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Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 7” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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mi novia sigue engañándome y se sale de control junto con mi madre

Javier siguió aprovechándose de mi novia como siempre me contaba todo lo que le hacía y aprovechaba para humillarme me hacía masturbarlo a veces terminaba en mi cara en otras ocasiones me hacía mamársela y me terminaba en la boca, me contaba como invitaba a salir a mi novia ella me decía mentiras para poder verse con Javier, ella me decía que iba a estudiar con los compañeros de la universidad o que iba a salir con amigas, que se iba de paseo con la familia etc, etc. Y cada vez sentía que se alejaba más de mí ya no me contestaba el teléfono como antes o me respondía los mensajes de texto, el viejo me contaba que tenía relaciones sexuales con mi novia en la calle cuando salían de noche la llevaba algún bar o a bailar la hacía tomar mucho dejándola borracha para después llevarla algún lugar oscuro y se la cogía la hacía vestir como una puta con vestiditos cortos para facilitarle la cogida también en el auto iban a sitios apartados y se la cogía ella estaba totalmente entregada a él, también me conto que como había predicho el profesor de la universidad se la cogió con la excusa de subirle la nota.

Mi relación con Diana ya estaba muy rota por culpa del viejo verde de Javier yo todavía la amaba y quería intentar arreglar las cosas así que la invitaba a salir volverla a reconquistar pero las cosas no funcionaban bien, en una ocasión la invite a salir era un fin de semana era sábado quedamos de vernos a eso de las 3pm en mi casa para pasar toda la tarde juntos tal vez ir a cine e ir a comer eran las 2:45pm cuando me llamo Diana…. Hola amor mira ya voy para allá para que estés pendiente…. Bueno mi amor acá te espero. Por lo general el trayecto de su casa a la mía es de 15 minutos me quede esperándola cuando mire el reloj eran las 3:15pm me extrañe y me empecé a preocupar pensé se habrá encontrado con Javier no puede ser Salí de casa me asome por la ventana a la casa del vecino no vi nada su auto tampoco estaba en el parqueadero, será que se la habrá llevado pensé, no Diana no me puede hacer esto me dijo que venía sentí esa angustia de pensar que me estaba poniendo los cuernos nuevamente me dirigí a la portería de la unidad a preguntar si la habían visto entrar inocentemente llegue sin hacer ruido y no había nadie en ella no estaba ninguno de los dos vigilantes me extrañe, en eso alcance a escuchar un ruido, hacia un lado de la portería atrás del mostrador donde se hacían los porteros hay una puerta que estaba cerrada esta da a una pequeña habitación donde hay un pequeño catre y un baño completo que les sirve como vestir a los vigilantes en eso caí en cuenta que hoy les tocaba turno a Daniel y a Luis el estómago se me empezó a retorcer y a sentir un mariposeo en la parte de atrás de la caseta de vigilantes hay una pequeña ventana que da a la habitación esta ventana queda oculta hacia las casas de la unidad fui hacia ella me empine con cuidado y mire adentro o sorpresa mi novia estaba allí y no estaba sola.

Daniel y Luis se encontraban con ella, Luis acostado en el catre con sus manos detrás de la cabeza, su pantalón y cinturón desabrochados su ropa interior corrida hacia abajo dejando su poya de 20 cm afuera totalmente erecta mi novia entre sus piernas en cuatro cogiéndole la poya chupándosela como una verdadera puta tragándola golosamente haciéndole una garganta profunda dejándosela toda llena de babas las cuales volvía a chupar junto con su pene traía su cabello recogido en una coleta y su mechon de cabello a la izquierda a pesar de lo puta se veía su linda carita hermosa y angelical devorando el trozo de carne del portero traía una blusa color rojo oscuro de algodón sin cuello con solo tres botones que solo sirven para tapar el escote pero estos estaban totalmente abiertos dejando su par de enormes tetas gordas con los perfectos pezones rosas totalmente brotados y parados de lo excitada que estaba afuera bamboleándose libre mente hacia adelante y atrás, también traía un jean ajustado que en el momento de verla así en cuatro se encontraba a medio muslo junto con una diminuta tanguita roja y para terminar traía puestas unas valeticas negras cómodas para caminar, justo detrás de ella se encontraba el negro Daniel enterrándole su terrible y enorme verga de 24 cm a mi novia quien gemía y le paraba más en pompa ese culo redondo enorme y perfecto que volvía loco a todos los hombres que la conocían todos gemían suavemente la estaba pasando bien mi novia estaba totalmente entregada parecía que no le importara que yo la estuviera esperando…. Mmmnnn Sí que rica poya tienes Luis aaahhh está muy sabrosa aaahh…. Qué bueno que te gusta puta ya sabes donde hay para cuando quieras…. Aaaahh y Daniel tu poya es prodigiosa aaahh ese monstro me llena toda aaahh la siento en el útero siiii mmnn…. así te gustan las vergas zoo puta enormes que te puedan llenar, no chiquitas como las del mariquita de tu novio…. Siiiii lo único que me satisface es una buena poya aaaahhh. Ese par de miserables se estaban disfrutando a mi novia Luis recibiendo una espectacular mamada y Daniel aferrado a sus caderas bombeándola duro.

Estuvieron un rato así hasta que alguien llamo desde afuera de la portería…. Hijo de puta vida ahora quien viene a joder dijo Daniel…. A que mierda no dejan cogerse a esta puta en paz respondió Luis…. Anda mirar quien es Luis yo sigo clavando a esta perra. De mala gana Luis se acomodó la verga como pudo se subió el pantalón y salió, Daniel siguió bombeando a mi novia ella solo le paraba el culo y lo miraba con cara de puta pervertida gimiendo, al rato llego Luis cerrando la puerta del cuartico bajándose los pantalones rápidamente y sacando su poya dura…. Ya déjame se la meto por el culo. Daniel le dio paso Luis se escupió la verga luego le abrió las nalgotas a mi novia y le enterró la lengua en el culo haciéndola gemir estuvo un rato la escupió el ano y sin miramientos se la enterró toda por ese culote abriéndose paso por su recto mi dulce novia solo grito al sentir su ano abierto totalmente invadido por la carne dura del vigilante…. Cállate puta que te van a escuchar jajajaja le dijo Luis. Inmediatamente la empezó a bombear duro y sin misericordia mi novia empezó a gemir…. Aaaahhh me abriste el culo Luis aaahh siii la tengo toda adentro aaahhh…. Si puta la sentís jajajaja…. Aaahhh siiii hijo de puta aaahhh la siento toda adentro mmnnn aaahh como me partís el culooooo aaahhh dame asiiiii…. Que puta eres mamacita rica. Luis la bombeo por el culo y mi novia solo se dejaba, luego Daniel le pidió turno a Luis y el negro de mierda le enterró todo ese pedazo de carne negra por el culo haciéndola gritar pero aun así ella le paraba el culo ofreciéndole las nalgas se la culio un rato y así estuvieron los dos turnándose a mi novia dándole a mi amorcito por ese coño rosadito, gordito, apretadito y babeante o por ese culazo delicioso que estaba todo abierto de recibir ese par de vergas, ella solo se quedó en cuatro arqueando la cintura parándoles bien ese delicioso culo recibiendo las vergas de ese par de machos gimiendo con cara de placer disfrutando de cómo se aprovechaban de ella estuvieron así 10 minutos hasta que Luis que le estaba dando por el culo le dijo…. Puta me vengo te voy a llenar los intestinos de mi leche perrotaaaa aaaahhh. Empezó a venirse dentro de ella y a darle clavadas profundas, mi novia solo gemia y disfrotaba como loca de la leche que le dieron y de las clavadas profundas que recibió.

Luis salió de ella y rápidamente Daniel ocupo su lugar y le clavó esa monstruosidad que tiene por pene en el coño a mi novia le dio duro como a rata haciéndola gemir 5 minutos después Daniel le anuncio que se venía…. Puta ya me vengo te voy a preñar por lo puta que sooossss aaahhh putaaaaa. Se empezó a venir dentro de mi novia quien tuvo un orgasmo también…. Aaaahhh hijo de puta me hiciste venir aaahhh que ricooo hijo de putaaaa me vineeee, me vineeee…. Aaahh puta como me exprimís la verga me estas ordeñandoooo. El negro tuvo como 8 espasmos mientras le surtía leche a mi adorada noviecita ella solo convulsionó se le pusieron los ojos en blanco y cayó en el catre con una sonrisa y la mirada perdida pude ver su culo y su coño de él brotaban grandes cantidades de semen que al tratar de levantarse se deslizaron a borbotones por el interior de sus piernas Diana solo sonrió los miro se subió el calzón con gran cantidad de semen aun en su interior sus piernas estaban todas correadas de los jugos de los vigilantes aun así se subió su apretado jean quedando toda untada en su interior luego se acomodó ese enorme par de tetazas con los pezones aun parados y brotados en el interior de su blusa pude ver como se le marcaban los pezones a través de la delicada tela de algodón tan solo se abotono un botón de los tres dejando casi expuestas su rico par de tetas ahí en ese momento me pude percatar que la muy puta de mi novia no llevaba sostén y prácticamente le dejaba ver ese par de tetas grandes que desafiaban a la gravedad a cualquiera que la viera por la calle se acercó a sus amantes los beso se dio un morreo con ellos y les dijo…. Anúncienme con el cornudo de Adrián el muy tonto me debe estar esperando desde hace rato.

Ese fue mi pie para salir corriendo a mi casa cuando llegue sonó el sitofono avisando que Diana llego les dije que pasara ya eran las 3:45 pm cuando entro a la casa mis padres la vieron entrar sorprendidos al ver como venía con una cara de puta que no se podía ocultar y con las tetas casi afuera de la blusa y los pezones totalmente parado brotados a través de la delicada tela de algodón se acercó a mi madre que en ese momento le mando una mirada de lujuria, veía como mi madre se comía prácticamente con los ojos a mi novia Diana le dijo…. Hola Lucia…. Hola mi amor le respondió mi madre. Mientras Diana la cogió y le dio un abrazo cargado de lujuria haciéndole sentir sus grandes tetas clavando sus pezones parados en las tetas de mi madre que al sentirlos cerró sus ojos y la apretó más para que le restregara más esas ricas tetas, al soltar el abrazo mi madre se podía ver que estaba caliente y trataba de disimularlo, luego Diana volteo a ver a mi padre irguiéndose para sus tetas se vieran más voluminosas y resaltaran con sus pezones erguidos a mi padre casi se le salen los ojos no sabía si mirarle las tetas o la cara se acercó a el mi padre se puso nervioso…. Hola suegrito. Le dio un beso en la mejilla y un abrazo para que sintiera sus tetas…. Hola dianita respondió mi padre, Diana soltó el abrazo rápidamente para dejar iniciado a mi padre y luego le dio una risita burlona por ultimo me saludo a mí me dio un beso apasionado en la boca creo que para provocar a mis padres especial mente a mi madre porque cuando termino se la quedó mirando fijamente con cara de pervertida, Lugo me dijo…. Mi amor a donde vamos a ir. Decidí sacarla de la casa porque el ambiente ya estaba muy pesado…. Vamos a un centro comercial a caminar o a ver una película…. Si vamos a un centro comercial quiero caminar un rato y ver vitrinas. Cabe decir que fue un gran error porque fuimos al más grande al más lleno por donde caminábamos todos la miraban los hombres le miraban las tetas que las tenía casi afuera y los pezones duros bien parados que no se le bajaban por nada fuera de eso bamboleaba ese culote rico y redondo mientras caminaba o se paraba en una vitrina y se inclinaba sin doblar las rodillas poniendo el culo en pompa mostrándolo prácticamente ofreciéndoselo a los que estuvieran detrás de ella y para los que estaban adelante le podían ver practica mente ese par de grandes tetas desnudas con esos pezones rosaditos erectos porque se le alcanzaban a salir del escote mi dulce novia no paraba de estar rodeada por hombres en ese centro comercial, las mujeres la miraban con desprecio, con celos, como si miraran a una puta regalada y barata, a todas esa yo solo iba cogido de su mano como si fuera una mascota, como exhibiendo al más cornudo de la ciudad, humillándome y haciéndome pasar uno de mis peores días yo no le dije nada porque la amaba y tenía la esperanza de que las cosas mejorara.

El lunes mi viejo vecino me llamo a su casa obedientemente fui en horas de la tarde ya sabía a qué era para contarme las andanzas de mi novia y hacerle que le mamara su enorme poya me recibió me trato de puto cornudo me conto como se cogía a mi novia pero también me conto que se estaba cogiendo a mi madre y que era casi tan puta como mi novia que le encantaba la verga me conto que en las mañanas cuando mi padre se iba a trabajar y yo a la universidad él iba a mi casa y le surtía verga a mi madre la cual lo aceptaba con placer también me dijo que a mi madre le gustaba mucho Diana que si me descuidaba me iba a dejar sin novia y se empezó a burlar de mi yo le pedí que me explicara él me dijo para que explicar si lo puedes ver saco su cámara y la conecto al televisor y puso a rodar el video que me dijo que fue del miércoles de la semana pasada en él se ve que esta frente a la puerta de mi casa toca la puerta mi madre abre esta con una bata blanca que usa para dormir se veía linda con una sonrisa pícara…. Buenos días vecinita como esta durmió bien anoche…. Hola Javier si dormí bien como un bebe y esa cámara…. Es que te tengo una sorpresita que te va a encantar…. A siii por que hoy estoy con ganitas de una gran sorpresita…. Si bueno déjame llamo a una invitada, Dianita mi amor ven. En eso la cámara enfoca a mi novia que traía un mini vestido negro entallado con un gran escote que casi le dejaba sus enormes tetas afuera y tan corto que solo le tapaba hasta el culo si se agachaba se le saldrían esas preciosas nalgotas redondas, en sus pies traía unos zapatos de tacón de aguja altos su cabello lo llevaba alisado y sus lindos labios pintados de un rojo intenso…. Hola Lucia buenos días dijo mi novia con carita de niña buena. Mi madre al verla la miro de arriba abajo y vio lo apetecible que estaba se mordió los labios…. Hola Dianita buenos días por favor pasen y nos ponemos más cómodos. A todas estas yo ya le estaba desabrochando el pantalón al viejo verde de mi vecino se los quite junto con sus calzoncillos y pude verle esa verga gorda totalmente parada con sus 23cm en todo su esplendor. Mientras en el video se ve que se sentaron en la sala y Javier les decía…. Bueno ya que ustedes son suegra y nuera y ambas han engañado a sus parejas pensé que sería mejor que se conocieran más a fondo y estuvieran más unidas y por lo que veo Lucia tú quieres acercarte más a tu nuera jejejeje….hay Javier tu siempre tan considerado por que no nos ponemos cómodos y vamos a mi habitación a la que comparto con mi marido allá vamos a estar mejor…. Que buena idea Lucia vamos a estar mucho más cómodos los tres en tu lecho matrimonial no lo crees así Diana tu suegra nos está invitando a su cama…. Si Lucia creo que vamos a estar mucho mejor allá respondió el puton de mi novia. Que miro a mi madre con una cara de puta.

Yo ya estaba arrodillado entre las piernas de Javier y le empezaba hacer una mamada a esa enorme verga me la metía en la boca y la chupaba suavemente para que Javier pudiera disfrutar de mi mamada el viejo verde solo gemía y me decía…. Asiiii bien hecho mmmnnn como has aprendido a mamar cornudo sumiso sigue así y te voy a dar toda mi leche.

En el televisor se veía en la habitación de mis padres Javier tomo una silla la puso al frente de la cama le dijo a mi madre que se sentara en ella después le dijo a Diana…. báilale a tu suegrita mi amor como te enseñe. Mi novia se puso enfrente de mi madre y se empezó a mover sensualmente se apretaba las tetas le daba la espalda le ponía el culo en pompa su vestido se le subía dejando expuesto su culo se pudo ver que no traía ropa interior y le mostraba todo el coño a mi madre ella solo veía a su nuera se lamia y mordía sus labios luego Diana se volteo se sentó sobre mi madre con las piernas a cada lado de ella tocando sus tetas hasta que se las saco mostrándose enormes con los pezones rosados totalmente parados cogió sus grandes tetas con sus manos y se las empezó a pasar por la cara a mi madre que se dejaba luego cogió una teta y se la puso en la boca a mamá la cual empezó a amamantarse de mi novia y a chupársela con desesperación mi novia empezó a gemir ya mi madre le cogía las tetonas de mi novia se las apretaba y se las chupaba pasando de una a la otra luego así como estaban mi madre cogió el diminuto vestido de mi novia y se lo saco por la cabeza ahí se empezaron a besar y a morrearse como desesperadas…. Ya están muy calientes las dos eee por que no vienen aquí a la cama conmigo y me chupan la verga. Mi madre se desnudó y junto con Diana se fueron a comerle la poya a don Javier ya él se encontraba desnudo con su verga erecta las dos empezaron a mamar se repartían chupándole los huevos y la verga mientras chupaban se besaban entre ellas con locura.

Javier cogió a mi novia la acostó en la cama abriéndole las piernas y le dijo a mi madre…. Lucia porque no le comes el coño a tu nuera mira lo jugosito que esta no es el mejor coño que has visto….si se le ve muy rico y apretadito esta carnocito…. Adelante comételo es todo tuyo. Mi madre no se hizo espera se metió entre sus piernas y como desesperada le empezó a lamer la concha a mi novia quien gemía y gemía Javier enfocaba con la cámara la comida de concha que le estaba haciendo mi madre a mi novia, le abría la conchita y le chupaba el clítoris le metía la lengua los dedos hasta que le provocó un orgasmo que la hizo venirse y chorrearse a borbotones mojándole la cara a mi madre con sus flujos la cual ella se lamio y siguió lamiéndole la vagina a mi novia que quedo desmadejada Javier aprovecho que mi madre esta con el culo en pompa lamiéndole la vagina a mi novia y le enterró la poya hasta el fondo de la vagina de mi mamá la cual grito y empezó a gemir y aparar más el culo para que el viejo verde la siguiera cogiendo mientras tanto mi novia tomo el rostro de mi madre se acercó a ella y la empezó a besar apasionadamente jugando con sus lenguas estuvieron un rato así los 3, luego Javier cogió a mi novia le abrió las piernas y se la metió la empezó a bombear mi novia gemía entregada mi madre aprovechaba y le sobaba las tetas y las apretaba también le daba besitos en los labios después cambiaron de posición Javier se acostó y puso a mi mamá a cabalgarlo mi madre estaba toda salida brincaba sobre la enorme verga de Javier gimiendo totalmente salida Diana le cogió las tetas a mi madre y se las empezó a chupar luego la besaba y la manoseaba y le volvía a chupar las tetas mientras mi madre seguía cabalgando a ese viejo miserable que había vuelto mi vida una mierda llena de humillación y yo mientras tanto le chupaba la verga ese trozote de carne babeante totalmente enloquecido súper arrecho y caliente mientras me felicitaba por la mamada y por lo puto marica cornudo que era.

Luego en el video se ve que Javier pone en cuatro a mi madre y a mi novia una al lado de la otra se pone detrás de mi novia le mete la verga por la vagina abriéndose paso sin detenerse y la empieza a bombear duro mientras le mete los dedos por la vagina a mi mamá y la empieza a pajear, las dos mujeres gemían llenas de placer, ellas ahí en cuatro se tomaban de la mano y se daban besitos mientras recibían placer, después el viejo se hizo detrás de mi madre y la empezó a clavar duro mientras le metía mano a Diana por la vagina y ellas seguían besándose Javier le daba duro a mi madre hasta que ella no aguanto y se vino en un orgasmo intenso que hizo que su vagina expulsará sus jugos y que cayera sobre su cama totalmente ida fuera de sí, mi novia la empezó a besar Javier aprovecho que mi novia quedo en cuatro y la empezó a bombear duro estuvieron un rato así hasta que mi novia tuvo un orgasmo y se vino a chorros y empezó a exprimirle la verga al viejo…. Aaahhh puta me estas ordeñando Lucia la puta de tu nuera me va a sacar la leche no aguanto más ven arrodíllate aquí y tomate mi leche. Mi novia quedo tirada en la cama convulsionando por el orgasmo mi madre rápidamente se arrodillo ante la verga del viejo que se la jalo con fuerza y se le vino en la cara en su boca le lanzo 6 chorros súper cargados que le dejaron toda la cara untada y la boca mi novia al ver eso se acercó a mi madre y se empezaron a besarse a lamerse el semen que tenían en la cara a manosearse se tragaban el semen del viejo y se lo compartían con sus lenguas el viejo enfocaba todo con la cámara yo solo veía la relación lesbiana que tenían mi madre y mi novia todo mientras le chupaba el pitote al vecino.

Cuando terminaron de tragarse el semen del vecino siguieron besándose chupándose las tetas hicieron un 69 y se lamian las conchas totalmente desesperadas ese par de mujeres se veían fuera de sí la atracción que tenían la una por la otra era muy intensa, luego mi madre puso en cuatro a mi novia le abrió ese par de nalgotas redondas y apetecibles y le empezó a dar lengua por el culo le metía la lengua por el ano culiandosela y moviéndola en círculos mi novia gemía totalmente entregada a mi madre sintiendo orgasmos intensos causados por mi madre….aaaahhh si suegrita que rico me lo hace mmmnnn aaahhh usted es mucho aaaahhh mejor que su hijo en la cama aaaayyyy aaahh siga asi…. Mi hijo es un estúpido mnnnn glug con tremenda mujer que tiene mmmnnn en la cama y no saberla tratar como glug glug mmmnn la putota que es…. Suegrita mmmaa aaahhh que rico picha usted aaahhh voy a tener queeeee aaahhhh venir maaasss seguido a visitarlaaaa aaahhhh venga suegrita querida aaaahhh le devuelvo eeeelll favoooor ooooohhhh. Mi novia puso en cuatro a mi madre le abrió esas ricas y redondas nalgas a mi madre y le empezó a dar lengua por el ano se la metia la movia en círculos se lo chupaba mi madre solo gemia y le gritaba…. Aaahhh te amoooo Dianaaaa te amoooo aaaahhh estas muy ricaaaa sos toda una mamacita deliciosa mi hijo no te merece aaaahhhhh. Mi madre estallo en un orgasmo chorreándose de nuevo a cantaros dejando una gran mancha de sus flujos sobre la cama.

Mi madre cayo rendida en la cama Diana la volteo poniéndola boca arriba abriéndole las piernas Diana abrió las suyas y pego su concha babeante e hinchada a la de mi madre quedando de tijeritas se empezaron a mover rozándose sus panochas fuertemente desesperada gimiendo de placer diciendo lo rico que se sentía estuvieron 5 minutos dando se placer hasta que ambas empezaron a convulsionar y a tener un orgasmo lanzando chorros y chorros de sus flujos quedaron totalmente sudadas y mojadas de sus flujos, en la cama se veía la humedad de todas las venidas que tuvieron, las dos quedaron tendidas abrazándose besándose como enamoradas el video quedo ahí. Yo mientras tanto le chupaba la poya a don Javier subía y bajaba mamándole la enorme verga a ese viejo verde de repente grita me vengo maricon trágate toda mi leche y se empezó a venir soltó 8 chorros fue mucha leche que empezó a tragar cuando termino le chupe la verga morcillona hasta dejarla completamente limpia, luego me dijo ya maricon ya te puedes hacer la paja yo como loco me saque la verga la tenía muy dura me empecé a pajear no dure ni un minutos y me vine lanzando chorros de semen al piso Javier se rio me dijo que era muy precoz que no duraba nada y me ordeno limpiar el semen que tire al piso con mi lengua yo muy obediente lo hice cuando termine el viejo me hecho de su casa me dijo que estuviera preparado para cuando él quisiera que le mamara la verga le dije que sí y me fui a mi casa.

Ya en mi casa pude comprender por qué el sábado que vino Diana a mi casa mostrándole las tetas a mis padres mi madre casi se la come en medio de la sala comprendí porque mi madre la miraba con deseo estaba totalmente prendida de ella y si me descuidaba como me dijo Javier mi madre me podía quitar a mi novia y eso significaba un gran obstáculo en mi relación con Diana que a pesar de todo amaba y quería que las cosas entre los dos mejoraran. Pero las cosas no sucedieron así Javier me emputecio mucho a mi novia que andaba caliente todo el tiempo y exhibía su cuerpo todo el tiempo con ropa muy sexi su comportamiento cambio pasaba mucho en fiestas cada vez que venía a mi casa se ponía ropa con la que prácticamente mostraba las tetas y el culo a mis padres en especial a mi mamá, no perdía oportunidad para exhibirle sus encantos y coquetear con ella en su rostro solo se veía una expresión de pervertida ya de su carita dulce quedaba poco apenas le daba la espalda o la oportunidad no perdían tiempo para empezar a morrearse, besarse entrelazando sus lenguas y meterse mano, mi madre también cambio mucho se volvió más lanzada vestía más sexi y provocadora mi padre como un idiota no se dio cuenta que le ponían los cuernos con el vecino incluso con Daniel y Luis los vigilantes de la unidad pero a él le gusto el cambio de mi madre porque se veía más hermosa y más relajada.

A Diana no le empezó a ir también en la unidad sus padres se preocuparon, Diana al ver el sacrificio de sus padres por verla mejor por darle una educación de primera cayo en cuenta que no podía seguir con esa vida de lujuria y sexo que llevaba decidió alzar cabeza y para ello debía alejarse de Javier también se sinceró consigo misma al aceptar que ya no me amaba así que lo que hizo fue terminar conmigo y no volver a mi casa así se alejaba de Javier, sus amigos, los vigilantes y de la tentación en la que se había convertido mi madre, cuando se lo conté a mamá se puso a llorar me rogo, me imploro que intentara volver con ella pero le dije que las cosas eran irreparables, ella se puso como desesperada intento buscarla convencerla y hasta seducirla pero Diana se mantuvo firme y no cedió mi madre cayó en una depresión al parecer se obsesiono con Diana y la deseaba con locura pues la atracción que tuvieron las dos fue muy fuerte creo que por lo excitante y prohibido de la relación pero la depresión le duro poco como a la semana ya empezaba a vérsele mejoría gracias a mi viejo vecino que a falta de Diana empezó a emputecer más a mi madre se la siguió cogiendo junto con sus amigos aprovechando que mi padre salía a trabajar y yo a la universidad pero igual yo me enteraba de las andanzas de mi madre por boca del vecino que me ponía a mamarle la verga y me humillaba.

Steven: wow no pensé que Diana hubiera pasado por todo eso es muy fuerte.

Adrián: si pero como te dije Diana cambio para mejorar después de eso salió adelante ya es una profesional, madre y mejor persona.

Antonio: si no te preocupes ya Diana a madurado y es una mejor persona todas esas experiencias la ayudaron para ser mejor y más centrada no lo crees así Steven tienes una gran mujer es hermosa muy inteligente y te ama.

Adrián: si no te preocupes ya verás que a ti te va a ir muy bien con ella.

Steven: si ahora no se igual como les había dicho descubrí que ella me fue infiel y con lo que me cuentan tengo miedo de que vuelva a recaer yo la amo mucho es la madre de mi hijo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

bostmutru@hotmail.com


Relato erótico: “navidades blancas, porno y calientes” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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nunca me habían gustado estas fiestas estaba siempre amargado no tenía ilusión por nada. odiaba la navidad deseando que pasaran pronto. mis padres habían muerto y mi hermana se había ido a vivir con su novio. mis amigos estaban casados ósea que estaba más solo que la una.
me compraba cualquier cosa esperando que pasara esta maldita noche como otras tantas y así todos los años.
mi nombre es Jonás y esta es mi historia era noche buena procuré cenar cualquier cosa para acostarme pronto a ver si pasaban estas malditas fiestas cuando sentí un ruido, mejor dicho, un sonido de campanillas. me levante quien seria y vi un árbol iluminado con todo su esplendor lleno de bolas bombillas y regalos era un árbol de navidad maravilloso en mi comedor estaría soñando yo nunca ponía el árbol ni nada.
luego vi una mesa llena de viandas no faltaba nada pavo relleno turrón peladillas bolas de coco mis favoritas hola y luego la vi a ella iba vestida de papa Noel.
– quien eres tú que haces aquí -dije yo -como has entrado.
– soy una criatura mágica de navidad procuramos que a los niños y a los adultos no le falten sus regalos.
– eso es un cuento.
– porque dices eso y no te lo crees.
– yo no creo en santa Claus- dije.
– no hay un solo santa Claus somos varios santa Claus- dijo ella- como te crees, sino que llevamos por todo el mundo los regalos a todos los países y somos varios y de todas las razas procuramos felicidad a la gente.
– pues conmigo lo llevas claro yo estoy amargado no tengo ganas de nada.
– tú has perdido el espíritu de la navidad, pero yo hare que lo recuperes – dijo ella- cóme- dijo ella- esta mesa es para ti.
la verdad que estaba todo exquisito y no faltaba nada.
– tu crees que una siempre comida va a hacer que ame la navidad.
– no -dijo ella- necesitas compañía- dijo ella y chaqueo los dedos al momento aparecieron dos mujeres más vestidas de papa Noel, pero no solo eso se empezaron a quitar la ropa.7
– joder que tías.
yo que llevaba tiempo sin echar un polvo enseguida se me puso la poya a tope las tías no tenían que envidiar a ningún modelo de victoria secretos. eran guapísimas.
– ven aquí Jonás.
me bajaron los pantalones y empezaron a chuparme la poya como nadie me la había chupado era increíble estaba en el paraíso.
– te gusta Jonás como te la chupo.
– me encanta.
ellas empezaron a besarse una se llamaba Emily y las otras dos Wendy y Alana.
-te gusta lo que te hacemos.
– me encanta- dije yo.
– cuál es tu mayor.
– deseo follar con vosotras y que os comáis entre vosotras.
– así será, quiero que disfrutes esta noche de noche de navidad y todas las demás también y que recuperes la ilusión -dijo Emily.
empezaron a comerse el chocho una a las otras yo estaba como una moto.
– ahora fóllanos- dijo Alana.
Alana y Emily eran rubias con unos cuerpos y unos ojos azules mientras Wendy era morena con unos ojos verdes cualquier hombre hubiese dado lo que fuera por estar con ellas yo saqué mi poya y se la metí Alana.
– así así que gusto Jonás que rico como me follas.
mientras Wendy y Emily se comían los chochos una a la otra mientras follaba Alana Wendy la comió las tetas Alana estaba en la gloria.
– ahaiaiaa que gusto putas que me corro- dijo Alana.
– córrete rico cachonda- dijo Wendy y se vino como un rio -ahora fóllanos a nosotras.
yo estaba más salido que el pico una mesa y tenía otra vez la poya dura cogí a Wendy y se la metí por el culo.
– así así que rico dame por culo mientras Emily y Alana me comen el coño -dijo ella.
luego cogí a Emily y se la endiñé por el chocho mientras las otras las devoran.
– así así que gusto mi amor como me follas- decía Emily no pares. disfruta con nosotras recupera el espíritu de la navidad y las ganas de vivir no ha jodido así cualquiera con tres mujeres así quien no iba a tener una navidad cojonuda.
follamos toda la noche yo me quede por el mañana dormido después de tanto follar cuando me desperté me creía que había sido un sueño joder si eso era un sueño ojalá no hubiese despertado, pero me encontré el árbol lleno de regalos y bragas y sujetadores de ellas y un gorro de papa Noel mis amigos no se lo explicaban.
– como es posible que ames navidad, pero si siempre estás solo. que te ha hecho cambiar, pero si antes estabas amargado y no querías para nada estas fiestas. algo te tiene que haber pasado.
yo me reía si ellos supieran todos los años por estas fiestas aparecían ellas y cenábamos juntos y follábamos juntos hasta mas no poder la última follada fue de vicio se las metí a las tres por el culo y las di a las t
res por el chocho menuda noche luego me la chuparon hasta hacerme correr fue grandioso. estaba eufórico para que viviera todos los años la navidad, pero todo se acaba y Emily y las demás me dijeron
– ya has recuperado el espíritu navideño tenemos que dejarte e ir ayudar a otros humanos- ellas llorando dijeron- nosotras también te amamos disfrutamos mucho contigo, pero nos debemos a los humanos que no necesitan como tu compréndelo.
ellas se despidieron de mí.
– yo os encontrare juro que os encontrare. siempre estaremos juntos.
ellas se fueron llorando. yo no me daba por vencido. yo quería estar toda la vida con ellas así que según las leyendas de que los seres mágicos viven en el polo norte me fui a Laponia el día de navidad y alquilé un trineo y me metí en pleno `polo norte.
cayo una nevada terrible pensaba que iba a morir cuando de pronto oí a los renos y vi a santa Claus y me llevo a un iglú, pero no cualquiera entrabas y era inmenso por dentro había elfos y seres mágicos.
– despierta Jonás estas a salvo como puedes hacernos esto después de lo que hemos hecho por ti. has recuperado el espíritu de la navidad y tú te dedicas a buscar a nuestros seres mágicos que casi mueres helado. si no es por mí.
– no puedo estar sin ellas santa Claus.
– bien que venga Wendy Emily y Alana.
ellas aparecieron llorando y se echaron a mis brazos y nos besamos.
– las tres le amamos santa Claus.
aunque eran muchos los seres mágicos tenían a santa Claus que era el líder.
– sabéis que no podéis amar a un humano y vosotras incumplisteis la promesa.
– si mi señor dijeron -ellas- pero él estaba solo y no había espíritu navideño en él y solo acostándonos con él le hicimos feliz.
– él no puede regresar porque conoce todo sobre nosotros -dijo santa Jonás -quieres quedarte y ser uno de nosotros el trabajo es duro, pero también tiene sus compensaciones y ellas te aman las tres y serás feliz con ellas. te enseñare como funciona esto.
me llevaron a la sala de juguetes allí había juguetes de todas las clases de madera de metal de construcción miles y miles de juguetes para los niños coches caballos muñecas etc. miles de personas elfos y seres mágicos construían juguetes para ponerles en los sacos y volar a sus casas los santa Claus nosotros hacemos felices a los humanos Jonás sea como sea por eso Wendy Alana y Emily te hicieron feliz y tu harás lo mismo llegaras a ser uno de nosotros y el día de navidad harás felices los deseos de muchos humanos.
lleve muchos juguetes a los niños y me presente en casa de una viuda que la pobre con su hija estaba amargada ya que su padre y su novio habían muerto en un accidente de coche hace varios años e hice lo mismo que Alana Emily y Wendy conmigo consolarlas.
me desnudé y ellas se quedaron encantadas conmigo esa noche follamos los tres la madre se llamaba Marta y la hija Diana me chuparon las poyas y se la metí en el chocho
-que rico que no acabe nunca esta noche.
– a a así fóllame como una puta -decía la madre- cuanto tiempo sin mi marido -decía marta la madre- que gusto sácame la poya hasta la campanilla.
– deja mama que me dé por el culo a mí también y me rompa el chocho a pollazos.
– esto es divino.
recuperaron las ganas de vivir y follamos toda la noche por la mañana no recordarían nada, pero se sentirían en la gloria santa Claus no le gustaban mucho mis métodos, pero reconocía que eran muy efectivos luego ya con Emily Alana y Wendy nos amamos los tres sin precedencia.
– oh Jonás te amamos queremos estar siempre contigo y yo con vosotras fóllanos como tú sabes.
me desnudé y empecé a comerlas el chocho mientras ellas se volvían loca de gusto.
– así así mi amor chúpanoslo todo -dijeron las tres.
luego puse mi polla en su chocho y me las fui follando una por una ellas se volvían locas.
– ahahhha no pares que gusto amor que gusto nos das.
luego hice que se comieran entre ellas los chochos y follaran entre ellas.
– que rico- mientras yo las daba por el culo a las tres me corrí en sus bocas.
ahora somos felices apareció mi cadáver en mi habitación mis amigos lloraron mi muerte, pero no saben lo feliz que soy en mi nueva vida con mis mujeres maravillosas haciendo feliz a la gente y a ellas y a todos los niños y adultos FIN

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 3” (POR GOLFO)

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La mañana del quinto día me desperté al sentir que una mano me iba acariciando por mi cuerpo. Al abrir los ojos, vi a Rocío completamente desnuda bajando con su boca por mi pecho mientras su mano recorría mi entrepierna. Satisfecho por esa forma de amanecer, me la quede mirando a los ojos y  me puse a disfrutar de sus caricias.  La morena se percató que estaba despierto y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:

-Necesito tu polla.-
Tras lo cual se agachó y comenzó  a besarme el capullo. Cerrando sus labios recorrió todo mi pene colmándolo de besos mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba los testículos. Habiendo conseguido su objetivo que no era otro más que consiguiera alcanzar su tamaño máximo, empezó a lamérmelo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente.
Como comprenderéis después de unos minutos, estaba loco de excitación e impaciencia:
-Chúpamela, joder.
-No seas ansioso- respondió con una sonrisa dando otro lametón. Desde mi posición, observe a la morena, bajando por mi pecho y abriendo su boca, comenzar a meterse alternativamente mis cojones, chupándolos fuerte mientras no paraba de masturbarme. Cuando consiguió dejarlos completamente empapados con su saliva, hizo algo que desde entonces es de lo que más me gusta: cogiendo mi pene como un bate de beisbol, se dio golpes  por toda la cara mientras gemía profundamente.
Mi excitación era total, deseaba que esa puta se introdujera mi pene hasta sus amígdalas pero haciendo caso omiso a mis deseos, Rocío siguió jugando con mi miembro cada vez más contenta. Sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo de su mamada era lento pero constante. Buscando volverme loco, de vez en cuando paraba y me miraba para que yo fuera quien le rogara que siguiera y en cambio otras, dejaba que de su boca saliera el sobrante de saliva dejándolo caer sobre mi glande, con la clara intención de provocarme.
-Eres una guarra- le solté a la par que presioné su cabeza contra mi pene.
No le molestó que toda mi extensión se encajara en su boca ni que su garganta tuviese que absorberlo por entero y dando por sentado que eso era lo que o quería, se empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. Al sentir el calor y humedad de su boca acogiéndola con mimo en su interior, creí que me iba a correr y por eso tuve que realizar un sobre esfuerzo para no derramar mi simiente en ese momento. Mi amiga cada vez más cómoda, incrementó la velocidad con la que me estaba realizando la mamada y llevando una de sus manos a su vulva, se empezó a masturbar.
-¿Te gusta cómo te la mamo?- preguntó con voz excitada.
-Sí, putita mía. ¡Me vuelve loco!.
La confirmación de mi lujuria lejos de satisfacerla la llevó a dar un paso más y con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Creo que esto te va a gustar todavía más- tras lo cual, izando su cuerpo puso mi polla entre sus tetas y las apretó con las manos, creando un conducto estrecho alrededor de mi miembro. Una vez ya la tenía donde ella quería comenzó a hacerme una cubana, subiendo y bajando su cuerpo –o ¿No te gusta que te folle con mis pechos?.
 
No había comprendido hasta entonces porque se había ocupado de embadurnarme por completo mi sexo con su saliva. Anticipando lo que me iba a brindar, la había dejado llena de babas, de forma que al ponérsela en el canalillo estuviera lo suficientemente lubricada para resbalar con facilidad entre sus pechos. Con su pecho convertido en un sexo tibio y húmedo, Rocío me fue follando cada vez más rápido.
-¿Te gustan mis tetas? ¿Te gustaría correrte en ellas?- preguntó con voz sensual mientras se mordía los labios con el afán de provocarme.
Aprovechando mi más que patente calentura, la muchacha apretó con sus manos aun más sus senos y riéndose de la cara de deseo que descubrió en mí, preguntó:
-¿O acaso prefieres que vuelva a comérmela?- y sin dejar de menear mi pene, me soltó – A esta puta le apetece sentir tu semen en su cara. Me encantaría que te corrieras sobre mí.
Demasiado caliente para decidir donde explotar, me quedé callado al estar totalmente concentrado en la cubana. Rocío al verificar mi ausencia de respuesta, insistió:
-¡Me tienes brutísima!. Estoy sedienta y deseosa de tu leche. Quiero que desparrames tu semen por mi piel y me embadurnes con él, mientras me follas.
Sus palabras me hicieron enloquecer y reprimiendo mi impulso inicial que no era otro que ponerla contra la mesa y follármela en plan perrito, decidí que tendría todo la vida para hacerlo y que en ese momento, me apetecía que siguiera con su mamada. Al oír en voz alta mis deseos, la morena sonrió y agachando su cabeza, abrió su boca y sensualmente se la metió hasta el fondo. Sus labios, al introducírsela, fueron apretando mi extensión y llegando hasta la base de mi pene, la besaron dando inicio nuevamente a una espectacular felación.
Con una velocidad de vértigo, profundizó en mi placer a base de profundos lametazos sobre mi polla mientras con la mano me empezaba a pajear. La excitación acumulada y su maestría al hacérmela produjeron que naciendo de mis entrañas, el placer se fuera acumulando en mis huevos y sabiendo que no iba a tardar en explotar, se lo avisé. Rocío haciendo oídos sordos a mi advertencia, siguió dotando a sus maniobras de un frenético ritmo hasta que ya no pude contenerme más y estallé dando gritos.
La primera oleadas de places cayeron dentro de su boca pero entonces la muchacha se la sacó y pegando mi glande a su cara, fue repartiendo mi semen por su rostro como si estuviera esparciéndose una crema revitalizante. Alucinado al terminar de eyacular, observé sus ojos impregnados de deseo mientras su dueña escupía el semen que tenía acumulado en su boca en su mano y con una cara de zorra increíble, se empezaba a embadurnar sus pechos.
Nunca había visto hacer eso.
Descojonada, al ver mi cara de sorpresa, Roció soltó una carcajada antes de correrse ella misma al sentir mi simiente en su cuerpo. Ni que decir tiene que esa erótica visión volvió a reanimar mi alicaído miembro y queriendo reiniciar hostilidades, le di la vuelta.
-¡Espera!- protestó riéndose de mi cachondez -¡Tienes que ver algo!
 
No comprendía que se refería hasta que al salir de la choza tras ella vi a mi pobre prima atada entre dos postes. Me quedé de piedra al comprobar que mientras estaba dormido, la morena se las había ingeniado para inmovilizar a María. Con los brazos y las piernas sujetas con cuerdas, la rubia estaba de pie indefensa. Ella al verme se intentó zafar de su castigo pero no pudo quejarse porque tenía a modo de bozal un trapo en la boca.
-¿Qué te parece?- preguntó Rocío mientras le daba un doloroso pellizco en un pezón – ¡La muy tonta se ha dejado atar pensando que era un juego!
Muerto de risa, di una vuelta a su alrededor, verificando que estaba firmemente sujeta, tras lo cual, le di un azote mientras preguntaba a su captora que pensaba hacer con su víctima.
-Siempre he deseado tener una esclava que azotar y quien mejor que esta niña pija- contestó mientras cogía un trozo de cuera – ¿Me dejas probar?
Hasta entonces no había asimilado que lo que estaba haciendo era pedirme permiso. Convencida de que nuestra estancia en esa isla iba a ser larga, la muchacha no quería hacer algo que luego repercutirá en nuestra relación. Me consideraba el jefe del clan formado por los tres y por eso antes de cometer un fallo, me preguntaba.
-Toda tuya. Lo único, no dejes marcas- respondí dejándolas a solas.
Mientras me alejaba a darme un baño, escuché que la morena le decía que le iba a quitar la mordaza, tras lo cual, llegaron a mí tanto el sonido de la cuerda golpeando contra las nalgas de mi prima como los gritos de dolor de ella.  Durante largo rato, Rocío torturó a su amiga con autentico sadismo y solo cuando comprobó que si seguía maltratándola iba a dejar señales permanente en su piel, la dejó en paz y se acercó a donde yo estaba tomando el sol.
-Vengo cachonda- me informó y sin esperar mi respuesta, se sentó a horcajadas sobre mí y rozando su pubis contra mi sexo, me pidió que la tomara.
La perpetua calentura de la morena era algo que me hubiese preocupado si fuera mi novia pero en las circunstancias en la que nos hallábamos era cojonudo. Si quería liberar sus ansias no tenía a nadie más con quien satisfacerlas y por eso, cuando mi pene ya había alcanzado un tamaño suficiente, le solté:
-Quiero ver cómo te come el coño-
Mis palabras cayeron como una bomba. Deseaba y necesitaba ser follada por una polla y no lamida. Por eso, intentó convencerme de que primero la hiciese el amor y que luego fuera mi prima quien le lamiera los resto de semen de su chocho. Al comprobar mi negativa, se levantó y yendo a por la rubia, la desató y la trajo hasta mí:
-¿Dónde quieres que esta zorra me lo chupe?- preguntó aun enfadada.
-Aquí mismo- respondí poniéndome de pie.
María que comprendía que durante dos días no tenía voz ni voto, esperó a que la morena se tumbara en  la arena antes de agacharse. Su actitud me dio la oportunidad de comprobar el resultado de los azotes. Las nalgas de mi querida prima tenían sobre su piel el rastro de las caricias de la cuerda. Con el culo colorado y marcado, se arrodilló entre las piernas de su amiga y directamente se apoderó de su coño con los dientes. El modo tan brutal con el que mordió el botón de Rocío hizo que esta pegase un alarido de dolor y cabreada le soltase un bofetón:
-Zorra, ¡Me has hecho daño!
 

Interviniendo, le prohibí volver a golpearla y con una sonrisa en mis labios, le dije:
-Te aguantas- y dirigiéndome a María, le autoricé a comerse ese sexo como le viniera en gana.
-¿Puedo hacerlo a lo salvaje?- preguntó sin dejar de mirar con odio a su amiga.
-Puedes- contesté.
Mi permiso le dio alas y volviendo a introducir su cara entre las piernas de la ahora asustada amiga, le introdujo dos dedos en el coño mientras retorcía con su otra mano el clítoris que tenía a disposición. Los chillidos de la morena no se hicieron esperar y pidiendo perdón, intentó reducir ese castigo bien merecido. Desgraciadamente para ella, la rubia no se apiadó de sus lloros y con mayor énfasis siguió torturando a Rocío. Ninguna parte de su cuerpo se libró de su sadismo, sus pezones fueron pellizcados cruelmente, su esfínter fue violado por sus dedos…
Poco a poco, me volví a calentar y ya con mi pene tieso, dudé cuál de las dos mujeres usar para saciar mi hambre. Decidí que fuera mi prima al verla con el culo en pompa y sin mediar conversación alguna, separé sus nalgas con mis manos y escupiendo en su ojete, metí una de mis yemas para relajarlo.
-Estoy deseándolo- contestó mi prima cuando le pregunté si le apetecía sentirme en su entrada trasera.
Su entrega me permitió coger mi pene entre las manos y posando mi glande en su hoyo, tanteé su relajación. Al haber comprobado la misma, de un solo golpe lo introduje por entero con una brutalidad tal que de los ojos de María las lágrimas afloraron en señal de dolor. La forma en la que invadí sus intestinos le hizo gritar pero no intentó zafarse sino que profundizando su sufrimiento empezó a sacar y a meter mi pene con rápidos movimientos de su cadera.
-¡Sigue por favor!- berreó dejándose caer sobre el sexo de su amiga y cogiendo entre sus dientes los labios inferiores de la morena, los mordió para no gritar.
La que si gritó fue su antigua torturadora porque cada vez que mi pene se solazaba en el culo de María, está respondió apretando sus mandíbulas. No os podéis imaginar el volumen de los chillidos de la morena al sentir los mordiscos de su amiga. Altos y claros eran demostración palpable del daño que estaba experimentando en su cuerpo.
Al cabo de unos minutos y ya con su esfínter relajado, la rubia fue siendo menos dura y más cariñosa en sus arrebatos, de manera, que su víctima empezó a experimentar placer cada vez que ella respondía a mis penetraciones.
-¡Dios!- aulló al sentir los primeros síntomas del orgasmo y reptando sobre la arena, buscó el placer presionando la cabeza de María contra su entrepierna.
Curiosamente, fue mi propia prima la que al sentir que se aproximaba el clímax de su amiga, la que se corrió pegando gritos y con su cuerpo convulsionando brutalmente mientras mi polla seguía retozando en el interior de su culo, dejó de torturarla y ya claramente buscó compartir con ella el placer que estaba asolando su anatomía. El segundo en correrse fui yo, derramando mi semen en su trasero, mi polla se convirtió en un geiser que rellenó de lefa los intestinos de mi rubita. Esta al sentir su conducto bañado con mi esperma, volvió a experimentar un nuevo orgasmo y cayendo sobre Rocío, se derrumbó exhausta.
Al percatarse de ello, la morena me pidió insatisfecha que la tomara pero riéndome de ella, le respondí entre carcajadas:
-Por ahora no te toca. Te voy a mantener caliente durante todo el día y dependiendo de cómo te portes, decidiré esta noche si follarte.
-Por favor, necesito que lo hagas ahora- contestó intentando reanimar mi pene con su boca.
-Te he dicho que no- dije separándola de mí e imprimiendo un tono duro a mi voz, las ordené prepararme el desayuno.
Radiante al comprobar la calentura de su amiga, mi prima se levantó a cumplir mis deseos mientras Rocío murmurando entre dientes la acompañó muy enfadada.
Durante toda la jornada, aproveché cualquier momento para seguir excitando a la morena. Daba igual que estuviera haciendo o donde nos halláramos, cada vez que podía la acariciaba los pechos o jugueteaba con su coño con el único propósito de calentarla. Rocío calmó su mala leche con María pero no pudo aminorar un ápice el calor que se iba acumulando inmisericorde en su interior, de manera que a la hora de acostarnos, todo su cuerpo imploraba sentir placer viniera de donde viniera.
Sin saber si le iba a hacer caso, llegó gateando hasta mi cama. Con el deseo nublando su juicio, ronroneó mientras se acercaba a mí.
-¿Estas bruta?- pregunté aun sabiendo su respuesta de antemano.
-Sí- contestó nerviosa y con el sudor recorriendo sus pechos.
Disfrutando de su angustia la miré y con toda mi mala baba, le ordené:
-Mastúrbate para nosotros-
Mientras María se sentaba a mi lado, la morena intentó protestar pero al chocar contra mi total intransigencia, decidió cumplir mis órdenes. Desde el catre, vi como su respiración se agitaba y sus pezones se erizaban aun antes de empezarse a tocar. Su mente y su cuerpo entablaron una lucha entre la humillación que sentía y la calentura que llevaba horas dominando su cuerpo. No tuve que ser ningún genio para comprender y saber quién iba a ganar.
Al principio y aunque intentó cerrando sus piernas, sentirse excitada, la realidad es que al chocar sus muslos entre sí, empezó a frotarlos unos contra el otro. Dicho roce incrementó su excitación, azuzándola a dar rienda suelta a sus necesidades. Sonreí al verla apretar sus puños mientras dudaba entre acariciarse o desafiarme porque tenía claro cuál iba a ser el resultado.

El brillo de su coño desnudo me anticipó que estaba cada vez más alterada y por eso decidí ayudarla diciendo:

-Ábrete de piernas y enséñanos tu chocho-
Rocío no fue capaz de negarse y separando sus rodillas, mostró avergonzada su sexo encharcado a su amiga y a mí. Sabiendo que estaba a punto de claudicar, acaricié su vulva con la mirada mientras mi prima se relamía los labios al saber que no tardaría en disfrutar de esa belleza en su boca.
-Acaríciate los pechos-ordené.
Esa orden emitida solo para la morena produjo un fenómeno curioso puesto que fueron ambas las que obedecieron. Mi prima sin que se lo hubiese mandado, imitó a su amiga y cogiendo su pezón derecho entre los dedos, empezó a acariciarlo. Lo creáis o no, las dos mujeres se fueron retroalimentando entre ellas. Rocío al ver el resultado que sus toqueteos produjeron en María, pegó un gemido y ya incapaz de retenerse, dejó que su mano se apoderara de su sexo.
Entusiasmado por el modo en que se iban desarrollando las cosas, me concentré en ellas sin darme cuenta de que a mí también me estaba afectando. Observar a mi prima separando los pliegues de su sexo antes de incrustarse dos dedos en su interior mientras la morena un poco más adelantada los sacaba y metía con fruición, hizo que mi pene saliese de su letargo y se alzase con una dolorosa erección. Ya totalmente verraca, Rocío se tiró al suelo y rodó por el suelo mientras sus dedos seguían torturando su ansioso sexo. Os juro que fue alucinante verlo retorcerse de deseo implorando que la tomara allí mismo.
-¡Fóllame!- aulló mientras sus dedos recogían la humedad que brotaba de su vulva. -¡Necesito que me folles!- chilló angustiada mientras su interior explotaba.
Contra todo pronóstico, la gota que derramó el vaso y que me obligó a tomarla en ese instante fue mi propia prima que mientras se corría a mi lado, me rogó que liberara a su amiga de tamaño sufrimiento. Compadecida quizás o temiendo que repitiera el mismo trato con ella, María soltó:
-No va a aguantar mucho sin que la penetres- y dulcemente susurró a mi oído mientras con su mano me acariciaba el pene: -¡Hazlo por mí!
 Sus palabras fueron el acicate que necesitaba y acercándome a la morena, introduje de un solo empujón mi sexo en su coño. Rocío, agradecida al sentir mi polla retozando en su interior, gimió de placer mientras no dejaba de mover sus caderas. La sobre excitación que asolaba su cuerpo la llevó de un orgasmo a otro mientras yo seguía machacando su chocho con mi instrumento.
-¡Te amo!- gritó sorprendida por la fuerza de las sensaciones pero más aún por la profundidad de sus sentimientos.
Sin saber todavía lo que se avecinaba, le contesté que yo también sin dejar de penetrarla. Lo que no me esperaba fue que mi prima se abrazara a mí y llorando me preguntó si también la quería a ella. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que estaba prendado de las dos y cogiendo a Maria, la besé como respuesta.
Mi eyaculación fue total y vaciando mi semen en el coño de Rocío, asolé con ello también la última de sus defensas. Al caer agotada sobre el suelo, se puso a llorar por lo que significaba tamaña confesión. María al verla la acogió entre sus brazos y llevándola hasta la cama, me miró con cariño y me dijo:
 
-No sé si sabes lo que has hecho pero aunque algún día nos rescaten, ten por seguro que ni Rocío ni yo te vamos a dejar escapar.


 

 
 
 

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 15. El juicio.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 15. El juicio.

Cuando vio las caras de sus madres no pudo dejar de sentirse un miserable por hacerles pasar por todo aquello. A la vista de todo el mundo, su hijo era como mínimo un asesino en serie sin escrúpulos o un perturbado incapaz de dominar sus más bajos instintos.

Aun así, allí estaban, sentadas en aquellas sillas pequeñas y estrechas, apoyando las manos en la mugrienta mesa con una cara tan triste que le partía el corazón. Cuando se sentó, la vergüenza podía leerse fácilmente en su cara.

Al contrario de lo que esperaba fue Diana la que se inclinó furiosa sobre él:

—¿Se puede saber en qué coños estabas pensando? —le preguntó haciendo verdaderos esfuerzos para no gritar— ¿Cuántas veces te hemos dicho que esto precisamente era lo que no debías hacer? Esto no es lejano oeste. ¡Vives en una sociedad con normas, joder! ¿Acaso te crees un ser superior con derecho a ser juez, jurado y verdugo?

—Mataron a la mujer que amaba…

—Matándolos no conseguirás que resucite. Y ahora te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel…

—Cariño, no sé por qué demonios lo has hecho, —intervino Angélica más calmada— pero sé que has tenido tus razones. Te hemos educado bien y sé que en condiciones normales no hubieses cometido esa salvajada. Por eso debes dejar que contratemos a un abogado para que te defienda. Podemos alegar locura transitoria o…

Hércules interrumpió su discurso y le dijo que no tenía excusa, que había matado a toda esa gente y que merecía pasar el resto de su vida en la cárcel. Con la voz entrecortada por el dolor les contó la historia de Akanke y como la habían torturado y asesinado. Sus madres, no lo aprobaron, pero lo comprendieron y entre lágrimas le suplicaron que cambiara de opinión y que se dejase asesorar por un abogado. Finalmente, ante el terco silencio de su hijo, se dieron por vencidas y le prometieron que le ayudarían en todo lo que pudieran.

Hércules se quedó sentado mientras las dos mujeres abandonaban la sala de visitas con aire abatido. Sin apresurarse se levantó y acompañado por los guardias se dirigió a su celda consciente de que sus madres acababan de envejecer veinte años por su culpa.

Dos días después se celebró el juicio. La sala, a pesar de ser la más grande de los juzgados estaba llena a rebosar. Periodistas y curiosos abarrotaban los escaños y se daban codazos para hacerse un poco de sitio.

Al fondo, ocupando todo el espacio disponible y subidos a escabeles y pequeñas escaleras, los reporteros gráficos adoptaban posturas imposibes con tal de conseguir el mejor video o la mejor instantánea.

A pesar de todo, sus madres le habían su mejor traje para presentarse ante el tribunal. Hércules recorrió rápidamente el pasillo, flanqueado por dos policías que los sujetaban estrechamente e ignórando los flashes, los focos y las preguntas, en su mayoría estúpidas o morbosas de los periodistas. El juez le recibió con su habitual frialdad y un ujier le indicó cual era la mesa de los acusados donde se sentó en soledad.

—Antes que nada —dijo el juez cuando todos se hubieron sentado— Señor Hércules Ramos, ¿Es consciente de que el que se tiene a sí mismo por abogado tiene un necio por cliente?

—Sí señoría lo he oído en multitud de películas y series americanas. —respondió él sin poder evitar el sarcasmo.

El juez refunfuño algo por lo bajo, y dio varios golpes con su mazo para apagar el conato de risas que amenazaba con hacerse general. A continuación se colocó unas gafas de pasta y sin añadir nada más comenzó a leer uno tras otro todos los cargos que le imputaban.

—¿Cómo se declara de los cargos antes mencionados?

—Culpable señoría.

—Entonces a la vista de la gravedad de los hechos aquí descritos y ante las asunción de los mismos por el acusado, unido a la total ausencia de remordimientos ante los crímenes cometidos este tribunal el sentencia a…

—Un momento señoría. —gritó una mujer despampanante entrando apresuradamente en la sala del tribunal con unos papeles en la mano— Me llamo Afrodita Anderson, soy psicóloga en la prisión donde ha permanecido el acusado en espera de juicio y tras un profundo análisis de su comportamiento, tengo en mi poder pruebas que demuestran que este hombre no está en plena posesión de sus facultades mentales.

El juez frunció el ceño e invitó a la mujer a continuar. Afrodita esta vez no se había puesto las gafas dejando a la vista unos ojos verde azulado enormes y ligeramente rasgados y el vestido de lana que llevaba puesto se ajustaba como un guante a unas curvas de infarto.

La mujer se acercó taconeando con seguridad y con una sonrisa capaz de desarmar una flota de acorazados, le entregó la carpeta.

—Como vera, señoría, tras un detenido estudio, tanto yo como varios de mis colegas, entre ellos el Doctor Frederick Smith, decano de la Cátedra de Ciencias del Comportamiento de la universidad de Lausana y el premio nobel en fisiología Horatio Becker hemos llegado a la conclusión de que este hombre sufre un síndrome disociativo al que se une un fuerte componente paranoide, lo que hace que no sea en ningún caso capaz de dominar sus acciones y por lo tanto no se le puede considerar responsable de estos crímenes.

—¿Y qué es lo que recomienda? —preguntó el juez levantando una ceja.

—Recomiendo que sea internado en el centro Psiquiátrico Alameda dónde su enfermedad mental será evaluada y tratada adecuadamente siguiendo los métodos más modernos y eficaces que la ciencia puede proporcionarle.

Los flashes explotaron y todos los focos se volvieron de la psicóloga al acusado y de nuevo otra vez hacia la psicologa. El rumor de incredulidad fue seguido por los gritos de indignación de un grupo de hombres de color, obviamente miembros de la banda de Sunday.

El juez golpeo la mesa con el mazo, amenazando con desalojar el tribunal mientras echaba un vistazo a la documentación que Afrodita le entregaba. Tras tomarse un par de minutos para deliberar, finalmente le entregó a Hércules estipulando con exactitud las evaluaciones a las que se debería someter el reo antes de poder acceder a cualquier tipo de libertad condicional.

Antes de que se diese cuenta de lo que estaba pasando, dos tipos enormes, vestidos con batas blancas le cogieron por los hombros y le llevaron en volandas al interior de una ambulancia.

***

Zeus observó desde su trono todo lo que ocurría mientras bebía una taza de ambrosía. Sabía que podía confiar en Afrodita. Su hija, además de ser la cosa más hermosa que jamás había hecho, era inteligente y fuerte y le quería como solo una hija puede querer a un padre. Además debido a su belleza y la levedad con la que trataba sus obligaciones nadie la tomaba en serio y disfrutaba de la libertad que le proporcionaba no ser considerada más que un bonito florero.

A pesar de que odiaba salir del Olimpo, había bajado a la tierra y había sacado a su hermanastro del apuro mientras él entretenía a Hera desviando su atención de ellos. Ahora venía lo más difícil debía darle a Hércules una razón para vivir sin revelarle aun su verdadera misión. Aquel muchacho estaba verdaderamente hundido.

Afortunadamente se acercaba el momento para que cumpliese con la misión para la que había sido concebido. Esperaba que tener un propósito y salvar innumerables vidas fuese suficiente acicate para hacerle reaccionar y evitar que la humanidad pereciese. Hércules era un semidiós, y debía tener una tarea que resultase un desafío para sus poderes.

La ambulancia llegó al recinto y avanzó por un sendero de grava hasta detenerse en la entrada de una mansión de piedra con la fachada cubierta parcialmente de yedra. Zeus vio como Afrodita salía por la puerta delantera izquierda y abría la puerta trasera para permitir que unos fornidos enfermeros sacaran la camilla donde Hércules permanecía atado.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: VOYERISMO

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

“EL ELEGIDO DE KUKULKAN, sexo en la selva” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

Durante una expedición arqueológica a lo más profundo de la selva en el sureste mexicano, José Valcárcel, un estudioso de la cultura maya, descubre una estatua de KuKulKan y para su sorpresa, esa deidad le nombra su elegido y le exige su compromiso para que esa civilización florezca con todo su esplendor. Al aceptar, caen bajo su poder todas las miembros del equipo mientras el pueblo Lacandón le nombra su rey,
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1
Introducción

Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar una antigua profesora de arqueología nos trae desnuda a mi esposa y a mí el desayuno hasta la cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado.
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José Valcárcel y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva en el sureste mexicano. Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Yalit Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir; vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Yalit en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca, mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar, ya que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.
Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión y lo pasó realmente mal.
Queriendo ser concienzudo a la hora de narraros mi historia, me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio. En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa, que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces. Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.

Capítulo 1

Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Yalit ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
―Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayaks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayak varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
«¡Menudo par de tetas!», pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún más al llegar a la orilla porque sin importarle que estuviéramos presentes, ese esptáecculo de mujer se despojó de la camisa empapada para ponerse otra.
«¡Joder! ¡Qué buena está!», exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Yalit estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilómetro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener más que cuatro kayaks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada más entrar en la tienda, la morena me soltó:
―No sabes cómo me alegro de dormir contigo― mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: ―¿Te fijaste en cómo Yalit me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
―Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando el terreno:
―Yo también te miré así.
―Sí, pero tú eres hombre― contestó y recalcando sus palabras, me confesó: ― No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
―Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara respondió:
―Te vas a hartar porque duermo en tanga― tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: ―Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
―Eres mala― siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: ―¿cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
―¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
―¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
―¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
―¡Me encanta cabrón!― gimió sin dejar de mirarme― ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
―Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
―Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
―Te voy a dejar seco esta noche― tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
―Dios, ¡qué gusto!― exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
―Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
A la mañana siguiente, nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Yalit y Luis se nos habían adelantado y habiendo desayunado, nos azuzaban a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
―Joder, ¿qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?― contestó con sorna ―¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
«¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado», pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
―Menudos cabrones― murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
―Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado― tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
―Gracias― respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
―Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
―Mira que eres bestia, no les llames así― recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
―El más alto de ellos, no me llega al hombro― y entornando los ojos, me soltó: ―De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
―A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Yalit no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
―Tienes razón― contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: ―Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar. El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Yalit la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
«Menos mal», me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
―Voy a darme un baño a la laguna, ¿te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
―Tienes un culo precioso― dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
―¿Qué esperas?― gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
―Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
―Muérdelos, ¡hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
―Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
―¡Me tienes ensartada!― gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
―¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
―¡Maldito!― gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
―¡Mas rápido! ¡Puta!― chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco. Aullando a voz en grito, me rogó que siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
―¡Dale duro a tu zorra!― me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna. Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
―¿Qué pasa?― le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
―¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones― tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
―Ha sido Luis― dije nada más verlas.
―Te equivocas― me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: ―¡Ha sido Yalit !
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
―Será zorra― indignada se quejó y clamando venganza, dijo: ―Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.

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Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 4” (POR GOLFO)

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Llevábamos siete días, varados en esa isla desierta y sin visas de ser rescatados. Durante una semana, no habíamos visto ningún signo de civilización. Por mucho que oteábamos el horizonte en busca de algún barco o la estela de un avión, jamás conseguimos descubrir nada. Buscando ser practico, marqué unas normas que todos debíamos cumplir así como una división de las tareas diarias. Tanto María, mi prima, como Rocío, su amiga, aceptaron mi liderazgo desde el primer día y el haberse convertido en mis amantes no hizo más que afianzarme en el mando.
Aunque parezca imposible, esas dos niñas pijas se habían olvidado de su vida anterior y se habían hecho a la idea de que pudiera darse el caso que jamás nos rescataran.  Una muestra clara de lo que os digo, ocurrió esa mañana:
Estaba profundamente dormido cuando un ruido me hizo despertar. Al abrir los ojos, las vi entrar en la choza agarradas de la mano. Desnudas, nada me perturbaba para admirar la perfección de sus cuerpos. Rocío era mas alta, morena con unos pechos pequeños que pedían a gritos ser besados, un estómago firme de mujer que hacía poco había dejado atrás la adolescencia.  Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de rubia, con su pelo casi albino y ondulado por los rizos, tenía la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados.
-Venid aquí-,  ordené golpeando con mi mano la rudimentaria cama.
Al obedecerme, movieron sus caderas intentando con ello provocar mi libido como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Al llegar hasta el catre, se arrodillaron y  gateando, dejaron que mis ojos contemplaran la rotundidad de sus curvas. Rocío y María eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María me bajó el short que llevaba mientras con sus labios buscaba mis besos, Rocío en cambio se entretuvo cogiendo los pechos de mi prima con la mano y acercándolos a mi cara, me los ofreció como ofrenda.
No me pude negar a sus caricias. Sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban, y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Rocío al verlo, quizás envidiando mi lengua, se pegó a mí y también puso sus senos a mi disposición. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos.
Lo excitante de la escena, me hizo acomodarme en la cama y cuando ya estaba intentando acelerar sus maniobras oí a María que me decía:
-¡Manuel! ¡Relájate!,¡ déjanos hacer!– y entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, de forma que entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas.
Rocío tomó la iniciativa, bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de su amiga.
-¿Te gusta?-, me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.
Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.
El sentir, la humedad de la boca de Rocío cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la rubia para unirse a la otra y cogiendo mi pene con la mano, jugueteó con mi glande mientras exploraba todos sus pliegues. La moreno no queriéndose quedar atrás sin ningún recato se apoderó de mis huevos, introduciéndoselos en la boca.
Atacado por dos frentes, sentía como esas dos chavalas competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por las caricias que mutuamente se daban. Estaba disfrutando y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi falo con sus bocas. Alucinado me dí cuenta que mi prima y su amiga se estaban besando a través de mí. Sin darse apenas cuenta, sus labios se tocaban mientras  sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero vehículo privilegiado de sus caricias.
Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi excitación y al sentir mis dos amantes que se acercaba, como posesas buscaron ser cada una de ellas la dueña de mi explosión. Os juro que en ese momento, no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene porque eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.
-¡Yo también quiero!- protestó Rocío al ver que María se apoderaba de mi sexo.
Al expulsar mi pene las primeras gotas, fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron dos manos las que asieron mi extensión para buscar mi placer. Dominadas por la lujuria, mi prima y su amiga  comenzaron a menear m pene mientras sus dos bocas estaban listas para recoger la cosecha. Creí que jamas iba a disfrutar de algo semejante cuando mi semen  recién salido fue devorado por ellas. Como buenas amigas, María y Rocío compartieron alternativamente el chorro que salía de mi capullo en perfecta unión y  no dejaron de ordeñar mi miembro hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota. Entonces y con una sonrisa en sus bocas, me preguntaron que me había parecido.
No les pude mentir:
-Ha sido la mejor mamada que nunca me han hecho-.
Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado y se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras. Al ver como Rocío se comía con los ojos a mi prima, decidí ayudarla y poniendo a la rubia entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos y notar como nuestras bocas se apoderaban de sus pezones.
-Me encanta-, gimió cuando Rocío inició el descenso hacia su vulva y abriendo le gritó que era todo suyo.
La morena no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de su amiga, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que mi prima sollozara de placer. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina, comenzó a torturarla, esa humedad inicial se transformó en río y un torrente de flujo mojó la mano de la otra mujer. Rocío, al percibirlo, ansiosamente se llevó la mano a la boca bebiendo de su sabor agridulce.
-¡Hazme el amor!- me rogó mi prima ya completamente excitada.
Sin esperar mi respuesta, se subió a horcajadas sobre mí y empezó a ensartarse toda mi extensión. Al hacerlo dándome la espalda, la postura permitió que su sexo seguía estando a disposición de Rocío. Aunque no pude verlo, mi prima sonreía a su amiga mientras se empalaba con mi miembro. La lentitud con la que se lo incrustó, me permitió notar cada uno de sus pliegues al ir desapareciendo mi pene en su interior y disfrutar de como mi capullo rozaba la pared de su vagina al llenarla por completo.
Rocío al verla abierta de piernas con mi sexo en su interior, debió de pensar que era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y agachando la cabeza entre las piernas de mi prima, con la lengua se adueñó de su clítoris., Y mientras se comía ese coño y bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! – dijo María. Totalmente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar. Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación.
Pero fue cuando Rocío se levantó y le puso su sexo en la boca de la morena, cuando ésta estalló retorciéndose como posesa. Sin parar de zamparse el coño de su amiga, se corrió dando gritos. Demasiado excitado por la escena, mi pene explotó dentro de ella de forma que mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.
Agotados caímos sobre la cama y entonces Rocío se dedicó a absorber los restos de nuestra unión y reiniciando su masturbación, consiguió su propio orgasmo justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestros cuerpos no quedaba ningún huella del éxtasis que nos había dominado.
Fue la propia Rocío quien, tras unos momentos de descanso, rompió el silencio llorando:
¡No me lo puedo creer!, siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir.
Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna por la tensión sufrida en la isla, dejé que mi prima la consolara mientras pensaba en que ese infortunio nos había cambiado. No solo había conseguido que dos mujeres de bandera compartieran gustosas mi cama sino que ambas estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Con mi morbo saciado, observé a María besar a su amiga, diciéndole:
-Cariño, no llores. También Manuel y yo sentimos lo mismo- y para afianzar sus palabras, dijo sin parar de acariciarla: -¿Quieres que ahora seamos nosotros quienes te amemos?
Afortunadamente para mi alicaído miembro, Rocío pidió que solo la abrazáramos y por eso unidos sobre esa rudimentaria cama, nos besamos con ternura mientras ella se tranquilizaba. Una vez repuesta, se levantó y mirando el reloj, soltó una carcajada diciendo:
-Son las diez- y sacando a mi prima de mis brazos, le soltó: -si no nos damos prisa en recoger algo de fruta mientras Manuel pesca algo, ¡Hoy vamos a pasar hambre!
Comprendiendo que tenía razón, salí del puñetero catre y sin esperar a ver que hacían, salí en busca de comida. Con la caña en mis manos y mientras intentaba sacar un pez de las mansas aguas, me dio tiempo a pensar en lo sucedido:
“Yo también las amo”, sentencié mentalmente al percatarme de que no solo era atracción física lo que sentía por esas dos chavalas.
Esa mañana me la pasé pescando y solo cuando ya había atesorado siete jureles, decidí volver. Al llegar mi prima y su amiga no habían vuelto de la plantación por lo que aproveché el tiempo para dar de comer a los cerdos que teníamos en la cerca. Según el plan que nos habíamos marcado, al día siguiente tendría que sacrificar a uno de ellos y contrariamente a lo que hubiese supuesto solo unos días antes, no sentí remordimiento alguno mientras los cebaba.
Al rato las vi llegar cargadas de fruta, por lo que corrí a ayudarlas. Rocío se negó a que le cogiera el bulto diciendo:
-Ayuda mejor a María, viene un poco indispuesta.
Sorprendido la miré y entonces me di cuenta de que venían las dos borrachas. Intrigado por que hubiesen bebido alcohol al no haberlo en esa mierda de isla, directamente pregunté a la morena, de donde lo habían sacado.
-Mira- respondió y sacando una especie de mango, me lo dio diciendo: -hemos encontrado estos frutos tirados por el suelo y al probarlos están deliciosos.
Tanteando el terreno, mordí uno de ellos y no me costó reconocer el tufo que desprendía. Supe entonces que el sol y las altas temperaturas habían acelerado la fermentación convirtiendo el azúcar en alcohol. Al no saber si eran comestibles, regañé a las dos muchachas por haber sido tan brutas de comerlos sin estar seguras.
-No lo pensamos- contestó la morena muerta de risa -¡Me siento de puta madre!
Mi prima que debía de haber comido más, tambaleándose,  me preguntó de dónde venía la música.
-¿No la oyes?- soltó al ver mi cara alucinada y sin más empezó a bailar.
Su amiga se le unió en la arena y siguiendo unos acordes que solamente ellas dos oían, se abrazaron mientras sus pies no paraban de bailar. Comprendí en seguida que esos frutos además de un contenido alcohólico alto debían de contener alguna especie de alucinógeno y por eso, francamente nervioso, me quedé observando la reacción de las dos muchachas. No tardé en descubrir que sin buscarlo, tanto Rocío como mi prima empezaron a dotar a sus movimientos de una sensualidad sin límite
-Tengo mucho calor- dijo la morena mientras con una mano se pellizcaba uno de sus pezones ante la atenta mirada de su amiga.
– Déjame ayudarte, ¿sí?- murmuró María estimulada al ver a su compañera de niñez acariciándose. 
Rocío asintió un tanto sonrojada. Mi querida prima con sus ojos impregnados de un extraño deseo, acercó su boca al pecho de su amiga y lo besó mientras con sus dedos le acariciaba la espalda. Al oír el gemido que produjo su acción, dejo que una de sus manos fuese bajando y ya convencida, toqueteó la entrepierna de la morena. Rocío no pudo reprimir su deseo y separando sus rodillas permitió que se apoderara de su sexo. 
– Mi amor…- suspiró al sentir que una de sus yemas jugueteaba con el botón que se escondía entre sus pliegues. 
El corazón de María dio un vuelco al oír esas dos mágicas palabras. Decidida a demostrarle que compartía el mismo sentimiento, la besó con pasión tomándola por la cintura con su brazo derecho y por su espalda con el izquierdo. Sin importarles que estuviera presente, esas dos mujeres entrelazaron sus lenguas mientras con sus dedos buscaban el placer de su contraria.
Rocío, en un momento dado,  con la pierna derecha abrió espacio entre las de su amada y dejó de acariciarle la espalda para comenzar a acariciar sus glúteos. Entonces, sin pedirle dejó sus manos sobre los pechos de mi prima, presionándolos al mismo tiempo que volvía a meter su pierna entre las rodillas de la rubia. Ya bastante excitado por ello, observé como sus cuerpos se contagiaban de deseo y ya sin recato alguno, rozaban sus coños uno contra el otro mientras no dejaban de besarse.
Fue María la que dio el siguiente paso, violentamente, tumbó a su amiga sobre la arena y tirándose encima de ella, empezó a morderle los pechos. Los gritos que salieron de la garganta de Rocío me hicieron comprender que, aunque le hacía daño, estaba disfrutando y por eso me mantuve quieto mientras mi prima se lanzaba al asalto de su compañera.
“¡Qué bruta!” pensé al verla torturar los pezones de la morena.
Esta sin quedarse corta, clavó sus uñas en la espalda de la rubia y dejó un profundo arañazo sobre su piel. Mi hasta entonces tranquila prima, pegó un alarido y llevando su boca a la de su amiga, le mordió el labio mientras su coño rebosaba de humedad. Sé que entonces me di cuenta de que algo andaba mal pero contagiado por la excitación del momento, me quedé plantado allí sin hacer nada. Estimuladas de forma brutal por la sustancia ingerida, ninguna de la dos era consciente de la violencia que estaban ejerciendo una contra la otra.  
La respuesta de Rocío no tardó en llegar y cogiendo del pelo a María, le obligó a agacharse entre sus piernas, diciendo:
-¡Comételo!
La rubia respondió introduciendo con salvajismo dos dedos en la vulva de la morena mientras relamía dulcemente el clítoris que le había ofrecido. Los chillidos de su amiga al sentir la intrusión, no le bastaron e iniciando un mete-saca atroz, empezó a follar con sus yemas el estrecho conducto de Rocío.
-¿Te gusta verdad?- le gritó al ver que tenía el sexo encharcado.
–¡Eres una puta!- respondió con la voz entrecortada su amiga mientras se retorcía buscando el contestar a esa agresión. Increíblemente, consiguió darse la vuelta y metiendo su cara entre los muslos de mi prima, cogió entre sus dientes el botón del placer de su agresora.
Viendo que estaban llevando al extremo la mutua violencia, intenté intervenir pero con los ojos inyectados en ira, María me soltó:
-¡No te metas!, ¡Esto es entre esta zorra y yo!
Con el rabo entre las piernas, volví a sentarme. Desde el tronco que me servía de asiento, observé que las dos mujeres alternaban golpes y mordiscos con verdadera dulzura y que tras unos minutos donde no sabía el resultado de todo aquello, vi que poco a poco la brutalidad de sus actos iba menguando incrementándose la pasión.

En un momento dado, las muchachas cambiaron de postura y entrelazando sus piernas, empezaron a rozar sexo contra sexo. Más tranquilo por haber  desaparecido la violencia pero más excitado que nunca, fui testigo del modo en que esas dos unieron sus coños dejando atrás todo rencor. La primera en correrse fue Rocío que totalmente descompuesta, gritó su placer a los cuatro vientos y convulsionando sobre la arena, buscó el gozo de su compañera con mayor pasión. María al sentir el flujo de su amiga recorriéndole las piernas, halló su compensación con un prolongado y brutal orgasmo.

Tras el mutuo climax, las dos cayeron desmayadas por lo que, viendo que estaban en una especie de trance, tuve que ser yo quien las llevara hasta la choza. Una a una, las cogí en brazos y las acosté en la cama. Solo cuando me aseguré de que dormían y que estaban bien, decidí cocinar los peces en la hoguera.
Al cabo de dos horas, me acerqué hasta donde estaban y despertándolas, les pregunté cómo estaban.
-Tengo sed- respondió la morena y mirando a su alrededor me preguntó por qué estaba acostada.
-¿No te acuerdas?- contesté.
Intentando hacer memoria, se rascó la cabeza y bastante aturdida, me respondió que solamente se acordaba de estar con María recogiendo fruta. Para entonces mi prima se había incorporado y ratificando las palabras de su amiga, confirmó que a ella le ocurría lo mismo.
Al oírlas solté una carcajada y tomando asiento en una orilla de la cama, les expliqué lo ocurrido. Me divertí al comprobar sus caras de espanto por el modo en que se habían comportado y ya con ellas más tranquilas, les amenacé con que algún día, yo probaría esos malditos frutos.
-¡Ni se te ocurra!- exclamó la rubia señalando el arañazo que le recorría el pecho –Si esto me lo ha hecho Rocío, imagina que me harías.
La aludida sonrió antes de contestar mientras le acariciaba el trasero:
-Te rompería este culo tan bonito.
Muerta de risa, mi prima le pasó su brazo por la cintura y mirándome con deseo, me soltó:
-Para que me hagas eso, no necesitas ese fruto. ¿Verdad? Cariño.
 
 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (5)” (POR ALFASCORPII)

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5

Ya en casa, mi cerebro era un auténtico pandemónium. Estaba increíblemente confusa, no sabía cómo tomarme lo ocurrido. Había sido forzada, dada por culo en contra de mi voluntad, y encima por mi propio cuñado: ¡era denigrante!. Pero también había disfrutado con ello. El ser sometida salvajemente, penetrada con dureza y pasión, desvirgada analmente, y además por mi cariñoso cuñado: ¡era hiperexcitante!. Me había sentido débil y humillada, y a la vez, poderosa y triunfal: ¡era tan contradictorio!.

Ángel había forzado mi cuerpo y voluntad, pero…

– Tú lo has provocado – dijo el reducto de mente masculina que me quedaba -. No puedes echarle toda la culpa a él.

– Pero le dije que “no”- contestó mi ya dominante mente femenina.

– Pilló a un pibón metiéndose los dedos en el culo, masturbándose. Y encima te quedaste mirándole la polla con cara de zorra viciosa, ¿qué querías?. Estabas pidiendo a gritos que pasara lo que ha pasado.

– Pero… es mi cuñado…

-¿Crees que eso se le pasó en algún momento por la cabeza?. Sólo respondió a sus instintos, tú habrías hecho lo mismo…

Acabé con mi debate interno porque sabía que todo aquello era cierto. No podía negar el hecho de que había sido violada, pero tampoco podía negar el que yo lo hubiera propiciado y que, seguramente, habría podido oponer más resistencia. Y además, me había gustado… Tal vez, la razón de mi indignación no era el hecho de haber sido forzada, sino el haber estado a punto de correrme y no haberlo conseguido.

¿Debería contarle a mi hermana lo que me había hecho su marido?. Rotundamente, no. Aquello destruiría su matrimonio y su vida, y yo había sido cómplice del delito.

Tenía el culo y los pechos doloridos, así que, al igual que hice el día anterior, me di un relajante baño de burbujas con el que traté de dejar mi mente en blanco. Cuando me metí en la cama, no pude evitar que lo ocurrido se repitiera una y otra vez en mi cerebro, me dormí con las braguitas húmedas.

Al día siguiente, había tomado la determinación de llamar a María para decirle que, aunque se lo había prometido, no iría por la tarde a la piscina con ella y los niños. Pondría cualquier excusa para no volver al lugar de los hechos, y me iría al hospital. Necesitaba desahogarme contándole la experiencia a alguien, y el cuerpo dormido de Antonio era el interlocutor perfecto para liberar mi carga.

Justo al coger el móvil, recibí un mensaje. Era de Ángel, mi cuñado. Sentí cómo se me aceleraba el corazón:

– Lucía, lo siento muchísimo – ponía.

Siento lo que te hice ayer – leí en un inmediato segundo mensaje.

Por favor, no le digas nada a María.

Antes de darme cuenta, mis dedos ya estaban escribiendo y mandando una respuesta:

– Ángel, me violaste.

– Joder, no lo digas así – contestó.

– Me forzaste, si así lo prefieres.

– Lo sé, Lucía, estabas tan… no pude controlarme… Por favor, no le digas nada a María.

Seguro que había pasado la noche torturándose, angustiado por la culpabilidad y las posibles repercusiones, por lo que decidí tranquilizarle:

– Tranquilo, no le voy a decir nada a mi hermana…

– Gracias, gracias, mil gracias.

De verdad que lo siento. Lo que hice no tiene excusa… No quería hacerte daño

– ¿No querías hacerme daño?. Ángel, me diste por culo…

Enseguida me di cuenta de que esa afirmación podría machacarle, así que envié otro mensaje inmediatamente:

– Aunque sólo me dolió el primero…

– ¿Solo te dolió el primero?, ¿eso qué significa?.

– Que sólo me dolió el primer empujón cuando me la metiste– le contesté dejándoselo meridianamente claro.

Luego me gustó… – me sorprendí a mí misma confesándole.

Mi cerebro se estaba recalentando, la contestación se me había ido de las manos. Rememorarlo me estaba excitando.

– ¿Te gustó?, ¿lo dices en serio?.

– En serio. Me gustó mucho… seguro que te diste cuenta – ya puse todas mis cartas bocarriba.

– Joder, Lucía… Tengo tus gemidos grabados a fuego, y creía que sólo eran una fantasía para no sentirme tan culpable…

– Ya… puede que alguno se me escapase.

– A mí también me gustó mucho. Me encanta tu culo.

Él ya había pasado del sentimiento de culpabilidad al morbo, convirtiéndose la conversación en algo muy distinto a como se había iniciado. Los dos estábamos excitados, y nos íbamos a dejar llevar por nuestros instintos.

– Ya sentí cómo te gustaba – le escribí -, bien profundo.

– ¡Uf! Lucía, me estás poniendo malo, y estoy en un cursillo.

– Más mala me pusiste tú a mí. ¡Me dejaste a medias!.

– ¿Cómo?????.

– Pues eso, ¡que quería que me dieses más!.

– Joder, como te pille te vas a enterar…

– ¿Ah, sí?. A ver si es verdad. Esta tarde voy a ir a la piscina, y volveré a estar en tu casa a la misma hora de ayer…

Se me había ido completamente de las manos. Estaba ciega de hormonas femeninas, hambrienta de sexo. El haberme quedado el día anterior a las puertas del orgasmo sin alcanzarlo, me había trastornado más de lo que jamás habría imaginado. Deseaba repetir la experiencia, había sido súper excitante ser forzada y follada por el culo por mi propio cuñado. Aunque sólo era tal desde hacía unos días, sentía como si lo hubiera sido desde hacía años, y eso lo hacía todavía más morboso, con el aliciente de que aquel episodio había ocurrido en su casa, convirtiendo el peligro de ser descubiertos en un poderoso afrodisíaco. Sin duda, destruir aquel tabú me resultaba irresistiblemente tentador, tan erótico y salvaje, que necesitaba volver a vivirlo y disfrutarlo plenamente.

– Allí estaré – contestó Ángel-. Te voy a dar por ese divino culo que tienes hasta que te corras.

– “Zorra revienta-braguetas” – resonó en mi cabeza.

– Veremos si lo consigues… – le contesté.

Y así terminó el intercambio de mensajes. Dejé el móvil, ya no iba a llamar a María. Acudiría a mi cita con ella para, después, ponerle una cornamenta de campeonato. No me podía creer que yo hubiese provocado eso y lo deseara, pero así era. Y no es que mi cuñado fuera un tío bueno o especialmente atractivo, a sus 43 años apenas llegaba al título de “madurito interesante”, pero todas las circunstancias que le rodeaban me daban tanto morbo…

La tarde en la piscina con mi hermana y sobrinos transcurrió como la anterior, relajante y divertida, aunque no podía evitar que mis ojos fuesen una y otra vez hacia el reloj para comprobar la hora, hasta que por fin llegó el tan ansiado momento fijado para subir a darme una ducha. Me despedí de los tres. Por suerte, los niños eran niños, aún tardarían casi dos horas en querer subir a cenar, y su madre los vigilaría dándose algún que otro baño y charlando con alguna vecina. Tenía vía libre para mi plan.

La casa estaba vacía, Ángel aún no había llegado, y tal vez no aparecería. La duda se apoderó de mí. Había tenido un calentón al encontrarse a su cuñada desnuda en el baño dándose placer, y eso era muy distinto a querer repetirlo con premeditación poniendo en juego su matrimonio y su vida…

– ¡Mierda! – pensé -.¡No va a venir!. ¿Pero en qué estaba yo pensando?. No va a jugárselo todo por echarme un polvo… Y tampoco yo quiero que lo haga…

Aparte de por los recuerdos que conservaba, había desarrollado un gran afecto por María y mis sobrinos, no podía hacerles eso, ahora eran la única familia que tenía. Sentí una increíble bajada de ánimos que me hizo descender desde mi nube de eróticas fantasías hasta el suelo de la cruda realidad. Lo mejor sería que realmente me diese una ducha, y me marchase a casa.

Me duché rápidamente, lo justo para quitarme el incómodo cloro de la piscina. Al terminar, cogí la toalla que mi atenta hermana me había dejado junto al lavabo, cuando, de repente, se abrió la puerta del baño y apareció Ángel. Al igual que el día anterior, estaba completamente desnudo, pero en esta ocasión ya venía preparado para encontrarme allí. Su polla estaba erecta y dura, apuntándome como un grueso dedo acusador.

Ya no esperaba que apareciese. Pensé, que al igual que yo, mi cuñado habría recapacitado, por lo que me sorprendí tanto que la toalla se me cayó al suelo.

– ¡Pero qué buena estás! – me dijo acercándose a mí y llenándose los ojos con mi cuerpo mojado y desnudo.

– Pensé que no vendrías – conseguí contestarle.

– Llevo todo el día pensando en lo que me has escrito esta mañana… Te voy a follar el culo hasta que te corras…

– No, Ángel, estaba excitada y no sabía lo que escribía… – dije sobreponiéndome a la calentura que me produjeron sus palabras y ante la vista de su inhiesto miembro listo para cumplirlo -. ¿Qué hay de María y los niños?.

– No me jodas con eso, Lucía… No puedes ponerme así y después negarte… Sé lo que quieres y te lo voy a dar…

– “¡Zorra revienta-braguetas!” – volvió a resonar en mi cabeza.

Cogiéndome por las caderas me dio la vuelta con facilidad, poniéndome, como el día anterior, ante el lavabo. Era fuerte y yo tampoco opuse mucha resistencia. Sentí su verga rozándome el culo, y una eléctrica sensación subió por mi espina dorsal haciéndome arquear la espalda, ¡cómo me ponía aquello!.

– Ángel, no… – dije sin ninguna convicción.

Su glande ya estaba situado entre mis nalgas, presionándolas para meterse entre ellas con una ligera fricción en mi piel que me produjo una cálida y agradable sensación. Tenía la piel húmeda por la ducha, pero no era suficiente lubricación. Mi cuñado lo percibió y pasó su mano por mi coño, que ya estaba secretando jugos de pura excitación que se hicieron más abundantes con la caricia, embadurnándole la mano, y no pude reprimir un gemido.

– ¿Lo ves? – dijo-, esto es lo que quieres…

Extendió mi cálido flujo hasta mi entrada trasera, y el cosquilleo entre mis glúteos y la sensible piel de mi ano, volvió a hacerme gemir.

– Ángel… uummmm… no sigassssss…

Su dura carne se abrió camino entre mis redondeces, deslizándose sin dificultad, haciéndome desearla dentro de mí.

– Ayer fue rápido– me dijo-, demasiados años deseándolo para tenerlo de repente. Pero hoy… he tenido que salir del curso esta mañana para hacerme una paja pensando en ti…

– Por favor, no lo hagas. No me des por culo… – dije realmente deseándolo y avivando con mis propias palabras las brasas de nuestra lujuria.

Me moví un poco, tratando de liberarme sin verdadera intención, lo que me produjo una deliciosa sensación teniendo ese ariete entre mis glúteos presionando mi agujerito, el cual se relajaba con mi excitación, preparándose para ser invadido.

Al sentir mi movimiento, y creyendo que realmente quería escapar, mi cuñado sujetó fuertemente mis caderas, exacerbando mi excitación. Y, súbitamente, dio un salvaje y poderoso empujón de su cadera que venció la resistencia de mi agujerito, abriéndome totalmente para que su miembro penetrase en él ensanchándolo y haciéndome sentir cada milímetro de su polla como una barra de hierro al rojo vivo ensartándome. Grité de dolor, y me quedé paralizada sintiendo su aguda punzada hasta que mis entrañas soportaron al grueso invasor.

Con su polla metida en mi culo, Ángel recorrió mis caderas con sus manos, acarició mi cintura y subió hasta mis pechos para masajearlos con las palmas realizando unos deliciosos movimientos circulares que ayudaron a mitigar el dolor de la violenta enculada.

– Pero qué buena estás, cuñada… – me susurró al oído.

Sentía su verga dentro de mí, estrangulada por mi cuerpo, palpitando con la presión de mis paredes internas tratando de hacerla salir, y esa sensación comenzó a ser agradable para imponerse sobre el dolor inicial.

Siguió acariciándome, masajeando mis pechos, amasándolos como si fueran dos panes, hipersensibilizando mis pezones… Mi cuerpo comenzó a responder a sus manos, saliendo de la parálisis para contonearse con sus caricias, haciéndome sentir su empalador músculo como un agradable invitado en mi culito.

– Te gusta, ¿verdad? – volvió a susurrarme bajando una de sus manos hasta mi coñito para acariciar mi húmedo clítoris y arrancarme un gemido.

– Uummmm, noooo – conseguí contestar mordiéndome el labio-. Mmme dueleeee… Sssacammmmelaaaa…

– Ya veo cómo te duele – contestó metiéndome dos dedos en mi encharcada vagina para hacerme gemir con más fuerza, aumentando mi disfrute -. Esta mañana me dijiste que ayer te quedaste a medias… Te gusta que te den duro por el culo, ¿verdad?.

– Noooo, mmmme esssstássss matando… No quieroooo…

– Lo que quieres es más.

Su polla se deslizó por mis entrañas aliviando la tensión al retirarse y haciéndome suspirar. Pero aunque mi boca decía que no, mi cuerpo le daba la razón a él: me excitaba sentirme forzada y ser dominada, me gustaba cómo doblaba mi voluntad a base de placer. El día anterior había vislumbrado las excelencias de la penetración anal, y ahora que tenía una polla en el culo, deseaba que me la clavase sin compasión.

Sin llegar a salir, aquel ariete volvió a abrirse paso por mi interior con violencia, invadiendo mi cuerpo hasta que el pubis de mi cuñado golpeó mis nalgas, lo que me obligó a inclinarme más para gritar de auténtico placer:

– ¡¡¡Oooooooohhhh!!!.

Él gruñó incrustándome su falo a fondo y atenazando mis caderas como si quisiera clavarme los dedos hasta el hueso. Fue brutal, brutalmente placentero.

– ¡Joder, qué bueno! – dije en voz alta sin querer.

– Así es como te gusta, ¿eh? – dijo él apretando los dientes y mirándome con lascivia a través del espejo del lavabo-. ¡Qué ganas que tenía de montarte así! – añadió dándome otra violenta y maravillosa embestida.

Sentí su durísima polla en mi culo dilatándome, abriéndome, dándome calor, vibrando, haciéndome gozar… y volví a gritar de placer. Era demasiado para contenerlo en mi garganta. Me parecía increíble la capacidad que tenía para disfrutar del falo de un hombre. Todo mi cuerpo estaba creado para ello, para dar y recibir placer, y me sentí afortunada de haberme convertido en Lucía.

Con su verga completamente engullida por mi culito, Ángel siguió manoseándome todo el cuerpo, haciendo arder toda mi piel, aprovechando el tenerme sometida y dominada para darse el festín que sus manos siempre habían soñado, y me encantó. Apreté mis glúteos, y mis músculos internos se contrajeron estrujando el miembro que tanto placer les daba. Él gruñó, y mis caderas se balancearon para sentir esa polla deslizándose por mis entrañas en toda su longitud. En el reducido espacio que me quedaba entre el lavabo y el cuerpo de Ángel, inconscientemente, comencé a culear autopenetrándome repetidas veces para sentir su glande empujándome por dentro. La pértiga apenas se movía un par de centímetros adelante y atrás dentro de mí, pero su grosor en mis profundidades y el continuo repiqueteo de las caderas del macho en mis nalgas, lo hacía delicioso:

– Ah, ah, ah, ah… – jadeaba.

Él se agarró a mis tetas con fuerza, estaba claro que le encantaban, y durante unos instantes se limitó a dejar que me autoempalase en su mástil mientras moldeaba mis senos como si fuera un alfarero.

– Joder, Lucía – me dijo entre dientes-, cómo me ponesss…. Me encanta follarte por el culo…

Sus palabras me ponían más y más cachonda. Me encantaba que me dijera cuánto le gustaba y que verbalizara explícitamente lo que estábamos haciendo, por lo que le animé a ello:

– Te gusta dar por el culo, ¿verdad?. ¿A mi hermana se lo follas mucho?.

– Ummmm, me encanta darte por culo a ti… A ella nunca… No quiere…

– Entonces aprovéchate de mí, clávamela– sentencié realizando un contoneo con el que sentí todo el perímetro de esa polla dilatándome.

– Te voy a montar como te mereces… Como la jaca que siempre he querido montar…

La rudeza volvió, y sentí cómo mi cálido juguito resbalaba por mis muslos cuando soltó mis pechos, me sujetó con fuerza por un hombro, y tiró de mi melena hacia atrás haciéndome levantar la cabeza y arquear la espalda para que su polla se me clavase con tanta fuerza, que volví a sentir una exquisita mezcla de dolor y placer que me hizo gritar de nuevo:

– ¡¡¡Aaaaaaahhhhhh!!!

Soltó mi cabello y colocó su mano sobre mis lumbares, manteniéndome con la espalda arqueada y mi culito totalmente levantado, todo para él, una diana en la que hacer blanco una y otra vez. Y así comenzó a bombear con fuerza, arremetiendo contra mi culo sin compasión, azotándomelo con golpes de cadera, perforándomelo pollazo a pollazo, haciéndome gozar en un frenesí que me dejaba sin aliento. Sentía su verga con tanta intensidad, que me parecía enorme, gruesa, larga, tan dentro de mí que podría atravesarme hasta sacármela por la boca… y era glorioso. Mi agujerito era tan estrecho para ese invasor y lo apretaba con tal fuerza, que Ángel gruñía como un demonio mientras me hacía descubrir el cielo pasando por el abrasador fuego del infierno.

En el espejo me veía postrada, sujetándome con las manos al lavabo para no romperme la nariz contra él con cada fiera embestida que recibía. Tenía la boca abierta en un continuo jadeo, con los labios húmedos, más rojos y voluminosos por la excitación; las mejillas coloreadas, y una ardiente mirada en mis penetrantes ojos azules… Estaba más bella de lo que nunca antes me había visto. Mis pechos se balanceaban de atrás hacia delante con cada empujón, realizando un hipnótico baile como dos enormes flanes listos para ser devorados, transmitiéndome placenteras sensaciones producidas por la agitación, como si estuvieran siendo masajeados por unas manos invisibles.

Tras de mí, podía ver cómo aquel hombre mayor que yo, había rejuvenecido. Su fiero gesto, entregado a follar mi culo con devoción, le quitaba 15 años de encima, y se estaba comportando como un semental. Su espada entraba y salía de mí envainándose con mi cuerpo a golpe de certeras estocadas, una y otra vez, dejando un delicioso rastro de calor en cada centímetro penetrado de mis entrañas. El incesante golpeteo de su pubis en mis nalgas, era un placentero castigo azotando la redondez de mi culito para hacerlo bailar con su ritmo. Su glande, expandía mis entrañas en cada acometida, dilatándolas para que todo su mástil me empalara como una exquisita tortura medieval. Me folló a conciencia, haciéndose mi dueño, consiguiendo que gozara de ser usada y dada por culo, haciéndome desear que nunca parara de hacerlo; metiéndomela hasta el fondo y resistiendo como una fiera la voracidad de mi culito exprimiendo su miembro. Hasta que necesitó tomarse un respiro.

Me la metió entera y se detuvo obligándome a incorporar para apoyar su barbilla sobre mi hombro, para así tomar aliento estrujando mis pechos y pellizcando mis pezones. Estaba a punto de correrse, yo podía sentir cómo su polla palpitaba dentro de mí, pero su masturbación mañanera y la extrema presión de mi recto, ano y glúteos, estaban reteniendo su eyaculación para mi deleite.

– Nunca habría imaginado que fueras tan ardiente – me dijo.

– Ni yo que mi cuñado quisiera follarme… – contesté.

Su mano derecha bajó a mi coñito, y masajeó mi clítoris, haciéndome gemir de nuevo. Yo también estaba a punto de correrme.

– Te deseo desde que eras una adolescente. Lucía, siempre has sido tan excitante… Pero a la vez tan fría…

Sus dedos abandonaron mi clítoris y se abrieron paso entre labios mayores y menores para colarse en mi vagina y acariciar su calor y humedad por dentro.

– Uuummm… He cambiado…

Su polla latiendo dentro de mi culo, y sus dedos follándome el coño, eran demasiado placer para mí. Estaba a punto de correrme, necesitaba explotar, y lo necesitaba ya. Le empujé hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio, por lo que tuvo que sacarme los dedos y sujetarse a mis caderas para no caer. Su duro músculo se salió de mí, dejándome una momentánea sensación de vacío que me obligó a pedirle que me la volviera a meter. Pero él no necesitaba que se lo pidiera. Al liberarse del estrangulamiento al que mi culito había tenido sometido a su verga, ésta empezó a tener los espasmos previos a la corrida, por lo que me arremetió con furia. Su glande halló con facilidad mi entrada trasera, y cuando esa gruesa cabeza penetró el elástico agujerito, el orgasmo me sobrevino como la erupción de un volcán, intensificándose con el tronco de su polla deslizándose entre las estrechas paredes hasta incrustarse en lo más profundo de mí. Cuando pensé que no podía experimentar más placer, sentí su eyaculación inundando mis entrañas con el cálido elixir, y aquello ensalzó mi éxtasis de hembra plena hasta que las piernas me flaquearon y mi cuñado tuvo que rodear mi cintura con sus brazos para evitar que cayese al suelo.

Salió de mí, dejándome nuevamente una sensación de vacío, pero ahora ya no sentía la imperiosa necesidad de llenarla. Recuperé las fuerzas y pude mantenerme en pie por mí misma. Me giré y encaré a mi cuñado, que con satisfacción me contemplaba embebiéndose de mi cuerpo desnudo.

– Eres increíble… – dijo intentando besarme.

– No – le rechacé apartando mis labios de su trayectoria -. Nada de besos… Acabas de darme por culo – en realidad, ahora que estaba satisfecha, no me atraía nada la idea de que ese hombre me besara.

– Porque tú querías…

– Me he negado, y aún así, me has tomado. Somos cuñados, y esto no debería haber pasado…

– Pero los dos hemos disfrutado, y sabía que en el fondo era lo que querías. Lucía… Nunca le había sido infiel a María, pero eres superior a mis fuerzas… Te deseo… Y ahora que tu culito ha sido mío, quiero el resto…

– Un desliz no me convierte en tu amante, y nunca lo seré. Me he dejado llevar por un calentón, pero quiero a mi hermana y no se merece esto. Hasta aquí hemos llegado – me puse tensa, quería zanjar el asunto, ya se me había escapado demasiado de las manos -. Y ahora debería marcharme, no vaya a ser que nuestra familia nos encuentre así y arruinemos nuestras vidas…

Sin el ingrediente de la excitación mis palabras surtieron efecto. Ángel estaba más que satisfecho habiendo podido hacer realidad su principal fantasía; la fiera salvaje de su interior había sido aplacada. Bajó la vista, y salió del baño despidiéndose con un: “Hasta la vista, cuñada”.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “De profesion canguro 07” (POR JANIS)

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Rebajas especiales.
 
Tamara se quedó plantada ante su armario, mirando los vestidos que colgaban en su interior. Bufó suavemente, mientras los repasaba uno a uno.
“Demasiado ñoño, demasiado niña, demasiado serio, demasiado… pequeño… ¡Joder! ¡No tengo nada que ponerme para la cita!”
Se quedó mirándose en el gran espejo que se adosaba al interior de una de las puertas. Sólo llevaba puestas unas braguitas de algodón, bastante infantiles y cómodas. Sonrió y se pellizcó los rosáceos pezones. “¡Guapa!”, se piropeó ella misma como broma. Después, regresó al problema de la vestimenta. Tendría que comprarse algo para el viernes… algo bonito y juvenil.
Pensó en pedirle a Fanny que saliera de compras con ella, pero luego lo pensó mejor. No podría explicarle para qué quería un nuevo vestido… para qué tipo de cita. Fanny era un cielo y su mejor apoyo, pero podía ser algo irascible cuando se trataba de las posibles relaciones de Tamara. ¡No podía enterarse de sus especiales citas!
Lo mejor sería ir sola. ¿Qué demonios? Incluso podría visitar ese sitio que comentaban las chicas el otro día, en clase. ¿Cómo era? Matis… Bernis… ¡Nelisse! ¡Eso era! Un sitio muy chic donde hacían rebajas especiales. Al menos eso era lo que la pija de Charlotte Raming comentaba con sus insufribles amigas.
Decidida, se cambió de braguitas, eligiendo un tanga negro muy sensual que su cuñada le había regalado unas semanas antes. También escogió una larga camiseta, casi vaporosa, con amplias rayas negras y naranjas, y unos tejanos lavados a la piedra. Decidió no usar sujetador aunque la camiseta se transparentase por franjas. Completó el conjunto con unas sandalias planas de estilo romano, con suela de cuero. Delante del espejo, se alisó el cabello y pasó un sutil lápiz de labios rosa sobre los labios. ¡Lista para salir a la calle!
Una hora más tarde, estaba recorriendo Danex Street, entrando y saliendo de todos sus comercios. La calle peatonal era algo estrecha y se encontraba en el centro de Derby, en el casco viejo. Por eso mismo, la habían convertido en una zona peatonal, sin duda. Tamara había dejado su pequeño utilitario en el parking de Stewars Place, dos calles más abajo. La calle Danex era el lugar por excelencia para ir de shopping en Derby. Tiendas de Zara, Dezigual, Springfield, y otras tantas para gente joven, se sucedían allí. También se podía encontrar tiendas para estilos más conservadores como Cartier, Epifany, o Côte Bleu.
Tamara estuvo visionando varios modelitos pero no acabó por decidirse. De esa manera, llegó ante el escaparate de Nelisse, ante el cual se detuvo. Una vieja Vespa restaurada hacía de centro de la amplia vitrina, rodeada de diversos maniquíes de distintos tamaños, representando chicas, niños, y un par de hombres. Toda la ropa exhibida era de marca, y algunas de las prohibitivas. Fred Perry, Louis Vuitton, Versace, o Manolo’ s, se exhibían en aquella vitrina rellena con puro esnobismo.
La joven empujó la puerta de la tienda, activando un dulce y tintineante carillón que casi se confundió con el hilo musical, que pasaba momentáneos éxitos de pop a bajo volumen. El local era amplio, con grandes espejos cubriendo los centrales pilares, y el espacio dividido en varias secciones de ropa y complementos. Varias chicas, no mucho más mayores que ella, vestidas con oscuras faldas de tubo hasta la rodilla y camisas de manga corta, de rayitas celestes y fondo crema, se movían de aquí para allá, atendiendo la clientela que, al parecer, era prácticamente femenina.
Una chica de corto pelo alisado y con una plaquita roja sobre la pechera que rezaba como “Mandy”, se le acercó. Con una sonrisa profesional y mercenaria, le preguntó si podía ayudarla en algo.
―           No, gracias, prefiero mirar, de momento – respondió la joven rubia.
―           Los últimos modelos que hemos recibido se encuentran en aquella parte – indicó la dependienta, señalando el fondo de la tienda antes de regresar a su puesto.
Bastante interesada, Tamara curioseó entre petos de Gucci, faldas cortas y vaporosas de Dillon, y unas cucadas de jerseys de Benetton. Fue amontonando sobre su antebrazo izquierdo varias prendas para probarse y se detuvo en un exhibidor de tejanos elásticos.
Las perneras delanteras de aquellos vaqueros estaban rematadas con piel sintética que imitaba la de diversos animales, como si formasen unas polainas estrechas y pegadas al muslo. Pieles de leopardo, de tigre, vacunas, con pelo corto de uno u otro color,…había donde escoger.
―           Es difícil decidirse por una u otra, ¿verdad? – dijo suavemente una voz sobre su hombro.
Tamara se giró y sonrió a la mujer que se había situado a su lado. Vestía elegantemente con un traje del tono del vino tinto y, sobre su solapa, portaba un distintivo como el de las chicas que trabajaban allí. Sólo que decía: “Ms. Steane, store charge.”
“Una bella encargada”, se dijo Tamara, contemplando los rasgos de la mujer que no debía pasar de la treintena de años. Morena, de ojos grandes y pardos, y una gran boca pintada que se abría con su sonrisa, como si quisiera comérsela.
―           Sí, tiene razón. No sé cuál escoger.
―           Será mejor que te pruebes dos o tres de ellos. Estas prendas tienen la particularidad que ninguna es igual. No están hechas con patrón.
―           ¿Ah, no? – enarcó Tamara una ceja.
―           Son prendas únicas. Es lo que las hace tan deseadas. Permíteme – le dijo la encargada, haciéndose cargo de las que portaba en el antebrazo. – Elige algunos jeans y te acompañaré a uno de los probadores.
Tras elegir algunas de las prendas, Tamara siguió a la encargada hacia la zona de probadores. Sus ojos no dejaron de ir hacia la baja curvatura de su espalda, allí donde el vestido vino tinto se tensaba por el bamboleo de los glúteos. La joven se preguntó si aquel balanceo estaba dedicado a ella, pero era algo que no le importaba realmente.
―           Me gustaría ver cómo te quedan esos tejanos elásticos, uh…
―           Tamara – le respondió ella, pasando a través de la puerta que la mujer mantenía abierta para ella. – Será un placer.
―           Gracias. Esperaré aquí afuera.
El probador era amplio y coqueto, con una gran percha vertical en un rincón, y una butaca de alto respaldo en el otro. El gran espejo llenaba la pared que separaba ambos objetos. Tamara dejó las prendas colgadas y eligió uno de los tejanos con piel de cebra. Sentada en el filo de la butaca se sacó los suyos y se enfundó los nuevos, poniéndose de pie y tironeando de la cintura para subirlos y dejarlos en su sitio.
Se miró al espejo, girando las caderas para comprobar como se marcaba su trasero, y quedó satisfecha. Metió los pies en sus sandalias y abrió la puerta. Miss Steane estaba esperándola, con los brazos cruzados bajo sus erguidos senos y jugando con la punta de su zapato sobre la moqueta.
―           Ah, querida… ¡son perfectos! – aplaudió levemente.
―           ¿De veras?
―           ¡Por supuesto!
―           Sí, pensaba igual. ¡Voy a ponerme otro! – exclamó Tamara, muy animada.
―           Vamos, vamos…
Probó esta vez con el que tenía piel de leopardo, pero no parecía ajustarse igual que el anterior. La encargada lo ratificó en cuanto salió.
―           No se pega a tus piernas bien. Te deja bolsas aquí y aquí – pellizcó suavemente, acercándose más a Tamara.
―           Sí, eso me temía. Joder, me gusta el leopardo… pero si no me está bien…
―           Podemos buscar algo parecido. Hay uno con una piel de tigre preciosa.
―           ¿Podría traérmelo, señora?
―           Por favor, llámame Noelia. Enseguida te lo traigo. Mientras, vete probando el otro que queda.
Tamara se cambió y probó un modelo que representaba las manchas de una vaca, marrón sobre blanco, pero enseguida comprobó que le pasaba lo mismo que al anterior. Era una talla superior para su cuerpo esbelto. Llamaron a la puerta y entró la encargada, portando el tejano del que le había hablado.
―           Demasiado ancho – opinó nada más verla.
―           Sí.
―           Toma, pruébatelo – le alargó el que traía. — ¿Quieres que salga? – su pulgar subió por encima del hombro, señalando la puerta a su espalda.
―           No, no hace falta. Quédate y opina, por favor.
Noelia, la encargada, esbozó una gran sonrisa y apoyó su espalda contra la superficie de madera de la puerta.
―           Tienes unas largas piernas, lo que es muy bueno para lucir una prenda como ésta – replicó, mirando como Tamara se quitaba el tejano vacuno y se enfundaba el recién traído. – Pero sería recomendable que te pusieras un poco más de tacón que unas sandalias planas. Te haría la pierna mucho más estilizada y bonita.
―           Sí, tienes razón – asintió Tamara, girando sobre si misma y comprobando que esos jeans le quedaban geniales. – Me llevaré los dos.
―           ¿Vas a seguir probándote cosas?
―           Sí, claro. Estoy buscando un vestido para una ocasión, pero estos tejanos me han encandilado.
―           Suele pasar – se rió Noelia. – Siéntate, deja que te ayude…
En cuanto Tamara se sentó en la butaca, Noelia se acuclilló a su lado, tirando suavemente de las perneras del pantalón hasta sacarlo completamente. Sus ojos se posaron sobre la escueta braguita negra de la adolescente. Le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie.
―           ¿Esta blusita? – preguntó Noelia, tomando de la percha una sedosa blusa celeste.
―           Sí – respondió Tamara, mirando a través del espejo como Noelia se situaba a su espalda y, sin ningún pudor, izaba con sus dedos la camisa algo transparente de la chiquilla.
Ésta levantó los brazos y dejó que la mujer la desnudara, como si eso fuera lo más natural del mundo. Noelia se mordió los labios cuando contempló los pequeños y enhiestos pechos de la chiquilla, reflejados en el espejo. Tamara tenía los ojos casi cerrados, mirando a través de las bajadas pestañas, y notó como se estremecía toda. Apenas dos segundos después, Noelia, de forma experta, le ayudó a ponerse la blusa. Primero un brazo, luego el otro. Pasó sus manos por los costados de Tamara, estirando el tejido para que amoldara a sus formas, sobre todo en los pechos.
Tamara subió sus manos para abotonarse la blusa, pero Noelia se lo impidió con suavidad, rechazando sus dedos con los suyos propios.
―           Déjame a mí. Tenemos la costumbre de que el cliente haga lo menos posible – susurró la morena mujer, comenzando a abotonar la prenda lentamente, desde la espalda de Tamara.
―           Me han hablado muy bien de esta boutique – murmuró Tamara, sintiendo un hormigueo en sus manos laxas.
―           ¿Ah, sí? ¿Y que te han contado? – el susurro, esta vez, estaba muy cerca de su oído.
―           Que hacéis unos interesantes descuentos…
―           Sí, a veces, pero sólo a determinadas personas.
―           ¿Cómo cuales? – Noelia acabó de abotonar la blusa y dio un paso atrás, dejando que Tamara se tambaleara.
―           Te queda muy bien – la encargada cambió de tema. – Creo que con esta falda…
Desenganchó una faldita blanca y rosa de cortos volantes que Tamara escogió casi al entrar, y se arrodilló a los pies de la chiquilla.
―           ¿Tú crees?
―           Los colores conjugan bien y las formas de ambas prendas son etéreas, casi vaporosas, pero, al mismo tiempo, se pegan a tu cuerpo. Vamos, alza el pie – le pidió Noelia, para que lo introdujera en el interior de la falda.
Tamara no dijo nada cuando, al subir la prenda, los pulgares de la encargada se pasearon lentamente por sus desnudas nalgas. Un escalofrío, aún más fuerte, la recorrió toda. ¿Cómo se estaba poniendo tan caliente, si aquella mujer apenas la tocaba? La lujuria casi se podía palpar en el interior del probador, pero aún no se conocían de nada, y no quería arriesgarse a un tonto inequívoco.
―           Si esto es para una cita, enloquecerás a tu amigo, fijo – bromeó Noelia, haciéndola dar unas vueltas sobre si misma.
―           Puede – se encogió de hombros Tamara, maliciosamente. Se veía muy guapa en el espejo, aunque quizás fuese por la presencia de la encargada.
―           Oh, sin duda – sentenció Noelia, muy bajo, aprovechando para pegarse a su espalda y deslizar sus manos por las caderas de Tamara.
Tamara tragó saliva y posó sus manos sobre las de la encargada, sintiendo cómo su pulso se aceleraba rápidamente. Noelia se quedó estática, no sabiendo cómo interpretar ese gesto, así que se decidió a hablarle al oído, muy quedamente, con la voz enronquecida por el deseo.
―           ¿Sabes cómo se consiguen los descuentos en Nelisse? ¿No te lo imaginas?
―           S-sí.
―           Te lo voy a explicar para que no haya ninguna duda, preciosa – las manos de la encargada, aún con las de Tamara encima, masajearon lentamente la parte externa de sus glúteos y muslos. – Verás, de vez en cuando… viene alguna muchachita como tú. Quiere moda pero no dispone de mucho dinero, ¿sabes?
―           T-tengo dinero.
―           ¿A quién le importa eso? – la lengua de Noelia salió disparada y mojó el lóbulo derecho de la chiquilla. – El caso es que pide verme a mí y la acabo metiendo en uno de estos probadores, junto con un montón de ropa que ella ha elegido… tal y como has hecho tú…
―           Yo… yo no – Tamara quería negarse. Aquel tono condescendiente de la mujer la molestaba, pero, al mismo tiempo, sus piernas temblaban como dos livianos puddings.
―           Ssshhh… déjame hablar, preciosa…Siempre doy a elegir. Si esas chicas se muestran amables y comprensivas, abiertas a recibir mis favores… les hago un magnífico descuento, tras una maravillosa sesión de juego, ¿comprendes?
―           Sí… sí, señora.
―           Ahora, voy a dejarte unos minutos para que recapacites. Cuando regrese, quiero verte vestida de nuevo y con una decisión tomada. ¿Ha quedado claro?
El tono seco sonó como un latigazo. Tamara asintió, cohibida como nunca. Noelia, con una sonrisa, abrió la puerta y la cerró de nuevo, cuidadosamente. Tamara se quedó sola en el probador y se abrazó a sí misma, sólo para que sus manos dejaran de temblar. Estuvo así un minuto, hasta recuperar su ritmo respiratorio, y comenzó a vestirse con sus ropas. Su mente era un torbellino en esos momentos. No quería ser utilizada de aquella forma, ni con el menosprecio que Noelia había usado con ella, pero, por otro lado, aquel tono imperativo, dominador, la anulaba totalmente, encendiendo su libido al máximo.
Un par de duros toques en la puerta la hicieron volver a la realidad.
―           ¿Estás lista, querida?
―           Sí.
―           Umm… no se ven muchas chicas tan guapas como tú todos los días – dijo Noelia, tras abrir la puerta y examinarla largamente.
―           Gracias.
―           ¿Qué has decidido?
―           Que… quiero ese descuento, señora…
―           Ya veo que sabes cuando llamarme señora. No es la primera vez que te sometes, ¿verdad?
Tamara no contestó pero agitó la cabeza y bajó la vista.
―           Bien, nada más que por eso, mereces un sitio mejor que un probador. Iremos a mi despacho. Sígueme – Noelia se llevó un dedo ante los labios, como tomando una decisión.
Subieron a la planta superior por unas amplias escaleras de caracol, que desembocaban al almacén y a unos lavabos para el personal. Más allá, una puerta tenía un cartel que rezaba: “Administración. Privado.” Noelia sacó una llave de la muñeca y la abrió. Hizo pasar a Tamara en primer lugar y luego volvió a cerrar por dentro con llave.
Tamara pasó la mirada por la sala. Un escritorio con un terminal encendido, un par de cómodas sillas, varios archivadores, y un amplio biombo que separaba la habitación. Las paredes estaban decoradas con pósteres de diversas marcas internaciones, casi todos ellos con la efigie de una bella modelo internacional.
Noelia la empujó suavemente hacia el biombo. La luz entraba por dos ventanales de cristales ahumados, que proferían una deliciosa semipenumbra a todo el interior. Detrás del biombo, había un par de sillones orejeros, una mesita de té, y un amplio diván cubierto con una colcha de color salmón.
―           Siéntate, querida – le dijo Noelia, señalando el diván. — ¿Quieres beber algo?
―           Un… poco de agua, por favor.
Noelia se marchó de nuevo hacia el despacho y Tamara oyó como se abría un frigorífico. Debía de ser pequeño porque no lo había visto al entrar. La encargada volvió con una botellita de agua mineral. La abrió, bebió un sorbo, y se la pasó a la rubita. Mientras Tamara bebía, la mujer descendió a lo largo de su cuerpo el tintoso vestido, hasta quedar tan sólo cubierta con una vaporosa y oscura combinación. Sus piernas quedaban casi enteramente al descubierto, demostrando que estaban muy cuidadas, bronceadas y bien depiladas.
Se acercó a Tamara, quien, sentada, dejó la botellita de agua sobre la mesita. La encargada volvió a quitarle la blusa de la misma forma que minutos antes, dejándole el torso desnudo. Una de sus manos descendió y los dedos pellizcaron duramente un pezón. Tamara no se quejó pero su cuerpo se agitó en una muda protesta. Los dedos de la encargada siguieron manipulando alternativamente los pezones hasta dejarlos tan duros y tiesos que se hubiera podido colgar de ellos un móvil, llegado el caso.
Tamara, sentada y erguida, con el pecho ofrecido, temblaba como nunca lo había hecho en su vida. La mezcla de dolor y ansiedad la estaba desequilibrando emocionalmente. Estaba a punto de echarse a llorar, aquejada de un sentimiento que no podía aún definir. ¿Qué le estaba haciendo aquella mujer, por Dios?
―           ¿Ya no lo soportas más? – le preguntó Noelia, descubriendo las lágrimas que se deslizaban por las enrojecidas mejillas.
Tamara negó de nuevo, sin despegar los labios. Tenía miedo de que si dejaba escapar una palabra, no podría ya contenerse, y no quería parecer una tonta emotiva.
―           ¡Ponte de rodillas sobre el diván!
Tamara se quitó las sandalias rápidamente y se arrodilló sobre el mueble, sentándose sobre sus talones. Con una maléfica sonrisa, Noelia la imitó, encarándola desde un costado. Con una pequeña palmada sobre el trasero, la mujer la obligó a levantarse sobre las rodillas, y, de esa manera, desabrocharle el pantalón y la bragueta. Tamara respiraba agitadamente, pendiente a las manos que manipulaban su cubierta entrepierna.
 
 Exhaló un hondo gemido cuando los dedos de exquisitas uñas pintadas se colaron por el hueco abierto de la bragueta. El tanga negro apenas sirvió de obstáculo. Los dedos de Noelia se colaron como expertos intrusos, deslizándose sobre su pubis rasurado y hundiéndose entre los labios mayores para separarlos hasta encontrar el hirviente clítoris.
No bajaron más, ni buscaron otra cosa, tan sólo el pequeño pináculo que orquesta el placer femenino. Demostrando una habilidad portentosa, Noelia pinzó y acarició el botón, con los ojos clavados en el rostro de Tamara, que quedaba por encima de ella. La joven rubia había cerrado los ojos y mordido uno de sus labios. Se balanceaba sobre sus rodillas, como si se meciese, y sus manos habían subido involuntariamente, una a la nuca de Noelia, la otra a su propio pezón, buscando avivar el fuego que aún quedaba en ellos.
Los dedos de Noelia comenzaron un ritmo vertiginoso sobre el clítoris, haciendo que Tamara agitara sus caderas, adelante y atrás. Pequeños espasmos incontrolables contraían sus glúteos, echando la pelvis hacia delante, hacia los dedos que la controlaban totalmente. Su boca se abría, dejando asomar la punta rosada de su lengua.
―           Señora… me v-voy a… correr… – musitó, sin mirarla, los ojos cerrados, la faz hacia el techo.
―           Es lo que quiero, guarrilla. Córrete. Quiero que te corras sobre mi mano y voy a seguir manoseándote sin parar hasta que te corras otra vez más, al menos. ¿Me has entendido?
―           Sí, sí, señora…
―           Así, cuando estés saturada, podrás dedicarte plenamente a comerme el coño durante una hora, ¡mínimo!
 
Tamara apenas escuchaba ya, perdida en los vericuetos de su propio placer. Nada más saber lo que la señora pretendía de ella, su propio morbo había detonado un feroz orgasmo que aún estaba cabalgando. Aquellos dedos no la dejaban sobrepasar la cresta de la agónica ola. Se aferró con las dos manos a la nuca de la encargada, colgándose materialmente de ella, la barbilla apoyada sobre el cabello de Noelia.
―           ¡Vaya como se corre la niña! – exclamó la mujer, con una risita. — ¡Eso es! ¡Así, así! ¡Mójame los dedos, guarrilla!
Con los últimos coletazos del orgasmo, las manos de Noelia le bajaron el pantalón, dejando sus nalgas al aire. Los dedos se apoderaron de los glúteos con fuerza. Tamara jadeaba, ahora la mejilla apoyada sobre la cabeza de Noelia.
―           Quiero ver si eres capaz de repetir ese orgasmo, niña. Así que voy a quitarte el pantalón y voy a utilizar algo más que mis dedos. Tienes suerte. Pocas chicas han disfrutado de una de mis sesiones completas – musitó Noelia, al tumbarla y quitarle el vaquero lavado a la piedra.
―           Un resp… respiro, por Dios – jadeó Tamara.
 
Aunque no le contestó, Noelia se lo concedió, dedicándose a hundir su lengua en la boca de la rubita. Estuvieron al menos cinco largos minutos besándose, intercambiando saliva y jadeos. Tamara, como pudo, retiró el negro camisón de la encargada para poder gozar de su piel.
Un muslo de Noelia se metió entre sus piernas, buscando un contacto íntimo. Tamara se abrió con alegría, buscando ella también conectar de la misma forma. Su vagina se desbordaba al contacto con la suave piel, pero ella en cambio rozaba la prenda interior que la mujer aún llevaba. No quiso romper el momento, por lo que siguió frotándose sin intentar quitársela.
Los besos se volvieron verdaderos lametones, y, finalmente, quejidos exhalados contra el cuello de la otra. Los ondulantes movimientos de sus caderas, buscando el máximo contacto en sus entrepiernas, tomaron un ritmo frenético. Noelia abarcaba las nalgas de la rubita con sus manos, para conseguir que presionara más contra su pelvis.
―           Ah, pero que guarra eres, rubita – gimió Noelia, los labios pegados al hombro de ella. – Ninguna niña me ha follado así, como lo estás haciendo tú… cabrona… Me gustaría saber con cuántas… señoras has estado ya… ¡Contesta!
―           Muchas… quince por… lo menos – gimió Tamara.
―           ¡Diossss! ¡Qué puta eres! Me encanta – Noelia se despegó de la chiquilla, deslizando su cuerpo hacia abajo, buscando el coñito con su lengua.
Tamara arqueó su cuerpo al notar tal movimiento, abriendo más los muslos. La cabeza de Noelia se hundió entre ellos, aspirando con voracidad. Tardó menos de un minuto en correrse de nuevo, lo que hizo que su pelvis temblara sin control. Tironeó de los oscuros cabellos de la mujer, buscando que su lengua profundizara aún más, y lloriqueó con los últimos espasmos, como si indicara que no podía soportar más placer.
―           ¿Más tranquila? – le preguntó Noelia, con la barbilla apoyada sobre su rasurado pubis, mirando cómo se recuperaba.
―           Sí, señora.
―           Bien, entonces vamos al asunto que me debes – dijo, poniéndose en pie.
 
Se bajó las bragas, mostrando un pubis bien peludo, y se colocó a horcajadas sobre la boca de Tamara. Apartó todos los cabellos rubios con varias pasadas de sus manos, y se dejó caer. Tamara olisqueó aquel coño lleno de pelos. Sólo olía a mujer excitada, menos mal.
―           Me lo lavo todos los días, pero no me gusta recortármelo, ni rasurarlo – se rió Noelia. – Vas a tragar pelos, pequeña. ¿Te importa?
 
Tamara agitó la cabeza en el poco espacio que tenía.
―           Bien. Me lo abriré con los dedos para que te sea más fácil meter la lengua, ¿te parece bien?
Noelia bajó sus manos, aferró sus labios mayores y los abrió ampliamente, permitiendo a Tamara acceder con facilidad a clítoris y vagina. Lamió lentamente, con largas pasadas que llegaban perfectamente a sus objetivos. Noelia, quien estaba más caliente de lo que la ponían de costumbre, restregaba su sexo contra la barbilla y nariz de la rubia, en un sensual movimiento ondulante.
―           Ahora dedícate al culo – susurró, adelantando más la postura y colocando su ano sobre la boca de Tamara. — ¡Santa Madre! ¡Que lengua tienes, coñito dulce!
 
Tamara, mientras succionaba e intentaba adentrarse en el oscuro reino intestinal, estaba haciendo diabluras con sus dedos gordos, uno hundido en la vagina, el otro atareado sobre el clítoris. Este juego llevó a Noelia al primer orgasmo y fue uno de importancia, que la hizo acabar con la cara hundida en el diván y las posaderas temblando encima del rostro de Tamara.
―           Espera, espera – gimió. – Deja que tome aire…
―           ¿No habías dicho que tenía que estar una hora? Apenas han pasado quinto minutos – le respondió la chiquilla, con la voz amortiguada por el propio cuerpo de Noelia.
―           Es que nadie me había hecho llegar de esta forma, coño – Noelia giró el rostro, apoyando la mejilla contra la colcha y así poder hablar mejor. – Eres toda una profesional…
―           ¡No soy puta!
―           Vale, vale, lo siento. Pero no te pareces nada a los yogurines que suelo comerme. Me gustan las chicas jóvenes, adolescentes, ya sabes… pero tienen más entusiasmo que práctica.
―           Bueno, eso es porque practica sólo con sus amigas y ninguna de las dos tienen más experiencia que lo que sacan de Internet.
―           Tú tienes de las dos, experiencia y entusiasmo – Noelia se retiró y quedó acostada, boca arriba, al lado de Tamara.
―           Se hace lo que se puede – musitó la rubita.
―           Y muy bien, por cierto – lanzó una carcajada la encargada.
Tamara se dejó caer del diván y tomó la botellita de agua, apurándola. Después, se instaló a cuatro patas sobre la mujer y la miró con los ojos entornados.
 
 
―           ¿Puedo seguir ya? – musitó con la voz ronca.
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 5” (POR GOLFO)

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Capítulo 7.


Eran casi las diez, cuando ese par de inconscientes se despertaron todavía con las secuelas de su falta de sentido común. Asumiendo que iban a tener dolor de cabeza, las dejé dormir y por eso cuando al final consiguieron levantarse, llevaba dos horas trasteando por esa isla. Desde el amanecer, me había puesto a trabajar esperando que esa rutina consiguiera hacerme olvidar que era el noveno día que llevábamos varados en ese inhóspito lugar, desgraciadamente no lo conseguí y mientras daba de comer a los cerdos, no pude dejar de pensar en nuestro futuro.

«Estamos jodidos», mascullé mirando al horizonte en busca de un rescate que estaba empezando a sospechar que nunca llegaría. A pesar de tener las necesidades esenciales cubiertas con la pesca, los cerdos y las frutas silvestres, comprendí que debíamos prepararnos mejor si nuestra estancia se prolongaba indefinidamente. «Si llegan las lluvias, esta choza no nos servirá de nada», concluí al echarle un vistazo y recordar lo aprendido en la escuela sobre los monzones: «volará hecha pedazos en cuanto soplé el viento con fuerzas».

La certeza que eso pasaría me hizo apresurarme con las labores diarias, tras lo cual, salí a explorar la isla en busca de un mejor refugio.

«Lo ideal sería una cueva», sentencié a sabiendas que en una isla de coral era imposible. Por ello, en vez de buscar algo natural, me concentré en rebuscar en las antiguas edificaciones, alguna que pudiésemos reparar.

La iglesia era la más sólida pero su tamaño hacía impensable que consiguiera adecentarla y por ello tras revisar todas, me centré en la que parecía haber soportado mejor el paso de los años y levantando a las muchachas, les exigí que se pusieran a barrer el suelo mientras yo intentaba arreglar el tejado.

Estaba encaramado a lo más alto de la casa cuando de pronto escuché que mi prima daba un grito de terror. Al llegar a su lado, me encontré a María con la cara desencajada y a Rocío tratando de calmarla.

― ¿Qué ha pasado? – pregunté al no advertir ningún peligro.

Señalando donde había estado barriendo, gimoteó:

― ¡Vamos a morir aquí!

Asumiendo que había visto algo que la había dejado acojonada, me acerqué con cautela al lugar que decía, pero al no hallar nada, levanté un cartón y fue entonces cuando me encontré cara a cara con un esqueleto.

― ¡Mierda! ― exclamé dando un salto hacia atrás.

Como las dos muchachas seguían llorando, me tuve que hacer el macho y volviendo a los restos, me puse a observarlos. No supe qué decir ni qué hacer al descubrir que el cráneo tenía un agujero en mitad de la frente. No tuve que devanarme mucho los sesos para intuir que era producto de un tiro.

«Alguien se lo cargó», decidí para mí, totalmente asustado, pensando en que sus asesinos podían seguir por la zona. De ser así, corríamos peligro porque verían en las dos muchachas un rico botín al que echarle el diente. Asumiendo que su destino sería ser violadas para acto seguido venderlas a algún burdel, tenía claro cuál sería el mío:

«Me matarían para no dejar testigos», me dije mientras buscaba una solución al problema que suponía la hoguera.

Si la manteníamos encendida, podía llamar la atención de los culpables por lo que debíamos apagarla. Pero esa solución me resultaba del todo inaceptable. Sin ella, no tendríamos con qué calentarnos y lo que era más grave, con qué hervir el agua o cocinar.

La única medida que se me ocurría era cambiar nuestro campamento y llevarlo tierra adentro para no ser visible desde la playa. Bajo el abrigo de los árboles, el humo quedaría difuminado y llegado el caso que alguien lo viera, tendríamos tiempo de escondernos o de preparar nuestra defensa.

Al no convenirme incrementar sus miedos, no comenté lo que había descubierto y lo más tranquilo que pude, las ordené que se prepararan porque nos íbamos de excursión tierra adentro. Mi prima y su amiga no pusieron reparo alguno a la idea porque estaban deseando alejarse de esos huesos.

Pero mientras hacía acopio de lo más básico, Rocío se percató que algo raro ocurría al verme coger los dos cuchillos y la mayoría de las herramientas que habíamos podido salvar del naufragio.

― ¿Qué es lo que pasa? Tú sabes algo que no nos has contado― me soltó.

Decidí no mantener el secreto y juntando a las dos, les expliqué mis temores y que había tomado la decisión de trasladar la ubicación de nuestro refugio. Curiosamente, mi prima se lo tomó con tranquilidad y me pidió que le dijera que tenía que llevar ella.

―Coge las mantas y Rocío las ollas― contesté y aprovechando que eran conscientes de lo peliagudo de la situación, les pedí que estuvieran atentas y que no hicieran ruido mientras nos internábamos en la selva.

― ¿Temes que no estemos solos en esta isla? ― me preguntó María.

―No, pero más vale ser precavido― respondí.

No llevábamos más que unos minutos caminando entre los arboles cuando comprendí que había sido una mala idea… los tres juntos hacíamos demasiado ruido. Por ello, esperé a que la playa desapareciera de nuestra vista para parar nuestra improvisada expedición.

―Vosotras os quedáis aquí mientras yo busco un lugar seguro donde quedarnos.

Como esperaba, tanto María como Rocío empezaron a protestar, pero al explicarles mis razones y que allí nadie podía localizarlas, ambas admitieron que tenía razón y me dejaron seguir adelante solo con la única compañía de un cuchillo.

―Tardaré unas cuatro horas en regresar― las dije antes de alejarme.

Según mis cálculos, cruzar a lo ancho el islote y volver me tomaría máximo tres, pero exageré porque no quería que se preocuparan si algo me retenía. Ya sin el lastre que suponían, me sumergí en la selva en silencio.

Supe que había hecho bien al observar que mi presencia apenas perturbaba la vida de los pájaros que anidaban en esa floresta, pero no por ello me relajé y cada poco minuto, me paraba a comprobar que nada ni nadie me seguía. No tenía miedo de toparme con un depredador porque la existencia de las piaras de cerdos hacía imposible que los hubiera. Solo podían haber proliferado de esa manera no habiendo enemigos. A lo que realmente tenía pavor era a los animales de dos patas.

Aún así no pude abstraerme de la belleza del camino e involuntariamente, empecé a disfrutar de lo que contemplaba a mi paso. Para un urbanita como yo, la naturaleza salvaje de esa tierra era algo jamás visto y por ello me pilló desprevenido descubrir las huellas de unos pies desnudos junto a un pequeño estanque.

Mi primer instinto fue huir de ahí, pero tras pensarlo otra vez, decidí prestar atención a esas pisadas. La dirección y orientación de estas me demostraron que era un solo sujeto quien las había dejado y fijándome en su tamaño, comprendí que además era alguien de pequeño tamaño.

«O es un niño o alguien bastante bajo», pensé mientras decidía que hacer.

Que esas huellas estuvieran junto al agua, me hicieron sospechar que el otro habitante del islote acudía ahí a beber y deseando verificar ese extremo, me escondí tras unos densos matojos de vegetación desde donde podía observar sin ser descubierto.

Apenas llevaba media hora agazapado, cuando escuché el sordo crujido de una rama al romperse. Confieso que ese ruido hizo me arrepintiera de estar allí, pero asumiendo que no podía salir corriendo porque eso revelaría mi presencia, me quedé quieto. No paraba de pensar en la idiotez que había cometido al quedarme escondido.

«Seré gilipollas».

No tardé en escuchar que el recién llegado se metía en el estanque y se ponía a chapotear. La curiosidad pudo al miedo y sacando la cabeza, la escena que contemplé me dejó a cuadros. El sujeto no era bajo, ¡era una mujer!

La desconocida ajena a estar siendo observada y acostumbrada a la soledad se estaba bañando completamente desnuda y eso me permitió comprobar que era de raza europea.

«Debe de ser otra náufraga», pensé mientras la observaba lavándose su melena de color rojo.

La tranquilidad con la que tomaba el baño, me permitió examinarla a conciencia y por eso pude confirmar que además de ser dueña de unas pechugas considerables, la desconocida debía de ser al menos diez años mayor que yo.

«Rodará los treinta», calculé mientras inconscientemente me fijaba en la blancura casi nívea de su piel, la cual hacía más evidente en bosque que lucía en la entrepierna.

No tuve que ser un genio para comprender que lo descuidado de su sexo se debía a la imposibilidad de depilarlo en esas circunstancias, pero por extraño que parezca lejos de producirme rechazo, me atraía.

La desconocida se entretuvo en esas cristalinas aguas durante más de media hora hasta que decidió salir y ponerse a tomar el sol sobre una piedra. Al hacerlo me quedé casi sin respiración debido a la perfección de sus curvas.

«¡Es impresionante!», exclamé en silencio mientras grababa en mi memoria el caminar de esa pantera pelirroja de largas piernas.

Con mi corazón bombeando a mil por hora, admiré desde mi escondite su impresionante trasero sin dejar pensar en su reacción si me descubría. No tardé en pasar de la dureza de sus glúteos a la exuberancia de sus senos y con auténtico frenesí, admiré el profundo canal que discurría entre ellos mientras mi razón me pedía que me tranquilizara,

Dejando al lado mis temores y viendo que había cerrado los ojos, salí de mi escondite para observarla más de cerca. Desde cerca, advertí que tanto tiempo en el agua había endurecido sus pezones y por ello no pude más que soñar en que algún día los tendría en mi boca. Estaba todavía disfrutando de su desnudez, cuando un ruido proveniente de la selva la hizo girarse hacía mí y durante unos segundos que se me hicieron eternos, nuestras miradas coincidieron.

Al reponerse de la sorpresa, la pelirroja se puso de pie y salió huyendo. Su agilidad era tal que ni siquiera intenté seguirla y en un intento de hacerla comprender que no representaba un peligro, me despojé del traje de baño, me metí al estanque y empecé a cantar con la esperanza que después de tanto tiempo sola en ese lugar, la voz humana la atrajera.

Ignorando si realmente esa mujer se iba a sentir interesada por mí, me concentré en parecer tranquilo, aunque en realidad estaba aterrado por si esa superviviente se tomaba mi presencia como una invasión y respondía con violencia.

«Si tomo en cuenta el estado de los huesos, debe llevar años perdida aquí», cavilé, «y eso la hace además de hábil para subsistir, peligrosa».

A pesar de que no conseguí saber si me estaba espiando, actué como si lo estuviera haciendo y una vez me había quitado la roña, salí del estanque para secarme al sol. Tumbándome desnudo sobre la misma piedra que ella, separé mis piernas para que desde donde estuviese pudiese contemplar mi cuerpo en plenitud.

«Espero gustarle, aunque sea mucho más joven que ella», rumié para mí mientras me estiraba luciendo mis abdominales.

Sabía que, al estar tumbado, era un objetivo fácil, pero obviando el riesgo, decidí que valía la pena si conseguía que esa mujer se pasara a nuestro lado por su valía para enfrentarse a las dificultades que significaba vivir aislado.

Cuarto de hora tardó en dejarse ver. Al principio, se mantuvo a una distancia considerable pero no por ello me pasó inadvertido el modo en que su cintura se ensanchaba para dar entrada a sus caderas. Temiendo no tener otra oportunidad, me quedé inmóvil contemplándola.

Lo que no preví es que de tanto admirarla, me empezara a excitar y que, contra mi voluntad, mi pene empezara a crecer ante sus ojos.

«Tranquilízate, tío», me repetí temiendo que mi erección pudiese recordarle al muerto y que la razón por la que lo hubiese matado fuera evitar que la violara.

En sus ojos descubrí que la visión de mis partes no le era indiferente pero no deseando desperdiciar el tenerla tan cerca, con voz suave, comenté:

―El barco en el que veníamos naufragó durante la última tormenta.

Supe que me había entendido y por ello seguí decirle que tenía compañía femenina para que así no me temiese en el aspecto sexual:

―Estoy con dos amigas.

Me pareció ver en su rostro una ligera decepción al enterarse y tratando de compensar ese error, la solté con voz dulce:

―Me llamo Manuel― y extendiendo mi mano hacia ella, dije: ―Eres preciosa pero no sé tu nombre.

La falta de compañía hizo que la desconocida viera en ese gesto una amenaza y reaccionando con una rapidez que me dejó apabullado, se escabulló entre los árboles.

―Voy a ir por mis compañeras. ¿Te importa que acampemos esta noche aquí? ― pregunté dando un grito. No me contestó, pero no contaba con que lo hiciera.

Además, tenía un arma secreta que usar para atraerla a nuestro lado. Si como sospechaba, la escurridiza mujer carecía de fuego: el calor de una hoguera en mitad de la noche sería una tentación imposible de resistir. Por ello, me interné en la selva dejando a mi paso unas marcas que hicieran posible retornar al estanque sin perderme y lo que es más importante, con tiempo de levantar un improvisado campamento.

Una hora después me encontré con Rocío y con María, las cuales esperaban ansiosas mi vuelta. Cuando les conté que era una mujer el otro habitante de la isla, se sintieron más tranquilas, pero cuando les expliqué que debíamos intentar que se uniera a nosotros, las dos empezaron a protestar diciendo que no la necesitábamos. La mas firme antagonista resultó ser mi prima, la cual con tono cabreado insinuó que el único motivo por el que lo quería era poder disfrutar de otro coño.

―No seas bruta― repliqué― piensa que, si lleva sola tantos años y ha sobrevivido, podemos usarla para hacerlo nosotros también.

Llena de celos, me preguntó si era guapa.

―Lo es, pero menos que mis dos princesas― contesté mientras la acariciaba: ― A vuestro lado es una vieja.

Mi caricia diluyó sus reparos y a regañadientes aceptó seguir mis planes, pero antes de marchar selva adentro me avisó:

―Júrame que siempre disfrutaremos de ti nosotras antes que ella.

―Te lo juro― respondí sin reconocer que se me hacía la boca agua al pensar en el estupendo trasero que poseía la pelirroja…

Capítulo 8


Ya era bastante tarde cuando llegamos al estanque porque al contrario que la primera vez, en esa ocasión íbamos completamente cargados con los bártulos necesarios para pasar la noche. Y es que además de mantas y otros enseres, llevábamos a cuestas uno de los lechones, así como un recipiente con las brasas que nos servirían para hacer la fogata. Por ello mientras Rocío con la ayuda de María se ocupaba de levantar una improvisada tienda, yo ocupé mi tiempo en apilar suficiente leña para pasar toda la noche.

Aunque no conseguí detectar su presencia, algo en mí, me decía que esa pelirroja no perdía detalle de nuestro proceder y por ello, recordando que se había sentido atraída por mi voz, me dediqué a cantar mientras encendía un fuego lo suficientemente grande para ser visto desde lejos.

Cuando comprendí que era suficiente, me senté a desollar el lechón haciendo tiempo para que hubiese suficientes brasas donde cocinarlo.

«No va a poder resistir el olor», me dije y viendo que mi prima y su amiga ya habían terminado, las llamé a mi lado y les pedí que cantarán porque así la demostraría que lejos de ser un tirano que esclavizaba a mis compañeras, formábamos un equipo.

Desconociendo mis razones, las dos muchachas respondieron con alegría a mi deseo y demostrando que ambas tenían una estupenda voz, me deleitaron con una serie de canciones que me hicieron olvidar al menos momentáneamente nuestra precaria situación.

―Además de guapas, sabéis cantar― comenté feliz por ese descubrimiento.

Encantadas con el piropo, incrementaron el volumen acallando con su canto el ruido de la selva mientras en mi interior pensaba satisfecho que la mujer se sentiría atraída por el calor humano.

Estaba tan abstraído que si no llega avisarme mi prima que nuestra cena estaba lista, con seguridad se nos hubiese quemado. Sacando el lechón de las brasas, lo corté en cuatro partes y mostrando nuevamente sentido de compañerismo, les pregunté a ellas que trozo querían.

Rocío que no era tonta, se percató que tanta amabilidad tenía alguna razón, pero no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de un trasero del animal, lo cogió para sí. Como María se había cebado con fruta durante todo el camino, prefirió un cuarto más pequeño.

Entonces alejándome unos metros de la hoguera, dejé el trozo más grande sobre una piedra y hablando a la oscuridad, dije a la mujer que esa porción era para ella. Tras lo cual, me dirigí de vuelta con las muchachas. Ni siquiera me había dado tiempo de sentarme cuando mi prima me susurró:

―Eres un cabrón, no es una vieja y además está muy buena.

Al girarme para comprobar de qué hablaba, me encontré a la desconocida sentada en cuclillas y comiendo caliente por primera vez en años. Sin hacer ningún comentario, me puse a disfrutar yo también del asado. Habiendo dado buena cuenta de mi parte, aproveché que mis compañeras de infortunio habían también terminado para susurrarles que me apetecía hacer el amor.

― ¿Enfrente de ella? ― preguntó María.

―Sí― contesté e imprimiendo a mi voz un tono lascivo, pregunté a las dos si no les daba morbo tener público.

―A mí, mucho― reconoció la morena y sin darme tiempo de reaccionar, me empezó a acariciar diciendo a su amiga: ―Demostrémosle, lo bueno que es Manuel haciendo el amor.

Mi prima no necesitó que se lo repitiera otra vez para pegarse a mí y besarme. La lujuria de ambas fue lo que necesitaba mi falo para ponerse erecto y ya luciendo como en las mejores ocasiones, erguido esperó su siguiente paso. María al comprobar el éxito de sus besos, sonrió y agachándose entre mis piernas se lo fue introduciendo en su boca mientras yo observaba que a pocos metros una desconocía no perdía detalle de lo que ocurría. La parsimonia con la que se lo embutió permitió a esa mujer notar que no era algo forzado, sino que realmente la muchacha deseaba mi extensión entre sus labios.

– ¡Bésame! ― me pidió desde el otro lado Rocío.

Sin aguardar que lo hiciera, la morena se lanzó sobre mí y con una urgencia que me dejó sorprendido, buscó el consuelo de mis besos mientras su amiga disfrutaba haciéndome una mamada de campeonato. Me hizo gracia ver la cara de sorpresa de la otra náufraga cuando llevé mi mano a la entrepierna de la muchacha, pero supe que estaba empezando a disfrutar con la escena cuando la vi estremecerse al verme tomar el clítoris de la chavala entre mis dedos.

― ¡Dios! ¡Cómo me pone que nos espíe! ― gimió esta al sentir mis yemas sobre su botón.

La calentura de la escena se incrementó de sobremanera cuando introduje uno de mis dedos en su abertura y más cuando, completamente desbocada, se levantó y a horcajadas sobre mi cara, puso su sexo en mi boca para que se lo comiera.

«Si después de esto, me cree un violador, no hay nada que hacer», pensé poniendo en contacto mi lengua los pliegues de la vulva de la morena.

Mi amiga se creyó morir y a voz en grito me pidió que no parara mientras azuzaba a la otra diciendo:

― ¡Demuéstrale a esa puta que sabes mamarla!

Azuzada por Rocío, María incrementó el ritmo y la profundidad de su felación, incrustándose mi miembro hasta el fondo de su garganta. Os juro que creí que a lo mejor nos estábamos pasando al tener un coño en la boca mientras mi prima me ordeñaba y que la pelirroja podía sospechar que estábamos actuando.

Pero al observar de reojo que ésta nos miraba con envidia, ya totalmente verraco, usé mi lengua como si fuera mi pene para penetrar con ella el estrecho conducto que tenía a mi disposición. Coincidiendo con ello, un enorme aullido me informó que Rocío había llegado al orgasmo.

― ¡Me corro! ― gritó derramando su flujo por mi cara.

Queriendo prolongar su éxtasis y con ello incrementar la desazón de nuestra observadora, me dediqué a absorber el manantial que brotaba de entre sus piernas, pero debido al morbo que le daba tener público presente cuanto más bebía mayor era el caudal que salía del sexo de la morena y asolada por el placer, se caer sobre la manta que habíamos puesto como improvisada cama.

Liberado de la obligación de seguir satisfaciéndola, me concentré en María y llevando mi mano a su cabeza, empecé a acariciarle el pelo mientras decía a la mirona:

― ¡Mi prima no sabe ni hacer una mamada!

La reacción de la aludida no se hizo esperar y elevando el ritmo de su boca, lo convirtió en infernal mientras con una de sus manos, me acariciaba los testículos. Decidido a incrementar el morbo de la desconocía, insistí:

―Si no puedes, ¡tendré que pedirle ayuda a la pelirroja!

Ayudando a su amiga, Rocío se incorporó y acercándose a donde la rubia se afanaba en busca de mi placer, se juntó a ella diciendo:

― ¡Dejemos seco a esta bocazas! ― tras lo cual su boca se unió a la de María y entre las dos, empezaron a competir en cuál de las dos absorbía mayor extensión de mi miembro.

Para la náufraga, la visión de las dos chavalas maniobrando como locas en búsqueda de mi semen fue brutal y completamente absorta, se empezó a pellizcar los pezones con un ansia que me hizo comprender que no tardaría en unirse a nosotros en busca del placer.

El morbo de tenerla ahí y la sensación de esas dos bocas exprimiendo mi pene fue más de lo que pude soportar y sin previo aviso exploté derramando mi simiente sobre sus labios.

Mi eyaculación fue engullida ante su atenta mirada, no perdiendo detalle de la forma en la que se dedicaron a vaciar mis huevos.

«Se ha puesto cachonda», certifiqué al descubrir que discretamente la pelirroja se estaba masturbando.

Sus carantoñas no cesaron al correrme, sino que se intensificaron al ver que las muchachas trataban de reanimar mi pene e involuntariamente empezó a gemir sin importarle que la escucháramos.

― ¡Esa zorra está deseando que te la folles! ― susurró en voz baja mi prima al oírla.

Asumiendo que tenía razón, me reí mirando a la náufraga. La mujer sonrió convencida por fin que no era peligroso. Creyendo que estaba preparada, cometí el error de invitarla a nuestro lado y eso provocó que se internara en la espesura, huyendo quizás de los fantasmas de su pasado.

«Es una pena, me apetecía estar con ella», pensé sin preocuparme en exceso porque estaba convencido que tarde o temprano, vendría a mí.

Viendo en su huida, una oportunidad para seguir disfrutando, Roció cogió mi miembro entre sus manos para empalarse con él. La lentitud con la que lo hizo me permitió notar cada uno de sus pliegues mientras iba desapareciendo mi pene en su interior.

Al verla así abierta de piernas con mi sexo en su interior, despertó una rara fijación en María y adueñándose del clítoris de la morena, empezó a masturbarla frenéticamente.

― ¡Dadme más! – gritó Rocío, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos y acelerando su loco cabalgar, buscó el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer.

Su chillido exacerbó a mi prima, la cual incrementó la presión metiendo uno de sus dedos en el ojete de su amiga, la cual al sentirlo estalló retorciéndose como posesa.

María, al verla agotada y exhausta, supo que era su turno y viendo que mi pene seguía erecto, me preguntó:

― ¿Te sientes con ganas de darme por culo?

― ¡Por supuesto! ― exclamé muerto de risa al comprobar que antes que la respondiera, había metido sus dedos en el coño de la morena y recogiendo parte de la humedad que desbordaba, se había empezado a embadurnar su propio ojete….

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Relato erótico: “Maquinas de placer 10” (POR MARTINA LEMMI)

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Cuando Jack despertó, Laureen no estaba allí.  Volvió a asaltarle la paranoia pero buscó alejarla de inmediato: habría salido a trotar como lo hacía siempre; ella no solía alterar su rutina por más que fuera fin de semana.  Tal como él lo había anunciado, los tres Erobots quedaron inactivos durante la noche y, después de mucho tiempo, Jack y Laureen habían vuelto a compartir lecho.  Sin embargo, tal circunstancia no había devenido en que volvieran a tener sexo ni tan siquiera en que hubiera amago alguno de que así fuese: la situación, de hecho, no era de lo más normal ni el contexto favorable para ello.  Laureen estaba notablemente disgustada con la presencia de los androides en la casa y él, debía admitirlo, no conseguía que su esposa le despertase en la cama las mismas pasiones que le despertara antaño. 
Había, no obstante, un elemento adicional que contribuía a la abstinencia sexual y que, aun cuando no estuviera hablado entre ellos, sobrevolaba por encima del lecho matrimonial como si se tratase de una especie de temor tácito: aun en el supuesto caso de que lograran despertar algo cada uno en el otro y  dar rienda suelta a un apetito sexual mutuo, era de esperar que, apenas sus neurotransmisores evidenciaran la presencia del placer en sus cuerpos, los robots se activarían al detectarlo… Lo cierto fue que durmieron uno junto al otro pero la mayor del tiempo ladeados y en posiciones invertidas; casi no hubo palabras…
Mientras se desperezaba, Jack caminó hacia el living y se encontró allí con los tres robots de pie e inactivos: parecían maniquíes, aunque infinitamente más bellos e inquietantes.  Sobre una mesa se hallaban los tres controles remotos, prolijamente alineados uno junto al otro; constituían casi un llamado a la tentación, a darles “on” y a ponerlos en funcionamiento nuevamente, dando así paso a la lujuria que la noche había dejado bajo candado… El hecho de que Laureen, al irse, no los hubiera removido de ese sitio, también podía ser visto como una “puesta a prueba”: algo así como que le estuviera diciendo “los robots están allí; sólo tienes que encenderlos.  ¿Vas a hacerlo?”.
De ser así, es decir si realmente era una especie de test, el hecho fue que surtió efecto puesto que Jack debió debatirse entre ignorar los controles o, en cambio, obedecer a sus instintos más animales.  Haciendo un esfuerzo sobrehumano se dirigió hacia el parque buscando mantener la vista alejada de los androides y, por lo tanto, de la tentación. 
Atravesando el parque notó que la hierba, aunque poco, comenzaba a crecer.  Se dio cuenta entonces de cuán importante era tener un robot conductor que, además, se encargarse de cortarle el césped día tras día: ahora ese rol le tocaría a él.  Salió al portón y descubrió, estacionado, junto a la acera, un camión de reparto de World Robots: al parecer no interrumpían sus entregas los fines de semana y no quedaba duda, por cierto, de que estarían trayéndole su pedido a Luke Nolan.  Le despertó algo de intriga saber qué clase de Ferobot habría encargado su pervertido vecino o a quién replicaría, ya que él mismo había manifestado que no había optado por un modelo estándar sino que lo había solicitado a pedido.
Jack permaneció un momento junto al portón de su propiedad fumando un cigarrillo hasta que, finalmente, los empleados de la compañía salieron de la casa de Luke y pusieron en marcha el camión para marcharse de allí.  Escudriñando de reojo, descubrió que el portón de su vecino estaba entreabierto, así que, haciéndose el distraído, echó a caminar de un modo que fingía ser casual de tal manera de pasar frente al mismo. 
Al otear hacia adentro, su sorpresa no pudo ser mayor y experimentó tal sacudida que estuvo a punto de perder el equilibrio.  Luke estaba allí, de pie sobre la hierba en medio de su propio parque pero algo no encajaba: si algo jamás había esperado Jack ver en su vida era a su vecino con una mujer; lo suyo siempre había sido el trabajo en soledad.  Sin embargo, estaba abrazándose y confundiéndose en un profundo beso con alguien que, para colmo de males, le acariciaba la entrepierna mientras él, a su vez, le deslizaba a ella una mano por sobre las nalgas.  Pero eso no fue lo peor de todo: lo peor fue descubrir que… esa mujer era… ¡Laureen!
Un acceso de furia irracional le invadió; su rostro enrojeció, sus puños se crisparon y, por primera vez desde que había tenido el infarto, sintió que el corazón le latía de una manera diferente… y peligrosa.  Ni ello, sin embargo, sirvió para convencerle de no trasponer el portón de su vecino e ir en busca de ambos; cada paso que daba, apisonaba la hierba de un modo que evidenciaba una agresividad extrema a punto de estallar.  Al llegar junto a ellos se detuvo, y fue como si se hubieran dado cuenta de su presencia.  La primera en mirarlo fue Laureen y, curiosamente, no había en sus ojos atisbo alguno de culpa o de, al menos, sentirse pillada sino que, por el contrario, se la veía despreocupada, sonriente y, particularmente, sensual y hermosa.  Luego le miró Luke, cuyo rostro pareció encenderse en alegría.
“Hey, Jack: ¡qué gusto tenerte aquí” – le saludó tan efusiva y alegremente que a Jack sólo le produjo asco.
Sin poder ya contenerse, levantó su mano y echó hacia atrás el codo dispuesto a dejar caer su cerrado puño sobre el rostro de su odiado vecino; al momento de arrojarlo, sin embargo, y cuando ya sus nudillos estaban a escasos centímetros de impactar contra el mentón de Luke, sintió que su muñeca era atrapada en el aire y retenida de un modo extraño, ya que vio coartada de tal manera la posibilidad de movimiento que su mano se aflojó y sus dedos cayeron laxos, pero sin que mediara dolor alguno.  Al girar la vista, comprobó que, como no podía ser de otra manera, quien le había detenido su puño en el aire no era otra que Laureen.  Jack estaba de todos colores: la miraba incrédulo y, sin embargo, ella no dejaba nunca de sonreír.
“Primera Ley de Asimov – comenzó a recitar su esposa, con un tono de voz que le pareció mucho más cargado de sensualidad que el habitual -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño”
Jack estaba más confundido que nunca; sus ojos eran pura confusión. 
“Jack – le dijo Luke, quien se había echado unos pasos hacia atrás ante la amenaza del impacto en su rostro que, finalmente, no había recibido -: te presento a mi Ferobot…”
Lejos de disminuir, la confusión en Jack aumentó.  Laureen, sin soltarle el puño, amplió aun más su sonrisa mostrando completa su blanca dentadura a la vez que recostaba ligeramente su cabeza sobre un hombro.
“¿Ferobot…?” – preguntó, frunciendo el entrecejo y contrayendo su rostro completo en una mueca de incomprensión.
“Desde luego…, el que encargué… ¿Recuerdas que te lo dije?”
Jack no podía apartar la vista de los ojos de Laureen, quien seguía aprisionándole la muñeca de aquel modo tan extraño y sutil.  ¿Era un androide entonces?  ¿Había logrado la World Robots tan perfecta copia de su propia esposa?  Y, más sorprendente e indignante aun: ¿ese canalla había encargado un Ferobot a imagen de Laureen?  ¿Tan descarado y perverso podía llegar a ser?
“¿Usaste… a Laureen como modelo?” – preguntó, aún incrédulo.
“¡Claro!  ¡La sacaron perfecta!  ¿No crees?  Tú que la conoces bien, ¿cómo la ves?”
Había, por supuesto, un deje de burla en el tono de su vecino pero Jack no lograba salir de su estado: estaba absorto, anonadado; su incredulidad había tocado límites a los cuales no creía que pudiera llegar.
“¿De dónde… sacaron la matriz?” – preguntó.
“Yo les pasé los datos, por supuesto.  Y la hicieron a medida” – se ufanó Luke. 
Jack trataba de reordenar sus pensamientos aun cuando lo que estaba ocurriendo fuese una locura inconcebible.  Sabía que Luke llevaba mucho tiempo espiando a su esposa, pero lo que desconocía era que su vecino tenía almacenada la suficiente cantidad de grabaciones, filmaciones y fotografías como para proporcionarles a los técnicos de la World Robots una base de datos más que suculenta para construir el modelo a medida.  Jack la miraba de arriba abajo y era como estar viendo a su propia esposa; costaba verla como androide.
“Luke… – musitó -.  Eres un maldito hijo de puta…”
“Ah, vamos Jack, no te pongas así, somos grandes… Es un robot, tómalo como tal.  ¿O acaso Laureen misma no tiene que ver cómo en su propia casa les das rienda suelta a tus apetitos sexuales con dos increíbles mujeres que no son otra cosa más que copia de otras dos que existen en la vida real?  Esto no es realidad, Jack, es todo fantasía… No seas infantil: somos amigos y espero que lo sigamos siendo”
“Vete al demonio – masculló Jack entre dientes mientras seguía recorriendo con la vista la perfecta réplica de Laureen -.  Y… ¿qué aspecto le mejoraste? ¿Cómo la personalizaste?”
“¿Mejorar? – preguntó, extrañado, Luke -.  Jack, tu esposa no tiene nada para ser mejorado: es perfecta en sí misma.  Simplemente la encargué tal cual es…”
Jack ya no tenía palabras; sólo masticaba furia y mantenía los ojos fijos en los de la réplica de su esposa quien, siempre sonriendo, levantó las cejas en un gesto que parecía incitarle a la resignación.
“Suéltale la mano, Laureen” – ordenó Luke a su robot, el cual inmediatamente obedeció.
Ahora Jack estaba libre; podía hacer un nuevo intento por golpear a su vecino pero, seguramente, el Ferobot estaría presto a detenerlo y, aun si no fuera así, la realidad era que se sentía abatido, sin fuerzas y sin poder asimilar la demencial situación.
“Podrías al menos haberle cambiado el nombre…” – masculló.
“¿Para qué? – replicó Luke -.  También su nombre es perfecto: suena hermoso…, como dotado de musicalidad…”
La réplica de Laureen sonrió ante el piropo de Luke y le guiñó un ojo, tras lo cual le echó los brazos alrededor del cuello y ambos se confundieron en un beso; de pronto era como si ignorasen la presencia de Jack, quien comenzó a sentir una imperiosa necesidad de marcharse de allí.  Tardó un rato en hacerlo ya que la incredulidad le atería las piernas y no consiguió evitar el permanecer durante algunos minutos mirando a la insólita pareja besarse.  Finalmente, con gesto derrotista, dio media vuelta y se encaminó hacia la verja.
Ya de vuelta en su propiedad, se sentó en el porche; por más que quería, no conseguía ubicarse frente al súbito giro que había dado la realidad circundante.  Luke tenía derecho a tener un Ferobot del mismo modo que él lo tenía a poseer los suyos, pero: ¿necesitaba ser tan ruin como para elegir a Laureen como modelo?  La obsesión del vecino por su esposa era, desde luego, cosa harto conocida por Jack, pero jamás había imaginado que llegaría hasta ese punto… De pronto oyó unos jadeos que invadían el aire de la mañana y los reconoció perfectamente como de Laureen: hasta en ese aspecto la habían copiado con total perfección.  El maldito hijo de perra se la estaba montando.  La rabia y la impotencia se apoderaron de él; sentía unas ganas incontenibles de volver a casa de Luke,  pero a la vez sentía que tenía que meterse en su casa y encerrarse de tal modo de oír lo menos que fuera posible.  Optó, sin embargo, por un tercer camino: subió hasta la buhardilla y sacó medio cuerpo por la ventana tratando de visualizar a la pareja si era que, como parecía, seguían aún en el parque.  Al no lograr verlos, pasó de allí directamente al tejado para tener una vista más panorámica del parque de su vecino y entonces sí los vio…
Ella estaba de espaldas contra la hierba, con la calza a medio quitar colgándole de uno de los tobillos en tanto que Luke, encima de ella, no paraba de penetrarla salvajemente.  ¿Por qué había subido hasta allí?  Realmente no sabía si lo suyo era querer convencerse de lo que no podía creer o que el hecho de ver a su esposa, aunque más no fuera en formato replicado, siendo poseída sexualmente por su odiado vecino, no le despertaba alguna clase de excitación o morbo.  ¿Una especie de masoquismo tal vez?  Fuera como fuese, se odió por ello y bajó nuevamente hacia el living, en el cual se hallaban, como estatuas magníficas pero sin vida, los tres Erobots.
Quizás la forma de librar su mente de lo que en la casa vecina estaba ocurriendo fuera poner a sus dos queridas bellezas en funcionamiento.  En efecto, tomó los controles de los Ferobots y las hermosas réplicas se encendieron; automáticamente le miraron con ojos penetrantemente felinos y vinieron a su encuentro. Lo empujaron contra el sofá mientras una de ellas le enterraba la lengua dentro de su boca y la otra se dedicaba a besarle la entrepierna por encima del pantalón.  La excitación comenzó a subirle, lo cual era, por cierto, lo mejor que podía pasarle; trató de centrar lo más que podía sus cinco sentidos en la intensidad del momento a los efectos de olvidar siquiera por un instante lo que había visto y oído.  Sin embargo, algo no parecía funcionar:
“¿Qué pasa, Jack? – le preguntó la réplica de Theresa -.  ¿Tu verga no quiere pararse hoy?”
“¿Acaso no te gustamos?” – preguntó Elena, frunciendo los labios y adoptando una expresión de infantil tristeza tras haber interrumpido el profundo beso que le estaba dando.
“No… – negó Jack, transpirando y visiblemente nervioso -.  Es que…”
No pudo terminar la frase; un potente alarido femenino hendió el aire e ingresó por la ventana del living.  Su esposa, o mejor dicho, la réplica de ella, estaba teniendo un orgasmo…
Fue demasiado.  Más de lo que pudo soportar.  Apartando a los Ferobots se incorporó y fue en busca de los controles remotos para ponerlas nuevamente en off.   La furia hizo más presa de él que nunca: estrelló los nudillos contra la pared y luego se dirigió hacia el inmóvil robot que replicaba al actor

Daniel Witt para hacer lo propio contra su pecho.

“¿Qué te ocurre?” – preguntó en tono alarmado una voz a la que reconoció como de su esposa.
Jack dio un respingo.  Al mirar hacia la puerta de entrada, descubrió, en efecto, a Laureen quien, habiendo vuelto de sus ejercicios matinales, le miraba con ojos azorados, seguramente perpleja ante su ataque de ira.  Él se quedó mirándola detenidamente por un momento, recorriéndole el cuerpo completo con la vista y hurgando en cada gesto o expresión de su rostro; era como si tratase de determinar si estaba ante la original o ante la copia.  Decididamente era ella: si algo parecía diferenciar a la réplica de la original era que esta última no exhibía tanta seguridad ni tanta desinhibición como había notado en el robot de Luke.  Era lógico: difícil era pensar que los ingenieros que habían trabajado en la réplica fueran capaces de emular la personalidad de Laureen tan fielmente como lo habían hecho con su constitución física y, menos aún, tratándose de alguien que no era una celebridad.
“Ese imbécil… – vociferó Jack señalando en dirección a la casa vecina -, ha encargado un Ferobot hecho a tu imagen…”
El bello rostro de Laureen fue sólo confusión; las palabras vertidas por su esposo, por cierto, no eran fáciles de interpretar ni de asimilar a primera oída.
“No estoy entendiendo… – repuso, sacudiendo la cabeza -.  ¿Puedes ser más claro?  ¿Qué es lo que te pone tan loco?”
“¡Luke Nolan!” – bramó él.
“¿Luke…? ¿Qué hizo?  Siempre te fastidió, pero nunca noté que lo que él hiciera o dijera te dejara sin sueño…”
“¡Ya tiene su Ferobot!  ¡Se lo trajeron hoy!”
“Ajá…”
“¡Es una copia tuya!”
Laureen frunció todo su rostro y achinó los ojos.
“¿De… qué hablas?”
Jack volvió a estrellar el puño contra el pecho del Merobot.
“Este robot – rugió – es una copia de Daniel Witt -.  Éste otro – caminó hasta llegar a la inactiva réplica de Theresa y la golpeó en el hombro – es una copia de Theresa Parker y éste otro – golpeó al androide restante – de Elena Kelvin…
Laureen sacudió la cabeza y abrió los brazos en jarras; su gesto era de incomprensión.
“Eso bien lo sé… ¿A qué vas con eso?”
“¡Ése maldito hijo de perra ha mandado hacer un robot que es una exacta copia de ti!”
De pronto el rostro de Laureen se transfiguró totalmente; abrió enormes los ojos evidenciando que había terminado de entender y, casi inmediatamente, lanzó una carcajada.
“Jaja… ¿Estás bromeando?  ¿Una copia de mí?” – se llevó una mano al pecho.
“¡Exacto!  ¡Y te puedo asegurar que  la hicieron idéntica!”
Laureen tenía ahora la vista perdida en el piso; su expresión dejaba bien a las claras que, a diferencia de Jack, le encontraba al asunto su costado cómico.  Como si necesitara tomar asiento para asimilar mejor la noticia, fue hacia el sofá y se ubicó junto a los inactivos Ferobots sin importarle demasiado, al parecer, la presencia de los mismos.
“Bueno… – dijo, en tono algo más tranquilo -, no deja de sorprenderme, pero… por otra parte ya sabes  cómo es él, Jack… – soltaba una risita cada tanto -.  Sólo piensa en masturbarse… Quizás ahora deje de hacerlo, al menos de algún modo: por lo menos me tiene en versión robot. jaja…”
“¿Te causa gracia?” – protestó airadamente Jack, dirigiéndole una mirada severa.
“Es que… es realmente gracioso, Jack… Perdona que me ría, pero… ¿encargar una réplica mía? Jaja…”
Justo en ese momento se reinició la lujuriosa sucesión de jadeos provenientes de la casa vecina.  Laureen se mostró claramente impactada y desvió la cabeza como si prestara especial atención.
“¿Te reconoces? – le preguntó Jack, con aspereza -.  Ésa eres tú…”
Ella no contestó; simplemente se quedó en su lugar con la vista perdida y sin dar crédito a lo que sus oídos captaban.  Era obvio que sí se reconocía en aquellos jadeos, como también era obvio que no podía creerlo… No volvió a mirar a Jack quien, ofuscado y sin agregar más palabra, dio media vuelta y se retiró hacia la habitación.
Cuando, llegado el lunes, Jack iba conduciendo hacia su trabajo, lo hacía con la sensación de haber pasado un fin de semana para el olvido.  La llegada a casa de Luke de un Ferobot que replicaba a su propia esposa era un trago amargo que no lograba digerir.  No pudiendo contenerse, le había espiado varias veces haciendo el amor con su nueva adquisición en todas las posiciones posibles.  Resultaba una increíble ironía del destino que ahora fuese él quien espiaba a su vecino.  Le irritaba, sobremanera, por otra parte, la actitud de Laureen quien, aun a pesar de ser la parte afectada, no se tomaba el asunto como una afrenta o una insolencia sino como algo que le divertía.  En cuanto a la vida sexual matrimonial había sido, desde luego, totalmente nula durante el fin de semana; más aún: él ni siquiera había vuelto a poner en on a sus Ferobots, tales el disgusto y la rabia que sentía.
Cuando, como era habitual, Miss Karlsten le convocó a su despacho, el rostro de Jack no pudo dejar de evidenciar lo contrariado que se hallaba y, como no podía ser de otra manera, su jefa le preguntó al respecto.  Al principio él respondió de manera parca y buscando desviar el tema pero ante la insistencia de ella terminó por contarle lo ocurrido.  Aun cuando no hubiera motivo para esperar otra cosa, la perplejidad se apoderó de él cuando Miss Karlsten, de modo análogo a cómo había reaccionado Laureen pero de modo más desaforado y estruendoso, sólo rio a carcajadas ante la noticia.   Jack se sentía disminuido, humillado; y lo más absurdo del caso era que el responsable de ello era una simple máquina.  Pero, claro, bien conocía las virtudes de aquellas “simples máquinas” desde el momento en que él mismo había comprobado que, al estar con sus Ferobots, dejaba de verlas como robots para, lisa y llanamente, sentirse como si Theresa Parker o Elena Kelvin estuviesen en verdad con él.  ¿Por qué habría de ocurrirle algo distinto a su odiado vecino con el robot que era copia de Laureen?  Por cierto, hablando de Roma…
“Miss Karlsten, se encuentra aquí el señor Luke Nolan…” – se escuchó decir a una voz en el conmutador.
“Háganlo pasar…” – respondió ella.
Jack se ahogó con su propia saliva y tosió, removiéndose en su asiento.  No estaba en sus cálculos la presencia de Luke; había pensado que sería Goran el único ajeno a la oficina que asistiría esa mañana.
“Lo llamé a Luke para supervisar por si ocurriera cualquier imprevisto… – explicó Miss Karlsten como si se sintiera en la obligación de hacerlo -.  Él fue quien hizo los cambios en el Merobot y pensé que sería bueno tenerlo cerca por si algo llegara a complicarse…”

Jack no contestó; sólo se mordió la comisura del labio inferior sin decir palabra alguna.  Tampoco era que pudiese decir gran cosa considerando que, después de todo, la convocatoria inicial a su vecino había sido su “brillante” idea, de la cual ahora, por supuesto y ante la marcha de los acontecimientos, se arrepentía sobremanera.  Cuando Luke se presentó en el despacho,  él no le correspondió el saludo ni tan siquiera levantó la vista para mirarle.
“Hola, Miss Karlsten… ¡Hola, Jack!  ¿Cómo estás?” – espetó Luke en un tono que sonó irónico a los oídos de Jack.
“¿Qué tal, Luke? – le saludó Carla, sonriente -.  Gracias por venir.  Me tomé el atrevimiento de llamarte y te pido disculpas, pero ocurre que…”
“No hay nada que agradecer, Miss Karlsten… Creo que es una buena idea que yo esté aquí…” – le respondió Luke sin dejarla terminar de hablar.  Jack miró de soslayo a su jefa, esperando ver un gesto de fastidio o de furia ya que no le gustaba que se la interrumpiese; nada de ello: seguía sonriente.  Definitivamente, Carla Karlsten era otra… y no quedaba otra posibilidad más que pensar que ese robot que se hallaba en la “habitación secreta” era el responsable de tan notable cambio…
El siguiente en llegar fue, obviamente, Goran Korevic, quien lo hizo una media hora después que Luke y, fiel a su estilo, saludó efusivamente a Carla y a Jack, en tanto que cortésmente a Luke.
“¡Carrrla querrrida! ¡Qué alegrrría verrrte después de tanto tiempo!  ¡Se te ve muy bien, porrr cierrrto!  ¡Siemprrre una mujerrr tan elegante y herrrmosa!”
Lo que parecían ser lisonjas de parte de Goran no eran en realidad actitudes fingidas y Jack lo sabía: no sólo era parte de su estilo, sino que además estaba en verdad muy agradecido con la firma y, en especial con Miss Karlsten y con él por aquella deuda que una vez lograran cobrarle.  Resultaba extraño ver a Goran vestido como cualquiera que camine por las calles y sin cuero, látex o capa.  No obstante, el bolso que llevaba echado al hombro hacía sospechar que su atuendo “normal” era sólo provisorio.
“Bueno… y, a verrr… ¿Dónde es que tienes esa máquina de la que me ha hablado Jack?” –indagó Goran, siempre a viva voz y efusivamente.
Máquina: así era como Goran solía referirse a los robots; era de la vieja guardia y, como tal, defensor acérrimo de la separación entre tecnología y erotismo.  Miss Karlsten se levantó de su asiento y conminó a los tres a  seguirle hacia su “búnker”.
Una vez dentro, la cara de Goran se encendió y los ojos se le abrieron maravillados.  De todas las personas que pudiesen llegar a entrar en aquel antro de Miss Karlsten, él era, quizás, el único, que no sólo no iba a mostrar sorpresa alguna sino incluso, e inversamente, obnubilación.  Con expresión azorada y evidente deleite fue recorriendo con la vista cada uno de los elementos que poblaban el lugar: cepos, látigos, fustas, mesas de estiramiento, grilletes;  todo eso era, para él, lo más parecido que podía haber a una especie de pequeño paraíso.  Sin embargo, la expresión de su rostro fue claramente otra cuando detuvo la vista en el robot, de pie en el medio de todo aquello.
“¿Es… ése?” – preguntó.
Era extraño para Jack oírle inseguro y vacilante, pero así era como sonaba.  A Goran no le gustaban los robots y si a eso se le adosaba el aspecto increíblemente humano del que tenía enfrente, no debía sorprender que el artista del sado sintiera un cierto helor correr por sus venas.  Pero lo más sorprendente de todo, incluso para Jack, era que el Merobot no se hallaba en off, como cabía esperar, sino que, por el contrario, les miraba sonriente.  Les saludó primero de manera general y luego específicamente a Goran:
“Goran Korevic, ¿verdad?  Carla me ha hablado mucho de usted…”
El aludido dio un respingo y echó sus hombros hacia atrás como si hubiera recibido una violenta sacudida.
“¿Es… un robot?” – preguntó, estupefacto.
“Así es, Goran… – le confirmó Miss Karlsten -.  Te presento a mi precioso… Dick”
Al presentarlo, señaló con su dedo índice en dirección al formidable pene que pendía entre las piernas del Merobot y que había sido, de hecho, el motivo fundamental al momento en que ella decidiera darle ese nombre.  Jack miró de soslayo a Goran y lo notó turbado; le entró un súbito temor de que éste se echara atrás en el plan.
“Carla… – dijo Jack -.  ¿Por qué lo tienes encendido?”
“Se supone que debe ver lo que va a ocurrir, ¿o no?” – respondió ella mientras miraba a su robot con ojos llenos de deseo sexual mezclado con ternura.
“Creí que empezaríamos con el robot en off, tal como lo hicimos antes… – replicó Jack – y dejarlo que se encienda solo en cuanto detecte placer… ¿No era así?”
“Hmm, no, creo que no hablamos nada de eso… Lo habrás dado por sobreentendido y, en realidad, no es una mala idea, pero… ¿sabes qué?  No… puedo apagarlo.  No puedo hacerlo…”
Cada vez Jack reconocía menos a su jefa; la transformación que se estaba operando en ella no dejaba de sorprenderle.  Estaba claro que Carla quería ver a su robot como humano y, siendo así, era lógico pensar que el desactivarlo con simplemente pulsar un control remoto sería algo que, de algún modo, atentaría contra la imagen que en su mente quería alimentar.  A un amante no se lo pone en off…
Luke miraba la escena sin opinar ni hacer observación alguna; Jack le miró de soslayo y, por primera vez desde su llegada, le habló:
“¿Cómo lo ves, Luke? ¿Es conveniente?”
Nolan se encogió de hombros.
“En principio no debería haber problema alguno… – repuso -.  Si el robot… – de pronto su mirada se posó en el Merobot y le cambió la expresión, como si recalara en el hecho de que no convenía dar detalles del plan siendo que el mismo estaba activo y oyendo -, en fin… no va a hacer nada… Y, por supuesto, aun si lo hiciera, nunca dañaría a Goran…”
“Por primera ley de Asimov…” – apostilló Jack.
“Exacto…”
“Asimov, Asimov… – farfulló Goran, cuyo rostro había perdido su expresión habitualmente alegre -.   No sé quién serrrá perrro yo no confío en rrrusos. “
Aun dentro de lo contrariado que se hallaba, Jack no pudo reprimir una risita ante el prejuicio localista y balcánico de Goran. 
“Carla… – intervino Jack -; creo que sería mejor que el robot no estuviese activo para que nuestro amigo Goran pudiera moverse con tranquilidad…”
“Cálmense… – conminó Miss Karlsten -.  ¿Acaso tienes mala memoria, Jack?  ¿No recuerdas que te hablé acerca de inmovilizar al Merobot?”
Era cierto.  Lo había hecho.  Sin embargo, no se había vuelto a mencionar el asunto desde que ella lo hiciera por primera vez y Jack no podía imaginar cuál era el modo en que ella pensaba hacerlo.  Siempre sonriente, Miss Karlsten caminó por delante del grupo y se dirigió hacia la tabla circular contra la cual ella misma había estado atada mientras era azotada por Jack.  
“Ven, Dick” – ordenó a su robot quien, como no podía ser de otra manera, respondió solícito a la orden de su dueña.
Una vez que lo tuvo ante sí, Miss Karlsten lo ubicó contra la madera pero no de frente, como lo había estado ella o como solía ubicar a sus jovencitos para azotarlos, sino exactamente al revés: es decir, de espaldas contra la estructura.  Ordenó al Merobot que separara un poco sus piernas y estirara los brazos, de tal modo de hacer calzar tanto sus tobillos como sus muñecas en los grilletes para luego cerrarlos.  El bello androide quedó allí, expuesto en su magnífica desnudez y en una posición que remitía al hombre de Vitruvio del famoso dibujo de Da Vinci.  Ella, apoyándole una mano en el pecho, le besó en los labios y luego le acarició el pene.  Finalmente se volvió hacia el grupo y, específicamente, hacia Goran:
“¿Te sientes más tranquilo así?” – le preguntó.
Goran asintió pensativo: no daba la impresión de estar plenamente convencido pero sí algo más que un rato antes.  En ese momento bajó al piso el gran bolso que llevaba echado a su espalda.  Se encogió de hombros.
“¿Y porrr qué no? – repreguntó, haciendo uso de su clásico latiguillo -¿Dónde puedo mudarrrme de rrropa?”
Cuando Goran reapareció en la “habitación secreta” unos minutos después, su atuendo y su aspecto eran ya los que Jack le conocía y le había visto en el circo.  Hasta parecía que la ropa le transformase en todo sentido, ya que daba la impresión de haber dejado atrás las dudas y vacilaciones que evidenciara sólo un momento antes.  Luke quedó, obviamente, anonadado, ya que era el que menos sospechaba con qué se toparía.  Goran lucía sus botas y su short de cuero, dejando al descubierto la mayor parte de su físico de luchador de catch, musculoso pero a la vez relleno y algo panzón.  Llevaba puesta también la capa que solía utilizar en el circo así como la máscara que cubría la mitad de su rostro; faltaban sólo las asistentes y las antorchas para que Jack creyera estar viendo una función del Sade Circus…, además del público, por supuesto, que en este caso era bastante diferente y menor en número…
Goran llevaba en mano su infaltable látigo, el cual hizo restallar contra el piso provocando que Miss Karlsten casi saltara del piso y comenzara a temblar; la inminencia de lo que se venía le provocaba temor y excitación en la misma medida.  Por su parte, Luke Nolan también parecía algo turbado por la escena.
“Bien…, creo que soy el que sobra aquí – anunció Jack -.  Estaré en la oficina…”
Miss Karlsten le dirigió una mirada de reproche pero a la vez implorante; como si le estuviese diciendo: “no me dejes con extraños”.  Jack decidió, por lo tanto, cambiar su plan y recular en su incipiente intento por alejarse de allí.  Luke, por el contrario, parecía interesado en el gratuito espectáculo que estaba a punto de presenciar.
Goran, con gesto circunspecto, miró durante un instante al Merobot que estaba unido con grilletes a la tabla circular.  Luego volvió la vista en dirección a Miss Karlsten y fue como si se transformase nuevamente.  Ella estaba de pie, casi en el centro de la habitación y él le caminó en derredor.  Un frenético temblor la invadía, lo cual podía advertírsele tanto en las piernas como en el repiqueteo tintineante que hacían los tacos contra el piso.  Su semblante reflejaba un intenso nerviosismo pero Jack, que bien la conocía, notaba también inequívocas señales de morbo y excitación.  Goran se detuvo a espaldas de Miss Karlsten y jugó durante un momento con el suspenso.  Ella pareció inquietarse y amagó a llevar el mentón sobre su hombro para tratar de ver de soslayo y por encima del mismo; quería, obviamente, saber qué hacía Goran a sus espaldas.  No pudo, sin embargo, terminar de girar la cabeza; el látigo restalló nuevamente en el suelo, a escasos centímetros de sus pies, por lo cual ella, casi como si hubiera recibido una descarga eléctrica, se vio obligada a volver la vista hacia el frente y bajarla inmediatamente hacia el piso. 
“¿Quién te ha dicho que podías mirrrarrrme, puta?” – inquirió Goran, dando a las palabras un tono que era a un mismo tiempo despreciativo y grandilocuente.
Luke abría enormes los ojos, pareciendo que éstos fueran a escapársele de las órbitas: todo aquello constituía para él un espectáculo nuevo.  En cuanto a Jack, no pudo evitar sentir una sacudida; mirando hacia el rostro de Miss Karlsten, lo notó terriblemente pálido.  Lo que acababa de decir Goran era, por cierto, una absoluta prueba de fuego para ella, pues aunque  el propio Jack hubiera proferido palabras humillantemente soeces al someterla, la historia era enteramente otra al ser las mismas pronunciadas por alguien con quien no tenía intimidad ni confianza; por otra parte, de boca de Goran las palabras sonaban infinitamente más despreciativas y degradantes: le salían naturalmente.  Se había llegado a un punto de inflexión: a partir de allí podía ocurrir que Miss Karlsten se bajara del plan y mandara a Goran al demonio o bien que, simplemente, aceptase su rol en el juego que el artista del sado proponía y para el cual, de todas formas, era ella misma quien le había convocado.  El látigo volvió a restallar en el suelo…
“Te he hecho una prrregunta, puta – rugió Goran -.  ¿Alguien te ha dicho que puedes mirrrarrrme?”
Sin dejar de temblar, Carla sacudió la cabeza mientras mantenía la vista clavada en el piso.
“N… no, G… Goran, nadie me lo ha dicho…”
Un nuevo restallido del látigo, cuya cola esta vez pasó por entre las pantorrillas de Miss Karlsten e impactó contra el piso justo entre un pie y otro.
“¡Me llamas Señorrr! – atronó Goran -.  ¿Está entendido?”
Carla no lograba controlar el temblor de su labio inferior; jamás Jack la había visto así.  Este último echó una rápida mirada hacia el robot pero el mismo seguía sereno, sonriente y de espaldas contra la madera.  Por un momento Jack llegó a temer que los receptores del Merobot, aunque inhibidos por Luke para percibir el dolor, pudiesen sí percibir el miedo, en cuyo caso no había forma de saber de qué modo iría a reaccionar el androide.  Sin embargo, no había trazas de ninguna actividad fuera de lo normal y ni siquiera se lo veía tironear de los grilletes o forcejear por liberarse de ellos.  Todo iba, al parecer, sobre rieles…
“S… sí, señor” – musitó Carla, tan temblorosa su voz como todo su cuerpo.
“¡Así me gusta, puta de mierrrda!” – le espetó Goran al tiempo que, tomándola por los cabellos desde atrás, le acercó tanto la boca al oído que ella hasta sintió las gotitas de saliva impactando contra el lóbulo de su oreja al mismo tiempo que emitía un agudo quejido de dolor…
De manera casi maquinal, Jack dirigió la vista hacia el Merobot, al igual que lo hizo Luke.
“No percibe nada… – susurró este último con aire satisfecho -.  Todo marcha de acuerdo a lo planeado…”
Jack no dijo nada; tenía que admitir que lo que decía su odioso vecino era cierto a juzgar por la pasiva actitud observable en el androide, pero a la vez abrigaba sus dudas acerca de qué pasaría si el dolor de Carla iba en aumento: ¿hasta qué punto un simple tirón de cabellos podía tomarse como medida?…
Por cierto, Goran no soltaba la melena de Miss Karlsten sino que, por el contrario, jalaba aun más de ella obligando a la poderosa ejecutiva a echar su cabeza aun más atrás y quedar con su rostro mirando hacia el techo, en el supuesto caso de que realmente pudiera verlo ya que sus ojos estaban cerrados por el dolor.
“Besa el látigo – le ordenó Goran, apoyándole el mango sobre los labios entreabiertos -.  Bésalo, puta, jeje… Besa el látigo que va a castigarrrte…”
Se trataba, por supuesto, del clásico mango en forma de pene que Jack había visto a Goran utilizar durante su número en el circo.  En una escena que hubiera desafiado la credulidad de cualquiera que la conociese, ella lo besó tal como su señor le ordenaba.  Goran rió satisfecho y redobló la apuesta.
“Abrrre la boca – ordenó, jalando aun más de los cabellos de Miss Karlsten  -.  Ábrrrela, puta…”
La orden, en realidad, resultaba casi innecesaria ya que el dolor provocado por el tirón de cabellos obligaba a Carla a abrir su boca cuán grande era y ello fue aprovechado por Goran para introducirle sin delicadeza alguna el mango en forma de pene.  Ella pareció sufrir una arcada y su cuerpo se sacudió en una convulsión ya que Goran le había llevado el mango del látigo bien adentro hasta tocarle las amígdalas.
De pronto Jack vio incrementadas sus ganas de no estar allí.  Era extraño: la escena era, en sí, una delicia aun a pesar de que ese tipo de juegos no eran lo suyo.  Por más cariño que le tuviera a Carla, el hecho de verla degradada de ese modo no dejaba de provocar el morbo de algo que uno ha esperado ver por mucho tiempo;  y sin embargo, a la vez, Jack sentía también algo que no podía definir y que ni siquiera había sentido el día en que él mismo, jugando a ser amo y señor de ella, la había sometido, insultado y degradado…: sus sentimientos para con ella revestían definitivamente un carácter distinto desde que el androide parecía haber pasado a desempeñar un rol tan importante en la vida de Carla .  Por eso mismo, ahora le costaba verla sufrir; aprovechando, por lo tanto, que ella no le estaba viendo, decidió que era el momento justo para escabullirse y salir de allí.  Despaciosamente, se giró y se encaminó hacia la oficina contigua, es decir al despacho en el cual habitualmente trabajaba Miss Karlsten; mientras lo hacía, echó un vistazo al robot y comprobó que permanecía igual de pasivo…
Ni Miss Karlsten ni Goran parecieron percatarse del retiro de Jack, pero quien sí lo hizo fue Luke, que le siguió con la mirada mientras se marchaba.
“¡Ahorrra desnúdate, puta! – rugió Goran -.  ¡Hazlo o llamo a algún empleado tuyo parrra que lo haga!”
Era, por cierto, la peor amenaza que podían hacerle a Carla.  La perspectiva de verse humillada de tal modo por uno de sus subordinados era peor que cualquier degradación.  Goran le soltó el cabello y ella, prestamente, se fue quitando una prenda tras otra.  Un sexto sentido pareció decirle que Jack ya no estaba allí, pero en cuanto intentó girar la cabeza para comprobarlo, el látigo de Goran restalló en el piso nuevamente.
“Aprrresúrrrate, puta”
Una vergüenza indescriptible le invadió a ella al saber que se estaba desvistiendo en presencia de Luke Nolan, quien en realidad era un tipo al que sólo había visto dos veces en su vida.  Pero el halo de poder que Goran irradiaba era de tal magnitud que la llevaba a obedecer sus órdenes sin chistar y por muy poco que le gustaran.  Una vez que la tuvo desnuda y estando ocupada la habitual tabla de los castigos por el androide que permanecía unido a la misma por grilletes, Goran la llevó hacia la mesa de estiramiento y, apoyándole una mano en la nuca, la obligó a inclinarse. Una vez que ella tuvo vientre, pecho y mejilla aplastados contra la mesa, él le tomó una mano y, con una cinta de cuero, amarró su muñeca a una argolla que sobresalía de uno de los costados de la mesa; luego hizo lo propio con la otra.  Así, la poderosa Carla Karlsten quedó expuesta e indefensa, presta a recibir el látigo sobre su desnuda humanidad. 
Luke Nolan, desde ya, no paraba de admirarle su físico y se detuvo de manera especial en su trasero, abrigando la sádica esperanza de que el artista del sado tuviera entre sus planes ensañarse con aquella parte del cuerpo de la ejecutiva.  Goran, entretanto, hizo bailar varias veces la cola del látigo en el aire y todo parecía indicar que el castigo comenzaría de un momento a otro.
“¿N… no va a amordazarme, S… señor?” – preguntó tímidamente Miss Karlsten a quien, claro, producía escozor la idea que sus aullidos de dolor resonaran por todo el piso y llegaran a oídos de sus empleados.
La respuesta fue un seco chasquido y un latigazo que cayó sobre su espalda, arrancándole un grito hiriente que pobló la habitación mientras su cuerpo se retorcía.
“En prrrimer lugarrr, nadie te autorrrizó a hablar – le recriminó Goran -.  En segundo lugarrr, la rrrespuesta es… ¡Nooo!  Vas a sentirrr la humillación de que tus empleados escuchen tus alarrridos de dolorrr”
Un nuevo latigazo impactó contra la humanidad de Carla, esta vez directamente sobre sus nalgas, lo cual provocó que Luke se mordiera el labio inferior con morboso disfrute.  Oyendo desde la oficina, por el contrario, Jack no podía evitar sentir el impacto de cada latigazo como si impactara contra su propio cuerpo, cosa que no le había ocurrido al azotar a Carla unos días atrás.  Extrañamente, escuchar el castigo era mucho peor que verlo o impartirlo…  Imaginar las escenas puede ser peor que verlas…
El látigo fue alternadamente de la espalda al magnífico trasero de Miss Karlsten y luego nuevamente a la espalda.  Luego, Goran se ensañó especialmente con esa última parte del cuerpo de la hermosa ejecutiva y los azotes cayeron uno tras otro de manera casi ininterrumpida.  La escena empezó a ser demasiado fuerte incluso para Luke, a quien hasta le comenzó a invadir un cierto remordimiento.  Echándole un nuevo vistazo al Merobot  y comprobando así que se mantenía sin reacción, imitó a su vecino y se dirigió hacia la oficina contigua. 
Una vez allí y mientras aún llegaba a sus oídos el chasquido de los latigazos mezclándose con los alaridos de Miss Karlsten, Luke se encaró con su vecino Jack Reed, quien permanecía fumando y sentado sobre el escritorio de su jefa.
“¿Tampoco lo pudiste soportar…?” – preguntó Jack, dirigiéndole una mirada de hielo.
“No… – respondió Luke negando con la cabeza -.  Esto ya… es demasiado… El dolor no es lo mío…”
“Lo tuyo son los Ferobots…” – le espetó Jack con tono mordazmente acusador.
“¿Y lo tuyo no…?” – repreguntó Luke con un revoleo de ojos que denotaba tanta ironía como el comentario de su vecino.
“Eres un maldito hijo de puta…”
“Eso es algo que ya he oído este último fin de semana…”
“Pedazo de mierda…”
“Jack…, verdaderamente no te entiendo… Tú compraste dos Ferobots, yo sólo uno… ¿Cuál es la razón por la que piensas que el consumo es exclusiva potestad tuya?”
“Muérete…”
“Lo haré cuando llegue mi momento – se mofó Luke -; mientras tanto pienso seguir disfrutando de mi Ferobot…, hmm, bueno, si es que Laureen realmente no me mata antes, jaja…”
“No la llames Laureen…”
“¿Cómo llamas tú a tus Ferobots?  ¿No las llamas Theresa y Elena acaso…? ¿O piensas que…?”
No logró terminar la frase; súbitamente Jack fue hacia él y, sin hacer mediar más palabra, estrelló contra el mentón de su vecino el demorado puñetazo que no había podido asestarle el fin de semana… El impacto fue tal que Luke cayó al suelo sentado, tomándose la mandíbula…
“Jack… – balbuceó, mientras un hilillo de sangre le chorreaba del labio inferior -.  Somos vecinos y… supongo que amigos… ¿crees que ésta es forma de tratar a un vecino y amigo?”
Trabajosamente, se fue poniendo en pie pero cuando finalmente estuvo vertical, recibió un nuevo impacto en pleno rostro… Luke corcoveó y trastabilló, pero esta vez consiguió no caer sino que, con esfuerzo, se mantuvo en pie.  La situación era perfecta como para que Jack le asestase un nuevo puñetazo pero, para sorpresa de éste, Luke mostró su primera reacción; contraatacando, cargó sobre el cuerpo de Jack estrellándole un cabezazo contra el pecho a la vez que, tomándolo por la cintura, lo hacía caer de espaldas al piso… Una vez que lo tuvo allí, le arrojó una seguidilla de golpes al rostro mientras Jack no conseguía reponerse de la sorpresa ya que jamás hubiera esperado tal reacción de su vecino a quien siempre había visto como un tipo pacífico, retraído y hasta algo tonto.  Aun así y a pesar de lo desfavorable que era la situación de Jack al tener a Luke encima de él procuró recuperar algo de iniciativa y asestó varios puñetazos seguidos contra el estómago de su vecino.  Y así, los golpes de pugilato que ambos se propinaban mutuamente se sumaron al seco sonido de los latigazos y a los quejumbrosos alaridos de dolor que llegaban desde la habitación contigua…
El Merobot seguía impasible, inmovilizados tanto sus tobillos como sus muñecas por medio de los grilletes, así, mientras Goran Korevic seguía haciendo caer el látigo una y otra vez sobre las espaldas de Carla Karlsten con sádico deleite, el androide no reaccionaba en lo más mínimo pues sus receptores no percibían actividad alguna que evidenciara que su dueña estaba sufriendo algún daño o dolor… Pero entonces ocurrió lo que no estaba en ningún plan…
Era tanto el frenesí con el cual ahora Goran castigaba la espalda de Miss Karlsten que, por primera vez desde que se iniciara la azotaína, un delgado hilillo de sangre se dejó ver por debajo de uno de los omóplatos de Carla… Cuando ello ocurrió, la expresión en el rostro del androide cambió totalmente… Sus circuitos comenzaron a zumbar; su cerebro positrónico estaba buscando resolver un conflicto: no había dolor; eso era lo que le decían sus receptores.  No había actividad ligada al dolor en los neurotransmisores de su dueña, pero entonces… ¿por qué esa gota de sangre?  Una fuerte contradicción estalló dentro de su cerebro; un conflicto nuevo ante el cual no sabía cómo actuar: sus receptores le decían una cosa, pero su sentido de la visión le estaba diciendo otra… En el amplio campo de las imágenes que podían captar los ojos del robot, la visión de sangre que no estuviese circulando por las arterias sino por fuera de ellas sólo podía evidenciar dolor y sufrimiento en la persona…  Una tormenta interna se estaba librando en su interior… Sus muñecas se tensaron; su cuerpo empezó a manifestar unas sacudidas muy semejantes a convulsiones… y comenzó a tironear con fuerza de los grilletes que aprisionaban sus manos del mismo modo que sus pies hacían lo propio para librarse de los suyos.
Goran, mientras tanto, seguía azotando la espalda de Miss Karlsten sin darse cuenta de nada, ni siquiera de que, ya para ese entonces, el delgado hilillo de sangre se estaba engrosando hasta convertirse en una línea bien visible.  El robot incrementó la fuerza con la cual tironeaba de los grilletes hasta que un seco crujido metálico indicó que los mismos habían cedido o, lo que era lo mismo, que sus manos y pies ya estaban libres… El sonido de los grilletes al ceder provocó que tanto Carla como Goran giraran a un mismo tiempo la cabeza hacia el androide, súbitamente libre… El rostro de la ejecutiva evidenciaba sorpresa pero también fascinación: Carla Karlsten no podía creer que su “Dick” hubiese sido capaz de semejante portento por protegerla a ella.  En el rostro de Goran, en cambio, sólo había lugar para el terror, al punto que la tensión de su mano se aflojó y el látigo cayó; quizás fue un acto instintivo o bien el artista del sado llegó a pensar que el androide se calmaría si dejaba de castigar a quien era dueña del mismo.  Fuese como fuese, no funcionó…
El Merobot avanzó resueltamente hacia Goran, ya para entonces petrificado y carente de reacción.  Utilizando la fuerza de sus potentes brazos, el robot lo levantó en vilo como si se tratase de un saco de plumas y lo arrojó violentamente contra la pared.  El cuerpo de Goran impactó con tal fuerza que el artista del sado quedó en el piso, aturdido y desvanecido.  Si el golpe contra la pared no le partió el cráneo fue porque la máscara de cuero que utilizaba funcionó como un excelente amortiguador.
Carla no salía de su asombro.  Atada como estaba a la mesa de estiramiento, miraba al robot boquiabierta y sin terminar de asimilar la situación… La primera ley de Asimov le retumbó en la cabeza: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.  Pues bien, estaba claro que el androide había respondido perfectamente a la segunda parte del enunciado, pero…. ¿qué diablos había pasado con eso de no hacer daño a un ser humano siendo que había arrojado a Goran con una fuerza que hasta podría haberle matado?  Lo que en realidad estaba ocurriendo, pero que Carla no sabía, era que la contradicción lógica había terminado por desequilibrar el cerebro positrónico del robot: de algún modo se hallaba en “cortocircuito” al haber entrado en juego dos conceptos aparentemente contradictorios.  Pero lo que Carla quería creer era otra cosa: prefería pensar que ella había despertado en su “Dick” algo diferente; una especie de “instinto oculto” dentro de la máquina o bien… alguna dosis fuerte de humanidad que había terminado por imponerse sobre su lógica de robot.  Por eso mismo no dejaba de mirar al Merobot entre perpleja y maravillada, con su rostro iluminado y el labio inferior caído…
El robot llegó junto a ella y cortó cada ligadura de un solo tirón.  Una vez que tuvo las manos libres, Miss Karlsten se giró por completo hasta encararse con él.  Le sostuvo la mirada al hablarle…
“No… puedo creer lo que hiciste por mí”
“Jamás podría dejar que te hicieran daño…” – le dijo él.
Y sus labios se confundieron en un profundo y prolongado beso.  Fue él quien, en determinado momento, interrumpió el mismo y, acariciándole la mejilla con suavidad, la apartó un poco…
“Tenemos que salir de aquí…” – le conminó.
“¿De… qué hablas?” – preguntó ella, frunciendo el ceño y evidentemente confundida.
“Voy a sacarte de este lugar…”
Sin más trámite, tomó a Carla y se la echó al hombro de tal modo que ella quedó pendiendo cabeza abajo contra la magnífica espalda del androide en tanto que sus piernas, atrapadas por el brazo del mismo, caían hacia adelante a lo largo del pecho.  Llevando de ese modo a su dueña, el robot se dirigió hacia la oficina para encontrarse allí con el extraño espectáculo de dos tipos tomándose a golpes.  La impresión recibida por estos últimos fue tal que interrumpieron su golpiza y sus ojos se abrieron enormes e incrédulos.  Fue, particularmente, Jack quien reaccionó.  Sacando de un empujón a Luke de encima suyo, se incorporó y fue contra el androide a los efectos de liberar a Carla; su tentativa, sin embargo, quedó condenada al fracaso cuando, con un potente y violento manotazo, el androide lo barrió de su camino haciéndolo caer aparatosamente contra el escritorio. 
Aun dolorido y golpeado, Jack accionó el conmutador y llamó al personal de seguridad, los cuales rápidamente se hicieron presentes en el lugar.  La sorpresa de éstos al ingresar en el despacho no fue menor que la que habían experimentado instantes antes Jack y Luke; diríase mayor aun por no tener idea acerca de la existencia del Merobot ni, mucho menos, del contexto que llevaba a la delirante escena que tenían ante sus ojos: su jefa, absolutamente desnuda, siendo cargada al hombro por un tipo de portentoso físico e igualmente desnudo.  Empuñando sus armas, fueron haciendo un cerco en torno al robot pero sin atreverse a disparar ya que ello podría significar poner en riesgo a Miss Karlsten.
El androide miró a todos lados y, finalmente, fijó la vista en el amplio ventanal.  Dirigiéndose hacia el mismo, lo golpeó varias veces con el puño cerrado y el blindex se fue, poco a poco, astillando, mientras los efectivos de seguridad no hacían más que repetir, inútilmente, la voz de alto.  El robot, desde ya, estaba programado para obedecer órdenes humanas, pero la realidad era que, ya para ese entonces, se hallaba totalmente fuera de sí y sus reacciones estaban lejos de ser medianamente previsibles.  El blindex, finalmente, estalló y cayó pulverizado dejando el ventanal libre.  Una expresión de terror se apoderó de todos los presentes en la oficina y, muy especialmente, de Jack Reed, al ver cómo el androide saltaba hacia el otro lado del ventanal llevando a Carla Karlsten como carga humana… 
                                                                                                                                                                                CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “Detective Conan – Detrás de las cámaras ” (POR TALIBOS)

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DETECTIVE CONAN: DETRÁS DE LAS CÁMARAS.

Me llamo Conan Edogawa. Supongo que, si estás leyendo esta historia, sabes quien soy y lo que me ha pasado, pero claro, habrá lectores que no tengan ni idea de lo que me sucedió, así que les haré un pequeño resumen.
Mi verdadero nombre es Shinichi Kudo, y soy detective. A pesar de ser todavía un adolescente, he resuelto cientos de casos. Robos, asesinatos, secuestros, ningún crimen se me resistía… Hasta que me topé con los hombres de negro.
Estos tipos conforman una peligrosa organización criminal, de la que tuve noticias por primera vez mientras resolvía un asesinato en un parque de atracciones. Estos criminales, para librarse de mis pesquisas, me obligaron a beber un veneno que habían desarrollado ellos mismos. Por suerte, el brebaje falló, así que no acabé muerto, pero tuve que sufrir un inesperado efecto secundario: rejuvenecí varios años, volviendo a convertirme en un crío de primaria.
Ayudado por el profesor Agase, un científico amigo mío, conseguí mantener en secreto mi situación, y acabé viviendo bajo el mismo techo que la chica de la que estaba enamorado, Ran Mouri, una morenaza deportista con un cuerpo de impresión y un carácter de perros, la cual pensaba que Sinichi estaba de viaje por un caso y yo era un primo lejano de visita.
Imagínense el infierno en que se convirtió mi vida a partir de entonces, convivir con la chica que amas, atrapado en un cuerpo infantil, mientras tu mente adolescente se llena de pensamientos muy poco infantiles.
Esto no aparece en los comics, ¿verdad? Apuesto a que ninguno de ustedes se ha parado a pensar en la tormenta desatada en mi interior. Vivir con Ran, verla día a día, era algo a la vez maravilloso y enervante.
Y claro, lo peor era que ella no sabía nada y me tomaba por un simple crío, por lo que no se cortaba en pasearse vestida “cómoda” delante mío, vestiditos veraniegos, pantaloncitos cortos y lo peor de todo, toalla de baño rodeando su juvenil cuerpo tras darse una ducha…
Y yo, más caliente que un mono, en celo permanente, trataba de huir de ella, sabedor de que, si me quedaba a su lado cuando me asaltaban esos impulsos, podía abalanzarme sobre Ran, lo que, en el mejor de los casos, acabaría con mi tapadera y en el peor, Ran, que era campeona de karate, podía cortarme las pelotas.
Mis pelotas… tema interesante, que me lleva a otra cuestión nunca abordada en los comics… Mis atributos masculinos no habían rejuvenecido con el resto del cuerpo. Sí, sí, lo que oyen, mi polla continuaba siendo la de un adolescente de 16 años, lo que suponía un problema adicional.
Y es que no se imaginan lo que me costaba ocultar en casa mis erecciones matutinas, o lo difícil que me resultaba esconder mi empalmada cuando Ran me obligaba a tomar un baño con ella (costumbre muy japonesa). La chica se reía de mí, pensando que yo era increíblemente tímido para mi edad, sin imaginar siquiera que, si me mostraba ante ella en todo mi esplendor, podía saltarle un ojo de un pollazo. Qué dura es mi vida.
Pues así trascurría todo, ocultándole continuamente a mi amor mi auténtica identidad y resistiendo los impulsos de asaltarla. Infernal.
Y la cosa siguió así durante bastante tiempo, hasta el bendito día en que Sonoko nos invitó a pasar un fin de semana en la casa de montaña de su familia. Les cuento.
Sonoko Suzuki es compañera mía y de Ran del instituto. Sin duda, es la mejor amiga de mi amorcito, se lo cuentan todo. Físicamente no está nada mal, rubia, buen cuerpo y con mucho dinero, aunque tiene un defectillo que yo siempre encontré enervante. Es bastante pendón.
Ante la ausencia de mi yo adulto, Sonoko trataba siempre de convencer a Ran para salir por ahí a ligar. La chica tenía novio, pero el pobre no sabía el tamaño de la cornamenta que portaba, pues Sonoko no dejaba pasar ni una oportunidad. Y trataba de que Ran hiciera lo mismo conmigo. Afortunadamente, mi chica es buena persona y no le hacía caso, pero conforme pasaba el tiempo y yo no regresaba, veía como la firmeza con que Ran rechazaba las invitaciones de Sonoko de salir de marcha comenzaba a flaquear. Supongo que después de haber probado el sexo conmigo, la entrepierna debía picarle a ella tanto como a mí, y si yo no volvía…
Pues sí, señores, les revelo otro secreto que no aparece en los comics. Algún tiempo antes de mi desaparición, Ran y yo habíamos llevado nuestra relación a un nivel superior y habíamos comenzado a acostarnos. ¡Toma ya detective adolescente!
Pues eso, Sonoko, la niña rica, nos había invitado a pasar un par de días en una de las mansiones de su familia. Por suerte, la invitación me incluía a mí, pues tío Kogoro (el padre de Ran) estaba de viaje y yo no podía quedarme solo en casa. Eso me tranquilizó bastante, pues no me seducía la idea de dejar sola a Ran con el pendón desorejado, que aunque fueran a una casa pija, seguro que cerca había algún pueblo o sitio para ir de marcha.
Así que me apunté a la excursión.
El viernes por la tarde Sonoko pasó a recogernos, sentada en la parte trasera de un enorme coche. En la parte delantera iban un par de empleados del padre de Sonoko, a los que yo conocía de vista de habernos llevado en otras excursiones. El conductor se llamaba Yoshi y el otro, que actuaba más bien de guardia, creo recordar que se llamaba Taro. Era lógico que Sonoko llevara guardaespaldas, al fin y al cabo era heredera de una importante fortuna.
Las dos chicas iban vestidas de forma parecida, muy primaverales ellas, con tejidos ligeros y fresquitos. Especialmente sexy iba Ran, con una minifalda playera blanca que dejaba al aire sus torneadas piernas, esculpidas a conciencia con sus duros entrenamientos. Y yo, bajito como era, zascandileando entre las piernas de las dos chicas, procurando echar disimulados vistazos por debajo de sus falditas, para ver hasta donde lograba atisbar.
Por fin, nuestros dos guardianes acabaron de cargar las maletas en el coche y nos dispusimos a partir. Nos montamos los tres en el amplísimo asiento trasero, conmigo sentado entre las dos chicas, tratando de aparentar estar emocionado por la perspectiva del viaje, tal y como correspondía a un crío de mi edad. Pero mi mente iba ocupada en otras cosas. Ir montado en el coche entre dos pares de muslos juveniles estaba comenzando a alterar mi tranquilidad.
Y lo peor era que las dos chicas, pensando que viajaban acompañadas de un crío, no se preocupaban mucho de su ropa, así que las minifaldas se les subían continuamente, dejando al aire sus magníficos muslámenes, lo que me ponía burro total. Tratando de ocultar el bulto que comenzaba a formarse en mi pantalón, me senté al borde del asiento, asomándome entre los respaldos delanteros, fingiendo en estar muy interesado en el viaje y lo que íbamos a tardar en llegar a nuestro destino. El conductor, muy simpático, comenzó a charlar conmigo, diciéndome que aún nos quedaban un par de horas de viaje. Continué hablando con él un buen rato, haciéndole preguntas lo más infantiles posibles, y como el tío era buena gente y me respondía a todo, pasé un rato bastante agradable, en el que logré olvidarme un poco de las chicas y tranquilicé un poco mi erección.
Mientras, ellas proseguían su cháchara a mis espaldas. Como no les prestaba mucha atención, no sé muy bien de qué hablaron, aunque capté retazos en los que hablaban de darse un baño en las fuentes termales que había en la mansión. No me pilló de sorpresa, pues ya sabía que la casa de Sonoko poseía sus propios baños calientes.
Así pasó un buen rato, hasta que, un poco cansado de ir inclinado hacia delante, me eché hacia atrás, apoyándome en el respaldo. Las chicas seguían habla que te habla, sin prestarme la menor atención, como si yo no estuviera allí.
Aburrido, me dediqué a mirar el paisaje por la ventana. Ya habíamos dejado atrás la ciudad y transitábamos por una carretera que atravesaba un área rural, aproximándonos a una zona boscosa que debíamos atravesar. Después de hacerlo, subiríamos por una carretera secundaria de montaña hasta llegar a Hayashima, un pueblecito rústico que estaba a un par de kilómetros de la casa de Sonoko.
Como seguía aburrido, comencé a prestarle un poco más de atención a mis compañeras de viaje, en concreto a sus deliciosos muslos, porque la verdad es que no me interesaba nada de lo que estaban hablando (si la conversación hubiera versado sobre chicos, yo hubiese sido todo oídos), así que comencé a echarles miraditas disimuladas, aprovechando que no me hacían el menor caso.
Descuidadamente, empecé a mirar de reojo las piernas de las dos muchachas, que estaban bastante al aire al ir sentadas con minifalda. La temperatura de mi cuerpo comenzó a subir, pues mi mirada no se apartaba de aquellos cuerpos juveniles.
Especial atención mostraba hacia Ran claro, aunque alguna que otra miradita sí que se llevó Sonoko. Embobado espiando los muslazos de Ran, mi mente empezó a divagar, viajando unos meses atrás, cuando los dos, completamente desnudos, explorábamos nuestros cuerpos en mi dormitorio.
 
Recordé cada sensación, cada olor, cada sabor de aquella tarde mágica en los que los dos nos hicimos adultos. Después hubo otras tardes, sí, pero ninguna tan cargada de electricidad como la primera vez. Recordé cómo se estremecía el cuerpo de Ran entre mis brazos mientras le besaba el lóbulo de la oreja, cómo gemía quedamente mientras mis labios se apoderaban de sus dulces pezones, cómo su mano se abría paso entre mis piernas, para acariciar torpemente mi inhiesto falo, haciendo que fuera yo el que se estremeciera…
De pronto, un brusco bote del automóvil me sacó de mi ensimismamiento. El coche había pillado un bache de los gordos, lo que nos había sobresaltado a todos.

Perdón señorita – dijo el conductor sin apartar los ojos de la carretera.
Tranquilo Yoshi – respondió Sonoko – pero ten más cuidado que casi me rompo la cabeza con el techo.
Descuide.

Fue justo entonces cuando noté el estado en que me encontraba. Me había empalmado a lo bestia. Aquello era muy problemático, pues al ser tan pequeño mi cuerpo, costaba mucho esconder una polla adolescente de tamaño normal dentro de mi pantalón. Disimuladamente, volví a echarme hacia delante, rezando para que las chicas no se hubieran dado cuenta del bulto.

Conan – dijo Ran de repente – ¿estás bien?
Sí, sí – balbuceé – sólo quiero ver la carretera.
¿Seguro? –insistió ella.
Que sí, que sí.

Para tranquilizarla me volví un poco hacia ella, esbozando una sonrisilla afable. Sin embargo, lo que vi me paralizó el corazón.
El bache había hecho que la faldita de Ran se subiera por completo, quedando prácticamente enrollada en su cintura. Su dueña, que no se había dado cuenta de nada, me miraba con gesto de preocupación, mientras que yo, con la cabeza un poco ida, clavaba mis ojos en las blancas braguitas que Ran me enseñaba inadvertidamente.
Pasaron un par de segundos hasta que Ran, siguiendo la dirección de mi mirada, se dio cuenta de lo que había pasado, y se apresuró a colocarse la falda correctamente, mientras su rostro se encendía de un vivo color rojo.
Y qué decir de mí. Pillado in fraganti, me puse colorado como un tomate, así que me apresuré a inclinarme de nuevo hacia delante, con las orejas como dos farolillos de feria. Ran, supongo que avergonzada, decidió ignorar el incidente y continuó su charla con su amiga, mientras yo le hacía nuevas preguntas tontas a Yoshi.
Seguimos así un rato, bastante la verdad, pues ya me dolía el cuello y todo por la postura. Más calmado (sobre todo de cintura para abajo), volví a sentarme entre las chicas, sin que me pasara inadvertida la mirada un poquito avergonzada que Ran me dirigió.
Decidido a ser bueno, me recosté en el respaldo, tratando de prestar atención a la conversación de las chicas, que versaba principalmente sobre trapos, música y películas, temas en los que no teníamos los mismos gustos en absoluto, por lo que volví a aburrirme. Pero eso sí, esta vez logré controlar mis instintos y no espié a las chicas, así que pronto pasó lo lógico en un crío de mi edad: me entró sueño.
Sin saber muy bien cómo, pronto me encontré dando cabezadas y como no me parecía mal echar una siestecita, me abandoné. No sé cuanto rato después me desperté y medido amodorrado, me di cuenta de que me había recostado sobre Ran. Ella, con naturalidad, había dejado que el pobre crío reposara en su regazo, de forma que mi cara estaba apoyada en sus piernas. Incluso me había echado una rebeca por encima para que no cogiera frío. Dulce Ran.
Pero claro, mi calenturienta mente juvenil volvía a actuar, pues mi mejilla estaba apoyada directamente contra la piel desnuda del firme muslo de Ran. Qué delicia. El tacto de su piel envió nuevas oleadas de cálidos recuerdos a mi mente, de forma que mi imaginación volvió a dispararse.
Pronto estuve cachondo de nuevo, pero ahora me sentía más seguro, pues la rebeca tapaba mi cuerpo (ocultando la nueva erección que experimentaba) y además las chicas creían que estaba dormido. Con disimulo, deslicé una mano bajo la rebeca, muy despacito para no llamar la atención, y la dejé reposando junto a mi cara, palpando suavemente el muslo de mi amiga.
Qué maravilla, volver a sentir su calor, el roce de su piel… se me había puesto como un leño. Muy lentamente, y siempre bajo la cobertura que me ofrecía la prenda que me tapaba, llevé mi otra mano hasta mi entrepierna, y deslizándola por la cinturilla del pantalón, me agarré con fuerza la polla, dándome delicados estrujones mientras sentía la cálida piel de Ran con la otra mano.
Aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos, no me atreví a pajearme de forma más decidida, pues la posibilidad de que las chicas me pillaran me aterrorizaba. Además, si me corría en los pantalones me iba a poner perdido y sería algo imposible de ocultar.
Así que me dediqué a acariciarme subrepticiamente, sin atreverme a nada más, pero disfrutando cada segundo del viaje. Llegué a sopesar la posibilidad de darme la vuelta en sueños, de forma que mi rostro quedara apretado contra la entrepierna de Ran, a ver si conseguía echarle un nuevo vistazo por debajo de la minifalda, pero después de que me hubiera pillado antes no me atreví.
De pronto, un nuevo bache sacudió el coche, la rebeca se desplazó, descubriéndome parcialmente, aunque, por fortuna, quedé arropado del pecho para abajo, por lo que no quedaron al descubierto mis manejos dentro de mi pantalón.

Yoshiiii – resonó la voz de Sonoko.
Lo siento señorita, ya estamos en la carretera de Hayashima, y ya sabe usted que está fatal.

Sonoko pareció aceptar las explicaciones del chofer, pero entonces se fijó en mí.

Joder con el niño – dijo Sonoko haciendo gala de su exquisita educación – no se despierta ni con un cañonazo.
Déjale que duerma – dijo Ran – el viaje ha sido muy largo para él. Todavía es un crío.

Un ramalazo de enfado recorrió mi cuerpo por las palabras de Ran. Sentí ganas de incorporarme, bajarme los pantalones y demostrarle lo crío que era en realidad. Sin embargo, opté por lo más prudente y, con cuidado, saqué la mano de los calzoncillos, liberando mi torturado pene, deseoso de obtener alivio, cosa que me propuse suministrarle en cuanto llegáramos a la mansión.

Oye tía – continuó Sonoko – ¿no te parece que te está sobando la pierna?

Me quedé paralizado. Al quitarme la rebeca de encima se podía ver mi manita apoyada en el muslo de Ran. Afortunadamente, mantuve la presencia de ánimo y no me moví ni un ápice, pues, de haberlo hecho, se habría descubierto que fingía estar dormido.

Anda, no digas tonterías – respondió Ran tras pensárselo un segundo – Todavía es muy pequeño para pensar en esas cosas.
¿Seguro? – dijo Sonoko, burlona.
Claro que sí. Simplemente está recostado como si yo fuera una almohada.
¿Y a las almohadas también las soba así?

Cómo la odié en aquel momento.

Pues yo no estoy tan segura – continuó Sonoko – Antes, cuando fui a recogeros, me di cuenta de que nos echaba miraditas por debajo de la falda.

Ran no contestó, aunque yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Yo, por mi parte, sólo pensaba: ¡Mierda! ¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!

En serio nena. Me parece que al pequeño Conan están empezando a interesarle las chicas, Ja, ja, ja.
Zorra – pensé.

La situación era jodida, pues no podía mover un músculo, pues entonces se descubriría el pastel, y se darían cuenta de que no dormía. Resignado, me dispuse a aguantar el tirón como fuera.

¿Has notado si ya le han salido pelillos en los cataplines? – dijo riendo Sonoko.
¡Sonoko! – exclamó Ran en el tono de enfado que yo también conocía.
Venga, dímelo, ya sé que os bañáis juntos. Te habrás fijado…
No.
Dímeloooo – bromeaba Sonoko – ¿O prefieres que le baje los pantalones y lo compruebe yo misma?

Sí, tú hazlo. Ahora mismo. Veremos quién se sorprende más.

Te digo que no lo sé. Es muy celoso de su intimidad. Cuando vamos al baño, no me deja que le lave ni nada. Le da vergüenza.
Yo creo que lo que le pasa es que se le pone dura y no quiere que te des cuenta…

¿Qué coño pasaba con aquella tía? ¿Era pitonisa? ¡Con lo tonta que era para todo lo demás y resulta que era ponerse a hablar de pollas y era toda una experta!
Entonces se escuchó un suave carraspeo. Provenía de uno de los asientos delanteros. Claro, Sonoko se había olvidado de que no viajaban solas y desde delante le recordaban que no dijera ninguna barbaridad. No saben lo agradecido que le estuve a quien quiera que fuese el que carraspeó.
Gracias al cielo, Sonoko, supongo que un poco avergonzada, cambió súbitamente de tema, poniéndose a despotricar de Miss Aoyama, nuestra profesora de lengua, con lo que la conversación de las chicas pasó a versar de temas más seguros para mí. Yo seguí fingiendo estar dormido, pues habría sido sospechoso que me despertara de repente, sobre todo cuando los baches no habían logrado espabilarme antes. Eso sí, me cuidé muy mucho de hacer nada raro, portándome ejemplarmente bien. Me aburrí tanto que llegué a adormilarme de nuevo.
Un rato después llegamos a nuestro destino. Ran me agitó del hombro, pues realmente me había quedado traspuesto, así que, cansinamente, me bajé del coche.
Craso error, en mi somnolencia, no me di cuenta de que, como me sucedía habitualmente en esa época, me había despertado con el miembro bien morcillón. Mientras me desperezaba fuera del coche, me encontré con la mirada entre divertida y admirada de Sonoko, que contemplaba la tienda de campaña de mi pantalón. Por fortuna, no dijo ni mú, alejándose hacia la casa con una maliciosa sonrisilla en los labios.

A tomar por el culo todo – musité.

A pesar de la presencia de los dos criados (un matrimonio muy amable) que acudieron a recibirnos, Ran y yo ayudamos con las maletas. Aún no me explico para qué coño quería Sonoko tantos bultos si íbamos a pasar allí sólo un par de días.
Tras dejar nuestros zapatos en la entrada y calzarnos unas zapatillas de cortesía, el matrimonio de guardas nos condujo a nuestras habitaciones en la planta de arriba, donde dejamos nuestras cosas. Mi cuarto era vecino del de Ran, existiendo incluso una puerta que comunicaba ambas habitaciones. Eran dormitorios a la europea, con camas, aunque el mayordomo que nos acompañaba nos indicó que si lo preferíamos, podían instalar futones japoneses, pero los dos dijimos que estaba bien así.
Mientras nos instalábamos, dejamos la puerta de comunicación abierta, pues los dos dormitorios compartían un solo cuarto de baño. Mientras colocaba mis cosas, no dejaba de echarle disimuladas miradas a Ran, que se afanaba en disponer el cuarto a su gusto. Su libro sobre la mesita de noche, su cepillo en el tocador, su ropa en el armario… ¡Qué bonita era!
Yo, más desastrado, dejé caer la maleta sobre una silla y me tumbé en la cama. Pronto Ran me anunció que iba a darse una ducha y yo, como quería alejar cuanto antes las sospechas que Sonoko había despertado sobre mí, dije que iba a salir a explorar la casa, para que Ran no pensara que iba a intentar espiarla en la ducha. Soy buen chico ¿verdad?
Como aún faltaban horas para la cena, decidí echar un vistazo por ahí, aprendiendo pronto la configuración de la mansión. Dos plantas, la baja ocupada por el salón, comedor, terraza (con piscina), la cocina… La segunda planta estaba llena de dormitorios, uno de los cuales era ocupado por el matrimonio que se encargaba de cuidar la casa, mientras que nosotros ocupábamos tres más, unos junto a otros, aunque bastante alejados de los del servicio.
Pero lo más interesante estaba abajo, en la parte trasera. Había un corredor con el suelo de madera, que conducía hasta una sauna. Al fondo, unas puertas correderas dobles daban a la gran atracción de la casa: los baños termales.
Era chocante encontrarse con algo tan japonés en una casa completamente occidental. Era un baño de los clásicos, decorado con plantas autóctonas, isletas de piedra, palmeritas y demás. Junto a la entrada, el suelo estaba alicatado con azulejos, habiendo bancos para sentarse y grifos de agua caliente y fría. Dando unos cuantos pasos, te adentrabas en los baños, formados por una fuente termal natural, que surgía de las grietas de la montaña.
El agua parecía estar bastante caliente, a juzgar por el vapor que inundaba todo el lugar, provocando una especie de neblina que lo envolvía todo, dándole un aire misterioso al sitio.
Pronto me encontré imaginándome lo agradable que sería usar esas termas para darme un relajante baño de agua caliente. Además, era la única oportunidad que tendría de tenerlos para mí solo, pues yo sabía que el plan de las chicas era aprovechar la estancia en la casa para aplicarse “baños de belleza”.
Miré mi reloj (sí, el del cómic, el que contiene dardos anastesiantes, que además da la hora) y vi que faltaba mucho para la cena. Ran estaba en la ducha y Sonoko había dicho que nos sintiéramos como en casa, así que…
Pero lo que verdaderamente me convenció para darme un baño fue la posibilidad de cascarme una agradable paja sumergido en las calientes aguas y aliviar por fin toda la tensión sexual acumulada durante el viaje en coche. Seguro que era la leche.
Decidido por fin, me dirigí hacia unos armarios que había a un lado y dentro encontré una gran cantidad de toallas. Cogí una de las pequeñas (mi cuerpo era bastante enano) y tras quitarme la ropa, me la enrollé en la cintura. Dejé mi ropa y todas mis cosas en el armario y, como un rayo, corrí hacia el agua.
Deseoso de probar las fuentes, me zambullí de un salto, cosa que jamás se debe hacer en unos baños, pero como estaba solo… el agua estaba caliente, pero en pocos segundos me acostumbré, deslizándome lánguidamente por el agua. La toalla se desprendió enseguida, quedando flotando por ahí, pero a mí me importó un bledo, pues allí no había nadie más.
Los baños no estaban pensados para dedicarse a nadar, pues eso es una falta de educación, pero al estar solo allí dentro, decidí explorarlos en toda su extensión, nadando lentamente. Pronto descubrí que había zonas en las que el agua estaba más fría, lo que suponía un agradable contraste con las partes calientes.
Por todas partes había islitas de roca, que habían sido erosionadas de forma que tenían su superficie muy pulida, por lo que eran tremendamente apropiadas para sentarse o apoyar la espalda mientras se disfrutaba del baño.
La profundidad media del agua no era mucha, un metro aproximadamente, pero sobraba para permitirme nadar a mis anchas, aunque pronto me cansé de hacerlo. Como no sabía cuánto tardarían en venir a buscarme y tenía una actividad ligeramente diferente en mente, me deslicé hacia una de las islitas que quedaban más alejadas de la entrada. Me coloqué en el lado opuesto, de forma que no se me viera desde la puerta, pues pensaba dedicarme a hacer ciertas “cositas” y no quería que nadie me pillara entrando de improviso en los baños.
Por fin, me senté en la roca pulida, con el agua caliente cubriéndome casi hasta el cuello, relajando mis músculos con su deliciosa temperatura.
Pero había un músculo que no se relajaba en absoluto. Supongo que sería por la voluptuosidad de andar por allí desnudo, o por el recuerdo del viajecito en coche, o porque a mi edad (la real digo, no la aparente) basta con cualquier cosa para excitarse, o quizás fuese la perspectiva de la paja que me iba a hacer… no sé, pero lo cierto es que estaba empalmado de nuevo.
Lentamente, comencé a sobarme el falo bajo el agua, masturbándome sin prisa, disfrutando del momento. El agua caliente en que estaba sumergido dilataba mis poros, haciéndome más sensible, con lo que disfrutaba más de lo habitual.
Relajado, cerré los ojos, rememorando el viaje hasta la casa, pensando en cada centímetro de la piel de Ran que había podido atisbar, recordando su arrebolado rostro cuando se dio cuenta de que le estaba viendo las bragas…
El ritmo de la paja fue aumentando y mi mente voló de nuevo a la tarde en que perdimos juntos la virginidad. Lo preciosa que estaba con su traje del instituto mientras nos dirigíamos a mi casa a hacer los deberes. El deseo que vi reflejado en su mirada mientras la besaba amorosamente y comenzaba a desabrochar los botones de su uniforme… la tersura de su piel cuando mis dedos la acariciaron tiernamente… me estaba poniendo como una moto.
 
Justo entonces me interrumpieron.
La puerta se abrió de repente, aunque yo, entretenido en mis cosas como estaba, no me apercibí inmediatamente. No fue hasta que escuché la risa de las chicas, que me di cuenta de que ya no estaba solo en los baños.
Acojonado, abandoné lo que estaba haciendo y me asomé disimuladamente desde detrás de la islita, encontrándome con que las dos chicas habían entrado en la sala y cerrado la puerta tras de sí.

¿Y seguro que no nos molestará nadie aquí dentro? – preguntaba Ran en ese instante.
Claro, tía. He puesto el cartel de ocupado en la puerta. Además, ¿quién iba a molestarnos? – contestó Sonoko.

¡Mierda! ¡Había un cartel de ocupado! Me había lucido.
Qué quieren que les diga, hasta ese preciso momento la posibilidad de haber salido airosamente de la situación existía. Por un segundo pensé en darles una voz, alertándoles de mi presencia, con lo que hubiera quedado como un caballero. Incluso era posible que las chicas me hubieran permitido bañarme con ellas, poniéndome antes un bañador claro (y procurando que se me bajase pronto la erección, cosa tampoco muy difícil con el susto que tenía en el cuerpo).
Pero justo entonces Sonoko, sin cortarse un pelo, se sacó su fino vestidito veraniego por la cabeza, pudiendo entonces comprobar que la linda chica no usaba sujetador. Me quedé paralizado, viendo las respingonas domingas de Sonoko bamboleándose en libertad, mientras su dueña se apoyaba en uno de los armarios para quitarse el sexy tanguita blanco que cubría su entrepierna.
No les mentiré diciendo que dudé sobre si quedarme escondido o no, ya saben, con el angelito de mi conciencia diciéndome que avisara a las chicas desde un hombro mientras el diablito de mi líbido me ordenaba que me callara desde el otro. Qué va. Yo tenía dos diablos bien hermosotes gritándome que me escondiera bien, que allí iba a haber material para cascarme la paja sin necesidad de usar la imaginación.
Con rapidez, me escondí bien tras las rocas, asomándome con cuidado entre unas plantas, de forma que era casi imposible que me descubrieran. Con cuidado, reanudé mi masturbación, mientras contemplaba el espectáculo de las chicas desnudándose.
Sonoko ya andaba por allí en bolas, mientras rebuscaba una toalla de las grandes. Ran, más comedida, se desvestía poco a poco. Cuando se hubo despojado del vestido y se quedó en ropa interior, el corazón me dio un vuelco. ¡Qué buena estaba!
Y Sonoko no desmerecía en absoluto, la chica, delgadita como era, tenía un tipazo impresionante (supongo que debido a la danza y al gimnasio). Desde donde estaba, podía distinguir el rubio vello de su pubis, bien recortadito, mientras su dueña se dirigía a los grifos. Tras sentarse en una pequeña banqueta y coger uno de los cubos que había, comenzó a echarse litros de agua helada por la cabeza, para desentumecer los músculos.
Mis ojos se dirigieron de nuevo hacia Ran, que acababa de quitarse el sostén. Ante mí aparecieron de nuevo sus deseados senos, lo que me hizo recordar el maravilloso sabor de sus pezones. La boca se me hacía agua.
Ran se quitó las bragas de espaldas a mí, por lo que no pude ver si seguía llevando el mismo “peinado” que cuando estaba conmigo, pero sí pude confirmar que sus nalgas seguían tan firmes y espectaculares como siempre. Más tímida que su amiga, se enrolló una toalla en la cintura y se sentó en otra banqueta junto a Sonoko, para darse un buen remojón de agua fría.
Yo seguía dale que te dale al manubrio, aunque procurando regular el ritmo, pues en cuanto se metieran dentro del agua, estarían mucho más cerca de mí, con lo que tendría mejores vistas para excitarme.
Pronto, las dos chicas terminaron de mojarse, no sin antes gastarse alguna bromita de mojarse la una a la otra con el agua fría. Riendo, se pusieron de pié y caminaron hacia el agua, las dos juntitas, con lo que pude comprobar lo impresionantemente buenas que estaban las dos, aunque por desgracia, seguía sin poder ver las partes bajas de Ran, que se ocultaban bajo la toalla.

Te han crecido las tetas – dijo entonces Sonoko, colocándose a la espalda de Ran y agarrándole los senos con las manos.
¡Sonoko! – chilló la chica, mientras trataba de escapar de la presa de su amiga.

Las dos chavalas forcejearon un instante entre risas, Ran tratando de soltar sus tetas de las inquietas manos de Sonoko mientras ésta apretaba bien las suyas contra la espalda de mi amorcito. Casi me corro con la escenita.
Aún riendo, Sonoko soltó a Ran y corrió hacia el agua, perseguida por su amiga. De un salto se zambulló, arrojando la toalla que llevaba en la mano a un lado. Ran, más tranquila, se deslizó lentamente en el líquido elemento, emitiendo un suspirito de satisfacción que me erizó el vello de la nuca.
Sonoko, ya remojada, se acercó a su amiga, sentándose ambas junto al borde. Por desgracia, se sumergieron bastante en el agua, de forma que ésta las cubría justo por encima del pecho. ¡Mierda!
No queriendo acabar sin tener un buen paisaje a la vista, detuve la masturbación, manteniéndome en mi escondite a la espera de que mejorara el espectáculo.

¡Ummmm! – susurró Ran, mientras estiraba los brazos – ¡Qué bien se está aquí!
Te lo dije – respondió Sonoko – Esto es mucho mejor que la ducha.
Digo. Te agradezco que me avisaras, yo ya iba a meterme en el cuarto de baño.
De nada hija. Tía, no hace falta que te andes con tantos cumplidos. Relájate y disfruta.
Vaaale. Oye, ¿no sabrás dónde se ha metido Conan? – preguntó Ran

Me puse tenso

Ni idea. ¿Por qué lo preguntas? ¿Es que crees que va a venir a espiarnos?
Anda, Sonoko, déjate de tonterías, no empieces otra vez con lo mismo.

Sí, sí… Tonterías.

Pues tampoco sería tan raro. Estoy completamente segura de que antes nos ha mirado bajo la falda. En serio, al pequeñín está empezando a picarle ahí abajo… las chicas comienzan a ponerle…
No seas ridícula – insistía Ran – Todavía es muy pequeño para esas cosas.
¿Y qué tiene que ver la edad? Cuando se despierta la líbido, ya no se puede pensar en otra cosa. Y si el crío es un poco precoz, tampoco tiene nada de raro.
Te estás montando la película.
¿Seguro? Mira, niña, te juro que cuando llegamos tenía un bulto en el pantalón de mil demonios. Seguro que de pasarse todo el viaje sobándote las piernas.
Será zorra – pensé.
¡Anda ya! – contestó mi amor – No te inventes historias.
Bueno, pues no me creas… Pero te juro que tenía un bulto bastante grande.
¡Sonoko, déjalo ya! – dijo Ran enfadada – ¡Conan es sólo un niño!
Vale, vale, no te cabrees. Dejaré de hablar de la picha de Conan…

 

Te lo agradezco – dijo Ran muy seria.
¿Te parece que hablemos entonces de la de Shinichi?
Eres inaguantable – dijo Ran sonriendo a su pesar.

Aquello me interesó mucho más.

Venga tía, me dijiste que ibas a darme detalles de lo tuyo con Kudo. Yo bien que te cuento todas mis aventurillas.
¡Ay, hija! Me tienes harta. A ver, ¿qué quieres saber? – dijo Ran con resignación.

La madre que las parió. Iban a ponerse a hablar de mí. Pánico me daba.

¿Cómo la tiene de grande?

Ahí va, directa a la yugular.

No sé – dudó Ran un instante – Así más o menos – indicó separando un palmo las manos.
Pero ¿cuánto? ¿La tiene grande? ¿Cuántos centímetros?
Pues no sé… 17 o 18 calculo…
No está mal. Aunque las he visto mejores…

No lo dudo, pedazo de guarra.

Pues qué quieres que te diga – dijo Ran un poco picada – A mí me pareció enorme. Yo no tengo tanta experiencia como tú y sólo se la he visto a él.
¿En serio? Si quieres luego te enseño unas fotos que tengo en el móvil de algunos de los tíos con los que he estado.
No gracias – dijo Ran ruborizándose – ¿En serio les haces fotos de su cosa?… No, no me respondas. No quiero saberlo.
Si quieres te paso la de Mamoru. La tenía así de grande – dijo Sonoko separando las manos por lo menos 30 centímetros – No pudo ni metérmela entera. Sentía que me iba a partir.
Déjalo ya, Sonoko – dijo Ran, roja como un tomate.
Ay, hija, no seas estrecha. ¡Espera! Se me ocurre una idea.

Sonoko salió de repente del agua y corrió hacia los armarios. Abrió el primero de ellos y de dentro sacó un telefonillo, donde dio algunas instrucciones que no alcancé a escuchar. Mientras lo hacía, reanudé mi paja muy lentamente, pues la chica seguía en pelotas, pero pronto tuve que detenerla pues cogió una toalla seca y se lió el cuerpo con ella.
Fue justo a tiempo, pues la puerta del baño se abrió, entrando la mujer que cuidaba de la casa. Le entregó a Sonoko una especie de cubo y se retiró en silencio. En cuanto cerró, Sonoko volvió a despojarse de la toalla y corrió a reunirse con su amiga, que la miraba intrigada.
Al acercarse, vi que llevaba una cubitera de la que asomaban varias botellitas de sake frío.

¿Estás loca? – dijo Ran cuando comprendió las intenciones de la rubia – ¡Somos muy jóvenes para beber!
¡Pero qué mojigata eres! ¿Quién se va a enterar? Además, no vamos a emborracharnos, sólo a tomar unas copitas de sake frío. Va divinamente con el baño.
No sé…
Calla ya. Y bébete esto – dijo Sonoko sirviéndole a Ran un vasito de sake.

La chica dudó un instante, mientras su amiga retomaba su posición dentro del agua junto a ella y se servía a su vez una copita.

¡Campai! – gritó Sonoko entrechocando su copa con la de Ran.
Campai… supongo – dijo Ran aún dubitativa.

Las dos chicas se echaron el sake al coleto, Sonoko con una sonrisa de satisfacción y Ran tosiendo medio ahogada.

¡Venga chica! ¡A partir de la tercera esto entra como el agua! – la animó.

Debía de ser verdad, pues tras un par de copas medio obligadas más, Ran pareció ir cogiéndole el gusto a la priva y comenzó a ser ella la que rellenaba los vasos.

Pues tenías razón, esto da un calorcillo….
¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Chica, hay que disfrutar mientras podamos!
¡Brindo por eso! – exclamó Ran dándose otro lingotazo.
¡Así me gusta! – respondió Sonoko haciendo lo propio.

Las dos estallaron en carcajadas, comenzando a mostrar síntomas de estar bien curdas.

Bueno – dijo Sonoko – Sigamos por donde íbamos. ¿Cuántas veces te lo montaste con Shinichi? ¿Cinco me dijiste?
¡S…seis! – respondió Ran agitando la cabeza vigorosamente – La última dos días antes de que se fuera…
¿Y no te has comido una rosca desde entonces?

Toda mi atención estaba puesta en las dos chicas.

N…no. Yo soy una chica fiel.
¿Y tú te crees que él te estará siendo fiel a ti?
E… eso espero porque si no…
¿Qué?
¡LE CORTO LAS PELOTAS! – gritó Ran, estampando su puño contra el agua.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Venga, no te enfades – dijo Sonoko pacificadora – Kudo es un gilipollas por dejarte aquí sola, pero estoy segura de que no se le ocurriría ponerte los cuernos.

Vale, Sonoko, acabas de recuperar algunos puntos.

¡Sí que es un gilipollas!
Venga, tranquila… Verás como vuelve pronto…
¡Eso espero! ¡Porque como no vuelva me voy a ir contigo y me voy a acostar con el primer tío que pille! – gritó Ran echando otro trago.
¡Eso es! – corroboró Sonoko entusiasmada – ¡Nos vamos a ir a Shinjuku una noche de estas sin bragas y nos vamos a pasar la noche chupando nabos!
Yo no hago eso – dijo Ran poniéndose de repente muy seria.
¿El qué? ¿Chuparla?

Ran asintió con la cabeza, mientras yo hacía lo mismo desde mi escondite. A mí me lo iban a contar.

¿En serio? – continuó Sonoko – ¿Os acostasteis seis veces y no se la chupaste nunca?
No.
Hija, qué estrecha eres.
Es que… eso es de guarras – dijo Ran en voz baja.

Sonoko estalló en sonoras carcajadas.

¿De guarras? ¡Ja, ja, ja! ¿Pero tú que eres, monja? ¡Hija, se trata simplemente de sexo! Además, si tú se lo haces a él, después él te lo hace a ti. Es una regla no escrita. ¡Y no sabes lo alucinante que es que te lo coman bien comido!
Sí que lo sé. Shinichi me lo hacía.
¿Que Kudo te practicaba sexo oral y no te exigía a ti que hicieras lo mismo? – exclamó Sonoko, incrédula.
Bueno, sí que me lo pedía, pero como yo me negaba, él se conformaba.
¡Ese tío es un tesoro nacional! ¡En cuanto vuelva voy a ser yo el que se lo tire! – gritó Sonoko entusiasmada.
¡Y una mierda! – aulló Ran poniéndose de pié de golpe.

El agua chorreaba por su cuerpo, como una diosa surgida entre las aguas. Pude comprobar que seguía llevando el pubis arregladito, no se había abandonado por mi simple ausencia. Mi mano se apoderó de nuevo de mi instrumento y reanudé la paja, gozando de la visión del escultural cuerpo de mi novia.

¡Ja, ja, ja! – se desternillaba Sonoko – ¡Venga tía, que es broma!
Ni se te pase por la imaginación Sonoko…
Ran, tía, que estaba de cachondeo…
Sobre todo porque cuando regrese… ¡lo voy a meter en un cuarto y no lo voy a dejar salir en una semana! ¡Me lo follaré hasta dejarlo seco! – exclamó Ran entre carcajadas.
¡Así me gusta! ¡Brindo por eso!
¡Campai! – gritaron a unísono.

Mientras las veía beber sake, me admiró el poder de la bebida sobre las personas. Ni en mil años hubiera creído posible que Ran dijera semejantes barbaridades. La verdad es que el simple hecho de oírlas hablar me tenía cachondo perdido, así que decidí que era un buen momento para terminar mi paja, por lo que aceleré el ritmo, acercándome al clímax.

Bueno – siguió Sonoko rellenando de nuevo las copas – ¿Y cómo te las apañas para calmar tus “necesidades”?
¡Me masturbo! – exclamó Ran alzando su copa – ¡Tengo escondido un consolador en la mesita de noche de mi cuarto!

Me quedé de piedra.

¡En cuanto me quedo sola en casa, saco una foto de Shinichi, agarro el consolador y me lo meto en el coño!

Ran estaba ya como una cuba.

¿En serio? – dijo Sonoko, divertida – ¿Y sólo lo haces con la foto de Shinichi?
¡Y la de Bradd Pitt!

Cerdo americano.

¡Ja, ja, ja! ¿Brad Pitt? – rió Sonoko.
¡Sí! ¡Eshtá buenízimo….!

A Ran comenzaba a costarle hablar con claridad. Estaba bastante borracha. Se veía que le costaba mantenerse de pié, pues se tambaleaba un poco. Sonoko se puso de pié a su lado y la ayudó a sentarse de nuevo en el agua.

Ya has bebido bastante – dijo la rubia quitándole el vaso a Ran – Tampoco conviene pasarse, que no estás acostumbrada.
Vale – respondió Ran – estoy un poco mareada.
Tranquila. Relájate.

Estuvieron calladas un par de minutos, mirando al techo. Yo disminuí el ritmo, pues, sin saber por qué, intuía que iba a pasar algo.

Oye Sonoko – dijo de pronto Ran – ¿Alguna vez has estado con una chica?
Claro, ahora mismo estoy con una.
No seas tonta. Me refiero a… ya sabes…
¿Si me he acostado con una mujer? Alguna vez.
¿En serio? – dijo Ran incorporándose – ¿Y cómo fue?
No estuvo mal. Distinto. Las chicas conocemos mejor nuestro cuerpo, por lo que sabemos donde tocar y acariciar, pero, donde esté una buena polla…
¡Ay, hija! ¡Qué fina eres!
¿Qué pasa? Soy sincera.

En ese momento, la conversación me interesaba más que nunca.

¿Por qué lo preguntas? – dijo Sonoko con voz juguetona- ¿Es que quieres que hagamos “cositas”?

Mientras decía esto, se deslizó lentamente por el agua, aproximándose a su amiga. Ran, para mi sorpresa, no dijo nada, dejando que la rubia se acercara hasta quedar casi pegada a ella.

Sonoko… – susurró Ran.
Shissss. Tranquila. Te haré olvidar a Shinichi durante un rato…

Inclinándose sobre Ran, Sonoko la besó tiernamente en los labios. Mi chica, excitada, no dudó en responder a los labios de su amiga, fundiéndose ambas en un tórrido morreo. Sonoko, delicadamente, reclinó el cuerpo de Ran sin dejar de besarla, mientras una de sus manos se hundía en el agua, buceando en busca de la entrepierna de Ran.
Al estar desarrollándose la acción bajo el agua, no pude ver cuando la mano llegó a su destino, aunque no me cupo duda del momento exacto, pues el cuerpo de Ran se tensó visiblemente, mientras estremecedores gemidos escapaban de sus labios.
Mientras, yo me había quedado petrificado. No podía creer lo que estaba pasando. Desesperado, traté de estirar el cuello entre las plantas que me ocultaban, pues desde donde estaba, el cuerpo de Sonoko me tapaba lo interesante de la acción.
No sabía qué hacer, pero cuando Sonoko, abandonando los dulces labios de Ran, viajó al sur comenzando a chuparle las tetas, me decidí a buscar un observatorio mejor.
Moviéndome por el agua muy despacio, sin hacer ruido y sumergido casi por completo, fui desplazándome de islita en islita, acercándome poco a poco al excitante show lésbico.
Por fin, me oculté detrás de unas piedras que quedaban a unos tres o cuatro metros de las chicas, peligrosamente cerca, pero yo estaba tan excitado que ni pensé en ello.
Desde mi nuevo puesto de vigilancia, tenía una perspectiva mucho mejor de la acción, pudiendo ver cómo Sonoko chupaba los pezones de mi Ran mientras la masturbaba hábilmente con la mano. Ran, dejándose hacer, tensaba el cuerpo presa de la excitación, sacándolo del agua, permitiéndome así ver todo lo bueno.
Mientras, yo me la machacaba con furia, alucinando con el impresionante espectáculo que se me ofrecía. Menuda idea había tenido Sonoko con la excursioncita de las narices. Había que darle un premio.
Y justo entonces se jorobó todo.

¿Qué coño es esto? – exclamó Sonoko – sacando algo del agua que no acerté a ver.
¿Ummm? – siseó Ran sin comprender.
¿Una toalla? ¿Qué demonios hace aquí?

¡Mierda! ¡Mi toalla! La había dejado flotando por ahí, de forma que había terminado enganchándose en la espalda de Sonoko.

Tía, es sólo una toalla – dijo Ran – ¿No es la tuya?
No, la mía está ahí – respondió la rubia, señalando hacia un lado.
Pues estaría aquí de antes. Se le habrá pasado a los criados cuando limpiaron el baño por última vez.
¿A Rumiko? ¡Imposible! No sabes lo atenta que es. Tiene contadas las toallas al milímetro.

Mientras decía esto, Sonoko, sospechando algo, echaba rápidas miradas a su alrededor. Si yo no hubiese sido tan imbécil y me hubiera quedado lejos de las chicas, no me habría visto y hubiera bastado con bucear un poco para ocultarme.
Pero no, el señorito había tenido que acercarse hasta poder sentir el olor a hembra cachonda… Y claro, me pillaron.

¡Ahí, mira! – exclamó Sonoko – ¡Es Conan!
¿Conan? – aulló Ran, incorporándose de un salto y liándose en su toalla a la velocidad de la luz.

Me quería morir. Me iban a matar. Y lo peor es que estaba a punto de correrme, los huevos me latían a puntito de disparar su carga.

¡CONAN! – gritó Ran – ¿se puede saber qué haces?

Compungido, no tuve más remedio que salir de mi escondite, teniendo buen cuidado de que mi cuerpo quedara sumergido de cintura para abajo. Ran me miraba con los ojos fuera de las órbitas, mientras Sonoko, con los brazos en jarras, se partía de la risa.

¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Al nene ya le gustan las mujeres! ¡Y menudo espectáculo que le hemos dado!
¡SONOKO! – gritó Ran – ¿QUIERES TAPARTE?

La rubia se echó un vistazo, dándose cuenta de que estaba completamente desnuda frente a mí. Encogiéndose de hombros se dirigió a donde flotaba su toalla, enrollándosela al cuerpo.
Mis ojos, traviesamente, no se habían apartado de ella ni un segundo mientras se tapaba, lo que no pasó inadvertido para Ran.

¿Y TÚ QUÉ DEMONIOS ESTÁS MIRANDO? – aulló.

Avergonzado, bajé la vista, fijándola en la superficie del agua, esperando que el castigo me fulminara en breves instantes. Pero lo que llegó fue la risa divertida de Sonoko.

Venga, Ran, no te pongas así, que no es para tanto.
¿QUE NO ES PARA TANTO?
Pues no, hija. Ya te dije que me parecía que a Conan le atraían ya las chicas y el numerito que hemos montado no era como para perdérselo…
¡TÚ TE CALLAS! ¡Y TÚ – gritó dirigiéndose a mí – ¿CÓMO SE TE OCURRE COLARTE EN EL BAÑO PARA ESPIARNOS?
Yo no me he colado – susurré.
¿QUÉ?
Que no me he colado. Yo estaba antes que vosotras, pero no sabía que había que colgar un cartel de ocupado. Luego llegasteis vosotras…
¡PUES PODÍAS HABERNOS AVISADO DE TU PRESENCIA!
Es que… me había quedado dormido. Me despertasteis vosotras con vuestros gritos. Entonces no supe qué hacer y cuando empezasteis a besaros…

Decidí que lo mejor era ocultar parte de la verdad, asumiendo un poco de culpa. Además, Sonoko se mostraba como un buen aliado en la situación.

¿Lo ves? – dijo la chica – ¡No es para tanto! Es normal que un chico que se encuentre con dos tías buenas montándoselo eche una miradita.
¿NORMAL?

Juro que Ran echaba humo por las orejas. Su piel estaba completamente roja, no sé si por vergüenza, calor o ira. Supongo que por las tres cosas.

¡Ay! – dijo Ran llevándose una mano a la frente mientras se tambaleaba – Creo que me voy a desmayar.
Tranquila nena, eso es el sake – rió Sonoko.

Ran se sentó en el borde, sin querer mirarme siquiera. Yo no sabía dónde meterme. Y entonces, la cosa se lió todavía más.

Vamos, Ran, no te enfades con Conan. Es un tío y ya sabes cómo son los tíos…

Mientras decía esto, Sonoko se había colocado detrás de mí, abrazándome suavemente, supuse que para darme consuelo. Aunque pronto comprendí que en realidad tenía otras intenciones en mente.
Sus manos, con disimulo, se deslizaron por mi pecho hasta hundirse en el agua. Yo, que sabía a dónde iban, traté de zafarme, pero me tenía bien sujeto. De pronto, sus manos chocaron con su objetivo: mi monumental empalmada.

¡OH! – exclamó Sonoko con admiración, mientras sus manos se apoderaban de mi instrumento.
¿Qué dices? – dijo Ran levantando un poco la mirada.

Las inquietas manitas de Sonoko no soltaron en ningún momento su premio. Supongo que admirada por el tamaño inesperado en un chico tan joven, la recorría en toda su longitud, enviando descargas de placer a mis aturdidos sentidos, precipitando sin saberlo el acontecimiento que estaba a punto de ocurrir.

Así que Conan es todavía un crío y es muy joven para pensar en mujeres ¿eh? Pues aquí tengo algo que demostrará quien tiene razón.

Mientras me sobaba la polla, Sonoko había ido empujándome poco a poco hasta quedar frente a frente con Ran. Súbitamente, tiró de mi cuerpo hacia arriba, sacando mi entrepierna fuera del agua y exhibiéndola ante los asombrados ojos de mi querida Ran. Nunca olvidaré la mirada de asombro de la chica cuando se encontró de bruces con la polla adolescente que había entre mis muslos infantiles.
Aunque la verdad, mucho más impresionante fue su gesto de incredulidad cuando mi pene, no aguantando más, alcanzó el clímax disparándole gruesos churretes de semen directamente en la cara y pecho.
No todo fue culpa mía. Os juro que fue Sonoko la que, empuñando mi polla cual manguera, dirigió mis lechazos contra el cuerpo de Ran, manchándole la cara, el cuello y el pecho, hasta que Ran interpuso sus manos tapándose, de forma que los últimos disparos impactaron en sus palmas.

Joder, tía – dijo Sonoko rompiendo el silencio sepulcral – Ha sido como si fuese yo la que se te corría encima.

…………………………………
Horas después Sonoko y yo cenábamos a solas en el salón. La muy zorra no paró de burlarse de mí en toda la cena.
Ran, enfadadísima, no había querido permanecer con nosotros y se había refugiado en su cuarto para darse una ducha y no tener que vernos.
Yo estaba acojonadísimo, pero Sonoko no le daba mayor importancia al asunto, diciéndome que ya se le pasaría, aunque sería mejor que procurara “no correrme encima de ella la próxima vez”.
Así transcurrió la cena, entre comentarios sobre el tamaño de mi miembro, invitaciones jocosas a que me pasara luego por su cuarto, y sobre cual era mi dieta habitual “salchichas supongo”.
Compungido, apenas si probé bocado de la cena, pensando solamente en cómo hacer las paces con Ran. No tenía ni idea.
En cuanto pude, dejé sola a Sonoko y me fui a mi cuarto. Cansado, pero sabiendo que no iba a poder pegar ojo, me tumbé sobre la cama. Como hacía bastante calor, me despojé de la ropa, pero no me puse el pijama, quedándome solo con los calzoncillos. Tras encender el aire acondicionado, me tumbé de nuevo a pensar.
Ran, Ran, Ran… No me odies. ¿Pero cómo había podido ocurrírseme hacer semejante cosa?
Pasaron horas y la madrugada llegó, encontrándome desvelado en mi cama, mirando al techo. Yo, que me tenía por una de las mentes más inteligentes de Japón, el detective al que ningún caso se le resistía, era incapaz de imaginar un plan mágico que solucionara aquel tremendo problema. ¿Qué podía hacer?
Por más vueltas que le daba, lo único que se me ocurría era hablar con Ran y suplicarle que me perdonase. No me convencía ninguna mentira que pudiera suavizar la cosa. Podía decirle que no sabía lo que me había pasado, que era la primera vez que ese líquido me salía, que había sido Sonoko la que lo había provocado tocándome… No, no me iba a creer. Mejor la verdad. Y aceptar el castigo.
Justo entonces me di cuenta de que tenía ganas de orinar.
Me levanté y me dirigí a la puerta de comunicación con la habitación de Ran, pues el baño quedaba en su cuarto. Por un segundo, pensé que Ran habría cerrado la puerta de comunicación, pero, girando el picaporte, comprobé que no era así.
Procuré entrar sin hacer el menor ruido, llegando incluso a entrar en el baño sin encender la luz, para no molestar a Ran. Oriné sentado en la taza, para minimizar los ruidos y cuando tiré de la cisterna, comprobé complacido que no emitía ruido alguno… lo que no haga el dinero… hasta waters silenciosos se pueden comprar.
Con cuidado, salí del baño, decidido a regresar a mi habitación, pero un quedo gemido proveniente de la cama de Ran me hizo detenerme en el acto.
Me volví hacia su cama y, alumbrado por la tenue luz que entraba por la ventana, pude vislumbrar que Ran yacía desarropada, con el camisón mal colocado. Por un segundo, el diablillo de mi interior me tentó a hacer otra barrabasada, pero mi sentido común (o mi culpabilidad) me hicieron desechar la idea.

Ummmm – siseó Ran desde su cama, mientras su cuerpo se retorcía levemente.
¿Ran? – pregunté en la oscuridad – ¿Estás bien?

Tonto de mí.
Ran pegó un respingo en su cama. Como un rayo, se incorporó sentándose. Algo voló en la oscuridad, chocando contra mi pié. Extrañado, me agaché y recogí el misterioso objeto.

¿Qué haces aquí? – exclamó Ran mientras encendía la luz.
Yo… he venido a orinar, y como te he escuchado quejándote me he acercado a ver si estabas bien.

No hizo falta que Ran encendiera la luz, pues mis manos identificaron enseguida el objeto. Cuando la luz se encendió, me encontré con un hermoso consolador de látex entre los dedos, todo húmedo y pegajoso, lo que indicaba bien a las claras dónde había estado metido segundos antes.
Ran, con el rostro coloradísimo, no acertó a decir palabra, mientras que yo, por fin tranquilo tras horas de angustia, depositaba cuidadosamente el cacharro en el colchón, a su lado, con una sonrisilla de suficiencia en los labios.

¿Lo ves? – no pude menos que decir – Todos sentimos esos impulsos.

Y me largué.
Una vez en mi cuarto, resoplé relajado. Vale, yo era un guarro y me habían pillado pero bien, pero Ran también hacía sus “cositas”. Así que seguro que le daba vergüenza regañarme. Conociéndola como la conocía, lo más probable es que decidiera ignorar todo lo que había pasado y fingir que nada había sucedido. Borrón y cuenta nueva. Pelillos a la mar.
Recuperada la tranquilidad y mucho más sosegado, me di cuenta de que me había entrado hambre. Lógico, casi no había probado la cena. Así que, mucho más seguro de mí mismo, salí sigilosamente del cuarto, dirigiéndome a la cocina, en la planta baja.
No queriendo despertar a nadie y dado que la noche era clara, no me molesté siquiera en encender las luces, pues el trayecto no tenía pérdida.
Pronto llegué a la cocina y, rodeando la gran mesa central, me acerqué a la nevera, que abrí de par en par.
El frío me golpeó agradablemente en el rostro y me paré unos instantes sintiéndolo. Refrescado, rebusqué en el interior, buscando restos de la cena que antes había rechazado.

Vaya, vaya, así que tú tampoco puedes dormir.

Casi me da un infarto. Las luces de la cocina parpadearon encendiéndose. Alcé la vista, sobresaltado, encontrándome con Sonoko en el umbral de la puerta.

¿Qué haces? – me dijo.
Só… sólo buscaba algo de comer – tartamudeé.
Pues no te cortes. Y acércame una botella de agua.

¿Que por qué tartamudeé? La respuesta es bien sencilla. Sonoko estaba de impresión.
Iba prácticamente desnuda. Llevaba puesto para dormir un pantaloncito corto hiper super mega pegado, que le marcaba perfectamente los labios de su chochito, el “camel toe” como dicen los americanos, mientras por detrás, se le incrustaba bien incrustado entre los cachetes del culo.
Y arriba llevaba una camisetita por llamarla de alguna forma, pues era tan corta que dejaba toda su barriguita al aire, asomando incluso, por debajo, la parte inferior de sus pechos, obviamente completamente libres de sujetador. En la camiseta podía leerse “SEX BOMB”. Era cierto.
Ella sonrió complacida al ver mi rostro con la boca abierta y se dirigió con andares felinos hacia una silla donde tomó asiento, cruzando las piernas y apoyando los codos en la mesa.

Conan – susurró – El agua…

Sus palabras me sacaron de mi embeleso, con lo que logré por fin ponerme en marcha. Como un rayo, cogí una botellita de agua mineral y se la acerqué a Sonoko, volviendo rápidamente a la nevera para rebuscar algo de cena y ocultar mi coloradísimo rostro a la chica.

Gracias – escuché que me decía.
De nada – siseé.

Recolecté un par de platos con sobras de la cena y un refresco de cola, dejándolos torpemente sobre la mesa, enfrente de Sonoko, que me miraba con expresión divertida.

El pan está en ese armario de ahí – me dijo tras dar un trago a su botella.
Gracias – repetí.

Cerré la nevera y me dirigí a la alacena que ella me indicó, de donde saqué un paquete de pan de molde, que dejé en la mesa junto a lo demás. Tras coger un cuchillo, me senté enfrente de Sonoko, comenzando a prepararme un sándwich. No me atreví a alzar la mirada hacia la chica, tratando de concentrarme en la comida, pero podía sentir perfectamente sus ojos clavados en mí.

¿Te pongo nervioso? – dijo de pronto.
Un poco – admití.
¿Por qué?
………………………………..
¿Porque soy una chica?

Asentí.

Y por como vas vestida – dije en voz baja.
¿En serio? ¿Te molesta que vaya cómoda? – dijo ella jugando conmigo.
No, no es eso…
¿O es que te pone cachondo?

No respondí, aunque el cada vez más intenso rubor en mis mejillas era respuesta suficiente.
Justo entonces noté como el pié de Sonoko se estiraba bajo la mesa y comenzaba a frotarme la pantorrilla.

No hagas eso – le dije.
¿Te molesta que te toque? – me dijo fingiendo sorpresa.
No – dije un poco más tranquilo, convencido de que lo que quería la chica era burlarse de mí – Lo que me molesta es que lo que pretendes es reírte de mí otro rato, como durante la cena.

El pié de Sonoko se apartó de mí.

¿Eso piensas? – dijo.
Claro – respondí – Estás intentando ponerme nervioso, sabiendo que no estoy acostumbrado a estar con mujeres medio desnudas para poder reírte un rato a mi costa.

Sonoko sonrió ladinamente mientras yo le daba un mordisco a mi sándwich.

A lo mejor estoy intentando otra cosa… – me dijo – A lo mejor es que quedé impresionada esta tarde… A lo mejor quiero probar un poco de esto…

Casi me atraganto cuando sentí el pié de Sonoko apretando esta vez directamente contra mi entrepierna; frotó la zona un momento antes de abandonarla, riendo maliciosamente.

No. Tienes razón. Estaba cachondeándome de ti – dijo, estallando en carcajadas.
Eres bastante zorra – le dije sin pensar.
Sí, me lo dicen mucho – contestó ella riéndose todavía más.

Sacudiendo la cabeza, decidí ignorarla, dedicándome a mi cena, aunque mirándola por el rabillo del ojo, pues, aunque estuviera divirtiéndose a mi costa, la chica estaba super sexy, así que la observaba con disimulo. Cuando por fin dejó de reír, se sentó un poco más recta en el asiento y retomó la conversación.

¿Has hablado con Ran? – dijo cambiando bruscamente de tema.
No – mentí – Se ha encerrado en su cuarto. A saber cómo se levantará mañana.
¡Bah!, no te preocupes. Seguro que cuando se le pase el enfado te perdona y lo ve como una chiquillada.
Eso espero – asentí.
Si quieres puedo hablar yo con ella. Le diré que es normal que un chico que comienza a interesarse por las chicas no pueda resistirse a espiar en unos baños si se le presenta la ocasión.
No sé yo si te va a hacer caso. Además, lo peor no fue que me pillarais espiando…
¡No! ¡Eso es verdad! – exclamó Sonoko riendo de nuevo – ¡Lo peor fue que te le corrieras en toda la cara! ¡A quién se le ocurre!
¡Pero si fuiste tú la que me obligó a hacerlo! ¡Me tenías agarrado!

Sonoko me miró divertida unos instantes antes de continuar.

Vale, vale, admito mi parte de culpa…
¿Parte de culpa? – dije indignado – ¡Si me agarraste la polla y apuntaste hacia ella!
Cierto – asintió la chica – La verdad es que me sorprendí muchísimo cuando empezaste a correrte. No me esperaba que llegaras tan sólo por tocártela. Pero a mí no me engañas…
¿Cómo? – dije extrañado.
No pretenderás que me crea que te corriste como una bestia, disparando leche a diestro y siniestro simplemente porque te la agarré un poco ¿verdad? Tú ya llevabas un buen rato pelándotela a nuestra costa y te pillamos cuando estabas a puntito. Y claro, fue rozártela y ¡PUM!

Ya lo dije antes. Era ponerse a hablar de pollas y Sonoko demostraba tener unos conocimientos y una intuición fuera de lo común.
Derrotado, no supe qué decir. Así que imploré clemencia.

Por favor, no se lo digas a Ran. Ya es bastante malo que crea que me pasó por la excitación del momento para que además se entere de que estaba masturbándome mientras la espiaba.
¿Mientras la espiabas? ¿Así que la mirabas sólo a ella? – dijo Sonoko con un brillo divertido en los ojos.
No, claro – respondí sabiendo lo que ella quería escuchar – Os miraba a las dos. ¡Sois tan bonitas!
¿En serio te parezco bonita?
Claro, eres preciosa.

Una esplendorosa sonrisa iluminó el rostro de Sonoko.

¡Caray, Conan! Gracias.

Mientras decía esto, Sonoko se incorporó y echándose para adelante me besó dulcemente en la mejilla. Al acercarse, pude notar perfectamente el delicioso aroma que desprendía su cuerpo, lo que provocó que se me erizase el vello de la nuca. De pronto fui consciente de la situación; estaba a solas, de madrugada, con una bella y descarada chica semidesnuda, hablando de cómo me había corrido en la cara de su amiga por la tarde. Comencé a excitarme.

Verte comer me ha abierto el apetito – dijo ella rompiendo el encanto – Creo que voy a picar algo también.

Se puso de pié y rodeó la mesa, dirigiéndose a la nevera que estaba a mi espalda. Yo no me perdí ni un segundo del espectáculo de su delicioso cuerpecito caminando por la cocina. Ella, plenamente consciente de mi admirativa mirada, sacó pecho y se contoneó sensualmente, hasta quedar detrás de mí. Entonces, me abrazó desde atrás, pegando su cuerpo contra el mío.

Te gusta lo que ves, ¿eh, guarrete?

No respondí, me limité a dejarla hacer, a ver cual era su siguiente paso.

No me dirás que no, al menos a tu amiguito sí que le gusta mucho, ¿verdad?

Diciendo esto, deslizó sus manos por mi pecho hasta llegar a mi entrepierna, donde volvió a encontrarse con mi erección, como había sucedido por la tarde en el baño. Una de sus manos se metió en mis calzoncillos, masajeándome la polla, que estaba como el asta de la bandera.

¡Uf! – siseó – Todavía no me puedo creer lo que tienes aquí abajo. Si fueras un poco mayor…

Dándome un último estrujón, se separó de mí, dejándome ansioso de más. Estoy seguro de que lo que pretendía era burlarse aún más de mí, poniéndome cachondo, pero lo que ella no sabía es que estaba jugueteando con un chico de su edad, más caliente que el palo de un churrero y no con el crío salido que ella pensaba.
Tras separarse de mí, fue hasta la nevera y la abrió, inclinándose para buscar en los estantes algo de comer. Al hacerlo, hizo lo mismo que yo había hecho antes, regodearse unos segundos en el exquisito frescor que irradiaba el frigorífico.
Para mí fue una bendición, pues, al estar inclinada hacia delante, me ofrecía una vista realmente impresionante. Su culito, con el sexy pantaloncito incrustado entre sus cachetes, quedaba a un metro más o menos de mi cara. Además, la camisetita, se había abolsado, separándose de su torso, por lo que podía ver perfectamente sus tetas al natural, colgando como fruta madura, meciéndose rítmicamente mientras su dueña rebuscaba en el refrigerador.
Pero lo mejor era que, no sé si por el frío de la nevera o por el morbo del momento, los pezones de la pequeña Sonoko se habían puesto duros como escarpias, provocando que mi erección fuera casi dolorosa.
La chica, seguro que perfectamente consciente del espectáculo que me estaba brindando, se demoró bastante en la búsqueda de su cena, hasta el punto que yo…yo… no aguanté más.
Con la cabeza completamente ida, moviéndome medio hipnotizado, como si fuera un sueño, me levanté de la silla y me quedé de pié, tras Sonoko. Debido a la diferencia de estatura, su rotundo trasero quedaba justo a la altura de mis ojos, que no se perdían ni el más mínimo detalle de las excitantes curvas del culo de mi amiga.
Aún hipnotizado, mis manos, guiadas por los dos diablillos de mi conciencia, se izaron y fueron a plantarse directamente en el culo de Sonoko, un cachete para cada mano, apretando con firmeza.

¡Ay! – exclamó ella sorprendida – ¡Pero qué coño haces! ¡Déjame!

Sonoko trató de debatirse, sin mucha convicción, pero por si acaso yo no le di ninguna oportunidad de escape, empujándola suavemente hacia delante y obligándola a agarrarse a la nevera con las manos para no caerse dentro.

¡Conan! – exclamó un poco más enfadada – ¡Ya está bien de juegos! ¡Una broma es una broma, pero te estás pasando!

¿Juego? ¿Broma? Pero, ¿qué coño se creía aquella tía? A aquellas alturas a mí ya me daba igual, Ran, Sherlock Holmes y el papa de Roma. Lo único que sabía es que no se me escapaba viva.
Hábilmente y sin dejar de empujarla, le bajé el pantaloncito hasta medio muslo, dejando su culito al aire. Con mis manos separé ampliamente sus cachetes, echándole un vistazo a su apretadito ano, aunque no me detuve allí, pues mi destino estaba un poco más adelante.
Abriéndole un poco las piernas, los tiernos labios de su chochito aparecieron frente a mí y la manera que Sonoko tuvo de “resistirse” (separando los muslos) me confirmó que ella no deseaba escapar de mí precisamente.
Sin perder un segundo más, hundí mi cara entre sus muslos, desde atrás, postura que no es la más cómoda para comerse un coño, no, pero que dada la situación tenía un morbo que para cagarse.
Mi lengua se hundió en la rajita de Sonoko, mientras mis dedos buceaban en la humedad que inundaba su intimidad. Sonoko gemía medio poseída, agarrándose como podía a la nevera para no empotrarse dentro mientras yo abusaba de ella.

¡AH! ¡¡Ostias, qué bueno! ¡Pe…. Pero…¿cómo coño eres tan bueno? – siseaba la chica.

Yo seguía a lo mío, acariciándola por todas partes y comiéndole el coño a lo bestia. Mi polla era una dura barra en mis calzoncillos, pero ni se me pasó por la cabeza tratar de aliviarme, pues estaba seguro de que en pocos minutos podría meterla en un sitio bien acogedor.
El chichi de Sonoko sabía a gloria, y yo seguía chupa que te chupa mientras los jugos de la chica comenzaban a resbalar por mi barbilla y mi cuello hasta mojarme el pecho. Uno de mis dedos comenzó a juguetear con su clítoris, mientras otro comenzaba a horadar el interior de la chica.

¡OH, DIOS! ¡SIGUE! ¡ES TAN BUENO! ¡ES TAAAAAN BUENO!

La voz excitada de Sonoko tenía un efecto como de eco, debido a que su cabeza estaba completamente dentro de la nevera. Mi oído captó como algunas de las viandas eran derribadas por nuestro forcejeo y caían al piso de la cocina, pero mi cerebro ni siquiera registró el suceso, completamente concentrado en darle placer a Sonoko.
Decidí probar entonces algo nuevo, que jamás me había atrevido a probar con Ran en nuestros encuentros. Con delicadeza, llevé uno de mis deditos al ano de Sonoko, comenzando a juguetear con el agujerito. Instantes después, le metí el dedo hasta el fondo, consiguiendo que la chica aullara de placer.

¡NOOOOO! ¡CONAN! ¿QUÉ HACES? ¡NO JUEGUES CON ESO! ¡DEJA MI CULO EN PAAAAAAAZ!

Mientras me gritaba, los inconfundibles espasmos de un devastador orgasmo azotaron el cuerpo de Sonoko. La chica, casi sin fuerzas, se derrumbó por completo, y habría caído dentro del frigorífico destrozándolo todo si yo no hubiera tirado con todas mis fuerzas de ella, dejándola tumbada en el suelo.
Sonoko, completamente desmadejada, jadeaba agotada, tumbada entre los restos de la comida que habíamos tirado antes, sin importarle en absoluto el mancharse. Su pantalón seguía bajado hasta medio muslo, permitiéndome ver perfectamente su depilado chochito, con los labios bien brillantes de mi saliva y de sus propios jugos. Para acabar de rematar el cuadro, le subí la camisetita hasta el cuello, dejando al aire sus domingas, con los pezones erectos apuntándome desafiantes. Estaba matadora.
Podría haberme quedando contemplándola durante horas, admirando el excitante cuadro de una mujer arrasada por el placer, pero mi propia necesidad era intensísima.
Arrodillándome junto a su rostro, procuré que mi entrepierna quedara bien a su alcance. En mi mente retumbaban las palabras de Sonoko por la tarde, cuando alardeaba frente a Ran de las muchas pollas que se había comido. Y eso precisamente era lo que quería que me hiciera: comérmela.
Para despertarla un poco (y por mi propio placer, claro) masajeé un poco sus tetas, jugueteando con los pezones, lo que le provocó un par de sensuales gemiditos de placer.
Sonoko pareció espabilar un poco y se volvió hacia mí, encontrándose frente a frente con mi entrepierna. La chica, buena entendedora, comprendió enseguida mis deseos y esbozando una sonrisilla traviesa dijo:

Vaya, vaya, Conan. Menuda sorpresa me has dado. Todavía no me creo que se te dé tan bien…
Ahora te toca a ti – dije adelantando la pelvis hacia ella, sin ganas de conversar.
Tranquilo, tranquilo. Soy una chica agradecida y verás lo bien que te devuelvo el favor que me has hecho.
¡Viva la madre que te parió! – pensé ilusionado.
Pero antes, dime ¿dónde has aprendido a practicar el sexo oral tan bien?

Para qué decir la verdad, no me iba a creer…

En una película.
¿En una película? ¿Y es la primera vez que lo haces?
Sí – asentí.
Pues vas a tener que decirme qué película es – continuó Sonoko mientras se incorporaba y se ponía en pié – Conozco a un par de tipos a los que les vendría de perlas aprender lo que sale en ella.

Sonoko se quedó mirándome un segundo, con su sonrisilla pícara imborrable en el rostro. Por fin, pareció decidirse y, agarrándome por los sobacos, me levantó en el aire, sentándome encima de la mesa.

¡Eh! ¿Qué haces? – exclamé más sorprendido que otra cosa.
¿Cómo que qué hago? – respondió ella acercando una silla y sentándose frente a mí – Devolverte el favor…

Aquello acalló todas las protestas de golpe. Me quedé, tieso como un palo, aguardando a que la chica comenzase a actuar. No cabía en el cuerpo de la emoción. Mi primera mamada. Recuerdos imborrables. Uno de los momentos más importantes de la vida de cualquier hombre (—lagrimita—).
Sonoko, buena conocedora de la psiquis masculina, se despojó por completo de ropa, mientras yo la observaba admirado. Volvió a sentarse en la silla, con las tetas al aire y posó sus manos en mis muslos, comenzando a acariciarlos. Sorprendido, di un gran respingo en la mesa, pues la chica tenía las manos heladas.

Están frías, ¿eh? – dijo divertida – es por haberlas tenido dentro de la nevera. Verás qué bien cuando te toque la polla.

Dicho y hecho. Con gran habilidad, Sonoko me hizo levantar el trasero de la mesa y me libró de los calzoncillos en un santiamén, Sus gélidas manitas se apoderaron de mi instrumento, que en contraste estaba a 100º. La frialdad de su contacto hizo que un ramalazo de placer recorriera mi cuerpo.

Te gusta, ¿verdad? – dijo ella mientras yo asentía vigorosamente – Espera, se me ocurre algo.

Pese a mi desencanto, Sonoko se levantó de la silla, abandonando su presa, abriendo la nevera a continuación. Tras buscar un segundo, sacó algo que me hizo estremecer: un spray de nata montada. Después, abrió el congelador y sacó una cubitera de hielo. Tras golpearla en la encimera para soltar los cubitos, dejó ambas cosas en la mesa, a mi lado y volvió a sentarse.
Yo sabía bastante bien lo que ella pretendía hacer y estaba verdaderamente impaciente de que empezara a hacerlo.

Esto te va a gustar – canturreó Sonoko cogiendo un par de cubitos.
Estoy seguro – respondí, haciéndola sonreír de nuevo.

La chica cogió uno de los cubitos y lo chupó con placer, presagio de lo que iba a pasar. Tras un segundo, agarró mi polla con una mano y comenzó a recorrerla lentamente con la otra, acariciando todo lo largo del tronco con el hielo. Cuando llegó casi al final, justo donde termina el prepucio y aparece el glande, el frío envió tales descargas de placer a mi cerebro que casi me desmayé.

¡JODER, JODER, SONOKO! ¡OSTRAS, QUÉ BUENO! – exclamé.
¿Te gusta? Pues verás ahora.

Sonoko, ni corta ni perezosa, se metió el cubito en la boca y, sin demorarse más, comenzó a hacer lo que yo estaba deseando: empezó a mamármela.
Cuando mi polla comenzó a deslizarse entre sus carnosos labios, creí que iba a enloquecer de placer, pero cuando mi miembro se encontró de golpe con la frialdad del hielo unida a la humedad y el calor de la boca de la chica, pensé de verdad que me moría el gusto.
Cómo había podido ser tan gilipollas de consentirle a Ran que yo le practicara sexo oral sin hacérmelo ella a mí también. Menuda pérdida de tiempo, cuanto sexo desaprovechado. Aquello era lo mejor del mundo. Ahora comprendía que ella quisiera siempre que se lo comiera. Si yo era capaz de darle con mi boca la mitad del placer que Sonoko me estaba dando a mí, lo normal era que Ran se pasara la vida contando los segundos hasta la siguiente comida de coño.
Sonoko se mostraba como una maestra en aquellos menesteres. Cierto era que yo no tenía otras experiencias con las que comparar, pero dudaba de que fuera posible procurar más placer que el que ella me estaba dando con una mamada, porque entonces sería ilegal y calificado como droga peligrosamente adictiva. Bien pensado, ya lo era.
La chica seguía chupa que te chupa, con mi polla atrapada en su boca; de vez en cuando la sacaba, atrapando el cubito entre los labios y lo deslizaba por todo lo largo del tronco, haciendo que me estremeciera de placer, para a continuación volver a metérsela en la boca, jugueteando con su lengua, labios y garganta con mi afortunado pene y el cada vez más derretido hielo.
Estaba claro que, yo, inexperto en esas lides, y con el descomunal calentón que llevaba encima, no iba a aguantar mucho más. Cuando noté que estaba a punto de correrme, pensé en avisar a Sonoko, como me habían dicho algunos colegas del instituto que hay que hacer para no cabrear a la chica, pero una vez más los diablillos acudieron en mi ayuda y me obligaron a darme el gustazo de correrme en la boca de una chavala. Demasié.

¡AAAAAAH! ¡SONOKO! ¡OSTIAS! ¡ME VOY!

Sí, sí, mucho gritar de placer, pero la corrida había ido casi toda a la boquita de la rubia. Para mi sorpresa, ésta ni se inmutó, limitándose a tragarse mi semen como si fuera agua. Por si fuera poco, y para postre, cogió el spray de nata y se echó un buen chorreón en la boca, no sé si para eliminar el sabor a polla o para qué.

Conan – dijo muy tranquila – Debes avisar antes de correrte. A muchas chicas no les gusta que se le corran en la boca.
¿Y a ti no te pasa?
Bueno – dijo ella encogiéndose de hombros – No es que me entusiasme, pero tampoco es para tanto.
Oye, ¿la nata era para eso? – le pregunté.
No, en principio tenía otra cosa en mente, pero viendo lo bien que te lo pasabas con el hielito, pensé que lo mejor era no interrumpir el juego.
Sabia decisión – dije filosóficamente, arrancándole nuevas risitas a la chica.

Allí estábamos los dos, desnudos, a las cuatro de la mañana en la cocina, después de haber alcanzado ambos sendos espectaculares orgasmos, mirándonos sonrientes el uno al otro. Pero yo quería más. Y ella también.

Vaya – dijo Sonoko apuntando hacia mi pene – Parece que tu amiguito no se calma.

Tenía razón. Seguía empalmado.

Es que… quiero probar más cosas de las que vi en la película – respondí con descaro.
Vaya, vaya… ¿cómo qué por ejemplo? – dijo ella continuando con el juego.
No sé, podríamos… follar un poco.
¿De verdad que tú nunca habías hecho esto antes? Me parece que voy a tener que decirle a Ran que te controle más de cerca de partir de ahora. Yo creo que tú andas por ahí con tus amiguitas… ¿Cómo se llamaban? ¿Aibara y…?
Anda, no digas tonterías. Si son sólo dos crías.
¿Y tú que eres majete? – rió Sonoko.
Bueno, lo mismo. Pero tú antes dijiste que yo era muy precoz.
¿Y cuando fue eso?
Antes, en el baño.
Así que la historia esa de que te habías quedado dormido en el baño era mentira ¿eh? Tú no te perdiste detalle desde que entramos…

Mierda. Me había pillado.

Bueno – dije dubitativo – Es que…
No, si a mí no tienes que explicarme nada. Yo también fui muy precoz para el sexo. Con tu edad ya andaba por ahí cachonda perdida.
¿Tú perdiste tu virginidad con mis años?
No, no. En eso me ganas. Pero con tu edad ya andaba yo por ahí frotándome el coñito con todo lo que pillaba, espiando a mi hermana con sus novios…
Oye – la interrumpí – Has dicho que yo te gano en lo de perder la virginidad.
Sí que lo he dicho – dijo ella sonriendo al adivinar por dónde iba yo.
Pero yo aún soy virgen… – mentí sonriendo pícaramente.
¡Ah, pues verdad! – dijo ella haciéndose la tonta.
Pero… podría dejar de serlo ahora mismo…
¿En serio?
¿Era así cómo te frotabas cuando tenías mi edad?

Mientras hablábamos, había ido acercándome hacia ella, pegando mi tremenda erección contra su pierna, frotándome de arriba abajo, haciéndole sentir mi dureza. Ella sólo podía dejarse hacer, pues yo era tan bajito que a duras penas le llegaba a las tetas. Tras unos segundos de sobeteo, llevé mi mano a su entrepierna, deslizando mis dedos entre sus labios vaginales, comprobando que la chica seguía tan caliente y mojada como antes.
Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de Sonoko cuando volví a hundir la cara entre sus piernas. Ella, sin dudarlo, se abrió de piernas mientras yo chupeteaba por ahí abajo.
Poco a poco, Sonoko fue sentándose en el suelo, hasta quedar de nuevo tumbada. Yo me fui dejando caer a la vez que ella, sin dejar de saborear su deliciosa intimidad. Queriendo darle un poco más de sabor a aquello, me incorporé y cogí la nata, acercándome de nuevo a la chica.
Con rapidez, deposité pequeños montoncitos de nata sobre el cuerpo de Sonoko, mientras ella se dejaba hacer a la expectativa. Cuando terminé, procedí a limpiar con la lengua toda la nata del juvenil cuerpecito, recreándome especialmente en la que tapaba sus pezones, que eran como duros fresones entre mis labios.
Sonoko tanteó hasta hacerse con el bote de nata y lo llevó de nuevo a su boca, donde disparó un buen chorro. Yo pensé que iba a tragársela, pero no era ese su plan, sino que me ofreció sus jugosos labios repletos de nata para que la besara. No tardé ni un segundo en fundir nuestras bocas en una sola, mientras nuestras lenguas jugueteaban juntas, compartiendo el dulce sabor de la nata.
Mientras nos besábamos, noté como la manita de Sonoko se aferraba a mi instrumento, acariciándolo y pajeándolo levemente, para que los jugos preseminales lo lubricaran bien para lo que estaba a punto de venir.
Con reluctancia, Sonoko abandonó mis labios y volvió a reclinarse, quedando tumbada boca arriba con las piernas abiertas. Yo, como loco por meterla ya en caliente, corrí hasta situarme entre sus juveniles muslos, arrodillándome justo en medio. Echándome hacia delante, acerqué mi polla hasta la meta, deseoso de atravesarla en cualquier momento.

Ummm – Susurró Sonoko removiéndose un poco – El suelo está duro. Esto es un poco incómodo para ser tu primera vez ¿verdad?
Por mí está bien – respondí con la mirada clavada en el abierto chochito de la chica.
¿No prefieres que subamos a mi cuarto o al tuyo?
No. Sonoko, por favor – supliqué.
Vale, vale. Ven aquí.

Gracias fueran dadas al cielo. Yo ya no podía más. Como pude, coloqué mi polla en la entrada de su gruta, pero ella, pensando que no tenía experiencia, fue la que se encargó de colocarla bien en posición.

Ahora empuja lentamente – me susurró.

Sí, para explicaciones complejas estaba yo. Echándome bruscamente hacia delante, se la enfundé de un tirón.

¡AAAAAHHH! ¡CONAN! ¡DESPACIO! ¡AY, QUE ME LO VAS A DESTROZAR!
Ya, seguro que no lo tienes acostumbrado a estas cosas – pensé.

Sin hacer ni caso a las falsas quejas de Sonoko, procedí a bombearla con ganas. Como yo era muy bajito, mi cara quedaba justo entre las tetas de la chica, lo que no me pareció mal en absoluto, pues así podía lamerlas y chuparlas a placer mientras me follaba aquel tierno chochito.
Redoblé mis empujones, comiéndole las tetas, sin preocuparme por dejar caer todo mi peso sobre ella, pues mi cuerpo era bastante pequeño. Me la follé con rapidez y con fuerza, redoblando mis culetazos con ganas, horadándola sin piedad mientras ella gemía y chillaba.

¡ASÍ, CONAN, ASÍ! ¡DAME MÁS DURO! ¡ASÍ, NIÑO, MÁS, MÁS….!

Joder, qué escandalosa era la tía, Ran era mucho más discreta. Se iba a enterar todo el mundo en la casa, aunque la verdad es que, a esas alturas, me importaba un comino. Si nos pillaban, iba a ser ella la que se metiera en un lío, por corruptora de menores.
Como pude, agarré las tetas de Sonoko con las manos, estrujándolas con fuerza, pues notaba que eso le gustaba más, mientras mis labios seguían chupeteando sus pezones como si me fuese la vida en ello. Mis caderas bombeaban enfebrecidas entre los muslos de la chica, hundiendo mi caliente bálano en el ardiente interior de mi compañera.
Ella, por su parte, aplicaba toda su experiencia en darme placer, sus manos acariciaban mi cabello, sus muslos ceñían mis caderas e incluso notaba cómo tensaba y relajaba sus músculos vaginales, demostrando que, en las batallas del sexo, era toda una maestra.

¡OSTIAS, OSTIAS, ME CORRO, DAME MÁS FUERTE QUE ME CORROOOOO….! – aullaba, posesa.

Yo, rezando mentalmente en que no se la escuchara en el piso de arriba, redoblé mis empellones para intensificar su orgasmo. Noté cómo su vagina se inundaba de líquidos, que empaparon mi entrepierna, mientras nuestros vientres seguían aplaudiendo el uno contra el otro con mis certeros culetazos.
Cuando se calmó un poco, relajándose tras la corrida, quise hacer algo que había visto hacer en alguna peli porno: cambiar de postura y seguir follando sin parar.
Se la desclavé a Sonoko brevemente, ignorando su gemido de protesta. Agarrando uno de sus tobillos, tiré de ella haciendo que se diera la vuelta. Ella entendió mis intenciones y no se resistió, pero no colaboraba mucho, disfrutando aún de los últimos estertores de su corrida. Queriendo acelerar la cosa, le di un cachete en el culo, lo que le provocó una risita la mar de sexy.

Ji, ji. Aprendes rápido – me dijo – Ya te estás poniendo en plan machito conmigo. Todos los hombres sois iguales.
Lo siento, Sonoko – dije con urgencia de meterla en caliente otra vez – Es que quiero probar otra cosa que vi en la peli. Otra postura.
Oye – me dijo mirándome muy seria – Ni se te ocurra intentar ninguna tontería ¿eh? Que mi culo es sagrado.
¿Cómo? – dije extrañado, sin comprender – ¡Ah, no, tranquila! Sólo quiero probar a cuatro patas.
Bueno, si es eso…

Un poco escamada, Sonoko adoptó la postura que yo le pedía. Yo me situé justo detrás y afiancé mi polla justo a la entrada de su coño, que se me ofrecía magníficamente abierto, por estar su dueña un poco inclinada. Me disponía a penetrarla, cuando súbitamente se me ocurrió una maligna idea.

Espera un segundo – dije.
¿Qué? – dijo Sonoko girando la cabeza y mirándome – ¿Qué coño haces?
Tranquila, esto te va a encantar.

Como un rayo, fui a la mesa y cogí un par de cubitos de hielo. Regresando junto a Sonoko, comencé a acariciar sus hinchados labios vaginales con el hielo, lo que hizo que un impresionante estremecimiento de placer recorriera el cuerpo de la chica.

¡COÑO! – exclamó – ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?
Lo mismo que tú antes. ¿No te gusta? – respondí sin dejar de deslizar el hielo por el chochito de mi amiga.
No, no… si no es ESOOOO…. – aulló mientras frotaba el hielo sobre su clítoris.
¿Te gusta?
¡MMMMPPHHHH! – asintió Sonoko mientras se mordía los labios para no gritar.

Pero ese no era todo mi plan. Cuando la tuve bien cachonda y abriéndose el chocho a más no poder, hice lo que me pareció más lógico. Le metí los cubitos en el coño, primero uno y después el otro.

¡UAHHHHHH! ¿QUÉ HACES? ¿QUÉ HACES? ¡SÁCALO! ¡SÁCALO!
¿De verdad? ¿Quieres que lo saque? – dije riendo.

Lo que hice en realidad fue hundírselos mucho más adentro usando el dedo más largo que tengo. Se la clavé hasta los huevos, empujando los cubitos hasta lo más profundo de sus entrañas.

¡ME MATAS! ¡ME MATAS! ¡ME MATAS DE GUSTOOOO!

Joder. Menudo resultado. La tía se había vuelto medio loca de placer. Y yo no disfrutaba menos, sentir en la polla el ardor volcánico de su coño unido al frío del hielo era enloquecedoramente placentero. Como estaba seguro de que, a semejantes temperaturas, el hielo no duraría mucho, redoblé mis esfuerzos en su coño, usando sus caderas como asidero, mientras la penetraba una y otra vez sin compasión.
Creo que Sonoko se corrió un par de veces por lo menos antes de que yo alcanzara el clímax. No sé cómo aguanté tanto, teniendo en cuenta lo excitadísimo que estaba, aunque creo que fue gracias al hielo, que me insensibilizó un poco el miembro, permitiéndome retrasar el orgasmo.
Cuando noté que llegaba, no me anduve con tonterías, no quería correr riesgos innecesarios, así que se la saqué del coño, apoyándola entre sus nalgas y disparando toda mi leche sobre su espalda, poniéndola perdida de esperma. A ella no le importó.
Sonoko, rendida, se derrumbó en el suelo jadeando, tratando de respirar como podía. Yo, sintiéndome un dios, orgulloso de haber dejado derrengada a semejante ninfómana, contemplé la escena, como el cazador que contempla a su presa tras cazarla.
Sonoko, pringosa de semen y sudor, se removía agotada en el suelo, manchándose todavía más por la comida que había tirada. Alcé la vista, buscando un paño para limpiarla un poco y entonces fue cuando la sangre se me heló en las venas: Ran estaba en la puerta, agarrada al dintel, medio derrumbada contra él.
Cuando nuestros ojos se encontraron, reaccionó, y, tras mirarme un segundo, se largó corriendo mientras yo no acertaba a decir ni hacer nada. Fue Sonoko la que habló.

La has visto ¿eh?
¿Cómo? – dije sin comprender.
A Ran. En la puerta. La has visto ¿verdad?
¿Quieres decir que tú la habías visto antes? – exclamé atónito.
Claro. Lleva ahí por lo menos desde que saqué el hielo de la nevera. Puede que desde antes.
¿CÓMO?
Hijo, pues sí que estabas concentrado. Lleva ahí un buen rato.
No me lo creo.
¿De verdad? Y no solo eso, ha estado haciendo lo mismo que tú esta mañana. Haciéndose una paja con el espectáculo.
¿QUÉ? – grité sin importarme que me oyeran todos en la casa.

Me sentí súbitamente mareado, entendiendo por fin cómo se había sentido Ran por la mañana. Me dejé caer sentado en el suelo, junto a Sonoko, que me miraba divertida.

Venga, Conan, que no es para tanto. Creía que te había demostrado que todos sentimos estos impulsos. Es de lo más normal. No tiene nada de malo lo que ha hecho.
No – dije – Si no estoy pensando en eso.
¿Entonces?
Pienso en lo que me hará mañana por la mañana, cuando se le enfríe la cabeza y se dé cuenta de lo que ha pasado. Me va a dar una buena…
Venga, ya será menos, al fin y al cabo ella también estaba haciendo sus “cositas”.
Sí, pero no la hemos pillado in fraganti. Se limitará a negarlo todo y nos cascará. Sobre todo a mí.

Sonoko se quedó pensativa unos instantes, comprendiendo que yo tenía razón. De pronto, esbozó una sonrisilla maquiavélica y volvió a hablar.

Mira, Conan, conozco a Ran desde hace mucho más tiempo que tú y creo que sé la mejor manera de solucionar esto.

Eso no era del todo correcto, pero ella no lo sabía.

¿Y cual es?
Será mejor que vayas a su cuarto a hablar con ella.
¿Ahora? Si me coge, me arranca la cabeza.
Que va. Yo la conozco. Ahora mismo está alucinada. Lo que tienes que hacer es hablar con ella. Invéntate algo. Explícale que ya eres mayor, que sientes impulsos… como ella. Si quieres, échame la culpa a mí… dile que estuve bromeando contigo en la cena con que quería verte la polla, que te he asaltado en la cocina… lo que sea, pero asume tú parte de la culpa. Le parecerás más sincero.
Coño, eso no es inventarse nada. Has sido tú la que se ha metido conmigo en la cena y después me has asaltado aquí en la cocina.
Oye, rico – dijo Sonoko haciendo un mohín – Que has sido tú el que me ha dejado el culo al aire y ha comenzado a comerme el coño.
Y has sido tú la que me metió mano en los calzoncillos y se puso con el culo en pompa – respondí burlón.

Los dos nos echamos a reír.

En serio, Conan, hazme caso. Lo mejor es coger el toro por los cuernos y hablar con ella ahora. Mañana se habrá pasado toda la noche rumiando su enfado y no habrá quien trate con ella.
De acuerdo. ¿Y todo este lío? – dije señalando el estropicio en la cocina.
Yo me encargo. Y después me daré un buen baño.
Si quieres, voy a bañarme luego contigo – dije ilusionado.
No creo que puedas – respondió ella guiñándome un ojo misteriosamente.

Minutos después, vestido de nuevo con calzoncillos limpios y una camiseta, estaba en mi habitación, delante de la puerta de comunicación entre los cuartos, tratando de armarme de valor para enfrentar a Ran.
Yo no le veía la lógica al plan de Sonoko por ningún sitio, aunque, como me repetía a mí mismo, jamás había logrado entender a las mujeres, por lo que a lo mejor funcionaba. Además, no dejaba de pensar en Sonoko, desnudita y solita en los baños, pensando sin duda en el extraordinario polvo que acababa de echar, tocándose lánguidamente sumergida en el agua caliente… me voy con ella.
Pero, no. Tenía que arreglar las cosas con Ran. Sonoko debía saber lo que se hacía. Tenía que seguir su consejo. Ahora o nunca. Alea jacta est.
Decidido, abrí la puerta de comunicación y penetré en la oscuridad del cuarto de Ran, deslizándome sigilosamente hasta su cama, donde podía distinguir la silueta de mi novia. Noté cómo se estremecía al acercarme yo, asustada sin duda y pensé que lo mejor era tener una conversación lo más serena posible.
A tientas, busqué la luz y la encendí. Miré a Ran y vi que su cuerpo se había tensado enormemente, sin duda con tan pocas ganas como yo de tener la charla que debíamos tener. Pero era necesario, guardárnoslo para nosotros podía terminar por envenenar nuestra relación. Las cosas es mejor hablarlas.

Ran – susurré.

El cuerpo de la chica se puso todavía más tenso, pero no me contestó, tratando de fingir que dormía. Estaba de espaldas a mí, tratando de no moverse ni un ápice, lo que me recordó el viajecito en coche hasta la casa, cuando era yo el que simulaba dormir.
Fue entonces cuando me dí cuenta de un detalle muy extraño. A pesar del sofocante calor que hacía esa noche, Ran estaba arropada hasta el cuello con la sábana. Eso hizo despertar mi instinto de detective, intuyendo que allí pasaba algo raro.
Con una súbita iluminación en la mente, me acerqué despacio a la cama, llamándola de nuevo, ahora con voz más firme.

Ran. No te hagas la dormida. Sé bien que estás despierta. Te he visto en la cocina.

Ran se agitó casi imperceptiblemente, pero yo noté su movimiento, pues tenía los ojos clavados en ella. Cuando llegué junto a la cama, abrí con cuidado el cajón de la mesita de noche y eché un vistazo dentro. Al ver su contenido (o más bien la falta de contenido) sonreí ladinamente, pues todas las piezas del puzzle encajaron por fin en mi cerebro.
¿Qué creen ustedes que eché en falta en el cajón? Seguro que lo habrán adivinado ya: el consolador con el que la sorprendí antes…
Sí, es cierto, existía la posibilidad de que lo hubiera guardado en otro sitio, en una maleta o algo así. Pero conociendo como conocía a Ran, estaba seguro de que habría ordenado todas sus pertenencias como si estuviera en casa, ¿y antes había dicho que guardaba el consolador en su mesita de noche, verdad?
Al hacerse la luz en mi mente, todo comenzó a tener sentido. Ahora entendía en qué consistía el plan de Sonoko al enviarme de madrugada al cuarto de Ran. Ya entendía qué esperaba ella que pasara para impedir que Ran nos echara la bronca al día siguiente. Ya sabía lo que tenía que hacer… pero antes debía asegurarme.

Ran – llamé por tercera vez, sin obtener respuesta – Como quieras.

Suavemente, agarré el borde de la sábana que tapaba el tentador cuerpecito de la chica y la destapé. Ran se cubría con un ligero camisón que yo conocía muy bien de habérselo visto puesto por casa y que le quedaba divinamente. Pero lo que me paró el corazón fue el comprobar que Ran tenía las bragas bajadas hasta medio muslo, indicio inequívoco de lo que había estado haciendo hasta mi llegada.
Aquello me puso medio loco de excitación. Ran, después de espiarme y masturbarse mientras follaba con Sonoko, había regresado a su habitación para completar la faena. Pero esta vez iba a ser yo el que la completara.

¿Qué has estado haciendo aquí solita? – susurré.

Con delicadeza, levanté el borde del camisoncito de Ran, dejando sus excelsas posaderas al aire y la liberé por completo de las bragas, que arrojé al suelo. La chica continuó esforzándose en no mover ni un músculo, tratando de fingir que nada estaba pasando. Pero yo estaba decidido a que pasaran cosas… y de las gordas.
Su culito era firme y delicioso, tal y como lo recordaba, pero esta vez estaba además empapado en sudor, lo que le daba un aspecto erótico y sensual. Tenía uno de los muslos echado un poco hacia delante, lo que me permitió echarle un vistazo a su coñito desde atrás, pegando la cara al colchón.
Y ¡voilá!, allí estaba. Al asomarme entre los muslos de mi chica desde atrás, pude atisbar el extremo del desaparecido consolador, que estaba bien enterrado en la entrepierna de la muchacha.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me incorporé y me apresuré en desnudarme. Me disponía a meterme en la cama junto a la nena cuando pensé que lo mejor sería tensar la cuerda un poco más. Inclinándome junto al oído de Ran, le susurré unas palabras.

Ran. Te he visto antes mientras me espiabas con Sonoko. Sé que, aunque lo niegues, estás deseando que haga lo mismo contigo. Ahora voy a meterme en la cama a tu lado y te voy a follar hasta el fondo. Si no quieres que lo haga, dímelo y me iré a mi cuarto, pero si sigues callada, no dudaré más.

El silencio fue toda la respuesta que obtuve.

Como quieras – dije mientras me deslizaba en la cama quedando detrás de la chica.

Me sentía exultante, pletórico. Había logrado poner tan cachonda a Ran que ni siquiera se planteaba la posibilidad de no hacérselo conmigo. Estaba tan necesitada de verga, que había terminado de un plumazo con todas sus convenciones sociales y sus principios. Iba a follármela… otra vez… aunque ella pensara que era la primera.
Con cuidado, pegué por completo mi cuerpo al de Ran, apretando con fuerza mi tremenda erección contra las posaderas de la chica. Como ésta no decía ni mú, deslicé suavemente una mano por su cuerpo, acariciando su muslo, su cadera, su vientre, hasta llegar hasta sus durísimos senos, de pezones enhiestos, donde me entretuve un rato masajeando y jugando.
Poco después, llevé esa mano hacia abajo, hacia la entrepierna de Ran, donde tironeé suavemente del escaso vello púbico de la chica, logrando que su cuerpo se estremeciera contra el mío, clavándole con más fuerza la polla contra las nalgas. Mi inquieta manita comenzó a acariciar con dulzura su chochito, hasta que me topé con el intruso de látex que Ran se había metido. Agarrándolo con los dedos, procedía a masturbar a mi preciosa morena con el consolador, que hacía un ruidito de chapoteo de lo más erótico cuando penetraba en la intimidad de mi chica.
Ella, sin poder aguantarlo más, comenzó a gemir y a contonearse contra mí, disfrutando como loca de la paja que le estaba haciendo.
Como pude, logré deslizar mi otra mano entre su cuerpo y el colchón, volviendo a apoderarme de los senos de Ran, dedicándome ahora a dar delicados pellizquitos en los sobreexcitados pezones de la chica.
Ela, retorciéndose como una culebra, empujó hacia atrás girándose un poco, de forma que su cuerpo quedó boca arriba acostado sobre el mío. Yo quedé atrapado debajo del cuerpo de ella, soportando todo su peso, pero sin liberar en ningún momento las presas que había hecho en sus tetas y en su coño.
Seguí masturbándola unos instantes, pero ella pesaba mucho más que yo, por lo que su peso comenzó a sofocarme.

Ran – siseé sin dejar de pajearla – me aplastas…

Como un zombi, Ran volvió a girarse en la cama, quedando de nuevo acostada de lado como al principio. Yo prendido de ella cual garrapata, no dejé de masturbarla ni un segundo, hasta que decidí que ya era suficiente para ponerla a tono y que ya era hora de pasar a ejercicios más interesantes.
Como pude, liberé el brazo con el que le sobaba las tetas, que había quedado atrapado bajo su cuerpo al girarse. Poniéndome de rodillas en la cama, la hice volverse del todo, de forma que quedó tumbada boca arriba. Qué buena estaba, sudorosa, con la respiración agitada, los pezones duros como rocas y los labios de su chochito, húmedos e hinchados y con el extremo del consolador asomando entre ellos. Y además, con los ojos cerrados haciéndose la dormida… el que calla otorga.
Como un rayo, salté sobre el colchón hasta situarme entre las piernas de Ran. Con cuidado (y con una ligera expresión de descontento en el rostro de la chica) tiré del extremo del consolador, sacándoselo por completo del coño. Sin pararme un segundo arrojé el empapado juguetito a un lado, agarrando con fuerza los muslos de mi compañera.
Ella, lejos de resistirse, aprovechó para separar levemente las piernas, ofreciéndome tentadoramente su abierto conejito. Sonriendo como llevaba un buen rato haciendo, me agarré la polla para colocarla bien en situación y lentamente, fui clavando mi ardiente pene en las húmedas y calientes entrañas de mi novia. Impresionante.

¡AAAAHHHHHH! – gimió Ran sin poder evitarlo mientras la penetraba.
UMMMMMM – respondí yo mientras sentía como cada centímetro de mi verga era absorbida por la acogedora cueva de mi amiga.

El coño de Ran era tan cálido y maravilloso como lo recordaba. Parecía que ella y yo estábamos hechos el uno a la medida del otro, así de bien encajábamos. Sin perder el tiempo, comencé a bombear firmemente en el coño de la chica
.
Para mi sorpresa, Después de solamente cinco o seis culetazos, Ran se corrió intensamente. Pensándolo bien no era tan raro, pues al fin y al cabo yo la había interrumpido en su jueguecito con el dildo dejándola
a medias, y quizás justo al borde del orgasmo: como yo por la tarde en el baño.
Imperturbable, sentí con placer como la avenida de líquidos vaginales que anunciaron el orgasmo de mi compañera empapó mi entrepierna, produciendo un sexy chapoteo cada vez que le clavaba el nabo. Enfebrecido, redoblé mis esfuerzos en martillearle el coño a Ran, provocando que la intensidad de su orgasmo se multiplicara.

¡AHAHAHAHAAAAAAHHHHHHHH! ¡QUÉ BUENO! ¡QUÉ BUENO! ¡SIGUE CONAN, NO PARES!

 

¡Vaya! – exclamé, sin dejar de zumbármenla – ¡Ya me hablas!
¡SÍ! ¡SÍ! ¡LO QUE TÚ QUIERAS! ¡PERO NO TE PARES!

No pensaba hacerlo.
Envalentonado por el gran éxito de mi estrategia, cambié de postura sin sacársela (cada vez era más experto). Quedé de rodillas sobre el colchón, con los muslos de Ran apoyados contra mi pecho, mientras le aferraba los tobillos con las manos. Esta postura era muy erótica, pues nos permitía mirarnos a los ojos mientras follábamos.

¡AH! ¡AH! – gemía Ran ¡SHINICHI, MÁS, DÁME MÁS!

Un escalofrío me recorrió la columna. Por in instante pensé que Ran había descubierto todo el pastel, pero me di cuenta de que no era así, sino que elevada a los altares del placer, llamaba a gritos al hombre que ocupaba su corazón. Afortunadamente era yo mismo, así que no pude cabrearme porque ella me llamara de otra forma.
Seguí dale que te pego, logrando llevarla hasta un nuevo orgasmo, mientras yo notaba cómo se aproximaba el mío. Por desgracia, no fui capaz de lograr que nos corriéramos a la vez, pero aún así, mi corrida fue bastante intensa.
En cuanto noté que los huevos me entraban en erupción, desclavé a Ran de golpe y me pajeé la polla rápidamente, dirigiendo los lechazos contra el cuerpo de la chica, empapándole los muslos y el vientre. Me hubiera encantado pegarle un par de disparos en la cara, pero tenía las bolas un tanto vacías después de la aventurilla con Sonoko.
Nos tumbamos los dos, jadeantes y agotados, ella mirando hacia la pared y yo abrazándola pegado a su espalda. De momento, me sentía plenamente satisfecho, así que intenté descansar unos minutos, para recuperarme.

No puedo creer lo que hemos hecho – dijo de pronto Ran.
Vamos, Ran. No le des más vueltas. Sonoko tenía razón. Las mujeres me interesan ya, así que imagínate la oportunidad que he tenido este fin de semana. Y tú no has hecho nada malo, simplemente has seguido el impulso del momento. Eres joven y preciosa, y tu novio está muy lejos. Es normal que te desahogues de alguna forma. Shinichi lo vería de esa forma.
Eso no te lo crees ni tú – respondió sarcásticamente.
Bueno, y qué más da – sentencié – Él no está aquí y no se va a enterar ¿verdad?
No, supongo que no – dijo ella.
Pues eso – continué – No se va a enterar nunca de lo que ha pasado… y de lo que va a pasar dentro de un rato tampoco…
¡Dios mío, he creado un monstruo! – dijo ella resignada.

Ambos tratamos de dormir un rato, pero un par de horas después me desperté con una dolorosa erección apretada contra las nalgas de Ran. Aprovechando que seguíamos los dos desnudos y sin dejar de abrazarla, acerté con cierta dificultad a penetrarla desde atrás, y procedí a follármela lentamente, estando los dos tumbados de costado. Ran despertó enseguida, al sentir su intimidad invadida por mi tieso pene, pero no se quejó en absoluto, limitándose a disfrutar lánguidamente del sexo que yo le proporcionaba.
Esta vez no sé si logré que se corriera, aunque si lo hice debió ser un orgasmo dulce y profundo y no salvaje e intenso como los anteriores. Yo, por mi parte me corrí tras un buen rato de lento mete y saca, empapando todavía más la retaguardia de mi amiga con mi semen.
Por la mañana desperté en la cama de Ran, solo y tras echar un vistazo por el cuarto comprobé que la chica se había duchado y vestido, dejándome a solas.
Yo hice lo mismo rápidamente, cambiándome de ropa, bajando como un rayo a desayunar, pues tenía un hambre de lobo.
En el salón me encontré únicamente con Sonoko, que no me dio ni la oportunidad de preguntar.

Si buscas a Ran, se ha ido a dar un paseo en bici. No ha querido que fuera con ella.

La inquietud volvió a apoderarse de mí.

¿Está muy cabreada? – inquirí.
¡Oh, no! Estaba muy tranquila, es sólo que le apetecía estar un rato sola.
Menos mal.
No sé lo que le “dijiste” en vuestra “charla” de anoche – dijo Sonoko riendo – Pero parece mucho más calmada y feliz que hace bastante tiempo.
¿En serio? – dije resignado a aguantar las pullas de Sonoko durante un rato.
De verdad. Parece que por fin ha encajado la cosa. Mira, al menos le quedas tú como consuelo, ya que Shinichi no está.
Bueno… – dije sin saber muy bien qué responder.
A propósito – dijo entonces Sonoko – Aún nos queda pendiente el baño que dijimos anoche.
Es verdad – respondí esbozando una sonrisilla pícara muy parecida a la que esgrimía la chica.
Pues si quieres, desayuna bien para reponer fuerzas, que yo te espero en la sauna…
Me parece perfecto.
Y tranquilo, que Ran iba a bajar hasta el pueblo, así que tardará un par de horas en volver. Si quieres, podrás “charlar” con ella luego, después de comer.
Estaría bien.
Por cierto – concluyó Sonoko – No hace falta que traigas el bañador a al baño. Yo no lo uso…
……………….

Y le hice caso.
FIN
TALIBOS

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ernestalibos@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 6” (POR GOLFO)

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Capítulo 9

Entre la fogosidad de las muchachas y la incomodidad de nuestro precario campamento, esa noche dormí poco. Cuando no me clavaba una rama en la espalda, un sonido proveniente de la jungla me despertaba, por eso apenas amanecer me levanté con la idea de intentar contactar con la pelirroja. Ni Rocío ni María se dieron cuenta que lo hacía y dando por sentado que era mejor ir solo, las dejé durmiendo.

        Tras lavarme en el estanque, cogí unas piezas de fruta y me interné en el bosque. Mi idea era que ella viniera a mí, pero sobre todo que no sintiera que la estaba dando caza, por ello nada mas alejarme unos cincuenta metros empecé a silbar una canción para avisar de mi presencia.

        Apenas llevaba unos minutos en mitad de la foresta cuando en un recodo del camino, me encontré con la desconocida sentada sobre una roca.

        ― ¿Quieres uno? ― extendiéndole un plátano, dije nada más verla.

        La pelirroja aceptó el regalo y mientras lo pelaba, con una sonrisa me dijo si siempre hacía tanto ruido. Por su acento, sospeché que era francesa y asumiendo que de nada servía mentir, contesté:

―Quería verte y me pareció la mejor forma que me oyeras llegar.

Mi sinceridad le permitió relajarse y con una postura menos forzada, se puso a comer sin dejar de mirarme. Por un momento me sentí incómodo al ser objeto de un exhaustivo examen por su parte, pero no dije nada, no fuera a romper la cordialidad que mostraba.

―Esas dos, ¿son tus mujeres? – preguntó con la boca llena.

 Su voz grave escondía un cierto malestar que no me pasó desapercibido y que me hizo recordar el cadáver con el que nos habíamos topado.

―No. Una es mi prima y la otra una amiga― respondí y para dejar claro que no eran de mi propiedad, seguí diciendo: ―Desde el naufragio nos hemos convertido en amantes para hacer llevadera nuestra estancia aquí. Pero una vez nos salven cada uno seguirá su camino sin ningún compromiso.

―Nadie vendrá a rescataros. Cuando naufragamos, mi tío Nicolás me prometió que pronto vendrían por nosotros, pero jamás llegaron.

― ¿Vives con tu tío? ― pregunté extrañado por no haber visto ninguna huella que me hubiese hecho sospechar que no estaba sola.

―No, murió defendiéndome de un hombre malo y llevo sola al menos hace cinco temporadas de lluvias.

La forma casi infantil con la que me acababa de exponer su desgracia, además de dar una explicación al cadáver  que encontramos,  incrementó mis sospechas de que su estancia en esa isla era mayor de lo que había supuesto en un principio y negándome a creer que eran casi nulas las esperanzas de un próximo rescate, respondí:

― Mis padres jamás se darán por vencidos mientras no encuentren mi cuerpo.

Con un deje de dolor, la pelirroja comentó:

―Eso mismo me decía Nicolás al principio, pero al cabo de unos meses comprendimos que nos habían dado por muertos y que ni siquiera mi papá nos seguía buscando.

La desgracia de esa mujer incrementó mi malestar y sentándome junto a ella, pregunté su nombre.

―Ivette Duclos, pero llámame Iv― dijo amistosamente.

Desde cerca, la pelirroja era todavía más impresionante y por ello tuve que hacer un esfuerzo para retirar mis ojos de sus pechos. Asumiendo que era un gran logro el estar a tan poca distancia sin que ella se marchase, me abstuve de tocarla mientras me presentaba:

―Iv, como ya sabes mi nombre es Manuel y al igual que las dos crías que me acompañan, soy español.

Demostrando que tenía un extraño sentido del humor, respondió:

―Bienvenido a mi isla, desde hoy como reina de este lugar te nombro… mi primer ministro.

Por un instante, pensé que realmente se creía la soberana de ese lugar, pero al ver su cara, me di cuenta de que estaba de broma y por ello me permití seguir su guasa preguntando en qué consistirían mis deberes.  Os juro que jamás me imaginé que totalmente colorada y acercándose a mí, esa desconocida contestara que hacerla compañía.

―Dalo por hecho― contesté sin saber exactamente a qué se refería porque por compañía se podía entender desde una amistad a una relación más seria.

Iv me sacó de dudas al besarme sin importarla que su desnudez hiciera que pudiese sentir sus pechos clavándose en mí. Cortado por lo inesperado, dejé que su lengua jugara con la mía sin moverme. Ella malinterpretó mi pasividad creyendo que era un signo de rechazo y separándose se echó a llorar desconsolada.

―Lo siento, llevo tanto tiempo sola que pensé que deseabas que me comportara como tus amiguitas― gimió llena de dolor.

De haber sido otra, hubiese pensado que estaba menospreciando a Rocío y a María al referirse a ellas con ese término, pero algo me dijo que era otra la razón y venciendo el temor de que saliera huyendo, susurré en su oído:

―Tranquila Iv, tenemos todo el tiempo del mundo para conocernos.

―Lo que pasa es que no te gusto― replicó con su voz teñida de dolor.

Queriendo demostrar sin lugar a duda que estaba errada, cogí su mano y la llevé a la erección que lucía en mi   entrepierna para acto seguido contestar:

―No te miento, eres una mujer preciosa.

Su cara de sorpresa me hizo pensar que me había pasado, pero entonces y mientras involuntariamente la aferraba entre sus dedos, buscó nuevamente mis besos. Esta vez respondí con pasión y atrayéndola hacia mí, no solo la besé, sino que otorgándome un permiso que no me había concedido, comencé a acariciar su trasero mientras mordisqueaba sus labios.

Al sentir mis caricias, se derritió y sollozando me rogó que no quería seguir sola y que la hiciera mía. Todavía hoy agradezco a las musas el haberme inspirado, porque desconociendo cuantos años llevaba sin ser acariciada por un hombre prefería ser cauteloso y por ello le pregunté en voz baja donde vivía y si estaba lejos.

―A unos minutos andando― respondió sin dejar de rozar su cuerpo contra el mío.

Sonriendo, contesté:

―Una reina se merece que su primer ministro le haga el amor en su propia cama.

― ¿Quieres hacerme el amor? ― preguntó radiando una felicidad que no supe interpretar.

―Es lo mínimo que te mereces, ¿no crees? ― respondí.

Mi respuesta provocó que sus pezones se erizaran. Urgida de caricias, me tomó de la mano y sin dejar de reír, me hizo correr tras ella por la espesura. Tal y como me había anticipado, no tardamos en entrar en el claro donde tenía su vivienda.

Al verla, confirmé la valía de esa mujer porque venciendo los pocos recursos de los que había dispuesto, había levantado una choza de piedra que la resguardara de las inclemencias de los monzones.   Al entrar en ella ratifiqué que era una superviviente nata porque su interior no solo estaba limpio y ordenado, sino que se había ocupado de recolectar en el antiguo poblado un montón de libros y utensilios. Pero lo que realmente me hizo feliz, fue descubrir que ¡dormía en un colchón!

        Impresionado por ese descubrimiento, me tomé un tiempo en curiosear entre sus pertenencias para hacerme una idea de lo que esa monada había conseguido salvar de la destrucción cuando de pronto vi cuidadosamente colgados en una esquina unos vestidos de niña.

Temiendo su respuesta, pregunté de quién eran:

―Son míos― inocentemente contestó.

Confieso que se me cayó el alma a los pies al escucharla porque si como creía esa mujer rondaba los treinta, eso significaba que había naufragado siendo una bebé y que llevaba varada ahí más de quince años.  La certeza de su desgracia me hizo tambalear y sin fuerzas, me dejé caer sobre la cama.

Iv no entendió mi angustia. Recordando lo sucedido la noche anterior, creyó llegado el momento y tumbándose a mi lado, intentó bajarme el traje de baño. Su torpeza al hacerlo me intimidó al corroborar que, aunque me llevara más de diez años, realmente era una niña que jamás había tenido la oportunidad de madurar hasta convertirse en mujer.

―Cariño… espera― alcancé a decir cuando ya había conseguido sacar esa prenda por mis pies― antes tenemos que hablar.

Ajena a mis reparos, la pelirroja imitó los pasos de   mi prima y deslizando su cuerpo sobre mí, intentó apoderarse de mi pene con sus labios, pero rechazándola con cariño se lo impedí.

―Iv, mi reina, ¿sabes lo que estás haciendo?

Levantando su mirada, contestó con una sonrisa:

― Amarte.

La alegría de sus ojos me enterneció y llamándola a mi lado, la besé con delicadeza. Ella recibió mis besos con renovada pasión y nuevamente intentó apropiarse de mi miembro, mientras me decía:

―Mi tío me explicó que llegado el momento conocería un hombre bueno que me haría su mujer y me protegería de los malvados.

Su ingenuidad me desarmó al saber que en su mente me veía como un príncipe azul que venía a salvarla de todo mal. No sabía cómo afrontar ese momento, pero lo que tenía claro era que no podía acostarme con ella porque eso supondría casi una violación por ello haciendo tiempo le dije:

―Eres guapísima y me encantaría hacerte mi mujer, pero antes necesito que entiendas lo que significa.

― ¿Tú me enseñaras? ― respondió asustada pensando quizás en que iba a rechazarla.

Aunque no quería acostarme con ella, la abracé y traté de tranquilizarla, acariciando su roja melena y sin buscar con ello nada erótico. Lo malo fue que, al sentir mis dedos en su pelo, Iv comenzó a gemir excitada.

«Puede tener la mentalidad de una cría, pero es una mujer adulta», pensé al ver que siguiendo el dictado de sus hormonas se ponía a restregar su sexo contra el mío.

Reconociendo mi error intenté parar, pero el daño ya estaba hecho y antes de poder hacer algo por evitarlo, fui testigo del modo en que se corría.

― ¿Qué me has hecho? ― preguntó con el sudor recorriendo sus pechos.

Dudé si explicárselo por si juzgaba erróneamente mis actos, temiendo que en un futuro me odiara por ello, pero su insistencia en seguir frotando su pubis contra mi erección me obligó a comentarle que lo que había sentido era algo natural y que si nunca lo había sentido era por no haber estado con un hombre.

Nuevamente la pelirroja me dejó totalmente pálido al replicar:

― ¿Entonces eso significa que eres mi marido y que vamos a tener un hijo?

El revoltijo de ideas que tenía respecto a la concepción me hizo soltar una carcajada.

―Para eso se necesita mucho más― respondí al conseguir parar de reír.

 Viendo su desconcierto, le dije lo mas dulcemente que pude que para engendrar un niño hacía falta que el hombre depositara su semilla en la mujer y que aún así no era algo inmediato.

― ¿Eso es lo que hacíais ayer en la hoguera?

―Sí― reconocí sin saber a qué atenerme ni cómo se iba a tomar esa información.

Durante unos segundos se quedó pensativa para luego rato, por enésima vez, sorprenderme diciendo:

― Ayer, al verte con ellas, sentí que mi cuerpo ardía, ¿es normal?

― Sí― respondí tratando de mantener la cordura al notar las manos de la pelirroja jugando en mi entrepierna: ―Durante tu estancia aquí, has dejado de ser una niña y ahora tienes las necesidades de una mujer.

― ¿Qué necesidades son esas? ¿Tiene algo que ver las cosquillas que siento en mi interior cuanto te toco?

No sabía qué contestar porque para entonces mi virilidad había alcanzado un punto de no retorno por sus caricias. Con una calentura que apenas me dejaba pensar, respondí:

―Eres una hembra adulta que reacciona ante un macho.

―No entiendo.

«Menudo marrón», me dije mientras buscaba un ejemplo de la naturaleza que tal vez entendiera. Recordando la cantidad de monos que vivían en el islote, comenté:

― Me imagino que habrás visto como en un grupo de monos, las hembras buscan el contacto del líder y se ofrecen para que copule con ellas. En tu caso, no habiendo más hombres, te sientes atraída por mí y tu cuerpo actúa de esa forma.

― ¿Entonces tú eres mi macho? – preguntó sin dejar de menear mi polla.

―Por ahora, soy el único― contesté mientras hacia un esfuerzo en contenerme. De buen grado hubiese saltado encima de la pelirroja, pero asumiendo que no era moral, me mordí un huevo antes de proseguir diciendo: ― Puede que me veas como algo irresistible, pero soy muy normal y cuando conozcas a otros, te darás cuenta de que es así.

Por fin, Iv se percató que le estaba dando largas. Eso la enfadó y mirándome fijamente a los ojos me soltó:

―Puede que me muera sin conocer a otro que no seas tú y como tú has dicho, soy una mujer adulta con necesidades. Dímelo directamente, ¿acaso soy horrible? Porque si no, no lo entiendo.

Su razonamiento era impecable. Me sentí acorralado por mis propias palabras, no en vano era probable que nuestros huesos terminaran en ese lugar. Aun así, me resultaba difícil complacerla.

 ― ¡Respóndeme! – insistió mientras por sus mejillas caían dos gruesos lagrimones: ¿Soy tan fea?

Su dolor terminó con mis reparos y atrayéndola hacia mí, la dije:

―Eres una de las mujeres mas bellas que conozco, pero no quería hacerte daño.

―No me lo harás. Lo necesito.

Al ver su mirada llena de deseo, me tumbé junto a ella y empecé a besarla. Iv respondió regalándome una sonrisa. Aunque se la notaba nerviosa y confundida por no saber qué iba a pasar, también es cierto que, en ese momento, toda ella manaba sensualidad. Al notar sus pezones duros contra mi pecho, me hizo desear todavía más hacerla mía y conteniendo mis ganas de saltar sobre ella, le pedí que se tranquilizara y que si en algún momento, algo no le gustaba, me lo dijera.

La pelirroja se acomodó a mi lado casi temblando y expectante esperó mi siguiente paso. Reconozco que me enterneció la manera en que dominó el miedo a lo desconocido y por eso, dulcemente, la forcé a que me mirara y con mis ojos fijos en los suyos, la pregunté si estaba segura de lo que íbamos a hacer.

Respondió que sí moviendo su cabeza. Habiendo obtenido su permiso, comprendí que de nada valía hacerla esperar y acercando mi boca, le mordí su oreja suavemente mientras la susurraba que era guapísima.

―Ummm― gimió descompuesta.

La profundidad de ese primer me hizo saber que le había gustado, pero tomándome mi tiempo para evitar que se asustara, acaricié con la mano uno de sus pechos mientras acercaba mis labios a los suyos. El cariño con el que me adueñé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, me informó nuevamente que estaba dispuesta.

El sabor de sus labios fue una dura prueba que tuve que soportar y temiendo no ser capaz de mantener mi lujuria contenida, si prolongaba mucho esa espera, empecé a bajar por su cuello con mis besos. La pelirroja al sentir esas caricias comenzó a temblar cada vez más nerviosa y más cuando por vez primera me quedé absorto contemplando la rotundidad de sus pechos.

«Son maravillosos», sentencié mientras con premeditada lentitud, llevaba mi boca hasta uno de sus pezones y sacando la lengua, me ponía a recorrer sus pliegues.

Su respiración entrecortada me informó que le gustaba y repitiendo la operación en su otro pecho, me puse a mamar de ellos mientras con mis manos seguía acariciándola sin parar.

 ― ¿Te gusta lo que estoy haciendo? ― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

―Mucho, pero no comprendo porqué― contestó sonriendo.

―No intentes comprender, solo disfruta― la aconsejé reanudando mis caricias.

Su belleza madura, de por sí atrayente, se convirtió en un doloroso imán al que no podía abstraerme al contemplar sus azules ojos brillando de lujuria. Por eso no pude evitar que mi pene se alzara presionando el interior de sus muslos.

«¡Tranquilo macho! ¡Es su primera vez!», me repetía al sentir que todas las células de mi cuerpo me pedían que la hiciera mía mientras la razón cerebro me exigía prudencia.

Con mucho cuidado e intentando no asustarla, separé sus rodillas. Iv al sentir mis manos no pudo reprimir un sollozo. Temiendo que su mente infantil no pudiera asumir lo que su cuerpo estaba sintiendo, me quedé quieto sobre las sábanas dándole el tiempo necesario para asimilar lo que estaba experimentando.

― ¡Qué bella eres! ― susurré al admirar de cerca su sexo que al contrario que lo que dictaba la moda, se encontraba cubierto con un sedoso bosque rojizo.

Iv que nunca había sido objeto de un examen tal por parte de un hombre, sintió vergüenza de su desnudez e intentó taparse con sus manos. No dije nada, pero su actitud me recordó la de Eva cuando habiendo comido de la manzana, se dio cuenta que estaba desnuda.

«Qué curioso», pensé, «hasta ahora no había echado en falta la ropa».

 Asumiendo que era parte de su inexperiencia, cogiendo sus rotundos pechos hice que los comparara con el mío.

―Tú no tienes tetas― protestó pensando que la estaba tomando el pelo.

―Te equivocas si tengo, pero son planas― y señalando mi erección, le dije: ― Lo mismo ocurre con nuestros sexos. Que no se vea el tuyo por estar dentro de ti, no significa que no lo tengas. Tu coño y mi pene fueron diseñados para ser complementarios.

Impresionada por las dimensiones que había adquirido, Iv no le quitaba ojo a mi miembro pensando quizás que no cabría en su interior. Por eso, fui la azucé que lo tocara mientras observaba su reacción.  Reconozco que me encantó comprobar que, de algún modo, esa mujer por fin me veía como hombre y no como un extraño juguete que debía experimentar y mientras los pezones que decoraban sus pechos se ponían duros, la pregunté qué era lo que sentía.

―Calor, sed, no sé decirte― confesó totalmente desconcertada pero ansiosa de sentir mi piel contra la suya.

 ―Separa tus rodillas― le pedí.

Ella tardó en reaccionar porque no podía dejar de mirar la erección de mi pene.

«Parece hipnotizada», sentencié al comprobar su fijación por el tamaño de mi miembro.  

Tumbado a su lado, me dediqué a acariciar su cuerpo buscando cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla y ya sumida en la pasión, Iv me rogó con la mirada que la tomara.

Azuzado por mis hormonas pensé en complacerla, pero cuando me coloqué sobre ella dispuesto a hacerlo, sus ojos llenos de miedo me informaron que no estaba lista.

«Necesita asimilar poco a poco que es una mujer», me dije y deseando que ese día fuera inolvidable para ella, reinicié mis caricias y besando su cuello, me fui deslizando rumbo a su sexo.

La pelirroja no pudo abstraerse de las sensaciones que amenazaban con colapsar su cuerpo y por ello al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos, rugió como una leona hambrienta:

― ¡Sé mi macho!

Dando por hecho que era la excitación quién hablaba, separé sus rodillas y me dispuse a atacar su sexo con mi lengua. Al apoderarme con la punta de su clítoris, Iv experimentó que su cuerpo entraba en ebullición y mordiéndose los labios se corrió chillando.

―Tranquila, preciosa. Todavía hay más― le dije encantado de haber ganado esa primera batalla, pero queriendo vencer la guerra y que esa mujer disfrutara de su sexualidad en el futuro, seguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que presa de una agitación sin par, forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.

«Está cachonda y esto está riquísimo», alborozado sentencié al saborear su coño en mis papilas.

Para la treintañera, cada uno de mis pasos era un descubrimiento y por eso permanecí lamiendo y mordisqueando ese manjar hasta que noté que mi partenaire sufría los embates de un nuevo orgasmo. Conociendo que era el primer placer que obtenía de un ser humano, quise maximizar su clímax y llevando una de mis manos hasta su pecho, se lo pellizqué.

Tal como preví, esa ruda caricia alargó su éxtasis y gimiendo de placer, buscó mi pene con sus manos.

― ¿Quieres que te haga mujer? ― murmuré en su oído sabedor que era lo que necesitaba.

Respondiendo de inmediato, la pelirroja me confirmó su deseo llevando mi glande a su excitado orificio. En cuanto sintió mi verga rozando los pliegues de su sexo, moviendo sus caderas me rogó que la tomara como la noche anterior había hecho con mis otras compañeras.

 ― ¡Tranquila! ― dulcemente respondí― Para ellas, no era su estreno.

Convencido que debía dejar un buen recuerdo, me entretuve torturando su clítoris con la cabeza de mi pene sin meterla.

― ¡Hazlo por favor! ― gimió descompuesta.

Decidí que era el momento y rompiendo su himen, introduje mi extensión en su interior. El dolor que sintió al perder su virginidad la hizo gritar y por eso esperé a que se acostumbrar a esa invasión. Pasaron apenas unos segundos porque, reponiéndose rápidamente, forzó mi penetración con un meneo de sus caderas y sin necesidad que tuviera que hacer nada, Iv volvió a correrse convirtiendo su sexo en un ardiente geiser.

Al hacerlo, su flujo facilitó las cosas y ya sin oposición, mi glande chocó con la pared de su vagina.

― ¡Me encanta! ― chilló.

Sus gritos no me engañaron y convencido de que podía hacerle daño si la penetraba con dureza, incrementé la suavidad con la que tomaba posesión de su conducto. La expresión beatífica de su rostro me advirtió [m1] de que mi ofensiva estaba siendo un éxito y eso me permitió, ir incrementando poco a poco mi ritmo.

El nuevo compás con el que mi verga machacaba su interior la llevó a un estado de locura e Iv, instintivamente, clavó sus uñas en mi trasero como el animal salvaje en que se había convertido.

Aguijoneado por la acción de sus garras en mis nalgas, la tomé de sus hombros y llevé al máximo la velocidad de mis embestidas mientras le decía:

― ¡Chilla si quieres porque no voy a parar!

Y es que, dominado por una lujuria sin igual, el ritmo que imprimí a mis caderas fue atroz y con cada penetración, mi víctima creyó que iba a morir mientras se retorcía de placer.

― ¡Siembra mi cuerpo! ― aulló al experimentar por enésima vez los embates del placer.

Asumiendo que ese grito era una muestra de rendición, decidí incrementar mi dominio sobre ella y tomando posesión con mis manos de sus tetas, las exprimí con dureza mientras me dejaba llevar llenando de mi simiente su interior.

Al notar mi eyaculación, se sintió plenamente mujer y no queriendo que eso terminara, aceleró el movimiento de sus caderas buscando con más ahínco renovar su placer. De forma que, durante casi un minuto, sentí como su cuerpo se estremecía con los últimos estertores de su gozo hasta que agotada, se echó a llorar.

― ¿Te he hecho daño? ― pregunté preocupado.

Pero entonces, con una sonrisa, Iv me miró diciendo:

― ¿Me he portado bien? Soy como dice María una zorra al querer que me ames otra vez.

Muerto de risa, contesté:

―Eres maravillosa ― y atrayéndola hacia mí, mordí suavemente el lóbulo de su oreja mientras le susurraba: ― y puedes pedirme que te haga el amor las veces que quieras…


Relato erótico: “Maquinas de placer 11” (POR MARTINA LEMMI)

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Jack Reed corrió hacia el roto ventanal y detrás de él lo hicieron tanto Luke Nolan como las personas de seguridad que se hallaban en el lugar; el dramatismo y la urgencia de la situación eran tales que ambos vecinos parecían haber olvidado la trifulca en que estaban envueltos instantes antes.  El rostro de Jack estaba desencajado por el horror; venciendo todo vértigo se acercó hacia la inmensa abertura que había quedado tras la rotura del cristal y desde allí se asomó a la nada casi como si no le importase hallarse en el piso quinientos veinte.  El frío viento de las alturas le azotó la cara y su camisa se infló y flameó camisa como la vela de un barco.  Inclinándose hacia el abismo, debió entornar los ojos en parte por la ventolera y en parte por los destellos que producía el sol al reflejarse contra los cristales del resto de los edificios de Capital City.  Al principio no logró ver nada, ni aun haciéndose visera con el antebrazo; no era, por otra parte, que tuviera grandes esperanzas de ver demasiado ya que si el androide había saltado llevando a Carla, era de pensar que ambos estarían ya varios pisos abajo y en caída libre hacia un destino que se vislumbraba tan irreversible como trágico.  Sin embargo, en la medida en que sus ojos se fueron acostumbrando al viento y a la luminosidad, descubrió, para su sorpresa, que el robot se hallaba aferrado con una mano a un saliente dos pisos más abajo y que, para su alivio, aún seguía con ella al hombro.  Ella, como no podía ser de otra forma, era presa de un ataque de pánico y no paraba de gritar; de hecho, habían sido justamente sus gritos los que habían llevado a Jack a mirar hacia ese lugar.  En cuanto al robot, como tampoco podía ser de otra forma, lucía seguro e imperturbable, aunque de tanto en tanto daba la impresión de hablarle a ella como si tratase de calmarla. 
“¡Allí están! – exclamó Jack, excitado por su hallazgo -.  ¡Allí abajo!”
Se arrepintió de haberle dado tanta urgencia al aviso al advertir que los efectivos de seguridad que se acercaron al borde, apuntaron sus armas en dirección al androide, lo cual, dada la posición del mismo y de Miss Karlsten, era virtualmente lo mismo que apuntarles a ambos.
“¡No disparen! – rugió Jack, anticipándose a una eventual locura -.  ¡Podrían matarla a ella!”
Si el efecto de sus palabras les hizo desistir del intento o si en el plan de los hombres no estaba el disparar, fue algo que Jack no supo, pero lo cierto fue que no lo hicieron.  El robot, como si fuera un trapecista en un columpio o, más bien, un simio colgando de una rama, se comenzó a balancear lateralmente sin que ni Jack ni nadie pudiesen adivinar cuál era su real intención.  De pronto, en un momento en el cual su movimiento pendular pareció alcanzar su máximo alcance, se soltó del saliente y Jack, con horror, vio cómo se impulsaba e iba a parar a otro saliente que se hallaba a unos cuatro metros del anterior; al verle, no pudo reprimir un involuntario grito de espanto al no saber si el androide llegaría verdaderamente a su destino.  Pero, claro, era un robot, después de todo: algo alocado y desbocado en esos momentos, pero robot al fin; cabía esperar que tuviera todo calculado matemáticamente y, en efecto, ello quedó comprobado al momento de aferrarse, otra vez con una mano, al nuevo saliente y quedar pendiendo de allí siempre con Carla echada al hombro, la cual no paraba de gritar horrorizada y, más aun cuando, teniendo su cabeza sobre la espalda del androide, tenía todo el tiempo ante sus ojos el terrorífico vacío.  Jack se preguntó si ella podría soportar tantas emociones pero en verdad era su propio corazón el que comenzaba a sonar acelerado como si estuviese encendiendo alguna luz de alarma; aun así y ante una escena tan demencial como la que sus ojos estaban presenciando, no había forma de calmarse ni aun cuando quisiesen hacerlo.
Pronto Jack pudo darse cuenta de con qué intención el robot había saltado al segundo saliente: a escasa distancia del mismo corría un tubo externo de ventilación y, en efecto, sus pensamientos quedaron confirmados al ver cómo, haciendo una vez más gala de una agilidad simiesca, el androide comenzaba a trepar por el mismo valiéndose tan sólo de una mano y de sus pie sin soltar ni por un segundo a la aterrorizada Carla.  En determinado momento su escalada lo ubicó a la misma altura del ventanal que había sido destruido por el propio Merobot, aunque a unos tres metros de distancia del mismo.  Fue como si Jack hubiera intuido algo o bien hubiera leído el pensamiento de los efectivos de seguridad ya que al volver la atención hacia éstos, descubrió que no sólo seguían encañonando con sus armas al robot sino que ahora además parecían estar alistándose a disparar, ya que, al tenerlo de costado, el ángulo del disparo era ideal para asestarle al androide sin hacer daño a Miss Karlsten.  A Jack se le heló la sangre; en primer lugar, un robot no es un ser humano: un par de disparos bien dados en la cabeza seguramente dejen a una persona sin signo vital alguno pero tratándose, como en este caso de un androide, ¿qué garantías podía haber de que el cerebro positrónico quedara totalmente inutilizado?  Bien podía ocurrir que una parte del mismo fuera dañado y otra no, en cuyo caso el dispararle a la cabeza sólo podía servir para volverlo loco…, más loco de lo que, al parecer, ya estaba.  En segundo lugar, y más escalofriante aun: si con los disparos lograba dejar fuera de acción al robot, ¿qué podía asegurar que el mismo se quedaría allí, en donde estaba?  ¿Y si caía al vacío, llevando con él a Miss Karlsten?
“¡No disparen!” – volvió a insistir Jack, presa de la desesperación y asumiendo una impensada voz de mando que sonaba exagerada en relación a su posición jerárquica dentro de la compañía.  Sin embargo, al parecer, su pedido tuvo éxito y, en efecto, los hombres optaron por no utilizar sus armas aun cuando no dejaron de tener encañonado al robot ni un solo instante mientras éste continuaba su trepado ascenso hacia lo alto del edificio.
Jack no paraba de sorprenderse con los Erobots: la publicidad rezaba que estaban programados no sólo para ser perfectas copias humanas sino además inagotables máquinas sexuales que dieran placer a los verdaderos seres humanos; sin embargo, en muy poco rato, el Merobot había exhibido también habilidades y destrezas propias de luchador y de acróbata; de hecho, continuaba firme en su ascenso trepando como un mono. 
“¡Va hacia la terraza! – exclamó uno de los guardias -.  ¡Vamos hacia allá!  ¡Y que alguien ponga en aviso a la policía aérea!”
Jack estuvo a punto de intentar una protesta, pero ya los hombres de seguridad habían salido corriendo en pos de la azotea del edificio.  Un escalofrío le recorrió la médula espinal completa ante la sola mención de la policía aérea; bien sabía que, de intervenir la misma, significaba que entrarían en acción a los “cópteros” y si ello ocurría, éstos abrirían fuego desde el aire sin poner demasiado cuidado en no herir a Carla.  La oficina quedó vacía, salvo por la presencia de Jack y su odiado vecino Luke, quienes permanecieron durante un instante mirándose fijamente.  No era la mejor situación, por supuesto, para reiniciar la trifulca.  Desde el “búnker” de Miss Karlsten llegó un lamento largo y ahogado que, seguramente, debía corresponder a Goran Korevic, quien estaría volviendo en sí.   Ninguno de ambos, desde ya, supo a qué iba el asunto y, por cierto, a Jack le picó la curiosidad acercad e qué habría pasado con él o qué habría ocurrido allí dentro luego de que tanto él como Luke se retiraran hacia la oficina.  Luego de cavilar unos pocos segundos acerca de qué debía hacer, optó, finalmente, por echar a correr hacia el ascensor para llegar hasta la terraza…
“¡Ve a ver cómo está Goran!” – le dijo, imperiosamente, a Luke.
Cuando el androide saltó hacia la azotea tras haber escalado los ochenta pisos que mediaban entre ésta y las oficinas de la Payback Company, se halló ante un cerco de guardias que le apuntaban con sus armas.  Contrariamente a lo que su esencia robótica podía hacer suponer, pareció quedarse vacilante por algunos segundos.  Era obvio que su cerebro positrónico estaba convulsionado y cruzado por conflictos: a cada paso tenía que enfrentarse a problemas que debía resolver sobre la marcha.  Una vez transcurridos los segundos que utilizó para elaborar una respuesta y, desobedeciendo cualquier orden de alto, se arrojó contra los guardias y se abrió paso por entre ellos llevando siempre al hombro a Carla, quien no paraba de aullar aterrada y, para colmo de males, no tenía demasiada idea de qué estaba ocurriendo al tener su cabeza colgando sobre la espalda del robot…
El Merobot avanzó arrojando manotazos a diestra y siniestra y con cada uno de ellos había un guardia que salía despedido como si fuera una pluma para caer pesadamente contra el piso a tres o cuatro metros de distancia quedando, por lo común, atontado o directamente inconsciente.  Uno llegó, no obstante, a dispararle: el blanco elegido fue, por supuesto, la cabeza…  El robot, rápida y hábilmente, llegó a colocar el antebrazo por delante de la misma de tal forma que el proyectil impactó contra éste.  Una profunda “herida” se abrió en la piel dejando al descubierto circuitos y luces parpadeantes en tanto que la mano del androide comenzó a temblar cada tanto, como sin control.  Aun así, el androide no detuvo su marcha y se trepó a la torre que coronaba la cima del edificio, sobre la cual flameaba el estandarte con el inconfundible logo de la corporación Vanderbilt.  Una vez allí, se parapetó junto al mástil y depositó a Carla en el piso, quedando ambos, al menos de momento, fuera de la línea de fuego de los guardias quienes, desde abajo, no podían verles…
El androide miró a Miss Karlsten a los ojos; el terror en el semblante de ésta estaba ahora desapareciendo; al igual que si fuera un bebé que recuperar la calma ante la presencia de los ojos de su madre, era como si ella se sintiera protegida ahora que podía verle: su rostro, poco a poco, iba recuperando su color y no podía apartar la vista de su “Dick”, al cual miraba con ojos extasiados y admirados… Su cuerpo temblaba como una hoja al hallarse desnuda y expuesta al frío de la altura y, sin embargo, no daba la impresión de que eso le importase en demasía.
“Dick… – musitó-.  ¿Has hecho todo esto… por mí?”
“Y haría mucho más, te lo aseguro…” – le respondió él mirándola desde el fondo de aquellos inescrutables ojos verdes en los cuales ella descubría mucho más que una simple mirada artificial.  Él la abrazó y la estrujó contra su cuerpo; ella, poco a poco, fue sintiéndose no sólo protegida sino también abrigada: el robot estaba, al parecer, regulando la temperatura de su propio cuerpo y, al hacerlo, le brindaba a Carla el calor que necesitaba el suyo.  ¿Podía pensarse en un hombre más completo?  Imposible… Al tantearle el antebrazo, ella descubrió la herida que le había provocado el disparo momentos antes, lo cual, lejos de impresionarla, le enterneció; unos pocos días antes no había sido capaz de soportar quedarse para ver cómo Luke Nolan abría a su “Dick” pero ahora el contexto era absolutamente distinto: él llevaba esa “herida” por protegerla aun a costa de su propia integridad…
 Sin poder ya resistirse, Carla le besó y, durante algunos minutos, sus labios se confundieron como si no existiese absolutamente nada alrededor y como si no escuchasen los nerviosos gritos y órdenes que, desde abajo, parecían impartir e intercambiarse nerviosamente los guardias.
“¡Carla! – se escuchó gritar a alguien cuya voz lo hacía claramente reconocible como Jack Reed -.  ¿Estás allí?  ¿Estás bien?”
Ella no podía responderle; de haberlo podido hacer, le hubiera dicho que se hallaba mejor que nunca.  De pronto los labios de ambos se separaron y ella le echó a su robot una mirada que era puro deseo.
“Quiero que me poseas… – le susurró -.  Cógeme… Ahora mismo y aquí…”
Había algo de terminal en el tono de Miss Karlsten: como si se diera perfecta cuenta de que no podía saberse a ciencia cierta cuanto más podría durar aquella situación.  Quizás los minutos del robot estuvieran contados e incluso los de ella.  Aquél era el momento: era ahora o nunca…
El robot se echó sobre ella haciéndola caer una vez más sobre sus espaldas; sacando su roja lengua por entre los labios bajó la cabeza en busca de sus pezones y describió voluptuosos y frenéticos círculos en torno a éstos, lo cual no pudo tener otro efecto más que el que se endurecieran a ojos vista ante tan lascivo roce.   Cuando los envolvió entre sus labios y los succionó, fue como si se los quisiera arrancar de los senos, pero lo loco del asunto era que lo hacía con delicadeza y suavidad. 
Luego sumergió la cabeza entre ambos senos como si buscase penetrarle el pecho con la lengua a la par que su poderoso miembro ingresaba en ella reptando con esa particular movilidad que le confería vida propia.  Ella se entregó por completo al momento y su rostro cambió de color una vez más: ahora era sólo pasión y deseo carnal.  Mientras él la tomaba por las caderas para alzarla ligeramente y así facilitar la penetración, ella se ladeó hacia un lado, luego hacia el otro, y se rindió tan mansa como salvaje ante aquella demoledora máquina sexual que daba rienda suelta a un bombeo que se iría incrementando progresivamente y que ella estaba dispuesta a disfrutar como nunca antes por pensar que quizás fuera el último…
Se entregó a tal punto que ni siquiera se dio cuenta que allá abajo habían cesado ya las voces y los gritos.  El motivo de ello era que los guardias habían recibido orden de despejar la azotea ante la inminencia de un ataque aéreo por parte de la policía.  El más difícil de convencer fue, desde luego, Jack Reed, quien quería, por todo y por todo, permanecer allí en la creencia de que lograría finalmente persuadir a Carla de que bajara de la torre o de que convenciera, de algún modo, al Merobot.  Sin embargo, finalmente, se vio obligado a cumplir con la orden al ser prácticamente arrastrado hacia la puerta del ascensor…
El androide, en tanto, sencillamente no paraba.  Apretaba los dientes y estrujaba las sienes al punto de que las mismas parecían a punto de estallar mientras no dejaba de penetrarla una y otra vez.  Miss Karlsten ya había perdido la cuenta de cuántos orgasmos llevaba y no había forma, por cierto, de saber cuántos le haría tener el robot: no quería saberlo, de todas formas y ya había decidido que si tan intenso goce sexual la llevaba a la muerte, sería una buena muerte.  Parecían ahora increíblemente lejanos aquellos días, sin embargo recientes, en que, entre burlas, aconsejara a Jack Reed acerca de evitar los peligros para la salud que pudiera conllevar el VirtualRoom, pero lo cierto era que la escena erótica que estaba viviendo en la torre insignia del edificio de la corporación Vanderbilt era, por lejos, la más sublime que había tenido en su vida.  Sus uñas se clavaron sobre la espalda del robot con tal fuerza que hasta dejaron surcos sobre la piel artificial; una de sus piernas se enroscó en torno a la cintura de él y apoyó su rodilla contra las increíblemente perfectas y redondeadas nalgas.   Hacía largo rato ya que Carla Karlsten no abría sus ojos, tal el éxtasis que se apoderaba de sus sentidos…, pero de pronto la asaltó la sensación de que una sombra se posaba sobre rostro al tiempo que llegaba a sus oídos un zumbido leve pero constante que hacía acordar a alguna máquina industrial o a un sistema de ventilación.  Aun con el robot apretujado contra su cuerpo, abrió los ojos y descubrió que, en efecto, algo había eclipsado el disco del sol y, al aguzar la vista para ver mejor comprobó que se trataba de Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravedad… No podía imaginar qué diablos haría tan cerca del edificio, ya que no se hallaba a más de doce metros por sobre ellos, pero el hecho era que allí estaba… El androide, sin salir de encima de Carla, giró la cabeza tan rápidamente como si hubiera recibido una señal de alerta. 
“Es ese parque volante… – dijo ella -.  No hay por qué alarmarse, aunque sinceramente no entiendo qué hacen tan cerca…”
“Habrán querido disfrutar del espectáculo seguramente…” – conjeturó el robot mientras una sonrisa se le dibujaba en la comisura de los labios y volvía a bajar la vista hacia Carla con un destello de picardía.
“¿Es…pectáculo?” – musitó ella, sonriente pero sin comprender.
“Nosotros” – respondió él.
Ella soltó una carcajada.
“Jajaja… ¿Me estás diciendo que somos famosos?  ¿Que los conductores del parque han decidido acercarse para que los visitantes puedan vernos… a nosotros…?”
“Sólo fíjate…” – le respondió el Merobot revoleando los ojos en dirección hacia arriba.
Carla aguzó la vista y recién entonces logró advertir que, contra los ojos de buey que jalonaban la parte inferior de la enorme estructura del parque de diversiones se apretujaban los rostros, en algunos casos curiosos y en otros libidinosos, de hombres, mujeres, adultos, adolescentes, niños, ancianos… En efecto, el robot estaba en lo cierto: el piloto habría descendido el parque justamente para que los visitantes pudiesen ver más de cerca el inesperado espectáculo que ellos dos estaban brindando desde la azotea del edificio Vanderbilt. 
Carla se sintió extraña pero a la vez divertida.  Desde que tenía memoria, siempre había sido un gran trauma para ella la exposición de su intimidad y, de hecho, aun a pesar de que su posición social le hacía merecedora de un cierto prestigio y jerarquía, por lo general había cultivado un perfil bajo y no demasiado expuesto. Sin embargo, ahora resultaba que, para su propia sorpresa, el saberse desnuda y teniendo sexo ante aquel mar de miradas que la devoraba desde lo alto, le producía un morbo difícil de explicar y, de hecho, inédito en ella.  Definitivamente, la llegada de “Dick” a su vida había vuelto todo diferente: lo que antes le producía horror, ahora le excitaba… Por lo tanto, en lugar de cohibirse y, antes bien, muy lejos de ello, simplemente echó sus brazos en torno al cuello del robot.
“Pues démosles espectáculo entonces” – le dijo, estampándole seguidamente un beso en los labios.
El androide sonrió una vez más; sin dejar de mirarla a los ojos, se puso en pie y extendió una mano para ayudarla a ella a hacer lo mismo.  Una vez que tuvo a Miss Karlsten frente a él, la tomó por la cintura y la giró por completo para luego llevarla hacia el bajo pero ancho muro que delimitaba la torre y colocarla sobre el mismo a cuatro patas.  Dando un brinco, él mismo se trepó al muro, con lo cual los dos quedaban ahora visibles desde la superficie de la terraza, lo cual, al parecer, no preocupaba en absoluto al Merobot, que bien sabía que ya no pululaba por allí ningún guardia sino que todos se habían retirado; miró hacia el parque de diversiones que flotaba por encima de su cabeza y luego, sin más trámite, se dedicó a bombear a Miss Karlsten.  Desde los ojos de buey, los azorados visitantes del parque se arremolinaban y se empujaban unos a otros para poder mirar: no daban, por cierto, crédito a lo que veían.   Ni Carla ni el Merobot podían, desde donde se hallaban, escuchar sus voces pero de haberlo podido hacer habría llegado hasta sus oídos un mar de aplausos, vítores, chiflidos y aullidos de alegría…
Súbitamente, Dick interrumpió la penetración y oteó hacia el este como si algo hubiese acaparado su atención… Miss Karlsten, a cuatro patas, giró ligeramente la cabeza por sobre el hombro al notar que el androide había dejado de bombearla .
“¿Qué ocurre, Dick?”
El robot no respondió.  Daba la impresión de que su cerebro positrónico estaba tratando de elaborar una nueva respuesta ante un nuevo problema.  Carla, simplemente, optó, por mirar hacia donde él miraba… Allá a lo lejos, sobrevolando los edificios de Capital City, se podía ver un enjambre de puntos negros que se iban haciendo más nítidos en la medida en que, claramente, se acercaban… Cuando estuvieron a una distancia lo suficientemente cercana como para distinguirlos con más precisión, ella logro identificar que se trataba de una cuadrilla de vehículos policiales de esos mismos que utilizaban para operativos y patrullajes aéreos… y que venían en dirección a ellos…
“¡Delta Once!  ¿Se halla en posición?”
“Sí, señor, ya tengo el objetivo en la mira a las doce…”
“¡Delta dos!  ¿Se halla en posición?”
“Sí, señor… objetivo en mira… aunque…”
“¿Aunque?”
El piloto del “cóptero” identificado como Delta Dos hizo una pausa en la transmisión.  Los “cópteros” eran vehículos utilizados por la policía para el patrullaje aéreo, el cual en las últimas décadas se había hecho fundamental para la seguridad ciudadana ante la altura que habían tomado los edificios; incluso eran usados para el control de las calles en espiral que subían a muchos de ellos.  Se trataba de vehículos de habitáculo pequeño, sólo apto para una persona y dotados de un triple sistema que les permitía mantenerse y desplazarse en el aire.  En primer lugar, podían despegar de modo absolutamente vertical gracias a un sistema de generadores antigravedad que tenían por debajo del habitáculo; una vez en lo alto, comenzaba a actuar un sistema de propulsión a chorro que, unido con la acción de las alas desplegables y retráctiles podía llevarle a alta velocidad en pos de cualquier objetivo que demandase una cierta urgencia.  Por último, una vez alcanzado el objetivo y en caso de tener que permanecer más o menos quietos en el aire dejaba de actuar la propulsión a chorro y las alas se batían como si fueran las de algún insecto hasta estabilizar el vehículo para luego volver a poner en funcionamiento los generadores antigravedad y, así, permanecer flotando alrededor del objetivo.  La designación “cóptero” era, en realidad, un nombre extraoficial que había ido tomando fuerza por la aceptación popular y que era, de por sí, una curiosa mezcla entre fonética anglosajona y griega: “cop” y “ptero”, es decir “policía” y “ala”.  Fuera de su sistema de vuelo y propulsión, cada uno de ellos estaba además dotado con artillería de metralla, la cual cumplía la función básica de amedrentar o herir, más uno o dos proyectiles calóricos, los cuales provocaban una implosión térmica dentro del objetivo alcanzado de tal modo de destruirlo por completo.
“Delta dos… – insistió la voz desde la central de policía -.  ¿Va a decirme qué demonios ocurre?”
“S… sí, señor… Es decir: tengo perfectamente visualizada y en objetivo a la pareja pero… hay alguien más aquí…”
“¿Alguien?  ¿A qué se refiere, Delta Dos?”
“Joy Town…”
Se produjo una pausa al otro lado de la comunicación.
“¿Joy Town? – dijo, finalmente -.  ¿Se refiere acaso a ese parque de diversiones volante?”
“El mismo, Señor…, está aquí…, muy cerca del mástil de Vanderbilt…”
“¡Maldita sea!  ¿Qué mierda se supone que están haciendo allí?  ¡Civiles y turistas!  ¡Siempre el mismo problema!  ¡Que alguien se comunique ya mismo con los administradores del parque para que den orden a sus pilotos de alejarse inmediatamente del lugar!  ¡Habrá fuego!  ¿Es que son idiotas…?”
“Sí, señor… Lo haremos ya mismo, pero…, creo que hay alguien más…”
“¿Alguien más? – rugió la voz, cada vez más desencajada -.  ¿Pero qué es esto?  ¿Una convención en las alturas?  ¿A qué te refieres?”…”
“B… bueno, Señor, acaban de pasar a mi lado un par de esas cámaras volantes… La televisión también está aquí…”
Desde el piso 592 de la Corporación Vanderbilt, Jack Reed, junto a varios de los efectivos de seguridad, seguía con preocupación el desarrollo de los acontecimientos a través de la TV.
“En una escena impensada que parece sacada de alguna antigua película de Hollywood, algo totalmente sorprendente está teniendo lugar en la azotea del edificio Vanderbilt – decía, en tono de relato, una voz en off -.   ¿Recuerdan aquella película del siglo veinte en la cual un inmenso gorila se subía a la cima de un edificio de New York llevando consigo a una damisela raptada?  Bien, una vez más la realidad no está demostrando que puede a veces superar a la ficción.  En efecto… y como pueden ver – el lente de la cámara realizó un gran acercamiento hasta que fueron perfectamente distinguibles no sólo los desnudos cuerpos del robot y la ejecutiva sino incluso los rasgos de sus rostros -, un Merobot, sí, un Merobot, uno de los robots lanzados al mercado no hace mucho por la prestigiosa compañía World Robots, se ha salido de control agrediendo incluso a seres humanos en contra de su mandato positrónico y ha raptado a la ejecutiva Carla Karlsten llevándola consigo a la cima del edificio…”
El relato siguió dando pormenores acerca de lo que estaba ocurriendo, pero Jack ya casi no lo escuchaba.  No dejaba de pensar en la situación de su jefa y amiga y en cómo iría a terminar toda esa historia ya que, al parecer, la policía aérea había sido enviada a tomar cartas en el asunto.  ¿Qué cuidado pondrían esos tipos en no dañar a Carla?  Cada tanto daban sobradas muestras de que, llegado el momento, disparaban a mansalva sin medir las consecuencias y no era infrecuente que víctimas inocentes cayeran en sus operativos.  Nerviosamente se mordió el labio…
“Todo va  a estar bien…” – oyó a su lado una voz y, al girar la cabeza, se encontró con Luke Nolan.   Le volvieron unas incontenibles ganas de golpearlo pero se detuvo al ver a su lado a Goran Korevic, quien se tomaba la cabeza notablemente aturdido o abombado.
“Goran… – dijo Jack, no sin cierto remordimiento por haberle abandonado en el piso quinientos veinte cuando lo escuchara quejarse -.  ¿Cómo estás?”
“He estado mejorrr… – respondió el artista del sado sin dejar de pasarse la mano por la cabeza -.  Porrr suerrrte me han salvado mi máscarrra de cuerrro y mi durrra cabeza.  Como siemprrre he dicho y vuelvo a decirrrlo: no hay que confiarrr en máquinas…”
“¿Son… cópteros?” – preguntó Miss Karlsten, nerviosa y, nuevamente, temblorosa.
“Así es…” – respondió el Merobot sin dejar de otear el horizonte.
“¿Y… por qué crees que vienen hacia aquí?” – preguntó ella tímidamente  y como si temiera la respuesta.
“Por lo mismo que ellos… – el androide señaló con un dedo índice en alto hacia el parque de diversiones volante -.  Por nosotros, sólo que para terminar con el espectáculo, no para presenciarlo…”
En ese momento un módulo volante apareció a unos metros de ellos por sobre la terraza del edificio y no fue difícil reconocer en él una de esas cámaras de triple lente que utilizaban los canales de televisión para revisar el tránsito o hacer tomas aéreas en zonas de accidentes, incidentes o catástrofes…
“Y siguen llegando más interesados…” – agregó Dick mirando de reojo hacia el módulo televisivo.
Carla miró por un instante hacia donde el robot le indicaba; la presencia de las cámaras de televisión debería haberle reavivado más que nunca su clásico terror a la exposición pública pero no fue así, ni tampoco le volvió esa carga de excitación de momentos antes al saberse observada desde los ojos de buey del parque de diversiones.  Simplemente  no podía dejar de mirar hacia aquellos vehículos de la policía aérea que estaban cada vez más cerca ni de pensar en el futuro inmediato con inquietud y sobrecogimiento …
“Dick… – musitó -.  Tengo miedo…”
“Nada va a ocurrirte…” – le dijo él rodeándola con el brazo y provocando que ella volviera a sentir ese calor que él le transmitiera un momento antes.
“¿Y a ti…?” – preguntó Carla, visiblemente nerviosa y temblando no ya por el frío, sino por el miedo y la incertidumbre.  El androide, para colmo de males, no respondió, tal vez por no tener respuesta…
Ya para entonces las aeronaves se hallaban muy cerca; se trataba de una cuadrilla de unas siete y se aprestaban, al parecer, a realizar un vuelo rasante por sobre la terraza del edificio, maniobra harto complicada si se consideraba que el parque de diversiones se hallaba flotando ingrávido muy cerca de la cima del mismo y que, por lo tanto, implicaría para los “cópteros” tener que pasar por la estrecha franja que quedaba libre entre el parque y la azotea, tratando, además, de no llevarse por delante el mástil.
El potente bramido de la propulsión a chorro de las aeronaves prácticamente ensordeció a Carla quien, instintivamente, agachó la cabeza hasta ocultar su rostro por detrás del pequeño muro y cerró los ojos con espanto.  Lo peor de todo, sin embargo, no fue el atronar de las aeronaves sino el claro y casi inmediato repiquetear de proyectiles de metralla contra la azotea del edificio.  Alertada y cada vez más estupefacta, volvió a levantar la cabeza y miró a Dick, el cual, sin embargo, continuaba imperturbable, exponiendo su magnífico pecho al viento de las alturas.
“Sólo fueron disparos para amedrentar… – dijo, buscando calmar a Carla  -.  Todos dieron bastante lejos y en ningún momento apuntaron contra nosotros…”
“Pero… ¿por qué? – preguntó Miss Karlsten, cada vez más nerviosa y temblorosa -.  ¿Qué pretenden?”
“Que nos entreguemos, supongo… O que yo te entregue a ti…”
“¿Entregarnos?  ¡Pero no somos delincuentes!”
“Tú seguramente no… Para ellos yo sí lo soy.  No un delincuente, en realidad, porque esa figura no se aplica a un Merobot… Pero digamos que, para la óptica de ellos, estoy en malfuncionamiento y la orden debe ser seguramente eliminarme como sea…”
“¡Dick!  ¡Nooo! – aulló Carla, contraído su rostro en una mueca de espanto –  ¿Malfuncionamiento?  ¿Por qué?  Todo lo que has hecho fue protegerme…”
“Ésa es tu visión y la mía, pero no la de ellos… Si no me entrego, no van a  detenerse hasta destruirme por completo… y si lo hago, lo más seguro es que vaya a parar a un taller de desguace…”
Los ojos de Carla comenzaron a llenarse de lágrimas.
“Dick… ¡no puedes decirme eso!  ¡No voy a permitirlo!”
Los cópteros, en tanto y después de su vuelo rasante, comenzaron a batir sus alas y se detuvieron para luego poner en funcionamiento sus suspensores, formando así un semicírculo en torno a la terraza del edificio Vanderbilt.  Una voz amplificada resonó en las alturas de Capital City.
“EG -22573 – U.  Te hallas rodeado y es importante que comprendas que estás en malfuncionamiento.  Tu misión es proteger a los seres humanos y esa mujer que tienes contigo va a sufrir daño si persistes en no liberarla… Hazlo y serás llevado a reparaciones para volver a funcionar normalmente…”
Dick no respondió.  Una leve sonrisa se le dibujó en los labios mientras  miraba de soslayo a Carla y le guiñaba un ojo.
“No tengo por qué responder… – dijo, por lo bajo -.  Ése no es mi nombre…”
Ella sonrió también; no podía menos que reconfortarla ampliamente y hacerla sentir importante el hecho de que el robot, finalmente y tal como ella se lo pidiera, renegara del nombre que le habían dado sus fabricantes.
“Creo que va a ser mejor que te saque de aquí…” – dijo él.
“N… no… – protestó ella -.  Quiero… permanecer aquí, contigo…, pase lo que pase…”
“Mi misión es protegerte; en eso tienen razón – replicó el androide -.  No puedo exponerte a lo que está por ocurrir…”
“¿Por… ocurrir?” – la voz de Carla se hallaba al borde del sollozo y sus ojos comenzaban a lagrimear. 
“Carla, ven conmigo…”
Utilizando sus poderosos brazos, alzó en volandas a la ejecutiva y saltó desde el muro de la torre hacia la azotea; hubiera sido una caída difícil para cualquier ser humano pero no lo fue para él, sino que fácilmente flexionó sus rodillas y amortiguó el impacto cayendo casi como si lo hubiera hecho apoyado sobre un resorte…
Enfundada en su negro traje y taconeando sobre sus botas, Batichica avanzó hacia la Mujer Maravilla, quien prácticamente la penetró con una mirada que sólo incitaba a la lujuria; asiendo el lazo dorado que pendía de su cinto, la rodeó con el mismo y la atrajo hacia sí, para luego tomarla por el talle y hundirle la roja lengua en su boca.  Ambas se recorrieron mutuamente sus cuerpos con las manos; senos, nalgas y sexo, nada quedó sin tocar  y estaba más que obvio que la siguiente escena las tendría a las dos echadas sobre la alfombra de las oficinas de la World Robots y arrojando a lo lejos cada una de sus prendas para dar rienda suelta a una escena de salvaje lesbianismo.  En ese momento, el cortinado del fondo se descorrió e ingresó Gatúbela haciendo chasquear su látigo contra el piso e insultando a ambas; tanto Batichica como la Mujer Maravilla agacharon de inmediato sus cabezas y, ante la requisitoria de la villana felina, se ubicaron rápidamente a cuatro patas, para satisfacción de Gatúbela, quien rio estruendosamente al tenerlas de ese modo…  Acercándose a Batichica, Gatúbela le levantó la capa para acariciarle el trasero y luego la montó como si fuera un pony pasándole el mango del látigo por delante del rostro y obligándola a besarlo… Luego ordenó a Mujer Maravilla que se bajase el short y así, una vez que la misma lo hubo hecho y que estuvo a cuatro patas y con su magnífica cola al descubierto, Gatúbela descargó con fuerza el látigo contra sus indefensas nalgas arrancándole un alarido de dolor mientras cortaba el aire con una carcajada estentórea… En ese momento sonó en la oficina el inconfundible llamado de un “caller”…
Desde su sillón, Sakugawa maldijo por lo bajo y dirigió la vista hacia el aparato; casi de inmediato apareció en la pequeña pantallita el rostro de Geena, su secretaria.
“Estoy ocupado, Geena – dijo con su habitual amabilidad, aunque también con algo de sequedad, mientras volvía a alzar la vista hacia sus tres Ferobots, ya para esa altura enzarzadas en la más perversa escena de erotismo y dominación -.  Llámame luego…”
“Lo siento enormemente, señor Sakugawa, pero es urgente…” – repuso, desde el otro lado, la entrecortada voz de su secretaria.
“¿Qué puede ser tan importante como para interrumpir a Gatúbela mientras les da su merecido a Batichica y a la Mujer Maravilla?” – replicó Sakugawa siempre mirando a sus Ferobots; la réplica de Gatúbela, reaccionando ante sus palabras, le guiñó un ojo por detrás de la felina máscara y le sopló un beso.
“Quizás sería mejor que encendiese el televisor y lo viese por usted mismo, señor Sakugawa” – le dijo la secretaria.
“¿Televisión?  ¿Ahora? – Sakugawa, soltando una risita, bajó nuevamente la vista hacia la pantalla del “caller” -.  Geena, te puedo asegurar que no puede haber programa mejor que el que, gracias a mis Ferobots, estoy viendo aquí en vivo, en mi misma oficina…”
“Señor Sakugawa, le aseguro que es importante… y tiene que ver con la World Robots…”
El líder empresarial resopló, con algo de fastidio pero a la vez con resignación.
“Suspendan por un momento, chicas – ordenó a sus tres Ferobots -.  En un breve momento seguimos, se los aseguro…”
Los tres androides femeninos que replicaban a personajes de comic cesaron de inmediato su número lésbico de connotación voyeur.  
“¿Qué canal?” – preguntó Sakugawa, siempre con evidentes muestras de fastidio.
“Cualquiera, está en todos…” – respondió la secretaria.
El poderoso empresario accionó el dispositivo que se hallaba sobre el apoyabrazos del sillón y, de inmediato, todo un muro de los que rodeaban la oficina quedó convertido en una inmensa pantalla de televisión… Al momento de encenderla, no tenía verdaderamente idea de con qué se iba a encontrar, pero apenas la imagen impactó contra sus retinas, dio un respingo reacomodándose en su asiento.
“El robot sigue manteniendo, por lo que se ve, su misma actitud de rebeldía – decía la voz en off -; por estas horas, no tenemos datos certeros acerca de cuál fue el disparador que llevó a que el androide enloqueciera y los técnicos consultados no tienen idea sobre la causa del malfuncionamiento.  Por lo pronto, sabemos que ha obrado agresivamente contra el personal de seguridad y que se ha rehusado a obedecer las órdenes policiales que le han instado a deponer su actitud…”
A Sakugawa se le cayó la mandíbula; comenzó a temblar de arriba abajo  y sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas.  Despegó la espalda del respaldo inclinándose hacia adelante como si ello le permitiese ver mejor…
“Geena… – balbuceó -.  Dime… que no es uno de los nuestros, por favor…”
Sabía que la pregunta era algo tonta ya que, según el relato, el sujeto que se hallaba en pantalla era un robot y no había, por cierto, otra compañía capaz de lograr modelos tan maravillosamente semejantes a seres humanos; aun así, se aferró a la posibilidad de que su secretaria le diese una respuesta favorable a sus expectativas.  No fue así…
“Sí, lo es, señor Sakugawa… Es un Merobot… Es de los nuestros lamentablemente: el que le vendimos a Miss Karlsten…”
La perplejidad hizo mella aun mayor en el rostro del empresario.  Volvió a dejarse caer de espaldas contra el respaldo del sillón y permaneció unos segundos en silencio: no lograba asimilar lo que estaba ocurriendo…
“Y entonces… ¿ésa es… Carla Karlsten?” – una vez más temió la respuesta, sobre todo porque, al ver la pantalla, ahora lograba reconocer a la jefa de la Payback Company.
“Sí, señor Sakugawa…, lo es…”
Él se llevó las manos a la cabeza… Era, de hecho, el propio caso de Carla Karlsten el que le había llevado a investigar las posibilidades sadomasoquistas de sus robots y descubrir que la clave no se hallaba en hacer que éstos azotaran a un ser humano sino que se azotasen entre sí mismos…  Pero de pronto ya no había Gatúbela, ni Batichica, ni Mujer Maravilla…De pronto sólo podía pensar en cuál sería el futuro de la World Robots con las cámaras de televisión mostrando a un androide totalmente fuera de control…  De pronto tomaba nota de lo efímero que puede ser el éxito y de cómo puede ser borrado en apenas un instante de un solo plumazo…  Abatido, aflojó la tensión en su mano y el “caller” se deslizó hacia el alfombrado…
“Señor Sakugawa… – repetía nerviosamente la secretaria -.  ¡Señor Sakugawa!  ¿Se halla usted allí…?”
El Merobot llevó a Carla Karlsten hasta la entrada del estacionamiento.  El mismo se hallaba cerrado debido a que, obviamente, habían buscado clausurarle a él todas las posibles vías de escape.  Golpeó contra puerta hasta que la cerradura saltó hecha añicos y, una vez abierto el camino, depositó a Miss Karlsten en el piso, justo a la entrada; no había guardias a la vista ya que, al parecer, todos habían huido hacia los pisos bajos ante la inminencia del ataque aéreo.
“Q… quédate aquí, conmigo…” – musitó ella.
“No, Carla… No es conveniente para tu integridad física que yo esté a tu lado.  En cuanto puedan, van a intentar destruirme y, si eso ocurre, hay serio peligro de que salgas lastimada…”
Las lágrimas corrían mejillas abajo por el rostro de Miss Karlsten. 
“N… no, por favor, no me dejes… No quiero… verte morir…”
“Morir no es un concepto compatible con un androide, Carla… No hay nada por lo que llorar – dijo él mientras le secaba una lágrima con el dedo”
Ella no tenía consuelo; las palabras del robot eran un perfecto recordatorio de que él era precisamente eso: un robot.  Y, sin embargo, una angustia imposible de describir con palabras le estrujaba el pecho ante la perspectiva de tener que despedirse de él… y tal vez para siempre.
“Vas a estar bien, Carla…” – dijo él inclinándose hacia ella y besándola con delicadeza en los labios.
Miss Karlsten se entregó al beso con toda la pasión de que fue capaz y le apoyó una mano sobre el hombro.  Cuando él, finalmente, dio por terminado el beso y se apartó de ella, la mano de Carla se deslizó a lo largo de su cuerpo hasta depositarse, impotente, en el piso.  Rompió a llorar aun más de lo que ya lo venía haciendo al ver cómo Dick desandaba el camino hecho a través del pasillo de entrada y salía fuera del estacionamiento, otra vez al descubierto.  Ahora, sin la presencia de ella, el robot era un perfecto blanco para la artillería policial.   Carla estuvo a punto de echar a correr tras él en el preciso momento en que, hacia el final del corredor, vio y oyó cómo una furiosa ráfaga de metralla repiqueteaba contra el piso de la azotea e incluso algunos proyectiles impactaban contra el cuerpo del androide, cuyos circuitos chisporrotearon y hasta provocaron fugaces destellos sobre su piel.   Ella sintió que el pecho se le desgarraba; un desesperado grito brotó de su garganta…
El robot, en tanto, echó a correr a través de la azotea buscando ponerse lo más a cubierto posible de los disparos.  Parecía imposible, desde ya, pero aun así, y como seguramente sobrevivía en su convulsionado cerebro positrónico la tercera ley de Asimov, el androide respondía al mandato lógico que lo llevaba a resguardar su integridad: quedaba en claro que todo estaba alterado, ya que la tercera ley está por debajo de la segunda en jerarquía y, como tal, se supone que un robot debería obedecer a un ser humano por encima de cuidarse a sí mismo.  Pero desde que el Merobot viera la sangre en la espalda de Miss Karlsten nada parecía funcionar normalmente; los principios lógicos que guiaban su comportamiento seguían estando allí, pero terriblemente alterados, dislocados, fuera de lugar y, al parecer, chocando frecuentemente entre sí de manera contradictoria.
Volvió a trepar a la torre del mástil, lo cual no parecía ser demasiado lógico si se consideraba que allí era más perfecto blanco para los cópteros que en ningún otro lado .  Uno de ellos que, al parecer ocupaba un puesto de privilegio dentro de la cuadrilla, accionó, de hecho su propulsión a chorro y se lanzó hacia él.  El androide vio rápidamente cuál era la jugada: alcanzó a distinguir cómo el cañón central de la aeronave se estaba moviendo, lo cual indicaba de manera inequívoca no sólo que el piloto estaba a punto de utilizarlo sino que, de un momento a otro, iba a dispararle un letal proyectil calórico que, en caso de impactarle, sería su final en pocos segundos… El robot tomó con ambas manos el mástil y lo arrancó con la misma facilidad que si hubiera sido una caña semienterrada en el lodo.  Asiéndolo como si fuera una lanza y dando, por un instante, la imagen de un lanzador de jabalina, el Merobot echó el hombro hacia atrás y, con toda la fuerza de que fue capaz, arrojó el mástil con estandarte y todo contra el habitáculo del cóptero.  El piloto, por cierto, lo vio venir, pero ya nada pudo hacer.  Con precisión matemática, el disparo asestó perfectamente en el blanco, penetrando a través del cristal de la aeronave para ensartar al hombre en el medio del pecho y clavarlo contra el respaldo de su butaca: murió en el acto, desde ya, y la nave, ya sin control, pasó a escasos metros por encima de la cabeza del Merobot para seguir su camino y luego perderse de vista… 
El resto de los pilotos y los millones de televidentes que seguían el desarrollo de los acontecimientos no podían creer lo que estaban viendo: si algo terminaba de confirmar que el robot estaba fuera de sí era el hecho de que ya no sólo atacaba a seres humanos, sino que incluso… acababa de quitarle la vida a uno…
Atónito, Jack Reed no podía siquiera parpadear al ver las imágenes que emitía la televisión.  El ataque contra el cóptero y la consecuente muerte del piloto habían sido relatados con un casi caricaturesco dramatismo que rayaba en el estilo de un relato deportivo; sólo en cuestión de segundos, al pie de la pantalla se leyó: “robot asesino en lo alto del edificio Vanderbilt”.
Jack, en ese momento, pensó en Carla.  La cámara había seguido al robot hasta que éste la dejó en el pasillo que conducía al estacionamiento.  Pensó que era una excelente oportunidad para rescatarla y alejarla del peligro ya que no había forma de prever en qué locura terminaría el demencial combate que se estaba librando en la azotea.
“Voy por Carla” – anunció, y echó a correr en pos del ascensor.
“¡No, Jack!  ¡Es una locura! – le reprendió su vecino Luke -.  ¡Aguarda a que todo termine!”
Pero Jack no le oía.  Al llegar a la entrada del tubo del ascensor descubrió que, como era lógico, el mismo se hallaba clausurado.  Maldiciendo por lo bajo, no se dejó, sin embargo, desanimar por tal circunstancia y salió a la carrera en busca de la escalera.
Geena entró intempestivamente y sin siquiera pedir permiso en la oficina de Sakugawa.  En cualquier otro contexto, tal actitud le hubiera valido al menos un llamado de atención, pero no en ése.  Sintió un gran alivio cuando vio a su jefe en el sillón: se le veía abatido, sin ánimo ni energía, pero estaba bien: sus ojos, tristes, estaban clavados en la pantalla de televisión que cubría la pared.
“La prensa ya tiene el título que quería: un robot asesino…” – dijo, con pesar.
“Sí, lo sé, señor Sakugawa… – dijo ella acompañándole en su tristeza -.  De hecho no nos paran de llover los llamados aunque no estoy respondiendo ninguno… Entiendo cómo se siente, pero…, por favor, tiene que tomar esto con calma.  No hay forma de saber qué pasó y…”
“Caerán como buitres sobre nosotros – le interrumpió él -: sin importarles lo que haya pasado… Podemos comprar jueces, sí, ya lo hemos hecho, pero… ¿a todos?  ¿Y la prensa?  Esto es demasiado grande, Geena: hay un muerto…”
“Sí… – respondió la secretaria tragando saliva -.  M… más de uno, lamento decirle: el cóptero, al caer a la calle, provocó un par de muertes más… Realmente lo siento, señor Sakugawa, pero…, esto no ha sido culpa suya… Vaya a saber qué es lo que le han hecho a ese Merobot…”
“Ahora vendrá el momento en el cual todos desaparecerán – continuó él, como si no le oyera -: los amigos, los que venían a nuestras fiestas, todos…”
“S… señor Sakugawa… Yo siempre voy a estar con usted y lo sabe…”
Él la miró con una sonrisa muy oriental, casi reminiscente de Buda. 
“Lo sé, Geena… – le dijo, mientras tomaba y acariciaba su mano -.  Lo sé… Nunca dudé de ti…”
Poniéndose de pie, la besó en la mejilla; no pareció un beso lascivo ni nada por el estilo: era más bien el beso de un padre hacia una hija.  Luego el empresario le soltó la mano y echó a andar despaciosamente hacia la puerta.  Ella temió por él o por lo que estuviese pensando en hacer…
“S… señor Sakugawa… ¿Adónde se dirige?  ¿Qué va a hacer?”
“No te preocupes, Geena – repuso él sin detenerse en su marcha -.  No temas por mí.  No llevo demasiado marcado el legado ritual de mis ancestros… Ni soy piloto kamikaze ni practico el harakiri… No tengo pensado quitarme la vida, al menos por ahora… Sólo iré a caminar un rato y tratar de poner en orden mi cabeza…”
Al retirarse el líder empresarial, Geena quedó, inmóvil, en el centro de la oficina que era recorrida por los erráticos reflejos y sombras que proyectaba la enorme pantalla de televisión en la cual no paraban de desfilar imágenes de lo que estaba ocurriendo en la cima del edificio Vanderbilt.  De pronto dio un respingo al sentir que alguien le tomaba el talle; al girar la cabeza se encontró con unos pícaros y devoradores ojos femeninos que la escudriñaban desde los hoyuelos de una máscara coronada por orejillas de murciélago.
“Bueno, Geena… Parece que el señor Sakugawa se ha ido… – le dijo – pero nosotras podemos darte muuuucho placer…”
“Así es, Geena – le dijo otra de los Ferobots en quien, al girarse, la secretaria de Sakugawa encontró una réplica de la Mujer Maravilla que, además, le estaba apoyando una lasciva mano sobre su trasero -.  Fuimos creadas para dar placer, hermosa… Más placer del que puedas llegar a imaginar…”
“Mmmmmiaaaaauuuuu…- intervino la réplica de Gatúbela mientras le rodeaba el cuello con su látigo aunque sin apretarlo sino sólo para mostrar poder -.  ¿Nunca lo hiciste con tres a la vez?”
Sin que pudiera llegar a articular palabra alguna en contrario, Geena sintió cómo las tres Ferobots le recorrían con sus manos libidinosamente el cuerpo para luego, poco a poco, irla despojando de sus prendas celebrando efusivamente cada vez que le quitaban una.  Cuando la tuvieron totalmente desnuda, Gatúbela sacó por entre sus labios su felina lengua para lamerle los pechos en tanto que Batichica se arrodillaba para introducirle la lengua en la vagina y Mujer Maravilla, desde atrás, no paraba de besarle el cuello mientras le jugueteaba con un dedo dentro del orificio anal…
                                                                                                                                                                                                  CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “Las chicas crecen” (POR TALIBOS)

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Las chicas crecen:
Para Raquel y Marcela…Aunque tarde un poco,
siempre cumplo lo que prometo…
He leído unos cuantos relatos eróticos y más o menos todos empiezan igual, con el protagonista presentándose. Yo no quiero ser menos, así que empezaré hablándoles un poco de mí, lo que seguro molestará a los que simplemente buscan la descripción de escenas sexuales, cuanto más jugosas, mejor; pero a estos, les prometo que si leen hasta el final, no quedarán decepcionados. Al menos yo quedé bastante satisfecho, se lo aseguro.
Bien, luchando contra mi tendencia a divagar, procedo a presentarme. Me llamo Andrés Morales y soy arquitecto. No, no hace falta que me busquen en los listados del colegio oficial, pues el nombre es falso, precisamente para evitar que alguien pueda reconocerme. Es la ventaja que tienen este tipo de páginas, que puedes preservar tu anonimato.
Como les decía, soy arquitecto y, sin ser una de las “estrellas” del mundillo, mi trabajo está bastante reconocido y soy el creador de varios edificios diseminados por las capitales de la nación. Quizás hayan estado ustedes en alguno. Les dejo que lo adivinen.
Actualmente tengo 43 años y soy viudo desde hace 10. Mi mujer, Virginia, murió de cáncer en 2003, dejándome hundido y destrozado, aunque tuve que sacar fuerzas de flaqueza para criar yo solo a mi queridísima Marcela, que tenía sólo 7 añitos cuando perdió a su madre. Sólo los que se hayan visto en una situación similar podrán comprender lo duros que fueron los primeros años en los que tuve que hacer de papá y de mamá al mismo tiempo, cuidando de la niña de mis ojos con todo mi amor e intentando que comprendiera por qué su mami no iba a volver a estar junto a ella. No les cuanto esto para que me tengan lástima, simplemente es un dato que tiene su importancia en los acontecimientos que voy a narrarles.
Cierto es que ya han pasado 10 años desde aquellos aciagos días y que, por fortuna, ya lo he superado por completo, pero, aún así, no me he vuelto a interesar en ninguna mujer con vistas a una relación seria. No soy mal parecido y sé que me conservo bastante bien, hago deporte, lo que, unido a que tengo un buen trabajo, me ha convertido en un hombre medianamente atractivo para el otro sexo, cosa que me ha demostrado más de una mujer con intentos de flirteo más o menos descarados.
En un par de ocasiones me animé a tener alguna cita, pero pronto comprendí que, para mí, no había más mujer en el mundo que mi querida Vicky y lo cierto era que no sentía ningún deseo de llenar el hueco que ella había dejado en mi vida. Para eso tenía a Marcela, mi niña, la nenita más buena y cariñosa del mundo y no necesitaba a ninguna fémina que viniera a perturbar la vida tranquila de que gozábamos los dos.
Pero claro, está muy bien decir que mis necesidades espirituales estaban colmadas con el infinito amor que sentimos Marce y yo el uno por el otro pero… ¿y las necesidades físicas?
Como he dicho, pronto abandoné la idea de salir con mujeres, pero mi organismo tenía ciertas… “necesidades” que había que cubrir. Sí, ya sé que para eso nos dio Dios las manos a los hombres, la derecha y la izquierda (para que parezca que te la hace otro), pero a veces apetece algo más “jugoso”. Bueno, no sé si también fue Dios quien las inventó, pero para algo están las putas.
No se confundan, no es que yo sea un putero impenitente que ande todos los días de picos pardos, ni muchísimo menos, pero qué quieren, de vez en cuando apetece echar una canita al aire (o dos). Cuando eso sucede, me pongo en contacto con una agencia de citas de la que soy cliente. Las chicas son muy guapas, muy complacientes y muy discretas…
Cuando tengo ganas de desfogarme, busco en la agenda de mi móvil el teléfono de la “Agencia de Publicidad Sterling” (tengo puesto ese nombre por si a Marce le da por husmear en mi teléfono; además, “Agencia de putas de lujo” quedaba un poco grosero) y solicito los servicios del tipo de chica que me apetezca. Ya saben, rubia, morena, asiática, tetona… Tienen un buen repertorio, se lo aseguro, nunca me han defraudado. Caros pero eficientes. Sería un buen slogan para ellos.
Normalmente, doy la dirección de mi chalet de las afueras y me reúno allí con la señorita, cosa lógica por otra parte, no voy a citarla en mi casa de la ciudad para que Marce sorprenda a su papi en plena faena con una prostituta. Cuando era más pequeña, dejaba a mi niña con su tía Maribel (hermana de Vicky) o con mi hermano Rafael, pero ahora ya es mayorcita y se queda sola. No sé si mi hija sospecha adonde voy cuando hago estas escapadas, pero no me extrañaría mucho, pues de tonta no tiene un pelo.
Tampoco se crean que estoy todo el día liado con las prostitutas, ni muchísimo menos, en total contrato los servicios de la agencia 5 o 6 veces al año, lo justo para desahogarme y no estar todo el día como un mono dale que te pego al manubrio. Realmente, yo lo veo simplemente como satisfacer una necesidad física de mi organismo, algo que necesito hacer y punto, sin la complicación de los sentimientos de por medio. Y las chicas de la agencia me vienen como anillo al dedo.
Bueno, ya me conocen un poco. Ahora quiero hablarles de Marcela, mi hija.
Qué quieren que les diga. Soy su padre. Es guapísima, inteligente, dulce y amable. Y no es que lo diga yo, es la opinión de todos los que la conocen. Tiene el pelo castaño oscuro, ondulado, bastante largo, aunque le gusta recogérselo en una graciosa cola de caballo, sobre todo cuando está por casa; no es muy alta, poco más de 1,50, lo que le confiere un aspecto algo infantil, que hace que la gente no le eche los 17 años (casi 18) que ya tiene, aunque basta con echarle un vistazo a las curvas de su cuerpecito, para borrar de un plumazo esa impresión de niñez. Senos generosos, caderas redondeadas, piernas bien torneadas… y con un rostro precioso, que recuerda inevitablemente a la belleza de su madre, labios carnosos, naricilla respingona, ojos café oscuro a juego con sus cabellos, piel clara, suave y aterciopelada…
Sí, tienen razón, se me ha notado. Esa no es la descripción que haría un padre de su hija, pero qué quieren, fue ella la fuente de mis problemas, por ella empezó todo… Precisamente porque dejé de mirarla con ojos de padre.
¿Y cómo sucedió esto? Pues, principalmente, a causa de mi hermano.
Yo ya había notado que Marce tenía una ligera tendencia al exhibicionismo. Siempre andaba por casa ligerita de ropa y para mí era de lo más normal verla paseándose en ropa interior o con una simple camisetita que a duras penas ocultaba la ausencia de sostén. Pero qué quieren que les diga, era mi hija y aquello apenas si me trastornaba, lo veía como algo normal, propio de su forma de ser y que demostraba simplemente la absoluta confianza que había entre nosotros.
Pero eso cambió una tarde en la que Rafael se dejó caer por casa para almorzar y lo hizo con una simple frase.
–         Joder, Marcelita, cómo estás ya. Madre mía, a las chicas de hoy en día les salen antes las tetas que los dientes – le espetó mi hermano a su sobrina.
–         Tú, capullo – le reconvine divertido al ver cómo mi hija se ruborizaba hasta la raíz de los cabellos – No le digas burradas a mi niña, que sólo tiene 14 años. Y es tu sobrina, degenerado.
El comentario de mi hermano (y mi respuesta) eran completamente en broma y la forma típica en que hablábamos el uno con el otro. Pero sus palabras hicieron que, por primera vez, mirara a mi hija desde un prisma diferente al del padre amoroso.
Y lo que vi me impactó.
A pesar de tener sólo 14 años, tuve que reconocer en mi fuero interno que Marcela… estaba muy buena. Ni siquiera me había fijado hasta que Rafa abrió la boca, pero Marce, tras ver que era su tío el que venía de visita, había corrido a su cuarto a cambiarse de ropa, presentándose en el salón, donde estábamos charlando, vestida con unos cortísimos shorts blancos y un top de tirantes que ceñía y levantaba sus juveniles senos de forma bastante impúdica, dejando su barriguita al descubierto.
Me quedé momentáneamente parado, observando alucinado cómo dos diminutos bultitos aparecían claramente marcados en el top, mostrando que Marcelita estaba ligeramente “contentilla” con la visita de su tío. Como pude, me las apañé para cerrar la boca, que se me había quedado abierta y agradecí en silencio que Rafa siguiera al ataque.
–         Marce, en serio, deberías ponerte sujetador porque si no, se te van a descolgar las tetas.
Marcela enrojeció todavía más, si es que eso era posible, y balbuceando no sé qué excusa, salió disparada del salón, regresando a su cuarto a cambiarse de nuevo.
Miré bastante sorprendido a mi hermano, con idea de reprenderle por haber sido tan grosero con Marcela, pero algo en su mirada me hizo comprender que su intención no había sido burlarse de ella. Me di cuenta de que Rafa también se había sentido un poquito violento al ver a su sobrina adolescente medio desnuda, así que había optado por hacerla pasar vergüenza para evitar pasarla él. Simple pero efectivo.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de que Marcela solía mostrarse un poquito más descarada de lo habitual cuando estaba con su tío. Tampoco tenía nada de raro que la niña, en plena pubertad, se sintiera atraída por Rafa, que era un rompecorazones de cuidado, ya saben, del tipo rebelde y mal afeitado, así que, en su presencia, se vestía un poco más ligera de ropa de lo habitual. El problema era que ya no era una niña y su ligereza en el vestir… podía alterarnos un poco el ánimo.
Pero Rafa había reaccionado bien, avergonzándola para que se cortara un poco y se mostrara más discretita. Vinieron a mi mente cientos de ejemplos de Marce subida a caballito sobre su tío, sentada a horcajadas en una de sus piernas, aferrada a su brazo apretando contra él sus juveniles senos… Joder con Marcelita…
–         Macho, te compadezco tío – dijo mi hermano sacándome de mi ensoñación.
–         ¿Por qué? No te entiendo.
–         Joder, tío, tu niña está ya más que crecidita y ya mismo querrá empezar a salir por ahí por las noches. Los tíos se van a dar de ostias cuando vaya a cualquier discoteca. Y mientras tú en casa, comiéndote la cabeza…
Joder, menudo profeta. Qué cabrón. Lo clavó el tío.
Un par de minutos después, Marcela se reunió de nuevo con nosotros, con una camiseta más discreta y con la vergüenza ya olvidada. Se mostró tan risueña como siempre con su tío, que no paraba de tomarle el pelo y tuvimos un almuerzo de lo más agradable.
Pero mientras comíamos, yo no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que Rafa me había dicho, mirando subrepticiamente a mi hija, dándome cuenta por primera vez, de que estaba hecha toda una mujer. Una bastante atractiva por cierto.
Y eso desató el infierno. Al principio, le echaba la culpa a Rafa, por haberme hecho notar que Marce estaba ya desarrollada, pero pronto comprendí que, sin duda, habría acabado por darme cuenta yo solito.
Y es que Marce no modificó en modo alguno sus costumbres. Se paseaba en bragas por la casa a placer, sólo que ahora, su padre no podía evitar que sus ojos se fuesen detrás de ella. A partir de entonces, todas las situaciones que hasta ese momento habían sido completamente inocentes, adquirieron para mí ciertas connotaciones en las que prefería no pensar.
Yo luchaba contra esos impulsos, recordándome continuamente que era mi niñita a la que miraba con ojos codiciosos, pero bastaba con que ella se inclinara y me ofreciera una inadvertida visión de su canalillo, para que mis principios morales se fueran por el retrete y mi mirada se deleitase admirando la suave curva de un seno o el delicado borde de encaje de un sostén.
Y peor era cuando la niña iba sin sujetador, claro.
Recuerdo una tarde que me puse malísimo por culpa de ella. Estaba echado tranquilamente en la cama, ojeando el dossier de un nuevo proyecto, cuando escuché la voz de mi hija que me llamaba.
–         Papiiiiii – la escuché aullar – ¡Que me he olvidado la toallaaaaa!
No hacía falta ser un genio para comprender qué pasaba. Refunfuñando, me levanté de la cama y fui hasta el armario empotrado del pasillo, donde guardamos la ropa blanca y extraje una toalla grande, dirigiéndome al cuarto de Marcela, que disponía de baño propio.
–         ¿Dónde te la dejo? – exclamé a grito pelado para hacerme oír por encima del ruido de la ducha.
–         Alárgamela, que voy a salir ya.
Sin pensar, penetré en el baño particular de mi hija y me acerqué a la ducha. Alcé la vista y me quedé petrificado al contemplar, a través de la mampara, la exquisita silueta de mi hija enjuagando el jabón de su cuerpo. Ésta es de cristal esmerilado, así que tan sólo veía el contorno de las juveniles curvas de Marcela, pero bastó eso para dejarme boquiabierto.
Y entonces fue todavía peor.
–         Aquí papi, dámela – dijo ella abriendo una rendija en la mampara y sacando fuera un brazo chorreando de agua.
Lo que pasó fue que, al abrir la mampara, Marcela apoyó sus senos contra el cristal y, al estar allí apretados, pude verlos perfectamente desde fuera, con todo lujo de detalles. Observé anonadado las deliciosas galletas María que tenía mi hijita a modo de areolas coronadas por dos apetitosas guindas que me hubiera encantado probar.
Aterrado, sacudí la cabeza tratando de librarme de aquellos pensamientos y le tendí la toalla sin decir nada, aunque tampoco habría podido hablar de haber querido, pues la boca se me había quedado tan seca que sentía la lengua pegada al paladar.
En cuanto la mano femenina asió la toalla, salí disparado de allí como un cohete y me refugié en mi cuarto, aunque se trató de una fuga baldía, pues la imagen de los esplendorosos senos de mi hija había quedado grabada a fuego en mi mente.
Todavía medio ido, me las ingenié para meterme en la ducha de mi cuarto de baño, vestido y todo y abrí al máximo el agua fría.
Aquello me calmó un tanto, aunque más eficaces resultaron las dos pajas que me hice poco después.
Por la noche apenas me atrevía a mirar a mi hija a la cara, avergonzado a más no poder por lo que había hecho. Ella notó que mi comportamiento era extraño, así que me interrogó al respecto. Como pude, me las apañé para mentirle diciéndole que no me encontraba bien y que me iba a acostar temprano. Bueno, pensándolo bien no era ninguna mentira… me sentía mal de verdad.
Fue peor el remedio que la enfermedad.
–         Papi, ¿cómo estás? – Me preguntaba un rato después una muy preocupada Marcela desde la puerta de mi habitación.
–         Bien, cariño, no me pasa nada. Es sólo que no he pasado muy buena noche y estoy cansado.
–         ¿En serio?
–         Claro, nena. Mira, mañana domingo nos vamos al cine y a comer por ahí.
–         ¡Estupendo!
Entusiasmada por el improvisado plan, Marcelita decidió agradecérmelo con un beso, así que corrió hacia mi cama, encaramándose de un salto. Al hacerlo, la camiseta se le subió, permitiéndome contemplar una vez más sus braguitas, lo que no contribuyó a serenar mi espíritu precisamente.
Marcela, inconsciente de todo eso (o al menos así lo espero), se abrazó con fuerza a mí y me plantó un fuerte beso en la mejilla, pero, por desgracia, no se conformó con eso y se quedó abrazada a mí, permitiéndome sentir perfectamente sus prietos senos apretados contra mi pecho. Me quería morir.
–         ¿De veras te encuentras bien? – insistió con su cara recostada sobre mí.
–         Que sí, tonta – respondí acariciándole el cabello – Sólo estoy un poco cansado.
–         Entonces… ¡No te importará si hago esto!
La muy locuela se lanzó con ganas a un juego que antes practicábamos muy a menudo: el de las cosquillas.
Sin darme tiempo a reaccionar, sus manos se metieron bajos mis brazos y empezaron a hacerme cosquillas en los costados, haciendo que me retorciera como una culebra, pues soy bastante sensible a esas cosas.
Sin embargo, no me pareció mal, así que contraataqué con mis manos, aunque teniendo mucho cuidado en no tocar donde no debía. Ella, medio incorporada a mi lado, no tenía tantos miramientos conmigo y se dedicó, en medio de grandes carcajadas, a animar a su papi haciéndole cosquillas.
Y pasó lo inevitable. Me empalmé.
Avergonzado, intenté por todos los medios que no se notara, cosa bastante difícil, pues, al ser verano, en la cama sólo llevaba los boxers y una camiseta (por la que di gracias mentalmente) y las sábanas estaban completamente apartadas a los pies de la cama.
La camiseta quizás habría bastado para tapar el espectáculo, pero Marcela tironeaba de ella tratando de hacerme cosquillas. Sin embargo, concentrada en lo que estaba haciendo y muerta de la risa, no se dio cuenta de nada hasta que, por desgracia, su mano viajó hacia abajo y tropezó con el bulto de mi entrepierna, provocando un ramalazo de placer que recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies.
Me quedé paralizado, sin saber qué decir o cómo disculparme, pero Marcela, lejos de mostrarse enfadada o sorprendida, optó por la salida más sencilla de todo aquello: hacer como que no se había dado cuenta de nada.
–         Entonces, ¿qué película vamos a ver? – dijo como si tal cosa, volviendo a recostarse sobre mi pecho y a abrazarme, olvidado ya el juego de las cosquillas.
–         La… la que tú quieras – balbuceé rezando mentalmente porque la tierra se abriese y me tragara.
–         ¿Podemos ver la nueva de Brad Pitt?
–         Claro, cariño – asentí, sin saber cual sería.
–         Estupendo – susurró ella apretándose todavía más contra mí.
Yo no sabía qué hacer. Marcela estaba aferrada a mí como una garrapata, con su cabecita reposando en mi pecho y una de sus manos sobre mi estómago. En esa posición, estaba bastante seguro de que tenía una visión en primer plano del bulto en mi entrepierna, pero yo no me atrevía a mover ni un músculo.
Si ella había decidido hacer como si nada, yo tenía que hacer lo mismo; si la apartaba de mí para taparme, comprendería que me había dado cuenta de que estaba mirándome la polla y la haría pasar vergüenza. Y eso no era justo, pues la culpa de aquello era solo mía.
Así que nos quedamos así abrazados, charlando de tonterías, mientras yo intentaba con la mente lograr que aquello se bajase solo. Mi gozo en un pozo. La erección no se bajaba ni a cañonazos. No recordaba haber estado tan excitado desde hacía mucho tiempo. Desde Virginia.
Y Marcela no ayudaba precisamente. Cuando quise darme cuenta, la mano que reposaba en mi estómago se había deslizado peligrosamente al sur, quedando apoyada justo en la cinturilla de mis boxers… lo justo para que su posición no fuera inapropiada, pero, enloquecedoramente cerca…
–         Venga cariño – le dije apañándomelas para que mi voz sonara medianamente calmada – Se está haciendo tarde y mañana hay que levantarse temprano para ir al cine. Venga, a tu cuarto.
Pero la niña no iba a darme tregua.
–         No, papi, esta noche me quedo contigo – respondió abrazándose todavía más fuerte a mí, apretando con ganas sus tetitas contra mi costado.
–         Venga, no seas tonta… ¿No ves que hace mucho calor?
–         Pues ponemos el aire.
No me dio tiempo ni a replicar, fue como una centella. Apartándose un segundo de mi lado, se incorporó lo justo para alcanzar el mando del aire acondicionado que estaba sobre la mesilla y pulsar el botón.
Pero bastó ese mínimo instante para que pudiera ver cómo sus pezones aparecían claramente marcados en su camiseta.
–         Que sea lo que Dios quiera – dije para mí mientras Marcela recuperaba su sitio abrazada a mi pecho.
Ni les cuento la noche que pasé. No pegué ojo. Y peor fue cuando Marcelita, no sé si dormida o despierta, echó una pierna sobre las mías, apretándose todavía más contra mí, de forma que, a pesar de la barrera de las bragas, creí notar cómo su tierno chochito se frotaba contra mi muslo, al quedar su entrepierna apoyada contra él. Bendito infierno.
Por fortuna, con la madrugada ya bien entrada, Marcela se movió en sueños y pude escapar de su abrazo. Agradeciendo la oportunidad que se me brindaba, me levanté y decidí llevarla a su cuarto, cosa que hice tras admirar una vez más su juvenil cuerpecito alumbrado por la tenue luz de la luna que bañaba el dormitorio a través de la ventana.
Con cuidado, la levanté entre mis brazos y la llevé hasta su cama, mientras ella murmuraba en sueños. Más calmado, la besé en la frente y regresé a mi cuarto para intentar dormir.
Y un jamón iba a conseguirlo. Odiándome a mí mismo, tuve que masturbarme una vez más en honor a mi hija, mientras aún sentía sobre mi piel el suave contacto de su cuerpo. Y por fin pude dormir, aunque fueran sólo un par de horas.
Menudo degenerado, estarán pensando. Y no les falta razón, aunque, en mi descargo, he de decirles que luché con ahínco contra mis impulsos. Y me salió bastante bien.
Los días posteriores anduve con pies de plomo cuando estaba con Marcela, preocupado por si el saber que su papi se empalmaba cuando ella andaba cerca la había trastornado. Pero nada en su comportamiento cambió, así que, poco a poco, fui convenciéndome de que no la había traumatizado.
Más tranquilo a medida que pasaban los días, fui comportándome cada vez con mayor normalidad con mi hija. Auque en eso sin duda influyeron las dos llamaditas que hice a la “Agencia Sterling” para encargar un par de buenas campañas publicitarias. Cómo venden sus productos, oigan.
Pasaron un par de meses y entonces estalló la bomba que Rafael me había augurado.
–         Papi, ¿me dejas ir el viernes a una fiesta en casa de Raquel? Es por la noche, así que tendría que volver tarde…
Joder. Ya estaba. La habíamos cagado. Me sentí como Mourinho… ¿Por qué?
No podía afrontar aquello yo solo. Era demasiado. Le respondí que me lo pensaría y salí disparado en busca de consejo a casa de Maribel, mi cuñada.
Maribel es la hermana mayor de Virginia y es un verdadero encanto. Más de una vez me he preguntado si habría sido capaz de criar a Marce si no hubiera contado con su ayuda. Quizás habría acabado casándome con la primera que hubiera pillado, con tal de darle a mi hija una figura materna cuando la necesitase.
Por suerte, Maribel estaba siempre disponible para nosotros, a pesar de tener que encargarse de sus dos hijos, algo mayores que Marce y, en muchas ocasiones, había sido para mi niña más una madre que otra cosa.
Y, además, era la mujer más pragmática del mundo.
–         ¿Y qué vas a hacer? – me dijo simplemente cuando la interrogué acerca de mis miedos a que Marcela empezara a salir por ahí – ¿La vas a meter en un convento? Está en la edad de empezar a salir con sus amigos y, si se lo prohíbes, sólo conseguirás que te coja manía y que se escape cuando le venga en gana.
Mierda. Tenía razón.
Aquella misma noche le comuniqué a Marcela que le daba permiso para ir, pero que tenía que estar de vuelta a las once y media sin falta y que primero tenía que hablar con la madre de Raquel.
Dura negociadora, tras el entusiasmo inicial y el beso de agradecimiento, Marce se salió con la suya y logró enredarme para alargar el toque de queda hasta las doce y media. Y gracias que no se empeñó en volver todavía más tarde.
Al día siguiente, me ofrecí a acompañarla de compras para comprarse un vestido para la fiesta, lo que aceptó entusiasmada. Además, se sumó a nosotros Raquel, su mejor amiga, pues su madre andaba muy liada y no podía acompañarla, por lo que me agradeció profundamente que me las llevara a ambas.
La tarde fue horrorosa, no sólo porque no tengo paciencia para andar viendo trapos (eran los únicos momentos con Virginia que no echaba de menos), sino porque, hacerlo con dos adolescentes es infinitamente peor (padres y esposos del mundo, sabéis de lo que os hablo, ¿eh?).
Y lo más jodido era que el sátiro que anidaba en mi interior andaba bien despierto.
Las chicas me ofrecieron un pase de modelos en todas las tiendas que visitamos (de cuyo número perdí la cuenta) y algunos de los conjuntos eran… bastante atrevidos.
Y no era sólo Marce la que despertaba mis más bajos instintos… Raquel también.
La amiga de mi hija era (y es) también una jovencita muy atractiva. Su tono de piel era bastante más moreno que el de Marce y su cabello, negro como el carbón, era mucho más largo, aunque las dos lo llevaban completamente liso con un peinado similar. Raquel era más alta que mi hija, por lo que parecía más mayor y además, su madre le permitía ir ligeramente maquillada, lo que acentuaba esa impresión. Era bastante guapa, con los mofletes muy marcados y los rasgos redondeados, con una sonrisa enigmática siempre en los labios. Era bastante sexy. ¿Y de tetas? Muy bien, gracias.
Mentalmente imaginé la clase de bomba sexual que serían las dos cuando anduviesen sueltas por los bares de la ciudad. Me estremecí.
Como buenamente pude, las aconsejé sobre los modelitos que se probaron, aunque ellas prescindieron completamente de mis apuntes, que siempre iban en contra de aquellas ropas que mostraban más de la cuenta y a favor de los más recatados, por lo que acabaron comprándose lo que les vino en gana. Para qué discutir.
Ese viernes fue un día realmente horrible. No pude concentrarme en el trabajo ni un segundo y cuando llegó la noche y tuve que llevar a Marce  a casa de Raquel, me faltó un pelo para echar el seguro del coche y salir zumbando de allí con mi hija atrapada en el interior.
Y la cosa no mejoró con los años.
No importaba el tiempo que pasara, ni lo mayor que mi niña fuera haciéndose, siempre lo pasaba mal cuando salía por ahí de marcha con sus amigos y no conseguía relajarme hasta que escuchaba la llave en la cerradura de la puerta.
Más de una vez me asomé subrepticiamente para verla llegar y observar si mostraba síntomas de haber bebido algo más que coca-cola, pero Marce se mostró siempre muy responsable y nunca apareció borracha.
Una vez, en medio de una conversación seria, me dijo sin tapujos que, cuando salía, se tomaba una o dos copas con alcohol, pero no pasaba de ese límite pues “le daban mucho asco los que terminaban por ahí tirados en medio de sus propios vómitos”. Me sentí orgulloso de ella a pesar de que, en mi juventud, eso mismo me había pasado un par de veces.
Y tampoco me dio muchos problemas con la hora, pues solía respetar bastante bien los horarios que yo le marcaba, aunque claro, estos se ampliaban a medida que iba haciéndose mayor. En una ocasión se pasó de la hora, pero me llamó por el móvil para avisarme que el coche de su amigo se había averiado y que iba a regresar en taxi. Como he dicho, siempre ha sido muy responsable.
Pero lo peor no era que llegase tarde o saber si bebía por ahí o tomaba cosas raras (que también era una gran preocupación, claro); no, lo peor era imaginar… si follaba.
¿Estaría calzándosela por ahí algún niñato? ¿Sabría ya lo que es una polla? ¿Una felación? ¿Andaría por ahí follando en los servicios de alguna discoteca? ¿Estaría en esos momentos con los pies apoyados en el techo de un coche? Era enloquecedor, cualquier padre de hija adolescente sabe sin duda de qué le estoy hablando.
¿Y yo? Estaba mejor, gracias. Tras el truculento episodio de las cosquillas, había superado un poco mi obsesión por mi hija. Seguí mirándola, claro, viendo todos los días cómo se hacía cada vez más mujer (una bien buena, se lo aseguro) y había aceptado que, aunque a veces la mirara con ojos que no eran de padre, era perfectamente capaz de controlarme.
Tuve mis momentos de flaqueza, no crean, sobre todo cuando Marce se ponía mimosa (que solía ser cuando quería sacarme algo), pero, en general lo llevaba bastante bien.
La única vez que estuve peligrosamente cerca de mandarlo todo al garete y de sucumbir a la tentación fue una calurosa noche de sábado estival. Marce, que ya había cumplido los 17, había salido con sus amigas y yo estaba en el salón, cerveza en mano, preparándome para ver una peli en el DVD.
Como hacía muchísimo calor, iba vestido únicamente con los boxers y había puesto el aire acondicionado bastante fuerte, mientras hacía zapping distraídamente antes de decidirme a darle al play del DVD.
 
Escuché entonces que la puerta de entrada se abría y miré hacia atrás, sorprendido porque mi hija hubiese vuelto tan temprano.
–         Hola, papá – me saludó desde la puerta del salón.
–         Hola, cariño. ¿Qué haces aquí ya? ¿Ha pasado algo?
–         No, no. Es que mañana Raquel se va de viaje con sus padres y se ha marchado pronto y no me apetecía quedarme por allí si no estaba ella.
Di gracias porque Marce tuviera una amiga tan buena como Raquel. Eran uña y carne. Y mientras estuvieran las dos juntas, era menos probable que algún malnacido… se metiera en sus bragas. Iluso de mí.
–         ¿Qué estás viendo? – me dijo entrando en la sala.
–         Iba a ver una peli. ¿Te apuntas?
–         ¡Ostras, sí! Con tanto calor no tengo nada de sueño. ¡Espera, que voy a cambiarme y vuelvo en un segundo!
Salió disparada hacia su cuarto, mientras yo seguía tranquilamente con el zapping. Minutos después, oí como trasteaba en la cocina y enseguida se reunió conmigo con una lata de refresco sin cafeína en la mano.
–         Venga ponla – dijo.
No reaccioné, me había quedado embobado viéndola. Marcelita se había puesto bien cómoda para andar por casa e iba vestida con una ligera camiseta corta sin mangas que la tapaba un poco más abajo del fin de sus senos, dejando su barriguita al aire. Y, para rematar el conjunto, un pantaloncito corto de pijama de color rosa, que cuando rodeó el sofá para sentarse a mi lado, me permitió comprobar que no bastaba para tapar por completo las suaves curvas de su trasero.
–         ¿Qué miras? – me dijo divertida al verme boquiabierto.
Por fortuna reaccioné con acierto.
–         El maldito piercing de tu ombligo – respondí con aplomo – Todavía no entiendo cómo demonios te las apañaste para convencerme de que te dejara hacértelo.
–         Ay, papi, qué tonto eres.
Riendo, se sentó de un salto en el sofá y, siguiendo su costumbre, se apoyó contra mí, recostando su cabecita en mi hombro. Para estar más cómodos, la rodeé con el brazo y le di un cariñoso apretón que la hizo sonreír.
–         Venga, dale ya – me dijo mientras bebía de su refresco, los ojos fijos en la pantalla.
Y lo hice. Y durante un rato, todo fue muy bien y nos dedicamos a ver juntos la película tranquilamente. Pero claro, el sátiro que hay en mí no tardó en despertar.
De pronto, la perturbadora presencia de mi atractiva hija se hizo más patente para mí. Dejé de prestar atención a la película, tratando de comprender qué era lo que me había perturbado, hasta que me di cuenta de que era simplemente el suave olor que desprendía Marcela. Hipnotizado, cerré los ojos y aspiré en silencio, deleitándome en el delicioso aroma a mujer de mi hija.
¡Pero, no! ¿Qué estaba haciendo? ¿Me había vuelto loco? Por fortuna, el ligero cosquilleo que sentí en la entrepierna me hizo despertar y recobré el control, tratando de volver a centrarme en la película.
Lo logré… casi dos minutos.
Cuando quise darme cuenta, mis ojos se desviaron de la pantalla y se deslizaron por la suave piel de mi hija, perdiéndose en el insinuante canalillo de su camiseta. Al estar recostada sobre mí, tenía un magnífico primer plano de su escote que me permitía observar a placer las rotundas curvas de sus sensuales senos… gloriosos, plenos, suaves… apetecibles…
Me sentía enloquecer, trataba de apartar la vista del cuerpo de mi hija pero fracasaba sin remedio. Ella, ajena a todo, seguía concentrada en la película, mientras el bastardo de su padre la devoraba con la mirada.
Entonces se movió y el corazón casi se me sale por la boca del sobresalto, pensando que me había pillado desnudándola con los ojos. Pero no era así, simplemente había acabado el refresco y se estiraba para dejar la lata sobre la mesita. Cuando lo hubo hecho, no recuperó su posición anterior, apoyada en mi costado, sino que se tumbó sobre el sofá y reposó su cabecita en mi muslo.
Interiormente me alegré mucho de este cambio, pues, al estar completamente tumbada, ya no tenía una buena perspectiva para asomarme a su escote y aunque podía seguir admirando sus turgentes posaderas, eso era algo (no me pregunten por qué) que me parecía menos grave.
Pero la puñetera niña no se estaba quieta.
Inesperadamente, deslizó su brazo hacia atrás y se rascó suavemente el trasero, lo que me hizo gracia. Como quien no quiere la cosa, dejó su mano ahí, enganchando los dedos en la cinturilla del pantaloncito, lo que no hubiera tenido mayor importancia de no ser porque, al ser una camiseta sin mangas, el hecho de que tuviera el brazo estirado me permitía contemplar a través del sobaco su seno desnudo.
Y esta vez se veía todo, todo.
Madre mía. Menudo espectáculo. Por el hueco de la camiseta podía ver sin impedimento alguno el delicioso pecho de mi hija. Una vez más pude contemplar la delicada areola que me había quitado el sueño años atrás, sólo que ahora estaba más desarrollada y esta vez no había obstáculos de ningún tipo.
Y el pezón… Ufff…. Se me hacía la boca agua imaginando cómo sería tenerlo entre mis labios, lamiéndolo suavemente con la lengua mientras sentía cómo iba endureciéndose poco a poco. Delicioso fresón…
Era inevitable, ni siquiera me di cuenta de que pasaba, absolutamente concentrado en aquel pecho rebelde que escapaba por el costado de la camiseta. Me empalmé. Sentía que la polla me iba a explotar.
–         ¿Lo hará adrede? – dije para mí, no por primera vez, mientras observaba cómo Marcela se acariciaba suavemente el trasero, como si le picara, ofreciéndole a su padre el espectáculo más erótico de su vida.
Y entonces la cosa se puso peor. La erección se hizo cada vez más notable, cada vez más dolorosa, apretando y estirando los boxers hasta que estos no dieron más de sí. Y la polla se escapó.
No sé cómo sucedió, yo no hice nada, pero mi verga, hinchada como nunca antes, se las ingenió para colarse bajo la cinturilla elástica de los boxers y asomar la cabecita fuera de su encierro. Creí que el corazón me iba a saltar fuera del pecho cuando sentí cómo el glande escapaba de la prenda y quedaba expuesto.
Pero Marce, al tener la mejilla recostada en mi muslo, no se dio cuenta de nada y casi me volví loco de excitación al mirar hacia abajo y ver la cabeza de mi rezumante polla a escasos centímetros de la cabeza de mi hija. Casi eyaculo de la impresión.
Con cuidado, llevé mi mano libre a mi entrepierna, en un intento de devolver al preso fugado a su encierro, pero apenas me atrevía a moverme, no fuera a ser que Marcela se diese cuenta de lo que pasaba. Por fin, logré estirar el boxer para taparla, pero era inútil, estaba tan tiesa que se escapó de nuevo inmediatamente. No sabía qué hacer.
–         Estate quieto, papi, deja de moverte. Veamos la película.
La voz de mi hija casi me causa un infarto. Me quedé paralizado, con medio nabo al aire y la respiración agitada. Marcela, por su parte, volvió a mover el brazo, deslizándolo hacia delante, con lo que su pecho volvió a quedar oculto, por lo que di silenciosas gracias. Por desgracia, la nueva postura no era mucho mejor, pues la niñita, para estar cómoda, situó su mano entre sus muslos, atrapándola en medio.
–         ¿Es que se va a hacer una paja? – pensé medio enloquecido.
Pero no era así, simplemente era una postura relajada. Pero verla allí tumbada, con la mano entre las piernas bien pegada al coñito, no contribuyó a tranquilizarme precisamente.
Si se han fijado, no les he dicho el título de la película que vimos. No es por no violar derechos de autor, es porque no me acuerdo en absoluto. Eso sí, les aseguro que se trataba sin duda de la película más larga de todos los tiempos… al menos eso me pareció.
Cuando apareció el THE END, casi me echo a llorar de alegría. Marcela se incorporó, quedando sentada y yo me las apañé como pude para retorcerme un poco y cruzar las piernas, en un torpe intento de ocultar la tienda de campaña.
–         ¿Te traigo una cerveza? – me dijo.
–         ¿Qué? – dije por toda respuesta, con el cerebro al borde de un aneurisma.
–         Que si te traigo una cerveza. Yo quiero otro refresco. Hace calor.
–         No, nena. Ya es tarde. Mejor nos vamos a la cama.
–         ¿Tarde? Venga ya, no seas muermo. Voy por unas latas y seguimos charlando, que últimamente no lo hacemos.
¿Qué? ¿Charlar? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Con la mente con el freno echado, no acerté a decir nada mientras mi hija iba a la cocina a por las latas. Cuando regresó, me entregó la cerveza y me miró con una expresión divertida que, no sé por qué, hizo que me pusiera todavía más nervioso.
–         ¡Échate para allá! – me dijo, obligándome a desplazarme hacia un extremo del sofá.
Y claro, al hacerlo, le ofrecí a mi hija una buena vista del bultazo de mis calzones. Pero ella no dijo ni pío.
Ni corta ni perezosa, Marcela volvió a tumbarse en el espacio libre del sofá, boca arriba esta vez y tornó a reposar la cabeza en mi muslo. Eso me tranquilizó bastante, pues de esa forma era imposible que pudiera ver mi erección. Más sosegado, abrí la cerveza y vacié media lata de un solo trago.
Marcela, muy relajada, cruzó sus piernas apoyando los pies en el brazo del sofá y se las ingenió para beber del refresco a pesar de estar boca arriba.
–         ¿Y bien? ¿De qué quieres hablar? – le dije más sereno.
–         No sé. Es que últimamente, con la selectividad y tu trabajo apenas hemos pasado tiempo juntos.
–         Tienes razón. Mira, mañana nos vamos a comer por ahí. ¿Te parece?
–         Vale.
Seguimos charlando un rato con calma, lo que bajó varios niveles mi excitación. Hablamos de todo un poco, de los estudios, de mi trabajo, de la universidad…
Pero entonces se me puso el ánimo juguetón.
Sin malicia (se lo juro) se me ocurrió apoyar mi helada lata de cerveza justo sobre su ombligo, lo que la hizo dar un respingo.
–         ¡Papá…! ¡No! – exclamó riendo mientras se agitaba sobre el sofá – ¡No seas malo! ¡Que está fría!
Joder. Por qué no me habría estado quieto. Al retorcerse, la camisetita de Marcela se subió unos centímetros, dejando un pecho perfectamente expuesto. Me quedé paralizado, contemplando una vez más aquella hermosa obra de arte de la naturaleza. Mierda, no había sido mi intención ¿o sí lo había sido?
–         Mira lo que has hecho – dijo Marcela tranquilamente – Se me ha salido una teta.
Y, ni corta ni perezosa, se colocó bien la camiseta ocultando de nuevo su excelsa anatomía.
–         Pe… perdona, hija. Yo… – balbuceé avergonzado.
–         Tranqui. No pasa nada – respondió ella, como si el que su padre le viese las berzas fuese la cosa más natural del mundo.
Me quedé callado, sin saber qué decir. Por más que me esforzaba, no se me ocurría cómo seguir la conversación.
–         Papi, anda, ráscame un poco… – dijo Marcelita con una voz tan dulce que se me pusieron tiesos los vellos de la nuca.
–         ¿Qué? – dijo mi boca espontáneamente, pues mi cerebro estaba en modo offline.
–         Que me rasques, como cuando era pequeña.
–         ¿Qué? – repetí.
Por toda respuesta, Marcela agarró mi mano con las suyas y, tirando suavemente, la apoyó sobre su estómago, en la zona de piel desnuda comprendida entre los bordes de la camisetita y del pantaloncito… “La zona neutral”.
Con los dedos acalambrados y procurando no mover la mano ni un centímetro hacia arriba ni hacia abajo, deslicé las uñas con suavidad sobre la tibia piel de mi hija, que empezó a ronronear como una gatita.
–         Así, papi, justo así…
Joder con mi hija. En un segundo había vuelto a ponérmela como el palo mayor. Podría haberla usado de ariete. Tentado estoy de mentirles diciendo que me sentí asqueado de mí mismo en ese momento, pero lo cierto es que en mi cabeza sólo tenía cabida Marcela…
–         Un poquito más abajo – me indicó.
Y yo la obedecí. Sin pensármelo ni un segundo. Mis dedos se deslizaron por su aterciopelada piel hasta tropezar con la cinturilla de sus pantaloncitos, que recorrí con las uñas como si fuera la frontera de lo prohibido…
–         Más abajo… – susurró mi hija.
Mis dedos se colaron subrepticiamente bajo el elástico del pijama, sólo un par de centímetros, acariciando la zona inexplorada del vientre de hija ubicada entre su ombligo y su sexo. Ya no sabía lo que hacía, estaba completamente hipnotizado, deslizando la mano muy lentamente cada vez más dentro de su pantalón.
En cada pasada, mis dedos avanzaban hacia el sur un par de milímetros más hasta que, de repente, percibí cómo las yemas rozaban ligeramente el suave vello púbico de mi hija.
–         ¡Ay, papi! ¡Tan abajo no! ¡No seas cochino!
Fue como meter los dedos en un enchufe. Aterrado, desperté del trance y retiré la mano con rapidez, pero Marcela no se mostró molesta en absoluto y dijo simplemente…
–         Ahora por la parte de arriba.
Y tuve que volver a acariciar su sedosa piel, esta vez en la zona más próxima a los senos, aunque mantuve la cordura lo suficiente como para no traspasar la barrera de lo correcto, muriéndome de ganas por hundir la mano entre aquellas dos gloriosas colinas y explorar hasta el último rincón.
Eso sí, la polla me dolía tanto que parecía a punto de estallar.
–         Papá, oye, ahora que me acuerdo – dijo tras unos minutos más de charla intrascendente.
–         Dime, cariño.
–         Verás, algunos amigos de clase han pensado alquilar una casa rural dentro de un par de semanas e irnos a pasar unos días. Ya sabes, como ha acabado el curso y cada cual va a una facultad, es la última oportunidad de estar todos juntos…
Suspiré resignado.
–         ¿Puedo ir?
Para qué perder el tiempo.
–         Claro hija. Lo has aprobado todo y te mereces un premio.
–         ¡Gracias! – exclamó entusiasmada, incorporándose y dándome un fuerte abrazo.
–         Pero primero, tráeme otra cerveza – le dije.
De repente, no me parecía mala idea emborracharme un poco.
–         ¡Claro! – asintió ella con entusiasmo, levantándose de un salto.
Regresó en menos de un minuto, pero, en vez de rodear el sofá, se acercó por detrás y me abrazó con fuerza desde el otro lado del respaldo.
–         Papá, sabes que te quiero mucho, ¿verdad?
–         Claro, cariño. Y yo te quiero a ti.
–         Eres el mejor – sentenció posándome un sonoro beso en la mejilla.
Marcela, que sin duda desde su posición tenía una espléndida vista de la tienda de campaña en mi entrepierna, pensó que sería divertido ubicar la fría lata sobre mi estómago y dejarla rodar hacia abajo, hasta que quedó detenida por el paso a nivel que había en mi calzoncillo. Ya me daba todo igual.
–         Me voy a dormir – dijo con voz divertida – Y no te olvides que me has prometido llevarme a comer mañana, así que no te bebas muchas más de esas, que si no, no habrá quien te despierte.
–         Tranquila cariño, es sólo que tengo mucho calor. Ésta es la última. Anda, por favor, si vas para tu cuarto, enciende el aire acondicionado de mi dormitorio, para que vaya refrescándose.
–         Vale. Buenas noches. Te quiero. No hagas cosas malas…
–         Te quiero.
La madre que la parió (que en paz descanse). Resignado y extrañamente divertido, pensé que compadecía profundamente al imbécil que acabara casándose con mi niñita. Las iba a pasar moradas.
Con el ánimo perturbado, cogí la helada lata de cerveza y me la metí dentro del calzoncillo, directamente sobre mi erección. No logré mi objetivo de enfriar el aparato, pues éste estaba tan candente que lo único que conseguí fue calentar la lata. La dejé sobre la mesita sin abrir.
Y para calmarme, tuve que hacerme una paja.
Las cuatro de la mañana me sorprendieron en el salón, inclinado con un trapo húmedo sobre el sofá, tratando de borrar las huellas de la monumental corrida que me había pegado.
Cosas mías.
…………………………
Y por fin llegamos la noche de los sucesos que quería contarles. No fue mucho después de la velada del DVD, poco más de un mes más tarde.
Marcela había disfrutado de su excursión a la casa rural y seguía siendo tan cariñosa como siempre. Yo, además, estaba mucho más tranquilo, habiendo comprendido al fin que mi niñita se había convertido ya en una adulta que era increíblemente diestra en el uso de sus armas de mujer. Ya no me hacía ilusiones acerca de si habría tenido sexo ya o no. Ahora especulaba con cuantos habrían disfrutado de sus encantos.
–         Nena – le dije una mañana de sábado mientras desayunábamos en la cocina – A lo mejor esta noche duermo fuera.
–         ¿Por? – dijo ella mientras mordisqueaba una tostada.
–         Tenemos la presentación del proyecto de que te hablé en casa de Felipe. Y si se nos hace tarde y tomamos unas copas, seguro que hace que me quede a dormir, ya sabes como es.
–         No hay problema. Esta noche salgo con Raquel.
–         Genial – dije dirigiendo mi mirada al techo, resignado.
–         Además – dijo ella sonriendo al ver mi mirada – Si no estás por aquí, podré volver a la hora que me dé la gana.
–         Ja, ja, muy graciosa. Como me dé por llamarte y no estés en casa…
–         Ay, hijo, qué tonto eres – rió ella levantándose para darme un abrazo – ¿Acaso he llegado alguna vez tarde?
–         Siempre hay una primera vez.
–         Jo – dijo mi niña con un delicioso mohín de enfado – El mes que viene, cuando cumpla los 18, me voy a pegar 3 días sin aparecer por casa.
–         Que te crees tú esoooo – canturreé siguiendo con la broma.
Por toda respuesta, ella me sacó la lengua y me tiró un beso con la mano, saliendo de la cocina entre risas.
Es un encanto mi nena.
Pues bien. El día pasó sin incidentes y a media tarde, Raquel se presentó en casa cargada de bolsas. Eso era algo habitual, pues siempre que salían juntas, Raquel y mi hija quedaban en casa de una de las dos para arreglarse y ese día tocaba en la nuestra.
Tras saludarme cariñosamente, Raquel (que había crecido y madurado tan satisfactoriamente como mi hija) las dos se encerraron en su cuarto, con la música puesta e inmersas en sus asuntos.
Sobre las siete de la tarde, me di una ducha y empecé a arreglarme para ir a casa de Felipe.
Felipe es mi socio en el estudio de arquitectura y tenía por costumbre, cuando se trataba de un cliente importante, de reunirse con él en su casa para la presentación de un proyecto, pues pensaba que, si invitabas a una persona a tu hogar y le ofrecías hospitalidad, le resultaba más difícil rechazar la idea que intentabas venderle.
Y yo también tenía que pringar, aunque no me importaba mucho, pues Felipe y su mujer son buenos amigos y la persona con la que nos íbamos a entrevistar era bastante agradable.
Estaba acabando de vestirme (traje de sport, con camisa negra desabotonada) cuando pegaron a la puerta y entraron en mi dormitorio las dos bellas ninfas.
–         Caramba Andrés – me dijo Raquel con la confianza que dan los años de amistad – Estás guapísimo. Hija, qué suerte tienes de tener un padre que esté tan bueno.
Mientras decía esto, le dio un codazo cómplice a mi hijita, que me miraba sonriente. Aquel era un comentario de lo más habitual entre nosotros, no olviden que era amiga de mi hija desde parvulario y prácticamente se había criado en mi casa.
–         ¿Guapo, yo? – dije siguiéndole el juego – ¿Pero vosotras os habéis visto, chiquillas? Me parece que voy a llamar a tus padres, a ver si entre todos conseguimos manteneros encerradas en casa a las dos.
–         Eso es lo que tú quisieras – replicó Marcela sacándome la lengua.
Mientras seguíamos con las bromas, miré a las chicas, pensando en silencio que no era tan mala idea mantenerlas a las dos bajo llave.
Marcela se había puesto un vestido veraniego estampado, muy ligerito, con la falda a medio muslo y con un sencillo escote en pico que permitía admirar la delicada curva de sus senos. En medio de los mismos, refulgía un bonito colgante de plata que yo le había regalado días atrás.
Raquel, por su parte, iba un poco más atrevida. Llevaba una minifalda de color celeste intenso, bastante corta, que me hizo sospechar que, a poco que se inclinase, iba a enseñar hasta el pensamiento. Arriba se había puesto un top blanco muy ajustado con escote a lo palabra de honor y sin duda la niña había optado por un sostén tipo wonderbra, pues sus juveniles senos asomaban espléndidos por la parte de arriba del top, bien comprimidos, amenazando con hacerlo estallar a las primeras de cambio. Por fortuna, cubría el conjunto con un chaleco de tela vaquera que la tapaba un poco, pero que le daba un toque muy sexy. Demasiado sexy en mi opinión.
Aparté la mirada antes de que se dieran cuenta de que me las comía con los ojos, aunque creo que no tuve mucho éxito a tenor de las sonrisillas cómplices que se dirigían la una a la otra. Tratando de recuperar la dignidad, cambié de tema con torpeza.
–         ¿Os vais ya?
–         Sí, tenemos que pasar por casa de Alba y luego por la de esta inútil. Se ha dejado la cartera y no lleva un céntimo – dijo mi hija dándole un ligero empujón a su amiga.
–         No seas tonta – intervine – Te dejo yo dinero…
–         No, gracias Andrés, te lo agradezco, pero tengo que ir de todas formas a por el carnet. No me gusta ir indocumentada…
–         ¡Ah! Haces bien.
–         Bueno, papá, nos vamos. Suerte con la presentación. Y no bebas mucho.
–         Ni vosotras tampoco…
Las dos se despidieron de mí con sendos besos en la mejilla. Cuando escuché la puerta de la calle cerrándose, agité la cabeza resignado, imaginando la que podían organizar dos chicas como aquellas si se lo proponían.
–         Alea jacta est – dije en la soledad de mi dormitorio.
Y justo en ese momento empezó a sonarme el móvil. Extrañado, comprobé que era Felipe y contesté.
–         Dime cabezón – le espeté a mi amigo.
–         Hola, quillo. Tío, espero que no hayas salido de casa, porque se ha suspendido el asunto.
–         No me jodas – dije sorprendido – ¿Qué ha pasado?
–         Varicela.
–         ¿Tienes varicela?
–         Yo no. La pasé hace años. Paqui. Y Julio no la ha pasado, así que lo hemos pospuesto una semana.
Paqui es la esposa de Felipe. Julio era el cliente.
–         Hijo, qué le vamos a hacer. Causa mayor. Aunque menos mal que la has pasado ya, porque con la varicela puedes quedarte gilipollas. Espera, eso explica muchas cosas… – dije riendo.
–         Vete a la mierda – respondió Felipe en el mismo tono.
–         Bueno, pues hasta luego. Dale un beso a Paqui.
–         Y un huevo. Está toda llena de costras.
–         Capullo – dije justo antes de colgar.
Bueno, los planes a la mierda.
Me miré en el espejo y no me disgustó lo que vi. No estaba mal. Encogiéndome de hombros, empecé a desnudarme y guardé el traje en el armario.
Joder, otra tarde en casa viendo películas.
Entonces se me ocurrió. Marcela iba a volver tarde (mejor no saber cuando) y no me esperaba esa noche. Hacía calor, así que… ¿Por qué no irme al chalet? Allí podía meterme en la piscina y pasar una tarde de lo más agradable. Por la mañana, llamaría a Marce para que cogiese un taxi y se reuniera conmigo si le apetecía.
Por un instante, la imagen mental de mí mismo, tumbado a la bartola sobre el sillón inflable que teníamos en la piscina, contemplando la puesta de sol con un buen cóctel en la mano se impuso a todo lo demás.
Cinco minutos después arrancaba mi coche y me dirigía a las afueras, al terrenito que había adquirido mil años atrás y donde había diseñado y construido una casita en la que pensaba disfrutar las vacaciones de verano con mi mujer y mi hija. En otra vida.
Y una hora después, la imagen del cóctel y la piscina se había hecho realidad. Tremenda tarde de relax.
Tras disfrutar, como me había prometido, del espléndido ocaso, salí de la piscina y entré en la casa. Me di una ducha y me puse unos boxers y una camiseta, pues había refrescado un poco. Ventajas del campo.
Fui a la cocina y me preparé una cena ligera. La cocina es el centro neurálgico del chalet, pues desde ella, se puede acceder tanto al sótano-garaje, como al salón, con el que se comunica por una puerta junto a la que hay instalado un pasaplatos con puertecillas batientes, como las de los bares del oeste.
Por comodidad (ya que a Vicky le encantaba desayunar en la cama), la cocina también está conectada con los dormitorios de la planta superior por una escalera, que yo había recorrido mil veces con una bandeja en precario equilibrio para sorprender en la cama a mi mujer. Como he dicho, eso fue en otra vida.
Tras cenar unos sándwiches en el salón viendo la tele, me di cuenta de que estaba cansado, así que me fui a acostar.
Cuando estaba en la cama, me acordé de que no le había mandado a Marce el sms para avisarla de que se viniera por la mañana, pero me dio pereza levantarme a por el móvil y lo dejé para el día siguiente.
Craso error.
……………………………………
De madrugada, desperté repentinamente en la penumbra del dormitorio. La noche era fresquita, así que dormía con la ventana cerrada, pero eso mismo me permitía percibir mejor los ruidos del interior de la casa.
Ahí estaba otra vez. El sonido que me había despertado. Había alguien abajo.
Los huevos se me pusieron por corbata. Había intrusos en mi casa. Joder, maldita la hora en que se me ocurrió venirme a dormir…
La policía. Tenía que avisarles. Mi móvil… ¿dónde estaba? Gemí en silencio al recordar que lo había dejado en el salón, encima de la mesa junto con las llaves.
Mierda. Y el puto teléfono inalámbrico que tenía en el cuarto no estaba en su sitio, como siempre. A saber dónde demonios lo había dejado Marcela la última vez que estuvimos allí.
Otra vez el ruido. Parecía venir del salón.
–         Espera – me dije al ocurrírseme un plan.
Si los intrusos estaban en el salón buscando cosas de valor, quizás podría bajar por la otra escalera y escabullirme por la cocina hasta el garaje. Allí guardábamos copias de las llaves del coche, así que podía largarme echando leches.
Armándome de valor, bajé muy despacio de la cama, dirigiéndome a la puerta del dormitorio. Me quedé paralizado al escuchar una risita proveniente de abajo, pero me forcé a seguir en marcha. En el último momento, se me ocurrió abrir cuidadosamente el armario y sacar uno de mis palos de golf de la bolsa. Me sentí más seguro.
Caminando casi de puntillas, bajé la escalera procurando no hacer ni un ruido. Con el corazón en la boca, puse pié en las frías baldosa de la cocina, con los nervios en tensión, caminando muy despacio hacia la puerta del garaje.
Entonces se abrió la puerta que daba al salón y se encendió la luz de la cocina. Experimentando un principio de infarto, di un salto como de un metro en vertical y aterricé enarbolando el palo de golf para amenazar al maleante que acababa de invadir el santuario de mi cocina, logrando evitar cagarme en los calzoncillos por un pelo.
El maleante era Raquel, que me miraba con los ojos desencajados desde el umbral de la puerta, con la mano todavía apoyada en el interruptor de la luz.
–         A… Andrés – balbuceó espantada mientras la puerta se cerraba detrás suyo.
–         Ra… Raquel… Pero, ¿qué coño haces aquí? ¿Es que quieres matarme de un infarto?
Raquel me miraba alucinada, sin saber qué decir. Sin poder evitarlo, sus ojos se desviaron un segundo hacia la puerta a sus espaldas y pareció tranquilizarse al ver que se había cerrado.
–         Pero… – dijo, recobrando el habla – Pero ¿tú no estabas hoy en casa de tu socio?
–         Se ha suspendido – dije recuperando el aliento – Y como me aburría en casa me he venido para pasar la tarde en la piscina.
–         Madre mía, Andrés, podías haber avisado, casi me muero del susto.
–         ¿Tú? ¿Que casi te mueres del susto tú? Creía que la casa estaba invadida por talibanes y estaba intentando escaparme por el garaje…
Entonces Raquel se echó a reír.
–         ¿Se puede saber qué haces con ese palo?
Me miré las manos sin comprender, hasta que vi que seguía enarbolando el hierro 7 a modo de porra. Sintiéndome ridículo, lo dejé sobre la encimera y me derrumbé en una silla.
–         La madre que te trajo. ¿Qué haces aquí? ¿Estás con Marce?
La sonrisa de Raquel se borró de un plumazo, poniéndose seria. En sus ojos se podía leer sin dificultad el nerviosismo.
–         Eh… Sí, sí, claro que he venido con Marce. Hoy el centro era un muermazo y hacía mucho calor, así que hemos pensado en venir a charlar un rato y a tomarnos unas copas. Lo hacemos de vez en cuando, esto es muy tranquilo.
Me extrañó que Marcela no me lo hubiese comentado, pues no tenía nada de malo que se viniera con sus amigas al chalet cuando le viniese en gana.
–         Entonces, ¿Marcela  está en el salón? – dije levantándome.
–         Umm… Sí, claro, está ahí…
–         Menudo susto me habéis dado. Bueno, voy a darle las buenas noches y me vuelvo a mi cuarto. Ya os ajustaré cuentas mañana.
–         ¡No! Espera – dijo Raquel muy nerviosa – Es que… me da un poco de cosa decírtelo, pero ha bebido un poco y se ha quedado frita en el sofá… será mejor que no la despiertes.
–         ¿Seguro que ha sido sólo un poco? – pregunté errando por completo el motivo del nerviosismo de Raquelita.
–         Sí, te lo juro… Pero, como no está acostumbrada…
–         Vamos, no te preocupes, que no me voy a enfadar porque ande un poco pasada de vueltas. Yo también tuve vuestra edad. Anda, vamos y entre los dos la llevamos a su cuarto.
Me levanté y traté de caminar hacia la puerta del salón, pero Raquel, con un rápido paso lateral, se interpuso en mi camino.
–         No, no hace falta que te molestes… yo sola puedo. Pobrecita, no la hagas pasar vergüenza, antes estaba muy preocupada por decepcionarte si te enterabas de que había bebido.
–         Anda, ya, no seas tonta – dije tratando de esquivarla – Qué vergüenza ni qué leches, te aseguro que a mis años no me voy a asustar…
Pero ella volvió a ponerse en medio, cortándome el paso.
–         Venga, Andrés, hazme caso. Anda, tómate un refresco conmigo, que a eso venía… Además, quería hablar contigo…
Mientras decía esto, deslizó descuidadamente la mano por la parte descubierta de sus senos, como si se secara el sudor. Yo me quedé paralizado, con la boca seca, mirando donde no debía.
–         Bueno, no me parece mal lo de ese refresco…
Raquel me dirigió una sonrisa que hizo que me temblaran las rodillas.
La chica, sin perder un segundo, me tomó por el brazo y me llevó hacia una silla, apartándome de la puerta. Tras obligarme a sentar, abrió el frigorífico y sacó dos latas heladas, ofreciéndome una y sentándose frente a mí.
No pude evitar que mis ojos se deleitasen admirando sus torneados muslos mientras la jovencita cruzaba las piernas. Definitivamente, el refresco era buena idea. Mi boca parecía estar llena de polvo.
No recuerdo muy bien de qué hablamos… de la carrera que iba a estudiar creo. Poco a poco fui calmándome y por fin empecé a darme cuenta de que la conducta de Raquel era un tanto extraña.
–         Bueno – dije agotando el refresco – Ya es hora de irse a la cama. Vamos a por tu amiga y tranquila que no se va a enterar de nada, que cuando se duerme, no la despierta ni un cañonazo; y si ha bebido…
–         ¡No! – exclamó Raquel de nuevo alarmada – Venga, no seas tonto, sigamos charlando, que estamos muy bien aquí tranquilos.
–         Anda, niña, ya hablaremos por la mañana. Avisa a tu madre y nos quedamos aquí todo el día en la piscina…
Entonces Raquel dibujó una expresión extraña en su rostro. ¿Resignación? ¿Enfado? No, creo que sin duda fue determinación.
–         Vaya, vaya, Andrés – dijo de pronto en un tono que no le había escuchado jamás – ¿En la piscina? ¿Tantas ganas tienes de verme en bañador?
Cortocircuito total. Desborde de memoria. Overflow.
–         ¿Qué? – dije haciendo gala de toda mi elocuencia.
–         Venga, no te hagas el tonto… ¿Acaso crees que no he notado cómo me miras?
Mientras decía esto, Raquel se echó un poco para delante y apoyó la palma de su mano en mi pecho, empujando suavemente para mantenerme sentado. Yo la miraba con los ojos como platos.
No sé muy bien de donde saqué la presencia de ánimo para luchar contra la tentación, pero lo hice, así que, con delicadeza, agarré la muñeca de la chica y aparté su mano.
–         Venga, niña, déjate de bromas. Tengo mucho sueño. Vamos a acostar a Marce y luego a dormir.
–         ¿Crees que es una broma? – insistió ella tratando de acercarse de nuevo a mí.
Sujetándola por los hombros, la miré a los ojos con firmeza, tratando de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir.
–         Sí. Hay ciertas bromas que no me gustan, así que déjalo ya.
Al parecer, Raquel no se esperaba que quitara las manos de sus hombros, pues cuando lo hice, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse de la silla, lo que me confirmó que ella también había bebido un poquito. Agitando la cabeza, me dirigí al acceso del salón, pero la guardiana no estaba dispuesta a perder la partida.
Casi corriendo, la chica volvió a adelantarme y se interpuso entre la puerta y yo, esta vez apoyando la espalda contra la madera.
A esas alturas, ya estaba más que decidido a descubrir lo que había detrás de la dichosa puerta, así que me dispuse a apartar a la joven como fuera. Pero ella tenía aún muchos recursos.
–         ¿En serio crees que es una broma? – dijo volviendo a apoyar la mano en mi pecho y a clavar sus negrísimos ojos en los míos.
–         Raqueeeeel – dije tratando de poner voz de enfado.
–         ¿Y esto? ¿También es una broma?
Y se desató la hecatombe. Les juro que no me lo esperaba. Pensaba que todo era un juego de la niña, que era una chorrada.
Pero su mano deslizándose dentro de mi calzoncillo y agarrando con firmeza mi polla no era ninguna broma.
–         ¡Raquel! – gimoteé sin acabar de creerme lo que estaba pasando.
–         ¿Te gusta esta broma? ¿Te parece divertida?
Mientras susurraba esto, la habilidosa manita de Raquel empezó a acariciar voluptuosamente mi pene. Creo que fue la erección más fulgurante de mi vida. Visto y no visto. Un segundo antes, mi polla descansaba tranquilamente dentro de los boxers y al siguiente era una dura barra de carne que disfrutaba de las caricias que le procuraba la jovencita.
–         ¡Raquel! – siseé – ¿Qué haces?
–         ¿Te dibujo un mapa? – respondió ella sonriendo.
Como pude, me sujeté al marco de la puerta y gemí desesperado. No podía ser, no podía permitir aquello, tenía que recuperar el control de la situación…
Entonces la jovencita apretó su cuerpo contra el mío, sin soltar su premio ni un momento y sus labios buscaron con avidez los míos.
Maldita sea mi estampa. Ya no resistí más.
Con la mente en blanco, hundí mis manos en los sedosos cabellos de la chica, acariciándolos, atrayéndola hacia mí, mientras mi lengua se perdía dentro de sus labios. Allí se encontró con la de ella, que la esperaba ansiosa y juntas iniciaron un sensual baile de pasión. Y mientras, su manita seguía pajeándome con suavidad y enloquecedora lentitud, sin intención real de llevarme al orgasmo, tratando únicamente de darme placer.
–         Y yo me preguntaba si eran vírgenes – pensé sin dejar de devorar la boca de la chica.
Por fin, nuestras bocas se separaron, pero Raquel retuvo mi labio inferior entre los dientes, mordiéndolo ligeramente con exquisita lujuria.
–         ¿Sigues pensando que estoy de broma? – me dijo sonriéndome.
Yo sólo jadeaba, mirándola sin poder contestar.
–         Pues entonces, esto te va a parecer un hartón de reír.
Cuando quise darme cuenta, Raquel estaba arrodillada frente a mí, me había bajado los calzones hasta los tobillos y había empezado a lamer deliciosamente mi incandescente verga. Yo sólo atiné a apoyar una mano en su cabeza, acariciándole el cabello, mientras me sujetaba al marco de la puerta con la otra, para evitar caerme, pues las piernas podían dejar de sostenerme en cualquier momento. Mirando hacia abajo, podía disfrutar del impresionante espectáculo de una hermosa jovencita haciéndome una mamada, así como de la excitante visión de su escotazo.
Ya estaba perdido sin remisión, incapaz de escapar de las garras de aquella ninfa lujuriosa que me chupaba el rabo con la habilidad que sólo podía ser fruto de la experiencia… de una profunda experiencia…
–         Joder – dije para mí mientras resoplaba de placer – Por lo menos ya no es delito…
Era verdad, pues Raquel, un par de meses mayor que mi hija, había cumplido los 18 hacía poco. Quien me iba a decir a mí el “regalito” que iba a terminar por hacerle.

La joven, entregada a su trabajo con intensa pasión, se deleitaba jugueteando con la lengua en mi enrojecido glande. Sabiendo que me iba a excitar, clavó de nuevo sus ojos en los míos, mientras sus carnosos labios absorbían mi hombría con ritmo enloquecedor. Leyendo en mi rostro el intenso placer que estaba experimentando, Raquelita sonrió libidinosamente, con medio rabo bien metido en la boca.
Entonces, sin cortarse un pelo, la joven llevó una de sus manos hasta su entrepierna, acabando por subirse la minifalda por completo. Separando los muslos al estilo de las buenas felatrices de películas porno, empezó a frotarse vigorosamente el coñito, profiriendo estremecedores gemidos de placer con mi polla aún bien enterrada entre sus labios.
Poseída por la lujuria, Raquel cerró los ojos e incrementó el ritmo de su mano entre sus piernas, disfrutando tanto de las caricias que se administraba como del caramelito que se había llevado a la boca.
Pero yo no me había olvidado de la puerta del salón.
Creo que, precisamente, fue esa preocupación por descubrir lo que Raquel había intentado ocultarme por todos los medios lo que me permitió mantener la cabeza lo suficientemente fría para no eyacular enseguida. Como estaba pensando en otra cosa, pude resistir las ganas de vaciar mis pelotas en la dulce boquita de la chica, consiguiendo así alargar la situación.
Alcé la vista y miré la puerta, dejando a Raquel concentrada en lo suyo. Como la nena estaba agachada frente a mí, su trasero quedaba apretado contra la madera, con lo que sólo podía abrir apartándola de allí. Y, obviamente, yo no quería distraerla de sus aficiones, pobrecita, era mejor dejarla a su aire.
Pero en sus cálculos, Raquel se había olvidado del pasaplatos, la ventanita que comunicaba con el salón y que, al estar junto a la puerta, quedaba perfectamente a mi alcance.
Muy lentamente, estiré la mano hacia la puerta batiente, procurando en todo momento que Raquel no se diera cuenta, no fuera a ser que interrumpiera sus trabajos de limpieza de sable.
Usando tan sólo la punta de los dedos, empujé suavemente la puertecilla, que empezó a abrirse sin resistencia muy despacio, ensanchándose progresivamente la rendija por la que podría atisbar lo que era en realidad el misterio del salón… Aunque ya me imaginaba lo que iba a ser….
Lo primero que percibí fue que la luz estaba encendida, aunque la intensidad era muy tenue (tenemos dos lámparas con regulador). Poco a poco, por la rendija fue apareciendo uno de los sofás que tenemos y enseguida percibí que no estaba vacío.
Abriendo un par de centímetros más, comprobé que el ocupante era un joven, al que yo conocía de vista, que yacía inconciente con un brazo colgando como si estuviera muerto.
–         Éste ha bebido más de un poco – dije para mí.
Pero el verdadero espectáculo estaba en el otro sofá. Para verlo, tuve que abrir bastante la puertecilla, aunque los actores que allí estaban no se dieron cuenta de nada, concentrados como estaban en lo suyo.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo cuando me enfrenté a la escena esperada. Marce estaba allí. Y no estaba sola.
Iluminados por la tenue luz de las lámparas y por la de la luna que penetraba por el ventanal, pude ver a mi querida hijita sentada a horcajadas sobre el regazo de un chico cuyo rostro no pude vislumbrar, pues Marce estaba literalmente devorándole la boca con ardor.
Marcela, presa de la excitación, movía las caderas acompasadamente sobre el chico, frotando su entrepierna voluptuosamente contra él. Mientras, el muchacho, que no era tonto, había deslizado sus manos bajo la falda del vestidito y amasaba su trasero con tantas ganas que desde mi posición podía escuchar perfectamente los gemidos de placer de mi hija.
Justo entonces, Marcela apartó su boca de la del chico, repitiendo el numerito que Raquel había practicado conmigo minutos antes, de morderle con lujuria el labio inferior. Sin duda habían aprendido el truquito juntas.
Escuché que el muchacho le decía algo a Marce que la hizo sonreír, aunque no logré percibir el qué; debió de ser un comentario acertado, pues mi hija lo recompensó con otro beso.
Raquel, mientras, ajena a mi experiencia como voyeur, seguía dale que te pego a mi manubrio, gimiendo y jadeando de una forma que me ponía los pelos de punta, sin darse por fortuna cuenta de nada.
Marcela siguió frotándose con descaro contra el muchacho y éste, ni corto ni perezoso, sacó una de sus manos de debajo de la falda de mi niñita y empezó a sobarle con ganas las tetas. El muy cabrito no tardó ni un segundo en bajarle uno de los tirantes del vestido y en extraer uno de los senos del sostén. A pesar de la distancia, pude ver que el fresón de mi hija estaba al máximo de su volumen y el chico, que como ya dije no era tonto, se abalanzó golosamente sobre él, absorbiéndolo entre sus labios, mientras su mano estrujaba el bellísimo pecho a placer.
Marcela gimió estremecedoramente y engarfió los dedos en los cabellos de su pareja, aunque a éste pareció no importarle, pues siguió chupeteándole el pezón con ansia.
Yo estaba cada vez más excitado, sabía que iba a acabar de un instante a otro, pero sentía que, en cuanto se descorchara la botella, aquel maravilloso show iba a terminar. Se acabaría la magia del momento, así que traté de frenar un poco los chupetones de Raquel con la mano, intentando serenar su ritmo.
Alcé de nuevo la mirada y vi entonces que mi hija, tras decirle algo a su amante, se incorporaba y descabalgaba de él, poniéndose en pié frente al sofá. Me sorprendió ver que el chico tenía los pantalones abrochados, pues, a juzgar por los movimientos pélvicos de Marcela, había supuesto que estaba cabalgando empalada en la verga del chico, pero no era así; se había limitado a frotar el coño contra él. De todas formas, estaba bastante seguro de que no tardaría mucho en estar empitonada.
Pero ella quería probar antes otra cosa.
Contemplé entonces a mi hija, hermosa, sensual, con aquel único seno desnudo asomando de su vestido, conversando lascivamente con el muchacho que la admiraba desde el sofá, embelesado como yo, con la respiración agitada.
No entendí bien lo que Marcela le decía al chico, pero estoy bastante seguro de que fue más o menos: “Ahora me voy a comer tu polla”.
Imitando la postura de Raquel, mi niña se arrodilló entre los muslos abiertos del afortunado y, en menos de un segundo, había extraído su dura verga del encierro del pantalón, con una destreza tal, que me confirmó que no era ni de lejos su primera vez.
Y, como una loba en celo, se abalanzó sobre la estaca del muchacho y hundió su rostro entre sus piernas, mientras el pobre chico gemía de placer.
Y ya no pude más…
–         Ra… Raquel… – balbuceé, quitando la mano de la puertecilla y permitiendo que se cerrara, ocultando el espectáculo del salón.
Bastó ese simple susurro para que la chica me entendiera. Con habilidad, retiró sus labios de mi polla justo un nanosegundo antes de que ésta entrar en erupción. El primer disparo le dio justo en la nariz, pegoteándosela de semen. Raquel dio un encantador gritito de sorpresa y desvió mi verga unos centímetros, de forma que los siguientes lechazos fueron a parar a la parte visible de sus tetas, pringando de camino su top y el chaleco.
Como la pobre estaba arrodillada y atrapada contra la puerta, no pudo apartarse a tiempo de las descargas, así que todos los pegotes aterrizaron sobre ella. Aunque, he de admitir que, bastante excitado por la situación, no puse demasiado empeño en evitar que la alcanzaran. Más bien lo contrario.
Pero ella no se molestó en absoluto. Dando un nuevo gritito, se dejó caer de culo al suelo, apoyando la espalda en la puerta. De pié frente a ella, mi polla vomitaba los últimos restos de mi corrida, mientras la joven, de forma un tanto surrealista, reía suavemente.
–         Joder, Andrés… Qué cargadito ibas… – dijo mientras repasaba todas las condecoraciones que había sobre su ropa.
–         Lo siento… Traté de avisarte…
–         Lo voy a tener que meter todo a lavar…
Con la polla aún goteando y los calzones enrollados en los tobillos, admiré en silencio a la bella putilla. No tuve más remedio que reconocer que Marcela se había buscado una amiga muy fiel, dispuesta a cualquier cosa por ella.
–         Se te ve todo – le dije bromeando.
Era cierto. Raquel se había sentado en el suelo y no se había molestado en cerrar las piernas, por lo que su bonito tanguita de color blanco quedaba bien a la vista.
–         ¿Te gusta? – dijo la muy guarrilla.
Mientras decía esto, apartó levemente el tanguita hacia un lado con la mano, permitiéndome ver una pequeña porción de su chochito, lo que hizo que mi polla, a pesar de estar un tanto mustia, pegara un brinco.
–         Raqueeeeeel… – dije en tono cansado.
Ella simplemente me sonrió y cerró las piernas.
–         Ha estado bien la bromita, ¿verdad? – dijo sin dejar de sonreírme, mientras se limpiaba el lechazo de la cara con el chaleco.
–         Vaya si lo ha estado. Aunque no sirvió de mucho.
–         ¿Cómo? – exclamó extrañada.
Por toda respuesta, señalé el pasaplatos y ella comprendió al instante.
–         Joder. Menuda mierda. Tanto esfuerzo…
–         No me ha parecido que te esforzaras tanto. No parecía disgustarte.
–         Bueno… No te lo creas tanto – me dijo juguetona – No estás mal y eso, pero eres un poco mayor…
–         Anda, levanta de ahí.
Tendiéndole la mano, la ayudé a ponerse en pié. Entonces ella dio un repaso a su ropa, pasándose de camino la mano por los senos y retirándola pringosa de semen. Aquello me excitó.
–         Madre mía, cómo me has puesto…
Tras decir esto, Raquel caminó hacia el fregadero y abrió el grifo, procediendo a asearse con un trapo. Yo la contemplaba en silencio, mirando embelesado su precioso culito que se agitaba al ritmo que marcaban las maniobras de limpieza. La chica, descarada, no se había molestado en bajarse la minifalda, por lo que me brindaba sin pudor alguno el maravilloso espectáculo del tanguita blanco perdiéndose entre sus hermosas nalgas.
Y excitándome cada vez más.
–         Quien iba a decirnos que un día acabaría comiéndote la polla en tu cocina, ¿eh Andrés?
–         Sí que es verdad – asentí, con la mirada hipnotizada por sus rotundos molletes.
–         Y todo para nada…
–         Bueno, para nada no… – dije sin pensar.
Ella volvió la cabeza hacia mí y me miró divertida.
–         Bueno, seguro que a ti no te ha parecido mal… Que ya he visto cómo me miras…
Y me guiñó un ojo con expresión tan libidinosa, que mi mástil se irguió varios centímetros.
–         Esta noche seguro que vas a dormir bien – dijo volviéndose y reanudando la limpieza.
Di un silencioso paso hacia ella, con los calzones todavía enredados en los tobillos.
–         Aunque yo me he quedado a medias. El gilipollas ese está como una cuba…
–         Muy gilipollas – convine en silencio, acercándome todavía más.
–         Y mientras, tu hija, pasándoselo en grande…
Raquel dio un gritito de sorpresa cuando agarré sus tetas desde atrás y ubiqué mi dura polla justo entre sus nalgas, apretando con ganas. Hice tanta fuerza que sus pies despegaron del suelo, estrujada contra el fregadero, donde tuvo que sujetarse para no terminar bajo el chorro de agua.
–         ¡ANDRÉS! ¿QUÉ HACES?
–         ¿A ti qué te parece? – respondí mientras mis febriles manos aferraban el top por delante y, de un tirón, liberaban los juveniles senos de su encierro.
–         ¡No! ¡Espera! – dijo ella agitando inútilmente los pies en el aire.
Sí. Para esperar estaba yo.
Embrutecido por la excitación y la lujuria, con la imagen de mi hija chupando una verga todavía bailando en mi mente, le metí mano a Raquelita por todas partes. Dándole un pequeño respiro, separé un par de centímetros mi cuerpo, permitiendo que sus pies tocaran suelo de nuevo, pero sólo para poder hundir una mano entre sus muslos a placer, apartando con brusquedad su tanga.
–         No… Me haces daño… tranquilízate…
Raquel seguía aferrada al borde del fregadero, tratando de empujarme hacia atrás, pero se notaba que lo hacía sin verdadera convicción, gimiendo excitada por las caricias que estaba aplicándole en el coño.
Cuando me quise dar cuenta, Raquel había separado los muslos, permitiéndome llegar con mayor comodidad al área de conflicto, con mis dedos chapoteando en la exquisita humedad que había entre sus piernas.
Con lujuriosos movimientos de cadera, froté mi enardecido nabo contra su culo, mientras ella empezaba a mover las suyas respondiendo a mis caricias. Sonriendo, abandoné su entrepierna y llevé mi mano empapada de jugos hasta sus labios, para que ella pudiera deleitarse con su propio sabor. Y lo hizo con ganas…
–         Joder, cabrón… me estás poniendo cachonda.
Aquello me gustó. Saber que todavía era capaz de encender el interruptor de una chavala como aquella… me llené de orgullo.
–         Pues lo mejor está por llegar – siseé en su oído, un instante antes de morder su lóbulo con voluptuosidad.
–         ¡AAHHHHH! – gimió ella, sucumbiendo por completo a mis caricias.
Mi otra mano estrujaba y sobaba sus gloriosas mamas, deleitándose en juguetear con sus durísimos pezones, amasando las sublimes masas de carne, extendiendo mi propio semen en la ardiente piel…
–         Por favor… – gimoteó la chica – Métemela ya…
Sus deseos eran órdenes para mí. Con violencia, agarré el borde del tanguita y lo arranqué, destrozándolo, pues no quería perder tiempo en quitárselo. Su dueña protestó levemente, pero bastó con apretar mi dureza contra su cuerpo, para que la queja muriese en sus labios.
–         Hijo de puta… – siseó en el tono más erótico que había escuchado en mi vida.
Y se la metí. Hasta el fondo. De un tirón. Su coño recibió mi polla como si estuvieran hechos el uno para el otro. Mi pelvis se apretó con tantas ganas contra su trasero que volví a alzarla en volandas. Su cuerpo se tensó ante la penetración, en una devastadora oleada de placer y luego se dobló un poco hacia delante, amenazando de nuevo con meterse bajo el grifo, que seguía abierto.
No aguantando más, empecé a follarme aquel glorioso coño con ganas, aplicando mi experiencia con las putas de lujo para darle placer a aquella ardiente jovencita.
–         Eres un cabróoooon… – gimoteó ella entregada al placer – Vas a ir a la cárcel…
–         ¿Por qué? – susurré sin dejar de follarla – Ya no eres menor…
–         Síiiiii… Joder, dame más, qué bien follas…
Oírla hablar así me enardecía hasta extremos insondables. Raquel siempre se había mostrado muy educadita conmigo delante, un poquito descarada, pero educada. Y escucharla decir tacos como un carretero mientras me pedía que la follara… me volvía loco.
–         Ostias, ostias, ostias… que me corro – jadeó la joven.
–         Sí, puta – pensé – Córrete. Córrete para mí.
Aunque no dije nada, no fuera a ser que se enfadara e interrumpiera la función.
Cuando se corrió, las caderas de Raquel empezaron a experimentar fueres espasmos, mientras su vagina apretaba mi polla de forma enloquecedora. Como pude, me las apañé para bajar el ritmo, hundiéndome en ella lentamente, para permitirle que gozara al máximo del orgasmo.
–         Joder, qué bueno… qué bueno…
Me pareció que hasta lloraba de gusto. Volví a sentirme pletórico.
Con cuidado, le saqué mi incandescente barra del coño, volviendo a frotarla con cuidado en su grupa, permitiendo que disfrutara de los últimos estertores del clímax. Sus caderas seguían agitándose en espasmos, pero más ligeros y controlados que los anteriores.
–         ¿Te ha gustado? – le susurré cuando se calmó un poco.
Por toda respuesta, ella se liberó de mi abrazo y se dio la vuelta, volviéndose hacia mí y clavando sus brillantes ojos en los míos. Sin decir palabra, volvió a besarme con pasión, poniéndose de puntillas, atrapando de nuevo mi verga entre nuestros cuerpos.
–         Pues aún falta lo mejor – dije cuando nuestros labios se separaron.
Ella me sonrió, permitiéndome recrearme en el brillo de su mirada. Volví a besarla.
Instantes después, las piernas de Raquel rodeaban mi cintura mientras yo volvía a penetrarla, por delante esta vez. Mientras la follaba, sus ojos seguían clavados en los míos, pudiendo leer el inconfundible fulgor del placer en ellos.
Para ayudarme a sostenerla, la senté en el borde del fregadero y seguí bombeando en su coño con ansia, sintiendo que había rejuvenecido 20 años… o 30.
Raquel, por su parte, pronto estuvo gimiendo y jadeando otra vez…
–         Sí… ¡Oh, Dios, qué bueno! ¡Qué bien follas! ¡Si lo hubiera sabido antes!
Joder. Era como las putas que contrataba. Aquella niña sabía bien cómo enardecer a un hombre. Sentía que iba a explotar.
–         Raquel – balbuceé – No puedo más, me voy a correr…
–         No… espera… un poco más… ya casi estoy… ya… yo también…
No sé cómo me las ingenié, pero aguanté lo justo para hacer que ella también se corriera. Estaba hecho un campeón. Menuda faena. Ni en mis mejores tardes.
Presintiendo la avenida, traté de retirarme del tierno chochito, pero ella no me dejó…
–         No… No… hazlo dentro… No pasa nada… Quiero sentirte dentro de mí…
Y lo hice. Encomendándome a Dios para que fuera cierto que no pasaba nada, apreté con fuerza el culo contra la entrepierna de Raquel… y me vacié a lo bestia.
–         Joder, joder, joder… – repetía yo mientras mis huevos vaciaban su carga en el interior de la chica.
–         Sí, dámela, dame tu leche… Dios, cómo quema, me quemas por dentro…
Minutos después ambos jadeábamos abrazados, con ella todavía sentada en el borde del fregadero, sintiendo cómo mi verga menguaba en su interior. Agotados, me retiré de ella, permitiendo que se bajara y sus pies volvieran al suelo.
Sin pensar, la abracé con fuerza y besé sus cabellos, mientras ella me devolvía el abrazo con fiereza.
Apartándome de ella, apoyé la espalda en la encimera a su lado, jadeando y sonriente, sin acabar de creerme lo que acababa de pasar.
–         Pues no, no ha estado nada mal la broma – dije.
Y los dos nos echamos a reír.
Justo en ese momento, capté un ligero movimiento por el rabillo del ojo. Desviando la mirada, pude ver cómo la puertecita del pasaplatos oscilaba suavemente. Sin duda, acababa de cerrarse.

–         Jodeeeer – dije para mí cerrando los ojos.
……………………………….
Un rato después, descansaba en mi dormitorio boca arriba sobre la cama, con las manos anudadas tras la cabeza y contemplando el techo. Mi mente, que seguía siendo un torbellino, rememoraba una y otra vez los sucesos de aquella noche, con una creciente sensación de irrealidad, preguntándome si no lo habría soñado todo…
Pero estaba cansado, mucho más que nunca antes. Y me dormí.
…………………………………
Por la mañana me levanté tarde, cuando el sol alcanzó la altura suficiente para dirigir sus rayos directamente contra mi cara a través de la ventana.
Todavía aturdido, me las apañé para darme una ducha, mientras me preguntaba una y otra vez qué cara iba a ponerles a las chicas, muriéndome de vergüenza por dentro.
Cuando logré reunir valor suficiente, bajé por la escalera de la cocina, rogando porque las chicas hubieran decidido regresar a casa la noche anterior, dejándome solo, pero los ruidos que escuché abajo me convencieron de que no era así.
Respirando hondo, reuní los pocos arrestos que me quedaban y bajé a la cocina. Allí estaba Marcela, desayunando tranquilamente, vestida con una camiseta de algodón larga, que le llegaba a medio muslo.
–         Buenos días, papi – me dijo tranquilamente – Raquel me ha dicho que estabas aquí, así que nos hemos quedado para bañarnos en la piscina.
–         ¿Eh? – dije medio alucinado.
–         Que vamos a pasar aquí el día – dijo ella poniendo cara “qué tonto es mi padre” – ¿Quieres desayunar? Hay tostadas…
–         ¿Eh?
–         Que si quieres desayunar…
Asentí con la cabeza, incapaz de articular palabra.
–         ¿Y Raquel? – logré decir por fin, derrumbándome sobre una silla.
–         En la piscina. Se ha levantado con hambre de lobo y ha devorado el desayuno.
Tragué saliva, acojonado.
–         Me voy con ella – dijo mi hija tras servirme una taza de café.
–         Va… vale.
Marcela caminó hacia la puerta del salón y la abrió, con intención de salir al jardín por el ventanal. Justo en ese momento se detuvo y se volvió hacia mí, mirándome con una enigmática sonrisa en los labios.
–         ¡Ah! Papi, se me olvidaba…
–         Dime, nena.
–         Como Raquel no ha traído bañador, hemos decidido tomar el sol las dos desnudas…
Yo miraba a mi hija con los ojos inyectados en sangre, boquiabierto…
–         La piscina es hoy territorio nudista. Así que, ya sabes, si quieres reunirte con nosotras… nada de bañador.
Y salió, con su risa cantarina resonándome en los oídos.
………………………
Qué quieren que les diga. ¿Que dudé? ¿Que huí de allí? ¿Que me fui disparado a la consulta del psiquiatra?
Qué demonios. Les bastaría con mirar en el suelo de la cocina, donde estaban tirados mis calzones y mi camiseta, para saber que les estaría mintiendo…
FIN
TALIBOS
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ernestalibos@hotmail.com
 
 
 
 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 7” (POR GOLFO)

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Capítulo 10

La voracidad de esa mujer descubriendo su sexualidad me dejó agotado. Durante dos horas Iv me exigió que la amara buscando reponer los años que había perdido en esa isla sin mostrar ningún síntoma de cansancio.

―Necesito descansar― tuve que rogar en un momento dado al ver que la francesa no cejaba en su empeño de usarme para investigar esas sensaciones que había visto florecer a mi lado.

―Con tus amiguitas estuviste toda la noche― protestó un tanto celosa.

Riendo, contesté:

―No ves que, cuando yo no podía más, me dejaban respirar y se amaban entre ellas.

Mi respuesta le hizo caer en la cuenta de que apenas conocía unas pocas facetas del sexo y pensando quizás que le quedaba mucho que aprender, me preguntó si sería bienvenida entre ellas. No tuvo que decir nada más y asumiendo que lo que realmente quería saber era si esas dos iban a aceptarla en la cama, respondí en plan jocoso:

―Estoy seguro de que ese par de putas te recibirán con las piernas abiertas.

―No entiendo― replicó con cara de asco: ― ¿Qué quiere decir que se abrirán de piernas? ¿Se harán pis encima mío?

Aluciné al oírla. Alejada del resto de la humanidad, Iv todo lo que sabía lo había aprendido al observar a los animales y a buen seguro, había visto como marcaban su territorio por medio del orín.

 Y si a eso le unía que no había tenido oportunidad de aprender el argot ni a captar el doble sentido, comprendí que debía aclarárselo. Por eso muerto de risa, le expliqué que eso no era un comportamiento habitual entre personas civilizadas y que lo que había querido decir es que no dudarían en amarla.

Sin dar su brazo a torcer, insistió en qué tenía que ver con recibirla con las piernas abiertas. A lo cual, contesté:

― ¿Recuerdas que, antes de poseerte, me dediqué a lamer tu sexo?

― Sí― replicó.

Descojonado al percatarme que seguía sin entender, la pregunté:

― ¿Cómo tenías las piernas?

        Al visualizar en su mente la imagen, se puso colorada y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me soltó:

― Entonces, lo normal cuando dos mujeres se conocen ¿es que una le coma el chocho a la otra?

Semejante burrada me volvió a hacer reír, incrementando la turbación en la pelirroja y pensando que tal como me había alertado ella misma era difícil que conociera a otras mujeres porque nadie nos iba a rescatar, decidí no sacarla del error pensando en las caras de mi prima y de su amiga cuando al presentarlas, la francesa se arrodillara ante ellas e intentara cumplir con ese formalismo y buscando una excusa para mis risas, le dije si tan difícil le resultaría hacerlo.

― No― contestó― pero lo que no sé es si las conozco juntas a quien debo saludar primero.

― Da lo mismo― respondí y despelotado en mi interior por la sorpresa que se llevarían, comenté a la francesa que debía ir en su busca para que no se preocuparan.

― Te acompaño para que no te pierdas― me replicó haciéndome saber que como no se fiaba de mí esa mañana me había dado un rodeo para llegar a su campamento.

Dando por supuesto que tenía razón, dejé que me guiara a través de la selva porque, al no tener que centrarme en buscar el camino, podía usar ese tiempo en pensar como les iba a contar a mi prima y a su amiga las pocas posibilidades que teníamos de ser rescatados.

Realmente tuve poco tiempo para hacerlo porque apenas había pasado cinco minutos cuando llegamos al estanque donde las había dejado.

«Será cabrona, ¡estábamos al lado!», pensé sintiéndome un inútil por no haberme dado cuenta de la vuelta que me había hecho dar hasta llegar a su choza.

María fue la primera en advertir nuestra llegada y dando un grito, se acercó corriendo:

―Estábamos preocupadas, no sabíamos dónde habías ido o si te había pasado algo― me recriminó sin saludar a la pelirroja.

Desconociendo una que era broma y la otra lo que tenía preparado, las presenté. Mi prima, queriendo ser educada, besó a Iv en la mejilla. En cambio, la francesa creyendo a pies juntillas que era lo correcto, se arrodilló ante ella y antes que pudiese reaccionar, le dio un largo lametazo en todo su coño.

La cara de sorpresa de María me hizo descojonar y más cuando viendo que no se movía, Iv supuso que no había sido suficiente, se puso a comérselo con gran diligencia.

Para entonces, Rocío había llegado a nuestro lado y miraba totalmente alucinada a la recién llegada devorando el chocho de su amiga mientras esta no sabía qué hacer ni cómo actuar. Al explicarle al oído lo que ocurría, sonrió y sin que yo se lo tuviera que pedir, se agachó detrás de la pelirroja y acercando la boca a su sexo, se puso a imitarla.

Al sentir la lengua de la morena jugando en su entrepierna, Iv asumió que era lo habitual y prosiguió mamando el coño de mi prima con mayor determinación.

La escena me pareció tan excitante como divertida y más cuando estimulada por el trato del que estaba siendo objeto, María comenzó a gemir llena de placer.

―Veo que os vais a llevar bien entre vosotras― comenté muerto de risa al comprobar que las tres se lo estaban pasando en grande.

Mi prima, la única que no tenía la boca ocupada en otros menesteres, contestó:

―No sé cómo lo has hecho, pero te tengo que reconocer que no me importa.

A carcajada limpia, expliqué en voz alta que, aprovechando un malentendido, les había preparado una broma. La pelirroja al escuchar que le había tomado el pelo, separó su boca del coño de María e intentó protestar, pero ésta presionando con las manos su cabeza la obligó a seguir mientras le decía:

―Ya tendremos tiempo de vengarnos, pero ahora sigue chupando que me está encantando.

Iv debía de estar sintiendo algo parecido porque no solo no se quejó, sino que reinició sus caricias con mayor intensidad que antes mientras no paraba de presionar con sus caderas contra la cara de Rocío en un intento de forzar su contacto. Testigo de piedra de ese peculiar tren de pasión, me quedé viendo cómo se incrementaba la calentura de las tres.

«Creo que María será la primera en correrse», sentencié al comprobar que el sudor ya recorría sus pechos.

Mi previsión resultó errónea porque, justo en ese instante, la pelirroja pegando un chillido colapsó.

«¡Joder!», exclamé para mí impresionado al ver que, con la respiración entrecortada, temblaba de placer.

Rocío, al escuchar el rotundo orgasmo que había provocado en la recién llegada, aceleró las incursiones de su lengua y usándola a modo de cuchara, se puso a recoger el néctar que brotaba sin parar del interior de la francesa. Mi prima, por su parte, al notar que su atacante había cesado en sus caricias, se lanzó sobre ella y cogiendo sus pecosos pechos entre sus labios, comenzó a mamar de ellos con desesperación.

Esa sobreestimulación alargó y profundizó mas si cabe el orgasmo de Iv, la cual incapaz de soportar tanto placer comenzó a lanzar alaridos.

«Parece que la estuvieran matando», me dije sobresaltado por el volumen de sus gritos.

En cambio, para mi prima esos chillidos resultaron un acicate para incrementar sus caricias y ya sin disimulo se puso a morder con saña los pezones de la mujer, exigiendo a su amiga que se la follara con los dedos en plan salvaje.

En un primer momento Rocío la hizo caso, pero tras pensárselo mejor, obligó a la francesa a abrir las piernas y llamándome a su lado, me azuzó a colaborar con ellas dos diciendo:

―Esta zorra necesita un buen polvo.

No me lo tuvo que repetir y aprovechando que mi pene lucía una dolorosa erección, separando sus muslos, hundí mi estoque por completo en su interior de un solo arreón.

― ¡Mon Dieu! ― aulló en su lengua materna al sentir la brutal intrusión de mi miembro entre sus pliegues, pero no por ello hizo ningún intento de separarse.

Aprovechando su entrega, comencé a machacar sin piedad con rápidas cuchilladas el coño de Iv mientras mis dos compañeras torturaban sus pechos. Esa triple agresión demolió sus defensas y totalmente indefensa, unió un clímax con el siguiente rompiendo con sus gritos la paz de ese paraíso.

― ¡Demuéstrale de lo que es capaz nuestro macho! ― exclamó con la cara descompuesta mi prima mientras retorcía cruelmente los pezones de nuestra víctima.

Rocío no quiso ser menos y llevando su boca hasta los labios de la pelirroja, le dio un severo mordisco mientras me decía:

―Preña a esta puta.

Su exabrupto me hizo comprender que aislada en ese atolón y al contrario que mis otras dos compañeras, era imposible que llevara un Diu por lo que era muy probable que se quedara embarazada si descargaba dentro de ella. Curiosamente eso lejos de cortarme, me excitó y conscientemente, busqué con mayor ahínco derramar mi simiente en su fértil vientre.

Para Iv, después de tantos años sola, la idea de ser madre debió de ser cautivante porque, moviendo sus caderas y con lágrimas en los ojos, me pidió que la hiciera un bebé. La dulzura de su mirada fue el empujón que necesitaba para dejarme llevar y con bruscas detonaciones, exploté dentro de ella inundando con mi semen su vagina.

Ella al sentir mis descargas se desmoronó y mientras su cuerpo era zarandeado por otro brutal orgasmo, comenzó a darme las gracias llorando y jurando que sería mía toda la vida.

 Contra todo pronóstico, la entrega de la pelirroja hizo aflorar en mi prima unos sentimientos que llevaba ocultando desde que tomé posesión de ella y buscando mis besos me informó que, para ella, yo era su marido y que, aunque nos rescataran, quería seguir siendo mi mujer.

La confesión de María me dejó sin palabras, pero lo que realmente me impactó fue ver que su amiga también estaba llorando. Al sentir mi mirada, Rocío sonrió y dando un paso que nunca pensó en dar, me dijo:

―Yo fui la primera en ser tuya y desde que me tomaste, supe que jamás podría dejarte. También yo soy tu mujer.

Os juro que no sabía ni qué decir, de golpe y porrazo, esas tres bellezas se me habían declarado y jurado fidelidad eterna. Aunque por el aquel entonces tenía solo veinte años, tomé mi primera decisión madura al contestar:

―Tampoco me imagino mi vida sin todas vosotras.

María, Rocío e Iv recibieron mis palabras con alegría y pegándose como lapas a mí, me colmaron de besos mientras rozaban sus cuerpos desnudos contra el mío. Al comprobar sus intenciones, las comenté que la francesa en su choza tenía un colchón y si no preferían seguir esa conversación allí.

Muerta de risa, mi prima contestó:

―Espero que sus muelles aguanten el peso tres zorras violándote… porque no creas que nos hemos olvidado de tu broma.

——————————-


Relato erótico: “Jugando con una presentadora de TV atrevida 3” (POR COCHINITO FELIZ)

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Beatriz miró nerviosa la cajita de cartón que le ofrecía su compañera Silvia. De nuevo, faltaban a penas cinco minutos para empezar otra vez su sesión de noticias por la TV.

– Venga, ábrelo. ¿No tenías tantas ganas de ver lo que había dentro?
Sí, se moría de ganas, pero al mismo tiempo le asustaba, porque se lo había mandado su Amo Alex, dispuesto a someterla y humillarla en directo. Seguro que lo que había dentro la pondría delante de las cámaras en una situación todavía más vergonzosa. Pero su coño hambriento necesitaba todavía emociones más fuertes.
Nerviosa, abrió la caja.
Dentro encontró una cadenita plateada, de algo más de una cuarta de longitud. Y en cada uno de los extremos, dos pinzas pequeñas también plateadas, de aspecto complicado.
Silvia no le dio mucho tiempo a pensar.
– Quítate el body negro, ya.
Instintivamente Beatriz obedeció, quedándose solo con aquel sujetador rojo que era la mínima expresión, porque no tapaba ni los pechos ni los pezones. Otra vez sintió el corazón empezando a acelerarse, y el calor circulando por su cuerpo.
Silvia abrió y cerró las pinzas un par de veces.
– Pero si son pinzas japonesas….
Beatriz la miró con cara extrañada. No estaba muy puesta en juguetes para sado.
– Verás que curiosas son, zorrita….
Silvia cogió uno de los pezones de Beatriz y lo acarició un poco, haciendo que se pusiera turgente y puntiagudo. Beatriz no podía dejar de estremecerse de placer. Siempre le había gustado que le acariciaran los pechos. Silvia acercó la pinza abierta desde abajo y pilló el pezón. Beatriz apretó los dientes, porque la mordida de la pinza con el pezón tan sensible le hacía un daño suave y constante. Respiró hondo. Sí, lo podía tolerar, concentrándose en el dolor, aceptándolo, asumiéndolo como parte de sí.
Silvia no perdió el tiempo, y sobre la marcha frotó con los dedos el otro pezón oscuro, y le puso la segunda pinza. Beatriz volvió a ahogar un gritito de molestia. Toda su atención estaba puesta en aquellas dos pinzas que mandaban un suave dolor…pero por qué no decirlo, también un ligero placer con lo excitada que estaba. La cadenita colgaba libremente entre los dos pezones.
-¿Soportas bien el dolor ahora mismo, zorrita?
-Sí, Ama Silvia.
Silvia cogió la cadenita con los dedos.
– Verás, la gracia de las pinzas japonesas es que nunca se sueltan. Cuando más tires,  se aprietan más y más….
Mientras hablaba, empezó a tirar hacia sí de la cadenita, poco a poco.
Beatriz empezó a poner cara de sufrimiento. El dolor empezó a crecer inexorablemente, hasta que no pudo más y gritó.
– ¡Ahhhh!
Sivia tiró un poquito más, y Beatriz, para evitar el dolor, dio un paso hacia delante, con el fin de que el tirón de la cadenita se aflojara.
– Quieta, zorrita.
Beatriz, notaba los pezones ardiendo de dolor y de placer, y se detuvo.
Silvia empezó a tirar otra vez, poco a poco, sin prisa pero sin pausa. La cadenita se fue poniendo cada vez más tirante. Beatriz cerró los ojos y apretó los dientes. El dolor venía otra vez, y ahora ya sabía lo mucho que le podía llegar a doler. Ah, pero también había sabía del placer.
Silvia tiró más y más fuerte. Beatriz plantó los pies en el suelo, mientras sus pezones se estiraban increíblemente hacia adelante. Parecía imposible que su piel se pudiera estirar tanto. Silvia aplicó más tensión todavía, y el sudor empezó a correr por la cara de Beatriz. En el pulso entre placer y dolor, el dolor estaba ganando, y rápidamente. Ya no podía más, no podía. A pesar de apretar los dientes con todas sus fuerzas, finalmente gritó.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh!
Silvia dejo de tirar y dejó la cadena suelta. Pero para Beatriz el sufrimiento no se iba, se había quedado en sus pezones maltratados, mandado oleadas de dolor desde allí hacia todo el pecho y el resto de su cuerpo. Una lagrimita apreció por el borde de uno de sus ojos.
– ¿No me dices nada, zorrita?
Beatriz la miró rendida, y como no contestó, Silvia la abofeteó. Beatriz respiró hondo para tomar aire.
– Gracias, Ama Silvia, por ponerme mi regalo.
– De nada, zorrita. Y ahora vístete, y a presentar las noticias.
Otra vez el pánico por lo que estaba haciendo le impactó. Antes se había exhibido delante de las cámaras mostrando su pechos a través de la tela elástica….pero ahora los espectadores intuirían la cadena y las pinzas plateadas bajo la tela….mostrando con claridad que le iba el sado y la dominación, que se comportaba como una esclava, tan obediente que no le importaba hacerlo en público delante de miles de personas en sus casas.  El mero pensamiento de exhibirse así la excitó como nunca. Ahora mismo se pondría de rodillas delante de Silvia para que le dejara salir a dar las noticias por lo menos con el consolador metido en el coño…y encendido.
Beatriz se puso otra vez el body negro. De nuevo la tela negra empezó a estirarse y ponerse casi translúcida a la altura de los pechos.  Los pezones, aprisionados por las pinzas, parecían que iban a perforar la tela en cualquier momento. Se miró en el espejo de su camerino, escandalizada y muerta de gusto al mismo tiempo. Las pinzas también se marcaban bajo la tela, y el color plateado era evidente. También se intuía perfectamente la cadenita plateada colgando entre los dos pechos duros e inhiestos.
Beatriz aprovechó un momento para escribir en el chat.

“Gracias por mi regalo, Amo Alex.  Ya me lo he puesto, con la ayuda de Silvia”

“De nada, zorrita. Luego te vuelves al camerino cuando acabes”
“Si, Amo Alex”
Beatriz se miró nerviosa. ¿Cómo iba a salir así? Y otra vez casi se le acababa ya el tiempo.
Silvia la apremió, divirtiéndose a su costa.
– Corre, zorrita, que no llegas, corre.
Beatriz cogió sus papeles, temblando ligeramente. El dolor, bajo, pero constante, seguía en sus pezones extendiéndose por los pechos. Salió a toda velocidad del camerino y avanzó por el pasillo que le llevaba al estudio. Al ir tan deprisa, sus pechos saltaban arriba y a bajo, y las pinzas mandaban a cada bote un pequeño nuevo apretón. Dolor y placer, seguido de dolor y placer a cada paso. Varios hombres de mantenimiento se cruzaron con ella por el camino, mirando asombrados y de manera apreciativa sus pechos con reflejos plateados. Se sentía como una puta exhibicionista, pero es que eso es lo que era. Y aquello no le mandaba cada vez más placer a su coño empapado en sus propios jugos, sintiendo la delicia de la entrega a su macho dominante que la usaba como viniera en gana.
Llegó al plató como antes, apenas unos segundos antes de que dieran las 9 en punto.
Su ayudante de cámara estaba al borde de la histeria.
– ¡Beatriz!, el productor ya me ha llamado dos veces, diciendo que demonios está pasando…
El hombre se atragantó y se quedó en silencio cuando vio de cerca a Beatriz. Ella estaba completamente colorada, mordiéndose los labios de nerviosismo, sin poder evitar el mal trago tan dulce que estaba pasando. Pero no dijo nada.
– ¿De verdad que quieres salir…así…?
El hombre no la podía mirar a la cara. Los ojos estaban clavados en los dos pechos enormes y apetitosos tan a la vista, y en los pezones puntiagudos con sus mordidas metálicas que parecían vivos, subiendo y bajando bajo la respiración acelerada de su dueña,  como si palpitaran bajo la tela. Beatriz no dijo nada, y puso una expresión entre agobiada y sonriente.
Su vagina decidió por ella, y asintió con la cabeza.
El ayudante se relamía de gusto con lo que veía.
– Estás para follarte aquí mismo, Beatriz. Pues vamos allá, esto es una locura…..
Beatriz se sentó otra vez en su silla y apoyó las manos sobre la mesa. Respiró todo lo hondo que pudo, intentado serenarse. Esto era otro paso sin marcha atrás en su vida profesional.
– Entramos en 5…4…3…2…1…¡dentro!
Mientras contaba, la angustia y la excitación se disparaban dentro de Beatriz.  Cuando llegó a la cuenta de uno, hubiese bastado que le rozaran el clítoris para tener un orgasmo brutal. Si, tenía un nuevo orgasmo en la vagina, dispuesto a escaparse en cualquier momento. Puso de nuevo la sonrisa más profesional que pudo y comenzó.
– Buenos días y bienvenidos a una nueva edición de las noticias de la mañana….
Pero mientras hablaba solo pensaba en cuantos miles estarían sentados delante de sus televisores, disfrutando como si fuera un espectáculo porno, porque es lo que parecía, viendo como ella se exhibía de manera perversa y descarada delante de todos ellos, en cuantos la estarían grabando, en cuantos se estarían masturbando, en cuantos estarían escribiendo ahora mismo todo tipo de guarradas sobre ella en los chats….Se estremeció de placer.
Se tuvo que detener un instante y apretó los muslos, porque algo parecido a un pequeño orgasmo le recorrió el cuerpo. Aquello era un anticipo…Se quedó con la boca abierta un segundo, disfrutando de aquella sensación, sin poder continuar. Volvió a respirar y continuó.
El ayudante de cámara con una mano controlaba el zoom, con la otra, de manera inconsciente, se acariciaba la polla. Beatriz estaba un poco ida, con la cabeza pensando solo en sexo.
– Hoy la Comisión Europea ha aprobado un gran paquete…un gran conjunto… de medidas anticrisis….
Beatriz solo era consciente de sus pezones, apretados dolorosamente por las pinzas, y en su vagina que parecía que tenía vida propia.
– Respecto a la prima de riesgo, dos son los pezones,….dos son las razones por las cuales el interés de la  prima de riesgo ha encadenado grandes subidas de placer….,  grandes subidas, al parecer, queremos decir…. provocadas por la desconfianza de los mercados y ….
Beatriz, sonreía más y más, sin saber como salir del atolladero donde se estaba metiendo. Las hormonas la tenían en un estado de felicidad, en el que todo le daba igual.
El ayudante ya daba las noticias por perdidas, y se entretenía en ir acercando el zoom cada vez más, de manera que cada eran más evidentes las delicias  que se escondían bajo la tela negra.

Siguieron las noticias por medio mundo, las  trágicas y las curiosas. Luego los deportes.

– Ayer el líder de la liga goleó el colista en un partido entretenido y vistoso. El delantero del equipo local tuvo una tarde inspirada, marcando tres goles, aunque recibió una tarjeta amarilla al mostrar mis tetas en público…al mostrarse sin camiseta en público, queremos decir, después del tercer tanto…
El ayudante de cámara negaba una y otra vez. Todo aquello era un desastre.
– Les dejo con la previsión del tiempo. Es un doloroso placer tener que despedirme de  ustedes, y desde aquí les agradecemos sus compañía y su atención durante este a segunda edición de noticias, que espero que les haya gustando tanto como  la primera.
Una última sonrisa de Beatriz durante varios segundos y…
– Estamos fuera.
Beatriz se llevó las manos a la cara, sin acabar de creerse lo que estaba haciendo. Su ayudante recuperó el habla.
– Desde luego, si lo que querías era subir la audiencia, creo que debemos ser el programa más visto de todas las cadenas a esta hora de la mañana.
Beatriz no dijo nada, y como antes, salio huyendo hacia su camerino. Sí, el placer era tan intenso…, pero la vergüenza lo era más todavía, y lo peor, o lo mejor, es que eso le daba todavía más placer.
Por el pasillo escuchó algunos silbidos de admiración, pero ella no paró hasta que llego al camerino y entró.
Su compañera Silvia estaba dentro esperándola. Dio tres o cuatro aplausos lentos, mientras sonreía mordiéndose los labios de satisfacción.
– Muy bien zorrita, pero que muy bien. Ahora todo el mundo sabe la puta esclava en la que te estás convirtiendo.
– Si, Ama Silvia.
Ahora que estaba en su camerino, con más tranquilidad, se deba cuenta de que lo que decía su compañera era completamente cierto. Pero no podía evitarlo, nunca en su vida había estado tan excitada como ahora, con lo que estaba haciendo, dejando que un desconocido y su compañera la degradaran de aquella manera, dejando que su vida se fuera por la borda entre orgasmo y orgasmo.
Beatriz se sentó y escribió en el chat.
“Amo Alex, ya he vuelto”
“Muy bien, zorrita, me encanta lo obediente que eres. Estabas preciosa con tus pezones tan turgentes. Se notaban perfectamente las pinzas y la cadena, sobre todo gracias al zoom que te hacía tu ayudante de cámara. Ahora mismo te estoy viendo por la webcam  y estar preciosa. Seguro que otros miles de hombres como yo han disfrutado esta mañana de lo buena  que estás y lo zorra que eres. Ahora vas a hacer otra cosa…”
“Dime que quieres que haga, Amo Alex”
“Te vas a quitar el body negro y el sujetador, te vas a poner de rodillas, con las manos a la espalda, mirando hacia la puerta….ya veremos que pasa”.
Beatriz seguía con una calentura terrible, muriéndose por que se la follaran otra vez. Por lo menos el que la siguieran exhibiendo le ayudaba a mantener la excitación que tenía.
“Si, Amo Alex, ahora mismo”
“No te olvides que te estoy viendo en todo momento desde la webcam”
Beatriz se quitó el body y se desabrochó el sujetador. Sus pechos desnudos estaban duros como piedras, con los pezones enrojecidos y morados  por las pinzas japonesas. El dolor seguía allí. Pero la imagen de sus pezones unidos con la cadenita de plata era de una gran belleza y sensualidad. Se quedó unos segundos delante del ordenador portátil, disfrutando de exhibirse delante de su amo. El coño le seguía ardiendo, anhelando más sexo. Luego se levantó, quitó la silla de en medio, y se arrodilló. La vagina seguía chorreando sin parar, sintiendo como el placer se iba acumulando allí, en ese punto.
Sandra se acercó y cogió otra vez  la cadena con una mano.
– Me encanta esto, zorrita, nunca pensé que podría disfrutar tanto teniéndote a mis pies, pudiendo hacer contigo lo que quiera.
Con una mano le acarició la cara, pero con la otra puso la cadena tirante. Las pinzas se apretaron un poco más sobre los pezones. Beatriz apretó los dientes.
– Bueno, zorrita, es cuestión de equilibrar, para que todo sea más soportable…Bájate el tanga hasta las rodillas.

Beatriz, ansiosa, lo hizo. Deseaba que jugaran con su clítoris, sentir su vagina llena otra vez. Silvia aprovechó par coger de nuevo el consolador plateado. Estaba vez lo puso en marcha directamente, generando un zumbido poderoso que solo anunciaba placer. Lo acercó hasta el clítoris de Beatriz, y lo fue masajeando con el consolador metálico.

Beatriz se estremeció de placer con los ojos cerrados. Al mismo tiempo, Silvia fue tirando suavemente de la cadenita. El placer se mezcló el dolor, haciendo una mezcla explosiva. Silvia empezó a meter aquel tubo de metal vibrante en la vagina de la sumisa, que gemía de nuevo dejándose llevar por aquella sensación nueva y terrible.
 Sin dejar de masturbarla, Silvia daba pequeños tironcitos a la cadena tensa. El dolor venía a ráfagas, y Beatriz empezó a gritar de dolor…y de un placer único, nuevo. Se agarró las manos a la espalda fuertemente y cerró los ojos, para poder soportar en toda su plenitud aquella situación que le desbordaba. No quería parar por nada del mundo.
Como si fuera una cosa lejana, escuchó la puerta abrirse, pero a ella ahora mismo todo le daba igual. Le daba igual quien entrara, quien la viera. Le daba igual la vergüenza de mirar a alguien a la cara y que la viera como una guarra sumisa disfrutando con sus perversiones. El que la vieran tanto por la webcam como en vivo, jadeando, dominada por su compañera incluso la excitaba más y más. No, no quería  parar. No quería dejar de sentir el placer de su vagina mandando un placer inmenso, y sus pezones mandado un dolor inaguantable.
Pero de golpe Silvia paró. La cadena quedo floja y suelta entre sus pezones malheridos, y para su desesperación, el consolador salió de su vagina y se quedó mudo. Las lágrimas de dolor se mezclaron con la de frustración.
Alguien había entrado en el camerino y había cerrado la puerta tras sí.
– Pero… que… coño… es… esto…..
La voz masculina era de incredulidad, de sorpresa…de admiración.
 Beatriz abrió los ojos y se atragantó.
Su jefe, el productor de las noticias de la mañana, estaba allí en el camerino, vestido de traje de chaqueta y corbata, con la boca abierta y los ojos desorbitados, con un brillo animal en ellos. Era un hombre de unos cincuenta años,  sólido, fuerte, resuelto, con algunas canas en la sienes que le hacían enormemente atractivo entre el personal femenino del estudio. De hecho, circulaban muchos rumores de las aventuras entre el productor y algunas de las presentadoras, Silvia entre ella, aunque Beatriz todavía no estaba entre sus conquistas.
El productor seguía mirando fijamente los pechos al aire, los pezones turgentes con las pinzas, la cadenita que se movía rítmicamente con la respiración ajetreada de la sumisa arrodillada.
– Joder, Beatriz, la que has montado este fin de semana…
Pero no la mira a los ojos, solo a aquellos pechos deliciosos y torturados. Beatriz se quedó quieta, paralizada por la vergüenza y la sorpresa, notando como se iba poniendo roja por momentos. Y sin moverse, sin saber que hacer, porque las órdenes de su amo era que se quedara allí quieta, de rodillas.
Silvia se sonrió y medio le tiró un guiño a su jefe.
– Vamos,  Jaime, como si no te disfrutarás lo que estás viendo…que yo sé que a ti te gustan las cosas fuertes…
El jefe asintió en silencio, todavía con los ojos recorriendo la anatomía deliciosa de Beatriz, vestida solo con la minifalda, y el tanga rojo bajado hasta las rodillas.
– Silvia, déjanos solos, tengo que hablar con ella de temas profesionales.
Silvia tuvo que contener la risa perversa, pero decidió obedecer.
– Si tu quieres me voy, Jaime, pero no me importaría quedarme, de verdad que no.
Pero el jefe negó con la cabeza, hipnotizado con lo que estaba viendo. Ni en la más caliente de sus fantasías se hubiese imaginado tener a la buenorra de Beatriz a sus pies y en aquella situación. Así que Silvia se encogió de hombros y salió.

Se hizo el silencio en el camerino. Beatriz se mordía los labios. Aquello se le iba de las manos, cuando todo había empezado como un simple juego sexy. Notaba su vagina tan excitada,  y sabía que cada vez le gustaba más y más el camino de perdición que estaba tomando.

Allí arrodillada, no se atrevía a mirar a su jefe a la cara. Veía su cintura, y por debajo del pantalón suelto, como su polla empezaba a hacer un bulto enorme.
– Beatriz, tengo un centenar de e-mails en mi cuenta de correo sobre como has dado las noticias ayer y hoy..y no dejan de llegar.  Algunos nos ponen verdes, otros se preguntan como puedes dar las noticias así…Menos mal que las ocho de la mañana no es horario infantil…
Su jefe se sonrió.
– También hay algunos que dicen que nunca han visto las noticias con tanto interés…
Jaime se movió delante de ella, paseándose un poco.
– La verdad es que todo esto me está causando problemas, y voy a tener que ser muy persuasivo con los jefes para no tener que abrirte un expediente, o incluso como dicen algunos de los e-mails, echarte directamente.
Beatriz  cerró los ojos un momento, siento como la vorágine de la situación amenazaba con llevarse por delante su vida profesional, como sometiéndose a un desconocido, estaba arruinando su vida. Pero la sensación de obediencia y entrega se hicieron más intensa que nunca, y resultaba en más placer.
– ¿Qué voy a hacer contigo, Beatriz, eh?
Beatriz se estremeció, viendo como todo se iba al garete.  La única solución era una huida hacia delante, continuar hasta el final,  asumiendo todas las consecuencias de sus actos. Ya no había marcha atrás en todo lo que había empezado.
Así que contestó la única respuesta posible.
– Puedes hacer conmigo lo que quieras, Jaime.
Aquella era una respuesta muy amplia….donde cabía de todo.
– Tendrás que ser tú también muy persuasiva conmigo para que me preocupe por ti….
Dio un par de pasos hacia ella, hasta colocarse delante de ella, a una cuarta de distancia. Beatriz dudó solo un instante, lo suficiente para que su jefe le abofeteara una vez con fuerza. Su jefe, que siempre la había tratado correctamente, con amabilidad, que alguna vez se le había insinuado…ahora no tenía miramientos con ella al verla comportarse como una puta exhibicionista y pervertida.
– Venga, perra. Detesto tener que pedir las cosas.
Beatriz, aturdida, rápidamente levantó los brazos y con diligencia buscó la cremallera del pantalón y la bajó.
– Lo siento, no volverá a pasar.
La tela del  boxer estaba tan elástica como cuando ella estaba mañana se había puesto su body negro sobre sus pechos. Parecía que iba a reventar. A pesar de todo, acarició con gula la tela, recreándose en la maravilla que seguramente habría debajo. Tiró de la tela hacia abajo, y al momento se escapó una polla larga y tiesa, en plena erección. Acariciando aquel pene duro, Beatriz hasta se sintió orgullosa de ser ella la responsable.
Sin que le dijeran nada más, empezó a besarlo y a lamerlo. Con avidez se lo metió en la boca, sintiendo el glande protuberante, tragando polla y probando con los labios la dureza en toda su longitud.
– Mucho mejor, perra, mucho mejor….

Su jefe la agarraba la cabeza y empujaba con suavidad con las caderas, recreándose en follarle la boca a su empleada. Beatriz metió la mano y sacó los huevos de su jefe fuera de la cremallera. Empezó a masajearlos mientras se tragaba todo lo que podía la polla de su jefe, con auténtica ansia. Estaba en la gloria.

– Ponte de pié, perra.
La voz de su jefe era apremiante.
Beatriz lo hizo al momento.
– Quítate el tanga del todo.
Beatriz se agachó un momento y lanzó el tanga en medio de la habitación. Se moría de ganas por lo que venía ahora; habría suplicado desesperada por lo que venía ahora.
– ¿Cómo quieres que me ponga, Jaime?
Sin  miramientos, su jefe la agarró por los hombros y la puso mirando hacia la mesa del camerino. Ella comprendió al momento lo que quería. Dobló la cintura y apoyó los codos en la mesa, separando las piernas, dejando su coño accesible por detrás. Como la perra que era, pensó.
Su cara quedó a unos escasos centímetros de la pantalla del ordenador. Su amo Alex seguía escribiendo.
“Uhmmm, te van a follar para mí, me gusta. Pero me has desobedecido, te dije que te quedaras de rodillas. Como  castigo, vas a coger la cadenita con los dientes mientras te folla tu jefe”
Beatriz cogí la cadenita y tiró de ella hasta la boca. Casi no llegaba. Tuvo que agachar la cabeza y tirar un poco para que alcanzara hasta los dientes, y al hacerlo, las pinzas apretaron sin compasión sus pezones ya de por sí doloridos. Mordió la cadena fuertemente, notando como el dolor la mataba. Pero no podía aflojar ni un milímetro, porque se le caería de la boca. Tampoco podía mover la cabeza. No, si la movía, aquello la mataría de dolor. Miró a la pequeña lente de la webcam, satisfecha, sabiendo que su amo la veía al otro lado.
Amo Alex seguía escribiendo en el chat.
“Muy bien zorrita. No quiero que se caiga esa cadena de tu boca mientras te follan. Recuerda que te estoy viendo perfectamente”
Jaime mientras no perdía el tiempo.  Cogió el vuelo de la falda de Beatriz y la levantó completamente sobre la espalda de la mujer. Se relamió de gusto, viendo aquel culo tan jugoso, las piernas largas y separadas, y el delicioso olor a coño chorreando sus jugos, bien expuesto al aire. Pasó las manos por el culo, sobándolo bien, y aprovechó para jugar con un índice por el año de Beatriz, apretándolo bien. Beatriz no se resistió, le gustaba que jugaran con su culo también. Jaime pasó una mano entera por el coño depilado de Beatriz, manoseándolo a conciencia, y luego metió directamente dos dedos dentro. Estaba tan lubricada que entraron sin problemas. Beatriz dio un gran gemido de placer.
– Pero que perra eres, Beatriz…me encanta.

Sin contemplaciones, cogió su polla con una mano y la dirigió a la entrada de la vagina. Apoyó un poco la punta, y luego agarró a Beatriz por las caderas.  Sin parar ni un momento  dio un largo apretón con las caderas, sintiendo aquella delicia,  como su polla iba enterrándose en el coño de aquella perra pervertida. Beatriz gimió de gusto, entre dientes, sin soltar la cadena. Tenía que mirar hacia abajo. El placer le pedía mover la cabeza, pero si la movía hacia arriba, la cadena tiraba cruelmente de sus pezones, estirados tanto que parecía que se los iba arrancar.

Su jefe se dejó llevar por el deseo animal que se había despertado dentro de él. La agarró con todas sus fuerzas por las caderas, y comenzó a bombearla sin misericordia, notando como su polla salía y entraba hasta el final, follándose aquel agujero con todas sus ganas. Empezó a gruñir, sintiendo como el placer iba creciendo en su polla, estampado ruidosamente  a Beatriz contra la mesa  con cada embestida, cada vez  más y más rápido.
El placer estaba matando a Beatriz de gusto, con aquella polla que la estaba taladrando sin piedad, pero el dolor con tanto movimiento también. Los pezones estaban en carne viva, se estaban desgarrando. No podría aguantar mucho más. Tuvo un momento de lucidez para darle las gracias a su amo por todo lo que estaba viviendo.
Jaime ya no pudo aguantar más. Llevaba toda la mañana cachondo viendo por los monitores a su empleada, exhibiéndose mientras presentaba las noticias. Y ahora se la estaba follando por detrás, en su posición favorita.  Todavía la bombeó más rápido, a un ritmo frenético, mientras Beatriz a duras penas se sostenía sobre la mesa,  gritando entre dientes, desesperada, pero notando como su propio orgasmo por fín estaba llegando también.
Jaime lanzó un largo gruñido y Beatriz empezó a sentir como aquella polla enorme y dura empezaba a eyacular un mar de leche caliente dentro de ella.  Suspirando, satisfecho, Jaime bajó el ritmo, pero no dejó de follársela todavía unos momentos más, recreándose en la delicia de aquella vagina más lubricada que nunca.
Beatriz abrió los ojos, al borde del colapso. Su amo seguía escribiendo.
“Córrete ya, zorrita”
Beatriz no necesitó que se lo dijeran más, y con los ojos abiertos mirando la pantalla del ordenador, sintió como alcanzaba el clímax con la polla de Jaime todavía moviéndose dentro de ella, sintiendo durante unos momentos como el placer era tan grande que incluso bloqueaba el dolor de sus pezones. Levantó la cabeza instintivamente para regodearse en el placer extremo que sentía, pero el tirón de la cadenita provocó tanto  sufrimiento  que lo que sintió fue algo parecido a un segundo orgasmo, pero de dolor.
Se derrumbó sobre la mesa, exhausta, destrozada, rota por dentro y por fuera. Pero no soltó la cadenita de la boca. Su cara desencajada miraba a la pantalla del ordenador.
“Me a gustado mucho verte correrte, ya puedes soltar la cadenita”
Beatriz la soltó, pero aquello solo fue una disminución insignificante del dolor que sentía. La piel en algunos puntos estaba desgarrada.
Jaime sacó finalmente su polla de la vagina de Beatriz. Impaciente, a penas tuvo que dar un par de veces con la suela del zapato en el suelo. Beatriz, temblando del esfuerzo, se arrodilló, cogió la polla de su jefe, toda cubierta de semen y de sus propios fluidos, y comenzó a chuparla y lamerla, con detenimiento, a conciencia, hasta dejarla completamente limpia, tragándoselo todo, como la buena perra que era.
Jaime se guardó el pene en su sitio y se subió la cremallera. Parecía muy satisfecho.
– Muy bien, Beatriz, veré lo que puedo hacer para salvarte el culo. Aunque me temo que a lo mejor tengo que cambiarte el horario…Quizás a Silvia le interese el tuyo.
Beatriz cerró los ojos un momento. Su horario de 8 a 9 era el más deseado. Cuanto antes, peor. El de las 7 de la mañana ya era malo.  Y de la 6 de la mañana ya ni hablar, porque el madrugón era tan grande que casi no se podía dormir por la noche. Y  más tarde, a las 10 o las 11,  te partía el día por la mitad para planificar cualquier cosa.
Jaime la miró un poco entre divertido y despectivamente.
– ¿Y bien, Beatriz?
Por fin ella lo miró a la cara y puso una sonrisa en su cara sumisa.
– Gracias por ayudarme, Jaime. Me adaptaré a lo que quieras darme.
– Perfecto, ya iremos hablando a lo largo de la semana.
Sin más historias, como si allí no hubiese pasado nada, se dio la vuelta y se fue.
Beatriz se quedó sola en su camerino y se sentó en la silla junto a la mesa y el ordenador.  Su amo seguía escribiendo.
“Lo has hecho muy bien, zorrita. Quítate las pinzas”
Con cuidado infinito, Beatriz las aflojó, pero una nueva oleada de dolor le recorrió los pezones morados cuando la sangre volvió a circular por ellos con normalidad.  Beatriz respiró profundamente esperando a que remitiera un poco, y luego siguió escribiendo.
“Gracias, mi amo. Nunca en mi vida he sentido tanto placer y tanto dolor”
“Descansa estos días porque tengo más planes para ti el próximo fin de semana. Ya hablaremos. Adiós”
“Si, mi amo. Adiós”
Beatriz apagó el ordenador y se desplomó en la silla, pensado en que cosas nuevas viviría de manos de su Amo Alex.
(continuará…)


 

“La obsesión de una jovencita por mí” LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Todo da comienzo cuando una admiradora de mis relatos me envía un email. Sin prever las consecuencias, entablo amistad con ella el mismo día que conocí a una mujer de mi edad. la primera de veinte años, la segunda de cuarenta. Con las dos empiezo una relación hasta que todo se complica. Relato de la obsesión de esa cría y de cómo va centrando su acoso sobre mí.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:

Hola soy Claudia.

Tus relatos me han encantado.

Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.

Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya.

Estuve a punto de borrarlo. Su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras:

Si quieres ser mía, mándame una foto.

Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.

Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.

Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.

No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.

El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.

― Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?

La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.

Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.

No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla:

Amo:

Espero que no le moleste que le llame así.

Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.

Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.

En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.

Casi sin esperanzas, entré en su página, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.

Contra todo pronóstico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en cómo sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.

Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.

Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.

Soy virgen pero jamás encontrará usted, en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.

Sé que usted podría ser mi padre pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mí, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse».

La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la última ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.

Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.

La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.

Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.

Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.

― No te entiendo― escribí en el teclado de mi ordenador.

Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.

― Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú los instaláis, crearías una línea punto a punto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje.

― Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger.

― Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla.

Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.

La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.

Clarificando mis ideas al final escribí:

Claudia:

Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.

No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.

Tu amo

Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.

Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.

Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.

Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.

Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.

La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.

« ¿Me estará escribiendo a mí?», pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.

Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía:

― ¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que me desnude? ― contestó.

Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.

― ¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?― escribí.

― Amo, es que me excita el que usted me mire.

Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.

No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.

― Tu primer orgasmo conmigo― le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo. ― Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte.

― Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.

― Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo.

Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.

Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.

Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.

― Son preciosos, ¿verdad?― dijo sacándome de mi ensimismamiento, ― la pena es que crecen.

Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.

― Sí― respondí ― cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden.

Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.

Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:

― Fernando Gazteiz y ¿Tú?

― Gloria Fierro, encantada.

Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:

― ¿Me aceptas un café?

Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.

Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:

― Chanel número cinco.

La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:

― Fernando, eres una caja de sorpresas.

Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.

― Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?― me dijo al despedirse.

― Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…― me quedé callado al no saber cómo pedírselo.

― ¿Y?

― Que me des un beso.

Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpos, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.

― ¡Para!― dijo riendo ― deja algo para mañana.

Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:

― No me falles.

Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.

Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en cómo sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.

Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus pósters de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.

Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.

― Guapísima, con un cuerpo de locura― contesté.

― Cabrón, me estás tomando el pelo.

― Para nada― y picando su curiosidad le escribí,― No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam.

― No jodas.

― Es verdad, aunque todavía no he jodido.

― ¿Pero con gritos y todo?

― Me imagino, ¡por lo menos movía la boca al correrse!

― No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha! Si le das habilitas la comunicación oral.

Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:

― ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Es así como espías a tus alumnas?

Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga.

Al cabo de media hora la vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.

Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.

― ¿Por qué lloras?, princesa― oyó a través de los altavoces de su ordenador.

Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.

― ¿Es usted, amo?― preguntó al aire.

― Si y no me gusta que llores.

― Pensaba que estaba enfadado conmigo.

― Ya no― una sonrisa iluminó su cara al oírme, ― ¿Dónde has ido?

― Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde .

Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.

― ¿Te gusta oírme?― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

― Sí― hizo una pausa antes de continuar ― me excita.

Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Sus pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.

― Desabróchate los botones de tu camisa.

El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.

― Enséñamelos― dije.

Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas era el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.

― Ponte de pie.

No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.

― Desnúdate totalmente.

Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.

― Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella.

Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.

Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.

― Imagínate que estoy a tu lado y que son mis manos las que te acarician― ordené sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.

Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.

― Despacio― insistí ― comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final.

Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.

― Mi mano está bajando por tu estomago― le pedí mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo. ― Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo.

Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.

― Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti― ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.

La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imaginó que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.

― Dime lo que sientes― exigí.

― Amo― me respondió con la voz entrecortada,― ¡estoy mojada! ¡Casi no puedo hablar!… 

Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.

Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.

― Ahora, ¿qué te pasa?

― Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue― contestó con la voz quebrada.

Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:

― ¿Cuándo es tu cumpleaños?

― El martes― respondió ilusionada.

― Entonces ese día nos veremos, mañana te diré cómo y dónde.

Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…

Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo, el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.

 

Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 2” (POR AMORBOSO)

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Al día siguiente, me levanté a las 6 de la mañana, muy descansado, a pesar del poco tiempo de sueño y la noche de sexo, encendí el fuego en la cocina de leña y fui a atender a los animales. Tras ordeñar las vacas y dar de comer a vacas y terneros, me llevé a la casa una jarra de leche para desayunar todos. Con un ligero desayuno, seguí con mis labores en el campo, hasta que sobre las 10 de la mañana, apareció en la puerta Silvia que me llamó con un grito y agitando la mano.

-Buenos días, Jóse.

-Buenos días. No te muevas, que voy.

Paré un momento para lavarme bien y enseguida estuve con ella. Se había puesto una camisa mía, y cuando la abracé para darnos un buen morreo, poniendo una mano en su espalda y la otra en el culo, pude observar que no llevaba nada debajo. Mi polla se levantó y empecé a meter mi mano bajo la camisa.

-No seas ansioso. Deja algo para esta noche. ¿Tienes algún sitio donde ducharme o tengo que ir al río?

El día anterior no había querido decir nada para ver la reacción de Vero y por su mal comportamiento al llegar, pero no era cuestión de ocultarlo siempre. Le dije que la puerta del otro lado de la cocina llevaba al baño mientras la señalaba y le dije dónde estaban las toallas.

Mientras ella se duchaba, yo preparé el desayuno, consistente en leche recién ordeñada, café, unas tostadas y fruta fresca. Cuando salió, alabó el olor a café y fue a vestirse, luego subió a despertar a Vero para desayunar y desde abajo pude oír sus protestas.

-Jodeerr. ¡Déjame en paz, puta! No he podido dormir en toda la noche. Esta cama es una mierda, te has pasado follando y gritando tus orgasmos toda la noche y para colmo vienes ahora a despertarme, cuando acababa de coger el sueño…

Siguieron un poco más, pero yo ya me desentendí de su conversación. Poco después bajaron las dos. Silvia espléndida y hermosa, con unos pantalones cortos de estilo vaquero y una camisa cuadros rojos, típicos de la zona, tipo leñador, con la mitad de los botones sin abrochar, anudada bajo las tetas y mostrando que no llevaba sujetador debajo. Vero bajó también con pantalones cortos. Tanto que estaban más cerca de unas bragas que de unos pantalones, por lo pequeños, y otra camiseta, de un color marrón sucio, que también marcaba la falta de sujetador.

-Buenos días Vero, -Dije yo, y sin esperar respuesta:- Silvia, estás preciosa esta mañana. La ropa le sienta muy bien a ese cuerpo que tienes. –De reojo vi la cara de disgusto que puso Vero.

-Gracias, he intentado mimetizarme con el lugar.

-Tú resaltarías en cualquier lugar y con cualquier ropa. –Le dije.

-Vaya par de gilipollas que estáis hechos. ¿Ya empezamos con las gilipolleces de enamorados? –Dijo Vero

Nosotros nos echamos a reír, sobre todo al ver que era disgusto por no decirle nada a ella.

-Cariño, tú también estás muy guapa. –Le dijo Silvia.

-Imbécil. –Le respondió.

-Ale, a desayunar, que se enfrían el café y la leche. –Les dije

Cuando Vero probó la leche, tuvo la delicadeza de escupirla al suelo.

-¡Puaggggg! ¿Qué es esto?, ¿A qué mierda sabe?

-Es leche natural de vaca. No ese líquido blanco que os venden en los supermercados y que lleva de todo menos leche.

-¡Pues sabe a mierda!

-Ya te acostumbrarás. –Dije, dando por finalizado el tema.

-Lo dudo.

El resto no le pareció mal y terminó el desayuno.

Cuando acabamos todos, e iban a levantarse, les pedí que se sentaran porque tenía que hablar con ellas.

Me miraron las dos, sin decir nada y hablé:

-Vero, por lo que me ha contado tu madre, has estado muy distraída en tus estudios, hasta el punto de que has repetido varios cursos y que parece ser que también repetirás este último…

-¿Y a ti qué coño te importa?

-¡¡¡CÁLLATE!!! –Dije soltando un golpe sobre la mesa que las puso serias y creo que asustadas.- Ahora voy a hablar y vosotras me vais a escuchar. ¡¡¡ENTENDIDO!!!.

-SSSii. –Dijeron al unísono.

-Además, parece que has estado tonteando con cosas y gente que no debías y demuestras una falta de educación totalmente impropia para tu edad y posición. –Proseguí, ahora de mal humor.

-Tu madre me ha pedido ayuda para encauzar tus estudios y actitud, y yo he aceptado. Por lo tanto, vas a pasar el verano aquí, conmigo, y veremos si eres capaz de aprender educación y mejorar tus notas.

-Pero… ¿Vosotros sois idiotas o qué? ¿Acaso os pensáis que me voy a quedar tranquilamente aquí para que este hijo puta me de clases? ¿Y además, aquí, sin teléfono, sin internet, sin televisión? Aguantaré hasta mañana porque no me puedo marchar hoy.

-Te quedarás aquí aunque tenga que atarte, y no dudes que lo haré. Y tus desobediencias serán duramente castigadas.

-Vete a tomar por el culo.

Y se levantó de la mesa y se fue a la calle.

-Va a resultar difícil. –Dijo Silvia.

-No creas. Dame total libertad y déjala sin dinero ni tarjetas. Así no podrá ir a ningún sitio.

Durante el día, Vero estuvo junto al río, unas veces bañándose y otras tomando el sol, siempre desnuda. Su madre y yo, paseamos por el bosque, fuimos hasta la central eléctrica, volvimos a comer. Vero no quiso venir, aunque luego noté que faltaba algo de fruta y queso, y por la tarde fuimos a un puesto de vigilancia que utilizan los guardabosques para controlar posibles incendios. Desde allí la vista es espléndida. Se divisan muchas de las montañas y valles que rodean la zona (y hay cobertura de móvil, pero no dije nada) pues se trata de uno de los puntos más altos de la cordillera.

Le pasé los prismáticos que ya llevaba preparados para ver con comodidad todos los detalles de la zona y ella apoyó los codos sobre el borde, doblando la cintura y con los pies atrás. Cuando la vi en esa postura, no me pude resistir. Me acerqué a ella, presioné mi polla contra su culo y solté el nudo y los botones de su camisa para meter las manos por dentro y así alcanzar sus pechos y ponerme a acariciarlos.

-MMMMMMMMM. Da mucho gusto ver este paisaje. Sigue.

-Estoy seguro de que no disfrutarás tanto con ninguna otra vista.

Y dicho esto, bajé mi mano hasta su pantaloncito, lo desabroché, los baje hasta los tobillos y me arrodillé para quitárselos de una pierna. No llevaba nada más. Seguidamente, me puse a lamer su coño, pasando la lengua desde atrás hacia adelante, hasta llegar a su clítoris, que rocé ligeramente. Luego recorrí el resto más a fondo y repetidas veces para ensalivarlo bien. Cuando ya estaba bien mojada, tanto por su flujo como por mi saliva, volví a levantarme, al tiempo que soltaba y bajaba mis pantalones y calzoncillos, para llevar mis manos otra vez a sus pechos y meterme entre sus piernas para pasar mi polla a lo largo de su raja.

-MMMMMMMMMMMMMM. ¡No pares! ¡Me encanta lo que me haces!

Frotaba sus pezones, acariciaba sus pechos y bajaba la mano de vez en cuando para rozar su clítoris o presionar mi polla en su recorrido por su raja.

-¡Necesito que me la metas ya! ¡Quiero sentirla dentro!

-Te gusta, eh, ¡pedazo de puta!

-Ooooh, si, no pares y métemela.

No me hice esperar más y, colocando la punta en la entrada, se la metí toda de golpe. Mis manos seguían acariciando sus pechos y bajando hasta su clítoris para excitarla cada vez más, pero mi polla se movía a un ritmo lento. Yo no quería correrme, solamente disfrutar de follarla. A ella le estaba gustando.

-Siii. No pareees. Dame maaaas. Más fuerteee.

-No, puta. El que te folla soy yo y yo decido el ritmo.

Seguí metiendo mi polla despacio hasta tenerla totalmente incrustada, dejarla un momento y volver a sacarla despacio, mientras, mi mano bajaba a su clítoris y le daba varias sacudidas. Disfruté como pocas veces del suave roce sobre mi glande mientras entraba y salía, y la presión sobre mi polla.

-Cabrón, me estás matando. Dámelo ya.

-Puedes correrte cuando quieras. Yo no voy a variar mi ritmo por ti.

Yo estaba muy excitado, pero no lo suficiente, gracias al ritmo lento. Una de las veces que estaba con mi polla dentro y acaricié su clítoris:

-¡SIIIIIIIII! ¡ME CORROOOOOO! ¡SIGUEEEEEEE! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH.

Cuando noté que había terminado, retiré la mano y seguí con mis movimientos y manipulaciones.

No tardó nada en gemir de nuevo.

-MMMMMMMMM Siiiiii. ¡Cabrón, como follas!

Y menos en conseguir un nuevo y largo orgasmo, al que siguieron 3 más. O era el mismo encadenado, no lo sé. Solamente decía:

-¡OOOOOOH! ¡SIIIIII! ¡MASSS! ¡SIII, OTRO MÁS! HIJO PUTA, QUE GUSTO ME DAS

Yo le dije:

-Eres tan mal hablada como tu hija. Ya tiene a quién parecerse, en eso y en lo puta. Te voy a tener que castigar.

Y seguidamente, dejé su clítoris para sacudirle una fuerte palmada en su culo. Mientras repetía:

-¡AAAAAAAAYYYY! ¡SIIIIII! ¡MASSS! ¡SIII, CASTÍGAME MÁS!

Le estuve dando el tratamiento durante mucho rato. Cada vez que se corría, su coño presionaba mi polla con las contracciones, hasta que llegó un momento en que ya no pude controlarme, y con las contracciones de su último orgasmo le dije:

-Ya no puedo más. Te voy a llenar el coño de leche.

-SIIIIII. Dámela toda. Lléname bien.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH. Me corrrooo. –Y empecé a soltar leche como si fuese una fuente. No sé de dónde salía tanta cantidad. Imagino que era como consecuencia de la alimentación sana. El caso es que ella se escurrió al suelo, quedando de rodillas y sentada sobre los talones, hecha un ovillo, agotada.

Yo me di la vuelta y me encontré a la pareja de guardias forestales mirando y grabando con sus teléfonos. Les hice una seña para que callasen y se fuesen. Luego me enteré que desde otro puesto habían visto a Silvia con medio cuerpo fuera de la ventana y gritando, pues durante la follada la había ido empujando y terminó apoyada sobre el borde. Habían venido a ver qué pasaba y se encontraron con la escena. Días después, conocedores de mis gustos, me trajeron unas botellas de vino, como regalo por las buenas corridas que habían disfrutado mientras veían el vídeo.

Ella no se dio cuenta. Me senté en el suelo, a su lado, más porque a mí las piernas no me tenían ya del esfuerzo, que por cualquier otra cosa. Cuando se recuperó, me levante y la ayudé a ella. Me vestí y ella quiso hacer lo mismo, pero vio sus piernas sucias y su coño todavía rezumante y comentó.

-¿Y cómo me limpio ahora? No puedo ponerme la ropa en este estado.

-Déjate la camisa suelta y no te pongas nada. Ahora nos vamos al río, nos damos un baño y listo.

Así lo hicimos y salimos de allí. En el suelo, donde estuvo arrodillada, quedó un charquito, formado por la mezcla de mi leche y su flujo, que había soltado y caído directamente de su coño y que era otro distinto del que estaba escurriendo por sus piernas.

Volvimos al río, donde estaba Vero desnuda y sentada a la orilla, que al ver a su madre con el coño asomando bajo la camisa, sus piernas al aire y todo manchado, puso un gesto de disgusto y más cabreo. Se vistió y se fue sin decir nada, aunque me pareció oír algo así como: “cerdos, que folláis como conejos”.

Nosotros nos desnudamos y metimos en el agua. La atraje hacia mí y le dije que yo la iba a lavar. Nos acercamos a la orilla en un punto que, sentados sobre unas piedras, el agua nos llegaba a la cintura. Ella con las dos manos apoyadas atrás y ligeramente inclinada hacia allí y yo de lado, apoyado con una.

Con mi mano libre, fui pasando por sus muslos de abajo arriba en movimientos circulares, limpiando nuestras corridas, mientras nos besábamos. Cuando llegué a su coño y la pasé sobre él, limpiando, un gemid escapó de su boca.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM.

-¿Ya estás otra vez?

-Sí. No sabes cómo me han puesto las caricias de tu mano.

Seguí con mi limpieza exterior de coño, pero presionando un poco más, hasta que empezó a abrirse. En ese momento metí un dedo para recorrer su raja arriba y abajo. Ella soltaba gemidos constantes…

-SIII. No pares. No pares…

La penetré con ese dedo, al que luego añadí otro y comencé a follarla con ellos. Ella levantó la pelvis para facilitar mi labor y aumentar su placer. Las yemas de mis dedos frotaban la zona de su punto g.

-ASIIII. ASIII. OOOOH que bueno. Me voy a correr. Me voy a correeeer. ME CORROOOOOOOO.

Y empezó a subir y bajar la pelvis, dificultando mi maniobra, pero consiguiendo que le frotase el clítoris, hasta que terminó su orgasmo.

Suavemente, terminé de lavarla, la tomé en brazos y la saqué a la orilla, depositándola en ella, sobre la hierba. Mientras la sacaba, un reflejo me hizo mirar en una dirección, donde unas ramas se movieron, cerrando el hueco donde alguien había estado mirando.

Una vez secos, nos vestimos y nos fuimos para la casa apresuradamente, pues el cielo amenazaba tormenta.

Me ayudó a atender a los animales, recogimos hortalizas y, ya anochecido, preparamos una cena en la que solamente hablamos ella y yo. Vero no dijo nada. Ni siquiera “esto no me gusta”, se limitó a dejarlo en el plato e irse a la cama cuando terminó.

Después de recoger todo, nos fuimos a la cama nosotros, acompañados por los todavía lejanos truenos de la tormenta. Nos desnudamos y acostamos, abrazándonos y besándonos inmediatamente. Acaricié sus pechos, sus pezones, su vientre y su coño suavemente.

-Estoy que no puedo más. Ha sido un día agotador. –Me dijo.

-¿Estás segura de que no puedes más? –Dije soltando el pezón de mi boca y presionando más en la caricia sobre su vulva.

-MMMMMMMMMMMM. Ya no.

Todavía estuve calentándola un poco más. Yo estaba preparado desde que nos metimos en la cama. Cuando la creí suficientemente preparada, me coloqué encima e hicimos el amor pausadamente. Alcanzó dos orgasmos y yo me corrí tras el segundo suyo, quedándose profundamente dormida de inmediato.

Pude darme cuenta entonces de que la tormenta ya estaba sobre nosotros. Los relámpagos y rayos metían su potente luz por cualquier resquicio que hubiese, mientras los imponentes truenos que sonaban en el exterior, hacían temblar la casa. Silvia no se enteraba de nada. Yo estaba acostumbrado, pues la mayoría de las tormentas en la montaña suelen ser así y también me quedé dormido.

Sin embargo, unos pequeños golpes en la puerta me despertaron enseguida.

-¿Mamá? ¿Jóse? ¿Puedo entrar, por favor?

-Pasa. –Dije yo en voz baja.

Vero entró alumbrando con una linterna (en todos los cajones había una para cuando se iba la luz).

-¿Puedo quedarme con vosotros? Me da mucho miedo la tormenta.

-Por supuesto, métete en la cama que ahora vuelvo. –Dije, mientras me levantaba totalmente desnudo para comprobar si el generador estaba en marcha, pues de él dependían los congeladores de comida y de la leche que esperaba la recogida para su envío a la central lechera.

Cuando comprobé que todo funcionaba correctamente, volví a la cama, encontrándome a Vero en el centro de la misma y dejando el lado para que me metiese, pues su madre estaba en el otro, profundamente dormida.

Me acosté de espaldas a ella. Inmediatamente se abrazó a mí, pidiendo que la abrazase también. Al entrar, deslumbrado por la linterna, no me fijé o no pude ver si llevaba algo puesto o si se había desnudado mientras hacía las comprobaciones, el caso es que sentí sus pezones clavados en mi espalda, y un momento después, su mano que bajaba hasta mi polla para pajearme, que no necesitó mucho para estar nuevamente en forma.

Me di la vuelta y ella hizo lo mismo, quedando de espaldas a mí. Entonces, agarró mi polla y me hizo apretarme a ella hasta estar pegados. Luego levanto la pierna y guió mi polla hasta su coño. Pasé mi mano bajo su cuello para agarrar su pecho, la otra por encima de sus caderas para acariciar su clítoris, mientras mi polla, metida en su coño iniciaba un suave vaivén.

Estuve moviéndome y acariciándola hasta que se corrió juntando las piernas, todo lo calladamente que pudo. Después, volvió a separarlas y guió mi polla hasta su culo, donde entró con suavidad. ¡Por fin podía disfrutar de uno de los dos culos!

Lo hice durante un buen rato, mientras seguía acariciando su clítoris, sus tetas y le metía un dedo de vez en cuando. Le saque un orgasmo más y nos corrimos juntos poco más tarde. Nos dormimos abrazados así. Por la mañana, me levanté temprano para hacer mis obligaciones, a media mañana se levantó Silvia, que me preguntó qué hacía su hija en nuestra cama. Yo se lo expliqué y dijo no haberse enterado de nada.

-Te la has follado. –Afirmó sin lugar a dudas.

-Sí, ¿Cómo lo has sabido?

-Porque la cama está manchada bajo ella y todavía escurre leche de su culo.

-¿Te disgusta?

-Sí, pero lo entiendo. Cuando termines con tu trabajo, serás solamente mío. Volveré la próxima semana para el siguiente plazo. Espero encontrarte con las pilas bien cargadas.

-No es conveniente que vengas a menudo. Deja pasar un mes o dos, incluso más, para que se acostumbre a estar aquí.

-Haré lo que tú digas. No quiero interferir en tus planes.

No hablamos más. Ella preparo su pequeña maleta, pues tenía que volver a la ciudad, y cuando el coche arrancó, salió Vero desnuda, pidiendo que esperase. Silvia o no se dio cuenta o no quiso parar, y pronto desapareció entre los árboles del camino.

-Maldito cabrón. Hijo puta de mierda. Si piensas que me voy a quedar aquí, estás muy equivocado. Ahora mismo me marcho.

-Haz lo que quieras, pero mientras estés aquí, esta será la última falta de respeto que te consiento.

-¡Cabrón! –Dijo al tiempo que daba media vuelta y entraba en la casa.

Salió vestida como cuando vino, y se encaminó hacia el punto por donde había desaparecido su madre. Ésta, antes de partir, le había retirado el dinero y tarjetas de crédito, y yo le había indicado el camino a seguir, sobre todo en el cruce principal, donde confluyen 4 caminos. El de mi pueblo, que sigue recto hacia otro pueble más abandonado que éste, el de la derecha, que también lleva a otro lugar abandonado y el de la izquierda, que obliga a un giro de casi 180 grados, por lo que parece que vuelves a mi pueblo, pero que es el correcto. Hay que tener en cuenta también que los indicadores hacía años que habían desaparecido.

La dejé marchar sin decir nada y cuando dejé de verla, fui a buscar y preparar mi motocicleta. Preparé también una cadena larga que tenía para cortar trozos con los que sujetar a las vacas y terneros, y un collar de un perro que tuve y que murió hacía unos años. Tomé un candado de una jaula donde criaba algunos conejos y me preparé una mochila con comida y agua.

Le di un largo margen de tiempo y fui en su busca, pero por un camino de tierra que hace de cortafuegos y que llega prácticamente hasta el mismo lugar. Tengo que decir que el camino habitual, aunque asfaltado, no es llano. Hay subidas y bajadas, por lo que hay que estar muy en forma para recorrerlo entero deprisa, y ella no la veía en muy buena forma.

Me costó una media hora llegar al cruce, y aún tuve que esperar unos diez minutos más a que llegase ella. Preocupado porque pensaba que le había pasado algo, la vi pasar a buena marcha y, como imaginaba, siguió al frente. Ese camino era más largo y con más subidas y bajadas. Calculé más de dos horas y media para recorrerlo hasta el pueblo y otro tanto o algo menos, al ser en su mayor parte bajada, para volver.

Cuando desapareció de mi vista, aproveché para volver a casa, atender a los animales y hacer algo en el huerto, luego volví al cruce y me senté, para comer algo mientras esperaba, en uno de los bloques que antiguamente soportaban una de las señales de dirección y que habían sido robados hace tiempo para venderlos como chatarra.

Sobre las 7 de la tarde, la vi llegar, venía reventada de andar, con la cara desencajada por el miedo y con churretes de llorar. En cuanto me vio, aceleró el paso en un intento de correr. Al llegar a mi altura empezó a decir:

-¡Dios mío que miedo he pasado! ¡Pensaba que me había perdido entre estos montes y que tendía que pasar la noche por ahí …!

En ese momento, intentó echarme los brazos al cuello.

-ZASSSS

-ZASSSS

La bofetada y su revés debieron de oírse en todo el valle.

-Ni se te ocurra tocarme. O aceptas mis normas y vienes conmigo o sigue tu camino y déjame en paz.

-¿Y cuáles son esas normas?

-A partir de ahora seguirás mis instrucciones al pie de la letra. No te consentiré un “no” como respuesta, ni una mala actitud, ni un trabajo mal realizado. Aceptarás de buen grado todo, incluso los castigos. Deberás esforzarte al máximo en cualquier tarea que te mande por inútil que parezca. Estudiarás todas las asignaturas, tanto si las has aprobado como suspendido. Si desobedeces, te castigaré, si trabajas poco o mal, te castigaré, si no estudias, te castigaré, si me apetece, te castigaré. Conforme vayamos avanzando te daré nuevas instrucciones. Mi intención es que te presentes a la convocatoria de exámenes de septiembre y apruebes este curso que, si no lo haces, tendrás que repetir y tendrás mayores castigos por ello. Yo te cuidaré y ayudaré con los estudios. Tendrás la mayor parte del día para estudiar y solo deberás dedicar un poco de tiempo a ayudarme, para compensar una parte del que te dedique a ti. Ahora, tú eliges: Conmigo o sola.

-Hijo de puta…

Sin decir nada más, tomó el camino de la derecha, que iba a otro pueblo vacío, pero algo más cerca. Cuando desapareció entre los árboles, puse la motocicleta en marcha y di unos acelerones para que lo oyese bien y arranqué despacio. Al momento oí sus gritos.

-Esperaaaaaa. Esperameeeee. Jóseeeeee esperameeeeee. Por favooooor,

Me hice un poco el sordo, hasta que llegué al punto en que iba a perder de vista todo. Entonces me detuve y volví la cabeza. Volvía corriendo con pasos cansados y agitando sus brazos.

-Esperaaaaaa. Por favooooor. Aceptoooooo, pero espéraaaaaa.

Paré la moto, le puse el caballete y me senté sobre ella esperando a que llegase, cosa que hizo un buen rato después.

-Agua, por favor, necesito agua.

Yo la miraba, pero no dije nada. Por fin dijo.

-Acepto todo lo que quieras, haré todo lo que tú digas, pero llévame a casa y dame agua, necesito agua.

-Para empezar, esta mañana te he dicho que me tuvieses más respeto o te castigaría, a lo que me has respondido con un insulto irrespetuoso. Y hace un momento, me has llamado hijo de puta, otro insulto y falta de respeto. Lo primero que voy a hacer es castigarte. –Dije mientras desabrochaba mi cinturón- Así que: desnúdate.

-¡Me vas a follar! –Dijo con una sonrisa cansada de desprecio.

-No. Vas a recibir 5 azotes por cada insulto.

-¿Estás loco? Ni hablar. A mi tu no me pegas.

-Muy bien. Veo que no has aceptado realmente. Puedes marcharte por donde quieras o quedarte y recibir 5 azotes más. Después de esto, ya no te dejaré decidir.

Estuvo un largo minuto decidiendo. Ya eran las 8 de la tarde y el sol se ocultaba ya por las montañas, aunque todavía había mucha luz, la noche estaba próxima. Debió analizar la situación y se vio durmiendo sola, en medio del bosque. Se echó a llorar y momentos después comenzó a desnudarse despacio.

-Coloca las manos sobre la moto y cuenta los golpes. Si quitas las dos manos de la moto, interrumpes algún golpe, dejas de contar o lo haces mal, volveremos a empezar. ¿Lo has entendido?

-SSi. –Respondió llorando y colocándose donde yo había estado sentado.

Pasé la mano por su espalda, desplazándola hasta el culo, pasando un dedo entre los cachetes y bajando hasta sus muslos. La piel se le erizó. Metí el pie entre los suyos y le hice abrirse de piernas. Me separé de ella y la estuve mirando desde atrás. Mostraba su coño depilado y su culo cerrado. Estaba sucia, pues no se había lavado por la mañana y acumulaba el sudor de la tarde.

Se estaba poniendo nerviosa, esperando el golpe. Levanté la mano y solté un golpe con todas mis fuerzas en su culo.

-ZASSSSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG. –Se quejó, mientras enderezaba su cuerpo y caía de rodillas.

Esperé unos segundos, pero no se movía. Solo frotaba la parte dolorida y lloraba. Yo estaba muy cabreado y

-Mal principio. Si quieres me voy…, o empezamos de nuevo.

Se volvió a colocar en posición

-Pppperdón. Nnnno volverá a pasar.

-ZASSSSS.

El golpe cayó junto al otro. Dio un bote, pasó una mano por la zona, dijo “uno” y estuvo dando saltitos con el culo, pero sin separar las manos de la moto, mientras yo me movía de un lado a otro. Cuando se calmó, le solté otro desde el lado contrario.

-ZASSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG.Dos. Piedad, por favor.

-ZASSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG. Tres. Por favor…

Y así seguimos hasta quince. Las primeras llorando mucho y dando botes, al final ya no le quedaban ganas de llorar ni de moverse.

-ZASSSSS.

-QQQuince.

Cayó al suelo dolorida y desmadejada, aprovechando el momento para colocarle la cadena al cuello y cerrarla con el candado.

-Pppero… ¿Qué haces?

-Tenerte controlada desde ahora.

-Tengo mucha sed.

-Bebe de aquí y trágate todo –Dije mientras me sacaba la polla en estado flácida, poniendo todo el mal genio en las palabras.

-Tengo la boca seca, no sé si podré chupártela.

-Verás como sí.

Y se la puse en la boca empezando ella a chupar. Yo, solté mi meada, mientras le decía:

-Bebe, que por hoy no tendrás otra cosa.

Ella tragó el primer buche, escupiendo parte de él. Yo presioné mi pene y corté la salida.

-¿No tenías tanta sed? Ahora te ordeno que bebas. Como ya te he dicho, hoy no tendrás otra bebida, pero si un castigo si no lo haces.

-Más castigos no, por favor. Pero me da mucho asco. No puedo hacer eso. –Dijo, mientras mi orina caía por los lados de su boca al hablar.

-Prueba y verás como sí. Hasta ahora te has criado demasiado señorita pija. Ya es hora de que vayas aprendiendo. ¡Bebe!

Volví a colocarle la polla en la boca y solté de nuevo mi meada, presionando para que no saliese mucha ni con fuerza. Entre toses, vomitinas y muchos ascos, le solté todo. Metí su ropa en mi mochila, sujeté la cadena atrás, la puse en marcha y me subí.

Cuando iba a arrancar, ella intentó subir.

-No. Tú no subes. Has venido andando y volverás andando. La cadena es para que no te pierdas.

Y arranqué despacio. La cadena era larga y me permitía avanzar unos metros y aumentar o disminuir la velocidad para adaptarme a sus pasos inseguros. Tardamos dos horas en volver a casa. La llevé directamente al establo, en uno de cuyos lados estaba amontonada la paja para el suelo. Nada más verla, se dejó caer, yo sujeté su cadena con un tornillo y la llave que tenía para ello, pues aquella zona también estaba preparada para añadir más animales si era necesario. Alimenté a los animales, a ella le di un poco de agua y me fui a cenar. . Al salir, la oía decir con voz débil:

-Por favor, no me dejes aquí. Tengo miedo.

Volví después de cenar con una crema para curar golpes, frecuentes en el campo. Estaba dormida, por lo que me limité a embadurnar su culo y extenderla bien, e irme a dormir, pues era ya muy tarde

Al día siguiente, muy temprano, fui como todos los días a atender a los animales y ordeñar las vacas. Ella estaba dormida, cubierta por paja. Le preparé un saco de arpillera, de los utilizados para semillas, con un agujero en el fondo para la cabeza y dos laterales para los brazos.

Ese día tocaba recoger tomates, por lo que la desperté, la hice ponerse el vestido que le había preparado y la llevé al campo. Le explique cuáles eran las tonalidades de los maduros y le dije que si cogía alguno más verde la castigaría, y si se dejaba alguno también.

Estuvimos como dos horas recogiendo y poniéndolos en cajas. No habló en ningún momento. A eso de las 10 de la mañana, vino Paco con prisa para llevarse la cosecha, hizo alguna pregunta que esquivé y se marchó, por lo que dimos por terminado y entramos en la casa. Puse dos vasos sobre la mesa y una jarra de agua. Ella se abalanzó rápidamente sobre la jarra y se puso a beber directamente de ella.

Me quedé mirándola fijamente, sin que ella reparase en ello. Entre lo que bebió y lo que cayó fuera, acabó con todo el líquido. Cuando volvió a dejarla en la mesa, se dio cuenta de que la miraba.

-Tenía mucha sed. –Dijo.

-¿Y por qué no me lo has dicho?

-Porque temía que me volvieses a hacer beber tú orina.

-Mi orina la beberás cuando yo quiera, tengas o no sed. ¿Y por qué has bebido directamente de la jarra, como si fueras una cerda, en lugar de hacerlo en el vaso que te he puesto?

-Temía que me la quitases para que no bebiera.

-No tienes ningún motivo para comportarte como una cerda. Cuando quieras algo, simplemente me lo dices. Ahora, por hacer esa guarrada recibirás un castigo. Colócate junto a la mesa y acuéstate sobre ella boca abajo, con los pies en el suelo y el culo preparado para recibirlo. Las manos agarrando el borde contrario dela mesa. Levántate el vestido para dejarlo bien a la vista. Desde ahora esa será tu posición de castigo si no te digo otra cosa.

-¡Por favor! Otra vez nooo. No lo haré más. Por favor nooo.

Ante mi mirada fija, repetía la frase una y otra vez, mientras se colocaba en posición.

-Agárrate al borde del otro lado de la mesa. –Le dije mientras soltaba mi cinturón.

-ZASSSSS.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGG. Nooo, por favor…

– …

-Uno

-ZASSSSS.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGG. DDDDos. Por favor no más.

-Me molesta oírte lloriquear tanto. Ya no eres una cría, eres lo bastante adulta como para follarte a cualquier tío y abortar, por tanto no quiero oír nada más que la cuenta de los golpes cuando te castigue. ¿Entendido?

-Sí.

-ZASSSSS.

-PPPPFFFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSS. Ttttres.

Cuando terminé los cinco azotes, le permití levantarse, le hice limpiar la mesa y desayunamos. Mientras lo hacíamos, le expliqué el plan de cada día.

-Madrugaremos por las mañanas y harás trabajos hasta las 10, comeremos algo, y tú te dedicarás a estudiar, cada día una lección de una materia. Comeremos sobre las 14, pero una hora antes comentaremos las dudas que tengas sobre lo estudiado y buscaremos juntos las aclaraciones correspondientes. Por la tarde, seguirás estudiando hasta anochecer. Si te sabes la lección puedes pasar a la siguiente. Sobre las 20h. Te haré preguntas sobre la lección del día durante una hora. Si te las sabes, a cenar y a la cama. Si no te la sabes, azotes por cada fallo y al pajar. ¿Entendido?

-Sí, sí, lo he entendido.

-Hay otra cosa que no me gusta. Ese pelo que llevas. Te lo voy a cortar ahora.

-¡No, por favor, me gusta así!

-¡Haré lo que quiera y punto. Siéntate en esa silla!

Se sentó como pudo y con la máquina de cortarme pelo yo, pues lo llevo muy corto porque no hay peluquerías cerca, procedí a dejarle la cabeza totalmente limpia, sin hacer caso de sus lágrimas. Al terminar, pasé mi mano por encima, en un gesto cariñoso y le dije

-¿Ves cómo así estas mejor? Raspa un poquito, pero pronto crecerá y verás que guapa estás. Ahora ponte a estudiar ya. Elige la materia que quieras, es igual, puesto que vas a pasar por todas.

Las primeras que eligió, debieron ser las que se sabía perfectamente, puesto que le hice preguntas de lo más retorcido que pude, sin conseguir que fallase. Cuando terminaba, alababa su esfuerzo, y cogí la costumbre de pasarle la mano por la cabeza.

Tras la cena, la sentaba junto a mí en el sofá y, mientras le explicaba la lección del día siguiente, acariciaba su tripita. Al principio, la obligaba a recostarse en mí, pero pronto lo hizo por su propia voluntad. Cuando nos íbamos a dormir, enganchaba la cadena a la cama con otro candado y la oía hacer ruidos, intentando soltarla de algún lado, hasta que se dormía.

Durante 5 días no falló en nada. La hice trabajar en el campo, con los animales, a los que perdió algo de miedo, limpiar la casa. No siempre lo mismo, ni era ella la que se encargaba de todo, puesto que se traba de que obedeciese e hiciese cosas. La mayor parte del trabajo, que no era mucho, lo hacía yo.

En esos días hablamos mucho. Le pregunté por su vida, por sus amigos, por sus gustos y hasta hablamos de sexo. Los estudios no la ilusionaban, el sacar buenas notas no le suponía ningún aliciente. Sólo había una diferencia entre aprobar y suspender. Si aprobaba, nadie le decía nada, si suspendía, había una pequeña reprimenda.

Sus amigos iban cambiando con los cursos y los colegios. Últimamente no le quedaba casi ninguno, pues al ir repitiendo curso, los compañeros eran cada vez más jóvenes. Se había metido en un grupo de chicos mayores, empezando a salir con uno de ellos, con el que perdió la virginidad a los 16 años. La relación no funcionó y lo dejaron. Unos meses después empezó a salir con otro, que en su primera cita le rompió el culo y no volvió a salir con él y por último estaba su novio actual, con el que llevaba algo más de un año.

No era su ideal de hombre, pues le gustaría que fuese cariñoso, que la fuese a buscar a casa cuando quedaban, que la mimase un poco, la llevase a bailar, cenar, etc. Sin embargo sus caricias eran bruscas, quedaban en lugares que sólo a él le gustaban, bebía y le hacía beber. Incluso se metía drogas de todo tipo. A veces la citaba y él no acudía, cuando lo hacía, iba siempre acompañado de sus amigos.

Terminaban en un piso abandonado, follando sobre un sucio colchón, donde, la mayoría de las veces, llegaba él al orgasmo, le echaba la corrida donde le apetecía, generalmente en la cara, y la dejaba a ella a mitad. Solamente conseguía su placer cuando antes había estado metiéndole mano, siempre en público, y conseguía algo de excitación previa. Por lo visto, también alguna vez la habían drogado para follarla los cinco o más amigos.

Lo que más les gustaba era que mientras uno le daba por el culo, otro se la follaba por la boca. Y muchas veces, tres a la vez. El que fue su primer novio, le hacía que se la chupase, dándole bofetadas si no lo hacía a su gusto, y organizaba ruedas para que les hiciese una mamada a cada uno hasta que se corrían en su garganta, pues no le dejaban perder ni una gota.

Se había quedado embarazada y no sabía de quién. Su novio no quería hacerse cargo y la obligó a abortar. Lo había pasado muy mal, porque tuvo que cogerle el dinero a su madre y además ella se enfadó como nunca la había visto.

Realmente, le servía de desahogo de sus pesares. Vi que estaba manipulada por ese grupo, que su novio no era tal, ya que la quería para follarla con los amigos y me hice el propósito de recuperarla.

Paso una semana, dos, un mes, hasta mes y medio. La relación mejoraba. Aprendía las lecciones y trabajaba bien, obedecía y, aunque al principio lo hacía con desgana y obligación, ya había aceptado su papel y veía que se encontraba a gusto.

El viernes de aquella semana, vino Paco a recoger las hortalizas para llevarlas al mercado. Vino con tiempo y ganas de hablar:

-¿Fuiste ayer a follar al puticlub? –Él sabía toda la historia, incluida la de Vero.

-No, ahora tengo otras obligaciones.

-¿No me digas que te la estás follando? –Soltó delante de ella que ayudaba a subir cajas a la furgoneta.

-No, solamente le estoy enseñando.

-Parece mentira en ti, que no puedes pasar una semana sin ir los jueves al puticlub. ¡Vaya si te ha cambiado la jovencita! Por cierto, no me importaría follármela yo. ¿Puedo? –Ella estaba un poco alejada y había bajado la voz, pero yo sabía que lo había oído.

-Se lo tendrás que preguntar.

-Entonces, vendré otro rato y se lo preguntaré ahora no tengo tiempo suficiente.

Terminamos y se fue. Lo miré marchar y cuando me volví, vi que Vero estaba llorando.

-¿Qué te pasa?

-Me ha dolido que me considerase una puta que se acuesta con cualquiera.

-El conoce la primera parte de la historia, la que contó tu madre por eso te lo ha dicho, pero ahora tú decides si quieres o no, si gratis o cobrando.

No le hice más caso y volví a mis obligaciones, viniendo detrás de mí. No hablamos nada más, cada uno metido en sus pensamientos, hasta la hora de desayunar. Estábamos sentados a la mesa, dando cuenta de un buen desayuno cuando me dijo:

-¿Todos los jueves vas al club de putas?

-Si –Contesté algo molesto por la pregunta.

-¿Y estas semanas no has ido por mi culpa?

-No es por tu culpa. Me he comprometido a dedicarte todo mí tiempo y estoy dispuesto a llegar al final, sin distracciones.

Estuvo un rato callada y, cuando terminábamos, dijo:

-¿Quieres follarme? ¿O prefieres que te haga una mamada? No quiero que lo pases mal por mí.

-No. Te agradezco la oferta, pero no es necesario. Ya me solucionaré.

-Pero yo estoy dispuesta para lo que tú quieras. Como dijiste, es mi obligación.

Mi polla se puso como una piedra, solamente de pensarlo.

-No. No puedo ni debo. Al menos mientras estés a mi cargo.

-Piénsatelo. Estoy a tu disposición. Y por si te resulta más fácil, yo también tengo mis necesidades…

El sábado vino Silvia a media mañana, con intención de marchar el domingo por la tarde. Me preguntó por el saco que llevaba como vestido su hija, a lo que respondí que era un acto de disciplina, obligándola a llevarlo en señal de obediencia. No dijo más, se abrazaron y las dejé hablando mientras iba a hacer mis cosas. Tras la comida de medio día, ella misma propuso volver a la cabaña de los guardias forestales.

-Jóse, ¿Qué te parece si nos damos un paseo hasta la cabaña de los guardias, como la otra vez?

-Por mí, estupendo. ¿Quieres disfrutar como nunca? ¿Te atreves a dejar que te haga lo que quiera para que disfrutes?

-Me encanta que me sorprendas.

Todo esto lo escuchaba Vero, y pude observar su cara de mal humor y enfado mientras hablábamos.

Preparé una mochila con algunas cosas que ella no vio y partimos hacia la cabaña-mirador. Yo había quedado con los guardias en hacer una señal si volvía con ella, para que la pudiesen grabar bien, por lo que la puse nada más llegar (Un trapo blanco visible) y le dije a ella:

-Desnúdate y, cuando termines, te vendaré los ojos.

Así lo hizo y le coloqué la venda en los ojos.

-¿Confías en mí?

-Sí, claro

-Voy a atarte las manos a la espalda y te dejaré apoyada en el ventanal de vigilancia. Tú déjate hacer.

Até sus manos, la coloqué doblada por la cintura, apoyada en el alfeizar del ventanal de observación, con las tetas colgando fuera, le hice abrir bien las piernas y me arrodillé entre ellas para recorrer su ya rezumante coño con mi lengua e ir mojando su ano y metiendo primero un dedo y luego ir añadiendo dos más para dilatarlo.

-aaaaaaaaahhhhh ¡qué bueno! ¡Cómo sabes hacer las cosas que me gustan!

Con todo bien ensalivado y tres dedos de una mano en su culo, metí dos dedos de la otra en su coño y el pulgar sobre su clítoris, dándole un movimiento de frotamiento tanto interior como exterior, que en unos momentos la llevaron al orgasmo.

-SIIIII. No pareeeesss. Me corrooooo.

Cuando sus espasmos pasaron, retiré mis manos, me puse en pie tras ella y me quité los pantalones, dejando salir a mi polla deseosa de encontrarse rodeada de carne desde hacía rato. Saqué que mi mochila una botellita de aceite y me la embadurné bien. Casi me corro con eso. Después, la puse a la entrada de su culo y fui penetrando despacio, con pequeños retrocesos y avances, hasta meterla completamente, mientras ella gemía quedamente. Estuve un momento parado para que todo se ajustase, mientras, inclinado sobre ella, acariciaba su coño por encima y la volvía a excitar poco a poco.

Sin darme cuenta, aparecieron junto a mí los dos guardias, uno a cada lado, grabando con sus teléfonos la escena. Me salí de su culo no sin oír la exclamación:

-NOOOOO. Sigue, por favor. Sigueeee.

-Espera, me voy a poner en el suelo y tú me vas a cabalgar. –le dije, mientras me limpiaba la polla con un paño que había preparado y hacía señas a los otros para que se preparasen en silencio para follarla.

La puse de pie frente a mí, y fui bajando poco a poco, chupando sus pezones, llegando a su coño, donde le di un nuevo repaso de lengua, para sentarme en el suelo, entre sus piernas, y hacerla arrodillarse con una pierna a cada lado, metiéndosela por el coño.

Empezó un movimiento atrás y adelante, pero la hice recostarse sobre mí, quedando su culo apuntando a uno de los guardias, el cual, a una señal mía hacia el aceite, le echó una buena cantidad y se la clavó por el culo, lo que la hizo que se tensase con intención de levantarse.

-AAAAAAAAAAAAAHHHHHHH. ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí?

Aprovechando la posición, el otro guardia, situado a mi cabeza, se la metió en la boca.

-MMMMMM.

-Tranquila, son un par de amigos que te van a hacer disfrutar como nunca. Muévete atrás y adelante.

Me hizo caso y durante un rato se movía hacia atrás y se clavaba una polla en el culo, mientras salía la de su boca y su coño, luego, al ir adelante, salía la de su culo y entraban en su coño y boca.

-Caliéntale un poco el culo. –Le dije al que la estaba enculando.

Cuando la polla casi salió de su culo, le sacudió una fuerte palmada en uno de los cachetes, la siguiente en el otro, y así fue alternando.

-HUMMMMMMMMM AAAAAAAAHHHHHHHH HUMMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAAHHHHHHH

Exclamaba Silvia. Como en el hum tenía la punta de la polla en su garganta, no sabía si se quejaba o le gustaba, pero no debió desagradarle mucho, cuando al poco tiempo estaba acelerando los movimientos y se estaba corriendo con los mismos gemidos.

-Se está corriendo, -dijo el que le daba por el culo- lo noto en las contracciones sobre mi polla.

-Y en la mía también. –dije yo.

-Pues yo no aguanto más -dijo el otro- y empezó a follarle la boca con rapidez.

Cuando se estaba recuperando, empezó a gritar su orgasmo, clavándole la polla hasta lo más profundo de su garganta, soltándole toda la carga en directa al estómago.

Cuando se la sacó, ella cayó sobre mí, tosiendo y babeando, pero continuando su movimiento de empalamiento por uno y otro lado, volviendo a incrementar gradualmente la velocidad hasta que un nuevo orgasmo la sacudió, siendo seguida por el mío primero y el del otro después.

Cuando me recuperé, me salí de ella, desaté sus manos y le pedí que no se quitase la venda. Seguidamente la puse a chupar la polla del primero y me retiré. Ellos eran más jóvenes y tenían mayor aguante. Estuvieron como una hora más follándola por todos sitios. No conté sus orgasmos, pero fueron muchos. Cuando los muchachos ya no daban más de si, les hice marcharse. Habían estado grabando todo lo que habían podido, hasta que llenaron la memoria de los teléfonos. Se fueron con una sonrisa y haciendo el gesto de “ok”.

Ella había quedado rendida en el suelo. Le quité la venda de los ojos y esperé a que se recuperase, luego, tranquilamente y con paradas para descansar, volvimos a casa. Nos dimos un baño, cenamos y nos acostamos sin más. Estaba agotada. Al día siguiente se levantó tarde, justo a la hora de comer, y después de hacerlo volvió a la ciudad, prometiendo regresar el fin de semana siguiente, no sin antes decirme que le había hecho descubrir en ella misma, cosas que ignoraba. Tuve que decirle que me diese tiempo para trabajar con su hija. Tenía mucho que hacer y no quería que la figura materna interfiriese. Lo aceptó y quedamos en hablar más adelante

Durante los cincos días siguientes, todo funcionó “casi” con normalidad, pues a Vero se le notaba en la cara que estaba de muy mal humor aunque intentaba disimularlo , pero el jueves, cuando estábamos trabajando en el huerto muy de mañana, volvió de nuevo al ataque:

-Hoy es jueves. ¿Vas a irte de putas?… ¿O quizá con la puta de mi madre tienes suficiente?

-Vamos a casa y ponte en posición de castigo.

-¿Por qué? ¿Es que no se ha convertido en tu puta particular?

-Por maleducada y porque quiero. ¡A casa inmediatamente! Castigo doble. Y como no sea rápido, te vas a enterar.

Fuimos a la casa y le di los diez golpes estipulados. Al terminar, observé que estaba llorando, cosa que no había hecho hasta entonces. Solamente le indiqué que volvíamos al trabajo.

Trabajó en silencio, sin parar de soltar lágrimas y sorber por la nariz. –Sniff –Sniff. Cuando estábamos a punto de terminar, dijo con voz llorosa:

-¿Has… Has pensado… en lo que te dije el otro día?

-Sí, lo he pensado mucho. –Y me había masturbado varias veces, pues sólo de pensarlo, se me ponía como una piedra.

-Y… ¿qué has decidido?

-Como ya te dije, no tengo intención de ir de putas mientras estés tú aquí. Y menos mientras tu madre venga a visitarme periódicamente y podamos disfrutar de nuestros cuerpos. Por otra parte, como dijiste, he visto que tú también tienes tus necesidades (la había oído gemir, seguramente masturbándose) que también es necesario atender.

-Pero, si yo acepto, podrías pensar que relajo mi disciplina, y no es eso. Te propongo una nueva opción que puedes aceptar o rechazar. Cada vez que te folle, sea el agujero que sea, o te pida que me la chupes, después recibirás un castigo. Solamente lo pediré yo. Si tienes ganas y no te digo nada, te solucionas tu misma.

Se quedó pensativa. Terminamos el trabajo y nos fuimos a desayunar, recogimos y fregamos todo, ella se puso a estudiar y yo volví al campo. Permaneció callada en todo momento.

A la hora de comer, también permaneció en silencio y cuando llegó la hora de preguntar sobre los temas estudiados, falló tres veces. Cuando terminamos:

-Colócate sobre la mesa en posición de castigo.

No tuve que decir más. Tomé una tabla que había preparado a modo de paleta y procedí a darle los 15 golpes que correspondían.

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Uno

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Dos

– …………….

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Quince.

Tomé la pomada para los golpes y le di un suave masaje con ella por las partes golpeadas. Gemía quedamente. Cuando terminé:

-Ya puedes levantarte. –Le dije.

-Acepto.

Agradeceré sus valoraciones y comentarios.

«Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 8” (POR GOLFO)»

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Capítulo 11

En su choza y por primera vez en once noches, disfrutamos de la comodidad de un colchón, pero no por ello pudimos descansar porque Iv no nos dejó. Al igual que en la tarde, se mostró insaciable y alternando sus caricias entre los tres, no cejó hasta dejarnos totalmente exhaustos. Le dio igual que fueran mías o de mis compañeras el cuerpo con el que disfrutar, desplegando una pasión sin límite buscó con denuedo el placer.

―Joder con la pelirroja, no se corta un pelo― llegó a decir mi prima cuando nada más terminar de ordeñarme por enésima vez, Iv se lanzó en picado entre sus muslos sin pedirle opinión.

Rocío tampoco se libró de sus atenciones porque la náufraga no dudo en saborear y recrearse repetidamente en el coño de la morena, devolviendo así con creces el orgasmo que ésta le regaló al conocerse.

        Por ello no me extrañó que a poco de amanecer me despertara acariciando mi pene. Todavía medio adormilado abrí los ojos y observé a la francesa, a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos.

«Esta tía me va a dejar seco», murmuré para mí al advertir que esa mujer no había tenido bastante con la maratoniana sesión de sexo de la noche anterior y que a pesar de los múltiples orgasmos que obtuvo de los tres, seguía sedienta de caricias.

He de reconocer que me impresionó la expresión de deseo con la que esa pelirroja se apoderaba de mi miembro y recordando lo que para ella significaba el contacto humano, en silencio y sin moverme, disfruté de los tiernos y sensuales lametazos con los que obsequió a mi extensión.

Para su regocijo, sus mimos fueron despertando al monstruo y ella, al comprobar que poco a poco mi pene iba creciendo, se puso a reír como si estuviera haciendo una travesura.

― ¿Qué es lo que encuentras tan divertido? ― pregunté.

Entornando sus ojos en plan coqueto, respondió:

―Tu sexo se alegra de verme y eso me hace feliz.

La alegría que sentía al tener mi erección entre sus manos me enterneció y atrayéndola hacia mí, me apoderé de sus labios con la intención de alargar los prolegómenos porque sabía que, si la dejaba, no tardaría en empalarse con ella.

Si con caricias ella había despertado mi pene, el sentir mi lengua jugando con la suya resucitó a la bestia y aprovechando que estábamos desnudos, comenzó a rozar su cuerpo con el mío mientras usaba sus manos para acariciar suavemente mis testículos. Confieso que ni siquiera tuve que tocarla para que esa mujer se pusiera como una moto, como tampoco hice nada para forzar que frotando su sexo en mi pierna se empezara a masturbar.

― ¡Fóllate a esta zorra! ¡Demuéstrale que es tu hembra! – chilló usando las soeces expresiones que había escuchado de Rocío.

Me hizo gracia lo rápido que aprendía y llevando mis dedos hasta su coño, descubrí que estaba empapada. Al sentir mis yemas, se puso a jadear y moviendo sus caderas, buscó mis caricias con decisión.

―Rómpele el culo de una puta vez para ver si así nos deja dormir― escuché a María decir cabreada desde el otro lado de la cama.

―No seas bruta, todavía tiene mucho que disfrutar antes de entregarme su trasero― contesté descojonado.

Lo que nunca me imaginé es que Iv al oír nuestra conversación, me preguntara que era eso romperle el culo. Por experiencia, sabía su tendencia a entender todo de modo literal y por ello decidí medir mis palabras para explicarle que era lo que significaba.

―Como habrás visto hay muchas formas de hacer el amor y una de ellas es que el hombre meta su virilidad dentro del culo de una mujer.

Escandalizada, creyó que nuevamente la estaba tomando el pelo porque según ella ese agujero solo servía para cagar.

―Te equivocas― repliqué― aunque al principio duele, se puede disfrutar mucho por vía anal.

―No te creo. Puedo ser novata, ¡pero no tonta!

―Va en serio. A Rocío, por ejemplo, es su forma preferida de hacer el amor.

Que a una de ellas le gustara, la hizo dudar y cuando ya creía que iba a pasar página, olvidándose del tema, se puso a cuatro patas sobre el colchón, diciendo:

― ¡Demuéstramelo!

Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que la convenciera de era posible sentir placer por su entrada trasera, fue una tentación demasiado atrayente para dejarla pasar. Por ello, acerqué mi boca y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano.

―Estás haciendo trampas― protestó― las cosquillas que siento son porque me estás tocando el coño.

Aunque tenía algo de razón, corté de cuajo sus quejas diciendo:

―Déjame hacer y luego te permito que critiques lo que quieras.

Me dio la razón y volviendo a su postura inicial, me permitió seguir jugando con su ojete mientras la masturbaba. Como había previsto, Iv no tardó en ponerse cachonda y eso lo aproveché para introducir mi lengua en su interior con el objetivo de ir lubricándolo sin que se diese cuenta.

―Es agradable― comentó menos segura de su posición al sentir que un calor diferente se iba apoderando de su cuerpo.

Sin ningún lubricante que hiciese menos doloroso su estreno, me entretuve relajándolo con la boca mientras la pelirroja empezaba a sentir cómo los primeros síntomas de placer la forzaban a exigirme que me diese prisa.

―Todavía no estás lista― dije al ver que esa rosada entrada seguía demasiado cerrada para ser traspasada.

Sabiendo que podía desgarrarla si metía mi pene, comencé a follarla con la lengua. Mis maniobras provocaron que gimiendo de gozo me chillara que la estaba entusiasmando. Dando el siguiente paso, introduje uno de mis dedos con la intención de relajarla, lo que me hizo comprobar que seguía totalmente tensa.

En mi desesperación, la pregunté si no tenía crema, aunque sabía que era imposible. Iv, muerta de risa, me contestó que para qué la quería. Al explicarle que necesitaba algo con que lubricarla, me soltó:

― ¿Te serviría un poco de miel?

Al ver la enorme sonrisa que iluminó mi cara, comprendió que servía y levantándose de la cama, fue a una esquina de la choza y volvió con un trozo de panal repleto de ese empalagoso néctar.

Estaba a punto de arrebatárselo, cuando a mi espalda escuché:

―Déjame que te ayude.

Sin esperar mi respuesta, Rocío cogió el panal mientras pedía a la francesa que se volviese a colocar a cuatro patas. Esta obedeció y nuevamente, usó sus manos para separarse las nalgas.

―Tienes un culo precioso― comentó impresionada la morena al verla en esa posición: ―Me gustaría haber nacido hombre solo para poder ser yo quien te lo rompiera.

El descriptivo halago alentó la curiosidad de Iv por saber que se sentía y dándole las gracias, le pidió que comenzara. Rocío obedeció y cogiendo una cantidad excesiva de miel entre sus dedos, untó su ano para acto seguido comenzar a relajar el cerrado esfínter de la pelirroja.

―Cabrona, eso no es mi culo― protestó al sentir que la muchacha aprovechaba el sobrante para embadurnar su sexo.

―Era una pena que se desperdiciara― replicó muerta de risa la morena mientras introducía dos yemas en su entrada trasera― y no hay nada de malo en endulzar el conejo que me voy a comer.

El ser penetrada por detrás le causó una rara pero placentera sensación y ya convencida de que quería probar lo que se sentía al ser usada de esa forma, me rogó que empezara y sabiendo que no tardaría en hacerle caso, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.

        Al acercarme, pude comprobar que los muslos de la mujer temblaban cada vez que Rocío introducía las falanges dentro de su culo. Ella debió pensar lo mismo porque, más seguro de lo que hacía y dándole un azote en una de sus nalgas, metió un tercer dedo en su orificio.

― ¡No puede ser que me guste tanto! ― aulló al sentir la violación de la que estaba siendo objeto su trasero y completamente excitada por fin, llevó las manos a sus pechos para irse pellizcando los pezones mientras la morena la empezaba a masturbar.

Ese doble estimulo, la hizo correrse sonoramente y creyendo llegado mi momento, embadurné mi órgano con miel antes de llevar y mi glande ante su entrada: 

― ¿Crees que ya está lista? ― pregunté a Rocío al ver que se tumbaba bajo Iv con la intención de comerle el coño.

La francesa ni siquiera esperó a que mi amiga contestara y llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo. La lentitud con la que lo hizo me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.

Demostrando una entereza que me dejó acojonado, sin gritar, pero con un rictus de dolor en su cara, siguió empalándose hasta que se sintió llena. Entonces se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.

― ¡Cómo duele! ― exclamó adolorida.

―Tranquila, se te pasará― dijo Rocío al tiempo que comenzaba a lamer su clítoris.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de culo de la francesa, esperé que fuera ella quien decidiera el momento, sabiendo que mi amiga no dejaría que se enfriara. Tal y como había previsto, la morena viendo su sufrimiento aceleró las caricias sobre su clítoris y en menos de medio minuto, Iv se había relajado y girándose hacia mí, me rogó que comenzara a cabalgarla. 

Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando la pelirroja con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar al sentirse empalada y mamada a la vez.

― ¡Me estás rompiendo! ― chilló― ¡Pero sigue! ¡Me está gustando!

―Ya te dije que te gustaría, ¡putita mía! ― contesté satisfecho al tiempo que le daba un azote. 

        El gemido de placer que brotó de su garganta me convenció de completar su estimulación a base de nalgadas y alternando de una a otra, le fui propinando sonoros manotazos cada vez que sacaba mi pene de su interior.

Iv ya tenía el culo completamente rojo cuando empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa pelirroja, temblando mientras no dejaba de pedir que siguiera follándomela.

Rocío al oír que el placer desgarraba su interior, llevó las manos hasta sus pechos y cogiendo sus pezones, los pellizcó mientras mordisqueaba el erecto botón que tenía entre sus pliegues. La unión de dolor y placer hizo que la francesa perdiese el control y agitando sus caderas, se corrió. El enorme caudal de flujo que cayó sobre la cara de Rocío empapó sus mejillas y como si estuviera muerta de sed, se puso a beber la dulce mezcla de miel y pasión que brotaba de la pelirroja.

 La avidez con la que le devoraba el sexo fue el acicate que me faltaba y olvidándome que para Iv era su primer anal, empecé a usar mi pene como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la francesa no dejaba de aullar desesperada por el gran placer que estaba disfrutando.

Mi orgasmo fue brutal y mientras vertía mi semilla en el interior de sus intestinos, sentí que había hecho mis deberes al haber conseguido explicar a esa mujer que era eso de romperle el culo y que encima disfrutara con ello…

Relato erótico: “De profesion canguro 08” (POR JANIS)

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Les recuerdo que pueden comentar o contactarme en  la.janis@hotmail.es
 
Acuerdo entre colegialas.
 
 
El dedo de Tamara pasaba archivo tras archivo de su diario secreto, sentada al escritorio de su dormitorio. Afuera, el día no podía ser más gris y lluvioso. Era sábado por la mañana y Fanny, su pelirroja cuñada, había ido al centro comercial Eroski, de Flattour Park, a treinta kilómetros de Derby, llevándose con ella tanto a hijo como marido. Así que estaba sola en casa, sola y aburrida. Mal asunto.
Pensó en llamar a alguna conocida, pero se echó atrás por vagancia. Buff, arreglarse tan de mañana para tener una cita. ¡Ni que estuviera desesperada! Por eso mismo, había sacado el viejo pendrive de su escondite y estaba actualizando entradas. También era divertido rememorar asuntos del pasado, ¿no?
Sus ojos se detuvieron ante una fecha clave. Con una sonrisa, abrió el archivo y comenzó a leer distendidamente, arrullada por la calefacción de su cuarto y el cómodo sillón que utilizaba para el escritorio.
Violette era una de sus mejores amigas. Llevaban juntas desde párvulos y, encima, eran casi vecinas. Al menos, vivían en la misma barriada. Habían ido a la misma escuela de primaria y a la misma clase. Cuando comenzaron secundaria, Violette pidió ser trasladada a la clase de Tamara, para no perder el contacto. Incluso formaron una pequeña pandilla de chicas que iban y venían del instituto juntas, todas del mismo barrio. Pero tuvieron que separarse cuando los padres de Tamara murieron en aquel accidente de ferry. Tamara se mudó a otra ciudad, con su hermano, y, aunque mantuvieron el contacto a través de Internet, la confianza se fue degradando.
Violette tenía su misma edad, de hecho, era cuatro meses más joven, y era tan rubia como ella. A veces las creían hermanas, ya que, en verdad, se parecían en ciertos aspectos. Violette era más menuda que ella, con el rubio pelo cortado a lo garçon, pero sus rostros eran muy parecidos, de narices rectas y algo respingonas, labios delgados y bien dibujados, y ojos azules.
A los doce años, cuando empezaron a hablar de chicos y planes fantásticos para el futuro, Violette inició una conversación muy íntima, las dos haciendo los deberes en el dormitorio de ésta.
―           Pienso dejar de ser virgen cuando cumpla quince años – dijo, haciendo que Tamara la mirase con incredulidad.
―           ¿Tan pronto? – le preguntó.
―           ¿Te parece pronto?
―           Un poco. Mamá insiste en que debes saber lo que buscas cuando te decidas…
―           Pues yo pienso que cuanto antes mejor – musitó Violette, trazando una raya perfectamente medida en su cuaderno, con la ayuda de una pequeña regla. Cuando se aplicaba a sus tareas, solía sacar la punta de su lengua entre los labios. – Estuve hablando con mi prima Aby, ya sabes, la que va a la universidad. Contó lo que hacen allí para divertirse. Tengo muy claro que para cuando yo acuda a una universidad, tendré perfectamente aprendido lo que es hacer el amor. ¡No quiero desaprovechar oportunidades por ser una pardilla!
―           Vaya… – suspiró Tamara, mirándola bobamente, con una mano en la mejilla.
―           ¿Y tú?
―           No lo sé. Aún no he conocido a ningún chico que me atraiga como para pensar en ello.
―           A mí tampoco, pero hay que tener claro el concepto.
―           ¿Y si no encuentras a ninguno a los quince? O sea, que no te guste ninguno, me refiero…
―           No me lo he planteado – reflexionó Violette, mordiendo el capuchón de su bolígrafo.
―           Además, ya sabes lo que dirán de ti, ¿no?
―           ¿A qué te refieres? – Violette enarcó las cejas, mirándola.
―           Que serás una golfa, una guarra, que serás una chica fácil que se va con cualquier chico.
―           ¡No me importa!
―           Puede que a ti no, pero ¿y tu familia? ¿Tu hermana menor va muy cerca de muestro curso? Ella escuchará los comentarios en el instituto.
Violette se echó hacia atrás en su silla. Era evidente que no había pensado en ese detalle. Su padre era muy exigente con la reputación familiar. Si se enteraba de una cosa así, podría significar un gran problema para ella. Incluso podía enviarla a un internado…
―           Tienes razón, Tamara. No lo había pensado. ¿Qué piensas hacer tú?
―           No lo sé, la verdad – se encogió de hombros Tamara. – No es algo que me preocupe demasiado. Llegará en el momento oportuno, siempre lo he creído así.
―           Ya te veo virgen aún al doctorarte – bromeó Violette.
―           ¡Uuy! ¡Qué viejecita! – se rió Tamara.
―           Podemos hacer un pacto entre nosotras – sugirió la rubia de pelo corto.
―           ¿Sí?
―           Ajá. ¿Qué te parece si para cuando cumplamos dieciséis aún somos “inmaculadas”, nos ayudamos la una a la otra a deshacernos de “eso”.
―           ¿Entre nosotras? – Tamara abrió muchos los ojos.
―           Pues sí. Tenemos confianza, nos hemos visto desnudas un montón de veces, y no tiene que ser muy difícil, usando un cacharro de esos.
―           ¿Cacharro? – Tamara no comprendió.
―           Ya sabes, un consolador…
―           ¡Dios, Violette!
―           ¿Qué pasa? ¿No has visto ninguno? – sonrió la pizpireta Violette.
Tamara negó con la cabeza, bajando la mirada. Su amiga encendió el ordenador de sobremesa que se encontraba en un extremo del escritorio.
―           Mira, tonta – la llamó a su lado, una vez que abrió el pertinente programa que accedía a la red.
Tamara, con los ojos desorbitados, contempló una extensa panoplia de fotografías sobre consoladores de todos los colores, tamaños, texturas, y funciones. Los había para el agujerito trasero, para rozarse contra ellos, para cabalgarlos en el suelo, sumergibles para la bañera, larguísimos para compartirlos…
―           ¿Es que te da corte? – le preguntó Violette al oído. Tamara sólo pudo encogerse de hombros. – A mí no. Sería más fácil contigo que con un chico – repuso de nuevo, como si se lo dijera a sí misma.
En aquellos momentos, Tamara aún no sabía nada de su tendencia lésbica, ni de cómo cambiaría su vida en unos cuantos años. Sólo sabía que su mejor amiga le estaba haciendo una proposición muy seria, para dejar de ser niñas.

―           ¿Lo prometes? – insistió Violette.
―           Sí, lo prometo – musitó finalmente Tamara.
―           Bien – Violette le echó un brazo al cuello, atrayéndola hasta depositar un beso en su mejilla. – Yo también lo prometo.
Por raro que pareciese, Tamara le estuvo dando muchas vueltas a aquella promesa durante semanas, pero el tema no volvió a surgir entre las dos chiquillas. Sus vidas siguieron llenándose de tareas y cosas nuevas, hicieron nuevas amigas, discutieron sobre chicos, y, desgraciadamente, los padres de Tamara murieron.
Dos o tres veces por semana, Tamara y Violette hablaban por Messenger o por cam. Tamara le contaba como era Derby, una ciudad mucho más pequeña que Londres, y Violette le explicaba que todos los chicos que conocía eran retrasados mentales.
―           ¡Estoy a punto de buscarme un universitario! – exclamó Violette con un bufido.
―           No creo que estén interesados en niñas como nosotras – meneó la cabeza Tamara, ante su monitor.
―           Ya lo sé, a no ser que me levante la falda delante de uno. Dicen que siempre están salidos.
―           ¿Te atreverías a hacer eso?
―           ¿Estás loca? Tan sólo bromeaba – la tranquilizó su amiga. – Pero se acerca la fecha límite – musitó de repente, sobresaltando el corazón de Tamara.
―           ¿Qué fecha? – preguntó, como si ya no se acordara de su promesa.
―           Joder, niña, ya sabes. Nuestra promesa…
―           Ah…
―           ¿No te echaras atrás ahora? – Violette agitó su índice ante la cámara.
―           No, no… sólo que… es mejor un chico, ¿no?
―           A falta de pan, buenas son tortas, como dicen los españoles.
―           Ya.
El problema es que Tamara ya conocía esas tortas, desde hacía unos meses. Solía dormir con Fanny dos o tres veces por semana, cada vez que su hermano se ausentaba, y su cuñada se había encargado de hacer desaparecer el molesto himen.
Tamara empezaba a ser consciente de cuanto le gustaba el sexo sáfico, aunque aún no conocía su faceta gerontofílica. Sin embargo, ya no sentía ningún recelo a la hora de imaginarse desflorando a su amiga. No era algo que la ilusionara especialmente, pero tampoco la desagradaba. Su amiga era guapa y simpática, y tenían mucha confianza entre ellas, pero había un problema que había que solucionar si llegaba el momento. Estaban separadas físicamente.
Violette seguía en Londres, y Tamara se encontraba en una ciudad del centro de la isla. Violette podía invitarla un fin de semana. Gerard, el hermano de Tamara, no podría ninguna pega por ello. La subiría a un tren y la enviaría a la capital. Pero una vez en casa de Violette… ¿tendrían intimidad para llevar a cabo lo que pretendían?
Sin embargo, Violette lo tenía todo pensado y preparado. Durante el tiempo que llevaban separadas, se dio cuenta que echaba muchísimo de menos a su amiga, y que sería mucho más bonito y dulce, que se desfloraran mutuamente que someterse al bombeo de un macho que tan sólo buscaría su propio disfrute.
Siendo consciente, desde hacía meses, de lo que quería, preparó una semana de reunión de antiguas alumnas del colegio, con la ayuda de varias veteranas de último año. El colegio privado era célebre por varios motivos y uno de ellos era por la cantidad de alumnos que esperaba su ingreso y por los que tenían que abandonar el centro a mitad de curso. La propuesta de aquel grupo de trabajo gustó a la dirección del colegio. Durante una semana, antiguas alumnas podrían recordar su estancia en el centro, en una especial invitación. Acudirían a clase, podrían acceder a toda la instalación, vestir el uniforme… todo cuanto hicieron anteriormente, y todo ello constaría en su ficha escolar.
Tamara reconoció el ingenio de su amiga cuando la invitación llegó al departamento administrativo de su actual escuela. Podría acudir con todos los gastos pagados encima. Violette lo había arreglado con sus padres para que durmiera en su casa, en su dormitorio, durante su estancia. ¡Incluso había conseguido un consolador y todo!
Así que, cuando llegó el momento, un domingo por la tarde, Gerard la acompañó a la estación para tomar un tren hasta Londres. Como buen hermano, encargó al revisor que le echara un ojo a su inocente hermanita, hasta llegar a la capital.
El tren la dejó en la estación de West Hampstead, donde Violette y su padre la estaban esperando. Las dos chiquillas se abrazaron con fuerza, besándose las mejillas. Louis, el padre de Violette, de origen francés, colocó sus brazos por encima de los hombros de ambas, y las condujo al coche.
Cenaron temprano y se fueron a la cama inmediatamente. Tenían muchas cosas que contarse y debían madrugar al día siguiente. Tamara no le contó nada de su lío amoroso con su cuñada, ni de que había perdido ya su virginidad, pero se pasó todo el rato mirando a su amiga a los ojos, abrazada a ella.
En aquel año de separación, los cuerpos de ambas habían cambiado. Tamara era ya toda una mujer, de pechos medianos y caderas desarrolladas, aunque esbeltas, y Violette había redondeado sobre todo las nalgas. Aún tenía pecho menudo y cara de niña, pero sus piernas y trasero eran de primera. Aún llevaba aquel corte de pelo como un niño, con el flequillo caído sobre un ojo, pero ahora casi rubio platino, debido a un buen tinte.
A la mañana siguiente, Violette insistió en que se ducharan juntas. Tamara aceptó y se enjabonaron mutuamente, sin ir más lejos. Parecía que Violette quería tomarse las cosas sin prisas, y a Tamara le pareció bien. Una vez secas, peinadas, y ligeramente maquilladas, Violette le entregó el uniforme escolar. Estaba algo retocado para subir el largo de la falda escocesa, de cuadros negros sobre fondo rojo, una cuarta por encima de la rodilla. Los altos calcetines blancos acababan justo ahí, dejando una franja de piel a la vista de apenas tres dedos. El clima aún no estaba siendo muy malo para ir sin medias. Zapatos negros cerrados de cuña, cómodos y ligeros, camisa blanca de manga larga, corbata corta a juego con la falda, y un chaleco suéter, gris oscuro, completaba el uniforme.
Al mirarse las dos en el espejo de la puerta del armario, pensaron que estaban monísimas y provocativas, lo que cualquier colegiala buscaba en el fondo.
Entraron en la escuela cogidas de la mano. Violette la presentó sus amigas en el recreo, y de ella, dijo que era su primera y mejor amiga. Marla, Beth, y Lyla eran chicas típicamente londinenses. Marla era de ascendencia zulú, Beth era una pecosa hija de de irlandeses, y Lyla era una mestiza asiática de tercera generación. La verdad es que cayeron muy bien a Tamara.
Aquella tarde, repasando un par de temas escolares en la habitación de Violette, ésta le preguntó si había salido ya con chicos. Tamara se levantó del escritorio y se sentó en el borde de la cama de matrimonio donde ambas dormían.
―           No he salido con chicos, Violette. No me gusta ninguno, hasta ahora.
―           ¿No? Yo he salido con dos, pero me cansé enseguida.
―           ¿Demasiado “pulpos”?
―           Ni te cuento – se rió Violette, sentándose a su lado y tomándola de la mano.
―           Pero sí he salido con chicas – dijo de repente Tamara, no entrando más en detalles. No pensaba decirle que se entendía con su propia cuñada.
―           ¿Con chicas? ¿Te gustan las chicas, Tamara? – se asombró su amiga.
―           Sí, creo que sí.
―           ¿Desde cuando?
―           No lo sé – se encogió de hombros. – Lo he descubierto hace poco. Aún estoy… experimentando, digamos.
―           ¡Qué callado te lo tenías! – la recriminó dulcemente Violette.
―           No es algo que se diga de pasada.
―           Entonces… ¿te gusto yo? – Violette se llevó una mano al pecho.
―           Bueno… eres muy guapa y eres mi amiga. Sí, me gustas.
―           ¡Mucho mejor! ¿No?
―           Para mí, sí. ¿Y para ti?
―           No lo he hecho nunca con una chica.
―           Ni con un chico tampoco, vamos.
―           ¡Pécora! – Violette le soltó un manotazo en el hombro. – Pero creo que me gustará probar contigo.
―           ¿Por qué?
―           Porque sí. Ya te quiero como amiga y estás guapísima con ese uniforme. Beth me lo ha dicho al oído. Ella también es un poco… de la otra acera, ¿sabes? Me dijo que ha tenido que contenerse para no meterte mano por debajo de la falda – susurró Violette en confidencia.
―           ¿De veras?
―           Lo juro. ¿Te gusta?
―           No lo sé. Todas esas pecas me confunden.
―           Te puedo asegurar que tiene los pelos del pubis rojos, rojos – gesticuló Violette, con una mano, luciendo una bella sonrisa.
―           Buuagg… que asco… ¡Pelos en el coño! – Tamara se llevó un índice a la boca, simulando una arcada.
―           A ver, ¿qué es eso de pelos en el coño? ¿Tú no tienes? – esta vez, su rostro se puso serio.
―           Ni uno. Me paso la cuchilla cada dos días. Es más higiénico y queda mucho mejor.
―           ¿Por qué? – Violette elevó las palmas de ambas manos con la pregunta.
―           ¿Tú meterías la lengua allí, entre todos esos pelos?
―           ¿La lengua en…? Oh, ya comprendo – las mejillas de Violette enrojecieron.
En el segundo día, Violette la llevó a merendar a una pastelería célebre, junto con sus amigas. Estuvieron hablando un poco de todo y hartándose de pasteles. Violette dejó caer que Tamara tenía experiencia con chicas y tanto Beth como Marla hicieron preguntas, curiosas. Lyla mantuvo una expresión de asco durante todo el tiempo.
―           Creo que Beth se ha interesado aún más por ti, al saber que te van las chicas – le dijo Violette, metiéndose en la cama. Portaba una vieja y larga camiseta de Elton John, que dejaba sus piernas desnudas a partir de medio muslo.
―           Es más curiosidad que otra cosa – repuso Tamara, saliendo en bragas del baño de su amiga. Tiró su sujetador sobre una silla.
―           ¿Duermes desnuda? – se asombró Violette.
―           Sí. He intentado durante estas dos noches con el camisón, pero no me siento cómoda. ¿Te importa, Violette?
―           No, no, que va, pero yo no podría.
―           ¿Por frío?
―           No exactamente.
―           ¿Por pudor? Aquí nadie te ve.
―           No lo sé, será la costumbre.
―           A ver, cuéntame más cosas sobre Beth. ¿Por qué dices que es medio lesbiana? – preguntó Tamara, metiéndose bajo las mantas.
―           No sé… siempre está tocándonos, abrazándonos, y suele dar picos a todas las chicas. ¿No es raro?
―           No demasiado. ¿La habéis visto besar en serio?
―           ¿Con lengua? – un atisbo de asco se deslizó por su rostro.
―           Sí.
―           No, creo que no.
―           ¿Y competiciones sexuales? ¿Ha hecho alguna?
―           ¿A qué te refieres? – Violette no entendió el término.
―           A proponer que comparéis los pechos, a ver quien alcanza antes el orgasmo masturbándose, y cosas así…
―           Bueno, lo hicimos… una vez… las cuatro… en la ducha – murmuró Violette, enrojeciendo.
―           ¿Todas juntas?
―           No, no… cada una en una ducha. Estábamos solas en los vestuarios – negó rápidamente la rubia de pelo corto.
―           Así que no os veíais las unas a las otras, pero si os escuchabais…
―           Sí.
―           ¿Lo propuso Beth?
―           Creo que sí.
―           ¿Y tú? ¿Qué sentiste? – preguntó Tamara, apoyando su frente en la cabeza de su amiga. Las dos testas quedaron unidas, Violette con los ojos bajos, Tamara intentando ahondar en su expresión.
―           No sé… creo que estaba tensa – murmuró Violette.
―           ¿Tensa? ¿Por qué?
―           Las escuchaba jadear… Marla era la que más gemía… que cerda – sonrió levemente.
―           Dime, Violette, ¿en qué pensabas tú mientras te tocabas?
―           Esto… déjalo, Tamara – agitó una mano.
―           Venga, dímelo, anda. ¿Pensabas en algún chico?
Violette, con los ojos bajos, negó con la cabeza.
―           ¿Imaginabas a tus amigas, verdad? Tocándose bajo el chorro de agua, apoyadas en los azulejos, con las piernas abiertas, las caderas agitándose…
―           Joder, Tamara, no seas tan gráfica – se agitó Violette.
―           Pero… es así, ¿no?
―           Sí – suspiró finalmente Violette. – Aquellos gemidos me pusieron muy mala… como nunca me he excitado.
―           ¿Lo habéis hecho más veces?
―           No – y la corta respuesta indicó perfectamente su frustración.
―           Pues habrá que proponerlo de nuevo, ¿no?
―           ¡Estás loca! – negó Violette.
―           ¿Crees que ellas no se calentaron lo mismo que tú? Supongo que todas acabasteis, ¿no?
―           Al menos, eso aseguraron – dijo Violette, consciente del calor que emanaba del cuerpo que tenía a su lado.
―           ¿A quien te hubiera gustado tener en la ducha contigo? Sé sincera.
―           A Lyla… pero no creo que lo aceptara… Ya viste el gesto de asco que hizo…
―           Eso no quiere decir nada. Puede ser una simple máscara, algo que hace para que no sepamos lo que realmente siente. ¿Admitió haberse corrido?
―           Sí.
―           Ya ves entonces. Ahora bien, ¿te has imaginado tocando el coñito de Lyla?
―           Joder… ¡qué directa que eres!
―           Ya no es momento de medias tintas, Violette. Ya sabes a lo que he venido aquí… Seguro que te has masturbado un montón de veces con la imagen de Lyla… después de ir a la piscina y verla en bikini, o el recuerdo de una sauna…
El rostro de Violette se había vuelto carmesí y procuraba no mirar a su amiga.
―           Así que he dado en el clavo. Quizás incluso tienes algunas fotos de ella, tomadas en momentos un tanto íntimos… ¿Acierto?
El gesto de Violette no podía ser más evidente. Mordisqueaba una de sus uñas, nerviosamente.
―           Es natural. Lyla es muy hermosa, con esos ojos achinados, del color de la miel, y una piel de porcelana – musitó Tamara, tomando la mano de su amiga, la que tenía en la boca. – Te has imaginado cómo sería pasar tu mano por su piel, puede que muchas veces, pero, ¿has tocado alguna vez la piel de una mujer, aparte de la de tu madre?
Violette negó con la cabeza, casi de forma violenta.
―           Ahora tienes la oportunidad, Violette. Estoy aquí por ti… recuérdalo – le dijo Tamara, llevando la mano de su amiga hasta su clavícula desnuda y depositándola allí.
Tímidamente pero sin temblar, la mano de Violette descendió desde el hueco del hombro de Tamara hasta la pequeña pirámide que formaba su erecto y delicioso pezón. La mano volvió a recorrer aquel camino, pero esta vez ascendente, deleitándose en la sedosidad de la piel, en el cálido tacto. Tamara la miraba y sonreía levemente, animándola a seguir probando.
Los trémulos dedos no tardaron en apoderarse del pezón que soliviantaban, acariciándolo, pellizcándolo, atormentándolo, hasta que, enrojecido y muy sensible al tacto, obligó a Tamara a quejarse y cerrar los ojos. Tomó la mano y la desplazó sobre su otro pezón, para que realizara allí la misma función.
Tras unos minutos, Tamara hizo descender la mano de su amiga hasta su ombligo, donde dibujó lentos arabescos sobre su vientre, consiguiendo que ondulara como el de una bailarina del susodicho.
―           ¿Quieres meter tu mano en mis braguitas, Violette? ¿Quieres tocar mi coñito? – le preguntó Tamara, el rostro girado hacia ella, los ojos prendidos en los suyos.
Violette tan sólo asintió y tragó saliva, dejando que Tamara tomara de nuevo su mano y la llevara hasta su destino. Bajo la prenda íntima, el pubis era un horno. Con los muslos abiertos, Tamara esperaba el encuentro con aquellos dedos. Concentrándose en el sentido del tacto, Violette imaginó cómo debía de ser la vagina de su amiga. La vulva parecía estar hinchada, muy mullida, y de fino tacto. Los labios vaginales se abrían como los pétalos de una singular flor tropical, perlados de humedad, insuflados por el ardor. Se dijo que Tamara tenía razón, sin vello era mejor. Paseó el nudillo del dedo índice sobre el monte de Venus y apretó el clítoris con fuerza, arrancando un hondo suspiro de su amiga.
“¡Madre del amor hermoso, qué bueno es esto!”, se dijo, relamiéndose mentalmente.
El dedo corazón buscó, él solo, por intuición, el camino al interior de la vagina de Tamara, hundiéndose lentamente en aquel diminuto pozo del más exquisito placer.
―           Estás muy mojada, Tamara – murmuró, admirando el perfil de su rostro.
―           Estoy muy… cachonda – admitió, haciendo reír a Violette. – Me excitas muchísimo…
―           ¿Yo? – se asombró Violette.
―           Sí. Tú y tu súbita timidez… ¿Quién lo habría dicho, amiga? ¿Quién podía imaginar que toda tu exuberancia no fuera más que palabrería?
―           Calla, por favor – gimió Violette, hundiendo sus dedos todo lo que pudo en aquel coño que deseaba saborear, pero que no se atrevía. – No digas guarrerías…
―           Aaahhhh – suspiró Tamara, echando hacia delante las caderas.
―           Ssshhh… calla, que nos van a escuchar – dijo Violette, tapando con su mano desocupada la boca de su amiga.
―           No pienso t-tocarte aún… Violette – Tamara se interrumpió, deslizando su lengua entre los dedos que tapaban su boca. – Aparta esa mano y llévala a tu coñito… mastúrbame y háztelo tú misma, al mismo tiempo… vamos… amiga… lo estás deseando…
Sin pensarlo más, la mano libre de Violette se deslizó bajo su propia camiseta de Elton John y se coló en sus bragas de algodón. Inmediatamente, comprobó que su vagina estaba tan mojada como la Tamara, incluso podía ser que más… Su coño se abrió, aceptando la presión de su dedo índice, más ansioso que nunca. Usó el índice y pulgar de cada mano para friccionar y comparar los clítoris. El de Tamara estaba más crecido e inflamado, y la hizo botar sobre la cama con la sensual maniobra.
Las dos estaban boca arriba en la cama, la colcha medio retirada, los rostros enfrentados, una mirando a la otra, y Violette frotaba enérgicamente ambos pubis.
―           Estoy a p-punto de… correrme… Violette – balbuceó Tamara. – No dejes… de m-mirarme… mientras me… ¡oh Dios! Me… corrooooo… – se dejó ir con aquellas palabras, sacudiendo su pelvis con un estremecimiento.
―           Oooh… madre santa… que guarraaaaaaa me sientooooooooooo… — Violette no pudo resistir más morbo y siguió a su amiga, apretando sus dedos contra ambos coños.
Durante veinte segundos no hubo más palabras, ni más movimiento, las dos sumergidas en ese mundo espiritual que nace con cada orgasmo y que se desvanece al abrir los ojos, un instante después.
―           Creo… que me he meado – confesó Violette en un murmullo.
―           No, más bien es que nunca te habías corrido así, ¿verdad? – se rió Tamara.
―           Puede. ¿Siempre es así con una mujer?
―           No lo sé… sólo tengo experiencia con una. Tú eres la segunda, y me ha encantado, así que puedo contestarte que sí.
Aquella noche, durmieron mucho más juntas, Violette abrazando a Tamara desde atrás, haciendo una perfecta cuchara pegada.
 
En el recreo del tercer día, Violette no la llevó a encontrarse con sus amigas, sino que la llevó a un ala cerrada del colegio. Allí, entre sábanas con polvo acumulado, y rincones penumbrosos, se besaron y tocaron largamente. Violette estaba muy frenética y se corrió al poco que Tamara metió una rodilla entre sus muslos, friccionando expertamente el rubio coñito de su amiga.
Aquella misma tarde, Tamara depiló cuidadosamente el pubis y la raja del culito de su amiga, en el cuarto de baño. Se entretuvo en introducir un dedo bien lubricado en el ano de Violette, divirtiéndose con las débiles pedorretas que se le escapaban, entre suspiros y gemidos.
Durante la noche, Tamara subió el termostato lo suficiente como para quedarse desnudas sobre la cama, la colcha en el suelo, y mantuvo la cabeza de Violette más de una hora entre sus piernas, enseñándole a comer como Dios manda un coño. Finalmente, cansada por tantos orgasmos, obsequió a su excitadísima amiga con un frotamiento de coño usando tan sólo su pie y el dedo gordo.
Tal y como había dicho Violette en un par de ocasiones, pareció orinarse encima, pero sólo se trataba de líquido prostático. Violette tenía la suerte de ser una de esas mujeres eyaculadoras.
En la noche del cuarto día, Tamara le devolvió la atención a su amiga. Ni siquiera la dejó ponerse su camiseta de dormir. Nada más cenar, se encerraron en el dormitorio, y Tamara la desnudó rápidamente, en la cama. Le hizo un verdadero traje de saliva, repasando todo el cuerpo de Violette con la lengua, succionó su ano en profundidad y le hizo lamida tras lamida hasta que se quedó dormida, debilitada por los orgasmos. Aquella noche, en más de una ocasión, Tamara creyó que los padres aparecerían en la habitación, debido a los largos quejidos de su hija.
Y llegó el quinto día, el elegido para el gran momento por la propia Violette; la tarde del viernes. Las dos llevaban toda la mañana más calientes que dos pinchos morunos en la feria de Sevilla. Incluso durante el almuerzo en la cafetería, habían estado haciendo manitas bajo la mesa.
―           ¿Podemos escaparnos de las actividades de esta tarde? – le preguntó Tamara en un susurro.
―           Sí, tenemos Moda y Complementos y una charla de Ética, pero no podemos abandonar el colegio hasta las cinco – cuchicheó Violette.
―           No importa. He encontrado el escondite del consolador y me lo he traído en la mochila.
―           ¿Qué? – Violette se obligó a bajar la voz tras la sorpresa.
―           Que pienso follarte esta tarde, aquí, en el colegio. Un sitio interesante para perder la virginidad, ¿no te parece?
―           ¡No, loca, aquí no!
―           Oh, sí. Así que ya puedes buscar el sitio más seguro para ello – la informó Tamara, muy seria.
Cuando acabaron de almorzar, Tamara la tomó de la mano. Notó que Violette temblaba, quizás nerviosa, quizás ansiosa, y la sacó casi a rastras del comedor, buscando despistar a las amigas. Violette la condujo de nueva a aquella ala en la que se escondieron el tercer día, pero ésta vez subieron a una especie de desván, lleno de material deportivo, tanto nuevo como usado.
―           El gimnasio estará cerrado hasta el lunes, así que nadie subirá aquí – musitó Violette, conduciéndola hasta un montón de colchonetas amontonadas.
Era como disponer de una cama enorme, oculta detrás de apilados caballos de cajones, espalderas medio rotas, y enormes cestas llenas de balones de diferentes tamaños.
―           Ay, Violette, ¡qué ganas tenía de pillarte a solas! – exclamó Tamara, abrazándola. – Hoy vas a dejar de ser una niñata y florecerás como mujer.
Violette tembló aún más al escuchar aquellas palabras, y hundió la lengua en la boca de su amiga, con un gruñido. Estaba más que dispuesta a hacerlo. De hecho, estaba ansiosa. Sus lenguas se enredaron en una batalla colosal en la que cada una pretendía ser dueña y señora, pero ninguna conseguía ventaja. La saliva resbalaba por las comisuras de ambas chicas, mojando los chalecos al caer.
Tamara fue la primera en quitárselo, pero cuando su amiga quiso imitarla, ella lo impidió.
―           No te quites la ropa, cariño. Quiero follarte con ese uniforme puesto que tan cachonda me pone – sonrió Tamara.
―           ¿De verdad te pone?
―           Bufff… no sabes tú lo que daría por estar en otro colegio privado. Le iba a meter mano hasta el conserje…
Las dos se rieron y siguieron besándose, pero Violette ya no hizo ningún intento de desnudarse. Rodaron sobre las colchonetas, abrazadas y besándose, incluso mordiéndose suavemente. Tras unas cuantas caricias, Tamara comprobó que su amiga ya chorreaba y le quitó las braguitas lentamente, con las miradas prendidas, lujuriosas. Después, la colocó a cuatro patas y le subió la falda escolar hasta la cintura, mostrando esas nalguitas tan sensuales, que Violette meneó pícaramente. 
―           Así, así… muéstrame lo puta que puedes llegar a ser con tal de que te meta ese pedazo de polla de plástico, guarra – susurró Tamara, inflamando aún más el deseo de su amiga.
―           Por favor… házmelo ya… zorrón…
Tamara se arrodilló obscenamente a la grupa de su amiga, levantando su propia grupa. La falda se le subió más de la cuenta, revelando que, aquel día, Tamara había decidido ir sin bragas al colegio. Sus senos colgaban, bamboleándose levemente cada vez que pasaba un dedo sobre la mojada vulva de Violette. Ésta no hacía más que gemir y menear sus caderas, muy deseosa de lo que le había prometido Tamara.
―           ¿Lo quieres ya? – preguntó Tamara suavemente.
―           Oh, sí… lo quiero ya – respondió Violette, con un sensual gruñido.
Tamara abrió la mochila y sacó el aparato de látex, de unos quince centímetros de largura, por cuatro de circunferencia. Representaba un falo masculino, de pálida textura y rugosidades muy realistas. Tenía un ensanchamiento en la base, que simula el inicio de un escroto, y la base era roja por debajo, donde se instalaban los controles del vibrador. Tamara se lo metió en la boca para humedecerlo, mientras su amiga la contemplaba con mucho deseo. Finalmente, lo puso en la boca de Violette para que la ayudara.
La rubita de pelo corto dejó caer regueros de saliva sobre el consolador, sin dejar de mirar a su compinche sexual.
―           ¿Por qué no hicimos esto antes? – preguntó Violette, dejando la boca libre un par de segundos.
―           No lo sé… por mi parte, no he experimentado todo esto hasta ahora, al mudarme… Ni siquiera sabía que podía existir algo tan erótico…
―           Sí – sonrió Violette. – Yo creía que las bolleras eran unas señoras bastas como camioneros y súper feministas.
―           Las habrá, no te lo discuto, pero también hay chicas normales, como nosotras, que gustan de usar lencería fina… maquillarse, ir a la moda… Trae, golfa, deja de chupetear ya – Tamara le quitó el consolador de la boca.
Violette miró muy atentamente, por encima del hombro, como su amiga acercó el consolador a su vulva, rozando largamente los labios menores. El aparato comenzó a vibrar suavemente, masajeando toda la zona, hasta incidir sobre el inflamado clítoris. Un profundo suspiro surgió de lo más profundo del esbelto cuerpo de Violette.
Tamara tuvo buen cuidado de llevar a su amiga a un clímax tan cercano al orgasmo que, cuando situó la cabeza del consolador sobre el estirado himen, fue la propia Violette la que dio un caderazo para introducirse el aparato.
―           Ah, joder…
―           Sin prisas, Violette, déjame a mí – la retuvo Tamara.
―           Duele – jadeó su amiga.
―           Lo sé, pero se pasa enseguida. Ya verás.
Tamara comenzó a mover el húmedo instrumento muy despacio, sacándolo y metiéndolo tan sólo un par de centímetros. Lentamente, las caderas de Violette adoptaron el mismo ritmo, moviéndose en un corto círculo. La otra mano de Tamara pellizcaba suavemente los cachetes del trasero expuesto, enrojeciéndole poco a poco.
Los zapatos de Violette se movieron al engurruñir los dedos de los pies en su interior cuando Tamara profundizó un poco más. Sentía como su coñito se abría al paso del consolador, calmando un hambre que llevaba arrastrando meses.
―           Te lo voy a meter hasta el fondo, ¿preparada?susurró Tamara.
―           S-síí…
El empuje fue suave, pero, al mismo tiempo, decidido. El glande de látex topó con su cerviz, produciéndole un nudo emotivo en la garganta. Sus cerrados ojos se humedecieron. Ya no era virgen, se dijo.
―           ¿Lo notas?
―           Oh, Dios, como un puto alien dentro de mí – bromeó con un jadeo.
―           Pues procura que no te salga por la boca – continuó la broma Tamara.
―           Calla y dale caña, tonta…
Y así empezó un mete y saca cada vez más rápido e intenso. Violette hundía la cabeza entre los brazos estirados que la mantenían a cuatro patas, gruñendo como una cerda. Se sentía muy libre y muy perra, notando las manos de su amiga en su entrepierna. El calor que nacía de su vagina la sofocaba y no podía dejar de rotar sus caderas, abriéndose totalmente para los embistes.
Tamara alternaba la frecuencia del consolador, con tocarse ella misma. Su vagina estaba licuándose como nunca, terriblemente excitada por lo que estaba haciendo. Sus dedos bajaban a su entrepierna cada pocos segundos, friccionando con fuerza hasta sentir ese pico de tensión que la medio calmaba durante un instante.
Y, en uno de esos instantes, escuchó el murmullo detrás de ella.
 
Se giró rápidamente y pescó a Beth espiándolas. Estaba apoyada con una mano sobre la superficie acolchada de un potro de anillas, y la otra metida bajo su falda. Su rostro pecoso había adquirido el mismo tono que su cabellera y mantenía la mandíbula descolgada. Tamara dio una fuerte palmada en una nalga de Violette, obligándola a girar la cabeza y mirar por encima del hombro, mordisqueando uno de sus dedos.
―           ¿Qué coño…? – empezó a decir, pero se calló al ver aparecer las cabezas de Marla y Lyla.
―           ¿Ves, cacho de guarra? ¡Te dije que no te acercaras tanto, que te iban a descubrir! – amonestó la negrita a la irlandesa. – No, la señora tenía que ver mejor para hacerse un dedo…
―           ¿Nos habéis seguido, putas? – preguntó Violette, resoplando.
―           Pues claro – admitió Lyla. – Estabais muy raras, joder.
―           ¿Cuánto tiempo lleváis espiándonos? – esta vez fue Tamara la que preguntó.
―           Desde que le has metido toda esa cosa – dijo Beth, aún con la falda remangada en la mano.
―           ¡Pues me habéis cortado el puto rollo! – exclamó Violette, arrodillándose. – Estaba a punto… muy cerca…
―           Lo siento – se excusó la mestiza asiática, bajando la cabeza. – Ha sido la culpa de la salida ésta… sólo queríamos mirar…
―           Pues podéis sentaros ahí – Tamara señaló una alta cajonera – y mirar. Cuando consiga que Violette se corra como una perra, la que lo desee puede ocupar su lugar.
―           ¡Tamara! – exclamó su amiga, abriendo mucho los ojos.
―           ¿Qué? ¿No ves como están de calientes? ¡Están deseando de probar! ¿No es cierto?
Ninguna contestó, pero todas apartaron la mirada, enrojeciendo las mejillas. Finalmente, se sentaron sobre el cuero sintético, levantando sus faldas para que los jugos que rebosaban ya sus prendas íntimas no las mancharan. Tamara le dio otra palmada a su amiga.
―           Venga, échate de espaldas y abre bien las piernasle dijo.
Se arrodilló de nuevo, esta vez encarando a Violette, y volvió a introducir el consolador, el cual, esta vez, se deslizó como sobre seda. Violette la miró a los ojos, algo incómoda con la presencia de sus otras amigas, pero pronto todo aquello desapareció de su mente, cegada por el rápido frotamiento del látex. Gemía y se agitaba de nuevo como si no hubiera un mañana.
Las tres chicas sentadas sobre el potro se mordían las uñas. Ninguna de ellas quería reconocerlo en voz alta, pero estaban locas por probar. Tamara giró el rostro hacia ellas y dijo:
―           Necesito que una de vosotras me acaricie y me calme, porque sino no podré seguir – su voz estaba entrecortada, muy excitada.
Las tres amigas se miraron entre ellas y la pelirroja Beth fue la más decidida, levantándose y arrodillándose al lado de Tamara. Ésta la tomó de la muñeca, conduciendo una de sus manos entre sus ardientes muslos.
 
―           ¿Sois todas vírgenes? – esperó al cabeceo de las tres. — ¡Joder, cómo me voy a divertir hoy!
Con una sonrisa en los labios y un hábil dedo en su coñito, Tamara retomó su sensual tarea. Al poco, eran varias las gargantas que gemían en aquel rincón casi olvidado, y ninguna mantenía ya el uniforme puesto.
* * * * * * * * *
“No hay nada mejor que unas amigas bien avenidas para soportar las tediosas horas de colegio, ¿no?”, era la último que escribió en aquella entrada. Sus recuerdos de aquella semana de vuelta a su antiguo colegio eran muy buenos, ahora revitalizados. El fin de semana lo pasaron las cinco juntas, en casa de Lyla, ya que sus padres se ausentaban habitualmente.
Con aquella imprevista comunión, Tamara comprendió que aunque no le diría que no a una oportunidad así, no era lo que más la atraía. Por aquel entonces, Fanny estaba en su corazón y en su cabeza, y resultaba mucho más atractiva que una chica de su edad, inexperta y tonta. Pero el morbo que había sentido iniciando a Violette y luego a las otras, había estado genial.
En aquella época, aún no comprendía lo ambivalente que era su mente, lo que podía buscar en ambos extremos… Sonrió, quitando el pendrive y guardándolo en su escondite.
Lo último que sabía de Violette es que había cambiado de carrera para seguir a Lyla a Antropología y Arqueología. Al parecer, compartían piso y cama…
 
 
 Continuará…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
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