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Relato erótico: ¿Te follarías a mi madre?: preguntó mi esposa (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2

 
Que tu mujer te haga esa pregunta es al menos extraño por no decir rarísimo y más aún cuando la relación con su progenitora es casi Sin-t-C3-ADtulo40inexistente.  Desde que nos casamos solo había coincidido con esa bruja un par de ocasiones y siempre por alguna causa mayor: La primera fue en el funeral de su marido y la segunda en el bautizo de una sobrina.  
El resto del tiempo, mi suegra era un ser inexistente que hacía su vida al margen nuestro. Profundamente ególatra, creía que todos le debían rendir pleitesía y como sus dos hijas, asqueadas quizás por la forma en que las educó,  se negaban a reírle sus gracias, había decidido dejarlas a un lado y seguir con su vida.
En los tres años que llevaba viuda, había tenido media docena de “novios”: si es que se le puede llamar así a los parásitos que remolinaban a su alrededor. Decidida a no envejecer, a mi suegra le gustaba pasearse con hombres mucho menores que ella y cuando alguna de sus hijas le echaba en cara ese comportamiento, la jodida viuda siempre contestaba:
-Son buenos en la cama.
Siempre supuse que esa contestación era una forma de autodefensa pero la vida me demostró que estaba equivocado:
“¡Mi suegra andaba con jóvenes para que se la follaran!”
Os preguntareis como llegué a esa conclusión:
Muy fácil, ¡Yo fui uno de los que se la tiró!.
La discusión
Aunque nunca en mi vida me había sentido atraído por Teresa, tengo que reconocer que mi suegra es una cincuentona de buen ver. Dotada por la naturaleza de unas buenas tetas y un buen culo, esa zorra se había preocupado de hacer ejercicio para que la gravedad y los años no hicieran estragos en su anatomía. Todas las mañanas, invierte un par de horas en el gimnasio, para al terminar salir a correr por el retiro. Tanto deporte, ha conseguido que su cuerpo no parezca el de una mujer de cinco décadas sino el de una hembra de al menos veinte años menos.
Más de una vez, algún amigo me ha dicho mientras le daba un repaso con la vista:
-Está buena tu suegra. Yo le echaba un buen polvo.
Y siempre le había animado a intentarlo, diciendo:
-Me harías un favor si te la follaras.
Desgraciadamente, ninguno me hizo caso y creyendo que era una señora,  había pasado de echarle los tejos. La realidad es que la madre de mi mujer era, es y será siempre una zorra. Le gusta que le den caña una cosa fina y está siempre dispuesta a meterse en la cama con un desconocido con el pretexto de que es viuda y que no responde ante nadie.
Pero volviendo a cómo llegué yo a ser uno de sus amantes y que encima fuera mi mujer quien me lo pidiera es otra historia. Todo empezó el día en que María, su hija, le pidió ayuda. La crisis había provocado que nos hubiésemos quedado sin trabajo y al no ser capaces de llegar a fin de mes,  mi esposa pensó que su madre nos ayudaría.
¡Qué equivocada estaba! No solo se negó a ayudarnos sino que le echó en cara el haberse casado con un vago como yo. Al escucharla, mi mujer totalmente fuera de sí le contestó que podría ser un inútil pero que al menos la dejaba satisfecha en la cama y no como los eunucos con los que mi suegra solía rodearse.
El insulto hizo mella en la cincuentona y cabreada hasta la medula, le soltó:
-¡Eso habría que verlo!. Tu marido sería incapaz de satisfacer a una mujer como yo.
Ya metida en faena y sin prever hasta donde llegaría esa discusión, mi esposa la miró sonriendo y le respondió:
-No solo es capaz de complacerme a mí. Si yo se lo pidiera, te haría gozar como la puta que eres.
Fue entonces cuando su madre la contestó con otro órdago, diciendo:
-Ya que estás tan segura de que es tan macho. Si deseas mi ayuda, el imbécil de tu marido deberá hacerme disfrutar con anterioridad.
Alucinada, mi mujer se la quedó mirando sin saber que decir.  La zorra de mi suegra creyendo que había vencido, soltó una carcajada mientras disfrutaba de su victoria. El menosprecio fue tan brutal que sin recapacitar en sus palabras, hizo que le contestara:
-¡Está bien!. Si para ayudarnos, exiges Manuel te folle, solo dime cuando quieres que venga y te lo haga.
Como dos gallos de pelea enzarzados en la arena, ninguna de las dos mujeres dio su brazo a torcer y por eso tras pensarlo durante unos segundos, su madre le respondió:
-El viernes en mi casa, a la hora de cenar.
No quedándose callada, mi esposa le contestó:
-¡Allí estará!
María, una vez fuera de la casa de su madre y sin la adrenalina  de la discusión, llegó a casa destrozada y me contó lo ocurrido.  Al irme explicando lo que pasó, mi mujer se volvió a enfadar y por eso al terminar, me preguntó:
-¿Qué te parece?
Como era su madre, no le respondí lo que realmente pensaba de esa zorra y tratando de no entrometerme en una pelea familiar, le solté:
-Ni se lo tomes en cuanta. Tu vieja estaba picándote.
Mis palabras lejos de calmarla, la encabronaron aún más y con los ojos impregnados de odio, me preguntó:
-¿Te follarías a mi madre?
-Si tú me lo pides, ¡Sí!
Siguiente viernes en casa de mi suegra.
Una vez me había sacado la promesa de que me tiraría a mi suegra, mi mujer se comportó como un hembra en celo y durante toda la noche no hicimos otra cosa que follar. Os reconozco que esa mañana cuando me levanté, pensaba que con la luz del día María se olvidaría de esa locura y por eso no volví a hacer mención alguna sobre el tema.
Curiosamente, mi esposa no lo volvió a tocar hasta ese viernes. Acababa de llegar a casa cuando me dijo que me tenía que dar prisa.
-¿Para qué?- pregunté.
-Has quedado con mi madre- contestó y al ver mi cara de alucine, me besó en los labios y entornando sus ojos, me soltó: -Necesitamos ese dinero.
Sin llegarme a creer que me estaba pidiendo que me tirara a su vieja, me vestí y antes de salir, insistí:
-En serio, ¿Quieres que me tire a tu madre?
Recalcando sus intenciones, contestó:
-Hasta por las orejas. ¡Qué se entere lo que es un hombre!
No pudiendo negarme y no solo porque nos urgía la pasta sino porque lo reconociera o no, me daba morbo el follarme a su vieja, salí rumbo a donde vivía esa mujer. Al llegar a casa de mi suegra, esta me recibió vestida con un conjunto de raso negro que lejos de esconder sus curvas, no hacía otra cosa que magnificar la  rotundidad de sus formas. Nada más abrir la puerta y con su mala leche habitual, me soltó:
-¿A qué vienes?

 Su suficiencia me caló hondo y dotando a mi voz de todo el desprecio que pude, le contesté:

-A follarme a la puta de mi suegra.
Indignada por mi respuesta, me abofeteó con fuerza. El dolor provocado por su ruda caricia sumado a mi propia rabia hicieron que cogiéndola del brazo se lo retorciera y dándole la vuelta la empujara contra el sofá.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó ya no tan segura.
Viendo que no se esperaba una reacción como la mía, la cogí del pelo y bajando su cabeza a la altura de mi entrepierna, contesté:
-Yo nada, pero tú ¡Vas a comerte mi polla!
Y antes de que pudiera reaccionar, me bajé la bragueta y sacando mi pene de su encierro, lo puse a su disposición. Sorprendida, no pudo negarse a obedecer y tras obligarla a arrodillarse ante mí, abrió su boca  engullendo toda mi extensión.
-Así me gusta, zorra- grité mientras me terminaba  de quitar el pantalón.
Tener a la madre de mi mujer arrodillada ante mí mientras me hacía una mamada era algo sumamente excitante pero más aún que lo estuviera haciendo a regañadientes. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados mandar, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto del vago de su yerno.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre suegra se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa zorra madura separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Mi querido suegro siempre se vanagloriaba de la putita con la que se casó pero nunca le creí hasta ahora – le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, la forcé.
Disfrutando de su miedo, usé su boca como si de su sexo se tratara y metiendo y sacando mi miembro de su interior, empecé a follármela. Mi suegra habituada a llevar la voz cantante, colaboró conmigo y abriendo su garganta de par en par, permitió que hundiera mi extensión en su interior sin importarle que al hacerlo, mi glande rozara su campanilla y temiendo contrariarme, se abstuvo de vomitar al sentir las arcadas. Su completa sumisión, me terminó de calentar y derramando mi simiente en su boca, me corrí gritándole:
-¡Trágate todo!
La madre de mi esposa, obedeciendo, no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua. Viendo su entrega, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, mientras le quitaba las bragas,  le pregunté si alguno de sus amantes la había follado por el culo. Totalmente avergonzada, me contesto no. Su respuesta me satisfizo y separándole las dos nalgas, disfruté por primera vez del rosado ojete que escondían.
Pasando mis dedos por su sexo, recogí parte del flujo que anegaba su cueva y untando su esfínter, metí uno de ellos en su interior mientras le decía:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedras!- y recalcando mis palabras, pellizqué sus aureolas.
Mi suegra gimió al sentir mi caricia y acomodándose sobre el sofá, permitió que mi glande jugueteara con su entrada trasera, diciéndome:
-Fóllate a la puta de tu suegra.
Si de por sí estaba excitado por la facilidad con la que se estaba desarrollando los acontecimientos, oírla reconocerme que era una fulana, me terminó de calentar y casi gritando le dije que se empezara a masturbar. No tuve que repetir mi orden, Teresa apoyando su cabeza en uno de los brazos del sillón, llevó su mano a su sexo y recogiendo entre sus dedos su clítoris, lo empezó a toquetear mientras no paraba de gemir diciendo:
-Fóllame, ¡No aguanto más!
Su sumisión me dio alas y presionando con mi pene su esfínter, conseguí romper su resistencia mientras mi querida suegra pegaba un alarido de dolor. Obviando su sufrimiento, empecé a sacar y meter mi miembro en su interior. Los chillidos de la madre de mi mujer fueron in crescendo hasta que desplomada sobre el sofá, se quedó callada temblando al sentir que el dolor se iba transformado en placer. Alternando mis incursiones con insultos, la fui llevando a un estado de calentura tal que olvidándose que el hombre que le estaba rompiendo el culo era su yerno, esa cerda me chilló:
-No pares, ¡Cabrón!
Aunque no lo dijera, sabía que esa madura estaba al borde del orgasmo y previendo lo inevitable, forcé su ano hasta el límite con una profunda penetración. Teresa se corrió al sentir mis huevos rebotando contra su sexo mientras mi extensión desaparecía una y otra vez en sus intestinos.  Solté una carcajada al escuchar su clímax y dándole un fuerte azote en su culo, le pregunté:
-¿Dónde quieres que me corra? En tu culo o en tu boca.
Elevando su voz, gritó contestando:
-¡En mi culo!
Como era allí donde deseaba hacerlo, de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Te haré caso pero luego me tendrás que limpiar el pene con tu lengua.
-Ahh- gritó al sentir su intestino completamente relleno.
Al hacerlo llevé mi mano hasta su coño para descubrir que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar que se acostumbrase, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía en dos.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi suegra que se moviera. Para el aquel entonces, Teresa estaba totalmente dominada por la pasión y retorciéndose entre mis piernas me rogó que la siguiera haciendo mía. Recordando el modo en que esa zorra trataba a su hija, reinicié las nalgadas mientras no cejaba en forzar su trasero con mi verga.
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada.
Su entrega era total y como todavía no me había corrido, la obligué a incorporarse y a colocarse nuevamente a cuatro patas. Mi suegra con lágrimas en los ojos, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba ya saciada. Con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por enésima vez esa hasta hace unos minutos virginal entrada. Curiosamente, mi nueva incursión no tardó en rendir sus frutos y comportándose como multiorgásmica, mi suegra berreó de placer al sentir que le clavaba mi extensión hasta la base.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse como una loca.
Olvidándose de que su cuerpo estaba soportando un castigo infernal, sus gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Teresa aulló como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba.
Una vez había conseguido que esa zorra se corriese por tercera vez, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la madura me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, la madre de mi esposa fue de un orgasmo a otro mientras su yerno seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada mujer cayó sobre el sofá como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había vengado a su hija y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de mi lujuria. Ya de vuelta a la habitación, mi suegra ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que en silencio. Nada más sentarme a su lado, le pregunté si su hija había exagerado cuando le dijo que era bueno follando.
Avergonzada, me reconoció que no y poniendo cara de puta, me preguntó:
-¿Cuánto dinero necesitáis al mes?
Sabiendo a que se refería, contesté:
-La letra de la hipoteca son mil euros.
Levantándose del sofá, me cogió de la mano y llevándome hasta su habitación, abrió un cajón, diciendo:
-Aquí tienes los dos primeros meses.
Al ver los billetes, solté una carcajada y mientras la tumbaba a mi lado, le pregunté:
-¿Cómo quieres que te lo paguemos?
Poniendo una sonrisa en sus labios, respondió mientras se agachaba a reanimar mi exhausto pene:
-¡Con más sexo!

 

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “Las Profesionales – Maestro de marionetas esclavas ” (POR BLACKFIRES)

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MALCRIADA2Las Profesionales son relatos originalmente escritos en español y no existen versiones en ingles o en otros idiomas por el momento. De ser publicados fuera de la página de todorelatos.com solicito sea comunicado previamente y se mencione la fuente y su autor.

Las situaciones sexuales descritas en estos relatos son producto de la ficción. En el mundo real, existen serios peligros de enfermedades de contagio sexual, practique el sexo seguro. Use preservativos y protéjase usted y a su pareja sexual.

Las Profesionales – Maestro de Marionetas Esclavas.

La vista a través de la ventana del quinto piso del nuevo edificio de Baxter Health Care & Spa era simplemente hermosa, algunos de los edificios mas pequeños del complejo podían verse a la izquierda y a la derecha claramente se apreciaban los árboles que rodeaban las extensas hectáreas de montaña donde estaba ubicada la instalación. Más allá en el horizonte lejos de las montañas se apreciaban los suburbios y luego los edificios de la ciudad que hacia pocas horas despertaba a un nuevo día.

Robert Sagel, sentado en la comodidad de su nueva oficina, observa la tranquilidad del panorama. Teclea algunas órdenes en la computadora portátil colocada en su escritorio, mientras sostiene un ejemplar de Social World Magazine, en portada aparece la foto de una hermosa mujer de por lo menos 45 años, de hermosos ojos verdes, cabellos castaños y piel clara, vistiendo un costoso vestido ejecutivo de saco y blusa de seda la cual deja entrever un hermoso par de senos que aun se mantienen en buen nivel dándole un excitante y a la vez elegante porte, sobre la foto el título del reportaje central es “Vivian Deveraux una profesional de éxito digna de imitar”.

Abriendo la revista observa el contenido del artículo y sonríe al escucha un timbre proveniente de la página web de su banco en línea, revisando el monto de la cuenta descubre que los fondos que esperaba han sido transferidos con éxito. Leyendo en voz alta dice:

– “… ser una profesional de éxito es muy complicado en estos días, donde las responsabilidades y competencias de una mujer, día a día son puestas a prueba en la dura lucha por escalar las posiciones desde el suelo hasta la cima de la realización personal…” Agggg ummmmm.

Robert deja escapar gemidos mientras sonríe al mirar a la desnuda Vivian Deveraux que esta a cuatro patas en la mullida alfombra de la oficina, ella lo observa entretenida en su labor de mamar a su dueño, sus ojos verdes se mantienen opacos y con mirada ausente mientras Robert acaricia sus cabellos, ella solo usa un par de zapatos de altos tacones de aguja y un elegante collar de perlas con una plaquita de plata que dice “Vivi”, un murmullo llega desde su vagina y su ano donde dos vibradores activados mantienen su vulva empapada por sus jugos que escurren por sus muslos.

Robert con un control remoto activa el nivel 5 de ambos vibradores inalámbricos, Vivian tiembla al sentir como los aparatos aumentan el ritmo, en su mente su propia voz se combina con la de Robert escuchándose decir “buena chica Vivi, buena chica, da el código de seguridad de tu banco a tu amo, solo eres una buena chica obediente y dócil, tu amo te premiara si obedeces”

– Buena chica Vivi, muy buena chica, bien sabes que pude sacarte cualquier cosa de esa cabecita tonta que ahora tienes, pero me encanta premiar a mis esclavas, definitivamente eres toda una profesional digna de imitar… y mira hasta donde has escalado, hasta la alfombra de mi oficina.

El intercomunicador se activa y la secretaria le informa.

– “Dr. Sagel la Dr. Helen Bells esta aquí para su reunión de las 8:30”

– “Muy bien Tara dile que entre”

Segundos después la puerta de la espaciosa oficina se abre dando paso Helen que como siempre camina con exquisita elegancia y con paso decidido avanza hacia Robert, ella viste un conjunto de saco y minifalda ejecutivo azul oscuro, blusa de seda blanca y medias con ligueros de encaje que cubren las esculturales piernas calzadas con zapatos negros de tacón de aguja, el rítmico andar hace que sus caderas se muevan en un excitante vaivén y sus senos se muevan arriba y abajo haciéndola de lo mas deseable. Robert sonríe al apreciar esa obra de arte y se complace al ver el subir y bajar de esos hermosos y redondos senos pues el sabe que Helen no lleva puesto ni sostén ni bragas como se le ha entrenado. No es posible evitar una erección al ver caminar a esa mujer que casi es una pieza de arte viviente, la cual transpira deseo y afecta el libido ya sea a hombres o a mujeres.

– Buenos días Dr. Sagel.

– Mejores ahora Helen… toma asiento.

– La comitiva extranjera ha llegado a las instalaciones tal como usted lo solicitara.

– Excelentes noticias Helen y cuenta como avanzan los preparativos del nuevo proyecto…

Robert siente como Vivian Deveraux tiembla de pies a cabeza sin la necesidad de que aumente la velocidad de los vibradores, ella sigue mamando el erecto miembro de Robert, debe ser tan humillante para ella saber que otra persona puede verla a 4 patas y mucho más que ella sea usada como un juguete sexual que solo tienen como propósito ordeñar la verga de un macho que la domina.

– Todo marcha según lo planeado, en el transcurso de esta tarde y mañana en la mañana estaremos recibiendo los primeros resultados del experimento en la mansión.

– Muy buenas noticias Helen, mantenme al tanto de avances…. Encárgate por favor de llevar a nuestra invitada VIP a su celda, digo a su habitación 5 estrellas… parece que esta disfrutando muchísimo su visita a nuestra clínica de reposo.

Diciendo esto Robert coloca una cadena al cuello de la sumisa Vivi y la entrega a Helen que rápidamente tira de ella y Vivi sacando la verga de Robert de su boca le mira con una mezcla de excitación y desaliento por no recibir la totalidad de la deseada recompensa, gateando a 4 patas avanza tras Helen que la lleva hacia una de las puertas ocultas de la oficina y al llegar la hace que se levante, le saca ambos vibradores de sus huecos y le hace limpiarlos con su boca y lengua, estando en eso Helen le dirige una mirada cómplice a Robert y le comenta:

– Pronto tendremos muchas más de estas elegantes señoras a cuatro patas, la campaña de publicidad esta resultando un éxito.

– Tal cual lo dices Helen, pronto tendremos más trabajos VIP, la inauguración de la clínica y centro de reposo y descanso VIP ha sido un rotundo éxito en la operación, lo que me recuerda dile a Tara que revise todo para el recorrido de las instalaciones, descuida Helen, esta vez no regalaremos nada de nuestro inventario, creo que al contrario estarás complacida con los aportes que nos traen esta vez nuestros invitados.

Con una sonrisa Helen abre la puerta oculta en el muro, suelta la cadena del cuello de Vivi y Vivian sin siquiera recibir una orden con sus manos separa sus labios vaginales para facilitar que Helen coloque la cadena en la argolla que hacia unos días había comenzado a adornar su hermoso y depilado coño.

Ambas mujeres desaparecen tras la puerta, Robert acomoda sus ropas y acciona el intercomunicador mientras dice:

– “Tara, informarle a mi invitado que pueden pasar”

– “Inmediatamente Doctor”

Un momento después Tara abre la puerta dejando pasar a la oficina primeramente a un hombre de sobrio aspecto ejecutivo de aproximadamente 50 o 60 años, su rostro de marcadas facciones asiáticas da a su aspecto un porte misterioso e imponente. Justo a dos pasos detrás del hombre avanza una chica igualmente asiática en la cual destacan tantos atributos femeninos que van desde sus redondeadas y respingadas nalgas, pasando por sus caderas justo debajo de su cintura estrecha en su delgado y delicado cuerpo como es usual en las asiáticas, algo no tan usual en su origen son un par de hermosos y redondos senos 34C que en comparación con su cabeza parecen estar fuera de proporción en ese menudito cuerpo, no mayor a 1.65 metros de altura. Sus cabellos negros tan oscuros como la noche descansan a un costado de su cabecita en la cual lo mas inusual de todo lo hablado es lo más interesante de la recién llegada, un par de hermosos ojos azul grisáceos que le dan un toque aun más místico a toda ella.

Robert como es protocolo se levanta de su escritorio y avanza a su encuentro, se detiene y hace una perfecta reverencia que es devuelta por ambos visitantes mientras Robert les comenta.

– Hasegawa-Sama. Es un honor para mí recibirle en mi oficina.

– El honor es mío Rooober-San, ha sido un largo viaje pero ha valido la pena.

– Hasegawa-Sama tome asiento por favor.

El recién llegado toma asiento y conversa con Robert mientras la chica se mantienen de pie junto a su jefe quien no es mas que Tetsu Hasegawa, CEO de Hasegawa Group, una de las más grandes compañías de bioquímicas de oriente, en las cuales destaca su departamento de desarrollo de fármacos biotecnológicos, ella es Akemi Miyake una ejecutiva de 22 años la cual inicio en el Grupo Hasegawa como responsable del departamento investigación y desarrollo. Poco tiempo después de su contratación Hasegawa decidió que Akemi debía encargarse de complacer cada deseo que el tuviera en mente y para tal fin había sido enviada como enlace con Industrias Fredensborg, su socio comercial y su principal cliente de bioquímicos, tiempo después en las expertas manos de Robert, Akemi se convirtió en la leal y servicial esclava que ahora de pie sostenía el maletín de su amo mientras el conversaba con su anfitrión. En su mente no había más que la orden de ser dócil y obediente a las ordenes del gran señor Hasegawa.

Por lo menos eso es lo que pasaba en la mente y a los ojos de Akemi, pues en un singular uso de una profesional, todas y cada una de las palabras dichas por Hasegawa llegaban a los oídos y cerebro de Akemi la cual las traduce para Robert sin el menor contratiempo y cada respuesta de Robert pasaba por igual camino para llegar a Hasegawa, aun para Robert era fantástico ver como un juguete sexual era usada como un traductor viviente sin ella cometer el menor error.

– Si me lo permite Hasegawa-Sama, le invito a recorrer las nuevas instalaciones de nuestra Clínica de reposo, le anticipo que se sorprenderá de los adelantos que hemos logrado en tan corto tiempo.

Una leve pausa y nuevamente la hermosa voz de la sumisa entrenada, enuncia las palabras en perfecta traducción para su jefe que al momento responde y la voz de la sumisa llega a Robert que no se cansa de admirar lo hermoso de sus trabajo.

– He esperado con ansias el conocer las nuevas instalaciones Rooober-San, pero quisiera primero que nos encargáramos del equipaje que he traído conmigo.

– No faltaba más, pero ya he girado ordenes sobre ese punto, de cualquier forma iremos a dar un vistazo, acompáñeme por favor.

Ambos salen de la oficina seguidos por Akemi que camina justo a dos pasos detrás de su dueño. Toman un corredor que los lleva a una espaciosa área donde una puerta les da acceso a un cubículo donde un falso espejo les permite ver a un grupo de 6 chicas asiáticas, vestidas todas con el uniforme de empleadas de Hasegawa Group, falda larga y saquito ejecutivo azul marino, con blusa de color blanco con una corbatita del mismo azul del saco. Todas conversan animadamente mientras se van sentando en las sillas destinadas para ellas en una sala de proyecciones, donde según Tara y Mitzuki les han informado, podrán ver un corto video explicativo de la Clínica Baxter.

Poco a poco todas toman asiento y el video inicia, donde puede verse aparecer una sonriente Patricia Zurita, la cual empieza a comentar todo lo que Clínicas Baxter ofrece en sus instalaciones. Hacia solo una semana que Patricia Zurita había anunciado su pronta renuncia a su empleo en la cadena de noticias donde había ganado fama, para convertirse en el rostro y vocera comercial de Clínicas Baxter. La primera campaña publicitaria había tenido una rapidísima aceptación entre jóvenes mujeres de clase media y clase alta.

Tara y Mitzuki se colocan al fondo de la sala, el video continua y poco a poco el murmullo de las chicas se va apagando mientras por un lado prestan atención al video y por el otro el gas inodoro e incoloro va llenando la sala relajándolas y aturdiéndolas lentamente, la gran mayoría de los hermosos rostros asiáticos van reflejando el aturdimiento. Una de las chicas sentada casi al frente sacude su cabeza intentando despertarse y extiende su mano torpemente para llamar la atención de su compañera que mira aturdida la pantalla donde Patricia sigue explicando los detalles de Clínicas Baxter. Mitzuki avanza entre las chicas con una mascarilla respirador en su rostro, sacando un aplicador inyecta el cuello de la chica dejándola fuera de combate en dos segundos.

Mitsuki empieza a colocar las correas restrictivas en las piernas y brazos de las aturdidas chicas, mientras Tara con un carrito lleva 6 juegos de visores de realidad virtual que va colocando en las cabezas de las chicas ya atadas y conectándolos a terminales ocultas bajo los cómodos asientos.

Robert observa a sus esclavas sumisas trabajar sin contratiempos en las nuevas candidatas mientras escucha a su acompañante hablar y luego la voz de Akemi llega desde su espalda.

– Espero que concuerde conmigo Roober-San esta vez he traído a las más hermosas de mis empleadas.

– Debo reconocer el excelente gusto que demuestra con cada una de sus entregas Hasegawa-Sama.

– ¿En cuanto tiempo podré tener a este grupo preparado y listo para lucirlo en mi colección?

Ya para este momento la mayor parte de las chicas tiene puesto el visor de realidad virtual que Tara va colocando, mientras Mitzuki va levantando las faldas de las chicas y quitándoles las medias y cortándoles las bragas y sostenes a cada una, mientras ajusta consoladores en sus coños y pone electrodos en sus vulvas y en sus pezones.

– Estamos mejorando día a día nuestras técnicas, hemos reducido muchísimo el tiempo de adoctrinamiento, mucho más con los nuevos químicos que nos esta proporcionando. Deberíamos estar entregándole este grupo en menos de 15 días. Muy pocas mujeres han podido resistir el romperse en uno o dos días una vez iniciamos el tratamiento intensivo.

– Me parece excelente, quisiera tener a estas sumisas a mis pies lo más pronto posible. Me gustaría conocer el proceso de conversión de las esclavas.

– En ese caso acompáñeme, visitaremos en corazón de las Clínicas Baxter.

A varios kilómetros de las Clínicas Baxter, en un exclusivo barrio residencial a las afueras de la ciudad, donde las mansiones son de dos a tres niveles, con muchísimas habitaciones, rodeadas de muy cuidados jardines y árboles frondosos al frente, a los costados y sin dejar de lado la elegante piscina trasera de la mansión, la agitada vida de una familia continúa sin novedades aparentes. James Baxter esta sentado a la mesa de la cocina leyendo el periódico del día, mientras todo el lugar se llena con el aroma del café mañanero preparado por su empleada Rossana que ahora viste su usual uniforme blanco y negro de empleada doméstica mientras termina de preparar el desayuno para Susan Baxter que se ocupa apuntando cosas en su agenda electrónica justo antes de salir para comenzar un nuevo día de trabajo.

– Niñas a desayunar, es la tercera vez que les llamo, no estoy para perder el tiempo.

La voz de Susan llena la casa al tiempo que mirando a Rossana le ordena.

– Ve y diles que bajen de una buena vez pues si no, no podré despedirme de ellas, debo salir ya o llegaré tarde a la oficina otra vez.

– Si señora.

James Baxter levanta la mirada de su periódico y con un autoritario tono de voz se dirige a Rossana.

– Espera Roxy… ven junto a mí.

Sussan sigue ocupada apuntando cosas en su agenda electrónica y James observa detenidamente en una pantalla de cristal líquido, que sostiene camuflándola en su periódico de la mañana, puede ver un video de alta resolución a todo color. Mientras su mano libre acaricia la pierna de Roxy por debajo de la falda, Roxy sube su falda para que Mr. Baxter tenga mejor acceso a su coño y su culo, la mano de James le acaricia una nalga y ella siente como su coño empieza a soltar sus babas. En el video puede ver claramente la señal inalámbrica de las, por lo menos 20, cámaras ocultas que cubren todas las habitaciones y lugares de la mansión, el video central muestra a la menor de sus hijastras vistiendo un cortísimo “baby doll” casi transparente que él le había comprado hacia unos días, aunque ella no lo recordara.

Melissa esta sentada en su cama con sus piernas abiertas mientras la lengua de su “mejor amiga” Valeria Crowell explora el coño y toma prisionero con sus labios y dientes el clítoris de Melissa mientras esta gime y aprieta las sabanas y sus pechos sobre el “baby doll” de encaje. Un segundo después Valeria se desnuda y le besa con sus labios llenos de humedad y tomando una toalla se dirige al baño.

James cambia el número de imagen y aparece Valeria desnuda a punto de entrar a la tina de espuma para darse un baño. cuando la imagen muestra a la chica dentro de la tina y la siguiente imagen muestra a Melissa sola en su habitación James Baxter le ordena a Roxy.

– Ve por ellas Roxy y hazlo como se te ha ordenado.

– Enseguida señor.

Susan continua escribiendo en su agenda justo como se le a ordenado previamente, sin tomar en cuenta nada de lo que pase entre James y Roxy, es irrelevante cualquier cosa que vea o escuche entre ellos, su vida continua justo como ella cree que debe seguir. Rossana sube las escaleras y siente la incomodidad del dilatador anal que, metido en su ano hace un par de horas, esconde bajo su vestido de empleada domestica. Rossana sube al primer piso y toca la puerta de la habitación de Melissa, Rossana toca dos veces más y luego de murmullos y cuchicheos una muy molesta Melissa abre la puerta gritándole a la cara a Rossana

-¿QUÉ?

– FUCKTOY MELY

Los ojos de Melissa se vuelven vidriados y su mirada perdida demuestra que su cerebro se ha desconectado de la realidad justo como se le ha condicionado. Roxy la observa y le dice:

– Dime lo que eres.

Melissa abre su boca y sus palabras escapan de ella con una voz casi como un mantra.

– Solo soy una boca, un culo, un coño y un par de tetas.

– El amo dice que hagas lo que se te ha ordenado y que no tardes en complacerlo.

Un recuerdo en su cerebro se activa claramente como una película que ha visto miles de veces, cada detalle de lo que debe hacer es claro como el cristal para ella, Melissa retrocede hasta su cama y recoge una maleta de viaje pequeña colocada junto a la mesita de noche, abriéndola saca una bolsa de papel lleva impreso el logo de un sex shop, contiene un nuevo consolador con correas para ajustarlo a la cintura. Este nuevo juguete le proporcionaría horas de diversión junto a Valeria. Cerrando la maleta deja la bolsa de papel con su contenido debajo de la cama. Vuelve a la puerta donde le espera Roxy.

– Esta hecho. ¿El amo estará complacido?

– Buena chica, despierta ahora puta Mely.

Los ojos de Melissa parpadean un segundo y ajustan su visión de Rossana su empleada de pie en la puerta de su cuarto y la ve gesticular algunas palabras mientras le tira la puerta en la cara.

– Señorita Melissa su madre dice que por favor baje a desayunar por que…

– No me jodas…

Rossana no ha terminado de hablar y la puerta del cuarto se cierra con un sonoro golpe. Melissa camina descalza hacia su cama vistiendo su cortísimo “baby doll” casi transparente, lo que dificulta sobremanera ocultar sus hermosos senos y sus muy bien torneadas caderas y nalgas, justo antes de llegar a la cama, la puerta del baño de su habitación se abre y una hermosa chica de cabellos castaños oscuros y brillantes ojos miel sale solo envuelta en una toalla blanca, camina hasta el borde de la cama donde Melissa ya esta sentada y le pregunta.

-¿Qué fue tanto alboroto?

– La estúpida desubicada de la empleada que viene a tocarme la puerta, ¿Quién se cree ella para venir a apresurarme en mi propia casa? La deje hablando con la puerta en las narices y le dije que no me jodiera la mañana…

Roxy continua su camino hasta la puerta del cuarto de la mayor de las hermanas Baxter, los tres golpes en la puerta traen de vuelta a la realidad a Samantha y antes de atender la puerta se empieza a ajustar la ropa luego de realizar un espectáculo sexual a su novio vía Webcam, y sin ella saberlo también le mostraba cuan puta es a su padrastro que la observaba por las cámaras ocultas en su cuarto, avanza a la puerta y se encuentra con Rossana.

-¿QUE?

– FUCKTOY SAMMY

Al igual que en Melissa, los ojos de Samantha se vuelven vidriados y su mirada se pierde en el vacío, su cerebro se convierte en una pagina en blanco donde sus dueños pueden escribir sus deseos, por más perversos que sean, y ella estará encantada de complacerlos. Roxy la observa y le dice:

– Dime lo que eres.

– Solo soy una boca, un culo, un coño y un par de tetas, a tus órdenes.

– El amo te ordena que recuerdes y hagas lo que se te ha ordenado, no tardes en complacerlo.

En la mente de Samantha mas que un recuerdo una secuencia de imágenes se proyectan disparando sus mas fuertes instintos sexuales y sus deseos sadomasoquistas al ver atada y a cuatro patas en una mesita de la estancia a su madre, completamente desnuda mientras Rossana se la coge con un gran dildo negro que le ensarta por el culo y ve a su padrastro James usando la boca de su madre como si fuera un coño donde mete y saca con fuerza y velocidad su erecta verga haciendo que los gemidos que llenan la habitación bajen de intensidad.

Pero no son solo los gemidos de su madre los que ella escucha, justo a su lado su esta sentada su hermana menor, ambas están sentadas en un cómodo sofá mirando como usan a su madre. Melissa esta desnuda bombeando su coño con un vibrador y con el rostro inexpresivo se masturba como una poseída mientras gime y se convulsiona de placer. Una quinta mujer, que viste un elegante traje ejecutivo, acaricia por la espada a su hermana y le sostiene los senos y acaricia el clítoris, mientras le dice algo en el odio a lo que la aturdida Melissa solo responde.

– Sí, lo haré Mistress Helen… lo haré Mistress Helen…

– Buena chica, buena chica putita mely, ahora correte para mi como la puta descerebrada que eres.

Mientras el vibrador sigue insertado en su coño, un orgasmo gigantesco barre el cuerpo de Melissa y gemidos y gritos llenan la mansión mientras convulsiona de placer a las órdenes de sus dueños, y como si de un juguete al que se le acaban la cuerda se tratara, sus brazos caen a sus costados y su cabeza se inclina hacia un costado pues no tiene la energía suficiente para mover un músculo, leves espasmos y el movimiento de su pecho al respirar atestiguan que no ha muerto víctima del placer.

Samantha siente como su cuerpo se eriza al ver que aquella mujer besaba a su hermana en los labios y luego lentamente la abandonaba para colocarse detrás de su propia espalda y llenarla de caricias como lo hiciera con su hermana, mientras le susurra al oído sus palabras… no, no palabras, ordenes, sí eran ordenes que ella debía cumplir.

– Volverás a casa luego de salir con Sammy hacia las montañas, entraras a buscar a tu hermanita, no te interpondrás en lo que veas que pasa entre tus padres y su empleada. Te excitara mirar, te encantara lo duro que traten a esas putas y necesitaras caricias y besos, si tu hermana te besa corresponderás y si ella no te besa tú la besaras Sammy. Obedecerás cada palabra que Roxy te diga, cada cosa que ella quiera que hagas con tu hermana no tendrás ninguna duda en realizarla. Serás conciente de todo y de todas las putadas que hagan, sabrás claramente que tu naciste para ser una puta perra mamavergas que solo vive para complacer a sus dueños… eres una buena chica Sammy.

– Soy una buena chica Mistress Helen.

Diciendo esto ambas mujeres se besan y en la mente de Samantha no existe otra cosa que ayudar a sus dueños, a sus amos, para quienes es importa que ella se vuelva la mejor puta de todas. Una puta conciente de su realidad como esclava sexual, una realidad que le encanta aceptar.

– Repite tus ordenes Sammy, repítelas como lo hemos ensayado todos estos días…

James Baxter observa complacido la imagen de la cámara del pasillo donde puede ver como Roxy sosteniendo con sus manos ambas nalgas de Samantha la levanta y presiona hacia ella besándola en los labios y con su lengua explora su boca que permanece abierta y la aturdida chica solo reacciona cuando Roxy la suelta y le dice:

– Buena chica, despierta ahora puta Sammy.

Samantha la mira aturdida y pestañea un par de veces y el vago recuerdo de Mistress Helen sosteniendo su cabeza y la de Melissa, haciéndolas fundirse en un húmedo beso de amorosas hermanas se va desvaneciendo hasta desaparecer… cuando escucha a Rossana decirle.

– Disculpe señorita Samantha pero su madre dice que la esta esperando para desayunar.

Esta vez Rossana pudo entregar el mensaje completo antes de casi recibir en la nariz la puerta del cuarto de la mayor de las niñas Baxter.

En las instalaciones de Clínicas Baxter, los tres personajes caminan hasta una puerta donde Robert introduce un código numérico y entran a una sala espaciosa donde a través de ventanas de cristal pueden observar tres quirófanos donde en ese momento tres chicas son operadas y se le implantan los nanobots en sus senos por un equipo de cirujanos especializados en la técnica de aumento mamario. Robert acciona un intercomunicador y una de las enfermeras voltea a responder la llamada detrás de la mascara quirúrgica los hermosos ojos azules de Lourdes observan a Robert con lujuria y deseo.

– “¿Como avanza nuestra nueva mascota?”

– “Sin novedades Amo, estamos por terminar el procedimiento en Lissy y en unos momentos la llevaremos a la incubadora”

– “Muy bien Lola ahora ve y termina con tus deberes”

– “Si Amo”

Volteando hacia sus invitados Robert puede ver como Akemi casi babeando observa las caderas de Lourdes contoneándose al caminar mientras vuelve a sus deberes, Akemi aparte de ser una extremadamente eficiente traductora, había sido programada para ser una ardiente bisexual. El hecho de que Lola llamara su atención no era una novedad pues ambas habían sido condicionadas en la misma remesa de esclavas, y como era obvio ellas habían llegado a conocerse profundamente en sus pruebas de desempeño como nuevas esclavas.

– Como puede ver Hasegawa-Sama, esta es una de las 4 salas de cirugía con que ahora contamos en la clínica, estamos en capacidad de realizar cirugías plásticas y de implantación de nanocontroladores a por lo menos 12 candidatas en simultaneo, hemos ampliado de forma extraordinaria nuestro “stock” de enfermeras y médicos (femeninas) especializadas en cirugía, anestesiología y otras áreas afines. Realmente nuestra visita al Congreso Internacional de Medicina Estética nos ha brindado resultados de excelente calidad. Ninguna de ellas puedo resistirse a ser invitada a una visita todo pagado a nuestra famosa clínica.

Mientras Robert camina, sonríe al recordar lo bien que se la paso seleccionando doctoras y enfermeras de aquel congreso, como si se tratara de cazar cervatillos seleccionando los más vulnerables de toda la manada, llegan hasta la sala de incubadoras, donde de pared a pared aparecen entre 15 a 20 objetos parecidos a capsulas metálicas las cuales a sus costados pueden verse una batería de monitores que reflejan el contenido de “los capullos”.

– Esta es nuestra sala de recuperación y reprogramación intensiva, hemos renovado nuestros equipos con estos nuevos modelos de capsulas o capullos de aislamiento sensorial. Cada una de estas capsulas contiene una candidata que es monitoreada y reprogramada mediante técnicas de repetición y recompensa. Las imágenes y conocimientos que queremos que se graben en sus mentes son descargados a sus cerebros por espacio de 48 a 72 horas. Para lograr que se rompan completamente a nuestra voluntad, intensificamos y controlamos sus sensaciones sexuales y logramos que en poco tiempo acepten sus nuevos roles, claro que esto lo logramos muchas veces con el trabajo previo en la preselección de candidatas en las clínicas que tenemos en la ciudad.

Accionando una de las pantallas de la tercera capsula, Robert muestra el registro completo de actividad de la chica contenida dentro de la capsula. En la pantalla principal aparece el nombre de Daniella Morgan, justo debajo de una foto tipo pasaporte donde aquella chica de por lo menos 24 años, le regala una hermosa sonrisa a la cámara engalanando un rostro de facciones estilizadas, nariz pequeña, chispeantes ojos miel y hoyuelos en las mejillas, su cabello rubio aparece cortado casi a la altura de los hombros. Luego tocando una pantalla táctil Robert acciona un video que muestra lo que en ese momento hacen ver a la chica.

– Veamos como Daniella se divierte cuando no esta ocupada trabajando como piloto de aerolínea comercial.

En el video aparece Daniella desnuda, con sus pies separados por una barra de metal que esta conectada a unas gruesas tobilleras de cuero por medio de argollas de metal, sus brazos están atados por cadenas que cuelgan del techo lo que hace que su cuerpo se balancee colgando del techo, sus gemidos son apagados por una mordaza de plástico rojo en forma de pelota que se ata detrás de su cabeza, los gemidos son producidos por la potente e incesante penetración que recibe de parte de un hombre vestido con uniforme de piloto de la compañía en la cual trabaja. Ella no puede contenerse y siente como su coño arde de deseo mientras el hombre llena con su verga su empapado coño mientras la sostiene por la cintura o le separa las nalgas dejando su ano expuesto y ella llega a ver estrellas cuando siente como una húmeda lengua sondea su esfínter, y las manos de una de las asistentes de vuelo de la compañía, arrodillada detrás de ella, acarician sus torneadas piernas mientras mantiene su cara enterrada en su culo.

Un poderoso orgasmo estalla en ella y sus ojos se van hacia atrás dejándolos en blanco mientras su cuerpo se tensa y sus piernas y brazos vibran como si recibieran una descarga eléctrica mientras su cuerpo se inunda de placer y de paso sus pensamientos se ahogan en el deseo de más y más placer.

– Bueno allí van unas cuantas neuronas que estaban de más, en cuestión de unas horas sus sesos estarán tan jodidos que le será difícil recordar su nombre.

Alejándose de las pantallas caminan por el corredor mientras observan a varias de las profesionales, que vestidas en ajustados trajes de minifalda parecidos a los de la estética, que marcan sensualmente sus senos en un amplio escote y casi no logran cubrir sus hermosos traseros, atienden, revisan y ajustan los diferentes niveles de condicionamiento de las candidatas.

Avanzan hasta llegar a una puerta metálica donde nuevamente Robert acciona una contraseña numérica que le da acceso a un panel biométrico donde colocando la mano, Robert acciona la puerta que se abre con un chasquido. Junto a sus invitados entra en una área completamente pintada de blanco, un blanco tan blanco que parece surrealista, a la derecha de la habitación se encuentran con un grupo de 4 sumisas que visten de uniforme de las cuales 3 están sentadas frente a una batería de monitores que registran la señal emitida por las cámaras colocadas dentro de cada una de las habitaciones distribuidas a izquierda y derecha del pasillo central. Cada habitación parece estar sellada sin puertas ni ventanas, se accesa a través de una puerta disimulada en la pared, pero el interior del cuarto puede ser monitoreado por una pantalla digital colocada en la entrada de cada habitación.

Robert activa una pantalla y aparece la imagen de un reducido espacio, más parecido a una celda que a una habitación. Todo lo que hay dentro es una cama colocada en una esquina, una mesa empotrada en la pared, un área de aseo con un lavado y un sanitario con bidet, en la pared opuesta a la cama una pantalla de TV de gran tamaño proyecta películas pornográficas una y otra vez mientras que en el sistema de audio de la habitación resuena los gemidos y sonidos de la película en estéreo.

En medio del suelo del cuarto una chica de cabellos castaños y grandes pechos aparece desnuda observando la película, arrodillada frente al monitor con sus piernas separadas mientras con dos dedos bombea su coño y con su otra mano se apoya en el suelo para no perder el equilibrio mientras se masturba como una estúpida arrecha observando la película.

– Esta es la postura clásica que encontraremos en cada celda, esta chica esta siendo bombardeada por condicionamiento visual y por mensajes subliminales que están en el audio que escucha. Para mantenerla concentrada y evitar que intente reaccionar al adoctrinamiento, el aire acondicionado contenido dentro de la habitación esta saturado en un gas que la mantiene en la “tierra de la-la-land” y que nos facilita manejarla al momento de sacarla de la celda.

– Todo este tiempo la mantienen drogada y receptiva, ¿ella podría recordar este proceso?

– Es probable que sí lo haga, aunque para ellas sería como rememorar una pesadilla erótica, generalmente implantamos memorias falsas en sus cerebros para que recuerden su estadía en la clínica como el tiempo más agradable que han disfrutado… De hecho ninguna de ellas se va de aquí sin disfrutar cada momento. En algunos contados casos cuando nuestras candidatas son devueltas a su vida real pueden comentar lo bien que lo pasaron en nuestra clínica y así poder captar futuras candidatas potenciales que ellas están condicionadas a detectar.

El destello de una señal luminosa en la batería de monitores de la estación de enfermeras, hace que una de ellas se levante y camine directamente al cuarto ubicado frente al cuarto que Robert mostraba a sus visitantes. Todos se colocan frente al cuarto donde la enfermera activa el monitor que permite a todos ver una chica de por lo menos 20 años, con un cuerpo delgado de curvas suaves y piel blanca que contrasta completamente con sus ojos de un verde esmeralda y su cabello negro azabache, sus senos no han sido aumentados mucho para mantener la estética de su cuerpo que parece una bailarina de ballet.

La enfermera activa un dispositivo en el panel de la celda y el gas de control es reemplazado por aire puro y en medio de la habitación aparece la chica de pie con sus piernas ligeramente separadas, sus manos se mantienen por un lado acariciando sus pezones y su otra mano introduce su dedo medio y su dedo corazón en el canal vaginal que tiene horas de estar repleto de fluidos que no paran de salir con cada nueva masturbación.

Abriendo la puerta la enfermera coloca una cadena de plata en la argolla del collar de cuero rojo, que a parte de los zapatos rojos de tacón de aguja, es lo único que viste la chica que dócilmente se deja manipular y es sacada al pasillo donde Robert y sus visitantes la observan con total atención.

– Una interesante pieza de su colección Roober-San.

– ¿No sabia que estaba interesado en la música sinfónica Hasegawa-Sama?

– Me interesan mucho el arte, y tener a la primera violinista de la Sinfónica de Paris convertida en una dulce sumisa es toda una obra maestra.

– Colette LaFleur tuvo la amabilidad de visitar nuestra ciudad hace unos meses y como ve, algo encontró aquí que no ha podido abandonarnos. Esta noche puedo hacer arreglos para que ella le haga una presentación privada si así gusta Hasegawa-Sama.

– Seria un exquisito placer.

Robert saca su agenda electrónica y escribe una serie de ordenes, ordenes que inmediatamente se hacen visibles en el reporte de acciones a tomar en la nueva sumisa Colette LaFleur, destinada esa noche a servir a Hasegawa como el tenga a bien.

Minutos después que Samantha bajara lista para salir, seguida por Melissa y Valeria igualmente listas, entraran a la cocina y tomaron un vaso de jugo de naranja y una o dos tostadas, y se fueron sin casi despedirse saliendo de la Mansión Baxter. Susan Baxter sigue sentada a la mesa y James Baxter deja de leer su periódico y mirando a Susan le sonríe mientras le dice.

– FUCKTOY.

Susan Baxter suelta su agenda que cae sobre la mesa y sus manos automáticamente empiezan a abrir su blusa y dejan al descubierto sus senos con sus pezones argollados y sin esperar otra orden se pone a cuatro patas metiéndose por debajo de la mesa y coloca su cabeza en la entrepierna de su esposo que le acaricia sus cabellos rubios castaños mientras atrapando por la cintura a Roxy la acerca a él y le besa subiendo su mano y tomándola de la nuca.

Roxy automáticamente empieza a desnudarse abriéndose la blusa y subiéndose la falda mientras las manos de James la guían hasta acostarla sobre la mesa para empezar a comerle el coño, mientras Sussy ya engulle con desesperación la verga de su dueño. Sobre la mesa a parte de Roxy descansa una agenda encendida donde se pueden leer las actividades que Susan escribía o por lo menos pensaba que hacia. “Viernes 8:30am: rwerwrwf rertrwe lksds ske”, “Viernes 10:00am: fds llxc rwslt eodsm”.

Hasewagua y Robert continúan el recorrido poco a poco y la mañana va pasando mientras Robert explica detalladamente a Hasegawa el uso de las incubadoras, y lo hace visitar las instalaciones del cuarto de control donde en ese momento por lo menos 6 profesionales operan las diferentes consolas de datos con audio y video que llenan de ordenes y mensajes subliminales las mentes de las candidatas en las incubadoras y en las celdas de recuperación, ninguna de las chicas parece percatarse de la presencia de los visitantes y continúan su trabajo sin la más mínima distracción, Robert se acerca a una de las operarias y mientras acaricia su cabeza como si de una mascota se tratara comenta.

– Como vera cada una de ellas centra su esfuerzo por ayudar a romper la voluntad y condicionar a las siguientes candidatas, muchas de las que ahora observamos por estos monitores en pocas semanas ocuparan puestos de trabajo en estas mismas instalaciones, sus habilidades naturales y profesionales no son destruidas, en cambio nosotros sacamos el máximo provecho de nuestro material.

La operadora de la consola emite leves gemidos y sus pezones parece que intentaran romper la tela de látex que constituye su uniforme de esclava, como es de esperar no hay nada más debajo de ese vestido y su atuendo solo tiene dos accesorios adicionales, un collar de cuero en su cuello con su argolla y un par de zapatos de tacón de aguja. Robert y sus visitantes abandonan el cuarto y pasan a otra cámara repleta de monitores y pantallas de video los cuales muestran todos los ángulos posibles del interior y el exterior de las Clínicas Baxter.

– Este es el centro neurálgico de seguridad de las instalaciones, como ve podemos monitorear toda el área interior y el perímetro exterior y verificar el buen funcionamiento de la fábrica y de cada uno de los módulos.

Todos observan los monitores donde en algunas cámaras ven la llegada de las pacientes en sus autos en el estacionamiento, algunas son dejadas en la puerta de acceso en elegantes limosinas y en elegantes autos sedan que visiblemente parecen blindados. En otra pantalla se aprecia la entrada de las pacientes y su segregación en clientela regular y clientela VIP, donde las primeras esperan su turno en una hermoso lobby con un soberbio gusto en decoración salido de la más reciente revista de decoración de interiores, las puertas de seguridad se abren y dos chicas, una rubia y una pelirroja entran dirigiéndose a la salas de masajes terapéuticos escoltadas por dos alegres y hermosas Estilistas de Clínicas Baxter que conversan animadamente con sus clientes.

En el segundo caso las clientes VIP conversan o chatean sus frivolidades con sus amigas mientras esperan sentadas en una súper lujosa sala, donde meseras les atienden y ofrecen sus bebidas o aperitivos energéticos bajos en grasa, sin azúcar, cero colesterol y cargados de drogas de control desarrolladas por la compañía Hasegawa, mientras esperan para ser llevadas las áreas privadas y selladas como son los saunas, las áreas de ejerció, las clases de aerobics, los baños relajantes o el área de masajes terapéuticos entre otros. Saunas como el que se aprecia en una pantalla donde una de las elegantes señoras lucha por no correrse mientras una de sus elegantes amigas esta de rodillas entre sus piernas, haciéndole una mamada de coño bajo la atenta mirada y supervisión de una de las Estilista de Clínicas Baxter, la cual le ha prohibido a la elegante señora correrse hasta que le sea ordenado, la pobre puta solo tiene la opción de convulsionar y sentir como se estremece a la espera de la deseada orden.

Volviendo la mirada a las primeras cámaras puede verse a la rubia y a la pelirroja acostadas boca abajo en sus mesas de masajes mientras una de las Estilista le acaricia las nalgas a la rubia y la otra Estilista revisa el estado de conciencia de la pelirroja abriéndole los parpados y revisándole sus ojos con una pequeña lámpara, satisfechas de la aparente inconciencia de ambas clientas activa un botón y una pared falsa se abre dándoles espacio a mover a las desnudas e inconcientes clientas a los pasillos que las llevan a distintos puntos de entrenamiento y condicionamiento de la Clínica.

En la mansión de la familia Baxter, Rossana deja de temblar por un momento y Mr. Baxter como si fuera la cosa más común del mundo le da a lamer sus dedos llenos de los propios líquidos vaginales de Rossana que los limpia con presteza y luego él se dispone a terminar su café y leer las últimas paginas de su periódico, perfectamente conciente de que sus hijastras han vuelto a casa y que una de ellas los espía y desarrolla su gusto por el vouyerismo. Rossana sigue sobre la mesa con sus piernas separadas ofreciéndole su coño a Mr. Baxter mientras ella misma se masturba con sus dedos y con la otra mano levanta sus senos y lame y muerde sus pezones. Esto es casi demasiado para Melissa que sigue escondida observando todo lo que pasa entre su padrastro y su empleada, siente que esta a punto de correrse por todo lo que ve. Su padrastro aprovecha para observarla por la pantalla de cristal líquido que sostiene en el periódico y la ve mientras ella se masturba viendo el espectáculo sexual de la cocina. Al poco tiempo observa a Samantha entrar a la casa y dirigirse a justo al lugar donde Melissa los observa, James sabe que será cuestión de minutos para que esas dos putas estén besándose y apretándose los culos y tetas justo como lo hacen siempre que el las tiene bajo su control y las hace comerse una a la otra.

Un momento después que los corazones de Melissa y Samantha casi se detuvieran al ver a su madre salir de debajo de la mesa de la cocina, mientras miraba embebida la verga de James que chorreaba jugos vaginales de Rossana, jugos preseminales y algo de las propias babas de Susan. Ambas chicas solo pueden mirar como Susan sigue lamiéndose los labios mientras bajo su falda sus medias se van humedeciendo por los jugos que salen de su coño, que arde en ganas de ser penetrado. Mr. Baxter, aun sosteniendo el collar de perro de Sussy, con sus manos presiona los hombros de su dócil esposa que simplemente reacciona arrodillándose hasta quedar a la altura del coño de Rossanna, Mr. Baxter ahora toma por la cintura a Rossana y la gira hasta que sus nalgas quedan frente al rostro de Sussy.

– Roxy ofrécele el culo a mi putita y tu putita has un buen trabajo con esa lengua.

Rossana toma sus redondeadas nalgas con ambas manos y las separa ofreciéndole su rosado y dilatado esfínter a Sussy. Sussy saca su lengua y empieza lentamente a lamerle el culo abierto por el dilatador anal, el culo de quien hasta hace un tiempo era solo su empleada doméstica. Las hermanas Baxter son sacadas de su estado de shock por los sonidos de la bocina del auto de Samantha. Mr. Baxter mira hacia a la puerta y ve a ambas como se agachan para no ser vistas y corren a la salida más próxima y no paran de correr hasta llegar al auto. Sacando su teléfono celular marca una tecla rápida y en pocos segundos Hellen Bells contesta.

– “Estoy a sus órdenes Mr. B, en que puedo complacerlo.”

– “Hola Hellen, solo para decirte que todo va según lo planeado, ambas perras han salido de casa y ya van más que cargadas de ganas.”

– “Gracias por su cooperación Mr. Baxter, nosotros nos encargaremos del resto.”

– “Recuerda el tercer paquete Helen. Ha sido un imprevisto del cual no me he podido deshacer.”

– “No se preocupe por nada, tenemos todo bajo control.”

– “Hasta pronto entonces Helen.”

Cerrando la llamada le ordena a Roxy asearse y prepararse para la siguiente fase, la sostiene por la cintura y le da un apasionado beso, el cual es correspondido con total deseo por la controlada Roxy. Mientras la ve alejarse contoneando las caderas recuerda como empezó todo esto, nadie podría llegar a imaginar que esta chica condicionada física y mentalmente para coger, gozar y dar placer a su dueño hace un tiempo atrás fue Rossana Villegas Directora Adjunta de Relaciones Públicas de Biotecnología Baxter.

Desde la llegada a Biotecnologías Baxter despuntó como una gran profesional bien educada y graduada de las mejores Universidades y Academias de Negocios, su jefe inmediatamente vio las potencialidades de aquella chica que no se detenía ante nada con tal de lograr sus objetivos, solo había pasado un mes desde su llegada a la oficina cuando ya su jefe James Baxter en juntas privadas a puertas cerradas la colocaba sobre el escritorio, acostada boca abajo con sus pechos sobre la sobremesa y sus piernas bien separadas mientras Mr. Baxter le llenaba el coño con su verga sosteniéndola de su diminuta cintura, mientras ella gemía y pensaba en lo rápido que seria ascendida en la empresa y en las ganancias que representaría ser la amante de un hombre tan poderoso como James Baxter.

Habían sido 4 excelentes meses de tórrido romance y buen sexo, pero como nada es eterno un buen día aquella felicidad sexual se termino cuando Rossana después de pasar de Asistente Ejecutiva a Directora Adjunta de Relaciones Públicas en menos de dos meses, empezó a presionar a Mr. Baxter sobre un puesto en la Junta Directiva. Obviamente la primera respuesta de Mr. Baxter fue un diplomático “Tendría que pensarlo y plantearlo a los socios”, pero luego Rossana sacando sus hermosas garras comento sobre un reciente descubrimiento de algunas cuentas de gastos de publicidad y mercadeo que simplemente desaparecían de los libros de cuentas de la compañía, fondos destinados a la operación de Industrias Fredensborg.

Una semana después una muy entusiasmada Rossana abordaba un vuelo con destino a Asia donde estaría en viaje de negocios cerrando un trato con un gigantesca multinacional de productos químicos y medicamentos que apoyarían proyectos con Biotecnologías Baxter, esta seria su oportunidad y trampolín a la Junta Directiva. Un mes y medio después, y luego de algunas cirugías correctivas de rostro, un nuevo color de cabello y un hermoso aumento de busto, llegaría vía correo electrónico la notificación de que por motivos personales Rossana Villegas abandonaba la compañía y permanecería en Asia contratada por aquella compañía que fuera a visitar. Nunca más se supo de aquella hermosa chica que se fue a trabajar a Asia.

Sin títuloJames Baxter toma la mata de cabellos de Sussy Pussy, que permanece de rodillas a su lado excitada y babeando, James limpia los fluidos de su verga con los cabellos de su esposa y aun sosteniéndole la cadena le jala y la hace gatear rumbo al garaje de la mansión mientras de dice.

– “Vamos putita… perra de mierda, daremos un largo paseo”

El recorrido continua y Robert y su invitado caminan por los pasillos de la Clínica mirando los distintos módulos a través de cristales falsos o pantallas de TV. En el pasillo las Estilistas de la Clínicas conducen a sus clientas a sus destinos, unas en camillas otras por sus propios pies, desnudas y con sus cadenas y collares al cuello completamente ignorantes del trato que reciben.

Una de las Estilistas sostiene la cadena de a la chica pelirroja de la sala de masajes y la hace caminar detrás de ella por el pasillo, la pelirroja ahora viste un corsé que realza sus pechos desnudos y adornados con cascabeles y sus hermosas nalgas y rítmico movimiento de caderas se acompasa con el sonido “clack, clack” que emiten unos altos y fetichistas zapatos de plataforma mas parecidos a pezuñas que a zapatos, mientras su boca esta cubierta por una brida de caballo y en su cabeza lleva una especie de tapaojos y un plumón color rosa termina adornando la coronilla de sus cabeza.

Las siguen y entran a un área de ejercicios con múltiples máquinas, donde las candidatas y profesionales hacen hasta lo imposible por mantener tonificados sus cuerpos para complacer a sus amos, pero al fijarse detenidamente en cada una de las máquinas, estas no son precisamente máquinas comunes, pues las bicicletas estacionarias desde sus asientos proyectan falos o dildos donde las pacientes se encajan y reciben penetraciones al pedalear, algunas también pueden verse conectadas a copas de vacío que hacen succión a sus pechos mientras pedalean.

En las máquinas para hacer brazos pueden ver a una candidata sentada desnuda haciendo su rutina de pesas mientas un dildo entra y sale de su coño a cada flexión, y a su lado pasa algo similar con la rubia del video de la sala de masajes que permanece acostada flexionando sus piernas mientras un dildo entra en su mordaza en forma de O en su boca y otro dildo entra en su coño. La Estilista de Clínicas Baxter coloca finalmente a la pelirroja en una máquina para caminar y luego de establecer los ajustes necesarios la hace empezar a caminar en un paso sencillo para que caliente sus extremidades mientras se le enseña como una buena Ponygril debe comportarse.

Continuando con el recorrido los visitantes pasan a lo que parece ser una gran cámara de aislamiento donde en una pantalla pueden apreciar a una sumisa sentada en una especie de silla de dentista, igualmente conectada por a electrodos y a dildos vibradores que entran en su vagina y coño estimulándola sexualmente hasta hacerla correrse, la diferencia de esta cámara es que la sumisa esta prácticamente sumergida y dentro generadores de viento crean corrientes de aire que golpean su rostro y su cabello. La sumisa sigue semiaturdida mientras su cerebro se convierte en una esponja del bombardeo psicológico y su cuerpo deja de obedecer sus órdenes dejándose dominar por los deseos que las máquinas implantan en ella hora tras hora de adoctrinamiento intensivo.

Hasegawa observa con curiosidad y luego de un rato pregunta.

– ¿Cual es el objetivo de esta celda Roober-San?

– Hasegawa-Sama déjeme disculparme primero por no informarle en la totalidad sobre las acciones que estamos tomando en las Clínicas,

– No tienes por que disculparte Roober-San, yo solo soy un accionista y tu has demostrado tu gran eficacia al llevar a cabo toda esta operación para beneficio mutuo.

– Me honra con sus palabras Hasegawa-Sama, pero mayor razón tengo para informarle pues pronto tendré que pedirle su colaboración en uno de mis últimos y más ambiciosos proyectos.

Sonriendo mientras acaricia y aprieta el trasero de la, al parecer, distraída Akemi, Hasegawa contesta a Robert.

– Roober-San, sabes que con gusto haré lo necesario para pagarte todos tus servicios que tanto placer y beneficios me han traído.

Mirando nuevamente la celda Robert sonríe pensando cuan fácil es agradar a los poderosos mostrándose humilde y conociendo sus necesidades.

– Esta es una celda que llamo “Novaya Zemlya” (Tierra Nueva), esta celda nos permite recrear las condiciones atmosféricas especificas que nosotros deseemos, podemos hacer que aunque en el exterior estemos a las puertas del invierno, dentro de esta cámara sintamos que estamos en una hermosa playa de Tahití, con la cantidad exacta de Sol, brisa, agua de mar, el nivel se sal en el aire y hasta la presión barométrica propia del lugar que recreamos.

– Muy interesante todo este concepto Roober-San, pero ¿Cómo esta cámara beneficia nuestra mutua operación y cual es mi papel en aquella colaboración de que me hablabas?

La agenda electrónica de Robert empieza a timbrar justo en el momento que se dispone a explicar el proyecto a Hasegawa. Disculpándose camina a una de las terminales de comunicación de la Clínica y se comunica con su oficina pisos arriba. Una sonriente Tara aparece en la pantalla de video.

– “Disculpe la interrupción Dr. Sagel pero los invitados de la reunión de las 11 están por llegar”

– “Gracias Tara, en cuanto lleguen hazlos pasara a la oficina y atiéndeles como debes y diles que estaré allí en unos minutos”.

La respiración de Tara se acelera visiblemente y su voz marcada por la excitación contesta.

– “Así lo haré Señor, muchas gracias Señor”.

El rostro de la chica desaparece y la pantalla cambia al logo de Clínicas Baxter, mientras Robert vuelve con su invitado y le informa de la situación.

– Al parecer he perdido la noción del tiempo en este recorrido y nuevos invitados que debo atender ya han llegado, creo que seria agradable que fuéramos a un último modulo y diéramos por concluido el recorrido si es que le parece Hasegawa-Sama.

– No te preocupes por mi Roober-San, este ha sido el mejor día en la fábrica de juguetes que he tenido… aunque solo me queda probar algo de los nuevos productos terminados.

– Así será, ahora por favor acompáñeme por aquí.

Entrando a una última sala tan espaciosa como todas las anteriores, ambos observan el rítmico andar de por lo menos 30 mujeres, en casi proporción exacta de mujeres desnudas y vestidas de entrenadoras. En medio de la sala una línea de 10 mujeres desnudas, paradas una al lado de la otra, esperan excitadas su turno para que Helen Bells las evalúe abriendo sus bocas, tocando sus pechos, revisando sus coños y traseros en un perfecto ejemplo de revisión de control de calidad de producto.

Helen termina de anotar unos parámetros en dispositivo electrónico y activando un botón el dispositivo emite una etiqueta adhesiva que ella coloca sobre la frente de una excitada y sonriente Vivian Deveraux, la cual es tomada por una entrenadora que con su agenda lee el código de barra de la etiqueta y la conduce dócilmente, sostenida de su cadena rumbo, a su siguiente destino en la Clínica.

– Como ve Hasegawa-Sama, dejo el trabajo de control de calidad a mi más responsable y experta colaboradora. Como puede ver este es el área donde hacemos la evaluación de nuestros productos terminados.

– Es un placer servirlo Hasegawa-Sama, estoy para satisfacer cualquiera de sus necesidades.

– Gracias por todo su trabajo Helen-Chan (“Chan” se refiere a ella como una mascota, no como “joven señorita” de menor edad que él), me complace ver que todo lo que hacen son productos de una calidad incuestionable.

– Es hora de ir a la oficina, acompáñenme para dar por concluida la visita.

Minutos después Akemi y Hellen abren las puertas de la oficina de Robert y flanquean la entrada de sus dueños mientra estos entran, frente al mismo ventanal donde hacia unas horas Robert contemplaba el paisaje, Michael James Baxter esta de pie con sus brazos cruzados mientras su verga y su huevos salen de su pantalones grises a juego con su saco, mientras Tara permanece vestida con su ropa de secretaria ejecutiva arrodillada frente a Baxter, haciéndole una mamada y siente como una de las manos de Baxter sostiene su nuca y la hace atragantarse con la verga que ella debe atender, una mezcla de saliva y líquido seminal escapan de la comisura de sus labios y manchan su blusita que muestras sus pechos rudos y pezones erectos.

Un olor a sexo llena la oficina y los sonidos de la húmeda mamada se mezclan con los gemidos de excitación de una segunda perra que esperaba en la oficina. En una esquina, desde donde puede contemplar perfectamente a Baxter y a Tara, Susan Baxter completamente excitada la escena. Permanece desnuda de rodillas, mientras una de sus manos se encarga de introducir un dildo en su coño, su culo esta abierto por un dilatador anal negro y con su otra mano levanta sus pechos para lamerse y mamarse los pezones argollados alternando el izquierdo y el derecho, sin poder apartar la vista la gran mamada que recibe James por parte de quien hasta hace poco fuera la secretaria personal Susan… de Susan pues ella ya no es mas aquella mujer de negocios, ella es solo un objeto para colocar en una esquina y para que su amo le llama Sussy Pussy cuando quiera usarla.

Robert sonríe al observar la escena y con un gesto de manos invita a Hasegawa a sentarse mientras dice con un toque de sarcasmo en su voz.

– Creo que es el momento y ambiente perfecto para hablar de negocios caballeros…

Diciendo esto Helen cae de rodillas junto a las piernas de Hasegawa y Akemi hace lo propio al lado de Robert. Ambos hombres observan como aquellas hermosas hembras gatean hasta sus entrepiernas y con gestos delicados pasan sus rostros y cabezas sobre sus pantalones y lentamente abren sus cierres y extraen las vergas y, al igual que lo hace Tara, hacer lo que mejor saben hacer… ser unas verdaderas profesionales.

Continuara…

Anexos I

En un lujoso hotel de la localidad el Penthouse ha sido alquilado por Tetsu Hasegawa, el cual en ese momento se encuentra en la cama sosteniendo la cintura de la sumisa Colette LaFleur, que hacia pocos minutos había terminado de tocar magistralmente la Sonata en G Menor, o “Devil´s Trill” de Giuseppe Tartini. Aunque el alma de aquella chica no pertenecía al diablo en persona, su cuerpo le pertenecería toda la noche a Hasegawa.

Akemi Miyake saciaba sus ganas penetrándose ella misma con un dildo que había pegado con una ventosa en una de las enormes ventanas de cristal del lugar, le había encantado mamar el coño de esa hermosa violinista, mientras la habitación se llenaba de las preciosas notas que sacaba de aquel violín que ahora permanecía justo al lado de la cama, donde su dueño y señor era ahora quien hacia vibrar a la violinista y en vez de notas musicales, eran sus hermosos gemidos de placer quienes llenaban el lugar.

En otra habitación del lugar James Baxter termina de atar las manos de su emputecida esposa a los correajes de la máquina que tiene tensado el cuerpo de Sussy en forma de X, mientras James vuelve a una consola de computadoras y ajusta una video cámara que emitirá vía Web toda la sesión de castigo que tiene planeada para la puta de Sussy Pussy. Colocándose una mascara sobre su rostro y poniéndose unos guantes de cuero, toma un látigo de varias colas y descarga el primer golpe en las redondas y blancas nalgas de Sussy que emite un gemido de placer detrás de la mordaza de plástico rojo que cubre su boca.

En las instalaciones de Clínicas Baxter Helen Bells recibe una mamada de coño por parte de su recién estrenada mascota Vivi, mientras observa las pantallas llenas de las imágenes que recibe desde una lejana habitación de hotel en las montañas nevadas, donde una ardiente escena lésbica inició hacia escasos 10 minutos, escena protagonizada por las hermanas Baxter que tal como se les había condicionado no han podido sacar de sus sesos las imágenes de sus padres teniendo sexo con la empleada de la mansión, mas específicamente su madre siendo usada como un juguete o mascota sexual. Concientes de todo lo que pasa entre sus padres y entre ellas, han empezado a dar los primeros pasos en su emputecimiento total y que les colma de placer y excitación, dos cosas de las cuales en cuestión de horas se harán más que adictas.

En ese momento Helen se deleitaba observando como Melissa llena el coño de Samantha con el dildo plástico y ambas hermanitas completamente desnudas gimen y convulsionan de placer. Melissa empieza a bombear, al principió lento pero luego más y más rápido y Samantha solo atina a sentirse llena y a pensar en ella como la puta más grande de todas, una perra justo como lo es su madre.

Melisa continúa penetrándola y luego de un momento la hace voltearse y acostarse en la cama y empieza a mamarle y lamerle los senos mientras la penetra, ambas se besan y acarician casi llegando al orgasmo. Samantha se saca el consolador y empieza chuparlo y limpiarlo, lo quita de la cintura de Melissa y Melissa la agarra de la nuca y entierra el rostro de Samantha en su coño y Samantha sumisamente empieza a mamarla.

En ese momento Helen ordena a Vivi detener la mamada y observa como lentamente Valeria entra en el cuarto de las chicas utilizando una de las llaves maestras de la administración del hotel de sus padres. Helen observa como esta inesperada y molesta visita empieza a ser la tercera integrante del trío lésbico en sus pantallas, visita que puede echar a perder todo el plan meticulosamente estructurado. Tomando un teléfono seguro Helen marca rápidamente una serie de dígitos. El teléfono empieza a sonar y a varios kilómetros de la Clínica Baxter una sonriente recepcionista pelirroja contesta.

– “Hotel Crowell Mountain, Tamara McGuini le habla ¿en que puedo ayudarle?”

Una voz conocida para Tamara le habla al otro lado de la línea y siente como si una descarga eléctrica corriera por su columna.

– “¿Tammy?”

– “Sí soy yo…”

– “¿Estas sola Tammy?”

– “Sí, sí lo estoy…”

– “DREAMLAND, escucha con atención mis ordenes Tammy, vas a hacer todo cuanto de diga y te encantara obedecerme…”

Los ojos de la chica se opacan y su mirada se pierden el en limbo mientras escucha con total atención lo que su Ama Helen le ordena hacer, al final de la llamada una aturdida Tamara solo atina a decir.

– “Así se hará Mistress Helen…”

Cerrando la llamada se dirige a los recintos de empleados donde abriendo su armario toma una bolsa y luego camina hasta el área de mantenimiento donde se encuentra a una chica del personal de limpieza y amas de llaves, llamada Isabel Torres según reza la plaquita de plástico con su nombre en su uniforme, Isabel escucha un mp3 player mientras empuja su carrito de limpieza de habitaciones por el pasillo desierto.

Tammy llega hasta ella e Isabel la saluda con una sonrisa mientras la observa hablarle pero nota que Tamara luce perdida o atontada. Isabel quitándose los audífonos intenta preguntarle el porque de su estado pero Tamara le mira y dice.

– DREAMLAND.

Isabel siente como sus pezones se endurecen y su coño se humedece mientras pierde completamente el control de su mente y Tammy sosteniéndola de una mano la lleva dentro de un cuarto de depósito vacío. Allí dentro Tammy hace que la aturdida Isa se arrodille ante ella y levantando su falda la hace comerle en coño mientras le da las instrucciones que Mistress Helen quiere que cumplan.

Unos minutos después Isabel avanza por el pasillo que da a la habitación de las hermanas Baxter y coloca su carrito de lavandería en a puerta, se acerca a la puerta y finge tocar, se agacha detrás del carrito a recoger una llave maestra que se le ha caído al suelo y coloca el tubo del cilindro de gas comprimido que esconde bajo el carrito. El gas invisible llena en segundos la habitación y las tres chicas caen aturdidas en cuestión de un pestañeo.

Isa coloca en su boca un pequeño inhalador y con la llave maestra entra al cuarto de las chicas con su carrito. Saca un aplicador de su bolsillo, apartando los cabellos de una de las chicas y le descarga el contenido en el cuello para luego tomar y levantar por debajo de los brazos a la aturdida y desnuda hija de los dueños del hotel, coloca a Valeria dentro del carro de lavandería y cubre el cuerpo de la aturdía chica con mantas y toallas.

La operación no dura más de 4 minutos y mientras Tammy, mediante las cámaras de seguridad del hotel, monitorea la salida de Isa de la habitación con la aturdida Valeria dentro del carrito, marca un número seguro en su celular y cuando contestan dice:

– “Mistress Helen, tenemos su paquete.”

– “Has sido una muy buena chica Tammy, ya envíe a recogerlo, dile a Isa que han sido muy buenas chicas, pronto las recompensaré. Has lo que debes y despierta putita Tammy.”

Tamara borra la llamada de la lista de discado y guarda su celular, parpadea dos o tres veces mirando el lobby vacío a esa hora de la madrugada y se siente tan apenada de dormirse otra vez en el empleo y como tantas veces siente su coño húmedo y algo caliente, se avergüenza pensado que tal vez sean esos sueños eróticos otra vez… lástima que no recordaba nada de ellos, por lo menos así valdría la pena estar excitada.

A esas horas de la noche el Dr. Robert Sagel se encuentra de pie mirando por el gran ventanal de su Penthouse en la cuidad, las millones de luces de los edificios y autos crean un manto de destellos frente a sus ojos. Un cristal de vodka descansa en su mano mientras contempla pensativo la ciudad.

Su teléfono recibe una llamada, lo extrae desde el bolsillo de su saco y contesta.

– “Hola Hellen.”

-“Hola Amo… El tercer paquete ha sido reducido y neutralizado, ya mande a buscarle, las marionetas están actuando justo como lo hemos planeado.”

– “Gracias por mantenerme informado, buena chica Helen.”

Cerrando la llamada y sin dejar de mirar la ciudad Robert se palmea dos veces el costado de su pierna, inmediatamente una chica llega a su lado gateando, su cuerpo permanece desnudo a excepción de un collar de cuero al cuello, con argolla de plata y su plaquita de mascota donde se lee “Sheba”. Sus facciones delicadas y cabello oscuro en parte lacio en parte rizado contrastan con su piel blanca olivácea, ojos color avellana y un cuerpo de infarto donde sus caderas y nalgas redondeadas no tienen nada que envidiar a sus bien formados y turgentes senos que se bambolean a cada movimiento que ella hace.

Robert la observa a su lado a 4 patas lista para ser usada y sacando su agenda escribe un mensaje de texto y lo envía.

– “Todas las cartas están sobre la mesa.”

Un minuto después llega la respuesta.

– “Es hora de empezar un nuevo juego.”

 

Relato erótico: “La gemela 2” (POR JAVIET)

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UNA EMBARAZADA2Hola amigos, ante todo gracias por la cantidad de lecturas del primer relato de esta serie, además debo agradeceros los sin-tituloamables comentarios recibidos y darle una continuación como ha sugerido gor, ¡va por vosotros¡

Voy a presentaros a Pili, la autentica causa del ¿problema? Más bien el “Don” que poseen Laura y Lola, las gemelas telepatas. Ella es su madre y tiene 49 años, es alta y pesa unos 60 kilos, se conserva bien de forma física y su cuerpo está bastante bien, pechos y caderas amplios, cintura firme y bonita, un culete bien puesto, es morena atractiva y con una larga melena, no son pocos los que se paran a mirarla cuando pasa admirando sus rotundas curvas.

Ella nació y se crió en una pequeña ciudad de provincias, era desde joven una ferviente lectora de revistas como “Año cero” ó “Mas allá” ferviente admiradora del doctor Jiménez del oso y actualmente de “cuarto milenio” le interesaban los temas de ciencias ocultas y ovnis, así como la parapsicología y los viajes astrales, a los veintipocos años llegó a la capital para seguir sus estudios; estando en la universidad leyó un anuncio buscando voluntarios para un experimento de telepatía y se presentó junto con varios estudiantes mas.

El grupo de voluntarios pasaron varias pruebas, con ellas se procedió a eliminar a los que no tenían el potencial necesario, unos días después solo quedaban tres, ella y otra chica además de un joven pelirrojo, con posibilidades reales de éxito, el equipo médico se volcó en ellos y les hizo un poco de todo, desde inyecciones a electrocardiogramas, se pasaban horas con electrodos en la cabeza, los doctores les insistían en que se comunicaran entre sí sin hablar, pero … nada de nada, después de tres meses de pruebas y varios tipos de drogas e inyecciones, el experimento se dio por finalizado y catalogado de fracaso.

Durante el resto de su época de universidad y mientras estudiaba derecho, la controlaron regularmente pues las drogas inyectadas eran experimentales, pero no se la presentaron problemas ni efectos secundarios, finalmente acabó sus estudios y volvió a su pequeña ciudad, pera trabajar en el despacho de su papa con su flamante titulo de abogada.

Jesús su novio de toda la vida la esperaba ansioso, era moreno, delgado y fuerte pues trabajaba de mecánico en un concesionario de coches, reanudaron su relación y al poco tiempo se casaron. En general la vida les fue bien, aunque él se quejaba de que ella era algo fría en la cama, Pili tenía 26 años cuando se quedó embarazada, de aquel parto nacieron nuestras gemelas.

La niñez y la juventud de las niñas fue estupenda, eran buenísimas en todo y buenas estudiantes, Pilar y Jesús se volvieron la típica pareja de padres que vivían bien y empezaban a engordar sin preocupaciones graves, pero las chicas llegaron a los 14 años y la pubertad irrumpió en sus vidas, ocurrieron cambios en sus cuerpos y sus mentes, las niñas descubrieron de repente el sexo y todo cambió.

Sus primeros toqueteos y exploraciones se desarrollaban en sus camitas, cuando una empezaba a tocarse, el gustito era percibido por su hermana, que no tardaba en imitarla y compartir el placer. En pocos días una de ellas pasó a la cama de la otra y comenzó una época llena de exploraciones mutuas, se besaban acariciándose temblando de placer, probaban juegos y posturas nuevas para ellas entre gemidos y sus primeros orgasmos.

Cuando eso ocurría, Pili en su cama se sentía repentinamente excitada, naturalmente ella no sabía el motivo pero disfrutaba del resultado, se volvía hacia Jesús y le acariciaba mientras decía:

-Chus cielo, hazme unos mimitos anda, mira como estoy.

-Pero Pili, estoy cansado ¡déjame dormir.

-No seas malo Chus, dame tu palo ya verás…

Pili no era tonta y sabia lo que hacer, mientras le metía la lengua en la oreja bajaba sus manos hasta su miembro por debajo del pantalón del pijama, en breve el miembro de Jesús alcanzaba su erección y ella subía sobre el clavándoselo en el chochete, cabalgándolo como una amazona frenética y engulléndolo en su vagina untuosa, hasta que se corría en su interior llenándola de esperma hasta la matriz.

Este tipo de situación se repetía muy a menudo según las niñas experimentaban en sus camas, no tardó mucho Pili en darse cuenta de lo que pasaba, pues cuando Jesús salía al trabajo y llevaba a las niñas al colegio ella hacia las camas, entonces se dio cuenta de que las manchas de flujo en las camas de las niñas coincidían con sus días de calentura repentina, entonces lo entendió todo, recibía en su mente el placer de las niñas.

“Pero qué tontería” pensó para sí misma, recapacitó durante mucho tiempo recordando su juventud y el experimento en que participo, no se lo había contado a casi nadie, pero desecho sus temores y volvió a su problema sin encontrarle respuesta, pero los hechos aunque casuales la molestaban pues se sentía sucia y decidió que no haría caso a sus sensaciones sin antes comprobarlas.

Dos noches después se noto caliente de nuevo, Jesús estaba dormido y la casa en silencio, se sintió los pezones erectos y el chochete mojado, resistió la primera idea que le vino que no era otra que hacerse una paja, intento dormirse pero la sensación en su vagina aumento de intensidad, notaba el clítoris rozándole contra la braguita y esta como una bayeta empapada entre sus piernas, se levantó de la cama y se puso las zapatillas saliendo de la habitación hacia la de las niñas.

Entreabrió la puerta y las vio, estaban haciendo un 69 Lola arriba chupaba vorazmente el coñito de Laura que la devolvía la mamada como buenamente podía, sus cuerpos delgados y claros resaltaban contra las sabanas azules con dibujos, los gemidos de las chicas y el sonido de los lametazos que se propinaban parecían restallar en el pequeño cuarto, sus cuerpos se estremecían y arqueaban por el placer que experimentaban.

Pili se apoyó en el marco de la puerta pues la sensación de cachondez aumento de golpe y mientras se apretaba los pezones con la zurda llevó la mano derecha a su braguita empapada, presiono sobre ella con los dedos notando como sus labios vaginales se entreabrían y el tejido entraba en ella empujado por sus dedos, en la cama las chicas alcanzaban el orgasmo, Lola fue la primera en correrse en la boca de Laura, la temblaron las piernas y se estremeció de gusto mientras su hermana no dejaba de lamerla mientras gozaba, Pili aparto a un lado su braguita y se metió dos dedos de golpe agitándolos velozmente dentro y fuera de sí, se rozaba los pechos contra el quicio de la puerta sin dejar de tironearse de los pezones y no dejando de contemplar la escena que se desarrollaba en la cama de las chicas.

Estas seguían en la misma postura y parecían más activas que antes, Laura aparto un momento la boca del coñito de su hermana para decir entre maullidos de placer:

-Asiii Loliii me corroooo, me vieeene el guuustitooooo.

Al oír esto Pili metió dos dedos más en su chochete, dejando solo fuera el pulgar y acelero su paja sin dejar de mirar a las chicas, el cuerpo de Laura pareció botar en la cama mientras se corría entre grititos que proclamaban su placer, mientras la voraz Lola no dejaba de chuparla con su boca bien adherida como una ventosa al coñito de su hermana.

En la puerta, Pili alcanzo su propio orgasmo que resulto tan demoledor que la hizo caer de rodillas entre gemidos, el flujo resbalaba por sus muslos y la había mojado hasta la muñeca, había sido un orgasmo fortísimo y tan intenso que todo su cuerpo temblaba y vibraba de placer.

Curiosamente observo que las chicas parecían haberse reactivado, en lugar de detenerse y relajarse continuaban haciendo el 69 al parecer con más ganas que antes, vio como Laura abría el chochito de Lola y la mordisqueaba ansiosamente el clítoris aun pequeño pero al parecer bastante activo, pues su dueña prácticamente rugía de gusto, mientras intentaba hacer lo mismo con su hermana, al parecer con un resultado igual de bueno.

Pili caída de rodillas en la puerta, se sentía tan caliente como al principio, cerró los ojos y se concentro como hacía años la enseñaron a hacerlo, entonces las vio nítidamente en su cabeza, tan nítidas como si estuviera con los ojos abiertos, su mano se volvió a mover dentro de ella como si tuviera vida propia dándose gusto, se concentro en Laura y vio un primer plano del coñito de Lola, lo veía como debería de verlo ella misma a centímetros de sus ojos, Pili llevo la mano izquierda atrás y de un tirón rompió un tirante de su braguita, se acaricio las nalgas con aquella mano mientras con los ojos cerrados sacaba la lengua.

Pili creía estar lamiendo y mordisqueando el clítoris de Lola, la sensación en su mente era la misma que tenía Laura en primera persona mientras comía el coñito a su hermana, el olor a sexo, el sabor del flujo e incluso el tacto y la humedad parecerían reales en la caliente mente de Pili, sus manos se movían más rápido, con cuatro dedos de la diestra se penetraba el chochete empapado y los agitaba dentro, dos dedos de la mano zurda se empaparon de flujo y comenzaron a insinuarse apretando y entraron en su ano venciendo la resistencia del esfínter, sus pechos se rozaban contra el rugoso gotelé de la pared y la madera del marco.

Mientras disfrutaba, Pili se movía sobre sus dedos, la entrada de estos en su ano la hizo un poco de daño y aprovechando el ramalazo de dolor cambio la concentración de Laura a Lola, vio ante sus ojos el ano de Laura y sintió contra su boca el coñito, notó como la boca se movía y los dientes tironeaban de los labios vaginales, los mordisqueaban y luego hacían lo mismo en el botoncito del clítoris, sentía la boca llena de flujo de Laura, mientras experimentaba en su mente en primera persona como las chicas se comían el coño, saltaba sobre sus manos y dedos, se sentía doblemente penetrada y el gustazo que sentía no era comparable a nada que hubiera sentido jamás, sabía que no podía parar de disfrutar hasta correrse.

Fue cambiando su concentración de Laura a Lola mientras se comían los coñitos, incluso variaba el ritmo y la velocidad en su mente las corregía un poco, cosa que hacían las chicas también sin ser conscientes de ello, pero el placer que sentían todas era demasiado intenso y no tardaron en alcanzar el final esperado, Pili se corrió moviendo vigorosamente los dedos en su interior, sodomizada por sus dedos índice y medio de la mano zurda, al mismo tiempo que con cuatro dedos de la derecha en su interior y el pulgar sobre el clítoris, se agito y encorvó, su cuerpo temblaba mientras descargaba una corrida inmensa entre grititos y gemidos soltando una gran cantidad de fluidos que chorrearon entre sus dedos formando un pequeño charco en el suelo, mientras ella caía semiinconsciente hacia atrás percibió nítidamente el orgasmo de las chicas Laura y Lola que se empapaban las bocas la una a la otra en una espectacular corrida simultanea.

Al día siguiente ella recapacitó sobre lo ocurrido, las chicas no sabían que había pasado y ella no se lo diría por lo menos en un tiempo, ella percibía lo que ellas hacían y suponía que la una a la otra también se “detectarían” pero que harían de aquí en adelante…

La respuesta llegó mucho mas tarde, el tiempo fue pasando y el apetito sexual de las tres hembras aumento exponencialmente, cuando una se excitaba era percibido por las otras que asimismo se calentaban bastante, ni que decir tiene que durante un tiempo las gemelas fueron las chicas más populares de la clase, sobre todo entre los chicos… (Ya me entendéis)

Por su parte Pili y Jesús parecían en celo permanente, adelgazaron y se pusieron en una forma física que nunca habían tenido, su frecuencia sexual había pasado a niveles extraordinarios y nunca pasaron más de dos días sin alguna variante de sexo, incluido el anal y el oral a los que ella siempre se había mostrado reticente, en esa época caminaban abrazados por la calle y todos los vecinos afirmaban que se les veía muy felices.

A veces Pili sentía durante su trabajo en el despacho la excitación, era señal de que sus hijas estaban haciendo algo en el instituto, en esos casos algún compañero de trabajo ó cliente fue el feliz receptor de sus atenciones, otras veces era ella la que se introducía en la mente de ellas pera que se follaran a alguien, hace un año la situación se desmadro bastante por un posible embarazo de una de las chicas, que fue felizmente solucionado y aprovecharon una oportunidad de trabajo para salir de su pequeña ciudad para ir a vivir a la capital, al llegar aquí Pili dijo a sus hijas que se moderaran con sus ligues e intentaran buscar un novio fijo, lo que surgiese debería ser en la intimidad del hogar o como mucho en familia.

Lola fue la primera en buscarse trabajo y novio, Laura tenia trabajo y seguía estudiando, pero como hemos visto en el episodio anterior ha conocido a Paco, ¿Qué ocurrirá con ellos?

CONTINUARA…

Bueno, espero que nadie me acuse de pedofilia, nada más lejos ni de mi intención ni de mis preferencias intimas, solo he intentado describir a dos chicas experimentando, recomiendo que hagáis como yo e imaginéis que las chicas tienen los 18 cumplidos… ¿vale?

En caso contrario y según la ley sois unos guarros y estáis enfermos. Si además os habéis excitado leyendo esta historia, iros urgentemente a una comisaría y auto-denunciaros. En cualquier caso ¡sed felices!

 

Relato erótico: “Leia entre asteroides.” (POR ALEX BLAME)

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herederas3Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

Sin títuloLEIA ENTRE ASTEROIDES

Ayudados por el caballero Jedi Obi Wan Kenobi. Han Solo, Chewbacca y Luke Skywalker logran rescatar a la princesa Leia Organa de las garras de Darth Vader.

Durante la operación, Darth Vader logra derrotar a Obi Wan, que desaparece antes de que el lacayo del Emperador consiga darle la estocada final.

El pequeño grupo rebelde huye en un viejo carguero corelliano aprovechando que el rayo tractor de la estrella de la muerte está temporalmente inutilizado, perseguidos muy de cerca por varios Tie Fighter imperiales…

Mierda de Rancor. Estaba totalmente jodida. Huía en un montón de chatarra de los cazas imperiales en compañía de un zumbado que se creía un caballero Jedi, el contrabandista más cotroso y poco confiable de toda la galaxia y un enorme y peludo Wookiee.

Un nuevo impacto en la cola hizo temblar aquella lata interespacial haciéndola temerse lo peor.

—Princesa, apártese y no moleste demasiado. —dijo Han Solo dirigiéndose a uno de los turboláser mientras indicaba a Luke Skywalker que ocupase el otro.

—De eso nada, —replicó Leía dando un empujón a aquel chico medio tonto— Tu eres piloto, vete a la cabina y sácanos de aquí. Yo necesito matar a alguien.

La sesión de sexo con su padre y la destrucción del planeta Alderaan la habían puesto de un pésimo humor. Tenía ganas de matar a alguien. Habían logrado escapar por los pelos de las garras de Darth Vader, pero cada vez estaba más convencida de que albergaba una nueva vida en su seno. Llevaba la semilla de su padre en sus entrañas.

Se sentía perdida. Como princesa no podía presentarse ante la causa rebelde como la mujer que llevaba la semilla del mal en su cuerpo. Pero no pensaba renunciar a su hijo así que tenía que conseguir un padre para él antes de que su embarazo se hiciese patente. Y la perspectiva no era muy halagüeña. Si sobrevivían lo suficiente para no ser desintegrados, tendría que elegir entre un yogurín con ínfulas y un gilipollas al que media galaxia quería ver muerto. El único que parecía tener algo de sesera era Chewbacca, lástima que los Wookiees estuviesen totalmente descartados.

—Espero que tengas tanta puntería como mal genio, princesa. Necesitamos quitarnos a esos hijos de puta de encima. —dijo Solo sentándose y activando el armamento.

El láser era un viejo modelo KTTO de doble tubo y mira GH. Lo activó y se puso los auriculares para poder escuchar al otro artillero. Antes de que estuviese en posición, dos Tie Fighters pasaron aullando peligrosamente cerca mientras dejaban un nuevo rastro de explosiones en el maltrecho escudo de energía de la nave.

—Ya puedes darte prisa encanto si no quieres que acabemos como pedacitos de escoria estelar. —oyó decir a Han en el auricular.

—¿Por qué no te callas y disparas a esos dos que se te acercan por la izquierda?

—¡Mierda! Se me han escapado y vuelven a la carga por tu lado. Dales duro, cielo.

—Como vuelvas a llamarme cielo, babosa de azufre, te arranco la cabeza. —dijo Leia dejándose llevar por la intuición y apretando el gatillo.

El doble cañón laser escupió una ráfaga que acertó a uno de los cazas imperiales en pleno centro. La explosión fue tan brusca y cercana que Leia tuvo que cerrar los ojos para no quedar deslumbrada. Un instante después llevada por un nuevo impulso abrió los ojos y apretó de nuevo el gatillo arrancando de cuajo una de las alas de otro Tie Fighter que se alejó dando tumbos sin control hasta estrellarse con un pequeño asteroide unos par de segundos luz más allá.

—Joder con la princesita. No sé si te rescatamos a ti de las tropas imperiales o le hemos salvado a esos pobres de una muerte segura. —dijo Solo soltando un grito de triunfo.

En ese momento pasó un nuevo caza por su lado y evitando de nuevo los disparos del contrabandista, volvió a realizar dos nuevos disparos que alcanzaron la nave.

—¿Podrías dejar de hacer el payaso y cargarte el caza que queda? ¿O voy a tener que hacerlo yo todo?

El tiempo se les acababa. Si no se libraban del caza restante, el sacrificio del viejo encapuchado no serviría de nada. Afortunadamente, cuando estaba a punto de sacar a patadas de su puesto a aquel jodido inútil, Han Solo estornudó en el momento en que disparaba una nueva ráfaga, consiguiendo un tiro perfecto y haciendo volar el último Tie Fighter en pedazos.

—¡Has visto, nena! ¡Un tiro perfecto! Sí señor.

Leia bufó por toda respuesta y se dirigió hacia la cabina para ver cómo le iba a los otros dos idiotas.

—¿Cómo va eso? ¿Cuándo alcanzaremos la velocidad de la luz? —preguntó.

—Cuando Chewbacca consiga arreglar los impulsores. —dijo Luke dejando que Solo tomase los mandos— Este trasto es un montón de chatarra.

—Y mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿Esperamos a que uno de esos destructores imperiales nos alcance y nos convierta en un montón de carbón intergaláctico?

—No, nos esconderemos. —dijo Han con una sonrisa.

—¿Qué demonios dices? ¿Dónde… —un frío sudor corrió por la espalda de la princesa al darse la vuelta y ver por las pantallas el campo de asteroides.

—Sí, cariño vamos allá —dijo Solo ignorando el grito de angustia del wookiee que trasteaba todo lo rápido que podía con los impulsores.

Nada más entrar en el campo de asteroides supo que no sobrevivirían. Aquel inútil en vez de evitar los asteroides parecía que quería jugar al billar con ellos. Afortunadamente Luke le apartó de los mandos y demostró lo que el Halcón Milenario era capaz de hacer.

El instinto de aquel chico era impecable. A pesar de evitar los pedazos de roca y algún que otro tiro lejano de un destructor, que era lo suficientemente estúpido para seguirlos por aquel laberinto, el chico parecía estar divirtiéndose. Han permanecía con de brazos cruzados observando con aire de entendido cómo su nave pasaba limpiamente entre los apretujados asteroides sin llegar a rozarlos.

Leia aprovechó la concentración de ambos para compararlos. Era evidente que Han Solo era un perfecto idiota, pero esa era su principal atracción; estaba segura de que no le costaría hacerle creer a aquel pánfilo que el niño era suyo. Además tenía que reconocer que ese pelo castaño y esa sonrisa de gañan le atraían irremediablemente.

Luke sin embargo, a pesar de ser evidente que estaba un poco pa allá con el rollo ese de los caballeros Jedis y esos cuentos de vieja sobre la Fuerza, parecía bastante más espabilado y más capaz de liderar la causa rebelde a su lado. Además sus increíbles dotes como piloto y esas miradas tímidas pero cargadas de deseo que le lanzaba eran la mar de excitantes.

—Ese destructor imperial se acerca. Creo que va a conseguir alcanzarnos. —dijo Luke.

—Esos gilipollas se están arriesgando a perder una nave como esa por alcanzarnos… Debemos gustarles un montón. —dijo el bocazas de Han.

En ese momento vio a su derecha un gran asteroide con un agujero en el que cabía la nave. Solo hizo falta señalárselo a Luke para que este diese un largo rodeo detrás de otros dos planetoides para salir del campo visual del destructor y maniobrando con elegancia girar la nave ciento ochenta grados y meterse en el oscuro agujero.

El Halcón Milenario aterrizó suavemente en el fondo del orificio. Tanto el wookiee como Han Solo y los dos androides salieron de la nave para terminar de reparar los impulsores mientras Luke y Leia se quedaban descansando.

Leia vio la oportunidad y se acercó a Luke acariciando su pelo rubio.

—Has estado muy bien. Eres un piloto extraordinario. —dijo Leia acercándose aun más para que Luke pudiese oler el aroma de su cuerpo.

—Yo… esto… no es nada… un caballero Jedi no…

La timidez que mostraba el joven la estaba poniendo aun más caliente. Acariciando la mejilla del joven, acercó su cabeza e interrumpió sus balbuceos con un beso. El chico, al principio se quedó como helado, pero cuando la princesa introdujo la lengua entre sus labios inundándole con su sabor reaccionó devolviéndole el beso con ansia.

Por la torpeza de sus besos era evidente que aquel chico nunca había estado con una mujer, eso la excitó aun más. Tomando la iniciativa, Leia deshizo el beso y empujando al joven contra el casco de la nave se arrodilló frente a él.

Con una sonrisa traviesa, acarició el interior del los muslos a la vez que dejaba caer una de las mangas de su vestido enseñándole una buena porción de su escote. Luke se quedó quieto dejando que ella le acariciase el miembro a través del tejido de los pantalones, mirando hipnotizado el cremoso escote de aquella desconocida.

—¡Joder! —dijo Leía en un susurro al ver crecer una mancha de humedad en la entrepierna de Luke.

—Lo siento… —fue todo lo que acertó a decir el chico con el rostro rojo como la grana.

—No importa. —dijo ella sacando el miembro de Luke aun goteando semen.

Observó aquel miembro un instante mientras lo sostenía entre sus manos. Tenía algo en su forma y tamaño que le resultaba vagamente familiar. Le hubiese gustado escarbar un poco más en su mente, pero el miembro de Luke estaba empezando a menguar. Fingiendo acariciarla quitó los restos de semen de su superficie y se la metió en la boca.

Aquella mujer era una diosa. A pesar de que aparentaba tener la misma edad que él, parecía mucho más experimentada. Los labios de la princesa se cerraban en torno a su miembro mientras su lengua jugaba con su glande y su boca chupaba haciendo que la polla creciese y palpitase amenazando con volver a reventar de un momento a otro.

No sabía si era la Fuerza, pero con un par de chupadas el miembro del chico volvía a estar como una piedra. Cuando se dio cuenta, Luke le estaba agarrándola por las trenzas e hincándole profundamente el miembro en su garganta.

Con un empujón apartó la cabeza. El miembro de Luke brillaba cubierto de una espesa capa de su saliva. Con una mueca lasciva acercó la lengua a la punta del miembro y cogiendo un hilo de saliva jugueteó con él dejando finalmente que cayese entre sus pechos.

Luke soltó un gemido y le arrancó el tenue vestido de un tirón. El cuerpo de la mujer era tan atractivo y rotundo que tuvo que contenerse para no empujarla contra la pared y follarla sin contemplaciones.

Leía estaba tan caliente que lo único que deseaba es que aquel parado la empujase contra la pared y la follase sin contemplaciones. Reprimiendo un gesto de contrariedad se levantó y poniendo la cara más sucia posible se acarició las caderas y se sobó los pechos, pellizcándose los pezones hasta que se pusieron duros mientras le indicaba que se desnudase.

Luke notaba como sus huevos hormigueaban de deseo al ver como Leia se acariciaba de forma impúdica su cuerpo desnudo… Pero, ¿Era verdaderamente aquel el camino de un Jedi?

Leía no le dejó terminar el hilo de sus pensamientos. Acercándose a él le abrazó pegando su pubis contra la polla erecta y caliente de Luke.

Por fin aquel paleto campesino de Tatooine reaccionó y levantándola en volandas la penetró. La polla de Luke llenó su sexo embargándola con un placer indescriptible. Agarrándose a su cuello comenzó a balancear sus caderas mientras el joven hundía la cara entre sus pechos lamiendo y mordisqueando su piel.

El coño de la princesa era cálido y estrecho y todo su cuerpo vibraba y se estremecía con sus empeñones. Deseando tomar el control, Luke se separó y empujó a la joven contra la mesa de ajedrez galáctico.

Leia solo tuvo tiempo de apoyar las manos contra la mesa antes de sentir el miembro de Luke resbalando en su interior y colmándola con su calor. Con un grito de salvaje alegría dejó que el hombre la follara con una fuerza que amenazaba con arrancar de cuajo la vieja mesa.

Cuando se dio cuenta tenía todos los músculos de su cuerpo contraídos y cubiertos de sudor. El joven aprendía rápido y cuando Leia estaba a punto de correrse se separó. La princesa gruñó frustrada y le pidió entre gemidos y jadeos que continuase.

Luke, sin embargo, se dedicó a admirar aquel cuerpo esbelto y jadeante brillando de sudor a la luz de los fluorescentes. Hipnotizado por el espectáculo, acarició el cuerpo de la joven, besando y lamiendo aquí y allá, impregnándose de su potente sabor.

Dándola la vuelta la sentó sobre la mesa y enterró la boca entre sus muslos. Leía pegó un grito y encogió todo su cuerpo estremecida por el intenso placer antes de que Luke con la boca saturada con el sabor de su sexo y su sudor, le separase las piernas para volver a penetrarla.

Leia pegó un largo gemido acompañando la entrada de aquel poderoso miembro en su seno. Era una lástima que el hijo no fuese suyo… Un nuevo empujón le obligó a dejar de lado cualquier pensamiento que no fuese la pura lujuria. Mirándole a los ojos siguió gimiendo cada vez con más desesperación hasta que una avalancha de sensaciones la derribó. Su cuerpo se descontroló impidiéndole hasta la respiración durante un instante.

—¡Vamos! ¡Fóllame fuerte cabrón! —exclamó presa de un indescriptible placer— ¡Córrete dentro de mí! ¡Hazme tu…

—¡Joder! ¡Basta ya! ¡Mecagüen el lado oscuro! —dijo Obi Wan apareciendo como por ensalmo en el momento que Luke estaba a punto de correrse.

Los dos jóvenes exclamaron sorprendidos. Luke se separó trastabillando y cayendo de culo sobre el suelo de la nave.

—He sentido una fuerte conmoción en la fuerza y he aparecido creyendo que estabas en peligro y te encuentro follando con… tu hermana.

—¿Qué coños dice este viejo? —dijo Leia tapando su cuerpo desnudo con los restos de su vestido.

—Obi Wan me estás diciendo que…

—En efecto le interrumpió el anciano Jedi. Tu y Leia fuisteis separados al nacer por vuestra seguridad ya que la fuerza era intensa en vosotros.

—Joder que puta mala suerte. —pensó Leia—Follarse a su hermano, después de follarse a su padre, no era lo que necesitaba una princesa para parecer honorable. Ahora qué coño iba a hacer. Después de aquel viaje iba a necesitar una buena temporada en un centro psiquiátrico.

Un par de ligeros temblores y ver a Han Solo corriendo precipitadamente camino de la cabina de mandos, hizo que todos sus pensamientos se esfumasen.

—Señores más vale que se ajusten los cinturones, tenemos un problemilla sin importancia. —dijo Solo en el instante en que aceleraba el vetusto trasto para salir del agujero.

Se sentaron todos rápidamente en sus puestos. Solo Obi Wan se quedó de pie al lado de Leia.

—Es conveniente para el equilibrio mental del joven Skywalker que no sepa por ti la identidad de sus progenitores. En este momento tan delicado podría dejarse llevar por el lado oscuro. —susurró el caballero Jedi— Y por el amor de la Fuerza, no vuelvas a tocarle. —añadió desapareciendo en el aire.

Los gritos de Solo y el Wookiee le devolvieron a la realidad. Parecía ser que el escondite era la madriguera de un hambriento gusano espacial. Luke se estremeció y prometió no volver a entrar en ningún agujero si se libraba de esa.

Mientras tanto, Leia no paraba de pensar en qué demonios iba a hacer con el niño que crecía día a día en sus entrañas. Cada vez le quedaba menos tiempo y menos opciones.

Continuará…

 

Relato erótico: La señora. Lunes al medio día (POR RUN214)

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no son dos sino tres2EPISODIO  VIII
 
LUNES MEDIODÍA. VIEJAS DEUDAS
 
Sin-t-C3-ADtulo35

Había pasado toda la mañana y Garse se decidió por fin a entrar en el dormitorio de su hermana sigilosamente. Ella estaba de espaldas ordenando algo de ropa sobre la cama. Se había convertido en una mujercita muy hermosa. Sus caderas sus piernas y su busto ya tenían formas de mujer. En cuanto ella se giró descubrió a su hermano tras ella, sonriéndola. Correspondió con otra sonrisa y abrió los brazos.

-Hermano. ¡Cuanto tiempo!
Garse se acercó para abrazarla. Un buen método para poder examinar las anchuras de su hermana. Avanzó unos pasos. En el último instante, justo cuando estaba a punto de abrazarla, se agachó, puso una rodilla en el suelo, agarró de los costados de su falda y tiró con todas sus fuerzas hacia abajo.
 Las costuras se desgarraron y algunos botones salieron despedidos. La prenda quedó por completo en sus tobillos. Sus bragas, que habían sido arrastradas junto con la falda, quedaron a la altura de las rodillas.
 Garse pudo apreciar perfectamente su coñete. El fino vello que cubría sus labios, la blancura de su piel en la zona más íntima. La anchura de su cadera. Maravilloso.
 Las manos de su hermana tapando su sexo y un chillido ensordecedor le dejaron ciego de su espectáculo y sordo de un oído. Se levantó volviendo a quedar cara a cara frente a ella.
 En otras circunstancias se abría preocupado de que alguien oyera los gritos de su hermana pero hoy no. Sabía que sus padres se habían ido de casa por la mañana, nada más pisar el suelo, para no volver jamás. Su abuela se lo había asegurado, le había dicho que se desharía de sus padres en cuanto les viera. Había sido un acierto hacer de ella su aliada. Su abuela había comprendido lo injusto de su situación cuando oyó su explicación con detenimiento. Él era una víctima de las circunstancias rodeado de una familia de ingratos y degenerados.
 Por fin se había hecho justicia con él. Y por una vez había recibido un golpe de suerte. Ayer solo disponía del coño revenido de su abuela para poder aliviarse, en cambio hoy tenía también el de su hermana. Dos coños como dos soles. La vida era bella por una vez.
 Su hermana estaba de mil colores.
-Pero… pero… ¿que coño haces? ¡Estúpido!
No contestó. En lugar de eso la cogió por el pecho con ambas manos y desgarró la parte superior del traje haciendo que los botones saltaran como disparos.
 Unas tetas como manzanas aparecieron de un bote. Antes de que su hermana pudiera reaccionar tiró de la prenda hacia abajo y se la sacó de los brazos. La dejó completamente desnuda.
 Berta intentó tapar su desnudez pero, o le faltaban manos o le sobraban partes que tapar. Estaba colorada, furiosa.
-¿Tú eres tonto o que te pasa? ¡IMBÉCIL!
Garse no se molestó en contestar. Simplemente dio un empujón a su hermana que tropezó con las faldas enredadas en sus tobillos y cayó estrepitosamente de espaldas sobre la cama. Las bragas salieron despedidas y quedó despatarrada con los brazos extendidos. Garse la miró obnubilado. Era preciosa. Sus tetas, futuros melones, estaban coronados por unos pezones que pronto él iba a probar y sus piernas se unían en un coñete espectacular. No, hoy no le iba a follar el culo. Ese coñete tenía prioridad absoluta.
 Berta se incorporó y se cubrió como pudo sus pechos. Miró a su hermano que ya se había bajado los pantalones y los calzoncillos. Tenía la polla al aire y estaba dura. Muy dura.
 Garse disfrutaba con la cara de sorpresa de su hermana que no paraba de mirarle la polla. Hoy su hermana iba a aprender para qué servía ese instrumento. Iba saber lo que es follar. Se acercó a la cama y esperó a que le mirase a la cara. Disfrutaba con su sufrimiento.
 Cuando Berta le miró a los ojos soltó tal risotada que casi se le salen los mocos.
 

-Pero… pero… ¿De verdad quieres follarme con esa mierda de pito?

Quedó descolocado, miró de nuevo a su polla para asegurarse que ambos estaban mirando lo mismo. Pero ¿qué decía esta gilipollas? ¿No se da cuenta de que se la voy a meter por el coño? No sabe que le voy a follar su coño virgen ¿o qué?
-Menuda mierda de flauta. La última polla que me folló era así de grande y a sí de gorda. Y fue hace poco, por cierto.
El tamaño que su hermana describía era 2 veces el suyo. Le estaba tomando el pelo la muy idiota. Esas pollas no existen.
-Que te jodan. Te vas a hartar de polla hermanita. Vas a saber lo que es una buena follada.
Berta se tumbó hacia atrás, abrió las piernas tanto como pudo y pasó sus manos detrás de la cabeza sonriendo. Garse casi se muere de la impresión. Su hermana había destapado sus tetas que le miraban diciendo “cómeme”. Además tenía las piernas abiertas para dejarse follar por él sin oponer resistencia. De puta madre. Puso una rodilla en la cama.
-Ya me ha advertido papá de que intentarías violarme a traición antes de irse hace un momento.
-¿Hace un momento?
A Garse se le subió un huevo.
-Me ha dicho que volvería para la hora de comer y que si me tocabas un pelo te iba a apretar… no se qué.
Garse tragó saliva y miró de nuevo a su hermana que aguardaba frente a él despatarrada. Tenía la almeja abierta por la que asomaba una zona rosada entre sus labios a escasos centímetros de su polla tiesa. Hasta podía tocarle una teta si alargaba el brazo.
 Retrocedió y se bajó de la cama dubitativo. Empezaban a dolerle los huevos como si se los estuviesen estrujando a mala hostia. Su hermana se sentó en el borde de la cama y le miró divertida.
-Me ha dicho que si entrabas a mi cuarto le contara…
-¡No tienes que contar nada! –gritó como un chiquillo.
-Has intentado violarme.
-¡Eso es mentira! No te he tocado. No te creerá.
-Si que lo hará, y le diré que te he visto ese arañazo que tienes en la ingle.
Garse se tapó instintivamente la marca. ¿De donde cojones había salido ese rasguño? Ya no estaba en erección y empezaba a tener miedo.
 Berta se levantó y avanzó hacia él. No se molestó en cubrirse pese a que seguía completamente desnuda. Ninguna prenda cubría su cuerpo. Su hermano se había encargado de ello al arrancarle toda la ropa a tirones. Toda excepto los botines. Craso error.
 La patada que recibió en los huevos le levantó varios centímetros del suelo. Cayó de rodillas, con las manos entre las piernas y sin aire en los pulmones. Estiraba su cuello hacia delante con la cara colorada, los ojos abiertos como platos y la boca intentando pronunciar una “U” como si fuera un lobo aullando. Tenía una voz aflautada como la de un chiquillo.
-Hija puta.
Sus ojos quedaron a la altura del coñete peludín. Podía verlo con total claridad. Un fino vello cubría sus labios delicados y tiernos. Era lo más bonito que había visto nunca. Las piernas torneadas de su hermana también eran perfectas, vio como se elevaba una de ellas antes de que una patada voladora impactara contra su cara.
 La cabeza golpeó contra el suelo con los cordones de un botín marcados en el moflete derecho y aun con las manos entre las piernas. La oreja le ardía y no oía por ese oído. La cabrona de su hermana le había metido una hostia que le había partido el labio que no tardaría en hincharse.
 Si cerraba un ojo lo veía todo borroso. Si cerraba el otro lo veía rojo. A duras penas pudo ver a Berta volverse de espaldas e ir hacia la pared. Tenía un trasero hermoso, soberbio, tanto o más que lo que se había imaginado. Cuando se agachó, sus labios vaginales aparecieron entre las nalgas. Sobre ellos se podía distinguir un agujerito escoltado de fino vello. Precioso, colosal, sublime. Garse disfrutaría de una erección si no fuera por que era más que probable que tuviera un desgarro escrotal de pronóstico reservado con daños severos en su bolsa testicular. El dolor era insoportable.
 Cuando su hermana se volvió traía en la mano… ¿un bastón? Garse apenas podía gemir.
-¿Qué vaf a hafer con efo?… ¡puta!
– · –
Janacec, el ladino asesor y falso amigo de Eduard, disponía de un ático en el centro de la capital que utilizaba para esporádicos encuentros y escarceos extramatrimoniales. Estaba desnudo, tumbado boca abajo sobre la alfombra con el cuerpo empapado en sudor lanzando leves gemiditos.
 Tras él había un hombre arrodillado entre sus piernas abiertas.
-Ya es suficiente. –Susurraba. Tenía muchas partes del cuerpo entumecidas además del ano.
-Solo un poco más. –Contestó el hombre tras sus piernas.
-Te digo que así está bien.
El hombre asintió y se puso de pie. Era un hombretón de aspecto feroz con una camisa arremangada hasta los codos. Le propinó una patada en las costillas.
 Janacec lanzó otro gemido acompañado de sangre. Lo escupió sobre su carísima alfombra. Tenía tanta sangre que iba a necesitar llevarla al tinte o al matadero.
-Por favor Eduard, te digo que ya es suficiente, te he contado todo lo que sé.
Tenía varias costillas rotas así como diversos cortes y contusiones por todo el cuerpo. Brazos, piernas, rostro, sus magulladuras se contaban por docenas. Una botella estaba metida por el culo.
 Eduard Brucel metió la mano entre sus partes y le acarició las pelotas unos instantes. Jannacec arrugó la cara. De nuevo la misma tortura. No tuvo fuerzas ni para gemir cuando su acompañante volvió a estrujarle los huevos.
–Por favor, te aseguro que he dicho todo lo que sé.
–Lo sé, lo sé. –Le consoló. -Solamente estoy disfrutando con tu dolor igual que tú disfrutaste con el mío. ¿Te gusta disfrutar con el dolor de los demás, cabrón?
Janacec lloraba. Aquel suplicio no acababa nunca. El tiempo pasa muy despacio cuando lo estás pasando mal. Janacec lo estaba pasando muy mal, rematadamente mal.
 Habían pasado horas desde que Eduard llegó a su ático en busca de respuestas. Y las encontró. Vaya si las encontró. Respuestas, culpables, preguntas, documentos, más respuestas. Allí lo encontró todo.
– · –

Garse se despertó sobre su cama. Tenía más sueño que un cesto lleno de gatitos. Le dolía la cabeza y le pitaba un oído. Tenía el labio hinchado. Se pasó la lengua por los dientes. Gracias a dios los conservaba todos. Esa vacaburra casi le arranca la cabeza de una patada.

 Intentó tocarse la cara pero tenía las muñecas atadas. Parpadeó y levanto la cabeza. ¿Dónde cojones estaba? Esa no era su cama y tampoco estaba en su cuarto.
 Seguía en el dormitorio de su hermana. Tumbado boca abajo sobre la cama en sentido transversal de tal forma que su cabeza colgaba por un lateral de la cama. Sus pies pisaban en el suelo pero estaban atados por los tobillos a las patas de la cama.
 Descubrió a su hermana junto a la mesilla. Seguía desnuda pero llevaba una especie de cinturón sobre su cadera. En la parte frontal, donde debería estar su chochete aparecía un falo como si fuera una polla. ¿Qué cojones estaba haciendo esa puta desviada?
 Berta se acariciaba el falo lentamente como si estuviese masturbando una polla. Cuando se percató de que su hermano volvía a estar consciente se colocó frente a él con el falo a la altura de su cara. Le cogió de la barbilla y le levantó la cabeza.
-Hola bella durmiente ¿Te gusta lo que ves?
Delante de su nariz tenía el falo, más arriba continuaba el cuerpo de su hermana al final del cual estaba su cara de princesa.
-B…Bueno, ya que lo preguntas tienes unas tetas muy bonitas.
-Me refiero a mi polla.
-N…No me gustan las pollas.
-Esta te gustará. Anda, chúpamela.
-¡Ni hablar! Que asco, joder. A saber donde habrá estado metido eso.
Su hermana sonrió y le acarició el pelo.
-Te puedo decir donde va a meterse ahora. Abre la boca.
 

Lo tenía claro si pensaba que iba a chupar ese mango.

-Tendrás que romperme los dientes, yo no chupo pollas. –Berta no se inmutó.
-¿Alguna vez te han dado por el culo con una polla sin lubricar?
A Garse se le escapó un pedo. Estaba completamente desnudo, con las piernas abiertas y el culo en pompa. ¿Esa enferma de mierda quería perforarle el ojete?
-Más vale que le untes bien de saliva porque si no te va a doler… mucho.
-¡Que te jodan! Puta.
Berta rodeó la cama lentamente hasta colocarse tras él. Colocó sus manos sobre las caderas de su hermano y pegó el falo a su culo. Le acarició las nalgas con cariño al mismo tiempo que el falo de deslizaba sobre su ano en toda su longitud. Arriba y abajo.
-Por favor hermana, espera.
-Me han dicho que te gusta mucho meterla por el culo.
-¿Qué? n…no, eso no es verdad, espera.
-Voy a darte una buena follada de culo. Te gustará.
Estaba loca de remate. ¿Pero es que no hay nadie cuerdo en esta familia? Joder, todo lo malo siempre le toca a él. Pandilla de hijos de puta.
 Berta colocó la punta en la entrada de su ano y apretó con fuerza. Apenas entró.
-Joddddd…er, que daño. Espera, por favor.
-Seguro que a la próxima entra hasta adentro.
-Noooo, espera. Por favor, espera. Vale, la chuparé.
-Ya no quiero que me la chupes.
Empujó de nuevo su cadera contra el culo de Garse. El falo entró algo más. El rozamiento le producía un dolor insufrible.
-Ññññññ, déjame chuparla, por favor, te lo suplico. –Garse lloraba.
-Está bien. Tú ganas, te dejo chupármela, haces de mí lo que quieres, truhán.
-Gracias, gracias hermanita, gracias. –Gimoteó como un niño.
Se colocó frente a su hermano y le metió su polla en la boca. Sabía a demonios pero Garse la chupó y lamió como si su culo dependiera de ello. Y de hecho lo hacía, en sentido literal. Solo abría la boca para agradecerle a su hermana la oportunidad de dejarle rectificar.
 Berta había cogido a Garse por las orejas y empujaba su cabeza contra su polla. Movía las caderas rítmicamente como si le estuviera follando la boca. De alguna manera, se sentía poderosa. No estaba mal.
-Va a ser cierto lo que dice papá. Cuanto más daño hagas a alguien más agradecido te estará.
-¿Como?
-Nada. Ya está bien lubricada, ahora prepárate para disfrutar… Putita.
Se colocó de nuevo tras él y le pasó el dedo por la raja del culo, desde las pelotas hasta el ano. Garse temblaba como una hoja. Berta introdujo la primera falange del dedo en el ano de su hermano que se mordía los labios de angustia. Cuando lo introdujo por completo empezó a sacarlo y meterlo suavemente. Menos mal, esa puta desviada había terminado por conformarse con follarle con el dedo.
-Uf, que mala pinta. Lo siento doctor pero tenemos que operar.
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Hay que abrir.
-¿Abrir? ¿Abrir el qué? ¿De que hablas, ¡puta loca!?
Berta sacó el dedo y en su lugar coloco su polla. Apretó hasta que la puntita entró. Después comenzó un suave movimiento pélvico para introducir el falo poco a poco, sin anestesia pero sin dolor. Al cabo de unos pocos empujones la polla de Berta estaba dentro y Garse gimoteaba como un nene con el culo abierto por la polla de su hermana. Se lo estaba follando. A su hermano. Desde atrás. Le estaba dando por el culo.
 Si el abuelo estuviera aquí, pensaba Garse, se iba a enterar esta cacho puta de lo que es una polla. El abuelo se la follaría. Solo es una mujer, un coño. Nos la follaríamos los 2, yo por detrás y él por delante. Tendría que ser yo quien se la meta a ella, joder.
 La puerta se abrió a sus espaldas, ninguno de los 2 la oyó y una figura oscura se coló en la habitación.
– · –
 

Eduard brucell se refrescó antes de salir de aquel apartamento. Su frente estaba surcada de arrugas. A lo largo de su vida hubo multitud de veces en las que dudó entre hacer algo que está bien y algo que no lo está. La decisión correcta siempre era inequívoca: Un hombre ha de hacer lo que debe hacer.

 Eso nunca le hizo feliz ni consiguió que se sintiera bien pero al menos quedaba en paz consigo mismo.
– · –
La escena era de lo más dantesca. Garse desnudo y atado sobre la cama con las piernas abiertas. Berta, tras él y completamente desnuda también, en botines y con un extraño cinturón como únicas prendas. Tenía agarrado a su hermano por las caderas con un objeto metido en su ano.
-Dile que pare, dile que pare. –Gritaba Garse.
-Quería violarme.
-No es verdad.
-Sí lo es. –Replicó Berta. -Este hijo de cabra intentó follarme.
-No la he tocado. Dile que me suelte, por favor. Me hace daño.
Bethelyn miraba a sus hijos y sus hijos le miraban a ella. Le habló a Garse.
-¿Tanto como el que tú me hiciste a mi cuando me violabas? Maldito demonio.
Garse se encogió y Bethelyn habló de nuevo pero esta vez a su hija.
-Que sepa lo que es que le metan una polla por el culo contra su voluntad.
Berta obedeció ipso facto y reanudó de nuevo su tarea. Ya conocía lo que le había hecho a su madre. Se sentía útil.
-¿Te acuerdas cuando me violabas? Cerdo. ¿Te gusta que te violen a ti?
Garse no contestaba. Tarde o temprano ese suplicio terminaría, su abuelo volvería a casa y ese par de putas se iban a enterar.
-¿Sabes lo que me he visto obligada a hacer por tu culpa?
-La culpa es tuya. Te tirabas al jardinero.
-Pagué por ello. Con creces.
-Papá casi me revienta los huevos cuando te chivaste, ¡jódete!
-¡Y yo tuve que lamerle el coño a otra mujer para que me perdonara!
-¿¡Que le has lamido el coño a una mujer!?
La pregunta la formularon a la vez sus 2 hijos. Berta, que había interrumpido su metesaca, la miraba incrédula. Garse en cambio se mojó los labios y dirigió la mirada instintivamente a la entrepierna de su madre que pudo sentir como la desnudaba con la mirada. Estaba babeando. Si pensaba que su hijo iba a mostrar algún arrepentimiento o sentirse culpable por ello estaba muy equivocada.
-¿A que mujer? –Preguntó Berta.
-Eso, eso. ¿A que mujer? –Repitió Garse.

Bethelyn se pasó la mano por la frente y se masajeó las sienes. Se había pasado de bocazas.

-Eso no viene al caso. Lo que importa es que me he tenido que humillar por tu culpa.
-Estoy dispuesto a lamerte como compensación. –Dijo con sorna.
-Eso te gustaría ¿No, cabrón?
Su hijo no contestó. La miraba de arriba abajo imaginándola desnuda con su cara entre las piernas de otra mujer. Aun en su penosa situación no podía evitar querer follársela y lamerla. Se la comía con los ojos.
 Bethelyn estaba roja de vergüenza y rabia, con los puños apretados y las miradas de sus hijos clavadas en ella. Para sorpresa de todos se deshizo de la falda y se bajó las bragas quedando desnuda de cintura para abajo. Con su coño negro a poca distancia de la cara de su hijo. Esto se ponía interesante. Una disimulada sonrisa cruzó el rostro de Garse.
-Te gustaría lamerme ¿no? Pues te vas a hartar.
Se giró poniéndose de espaldas a él y se dobló por la cintura.
Su madre tenía un trasero hermoso. Entre las piernas asomaba su almeja con unos labios gruesos. Negra, atrayente. Encima, justo delante de su cara había un agujero negro rodeado de pelos ¿Qué cojones quería su madre, tirarle un pedo en la cara?
-Querías mi culo, cabrón. Pues lámelo.
 

¿De que hablaba esta mujer? No le iba a lamer el culo ni por asomo. Los culos de las mujeres se pueden follar o meter el dedo mientras se les folla el coño pero ¿lamerlos? Que asco, y menos con todo pringado de esa cosa blanca. Un momento, ¿Qué cojones era esa cosa blanca?

-No tienes ni idea de todo lo que me he visto obligada a hacer para poder conseguir un miserable carromato que nos trajera hasta aquí.
-¿De que hablas?
-¿Sabes cuantos asquerosos y sucios hombres han pasado por mí desde que te fuiste?
Garse tragó saliva, cerró la boca y reprimió una arcada. Ya sabía lo que era la cosa blanca.
-Hemos venido desde nuestra casa en el carromato del porquerizo. ¿Te acuerdas de él?
-Joder, ¿ese hombre te ha…? que asco me das. ¡Aparta tu culo, zorrón!
-Lame su semen.
-Ni hablar.
Garse se retiró hacía atrás lo que pudo pero su hermana le frenó con un empujón de cadera metiéndole su polla de madera.
-Quieta cordera, quieeeta ¿A dónde crees que vas, putita? Mamá te ha dicho que lamas. Lame.
-N…No pienso hacerlo. Los hombres no lamen el semen de otros hombres. Y menos del culo de una mujer. Soltadme ya, hostia.
Berta sabía lo que su madre había tenido que hacer para conseguir aquel medio de transporte porque estuvo presente cuando aquel sucio y maloliente individuo se aprovechó de su penosa situación. No le gustó ver a su madre rebajada de esa manera. No le gustó nada. Todos los hombres son unos cerdos.
 Pasó las manos por la espalda de su hermano y las deslizó hasta sus pezones. Jugó con ellos utilizando las yemas de sus dedos para acabar pellizcándolos con fuerza. Garse chilló como una nenaza que ve aparecer un ratón bajo sus faldas.
-iiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
-Lame, putita.
-Noooo, ni hablar. Me da asco. Es una cerdada. Estáis enfermas.
Berta retorció los pezones de su hermano como si se los quisiera arrancar y le clavó su polla de un empujón tan profundamente que su pelvis se pegó a las nalgas de su hermano. Garse abrió la boca en un quejido sordo, con los ojos a punto de salirse de las cuencas. Su cara golpeó contra el culo de su madre.
-Y ahora lame, putita. Lame hasta que te duela la lengua. Ahora ya sabes lo que tu madre ha tenido que hacer para que podamos llegar hasta aquí.
Las lágrimas de Garse se mezclaban con sus mocos mientras pasaba la lengua una y otra vez por el ano de su madre. Aquello olía a demonios. El sabor terroso del semen ya era desagradable por si mismo. Saber que era del porquerizo lo hacía aun más deplorable. Tras él, Berta se mordía el labio inferior mientras le sujetaba por las caderas y continuaba follándole el culo con insistencia.
-Sigue putita, sigue. Lo haces muy bien.
Bethelyn aguardaba en silencio con la cadera flexionada y las piernas abiertas mientras su hijo le lamía el culo. No lo estaba pasando bien, no disfrutaba con ello. Era una posición ridícula y humillante pero había pasado por situaciones más bochornosas por culpa de su hijo. Ese demonio encebollado era la viva imagen de su verdadero padre, su suegro. El hombre más degenerado, misógino y pendenciero que había conocido.
 La visión de su hija no era menos ridícula. Desnuda, con una polla de madera atada a su cintura y porculizando a su hermano.
 Estiró el cuerpo y se puso firme apartándose de su hijo. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. Garse se quedó con el rictus contraído por el asco y con la lengua fuera que no se atrevía a meter en la boca.
 Berta dejó de follar a su hermano y miró a su madre preocupada.
-¿Qué te pasa mamá?
-Nada.
-¿Quieres que cambiemos de posición?
-Joder, ya era hora. ¿Dónde me toca a mí? –Intervino Grase.
Ninguna de las 2 le prestó atención. Berta sacó su polla del culo de Garse, rodeó la cama y abrazó a su madre. Garse vio con asombro como las tetas de su hermana se pegaban contra el cuerpo de su madre mientras su polla de madera se colaba entre las piernas de su progenitora, rozando los labios de su coño. La imagen no podía ser más turbadora y fatal en estos momentos. Apartó la mirada rápidamente y cerró los ojos intentando borrarla de su memoria. “Garse no te empalmes” pensaba. “Por lo que más quieras. Como te vean con la polla dura te matan a hostias”.
Tarde.
 

La erección llegó inmediatamente. Si alguna de las 2 la viera sería hombre muerto. Pegó su cuerpo a la cama todo lo que pudo para esconder su polla erecta mientras agachaba la cabeza intentando ocultar su cara de culpabilidad manifiesta. En cuanto su hermana volviera a colocarse tras él descubriría su indecente miembro. Le castigaría a él o a su culo inocente.

 Pasaba el tiempo y no sucedía nada así que se atrevió a mirar. Su madre se había colocado la falda y estaba apoyada contra la ventana con la mirada perdida en el horizonte. Ya no lloraba. Berta estaba detrás con una mano en su hombro.
-Mamá, ¿Estás bien?
-Tu padre vendrá en cualquier momento. No quiero que te vea así, vístete.
-Ah sí, vale. En cuanto me soltéis me pongo algo elegante. ¿O mejor voy de sport?
-No te decía a ti, putita. -Contestó Berta girándose y amagando una patada.
– · –
El abuelo de Garse tenía un despacho en el centro de la capital. Eduard había acudido a verle de muy mal humor. Estaba frente a él, gritaba y braceaba mientras su padre le escuchaba cómodamente sentado detrás de su escritorio.
-Eres un hijo de puta.
-Cuida tus modales.
-Me desheredas y me echas de tu casa como a un perro.
-No eres digno de llevar mi apellido. Has dilapidado una fortuna como un zoquete.
-Con tu ayuda, por lo que sé.
Su padre se puso en alerta y mantuvo la boca cerrada.
-Janacec me lo ha contado todo.
-No sé de que hablas.
-Tú me arruinaste. Tú y ese cabrón de Janacec. Él era tu esbirro. Difundisteis la falsa noticia de grandes yacimientos extranjeros. Vendiste desde tu único y paupérrimo yacimiento en el extranjero a precios ridículos para hacer caer el precio del carbón mientras adquirías todas mis deudas convirtiéndote así en mi máximo acreedor en la sombra. La ley que debía salvarme no se aprobó porque influiste deliberadamente en la toma de decisiones del gobierno. Ahora eres el dueño de toda mi fortuna y controlas todo el carbón de la zona que ha recuperado su precio original.
 Su padre le miró impasible desde detrás de su escritorio.
-Escucha hijo…
-No me llames hijo. Yo no soy tu hijo. La bruja de mi madre ya me lo ha contado.
-No sé que más te habrá contado pero…
-¡Que te follabas a mi mujer!, que la dejaste preñada, ¡Que le dabas por el culo a mis espaldas recién casada conmigo!
-PUES JÓDETE. –Estalló su padre. –Sí, me la follaba ¿Y que? Te dije que no te casaras con ella.
-Pero me casé. Era mi mujer y no tenías derecho.
-Tu mujer es una cualquiera que viene de un hospicio.
-Eso no tiene nada que ver. Era mi mujer. Las personas no se miden por el tamaño de su cuna. Viejo rancio.
Su padre contuvo su acceso de ira, cerró los ojos y se masajeó las sienes.
-¿Te ha contado también tu madre que tuvo otros partos antes que el tuyo?
-Sí. –Escupió sus palabras. -Al parecer mis “hermanos” acabaron en un orfanato.
-¿Y sabes, por casualidad, en que orfanato?
Eduard se puso rígido y tragó saliva. Por su mente se le pasó una idea diabólica.
-¿De que estás hablando, viejo?
-¿Sabes como consiguió acceder tu mujer a un internado femenino?
-Trabajando, por supuesto. –Bufó.
-No. Trabajando pagaba su sustento. Para conseguir una plaza y acceder a un internado como ese tienes que tener un padrino.
Eduard ya estaba sudando. No le gustaba lo que su padre le estaba tratando de decir.
-Yo fui el padrino en la sombra de tu mujercita. Yo conseguí que ella pudiera estudiar en un internado femenino. Yo me encargué de que la hija ilegítima de tu madre tuviera un futuro lejos del orfanato donde se crió.
-Mientes. Bethelyn no es mi hermana.
-Te dije que no te casaras con ella. Te lo prohibí y no me hiciste caso.
-Madre me lo hubiese contado.
-Ella no sabe nada porque se desentendía de sus hijos al nacer. Yo le seguí la pista a ella y me ocupé de darle algún empujoncito.
 

-Sí que la empujaste, sí. Desde atrás, mientras te la follabas.

-Porque tenía mis derechos, vivíais en mi casa.
-¡No tenias una mierda!
-Te follabas a tu hermana. Que más da que me la follara yo también.
-¡Que no es mi hermana, joder!
Eduard daba vueltas por la estancia a grandes zancadas. Se paró y señaló a su padre con el dedo.
-Escucha viejo. Quiero que sepas que acabo de follarme a la puta de mi madre antes de venir aquí, a tu mujer. Te aseguro que la he jodido bien jodida. Si no quieres que te joda a ti también más vale que no me toques los cojones. Como me estés mintiendo te mato.
Su padre pareció sopesar la amenaza y hablo con voz calmada.
-Si es cierto que la has follado habrás notado que tu madre tiene un coño enorme.
Eduard cerró los puños mientras su padre seguía hablando.
-Tu mujer tiene un coño igual de grande, como ambos sabemos.
-¿A dónde quieres llegar?
-Y por lo que tengo entendido también te follaste a tu hija y, según me han contado, su coño se tragó tu polla por completo.
-Ya veo que Janacec te tenía al corriente de todo.
-La madre de tu madre también tiene un gran coño.
-Deja de hablarme de coños o te juro…
-¿No te das cuenta de lo que trato de decirte? Cada una de ellas ha heredado el coño de su madre, igual que sus tetazas. ¿A cuantas mujeres conoces con un coño así?
Eduard respiraba agitadamente. Se limpió el sudor de la frente con la palma de la mano. Él mismo se sorprendió de su tamaño y similitud cuando folló con ellas y veía desaparecer su polla por completo dentro de sus vaginas.
-¿Y has sido capaz de dejar que me folle a mi propia hermana durante años y que fecunde a su hija?
-Ya te dije que no te casaras con ella.
-¡Y una mierda! A ti eso te da igual.
-¡Pues sí, joder, me da igual! Y me sudan los cojones que te folles a tu hermana y la preñes. Las mujeres están para eso, hostia. Solo son coños y tetas, a ver si te enteras, idiota. Me follé a tu mujer ¿Y qué? También me follé a la madre de mi mujer y a todas las criadas que pasaron por esta casa. Las que quedaron preñadas deberían estar agradecidas.
-Agradecidas de engendrar pequeños psicópatas sin escrúpulos como todos tus antepasados.
Su padre le miró con asco y resentimiento.
-¿Mis antepasados? –Tomó aire. -No me gustó que te casaras con una mujerzuela indigna. Pero lo que nunca te perdonaré es que hayas privado a Garse, mi verdadero hijo, de llevar el nombre que han ostentado todos los primogénitos Brucel, antepasados gloriosos.
 

A Eduard se le encendió la sangre.

-Yo era tu primogénito. Tú me privaste a mí de llevar tu nombre. No estaba dispuesto a concedérselo a tu nieto por encima de mí.
-Tú no eres mi primogénito, solo un bastardo. Que no se te olvide.
-Todos los que habéis llevado ese nombre sois unos enfermos y unos psicópatas. Y lleváis un nombre de perro. Que no se te olvide a ti tampoco.
-Todos los Artan Brucel hemos hecho grandes cosas. Estamos destinados a hacerlas en el futuro también.
-No lo dudo. Grandes y malas todas ellas.
Artan Brucel, el padre de Eduar Brucel dio un golpe sobre la mesa.
-¡Basta ya! No quiero discutir más. Coge a tu familia. Sal de mi casa y lárgate. ¡Lárgate de mi despacho ahora!
-¿Irme? -Eduard miró a su padre como quien conoce un secreto muy grande. -No padre. He venido aquí a recuperar lo que es mío por derecho propio. Lo que me robaste.
-Imbécil, no vas a ver ni una moneda. Estás desheredado. Todo lo que ves pasará de mí a las manos de Garse.
Eduard lanzó sobre la mesa una carpeta. Su padre miró dentro y se quedó de piedra.
-Sin testamento yo soy tu legítimo y único heredero. Da la casualidad de que solo hay 2 copias de tu adjudicación. Justamente las que tienes en la mano. ¿Quieres saber como las he conseguido?
Su padre tragó saliva.
-¿Qué le has hecho a Janacec?
Apoyó los puños sobre la mesa y se inclinó sobre su padre que se recostó sobre su sillón asustado.
–Te follas y preñas a mi mujer que resulta ser mi hermana con la que tengo una hija, me arruinas y consigues que tu secuaz se folle a mi esposa delante de mí mientras violo a mi propia hija. ¿Qué me has hecho tú a mí? Cabrón.
Eduard Brucel era un orangután de 2 metros de alto con el cuello de un toro. Un vagón de tren con la espalda de un buey. Sus brazos eran troncos peludos con 2 puños como palas de excavadora. En comparación su padre parecía un gorrión con pulmonía. Eduard ocultaba el sol y su padre quedaba tapado bajo su sombra encogido en su sillón tiritando de miedo. Eduard Brucel no era un hombre, era un edificio.
-Sabes que te voy a matar ¿verdad?
– · –
A mucha distancia de allí, en un pequeño apartamento de alquiler, Elise estaba con la espalda contra la pared, asustada y desnuda de cintura para abajo, intentando tapar sus vergüenzas como podía mientras sostenía en alto el objeto que Bethelyn le diera un día, un abrecartas. Aléjate de mí, aléjate o te mato.
-Pero mamá, solamente quería verte el coño. Enséñamelo, ¿qué más te da? Además, a ti no te cuesta nada dejarme follar. ¿Es que no puedes hacer ni eso por tu hijo? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
FIN.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Diario de George Geldof -11” (POR AMORBOSO)

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portada criada2Diario de George Geldof – 11

Sin títuloLas caravanas pasaron, llegó el invierno y las visitas empezaron a escasear. La nieve hizo su aparición, aunque no caía en gran cantidad. Todos los días había que repartir heno a los animales, a los que el valle protegía y el riachuelo mantenía unas temperaturas muy frías pero nada extremas.

Yo, buscando entablar amistad, tomé una de las reses y fui al campamento indio más cercano a nosotros, a ofrecerles la res. Me costó convencerles de mi buena voluntad y se extrañaron de que hablase su lengua y tuve problemas cuando ellos no sabían cómo corresponder a mi regalo con algo de igual o mayor valor. Quería darme a su hija por esposa, cosa en la que yo no tenía gran interés, a pesar de ser una muchacha joven y agraciada. Lo solucioné diciéndole que esto era algo que quería hacer con ellos cada invierno, como señal de amistad y que no podía darme una hija cada vez como esposa. Le propuse que, cuando le sobrasen pieles, me diesen el equivalente que estimasen justo en pago por el animal. El jefe lo entendió, me lo agradeció y me dijo que los inviernos eran duros por la escasez de alimento, y que muchos niños morían por esa causa. Con esa res, pasarían el invierno sin problemas. Sellamos un pacto no escrito de amistad y volví a casa. Cada primavera y a lo largo del verano, nos visitaban los indios, que dejaban algunas pieles en pago de la res y yo les agradecía con algo de legumbre y carne seca.

Esas pieles las vendía yo en primavera y otoño, cuando aún los días, y sobre todo las noches, eran frías, a los viajeros de las caravanas para protegerse del frío de la montaña e incluso en las minas. También resultó un buen negocio, porque sacaba más de las pieles que lo que costaba lo que daba a los indios, así que todos contentos.

Pasábamos muchas horas encerrados en la casa, siguiendo con las enseñanzas de lectura y escritura y follándola por todos los agujeros. Cada vez aprendía más técnicas para darme placer.

El invierno pasó y con la primavera volvieron las caravanas y con ellas me llegó un gran paquete de cartas. Eran de Inglaterra, y venían reenviadas desde la plantación de Tom, ahora de sus hijos.

Mi hermano me contaba mes a mes la evolución de mi hijo. En sus estudios, en las armas, en las relaciones sociales. Le estaban dando la misma educación que a sus hijos y la misma que me dieron a mí. Me contaba lo hermosa que estaba Brigitte y cómo se encargaba él de que todas estuviesen satisfechas.

En algunas de ellas, mi hijo añadía unas líneas, donde contaba lo que había hecho y siempre terminaba con la frase: “tengo muchas ganas de conocerte, papá” que dejaba mis ojos llenos de lágrimas.

Los guías de las caravanas empezaron a ser conocidos, tras sus idas y venidas. Algunos, cuando no tenían con quién relajarse en la caravana, empezaron a comentar lo guapa que era mi mujer, sacándolos de su error y diciéndoles que era mi esclava voluntaria. Algo que a ellos les extraño mucho al principio.

Les ofrecía sus servicios por un módico precio, pudiendo pasar la noche con ella. Lo aceptaban todos, lo que beneficiaba más mis bolsillos, solamente les ponía un límite: No correrse en su coño. Solamente podían usar su culo y boca. El coño lo reservaba para uso exclusivo mío, pues de vez en cuando me apetecía llenarlo con mi leche.

La primera vez que la alquilé, se echó a llorar diciendo el clásico:

-No, amo, por favor.

Que dos bofetadas calmaron y amansaron.

Al día siguiente ya no hubo quejas. Le pregunté si había disfrutado y me dijo que mucho, por lo que no le di más importancia.

Siendo cada vez más conocido, no dejaban de pasar tanto caravanas como jinetes solos, convirtiendo aquello en zona de paso obligada hacia el oeste. Hubo un par de veces que las visitas resultaron peligrosas.

La primera fueron tres hombres que llegaron al anochecer y decidieron pasar la noche allí, por lo que alquilaron mis literas. Después de cenar, y todavía sentado a la mesa, se abrió la puerta y entraron los tres con las armas empuñadas.

-Vaya, vaya. –Dijo uno de ellos.- ¿Qué tenemos aquí?

-¿Qué queréis vosotros?

-Estamos muy solos allá en el barracón –dijo el que llevaba la voz cantante- y tú aquí, tan bien acompañado. Hemos pensado en haceros una visita y disfrutar de la amabilidad de tu mujer.

Cuando me percaté de la situación, les dije:

-Dejad que mi mujer acueste primero a la niña.

-Rápido, si no queréis que la incluyamos también.

Melinda la cogió y llevó a su habitación seguida por uno de ellos que se mantuvo vigilante en la puerta.

Cuando salió, el que parecía el jefe, la tomó del pelo y la llevó a la habitación de al lado.

-¡Vaya, si está casi lista! No lleva nada debajo del vestido.

Otro de ellos se asomó a la habitación y el que me vigilaba volvió un momento la vista, lo que aproveché para ocultar el cuchillo que había utilizado en la cena y que era un cuchillo para todo.

La oí llorar y cómo la golpeaba. Al rato salió riendo y subiéndose los pantalones, mientras le decía a su compañero entre risas.

-Tu turno. Aprovecha que te la he dejado amansada y engrasada. Ja, ja, ja, ja, ja, ja.

Durante un momento vi una situación en la que el que me vigilaba estaba mirando a la puerta de la habitación, el jefe, de espaldas a mí, terminaba de ajustarse el cinturón con el revolver y el otro se bajaba los pantalones.

No lo dudé, lancé el cuchillo al cuello del que me vigilaba. Ni lo miré. Sabía que con la práctica, que no había dejado de realizar, estaba muerto.

El breve gorgojeo que emitió hizo volver la cabeza del jefe hacia él, al tiempo que por el otro lado, yo le saltaba encima cogiéndole por el cuello con una mano y con la otra ya en su revolver, que extraje en un movimiento rápido y con el que realicé un disparo a la cabeza del tercero. Seguidamente le puse el arma en el cuello, y lo fui arrastrando hasta donde guardaba las tiras de cuero que utilizaba para azotar o atar a Melinda. Tras tomarlas con la otra mano, lo saqué fuera hasta el lugar donde atábamos a los caballos, haciéndole agacharse y apoyar el cuello y las manos en él. Melinda salió casi arrastrándose, y vino hasta mí. Le pasé el revolver con orden de disparar si se movía. Sabía que no tendría valor, pero eso no lo sabía el.

Até el cuello a la barra y las muñecas a ambos lados, le quité las armas y el cinturón de su pantalón, con el que até sus pies juntos.

Entonces, tomé el revolver de Melinda, lo guardé y pude fijarme en su labio partido, sus inicios de moratones en la cara y ojo, y su andar extraño. La cogí en mis brazos y la llevé a la cama. Mientras, respondía a mi pregunta de qué había pasado.

-Cuando hemos entrado en la habitación, me ha desnudado y tirado sobre la cama, me ha dado varios golpes en la cara. Se ha desnudado y me ha hecho chupársela, pero el alcohol que lleva en el cuerpo o lo que sea, le impide la erección. Ha sido como cuando estaba con mi marido. Al no poder, me ha dado puñetazos en la cara. Cuando he caído en la cama ha abierto mis piernas y, mientras me insultaba y me decía puta muchas veces, ha metido su mano en mi coño, hasta que ha entrado entera y me ha podido dar un puñetazo dentro. Me ha hecho un daño horrible. –Decía hecha un mar de lágrimas.

La acaricié y curé sus heridas, dejándola descansar.

-Durante unos días no te moverás de esta cama.

-Pero amo quien os atenderá…

-Cállate y descansa.

Saqué a los muertos de allí y los dejé alejados de la casa. Volví de nuevo a limpiar todo lo que puede. Entré en la habitación de la niña para calmarla, y estuve con ella hasta que lo conseguí. Preguntaba por su mamá y tuve que convencerla de que estaba durmiendo, la acerqué a la habitación despacio y la pudo ver adormilada. Con eso se convenció y se quedó dormida cuando la acosté.

Volví a salir a comprobar las ataduras del prisionero, reforzándolas por si acaso, mientras él me insultaba y amenazaba. No me molesté en contestarle. Tras comprobar que madre e hija dormían, me quedé velando y dormitando junto a su cama, por si acaso.

Al día siguiente, tras nueva comprobación de que el prisionero no se había movido, fui yo quien preparó los desayunos, tras lo cual, revisé todas las armas de que disponía, incluidas las de ellos y las fui ocultando en todos los sitios y rincones que se me ocurrió. Uno de ellos, un revolver sujeto bajo la mesa en el lugar donde me situaba siempre.

Cuando se levantó la niña, puse el desayuno para los dos, y preguntó:

-¿Y mi mamá? ¿Dónde está mi mamá? ¿La han matado? ¿Le dispararon anoche?

-Cálmate, tu mamá está bien. Los señores de anoche eran malos y tuve que dispararles. Los detuve y uno está prisionero ahí fuera. Tu mamá hoy se ha despertado con muchas molestias y le he dicho que se quede en la cama. Luego le llevarás tú el desayuno.

-Anoche oí los disparos y me asusté mucho. No me atrevía a moverme. Luego os oí a mamá y a ti y supe que estabais bien, pero seguía con miedo por los hombre malos. Cuando viniste tú, y me llevaste a ver a mamá me tranquilicé. Luego me dormí

La acaricié y le dije:

-No tengas miedo, mientras estéis conmigo no os pasará nada.

-Amo. –Oí que decía la madre.

-Tenía preparada una bandeja con su desayuno, la tomé y le dije a la niña:

-Vamos a dar los buenos días a tu madre y a llevarle el desayuno.

Se levantó y nos dirigimos a la puerta de la habitación. Al llegar a ella, pasé la bandeja a la niña y la abrí. Cuando ella vio a su hija con el desayuno, se le arrasaron los ojos, pero le sonrió.

-Buenos días, mamá. Me ha dicho George que tienes muchas molestias hoy y que tendrás que guardar cama varios días. ¿Estás mejor?

-Si hija. Muchas gracias. Ahora eres tú la mujer de la casa. Tendrás que cuidar de George y de mí. –Dijo con voz apagada.

-Si mamá. Te traigo el desayuno…

Yo comprobé su frente y vi que tenía fiebre.

Las dejé a ambas con sus conversaciones y salí a ver al prisionero. Ya no insultaba, se había orinado en sus propios pantalones, que al no tener cinturón se habían bajado hasta sus pies. Se le veía agotado de no dormir o dormir mal, pues si intentaba sentarse en el suelo, quedaba colgando del cuello y si estaba de pie (doblado) resultaba agotador para sus piernas. Me miró suplicante y me dijo:

-Por favor, perdóname. Estaba borracho y no sabía lo que hacía. Suéltame y me iré para no volver más. Te juro que no tenía intención de haceros daño.

-Ya lo sé. Y pronto te soltaré, pero antes quiero convencerte para que pienses en esto cuando vayas a beber un trago de whisky

-Lo haré. Esta noche he tenido mucho tiempo para pensar.

Sin decir nada más, me fui a los establos y me fui al campamento indio en busca de ayuda a su “hombre medicina” o curandero, ya que no podía ir al pueblo más cercano que se encontraba a dos días de viaje, estando ellos a unas horas. Cuando expliqué lo que sucedía, el propio jefe y cinco guerreros nos acompañaron al curandero y a mí hasta mi casa.

El curandero estuvo con Melinda atendiéndola, dándole sus pócimas y realizando sus danzas rituales. Mientras, el jefe, sus guerreros y yo nos hicimos cargo del prisionero. El jefe, dio órdenes a sus hombres, que clavaron cuatro estacas en el suelo, lo desnudaron y ataron a ellas, dejándolo al sol, mientras nosotros comíamos algo de carne seca, servida por una atemorizada Pauline, y hablábamos. Cuando el chamán terminó, me dejó unas hierbas y las instrucciones de cómo usarlas y se fueron.

Pasé a ver a Melinda, encontrándola bastante mejor. La fiebre estaba bajando y se encontraba más animada. Viendo que no necesitaba nada de mí, por el momento, salí a atender al prisionero.

Tenía el cuerpo plagado de llagas y quemaduras del sol. Lo solté y medio arrastras lo volví a atar a la barra de los caballos por el cuello y manos. Fui al almacén donde guardaba aperos y tomé una azada de mango grueso y un tonel más bien pequeño.

Coloqué el tonel bajo su cuerpo y dejé la azada. Tomé sus piernas y procedí a atarlas abrazando el tonel.

Entonces se asomó la niña y le ordené que no saliese a no ser que yo la llamara y que se quedase junto a su madre. Luego proseguí con lo mío.

El delincuente, con el culo en pompa, suplicaba y preguntaba qué le iba a hacer.

Sin responder, tomé la azada y me puse a meter el mango por su culo. Yo hacía fuerza, pero no había forma de meterlo. El gritaba y chillaba como una puta. Entré en la casa, tomé un trapo que Melinda utilizaba para fregar los suelos y un poco de manteca, le puse el trapo bien metido en la boca para no oírlo y le unté el culo bien de manteca, volviendo a probar la entrada del mango.

Sus gritos, apagados por el trapo, resultaban música a mis oídos.

-¿Estás pidiendo más? No te preocupes que te voy a complacer. Te meteré todo el mango y verás que bien lo pasas. Más que mi mujer con tu mano, pero eso será porque tu mano es más gruesa que esto.

Por fin, entró un trozo, empezando a caer un hilo de sangre desde su ano al suelo.

-¿Ves? Ya ha entrado. ¿Disfrutas? ¿Te parece poco? Te lo voy a meter un poco más…

Sus gritos resultaban fuertes, incluso apagados por el trapo.

-Ya que te gustan las cosas grandes, te voy a follar el culo con esto. Disfrútalo.

Empecé a empujar para meterlo más y sacarlo, follándole el culo con él, las astillas del basto mango arañaban su interior y la entrada lo deshacía por dentro. Pasé toda la mañana con él, hasta que murió. Luego, lo desaté, lo llevé junto a los otros, cavé un agujero y los enterré juntos.

Al revisar sus pertenencias, descubrí gran cantidad de dinero y oro. Con la siguiente caravana que pasó por allí, hice llamar al sheriff del pueblo más cercano, al que conté lo sucedido cuando llegó varios días después, pero diciendo que había matado a los tres de sendos disparos, y que me confirmó que era procedente de un robo al banco local y del asesinato de varios mineros que habían tenido algo de suerte.

Se llevó el dinero y el oro y me quedé con el agradecimiento, las armas y los caballos. Ya no la volví a alquilar a nadie desde ese día.

Pero ese mismo día, a última hora de la tarde, una india a caballo llegó a mi casa. Me dijo que la enviaba el jefe para atenderme a mí y a mi esposa hasta que se repusiera. Su nombre era algo largo y me resultó incomprensible.

-Me resulta difícil pronunciar tu nombre. Te llamaré Wiki, que es lo único que he entendido. -Le dije, y lo aceptó sin más.

No conocía el funcionamiento de las cocinas de los blancos, por lo que entre ella, Pauline y yo preparamos la cena para todos.

A la hora de irnos a la cama, se me planteó el problema de donde iba a dormir ella. Le dije de dormir en el barracón, pero me dijo que el jefe la había enviado para atenderme en todo y que debía dormir conmigo.

-¿No tienes marido?

-No, murió hace diez lunas.

-¿Y no hay otro guerrero que te acepte?

-Tengo que llevar luto. Dentro de dos lunas podrán acercarse a mí.

-¿Y por qué te ha enviado el jefe?

-Toda la tribu te está agradecida. Los ancianos decidieron levantarme el luto temporalmente para atenderte a ti por ser la más joven sin marido.

Era una mujer bastante joven. Entre dieciocho y veinte años, delgada y no muy alta. Se encargó de acostar a la niña, que ya no hesitaba mucha ayuda, yo me fui a mi habitación, me desnudé y metí en la cama. Al momento llegó ella y se quitó las ropas que llevaba, quedando totalmente desnuda.

A la luz de la lámpara puede ver un par de tetas bien puestas, tamaño mediano, un cuerpo muy bien formado, con piernas proporcionadas y un coño peludo. Cruzó las manos sobre su cuerpo y bajó la mirada, avergonzada.

Abrí la ropa de la cama y se metió junto a mí rápidamente. Puse mi mano sobre su estómago y la fui subiendo poco a poco, acariciando su cuerpo. Cuando llegué a sus pechos, tenía los pezones erectos y duros. Se giró hacia mí, clavándolos en mi pecho. Yo besé su cuello y busqué su boca, mientras mi mano recorría su espalda hasta su culo y la aprisionaba contra mi polla, dura como una piedra ya, situada ante su coño.

Entonces hizo algo que me dejó confuso. Se separó de mí y se puso a cuatro patas.

-¿Qué haces?

-Me preparo para que me penetres.

-¿No quieres que nos acariciemos un poco, antes de hacerlo?

Ahora fue ella la que quedó confusa.

-¿Para qué?

-Para disfrutar más, para que estés más excitada. –No supe darle más razones, porque no dominaba totalmente su idioma y no sabía cómo decirle algunas cosas.

-Yo ya estoy preparada.

-Acuéstate de nuevo a mi lado.

Recorrí su cuerpo con mi mano, nuevamente desde su estómago hasta llegar a su coño, que efectivamente, estaba húmedo, aunque no lo bastante para mi gusto.

Puse mi boca sobre uno de sus pezones, chupando y lamiendo, mientras mis dedos frotaban suavemente el otro. Acaricié sus pechos, besé su cuello y sus labios, bajé hasta pasar mi mano por encima de su coño y presionarlo ligeramente.

-Mmmmm. –Empezó a gemir.

Sus piernas, antes semicerradas y relajadas, se abrieron buscando la caricia más profunda. Recorrí su raja con un dedo, dando una vuelta alrededor de su clítoris y bajando hasta meterlo dentro.

-Aaaaaahhhhhh

Estaba ya empapada. Me coloqué sobre ella y puse mi polla en su entrada, haciéndola resbalar para que fuese mojándose, antes de meterla.

-Mmmmm. –Repitió, al tiempo que se retorcía ligeramente y avanzaba su pubis para sentir mejor el roce.

Entonces empecé a meterla despacio, con suaves entradas y salidas. Ella aspiraba y contenía y soltaba el aire a mi ritmo.

-Oooopppsss… Fsssssss… Oooopppsss… Fsssssss…

Entraba con suavidad y pronto estuvo toda dentro.

-¿Qué me has metido? –Dijo.

-La polla

-Debe ser enorme. Por lo menos como la de un caballo. Me siento totalmente invadida. Con mi esposo no era así.

Entonces empecé a sacarla hasta la punta y meterla hasta el fondo, procurando no rozar su clítoris, pero con un buen roce interior.

Gemía y gemía sin parar, mientras me decía:

-Mmmmmm. Déjame ponerme bien, necesito sentir los golpes de tu bolsa en mí. Aaaah.

-No lo vas a necesitar.

Aceleré mis movimientos y, después de un par de fuertes gemidos, se agarró fuertemente a mi cuello y me aprisionó con sus piernas, mientras se corría en un largo y potente orgasmo.

Cuando se recuperó, sin haberla sacado yo, me dijo.

-¿Cómo puede ser que me haya corrido sin sentir los golpes de tu bolsa?

-¿Qué golpes y a qué bolsa te refieres?

-A la que te cuelga ahí. –Dijo señalando mis cojones.

-Con mi esposo, cuando estaba en posición, me daba mucho placer cuando me penetraba, pero más cuando su bolsa chocaba conmigo. Pero nunca había sido tan fuerte y largo como hoy. Ha sido muy fuerte, y sin embargo, todavía quiero más. Nunca me había pasado.

-Entonces, prepárate.

Desde mi posición, volví a acariciarla y besarla, bajé de nuevo a sus pechos, mientras ella volvía a gemir.

Bajé hasta su coño, totalmente abierto por su excitación y mi penetración. Lamí y chupé su clítoris, al tiempo que le metía dos dedos en el coño, mientras ella presionaba sobre mi cabeza.

Nuevamente alcanzó un orgasmo acompañado de gemidos y gritos de placer. Sin darle tiempo a más, se la clavé hasta el fondo y volví a un nuevo mete saca rápido, desplazándome unas veces hacia abajo para rozar bien su interior y otras hacia arriba para frotar su clítoris.

Cuando nuevamente alcanzó su orgasmo, me dejé llevar, llenándola de nuevo, pero ahora con mi leche.

Me puse a su lado, se abrazó a mí y se quedó dormida.

Por la mañana me desperté al moverse ella intentando levantarse. Tenía una fuerte erección, y le dije que me la chupase. Ella dijo algo así como “eso no bueno”

-¿Quieres que le diga al jefe y a los ancianos que no me has complacido?

No dijo nada más, se acercó y se la metió en la boca, quedándose quieta.

-¡Muévete de una vez!

-No se qué hacer. Nuestros hombres no nos piden esto.

Era lista y necesitó pocas explicaciones para chupar, lamer, tragarla hasta la garganta y al final, tragarse toda mi corrida.

Después de esto, nos levantamos y preparamos el desayuno. Más tarde, acompañé a Pauline a llevárselo a su madre, junto a lo que tenía que tomar, mandado por el chamán.

-Se que esta bien atendido, amo. Les oí anoche y les he oído esta mañana. Espero que no sea mejor que yo y me abandone por ella.

Me acerqué a besar sus labios afiebrados y decirle:

-Te dije que estarías conmigo hasta que tú quisieras, pero ahora sería muy difícil para mí dejarte marchar. Cuando te repongas ella se irá y continuaremos nosotros.

-Gracias, amo. -Dijo llorosa.

No la dejamos levantarse en una semana, hasta que estuvo totalmente repuesta.

Durante el día, la muchacha se sentía totalmente perdida, al no conocer el funcionamiento de la casa, por lo que era la niña la que le iba indicando qué hacer y cómo hacerlo.

La niña le ayudó a servir la comida y ella se arrodilló a mi lado, al estilo indio, mientras comía yo.

Por la noche, ya en la cama, la hice ponerse a cuatro patas y ensalivé bien su coño con mi lengua, aunque no era muy necesario, pues estaba muy húmeda ya. Con un poco de insistencia, alcanzó su primer orgasmo. Luego me confesó que llevaba todo el día así.

Seguía muy excitada. Le clavé la polla hasta el fondo y me incliné sobre ella para acariciar su clítoris hasta que se corrió nuevamente. No paré ni bajé el ritmo y aún alcanzó otro orgasmo más antes de que me corriera dentro.

Durante la semana que Melinda estuvo convaleciente, no dejamos de follar ni una sola vez. Resultó muy caliente y excitable.

El día que Melinda se levantó alegando que estaba perfectamente bien hacía días, que se cansaba de ser la mimada de la casa y que tenía el coño como un río de tanto oírnos y no participar, llevé a las dos a la habitación y las hice comerse el coño mutuamente hasta que se corrieron las dos, luego me las follé a ambas por el coño y terminé en el culo de Melinda.

Cuando Wiki vio que se la metía por el culo y que disfrutaba de un nuevo orgasmo, me dijo que quería que se la metiese a ella también. Tuve que explicarle que antes tenía que dilatarla para que me recibiera sin dolor y que ya era tarde para hacerlo. No se quedó muy conforme, pero aceptó.

Al día siguiente no quería marchar, pero la convencí diciéndole que su tribu la esperaba y que podría venir cuando quisiera. La acompañe hasta el poblado, llevándoles algunas provisiones en agradecimiento. Fue recibida con muestras de alegría por parte de las mujeres y la felicitación seria del consejo y del jefe.

Desde el día del ataque de esos malhechores dejé de confiar en la gente y me ponía armas en cuanto teníamos visita.

Mi contacto con los indios y mis negociaciones fueron de lo mejor que pude hacer, ya que unos meses después, Melinda me dijo:

-Amo tengo que confesarle una cosa.

-Dime. ¿Qué has hecho?

-Estoy embarazada, amo. Castígueme si lo desea.

-¿Por qué habría de castigarte?

-Porque nunca ha querido hijos y no he sabido evitarlo.

-Melinda, realmente estoy muy contento. –Le dije acercándome a ella y abrazándola.- Realmente me haces muy feliz. Hasta ahora he tenido dos hijos y no los conozco, espero que éste me acompañe el resto de mi vida.

-Gracias amo. –Dijo llorando.

Con la excusa del embarazo de Melinda, Wiki venía a menudo a ayudarla, reuniéndonos en mi cama los tres para disfrutar de nuestros cuerpos.

Cuando llegó el momento del parto, algunas mujeres indias y el chamán vinieron a atenderla en un parto largo, que terminó con el nacimiento de un niño al que puse por nombre Robert.

Tiempo después, como cosa de un par de años más tarde, tuvimos un segundo incidente con cinco jinetes que observé que venían al galope. Llamé a Melinda y le dije que cuando llegasen, si preguntaban, les dijese que su marido había ido a por mercancías al pueblo, escondiéndome inmediatamente.

Cuando llegaron, se distribuyeron por los edificios, mientras tres entraban en la casa con las armas empuñadas, dos recorrían todo en busca de gente.

Sacaron a Melinda con Robert en sus brazos y a Pauline a la calle. Le hicieron dejarle a Pauline el niño, y mientras uno quedaba con la niña, los demás entraron en el almacén con la madre para llevarse las provisiones. Yo, escondido cerca del que quedó fuera, entre un montón de heno, lancé mi cuchillo sobre su garganta, saliendo a la carrera para retirarlo, coger a la niña y al niño, meterlos en casa y hacerme con otra arma.

Seguidamente, fui al almacén, comprobé, oculto a las miradas, donde estaban ubicados. Observé que uno de ellos tomaba entre sus brazos un fardo de las mejores pieles y se dirigía hacia la salida, donde yo me encontraba. Le esperé y cuando salió tapé su boca con una mano mientras con la otra le abría la garganta. Solamente se oyó el suave ruido de la caída del fardo de pieles al suelo.

Cuando volví a asomarme, uno de ellos tenía el arma en la mano y los otros dos estaban cogiendo provisiones, con el arma en las fundas.

Entré como una tromba, disparando con las dos armas tres certeros disparos que terminaron con ellos en el suelo. El del arma en la mano, muerto, y los otros dos gravemente heridos.

A todos los saqué y puse al sol, alejados de la casa. Obvié los gemidos de los heridos y allí quedaron mientras atendía a los míos.

Un rato después, apareció una partida con el sheriff del pueblo al frente buscando a los cinco fugitivos, que también habían atracado el banco local. Volví a contarle la historia y le llevé donde los había dejado y donde estaban a punto de expirar los que quedaban vivos, a los que aún consiguió sacarles dónde se encontraba el resto de la banda.

Volví a quedarme con los caballos y las armas y el sheriff con lo robado al banco. El caso fue que el sheriff adquirió fama de que eliminaba a todos los que robaban en sus dominios, y ya ningún maleante se atrevió a aparecer por allí.

Cuando Pauline cumplió los 14 años, la envié a un colegio del este para señoritas donde obtuvo excelentes resultados, gracias a las largas sesiones de lectura y escritura de las noches, sobre todo las de invierno.

Un año después, Melinda me dio otro hijo. Esta vez una preciosa niña, a la que llamé Hanna, como una de las gemelas que conocí. Al igual que como el anterior, Wiki estuvo casi todo el tiempo con nosotros.

Las cosas no cambiaron a nuestro alrededor. Las caravanas iban y venían, la gente pasaba, los indios traían pieles y yo les entregaba terneros, Melinda disfrutaba todos los días de entre una y tres raciones de polla, cuando no tenía que compartirla con Wiki, de la que se había hecho muy amiga. La vida transcurría normalmente…

Seis años después, Pauline volvió convertida en una señorita que había terminado sus estudios de medicina y la recibimos con gran alegría, tanto por parte de su madre como mía.

Ese mismo día, a la hora de la cena, nos dio la sorpresa. Yo le pregunté:

-Y bien, hija. ¿Qué quieres hacer a partir de ahora? ¿Quieres establecerte de médico en el pueblo cercano o en algún otro? ¿Quieres volver a la ciudad y trabajar allí? Cuando eras pequeña, le hice la promesa a tu madre de que cuando fueses mayor podrías hacer lo que quisieras, yo pondría todo el dinero necesario. –No quise comentarle la otra opción.

-Quiero estar aquí como esclava tuya.

-Hija, pero… ¿Sabes lo que estás diciendo? –Dijo su madre.

-Si, madre. Desde que empezó mi despertar al sexo, me calentaba oír lo que hacíais, me tocaba varias veces al día. Mientras he estado en el colegio, lo he tenido presente todos los días y me he tocado mañana y noche. He guardado mi virginidad para el amo George, para que sea el primero.

-¿Y cómo aprendiste a tocarte?

-En una de las caravanas que se quedó a pasar el invierno, iba una muchacha mayor que yo con la que hice amistad. Empezó contándome que se juntaba a escondidas con otro muchacho que viajaba con ellos para hacer cosas.

-¿Y qué cosas hacían?

-Me contó que se tocaban. El le tocaba las tetas y el sexo, y me dijo que le daba mucho gusto. Ella tocaba su pene, que se ponía grande y duro. Luego movía la mano hasta que echaba un líquido blanco y grumoso.

-¿Y qué le hacia a ella para darle gusto?

-Le tocaba las tetas y metía mano bajo su falda, frotando su raja y el botón del placer, como lo llamaba ella. Ella me hacía lo mismo a mi y yo a ella. Así fue cómo aprendí a tocarme.

-Bien, te acepto como esclava. Dentro de tres días abriré todos tus agujeros. Melinda, prepárale el culo y enséñale a mamarla en condiciones. Mientras tanto, Pauline estará presente cada vez que follemos. Dormirás en el suelo, a mi lado.

Esa misma noche, cuando nos fuimos a la cama y se desnudó, vi que llevaba el tapón que utilicé con su madre para dilatarle el ano.

Las hice poner juntas, a cuatro patas sobre la cama y procedí a darles un correazo a cada una en el culo, hasta un total de cinco en cada lado.

Luego me coloqué detrás de Melinda y le metí la polla por el coño follándola inmediatamente, mientras con una mano la pasaba por la raja de Pauline, sintiendo cómo se abría para que pudiese meter mi dedo, cosa que no hice. Solamente acaricié por encima.

Estuve follándome a la madre hasta que le saqué dos orgasmos, dejando a la hija con las ganas.

-No se te ocurra tocarte. El próximo orgasmo lo tendrás conmigo. –Le dije

-Si amo. –Contestó.

Esa noche dormimos todos juntos en mi cama, y a la mañana siguiente me despertó su suave boca en mi polla, ayudada por su madre y siguiendo sus indicaciones.

La metía hasta más allá de su garganta, para sacarla despacio, venciendo sus náuseas y arcadas. Presionaba fuertemente con sus labios al moverse y azotaba con su lengua mi glande y su borde al sacarla. Me tuvo un largísimo tiempo al borde del orgasmo, hasta que no pude aguantar más y con mis manos empujé su cabeza, clavando mi polla en su boca y con dos movimientos arriba y abajo, me corrí directamente en su garganta.

-Has tenido un buen principio. Esta noche tendrás tu deseada iniciación.

-Gracias amo.

Esa noche quise que fuese especial para ella. Tomé un aceite que tenía en el almacén que me lo enviaron para venderlo a las mujeres, no se para qué y embadurné su cuerpo con él, ayudado por su madre. No dejamos ni un solo rincón de su cuerpo por untar ni frotar.

Sus tetas y pezones fueron objeto de gran interés, las tetas amasadas y untadas y los pezones frotados, presionados y hasta chupados. Su cuerpo recorrido entonos los sentidos y acariciado por todos lugares. Su coño también fue untado, primero por las ingles y hasta el borde de los labios reiteradamente. Luego el interior de su coño, frotando su clítoris y metiendo los dedos en su interior para aceitarlo bien.

Mientras los dedos entraban en su coño, otros acariciaban su ano y penetraban en él, untando tanto por fuera como por dentro. En ese punto sintió su primer orgasmo de la noche.

-Mmmmm. Me corrooooo. Amo, no puedo contenerme, Me corroooo.

Cuando se calmó, volvimos a estimularla madre y yo, volviendo su excitación rápidamente.

La hice ponerse a cuatro patas, se las abrí al máximo poniéndome tras ella y froté mi polla sobre su coño, recorriéndolo y humedeciéndola con su flujo y los aceites.

-Amo, por favor, estoy deseando que me penetres. Hazlo de una vez. Por favor, amo.

Le hice caso y se la metí despacio hasta encontrar resistencia, inclinándome sobre ella, mientras con una mano acariciaba su clítoris.

-Aaaaahhhh. Amo, sigue, no pares. Métela más.

Se la clavé hasta el fondo de golpe, dejando un tiempo para que se acostumbrara. Ella emitió un largo gemido.

-Mmmmmmmmmm. Siiiii.

Empecé mi movimiento, entrando y saliendo con gran suavidad, debido al aceite y su propia lubricación, mientras mi mano no dejaba de acariciarla.

-Oooohhhhh. Amo, siento que me viene otra vez. Siiii, siiii. Me vieneeee, siiiii.

Yo seguí sin parar, encadenándole otro nuevo a los pocos minutos.

Quedó derrengada, cayendo larga y sin poder sostenerse. Hice que su madre se colocase cruzada debajo, a modo de almohada, y mientras acariciaba el coño de la madre, le metía la polla en el culo a la hija. La madre, aprovechaba sus manos para meter dos dedos en su coño y, pasando el brazo bajo su cuerpo, acariciar su clítoris con la otra.

Se la metía profundamente y notaba su interior presionándome, además de los dedos de Melinda que me rozaban por dentro. Cuando ella se corrió con un fortísimo orgasmo, yo le llené el culo con mi leche. Ella quedó como ida, y ya no se recuperó. De ese estado pasó directamente al sueño.

Yo hice que Melinda me la pusiese en forma de nuevo con la boca y la estuve follando hasta que me corrí. De ella no conté las veces.

A partir de ese día, follábamos directamente, con una o con otra, pero todos salíamos satisfechos. Solamente cambiaba cuando venía Wiki, que procurábamos darle placer a ella sobre todo.

Por cierto, Wiki se unió a otro guerrero, que al poco tiempo fue coceado por un caballo y murió casi reventado. Eso hizo que cogiese mala fama entre el resto de los guerreros, no atreviéndose ninguno a juntarse a ella.

El tiempo fue pasando, los niños crecían sanos se hicieron mayores y los envíe a estudiar a colegios del este. Mi rancho se convirtió en lugar de paso obligado para los que cruzaban las montañas hacia el oeste. La compañía de diligencias me ofreció y negociamos un contrato para tener una parada de postas, donde ofrecer comida y descanso a los viajeros. Podían realizar servicios con parada a dormir en mi casa y continuar al día siguiente, lo que hacía ganar tiempo a los viajeros.

Creo que fue en el año en que debía de cumplir los 40 años, porque no he llevado nunca control de mi edad, Ni siquiera se en qué año estamos, cuando recibí una nueva sorpresa.

Un día de finales de primavera, en el que estaba recogiendo heno para guardar para el invierno, vi acercarse una solitaria carreta.

Me preparé para recibirla con mis armas y medio oculto a la vista, cuando, al llegar a mí, vi que se trataba de Bryan, el pastor del barco y Betty, su mujer. Salí a recibirlos con alegría y nos fundimos en un fuerte abrazo los tres. Les enseñé los almacenes, el barracón-hotel, el ganado, los llevé a casa y les presenté a Melinda, Pauline y mis hijos.

Como ya era hora de comer, los invité y nos sentamos a la mesa.

-Tu esposa cocina muy bien. ¿Ella y tu hija no comen con nosotros? –Me dijo Bryan.

-No, ellas comerán después y no estamos casados.

-¡Vivís en pecado!. Eso no puede ser. Yo mismo os casaré hoy mismo.

-No Bryan. Desde muy joven he vivido en pecado y jamás he sentido la necesidad de salir de esa situación. Olvídate del tema.

-Pero vivís como marido y mujer, incluso tenéis una hija.

-No, no somos marido y mujer, son mis esclavas. Madre e hija.

-¿Cómo dices? La esclavitud se abolió hace años.

-No hace falta que me lo cuentes. Estuve luchando en la guerra.

-Entonces, te ordeno que la liberes inmediatamente.

-Verás Bryan. Por la amistad que nos une después de las aventuras del barco, no te echo de mi casa. Ella está aquí por propia voluntad. Si quisiera irse, podría hacerlo y no la retendría. Te propongo un acuerdo: Yo no me meto con tus ideas ni tus creencias y tu no te metes con las mías ni mis costumbres. Si te parece bien, disfruta de tu estancia en mi casa, incluso de mis esclavas, si lo deseas –puso cara de escandalizado- Si no te parece bien, puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas a tocar estos temas.

Después de pensarlo, dijo:

-Por nada del mundo quiero perder tu amistad. –Cambió de tema preguntando- ¿Y qué ha sido de ti en estos años?

Yo le conté mi historia, incluso las partes más escabrosas, divertido al ver su cara escandalizada, hasta su llegada. Les pregunté por la suya y me contó que habían estado en un pueblo durante todos estos años, que no les había afectado la guerra porque estaba lejos del frente y que ahora que había conseguido nuevas vocaciones que podían seguir su ministerio, había sentido la llamada del Señor para ir a nuevas tierras, y se dirigían a las cuencas mineras.

-No es lugar para mujeres decentes. -le dije pero no comenté nada más.

Tras nuestra conversación, preguntó donde estaban las tumbas de los delincuentes y decidió que iba a rezar por sus almas, acompañado de Pauline con lo que quedamos Melinda, Betty y yo.

-Melinda, puedes comer.

-Si, amo.

-¿Eres feliz? –Me preguntó Betty.

-La felicidad es relativa. Disfruto de cada momento que tengo, y no me preocupo si podría ser mejor o peor.

-Debí haberme ido contigo. –Dijo Betty.-Ahora estaríamos juntos habiendo disfrutado todos estos años, y perdona por mi sinceridad. –Le dijo a Melinda.

-Eso no lo sabemos. Podían haber pasado muchas cosas. Puede también que esta vida no te guste, porque, por ejemplo, Melinda es mi esclava y lo que opine no tiene nada que ver. Solo debe importarle mi opinión y mis deseos.

-¿Qué no me guste? Estoy caliente y mojada desde la mitad de tu relato. Me encantaría sentirte dentro de mí ahora mismo. –Dijo de una tirada, sonrojándose hasta la médula.

-¿Es muy largo tu marido en sus oraciones?

-Mucho.

-Quítate las bragas y ven.

Miró a Melinda, que no levantaba los ojos del plato, y al ver que no decía nada, se las quitó con rapidez, mientras me sacaba la polla.

Le dije

-Siéntate sobre mi y clávate la polla.

Levantó sus faldas, se puso de espaldas a mí y se la metió entera de una vez.

-Dios mío. Ya no recordaba lo bueno que era esto.

Ella se movió a su gusto, disfrutando de mi polla hasta que se corrió. Siguió empalada un rato y volvió de nuevo a la carga con más bríos, hasta alcanzar un segundo orgasmo. Entonces se salió, llorando y dándome las gracias.

Yo hice una seña a Melinda, que se apresuró a arrodillarse ante mí y ponerse a chuparla, hasta que le dije:

-Por el culo.

Sin dudarlo, me dio la espalda, se la metió y empezó a moverse con maestría. Betty nos miraba con cara de sorpresa, incluso se acercó para comprobar que la estaba enculando. Cuando se corrió, sus contracciones me llevaron a mi orgasmo, descargando todo en su interior. Luego se salió, me limpió la polla y volvió a sus tareas..

-Me estoy perdiendo mucho. –Fue lo que dijo Betty.

En ese momento entró Bryan con Pauline y se sentó con nosotros, mientras la madre terminaba su comida y la hija empezaba con ello. Me habló de unas reparaciones que tenía que hacer en la carreta para poder cruzar las montañas con seguridad. Estuvimos mirando y realizando algunas de ellas. Se hizo tarde y nos llamaron a cenar. Durante la cena le comenté que tendría que quedarse el día siguiente también.

-No hay problema. Ya estamos acostumbrados a dormir a la intemperie.

-De eso ni hablar. Os quedáis en la habitación de Melinda.

-¿Y ella? ¿Dormirá con nosotros?

-No, ella vendrá conmigo.

-No, no y no. No puedo consentir que por mi culpa viváis en pecado. Dormiremos fuera.

-Por lo menos, deja que Betty duerma con Melinda. Como mínimo se merece un par de noches cómodas.

A eso si que pude convencerle. Luego le pregunté que también podrían quedarse en la habitación para matrimonios del barracón a lo que respondió que no tenían mucho dinero, y que tenían que ahorrar.

Le dije que no les iba a cobrar nada, que fuesen con tranquilidad. Betty decía que se quedaría con Melinda para poder hablar de cosas de mujeres.

Al final, después de mucho hablar, decidieron que el dormiría en una de las literas del barracón y las mujeres a la habitación.

En cuanto se fue, mandé recoger todo y cité a las tres en mi habitación. Entraron desnudas. Melinda y Pauline porque era su obligación y Betty porque lo hacían las otras.

Hice que se acostasen a mi lado, con Betty junto a mí, empecé a besarla y acariciar su pecho, mientras Melinda hacía lo mismo con el otro. Pauline bajó hasta su coño y se arrodilló entre sus piernas para comérselo.

-No le metas la lengua. Solamente recorre los labios con la punta. –Le dije.

Mi boca cambió a su pecho y mi mano fue a su coño, acariciando su vello. Melinda también chupó su pezón y acarició el pecho.

-Ensaliva bien tu dedo y méteselo por el culo sin dejar de excitarla y tú, Betty, flexiona las piernas.

Pasé mi mano al coño de Melinda, acariciando su superficie.

Observé su respiración acelerada y le dije a Melinda que se diese la vuelta y que se comiesen el coño mutuamente, con Betty arriba.

-Tienes mi permiso para correrte las veces que sea. Siempre que le des el máximo placer a Betty.

Al momento de ponerse, vio cómo tenía el coño y me avisó:

-Amo, está ya preparada y abierta.

Sin más dilación, me puse a follarla mientras Melinda le lamía el coño y chupaba el clítoris.

Betty gemía y gritaba de placer. Tuve que decirle que se concentrase en comerle el coño a Melinda para que no se oyesen sus gritos.

A Pauline, la hice poner de pie sobre ellas, con una pierna a cada lado, para poder comerme su coño mientras follaba a Betty.

Tanta actividad me estaba llevando al clímax y tuve que decirles que cambiasen de posición para metérsela por el culo a Melinda y poder correrme a gusto.

-Aaahhhh. Voy a correrme. Melinda, quiero correrme en tu culo.

Se la clavé directamente, sin problemas, gracias a lo mojada que la tenía del flujo de Betty.

Después de correrme, Melinda se giró volver a ponérmela dura con su boca, a lo que contribuyó también Betty desde abajo. A indicación mía, volvieron a colocarse como antes y se la clavé a Betty en el coño, volviendo a darle sin parar.

No sé la cantidad de orgasmos que tuvo. De repente, cayó sobre Melinda con los ojos cerrados, agotada. La aparté a un lado y seguí follando a Melinda hasta que ella se corrió. Yo hice que Pauline se acostase y continué con ella hasta que también obtuvo su orgasmo y yo la seguí con poca diferencia

El día nos sorprendió a los cuatro abrazados. A mí en el centro y ellas a los lados, pegadas a mí.

Las desperté a las tres. Melinda y Pauline me pidieron perdón por haberse quedado dormidas en mi cama sin mi permiso y se fueron a su habitación. Betty se despertó y me dijo que se iba rápidamente a vestir, pero una fuerte molestia en su coño la paralizó.

Lo tenía todo rojo, por fuera y fuertemente irritado por dentro.

La llevé a la otra habitación en brazos, le pusimos un discreto camisón y la dejamos en la cama. Mientras Melinda refrescaba sus partes con agua, acordamos decir al marido que se había despertado con un fuerte dolor de tripas y que quedaría todo el día en cama.

Aún bromeó diciendo:

-No me importaría pasar todos los días así, si las noches fuesen como la de anoche.

Riéndome, salí a buscar al marido, que levantado ya, atendía a las reparaciones de la carreta. Le expliqué que me habían dicho que su mujer se había despertado con dolor de tripas, por lo que volvimos a la casa y pasó a visitar a su mujer. Mientras, Melinda preparó el desayuno y, tras tomarlo, nos fuimos a trabajar.

Permaneció en cama durante todo el día y nosotros terminamos cerca del anochecer. Ella cenó en la cama y nos retiramos a descansar, en la confianza de que, al día siguiente, estuviese en condiciones de partir.

No había hecho nada más que acostarme, cuando entraron las tres en mi habitación, Betty con un tarro de manteca en la mano.

-Quiero que me la metas por el culo y te corras dentro. –Me dijo.

-No puede ser. Primero tengo que prepararte bien para no hacerte ningún daño.

-No hace falta, mira. –Y dándose la vuelta, me enseñó su culo con el tapón que había utilizado yo con Melinda.

-¿Y como es eso?

-Gracias a Melinda. Anoche me disgustó que no te corrieses en mi culo y se lo he dicho a ella, que ha pasado mucho rato dilatándomelo durante el día, hasta que me ha entrado el tapón.

-¿Pero no te encontrabas tan mal?

-Al principio si, pero luego lo he pensado mejor. No iré con mi marido. Las cosas no mejoraron desde que bajamos del barco, si acaso empeoraron al espaciar más las relaciones debido a la gran cantidad de trabajo que, según decía, le daba su ministerio en aquel pueblo medio vacío.

-Mi llegada aquí y mi estancia contigo me han hecho recordar. Y se ha transformado en odio hacia mi marido lo que hasta ahora era indiferencia. No volveré con él. Me quedaré aquí alegando mis dolores y le convenceremos para que se vaya solo y de que iré en la próxima caravana, una vez que me recupere. Luego le mandaré una carta explicándole todo.

-¿Pero tu crees que aceptará? ¿No piensas que quiera quedarse a cuidarte?

-Ahora me trae sin cuidado. Saca esa herramienta y arregla mi calentura, que no baja desde el momento en que te vi.

Envié a Pauline a su habitación, cosa que hizo con gran disgusto y descubrí la cama y les hice sitio a ambas. Esta vez, Betty se lanzó como una loba sobre mi polla, chupando como una posesa, pero sin nada de técnica. Tuvimos que enseñarle a realizar buenas mamadas, y es curioso lo rápido que se aprende cuando le pones interés.

Cuando la tuve como una piedra, se quitó el tapón y directamente se la metió por el culo sin darme tiempo a decir nada.

-Uuuuuuaaaaaaaaaauuuuuuuu.-Exclamó- Como me llena.

Empezó a mover el culo adelante y atrás, entre exclamaciones de gusto.

-Mmmmm. Que bueno. Qué gusto…

Hice que Melinda colocase su coño en mi boca y que chupase los pezones, yo pasé una mano por debajo para acariciar el clítoris de Betty, y otra por encima para ayudarme con el de Melinda.

Está claro que cuando se tiene hambre cuesta llenar el estómago, y Betty tenía hambre de orgasmos y polla. Encadenaba sus orgasmos y los agujeros. Tan pronto la tenía en su culo como daba un bote y se la metía en el coño.

Solo la interrumpí dos veces, para correrme en su culo y que luego me la pusiese dura de nuevo.

Melinda, como no había dejado de trabajarla, dejaba caer chorros de flujo y babas por ambos costados de mi cara, que mojaban la cama como si la estuviesen lavando.

Después de no se cuanto rato, fui yo el que tuvo que decir basta. Me dolía la polla del roce, lo que dificultaba una nueva corrida, ya más lenta porque sería la tercera, tenía la boca desencajada de comerle el coño a Melinda, los dedos me dolían de frotar los clítoris y Betty seguía como si acabásemos de empezar.

Con un mohín de disgusto, siguió hasta obtener una nueva corrida y se salió de mí, quedándonos dormidos casi al momento.

Al día siguiente, acababan de meterse las mujeres en su cuarto y yo a preparar desayunos, cuando entró el predicador. Me preguntó si sabía cómo se encontraba su esposa, a lo que respondí que no, pero que llamase a su puerta y le preguntase.

Llamó a la puerta, le abrió Melinda y preguntó por su esposa, a lo que ella misma le informó que peor que el día anterior. Pidió a Melinda y Pauline que saliesen, porque sabía algo de enfermedades y quería mirar a su esposa.

Cuando entró, ya me vi con problemas. Puse la mano en la pistola que tenía bajo la mesa y esperé.

Al rato salió diciendo:

-No podemos irnos. Está muy mal. Tiene una infección interna muy fuerte, hasta el punto que el ano le supura un poco de pus con heces reblandecidas. Además lo tiene inflamado y tremendamente dilatado. ¿Podrías acompañarme a buscar unas hierbas que conozco para curarla?

Mientras hablaba, retiré la mano de la pistola y me la llevé a la boca para morderla y no reírme a carcajadas.

-Por supuesto que si, Bryan. Vamos ahora mismo para dárselas enseguida y conseguir que se ponga bien cuanto antes.

Me explicó que clase de hierbas eran y su apariencia y, después de dar un largo rodeo, le llevé donde sabía que había.

Mientras, me fue diciendo.

-Vaya inconveniente que me ha surgido. Hacen falta cinco días para llegar al campamento minero, y tendría que salir hoy para llegar a tiempo y poder entrevistarme con el diácono actual, que se marcha entonces. Si perdemos más días, y puede que esto vaya para largo, no llegaré. Quizá sean los designios de Dios.

Yo le propuse.

-Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Te ofrezco de todo corazón mi casa, tanto si decides quedaros aquí como si quieres que tu esposa se quede con nosotros hasta que se reponga y la enviamos en la próxima caravana que pase en dirección a las minas.

-No creas que no lo había pensado, pero el problema es Betty. ¿Cómo se lo digo sin que se sienta abandonada y se enfade conmigo?

-Eso, si quieres, déjamelo a mi. Yo intentaré convencerla de que se quede, como idea mía. Tú estarás presente y no te dejarás convencer, hasta que ella acepte. ¿De acuerdo?

-Gracias George. Me salvas por segunda vez.

No sabía que decirle más. ¿Se puede ser tan ciego? En fin, encontramos las plantas y volvimos a la casa. Entramos en la habitación, donde Betty estaba desayunado con apetito que cambió inmediatamente a desgana.

Empecé a hablar yo.

-Me ha dicho Bryan que tiene una entrevista dentro de cinco días en las minas.

-Si, y temo que esto nos retrase mucho.

-He pensado una cosa.

-Dime.

-¿Qué tal si te quedas con nosotros hasta que estés restablecida y te vas después en alguna caravana que vaya con destino a las minas?

-Ya lo había pensado, pero sería una molestia para vosotros. Trastocaría toda vuestra vida. –Dijo sonriendo como forzada.

-A nosotros no nos importa. Además serán unos días. ¿A ti que te parece Bryan?.

-Noo, no puede ser. Demasiado amables habéis sido con nosotros.

Observe que Melinda se retiraba con la mano en la boca.

-Mira Betty, no se habla más. Tú te quedas con nosotros y Bryan se va. Me ha dicho que la entrevista era importante. Para nosotros no es problema que estés aquí todo el tiempo que quieras y además, te vamos a cuidar incluso mejor que él.

-Pues bueno, por mi si. La verdad es que no tengo ganas ni de levantarme para ir a la letrina. ¿Tu que dices, Bryan?

-Bueno, confío plenamente en que George y Melinda te cuidaran bien, y también es cierto que es importante que llegue a tiempo, pero lo más importante eres tú.

-Ve entonces, Bryan. Yo estaré bien y me reuniré contigo en cuanto no tenga necesidad de sus atenciones.

-Gracias, amor mío. –Se acercó y le dio un beso en la frente. Me dio un abrazo a mí y salimos a despedirlo hasta la carreta, ya preparada desde primera hora.

Cuando salíamos, desde la puerta oímos a Betty desde la cama:

-Buen viaje cariño. Perdona que no vaya a despedirte, pero no me puedo mover.

-Gracias amor mío, no te preocupes. Recupérate y nos veremos dentro de unos días.

Le acompañe a la carreta, volvimos a despedirnos con un abrazo y se marchó.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones. Sugerencias y comentarios en privado a amorboso@hotmail.com

 

Relato erótico: Conociendo a pamela 6 Capítulo final (POR KAISER)

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SOMETIENDO 5Conociendo a Pamela
 
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Al recibir el recado Pamela y Sebastián se quedan en silencio, “esperaba que te quedaras hasta el fin de semana por lo menos” dice ella algo triste, “no importa, igual lo pase bien contigo” responde él. Ella se le acerca y le da un beso en la frente, “duérmete mejor será, mañana entro algo más tarde y tal vez podamos estar un rato juntos”, Pamela sale de la habitación y Sebastián se duerme profundamente a causa del cansancio y del alcohol.

Por la mañana Sebastián despierta con una resaca de aquellas, “¡que horror, esto es una resaca!” dice él sobandose la cabeza que le duele como nunca, “¡hola como amaneciste!” le grita Pamela en el oído a su primo que parece que su cabeza le va a estallar, “¡te escucho claramente, no me grites!, que me duele la cabeza” responde él, Pamela se ríe, “tu primera resaca, disfrútala mientras puedas, levántate luego mejor, te tengo un café bien cargado abajo en la cocina”.
Ambos comparten el desayuno, Pamela entra más tarde hoy y no tiene ningún apuro por llegar a clases. Ambos conversan un rato y ella le dice que lo va a extrañar, Sebastián la invita a que lo vaya a visitar pero ella no sabe si podrá, “por mis notas los viejos me tiene castigada, solo por que estabas tu pude ir a la fiesta anoche” le dice ella.
Cerca de las 11 de la mañana Pamela toma sus cosas y se va, se despide de Sebastián dándole un beso en la boca que lo deja más que sorprendido, “esto es en despedida como no nos vamos a ver la tarde, dale saludos a mi tía y a la Francisca, realmente lo pasaba super bien con tu hermana” agrega después y ella sale corriendo a tomar el bus.
Sebastián se queda solo en la casa y decide hacer algo de aseo antes de irse, mal que mal lo recibieron con los brazos abiertos y pretende hacer hora para ver si puede alcanzar a leer algo más del diario de Pamela antes de irse.
Almuerza con sus tíos y Sergio, su tío, le dice que lo va a ir a dejar a su casa a eso de las 6, esto no le gusta mucho a Sebastián que esperaba poder estar con Pamela antes de irse y ella sale a las siete de clases, “bien, que se le va a hacer” piensa él.
Ya después de almuerzo Sebastián se va a dar una ducha para reaccionar un poco, aun se siente algo afectado por la resaca y no quiere que sus padres se den cuenta o de lo contrario va a tener problemas. Sale del baño y va a su habitación a vestirse cuando al pasar frente a la habitación de su prima observa su ropa interior tirada encima de su cama, algo bastante habitual ya que ella es muy desordenada.
Sebastián decide aprovechar la oportunidad que tiene y se tira encima de la cama de su prima y empieza a hacerse una paja con su ropa interior, de nuevo. Sabe que esta será la última vez que tendrá esta oportunidad, ella lo tiene hirviendo y él ya se imagina su verga desapareciendo entre los carnosos labios de su prima o en su ardiente o entre sus magnificas nalgas, Sebastián esta en lo mejor disfrutando de lo que será su ultima paja en la habitación de Pamela.
“¡Vaya, vaya, vaya pero que tenemos aquí!”, al oír esa voz Sebastián abre los ojos espantado y con horror ve a su prima junto a un par de amigas de pie alrededor suyo, él trata de pararse pero Pamela se lo impide y se monta sobre él. “Ahora ya veo el por que esas manchas en mi ropa interior” dice ella sonriendo, “te lo dije, tu primo tiene una cara de degenerado” dice una rubia que se llama Catalina, “¡es cierto, hay que castigarlo!” agrega Sara.
 

Pamela roza con sus calzones el miembro de su primo, ella se endereza sobre él y observa su verga, “aun estas bien empalado, eso me gusta, ya estaba cansada que me espiaras y que leyeras mi diario de vida”, Sebastián se queda sin habla al escuchar esto, “¿que acaso crees que no me daba cuenta de que leías mi diario?, te vi esa noche cuando me lo monte con el hermano de Catalina en el auto, o como me espiaste cuando me masturbe aquí el otro día, o que cuando dormimos juntos crees no me daba cuenta de cómo me manoseabas y frotabas tu verga contra mi, acaso crees que yo no sabia que me seguías en la fiesta de anoche, se ve que no me conoces, la idea de que me vieras teniendo sexo con otros me excitaba de sobremanera por eso me asegure de dejarte ver harto de mi”, “¿pero no se supone que deberías estar en clases a esta hora?” pregunta muy nervioso Sebastián que aun esta desnudo sobre la cama de su prima, ellas se largan a reír al escucharlo.

“Te aseguro que escaparnos de clases fue algo bastante fácil, quería sorprenderte pero jamás pensé que te sorprendería así”, Pamela se apoya sobre él y le toma las manos ella se estira sobre Sebastián y le pasa sus pechos sobre su rostro, él no sabe que hacer, sin embargo de pronto reacciona cuando las amigas de Pamela lo toman por sorpresa y lo amarran a la cama, no alcanza a hacer nada y después lo amarran de los pies, él ahora esta a completa merced de ellas.
“¿Qué hacemos con él ahora?” dice Catalina, Sebastián esta más asustado que nunca, “podríamos sacarle fotos y subirlas a Internet” propone Sara, Sebastián se horroriza al escuchar esto, pero Pamela lo tranquiliza, “él quiere saber como lo hicimos para escaparnos de clases, ¿Por qué no le enseñamos?” propone Pamela, sus amigas se muestran de acuerdo.
“En el colegio hay un inspector, el viejo es un desgraciado pero decidimos hacerle un pequeño favor y nos dejo salir antes”. En ese momento Catalina y Sara rodean a Pamela y comienzan a meterle mano a diestra y siniestra, sobre su blusa y bajo su falda de colegio. Ellas se besan entre si y Pamela es el centro de atención, Sara le soba el culo y Catalina le abre su blusa descubriendo sus pechos que se aprecian bastante más grandes que los de sus amigas, Pamela sonríe al ver a Sebastián, a pesar de estar amarrado, bastante excitado, la expresión de su rostro lo delata.
 

Pamela atrapa con su boca los pechos de Catalina, se los chupa ansiosamente mientras Sara le frota su entrepierna a Pamela y presiona sus dedos contra su sexo, la escena es todo un espectáculo para Sebastián que ve a su prima montárselo con dos de sus amigas. Sara toma a Pamela y la empuja sobre la cama, ella cae encima de Sebastián y sus amigas se le van encima, Sara la abre de piernas y le sube completamente su falda metiendo su rostro entre ellas, Pamela empieza a gemir al sentir la lengua de su amiga deslizarse de forma vigorosa por su sexo, ella la sujeta de la cabeza y la carga contra su coño. Catalina no deja de lamer los pechos de Pamela pasa su lengua sobre ellos y con su boca atrapa los erectos pezones que se ven. Pamela se mueve encima de su primo el cual ya no das de caliente ante semejante espectáculo que ellas le dan.

Pamela se pone sobre él haciendo un 69, Sebastián tiene frente a su rostro el coño de su prima, él no sabe que hacer y de pronto las amigas de Pamela comienzan a meterle los dedos por su sexo y por su culo, Sebastián esta asombrado y terriblemente excitado, sin embargo pronto se lleva una sorpresa aun mayor cuando los carnosos labios de Pamela comienzan a envolver su verga, él respira agitado mientras ella le hace una mamada, “Mira su cara el pobre esta en el cielo” comenta Catalina.
 

“No te quedes ahí aun puedes usar tu boca” le dice Sara, ella toma a Pamela con fuerza y la hace poner su coño sobre el rostro de Sebastián y él tímidamente empieza a pasar su lengua sobre el mismo, a Pamela esto la excita y mueve su sexo contra Sebastián.

“Déjanos ayudarte” dice Catalina y junto a Sara se unen a Pamela y pasan sus lenguas por todo el miembro de Sebastián que ya no sabe que hacer, trata de liberarse pero ellas lo amarraron bastante bien a la cama. La sensación de sentir tres lenguas recorriendo al mismo tiempo su verga fue demasiado para él y comenzó a correrse para deleite de ellas.
“¡Vaya pero si es un pequeño degenerado míralo se ha corrido sobre nosotras!” se ríe Pamela al verlo, “pero fíjate que aun esta bien erecto y duro” le hace ver Catalina, Pamela sonríe picaramente, “veamos que más puede hacer”. Las tres se desnudan por completo y Pamela se monta una vez más sobre su primo, Sara sujeta derecha la verga de Sebastián y Pamela comienza a rozar su coño contra su verga. Ella se besa con Sebastián que no sabe como responderle, “vamos no seas tímido, acaso no me querías tener así” le dice ella.
Luego de jugar con él por un instante Pamela lentamente se deja caer sobre su verga, ella cierra sus ojos y su respiración se agita notablemente, Sebastián esta totalmente extasiado mientras ella se mueve lentamente sobre él, Catalina y Sara se besan apasionadamente con Pamela y le soban sus majestuosos pechos mientras ella esta empalada sobre su primo. Sara se pone sobre Sebastián restregándole su coño en la cara para que él se lo pueda lamer, las tres chicas se dan un festín con el pobre de Sebastián el cual se ve completamente sometido a sus caprichos, aunque él no se queja en absoluto de ello.
Al cabo de un instante Sara se levanta dejando el miembro de Sebastián aun bien duro, Pamela nuevamente toma su lugar pero ahora ella se le monta separando ampliamente sus piernas mostrando completamente su coño, “ya saben” les dice a sus amigas. Ellas dirigen esta vez la verga de Sebastián directamente al culo de Pamela para sorpresa de él, ellas se la lubrican con su saliva y Pamela la recibe completamente en su culo que Sebastián siente bastante estrecho.
“¡Así es se siente tan bien tu verga en mi culo!” le dice ella que se mueve rítmicamente sobre él metiéndosela más adentro cada vez, sus amigas no se quedan solo mirando y continuamente le lamen y le meten los dedos a pamela, Sebastián tiene una vista privilegiada de ello, pero aun hay más.
Pamela sigue moviéndose sobre la verga de su primo, se la mete una y otra vez dándole con todo, en ese instante las amigas de Pamela aparecieron portando dos consoladores que de inmediato se los ponen en la cara a Pamela, ella los chupa y los saborea como si fuesen de verdad, sus amigas le ayudan y después se los deslizan entre sus pechos, Sebastián se queda atónito cuando se los empiezan a meter por el coño, no uno sino que ambos a la vez y aun con su verga bien enterrada en el culo de su prima.
Catalina y Sara le dan con todo a Pamela, se los meten una y otra vez y se los retuercen en su sexo para el total deleite de la ardiente muchacha, Sebastián mueve sus caderas y la penetra con más fuerza aun mientras observa con lujo de detalles como se follan a su prima.
Pamela sigue gozando como loca, ella misma sujeta uno de los juguetes mientras sus amigas se follan entre ellas con el otro, Sebastián ya no da más y Pamela lo intuye en el momento en que ella se levanta Sebastián se corre de nuevo salpicándola de semen. Las chicas se encargan de atenderlo como se debe y finalmente lo liberan de sus ataduras.
“Espero que para la otra seas más activo” le dice Pamela a Sebastián, “siempre y cuando no me vuelvas a amarrar de nuevo” le responde él. Los cuatro se quedan ahí recuperando el aliento, Sebastián espera poder volver a follarlas esta vez a su manera cuando de pronto sienten el ruido de un auto afuera, es Sergio, el papa de Pamela, de inmediato los cuatro se arreglan y ellas se esconden para no ser descubiertas, Pamela le da un ultimo beso de despedida a su primo, “te prometo que te iré a visitar algún día” le dice ella. Sebastián recoge sus cosas y se va con su tío mientras ellas lo observan tras una ventana.
Dos meses han pasado y Sebastián no ha vuelto a ver a su prima, una tarde esta en recreo en su colegio cuando recibe un mensaje de texto en su celular. “Estoy en tu casa te vengo a visitar por unos días, te espero, ven enseguida, ventana de la cocina, Pamela”. Esto despierta la curiosidad de Sebastián, de inmediato se pone manos a la obra e inventa una supuesta enfermedad para salirse de clases y regresar antes de la hora a su casa.
Tal como dice el mensaje él entra por el patio saltando la cerca, en silencio se aproxima a la ventana de la cocina, voces y ruidos se escuchan cada vez con más fuerza a medida que se acerca. Discretamente se asoma por la ventana y ve a dos personas, dos mujeres, Pamela y alguien más. Ambas están en el piso de la cocina, Pamela encima de la otra, semidesnudas se besan apasionadamente, Pamela le mete su lengua en su boca y casi no le da tregua. Sebastián se percata además que entre ambas se follan con un consolador entre si, este entra y sale de los coños de ambas, Pamela se carga con fuerza sobre la otra enterrándoselo hasta el fondo.
“Pamela, Pamela, espera un poco, ya es muy tarde Sebastián puede llegar en cualquier momento” le dicen, Pamela la besa ardientemente y se carga con mas fuerza aun, “no se preocupe tía, Sebastián nunca sabrá nuestra pequeño secreto, así que sigamos, aun tenemos tiempo para seguir cogiendo”, Pamela abraza a su tía y ambas ruedan por el piso quedando la tía encima de su sobrina, Pamela observa a la ventana y ve una silueta familiar, a Sebastián con su verga en la observándolas, “estas dos semana serán increíbles” agrega ella después mientras sigue follando con su tía.

 

 
 
 
 

Relato erótico: Sexo duro con un matrimonio perverso (POR ROCIO)

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PORTADA ALUMNA2

Sin-t-C3-ADtulo18Hola queridos lectores de Pornógrafoaficionado.  Me llamo Rocío y soy de Uruguay, tengo diecinueve pero a veces me siento rara con mis amigas porque me gusta el sexo duro y dudo que ellas soporten la mitad de lo que yo. Me dicen que soy muy apetecible, de carne maciza y buenas curvas, llevo además el cabello lacio y suelto hasta los hombros, de color castaño café como mis ojos.
En mis otros relatos conté cómo me chantajearon para ser la putita de un grupo de ocho hombres maduros, y también cómo tuve que hacerme tatuajes obscenos (pero temporales) y piercings para complacerles. Posteriormente me volvieron adicta a la zoofilia y cumplí mi deseo de hacerlo con los dos perros del jefe del grupo.
Nunca lo he practicado con mujeres, ni mucho menos me imaginé que podría “follar” a un maduro utilizando un pene falso, pero ambas cosas iban a cambiar drásticamente. Pronto tendría una noche de sexo tan salvaje, guarro y duro, que en mi vida nunca más me sentiría excitada a menos que fuera a los extremos.
Pero vamos por partes.
Tras terminar las clases en la facultad, mi amiga Andrea y yo fuimos a la casa de mi amante para tratar de aclararle las cosas, ya que ella fue filmada ingresando en su predio sin permiso, como comenté en mi último relato. Andrea estaba muy ansiosa cuando tocamos el timbre, se ajustaba sus gafas contantemente en una especie de tic nervioso.
A mí me ponía nerviosísima, tanto ella como la situación que se avecinaba. Es que es una chica un poco conservadora tanto en su forma de ser como de vestir, es como si se negara a revelar su cuerpo. Es rubia, un poco más alta que yo (aún así seguimos siendo pequeñas en comparación a la media). Tiene pocas tetas, y si bien su jersey holgado no ayudaba mucho al panorama, su ajustado vaquero enmarcaba una cola pequeña y paradita (apetecible para según qué gustos) y unas torneadas piernas.
Yo estaba con un conjunto casual que no delataba que era la chica más puta de todo mi país. Un jersey sin mangas y una falda decente puesto que había decidido dejar de usar vaqueros porque las molestias en mi cola eran notorias y quería sentirme más cómoda.
Volvimos a tocar timbre.
Lo que me causaba inusitada curiosidad era saber cómo iba a reaccionar mi amiga ante una propuesta indecente de parte de mi amante teniendo en cuenta lo recatada que es ella, o al menos esa es la impresión que tenía de mi amiga.
Otra vez toqué el timbre y por fin Don López nos recibió con semblante serio, y nos invitó a pasar dentro de su lujosa casa. Estaba elegantemente vestido y olía muy bien, pese a que tiene una personalidad de macho alfa que me resulta vomitiva, tiene un cuerpo bastante bueno a sus más de cuarenta años, y tampoco tengo quejas con respecto a su desempeño en la cama (aunque por lo general me suele follar en su baño, sobre un colchón desgastado en su sala o sótano, o sentado en su sofá si hay un partido de fútbol que le interese).
Al entrar en la sala, amagué quitarme el cinturón de mi falda en un acto reflejo, en una demostración de costumbre tras tantas tardes de vicio en ese lugar, pero me acordé que en esta ocasión estaba mi amiga presente. Cuando me volví a ajustar la hebilla, levanté la mirada y noté a una señora en la sala con una copa de vino en mano, mirándonos.
Me quedé congelada, probablemente era su esposa, le pondría una edad similar al marido; peinado caro, vestido negro y lujoso sin mangas, corto y ceñido que destacaban sus turgentes senos, anchas caderas, muslos gruesos y piernas torneadas; sí, era un monumento al atractivo de la mujer madura; pero tenía una mirada de pocos amigos, me recordaba a una profesora de secundaria de esas intratables. Verla me imprimió tanto miedo que pensé en salir volando de allí pero no podía dejar a mi amiga abandonada.
Cuando bebió de su copa, cruzó conmigo una mirada asesina.
—Don López –susurré acercándome a él—. Su… Su—su señora está aquí…
—Rocío, sí, ella estará conmigo esta noche. No te preocupes, lo sabe todo.
Muda y congelada. ¿Su esposa lo sabía todo? ¿Todo? ¿Que yo era la putita de su marido, y de otros siete maduros más? ¿Que en su sala y su sótano hemos montado un montón de fiestas? ¿Qué incluso me emputecí por sus perros? ¡Imposible! Pero don López no suele bromear con ese tono serio, por lo que probablemente me estaba diciendo la verdad.
Con voz cortante, don López le habló a mi amiga mientras yo me atajaba de una pared para no caer desmayada. Vaya panda de gente pervertida que me vine a encontrar.
—Así que tú eres la jovencita que entró anoche en mi propiedad. ¿Cómo te llamas?
—Me… me llamo Andrea, señor.
—¿Qué impide que vaya ahora mismo a la fiscalía para que te denuncie, jovencita?
—Señor, lo lamento mucho. No entré para robar ni nada similar, simplemente estaba preocupada por mi amiga que suele venir aquí a menudo. No volverá a suceder, ¡eso se lo prometo!
Su esposa soltó una risita y levantó la copa al aire:
—¡Pues a mí no me convence, querido!
—¡A mí tampoco, Marta, yo creo que lo mejor será asegurarnos y denunciarla! En la cárcel aprenderá—se burló don López.
—¡No, por favor, es verdad! –Andrea se alarmó—. ¡Rocío, diles!
Me recuperé. Debería tomar la mano de mi amante o pegarme a él para ablandarlo, pero ¡ahí estaba su señora! No me quedó otra que tratar de convencerlo con palabras:
—Don López, ¡Andrea no le haría daño ni a una mosca!
—Hagamos una cosa, acompáñanos esta noche, jovencita. Vamos a conocernos un poco, ¿sí?
—Pero… ¿Cree que soy tonta? –preguntó incrédula—. ¡Yo me voy de aquí ahora mismo, sé lo que quiere hacer, señor, dios mío!
—¿Hacer qué, jovencita? Pero bueno, vete, yo también me iré, ¡pero a denunciarte!
—¡Pero no quiero tener relaciones con alguien viejo y asqueroso como usted! ¡Puaj! ¡Y encima con su señora de cómplice! ¡No les da vergüenza!
—¿¡Qué!? ¿Tener relaciones? ¿Pero qué está fallando en tu cabeza, niña? Solo quiero conocerte y aclarar las cosas, ¿qué me dices, quieres unirte a nosotros esta noche?
Don López sonaba como un caballero, su perfume y su actitud de macho nos embriagaba, le sonreía con un atractivo propio de alguien maduro. Vaya galán, me estaba convenciendo a mí también, y eso que yo ya estaba emputecida por él. Andrea por un momento pareció perderse en su mirada, pero luego reaccionó y preguntó con preocupación.
—¿Solo eso?
—Adelante, siéntate en el sofá con tu amiga Rocío.
—Supongo… Supongo que no pierdo nada… Vaya, discúlpeme en serio, señor López… La verdad es que quiero que me conozcan, no soy ninguna ladrona ni nada similar.
Andrea y yo nos fuimos hasta el sofá y nos sentamos juntas. Ella muy distendida, yo cada vez más nerviosa: ¡su señora estaba ahí! ¡La de cuernos que le habrá puesto su marido conmigo! Necesitaba un chaleco antibalas para sentirme segura.
Don López se sentó junto a su esposa, frente a nosotras. Entre ambos grupos había una mesita de baja altura donde normalmente estaba repleto de condones, pero vaya, esa noche no había nada.
Era extraña la sensación de actuar como un ser humano en ese lugar, cuando acostumbraba a estar desnuda y llorando a cuatro patas, pero más extraña era la sensación de estar siendo observada por una señora que no me miraba con mucha alegría que digamos. La observé de reojo para contemplar mejor los detalles de su rostro; pese a que la edad le hacía mella, se mantenía bastante bien y tenía un innegable atractivo. No es que me gusten las mujeres, pero cuando alguien es guapa es imposible negarlo, y esa señora tenía su qué.
Ella carraspeó para que yo dejara de admirarla, y me preguntó:
—Tú te llamas Rocío, ¿no es así?
—Sí, soy Rocío, señora…
—Tú llámame “señora Marta”.
—Claro, ¡claro!, señora Marta, es un placer —dije preocupada.
—Pero qué pocos modales tienes, no cruces los brazos frente a nosotros.
—Disculpe, señora Marta, no volverá a pasar –respondí poniendo mis manos sobre mi regazo y con la cara colorada.
—Trae la botella de vino de la cocina y unas copas más, Rocío, para servirnos –dijo dibujando una sonrisa pequeña en sus labios. Tenía un tono autoritario que me estremeció de miedo.
Me extrañaba y molestaba que, pese a que apenas nos estábamos conociendo, ya me quería tratar de doméstica. Pero como no quería armar una escena con mi amiga y con su marido presentes, ni tampoco quería llevar la contraria a una mujer cuyo marido me había estado follando, decidí callarme las cosas.
Me levanté rápido y fui a por la botella y las copas. Mientras buscaba entre las estanterías de la cocina, escuché a don López; ya empezaba a tantear el terreno, ¡y con su esposa al lado! Vaya matrimonio más raro.
—Dime, Andrea, ¿tienes novio?
—Sí, señor López. Llevamos dos años juntos.
—¿Es de tu edad?
—Sí, éramos compañeros ya desde secundaria, señor.
—Si yo fuera un jovencito atractivo te trataría de conquistar, Andrea.
—Ay, señor, no diga eso, lo dice como si usted fuera feo.
—¿No te parezco feo, Andrea?
—Bueno, no quiero tener problemas con su esposa aquí presente, don López, ¡jaja!
—A mí no me importa, niña –le dijo su señora—. Adelante, dilo…
—Bueno, la verdad es que usted es muy guapo, señor. Me gustan sus ojos, y su voz es muy sensual, don López.
—¡¡¡Pero por favor, jajaja!!! –me descojoné de la risa, volviendo a la sala; casi eché la botella y las copas debido al tambaleo que me ocasionó tamaño chiste. Lo incómodo es que fui la única que carcajeó, y el matrimonio me miró con ojos asesinos. Ni mil chalecos antibalas parecían ser suficientes.
Me tranquilicé un poco y empecé a servir las bebidas.
—¿Ves qué malvada es Rocío, Andrea? Todas las noches lo mismo, me desprecia, me insulta… ¡qué martirio!
—Pero qué mala eres, Rocío –me reprimió mi amiga—. Yo creo que don López es un hombre muy guapo.
Y las bebidas comenzaron a correr. Las preguntas también avanzaron de temperatura. Ya no eran sobre la secundaria, estudios o inicios de nuestra universidad. Empezaban a ser sobre sus gustos con los chicos, sus experiencias como primeros besos y enamoramientos, así como nuestra percepción del sexo sin tabúes. Le pasaban el vino y exploraban más el terreno, conforme ella se volvía más abierta. Tras casi cuarenta minutos de interrogación, don López y su señora ya no disimulaban, se acariciaban los muslos del otro mientras le hablaban a mi amiga, que por la pinta estaba algo borracha; se notaba que no sabía tomar.
Yo fui en todo momento un ser invisible, un instrumento cuyo único objetivo era cargar las copas cuando se vaciaban, para luego sentarme al lado de Andrea y ver cómo poco a poco ella cedía a las consultas más obscenas: su primera vez, sus masturbaciones y cómo de bien lo hacía su novio comparado con otras ex parejas. Lejos de sentirse incómoda, se liberaba poco a poco una personalidad lívida que yo desconocía: o el vino que estábamos bebiendo tenía algo, o mi amiga era una guarrilla disfrazada de universitaria recatada. O puede que fuera una mezcla de ambas cosas.
—La verdad es que usted me agrada, don López, ya veo por qué Rocío viene aquí todas las noches.
—Bueno, Andrea, la verdad es que mis colegas y yo no le aguantamos tanto a Rocío, mira, te mostraré a qué me refiero… ¡Oye Rocío, cuéntanos cómo fue tu primera vez!
—¡Muérase, perro!
—¿Ves, Andrea, por qué nos harías bien en nuestro grupo? Rocío es una protestona e insumisa, a veces mis colegas vienen cansados del trabajo y queremos pasarla bien, pero hay que estar media hora convenciéndola para que nos haga fiesta. Acepta entrar en nuestro círculo y no te denunciaremos.
—Ya veo… hip… Entiendo, haré lo que me pidan siempre y cuando me respeten, y obviamente no me denuncien.
—¿Quéeee, estás diciéndolo en serio, Andy? –pregunté con los ojos abiertos como platos—. ¡Hace cuarenta minutos negaste enérgicamente!
—Así me gusta, niña preciosa—don López seguía picando hielo—.  A partir de ahora te llamaré “Princesa”, porque me encanta tu forma tan amena de ser.
—¡Me encanta que me digan “princesa”!
La esposa de don López se levantó; vaya que era muy alta, casi tan grande como su marido. Tragué saliva, de solo pensarla sobre mí me hizo dar un ligero tembleque, mejor no llevarle la contraria. Se sentó al lado de Andrea y le invitó a beber de su copa de vino. Cuando mi amiga terminó un sorbo, la madura le quitó sus gafas con ternura, y luego le preguntó:
—¿Qué tan buena eres besando, Andrea?
—No soy muy buena, señora… hip…
—Dime, ¿yo te parezco bonita, Andrea?
—Hip… Sí, mucho, señora…
—Siempre me gustó la idea de estar con otra mujer. Sinceramente, no me gustaría estar con una chica que folla con mis perros –dijo mirándome con saña. Mi cara se volvió un tomate, quería llorar de vergüenza—. Pero Andrea, no tengo reparos en estar con una chica tan educada, simpática y guapa como tú…
—Señora López, nunca… hip… nunca besé a una mujer… ¡jajaja!
—No es que haya mucha diferencia, princesa. Mira, hoy espero cumplir un par de fantasías. La primera es el beso, y la otra es que mi marido se deje follar por culo por una chica con arnés.
—Querida, ¿en serio es necesario eso último? –se quejó don López.
—Me has sido infiel con una cría de 19 años, ¡o te dejarás follar por el culo o pido el divorcio para llevarme TODO!
Pues ya me quedó clara la situación. Su esposa lo había pillado de alguna manera (¿habré dejado una tanga o sostén por la casa?, o puede que haya descubierto su disco duro repleto de vídeos en donde me sometían). Lo que no entendía era por qué, en vez de pedir divorcio directamente, le puso condiciones tan extremas. Más adelante en la noche lo sabría.
—Querida, preferiría no discutir de eso con tan encantadoras damas aquí presentes.
—De acuerdo, querido.
La mujer puso la copa en la mesa, y tras relamerse los labios, lentamente se acercó a Andrea para tomarla del mentón. Le dio un piquito, luego otro y uno último sin que ella reaccionara más que con un respingo de sorpresa. La mujer se rio de ella, alejándose para susurrarle algo al oído, y luego volvió al ataque para pasar su lengua entre sus labios, de abajo para arriba, enterrándola luego en su boca para iniciar un beso de lo más guarro. Yo estaba boquiabierta, no podía ser que mi amiga fuera tan ligera y fácil, era increíble cómo se dejaba hacer y, sobre todo, ver a ambas ladeando la cabeza para succionarse mejor.
Don López chasqueó los dedos, cuando le miré con curiosidad, él separó sus piernas, como invitándome a arrodillarme entre ellas. Era obvio lo que quería, yo ya lo conocía; quería descargar toda su espesa leche en mi boca.
—No quiero, gracias –dijo cogiendo la copa de vino más cercana para vaciar su contenido.
—Rocío, no empieces. Venga, a cabecear.
—¿Cabecear? ¡Ja! En serio estoy cansada, señor –protesté en medio de los sonidos de succión que poblaban poco a poco toda la sala.
—¿Quieres que llame a don Ramiro para que venga y te folle en el sótano? Espera, voy a discar su número ahora mismo…
Casi como un acto reflejó me arrodillé y avancé a cuatro patas hasta colocarme entre sus piernas. Le quité el cinturón y tras sortear la tela de su ropa interior saqué su miembro, a media erección. Escupí un cuajo enorme y procedí a chupársela con fuerza para que su carne creciera dentro de mi boca. Sí, don Ramiro es un guarro y un asqueroso, la última vez que estuvimos en ese sótano me escupió tantas veces la boca que sentí que ni mil enjuagues bucales me limpiarían.
Pero, pese a que me mostraba renegada a hacer guarrerías, me ponía sobremanera oír los gemidos y los ruidos del beso de mi amiga y la señora, que se conjugaban con los ruidos de mi chupada a ese coloso miembro. Quería tocarme la concha pero la tranca del señor es muy grande y debía cascársela con ambas manos para que se corriera.
Sentí el semen espeso y caliente saliendo de la puntita de su cipote, y con fuerza empecé a serpentear mi lengua hacia su uretra para que se largara de una vez. Como era de esperar, me tomó del cabello y me la ensartó hasta la garganta, pero estaba ya tan acostumbrada que ni siquiera puse resistencia. Simplemente me limité a arrugar mi cara, a sentir cómo su polla latía con fuerza y expulsaba todo, pero admito que me molestó cuando sentí su corrida escurriéndose violentamente en mi garganta e incluso saliendo por mi nariz, manchando mi jersey. Con un bufido de animal que suele hacer, me soltó para que yo pudiera volver a respirar.
—Rocío –dijo la señora al dejar de besar a mi amiga—. No te limpies la carita. Ven aquí, vamos –dio un par de golpecitos al muslo de Andrea, separándole las piernas.
Tragué saliva. Nunca hice cochinadas con mujeres, pero avancé a cuatro patas con el semen del señor pegado en toda mi cara, goteando y escurriéndose desde mi mentón. Cuando me coloqué entre las piernas de mi amiga, pensé que me iba a ordenar que le quitara el vaquero para que le comiera la concha, pero muy para mi sorpresa, la señora tenía otro plan:
—Andrea, limpia la cara de Rocío con tu lengua.
Casi poté, hice un amague ante la idea de ver a mi amiga pasándome lengua. Andrea me miró con esos ojos entreabiertos, mezcla de borrachera y excitación. Yo puse mis manos en mi regazo y me quedé coloradísima pues suficiente vergüenza era mirarla con mi cara repleta de lefa. Supe que no teníamos escapatoria, nunca la hay cuando estoy en esa lujosa casa.
—Menuda guarra eres, Rocío. Hip… supongo… supongo que puedo hacerlo, señora Marta… Si es para que no me denuncien…
Se inclinó hacia mí y olió un poco. Arrugó su rostro pues el tufo del semen de don López es terrible, pero yo ya estaba acostumbrada. Se volvió e hizo un gesto de que el semen olía asqueroso, pero la señora le acarició el muslo y le dijo con cariño que le haría muy feliz si me limpiaba con su lengua.
Se apretó la nariz y se inclinó otra vez; se me erizó la piel y crispé los puños cuando abrió la boca y sacó la lengua frente a mi cara; el contacto de su tibia carne recorriéndome el mentón hasta la nariz, pasando por mis labios, me hizo tener un orgasmo brutal que no sabía era posible, tenía ganas de hacerme dedos, abrir mi boca y chupar su lengua o algo similar para calmarme.
Andrea, saboreando el semen recogido, dibujó una cara de asqueada. Quería escupirlo, de hecho ojeó en la mesa buscando algo, tal vez una copa vacía, pero la señora le tomó del mentón:
—Princesa, escupe en la boca de Rocío.
—¿Qué dice, señora Marta? –protesté sorprendida, asustada y asqueada. La muy cabrona me dio una bofetada con su otra mano que dolió más a mi orgullo que a mi mejilla, y luego me tomó del mentón mientras yo me quejaba por su trato severo.
—¡Auchhhh!
—¡No vuelvas a cuestionarme, Rocío!
—Ufff… valeeee… perdóooon…
Apretó mi mentón con fuerza; entendí que tenía que abrir la boca. Andrea, totalmente ida y sonriente, como si fuera ajena a la situación, se inclinó de nuevo hacia mí y apretujó sus labios hacia afuera, apuntando mi boca abierta. Vi cómo el semen brotaba de sus labios, lentamente y burbujeando. Tardó unos interminables segundos en depositar esa lefa mezclada con su saliva. Hice un gesto de arcadas conforme sentía la leche recorriendo mi lengua y entre mis dientes, pero no quería ni imaginarme lo que la señora me haría si vomitaba sobre su alfombrado, así que con mucho valor aguanté.
—Eso es, Rocío, no te lo tragues y espera a que tu amiga vuelva a recoger todo para escupírtelo de nuevo.
De vez en cuando Andrea pasaba su lengua por mis labios pese a que ya no había nada de semen allí, y luego iba hacia mis mejillas y también hacia mi nariz para recoger todo el semen desparramado. En ningún momento me sentí “limpia”, pues si bien la lefa iba retirándose, era la saliva de mi amiga la que empezaba a tomar lugar en mi rostro.

Tras otro par de cuajos cayendo en mi temblorosa boca, ya la tenía a rebosar y las ganas de vomitar eran tremendas. La señora por fin dejó de apretujarme el mentón, y tras darle otro sorbo a su copa de vino, me ordenó que tragara todo.

Andrea por su parte me miraba con cara de vicio, como admirando hasta qué punto estaba yo de emputecida. Cabrona, ella era la princesa, yo un mero instrumento.
Tragué un cuajo, luego otro grande, y por último, empuñando mis manos con fuerza y lagrimeando, conseguí tragar el último resquicio que habitaba en mi boca, no sin varios hilos de saliva y semen escapándoseme de la comisura de mis labios y ensuciando mi jersey. Necesitaba irme al baño para limpiarme los dientes, ¡y con urgencia!
Antes de que rogara que me dejaran ir a asearme, Andrea se volvió a inclinar para plegar su lengua por mis labios, ladeando la cabeza y poniendo fuerza para entrar en mi boca. Quería besarme, no sé si por lo caliente que le ponía mi situación o porque la señora le dio una orden que no llegué a oír. Yo estaba tan caliente que dejé que su tibia carne ingresara y palpara la mía. Me dio un pequeño orgasmo, de hecho, y justo cuando pretendía que sintiera la bolilla injertada en mi lengua, ella retiró su boca con un sonoro y seco ruido, dejando hilos de semen y saliva entre nuestras bocas.
—Rocío, eres increíble… hip…
Pero yo estaba embobada por el besazo que me dio, recogí los restos de lefa y saliva con mi dedo y me los tragué, esperando una felicitación también de parte de la señora Marta, esperando que con ello pudiera bajar de revoluciones conmigo pues nunca soltaba su mirada asesina.
Don López cortó el momento y ordenó con su voz de macho alfa:
—Rocío, vete quitando tus ropas.
—No tengo ganas esta noche, señor… —rogué, todavía de rodillas entre las piernas de mi amiga, reposando mi cabeza en su muslo para recuperarme un poco de la maraña de sensaciones que me invadían por haberme besado con otra mujer.
Su esposa se levantó del sofá para acercarse a mí, y tocándome el hombro, solo tocándomelo, me invadió una sensación sobrecogedora. Di un respingo y me mordí los labios. Miedo, pavor; me temblaron las manos e inmediatamente me levanté. Ni qué decir tiene cuando la mujer me habló con voz autoritaria:
—A esta niñata hay que enseñarle a cintarazos las cosas, me encantaría ser yo quien le corrigiera esa actitud.
Miré a Andrea, ella estaba bastante borracha y cachonda y no parecía darse cuenta de lo degenerados que eran esas personas conmigo. Temblando de miedo procedí a desabrochar el cinturón de mi falda. Tomando los pliegues de dicha faldita para bajármela, la señora se acercó para ayudarme a quitarme mi jersey y sujetador. Poco después, mis tetas se revelaban en todo su esplendor, anillo injertado en mi pezón izquierdo incluido.
—Bueno, princesa –dijo la señora-, ¿y tú por qué no te quitas las ropas?
Andy se levantó, y algo mareada pero muy sonriente, empezó a retirarse sus prendas. La señora le ayudó a quitarse el jean y posteriormente su ropa interior. Me quedé impactada por el escultural cuerpo que se revelaba ante mis ojos. Con ella y yo desnudas, frente a frente, Andrea me miró a los ojos, luego al piercing y por último contempló mi tatuaje obsceno que decía “Putita viciosa” en mi vientre.
—¡Qué loca… hip… qué loca estás, Rocío!
—Ni se te ocurra decirle de esto a alguien, Andy…
Yo, al tener las tetas grandes y el cuerpo en forma de guitarra, lucía muy apetecibles curvas. Nos compararon a ojo, y me dolió mucho que la madura me tratara de “vaquita” mientras que a mi amiga la llamaba la “princesa”. ¡No era tanta la diferencia entre ambas!
Don López se levantó y me atrajo con un brazo contra su fornido cuerpo, y con su otra mano metió su meñique en mi boca e hizo como si me la follara. Yo cerré los ojos para chupársela, me encantaba sobre todo dar lamidas a ese anillo matrimonial que tenía, y en esa ocasión hasta me atreví a mirar de reojo a su señora.
—Dile a tu amiga, Rocío. Lo que te pedí en whatsapp que le digas.
—Diosss…. Mmm… No quiero decirlo, don López…
—No te hagas de rogar otra vez, ¿o en serio quieres que llame a don Ramiro?
—Mmmff… ¡Nooo, a ese cabrón noooo! –dije tras mordisquear el dedo de mi amante—. Valeeee… Andy, soy la putita de ocho viejos degenerados, y aparentemente de una señora también… Por favor, no me dejes sola a merced de ellos… No podré a este ritmo yo sola…
—Rocío… hip… qué excitante… —respondió mientras yo volvía a chupar ese grueso y rugoso dedo.
La señora López se acercó para meterle mano entre las piernas y Andrea solo reaccionó con un torpe respingo de sorpresa, para luego dejarse hacer con una cara de vicio que me resultaba irreconocible. Mientras comenzaban otro fuerte morreo, don López sacó su dedo de mi boca y, señalándome el suelo, me ordenó:
—Rocío, al suelo, y lámele el tacón a mi señora.
—Me estás jodiendo…
—Ya me estás sacando de mis cabales, niña. Haz lo que te digo.
—Pero, ¿¡lamer un tacón!? ¡Es ridículo!
Me dio un zurrón en la cabeza que me cabreó. Con un gruñido de rabia me arrodillé frente a los putos tacones rojos de su mujer. En ese momento no le veía el más mínimo sentido, pero más adelante sabría que solo querían que me acostumbrara a estar en el extremo más bajo de la cadena. Era una forma más de degradarme, de hacerme saber mi lugar.
Miré arriba y noté como la señora y mi amiga empezaban a luchar con sus lenguas. Y yo, algo molesta y celosa, llevé un mechón de mi cabello tras mi oreja, tragué mi orgullo y empecé a lamer su tacón izquierdo, escuchando con envidia las succiones, deseando en el fondo, muy en el fondo, ser parte de esa orgía desenfrenada de bocas.
Don López se unió a la lésbica pareja e hicieron un obsceno beso de a tres partes. Estaban calentando a Andrea a base de bien, con roces y besos duraderos, mostrándoles toda su experiencia. Y yo, muy caliente, pasaba y repasaba mi lengua por la aguja del tacón de doña Marta con la esperanza de que me invitaran.
Tras pasarle lengua a ambos tacones por minutos, incluso a los zapatos de su marido y los pies desnudos de Andrea, contemplé con asombro que chupaban las pequeñas tetas de mi amiga, y que lejos de sentirse ultrajada, gemía al son de la pareja pervertida. Los contemplaba con asombro, pezones rosaditos y muy parados, ensalivados y mordisqueados, era todo un espectáculo, pero la mujer madura me dio una pequeña patada para que siguiera lamiendo su tacón.
—¡Pero si la dejé impoluta, señora Marta!
—¡No te ordené que dejaras de hacerlo, vaquita!
¿”Vaquita”? ¡Cabrona, era un cabrona! Con furia, continué pasando mi lengua.
La señora de don López, descansado su boca pero no sus manos que se escondían entre los muslos tersos de Andrea, me vio el tatuaje temporal del coxis y notó que ya estaba desgastándose, por lo que me ordenó renovarlos cuanto antes. Me dijo, no sé si en broma o en serio, que los hiciera permanentes, y para humillación mía, me sugirió que cambiara “Putita viciosa” por “Vaquita viciosa”, y “Perra en celo” por “Vaca en celo”. Se rieron a carcajadas, Andrea incluida, pero yo estaba a rabiar, pasando lengua fuertemente.
—Querida, es hora del sorteo.
—Ay, cariño, ¿qué estás tramando?
—Pues cara o cruz. Si sale cara me follo a la princesa y tú te follas a la vaquita.
 —¡No me llame vaca, grosero! –protesté con la lengua cansadísima e hinchada.
Una repentina moneda cayó frente a mí, y tras tamborilear un rato en el suelo, un escalofrío me invadió el vientre: salió “cara”, y de alguna manera, esa señora sádica me iba a “follar”… ¡Ni siquiera tenía polla!
—¡Me tocó la follaperros! A ver, vaquita, en mi habitación, arriba, he preparado todo lo que necesitamos en una bandeja de plata. Ve a traerla.
—Pero no soy una vac… ¡Mmfff!, entendido, señora Marta.
El cansancio de mi lengua y boca eran terribles. Subí a la habitación matrimonial y encontré la bandeja sobre la cama: tenía un par de condones, una fusta para azotar y un consolador de goma unido a una especie de cinturón, que más tarde sabría que se le llama “arnés”. Tragué saliva, la polla falsa tenía hasta gruesas venas.
Al llegar de nuevo a la sala, puse la bandeja en el centro de la mesita. Andrea ya estaba sentada sobre don López, también desnudo, iniciando la faena ante mis atónitos ojos. La muy pilla se dejaba chupar las tetas y manosear groseramente, se restregaba contra su peludo pecho, vaya envidia me recorrió el cuerpo, y pensar que le asqueaba hacerlo.
La señora, por su parte, estaba esperándome, mirándome cabreada con las manos en su cintura. Ya dije que era alta e imponente, la verdad es que por poco no me oriné del miedo cuando noté su mirada malvada. ¡Chalecos, chalecos!
—Quítame el vestido, vaquita, y con cuidado, vale más que tú.
Me coloqué detrás de ella, tomé el medallón del cierre y, con sumo cuidado y respeto, comencé a bajar. Cuando terminé, se me reveló la piel de su espalda y una sensación deliciosa pobló mi vientre. Con voz de niña buena solicité permiso:
—Señora Marta, ya está, voy a ayudarla a quitarle el vestido.
—Hazlo lentamente, vaquita.
Me arrodillé para continuar; menudo culo más enorme se le enmarcaba frente a mi rostro. Bajé una porción de la tela; asomó la raja de su culo, la muy cabrona no llevaba ropa interior. Volví a bajar otra porción que desnudó la mitad de sus imponentes nalgas, que no es secreto que a su edad no es que fueran precisamente las de una modelo. Bajé otra porción y admiré con miedo tremendos cachetes expuestos; por el amor de todos los santos, ¿era posible que me parecieran apetecibles? Y de un último tirón, el vestido bajó de sus poderosos muslos hasta sus tobillos: levantando una pierna y luego la otra, le libré de la prenda.
Se giró y me dejó admirar sus enormes y caídas tetas así como su pelado chumino, como el mío; Andrea era la única allí que no la tenía depilada. Vaya monumento de mujer, de porte elegante y erótico. Tragué saliva y bajé la mirada:
—Señora, es usted muy hermosa.
—Gracias vaquita. Ponme el arnés – Al seguir su miraa entendí que “arnés” era la polla con cinturón.
Me ayudó a ceñirla fuerte en su cintura. Una vez cerré la hebilla y comprobar que estaba bien ajustada, me tomó violentamente del cabello y me forzó a lubricar la polla de goma por un largo rato. Mi boca y lengua estaban cansadísimas por haber lamido los pies de todos, pero lo último que quería hacer era quejarme frente a esa mujer. Una vez terminé de lubricar, ella me soltó la cabellera y se sentó en el sofá.
—Súbete, sujétate de mí, vaquita, pero ni se te ocurra arañarme.
—Sí, señora Marta…
Me coloqué sobre ella y posé la punta del enorme consolador entre mis labios vaginales. Yo estaba excitadísima y era muy evidente aquello vista la humedad. Lentamente posé mis manos sobre sus hombros y la miré a sus malvados ojos.
—Por favor, sea gentil, señora.
—¡Ja! Te voy a dar duro, vaquita.
—¿Qué? … No, ¡no, por favor!
Plegó la polla falsa contra mi rajita y luego me sujetó de la cintura con ambas manos. Dibujó una sonrisa de lo más oscura conforme parecía tomar impulso.
—¡No, en serio, perdón! ¡Perdón, perdón por haber estado con su marido! ¡Con sus perros también! ¡No volveré a hacerlo nunca!
No me hizo ningún caso. Dio un envión violento, chillé tan fuerte que los perros en el jardín ladraron, arqueé tanto la espalda que creí que iba a partir la vértebra, mordí tan fuerte mis labios que creí que iba a hacerlos sangrar. Entró demasiado.
—¡Mbuuuuffff, nooooo!
—¡Jajaja! ¡Muge, vaquita, muge!
—UUUGGGHHH, madre míaaaa… ¡no puede ser tan cabronaaaa!
—¡Dejaré de darte duro hasta que mujas!
—¿Está bromeándome, señora? ¿Mugir? ¡AAAHHH DUEEELEEEE!
Sus envites eran bestiales. Quería salirme de allí pero la muy puta me tenía bien atajada. No podía aguantar ese ritmo, tiré mi orgullo a un costado y con lágrimas en los ojos me rendí para dejar atrás el dolor:
—¡Muuuu! ¡Malditaaaa, muuuu!
—¡Jajajaja! ¡Más fuerte!
—Mmmffff….. espere… UFFFF, señoraaaa…
—¡Eso no pareció un mugido, marrana!
—¡MUUUU! ¿Asíiii? ¡¡¡MUUU!!!
—¡Jajajaja, eso es, puta!
—BASTAAAA, me va a mataaaarrrrr…
—¡Vaaa, muy bien hecho, vaquita!
Cuando mi poca dignidad quedó destrozada por ese pollón y mis mugidos, doña Marta empezó un delicioso vaivén a ritmo lento; si antes me costaba hablar por el dolor, ahora me era imposible armar palabras ante el placer que me causaba. Me repuse y reposé mi cabeza en su hombro:
—Mfff… señora… diossss… míoooo… ufffff…
—¿Te gusta, vaquita? ¿O prefieres follar con mis perros, eh?
—Es…. Me gustaaaaa… uffff… usted… usted se mueve muy bien….
No podía evitar balbucear y que la saliva se escurriera de mi boca para caer en su hombro. Era tanto el placer que me daba la madura que, en medio de la calentura y la follada épica, ladeé mi cabeza para besarla, pero muy para mi asombro la mujer dio un envión fuertísimo que me hizo arquear la espalda de nuevo.
—¡¡¡OOHHH, NOOOO!!!!
—Ni te atrevas a besarme, ¡follaperros! Te voy a dar lo tuyo para que aprendas, vaquita.
—¡¡¡NO!!! No, por favor… ¡no lo metas todo!…. ¡No, espera, señora, no, no! No lo metas todooooo, señooooorrraa…. ¡¡¡Diossss!!!
—¿Crees que eres mejor que yo, niñata, por acostarte con mi marido?
—Ughhh… Perdóoon… no es mi cuuulpaaa… ¡me chantajearon, es verdaaaad!
La señora no paraba con sus arremetidas, y yo, sentada sobre ella y mordiéndome los labios, con lágrimas y saliva conjugándose en mi rostro, trataba de no correrme. Sí, follaba duro, pero me estaba dando placer.
—¿Quieres que te más duro, vaquita?
—Mfff… Noooo…. ¡Un poco más lento, señora Marta!… ¡Por favoooor! ¡Aagghmmm!
No era justo, ¿por qué se sentía tan bien todo aquello? Era una folladora nata, y una hija de puta nata también. Me daba nalgadas de vez en cuando, mis tetas se descontrolaban demencialmente, ella a veces aprovechaba para darles fuertes chupetones, y yo me pasaba gastándome toda una sinfonía de chillidos varios debido a “su” gruesa tranca. A nadie debería gustarle esas perversiones, pero de alguna manera a mí sí me encantaba, me mojaba y me ponía como una moto saberme follada por una mujer.
Me corrí dos veces antes de que por fin a ella se le ocurriera dejar de reventarme por el coño.

Se limitó a relajarse, y siempre  tomándome de la cintura, me ordenó que yo siguiera cabalgando su polla.

—Querido –dijo la mujer, ladeando su cara para ver cómo él montaba a mi amiga—. ¿Cuándo comienzas la fusión de tu empresa?
—Bueno, querida –miré de reojo y vi que, como yo, Andrea se limitaba a montar al señor, mientras que él, sentado y tranquilo, la tomaba de la cinturita para hablar a su esposa—. La semana que viene es la reunión.
—¿Y el papá de Rocío será quien vaya, no es así?
Era verdad, iban a mandar a mi papá a Brasil, no sé por cuánto tiempo, pero iban a aprovechar aquello para mandarme al rancho de don Ramiro. Empecé a reducir la velocidad de la cabalgata para prestar más atención a la conversación.
—Sí, su papá irá. Don Ramiro ya se reservó a Rocío, así que la llevará al interior por el tiempo que sea necesario.
—Interesante. ¿Oíste, Rocío? Yo que tú simplemente llevaría rodilleras y enjuague bucal, ¡jajaja!
—Ufff, señora… señora Martaaa… —trataba de hablar claro pero era de lo más delicioso montar esa polla de goma—. No quiero irme allíiii….
—¿Don Ramiro es un guarro de cuidado, no? Lo he visto en los videos.
—Lo odioooo… ¡Ahhhggmm! Me voy a correrrrr… diosss…
Me rendí, era demasiado placentero, y con un gruñido atronador revelé que me corrí como una cerdita. No me quedó otra que reposar mi cabeza entre sus enormes pechos, y para mi asombro, la mujer, lejos de darme una fuerte bofetada o reprimirme verbalmente, me acicaló el cabello con ternura. Como si fuera una madre consolando o felicitando a su hija por ser tan buena puta. Tomó de mi mentón y me besó con fuerza, y yo accedí a unir mi lengua con la suya por el tiempo que fuera necesario.
—Vaquita, la verdad es que eres muy hermosa, ya veo por qué mi marido está tan obsesionado por ti. Tienes razón, no tienes la culpa de que él sea un pervertido. Cuando éramos jóvenes, solíamos practicar muchas cosas perversas, incluso fuimos a clubes de intercambios. Claro que cuando llegó mi hija a nuestra vida, decidimos asentar la cabeza… ¡Pero qué sorpresa cuando veo que mi marido volvió a las andadas con una niña!
—Señooora Martaaa… me encanta cómo me follaaaa usteeed… mmgg… me quiero quedar así para siempre joderrrr… uffff…
—Ay, vaquita, te me estás enterneciendo. Dime, ¿qué tanto sabes de sexo anal?
—Señora Marta, mffff –respondí besando sus hermosos labios—. Solo me follan con dedos… uff… pero por favor, esta noche no, me duele la cola de manera horrible…
Me sonrió y luego levantó la mirada hacia su marido. Él estaba escuchando muy atentamente nuestro diálogo, casi sin hacerle caso a mi amiga que saltaba y saltaba sobre su polla muy enérgicamente. Para mi sorpresa, esa noche no sería yo la ultrajada en el ano.
—Querido, va siendo hora. De cuatro, en el centro de la sala –pateó la mesita para hacer espacio—.¡Ya!
—Mujer… pero en serio… tienes que estar bromeando…
—¡O te dejas dar por culo o pido el divorcio, y me llevo TODO, cabrón! ¡Me has sido infiel mientras yo me sacrificaba por tener unida a la familia!
—Mierda… Está… está bien, mi amor. Pero prométeme que no les dirás a ninguno de mis colegas.
—¡AHORA!
Me dio miedo hasta a mí, pero la señora me seguía follando muy lentamente, muy rico, y yo me limitaba a besar la comisura de sus labios. Pese a que fue una bruta y mal nacida conmigo, se estaba vengando de su marido, de ese cabronazo que tantos malos ratos nos hizo pasar a las dos. Éramos las víctimas. Y, para ser sincera, la mujer se estaba convirtiendo en mi ídolo, ¡su marido, con miedo en los ojos, accedió a ponerse de cuatro patas!
—Vaquita, sal de encima.
—Sí, señora Marta… Ufff, ¿se lo va a follar usted?
—Para nada. Te lo vas a follar tú, vaquita. Quítame el arnés, ya está lo bastante engrasado con tus jugos, ¿ves cómo brilla?
—Pero, ¡yo no sé follar con una polla de juguete!
—Pues vas a aprender hoy,
—¡Está usted looocaaaa! ¿Que me ponga un arnés y le dé por culo a su marido? ¿Es usted peor que don Ramiro!
Me dio una bofetada fuertísima que me hizo ver las estrellas. Entendí rápidamente la situación cuando vi esos ojos asesinos, vaya cabrona de mujer estaba hecha.
—¡Ni una palabra más, vaquita! Venga, quítame el arnés y póntelo tú.
Le desabroché con mis manos visiblemente temblorosas. Cuando me giré para ver a Andrea, noté que ella, sin venir a cuento, se colocó también de cuatro patas frente al rostro preocupado de don López. Como una pobre manera de sentirse un hombre a sabiendas de que iba a ser sometido por una jovencita, don López se acercó a ella y la montó para follarla con fuerza. Parecían dos perros, vaya.
—Señora, perdón por levantarle la voz –dije mientras me ceñía el cinturón del arnés—. Pero mi amiga nunca se había comportado así, tan guarra… ¿el vino tenía algo, no?
—Sí, ¿no te diste cuenta cuando le invité de mi copa? Un trago y voila. De otra forma dudo que se hubiera puesto así de puta… espera un poco… falta ceñir mejor la hebilla… ¡Ya está, tienes una polla muy grande, vaquita!
—Señora Marta, no me llame vaquita que me acomplejo fácil.
—Ponte de rodillas, detrás de mi esposo.
Me dio una fuerte nalgada. Me sentía rarísima, ¡una verga ceñida a mí! ¡Y le iba a dar por culo al infeliz que me ha estado ensanchando el ano los últimos meses! Las tardes de dolor, las muecas de sufrimiento, las lágrimas, la vergüenza, todo tendría revancha. Me sentía… ¡poderosa!
Me arrodillé frente a la pareja que follaba con descontrol. Frente a mí, el asqueroso culo de don López. No creo que mis adorados lectores y lectoras de TodoRelatos quieran que lo describa, en serio, pero por si sois algo curiosos, solo diré que había mucho pelo, y no como en su espalda, que también lo tenía pero no en esa cantidad. Debajo de él se percibía el culo precioso de mi amiga, y cuyo coño era vilmente sometido por la polla de mi amante con sonidos ruidosos de carne contra jugos. Un “splash, splash” que se me antojaba muy caliente.
—Vaquita, ¿sabes hablar duro?
—Creo que sí, señora Marta.
—Pues adelante, no te contengas. ¡Humíllalo!
Sí que lo iba a hacer. La de guarrerías que iba a soltarle era incontable, desfilaban violentamente en mi cabeza. Sonreí ligeramente y arañé su cintura:
—Señor López, voy a hacerle llorar como una putita.
—¿Qué dices, Rocío? –preguntó el señor, dejando de darle embestidas a mi amiga.
—¡Te va a gustar, cabrón!
—¡Querida, sácala de ahí, esto no puede ser verdad!
—¡Silencio, imbécil! –gritó la señora. Se arrodilló y tomó “mi” polla para posarla en el agujero del culo de su marido. Yo no quería verlo, la verdad, así que me limité a sonreírle a doña Marta. Ella también lo sabía, yo fui una víctima de sus perversiones y ahora tendría mi oportunidad. Fue verla y no poder evitar darle otro beso húmedo y guarrísimo.
—Rocío –suspiró don López—, recuerda que soy el jefe de una empresa, no puedo aparecer mañana en mi oficina caminando como pingüino.
—¡Y yo soy una estudiante, cabrón, y eso no te impide abrirme el culo todos los días! ¡Mi papá y mi hermano siempre me preguntan por qué me quejo cada vez que me siento a desayunar o cenar con ellos! ¡En el bus me paso sufriendo por la vibración! ¡Mis compañeros me miran raro cada vez que gruño del dolor al sentarme en mi pupitre!
—No le hagas caso, vaquita –dijo la señora—. Empuja, y dale por culo a base de bien.
—Prepárese, señor, le voy a destrozar el culo como los de Nacional lo hacemos cuando jugamos contra Peñarol, ¡jajaja!  –apreté fuerte de su cintura y empecé a injertar poco a poco, con la ayuda de su señora, que puso la palma de su mano en mi nalga para indicarme que presionara.
—¡Rocío, está bien, lo entiendo, por favor deja eso! ¡Te prometo que…AAAHHHGGGG JODER, PUTITA DE MIERDAAAA!
—¡Hábleme con más respeto, viejo verde! –ordené dándole una nalgada fuertísima.
Sin darme cuenta, di un envión tan violento que el señor mandó su cintura para adelante, enterrando su polla en el coño de mi amiga con vehemencia. El dar esa embestida hizo que tanto él como Andrea gritaran, uno de dolor, la otra de placer. Sí, me follaba al viejo y a la vez hacía gozar a mi amiga.
—NOOO METTAAAAS MÁAAAAS HIJAPUTAAAAA…
—¡Eso es lo que yo solía gritarles, don López! ¿Y se acuerda cuál era su respuesta usual?
—MIERDAAAA… ESTO NO ESTÁ PASANDO, ESTO NO ESTÁ PASAND… UFFF…
—¡”A callar, putita, que te va a gustar”!
—PERO PERDÓO… OHHHH, PUTAAAAA… NO PUEDES… NO DEBES…. OOHHHH NOOOO…
—¡Di que eres mi puta, don López! ¡Dilo!
—PEROOO QUÉ COJONES TIENES EN TU CABEZA, NIÑATAAAAA…
—¡Y di que Peñarol es la putita de Nacional, jajaja!
—NI SIQUIERA SOY DE PEÑAROL, PUTAAAA… SOY DEL DEFENSOOOOR SPORTINGGGG…
—¡Me da igual, ellos son nuestras putitas también! ¿A que sí, don López, a que sí?
—VAAAA… LO ADMITO, CABRONAAAA… SOY TU PUTA, Y MI CLUB TAMBIÉEENNN… OHHH…
—¡Premio, don López! Así me gusta…
Empecé a follarlo con menos ímpetu, pero seguía introduciendo un poquito más de polla cada tanto, arrancándole alaridos al señor. El cabrón probablemente se iba a vengar de mí, tarde o temprano, con tundas de bofetadas y pollones, pero para qué mentir, fuera lo que fuera el castigo al que me iba a someter, el oír sus lamentos hacía valer la pena los castigos.
—Querido, ¿qué se siente ser follado por una niña que hace el amor con tus perros?
—QUERIDAAAA… PERDÓN… VALEEEE… POR FAVOR… ¡AAAHHGGG, ROCÍO, HIJA PUTAAAA!
—Don López, parece que tendrá que llevar almohadillas para sentarse en su oficina, ¡jajaja! –me reí como una diabla. Nunca había estado en esa posición dominante, y me excitaba sobre manera chillar productos de mi follada magistral.
—Vaquita, en esa época de sexo descontrolado que te comenté, yo solía ser una Ama, y debo decir que tú tienes un brillo en tus ojos similar al mío. Parece que naciste para someter a los hombres.
—ROCÍO… SUFICIENTEEEEE… UFFF… Gracias, preciosa Rocío… pensé que nunca ibas a dejar de meterla… ufff… quítala ya, por favor…
—Don López…
—¿Qué pasa… uff, qué pasa Rocío?
—¡No he terminado!
—¿Qué dices, Ro—AAAAGGGHHH… JODEEEER, PUTA DE MIER… TE VOY A FORRAR A OSTIASSSS… AHHHGGG…
—¡Dígame quién eres, cabrón, dímelo!
—MIEERRDDAAA NIÑAATAAA… SOY TU PUTAAAA… BASTA LA GRAN PUTAAAA…
Gemía como un caballo y se agitaba como un pez fuera de agua, quería salirse de mí pero yo le atajaba muy bien al infeliz, iba a probar polla y de la buena hasta que me cansara. Su señora, sorprendida y caliente, me tomó del mentón y me volvió a hundir su lengua en mi boquita. Mi héroe, mi divina diosa me agradecía y me admiraba viendo cómo sometía al que le puso los cuernos. Le chuupé la lengua y luego jugué con la puntita, haciéndole sentir mi piercing.
—¿Alguna vez chupaste un coño, vaquita?
—No… no, señora Marta.
—Buen, primero deja de follar a mi marido, quiero que te agaches y le comas la corrida, que no quiero que preñe a tu amiga, luego ambas me darán una chupada, ¿entendido?
Doña Marta me obligó a salirme tanto del beso como del culo de su marido. El cabrón lo agradeció al cielo una y otra vez. Prefiero no decir cómo lucía el arnés ni cómo quedó su ano. Me levanté temblando y me quité el cinturón para llevarlo al baño. Mi corazón latía rapidísimo pues comer una concha era algo nuevo para mí. Volví a la sala y vi a Andrea, todavía de cuatro patas, siendo débilmente penetrada por el cabrón de don López; ella tenía un cuerpo tremendo y ver cómo era sometida por ese viejo me ponía a cien.
Me arrodillé tras ellos y, succionando los huevos peludos de don López con mucha fuerza, tomé de su enorme tranca y la arranqué del coño de mi amiga.
Escupí en la polla, y torciéndola hacia mi boca para martirio del hombre, la ensalivé a base de bien. Cuando sentí cómo las venas de la tranca parecían latir, succioné y apreté fuertísimo mientras el cabrón berreaba de placer. Al retirar mi boca para respirar, un par de gotitas llegaron a salpicarme en el ojo derecho, cegándomelo.
Cuando Andrea se salió de debajo de don López, juntas nos dirigimos hasta donde doña Marta, quien parada, nos esperaba. Vi ese coño con un deje de asco y excitación, había demasiada piel colgando, joder. Andrea no esperó órdenes y se lanzó a comerlo; puta y borracha. Y yo, crispando mis puños sobre mi regazo, me incliné para penetrarla con mi lengua, rozando la de mi amiga de vez en cuando recorríamos los pliegues rugosos de su coño.
—Mfff… ¡Ufff, qué chicas más buenitas, eso es, así me gusta! Mira, querido, cómo te pongo los cuernos con dos niñas de diecinueve.
—Joder, querida…  ¿Y bien? Me dejé dar por culo, ¡a la mierda! ¿Me perdonas?
—Ay, mi vida, jamás pensé que te rebajarías a dejarte follar por una niña para recuperar nuestro matrimonio. Estás perdonado, mi amor.
El romance volvió a la casa. Limpiamos con velocidad y fuerza, revolviéndonos entre sus abultados labios, buscando los últimos resquicios de sus jugos, chupando, succionando, mordisqueando con cariño para mostrarle a la señora que éramos buenas chicas.
Yo escupía una y otra vez en la concha para poder lubricarla más y más. A la señora le encantaba y por eso me agarraba un puñado de cabello y me enterraba la boca en su chumino jugoso.
Mi coño estaba hecho agua, no podía creer que me empezara a gustar eso. La señora me ordenaban que metiera más lengua, que empujara más mi cabeza contra ella, y yo, lejos de sentirme ultrajada, le decía que sí entre comidas, sintiendo sensaciones demasiado ricas recorriéndome el cuerpo.
Ser violentada por personas tan asquerosas como ellos me ponía a tope. Se sentía tan irresistiblemente bien, me volví loquísima cuando los tres dedos de su esposo entraron imprevistamente casi en mi culo, jugando adentro, haciendo ganchitos y circulitos. Trataba de seguir el ritmo con mi cadera pero a veces me dejaba llevar por el placer.
—Doña Marta… ufff…
—Qué pasa, vaquita, ¿quieres que mi marido te meta otro dedo más para probarte?
—Deje de llamarme vaquitaaa…
—Pero deja de quejarte, vaquita, prepárate porque tú vas a chuparme el culo, ¡jajaja!
Lo peor de la noche llegó allí, cuando oí eso me imagine lo más asqueroso, hundiendo mi cabecita entre sus enormes nalgas para comerle el culo como don Ramiro me lo hace. Imprevistamente me incliné y amagué potar el semen, alcohol y saliva ajena que había ingerido durante toda la sesión de sexo duro. Aguanté, pero cuando don López hizo más ganchitos adentro, la arcada volvió con más fuerza: sentía algo bullendo en mi garganta; me incliné, ladeé la cabeza y dejé que todo aquello se desparramara en el suelo.
Lo sé, fue asqueroso y humillante pero, ¿queréis que pote arcoíris y ponis? Es la verdad, estaba mareada de tanto beber, me dolía el culo por la follada de dedos, las mejillas y las nalgas me hervían por haber sido abofeteadas, tenía el olor rancio a semen por toda mi cara, olor a concha de una madura, la saliva de mi amiga también, la imagen mental del culo de ese maduro aún no la podía quitar, por dios, tarde o temprano iba a pasar.
—¡¡¡Puuutaaaa!!! –rugió doña Marta. Andrea dejó de comerle el coño inmediatamente y miró sorprendida el suelo.
—Rocío, hip… ¿acabas de potar sobre la alfombra?
—Ughhh… mbffff… perdón… perdón en serio, señora, déjenme buscar algo para limpiar… oh, diossss…
Pero no me hizo caso, doña Marta me llevó de un brazo al jardín mientras que en la otra mano llevaba unas esposas. Pensé que me iba a hacer follar con sus perros pero por desgracia tenía otros planes. Me apresó a la pata de una silla sin que yo pusiera resistencia (estaba muerta de miedo).
Tragué saliva y rogué:
—Señora Marta, lo siento, déjeme limpiar su sala, por favor, y sobre todo le imploro que no me obligue a comerle el culo, ¡eso es asqueroso!
—Lo del culo fue una broma, estúpida.
—Uf, menos mal…
—Vaquita, ¿tú trabajas?
—No, señora Marta…
—¡Qué vergüenza! Mientras tu papá y tu hermano se rompen el lomo… A partir de mañana vendrás aquí, después de tus estudios, para trabajar de doméstica.
—¿Doméstica? ¿¡Me está bromeando señora Marta!? ¡Me dijo que yo tenía habilidad para ser Ama, no esclava!
—Pues antes que ser Ama vas a comenzar bien debajo de la cadena. Te mostraré cuál es tu lugar ahora mismo, vaquita.
Noté que don López y Andrea ingresaron al jardín para curiosear. Andrea traía la fusta para azotar y se la cedió a la madura; doña Marta se acercó a mí dándole varazos al aire con fuerza, asestándome con su mirada asesina. Los perros también sintieron esa bravura que emanaba ella; ambos canes se escondieron en sus casitas. De hecho hasta observé que Andrea se ocultó detrás de don López. La sola imagen de ver a esa imponente madura acercándose me hizo orinar de miedo allí mismo.
……………….
Tanto Andrea como yo gruñimos de dolor al sentarnos en los pupitres de nuestra aula. Ella por el trabajito que le hicieron la noche anterior, y yo porque… bueno, aparte de que me follaron duro y me abrieron la cola, doña Marta me dio una tunda de azotes hasta hacerme desmayar en su jardín. La de cremas que me puse de madrugada para dormir.
—Mierda… —balbuceé arañando el pupitre.
—¿Te duele la cola, Rocío?
—¿¡Pero tú qué crees, Andy!?
—Rocío, siento que estoy flotando, vaya vergüenza… Esto es… muy nuevo para mí. Pero bueno, pese al café que tomé esta mañana, sigo con algo de resaca… Y me duele la boca de tanto chupar y lamer –me susurró con la cara colorada—. Don López es lo mejor que me ha pasado. Ayer, luego de que te echaran de la casa, me llevó a mi hogar en su coche y me dio mucho dinero.
—¿Qué? A mí nunca me pagó…
—Si te portas mejor tal vez te paguen como a mí, vaquita.
—¿Me acabas de decir “vaquita”, cabrona? Yo… yo no soy ninguna vaca –balbuceé, mirando mis enormes tetas, palpando luego mi cintura.
Pero bueno, tal vez sí era verdad eso de que ella la pasó mejor por portarse bien sumisa. La verdad es que ya no era divertido volver a casa en bus, con la ropa toda arrugada y lefada; la gente y los vecinos sospechan de lo que hacía. Tal vez mis machos me tratarían mejor si yo les complacía y dejaba de ser tan protestona. Lo había decidido mientras palpaba mis enormes tetas y mi cintura algo ancha; me esforzaría por tener contentos a esos viejos degenerados, trataría de ser mejor putita… mejor vaquita.
—Rocío, mira lo que me dieron anoche, luego de que te echaran –asomó de su mochila un arnés de color crema—. Saltemos las clases por hoy, Rocío, ¿qué tal si vamos al baño un rato?
—¿Saltar las clases? ¿Estás segura, Andy?
—Lo quieres, Rocío, no me mientas.
—…
—¿Y bien, nos vamos, vaquita?
—Mú –dije con una sonrisa viciosa.
—————————————————————————————
Gracias por leerme, queridos lectores de Pornógrafo.  Espero que les haya gustado por lo menos la mitad de lo que a mí. J
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es
 

Relato erótico: ¿Me romperías el culito? me dijo un día mi sobrina? (POR GOLFO)

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NUERA4

Sin título
Nunca hubiese supuesto que un día la preciosa cría de mi cuñado me hiciera esa pregunta. Para explicaros como llegó a hacérmela, os tengo que contar un poco de mi vida. Casado desde joven con una hermosa mujer llamada Lara, nunca necesité buscar fuera lo que mi esposa me daba con gusto en la cama. Os parecerá increíble que os diga esto, pero la realidad es que siempre había obtenido el suficiente sexo con ella y por eso me parecía incluso una degeneración que hombres casados como yo, buscaran en jovencitas alivio a sus oscuras necesidades.  Como pareja era casi perfecta y digo casi porque nadie está al cien por cien satisfecho con lo que tiene, pero ateniéndome a lo que mis amigos me contaban:
¡Lara era insuperable!
Ni siquiera tenía que ser yo quien lo pidiera. Mi mujer era y es una hembra caliente que necesita su ración de sexo casi a diario. Muchas veces su calentura incluso me llegaba a sorprender porque si llevaba tres días sin tocarla, ponía geta y sin esperar a que yo empezara, ella misma buscaba el modo de que lo hiciéramos. Daba igual si estábamos en casa, en un hotel o incluso pasando unos días con sus padres. Si sentía que la tenía abandonada, no dudaba en meterme mano disimuladamente para calentarme. Increíblemente, su propia necesidad fue lo que hizo a fin de cuentas que su sobrina se fijara en mí y decidiera convertirse en mi amante. 
Todo empezó este verano. Mi mujer y su hermano decidieron que pasáramos todo el verano juntos y para ello, alquilaron una casa rural en el norte. Como era bastante lógico que desearan pasar una temporada juntos ya que vivíamos en ciudades diferentes, no puse ningún reparo a ello. Lo que no me esperaba es que esa decisión pusiera en riesgo mi matrimonio. Todavía recuerdo la tarde en que llegamos a Colunga, un pequeño pueblo de Asturias. 
Cansado del viaje, no pude dejar de fijarme en cómo había crecido Adela, la hija de mi cuñado. Con diecinueve años recién cumplidos, la niña que conocía y que no había visto en mucho tiempo había desaparecido, dejando paso a una preciosa mujercita de grandes tetas. Os juro que en un principio aunque era una monada, no la vi como objeto de deseo sino al contrario, muerto de risa comenté a mi esposa los problemas que debería tener su hermano para espantar a los moscones que sin lugar a dudas revolotearían alrededor de su retoño.
-¿Verdad que está guapa?- contestó Lara, dándome la razón.
Y es que en realidad, era un bombón. A pesar de medir casi el metro ochenta y tener en vez de pechos unos melones descomunales, la cría no resultaba en absoluto caballona sino que estaba dotada de una femineidad difícil igualar.  Si de por sí tenía un cuerpo cojonudo, cuyo culo no desmerecía a sus tetas, el colmo era que su cara era perfecta. Os juro que no es una exageración si os digo que parecía cincelada por un artista y no producto de los genes de mis cuñados. Todo en ella era bello, sus piernas, sus muslos e incluso su piel, te llamaban para que los tocaras. Pero aun siendo semejante diosa, no la busqué  sino que fue ella la que decidió someterme a un acoso del que desgraciadamente, no pude escapar.
Tal y como estaba contándoos, como la familia de mi mujer había llegado con anterioridad a la casa rural, fue mi cuñada la que distribuyó las diferentes habitaciones. Ajena a la fijación que sentiría su retoño por mí, creyó conveniente que fuera ella la que durmiera al lado nuestro y no sus dos hermanos pequeños.
-Así estos cafres no os molestarán- nos dijo justificando su decisión.
La lógica aplastante de sus motivos no daba lugar a dudas ya que era proverbial entre la familia lo gamberros que eran ese par de gemelos. Incluso mi propia esposa le agradeció el detalle sin saber las consecuencias que eso tendría. A mí, en lo particular, me daba lo mismo y aunque no tardé en enterarme de que había sido un error, os reconozco que no dije nada. Os preguntareis como me percaté que sería incómodo el tenerla tan cerca, pue fue algo bien fácil. Al entrar en mi cuarto descubrí que compartíamos baño con esa preciosidad. En un principio me molestó encontrarme con que esa cría se había dejado las bragas tiradas en el lavabo y señalándoselas a mi mujer, está la disculpó diciendo:
-No sabía que llegaríamos tan pronto- y tratando de quitarle hierro, me prometió: -Tú tranquilo que hablaré con ella para que sea más ordenada.
Sabiendo que podía ser un error y que el hecho de que fuera cuadriculado en cuestión de orden era una de mis manías, decidí olvidar el asunto aunque tal y como se demostró, no iba a ser cuestión fácil compartir el baño con esa rubia y más cuando como en tantas otras casas rurales, dicho aseo tenía dos puertas y cada una de las cuales daba a una de las habitaciones. Satisfecho por la explicación, decidí dejarlo en sus manos y con la confianza que dan los quince años que llevábamos casados, la dejé sola para irme a tomar unas cervezas con mi cuñado.
José siempre había sido un tío muy simpático y el hecho que me llevara diez años, no había sido nunca un problema. No tardé en encontrarlo porque lo único que tuve que hacer es preguntar dónde estaba el bar más cercano. Tal y como había supuesto, lo hallé pegado a la barra y por eso tras los típicos saludos, pedí al camarero la primera cerveza de las muchas que me pediría ese verano. Habíamos dado cuenta cada uno de al menos cinco cuando su hija vino a buscarnos.
Como os imaginaréis la entrada de semejante monumento en ese bar lleno de paletos causó conmoción y los parroquianos sin cortarse lo más mínimo, la agasajaron con piropos y silbidos de admiración. La muchacha que a pesar de su recién estrenada mayoría de edad, ya conocía el efecto que su belleza causaba en los hombres, se los quedó mirando y dotando a su voz de todo el desprecio que pudo, les gritó:
-¡Babosos!
Os reconozco que me hizo gracia su reacción y para evitar males mayores, la agarré de la cintura mientras le daba la razón:
-Tranquila, pequeña- y dirigiéndome al respetable, les eché en cara que solo era una cría.
Lo que no me esperaba es que Adela se molestara por el modo en que la había defendido y separándose de mí, me soltó bastante enfadada:
-Sé defenderme sola y aunque mi padre y tú no lo sepáis, ¡No soy una niña!
Descojonado, su viejo soltó una carcajada mientras decía:
-Tienes la misma mala leche que tu madre.
Indignada, salió del lugar dando un portazo no sin antes informarnos de que nos esperaban para cenar. Su aviso no evitó que al terminar esa ronda, nos pidiéramos otra, de manera que cuando llegamos a la casa, todo el mundo nos estaba esperando. Mi esposa visiblemente enfadada, me pidió que me sentara con ella y nada más hacerlo, empezó a regañarme en voz baja.
-No te cabrees- le contesté y para calmarla, empecé a acariciarle la pierna.
-¡Quédate quieto!- enfadada,  me soltó al ver mis intenciones,
Decidido a congraciarme con ella y sabiendo que era incapaz de seguir enojada si la calentaba, no hice caso a su orden y disimulando fui en busca de su entrepierna. Lara al sentir a mis dedos acercándose por sus muslos, juntó las rodillas en un vano intento. Interiormente descojonado pero con gesto serio, le pregunté a mi cuñada que pensaban hacer al día siguiente mientras mi mano empezaba a acariciar la tela de sus bragas bajo el mantel.
-Iremos a la playa- contestó Inés, sin saber el acoso al que estaba siendo sometida la hermana de su marido.
Mi mujer intentó retirarme la mano de entre sus muslos pero haciéndome fuerte, no solo no la quité sino que la obligué a abrir un poco las piernas. Me percaté de que se había dado por vencida cuando acercando su boca a  mi oído, me dijo en voz baja:
-Si me dejas, ¡Te prometo una noche loca!.
Sabiéndome vencedor, la besé en los labios cerrando el acuerdo, sin saber que nuestro juego había sido observado con interés por Adela. La cría se había quedado impresionada por mi actitud  dominante  pero más aún por la calenturienta y sumisa de su tía. Descubrir que al meterle mano en público, Lara se había calentado como una perra, fue algo que no se esperaba y contra lo que siempre había supuesto, a ella también le había puesto cachonda. No lo supe en ese momento, pero fue entonces cuando empezó el interés de mi sobrina por mí.
Al terminar de cenar, mi mujer puso por excusa que estaba cansada y por eso no retiramos a nuestra habitación a que ella cumpliera su promesa.  Nada más cerrar la puerta, Lara  se lanzó sobre mí y sin dejarme siquiera quitarme los pantalones, me bajó la bragueta y sacando mi pene,  se abrazó con su piernas a mi cadera, diciendo:
-¡Fóllame!-
De un solo arreón y sin más prolegómeno, la penetré hasta el fondo. Mi mujer chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina con esfuerzo. Sabiendo que todavía no estaba lo suficientemente bruta, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de sus orgasmos mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima del tocador sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su cuerpo, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Lara aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavó las uñas en mi espalda. Su dura caricia me obligó a iniciar un galope desenfrenado encima de ella. Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene totalmente en su interior.
-Me encanta- gritó de placer al sentir mi simiente en su sexo.
Vamos a la cama-, pedí  a mi mujer en cuanto se hubo recuperado un poco.
La cama no me defraudó: sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba un campo de futbol. Nada más tumbarnos, se acurrucó a mi lado y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez más a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en las sábanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía más cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningún pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar más la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido más efectiva y sin poderme negar, la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella pero esta vez sí supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Lara se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras mi mujer gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura.
No debía de moverme pensé, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro y lo que deseaba era darla placer, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella más fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que más deseaba, que era la completa posesión de mi mujer.
Completamente excitada, Lara saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez. El flujo ya  manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de placer. Y en vez de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo.
El clímax de mi mujer era cuestión de tiempo. Su respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo empapado eran síntomas de que estaba a punto de correrse. Justo cuando explotó y se corrió dando gritos, me pareció que se abría la puerta del baño. Al mirar hacia allá, la vi cerrada y uniéndome a Lara, eyaculé en su interior. Creyendo que había sido un error, la abracé y así pegados, nos quedamos dormidos.
Adela me confirma que nos había oído:
A la mañana siguiente, me levanté temprano para salir a correr mientras  Lara se quedaba descansando. Satisfecho por la noche anterior, decidí dar una vuelta por los alrededores y así saber ubicarme dentro del valle. La naturaleza agreste y salvaje de Asturias me contagió nuevos ánimos de forma que estuve más de una hora  recorriendo sus montes.  Al retornar a la casa rural, me encontré a mi cuñada Inés desayunando con sus tres hijos.  Si hubiese previsto lo que iba a pasar, os juro que no me hubiera sentado junto a mi sobrina. Justo cuando su madre estaba regañando a los gemelos por la juerga que habían montado la noche anterior, Adela me susurró al oído:
-Para escándalo: ¡Los gritos de mi tía!
Sabiendo a que se refería me quedé sin saber que decir ni cómo actuar y entonces la chavala muerta de risa, insistió:
-¡Menudo semental debes de ser! ¡Gritaba como si la estuvieses matando!
Completamente cortado, fui incapaz de responder. Afortunadamente, su padre hizo entrada en el comedor y se puso a mi lado. La cría al ver que no iba a poder seguir con su guasa, se levantó de la mesa dejándome solo con José. Os podréis imaginar que agradecí su retirada y mientras charlaba con mi cuñado, no podía dejar de pensar en las palabras de mi sobrina. Asustado me di cuenta que debía de ser ella la que abrió la puerta del baño mientras estábamos follando por lo que no me quedó ninguna duda de que ¡Nos había visto! Y aunque parecía imposible, eso le había gustado. Temiendo que mi esposa montase un espectáculo, decidí no contarle nada de lo que me había dicho su sobrina. Aunque teóricamente no se lo dije porque temía que le echara en cara su actitud, la realidad y ahora lo sé, es que deseaba en mi fuero interno que nos siguiera espiando.
Lo ocurrido durante el desayuno solo fue una antesala de lo que ocurriría a continuación. Tal y como habíamos quedado, ese día iríamos a la playa todos juntos. Por eso al levantarse mi mujer, tuvimos que esperar a que se terminara el café para irnos las dos familias hacia la playa. Como íbamos solos en el coche, Adela le preguntó a mi mujer si podía acompañarnos. Lara no viendo nada extraño aceptó sin caer en mi cara de terror y por eso, su sobrina se montó con nosotros. Ni siquiera habíamos salido de la casa rural, cuando comprobé sin lugar a dudas que iba a resultar muy largo ese día:
Al mirar por el retrovisor, descubrí a la sobrina de mi mujer echándose crema en los pechos mientras me miraba. Por si fuera eso poco, en cuanto descubrió mis ojos en el espejo sonrió y sin taparse se empezó a pellizcar los pezones mientras me sacaba la lengua. Su descaro me dejó pasmado y retirando mi mirada, me intenté infructuosamente concentrar en la carretera. Bastante más excitado de lo que me gustaría reconocer, tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no volver a mirarla.
Mi mujer que no se había coscado de nada, charlaba por teléfono con una compañera. Al llegar a la playa y mientras bajaba las toallas, la zorra de la niña se acercó a mí  y poniendo un tono de puta, me preguntó si me había gustado. Asustado, ni me digné a , no pude ni contestarla. Incapaz de enfrentarme con ella, salí rumbo a la arena sin mirar atrás. Ya me había unido a mi cuñado y al resto de su familia cuando me giré para descubrir que Lara y Adela venían muertas de risa. Os juro que no me atreví a preguntar de qué hablaban y cada vez más incómodo me puse a plantar la sombrilla.
Aunque la playa no estaba repleta de veraneantes y fácilmente la jodida muchacha podía haber extendido su toalla lejos de nosotros, la colocó junto a la mía. No pudiendo objetar nada, no fuera a ser que mi queja levantara las suspicacias de sus padres, me vi colocado entre mi mujer y esa criatura.
“Mierda, ¿A qué juega?”, mascullé en silencio.
Adela disfrutando de mi embarazo, preguntó a su tía si la podía echar crema. Mi esposa respondió que sí y pasando por encima de mí, se puso a extenderle el bronceador ajena a las verdaderas intenciones de su sobrina. Si ya fue duro el observar a Lara acariciando sin querer ese cuerpo que me tenía obsesionado, más lo fue escucharla preguntarle si no prefería quitarse la parte de arriba del bikini para que no le quedara marca.
La cría soltando una carcajada, contestó:
-No creo que a mi padre y a mi tío les guste verme en tetas.
-No seas boba- rio mi mujer y colaborando involuntariamente con el acoso de Adela, le ayudó a quitárselo, diciendo: -Si son tan anticuados, ¡Que no miren!
Aunque intenté mirar, no pude y cuando lo hice, creí que me iba a dar algo al descubrir la perfección de los pechos de mi sobrina. No solo era su tamaño ni siquiera lo bien formados que los tenía, lo que me dejó alelado fue los maravillosos pezones que decoraban ese par de bellezas. Grandes y rosados eran una tentación demasiada intensa para soportarla y cerrándolos ojos, me imaginé con ellos en mi boca. Juro que intenté evitar ponerme cachondo pero mi calenturienta mente me traicionó y me vi mordisqueándolos mientras mi sobrina se retorcía de gusto.
Viendo que mi pene se empezaba a endurecer bajo mi bañador, me di la vuelta para evitar que todo el mundo se percatara de mi erección. Desgraciadamente, la jovencita se dio cuenta y poniendo cara de no haber roto un plato, me preguntó si me ocurría algo.
No recuerdo si llegué a responder porque al entreabrir mis ojos, me encontré con la visión de su culo a escasos centímetros de mi cara. La sorpresa de toparme con dos nalgas duras y apenas cubiertas por un tanga, fue demasiado y levantándome de la arena, me fui al mar intentando que el agua fría calmara mi calentura. La temperatura del cantábrico consiguió su objetivo y ya más tranquilo me puse a jugar con los dos gemelos cogiendo olas. Mientras los hermanos competían entre sí a ver quién era mejor tomándolas, mi mente estaba hecha un lío, pensando en el porqué de la fijación de esa niñata pero sobre todo en cómo iba a hacer para evitar su acoso.
Llevaba media hora a remojo cuando desde la orilla me llamó mi mujer. Cansado de esos enanos, salí a su encuentro. Nada más llegar a su lado, Lara me cogió de la mano y poniendo una expresión pícara en su rostro, me preguntó si la acompañaba a dar una vuelta por la playa. Conociéndola como la conocía, reconocí la cara de puta que ponía cuando quería hacer una travesura y encantado con la perspectiva, le pregunté qué quería hacer mientras le daba un pellizco en el trasero.
-Llevo mucho tiempo sin que me hagas el amor en el agua- contestó tirando de mí rumbo a una zona desierta.
Al ver hacia donde me llevaba, no puse reparo alguno de forma que en menos de diez minutos, ya estábamos besándonos entre las olas. Mi amada esposa ni siquiera esperó a que nos hubiésemos alejado de la orilla para subirse encima y abrazándome con sus piernas, intentar que la penetrara. La calentura que demostró provocó que mi pene saliera de su letargo y con una erección endiablada estuviera dispuesto.
Lara al notarlo, separó con los dedos su bikini y sin más preparación se ensartó con el mientras ponía sus pechos en mi boca. La facilidad con la que mi glande perforó su sexo me reveló que estaba cachonda y forzando su entrada con un movimiento de caderas se lo ensarté hasta el fondo.
-¡Cómo me gusta!- gritó al sentirse llena y obviando que nos podían ver desde la arena, se puso a saltar sobre mi verga.

No llevábamos ni cinco minutos haciendo el amor cuando al levantar mi mirada, descubrí a mi sobrina agazapada tras unas rocas mirándonos. Si de por sí mi mujer me ponía bruto, el estármela follando mientras Adela nos observaba fue algo brutal y dejándome llevar por el placer, empecé a machacar con mayor intensidad su amado cuerpo.

-¡Sigue cabronazo que me tienes ardiendo!- chilló al notar que había incrementado la velocidad de mis ataques.
Ajena a que la hija de su hermano estaba siendo testigo de nuestra lujuria, mi señora aulló de placer al sentir mis dientes mordisquear sus pezones. Coincidiendo con su orgasmo, comprendí que la muchacha con se había dado cuenta que la había descubierto y en vez de esconderse, con todo el descaro del mundo se empezó a masturbar ante mis ojos. No os podéis imaginar lo que sentí al verla separar sus piernas y meter una mano bajo su bikini mientras con la otra se acariciaba los pechos.
El cúmulo de sensaciones unido al movimiento de mi mujer hicieron inútil mi intento de controlarme y casi sin poder respirar, me corrí en el interior de su coño, sabiendo que unos metros más allá Adela se retorcía disfrutando de la dulce tortura de sus dedos. Mi esposa al sentir mi semen en su vagina, me besó con una pasión inaudita que me dejó pensando si acaso ella sabía que la cría nos estaba mirando. Lo cierto es que entonces los gritos de unos niños nos hicieron separarnos y acomodándonos nuestros trajes de baño, salimos del agua rumbo a las toallas.
Al llegar a donde habíamos dejado a su familia, su cuñada le preguntó si la acompañaba a por unas cervezas al chiringuito:
-Por supuesto- contestó y cogiendo su pareo se lo puso en la cintura, dejándome con su hermano y su sobrina.
Desgraciadamente, en ese momento, los gemelos llamaron  a su padre y ya solos, Adela aprovechó la circunstancia para con toda la desfachatez que le permitían sus pocos años decirme:
-No te imaginas lo que voy a disfrutar este verano, teniéndoos en la habitación de al lado.
Cortado porque no tuve que ser un genio para comprender el significado de sus palabras solo pude balbucear una queja. La chavala al ver mi cara de espanto, separó sus piernas y señalando su bikini, me soltó riendo:
-¡Mira como me tienes!.
No pude dejar de mirar su sexo y con autentico terror, descubrí que una mancha de humedad revelaba que lo tenía totalmente encharcado. Sacando fuerzas de mi nerviosismo, me encaré con ella recordándole que era su tío. La niñata haciendo caso omiso a nuestro parentesco, se dio la vuelta y mostrándome las nalgas, me preguntó:
-¿Te parece que tengo un trasero bonito?
Anonadado por el poco tacto de la cría, me quedé con la boca abierta mientras ella, usando sus dos manos, se separaba los cachetes e insistía:
-¿Me romperías el culito? O ¿Tendré que pedírselo a otro?
Juro que si no llega a ser la hija de mis cuñados, no hubiera podido rechazar tamaño ofrecimiento porque el ojete virginal que me mostró podía ser catalogado como una de las siete maravillas del mundo. Indignado con la muchacha pero también conmigo por lo cerca que estuve de ceder, me negué en rotundo amenazándola con decírselo a sus padres. Ella al oírme, soltó una carcajada y me respondió en voz baja al darse cuenta de que su madre y su tía estaban volviendo:
-Sé que no será capaz de decírselo y desde ahora te digo que serás tú quien me lo haga.
La llegada de las dos mujeres rompió el silencio que se había instalado entre nosotros y disimulando pregunté a mi mujer por mi cerveza. Lara, desconocedora de lo ocurrido, me alargó un bote mientras se tumbaba a mi lado. Abriendo la birra, intenté apagar el fuego que  había prendido en mi interior.
Adela cumple su amenaza:
El resto del día transcurrió sin novedad. Si es que se puede decir eso cuando me pasé todo el tiempo, evitando el quedarme nuevamente solo con mi sobrina. Cada vez que veía que eso iba a ocurrir, salía despavorido de su presencia, sabiendo que esa brujita aprovecharía cualquier instante para continuar acosándome. Aunque sabía que tenía que dejar de huir y enfrentarme con ese engendro del demonio, no pude hacerlo porque temía no tener la suficiente entereza para evitar caer en su tela de araña.
Ya de vuelta a la casa rural, Lara e Inés se pusieron a preparar la cena por lo que decidí darme una vuelta con mi cuñado. José para eso era un facilón y no me costó convencerle de tomarnos unas copas. Agradeciendo la complicidad masculina, entramos al bar y sin esperar a que vinieran a pedirnos la comanda, llamé al camarero y pedí dos whiskies. Dos horas después y con un par de copas de más, volvimos con nuestras familias. Al llegar descubrimos que  tanto su mujer como la mía estaban enfadadas y que sin esperar a que llegáramos, se habían metido en la cama.
Por eso fue Adela la que nos dio de cenar. Quizás temiendo la autoridad paterna, se mostró comedida evitando reiniciar su ataque. Incluso tengo que reconocer que de algún modo dio pábulo a la sed de su viejo y comportándose como una hija cariñosa, rellenaba su vaso sin esperar a que hubiera terminado el vino. La realidad es que al poco rato, tanto José estaba borracho y por eso tuvo que ayudarme a subir a su padre por las escaleras. Al llegar a su habitación, Inés estaba tan dormida que ni siquiera se despertó cuando lo dejamos caer a su lado.
Cuando salimos, pensé que la cría iba a empezar con sus tonterías pero despidiéndose de mí en la puerta de su cuarto, me dijo “hasta luego”. Os juro que en ese momento no caí en que no fue un “hasta mañana” y creyéndome a salvó entré en mi cuarto. Al saludar a Lara, tampoco me contestó. Su actitud no me extrañó porque cuando mi mujer se enfadaba, una de sus costumbres era no hablarme y por eso sin más, me empecé a desnudar.
No llevaba ni cinco minutos en la cama, cuando escuché que se abría la puerta del baño. Asustado por la intromisión, me incorporé para descubrir a mi sobrina totalmente desnuda de pie en la habitación. Os juro que tardé en reaccionar porque me parecía inconcebible que esa cría tuviera la caradura de presentarse así en mi cuarto y más cuando a mi lado dormía su tía.
Molesto, le dije en voz baja qué hacía. La muchacha sin contestar, se acercó hasta el colchón y pidiéndome que le hiciera un lado, me soltó que venía a hacerme el amor. Os juro que la creí loca y ya bastante irritado le dije si no se daba cuenta que despertaría a mi esposa. Fue entonces cuando soltando una carcajada, me respondió diciendo:
-No creo que lo haga hasta mañana. Aprovechando que no estabais, he puesto un somnífero en la copa de ella y en la de mi madre.
-¿Qué has hecho qué?- respondí aterrorizado.
-Ya lo has oído- me respondió tranquilamente mientras su mano se posaba en mi entrepierna: -No quería que nadie nos molestara esta noche.
Sin llegarme a creer todavía que pudiera ser tan perversa, le pregunté por su viejo. Sonriendo me confesó que lo había emborrachado a propósito pero que no lo había sedado por si yo me negaba.
-¡No te entiendo!
Poniendo cara de niña buena, me contestó:
-Como no estaba segura de que quisieras acostarte conmigo, me he guardado una baza- y descojonada mientras acercaba su boca  a la mía, prosiguió diciendo: -O lo haces y nadie se entera, o empiezo a gritar y lo despierto. ¿No querrás que crea que me estás violando?
Os juro que me quedé helado al oír su chantaje y sin poder evitarlo, la muchacha posó sus labios en los míos mientras sin esperar mi respuesta se subía sobre mis piernas. Dándome por vencido, decidí cerrar los ojos y concentrarme en no sentir nada y que ella al ver mi falta de pasión, comprendiera la inutilidad de sus actos.
-Aunque lo intentes no vas a poder ponerme bruto- le solté creyendo que iba a cejar en su empeño.
Lo que no me esperaba es que poniendo voz dulce, se restregara contra mi cuerpo mientras me respondía:
-Por lo que siento aquí bajo: ¡Estás mintiendo!
Lo malo es que esa zorrita tenía toda la razón. Al sentir la suavidad de su trasero contra mi pene, este se irguió bajo mi pijama, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado,  humillado, intenté sepárame de ella mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido con su carcajada retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas.
Intentando otra estrategia, abrí los ojos y cogiendo sus pechos entre mis manos, los pellizqué diciendo:
-¡Tienes demasiado pecho para mi gusto!
Adela volvió a reírse y poniéndomelos en la boca, me preguntó que tenían de malo. Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su rosado pezón a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar la lengua y lamer esa maravilla pero tratando de mantener un resto de cordura, retiré cerré nuevamente los ojos deseando cesara esa tortura. Adela envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y no contenta con ello, al comprobar que mi pene  no era inmune a sus caricias, se empezó a restregar contra él. Esperando que no culminara el acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. Sin dar su brazo a torcer, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo.
-Eres un cerdo- me soltó y señalando a Lara que dormía a un lado del colchón, se rio diciendo: -Te da morbo tenerla ahí ¿Verdad Tío?
Su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por la lujuria, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. Mi sobrina aulló con placer al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, dijo:
-¡No que no te gustaban!
Obviando su recochineo, metí la aureola en mi boca mientras pellizcaba el otro con fuerza. Mi ruda caricia le hizo gritar mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír su calentura, me volví loco y cambiándola de posición, le separé las piernas y hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Sigue!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se iba a cumplir.
Para aquel entonces me importaba un carajo que fuera mi sobrina o que mi esposa estuviera dopada a escasos centímetros de nosotros. Necesitaba follarme a esa preciosidad y sin ser capaz de esperar más, cogí mi pene entre las manos y mientras apuntaba a su coño, susurré en su oído:
-¡Te voy a dar lo que has venido a buscar!
Mis palabras la hicieron sonreír y colaborando conmigo, colocó mi glande en la entrada de su vulva, gritando:
-¡A qué esperas!
Tuve que contenerme para no metérselo a lo bestia. Aunque la cría se merecía eso y más, decidí hacerlo lentamente. De forma que pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues hasta que, profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Adela al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Sin hacer caso de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva.
Mi sobrina, sintiéndose ansiosa de mis caricias, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo. El deseo acumulado en su joven cuerpo rompió su entereza y berreando como una cierva en celo, se corrió sonoramente, para acto seguido, desplomarse sobre las sábanas.
Fue al verla morder con fuerza la almohada cuando decidí que aunque me lo hubiera dicho solo con el ánimo de molestar, esa cría iba a amanecer al día siguiente sin poderse ni sentar y por eso, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda.
-¡Qué vas a hacer1- preguntó al comprender mis intenciones.
Ni siquiera la contesté y separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido.
-¡Ten cuidado!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la cría temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose los labios. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado no fuera a despertar al resto de la casa y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase.
-Dime cuando estés lista- le pedí
Adela moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Me encanta!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Mi querida y zorra sobrina se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, coloqué mi glande en su ojete: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con él. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Adela con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no caer.
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior. Mi sobrina ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa putita, temblando de lujuria mientras mi mujer dormía tranquilamente a un lado. 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su precioso culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo síntoma de su orgasmo. Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su intestino mientras la chavala no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todo mi cuerpo compartió su gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Adela, la cual me recibió con los brazos abiertos y en esa posición, intentó quedarse dormida.
Satisfecho, la dejé descansar pero sabiendo que no podía quedarse en mi cama, la cogí entre mis brazos y la llevé a su habitación. Ya salía hacía la mía cuando la escuché decir:
-Gracias, tío. ¡Ha sido mejor de lo que me imaginaba!- y soltando una carcajada, me informó: -¡Mañana quiero más!

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: La orquídea y el escorpión (POR MARTINA LEMMI)

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Ya sé que es un lugar común pero comenzar una carrera universitaria siempre constituye un desafío nuevo y una Sin-t-C3-ADtulo28puerta hacia un futuro que uno puede ver como incierto pero a la vez motivador.  Creo que siempre supe que elegiría psicología, al menos desde que entré a la escuela secundaria.  Es que la mente humana siempre me pareció un laberinto interesante para descifrar y cuando elegí mi carrera, no lo hice (como sí lo hacen muchos) con la esperanza vana de resolver los propios problemas psicológicos.  De hecho, si de algo estaba segura era de que terminaba mi paso por la secundaria como una adolescente segura de lo que quería y de lo que no quería, por lo cual no consideraba tampoco que hubiera muchos problemas dentro de mi cabeza por resolver.

         Lo siento… fui muy descortés… Olvidé presentarme.  Mi nombre es Luciana Verón.  Mi contextura física es mediana, de poco más de metro sesenta de estatura y de cabello castaño con algunas  ondas ligeras.  Mi tez es levemente morena y mis ojos bien marrones.  No tengo un físico apabullante ni mínimamente y, de hecho, no soy de las que llaman la atención pero tampoco del descarte: soy lo que bien se podría llamar “chica del montón”.
           En cuanto empecé a cursar la carrera, quedé asignada en una comisión de horario muy desfavorable… Al vivir en las afueras de la ciudad, me implicaba un retorno al hogar demasiado tardío y, por cierto, peligroso, razón por la cual ya desde el primer día  comencé a gestionar mi pase a otra comisión.  Y al mes de carrera logré cumplir con mi objetivo: fui derivada a una comisión cuyos horarios sólo ocupaban franjas de la mañana o bien a la tarde temprano.  De ese modo no tendría necesidad de regresar a mi casa más allá de las siete de la tarde como mucho.  En parte me dolió el cambio, porque dejé algunas amistades que ya había empezado a hacer en el mes que llevábamos de cursada, además de algún que otro profesor excelente y algún que otro ayudante de cátedra realmente atractivo, je… Y uno de ellos parecía denotar interés en mí…
         Pero en fin, me mudé de comisión y me animó a hacerlo el hecho de que Tamara, una de mis “nuevas amistades”, también hizo el pase conmigo por problemas similares.
          Fue un lunes el día en que tomamos contacto con nuestros nuevos compañeros.  La materia con la que arrancábamos el nuevo horario se dictaba en un aula magna que está rodeada de parque y por esa razón, al llegar (como toda primeriza, ja) un rato antes, nos encontramos con que la mayoría de los estudiantes estaban sentados por los bancos de madera bajo los árboles o bien en los pocos peldaños que ascendían hacia la entrada del aula magna.  Y fue en ese momento y en ese lugar cuando tuve mi primer contacto visual con Loana… Claro, el contacto lo tuve yo porque ella ni se enteró…
          A mí jamás me habían atraído las mujeres, por lo menos hablando en un plano sexual… También en eso me consideraba una chica segura y siempre tuve en claro que me gustaban los varoncitos.  Nunca fui, por otra parte, una chica fácil o muy predispuesta a aventuras fugaces.  Pero no sé qué irradiaba aquella muchacha cuyo nombre yo aún desconocía.  Era muy hermosa, desde ya: rubia, de ojos marrones y con curvas muy interesantes que delineaban un busto no exuberante pero bien formado y unas caderas muy bien marcadas.  Su modo de vestir, que en ese momento se traducía en un vestido corto de color blanco y con un cuello cerrado (que haría recordar vagamente a Sharon Stone en “Instinct”), dejaba al descubierto un par de hermosas piernas, pero no sólo eso: un magnífico tatuaje de una orquídea ocupaba buena parte del muslo derecho, en tanto que la sinuosa silueta de un escorpión ascendía desde el empeine de su pie izquierdo, justo por encima de una de las sandalias color crema que lucía.  Ambos tatuajes producían un efecto casi hipnótico que llevaba a mantener la vista en ellos y no creo que lo que estoy diciendo fuera una sensación excesivamente subjetiva ya que después noté que los ojos de quienes con ella hablaban tampoco parecían poder impedir el posarse en ellos.  No sería lo único que descubriría con el tiempo: también sabría que había más tatuajes en el cuerpo de Loana, así como que aquel atuendo que ese día lucía era bastante representativo del estilo de indumentaria que habitualmente lucía.
         Pero además de todo ello Loana dimanaba un aire terriblemente presuntuoso y pedante, casi diría el tipo de chica que habitualmente me chocaba y con la cual nunca hubiera querido ni podidod hacer buenas migas; sin embargo por alguna extraña razón la arrogancia que la joven irradiaba era distinta a cualquier otra cosa que hubiera conocido y, por extraño que pueda sonar, producía un fuerte atractivo.  Bastaba con echar un vistazo en derredor suyo para comprobar que aquellas sensaciones que a mí me transmitía no parecían ser muy distintas a las que transmitía al resto de los estudiantes.  Ella estaba sentada sobre uno de los bancos, el cual era lo suficientemente espacioso como para que se sentaran otras dos personas… y sin embargo, era la única que tenía su trasero posado sobre él y, de hecho, en el resto de los bancos había dos o tres personas en cada uno.  Parecía ser SU lugar, algo así como una especie de trono y, por cierto, a su alrededor se arracimaban un grupo de unos nueve o diez estudiantes, tanto chicos como chicas, que sostenían plática con ella.  En realidad quienes parecían hacerlo realmente eran un par; el resto permanecía atento, con sus cuadernos y carpetas apoyados sobre el busto (en el caso de las chicas) o por encima de los genitales (en el caso de los varones).  Pero en todo momento daban la sensación de estar terriblemente atentos a cada palabra que ella decía, aun cuando yo, a la distancia en que con Tamara nos hallábamos, no conseguía oír realmente nada.
          Fue Tamara quien me devolvió a la realidad con un tirón en mi remera, pues yo, sin darme cuenta, había detenido la marcha que llevábamos.
          “Vamos al aula – me dijo -.  Hay demasiados estudiantes acá… Y no quiero quedarme de pie para escuchar la clase”
           Echando de tanto en tanto miradas de soslayo hacia aquella rubiecita de aire presuntuoso, seguí caminando junto a mi compañera en dirección a la escalinata del aula magna.  Al entrar pudimos darnos cuenta de que los temores de Tamara eran infundados; era cierto que afuera había mucha gente esperando pero por algo no se apuraban a entrar: el aula era muy espaciosa, mucho más que la que veníamos utilizando en la comisión anterior y, como tal, no parecía haber posibilidades de no encontrar asiento.  Aun así dejamos nuestras cosas sobre unos largos pupitres que, sólo alternados por los pasillos, recorrían todo el anfiteatro formando franjas desde un extremo hasta el otro.  Tamara ya había echado su traste sobre el asiento, pero yo sentía un deseo irreversible de volver afuera: una sensación poderosa, extraña  e inexplicable.
         “Quiero fumar un pucho antes de que la clase arranque” – dije.  Era una excusa, claro está, pero Tamara estuvo de acuerdo en acompañarme aun cuando ella no fumara.  Pareció quedarse tranquila al saber que nuestros lugares ya estaban de algún modo “reservados”.
          Salimos al exterior una vez más y Tamara se detuvo bajo el pórtico del aula magna, como dando por sobreentendido que ya estábamos lo suficientemente fuera como para fumar.  El lugar estaba algo lejos de la posición de la chica rubia y, por esa razón, sin dar explicaciones, caminé peldaños abajo mientras encendía el cigarrillo y Tami no tuvo más remedio que acompañarme sin objetar nada.  Caminamos a través del parque y nos detuvimos donde yo quise; la excusa era que allí había sombra de árboles, pero la realidad era que estábamos a unos cinco metros de aquella joven intrigante cuyo nombre yo aún desconocía.
           Si bien ni Tamara ni yo somos demasiado atractivas, éramos nuevas en el lugar y, por lo tanto, fue inevitable que algunos chicos clavaran la vista en nosotros.  Sin embargo casi ni los miré porque mis ojos estaban posados en Loana aunque trataba de hacerlo disimuladamente para que Tamara no se diera cuenta de ello.  Me equivoqué:
          “Se nota que es bien líder” – señaló mi amiga.
          El comentario me tomó por sorpresa; giré la vista hacia Tami y de haberme podido ver a mí misma, estoy segura que mi rostro trasuntaba el mismo semblante que el chiquillo a quien han sorprendido en una travesura.  No dije palabra, lo cual se vio facilitado por el hecho de que justo estaba inspirando una pitada al cigarrillo; más bien busqué adoptar una expresión interrogativa a los efectos de que Tamara se explayase más o fuera más específica acerca de lo que hablaba, si bien, claro, yo ya lo sabía.
          “Esa chica – aclaró – parece ser líder”
           Volví a dirigir la mirada hacia la rubia fingiendo sorpresa, como si no hubiera reparado aun en la joven de quien me hablaba.  Ilusa de mí, Tamara no es tonta…
             “¿La rubia que está sentada?” – pregunté en voz baja y tratando de imprimir a mis palabras un tono de sorpresa e ingenuidad.
           “Seee… – remarcó Tamara -. Fijate cómo se comportan los demás, como reverenciando a una diosa”.
          “¿Te parece?” – pregunté.
          “No me parece… es así”
          El hecho de que Tamara hubiese hablado acerca de aquella chica significó en parte un alivio, ya que yo ahora tenía una excusa para mirar en dirección hacia ella sin demasiadas culpas, como si buscara corroborar visualmente lo que mi amiga acababa de decir.
           “Es hermosa eh….” – agregó Tami y yo di otro respingo, como si hubiera sido pillada nuevamente, pero a la vez sabía que lo que terminaba de decir mi amiga no era nada que no fuera visible.
 
 
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No opiné al respecto… mantuve la mirada en el grupo de jóvenes y especialmente en Loana aun a riesgo de quedar en evidencia por mirar demasiado.  Sin embargo, en ningún momento aquella rubia de aires presuntuosos pareció darse cuenta siquiera de mi existencia… y eso me molestaba… Hasta deambulé unos pocos pasos por el lugar tratando de llamarle la atención y mirando por el rabillo del ojo para ver si en algún momento parecía darse cuenta de mi presencia, pero nada… Se mantenía en ese momento charlando con un muchacho bastante atractivo que estaba de pie pero ligeramente inclinado hacia ella, con la palma de su mano apoyada sobre su propia rodilla.  Era obvio que en ese momento y dentro del grupo que la rodeaba, era él quien concentraba la atención y la charla de ella.  Es algo muy raro de explicar, pero sentí rabia, indignación… y mucha envidia.  Aquella chica no me conocía y, por lo tanto, no tenía por qué prestar atención a ninguno de mis ademanes y movimientos, pero sin embargo flotaba en el lugar una sensación como de que quien no estaba en su entorno, directamente no estaba incluido… Era una locura, pero ésa era la sensación…

        Un hombre maduro y de aspecto intelectual pasó caminando por entre todos los estudiantes en dirección hacia la escalinata del aula magna, siendo secundado por un muchacho y una joven que, muy posiblemente, fueran sus ayudantes de cátedra.  El hecho de que los estudiantes comenzaran a ponerse de pie o bien a caminar en dirección al aula dio la confirmación de que el profesor había llegado.  Me distraje por un momento con ello, pero volví rápidamente la vista hacia Loana, queriendo comprobar si ella también había alterado su rutina por la llegada del catedrático.  Pero no… la realidad era que seguía charlando como si nada, como tomándose su tiempo… y ninguno de los que la rodeaban amagó moverse.  Tamara volvió a tironear de mi remera y eso era una señal inequívoca de que debíamos dirigirnos hacia el aula; la acompañé, pero mientras subía la escalinata, no podía dejar de echar vistazos fugaces hacia atrás para ver si en algún momento la joven se dignaba a levantarse de su asiento.  Justo en el momento en que con Tamara trasponíamos el pórtico, llegué a ver que por fin lo hacía, aunque absolutamente relajada y sin abandonar la plática con el muchacho.  Sólo cuando ella se hubo movido, el resto comenzaron a hacerlo… Una vez más, las palabras de Tamara parecían confirmarse: esa chica era líder… no cabía ninguna duda…
        Cuando entró en el anfiteatro, siguió mostrando el mismo aire indiferente y se mantuvo hablando con el mismo joven hasta que la clase hubo empezado.  Se ubicó hacia la tercera fila en un lugar que parecía estar reservado para ella.  Nosotras estábamos unas cuatro filas más arriba y lamenté tal situación… La clase transcurrió en calma; pude comprobar que si bien Loana parecía prestar atención, tampoco era el tipo de alumna que hacía preguntas o sorprendía con intervenciones…
            Fue recién al otro día que pude saber su nombre.  Esta vez había sólo dos filas de diferencia en el aula y pude escuchar como alguien le llamaba la atención precisamente por su nombre.  Esa misma tarde durante una clase-taller en la cual se pasaba lista, pude además enterarme de su apellido: Batista.  Pero eso era apenas una anécdota: en la medida en que nos fuimos metiendo más en aquel ámbito, pudimos darnos cuenta de que cuando se decía su nombre con eso bastaba: todos sabían de quién se hablaba.  Era llamativo también el modo en que siempre estaba presente en casi todas las conversaciones, ya sea que éstas tuvieran que ver con la actividad estudiantil o no.  Por lo pronto, en los días que siguieron, continuó ignorándome: yo para ella no existía.  Tal situación me irritaba y a la vez me irritaba aun más que siendo yo una chica que siempre se había jactado de tener una personalidad segura e independiente, ahora resultaba que me afectaba muy mal el hecho de que una joven desconocida me ignorase.  Si a ello le agregamos que yo estaba estudiando psicología, creo que no hace falta agregar más acerca de los conflictos que aquella chica me generaba…
         Tamara no era del todo indiferente al influjo de Loana, pero se mostraba algo más independiente, siendo capaz incluso de hablar mal de ella, casi siempre haciendo referencia a sus aires de “chetita asquerosa” o de “rubia frívola y superficial”.  Por lo pronto, sí pudimos saber con el correr de los días que intelectualmente no era una lela pero distaba de ser brillante.  Definitivamente su extraño influjo no parecía provenir de su intelecto sino de una cualidad que no era fácil de encontrar en cualquier persona.  Yo quería que nos sentáramos más cerca de ella a los efectos de poder alguna vez dar lugar a una charla pero claro, ello implicaba dar a conocer mis intenciones a Tamara y, obviamente, me daba bastante vergüenza.  Por el contrario, mi amiga siempre se mantuvo fiel a la costumbre de entrar en el aula con una cierta anticipación (o al menos puntualidad), pero siempre, indefectiblemente, ella entraba detrás de nosotras.  Quienes hablaban con ella podían ir rotando, aunque estaba claro que había unos pocos entre los estudiantes que parecían tener más afinidad o cercanía que el resto.  Cuesta decirlo pero los celos y la envidia me carcomían.  En una oportunidad, mientras estábamos afuera del aula, la vi fumando (de tanto en tanto lo hacía) y me sentí tentada de acercarme a pedirle fuego… pero no me atreví.  Se veía como un intento bastante evidente por tratar de llegar hasta ella sobre todo si se consideraba que debía sortear, para hacerlo, el clásico círculo humano que se formaba en torno a ella.  Además y por lo que vi, jamás nadie le pedía fuego a ella sino que era exactamente al revés: la postal típica era ella sentada prendiendo su cigarrillo con un encendedor que le acababa de prestar alguno de los tantos jóvenes que a su alrededor se congregaban.  Cuando de volvía el encendedor, a veces ni siquiera agradecía y cuando sí lo hacía, era mirando hacia otro lado, nunca hacia la cara de quien se lo había prestado.  A veces la cercanía me permitió, eso sí, conocerle el tono de la voz… y, a decir verdad, encajaba perfectamente en ese aura de presuntuosidad que irradiaba todo su ser.

“Qué mina asquerosa” – llegó a decir Tamara, siempre algo más libre del influjo inexplicable que Loana en mí ejercía; yo no objetaba ni agregaba nada a tales comentarios.

         Lo peor de todo era que ese influjo me acompañaba a todas partes; no moría al cumplirse el horario de la facultad o al dejar de verla.  Me iba pensando en ella mientras viajaba en el transporte público con destino a mi hogar e inclusive por las noches pasaba largas noches en mi cuarto haciéndolo.  Más aún, me di cuenta que empezaba a relegar las actividades que tenía que hacer, tal la absorción que de mí se había apoderado.
        Una noche, estando frente al monitor de mi computadora, se me ocurrió buscarla en facebook y en efecto la encontré.  Intenté agregarla pero me apareció la leyenda diciendo que esa persona había pasado el número de amigos permitidos y que, como tal, ya no podría aceptar nuevas solicitudes; como premio consuelo, me decía que quedaba suscripta a sus actualizaciones.  Lo cierto era que Loana seguiría sin enterarse de que yo existía: de haberle enviado la solicitud, no era seguro que me hubiera aceptado pero al menos se hubiera anoticiado de mi existencia.  Todo parecía estar encaminado como para que siguiera andando por la vida con ese aire arrogante en un mundo en el cual yo no tenía cabida.
 
 
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Como ya dije, no parecía ser brillante en absoluto, pero cuando llegaba el momento de presentar las actividades en las comisiones de trabajos prácticos, las mismas estaban inevitable e impecablemente hechas.  Circulaba una leyenda que, obviamente, me pareció terriblemente disparatada: se rumoreaba que había dos chicas, de esas bien inteligentes que lucían lentes y exhibían aires intelectuales, que hacían los trabajos para ella prácticamente sin chistar.  Que Loana era una chica distinta yo ya lo sabía, pero realmente no me resultaba creíble que pudiese llegar a algo así…

        En fin, yo estaba decidida a que ella se enterara de mi existencia y, si bien fracasaban todos mis intentos por lograrlo, eso no me hizo en absoluto bajar los brazos.  Y el día llegó… el contacto se produjo en el buffet de la facultad, unos veinte días después de haberla visto por primera vez.  Era abril pero estábamos ante un otoño más que primaveral y aquella tarde hacía calor.  Con Tamara nos dirigimos a la barra a pedir un par de gaseosas y una vez que las recibimos nos giramos para encaminarnos a buscar un par de lugares para sentarnos a alguna mesa.  Era increíble que con el tiempo que ya llevábamos ahí no hubiera nadie que nos invitase a hacerlo: el primer día, por ser nuevas, algunos chicos nos miraron pero eso se terminó muy rápidamente.  Creo que había una indiferencia generalizada hacia nosotras y se me cruzaba en la cabeza la idea de que eso tenía que ver con el hecho de no haber sido todavía lo suficientemente aceptadas o incluidas, lo cual a su vez tenía una sola explicación: no pertenecíamos al círculo de Loana… Y en ese momento fue cuando la vi; apenas di media vuelta con mi vaso de gaseosa en la mano, mis ojos la captaron avanzando con ese paso seguro y altivo que la caracterizaba y manteniendo una marcha firme de manera casi paralela a la barra.  Venía en dirección hacia donde nosotros nos encontrábamos, pero eso, desde ya, no quería decir nada: en ningún momento sus ojos dieron la impresión de posarse en nosotras sino que sus pupilas parecían perdidas en algún punto indefinido del lugar; lo más probable era que pasase por al lado nuestro como si nada.  En cuanto vi que se acercaba, me volví a girar hacia la barra, deposité mis útiles allí y fingí tomar el vaso de gaseosa que en realidad ya tenía en mis manos; mirando por el rabillo del ojo pude sentirla a pocos pasos de mí y supe que ése era el momento para girarme distraídamente, como si no la viera… Así lo hice y, en efecto, me la llevé por delante… Pero la consecuencia de mi acto llegó más allá de donde yo pensaba que lo haría, porque yo no había especulado con que el líquido contenido en mi vaso cayera sobre el escote y el vestido blanco de ella…
          En un principio bajó la vista para mirar el desastre que yo le había hecho y a continuación sus ojos se levantaron para clavarse en los míos… sentí una mirada terriblemente punzante…sus marrones ojos parecían encendidos y tuve la impresión de estar ante un volcán a punto de hacer erupción, tal la ira contenida que parecía irradiar su semblante.  Yo quise articular un pedido de disculpas pero ninguna palabra brotó de mis labios debido a la excitación del momento porque Loana… ¡me estaba mirando!…
         Como si se hubiera tratado de un violento latigazo, una sonora y dolorosa bofetada se estrelló contra mi rostro, obligándome a ladearlo… Despaciosamente y casi con miedo volví a dirigir la vista hacia ella y, una vez más, estaba tratando de empezar a pedir disculpas, pero no llegué a hacerlo porque la voz de ella sonó, potente y furibunda:
        “¿Qué hacés, pedazo de estúpida?” – me espetó.
         No tuve tiempo de decir algo porque una nueva bofetada me cruzó el rostro.  Difícil es describir la sensación que en mí provocaba la humillación de saberme abofeteada en público y, aunque en ese momento no lo pensé, imagino hoy la cara de incredulidad que estaría exhibiendo Tamara, la cual sin embargo no intervino… Hasta ella parecía caer ante esa atmósfera de poder e impunidad que dimanaba Loana.  Lo cierto era que mi humillación se entremezclaba de manera contradictoria con la excitación que en mí provocaba el saber que finalmente Loana estaba al tanto de mi existencia… que me miraba a los ojos, me hablaba… y me abofeteaba…
         El semblante de la presuntuosa muchacha seguía mostrando rabia e indignación.  Sin pedir permiso ni anunciar sus acciones en modo alguno, me tomó del cabello con una de sus manos y tironeando con fuerza me obligó a girarme.  Una vez hecho esto tomó una de mis muñecas y me llevó hacia atrás el brazo apretándolo fuertemente contra mi espalda.
         “Vamos para el baño, idiota – dijo, casi escupiendo las palabras y sin cuidado alguno de que los demás oyeran sino más bien dando la impresión de buscar lo contrario -, vas a limpiar esto que hiciste”
        Y acto seguido, marchando por detrás de mí y llevándome por el cabello y por el brazo, me exhibió cruzando todo el buffet cuan largo era para encaminarnos ambas hacia la zona de los baños.  El dolor me hacía tener los ojos prácticamente cerrados y por lo tanto era ella quien prácticamente me llevaba; aun así, de tanto en tanto y cada vez que los abría, podía advertir las miradas de todos clavadas en mí… Algunos lucían preocupados por la escena, otros horrorizados o escandalizados, otros piadosos, pero la mayoría… divertidos.  Me pareció oír a mi amiga Tamara ensayando una leve protesta, pero no prosperó o no insistió demasiado; probablemente ya sabía en qué terreno se movía y que allí no era posible manifestarse en contra de los deseos y decisiones de Loana.
        La puerta del baño estaba algo entornada y prácticamente ella estrelló mi cara y mi cuerpo contra la misma para terminar de abrirla.  No se preocupó luego por volver a cerrarla sino que me llevó hacia donde estaban los lavabos y los grifos.  Recién allí me liberó, aunque no lo hizo con suavidad sino virtualmente arrojándome contra la fila de lavatorios.
        Loana se detuvo de pie a un costado y fue casi como si hubieran erigido allí mismo la estatua de una diosa.  Ubicó sus manos sobre la cintura y ligeramente hacia atrás, a la vez que adoptaba la posición más arrogante y altiva que persona alguna pudiese llegar a adoptar.
        “Que no quede una sola mancha porque te juro que no te olvidás más de este día” – sentenció.
 
 

Yo, aún sin articular palabra, dirigí los ojos hacia el desastre que la bebida de cola derramada había hecho sobre su blanco e inmaculado vestido; se apreciaban también manchas sobre su hermoso busto.  La imagen, por cierto, era lo suficientemente poderosa como para mantenerme hipnotizada pero lo cierto era que la premura del asunto y el enojo de Loana exigían urgencia de mi parte.  Eché un vistazo alrededor buscando un trapo o algo para utilizar pero no lo encontré.

         “Usá tu remera” – me ordenó, como si leyera mis pensamientos.
          No podía creer la altanería e insolencia con que me impartía órdenes.  Era una situación extrañísima, que dañaba sobremanera esa alta autoestima que yo siempre había tenido pero a la vez me generaba una excitación difícil de explicar en términos racionales.  Lo que sí era cierto era que yo no podía concebir desobedecer a Loana.  Saqué mi remera por mi cabeza quedando así en su presencia sólo con mi sostén y mi falda, lo cual me produjo una sensación de inferioridad nunca sentida antes.  Abriendo el grifo, mojé mi remera y luego, con meticulosidad, pero a la vez con prisa, comencé a pasarla por las partes manchadas de su vestido.  No tengo palabras para describir mi excitación.  Actué con la mayor prolijidad posible buscando que no quedara mancha visible y luego me dediqué a… su escote… Dudé un momento: me pareció que era como profanar el cuerpo de una diosa.
          “Rápido” – me apuró.
           Así que tuve contacto con su magnífica piel.  Porque, claro, al tratar de pasar mi remera mojada la piel de la parte superior de sus senos, ésta se volvía huidiza y costaba fijar el objetivo a limpiar, razón por la cual no quedó más “remedio” que ayudarme sosteniendo su hermoso seno con la otra mano a los efectos de que no se moviera tanto.  La estaba tocando… no podía creerlo.  Ella mantenía su posición impertérrita, como esperando el momento en que yo le devolviera el aspecto inmaculado que nunca debería haber perdido.
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         Yo estaba tan cerca de su rostro que podía sentir su respiración cosquilleándome entre los cabellos por detrás de la oreja.  Me dediqué afanosamente a la tarea de que su piel volviera a aparecer sin ninguna mancha.  Mientras lo hacía no dejé de tener todo el tiempo la visión de aquella línea de deseo que se perdía entre sus pechos y desaparecía por el vestido bailoteando alocadamente.  Una vez hube terminado con su pecho bajé la vista hacia la parte inferior del vestido: había manchas allí también, lo cual implicaba que para poder limpiarlas tendría que arrodillarme…y así lo hice.
          Arrodillada frente a ella, me sentí infinitamente inferior… alcé levemente los ojos hacia los suyos a los efectos de comprobar cómo se veía ella, aun a riesgo de que lo notara y fuera yo reprendida por ello, pero la realidad era que los ojos de Loana estaban lejos de posarse en mí… Mantenía la vista hacia adelante con el mismo talante de superioridad que siempre exhibía… una estatua de marfil orgullosa de serlo.  Comencé a limpiar la parte baja del vestido justo por encima de donde la línea de la tela de lycra se interrumpía para dar paso a sus magníficas piernas… y a ese tatuaje de la orquídea que tanto atractivo me despertaba.  Creo que el influjo de la figura era aun superior ahora que la tenía tan cerca…  De hecho fue tal el grado de abstracción que involuntariamente interrumpí mi labor por unos segundos… Loana lo advirtió y me golpeó ligeramente el rostro con el muslo, no con el del tatuaje sino con el izquierdo.  El golpe no fue excesivamente violento pero me devolvió a la realidad… a mi realidad… es decir al hecho de verme súbitamente casi como un trapo de piso en presencia de alguien a cuya superioridad no podía siquiera pensar en aproximarme… ¡Yo, que siempre me había jactado de ser tan segura!
         Era un problema limpiar la parte inferior del corto vestido, sobre todo en la zona que caía en el hueco de la separación entre las piernas.  Tuve que tomar la tela entre mis dedos y estirarla a los efectos de facilitar mi labor pero la mancha estaba verdaderamente rebelde y sólo me quedó pasar mis dedos hacia la parte interna del vestido como para hacer apoyo allí donde debía pasar la remera húmeda.  En algún momento sentí que mis nudillos se rozaron con su ropa interior y fue como si un extraño escozor me hubiera recorrido todo el cuerpo; el roce fue muy leve, tanto que ni se debió haber dado cuenta, pero para mí fue una sensación muy fuerte…
          En cuanto hube terminado mi labor pude comprobar que casi no había rastros de las manchas… sólo mirando con mucho detenimiento y sabiendo que las mismas habían estado allí, podía percibirse algún indicio, pero había quedado mucho mejor de lo que yo pensé…  Sin dejar de estar arrodillada levanté la vista hacia Loana y esta vez sí me encontré con sus ojos marrones escrutadores; supongo que yo en ese momento habré esbozado una muy leve sonrisa por haber concluido con la tarea pero el comentario de ella me la borró rápidamente: una vez más ella hablaba antes de que yo pudiera emitir palabra alguna.
          “Fijate en la pierna… y el calzado… ¿O no lo ves?  La verdad es que no puedo creer que justo me tocara cruzarme con la chica más estúpida de toda la facultad”
           Semejante degradación verbal me llevó a bajar nuevamente la cabeza.  En efecto había algunos hilillos de gaseosa chorreando por la pierna derecha (la del tatuaje justamente) y descendiendo hacia la sandalia sobre la cual también se apreciaban algunas gotitas que habían dejado mancha.  Era raro que no me hubiera dado cuenta unos instantes antes cuando me había quedado fascinada con la contemplación de la orquídea, pero por otra parte era quizás justamente esa misma fascinación la que me había impedido prestar atención a un detalle tan trivial.  Estaba a punto de comenzar a pasar la remera humedecida para devolver al tatuaje su magnífica y pura belleza, pero Loana me cortó en seco:
           “Ni se te ocurra pasar por encima de mi orquídea el mismo trapo harapiento ése que ya estuviste usando para limpiar.  Veo que además de idiota sos sucia y desubicada”
          Levanté la vista hacia Loana sin entender del todo.  Eché un rápido vistazo en derredor para ver si había algún otro elemento que pudiera ser utilizado.
         “Sacate la bombacha – me ordenó secamente; una vez más la miré con incomprensión -. ¡Vamos retardada! ¡Para hoy…!”
            No podía creer tanta degradación ni tanta humillación, mucho menos el hecho de que yo la estuviera “aceptando”.  Yo llevaba una falda hasta la rodilla, así que sin abandonar mi posición arrodillada, me incorporé un poco a los efectos de poder levantar bien la misma y así deslizar mis bragas hacia abajo.  Las saqué primero por un pie, luego por el otro y me aprestaba ya a mojarlas en el grifo sin dejar de permanecer arrodillada, pero Loana me interrumpió:
          “A ver, dame eso” – ordenó.
           Me detuve mirándola desde abajo.  Cada orden que profería me descolocaba… Debe haber percibido eso porque me cruzó la cara de una bofetada, ya la tercera que me propinaba.
         “Que me la des, te dije” – insistió, altanera.
          Con el pulso temblando, le fui acercando lentamente la prenda y ella me la arrancó prácticamente de un tirón.  Se la acercó a la nariz y la olió.  Puso cara de asco y la revoleó a un costado.
          “Está sucia y transpirada, perra mugrienta – me espetó -.  ¿Pensabas pasar eso por arriba de un tatuaje que es una obra de arte prácticamente única?”
           Mi estado de indefensión era tal que algunas lágrimas empezaron a rodar desde mis ojos.  La acusación, por otra parte, era injusta, ya que me había puesto esa prenda esa misma mañana y perfectamente limpia.  La situación me superaba de tal modo que ya no sabía qué hacer ni qué decir; de hecho, no podía llegar a decir nada.  Me encogí de hombros, como dando a entender que no se me ocurría nada.
          “Usá la lengua” – me ordenó con terrible frialdad.
          La sorpresa invadió mi rostro porque no podía creer la orden que me impartía.
         “¿Qué parte no se entiende? – inquirió, cada vez más enfadada -.  La lengua… la len-gua… ¿no sabés lo que es? – sacó la suya propia de entre sus labios y la extendió cuán larga era para hacerlo más gráfico – ¿A ver, taradita?  Mostrame la tuya…”
          Y tímidamente pero a la vez presurosa ante el carácter de la demanda, extendí mi lengua larga y roja.
          “Bien – dijo Loana -. Eso es la lengua.  Con eso vas a limpiar mi orquídea”
       Y así fue que acerqué mi boca al fabuloso tatuaje y comencé a dar largas lengüetadas buscando eliminar de él todo rastro de gaseosa.  Un sabor dulzón me invadió la boca y era lógico considerando la naturaleza del líquido cuyos restos estaba limpiando, pero más allá de eso me es imposible describir la sensación que producía estar lamiendo su piel y, más aún, la superficie ocupada por el tatuaje de aquella magnífica orquídea de color rojo violáceo.  Era como que a cada lengüetada que daba, una extraña energía se apoderaba de mí y se arrebujaba en mi interior haciéndome sentir terriblemente baja e inexistente frente a la grandeza etérea e invencible de aquella mujer.  Por momentos cerraba los ojos, abstraída ante la situación, pero en otros los abría para poder contemplar tan cerca de mis pupilas la magnificencia de aquella obra de arte que cubría el muslo de Loana.  Cuando percibí que ya no había más vestigios de gaseosa, seguí recorriendo con la lengua el resto del muslo y la pantorrilla, eliminando todo lo que hubiera; en realidad no estaba claro si debía hacerlo así o si, una vez limpio el tatuaje, ya no tenía que seguir utilizando la lengua, pero así lo hice y Loana nada objetó, lo cual me hizo suponer que estaba en lo correcto.  Fui bajando hacia el tobillo y la sandalia, recorriendo con mi lengua la piel más increíblemente hermosa y bruñida con la que hubiera entrado en contacto en mi vida… y a medida que iba bajando, era aun más consciente de mi lugar en la medida en que mi mentón prácticamente tocaba el suelo.  Limpié también con mi lengua las gotitas que habían dejado mancha sobre el calzado y no pude evitar mirar de soslayo hacia el empeine del otro pie, el cual lucía, dominante y agresiva, la efigie del escorpión, no menos subyugante que la orquídea del muslo.  En el momento en que hube terminado con mi tarea, ella levantó su pie sin cuidado de no golpearme un poco la trompa al hacerlo.  Flexionó la rodilla haciendo que su pierna izquierda formase un cuatro contra la derecha, que permaneció rígida.
          “Limpiame bien la suela” – ordenó, sin miramientos.
 
 
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Realmente yo ya no sabía hasta dónde iba a llegar aquel morboso teatro de degradación al que me estaba viendo sometida.  Quería resistirme a la orden, la cual, por cierto, no tenía demasiado sentido: aun suponiendo que la suela se hubiera manchado con gaseosa que cayó al piso, era sólo una suela y, como tal, se ensuciaría permanentemente con cualquier sustancia que se pisase.  Pero a pesar de que quería resistirme, una fuerza imposible de describir con palabras me empujaba una vez más a cumplir con lo que Loana me ordenaba.  Así que mis lengüetadas se dedicaron ahora a recorrer toda la suela de la sandalia y sentí entrar en mi boca los más diversos y desagradables sabores.  Cuando ella consideró que la labor estaba cumplida me lo anunció con un ligero puntapié en mi mentón.

         “Bien – sentenció -.  Ya hemos cumplido con la primera parte, que era el aseo del desastre que me habías hecho”
          La incomprensión volvió a apoderarse de mí.  Aún arrodillada, la miré interrogativamente, aunque siempre en silencio.  ¿Primera parte?  ¿De qué hablaba?
         “Lo que nos resta – explicó, adoptando un tono casi pedagógico – es que recibas el castigo que te merecés por tu imbecilidad”
           Yo no daba crédito a mis oídos.  ¿Castigo? ¿Y cómo consideraba a toda aquella depravada degradación que yo estaba sufriendo hasta ese momento adentro de un baño de damas?  Sin explicar nada, me tomó por el cabello y me alzó prácticamente en vilo, obligándome a ponerme de pie nuevamente.  Una vez hecho eso, me giró y me obligó a incinarme sobre los lavatorios.  Mientras yo tenía mi rostro prácticamente sobre el lavabo, pude percibir cómo con una de sus manos alzaba mi falda y dejaba al descubierto mis nalgas, carentes de ropa interior que las cubriese desde hacía algún rato.  Nerviosa, eché un vistazo disimuladamente hacia atrás con el rabillo del ojo como buscando algún indicio de lo que me esperaba porque, para ser honesta, estaba muerta de miedo.  Alcancé a ver cómo Loana se quitaba una de sus sandalias (precisamente la misma que yo había limpiado en su totalidad con mi lengua hacía unos instantes) y, en ese momento temí lo que se venía, aunque por otra parte no podía creerlo.
         “Por cada golpe que recibas vas a decir que sos una estúpida” – ordenó severamente Loana.
         Casi ni me dio tiempo a procesar la orden que ya el taco de la sandalia golpeaba contra mi nalga derecha, arrancándome un grito de dolor, a la vez que Loana, con su otra mano, sostenía mi falda levantada contra la cintura.  No pronuncié palabra alguna, en parte por el dolor y en parte porque, como dije, no había llegado a asimilar la orden.  La sandalia cayó pesadamente otra vez sobre la misma nalga a modo de recordatorio:
          “¡No te oigo, idiota” – demandó Loana.
          Como pude, en medio del dolor que aquejaba mi cola desnuda, entreabrí los labios y fue entonces cuando por primera vez pronuncié alguna palabra delante de aquella mujer.
          “Soy… una estúpida” – balbuceé.
           El taco de la sandalia cayó otra vez, y otra y otra… y cada vez que lo hacía yo repetía la degradante autodefinición que me era impuesta.  Después de unos diez, doce o tal vez quince golpes sobre mi nalga derecha, se dedicó a la izquierda… y luego de una cantidad semejante retornó a la derecha y así lo hizo varias veces.  No alternaba con cada golpe, supongo que porque la seguidilla sobre una misma nalga aumentaba el dolor y reducía la posibilidad de recuperación.  Llegado cierto punto, se advertía que me golpeaba con tal ensañamiento que el cortísimo lapso entre un golpe y otro no me daba tiempo siquiera para pronunciar las tres palabras que debía decir: apenas llegaba al “soy” o, menos aún, a una “s”.
          No sé cuántos golpes fueron en total, pero cuando el suplicio hubo acabado mi cola me ardía horrores y podía, sin verla, imaginarla terriblemente enrojecida.  El humillante martirio se había detenido pero claro, yo ignoraba si en forma definitiva; volví a espiar por el rabillo del ojo y llegué a ver cómo Loana flexionaba una vez más su pierna formando un cuatro y se calzaba nuevamente la sandalia… Al menos no habría más golpes… Pero yo, para esa altura, no sabía si quería que los golpes se detuvieran o siguieran… Son extraños los caminos de la excitación…
        Pero casi de inmediato Loana me dio señales de no estar satisfecha.  Soltó la falda que hasta ese momento sostenía contra mi cintura dejándola caer, pero utilizó esa misma mano para aprisionarme por la nuca y hacerme hundir mi rostro en el lavabo, por suerte vacío.  Lo que  vino a continuación no entraba ni dentro del más morboso cálculo.  Su otra mano se deslizó por debajo de mi falda y pude sentir cómo su dedo mayor recorría la zanja que separaba mis nalgas.  Se detuvo al encontrar el orificio (por cierto incorrupto hasta entonces) y comenzó a juguetear allí, como si trazara círculos.  Yo no salía de mi asombro: aquella chica arrogante e insolente me estaba metiendo un dedo en el culo… y yo no estaba haciendo nada para impedir tamaña humillación.  Un par de veces noté que extraía el dedo y casi a continuación se escuchaba claramente el sonido de un escupitajo para después volver a introducir el dedo en mi ano, lo cual evidenciaba que estaba utilizando su propia saliva como lubricante.  Y los círculos que su dedo trazaba fueron cada vez más profundos… Me dolía muchísimo porque, además, tenía la uña larga y filosa.  Y el dedo fue cada vez más adentro… tal acción no podía tener otro objetivo más que el de la humillación pura y simple, lisa y llana… su garfio entrando a través de mis plexos era un doliente recordatorio para mí acerca de quién era la que mandaba allí, de quién era la que tenía el poder…
        El dedo fue hurgando cada vez más profundo a la vez que comenzó a avanzar y retroceder alternadamente y sin pausa, como si se tratase de una penetración… o de una violación, que fue como lo sentí.  Mi dolor iba en aumento pero lo hacía conjuntamente con mi excitación… Comencé a gemir aun en contra de mi propia voluntad; no podía evitarlo, no podía detenerme… Mis manos estaban apoyadas a ambos lados del lavatorio dentro del cual estaba mi rostro y se me cruzó por la cabeza casi mecánicamente la idea de llevar una a mi zona genital y tocarme… Estaba increíblemente excitada por la situación y me sentía muy cerca del orgasmo… Sin embargo, no me atreví a hacerlo: no sabía si estaba dentro de las acciones autorizadas por Loana y no quería arriesgarme en caso de que así fuera.  Mis gemidos, ya para esa altura, se habían convertido en jadeos… Y así fue hasta que Loana cesó con su perverso acto y retiró (sin delicadeza) su dedo de mi cola… Soltó mi nuca; pude oír cómo abría el grifo del lavatorio contiguo al mío y procedía a lavar su dedo y luego sus manos, cosa que también pude comprobar espiando ligeramente de reojo.
       “Espero que esto te sirva para el futuro” – sentenció la joven, lo cual me daba un cierto indicio de que la cosa allí había terminado.  Me dolía todo: mis nalgas por la paliza recibida, mi orificio tras haber sido penetrado por el dedo de Loana, mi rostro por las bofetadas recibidas, mi brazo por haberlo tenido doblado contra mi espalda mientras me llevaba a través del salón, mis cabellos por haber sido tironeados y mi espalda por haber estado tanto tiempo arqueada mientras recibía mis castigos.  Me costó incorporarme desde mi posición pero trabajosamente lo hice y al girarme me encontré con una imagen que puso la magnitud de mi humillación en un límite hasta ese momento insospechado para mí, pero por otra parte lógico considerando el lugar en que nos encontrábamos… Un grupo de seis o siete muchachas estaban allí observando la escena con la cual posiblemente se habían encontrado tras haber llegado sólo para peinarse o para atender alguna necesidad.  La vergüenza que me invadió fue indescriptible.  Algunos rostros lucían expresión de incredulidad o de escándalo, pero en la mayoría de los casos me dio la impresión de que se divertían, lo cual se evidenciaba en una ligera sonrisa que, al parecer, no podían contener.  Unos pasos más atrás, bajo el marco de la puerta y casi diría más afuera del baño que adentro, alcancé a distinguir el rostro de Tamara… y mi vergüenza fue aun mayor.  En el caso de ella, sí pude ver que la expresión era de incredulidad; no sé si sería que la escena la superó o bien que no quiso hacerme sentir peor una vez que yo me había percatado de su presencia allí, pero el hecho fue que dio media vuelta y se fue…
         Acomodé mi falda nuevamente a la altura de mis rodillas y tomé mi remera que, hecha un bollo, estaba a un costado del lavatorio.  No me la había puesto aún sino que busqué en derredor par a ver si veía el lugar en el cual había caído mi bombacha, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí la mano de Loana aferrándome otra vez fuertemente por los cabellos.
        “Tengo ganas de hacer pis” – anunció con un tono casi glacial de tan frío.
        Sin que yo llegara a captar el significado o las implicancias de tal anuncio, me llevó por los pelos en dirección hacia uno de los privados, sometiéndome una vez más a una humillación pública.  Estrelló mi propio cuerpo contra la puerta para abrirla y así, sin que yo llegara todavía a entender ante qué nueva y perversa locura me hallaba, las dos nos encontramos en el interior del privado.  Ella se encaró hacia mí y con un movimiento de contoneo increíblemente sensual levantó su vestido y se quitó la bombacha, que quedó pendiendo de una de sus manos.
            “Te dije que quería hacer pis” – insistió.
             Sin entender nada, bajé la vista hacia el inodoro, lo cual me parecía lo más lógico de acuerdo a lo que había dicho.
            “Ay… ¡qué chica imbécil, por Dios!… Arrodillate, retardada… Ahí, contra el rincón…”
 
 
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Las palabras de Loana eran casi como puñales por lo hirientes, pero  a la vez estaban dotadas de un magnetismo que hacía imposible, para mí, desobedecerlas.   Tal como ella reclamaba, me arrodillé en el piso, de espaldas al rincón.  Apoyó las puntas de los dedos extendidos contra mi frente, obligándome a arquear mi espalda hacia atrás y hacerme tocar con mi cabeza el lugar en que las dos paredes se unían; yo quedé, por lo tanto, mirando hacia arriba.  Por primera vez desde que yo le había echado la gaseosa encima de su vestido, pude advertir una sonrisa en sus labios, si bien no dejaba de ser una sonrisa ligera y maléfica.  Se giró, con lo cual, desde mi posición, quedé con mi rostro a escasos centímetros de su bien contorneado trasero que se adivinaba por debajo del vestido.  Ubicando las palmas de sus manos a ambos lados del este último, lo llevó hacia arriba, con lo cual el trasero dejó de adivinarse para, directamente, verse. Hizo un ligero paso hacia atrás y arqueó su cuerpo hasta posar su cola sobre mis ojos y nariz.  Prácticamente se sentó sobre mí, con lo cual el dolor en mi nuca aumentó al doble al tener que estar doblada y contra la pared.  Y de pronto pude sentir lo que nunca hubiera supuesto: la orina de Loana, tibia y penetrante, comenzó a recorrer mi mentón y la comisura de mis labios para correr luego cuerpo abajo, bañando todo lo que encontraba a su paso.  El pis corrió por mi cuello, por mis senos, por mi vientre… y yo sin hacer nada.

            “Abrí la boca” – me ordenó.
            La orden era de lo más degradante que se pudiera imaginar… pero así lo hice.  Me di cuenta entonces que, si no me lo había ordenado desde un principio, era para que yo sintiera la orina en mi cuerpo del mismo modo que a ella le había ocurrido con la gaseosa que yo le había derramado.  Venganza algo desmedida, desde ya… y terriblemente perversa…
           Al abrir la boca pude sentir el líquido caliente inundando mi interior, bañando mi garganta y corriendo hacia mi estómago… Me sentía lo más bajo que había en el mundo, quería morir allí mismo, pero por otro lado… no podía creer que era el pis de Loana el que estaba entrando en mi cuerpo después de tantos días buscando que se percatase de mi existencia.  Una vez que hubo terminado de evacuar, exhaló una bocanada de aire con satisfacción y salió de encima de mí, lo cual significó un alivio para mi nuca y mi espalda… podría decir también para mi dignidad, pero… ¿era salvable para esa altura?
            Tomó papel higiénico para asearse y una vez que lo hubo hecho, no lo arrojó al cesto ni al inodoro sino que me miró y, una vez más, advertí en su expresión un deje de malignidad, particularmente en sus ojos, que se veían fríos y crueles.
          “Abrí la boquita” – me dijo.
          Carente ya de todo vestigio de dignidad, así lo hice… y la perversa joven introdujo el trozo de papel empapado en orina dentro de mi boca, para luego obligarme a cerrarla.
           “No lo escupas – me ordenó -. No hasta que yo te lo diga”
             Se volvió a poner la tanguita blanca y se acomodó el vestido, otra vez con un movimiento lleno de sensualidad, y abrió la puerta.  Yo estaba  a punto de incorporarme, pero me dijo:
             “Seguime… a cuatro patas”
              Imaginar mayor humillación resultaba ya, a ojos vista, inconcebible.  Ella salió del privado y yo lo hice detrás a gatas, como si fuera un animal, al tiempo que mis mejillas lucían infladas por la cantidad de papel orinado que mantenía dentro de mi boca.  Pude ver que seguían allí las jóvenes que antes habían presenciado mi castigo y que incluso habían llegado otras, pero nadie se iba.  Aun cuando, estando yo a cuatro patas, sólo pude mirar muy ligeramente y de soslayo, puedo afirmar que esta vez sí los rostros lucían inequívocamente divertidos, con algunas sonrisas ya tornándose abiertamente en risas.  Supongo que para todas ellas era fácil adivinar lo que había ocurrido en el privado desde el momento en que ni siquiera habían escuchado el ruido del agua corriendo; más aún, quizás ya conocían lo suficientemente a Loana y no era la primera vez que presenciaban una escena semejante.  A propósito de Loana,  la seguí hasta que se detuvo frente al espejo; se acomodó algunos pliegues y rugosidades del vestido como si no pudiera lucir una sola señal que mancillase su naturaleza impoluta.  Se peinó un poco; luego se giró hacia mí:
             “Bien, pedazo de estúpida – me dijo -. Supongo que habrás aprendido quién es quién y cómo debés comportarte, salvo que, claro, seas aun más estúpida de lo que pienso.  Escupí ese papel en el cesto…”
            Como un perrito obediente, me dirigí hacia el cesto y dejé caer el bollo de papel que tenía en la boca, cual si le alcanzase a mi dueño el diario matutino.  Y al igual que un perrito, miré a Loana para saber qué seguía.
             “Ahora – me dijo -, me voy a ir de acá.  Vas a ir detrás de mí en cuatro patas besando el piso después de cada paso mío hasta la puerta”
              En fin… era iluso suponer que la cosa no fuera a tener un final igual de humillante que todo el resto.  Así que se giró, caminó taconeando con sus sandalias sobre los mosaicos del piso y yo detrás besando sucesivamente los exactos puntos en los que acababa de pisar .  Al llegar a la puerta, la traspuso y se alejó; como me había dicho que sólo debía seguirla hasta allí, me detuve y esta vez estaba claro que la locura de perversión había terminado…
              Me incorporé… no me atrevía a mirar a la cara a las otras chicas que estaban en el lugar… Busqué infructuosamente mi bombacha por todos lados pero no la encontré… Alguien la había escondido o tomado al parecer… Sí encontré mi remera humedecida y hecha un bollo sobre el piso: se me había caído en el momento en que Loana me había tomado de los cabellos para llevarme hacia el privado.  La estrujé una y otra vez y la sequé lo más que pude con el secamanos… Limpié también lo más que pude el pis que pegoteaba mi cuerpo, pero era extraño… porque por otra parte era como que no quería limpiarlo del todo… era la orina de Loana y yo la tenía sobre mi cuerpo… una situación que ignoraba si se repetiría… Una vez que me coloqué la remera, abandoné el baño sin mirar hacia las chicas.  Atravesé todo el buffet ante las miradas, una vez más entre incrédulas y divertidas, de la mayoría… y no pude evitar bajar la cabeza, pero seguí caminando a pesar de todo.  No había rastros de Loana. Tampoco de Tamara.  Busqué en la barra de bebidas en procura de encontrar mis útiles allí, pero no estaban… Una empleada del lugar, al captar mi búsqueda, rebuscó debajo de la barra y los extrajo, enseñándomelos; me los habían guardado.  No sé si dije “gracias” o fui absolutamente descortés.  En el estado en que me hallaba no puedo decirlo.  Me fui simplemente…met-art_LUH_47_9
 

“El culo de mi tía, la policía” LIBRO CENSURADO POR AMAZON PARA DESCARGAR

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POLICIA portada3LIBRO QUE CENSURÓ AMAZON POR CONSIDERARLO DEMASIADO PORNOGRÁFICO. Por ello, mi editor ha tenido que publicarlo en BUBOK.

Sinopsis:

Desde niño, la hermana pequeña de su madre fue su oscuro objeto de deseo. El origen de esa obsesión por Andrea no era solo por su belleza, también radicaba en que era agente de policía.

Nuestro protagonista, un joven problemático se enfrenta a sus padres y ellos buscando reformarlo, ven en esa inspectora la única solución. Por ello durante un incidente con la ley, piden a esa mujer ayuda, sin saber que al obligar a su hijo a vivir con su tía desencadenarían que entre los dos nazca una relación nada filial.
Escrito por Fernando Neira (Golfo), verdadero fenómeno de la red cuyos relatos han recibido mas de 12.000.000 de visitas.

Bajátelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/240894/El-culo-de-mi-tia-la-policia

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

 

Desde niño, la hermana pequeña de mi madre fue mi oscuro objeto de deseo. Hasta hoy no me atreví a contar la historia que compartí con Andrea, mi tetona y culona tía. Diez años menor que mi progenitora, recuerdo la fijación con la que la veía. El origen de mi obsesión era variado por una parte estaba su monumental anatomía pero también radicaba en que esa monada era agente de policía.

Era observarla vestida con ese uniforme que le apretaba sus enormes melones y que pensara en ella con sentimientos nada filiales. Para mí, no había nada tan sensual como verla llegar a casa de mis abuelos y que se dejara caer agotada sobre el sofá con su indumentaria de trabajo.

¿Cuántas veces me imaginé siendo detenido por ella?…..Cientos, quizás miles.

¿Cuántas noches soñé con disfrutar de esa bella agente?…. Incontables.

¿Cuántas veces me acosté con ella?…. Ninguna y jamás creí que pudiera darse el caso.

El carácter de esa morena era tan agrio como lo bella que era. La mala leche proverbial con la que mi tía Andrea trataba a todos, hacía imposible cualquier acercamiento. Y cuando digo cualquier, ¡era cualquier! Siendo una divinidad de mujer, nunca se le había conocido novio o pareja. Según mi padre eso se debía a que a que era tortillera pero según mamá, la razón que no había encontrado un hombre era por mala suerte.

―  Ya encontrará un marido y tendrás que comerte tus palabras―  le decía siempre defendiendo a su hermanita.

Mi viejo reía y como no quería  más bronca, se callaba mientras yo en un rincón, sabía que ambos se equivocaban.  En mi mente infantil, mi tía era perfecta y sin nunca había salido con nadie, era porque a ella no le interesaba.

« Cuando lo deseé, los tendrá a patadas», pensaba sabiendo que esa noche tendría que masturbarme con la foto que me regaló en un cumpleaños.

Han  pasado muchos años, pero aún recuerdo esa instantánea. En ella mi tía Andrea estaba frente a un coche azul con la porra en la mano.  La sensualidad de esa imagen la magnificaba yo al imaginar que ese instrumento era mi polla y que ella la meneaba cuando en realidad eran mis manos las que me hacían la paja.

En mis horas nocturnas, mi imaginación volaba entre sus piernas mientras me decía a mí mismo que tampoco me llevaba tantos años. Lo cierto es que eso si era cierto, por aquel entonces yo tenía quince años y mi tía veinticinco pero a esa edad,  esa brecha la veía como insuperable y por eso me tenía que contentar con soñar solo con ella.

Profesional eficiente y sin nadie que le esperara en casa, Andrea subió como la espuma dentro de la policía y con veinticinco años ya era inspectora jefe de la comisaría de Moncloa en Madrid. Ese puesto que hizo menos frecuentes sus visitas, fue a la postre lo que me llevó a cumplir mi sueño desde niño……

Toda mi vida cambia por un maldito porro.

Acababa de empezar la carrera de derecho y como tantos muchachos de mi edad, estudiaba poco, bebía mucho y fumaba más. Y cuando digo fumar, no me refiero a los Marlboro que hoy en día enciendo sino a los canutos con los que me daba el puntito cada vez que salía a desbarrar.

Llevaba un tiempo causando problemas en casa, discutía con mis viejos en cuanto me dirigían la palabra, sacaba malas notas y lo peor a los ojos de ellos, mis nuevas amistades les parecían gentuza. Hoy desde la óptica que dan la experiencia, los comprendo: a mí tampoco me gustaría que los amigos de mi hijo tuvieran una estética de perroflautas pero lo cierto es que no eran malos. Eran…traviesos.

Hijos de papa como yo y con sus necesidades seguras, se dedicaban a festejar su juventud aunque de vez en cuando se pasaban.

Lo que os voy a contar ocurrió una madrugada en la que habiendo salido hasta el culo de porros de una discoteca, mis colegas no tuvieron mejor ocurrencia que vaciar los contenedores de basura en mitad de la calle Princesa. Para los que no conozcan Madrid, es una de las principales vías de acceso a la ciudad universitaria, por lo que aunque era muy tarde, había suficiente tráfico para que rápidamente se formara un monumental atasco.

La policía no tardó en llegar y viendo que éramos un grupo de diez los culpables del altercado, nos metieron a golpes a una patrulla. Envalentonado con el hachís y cabreado por la brutalidad que demostraron, fui tan gilipollas de encararme con ellos. Los agentes respondieron con violencia de modo que al cabo de los veinte minutos, todos estábamos siendo fichados pero en mi caso la foto que me hicieron era una muestra clara de abuso policial.

Con los ojos morados y el labio partido, me dediqué a llamarles hijos de puta y a amenazarles con ir al juzgado. Fue tanto el escándalo que monté que el inspector de guardia salió de su despacho a ver qué ocurría.

La casualidad hizo que mi tía Andrea fuera dicho superior. Al reconocerme, pidió a uno de sus subalternos que me encerrara en una celda a mí solo.   Conociendo la mala baba que se gastaba su jefa, el agente no hizo ningún comentario y a empujones me llevó hasta esa habitación.

Yo, todavía no sabía que mi tía estaba allí por eso cuando la vi aparecer por la puerta, me alegré pensando ingenuamente que mis problemas habían terminado y alegremente, la saludé diciendo:

― Tía, tienes unos matones como subordinados, ¡Mira como me han puesto!

Mi  tía sin dirigirme la palabra me soltó un tortazo que me hizo caer y ya en el suelo me dio un par de patadas que aunque me dolieron no fue lo que me derrotó anímicamente sino el oírla decir a esos mismos que había insultado:

― Todos habéis visto que he sido yo quien se ha sobrepasado con el detenido, si hay una investigación asumo la responsabilidad de lo que pase.

Los policías presentes se quedaron alucinados que asumiera la autoría y si ya tenía a su jefa en un pedestal a partir de esa noche, para ellos no había nadie más capacitado que ella en toda la comisaría. Solo yo sabía, el por qué lo había hecho.

« ¡Nunca me dejarían mis padres denunciar a mi tía!».

De esa forma tan ruda, la hermana de mi madre cumplió dos objetivos: en primer lugar me castigó y en segundo, libró al personal bajo su mando de un posible castigo. Humillado hasta decir basta, me acurruqué en el catre del que disponía el calabozo y usando las manos como almohada, dormí la borrachera. 

Debían ser sobre las doce, cuando escuché que la puerta de mi celda se abría. Al abrir los ojos, vi entrar a mis viejos con mi tía. Mi estado debía ser tan lamentable que mi madre se echó a llorar. Mi padre al contario, iracundo de ira, comenzó a soltarme un sermón.

― ¡Vete a la mierda!―  contesté intentando que se callara. Sus gritos se clavaban como espinas en mis sienes.

Al no esperárselo y ser además un buenazo, se quedó callado. Fue entonces cuando la zorra de mi tía me agarró de los pelos y obligándome a arrodillarme, me exigió que les pidiera perdón.

Asustado, adolorido y resacoso por igual, no tuve fuerzas para oponerme a su violencia y les rogué que me perdonaran.

Mi madre llorando como una magdalena, se repetía con lágrimas en los ojos que no sabía que podía hacer conmigo. Mientras ella lloraba, Andrea se mantuvo en un segundo plano.

― ¡No ves lo que nos estás haciendo!―  dirigiéndose a mí, dijo―  ¡Vas camino de ser un delincuente!―  os juro que no lo vi venir, cuando creía que estaba más desesperada, dejó de llorar y con tono serio, preguntó a su hermana: ― ¿Serías tú capaz de enderezarlo?

Mi tía poniendo un gesto de contrariedad, le contestó:

― Déjamelo un mes. ¡Te lo devolveré siendo otro!

Mi padre estuvo de acuerdo y por eso, esa tarde al salir de la comisaría, recogí mis cosas y me mudé con mi pariente.

Me mudo a casa de mi tía.

Recuerdo el cabreo con el que llegué a su apartamento. Mi padre me llevó en coche hasta allí y durante el trayecto tuve que soportar el típico discurso de progenitor en el que me pedía que me comportara. Refunfuñando, prometí hacerlo pero en mi fuero interno, decidí que a la primera oportunidad iba a pasarme por el arco del triunfo tanto sus consejos como las órdenes que la zorra de mi tía me diera.

« ¡Ya vera esa puta! ¿Quién se creé para tratarme así?», pensé mientras sacaba mis cosas del maletero.

Mi pobre viejo me despidió en el portal y cogiendo el ascensor, fui directo a enfrentarme con esa engreída.

« ¿Cambiarme a mí? ¡Lo lleva claro!», me dije convencido de que aunque lo intentara no iba a tener éxito.

Tal y como había quedado con su hermana, Andrea me esperaba en el piso y abriendo la puerta, me dejó pasar con un sonrisa en la boca.

Supe al instante que esa capulla me tenía preparada una sorpresa pero nunca anticipe lo rápido que descubriría de que se trataba, pues nada más dejar mi maleta en el cuarto de invitados, me llamó al salón.

― Abre la boca―  ordenó―  quiero hacerte una prueba de drogas.

Os juro que al verla con el bastoncito en la mano, me llené de ira y por eso le respondí:

― Vete a la mierda.

Mi tía lejos de enfadarse,  con un gesto de alegría en su boca, me pegó un empujón diciendo:

― ¡Te crees muy machito! ¿Verdad?―  y sin esperar mi respuesta, me soltó un bofetón.

Su innecesaria violencia, me terminó de enervar y gritando le contesté:

― Tía, ni se te ocurra volver a tocarme o….

― ¿O qué?―  me interrumpió―  ¿Me pegarías?

Sobre hormonado por mi edad, respondí:

― Nunca pegaría a una mujer pero si fueras un hombre te habría partido ya tu puta cara.

Descojonada escuchó mi respuesta y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, me volvió a soltar otro guantazo. Fue entonces cuando dominado por la ira, intenté devolverle el golpe pero esa mujer adiestrada en las artes marciales, me paró con una llave de judo tirándome al suelo.

― ¡Serás puta!―  exclamé y nuevamente busqué que se tragara sus palabras.

Con una facilidad que me dejó pasmado ese bombón de mujer fue repeliendo todos mis ataques hasta que agotado, me quedé quieto. Entonces luciendo la mejor de sus sonrisas, me soltó:

― Ya hemos jugado bastante, ¿Vas a abrir la boca o tendré que obligarte?

― ¡Qué te follen!―  respondí.

Ni siquiera vi su patada. Con toda la mala leche del mundo, esa zorra me golpeó en el estómago con rapidez y aprovechando que estaba doblado, me agarró la cabeza y abriendo mi boca, introdujo el maldito bastoncito.  Una vez había conseguido su objetivo, me dejó en paz y metiéndolo en un aparato, esperó a que saliera el resultado del análisis:

― Como pensaba, solo hachís―  dijo y volviendo a donde yo permanecía adolorido por la paliza, me dijo: ― Se ha acabado el fumar chocolate. Todos los días repetiré esta prueba y te aconsejo que no te pille. Si lo hago te arrepentirás.

No me tuvo que explicar en qué consistiría su castigo porque en esos instantes, mi cuerpo sufría todavía el resultado de la siniestra disciplina con la que pensaba domarme.   Si ya estaba lo suficiente humillado, creí  que me hervía la sangre cuando la escuché decir:

― Tu madre me ha dicho que en  mes y medio, tienes los primeros parciales y le he prometido que los aprobarías. Ósea que vete a estudiar o tendrás que asumir las consecuencias.

Completamente derrotado, bajé la cabeza e intenté estudiar pero era tanto el coraje que tenía acumulado que con el libro enfrente, planeé mi venganza.

« Esa zorra no sabe con quién se ha metido».

Estuve dos horas sentado a la mesa sin moverme. Aunque me cueste reconocerlo, me daba miedo que mi tía me viera sin estudiar y me diera otra paliza. Afortunadamente, llegó la hora  de cenar y por eso tuvo que levantarme el castigo y llamarme. Ofendido hasta la médula ocupé mi sitio y en silencio esperé que me sirviera. Cuando llegó con la cena, descubrí en ella a una siniestra institutriz que no solo me obligó a ponerme recto en la silla sino que cada vez que me pillaba masticando con la boca abierta, me soltó un collejón.

« Maldita puta», mascullé entre dientes pero no me atreví a formular queja alguna no fuera a ser que decidiera hacer uso de la violencia.

Al terminar, le pedí permiso para irme a la cama. La muy hija de perra ni se dignó a contestarme, por lo que tuve que esperar a que ella acabara.  Fue entonces cuando me dijo:

― Somos un equipo. Nos turnaremos en lavar los platos y en los quehaceres de la casa… Así que hoy te toca poner el lavavajillas mientras yo acomodo el salón.

Sintiéndome su puto criado, levanté la mesa y metí los platos en el electrodoméstico. Ya cubierta mi cuota, me fui a mi habitación y allí cerré la puerta. Ya con el pijama dejé que mi mente soñara en cómo castigaría la insolencia de mi pariente.

Lo primero que hice fue imaginármela dormida en su cama. Aprovechado que dormía, ve vi atándola con las esposas que llevaba al cinto cuando salía de casa. Al cerrar el segundo grillete, mi tía despertó y al abrir los ojos y verme sonriendo sobre ella, me gritó:

― ¡Qué coño haces!

De haber sido real, me hubiera cagado en los pantalones pero como era MI sueño, le respondí:

― Voy a follarte, ¡Puta!―  tras lo cual empecé a desabrocharle su camisón.

Mi tía intentó zafarse y al comprobar que le resultaba imposible, me dijo casi llorando:

― Déjame y olvidaré lo que has hecho.

Incrementando su desconcierto, le solté un guantazo mientras le terminaba de desabotonar. Con esa guarra retorciéndose bajo mis piernas contemplé  sus pechos al aire y sin poderme aguantar, me lancé sobre ellos y los mordí. Su chillido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación.

« ¡Menudas tetas!», me dije recordando sus pezones. Ese par de peras dignas eran de un banquete pero sabiendo que lo mejor de mi pariente era ese culazo, deslicé mentalmente su camisón por las piernas.

Hecha un flan, tuvo que soportar que prenda a prenda la fuera desnudando. Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de una navaja por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:

― ¿Te arrepientes del modo en que me has tratado?

Mi tía, cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, se orinó sobre las sabanas. Temiendo que le hiciera algo más que no fuera el forzarla,  con voz temblorosa, me respondió:

― No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!

Satisfecho al tenerla donde quería, bajándome la bragueta, saqué mi miembro de su encierro y  la obligué a abrir sus labios para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su sobrino.

― ¡Mámamela!

Tremendamente asustada, se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Al experimentar la humedad de su boca y tratando de reforzar mi dominio, en mi sueño, le ordené que se masturbara al hacerlo. Satisfecho, observé como esa estricta policía cedía y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.

― Te gusta chupármela, ¿Verdad?―  le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.

Unas duras arcadas la asolaron al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo llevarme la contraria,  en mi mente, se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos.

Tras lo cual me quedé dormido…

 

 

Mi primer día en casa de mi tía.

― ¡Levántate vago!

Ese fue mi despertar. Todavía medio dormido miré mi reloj y descubrí que todavía era de madrugada. Quejándome, le dije que eran las seis de las mañana.

― Tienes cinco minutos para vestirte. Me vas a acompañar a correr―  contestó muerta de risa.

Cabreado, tuve que levantarme y ponerme un chándal mientras mi tía me preparaba un café. La actividad de esa zorra en la mañana me desesperó y más cuando urgiéndome a que me tomara el desayuno, me esperaba en la puerta.

« Hija de puta», la insulté mentalmente al ver que empezaba a correr y que girando la cabeza, me pedía que la siguiera.

Curiosamente al correr tras ella, comprendí que tenía su lado bueno al observar el culo de esa zorra al trotar. Mi tía se había puesto un licra de atletismo, por lo que pude admirar sin miedo a que se diera cuenta esa maravilla. Os juro que disfruté durante los primeros diez minutos, mirando las dos preciosa nalgas subiendo y bajando al ritmo de su zancada.

El problema vino cuando me empezó a faltar la respiración por el esfuerzo. Sudando a raudales, tuve que pedirle que descansáramos pero esa puta soltando una carcajada me contestó diciendo:

― Necesitas sudar toda la mierda que te metes―  tras lo cual me obligó a continuar la marcha.

Para no haceros la historia larga, a la hora de salir a correr, volví a su casa absolutamente derrotado mientras esa mujer parecía no notar ningún tipo de cansancio. Dejándome caer sobre un sofá, tuve que aguantar sus bromas y chascarrillos hasta que, olvidándose de mí, se  metió a duchar.

El sonido del agua de la ducha cayendo sobre su cuerpo me hizo imaginar lo que estaba pasando a escasos metros de mí y bastante excitado me tiré en la cama, pensando en ello. Mi mente me jugó una mala pasada por que  rápidamente llegaron hasta mí imágenes de ella enjabonándose. 

« Está buena esa maldita», me dije y reconociendo que le echaría un polvo si pudiera, me levanté a ordenar mi cuarto.

A los diez minutos, la vi entrar ya vestida pero con el pelo mojado. Al observar que tenía la habitación ordenada y la cama hecha, sonrió y me mandó a duchar. La visión de su melena empapada, me excitó y antes de que mi pene se alzara traicionándome, decidí obedecer.

Cuando salí del baño, mi tía ya se había ido a trabajar y viendo que todavía no habían dado ni las ocho, decidí hacer tiempo antes de irme a la universidad. Como estaba solo, aproveché para fisgonear un poco y sabiendo que quizás no tendría otra oportunidad, fui a su cuarto a ver cómo era.

Nada más entrar, me percaté de que al igual que su dueña, era pulcra y que estaba perfectamente ordenada. Abriendo los cajones, descubrí que su pasión por el orden era tal que agrupaba por colores sus bragas. Deseando conocer su gusto en ropa interior, me puse a mirarlas sin tocarlas no fuera a descubrir que no estaban tal y como ella, la había dejado.

Como en trance, pensé que quizás hiciera como su hermana y tuviera un bote de ropa sucia en el baño. Al descubrirlo en un rincón, lo abrí y descubrí un coqueto tanga de encaje rojo y más nervioso de lo que me gustaría reconocer,  lo saqué y me lo llevé a la nariz.

― ¡Dios! ¡Qué bien huele!―  dije en voz alta al aspirar su aroma.

Mi sexo reaccionando como resorte, se alzó bajo mi pantalón.  Dándome el gustazo, me senté en el suelo y usando esa prenda, me pajeé. Solo tuve cuidado al eyacular para no mancharla con mi semen. Una vez saciado, devolví el tanga a su lugar.

 Al ser ya la hora de irme, cogiendo mis bártulos, salí del apartamento imaginándome a mi tía usando esas bragas.

« Definitivamente…. Esa puta tiene un polvazo».

 Ya en la universidad la rutina diaria me hizo olvidar a mi tía y solo me acordé de ella cuando entre clase y clase, un amigo me ofreció un porro. Estuve a punto de cogerlo pero recordando su amenaza, me abstuve de darle una calada, pensando:

« Es solo un mes».

Aunque ese día no caí en ello, mi transformación empezó con ese sencillo gesto. Mitad acojonado por ser cazado en un renuncio pero también deseando complacer a esa mujer, tomé la decisión acertada porque al volver a su apartamento, lo primero que hizo  al verme fue obligarme a abrir la boca para comprobar que no había fumado.

Esa vez, obedecí a la primera.

Mi tía muy seria introdujo el puñetero bastoncito y al igual que el día anterior, se puso a analizar la saliva que había quedado impregnada en ese algodón. A los pocos segundos, la vi sonreír y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla como premio.

Si bien de seguro no lo hizo a propósito, al hacerlo sus enormes pechos presionaron el mío. El placer que sentí fue indescriptible, de modo que el desear que se repitiera esa  recompensa me sirvió de aliciente y desde ese momento, decidí que haría lo imposible por no defraudarla.

Tras lo cual, me encerré en mi cuarto y me puse a estudiar.  La satisfacción de mi tía fue evidente cuando pasando por el pasillo, me vio concentrado frente al libro  y viendo que me empezaba a enderezar, se metió a hacer la cena en la cocina.

Debían de ser casi las nueve, cuando cansado de empollar, me levanté al baño. Al pasar por el pasillo, vi a mi tía Andrea bailando en la cocina al ritmo de la música. Sintiéndome un voyeur,  la observé sin hacer ruido:

« ¡Está impresionante!», me dije sorprendido de que supiera bailar sin dejar de babear al admirar el movimiento de su trasero: « ¡Menudo culo!», pensé deseando hundir mi cara entre esos dos cachetes.

Fue entonces cuando ella me sorprendió mirándola y en vez de enfadarse, vino hacia mí y me sacó a bailar la samba que sonaba en la radio. Cortado por la semi erección que empezaba a hacerse notar bajo mi bragueta, intenté rechazar su contacto pero mi tía agarrándome de la cintura lo impidió y se pegó totalmente  a mi cuerpo.

Aunque mi empalme era evidente, no dijo nada y siguió  bailando. Producto de su danza, mi sexo se endureció hasta límites insoportables pero aunque deseaba huir, tuve que seguirle el paso durante toda la canción. Una vez acabada y con el sudor recorriendo mi frente, me excusé diciendo que me meaba y me fui al baño.

Como sabréis de antemano,  me urgía descargar pero no mi vejiga sino mis huevos y por eso, nada más cerrar la puerta, me pajeé con rapidez rememorando la deliciosa sensación de tener a esa morena entre mis brazos.

Tan llenos y excitados tenía mis testículos que el chorro que brotó de mi polla fue tal que llegó hasta el espejo.

« ¿Quién se la follara?», y por primera vez, no vi tan lejos ese deseo.

Aunque parecía imposible, esa recta e insoportable mujer cuando la llevabas la contraria, se convertía en un ser absolutamente dulce y divertido cuando se le obedecía.

 

 

Mi segundo día en casa de mi tía.

Deseando complacerla en todo y que me regalara otro beso u otro baile como la noche anterior, puse mi despertador a las seis menos cuarto, de forma que cuando apareció en mi habitación para despertarme la encontró vacía.

Sé que pensó que me había escapado porque me lo dijo y hecha una furia entró en la cocina para coger las llaves de su coche e ir a buscarme. Pero entonces me encontró con un café. Sin darle tiempo a asimilar su sorpresa, poniéndoselo en sus manos, le dije:

―  Tienes cinco minutos para vestirte.

La sonrisa de sus labios me informó claramente que le había gustado mi pequeña broma y  sin decir nada, se fue a cambiar para salir a correr. Al poco tiempo, la vi aparecer con unos leggins aún más pegados que el día anterior y un pequeño top que difícilmente podía sostener el peso de sus pechos.

« Viene preparada para la guerra», me dije disfrutando del profundo canalillo que se formaba entre sus tetas.

Repitiendo lo ocurrido el día anterior, mi tía iba delante dejándome disfrutar de su culo. El único cambio que me pareció notar es que esta vez el movimiento de sus nalgas era aún más acusado, como si se estuviera luciendo.

« ¡Ese culo tiene que ser mío!», exclamé mentalmente sin perder de vista a esa maravilla.

Esa mañana resistí un poco más pero aun así al cabo del rato estaba con el bofe fuera y por eso no me quedó más remedio que pedirle que aminorara el paso. Mi tía se compadeció de mí y señalando un banco, me dijo que me sentara mientras ella estiraba.

Agotado como estaba, accedí y me senté.

Fue entonces cuando sucedió algo que me dejó perplejo. Aunque el camino era muy ancho, se puso a hacer sus estiramientos a un metro escaso de donde yo estaba.  Os juro que aunque esa mujer me volvía loco, me cortó verla agacharse frente a mí dejándome disfrutar de la visión de su sexo a través de sus leggins.

« ¡Se le ve todo!», pensé totalmente interesado al comprobar que eran tan estrechos que los labios de su coño se marcaban claramente a través de la tela.

Durante un minuto y dándome la espalda, se dedicó a estirar unas veces con las piernas abiertas dándome una espléndida visión de su chocho y otras con las rodillas pegadas, regalando a mis ojos un panorama sin igual de su culo.

Si de por sí eso ya me tenía cachondo, no os cuento cuando sentándose en el suelo se puso a hacer abdominales frente a mí. Cada vez que se tocaba los pies, el escote de su top quedaba suelto dejándome disfrutar del estupendo  canalillo entre sus tetas.

Olvidando toda cordura, incluso llegué a inclinarme sobre ella para ver si alcanzaba a vislumbrar su pezón. Mi tía al verme tan interesado, miró el bulto que crecía entre mis piernas y levantándose, alegremente, salió corriendo sin decir nada.

Mi calentura se incrementó al percatarme que no le había molestado descubrir la atracción que sentía por ella y por eso, con renovadas fuerzas, fui tras ella.

Al igual que la mañana anterior, nada más llegar a casa, mi tía se metió a duchar mientras yo intentaba serenarme pero no pude porque por algún motivo que no alcanzaba a adivinar, mi tía dejó medio entornada la puerta mientras lo hacía.

Al descubrirlo, luché con todas mi fuerzas para no espiar pero venció mi lado perverso y acercándome miré a través de la rendija. Mi ángulo de visión no era el óptimo ya que solo alcanzaba a ver su ropa tirada en el suelo. Debí de haberme conformado con ello pero al saber que mi tía estaba desnuda tras la puerta me hizo empujarla un poco. Excitado descubrí que el centímetro que había abierto era suficiente para ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

« Menuda mujer», totalmente cachondo tuve que ratificar al ver el modo tan sensual con el que se enjabonaba.

Tal y como me había imaginado, sus piernas eran espectaculares pero fueron sus pechos los que me dejaron anonadado. Grandes, duros e hinchados eran mejores que los de muchas de las actrices porno que había visto y ya dominado por la lujuria, me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme mirándola.

― ¡Qué pasada!―  exclamé en voz baja, cuando al darse la vuelta en la ducha, pude contemplar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como su coño. Desde mi puesto de observación, me sorprendió que mi tía llevara hechas las ingles brasileñas y que donde debía haber un poblado felpudo, solo descubriera un hilillo exquisitamente depilado: « ¡Joder con la tía! ¡Cómo se lo tenía escondido!», pensé.

Mi sorpresa fue mayor cuando la hermana de mi madre separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que su sobrino se recreara con la visión de su vulva. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que sabía que la estaba observando y que  se estaba exhibiendo.

Completamente concentrado, tardé en percibir en el modo en que se pasaba el jabón por su sexo que se estaba masturbando. La certeza de que mi tía se estaba pajeando me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio. Asustado limpié mi estropicio mientras intentaba olvidar su espectacular anatomía bajo la ducha. Por mucho que lo intenté me resultó imposible, su piel mojada y la forma en que buscó el placer auto infringido se habían grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería.

Ya en mi cuarto, mi imaginación se volvió a desbordar y no tardé en verme separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior. Solo el hecho de que mi tía saliendo del baño me descubriera, evitó que me volviera a masturbar pensando en ella.

Estaba tan caliente que decidí que tenía que irme de la casa y cogiendo mis libros, me despedí de ella desde el pasillo. Mi tía Andrea que ya había terminado, me contestó que esperara un momento. Al minuto la vi salir envuelta en la toalla y pegándose como una lapa, me dio un beso en la mejilla mientras, como si fuera casual, su mano se paseaba por mi trasero.

Os juro que todavía no comprendo cómo aguanté las ganas de quitarle esa franela y follármela ahí mismo. Hoy sé que quizás fuera lo que estaba deseando pero en aquel entonces, me dio miedo y  comportándome como un crio, salí huyendo.

Durante todo el día el recuerdo de su imagen en la ducha pero sobre todo la certeza de que esa última caricia no había sido fortuita me estuvieron torturando.  En mi mente no cabía que esa frígida de la que todo el mundo hablaba pestes, resultara al final una mujer necesitada de cariño  y que esa necesidad fuera tan imperiosa que aceptara incluso que fuera su sobrino quien la calmara.

Al ser viernes, no tuve clases por la tarde por lo que sin nada que hacer, decidí dar a mi tía una nueva sorpresa y entrando en la cocina, me puse a preparar la cena para que cuando ella llegara del trabajo, se la encontrara ya hecha.

Debió llegar sobre las nueve.

El coñazo de cocinar valió la pena al ver la alegría en su cara cuando descubrió lo que había hecho. Con cariño se acercó a mí y me lo agradeció abrazándome y depositando un  suave beso cerca de la comisura de mis labios. Fue como si me lo hubiese dado en los morros, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe al sentir sus pechos presionando el mío, mientras me decía:

― Es agradable, sentirse cuidada.

De haber sido otra y no la hermana de mi madre, le hubiese demostrado un modo menos filial de mimarla. Sin pensármelo dos veces la hubiese cogido en brazos y la hubiera llevado hasta su cama pero, como era mi tía, sonreí y tapándome con un trapo, deseé que no  hubiese advertido la erección que sufría en ese instante mi miembro.

Sé que mis intentos fueron en vano porque entornando sus ojos, me devolvió una mirada cómplice, tras la cual, me dijo que iba a cambiarse porque no quería cenar con el uniforme puesto. Al cabo del rato volvió a aparecer pero esta vez el sorprendido fui yo. Casi se me cae la sartén al verla entrar con un vestido de encaje rojo completamente transparente.

Reconozco que me costó reconocer en ese pedazo de mujer a mi tía, la policía, porque no solo se había hecho algo en el pelo y parecía más rubia sino porque nunca pensé que pudiese ponerse algo tan corto y sugerente. El colmo fue al bajar mi mirada, descubrir las sandalias con tiras anudadas hasta mitad de la pantorrilla.

Para entonces, sabiendo que había captado mi atención, me preguntó:

― ¿Estoy guapa?

Con la boca abierta y babeando descaradamente, la observé modelarme ese dichoso vestido. Las sospechas de que estaba tonteando conmigo se confirmaron cuando poniendo música se empezó a contornear bajo mi atenta mirada.

Dotando de un morbo a sus movimientos que me dejó paralizado, siguió el ritmo de la canción olvidando mi presencia. El sumun de la sensualidad fue cuando con sus manos se empezó a acariciar por encima de la tela, mientras mordía sus labios mirándome.

Estaba a punto de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos, cuando apagó la música  y soltando una carcajada, me dijo:

― Ya has tenido tu premio, ahora vamos a cenar.

Mi monumental cabreo me obligó a decirle:

― Tía eres una calientapollas.

El insulto no hizo mella en ella y luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

― Lo sé, sobrino, lo sé―  tras lo cual se sentó en la mesa como si no hubiese pasado nada.

Indignado con su comportamiento, la serví la cena y me quedé callado. Mi mutismo lo único que consiguió fue incrementar su buen humor y disfrutando como la zorra que era, se pasó todo el tiempo exhibiéndose como una fulana mientras, sin darse cuenta, bebía una copa de vino tras otra.

Si en un principio, sus provocaciones se suscribían a meras caricias bajo la mesa o a pasar sus manos por su pecho, con el trascurrir de los minutos, bien el alcohol ingerido o bien el morbo que sentía al excitar a su sobrino, hicieron que se fuese calentando cada vez más.

― ¿Te gustan mis pechos?―  me soltó con la voz entrecortada mientras daba un pellizco sobre ambos pezones.

La imagen no podía ser más sensual pero cabreado como estaba con ella, ni me digné a contestar. Mi tía al ver que no había resultado su estratagema y que me mantenía al margen, decidió dar un pequeño paso que cambió mi vida. Levantándose de su silla, se acercó a mí y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:

― ¿Mi sobrinito está enfadado?

― Sí, tía.

Poniendo un puchero en su boca, pegó su pecho contra mi cara mientras me decía:

― ¿Y puede tu perversa tía hacer algo para contentarte?

Su pregunta hizo que mi pene se despertara del letargo y tanteando,  acaricié una de sus tetas para ver como reaccionaba. Mi caricia no fue mal recibida y sonriendo nerviosa, me preguntó:

― Verdad que lo que ocurra entre nosotros, no tiene nadie porque enterarse.

― Por supuesto―  respondí mientras le bajaba los tirantes a su vestido.

Bajo la tela aparecieron los dos enormes pechos que había visto en la ducha. El hecho de que los conociera lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a chupar mientras la hermana de mi madre no paraba de gemir.

― Me encanta como lo haces―  masculló entre dientes totalmente entregada.

La excitación que asolaba a mi tía me dio la confianza suficiente para bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis. Al tocarlo, la mujer que apenas dos días antes me había dado una paliza, pegó un respingo pero no intentó evitar ese contacto.  Ansiando llevar a la locura a esa mujer, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo mientras  la excitaba a base de pequeños mordiscos en sus pezones.

No tardó en mostrar los primeros indicios de que se iba a correr. Su respiración agitada y el sudor de su escote, me confirmaron que al fin iba a poder cumplir mi sueño y  disfrutar de ese cuerpo.  Tal como había previsto, mi tía llegó al orgasmo con rapidez y afianzando mi dominio, le metí otros dos dentro de su vulva.

― Necesito que me folles―  sollozó con gran amargura y echándose a llorar, gritó: ― ¡La puta de tu tía quiere que su sobrino la desvirgue!

La confesión que ese bombón de veintiocho años, jamás había estado con un hombre me hizo recordar mis pensamientos de esa mañana:

« Aunque exteriormente sea un ogro, en cuanto arañas un poco descubres que es una mujer necesitada de cariño».

El dolor con el que reconoció que era virgen, me hizo comprender que desde joven había alzado una muralla a su alrededor y que aunque fuera policía y diez años mayor que yo, en realidad era una niña en cuestión de sexo.

Todavía hoy no sé qué me inspiró pero cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cama y me tumbé junto a ella.   Tratándola dulcemente, no forcé su contacto y solo abrazándola, abrazándola, la consolé dejándola llorar:

― Tranquila preciosa―  le dije al oído con cariño.

Mi ternura la fue calmando y al cabo de unos minutos, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:

― ¿Me harías ese favor?

Supe enseguida a qué se refería. Un suave beso fue mi respuesta. Mi tía Andrea respondió con pasión a mi beso pegando su cuerpo al mío. Indeciso, llevé mis manos hasta sus pechos. La que en teoría debía tener  más experiencia, me miró con una mezcla de deseo y de miedo y cerrando los ojos me pidió que los chupara.

Su permiso me dio la tranquilidad que necesitaba y por eso fui aproximándome con la lengua a uno de sus pezones, sin tocarlo. Estos se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada. Cuando mi boca se apoderó del primero, mi pariente no se pudo reprimir y gimió, diciendo:

― Hazme tuya.

Sabiendo que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta. Mi tía, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión del hasta entonces inaccesible tesoro.

Pero en vez de ir directamente a él, pasé de largo y seguí acariciando sus piernas. La estricta policía se quejó odiada y dominada por el deseo, se pellizcó  sus pechos mientras me rogaba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo.

Usando mi lengua, seguí acariciándola cada vez más cerca de su pubis. Mi tía, desesperada, gritó como una perturbada cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón. No tuve que hacer más, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.

Como era su primera vez, me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su coño y jugando con su deseo. Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me rogó nuevamente que la desvirgara pero contrariando sus deseos,  seguí en mi labor de zapa hasta que pegando un aullido me confirmo que la última de sus defensas había caído.

Entonces y solo entonces, me desnudé.

Desde la cama ella me miraba. Al girarme y descubrir su deseo comprendí que en ese instante no era mi tía sino mi amante. Cuando me quité los calzoncillos y me di la vuelta, observó mi erección y sonriendo, me rogó que la tomara.

Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que,  separando sus rodillas, aproximé mi glande  a su sexo y jugueteé con su clítoris mientras ella no dejaba de pedirme excitada que la hiciera suya.

Comportándome como el mayor de los dos y deseando que su primera vez fuera especial, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Sabiendo que le iba a doler, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.

La hermana de mi madre pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y aun doliéndole era mayor el lastre que se había quitado al sentir que mi pene la llenaba por completo, por eso susurrando en mi oído, me pidió:

― Dame placer.

Obedeciendo gustoso su orden, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. Mi tía que hasta entonces se había mantenido expectante, me rogó que acelerara mientras con su mano, se acariciaba su botón con satisfacción.

Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y cuando  llegaron, me hicieron incrementar mis embestidas. La facilidad con la que mi estoque entraba y salía de su interior, me confirmaron más allá de toda duda que mi tía estaba disfrutando como una salvaje  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. Mi hasta esa noche virginal pariente no tardó en correrse mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.

― ¿Le gusta a mi tita que su sobrino se la folle?― , pregunté al sentir que por segunda vez, esa mujer llegaba al orgasmo.

― Sí― , gritó sin pudor―  ¡Me encanta!

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de esa mujer me volvió a sorprender al pedirme que la usara sin contemplaciones. Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior a la vez que le informaba que me iba a correr, tras lo cual caí rendido sobre el colchón.

Satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza sobre mi pecho,  se quedó pensando en que esa noche no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus traumas y por fin, se sentía una mujer aunque fuera de un modo incestuoso.

Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  le dije:

― Tía, a partir de esta noche, esta es también mi cama. ¿Te parece bien?

― Si pero por favor, no me llames Tía, ¡Llámame Andrea!

― De acuerdo, respondí y sabiendo que en ese momento, no podría negarme nada, le dije: ― ¿Puedo yo pedirte también un favor?

― Por supuesto―  contesto sin dudar.

Acariciándole uno de sus pechos, le dije:

― Mañana le dirás a tu hermana que te está costando educarme y que piensas que es mejor que me quede al menos seis meses contigo.

Muerta de risa, me soltó:

― No se negara a ello. Te quedarás conmigo todo el tiempo que tanto tú como yo queramos…―  y poniendo cara de puta, me preguntó: ― ¿Me echas otro polvo?

Solté una carcajada al escucharla y anticipando el placer que me daría,  me apoderé de uno de sus pechos mientras le decía:

― ¿Me dejarás también desflorar tu otra entrada?

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Relato erótico: ¿Te parecería una puta si te pido que me folles? (POR GOLFO)

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el-elegido2Un hombre que se vanaglorie de serlo solo puede contestar a esa pregunta con un rotundo ¡NO! Da lo mismo que la mujer sea guapa, sin-titulofea, gorda, flaca, alta o baja. Incluso es irrelevante que nos apetezca o no el  hacerlo:
¡Siempre hay que contestar que no!
Si la que lo pregunta está buena con mayor razón pero, aunque sea un callo malayo, un engendro del demonio o realmente vomitiva, deberás responder negando la mayor.
Si te la quieres tirar, está claro. Pero aun en el caso que lo que desees sea salir huyendo, nunca debes decir que sí. Sería hacer daño a sabiendas cuando siempre te puedes buscar una excusa para escapar.
El problema surge cuando no te apetece follar pero tampoco estás en situación de poner tierra por medio. Este fue mi caso: durante un viaje de trabajo, la zorra de mi jefa me hizo esa pregunta mientras cerraba la puerta de mi habitación.
Todo empezó un lunes al llegar a la oficina. Todavía no me había sentado en mi silla cuando esa bruja ya me estaba llamando. Recién salido de la universidad y sin ser fijo todavía en la empresa, era el último mono y por lo tanto el idiota que realmente trabajaba. Para colmo Doña Isabel, no solo era mi jefa directa sino la directora general de la compañía. Con una mala leche proverbial, nadie se atrevía a llevarle la contraria y menos yo. Por eso no habían dado todavía las nueve en punto cuando ya estaba tocando a la puerta de su despacho.
-¿Se puede?- pregunté antes de entrar.
Desde su sillón, esa morena cuarentona me hizo señas de que pasara mientras seguía colgada al teléfono.  Los cinco minutos que tardó en despachar la llamada, me terminaron de poner nervioso. Casi temblando, me puse a pensar en la razón por la quería verme y tras hacer un análisis de la situación, no encontré ningún motivo. Más tranquilo al darme cuenta que no la había pifiado especialmente durante la última semana, esperé que terminara de hablar mientras involuntariamente le dada un buen repaso con la mirada.
“¡Se conserva estupendamente!” pensé tratando de calcular su edad.
Siendo una mujer más alta que yo, doña Isabel no era una caballona. Dotada por la naturaleza de unos pechos enormes, su altura los disimulaba, haciéndola parecer proporcionada. Por otra parte, su cintura estrecha para sus medidas la hacía ser profundamente femenina aunque sabía en mi fuero interno que era un mal bicho. Su voz autoritaria la delataba. Con un tono casi varonil, acojonaba a cualquiera que tuviese la desgracia de enfrentarse con ella. Por lo que decían los rumores, se había casado siendo casi una niña pero su matrimonio fue un fracaso y por eso se divorció antes de cumplir un año. Desde entonces nada de nada.
No se le conocía pareja, ni novio, ni ningún desliz. ¡Esa frígida vivía para trabajar!
Por mucho que las malas lenguas habían tratado de ingeniarse algo para desprestigiarla, nunca encontraron nada donde agarrarse para inventarse un chisme. Esa mujer era recta, fría y asexuada. Aun siendo una mujer guapa, nada en ella me invitaba a imaginármela entre mis piernas.
-¿Tienes pasaporte?- me soltó nada más colgar.
Sin saber todavía el motivo de tan extraña pregunta, le contesté que sí. Al oírme, Doña Isabel sonrió y cogiendo nuevamente el teléfono, llamó a su secretaria y le pidió que me sacara un billete en el mismo vuelo, tras lo cual, me dijo:
-Vete a casa y prepara una maleta, te quiero aquí en dos horas.
Alucinado, pregunté:
-¿Dónde vamos? Y ¿Por cuánto tiempo?
Con gesto serio, respondió:
-A Cuba. Hay problemas en esa delegación y quiero que me ayudes a hacer una auditoria.
“¡Su puta madre!” pensé al recordar los pésimos resultados con los que acababan de cerrar el año pero sobre todo al saber que al menos tardaríamos dos semanas en hacer un primer estudio. La perspectiva de estar con ese ogro trabajando codo con codo durante tanto tiempo, me acojonó y tratando de escaquearme, le dije:
-Señora: Por mí no hay problema, pero no cree que sería mejor que se llevara a alguien con más experiencia.
-Bobadas- respondió – viene bien que seas nuevo en la empresa porque así no has tenido tiempo de participar en ese desfalco.
Que se refiera a la situación de esa delegación como delictiva me terminó de aterrorizar y sabiendo que no podía negarme a acompañarla, le pedí permiso para ir a por mi ropa. Sin dignarse a mirarme, me despidió.
Como comprenderéis, apenas tuve tiempo de llegar a casa, hacer una maleta y volver a la oficina antes de que se cumplieran el plazo que me había dado. Una vez de vuelta, me presenté ante mi jefa. Noté que estaba hecha una furia porque sin casi saludarme, me dio dos cajas con papeles para que las cargara y sin más prolegómeno, nos dirigimos hacia el aeropuerto. Durante el trayecto mi jefa estuvo tan ocupada cerrando temas que ni siquiera se dirigió a mí y sintiéndome un cero a la izquierda, tuve que seguirla en silencio.
“Va a ser insoportable”, me quejé mentalmente al percatarme de mi futuro inmediato.
Tal y como había previsto, esa arpía uso las diez horas de viaje para repasar conmigo los números que nos habían pasado así como los indicios que ella veía para suponer que había habido una malversación por parte del delegado. Según ella, el incremento de los gastos así como la caída en los ingresos solo se podía explicar por el hecho que alguien haya metido mano en la caja. Lo que no sabía era si los responsables eran uno o varios y por eso me aleccionó para que no confiara en nadie.
-¿Saben que venimos?- pregunté.
-Por supuesto que ¡No!
Su respuesta me dejó claro que nuestra llegada no sería bienvenida y por eso cuando llegamos a La Habana, no me extrañó que nadie estuviera esperándonos en el aeropuerto. Tras los habituales trámites en la aduana, salimos a coger un taxi. Tal y como había escuchado, los taxis cubanos eran vehículos americanos con más de cuarenta años a sus espaldas. Como ya eran las seis de la tarde, Doña Isabel decidió que nos llevara directamente al hotel, en vez de ir a la oficina.
Al preguntarle el porqué, la señora sonrió mientras me decía:
-Mejor les caemos a las ocho de la mañana, así tendremos todo el día y podremos evitar que destruyan información.
El tráfico a esa hora era un desastre por lo que tardamos más de una hora en llegar hasta nuestro hotel y si a eso le añadimos que el puto coche no tenía aire acondicionado, comprenderéis que cuando llegamos al hall estuviésemos sudando a chorros. Curiosamente eso hubiese quedado en mera anécdota si no llega a ser porque el sudor empapó la camisa de mi jefa. Completamente mojada, la tela se transparentó dejándome descubrir que esa señora tenía unos pitones de campeonato, coronados por dos pezones negros y grandes.
Afortunadamente, Doña Isabel no se dio cuenta de las miradas que le eché mientras nos registraba en recepción. El empleado del hotel, creyendo que éramos pareja,  le preguntó si prefería cama de matrimonio.  La cuarentona que debía estar ocupada pensando en otras cosas, le contestó que sí y solo se percató de su error cuando puso en sus manos una única llave. Completamente ruborizada, le explicó que teníamos reservado dos habitaciones. El recepcionista le pidió perdón y tras revisar en el ordenador, le dio otra llave.
-Son la 511 y la 512. Están pegadas y si lo desean pueden abrir la puerta de conexión- dijo con tono profesional aunque sin esconder su significado. El tipo seguí convencido de que yo era la aventura de esa ejecutiva.
-No hará falta- respondió muy enfadada y cogiendo las maletas, fuimos directamente a nuestras habitaciones.
Una vez en la puerta, Doña Isabel se giró hacía mí y me dijo:
-Voy a cenar en el cuarto. Te espero a las siete de la mañana para desayunar en el restaurante-
Reconozco que agradecí no tenerla que seguir soportándola y con mejor humor, entré en el mío. La habitación era estupenda y tras deshacer mi equipaje, me puse un traje de baño y me fui a darme un chapuzón en la piscina que había visto desde la ventana. Los treinta grados de temperatura de la Habana invitaban a bañarse y a beber. Por eso después de hacer una serie de largos, salí del agua rumbo al chiringuito que había en una esquina.
Llevaba dos cervezas y un mojito cuando la vi aparecer. Me costó reconocerla porque habiéndose quitado el uniforme de estricta ejecutiva de encima, mi jefa venía en bikini y con un pareo, cubriendo su cintura. No me preguntéis porque, pero al verla allí temí que me descubriera y me escondí tras la columna del bar. Doña Isabel ajena a mi escrutinio, cogió una tumbona y quitándose el pareo, se tumbó en ella y se puso a leer.
“¡Menudo Culo!”, exclamé al advertir que esa cuarentona tenía un par de nalgas duras y paradas que nada tendrían que envidiar con la de una mujer veinte años mejor. “¡No es posible!”
Babeando y desde mi sitio, no pude dejar de valorar en su justa medida el cuerpazo de esa hembra. Su metro ochenta no era óbice para que reconociera que estaba buenísima y que si no llega a ser porque era mi jefa, hubiese intentado en ese momento el ligármela. Para que os hagáis una idea, el propio camarero al ver cómo la miraba, se rio mientras me decía:
-¡Porque estoy trabajando!…
No me podía creer que esa frígida tuviese semejante pandero y menos que  viendo lo escueto de su bikini, no le importara el mostrarlo al  respetable. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, pagué mis bebidas y con un enorme calor recorriendo mi cuerpo, volví a mi habitación. Para saciar mi calentura me hice un par de pajas en su honor, antes de meterme a duchar.
Ya en la ducha, me imaginé que eran las manos de esa cuarentona desnuda las que me estaba enjabonado el paquete mientras sus enormes pechos presionaban en mi espalda. Os juro que nada más hacerlo, mi pene se puso duro como piedra y por mucho que intenté rebajarlo con agua fría, el recuerdo de esos dos melones y de ese magnífico culo lo hizo imposible.
Cachondo hasta decir basta, bajé a cenar al restaurante. Para colmo de males, la camarera que me tocó era una mulata preciosa con un cuerpo espectacular. Alucinado por su belleza, no pude dejar de seguirla con la mirada mientras recorría arriba y abajo el local.  Varias veces, me pilló mirándole las tetas y sabiéndose observada, se dedicó meneando sus caderas a hacerme una demostración del magnífico cuerpo que tenía.
La muy zorra consiguió su propósito y en poco tiempo supe que estaba  en celo al sentir que me hervía la sangre y que mi herramienta me pedía acción. Justo cuando había decidido irme de putas y así liberar mi tensión, vi que se dirigía  al lavabo y desde ahí me hizo una seña para que la siguiera. Tras unos momentos de incredulidad miré hacia los lados y viendo que nadie me veía me introduje en el baño tras ella.
No le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el uniforme. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Eran grandes, duros con dos aureolas negras como el carbón de las que di rápidamente cuenta. La camarera a duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, mientras gemía por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos se arrodilló enfrente de mí y lo fue introduciendo lentamente en la boca, hasta que sus labios tocaron la base del mismo.
Le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en la taza del wáter, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer en el baño de la que desconocía su nombre, su edad. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de poseerla. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La cubana no le hizo ascos a mi semen, y prolongando sus maniobras consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su uniforme.
Satisfecho le pregunté su nombre:
-Altagracia- me contestó, mientras se levantaba a acomodarse el vestido. -Son cien dólares- Pagándole la cantidad que me pedía, salí del baño muerto de risa y con mi ánimo repuesto volví a ocupar mi sitio en la mesa.
Como si nada hubiese ocurrido durante esos cinco minutos, Altagracia me dio de cenar sin que nada en su actitud pudiera llevar a un observador a suponer que pocos segundos antes me había hecho una mamada. Solo al terminar el postre, me preguntó:
-¿Se va a quedar mucho tiempo?
-Eso creo- contesté.
Poniendo una sonrisa de oreja a oreja, recogió mi plato mientras disimuladamente me pasaba su teléfono en un papel.
Al día siguiente:
Habiendo dormido estupendamente, al despertarme me sentía nuevo. Por eso y por el miedo que tenía a mi jefa, llegué diez minutos antes a la cita en el restaurante. Desgraciadamente nada más cruzar la puerta, descubrí que a doña Isabel esperándome en una mesa. No me preguntéis pero aun sabiendo que se había adelantado, me sentí fatal por ser el último en llegar. La cuarentona levantó los ojos del periódico al sentarme y mirándome, dijo:
-Desayuna fuerte que no se si nos va a dar tiempo de comer.
Siguiendo al pie de la letra su sugerencia, fui hasta el buffet y llené mi plato hasta arriba. Aunque no estaba acostumbrado, esa mañana desayuné huevos, bacon y fruta porque tenía claro que esa bruja me iba a tener encerrado hasta altas horas de la noche.
Tal y como había supuesto, nuestra llegada a las oficinas produjo una enorme conmoción. El primero en quedarse acojonado fue el delegado porque ni siquiera estaba ahí cuando entramos por la puerta. Habituado a ser el mandamás, ese capullo llegaba a partir de las once y por eso cuando le avisó su secretaria de nuestra presencia, lo tuvo que despertar. Aunque se dio prisa, tardó más de una hora en aparecer por la  empresa y cuando lo hizo, Doña Isabel ya se había agenciado su despacho, había entrado en su ordenador e incluso había hecho una copia de seguridad de todos los archivos del servidor. Asustado por la que se le venía encima, Ismael Alonso intentó congraciarse con su jefa luciendo una espléndida sonrisa. Sonrisa que desapareció para no volver en cuanto la cuarentona le sacó una lista de transacciones para que las explicara. Os juro que en cuanto leyó la primera, su tez se tornó pálida y casi llorando, empezó a balbucear excusas.
La jefa fue tomando nota de sus explicaciones y sin darle tiempo ni de respirar en cuanto había explicado una transferencia, le sacaba la siguiente de manera que al cabo de dos horas, Alonso se desmoronó y haciéndose el indignado, le ofreció su dimisión.
Con toda tranquilidad, Doña Isabel se levantó y le dijo:
-Ismael te equivocas si crees que con tu dimisión estamos en paz. Si como supongo ha habido un desfalco, sería mejor para ti que confieses ahora y me digas quien de la organización está también involucrado.
El tipo ya francamente nervioso trató de negarlo pero ante la insistencia de la directora, se levantó y saliendo del despacho, dijo que volvería con un abogado.
-Vuelve con tu puta madre si quieres, pero cuando lo hagas trae el dinero que has robado- le soltó la cuarentona en toda su geta.
El insultó le hizo reaccionar y como un energúmeno intentó agredir a su jefa. De no estar yo ahí y haberme interpuesto entre los dos, de seguro la hubiese pegado pero como un completo cobarde se retiró en cuanto supo que se tendría que enfrentar conmigo.
-Gracias- me agradeció la mujer, consciente de que se había equivocado al valorar la reacción de ese tipejo y que de no ser por mí, el resultado hubiese sido otro.
Creyéndome un caballero errante que acababa de defender a una indefensa dama, le dije que no se preocupara que había sido un placer. Os juro que cuando ella me oyó, algo cambió en su forma de mirarme pero en ese momento no supe reconocer el qué. A partir de ahí, mi jefa me trató con respeto e incluso se permitió el lujo de ser incluso agradable. Encantado con el cambio no dije nada ni tampoco me quejé de que me tuviera explotado durante hasta las ocho de la noche sin salir de ese lugar. El único lujo que se permitió fue sobre las tres, hacer traer unos bocadillos y descansar durante diez minutos mientras dábamos buena cuenta de ellos.
Habiéndose ocupado de que cambiaran las llaves de la oficina y la clave de la alarma, no se quedó tranquila hasta que desapareció el último trabajador por la puerta. Entonces y solo entonces, se permitió relajarse y mirándome cansada, me preguntó que me apetecía hacer.
-Cenar- contesté- ¡Tengo un hambre que devoro!

Doña Isabel sonrió y parando un taxi que pasaba por la calle, le pidió que nos llevara a un buen lugar. El taxista debió de malinterpretar sus deseos y en vez de un restaurante tradicional, nos llevó a uno con música en vivo. Una vez allí, decidió que nos quedábamos y eligiendo una mesa junto a la pista nos pusimos a cenar. El ambiente tranquilo y la música de fondo, nos permitió iniciar una charla banal en la que descubrí que esa fría mujer era en realidad un encanto. Simpática, inteligente y divertida, mi jefa me sorprendió con esa faceta que tenía oculta.  Pero también el tenerla a mi lado, me dejo apreciar sus ojos negros y su boca.

“Está buena” pensé cada vez más cómodo.
Ajena a que me estaba empezando a gustar, doña Isabel se rio al ver que una pareja de turista entrada en años, salía a bailar a la pista. Su risa me terminó de cautivar. Profunda y sincera, la transformó en un objeto de deseo que nunca podría conseguir catar. Estaba todavía pensando en ello cuando levantándose de la mesa, mi jefa me cogió la mano y me sacó a bailar.
La orquesta estaba tocando una salsa y tratando de imitar a las parejas que danzaban a nuestro lado, rodeé su cintura con mi mano y me empecé a mover. Doña Isabel no dijo nada al sentir que la ceñía y siguiendo el ritmo se dejó llevar. Aunque no soy un gran bailarín, tampoco tengo dos pies izquierdos y desenvolviéndome con soltura, transcurrió la primera canción. Creyendo que con eso bastaba, hice un intento de volver a la mesa pero pegándose a mí, esperó que volvieran a tocar.
Fue entonces cuando al estar rozándose nuestro cuerpos, noté la firmeza del suyo y más afectado de lo que debía, sentí como sus dos tetas se clavaban contra mi pecho.
“¡Dios!”, pensé, “¡Se va a dar cuenta!”
Y tratando que no se percatara de que estaba excitado, me separé un poco de ella. Desgraciadamente en ese momento, los músicos volvieron a empezar y mi jefa al ver que era un reggaetón, me agarró de la cintura y empezó a bailar. Reconozco que mi jefa se atreviera con un baile tan claramente sexual me sorprendió y más al ver que realmente esa mujer sabía bailarlo. Alucinado, la observé separar sus piernas y con las rodillas flexionadas, empezar a mover sus caderas pero realmente babeé cuando esa cuarentona dotó a su trasero de un movimiento circular y llevándolo de adelante para atrás con muchísima rapidez, me llamó a su lado:
-Ven, ¡No seas soso!
Al acercarme se dio la vuelta y poniendo su culo contra mi cuerpo, lo empezó a restregar mientras inclinaba un poco el tronco, imitando los movimientos de una sensual cúpula.
Como imaginareis, mi verga se irguió como respuesta a tan cálido roce y ya entregado la agarré pegándola aún más. Sé que Doña Isabel se debió de dar cuenta del bulto contra el que estaba restregando su culo pero si le molestó, no lo dijo e incluso se permitió forzar aún más el contacto incrementando la presión con la que se echaba contra mí.
“Cómo siga así: ¡Me corro!” mascullé entre dientes al notar mi pene incrustado contra la raja formada por sus dos esplendidas nalgas.
Ajena al mal rato que estaba pasando, mi jefa ralentizó el movimiento de sus caderas de modo que parecía estar masajeando mi pene con sus dos cachetes. En un momento dado, llevé mi mano hasta su cabeza y hundiendo mis dedos en su pelo, empecé a acariciarla.  Aunque mi verga seguía dentro de mi pantalón y ella estaba con su falda, no me cabía ninguna duda de que era consciente de que estábamos haciendo el amor y solo la presencia de otras parejas a nuestro alrededor, evitó que diéramos un espectáculo.
Fue cuando mi mano acarició la parte inferior de una de sus tetas, cuando realmente me di cuenta que ella estaba también sobreexcitada. Mis yemas se encontraron con un pezón duro bajo su blusa que fue junto con el gemido que oí lo que la traicionó. Al darse cuenta que la había descubierto, avergonzada hasta decir basta, me rogó que volviéramos a la mesa.
¡El hechizo se había desvanecido! 
La mujer sensual y divertida se había ido para no volver. Volviendo a la cordura, Doña Isabel llamó al camarero y pago la cuenta y en silencio, cogimos otro taxi que nos llevara al hotel. Os reconozco que en ese momento me creí despedido y aunque os parezca imposible, lo que más me jodía no era haber perdido el empleo sino el no haberme tirado a esa preciosa cuarentona. Ya en el ascensor que nos llevaba a nuestras habitaciones fuimos incapaces de mirarnos a la cara, porque ambos sabíamos que habría culpa y deseo en los ojos del otro.
Sin despedirnos, cada uno entró en su cuarto. Sintiéndome una mierda, me quité la chaqueta y entré en el cuarto de baño.
-¡Seré idiota!- exclamé mirándome en el espejo.
Cabreado por la oportunidad perdida, me lavé los dientes y estaba poniéndome el pijama, cuando escuché que tocaban en la puerta de interconexión entre las dos habitaciones. Sabiendo que no podía ser otra que Doña Isabel, la abrí para encontrarme a mi jefa vestida con un coqueto camisón.
Cortado, le pregunté qué quería. La cuarentona con sus mejillas rojas de la vergüenza, me pidió perdón por molestarme y cuando ya creía que no iba a pasar, entró y cerró la puerta mientras me decía:
-¿Te parecería una puta si te pido que me folles?
No la dejé terminar y cogiéndola entre mis brazos la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella respondió frotando su pubis contra mi pene, haciéndolo reaccionar.
-Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del camisón.
Nada más retirar los tirantes, cayó al suelo, permitiéndome observarla totalmente desnuda por primera vez. Era impresionante, su cuerpo era de escándalo con grandes pechos y cintura estrecha que el tiempo no había conseguido estropear.
De buen grado me hubiera quedado observándola durante horas, pero decidí tumbarla en la cama. Ella se dejó llevar. Teniéndola sobre el colchón, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Los dos negros botones reaccionaron incluso antes de que los tocara, de forma que recibieron mis caricias duros y erguidos. Mi jefa gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Realmente eran bellos, bien formados, suaves y excitantes. No dudé en sustituir mis yemas por mi lengua, y apoderándome de ellos, los mamé como haría un bebé de los de su madre. Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su culo, era una gozada. Me sentía como un lactante, disfrutando de su alimento.
Quería poseerla, pero lentamente. Por eso poniéndome de pie, me desnudé apreciando sus ojos clavados en mi cuerpo. Su mirada era de deseo, no de lascivia, me observaba ansiosa, nerviosa, temerosa de fallarme. Ya sin ropa, me tumbé a su lado abrazándola. Ella pegándose a mí, restregó su pubis contra mi sexo, buscando la penetración, pero la rechacé diciéndole:
-¡Déjame a mí!
Sabía que esa mujer debía llevar tiempo sin ser tomada y decidí que ya que me había elegido a mí, no iba a defraudarla. Con lentitud, empecé a besar su cuello mientras le acariciaba las piernas. Al ir bajando por su cuerpo descubrí que su piel tenía un sabor salado que me volvió loco y levantando la cara, le solté:
-¡Que buena estas!
Sonrió al escucharme pero no se movió porque notó que me acercaba a su entrepierna y no quería estropearlo. Su sexo olía a hembra hambrienta, bien depilado era excitante. Estaba a punto de lanzarme sobre él cuando Doña Isabel separó aún más sus rodillas, dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris.
Separando sus labios, como si fueran los pétalos de un fruto largamente ansiado, apareció ante mí un más que erecto botón rosado. Primero lo tanteé con la punta de mi lengua, antes de apretarlo entre mis dientes mientras pellizcaba sus pezones. No llevaba todavía un minuto recorriendo sus pliegues cuando mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. La morena que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Paulatinamente, éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura. No dejé de beber de su rio, hasta que llorando me imploró que le hiciera el amor.
-¿Te gusta?- le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
-Sí-, me respondió todavía con la respiración entrecortada por el orgasmo pasado.
-¿Mucho?- le dije mientras jugaba con su clítoris.
-¡Sí!-, contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Escucharla tan caliente, me convenció e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Hazlo! Por favor ¡No aguanto más!
Lentamente, centímetro a centímetro, le fui metiendo mi pene. Toda la piel de mi extensión, disfrutó de los pliegues de su sexo al hacerlo. Su cueva, que era estrecha y suave, ejercía una intensa presión al irla empalando. Su calentura era total, levantando su trasero de la cama, intentaba metérsela más profundamente. Me recreé viéndola tratando infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta-, le grité, y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más, sus poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que estuve a punto de desvirgar y que no lo hice solo por estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Poniendo mi verga en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. Pero o bien no me entendió, o tenía demasiadas ganas, porque nada más notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se la insertó.
Gimió al sentirse llena, pero al instante empezó a mover sus caderas, recreándose en mi monta. Mi yegua relinchó al sentir que me asía a sus pechos iniciando mi cabalgata, mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus suspiros, cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, y el chapoteo de su cueva inundada al sacar ligeramente mi miembro, fue el banderazo de salida para que acelerara mis incursiones. Y cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas de tratara y palmeándole el trasero, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la excitó más si cabe, y chillando me pidió que no parara. Con su respiración entrecortada, no dejaba de exigirme que la tomara, que quería sentirse regada por mí.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía verla convulsionarse en un segundo orgasmo, por lo que dándole la vuelta, me apoderé de su clítoris con mis dientes, a la vez que le introducía dos dedos en su vagina. Su sexo tenía un sabor agridulce que me volvió loco, y usando mi lengua como si fuera un micro pene, la introduje recorriendo las paredes de su cueva, mientras sorbía ansioso el flujo que manaba su interior. Esta vez la muchacha berreó brutalmente al notar como su placer la envolvía derramándose sobre mi boca, y sin poderlo evitar se corrió retorciéndose sobre la cama.
Insatisfecha, y queriendo más, me tumbó boca arriba, y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro, mientras lágrimas de placer mojaban mis piernas. Sus pechos rebotaban al compás de sus movimientos y su vientre rozaba el mío en un sensual contacto. Estaba hipnotizado con sus senos, su bamboleo, me habían puesto a cien. Mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos, tras lo cual le pedí que fuera ella quien los besase.
Me hizo caso, estirándolos se los llevó a su boca y sacando su lengua los beso con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene, y naciendo en el fondo de mi ser, un genuino orgasmo se extendió por mi cuerpo explotando en el interior de su cueva.
Mi jefa, al sentir que mi simiente bañaba su vientre, aceleró sus embestidas consiguiendo culminar conmigo su gozo. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de mi semen salía expulsada, ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se enroscaba en mi pene moribundo, dándome las gracias por sentirse mujer.
Totalmente exhaustos, caímos sobre las sábanas. Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada pero cuando ya creía que se había dormido, de improviso me miró a los ojos, diciendo:
-Te importaría volverme a hacer el amor. ¡Lo necesito!
Soltando una carcajada, contesté:
-Todas las veces que usted quiera: ¡Querida jefa!
 
 

Relato erótico: “Amor en Yavin” (POR ALEX BLAME)

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herederas3Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

AMOR EN YAVIN

Sin títuloHuyendo de la flota imperial Han Solo, Chewbacca, Luke Skyewalker y Leia Organa llegan a la base rebelde en Yavin.

DarthVader los persigue a través de la galaxia y gracias a un dispositivo buscador colocado previamente en el Halcón milenario localiza su destino.

La base rebelde se enfrenta a la batalla final por su supervivencia. Los X-Wing se preparan para un ataque desesperado sobre la estrella de la muerte fiándolo todo a la destreza de sus pilotos…

¿Qué demonios estaba pasando? Se encontraba de nuevo en la estrella de la muerte. Huyendo por aquel laberinto de pasillos, vistiendo un horrible mono que se ajustaba a su cuerpo haciendo que cualquier movimiento fuese una invitación a la lujuria.

De una esquina salió un soldado imperial apuntándola con su pistola láser. Como un relámpago echó mano a sus caderas, pero donde debía haber estado su cartuchera no había nada. Se dio la vuelta, preparada para volver por donde había venido, pero otros dos soldados más le cortaban el paso. Con un gesto contrariado levantó las manos en señal de rendición.

Uno de los soldados se acercó y antes de que pudiese decir nada le atizó con la culata de su pistola en la sien haciendo que todo se volviese negro.

Cuando despertó y abrió los ojos una intensa luz la deslumbró, los cerró con fuerza intentando concentrarse a pesar del intenso dolor que atravesaba todo el lado izquierdo de su cabeza. Tras respirar un par de veces profundamente, volvió a abrir los ojos. Intentó mover los brazos para protegerse de la intensa luz, pero estaba totalmente paralizada. Un par de soldados imperiales entraron en la sala y apagando el mecanismo paralizante que colgaba de su cuello la ayudaron a levantarse para tras maniatarla, colgar sus brazos del techo de manera que apenas podía tocar el suelo con la punta de sus delicados pies. Intentó librarse de las ataduras, pero descubrió que tenía los brazos firmemente atados . Forcejeó desesperada durante un par de minutos hasta que finalmente se dio cuenta de que no conseguiría liberarse, con lo que optó por volver a cerrar los ojos y tratar de no pensar en lo que le esperaba.

La puerta se abrió dando paso a Darth Vader, que entró acompañado por un acólito vestido totalmente de negro. Los movimientos y la constitución del acólito le resultaron familiares, pero al llevar la capucha echada sobre su rostro no logró identificarle.

—Bien. Querida hija. Estoy encantado de verte de nuevo.—dijo Darth Vader haciendo que su voz metálica reverberase por toda la estancia— La última vez que nos vimos quedaron algunas cosas pendientes.

—Cerdo. Ni te atrevas a acercarte a mí. Tú no eres mi padre. Mi padre era Anakin Skywalker un caballero Jedi. Como mi hermano…

Una risa bronca de la oscura figura interrumpió la contestación de la joven princesa. Vader se acercó a ella y con un gesto de su mano volvió a pulverizar sus ropas dejándola totalmente desnuda de nuevo.

Ya estaba empezando a mosquearse. Aquel hijoputa estaba empeñado en dejarla en pelotas cada vez que la veía. Poniendo la cara de mayor desprecio posible observó impotente como se acercaba y comenzaba a acariciar su cuerpo, utilizando la Fuerza para excitarla contra su voluntad.

Las enguantadas yemas de los dedos de aquel ser recorrían su cuerpo dejando rastros de helada lujuria sobre su piel. Leia forcejeó con sus ataduras solo para que el dolor que le infringían las ligaduras al resistirse contrarrestasen el intenso placer.

En ese momento la figura encapuchada se movió y se colocó a su espalda comenzando a acariciarla, besarla y mordisquearla con suavidad.

Leia no pudo con el nuevo ataque y se vio obligada a claudicar al fin soltando un largo gemido. El desconocido agarró su culo y hundió los dedos en el masajeándolo con fuerza y dándole dolorosos cachetes hasta que quedó rojo como la grana.

—¿Te gusta mi nuevo aprendiz? —preguntó Vader— Ya sé que es un poco brusco, pero ya sabes, el entusiasmo de la juventud.

Leia se sentía como una especie de objeto blando al que dos maníacos estaban acariciando y pellizcando. Pronto sintió como toda su piel ardía, sus pezones palpitaban y su sexo chorreaba. Ni siquiera la incómoda postura y la repugnancia que le causaba el contacto con aquellos dos cuerpos que exudaban maldad podía evitar que se sintiese profundamente excitada.

Darth Vader se apartó un instante y le hizo señas a su acólito para que se acercara . El aprendiz se colocó a la derecha de su maestro y a una señal ambos abrieron sus capas mostrándole sendas pollas.

La polla oscura y bulbosa del maestro contrastaba con el miembro rosado y palpitante de vitalidad de su acólito. Aquel miembro le resultó tan familiar como el de Darth Vader aunque no era capaz de recordar a quién podía pertenecer. Intentó estrujarse un poco más el cerebro, pero la forma en la que se acercaron los dos hombres a ella le hicieron olvidar sus elucubraciones.

Los dos hombres la rodearon y se aproximaron tanto que pudo sentir las puntas de sus miembros rozando sus muslos. Instintivamente intentó alejarse, pero solo logró atraerlos aun más con sus cuerpo tenso y el bamboleo de sus pechos.

Finalmente la abrazaron, uno por delante y el otro por detrás, frotando sus pollas contra su cuerpo y ensuciándolo con sus asquerosas secreciones.

Se sentía tan sucia como lujuriosa. A pesar del profundo asco no podía evitar sentir una tremenda excitación y cuando el acólito cogió uno de sus pechos y se lo metió en la boca deseo tener libres la manos para poder bajar aquella ominosa capucha y revolver el pelo de su violador.

Por detrás, Darth Vader se limitaba a acariciar su cuerpo emitiendo su metálica respiración muy cerca de su oído, recordándole que la polla que tanto le estaba excitando pertenecía al segundo ser más odiado de la galaxia…

Sin esperar más, el oscuro aprendiz se irguió y cogiendo una de las piernas de Leia, la puso sobre su hombro y la penetró. Leia se agarró a las ligaduras de las que colgaba e intentó que no se notase el intenso placer que sentía. El desconocido comenzó a moverse en su interior colmándola de un placer tan intenso que no pudo aguantarse más y terminó soltando un largo gemido.

Darth Vader soltó una risa cascada a la vez que frotaba la polla contra su culo y su espalda.

No había resistencia posible , sus últimas defensas cayeron y cuando se dio cuenta estaba gimiendo y disfrutando como una loca.

En ese momento Vader separó sus cachetes y cometió la humillación final. Extrañamente no sintió ningún dolor. Siempre había pensado que sería muy doloroso, pero a pesar de que aquel hijoputa le metió la polla hasta es fondo de su culo lo único que sintió fue placer.

Leia se dejó llevar jadeando y gimiendo mientras era empalada por aquellas dos fenomenales pollas una y otra vez llenándola y llevándole al éxtasis que no tardó en llegar arrasándola.

Cuando volvió a ser consciente de lo que pasaba a su alrededor alguien había cortado la cuerda que la mantenía unida al techo y se encontró tumbada encima del acólito que no paraba de moverse bajo ella mientras Vader la sodomizaba a un ritmo endiablado. De la máscara del hombre solo escapaba un risa profunda y cascada.

Durante unos minutos más estuvieron maltratando sus genitales hasta que no pudieron contenerse más y se corrieron llenando sus agujeros con su cálido semen. En ese momento el acolito retiró la capucha que cubría su rostro y con horror pudo ver la cara de su hermano… o lo que quedaba de él.

En su rostro estaba marcado el efecto del reverso oscuro de la fuerza. Había perdido casi todo el pelo y sus iris azules estaban rodeados de un cerco rojo y unas profundas ojeras.

—Sí, soy tu hermano, Leia. Ven y únete a mí, a nosotros y experimenta el poder del lado oscuro de la fuerza.

Leía se quedó quieta chorreando semen y cubierta por el sudor de aquellos dos terribles seres mientras Luke se acercaba intentando seducirla.

Leia quería negarse, pero la tentación era muy fuerte. Luchó con todas sus fuerzas, pero aquellos ojos fríos, llenos de ira y soberbia la tenía atenazada. Solo era cuestión de unos instantes y sería esclava del lado oscuro…

Se despertó con un gritó, totalmente desorientada hasta que se giró en la habitación y se dio cuenta de que estaba en la base rebelde de Yavin, justo el día previo a la batalla que decidiría el destino de la causa rebelde.

Estaba suspirando de alivio cuando la puerta se abrió y Han Solo entró con la pistola preparada.

—¿Te encuentras bien, princesa? —preguntó Solo exhibiendo su típica sonrisa de rufián.

—Sí, solo era una pesadilla.

—Sera mejor que te tapes. —dijo señalando con el dedo el vaporoso camisón de la joven que con la pesadilla había quedado a la vista—Las noches en este planeta son frescas.

La primera intención de Leia fue hacerle caso y despedirle, pero de repente se dio cuenta. Aquel inútil podía ser su salvación. A pesar de que no había hecho nada, se había llevado la fama del escape de la estrella de la muerte y había ganado cierta reputación entre el ejército rebelde.

Sabía que quería largarse para pagar un deuda con Jabba el Hutt que le tenía en el filo de la navaja, pero estaba convencida de que si insistía suficiente lograría que se uniese al ataque suicida que estaban preparando contra la estrella de la muerte para la mañana siguiente

Sí lo pensaba bien era perfecto, solo tenía que follárselo esa noche hacerle unos cariñitos delante de todo el ejercicio y despedirle para que con su habilidad a bordo del Halcón Milenario acabase desintegrado por alguno de los turboláser de la estrella de la muerte. Así ella sería una especie de viuda y no tendría que dar enojosas explicaciones sobre la criatura que crecía en su interior.

—Perdón. ¿Qué decías? —preguntó Leia volviendo a la conversación.

—Que en fin —tartamudeó el contrabandista señalando sus pezones erectos—Que estas cogiendo frío.

—¿De veras que esto es por el frío? —replicó Leia pellizcándose los pezones a través de la suave tela del camisón.

Solo hizo un gesto de indecisión. Era evidente que la deseaba, pero no se atrevía a dar el paso. Ocultando su exasperación la princesa dejó que resbalara uno de los tirantes mostrando al contrabandista un pecho grande cremoso y turgente rematado por un pezón rosado que le desafiaba erecto.

—Creí que era Luke el que te gustaba. —dijo Han acercándose.

—Vamos, no seas tonto. El chico es guapo, pero a mí me gustan hombres un poco más hechos, que tengan mundo. Él apenas acaba de salir de las faldas de su madre. —replicó Leia poniendo morritos.

Eso fue lo único que necesitó Solo para desnudarse y meterse en la cama con ella. En cuestión de segundos estaba sobre ella acariciándola y besándola.

Tenía que reconocer que todo lo que tenía de gañan lo tenía de buen amante y además estaba bastante bien dotado. Las manos del piloto resbalaron por su cuerpo acariciándolo con suavidad, excitándola y haciendo que olvidase la turbadora pesadilla que acababa de experimentar.

Con un empujón lo apartó y se puso en pie. Con lentitud se fue bajando el camisón hasta quedar totalmente desnuda. Han Solo se quedó observándola embobado y ella, consciente de que en cuestión de horas le pediría que arriesgase la vida por él, se esforzó al máximo. Se contoneó ante él mientras deshacía las trenzas dejando que una espesa mata de pelo que le llegaba hasta la cintura se derramase sobre su pálida piel.

Han Solo tragó saliva y se levantó. Su enorme erección le causó a Leia un escalofrío de placer anticipado. Quizás no fuera mala idea. Dándose la vuelta volvió a apartarse de él jugando con su deseo un poco más. Finalmente la atrapó por las caderas y la acercó hacia él. Pudo sentir como Han acariciaba su pelo mientras la dirigía contra la pared de la habitación.

Las manos del contrabandista se deslizaron por sus costillas, agarraron sus pechos y se los estrujaron. Leia suspiró mientras frotaba su culo contra la erección de Solo que sonreía satisfecho.

El hombre fue bajando poco a poco las manos a la vez que se arrodillaba. En pocos segundos sintió como tras acariciar su culo le separó los cachetes y comenzó a comerle el coño.

Leia gimió y retrasó el culo mientras sentía la lengua de Han evolucionando por su sexo acariciando su clítoris, la abertura de su ano y recogiendo los flujos que escapaban de su cada vez más anhelante coño.

No podía aguantar más, necesitaba polla. Con las mejillas ruborizadas Leia se dio la vuelta y tirando del pelo de aquel rufián le obligó a levantarse . Han se hizo el remolón y aun se quedó unos instantes besando y chupando sus pezones haciendo que su deseo fuese casi angustioso.

Con esa sonrisilla de triunfo que tanto detestaba separó las caderas de Leia de la pared y la penetró. Leia no se cortó deseosa de que toda la base se enterase y pegó un grito de placer al sentir como el miembro de Solo colmaba su sexo. La joven levantó una de sus piernas y la colocó sobre la cadera de él. Han comenzó a moverse con suavidad a la vez que le acariciaba la pierna y la besaba con suavidad.

Los movimientos se hicieron más rápidos y bruscos. Leia gimió y clavo las uñas en el peludo pecho de Solo sintiendo como cada embate la llevaba más cerca del orgasmo.

Agarrándola por el culo Solo la levantó en el aire y la posó con delicadeza sobre la cama antes de seguir follándola. Leia abrió las piernas y las estiró todo lo que pudo a la vez que alzaba las caderas para sentir los golpes del pubis de su amante en el suyo propio cada vez que le metía la polla hasta el fondo.

Agarrando a Leia por los hombros Han la folló con todas sus fuerzas hasta que se derramó en su interior. La princesa sintió un cálido torrente derramarse en su interior y no tardó en correrse también.

Instantes después Han se separó, pero Leia quería que aquella noche fuese memorable. De un empujón tumbó al hombre boca arriba y se colocó a cuatro patas sobre él. Con lentitud comenzó a retrasar su cuerpo procurando que su piel le rozase suavemente la polla. Cuando la tuvo a la altura de sus pechos comenzó a bambolearlos golpeando delicadamente aquel miembro haciendo que volviese a crecer poco a poco.

Los apagados gemidos de Han la animaron y tras demorarse unos instantes siguió bajando hasta que tuvo el pene a la altura de su boca. Tras besarlo un instante sonrió y apartó la cabeza dejando que su larga melena lo acariciara.

El contrabandista jamás había experimentado nada parecido. La suave y oscura melena de la joven acariciaba su miembro haciéndole sentir un placer desconocido. Bajo aquella espesa capa de pelo la princesa cogió su verga y comenzó a masturbarle usando su pelo como si fuese un suave guante.

Han tensó todo su cuerpo y soltó un ronco gemido. Satisfecha acercó su boca y le lamió y le mordisqueó la polla chupando con fuerza, sintiéndola palpitar en su garganta.

A continuación se apartó de nuevo y acariciándole de nuevo la polla con su melena le masturbó una vez más antes de subirse a horcajadas y meterse aquel miembro hasta el fondo de su sexo.

Solo se dejó hacer mientras la princesa saltaba con violencia y gemía y gritaba presa de un placer irrefrenable. En pocos minutos estaba jadeando y cubierta de sudor, pero no dejó de subir y bajar por la verga de él a un ritmo endemoniado hasta que no aguantó más y todo su cuerpo se crispó asaltada por un tremendo orgasmo.

El contrabandista, sin darle respiro, la puso a cuatro patas sobre la cama y la volvió a penetrar con fuerza, prolongando su orgasmo y corriéndose de nuevo en su interior con un grito de triunfo.

—¿Quién lo diría? —dijo Solo tumbándose a lado de una Leia aun jadeante— Mi madre siempre me dijo que jamás llegaría a nada y aquí me ves. Yo, un líder de la causa rebelde y follándome a una senadora imperial. ¡Chúpate esa doña perfecta!

—Creí que te irías a pagar esa deuda que tienes pendiente… —dijo Leia haciendo dibujitos con sus uñas en el pecho del contrabandista

—Verás cielo. Esa era mi intención, pero me lo he pensado mejor y creo que vais a necesitar mi ayuda. Ese chico, Luke, me cae bien y no me gustaría que le pasase nada allá arriba.

—¡Ah! ¡Qué bien! —dijo Leia cubriéndole de besos— Creo que voy a hacer que te nombren general del ejército rebelde.

Como esperaba, aquel gilipollas se hinchó como un pavo. A partir de aquel momento supo que lo tenía en el bote. Ahora solo tenía que cumplir e ir directo a una muerte segura.

Doce horas después en los alrededores de la estrella de la muerte…

—Grrr, buuf, grrr, guau, guau.

—Joder Chewbacca, ya sé que estamos en un lío. No hace falta que me lo digas. Calla y desvía la energía a los cañones de proa, tenemos que cargarnos esa torre laser si no queremos acabar convertido en una bonita bola de fuego.

—Brrr, buuuf, grrr, guau, guau.

—No soy ningún gilipollas encoñado. Soy un general rebelde y como sigas tocándome lo cojones te voy a montar un consejo de guerra que te vas a cagar, bola de pelo apestosa….

FIN

 

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 1 (POR CARLOS LOPEZ)

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NUERA4 

Hola, mi nombre es Victoria y por fin me he decidido a contar lo que me pasó en las fallas de este año. A decir verdad, Sin-t-C3-ADtulo23Victoria es un nombre falso, pero no puedo permitirme que nadie me identifique con lo que voy a contar. Fue algo muy fuerte que aún viene con frecuencia a mi mente, y que no puede evitar. Hasta ahora no lo ha sabido nadie porque no se lo he contado ni a mi mejor amiga. Ni yo misma me explico cómo me pude ver atrapada en una situación que voy a relatar en este momento. A veces dicen que contar las cosas ayuda psicológicamente…

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Soy abogada de una empresa mercantil, tengo 33 años, morena, pelo largo y ojos oscuros y grandes, ni alta ni baja, más bien delgada, pero con bastantes curvas. En concreto mi pecho es bastante grande lo cual me ha tenido siempre algo acomplejada, si bien mi pareja siempre me dice que “está loco por mis tetas” y reconozco que eso me halaga. Me gusta llevar ropa de marca y vestir bien, ya que por mi profesión estoy obligada a hacerlo. Por ello, aprovecho las salidas de fines de semana para ponerme vaqueros ajustados o vestidos más atrevidos. Soy bastante coqueta en ese sentido a pesar de que mi chico es mucho más soso y no quiere que me ponga muy provocativa. Si por él fuera iría siempre como una monja.
Bueno, volvamos a la historia que me sucedió hace unos meses en las fallas de Valencia. La pasada navidad, Marta, una de mis mejores amigas de siempre anunció su futura boda para finales del mes de abril. Después de muchos años saliendo con su chico (desde los 17), al fin había conseguido que aceptase pasar por vicaría. Así que todas sus amigas habíamos pensado que el fin de semana del 19 de marzo, en las fallas, era el mejor momento para hacer una despedida de soltera divertida.
Nos juntamos en un café un par de tardes para prepararlo en unas reuniones tipo “Sexo en Nueva York”, pese a que ninguna de nosotras se destaca por ser especialmente atrevida, representábamos ese papel y decíamos que preparar a Marta “algo especial”. Al final, después de que alguna amiga se echase atrás a última hora, nos decidimos a viajar 8 chicas. Conseguimos alquilar una casa rural súper bonita a unos 30 km de Valencia y, llegado el día, montamos a Marta en uno de los coches sin decirle a donde nos dirigíamos. Durante todo el viaje fuimos bromeando con ella sobre lo que iríamos a hacer… “Que se fuera preparando…” “que si habíamos quedado ya con un chico para ella…”, “que si en realidad eran dos chicos…” y muchas cosas de ese tipo.
Pensamos que, esa misma noche, nos acercaríamos a la ciudad a las fiestas accediendo al centro en el metro o en el tren. Así pasamos la tarde en nuestra casita rural, tomando copas y bromeando acerca de la noche que le esperaba a Marta, en la que la amenazábamos con que tenía que “probar al menos otro varón” pues en su vida sólo había estado con su chico. En realidad todas sabíamos que eran más bien fantasías que realidades, pues todas nosotras somos chicas bien, de colegio religioso y barrio bueno.
Afortunadamente, y precisamente porque ninguna nos veíamos haciendo el ridículo como en tantas despedidas de soltera se ve, llegamos al acuerdo de no usar disfraces horteras. Pero eso sí, decidimos salir todas en plan atrevido, con vestiditos cortos, escotes, medias, ropa interior sexy, etc. Mi prudencia habitual me hizo no beber exageradamente antes de salir de casa, como casi todas mis amigas hicieron, pero un par de copas sí llevaba en el cuerpo cuando salimos. También mi prudencia habitual me hizo salir sólo con el DNI y dinero, pues tenía miedo de perder el bolso o mi móvil iphone 4 regalo de mi chico, que acababa de estrenar el mes anterior. Total, íbamos a estar juntas toda la noche.
Llegamos a Valencia alrededor de las 11 de la noche, dispuestas a arrasar la ciudad. Al final, habíamos tomado el tren de cercanías que nos dejó en la estación del norte, y entre la gente nos fuimos acercando al centro. Imaginaos un grupo de 8 chicas sexys y vestidas para “matar”, encima un poco alegres. Llamábamos la atención e íbamos bromeando con unos y con otros.
Primero estuvimos viendo los ninots en distintas plazas y tomando cañas por distintos bares. La nit del foc sería al día siguiente y entonces los quemarían. Nunca había estado en las fallas. La ciudad estaba hasta los topes de gente, tanto por las calles y plazas, como por los bares. Continuamente sonaba el estallido de petardos, lo cual era un poco desagradable. Después de deambular de bar en bar y comer algún bocadillo de los puestos de la calle para acompañar la bebida, nos recomendaron una de las discotecas de moda de la ciudad, creo que se llamaba “La Indiana”. Aproximadamente a la una, cuando ya empezaba a hacer frío en la calle nos dirigimos a ella. Nada más llegar, mis amigas entraron en bloque porque querían ir todas al aseo. Pero yo me quedé con Marta un rato más en la calle ya que, al haberla hecho beber tanto estaba un poco perjudicada y era una buena idea estar afuera con ella tomando el aire. A mí también me venía bien que tampoco estoy acostumbrada a beber.
Marta y yo pasamos un rato hablando de mil cosas. De los preparativos de la boda, de nuestros respectivos novios, de nuestras aventuras de jovencitas, etc. Hasta que al cabo de unos 20 minutos me comentó que se sentía mejor y que ya podíamos pasar adentro y eso hicimos. El sitio era precioso y muy bien decorado, quizá algo oscuro. La música un poco tipo máquina, pero combinada con versiones de temas españoles del momento. El local tenía al menos 3 barras ubicadas en distintos lugares y encontramos al resto del grupo al final de una de ellas, bailando algunas y otras hablando y bebiendo. Poco a poco iba entrando más gente a la discoteca. Después de bailar unos minutos les comenté que si venía alguna al aseo, pero estaban ocupadas bromeando con un grupo de chicos, así que les dije a dos de ellas, Natalia y Ana, que me iba al aseo y que me esperasen donde estaban, a lo que asintieron.
 
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La cola en los baños era horrible, pero no me quedó otra que esperar pues no había otros. Cuando llegué a entrar en uno de los cubículos no puede evitar oír como en el de al lado se había metido un chico y una chica y debían estar “ocupados” haciendo el amor, lo cual me indignó bastante por la cola que había. A mí nunca en mi vida se me había ocurrido hacer el amor en unos aseos sucios de discoteca, pero he de admitir que los gemidos que provenían del aseo contiguo eran realmente sugerentes. En fin, terminé de hacer pis y cuando salí me dirigí al lugar donde estaban mis amigas y donde me tenían que esperar. Entre la cola del WC y la aglomeración de gente que había en la discoteca, se puede decir que había tardado casi media hora desde que me fui.

Estaba contenta pues la noche estaba siendo genial. Hacía años que no salíamos de marcha todas las amigas en una noche tan divertida y estaba muy contenta. Incluso, el ambiente de la ciudad y de la discoteca abarrotada que normalmente me suele disgustar, hoy me parecía muy agradable. Tanto que no me pareció tan irritante volver del aseo a nuestro sitio rozando cuerpos. Después de lo que había escuchado hacer en el aseo, hasta tuve alguna idea morbosa al hacerlo, y yo misma iba sonriendo de mi travesura. Seguro que también tenía que ver el efecto de las copas que llevaba bebidas. Según llegaba al lugar dónde me esperaban mis amigas no conseguía verlas me empezó a venir a la cabeza la idea de que no estuviesen. No me puse muy nerviosa porque no me imaginaba que pudiesen no estar.
Pero bueno! ¿Dónde se han metido? Al final de la barra, en el lugar de mis amigas había un grupo de chicos de unos veinte años, y vestidos un poco macarras. Con cortes de pelo extraños, tatuajes y algunos piercings y pendientes. Uno de ellos tenía una barba en forma de perilla formando una línea recortada. Me puse a su lado intentando localizar con la mirada alrededor a mis amigas. Les noté que hablaban entre ellos y se reían. Había uno más alto, delgado pero con una camiseta ajustada que hacía el gesto de coger del brazo a otro más bajito para que viniese a mí. No vino y yo, por supuesto, no hice ningún caso.
Me quedé esperando y mirando alrededor. Pensé “éstas han ido ahora al baño y nos hemos cruzado”. Joder, con la cola que hay. No sabía muy bien si intentar buscarlas o esperarlas aquí, que era donde habíamos quedado. Ahora pensaba que tenía que haber traído el teléfono móvil. Joder, me daba cuenta lo dependiente que somos del teléfono en estos casos, no sabía de memoria ninguno de sus números teléfonos móviles. Pero estaba claro que habíamos quedado que me esperarían en la barra. Veía que los chicos de mi lado hablaban entre ellos y reían, pero me miraban de reojo o directamente continuamente. Justo eso me hacía cierta gracia, que unos chicos tan jovencitos me quisiesen ligar con una chica mucho más mayor que ellos y claramente de otra forma de ser. Incluso pensaba pedirles prestado su móvil para hacer una llamada a algún sitio, pero no se me ocurría como resolver el problema.
De todas formas los comentarios que hacían los chicos de mi lado entre ellos (quizá para que yo los oyese) empezaban a sonarme fuertes “qué buena está…” “qué tetas tiene, las cogería y…”. Parecía que alguno de ellos ya se iba a acercar hacia mí para decirme algo al verme allí solita y envalentonado por los comentarios de sus amigos. Yo ya me estaba poniendo nerviosa, más por lo disgustada que estaba por lo de mis amigas, que por los comentarios de los chicos. Por supuesto no se me pasaba por la cabeza entrar en ningún tipo de juego. Mientras me ponía de puntillas y seguía buscando con la vista a mis amigas.
Uno de los chicos, el más bajito que tenía cuerpo de gimnasio, había empezado a hablarme con su lenguaje macarra “¿qué haces aquí tan sola?” también decía “guapa, pero qué guapa estás”… pero yo le ignoraba. El seguía “¿A quién buscas guapa? ¿no te valgo yo?” e insistía ante mi indiferencia “Ven, que te invito a una copa…”. Lo curioso es que no tenía cara de mal chico y hasta dudaba de si hablar un poco con él mientras volvían. Pero el disgusto que tenía con mis amigas me había bajado un poco el estado de euforia y dije “no, gracias”. Entonces decidí salir a recorrer las zonas próximas del lugar de la barra donde nos habíamos quedado, o acercarme a los aseos. Al hacerlo no podía evitar pasar pegada a los chicos y rozarles con mi cuerpo. Ellos distraídamente reducían en hueco por el que yo tenía que pasar y mi cuerpo les rozaba. Joder, eso me producía coraje. Uno dijo “pero no te vayas…”, y no pude evitar sonreír, lo que tomaron como un juego.
Tardé unos diez minutos en volver. No veía a mis amigas por ningún sitio y no me quedaba otra opción que esperarlas ahí. Encima ahora el sitio estaba completamente abarrotado de gente. Casi empujándome con la gente llegué a mi lugar en la barra y me puse de espaldas a los chicos de antes. Sólo quedaban dos, el más alto y el más bajito que antes me había hablado. Por supuesto yo les ignoraba, y me dispuse a pedir una cocacola. El más alto estaba de espaldas a mí y ocasionalmente su cuerpo me rozaba. La chica de la barra, una adolescente rubia con escote generoso y un piercing en el labio no me hacía caso.
Sin mirar sentí que el más alto le decía a su amigo algo parecido a “nano, vas a ver cómo se hace”, y se volteó hacia mí y puso su mano en mi cintura. Dijo en plan chico duro de película”¿qué quieres guapa? Yo te invito… ” y llamó por su nombre a la chica de la barra que le atendió al momento mirándole como si fuera un dios. Mientras yo le apartaba su mano tratando de no ser muy borde, ya que estaba convencida de que iba tener que esperar en ese punto de la discoteca a mis amigas un rato grande y no quería malos rollos. Él me seguía hablando al oído cosas del tipo qué buena estoy, que si le encantan las morenas como yo…
 
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Jo, prometo que siempre he odiado estas situaciones con chicos hablándote en una discoteca, claro, cuando me pasaban. Pero en ese momento no sé porque… pese a que mi mente no quería, no podía evitar sentirme algo estimulada con la situación. El chico era muy guapo y volvía a poner su mano en mi espalda ignorando mis intentos por librarme de él, seguía insistiendo. Nuestros cuerpos estaban juntos brazo con brazo mirando a la barra, pero esto también era por la aglomeración… distraídamente deslizaba su mano hacia mi cadera mientras me decía más cosas al oído… y yo le apartaba su mano, nerviosa, esperando que la camarera me trajese mi cocacola de una vez.

Entonces él cambiaba unas palabras con su amigo, se hacía el gallito, miraba hacia otro lado o pedía otra copa, pero al cabo de dos minutos ya estaba otra vez diciéndome cosas en mi oído. Cosas incluso soeces “Qué polvazo tienes, si quieres te lo doy yo” y sonreía contento de su propio atrevimiento. Y otra vez ponía su mano en mi cintura. Yo tenía una mezcla entre sensación de enfado y de picardía. En realidad me divertía que fuera un chico de no más de 20 años y yo tengo 33. Pero ya, cuando deslizó el tacto de su mano hacia mis costillas y posó sus labios fríos por el hielo de su copa en mi cuello, mi cuerpo me traicionó completamente con un escalofrío y mis pezones se marcaron claramente sobre la tela del vestido. Joder, me había puesto un sujetador atrevido y sin relleno y ahora me arrepentía. Le quitaba su mano, apartaba mi cuello, trataba de poner cara de enfado, pero él se reía y seguía hablándome de las chicas como yo, de lo cachondas que son, de que estaba seguro de que estaba excitada, de que él lo sabía, lo notaba en mi cuerpo… joder, y yo que encima me había vestido provocativa para esa noche. Llevaba un vestido negro de talle y pecho entallado, algo de escote, un tejido como de lycra con bordados, y una falda de vuelo hasta las rodillas con un tacto de tipo gasa. Incluso mi ropa interior… era sexy ese día.
Lo peor de todo es que tenía razón. Estaba excitada en contra de mi voluntad, y mis pezones se notaban claramente. Incluso puede que mi estado de nervios me delatase. O mi respiración. Hacía muchos años que no me veía en una situación así y no sabía manejarla bien. Diría que nunca anteriormente me había visto en algo así. Mi chico además no es de ir a discotecas y nunca salimos… Si no fuese porque no sabía qué hacer ni dónde ir… uffffff de verdad me estaba poniendo caliente con sus comentarios y el roce de los cuerpos. Era una sensación muy extraña porque estaba enfadada conmigo misma, y a la vez excitada y halagada por su dedicación hacia mí. Ahora combinaba palabras dulces como “no te enfades… que te pones muy fea y eres una princesa” con cosas del estilo de que en cuanto me bebiese mi cocacola me iba a llevar a la pista de baile porque quería que le rozase con “eso que se notaba en mi vestido”… y se atrevía a decirme que “a mí también me iba a gustar… que yo estaba loca por hacérselo… que se notaba”. Aunque me odiaba a mí misma por ello, era verdad… estaba excitada y le decía con un hilo de voz “déjame por favor”, pero en mi cabeza me veía bailando algo sensual con él. No lo podía evitar.
Joder, estaba claro que tenía que escapar de allí, porque si no iba a acabar pasando algo de lo que me arrepintiese. Reuní las fuerzas que me quedaban y, con un gesto de carácter, quité bruscamente su mano de mi cuerpo diciendo bruscamente “¡ya está!”, e hice ademán de irme, aún arriesgándome a no encontrar a mis amigas que aún tenía la esperanza de que volviesen a la discoteca. Al final me veía cogiendo un taxi los 40 km a la casa rural y esperando en la puerta. Pero no hizo falta, él no me dejó marchar y me sujetó de la parte superior de mi brazo con fuerza, como sintiéndose ofendido de mi gesto despectivo. Me dijo otra vez en mi oído con firmeza “ssssshhhhh quieta! tú te quedas aquí”.
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Nunca habría admitido algo así. Ni siquiera a mi chico. Pero no sé lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. No lo puedo explicar. No sé si fue el alcohol o la situación. El saberme sola en una ciudad extraña donde nadie me conocía o el tipo de chico que me dirigía con sus palabras como si fuera un muñeco. Parecía que el que tenía 33 años era él y yo era una niña a su lado. Lo cierto es que me quedé quieta, de espaldas a él que seguía agarrando fuerte mi brazo con una mano mientras deslizaba la otra por encima de mi vestido, recorriendo la curva de mi culo y deteniéndose sobre las costuras de mis braguitas… y bajando. Uffffff me hablaba dulce pero firmemente y estaba bastante excitada. Mucho. Encima ahora, él notaba mi dejadez y ya empezaba a decirme cosas más soeces, rozando sus labios sobre mi oído que es mi punto débil. Desde su posición detrás de mí y más alto que yo veía la parte de mi pecho y decía “Pero qué tetas tienes tía… y mira cómo tienes los pezones… ¿te gusta lo que te hago?” rozaba mi pecho lateralmente con el exterior de su mano que aún sujetaba mi brazo pese a que ya no hacía falta pues estaba paralizada. No me podía resistir. Él seguía “¡te gusta! eres una zorrita, te gusta ¿eh? pero qué polvazo tienes” y metía la lengua dentro de mi oído lo cual siempre me excita sobremanera. Sabía lo que hacía.

Tiró de mí y prácticamente me arrastró otra vez hacia la barra sin ninguna resistencia por mi parte, pero esta vez entre su amigo y él. Entonces me besó los labios con rudeza, metiendo su lengua y recorriendo todos los rincones de mi boca. Y yo… yo le correspondía… casi me da vergüenza contarlo, me odiaba a mí misma por hacerlo. Nunca en mi vida me habría creído que en una situación de estas yo hubiese actuado así. No era yo. Ahora dudaba, en realidad no estaba tan bebida como para no saber lo que hacía. Lo sabía perfectamente y… me dejaba hacer. Su cuerpo me aprisionaba contra la barra. Una de sus manos presionaba mi nuca contra él que me estaba dando un morreo descomunal, y la otra mano había ascendido sobre el frente de mi vestido y envolvía presionando uno de mis pechos. Yo estaba desatada también… a veces hacía gestos de escapar como para hacerme sentir mejor, hacerme creer a mí misma que no quería la situación, pero él sin demasiado esfuerzo me fijaba en mi sitio y seguía con su boca sobre la mía o sobre mi cuello. Y yo, yo tenía los ojos cerrados y me dejaba hacer correspondiendo a su beso… incluso a veces salvajemente.
Me había atrapado entre la pared y el extremo de la barra, y su cuerpo me cubría en un rincón que era realmente oscuro… lo cual agradecí pues me había pasado por la mente la posibilidad de que mis amigas volviesen y me encontrasen así. No sé si me daba más miedo la vergüenza que iba a pasar si eso ocurriese, o lo que me habría disgustado más sería perderme la sesión de morbo y sexo que me estaba proporcionando este chico de quien ni siquiera sabía su nombre. Joder. Incluso eso me hacía sentir sucia y, a la vez, cachondísima. El ambiente estaba súper cargado de humo y la música vibraba altísima metiéndose en mi cuerpo. Ahora sus manos recorrían todo mi cuerpo sin ningún impedimento por mi parte. Se habían colado dentro de mi falda y habían subido por mis medias hasta mi culo. Al notar el encaje que mis medias tenían en la zona de mi muslo donde acababan soltó una carcajada y dijo en mi oído “si ya lo sabía yo… eres una putita caliente, mi putita de hoy… ¿verdad? ¡dime que lo eres!”. No sé que extraño mecanismo se había desatado en mi cerebro, pero para mi mayor sorpresa pude oírme a mí misma contestar “síii soy tu puta… síiiii” y pasar mi lengua por su cuello.
 

Entonces él puso su mano directamente sobre mi sexo. Abierta. Y empezó a presionar, a friccionar muy despacio pero con algo de presión sobre mi conejito, que por entonces estaba absolutamente hinchado y mojadísimo bajo el tanga negro de encaje que había elegido para esa noche. Ufffffff notaba sus dedos longitudinalmente sobre mis labios. Se deslizaban adelante y atrás muy despacio, sobre la tela, lubricados por mis propios jugos que tenían empapada mi braguita. Continuaba con sus comentarios bruscos sobre mi oído, y yo no podía evitar mover levemente mis caderas. Ya había asumido que esta sería mi noche de locura y que iba a dejarme hacer todo lo que él quisiese. Incluso me moría por sentirle dentro de mí, a pesar de que sólo con lo que hacía estaba al borde del orgasmo. Dios mío, si ni siquiera había tocado mi sexo dentro de la ropa, pero la situación me desbordaba. Jamás en mi vida habría pensado verme en ella, pese a que alguna vez en mis sueños me ha pasado algo parecido. Pero eran sueños.

Ahora me sujetaba la nuca presionando mi boca contra la suya, lo cual me parecía supermorboso, y había interpuesto sus dedos entre nuestras bocas. Era extremadamente excitante, sabía a mis propios flujos y me sentía muy sucia y a la vez muy caliente. Pasábamos nuestras lenguas sobre los dedos saboreándolos. Eran dedos largos y cuidados. No parecían del chico rudo que estaba presionándome contra la pared, mientras mis manos recorrían su espalda. Yo me aplicaba en pasar mi lengua frenéticamente sobre ellos y él decía “muy bien… así muy bien, zorrita”. Era como me sentía. Como una auténtica zorra manoseada en una discoteca. Ahora sentía sus dedos entrando dentro de mi tanguita y explorando entre mis labios vaginales… ufffff cómo me estaba poniendo… me estaban entrando las convulsiones que justo me vienen antes del orgasmo… pero de repente algo se disparó en mi mente ¡no podía ser! ¡no podía ser! si tenía una mano en mi nuca y otra entre nuestras bocas… ¿quién me estaba penetrando mi sexo con su dedo? ¡también tenía una mano en mi pecho!…
Ahora sí que me sacudí con fuerza. Esto ya era demasiado. Abrí los ojos y me vi ante los dos amigos, el más alto y el más bajo. Ambos estaban accediendo libremente a mi cuerpo y yo no me había dado cuenta… no sólo no me había dado cuenta, sino que estaba disfrutando sus caricias y toqueteos ¿pero cuánto llevaban así? ¡los dos! Pensé qué pasaría si llegasen mis amigas y me sacudí más… un poco desesperada ¡dejadme! Pero el chico más alto me sujetaba con fuerza y decía “¡quieta, putita! Ahora no empieces con esto… ¿qué te pasa?”… entre lágrimas dije “mis amigas… si me ven… por favor… vámonos”.
No me lo podía creer. No me había preocupado en absoluto que fuesen los dos… sólo me preocupaba que me pudiesen ver así. De mi boca salían palabras con un tono infantil “por favor, por favor, vámonos”. Entonces él, el chico alto dijo “venga, que nos vamos…”, vi como guiñaba el ojo a la chica de la barra a la que no pagó las copas, y cogió de nuevo mi brazo de la parte superior con firmeza, guiándome hacia la salida de la discoteca como si yo fuese una detenida o algo así. Yo actuaba como una autómata. Estaba completamente sojuzgada y me dejaba llevar. Cuando salimos de la discoteca, el frío de la noche me hizo reaccionar, pero sin oponerme a su comportamiento. Dije “¿pero dónde vamos?”, y él contestó “a casa de éste, que está aquí al lado”. Con lenguaje suplicante le decía “pero no me hagáis nada…”, y él “tranquila, no te vamos a hacer nada…” y añadió mirando hacia atrás a su amigo con una sonrisa infantil “nada que tú no quieras”.
No sé lo que pensaría la gente con la que nos cruzábamos. Lo cierto es que la noche de fiesta estaba ya avanzada y nadie se preocupaba por nadie. Además, para ser sincera he de reconocer que yo no me oponía a sus actos. Caminaba dirigida por él y una parte de mí estaba totalmente a su merced. Una gran parte de mí. Incluso la forma en que me dirigía agarrada por el brazo me ponía caliente. Nunca me había sentido así, me sentía lo peor del mundo.
Enseguida llegamos a un portal de un edificio de de viviendas antiguas. El chico bajito se adelantó, sacó las llaves y abrió la puerta del portal. Las escaleras eran de madera, y los techos altos. Parecía sucio, con olores añejos a otros tiempos. El chico alto dijo “no enciendas la luz” y yo me estremecí. Lo cierto es que con lo que se filtraba por el cristal del portal, y un par de focos de esos de emergencia era suficientes para vernos con cierta nitidez entre la semioscuridad. Entonces él me dirige a la pared, pone mi espalda en ella y sigue con el beso salvaje que me estaba dando en la discoteca diciendo “lo habíamos dejado aquí ¿no putita?” y llama a su amigo, “ven, vamos a seguir”… y yo, cuando iba a abrir la boca para protestar me la tapaba con un beso brusco, o poniendo su mano en mi boca, sus labios y lengua sobre mi oído y susurrándome “tú has venido a esto así que quiero verte como antes”… uffffffff no podía evitarlo, notando su lengua en mi oído hacía de mí lo que quería. Incluso su amigo ya me estaba tocando otra vez sobre el vestido. Y yo me odiaba a mí misma, pero me dejaba hacer. Estaba fuera de mí.
Estuvimos unos minutos los tres besándonos y tocándonos. Incluso yo me atrevía a tocar su cuerpo, su pecho, incluso sus bultos que se notaban bajo sus pantalones. Él lo dirigía todo y decía “así, muy bien, zorrita, venga vamos a casa” añadiendo “putita, sube delante de mí las escaleras que quiero verte bien el culo que tienes”, y yo me prestaba a hacerlo pero él me paraba “espera, primero quítate las bragas que yo te vea”. Joder, qué situación. Cada vez que pienso en ello me vuelvo a excitar. Incluso ahora, sólo de escribirlo me estoy excitando otra vez, no puedo quitármelo de la cabeza. Me da vergüenza reconocerlo, pero la verdad es que me las quité con la cara más roja que un tomate. La verdad es que subí la falda de mi vestido cuando él me lo pidió porque quería “ver mi coño de pija caliente”. La verdad es que subí las escaleras contoneándome para ellos. La verdad es que me dejé tocar mi sexo desde atrás mientras subía por parte del chico bajito. La verdad es que me excité más si cabe mientras lo hacía, y mientras decía a su amigo “nano, como me gustan las medias de puta que lleva”. No me forzaron. Era algo que había en mí, una fantasía oculta, lo que hacía que me comportase como una auténtica puta.
 
 
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Mientras subíamos a la tercera planta, notaba que iban hablando de mis tetas… entonces el chico más alto q caminaba detrás de mí me las aprisionó desde atrás, dijo “espera un momento, que tienes que entrar triunfante a la casa aunque no habrá nadie”, y con un gesto abrió el escote de mi vestido y sacó mis pechos por encima de la tela del sujetador. Apoyó su espalda en la pared y me arrastró quedando mi espalda sobre su pecho, de modo que quedé completamente expuesta para que su amiguito pudiera comérmelas hasta q se cansara… delante de él. Mientras, sus manos se adentraban en mi coño sin piedad. Sólo recuerdo q empecé  a gemir como una auténtica zorra, y dijo “jajajaja, vas a despertar a los vecinos”, lo cual me puso más caliente al ser consciente de que cualquiera podía salir y verme así. Aún no había llegado al límite de mí misma, al límite de mi degradación…

Abrieron la puerta y entramos en una casa que era lo más parecido a una leonera. La luz estaba encendida aunque no parecía haber nadie. Había botellas y vasos sucios por todas partes, un olor fortísimo a tabaco e incluso a hachís. Las paredes algo sucias y con pintadas. Era como lo que una se imagina que sería una casa de ocupas…. un piso compartido por chicos hecho un desastre. Nada más llegar me inclinaron sobre la mesa y me subieron la falda, pasando el chico alto a darle una lección de anatomía a su amigo sobre mi cuerpo. Dijo, mira a esta puta… me tiene empalmado desde la discoteca… mira como está de mojada, decía mientras con sus dedos separaba mis labios vaginales… incluso me dio un azote en las nalgas diciendo, “¡abre más las piernas joder!”, a lo que yo respondí con un gemido y haciendo lo que me decían.
Llevó sus dedos a mi boca y yo entendí lo que quería y mojé sus dedos con mi propia saliva. Como si yo no estuviese presente, el chico alto le aleccionaba a su amigo “ves nano, te lo he dicho mil veces, sólo hay que sacar a la zorra que todas llevan dentro. Esta tía mañana nos despreciará, pero mira hoy…” y pasaba su mano grande y mojada sobre mi sexo tocando justo donde sabía que tenía que tocar, “mira cómo se pone” y mis caderas se movían solas sobre su mano “menos mal que no quería la zorrita… jajajaja si llega a querer…”. Y todas esas frases se me han quedado grabadas en mi mente, las he dado muchas vueltas y creo que tienen un punto de verdad. Incluso pueden valer para toda persona, hombre o mujer.
Combinaba su filosofía y su lección sobre mi cuerpo, con caricias cariñosas, azotes rudos, tocamientos expertos… era como quien mira a un caballo antes de comprarlo. Y yo dejándome hacer… la situación me tenía completamente subyugada, gemía, suplicaba, mi sexo ardía, incluso me había corrido ya sobre sus manos y me moría por que me follasen o me usasen como quisieran… Me daba igual todo. Incluso gemía con ansiedad cuando el chico bajito se puso a acariciarme el ano, siguiendo las indicaciones de su “maestro” y escupiendo primero sobre él… jo, quién me habría visto en ese momento, yo que nunca había dejado a mi chico que me hiciese nada ahí, no sé si por vergüenza o por miedo al dolor, ahora siendo manipulada por dos chavalines como si tuviesen derecho a todo sobre mí. Me sentía sucia, puta, desatada… y la verdad es que ese era mi estado.
En esta misma posición uno dice “nano, no aguanto más… vamos a follárnosla” y el otro le dice empieza tú… que aguantas más… y me puso la polla en la entrada de mi sexo desde atrás, mientras en mi boca me la había metido el chico alto que se había puesto de pié ante mí y con su mano guiaba mi cabeza para follarme literalmente sobre la boca. Joder, qué sensación con los dos disfrutando de mí y yo lamiendo su polla lo mejor que sabía y sin ningún reparo, como si me fuera la vida en ello. No tardó mucho en correrse en mi boca y me obligó a tragar el semen por primera vez en mi vida. A veces, recordándolo pienso que no era yo… que fue un sueño, o que me habrían puesto algo en la bebida… pero lo cierto es que era plenamente consciente de todo lo que me hacían, que era deseo puro lo que habían conseguido despertar en mí… no sé si fue el anonimato, el ser desconocidos, que fuesen dos o que fuesen unos macarrillas… quizá el que me dictasen sin ningún escrúpulo lo que tenía que hacer, a mí que siempre he sido una mujer de carácter… o puede que quizá tenía realmente oculto en mi ser tenía un deseo de vivir al menos una noche loca en mi vida… le doy vueltas y supongo que fue un poco todo, incluso el enfado que tenía con mis amigas.
 

Me retorcía de placer siendo penetrada desde atrás por el chico bajito… allí tuve otro orgasmo brutal, aunque tampoco duró tanto ese momento porque enseguida dijo el chico alto “vamos a la cama a follárnosla” y me guiaron a una cama grande, completamente desecha y con ropa alrededor. El chico alto se había erigido en nuestro jefe y seguía dirigiendo la operación. Mientras se sentó en un sillón a prepararse un porro, mandó a su compañero que se tumbase boca arriba y a mí que le limpiase de nuevo la polla a su amigo, que quería verme como “me iba a clavar bien clavada yo solita”, y yo obedecía sus órdenes y me ensartaba en él, llenando mi cuerpo con su miembro joven, grande y durísimo. Era la primera vez en muchísimos años que tenía sexo con alguien distinto a mi pareja… y encima con dos… como una auténtica prostituta, cabalgando sobre uno de ellos, mientras miraba a los ojos al otro, a nuestro “jefe” que se fumaba tranquilamente el porro en un sillón mientras se tocaba la polla. Cuánto deseaba aquella polla que ya veía dura de nuevo.

El chico se acercó a nosotros y, sujetándome el pelo, me daba caladas del porro mientras hacía un gesto de complicidad a su amigo que empezó a ensalivarme el ano con uno de sus dedos. Sabía lo que me iba a hacer y, aunque me daba un poco de miedo que me hiciesen daño, estaba tan sometida que no me importaba. Esa noche iba a vivir más cosas por primera vez, no sólo probar el semen o el hachís. Cada vez que era consciente de lo que estaba haciendo, en lugar de sentirme avergonzada o arrepentida, una oleada de placer me inundaba hasta el orgasmo. Había perdido la cuenta de los que llevaba. Joder, yo, que últimamente me costaba llegar al primero con mi novio y ahora…
Ya tenía al menos dos dedos dentro de mi culito y el chico alto me seguía dando a fumar lo que quedaba de porro mientras apretaba fuertemente mis pezones y tiraba de ellos hacia adelante tensando mis tetitas. Uffffffffffffff. No me dolía en absoluto. De hecho, mis manos masajeaban su polla y buscaba meterla de nuevo en mi boca… pero él decía “tranquila zorrita, ahora te doy lo tuyo y no es el la boca” y añadió “anda, ensalívala bien”, y yo obediente lo hice.
Me inclinaron hacia adelante, aún clavada en la polla de su amigo que de verdad llevaba todo el rato dándome placer sin correrse él mismo… mis tetas quedaron aplastadas sobre su pecho y mi culito expuesto al chico alto que le estaba dando unos mimos y ensalivándolo aún más. Me hablaba cariñosamente ahora “preciosa, cuando pruebes esto ya no vas a querer otra cosa”, y yo gemía y gemía, “vas a ver el cielo”, “este es tu premio por ser nuestra putita esta noche… el sueño de toda niña pija… ser penetrada por dos a la vez…”, “casi ninguna llega a realizarlo y se queda sólo en sueño, pero tú… tú lo vas a probar esta noche, ¿quieres?”… sólo acerté a decir “síiiiiiii” pero el ya tenía la cabeza de su polla dentro de mi culito… mientras me distraía hablándome, ya me había desvirgado mi agujerito. Él sabía perfectamente que su voz me fascinaba.
1349286429-www.xuk_.ru-13Estaba desatada, yo misma me clavaba en las dos pollas, sudando, con el pelo suelto sobre la cara, loca de lujuria y de vicio… oleadas de placer me invadían repetidamente y ya me dolía la musculatura de mi abdomen de tanto contraerse… Aquella noche me hicieron de todo… todas las posturas y todos los orificios de mi cuerpo quedaron saciados con su leche. Gracias a ellos he perdido muchos prejuicios en materia sexual y he tratado de practicarlos con mi pareja. Por supuesto de forma dosificada porque no quiero que piense que hubo un antes y un después de ese viaje. A veces mi chico no quiere hacer ciertas cosas, y echo de menos en ese momento a alguien más dominante sobre mi cama, o a alguien más imaginativo… cierro los ojos y veo al chico alto y entonces me pongo como una moto… Joder, ese día no podía dejar de escucharle… había algo que me lo impedía, algo en él. No sé el qué, pero no podía dejar de escucharle y ahora no puedo quitármelo de la cabeza.
Cuando la luz del día entraba por las persianas me levanté como pude y, superando todos los reparos sobre el estado de su cuarto de baño, conseguí darme una ducha y recomponer mi ropa. Un taxi me llevó a la casa rural donde, gracias a Dios, ya estaban mis amigas. En la media hora de taxi, sentada en el asiento de atrás, ponía una pose digna, erguida y con las piernas cruzadas… como hago habitualmente en mi trabajo. Yo misma iba sonriendo por dentro viendo cómo me mostraba así ahora, como una chica completamente digna y respetable, pese a que aún resbalaba líquido de dentro de mi cuerpo sobre mi vestido y la tapicería del taxi. No llevaba puestas mis braguitas pues se las había dado en las escaleras al principio y no me las quisieron devolver… era una paradoja, la paradoja de mi vida, digna por fuera y puta por dentro. Ahora pienso que realmente yo soy cualquiera de las dos personas, un ángel y un demonio. Sólo hay que cogerme en el momento preciso.
Cada vez que oigo la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, siento un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Pero lo que me ha hecho contarlo es que la semana pasada recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos donde me han mandado un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo follada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas…
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es1349286430-www.xuk_.ru-15
 

Relato erótico: “La gemela 3” (POR JAVIET)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Hola lectores, voy a continuar relatando las andanzas de mi amigo Paco y su ligue una chica llamada Paula, como sin-titulorecordareis estos dos se conocieron en un local llamado “El bareto” y allí comenzó una relación que ya dura meses, naturalmente el bueno de Paco salía cada vez más con ella y menos con la cuadrilla de amigos, hasta que hace unos días en que discutieron y como vulgarmente se dice, la oveja volvió al redil.

Naturalmente la panda le acogió y le animó a superar su disgusto por el viejo sistema de hacerle beber muchas birras y darle palmaditas entre frases de:

– Ya te lo dijimos, te alejaba de nosotros.

– Era demasiada tía para ti.

– Menuda zorra debía ser, se la veía en la cara.

– Jo tío, si no la vas usar mas, pásanos el teléfono.

Así un largo etcétera en que cada amiguete daba su opinión, esta terapia alcohólica llego a su clímax cuando le hicimos tragar varios “submarinos” de Ron junto con mas birra, un rato después un Paco semidormido empezó a hablar con su voz de borracho, contándonos su historia con Laura con todo lujo de detalles hasta más allá de la hora de cierre del bar en que estábamos, su charla era tan entretenida que aparte del dueño del local y el barman se quedaron más clientes asiduos, haciendo junto a nuestra cuadrilla un circulo de atentos curiosos a la excitante historia que nos contó hasta el amanecer; Ahora tras asimilarla y ordenarla debidamente permitidme que la comparta con todos vosotros.

Unos días después de su primer encuentro en el bar y de follarse mutuamente en el coche, Paco llamó a Laura para ver si quedaban a tomar algo, a lo que la chica accedió encantada pues según dijo le había echado de menos, quedaron para verse el viernes por la tarde y ella le dio su dirección para que pasara a recogerla a casa, pues estaba cuidando a su hermana Lola que tenía una luxación en un tobillo, pero esperaba que para ese día estaría ya repuesta.

Llegado el día, Paco se vistió más elegante de lo normal, pues vería a Laura y por lo que dedujo posiblemente también a su hermana, además no sabía si estarían allí sus padres y quería dar buena imagen (recordemos que Paco es algo feo, de hecho estuvo mamando de su madre hasta los dos años en lugar de tomar el biberón, pues de esa manera ella le veía la coronilla y no la cara, como a un “terribleador” que yo me sé) salió de casa, tomó su coche y en breve llego con ayuda del GPS a casa de Laura situada a las afueras de la ciudad.

Sin salir del coche la llamó por el móvil:

– Hola, Laura ¿qué tal estas?

– ¡hola Paco estoy bien, ya he memorizado tu numero en mi móvil ¿estás bien, vienes ya?

– La verdad es que estoy en la puerta de tu casa, dentro del coche esperándote.

– Pues estoy casi lista pero me falta un poquito, ¿Por qué no entras a buscarme y te presento a mi familia?

– Estoo… me parece algo precipitado, solo nos conocemos de una tarde y…

– No seas tonto, no te van a comer, además a ellos les gustara conocerte estoy segura.

– Está bien, voy para allá.

Colgó el teléfono y salió del coche, dirigiéndose a aquella casita unifamiliar blanca de dos pisos y un pequeño patio, al llegar a la puerta pulsó el timbre y esperó unos segundos a que su chica le abriese la puerta, cuando esta se abrió vio a Laura, con unos 20 añitos de mas, la misma cara con forma de corazón, melena larga de color negro azabache, las tetas más grandes de lo que recordaba bajo un fino vestido amarillo, a través del cual se apreciaban unos pezones pujantes del tamaño de garbanzos, la impresión le dejo mudo y permaneció quieto, observando la silueta de la hembra de estrecha cintura y amplias caderas que la luz, proveniente de una ventana revelaba al pasar desde detrás de ella y a través del fino vestido.

Pili había oído el timbre de la puerta, estaba en la cocina y por tanto era la más cercana a esta, sabía que vendría el chico del otro día a buscar a Laura pues ella se lo había anunciado dos días antes. Recordó que la noche en que su hija le conoció, ella estaba en la cama echando un polvo con su marido Jesús, tras calentarse al sentir a Lola teniendo sexo telefónico con Marcos, estaba a cuatro patas recibiendo gustosa el bien dotado miembro de su marido por el culo, disfrutando de cada arremetida que recibía a través del abierto esfínter y sintiendo cada centímetro de caliente y pulsante verga recorrerla por dentro, cuando sintió la calentura de Laura y supo que estaba teniendo sexo con alguien.

Pili de inmediato y sin dejar de agitar las caderas para mayor disfrute de su macho, cerró los ojos y se concentro en la mente de Laura, hasta que vio lo que ella estaba haciendo, le estaba chupando la verga a un tío y menuda pedazo de tranca que se gastaba el maromo ¡parecía una mortadela! aquello la excito más si cabe, sin dejar de recibir los pollazos de su amado por el conducto anal se llevó tres dedos a su chochete y se los clavo a fondo, seguía con los ojos cerrados pero viendo en su mente como su hija le hacia una mamada fabulosa al desconocido.

Pili incluso sacaba la lengua y creía ayudar a Laura a lamer aquel pedazo de verga, todo esto sin dejar de meterse los dedos en su empapada grieta, mientras recibía los embates de Jesús por su atractivo trasero, cuando el chico de Laura eyaculó en su boca un torrente de semen, Pili sentía en su mente la sensación que tenía su hija saboreándolo, con lo cual prácticamente percibió el sabor ligeramente salado, espeso y cálido de aquel macho mientras aceleraba sus dedos dentro de su chochete en un ir y venir casi salvaje, en su culo Jesús arremetía cada vez mas vigorosamente notándola estremecerse entre gemidos de placer y sacudirse mientras se arqueaba entre grititos corriéndose sin dejar de meterse los dedos en el chochete, hasta que el eyaculo entre jadeos varios chorros potentes y cálidos dentro de ella, provocándola otro fuerte y liberador orgasmo que la hizo quedar derrengada en la cama.

También percibió a medias debido al agotamiento, como la vigorosa herramienta de Paco se follaba a Laura hasta correrse de nuevo, a la vez que su hija y en su interior hasta casi desbordarla, Pili inmediatamente se había propuesto probarlo, no sería la primera vez que probaba a un noviete de alguna de ellas, como había hecho con Marcos cuando este empezó a follarse a Lola, las chicas ya sabían el secreto de su madre, así como que ella podía “ver” lo que ellas veían, aunque ellas podían excitarse entre sí no podían ver lo que veía ella pues Pili sabia bloquearlas cuando quería, su precio por consentirlas ser un poco putitas era que ella debía probar y disfrutar esporádicamente de sus chicos, e incluso las animó a que los compartiesen entre ellas.

Aquello paso cuando cumplieron los 18 años, al principio las costó un poco pero pasado un año llegaron a protagonizar autenticas orgias en su pequeña ciudad natal, ahora que contaban 22 añitos el intercambio de novietes entre ellas les parecía algo normal, además de que los chicos solían estar encantados por el hecho te tirarse a dos gemelas, al llegar a la capital Pili las exigió que no fueran tan promiscuas y se echaran por fin novios formales, aunque podían seguir intercambiándoselos si querían, ellas tras alguna discusión habían finalmente aceptado todas sus condiciones.

Pili quería probar al chico nuevo, saborearlo y ser penetrada por aquel gorda miembro, así que se lo dijo a Jesús el cual acepto su propuesta, pues como imaginareis ya estaba acostumbrado a estas alturas a dejarla que hiciera lo que quisiera, pues de una manera u otra el siempre salía beneficiado con las aventurillas de su mujer.

Nunca habían tocado a sus hijas, pero disfrutaban con sus aventuras sexuales desde el instituto, Pili le contaba lo que hacían y así se calentaban para follar, además aquellas experiencias convertían a la mujer en una ninfómana desbocada, cuando se follaba a un novio o amigo de una de ellas, Jesús pedía una satisfacción y solían ir a un local de intercambio para que el pudiera estar con otras mientras la observaba, ella solo se masturbaba o hacia sexo oral, pues tenía prohibido en esas ocasiones follarse a nadie sin que su marido lo autorizase como venganza por los cuernos, con lo cual ambos salían beneficiados con aquel acuerdo.

Pero ella estaba decidida a probar en persona la mortadela del chico nuevo, con esta idea en la cabeza se había puesto aquel vestido semitransparente, Pili estaba casualmente en la cocina cuando oyó el timbre de la puerta y vio su oportunidad, pues quería impresionar a Paco en su primera visita, así que dijo:

– Llaman a la puerta.

– Ese es Paco seguro, ya voy. –Dijo Laura desde el baño.

– No te preocupes, ya le abro yo, tú acaba de arreglarte.

Pili abrió la puerta y miró a su visitante, el muchacho aparentaba unos 23 ó 25 años, vestía bien y de sport, la ropa de tonos claros hacia resaltar el tono moreno de piscina de sus facciones, de cara no era una belleza pero tampoco era feo, se le veía de aspecto fuerte y musculado, naturalmente y como de pasada le miro el paquete que ya abultaba un poco, debía de gustarle lo que estaba viendo a través del vestido amarillo, le llamo la atención que permaneciera allí quieto mirándola sin decir ni pio y con la boca semiabierta, ella dijo:

– Hola soy Pili la madre de Laura, tú debes de ser Paco.

– Estoo.. si claro, disculpe me he quedado asombrado, es usted clavada a su hija.

– Querrás decir a mis hijas.

– A su hija Laura claro y permítame decirla que son ambas muy guapas.

– Ya veo que mi hija no te ha hablado de su hermana Lola.

– Si me ha hablado de ella ¿Por qué lo dice?

– Porque son gemelas idénticas, ¿no te mencionó ese detalle?

– No me lo dijo, estoy seguro y tampoco dijo que fuera clavadita a su madre e igual de guapa.

– Gracias por el piropo chavalote, se bienvenido y anda, pasa al comedor que te presentare a la familia.

Ella le dejo entrar y le indico hacia dónde ir, Pili caminó tras el mirándole descaradamente el culo mientras se daba un pequeño y lujurioso mordisquito en los labios. Sentado en el sofá viendo la tele estaba un hombre de 50 años, moreno de pelo corto, se notaba que se mantenía en forma, era Jesús el padre, se levanto al verle entrar revelando su estatura de 1´80 y Pili los presentó, se estrecharon la mano y el hizo el gesto de darla a ella un beso en la mejilla, la mujer se lo devolvió aprovechando para darle a Paco ese beso muy cerca de la boca.

Los dos hombres se sentaron a charlar ante la tele, entretanto la mujer fue a por unas cervezas y algo de picar que trajo a la mesa y se unió a la conversación, más bien interrogatorio al que Jesús sometía al “nuevo” afortunadamente unos minutos después volvió a sonar el timbre, Pili fue a abrir la puerta bajo la mirada atenta de los dos conversadores, que como de común acuerdo admiraban sus curvas y su bonito culo, la oyeron saludar a Marcos el novio de Lola, el cual aprovechando que nadie les veía, la dio un suave beso en la boca antes de pasar hacia la sala donde Jesús le presentó a Paco, enseguida el chico de 1´70 de altura se sirvió una cerveza, tenía 23 años cabeza rapada, llevaba una camisa floreada y tenía algo de barriguita, pantalones vaqueros y náuticos a juego, todos se pusieron a charlar mientras esperaban a las chicas y veían la tele.

CONTINUARA…

Bueno amig@s este episodio a sido algo flojillo en tema de sexo, dado que tenía que presentar al resto de personajes, así como perfilar algunos detalles de la historia como son los límites del “don” de las protagonistas, pero prometo compensarlo en el siguiente capítulo cuando las chicas bajen de arreglarse.

Entretanto pasadlo bien y sed felices.

 

Relato erótico: Blue margarita (POR VIERI32)

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el-elegido2La noche en el bar Rennes se había convertido en madrugada, y con ella se fueron mis esperanzas de encontrarme con Sin-t-C3-ADtulo29Anastasia. El gentío que bailaba hacía unas horas, apretados en el calor infernal de la pista, e inmersos en la música fuerte de turno, se había convertido en tres, cuatro… cinco borrachos riendo en la mesa del fondo, escuchando el jazz suave que ponían cuando casi no había alma viviente. Nina Simone… nunca el jazz sonó tan bien con la voz de una mujer.

Iba a levantarme de la butaca, despegar mis brazos de la barra que me sirvió de apoyo por más de dos horas para nunca más volver, y con una idea fija recorriendo los rincones de mi cabeza; nunca más intercambiar mails con la hija de puta de Anastasia. ¿Cómo podía haber confiado en una extraña que me prometió la noche de mi vida? Pero sus palabras, las fotos que enviaba para mostrarme cómo era ella… sólo un cretino creería el paraíso que me ofreció. Sólo yo.
Fue cuando eché una ojeada alrededor del bar; entre el humo y el cabrilleo de las luces la vi mirarme con sugestión en el otro extremo de la barra; unos ojos pardos ocultos tras las ondulaciones que describía su pelo negro hasta sus pechos, ocultos tras un elegante vestido negro, tenía una copa entre manos con los vestigios de algún Martini.
Jugaba con una aceituna entre sus dedos, la hacía recorrer por los bordes de dicha copa. ¿Anastasia?, pensé. Tomó la puntita de aquella aceituna y lo llevó hasta la altura de su boca. Esos ojos gatunos, esos labios carnosos que fueron humedecidos por su lengua… ¡Anastasia!
La aceituna desapareció en su boca y ella me devolvió la mirada. Felina, erótica. Se levantó de su butaca y fue acercándose a mi lugar mientras un cosquilleo me recorría la garganta. ¿El blue margarita que me había bebido estaba haciendo efecto? ¿O era por el hecho de que aquella diosa de curvas peligrosas se acercaba inminente hacia mí?
– Rubén. – sonrió posando una mano en la barra, a centímetros de la mía. – no me fue difícil reconocerte.
– Anastasia – respondí con una mirada seria – ¿un poco tarde, no?
– Y sin embargo sigues aquí.
– Sigo aquí. Cabreado, eso sí.
– ¿Por qué no te fuiste?
– ¿Por qué? Pues… por el dinero – respondí tomando el último sorbo de mi copa.
En un desvío de mi mirada observé sus manos reposando en el bar, y lo vi… vi mis sospechas incrustadas en su dedo, brillando, un anillo de matrimonio brillando promesas rotas de quilates.
– Pensé que te ibas a divorciar.
– He decidido darle una segunda oportunidad
– ¿En serio? Estaba seguro que tus mails lloraban rabia cuando te referías a tu marido.
– ¿Puedo cambiar de opinión, no?

Antes de responderle, se inclinó levemente hacia mi rostro – porque yo seguía sentado en la butaca – y dejando su boca a centímetros de la mía, restregó su lengua por mis labios, inferior a superior, rematando con un susurro crispante;

– Arriba, piso once, habitación 809. Estaremos esperando. – dijo alejándose.
Quedé estático en mi asiento. Entre el humo y el jazz me pregunté en qué situación me estaba metiendo; era mi primera incursión en el sexo bisex… sí, a mis veintinueve podía parecer un poco tarde, y sumado al hecho de no conocer del todo a quienes pagaban por estar conmigo, le agregaba un toque de inseguridad… y morbo. Riesgos de entablar contactos vía Internet.
Pedí la cuenta al barman y me encaminé hacia el salón.
– Disculpe – interrumpió el hombre – la copa que se está llevando… eso pertenece al bar.
– La copa – la observé, con los vestigios del Blue Margarita recorriendo los rincones del vidrio. Fue mi única compañía durante dos horas, casi profeta de una noche patética. ¿Quién querría la copa? ¿Quién querría tener los recuerdos de mis soledades, de dos horas sentado en un bar con un pedacito de vidrio escarchado en sal, repleto de tequila y limón? Sólo yo.
– Me la llevo – respondí- ¿Cuánto cuesta?
El maldito barman me miró como si estuviera loco de remate. No lo culpé.
foto_1. . . . .
Dos golpes a la puerta 809. Tres golpes insistentes. Oí murmurar a dos personas, voces provenientes de la habitación. Silencio. Luego el pomo giró y la voz susurra de Anastasia me indicó que pasara. Entré en el lugar, apenas iluminado con lamparitas barrocas, posicionadas en lugares estratégicos para darle un colorido naranja, crepuscular.
– ¿Y esa copa que tienes ahí? – preguntó Anastasia.
– Es del bar. Me lo regalaron.
– Sería bueno que lo llenes con algo, ¿no? Allí hay una heladerilla…
-Ya habrá un momento para eso – dije reposando la copa sobre una mesa cercana.
– Bien… Ahora, fíjate en la cama, Rubén.
Giré mi vista hacia el lugar indicado. Otro hombre, trajeado elegantemente, sentado en el borde de dicha cama, con la boquita describiendo cierta sonrisa, de facciones fuertes, de brazos poderosos y con los ojos fuertemente estacados en mí.
– Es bonito. – dije mirando a Anastasia.
– Igualmente. – sonrió el hombre.
– Es mi esposo.
– ¿¡Su esposo!? – no pude evitar poner un rostro sorprendido al ver que mi primera experiencia sería con un matrimonio. Menudo matrimonio.
– Vaya, ¿te pagamos para hacer preguntas? – ironizó el hombre.
– No me vengas con rostros hipócritas. – dijo ella al ver mi cara. – Ahora, ¿te gusta algo de música de fondo? – preguntó acercándose a un equipo de sonido.
– Nina Simone – respondí.
– ¿Y quién es ella?
– Ella… es ésta. – dije retirando un CD de mi bolsillo, para dárselo. – Me gusta follar con jazz de fondo.
La mujer tomó el disco, mirándome extrañada, no conocía nada de mi querida Nina. Tenía ganas de decirle “puta arpía sin cultura musical” pero temí perder el dineral que me había prometido.
Ni bien sonó su melodiosa voz, Anastasia se acercó a mí para retirarme el abrigo, el cinturón, la camisa… restregó su mano por mi pecho, clavó sus uñas en mí, y bajó dolorosamente rumbo a mi entrepierna. Miré a su esposo, el idiota sentado y observando con una sonrisa oscura.

Se oyó mi bragueta bajar y bajar mientras el cornudo revelaba una erección terrible bajo su pantalón. Ella se arrodilló, lista para comer mi sexo con sus carnosos labios. Se oyó un gemido femenino cuando tragó mi hombría en aquella boca de vivo fuego, sus ojos gatunos brillaban bajo las luces de las lámparas y entre sus pelos ondulados, contemplándome, escrutando mi rostro mientras yo me sentía en el puto paraíso al sentir cómo crecía dentro de su boca.

Se levantó para besarme mientras su mano empezaba a pajearme a fin de tener la erección a pleno.
– Cobras caro – dijo entre los besos con lengua – pero desde que vi tu anuncio en la web… desde que vi esa carita que tienes, mi amor… – la mujer volvió a meter el fuego de su lengua en lo más profundo de mi boca, para luego proseguir – eres un sueño, ¿lo sabías?
– ¿Cobrar? Recuerda que el dinero me lo ofrecieron ustedes– sonreí.
– Es que nosotros no fuimos la única propuesta que recibiste, ¿no? – preguntó el marido.
– Recibí otras propuestas. –respondí tocando el culo de su amada, atrayendo su cuerpo contra mi erecto sexo. – Pero pocas ofrecieron dinero… y sólo ustedes ofrecieron mucho dinero. Ahora, si me permiten, iré por una Margarita en la heladerilla.
– Hazlo… – dijo el hombre – y luego te vienes para aquí.
Me dirigí para abrir la heladera, volví mi vista hacia la cama. Anastasia estaba desnudando a su marido con la misma estrategia que utilizó conmigo. Le hizo una deliciosa chupada mientras yo cargaba la bebida en mi copa… la misma copa del bar que me había hecho compañía. Y mientras mi querida Nina Simone cantaba “Sinnerman” en la radio – un guiño cruel hacia mí- vi cómo la mujer empezó a guiarlo hasta la cabecera de la cama, para atar sus brazos y pies a sendas extremidades. El hombre quedó boca abajo, con aquel culito respingón al aire, más aún, cuando la mujer llevó un par de almohadas bajo su panza para levantar su trasero.
 
 
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La mujer se sentó sobre la espalda de él, mirándome a mí;

– Acércate, Rubén. – dijo llevando sus manos en las nalgas de su marido, haciéndole escapar un ligero gemido de sorpresa. Su cuerpo se tensaba conforme ella iba separándolas hasta mostrarme el pequeño agujerito. – ¿O prefieres beberte la tequila primero?
– Blue Margarita.
– ¿Qué?
– No es sólo tequila… es Blue Margarita. – dije al beberme otro pequeño sorbo, acercándome hacia ellos. “Menudo matrimonio” volví a pensar.
Me arrodillé frente a aquel trasero separado al máximo gracias a las manos sádicas de su esposa. Un temblor me volvió a recorrer el cuerpo, era mi primera experiencia, ganas me sobraban, información también. Cayó mi querida copa sobre el alfombrado mientras mi rostro se inclinaba para lamer aquel trasero. De arriba para abajo, una y otra y otra vez.
La mujer empezó a meter los primeros dedos en el humedecido trasero de su esposo, sorteando posiciones con mi hábil lengua, el muy cabrón empezaba a gemir bajo las almohadas y yo estaba encendiéndome a mil por hora rumbo a un muro.
Me subí en la cama, de rodillas frente al trasero. La mujer tomó de mi sexo, lo escupió y llevó el glande hasta la entrada del ano de su marido. Me miró a mí, sus ojos gatunos, sus bellos ojos gatunos y sádicos me imploraron un beso.
Penetré al tío, lloró como niña mientras yo besaba con exceso morbo a su querida esposa sentada sobre él. Mis movimientos iban adquiriendo vigor, Anastasia gruñía groserías entre besos, palabras inmundas dirigidas a su hombre, como “¿te gusta cómo te folla, puta?”, “¿Acaso te duele, cariño? ¡Quiero que digas que eres una putita niña llorona!”, “Ya te irás acostumbrando a que te follen tíos, para que tú aprendas a hacerlo, cabrón”
Yo era el tercero, si no fuera por mi verga, sobraría. Sólo estaba para darle y darle al pobre diablo, mis embestidas eran terribles, un leve halo de sangre empezó a correr del ano, le estaba rompiendo el esfínter y a su esposa no le importaba.
Limón, tequila y una copa escarchada en sal. Jazz de fondo, mi primera experiencia… la primera experiencia del pobre marido. Más delicioso, imposible.
Ella se levantó y me dejó hacerle, se dirigió hacia la heladera, aunque extrañamente no la abrió, sino que se limitó a mirar cómo un hombre hacía llorar a su esposo. Aquella montada sádica duró su tiempo, mi “leche” terminó dentro de él, y caí vencido sobre el desnudo cuerpo del hombre.
La mujer interrumpió mi breve descanso con una voz autoritaria;
“Ahora fóllame” ordenó, “hazme gritar como puta, lo quiero volver loco a mi marido.”
Pensé que íbamos a hacerlo en la cama, sobre su marido, o a su lado, pero ella me hizo una seña para sentarme en el sillón. Y así lo hice, me senté en el lugar, la mujer se acercó para inclinar su dulce culito hacia mí, agarré su cintura para poder llevar el glande entre sus labios vaginales. Se sentó sobre mí y la cabalgué a lo bestia, casi hasta con ganas de destrozarla con la montada. La noche más rara y esperada de mi vida.
Anastasia sabía gritar groserías, su pobre marido estaba atado en la cama, muriendo de dolor y escuchando chillar como cerda a su querida Anastasia. Yo sobraba, el juego era entre ella, su esposo y mi sexo. Miré la alfombra, mi copa seguía ahí, brillando crepúsculos, mi única compañera en toda la noche, reflejando el cuerpo de aquella mujer siendo embestida por mí… no, no por mí, embestida por mi verga. Yo sobraba. Sólo yo.
. . . . .
El pobre diablo fue desatado mientras yo estaba sentado en el sillón, fumándome un cigarrillo y viendo cómo la esposa acariciaba a su hombre, lo besaba, lo confortaba con palabras tiernas, viendo cómo su anillo matrimonial brillaba infidelidades de quilates.
Se vistieron, el hombre no llegó ni a mirarme. Fue el primer culo masculino que saboreé y penetré… y ni siquiera se atrevió a devolverme la mirada. Anastasia se acercó a mí, y me lanzó un fajo de euros. Mi premio prometido. Pero no vi el dinero, ni me fijé, sólo observaba los ojos felinos de la mujer. “Gracias” – me susurró.
– ¿Lo haremos otra vez? – pregunté escrutando su mirada, permaneciendo indiferente ante el peso del dinero en mi pierna derecha.
– Desde luego – interrumpió el hombre, de espaldas a mí, a punto de salir de la habitación.
– Ya lo oíste – sonrió Anastasia.
Aquellos ojos felinos se retiraron con una risita, contemplándome por última vez antes de salir de la habitación, tomada de la mano con su maldito esposo.
Me recosté en el sillón mullido, mi hermosa Nina dejó de cantar hacía ratos. En el suelo seguía mi copa, sinuosa con sus curvas, brillando atardeceres bajo la luz de las lámparas. Me ardía la cabeza, ¿acaso era la bebida?, ¿acaso era un efecto natural tras mi primera experiencia?
Lo peor de todo, es que mi única compañía de aquella noche terminó siendo la copa escarchada de sal, con los vestigios de tequila y limón. Mi profeta de una noche patética, de ojos felinos que no me pertenecerán, de mis soledades con sabor a Jazz y de doscientos euros haciendo peso en mi pierna izquierda.
Entre los fajos de los billetes relucía un papelito, y en éste, se inscribía en letra apenas legible; “Si deseas quinientos euros, dirígete hacia la heladera y retira la cámara que ha estado enfocando la cama. Estuvo grabando cómo te has montado a mi marido. Por obvios motivos, no puedo llevarlo ahora mismo conmigo. Ésa será la prueba de infidelidad con el que le pediré divorcio. Avísame por mail. Un beso, Anastasia.”
Sonreí, entendí el porqué de su decisión de no follar en la cama… ella no quería salir en la filmación. ¿Qué más daba? El mundo nunca sabe a rosas, aunque tampoco es una caja llena de tragedias y sinsabores… y aquella noche de anillos brillando infidelidades de quilates, de sonrisas oscuras y de trampas mortales… aquella noche, el mundo me supo a Blue Margarita. Sólo yo.
– Blue Margarita –
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

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Relato erótico: Dulce cuñadita mía (POR VIERI32)

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PORTADA ALUMNA2

Amo a Sandra, o al menos eso creía cuando comenzó todo.

Sin-t-C3-ADtulo19A ella la había conocido en unas clases de refuerzo para el ingreso en la universidad en la que nos postulamos. Desde que la vi, abandoné al par de amigos con el que habíamos acordado ingresar para sentarme junto a ella y sus amigas. Una bella muchacha de tez blanca y un look conservador, sin maquillajes pero a la vez sin dejar de perder su encanto. Parecía como si ella no quisiera sobresalir de las mil y unas putas que pululan en la universidad. Supongo que eso fue lo que me llamó la atención de ella.
Cuando me la había acercado, Sandra pensaba que yo no tenía ningún conocido en el lugar y, tras ver mis apuntes de las clases de Lengua Castellana, se apiadó de mí y con una sonrisa aceptó que me sentara en su grupo. Mis amigos me perdonaron, por cierto.
Nunca insistí tanto con una muchacha y, válgame, literalmente la seguí a todas partes; la cafetería de la uni, centros comerciales e incluso íbamos en el mismo bus pese a que el que ella tomaba no me dejaba ni cerca de mi hogar. Hasta que por fin el destino se compadeció de mí; Sandra entendió todas mis indirectas y en una tarde de verano en el patio de su casa, a tan sólo dos días de los exámenes, dejamos a un lado el montón de apuntes apilados en la mesa y nos besamos como unos malditos posesos… si la madre de ella estuviera allí, seguramente habría corrido a separarnos. La mujer era de las celosas y desconfiadas, nunca la soporté de todos modos. Y creo que tampoco la soportó el marido, que vivía separado de ella y en la ciudad lindante.
La cosa siguió de parabienes cuando, cuatro días después de haber rendido los exámenes, supimos que habíamos ingresado. Tres años después de aquel victorioso momento, aún seguíamos juntos. Sí, algunas peleíllas hubieron, algunos momentos en que uno no quería ver al otro, nuevas amigas o amigos que nos encelaban… supongo que todo ello era normal.
Pero nada de esos problemas se compararon con lo que iba a venir. Estábamos en la sala de su casa al mediodía, viendo el televisor con un par de horas antes de las clases pues yo tenía como costumbre visitarla antes de salir ambos para la uni. Sandra estaba reposando su cabeza contra mi hombro y viendo plácidamente la película. Su hermana Dulce había entrado a la sala y como siempre nos saludó tímidamente, con sus cuadernos pegados contra sus pechos aún niños y su cabeza gacha como si aún tuviera vergüenza de mí. La nena de dieciséis vivía con el padre, pero como éste tuvo un imprevisto viaje al exterior, no le quedó otra que venir a la casa de la odiosa madre. La saludé con una risa, es que la timidez de la chiquilla me parecía muy graciosa.
Minutos más tarde se había vuelto a aparecer por la sala y venía con unos pantaloncillos bastante pequeños y una remerilla rosada y ajustada, pasó frente a nosotros pues había dejado un par de cuadernos sobre el televisor. Cuando la tuve frente a mí, caí en la cuenta; no pensé que la nena pudiera haber crecido tanto en tan poco tiempo, las piernas largas y la cintura asomándose tras el pantaloncillo… los senos aún niños y el rostro casi angelical… ¿para qué mentir? Me excitó… yo estaba enfermo por mirar a la hermanita de esa manera, lo sé.
No podía creer cuánto había crecido de un momento para otro, tenía fija mi vista en su generoso trasero hasta que ella giró su vista hacia nosotros y se percató que yo la estaba comiendo con los ojos. Se puso roja, bajó la cabeza con una fina sonrisa y volvió a su cuarto. Tragué saliva, menos mal Sandra no se percató de lo acontecido. Pero yo aún tenía varios problemas metidos en la cabeza como para andar calentándome por una chiquilla como ella. Esa misma tarde volví a entrar en mi mundillo de deudas y exámenes pendientes…
Ese momento de “pensamientos impuros” quedó en el olvido hasta que Sandra me había invitado nuevamente a su casa pues se le antojaba ver un devedé romántico. Nunca me gustaron de ese tipo… pero bueno, como que ya me estaba acostumbrando a Julia Roberts y sus sopocientas películas sensibleras. Compramos un par de cervezas y nos sentamos en el sofá. Al rato Sandra empezó a sentirse fatal, fue al baño y tras regresar me contó que el alcohol le había caído bastante mal. La acompañé hasta su habitación y le dije que yo me volvería para mi casa pero que la llamaría enseguida para saber cómo seguía. Cuando bajé hacia la sala, me di cuenta que la nena estaba sentada en el sofá, observando el televisor y con la latilla de cerveza en una mano, no la estaba bebiendo, sólo estaba observando. Y los malditos “pensamientos impuros” volvieron a mí al verla con tan poca ropa. Fue allí cuando comenzó todo;
– Mira nada más – dije en plan bromista – ¿que no eres aún menor de edad como para andar bebiendo?
1

– No, no… no estaba bebiendo… – dijo ella mientras rápidamente devolvía la lata en la mesa.

– ¿Qué estás haciendo tan tarde por la sala, nena?
– Nada, nada… es que no puedo dormir. La bicha de mi compañera me envió un mensaje al celular sobre algo…
– ¿Algo?
– Nada que te interese. – dijo cruzando sus brazos.
– Anda, cuéntame. Puedes confiar en mí.- respondí dibujando una sonrisa mientras me sentaba a su lado en el sofá. Rápidamente puse ambos pies sobre la mesa frente a mí y descansé mis manos tras mi nuca; – Anda, nena, que seguro no es para tanto.
– ¿Cómo? No voy a confiarte nada.
– Ah, bueno, ¿y a quién le vas a contar lo que te sucede? ¿A la rabiosa de tu hermana, a la monja de tu madre, o al encantador de tu cuñado?
– ¿Encantador? – rió despacio.
– ¡Va!, que yo soy muy encantador.- y ella volvió a regalarme su risa tan encantadora. Luego de contarme el problema por el cual no podía dormir – nada de otro mundo- nos pusimos a ver el devedé que había alquilado. La nena resultó ser divertida durante todo el transcurrir del filme, pero en un momento erótico de la película – un beso con lengua al más estilo Hollywood entre la Robert y un no sé quién – la noté como curiosa, así que decidí codearle;
– Oye… ¿y tú ya te pusiste a besar a algún chico? – Su inmediata respuesta fue un tremendo golpe a mi brazo, ella volvió a sonreír, respondiéndome que “eso no se pregunta”.
– Va, nena, pero qué mojigata te pones… cuenta, cuenta. – le volví a codear a expensas de un nuevo golpe.
– Ya me han besado. – susurró sentándose más recta y con aire de orgullosa.
– Ah, menos mal, nena.
– Dulce, soy Dulce y no una nena.
– Está bien, Dulce. Pero cuando me refiero a un beso, me refiero al chapoteo que se está dando la Julia ahí en la tele… ¿ves? Un beso con lengua… no hablo de piquitos con chiquilines.
– Con lengua aún no me han besado… ¿por? ¿Acaso tú me vas a mostrar cómo? – y Dulce rió tanto que mi ego cayó al suelo.
– ¡Qué va!, si tu hermana nunca se ha quejado.
– ¿Mi hermana? Ah, la que ahora está vomitando…
– Está vomitando porque le cayó mal la bebida, ¿eh? Que no soy tan malo besando, nena… digo, Dulce.
– ¿Y vas a demostrarme? – dijo bromeando, yo simplemente le seguí el juego y me acerqué para besarla. Pensé que ella retrocedería su cabeza y volvería a pegarme entre risas, pero la muchacha unió violentamente sus labios a los míos. Fue más un golpe de bocas que un beso. Al instante retiré mi rostro del suyo y la miré atónito:
– Esto… ¿He? Digo…
 
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– ¿Así besas? Pues esos “chiquilines” con quienes estuve, besaron mucho mejor. – rió nuevamente ella. Y otra vez mi ego quedó maltrecho, así que sin mediar palabras tomé su mentón, levanté su rostro y pegué mis labios a los de ella para enterrar mi lengua en lo más profundo de su húmeda boquita. ¿Para qué mentir? Me excité a lo bestia y mis manos rápidamente bajaron por las curvas de su cuerpo. Coincidentemente Julia Robert pasaba por la misma situación en la televisión. Pero al rato fue Dulce quien se apartó de nuestro breve morreo.

– Uh… nena, lo siento… es que las bebidas. Lo siento, Dulce. – dije con el corazón a mil por hora y mi sexo creciendo y demandando las generosas carnes de mi cuñadita. Lastimosamente para mi sexo, la nena quedó muy confundida y sin decirme nada más, ni dedicarme una mirada al menos, subió corriendo a su habitación. Pensé que mi mundo se caía. Me retiré del hogar de ellas y esa noche no pude dormir, pensando que al día siguiente Sandra y su madre me demandarían por haber tocado a la nena o algo por el estilo. Muy para mi suerte, Dulce no contó absolutamente nada ya que cuando fui al mediodía para recoger a Sandra en el coche, la misma salió de su hogar para saludarme.
– Hola. – dijo ella parándose en la vereda, frente a mi puerta, mirándome aunque ya sin su acostumbrada timidez.
– ¿Te he dicho cuánto lo siento, nena? De veras, creo que anoche…
– Lo de anoche me gustó – dijo con su cara levemente roja y cabizbaja.
– ¿Te gustó? ¿Y no se lo vas a contar a alguien?
– No, no pienso decirle ni a la rabiosa de mi hermana ni a la monja de mi madre. – respondió guiñándome el ojo.
– Ahí viene tu hermana, mejor vuelves para tu casa.
– ¿Vendrás hoy?
– Yo… este, sí, sí… vendré hoy.
– ¡Ah, pero mírense ustedes, parece que ya se llevan muy bien! – chilló Sandra ni bien nos vio. – Ya pensaba que tú no lo soportabas, Mari. ¿Y de qué estaban hablando?
– De la película que vimos ayer – respondió Dulce mientras yo estaba blanco y hecho un saco de mierda -… ya sabes, con la Julia Roberts.
– ¿Te gustó? Bueno, hoy veremos otra por si quieres acompañarnos…
– ¡Sí, no hay problema! – sonrió la jovencita.

Genial, mi puto mundo se estaba convirtiendo en el nudo de una película hollywodense. Esa tarde en la uni fue peor, mis amigos preguntaron qué diablos me pasaba pues me veían como si estuviera dopado, es que yo aún no estaba como para confesar que me había echado un morreo ardiente con mi cuñada de dieciséis. Terminada las clases fui con Sandra al Club de Devedé para buscar algo que ver. Ella se decidió nuevamente por uno romántico y cargado de escenas de sensualidad… yo, a sabiendas de lo que podría suceder si su hermanita nos acompañaba, le rogué alquilar alguna película de terror y sin erotismo. Sandra terminó pensando que yo estaba bromeando…

Pero al llegar a su hogar nos percatamos que Dulce no estaba. La madre tampoco, aunque ésta porque siempre trabajaba hasta tarde. Al rato sonó el teléfono de la sala. Sandra atendió y volvió junto a mí para decirme;
– Era Dulce, está en la casa de su amiga Sofía y no tiene cómo volver.
– Entiendo, ¿quieres que la busque?
– ¿No te enojarás? Según Mari, los padres de Sofía no están y por eso no tiene cómo regresar. Yo debo quedarme, si mamá se entera de que dejamos la casa abandonada nos mata.
– No hay problema, corazón… dame la dirección de la casa y ya vuelvo.
Tras darme un croquis, salí afuera para tomar el coche. Al avanzar una mísera cuadra vi a Dulce levantándome la mano en la calle. Perplejo y aturdido, estacioné en la vereda hacia ella, estaba vestida con una faldita que mostraba sus piernas de campeonato así como una remerilla del que apenas se insinuaban sus senos. “Diosa” pensé al verla;
– ¿Nena? ¿No estabas en la casa de tu compañerita?
– No – dijo mordiéndose los labios – llamé a casa por el celular. ¿Puedo subir?
– Claro que sí… retrocederemos una cuadra y ya estarás en casa.
– No vamos a volver a casa – respondió ni bien se subió en el asiento del acompañante. – Sandra sabe que la casa de Sofía queda a quince minutos de aquí… con la ida y vuelta, eso nos da media hora para nosotros, ¿no?
 
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Madre Santa de todos los Cielos que la parió; la nena era lista y sabía lo que quería. Y ni qué decir, media hora era para mí más que suficiente. A lo sumo necesitaría sólo unos quince para terminar de hacerle las guarradas que me imaginaba… No más, ¿para qué mentir? Ni siquiera lo pensé dos veces, cuando los “pensamientos impuros” empezaron a joder, simplemente aceleré el coche y lo estacioné en la vereda de una plaza.

La invité cortésmente al asiento trasero y una vez allí la vi muy nerviosa, así que decidí tomarle del mentón y levantar su rostro;
– A ver, Dulce, te veo miedosa… ¿no eras tú la que planeo todo?
– Sí… ¿pero estacionarse en una plaza? ¿Y si viene alguna patrullera?
– ¿Patrullera? Ostras… tienes razón, podemos ser descubiertos…
– Eso da morbo, ¿verdad? – sonrió ella- Nos pueden descubrir.
– Hmm… está prohibido hacerlo aquí, niña… es un “tabú”… – si esa palabra no agregaba morbo, pues no sé qué más podría hacerlo. La besé con lengua incluida por un buen momento hasta que mi mano más rebelde se dirigió hacia su entrepierna, recogió su faldita por su torso y apartó la braga para manosear sus carnosos labios.
– Esto… ¿eres virgen, princesa?
– ¡No! ¡No lo soy!
– Ah, uno de los “chiquilines”, ¿verdad?
– Pues sí. – se volvió a reír.
– Bien, bien, una culpa menos que cargar.
– ¿Qué dijiste?
– Nada, nada… ven. – volví a besarla mientras mis dedos apartaban su fina mata de vellos para recorrer su rajita en búsqueda de su agujero. Mi dedo corazón empezó a ingresar y salir lentamente, la nena empezó a profesar unas cuantas groserías para luego aumentar la violencia de nuestro beso. Al introducir un segundo dedo en tan estrecho agujerito, ella empezó a mover su cintura adelante y atrás de manera endemoniada… ni qué decir cuando el tercer dedo entraba y se mojaba de sus jugos, la chiquilla empezó a arañar mi espalda mientras me rogaba entre gritos que siga y siga.
Ya no daba más, me retiré el jean y me puse el condón que tenía guardado en la guantera. A la muchacha la tomé por su cintura; “Siéntate sobre mí” – le susurré antes de clavar otro beso. Ella se posicionó torpemente encima de mí pero al fin y al cabo el glande logró reposar entre sus labios, a puerta de su húmeda entrada. Lentamente ella fue bajando y engullendo mi sexo, inclinó su rostro y mordió mi cuello para acallarse el dolor que le ocasionó la penetración.
Yo por mi parte luchaba por chuparme ese par de pezones pequeños y rosados que tenía, ladeaba mi cabeza para alcanzarlos y lamerlos mientras su cuerpo saltaba sobre mi sexo a un ritmo lento. Dulce gemía despacio pero empezó a chillar lastimeramente conforme yo aumentaba la velocidad de mi sexo.
– ¡Me haces daño! – sollozó mientras sus manitos reposaban sobre mis hombros.
– ¡Lo siento, princesa! – la tomé de su cintura y la ayudé a salirse. Su capullo estaba rojizo e hinchado, la nena lloraba en mis hombros, le pregunté varias veces por qué gimoteaba mientras la acicalaba el pelo, pero no me respondía. Y fue cuando me percaté de que sus ojos estaban clavados en mi sexo;
– ¿Tú… tú te llegaste? – me preguntó mientras se secaba las lágrimas.
– No, ¿quieres ayudarme? – le sonreí mientras mis manos tomaron de su rostro, lentamente bajé su cara hasta lo mío.
Sentir su boquita intentando acaparar el glande, las finas punzadas de su lengua y su mano subiendo y bajando por el largor de mi sexo fue una explosión de éxtasis… la nena chupaba como las diosas.
Con mis manos guié su rostro para que saboree mejor… tras esa felación caída del cielo, no tardé en depositar todo lo mío en su boca. Irónicamente Dulce salió del auto para escupir todo…
Tras vestirnos no tardamos en volver a su hogar. Sandra nos recibió alegre y sin levantar la más mínima sospecha. Aquella noche terminamos viendo la película, con mi novia durmiendo en mi hombro derecho y la nena en el otro. Qué lejos estaba Sandra de saber que la boca de su hermanita olía a mi semen y que su tierno sexo había quedado algo irritado “gracias” a mí.
Tras casi un mes de lo acontecido, sólo pude estar una vez más con la nena. Fue cuando Sandra comenzó una pasantía en un banco y yo fui a “visitar” a Dulce en su hogar. Comí sus carnosos labios vaginales y busqué su agujerito con mi lengua en su propia habitación, la niña se corrió en mi boca. Me encantó… ¿para qué mentir?
Unos días después Dulce tuvo que volver a la ciudad lindante para vivir con su padre nuevamente, pues ya había vuelto del exterior. Nunca más me topé con ella, a no ser alguna que otra fiesta familiar a las que me invitaban. Cuando el padre cumplió años, fuimos a su ciudad para visitarlo y allí la volví a ver; seguía igual de nena y prometí visitarla con su hermana el día de su cumpleaños diecinueve. Desde luego a ella le gustó la idea y quedó emocionada.
Pero aún hoy, cuando yo y Sandra nos ponemos a ver algún devedé romántico con la Julia Roberts como protagonista y teniendo algún beso, no puedo evitar recordarla. Pienso en ella y la breve pero caliente aventura que tuvimos, cercana al más estilo hollywodense. Y simplemente espero que ella también esté pensando en “su encantador cuñado”… ¿para qué mentir?
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com81
 
 

Relato erótico: “Diario de George Geldof -12 FIN” (POR AMORBOSO)

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portada criada2Diario de George Geldof -12

Sin títuloCuando entré en casa, me esperaba Betty desnuda y tan necesitada, que se arrojó a mis pies, sacó mi polla y se puso a chuparla, mientras decía cuando podía:

-Gracias, amo. Lo has puesto muy fácil. Desde ahora tienes una esclava más.

Yo me pregunté en qué problema me estaba metiendo. Tenía a Melinda y Pauline, se añade Wiki, de vez en cuando y ahora Betty. ¿Serían demasiadas mujeres para mí? No tenía edad ya de mantener sesiones de sexo maratonianas, y no sabía como iba a enfocar aquello.

-Bien, entonces vas a empezar a aprender alguna cosa. ¡Melinda, trae la paleta!

-Si amo. –Dijo, seguramente pensando que la iba a utilizar con ella.

-Pauline, colócate sobre la mesa, a lo largo, culo a un lado, pies en el suelo. Melinda, coloca tu coño a la distancia suficiente para que ella te lo coma y flexiona las piernas. Pauline tu sujétate a la piernas de Melinda. Anoche pusiste cara de disgusto por no dejarte participar, y eso sabes que no me gusta. Voy a castigarte con 25 golpes en el culo, tu le comerás el coño y solo te separarás para darme las gracias por corregirte y cuando haya terminado. Cada vez que ella se corra, descontaré un golpe.

-Si, amo. –Dijo colocándose en posición y empezando con Melinda que también estaba ya colocada.

Las piernas de Melinda dificultaban su visión para ubicarme mientras me movía de un lado a otro.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

Volví a moverme

-Mmmmmmmm. –Gemía Melinda.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

Volvía a la labor de comerle el coño a Melinda con tanto interés que sus gemidos nos impidieron oír que la puerta se abría y solo me enteré por el cambio de luz, dando paso a Wiki, a una hora extraña, ya que solía venir por la tarde y marchar al día siguiente.

Continué con lo que estaba.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

-Aaaaaahhhhhhh

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

-Aaaaaahhhhhhh

Siguiendo así hasta completar los 21 golpes, una vez descontados los cuatro orgasmos que había tenido. Siendo madre e hija, no quise que hiciesen trampas, así que, cada vez que anunciaba su corrida, le metía los dedos para comprobar su flujo y continuar después de limpiarla.

– Betty, ahora te toca a ti. Vas a hacer tu estreno como esclava mía. A partir de ahora, no tienes derecho a nada. Ni siquiera al orgasmo. Para correrte necesitarás mi permiso y tus obligaciones serán atenderme y obedecerme en todo. Te follaré solamente yo y aquellos a los que les permita, gratis o por dinero y tú no dirás ni una palabra de oposición. Si recibo una queja de ellos, serás castigada.

-Te castigaré si no obedeces, porque cometas faltas como le ha pasado a Pauline o si me apetece, como ahora. Y los premios tendrás que ganártelos. Te harás un vestido como los que llevan Melinda y Pauline, de fácil quitar y en la intimidad, ante mí, estarás siempre desnuda.

-Ahora, recuéstate boca abajo sobre la mesa y abre las piernas. Voy a darte seis golpes. Deberás contarlos en voz alta y decir “Gracias amo” con cada uno. Si no lo dices, te quejas o te mueves, el golpe no contará. ¿Entendido?

-Si amo. –Y fue directa a la mesa.

-Amo. ¿Puedo pedirle un favor?

-¿Qué quieres?

-Amo, esta situación me ha dejado muy excitada. Fólleme antes del castigo, por favor.

Realmente debía de estarlo, sus muslos brillaban hasta la rodilla de su excitación.

-Yo decido cuando te corres. Colócate en posición. Pies en el suelo y recostada sobre la mesa, a lo ancho y puedes sujetarte al borde contrario. Dame las gracias con cada golpe.

Una vez colocada, tomé la pala y con el mismo movimiento solté un fuerte golpe en su culo.

-Zass.

Dio un salto y se puso en pie frotándose el glúteo azotado.

-Todavía estoy a tiempo de acercarte con el caballo hasta la carreta de Bryan.

-No, amo. Perdóname. No lo esperaba y me ha pillado de sorpresa.

-¿Y qué esperabas entonces? ¿Qué te follara?

-No amo, pero creí que tardarías algo mas.

-Colócate y no hagas que me enfade más.

Se colocó nuevamente. Yo me movía de lado a lado, hasta que solté el siguiente.

-Zass.

-Dos. Gracias amo.

-Zass, zass.

-AAAAAgggggg

-¿En qué número empiezan las cuentas?

-En el uno amo.

-¿Y porqué has empezado en el dos y as gritado?

-Perdón amo. Empezaré de nuevo.

-Así me gusta.

-Zass

-Mmm. Uno. Gracias, amo.

-Zass

-Dos. Gracias, amo.

-ZASSS.

-Aaaaaaahhhhh. Me corro, amo. Me estoy corriendo. Gracias, amo. Aaaaahhhh.

-Por haberte corrido sin mi permiso y por ser la primera vez, solamente de daré cinco golpes más.

-Si, amo. –Dijo cuando se recuperó.

-ZASSS.

-Pffffsss. Uno. Gracias amo.

-No quiero oír nada más que tu agradecimiento.

-ZASSS.

-Dos. Gracias amo.

-Once. Gracias, amo.

Cuando terminé, me saqué la polla, dura ya desde hacía rato y se la clavé en el culo.

-Aaaaaahhhhh. Gracias, amo. Estoy nuevamente excitada. ¿Puedo correrme?

Yo también estaba a punto.

-Si, córrete.

Me moví deprisa, hasta que sentí las contracciones de su ano como consecuencia de su orgasmo.

-Aaaaaaaaaaahhhhhhh. Me corroooo, Gracias amo.

Y seguido descargué mi leche en su culo.

Se dio la vuelta, me limpió la polla, por lo que asumí que Melinda le había enseñado bien y me la guardó.

Mientras hacía esto, Wiki se había desnudado y puesto en la misma posición que Betty para recibir su castigo.

-¿Qué haces?

-Amo, quiero ser tu esclava también, vivir aquí contigo y quiero recibir mis cinco golpes. –Dijo en su mezcla de inglés y su propio idioma.

-No Wiki, no puedes quedarte. Ven siempre que quieras, pero no puedes dejar a tu gente así sin más. El jefe y los guerreros se ofenderían si me llevo a una de sus mujeres y tendríamos problemas con todos ellos

-Ningún guerrero se acerca a mí, desde que falleció mi marido. No tengo hombre para el que preparar pieles, ni comida, ni nada.

-Habla con el jefe. Si está de acuerdo con que vengas con nosotros, te recibiré con los brazos abiertos, pero sin su consentimiento, no puedo admitirte. No obstante, puedes ser mi esclava todas las veces que vengas a visitarnos.

Parece que la convencí, al menos de momento, y menos mal que no accedí, porque el jefe no se lo consintió y le asignó un nuevo guerrero. Ella siguió viniendo periódicamente.

Procedí a darle sus cinco golpes de iniciación y la follé seguidamente para bajarme la calentura a mi mismo.

Los días siguieron pasando, las mujeres cultivaron un enorme huerto, que nos suministró verduras frescas y frutas de algún árbol plantado. También llegó para poner en conserva y vender a los viajeros.

Tuve que organizar las relaciones con ellas, porque todas a la vez era imposible de mantener todos los días.

Durante un año aproximadamente, las cosas marcharon bien. El negocio marchaba, ellas satisfechas y yo también, pero al cabo de ese tiempo, vimos una solitaria carreta que se acercaba. Tras la preparación de rigor, vimos que era Bryan, que volvía de las minas.

Cuando me acerqué con precaución, vi su mirada seria, sin signos de amistad ni de odio. Me saludó:

-Hola George. He venido por Betty.

-Hola Bryan. No quiero problemas aquí. –Dije acercando la mano a mi arma.

-No te preocupes, solo quiero hablar con ella y convencerla de que he cambiado y que quiero que venga conmigo. Se que ahora seremos felices. ¿Te vas a oponer?

-No, es libre de hacer lo que quiera sin ningún tipo de traba. ¡¡Betty!! –La llamé, acudiendo rápidamente a mi lado.

-Os dejo para que habléis, pero estaré vigilante.

-No le haré ningún daño.

Me alejé y senté en la entrada de la casa, ellos estuvieron paseando y hablando mucho rato. Nunca supe qué se dijeron, aunque subían de tono la voz algunas veces. Se alejaban y volvían, alejaban y volvían. En una de las vueltas, observé que iban de la mano. Pensé que ya había pasado el peligro. Como era la hora de comer, mandé a Melisa que les llevase comida al barracón de alojamientos y les invitase a ir.

No aparecieron durante toda la tarde. Estuve nervioso, hasta el punto de pedir que preparasen la cena antes para que Melinda se la llevase.

Según me contó, estaban en el dormitorio individual, acostados. Ella haciéndole una mamada y que él había intentado guardar la compostura y taparse, pero ella lo había retenido sin dejar su labor. Melinda había dejado la cena en la mesita y se había marchado.

Yo, más tranquilo, desenganché los caballos de la carreta, los atendí y metí al establo. Al día siguiente, seguí con mis quehaceres durante la mañana. A medio día, les volvieron a llevar comida. Salieron después de comer, para pasear abrazados y fueron hasta el riachuelo donde debieron bañarse juntos.

Por la noche, les llevaron la cena, y cuando nosotros estábamos terminando, entraron ambos en la casa y Betty nos dijo:

-Mañana al amanecer nos iremos juntos. Hemos hablado mucho y ambos estamos de acuerdo en olvidar el pasado y empezar una nueva vida juntos. Volvemos al pueblo de donde vinimos, donde Bryan era Pastor. Trabajará menos y tendremos tiempo para nosotros. Queremos un hijo o los que el Señor quiera darnos. Gracias a todos, y en especial a ti George. Porque por ti voy a ser totalmente feliz. Lo he sido contigo, pero me faltaba lo que Bryan puede ofrecerme. Gracias.

Bryan solamente dijo.

-Gracias, George. Sigo debiéndote mucho.

Y se fueron.

Cuando me acosté, me llevé a Melinda a la cama e hicimos el amor despacio, solamente acaricié su cuerpo hasta que estuvo excitada lo suficiente y entré en ella

A la mañana siguiente los vi partir. No encendí fuego para que no se enterasen y evitar despedidas. Antes de acostarme había cargado la carreta con provisiones para que no tuviesen necesidad de parar en mucho tiempo y me volví a la cama deseándoles mentalmente, buen viaje y felicidad.

Nuevamente pasaron los días, las caravanas y los jinetes. Se alojaban, compraban y se iban. Nuestra vida transcurría tranquila, hasta que una noche, cuando estábamos apunto de cenar, con las mujeres hablando sin parar y yendo y viniendo para poner la mesa, llamaron a la puerta.

Me senté en mi sitio, puse mi mano en el arma oculta y dije con voz potente:

-¡SILENCIO! –Acallando todas la voces.

-Wiki, abre la puerta. –Ese día estaba con nosotros y era la más cercana.

Al abrirla, apareció en el umbral un negro enorme, más bien mulato.

-Bu, bu, buenas noches, señor Geldof. ¿Podemos pasar?

-Adelante. -dije yo, mientras mi corazón se aceleraba.

Al entrar, quedó en la puerta Sara. Una Sara más madura, pero igual de preciosa.

-¡Sara, Richard! ¡Qué alegría! –Dije lanzándome hacia ellos y fundiéndonos en un abrazo.

Después de las presentaciones saludos y abrazos, les invitamos a cenar con nosotros. Reconocieron que no habían comido nada desde la mañana por lo que les dimos todo lo que quisieron, mientras nos contaron algo de sus peripecias.

-En los últimos días de la guerra –dijo Richard- llegaron a la plantación un grupo de jinetes. Venían huyendo del frente y buscaban oro y provisiones para seguir su huida. Entraron en la casa y permanecieron muchas horas. Otros de los hombres fueron al pabellón de las mujeres, eligiendo algunas de las que quedaban, porque muchos hombres y mujeres se habían ido ya, las violaron y golpearon hasta matarlas o dejarlas medio muertas. Cuando mamá vio lo que ocurría cogió lo imprescindible y salimos por la puerta de tu sala de juego, yendo a ocultarnos entre los árboles más cercanos. Al amanecer se marcharon al galope. Volvimos y mamá fue a la casa…

-El ama estaba herida, la habían golpeado mucho para que dijese donde tenían el dinero y el oro. Se llevaron lo que encontraron de valor y la dejaron malherida. Los niños llorando y asustados, sin comer, la casa sucia y revuelta. Curé sus heridas y la conseguimos llevar a su cama donde la dejé reposando. Di de comer a los niños y recogí lo que pude de la casa.

-Estuve con ellos hasta que Yulia se recuperó un poco y se fueron a casa de unos familiares. Entonces nos fuimos nosotros. Estuvimos recorriendo pueblos trabajando en lo que salía, hasta que encontré trabajo en un hotel y alojamiento en una habitación de la parte trasera. Richard pudo ir a la escuela y cuando creció un poco, consiguió un trabajo como ayudante del herrero. Hace un mes vino al hotel el hijo del amo Tom y nos reconocimos. Nos dijo que usted había venido a buscarnos y que dejó dicho donde localizarle. Como no se acordaba, puso un telegrama a la plantación y nos la enviaron.

-Nos pusimos en marcha hacia aquí y… aquí estamos.

Yo les conté mis aventuras y cómo había llegado a la actual situación.

-No sabes la alegría que me habéis dado. Os consideraba perdidos. Ahora seremos una gran familia…

En ese momento me di cuenta de la nueva situación: otra mujer más. Pero luego caí en la cuenta de que también había otro hombre más.

-Recoged todo esto. –Dije, obedeciendo todas al instante.

Cuando terminaron les dije:

-Os quiero a todas desnudas.

Rápidamente se desnudaron, incluso Sara, que lucía una sonrisa de oreja a oreja.

Yo me desnudé también a la par que ellas.

Richard me miraba y las miraba a ellas con ojos como platos.

-Y tú ¿a qué esperas? –Le dije

-Yo, yo…

-¡Desnúdate! ¡A ver si te crees que esto es para mi solo!

Se desnudó en un instante y pude admirar un cuerpo musculoso, con un pecho marcado, fuerte todo él, pero sin estar gordo, sin un solo gramo de grasa. Y lo mejor de todo, una polla más grande que la mía, unos cuatro dedos y considerablemente más gruesa.

Las mujeres se lo quedaron mirando embobadas.

-Melinda y Wiki, subid a la mesa y comeos el coño mutuamente. Pauline pon bien a tono a Richard para que te folle. Richard, cuando termines con ella, que cambien los papeles y vayan rotando con Melinda y Wiki. No quiero que queden insatisfechas.

-Lo que tú digas, padre. –Eso me produjo un escalofrío en la espada. Pauline también me había llamado padre, pero no era lo mismo.

-Tu Sara, ven conmigo a la habitación.

Nada más entrar, me dijo:

-Amo, no se si sabré. Hace más de veinte años que no estoy con un hombre.

-¿No te has acostado con nadie?

-Con nadie, amo. El último fue usted.

-Pobrecita mi esclava. Habrá que abrirte nuevamente tus agujeros.

-Hace rato que están ansiosos de que lo haga, amo.

-Quiero hacerte disfrutar tanto que olvides las penalidades que has pasado hasta hoy.

Me desnudé y senté en el borde de la cama. En esa posición, mi boca quedaba a la altura de sus pechos, algo caídos ya del embarazo y los años.

La acerqué hacia mí sujetándola por los glúteos, presioné su cuerpo contra mi pecho y besé sus pezones con calma, los lamí. Ella acariciaba y presionaba mi cabeza contra si.

Bajé mi mano por la raja de su culo, acariciando su ano, seguí hasta meter mi dedo en su coño, ya encharcado. Ella echaba el culo hacia atrás, buscando un mejor contacto y el roce con su clítoris, que yo evitaba para mantenerla excitada.

Quise besarla y me eché un poco hacia atrás, ella se inclinó apoyándose sobre mí y obligándome a seguir cayendo hasta quedar con la espalda acostada, mientras ella manipulaba para caer sobre mi, al tiempo que mi polla entraba en su coño.

Eso la hizo quedar en una postura que limitaba mucho sus movimientos. Los muslos pegados al borde de la cama no le dejaban bajar las piernas para apoyar los pies en el suelo, si subía las rodillas a la cama, no podía meterse la polla.

En esa postura incómoda para ella, la sujeté por los glúteos y empecé a darle un movimiento circular, que con mi polla clavada hasta los huevos, se convertía en un frotamiento de su clítoris contra mi cuerpo.

-MMMMMMMM. –Gemía constantemente.

-Aaaaahhhhhhh. Si, amo.

-Me gusta, amo. Cuanto lo he echado de menos.

Se agarró a mi cuello y así pudo desplazarse arriba y abajo lo suficiente para que mi polla saliese y entrase rozando fuertemente su clítoris, lo que la llevó en un momento a su primer orgasmo de la noche, que refrendó con un fuerte grito y apretándose contra mí.

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH.

Cuando se relajó, la subí a la cama y seguí acariciándola, besé sus pechos, lamí y chupé sus pezones un buen rato, hasta que noté que reaccionaba de nuevo. Bajé lamiendo su cuerpo hasta llegar a su clítoris, que dejé olvidado, pasando la lengua a ambos lados, rozándolo solamente por los costados.

-Mmmmmmmm –Fue su respuesta.

Mojé un dedo con mi saliva y acaricié su ano con él para ir metiéndolo poco a poco. No dejé que mi lengua abandonase su trabajo. Ella arqueaba su cuerpo para intentar ponerme delante lo que más placer le daba y yo lo evitaba todo lo que podía.

-Amo, por favor, necesito correrme otra vez.

-Ummm. ¿De verdad lo necesitas ya?

-SIII. Por favor, amo.

Entonces le metí dos dedos en su coño, moviéndolos con rapidez, al tiempo que atacaba directamente su clítoris.

-Siiiiiiiiiiiiii

-MMMMMMMMMMMMMMM

-Me corroooo.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.

Ya más tranquila, hice que me la chupara hasta ponérmela bien dura. Ella se esmeró. Fue lamiéndola toda hasta que estuvo bien ensalivada, sin olvidar mis huevos, luego metió la punta en su boca, acariciándolo con la lengua y pasándola por los bordes del glande.

Seguidamente, se la metió hasta la garganta para volverla a sacar mientras la presionaba con la lengua sobre el paladar, mientras su mano acariciaba mis huevos.

Apunto de correrme ya, la detuve, la hice acostarse y separando bien sus piernas se la fui metiendo poco a poco, hasta que mis huevos golpearon su culo.

Volvió a gemir

-MMMMMMMMMMMMMM

Yo me movía lentamente.

-Aaaaahhhhhh. Siiii.

Necesitaba correrme, pero no quería hacerlo antes que ella. Intercambiaba movimientos rápidos que me llevaban al borde del orgasmo, con otros más lentos que me relajaban.

-Mmmmmmmmmm. Mmmmmmmmmmmmmm

Sus gemidos fueron en aumento hasta que se convirtieron en gritos. Entonces aceleré mis arremetidas hasta que

-AAAAAAAAAHHHHHHH. Me corroooo, amo, me corroooo. AAAAAAHHHHHH.

Entonces, le di la vuelta y se la clavé por el culo, y lo encontré tan estrecho que me corrí al momento.

Sara, relajada y cansada se durmió al instante. Yo oía los gemidos en la otra habitación y fui junto a ellos.

Encontré a Wiki y Pauline comiéndose el coño mutuamente, mientras Richard se follaba a Melinda. La tenía sentada en el borde de la mesa, sujetando sus piernas por las rodillas, mientras ella se abrazaba a su cuello. Ver la escena volvió a excitarme y, arrodillándome entre las piernas de Pauline que era la que estaba debajo, hice que Wiki me la chupase, mientras le metía dos dedos a Pauline y los movía rápidamente, haciendo que mi pulgar chocase con su clítoris.

-AAAAAAAAAHHHHHHHHH

Gritó Pauline cuando se corrió con mis manipulaciones.

Los gemidos de Melinda me hicieron levantar la vista, viendo su culo en primer lugar, apeteciéndome follarlo en ese momento. Se me ocurrió una idea y dejé que Wiki continuase con lo que estaba y me fui hacia Melinda y Richard.

-Melinda, agárrate bien al cuello de Richard y tú, Richard, sepárala de la mesa y fóllatela en el aire.

Cuando estuvieron en posición, me acerqué por detrás de Melinda y se la metí por el culo, empezando a movernos ambos

-OOOOOOOOOOOPPPPPPPPSSSSSSSS.

Gritó Melinda

-SSIIIIIIII. Que bueno. Siii.

Pauline y Wiki pararon para mirarnos.

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH. Siii

-Mmmmmmm

Yo sentía la polla de Richard cuando en algunos momentos nos cruzábamos en su interior. La presión era fuerte y el placer increíble.

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH. –Gritaba Melinda

-MMMMMMMMMMMMMM. Y gemía

No sé cuantos orgasmos habría tenido Melinda antes, pero en ese momento le conté dos, antes de correrme en su culo.

Después de esto, me salí y fui a dormir con Sara.

-Amo, ¿y nosotras? También queremos lo mismo. –Dijo Wiki.

-Mañana. –Respondí y me fui a la cama.

Había montado, en uno de los edificios, una fragua y un yunque, completado con distintas herramientas, para hacer pequeñas reparaciones en las carretas hasta que pudiesen llegar a algún lugar done hiciesen una buena reparación.

Al día siguiente, hablé con mi hijo para montar una buena herrería y conseguir dar un servicio completo. El vio lo que tenía con mirada experta y decidió que estaba bien, que podríamos trabajar, aunque habría que encargar algunas cosas, lo que hicimos con la primera diligencia que pasó.

Resultó ser buen herrero y su fama llegó lejos, pues vinieron de pueblos de hasta varios días de camino para encargarle trabajos.

En la casa, ampliamos la cama para dar cabida a los cinco, seis a veces, cuando venía Wiki, llenando casi completamente la habitación.

Todas quisieron probar la experiencia de ser penetradas por dos pollas a la vez, y nos tuvimos que multiplicar para darles gusto.

Unas semanas después, pasó un buhonero, al que compré este libro de cuentas y que decidí utilizar para escribir mis experiencias, tanto anteriores como futuras, aunque solamente de aquellas que recuerdo con alegría o que supusieron un hecho importante en mi vida.

Desde entonces he estado escribiendo mis vivencias, las que más he disfrutado o más he sufrido y he informado a todos para que, cuando yo falte, sea enviada a mi hermano en Inglaterra.

————————————-

Hoy hemos tenido una sorpresa. Esta mañana hemos oído un ruido extraño, al tiempo que por el camino se veía una nube de polvo que venía hacia nosotros.

Cuando han llegado, he podido observar que era una calesa sin caballos sobre la que iban un hombre y una mujer. Pensando que era algún tipo de magia maligna, he sacado mi revolver y disparado al aire para alejarlos.

El hombre ha saltado al suelo con las manos en alto diciendo completamente asustado:

-¡No dispare, por favor, somos gente pacífica! ¡No haga daño a mi esposa!

-¿Quienes sois y qué es esa cosa del demonio?

-Soy William Thorm, vendedor de maquinaria agrícola y ella es Emma, mi esposa y esto es uno de los nuevos carruajes sin caballos que se han inventado.

Me daba miedo, pero me he acercado y con las explicaciones de William, he visto que es un gran invento. Eso me ha creado la duda de mi futuro y el de mi negocio. ¿Sustituirán a las carretas y las diligencias? ¿Desaparecerán los caballos?

Estas dudas estuve comentando con él, mientras dábamos cuenta de una botella de Whisky. Me ha contado las grandes ventajas que tienen estos carruajes, de rapidez y comodidad. Puede llegar a alcanzar hasta 20 Km./h, según me ha dicho, aunque el estado de los caminos hace imposible alcanzar esa altísima velocidad. A veces tiene que salirse de ellos y viajar por las praderas, generalmente en mejor estado que los propios caminos.

Los baches y las piedras los perjudican, rompen sus ballestas y ejes y no son fáciles de cambiar. También necesitan un combustible para funcionar, le ha llamado gasolina, que se saca del petróleo y no hay en muchos sitios. También me ha dicho que no todos los herreros se atreven a realizar reparaciones en ellos.

Hemos pasado el día juntos, hablando de todo. También han hablado mi hijo y él. Los he invitado a comer y también han cenado con nosotros. Ahora están durmiendo en el alojamiento. Se irán por la mañana.

Mi hijo y yo hemos estado hablando también y hemos llegado a la conclusión de que debemos prepararnos para el futuro. Ya tengo una carta preparada para mi hijo Robert, que al terminar sus estudios, ingresó en la academia de West Point y es oficial del ejército en Washington, para que haga gestiones con el fin de que Richard aprenda cosas de esas máquinas y para conseguir vender combustible, que saldrá en la próxima diligencia.

————————–

Anoche vino Wiki y decidimos hacer un juego. Pusimos a las cuatro mujeres a cuatro patas en la cama, la primera de un lado puso a tono a Richard con la boca, la del otro me la puso a mí.

Cuando estuvo listo, Richard empezó a follar el coño de la de su lado. 10 empujones y pasar a la siguiente, mientras ellas se frotaban el clítoris. Cuando llegó a la tercera, me puse yo con la primera. Al llegar al final, dábamos la vuelta a la cama y volvíamos a empezar. Estuvimos un buen rato. Las mujeres gemían y se quejaban cuando las dejábamos para pasar a ala siguiente.

-MMMMMMMMMMM

-Noooooooooooooo. Máaaaaas.

Lo estábamos pasando de miedo, cuando llegó una diligencia con el gran alboroto de costumbre, teniendo que vestirnos rápidamente, nosotros disimulando las erecciones y ellas la calentura.

Dimos de cenar a toda velocidad a los seis pasajeros y los dos conductores, los alojamos en los dormitorios y volvimos como flechas a la cama para terminar nuestro juego.

Las cuatro estaban chorreando cuando volvimos a empezar. Solo se oían los gemidos de ellas y el choque de nuestros cuerpos contra sus culos

-MMMMMMM

-Siiii

-Maasssss

Casi a la vez se fueron corriendo una a una, todas con grandes gritos de placer, retirándose del juego. Con las dos últimas nos corrimos nosotros. Justo a tiempo, porque han llamado a la puerta y era uno de los conductores, que había oído gritos y pensaba que ocurría algo. No nos hemos dado cuenta, pero se nos ha pasado la noche follando y era hora de partir la diligencia.

Hemos preparado el desayuno rápidamente y se han marchado. Nosotros nos hemos ido a dormir entonces.

Hace un rato que se ha marchado Wiki. Nos ha dicho que no vendrá en un tiempo, está embarazada y no montará a caballo. Le hemos dado la enhorabuena con alegría y hemos quedado que vendrá a enseñarnos a su hijo o hija.

————————–

He recibido carta de contestación a la que hace dos meses envié a mi hijo Robert. Ha facilitado mucho las cosas. Richard irá a un fabricante de automóviles, donde le enseñarán a desmontar y montar un motor, a sustituir piezas y ajustarlo de nuevo. También tiene solucionado el alojamiento mientras esté allí.

También ha hablado con otra empresa de combustibles, y les ha convencido de que, por su ubicación, el rancho es un lugar excelente para distribuir gasolina por la zona. Yo pongo el terreno y ellos lo montan todo.

Hemos preparado todo para que mañana salga Richard con la diligencia. Mientras tendré que hacerme cargo de la herrería y de los peones que cuidan del ganado que en estos años ha ido incrementándose mucho y ya está repartido por todo el rancho.

————————

Esta mañana hemos tenido visita. Estábamos en nuestro baño los cinco, jugando como niños y alborotando tanto que no hemos oído la llegada de otro vehículo de esos con motor.

Yo había mandado colocarse a Sara y Pauline recostadas boca abajo en el borde del baño y Melisa ante ellas con las piernas bien abiertas y el coño a la altura de sus bocas.

Una vez colocadas, he sacado mi polla, dura ya, y se la he metido a Sara por el culo mientras acariciaba el coño de Pauline y ella le comía el coño a Melinda. Después de un rato dándole, y conforme aumentaban sus gemidos, cambiaba de pareja, enculando a Pauline y acariciando a Sara y entonces era Sara la que se lo comía a Melinda. Cuando los gemidos de Pauline aumentaban, cambiaba a Sara. He seguido así hasta que Sara ha tenido un orgasmo que la ha hecho gritar:

-Amo, me corrooooo.

Las contracciones me han hecho correrme a mí también. La he puesto a mamarla hasta tenerla dura otra vez, y he continuado con Pauline. Mientras a Sara, colocada de nuevo en su sitio, le daba con la pala en el culo, como castigo por haberse corrido sin permiso.

-Amo, no aguanto más. Necesito correrme. –Me ha dicho al fin Pauline

-Yo también lo necesito ya. –Dijo Melinda.

Yo volvía a estar a punto.

-Podéis correros. –Les he dicho.

-Mmmmm. Aaahhh. Gracias, amo… -Decían mientras estallaban en sus orgasmos.

A su vez he aprovechado para descargar el resto en su culo.

Después de sacarla, me la han limpiado entre ambas y he salido del baño, para vestirme y dispuesto a irme para realizar las tareas del día.

Nada más girarme y empezar a salir del agua, me he encontrado de frente con una mujer bien arreglada debajo de un guardapolvo, con un coqueto sombrero en su cabeza y bastante bonita de cara, que miraba con los ojos muy abiertos, como si estuviera ida.

Hemos dejado la cortina que cubre la entrada al baño abierta y ella ha debido de ver bastante de lo que hacíamos.

-¿Quién es usted? –He dicho mientras tomaba una toalla y me cubría, no sin antes ver dónde tenía puesta la mirada.

-Disculpe. Soy Felicia Harris y vengo con mi doncella Ingrid. Vamos de paso y le ruego perdone la intromisión, pero he llamado a la puerta y como nadie respondía y se oían ruidos y voces, me he atrevido a entrar. Siento haberles interrumpido en una situación tan íntima.

-No se preocupe, no ha interrumpido nada, le he dicho mientras pasaba a mi habitación para vestirme. ¿Qué les trae por aquí?

-Voy a una boda que se celebrará mañana y hemos parado para ver si podíamos comer algo y lavarnos y asearnos un poco.

-Entonces están en el sitio adecuado. Siéntese mientras desengancho su caballo, lo cepillo y le pongo una buena ración de pienso en la caballeriza.

-Bueno, no he venido a caballo, ni en calesa, he venido en mi vehículo a motor.

-Entonces siéntese igualmente y que venga su doncella también. –Le he dicho mientras abría la puerta y le daba entrada.- Mis mujeres les atenderán hasta la hora de comer.

-Preferiría dar un paseo para estirar las piernas, si no le importa.

-En absoluto. Si quiere le enseño un poco esto.

Me ha acompañado y le he ido enseñando la herrería, los alojamientos, almacén, caballerizas y granero. Aquí me ha dicho:

-¿Puedo hacerle una pregunta personal?

-Si, por su puesto.

-¿Vive usted sólo con las tres mujeres?

-Ahora si, pero normalmente está mi hijo, que ahora lleva varios meses aprendiendo a reparar vehículos como el suyo.

-¿Y todos los días hacen eso?

-¿El qué?

-Lo que he visto que hacían en esa gran bañera.

-No, a veces lo hacemos en el río, otras en la cama, incluso aquí en la paja.

-¿Le molesta que las mujeres se le insinúen?

-No. En absoluto. ¿Qué prefiere? ¿El baño? ¿La cama?

-Primero aquí, luego ya lo pensaré.

-¿Tienes marido?

-No. Soy independiente. Dirijo un periódico de mi propiedad en el este, y en mi vida no cabe un hombre solo.

La he cogido entre mis brazos y la he besado, más bien ha sido un beso salvaje por parte de ambos, mientras la acercaba al montón de heno y nos íbamos desnudando.

Desnudos ya, me he dedicado a acariciar sus pezones, ya duros como piedras. He recorrido su cuerpo con una mano mientras con la otra la presionaba contra mí. Al pasar sobre su coño me he dado cuenta de que estaba empapado.

-Chúpamela. -Le he dicho.

-Yo no hago eso.

-SAS. –Le he dado una bofetada que la ha hecho caer al suelo.

La he tomado del pelo y la he puesto de rodillas, acercando su cara a mi polla.

-Chupa si no quieres que te muela a palos.

-Si, si, lo que ordenes.

No me he equivocado. Aunque acostumbrada a mandar, es una sumisa en potencia. He debido ser el primero que la ha hecho rendirse, porque no tenía mucha práctica y he tenido que corregirla.

-SAS. Ten cuidado con los dientes, puta, no quiero que me rocen por ningún lado.

-SAS. Métetela entera. Vaya mierda puta que estás hecha. No sabes ni chuparla.

-SAS. Lámela y ensalívala bien.

A todo ello, respondía:

-Si, perdóname mi torpeza. –Y volvía con renovado interés.

Cuando me la ha puesto bien dura, la he mandado colocar a cuatro patas y abrir bien las piernas. Me he puesto detrás y la he frotado por su raja.

-MMMMMMMMMMMM. SIIIIIIIIIII. Necesito que me la metas yaaa.

Eso he hecho, pues yo tenía también muchas ganas, y ha entrado como si hubiese sido en el agua.

-Aaaaaaaaahhhhhhhhh. Siiii. ¡Qué gusto!

-MMMMMMMM. Estás estrecha, puta. –Le he dicho.-Follas poco, ¿verdad?

-Ffffffff. Si, no tengo muchas oportunidades. Y nunca una polla como la tuya.

-¿Y cómo te consuelas? –Le he preguntado sin parar de moverme y presionando con mi pulgar en su ano.

-Con Ingrid. MMMMMMMMM. Ella me da placer cuando no tengo un hombre.

-Tampoco te la han metido por el culo ¿verdad? Mi pulgar se encontraba dentro ya.

-No, nunca me he prestado a esas prácticas.

-Si sigues aquí esta tarde, te la meteré yo.

-No, no quiero. Siempre he tenido miedo a que me hagan daño. Y con tu polla, más. Pero me estás dando un morbo tremendo.

-No te preocupes, no te hará daño, o al menos muy poco.

He movido mi dedo por el interior de su culo, sin dejar de machacar el coño. Se ha puesto a berrear de gusto.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGG. SIIIIIIIIII. MMMMMMMMMMMM.

-Me viene, no pares. Maaasss. Siiiiiii.

Su corrida ha sido bestial. Debía terne muchas ganas.

Ha caído sobre el heno, pero la he cogido del pelo, se la he metido en la boca y se la he follado hasta correrme yo.

-Trágatelo todo, puta. –Le he dicho metiéndosela hasta la garganta y soltando mi leche directamente a su estómago.

Ha tosido y le han dado náuseas, pero cuando se ha recuperado ha dicho:

-Nunca había follado así. Ha sido el mejor orgasmo de mi vida.

Me he fijado en su cuerpo. Algo delgada para mi gusto y con poco culo, tetas bien, aunque con tendencia a caer ya. Se conserva bien, aparentando unos treinta años, aunque debe de tener algunos más.

Todavía a medio vestir, la he cogido del brazo y hemos vuelto a la casa. La sirvienta, al verla medio desnuda, con el pelo revuelto, lleno de briznas y conmigo tirando de su brazo, ha saltado de la silla diciendo:

-¿Qué le ha ocurrido, señora? ¿Le ha hecho algo este hombre?

-Si, me la he follado. Y ahora le vamos a preparar el culo. ¡Melinda, prepara el culo de esta puta, que me lo quiero follar esta tarde! –Le he dicho mientras la llevaba al baño.

Melinda ha ido inmediatamente tras de mí se está encargando de dilatarlo mientras espero.

Tengo la polla dura otra vez. No sé si podré esperar.

—————————

Esta tarde ha sido buena. Melinda ha preparado a Felicia, poniéndole el dilatador de madera. Ha comido desnuda, con él puesto y la vista baja. Ingrid la miraba y nos miraba a todos sin entender bien qué pasaba.

Después de comer les he dicho:

-No quiero que se toque ella ni que se corra. Vosotras podéis tocarla, chuparla o lo que queráis, pero si alguna la hace correrse, la azotaré hasta dejarla sin piel. A no ser que quieran marcharse, en cuyo caso deberéis mantener la orden hasta que se vayan, sin impedírselo.

Después me he ido a realizar los trabajos del rancho que tenía pendientes.

Cuando he vuelto, ya había anochecido. Lo primero que he observado ha sido que el vehículo no había sido movido.

Al entrar en la casa, lo primero que he notado ha sido el fuerte olor a sexo, que ni siquiera el de la cena podía disimular. Me he acercado a Felicia, acariciando sus pechos y presionando sus pezones entre mis dedos.

-¿Y qué tal ha pasado la tarde mi putita?

-Señor, no puedo más. Necesito correrme.

-No te preocupes, que todo llegará. Primero cenar, luego disfrutar. Y mis mujeres ¿qué tal están?

-Estamos todas muy excitadas, amo. –Ha dicho Sara. –Estar toda la tarde excitándola a ella nos ha excitado también a nosotras.

Después de la cena y recogerlo todo, he mandado sentar a Felicia en el borde de la mesa y acostarse sobre ella. Le he dicho a Melinda que se colocase encima de ella para comerse el coño mutuamente y Sara y Pauline que le levantaran una pierna cada una, manteniéndola en alto mientras le acariciaban los pechos.

-Señor. ¿Puedo participar yo? –Ha dicho Ingrid.

-Si lo deseas, claro que si.

-Pero, por favor, señor, no me penetre. Soy virgen y quiero llegar así a mi matrimonio.

-¿De culo también?

-Si, señor.

-Está bien. Sustituye a Melinda y tu Melinda ve comiéndoles el coño a Sara y Pauline.

Una vez colocadas todas le he dicho a Ingrid.

-Dale solamente pequeños toques con la lengua en el coño. Evita el clítoris y le metes un par de dedos de vez en cuando.

Las he dejado unos minutos para que se fuesen excitando, mientras me untaba la polla con manteca, le he quitado el tapón del culo y se la he ido metiendo poco a poco. La he oído gemir, a pesar de tener ocupada la boca con su doncella.

-MMMMMMMMM

Cuando he empezado a moverme, ha empezado a gritar de gusto y he visto que se iba a correr de un momento a otro. He mandado a Ingrid que se retirara y pasase a comerle el coño a Pauline, para que Melinda se lo hiciera a Sara.

Yo he seguido con mis movimientos.

Entraba hasta el fondo

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH.

-Y se la sacaba y presionaba con mi dedo en su clítoris.

-MMMMMMMMMMMMMMMMM

Volvía a entrar

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH.

Y salir.

-MMMMMMMMMMMMMMMMM

Después de un buen rato con este juego he ido acelerando mis movimientos, ha empezado a pedirme más.

-Siiiii. Más fuerte. Siiii. Maaasss.

Yo, que también estaba apunto, le he hecho caso y he empezado a darle duro, mientras le metía dos dedos en su coño y frotaba el clítoris con el pulgar.

-AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGG. SIIII. ME CORROOOOO.

Su orgasmo ha sido tan fuerte que se ha orinado y lo ha puesto todo perdido. Yo he descargado todo en su recto y me he ido a bañarme, después de decirles que limpiasen todo al terminar.

Mientras escribo esto, sentado en mi cama, las cinco mujeres siguen con su entretenimiento.

———————————–

Hoy se han marchado Felicia e Ingrid, después de tres días con nosotros. Espero que no fuera ninguna de ellas la novia, porque llegan dos días tarde. No hemos dejado de darles follarla y darles placer a ambas durante este tiempo.

Antes de irse, Ingrid ha querido probar lo que se siente cuando se la meten por el culo y le hemos dado una sesión similar a la de Felicia.

Se han ido tan agotadas que hemos tenido que ayudarlas a subir a su vehículo

————————————-

Hoy ha llegado mi hijo Richard, dice que ha aprendido mucho sobre motores y automóviles, que es como llaman a esos cacharros ruidosos.

También han llegado dos cartas, una de la empresa de combustibles, avisando de que van a empezar la instalación en los próximos días y la otra de mi hija Hanna, anunciándonos que se casa con un muchacho que es senador y que quiere que vayamos para la petición de mano y la boda.

Hemos decidido ir Melinda, Pauline y yo, quedando al cargo de todo Richard y Sara. Creo que será cosa de un mes.

————————————-

Ya hemos vuelto de la boda de mi hija, no hemos reparado en gastos. Estaba preciosa, tan bonita que todo el mundo se ha quedado embobado. Al final, han sido tres meses, entre el tiempo que hemos estado con ella y con Robert. Las ciudades son lugares horribles para vivir. Mañana saldré a dar una vuelta a caballo por el campo para recuperar mi tranquilidad.

Lo primero que hemos hecho nada más llegar ha sido ir los cinco a la habitación para follar y ser folladas por todos los agujeros. En la ciudad no hemos podido hacer casi nada al tener que guardar las apariencias. Las mujeres en una habitación y yo en otra.

Al entrar, Sara me ha echado los brazos al cuello y nos hemos besado con pasión. La he abrazado contra mi cuerpo que ha reaccionado al sentirla con una erección instantánea.

Al sentirla, me ha sacado la camisa mientras tiraba de mí hacia la cama, soltándome solamente para sacarse su vestido y quedar desnuda. Yo he terminado de desnudarme y hemos caído sobre la cama besándonos, con mi polla pegada a su coño.

Las demás, al vernos, nos han seguido a la carrera desnudándose por el camino. Richard, que entraba con las maletas, las ha dejado en la puerta y nos ha seguido a toda prisa.

Sara ha empezado a mover su cuerpo para rozar su coño contra mi polla. Yo le acariciaba un pecho mientras la dejaba hacer sin parar de besarnos.

Cuando he notado mis huevos mojados, he empezado a ser yo el que frotara mi polla contra su coño.

-MMMMMMMMMMMM. –Ha empezado a gemir.

-¿Tienes ganas? –Le he preguntado, sabedor de que eran muchas.

-Oh. Siii. Penétrame ya, por favor.

Yo se la he metido y le he dado unos vaivenes para mojarla bien.

-Siiii. ¡Qué gusto!

He cogido una de las almohadas y se la he metido bajo los riñones para levantar su culo, se la he sacado del coño y directamente se la he metido poco a poco por el culo.

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH.- -Ha gritado, mezcla de dolor y placer.

He visto que al lado estaba Richard boca arriba sobre la cama, con Melinda empalada y Pauline con una pierna a cada lado de su cabeza y el coño en su boca. Ambas gimiendo de placer.

-MMMMMMMMMM. ¡Cómo me llena! – Melinda.

-Siiiiii MMMMMMM. ¡Qué lengua! –Pauline.

Yo he empezado a moverme, sujetándola con dos dedos en su coño y el pulgar en el clítoris.

-MMMMMMMMMM. ¡Gracias amo!

-Siiiiiiiiiiiiiiii. ¡No se detenga, amo!

-OOOOOOOOOHHHH. ¡Qué gusto, amo!

He visto cómo Melinda empezaba a botar más deprisa.

-Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah.

-Siiiiiiiiiiiiiiii. Me corroooooo. Ah, ah, ah, ah.

Se ha tumbado al lado y Pauline ha aprovechado para moverse y clavarse ella en la polla.

Los gritos de Melinda han debido provocar el orgasmo de Sara, porque ha su orgasmo ha sido casi simultáneo.

-Amo, me corroooo. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHhhhhhh.

Yo no he parado y tampoco a ella le ha bajado la calentura, gimiendo sin parar y pidiendo más.

Cuando ha tenido su segundo orgasmo yo ya no podía más y me he corrido en su culo.

Richard también se ha corrido, seguida por Pauline.

Aún hemos estado un buen rato, intercambiando parejas y posiciones, hasta que cerca del anochecer lo hemos dejado para comer algo, ya que hemos llegado antes de la comida y no hemos probado bocado en todo el día.

—————————-

Hoy me siento un poco mejor y me atrevo a escribir algo. Hace unos días, después de venir de viaje, salí a dar una vuelta con el caballo. Una serpiente lo asustó en un sendero estrecho y caímos por un terraplén, quedando con el animal encima de mí.

Debo llevar la columna rota y varias costillas. Toso sangre y se que debo llevar algún pulmón perforado. Creo que me queda poco de vida.

He pedido a mis mujeres y Richard que follen a mi lado para verlos. Sara está chupando y meneando mi polla. ¡Ilusa! Le he dicho un montón de veces que no siento nada, pero ella no ceja en el empeño.

A mi lado, los culos y coños de Pauline y Melinda, puestas a cuatro patas, totalmente mojados y abiertos, deleitan mi vista. La enorme polla de Richard entra y sale del coño de Melinda en este momento, aunque cambia cada poco rato.

Me siento peor.

¿Quién me iba a decir a mi que terminaría mi vida como la empecé? De voyeur.

No me apena morir. He vivido mucho y muy intensamente. Solamente lo siento por los que quedan aquí. No quiero que sufran por mi.

Le he dicho a Sara, una ez más, qu-

Gracias a todos por sus valoraciones y comentarios. Si prefieren en privado amorboso@hotmail.com

 

Relato erótico: Entresijos de una guerra 5 (POR HELENA)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2A tan sólo tres días para el regreso de Herman a casa, yo todavía continuaba con aquella sensación de no pertenecer al mundo que me sabrina-rose-desire-digital-9437_4_bigrodeaba. Todavía sentía unas enormes ganas de salir corriendo de aquel lugar hasta que un calambre me obligase a detenerme. Barajé la posibilidad de marcharme sin darle ningún tipo de explicaciones a nadie, ni a los Scholz, ni a mis superiores. Pero ya sabía lo que pasaría si lo hacía y seguramente no alcanzaría un lugar seguro antes de que se diesen cuenta de que había desertado.

Sin embargo, necesitaba un descanso. Y desafiando toda la cadena de mando y autoridades que dirigían mi vida desde una cómoda silla de piel hasta el punto de decirme con quién debía casarme, decidí “matar a mi padre” y tomarme ese descanso.
Cuando la señora Scholz llegó aquella tarde después de una fugaz visita a Berlín para trasladar parte del mobiliario por miedo a que los bombardeos alcanzasen su propiedad, me acerqué a ella y reuniendo toda la tensión que me aplastaba – que no era poca – le expliqué entre lágrimas que me habían llamado para comunicarme que mi padre había fallecido. En una casa con al menos una docena de personas dedicadas exclusivamente al trabajo del hogar, nadie estaría pendiente de que llamasen a la institutriz, así que si preguntaba si de verdad me habían llamado, no le extrañaría nada que al menos la mitad no supiese decir si yo había hablado por teléfono o no. Aunque seguramente no lo haría.
Se limitó a darme el pésame y a decirme que podía ausentarme durante una semana. Incluso se alegró cuando le dije que sólo serían cinco días. No podía estar fuera tanto tiempo o no podría entregar puntualmente el informe de la semana. Y de todos modos, sólo necesitaba el tiempo que tardase Herman en volver a Francia. Si quería ser sincera, el hecho de que mis vacaciones sirviesen para postergar mi encuentro con el Teniente Scholz, también me empujaba inevitablemente a desearlas de un modo tan desesperado como para tomármelas por mi cuenta.
La viuda entendió que me fuese aquella misma tarde, así que después de agradecerle su comprensión y el detalle de poner un chófer a mi servicio para llevarme a Berlín y recogerme a mi vuelta tan pronto como telefonease para informar de mi llegada, cogí mi maleta y el dinero que había ganado dándole clases a Berta durante todos aquellos meses, y salí hacia la capital alemana. Pasé la noche allí – en una pensión de la ciudad – y a la mañana siguiente fui a la estación de ferrocarril. Tras debatirme entre los posibles destinos, me decanté por Leipzig. Y lo hice porque la poca variedad de horarios que permitían los contratiempos propios de un país en guerra me obligaba a esperar bastante más tiempo si quería ir a otro lugar. Compré el billete y me subí al tren, pero finalmente decidí no seguir hasta la ciudad y me bajé en un pequeño pueblo a poco más de medio camino. Busqué un lugar en el que quedarme y escogí una pequeña casa de huéspedes administrada por una familia del lugar.
Fueron unos días tranquilos. Al contrario que sus noches, en las que inevitablemente, la idea de que la fácil misión que me habían encomendado se había retorcido y estrechado como una culebra alrededor de un ratón, me embargaba hasta provocarme justo esa sensación; la de que alguien me estaba apretando hasta conseguir romperme los huesos y no dejarme respirar.
Durante mi última noche en aquel pueblo que vivía pendiente de lo que pasaba más allá de sus reducidas fronteras, estudié de nuevo mi contrato. Me negaba a creer que la información a la que tendría acceso si me convertía en la nueva señora Scholz valiese de verdad aquella suma. Sin duda, era una razón por la que en otra situación hubiese aceptado. Sí, hubiese firmado sin reparo alguno aquella hoja si pudiese ver a Herman como lo que era, pero no cuando mi sensatez se difuminaba en mis sentimientos y a cómputo general, podía confundirme como el más elaborado espejismo. No era tonto, eso era algo de lo que yo partía inequívocamente. Así que esa virtud suya se convertía en una gran desventaja para mí, que era incapaz de hacer prevalecer la razón cuando le tenía cerca.
Me dormí entre confusión, siguiendo la tónica general de mi vida. Que había alcanzado un límite a partir del cual tenía la vaga sensación de poder soportarlo todo porque mi cuerpo y mi mente ya estaban saturados. Era estresante e incómodo a partes iguales tener que vivir así, sin embargo tomé el tren de vuelta con una sorprendente tranquilidad. Pero sólo me acompañó hasta Berlín, luego, mi compañera de viaje pareció tomar un camino distinto al mío y me abandonó en algún momento mientras caminaba hacia un teléfono para pedir aquel coche que me llevaría de vuelta a la casa Scholz.
Esperé pacientemente en un café ubicado al lado mismo de la estación. Uno de los pocos que por su situación lograba mantener todavía un buen número de clientes. Si la gente no tuviese que esperar para ir de un sitio a otro, estaría tan desierto como los demás. Las apacibles tardes de café se habían extinguido para los berlineses a pesar de que su ánimo crecía cada vez que los ataques sobre la ciudad dejaban un recuento de daños ridículo comparados con los que ellos causaban al “terrible enemigo”.
Mi coche no tardó en llegar, me subí y tras saludar vagamente al conductor de la familia, me dediqué a recapitular. Mis vacaciones no me habían servido en absoluto para dar con una senda sobre la que encauzar mi vida, pero al menos me habían valido para no cruzarme con Herman y evitar que él lo confundiese todo más de lo que ya estaba. Incluso llegué a sentirme casi animada por mi pequeño gran logro. Casi. Hasta que nuestro apuesto Teniente salió a recibirme a la entrada de casa cuando llegamos. Mis músculos se quedaron petrificados al lado del coche cuando sus brazos me rodearon en un cariñoso abrazo que me causó estragos emocionales. Quería llorar, y hubiese quedado de maravilla puesto que regresaba después de perder a mi padre, pero quería hacerlo porque él no tenía que estar allí, y sin embargo, lo estaba.
-¿Cómo te encuentras? – Me preguntó con suma emotividad.
-Mal. ¿Qué haces aquí? – Quise saber mientras le obligaba a sacarme las manos de encima por miedo a que alguien más que un chófer que ya procuraba mirar hacia otro lugar viese aquello.
Antes de contestarme recogió mi maleta y luego me invitó a entrar en casa con un suave gesto.
-He pedido que me adelantasen el traslado un par de semanas para no tener que volver a Francia. Aceptaron justo un día antes de que viniese – asentí con un vago sonido mientras caminábamos hacia mi dormitorio -. Mi madre me contó lo de tu padre cuando llegué, si me hubieses esperado te habría acompañado en representación de la familia.
-Gracias, pero no era necesario. Sólo fue un sencillo acto de despedida.
-Ya, pero me hubiese gustado apoyarte. Tú estuviste ahí en todo momento cuando murió mi padre – sus palabras me obligaron a dibujar una sarcástica sonrisa que escondí de su vista fingiendo mirar hacia otro lugar.
“…En todo momento cuando murió el Coronel…” no tenía ni idea de lo acertado que estaba.
-No te preocupes, he estado con mi hermano y mi cuñada.
Me pasó un brazo alrededor de los hombros cuando terminamos de subir las escaleras y me dio un beso en la sien sin que yo hiciese nada por impedirlo. No tenía fuerzas para rebatir ese comportamiento.
-Vine a tu habitación pero la cerraste con llave… – me comentó con curiosidad a pocos metros de la puerta como si no fuese lo normal dejar las intimidades a buen recaudo. Sobre todo si entre tus intimidades figuran una cámara fotográfica de sospechoso tamaño, una pistola y una docena de objetos que podrían ser armas potenciales.
-¿Y para qué viniste? – Le exigí con la misma curiosidad intentando no mostrar desconfianza.
-Porque esperaba que guardases algún número de teléfono o alguna dirección que me sirviese para poder dar contigo.
Suspiré mientras abría la puerta y opté por no decir nada. Herman me acompañó para dejar mi maleta sobre la cama y luego me examinó con aquellos inquietantes ojos azules a los que no se les podía negar nada.
-Bueno, será mejor que descanses antes de la cena, ¿de acuerdo? – Asentí mientras volvía a abrazarme y dejé que mi cuerpo se relajase en contacto con el suyo. Rindiéndome ante la aplastante obviedad de que resistirme estaba ya lejos de mis posibilidades – ¿quieres que me quede? – Negué sin pensarlo, como si se tratase de un ejercicio de disciplina -. Está bien, si necesitas compañía ya sabes dónde encontrarme – concluyó frotándome la espalda y dejando un leve beso sobre mi mejilla antes de retirarse.
Las siguientes semanas fueron extrañas. Herman seguía con sus habituales muestras de afecto entre sus idas y venidas a Oranienburg – donde ahora desempeñaba su nuevo trabajo -. Pero parecía haberme concedido una tregua a raíz de mi pobre estado de ánimo. Causado por la anómala situación de mi vida y por el hecho de cavilar sin rumbo sobre todo en general sin llegar nunca a ninguna determinación en concreto, e interpretado por él como el duelo que yo mostraba por la reciente pérdida de mi padre.
Debería haber aprovechado aquel tiempo para decidir lo que iba a hacer. Pero dejarlo para otro momento siempre se me antojaba una opción demasiado atractiva ante la imposibilidad de verme capaz de tomar una decisión y seguirla firmemente.
Sin-t-C3-ADtulo30
Las cosas siguieron así hasta casi mediados de diciembre, cuando una visita rompió la rutina diaria de la residencia Scholz. Anna Gersten era la invitada y se quedaría un par de días con la familia porque estaba de camino a Müritz y deseaba fervientemente compartir un tiempo con nosotros –al menos, eso era lo que decía su carta -. Supuse por la alegría de la señora Scholz y el hastío de Herman cuando se conoció la noticia, que era una de esas señoras envueltas en pieles y coronada de joyas con las que tanto le gustaba charlar a la viuda de la casa. Pero dos días más tarde, Anna Gersten me abofeteó la cara con su perfecta imagen de joven de buena familia.
Y no sólo con eso. La señorita Gersten llegó mientras yo me hallaba en el salón, sentada al pie de la chimenea ayudando a Berta con un puzzle en el que una vez ordenado, tenía que verse un paisaje. Miré por la ventana cuando la señora llamó a Herman a través de las escaleras para que bajase a recibirla con ella y mis ojos captaron el preciso instante en el que la rubísima mujer con pinta de adentrarse poco más allá de la veintena se colgaba fervientemente del cuello del Teniente Scholz.
-¿Conoces a Anna Gersten? – Le pregunté a Berta mientras regresaba a mi sitio con un leve retortijón.
-Sí. Claro que sí. Es idiota – me informó sin que yo se lo hubiese pedido.
-¿De qué la conoce tu familia? – Indagué con mucho tacto.
-Nuestras madres son amigas desde niñas. Vivían antes en el pueblo y era la novia de Herman hasta que se fue a Dresden con sus padres.
El retortijón de mi estómago creció hasta convertirse en una bola que parecía querer romperme el tronco desde dentro.
-¿Es muy idiota?
No sabía exactamente por qué la niña le atribuía ese adjetivo. Podía ser que lo fuese de verdad o que simplemente no le cayese bien por algo en especial.
-De los pies a la cabeza, señorita Kaestner – me reiteró mientras se levantaba -. Si usted se queja de mí, intente enseñarle a ella la tabla del uno.
-¿A dónde vas? – Le pregunté extrañada.
-A mi habitación. No quiero que me deje sus labios en la cara, siempre los lleva pintados de un rojo asqueroso que no se borra con nada – dijo sin detenerse.
Recogí el puzzle mientras intentaba no exagerar las cosas. Sólo estaría un par de días. Era un tiempo demasiado corto como para temer aquello que no quería reconocer que temía. Además, a Herman no le agradaba demasiado su visita y no había correspondido con demasiado ímpetu el fogoso saludo de la joven.
-¿Dónde está Berta, señorita Kaestner? – Me preguntó la voz de la señora Scholz.
Al levantar la mirada me encontré con ella y con Herman escoltando a la invitada. Berta tenía razón respecto al carmín, al Teniente se le podía divisar una mejilla más roja que la otra desde kilómetros de distancia. Pero era demasiado guapa. De esas mujeres que parecen no dedicarse a otra cosa que a ser guapas, a decir verdad.
-En su habitación – contesté escuetamente.
La viuda salió bufando hacia las escaleras mientras que el Teniente Scholz invitó educadamente a la señorita Gersten a que tomase asiento al mismo tiempo que seguía frotándose disimuladamente la mejilla. Ralenticé mi labor para escuchar un retal de su conversación. O más bien, del monólogo de Anna, porque Herman sólo se dedicaba a asentir una y otra vez. Incluso cuando le dijo que seguía tan guapo como siempre. Y eso descubrió su cómoda posición de; “estoy en otro lugar mientras me hablas” porque nadie en su sano juicio asiente cuando se le dice algo así. No obstante, a ella pareció no molestarle en absoluto y yo notaba cómo el germen de la envidia crecía imparable por mis adentros, consumiendo cada célula de mi cuerpo hasta llegar al cerebro. Y entonces, reconocí en mi fuero interno que odiaba a Anna Gersten, justo al mismo tiempo que Herman me llamaba para presentármela.
 

Me pidieron que les acompañarles en aquella interesante conversación pero decliné la oferta y me retiré en vista de que el monólogo de la invitada parecía girar en torno a anécdotas de la infancia de ambos, y yo no tenía nada que pudiese añadir al respecto. Mientras me dirigía a mi habitación pude escuchar la acalorada discusión que mantenía Berta con su madre porque la niña se negaba a bajar. Pude haberle echado una mano a la señora Scholz, después de todo, la educación de Berta era mi trabajo. Pero era la primera vez que estaba de acuerdo con ella y consideré que un acto de rebeldía de vez en cuando también le serviría para no dejar que la pisoteasen en el arduo sendero de la vida.

El par de días que Anna Gersten estuvo en casa fueron una especie de castigo divino por negarme a reconocer lo evidente y para obligarme a admitir que Herman jamás me sería indiferente. La invitada resultó no ser tan idiota, aunque sí tenía detalles que rebasaban la frontera del sentido común. De cualquier forma, mi opinión sería desestimada en un juicio objetivo porque ella siempre estaba con Herman. A todas horas, desde que éste llegaba a casa hasta que se iba a cama. Incluso se levantaba para desayunar con él y cuando se iba, volvía a su dormitorio. Y eso no sólo me molestaba, también me aniquilaba y me condenaba a desear arrastrarla escaleras abajo agarrando su rubia cabellera ondulada.
Pero un par de días es sólo un par de días, e inevitablemente llegó la esperada tarde en la que se iba. Opté por no quedarme para ver aquella despedida que seguramente le procuraría al Teniente unos labios rojos grabados a fuego sobre su mejilla y me vestí para salir a dar una vuelta a caballo – algo que no hacía prácticamente desde que “mi padre había muerto” -. Estuve a punto de dar media vuelta cuando me encontré a Anna en las puertas de las caballerizas sin ninguna ocupación aparente más que la de dar cuenta de un cigarrillo, pero seguí andando con curiosidad al antojárseme aquél un sitio demasiado rebuscado como para ir a hacer solamente eso.
-Erika, ¿va a entrar ahí? – Me preguntó esperanzada desatendiendo un montoncito de nieve que estaba juntando con sus zapatos de tacón. Asentí extrañada -. ¡Qué bien! ¿Podría decirle a Herman que salga?
-Sí pero, ¿por qué no lo hace usted?
-Oh, es que me voy a ir en breve y no quisiera oler a caballo en el coche.
Intenté no mostrar mi asombro ante aquella respuesta y accedí a lo que me pedía atravesando el umbral que separaba un mundo de olores para Anna Gersten. Lo primero que hice fue buscar un mozo de cuadra para encargarle que me ensillase el caballo y después me dispuse a cumplir con mi recado mientras pensaba que Herman también “olería a caballo” y seguro que no le importaba lo más mínimo abrazarle bien fuerte.
-Herman, ¿puedes salir afuera un momento? – Le pregunté cuando le encontré. Estaba con el veterinario en la cuadra de una yegua que había dado a luz la semana pasada.
-Claro – contestó con amabilidad mientras salía al pasillo central – ¿qué tal todo? No he tenido mucho tiempo estos días y no hemos hablado nada.
-Ya me he dado cuenta – admití con aire de indiferencia para salvaguardar mi orgullo mientras caminaba hacia la cuadra de Bisendorff.
-Bueno, ¿qué querías? – Inquirió con una tenue sonrisa.
-Nada. Te he pedido que salieses afuera porque Anna está esperándote en la puerta, no quiere entrar por si luego huele a caballo y me ha pedido que te avisase.
-Creí que ya se habría ido… – reflexionó un poco descolocado.
-No creo que se vaya sin despedirse de ti después del perfecto anfitrión que has sido – solté mientras me subía al caballo.
Juraría que lo dije con la naturalidad más pura. Sin embargo Herman ahogó una risa mientras caminaba hacia la puerta.
-¿Puedes esperarme? Yo también iba a salir a dar un paseo – me pidió casi llegando al final del pasillo.
Asentí de buena gana, pero apenas un par de segundos después ya estaba arrepintiéndome y al final salí por la puerta que daba al campo sin esperar a Herman. Me sentí estúpida mientras cabalgaba entre la nieve. Que le quería resultaba tan trivial como mirar aquella extensión blanca y deducir que era invierno. Sin embargo, admitirlo abiertamente como él me había propuesto, suponía dar un paso más hacia aquella misión que no quería aceptar.
 
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Si aquella mierda de conflicto bélico no existiese y las cosas entre nosotros hubiesen surgido de la misma manera, pero siendo yo una simple institutriz y él un militar de un país en tiempos de paz, me casaría con él sin dudarlo. A cambio de nada, sólo de estar con él. Pero ahí estaba esa guerra complicándolo todo. Haciendo de él un hombre sin escrúpulos y de mí una espía que tenía que engañarle y mentirle a todas horas, y a la que sólo le importaba el dinero que obtendría por cumplir su cometido.

Regresé a casa cuando me di cuenta de que no iba a llegar a ninguna conclusión a la que no hubiese llegado con anterioridad y no vi a Herman hasta la hora de la cena. Parecía estar de buen humor pese a haberme ido sin él. No hizo referencia alguna al detalle y hasta se ocupó de que Berta se terminase la cena antes de irse a cama después de un largo día. Así que yo simplemente me limité a cenar, a seguir la conversación y a levantarme de la mesa cuando lo hizo todo el mundo.
-¡Erika! – Me llamó su voz a pocos pasos de la puerta de mi dormitorio. Fruncí el ceño cuando le vi acercarse, parecía que acabase de subir las escaleras de dos en dos – ¿pasarás las Navidades con nosotros?
-Sí. Supongo que sí, ya te he dicho que mi hermano y mi cuñada se han ido a Norteamérica, nadie me está esperando en casa. Esperaba que tu madre me lo preguntase… – contesté extrañada por el sprint que se había marcado sólo para preguntarme algo que podía haberme preguntado durante la cena.
-Bueno, me ha pedido que lo haga yo – asentí por cortesía mientras abría la puerta y me quedé apoyada en el marco mirándole fijamente a la espera de algo más, porque no mostraba intención de irse – ¿un cigarrillo?
Resoplé braceando al aire en un desdeñoso gesto mientras entraba en la habitación dejando la puerta abierta para él. Entró riéndose y cerró tras de sí.
-Erika, créeme, no es lo que estás pensando… es que no me queda tabaco… – se disculpó entre risas.
-¡Encima! – Protesté intentando no reírme para no restar dramatismo a mi réplica. Pero mi voluntad me falló justo cuando le lancé la cajetilla de tabaco que tenía sobre la mesilla auxiliar.
-Mañana te lo devolveré, te lo prometo – dijo convencido mientras sacaba un pitillo y lo sostenía entre sus labios para devolver la cajetilla a su lugar -. ¡Bueno, cuéntame! Hoy por la tarde quería hablar contigo para saber qué tal estabas y esas cosas, pero te fuiste sin mí – dijo remarcando esa última frase de una forma que hizo que me riese.
-No creo que te molestase, te dejé en buena compañía… – me excusé vagamente mientras encendía un cigarrillo para mí.
-No, al principio no me molestó porque di por hecho que te cogería si salía rápido. Pero cuando regresé a las cuadras sin tener rastro de ti estuve a punto de decirle a Frank que a partir de ahora sólo montarías el poni de Berta, no llegarás muy lejos con él… – su fingido tono de amenaza me causó una carcajada.
-Lo siento, pero tardaste tanto que decidí irme…
-Discrepo en eso, pero no voy a rebatirlo, no tengo ganas – manifestó mientras daba una calada y se tumbaba en cama tras descalzarse -. Bueno, ¿y qué tal llevas lo de tu padre? ¿Estás mejor?
-Sí. No es que le haya visto mucho durante estos últimos años, pero era mi padre… – dije mientras observaba la total confianza con la que se apropiaba de mi lecho. Casi la misma con la que se había adueñado de mí.
-Cierto, ¡hasta yo lloré la pérdida del mío! – Ese extraño tono de auténtica indiferencia me dejó descolocada. Al Coronel siempre se le iluminaban cuando hablaba de Herman. Y él… bueno, a él no había más que verle cumplir con ese sino para el que su padre le había educado -. No quiero que me malinterpretes, para mí fue un padre estupendo. Pero como persona, admito que dejaba mucho que desear…
-¿Por qué? – La respuesta a mi pregunta era evidente pero me intrigaba sobremanera qué le hacía a él pensar de aquel modo.
-¡Bah! No me hagas demasiado caso… es que ahora me encuentro sumido en una crisis afectiva hacia mi difunto padre – me acerqué a la cama mirándole con curiosidad y apagué el cigarrillo en el cenicero de la mesilla de noche. Iba a preguntarle el motivo de esa crisis afectiva mientras me sentaba al borde del colchón pero él interpretó mis gestos y me contestó por adelantado -. No me gusta mi nuevo trabajo. Creo que ya te dije que no me iba a gustar, ¿verdad? Bien, pues es lo peor a lo que podían destinarme. En París estaba de maravilla comparado con esto. Rellenaba informes acerca de la situación de los distintos distritos de la ciudad, llevaba papeles de un órgano a otro, organizaba las tropas de guardia o de intervención… y he metido la pata hasta el fondo al pedir el traslado, ¡la he metido muy bien!
 

-¿Qué haces? – Pregunté casi con miedo al recordar aquellas fotografías de barracones en medio de una zona de campo completamente cercada.

-Todavía me dedico a ir de aquí para allá con el Comandante para que ver cómo funciona todo ese entramado de campos de prisioneros… – me contó mientras mantenía la mirada perdida en algún punto de techo – creo que me asignarán el subcampo que fabrica armamento después de las Navidades. Pero ahora no quiero hablar de eso. Prefiero olvidarme en cuanto salgo de allí…
-¿No puedes volver a Francia? – Quise saber. Mi pregunta le arrancó una mueca de preocupación.
-No, ahora no puedo dar marcha atrás. Es complicado. El General Berg me ha procurado este puesto porque, al parecer, mi padre estaba muy interesado en que lo consiguiese. Así que me ha concedido un trato de favor a la hora de dármelo y se supone que tengo que estar contento, porque es un puesto sin riesgo, con muchos “grados de libertad” y bien remunerado. Una ganga que no me gusta una mierda. Pero es que encima está el favor que Berg me ha hecho con Furhmann… ¡estoy vendido, Erika!
Le miré con cierta compasión cuando mencionó lo de Furhmann, pensando que técnicamente yo no le había pedido nada, pero indirectamente, el favor que debía por lo de aquel impresentable era gracias a mí. Así que terminé acariciando cariñosamente el dorso de la mano que tenía apoyada sobre su abdomen.
-¿Puedo dormir contigo esta noche? – Me preguntó con una tenue sonrisa mientras cogía mi mano entre las suyas.
-¡Herman! – Exclamé en tono de protesta por su pregunta. No estaba molesta, me hizo gracia su tierna espontaneidad – ya eres mayorcito para andar buscando con quien dormir como si tuvieses miedo – añadí conteniendo la risa.
 
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-No tengo miedo, pero mi edad es idónea para andar buscando con quien dormir – me contestó divertido mientras tiraba de mi brazo hasta hacerme recostar a su lado. Podía haberme levantado o buscar alguna forma de resistirme pero no quise hacerlo. Preferí dejarme arrastrar y recostarme a su lado, dejando que él me abrazase como si fuese normal que lo hiciese, pero dándole la espalda como única medida preventiva. Una que era del todo inservible cuando había accedido a recostarme, pero que quizás me permitiese pensar con claridad en caso de que lo necesitase – estoy en edad casadera, ¿no estarás interesada en dormir conmigo el resto de mi vida?

-No – contesté alegremente a la vez que pensaba que a mí ya se me había olvidado eso de pensar con claridad cuando se trataba de Herman Scholz.
-Me lo tomaré como un “probablemente sí” – tergiversó de una graciosa manera mientras me estrechaba entre sus brazos y comenzaba a besarme por debajo del lóbulo de mi oreja haciendo que mi cuello se crispase agradablemente al sentir el calor que exhalaban sus labios.
Le dejé hacer, poniendo a su plena disposición cada parte que sus cariñosos besos reclamaban. Su cuerpo se arrimó todavía más al mío, dejándome percibir algo duro a la altura de nuestras caderas al mismo tiempo que una pionera mano tiraba de mi blusa para colarse por debajo de ella y mientras el aire de su respiración seguía acariciándome allá por donde su boca se deslizaba, acercándose a la mía. Achaqué aquella superficie rígida que me rozaba las nalgas a lo primero que se le ocurriría a cualquiera que estuviese en una situación similar, pero de pronto, reparé en su perfecta forma geométrica.
-Herman Scholz… ¡¿tienes una cajetilla de tabaco en el bolsillo del pantalón?! – Pregunté como si acabase de descubrirle en algo mucho peor.
-No, mujer… ya te he dicho que no tengo tabaco. Es que me “alegro” de verte… – me contestó con naturalidad y elocuencia mientras se reía sobre mi mejilla.

Pude protestar, o por lo menos hacerme un poco la ofendida. Sin embargo, para mí estaba tan claro que aunque retrasase lo que iba a suceder, acabaría sucediendo – y en parte porque yo lo quería tanto como él -, que lo único que hice fue deslizar la mano dentro de su bolsillo y sacar la cajetilla para dejar claro que sabía distinguir un cilindro en alza de un rectángulo sólido, mientras que él parecía no poder controlar su risa al verme abrir la caja de cartón para comprobar que le quedaban más de la mitad de los cigarrillos. Supongo que me tomé su respuesta como un inusual “piropo” que solamente un ínfimo grupo de personas – constituido actualmente por él y nadie más – podía decirme sin hacer que me molestase.

Sobre todo si lo hacía con aquella melosa voz que parecía imposible para alguien con un día a día como tenía que ser el suyo.

-¡Menuda pieza estás hecha! – dije en un resignado suspiro mientras dejaba que el tabaco se cayese al suelo antes de darme la vuelta y mirarle a la cara.
-El protocolo exige que pida disculpas, ¿verdad? – Asentí esperándolas, pero no las recibí – pues no me disculpo, en el amor y en la guerra todo vale… – concluyó antes de besarme en los labios con decisión.
<> pensé al encontrarme de nuevo con el foco de todo mi desorden mental haciendo que se acabase el plazo de tiempo para pensar en las consecuencias de mis actos. Por norma general, es molesto que te priven de tu parte racional. Pero cuando tu mente es un estéril hervidero de ideas, situaciones ficticias que podrían llegar a ser reales y situaciones reales que podrían pasar a ser recuerdos según el rumbo de mis decisiones, se agradece enormemente un bálsamo como el que sus labios me proporcionaban. Quizás esa fue la razón por la que no desaproveché la ocasión de besarle, o quizás lo hice porque necesitaba hacerlo y esa necesidad era la que me impedía centrarme en algo más que no fuese él.
-Erika, ¿has pensado en lo que te dije la última vez? – Me preguntó su voz cerca de mi cuello mientras su mano abría un par de botones de mi blusa para deslizarse sobre mi busto hasta llegar a mis senos.
Su dedo girando lentamente sobre mi pezón me produjo un cosquilleo que descentró mis pensamientos. Ni siquiera recordaba a qué última vez se refería.
-¿Qué?
-Que si has pensado en lo que te dije la última vez… – repitió alargando la última palabra como si yo fuese un niño que no le escuchaba. Mantuve la mirada perdida, pensando que lo más lógico era que se refiriese a la última vez que había estado en mi cama conmigo. Porque aunque esa no era la última vez que me había hablado, en otras conversaciones no veía qué más podía darme para pensar en su ausencia. Y en ese caso, ¿a qué se refería? ¿A eso de casarme con él? ¿O a hacer público una relación que yo no tenía clara? – Erika, ¿me escuchas? – Inquirió apoyando su cara sobre mis pechos y dirigiéndome una inocente mirada desde allí abajo mientras su mano se movía ahora a ras de mi muslo, arrastrando la falda hacia arriba a su paso.
-Sí, pero no he pensado en nada – dije finalmente.
-Bueno, es mejor que un “no” rotundo como los anteriores.
No sé por qué dejé que me contagiase una sonrisa cuando dijo aquello. Estaba claro que visto así él tenía motivos para sonreír, pero yo… yo apenas tenía claro a lo que estaba contestando. Creo que me hizo gracia verle arremolinar mi falda cuidadosamente, dejándola alrededor de la cintura.
-¿Te lo pensarás? – Insistió incorporándose levemente para moverse hacia abajo hasta dejar su cabeza a la altura de mi vientre y desabrochar los últimos botones de la blusa antes de introducir su mano bajo mi ropa interior.
-¿El qué? – Pregunté inconscientemente cuando su mano comenzó a acariciar mis labios vaginales, deslizándose sobre ellos con gracia y llevándose mi atención con su roce. No me parecía una buena idea mantener una conversación de aquella forma.

 

-¿Me estás vacilando? ¿No? – Preguntó entre risas mirándome de nuevo desde abajo.

 

 

sabrina-rose-desire-digital-9437_5_big-No. Es que tengo muchas cosas que pensar, Herman. A ver, ¿de qué me estás hablando ahora? – Exigí ligeramente molesta conmigo misma al comprobar que me estaba dejando llevar demasiado.
-¿Cómo que de qué te hablo? ¡De que te cases conmigo! – Exclamó con naturalidad –. Ya sé que con lo de tu padre, al final no ha resultado ser el mejor momento para pedírtelo. Pero no te habrás olvidado de que te lo pedí, ¿verdad?
-No – respondí en medio de un suspiro cuando sus dedos me penetraron con cuidado mientras que la palma de su mano arrastraba mi clítoris. Todo aquello en conjunto me excitaba demasiado -. Pero no me casaré contigo… – añadí tras unos segundos que dediqué a centrarme exclusivamente en aquella mano que me hacía temblar de cintura para abajo.
-Ya – aceptó mientras se incorporaba de nuevo. Le observé coger mis bragas con la otra mano y comenzar a tirar de ellas hacia abajo. Creí que por fin se había terminado el diálogo, pero continuó hablando mientras utilizaba ahora las dos manos para deshacerme de la pieza de ropa -. Veamos, me has dicho que porque no me quieres y porque estamos en guerra, ¿no?
-Sí, más o menos… – acepté al mismo tiempo que él volvía a dejarse caer a mi lado.
-¿Alguna tontería más que añadir a la lista? – Preguntó mientras tiraba de mi sujetador hacia abajo, dejando que mis pechos se sobrepusiesen a la prenda. Guardé silencio, concentrándome en él cuando bajó su cuello y comenzó a juguetear con mi pezón entre sus labios. Cerré los ojos y simplemente dejé de pensar mientras disfrutaba de cómo el deseo comenzaba a propagarse por mi cuerpo, erizándolo con un agradable cosquilleo por donde iba pasando -. ¿No tienes ninguna? – Perseveró haciendo una parada para mirarme –. Bueno, entonces dame una razón coherente y no insistiré más.
-¿No podemos hablar de esto después? – Dije finalmente.
 

Admito que sonó un poco desesperado, pero es que sus caricias habían dejado una incómoda inquietud entre mis piernas difícil de calmar. Jamás había experimentado esa sensación de echar de menos a alguien en la entrepierna, pero era abrasadora cuando ese alguien estaba a tu lado y no volvía a tocarte de aquella manera aun sabiendo que lo necesitabas.

-¿Después de qué? – Preguntó con despreocupación – puede que no pase nada si no aclaramos esto, querida… es una crisis prematrimonial.
-No vas a dejarme así – afirmé acompañando mi suplicante voz con un movimiento de mis manos que me permitió desabrochar su pantalón para colarlas bajo su calzoncillo y masajear suavemente su sexo contenido bajo la ropa.
-Está bien – cedió en un susurro colocándose a mi altura para besarme mientras su mano se posaba de nuevo entre mis muslos -. Hablaremos después. Pero sólo porque me lo pides con esta insistencia…
Desconozco si quería seguir hablando o no, pero no le dejé. Me estaba poniendo de los nervios con aquel parloteo perfectamente estudiado para provocar exactamente eso. Lo sabía, porque yo antes solía hacer lo mismo. Claro que yo también solía pensar en un soldado francés que había visto en Besançon, y ahora ni siquiera me acordaba de la cara de aquel hombre que me había ayudado todos aquellos años en mi trabajo. El soldado ya no era francés, era alemán y yo estaba devorando su boca para evitar que continuase moldeándome a su antojo con sus palabras.
Era infinitamente mejor que lo hiciese con su cuerpo porque así yo podía disculparme más fácilmente por sucumbir de nuevo. Aunque esta vez ni siquiera intentaba excusarme, había asumido que en mi situación era perfectamente normal dejarse llevar, y aunque me repitiese que esta vez “sí que era la última”, sabía que no lo sería. Quizás por eso mi cabeza tampoco se molestó en recordármelo. Y no es que no supiese de sobra que acostumbrarse a él no era lo mejor, pero sí que era tan fascinantemente cómodo que hacía que mereciese la pena hasta el punto de olvidarme de cualquier dificultad o impedimento que me echase hacia atrás a la hora de no decantarme directamente por él. Con contrato o sin contrato, Herman era el único hombre con el que no me importaría hacer lo que estaba haciendo hasta el fin de mis días.
De pronto me sentí ligeramente mal al pensar en él como alguien completamente ajeno al negocio que yo podía hacer a costa de sus sentimientos. Y me hundí un poco más al descubrirme por primera vez pensando completamente en serio en otros sentimientos que no fuesen los míos. Eso significaba que lo que yo sentía iba por delante de lo que yo pensaba.
-¿Estás bien? – Me preguntó su voz con cierta curiosidad.
Al principio no entendí qué le había hecho pensar que pudiese no estarlo, pero luego descubrí que me había quedado completamente quieta mientras mi cabeza no hacía más que darle vueltas a lo mismo una y otra vez.
-Podemos dejarlo para otro momento – insistió antes de besarme la frente.
-No. Estoy bien – contesté con una sonrisa ante su repentina preocupación y volví a besarle.
Esta vez concentrándome en lo que hacía, sintiendo los carnosos labios de Herman moviéndose al compás de los míos mientras nuestras manos buscaban nuestros respectivos cuerpos, colándose por debajo de la ropa o simplemente deslizándose libremente sobre la superficie de la piel.
Flexioné mis rodillas y abrí las piernas sin dejar de acariciar su miembro enhiesto que asomaba sobre la ropa que yo misma había colocado por debajo. Tenerlo entre mis manos me excitaba. Hacía que mi deseo creciese a la vez que yo deslizaba mis manos sobre él, aumentando suavemente la presión de vez en cuando para recrearme en la homogénea firmeza que ofrecía a mi tacto, e intensificando de esa manera lo que su mano podía hacer entre mis piernas mientras ambos jugábamos con el sexo del otro. Haciéndonos catar un jugoso preámbulo que a mí, personalmente, me hacía anhelar el momento de tener dentro aquello que tanto prometía entre mis manos.
Dirigí mi boca hacia su oído mientras mi cuello era el objeto de las atenciones de sus labios y tras aspirar el aroma de su pelo, ahora revuelto y sin rastro del fijador que hacía que cada mañana abandonase la casa sin que ni un solo pelo osase elevarse por encima del perfil de su cráneo, sentí la tentación de despeinarle todavía un poco más, así que lo hice. Dirigí una de mis manos hacia su nuca y la acaricié hundiendo mis dedos en su cabello mientras elevaba mis caderas inconscientemente para facilitar su refinada manipulación.
-Desnúdate – le susurré con la voz que el poco aire que era capaz de retener me permitía articular.
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Por norma general, si una piensa que le está susurrando a un Teniente de las SS que se desnude, eso suele ser suficiente para que la recorra un escalofrío de tensión en el segundo exacto en el que termina de hacer la petición. Pero cuando se trata del Teniente Scholz en concreto, el escalofrío se produce en el instante en el que éste te atraviesa con sus ojos antes de besarte e incorporarse con decisión para complacerte. Y mientras ves cómo lo hace delante de ti, sin apartar los ojos de los tuyos, lo que resulta imposible es no retorcerte en la creciente necesidad de tenerle.
-Ahora tú – me pidió en un cautivador tono mientras dejaba adivinar una sonrisa al final de las comisuras de su boca.
Obedecí. Aunque mi proceder fue más accidentado al hallarme tumbada en el colchón y con prácticamente todas mis prendas descolocadas, pero todavía sobre mí. Sin embargo, me desnudé ante su atenta mirada, hice oídos sordos a un par de carcajadas que retuvo como pudo cuando alguna que otra cosa me dio más problemas de los esperados, y me dejé caer donde estaba, contando con tenerle sobre mi cuerpo en breve.
No me equivoqué. Regresó sobre mí, besándome mientras una de sus manos recorría con los dedos la aureola de uno de mis pechos antes de caer hacia mis caderas e instarme con firme cuidado para que rodase hasta quedarme sobre uno de mis costados, dándole la espalda. Su cuerpo se acopló al mío casi en el acto, cubriendo mis omóplatos con el calor de su pecho y deslizando su mano a través de mi vientre para abrazarme mientras su boca llegaba desde atrás, besando mi mejilla.
Sujeté su nuca con mi mano cuando el ardiente aguijón que sobresalía de su entrepierna se hizo un hueco entre mis muslos y rozó los labios de mi sexo, resbalando en la humedad que impregnaba la zona y elevando mi libido hasta hacer que arquease mi espalda para ofrecerle una pronta entrada. Supongo que interpretó perfectamente lo que yo le pedía, pero lo desatendió con elegancia, dejando que su mano cayese hasta mi pubis y colocando sus dedos sobre la hendidura que diferenciaba las dos partes en las que se abría mi cuerpo en ese punto para dejar al descubierto mi clítoris. Una zona que respondió fiel a su tacto, haciéndome gemir cuando comenzó a frotarlo suavemente mientras su verga continuaba deslizándose entre mis muslos. Rozándolo todo a su paso, restregándome las inmensas ganas que yo tenía de que en uno de sus movimientos entrase en mi cuerpo y se moviese allí. Pero no lo hacía. No lo hacía aunque yo no paraba de elevar mis caderas hacia atrás, sintiendo su vientre empujando mis nalgas y temblando al final de cada movimiento.
Dejé la parte alta de su cuello hacia la que se había caído mi mano, llevándola ahora hacia mis posaderas mientras alzaba las caderas un poco más, dispuesta a penetrarme con su miembro en vista de que él se había propuesto provocarme un orgasmo valiéndose de una extraña mezcla de fricción y desesperación que no obstante, le estaba funcionando. Pero yo no tenía tanta paciencia ni tanto autocontrol cuando se trataba de una situación como aquella.
Su mano agarró mi muñeca con seguridad en cuanto mis dedos rozaron su vello púbico y me obligó a posarla sobre el colchón a la altura de mi pecho. Ahora no le tenía masturbándome, pero podía notar igualmente cómo el deseo que generaba su sexo alojado bajo el mío se extendía por mi cuerpo de un modo insufrible, sin encontrar frontera capaz de detenerlo.
-Dime que me quieres y yo te lo hago – me susurró tras el lóbulo de mi oreja haciéndome estremecer con su cálido aliento.
-Te quiero – ni siquiera me planteé la posibilidad de no decirlo. Abrí la boca y las palabras brotaron al mismo tiempo que mi cara se acomodaba sobre la almohada y él me besaba el cuello, dejándome percibir sus comisuras curvadas en una sonrisa mientras su mano soltaba la mía para cumplir con su palabra -. Te quiero, Herman – repetí con exasperación volviendo a sujetar su cuello con mi mano recién liberada y solicitando más besos.
 

No sabría decir si me contestó o no, porque en ese preciso instante sus dedos me penetraron desde atrás. Y tras un par de vaivenes que se produjeron sin el más mínimo rozamiento, dejaron paso al plato fuerte. Momento que concentró toda mi atención desde que su glande tanteó levemente mi orificio de entrada con la ayuda de su mano, hasta que entró majestuosamente impulsado por sus caderas, que lo incrustaron en mis entrañas con un exquisito movimiento que terminó cuando éstas dieron de nuevo con mis nalgas. Haciendo que yo intentase ahogar mis gemidos con la almohada y que Herman hiciese lo propio con mi cuello.

Dejé que mi pierna se elevase sin resistencia cuando él la sujetó y tras deleitarme con unas cuantas idas y venidas desde mi retaguardia que me hacían culebrear en busca de sus labios, volvió a dejarla con cuidado sobre la otra para rodear mi cuerpo a la altura de mis costillas, sujetando mis pechos de vez en cuando y haciendo que mis ganas de él se viesen correspondidas con cada uno de sus movimientos.
Experimenté una vez más esa sensación que me obligaba a entregarme a él aun cuando mi voluntad parecía mucho más firme que aquella noche. Una estado indescriptible proporcionado por cada una de las cosas que le caracterizaban y que en conjunto le hacían, a mi juicio, irresistible e incomparable. Sonreí contra la almohada, completamente avasallada por su aliento y pensando que era una imbécil mientras me recreaba sintiendo los músculos de su abdomen rozando mi espalda al tiempo que forcejeaban por hacer posible una penetración tras otra. Si de verdad quería creer que no quería tener nada más con él, era una imbécil consumada, porque lo que de verdad quería era que él fuese el único que me hiciera aquello. Y si no era él, el sexo volvería a ser sólo sexo. Un trabajo tras otro. Trabajos en los que a partir de ahora, mi cabeza me llevaría de vuelta a aquellos brazos en cuanto dejase caer mis párpados en compañía de cualquier otro hombre. Y entonces, volvería a llamarme imbécil por no haberme quedado a su lado.
Un jadeo bastante más fuerte que el resto me sacó de mis cavilaciones, haciendo que me descubriese a mí misma inclinándome hacia delante para ofrecer una entrada más fácil desde la parte posterior de mi cuerpo. Elevé ligeramente la cabeza para echar un vistazo hacia abajo y me dejé caer de nuevo cuando mis ojos se encontraron con los repetidos azotes que los ilíacos de mi Teniente propinaban a la altura de mis riñones, con un movimiento excitante y sugerente que, de no ser secundario gracias a la forma que tenía de empujarme a la locura cada vez que se clavaba en algún bendito punto de mi interior, hubiese captado toda la atención de mis pupilas.
Me estaba haciendo disfrutar demasiado. Me gustaba todo: su roce, su aliento, su olor, la forma que tenía de apretar su rostro contra mi mejilla, sus frenéticas acometidas o sus penetraciones perezosas cuando alguno de los dos caminaba peligrosamente al borde del orgasmo. A Herman siempre le gustaba hacer eso, llevarme al borde y no dejarme caer hasta que él lo hiciese. Incluso cuando yo sabía que él estaba tan a punto como yo, seguía haciéndome sufrir de esa manera durante algunos segundos que luego se recompensaban con creces.
Y cuando pensé en nuestros incomparables finales, no pude resistirme a estirar una mano hacia mi sexo para masturbarme suavemente mientras él continuaba desmoronándome desde atrás. Abrí ligeramente las piernas para llegar al lugar en el que su cuerpo irrumpía placenteramente en el mío y separé un par de dedos para abarcar la penetración con ellos hasta que su mano apareció bajo la mía y comenzó a hacer lo que yo había estado haciendo antes de decidir deleitarme con las incursiones de su sexo.
Aparté mi mano y me aferré a su muñeca mientras sus dedos masajeaban mi clítoris con habilidad, justo como a mí me gustaba. Poniéndome de nuevo en la complicada posición de no poder evitar correrme en medio de todo aquel despliegue de atenciones que me envolvían y me obligaban a hacerlo. Gemí desesperadamente cuando fui consciente de que él iba a dejar que lo hiciese y apreté su mano con más fuerza todavía, hasta el punto de notar sus tendones dirigiendo sus dedos rítmicamente bajo mis yemas hasta que un atropellado gemido sobre mi sien me dio el empujón definitivo. Y entonces, los segundos que él me había robado cada vez que bajaba el ritmo para que no llegase, se compensaron con uno de esos estallidos de placer que llevaban su firma. Uno enorme que convirtió mi cuerpo en un palpitante nervio que se retorcía sin final aparente en un trémulo y placentero impulso con las embestidas de un cuerpo ajeno, dulcemente aceptado como un anexo del mío propio, que empujó con igual necesidad que la mía hasta que la sangre retomó de nuevo su camino a través de mis arterias y mis sentidos pudieron devolverme la percepción habitual que yo tenía del mundo.
Relajé mis piernas reparando en la hipersensibilidad de mi sexo cuando Herman retiró su mano y la sujeté para abrazarme con ella mientras él se acomodaba a mi espalda, apoyando su rostro ligeramente sobre mi cabeza, besándome de vez en cuando en algún lugar. Estaba bien, embargada por esa característica serenidad que necesitaba y que constituía un aliciente más para recaer una y otra vez en caso de proponerme no hacerlo. <> recordé. Aquello me lo dijo una prostituta que había conocido durante un encargo en el que había tenido que hacerme pasar por una de ellas. Y aunque mencionar la fuente pudiese desmerecer aquellas sabias palabras, siempre me pareció lo más filosófico que había escuchado en mi vida. ¡Cuánta razón llevaba!
-¿Y si nos metemos en cama? – me preguntó con una débil voz recién recuperada tras el ajetreo.
Acepté contenta de que se quedase conmigo, pero ligeramente molesta por obligarme a moverme en aquel momento. Cuando él todavía estaba dentro de mí, cubriendo por completo mis espaldas y consiguiendo con ello raptarme de aquella realidad que aplastaría a cualquiera que estuviese en mi lugar. Pero fui consecuente con mi respuesta y le desatendí durante un momento para abrir la cama y meterme bajo las sábanas.
 
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Sonreí cuando su brazo se separó de su cuerpo conformando mi lugar de reposo favorito y le abracé en cuanto me recosté sobre él, al mismo tiempo que mis pies le hacían sitio a los suyos. Más fríos que los míos, pero bien recibidos de todos modos porque nadie me había brindado nunca antes semejante muestra de cariño.

Suspiré tras unos minutos en silencio, creyendo que mi compañero de cama estaba ya dormido, pero su tenue voz rompió el silencio indicando lo contrario.
-¿Podemos hablar ahora? – Intenté ahogar una carcajada y asentí con un vago sonido acomodándome mejor cerca de su pecho -. Seré breve, ¿te casas conmigo o todavía no?
Los dos nos reímos, aunque yo ya me lo esperaba y él lo sabía. Apenas dediqué un par de segundos a pensar la respuesta, y por segunda vez en mi vida – después de haber “matado a mi padre” hacía algunas semanas – hice lo que tenía ganas de hacer sin pensar en nadie más.
-Está bien, me caso contigo – accedí sin poder contener la risa del todo.
-¿Sí? ¿De verdad? – Preguntó tan sorprendido que dejó claro su incredulidad.
-Sí – repetí pellizcándole cariñosamente el pezón que había cerca de mi cara.
Luego me reí cuando él se incomodó por ello y frotó la zona con cierta insistencia, pero sin quejarse.
-¿Te importa que espere un poco antes de comprarte un anillo? Me gustaría asegurarme de que mañana opinas igual, y pasado mañana, y dentro de tres días…

-Muy bien – acepté sin nada que objetar.

Estaba de acuerdo con él en que podía retractarme a corto plazo. Aunque algo me decía que no lo hiciese ahora que había dado ese paso cuya infructuosa premeditación me había prvocado tantas jaquecas.
-Entonces, si te parece bien, haré pública nuestra relación. Porque no seguirás empeñada en que no hay relación… – inquirió acariciándome el pelo. Negué con la cabeza, luchando por no quedarme dormida mientras hablaba. Sabía que aquel momento me daría pánico, pero estaba demasiado bien como para preocuparme por aquello justo en aquel instante -. Bien, pues lo haré oficial esta semana, ¿te parece bien? – Asentí sin fuerzas para objetar nada -. Y después esperaremos algunos meses para anunciar el compromiso, ¿vale?
-Sí – repetí de nuevo.
-Si mañana no me quieres, te juro que te despido – me amenazó entre risas antes de besarme la frente.
Quise decir algo que demostrase que también estaba de acuerdo con eso último, pero no llegué a saber si pude hacerlo. El sueño me venció antes.
“Erika, querida” fueron las palabras que me despertaron al día siguiente. Y cuando abrí los ojos me encontré a Herman vestido con su uniforme y sentado al borde de la cama. Miré el reloj al verle listo para irse y comprobé que faltaban unos diez minutos para que viniesen a recogerle.
-Dime que sigue en pie lo que me dijiste anoche – me pidió con una divertida solemnidad.
Mi primera reacción fue sonreír ante su insistencia que – una vez dado el fatídico paso de rendirme a lo que sentía – me resultaba entrañable. Lo segundo que hice fue reafirmarme en mi decisión, haciendo que él se inclinase para besarme.
-Estupendo, porque Marie me ha dicho mientras me servía el desayuno que debieron escucharnos desde Múnich – me informó con tranquilidad -. Supongo que nadie más se atreve a decirme algo así, pero sí que tienen oídos, ya me entiendes… – añadió alegremente.
Aunque a mí no me divertía lo más mínimo. Si lo de Marie – aquella señora de bondad infinita con pintas de tirolesa entrada en kilos que le había cambiado los pañales a Herman y que todavía seguía vanagloriándose de ello – ya me daba suficiente vergüenza, ni siquiera quería plantearme que su madre hubiese escuchado ni el más leve suspiro. Aunque seguramente no lo habría hecho.
-¡En fin! Tengo que irme, te veré a la hora de la comida. ¿Me das un beso?
Suspiré antes de incorporarme y le besé en los labios. Él simplemente me miró con una sonrisa y abandonó la estancia sigilosamente tras rebuscar en el bolsillo interior de su abrigo y sacar un cigarrillo que dejó sobre la mesilla.
 
 

Bueno, no podía quedarme en cama todo el día, pero sí podía retrasarme un poco. De modo que me cubrí con algo de ropa, cogí el cigarrillo que acababa de dejarme y rescaté del fondo del cajón aquel contrato que me habían dado. Había decidido casarme con Herman. Ahora la siguiente pregunta era si firmaba aquello o no.

Si hubiese estado en otra situación, hubiese estampado allí mi rúbrica sin ningún tipo de reparo. Pero estando enamorada de él, estaba aquella incómoda moral que me repetía lo rastrero que era aceptar dinero por eso. Un matrimonio, o bien era una farsa desde el principio, o bien iba en serio. Pero las dos cosas no, porque entonces uno no tenía claro por qué demonios hacía aquello, y yo sí que lo tenía. Lo hacía por él. Aunque tuviese que espiarle e informar de su vida mientras durase la guerra.
<>. Una horrible sensación de haber metido la pata hasta el fondo me recorrió en cuanto lo menté. Si las cosas salían bien para el mundo, el fin de la guerra nos separaría. ¿O quizás no? ¿Qué haría yo si fuese él? Obviamente, huiría. Huiría como seguramente harían el resto de familias bien posicionadas que constituían un pilar social demasiado importante para el régimen y que estaban directamente implicadas con él, justo como lo era la familia Scholz. Y yo huiría con él. Ya no tendría que trabajar más y podría seguirle a donde fuese si Alemania no vencía y era necesario abandonar el país.
No sé en qué momento exacto ocurrió, pero de repente tuve claro lo que iba a hacer.
Durante los días siguientes tuve que armarme de valor para hacer vida normal mientras el servicio al completo hablaba de nosotros en cada esquina de la casa. Seguí las instrucciones de Herman al respecto e hice caso omiso. Aunque Marie también se atrevió a bromear conmigo al respecto. Cosa que para mi sorpresa, no me importó. Era demasiado buena como para que molestase algo de aquella mujer. Además, gracias a ella supe que la madre de Herman no sabía nada.
Un par de días después, me inventé una excusa para ir a Berlín y dejar mi informe en la oficina de aquel taller. Adjunté también unas hojas en las que solicitaba que me enviasen a alguien con urgencia para renegociar algunos términos del contrato y me aseguré de que no la desatenderían manifestando que estaba decidida a firmar si llegábamos a un acuerdo.
Esperé una semana más. Una que transcurrió rápidamente entre mañanas con Berta y tardes y noches con Herman, que insistió en hacer público lo nuestro a pesar de que yo intenté retrasarlo el máximo tiempo posible. Finalmente, lo anunció tres días antes de la cena de Navidad, durante una comida. Creí que su madre moriría asfixiada con algo, pero me sorprendió tomándoselo de una manera demasiado natural y llegando incluso a bromear con una boda temprana para evitar “vivir en pecado”, ya que ambos compartíamos techo.
-¡En fin! Esas cosas ya no se llevan entre los jóvenes de ahora… supongo que podréis evitar el pecado si no compartís cama antes de uniros en matrimonio – concluyó a modo de severo aviso.
Yo logré aguantarme por puro respeto, pero Herman respondió a su seriedad con una risa que me hizo pasarlo realmente mal para lograr controlarme.
-Creo que ya me esperan en el infierno, Madre. Pero descuida, no pecaré más de lo necesario. Quizás así me rebajen el castigo…
Creí notar como los ojos de la viuda me fulminaban, pero me equivoqué, le fulminaban a él.
-Espero que tengas esas ganas de bromear cuando te llegue la hora de rendir cuentas por tus actos – le espetó de una profética manera que inundó la mesa de incomodidadg.
-¿Mis actos? – Preguntó retóricamente Herman con una cara que seguramente utilizaba cuando se metía en el papel de Teniente –. Cuando rinda cuenta de mis actos, lo último que va a importarle a quien tenga que rendirle cuentas, es en qué situación llegue a mi noche de bodas – dijo con un inquietante tono de voz -. Pero gracias por preocuparte – añadió más relajado mientras el servicio disponía los postres.
La conversación se zanjó allí. Y el pequeño cruce de opiniones entre madre e hijo no hizo que la señora Scholz viese lo nuestro con malos ojos. De hecho, a partir de aquella comida, pasó a tutearme y a prestarme más atención de la necesaria. Interesándose por mis gustos y dándome algún consejo sin importancia que yo agradecía por cortesía. Podía decirse que las cosas iban bien, aunque Herman y yo pasamos a autodenominarnos en privado “los pecadores más salientables del mundo conocido”, algo que nos hacía reírnos de la pobre viuda durante un buen rato antes de pecar siempre que podíamos. Y aunque yo temía su reacción si se enteraba de que su hijo no dormía en su cuarto desde hacía días, si estaba al tanto, nunca dio muestras de estar molesta.
El día antes de Navidad me desperté con cierta inquietud. Por la tarde tenía que ir a Berlín y seguramente me estaría esperando alguien en el mohoso taller que ahora era mi punto de encuentro. La mañana pasó rápidamente con Berta y por la tarde, después de la comida, Herman me pidió que le acompañase al despacho de su padre del que ahora se había apropiado él.
Entré en la estancia, impregnándome de la extraña familiaridad que me despertó aquel espacio. Estaba cambiado. Sólo había sobrevivido la foto de su padre estrechando la mano del Führer y una de él mismo posando de un modo amistoso con una condecoración que le estaba entregando el hijo puta de Himmler. A parte de eso, ya no había lugar para las águilas sujetando orgullosas esvásticas y en lugar de medallas de guerra, lo que ahora colgaba de las paredes eran premios o distinciones concedidas a la familia Scholz en calidad de reconocimiento por su labor en la cría de ejemplares Pura Raza Hannoveriano.
-Furhmann ha vuelto, supongo que no tardará en dejarse caer por casa – dijo su voz tras cerrar la puerta y haciendo que mi corazón se parase al escucharle -. He hecho un par de llamadas cuando me enteré de que había vuelto. Sólo ha conseguido unos días de permiso para pasar las Navidades en casa, así que se irá antes de una semana. Pero vendrá por aquí, seguro. ¿Te preocupa demasiado?
-No – mentí.
-No creo que se atreva a ponerte una mano encima en cuanto mi madre le diga que tú y yo estamos juntos. Y me juego el cuello a que es lo primero que va a decirle. Ya sabes que nos da por casados.
Intenté poner una cara que le agradeciese sus palabras. Aunque no me cabía ninguna duda de que en cuanto Furhmann lo supiese, empeoraría la situación. Primero, porque tenía claro que estaba en Rusia gracias a Herman. Y segundo, porque irreparablemente, me culparía a mí de que él hubiese decidido tirar de sus contactos para enviarle allí. Eso incluiría en su venganza la petición de favores sexuales a cambio de su silencio. Consciente de que yo no podía rechazar ninguna oferta por su parte – por muy descabellada que fuese – debido a la información que poseía y que de no estar guardándose para algo así, ya hubiera soltado. Además, de seguro me caerían algunas hostias que tendría que aguantar solemnemente.
Intenté respirar hondo para tranquilizarme. Sólo serían unos días y Herman estaría en casa, disfrutando también sus días de permiso que le habían concedido por Navidad. Si no me separaba de él, quizás no encontrase ocasión de atormentarme. O quizás fuese peor y terminase proclamando a los cuatro vientos que me tiraba al Coronel. No. Tenía la plena seguridad de que no se gastaría ese cartucho sin intentar sacar algo a cambio primero.
-Supongo que evitarle será lo más sabio – concluí con resignación.
-Supones bien. De todos modos, yo estaré en casa o en las cuadras. No voy a dejar que te haga nada, ¿de acuerdo?
Asentí mientras me abrazaba, consciente de que Furhmann no buscaría un ataque directo, como Herman esperaba. Sino que se procuraría la manera de hacer que yo me enterase pacíficamente de que si no obedecía sus órdenes, todo se terminaba. Y entonces, tendría que entrar de nuevo en su juego.
-Voy a ir a Berlín para comprarle un regalo de Navidad a Berta – dije finalmente.
-¿Quieres que vaya contigo?
Insistí hasta la saciedad para que no me acompañase. Me sería imposible hacer lo que tenía que hacer si él venía conmigo. Al final lo conseguí y tras algunos besos al abrigo de aquel despacho redecorado, puse rumbo a la ciudad.
Mis superiores no me defraudaron. Al llegar al taller me esperaba el mismo hombre que me habían enviado para “negociar”. Sonreí con un aire irónico al verle y prescindimos de formalidades mientras tomaba asiento y rompía el contrato en pequeños pedazos que cayeron sobre la mesa de oficina.
-Sepa que quizás haya cometido usted una tontería – me informó -. Bien, terminemos con esto. ¿Cuánto quiere?
-Renuncio a la prima del Estado Británico a cambio de protección, visados y una vía de escape segura en caso de que ellos ganen la guerra. Francia está demasiado tocada como para proporcionármela, pero por si acaso, también quiero esa garantía por su parte. Con respecto al dinero, he decidido que me las apañaré con ese sueldo vitalicio. En cambio, si Alemania gana, renuncio a todo a cambio de que mantengan mi identidad en activo y se olviden de mí.
Mi interlocutor se rió abiertamente.
-¿Está usted bien de la azotea? ¡En el contrato ya figuraba que se le proporcionaría todo eso! Mire – dijo sacando una copia de su carpeta de piel y señalándome el punto exacto en el que se recogía.
No lo miré. Le devolví la hoja mirándole fijamente a los ojos y le aclaré mi petición.
-Ya sé lo que pone, me lo habré leído unas cien veces. Pero ahí sólo se habla de mí. Y yo quiero lo mismo para él.
-¿Para él? – Me preguntó atónito. Asentí mientras él se sentaba, y tras pensárselo durante un par de minutos me habló de nuevo – ¿qué demonios quiere exactamente para él?
-Inmunidad y protección. Independientemente de lo que tengan que hacer para dársela. Visados, papeles, asilo político o refugio… llámenlo como quieran, pero sólo me casaré con él si ustedes me prometen que en cuanto todo esto acabe, me sacarán de ahí con el que, por ley, será mi marido. Él no necesita dinero, su familia tiene más que Francia e Inglaterra en estos momentos.
-Me está pidiendo amparo para alguien que muy posiblemente sea declarado criminal de guerra si esto se cae a nuestro favor. Lo sabe, ¿verdad?
-Lo sé. Y me da igual. En ese caso tendrían millones de criminales de guerra mucho más interesantes que Herman Scholz sólo en la ciudad de Berlín. Si no pueden renunciar a uno, entonces tendrá que ir usted y conseguir casarse con él si quieren ver esos campos de prisioneros desde dentro.
-Está bien. Inmunidad para Herman Scholz -. Accedió tras unos minutos -. Redactaré un contrato con estas condiciones y se lo entregaré la semana que viene. Si usted está de acuerdo, como dice, me hará el favor de firmarlo en mi presencia para ahorrarnos algo de tiempo.
-Si recoge claramente y sin ningún tipo de trampa legal lo que acabamos de acordar, se lo llevará usted firmado. Le doy mi palabra – acepté estrechando la mano que me ofrecía.
Después de aquello, me vi en la obligación de conseguir un regalo de Navidad para Berta. Así que me adentré en la ciudad antes de regresar. Me sentía extrañamente relajada, y no porque ingleses y alemanes hubiesen acordado una tregua de bombardeos por motivo de las fechas que se atravesaban, sino porque tenía la vaga sensación de haber hecho lo correcto.
Puede que estuviese en lo cierto, o puede que fuese incapaz de ver más allá de quién era él conmigo. Olvidándome de que era la misma persona que cada mañana acudía a un campo de prisioneros para ejercer como Teniente de uno de los cuerpos de seguridad más agresivos y dictatoriales que el mundo había conocido.
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Relato erótico: Entresijos de una guerra 6 (POR HELENA)

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SOMETIENDO 5Tuvimos una cena de Navidad tranquila. Y amenazó con no serlo, porque la señora Scholz dejó caer en la comida que met-art_MAJ_46_18tendríamos un invitado e inmediatamente Herman desencadenó una lucha verbal para que Furhmann no cenase con nosotros. Su madre se parapetaba en el hecho de que era un amigo de la familia, amigo de su propio padre. Pero no calibró bien la estrategia y lo que tenía que ser un atenuante para su hijo, terminó siendo un agravante que se volvió contra ella cuando éste la dejó sin palabras al espetarle que precisamente por eso tenía que darle vergüenza no sólo lo que todo el mundo ya sabía cuando el Coronel todavía estaba vivo, sino la enorme desfachatez que supondría sentarle a la mesa de la familia el primer año que celebraban las Navidades sin su difunto esposo.

Un silencio sepulcral reinó después de las duras palabras de Herman. Temí que la señora Scholz contraatacase alegando que yo también iba a estar, aunque no tuviese nada personal contra mí y lo hiciese sólo por defenderse – yo lo hubiese hecho -. Pero sentí lástima por aquella mujer cuando se levantó silenciosamente y abandonó la mesa sin terminar de comer.
-Yo tampoco quiero que venga, Her – le respaldó Berta sin ningún tipo de preocupación.
Si no la conociese, la envidiaría. Cualquiera haría, porque parecía no enterarse de nada y ser capaz de mantenerse ajena a las verdaderas causas de las asperezas familiares. Pero en realidad, cuando uno conocía a Berta, le sobraba tiempo para concluir que se le escapaban menos cosas que a un adulto.
-Si aparece por aquí, nosotros nos vamos a cenar a Berlín, ¿de acuerdo? – Preguntó Herman con un tono que dejaba claro que su pregunta no admitía otra respuesta que la afirmativa.
Berta aceptó encantada, dando por hecho que cenaríamos en la capital. Pero la señora Scholz indicó al servicio que la mesa se dispusiese para cuatro y ambos enterraron el hacha de guerra para la velada, emulando con ello a Churchill y a Hitler. Y aunque la ocasión tampoco fue un derroche de amabilidades, por lo menos no salió a colación ningún tema demasiado espinoso. Lo más salientable fue que la señora Scholz dejó caer que pensaba acercarse al cementerio de Berlín a la mañana siguiente para ponerle flores al Coronel y que llevaría a Berta con ella para pasar la mañana en la ciudad. Después de eso, también mencionó que Herman y yo tendríamos que ir a la fiesta de Nochevieja de los Walden en representación de la familia, añadiendo con mucha sutileza y educación que sería una ocasión perfecta para que yo fuese presentada oficialmente como la pareja de su hijo ante esas amistades que frecuentaban los Scholz. La noticia no me hizo ni pizca de gracia, pero la encajé con una cara que expresaba todo lo contrario para no herir a aquella mujer que se dirigía a mí con una sonrisa casi maternal y porque a Herman pareció gustarle la idea. Al menos eso creía hasta que más tarde, cuando estuvimos solos, me confesó que le gustaba la idea de acudir conmigo pero que aborrecía profundamente esa “mierda de fiestas” que organizaban los Walden.
El día después me desperté relativamente tarde. Herman ya no estaba, solía madrugar por costumbre. Y aunque también solía despertarme por simple aburrimiento, después de amenazarle un par de veces con no dejarle dormir allí si me despertaba por las mañanas, conseguí que fuese autosuficiente las primeras horas del día. Me levanté y me acerqué a la ventana, el coche de la señora Scholz ya no estaba y todavía seguía nevando sobre la espesa capa de nieve que parecía no menguar nunca desde que se había formado con las primeras nevadas. Reparé en un par de mozos que limpiaban la pista de salto a lo lejos y supuse que Herman andaría por algún lugar con Frank. Sin Berta yo estaba oficialmente libre, de modo que me di un baño con deliberada parsimonia, me vestí y bajé a desayunar. Me entretuve un poco con los titulares del día, pero eran tan rancios como siempre, así que terminé el desayuno mientras Marie miraba por la ventana llena de curiosidad.
-Tengo que avisar al señorito Scholz, creo que ha llegado el veterinario… – murmuró.
-Deje, no se moleste. Yo se lo digo, iba a buscarle ahora – le dije antes de que saliese.
Me encaminé hacia el pasillo que daba a la puerta principal caminando sin preocupación alguna. Escuché la puerta de casa y di por hecho que Herman habría visto llegar al veterinario y que venía a por algo que necesitaba, pero la silueta que apareció no era la que yo esperaba.
-¡Joder! ¡Menuda puntería! – Dijo un demacrado Furhmann mientras se quitaba los guantes a medida que avanzaba por el pasillo – ¡señorita Kaestner! ¡Pero qué ganas tenía de verla!
No contesté, simplemente corrí escaleras arriba por puro instinto cuando noté que aceleraba el paso. Pero nos separaban apenas unos metros y antes de llegar al final del primer tramo de escalones sus pies ya pisoteaban los peldaños de un modo furioso a poca distancia de mí. Debí haberme parado a calibrar la distancia que nos separaba y la velocidad con la que la recorría, sin embargo no lo hice y una de sus manos sujetó mi tobillo por sorpresa poco antes de llegar al final del segundo tramo de las escaleras, haciéndome caer sobre los peldaños con un impacto que cortó mi respiración y me dejó tal dolor en el pecho que di mi pobre esternón por roto.
-No me monte ningún escándalo porque ya se podrá imaginar las ganas que tengo de dejarle un recado a su querido novio, ¿verdad? – Me preguntó agachándose sobre mí mientras inmovilizaba mis piernas con la planta de su pie y me obligaba a mirarle agarrándome del pelo.
Quise decirle que ya me lo temía, pero no fui capaz de contestar nada. Cuando quise permitirme esa estrecha muestra de fortaleza, sólo alcancé a toser, provocando que él me apretase la cabeza contra la superficie del escalón.
-Sabe que estuve un par de horas riéndome cuando “su suegra” me contó lo orgullosa que estaba de que su hijo eligiese a una mujer tan culta como usted. Estuve a un pelo de mencionarle las distintas culturas que domina, pero eso me deja a mí en posesión de una joya todavía más valiosa, ¿eh? ¿Cree que a Herman le hará gracia saber que su novia es todavía más rastrera que el amante de su madre al que envió a Rusia? Porque si ya me encanta la idea de decirle que se beneficiaba a su padre, no sabe lo increíblemente atractiva que se me antoja la de contarle lo bien que nos lo pasábamos mientras él andaba por ahí con sus tropas -. Me susurró antes de lamerme la cara con un gesto asqueroso – ¿cree que podrá usted hacer algo para que se me quiten las ganas de hablar? Porque va a tener que esmerarse mucho, encanto…
No iba a contestarle,
simplemente intentaba pensar en algo que pudiese jugar a mi favor. Pero mis posibilidades eran nulas. Me costaba respirar y él me obligaba a mantener mi cara en el suelo, con mis piernas bajo control. Con lo cual, opciones como intentar sacármelo de encima, golpearle o probar suerte con escapar, quedaban fuera de juego. Además, aunque Furhmann estaba visiblemente más delgado, seguía teniendo la fuerza de un hombre de su edad y complexión.
-¡Muévase! – Me ordenó incorporándose.
Necesitaba un milagro. Y nunca he sido muy creyente, pero sí lo justo como para saber que cuando los fieles esperan un milagro, se dedican a esperarlo. “Hacer tiempo”, esa fue la estrategia por la que me decanté en vista de lo poco que podía hacer. Fingiría no poder moverme con la esperanza de que alguien se encontrase semejante escena cuando el servicio comenzase en breve a realizar las labores domésticas diarias, y entonces Furhmann perdería el asalto.
-¡Me cago en la hostia! Muévase, porque le juro que le juro que voy a buscar a ese payaso de Herman y se lo suelto todo… – dijo regresando a mi lado y agachándose -. Venga, le prometo que hoy seré muy correcto. Sólo quiero hablar con usted para que me ayude con esa mierda de destino que me ha buscado nuestro Teniente favorito… otro día hablaremos del resto, ¿le parece?
Continué sin decir nada aun sabiendo que con toda probabilidad me estaba ganando un guantazo. Pero algo distrajo su atención y acto seguido se situó rápidamente sobre mí con las piernas abiertas, sujetándome por debajo de los brazos e intentando moverme. Se me hacía imposible escuchar nada con claridad más allá de los esfuerzos de Furhmann, pero deduje que venía alguien y en apenas unos segundos cesó en su intento por moverme para forcejear de manera estéril con alguien.
-Échese con cuidado hacia un lado – ordenó la voz de Herman con una forzada tranquilidad – si intenta algo o le pasa cualquier cosa a ella, le parto el cuello sin pensármelo, ¿entendido? – No sabía exactamente lo que estaba pasando porque no alcanzaba a ver nada, pero Furhmann asintió con docilidad -. Muy bien, ¡arriba!
Cuando sentí mi espalda liberada respiré con alivio y miré hacia un lado para encontrarme a Herman obligando a Furhmann a recostarse sobre las escaleras tal y como él me tenía a mí hacía unos segundos, pero rodeando su cuello firmemente con uno de sus brazos mientras que con la otra mano mantenía su nuca a buen recaudo.
-¿Usted no estaba de permiso? ¿A dónde coño va con la pistola y el uniforme? ¿Tanto le gusta su trabajo? – Le preguntó con sarcasmo mientras le desarmaba sin soltarle.
Una vez que tuvo su arma, dejó su cuello dejándole ver que le estaba apuntando mientras se acercaba para comprobar que yo estaba bien. Me dejé escrutar, levantándome para que comprobase que era menos de lo que parecía.

-Herman, muchacho, he venido a hablar contigo. Tengo que decirte algo que…

 
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¡Menudo cabrón! Después de que Herman le hubiese encontrado en semejante situación, lo tenía tan jodido que estaba dispuesto a llevarme por delante. Pero antes de que terminase la frase tenía el cañón de su propia pistola en la mejilla. Le vi temblar ligeramente cuando Herman sacó el seguro del arma.

-Pues ya le adelanto que no le voy a escuchar. Es más, mejor cállese si quiere salir vivo de aquí porque ya sabe cómo somos en las SS con esto de apretar el gatillo.
-Vamos, no puedes disparar contra un soldado alemán que lucha con orgullo por su patria… escucha, de verdad… es algo importante… sólo déjame decírtelo y luego haz lo que quieras, ¿de acuerdo?
Mi corazón latía enervado mientras Furhmann hablaba, porque sabía perfectamente lo que iba a decirle y si Herman accedía a escucharle, estaba perdida.
-Le escucharía, pero ya sé lo que va a decirme. Erika se le insinuó, ¿verdad? – Le preguntó mientras le agarraba por el cuello del uniforme y le incorporaba para mirarle sin retirarle la pistola del cráneo -. Ya vi que lo estaba poniendo todo de su parte por seducirle… ¡qué mala es Erika! ¿No le parece? – Furhmann me miró de reojo conteniendo la rabia. Por un momento creí que iba a decir algo pero Herman continuó hablando -. Me recuerda ligeramente a aquella criada que teníamos… – yo no sabía de qué demonios hablaba ahora, pero me valía cualquier cosa con tal de que no le dejase hablar a él –…Sonja, ¿se acuerda?
El cuerpo me temblaba con cada pregunta de Herman, temiendo que Furhmann fuese a contestar algo que no se le había preguntado aprovechando el leve parón de la voz de su interlocutor. Le sobraban media docena de palabras para joderme por última vez, y eso me estaba poniendo demasiado nerviosa a pesar de contar con el detalle de que tener una pistola en la frente mientras te agarran firmemente por el cuello limita notablemente la capacidad de expresión.
-Sonja también era una de esas mujeres que no hacía más que insinuarse – continuó Herman con el mismo sarcasmo cargado de rabia que había utilizado desde que le había dirigido la primera palabra -, de hecho se insinuó tanto que el Espíritu Santo bajó una noche y la dejó encinta… ¿no?
Sus palabras me dejaron de piedra. Al menos hasta que la voz de Furhmann se coló en mis tímpanos de una manera sobrecogedora.
-¡A mí no! ¡Esa puta que…! – Gritó el muy cerdo en pleno ataque de desesperación antes de que el brutal golpe que encajó su cara le obligase a caer de espaldas escaleras abajo.
Le observé rodar atropelladamente mientras una bajada de tensión espontánea me mareaba y me hacía temblar ante lo inminentemente cerca que había estado de proclamarlo todo. Pero el estado en el que llegó al descanso de las escaleras me tranquilizó ligeramente. Sólo era capaz de emitir quejumbrosos alaridos.
-Estúpido cabrón de mierda… – lloriqueó mientras intentaba erguirse después de algunos minutos retorciéndose en el suelo –. Si no quieres escucharme tú, se lo diré a tu madre… – amenazó sacando fuerzas de donde parecía imposible –. Ella me escuchará, payaso… le contaré qué clase de zorra tenéis en casa. Sí, quizás le cuente mientras me la chupa esta noche que esa guarra por la que ahora bebes los vien…
No debió haber añadido aquello. Al menos, por el bien de su integridad no debió poner un énfasis despectivo cuando hizo referencia al sexo oral con su progenitora. Pero a mí me favoreció que su repentino ataque de arrogancia hubiera provocado que Herman bajase las escaleras encolerizado para propinarle una patada en el estómago con una destreza que ya quisieran muchos espartanos y que le impidió seguir hablando o ponerse de pie para obligarle a caer al borde del siguiente tramo de peldaños mientras se ahogaba en su dolorosa agonía.
-¡No tienes ni puta idea de lo harto que me tienes! ¡¡Ni puta idea, Furhmann!! – Le gritó sacando un genio que nunca antes le había visto mientras le sujetaba la cabeza para obligarle a mirarle.
Me acerqué un poco para llegar a ver cómo le empujaba con el pie para hacerle descender las escaleras con su cuerpo y continué bajando a un par de metros tras ellos, comprobando cómo un par de sirvientas contemplaban la escena desde el final del pasillo sin tener intención de meterse en nada, al mismo tiempo que más gente del servicio se agolpaba bajo la puerta de la cocina para ver cómo el refinado señorito Scholz, completamente fuera de sí, arrastraba a un moribundo Furhmann hacia la salida enganchándole por el cuello de su uniforme.
Le seguí por pura inercia, incapaz de imaginarme a dónde le llevaba ni con qué intención. Completamente noqueada por la espontánea y natural violencia que emanaba Herman y sorprendiéndome a la vez de que me chocase tanto que un Teniente de las SS fuese violento. Salí de mi ensimismamiento cuando Marie me rebasó apresurada, justo en el preciso instante que Herman se adentraba un par de pasos sobre el colchón de nieve que se extendía por todo el patio delantero sin dejar de remolcar a Furhmann.
-¿Pero qué ocurre? Este chico se ha vuelto loco… qué cree que está haciendo… – repetía Marie con desesperada preocupación mientras eclipsaba la puerta impidiéndome ver nada – ¡por el amor de Dios, señorito Scholz! ¡Déjele! – Gritó como si estuviese implorando por un hijo.
-¡¡Regrese a la cocina!!
Si no supiese de buena tinta que el único que estaba allí fuera con Furhmann era Herman, jamás hubiese dicho que aquella autoritaria voz llena de ira le pertenecía. Marie repitió la súplica, obteniendo a cambio la misma respuesta una y otra vez, de la misma impactante manera. Desobedeció la orden unas cuantas veces, pero terminó acatándola y se retiró echándose las manos a la cabeza.
No tuve tiempo de mirar hacia afuera de nuevo antes de que un disparo resonase enmudeciendo todo el circo de comentarios que la actitud del señorito Scholz había levantado. Me asomé instintivamente, a tiempo de ver cómo Herman arrojaba el arma al lado del cuerpo de Furhmann mientras un creciente halo carmesí teñía la nieve sobre la que reposaba su cráneo. Regresó a la casa con paso seguro y me sujetó el brazo obligándome a entrar con él. No hice ninguna pregunta, ni podría haberla hecho aunque quisiera.
-¡Marie! – Bramó colérico al borde de las escaleras – ¡llame a un médico! ¡Rápido!
-¿Un médico? ¿Ahora quiere un médico? – Le preguntó ésta conteniendo el llanto como si estuviese siendo objeto de una macabra broma – ¡le va a hacer mucho el médico a Furhmann! Ya lo creo, señorito Scholz… llamaremos al doctor para que vuelva a meterle los sesos en la cabeza, ¿no es así?
-No me joda, Marie… – le gruñó aniquilándola con sus ojos mientras se acercaba hasta dejar su barbilla por encima de la frente de la pobre mujer en shock – por mí pueden venir las ratas y darse un festín con los sesos de Furhmann, el médico es para Erika, ¡así que llámelo de una puta vez! ¡¿Me ha entendido?!
Estuve a punto de decir que no necesitaba ningún médico pero me pareció el momento menos indicado de mi vida para decir ni una sola palabra, así que sólo observé cómo Marie se retiraba derramando las primeras lágrimas al mismo tiempo que Frank entraba apresurado, mirando hacia nosotros y hacia el personal del servicio que se había agrupado cerca de la puerta de la cocina para intentar descifrar lo ocurrido.
-Dios mío, señorito Scholz, ¿qué ha pasado? El soldado Furhmann está…
-Furhmann se ha suicidado – le interrumpió Herman con irrebatible seguridad antes de sujetarme el brazo de nuevo y obligarme a subir las escaleras -. ¿Me han escuchado? – Preguntó hacia el servicio volviéndose desde la mitad de los escalones. Éstos se limitaron a asentir en silencio -. Pues ahora que ya tienen claro lo que ha sucedido ya pueden dedicarse a sus cosas – dijo esperando a que se retirasen -. Frank, hágame el favor de ocuparse de que quiten a ese gilipollas de ahí antes de que llegue mi madre. Voy a llamar a alguien para que vengan a buscarlo… – añadió molesto, como si fuese el muerto que había en la puerta de casa el que tendría que tener el detalle de yacer en otro lugar.
 
 

Siempre procuré tener claro lo que era, esforzándome endiabladamente por imaginarme lo que tenía que hacer cuando no estaba conmigo para refrenar la obligación de quererle. Y sin embargo, tras estar delante del verdadero Teniente Scholz, me sentí como si en realidad hubiese estado intentando excusar lo que realmente era para poder quererle.

Ahora era inevitable carcomerme en la evidencia de que Herman era alguien acostumbrado a hacer lo que acababa de hacer. Por mucho que el “suicida” se lo mereciese, acababa de volarle la cabeza y de encargarle a alguien que se ocupase de sacarle del patio de su casa, donde su madre o su hermana podían encontrar aquel cadáver que él mismo había dejado allí para seguir organizando su vida como si sólo hubiese acontecido un leve inconveniente. Y mientras le seguía guiada por la mano que sujetaba mi antebrazo a punto de resultar un contratiempo para mi circulación, reparé inconscientemente en las dimensiones morales tan distintas que toman las cosas cuando las hace uno mismo y cuando las hacen los demás. Yo también había hecho aquello con su padre – de una manera mucho más limpia, para ser sincera – y aunque también me planteaba hacerlo con Furhmann, el que Herman se me hubiera adelantado de aquella aplastante manera me había dejado completamente descolocada. No era capaz de arrancarme de la retina la limpieza con la que redujo a Furhmann, ni la facilidad con la que le hizo rodar escaleras abajo. Ni tampoco era posible para mí pensar en otra cosa que no fuese lo bien que se le daba pegar y matar. Como si yo no lo hubiese hecho en mi vida.
Pero ni comparándole conmigo – que le engañaba y le mentía a diario, que le traicionaba semanalmente informando de todo lo que me contaba y que encima iba a arreglarme la vida a su costa -, ni siquiera así podía deshacerme de la sensación de que él era peor que yo y de que había desatendido los constantes avisos de mi raciocinio sólo porque me sentía segura con alguien que si indagaba levemente sobre mí y descubría algo, me haría algo parecido.
Entramos en el despacho con paso firme y me hizo un hueco en uno de los sofás para que me sentase mientras él se limitaba a dar vueltas por la estancia todavía con esa cara de duro que acababa de estrenar en mi presencia. Comencé a acongojarme ante la posibilidad de que Furhmann le hubiese llegado a decir algo más, pero había malgastado su última oportunidad mencionando a su madre y después del rosario de golpes que le cayeron por aquello, dudaba seriamente de que pudiese haber dicho algo capaz de interpretarse.
-¿Qué vas a hacer? – Pregunté ligeramente asustada y ensombrecida por aquel nuevo Herman Scholz que tenía frente a mí.
Él se detuvo y tras mirarme durante algunos segundos, relajó la expresión de su cara mientras caminaba lentamente hacia el lugar en el que yo estaba. Se acuclilló ante mí, cogió mis manos, suspiró y me respondió.
-Tengo que llamar a Berg para que me ayude con esto – contestó el mismo Herman de siempre con un atisbo de preocupación.
Creí que llamar a Berg para que le ayudase supondría contarle lo que había ocurrido. Pero Herman le explicó por teléfono que Furhmann había perdido la cordura en Rusia y que había aparecido en casa para recriminarle embravecido que estuviese detrás de su precipitado traslado en pro de que no pudiese verse con su madre y que después, en un ataque de histeria, terminó con su vida delante de nuestras narices. Tras relatarlo al menos un par de veces añadiendo un dramatismo y confusión a su voz que su cuerpo completamente relajado no mostraba mientras fumaba tranquilamente sentado detrás del escritorio, escuché que le daba las gracias al General antes de despedirse.
-¿Qué te ha dicho? – Me aventuré a preguntar al ver que no decía nada.
-Lo que esperaba. Las SS se ocupan del muerto – me informó despreocupado mientras apagaba el cigarro. Le miré frunciendo el ceño a causa de la curiosidad, porque lo cierto es que no sabía si estaba bromeando o no -. Verás, si el caso fuese de carácter civil, tendría un problema. Pero como va a tratarse como un asunto interno de las SS, no habrá preguntas. Simplemente vendrán un par de soldados dentro de una hora y se llevarán a Furhmann.
-¿Y ya está? – Pregunté incrédula – ¿dices que se suicidó y vienen a por él sin hacer preguntas?
-Oye, ¿te encuentras bien? – Inquirió levantándose para caminar hacia mí. Le seguí con la mirada hasta que se paró frente a mis rodillas y se inclinó para sujetar mi cara -. Siento haberme puesto así. Pero te dije que no dejaría que te hiciese nada, y ya no te va a hacer nada…
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Resultaba conmovedor que siguiese empeñado en que no me hiciese nada cuando el capullo que teníamos postrado en el patio delantero me había hecho lo que había querido, pero aquel sutil tono que hacía apenas media hora me hubiera desarmado ya no me parecía cariñoso, sus palabras se me antojaban ahora frívolas especulaciones camufladas con un desmedido afecto.
-Pero no tenías que haberle matado… el servicio lo sabe… – dije asustada por mis propios pensamientos.
Yo le quería, lo tenía clarísimo. Pero ahora que tenía verdadera conciencia de lo peligroso que era quererle, era como si la reacción de defensa de mi cuerpo fuese mostrármelo como otro monstruo más de las SS. Algo que ya había pensado cuando llegué a aquella casa y de lo que me retracté a medida que fui conociéndole.
-El servicio no vio nada. Y da igual, no van a hacer preguntas, se fían de la palabra de un General de peso como Berg y del testimonio de un Teniente que se apellida Scholz. Porque nadie en su sano juicio osaría poner en duda la palabra de Berg, y él jamás dudaría de mí. En realidad es mejor para todos, porque me imagino que quienes se tendrían que encargar de Furhmann también tendrán cosas más importantes que hacer.
-¿Y tu madre? ¿Tienes idea de la que se va a armar como Marie le diga algo?
-Marie no dirá nada. Puede que se permita cierta confianza conmigo, pero se lo pensará bien antes de decir nada en mi contra y al final deducirá que yo sólo he hecho lo que había que hacer. Lo peor va a ser mi madre, sin necesidad de que nadie le diga nada. Seguro que se toma peor la muerte de ese impresentable que la de mi padre.
Debo confesar que me daba miedo y que mi cerebro me estaba azotando una y otra vez con una clarísima señal de “peligro” que nunca antes había usado. Si Furhmann hubiese hablado, hubiésemos sido dos en el patio y las SS vendrían a por nosotros sin hacer ni una sola pregunta acerca de por qué dos personas deciden suicidarse con una misma pistola en el patio delantero de la residencia Scholz. Todavía estaba intentando quitarme esa imagen de la mente cuando sus labios me besaron, y fui totalmente incapaz de corresponderle mientras me imaginaba mi sangre escapándoseme por la nieve hasta mezclarse con la de Furhmann.
-Lo siento, Erika… – me susurró – lo siento si crees que he hecho algo que no debía hacer. Pero tenía que hacerlo. Furhmann no se detenía nunca, siempre iba a por más… ¿lo entiendes, querida?
Dudaba seriamente de esa facilidad que le brindaban las SS para lavarse las manos. Pero durante los días siguientes comprobé que era totalmente cierto. Marie le miraba como si no le conociese, el resto del servicio guardaba las formas más que nunca con el encantador señorito Scholz y su madre andaba como alma en pena por la pérdida de un “amigo” tan íntimo, enfadada extraoficialmente con su hijo porque sospechaba que algo había ocurrido entre éste y su amante antes de que se suicidase. Pero por lo menos se creía lo del suicidio – o quizás quería creerlo -. Sin embargo Herman Scholz seguía con su vida como si nada hubiera pasado. No llegó ninguna citación, ni se le exigió más testimonio que una declaración que firmó con aquella cutre historieta cuando dos soldados se llevaron un cuerpo lleno de golpes y con un disparo hecho a quemarropa en la sien izquierda de un hombre que era diestro y que llevaba el arma en su cadera derecha. Era cierto, las SS no metieron las narices en nada y le brindaron la impunidad más práctica que había presenciado en toda mi vida.
El shock me duró un par de días durante los que me hubiera gustado unirme a ese grupo que guardaba las distancias con Herman. Pero mi situación al respecto no era tan cómoda como la del resto, ya que el Teniente Scholz seguía colándose en mi habitación todas las noches. De modo que decidí hacer una pequeña visita a la mujer que era antes de enamorarme y tras tragarme mi shock, canalicé el susto hacia el “respeto” de forma que me ayudase a mantener los ojos bien abiertos mientras yo también fingía seguir con mi día a día. Y así, aquella desconfianza extrema que experimenté el par de días posteriores a la muerte de Furhmann se fue difuminando en una mecánica necesidad de examinar constantemente a Herman. Como si necesitase mantenerle bajo vigilancia para asegurarme de que aquel lado irascible y exterminador no encontraba ningún indicio que le hiciese volverse contra mí. Cosa que, por otro lado, no es una necesidad demasiado común en una pareja. Pero si yo realizaba metódicamente mi trabajo, sin dejar ningún cabo suelto, ni cometer ningún error… entonces, con mucho cuidado, podía seguir durmiendo todas las noches entre los brazos de Herman Scholz.

Aquella semana hice mi viaje periódico a Berlín con la excusa de conseguir un vestido para la exclusiva cena privada de Nochevieja que organizaba la familia Walden en su lujosa casa situada a diez minutos de la capital. Llegué a las oficinas del taller un poco nerviosa al escuchar de camino que Alemania acababa de terminar con la tregua navideña dejándole un recado sobre Londres a Churchill. Había tantos bombardeos que resultaba imposible llevar la cuenta o elaborar un listado ordenado de aquellos ataques aéreos de los que uno era consciente, pero aquél que cayó directamente sobre la capital inglesa tan sólo cuatro días después del día de Navidad, hizo que me sensibilizase especialmente al pensar en todas las familias que todavía estarían disfrutando de unas fechas como aquellas. Pero dejé mi humano pesar a un lado en cuanto me senté en frente de mi “negociador”, que me deslizó apresuradamente el contrato y un bolígrafo sobre la mesa muy amablemente.

-Indulto para los posibles cargos de Herman Scholz, evacuación del territorio conflictivo y protección en Inglaterra o cualquier aliado de nuestro bando si la suerte se decanta por el lado correcto, señorita Kaestner. Podrá largarse de allí con esa joya de marido, ¿está todo a su gusto?

No contesté inmediatamente, primero leí todas y cada una de las cláusulas que había redactado y comprobé que efectivamente, estaba todo como yo lo había pedido. Vacilé levemente antes de firmar, sabiendo de antemano que tenía que hacerlo porque había dado mi palabra pero recordando de nuevo la tranquilidad con la que Herman había arrojado la pistola de Furhmann al lado de su cuerpo sin vida, el arte con el que le pegó una soberana paliza antes de tomarse la molestia de sacarle fuera para no matarle dentro, la autoridad dictatorial con la que organizó a todo el mundo después de meterle una bala en el cerebro y la inquebrantable tranquilidad con la que había proseguido su vida. Pero yo no era mejor que él, y le quería. Así que tomé el bolígrafo y estampé mi rubrica sin dedicar ni un solo segundo más a pensar sobre lo que estaba haciendo.

-Ahora más vale que los americanos vengan antes de que Inglaterra desaparezca del mapa… – bromeé con sequedad mientras firmaba.
Ninguno de los dos se rió, y yo tampoco esperaba que hubiese ocurrido algo distinto, solamente lo dije por rasgar un poco aquel orgullo con el que pronunciaba “Inglaterra”.
-Muy bien, espero que sea feliz en su matrimonio y que esto acabe pronto de la mejor manera posible.
Le dirigí una mirada cargada de incredulidad. Aquello sí que era una broma, “que todo aquello terminase” estaba muy lejos a no ser que el mismísimo Jesucristo bajase a poner orden. Y si lo hacía, más le valdría bajar con algo más que con la Palabra de Dios, o no tardaría mucho en reunirse de nuevo con su padre.
Después de aquello, me informó de que cada seis meses mientras durase la guerra recibiría documentación actualizada que nos serviría a Herman y a mí para salir de Alemania con urgencia en caso de necesitar hacerlo, y tras un repaso general sobre los temas de más interés para ellos, me despedí de mi “negociador” sin mostrarle el más mínimo afecto para regresar a la casa de los Scholz en cuanto conseguí un vestido.
Durante la cena comprobé que la señora Scholz seguía con su rutina de no abrir la boca para nada que no fuese ingerir la comida. Había hecho lo mismo cuando se había quedado viuda, pero esta vez se notaba cierta nota de reticencia en el trato con Herman que evidenciaba que buena parte de su malestar se debía a lo que quiera que creyese respecto de la muerte de su amante y a que, evidentemente, su hijo entraba en la conjetura. Tampoco se pronunció cuando Herman dijo que después de la fiesta de los Walden dormiríamos en la casa de Berlín, y eso que me imagino que la sombra del “pecado” debió aplastarla al escuchar semejante noticia.
Las cosas ya no estaban tan bien. Estaban tensas, eran incómodas. Resultaba agobiante compartir mesa con una madre que sospecha “algo” de su hijo, que le guarda rencor sin saber por qué. Era igual de agobiante que sorprenderme estudiando al detalle cada gesto de Herman, siempre pendiente de que no encontrase nada que le hiciera dudar de mí para que mi cabeza, la misma que el coronaba con miles de besos cada noche, no corriese la misma suerte que la de Furhmann.
Y en medio de todo ese caos familiar, más el añadido de encontrarse en un clima de incertidumbre provocado por la guerra, llegó la Nochevieja. Una Nochevieja en un país sumido en una catástrofe política y social en el que, sin embargo, los ricos seguían disfrutando de sus fiestas y reuniones.
-¿Por qué tenemos que ir? No has hecho más que quejarte desde que tu madre te dijo que teníamos que ir – protesté mientras terminaba de calzarme.
-Porque mi familia tiene negocios con la familia Walden y no han faltado a su fiesta de Nochevieja desde que yo era niño. Ahora he crecido y me toca tomar el relevo, me guste o no.
-Pero con lo de tu padre deberían perdonártelo… además, todo el mundo sabe que hace unos días un subordinado del difunto Coronel vino a pegarse un tiro a casa.
Herman suspiró mientras se retocaba atentamente el cuello de su frac y me miró antes de retirarse sin decir nada.
-Mi madre les dijo que este año iríamos nosotros. Ya es tarde para echarse atrás – me contestó al cabo de un rato mientras entraba de nuevo en la habitación -. Te he comprado algo – anunció casi con solemnidad mientras me extendía un regalo.
La primera impresión que tuve por la forma de la caja fue la de que me había vuelto a comprar chocolates, supuse que para hacer un pequeño guiño a sus primeros regalos. Pero al retirar el envoltorio comprendí que nadie vende chocolate en cajas de fino terciopelo y la sonrisa se me paralizó en la cara cuando encontré en el interior uno de esos juegos de collar y pendientes con los que cualquier mujer sueña delante del escaparate de una joyería. Una joyería como en las que solamente la familia Scholz – y un escaso puñado de gente más – podía permitirse comprar en aquellos tiempos.
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-Es mi regalo de Navidad. Supuse que te vendría bien para esta noche – matizó.
Era el primer regalo de Navidad que me hacían desde que mis padres habían sido barridos de la faz de la Tierra. Y aunque era precioso, distinguido, y seguramente carísimo, nada de aquello me importó más que el hecho de que alguien me tuviese en cuenta a la hora de comprar un regalo de Navidad después de tantos años.
-Eh, no me vayas a llorar ahora después de lo que has tardado en arreglarte… – me susurró arrancándome una risa nerviosa mientras recogía el collar del cojinete de la caja para ponérmelo con cuidado.
Supongo que le resultó inevitable fijarse en la fina capa de humedad que cubrió mis ojos cuando me encontré de bruces con el exquisito detalle. Me coloqué los pendientes y me apresuré hacia un espejo para comprobar que Herman no me sonreía por pura cortesía, constatado que con mi regalo encima me convertía automáticamente en una de aquellas mujeres como las que tanto me gustaba criticar en las fiestas de los Scholz. Pero no me desagradaba. No, mi aspecto no me desagradaba en absoluto. Aunque Herman acabó diciendo que no volvería a regalarme nada después de que se lo hubiese agradecido al menos una veintena de veces durante el trayecto que nos separaba de la casa de los Walden.
-Erika, escucha – me dijo con discreción al apearnos frente a la entrada de la casa -. No hables de lo de Furhmann. Si alguien pregunta directamente por el incidente, evita el tema – asentí sin darle importancia al imaginarme que después de todo, no le resultaba tan indiferente -. Con que digas que lo sientes mucho será suficiente.
-¿Qué esperabas que dijese? – Pregunté con cierta incredulidad.
Él se rió antes de responder.
-No es que crea que me vas a meter en un aprieto. Me refiero a que sin duda alguien te preguntará sobre el tema y simplemente no quiero dar detalles. Mejor déjame hablar a mí.
Estuve de acuerdo en ello. A mí se me daba mejor escuchar y guardar las formas mientras él parloteaba educadamente con los invitados o los anfitriones. Aunque también me tocó responder a un par de preguntas por persona en mi puesta de largo en aquel selecto grupo de personas al que unirse por méritos propios sin estar directamente implicado con el régimen era una completa odisea.
Casi todas las conversaciones resultaron banales o de inane finalidad. Excepto la que Herman mantuvo con el señor Walden, un hombre demasiado campechano para la posición que ostentaba y que era el sueño de cualquier espía del mundo, ya que no escatimaba en detalles a la hora de hablar. Sólo tenía dos problemas: que precisamente por su pasión por el habla se olía a kilómetros de distancia el patriótico aroma que desprendía. Y que su mujer – una completa cabeza hueca – hablaba tanto o más que él y me impedía escuchar la conversación que su marido mantenía con Herman. Así que sólo conseguí capturar ciertos retales del único diálogo que me resultaba de interés.
Al parecer, las industrias Walden acababan de cerrar un importante negocio con las SS y eso explicaba el por qué había gente en aquella fiesta luciendo el uniforme de gala con orgullo, aunque Herman había optado por un frac normal. Pero, ¿qué operación comercial podía cerrar con las SS? Los Walden no producían nada que en principio pudiese interesarle a un cuerpo de seguridad, ¿acaso el industrial iba a probar suerte en un campo que no era el suyo? No me encajaba en el patrón, ya eran lo suficientemente ricos como para que les llamase la atención el mercado de la guerra con tanta intensidad. Pero a la señora Walden, mi relación con Herman le importaba demasiado como para dejarme cenar en paz mientras atendía a aquel acuerdo del que hablaban. Y con lo poco que pude escuchar, deduje que tenía que tratarse de un encargo especial para el cuerpo.
-… así que el trabajo de Herman es crucial, ¿no le parece? – Mi cabeza regresó de nuevo a la conversación que mantenía con la señora Walden antes de intentar oír algo más.
-¿Perdón? Estaba distraída, lo siento… – me disculpé rápidamente cayendo en la cuenta de que Herman siempre rehuía darme detalles precisos sobre su trabajo.
Sabía que le asignarían un subcampo de prisioneros y por las fotos que me habían enseñado, también sabía que los campos de prisioneros no tenían muy buena pinta. Pero lo cierto es que me resultaba surrealista la idea de imaginármelo organizando gente para que fabricasen armas. Herman era un Teniente, no un ingeniero ni nada parecido.
-Sí, ya veo que no le quita ojo. No la culpo, es guapísimo, todas hemos intentado alguna vez organizarle citas con nuestras hijas por medio de su madre – mencionó riéndose de su propio comentario. Yo sólo esperé pacientemente con una media sonrisa a que la suerte estuviese de mi parte para que siguiese hablando. Y lo hizo -. Le decía que gracias a la labor de las SS, la industria alemana se elevará a la altura que se merece.
-¿Ah, sí? – Inquirí al constatar por el tono de su voz que la pobre estaba recitando algo que seguramente le habría escuchado a su marido. Pero si su marido le había dicho eso, entonces es que las SS serían un cliente magnífico. ¿Qué narices querían de los Walden?
 

-Sí, claro que sí. Mi marido dice que llegó el momento de que todo el mundo ocupe el lugar que se merece. Y nuestro Führer nos hará justicia con el Reich, Alemania crecerá libre de enemigos… – proclamó enérgicamente alzando el puño a la altura de su cara.

Inevitablemente sentí la necesidad propiciarle un golpe seco que le hiciese hundirse su propio tabique nasal con su patriótico puño, pero mantuve la compostura con mi mejor cara asumiendo que se le había vuelto a ir el santo al cielo.
-¿Y cómo lo hará? – Le pregunté con la boca pequeña cuestionándome seriamente si aquella mujer sabía de lo que estaba hablando.
-¡Uy! ¡Qué cosas tiene! – Exclamó con diversión – ¿en serio Herman no le ha dicho nada? – Volví la cabeza hacia él, pero seguía sumido en esa conversación de negocios con el señor Walden, de modo que me volví hacia mi interlocutora y negué con la cabeza -. Es muy modesto, otros en su lugar no dejarían escapar la oportunidad de pavonearse con sus galones y su rango. Sí, definitivamente es encantador, ¿cuántos hombres pueden presumir de conquistar Polonia y Francia y de servir a Alemania con esa pasión? Créame que es usted la envidia de muchas, ¿le ha hablado ya de matrimonio? Tendrían unos hijos guapísimos porque son ustedes dos jóvenes muy agraciados…
Tiré la toalla. Aquella mujer era incapaz de mantener una conversación seria sin irse por las ramas. Si quería enterarme de algo no me quedaba más remedio que intentar escucharles. Pero la tertulia que ahora mantenían con un par de hombres más que se habían sumado a la charla giraba en torno al Bismarck, aquel acorazado indestructible que era ya el buque insignia de la flota alemana y del que se rumoreaba que entraría en acción en breves, ¡mierda! Decidí ahogar mi frustración acompañando mi cena con unas cuantas copas, todas aderezadas con la voz de la señora Walden de fondo, de modo que cada copa que terminaba me provocaba el irrevocable deseo de reemplazarla inmediatamente por algo con más alcohol todavía.
Mis tragos parecían no pasarme factura, pero cuando todo el mundo se levantó pasadas las 23:30 para dirigirse a la pista de baile donde la orquesta comenzaba a interpretar algunos temas tras los postres, tuve que agarrarme más fuerte de lo normal al antebrazo de Herman.
-Solo por curiosidad, ¿cuántas copas te has tomado? – Me preguntó al mismo tiempo que decidía que bailar no era una buena idea y nos retirábamos discretamente hacia una ventana.
-Me has dejado a merced de la señora Walden, haz una estimación… – le reproché mientras aceptaba un cigarrillo que me ofrecía.
-Está bien – dijo resignado mientras se reía -. Nos quedaremos por aquí hasta pasada la media noche y nos iremos a casa. Arrímate a mí, nadie nos molestará si nos ven de este modo y no quiero que piensen que tienes problemas con el alcohol. Anda que pasarte con los tragos en tu primera aparición oficial… – añadió con diversión.
El anfitrión de la casa se hizo repentinamente con el micrófono para agradecer la presencia a todos los invitados y recitar un emotivo discurso haciendo mención a la gloria de la patria y centrándose sobre todo en el reciente bombardeo sobre Londres al que la prensa internacional había bautizado ya como “el segundo gran incendio” de la capital inglesa, algo que a la inmensa mayoría de los que allí estaban les llenaba de orgullo.
-Claro Walden, feliz Año Nuevo también a las miles de familias londinenses que ahora mismo están utilizando las estaciones de metro o los alcantarillados como refugio antiaéreo… – murmuró Herman mientras todo el mundo brindaba después de que el anfitrión concluyese su patriótico monólogo con un: “¡Victoria para Alemania en este 1941 y felicidad y progreso para todos nosotros!
Iba a decir algo, pero la estancia se llenó de aplausos y gritos cuando un hombre de aproximadamente la edad de Herman subió al escenario.

 

-Odio a ese cabrón de la Luftwaffe… – se quejó en voz baja.
-¿Quién es? – Me interesé.

 

 

-Scharner. Llegó un día a Polonia exigiendo que le habilitásemos un lugar para dejar “sus pájaros”. Como si los de las Waffen-SShubiésemos sido enviados para construirle su aeródromo. Me reí en su cara y le dije que nosotros éramos soldados de élite, no operarios de ningún capullo con complejo de Ícaro. Me soltó una hostia.
-¿En serio? – Pregunté sin creérmelo.
-Sí. Me partió el labio porque me pilló desprevenido pero él acabó con la nariz rota y yo me gané mi primera y única sanción hasta el momento. No fue mucho, el asunto no trascendió gracias a mi padre. Pero sigo esperando a que el sol le derrita las alas… – bromeó despreocupado.
Sharner asumió aquella noche el rol de “héroe del momento”, ya que acababa de regresar de participar en el bombardeo de Londres y también nos deleitó impartiendo una “misa” acerca del honor de ser alemán y de que el mundo por fin reconocería nuestra supremacía natural. Quiso concluir haciendo una mención a la cruzada del Tercer Reich contra el comunismo soviético pero se perdió por el camino evidenciando que de política exterior, estaba más bien flojo.
-Limítate a tirar bombas desde el aire, anda… – se burló Herman provocándome el primer ataque de risa de 1941. Eso sí, mientras ambos aplaudíamos enérgicamente al igual que el resto de los invitados -. Querida, te presento al estandarte de la Nueva Alemania, un soldado que cree a pies juntillas que el “malo” es muy malo, ¿quién necesita saber más? – Añadió riéndose conmigo descaradamente.
Después de aquello cumplió con su promesa de retirada y tras despedirnos de quienes él consideró oportuno – incluidos los anfitriones –, abandonamos la casa de los Walden.
-Bueno, ¿y de qué has estado hablando con la señora Walden? – Me preguntó durante el camino con un tono de voz que delataba que sólo aspiraba a reírse de mi suerte.
-¿De qué has hablado tú con su esposo? Se te veía más entretenido que yo… – le devolví sin caer en la cuenta de que era una fabulosa pregunta para sacar el tema que me había tenido intrigada durante toda la noche – ¿de qué se trata ese negocio tan importante que van a cerrar las SS con las industrias Walden? – Añadí haciendo que su buen humor se topase con un precipicio difícil de salvar, a juzgar por el gesto de su cara.
-Bueno, eso son decisiones que no me conciernen… Walden sólo me ha estado elogiando el “buen criterio” del Reich…
-Joder, ¿pero qué criterio? – Pregunté al obtener la segunda evasiva de la noche ante esa misma pregunta – ¿tiene que ver con tu trabajo? – Insistí ante su falta de respuesta.
El silencio fue lo único que obtuve hasta que llegamos a casa y subimos a la habitación. Y a pesar de que todavía tenía bien fresco el lance de Furhmann, no tuve ningún problema en mostrarle que eso me irritaba.
-Me gusta cómo te queda el regalo… – susurró con inseguridad mientras se me acercaba por la espalda cuando me estaba descalzando a pie de cama.
-Hace un cuarto de hora que te he hecho una pregunta – le espeté escabulléndome de sus manos.
Él suspiró, se deshizo de la chaqueta y del chaleco mientras caminaba hacia el diván de la habitación y se sentó antes de dejarlos a un lado con su pajarita, quedándose solamente con la camisa y el pantalón.
-Claro que tiene que ver con mi trabajo, te dije que eran asuntos de las SS. Pero no me gusta hablar de ello porque son decisiones que no están en mi mano.
-Pues te pasaste toda la noche hablando de ello hasta que yo te he preguntado – le recordé provocándole otro suspiro al mismo tiempo que se cubría la cara con las manos -. ¿Qué van a hacer los Walden para las SS?
-Nada.
-Muy bien. Buenas noches, Herman – dije mientras recogía mis cosas para irme a otra habitación.
-¡Espera! – Me interrumpió antes de que yo diese apenas un par de pasos -. Las industrias Walden no van a fabricar nada para las SS. Es el Reich el que va a proporcionarle mano de obra. A ellos y a toda la industria alemana – me senté en cama a la espera de que ampliase aquella información mientras un incipiente dolor de cabeza amenazaba con poseerme en breves -. Los prisioneros que están concentrados en los campos, o los que están aislados del resto de la población en los guetos, tendrán que servir a la Nueva Alemania con su trabajo y los empresarios o industriales alemanes pagarán a las SS por el suministro de mano de obra, ¿entiendes?
Dicho de esa forma no sonaba tan macabro, incluso tenía un toque de “asuntos de negocios”. Pero sin duda, había algo más detrás de aquella explicación que tanto me había costado arrancar.
-¿Y qué más? Porque no me creo que la cosa termine ahí.
-Ni yo esperaba que te conformases con eso – admitió mientras encendía un cigarrillo -. Los prisioneros trabajan sin descanso durante más de dieciséis horas al día a cambio de un plato de comida rancia, ¿y sabes por qué? Porque las SS así se lo garantiza al cliente. Ya te imaginas las distintas posibilidades que tienen en las SS para conseguir tal rendimiento…
Preferí darme por enterada sobre el funcionamiento del “negocio” con aquella explicación al tiempo que dejé que mi cara cayese sobre mis manos. Las SS estaban esclavizando a los prisioneros. Bueno, casi me lo habían advertido, así que no llegaba a sorprenderme del todo.
-¿Y qué pintas tú en medio de todo eso? ¿Cuál es exactamente tu trabajo?
Guardó silencio mientras daba una calada al cigarro y me contestó seriamente tras soltar el humo.met-art_MAJ_46_14
-Yo soy el oficial al mando de un subcampo. Eso significa que organizo y comercio con el trabajo de los prisioneros que tengo bajo mi tutela. Soy un ser “evolutivamente agraciado” con carta blanca para someter a tareas que están infinitamente por debajo de sus capacidades a matemáticos, a físicos, a ingenieros, a químicos, a doctores… sí, supongo que soy el único que se interesa por la vida que tenían antes de que Alemania decidiese que estorbaban, pero es que ellos son inferiores… – se excusó con sarcasmo -. O quizás pese demasiado el hecho de que yo vaya armado y ellos ni siquiera tengan zapatos.
-¿Por qué no me has hablado antes de esto? – Quise saber con una nota de tristeza y plenamente consciente de que yo era la última persona del mundo que podía exigirle sinceridad.
-Porque tienes la oportunidad de permanecer al margen de toda esa mierda, y yo quiero que lo hagas. Aunque si tuviera que ser consecuente con eso, debería enviarte lejos de aquí – dijo antes de dar otra calada -, pero soy demasiado egoísta cuando se trata de ti, querida. Tanto, que no soy capaz de alejarte de esta locura – concluyó suavemente mientras me enfocaba con aquellas profundas pupilas rodeadas de intenso azul.
Y si yo fuese consecuente con su sinceridad debería no ser capaz de engañarle de aquella manera. Pero a mí me pasaba lo mismo, yo también era demasiado egoísta cuando se trataba de él. Y quizás la repentina sensación de que éramos perfectos el uno para el otro estuviese apoyada por unas cuantas copas, pero lo cierto es que a pesar de todo lo que cada uno callaba por su parte – porque tenía claro que él no había entrado en detalles intencionadamente y que yo me iba a callar la boca para no perderle -, éramos dos personas ligadas por el que quizás fuese el sentimiento más peligroso de la condición humana. Dos personas tan terriblemente egoístas que son incapaces de mantenerse en sus respectivas posiciones para desafiar el curso lógico de las cosas. Eso éramos él y yo. Y en aquel momento no pensaba en nada de lo que acababa de decirme, porque me había perdido en la necesidad de tenerle mientras mi cabeza analizaba el origen de la misma.
-Herman Scholz – dije casi con una nota de desafío en la voz mientras me incorporaba -. Voy a casarme contigo y no voy a irme a ninguna parte sin ti, ¿me has entendido? – le solté con un inquebrantable convencimiento plantándome a medio camino entre los dos. Era lo más sincero que le había dicho a nadie en toda mi vida.
-Hace poco más de un mes te faltó estrangularme cuando te hablé de matrimonio…
-Eso fue antes de reconocerme que te necesito – confesé permitiéndome una transparencia que no podía tener en otros ámbitos.

-¿Por qué no lo reconociste antes? – Preguntó inocentemente mientras se remangaba su camisa hasta los antebrazos. No pude responderle. Ahora no quería mentirle descaradamente, aunque para ello tuviese que refugiarme en la omisión de información como si eso fuese una opción mucho más noble con alguien a quien acabas de decirle que vas a casarte con él -. No importa. La verdad es que ahora ya no me importa… – concluyó en un susurro que me estremeció.

 

-¿Puedes desabrocharte la camisa? – Le pedí provocándole una sonrisa con mi inesperada pregunta.

-Sólo si tú te sacas el vestido – me contestó proponiéndome una contraoferta a todas luces desigual, pero que yo acepté deslizando hacia abajo los tirantes de la prenda sin retirar mi mirada de la suya y observando cómo él hacía lo que yo le había pedido.
No puedo explicar por qué se lo pedí. Simplemente me apetecía ver su pecho y contemplarle con esa masculina elegancia que conservaba incluso cuando estaba descamisado. O disfrutar de ese desaliño con clase que hace que un impecable caballero se convierta en un hombre que no puedes evitar desear. No todos tienen ese toque de gracia, pero él sí. Igual que tenía la facilidad de manejar dos caras tan distintas de una misma personalidad.
-¿Por qué será que a pesar de todo no creo que el Teniente Scholz sea alguien tan malo aunque tenga un trabajo terrible? – Pregunté con una débil voz mientras me sentaba a horcajadas al borde de sus rodillas. Él sólo se rió mientras dejaba caer su cabeza sobre el respaldo del diván. Un gesto que me pareció demasiado irresistible combinado con su torso descubierto.
-Sin duda porque estás ebria – dijo con una resignada diversión -. Ya se te ha olvidado lo de Furhmann, por lo que veo… – añadió con preocupación posando sus manos sobre mis muslos sin ninguna connotación erótica, aunque el efecto que me causase fuese precisamente ése que no tenía. Aparté su camisa un poco, lo justo para descubrir un pequeño lunar que tenía bajo la clavícula derecha antes de que él sujetase mi mano -. Siento haberte asustado comportándome de aquel modo. Sólo quería protegerte.
No pude evitar sonreír levemente ante su disculpa. Consciente de que el gesto era irrelevante si se analizaba objetivamente su comportamiento. Pero caí en la cuenta de que no sólo me había protegido a mí, sino también a él mismo al evitar que Furhmann pudiese decir ni una sola palabra de aquello que le servía para supeditarme a su voluntad. Tenía que reconocer que ni yo misma lo hubiese hecho mejor, y eso me provocó una macabra gratitud hacia él mientras consideraba la posibilidad de que estuviese en lo cierto respecto a lo de mi embriaguez, porque no era un sentimiento nada coherente con lo que aquel percance me había desatado.
-Si tuviese la oportunidad de decirle al cerdo de Furhmann una última cosa, le daría las gracias por suicidarse – dije declarándome fielmente de su lado con respecto a aquella historia mientras acercaba mi cara a la suya. Era inútil buscar algo que yo pudiese reprocharle al respecto.
Herman elevó suavemente la comisura de sus labios antes de que yo los besase. Había sido una conversación un tanto extraña, al menos para encontrar una explicación lógica a por qué mi sutil beso estaba tornándose en un desenfrenado acto de pasión al que él se dejaba arrastrar sin resistencia alguna. Era otra de las tantas cosas que sólo me habían pasado con él, a veces sentía la necesidad irrefrenable de tenerle que me abrasaba y me impedía hacer otra cosa que no fuese centrarme en conseguirlo. Algo completamente visceral que nadie, excepto él, había conseguido despertarme y que me encantaba experimentar cuando estábamos a solas y podía permitirme apartar un rato nuestras ocupaciones para satisfacer mis deseos. Los mismos que recorrieron mi cuerpo en una placentera oleada que llegó hasta mi falange más alejada cuando una de las manos de Herman se coló dentro de mí en un movimiento perfectamente sincronizado con sus piernas, que se separaron lo justo para que al arrastrar las mías, el camino se convirtiese en un transitable y cómodo recorrido al hueco que albergaba mi entrepierna.
Un hueco húmedo y resbaladizo al que sus dedos accedían una y otra vez, deleitándome con unas pautas que me hacían temblar y besarle cada vez con más devoción mientras mis manos viajaban a través de su torso, dirigiéndose imparables hasta la bragueta que contenía una incipiente erección que querían liberar. <> pensé riéndome mentalmente de una perspectiva que jamás creí hecha para mí. ¿Sería capaz de querer a alguien como le quería a él durante tanto tiempo? Algo me decía que sí, a pesar de todas las impresiones negativas que la imagen de un Teniente de las SS pudiese hacer prevalecer sobre su personalidad.
Las ideas volaron lejos en cuanto mis manos acariciaron su verga enhiesta, que yo alcanzaba a ver apuntándome recta y desafiante como un sable mientras deslizaba mis labios sobre la clavícula de Herman. Excitándome con cada plano que mis ojos lograban captar de él mientras nos palpábamos de aquella manera, fundiéndonos de nuevo en un beso que nos obligaba a compartir el aire que posteriormente exhalábamos con una violencia provocada a partes iguales por lo que cada uno hacía con su tacto y percibía de las manos ajenas. Un placer que sin embargo, enseguida se nos quedó escaso.
Una de sus manos se posó ligeramente sobre mi espalda antes de alcanzar el cierre de mi sujetador para abrirlo y regresar a mi muslo tras deslizarse con suavidad sobre uno de mis pechos. Gemí casi con cierta desgana ante esa decisión de no prestarle más atenciones que un leve roce pero aplaudí el criterio cuando también decidió retirar su otra mano del interior de mi cuerpo para llevarla sobre mi nalga y arrastrarme sutilmente hacia su pelvis, elevándome un poco antes de llegar e instándome luego a sentarme sobre la erección que me hacía desear lo que me pedían sus sabias manos.
Me dejé llevar. Seguí aquellas instrucciones que me beneficiaban, adelantando mi cuerpo tras deshacerme del sostén que todavía colgaba de mis brazos y apoyando mis manos sobre el respaldo del diván para dejarme caer suavemente, a medida que albergaba su cuerpo dentro del mío mientras luchábamos frente con frente por el escaso oxígeno que había entre nuestros labios. El primer contacto de nuestros sexos en ese preciso instante en que el suyo vence la -casi siempre vaga – resistencia del mío me provoca un gratificante escalofrío que me invita a abrazarle, como si sus brazos me protegiesen de lo que él mismo me causa. Supongo que es otra de las muchas cosas que sólo me ocurren con él y que también carece de sentido, porque cuando me aferro a su cuerpo y mi pecho se adhiere al suyo, su olor se cuela hasta mis pulmones anestesiando la poca cordura que suelo guardar sólo por si acaso. Pero aun así, le abrazo, como si fuese la última vez que voy a hacerlo o como si temiese que él pudiera salir corriendo mientras yo hago que su miembro me penetre una vez tras otra, deshaciéndole a él y deshaciéndome a mí con ello.
Aceleré el ritmo con el que mis entrañas le acogían y le rechazaban cuando sus manos apretaron mi carne bajo sus dedos mientras su boca se desligaba de la mía para comenzar a emitir sus primeros jadeos con su nuca apoyada sobre el respaldo, perfectamente centrada entre mis manos. Y me excita en demasía que haga eso. El poder siempre ha sido excitante, supongo… así que cuando permanece completamente pasivo, entregándose y rindiéndose al ritmo que marca la confluencia de mis muslos sobre su sexo, pero sujetándome de forma que su rendición se traduzca inequívocamente en una explícita manera de pedirme más, entonces me resulta tan extremadamente deseable que me asalta la primaria necesidad de lamerle e inclino mi cabeza sobre su cuello para dejar que mi lengua se deslice sobre él, leyéndome los matices del agradable aroma de su piel en otra dimensión de la percepción con la que quizás no salgan tan bien parados al quedarse en un simple “sabor salado”. Pero el hecho de hacer eso me excita tanto que mi columna se encorva por voluntad propia y mis piernas me elevan y me dejan caer cada vez con mayor frecuencia en busca de lo que reclama el deseo que ocupa cada resquicio de mi cuerpo.
Sus constantes gemidos tampoco ayudaban a refrenarme, ni tampoco su pecho al descubierto, ni esa nuez que sobresalía de su cuello estirado y que subía y bajaba cada vez que tenía que interrumpir su sensual respiración para tragar saliva de aquella forma tan atractivamente masculina. No, nada en absoluto me impedía tener un orgasmo a muy corto plazo. Ni siquiera sus manos prendidas a mis caderas y que a veces parecían pedirme de una infértil manera que disminuyera el ritmo, porque en realidad, se dejaban arrastrar por mi cuerpo sin objetar nada, dejándome hacer lo que yo creyese conveniente. Y yo me moría por aquella sensación de que todo iba a derrumbarse.
-No te corras – le susurré cerca de su oído cuando sus gestos acusaron que iba exactamente por el mismo camino que yo.
-Imposible, querida… me pides demasiado… – contestó entrecortadamente mientras erguía su cabeza para besarme con intensidad.
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Sonreí entre sus besos al comprobar que no era la única que estaba a las puertas de sobrepasar un punto a partir del cual no habría retorno sin el éxtasis del orgasmo. Pero reivindiqué mi petición, insegura acerca del por qué, y sin embargo, más firme a causa de su negación. Como si fuese un reto ver cuánto me costaba moldear su voluntad a la mía.
-No quiero que lo hagas.

Sonó casi como una imposición al salir atropelladamente entre el frenético ritmo que mis piernas me imprimían al galopar sobre él. Y la única respuesta que obtuve fue un resignado alarido acompañado por el leve dolor que las yemas de sus dedos causaban al apretarme con más fuerza, acrecentando mi deseo con ello y con la manera con la que sus brazos rodearon mi cintura en un abrir y cerrar de ojos, al mismo tiempo que su torso se inclinaba hacia delante, encontrándose con el mío y arrastrándolo hasta una posición vertical para mirarme desde un plano inferior, haciendo que me estremeciese bajo aquellos ojos que jamás pestañeaban mientras se posaban sobre mí.

Le miré durante unos segundos sin reparar en su imagen, centrándome solamente en recuperar el ritmo en esa nueva postura que me hacía sentirle todavía más adentro de una manera más intensa. Entrecerré los ojos completamente poseída por la placentera sensación que recorrió mi espalda como una oleada de corriente que anunciaba la meta, y dejé caer mi cara para besarle, para agradecerle con ello la más sublime de las satisfacciones que acababa de regalarme una vez más mientras mi sexo envolvía el suyo con coléricas palpitaciones, como si desease engullirlo y no devolvérselo jamás. Pero mis labios encontraron su pelo y entonces me di cuenta de que su cara reposaba sobre mi pecho, besando mi piel mientras yo trataba de capturar una última retahíla de gratificantes sensaciones, escondiéndose durante el último derroche de una infinita recreación que siempre – por más que uno se lo proponga – dura menos de lo deseado.
Y poco a poco fui dejando que mis temblorosas piernas descansasen por fin, permitiendo que mi pelvis anidase tranquilamente sobre la suya. Completamente segura de que Herman no había podido resistirse y había tenido el mismo final que yo. Segura también de que había sido la imposibilidad de atender mi petición la que le había hecho refugiarse en mi torso, disculpándose de antemano por no poder hacerlo. Algo que no encajaba con un Teniente, pero sí con el hombre con el que iba a casarme.
-Te dije que no terminases… – le susurré conteniendo la risa. Tenía que parecer mínimamente seria para cuando le dijese que estaba muy enfadada por aquella falta de disciplina.
-¡Y no lo he hecho! – Protestó interrumpiéndome antes de que yo pudiese añadir nada.
-¿No?
-No. Te lo juro.
-¿Por qué no? – Pregunté sin pensar. Estaba demasiado sorprendida de que finalmente mi percepción hubiera errado.
-Porque me lo pediste – me respondió con obviedad antes de abrir los labios para atrapar uno de mis pezones con ellos.
Sus palabras me hicieron gracia. He ahí todo lo que me hacía falta para moldear su voluntad a la mía. La respuesta a mi pequeño reto personal completamente improvisado mientras mi lógica estaba en algún otro lugar, holgazaneando entre que mi cuerpo disfrutaba del placer de un hombre que según las leyes de la moral no podía tener todavía. Una norma que nos saltábamos una y otra vez sin ningún tipo de remordimiento, seguros de que ambos estábamos adjudicados al otro, porque en el fondo, nosotros mismos nos habíamos vendido.
-Bueno, ¿y ahora qué? – Inquirió de un modo juguetón mientras estiraba el cuello para morderme cariñosamente el mentón al mismo tiempo que me pedía con sus manos que moviese mis caderas.
-¿Qué? – Pregunté abrazándole con una sonrisa que no lograba reprimir al saber que finalmente me había complacido también en esa pequeña locura que me había asaltado en un momento dado.
Me sentí mimada. Mucho más que cuando él mimaba descaradamente a Berta comprándole cualquier cosa que se le antojase o llevándola a donde ella quisiera ir. Muchísimo más que eso. Consentida hasta un extremo que jamás le concedería a nadie más que a mí. Y eso me desató un irrefrenable sentimiento de adoración.
-Pues que me imagino que habrá una recompensa por tan heroico esfuerzo… – dijo haciendo que se me escapase una débil carcajada.
-La hay. Claro que la hay – le confirmé sensualmente a la vez que me levantaba con cuidado.
Me observó mientras me incorporaba y me ponía de pie frente a él. Se fió de mi palabra de la misma manera que lo había hecho antes, esperando pacientemente a que yo determinase la recompensa por un acto que le había impuesto bajo unas condiciones que ni siquiera sabría describir.
 

Sus pupilas me siguieron de nuevo cuando descendí, esta vez arrodillándome entre sus piernas y arrancándole una sonrisa a medias que perdí de vista cuando mi mano sujetó la base de su miembro y mi lengua se posó un par de milímetros más arriba para barrerlo hasta el extremo opuesto. Aprecié mi propio sabor, incrustado en su piel tal y como él se había incrustado en mi cuerpo hacía unos minutos, pero se disolvió rápidamente en mi saliva cuando abrí mis labios para introducir su sexo hasta mi garganta.

Visto de una manera objetiva, se supone que yo no recibía ninguna satisfacción al realizar aquello. Sin embargo, me excitaba. Me gustaba escucharle gemir a merced de mi lengua, que tanteaba su piel a medida que yo la dejaba resbalar dentro de mi boca una y otra vez. Afanándome por recompensar su esfuerzo, acompañando la humedad que había al otro lado de mis labios con el movimiento de mi mano y dejando caer mi cara hasta su pelvis cuando sus manos se posaron sobre mi cabeza, hundiéndose y enredándose cariñosamente entre mi pelo mientras él acomodaba sus caderas al tiempo que se recostaba de nuevo sobre el respaldo.
Le miré de nuevo, embelesada por la hipnótica masculinidad de su cuerpo entregado, concentrado en un solo punto sobre el que yo estaba actuando y abducida por los tenues sonidos que daban fe de su placer. Aceleré el ritmo casi de una manera inconsciente, ansiando un final que se merecía y que no había tenido.
-Erika, basta… – dijo casi quejándose después de que mi boca diese cabida a todo su sexo un par de veces más.
No contesté. Me limité a seguir con mi ocupación, dispuesta a llegar hasta el final. Motivada por cada uno de sus gestos, que me mostraban a alguien completamente rendido que aún se resistía a dar el último paso.
-Ya, Erika… apártate, por favor… – susurró antes de inclinarse de nuevo hacia delante e intentar que alejase mi boca de su pelvis.
Sujeté sus manos para que no siguiese en su empeño por incordiarme. Sólo quería que me dejase hacer y que disfrutase, porque verle sucumbir a lo que yo le hacía era algo incomparable para mí en términos emocionales. Quería hacérselo hasta el final, hasta que se vaciase sobre mi lengua. Algo que no suponía una de mis prácticas favoritas y que sin embargo, estaba deseando probar con él, albergando la esperanza de que quizás fuese distinto. Quizás su sabor me resultase incluso agradable.
Y sí que lo fue. Fue distinto aunque el sabor de aquel primer borbotón de semen que se estrelló en mi boca no resultó ser muy diferente a los demás. Pero sí fue incomprensiblemente gratificante sentir sus dedos enroscándose en mi pelo, apretando algún mechón mientras sus caderas temblaban con cada uno de los espasmos de aquel miembro que seguía escupiendo sobre mi saliva o mientras escuchaba las profundas exhalaciones en las que morían sus gemidos.
Tragué antes de liberar su cuerpo de mi boca, despidiéndome de él con un lametón que recorrió toda la extensión de su verga, que todavía guardaba una última sacudida con la que depositó una minúscula gota de aquel cálido líquido cerca de la comisura de mis labios. Y a pesar de que acababa de ingerir el resto, me quedé petrificada al ver cómo Herman se sacaba la camisa, imaginándome un gesto imposible que finalmente ocurrió.
-Te he manchado, lo siento… – dijo mientras deslizaba una parte de su prenda sobre el lugar exacto en el que aquella rezagada dosis me había sorprendido – …no he podido evitarlo, a veces eres demasiado obstinada.
Le miré mientras concluía que probablemente ya no había palabras o acciones en el mundo que pudiesen hacer que yo le viese como el malvado Teniente que jugaba con la vida de inocentes a diario. Porque aunque él me había explicado a grandes rasgos en qué consistía su trabajo y yo misma había visto lo que era capaz de hacer en un ataque de ira, supongo que si descubriera algo mucho peor que todo eso, me limitaría a informar de ello y luego – quizás con algún dramatismo de por medio – se lo perdonaría. Porque para mí no era malo. Incluso a pesar de que no esperaba de él el mismo trato si descubriese alguna vez que acabé en su casa gracias a lo que ahora conformaba la resistencia francesa. Y también comprendería que no fuese capaz de perdonarme algo así. Estaba comenzando a desarrollar una peligrosa empatía con él que, sólo si lo pensaba demasiado, me hacía sentirme ciertamente mal por no ser sincera.
Aquella noche me planteé por primera vez contarle toda la verdad. Pero la iniciativa me duró apenas un par de minutos, lo justo para que mi juicio regresase a poner las ideas en su sitio antes de que me durmiese. Estábamos en medio de una guerra, la mentira y el engaño eran sólo parte del proceso. Y yo tampoco le engañaba, propiamente dicho. Solamente había una parte de mí que no podía mostrarle. Y esa parte se extinguiría con la guerra, así que sólo tenía que sobrellevar mi identidad oculta hasta que toda aquella locura terminase y después nada me impediría ser la mujer que ya soñaba con ser. Una completamente normal.
Después de las Navidades las cosas en la casa continuaban igual de tensas. La señora Scholz solía pasar semanas enteras en Berlín a pesar de las advertencias de Herman. Se rumoreaba que los ingleses no tirarían la toalla, y menos cuando la idea de que Alemania se preparaba para atacar en la frontera soviética estaba empezando a sonar con demasiada fuerza, así que ya casi era un secreto a voces que el ejército se concentraba en aquella parte aunque para ello tuviese que reducir los bombardeos a las islas británicas. Pero a ella parecía no importarle lo más mínimo. Iba y venía a su antojo, llevándose con ella a Berta o dejándola con nosotros según lo creyese conveniente y esforzándose por aparentar que seguía con su vida normal de viuda cuando en realidad cargaba con una “doble viudedad” que le impedía ser con su hijo la misma madre que había sido siempre.
A Herman tampoco parecía preocuparle demasiado lo que ella hiciese. Quizás sí las primeras veces que desatendió sus consejos, pero nada más. De hecho, la señora Scholz anunció que se mudaría a Berchstesgaden con Berta después de nuestra boda, que Herman anunció a mediados de Febrero para la primavera. La viuda propuso esperar un poco, objetando que no había tiempo para prepararlo todo. Pero ambos pusieron una guinda a sus diferencias cuando su hijo manifestó nuestra intención de contraer matrimonio en una sencilla ceremonia en la que no hubiese más presentes que aquellos que los estrictamente necesarios. Acogiéndose a una intimidad con la que pretendíamos expresar el respeto por la ausencia de nuestros respectivos padres en un día como aquel. Yo, simplemente acepté la decisión de Herman porque en el fondo, no me apetecía nada una gran fiesta que terminaría pareciéndose a una reunión cualquiera que los Scholz organizaban, ya que mi lista de invitados estaba en blanco.
Por mi parte, emití toda la información que caía en mis manos, incluida la relativa a mi boda para que me remitiesen a tiempo los papeles necesarios, tal y como había acordado con aquel hombre que probablemente nunca fuese a ver más. Y tampoco era que me importase, pero sentía cierta curiosidad por saber qué sería de él, o qué sería de la chica que me habían enviado para decirme que París había caído. Me hubiera gustado saber algo de ellos, aunque ya no les envidiase si es que estaban en una posición más cómoda que la mía. Yo ya me había acostumbrado a estar donde estaba, en una casa que también sería mía y a la que ya le tenía cierto apego.

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