su ama de llaves hizo una pausa y tomó aire antes de hablar lentamente.
-Quizás podríamos… repetir.
-¿CÓMOOO?
-Entre usted y yo, solas.
-Pero, pero, ¿Estás enferma o qué te pasa? ¡Qué asco!
 

Se separó de su compañera de cama como si tuviera la lepra.

-Para eso querías dormir en mi cama. ¿TE PARECE QUE SOY UNA FURCIA?
-No se enfade conmigo, señora.
-¿Que no me enfade contigo? ¿Pero es que piensas que disfruté lamiéndote el coño como si fuera una ramera? ¡Pues no! Fue uno de los momentos más bochornosos de mi vida.
-P…Perdóneme. No quería ofenderla. Se lo pedía como un favor.
Su señora la miraba atónita bajo la luz de las velas.
-¿Un favor? ¿Me pides que te lama el coño como un favor? Soy tu señora, no una puerca lame-coños. ¿Cómo TE ATREVES A pedirme semejante guarrería?
Elise estaba a punto del llanto.
-P…Perdóneme…, usted me dijo aquel día que me devolvería el favor que yo le hice. Me dijo que no me pedía nada que usted no estuviera dispuesta a ofrecer. Pensaba que podría pedirle que me devolviera el mismo favor
-¿¡Tendrás valor!? Te he devuelto el favor con creces. Me dejé montar por tu marido y tu hijo. ¿No lo recuerdas?
Elise la miró confundida.
-Aquello no fue ningún favor, todo lo contrario. Se acostó con mi marido a mis espaldas y además propició que mi hijo me violara constantemente desde aquel día.
-M…Me deje… montar… -Se le atragantaban las palabras atónita. –Tu marido…
-El favor no me lo hizo a mí, sino a mi marido. Usted me convirtió en la esposa cornuda a la que su hijo violaba sistemáticamente.
-Pero, pero, te he librado de tu hijo. Te he quitado a Lesmo de entre las piernas para siempre.
-Y se lo agradezco, pero eso solo termina el sufrimiento que usted propició, no evita el que ya padecí… por su culpa.
Bethelyn quiso replicar pero Elise la interrumpió envalentonada.
-Quizás no sea una gran señora como usted ni tenga un marido de noble cuna pero tengo mi dignidad y mi orgullo. He sido su ama de llaves durante muchos años en los que he llevado una vida digna y decente. Sin embargo usted acudió a mí para pedirme un favor tan sucio y deshonroso que solo una meretriz estaría dispuesta a realizar. Aquello me convirtió en una adultera y una ramera. Me dejé follar por su marido mientras hundía mi lengua en su coño. La lamí pacientemente mientras su marido y usted me manoseaban las tetas y el culo.
Se hizo el silencio. Elise miraba a su señora que no soportó su mirada.
-Todo lo que hice, fue por usted. Para mí siempre fue una gran mujer digna de mi más sincero respeto y admiración. Por eso no le pregunté las razones por las cuales debía rebajarme de tal manera. Lo hice por que me lo pidió y punto.
Bethelyn estaba herida en su orgullo. No se había dado cuenta de cuanto había abusado de la confianza de su criada, del favor tan grande que le hizo. ¿De verdad había sido tan egoísta?
-Elise, mujer…, yo…
-Solo le he pedido un poco de lo que ofrecí aquella noche.
-L…Lo siento, no quería ser tan brusca e insensible pero, es que no lo entiendo. Pensaba que aquello había sido algo horrible para las 2. ¿Cómo puedes querer repetirlo? Y conmigo. ¡Pero si somos mujeres!
-Esa respuesta todavía no la conozco. Lo único que le puedo decir es que al principio, después de aquello, me levantaba cada mañana con nauseas. Más tarde me di cuenta de que pensaba continuamente en nosotras desnudas besándonos en esta misma cama. Me ha costado mucho reconocer que a lo mejor soy de esas mujeres a las que les gusta acostarse con otras mujeres.
-¿Tú?, ¿tú? Imposible, no puede ser.
-Sí puede ser y eso es lo que quiero descubrir. Y ahora ¿me va a devolver el favor o no?
Bethelyn se masajeó las sienes y lanzó un profundo suspiro.
-Mira Elise, aunque quisiera complacerte… hay otra razón para que tú y yo no podamos hacer eso entre nosotras.
-No me diga que es por su marido.
-No, es algo peor.
Elise se preparó para escuchar algo terrible.
-Elise, tú y yo somos hermanas.
-¿Cómo? Eso es imposible.
-Eduard lo descubrió hace algún tiempo. Se hizo con información que reveló…
-Es absurdo… ¿Cómo vamos a ser hermanas usted y yo?
-Nuestra madre nos abandonó en el mismo hospicio. Primero a ti y después a mí.
-¿Ha llegado a esa conclusión solo porque ambas estuvimos en el mismo orfanato?
-No solo por eso. Hay más coincidencias que nos relacionan a ambas. Míranos, somos iguales. Nuestra cara, nuestro cuerpo. Tenemos las mismas tetas y las mismas caderas. Por no hablar de nuestro coño, ¿no te llama la atención que nos huela igual?
-Eso no son más que casualidades.
Bethelyn se frotaba las manos nerviosa.
-No, Elise. No son solo casualidades ni conjeturas, tengo pruebas. Además sé quien es nuestra madre.
Elise abrió los ojos como platos.
-¿Es eso cierto? ¿Conoce a mi madre?
Bethelyn le contó todo lo que sabía de su procedencia. Le contó cómo se enteró Eduard por boca de su propio padre y de cómo, varios días más tarde, su marido corroboró esos datos con los archivos del hospicio donde fueron alojadas. Eduard siguió todos los caminos y pistas que le condujeron a una inequívoca verdad. Él, Bethelyn y Elise eran hijos de una misma madre, los 3 eran hermanos.
-Pero…, pero entonces…, usted… -balbuceó Elise.
-He estado follando con mi hermano durante años con el que me he casado y he tenido una hija.
Elise se tumbó de espaldas a su hermana.
-¿Pero, por qué? ¿Por qué nuestra madre nos abandonó? ¿Por qué ha sido tan cruel conmigo?
-Se lo preguntaremos pronto. –dijo posando una mano en el hombro de su hermana. -Hace tiempo que quiero tener esa conversación con ella.
Después se tumbó junto a ella a intentó dormir entre un torbellino de emociones golpeando su cabeza. No lo consiguió. Estuvieron en silencio durante mucho tiempo hasta que Elise se decidió a romperlo y abordar a su recién descubierta hermana.
-Para mí usted sigue siendo mi señora.
-Mujer, dadas las circunstancias…
-…Y sigo queriendo repetir lo de aquella noche.
-Pero, pero, ¿es que no te das cuenta de lo que pides? ¡Eso es incesto!
-Solo porque un papel dice que somos parientes.
-No es solo un papel, es algo biológico. Ya te he contado…
 

-Me he pasado media vida sirviéndola como su criada. No me pida que la vea como mi hermana de repente. –dijo dándose la vuelta y encarándose a ella. -Quiero besarme y acariciarme con usted. Quiero abrazarla y que mis labios besen su piel. Quiero recibir lo mismo que le di aquella noche. ¿Me va a devolver el favor o no?

-Yo…, yo… -Bethelyn se puso colorada. -Está bien. Lo haré. Te devolveré el favor.
Se tumbó boca arriba junto a Elise, cerró los ojos y esperó a que su compañera comenzara a acariciarla. Nunca pensó que volvería a sentir las manos de una mujer recorriendo su piel o su entrepierna. Creía que ningunos labios femenino volverían a profanar sus tetas o su coño.
Al cabo de unos momentos en los que nada sucedió, Bet abrió los ojos, levantó la cabeza y miró a Elise que mantenía la misma posición que ella, tumbada boca arriba. Se recostó sobre un codo y se dirigió a Elise.
-¿No querrás que sea yo la que me ponga encima y te sobe y te lama?
-Esa es la idea ¿no? que usted me de placer.
-Joder, Elise… ¡JODER!
Se sacó el camisón con un gesto brusco y se quitó las bragas. Después desnudó a su hermana con movimientos impacientes y se colocó sobre ella.
-Espero que disfrutes con esto. –dijo de mal humor. –de verdad que lo espero.
Fue la única nota de enojo que tuvo con ella. Después, pese a la rabia contenida, su señora y hermana se comportó tal y como Elise esperaba, dándole placer con el mayor cuidado y cariño posible.
Su cálido abrazo fue el preludio de una oleada de caricias. Su boca la besó con ansia mientras sus manos amasaban sus tetas. Sus lenguas, al igual que sus piernas, se entrelazaron en una serie de besos infinitos. Besó su cuello hasta alcanzar sus tetas donde mamó de sus pezones mientras sus dedos jugueteaban con su clítoris. Después su lengua la recorrió hasta llegar a su oscuro bosque en el que se entretuvo todo el tiempo necesario para que gozara como jamás en su vida había gozado. La cadera de Elise subía y bajaba sin que pudiera evitarlo pese a que ello obligaba a Bethelyn a hacer malabarismos para mantener su boca pegada al coño de su hermana.
-Date la vuelta. –Pidió Elise. –Yo también quiero lamerte.
-¿Cómo? N…No hace falta.
Pero obviando sus propios deseos Bethelyn cedió a la petición de su hermana y se colocó sobre ella formando un 69. La desagradable humedad de su lengua la recorrió por dentro y por fuera volviendo a rememorar la noche con ella y su marido sobre esa misma cama. Y no solo eso, su coño y su ano fueron nuevamente invadidos por los dedos de su compañera de cama.
Mientras tanto, detrás de la ventana, encaramados a una escalera, 2 individuos observaban la sucia escena lésbica entre la digna señora de la mansión y su estirada ama de llaves.
-Si no lo veo no lo creo. Quién me iba a decir que esas 2 zorras eran 2 putas lamecoños.
-Yo ya lo sabía. ¿Qué puedes esperar de una mujer que se enfada cuando le folla un hombre?
-Todas las mujeres son unas putas. Pero éstas…, éstas… mucho más.
-No hay más que verlas. Mira que zorras. Mira como se retuercen de placer. Mmmf, si entro ahí les iba a enseñar lo que es follar de verdad, sobre todo a esa ama de llaves de los huevos. Donde esté una buena polla…
-Sí. Joder. ¿Y dices que hasta hace poco te la follabas cada día?
-Hasta que tu madre me amenazó. Me prohibió acercarme a ella.
-¿Y porqué le hiciste caso? Solo es una zorra.
-No se lo hice, la seguí follando. Pero después tu padre me dio una paliza y casi me revienta las pelotas. No pude sentarme durante varios días. Entonces fue cuando empecé a follar con tu abuela cada vez que se me pone dura.
Garse se agarró a la escalera con fuerza hasta que sus dedos quedaron blancos.
-Sí, a mí me pasó algo parecido. Pero te aseguro que todo eso va a cambiar. Nos las vamos a follar a las 2. Y ya sé como hacerlo.
-Joder, pues que sea pronto porque la tengo más dura que una piedra. Uf, yo creo que se están corriendo cada una en la boca de la otra.
-¡Hostias! Es verdad. La madre que las parió. Mira como se mueven… y como se soban.
-Oye, ¿nos hacemos unas pajas? –preguntó Lesmo.
-¿Qué dices tío? Eso es de maricones.
-Que no, que no. Nos la hacemos el uno a otro mientras las miramos a ellas. Eso no tiene nada de maricón.
-Prefiero follar con mi abuela.
-También yo, pero ella no está aquí ahora y yo estoy más salido que el cuerno de una vaca. Mira cómo tengo la polla.
Garse puso cara de asco y no le contestó. Continuó mirando a través de la ventana en silencio. Sin embargo comenzó a alargar el brazo hacia la minga de su amigo mientras éste, con la vista clavada en la ventana, hacía lo mismo con la polla a él. Cada uno comenzó a menear la polla del otro mientras se mantenían de la escalera con la otra mano.
-Oye, ¿alguna vez te has chupado la polla con otro tío? –preguntó Lesmo.
-¿Qué? Cállate, joder. Eso es de enfermos. Uf, y no me pajees tan rápido que me voy a correr enseguida.
– · –
 

Cayeron las horas durante las cuales Elise gimió, brincó y se revolvió entre las caricias de su hermana para, al final, caer desfallecida mientras respiraba bocanadas de aire. Bethelyn se tumbó entonces junto a ella permitiéndo que la abrazara durante unos minutos. Por fin la horrible noche de sexo lésbico había terminado. Nunca más volvería a repetir sexo con otra mujer.

-Es hora de que te vayas, Elise. Mi marido llegará en cualquier momento.
Elise respiraba para recuperar el aliento.
-No, no lo hará.
-¿Eh?
-Sé que él no vendrá, hace días que no duermen juntos. Déjeme dormir con usted.
Bethelyn reprimió la tentación de fingir sorpresa y aceptó lo que era evidente hasta para su ama de llaves. Su marido la había sustituido por su hija. Cada noche acudía a su dormitorio donde permanecía hasta el amanecer.
Precisamente en el momento en que las 2 mujeres se lamieron los coños, su marido estuvo practicando la misma posición con su hija. A diferencia de ella, Eduard sí se había corrido con su compañera de juego con la que estuvo follando toda la noche.
Berta se había convertido en una adicta al sexo con su padre del que requería sus placeres cada noche sin excepción. A Bethelyn, que no le importó al principio que su esposo no acudiera al dormitorio conyugal en sustitución del lecho filial, estaba a punto de morir de celos y lamentaba amargamente haber propiciado tal unión.
-¿Echa de menos a su marido?
Bethelyn se dio la vuelta y lloró en silencio. Elise la abrazó desde atrás pegando su cuerpo desnudo contra el de su hermana.
-Yo puedo conseguir que su esposo vuelva con usted. –dijo Elise.
-¿En serio? –preguntó sorbiéndose los mocos.
-No sería difícil.
-¿Y como? si puede saberse.
-Tengo mis artes… pero si lo hago… me deberá un favor.
-¿Qué favor?
– · –
Eduard no daba crédito. Le costó entender que su mujer estuviera dispuesta a hacer tal cosa. Aun más le costó creer que fuera ella la que lo propusiera, sobre todo cuando el trato entre ellos era casi inexistente y su relación matrimonial había muerto. Se había encontrado de repente con una mujer desconocida en un matrimonio renovado.
Era de noche en el dormitorio de los Brucel. Tanto Bethelyn como su ama de llaves estaban sentadas en el borde de la cama, desnudas. La conversación con ambas había comenzado en su despacho pasado el mediodía y se había prolongado lo necesario para que Eduard entendiera las razones por las cuales ambas mujeres hacían esto. Más tarde los 3 subieron juntos al dormitorio donde ahora él, que había comenzado a despojarse de su ropa, se había situado frente a ellas todavía incrédulo.
-¿De verdad que queréis hacerlo? –preguntó él.
– Si esto es lo que hace falta para que volvamos a estar juntos, que así sea.
-¿Y tú, Elise? Creía que lo detestabas.
-Y lo detesto. Pero hay circunstancias que… bueno, prefiero no hablar de ello.
Eduard se acercó a las mujeres con su pene en semierección. Delante de él tenía a 2 hembras de verdad, nada parecidas a la loca de su hija. Si bien esta última había colmado sus últimas noches de goce hasta hace unos días, no era menos cierto que durante todas ellas había padecido tanto placer como miedo.
Bethelyn acercó su mano a los testículos y los acarició con dulzura mientras Elise asía su polla y la masajeaba antes de metérsela en la boca. Bet no tardó en imitarla por lo que, tras unos momentos, ambas chupaban la polla del señor de la casa.
-Bet ya te contó que somos hermanos.
-Sí, lo hizo.
-Y aun así… ¿Quieres hacerlo?
-Estamos aquí los 3, ¿no? Es evidente que todos tenemos interés en hacerlo.
“He pasado semanas follándome a mi hija”, pensó Eduard, “con anterioridad ya me follé a mi madre y, ahora voy a follarme a mis dos hermanas a la vez”. “Voy a ir al infierno”.
Eduard Brucel no fue al infierno aquella noche pese a que cometió muchos de los pecados más sucios y oscuros de la Biblia. Fornicación, incesto, sodomía, onanismo mutuo… un sinfín de tropelías pecaminosas.
Folló con sus hermanas, lamió sus coños, penetró sus anos, amasó sus tetas y eyaculó en sus caras. Pocas veces había sido tan feliz.
Elise, que tan mal lo pasó la última vez con él, participó activamente durante toda la noche. Si bien no parecía disfrutar cuando su hermano la penetraba o acariciaba, tampoco hizo gestos o ademanes que revelaran ningún tipo de repulsión hacia sus compañeros de cama. Algo muy extraño en ella pues siempre se mostró como una mujer fría, nada pasional y por supuesto, poco o nada dispuesta a este tipo de actos lascivos.
Cuando la noche terminó para ellos, se quedaron dormidos. Eduard estaba agotado y feliz. Había hecho las paces con Bet de la mejor manera posible. Nunca volvería a la cama de Berta pero, a fin de cuentas era su hija, por lo que tampoco debió haber acudido a ella nunca.
Elise también era feliz. Aunque no le gustaba tener que dejarse follar por su hermano, el premio merecía la pena. No solo podía disfrutar de su hermana, sino que volvería a hacerlo a solas de nuevo. Bethelyn sería suya durante otra noche entera. Cada vez que Elise acudiera al dormitorio de sus señores, su hermana acudiría al suyo a la noche siguiente. Así era el trato.
Bethelyn también estaba satisfecha. Si bien era desagradable ver a su marido follar con Elise con quien ella misma debía retozar durante esa noche y la siguiente, éste había sido un precio asequible con tal de tener de vuelta a su esposo en su cama y en su vida.
Solo quedaba un fleco pendiente, una charla con su madre que llevaba tiempo posponiendo. Tenía derecho a conocer la identidad de su padre así como las razones que llevaron a Aurora a abandonarla en un hospicio.
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Nota: Espero encontrar un final cercano a esta serie. Gracias por haber llegado hasta aquí.
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
 
 

 

 

Relato erótico: La Inteligente y Los Rufianes (POR KAISER)

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verano inolvidable2
“¡Ustedes son los alumnos más brutos que jamás he tenido!” empieza ella, los gritos se escuchan hasta en el pasillo, Sin-t-C3-ADtulo2“¿esta con ellos?” pregunta una inspectora, un auxiliar a cargo del aseo le responde asintiendo con la cabeza, “me lo imaginaba”. “¡Repasamos mil veces esto en clases les di todas las oportunidades y se sacan puros rojos grupo de rufianes incompetentes!” agrega, “¡ustedes son solo un grupo de flojos que no serán nada en la vida!”, Alejandra sigue con su acido discurso, sin embargo sus estudiantes prácticamente no le prestan atención a sus palabras, para ellos esto ya es normal.
Durante varios minutos Alejandra sigue hablando pero ellos no se inmutan, uno lee una revista, otro escucha música y otro se entretiene jugando con su celular, cuando Alejandra se da cuenta hierve de rabia y golpea la mesa. “¡Señorita no se enoje tanto!”, le dice uno, “¡es cierto relájese o de lo contrario le dará una ulcera!” agrega, “¡ustedes son una verdadera ulcera, una peste en realidad!”. “¡Además usted tiene parte de la culpa por nuestro bajo rendimiento!” le dice otro, Alejandra se muestra más que sorprendida, casi escandalizada por esta afirmación “¡¿Qué cosa!?”, “¡pero claro, con una profesora tan guapa y sexy como usted es muy difícil concentrarse!” le responde, sus compañeros de inmediato le encuentran la razón y le empiezan a hacer toda clase de preguntas indiscretas, “¡lárguense de aquí en el acto antes que lo ahorque uno a uno!”, con esto finaliza la clase, al salir, y solo por fastidiarla aun más, ellos se retiran diciéndole toda clase de piropos y cumplidos.
Alejandra llega a la sala de profesores donde hay varios de sus colegas, la expresión en su rostro lo dice todo y nadie se atreve, siquiera, a saludarla. “¿Un café sin azúcar?” le pregunta una colega, “preferiría un trago a estas alturas, uno fuerte” responde ella y de improviso otro profesor le acerca una pequeña botella, “es whisky, creo que lo necesitas más que yo”, aunque normalmente es bastante recatada en esta ocasión cogio la botella y se la bebió casi toda de un sorbo. “Que horror están cada día peor” comenta ella, “es que no sabes manejarlos”, “¿y que quieres que haga?, se pasan todas las clases mirándome el culo y no me dejan en paz, en lugar de querer aprender solo quieren saber de mi, de que medidas soy, cual es mi talla de sostén y cosas por el estilo” se queja ella. “Entonces sígueles el juego”, Alejandra mira a su colega con cara de no creer lo que escucho, “es lógico, dales lo que quieren y así te van a dejar en paz, usa la cabeza mujer” le dice su amiga que se retira de la sala.
Hace un mes Alejandra fue llamada a la oficina del director el cual le ofreció una tarea en particular, que se hiciera cargo, fuera del horario de clases, de un grupo de alumnos con problemas de notas. Alejandra, que es considerada como una profesora muy capaz, acepto el encargo pese a los consejos de algunos que no lo hiciera pues el grupo que le iba a tocar esta compuestos por los alumnos más problemáticos del colegio, 12 en un comienzo pero ahora solo seis siguen en sus clases, sin embargo ella, orgullosa y confiada de sus capacidades, decidió seguir adelante. Un mes después se lamenta de su decisión.
A eso de las 5 de la tarde ella entra a la sala donde la esperan, de inmediato se escuchan algunos silbidos y unos piropos también. Alejandra, a pesar del aspecto severo de su rostro y su mirada, es una mujer bastante atractiva físicamente y ello sumado a unos chicos inmaduros, atrevidos y con las hormonas exaltadas por la edad es una difícil combinación para manejar.
Fiel a su estilo no pierde tiempo y empieza la clase, anota la materia en la pizarra y empieza a hablar explicando los contenidos, sin embargo sus alumnos no le prestan atención a su voz, sino que más bien a su cuerpo. Con su cabello claro largo hasta un poco más debajo de los hombros y sus ajustados jeans que marcan la silueta de su culo y sus piernas Alejandra se convierte en imán para ellos y pronto escucha murmullos a sus espaldas. “Hora de probar la psicología inversa” se dice a si misma.

“Tengo 35 años” dice en voz alta para sorpresa de todos, “¿Cómo dijo?” el muchacho se muestra sorprendido, “que tengo 35 años acaso no era eso lo que querías saber”. Ellos se miran las caras y empiezan a hacerle más preguntas, finalmente Alejandra decide enfrentar la situación. “Muy bien grupo de rufianes, les propongo un trato, si yo acepto responder todas sus preguntas, ¿pondrán atención a la materia que les estoy pasando?”, ellos se miran y hacen un acuerdo sin decirse una palabra, “¿todas nuestras preguntas?”, Alejandra sabe que la van a provocar, pero si consigue mantener la calma y no dejarse llevar por su temperamento puede ser la única forma de hacerlos estudiar, “todas sus preguntas” responde. Ellos se frotan las manos.
“¿Casada o soltera?”, “divorciada”, “por lo visto no era un tipo inteligente” dice uno, “¿tiene novio o amante?”, “no, sigo sola”, las expresiones de alegría no se hicieron esperar ante esta respuesta, incluso Alejandra esboza una tímida sonrisa, “¿Cuáles son sus medidas?” le pregunta el más salido de sus alumnos, ella respira hondo antes de responder, “98-62-97” contesta, los chicos celebran aun más, “¿son de verdad o?”, “si son reales no me he puesto implantes” agrega después, “¿a que edad dejo de ser virgen?”, Alejandra se mantiene calmada, “a los 15”, “¿ha tenido sexo con más de un hombre?”, aquí la presionaron bastante y ella se muerde la lengua para no decirle un par de barbaridades, “sí” responde, ellos ya parecen una manada de lobos hambrientos rodeando a un cordero, “¿alguna otra pregunta?”, “solo una más, ¿ha tenido sexo con otra mujer?”, Alejandra lo piensa un instante esta fue una pregunta bien directa, “si, cuando estaba en la universidad” las caras de los chicos al escucharla lo dicen todo, con unas simples respuestas ella los dejo hirviendo.
José que actúa como vocero de sus compañeros se pone de pie, “estamos listos, puede seguir con la clase”, luego se sienta y Alejandra sigue con lo suyo. Esa tarde estudiaron como nunca, le pusieron atención y desarrollaron todos los ejercicios como jamás lo habían hecho antes. Incluso aceptaron quedarse después de la hora para estudiar algo, “con tal de seguir contemplando sus curvas nos quedaríamos hasta el amanecer” le dice José, “no te pases de listo y estudia” le responde Alejandra.

El resto de la semana se les hizo corta, Alejandra respondía sus dudas personales y a cambio de ello y aguantar sus miradas después estudiaban y le ponían toda la atención, además el tiempo apremiaba y se acercan los exámenes finales, Alejandra se da cuenta que hay una posibilidad, después de todo, que ellos aprueben.

“¡Perfecto con todo lo que hemos estudiado nos vamos a sacar puros sietes!” dice José, “yo no le pido peras al roble me conformo con que aprueben” dice Alejandra, “¿acaso duda que podemos sacarnos un siete en esos exámenes?” le pregunta Daniel, “pues creo que algunos si pero definitivamente no todos, no se crean tan inteligentes”, ellos se toman la respuesta de Alejandra de forma muy seria. “¿Quiere apostar?”, ella los queda mirando algo sorprendida, “¿apostar que cosa, sobre que?”, “le apostamos lo que quiera a que todos aprobamos los exámenes y en su asignatura los seis nos sacamos un siete” le dice José muy seguro con el apoyo de sus compañeros. “¿Deben estar locos?” comenta Alejandra pero ellos se mantiene firmes, “de acuerdo y que apostamos” les dice Alejandra interesada. Ellos se quedan pensando, “les propongo esto si ustedes no aprueban todos o si no se sacan todos un siete en mí examen final deberán pintar mí casa y ordenarla”, “¿Por qué su casa?” pregunta Sergio, “es que no la he podido pintar aun” responde ella. Los chicos se miran las caras y después conversan entre ellos sin que Alejandra los escuche, “esta bien” dice José, “pero, si nosotros ganamos, usted nos mostrara esos lindos pechos que tiene”.
Alejandra no podía creer lo que oía, “¡están ustedes locos!” exclama asombrada, “no, además es justo” insiste José. Alejandra lo piensa un instante, aun si aprueban las demás asignaturas ellos aun deben hacer su examen por lo tanto tiene toda la ventaja, además la idea de obtener “mano de obra barata” para pintar su casa, una labor pesada y tediosa, le resulta atractiva, “esta bien, acepto la oferta, si yo gano ustedes me pintan y ordenan mi casa, si ustedes ganas les muestro mis pechos”. Alejandra y José, que representa a sus compañeros, se dan la mano cerrando el trato, de inmediato ellos salen corriendo hacia la biblioteca. “Están perdidos, me voy a asegurar que jamás puedan sacarse un siete en mi examen, no me voy a exhibir ante ellos” dice con una malévola sonrisa.
La semana va transcurriendo y los exámenes se suceden uno tras otro. Alejandra, a través de sus colegas, se mantiene al tanto del progreso de sus rufianes como ella los llama. Para su sorpresa están aprobando varias asignaturas, en un comienzo se preocupa, pero Alejandra sabe que aun deber dar uno con ella y no se los va a dejar nada fácil. En su oficina ella prepara su examen y a fin de evitar cualquier “filtración” los hace todos distintos y trabaja desde el pendrive en su computador no dejando ninguna copia en el. Incluso los imprime en su casa a fin de evitar que alguien les haga el favor de sacarles una copia, ella no deja nada al azar, así que el viernes cuando llega el momento Alejandra esta confiada, a esas alturas ya han aprobado las demás asignaturas.
Al entrar a la sala la miran de forma bastante lasciva, pero ella no se inmuta. Los separa bien a todos, a Matías lo sienta a su lado, es más listo de los seis. Sergio, José, Daniel, Hugo y Fernando son los otros. “Bien pueden comenzar, tienen dos horas” les dice ella que los vigila atentamente. Dos horas después han terminado y le entregan los exámenes calmadamente. “Queremos que los revise ahora mismo para evitar, confusiones”, José y los demás se le acercan, Alejandra accede, ella sabe que es imposible que todos se hayan sacado un siete.
Al cabo de media hora la sonrisa y la seguridad de Alejandra comienzan a esfumarse cundo los sietes se empiezan a repetir, ellos se mantiene silentes a su lado, Alejandra esta horrorizada y procede a revisar los exámenes de nuevo, en realidad los revisa cuatro veces seguidas y cuando encuentra algo malo ellos le protestan alegando que ella esta haciendo trampa, luego de un rato se convence, todos aprobaron y todos se sacaron un siete, “¡ustedes hicieron trampa!” les dice, “pruébelo” le responde José desafiándola, pero a pesar de todo Alejandra no tiene indicios de ello.
Finalmente Alejandra se rinde y admite su derrota para total alegría de sus rufianes que ansiosos esperan que ella pague la apuesta. “Listo, para evitar interrupciones” le dice Fernando que cierra con llave la puerta y Hugo cierra las cortinas también, “no puedo creer lo bajo que he caído” dice Alejandra. Los chicos la rodean y esperan que ella haga su parte. Alejandra deja su chaqueta en su escritorio, se queda con su blusa y debajo una simple polera de tirantes, ella viste jeans negros ajustados.
Lentamente se abre su blusa y la polera marca la silueta de sus pechos, se ven bastante grandes y ella misma se avergüenza al notar sus pezones erectos, a pesar de todo esta situación la excita pero trata de disimularlo. Los chicos están hipnotizados por ella. Sobre su silla deja su blusa y después lentamente se sube su polera, sus pechos se asoman poco a poco, Alejandra usa un sostén negro con encajes, este apenas parece contener sus senos. Su respiración se hace algo agitada debido a las miradas fijas de sus alumnos, esto la delata abiertamente y ellos se le acercan aun más. Los chicos comentan acerca de su belleza y la perfección de sus senos, Alejandra se ve temerosa e insegura, “yo creo que es suficiente” dice ella y de forma temblorosa trata de bajarse su polera, sin embargo José y Fernando le toman las manos y la detienen.
“Es usted una mujer muy bella, déjenos apreciar su belleza” le dice José al oído. Alejandra no dice nada y solo reacciona cuando siente como le agarran el culo, “es magnifico” dice Matías que esta detrás. Otras manos se meten entre sus piernas y por encima de sus ajustados jeans le frotan su coño, Alejandra no opone resistencia y sus intensos suspiros delatan lo excitada que en realidad esta.
Sorpresivamente José le da un beso a Alejandra, al principio ella intenta resistirse pero sus fuerzas flaquean con bastante rapidez. Hugo y Daniel le toman sus pechos y se los empiezan a chupar y lamer mientras Fernando, Matías y Sergio le meten mano por todo su cuerpo y le desabrochan y bajan sus jeans. “¿Hace cuanto tiempo que no la follan?” le pregunta Fernando a Alejandra, “hace, mucho” responde con una débil voz, “eso lo vamos a arreglar ahora” le dice Hugo. José le toma su mano a su profesora y la lleva hacia su verga, ella se sorprende al sentirla dura y tiesa, Fernando le hace lo mismo y Alejandra se ve frotando dos vergas simultáneamente. Matías al fin cumple su fantasía y hunde su lengua entre las nalgas de su profesora, ella lo siente meterse ahí y mueve sus caderas para excitarlo aun más. Sergio le frota su coño y con sus dedos le separa los labios de su vagina y desliza con fuerza la punta de su lengua ahí. Alejandra se ve agobiada por semejantes caricias que recorren cada rincón de su voluptuosa figura.
Alejandra pronto se deja llevar por su excitación, se vuelve más ardiente a cada rato y ellos no dejan de satisfacerla. Siente unos atrevidos dedos metiéndose con fuerza en su culo en su sexo, ella gime desesperadamente mientras se besa con uno y otro. Sus pechos se los chupan a cada momento y Alejandra no para de frotar las vergas de José y Fernando.
Como pueden le quitan sus jeans dejándola solo con su ropa interior y su polera subida, Alejandra se recuesta sobre su escritorio y ellos descienden sobre su cuerpo cual manada de lobos lo hace sobre su presa. Alejandra se retuerce de placer al sentir las manos y las bocas de sus rufianes recorriendo su cuerpo, ella apenas puede contenerse y pronto sus gemidos se hacen bastante fuertes e inundan la sala en la que están. José le acerca su verga y Alejandra sin dudarlo se la empieza a mamar, Sergio se pone a su lado y ella con su mano se la frota y después la pone en su boca, la calidez de sus labios y la forma en que la chupa los hace delirar, Alejandra pronto los tiene a todos cerca y ella esta más que dispuesta a hacerles una mamada, los incita a que pongas sus miembros en su boca.
Hugo y Daniel se deleitan follandola con sus dedos, los gemidos de Alejandra se ven ahogados por las vergas de los otros que entran y salen de su boca, ella se mueve inquieta y agita sus caderas ante la acometida que recibe en sus agujeros, los chicos le chupan sus pechos y lamen cada rincón de su cuerpo. Su excitación alcanza un nuevo nivel cuando Hugo decide aprovecharse y la penetra, Alejandra siente su miembro enterrarse en su coño y como la recorre por dentro, “¡follame más duro!” le pide. Hugo arremete con todo sobre Alejandra, la hace estremecerse mientras ella sigue degustando cada verga que se pone en su boca, sus grandes pechos se agitan y Matías y José se los chupan ansiosamente, ella se ve inundada por el placer.
“¡Muévete es mi turno!” le dice Matías, él a pesar de ser el más pequeño de los seis, se la folla con bastantes ganas, hacia tiempo que quería hacer esto y no pierde la ocasión. Apoya las piernas de Alejandra sobre sus hombros y le da con todo. Ella de pronto se ve con Sergio encima que pone su miembro entre sus pechos y se hace una paja con ellos, a Alejandra le gusta esto y le dice que siga sin detenerse. Matías no ha terminado con ella, saca su verga erecta y Alejandra empieza a gemir como loca cuando él se lo hace por el culo, “¡uy profe si lo tiene tan estrecho!” le dice mientras su miembro se ve atrapado en el culo de Alejandra que pronto goza como loca.
Ella consigue controlar un poco la situación, le pide a José que se acueste sobre unos pupitres y se le monta encima empalándose firmemente en él. Alejandra le cabalga con fuerza y al mismo tiempo se besa con sus alumnos, sus pechos bailan con cada embestida, “¡ven aquí, follame por detrás!” le pide a Fernando el cual tiene la verga más gruesa de todos, Alejandra se inclina un poco y él se la comienza a meter, Alejandra siente que la van a partir en dos, pero le gusta. Al cabo de un instante se ve con ambas vergas bien metidas en su cuerpo y recorriéndola sin cesar.
Alejandra da rienda suelta a su lujuria y sus alumnos le siguen el paso. Se lo monta salvajemente con todos y le encanta sentir dos vergas penetrándola al mismo tiempo, les mama sus vergas y usa sus grandes pechos para masturbarlos, los chicos le dan duro y ella se deja de todo lo que ellos quieran. Se muestra ansiosa cuando siente como Matías y Daniel le meten ambas vergas en su coño mientras José la penetra por el culo. Alejandra muestra una faceta que ellos jamás creyeron posible ver en una mujer tan severa. El sudor se escurre por su cuerpo pero ellos igual siguen dándole, Alejandra esta insaciable y goza de este momento.
Uno a uno comenzaron a correrse sobre ella, sus descargas de semen se esparcen por su cuerpo y sobre cada una de sus curvas. Alejandra las recibe en su culo con todo agrado, degusta y saborea, hacia tiempo que no probaba algo así. “¡Señorita es usted fantástica!” le dice Sergio, Alejandra se muestra orgullosa del cumplido, se siente mejor que nunca. Se soba sus pechos cubiertos de semen y consiente que José y Fernando se corran en su rostro, le ofrece el culo a Matías para que este se corra en el, satisface a cada uno de sus alumnos y los satisface bien.
El sábado Alejandra despertó bien tarde, quedo rendida tras lo sucedido ayer. Fue una experiencia extrema y el solo recordarlo la pone bastante caliente. Se da una ducha y come algo ya que esta hambrienta. Luego se pone ropa ligera de trabajo y empieza a preparar las cosas, “bien, nadie va a pintar este sitio por mi” si dice a si misma.
El timbre de la puerta la distrae y ella va a abrir cuando iba a comenzar a trabajar, se sorprende al ver a sus rufianes ahí. “¿Y ustedes que hacen aquí?” les pregunta, “venimos a pintarle la casa” le responde José, ella no entiende nada y ellos entran a su casa, “pero la apuesta y lo sucedido ayer”, ellos se largan a reír, “pues le confesamos que, hicimos trampa en su examen, ya lo conocíamos de antemano” le confiesa Fernando. Alejandra se muestra sorprendida y no lo cree, “¡es imposible, tome todas las precauciones ni siquiera dejaba copias del mismo en mi computador!”. Matías da un paso al frente, sonríe y se arregla sus anteojos, “deje un virus en su computador, cada vez que usted lo usaba este dejaba una copia de lo que escribía, así obtuvimos el examen, se copiaba sin que usted lo supiera, fue mi mejor trabajo hasta ahora” dice con orgullo.
Como si nada ellos se ponen manos a la obra frente a una desconcertada Alejandra. Sus alumnos le ayudan a completar su labor y ya a eso de las 10 de la noche han terminado. “Bien señorita, nosotros cumplimos, nos vemos el lunes” le dice Hugo y ellos se despiden y comienzan a irse. “¡Esperen!” les grita ella, “aun les falta algo que hacer” y Alejandra se desnuda y se para entre ellos, “aun les falta un trabajo que hacer conmigo” les dice, “¡pues por usted haremos lo que nos pida!” y Alejandra se lanza a los brazos y vergas de su grupo de rufianes.
 
 

Relato erótico: Entresijos de una guerra 8 (POR HELENA)

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-Bájate de cama, no voy a dejar que te metas aquí – insistía la voz de Herman de una manera perezosa.

Sin-t-C3-ADtulo34Intenté despejarme un poco para escuchar aquella voz que le respondía, y que sonaba tan lejana como la suya.
-Pero si a Erika no le parece mal. Venga… siempre venías conmigo antes de casarte con ella… tengo miedo, Her…
-Berta, vas a despertarla. Vuelve a tu cuarto y duérmete. Tienes trece años, ya no eres una niña. Si tienes miedo, entonces pregúntate; “¿a qué tengo miedo?” Y enfréntalo, anda… seguro que puedes – le contestó acomodándose en la almohada.
Contuve la risa al escuchar semejante clase de disciplina. Completamente inútil a estas alturas si se tenía en cuenta que estaba dirigida a la criatura que llevaba mimando con afán desde que había nacido. Miré el reloj, eran cerca de las tres de la mañana. Berta seguramente habría soñado alguna gilipollez que ahora la obligaba a buscar el jamás denegado cobijo de su hermano mayor.
-Pero no puedo dormir, Her. Déjame dormir aquí, dormiré a tu lado para no molestar a Erika…
-No – repitió Herman mientras su movimiento delataba que se estaba tapando un poco más.
No pude contener una sonrisa al reparar en lo que todavía le retenía en cama en lugar de ir con su hermana. Nos habíamos dormido tras una de nuestras “citas conyugales” y todavía estábamos desnudos. Me di la vuelta cuidadosamente, calculando para no asomar más que mi cara, y me quedé mirando los ojos de Berta a punto de llorar.
-Lo ves, la has despertado… ¡mañana le diré a Frank que te obligue a limpiar las cuadras, señorita! – Le recriminó su hermano al verme despierta.
-Si vas a buscar a Margaret, te dejamos dormir aquí – le propuse desesperada por retomar el sueño.
Berta ni siquiera respondió. Salió como un rayo hacia su habitación en busca de su muñeca mientras que nosotros aprovechábamos el momento para vestirnos rápidamente y volver a meternos en cama.
-¡Gracias, Erika! – Dijo mientras trepaba para hacerse un hueco al lado de su hermano.
-Es la última vez que te consiento esto… – le adelantó Herman mientras la abrazaba.
-Lo sé. Mañana me enfrentaré al miedo, te lo prometo.
Cerré los ojos justo al mismo tiempo que la luz se apagaba, pensando en la tontería que acababa de decir Berta. ¡Seguro que se enfrentaba al miedo si volvía a desvelarse! Sólo que tras un par de minutos decidiría que abrazarse a su hermano era mucho más cómodo y efectivo. Lo sé porque yo hago lo mismo cuando me asaltan las dudas. Me enrosco en sus brazos y me olvido por completo de todo lo que hay ahí fuera. Herman tiene ese efecto placebo que es genial cuando necesitas descansar. Supongo que por eso Berta durmió a pierna suelta hasta bien entrada la mañana.
-Buenos días señora Scholz, ¿sabe si Berta se ha levantado? – Me preguntó la nueva institutriz de mi cuñada mientras estaba desayunando en la cocina. La viuda también la había mandado para que la educación de su hija no se viese afectada por la temporada que estaba pasando en casa.
-No, todavía no. Pero es que ha dormido con nosotros, vino a las tres de la mañana porque se había despertado y tenía miedo.
-Oh, lo siento mucho señora… no tenía ni idea de que se hubiese levantado de noche… – se apresuró a disculparse.
-No importa – contesté sin mostrar más importancia de la que realmente tenía.
Ya hubiese querido yo un hermano al que importunar cada vez que tuve miedo durante mi infancia – que no fueron pocas después de creer que me había muerto y despertarme con el cuerpo mullido en un orfanato extranjero -.
-Vaya a despertarla, ya va siendo hora de que desayune y se pongan con sus clases. Por la tarde le he dicho que la llevaría a Berlín – le dije mientras terminaba de desayunar.
Berta siempre quería ir a Berlín. Le importaba entre poco y nada que la ciudad fuese un constante blanco de bombardeos, o que Herman dijese que no debíamos ir porque se tenía constancia de que el ejército soviético planeaba una ofensiva aunque la visión que se tenía de él era un poco desordenada y sin muchos recursos para armarse. “Falacias que quiere escuchar el pueblo, querida. La Royal Air Force también estaba menguando en número y según los últimos informes que circulan por el mando, la flota aérea británica no ha dejado de crecer desde mayo” solía repetir Herman. Y no puedo decir que nos lo tomásemos muy en serio. Después de todo, yo tenía que ir a la ciudad un día a la semana. Incluso a veces, después de sitiarme en mi propia casa durante una semana sin que sucediese el dichoso ataque aéreo que esperaba todo el mundo, terminaba experimentando ciertas tendencias suicidas que casi me obligaban a ir a algún lugar jugándome el pellejo.
-Ya Herman, pero es que tú no sabes lo que es estar aquí metida todo el verano. Prefiero ir a la ciudad y si me muero, por lo menos lo hago con gusto. No aburrida y amargada – protesté la enésima vez que mencionó el ataque soviético, poco antes de que Berta llegase.
-Si me entero de que pisas Berlín esta semana, te encierro en un búnker bajo tierra – me contestó completamente convencido.
En aquella ocasión solamente suspiré mientras barajaba la posibilidad de que se estuviese volviendo un poco paranoico. Pero los soviéticos sorprendieron al mundo bombardeando nuestra capital a principios de agosto, un par de días antes de que Berta tuviese que regresar con su madre. Después de aquello tuvo que quedarse una semana más con nosotros – hasta que Herman se aseguró de que los ataques no iban a continuar por el momento -.
Sin embargo la atención que prestaba a la campaña soviética se fue descentrando poco a poco para enfocar a los americanos. Llegaba a casa, atendía el trabajo que se traía en su carpeta, y contemplaba durante horas aquel mapa en el que dibujaba cuidadosamente los movimientos de las tropas estadounidenses según los informes secretos de las SS o los que la prensa ventilaba. Nunca entendí el por qué, hasta que a finales de Noviembre se filtró de manera semioficial que Japón estaba presionando al gobierno alemán para que firmase una declaración de guerra contra los Estados Unidos, y Herman llegó absolutamente histérico a casa.
-¡No, Berg! ¡Una vergüenza! ¡¿Sabes en qué lugar deja eso a Europa?! ¡En el que no se merece, Berg! – Bramaba al teléfono.
Berg parecía estar de acuerdo con la entrada americana, porque mi querido marido no hacía más que rebatir unas teorías que para mí eran imprecisas ante la completa imposibilidad de poder escucharlas desde el otro lado de la puerta.
-¡Y una mierda! No es lo mismo que presten apoyo a la alianza anglo-soviética que una declaración de guerra que les permita entrar en el conflicto, ¡y me da igual que creas que los ingleses acabarían consiguiendo que entrasen! ¡Es indignante! – Hizo una pausa para escuchar a Berg y continuó gritando – ¡es que me da igual lo que ellos se traigan en Asia! ¡No es nuestra guerra! Si los Estados Unidos quieren mover la flota del Pacífico, ¡que la muevan! ¿Dónde tiene Alemania una salida al Pacífico, Berg? ¡No apoyes la declaración de guerra!
Bueno, Herman estaba en lo cierto. Los Estados Unidos se habían declarado recientemente contrarios al Eje al prometerle respaldo al bando de los Aliados, pero también habían mostrado su desinterés respecto a entrar en el conflicto europeo.
-¡No! Si alguien tiene que pararle los pies a la Nueva Alemania es Francia, Inglaterra y las resistencias que quedan en los territorios ocupados. ¡Los soviéticos tendrían que poder recuperar su territorio sin la ayuda de nadie! ¡Somos Europa, Berg! Le hemos dado al mundo cultura, sistemas políticos avanzados, arte, industria… ¡somos la cuna de la ilustración! ¡El origen del pensamiento civilizado! Si ellos vienen de nuevo como ya hicieron en la Guerra Mundial, será el equivalente a que un niño tenga que reprender constantemente a sus padres por comportarse incorrectamente, ¡y esa será la imagen que quedará para siempre en la Historia! – De nuevo se hizo el silencio en aquel despacho mientras yo pensaba en esa perspectiva en la que no había caído hasta aquel momento –. No Berg, yo no quiero para nuestros hijos la Alemania del Führer. Pero tampoco quiero dejarles una Alemania americanizada en la que crezcan olvidando que fuimos nosotros quienes desarrollamos lo que ahora les hace fuertes a ellos – dijo moderando el tono de una forma que me obligó a esforzarme para escucharle -. Entrarán completamente frescos en la contienda, sus fuerzas predominarán sobre la de los Aliados, ¿no lo ves? Todos los territorios que ahora ocupamos perderán su identidad irremediablemente si los Estados Unidos entran en nuestra guerra. Porque o bien se los quedan ellos, o nos los quedamos nosotros.
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Ahora casi me parecía un milagro que hubiese querido casarse conmigo después de decirle que mi hermano y mi cuñada se habían ido a Norteamérica. Pero me retiré apresurada cuando se despidió de Berg. Anticipándome a la posibilidad de que pudiese salir de su despacho. Aunque no lo hizo hasta por lo menos una hora después. Una hora durante la que no fui capaz de pensar en otra cosa que no fuese una frase que hice constar orgullosamente en mi informe semanal: “No quiero para nuestros hijos la Alemania del Führer”. Eso no me dejaba ninguna duda de que Herman Scholz no aprobaba lo que quiera que hiciese para el Reich.

Durante los días posteriores estuvo notablemente malhumorado, haciendo constantes llamadas desde su despacho para no perder detalle de la decisión que se tomaría sobre la declaración de guerra. Pero finalmente se decidió hacer caso omiso a la presión de los japoneses y se relajó un poco. Después de todo, la cúpula de las SS sabía de buena tinta que si Norteamérica entraba en escena, sus posibilidades de salir airosos del conflicto internacional se reducirían bastante. América tenía armamento de sobra para rearmar a los ingleses y a la Francia Libre de Charles de Gaulle, aparte de poder permitirse entrar en primera línea del conflicto europeo. Himmler y el Führer no podían permitirse hacerles frente mientras no zanjasen el frente soviético y el británico.
Y por si aquello fuese poco, en París se registraron atentados contra la ocupación que forzaron un desplazamiento militar a la ciudad. Algo que sin embargo, a Herman le hacía gracia. Supongo que porque ellos sí pertenecían a esa “cuna de la ilustración” que para él era Europa. Y lo era, yo no lo negaba. Pero me parecía cómico, como cuando Berta se enfadaba y se negaba a dormirse hasta que él no fuese a darle las buenas noches. Y en ese caso, daba igual que se presentase el mismísimo emperador de Roma. Si no era Herman, no le valía.
“Es que se creen que Francia está ocupada, y Francia está dormida. Nada más. Lo que me resulta increíble es lo mucho que está tardando un país así en despertarse”. Comentó una tarde de domingo en la que los Fischer se acercaron a merendar con nosotros. Eran amigos de la familia – y nuestros vecinos más próximos -, así que anunciaron que se dejarían caer para merendar a finales de Noviembre.
El señor Fischer le miró un poco extrañado al principio, pero luego asintió dándole la razón. Era la opción por la que casi todo el mundo solía optar al hablar con un Teniente. Bien por simple temor y respeto hacia una autoridad, o quizás considerando que él tenía que tener información que estaba vetada al resto de los ciudadanos.
Casi una semana después de eso recibimos una carta de la madre de Herman. La recogí yo misma, pero no la abrí. Y no sé por qué, porque en realidad estaba remitida a los dos, escrito incluso con su propia letra. “Herman y Erika Scholz” . Tampoco me extrañó, ella jamás se había opuesto a nuestra relación. Un detalle que sí que me sorprendió de ella porque siempre creí que querría para su hijo una Anna Gersten. El caso es que – aunque le agradecía el detalle de tenerme en cuenta – preferí dejar que la carta la abriese él.
 
 

-Mi madre quiere saber si iremos a pasar las Navidades con ellas a Berchstesgaden – dijo despreocupadamente durante la cena. Yo le miré esperando a que él propusiese el plan que mejor se adaptase a sus ocupaciones, y finalmente continuó hablando -. Yo no podré ir, este año solamente tendré un par de días libres. Pero si quieres ir tú…

Sopesé su oferta durante un par de minutos sin llegar a entender qué demonios iba a pintar yo en Berchstesgaden si él no iba.
-Bueno, iré si quieres. Pero si tú no vas, prefiero quedarme aquí.
Mi respuesta no debió ser de su agrado, porque suspiró de un modo pensativo antes de proponerme algo más.
-Ya… entonces tendremos que asistir a la fiesta de Nochebuena para oficiales de las SS. El año pasado me encargué de que a mi madre no le llegase la invitación por lo de mi padre, pero este año tú y yo somos los señores Scholz y figuramos en la lista de invitados. Rechazarla sería un desplante que daría que hablar…
-¿Quieres que vaya a Berchstesgaden para que no tengas que ir a esa fiesta? – Él se encogió de hombros ante mi pregunta.
-No. Sólo te digo que si te quedas, habrá que ir. Y también a la de Nochevieja de los Walden.
Ahora fui yo la que suspiré al conocer lo que nos esperaba. Solamente mentar a la señora Walden me producía escalofríos. De hecho, estuve a punto de decir que me iría a pasar las Navidades con Berta y mi suegra. Pero por lo menos si me quedaba cumpliríamos con aquel deber que habíamos jurado al aceptar los votos del matrimonio: apoyarnos el uno al otro en lo bueno y en lo malo.
Finalmente decidí quedarme. Con la firme convicción de que las cosas seguirían como siempre hasta las Navidades, pero no fue así. Las cosas empeoraron. Y empeoraron mucho. Porque Japón, harto de esperar a que Alemania le brindase un apoyo oficial en su cruzada contra los norteamericanos, decidió organizar una masacre sorpresa a principios de diciembre que destruyó la flota americana del Pacífico, amarrada en el puerto de Pearl Harbour. Ante semejante hostilidad – y completamente seguros de que los americanos no pasarían un detalle así por alto – decidieron declararles oficialmente la guerra y los americanos no tardaron en responder con el parte oficial que les declaraba finalmente como “potencia beligerante”.
La cosa no terminó ahí. Japón era oficialmente “potencia afín al Reich” y Los norteamericanos apoyaban a los Aliados. Así que el 11 de diciembre, Alemania hizo lo inevitable y – junto con Italia – declaró la guerra a los Estados Unidos de América. Ya no había marcha atrás, la noticia estaba en boca de todos y no se escuchaba ninguna otra cosa. El mundo entero estaba en guerra. Sobraban los dedos de las manos para contar los países que realmente no intervenían en nada y se mantenían completamente ajenos a la contienda intercontinental. Porque la gran mayoría de los que se declararon ajenos a la guerra fueron invadidos por los que participaban en ella con fines estratégicos o estaban en el punto de mira para ser el siguiente.
Supuse que a corto plazo las cosas no cambarían demasiado. Después de todo, Alemania ya llevaba años sumida en la guerra. Y quizás a nivel político no lo hiciesen, pero en casa las cosas estaban muchísimo peor. Herman estaba irreconocible. Comportamiento que atribuí a aquel odio visceral que le profesaba a los americanos y que me preocupaba sinceramente. Porque en realidad, los estadounidenses estaban mucho más centrados en el frente del Pacífico que en Europa.
Una semana antes de Nochebuena me desperté en cama completamente sola. Todavía era de noche, así que intenté escuchar algo que me indicase que Herman sólo había tenido que ir al servicio, o algo por el estilo. Pero una de mis manos se deslizó hasta el sitio que debía haber ocupado en cama constatando que estaba frío. ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo sola?
Me levanté y tras vestir mi bata de casa salí del dormitorio dispuesta a descubrir qué narices se traía entre manos. No tuve que buscar mucho, tras caminar unos metros por el pasillo la luz que provenía de la biblioteca llamó mi atención.
Allí fue donde me encontré a Herman pasando el rato con un cenicero lleno de colillas y una botella de ginebra a la que ya le faltaba más de la mitad. Me quedé observándole creyendo que me estaba gastando una broma que no me hacía ni puñetera gracia, pero ni siquiera se percató de mi presencia. Siguió fumando el cigarrillo que sujetaba entre los labios mientras se servía otro vaso de ginebra y riéndose sin gracia de algo que leía en el libro que tenía sobre la mesa central de la biblioteca.
-Por el amor de Dios, ¿qué haces? – Pregunté acercándome para dejarme ver.
-Pasar el rato, querida. No podía dormir – contestó tranquilamente mientras depositaba la ceniza sobrante en el cenicero. Estaba bastante borracho – ¡mira, ven! ¡No te pierdas lo que dice aquí! – Exclamó risueño mientras señalaba algo en aquel libro -. Voy a leerte unas sabias palabras, a ver qué te parecen – anunció entusiasmado. Creí que había perdido el norte pero cuando empezó a leer a medida que yo me acercaba a la mesa, lo entendí todo -. “No, el judío no es un nómada; pues, hasta el nómada tuvo ya una noción definida del concepto “trabajo”, que habría podido servirle de base para una evolución ulterior siempre que hubiesen concurrido en él las condiciones intelectuales necesarias. El judío fue siempre un parásito en el organismo nacional de otros pueblos, y si alguna vez abandonó su campo de actividad no fue por voluntad propia, sino como resultado de la expulsión que de tiempo en tiempo sufriera de aquellos pueblos de cuya hospitalidad había abusado. “Propagarse” es una característica típica de todos los parásitos, y es así como el judío busca siempre un nuevo campo de nutrición” – acto seguido se echó a reír mientras yo aprovechaba para quitarle el libro -. Ahora resulta que “propagarse” es una actitud muy judía, Erika… – decía al mismo tiempo que abría una ventana para que saliese toda aquella nube de humo que casi llegaba a nublar la biblioteca – ¡y me lo dice el mismo hombre que me ha mandado a conquistar Polonia y Francia! ¡Esto es demasiado! Es la hostia, Erika… de verdad que lo es… – repetía mientras se dejaba caer sobre la mesa.
-Herman, me estás preocupando. Te lo digo muy en serio… – le dije pausadamente.
Él sólo levantó la cabeza para mirarme y me dedicó una falsa sonrisa.
-Yo te preocupo… ¿yo? – Preguntó levantándose a duras penas – ¡joder! ¡Pues si yo te preocupo es porque no tienes ni puñetera idea del punto al que ha llegado esta puta basura! – dijo con asco mientras me quitaba el libro de un golpe seco.
32835260954369931140-No. No la tengo. Pero si tú la tienes, a lo mejor deberías compartirla conmigo en lugar de venir a las tantas de la madrugada a leer el Mein Kampf mientras fumas y te emborrachas – le espeté con dureza a pesar de la infantil mirada que puso al escuchar mis palabras -. Debería darte vergüenza, Herman.
Si sentí algo de pena por él, se borró en el mismo momento en el que su cara se tornó en el vivo reflejo de la ira. Me asusté por un momento, creyéndole incapaz de ponerme una mano encima por muy Teniente que fuese, pero admitiendo que tenía toda la pinta de estar a nada de cruzarme la cara. No lo hizo. Se dio la vuelta hacia la ventana, abrió el libro, escupió con ganas entre sus páginas y lo lanzó al patio.
-Tienes razón. Mañana tengo un montón de “parásitos” a los que organizar – murmuró mientras abandonaba la estancia frotándose las sienes.
No regresé a la habitación. Me quedé allí, fumando un cigarrillo en la ventana mientras miraba aquel libro que reposaba sobre la nieve y tratando de encajar la escena que acababa de presenciar. Estaba asustada, conmocionada y aturdida, ¿de verdad era capaz de ponerse así porque eran los americanos los que venían en ayuda de la alianza anglo-soviética? Me parecía excesivo. Herman podía tener preferencia por determinados países, pero ponerse así por aquello le convertía en un lunático. Dejé de pensar y recogí todo antes de bajar a retirar el ejemplar del Mein Kampf que le metería en un aprieto si era visto por alguno de los soldados que cada mañana traían a nuestros empleados. El libro estaba en un estado lamentable, así que devolverlo a las estanterías de la biblioteca hubiera sido una insensatez. Encendí el fuego en la chimenea del salón y lo quemé, asegurándome de que ardía hasta el cordón que pendía del lomo para marcar las páginas. No me gusta quemar libros, pero para qué engañarnos, la humanidad se haría un favor si se quemase cada uno de los ejemplares del Mein Kampf.

Cuando llegué al dormitorio le miré un buen rato desde la puerta. Estaba tirado sobre la cama sin ni siquiera taparse. Pero estaba completamente dormido, y no me extrañaba. Le dejé allí y me fui a su despacho, directa a aquella carpeta que iba y venía con él todos los días.

Lo cierto es que a simple vista no había gran cosa. Listas infinitas de gente, notificaciones de enfermedades, partes médicos, fichas y listados de bajas. El estómago se me revolvió cuando constaté que en una sola semana había registrado tres hojas enteras de bajas en su subcampo. <<¿Una semana dura o una semana normal?>> Me pregunté mientras seguía examinando la documentación. Había un parte de la enfermería que notificaba una epidemia de tifus en el campo y que justificaba la mayor parte de las bajas, y luego un listado de gente que llegaría desde el frente soviético y que él iba a designar a “trabajo de campo” bajo la tutela de un tal Heinrich F. por falta de espacio. Quizás enfrentarse a eso a diario sí fuese suficiente como para poder permitirse una noche ahogando las penas, pero seguí rebuscando entre sus documentos hasta que llegué a una serie de papeles cuñados con el sello que las SS usaban sólo en documentos de carácter privado. Aquello parecía importante, así que me debatí mentalmente entre la posibilidad de echarle un vistazo o ir a por la cámara. Decidí seguir leyendo al recordar lo que me había pasado con su padre. Si me encontraba allí mirando aquello, no sería nada descabellado que hubiese querido verlo después de haberle encontrado en la biblioteca de aquella guisa. Pero si me encontraba sacándole fotos a documentación privada… no quería ni pensarlo.
 
 
 

Los papeles redactaban los pasos a seguir para la implantación de algo a lo que se referían como “Solución Final”. Y aunque sonaba muy mal, decidí concederle al nombre cierto margen de duda, ya que los nombres en clave que las SS utilizaban para sus operaciones secretas dejaban bastante que desear – ya había tenido en mis manos informes de guerra en los que se referían a una posible ocupación británica con el nombre “Operación León Marino”, a la conquista soviética como “Operación Barbarroja”, o al asalto a Moscú como “Operación Tifón”-.

Pero aquella “Solución Final” exigía instalaciones nuevas en la mayoría de los campos de prisioneros, un aumento en el número de los mismos y la ampliación de los ya existentes, así como su mejor organización. Busqué entre líneas algún párrafo que definiese claramente la finalidad de aquella operación, pero no lo encontré y asumí que – por la forma de referirse a aquella “Solución” – seguramente serían las pautas a seguir para explotar a los prisioneros. Porque lo cierto era que el Reich tendía a regular lo que a todas luces era imposible de regular.
Sin embargo, sí encontré un documento firmado por el mismísimo Himmler en el que se le comunicaba al Teniente Herman Scholz que se le había concedido la Cruz de Hierro de Primer Orden y el cargo de Comandante de campo de las fuerzas especiales del Tercer Reich. Distinción que se le otorgaría en el acto del 31 de enero de 1942 previsto con motivo del comienzo de las obras para dotar con nuevas instalaciones al campo de Sachsenhausen–Oranienburg. La fecha de emisión del documento era de hacía casi una semana y yo no tenía ni idea de aquello.
Cerré la carpeta completamente consternada y me fui a la habitación que había sido mía cuando llegué a aquella casa, pero no pude dormir. Me levanté cuando unos tímidos rayos de sol lograron filtrarse a través de las nubes para colarse por el cristal de las ventanas y tras comprobar que Herman todavía dormía, telefoneé al campo para excusarle diciendo que se había encontrado mal durante la noche y que no podría asistir a su puesto de trabajo. No me pusieron ningún impedimento, sólo me dieron las gracias por avisar y me colgaron el teléfono sin más.
A media mañana mi flamante marido seguía sin dar señales de vida, y yo seguía dándole vueltas a ese cargo que le habían concedido y del que no me había hablado. Decidí que le exigiría una explicación al respecto mientras me daba una vuelta por las cuadras, aunque eso supondría confesarle que había visto todo aquella documentación de la que nunca se separaba.
-Señora Scholz – me llamó Frank sacándome de mis cavilaciones – ¿está todo bien? No han venido a recoger al señor…
-Esta mañana no se encontraba demasiado bien. Está en cama, ¿le necesita para algo?
-No. Simplemente me había extrañado que no fuese a trabajar, nada más.
-¿Qué tal con los empleados? – Inquirí amablemente mientras echaba un vistazo.
-Estupendamente. Dígale al señor que ya he hablado con el capataz de obra, podremos empezar las nuevas cuadras a principios de año.
Intenté que mis párpados no permitiesen que mis ojos se saliesen de sus órbitas cuando escuché la respuesta de Frank. Quise preguntarle qué nuevas cuadras, pero hubiese quedado como la tonta que me sentía en aquel momento.
-Claro Frank, ahora mismo se lo digo. No se preocupe.
Salí de los establos nada más dar por zanjada la conversación y me dirigí al dormitorio. Dudé si despertarle o no, pero una oleada de rencor me sacudió al pensar en todo lo que de repente había decidido callarse y me acerqué con paso firme a la cama.
-¡Despierta! – Repetí un par de veces antes de conseguir que se pusiese boca arriba y abriese los ojos –. Quiero hablarte de algo.
-¡¿Qué hora es?! – Preguntó sentándose en cama mientras se sujetaba la cabeza con ambas manos.
-Ya es media mañana, Herman. He llamado a Oranienburg para decirles que te encontrabas mal.
-¡¿Qué?! – Exclamó sobresaltado fulminándome con la mirada – ¡Mierda, Erika! ¡¿Tienes idea de lo que has hecho?! – Gritó histérico mientras se levantaba y se dirigía a la puerta.
-¡Escúchame! ¿Qué coño es eso de que vas a construir más cuadras? – Mi pregunta le descolocó pero continuó su camino hacia el baño sin hacerme el más mínimo caso – ¡Herman! ¡Te estoy haciendo una pregunta!
-¡Más cuadras significa más cuadras! – Respondió poniéndose a la defensiva.
-Muy bien – acepté -. Ahora explícame entonces de qué va toda esa mierda de la “Solución Final” y tu nuevo cargo de Comandante.
En esa ocasión se quedó parado en medio del pasillo y se dio la vuelta hacia mí, contemplándome como si fuese a arrancarme la cabeza sin piedad alguna. Se acercó lentamente mientras apretaba la mandíbula y me miró fijamente durante unos segundos antes de decirme nada.
-Cuando llegue a casa ten las maletas hechas. Mañana por la mañana te largas a Berchstesgaden, ¿entendido? – No supe qué responder, sólo me quedé estupefacta, preguntándome hasta qué extremo acababa de meter la pata –. Te he preguntado que si me has entendido – repitió molesto.
-¡Y una mierda! – Contesté de repente.
-¡Y una mierda no! ¡Te largas de esta casa y no pienso repetirlo! ¡¿Te queda claro?! – gritó mientras se sacaba la alianza y la tiraba al suelo delante de mis narices.
Le miré atónita. No sabía qué significaba aquello exactamente pero la rabia hizo que yo me quitase la mía y la arrojase sobre su espalda justo antes de que entrase en el baño.
-Me iré a donde me dé la gana. Yo no tengo que quedarme cumpliendo órdenes de nadie, nazi de mierda.
Cualquiera en su lugar se hubiera dado la vuelta y me hubiese partido la cara, pero él ni siquiera me miró de nuevo. Se metió en el baño y cerró la puerta haciendo que me arrepintiese de lo que acababa de decirle. De todo, desde lo de las cuadras hasta lo de “nazi de mierda”. Y reparando también en que yo sí que tenía que quedarme cumpliendo órdenes.
Sin embargo fui a mi antigua habitación y me tiré en cama, llorando hasta que me quedé dormida. Al cabo de unas horas una temblorosa voz me despertó. Era Rachel.
-Señora, debería comer algo – dijo suavemente mientras estiraba una manta sobre mí.
-Rachel, ¿habéis comido? – Fue lo primero en lo que pensé al verla allí. Tenía la sensación de que había dormido bastante y la hora de la comida ya debía haber pasado.
-El señor Scholz nos ordenó comer cuando vino a mediodía. Preguntó por usted pero nadie sabía dónde estaba. La buscó por toda la casa hasta que la encontró aquí. Dijo que no la molestásemos, espero que…
-Tranquila Rachel, no pasa nada – me adelanté antes de que se disculpase innecesariamente.
-¿No quiere comer nada? – Insistió con cierta pena.
-No tengo hambre. He tenido un día de ésos que prefiero borrar de la memoria, Rachel… – dije restándole importancia y queriendo olvidarme del tema inmediatamente -. ¿Cuánto hace que no duermes en una cama de verdad? – Pregunté por curiosidad al verla allí de pie. Ella se encogió de hombros -. Ven, siéntate aquí – su gesto fue de contrariedad, supuse que la había incomodado pero decidí insistir -. Quiero preguntarte algunas cosas y no tienes por qué estar ahí de pie mientras hablamos. Yo estoy tumbada – mi cocinera esbozó una sonrisa microscópica y accedió por fin a sentarse -. Mira, a lo mejor te parezco una idiota al preguntarte esto, pero quería saber si vosotros celebráis la Navidad.
-No. Nosotros tenemos el Hanukkah.
-Ah. ¿Y cuándo es? – Me interesé sinceramente provocándole una sonrisa un poco más amplia.
-No es como la Navidad, depende del calendario lunar. Algunos años es en diciembre, otros en enero…
-Bueno, es que había pensado en celebrar una comida de Navidad para vosotras. Supongo que en el campamento no os dejan hacer nada de eso… – no me contestó, sólo me miró con aquellos ojos apenados que ponía cuando pensaba algo que nunca llegaba a decirme -. Pero en fin, podemos dejarlo para cuando sea el Hanukkah ya que sois mayoría.
En el orfanato siempre hacíamos lo que quisiera la mayoría. Aunque eso de la democracia a ella tendría que sonarle a chino en aquellos momentos. Me sentí gilipollas, y comenzaba a dolerme la cabeza.
-No se preocupe señora Scholz, ustedes celebren la Navidad. No es necesario que haga nada para nosotras.
-Ni siquiera sé si estaré aquí el día de Navidad o si me iré mañana… Herman y yo…
-Ya lo sé, señora – me informó tímidamente mientras hacía un pequeño gesto con su cabeza -. Pero mañana se querrán tanto como siempre, ya lo verá – afirmó como si intentase animarme.
Le sonreí inconscientemente. Me parecía imposible que ella siguiese creyendo en los finales felices.
-Está bien. Ya veremos lo que se puede hacer… – le dije pensativamente antes de levantarme.
Ocupé lo poco que quedaba de tarde en dar una vuelta por el nuevo invernadero al que Moshe había trasladado las plantas durante el invierno, fascinándome con la meticulosidad de aquella gente que dedicaba las horas a trabajar en silencio antes de regresar al interior de la casa cuando los soldados reclamaron a mis empleados para llevárselos a aquel lugar desconocido para mí. Me senté en el salón, primero en uno de los sofás y luego al pie de la chimenea tras echar un par de leños al fuego. Herman llegó justo cuando yo estaba a punto de derramar la primera lágrima mientras repasaba mentalmente el tiempo que había transcurrido desde que un apuesto oficial me había recibido en aquella casa. Las cosas habían cambiado tanto en tan sólo dos años.
Oí sus pasos acercándose lentamente pero no me atreví a mirar hacia atrás. Creí que vendría dispuesto a soltarme el sermón de mi vida, sin embargo apareció a mi lado y se acuclilló despacio antes de coger mi mano derecha y volver a ponerme la alianza en el dedo sin decir absolutamente nada. Luego dejó la suya sobre la palma de mi mano y esperó pacientemente a que yo hiciera lo mismo.
-Te quiero más que a nada en el mundo – dijo finalmente -. Pero si decides jugar de nuevo a ver lo que encuentras entre mis cosas, no dudaré ni un segundo en sacarte del país. Te enviaré tan lejos que no sabrás volver. Y lo haré sólo por tu propio bien, querida – me dijo condescendientemente mientras me acariciaba el pelo –. Aunque me odies por ello.
-No te odio – confesé antes de recibir el beso que él me dio.
Suspiró con resignación y se sentó a mi lado.
-Pues es un detalle que te agradezco – me dijo con una débil voz -.Veamos. El próximo treinta y uno de enero se celebrará un acto en el edificio central del campo de Sachsenhausen-Oranienburg para inaugurar las obras de ampliación. También se designarán los nuevos puestos de mando y yo seré ascendido a Comandante de Campo, además de ser condecorado con la Cruz de Hierro de Primer Orden. Tendrás que venir – su voz no sonaba como si me lo estuviese pidiendo, pero asentí igualmente como si estuviese en mi mano poder decidir sobre aquello. Si una mujer no asistía al acto de condecoración de su marido, supongo que sería algo demasiado cuestionable en un régimen que predicaba también con la recta unidad familiar -. He estado hablando con Berg sobre eso. Lo de la Cruz me da igual, me es completamente indiferente, pero no quiero ser Comandante de Campo. No sirvo para ello por mucho que mi carrera diga lo contrario. Sin embargo Berg dice que es una posición demasiado ventajosa como para dejarla escapar. No lo veo así, le he pedido que intente que designen a otro, pero sé que no lo va a hacer… – me contó mientras apoyaba la cabeza en ambas manos.
-¿Por qué no quieres ese puesto? – Pregunté cuestionando de antemano la respuesta que me daría. Era evidente que callaba más de lo que contaba.
-Porque yo ya no creo en el Reich, Erika – me confesó abatido -. No creo en sus fundamentos ni creo que nos vaya a llevar a una posición mejor. Lo creía ciegamente cuando decidí seguir el camino de mi padre, y me encantaba ver lo orgulloso que estaba todo el mundo de mí. Pero ahora no pasa un día en el que no me pregunte cómo coño fui capaz de no cuestionar antes toda esta mierda. Me arrepiento tanto de lo que hice en los lugares en los que he estado con este uniforme… – dijo con la mirada perdida en el fuego -. Y todo lo que hice allí no es nada comparado con ser lo que ahora me piden.
-¿Por qué le interesa a Berg que tengas ese cargo?
-Tiene más ventajas administrativas. El Comandante de Campo es parte de la dirección y gestión de todo el complejo. En algunos campos solamente hay uno, pero Sachsenhausen-Oranienburg ya es demasiado grande y todavía piensan ampliarlo. Berg cree que con él desde Berlín y yo involucrado en la dirección sería posible… – dudó un poco antes de continuar hablando, pero supe que había optado por decir algo diferente en el último momento – hacer cosas. Poner un poco de orden, gestionar mejor a los prisioneros…
-¿Es por lo de la “Solución Final”? ¿Qué tenéis que hacer?
Herman se tensó automáticamente dedicándome un gesto vehemente que me hizo darme de golpe con la obviedad de que no me iba a hablar de aquello.
-Nunca jamás, bajo ningún concepto, digas que conoces ese término – quise decir que en realidad no lo conocía, pero él siguió hablando sin pausa -. No lo menciones ni en casa, ni fuera, ni delante de nadie. Y mucho menos de cualquiera de los prisioneros. Ni siquiera lo digas cuando estamos a solas. Nunca, Erika. Júrame que no cometerás la estupidez de mencionarlo aunque se te vaya la vida en ello.
Lo juré con los ojos como platos ante el empeño que había puesto. Pero sin sentirme culpable por tener que saltarme el juramento para mencionarlo en mi informe las veces que fuese necesario. Porque precisamente por aquel sospechoso empeño en que no dijese nada, era una obligación decirlo. Después de mi juramento con una sola excepción permanecimos en silencio frente a la chimenea.
-¿Quieres cenar? – Le pregunté cuando me rodeó con un brazo para recostarme sobre su torso.
-No. Todavía me dura la resaca.
Me reí de su argumento entre sus brazos antes de levantarme.
-Lo tienes bien merecido, cariño.
-Supongo que sí – contestó frotándose la nuca mientras yo me retiraba al dormitorio.
Creí que tendría cosas que hacer antes de venir a cama, como siempre. Pero a pesar de su “resaca”, la puerta de la habitación se abrió poco después de que yo me hubiese acomodado en cama para dormir. No encendió la luz para moverse por la estancia – aunque no me hubiese molestado demasiado ya que yo estaba boca abajo -, pero escuché claramente cómo se quitaba la ropa antes de que el movimiento de las sábanas y el hundimiento del colchón le delatasen.
No llegó a tumbarse. Su trasero se posó sobre el mío con cuidado antes de que su pecho cayese sobre mi espalda provocándome una leve sonrisa en la oscuridad.
-Erika, escúchame – dijo muy suavemente después de agasajar mis costillas con un par de caricias y depositar un beso sobre mi columna -. Sé perfectamente que te importaría bien poco jurar algo y olvidarte de ello si se te presenta una buena razón para hacerlo… – y aunque él estaba en lo cierto, no dije nada –. Pero esta vez, necesito de verdad que me hagas caso. Por favor.
-Está bien. Ya te he prometido que no hablaría de esa… “Solución Final” – dije bajando la voz para mencionar esas palabras prohibidas.
-Pero necesito que te lo tomes en serio, querida – repitió en un susurro cerca de mi nuca -. No te lo pido por miedo a lo que pueda pasarme a mí, ¿lo entiendes?
Sí. Claro que lo entendía. No había que ser ninguna lumbrera para deducir que un civil en posesión de información secreta de las SS era un blanco demasiado obvio, por mucho marido Teniente que tuviese. Y semejante subestimación me hubiera defraudado si no fuese porque su tenue voz vino acompañada por el tacto de su familiar y cálido aliento, que se posó sobre mi cuello haciendo que mi piel respondiese con un agradable escalofrío.
-Te juro que no diré nada. De verdad – acepté con una voz vaga y sin entusiasmo.
37231301621945837849Y no pude imprimir entusiasmo alguno en mi respuesta porque todo el que era capaz de generar se hallaba concentrado en capturar las yemas de sus dedos sobrevolando mi espalda, mientras sus labios caminaban sobre las inmediaciones de mi nuca provocándome cosquilleos que lamían mi cuerpo desde el cuello hasta los dedos de los pies.
-Espero que sea verdad, Erika – me susurró todavía más bajo a menos de un milímetro de una piel que seguía erizándose bajo el influjo del aire que conformaba su voz.
-Sí. Sí que lo es – insistí con la misma voz desganada.
En realidad mis ganas, al igual que mi entusiasmo, estaban perdidas en cada uno de los movimientos que el cuerpo de Herman realizaba sobre el mío. En el camino que su lengua dibujaba sobre la piel que las asas de mi camisón dejaba al descubierto, o en la maniobra que las palmas de sus manos realizaron al descender hasta mis muslos para regresar a mis costillas llevándose con ellas el bajo de mi ropa a medida que aquella cosa que se agrandaba entre sus piernas iba oprimiendo mi rabadilla, cada vez con más fuerza, clamando por rozarme sin ningún tejido que lo impidiese. Y yo, desde la pasividad por la que había optado, estaba deseando que él lo permitiese.
Pero siempre me equivoco. Herman nunca toma el camino más corto, aunque decir que él estaba pensando lo mismo que yo sería una apuesta segura.
En lugar de eso, se elevó sobre sus rodillas dejando un breve espacio entre nuestros cuerpos y tras arremolinar el camisón más o menos a mitad de mi espalda, sus manos cubrieron mis nalgas para amasarlas cuidadosamente mientras su boca me besaba sobre la última vértebra antes de emprender un sensual sendero que la llevó a posarse en medio de sus manos, donde sus besos no cesaron ni siquiera sobre mi ropa interior, dejándome percibir el calor que me bañaba cada vez que espiraba a través de aquellos labios que seguían bajando hacia mi sexo.
 
 

Abrí mis piernas tras un profundo suspiro, intentando facilitar el camino de sus atenciones aunque sus manos separaban con firmeza mis glúteos para que sus labios pudiesen colarse todavía más abajo. Y no sólo siguieron su camino, sino que se abrieron sobre mi ropa interior para dejarme sentir su lengua deslizándose sobre la prenda que yo quería que él retirase.

Y a pesar de que sabía perfectamente lo que yo deseaba, disfrutaba peleándose con aquella inocente tela que contenía mi sexo. El mismo que yo elevé ligeramente para que su boca se hundiese por completo en él desde el otro lado del tejido. Algo a lo que no se resistió y que hizo gimiendo levemente, haciendo que aquel aire cálido que devolvían sus pulmones se colase hasta hacer que mi entrepierna hirviese por ser descubierta ante aquella lengua que parecía querer perderse en ella.
Esperé un poco, disfrutando de aquellas caricias que recorrían todo mi trasero mientras su boca me buscaba con insistencia. Encontrando mi total disponibilidad aunque todavía se negaba a retirar la prenda que le impedía tocar mi piel, y haciendo que la necesidad de que eso ocurriese se tornase inminente. Estiré uno de mis brazos sobre mi espalda hasta sujetar mis bragas con la mano y apartarlas todo lo posible. Arrastrándolas hasta encontrar una de las manos de Herman e indicarle con mis dedos que la sujetase, al mismo tiempo que yo abría más mis muslos y elevaba un poco más mi sexo en busca de aquella boca que deseaba sentir sobre mi piel ahora desnuda. Pero sólo encontró la caricia del aire templado de la estancia mientras una leve risa llegaba a mis oídos.
-Así no se puede trabajar, querida – dijo suavemente antes de dejar que su lengua se estampase sobre mi nalga para recorrer un pequeño tramo de carne hasta que sus labios la recogieron de nuevo para cerrarse y depositar un estimulante beso que me obligó a contener el repentino reflejo de arquear mi espalda -. No tienes paciencia alguna. Y la paciencia es una virtud.
-Una que tú derrochas para hacerme suplicar – añadí pausadamente a modo de reflexión.
Su cara se posó sobre la mano que todavía sujetaba mi ropa interior mientras que con la otra acariciaba de nuevo mi nalga. Dejando que sus dedos cayesen hasta el interior de mis muslos rozando los labios de mi sexo. Pero obviando el abrazo que éste quería darle mientras se deslizaba sin piedad por las cercanías, aumentando mis pulsaciones con su elaborado itinerario.
-Está bien. Hoy no te haré suplicar, ¿qué quieres que te haga? – Preguntó sumamente relajado, aunque con cierta nota de diversión.
-Lo que quieras – respondí sin dudarlo mientras movía mis caderas buscando el roce de sus dedos sobre mi entrada. De nuevo me lo negaron hábilmente en el último momento.
-Ese: “lo que quieras” me deja mucho margen, ¿no crees? – dijo casi burlándose antes de reírse tenuemente.
-Demasiado – acepté vagamente mientras acomodaba mi cara sobre la almohada – ¿puedo pedir lo que quiera? – Inquirí desesperada por el calor que su cuerpo desprendía por debajo mis riñones mientras su mano seguía surcando mi piel.
-Sí, claro – contestó con convencimiento.
-Muy bien. Entonces tócame mientras me pienso el resto.
Creí que echaría mano de alguna de sus jugarretas para retrasar un poco más el momento de darme lo que yo acababa de pedirle. Como preguntarme dónde tenía que hacerlo o tocarme en cualquier parte de mi cuerpo a pesar de tener absolutamente claro a lo que yo me refería. Pero no hizo nada de eso. Sus dedos acariciaron con la justa decisión los pliegues que rodeaban el acceso a aquel agujero que yo ya notaba palpitante y húmedo, y que todavía demandaba con más fuerza una ocupación al experimentar el agradable roce de sus yemas.
Me dejé arrancar un leve sonido que brotó desde lo más profundo de mi garganta cuando dos de aquellos maravillosos dedos siguieron mi raja de arriba abajo, jugando a presionar ligeramente una hendidura que amenazaba con tragárselos. Y todo mientras yo intentaba pensar en lo que iba a pedirle a mi marido. Porque yo no pensaba desaprovechar aquella oferta aunque estuviese demorando mínimamente la hora de pedir debido al torrente de sensaciones que estaba abriendo en mi cuerpo.
-Quiero que me desnudes – le pedí.
La respuesta se tradujo en su obediencia inmediata. Me sujetó las caderas de una manera tierna para ayudarme a elevarlas y tiró de mis bragas hacia abajo mientras yo me sacaba el camisón para ahorrarle el trabajo.
-Desnúdate tú también – dije terminando de sacarme la ropa y retomando mi posición. Pero esta vez con la pelvis más elevada, aprovechando que había tenido que arrodillarme sobre el colchón para deshacerme de mi ropa -. Sigue. Colócame como quieras y sigue, Herman.
De nuevo hizo lo que yo le pedí sin mediar palabra. Terminó de sacarse la ropa y tras ensancharme levemente los muslos, dejó que sus dedos resbalasen desde atrás hasta llegar de un modo certero a mi clítoris. Jugando con él mientras la palma de su mano arrastraba mis labios, y mientras yo me maravillaba con la contundencia con la que obedecía mis órdenes al mismo tiempo que la necesidad de pedirle más crecía hasta hacerse inevitable. Y haciendo gala de todo un ejercicio de compostura, tomé aire y me dispuse a recitarle aquello que en aquel momento me apetecía más. Dándole los patrones de un encuentro sexual que en mi mente se perfilaba prometedor y que él sabría tejer sin defraudarme.
-Más. Tócame más –. Y él me entendió a la primera. Deslizando sus dedos hacia atrás y colándolos dentro de mi cuerpo con inigualable sutileza. Me concedí un último suspiro antes de comenzar a hablar, y me arranqué -. Quiero que me toques y que me lamas, Herman. Tócame y lámeme como quieras hasta que no aguantes más y tengas que hacérmelo – hice una pausa para coger aire e improvisé un detalle mientras su lengua comenzaba ya a hurgar cerca del agujero que penetraban sus dedos -. Pero restriégamela primero, Her. Me encanta que me muestres lo dura que está antes de metérmela. Y cuando lo hagas, hazlo despacio, como a ti te gusta. Métela todo lo despacio que puedas porque cuando llegues al fondo quiero que empieces a moverte sin hacerlo lentamente, y que no pares hasta el final -. De nuevo tomé aire, aunque ahora me costaba bastante más al hallarme completamente envuelta en su particular esmero por ceñirse a mis peticiones -. Avísame cuando vayas a correrte, y abrázame fuerte cuando lo hagas. Muy fuerte.
Después, simplemente flexioné mis brazos y dejé que mi pecho descendiese hasta descansar sobre el colchón de la misma manera que mi cara reposaba cómodamente en la almohada. Supuse que el hecho de haberlo descrito todo de antemano no me dejaba sin la opción de hacer alguna que otra petición si es que se me ocurría algo, y me abandoné. Me abandoné a su lengua y a sus manos, que se movían con habilidad y destreza en aquella parte de mi cuerpo que respondía a su tacto excitándome hasta hacer que me estremeciese sin que yo hiciera nada por evitarlo. Intentar respirar ya se me antojaba suficiente trabajo, porque hasta mis pulmones parecían haber sucumbido a las caricias de Herman, y solamente se esforzaban lo justo para permitirme inspirar aire y soltarlo a través de mis cuerdas vocales conformando abandonados gemidos que atestiguaban el placer que él me propiciaba.
Y de repente me encontré deseando que me penetrase con aquella erección que de vez en cuando me rozaba el muslo. Quería que la acercase hasta impregnar el extremo de su sexo en la humedad del mío. Que me “la restregase”, tal y como le había pedido. Pero no se lo pedí. Me callé precisamente porque ya se lo había pedido, así que él ya sabía que tenía que hacerlo. Sólo tenía que aguantar un poco más. Sólo eso.
Abrí mis piernas un par de centímetros más, dejando que mi pelvis descendiese con ellas cuando las manos de Herman abandonaron el interior de mi cuerpo para abrir mis nalgas y dejar que su lengua se ocupase en exclusiva de aquel lugar que se ahogaba por recibirle. No pude evitar reprimir un rebelde gemido que se tornó en jadeo sin avisarme, y comencé a mover mis caderas buscando aquellos cálidos labios para que no me abandonasen en ningún momento, ni siquiera para respirar. Pero lo hicieron a pesar de mis esfuerzos. Se desligaron de mi piel. Y tras un par de ávidos lametones que recorrieron la superficie que separaba mis piernas acaparándola por completo, su miembro se paseó por el mismo lugar que aquella lengua, pero de una forma muy distinta. De una forma casi insolente. Quizás vanidosa al saberse dueño de una soberbia rectitud y firmeza que me hacían desearlo.
No era la única. Los dos sabíamos que si estaba haciendo aquello era porque el hecho de entretenerse con mi cuerpo valiéndose de sus manos y su boca ya no tenía sentido. Dejaba de tenerlo en el mismo momento en el que la necesidad de enterrar su verga dentro de mi cuerpo se iba haciendo más y más pesada, hasta llegar a prevalecer completamente sobre cualquier otra posibilidad. Y a mí me pasaba lo mismo. Por eso esperaba gimiendo de una manera casi dolorosa con mis piernas abiertas, dejando mi sexo a tiro para que él entrase cuando quisiese.
Sonreí sobre la almohada cuando llevó a cabo tal decisión. Disfrutando intensamente del camino que el cuerpo de Herman recorría despacio, haciéndose un hueco dentro del mío. Un hueco que en realidad ya le estaba esperando y que estaba exultante al sentirle allí dentro de nuevo.
Su pecho cayó sobre mi espalda antes de que incrustase toda su longitud entre mis piernas, y su voz me habló cerca de la parte trasera de mi cuello mientras uno de sus brazos rodeaba mi cintura.
-Te quiero – me dejó caer con infinita sutileza.
Y sin saber muy bien por qué, me estremecí cuando su pelvis ejerció cierta presión sobre mis nalgas. Desde luego, no era la primera vez que me lo decía. Pero cuando me lo soltaba de aquella manera, casi siempre lograba hacer que mi piel se erizase.
-Y yo a ti – contesté intentando que mis palabras no se muriesen sobre la almohada antes de llegar a sus oídos.
Cabeceó cariñosamente frotando su frente sobra mi nuca y me estampó un dulce beso cerca de la sien. Sin moverme ni molestarme para nada. Sólo se acercó a mi cabeza postrada sobre la almohada y me besó la sien haciendo que de repente sintiese ganas de darme la vuelta y mirarle mientras se dejaba caer una y otra vez sobre mi cuerpo. Pero fue una efímera necesidad que desapareció cuando se incorporó de nuevo y, sin retirar las manos de mi cintura, comenzó a moverse tal y como yo le había pedido. Lo recordé en aquel momento, porque en realidad ya no sabía ni lo que le había dicho.
Estaba demasiado ocupada abandonándome a sus movimientos. Relajando mi cuerpo por completo. Excepto mis piernas, que mantenía rígidas para poder abandonar también mis entrañas a su voluntad. Algo que me encantaba hacer, porque nadie como él sabía ocuparlas. Conquistándome placenteramente con cada una de las estocadas que le hacían converger dentro de mí.
Me perdí conscientemente en aquellas idas y venidas, hechas con decisión y con una frecuencia que no me hacía desear que sus caderas se desatasen. No iba a hacerme suplicar. Lo había dicho y estaba cumpliendo su palabra. Haciendo que yo me quebrase lentamente en su promesa, temblando con su agitada respiración mientras sus dedos se clavaban inconscientemente en mis carnes. Cosa que casi siempre precedía a algún aumento del ritmo de sus caderas, o a algún movimiento más impetuoso de lo normal que parecía ensartarme desde atrás para empujar hacia mi boca sonidos que yo intentaba ahogar en la blanda almohada para poder escucharle a él. Algo que me encanta hacer, porque para mí el sexo ya no es lo mismo si no está aderezado con la atropellada respiración de Herman, ni con esos débiles gemidos que se le escapan tan al límite que dejan entrever que se está mordiendo el labio inferior. Y cuando me imagino esa cara cargada de una mezcla de sentimientos que intentan reflejarse a la vez, me excito hasta límites que antes me eran desconocidos.
-Me encanta, Her – gimoteé débilmente.
No esperaba una respuesta, pero sus acometidas ganaron en velocidad y fuerza mientras sus manos pasaban de sujetarme a apoyarse dominantemente sobre mi grupa antes de que su voz me hablase.
-¿Te gusta más así? – Preguntó acaloradamente mientras su glande golpeaba el corazón de mi útero.
No le mentí.
-Oh, sí… así podrías matarme sin que me importase – contesté entrecortadamente mientras reparaba en la gilipollez que acababa de soltar. Solo a medias, porque aunque nadie quiere morir, bienaventurados los elegidos que lo hacen en medio del acto sexual.
Lo cierto es que también tiene que ser un poco frustrante espirar tu último aliento estando tan cerca de un orgasmo. Lo ideal sería morirse después, sumida en esa calma total que se abre camino tras el apogeo final.
Y en esas absurdas divagaciones me encontraba cuando los brazos de Herman se enroscaron alrededor de mi cuerpo para elevarme y privarme de la cómoda postura que había mantenido durante todo el tiempo. Colocándome en una posición vertical, con mis rodillas flexionadas sobre el colchón y postrada sobre el trono que conformaba su cuerpo perfectamente acoplado al mío. Penetrándome sin descanso mientras me sujetaba firmemente para seguir con aquel vaivén que me estaba arrastrando al delirio.
Apoyé mi nuca sobre uno de sus hombros, notando la tensión con la que sobresalían sus músculos al mantenerme firmemente aprisionada entre sus brazos. Sumisa por completo, rendida a sus constantes empellones mientras uno de sus antebrazos parecía estar a punto de reducir mis costillas a simples astillas de huesos. Quería decirle que me encantaba que me apretase tan fuerte mientras me lo hacía de aquella manera alocada. Pero no fui capaz. Yo sólo era capaz de gemir. De emitir sonidos incoherentes mientras mi cordura iba a la deriva en aquel apogeo que conformaban sus caderas bajo las mías.
-Erika, voy a correrme… – susurró con trabajo mientras una de sus manos subía hasta mi cara para sujetarla al mismo tiempo que su boca me mordía tenue y sensualmente la parte baja de mi mandíbula.
 
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Yo también abrí mis labios y lamí su mano, que se desplazó hasta entregarme sus dedos sin que yo dejase de chuparlos mientras anclaba mis manos en su poderoso antebrazo. Recogiendo en mis oídos el ruidoso aire que brotaba desde su garganta, a través de aquella boca que no se separó de mi cara desde que su tímido ademán de morderme degeneró hasta convertirse en un grave grito que logró abrirse paso entre sus esfuerzos. Estampándose contra mi piel a la vez que sus brazos apretaban mi cuerpo sin que su pelvis dejase de embestirme. Y yo le buscaba ansiosamente. Intentando arquear mi espalda mientras sus brazos me obligaban a permanecer en contacto pleno con él, sintiendo cómo la musculatura de su abdomen lamía una y otra vez la parte baja de mi espalda con cada penetración. Apretándome tanto que podía sentir mis acelerados latidos en cualquier parte de un cuerpo que se moldeaba sin ningún inconveniente al suyo. Inmovilizada y resignada a dejarme hacer hasta que me encontré en medio de un voraz orgasmo bien acompasado que me obligó a demandar aire de un modo desesperado mientras mi lengua recorría instintivamente las yemas de sus dedos.

No quería que terminase. Moví mis caderas intentando infructuosamente prolongar lo imposible hasta que el agarrotamiento de nuestros muslos nos obligó a desistir incluso antes de la última de nuestras sacudidas.
Lo bueno siempre se acaba. Supongo que es una de esas leyes inquebrantables.
Aunque la manera relajada en la que los brazos de Herman sujetaban ahora mi cuerpo, mientras sus labios besaban tiernamente la base de mi cuello, tampoco estaba nada mal. Me dejé empujar suavemente hasta que me depositó de nuevo sobre el colchón y se acomodó a mi lado antes de cobijarme entre sus brazos.
-Herman – le llamé débilmente cuando estaba a punto de dormirme. Él me contestó con un vago sonido -. Siento haberte llamado nazi de mierda – dije sinceramente arrancándole una risa floja.
-Soy un Teniente de las SS – afirmó sin dejar de reírse -. “Nazi de mierda” se me queda muy corto, querida.
Acaricié su mejilla sin decir nada y me acomodé cerca de su torso desnudo, donde me dormí sin añadir nada que desarticulase su respuesta. No era un nazi de mierda. Quizás a lo sumo, fuese uno muy atípico. Ni siquiera el nazi más blando escupiría jamás entre las páginas del Mein Kampf. Pero sí que era un Teniente de las SS.
Las semanas pasaron impasiblemente. Pero lo cierto era que las cosas no cambiaron demasiado a corto plazo. Cumplimos con todos nuestros compromisos sociales y acudimos a la cena de Nochebuena de las SS para oficiales, donde conocí a muchísimos capullos y a sus esposas. E incluso me lo pasé mejor que en la fiesta de Nochevieja de los Walden. Aunque eso fue porque allí no estaba Berg para amenizarme la velada pintándome esperpénticos cuadros de los personajes que copaban las mesas. En la cena de Navidad me contó que el Führer había estado platónicamente enamorado de su sobrina hasta el punto de interponerse en las relaciones sociales de ésta y ejercer una presión tan enorme en su vida que la chica terminó por suicidarse hacía ya más de diez años. Algo que ahora estaba prohibidísimo mencionar y que no me creí hasta que Herman me aseguró que había sido cierto. Pero que lo del enamoramiento nunca se había confirmado por mucho que a algunos les encantase aferrarse a la idea.
A parte de eso, 1942 no empezó de manera muy distinta que el final de 1941. De hecho, el mundo parecía más centrado en la nueva batalla que ahora se libraba en el Pacífico entre japoneses y norteamericanos. Lo único destacable fue que tuve la oportunidad de sacar algunas fotos dentro del campo de Sachsenhausen-Oranienburg cuando Herman fue condecorado con la Cruz de Hierro de Primer Orden. Pero las remití a mis superiores con la vaga sensación de que no les serían de mucha ayuda, ya que el acto se celebró dentro del edificio central y allí todo estaba perfectamente dispuesto para la ocasión. Más allá de las salas destinadas al evento resultaba imposible acercarse a una ventana sin que un “amable soldado” te recordase que estaba prohibido hacer tal cosa.
La atención se centró nuevamente sobre Alemania cuando su ejército comenzó a replegarse sobre territorio soviético tras intentar hacerse con el control de Moscú durante meses. Y el optimismo con el que se había entrado en la vasta tierra soviética fue proporcional a la rapidez con la que el ejército alemán comenzó a perder sus ocupaciones en la misma. Nunca lo dije en voz alta. Pero en mi fuero interno tuve que reconocer que Herman siempre había tenido razón. Los rusos no eran aquellos bárbaros incapaces de organizarse que decía el Reich ni la prensa alemana.
La situación continuó igual hasta que a principios de abril recibimos la invitación para asistir al concierto del día 19 para celebrar el cumpleaños del Führer. Bromeamos un par de veces acerca de aparecer en el evento de alguna forma extravagante, pero a la hora de la verdad nos ceñimos rigurosamente a las normas y nos reunimos con Berg en nuestros privilegiados asientos situado en uno de los palcos.
-¡Joder! No tenía ni idea de que pertenecíamos a la aristocracia – comenté mientras Berg saludaba hacia abajo a otro hombre con uniforme.
-Y no pertenecemos a ella. Somos la aristocracia, Erika – matizó bromeando entre risas -. Si no eres militar, no puedes permitirte esto sólo con un buen apellido. Pero si tienes el apellido y encima eres oficial… ¡blanco y en botella!
Me reí ante su explicación mientras seguía saludando.
-Después te presentaré a esos mamones – me susurró discretamente sin dejar de saludar -. A tu marido no le van nada estos requisitos, pero son importantes para mantener las amistades de la familia. ¿Por qué no saludas conmigo?
-No conozco a nadie personalmente, Berg – me quejé escondiendo las manos.
-Pero saben que eres la señora Scholz porque estás a la derecha de Herman. Te devolverán el saludo al ver que estás hablando conmigo. Creerán que te estoy diciendo quienes son y que te interesas por ellos, ésa es la manera de conseguir que esta noche no se vayan a cama sin comentar con alguien lo simpática que eres. Y eso es fundamental para salir bien parado en una sociedad de hienas, Erika.
Le miré fijamente mientras me soltaba todo aquello. Berg siempre hablaba en un tono que lograba restar importancia a las cosas, pero no mentía. Y aunque reconocía la gran razón que llevaba, opté por ocupar mis manos rodeando el brazo de Herman, dejando que él saludase con un gesto mucho menos efusivo que el de Berg a quien creyese oportuno. Le quería. Y aceptaba todo lo que conllevaba quererle, pero aquel no era mi mundo. Yo sólo estaba allí porque sabían que se había casado conmigo, no para saludar a gente en pro del beneficio de un apellido con el que no había nacido.
El concierto fue todo un espectáculo, y no sólo porque la pieza final fuese la Novena de Beethoven, sino porque la dirigió Furtwängler – una de tantas personalidades que decidió poner tierra por medio entre él y el régimen cuando el Nacionalsocialismo llegó al poder, y que había decidido irse a Viena pacíficamente valiéndose del estatus de “mejor director de orquesta de toda Alemania” –. Aquel simple hecho prometía tanto que no dejó indiferente a nadie cuando tras estrechar secamente la mano del Ministro de Propaganda al terminar el concierto, se sacó un pañuelo y se la limpió “discretamente” mientras se inclinaba ante el público.
-¡Sí señor! ¡He ahí un alemán con pelotas! – Exclamó Berg moderadamente mientras se inclinaba sobre mí para dirigirse a Herman –. Quizás le llame para que dirija algo en mi próximo cumpleaños, ¿qué crees que me diría?
-Opino que te mandaría a la mierda – respondió Herman sin inmutarse antes de soltar mi mano para levantarse y aplaudir fervientemente al igual que el resto del auditorio.
Berg y yo nos echamos a reír antes de hacer lo mismo.
Después del concierto asistimos a la cena que se celebró. Y tras codearnos con la élite del poder de esa forma tan refinada que apenas te permite decir un par de palabras por diálogo, nos sentamos con Berg y algunos oficiales más. Más tarde – cuando todos se levantaron para bailar o pulular por el salón de baile – los tres optamos por ir al bar y sentarnos en una mesa apartada tras pedir unas copas. Entonces Berg sacó un tema sumamente interesante. Y lo hizo sin ningún tipo de reparo ante mí, considerándome con ello “alguien de confianza”.
 

-¿Qué tal te va como Comandante? – Lanzó mientras sacaba el tabaco después de que el camarero nos hubiese traído lo que habíamos pedido.

-Es una puta mierda, Berg. ¿Por qué me lo preguntas? Creí que te estaban llegando mis quejas diariamente.
-Sí. Sí que me llegan, pero ya te dije que últimamente ni siquiera las leo… – Herman hizo un gesto de desdén con la cara antes de tomar el primer trago -. Creo que ha llegado el momento de hablarte de algo – anunció encendiendo un cigarro -. Sé que últimamente has perdido algo de esa fe ciega que me tenías. Pero muchacho, ¿cuándo he hecho yo algo sin meditarlo? Te quiero en la dirección de Sachsenhausen porque voy a mandarte algo allí que va a interesarte mucho.
-¿Más prisioneros? – Preguntó Herman irónicamente -. Porque eso es lo que llega a Sachsenhausen todos los días, Berg.
-Voy a mandarte a más de cien prisioneros procedentes de todos los campos del Reich clasificados como “trabajadores altamente esenciales” para llevar algo a cabo. Estarán bajo las órdenes del Mayor Krüger. Él no va a tener nada que ver con la dirección ni nada de eso, sólo se ocupará de su operación. Pero necesitaba un campo de prisioneros un poco atípico. Ya sabes, de ésos en los que a uno no le peguen un tiro por ir a mear…
-¿Qué van a hacer? – Se interesó rápidamente Herman.
Berg negó rápidamente con la cabeza. Quizás si yo no estuviese delante se lo hubiera dicho, pero tampoco me pidieron que les dejase a solas.
-Krüger está fuera ahora mismo. Pero regresará la semana que viene y ya me he tomado la molestia de decirle que estarías encantado de recibirnos para merendar. Lo que van a hacer allí te lo explicará él mismo. Luego yo te propondré un plan alternativo para llevar a cabo nuestra propia “solución alternativa” – Herman se tensó en el acto al escuchar eso, pero trató de disimular cogiendo su copa para dar un trago.
Yo opté por encenderme un cigarrillo despreocupadamente mientras sopesaba la posibilidad de que él no me viese capaz de establecer la evidente relación que había entre “Solución Final” y “solución alternativa”. Supongo que supo que lo había relacionado. Ambos nos conocíamos demasiado bien. Así que no me subestimaría de esa manera por mucho que yo no hubiese vuelto a pronunciar esas palabras desde que lo había prometido.
-¿Por qué será que tengo la sensación de que no me va a gustar tanto como crees? –Preguntó Herman de manera incómoda. Probablemente Berg se había olido que pasaba algo.
-Ya. Pues créeme que yo sé que te va a encantar. Confía en mí sólo una semana más, ¿puedes hacerlo?
-Supongo que puedo. Pero esta semana en lugar de quejarme voy a remitirte copias de los partes diarios de las bajas que se registren en el complejo de Sachenhausen-Oranienburg – le dijo fríamente mientras dibujaba una forzada sonrisa que hizo que Berg se frotas la frente -. Porque yo confío en ti. Por eso me gustaría compartir contigo la profunda sensación de vacío e impotencia que se experimenta cuando, por más que uno se esfuerza, las cosas siguen empeorando.
-Herman, lo sé. Pero te prometo que voy a darte un buen motivo para quedarte ahí.
-Y espero con ansias el momento de saberlo. Pero por ahora, creo que mi mujer y yo regresaremos a casa, si no te importa prescindir de nuestra compañía.
-Lo cierto es que sí me importa, pero no voy a reteneros aquí – contestó Berg con cierta pena mientras observaba cómo Herman se levantaba.
Se despidió amablemente de Berg mientras yo apagaba mi cigarro a medias y acto seguido abandonamos el salón con suma discreción. No volvimos a hablar de nada de aquella noche hasta que a mediados de la semana siguiente – sin haber pasado los siete días que Berg había dicho – una mañana Herman anunció que por la tarde se quedaría en casa para recibir al Mayor Krüger y a Berg. Y lo hizo mencionando que tendría que buscarme una distracción que me mantuviese ocupada mientras ellos charlaban. Le prometí que me quedaría leyendo algo en la biblioteca, pero me dedicó una mirada de desconfianza y me pidió que buscase una actividad que me requiriese en algún otro lugar que no fuese la casa.
-¿Pero tú qué te has creído? ¡Soy tu mujer! Si te digo que me quedaré en la biblioteca, es que me quedaré en la biblioteca. También es mi casa, y si no te gusta que me quede en ella, entonces llámales y diles que os encontraréis en otro lugar – protesté haciéndome la ofendida ante semejante falta de confianza conyugal.
-Muy bien. Me encantaría equivocarme, pero algo me dice que esta tarde tendremos una de nuestras crisis matrimoniales, querida – zanjó con una de sus sonrisas de cortesía antes de irse.
Al mediodía Herman cambió su uniforme de Teniente por un sencillo conjunto de calle nada más llegar de Oranienburg. La ropa normal le hacía parecer alguien completamente ajeno a lo que era diariamente, aunque no perdía ni un ápice de aquella elegancia inherente que sólo él sabía lucir con cualquier estilo. Incluso cuando salía de los establos ataviado de jinete y con las botas embarradas sabía moverse con aquella gracia que dejaba las imperfecciones en meros detalles incapaces de eclipsar su impoluta imagen.
No mencionó nada acerca de nuestra conversación de la mañana durante la comida ni durante el resto de la tarde. Pero en cuanto llegaron los invitados para la “merienda”, me recordó muy correctamente mis quehaceres en la biblioteca tras presentarme al Mayor Krüger – cuyo aspecto de oficial que no llegaba a la cuarentena me sorprendió. Yo me lo había imaginado bastante más “mayor” -. Me retiré mientras ellos se acomodaban en el salón. Había dado por hecho que irían al despacho, pero se quedaban allí.
No le serviría de nada poner un piso de por medio. Me quité los zapatos al terminar de subir las escaleras y volví a bajar sin hacer ruido hasta quedarme donde pudiese escuchar bien, a tres o cuatro peldaños del final.
-¡Cuánto tiempo Scholz! Me hubiera encantado verte por otros motivos, pero en fin… ¿qué opinas de la nueva “normativa” que tendrás que aplicar? – Se interesó el Mayor Krüger.
Empezaban fuerte. Por la entonación que le dio al pronunciar eso de: “normativa” supuse que se refería a la puñetera “Solución Final”.
-Opino que me sería infinitamente más atractiva si pudiese aplicarla también en otros “ámbitos” – contestó con sarcasmo tras pensarlo un poco.
El Mayor y Berg soltaron una carcajada al unísono.
-¡Hostias, Berg! Confieso que me mantenía un poco escéptico con todo esto… – dijo con diversión – ¿qué coño le ha pasado al soldado que sembró el terror en Varsovia? – Preguntó retóricamente haciendo que mi estómago se encogiese al escuchar aquello -. Muchacho, ¡tu padre estará revolviéndose en su tumba!
-Lo tomaré como un cumplido – contestó la voz de Herman sin mucho entusiasmo -. Tú en cambio siempre tuviste las cosas claras…
-No te ofendas, Scholz – se disculpó el Mayor -. Me refería a que… bueno, tu familia siempre ha sido un apoyo para la política del Reich…
-Claro – admitió con resignación -. Pues ya ves que con mi padre bajo tierra las cosas han dado un “ligero cambio”. Berg me ha dicho que vas comentarme algo que quieres llevar a cabo en el campo de Sachsenhausen. Usted dirá, Mayor.
-Teniente Scholz – comenzó moderando la voz -. Me ha costado bastante obtener el permiso para ejecutar la operación que me han encomendado. El General Berg me ha dicho que estás al tanto de que la operación requiere “personal altamente esencial”, por lo tanto prescindiré de rodeos. Vamos a falsificar libras esterlinas en tu campo para introducirlas en el mercado y provocar una quiebra económica que les impida a los ingleses costearse la guerra.
-Creí que aquí todos queríamos que Inglaterra nos parase los pies – le interrumpió Herman tranquilamente.
-Muchacho, la quiebra económica llevará su tiempo. Uno no mete un billete falso y origina un caos. Estamos hablando de millones de libras que se traducen en años. Años de margen para que Inglaterra y los Estados Unidos paren esta locura.
-Herman – intervino Berg -, el Mayor Krüger necesita un campo de prisioneros poco conflictivo. Uno ordenado, como el tuyo.
-Yo no soy el único Comandante de Campo, y te apuesto lo que quieras a que hay campos con menos bajas que Sachsenhausen.
-Sí – admitió Krüger -. Berg y yo ya lo hemos comprobado. Pero él también me dijo que se jugaba un brazo a que no encontraba uno con las mismas hectáreas que Sachsenhausen y que rondase siquiera el número de bajas por metro cuadrado. Y es cierto. Así que no quiero poner mi “fábrica” bajo otra jurisdicción que no sea la tuya.
-Y me halaga – contestó Herman -. Pero Berg, debo decirte que esto no me parece tan atractivo como me habías prometido.
-Déjale hablar – le pidió Berg.
-Me consta que le has conseguido a tus trabajadores el estatus de “trabajador esencial” valiéndote de tu importante apellido. Sin embargo, ¿cuántos trabajadores podrías tener sin que alguien te dijera: “basta”?
-Pues seguramente algunos más. He ampliado las cuadras y he construido un comedor fuera de casa para no tener que devolverlos al campo a la hora de comer. De momento el apellido me funciona bastante bien.
-Bueno, pues yo te echaré una mano. Mis empleados necesitarán asistencia para los trabajos más sencillos. Son falsificadores. Tienen que centrarse en lo suyo, no en manufacturar el papel, ir a buscar la tinta, cortar, limpiar la maquinaria… y a mí no me importaría que me enviases a los niños para realizar ese tipo de cosas, por ejemplo. ¿Puedes emplear niños en tus establos?
-No – reconoció Herman.
-Entonces hazme un sitio en Sachsenhausen, y hasta el último niño será requerido por mis obreros, Teniente Scholz.
-Está bien. ¿Qué necesitas exactamente? – dijo tras pensárselo un par de minutos.
-Algo que sobra en uno de los campos con más extensión de todo el territorio alemán actual. Espacio. Necesito un par de barracones para la gente y una nave en la que montar la maquinaria. Pero debes procurarme un lugar más apartado. A mis trabajadores se les han concedido ciertos privilegios que podrían desencadenar la ira de sus “camaradas”.
-No hay problema – aceptó Herman -. ¿Cómo va a organizarse todo eso? ¿De quién dependerían tus trabajadores?
-Oficialmente ni siquiera estaremos allí. Seremos independientes aunque operemos en tu campo y no asumiré ninguna decisión más que las relativas a mi plantilla. Pero necesito a alguien de confianza que me diga en quien puedo confiar y que me consiga la mano de obra que necesitan mis trabajadores.
No escuché nada más. Así que supuse que Herman debió asentir o algo por el estilo. Comenzaba a plantearme si entraba dentro de mi deber mencionar aquello en un informe o si debía callármelo. Después de todo, era una estrategia de guerra llevada a cabo por el Reich. Pero la operación había caído en manos de aquel grupo de “insurgentes no reconocidos” de las SS, y estaban hablando de utilizarla para mejorar las condiciones de los niños. Todavía no había decidido nada cuando la voz de Berg comenzó a hablar.
-Hay más, Herman – anunció -. En las pruebas de falsificaciones que han hecho con Krüger no sólo probaron a elaborar divisas…
-También pueden falsificar documentos, Scholz – añadió Krüger con cierto misterio -. Han obtenido pasaportes que pasarían los controles más estrictos…
-Espero que no me estéis proponiendo lo que… – vaciló Herman.
-¡Por Dios! – Exclamó Berg con irritación – ¡Claro que no estamos hablando de largarnos de aquí por la puerta de atrás! Somos nosotros los que actuamos correctamente, ¡no seas imbécil!
-Bien – aclaró Herman -. Dicho esto, disculpadme un segundo. Ahora vuelvo – dijo Herman.
Subí las escaleras rápidamente cuando le escuché decir aquello y me dirigí a la biblioteca. Donde agarré el primer libro que encontré y lo abrí por una página al azar antes de sentarme en el sillón fingiendo estar sumida en la lectura. Poco después Herman entró en la estancia cerrando la puerta a sus espaldas.
-¿Ya habéis terminado de hablar? – Pregunté inocentemente.
Él sonrió de forma angelical mientras se acercaba a mí y se agachaba para besarme la frente.
-Amor mío – me dijo con suma delicadeza -. Necesito hablar contigo de marido a mujer – añadió mientras me quitaba el libro con cuidado y lo dejaba sobre la mesa. Asentí a la espera de que comenzase, pero la conversación no me gustó nada -. Iré al grano, ¿hasta dónde has escuchado?
-¿De qué? No he estado escuchando nada, he subido aquí en cuanto os sentasteis… – me defendí inútilmente.
-Erika… – me exigió cargado de paciencia -. Sé sincera. No pasa nada, probablemente fuese a contártelo yo mismo. Así que dime, ¿qué es lo que ha escuchado mi querida esposa?
Su voz fue engatusadora, suave, como si su objetivo fuese ponerme entre algodones con cada una de sus palabras. Lo decía tan seguro de sí mismo que yo, simplemente fui sincera con él.
-Lo he escuchado todo.
Se rió mientras sacudía la cabeza y luego se inclinó para darme un beso en los labios.
-Está bien. Volveré con ellos – dijo sin más mientras me acariciaba el pelo con cariño.
-¿Puedo ir contigo? – Pregunté con naturalidad. Herman me miró todavía con una leve sonrisa -. Bueno, soy tu mujer. No debería extrañarles que me contases estas cosas. En el matrimonio la confianza entre…
-Te dije que hoy tendríamos una crisis matrimonial, Erika… y la vamos a tener, querida – me contestó con infinita delicadeza mientras caminaba hasta abrir la puerta y quedarse mirándome bajo el umbral -. La vamos a tener porque no te entra en la maldita cabeza que te juegas el cuello cada vez que te empeñas en averiguar cosas que no deberías saber –. Y entonces metió la mano en su bolsillo y sacó una llave.
Apenas tuve tiempo de levantarme antes de que cerrase la puerta desde fuera y escuchase el sonido del cerrojo que me dejaba recluida en aquella estancia.
-¡Herman Scholz! Ábreme o te juro que gritaré tanto que Berg y Krüger te obligarán a abrirme.
-Muy bien, querida. Yo les pondré al tanto de por qué me he visto en la obligación de encerrarte y aplaudirán mi decisión – no contesté a eso. Me mordí el labio inferior con rabia y retrocedí un par de pasos para regresar al sillón en el que estaba. Creí que me había dejado sola, pero su voz todavía me dedicó un par de frases más antes de despedire -. Vendré a por ti en cuanto haya terminado. Te quiero.
-¡Que te jodan, Teniente Scholz! – Contesté con un profundo resentimiento. Juraría que escuché una tenue risa desde el otro lado de la puerta.
-Bueno, estaré disponible cuando quieras. Pero me temo que después de esto no querrás hacerlo en mucho tiempo… – dijo antes de que sus pasos me indicasen que regresaba al piso de abajo.
 
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Relato erótico: Condenadas al infierno 2 (POR VIERI32)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2

La espalda le dolía demonios y le costaba acomodarse en el sillón de su oficina. El comisario Riviere había tenido una Sin-t-C3-ADtulo32discusión con su esposa la noche anterior, que terminó no sólo por sacarle el sueño, sino también le valió una noche en el sofá, causa principal del dolor mencionado.

Pero los problemas caseros había que dejarlos en casa, o al menos eso dictaban las normas de la jefatura, y es que por más que el afamado comisario se empeñaba en no recordar la fatídica noche con su mujer, no podía. Muy para su suerte, ese día, su dolor de espalda y el problema con su esposa, caerían al olvido.
De repente, tras un golpe de puerta, entró un hombre, no era un oficial de policía, se trataba del nuevo contratado en el departamento de delitos informáticos.
– ¡Comisario Riviere!
– ¿¡Entra sin golpear!?
– Es que… esto… no creerá lo que está sucediendo…
– La próxima vez trate de tener algo de educación, es lo que nos diferencia de esa escoria criminal – respondió con un gesto de asco, mirando el pizarrón de su pared, observando el montón caras de criminales famosos que había atrapado… todas estaban marcadas con una equis roja… todas excepto una; Charles Serge, quien cargaba crímenes por producción y tráfico de drogas. Probablemente ya se había marchado a otro país pero ni eso desmotivaba al comisario Riviere por si algún día osara de volver.
– Lo… lo siento, comisario, pero es que… ¡no lo podrá creer!
– Explíquese muchacho, vamos, que no tengo todo el día.
– Permiso entonces – dijo entrando, dirigiéndose hacia el ordenador del comisario.
– ¡¿Pero qué cree que hace?!
– Todas las computadoras de la jefatura están recibiendo la misma señal – dijo accediendo a una pantalla.
– ¿Señal? ¿Tiene un virus o algo así?
– No lo sabemos aún. Estamos intentando encontrar el origen de la señal pero… debería ver cómo la han encriptado… ¡es imposible saber de dónde proviene!
– Ya, ¿todo el barullo sólo por un virus de mierda?
– No es eso, Comisario… es un conteo regresivo. Mire, aquí está… joder, ya sólo faltan diez minutos.
– ¡¿Conteo?! – dijo buscando rápidamente un cigarro en su escritorio. La imagen de una bomba se le cruzó en la cabeza. Pero no, nadie pondría una bomba en la jefatura para luego poner un conteo. Si quisieran volarlos, ya estarían muertos sin necesidad de un previo aviso. Encontró el cigarro, lo encendió y lo llevó a su boca, viendo cómo el tiempo transcurría; 10 minutos 02 segundos.
– Comenzó con doce minutos. Aún no lo confirmé, pero es probable que todas las computadoras de la jefatura estén viendo lo mismo.
El comisario no podía arriesgarse a quedarse viendo cómo el conteo seguía, y lanzando el humo del cigarro al aire, ordenó al joven;
– Llama al escuadrón anti bombas…
El muchacho afirmó con su frente perlada del sudor. Repentinamente el conteo cesó, y la imagen de un hombre sonriente acaparó toda la pantalla. El cigarro cayó al suelo, el comisario, con la boca abierta, atajó al joven;
– No… no llames al anti bombas…
– Pero… ¿qué sucede? ¿Quién es ese hombre, comisario? –preguntó observando la repentina imagen.
“Buenos días Comisario Riviere, ¡tanto tiempo!, ¿eh? Si usted no está viendo esta transmisión… pues vaya, como que estoy pasando vergüenza al hablarle a la nada, ¿no? Pero sé que usted es de esos viejos idiotas, serios y responsables, por lo tanto sé que estará en su oficina viendo esta señal en vivo y en directo desde una de mis instalaciones. ¡No es joda!”
– Condenadas al Infierno 2 –
 

“Estoy seguro que me recuerda. Hace dos meses me llevé a las dos hijas del juez Saavedra por venganza. Ya ve, cosas que suceden cuando quieren cerrar mis instalaciones y ponerle precio a mi cabeza, ni qué decir de esa cadena perpetua de mierda a la que quiso condenarme. Que se joda el hijo de puta, por hijo de puta. Así que entenderá mi deseo de que se comuniquen con el Juez para que vea cómo le van a sus dos nenas. La transmisión comenzará en… menos de nueve minutos… estoy seguro de que su padre no querrá perdérselo.”

– ¿Comisario? ¿Quién… quién es él?
– Eso no importa ahora… ¿Eres de informática, no? ¡Pues comienza a rastrear la señal!
– ¿Pero no le he dicho sobre las señales encriptadas?
– Por algo te pagan, ¡pendejo! ¡Avisa a los de tu departamento, que vengan en mi oficina con sus equipos para comenzar el rastreo, no me importa cuánto tarden!
El joven salió veloz de la oficina mientras el comisario tomaba el teléfono de su escritorio;
– ¿Rebeca? Comunícame con el Juez Saavedra… y dile que es extremadamente urgente. – dijo mirando el pizarrón, viendo aquel rostro que aún no estaba marcado por la equis roja, mascullando con una sonrisa; “Charles Serge”
(Minutos después)
– ¡Juez Saavedra!
chinas-20-2-
– Comisario Riviere – dijo el juez, entrando a la oficina, contemplando el montón de oficiales apostados frente a las varias computadoras que instalaron de manera repentina, más otro grupo, que intentaba localizar la señal con sus equipos. El pobre Juez estaba atravesando un divorcio, su esposa ya no le cruzaba palabra alguna tras aquel fatídico incidente en donde sus hijas fueron violadas y secuestradas por Charles Serge, por ello nadie se extrañó al verlo con un rostro impasible, casi irritante.
– Señor Juez, me dijo que le informara si había cualquier novedad sobre el paradero de sus hijas… – respondió el comisario. Un brillo se notó en los ojos del Juez. Dos meses, dos meses sin saber nada sobre sus adoradas Sofía y Marisol, y por fin parecía que encontraron el paradero de sus niñas, o al menos una pista decente.
– Pero… – el comisario prendió su cigarro, mirándolo con seriedad – he decido obviar la recomendación de su psicólogo…
– ¿Psicólogo? Psiquiatra, querrá decir.
 
 

– Sí, bueno, Señor Juez, él me recomendó que si surgía un acontecimiento similar al que vivió… pues lo mejor era mantenerlo al margen. Pero sé, como soy también padre de familia, cuán difícil es vivir día a día sin saber dónde pueden estar sus hijas… por eso, Señor Juez, decidí llamarlo.

– Le agradezco el gesto, Comisario… ahora dígame, ¿qué es lo que saben sobre mis hijas? ¿Y qué hacen estos equipos en su oficina?
– ¡Comisario! – interrumpió uno de los técnicos de informática, levantándose de su asiento – sólo quedan quince segundos…
– ¿Quince segundos? – preguntó el Juez – ¿Me puede decir qué sucede, Riviere?
– Juez Saavedra, será mejor que se siente y observe la pantalla de mi ordenador… – dijo el Comisario, levantándose para cederle el puesto. – ¡Y cierren la maldita puerta! – ordenó a uno de sus oficiales.
El juez Saavedra se sentó y quedó pensativo viendo el conteo regresivo; Seis… “¿Qué es esto?”, cinco… “¿será?” – pensó. Cuatro… “¿acaso el maldito va a transmitir otra señal como aquella vez?”. Tres… “No… no puede ser.” Dos… “¿Será?”… Uno…
“¡Hola otra vez Señor Comisario!, espero que el Juez esté con usted… ¡espero que sí, la vamos a pasar de fábulas!… bué, al menos nosotros la vamos a pasar de fábulas con sus hijas.”
– Me cago en la virgen – susurró el juez.
“Primero que nada, decirles que sus nenas se han portado muy bien. Han hecho todo tipo de guarrerías que antes ni se imaginaban hacer en sus vidas de niñas consentidas, ni mucho menos con sus noviecitos de colegio o facultad. Las drogas ayudaron muchísimo, de hecho Sofía ya se ha vuelto adicta a la coca y a un par de productos que aquí fabricamos… jo, y pensar que usted quería interceptar nuestra producción. Tal vez Marisol, por ser la menor, quiso tomar un camino diferente al de su puta y drogadicta hermana, hasta hoy día se rehúsa a consumir, masticar u aspirar los diferentes productos. Pero no se preocupe, nada que unos fuertes azotes con cuero mojado no puedan corregir, en el medio de la fábrica y a la vista de todos mis hombres.”
“Ahora quiero que se fije en lo que hay detrás de mí, una habitación mugrosa adyacente a la fábrica, como cualquier otra. Verá en el suelo un par de colchones desgastados, un par de platos… joder, ahora que lo veo parecen ser para comidas de perros… esto, nada, Señor Juez; éste es el calabozo de sus putas hijas, verá que hay varios dogales de sujeción en la pared, por si hay que azotarlas o humillarlas para que aprendan. Ahí en la esquina verá el hoyo en donde hacen sus necesidades, en la mesita tiene los diversos artículos eróticos… no se me preocupe, traerán enseguida a sus hijas, sólo le estoy acomodando en el ambiente de ellas. No creo que tarden, fueron con mis hombres al pueblo cercano para ser prostituidas, lo normal, vamos. Ellas suelen… ¿eh? ¡Ah, ahí las traen!”
– ¡Señor Juez! ¿Son ellas sus hijas?
– El juez estaba atónito, tardó en lanzar una respuesta que hizo hervir pieles a los hombres dentro de la oficina;
– Creo… sí… sí, ellas son. – respondió tocando la pantalla mientas los oficiales veían la misma imagen desde las otras computadoras de la oficina.
“Seguro que las nota distintas… muy distintas. A ver, tráigame a la más jovencita aquí, notará que apenas puede caminar, es que desde que vino aquí, le hemos encadenado los pies por una corta cadena que hasta entorpece su caminar, todo esto para que no se escape, además debe cargar esa bola de acero que está conectada a su collar para avanzar… anda, que me da penita su carita, toda cansada, lleno de mocos y lágrimas… ven, acércate más a la cámara para que tu padre vea. ¡Sí, papi está viendo, putita! Anda, que luego le mostrarás las cositas que sabes hacer… y no te atrevas a hablar, que ya sabes lo que Don Marcos te suele hacer cada vez que te haces de la pendeja.”
“Bué, comencemos, he aquí Marisol, muy flaquita, es porque está a dieta de agua y arroz, sí, aquí no hay nada de la comida de primer nivel que degustaba todos los días en su mansión. Está bien peladita de arriba para abajo, ¡qué bonita es así! Las calvas me dan morbo, total a nadie le gustaba ese peinado de sopocientos euros que usted costeaba cada dos por tres. Y no se preocupe por el vello púbico y demás… ya no le crecen… no señor, esto es full pelada, ¿increíble lo que puede hacer el depilado láser, eh? Ya está algo gastada, llena de marcas rojas por todo su cuerpo producto de los azotes… es que esta nena sigue dando problema… ah, y mire, chicos, enfoquen su coñito… mejor dicho, su coñote… joder, ¿ve cuán gastado lo tiene? Mis hombres entran y salen de allí todos los días… literalmente hablando… vamos, que se la follan con puño y todo, ya verá. Joder, lo tiene más destrozado que el de una actriz porno madura… y eso que la nena aún no llega a los dieciocho… mire, joder la almeja que se manda, no me cabe toda en la mano.”
 
 

– ¡Hijo de puta!

– No se preocupe Señor Juez, ¡atraparemos al mal nacido!
– ¿Cómo va el rastreo?
– Es un jodido laberinto, Comisario… no entendemos qué sucede…
“Y ahora le doy media vuelta… ¿Eh, estás llorando? ¿No quieres que papi te vea así de guarra?, ¿¡qué te había dicho sobre no obedecer!? ¡Don Marcos, venga, estamos necesitando de su cinturón!… ah, ya, mire don Juez, con decir “Don Marcos” la nena se pone a orinar… así de miedo le tiene… ah, qué marrana, luego limpiarás todo este charco que hiciste… ¡putamadre!, pero ya, mire su espléndido culito con el tatuaje de una hoja de marihuana en la nalga derecha, y el tatuaje de un perro follando a una mujer en su nalga izquierda, y observe, esto le llenará de orgullo, mire, “Putita Saavedra” en el cóccix… a ver, déjeme separar sus nalgas, muchachos, atájenla, quiero que su anito salga bien enfocado… aquí… esto… ah, ya está… joder, ¿ve que ya lo tiene bien ensanchado?¿Ve con qué facilidad entra mi dedo? Y mire, dos dedos… y por último… esto… ahí está; ¡tres dedos con total facilidad! El perro le suele dar por ahí dos veces por semana, solemos filmarla y posteriormente vendemos la película al mercado japo… es genial, debería ver cuando su hermana mayor chupa el semen del perro directo desde el culo de Marisol… y debería ver cómo se corre la muy cerda cuando su hermana le come el culo. A veces me pregunto si le gusta, o es simplemente la droga de turno.”
“Como en su mansión, aquí las dos niñas han aprendido el morbo del incesto lésbico. Costó adiestrarlas, pero valió la pena, porque hoy día ya se meten dedo frente a nosotros. En las primeras noches, uníamos sus piercings de lengua mediante una corta cadenilla… Juez, tendría que verlas a la mañana siguiente, llorando y babeándose una sobre la otra. Con el tiempo, la encontrábamos con caritas vencidas, como si ya entendieran que no podían hacer otra cosa que acostumbrarse… al cabo de estos dos meses, al visitarlas en las mañanas, mis hombres la encontraban echándose morreos jodidos”
“Marisol no la ha pasado tan genial aquí, para ser sincero. Es increíble ver que hasta hoy día da pelea a todo hombre que se atreva a tocarla, usa todo a su corto alcance… uñas, mordidas… claro que en un par de horas ya está cansadita y es más dócil, pero en comparación con la niña que moqueaba todos los días a la puta viciosa que es hoy día… vaya que hubo progreso. Bien, niña, anda, muéstrale a tu papito cómo te metes el puño completo en el coño y con la otra mano, tres dedos en el culo, tú solita, anda… ¿quieres que te droguen o que te azoten, o dejarás de llorar y lo harás tú solita? ¿No lo quieres hacer? … ¡Don Marcos!… Bien, bien, ésa es mi puta… ahí, mire Señor Juez, se está arrodillando, ¿no es increíble la cantidad de mocos y lágrimas que es capaz de echar la muy desgraciada?, mire, mire… ¡Ostras! ¡Observe qué viciosa es la nena! Mira a la cámara mientras te metes mano, nena… eso, eso… Señor Juez… no me va a decir que esa imagen tan tierna no le da morbo. Su hija llorando, mirándolo como el gatito de Shreck mientras se mete mano en sus dos agujeros… literalmente hablando.”
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“Bien, creo que ya terminamos con Marisol Saavedra. ¡Hey, ya pueden traer a Sofía! Y para que usted no se aburra, porque a veces me dan ataques de verborrea, en el fondo de la habitación, pondré a follar a su hija con el Negro Nelson… un gordote nigeriano sexagenario… ¡es buen amigo, muy gracioso! Bien, allí la están llevando en la esquina… mire cómo se rehusa nuevamente, nadie quiere follar con el Negro Nelson… es que es tan grande… ¡auch! Ése fue Don Marcos y su cinturón, no muestra piedad a la hora de azotarla… joder, qué bruto, hombre… ¡auch! ¡auch! Vaya, que hasta ésa me ha dolido a mí. Bien, ahí viene uno de mis hombres… observe, le está forzando a masticar una hoja de coca con algunos agregados especiales… ya verá que pronto Marisol se convertirá en puta ninfómana con el Negro Nelson.”
“Ahí viene Sofía… sí señor, mírela, sonriente y toda, pese a cargar la bola de acero conectada al collar y pese a las cadenas que limitan sus movimientos, como su hermana. Le gusta la vida aquí, folla como quiere y cuando quiere, bué, incluso tambíen cuando no quiere, anda desnuda y sin vergüenza alguna. Lógicamente su sorprendente adicción por nuestras drogas ayudó bastante, mírela, anda babeando por la boca y chorreando jugo por su almeja… efectos secundarios de nuestros productos. Si bien el coño lo tiene depilado permanente con el láser, hemos decidido dejarle el cabello, y así de paso teñirla de rubia. Como plan a corto plazo, le aumentaremos las tetas… aunque si se embaraza antes, nos ahorrará el trabajo. Ah, sí, debo mencionarle… ¿sabía que Marisol es infértil? Buenas noticias para ella, no debe andar poniéndoles condones a medio mundo antes de que se la follen por el coñito… coñote, quiero decir. Así que la única quien podría resultar preñada es Sofía… ¿no le da morbo ver cómo su puta y drogadicta nena embarazada anda desnuda y peladita por mi fábrica en busca de sexo? Llámeme loco, pero a mí me pone, aunque de momentos prefiero que la sigan follando con protección… bueno, hasta el día de hoy… por eso el motivo de mi señal, quiero que vea cuando su hija está siendo llenada de lefa por mis hombres, así con suerte usted resultará un abuelito. Ande, ¿ve que somos considerados, Don Juez?”
“Por cierto, ¡mire detrás de mí! Marisol está de cuatro patas, chupándosela a Don Nelson, mientras mis hombres le meten dedo en el culo y coñote. A ver si pronto traen a nuestro perrote Bonzo para que completen la faena.”
 

“Continuemos, su adorada Sofía tiene un tatuaje hermoso justo encima de su coño; “I love dicks” Me dio mucha gracia cuando lo vi, es que cuando la trajimos aquí, la estúpida lloraba cada vez que la traíamos en la fábrica para follarla en grupo… ¿quién diría que al final le terminaría gustando los “dicks”? Debo decirle otra cosa, a Sofía le encanta comer su arroz dentro del coño de su hermanita, ¿verdad que sí, preciosa? Me encanta cuando sonríe su nena… ¿verdad que comes el arroz que metemos dentro de la almeja de tu hermanita?, arroz con jugo de coño… ¿Y te gusta también chupar el semen del perro dentro del culo de ella?, ¿te encanta, no?, hala, ¡ésa es mi puta!”

“Debió estar el gran día en que Sofía folló por el culo a su hermanita mediante un arnés… putamadre, hoy día es cosa común, pero no tiene idea de lo caliente que fue la experiencia de verlas esa primera vez. Sofía estaba volada de tanta cocaína y se ensañó terrible cuando le daba por el culito a Marisol… la pobre no paraba de llorar a cada embestida, pero no podía moverse porque estaba bien sujeta al suelo mediante cadenas. Luego se calmó cuando su propia hermana le chupó el culo a base de bien, para que vea que cariño se tienen.”
“Bueno Don Juez, no quiero robarle mucho tiempo, ahora pondré a Sofía a follar con mis hombres. La cámara a partir de ahora enfocará la cama donde ella estará acostada… le libraremos de la cadena de sus piernas, pero para sujetarlas a las patas de la cama para que no ponga resistencia… es que a veces el efecto de la droga termina a destiempo, por eso. Así que usted será testigo de cómo me la follo y la lleno de leche, y posteriormente lo harán el resto de mis hombres, aunque usted ya no verá eso. En el fondo de la imagen, Marisol estará siendo follada por Don Nelson y sodomizada por Bonzo, venga, que preparé muy bien todo esto, ¿no? Y lo que me causa risa es que todo el departamento policial está viendo esto… algunos hipócritas estarán haciéndose una paja viendo cómo son violadas sus nenas, pero que aprovechen, no todos los días tienen este tipo de servicios virtuales. Yo me callo y dejo que usted me vea en plena faena… haré gritar como una marrana a su hija… la transmisión se terminará en cinco minutos, así que desde aquí le mando un abrazo y un saludo cordial, Don Juez.”
Tras cinco minutos en los que sólo se oían chillidos provenientes de las dos hijas, y en los que los oficiales se la pasaban retorciéndose de dolor al ver las vejaciones a las que eran sometidas, la señal se cortó repentinamente. El juez Saavedra había caído desmayado hacía ratos y tuvieron que retirarlo entre un par de oficiales, aunque el comisario Riviere no se arrepintió de haberlo traído.
– ¿No pudieron rastrear la señal? – preguntó enfurecido.
– Es increíble, pero no pudimos hacer nada…
– ¿Tuvieron más de diez minutos y no lograron nada?
Otro de los varios informáticos interrumpió tras varios minutos de discusión;
– Señor… ahora que lo pienso… creo las computadoras fueron programadas para recibir, encriptar la señal y además, para entorpecer el desencriptado… es lo única explicación que encuentro. Alguien saboteó nuestros equipos desde un principio.
– Entonces – interrumpió uno de los oficiales de alto rango – ¿cómo consiguieron dañar nuestras computadoras? ¿Tenemos… tenemos un infiltrado?
– ¡Tú! – gritó el comisario, señalando al joven del departamento de informática – ¡tú fuiste el primero en notar la señal!
– ¿Yo? Esto… sí… pero…
– No había manera de que supieras que las computadoras no sabrían encriptar la señal… ¡salvo que tú ya lo hubieras sabido de antemano! ¡¿Y cómo sabías que todas las computadoras recibían la misma señal si aún nadie lo confirmó?!
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– ¿Que qué? ¡Pero Comisario… se equivoca de sospechoso!
– Ya algo me decía tu actitud rara… además eres el nuevo de aquí… tú sólo te delataste, mal nacido.
– ¡Llévenlo, hijos de puta! – ordenó uno de los oficiales. El pobre muchacho fue molido a golpes a los ojos de sus compañeros de departamento, y luego lo llevaron hacia la sala de interrogaciones.
– Bien, creo que esto se está desmarañando poco a poco – dijo encendiendo nuevamente otro cigarro -… llévense todos los equipos de mi oficina. – ordenó a un grupo, quien enseguida se puso a la labor.
– No se preocupe, Comisario. Yo mismo me encargo de la interrogación – respondió el oficial más fortachón del grupo, empuñando ambas manos con una sonrisa.
Al cabo de cinco minutos todos habían abandonado la oficina del comisario. Los equipos, el juez, los oficiales, los informáticos… todos se habían esfumado y la “tranquilidad” había vuelto. El Comisario buscó su móvil, y tras encontrarlo, se dispuso a marcar;
– ¿Estás ahí? … Jodidos, se lo creyeron todo… un pobre muchacho de delitos informáticos quedó como principal sospechoso… ajá… sí, el Juez estuvo aquí… sí, bueno, ¿cuándo pedirás el monto, hijoputa? Mira que ya van dos meses… entiendo… ¡ah! esta noche paso por tu fábrica… joder, tengo ganas de follarme a lo bestia a la más chiquilla… ella me arañó el hombro la última vez que fui, y ayer mi esposa vio la marca… tuvimos una discusión fea… sí, dormí en el sofá y la espalda me duele hasta hoy día… sí… está bien… ajá… anda, cuenta… … bueno, lo de llevarlas a Asia para comerciarlas ya es pasarse de la línea… esto, no, no… entiendo, Serge… al final la condena la pagarán las nenas… pobrecillas… están como condenadas al infierno, ¿no?… Jeh, nos vemos más tarde.
– Condenadas al Infierno 2 –
 
 
 
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Relato erótico: “Apuesta tramposa” (PUBLICADO POR XAVIA)

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dueno-inesperado-1APUESTA TRAMPOSA

 

Cuando Pepe nos reunió a los dos comerciales que dependemos de él no podíamos creer lo que nos estaba sin-tituloproponiendo. A pesar de ser el miembro más joven, tanto por edad como por experiencia de la compañía, fui el atrevido que le preguntó si iba en serio, cosa que confirmó, y si estaba seguro de la apuesta.

-Segurísimo. No sabes lo por culo que dio Gilda cuando te contraté el año pasado, según ella injustificadamente. No sólo le vamos a demostrar lo equivocada que estaba sino que además me voy a cobrar todas sus afrentas, que en siete años han sido unas cuantas.

Javi no dijo nada. Como era habitual en él, se reservó su opinión para un futuro a corto plazo, después de que hubiera masticado y digerido la propuesta. Sería entonces cuando plantearía objeciones, parabienes o simplemente aceptaría.

Esperaba que mi compañero lo comentara con la almohada y más pronto que tarde hiciera recapacitar a mi jefe, pues de no ser así, no tenía nada claro cómo podía acabar el juego y, mucho menos, todos nosotros.

No os diré el nombre de la compañía, pero os aseguro que la marca que comercializamos es muy conocida. Incluso me atrevo a afirmar que todos tenemos algún producto en casa. La central está en Madrid y en Barcelona disponemos solamente de una oficina comercial.

Al tratarse de productos cosméticos y médico-estéticos nuestro público final son mujeres mayoritariamente, pero de unos años hacia aquí los hombres también estamos consumiendo cada vez más productos de belleza y de cuidado personal, así que la balanza masculina ha aumentado paulatinamente, aunque el año pasado apenas supuso el 30% de toda la facturación de la delegación, superior al 23% del resto de España.

Por allí venía la oposición de Gilda a mi contratación. Si tres mujeres comerciales logran el 70% de las ventas, no está justificado tener a tres hombres enfocados en el mercado masculino si éste no llega ni a la mitad del volumen femenino. La justificación de Pepe, director de la delegación, además de responsable último de la gestión de la sucursal fue que el mercado femenino es más maduro por lo que la mayor parte de las ventas son repeticiones y reposiciones, mientras el masculino precisa una fuerza comercial más activa pues debe abrir camino.

Alineándome más con las tesis de mi jefe, también es cierto que tener a dos comerciales picando piedra día sí y día también, le permitía a él vivir mucho más relajado preocupándose únicamente de grandes cuentas por lo que podía dedicarle menos horas al trabajo y más al ocio, que en su caso era el gimnasio y perseguir yogurines.

Por tanto, debo darle una parte de razón a Gilda, la mejor comercial de la compañía, además de la más veterana junto con Pepe, en que cumpliendo cada ejercicio el presupuesto comercial holgadamente, gracias a lo que a fin de año quedaba una bolsa de beneficios estimable que debía repartirse a partes iguales entre los comerciales de la delegación, por qué había que dividir el premio entre 6 cuando podía dividirse entre 5 si el jefe daba el callo.

Por allí venían la mayor parte de las pullas entre los dos, además de la confianza provocada por llevar juntos desde la inauguración de la delegación. La mujer se sentía mejor profesional que nuestro jefe, yo también lo creo, pero debía tragar con decisiones que no compartía o que, como mi contratación, no respondían solamente a una mejora en los resultados, pues tenían un cariz claramente egoísta.

Ante tamaño panorama, había dedicado los nueve meses que llevaba en la compañía a cultivar buenas relaciones con todos los miembros de la oficina, a pesar de la guerra de sexos que se libraba. Tal vez por ello, me parecía descabellado el plan de mi jefe.

También se me antojaba dificilísimo ganar la apuesta, pues ésta se basaba en lograr superar las ventas del sector femenino. Por más que nos esforzáramos los cuatro meses que quedaban de año natural, ¿cómo esperaba Pepe que nuestras ventas fueran superiores a las de ellas cuando el volumen masculino vendido solamente suponía el 36% hasta la fecha?

Eso sin contar que perder la apuesta supondría quedarnos sin un céntimo del bonus de fin de año, unos 30.000€ a dividir entre las partes. Y en mi caso, con 28 años y la premura de mi novia por casarnos, necesitaba los 4 o 5.000€ que podían corresponderme.

Supe que Pepe se lo había propuesto a las chicas por que Patri me llamó al móvil escandalizada. ¡Qué coño se había creído el puto cerdo este! Dos años mayor que yo, no solamente era la compañera con que me llevaba mejor, también era la más guapa con diferencia. Le respondí que a mí también me parecía una locura, que no esperaba que fuera capaz de apostar tan fuerte y que últimamente, parecía haber perdido la cabeza.

El ambiente se enrareció muchísimo los días posteriores, sobre todo desde el momento en que las chicas aceptaron el envite. La verdad es que no me lo esperaba. Había dado por hecho que lo mandarían a la mierda. Pero no fue así. Extrañado llamé a Patri a última hora de la tarde, pero su respuesta me confirmó que se había desatado la guerra total. No solamente me trató con suficiencia y enojo, algo que nunca me había pasado ni creía merecer, es que llegó a amenazarme. Gilda las había convencido segura de ganar la batalla, de machacarnos les había dicho, pero no pensaban contentarse con eso. El siguiente paso sería provocar nuestro despido. Si no lograban fulminarnos a los tres, al menos caería el cabrón de Pepe.

Alucinado, me quedé con el teléfono en la mano un rato, sin acabar de comprender qué coño estaba pasando. Le daba la razón a Patri en que Pepe era un cabrón, pero ¿en qué se había convertido Gilda? ¿En que las estaba convirtiendo a ellas?

La fecha límite era el 15 de diciembre a las 24.00 horas. Todos los pedidos que tuviéramos introducidos en el sistema para media noche contaban para el cómputo final. La victoria se la llevaría el equipo que facturara un céntimo más que el otro. Así de frío, así de claro.

Durante tres meses habíamos picado piedra, aporreado puertas, convocado reuniones, trabajado como cabrones pues nos iba el pan en ello. A todos. Más cuando a mediados de octubre Pepe captó una cuenta monumental, robada a nuestro principal competidor, que nos acercaba al nivel femenino de un modo peligroso para ellas. Hasta ese momento habían estado relativamente tranquilas. En noviembre corrieron como galgos, mientras Javi y yo seguíamos esprintando y Pepe trabajaba más en un trimestre de lo que había trabajado los últimos tres años.

Recuerdo que acabábamos la primera semana de diciembre cuando mi jefe nos dio ganadores. Le dije que las cifras no mostraban eso, que aún estábamos un 6% por debajo y que Gilda aún no había introducido ninguna venta de uno de sus principales clientes. Que en cuanto lo hiciera, se acababa el partido.

Pepe me miró maquiavélico, con aquella media sonrisa tan suya que a Nuria, mi novia, le había parecido asquerosamente sucia cuando lo había conocido una tarde que había venido a buscarme a la oficina, y sentenció:

-Gilda no va a venderles ni un euro más este mes. Le comprarán en enero. Y yo, tengo apalabrado el segundo pedido de mi nueva gran cuenta para el 15 de diciembre exactamente. –La sucia sonrisa se amplió hasta una exagerada mueca de orgullo mientras remataba: -No sabes lo dura que se me pone la polla solo de pensar que en dos semanas voy a tener a aquella zorra de rodillas.

El último día fue una locura. A media noche estábamos todos en la oficina, sin excepción, pero hasta la mañana siguiente, la central no podría mandar el conteo definitivo. Marchamos a casa tensos, angustiados, irritados, acongojados, tanto que no pegué ojo en toda la noche. No podía quitarme de la cabeza la cara de triunfo de Pepe, la tranquilidad con que nos había despachado a todos para casa, la confianza del que se sabe ganador.

Sin duda había gato encerrado.

***

El 16 de diciembre por la mañana había muy malas caras en la oficina. El cansancio había hecho mella en todos, pues era evidente que aquella noche no habíamos dormido demasiado. Pepe, en cambio, se paseaba radiante pavoneándose triunfal. Gilda, confirmándonos su derrota, no apareció por la oficina hasta casi mediodía, cuando se encerró en la sala de juntas con sus chicas, supongo que tratando de calmarlas, pero fue en balde. Patri se mostraba orgullosa pero estaba cruzadísima, Cris salió enjuagándose los ojos.

Nosotros, en cambio, esperábamos ansiosos la confirmación de los resultados. Cuando se verificaron, Pepe convocó a toda la oficina en la sala para tirárselo en cara y cobrarnos el premio. Aprovechando que las chicas tardaron casi diez minutos en entrar, traté de convencer a mis compañeros de condonar la deuda, pues ya habíamos ganado la batalla y podíamos cerrarles la boca para una buena temporada, pero no quisieron escucharme.

-¿A ti te parece que he tramado todo esto para dejarlo correr ahora?

-¿Tramado… a qué te refieres?

Si me faltaba alguna confirmación de los discutibles principios morales de aquel hombre, la obtuve en aquel momento. Pero lo sorprendente para mí fue que Javi también los compartiera, cuando hasta ese momento siempre me había parecido el contrapeso ético al sinvergüenza de nuestro jefe.

-Llevas poco tiempo en la empresa y no has tenido tiempo de sufrir las malas artes de aquella hija de puta. Empezó conmigo en Madrid, pero como era de aquí insistió mucho en que montáramos una delegación en Barcelona. Cuando lo hicimos dio por hecho que la dirigiría ella, así que cuando se encontró con que no sería así me puso todas las zancadillas que pudo. No sabes la de mierda que me ha hecho tragar, así que ahora será ella la que tragará.

-¿Y eso incluye a Patri y Cris?

-Daños colaterales. Además, ellas han participado, ¿no? Aceptaron el juego, ¿verdad? Pues ahora que se jodan. O mejor, las jodemos nosotros.

En ese momento entraron las chicas. No sé si llegaron a oír el amistoso discurso de Pepe, pero daba igual. El ambiente era muy tenso. Gilda trató de terciar.

-Bueno habéis ganado. Así que nos toca llegar a un acuerdo de pago…

-El acuerdo de pago está muy claro y las condiciones están firmadas por las tres –la cortó Pepe. Yo desconocía ese punto.

-Ya, pero no pretenderás…

-Pretenderé lo que está firmado –sentenció imperativo. Después de una pausa en que el silencio solamente era interrumpido por respiraciones nerviosas y alguna garganta anudada tratando de tragar, continuó: -Así que estamos aquí solamente para acordar los términos del pago.

Las chicas se miraron aterradas, sobre todo Cris, pero también Patri, que esta vez sí buscó mi apoyo después de más de dos meses maltratándome. Javi las miraba con el mismo desdén que Pepe, pero yo no fui capaz. Todo me parecía una locura. Iba a decir algo, cuando Gilda contraatacó acusadora.

-Eres un cabrón. Un cabrón y un cerdo. Además, has hecho trampas, estoy convencida que has manipulado las ventas de algún modo. Si no, ¿cómo explicas que me hayan diferido la compra hasta enero?

-Por la sencilla razón que el pedido de julio fue más alto de lo normal y porque llevan todo el año con problemas de liquidez. Si conocieras más a tus clientes en vez de ir a saco siempre, lo sabrías.

-Hijo de puta. Planeaste todo esto a sabiendas que perderíamos. Eres un puto tramposo y nadie le pagará nada a nadie –gritó.

Pepe no se inmutó. Se estaba relamiendo en su triunfo. Como colofón, sacó dos copias de un documento impreso en que habían especificado los términos de la apuesta y el pago acordado, firmado por las tres chicas. ¿Cómo podían haber sido tan cortas para firmar eso?

-Reitero que deberías haber conocido esa información –aclaró en el tono más calmado que le había oído en mucho tiempo. –También forma parte de tu trabajo. Trabajo que perderás, que perderéis, si este documento llega a manos de la Central. –Hizo otra pausa, antes de clavar la daga definitivamente. –Eso sin contar lo que dirán vuestras parejas cuando lo reciban.

Las lágrimas comenzaron a fluir por las mejillas de Cris, casada y madre de una niña de tres años, solamente fue capaz de implorar un lastimero Pepe, por favor, antes de abandonar la sala a la carrera. Patri también tenía los ojos acuosos pero el orgullo frenaba sus lacrimales. Gilda hervía, cual animal salvaje acabado de cazar.

***

Normalmente viajábamos a Madrid a la cena de fin de año que se celebraba el último viernes anterior a Navidad. Los años anteriores habían tomado un avión o el AVE a primera hora de la tarde para llegar con tiempo, dejar los trollies en el hotel y participar en la fiesta. Este año, la organización iba a tener una ligera variación.

Para empezar no viajamos juntos. La división masculina tomó un tren a media mañana, mientras ellas debían llegar a Atocha sobre las 4. El pago había sido acordado para aquella tarde, a pesar de que Pepe les había propuesto realizarlo antes en Barcelona. Declinaron la oferta, o al menos eso dijo Gilda.

Comimos los tres juntos al llegar, mientras mi jefe se relamía orgulloso de la estrategia tomada. Ante el apoyo inquebrantable de Javi, comprendí que yo había sido el único miembro del equipo completamente desinformado. Además de las chicas, claro. Según me explicaron, a finales de julio Pepe supo que no habría segundo pedido del cliente principal de Gilda, cuando se reunió con ellos para analizar los problemas de pago que estaban teniendo. Esa fue la condición para validarles el pedido. Así que cuando a primeros de septiembre captó la cuenta principal de uno de nuestros competidores, sabedor de que se formalizaría en octubre, se lanzó a la yugular de las chicas.

Objeté que había jugado sucio, apostando con cartas marcadas, a lo que me respondió:

-Así es. ¿Me crees tan imbécil de plantear una apuesta como esta sin saber de antemano que la voy a ganar? ¿Por qué crees que yo soy el director de la delegación y no lo es Gilda?

Las habitaciones eran amplias, triples las dos que nos había reservado la empresa en plena Castellana, así que después de comer nos encaminamos a la nuestra. Ellas debían aparecer a las 5 de la tarde, dándoles media hora de margen por si había algún retraso en el tren o el tráfico las demoraba.

Apuraron su tiempo, la verdad es que no era para menos, así que a las 5.30 llamaron a la puerta de nuestra habitación. Entraron las tres raudas, dispuestas a acabar con el juego lo antes posible, pero pronto se dieron cuenta de que Pepe no iba a ponérselo fácil.

-Así no. Dudo que os hayáis presentado nunca a una cita tan informales, así que no os queremos recibir en tejanos. Queremos que estéis guapas, seductoras, así que os damos otros 30 minutos para que aparezcáis como es debido, con el mismo vestido que os pondréis esta noche en la cena. -Las tres mujeres lo miraron desconcertadas, Gilda llegó a esbozar un gesto de tú qué te has creído, pero cuando iba a verbalizarlo, Pepe blandió los documentos firmados, añadiendo: -¿No querréis que esta noche los saquemos ante sesenta compañeros y vean lo que estáis dispuestas a hacer para vender?

Cuando abandonaron la sala me sentí el ser más inmundo del planeta. Podía haberme ido, abandonado el juego, pero la amenaza de mi jefe había sido la obligación de perpetrar tamaño disparate los tres juntos. O los tres, o ninguno. Y ninguno significaba sacar el documento y joderles la vida. Como si no fuéramos a jodérsela ya, pensé.

No sé si eran las seis pasadas cuando entraron en nuestra habitación, perfectamente maquilladas, atractivas y sugerentes. Gilda vestía de una sola pieza en azul eléctrico, entallado, con un escote en V discreto y las mangas al descubierto. Patri había optado por un conjunto de falda corta y blusa tres cuartos en tonos beige y marrones que le marcaban un culo espectacular. Cris también llevaba un vestido de noche, con un poco de vuelo en las caderas tratando de disimularlas pues eran un poco anchas.

Las víctimas se quedaron de pie en el centro de la habitación, mientras Pepe las devoraba con la mirada sentado desde el sillón individual cual emperador romano. Javi estaba sentado al borde de una de las camas, también con ojos hambrientos, mientras yo permanecía de pie en un rincón, tan abochornado como ellas.

-Hemos puesto nuestros nombres en esta bolsita, –comenzó mi jefe señalando la que sostenía Javi –así que en el orden que os parezca oportuno, deberéis sacar un papel cada una. El nombre que saquéis será vuestra pareja de baile –explicó soltando una risita que Javi secundó. –Pero antes, qué os parece si de una en una dais una vuelta sobre vosotras mismas para que podamos admirar con detalle a la jaca que nos vamos a calzar.

Qué, cómo… las chicas se miraron entre ellas, hasta que Gilda inició una protesta, esto es demasiado, que Pepe cortó de raíz.

-No sólo lo vais a hacer por orden jerárquico, -la cortó mirándola fijamente –sino que cuando Patri haya acabado, elegiréis vuestro premio, prepararéis una copa de cava, -señaló la botella con tres copas que había en la mesita del mueble bar –y se la traeréis a vuestro galán.

Aún tuvieron que pasar interminables segundos para que la función comenzara. Si el juego de por sí ya era ultrajante, el comportamiento de Pepe buscaba humillarlas.

Gilda giró sobre sí misma lentamente, como le había ordenado, mientras tenía que oír los comentarios obscenos de nuestro jefe, jaleados por Javi. Aún tienes un buen culo para haber cumplido los 40, no veas las ganas que tengo de ponerlo en pompa. Cris tuvo que soportar que alabara sus tetas, la de cubanas que habrás hecho con ese par de maravillas, así como sus labios, pues son los más carnosos de las tres. En Patri todo fue degradantemente sucio. Supongo que ser la tercera conllevaba que ambos estuvieran desbocados, pero ser la más joven y guapa, de cuerpo espectacular, provocó que no dejaran centímetro sin agasajar.

Por las caras de las dos jóvenes, esperaba que rompieran a llorar en cualquier momento, pero aguantaron el tipo. Supongo que la dignidad es lo último que intentas mantener.

Gilda resopló sonoramente, avanzó hacia Javi que le tendía la bolsita, metió la mano y sacó un papel con un nombre, lo leyó y se dirigió decidida hacia el mueble bar. Mientras descorchaba la botella, Cris tomó su papel sin poder evitar un lamento al leerlo. Patri recogió el suyo, seria, para dirigirse a coger una de las copas que su jefa había preparado.

Como no podía ser de otro modo, Gilda lideró la comitiva dirigiéndose hacia mí. Me tendió la copa, que cogí temblando mientras un nudo en el estómago no me dejaba soltar prenda. Vi como Cris se acercaba a Pepe con los ojos acuosos, mientras Patri avanzaba hacia Javi aún orgullosa.

Aunque fui el primero en recibir a mi presa, fui el último en moverme. Mis piernas no respondían pues tiritaban. Mi jefe, en cambio, se había levantado del sofá para sobar a Cris sin misericordia. Ésta giró la cara cuando quiso besarla, lo que cabreó a Pepe que le soltó, tú misma, si tus labios no quieren probar los míos probarán otra cosa. En un gesto brusco le bajó las tiras del vestido hasta que sus amplios pechos aparecieron ante él, pues también había arrastrado el sujetador. Se lanzó a devorarlos, qué pedazo de tetas tienes cabrona, mientras Cris cerraba los ojos supongo que tratando de huir mentalmente.

Viendo mi pasividad, Gilda me había tomado de la mano y tiraba de mí para que la acompañara al sofá ordenándome, vamos a acabar con esto de una vez. Caí medio tumbado sobre él, mientras la decidida mujer hurgaba en mi cinturón y bragueta. Cuando metió la mano dentro notó mi miembro aún dormido, así que lo pajeó experta. Nuestras miradas se encontraron. Sin necesidad de verbalizarlo, ambos supimos que ninguno de los dos quería hacer lo que estaba haciendo pero que no nos quedaba otra. Posó sus piernas sobre el sofá, una rodilla a cada lado hasta quedar sentada sobre mí, se bajó el vestido asomando pechos pequeños pero bien formados para pedirme, sóbame. Obedecí, con ambas manos primero, acercando los labios a continuación, mientras su mano mantenía mi hombría asida tratando de despertarla.

Estuvimos un rato hasta que decidió avanzar pues yo no respondía con la celeridad esperada. Se levantó, dejó caer el vestido al suelo, a un lado, quedando ante mí en tanga y medias con goma hasta medio muslo. Aunque tenía un poco de tripa, la mujer seguía estando buena, además de atesorar aquella clase que distingue a las mujeres con buena posición social. Se arrodilló ante mí, me quitó zapatos, calcetines, pantalón y bóxer y engulló mi polla.

Ya estaba a media asta pero el excelente trabajo oral de la mujer la despertó instantáneamente. Además, ver o mirar siempre me han ayudado en los juegos amatorios, así que la imagen de mi polla desapareciendo entre los expertos labios de la directora comercial de la compañía me puso verraco.

Un lamento de Cris me hizo levantar la vista. Como era de esperar era la que peor parte se estaba llevando. Estaba sentada al borde de la cama con la cara incrustada entre las piernas de Pepe que la sujetaba del cabello. La posición diagonal del sofá me otorgaba una excelente visión de la boca de la mujer siendo profanada sin piedad. Otro quejido, acompañado de una arcada, fueron el preludio de lágrimas que surcaron sus mejillas mientras trataba de detener el asedio.

-Pepe, por favor, basta, te lo haré con las tetas si quieres…

-Chupa y calla zorra, ¿o prefieres que te dé por el culo? -Iba a responder algo más pero la polla de mi jefe se lo impidió de nuevo provocándole otra arcada.

Cambié de panorama. Más a la derecha, en la última cama, Patri estaba completamente desnuda tumbada boca arriba mientras Javi le lamía el sexo. La chica tenía la cara girada hacia la pared, así que no sé qué estaba sintiendo, pero la posición inerte de sus brazos paralelos a su cuerpo, no presagiaban nada bueno. En ese momento, mi compañero se levantó agarrándose la polla para acercarse a la chica y penetrarla. Ella le dijo algo tratando de cerrar las piernas, pero no pude oírlo pues los exabruptos de Pepe nos silenciaban a los demás, pero Javi negó, también con la cabeza, así que pude leer claramente un cabrón de los labios de Patri. Mi compañero entró en mi compañera en un gesto seco y decidido, mientras la chica tensaba la espalda y profería un gemido. ¡Joder, qué buena estaba!

Gilda había bajado a mis huevos lamiéndolos con más ganas de lo que yo esperaba. Tal vez fuera profesionalidad, tal vez ganas de acabar cuanto antes, pero me estaba propinando una de las mejores mamadas de mi vida.

-Venga, ya estás a punto para follarme –me soltó incorporándose y bajándose el tanga. Mientras, Pepe acababa de cambiar a Cris de posición, ordenándole ponerse en cuatro como una perra, le levantó el vestido para liberar aquellas nalgas anchas, le arrancó las bragas en un violento gesto que la hizo chillar tímidamente, para acercarse arma en ristre. Se la clavó con ganas comenzando un duro vaivén que mecía aquel par de ubres adelante y atrás mientras la agarraba de la cabellera y le ordenaba ordéñame vaca.

Gilda había visto la escena igual que yo, pero no le importó o prefirió obviarla. Se encajó sobre mí y comenzó la montura. No llevaba condón ni ella había hecho referencia a él, en otro acto vejatorio perpetrado por nuestro jefe, así que la nítida fricción en aquel sexo cálido y encharcado y la excelsa preparación oral a la que me había sometido iban a provocar que no durara nada. Se lo avisé. Aguanta un poco, me pidió, no me dejes a medias. Pero no pude.

Mis gemidos acompañaron a los de Gilda, lastimeros los suyos pues me corrí demasiado pronto. Ella no se detuvo, siguió montándome unos minutos buscando su propio placer, pidiéndome sigue, sigue, sóbame las tetas. Obedecí mientras la mujer cambiaba de ritmo, enlenteciendo, girando en círculos, buscando mayor fricción. Incluso bajó la mano para acariciarse el clítoris.

En ese momento, Patri cruzó la estancia con la ropa en la mano. Miré hacia Javi, que descansaba tumbado. Gilda también giró la cabeza, antes de levantarse. Pensé que ya habíamos acabado, cuando arrodillándose me dijo, eres el más joven, no puedes dejarme a medias. Volvió a engullir mi polla chupando sonoramente, mostrándome mucho la lengua que recorría mi miembro limpiándolo. Sabe a semen, dijo antes de metérsela entera de nuevo.

Pepe también acabó en ese momento. Zorra, perra, vaca y puta sonaron claramente llenando la sala mientras percutía desde detrás agarrándola de las caderas. En cuanto se desencajó, Cris escapó corriendo llorando a moco tendido. Mi jefe, en cambio, se sentó orgulloso al filo de la cama mirando como su rival me devoraba. Me guiñó un ojo, sonriendo ampliamente. Su mirada debió haberme puesto sobre aviso, pero lo que no vi, pues Gilda volvía a su posición anterior de jinete, fue el gesto que le dedicó a Javi. Sin duda, una propuesta irrenunciable.

Yo volvía a tener la polla bien dura, Gilda gemía satisfecha cabalgándome, acercándose al orgasmo que tanto ansiaba, cuando noté dos sombras cerca. Mi posición me permitió ver parcialmente a mis compañeros, Javi a la izquierda de la mujer, Pepe detrás. Ella, en cambio, estaba concentrada en sus sensaciones, gimiendo con los ojos cerrados, frotándose el clítoris, hasta que cuatro manos la despertaron.

Javi la agarró venciéndola hacia mí, inclinándola, mientras Pepe la sujetaba de las caderas. Ordenándome, no se la saques, sigue follándola, apuntó su pene hacia ella. Gilda giró la cabeza, alarmada, mientras gritaba soltadme. Noté claramente como Javi hacía más fuerza, para que no escapara, mientras Pepe buscaba el objetivo.

-No, eso no. Soltadme hijos de puta -gritaba la mujer, pero la respuesta de mi compañero, quieta zorra, y la de mi jefe, una nalgada que debió dejarle los cinco dedos marcados mientras le aconsejaba estarse quieta si no quieres que te rompa el culo por las malas. –Por favor eso no, por favor. Follarme los tres si queréis, pero eso no…

Un grito desgarrador anunció a los cuatro vientos que la respuesta de Pepe a los ruegos de Gilda había sido, eso sí. La mujer trataba de removerse, insultándonos, gritando, pero no había nada que pudiera liberarla. Pasivamente, yo la tenía sujeta. Activamente, Javi y Pepe la tenían empalada. Hundió la cara entre mi hombro derecho y el sofá ahogando gritos y jadeos.

Por más cerca que hubiera estado del orgasmo, esto no le estaba gustando. Supongo que optó por dejarse hacer esperando que todo acabar lo antes posible. Yo notaba perfectamente la estrechez de su vagina, multiplicada por la entrada paralela. Las sensaciones no eran tan placenteras como cuando me la había chupado, qué maravillosa felatriz, pero mejoraban en mucho la penetración precedente. Instintivamente me seguí moviendo, al compás de las estocadas de Pepe.

Tuvo que hacérsele largo a Gilda pues el sodomita tardó un buen rato en correrse, varios minutos más que yo, aunque no desalojé la cueva. Pero creo que lo peor no fue el dolor rectal. Mi jefe se estaba cobrando afrentas pasadas.

-No sabes las ganas que tenía de joderte zorra, de darte por el culo como a una vulgar perra. A partir de ahora, cada vez que me mires, cada vez que me hables, notarás mi polla en lo más hondo de tu ser –le bufaba agarrándola del cabello.

Cuando Pepe acabó, la mujer suspiró aliviada, aunque yo sabía que el suplicio aún no había finalizado. La cara de Javi, ansiosa, era diáfana. Gilda trató de levantarse, pero mi compañero la detuvo, ¿dónde crees que vas?

-No, por favor, basta. No aguanto más.

-Yo también quiero mi parte, puta.

-Por el culo no, por favor. Duele muchísimo. –Fuera debilidad de la mujer, fuera la fuerza de Javi empujándola, esta quedó arrodillada en el suelo suplicando, así que propuso: -Te la chupo ¿vale? Podrás correrte en mi boca y me lo tragaré todo ¿vale?

Agarró la polla del chico y se la comió decidida, chupando sonoramente, supongo que tratando de demostrarle que sus habilidades le proporcionarían un orgasmo más intenso. Durante unos minutos, parecía que Gilda se había salido con la suya, hasta que Pepe terció.

-¿Qué tal la chupa la zorra?

-De maravilla, tío.

-Ven aquí, déjame probar –ordenó agarrándola del pelo. Pero Gilda, soltándose con la mano derecha, se negó aduciendo tú ya estás. –Yo estoy listo cuando yo decido que estoy listo –respondió mi jefe agarrándola con más fuerza.

Los ojos de Gilda se cruzaron un segundo con los míos, resignada, antes de meterse la polla más odiada del planeta en la boca. Instantáneamente, se la sacó de la boca pues una profunda arcada le sobrevino.

-¿Sabe a mierda, verdad? –Se rió Pepe. –Debería gustarte, es tu mierda, la de tu culo. Venga, continúa, límpiamela –ordenó agarrándola del pelo de nuevo.

Gilda suplicó en todos los idiomas que conocía, arrodillada, pero fue en balde. Además, una promesa del abusador pareció convencerla. Límpiamela y no te daremos por el culo otra vez.

Las arcadas eran constantes, únicamente no le sobrevenían cuando le lamía los huevos, o cuando cambiaba de polla, pues la de Javi no estaba sucia. Pero Pepe seguía abusando de ella verbalmente, ¿te gusta lamer mierda, zorra? ¿Con estos labios besarás a tus hijos? Nunca olvidaré esta estampa, de rodillas comiéndome los huevos.

Hasta que una nueva arcada, provocada por la brutal penetración que mi jefe le acababa de endosar, casi la hace vomitar. No llegó a hacerlo, aunque sacó bilis y saliva. Tal vez tenía el estómago vacío, no lo sé, pero quedó desmadejada con la cabeza gacha, entre los brazos, y la grupa levantada.

-Basta, por favor basta –es todo lo que oíamos.

Decidí intervenir. El juego hacía mucho rato que había pasado de castaño oscuro, si no lo hizo ya antes de empezar. Ya está bien, afirmé levantándome del sofá y acercándome a ella para levantarla y sacarla de allí. Pero mis compañeros, por llamarlos de algún modo, me detuvieron. Quieto ahí.

– Ya os habéis cobrado todo lo cobrable, con creces.

-Yo aún no me he corrido y también quiero darle por el culo a esta hija de puta. Se lo merece.

Insistí, con vehemencia incluso, acusándoles de violadores, pero Pepe me detuvo en seco con un ¿y tú qué eres? ¿Qué acabas de hacer también? ¿O es que no has participado? Quise irme, pero también me lo impidieron. Juntos hasta el final, sentenciaron.

Pepe arrastró a la pobre mujer hasta el sofá, haciendo caso omiso de sus llantos y quejidos, la sujetó boca abajo para que ofreciera sus nalgas al siguiente y ordenó a su compinche, venga, ¿a qué esperas? Reviéntale el culo a esta zorra.

Gilda aún tuvo arrestos para luchar unos segundos, forcejeando con las manos hacia atrás, pero solamente le sirvió para posponer el desenlace. Gritó a pulmón lleno cuando Javi entró, pero ahí murió su fuerza. Solamente le quedó energía para llorar mientras la sodomía siguió su curso.

Traté de ayudarla a levantarse, pero me rechazó con aspavientos. Sólo me permitió darle la ropa, pues de pie, le fue imposible agacharse.

***

Cris no apareció en la cena. Nunca más supe de ella, pues tampoco se presentó a cobrar el finiquito las semanas siguientes. Parece que le mandaron toda la documentación directamente a casa.

Gilda tenía mala cara, estoy muy cansada estos días, se excusaba, pero una buena capa de maquillaje había logrado disimular el trago. Durante la cena fue incapaz de mirarnos a los ojos a ninguno de los tres. Las semanas siguientes, trató de volver a tomar la iniciativa en el trabajo, pero ante cualquier duda o discusión que tenía con Pepe, éste apelaba a sus excelentes labores orales y le preguntaba por su conducto posterior, literal. Así la desarmaba.

La sorpresa me la llevé con Patri, que se comportó como si nada hubiera pasado durante la cena, altiva y orgullosa como solía ser siempre, también en las reuniones en Central donde era conocida como La Guapa o La Princesa.

Estábamos tomando una copa en el bar del Ave, desierto a aquellas horas pues habíamos pospuesto nuestra vuelta a Barcelona en el último del sábado, cuando Pepe le preguntó a Javi por el polvo con Patri.

-Una mierda. Con lo buena que está, es lo más soso del mundo. Se desnudó, se abrió de piernas y aquí te espero. Nada más. A parte de haberle sobado aquel par de perfectas tetas hasta que se me pelaron las manos, solamente me queda el consuelo de haberme tirado a la más guapa de las tres.

-No te niego lo de sosa, un poco lo es, pero si le das el aliciente adecuado también sabe currárselo.

-¿A qué te refieres? –preguntamos al unísono.

Una amplia sonrisa se le dibujó en la cara, sí, la que mi novia calificó de sucia, orgullosa según él, dio un largo trago al gin-tonic que se estaba tomando para hacerse el interesante hasta que se explicó:

-Ayer no solamente me tiré a la mojigata y a la zorra. –No nos hizo falta que especificara a quien se refería. –También puse de rodillas a la princesita de la empresa.

-¿Cómo? –abrimos los ojos como platos.

-Muy fácil. A una tía tienes que darle las motivaciones adecuadas. ¿Por qué os pensáis que algunos vejestorios van con zorritas más guapas que esta? Muy simple, porque les dan lo que quieren. Dinero, estatus o poder. Patri no es distinta. –Dio otro interminable trago. –Ayer por la noche, bastante tarde, sobre las tres o las tres y media, me la llevé un momento a uno de los baños de la planta de arriba de la discoteca, en la zona vip donde no había nadie. Y allí, la puse de rodillas. Al principio tuve que amenazarla con el documento firmado. Se negó al principio, claro, que ya habían pagado la apuesta, pero insistí un poco así que se dio la vuelta apoyando las manos en la pared y, dándome la espalda, me dijo que lo hiciera rápido. Así no, le dije. Quiero que me la chupes. Eso ni hablar, me contestó girando la cabeza orgullosa. Hasta que solté el segundo argumento. Si lo haces ahora, te convertirás en la nueva directora comercial de la empresa, por encima de Gilda. Cuando, en vez de negarse de plano me preguntó ¿y ella? Supe que ya la tenía arrodillada. Me la voy a cargar, le prometí. No veas como chupaba la puta, no es tan buena como Gilda, pero entre las ganas que le ponía y correrme en su boca agarrado a aquel par de tetas perfectas… ¡Qué pasada! Se ha ganado el puesto.

 

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  • : Si vas a apostar dinero o tu dignidad, no te conviene perder
 
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