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Relato erótico: “Un día de huelga” (POR DOCTORBP)

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Estaba inquieta. Llevaba tiempo dándole vueltas a este día, un día de huelga. Para Miriam llegaba tarde. A pesar de estar en contra de las cosas que estaban sucediendo últimamente consideraba que este movimiento no era más que un paripé y que la huelga debería haberse celebrado mucho antes, cuando aún era posible hacer cosas. Ahora, no tenía sentido.

Así, había decidido ir a currar a su puesto de trabajo, impasible ante posibles presiones que intentaran disuadirla. No obstante, no podía evitar cierto temor por los más que probables piquetes que la esperarían a ella y otros compañeros a la entrada de las oficinas.

Por suerte, pensó, la empresa había dispuesto de autocares que conducirían a los empleados hasta la seguridad del interior del edificio, evitando una confrontación directa con las masas que intentaran detenerlos. Pero, aún así, el nerviosismo que le provocaba aquel hormigueo en el estómago era inevitable.

Mientras se arreglaba pensaba en todas y cada una de las idas y venidas que le había dado al asunto durante la última semana y más se convencía de que iría a trabajar. A pesar del temor, era una mujer valiente, íntegra y no la iban a disuadir de sus ideas por unas simples amenazas. Pensaba en los piquetes y en sus malas artes para tratar que la gente no acudiera a sus puestos de trabajo. Más que piquetes informativos los llamaría piquetes agresivos. Se rió para sus adentros.

Una vez en el autocar que la conducía al trabajo, Miriam se encontró con el resto de compañeros que habían decidido acudir a su jornada laboral. Algunos de ellos, como Miriam, tenían claro que la huelga no tenía ningún sentido, era tardía y no conseguiría nada más que aplacar el malestar general de aquellos a los que no les daba la cabeza para más y pensaban que esta maniobra podía tener cualquier tipo de consecuencias. Nada más lejos de la realidad. Además, comprobó que no era la única a la que los piquetes le imponían respeto. Los había visto en acción en tiempos pasados y la verdad es que eran bastante contundentes en sus formas.

A medida que se acercaban a su destino, empezaron a oír la algarabía que la masa sindical formaba en las cercanías de las oficinas. Por suerte, habían habilitado una especie de pasillo cercado con vallas para que los autocares pudieran pasar alejados de la muchedumbre que pretendía detenerlos.

Al encarar la recta final, Miriam comenzó a divisar, a lo lejos, la cuantiosa multitud que los esperaba con pancartas, megáfonos y numerosos cánticos y lemas en contra de lo que ellos pensaban era una deshonra, ir a trabajar en ese día.

A medida que se acercaban, la intranquila mujer pudo divisar a compañeros y/o conocidos que la increpaban desde la prudencial lejanía. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, dolida ante la incomprensión que le suponía la situación. Compañeros con los que ayer hablaba amistosamente, ahora la insultaban simplemente por no ejercer su derecho a huelga. Los rostros desencajados, llenos de rabia, le provocaban un malestar inusitado que alcanzó su máximo esplendor cuando vio a Cosme, su mejor amigo dentro de la empresa, entre el gentío.

Cosme era un chico adorable, un trozo de pan y trataba a Miriam como una reina. Ambos se llevaban muy bien, tenían cierta complicidad y en los últimos años, como compañeros de trabajo, habían llegado a entablar una muy buena amistad. Y precisamente por eso a ella le dolió tanto verlo a través del cristal del autocar, con la misma cara de odio que el resto de compañeros que lo secundaban, increpando a los integrantes del vehículo, compañeros que habían decidido ir a trabajar.

Miriam se lo quedó mirando y, por un instante, le dio la sensación que ambas miradas se cruzaban y ella, pudorosa, retiró la vista rápidamente sin tiempo a saber a ciencia cierta si él la había reconocido. Aunque la distancia era considerable y no debía ser fácil ver el interior del autocar, ella tuvo la impresión de que Cosme la había divisado y, aún así, había seguido con sus gritos y vítores en contra de ella y el resto que pensaba como ella. Se sintió dolida, apenada.

Una vez en el interior del edificio, no cesaron los comentarios sobre lo ocurrido, disertando sobre las personas que habían visto, dando su opinión sobre la huelga y los motivos y consecuencias de la misma, etc. Miriam se centró más en sus compañeros, en cómo era posible que hoy la insultara alguien a quien ayer saludada cordialmente y quien, seguramente, mañana le hablaría como si nada hubiera pasado.

No fue hasta bien avanzada la mañana cuando la gente comenzó a trabajar como si de otro día cualquiera se tratara. Aún así, la falta de muchos de sus compañeros se notaba. El ambiente enrarecido, el volumen de trabajo liviano, el escaso ruido ambiente… mas Miriam sí tenía faena acumulada y no precisamente por su culpa.

Ninguno de sus compañeros le llegaba a la suela de los zapatos. A pesar de estar al mismo nivel en cuanto a sueldo y categoría, Miriam tenía mucha mayor responsabilidad, llevando temas que no se le presuponían por su cargo pero para los que estaba sobradamente capacitada. Además, se encargaba de ayudar a compañeros que no eran capaces de sacar su trabajo adelante, por mucho más simple que fuera. Tampoco hacía ascos a enseñarles una y otra vez cosas que directamente no entendían u olvidaban tarde o temprano para volver a preguntarle lo mismo nuevamente. Miriam estaba quemada y un día de parón le habría venido divinamente para desconectar, pero no se lo podía permitir. Ni sus ideales ni su bolsillo.

Miriam vivía en pareja y, aunque no les faltaba el dinero, tampoco se podía permitir dejar de cobrar un día sin más. Tenían lo justo para vivir bien, pero en ningún caso podían derrochar o dejar de mirar por el dinero. Y ese era otro de los motivos por los que había decidido no hacer huelga. Aunque parezca una contradicción, lo poco que cobraba por lo bien que hacía su trabajo, era un motivo para no ir a la huelga, aunque en ella se luchara contra casos como el suyo.

Pasada la media mañana, Miriam pudo respirar más tranquilamente. Había avanzado bastante faena y los pocos compañeros de su departamento que habían ido a trabajar estaban lo suficientemente ociosos como para no molestarla demasiado. En un momento de relax le vino a la mente lo acaecido durante la llegada a las oficinas. Visualizó el rostro desencajado de Cosme y luego recordó momentos vividos con él.

Cosme no trabajaba en el mismo departamento que ella. Se habían conocido puesto que él era informático y, durante un tiempo, fue el encargado de solventar los problemas del PC de Miriam cuando se quejaba de algún nefasto incidente informático. El chico, aunque tímido, era muy amable y a Miriam le pareció sumamente agradable. Tras una avería más grave de lo normal en la que estuvieron en contacto más tiempo del habitual, hablando por teléfono y conversando mientras él desarrollaba su trabajo, se hicieron amigos. Cosme comenzó a soltarse y abrirse más, bromeando con Miriam y comenzaron a enviarse mails simplemente para saludarse o para contarse cosas que nada tenían que ver con el trabajo. Si llevaban tiempo sin verse, uno u otro se desplazaba y hacía una visita de cortesía al puesto del otro y así fueron intimando más y más hasta convertirse en los grandes amigos que ahora eran.

Envuelta en sus pensamientos, se sorprendió al escuchar la voz del indeseable de su jefe. Si Cosme era un trozo de pan, Iván, su responsable, era todo lo contrario. Miriam no lo soportaba. A parte de lo ninguneada que la tenía y de las muchas deficiencias profesionalmente hablando que mostraba, era mala persona. O eso creía ella.

-Primero de todo quería agradeceros el esfuerzo que habéis hecho por venir. Sé que no es agradable ver a vuestros compañeros increpándoos por algo a lo que tenéis derecho, a venir a trabajar, igual que ellos tienen derecho a hacer huelga. Sin duda hay gente que no lo entiende correctamente. Los piquetes, que aparentemente tanto saben sobre nuestros derechos, tendrían que aprender que el poder acceder a nuestro puesto de trabajo es uno de ellos. Hay que respetar las decisiones de los demás y entender que el derecho no es una obligación. Y que conste que no me inclino hacia una u otra postura, simplemente digo que ambas deberían poder ejercerse con total libertad. Entiendo que los que habéis venido es porque no entendéis esta huelga tan tardía – y, tras una pausa en la que buscó la complicidad de alguno de sus empleados sin encontrarla, bromeó: – Ya somos 2 – y sonrió provocando las risas de algunos trabajadores.

Miriam estaba asombrada escuchando aquel pequeño discurso. Aunque no se rió de la triste broma de su jefe, se sintió extrañamente respaldada por sus palabras que reflejaban bastante fielmente su manera de pensar al respecto. Su jefe acababa de impresionarla gratamente, algo que jamás pensó que pudiera suceder, y se sorprendió a sí misma sonriendo y aún se sorprendió más al ver que Iván la miraba y le devolvía la sonrisa. Miriam se quería morir y apartó rápidamente la vista borrando su sonrisa y dejando un semblante duro mientras el resto de la oficina le hacía la pelota a Iván riéndole la gracia.

El mediodía llegó y Miriam, junto con unas compañeras, se dispuso a marchar a comer. Antes de hacerlo estuvieron discutiendo largo y tendido sobre dónde ir. No les apetecía demasiado enfrentarse con los piquetes que pudieran quedar custodiando las salidas de las oficinas, pero no tenían más remedio que salir fuera a comer. Por suerte, las palabras de Iván habían subido la moral de los trabajadores que se veían con más ánimo de hacer frente a los equivocados compañeros que fuera pudieran increparlos. Y Miriam era del mismo parecer, sentía que su jefe le había insuflado el poco valor que le faltaba para afrontar la salida sin problemas.

Por suerte, las noticias que llegaban del exterior es que a esas horas no había demasiados problemas para salir. Otros compañeros que lo habían hecho antes no se habían encontrado con demasiados sindicalistas, cosa que terminó por convencer al grupo para salir a comer. No obstante, decidieron marchar por una de las puertas de atrás e ir a un restaurante que se encontraba a pocos minutos de allí andando tras confirmar, mediante llamada telefónica, que estaba abierto.

Mientras iban comentando el mono tema del día salieron a la calle y allí se encontraron con uno de los sindicalistas ataviado con todo el arsenal del buen piquete. Se trataba de Guillermo, el pervertido compañero de Miriam.

El grupo, envalentonado por la superioridad numérica, se encaró con el solitario piquete mientras Miriam recordaba el mucho asco que le tenía. Guillermo llevaba poco tiempo en la empresa y, al entrar, se sentó justo en frente de ella. Era un hombre mayor, cercano a los 50 años, un viejo verde que no dejaba de mirar a la preciosa mujer, unos 20 años más joven, que se sentaba en frente. Guillermo no era precisamente discreto y Miriam odiaba aquellas lascivas miradas que eran continuas desde el primer día. Cuando sentía su mirada le provocaba un asco y rabia desorbitada, hasta el punto de haber deseado clavarle un bolígrafo en el ojo. Lógicamente jamás lo hizo con lo que el hombre se sintió libre de seguir, día tras día, desnudándola con la mirada. Miriam consideraba que era un pervertido, pero procuraba evitar pensar lo que podía llegar a hacer más allá de eso.

El hombre ahora parecía cohibido ante las recriminaciones del grupo que se disponía a ir a comer, pero cuando Miriam pareció despertar de sus pensamientos, descubrió la mirada lasciva que durante toda la jornada de trabajo la devorada, clavada nuevamente en ella. El odio se apoderó de ella y se unió a los gritos contra el hombre que en ningún momento les había dicho nada.

Tras el desagradable incidente, el grupo llegó al restaurante. La comida fue amena a pesar del tema de conversación del cual Miriam comenzaba a cansarse. Lo peor es que esto mismo que estaba oyendo una y otra vez tendría que volver a oírlo en casa con su novio, por teléfono con sus padres o comentarlo por internet con los amigos. Empezaba a estar saturada.

Cuando terminaron de comer y de pagar se dispusieron a volver al trabajo. El grupo estaba más tranquilo que antes de salir y parecía haber olvidado que los piquetes podían estar nuevamente esperándolos. De ese modo, nadie se preocupó cuando Miriam se disculpó volviendo al restaurante para comprar tabaco. Ella misma, despreocupada, indicó al resto que fueran tirando, que en seguida los alcanzaba y el resto no le dio mayor importancia, dejando que su compañera fuera sola al restaurante para luego volver a las oficinas sin ninguna compañía.

Miriam se percató de lo imprudente que había sido cuando volvía con el tabaco y se acercaba a la entrada trasera por la que habían salido. Sus nervios volvieron a emerger pensando que el número de piquetes podía haber aumentado. Se tranquilizó pensando que si sus compañeras habían seguido sin esperar ni avisarla es que no se habían encontrado follón. De todos modos, pensar en volver a encontrarse con Guillermo no era lo más tranquilizador que se podía desear. Ni tan solo el grato recuerdo de las palabras de su superior servía para desechar el asco que el viejo verde le provocaba. Y cuando lo vio se temió lo peor.

Efectivamente no había follón. El hombre seguía estando solo, pero esta vez, junto a la pancarta y el megáfono que llevaba en las manos, el tío se había colocado un pasamontañas provocando el terror en la asustada mujer que, a pesar de todo, decidió no dejarse impresionar y acceder a su puesto de trabajo ignorando a aquel energúmeno.

-¿Dónde te crees que vas? – le dijo la extraña voz distorsionada por la tela del pasamontañas que ocultaba el rostro del piquete. Miriam lo ignoró – ¿Te he preguntado que a dónde te crees que vas? – alzó la voz, pero siguió sin recibir contestación de Miriam que ya lo había rebasado y estaba un par de metros alejada del encapuchado.

El hombre reaccionó en un gesto rápido acercándose a la mujer y sujetándola del brazo.

-¡Te he dicho que a dónde vas!

Miriam sintió el tirón del brazo parándola en seco obligándola a girarse, quedando su indolente mirada en frente de los ojos de su compañero. No dijo nada.

-Ya no eres tan valiente, eh… ahora que estás sola ya no eres tan valiente… – le soltó con sorna, incitándola…

-Voy a trabajar – reaccionó por fin – ¿me dejas? – le insinuó mirando la mano que aún la retenía.

-Estás muy equivocada si crees que esta tarde vas a entrar ahí dentro… – le respondió con rabia, alzando la mirada por encima de Miriam, divisando la entrada a las oficinas que estaba tan cercana.

-¿Y cómo cojones crees que me lo vas a impedir? – comenzó a sulfurarse.

La reacción de la chica pareció sacar de sus casillas al hombre que la retenía. Sabía perfectamente el carácter que tenía Miriam y no quería que se creciera. Quería que la obedeciera.

-¿Qué te parece así? – le soltó un cachete en la cara.

Miriam no se lo esperaba. Aunque no le dolió físicamente sí que lo hizo interiormente. ¿Quién coño se creía el puto Guillermo para ponerle la mano encima? Ni él ni nadie tenía ningún derecho a hacer aquello. Le sacó de sus casillas por un instante, pero intentó tranquilizarse y controlar la situación.

-Si me vuelves a poner una mano encima, te jodo la vida – le amenazó con aire chulesco, de superioridad. No necesitaba las alentadoras palabras de Iván para sentirse superior al desgraciado de Guillermo – Es más, te vas a arrepentir de esto…

El hombre parecía dubitativo. Pensó que la torta tal vez no había sido la mejor idea. Había provocado justo lo contrario de lo que pretendía. Miriam parecía tan altiva e imponente, segura de sí misma, que temía realmente por él, por su puesto de trabajo, su familia… todo lo que ella pudiera hacer para joderle.

-No tendré que volver a pegarte si me haces caso – dijo al fin inseguro, pero sin soltar el brazo de su presa.

-¿Me estás amenazando? – le desafió.

La actitud de Miriam le estaba poniendo cada vez más nervioso. Notaba el sudor acumularse bajo el incómodo pasamontañas.

-No, sólo digo que…

Pero Miriam no le dejó acabar cuando se dio media vuelta para dirigirse a la entrada del trabajo. Sin embargo, el brazo que la retenía no la dejó marchar y empezó a forcejear para liberarse. Notó que la mano aumentaba la presión para evitar soltar lo que sujetaba y empezó a sentir dolor.

-Déjame ir… – ordenó en mitad del forcejeo.

-Te he dicho que no – insistió.

-Me haces daño… – se quejó, pero el hombre seguía impasible.

Miriam, cansada de la situación, golpeó con la mano libre el hombro de su compañero intentado provocar que la soltara. El piquete, nervioso ante la situación que se le había descontrolado, notó una punzada de dolor provocada por el golpe de su compañera y, en un acto reflejo, golpeó con todas sus fuerzas a la chica. El bofetón en la cara hizo que los dos se detuvieran al instante, dejando de forcejear.

Miriam no se lo esperaba. La ostia había sido considerable. Le pitaba el oído y notaba el calor de la sangre que resbalaba por la comisura de sus labios. Se asustó, se asustó mucho por primera vez. Con las piernas temblando, se agachó, resignándose.

-Está bien – dijo con voz temblorosa – ¿qué… qué quieres…?

La adrenalina bullía en el interior del hombre. La rabia de sentirse inferior a aquella mujer se había desbordado al recibir aquel maldito golpe. Y, al verla allí, sumisa, se sintió poderoso.

-Te dije que me hicieras caso. Esto no tendría por qué haber pasado – y se inclinó para pasar el pulgar por los labios de Miriam, recogiendo la poca sangre que allí había.

-Por favor, déjame ir, si quieres no voy a trabajar, pero déjame marchar –suplicó temiéndose lo peor.

Miriam sabía que Guillermo era un pervertido y se asustó pensando lo que podría hacerle un depravado que era capaz de golpearla. Maldijo que por culpa de la fuerza física se viera en esa situación. Y contra más lo pensaba, más asustada se sentía.

El hombre caviló unos instantes pensando la mejor opción. Simplemente quería darle un susto, hacer que no fuera a trabajar, pero en ningún momento quería golpearla.

-No puedo hacer eso. Si te dejo marchar podrías avisar a tus compañeros o acceder por otra entrada.

¿Pensaba retenerla de por vida? Miriam estaba al borde de la desesperación. Y, en un último intento alocado, pegó un tirón para intentar zafarse de Guillermo. La puerta estaba tan cerca… Por fin consiguió soltarse de la mano que la retenía y se alzó para comenzar a correr. Tenía la sensación de que iba muy lenta, el corazón le iba a mil por hora y, a escasos metros del objetivo, tropezó. Los segundos antes de darse de bruces contra el suelo fueron eternos. Pensó en lo torpe que era y en lo que ese tropiezo podía significar. Se aterró.

El piquete no se esperaba esa maniobra. Cuando vio a la mujer corriendo hacia la puerta de entrada a las oficinas pensó en salir corriendo en dirección contraria. Por suerte para él, decidió lanzarse a la desesperada con la intención de alcanzarla antes de que toda su vida se viniera abajo. Al ver que no la pillaría se lanzó con los pies por delante intentando zancadillearla. Los segundos hasta contactar con ella le parecieron eternos. Por su mente pasó lo torpe que había sido confiándose y dejando marchar a la mujer que podía joderle la vida. Se estiró todo lo que pudo y con la punta del pie consiguió tocar ligeramente el talón de Miriam. Suficiente para desequilibrarla y hacerla caer. Ahora debía levantarse más rápido que ella y volver a retenerla. Se lo iba a hacer pasar muy mal, pensó con rabia.

Ella intentó levantarse todo lo rápido que pudo, sin mirar atrás. Y cuando lo logró, notó la firme mano que la volvía a sujetar del mismo brazo ya dolorido. Su mundo se vino abajo.

-Hija de puta… te vas a enterar – y pegó un tirón arrastrando el cuerpo de la desesperada mujer.

-No, no lo hagas, por favor… – sollozó.

El enmascarado la llevó hasta un callejón oscuro y profundo cercano al lugar donde estaban. La calle cortada era conocida por ser lugar habitual de drogadictos, jóvenes que hacían botellón o vagabundos que buscaban cierto cobijo para resguardarse del frío en las largas noches de invierno.

Mientras se dirigían hacia allí, Iván salía por la puerta hacia la que tan sólo unos segundos antes corría Miriam desesperada antes de ser alcanzada por su nefasto compañero de trabajo.

El agresor no tenía claro lo que iba a hacer con la mujer. Ya la había asustado, ya había conseguido que no fuera a trabajar. Ahora únicamente quería vengarse del mal rato que le había hecho pasar. Al llegar al final del callejón la tumbó en uno de los colchones mugrientos en los que seguramente había dormido algún sin techo o fornicado alguna pareja joven antes o después de ponerse hasta las cejas de alcohol y/o sustancias psicotrópicas.

Al verla allí tumbada, temblorosa, se fijó en lo buena que estaba. Por primera vez en la vida veía a Miriam, aquella mujer tan imponente, segura de sí misma e inteligente, en una situación de sumisión total y la polla se le puso dura. Se le ocurrió que podía aprovecharse un poco de la situación.

-Déjame verte ese labio – le soltó en tono conciliador, intentando calmar la situación, buscando que la chica se confiara.

Pero Miriam no estaba por la labor. El hombre se agachó sobre el colchón, a su lado, y tuvo que agarrarle el rostro para girarle la cara para verla frente a frente. El labio había vuelto a sangrar ligeramente y el encapuchado acercó su cara a la de Miriam levantándose ligeramente el pasamontañas. Ella intentó apartarse, pero él la retenía con fuerza. Cuando estuvo a escasos milímetros de su rostro, el hombre sacó la lengua y con ella lamió la sangre chupándole la barbilla y los labios.

Ella se moría de asco. La repulsa que sentía por Guillermo era desmesurada y mucho más tras lo que había hecho y estaba haciendo. Sacó cierto valor para escupirle en la cara, pero rápidamente se arrepintió de haberlo hecho.

Aunque llevaba el pasamontañas, un poco de saliva cayó sobre el ojo del tío. Aquello le sacó de sus casillas. Cuando parecía que Miriam estaba más dócil siempre tenía que sacar ese temperamento para hacerlo sentir inferior. Encendido, el hombre se dispuso a magrearle los pechos mientras le comía la boca.

Miriam intentaba escabullirse zarandeando a su compañero, pero era imposible. El hombre la estaba babeando intentando introducir la viperina lengua en su boca, sellada a fuego. Mientras intentaba evitar su lengua, notó como el desgraciado metía las manos bajo el jersey, buscando sus pechos. El hombre se había sentado sobre ella impidiendo que pudiera escaparse. No tuvo tiempo de pasar miedo. La estaban violando y debía concentrarse en evitarlo.

El violador quería que abriera la boca, pero no lo conseguía y tenía las manos ocupadas magreando las duras carnes del vientre de Miriam. En seguida subió hasta sus pechos. Eran firmes y grandes. Tiró del sostén, rompiéndolo, y pudo notar el contacto directo con tremendos senos, con los excitantes pezones tiesos de la chica. Entonces se le ocurrió. Apretó con fuerza uno de los pezones provocándole el suficiente dolor como para que abriera la boca. El hombre aprovechó para introducir su lengua y lamer cada uno de los rincones.

Miriam se estaba ahogando. El muy bruto le había metido la lengua hasta la campanilla y le había llenado la boca de babas. Necesitaba respirar. Así que le mordió el labio haciéndolo sangrar. El hombre retiró el rostro sorprendido. Y ella le miró desafiante.

-Te lo debía.

-Serás hija de puta… – le soltó con una sonrisa malévola que hizo temblar a la chica, poniéndole la piel de gallina en todo el cuerpo.

El hombre escupió en el rostro de la víctima.

-Te lo debía – le dijo con sorna y aprovechó para lamerle el rostro recogiendo con la lengua su propia saliva mientras levantaba el jersey dejando al aire libre los hermosos pechos de la mujer.

El hombre se llevó la mano a la bragueta y, como pudo, abrió la cremallera para sacarse la polla completamente tiesa. Empezó a masturbarse mientras besaba a la chica bajando por su cuello hasta llegar a las tetas donde se paró a saborear el delicioso manjar que le proporcionaba el melonar.

-Por favor… Guillermo… si lo haces te arrepentirás toda tu vida – intentó la vía psicológica para salir del atolladero.

El hombre se sobresaltó, incorporándose para mirar a su víctima.

-Si supieras lo buena que estás… Si supieras lo buena que estás me entenderías. Te he deseado tanto, tantas veces. Esto no es más que un halago hacia tu persona.

Miriam pensó que estaba chalado y comprendió que únicamente podía salir de allí si alguien la ayudaba. Gritó, pero sabía que nadie la oiría. Volvió a gritar y se detuvo al notar las sacudidas que el hombre pegaba con el brazo. Alzó la cabeza y vio la paja que se estaba haciendo. Se quería morir.

-Eso es… mírame, mírame la polla. Es toda tuya. ¿La quieres? ¿Te gusta?

El hombre se acercó al rostro de la chica, dejando de masturbarse y mostrando triunfante su pito completamente erecto. Miriam se fijó que era bastante normal. Unos 12 centímetros.

-Siempre había imaginado que la tenías pequeña – quiso dañarle el orgullo – y estaba en lo cierto.

Aquellas palabras no le sentaron demasiado bien y volvió a abofetearla. De la ostia, los ojos humedecidos de Miriam soltaron las primeras lágrimas mientras el indeseable energúmeno que tenía encima colocaba su pene entre sus hermosos pechos. Con una mano agarró ambos senos, juntándolos y empezó el vaivén para hacerse una cubana. Inclinando el cuerpo hacia atrás, con la otra mano, comenzó a frotar la entrepierna de la chica.

A los pocos minutos Miriam comenzó a tener sensaciones enfrentadas. Sus ojos no dejaban de humedecerse ante la impotencia de estar siendo violada, pero las caricias en su entrepierna empezaban a ser placenteras. Eso aún le daba más rabia provocándole las lágrimas que se deslizaban por su rostro. A medida que el chocho le iba picando cada vez más, más se fijaba en la punta de la verga que asomaba y desaparecía entre sus turgentes pechos al ritmo de las sacudidas de su compañero. Empezaba a ver aquel bonito glande como un premio más que como un castigo y eso la atormentaba por dentro.

El hombre se apartó de ella, levantándose y liberando los brazos que había estado aprisionando con las piernas mientras la agarraba del pelo alzándola también a ella. El hombre acercó la polla hacia la boca de la mujer, que se negaba a abrirla. El tío restregó su miembro por los carnosos labios de Miriam mientras le suplicaba buscando su favor.

Miriam se resistía a pesar del fuerte olor a polla que se introducía por sus fosas nasales. Era todo tan sucio: el mugriento colchón, el desangelado callejón, el indeseable Guillermo, la aterradora violación… que aquel intenso olor a sexo masculino la terminó de poner cachonda. Quería evitarlo, pero cuando el hombre apretó sus mejillas para que abriera la boca, no puso mucha resistencia. El cipote estaba salado.

-Te juro que como me la muerdas, te mato – la amenazó. Pero ella no pensaba morderle precisamente.

El hombre empezó a follarse la boca de su compañera, intentando meterle la polla hasta la garganta mientras le agarraba del pelo para que no se escapara. La mujer se atragantaba cada vez que el cavernícola le tocaba la campanilla con el glande. Miriam tenía la boca reseca y cada vez que la polla salía de su garganta, lo hacía impregnada de babas solidificadas que rodeaban el cipote y hacían puente entre la boca de ella y el miembro de él. Las babas se iban acumulando y resbalando por la verga hasta alcanzar los huevos del hombre desde donde colgaban, blanquecinas y espesas, hasta caer sobre el asqueroso colchón.

A medida que el violador se iba relajando iba minimizando la fuerza de sujeción del pelo de ella hasta que al final, sin darse cuenta, la soltó. Pero Miriam no escapó y siguió chupando polla a pesar de la libertad de la que gozaba. Cuando él se percató, se asustó, pero en seguida se sintió triunfante cuando se dio cuenta de que Miriam, tocándose los pechos, se desvivía, sin forzarla, chupándole la tiesa vara.

-¿Ves, putita? Si al final sabía que te gustaría… – se arriesgó.

Miriam, al oír esas palabras, se detuvo y lo miró desafiante con una mezcla de odio, excitación y asco.

-Eres un cabrón. ¿Cuánto hace que deseabas esto? – le provocó, pero él la ignoró.

El violador se agachó para deshacerse de los pantalones de la chica. Estaba desabrochando los botones cuando ella aprovechó para deshacerse del pasamontañas estirando de la parte superior descubriendo el rostro sudoroso de su violador.

-¡Cosme! – se sorprendió al ver que el hombre que la había golpeado, humillado, maltratado, ultrajado y violado era su querido amigo.

No sabía cómo reaccionar y recordó la cara desencajada con la que lo vio esa misma mañana increpándola a ella y al resto de integrantes del autocar junto con el resto de piquetes. Instintivamente se retiró de su amigo, sentada como estaba sobre el colchón, alejándose hacia atrás.

-Miriam… – quiso suavizar la situación, desdramatizarla, pero no supo cómo. La empinada verga era la dueña de su cuerpo y sus decisiones – Ven aquí – prosiguió con la lujuria marcada en la cara, adelantándose buscando nuevamente el contacto con su amiga.

Cosme introdujo la mano en el pantalón de Miriam por la abertura que habían dejado los botones ya abiertos. Ella, aún en shock, no reaccionó y le dejó hacer. Cuando los dedos del chico alcanzaron su sexo sintió una oleada de placer que se enfrentaba a sus pensamientos. ¿Era su adorable Cosme el que la estaba mancillando? ¿No era Guillermo? Saber que el autor de esa pesadilla había sido alguien tan cercano y no un loco pervertido aún le pareció más sucio, más mezquino y desagradable. Y, por tanto, más cachonda se estaba poniendo.

Mientras Cosme daba con el punto exacto que le provocaba el primer orgasmo, ella agarró el pito de su amigo por iniciativa propia y comenzó a masturbarlo. Cosme estaba confundido. Su identidad había sido revelada y no sabía lo que eso podía implicar. Al parecer, Miriam se había calentado tanto con la situación que, por el momento, todo parecía seguir igual o mejor que antes de perder su máscara. Sin embargo, su comportamiento hacia ella, todo lo que le había dicho y hecho ¿cómo les afectaría de ahora en adelante? No creía que Miriam siguiera con la idea de joderle la vida, pero tampoco creía que todo lo ocurrido no tuviera consecuencias.

-¿Quieres que lo hagamos? – le preguntó un Cosme sin autoridad tras la pérdida de su pasamontañas al igual que Sansón al perder su melena.

Ella no respondió. Deseaba que el chico la tratara como antes, la vejara, e intentó decírselo con la mirada. Siempre se habían entendido muy bien y no parecían haber perdido esa facultad.

Cosme se deshizo de los tejanos de la chica pegando un par de tirones. La cogió del pelo y tiró de ella para levantarla. Miriam sintió el dolor del tirón en su cuero cabelludo. Le gustó el ímpetu de su amigo. Cosme le dio media vuelta, poniéndola de espaldas y la puso a cuatro patas para insertarle el rabo en el chorreante coño. El violador seguía agarrándola por el pelo con lo que cada sacudida iba acompañada de su correspondiente tirón.

-Basta… – suplicó ella cuando no pudo soportar el dolor.

El chico le soltó la melena y, agarrándola por las caderas, empezó a embestirla con fiereza provocando que Miriam tuviera que apoyar las manos en el piso para no precipitarse contra el suelo por segunda vez en el mismo día.

A medida que la dolorida cabeza iba recuperándose, el placer de sentir aquella polla rozando sus paredes internas iba en aumento. Estaba a punto de correrse cuando divisó algo que se movía al frente. Se asustó pensando en algún vagabundo que pudiera estar durmiendo la mona en la oscuridad del callejón. A medida que se disipaba la incertidumbre, sus temores iban en aumento.

El hombre que se acercaba había estado viendo la escena desde un principio. Como había quedado con Cosme, el joven amigo de Miriam se encargaría de asustarla para que no accediera a su puesto de trabajo. La disuadiría y, de alguna forma, la convencería para traérsela al callejón. Lo que no se esperaba es que las cosas se le hubieran complicado tanto al muchacho. No pensaba intervenir, pero ahora que la identidad de Cosme había sido revelada…

Miriam, al ver el rostro de Guillermo acercándose, se quería morir. Había olvidado que, en un principio, había creído que aquel asqueroso era el que había provocado toda la situación y no le gustaba la idea de que apareciera en escena definitivamente. Llevaba una gabardina. Al abrirla mostró el pecho descubierto y Miriam, al bajar la mirada, vio aquel pollón sobrehumano. Se corrió por segunda vez en el día.

-Así que te pensabas que la tenía pequeña… – le provocó Guillermo, cuando llegó a la altura de la pobre chica, agarrándose la flácida polla para acercarla al rostro de Miriam.

La chica alzó la mirada y le dedicó un gesto de desprecio total. Bajó la vista y se topó con aquel pollón que en reposo debía medir unos 18 centímetros. La excitación iba en aumento.

-En realidad jamás me he parado a pensar cómo la tenías – le replicó con sinceridad. De haberlo sabido… pensó.

-Pues a partir de ahora vas a soñar con ella, niñata.

-¿Cuánto tiempo llevas tú soñando conmigo? – le replicó hábilmente.

-Sólo tenía que bajarme los pantalones para que te abrieras de patas, ¡zorra!

Y Miriam abrió la boca para saborear el cipote que tenía enfrente, pero Guillermo apartó su miembro dejándola con las ganas. Volvió a acercar la verga mientras ella le miraba desafiante, pero en cuando volvió a abrir la boca, él volvió a quitarle la comida, alzando el nabo que sujetaba con su mano. Al tercer intento, el hombre bajó poco a poco la polla mientras ella le esperaba con la boca abierta. El grueso glande entró en contacto con la lengua de la chica que notó el peso de tan tremendo artefacto a medida que su dueño lo depositaba en su boca.

A todo esto, Cosme había dejado de penetrarla y le estaba haciendo un cunnilingus cuando Miriam agarró el rabo de Guillermo y empezó a masturbarlo sin dejar de chuparle el glande. Poco a poco fue notando cómo el miembro del cincuentón se iba endureciendo y, a medida que crecía de tamaño entre sus manos y en el interior de su boca, iban aumentando los flujos vaginales que inundaban el rostro del informático.

Cuando su amigo le robó el tercer orgasmo se separó de ella para colocarse junto al hombre mayor. Estaba claro lo que quería. Miriam se sacó el pollón de la boca y, antes de comerse la otra verga, echó un vistazo al monstruo que tenía delante. Parecía un pene de caballo, debía medir más de 25 centímetros e impresionaba verla tiesa, suspendida en el aire, rodeada de venas verdes a punto de estallar. Casi se corre sólo de verla. La agarró con la zurda y, mientras se la meneaba, se introdujo la pollita de Cosme en la boca.

Estuvo un rato mamando alternativamente los cipotes de los dos hombres cuando el pervertido de Guillermo se separó de ella para tumbarse en el mugriento colchón, siempre con la gabardina puesta. Cuando pasó por detrás de la chica la agarró del pelo, separándola de Cosme y doblándole el cuello.

-¡Bestia! – se quejó la damisela.

-Lo que va ser bestia va a ser la empalada que te voy a hacer…

Sólo de pensarlo un cosquilleo recorrió el cuerpo de la joven que deseó sentir aquel poste rodeado de verde hiedra rasgando su cuello uterino. Guillermo estaba tumbado con el pollón mirando al cielo cuando Miriam, a horcajadas, bajó su cuerpo hasta que su lubricado y escocido coño entró en contacto con la punta de semejante aparato.

Guillermo había fantaseado con esa diosa desde que entró a trabajar en la empresa. La había desnudado millones de veces con la mirada, pero jamás se había imaginado que pudiera estar tan buena. Los considerables pechos puestos exactamente en su sitio, el vientre plano y las curvas de su cadera, las largas y bonitas piernas y esa caliente concha con esos prominentes labios vaginales que ahora rozaban su descomunal polla. No se podía creer que esto estuviera pasando. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentir aquellos labios adhiriéndose a su venosa polla, dejando un rastro de fluido vaginal, y de su glande rasgando las paredes internas del coño más deseado de la oficina. Abrió los párpados y vio a Miriam con los ojos en blanco, en éxtasis y aprovechó para acariciar los turgentes pechos que bamboleaban delante de sus ojos.

Al sentir las manos de Guillermo aferrándose a sus tetas no aguantó el placer de sentirse rellenada por semejante pollón y se corrió por cuarta vez. Estaba recuperándose del orgasmo cuando sintió el empujón de Cosme que echó su cuerpo hacia delante. Se encontró de golpe con la cara de Guillermo, que hizo el esfuerzo de alzarse para robarle un morreo. Le dio un poco de asco besar al viejo, pero no apartó la boca.

Ante la mirada del joven apareció el rosado ano de Miriam. Sin pudor, el chico empezó a acariciarlo poco a poco hasta que, de golpe, introdujo un dedo en el agujero de la chica, sorprendiéndola.

Era la primera vez que algo o alguien penetraba su agujero trasero y no le gustó la sensación. Intentó quejarse, pero su amigo le tapó la boca con la mano libre. Nuevamente se asustó. No quería que le petaran el culo. Intentó quejarse, zafarse pero los quejidos amortiguados por la mordaza de carne y hueso fueron ignorados y los movimientos de su cuerpo fueron interpretados como consecuencias del placer recibido. Sin poder evitarlo, notó el duro falo de su amigo informático conquistando su culo. Quiso gritar, pero la mano aún la amordazaba.

Ambos compañeros del trabajo de Miriam, su querido amigo y el indeseable pervertido, se acompasaron enculándola y follándola respectivamente de manera que ninguno perdiera el ritmo de las sacudidas. Cuando Cosme notó que la resistencia de su amiga se desvanecía, retiró su mano para dejarla gemir de puro placer. El quinto orgasmo llegó acompañado de un enorme suspiro de satisfacción.

Cosme aprovechó para sacar todo el amor que sentía por su compañera y amiga. Mientras le metía y sacaba el USB en la ranura trasera se pegó a ella para besarla en el cuello mientras le acariciaba la espalda con ternura. Los gestos receptivos de la exuberante mujer que giraba la cabeza buscando la boca de su amigo fueron demasiado para Cosme que se corrió mientras se comía la boca de Miriam. El primer chorro de semen lo soltó en el ano de la chica, pero en seguida sacó la verga para lanzar el resto de la corrida sobre las nalgas y la espalda de ultrajada mujer.

Mientras Cosme se apartaba, Miriam se levantó liberando el cipote que llevaba minutos dentro de su coño. Sin que Guillermo se levantara, la chica se agachó buscando nuevamente los 25 centímetros largos de carne manchada con el líquido blanquecino que la raja de ella misma había emanado. No le importó y relamió cada centímetro de tranca hasta dejarla reluciente. En ese instante, Guillermo se agarró el miembro con la mano y empezó a masturbarse. Miriam sabía lo que venía y abrió la boca sacando la lengua lo más cerca de la punta de la polla.

El primer chorro la sorprendió. Un escupitajo impetuoso de leche saltó varios centímetros por encima del rostro de Miriam que se acercó más para el siguiente recibirlo en el interior de la boca. Ese segundo chorro, aún poderoso, impactó con fuerza en el paladar de la chica que se retiró ligeramente recibiendo el tercer manantial en la lengua. Los siguientes chorros perdieron intensidad y ella se aferró a la polla intentando recibir toda la leche que pudiera. Cuando el hombre mayor terminó de correrse, la chica dejó caer la mezcla de saliva y todo el semen que había retenido en la boca sobre el pubis del hombre donde se juntó con los restos de lefa que ya habían caído allí de primeras.

-Sabía que eres una buena puta – le insultó el viejo verde – Te pueden las pollas grandes, eh.

Miriam, avergonzada, no le contestó y se retiró para hacerse un ovillo, dolorida. Cosme no había articulado palabra alguna desde que se corriera sobre su amiga. Los dos permanecieron callados mientras Guillermo alardeaba de lo macho que era.

-Ves tirando – le indicó Guillermo a Cosme cuando ambos estuvieron vestidos. El joven obedeció sin despedirse de su amiga.

El cincuentón se acercó a Miriam y la amenazó.

-Como se te ocurra decir una sola palabra de lo que ha ocurrido esta tarde, te juro que te mato. Supongo que al chaval – refiriéndose a Cosme – no le querrás hacer ningún daño. Al pobre se le ha escapado de las manos y sólo cumplía órdenes mías – se confesó – Y respecto a mí… ten mucho cuidado – le soltó inculcando el temor en el desangelado cuerpo de la chica – Piensa que si te portas bien, a lo mejor te dejo verla otra vez – le vaciló agarrándose el paquete y mostrándoselo orgulloso a la pobre víctima.

Cuando Guillermo se marchó, a Miriam le invadieron todas las culpas y rompió a llorar. Se había dejado violar y lo había disfrutado, mucho. El problema no era haber puesto unos cuernos, algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza, era la forma como había sido. Y con quién. Aunque lo de Cosme podía tener un pase, recordar lo que le había hecho le apenó más de lo que estaba. Pero lo peor era haberlo hecho con Guillermo que no sólo era un viejo verde, sino un prepotente, un chiflado. Eso sí, reconocía que tenía una polla tremenda y saberlo le jodía aún más pues no sabía si a partir de ahora podría resistir sus pervertidas miradas sin mojar las bragas. Se dio asco a sí misma.

Mientras esperaba a Guillermo, Cosme seguía dándole vueltas a lo sucedido. Estaba muy nervioso y arrepentido. Aunque follarse a la espectacular Miriam era un privilegio al alcance de nadie se arrepentía de haberlo hecho por la forma como había ocurrido. Tuvo la impresión de que lo sucedido acabaría con su bonita amistad y, aunque la relación de ambos fue cordial en el futuro, no se equivocaba. Por suerte, por fin llegó Guillermo que le sacó de sus atormentados pensamientos.

Los violadores se marcharon mientras Guillermo pensaba en el sueño que había hecho realidad. Aunque su plan se había torcido ligeramente, al final se había chuscado a la mujer que llevaba deseando día tras día desde su incorporación a la empresa. Se sintió bien y se imaginó cómo serían los próximos días en el trabajo imaginando el precioso cuerpo de Miriam tras su provocativa ropa. Como siempre, pero a partir de ahora conociendo al detalle cada uno de los rincones de su cuerpo.

-¡Miriam! Te he estado buscando – la destrozada mujer oyó una voz familiar – ¿Qué te ha pasado? ¡Madre mía! ¿estás bien?

Iván había salido a buscar a su mejor empleada cuando las compañeras le advirtieron que tardaba mucho en regresar del restaurante y se preocupó al descubrir a Miriam tirada desnuda sobre ese asqueroso colchón. A pesar del tiempo que llevaba enamorado de ella fue incapaz de fijarse en el precioso cuerpo que ante él se vislumbraba. El amor que sentía hizo que lo primero que pensara fuera que estaba en peligro e hizo todo lo posible por hacer que se sintiera mejor. La ayudó a vestirse e incorporarse y escuchó la historia que Miriam se inventó a medida que la contaba.

Miriam se sorprendió al descubrir el amable trato que su superior le dispensó. Sin embargo, pensó que era lo mínimo que te puedes esperar de alguien que se encuentra a una indefensa mujer en las condiciones en las que ella se encontraba. Pero, aunque le costó reconocerlo, finalmente se vio obligada a admitir que su jefe tal vez no era el cabrón que ella se pensaba. Incluso, pasado el tiempo, llego a considerarlo el héroe que podría haberla salvado de los malditos acontecimientos acaecidos aquella fatídica tarde del día de huelga.

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«Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla FIN” (POR GOLFO)»

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Capítulo 12

Tardé dos horas en levantar a ese trio de putas porque María, al despertarse, exigió su dosis de placer antes de plantearse siquiera el salir de la cama. Por supuesto mucho tuvo también que ver el que Rocío y la francesa le siguieran el juego y comportándose como si llevara meses sin hacer el amor, ambas se lanzaran entre las piernas de mi prima compitiendo en ver cuál de las dos conseguía llevársela al huerto.

        Por ello, el sol ya estaba en lo más alto cuando al fin logré que nos pusiéramos en camino hacia el pueblo abandonado que nos había que nos había dado cobijo durante diez días.

        Mi idea era recuperar todo aquello útil para sobrevivir en la isla como los cerdos que teníamos encerrados o las cañas de pescar. Lo que no sabía fue que, al irnos acercando, la francesa se iba a empezar a poner nerviosa.

Al verla casi llorando, nos explicó que al igual que nosotros, cuando naufragó con su tío, ellos eligieron ese emplazamiento para vivir. El doloroso recuerdo del intento de violación a manos del tipo que zozobró junto a ellos y la valiente reacción de su familiar matándolo la seguían atormentando y por eso agradeció que, cogiéndola de la mano, la abrazara diciendo:

―No tienes nada que temer, estoy aquí para protegerte.

―Prométeme que nunca me vas a dejar― contestó, pegándose todavía más a mí, demostrando que a pesar de su edad seguía siendo la misma niña asustada que llegó a esa isla hacía tantos años.

 ―Nunca lo haré, te lo aseguro― fue mi respuesta.

Recordando su infortunio, creció en mí la seguridad que nuestro destino era pasarnos la vida anclados en ese lugar y por ello azuzando a las tres, comencé a recoger los diferentes bártulos que nos íbamos a llevar a nuestro nuevo emplazamiento.

Quizás por las ganas que tenía de salir corriendo de ese lugar, Iv fue la que más me ayudó porque mientras ella se afanaba en ir recolectando todo lo que nos pudiera servir para sobrevivir, Rocío y mi prima se pusieron a otear el horizonte.

Estaba a punto de recriminarles su actitud cuando de pronto, María pegó un grito señalando un punto en mitad del océano.

―¡Un barco!

Al principio, no la creí porque era tan lejano que no alcanzaba a distinguirlo, pero entonces apoyando a su amiga, la morena insistió en que era verdad.

Fijándome con mayor detenimiento, al final lo vi. Os juro que nunca en toda mi vida, me había sentido tan nervioso y recolectando toda la leña que teníamos, encendí una hoguera con la esperanza que desde esa embarcación alguien se fijara en el humo.

Durante mas de media hora, seguimos entusiasmados la senda del navío intentando llamar la atención saltando y chillando desde la playa. Poco a poco nuestro entusiasmo fue decayendo al no observar ningún cambio en su trayectoria.

―No nos ven― Rocío se lamentó con lágrimas en los ojos.

Supe que tenía razón y desesperado me puse a pensar en cómo podría hacer más patente nuestra presencia.

―¡Señales de humo!― exclamé al recordar el método que en las películas usaban los navajos para comunicarse y cogiendo una ajada manta la puse sobre el fuego.

―¿Qué haces?― preguntó mi prima al ver que la quitaba y la volvía a poner con una cadencia determinada.

―Estoy pidiendo ayuda con morse.

―No entiendo― insistió.

―Reteniendo el humo, estoy creando bolas de diferente tamaño. Tres pequeñas, tres grandes, tres pequeñas. Si se fijan, cualquier marinero leerá en ellas S.O.S.

Mi idea dio resultado porque al cabo de unos minutos, vimos que el barco giraba y se dirigía hacia nosotros. La alegría cundió entre nosotros y con renovado entusiasmo, nos pusimos a abrazarnos al saber que seríamos rescatados. Fue entonces cuando me percaté que la francesa no estaba.

―¡Iv!― la llamé a gritos mientras en mi interior sabía que no aparecería por el miedo que le producían los extraños.

María comprendió lo que ocurría y acercándose a mí, me dijo con voz preocupada:

―Ve por ella, ¡Iv solo confía en ti!

Asumiendo que tenía razón, con el corazón encogido, me lancé a la selva en su busca. Cuanto mas la buscaba, mas crecía la sensación que era inútil porque jamás la encontraría si ella no quería.

―Iv, ¡por favor! ¡No puedo irme si ti! ― chillaba mientras escudriñaba cualquier ruido, cualquier movimiento de hojas con la esperanza de verla aparecer.

Mas de dos horas estuve buscándola hasta que desmoralizado, me senté en la misma roca en la que la había conocido y sumido en el llanto, me di cuenta de mis sentimientos.

―¡Te amo y nunca te abandonaré!― grité a los cuatro vientos sin dejar de llorar.

―¿Eso es cierto? ¿Me amas?― preguntó la francesa tras un árbol.

―¡Más que nada en el mundo!― confirmé mientras me echaba a correr en su busca.

La francesa me recibió con los brazos abiertos. Al sentir sus besos supe que era suyo y ella mía, y tumbándola sobre la hierba, comencé a acariciarla.

―Si no quieres abandonar la isla, me quedaré contigo. Nadie puede obligarme― susurré en su oído.

―¿Harías eso por mí?―  preguntó completamente conmovida.

―No lo dudes― respondí― no me separaré de ti jamás.

Acalló mis palabras con otro beso, pero esta vez buscó mi contacto y mientras su lengua jugueteaba con la mía, llevó su mano a mi entrepierna.

―¿Qué haces? – pregunté al sentir cómo con sus dedos intentaba estimular mi erección.

Muerta de risa, contestó:

―Quiero hacerte el amor, por última vez, antes de marcharnos.

Poseídos por un deseo irrefrenable, nuestros cuerpos se juntaron sin darnos tiempo a pensar en lo que estábamos haciendo y que en ese momento, María y Rocío estaban siendo rescatadas por la tripulación del mercante. Para mí, solo existían sus pechos llenos de pecas y sabiendo lo mucho que le gustaba que los lamiera, me dediqué a recorrer con la lengua los bordes de sus pezones para agradecerle así su decisión.

Mis maniobras no tardaron en elevar la calentura de mi pelirroja y todavía estaba mordisqueándolos, cuando sentí que Iv agarraba mi sexo entre los dedos y se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, mi pene y su vulva se conjuntaban a la perfección, por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome.

Ella no pude evitar dar un sonoro grito al sentir mi invasión y clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que me moviera.

Si bien en un principio mi embestida había sido brutal, la convertí en algo tierno y disminuyendo su ritmo, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante mientras a la sombra de las palmeras nos íbamos sumergiendo en el placer.

Desde la primera vez Iv había resultado ser una mujer muy ardiente pero ahí con la brisa marina azotando nuestros cuerpos, la podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina.

Su entrega me convenció a ir incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas hasta convertirlo en algo vertiginoso. Entonces y sin previo aviso, gritando se corrió. La violencia de su orgasmo y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo sobre la hierba, me excitó aún más.

―Muévete― le pedí cogiendo sus pechos entre mis manos y sin dejar de penetrarla, aumenté todavía más la velocidad de mi cabalgar.

Esa orden surtió el efecto deseado y casi sin poder respirar, mi francesa consiguió cerrar sus piernas mientras movía sus caderas. La presión que sus músculos vaginales ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que derramara mi semilla en su vientre, fueron un estímulo que no pude aguantar y exploté.

Mi pene seguía derramando su esencia, cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y mientras caía agotado sobre ella, Iv conseguía su segundo clímax de la tarde.

―Te adoro, pecosa― sonriendo dije todavía con la respiración entrecortada.

―Lo sé, Manuel― contestó radiando felicidad justo en el instante en que llegaban a nuestros oídos las voces de María y de Rocío buscándonos.

―¿Estás segura que quieres irte?― pregunté no muy seguro.

―Sí. Tienes razón, hasta ahora mi vida ha sido esta isla, pero aunque me da terror dejarla, debo hacerlo. Solo espero que después de tantos años, mi padre siga vivo y pueda presentarle a mi marido.

―¿Qué marido? ¿Lo conozco?― en son de guasa pregunté mientras mis dedos se perdían en su roja cabellera.

Mirándome a los ojos, respondió:

―Mira que eres bobo…

Epílogo

Tras ser rescatados, el capitán del mercante se puso en contacto con la armada de Indonesia y ésta con nuestros padres. Si mi pobre madre casi sufre un sincope al saber que su hijo seguía vivo, me imagino lo que sintió Jean Claude Duclos cuando le informaron que, tras quince años perdida, había encontrado a Ivette sana y salva. Lo único que sé es que, en ese mismo momento, canceló todas sus citas y cogiendo su avión privado, se desplazó hasta Denpasar donde estaban nuestras familias.

        Nuestra vuelta a la civilización se prolongó durante casi una jornada entera, veinte horas que resultaron una ruda prueba que tuvimos que superar los cuatro juntos porque cada vez que alguien se acercaba a la francesa, esta se ponía a llorar e intentaba huir.

Afortunadamente conté con la ayuda de mi prima y de su amiga. De no ser así, no sé qué hubiese hecho para controlar a la pelirroja que veía en cada uno de esos hombres de mar al capullo que intentó violarla siendo una niña.

―Va a necesitar nuestra ayuda― comentó Rocío mientras intentaba consolarla.

―Gracias, pero eso es responsabilidad mía― contesté haciéndome el gallito.

María al oírme, dejó lo que estaba haciendo y acercándose a la pelirroja, me miró hecha una furia:

―También es nuestra o te olvidas que hemos jurado que, si algún día nos rescataban, íbamos a seguir siendo una familia.

Apoyando a su amiga, Rocío me soltó:

―Iv es tan mujer mía como tuya y no pienso dejarla desamparada en un mundo que no conoce.

Juro que estuve a punto de echarme a llorar porque yo sentía lo mismo y si había dicho eso, era porque no quería obligarlas a cumplir con su palabra. La que si se echó a llorar fue la pelirroja que atrayendo a las otras dos, se puso a besarlas con desesperación.

Viendo la imagen, no me quedó más que decir:

―Somos cuatro y nadie podrá separarnos, si no queremos.

Las tres estuvieron de acuerdo y decidimos enfrentarnos a nuestras familias si llegado el caso se oponían a ello.

Como el lector se podrá imaginar, vaya si lo tuvimos que hacer porque al llegar al puerto, mis padres, mis tíos y los de Rocío se mostraron contrarios a la idea e intentaron hacernos ver que era una locura porque éramos muy jóvenes mientras achacaban a un trastorno que pensáramos siquiera en irnos a vivir juntos.

El único que no se opuso, fue Jean Claude porque para él nosotros éramos los ángeles que habían traído de vuelta a su retoño y viendo que Iv se mantenía firme en no irse a ningún sitio sin nosotros, juntó a las tres familias y les dijo:

―Nuestros hijos son mayores de edad y no podemos obligarles. Ya he perdido la infancia de mi pequeña, no pienso perderme el resto. Por ello quiero hacer una propuesta, afortunadamente tengo un pequeño château a las afueras de Paris. Lo ofrezco sin compromiso de ningún tipo para que vivan ahí y si pasado el tiempo ven que ha sido un error, siempre pueden volver a sus casas.

―¿Y los estudios? María está estudiando moda en Madrid― protestó mi tío al oír que el franchute nos daba una salida.

―Lo seguiré cursando en Paris.

―Pero hija, ¡Manuel es tu primo!― intentó hacerle ver poniendo cara de asco.

―Te equivocas, es mi marido y pienso vivir con él.

Esa afirmación cayó como un obús entre nuestros mayores y más cuando Rocío confirmó a los suyos que pensábamos crear una familia porque nos queríamos.

―Eso es inmoral, jamás he oído un disparate semejante― dijo mi viejo mientras intentaba sacarme de ahí.

―Papá, no me voy a ningún lado― y extendiendo mi mano al padre de Iv, le pregunté si su oferta seguía en pie porque de ser así la aceptábamos.

El magnate cerró el trato con un apretón de mano y casi sin despedirnos, Iv, María, Rocío y yo nos montamos en su avión…

FIN

Relato erótico: “Deberes de buen ahijado” (POR LEONNELA)

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_Woauu!!!    Paty, que afortunada!! De donde sacaste al  muchachote  que se está asoleando en  tu  alberca?
_ Ahhhh  es Danilo, mi ahijado, está por graduarse este año, le  sortearon las prácticas universitarias en esta ciudad, así que me acompañará un par de meses.
_  Y esa novedad?  Pensé  que te incomodaban las visitas que se extendían por más de una semana
_Pues sí, pero es el hijo de una buena amiga que me ayudó mucho cuando vivía en provincia, y  ahora que estoy  en posibilidades de extenderle la mano, no puedo portarme desagradecida; además mi ahijado es un buen chico, hace los mandados  y da mantenimiento en la casa, así que quien sabe  y hasta termine extrañándolo cuando se vaya.
_De seguro amiga , de seguro, siempre se extraña a una persona tan  servicial,  en todo caso me alegro mucho de  que al fin  alguien  pueda encargarse de tu “mantenimiento” , digo… del mantenimiento de tu casa…..
_Jajaja, Marlene tu siempre de mal pensada,  En fin, me  alegra que se quede una temporada,  no habíamos tenido mucho contacto últimamente pero nos estamos acoplando  bien.
_ Acoplando? mmmmm    no me digas que  entre ustedes ya…
_Entre nosotros nada!  Ya  te dije que es  mi ahijado, y por si fuera  poco el muchacho hasta podría ser mi hijo
_Bahh, tu hijo….de cuando acá la edad es un impedimento para darse un gustito
_y dale con lo mismo, hoy sí que estas pesada no?
_Perdona  amiga, perdona, pero me  enerva que quieras seguir sola, ya es hora de que superes tu  divorcio,  se fue!!, se largo con otra y qué!! , da dos chirlazos al pasado y disfruta que solo se tiene una vida.
Me quedé pensativa, había algo de razón en las palabras de mi amiga, mi marido se había ido  llevándose mis ganas de volver a ilusionarme; me marcó tanto el hijo de puta, que ni siquiera se me antojaba  sentir el roce de otro cuerpo en mi piel.
Parece extraño pero me acostumbré a vivir sin sexo, en más de cinco  años nadie volvió a hundir mi  colchón, ni a volcar su apetito en mi cuerpo.  No es que aun  amara a mi ex y mucho menos que le esperara, sino que simplemente no se me antojaba compañía bajo el riesgo de ser lastimada nuevamente.
Mi refugio era mi trabajo,  la familia,  unas pocas amistades de los viejos tiempos y un cachorrito que consentía como al hijo que nunca tuve, pero claro, no estaba dispuesta a reconocer   que a veces la soledad duele, así que en voz casi inaudible murmuré:
_No exageres… aunque no lo entiendas a mi modo soy feliz
_Sí, lo imagino, debe ser genial vivir sola y recontra divertido no tener sexo en años
Iba a responderle con alguna majadería, pero la cara sorprendida de Danilo que había avanzado hasta el umbral de la cocina me lo impidió,  intuyo que escuchó parte de nuestra charla, pero no hizo ningún comentario al respecto.
_Este….perdona madrina.., pensé que estabas en tu habitación,  vine por una bebida…
_Ad…Adelante hijo…toma lo que gustes,  estas en tu casa…
_Que afortunado muchacho!!, ya lo oíste, en esta casa “todo” es tuyo, agregó Marlene con su clásica suspicacia, le reprendí con la mirada y dirigiéndome a mi ahijado murmure:
_Esta es mi amiga Marlene, es algo alocada pero tendrás que aprender a tolerarla pues suele venir ocasionalmente
Danilo sonrió dejando ver una línea de dientes blanquecinos que daban forma a una traviesa sonrisa
_Un gusto Marlene, si usted es amiga de mi madrina debe ser una gran persona, por cierto  lamento haberlas interrumpido y además perdonen  que haya entrado así en bañador, supuse que no había nadie aquí
_No te preocupes Danilito respondió Marlene, también nosotras  andamos en pareo, por cierto,  tu madrina se ha pasado hablándome de tus cualidades, pero por lo visto le falto mencionar “algunas”… dijo mientras bajaba la vista desde el abdomen marcado de cuadros hacia la parte baja de la pelvis donde se dibujaba un bulto de apetitoso  tamaño.
Lejos de incomodarse con aquellas miradas sobre sus genitales, el muchacho con un guiño de ojos respondió:
_Pues  para mí siempre será un honor que una mujer como usted note mis… “cualidades” …
Marlene volteó mirarme sonreída, creo que a ambas nos agradó que el chico no se cortara
_Ok ok, me encanta que  en este tiempo todavía haya  chicos galantes, pero odio que nos hagan sentir viejas con aquel trato de “usted”, así que por favor a mi me tuteas, y a tu madrina deberías llamarla por su nombre que se oye mejor
_Por mi encantado chicas, es más, en vista de que la tarde está calurosa, deberían venir conmigo a darse un chapuzón, para eso traen los biquinis no?
Marlene se incorporó aceptando la invitación y sin pretender ser una aguafiestas  agregué:
_ Sigan sigan que ya los alcanzo, voy por mis gafas
Marlene tomó al muchacho por el brazo y entre risas se dirigieron a la piscina, dejándome perpleja ante  la rapidez con la que hicieron confianza.
Mientras caminaban mi amiga se quitó el pareo,  llevaba un biquini violeta intenso que destacaba sobre su piel blanca, su cabello castaño le llegaba a los hombros,  y viéndola desde atrás parecía apenas una treintañera. Sus pechos  eran de tamaño pequeño por lo que el sujetador no le causaba ningún lío, como en mi caso que al tener senos voluptuosos, frecuentemente tenía que mirármelos para ver si no se me escapaban del brasier.
Ella tenía la ventaja de ser caderona, por lo que daba la apariencia de tener una cintura muy delgada, lo cual la hacía ver  curvilínea,  más aun cuando el par de tiritas de la tanga caían  coquetamente en sus muslos.
Yo usaba un biquini más tradicional  de color turquesa , morena, de cabello largo ondulado;  con silueta no tan perfecta, puesto que me faltaba un poco más de marcación en la cintura, pero compensaba con un vientre aceptable, y  unos muslos fuertes  que sostenían una cola  respingona.  Honestamente para los cuarenta y tantos que teníamos  encima nos veíamos bastante bien, aunque debo reconocer que mi amiga era más llamativa, quizá por  sus atuendos de corte  juvenil y su carácter descompilado.
Me quedé  en el ventanal contemplándolos, Danilo se acomodó en  el borde de la piscina mientras Marlene juguetona, trataba de empujarlo, él la agarró de las caderas y juntos cayeron al agua, se los veía muy animados jugando como dos adolescentes. Sentí  algo de envidia  porque a pesar de que yo estaba orgullosa  de ser una mujer formal , en el fondo sabía que me faltaba esa chispa que me hiciera sentir a plenitud.
Me encaminé  en busca de los accesorios para asolearme. La casa era cómoda,  algo amplia para mí, puesto que tenía dos habitaciones que generalmente pasaban libres, y que ocasionalmente eran usadas por algún familiar en épocas vacacionales. Mi recámara  estaba en la planta alta, tenía ventanales grandes y un balconcillo con vista a la piscina que me permitía refrescarme en las noches de calor.
Entré,  tome mi bolsa playera de uno de los armarios y me encaminé a la salida. Casi al cruzar la puerta volví  tras  mis pasos, estábamos en época de verano, así que creí prudente dejar abiertas las ventanas de forma que la habitación estuviera ventilada en la noche. Mientras corría las cortinas dirigí la mirada hacia la alberca.
Marlene estaba recostada boca abajo sobre una de las tumbonas, con los brazos cruzados de forma que su rostro descansaba sobre su antebrazo, Danilo sentado junto  ella, le aplicaba bloqueador solar en la espalda.
Las manos de mi ahijado recorrían los hombros y la zona de los omóplatos en forma circular; arrastraba la crema por los costados rozando ligeramente los pechos de mi amiga, (al menos eso es lo que me pareció), luego las deslizó con maestría por la espalda media blanqueando la cintura, hasta llegar a la zona baja donde recorrió con esmero parte de  las exuberantes caderas. Marlene hacia  pequeños movimientos como si le estremeciera el roce y disfrutara del contacto…
Danilo retiró las manos unos segundos agarró el bloqueador y mientras chisgueteaba un poco de crema en el cuerpo de mi amiga, para mi sorpresa pude notar que su otra mano se dirigió a su miembro y se lo apretó una milésima de segundos antes de volver a masajear la espalda. Luego como si nada, deslizó sus manos por  las piernas subiendo y bajando  hasta bordear la parte alta de los muslos, en algunas delas subidas rozaba furtivamente los insinuantes cachetes pero Marlene no daba muestras de incomodidad, al contrario mansamente se dejaba hacer.
Quizá yo exageraba en mi apreciación  y tan solo actuaban con la normalidad propia del momento, pero no pude evitar un mal pensamiento y un estremecimiento en mi cuerpo.
Sentí un cosquilleo en mis pechos  e instintivamente subí mis manos hacia ellos y pude notar que mis pezones estaban totalmente endurecidos
Es comprensible me dije, llevo tanto tiempo sin sexo…
Me escondí tras delos cortinales, y continué acariciando mis pechos, jugando suavemente con mis pezones, metiendo mis dedos por dentro del brasier y disfrutando de mis propias caricias
No solía masturbarme seguido, solo algunas ocasiones en que  mis instintos eran demasiado fuertes, generalmente lo hacía en la ducha o dejando mi transpiración en las sábanas, pero nunca me había estimulado como consecuencia de espiar a la gente.
Quizá por ser una experiencia nueva, mi  mente reaccionó con morbosidad, y mientras Danilo continuaba embadurnando los muslos de Marlene, yo escondida tras las cortinas hacia a un lado el biquini y acariciaba mis labios, estaban húmedos así que resulto fácil deslizar mis dedos entre ellos. Rodeé el capuchón de mii clítoris, proporcionándome suaves toques de izquierda a derecha…
 A la distancia vi como Marlene se dio vuelta sensualmente y Danilo se inclinó pasándole sus manos  sobre el vientre, ella recogió un poco sus pies y ligeramente separó sus muslos como si quisiera ofrecerle un panorama completo de su cuerpo, imagine a mi amiga gozosa… caliente… cachonda…
A medida que me acariciaba  mi respiración empezó  a acelerarse  aquellos suaves toqueteos  que yo misma me proporcionaba ya no me satisfacían, así que  bajando mi biquini hasta los pies  empecé a acariciarme con más rapidez. Mis dedos se introdujeron en mi sexo mientras con la otra mano  me acariciaba el clítoris, lo estimulaba con suavidad y luego aceleraba. Mi palma  ejecutaba masajes en mi zona genital, y volvía repetir las caricias hasta el punto de regalarme un delicioso orgasmo obtenido en tiempo record
Me tumbé en la cama orgullosa  de mi destreza  y cuando recuperé el aliento con una toallita húmeda borre todo residuo de mi maniobra.
Un tanto más calmada bajee a reunirme con quienes sin saberlo me habían provocado una calentura voyerista.
Al acercarme pude notar que Danilo braceaba a lo largo de la piscina y Marlene continuaba recostada en la tumbona, me senté junto a ella y  le extendí el bloqueador para que lo aplicara en mi piel.
_Dani!!! ven!! alguien necesita de tu ayuda dijo entre risas
_Mujer, deja de molestar al muchacho y hazlo tú!!
_Como digas Paty, pero no sabes de lo que te vas a perder, las manitas de tu ahijado  tienen  una suavidad que…..ufff mejor ni lo recuerdo porque me da chirinches
_jajaja que te da que?????
_chi – rin-ches!!! o sea estremecimientos… pero de esos ricos
_Jajaja si que eres un peligro
_El peligro es él que está bien puestito, mira nada mas todo lo que tiene…
No le quitaba razón a mi amiga el muchacho  tenia lo suyo, una piel bronceadita, un cuerpo que provocaba mirárselo aunque sea a través de las gafas, ojos oscuros que escondía una mirada profunda y traviesa y unos labios que parecían siempre dispuestos al beso.
La tarde fue divertida, la pasamos entre charlas, zambullidas y bromas y a eso de las siete Marlene se despidió,
estampó un beso en el cachete de Danilo y antes de salir le hizo la última recomendación:
_No te olvides de consentir la espaldita de tu madrina mira que ha agarrado tamaña asoleada, aplícale una loción humectante, para que pueda dormir a gusto y sus “ sofocos nocturnos” no la despierten….
_Descuida Marlene que estoy para cuidarla, dijo el presintiendo la suspicacia de mi amiga, luego  ella se me acercó  y mientras se despedía susurro en mi oído:
_Mmmmm que disfrutes de las dulces manos de Danilo….ya verás que rico te la pasas  gracias  al ahijadito
Solté una carcajada y le metí un codazo para callarla, luego  la acompañé hasta el portón y volví con Dani.
Mientras limpiábamos la cocina y nos tomábamos el último café, como era costumbre charlamos de lo acontecido en el día. La verdad es que me estaba enseñando a la presencia de mi ahijado, era grato  tener con quien charlar en las noches, quien colabore en casa y quien me ponga una sonrisa en el rostro con sus desperplejos ante la vida.
De pronto note que Dani se distrajo, con la cucharilla daba continuos toquecitos en el borde de la taza de café, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado
_Sucede algo? pregunte a la vez que daba  un golpe en la mesa con el fin de llamar su atención.
_Ahhhh no nada, solo pensaba en … madrina perdona  que te pregunte esto, pero que hay de  cierto en aquello que dijo Marlene cuando las interrumpí  en la tarde
_A que te refieres hijo, charlábamos de tantas cosas
_Es que me pareció escuchar que…que llevas varios años sola, sin pareja
_ Este…bueno, no hay  misterio allí, después de mi divorcio  no he querido volver a relacionarme con ningún hombre
_Que extraño, eres una mujer guapa, daba por seguro que tenias a alguien solo que aún no me lo presentabas
_No hijo, la verdad es que fue decepcionante mi vida en pareja y a estas alturas lo que quiero es tranquilidad
_Pero no entiendo, como puedes estar sola tanto tiempo, eres mujer y…
_Vamos Dani, las necesidades de la juventud no son las mismas que las de la madurez y yo estoy a gusto así
_Perdona, pero sigo sin entender, el amor es esencial en la vida de cualquiera y ni hablemos de la importancia del sexo…
_Que caray!!! A Marlene y a ti  les ha dado hoy por andar de cansones!!
_jajaja tu amiga te dijo lo mismo?, por algo será no?
_Ya ya y ya!!! No quiero seguir con el tema
_Ok, Patricia,  no quiero que te enojes no vaya a ser que me eches de tu casa jajaja
Le miré extrañada,  desde la niñez siempre se refería a mí como madrina,  y esta vez me había dicho Patricia, notando mi desconcierto  añadió :
_Marlene dejo que se oía mejor que te llame por tu nombre no? pues es lo que hago
Sonreí asintiendo con la cabeza , como muestra de aceptación
_Hasta mañana hijo
_Hasta mañana Patricia, y por cierto dime Danilo, así estamos a mano vale?
Volví a sonreír y me encaminé a mi habitación.
Era un poco más de las nueve, ya me había duchado y estaba recostada en mi cama a punto de dormirme, cuando escuché leves golpes en mi puerta
_Patricia, puedo entrar? 
_Si, Dani, no está puesto el seguro, adelante, dije en medio de un bostezo
Cruzó el umbral y con su acostumbrada sonrisa preguntó:
_Supongo que estas lista
_Lista? lista para qué?
_Mujer  no puedo creer que lo olvidaras,  debo aplicarte el humectante ….o crees que ignoraría  la recomendación de Marlene?
_Ahhhh verdad pero  ya me apliqué un poco en los hombros y…
_Ni intentes negarte,  que entre otras cosas estoy aquí  para cuidarte, mira nada más como traes la piel
 -Humm…creo tienes razón, el ungüento me va a refrescar
_Eso ni dudarlo, vamos acomódate mientras busco la crema
Mientras Danilo  leía  las etiquetas de varios pomos tratando de hallar el humectante ,me quité la sábana de encima y me ubiqué boca abajo, estiré mi bata al máximo de forma que me cubría hasta debajo de las rodillas, la apreté entre mis muslos para que no se me subiera; luego bajé los tirantes  descubriendo mi espalda, y procuré  tapar mis pechos con la almohada. 
En breve se sentó junto a mí, bajó un poco más mi batita y un chorrito fresco de crema cayó sobre mi espalda; acto seguido las suaves manos de mi ahijado empezaron a distribuir el líquido por mi dorso. Lo hacía despacio, alcanzando mis hombros y escurriendo sus  yemas hacia abajo, al llegar a la parte media de mi espalda tuve el primer respingo, siempre he sido sensible y no pude evitar un ligero gemido
_Ahhhh
_Duele?
_No.. no… está bien así…
_Ok, entonces sigo…
_Si…por fa….
_Te gusta así?
_Si,… si…
_Eso Paty… así…así …relajadita…
Sus yemas continuaron paseándose, recorrían con suavidad mi cintura , avanzaban por mis costados , las sentía fuertes, tibias, inquietas y sin poder evitarlo en varias ocasiones me estremecí a su contacto. 
Usando un poco más de humectante descendió acariciando parte de mis caderas, entre subidas y bajadas desvió sus manos intentaron llegar desde atrás a mi vientre, hace tanto no había  sentido estímulos de ese tipo que no pude evitar relajarme dando  lugar a que sus dedos rozaran con disimulo la frontera de mi pubis. Volví a gemir.
Eran delicioso las sensaciones que me provocaba mi cuerpo había olvidado el gustito del roce y estaba despertando nuevamente al placer, pero en un arranque de sensatez, me apreté contra el colchón impidiéndole avanzar más
_ Tranquila Paty…tranquila…afloja…afloja el cuerpo…
La delicada danza de sus manos me estaba haciendo perder el juicio, me gustaba lo  que me hacía, como me tocaba y solo cerré los ojos dejándome llevar, el notaba mi predisposición y me animaba con sus palabras
_Así …así…relajadita…date vuelta linda,  para ponerla en tus piernas…
_Ahhhhhh
Respondí con otro gemido…..(Ponerla en mis piernas? Que es lo que quiere poner en mis piernas!,  pensé, )
Giré suave mi cuerpo, quedando boca arriba, estaba tan  concentrada en los estímulos y en la excitación que me producía, que por un instante  olvidé que al tener la pijama a la altura de mis caderas al dar vuelta  mis pechos desnudos quedaban ante sus ojos.
Los tenía allí, grandes, redondos con un par de orgullosos pezones desafiándolo, Danilo no podía apartar la vista de ellos ni yo de su bermuda templada en la  que claramente se dibujaba su miembro en acción.
No hicimos ningún movimiento, tan solo nos miramos profundamente; la  magia duró escasos segundos y me cubrí los senos con las manos….
_Suficiente….dije en medio de un suspiro
_Segura? No tengo reparo en continuar todo el tiempo que haga falta…
_nno, tranquilo ..ya.. estuvo bien
_Mmm deberías dejar que te cuide…son mis deberes de buen ahijado..
 _Te.. lo agradezco Dani pero…pero es mejor que vayas a descansar
Me sonrió y asintió con la cabeza
_Ok niñita asustadiza como tú digas
Me dio un beso en la mejilla y salió hacia su habitación.
Apenas  cerró la puerta, me abrí de piernas e introduje mis dedos en mi coño  violentándolo con profundas arremetidas, estaba muy humedad y tenía una necesidad profunda de ser follada.
Las palabras de mi amiga se volvieron proféticas, estaba caliente gracias a las caricias de mi  ahijado, pero sin duda también  él  se había excitado al tocarme y eso me emocionaba. Sin pensar en nada me levanté hacia el ala izquierda donde estaba ubicada su habitación, y protegida por la oscuridad quise arriesgarme a espiarlo, pero la puerta estaba totalmente cerrada y tan solo pude escuchar leves gemidos que me hicieron suponer que se masturbaba pensado en mí. Sin otra opción que escucharlo, Allí mismo arrimada contra la pared volví a meter mi mano entre mis piernas disfrutando de una dosis extra de excitación que me producía el riesgo de  que pudiera descubrirme. No tardé mucho y por segunda vez en el día me corrí brutalmente.
Al  día siguiente todo volvió a la normalidad , salvo por el hecho de que el muchacho se portaba aún más  atento conmigo  y además me miraba con insistencia; no puedo negar que también yo lo hacía al disimulo, sin embargo mantuvimos la distancia propia de nuestra relación de madrina – ahijado.
El fin de semana siguiente Marlene llegó de visita. Con dos bebidas refrescantes  y sendos sombreros nos sentamos en la mesita de jardín ubicada a pocos metros de la piscina, ni bien nos acomodamos encaminó la charlar a  su objetivo
_Ya que por teléfono no pude sacarte nada, ahora si me contaras con detalle cómo te fue con los masajitos de tu ahijado, porque cumplió mi recomendación no?
_Nunca te han aplicado un humectante? que puede tener de especial aquello respondí queriendo  evadir el tema
_Nada nada, sino fuera porque desvías la mirada como cuando intentas ocultar algo, vamos Paty nos conocemos hace tanto, dime, dime si almenas sentiste rico
_Jajaja que morbosa eres
_Ok, si tu no me lo quieres contar, le preguntaré a Danilo…
_Eres tan imprudente  que te creo capaz de eso y mucho más!!
_Ay, solo bromeo!! pero aunque  lo niegues se nota que algo fluye entre ustedes,  esas miraditas no engañan…
_Mmmmm  que puedo decir, solo es  un muchachito…
_Es un muchachito, pero  acaricia rico no? a mí me gusto cuando me puso bloqueador en la espalda
_Jajaja bueno si, se siente bien
_Solo bien? te excitaste?
_Joder, me causas risa!!
_Mmm por lo visto si, y él se excitó? se le par……
_ Sí, si se le paró , se le puso enorme!!!  Es lo que quieres oír no?
_ Wuaoo  suponía que la tenía grande y…. como cuanto le medía?
_Jajaja que pregunta!!  crees que ando con una regla en la mano?…. además solo se la vi  a través de la ropa
_No se vale Paty  tanto misterio para contar esa ñoñería
_Ay Marle,  Marle, ya en serio, no sé lo que me pasa, la verdad es que en esta última semana me he masturbado más que en un año!!
_Lo sabía, te pone caliente tu  ahijado!! pero tranquila ,es lo normal, llevas mucho sin sexo y además el chiquillo esta como quiere.
_Creerás que la otra noche me asomé al balcón, resulta que Dany  se estaba  bañando en la piscina, me metí a la habitación pero  me quedé tras de los cortinales espiando y al ratito salió totalmente desnudo, no sé pero me dio la sensación de que lo hacía adrede,  porque de rato en rato miraba hacia  mi habitación ,ufff  me temblaron las piernas  
_Jajaja debió ser muy rico lo que viste,  pero creo que a estas alturas tú necesitas de cosas más contundentes que espiar o auto complacerte, vamos que no eres una niña, ya déjate llevar
_Pero…es que es tan joven….
_Y??? oprovecha!! que esa es la mejor parte … imagina ese cuerpazo restregándose sobre ti, esas manotas amasándote toda, su buena herramienta dentro de ti,  porque dijiste que  la tiene grande verdad?
_Cielos Marle tiene una  verdadera …verga!!
_jajaja Paty mira nada más como te expresas, tú muy bien
­­_Jajaja si como que se me está subiendo la temperatura…ya Marle dejemos el tema que últimamente fácilmente me pongo….
_Cachonda? humm o sea que la juiciosa Paty  así de fácil se pone cachonda  vaya…vaya….
_Ya… no sigas que al menos tú tienes con quien desquitar
_Si la que sigue eres tú, mira cómo se te levantan los pezones, estas hecha toda una putita
_Si no te callas  terminare corriendo al sanitario oíste
_Al  sanitario o los brazos de Danilo? mira , mira lo que esconde en el bañador, Paty no te gustaría bajárselo  y darle un par de lamidas?
_ Ufff a estas aturas lo que quisiera es…comérsela…comérsela toda…!!!
_Eso es Paty, deja  deja salir a la zorrita que llevas dentro…
La charla se ponía morbosa, y el ambiente caliente, más aun cuando Marlene pasó sus manos suavemente por detrás de mí nuca, zafando las tirillas del sujetador, lo mis hizo con el lazo atado en mi espalda. Nunca había hecho toples, pero estaba tan alborotada que cuando me di cuenta ya tenía el brasier en mis manos, y la mirada absorta de Danilo sobre mis pechos.
Sentí un escalofrío, sus miradas literalmente me devoraban, sus labios parecían prenderse de mis pezones, al punto de quedarse con la mirada perdida en ellos. Indudablemente me encendí  y con toda maldad apliqué un poco de bloqueador ,masajeándolos suavemente, rozando mis pezones  jugando con mí  aureola, se me antojaba  ponerlo caliente, bruto, cachondo…
Marlene sonreía con satisfacción, luego se quitó el brasier con naturalidad, exhibiendo su par de bonitos senos  sin inmutarse  en  lo más mínimo. Danilo sentado en el borde de la alberca, nos contemplaba  queriendo guardar la compostura, pero su cuerpo hacia evidente su fascinación, levantando con furia su bañador
_Ves Paty, si ves todo lo que puede ser tuyo…imagina tus piernas amarradas a sus caderas, te gustaría ? se nota que es del tipo de hombre que folla bien
_Vamos Marle, cállate de una vez, una palabra más y  de verdad ….
_Jajaja Paty tantas ganas traes? a  poco y no te gustaría hacerlo ahora mismo, algo así brutal que te recompense los varios años de soledad, porque en verdad traes una linda cara de perrita en celo…
_Uffffffff… eres una cabrona!!! 
_Jajaja  Paty,  es divertido verte grosera,  y me encanta  como luchas contra tu calentura ….pero  como no quiero hacer mal tercio y en vista de las habas están por cocerse, me voy, a ver si  estando solos al fin   los tortolitos se animan a divertirse un poco
Sin decir más  y sin perder la sonrisa, gritó:
_Dani!!! ven!!! acompaña a Patricia que ya debo irme.
 Danilo no pudo disimular su emoción, se incorporó al instante y creo que para calmar su calentura, antes de acercarse a nosotras, dio un par de zambullidas que se encargaran de bajar  su carpa
Marlene recogió sus cosas  y se despidió:
_Chicos  los dejo solitos , diviértanse sin miedo…
Su sonrisilla fue suficiente para que ambos captáramos su doble intención y por si fuera poco se arrimó a Danilo susurrándole algo que le hizo sonreír, luego me  dio un beso y cuchicheo en mi oreja:
_Recuerda que eres toda una golfilla …déjate llevar…
No cabe duda que a esas alturas me sentía una golfita, pero  al irse Marlene perdí valor convirtiéndome tan solo en una golfita asustada. Mi ahijado despertaba mi libido con violencia, pero había una parte de mí  que aún se resistía,   quizá debido al vínculo casi familiar  o a la diferencia de edad,  lo cierto es  que al quedarnos solos  tome una toalla  y me la eché encima cubriéndome los senos.
_Estabas preciosa así al natural, jamás deberías cubrirlos
_Oh  gracias, pero creo que ya tome suficiente sol
_15 min es suficiente? no lo creo…o es que te incomoda traerlos desnudos cuando estás a solas conmigo? preguntó mientras plantaba la mirada en mis senos
Danilo había dado en el clavo, me excitaban sus miradas, y me gustaba su  descaro al abordarme de esa forma, pero haciendo un gesto de indiferencia respondí:
_Vamos Dani, no digas tonterías porque habrías de incomodarme?
_Justamente eso me preguntaba, hace un rato cuando estaba Marlene te veías tan desinhibida y de pronto al quedarnos solos te apagas… me atrevo a decir que hora mismo pareces nerviosa …
Sí, estaba nerviosa, lo tenía sentado frente a mí, con aquella piel morena que alimentaba mis fantasías, con aquellos labios carnosos que me provocaba probar,  con esa mirada incitante con la que se paseaba por mi torso, para terminar clavándose en mis ojos cafés…
_Nerviosa yo? por favor!!
_Sí,  nerviosa y no es la primera vez que pasa… hace unas noches cuando te aplicaba el humectante, también  te inquietó que te los mire…los tenías preciosos, duros, levantados, pero te asustaste y me mandaste a dormir
_No me gusta lo que insinúas …creo  que estas….. confundiéndote…
_Paty…Paty…quiero  pensar que no estoy confundido, es más yo no temo reconocer que me inquietas, que me inquietas demasiado, cuando me miras, cuando sonríes,  cuando tu mirada baja aquí a mis genitales…
_ Dany …yo no…
_No lo niegues Paty, te he descubierto mirando mi sexo varias veces,  y yo.… siento que  moriría si me lo tocaras….si me lo tocaras con esos largos dedos con los que hace un rato acariciaste tus pezones….querías provocarme verdad?  lo  lograste linda, sí que pudiste ponerme…a  tope
_Dani …Dani … no sigas…dije  casi sin aliento
_Te prometo que nunca te volveré a decir nada si al retirar la toalla  tus pezones están dormidos, pero si están duros como lo imagino, no dejaré de besarlos hasta que me pidas que pare
No respondí, ya no tenía fuerzas para objetar nada y el continuó:
_Sé que no solo son tus pezones lo que te traicionan, también sé que tu biquini está húmedo, ha estado húmedo toda la tarde verdad? te pones húmeda por mí… cuando te miro, cuando te hablo, y mucho más ahora que sabes que nadie me la pone como tú, así de fuerte… así de inquieta…así  de necesitada…
_Ahhhh Danilo….
_Marlene te incita a tener sexo verdad? pero no Paty, lo que  tú necesitas es amor, y sabes que haremos después de hacernos el amor? después de eso si follaremos ,  follaremos como dos locos, como dos enfermos…como dos animales…., muéstrame  mami, muéstrame que quieres hacerlo conmigo…
Tenía el  cuerpo caliente, mordía mis labios totalmente excitada y sentía como perdía fuerzas en mis muslos; mi sexo definitivamente quería albergarlo; eran demasiado tiempo de soledad, eran demasiados años sin follar
Con suavidad retire la toalla que cubría mis senos, dejándolos al aire, y mientras le miraba a los ojos empecé a masajearlos circularmente, abrí mis palmas sobre ellos abrazando la totalidad de mis tetas, contentándolas con suaves caricias que se intercalaban con apretones en mis pezones. Danilo me contemplaba sin decir palabra, solo se atrevía a humedecer sus labios mientras no perdía detalle de como mis piernas con una ligera oscilación le mostraban que mi sexo necesitaba de su ardor.
_Danilo susurre  tócate, tócate   para mi…
Mientras yo sobajeaba mis tetas, ubicado  frente a mí, deslizó su mano entre sus ingles, acariciaba su miembro por encima del bañador, haciendo que notara el bulto que se le formaba, subía su mano a la pelvis y jugaba con el resorte de su bañador, bajándolo ligeramente, de modo que podía ver el inicio de su pubis
Ajusté los muslos excitada, para volver a separarlos con suavidad, me sentía empapada y quería que el chico viera la sombra de humedad  en mi biquini, una humedad que el provocaba, sin siquiera tocarme.
Maliciosa deslicé mi mano por mi vientre, jugando con mi pubis, escasas pelusas formaban un pequeño triángulo en mi monte, que culminaba en unos labios suaves totalmente depilados, apenas lo rocé y me estremecí, más aun cuando Danilo introdujo  sus dedos  en el bañador   sacando su miembro. Al fin pude vérsela a mis anchas, enarbolada, lista para guerrear, era  grande, ligeramente gruesa, de un bello color rosáceo; una verdadera joya en medio de su vientre. El vello había sido recortado  con cuidado, y majestuosas colgaban dos esferas haciéndola más apetecible.
Su mano se acomodó en la base y empezó a subirla y bajarla despacio, a momentos exprimía el capullo y gotillas de sus líquidos se desparramaban por su glande,  yo estaba absorta, contemplando como su respiración se aceleraba al igual que los movimientos de su mano, en un juego solitario que le arrancaba  gemidos
También yo gemía, mientras mis dedos se escurrieron entre mis labios, eché mi cuerpo hacia atrás  y me concentré en mi propio placer, no quería besos, ni caricias, quería correrme, necesita hacerlo con urgencia y el dedeo insistente sobre mi clítoris me arrancó ese orgasmo que tanto necesitaba.
Danilo al verme contraer, aceleró el movimiento de su mano, y una fuerte  descarga se derramó entre sus, palmas. Sus ojos se entrecerraron como si quisiera contener el placer y al volverlos a abrir sus pupilas se clavaron en las mías…
Nos acariciamos con la mirada unos segundos y nada pudo romper mejor aquella magia, que  nuestras risas  descontroladas floreciendo después del placer. Luego de la risa, otra vez el silencio; luego del silencio, otra vez el placer…
Nos besamos, al fin nuestros labios se tocaban, se buscaban y se abrían, permitiendo que nuestras lenguas juguetearan enamoradas; infinidad de besos se tatuaron en  nuestra piel desde los hombros hacia las caderas, desde los pies  hacia la cintura…
_Ahora si quieres seguir? o me volverás a dejar con ganas  susurró mientras tiraba de mis pezones…
Gemí,  no hacía falta más respuesta que mi mano apretando su bragueta
_Mmm o sea que la nena hoy si tiene ganas de probarla, mira nada mas como me la estruja mmmmm anda quiero oír que me la pidas…
_Dani quiero… quiero que lo hagamos…
_No, así no, quiero que la pidas como una putita, como una putita caliente…
_Mmmmm Dani dámela… ….quiero comérmela toda…quiero sentir tu ….verga!!
_ufffffff muy bien, así es como debes pedirla, pero si la quieres… tendrás que venir por ella!!
Dicho esto se recostó sobre la tumbona,  se bajó el bañador y elevo su cadera , no había duda era una invitación a un oral, a sentir en mi lengua  el calor de  su miembro, no dudé ni un segundo , separé  sus muslos con violencia  haciendo que los dejara por fuera de la tumbona, me acerqué despacio y refundí mi rostro entre sus ingles. Moví mi lengua entre sus testículos rozándolos apenas  y cuando escuché su primer gemido susurré:
_Te gusta mi lengua?
_Ohhh, me encanta como la mueves..sigue…sigue…
Recordando sus palabras anteriores respondí:
_Mmmmm  pues si la quieres…tendrás que venir por ella!!!
_ Jajaja con que esas tenemos!!! La niña quiere jugar a ser mala
Sacando la lengua de forma provocativa respondí:…te espero en agua
Ambos reímos y en cuestión de segundos me tenía arrinconada en las escalinatas de la piscina
_Jajaja Dani sabía que mi lengua era una verdadera tentación para ti
_Quien dice que vine por tu lengua?, yo vine por esto!!!
Antes de que pudiera decir nada, me agarró de los brazos y  me tumbó …
Luego gemidos, muchos gemidos… su lengua  en mis genitales daba incansables lamidas que recorrían  desde mi canal hasta mi pubis, rebuscando en mis pliegues los maravillosos puntos donde mi jadeos aumentaban hasta hacerme sentir desenfrenados espasmos. Era imposible dejar de contraerme, hace tanto  no sentía una boca comiéndose mi  coño de esa forma, ni unos dedos tan hábiles hurgoneando en  mi sexo.
La sensación era desbordante, el agua  de  la piscina  refrescaba mi espalda y mis glúteos, mientras despatarrada,  me permitía el lujo de gozar de un buen polvo. Sin duda era excitante saber que   pese a ser una mujer madura tenía en medio de mis piernas una carne fresca, un muchacho joven, arrancándome un orgasmo de primera. Luego de mis maravillosos espasmos continuó besando mis inglés, lamiendo mis líquidos, con sus ojos chispeando de deseo y su bañador levantado….
Cambiamos de posición, Dani se sentó en un peldaño de la piscina y yo un poco más abajo, con la mitad del cuerpo sumergido en el agua, acaricié sus muslos juguetona
_Dani ahora si se te antoja mi lengua?
_Desde luego linda desde luego, aunque……no sé si puedas  hacerlo bien…
Sabía que su intención era provocarme y me gustaba que lo hiciera porque eso me ponía aún más caliente
Sin darle oidos escupí sobre su miembro, extendí la saliva a lo largo del tallo usando mis dedos, luego coloqué mis labios en la punta, y acaricié con ella su glande, chupe  suave, sin prisas, mientras él se desesperaba por encajarla, a cada empujón de su cadera queriendo meterla en mi boca, me retiraba velozmente  de forma que lo único que me comía era su glande
_Vamos Paty….cómetela….cómetela… toda…
Ignorando sus palabras me dediqué a lamer sus testículos y a recorrer  con mi lengua la zona del perineo, entrecortados gemidos se escuchaban y queriendo disparar aún más su excitación, junté mis senos y los pasé  a lo largo de su pene las suficientes veces para que su miembro alcanzara su máximo tamaño
_Dany te puedo preguntar algo? tengo una curiosidad…
_Ahhhh pregunta linda…pregunta…
-Mmmmm como cuanto ….te mide?
_Jajaja temes no poder con ella?
Sin responder volví a escupir sobre su miembro, contuve la respiración, ajusté mis labios sobre su diámetro y me la introduje a profundidad arrancándole un fuerte gemido. Subí y bajé repetidas veces, suavizando con mi saliva y apretando con mis labios. Aceleré el movimiento, Danilo se revolvía gimiendo mientras yo no paraba de succionar, me costaba algo de esfuerzo tenerla casi toda en mi boca pero me excitaban sus jadeos, sus ojos vidriosos, su cuerpo tenso, y eso hacía que yo apurara más los movimientos, hasta que mis labios sintieron como la corrida atravesaba su troco para terminar vaciándose en mi boca. Luego limpié su sexo, lamí mis comisuras, y bebí el extraño sabor de sus fluidos como si se tratara dela más rica miel
Nos quedamos varios minutos abrazados, sin decirnos nada, solo sus manos se paseaban por mi espalda, acariciando mi cintura, a momentos las bajaba  y apretaba mis glúteos, perfilando sus dedos en mi vulva
_Jajaja que haces Dani
_Jajaja lo siento, es que me pone cachondo  pensar que ese coñito lleva años desamparado
_Mmmmm o sea que ya tengo quien se preocupe por él?
_Si mami desde hoy lo vamos a atender a diario, tú sabes, deberes de buen ahijado
_Jajaja eres un  sinvergüenza!!
_Mmmmm ven acá  y te enseño  todo lo que hace un sinvergüenza..
Tendió una tallón sobre el parquet, me recosté deleitándome con las caricias suaves con la que cubría los espacios más íntimos de mi cuerpo, sus besos se esparcían dejando el brillo de su saliva sobre mi piel, los míos buscaban sus gemidos. Allí a plena luz del día, sintiendo los últimos rayos de la tarde disfruté de mi propia liberación, necesitaba entregarme, necesitaba amar y necesitaba follar…
Abrí mis muslos, quería sentirlo dentro, el estímulo de los besos, de las caricias y del dedeo, me tenían ansiando la penetración, subí mis piernas permitiendo que su miembro se ubique en mi entrada, y Dani empujó las caderas con suavidad. Se sentía claramente cómo se abría paso entre mis carnes, produciéndome algo de ardor al ir deslizándose al fondo, me ocasionaba un dolorcillo que si bien provocaba algún quejido, me hacía desear ser punzada a plenitud.
Su peso sobre mi cuerpo y la fricción intensa generada por el movimiento de entrada y salida, hacía que poco pudiera resistir, empujé a tope mis caderas produciendo un hundida profunda y grité producto de un orgasmo enloquecedor.
Luego me tomó de la mano ayudándome a incorporar:
_Ven vamos a tu habitación
_A mi habitación?
_Si linda, a tu cama….mira como quedaron mis rodillas, ouuchh el parket no es precisamente cómodo
_Jajaja entiendo pero… quien dice que yo quiero en una cama?
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevos deseos de unirnos, las ondas formándose en la piscina daban muestra de nuestra actividad en el agua; arrinconada contra la esquina me sujeté de su cuello y abracé  sus caderas con mis piernas, sus manos me sostenían del trasero, y ambos empujábamos rítmicamente de modo que su miembro se encontraba con mi sexo; que puedo decir sino que gloriosas arremetidas me hacían perder el aliento.
Gemía como una perra, y agitaba mis caderas buscando más de sus estocadas, y mientras su miembro era devorado por mi coño, su boca devoraba mis pezones; tanta calentura en nuestros cuerpos no era calmada ni siquiera con la frescura del agua en la que chapoteábamos mientras nos cogíamos.
_Ohhh que rico, asii.. muévete asi Paty..
_Quieres que me mueva mas?..te gusto asi sucia y cachonda?
_Ohhh sigue nena …me encantas asi.. cachonda y cochina…sigue…
Le señale, uno de los descansos de la alberca, y terminé sentada sobre él, con las piernas abiertas, al fin tenía el control absoluto de los movimientos cabalgándolo a mi antojo. Mi melena oscura se revolvía cayendo sobre mis hombros  mientras como una salvaje brincaba sobre su reata, sin más me contraje en explosivos movimientos que me dejaron exhausta en sus brazos.
Una vez repuesta Danilo me empujó contra la pared y sin misericordia arremetió contra mí, sus mano se engarfiaron en mis caderas y no me soltó hasta que su sexo agotado de amarme explotó en una estremecedora corrida. Su semen llenaba mis entrañas escurriéndose en mis muslos mientras el pegado a mi terminaba de convulsionar…
_Ufffffff Paty delicioso… ahora si quieres ir a nuestra habitación?
_Nuestra habitación?
_Jajaja nuestra desde hoy…si me dejas quedar contigo
_Mmmmm y que me ofreces a cambio?
Mordió mi oreja y susurró:
_Cumplir con todos mis deberes….. de buen ahijado
_ Dani….sii…ahhhh
 
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Relato erótico: “Repasada por el pintor de mi padre” (POR ROCIO)

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Todo comenzó cuando estaba estudiando para los exámenes finales de mi segundo año en la facultad. Mi papá contrató a don Jorge, un señor entrado en los cincuenta, conocido entre los vecinos por ser pintor  
hacer trabajos en todo el barrio, amén de tener una actitud tosca. Y no es precisamente que sea un adonis ni nada similar… tampoco es que me importara ya que solo se trata del pintor.
Lo contrató para que repintara las paredes de nuestro jardín porque el invierno y la humedad habían hecho de las suyas, enmoheciéndolo todo;  tocaba pintar unas nuevas capas, y de paso renovar también la casa. Así que el señor se presentaba todas las tardes en mi hogar donde trabajaba durante horas y horas mientras yo en la sala me dedicaba a estudiar.
A veces me tomaba descansos para ir a charlar con él. Total, como a esas horas éramos los únicos en la casa y tampoco era plan de ser antisocial. Aunque como dije, el señor no era muy conversador ni simpático. Yo solía indagar para ver si teníamos algo en común sobre lo cual hablar: noticias del día, su trabajo como pintor, su familia, la mía, ¡incluso hablábamos del clima! Pero nada funcionaba, todos mis intentos de diálogos se acaban a los cuatro o cinco intercambios. 
Una tarde en particular, cuando él estaba alto en la escalera, pasando pintura por la pared, entré al jardín cansada de fórmulas, números y teorías.
—Don Jorge, ¿le gusta el tenis?
—No, no lo sigo. ¿A ti te gusta?
—¡Sí! De hecho, lo practico.
—¡Bien por ti!
Silencio luego. Incómodo y largo silencio. Hastiada, decidí cruzarme de brazos e intentar enfocar las cosas de otra manera.
—Ya. ¿Me podría decir qué es lo que no le gusta, don Jorge?
—¿Pero qué…? —dejó de pintar y me miró extrañado—. ¿Se puede saber a qué vienen esas preguntas que me haces todos los días?
—Solo quiero conversar, pero si se va a molestar pues ni caso.
—Eres una muchacha muy… Mira, ¿quieres saber qué no me gusta? ¡Este frío!
—¡Dios! —se me encendió el foco—. ¡Ya le traigo un café, no se mueva!
Al volver al jardín con una taza de café y rosquillas en las manos, terminé tropezándome con la manguera y caí de bruces contra la mencionada escalera. El pobre hombre tambaleó a lo alto y se cayó. No sobre mí, por suerte. Pero sí que aterrizó muy mal, por desgracia.
¿Resultado? Escayolas, escayolas y escayolas. Me sentí como un monstruo al visitarle en su casa, en compañía de mi papá, y verlo confinado en una pequeña y oscura habitación, acostado sobre la cama con brazo y pierna izquierdas enyesadas, postrado y triste, con la mirada perdida. Él no tenía ni ganas de saludarme. Su señora me había dicho, al verme muy afectada, que no me preocupara demasiado, que su marido hacía encargos de pinturería por gusto, no por necesidad, que como todo buen hombre trabajador no quería estar quieto sin hacer nada.
Pero yo no podía dejarlo así. Entonces le dije a su señora que si no era molestia, vendría todos los días después de mis clases de facultad para pasar el rato con él, cuidarlo y tratar de atenderlo para no delegarle todo el trabajo a ella durante el mes que estaría así. La culpable era a todos luces yo, y por más de que mi papá y su esposa quisieran quitarle hierro al asunto, yo simplemente no podía dejar pasar algo así. ¡Un hombre estaba encamado y enyesado por mi culpa!
Cuando tanto mi padre como la esposa del pintor se fueron, abrí la cortina que ocultaba la luz del sol y traté de sacarle temas de conversación de manera infructuosa, como siempre. Mejor iluminado como estaba, me fijé en el diminuto cuarto. Apenas un armario, un pequeño mueble para el televisor, un sillón al lado de la cama y finalmente una radio sobre una mesita, al otro lado de la cama. En ese momento simplemente pensé que era el cuarto que su mujer decidió usar como lugar para poder atenderlo mejor, ya que se encontraba cerca de la cocina, en el primer piso, y no en el segundo, donde más tarde sabría que se encuentra la habitación matrimonial.
—Oiga, don Jorge, su casa es muy hermosa y su señora muy amable.
Silencio. Solo mis pasos resonaban por el lugar. Me senté en el sillón al lado de su cama.
—Y… ¿No tiene hijos? Ahora que lo pienso, nunca los he visto. Y eso que suelo pasar todos los días después de la facultad por aquí, y también cuando iba al colegio.
Nada de nada.
—Mi mejor amiga dice que probablemente usted me quiere matar y me odia un montón, pero yo le dije que no tiene sentido concluir esas cosas si ella ni siquiera lo conoce a usted. ¿Verdad? ¿No me odia, no?
Cerró sus ojos y pareció ponerse a dormir.
—Yo no creo que me odie, es decir, no es que yo lo haya hecho a propósito. Además, míreme, podría estar paseando en el Shopping con mis mejores amigas, pero… ¡aquí estoy! Viendo… las fotos que me están enviando al whatsapp… parece que se están divirtiendo…
—Maldita sea, niña, cállate de una puta vez.
—¡Ah! Parece que alguien recuperó la lengua. Por cierto, observe esta foto que me acaban de enviar, ella es Andrea, mi mejor amiga… le estoy escribiendo que esa camiseta de Hello Kitty es preciosa, ¿no lo cree usted? Mire, mire…
No vio la foto sino que me observó fijamente. Parecía querer fulminarme con la mirada pero yo sostenía mi sonrisa como mejor podía. Iba a pedirle nuevamente mis sinceras disculpas por el accidente pero antes de que yo abriera la boca el señor soltó muy groseramente:
—Debí haberme caído sobre ti…
I. La “brocha” del pintor
Para el martes, mientras le leía al señor las noticias de un periódico online, su mujer entró con un plato de caldo de verduras. Al verla algo cansada decidí agarrar el mencionado plato y ser yo misma quien le diera de tomar. Esta vez, con su sonriente esposa de testigo, las cosas se hicieron más divertidas incluso. Para mí, no para él. 
—¿Caldo de nuevo? —se quejó el señor. 
—¿Qué? ¿Quieres las salchichas de pavo otra vez?
—Me gustan esas salchichas.
—¡Basta de salchichas! Ahora abre la boca, Jorge, la nena te va a dar de tomar.
—¿En serio, mujer? ¿Me va a dar de tomar ella?
—No seas maleducado. Agradece que alguien tenga ganas de ayudarte, que yo sinceramente estoy cansada. 
—Don Jorge —interrumpí probando el caldo—, esto está súper delicioso…
—Pequeña bribona, ¿estás tomándote mi caldo?
—Pues sí, ¡y será mejor que abra la boca si no quiere que yo lo termine acabando!
—¡Perfecto! ¡Tómatelo todo, maldita niña, no dejaré que me alimentes! ¡Puta humillación!
El miércoles, debido a que estaban acercándose los exámenes, simplemente me iba a su casa para repasar en voz alta mis apuntes mientras él veía la TV. No tenía idea de qué le gustaba: o el canal de noticias, o el de deportes o el de prensa rosa. Como nunca se quejaba ni tampoco decía nada…
—Don Jorge, creo que estoy teniendo el síndrome de Florence Nightingale…
—¿Qué mierda es eso?
—Que si sigo cuidándolo, me voy a volver loquita por mi paciente –bromeé.
—No soy tu paciente, no necesito de ti, ¡y odio la prensa rosa!
—¿Y si pongo el canal de deportes?
Cerró los ojos y se echó una siesta. Quería fustigarme, amilanarme, pero no lo iba a conseguir. Había una pared fea y enmohecida entre nosotros, pero yo no descansaría hasta embellecerla. Su actitud me hizo pensar que tal vez debería seguir intentando otras alternativas; todos tienen sus debilidades; en algún punto el corazón cede y ve la bondad. Y pronto él vería la mía.
Así que el jueves alquilé un par de películas para verlas juntos. Tuve que recurrir a los consejos de mi sabia mejor amiga para que me recomendara algo que pudiera resultarle divertido a un señor de su edad. Se mostró reacio a ver las películas conmigo, sobre todo porque no le agradaba que yo me sentara sobre su cama, a su lado, para verlas desde el notebook.
Pero cuando vio que le había preparado un par de salchichas de pavo (en secreto, porque su señora no quería), me aceptó como compañía. La primera película fue “Hachiko”, la del perro que esperó a su amo muerto hasta sus últimos días. Puse la portátil sobre mi regazo y metí el disco.
Terminé llorando a moco tendido, abrazando mi notebook, balbuceando que jamás en mi vida tendría un perro, me partiría el alma que algún chucho tuviera que atravesar por algo tan fuerte. Esperaba que don Jorge estuviera en una situación similar a la mía: abatido, destrozado, con el corazón haciéndose añicos; situación ideal para conocernos esa faceta sentimental. Pero cuando lo miré, vi al mismo viejo cascarrabias de siempre.
—La mierda, niña, ¿te pones a llorar por esa tontería?
—¡Dios! ¡Fue terrible cuando la señora reconoció al perro aunque ya estuviera todo envejecido!
—¡Es una puta película!
—¡Basada en hechos reales, don Jorge! ¿Es que no tiene corazón?
La segunda película tenía el rótulo “Hook”, que trata de un envejecido Peter Pan que intenta volver a ser el niño que una vez fue. Me pareció acertado a todas luces, a ver si el señor lograba identificarse y ser menos rabietas conmigo. Así que puse el DVD y se reprodujo automáticamente. Dos mujeres, una rubia y una pelirroja, entraban desnudas a una habitación, tomadas de la mano. Pronto empezaron a besarse.
—Rocío… No esperaba esto de ti. Primero las salchichas, ahora una porno. Ya no me caes tan mal. 
—Esto no es “Hook”. Se habrán confundido en el videoclub. Será mejor que vaya a devolverlo.
—¡No! Maldita sea, haz algo bien y déjame verla.
—¿En serio, señor? ¿Así que es eso lo que le interesa? ¿Una porno?
—Si te quedaras callada sería genial pero ser ve que es un caso imposible.
—¡Pesado! Debería decírselo a su señora…
—Hazlo, no creo que le interese mucho. Mira, vaya dos chicas más guapas, ¿no? Y ahí entra un negro en acción.
No le iba a dar el gusto, y mucho menos porque se oía cómo su señora se estaba acercando a la habitación, así que rápidamente cerré el notebook y me levanté de la cama. Don Jorge volvió a suspirar y de paso me regañó porque según él, cuando por fin encontré algo de su interés, terminé descartándolo. Pero no hubo tiempo para más ya que su esposa entró:
—Rocío, quiero salir de compras, ¿no te importa quedarte un rato más hasta que vuelva?
—Claro que no, Susana. Estaba pensando en limpiarle la habitación.
—¡Qué encanto eres! La escoba y el repasador están en el jardín. Pórtate bien, Jorge, no seas malo con la niña.
Luego de despedirme de la señora en el pórtico, me hice con las mencionadas escoba y repasador para volver la habitación de don Jorge. Conforme barría la pieza, el señor volvió al asalto.
—Rocío, sé buenita y ponme esa película que me trajiste.
—No le estoy oyendo, pervertido.
—¿Ahora te haces la enojadita? Solo ponla y vete a la sala hasta que termine de verla.
—¡No sé si se da cuenta, pero estoy limpiando su habitación!
Luego de pasar trapo, siempre aguantando los embates de don Jorge, me acerqué al armario para ordenar sus ropas. Fue cuando noté un pequeño cajón de cartón, como de zapatos, escondido en el fondo. Era bastante pesado. Don Jorge ladeó como pudo su cara y por el tono de voz lo noté alarmado.
—¿¡Qué estás haciendo, niña!?
—¡Le estoy ordenando el armario!
—¡Suelta eso!
Con lo cabreada que me estaba poniendo su actitud, lo abrí para castigarlo. Mis ojos se abrieron cuanto pudieron. Eran revistas porno, y no me refiero a revistas… ligeras… sino bastante fuertes. Mientras el señor vociferaba sobre aquella invasión de privacidad, noté un denominador común en todas las portadas y el contenido de las revistas. Por lo visto al señor le gustaban las chicas con mucho pecho…
Pero enseguida me dio un corte tremendo porque yo tengo los senos grandes, pero claro que por la manera que yo vestía (estábamos en invierno) apenas se notaba. Guardé las revistas en el cajón y la devolví en el armario. Y me sentí terrible, es decir, a mí no me gustaría que alguien supiera de mis fetiches y perversiones. Es algo que ni siquiera lo solía compartir con mi novio porque se requiere de un nivel de confianza muy grande.
—Oiga, don Jorge, discúlpeme. Ya lo guardo y no lo volveré a revisar.
Silencio de nuevo. Esta vez fue matador. Sentía que lo había herido muy fuerte. Seguí a lo mío, doblando y ordenando sus ropas. Entonces sospeché de otra cosa. El montón de ropas, el televisor, la radio allí sobre una cómoda. No era mi intención inmiscuirme más, al menos no más de lo que ya lo había hecho, pero estaba pensando seriamente que don Jorge y doña Susana no compartían la misma habitación.
—Don Jorge, ¿quiere que le ponga algo de música?
Nada. Nada de nada. El señor estaba herido, eso estaba claro. Y yo me sentía como un monstruo. Aparte de haberle causado un accidente horrible, lo había humillado. Así que al terminar con las ropas, me senté de nuevo sobre su cama, abriendo el notebook.
Se reprodujo la película. Allí, las dos chicas gozaban con el negro. 
—Bueno… —dije suspirando—. Seguro que el papá de esa rubia estará súper orgulloso…
—No me jodas, niña —respondió don Jorge, mirándome con una sonrisa, antes de ver de nuevo la película. Los gritos y gemidos llenaban toda la habitación.
Prefería no seguir viendo; no es que no esté acostumbrada o me hiciera de la decentita, es que simplemente se sentía mal verlo con un señor a quien debía estar cuidando. Le dejé el notebook y me levanté para trapear un poco más ese piso.
Mientras limpiaba debajo de su cama, noté algo llamativo en la entrepierna del señor: su erección se estaba marcando bajo su pantalón. Y esa espada, por el amor de todos los santos, era algo increíble. Me quedé allí, sosteniendo el trapeador, mirando fijamente cómo aquel mástil se endurecía más y más y más; ¿hasta dónde iba a crecer? ¡Ya estaba superando a la de mi novio!
—Rocío, ¿te sucede algo? —preguntó don Jorge, sonrisa pícara.
No podía proferir palabra alguna pero sí supe reaccionar a tiempo. Ladeé la mirada y me hice de la desentendida, trapeando el suelo nuevamente. Pero aquella lanza seguía reluciendo. Casi brillando, diría yo, llamándome, rogándome que lo ojeara disimuladamente cuando pudiera. Los gemidos de las chicas rebotaban por la habitación; se me escapó un hilo de saliva cuando la volví a observar.
—¿Te importaría salir un rato de mi habitación, Rocío?
—Ahhh —dije embobada—. Tengo que repasar, don Jorge. 
—¡Ya veo! Pues quédate, me importa un rábano.
Con su única mano retiró un poco el pantalón y ladeó su ropa interior, sacando a relucir ese imponente pedazo de carne. ¡Madre! ¡Brillaba, centelleaba, se erigía todo gordo, orgulloso e infinito! ¡Dios, y esas venas! Me flaquearon las piernitas, sentí un ligero mareo, aún no quiero sonar muy obscena pero es que hasta mi vaginita se estremeció imaginando cómo sería que algo así entrara en mí. Salí pitando de la habitación en el momento que comenzó a masajear su carne de manera grosera, bufando como un animal y mirando la película porno.
Roja como un tomate, cerré la puerta detrás de mí. Me recosté contra ella, cayendo lentamente hasta el suelo. ¡No lo podía creer! ¡Eso superaba la veintena de centímetros fácilmente! Pobre doña Susana, seguro ni le dejaba caminar bien… o mejor dicho… vaya con la afortunada doña Susana…
Tras la puerta, don Jorge se masturbaba muy ruidosamente. Y yo, curiosa como no podía ser de otra forma, me repuse para tratar de verlo a través del picaporte. Ladeando forzadamente la mirada, pude ver el enorme objeto que me tenía tontita. Aquellas enormes venas iban y venían por ese largo y grueso tronco, fuertemente machacado por la mano del señor.
No pude evitarlo, ¡me excitó un montón! Pero no era ocasión para masturbarme. Así que fui a la cocina para prepararle algo de comer y quitarme pensamientos impuros de la cabeza. De vez en cuando volvía silenciosamente hasta su puerta para curiosear si seguía estimulándose o si ya había terminado con su manualidad. 
Quince minutos después, cuando vi que se corrió en un pañuelo, trató de ponerse bien tanto su bóxer como su pantalón con su única mano disponible. 
Entré a su habitación con una ensalada en mano; tenía rodajas de su salchicha preferida. Pero me temblaba todo el cuerpo, estaba coloradísima, sudando también, mirando de reojo su entrepierna que ya no daba señales del destructor que se alojaba allí.
—Don Jorge, le voy a dejar una ensalada aquí… y saldré corriendo para mi casa ya. 
—Gracias, niña. ¿Podrías hacerme un último favor? Ciérrame la hebilla del cinturón…
—Ahhh… señor Jorge —me quedé para allí sin saber qué hacer, jugando con mis dedos. Quería correr pero también quería quedarme, no sé. Tragué saliva y me acerqué para cerrársela lentamente, ajustando un poco su bóxer, que estaba mal puesto, tratando de no mirar demasiado ese pedazo de carne morcillón que relucía bajo la tela—. Don Jorge, me alegra haber encontrado por fin algo que le guste.
—Pues la película estuvo estupenda. ¿Vas a traerme más de esas?
—Uf… es súper incómodo esto, pero puedo hacerlo. 
—Me estás empezando a agradar, Rocío. Y me gustan las chicas con tetas, así que trae algunas películas de ese estilo.
—Dios mío, si su señora nos pilla seguro que me da un escopetazo a la cara —era imposible cerrar la hebilla porque mis manitas temblaban, ¡Dios!
—Ya te lo dije, niña, ¡no le importará un pimiento!
De noche, en mi casa, no podía quitarme la imagen mental de aquel mástil de proporciones astronómicas. Seguro que su señora estaría, en ese momento, dándole una mamada o forzando posiciones para poder follarlo en esa cama, no sea que lastimara sus extremidades rotas. Normal, si él fuera mi marido yo también estaría como loca todo el rato. Pero claro, no era ese mi caso, así que me limité simplemente a pasar un rato agradable en mi baño, metiendo un dedito mientras que con el pulgar me acariciaba el clítoris; imaginaba que yo era su esposa que lo recibía luego de un pesado día de trabajo, vestida con un camisón coqueto y trasparente.
Le llenaría la cara a besos mientras degustaba mi cena, y luego lo arrastraría hasta nuestra habitación matrimonial donde me haría gozar toda la noche con esa larga, gruesa y titánica obra de la naturaleza. Lo haríamos así todos los días, todos los días, todos los días…
¡Madre, todos los días sin parar! Tal vez dejaría los domingos para pasear en la playa, que es mi actividad preferida. Pero luego me puse a lagrimear viendo mi dedo, tan pequeño y finito, mojadito de mí, no era lo mismo que la enorme herramienta de ese pintor…
Había una pared entre ambos, ¡sí! Fea y enmohecida. Pero ahora una enorme brocha había entrado en escena. Y parecía venir cargada con mucha pintura.
II. Una superficie demasiado estrechita para tanta brocha
El viernes volví a su casa. Llevé otro par de películas. Y desde luego ambas eran eróticas. Me costó armarme de valor para alquilar esas cosas, el jovencito pecoso de la tienda me sonrió como un pervertido cuando le pedí los DVDs.
—Buenas tardes, Rocío. ¿Me has traído mis películas?
—Uf, don Jorge, buenas tardes. Claro que las traje, las escondí en mi mochila. 
Puse una cualquiera y nada más darle al play, salí de la habitación y cerré la puerta para dejarlo en privacidad. Aunque él no supo ni tenía forma de saber que al otro lado yo estaba recostada contra la puerta, escuchando el intenso y seco sonido de su autosatisfacción. Me repuse para verlo a través del picaporte.
Me puse a babear. ¡Era impresionante aquello! Juraría que su lanza estaba más grande que el día anterior y todo. Me acordé de mi novio. Esa mañana en la facultad, durante las horas de clases, lo llevé a rastras hasta el baño de mujeres; estaba como un hervidero y necesitaba un hombre cuanto antes. Christian, mi chico, estaba súper nervioso porque no está acostumbrado a mis arrebatos, y de hecho se enojó conmigo cuando me reí al ver su miembro erecto. Es que no pude evitar comparar el pene de mi chico con el del señor Jorge, y la diferencia era tan abrumadora que simplemente me reí al ver el de mi novio.
Obviamente se cabreó tanto que dio por terminada nuestra aventura en el baño. Pero lo que mi chico no sabía es que, al haberme dejado a medias, me estaba enviando a la casa del pintor toda encharcada; estaba tan excitada que ya no me importó bajarme el vaquero allí en la casa de don Jorge, dispuesta a masturbarme contra su puerta mientras el señor se pajeaba.
Mi puño izquierdo quedó muy marcado por mis dientes mientras mi mano derecha se escondía bajo mis braguitas. No puedo describir el placer y la cantidad de intensos orgasmos que experimenté con mis pequeños dedos haciendo ganchitos dentro de mí mientras escuchaba las pajas de aquel señor. La cantidad de humedad en esta pared no era ni medio normal. 
Me quedé postrada allí contra la puerta, toda agotada, mirando mi dedito encharcado, apretujando mis muslos. “Tiene que ser mío”, pensé como una loba. La verdad es que ni yo me reconocía; ya estaba hartita de masturbarme, ¡quería carne de verdad!
Luego de varios minutos, tras entrar para cerrarle la hebilla del cinturón, y de limpiar una gota de semen que le cayó sobre la escayola del pie, agarré mi notebook y salí corriendo sin mirar para atrás ni escuchar sus perversas opiniones acerca de la película que le había alquilado. Pensé que tal vez encontraría la lucidez que necesitaba en una noche con mis libros y apuntes.
Pero es muy difícil estudiar en esas condiciones. A veces las letras y los números, y sobre todo los gráficos de mis libros, parecían transformarse en una enorme, gigantesca y llamativa… ¡verga!… ¡Todo mi cuerpito estaba enfocado en eso! Y mentalmente me pedí perdón a mí, a mi novio, y a su señora, y, y, y,… ¡Perdón a todos! Porque esa noche, al cerrar los ojos, decidí hacerle caso a esa maldita putita con cuernos y colita de diablo que campa dentro de mi cabeza, a esa chica que no para de gritarme: “¿Qué más da que te deje caminando como un pingüino por días? ¡Tienes que probar esa brocha! ¿O acaso vas a tranquilizarte con ese dedito que tienes? ¡Por favor, no es ni por asomo lo mismito!”.
Al día siguiente, sábado, como la señora estaba dialogando con el mismo vecino de siempre en el pórtico de su casa, don Jorge y yo tendríamos bastante privacidad. No obstante, decidí poner el seguro a la puerta, amén de encender la radio para poner música y así ver “nuestra” película porno en mudo.
—Rocío, voy a… bueno, creo que estarías más cómoda si te fueras de la habitación.
—¡No! O sea… hágase espacio, quiero verlo también… digo, quiero ver la película.
—¿Lo dices en serio? No creas que porque tú estás aquí vas a evitar que lo haga.
—¡Hágalo! Mastúrbese, pervertido. Tengo diecinueve, no es que vaya a ver algo súper novedoso.
—En serio eres una niña muy rara, ¿eh? ¡Perfecto, quédate! Dale al play.
Me senté sobre la cama y puse el notebook sobre mi regazo. La película no era nada especial. Una chica haciendo una cubana a varios chicos. El señor se volvió a empalmar. Y yo estaba sudando ya como una cerdita, abrazando una almohada, mirando boquiabierta aquella imponente verga de mis sueños despertándose de su letargo.
El señor simplemente no se aguantó y se volvió a tomar la polla, por encima de su ropa interior. Me miró y me sonrió conforme se la estrujaba con fuerza. Yo podría parar aquello, decirle que no era apropiado hacer eso, pero de alguna manera él notaba lo embobada que estaba por su miembro, lo caliente que me ponía viéndole masturbarse.
—¿No te molesta, Rocío, en serio?
—Ah… don Jorge —abracé con fuerza la almohada—, no está mirando la película. 
—Es que, preciosa, tú tienes también unas tetas dignas de mención, desde que las vi mientras trapeabas me he quedado obsesionado. Aunque con la almohada no puedo ver nada.  ¿Vas a mostrármelas o tengo que imaginarlas?
Tragué saliva. Mil pensamientos iban y venían. ¿Me estaba bromeando? ¿Me lo estaba pidiendo en serio? Su señora estaba afuera, en cualquier momento podría golpear la puerta. ¿Debería hacerlo? ¿Cómo era posible que aquella “brocha” me hipnotizara prácticamente? Seguro pensaba que yo era una chica tonta y fácil; ¿se estaba aprovechando de que me sentía culpable por lo que le había hecho?
Y lo peor de todo es que en un momento como ese la culpabilidad me empezó a invadir de nuevo. Que mi novio, que su señora, que mi decencia, que mi cuerpo no aguantaría ni un solo embate de su armatoste. Pero fue la lejana risita de su señora y su vecino los que me sacaron de mis adentros.
—¿Y bien, Rocío, qué esperas para mostrármelas? —no paraba de estrujársela.
—¡M-me voy a mi casa!
Salí a pasos rápidos y nerviosos, toda colorada, confundida y frustrada conmigo misma. Lo tenía decidido, quería hacer mío a ese hombre pero la conciencia me atacaba en los momentos menos propicios.
Lo peor de todo llegó a la noche, en mi habitación. Me tumbé sobre mi cama cuando me llamó el mismísimo don Jorge a mi móvil. Fue solo ver su nombre en la pantalla de mi teléfono y estremecerme todita. Mi cola incluso pareció boquear, como si rogara por su enorme y hermosa tranca. Tragué saliva y tuve la conversación más surreal de mi vida:
—¿Señor Jorge?
—Hola Rocío. Te llamo para decirte que te olvidaste de tu notebook. Lo tengo aquí.
—Ah, pues… mañana pasaré a buscarlo, gracias por avisarme.
—¿No te importa que lo use? Estoy aburrido…
—Claro que no, señor Jorge, úselo. Pero por favor no para ver porno —susurré. 
—Estoy viendo algo mucho mejor. Estoy viendo tu Facebook, niña.
—¡Ah!
—Vaya con las fotitos que tienes. Me encantan las que te tomaste estando en la playa con un chico… ¿quién es?
—¡Es mi novio! ¡Deje de ver mis fotos!
—Pero si te ves tan guapita. ¡Oh! Y en esta estás para mojar pan, Rocío, con tu bikini rosado, mostrando la colita tan rica que tienes, un poquito sucia de arena. ¡Cómo quisiera limpiártela! 
—¡Basta, pervertido! ¡Apáguela y duerma!
—¿Apagarla? ¿Eres tonta o algo así? Me estoy haciendo una paja mientras las veo.
En ese momento pude haberle gritado mil cosas peores, pero de nuevo mis carnecitas vibraron imaginando a su súper miembro. De mi cola y mi vagina directamente salieron unas corrientes eléctricas, si es que algo así es posible. Madre mía, es como si me exigieran que la enorme espada de ese señor me diera por todos lados pese a que era obvio que me iba a dejar magullada. Y para colmo juraría que podía escuchar ligeramente cómo se masturbaba. ¿O era simplemente yo misma quien imaginaba y oía cosas que no debía?
—¿S-se está masturbando de nuevo, don Jorge?
—¿Quién es ella? —suspiraba el señor.
—¿Quién?
—La rubia que te está abrazando en un Shopping. Es muy bonita. Alta, flaquita… ¡parece una modelo, no joda!
—Es mi amiga… ¡Es Andrea!
—Pues está muy buena.
—¿Está muy buena…? ¡P-perfecto! ¡Mastúrbese con ella, viejo pervertido! Como ensucie mi notebook se va a arrepentir.
—Aunque si te digo la verdad, las prefiero con más curvas, con más tetas y cola. Como tú.
—Ahhh, ¿en serio?…
—Uf, esta foto es genial. Tu amiga te está levantando una falda deportiva, seguro que es tu faldita de tenis. ¿Es una malla eso que llevas debajo? Te hace levantar la cola, la malla te la marca muy bien… Uf, me duelen los huevos, niña.
—Ah, no me hable así de feo, don Jorge… pero bueno —me acomodé en mi cama y abracé una almohada con mis piernas. El solo saber que ese señor estaba viendo mis fotos y tocándose me ponía súper… calentita… —. Don Jorge, la verdad es que me siento súper mal porque yo a su señora la respeto. ¡Además tengo novioooo!
—Madre mía, mientras más veo tu cola más me enamoro. Te digo que cuando la tenga a mi merced voy a violar todas las leyes habidas y por haber. O sea que no sé por cuánto tiempo me van a encerrar por lo que le voy a hacer a tu culito, ¿me estás escuchando, niña?
—¿¡Por qué me dice esas cosas!? ¡A mí nadie me toca la cola!
—Pues eso lo vamos a cambiar… ¡Uf! ¡Espera!… Estoy… a… ¡punto!
—¡Dios santo! ¡No ensucie mi notebook por favor!
Corté la llamada toda sudada. No lo podía creer, tuve mil y una oportunidades para ponerle frenos pero apenas tuve voluntad. Era obvio que el señor estaba jugando conmigo porque ya había visto que estaba loquita por él. Imposible a todas luces que el maldito pintor de mi casa me estuviera poniendo tan caliente, obsesionada, tan zorrita, ¡pero así era!
Recibí un mensaje suyo. “Envíame una foto de tus tetas”, decía. Tragué saliva. Pero no le respondí, yo soy una chica decente ante todo. Es normal que me sintiera mojada, es decir, ¡soy humana! ¡Pero también hago buen uso de mi raciocinio! Aunque a veces… sé que cuando estoy excitada no hago buen uso de la razón…
Mientras estaba metida en mis debates internos, me envió una foto de su verga en pleno apogeo. Se veía de fondo mi portátil, con una foto de mi Facebook donde yo llevaba un bikini, acostada boca abajo sobre una toalla en la playa. Se me erizó la piel cuando pillé su indirecta de hacerme la cola.
Esa noche no paré de masturbarme viendo la foto de su gigantesco pincel…
III. La superficie se humedece demasiado, ¡necesita una pasada YA!
Al día siguiente, domingo, fui a su casa luego de mis prácticas de tenis. Obviamente solo volví para recuperar mi notebook. Al entrar me senté al lado de la cama de don Jorge, quien estaba viendo televisión. Reposé mi raqueta sobre mi regazo y le hablé bajo.
—Buenas tardes, don Jorge.
—¿Vienes de tus prácticas?
—Sí.
—Si ese es el uniforme usual de las tenistas, me voy a volver fanático. Toda de blanco pareces una angelita. Camiseta ceñida, faldita corta. Estás realmente preciosa. Levántate y date una vuelta para mí. 
—¡Basta! Soy muy buena con los swings, le puedo dar un raquetazo a la cara como siga actuando así. 
—Venga, sé buenita. Estás toda sudada.
—Normalmente uso los vestidores del club para bañarme y cambiarme, pero entenderá que quise venir aquí cuanto antes.
—¿Porque estás emocionadita con lo que te dije de hacerte la cola?
—¡Don Jorge! Dios santo… solo vine para buscar mi notebook.
—Aquí tienes —me lo pasó, estaba en la cama, a su lado. Estaba limpio.
—No me gustó lo que ha hecho anoche, don Jorge. Usted está casado.
—Rocío, solo de verte en ese uniforme tan coqueto tengo una erección dolorosa. Lástima que se me quiera bajar en el momento que empiezas a parlotear. 
—Deje de hablarme así, por favor. Mi mejor amiga dice que estoy actuando rara últimamente, como si estuviera enamorada. Pero yo no estoy enamorada sino que estoy bastante confundida. Encima estoy de exámenes, no puedo desconcentrarme, deje de actuar así conmigo, ¡no podemos! ¡No debemos!
—¿Sabes? No tienes idea de las ganas que tengo de callarte de un pollazo. ¡Hablas demasiado! Cuando te ponga de cuatro, te voy a dar tan duro a esa tierna colita que de tu boca solo saldrán chillidos y baba, ¡como debe ser!
—¡Deje de hablarme así, yo soy una chica decente!
—¡Cierra la puerta, niña! ¿O quieres que me levante y te folle contra la pared?
En ese momento mi vaginita y la cola simplemente se estremecieron imaginando algo así. ¡Pobre de mí!
—¡Ah! ¡Entiendo, quédese allí, ahora cierro la puerta!
—Eso es. Ahora me la puedo sacar con comodidad…
—Ahhh —el destructor volvió a asomar todo poderoso, todo amenazante—. No se la saque, por favor…
—Ven, siéntate sobre la cama.
—E-estoy sudada, tal vez no debería…  
Se sacó el arma y empezó a meneársela de nuevo. Me hipnotizó toda. Perdóname, Christian, por ser tan putita. Tragué saliva y me acerqué lentamente, sentándome en la cama del señor, a su lado, dejando el notebook y la raqueta en el sillón, mirando siempre ese increíble pincel. Era fascinante, el señor la ladeaba y yo la seguía con la vista como si fuera una perrita que ve comida.
—¿Te gusta lo que ves, Rocío?
—Ah… No sé…
—Es enorme, ¿no es así?
Silencio.
—¿Es más grande que la de tu noviecito?
Silencio de nuevo. Pero me mordí los labios y afirmé tímidamente.
—Ya veo. Seguro que estuviste pensando en esto todos estos días, ¿no?
—No es verdad, no diga eso. 
—¿Y por qué te pones tan colorada? Venga, muéstrame tus tetas.
De nuevo mil dudas. Miré la puerta, comprobando compulsivamente que estuviera asegurada. Y pensé en lo morboso que era la situación, ¡esa enorme polla iba a tranquilizarse no viendo a una estrella porno sino a mí! Pero no tenía fuerzas para quitarme mi camiseta de tenis, una cosa era que el señor fuera un pervertido y grosero, pero otra cosa era que yo participara en su juego de esa manera; su esposa me caía muy bien, no quería traicionar esa confianza.
Así que como el señor me veía indecisa, dejó su verga y me agarró la cintura para acariciarme dulcemente, metiendo su mano bajo mi camiseta. Di un respingo; su piel estaba caliente. Dedos gruesos, rugosos. Me derretí.
—Ustedes las niñas se mojan fácil pero tienen mucho miedo. Por eso las prefiero mayores.
—¡N-no soy ninguna nena!
—¿Por qué no llamas a mi esposa? Ella sí me mostrará sus tetas, y encima las sabe usar…
—¡No! ¡Voy a mostrárselas!, ¿está bien? Pero escúcheme, como se burle o me diga alguna grosería le rompo la otra pierna con mi raqueta… 
Perdóneme, doña Susana, por ser tan zorrita. Deslicé una tira de mi camiseta, lentamente. El vientre se me sentía riquísimo del cosquilleo en el momento que mi seno se liberó de su sostén, además que el señor era muy hábil acariciándome con sus expertos dedos en mi cinturita, ahora metiéndolos por debajo de mi malla para tocar mi cola.
—Vaya dos ubres, pequeña vaquita lechera, son mejores que las de mis revistas.
—¡No me diga vaca, don Jorge! —me las tapé con las manos.
—Venga, no te enojes. Déjame verlas bien.
—¡Discúlpese primero!
Nos quedamos así por largo rato, él subiendo su mano por mi cuerpo para acariciarme, yo inclinando mi cuerpo ligeramente como una gatita que anhela más y más de su tacto. Cuando accedí a mostrárselas de nuevo, don Jorge bromeó de que era raro que yo tuviera “ubres” tan grandes pero aureolas pequeñas. Entonces, apretujando mis pezones, me ordenó algo. No preguntó, no consultó… simplemente ordenó con su voz de macho.
—Hazme una paja. 
Silencio.
—No sé, don Jorge… su señora… en cualquier momento…
—¿Por qué miras mi verga y no a mis ojos?
—¡Ah! Creo que debería irme a mi casa.
Como notó mi indecisión, agarró mi mano y la llevó directo hacia su coloso. Di un respingo del susto, era caliente, durísimo, se sentían las venas palpitando y de hecho era tan grueso que no podía cerrar mi mano en el tronco. Con el correr de los segundos me relajé y lo palpé con curiosidad. Empecé a acariciar el glande, luego a presionar las venas, antes de tomarlo con mis dos manitas para comenzar a pajearlo lentamente. No sé si el señor gozaba porque mis manos estaban literalmente temblando de miedo, ¿y si entrara en mí, cómo me dejaría? Magullada, destrozada, llorando de dolor.
—Rocío, hazme una paja rápida, fuerte.
—¿Fuerte?… ¿Cómo de fuerte?
—Puedes llamar a mi señora y te explica cómo lo hace.
—¡Ya cállese!
Seguí pajeando, con velocidad y apretando duro, como si fuera el mango de mi raqueta. Me pedía que le dijera cosas cómo cuán enorme era y si realmente había visto algo así en mi vida. Le dije todo, ¡le confesé la verdad! Pero tartamudeaba o me salían las palabras atravesadas; que la suya era imponente, hermosa, un titán, que me tenía loquita desde que lo vi, que también me daba mucho miedo. Quería decirle que dejara a su señora y que se casara conmigo, o que fuéramos de paseo por la playa un día, ¡ja! Pero ya no tuve valor para decírselo, solo me limité a mirar cómo de la uretra salía poco a poco un líquido traslúcido.
—Eso es, Rocío, lo estás haciendo bien. ¿Quieres probar algo especial que tengo para ti?
—N-no me gusta… tragar…
—¿Quieres que me ensucie y mi señora me pille? ¿Eso es lo que quieres?
—No… n-no quiero que me pillen a mí tampoco… me va a salpicar por mi uniforme…
—Pues va siendo hora de que utilices esa boquita para otra cosa que no sea parlotear. ¡Escupe y pajea rápido, vamos!
—¿Escupir?
Tras varios minutos de estar masturbándole su polla empezó a palpitar, la punta estaba rojísima ya. Junté algo de saliva y dejé caer un pequeño cuajo porque según él iba a ser más cómodo al estar lubricado. Mientras don Jorge bufaba como un animal, metió su mano entre mis nalgas, bajo mi malla, y empezó a jugar con el aro de mi ano:
—¡Ahhh, no toque ahí, puerco!
—Es impresionante lo prieto que lo tienes, Rocío. No te vas a poder sentar por un año a partir del día que te haga la colita. Te la voy a comer todos los días y te haré ver las estrellas. Venga, sigue pajeando que me falta poco.
—¡No siga metiendo ese dedo, por favor!
—¡Dale, cerdita! Anda, ve, ¡a tragar todo!
Cerré los ojos, abrí la boca y me la metí cuanto pude. Se corrió copiosamente mientras uno de sus dedos me hacía ganchitos en mi ano. Los lechazos iban y venían sin cesar, lo sentía acumulándose entre mis dientes y mi lengua. Cuando dejó de escupir semen, me aparté para respirar; mis ojos ardían, su leche era abundante y caliente, seguro mi carita estaba toda roja y desencajada. Hice fuerza para tragar; sentía cómo el semen del señor bajaba lentamente hasta mi estómago.
El destructor lentamente fue a descansar, perdiendo fuerza y tamaño. Mientras se iba, me dediqué a besar ese pedazo imponente con todo mi respeto y admiración, a sus huevos también, esperando que algún día pudiera entrar en mí.
Me desnudé luego para poder acostarme al lado de don Jorge, abriendo los botones de su camisa para besar su pecho mientras él me acicalaba y me decía que lo había hecho muy bien. Era la primera vez que me trataba tan dulcemente, ¡y me encantaba! Pero el reloj avanza, ¿saben? Y avanza rápido cuando haces cosas que te gustan. Podríamos estar toda la tarde acariciándonos y descubriéndonos puntitos tanto con los dedos como con la lengua, pero tienes que dejar que la pintura se tome un tiempo para que se seque. 
—Don Jorge, tengo que irme… —dije dándole un larguísimo beso, pegándome contra su cuerpo.
—Ve, Rocío. Pero déjame tu malla —me dio una fuerte nalgada y apretó mi cola.
—¡Ah! No sé, van a ser cuadras muy largas hasta mi casa si voy sin nada debajo de mi falda.
—¿Por qué no me quieres dar un alegrón, niña? Siempre tan indecisa —me atrajo contra sí y me chupó los pezones. Fue súper rico porque los tengo muy sensibles y desde luego que me convenció.
—Ahhh… B-bueno… Supongo que sí se lo voy a dejar…
Así que me levanté para hacerme con mis ropas. Eso sí, cuando terminé de vestirme le mostré la malla, acercándola lentamente a sus manos.
—Don Jorge —alejé mi malla y le sonreí—. Dígame, ¿va a masturbarse con ellas?
—Hasta el día que me muera, niña.
—Ya… Pues va a ser mejor que las esconda mejor que sus revistas porno. Me voy a mudar a otro país si su señora se entera, ¿entiende?
—Vamos a ver. ¿Por qué crees que tengo todas mis cosas en esta habitación? Mi esposa siempre ha dormido arriba, y yo aquí. Estamos separados, Rocío. Así que borra ya esa mueca preocupadita y dame tu malla.
—¿En serio? ¿Está usted separado? Pero si es amorosa ella…
—Amorosa lo es con el vecino, ese con quien habla todos los días.
—¡No me diga!
—Pues te lo digo. ¿Por qué crees que salgo siempre a hacer encargos de pinturería? ¡Porque no me agrada estar aquí! ¿Entonces entiendes por qué me enojé contigo por haberme confinado a este lugar?
—Uf, si fuera por mí lo llevaba a mi casa, don Jorge. Es más, a mi habitación, ¡ja!
—Gracias, Rocío. Pero no hace falta. ¿Vas a venir mañana?
—Obvio que sí, pero puedo quedarme un ratito más si usted quiere.
Me volví a sentar en la cama y acaricié su verga, pero ya no daba señales de vida. De todos modos el señor lamió sus dedos, e inmediatamente metió su mano bajo mi falda para darme una estimulación riquísima que me puso aún más caliente de lo que ya estaba.
—Mira, pequeña, a mí también me encantaría hacerlo. Por lo que estoy sintiendo, tienes labios muy abultados y jugosos, seguro que estás estrechita y todo, como sin estrenar. Eso es especial.
—Ahhh… sigaaa…
—Pero con una pierna y un brazo enyesados esto va a ser más comedia que otra cosa. Me gustaría hacerlo bien y en condiciones. Así que vas a esperar a que me recupere.
—Pero… ¡Usted estará como un mes así!
—Entonces hagamos que este mes no sea tan aburrido, Rocío. 
IV. Repasando capas de pintura
A veces, por ridículo que pueda sonar, simplemente iba para verlo masturbarse mientras yo hacía lo que él me ordenara. Ya sea darle de “lactar” con mis supuestas ubres (¡Uf!), o susurrarle las cositas que le hacía yo a él en mi mundo de fantasías, en ese mundo donde él era mi marido y yo simplemente una esposa que no vestía más que un coqueto camisón de lunes a sábado. Los domingos íbamos a una playa imaginaria para pasear de la mano. Incluso, cuando la confianza entre nosotros dos llegó a su punto álgido, me enseñó a estimularle la próstata, algo que le ha hecho derramar más leche que un jovencito, salpicando por todos lados, cosa me ha acarreado algún que otro momento incómodo al volver a mi casa.
Durante las noches le enviaba fotos constantemente. Aprendí a hacer varias poses para resaltar mis senos así como probarme las ropas más sugerentes que tengo. Pasando por bikinis, tangas, algún que otro camisón y hasta hilitos diminutos que solo los usaba para disfrute de mi novio. A veces jugando con el mango de mi raqueta, toda sugerente, pues al parecer el tenis le estaba empezando a gustar.  
En ocasiones yo me subía a su cama y le ayudaba en su manualidad, o simplemente nos autosatisfacíamos juntos, o cada uno por su lado, pero pegaditos en la cama. Según él, mientras más conociéramos nuestros cuerpos y puntos erógenos, mejor rendiríamos en la cama para el día que prometimos hacer el amor. Así que explorábamos todas las tardes de las maneras más bonitas y perversas posibles. Incluso aprendí a estimularme con sus salchichas de pavo para luego dárselas de comer, todas mojaditas de mí. Me lo hizo probar una vez pero no me gustó nada, aunque a él sí que le encantaba. 
Y repasábamos las capas de pintura de nuestra particular pared, esperando estrenarlo un día, una tarde, una noche, ¡en algún momento! Le confesé mis miedos de intimar con un hombre grande como él, pero me prometió, a su manera brusca, que haría lo posible para no lastimarme. No supe si creerle porque también confesó que le excitaba que las chicas gritaran mucho…
No sé si su señora sospecha. Pero es verdad lo que decía don Jorge, que a ella le daba igual todo: verme salir en horas de la noche de su habitación, pillar que iba sin malla bajo mi faldita de tenis los días domingos, o incluso verme entrar allí con ropa muy sugestiva. Nunca me preguntó, nunca puso mala cara, nunca insinuó conmigo nada al respecto ni mucho menos dejó de prestar ayuda a su marido, ya sea cocinando o ayudándolo para movilizarse un poco por la casa o jardín. Es más, bastante contenta se la veía y creo que su vecino habrá tenido algo que ver con todo eso. Contentos todos, ¿para qué hacer preguntas?
A veces recuerdo esa tarde en la que por mi torpeza terminé rompiéndole extremidades, y sonrío porque el destino es muy gracioso con sus jugarretas. ¿Porque quién iba a decirle a mi papá que todo terminaría así? Con su hija desnuda jugando embobada todos los días con el enorme “pincel” del pintor que contrató. 
Lo acompañé al médico el día que fue a quitarse las escayolas, más nerviosa por mí que por él, siempre pensando en su brava promesa de ponerme de cuatro y hacerme ver las estrellitas. Esa tarde me cumplió una fantasía que no esperaba: paseamos por la playa como si fuéramos marido y mujer, aunque la realidad es muy distinta porque probablemente yo parecía más bien una hija que amante.
Aún no hemos pactado cuándo lo haremos porque a veces me da vértigo pensar que algo así va a entrar en mí, ¡uf! Pero creo que es lo normal, es demasiada brocha para una superficie tan estrechita. De todos modos, la pintura, esta pintura, ha quedado muy linda en esa pared antes enmohecida que nos separaba, ¿no creen?
Muchísimas gracias por llegar hasta aquí

 

“La esposa de un narco y su hermana son mis vecinas” LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Un buen día, el piso de al lado se ocupa. Marcos, un abogado, se sorprende al descubrir que sus vecinas son la esposa y la hermana de un narco que defendió. Todo se complica por la atracción que demuestran por él. Cuando ya no creía que podría sorprenderle, esas dos mujeres sacan los trapos sucios de su propia familia y para colmo, reconocen ser la jefas de una secta de fanáticos, llamada LA HERMANDAD.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Estoy jodido. Mi ritmo de vida se ha visto alterado por culpa de mis vecinas. Hasta hace seis meses, siempre me había considerado un perro en lo que respecta a mujeres y aun así, con cuarenta y tres años, me he visto sorprendido por la actitud que han mostrado desde que se mudaron al ático de al lado.

Todavía recuerdo el sábado que hicieron la mudanza. Ese día tenía una resaca monumental producto de la ingesta incontrolada de Whisky a la que estoy fatalmente habituado. Me había acostado pasadas las seis de la madrugada con una borrachera de las que hacen época pero con una borracha del montón.  

Estaba durmiendo cuando sin previo aviso, llegó a mis oídos el escándalo de los trabajadores de la empresa de mudanza subiendo y colocando los muebles. Tardé en reconocer la razón de tamaño estrépito, el dolor de mi cabeza me hizo levantarme y sin darme cuenta que como única vestimenta llevaba unos calzoncillos, salí al rellano a ver cuál era la razón de semejante ruido. Al abrir la puerta me encontré de bruces con un enorme aparador que bloqueaba la salida de mi piso. Hecho una furia, obligué a los operarios a desbloquear el paso y cabreado volví a mi cama.

En mi cuarto, María, una asidua visitante de la casa, se estaba vistiendo.

―Marcos. Me voy. Gracias por lo de ayer.

En mis planes estaba pasarme todo el fin de semana retozando con esa mujer, pero gracias a mis “amables vecinos” me lo iba a pasar solo. Comprendiendo a la mujer, no hice ningún intento para que cambiara de opinión. De haber sido al revés, yo hubiera tardado incluso menos tiempo en salir huyendo de ese infierno.

―Te invito a tomar un café al bar de abajo― le dije mientras me ponía una camiseta y un pantalón corto. Necesitaba inyectarme en vena cafeína.

Mi amiga aceptó mi invitación de buen grado y en menos de cinco minutos estábamos sentados en la barra desayunando. Ella quiso que me fuera a su casa a seguir con lo nuestro pero ya se había perdido la magia. Sus negras ojeras me hicieron recordar una vieja expresión: “ayer me acosté a las tres con una chica diez, hoy me levanté a las diez con una chica tres”. Buscando una excusa, rechacé su oferta amablemente prometiéndole que el siguiente viernes iba a invitarla a cenar en compensación. Prefería quedarme solo a tener que volver a empezar con el galanteo con ese gallo desplumado que era María sin el maquillaje. Ambos sabíamos que era mentira, nuestra relación consiste solo en sexo esporádico, cuando ella o yo estábamos sin plan, nos llamábamos para echar un polvo y nada más.

Al despedirnos, decidí salir a correr por el Retiro con la sana intención de sudar todo el alcohol ingerido. Tengo la costumbre de darle cuatro vueltas a ese parque a diario, pero ese día fui incapaz de completar la segunda. Con el bofe fuera, me tuve que sentar en uno de sus bancos a intenta normalizar mi respiración. “Joder, anoche me pasé”, pensé sin reconocer que un cuarentón no tiene el mismo aguante que un muchacho y que aunque había bebido en exceso, la realidad de mi estado tenía mucho más que ver con mi edad. Con la moral por los suelos, volví a mi piso.

Había trascurrido solo dos horas y por eso me sorprendió descubrir que habían acabado con la mudanza. Encantado con el silencio reinante en casa, me metí en la sauna que había hecho instalar en la terraza. El vapor obró maravillas, abriendo mis poros y eliminando las toxinas de poblaban mis venas. Al cabo de media hora, completamente sudado salí y sin pensar en que después de dos años volvía a tener vecinos, me tiré desnudo a la pequeña piscina que tengo en el segundo piso del dúplex donde vivo. Sé que es un lujo carísimo, pero después de quince años ejerciendo como abogado penalista es un capricho al que no estoy dispuesto a renunciar. Estuve haciendo largos un buen rato, hasta que el frio de esa mañana primaveral me obligó a salir.

Estaba secándome las piernas cuando a mi espalda escuché unas risas de mujer. Al girarme, descubrí que dos mujeres, que debían rondar los treinta años, estaban mirándome al otro lado del murete que dividía nuestras terrazas. Avergonzado, me enrollé la toalla y sonriendo en plan hipócrita, me metí de nuevo en mi habitación.

«¡Mierda!, voy a tener que poner un seto si quiero seguir bañándome en pelotas», me dije molesto por la intromisión de las dos muchachas.

Acababa de terminar de vestirme cuando escuché que alguien tocaba el timbre, y sin terminar de arreglarme salí a ver quién era. Me sorprendió toparme de frente con mis dos vecinas. Debido al corte de verme siendo observado, ni siquiera había tenido tiempo de percatarme que además de ser dos preciosidades de mujer, las conocía:

Eran Tania y Sofía, la esposa y la hermana de Dmitri Paulovich, un narco al que había defendido hacía tres meses y que aprovechando que había conseguido sacarle de la trena mediante una elevada fianza, había huido de España, o al menos eso era lo que se suponía. Sin saber que decir, les abrí la puerta de par en par y bastante más asustado de lo que me hubiese gustado reconocer les pregunté en qué podía servirles.

Tanía, la mujer de ese sanguinario, en un perfecto español pero imbuido en un fuerte acento ruso, me pidió perdón si me habían molestado sus risas pero que les había sorprendido darse cuenta que su vecino no era otro que el abogado de su marido.

―Soy yo el que les tiene que pedir perdón. Llevo demasiado tiempo sin vecinos, y me había acostumbrado a nadar desnudo. Lo siento no se volverá a repetir.

―No se preocupe por eso. En nuestra Rusia natal el desnudo no es ningún tabú. Hemos venido a invitarle a cenar como muestra de nuestro arrepentimiento.

La naturalidad con la que se refirió a mi escena nudista, me tranquilizó y sin pensármelo dos veces, acepté su invitación, tras lo cual se despidieron de mí con un “hasta luego”. De haber visto como Sofía me miraba el culo, quizás no hubiese aceptado ir esa noche a cenar, no en vano su hermano era el responsable directo de medio centenar de muertes.

Al cerrar la puerta, me desmoroné. Había luchado duro para conseguir un estatus y ahora de un plumazo, mi paraíso se iba a convertir en un infierno. Vivir pared con pared con uno de los tipos más peligroso de toda el hampa ruso era una idea que no me agradaba nada y peor, si ese hombre me había pagado una suculenta suma para conseguir que le sacara. Nadie se iba a creer que nuestra relación solo había consistido en dos visitas a la cárcel y que no tenía nada que ver con sus sucios enjuagues y negocios. Hecho un manojo de nervios, decidí salir a comer a un restaurante para pensar qué narices iba a hacer con mi vida ahora que la mafia había llamado a mi puerta. Nada más salir, comprendí que debía de vender mi casa y mudarme por mucho que la crisis estuviera en su máximo apogeo. En el portal de mi casa dos enormes sicarios estaban haciendo guardia con caras de pocos amigos.

Durante la comida, hice un recuento de los diferentes escenarios con los que me iba a encontrar. Si seguía viviendo a su lado, era un hecho que no iba a poderme escapar de formar parte de su organización, pero si me iba de espantada, ese hijo de puta se enteraría y podía pensar que no le quería como vecino, lo que era en la práctica una condena a muerte. Hiciera lo que hiciese, estaba jodido. «Lo mejor que puedo hacer es ser educado pero intentar reducir al mínimo el trato», pensé mientras me prometía a mí mismo que esa noche iba a ser la primera y última que cenara con ellos.

Recordando las normas de educación rusa, salí a comprar unos presentes que llevar a la cena. Según su estricto protocolo el invitado debía de llevar regalos a todos los anfitriones y como no sabía si Dmitri estaba escondido en la casa, opté por ser prudente y decidí también comprarle a él. No me resultó fácil elegir, un mafioso tiene de todo por lo que me incliné por lo caro y entrando en Loewe le compré unos gemelos de oro. Ya que estaba allí, pedí consejo a la dependienta respecto a las dos mujeres.

―A las rusas les encantan los pañuelos― me respondió.

Al salir por la puerta, mi cuenta corriente había recibido un bajón considerable pero estaba contento, no iban a poderse quejar de mi esplendidez. No me apetecía volver a casa, por lo que para hacer tiempo, me fui al corte inglés de Serrano a comprarme un traje. De vuelta a mi piso, me dediqué a leer un rato en una tumbona de la piscina, esperando que así se me hiciera más corta la espera. Estaba totalmente enfrascado en la lectura, cuando un ruido me hizo levantar mi mirada del libro. Sofía, la hermana pequeña del mafioso, estaba dándose crema completamente desnuda en su terraza. La visión de ese pedazo de mujer en cueros mientras se extendía la protección por toda su piel, hizo que se me cayera el café, estrellándose la taza contra el suelo.

Asustado, me puse a recoger los pedazos, cuando de repente escuché que me decía si necesitaba ayuda. Tratando de parecer tranquilo, le dije que no, que lo único que pasaba era que había roto una taza.

―¿Qué es lo que ponerle nervioso?― contestó.

Al mirarla, me quedé petrificado, la muchacha se estaba pellizcando su pezones mientras con su lengua recorría sensualmente sus labios. Sin saber qué hacer ni que responder, terminé de recoger el estropicio y sin hablar, me metí a la casa. Ya en el salón, miré hacia atrás a ver que hacía. Sofía, consciente de ser observada, se abrió de piernas y separando los labios de su sexo, empezó a masturbarse sin pudor. No tuve que ver más, si antes tenía miedo de tenerles de vecinos, tras esa demostración estaba aterrorizado. Dmitri era un hijo de perra celoso y no creí que le hiciera ninguna gracia que un picapleitos se enrollara con su hermanita.

« Para colmo de males, la niña es una calientapollas», pensé mientras trataba de tranquilizarme metiéndome en la bañera. «Joder, si su hermano no fuera quién es, le iba a dar a esa cría lo que se merece», me dije al recordar lo buenísima que estaba, «la haría berrear de placer y la pondría a besarme los pies».

Excitado, cerré los ojos y me dediqué a relajar mi inhiesto miembro. Dejándome llevar por la fantasía, visualicé como sería ponerla en plan perrito sobre mis sabanas. Me la imaginé entrando en mi habitación y suplicando que le hiciera el amor. En mi mente, me tumbé en la cama y le ordené que se hiciera cargo de mi pene. Sofía no se hizo de rogar y acercando su boca, me empezó a dar una mamada de campeonato. Me vi penetrándola, haciéndola chillar de placer mientras me pedía más. En mi mente, su cuñada, alertada por los gritos, entraba en mi cuarto. Al vernos disfrutando, se excitó y retirando a la pelirroja de mí, hizo explotar mi sexo en el interior de su boca.

Era un imposible, aunque se metieran en mi cama desnudas nunca podría disfrutar de sus caricias, era demasiado peligroso, pero el morbo de esa situación hizo que no tardara en correrme. Ya tranquilo, observé que sobre el agua mi semen navegaba formando figuras. «¡Qué desperdicio!», exclamé para mí y fijándome en el reloj, supe que ya era la hora de vestirme para la cena.

A las nueve en punto, estaba tocando el timbre de su casa. Para los rusos la puntualidad es una virtud y su ausencia una falta de educación imperdonable. Una sirvienta me abrió la puerta con una sonrisa y, cortésmente, me hizo pasar a la biblioteca. Tuve que reconocer que la empresa de mudanzas había hecho un buen trabajo, era difícil darse cuenta que esas dos mujeres llevaban escasas doce horas en ese piso. Todo estaba en su lugar y en contra de lo que me esperaba, la elección de la decoración denotaba un gusto que poco tenía que ver con la idea preconcebida de lo que me iba encontrar. Había supuesto que esa familia iba hacer uso de la típica ostentación del nuevo rico. Sobre la mesa, una botella de vodka helado y tres vasos.

―Bienvenido―, escuché a mi espalda. Al darme la vuelta, vi que Tanía, mi anfitriona, era la que me había saludado. Su elegancia volvió a sorprenderme. Enfundada en un traje largo sin escote parecía una diosa. Su pelo rubio y su piel blanca eran realzados por la negra tela.

―Gracias― respondí ―¿su marido?

―No va a venir, pero le ha dejado un mensaje― me contestó y con gesto serio encendió el DVD.

En la pantalla de la televisión apareció un suntuoso despacho y detrás de la mesa, Dmitri. No me costó reconocer esa cara, puesto que, ya formaba parte de mis pesadillas. Parecía contento, sin hacer caso a que estaba siendo grabado, bromeaba con uno de sus esbirros. Al cabo de dos minutos, debieron de avisarle y dirigiéndose a la cámara, empezó a dirigirse a mí.

―Marcos, ¡Querido hermano!, siento no haberme podido despedirme de ti pero, como sabes mis negocios, requerían mi presencia fuera de España. Solo nos hemos visto un par de veces pero ya te considero de mi sangre y por eso te encomiendo lo más sagrado para mí, mi esposa y mi dulce hermana. Necesito que no les falte de nada y que te ocupes de defenderlas si las autoridades buscan una posible deportación. Sé que no vas a defraudar la confianza que deposito en ti y como muestra de mi agradecimiento, permíteme darte este ejemplo de amistad.

En ese momento, su esposa puso en mis manos un maletín. Dudé un instante si abrirlo o no, ese cabrón no había pedido mi opinión, me estaba ordenando no solo que me hiciera cargo de la defensa legal de ambas mujeres sino que ocupara de ellas por completo.

«No tengo más remedio que aceptar sino lo hago soy hombre muerto», pensé mientras abría el maletín. Me quedé sin habla al contemplar su contenido, estaba repleto de fajos de billetes de cien euros. No pude evitar exclamar:

―¡Debe haber más de quinientos mil euros!

―Setecientos cincuenta mil, exactamente― Tania rectificó. ―Es para cubrir los gastos que le ocasionemos durante los próximos doce meses.

«¡Puta madre! Son ciento veinticinco millones de pesetas, por ese dinero vendo hasta mi madre», me dije sin salir de mi asombro. El ruso jugaba duro, si aguantaba, sin meterme en demasiados líos, cinco años, me podía jubilar en las Islas vírgenes.

―Considéreme su abogado― las informé extendiendo la mano.

La mujer, tirando de ella, me plantó un beso en la mejilla y al hacerlo pegó su cuerpo contra el mío. Sentir sus pechos me excitó. La mujer se dio cuenta y alargando el abrazo, sonriendo, me respondió cogiendo la botella de la mesa:

―Hay que celebrarlo.

Sirvió dos copas y de un solo trago se bebió su contenido. Al imitarla, el vodka quemó dolorosamente mi garganta, haciéndome toser. Ella se percató que no estaba habituado a ese licor y aun así las rellenó nuevamente, alzando su copa, hizo un brindis en ruso que no comprendí y al interrogarla por su significado, me respondió:

― Qué no sea ésta la última vez que bebemos juntos, con ayuda de Dios.

Es de todos conocidos la importancia que dan lo eslavos a los brindis, y por eso buscando satisfacer esa costumbre, levanté mi bebida diciendo:

―Señora, juro por mi honor servirla. ¡Que nuestra amistad dure muchos años!

Satisfecha por mis palabras, vació su vodka y señalándome el mío, esperó a que yo hiciera lo mismo. No me hice de rogar, pensaba que mi estómago no iba a soportar otra agresión igual pero en contra de lo que parecía lógico, ese segundo trago me encantó. En ese momento, Sofía hizo su entrada a la habitación, preguntando que estábamos celebrando. Su cuñada acercándose a ella, le explicó:

―Marcos ha aceptado ser el hombre de confianza de Dmitri, sabes lo que significa, a partir de ahora debes obedecerle.

―Por mí, estar bien. Yo contenta― respondió en ese español chapurreado tan característico, tras lo cual me miró y poniéndose melosa, dijo: ―no dudar de colaboración mía.

Su tono me puso la piel de gallina. Era una declaración de guerra, la muchacha se me estaba insinuando sin importarle que la esposa de su hermano estuviera presente. Tratando de quitar hierro al asunto, decidí preguntarles si había algo urgente que tratar.

―Eso, ¡mañana! Te hemos invitado y la cena ya está lista―, contestó Tanía, zanjando el asunto.

―Perdone mi despiste, señora, le he traído un presente― dije dando a cada una su paquete. La dependienta de Loewe había acertado de pleno, a las dos mujeres les entusiasmó su regalo. Según ellas, se notaba que conocía al sexo femenino, Dmitri les había obsequiado muchas cosas pero ninguna tan fina.

―¿Pasamos a cenar?― preguntó Tania.

No esperó mi respuesta, abriendo una puerta corrediza me mostró el comedor. Al entrar estuve a punto de gritar al sentir la mano de Sofía magreándome descaradamente el culo. Intenté que la señora de la casa no se diera cuenta de los toqueteos que estaba siendo objeto pero dudo mucho que una mujer, tan avispada, no se percatara de lo que estaba haciendo su cuñada. Con educación les acerqué la silla para que se sentaran.

―Eres todo un caballero― galantemente me agradeció Tania. ―En nuestra patria se ha perdido la buena educación. Ahora solo abundan los patanes.

Esa rubia destilaba clase por todos sus poros, su delicado modo de moverse, la finura de sus rasgos, hablaban de sus orígenes cien por cien aristocráticos. En cambio, Sofía era un volcán a punto de explotar, su enorme vitalidad iba acorde con el tamaño de sus pechos. La naturaleza la había dotado de dos enormes senos, que en ese mismo instante me mostraba en su plenitud a través del escote de su vestido.

«Tranquilo macho, esa mujer es un peligro», tuve que repetir mentalmente varias veces para que la excitación no me dominara: «Si le pones la mano encima, su hermano te corta los huevos». La incomodidad inicial se fue relajando durante el trascurso de la cena. Ambas jóvenes no solo eran unas modelos de belleza sino que demostraron tener una extensa cultura y un gran sentido del humor, de modo que cuando cayó la primera botella, ya habíamos entrado en confianza y fue Sofía, la que preguntó si tenía novia.

―No, ninguna mujer con un poco de sentido común me aguanta. Soy el prototipo de solterón empedernido.

―Las españolas no saber de hombres, ¿Verdad?

Esperaba que Tanía, cortarse la conversación pero en vez de ello, contestó:

―Si, en Moscú no duras seis meses soltero. Alguna compatriota te echaría el lazo nada más verte.

―¿El lazo? Y ¡un polvo!― soltó la pelirroja con una sonrisa pícara.

Su cuñada, lejos de escandalizarse de la burrada que había soltado la pelirroja, se destornilló de risa, dándole la razón:

―Si nunca he comprendido porqué en España piensan que las rusas somos frías, no hay nadie más caliente que una moscovita. Sino que le pregunten a mi marido.

Las carcajadas de ambas bellezas fueron un aviso de que me estaba moviendo por arenas movedizas y tratando de salirme del pantano en el que me había metido, contesté que la próxima vez que fuera tenía que presentarme a una de sus amigas. Fue entonces cuando noté que un pie desnudo estaba subiendo por mi pantalón y se concentraba en mi entrepierna. No tenía ninguna duda sobre quien era la propietaria del pie que frotaba mi pene. Durante unos minutos tuve que soportar que la muchacha intentara hacerme una paja mientras yo seguía platicando tranquilamente con Tania. Afortunadamente cuando ya creía que no iba a poder aguantar sin correrme, la criada llegó y susurró al oído de su señora que acababan de llegar otros invitados.

Sonriendo, me explicó que habían invitado a unos amigos a tomar una copa, si no me importaba, tomaríamos el café en la terraza. Accedí encantado, ya que eso me daba la oportunidad de salir airoso del acoso de Sofía. Camino de la azotea volví a ser objeto de las caricias de la pelirroja. Con la desfachatez que da la juventud, me agarró de la cintura y me dijo que estaba cachonda desde que me vio desnudo esa mañana. Tratando de evitar un escándalo, no tuve más remedio que llevármela a un rincón y pedirle que parara que no estaba bien porque yo era un empleado de Dmitri,

La muchacha me escuchó poniendo un puchero, para acto seguido decirme:

―Yo dejarte por hoy pero tú dame beso.

No sé por qué cedí a su chantaje y cogiéndola entre mis brazos acerqué mis labios a los suyos. Si pensaba que se iba a conformar con un morreo corto, estaba equivocado, pegándose a mí, me besó sensualmente mientras rozaba sin disimulo su sexo contra mi pierna. Tenía que haberme separado en ese instante pero me dejé llevar por la lujuria y agarrando sus nalgas, profundicé en ella de tal manera que si no llega a ser porque escuchamos que los invitados se acercaban la hubiese desnudado allí mismo.

«¡Cómo me pone esta cría!», pensé mientras disimulaba la erección.

Tania, ejerciendo de anfitriona, me introdujo a las tres parejas. Dos de ellas trabajaban en la embajada mientras que el otro matrimonio estaba de visita, lo más curioso fue el modo en que me presentó:

―Marcos es el encargado de España, cualquier tema en ausencia de mi marido tendréis que tratarlo con él.

Las caras de los asistentes se transformaron y con un respeto desmedido se fueron presentado, explicando cuáles eran sus funciones dentro de la organización. Asustado por lo súbito de mi nombramiento, me quedé callado memorizando lo que me estaban diciendo. Cuando acabaron esperé a que Tania estuviese sola y acercándome a ella, le pedí explicaciones:

―Tú no te preocupes, poca gente lo sabe pero yo soy la verdadera jefa de la familia. Cuando te lleguen con un problema, solo tendrás que preguntarme.

Creo que fue entonces cuando realmente caí en la bronca en la que me había metido. Dmitri no era más que el lacayo que su mujer usaba para sortear el machismo imperante dentro de la mafia y ella, sabiendo que su marido iba a estar inoperante durante largo tiempo, había decidido sustituirlo por mí. Estaba en las manos de esa bella y fría mujer. Sintiéndome una mierda, cogí una botella y sentado en un rincón, empecé a beber sin control. Desconozco si me pidieron opinión o si lo dieron por hecho, pero al cabo de media hora la fiesta se trasladó a mi terraza porqué la gente quería tomarse un baño. Totalmente borracho aproveché para ausentarme y sin despedirme, me fui a dormir la moña en mi cama.

Debían de ser las cinco de la madrugada cuando me desperté con la garganta reseca. Sin encender la luz, me levanté a servirme un coctel de aspirinas que me permitiera seguir durmiendo. Tras ponerme el albornoz, salí rumbo a la cocina pero al cruzar el salón, escuché que todavía quedaba alguien de la fiesta en la piscina. No queriendo molestar pero intrigado por los jadeos que llegaban a mis oídos, fui sigilosamente hasta la ventana para descubrir una escena que me dejó de piedra. Sobre una de las tumbonas, Tania estaba totalmente desnuda y Sofía le estaba comiendo con pasión su sexo. No pude retirar la vista de esas dos mujeres haciendo el amor. La rubia con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de la hermana de su marido mientras con sus dedos no dejaba de pellizcarse los pechos. Era alucinante ser coparticipe involuntario de tanto placer, incapaz de dejar de mirarlas mi miembro despertó de su letargo e irguiéndose, me pidió que le hiciera caso. Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a Sofía disfrutando del coño de Tania era algo que jamás iba a volver a tener la oportunidad de ver y asiéndolo con mi mano, empecé a masturbarme.

Llevaban tiempo haciéndolo porque la rubia no tardó en retorcerse gritando mientras se corría en la boca de su amante. Pensé que con su orgasmo había terminado el espectáculo, pero me llevé una grata sorpresa al ver como cambiaban de postura y Sofía se ponía a cuatro patas, para facilitar que las caricias de la otra mujer. Fue entonces cuando me percaté que Tanía estaba totalmente depilada y que encima tenía un culo de infarto. Completamente dominado por la lujuria, disfruté del modo en que le separó las nalgas. Mi recién estrenada jefa sacando su lengua se entretuvo relajando los músculos del esfínter. Sofía tuvo que morderse los labios para no gritar al sentir que su ano era violado por los dedos de la mujer.

Si aquello ya era de por sí alucinante, más aún fue ver que Tanía se levantaba y se ajustaba un arnés con un tremendo falo a su cintura. Le susurró unas dulces palabras mientras se acercaba y colocando la punta del consolador en el esfínter de su indefensa cuñada, de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior. Sofía gritó al sentir que se desgarraba por dentro, pero no intentó liberarse del castigo, sino que meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Su cuñada esperó que se acomodase antes de darle una fuerte nalgada en el culo. Fue el estímulo que ambas necesitaban para lanzarse en un galope desbocado. Para afianzarse, la rubia uso los pechos de su cuñada como agarre y mordiéndole el cuello, cambió el culo de la muchacha por su sexo y con fuerza la penetró mientras su indefensa víctima se derrumbaba sobre la tumbona. Los gemidos de placer de Sofía coincidieron con mi orgasmo y retirándome sin hacer ruido, volví a mi cama aún más sediento de lo que me levanté.

«Hay que joderse, pensaba que la fijación de Sofía por mí me iba a traer problemas con Dmitri, pero ahora resulta que también es la putita de su cuñada. Sera mejor que evite cualquier relación con ella».

 

 

 

Libro: “La puta de mi cuñada” PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

¿Quién no ha soñado con tirarse a su cuñada?. En este relato, la cuñada de Manuel, además de estar buenísima, es una zorra que le ha estado chantajeando. Las circunstancias de la vida hacen que consiga vengarse un día en una playa de México. 
A partir de ahí, su relación se consolida y juntos descubren sus límites sexuales.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.

Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.

Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.

Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.

Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.

Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.

La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.

Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:

― Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.

― Manuel no es así―  respondió mi mujer defendiéndome

― Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.

Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.

― Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María. Y como bien sabes, son lesbianas.

Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.

― ¿No te fías de mí?

― Sí―  contestó―  pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.

Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.

La convención.

Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.

Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.

Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.

Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:

―  Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.

― De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado―  y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.

Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:

― Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.

― No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!

Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.

Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.

« Son las cinco», pensé, « tengo tres horas».

Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.

Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.

No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

― ¡Dios mío!―  aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: ― ¡Fóllame!

Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.

Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.

― ¿Y eso?

Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:

― ¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.

No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:

― Eres un capullo. ¡Te he pillado!

Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:

― Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor―  tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.

Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.

Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:

― No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años. ¡Eres un cerdo!

Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.

Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.

Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:

― No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!

Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.

« ¡Está borracha!», suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.

Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:

― ¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.

Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:

― Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta― velas, lo único que haré es estorbar.

 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:

― ¡Llévate a la rubia que tienes al lado!

Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.

El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:

― ¡Porqué esta noche sea larga y divertida!

Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.

Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.

El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.

Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.

Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.

No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.

Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.

Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.

 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:

― Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.

Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.

― Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas―  le exigí.

De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre― seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:

― Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.

Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.

Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.

Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.

A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.

Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.

Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.

Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:

― Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.

Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.

― Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!―  me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.

― Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha―  respondí disfrutando de mi dominio.

Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.

― No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.

Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:

― ¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!

Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:

― Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…

La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.

La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.

― Sí, no te preocupes―  escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.

Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.

― ¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?

Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.

Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:

― He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.

Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.

― ¿Qué has dicho?

Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:

― Fóllame, ¡Lo necesito!

Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.

― ¡Me encanta!―  chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh―  gritó mordiéndose el labio. 

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

― ¡No puede ser!―  aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 

― ¿Estás lista?―  pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.

― ¡Cómo duele!―  exclamó cayendo rendida sobre la toalla.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 

Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.

― ¡Me encanta!―  me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.

― ¡Serás puta!―  contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 

― ¡Que gusto!―  gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:

― ¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!―  aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 

Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.

Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.

Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.

« Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella», pensé mientras la miraba.

¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:

― ¿Ahora qué?

Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:

― ¡No pienso dejarte escapar! 

Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:

― Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.

― ¿A mí solo?―  pregunté con la mosca detrás de la oreja.

― No, también quiere que vayamos Martha y yo―  y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: ― Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.

Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:

― ¿Sabes lo que quiere el viejo?

― Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…―  contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: ― También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.

Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

 

 

Relato erótico: “Dos mujeres y la espada de Damocles” (POR GOLFO)

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Capitulo uno. Conozco a Claudia y a Gloria.
La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:
“Hola soy Claudia.
Tus relatos me han encantado.
Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.
Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya”.
Estuve a punto de borrarlo, su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras.
Si quieres ser mía, mándame una foto” .
Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.
Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.
Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.
No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días. 
El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.
-Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?-.
La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.
Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.
No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla.
“Amo:
Espero que no le moleste que le llame así.
Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.
 
Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de un autor de internet llamado GOLFO, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.
En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.
Casi sin esperanzas, entré en su pagina http://www.todorelatos.com/perfil/39902/, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.
Contra todo pronostico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en como sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.
Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.
Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.
GOLFO, soy virgen, pero jamás encontrará usted en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.
GOLFO, sé que usted podría ser mi padre, pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mi, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse.”
La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la ultima ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.
Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.
La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.
Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.
Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.
-No te entiendo-, le escribí en el teclado de mi ordenador.
Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.
-Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú, los instaláis, crearías una línea punto apunto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje-.
-Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger-.
-Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla-.
Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.
La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.
Clarificando mis ideas al final escribí:
“Claudia:
Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.
No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.
Tu amo.”
Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.
Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.
Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.
Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.
Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.
Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.
La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.
¿Me estará escribiendo a mí?, pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.
Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía.
“¿Qué quiere que haga?, ¿quiere que me desnude?-, me contestó.
Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.
-¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?-, le escribí.
-Amo, es que me excita el que usted me mire-.
Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.
No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.
Tu primer orgasmo conmigo-, le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo, –Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte-.
Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo-. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.
-Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo-.
Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.
 
Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.
Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.
Son preciosos, ¿verdad?-, me dijo sacándome de mi ensimismamiento, –la pena es que crecen-.
Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.
-Si-, le respondí, –cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden-.
Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.
Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:
Fernando Gazteiz, y ¿Usted?-.
Gloria Fierro, encantada-.
Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:
-¿Me aceptas un café?-.
Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.
Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:
Chanel número cinco-.
La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:
Fernando, eres una caja de sorpresas-.
Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.
Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?-, me dijo al despedirse.
Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…-, me quedé callado al no saber como pedírselo.
-¿Y?-.
-Que me des un beso-.
Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpo, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.
-¡Para!-, me dijo riendo,-deja algo para mañana-.
Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:
-No me falles-
Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.
Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en como sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.
Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus póster de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.
Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.
Guapísima, con un cuerpo de locura-, le contesté.
-Cabrón, me estás tomando el pelo-.
-Para nada-, y picando su curiosidad le escribí,- No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam-.
-No jodas-.
-Es verdad, aunque todavía no he jodido-.
-¿Pero con gritos y todo?-.
-Me imagino, por lo menos movía la boca al correrse-.
-No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha!. Si le das habilitas la comunicación oral.
Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:
-¿Y tú por que lo sabes?, ¿Es así como espías a tus alumnas?-.
Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga, y al cabo de medía hora la vi entrar.
La vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.
Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.
-¿Por qué lloras?, princesa-, oyó a través de los altavoces de su ordenador.
Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.
-¿Es usted, amo?-, preguntó al aire.
Si, y no me gusta que llores-.
-Pensaba que estaba enfadado conmigo-.
-Ya, no-, una sonrisa iluminó su cara al oírme, -¿Dónde has ido?-.
-Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde –.
Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.
-¿Te gusta oírme?-, le pregunté, sabiendo de antemano su respuesta.
-Si-, hizo una pausa antes de continuar, -me excita-.
Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Su pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.
-Desabróchate los botones de tu camisa-
El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.
Enséñamelos-, le dije.
Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas eran el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.
Ponte de pie-.
No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.
-Desnúdate totalmente-.
Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.
Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella-.
Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.
Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.
Imagínate que estoy a tu lado, y que son mis manos las que te acarician-, le dije sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.
Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.
Despacio-, le ordené,- comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final-.
Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.
-Mi mano esta bajando por tu estomago-, le ordené mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo.
-Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo-.
Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.
-Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti-, le ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.
La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imagino que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.
-Dime lo que sientes-, le exigí.
-Amo-, me respondió con la voz entrecortada,-¡estoy mojada!, casi no puedo hablar…-.
Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.
Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.
-Ahora, ¿qué te pasa?-
-Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue-, me dijo con la voz quebrada.
Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:
-¿Cuándo es tu cumpleaños?-
-El martes-, me respondió ilusionada.
Entonces ese día nos veremos, mañana te diré como y donde-.
Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…
Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo ,el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.
Capitulo dos. Gloria.

Me desperté con una resaca tan espantosa que tardé al menos media hora en abrir las persianas. Todo me dolía, debía de haber sido terrible la borrachera de la noche anterior porque al mirarme al espejo, mis ojos estaban completamente rojos.
Nunca aprenderé-, pensé al echarme el colirio,-bebo demasiado-.
Sabía cual era la causa, al contrario de mis amigos con pareja, no había nadie que me parara, que me dijera hasta aquí, y por eso cuando empezaba a beber, no paraba hasta que dejaba seca Escocia. Siempre me ocurría igual, al servirme la primera copa decía “ésta nada más”, pero antes de terminarla, ya estaba pidiendo la segunda.
Medio repuesto, abrí el grifo de la bañera y mientras se llenaba, me fui a la cocina a ponerme un café doble. Debí de pensar que una buena inyección de cafeína me vendría estupendamente. Cuando ya volvía con la taza en la mano, vi el portátil en el salón.
-¿Qué estará haciendo?-, me pregunté mientras lo cogía.
Antes de sumergirme en el agua, encendí el ordenador, dejándolo sobre el bidé, de forma que podía ver la pantalla desde la tina. Como siempre tuve que esperar, primero aparecía el logo de windows, tras lo cual y durante un par de minutos se iban actualizando y abriendo los diferentes programas y antivirus. Cada día se me hacía más pesada la espera.
Había colocado el programa espía en el menú de inicio, de manera que no tuve que tocar nada para que automáticamente apareciera la habitación de Claudia. Me estaba enjabonando las piernas cuando vi como la pantalla temblaba y aparecía durmiendo. La muchacha, únicamente vestida con unas braguitas, dormía a pierna suelta, ajena a que la estaba observando. Su belleza y juventud se realzaban con el sueño. Hacía calor en Madrid, y ella para refrescarse había retirado las sábanas, dejándome estudiar sus curvas sin ningún impedimento.
Mira que estás buena-, dije en alto sin darme cuenta.
Desperezándose del otro lado, se incorporó diciendo:
Buenos días, amo, me fascina gustarle-.
-No sabía que estabas despierta-, le contesté medio cortado.
Riéndose me dijo que llevaba un rato, pero que por pereza, no se había levantado. Su risa era franca, Claudia se reía sin turbarse, con la boca abierta y enseñando los dientes, no como normalmente hacen las niñas bien, ladeando la cabeza y tapándose los labios, pensando que es eso lo que nos gusta a los hombres.
-¿Dónde está?, oigo ruido de agua-.
Dándome un baño-.
Poniendo cara picara y haciendo como que corría a acompañarme me dijo:
-¿Me invita?, prometo frotarle dulcemente la espalda-.
Solté una carcajada, está niña tenía algo que me volvía loco. Y siguiendo con su broma, le dije:
-Pon la bañera y llévate ahí la cámara-.
Frunció el ceño al oírme, y pidiéndome perdón, me contestó que no podía que el cable era muy corto y no llegaba. Se le notaba apenada por no poder seguir con el juego, y tratando de contentarme, me preguntó si me podía complacer con otra cosa.
Tardé unos momentos en responderle, me apetecía verla bañándose, imaginado que estaba allí conmigo, y tras pensarlo mejor, le dije:
No, vístete y sal a comprar una webcam con conexión bluetooth, asi no me podrás poner la excusa que no te llega. Para esta tarde quiero que la tengas-.
-Se lo prometo-, me contestó levantándose y vistiéndose en el acto.
Desilusionado por habérmelo perdido, me desentendí de ella, al recordar que en menos de dos horas había quedado con Gloría. Tenía tiempo suficiente, pero como quería estar como un pincel, me di prisa en terminar.
Siempre me ha gustado dar una buena impresión y por eso tras afeitarme, me acicalé con cuidado. Es mentira, eso de que los hombres no son coquetos, yo lo soy, y no me da vergüenza reconocerlo. Detenidamente elegí mi vestuario, la mujer con la que me iba a encontrar era toda una señora, por lo que debía ir elegante, pero sin parecer que iba de boda. Por eso me incliné por una chaqueta sport beige, y unos pantalones claros.
Al terminar, me miré al espejo.
-Estoy buenísimo-.
Y con el ánimo insuflado de nuevos bríos, salí a la calle. Hacía un día soleado, todo me sonría, y canturreando recorrí el trayecto hasta el parque. El Retiro estaba abarrotado, parecía como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en ir a pasear por él, esa mañana. Los caminos estaban repletos de gente, parecía Gran Vía a las siete de la tarde. Con disgusto observé que el banco, donde había conocido a Gloria, estaba ocupado.
Preocupado por que no quería que ella pensara que había faltado a la cita, permanecí dando vueltas cerca de allí.
Estaba viendo a unos saltimbanquis actuar, cuando alguien me tapó los ojos. Supe que era ella, su olor era inconfundible.
-Hola, preciosa-, le dije.
-¿Cómo sabías que era yo?-.
-¿Cómo sabías que me refería a ti?, con lo de preciosa, le contesté muerto de risa.
Haciéndose la indignada, hizo un puchero, y entornando los ojos me respondió:
-Pensaba que yo era la única-.
Su actitud falsamente dolida volvió a hacerme reír, y agarrándola del brazo, le pregunté que quería hacer.
Eso es una proposición indecente-.
-¿Por qué?-, no sabía a lo que se refería.
Sonriendo me contestó:
A una dama no se le puede hacer una pregunta, cuya única respuesta sea algo indecoroso-.
Me maravilló la inteligencia de su contestación, usando el doble sentido y sin decirlo claramente, me abría las puertas. Más seguro de mi mismo, me fijé en ella.
Gloria venía de manera informal, con un vestido con tirantes, bastante veraniego que le quedaba estupendamente. Lo ligero de su tela, hacía que se le pegase al cuerpo, realzando sus formas, pero sobretodo haciendo que mi mirada se concentrase en sus pechos. Su escote sin ser exagerado, dejaba entrever un profundo canal que dividía unos senos grandes y firmes, que no necesitaban de un sujetador para mantenerse en su sitio. Definitivamente, estaba muy buena. Las sandalias que llevaba con su gran tacón, dotaban a sus piernas de una belleza espectacular, que concordaban perfectamente con el moreno de su piel.
Me estaba excitando sólo con mirarla. Creo que ella se dio cuenta, porque un poco avergonzada me preguntó que quería comer. Solté una carcajada, y abrazándola de la cintura, le respondí:
-No deberías hacer a un caballero una pregunta cuya única respuesta sea ¡a ti!-
Ese fue el detonante, el inicio de una larga sesión de bromas e insinuaciones, que continuaron durante la comida y que nos fue preparando para lo que ambos sabíamos que iba a ocurrir. Nadie que no estuviera en la conversación se hubiera podido dar cuenta que tras las indirectas, se iba caldeando el ambiente. A veces un roce de nuestras manos sobre el mantel, en otras su pierna rozando la mía como si fuera por error, me decían que estaba dispuesta, pero como esa mujer me gustaba, no sabía como plantearle que la deseaba. Por eso, no me decidía y tuvo que ser ella quien, cuando le pregunté si quería un café, me respondió:
-Sí, pero en tu casa-.
Afortunadamente, y previendo terminar en mi apartamento, la había llevado a un restaurante en Serrano, que estaba a la vuelta de mi casa, de tal forma que no tardamos ni cinco minutos en entrar por el portal. Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta del ascensor, cediéndole el paso. Al entrar en el estrecho cubículo y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Sin importarme que algún vecino se escandalizara de pillarnos como dos adolescentes metiéndonos mano, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La mujer dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, abrir mi apartamento y depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Gloria agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. Gloria resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo, y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitó aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mi dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Gloria conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No veníamos a por un café?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes como necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Me divorcié hace cinco años, y eres mi primer hombre desde entonces, no hables, sólo abrázame-.
Saciados momentáneamente, nos quedamos tumbados un rato sin decir nada, sólo nuestras pieles fundidas hablaban. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente, pero entonces sonó su movil, y el encanto se rompió.
Gloria se apresuró a contestar, y tras discutir con la persona que había al otro lado, puso un gesto compungido y me explicó que tenía que irse.
-No puedes dejarme así-, protesté.
Acercándose a la cama, mientras se vestía me dio un beso, diciendo:
-¿A que hora llegas a casa?-.
-¿Mañana?, a las ocho-.
-Aquí estaré-.
Viendo que no valía la pena discutir, la acompañé a la puerta, sin poder creer la mala suerte, pero ilusionado por saber que mañana la iba a volver a ver. Nos besamos al despedirnos, y viendo como cogía el ascensor, cerré la puerta. Todavía desnudo, fui la nevera a por una cerveza, y apesadumbrado, con el ánimo por los suelos, volví a mi habitación a ponerme algo de ropa.
Estaba poniéndome un pantalón, cuando de pronto escuché a través de los altavoces del ordenador a Claudia diciendo:
-Amo, ¿por qué me ha hecho escuchar eso?-.
Entonces me di cuenta que no lo había apagado y que la muchacha nos había oído mientras hacíamos el amor. No lo había hecho a propósito, al contrario no me podía creer el fallo tan enorme que había tenido. ¿Cómo era posible que hubiese sido tan bruto?, ¡ahora la muchacha sabía que tenía una mujer con la que compartía la cama!. Tardé unos momentos en contestarle, debía de buscar una excusa convincente, o si no todo se podía ir al traste.
-Quería que supieras que no eres la única-, le respondí esperando que se lo creyera.
Llorando me respondió que podía haberla avisado, por que había sufrido pensando que su amo se había olvidado de su promesa de hacerla mujer, pero que al final se había excitado con los gritos de placer de la mujer. Su sinceridad y entrega junto con la calentura que me había dejado Gloria al irse tan apresuradamente, me hizo decirla, quizás pensando que era mejor tenerla cuanto antes, que viniera a mi casa al día siguiente.
Pero… Amo, ¡Mañana ha quedado con esa guarra!-, me contestó medio mosqueada.
-No es ninguna guarra-, protesté, aunque tenía razón en lo del lunes, por lo que improvisando le expliqué, –te estaba queriendo decir que quiero verte a las dos, y así tendremos tiempo suficiente antes que la otra llegue-.
Nada más terminar supe que había metido la pata, lo del trabajo no era problema, era fácil buscarme un motivo para ausentarme, pero era muy peligroso el acostarme con dos mujeres con tan poco tiempo entre medias y más si lo iba a hacer en la misma cama. “Estoy gilipollas”, pensé, pero aun así le di mi dirección, antes de enojado cerrar el puto ordenador.

Capitulo tres. Claudia.

Casi no pude dormir esa noche, estuve dando vueltas a la cama sin poder conciliar el sueño, por lo que iba a pasar al día al día siguiente. En mi mente se mezclaba la excitación de lo desconocido, iba a conocer a Claudia en persona, con el miedo a perder a Gloria, si se enteraba. Era como si atado a dos caballos, cada uno de ellos tirara en dirección contraria, despedazándome al hacerlo.
Al terminarme de bañar y mientras me afeitaba, me miré al espejo. Debajo de los ojos, dos oscuras ojeras delataban mi cansancio. “Estoy hecho una pena”, pensé al enjuagarme la cara, “será mejor que me apuré”.
Desde el propio coche, llamé a Clara, mi asistenta, una mujer de pueblo, gorda y fea, pero encantadora que llevaba más de diez años trabajando para mí. Le expliqué que tenía visita, y que necesitaba que me dejara comida tanto para la comida como la cena.
-Jefe, se le acumula la faena-, fue su escueta respuesta, la señora me había pillado al vuelo, no en vano me conocía como nadie y era ella quien siempre arreglaba mis desaguisados. No sería la primera vez, que al limpiar el apartamento se encontrara unas bragas o las sábanas manchadas tras una velada de pasión.
Tenía que planificar cuidadosamente mi jornada, por lo que nada más llegar a mi despacho, informé a mi secretaria que cancelara todas mis citas posteriores a las doce, por que no iba a poder ir trabajar esa tarde. Por la forma en que me miró, adiviné que ella también me había cazado.
“Joder, ¡que mala fama!”, dije para mis adentros, mientras salía la mujer de la habitación.
Estaba molesto, me jodía que todo el mundo pensara que era un golfo sin remedio. Sabía que la culpa la tenía yo, no en vano nunca había ocultado mis conquistas, e incluso había hecho alarde de ellas, obligándolas a recogerme a la salida del trabajo. Como solterón era una forma de espantar los chismes y bulos en los que se dudaba de mi sexualidad, no es que tuviera nada contra los homosexuales, pero prefería que nadie se confundiera y pensaran que perdía aceite, tras esa fachada de hombretón.
La mañana transcurrió como cualquier otra, pura rutina. Presupuestos que revisar, facturas que autorizar, cheques que firmar. Y, yo, mientras tanto mirando que el reloj no paraba de avisarme que quedaba menos para conocer a la muchacha. Dando carpetazo a todos mis asuntos, decidí irme a las doce y medía, quería estar listo cuando Claudia apareciera.
Afortunadamente no había tráfico, y era poco más de la una cuando abrí mi piso. El aroma a comida recién hecha inundaba el apartamento, por lo que lo primero que hice fue airear, no me gustaba llegar a un sitio y que se me impregnara los olores en la ropa. Luego revisé que todo estaba en su sitio, la mesa puesta, la cama hecha, pero ante todo que mis juguetes estuvieran al alcance de mi mano, por si los necesitaba.
La media hora restante me la pasé pensando en como tenía que tratarla, no podía olvidar que era virgen y que aunque lo que la motivaba era el aspecto brutal de mis relatos, debía al menos la primera vez intentar no ser excesivamente duro. La primera experiencia es importante y marca de por vida.
Todos mis planes se fueron al traste en cuanto le abrí la puerta. Al hacerla pasar, me encontré con que la muchacha no sólo venía peinada al estilo afro, con múltiples trenzas, sino que o bien había tomado rayos uva o se había maquillado con un color muy oscuro. Si tenía sospechas de que es lo que ocurría , no tuve ya ninguna duda, cuando se quitó la gabardina, al ver que venía disfrazada de Meaza, la criada negra de mis relatos.
Vestida únicamente con la túnica etíope que había descrito en ese relato, pasó al salón sin hablar, lo que me hizo saber que quería actuar como la protagonista. Realmente estaba preciosa, con sus pechos al descubierto y ese aire de inocencia que había sabido adoptar. La poca tela que la cubría me dejaba ver todas sus piernas e incluso el inicio de sus nalgas.
Por gestos, le hice saber que me iba a duchar. No es que lo necesitara, sino que si íbamos a ser fieles a la historia, ahí es donde debía comenzar nuestro idilio. Bastante excitado, me metí en la bañera, sabiendo que en cuanto saliera ahí iba a estar mi sumisa. El duchazo fue rápido, era un juego, por lo que tras mojarme un poco, salí a encontrarme con ella.
Me esperaba arrodillada en el suelo , a esperando.
-Sécame-
Sus ojos me dijeron que necesitaba servirme, y por eso alzando mis brazos esperé que se levantara, y que con la toalla corriera por mi cuerpo secándome. Con sus ojos cabizbajos, incapaz de sostener mi mirada , fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. No me contestó con palabras, su respuesta fue física, olvidándose de sus prejuicios, bebió de las gotas que poblaban mi piel, antes de secar cuidadosamente toda mi piel. Sin que ella hablara ni yo le dijera mis deseos, fue traspasando los tabúes normales, pegando su cuerpo a mis pies.
Pude notar como se derretía al verme desnudo, y como sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies, deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de su caricias. Nada le importaba y dejándose llevar por la lujuria, se saltó el guión que tenía preparado, acercando su boca a mi sexo con la intención de devorarlo. No le prohibí hacerlo. Sus labios se abrieron besándome la circunferencia de mi glande, antes de introducírselo. De pié en mitad del baño, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior.
Claudia se creía Meaza, suspiraba como había relatado que hacía mi criada cuando me practicaba el sexo oral. Pero entonces recordé que en mi cuento, yo me sentaba y ella se empalaba al malinterpretar mis intenciones. Me apetecía penetrarla pero debía de tener más cuidado al saber que tenía su himen intacto, por eso levantándole del suelo la llevé a la cama.
Tumbándola sobre el colchón, saqué una crema hidratante y empecé a untarla por su piel. Ella no opuso resistencia. Por vez primera le acaricié lo pechos. Eran enormes en comparación con su delgadez, sus rosadas aureolas se erizaron en cuanto sintieron mis yemas acercándose. Cogiéndolos con mis dos manos sopesé su tamaño, apretándolos un poco conseguí sacar el primer gemido de su garganta. Entusiasmado por su calentura, procedí a pellizcarlos, esta vez sus jadeos se prolongaron haciéndose más profundos.
Estaba dispuesta, recorriendo con mi lengua los bordes de sus senos, bajé por su cuerpo para encontrarme un pubis depilado, no me sorprendió que se hubiese dejado un pequeño triangulo y separando sus labios, me apoderé de su botón. Mientras mordisqueaba su clítoris aproveché para meterle un dedo en su vagina, encontrándomela totalmente empapada, y moviéndolo con cuidado para no romper su virginidad, empecé a masturbarla.
Su placer no se hizo esperar y reptando por las sabanas, la muchacha intentaba profundizar en su orgasmo, mientras yo bebía el flujo que manaba de su interior. Sus piernas temblaban y su cuerpo se retorcía al experimentar como mi lengua la penetraba, y licuándose en demasía, comenzó a gritar en un idioma inteligible.
Fue entonces cuando la vi preparada y colocando mi sexo en su entrada, jugueteé unos instantes antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveche para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Gimió desesperada al sentirse desgarrada. Su himen roto sangró un poco, y su dueña derramó unas lagrimas, sintiéndose llena. Esperé a que se tranquilizara, y iniciando un lento movimiento fui sacando y metiendo mi falo en su cueva. Claudia estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Te gusta Meaza?-, le pregunté siguiendo el juego,-para ser una virgen inexperta te mueves excelentemente-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los barrotes de mi cama, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó, y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene, chocando mi glande contra la pared de su vagina. La oí gritar al sentir que mis huevos rebotaban contra su cuerpo, pero no me importó, y viendo que se acercaba mi orgasmo, me agarré a su cuello, apretando. La falta de aire, la asustó y tratando se zafarse, buscó escaparse pero de un sonoro bofetón paré sus intentos. Indefensa, mirándome con los ojos abiertos, me pedía piedad, pero cuando Claudia creía que no iba a soportar el castigo, su cuerpo respondió, agitándose sobre la cama. Fue increíble, rebotando sobre el colchón se deshizo en un brutal orgasmo, que coincidió con el mío, de forma que su flujo y mi simiente se mezclaron en su interior mientras ella se desmayaba.
Al principio creí que seguía actuando pero al ver que no se recuperaba, me empecé a preocupar. La muchacha permanecía con la mirada ausente, mientras su pecho jadeando trataba de respirar. Fue entonces cuando me di cuenta de que le ocurría. Lo había escuchado de boca de algún amigo, pero nunca había estado con una mujer cuyo clímax se prolongara durante minutos. Claudia no estaba desmayada sino que su orgasmo continuaba, dejándola incapacitada para nada más. Abriéndole las piernas vi como seguía manando su placer, manchando las sábanas, y sabiendo que no podía hacer nada para que parase, la dejé tumbada mientras iba a limpiarme los restos de sangre que manchaban mis piernas.
Desde el baño, escuché un grito desgarrador que en otros casos me hubiera aterrado, pero en cambio sonreí al saber que era el final de su tortura, y volviendo al cuarto mientras me secaba las manos, le pregunté:
-¿Tienes hambre? -, la entonación de mis palabras, medio en broma medio en serio la hizo sonreír, e incorporándose en la cama me respondió:
Amo, si se refiere al sexo por ahora estoy servida, pero ahora mismo le preparo la comida-.
Su voz sonaba satisfecha. Alegremente se levantó y colocándose el vestido corrió a la cocina. Se notaba que había disfrutado de su primera vez. Mi ego de hombre se infló al observar su alegría y se lo hice saber dándole un azote en el trasero al pasar.
La muchacha había preparado sólo un sitio en la mesa, quería seguir jugando, pero se había equivocado al ponerse la ropa. El vestido seguía anudado a su cuello, y ahora al pertenecerme, según las costumbres etíopes, debía de estar sujeto solamente a las caderas.
-Meaza-, le grité jalándole del brazo,- Eres mía y sólo las putas una vez que tienen dueño, siguen comportándose como solteras-.
Cayó rápidamente en su error, y acomodándose correctamente su ropa, se arrodilló pidiéndome perdón.
Levántate el vestido-, le ordené.
Supo que iba a castigarla, pero aún así adoptando la postura de sumisa se arremangó la tela dejándome ver su trasero desnudo. En silencio, me acomodé detrás de ella, y abriéndole las nalgas, comprobé que no me había mentido y que también era virgen analmente. Su entrada trasera estaba totalmente cerrada, su color rosado y lo estrecho de su conducto estuvo a un tris de obligarme a tomarla allí mismo, pero decidí que no era el momento y dándole un azoté le pregunté:
-¿Sabes el porqué?-.
-Si, amo-, me respondió casi llorando, pero sin hacer ningún ademán de evitarlo.
Mis manos cayeron repetidamente sobre su piel. Claudia me había pedido ser mi sumisa y yo la había aceptado, por eso no se quejó al recibir la reprimenda sino que lo consintió como parte de su adiestramiento. Sólo paré al percibir que su piel tomaba el color rojizo que me desvelaba que era suficiente. En cuanto terminé, la oí decirme llorando:
-No volveré a fallarle-.
Apiadándome de ella, la levanté del suelo y poniéndola en mis rodillas, la besé. Al sentir sus labios en los míos, me di cuenta que era la primera vez que la besaba. Lo que en un inicio fue un beso dulce, se tornó posesivo al percatarme de su total entrega, pegando su pubis a mi sexo, buscó calentarse frotándolo sin parar. Mi pene que hasta ese momento se mantuvo en letargo, se despertó con sus maniobras y bajándome los pantalones, separé su piernas, dejando que se empalara.
Sufrió al forzar su entrada, la falta de costumbre y lo brutal de su primera experiencia le habían rozado por completo, pero ella olvidándose del dolor que sentía, se acomodó encima mío, introduciéndose lentamente toda mi extensión. Gimió al notar como mi grosor separaba sus labios, destrozándola, pero sintiéndose deseada comenzó a moverse suavemente. Era preciosa, sus ojos negros me miraban con lujuria como exigiéndome que fuera suyo, mientras sus pechos rebotaban contra el mío, al compás de sus embistes. Me encantaba sentir sus pezones clavándose contra mí, y su cuerpo temblando por mis caricias. Poco a poco su resistencia fue desapareciendo y su sexo aceptaba mi intrusión con mayor facilidad.
-¡Amo!-, me susurró al percibir los primeros signos de placer recorriendo su columna. ¡Dios mio!, gritó al notar que su sexo se licuaba. ¡Me corro!,gimió desesperada cuando recibió las primeras descargas. ¡Le necesito!, dijo al sentir que era mía.
Todo su ser se estremeció admitiendo mi dominio, no sólo era su sexo, su vida, su mente y su alma se fundieron en un ardiente magma que desbordando su propia epidermis se alzó grandiosa mostrando su sumisión.
Su sexo envolvía el mío con una inhumana calidez, y mientras se derretía gimiendo, mi virilidad golpeaba las paredes de su gozo, consiguiendo que su clímax alcanzara cotas impensables. No pude soportarlo más, y cogiendo sus dos pechos y usándolos como ancla los mordí buscando mi propia excitación. Convertida en un volcán, explotó vertiendo su entrega en un erupción sin par. El sudor que recorría su cuerpo era una leve expresión de la caldera que quemaba su interior, y chillando a los cuatro vientos se fundió entre jadeos y gemidos de placer.
Claudia no pudo reprimir su orgasmo y clavando su uñas en mi espalda, se desplomó exhausta sobre mis rodillas. Su peso muerto en mis piernas, se cerró presionando mi sexo. Tanto estímulo desbordó mi apetito y usando sus pezones como biberón, me corrí reclamando a mi hembra.
Eres una maquina-, le dije cuando conseguí reponerme.
Claudia se abrazó a mí, gimoteando.
-Amo, gracias,- todo su cuerpo siguió temblando durante una eternidad, tras lo cual me expresó su gratitud diciendo: –No sabe lo que he soñado este momento-.
La ternura de su entrega casi me hizo olvidar el tiempo, pero al levantarnos de la silla, y entrar en la cocina, vi el reloj.
La cinco de la tarde…., habían pasado tres horas sin darnos cuenta mientras nuestros cuerpos disfrutaban pero ahora la realidad me recordaba que no había comido y que se acercaba nuestra despedida. Con mi casa hecha un desastre, y mi estómago rugiendo del hambre, tenía poco tiempo para organizar la llegada de mi segunda invitada.
-¿Comemos?-, le pregunté mientras me levantaba.
Claudia se dio cuenta del problema y soltando unas lágrimas, me contestó:
-¡Viene la guarra!-.
Estuve a punto de abofetearla, pero lo genuino de nuestra experiencia me lo impidió y abrazándola le dije:
-Si, pero no te preocupes, tu eres especial y nadie puede cambiarlo-.
Dolida, lloró , y mirando a su alrededor, incapaz de protestar, se vistió en silencio. La había llevado al cielo y bruscamente le había lanzado de bruces a la tierra. No me dijo nada, aunque sabía a la perfección de su dolor.
Usada y despreciada, deseada y desdeñada en cuestión de minutos, sabía cual era su papel y poniéndose la gabardina me pidió:
-Quiero volverle a ver-.
Era tanta su angustia , que me vi obligado a decirle que no te tenía que dudar que la necesitaba y que mi agenda era suya, de manera que era ella quien tenía que decirme cuando quería verme.
Mis palabras consiguieron reanimarla y levantando su mirada me respondió mientras cerraba la puerta:
-¿Mañana?-
Sonriendo le respondí:
-Si, pero al las diez. ¡Tengo que trabajar!-.
Capítulo cuatro. De las dudas al paraíso.
Tres horas parece mucho pero apenas tuve tiempo de comer un poco, ducharme y quitar todos los rastros de la presencia de Claudia antes de que llegara Gloria. Lo principal era mi cuarto. Tras hacer la cama y darle una pasada al baño, me concentré en revisar que nada pudiera delatarme. Cuando ya salía convencido que tenía todo bajo control, se me ocurrió mirar bajo la cama, y tirado en la alfombra, había un pendiente. No recordaba habérselo visto a la muchacha puesto, es más estaba casi convencido que no llevaba, pero cuidando no dejar ninguna prueba, lo guardé en un cajón.
El salón no tenía problema, casi no habíamos pasado por allí, por lo que tras airearlo un poco, decidí que ya estaba bien y que podía sentarme a esperar.
Gloria llegó con media hora de adelanto, venía enfadada, por lo visto había tenido bronca en casa, y había preferido irse a seguir discutiendo.
Tranquila-, le dije mientras le daba un beso de bienvenida,-Te sirvo una copa y me cuentas-.
Sentándose en el sofá, me empezó a explicar cual había sido la razón de su cabreo, por lo visto al llegar a su casa, se había encontrado con las camas deshechas y la ropa tirada, ni su madre ni su hija se habían dignado a hacerlo antes de salir esa mañana. Me pareció una nimiedad, una tontería pero no se lo dije. Lo malo ser madre es que tienes que luchar a diario con lo trivial, y eso termina cansando. Por eso preferí cambiar de tema:
-Tu madre, ¿vive contigo?-
Si, desde que se quedó viuda-, me respondió, no sabía que se le había muerto el viejo. Por lo visto, su padre había sido un alto directivo del banco popular, al que la presión y el estrés le habían jodido el corazón y tras varias intervenciones se había quedado en el quirófano.
Lo siento-
-No te preocupes pasó hace cinco años-.
Recordar su muerte, le había puesto triste. Y tratando de rehacerse, levantó la copa, brindando conmigo, con tan mala suerte que se le cayó encima, empapando su blusa.
-Lo has hecho a propósito-, le dije riendo.
-¿Por qué lo dices?-, me preguntó.
-Porqué así no te queda más remedio que quitártela para secarla-.
Soltó una carcajada, y poniéndose de pie me soltó que era yo, quien tenia que desabrochársela. Verla insinuarse de esa forma, me confirmó lo que pensé al tomarme un viagra hacía un rato, iba a tener faena y dos mujeres en una sola tarde era mucho para un cuarentón como yo. Botón a botón, fui descubriendo su piel. Gloria no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
Tengo que hablar con Alberto Ruiz Gallardón-.
Lo absurdo de mi frase, la mosqueó.
-¿Para qué?-, me preguntó, sin saber a que venía lo de hablar con el alcalde de la ciudad.
Porque no es lógico que tus pechos no sean un monumento de Madrid, y que no aparezcan en todas las guías turísticas-.
Eres tonto-, me contestó encantada por el piropo. Ninguna mujer es inmune a una alabanza y más cuando se hace con inteligencia, – Pues aunque no te lo creas, ligo poquísimo-.
-Tienes razón, no me lo creo-.
Ese fue el final de nuestra conversación . Cerrando su boca con un beso, la abracé. Como la primera vez, Gloria no pudo aguantar el tipo, al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa con urgencia. Bajo esa fachada de señora bien y tradicional, se escondía una mujer ardiente. No me hice de rogar y tumbándola en el sofá, le quité el tanga negro, descubriendo que se había depilado totalmente.
¿Te gusta?, ¡lo hice por ti!-, me susurró al ver mi desconcierto.
-Me encanta-, podía haber hecho un discurso, pero en vez de eternizarme con loas y cumplidos, me interné entre sus piernas a probar su sabor.
Mi lengua recorrió todos su pliegues, antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo duro, no en vano conservaba la señal de sus uñas en mi espalda, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que al mordisquearle allí abajo, se pusiera como loca, y me pidiera que fuera más brutal. Sus palabra exactas fueron:
Muérdeme con fuerza-.
Apretando con mis dientes, le hice retórcerse de dolor, pero antes de que dejara de gritar ya se había corrido, mojando la tapicería. Ya totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Esta vez no se quejó sino que usando sus manos, separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercer y hasta un cuarto, no obteniendo de ella más que gemidos de placer, por lo que envalentonado forcé su ya dolorida cueva con los cinco dedos a la vez. En esta ocasión el grito fue brutal, con lágrimas en los ojos, me pidió que esperara.
-¿Quieres que te los saqué?-, pregunté pensando que me había pasado.
-No, pero déjame que me acostumbre -.
Paulatinamente, su vagina se fue dilatando, hasta que la resistencia a mi avance cedió y me encontré con toda mi mano en su interior. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo, me rogó que continuara, que nunca se lo habían hecho. Envalentonado, cerré mi puño dentro de ella, y tal y como se hace en la películas porno, hice el intento de sacarlo. La brutalidad de mi acto, la enervó y sin darse cuenta llevó sus propias manos a sus pezones, torturándolos. Toda la seriedad y decencia que le enseñaron desde niña, se evaporó al ritmo de su orgasmo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría por segunda vez, que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción, pero tuvo que esperar a que la mujer se recuperara porque aunque me pedía que continuara al sacar mi mano, me di cuenta que era imposible por lo dilatado de su sexo. Mientras volvía a su estado natural, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos, ella sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, me musitó:
-Quiero dártelo pero me da miedo-.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por ser quien hoyara por primera vez su esfínter, la besé:
-Tu me dices cuando paro-.
Tenía que hacérselo con cuidado, si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría, pensé mientras abría el cajón de la mesita de noche, de donde saqué un bote de crema. Gloria me encantaba y no quería joder nuestra relación con un mal polvo, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se tumbó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. No dejó de suspirar implorando que siguiera mientras mi lengua recorría su espalda. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Ya había visto lo inmaculado de su esfínter con anterioridad, pero de pasada, nunca me había puesto a observarlo con detenimiento. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó, y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Gloria separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
Tranquila-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de la mujer a mi incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. En esta ocasión encontré menos oposición señal de que iba por el buen camino. Si continuaba relajándola, iba a sufrir menos, por lo que me mantuve firme haciendo oídos sordos a sus ruegos, metiendo y sacando mis dedos. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Era increíble como su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. De manera que apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Gloria mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Aunque lo había previsto, no por ello dejó de sorprenderme que en vez de apartarse, la mujer decidiera pasar el mal trago rápidamente, presionando mi incursión al echarse hacia atrás. Su maniobra provocó que mi pene entrara por entero en su interior desgarrándola cruelmente. Gritando me exigió que la sacara, diciéndome que no podía aguantar esa tortura, pero supe que si le obedecía jamás iba a poder volver a hacer con ella el sexo anal, por lo que agarrándome de sus pechos, evité que consiguiera zafarse de mí.
Esperé a que se desahogara insultándome, tras lo cual le dije que se relajara. Paulatinamente me hizo caso, de forma que su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Al igual que antes la violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Gloria empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que la mujer estaba disfrutando y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. La nueva postura me dio más bríos, y aumentando mis envites conseguí vaciarme por entero, llenando de semen el, hasta esa noche, casto conducto.
Derrumbados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos. Tiempo que aproveché para pensar en que esa mujer me volvía loco, y en la suerte que había tenido al encontrármela.
Eres un cabrón-, me dijo.
Asustado, pensé que se había enfadado por la forma en que la forcé.
Lo siento-, alcancé a responderle.
Levantándose, me miró diciendo:
-Me has violado, te pedí que pararas y no lo hiciste-, y cuando ya pensaba que me estaba mandando a la mierda, la oí decir, –ahora, no podré dejar de pensar…. en cuando volverás a hacerlo-.
Estaba insultantemente feliz, me había tomado el pelo. Sin llegármelo a creer, la abracé besándola . Ella me respondió acurrucándose entre mis brazos, mientras me susurraba que la dejase descansar por que luego se vengaría. Y con esa promesa, nos quedamos dormidos.
Esa noche, Gloria se quedó conmigo. Fue un acuerdo tácito, ni yo la invité ni ella me lo pidió, sino que salió natural, ambos estábamos tan a gusto que ninguno dudo en hacerlo. Fueron largas horas de pasión mezcladas con ternura y risas. Era como si nos conociéramos de toda la vida. Nadie que hubiese visto como nos compenetrábamos, hubiera creído que nos conocíamos sólo desde hace cuarenta y ocho horas antes. La noche salió perfecta, por eso en la mañana cuando nos despedimos me dio pena mentirle al decirle que no podía quedar con ella ese día. Como no podía decirle que había quedado con otra mujer, me inventé que tenía una cena de amigotes.
-No bebas mucho-, fue lo único que me dijo. No era un reproche, parecía como si realmente le importase.
Tuve que retenerme para no decirle que volviera esa tarde, pero el miedo a no poder localizar a Claudia y que se me juntaran las dos, me hizo recapacitar y decirle solamente que no se preocupara que iba a ser niño bueno.
Su sonrisa al decirme adiós, me torturó toda la mañana. No pude dejar de pensar que era la primera vez que alguien me importaba y que le había pagado con una infidelidad. Hasta a mi mismo me sorprendió el usar esa palabra. Infidelidad. Y con un sabor agridulce me di cuenta que estaba colado por esa mujer. Me resultó imposible el concentrarme, mientras el cuerpo me pedía llamarla, el cerebro me decía que no fuera insensato, ya que esa era la mejor forma que me descubriera. Por eso las horas fueron pasando con una lentitud exasperante, mientras se me acumulaba el trabajo.
Al mediodía, recordé que era el cumpleaños de Claudia, y pensando que era una buena forma de distraerme, me fui a un gran almacén a comprarle su regalo. No tardé en encontrar lo que quería. Una vez pagado y con él en la bolsa, estaba convencido que esa misma noche iba a hacer uso del sensual body de raso negro que le compré. La suavidad de su tejido, hizo que me imaginación volara y ya con la mente ocupada me olvidé de Gloria, de mis sentimientos de culpabilidad, quedando sólo la imagen de la muchacha vestida con ese atuendo.
En la oficina todo se complicó, no vi el modo de escaparme por lo que tuve que esperar hasta casi las nueve de la noche para liberarme, de modo que al salir de mi despacho me di cuenta que casi no me quedaba tiempo para llegar a casa antes de que la muchacha llegara. Conduciendo como un loco, llegué con apenas un cuarto de hora de adelanto, por lo que cuando escuché el timbre, apenas me había dado tiempo a cambiarme.
Al abrir la puerta, me encontré a Claudia totalmente empapada y llena de barro. Tardé unos segundos en darme cuenta que venía disfrazada de Carmen la protagonista de otro de mis cuentos. Hacía más de seis meses que había escrito “Descubrí a mi secretaria…”, pero recordaba a la perfección la trama de la historia. En ese relato, los ladridos de mi perro me sacaban de casa para descubrir a mi asistente en estado de shock y por mucho que intenté que reaccionara fui incapaz.
Sabiendo de antemano mi papel la metí dentro, no me apetecía que mis vecinos pensaran que le había hecho algo. Directamente, la llevé a la ducha mientras no dejaba de pensar en las variantes que le podía dar a la historia. Como actriz era excelente, con la mirada ausente y tiritando realmente uno podía creer que estaba ida.
El agua caliente al caer sobre su pelo, empezó a arrastrar el barro que la cubría. De nada me iba a servir hablarla, esa noche no iba a tener mucha conversación. Por lo que sentándola en la bañera, fui a buscar un poco de ropa seca para después. Al volver seguía en la misma posición que le había dejado, con el chorro cayendo sobre su cabeza y las pierna cruzadas.
-Tengo que hacerte entrar en calor-, le dije en voz alta mientras la ponía de pie.
Realmente estaba preciosa sin maquillaje, pensé al verla con el pelo mojado. Claudia se había puesto para la ocasión un espléndido traje, que le daba el aspecto de una yuppie de una multinacional. La blusa de encaje al mojarse, trasparentaba por completo, dejándome observar la rotundidad de sus pechos. Sus pezones reaccionaron cuando le quité la chaqueta, poniéndose duros y erguidos.
Me estás poniendo bruto– le susurré.
En la historia, la desnudaba fuera de la ducha, pero decidí alterar el guión y hacerlo bajo el agua. Como no quería echar a perder mi ropa, me desnudé antes de entrar con ella, dejándome sólo los boxer a cuadros que me había puesto. Uno a uno fui desabrochando los botones de su camisa. Era una gozada verla inmovil mientras hacía aflorar su canalillo.
-Mi secretaria es una putita indefensa-.
Mi pene ya se alzaba orgulloso, cuando le quité la blusa por completo. Desnuda de cintura hacía arriba seguía ausente.
-Que preciosidad-, le dije sopesando sus senos con mis manos.
Sin poderme aguantar, pasé mi lengua por sus bordes esperando que la muchacha reaccionara. Pero no pude sacar ni un gemido de su garganta. Eso me dio la idea, ya que era un juego, resolví jugar, iba a conseguir que Claudia dejara de actuar. Teniéndolo clarísimo, le bajé la falda, descubriendo que el tanga de esa noche, además de minúsculo era de color rojo como el de la protagonista.
Has pensado en todo-, le dije mientras se lo quitaba.
Teóricamente debería de secarla y llevarla a mi cuarto pero en vez de ello, le puse las manos sujetándose a la pared y me arrodillé bajo la ducha. Improvisando separé su labios, y acercando mi boca a su sexo, empecé a mordisquear su clítoris mientras acariciaba su trasero. Su sabor consiguió enervarme, y sin darle tiempo a reaccionar, la puse a cuatro patas, penetrándola. La calidez de su cueva al presionar mi miembro, contrastaba con el mutismo de su dueña, por mucho que aceleré mis movimientos fue imposible oír nada.
-¡Con que eso quieres!-, grité mientras salía de la ducha. Bastante picado, totalmente excitado y sin haberme podido correr, resolví que esa niña no me iba a ganar. Quisiera o no, iba a hacerla hablar. Dejándola sola, empapada y desnuda me fui a poner una copa.
Eso me dio tiempo de pensar en mi siguiente paso. Carmen sólo se desenmascaró a la mañana siguiente, mientras yo desayunaba. Si Claudia conseguía mantenerse en su papel hasta esa hora me había ganado, por lo que debía de idear algo que le hiciera fracasar. Mi imaginación nunca me había fallado, y esa no iba a ser la primera vez, por lo que al volver a su lado ya había ideado más de cinco perversas formas de vencerla.
Nuevamente entré con ella en la bañera, La muchacha seguía agachada por lo que sólo tuve que abrirle la boca, para empezar mi venganza. Cogiendo mi pene entre mis manos, se lo incrusté en su garganta. Sonreí al ver que no reaccionaba, debía de pensar que quería que me hiciera una mamada, pero no era ese mi plan. Sin avisarle, empecé a orinar en su interior. Claudia, sin alterarse, comenzó a bebérselo, tragándose todo mi orin sin emitir ni una sola queja.
Por primera vez, la duda de un posible triunfo de ella y mi consiguiente derrota afloró en mi mente. Echo una furia la saqué del baño y la llevé a mi habitación pero en vez de ponerle una película, la tumbé en la cama, atándola a sus barrotes.
Uno a cero-, pensé mientras aferraba sus tobillos.
Cogiendo mi teléfono hice una llamada. Una niña no me iba a vencer, y menos con ayuda. Mi segundo plan requería tiempo, por lo que mientras llegaba decidí aprovechar la espera, pasando al siguiente. Claudia me dijo al conocerme que quería ser mi sumisa, que deseaba que lo la moldeara, pues iba a tener la oportunidad de demostrarlo.
Lo primero que hice fue fijar bien los grilletes. Ya con la seguridad que no se iba a poder escapar, pasé mis manos por su sexo, encontrándomelo completamente anegado.
La muy perra está disfrutando-, me dije mientras le separaba los labios e introducía un enorme consolador en su interior.
No esperaba ninguna reacción, por lo que no me sorprendí al percatarme que seguía impertérrita. Especulé con meterle otro por su entrada trasera, pero el recordar que era virgen disipó mis dudas, iba a ser mi miembro quien hoyara por primera vez su rosado agujero. En vez de ello, cogí unas pinzas de la ropa con las que torturé sus pechos, colocándoselas en los pezones. Creí escuchar un gemido, pero al voltear a mirarla, sus cara no reflejaba el mínimo disgusto.
Tranquila, hay mucho tiempo-, le musité al oído, mientras le mordía el lóbulo.
Por experiencia sabía que era cuestión de minutos, el que el dolor y el placer le hiciera reaccionar, por lo que yendo a mi bar, me rellené la copa. Tenía que reconocer que era un adversario formidable, tras esa fachada de niña buena se escondía una mente al menos tan sucia como la mía. Cogiendo el cubo de los hielos y una vela, volví a su lado.
-¿Sabes para que es esto?-, le pregunté mientras encendía la mecha.
No me contestó. Su gallardía me llenó de orgullo, pero no era momento para sentimentalismos, era una guerra y en la guerras no hay cuartel. Acercando la vela a su cuerpo, derramé unas gotas sobre su estómago. Dio un respingo al sentir su quemazón, pero soportó admirablemente el castigo. Pasando el hielo, por la quemaduras conseguía un doble efecto, por una parte estas no dejaban marca y encima el contraste de temperatura debía ser insoportable. Estuve más de cinco minutos torturándola y cuando ya creía que no le afectaba, percibí como se corría en silencio, sin moverse pero empapando las sábanas con su flujo.
-Esto no sirve-, y recapacitando le saqué el consolador de su sexo. Al hacerlo fue como una catarata que se precipitó por el colchón, dejando a su paso un húmedo rastro.
“Tendré que esperar”, me dije a mi mismo, y buscando que no se enfriara empecé a meterle y sacarle el dildo, mientras le retiraba las pinzas. Fue entonces cuando escuché que mi ayuda tocaba la puerta. Tranquilamente, salí del cuarto a abrir a los refuerzos.
-¡Cuánto tiempo!-, me soltó Patricia al entrar con Nicolás al piso, –explícame que es eso tan importante que no me podía perder-.
Paty era una amiga de la infancia, bisexual, con la que había tenido algo más que escarceos. A sus cuarenta años, seguía conservando una figura envidiable producto de largas horas de gimnasio, y unos pechos perfectos que se los debía a la generosidad de su último marido. Nicolás era su actual pareja, según ella la lengua más maravillosa de la creación.
-Cariño deja que antes te dé un beso-, le dije abrazándola y masajeando su duro culo.-Te tengo una sorpresa, estoy adiestrando a una sumisa, y su lección de hoy es mantenerse imperturbable mientras una mujer la posee-.
Una sonrisa apareció en su cara, y tras pensárselo unos momentos me preguntó:
-Y ¿Nicolás?-.
-Por si fallas-.
Sin más demora, la llevé a mi cuarto, dejando a su pareja en el salón. Sabía que Claudia nunca había estado con una mujer, y menos con una tan experta como mi conocida, por lo que esperaba o que se negara o que reaccionara a sus caricias. Mi amiga al ver como le había preparado a la muchacha, al percatarse que debido a las ataduras la tenía a su entera disposición, se dio la vuelta diciéndome:
-No fallaré y ¡Gracias!-.
Ahora sólo tenía que esperar, y en plan mirón, acerqué el sillón a la cama y me senté a observar. Era algo nuevo, el estar de convidado de piedra mientras Patricia se desnudaba. “Se nota que acababa de llegar de la playa”, pensé al ver el dorado de su piel. Bailando en frente de su víctima se fue despojando de su ropa y lo hizo con una sensualidad tan pasmosa, de forma que antes que acabara, yo al menos, estaba excitado. Claudia, en cambio, si lo estaba no lo demostró.
Está bien educada, lo vas a tener difícil-, le grité a la mujer, picándole el amor propio.
-Nunca te he defraudado-, me respondió mientras acercaba su lengua a los pechos de la muchacha.
Estos se erizaron al contacto, poniéndose duros. La reacción de Claudia la envalentonó y sin ningún recato se apoderó de ellos mamando mientras le acariciaba el resto del cuerpo. “Es una maestra”, tuve que reconocer al fijarme de la manera tan experta que tomaba los indefensos pezones de la niña entre sus dientes, y como su boca succionaba hambrienta. Con el deseo de lo prohibido, su mano completamente ensortijada recorrió su estómago acercándose al depilado sexo. La muchacha no hacía ningún ademán. Vi como cambiándose de posición, Paty le separó los labios probando del néctar que ya manaba de su cueva.
-¡Está riquísimo!-, le alcancé a escuchar antes de que, usando su lengua como si fuera un micro pene, la penetrara.
Desde mi sillón, la perspectiva no podía ser más excitante. Veía el culo moreno de mi amiga meneándose al compás de una masturbación mientras se lo comía por entero. Era alucinante, el estudiar la maestría con la que recorría sus pliegues, teniendo en primer plano un exquisito trasero, que me llamaba para que lo tomara a la vez. Poco a poco, el sudor fue recorriendo el pecho de Claudia, y su cueva anegándose bajo el atento dominio de Patricia, y ésta sabedora de los efectos que sus caricias estaban provocando, decidió dar un paso más introduciéndole un dedo en su ano.
-Con cuidado-, le grité informándole que eso era mío.
-Sólo te lo estoy preparando-, me contestó riéndose pero sin dejar de masajearlo.
A estas alturas, nuestra víctima ya se derretía. Sus piernas temblaban al ritmo de su orgasmo, pero de su garganta no salía ningún ruido.
-Es dura, pero yo más– me dijo mi amiga al percatarse que se corría sin moverse.
La velocidad con la que mamaba su coño se incrementó a la par que su calentura, y cogiendo el consolador de la sabanas, me pidió que lo usara en ella, para motivarla aún más. Haciéndole caso me senté al lado de las dos mujeres, y cogiendo el aparato le separé las nalgas de la cuarentona forzando su entrada trasera. Su esfínter estaba educado, por lo que entró hasta el final sin esfuerzo.
Ya sabes lo que me gusta-, exclamó mientras se separaba el trasero.
Claro que lo sabía, no en vano había disfrutado de ese culo muchas veces. Metiendo y sacando con rapidez el consolador empecé a azotarle. Cada vez que mi mano golpeaba sus cachetes, su lengua se introducía en la vagina de Claudia, consiguiendo que los gritos de mi amiga se mezclaran con los de mi azotes.
La temperatura de nuestros tres cuerpos llegó a su punto máximo cuando soltando el pene artificial, y asiendo el mío con las manos le pedí que se aproximara al borde de la cama que ya no aguantaba más y que iba a poseerla.
Fue entonces cuando vencí, porque con la voz entrecortada por el orgasmo que la consumía oí decir a mi sumisa:
-A ella no, amo, ¡a mí!-.
Fue su fracaso, incapaz de ver que tomaba a otra, prefirió perder a sufrir siendo ella una mera observadora.
-Suéltala y prepárame su culo– , le exigí a Paty alzando la voz.
Como si ella fuera la verdadera sumisa, me obedeció poniendo de rodillas sobre el colchón a Claudia con los brazos hacía delante de manera que su trasero quedaba a mi alcance.
-¡He dicho que me lo prepares!-.
Mirándome entendió lo que quería y separándole las nalgas forzó su entrada con la lengua.
-¡Que gusto!-, gritó Claudia a sentir hoyado su agujero. Al no tener que refrenarse, no dejó de jadear y gemir de gusto mientras Patricia se lo relajaba. Mi amiga, muy alborotada, no se límitó a su esfínter sino que apropiándose de su coño, usó su mano para penetrarlo también.
Colocándome a su lado, estaba a punto de desvirgarla analmente cuando escuché a mi amiga decir:
-Te importa que pase Nicolás, ¡es que estoy muy bruta!-.
Solté una carcajada dándole permiso pero advirtiéndole que se lo montara sobre la alfombra. Levantándose de la cama, abrió la puerta. No tardamos en escuchar como entraba. Su presencia asustó a Claudia, que alucinada por su tamaño me preguntó:
-¿Que hace aquí?-
-Era mi plan alternativo-, le contesté mientras acariciaba la cabeza del fiel sabueso, explicándole que era el verdadero amante de Patricia que cansada de tanto fracaso sentimental había hallado la felicidad en las caricias caninas del animal. Aprovechando su desconcierto forcé su entrada con mi pene, introduciéndolo de un sólo arreón.
-¡Que cabrón!-, me dijo mientras sentía como se desgarraba su trasero.
Capítulo cinco. Todo se complica. La espada de Damocles.
Ese fue el inicio de una noche memorable. Patricia, tras aliviarse con su fiel “amigo”, se dio cuenta que sobraba, y sin despedirse nos dejo que continuáramos con nuestra pasión. Hicimos el amor, jodimos, follamos, nos reímos , incluso elucubramos sobre mis siguientes relatos, sobre que papel o que actitud le gustaría a Claudia representar. Fue realmente una velada inolvidable, en la que ya no éramos amo y sumisa sino dos amantes que se entregaban sin límite a la pasión. Agotados, nos quedamos dormidos, abrazados, sin darnos cuenta.
El sonido estridente del despertador nos devolvió a la tierra y de que forma. Claudia, al abrir los ojos, sonriendo me pidió un beso. Se la veía preciosa con el pelo despeinado y unas ojeras que me recordaban lo poco que la había dejado dormir.
-¿Cómo está mi querido amo?-, me dijo todavía medio dormida.
-Muy bien, mi querida esclava-.
Era un juego, interpretando unos papeles que habíamos traspasado, nos besamos y acariciamos mientras nos despejábamos. Creyéndose caballo ganador, quiso aprovechar su ventaja diciéndome:
-Amo, ¿verdad que prefieres pasar la noche con tu sierva?-.
Si me hubiese callado no hubiera pasado nada, pero mi ego me hizo preguntarle, esperando que su respuesta fuera un piropo o algo parecido.
-¿A qué te refieres?-
-Ya sabes, ayer dormiste con la guarra. ¿Quién es mejor?-, mi cara de sorpresa la malinterpretó, y tratando de aclararlo, prosiguió diciendo, –Ella salió de aquí a las siete, y en cambio ahora son las ocho, ¿eso debe de significar algo? o ¿no?-.
Mi reacción fue brutal, agarrándola del brazo, la zarandeé gritando que quien se creía para espiarme, que la que ella llamaba “guarra” era una dama, y que la verdadera puta era ella, que como hembra en celo se me había ofrecido. Claudia se dio cuenta que había metido la pata. Trató de justificarse diciendo que lo sabía porque me había vuelto a dejar el ordenador encendido.
-Eso es mentira, búscate otra excusa por que fue lo primero que apagué cuando te fuiste-, le respondí indignado, -¡Vístete! Y ¡vete!, no te quiero volver a ver-.
Con lágrimas en los ojos, se levantó, se sabía culpable, y sin hablar se vistió con la cabeza gacha. Sólo al salir por la puerta de mi apartamento se volvió diciéndome:
Fernando, eres mío y yo soy tuya. Eso no lo puedes cambiar. Verás como tarde o temprano nos volveremos a ver y entonces sabrás que no podrás evitar que vuelva
-¡Jamás!-, le contesté, cerrándole la puerta en las narices.
La desfachatez de la chica profetizando que volvería arrastrándome como un perrito en su busca terminó de cabrearme. Nunca me había gustado que me controlaran y menos una muchachita recién salida de la adolescencia. Hecho una furia me metí bajo una ducha de agua fría, tratando de calmarme pero fue en vano, nada ni nadie podía evitar que mi sangre hirviera al recordarlo.
La mañana fue un suplicio. No dejaba de mortificarme, diciéndome que la culpa la tenía yo por liarme con una niña. Lo que realmente me molestaba era que antes de enrollarme con ella, ya sabía que eso no podía salir bien. Mi estupidez era total, había creído que podía compatibilizar dos relaciones tan distintas, asumiendo que Claudia poseía una madurez que jamás podría tener una joven de su edad.
Sólo me calmé sobre la una, cuando recibí la llamada de Gloria, preguntando como me había ido mi noche loca.
-Muy bien-, le respondí tratando que no se notara mi enfado, –lo clásico en una cena de amigotes, alcohol, charlas y chistes sobre mujeres-.
-¿Me has echado de menos?-
-Mucho-, y tratando de cambiar de tema le pregunté: ¿Comes conmigo?-
Me contestó que si, pero que le resultaba imposible antes de las tres.
-No hay problema-.
Tras lo cual quedamos en vernos en Amparo, un restaurante muy conocido de Madrid que está en la calle Jorge Juan. Su llamada cambió mi humor al darme cuenta que no todo estaba perdido y que me había quedado con la mejor, una mujer de mi edad, que además de estar buenísima, era un encanto y con la cual podía compartir algo más que sexo.
Mirando el reloj, calculé que tenía una hora y media, por lo que me lancé en picado a resolver los problemas de la oficina, y por primera vez desde que había llegado, realmente rendí en el trabajo. Con todo los asuntos encauzados, salí de mi despacho alegre por irla a ver, pero al llegar a la calle, me surgió una duda:
-¿Me estará espiando?-.
Observando hacia ambos lados traté de descubrir si Claudia, estaba por los alrededores, no me apetecía que al llegar al restaurante, me montara un espectáculo. Afortunadamente no estaba y ya más tranquilo pero sin dejar de estar alerta, me dirigí adonde habíamos quedado.
Gloria entró al local hablando por teléfono. Se la veía contenta, vestida de manera informal, estaba guapísima. Divertido vi como todos los ejecutivos, que poblaban el lugar, se daban la vuelta para observarla al pasar. Eso alivió mi maltrecho ego, y recibiéndola con un beso, le solté un merecido piropo.
Con una risa franca y ojos coquetos, me agradeció el halago. De esa forma, empezó el mejor rato que he pasado en mucho tiempo. Bromas y carantoñas, con una mezcla de picardía, se sucedieron durante dos horas, tiempo durante el cual no recordé a Claudia. Sólo al pagar, temí que al salir nos encontráramos con ella, por lo que adelantándome a la mujer que estaba conmigo, revisé que no estuviera plantada fuera del local, lista para reclamarme. Nuevamente no la encontré, y pensando que estaba paranoico, me calmé.
“Tranquilo”, me dije deseando que tuviese razón y que la Niña se hubiese olvidado de mí.
Aduciendo que tenía prisa, me despedí de Gloria, quedando para el día siguiente. Le extrañó mis prisas, pero poniendo una mueca, me dijo en plan de broma, que se pasaría toda la noche llorando mi ausencia. Estuve a punto de mandar todo a la mierda y pedirle que nos viéramos esa misma noche, pero recapacitando que era no mejor el arriesgarse, le solté:
-Yo en cambio, sentiré tu cuerpo al lado mío, mientras duermo-
Menos mal que no cedí, porque al llegar a mi oficina, tenía un email de Claudia en el que me preguntaba como me había ido comiendo con la “guarra”. Fuera de mí, abrí el programa espía que me permitía ver y hablar con ella en su cuarto, quería cantarle las cuarenta y exigirle que dejara de seguirme. No pude, no estaba en su casa pero asustado leí el mensaje que me había dejado garabateado en un papel:
Amo, ¡vuelva!, ¡le extraño!-
Realmente la chavala esta loca, se había obsesionado conmigo y me iba a resultar imposible librarme de ella, sólo ignorándola. Debía de pensar como convencerla que me olvidara y que se enrollara con un chico de su edad, porque sino lo conseguía iba a mandar al traste mi relación con Gloria. Analizando detenidamente el asunto, creí encontrar la solución, ella me había encontrado y encaprichado por mis relatos, por lo que debía ser por esa vía por medio de la cual iba a escaparme de esa pesadilla.
Esa noche, nada más llegar a casa puse manos a la obra. Debía de ser mi mejor relato, mi mejor historia. Muchas veces empecé y muchas tuve que borrar lo que había escrito, nada me convencía. Pero como a las doce me llegó la inspiración, me había emperrado en pensar en un jovencito como mi sustituto, pero a Claudia lo que realmente le gustaban eran los maduros como yo, y que mejor que la figura de un catedrático para reemplazarme. Un profesor que le estuviera dando clase, esa era la clave. Alguien con poder, que estuviera a su alcance y por el que tuviera respeto, sólo así podría librarme de ella.
Entusiasmado por la idea, me dediqué por entero a la faena. No debía de personalizar ni describir a mi recambio, para que fuera ella misma la que le pusiera nombre y cara.Más o menos a las tres terminé y tras releerlo quedé convencido que era mi mejor escrito.
El argumento era sencillo. En la universidad, Claudia estaba asistiendo a una clase, cuando se da cuenta que su maestro la mira con deseo. Nunca se había fijado que ese tipo no dejaba de recorrer con sus ojos su cuerpo, y excitada decidió conquistarle. Por eso aprovechando la hora de tutoría se plantaba en su despacho.
Iba preparada, en el baño se había despojado del tanga y antes de entrar había desabrochado su blusa. El resto era lo típico. El profesor se percataba de la forma que ella se le insinuaba e indignado le había llamado al orden, pero en vez de echarle para atrás, su rechazo le había espoleado, desnudándose por completo. En mi relato, Claudia amenazo al docto catedrático con acusarle de haberla violado sino la tomaba en ese mismo instante. El pobre tipo, incapaz de negarse por miedo al escándalo, se la tiró sobre su mesa, no una sino muchas veces, consiguiendo que la muchacha se corriera y gracias al placer obtenido se olvidara del viejo que la había desvirgado.
Encantado por el resultado, lo publiqué en todorelatos. Después de eso, dormí como un niño seguro de que había acertado. A la mañana siguiente revisé mi email, y al no haber recibido ningún otro mensaje de ella, pensé que quizás había acertado. Durante todo el día no tuve noticias de ella, ni siquiera tuve la sensación de que me espiaban pero aún así al recoger a Gloria en el portal de su casa, en vez de llevarla a mi apartamento, alquilé una habitación en el Ritz .
-¿Y eso?-, me pregunto al ver que entrábamos al establecimiento.
-Es mi fantasía, llevar a la mujer que adoro al mejor hotel de Madrid-
Mi respuesta le satisfizo, y besándome en la boca, mientras cerrábamos la puerta de la habitación, me dijo que era un romántico empedernido. Sólo os puedo contar que durante esa velada, terminé de enamorarme de Gloria. No sólo fue pasión, fue aventura ternura y mucho, pero mucho, sexo. Al desayunar, tumbados en la cama, se lo dije. Ella al oír que la amaba, se echó a llorar diciendo que la había hecho la mujer más feliz del mundo porque ella sentía lo mismo por mí.
Sólo la tenue amenaza de Claudia, evitó que yo también fuera el hombre más feliz de la tierra, pero algo me decía que al igual que Damocles, tenía sobre mi cabeza una espada sujeta por un sólo hilo, y que en cualquier momento se iba a romper, destrozando a su paso mi felicidad.
Jodido por la angustia, volví a mi oficina sin pasar por casa. Con el traje y la camisa del día anterior, me pasé todo el día revisando cada cinco minutos mi Outlook, esperando una mensaje que no quería recibir. Al no llegarme ninguno, creo que llegué a creerme que había tenido éxito, pero al llegar a casa y abrir mi portátil, ahí estaba. Cinco escuetas líneas que me hundieron en la depresión.
-Gracias, Amo. He hecho lo que usted me ha pedido. Me he tirado a mi maestro de termodinámica, el pobre viejo ha disfrutado como un perro, tenía que haber visto como aullaba al correrse en mi coño. Estoy esperando el siguiente relato, prometo cumplir lo que me ordene. Postdata: ME HA PUESTO MATRÍCULA, pero aún así, sigo odiando a la Guarra –
La muy lunática había malinterpretado mi historia. Había supuesto que era parte del juego, una forma de congraciarse conmigo, sin olvidar el rencor que sentía por Gloria. Sin saber que hacer, me serví la primera copa de muchas, y no cejé hasta, que totalmente borracho, caí desplomado sobre la cama.
Al despertar, la cabeza me estallaba. El alcohol de la noche anterior me estaba pasando factura, mientras no dejaba de pensar en como podía afrontar el problema. Tras mucho pensar y recapacitar no hallé otra salida que decir a Gloria una parte de la verdad. Por eso nada más llegar a mi trabajo la llamé, pidiéndole que se tomara la tarde libre porque quería hablar con ella de un tema importante.
Iba a echar un órdago y por eso la cité en mi casa. Después de hablar conmigo era irrelevante si Claudia nos sorprendía, por que iba a confesarle todo. Previendo que era una puesta arriesgada, ya que de salirme mal perdería a una mujer que me volvía loco, pero que si me iba bien significaría que el asedio al que estaba sometido no tendría importancia, decidí reforzar mi posición comprándole un regalo. No sé si mi estado de nervios influyó en mi decisión pero salí de mi oficina directo a una joyería.
Comiéndome la uñas histérico perdido, esperé su llegada. Debía suponerse algo, porque en contra de lo usual en ella, no me besó al entrar. Sin atreverme a entrar directamente al tema, le puse un vermut, sentándola en el salón.
-¿Qué es eso de lo que querías hablarme?-, me preguntó nada más acomodarse en el sillón.
-Dos cosas-, le respondí muy nervioso,- primero y antes que nada confesarte algo, y segundo si me perdonas pedirte otra cosa-.
Mi cara debía ser un poema porque poniéndose muy sería esperó que empezara en silencio. Sabiendo que ya no me quedaba otra, entré directamente al trapo contándole una media verdad, que antes de conocerla a ella, había entablado amistad con una mujer muy joven con la que había tenido un romance y que tras dejarla no dejaba de acosarme.
-¿Acosarte?-
Si, no puedo moverme sin que sepa mis pasos-
-Entonces sabe que estamos juntos-, me dijo enfadada.
Si y he querido avisarte, porque está loca y cualquier día nos monta un espectáculo-.
La perspectiva de ser abochornada en público la molestó, y levantándose de su asiento recorrió el salón sin decirme nada. Estaba tratando de asimilar las novedades y debía de hacerlo sola, por eso esperé a que ella diera el siguiente paso.
-Dime-, me ordenó más que preguntarme, -¡Aclárame!, ¿Fue antes de conocerme y ya la has dejado?-
-Si-, no le informé que me seguía acostando con la loca cuando ya lo hacia con ella.
Tras meditarlo unos instantes, mirándome a los ojos, respondió:
Pues entonces que se vaya a la mierda-, estaba tan enfadada que no le importó ser vulgar, y sin dejar su tono, me preguntó: –Y ¿que coño quieres pedirme?-.
Sacando de mi bolsillo un estuche, me arrodillé a su lado.
-¿Quieres casarte conmigo? -.
Esta vez si que la sorprendí. Abriendo el paquete, sacó el anillo y poniéndoselo en su dedo índice, vi que le caían unas lágrimas.
Estás trastornado, apenas nos conocemos– me contestó y cuando ya creía que se iba a negar me dijo: -Debes de atraer a toda las chifladas, porque si quiero. ¡Si quiero casarme contigo!-.
-¿Estás segura?-, no creía en mi suerte.
-Si, tonto-, me respondió lanzándose a mis brazos.
Con cuarenta y dos años, nueve meses y tres días me até por vez primera una soga alrededor del cuello, pero eso sí, una cuerda que al posar sus pechos contra mi cuerpo hizo que mi virilidad reaccionara al contacto, y cogiéndola en volandas, la llevé a la cama.
La urgencia con la que le desnudé fue brutal, sin importarme que se desgarrara su ropa. Ella estaba igual, ni siquiera me dejó terminarme de bajar los pantalones cuando su boca ya se había apoderado de mi sexo. Parecía como si mi oferta la hubiese poseído, porque sino no se entiende que sin haberla tocado, su cueva estuviera ya empapada de flujo, ni que sin preliminares se incrustara mi pene en su interior. Gritó al sentir como mi extensión chocaba contra la pared de su vagina y arañándome en la espalda, me chilló que era mía.
Su entrega me excitó y asiéndome a sus pechos, comencé a cabalgarla. Mis penetraciones no podían ser más profundas, al notar que mi estomago chocaba contra su pubis y que mis huevos golpeaban sus nalgas. Sus jadeos fueron convirtiéndose en berridos a la par que su calentura subía de nivel, hasta que sintiendo que se le acercaba el orgasmo, aulló tan alto que creí que se iban a enterar los vecinos.
Sin dejarla descansar, la seguí apuñalando consiguiendo alargar su éxtasis, mientras buscaba mi propio placer. Este tardó en llegar pero al arribar fue una explosión que me absorbió por completo, nublando mi mente mientras anegaba su estrecha abertura con mi simiente.
Tumbados en la cama, estábamos descansando cuando me preguntó:
-¿Cómo la conociste?-
-¿A quien?-, le respondí.
A la loca-
Un poco asustado, decidí decirle la verdad, que en mis ratos libres era escritor erótico y que “la loca” era una de mis admiradoras. Lejos de enfadarle le interesó esa faceta, e indagando más en ella, me pidió que le dejara leer mis relatos. En un principio me negué, ya que al escribir dejaba volar mi imaginación y describía verdaderas salvajadas, pero fue tanta su insistencia, que tuve que ir a por el portátil, y mostrarle mi historias.
Sentada en la cama, en silencio se pasó más de media hora leyendo relato tras relato, hasta que dejando a un lado el ordenador, me miró diciendo:
-No me extraña que tengas admiradoras, es de lo más caliente que he leído nunca-.
Su piropo me halagó, pero no quedó allí, por que me rogó que quería que le escribiera una historia para ella. Quería decirle que no, porque me daba miedo repetir el mismo error, pero me dio corte, no fuera a pensar que había otro motivo, y por eso le dije que en dos semanas tendría su historia. Se me erizaron los pelos de todo mi cuerpo al oír su respuesta:
-Y si te parece cuando ya la tengas , podemos jugar a que soy tu protagonista-.
Me quedé mudo, y asintiendo con la cabeza, me juré a mis mismo que jamás tendría su relato.
Afortunadamente, cambiando de tema me dijo que tenía hambre, por lo que aproveché para decirla que la invitaba a cenar en un restaurante. La atmósfera de mi piso se había vuelto agobiante. La idea le atrajo pero al vestirnos se dio cuenta que le había desgarrado la blusa por lo que le tuve que prestar una camisa. Aunque ella es alta, yo soy enorme, y por lo tanto al ponerse mi ropa le quedaba gigantesca.
-Mejor me voy a casa-, me contestó apenada.
Si quieres nos quedamos aquí-.
-No, tengo que pensar como le voy a contar a mi familia lo nuestro. Aunque ya hace cinco años que me divorcié y mi ex es un perfecto cretino, no quiero hacerles daño-.
Tenía un motivo de peso, y sabiendo que no la podía hacer cambiar de opinión, ni siquiera lo intenté. Me daba pena pero no podía hacer nada por evitarlo, por lo que aún sintiéndolo mucho, la acompañé hasta la puerta. No había terminado de cerrarla, cuando escuché el sonido de entrada de un correo, y sabiendo quien era, fui a abrirlo.
Cabreado lo leí:
-¿Otra vez con la guarra?-
Era el colmo, y fuera de mis casillas le contesté, lo más hiriente que pude, diciendo:
Claudia, no volveré contigo, entérate. Te aconsejo que en vez de seguirme te compres un enorme consolador y cada vez que te apetezca espiarme, te lo metas en el coño o en el culo y te másturbes hasta que se te pasen las ganas-.
Y dándole al send, esperé su contestación. No tardó nada en llegar, me había escrito:
-Lo haré frente a mi cámara web para que mi amo disfrute viendo como se corre su sierva-.
Era imposible dialogar con ella, pensé mientras cerraba el portátil apenado. La pobre muchacha estaba perturbada, y parte de la culpa era mía al despertar con mis relatos la bestia que tenía dentro. Lo bueno era que al ya saber Gloria de su existencia, realmente era poco lo que podía hacer para joderme. Un chantaje es efectivo sólo cuando el motivo de la coacción permanece en secreto. A un homosexual se le puede chantajear si no ha salido del armario, pero difícilmente le puedes presionar si ya es vox populi su tendencia. Por eso, la actitud de Claudia que antes me producía una gran desazón, lo único que esta vez me provocó fue un sentimiento de frustración por no haber podido convencerla.
Y pasando página, decidí salir a cenar, ya que no tenía nada en casa. Como nunca me ha gustado estar sólo llamé a un amigo, de manera que al cabo de tres horas, llegué a casa bien comido y mejor bebido, ya que tras la cena fuimos directamente a un pub, a seguir con la juerga. Eso me sirvió para olvidarme de todo, y con un alto grado de alcoholemia dormir como un bebé.
Al día siguiente estaba en plena forma. Completamente soleado, sin una nube en el cielo, parecía una copia exacta de mi ánimo, alegre y satisfecho. La vida me sonreía. Nada más llegar a mi oficina, me enfrasqué en el trabajo, rindiendo por vez primera en una semana. La larga lista de asuntos pendientes fue desvaneciéndose a la par que trascurría la mañana. Hasta mi propia secretaria se quedó extrañada de mi recién recuperada diligencia.
-¿Qué te ocurre?-, me preguntó viendo que no paraba de resolver problema tras problema, -¿te has dopado?-.
No le podía contar la verdad, y en vez de ello, la abracé diciéndola que la veía estupenda.
-Tú te has tomado algo-, me dijo mientras cerraba la puerta de mi despacho.
Ya metido en la rutina, ni siquiera salí a comer, y como a las seis de la tarde al no quedarme nada que resolver, recordé que no había llamado a Gloria en todo el día. Tardó en contestarme , pero cuando lo hizo su voz sonaba a felicidad.
-¿Cómo te fue con tu familia?-.
-Mejor imposible, todos en casa habían notado que salía con alguien y recibieron la noticia con agrado. Hasta mi madre me dijo que ya era hora que rehiciera mi vida-.
-Me alegro cariño, ¿te parece que cenemos para celebrarlo?-.
-Claro, ¿dónde vas a invitar a esta dama?-
No lo había pensado, pero improvisando recordé que había un restaurante típico en Cava Baja, que me encantaba.
-¿Te gusta Lucio?-.
-Si-, me respondió,- nos vemos ahí-.
El resto de la conversación fue acerca de cómo le había ido, y lo mucho que sentía haberme dejado sólo la noche anterior, comprometiéndose a resarcirme por ello. Tuve que cortar la llamada por que me pasaron un mensaje del gran jefe, que decía que quería verme para discutir unos proyectos, de manera que estuve ocupado hasta las ocho y media.
Saliendo de la oficina, el tráfico era caótico por lo que decidí ir directamente al lugar donde habíamos quedado al no darme tiempo de pasar por mi casa.
Como siempre, el dueño estaba en la entrada recibiendo a los comensales. Lucio es quizás uno de los hombres más entrañables que conozco, atlético de corazón y salido de las clases más bajas, se afanaba por hacer agradable la estancia de la gente en su local. Normalmente, me dan una mesa en la planta baja pero ese día estaba lleno, y sintiéndolo mucho me dijo que sólo me podía ofrecer una en el primer piso.
-No hay problema-, le contesté mientras ordenaba a un camarero que me llevara a mi lugar.
Lo que en un principio no era más que una tasca, se había convertido a lo largo de los años en un lugar de culto de la noche madrileña. No era raro ver cenando entre sus cuatro paredes a políticos de todo signo o a artistas famosos. Por eso no me extrañó, reconocer a varios personajes de la farándula disfrutando de los tradicionales huevos rotos, que tanta fama le habían otorgado al restaurante.
Acababa de sentarme, cuando espantado vi aparecer subiendo la escalera a Claudia. Y esperando que fuera casualidad nuestro encuentro traté de disimular, creyendo que a lo mejor no me veía. Pero el alma se me cayó al suelo cuando como si fuera ella, la persona con la que había quedado, tuvo la caradura de acomodarse en mi mesa.
-¿Qué coño haces aquí?-, le pregunté enfadado.
-Amo, vengo a cenar con usted-, me respondió sonriendo malévolamente. La seguridad de su respuesta me espantó, y alzando la voz, le dije que hiciera el favor de levantarse, que ella y yo ya no teníamos nada en común.
-Se equivoca otra vez, ¿Recuerda que me hizo escuchar como le hacía el amor a la guarra?-.
-Fue un error, Claudia, lo admito, pero por favor, no montes un drama y vete-.
-No voy a montar ninguna drama, esa noche reconocí a mi oponente-.
Confuso, le pregunté:
-¿La conoces?-.
Soltó una carcajada antes de responderme:
-Claro, ¿como no voy a reconocer la voz de mi madre?-, su cara reflejaba su completo dominio de la situación y tras soltarme esa bomba, me dijo riendo: – Mañana, terminaremos de hablar en su casa mientras me posee, ¿No querrá que la Guarra se entere que se anda tirando a su hija?-.
Me quedé helado, me tenía en sus manos y tratando de que entrara en razón, apelé a su cordura diciéndole:
Pero, ¿No te das cuenta que le he pedido a tu madre que se case conmigo?-.
-Si y me encanta. Así le tendré a usted más cerca-.
En ese momento, vimos llegar a Gloria, por lo que ambos cambiamos de conversación. Mi novia nos vio sentados conversando y sin saber de lo que hablábamos me dijo al darme un beso:
-Disculpa la encerrona, pero mi hija insistió en conocerte-
-Mama-, soltó la muchacha, –Ahora comprendo por que te gusta tanto. ¡Está buenísimo!-.
La risa cómplice de las mujeres no me hizo gracia. Estaba enamorado de una de ellas, pero la que realmente me tenía cogido por los huevos era la otra. Tener a dos bellas hembras a su entera disposición era el deseo de todo hombre, pero en este caso no era agradable saber que en cualquier momento una palabra de la menor, podía mandar al traste toda mi felicidad. Y hecho polvo, vi que no tenía escapatoria y menos al sentir que un pie desnudo, que sabía que no era el de Gloria, me estaba acariciando la entrepierna y para colmo, contra todo pronóstico, que me estaba excitando.
-Vamos a ser muy felices-, dijo Claudia y mirándome a los ojos, recalcó, –cuando Fernando sea el hombre de nuestra casa-.
Posdata:
Tengo que hacer mención y agradecer a tres personas:
A Claudia por mandarme el email que me dio la idea.
A Moonlight por picarme con sus comentarios
Y a LunaAzul de grupobuho.com , por ser ella mi musa. La mujer en la que me inspiré para describir a Gloria.

Relato erótico: “Cayendo en la red VI( FINAL) ” (POR XELLA)

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La sorpresa se reflejaba en la cara de Amanda, tanto por haberse encontrado a Susana en su casa como por la forma en la que iba vestida.
 
La pelirroja llevaba un conjunto de tiras de cuero que alcanzaba a tapar lo justo, unas botas de tacón por encima de las rodillas y un antifaz negro que ocultaba sus ojos. Completaba el atuendo una fusta que portaba en la mano derecha y el mando de los vibradores en la mano izquierda.
 
– Hola Amanda, ¿Me has echado de menos?
 
– ¿Qué haces aquí? Mmmmm aaaaaaaa… – Amanda se estaba retorciendo por la acción de los vibradores.
 
– He venido a darte una sorpresa… Ya que no hemos hecho nada durante esta semana, he pensado que nos vamos a resarcir… Vamos a pasar un fin de semana muy divertido… ¿Tienes alguna objección?
 
– Mnnnmnnn Nooooooo.
 
– Estupendo, pues empieza a desnudarte. – Dijo, mientras apagaba de golpe los vibradores.
 
Amanda obedeció al instante, comenzó a despojarse de sus ropas sin siquiera levantarse de suelo.
 
– Las bragas también. – La mujer obedeció. Hizo un montoncito a su lado con lo que se había quitado. – Muy bien… Ponte de rodillas… Eso es…
 
Susana se acercó a Amanda, la acarició cariñosamente el pelo y se agachó frente a ella. Después de darle un húmedo beso examinó los aritos que tenía en los pezones. Ya estaban muy bien, la crema que les habían dado era fantástica.
 
– ¿Te duele? – Preguntó.
 
– Practicamente nada, a veces molesta un poco, pero ya casi no me duele…
 
– Me alegro. – Susana bajó su mano hasta llegar a la entrepierna de su jefa, a la que se le escapó un gemido por el contacto. – ¿Que tal hoy en el trabajo?
 
La cara de Amanda reflejó inmediatamente su decepción, y ésta no pudo aguantar el contarle a su secretaria lo que había pasado. La pelirroja escuchaba interesada como las quejas de Amanda venían por el hecho de no haber dejado satisfecho a su hombre, y no por el hecho de haber intentado follarse a Gabriel, a quién no había sorportado nunca.
 
– ¿Y que problema hay con eso? No has sido una buena chica, ¿Verdad? – Preguntó Susana.
 
– No… ¡Y no se que he hecho mal!… Y-yo… No… Por favor, ¡Ayudame!
 
– ¿Que te ayude? ¿A qué?
 
– A… A ser una buena chica… ¡Quiero ser una buena chica!
 
– Muy bien… Una buena chica, ¿Eh? Pero si quieres que te ayude tendrás que obedecerme en todo, ¿De acuerdo?
 
(…Una buena chica… Sólo importa dar complacer… Tus deseos no importan…) El coño de Amanda comenzó a chorrear con la sola idea de obedecer a Susana en todo.
 
– ¡Claro que sí! ¡Haré todo lo que me digas! Pero… Ayudame…
 
Susana estaba satisfecha con la actitud de su jefa, sabía que no habría puesto ninguna objección en obedecerla aún sin pedirselo, por algo estaba desnuda frente a ella, pero era divertido recalcarlo, ver cómo la mujer se sometía a sus deseos y reconocía que lo hacía por su propia voluntad.
 
– Esta bien, pues para empezar… Vamos a ver… ¿Qué se hace con las niñas que no se portan bien?
 
– ¿S-Se las castiga? – Contestó Amanda con un hilo de voz.
 
– ¡Correcto! – Exclamó Susana, entusiasmada. – Vamos al comedor… Eso es, ahora inclínate sobre la mesa… Muy bien…
 
Susana acarició obscenamente el expuesto culo de su jefa, disfrutando del contacto, notando la mezcla de miedo y placer que desprendía. Buscó el portátil de Amanda y lo colocó frente a su cara, encendiéndolo. Mientras se iniciaba, Sujetó las muñecas de la sumisa mujer a su espalda con unas esposas y ató los tobillos a las patas de la mesa, manteniéndolos separados.
 
Una vez el ordenador estuvo encendido, buscó en el historial y encontró rápidamente lo que buscaba. La página de contactos cargó rápidamente, entrando en el pérfil de Amanda. En cuanto ésta escuchó la musiquilla de fondo de la página, su mente se relajó, comenzó a evadirse y a estar más receptiva.
 
– ¿Qué es esto?
 
– ¿Cómo?
 
¡ZAS!
 
Un fustazo cruzó el culo de Amanda, haciendo que se sobresaltara.
 
– ¿Qué es esta página? – Repitió Susana.
 
– Es… la página de contactos que me enseñaste.
 
– Correcto… ¿Y para que te la enseñé?
 
– Para… Que me desestresase… Que liberase tensiones a través del sexo…
 
– ¿Y crees que lo estás haciendo correctamente?
 
– ¿Eh? S-Si…
 
¡ZAS!
 
– ¿Estás segura? Yo te enseñé a dejar satisfecha a tu hombre… ¿Crees que lo haces correctamente? ¿Qué diría Gabriel de eso?
 
(…Eres una zorra…No has cumplido con tu deber…Sólo existes para obedecer…Sólo existes para dar placer…)
 
Amanda acusó el golpe bajo.
 
¡ZAS!
 
– ¡Ah! Esta bien, ¡He fallado! ¡He fallado!
 
– Eso está mejor… Te voy a enseñar a no volver a fallar…
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
Los fustazos caían uno detrás de otro. Con cada uno, Amanda se repetía que no volvería a fallar, que a partir de ahora sería una buena chica… Sería una buena perra…
 
La mujer había perdido la cuenta de cuantos golpes había recibido cuando Susana paró. La mano de la pelirroja acarició sus nalgas, haciendo que Amanda se estremeciera de dolor y placer. La pelirroja desató a su jefa.
 
– Vamos, date la vuelta y ponte de rodillas. – Amanda obedeció. – Y ahora dame las gracias por el castigo. – Dijo, mientras apartaba su tanga.
 
– ¡Gracias! ¡Gracias! – Gritaba Amanda entre lametón y lametón.
 
Susana estaba disfrutando de lo lindo, tenía a Amanda solo para ella durante dos días, y la pobre estaba dispuesta a hacer todo lo que le ordenase… Aunque tampoco es que tuviese otra opción…
 
¡ZAS!
 
– ¡Esfuérzate más! ¿Quieres ser una buena perra o no?
 
Amanda aumentó el ritmo, recorriendo de arriba a abajo el coño de su secretaria. Ésta se apartó, se dió la vuelta y se inclinó.
 
– Vamos, a ver si lo haces mejor con mi culo.
 
Inmediatamente Amanda comenzó a lamer el ojete de la pelirroja.
 
Después de un tiempo, la lengua de la mujer comenzó a cansarse… Casi le daban calambres… Pero no quería parar… No PODÍA parar… (…Tu opinión no importa…Solo debes obedecer…)
 
Cuando Susana creyó que ya tenía suficiente y después de haber recibido un par de orgasmos, la ordenó que parara.
 
– Durante este fin de semana vas a hacer que yo esté en la gloria. Me servirás en todo, me obedecerás en todo. El domingo te diré si lo has hecho bien y actuaré en consecuencia. ¿Lo has entendido?
 
– ¡Si! – Contestó Amanda con convencimiento.
 
Durante el resto del día, Amanda atendió a Susana en todo y, esa noche, durmieron juntas después de hacer que la pelirroja se corriera un par de veces más.
 
El sábado no fué mucho más distinto, con la salvedad de que Amanda tuvo que hacer un streaptease para Susana, que fué totalmente fotografiado por la pelirroja. Al acabar el día Amanda tuvo que subir todas las fotos a la web de contactos, por lo menos todas las que no eran excesivamente obscenas para mostrarse.
 
– Muy bien cariño. – Dijo Susana el domingo por la tarde. – Has mejorado mucho. ¿Crees que has aprendido la lección?
 
– Si. Soy… ¿Soy una buena chica? (¿…Soy una buena perra…?)
 
– Si, has sido una buena chica. Y aquí está tu premio.
 
Susana agarró a Amanda del pelo, y tendiéndola con el pecho sobre la mesa, comenzó a sodomizarla violentamente.
 
Susana agarraba a Amanda de las tetas, tentando las reacciones de la mujer al contacto con los pezones, comprobando que la crema del tatuador había funcionado correctamente, cicatrizando los piercing en una semana.
 
Mientras su secretaria la empalaba con fuerza, Amanda recibía sumisa, inmóvil y satisfecha… No volvería a fallar… Era… (…Eres un objeto…Solo un culo, un coño, una boca…) una buena chica…
 
———————
 
El lunes comenzó con una Amanda renovada, feliz consigo misma. Se había vestido con lo más sexy que había encontrado, un cortísimo vestido con la parte superior de leopardo y la parte inferior negra. No se puso las bragas con vibradores pues, de boca de Susana, “Ya habían cumplido su cometido”, así que los había sustituído por un diminuto tanga.
 
Pasó la mañana danzando por la oficina, coqueteando con todo hombre que se cruzaba, casi ofreciéndose. Hubo un par en la sala de las fotocopias que estuvo a punto de llevarse al servicio para llegar a más, pero se fueron antes de que tuviera ocasión.
 
El tiempo que pasó dentro de su despacho lo utilizó en navegar por la página de contactos, observando la cantidad de fotos que Susana le había hecho durante el fin de semana. Menos mal que sólo habían seleccionado las que eran “inofensivas”… aunque… ¿De verdad le importaba?
 
Después de comer, su teléfono sonó. Cuando vió que era Susana lo cogió animada.
 
– Hola preciosa. – Saludó animada.
 
– Hola. Acaba de llamar Gabriel para concertar una reunión.
 
Amanda se estremeció entera.
 
– ¿Cuando?
 
– Ahora mismo, parecía urgente.
 
– De acuerdo, dile que en 10 minutos estaré en su despacho.
 
– Ahora mismo se lo digo.
 
– Hasta ahora. – Amanda colgó algo confusa. ¿Qué quería Gabriel?
 
10 minutos después estaba saliendo de su despacho. Cuando salió vió que Susana no estaba, habría ido al baño. El solo pensamiento de su secretaria con las bragas por las rodillas en el baño la puso cachonda…
 
Toc Toc.
 
– Adelante. – Contestó la voz de Gabriel.
 
Amanda entro un par de pasos y se sorprendió al ver a Susana de pie, al lado de la mesa de Gabriel.
 
– ¿Que ocurre? – Preguntó.
 
– ¿Esa es manera de saludar?. – Preguntó Gabriel. – Bueno, como quieras. El viernes teníamos una conversación importante, pero, debido a tu… interrupción no pudimos hablar sobre nada…
 
Amanda se sonrojó y agachó ligeramente la cabeza.
 
– Y, ¿Que hace Susana aquí?
 
– Me ha estado convenciendo de que no de parte de tu comportamiento, ¿Verdad?
 
– He hecho lo que he podido. – Contestó la pelirroja.
 
– ¿Y crees que esta preparada?.
 
– Completamente.
 
Amanda se había perdido, no sabía muy bien de qué estaban hablando. Gabriel se levantó y se acercó a Amanda. Ésta comenzó a humedecerse por la proximidad del hombre.
 
– Creo que deberías reconsiderar tu decisión sobre el caso del político.
 
– ¿Qué? No… No puedo…
 
– Sí puedes… Es tu decisión… Nadie te puede obligar, pero…
 
– Nadie me puede obligar… Yo… Mi exclusiva…
 
– Nadie quiere que saques eso a la luz…
 
– Nadie … quiere…
 
– ¿Vas a ser una buena chica?
 
– Una buena… Si… Una buena chica…
 
– Ponte de rodillas. – Susurró Gabriel.
 
Sin siquiera haber procesado lo que había dicho, Amanda ya estaba de rodillas ante él.
 
– Es impresionante… – Comentó el hombre. – ¿Cómo lo has conseguido?
 
Amanda se quedó mirando a Susana, aturdida, ¿Cómo había conseguido qué?. Pero no fue Susana la que contestó. La puerta tras Amanda se cerró lentamente y un hombre se situó tras ella.
 
– Tengo mis medios. Soy socio de una coorporación que cuenta con muchos medios. Parte del mérito ha sido tuyo. Me avisaste a tiempo de los planes de esta preciosidad y me proporcionaste la información necesaria para facilitar mi tarea.
 
– No fue nada. – Contestó Gabriel.
 
– ¿Qué tal estás, Mariposa35? – Preguntó el hombre, situandose frente a Amanda.
 
La mujer abrió los ojos como platos. No tanto porque la hubiese llamado de aquella manera como por quién era. ¡Era el político corrupto!
 
– ¿No dices nada? Parecías muy interesada en unos temas que me concernían…
 
Amanda no era capaz de decir nada. Estaba inmóvil, de rodillas ante esos dos hombres, y Susana…
 
Miró a su secretaria. Estaba observándola, pero su rostro no mostraba ninguna emoción, la miraba cómo si ella no estuviera allí.
 
– ¿Que pasa? – Dijo Gabriel. – ¿Creés que Susana te va a ayudar?
 
Gabriel avanzó hacia la secretaria y, poniendo ligeramente la mano sobre su hombro hizo que se arrodillara. Mirando a Amanda a los ojos comenzó a desabrocharse la bragueta, liberando su polla frente la cara de la pelirroja. Entonces la cara de Susana cambió. La lujuria invadió su rostro y se avalanzó sobre el falo que tenía delante sin mediar palabra. Amanda miraba con una mezcla de envidia y sorpresa… ¿Qué estaba pasando?
 
Oyó un ruido tras ella y, al girarse, se encontro con la polla del político colgando delante de sus ojos. No supo porqué lo hizo (…Eres una perra…Sólo sirves para dar placer…) pero antes de que se diese cuenta le estaba practicando una profunda mamada a aquel hombre. Todo lo demás había pasado a segundo plano… Sólo importaba esa polla, esos huevos… Debía complacer a su hombre y no iba a fallar.
 
Los hombres estaban uno frente al otro, disfrutando de las dos perras que les estaban chupando las pollas.
 
– Estoy sin palabras. – Dijo Gabriel. – Amanda siempre ha sido una mujer fuerte y decidida… Y siempre ha estado contra mí… No se cómo lo hiciste pero eres un genio…
 
– Está bien… Si tanto interés tienes te lo contaré. Como te he dicho antes, pertenezco a una coorporación muy poderosa que tiene métodos bastante efectivos para someter la voluntad de cualquiera. Como socio, puedo usar sus servicios en cualquier momento.
 
Mientras hablaba, agarró a Amanda del pelo, levantándola y dirigiendola hacia la mesa.
 
– Súbete a la mesa, perra. – Amanda obedeció al momento. – A cuatro patas… Eso es… – El hombre comenzó a follarse el culo de Amanda en esa postura mientras continuó su historia.
 
– En cuanto me dijiste que esta zorra había descubierto cierto documentos comprometedores, comencé a mover los hilos para hacerme con su control…
 
– Si, recuerdo que viniste a pedirme toda la información que tuviese sobre ella. – Comentó Gabriel.
 
– Correcto, mientras más supiese, más fácilmente podría trazar un plan. Cuando me dijiste que estaba muy unida a su secretaria, pensé que sería más fácil acceder a ella. Mediante una empleada de la coorporación, convencí a Susana de que se registrase en una página de contactos creada por nosotros.
 
– ¿Una página de contactos?
 
– Sí. Esta página tiene varias funciones… La principal es su función como muestra y venta de nuestras putas. Los hombres apuntados pagan una módica cantidad y disponen de una enorme base de datos de mujeres totalmente dóciles y dispuestas. La otra función es la de captación. La página cuenta con sofisticados métodos de control mental… La música, el tipo de letra, mensajes subliminales… Todo está dirigido a penetrar en la mente de nuestra presa.
 
Gabriel estaba impresionado a la vez que asustado… Nunca había pensado que algo así se pudiese hacer.
 
– Todas nuestras perras se instruyen en la sumisión y obediencia, pero aparte, hay programas personalizados que se insertan en el subconsciente de las víctimas, modificando aún más su personalidad. Se puede hacer que esté más predispuesta al sexo lésbico, anal, que se especialice en chupar pollas… El programa que insertamos en Susana fué el “programa cazadora”
 
– ¿Programa cazadora?
 
– Predispone a la perra en cuestión a captar nuevas víctimas para la coorporación. Una vez hecho esto no fué más que cuestión de tiempo que Susana convenciese a Amanda para registrarse también en la página. Tras su primer acceso ya estaba perdida…
 
Gabriel ordeno a Susana que se tendiese bocaarriba en el otro lado de la mesa, quedando su cara debajo de la de Amanda. Éste comenzó a follarse a la pelirroja mientras las dos perras se comían la boca la una a la otra.
 
– Todo lo demás llegó sólo… Aunque ella no lo sepa, ya se ha prostituído.
 
– ¿CÓMO? – Exclamó Gabriel, anonadado.
 
– Ella cree que tenía una cita con un hombre de la página, pero realmente era un cliente… Normalmente, preparamos a nuestras perras para que sean lo más naturales posibles, así que hacemos que su mente “olvide” automáticamente ciertos recuerdos, como si nunca hubieran pasado, toda referencia a su condición de ramera quedará oculta para ellas, así como el momento del pago y lo que hacen con el dinero, que será automáticamente ingresado en una de nuestras cuentas por ellas mismas. El hombre con el que tuvo su primer trabajo no quedó satisfecho, así que le ofrecimos por medio de Susana un 2×1. Se acostaba con Susana gratis y, una vez preparada se volvía a acostar con Amanda. La segunda vez la opinión del cliente fué completamente distinta… Estabas trabajando con una puta de primera y ¡Ni siquiera lo sabías! Ja ja ja
 
Gabriel se rió con él, pero su mente estaba recibiendo tanta información que ni siquiera había encontrado la gracia.
 
– Y aquí la tienes. ¿Has visto esto?. – Dijo, levantando a Amanda de un tirón y bajándole el vestido.
 
Los relucientes aritos plateados de Amanda brillaban en sus pezones, dejando a Gabriel con la boca abierta.
 
– ¿La habéis hecho piercings?
 
– No, ELLA se ha hecho piercings… Y lo pagó con su cuerpo.
 
– Y… ¿Q-qué…Qué programa habéis… – Comenzó a balbucear Gabriel.
 
– Incorporado a Amanda? Le hemos incorporado el “programa mascota”. Estás ante una estupenda perrita.
 
Ese dato fué la gota que colmó el vaso. Gabriel sacó su polla del coño de Susana y se corrió sobre su vientre, llenándolo con su lefa. Inmediatamente Susana se incorporó y, poniedose a cuatro patas comenzó a limpiar con su boca el miembro de Gabriel.
 
– Chupa, perra. – Dijo el político a Amanda.
 
Ésta se inclinó sobre el culo de la pelirroja, que había quedado ante ella, proporcionándole un húmedo beso negro.
 
– ¿Y podría… ver esa página? – Preguntó Gabriel.
 
– Por supuesto, esa página está diseñada para atrapar mujeres. Los hombres en este caso son los clientes… – Se inclinó hacia un lado sin sacar su polla del culo de Amanda para alcanzar su tablet. – Esta en favoritos. Entrarás con mi usuario.
 
Gabriel cogió la tablet que le tendía y, haciendo lo que le dijo accedió a la página.
 
Inmediatamente buscó el perfil de Amanda, viendo sus datos y la cantidad de fotos que había subido. No se creía que la formal mujer que había sido su rival hubiese accedido a subir aquellas fotos a internet… ¡Estaba prácticamente desnuda en todas! Aunque… viendo cómo se dejaba sodomizar encima de la mesa…
 
– ¿Qué es esto? – Dijo, señalándo un botón que ponía “Área privada”
 
– Ahhh, eso te va a encantar.
 
Gabriel accedió al enlace… Y lo que vió casi hizo que se le cayera la tablet de las manos… Era Amanda de nuevo, ¡Pero esta vez eran imágenes sin ningún tipo de pudor!
 
Había una galería en la que salía masturbándose con un vibrador, en otra se estaba sodomizando sobre la cama con un consolador… En otra galería !Se estaba montando un trío con un negro y una mujer tatuada en una camilla!
 
– ¿Q-qué es esto? – Preguntó.
 
– Es la galeria promocional para los clientes. Al igual que los detalles de su vida como puta, tampoco se dan cuenta de que hacen esto. Se sacan fotos exhibiendose, o se dejan sacar fotos por otras personas, y luego ellas mismas las suben a su perfil…
 
Gabriel estaba maravillado y asustado, era mucho mejor tener a ese hombre como aliado que como enemigo…
 
Mientras reflexionaba sobre ello, el político sacó la polla del culo de Amanda y ordenó a las dos mujeres que se arrodillaran ante él. Gabriel se imaginó lo que iba a hacer y, efectivamente, comenzó a masturbarse ante la cara de las dos mujeres, que esperaban con la boca abierta la descarga de “su hombre”. Cuando se corrió, se pelearon a ver cuál recibía más cantidad y cual era la primera en limpiar la polla con su lengua. Una vez hubieron acabado con ella, comenzaron a limpiarse entre ellas con obscenos lametones.
 
El hombre recompuso su vestimenta y se acercó a Gabriel.
 
– Como pago por el aviso, para que veas que soy un hombre agradecido, puedes quedarte con Susana. Ahora es tu esclava, te obedecerá en lo que quieras. Puedes hacer que se comporte normalmente ante el resto de la gente o que sea un auténtico zorrón, tu decides. Si quieres puedes dejar que se siga prostituyendo a través de la página, por supuesto los beneficios serían para tí. Pero a Amanda me la quedo yo… – Dijo, mientras la miraba con suficiencia. – Seguirá haciendo su trabajo aquí en el periódico, como si estas semanas no hubiesen ocurrido… Siempre viene bien tener “contactos” en todos los sitios Ja ja ja
 
Esta vez Gabriel no se rió. Estaba asimilando lo que había oído… ¡Susana le pertenecía! Pero… ¿Cómo sería tener una esclava? No tardaría en averiguarlo…
 
El hombre ordenó a Amanda que se vistiera y le dió un pequeño collar ajustado al cuello. Por la parte interior del collar rezaba:
 
Amanda
NALA
Propiedad de XC
 
Salió del despacho con Amanda caminando detrás de él.
 
Gabriel se quedó unos minutos sin moverse, mirando a su nueva propiedad, ahí, desnuda, de rodillas… ¿Que iba a hacer con ella?
 
Lo primero era hacer que se vistiese y, de momento, se la llevaría a vivir a su casa… Así podría sacarle más partido.
 
Durante el camino a casa, Gabriel iba dándole vueltas a la inmensa suerte que había tenido… De una sentada había ganado un poderoso aliado, una esclava y se había quitado de enmedio una rival…
 
No podía pedir más.
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Relato erótico: “Reencarnacion 2” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 2

Por la mañana, ya estoy más serena, aunque al ducharme juego con la alcachofa de la ducha entre mis muslos. Me alegra saber que es viernes, y por fin acaba esta extraña semana. Ha sido raro conocer a Javier, su forma de ser y sus semejanzas con mi marido, me han dejado descolocada. Asumo que es una mezcla de soledad y desesperación, y como tal, acepto que es cosa de mi mente, y que debo aprovechar esta situación para tratar de salir de la rutina aburrida y odiosa que es mi vida.

Al salir a mi habitación, veo mi móvil, y recuerdo el último pensamiento antes de quedarme traspuesta. Tengo que buscar a alguien, necesito un cuerpo tibio que abrazar, caricias sobre mi piel, sentirme deseada y porqué no, sexo, el problema es que no tengo ni idea de dónde buscarlo. Pienso en mis amigas, que siempre me quieren buscar con quien emparejarme. Cojo y llamo a Carmen, la misma que trata de liarme con un “primo suyo”.

– YO: Hola, perdona que te moleste tan temprano.

– CARMEN: Tranquila mujer, ¿Ocurre algo?

– YO: Nada especial, ¿Qué tal todo por casa?

– CARMEN: Un poco revuelto, la verdad.

– YO: ¿Y eso? Pensaba que desde las vacaciones en la playa del año pasado, estabais bien.

– CARMEN: Bueno…las cosas cambian, mi hija Marta está sopesando opciones, y mi hijo Samuel lleva unos meses viajando, así que en casa estamos Roberto y yo solos.

Una forma muy discreta de decir que su hija se ha vuelto lesbiana, marchándose a vivir con una tía suya un poco rara, y que su hijo se ha vuelto loco, embarcándose en la búsqueda de una chica que conoció y le dio plantón. Son la comidilla de ciertos círculos de la alta sociedad, y en voz baja se dice que, cuando su marido sale de casa, un joven del edificio en el que viven, sube a “desatascarle las cañerías” a mi amiga.

– YO: No sabes cuánto lo lamento.

– CARMEN: Ya te llegará el día en que tu hijo vuele del nido. – asiento sabiendo que es algo necesario y doloroso.

– YO: En fin, no quería andar de cháchara… ¿Al final, esta noche salís a tomar algo? – casi puedo notar su sonrisa a través del teléfono.

– CARMEN: ¡Pues claro que sí!, ¿Creía que no te interesaba salir con nosotros?

– YO: No es eso mujer, pero me apetece salir y despejarme un rato.

– CARMEN: Pues no se diga más, vente, y así te presento a Emilio, un primo de mi marido que está por la ciudad, le llevamos a cenar al sitio ese italiano de hace unas semanas, y luego a bailar y tomar alguna copa, ¿Te acercas sobre las nueve? – no creo que trate de disimular que nos quiere emparejar.

-YO: Allí estaré… ¿Llevo algo especial? – el tono es imposible de confundir.

-CARMEN: Ve como siempre, le vas a encantar, y ya verás que guapo es…- los besos de despedida suenan algo falsos, antes de colgar.

Me quedo sentada en la cama, pensado en lo que voy a hacer. No sé si es que estoy superando al fin la muerte de Luis, si es la aparición rocambolesca de Javier, o que simplemente necesito afecto, pero si ese tal Emilio no es un gilipollas, y es mono, tengo toda la intención de traérmelo a casa. Necesito contacto humano, sentir la piel de otra persona tocando la mía y el tibio cuerpo de un amante a mi lado.

Un fugaz sentimiento de culpa queda olvidado al vestirme con un traje de oficina negro con pantalones. Desayuno esperando que Carlos aparezca, y le llevo a la universidad. Por el trayecto lanzo ciertas indirectas para saber si mi hijo estará en casa esta noche, o saldrá hasta las tantas de fiesta como suele hacer, pero me da vagas respuestas. Voy al trabajo notando un ligero nerviosismo creciente en mi estómago. Pasa el día terriblemente despacio, y la idea de lo que pueda pasar esta noche, me hace desear que pase todavía más lento.

Inevitablemente llega la hora de volver a casa, llamo a Carlos para saber si debo ir a recogerle, y me dice que sí, pero el leve instante de ilusión de ver a Javier se desvanece cuando me paso a buscarle, y le veo acercarse al coche él solo. No me atrevo a preguntar para no parecer una loca desesperada, pero en el fondo es un alivio no verle, tengo demasiadas cosas en la cabeza hoy.

Una vez en casa, me cambio y me pongo mi camisón, como junto a mi hijo con un silencio constante, y luego me siento en el sofá a esperar. Los viernes por la tarde Carlos suele quedar, y hoy no es diferente. Al par de horas le escucho ducharse y salir arreglado de su cuarto, con un pantalón vaquero con cinturón de cuero, zapatos de vestir y un polo rojo que le quedan bastante bien, despreocupadamente peinado y con un potente perfume juvenil que me inunda las fosas nasales. La verdad es que no me extrañaría encontrarme a una chica en casa mañana por la mañana, escabulléndose avergonzada, como ya ha ocurrido alguna vez.

– CARLOS: Me voy, mamá, no sé cuando regresaré, pero será tarde.

– YO: Vale hijo, ten cuidado. Yo también saldré, voy a cenar con Carmen, si pasa cualquier cosa llámame.

– CARLOS: Vale, hasta luego.

Ni se acerca a darme un beso, pero me deja sonriendo, cuando me dice que “será tarde”, quiere decir que no estará en casa antes de las seis de la mañana, tiempo de sobra para mis planes. Espero un tiempo prudencial después de escucharle irse, y me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a suceder.

Me voy al aseo y me doy un baño relajante con velas perfumadas, y una copa de vino tinto que me relaje los nervios. Al verme desnuda me doy cuenta de que mi rubio vello púbico está muy descuidado, y me lo arreglo un poco, solo lo recorto dejando un triángulo coqueto, ya que no me gustó mucho la única vez que me lo rasuré del todo. Es cuando me voy al armario de mi cuarto y busco algo que ponerme.

Es complicado, ya que tienes que pensar en todas las eventualidades posibles. Elijo unas braguitas negras, elegantes y sobrias, con un sujetador sin tirantes del mismo tipo, que me hace una figura de pecado. Lo siguiente es la ropa, pruebo varios modelos, pero si quiero impresionar debo lucirme, y escojo uno de los vestidos vaporosos de estampados de flores que tanto me gustan en verano. Es negro salpicado de pétalos dorados, de un solo hombro en el lado izquierdo, y dejando mucha de mi espalda al aire. Ceñido hasta la cintura, sin escote pero dejando ver gran parte del inicio de mi seno derecho, y con un vuelo alegre hasta las rodillas. Me pongo unos zapatos oscuros con arreglos amarillos, y me siento a maquillarme.

Me peino hasta dejarme una cascada de oro liquida, con la raya al medio y el pelo suelto dejándolo caer sobre mis brazos. La sombra de ojos exhibe mis profundos ojos azules y le doy un toque de color a mis mejillas, para que el rojo pasión de mis labios no sobresalga tanto. Cambio mis cosas a un bolso negro diminuto, con una correa dorada, me pongo unas pulseras algo sueltas y un reloj pequeño en la otra muñeca, a juego con unos pendientes algo largos, todo en tonos cobre u oro.

Al mirarme al espejo me veo espléndida, no es que otras veces al salir con mis amigas no me viera guapa, pero hoy tengo un brillo especial, y creo que es por la perspectiva de una pequeña victoria. Temo pasarme de fresca, y en el último segundo cojo una mantilla oscura para echarme por encima de los brazos, “Por si la noche refresca”, me miento a mí misma, no quiero parecer una mujer fácil. Miro la hora y son casi las ocho, se me ha ido el tiempo en arreglarme, y salgo de casa a toda prisa.

Intento no arrugar el vestido al sentarme en el coche, y conduzco fingiendo estar tranquilla. Llego cerca del restaurante donde he quedado con Carmen, aparco y me acerco andando unos metros. Es un sitio bonito, y donde aparte de ser caros, te dan buena comida italiana. Aparento serenidad pero aprieto las manos con firmeza en la puerta, y un momento antes de pasar, me guardo los anillos de casados en el bolso. Suspiro, y entro en escena.

Al pasar al comedor, Carmen se levanta enseguida, va con un vestido largo blanco precioso que luce con su delgado y fino cuerpo, y su melena oscura la favorece aún más. Antes incluso la veía marchita, no sé qué pasó en aquellas vacaciones, pero desde que regresaron, parece más… ¿Feliz? Me saluda con una sonrisa enorme, y me acerco tratando de parecer despreocupada. Tras mi amiga, se levanta su marido, Roberto, un hombretón con barriga prominente y traje azul marino de abogado de los buenos, lo que es. Esperaba encontrarme más gente, pero tras saludar a su esposo, que parece no gustarle estar allí, solo veo a un hombre, que se pone en pie, tan nervioso como debe vérseme a mí.

– CARMEN: Este es Emilio, un sobrino de Roberto. – dice con voz calmada, girándose a él – Ella es Laura, una amiga. – el hombre me dedica una mirada cómplice. Él sabe igual que yo que es una trampa para emparejarnos, pero le debe pasar lo mismo que a mí, ya que al verme, parece que le gusta lo que ve, y a mí, también.

Es un chico joven, de unos treinta y pocos años, con un traje elegante negro, pero sin cobraba en una camisa blanca por fuera. Tiene el pelo muy corto negro, en forma de flecha, tratando de esconder unas entradas prominentes, con una cara agradable, bonita sonrisa perfecta y ojos pardos. Delgado, de mi altura, aunque con los tacones puestos, y modales exquisitos demostrados al dejar la servilleta en la mesa al levantarse a saludarme con la mano, o agarrarse del vientre para evitar mancharse la chaqueta.

– EMILIO: Un autentico placer, Laura. – sin esperar a nada, se mueve para colocarse tras una silla a su lado, y me la ofrece, le dedico un gesto amable por ello al sentarme, mientras me ayuda.

-YO: Muchas gracias, Emilio. – se sienta a mi lado, y agradezco su maniobra, me ha alejado de Carmen y su marido para poder charlas solos.

La cena es de lo mejor que me ha pasado en años. Pese a un inicio algo típico, con silencios incómodos y pedir la cena, con alguna que otra conversación de protocolo con mi amiga y su marido, mi pretendiente sabe meterse en el momento justo para empezar a hablar conmigo. Carmen distrae a su esposo para que no interrumpa, aunque tampoco hace falta, tiene pinta de querer irse en cuanto pueda.

El dialogo con Emilio se hace fluido, y empezando con las cosas más normales, ¿Trabajas?, ¿Qué haces en tu tiempo libre? O ¿Cómo te va la vida? Me siento cómoda con él, o mejor dicho, me quiero ver cómoda con él. No es que disimule, pero tampoco le cuesta comerme con los ojos, y juego un poco girándome hacia él, regalándole un par de cruces de piernas sensuales. Por su parte, acaba pasando su mano por detrás de mí, apoyándose en el respaldo de mi silla, y me dejo rozar la espalda por sus dedos.

Le hablo de mi vida, la que conocéis, omitiendo detalles, pero el principal es que llevo tres años viuda. Me parece que le estoy gritando que necesito cariño, y me capta enseguida. Me habla de su vida, mientras avanza con las caricias en mi costado, o gestos tiernos en mi brazo, hasta en una carcajada que me saca, se atreve a sujetarme de la rodilla un fugaz instante. Me dice que es médico, que está de visita por un congreso, y que apenas tiene tiempo de conocer mujeres tan especiales como yo, de las que merecen la pena. Me sonrojo al verme adulada, no es el primero que me halaga, pero sí el que tiene posibilidades de tenerme a su merced. Otros más guapos, o más interesantes, han tratado de seducirme antes que él, pero le ha tocado la lotería esta noche, y se ha dado cuenta.

Al acabar la cena, nos tomamos una copa, y salimos del restaurante algo tarde. Carmen quiere ir a bailar a un local cubano cercano, pero Roberto se niega, y se la lleva a casa. Emilio, al intuir mis intenciones, juega sus cartas para llevarme a mí sola a menear las caderas.

Mi mentira se hace realidad, y la noche empieza a helarse, me pongo la mantilla por encima, pero tal como deseaba, él se quita su chaqueta y me la pone por los hombros. Huele a hombre, con un perfume mucho más potente y serio que el de mi hijo. Aprovecha al ponérmela para dejar su mano en mi espalda, y termina cayendo a mi cadera, pegándome a su cuerpo.

Me gusta todo lo que está pasando, o quiero que me guste, y al llegar al local de baile, pido un par de copas más, y me lanzo a la pista con él detrás. No somos ningunos expertos en danza, pero me apoyo en su pecho y Emilio en mi cintura para movernos al son de la música, reírnos, y dejo que me susurre cosas hermosas al oído, rozando nuestras caras, acercándonos a cada cambio de canción.

– EMILIO: Eres preciosa, y soy muy afortunado esta noche.

-YO: No seas adulador, no te hace falta, me lo estoy pasando muy bien.

– EMILIO: Solo era sincero, me gustas mucho, y me encantaría conocerte mejor. – buena frase.

-YO: A mí también, eres un encanto y muy amable. – le dejo en bandeja la oportunidad.

-EMILIO: ¿Puedo…besarte? – la sonrisa le delataba hacía unos minutos, lo está deseando, pero ahora se queda muy cerca de mi cara tras susurrarme aquellas palabras, y noto su nariz en la mía. Poco a poco nos acercamos, siguiendo el ritmo de la canción, y pienso un instante en Luis, antes de besarnos.

Es algo tenue, y su perfecto afeitado no me atrae, pero siento sus labios húmedos y cálidos, sus manos me sujetan con una intención diferente y acabo abriendo la boca para recibir su lengua. Ha sido muy rápido, pero es a lo que venía esta noche.

No pasan ni diez minutos cuando estamos saliendo del local cogidos de la mano. Me ha pedido ir a un sitio más tranquilo, y como él está durmiendo en casa de su tío Roberto, le he dicho que mi casa estaba sola, sin pensármelo mucho. Voy algo borracha, me he tomado un par de chupitos de más, y le dejo conducir a él, que sin disimulo, acaricia mis piernas cuando puede, posa la mano en mis muslos y mueve los dedos con calma, no es algo erótico ni provocativo, pero me gusta.

Al llegar a casa, se atreve un poco más, y con ánimo de sujetarme ante mi tambaleo de tacones altos y bebida, su mano pasa de mi cintura a mi culo, donde acaba agarrándome a través de la tela del vestido y mis braguitas, con una ternura ya olvidada por mi cuerpo. No aguanta más la tensión sexual, y en el ascensor se me tira encima, le rodeo con una pierna mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, y su boca baja de la mía a mi cuello. Le abrazo queriendo que me haga suya allí mismo, la experiencia con mi marido me dice que si era incapaz de reprimirse hasta llegar a casa, me aseguraba una noche de sexo bestial. Pero llegamos a mi piso, me arreglo un poco avergonzada la ropa, y le meto en mi casa rezando, “Que mi hijo no esté”.

Son las tres de la mañana, me encanta entrar y no ver a nadie en su cuarto. Emilio va detrás, sabe que no debe hacer nada, ya soy suya, y le meto en mi cama a empujones y besuqueos. Es dulce, y antes de arrebatarme la ropa salvajemente, pasamos unos minutos besándonos, descubriendo que sus manos tienen predilección por mis senos, que acaban fuera del vestido, al abrir el broche del hombro, y del sujetador, que me quita con un hábil gesto con una mano. No recordaba tener unos pezones tan grandes y duros hasta que los lame, me vuelve loca, y lo usa contra mí.

Su experiencia médica debe darle algún conocimiento, ya que allí donde me toca, siento placer, y acabo tumbándome y poniéndome encima a horcajadas, notando en mis piernas su abultada entrepierna. Me saco el vestido mientras él se descamisa, y veo un pecho algo delgado y con mucho vello, me doblo para besarlo, y subir hasta su cuello. Gime de gusto al cogerme del culo, y es consciente del frote de mi prenda íntima contra su falo encerrado bajo el pantalón.

Me gira sobre la cama, me besa las piernas estiradas hacia arriba, mientras eleva mi cintura para sacarme las braguitas de un sólo gesto constante. Me tiene abierta de piernas totalmente desnuda, soy suya, y espero paciente a que se quite el resto de la ropa, con un calzoncillo a rayas muy soso, que deja ver un miembro duro de un tamaño estándar, que no me desagrada, las monstruosidades me asustan.

– EMILIO: No tengo condones, preciosa mía.

-YO: Da igual, no puedo quedarme embarazada. – murmuro triste la historia de mi primer embarazo y sus complicaciones.

Al decirlo, me siento aliviada por primera vez en mi vida, y pese a que existe cierta dosis de peligro de una ETS, es médico, y me quiero fiar, necesito sentir carne humana, no deseo más plástico.

Emilio se lanza a comerme los pechos, mientras le sujeto la cabeza para que no deje de hacerlo. Tirito cuando juega con su lengua en mis pezones, y le rodeo con ambas piernas para presionar su sexo contra mi vulva, que está encharcada. Le cuesta muy poco dirigir su miembro a mi entrada, y cogiéndome de la cadera con una mano, empieza a penetrarme. La sensación es horriblemente dulce, duele algo, pero es positivo. Va con calma y cuidado, pero en pocos instantes ya me ha perforado con toda su hombría, y mi espalda se encorva de placer. Araño las sábanas de pura congoja, y grito poseída, sacándole una sonrisa.

-YO: ¡Dios sí, joder, que bien se siente! – lo digo en serio, había olvidado esta sensación, y ahora al retomarla, me encanta.

– EMILIO: ¡Como me pones, eres espectacular, y qué cerrado lo tenías!

Me pongo algo colorada, pero le abrazo y me besa dejando que nuestras leguas se mezclen con alegría, controlando su pelvis, moviéndose elegantemente, y generando una fricción deliciosa. Acompaso sus gestos con mis piernas cruzadas tras su espalda, y empieza a aumentar el ritmo, por momentos me coge de ambos senos, y me percute ferozmente, pero es cuando me agarra de la cintura cuando lo da todo, y me eleva. Su expresión al verme bajo él, totalmente expuesta y dejándome llevar, con mis senos moviéndose libres y mi cadera haciendo fuerza para recibirle mejor, es excitante.

Me niego a ser la que era con Luis, el cuerpo me pide voltearnos, y montarlo como me gustaba hacerle a mi fallecido marido, pero no lo hago, le dejo dominarme, no busco en él nada más que un amante para esta noche, y es lo que me da, llegando a abrirme bien ante su mirada.

El sudor refleja nuestra piel, y cada golpe de pelvis me alza sobre los cielos, la humedad hace todo más fácil y me encuentro doblegada ante sus acometidas. Sabe tocarme, y acaba con un dedo frotando mi clítoris, lo que multiplica el placer y termino sintiendo un leve orgasmo que él aprovecha para dar una última velocidad en unos minutos gloriosos, en que no bajo de ese estado de placer, pero sin llegar a eclosionar del todo.

Emilio no para, y tras un espasmo tenue, se corre dentro de mí, abriéndome bien de piernas, es algo que también echaba de menos, ese calor interior y las convulsiones cortas en mi útero. Aprieto algo mis músculos vaginales para sacarle todo, y se vence sobre mí, besándome por el cuello mientras jadeamos. Le rodeo con mis brazos y acabamos acostados el uno al lado del otro.

No me siento especialmente orgullosa, ni llena de dicha, pero tengo a un hombre en mi cama al que poder abrazar, y es lo que necesitaba. Me quedo dormida sobre su pecho, pero al par de horas el ruido inconfundible de mi hijo entrando en casa me sobresalta. Veo mi cama sola, y me siento confusa, “¿Y Emilio?”. Me pongo nada más que mi camisón encima, y asomo la cabeza al pasillo.

Carlos pasa de largo, de su mano va una joven que va en peor estado de embriaguez que él, muy mona, con el pelo largo castaño en cola de caballo, camiseta oscura semi transparente enseñando un sujetador amarillo brillante debajo, y un pantalón negro de cintura baja. La joven me dedica una mirada fugaz, abochornada tal vez, pero se va tras él a su cuarto, no me hace falta que me digan a lo que van.

El susto parece que pasa, no van a salir de su cuarto y puedo sacar a mi amante discretamente…si es que le encuentro. Me giro y no veo su ropa en el suelo, donde la dejamos, solo la mía, y voy a buscarle al baño. Cuando voy a abrir la puerta, Emilio sale y casi nos chocamos de bruces. Me tranquilizo un poco y le dedico una sonrisa cómplice, le sujeto de la nuca y le beso, pero en cuanto lo hago, noto que algo no va bien, ya está vestido.

– YO: ¿Dónde estabas? – murmuro.

– EMILIO: Me he dado una ducha, espero que no te importe. – su tono ha cambiando, es dulce, pero triste.

– YO: Mi hijo ha llegado, perdona si te parece mal, tal vez….deberías irte.- no quiero parecer grosera, pero no quiero ni pensar en las explicaciones que tendría que dar si le ve Carlos.

– EMILIO: Sin problemas, de hecho, ya me marchaba…Laura, ha sido una velada increíble, y me ha gustado conocerte.

– YO: Y a mí también…no sé, si te quedas unos días más…podríamos…- me corta antes de acabar, está nervioso, poniéndose la chaqueta y buscando con la mirada la puerta de la salida.

– EMILIO: Claro…estará bien…pero estoy algo liado…y no sé cuando nos podremos ver…yo te llamo, ¿Vale? – me da un beso horrible, casi ni se molesta en saborearlo.

-YO: Bueno, vale…pero no tienes mi número – le digo mientras ya está camino del pasillo.

– EMILIO: Ah, si…no te preocupes, ya se lo pido a Roberto.

Le acompaño hasta el recibidor, en silencio y en la penumbra, es un milagro que no tiremos ninguna figurita de la mesilla donde ponemos las llaves, y le tengo que agarrar del brazo al abrirle para que se gire hacia mí. Me da un beso, algo más trabajado, y me repite que me va a llamar, pero en cuanto le veo meterse en el ascensor, sé que es la última vez que le voy a ver.

“¡Tonta, ¿Qué te pensabas?! No eres más que una cuarentona salida. ” Me digo al darme cuenta de que me han usado, o se han aprovechado de mí, pero al menos he dado un paso más en mi recuperación, en ese duro camino que es volver a vivir. No me importa demasiado que Emilio desaparezca, no era mi tipo, delgaducho, con mucho vello en el pecho y medio calvo, con aspecto algo cadavérico diría, y al final ha demostrado ser un capullo. Ha cumplido su función, quitarme tonterías de la cabeza dándome una noche de placer y calor humano, punto.

Recupero mis anillos del bolso y me los pongo en su sitio, el dedo anular de la mano. Me voy a la cocina a beber algo de agua, y al regresar paso por el salón y me quedo blanca al ver a alguien medio tumbado en el sofá. A Carlos se le empieza a escuchar con la chica en su cuarto, “¿Quién está ahí?” Me acerco sigilosa, cuando el miedo me dice que corra a encerrarme a mi cuarto, pero avanzo. En cuanto me acerco veo a Javier allí tumbado, con los ojos abiertos mirándome por encima del respaldo.

– YO: ¡Maldita sea, Javier, qué susto me has dado! – le digo en un grito en voz baja.

-JAVIER: Discúlpeme…es…es que hemos llegado ahora…y no me encuentro muy bien. – sigue siendo muy educado, tal como va, con el aliento que me dice que se han pasado con el ron, y sin apenas poder fijar la vista en mí, trata de no aparentar la “cogorza” que trae.

– YO: ¿Necesitas alguna pastilla? – le ofrezco una que me he tomado yo hace unos minutos, el alcohol ha bajado en mi sangre, pero hacía mucho que no me ponía tonta, y la cabeza me duele.

– JAVIER: Sí…si es tan amable.

Se la traigo con un poco de agua, el pobre se la toma haciendo esfuerzos enormes por mantenerse quieto sentado en el sofá, y pasado un minuto, se pone en pie. Casi se cae antes de dar un paso, y al tercero se me echa encima por sujetarse a algo. El chico debe de pesar unos 90 kilos y apenas puedo con él, me las veo negras para sentarle de nuevo, y cuando lo logro, se cae redondo sobre un cojín.

– JAVIER: Perdóneme, es que…he bebido de más, pero enseguida me voy. – me da una pena terrible verle así, y que pueda pasarle algo por la calle.

-YO: No te vas a ningún lado, tú quédate aquí y descansa, mañana ya lidiaremos con la resaca.

No hace el menor intento por responderme, acierta a quitarse los zapatos, y una chaqueta fina, antes de quedarse dormido como un tronco. Le traigo un manta y le arropo, me siento tentada de desabrocharle los pantalones y el cinturón, dormir así es malo, pero las malinterpretaciones que pueda ocasionar, son peores.

Me dirijo a mi habitación, y me doy una ducha para quitarme la sensación de sudor y fluidos de encima. Busco a tientas una prenda cómoda, pero no me quedan, así que me pongo un tanga negro de los que uso poco, y el camisón para dormir. Me cuesta hasta que pasan unos minutos, y mi hijo deja de hacer gritar a la muchacha, pienso un instante en lo que le debe de hacer, con esa sexualidad juvenil tan experta de hoy en día, o si es que Carlos la tiene bien grande. Es para distraerme, ya que en realidad, lo que estoy pensando es que Javier está en mi sofá, y me maldigo. Lo de Emilio no ha servido de mucho, o al menos, no me ha borrado a ese clon joven de mi esposo de la cabeza.

Lo primero que siento es esa mirada clavada en mí, no sé cómo, pero sabes que te están observando, y me despierto tumbada boca abajo en mi cama. Me giro y veo a Javier en mi puerta, mirándome algo cansado, parece que acaba de llegar a mi puerta a pedir algo, tal vez algún sonido me haya desvelado.

– JAVIER: Perdóneme…pero…ya es de día, y me encuentro algo mejor, sólo quería despedirme antes de irme. – agacha la cabeza enseguida.

– YO: Claro, no pasa nada…- es cuando al girarme me doy cuenta, el camisón se me ha subido al vientre, y el chico ha tenido un buen primer plano de mi trasero en tanga, todo el tiempo que estuviera allí. Disimulo al levantarme, colocándomelo con cuidado, y saliendo con él al pasillo.

– JAVIER: Le pido mil perdones por esta noche, no pretendía que esto ocurriera, es que bebí mucho, y no me supe contener. –al decirlo, me acaricia el brazo con gentileza, y su tono de voz, aunque con algo de lastima, es firme.

– YO: Todos hemos sido jóvenes, y la resaca te va a enseñar a controlarte…anda, si quieres puedes quedarte un rato en el sofá, todavía es pronto.

– JAVIER: Muchas gracias, pero no, ya he abusado de su hospitalidad, además tengo que ir a sacar a mi perro, que lleva toda la noche sin ver la calle el pobre, pero de verdad, no sé como agradecerle todo, Laura, es usted fantástica. – y de sopetón me da un abrazo que me envuelve entera, y aunque me pilla algo adormecida, me alzo para recibirlo, y sentir su cuerpo. Hasta al separarse, tiene la osadía de darme un beso en la mejilla que me encandila.

– YO: Eres un encanto.

-JAVIER: No lo soy, me he excedido….y espero no haber ahuyentado a nadie…- ahora sí, me quedo hecha una piedra, “¿Se refiere a Emilio?, ¿Le llegó a ver?”

– YO: Me parece que Carlos y su amiga no han pensado mucho en ti…- improviso al paso.

-JAVIER: De acuerdo. – una sonrisa tibia me dice que no ha colado.

Se marcha y le sigo hasta la puerta, la verdad que con algo de luz y esa ropa, una camisa a cuadros y un vaquero rojo, está para comérselo, pero sacudo la cabeza negándome esa idea, y le digo adiós con la mano.

Me vuelvo a la cama, y me levanto el camisón para ver en el espejo la imagen que se ha llevado el muchacho de mí, “Sí señor, una buena forma de empezar el día”, no recordaba que me quedaran tan bien los tangas, tengo el trasero precioso y ayuda mi tono de piel algo morena debido a los rayos uva del gimnasio. Me avergüenzo un poco, y sigo durmiendo.

Mi despertador suena un par de horas más tarde. Son las diez de la mañana y mi sábado comienza. Me doy una buena ducha, y al vestirme, por primera vez en mucho tiempo, escojo un tanga fino y me pongo las mallas grises ajustadas del gimnasio, con un top azul ceñido y una camiseta blanca por encima. Al mirarme el trasero en el armario, me reafirmo, con esta cinturita y este trasero, voy espectacular.

Voy a la cocina con mi bolsa de deporte preparada, y empiezo a desayunar. Media hora más tarde sale la joven del cuarto de mi hijo, trata de pasar desapercibida pero la llamo, y tengo una conversación de chicas, mezclada con madre preocupada. Me alegra saber que han usado protección, “Ya ha hecho más que yo” me juzgo, y que la chica es algo más avispada de las habituales, pero ha caído en las garras de Carlos, como muchas antes. Me ofrezco a llevarla a algún lado mientras mi primogénito sigue durmiendo a pierna suelta. Ambas nos vamos hasta una parada de metro cercana, y nos despedimos.

Voy al gimnasio con ánimos renovados, quien diría que una noche como la pasada, carga las pilas. Me paso una hora corriendo en la cinta, y luego otra en clases de aeróbic musical. Debo estar radiante, hasta el morenazo que da la clase me dedica unas miradas cuando pongo el culo en pompa, y me siento renacer a cada comentario de mis compañeras, diciendo que se me ve llena de luz, y que estoy resplandeciente. Paso media hora en la sauna, y luego otra en el pequeño spa, la mezcla de aguas y masajes me hace abrirme como una flor, y cuando me ducho, me pongo un culotte negro bajo una falda blanca y un polo azul claro.

Regreso a casa justo a la hora de comer. Carlos se acaba de levantar, y apenas lleva un calzoncillo y una camiseta de tirantes. Comemos algo que he traído de camino, trato de hablar con él de la chica o de la borrachera, pero no me hace caso, y pasamos la tarde paseando por un parque cercano. Me cuesta mucho hacerle que me acompañe, puesto que quería descansar, ya que hoy vuelve a salir. Tomamos un helado, y consigo que me hable un poco, pero se acercan las ocho de la tarde y su móvil empieza a sonar.

Casi corremos a casa, y se mete en su cuarto, pone la música a todo trapo, y empieza su ritual de ducha y vestirse, hablando por teléfono, riéndose y diciendo burradas. Me espera otra noche de sábado tirada en casa, viendo la televisión, cuando suena el telefonillo. Voy a abrir, y escucho la voz de Javier.

-JAVIER: Sí, vengo a buscar a Carlos, ¿Baja ya? – miro de reojo, la música sigue a todo trapo.

– YO: Va a tardar un rato…si quieres, sube, y le esperas conmigo. – otra oportunidad de jugar con él se me presenta, ya que lo de esta mañana ha sido muy fugaz.

– JAVIER: Sería un placer.

Le abro y espero en la puerta emocionada por su llegada. Me gusta verle subir por las escaleras, es un segundo y tampoco es tanto esfuerzo, pero al llegar le da un aire alegre que me llama mucho la atención. Según me ve, me da un abrazo tierno, y me besa la mejilla otra vez, me vuelve loca que haga eso, y le aprieto contra mí un poco para que dure más. No es el hecho en sí, es que es la tercera o cuarta vez que nos vemos, y ya me trata como a su mejor amiga.

– JAVIER: Buenas tardes Laura, la veo genial.

– YO: Gracias, Javier, y tú estás bastante mejor que esta mañana…- un primer comentario para que se acuerde de mi trasero en tanga.

– JAVIER: Ah, discúlpeme de nuevo, de verdad que no quería…- me río en su cara, y le sujeto del brazo un segundo.

-YO: Estaba bromeando, no te preocupes por nada. – le hago pasar y me siento en el sofá.

Él me sigue, pero me da tiempo a verle al completo. Va peinado perfectamente, el pelo con sus dos dedos de largo bien engominados a un lado, barba de tres días cuidada, nariz algo torcida, camisa amarilla que le queda muy justa en el pecho y los brazos, con unos vaqueros azules muy ceñidos y el cinturón de cuero marrón de ayer, junto a zapatos de vestir. Nada más sentarse a mi lado, me llega el impacto de su abundante colonia, es mucho más fuerte y potente que la de mi hijo, y hasta que la de Emilio, parece que se haya echado medio bote de perfume encima.

-YO: Bueno, ¿Y qué tal ayer? – rompo el hielo, tomando un postura algo más informal.

-JAVIER: Puf, mejor no pregunte, Carlos al final se llevó a una chica, estaba muy pesado con ella, y me tuvo entretenido a sus amigas a base de copas, y al final…

– YO: Ya he visto a la chica esta mañana, parece un cielo de niña.

-JAVIER: Y lo es, a Carlos se le antojó, y bueno…ya le conocemos. – me hace sonreír al hablar de él así.

-YO: Lo dices como con pena.

-JAVIER: Bueno, no es que quiera faltarle a su hijo, pero esa chica vale bastante más que para un polvo de una noche.

– YO: Ojalá la llame más adelante.

-JAVIER: No creo, ya he hablado con Carlos, me ha dicho que hoy vienen unas amigas de la universidad, y que una de ellas está loca por él.

– YO: Vaya con el galán…

– JAVIER: ¿Sabe usted, como mujer preciosa que es, podría contestarme a una pregunta? – abro la boca algo ofendida, pero en realidad me ha gustado que lo diga de pasada.

– YO: Claro, aunque ya no soy tan preciosa…- se la dejo botando.

– JAVIER: Claro que lo es, pero el tema es que no entiendo que las mujeres se vayan con tipos como Carlos, cuando hay tipos más atentos y buenos, que las tratan bien…

– YO: ¿Cómo tú…? – abre la boca, pero se calla, viéndose pillado. Sonrío– La verdad es que somos algo raras, tenemos que apreciar algo es esa persona que nos guste, y luego que nos haga sentir cosas.

– JAVIER: Pues su hijo tiene un don, yo no logro encandilarlas así.

– YO: Bueno, es que las chicas que se acuestan con uno en la primara cita, no son muy de tu estilo.

– JAVIER: ¿Mi estilo? No sé cuál es.

– YO: Pues eso, un buen chico, educado, respetuoso y un caballero, a ti te van más chicas que piensan antes que actuar, algo más traviesas y juguetonas que una que se vende al primero que pasa.

– JAVIER: Tal vez tenga razón, y deba fijarme en otro tipo de mujer, no sé, más adulta e interesante. – me dedica una mirada muy perspicaz, le sonrío de forma dulce, y le acaricio el muslo con ternura.

-YO: Claro que sí, tú hazme caso.

El juego me atrae, pero Carlos sale de su cuarto, gritando que donde están sus pantalones favoritos. Javier se pone en pie, y me acompaña hasta la colada, donde los tengo planchados, me los coge de las manos y se lo lleva a su cuarto. Pasan una media hora allí, antes de salir los dos, hechos unos pinceles, “Hoy me encuentro a otra saliendo de mi casa.”, me digo a mí misma.

– CALROS: Mamá, nos vamos.

– YO: Pasarlo bien, pero no bebáis demasiado, que si no…- Javier me asiente con guasa.

-JAVIER: No prometo nada…Un placer verla de nuevo. – ahora soy yo la que se acerca y le da el abrazo, me besa en la mejilla, y con algo de sorna, le palmeo la espalda para darle ánimos.

-YO: A por ellas, tigre.

– CARLOS: Vamos, tío, que van a llegar pronto.

– JAVIER: Quizá debiera acompañarnos de fiesta, así me da consejos…- le miró pensando que bromea, pero no hay atisbo de risas.

-YO: ¿A dónde?, ¿A bailar a una discoteca hasta las tantas? No, Javier, que apuro, con lo vieja que soy para esas cosas…además no voy nada arreglada y tenéis prisa. – me ha dejado tan estupefacta la invitación, que me veo fuera de sitio.

– JAVIER: Va guapa así tal cual, Laura, no se libra, vengase, me vendrá muy bien para dar celos a más de una con tenerla a mi lado, ¿Se viene conmigo a pasarlo bien?

-YO: No seas bobo, ¿Cómo voy a ir yo hoy?

– JAVIER: Pues si no viene, yo no vengo a comer aquí. – se cruza de brazos, cabezota. Casi ni me acordaba que le había invitado a comer, y ante su sonrisa, no puedo negarme.

-YO: Vale, pero hoy no, otro día. – concedo ante su insistencia.

– JAVIER: Genial – me rodea con los brazos por toda la cintura, cosa bastante fácil con sus grandes brazos y mi talla, y me alza medio metro sin dificultad.- Es la mejor, Laura – me baja unos segundos más tarde, casi me ahogo de la risa, pero me vuelve a besar la mejilla, y se va dando saltos alegres.

Este chico tiene algo que me encanta, hace media hora que se han ido y todavía estoy riéndome, pensando en su fuerza elevándome como si nada, en mis senos rozando su cara, en sus manos cerca de mi trasero. Ahora encima un día de estos me sacará de mi apatía, llevándome a discotecas llenas de jóvenes, seguro que solo para exhibirme, y es una idea que no me desgarrada para nada. Ceno pensando en lo estúpido que puede ser verme salir por ahí con mi hijo y sus amigos.

Carmen me llama, y le cuento por encima algo de lo ocurrido con Emilio, me dice que se ha marchado esta tarde, que tenía que operar a alguien, confirmándome que he sido su distracción. Charlamos un rato más, pero de vanidades, y cuando la cuelgo, me quedo traspuesta en el salón.

Me despierto sobre las tres de la mañana, apago la tele tienda y me voy a mi cuarto. Al ver mi cama me da asco, no que no esté Luis, sino que no hay nadie, y me desnudo al son de una música triste y melancólica. Me dejo el culotte y me pongo el camisón. Me quedo dormida enseguida, pero tras unas cuantas horas, escucho la puerta de la casa. Me levanto de un salto y me asomo al pasillo. Me asusto como solo puede una madre cuando veo a mi hijo ido, anadeando a duras penas colgado del brazo de su amigo.

– YO: ¿Pero qué ha pasado? – digo alarmada al salir despedida y coger de la cara a Carlos, que apesta a acetona.

– CARLOS: Nada…mamá, déjame…voy bien….es el puto imbécil del bar, que me ha puesto garrafón…- miro a Javier, casi acusándole.

-JAVIER: No digas tonterías… te has tomado cuatro copas seguidas por impresionar a una chica… y te ha dado el bajón.- le alza con algo de molestia por el peso, y me mira.- No se preocupe, ya ha vomitado la mayor parte de lo que ha bebido, ahora solo queda acostarlo, y que se le pase la castaña. – pese a ir palpablemente más sereno, también está borracho.

– YO: Por dios, que sustos me das Carlos…- mi tono es ese agudo que hiere, que se mete en el tímpano.

– CARLOS: Joder, mamá, que ya no soy un crío.

-YO: Pues deja de comportarte como tal – le fulmino con una mirada seca, pero Carlos no está, sus ojos miran a su cuarto. – Anda, mételo y ayúdame a desnudarlo antes de que se duerma.

Javier no dice nada en lo que tardamos en desvestirlo, obedece cual cómplice de la tragedia, tratando de que no se le note a él su propia ebriedad. Carlos se hace una bola al instante, y le doy un beso tierno de madre, ya tendré tiempo de gritarle mañana.

Le dejamos acostado y salimos del cuarto, donde Javier se muestra mucho más entero, supongo que su corpachón le ha valido para no caer redondo como mi hijo, pero está muy afectado, se le huele el alcohol del aliento, y se tambalea, mirándome de reojo cual colegial.

– YO: ¿Y tú estás bien, o también tengo que arroparte? – le digo, aún furiosa.

-JAVIER: No…aunque no me molestaría en absoluto. – aprieta los labios como queriendo haberse callado eso.

-YO: De verdad, esta juventud… -me hago la ofendida – puedes quedarte en el sofá como ayer, hasta que estés mejor.

-JAVIER: Gracias… de nuevo… Carlos….Carlos no sabe la suerte que tiene de tenerla a usted de madre.

-YO: Eso es verdad.

-JAVIER: Es muy maja…me trata muy bien, y yo aquí borracho como un idiota, preguntándola por chicas, con lo guapa que eres. – se ríe entre dientes, arrastra las erres y no vocaliza del todo. Decido no tomárselo en serio.

-YO: Vas tú bueno también…Anda, ve al salón, ya te llevo una sábana.

Voy a por la manta, y al volver me encuentro la camisa de Javier en el reposabrazos, perfectamente doblada, y al propio muchacho boca arriba, con el pecho al aire, fornido y con algo de vello, pero muy poco. También observo unos calzoncillos negros, tipo slip, marcando un paquete sobresaliendo por los vaqueros abiertos con la cremallera bajada. Me quedo paralizada, cuando Javier se alza y coge de mis manos las sábanas, me da unas gracias algo eructadas, y se medio tapa.

– YO: Descansa.

-JAVIER: ¿Y mi besito de buenas noches? A Carlos se lo has dado. – me río asombrada, su tono es lastimero a más no poder.

-YO: ¿En serio me pides un beso de bebé?

– JAVIER: Era broma, no se atrevería….- me pica en el orgullo, sé lo que intenta, pero caigo igualmente.

-YO: Anda que no, ven aquí, niño de mamá… – se gira para poner la mejilla, y como perra vieja que soy, le sujeto la cara para darle un cálido beso, evitando giros de cara sorpresivos. – Buenas noches.

– JAVIER: Ahora seguro que lo son… – me saca una carcajada.-…pero podrían ser mejores. – se lanza y me sujeta de la cintura, haciéndome caer lentamente sobre él. Parece algo erótico, pero es cómico, torpe y muy hosco.

-YO: ¡Por dios, Javier, suéltame! – le digo entre risas, la sensación de sus brazos enroscándose por mi cadera, pegándome a él, me encandila, y me dejo sobar un poco, aunque tampoco es que me meta mano, pero el camisón es muy corto. Noto la fricción de mis piernas desnudas en sus vaqueros, el coulotte enganchándose con la hebilla de su cinturón, y mis senos aprisionados bajo el satén, cerca de su cara.

– JAVIER: Quédese a dormir conmigo, se lo ruego. – mis pocos kilos no le cuestan nada para acomodarme en el sofá, usándome de oso de peluche.

-YO: Para, déjame, soy la madre de Carlos, tú estás borracho, y no me apetece. – me sorprendo no dándole un bofetón y sacándolo a patadas de mi casa, pero es que me encanta sentir esa fuerza cariñosa.

Me tiene tumbada entre él y el respaldo del sofá, cara con cara, con su rostro encajado en mi pecho, se las ha apañado para usar uno de mis brazos de almohada, y rodeo su cabeza con mis bracitos diminutos en comparativa con él, con mis piernas estiradas entrelazadas con las suyas, notando algo de presión en mi cintura, aplastando uno de sus antebrazos.

Podría hacerme lo que quisiera, sus manos recorren mi espalda con un rítmico sube y baja, y con tanto arrebujarse, creo que noto su paquete en mis muslos, pero en cambio no se aprovecha de mi aparente docilidad, y parece que se va a quedar dormido.

– JAVIER: Hueles a rosas…- masculla una última vez, inhalando de mi cuello.

No me lo creo, ha caído rendido. Estoy como un peluche, no me puedo casi mover sin pasar por encima de él, y la verdad, es que no me importaría pasar así la noche, mi cama está vacía y muy fría. Hago un esfuerzo titánico por no echarnos la manta por encima y dejarme llevar en sus brazos, que es lo que deseo. Me quedo un buen rato mirándole dormir, acariciado su pelo, hasta que siento menos presión en sus manos, y me puedo zafar de su cálido encierro. Le tapo con ternura, y me llevo las manos a la cara, algo abochornada, ¡¿Pero qué demonios?! , me ha hecho sentir genial esa bobada. Me voy a mi cama con algo de pena, aunque sueño con Javier, y sus abrazos.

Al sonar el despertador me levanto a mirar el panorama. Pese a un primer intento de ir al salón, mi instinto maternal me lleva con Carlos, que está tal cual le dejamos. Al entrar algo de luz al abrir, se queja como un vampiro, y al preguntar como está, se echa la sábana por encima, gruñendo.

Ahora sí, voy al salón, y me borra la sonrisa no ver a Javier, ni su ropa, ni la manta. “¿Se habrá ido a casa?” Voy a la cocina, y me lo encuentro allí sentado, desayunando, con la ropa puesta y la manta doblada en una silla. En la mesa se ve una bolsa de bollos de la panadería de abajo, y un zumo abierto.

– JAVIER: Buenos días, Laura…he traído el desayuno, espero no haberme propasado al coger sus llaves de la entrada.

– YO: Ah…no, tranquilo, no debías haberte molestado.

– JAVIER: Algo me dice que sí, ayer… ¿Como está Carlos?

– YO: Se queja de la luz, así que está vivo… ¿Y tú?

– JAVIER: Yo…debe pensar que soy un idiota, dos noches seguidas llegando a su casa borracho…y anoche no me acuerdo de mucho. – eso casi me da pena.

– YO: Bueno, no hiciste nada malo que yo sepa.

-JAVIER: Menos mal, cuando me pongo así, entro en un estado meloso que…me pongo pesado.

-YO: En realidad…al acostarte en el sofá, me pediste un beso de buenas noches.- al decirlo, se le abren los ojos como platos.

-JAVIER: ¡No me diga eso! Pufff, qué vergüenza…- se está poniendo rojo, y eso me dice que no es mentira, no se acuerda de eso, ni del momento “oso de peluche” conmigo.

-YO: Para ser algo que hace un borracho, no es tan malo.

– JAVIER: Mil perdones, no sé cómo decirlo ya… quizá, quizá no debería volver a subir a su casa. – la cara de alarma que pongo se me debe notar rápido.

-YO: No digas estupideces, prefiero que vengas de vez en cuando, así controlas al loco de mi hijo.

– JAVIER: ¿De verdad no le molesta?

– YO: Ni mucho menos…dame unos de esos bollos, que estoy famélica.

Me paso un rato desayunando sentada frente a él, contándome lo que recordaba de esa noche. Conoció a una chica, quiso hablar con ella, pero Carlos se la pidió, luego él bebió mucho, y luego nada, hasta levantarse en el sofá. Yo le cuento, “sin detalles”, lo que ocurrió en casa, y luego mira la hora asustado.

-JAVIER: Es tarde, tengo que ir a casa, mi pobre perro…

-YO: Si me das unos minutos, me ducho y te llevo a casa, antes de ir al gimnasio.

-JAVIER: No, Laura, eso sería demasiado…

-YO: Que no es molestia, Javier, recoge un poco el desayuno, si me haces el favor, y yo voy al baño.- asiente gentil.

Me pego una ducha fugaz, y tiento a la suerte con otro tanga, de hilo diminuto, unos leggins negros y un top blanco. Al salir, Javier aparta la mirada ruborizado, me gusta que pueda generarle esa sensación. Bajamos al coche y me indica su casa, algo lejos. Al llegar se baja, y como he aparcado bien, me bajo con él, la verdad es que quiero el abrazo y el beso en la mejilla, a los que me está acostumbrando.

-JAVIER: Es usted mi ángel particular.

-YO: Bobo, anda, sube a casa, y ya nos veremos.

-JAVIER: Por descontado, me debe una noche de bailes…

-YO: Y tú una comida en mi casa. – el juego con este chico no parece acabar.

Paso los brazos ansiosa por encima de sus hombros, cogiendo de su nuca, y Javier me rodea con los suyos por la cintura, esta vez el abrazo es más largo, y me alza un poco, lo justo para ponerme de puntillas. Su beso es tan lento como el resto de la despedida, y hasta nuestras narices se rozan al separarse. Al verle alejarse, me permito mirarle el culo, esos vaqueros le hacen una maravilla de trasero.

Algo sofocada, voy al gimnasio, y descargo adrenalina un buen rato. Permito a algún joven en la zona de la maquinas que me coma con los ojos, sobre todo cuando me agacho y expongo mi trasero, me siento generosa. Al volver a casa como sola, y Carlos tarda un par de horas en volver en sí. Come mientras le recrimino su actitud, a estas alturas me hace poco caso, y si tengo suerte, solo asiente fingiendo comprenderme, si no la tengo, termina gritándome.

Se va a su cuarto y se encierra, yo me doy una buena ducha refrescante y me quedo con unas braguitas limpias rojas y el camisón azul de satén. Paso gran parte de la tarde limpiando o haciendo cosas de casa, me aseguro de pasar la aspiradora bien fuerte cerca del cuarto de Carlos, y le escucho quejarse, el dolor de cabeza le debe estar matando. Sonrío por ello.

Cenamos juntos, y tras una película que me gusta, me voy a la cama. Es casi la primera noche que según me acuesto, caigo rendida, y no es cansancio físico, es emocional. He vivido mucho en poco tiempo, al menos, mucho más de lo que estoy acostumbrada.

Continuará…
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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.” (POR ALEX BLAME)

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CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto…

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota…

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS

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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 3” (POR SOLITARIO)

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Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a casa.

Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.

¡Oh! ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos. A la difusa luz de la luna que entraba por los ventanales pude reconocer a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres, durmiendo, los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.

¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.

Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, baje y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.

–Papá, que alegría, ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?

Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.

–¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya qué ha ocurrido.

Claudia, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.

–Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí.

Clau, alarmada.

–¿Cómo? ¿Y eso porque?

–Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo. Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás. Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones.

–Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.

–No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegue, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.

Ana me abraza.

–Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.

Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.

–¿Dónde están Elena y Mili?

–No te apures. En la parcela de al lado, vive una pareja con dos niños casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer.

Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos. Tenían nuevas amistades.

Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.

–Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? Es un paliza, pero lo echo de menos.

–Si, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con tu hermano y tu madre. Te hará bien.

–Si, vamos. Quiero verla. ¿No te importa?

–¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.

Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados, como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.

Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.

La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita, para no caer, en según qué, tentaciones.

¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.

–No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.

No sé cuanto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.

–Hola, ¿ha dormido bien el señor?

–Estupendamente. ¿Y la señora, ha dormido bien? ¿Ha soñado la señora?

–Pues sí, he soñado.

–Y ¿puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?

–Un caballero. Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema. Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera. Siento mariposas en el estómago cuando me mira, y si, como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos, no es solo agua.

–¡Vida mía! Ayer pude comprobar, que lo que siento por ti, no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella, como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción.

–Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti. Yo también te quiero Clau. Te quiero y te deseo.

–Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz. Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa inundado por el placer, por mi amor.

No podemos más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.

La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.

Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.

Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí desde dentro de ella.

Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos, cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las aureolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.

No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar, sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.

–José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado?

–¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado?

–No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará.

–¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas.

–Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.

–Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa.

El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo. Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es el no va más.

Me dijeron una vez que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto. Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos, ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!

El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería, no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.

–¿Nosotros solos?

–Si, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad.

Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos brillan con destellos dorados, brillando, con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida con una leve inclinación hacia mí. Su respiración, entrecortada, mueve sus pechos y la boca entreabierta delata una ligera ansiedad.

Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.

–Corres peligro, Clau.

–¿Por qué, amor?

— Hueles tan bien. ¿Sabes que me encanta la vainilla? Puedo comerte.

Acerco su mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en la palma. Me embriaga su fragancia.

Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece junto a Claudia portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven unos entremeses de salmón ahumado con queso fresco sobre rebanaditas de pan tostado.

–Esto está delicioso. Claudia, Ana, ¿De quién ha sido la idea?

–De internet, papá. La preparación a medias entre las dos.

–Y ahora ¡¡Tachan!!

Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.

–Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?

–No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Comimos antes, en la cocina.

Ronda de besos, las dos a Clau y a mí.

–¿No estaréis planeando alguna travesura?

–Jajjajaj

Se retiran entre risas. Es mosqueante.

Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremonia.

Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita con una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.

–Vaya ¿a esto si nos acompañáis?

–Es que no queremos dejaros solos. Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe, qué puede pasar, si os dejamos solos.

Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.

Clau desaparece, se oye una música de fondo, parece hindú, muy sensual y vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.

Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros. Grande, surge del mar, como un enorme globo. El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa. Mi mano sobre la de Clau. Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz. Hasta que miro hacia las chicas.

Ana y Claudia se besan en la semi oscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan, los movimientos son voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.

Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.

Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina con su pálida luz los bellos cuerpos.

Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios me invita a callar. Sigo admirando los lúbricos movimientos. Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.

Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás. Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo.

El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven impúdicamente. Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella que lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus vulvas, los movimientos son espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.

Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente, agarra la polla sobre el pantalón, para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.

–Espera, José, espera un poco.

Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista, del espectáculo que me ofrecen, a la pálida luz de la luna.

Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.

El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.

Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y, suavemente, me empuja sobre la cama.

Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.

Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.

Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.

Algo sobre mi mano, acaricio, otro sexo, cálido, mojado, mis dedos entran y follan la suave cavidad que se me ofrece.

Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer, despacio suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.

Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.

Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.

Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor, ¡es mi hija!

Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¡Mi hija! solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante, ¡SI! ¡Es ella!

He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas. Estoy perdido.

–Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre.

Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aun estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.

Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mi pecho.

El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.

Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.

Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.

Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.

La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, y lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él. No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime. Trataba de no pensar.

Poco a poco se fue recuperando. Me estrecho entre sus brazos.

–Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba.

Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.

Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con autentica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.

¡Dioss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.

Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.

¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?

No me siento bien. Voy a vomitar, me levanto y entro en el baño. Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.

–¿Qué te ocurre, te encuentras mal?

–Si, bueno, no. Estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.

–La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina doctor.

Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.

–Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.

–Me asustas. ¿Qué es?

–Ayer, en Madrid.

–¿Con Mila?

–¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.

–Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.

–Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia……

Y le conté todo lo ocurrido……

–Jajajaj. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad!

–José, ¿Qué pasó en el club de Gerardo para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?

–Me resulta difícil hablar de esto, Clau. Lo bueno es que ya no me afecta como antes.

Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas, en la barra de la entrada charlaban cuatro tipos de unos treinta años. Mila, al entrar, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después me enteré de que habían participado en un gangbang tiempo atrás. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.

Alma, la muchacha relaciones publicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.

–Hola Felipe, una alegría verte, ¿Qué vienes con Mila?

–Si, es mi mujer y me llamo José.

–Perdón, no quería molestarte.

–Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.

–Vaya, Gerardo me comentó algo sobre que tu no sabias nada de la vida de Mila, y de pronto lo descubriste todo.

–Así es. He vivido quince años con una desconocida.

–Y ¿Qué quieres hacer ahora?

–La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber que hace Mila, como ha sido su vida.

–¿Aun la quieres?

–Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.

–¿Quieres verla?

–Si, tengo que hacerlo.

–Ven conmigo.

Me llevó a una habitación donde Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca. Sentí nauseas.

Alma se dio cuenta y me saco de allí, entramos, en lo que al parecer era su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido. Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia. Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Que fue él quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y no me afectaba.

En aquel momento tomé la decisión. Me divorciaría y la apartaría de mi vida.

Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.

Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.

Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.

Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.

Mila se saco la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.

¿De qué? ¿Por qué?

¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!

No pude mas, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.

Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.

–Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero.

Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!.

–¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?

Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.

–Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!

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noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada en una playa” (POR GOLFO)

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El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.
Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.
Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.
Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.
Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.
Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.
La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.
Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:
-Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.
-Manuel no es así- respondió mi mujer defendiéndome
-Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.
Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.
-Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María, las cuales, como bien sabes, son lesbianas.
Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.
-¿No te fías de mí?
-Sí- contestó- pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.
Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.
 
 
 
 
 
La convención.
Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.
Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.
Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.
Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:
– Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.
-De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado- y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.
Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:
-Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.
-No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!
Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.
Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.
“Son las cinco”, pensé, “tengo tres horas”.
Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.
Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Fóllame!-
Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.
Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.
-¿Y eso?-
Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:
-¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.
No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:
-Eres un capullo. ¡Te he pillado!
Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:
-Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor- tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.
Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.
Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:
-No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años, ¡Eres un cerdo!
Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.
Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.
Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:
-No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!
Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.
“¡Está borracha!”, suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.
Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:
-¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.
Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:
-Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta-velas, lo único que haré es estorbar.
 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:
-¡Llévate a la rubia que tienes al lado!
Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.
El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:
-¡Porqué esta noche sea larga y divertida!
Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.
Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.
El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.
Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.
Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.
No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.
Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.
Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.
 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:
-Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.
Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:
-Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.
Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.
Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.
 
Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.
 
A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.
Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.
Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.
Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:
-Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.
Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.
-Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!- me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.
-Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha- respondí disfrutando de mi dominio.
Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.
-No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.
Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:
-¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!.
Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:
-Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…
La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.
La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.
-Sí, no te preocupes- escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.
Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.
-¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?
Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.
Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:
-He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.
Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.
Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.
-¿Qué has dicho?
Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:
-Fóllame, ¡Lo necesito!
Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.
-¡Me encanta!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre la toalla.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 
Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.
-¡Me encanta!- me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.
-¡Serás puta!- contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:
-¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.
Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.
Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.
“Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella” pensé mientras la miraba.
¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:
-¿Ahora qué?
Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:
-¡No pienso dejarte escapar!- 
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:
-Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.
-¿A mí solo?- pregunté con la mosca detrás de la oreja.
-No, también quiere que vayamos Martha y yo- y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: -Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.
Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:
-¿Sabes lo que quiere el viejo?
-Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…- contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: -También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.
Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada en una playa 2” (POR GOLFO)

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Esa tarde habíamos quedado con Mr. Goldsmith, el gran jefe de la empresa farmacéutica donde trabajábamos tanto mi cuñada Nuria como yo. El motivo de la reunión era doble: Por una parte, el viejo quería repetir la orgía de la noche anterior en la que obligó a la hermana de mi mujer a hacerme una mamada, pero por otra era, quería comunicarme mi ascenso.
Para los que no hayáis leído mi relato anterior,  la zorra de mi cuñada había caído en su propia trampa. Sabiendo de la amistad que D. Arthur tenía conmigo, me obligó a presentárselo sin saber que ese anciano era un auténtico voyeur, disfrutaba de sobre manera mirando mientras otros follaban.  Sin saber dónde se metía, insistió en acompañarme cuando el jefe me invitó a tomar una copa en su yate y allí, la situación le sobrepasó:
Su idea era acostarse con él pero las circunstancias la obligaron primero a tener sexo con otra mujer y luego a mamarme el miembro mientras el puto viejo la miraba. Gracias a ello, no solo pude liberarme de su chantaje sino que grabándola con el móvil, se convirtió ella en la victima. Esta mañana, le hice saber que tenía ese video y la guarra de ella no pudo evitar que le estrenara ese culo con el que tantas noches había soñado en la playa.
Curiosamente, disfrutó de sobre manera del sexo anal y por eso mientras hacía  tiempo para que  llegase el momento de recogerla en su habitación, no pude más que rememorar en mi mente lo ocurrido. Aunque me constaba que la sumisión mostrada por esa zorra del demonio era en gran parte ficticia y que si tenía la oportunidad de joderme la vida, lo haría sin pestañear, decidí  hacer buen uso de ella mientras pudiera. Por eso antes de pasar por ella decidí pasar a un sex-shop a comprar una serie de artilugios con los que disfrutar tanto de ella, como de Martha, la inglesita que iba a acompañarnos.
Conociendo como conocía a Mr. Goldsmith, no me quedaba duda alguna que el jueguecito que le tenía preparado sería de su gusto. Ese yanqui era un pervertido de libro y en cuanto se enterara del papel que tendrían que desempeñar esas dos mujeres, no solo se mostraría de acuerdo sino que colaboraría para que se llevara a cabo. Por otro lado, Martha tampoco me daría problemas porque esa rubia era un hembra insaciable desde el punto de vista sexual que siempre había disfrutado, como una cerda, de mis más locas ocurrencias. Respecto a Nuria, me la sudaba lo que pensara. Con esa grabación en mis manos, no podría negarse y por eso   tenía seguridad en el éxito de mi plan.

Como todavía me quedaba dos horas, decidí ir al área de relax del hotel. Gracias a que era un establecimiento de máximo lujo, esa zona estaba compuesta de sauna, jacuzzi y demás instalaciones pensadas para el confort de sus huéspedes. Os juro que cuando tomé la decisión de ir, lo hice pensando en que me vendría bien un poco de calor para sudar el alcohol de la noche anterior pero nunca supuse lo que la suerte me tenía reservada.

Ya desnudo y con una toalla alrededor de mi cuerpo, me metí en la sauna. No llevaba ni cinco minutos, soportando la sana tortura de ese calor artificial cuando vi entrar en la misma a Hilda, una alemana de la delegación de Berlín. Conocía a esa mujer desde hacía años pero apenas habíamos hablado durante todo ese tiempo. Tampoco había hecho ningún intento por mi parte porque, aunque era una mujer mona, sus casi dos metros me coartaban bastante.  Contrariamente a la lógica, cuando vio que había otra persona en ese cubículo y que para colmo el susodicho no era otro más que yo, en vez de retirarse discretamente, me sonrió y obviando nuestra vestimenta, se sentó en la tarima de enfrente y me saludó, diciendo:
-Felicidades Manuel.
Al oírla comprendí que la noticia de mi  nombramiento, aunque seguía sin ser oficial, era vox populi y haciéndome el inocente, le pregunté a qué se refería. Mi contertulia ya debía saber que yo iba a ser su superior porque poniendo una voz dulce, me respondió:
-Ya me he enterado de que te han nombrado director para Europa y quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Aunque sus palabras eran corteses, su tono escondía una sensualidad, teñida de sumisión, que no me pasó inadvertida. Alucinado por la actitud de semejante mastodonte, decidí ir con paso cauto no fuera a ser que antes de ser nombrado ya tuviese mi primer incidente con una subordinada. Por eso, adoptando un gesto serio, se lo agradecí sin más y me puse a pensar en los pasos que tendría que dar esa misma tarde.
La teutona viendo mi reacción y quizás intentado que diera el siguiente paso, dejó caer por su cuerpo la toalla en la que estaba envuelta, permitiendo que sus enormes pechos quedaran a la vista. Os reconozco que la muy puta consiguió fijar mi atención porque jamás en mi vida había visto unos pitones semejantes. Haciendo un cálculo estimado, pensé:
“¡Deben de pesar al menos cinco kilos cada uno!”

A pesar de que claramente estaba recorriendo su anatomía con la mirada, Hilda no se tapó sino que incluso alegando el calor que hacía cogió agua de un recipiente y se empezó a untar con ella las tetas. El tamaño de sus areolas iba en concordancia con el resto de sus pechos y aunque sea difícil de creer, estimé que al menos debían medir ocho centímetros de diámetro.
“¡Menudos pezonacos!” exclamé mentalmente mientras pensaba en cómo sería mamar de las ubres de esa vaca lechera.
La alemana, sabiéndose observada, no se cortó un pelo y cogiendo uno de sus pezones, lo pellizcó mientras me preguntaba:
-¿Tiene algo que hacer esta noche? Me gustaría salir a celebrar tu ascenso.
Os podréis imaginar mi cara al escuchar de los labios de esa mujer una insinuación tan evidente. Siendo apetecible su sugerencia, ¡Había quedado!. Por eso casi tartamudeando de puro nerviosismo, me disculpé con ella aduciendo una cita anterior. La rubia escuchó mi excusa con manifiesto desagrado pero sin dar su brazo a torcer, me dijo:
-Aquí hace mucho calor, ¿Te apetece que vayamos al jacuzzi?- tras lo cual dejando la toalla en su asiento se levantó completamente en pelotas.
“¡La madre! ¡Está bien buena!”, tuve que aceptar al comprobar que aún siendo enorme esa mujer estaba perfectamente proporcionada pero sobre todo al admirar que su enorme culo cuando dándose la vuelta, abrió la puerta de la sauna.
-¿Vienes?- preguntó con un tono tal que no me pude negar.
Sin darme cuenta de que mi pene se había rebelado, me levanté de mi sitio. La rubia se me quedó mirando la entrepierna, tras lo cual, se pegó a mí. Avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano esa guarra me llevaba unos veinte centímetros.
“Soy un enano a su lado”, pensé.
Si se dio cuenta de mi cara de susto, no le demostró. Mientras tanto no podía dejar de observar lo descomunal de los pechos de esa dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de ellos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que ni siquiera tapaba una cuarta parte de su superficie y ya francamente interesado, me dejé llevar por la situación y pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, se encogió poniéndose duro al instante.
Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque riendo me dijo:
-Son enormes-.
Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón. Hilda en absoluto molesta, aprovechó la circunstancia para darme un suave beso en sus labios. Al sentir su caricia, abrí mi boca dejando que su lengua jugara con la mía y de esa manera tan sensual, rompimos el hielo y esa mole se mostró dispuesta a compartir conmigo algo más que trabajo.
Os confieso que fue una sensación extraña el estar abrazado a una hembra tan alta. Pero echando por suelo la visión preconcebida que tenía de las alemanas, esa rubia se comportó de un modo tan dulce que mi pene que se había mantenido medio erecto, se elevó a su máxima extensión.
No contenta con esas suaves caricias, Hilda me llevó hasta el jacuzzi y sin darme opción a negarme, me depositó dentro de la burbujeante agua. Acojonado por la lujuria que leí en sus ojos, no pude evitar que cogiéndome me colocara entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Ni que decir tiene que sentir esos dos globos contra mi cuerpo, me gustó y y ya convencido, apoyé mi cabeza contra sus tetas. Hilda lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos. La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo, hizo que dándome la vuelta, metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara.
-Jefe, ¡Siga mamando!- me susurró sin poder un gemido al sentir mis dientes mordisqueando su oscuro pezón.
Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris. Como el resto de su cuerpo, su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque.
-¡Dios!- aulló de placer.
Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me rogó que la usara diciendo:
-Fóllame-
Su petición no cayó en saco roto y obligándola a levantarse sobre el jacuzzi, le di la vuelta. Fue entonces cuando colocándome tras ella, le metí un par de dedos en su coño mientras con la otra mano, masajeaba una de sus ubres.
-Eres una puta calentorra- le dije mientras abriendo la boca, le mordía en el cuello.
La alemana, al no estar acostumbrada a recibir insultos y menos  mordiscos, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo haberse equivocado al ofrecérseme. Su pasividad me dio alas y colocando mi glande en su coño, empecé a jugar con meterlo.
-Tócate, zorra- ordené.
Al notar que la mujer me miraba sin saber que hacer, llevé una de sus manos hasta su clítoris y dejándola allí, insistí:
-Mastúrbate-

Liberada por mis palabras, separando sus labios, se comenzó a masturbar. Dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella y con la respiración entrecortada, esperó a que mi pene entrara en su interior para correrse ruidosamente. Al comprobar que esa puta, había llegado al orgasmo sin haber empezado todavía a moverme, supe que acababa de ganar una escaramuza pero tenía que vencer en esa batalla.

Directamente la penetré y saboreando mi triunfo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y sin dejarlo descansar seguí machacándolo con mi pene mientras Hilda no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó de improviso y gritando su placer, me rogó:
-¡No puedo mas!
Sin darle tregua, ralenticé mis penetraciones para disfrutar de su mojado conducto.  La mujer sollozó al sentir el cambio de ritmo y sacando fuerzas imprimió a sus caderas un ligero ritmo mientras me pedía que acelerara. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y entonces convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al experimentar mi ataque.
-¡Muévete! ¡Puta!
De nuevo, mis insultos la hicieron experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre el jacuzzi. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.
Agotado, me tumbé a su lado. Hilda me cogió entre sus brazos y sonriendo, me preguntó:
-Cuando vayas a Berlín ¿Me dejarás ser nuevamente tuya?
-Por supuesto- respondí satisfecho por la pasión que había demostrado.
La gigantesca mujer posó mi cabeza en su pecho y feliz por haber conseguido convertirse en la amante de su futuro jefe, me informó:
-¡No te vas a arrepentir! Soy una mujer sumisa y fogosa.
La zorra de mi cuñada me da una sorpresa.
Al llegar a mi cuarto, miré el reloj y me percaté de que había perdido mucho tiempo y solo me quedaba un cuarto de hora para tener que ir a recoger a las dos mujeres. Por eso, me metí rápidamente a duchar para no llegar tarde, gracias a ello, diez minutos después, estaba listo y recogiendo una bolsa donde se encontraban los juguetes que había comprado en el sex-shop, salí en busca de Nuria.
Lo que no había previsto es que como la coqueta que era, mi cuñada no estuviera lista cuando toque a su puerta. Su retraso me permitió repasar mis planes, aunque sabía que la supuesta aceptación de esa zorra de mi ascenso era fingida o al menos interesada, iba a aprovecharla. Por parte de Arthur, no me cabía ninguna duda de que ese pervertido iba a disfrutar con ellas y en cuanto a Martha, la inglesa, no tenía nada que temer por que no solo era una calenturienta de órdago sino que además estaba de mi parte. Estaba todavía meditando sobre ello, cuando Nuria salió de la habitación.
Confieso que me cogió despistado y por eso, me sorprendió verla salir vestida así. Os juro que si esa guarra hubiese salido medio desnuda o incluso si hubiese aparecido encorsetada en un vestido medieval, no me hubiese sorprendido tanto como verla disfrazada de colegiala.
No le faltaba nada del estereotipo que adjudicamos a las niñas de un colegio. Lo creáis o no, Nuria salió luciendo gafas de pasta, una camisa blanca, falda escocesa a cuadros y medias blancas a mitad del muslo. Nada más verla comprendí que gran parte de lo que había adquirido esa mañana no me servirían de nada y por primera vez, temí que ese engendro del demonio fuera capaz de sacarme la delantera.
Sonrió al ver mi embarazo y tratando de profundizar en él, giró sobre si misma mientras me modelaba su conjuntito:
-¿Estoy guapa?- me preguntó coqueteando descaradamente.
Fue entonces cuando me percaté de un detalle que me había pasado desapercibido: “Esa zorra llevaba bragas de perlé!
Aunque ese complemento le iba al pelo, no pude dejar de pensar como lo había obtenido porque las madres de hoy en día, ya no obligan a sus hijas a llevar semejante prenda y si alguna lo intenta, tenía seguro que en cuanto lo intentara su retoño se revelaría.
-¿No te gusto?- insistió haciendo un berrinche.
-Mucho- respondí- se te ve muy…. juvenil.
Encantada por haberme sorprendido, se agarró a mi brazo y juntos fuimos a por Martha a su cuarto. Al salir mi segunda acompañante, comprendí que no era casual y que ambas putas lo tenían planeado, porque la rubia salió vestida exactamente igual que mi cuñada.
“Mierda”, maldije, “en cuanto las vea, a Arthur se le va a hacer la boca agua”. Si una ya era de por sí, excitante, dos colegialas unidas eran una tentación difícil de soportar. “Cualquier miembro de la especie humana se excitaría con esa imagen”.
Tratando de encontrar una salida y que esas dos no marcaran el ritmo de esa noche, comprendí que aunque no lo supieran esos disfraces en nada cambiaban mis planes porque podían ser complementarios. Más tranquilo, cogí a la hija de la gran puta de Nuria y a la hija de la gran Bretaña de Martha y abrazado a ellas, me dirigí hacia el ascensor. Aprovechando el momento, dejé caer mis manos por las cinturas de ambas y con descaro, empecé a manosear esos dos esplendidos culos.
Mi cuñada, contra todo pronóstico, se pegó a mí y mientras me daba un beso en la mejilla, me dijo:
-¡Quita inmediatamente la mano del trasero de Martha!  ¡Esta noche eres mío!
Mi desconcierto fue todavía mayor al cerrarse las puertas, porque aprovechando que estábamos solos los tres en ese estrecho habitáculo, dándose la vuelta, empezó a restregar sus nalgas contra mi entrepierna, diciendo:
-¡Qué ganas tengo que repitas lo de esta mañana!
Como podréis suponer y sobretodo perdonar, la imagen que dí al salir al hall del hotel fue francamente ridícula. Franqueado por dos  tremendos ejemplos de mujer, disfrazadas de niñas, y yo con el pito señalando al norte. Para colmo, tanto Nuria como Martha no dejaron de saltar y de pegar chillidos imitando a una fans mientras cruzaba el salón rumbo a la salida.
-Dejad de hacer el tonto- les pedí al advertir que todo el mundo nos miraba.
Pero ellas, contagiándose una a la otra, se dedicaron a atraer todavía más la atención, bailando mientras salían. La vergüenza que pasé fue inmensa y tirando de ellas, les conminé a darse prisa. Los doscientos metros que nos separaban del embarcadero donde mi jefe tenía su barco, me parecieron kilómetros y por eso no descansé hasta llegar a la pasarela que daba acceso al yate.
Arthur nos esperaba en la cubierta y tal y como había previsto y temido, al contemplar a esas dos con semejante disfraz, se excitó y perdiendo la compostura, les ayudó él mismo a subir a la embarcación. El entusiasmo del anciano les hizo saber que habían acertado y sacando ambas de sus bolsos una piruleta, la empezaron a lamer en plan obsceno.
Mientras el viejo las llevaba dentro, me quedé pensando en la actitud posesiva que mostraba mi cuñada y sin llegármela a creer, empecé a dudar de si me convenía estar con ella. Los gritos de alegría de ambas me hicieron salir de mi ensoñación y entré a reunirme con ellos.
La escena con la que me encontré no pudo ser más elocuente de cómo se iba a desarrollar esa noche. Arthur estaba regalándoles una joya a cada una, mientras estas se arremolinaban a su alrededor.
“¡Estoy jodido!” pensé temiendo incluso que mi nombramiento fuera papel mojado.
Nuria al verme llegar, se pegó aún más al anciano y sin dejarme de mirar, le dijo:
-Profesor, ¿Qué lección va a explicarnos hoy?

Totalmente imbuido en su papel, Arthur en vez de explicarles algo, las obligó a sentarse en dos taburetes y comenzó a hacerles preguntas de todo tipo. Ambas mujeres fueron contestando acertadamente pero en un momento dado, Nuria respondió mal a una de ellas y entonces el tipo la cogió del brazo y colocándola en sus rodillas, le empezó a azotar suavemente.

Curiosamente, la cara de mi cuñada no era de satisfacción y viéndolo Martha, intervino diciendo:
-Profe, ¿Si fallamos o nos portamos mal, usted nos castigará?
-Por supuesto- respondió nuestro jefe.
Entonces, poniendo una cara de zorrón desorejado y a propósito, tiró nuestras copas. Arthur comprendió que era parte del juego y sustituyendo a Nuria por la inglesa, le propinó una serie de duras nalgadas en su trasero. Mi cuñada una vez liberada y sin pedir mi opinión se sentó sobre mis rodillas, mientras me decía:
-Aunque apenas la conozco, Martha es una buena amiga. Me ha salvado de ese cerdo porque sabe que esta noche quiero ser nuevamente tuya.
Reconozco que aunque con esa frase, me acababa de confirmar mis peores augurios, el sentir su piel contra mis piernas me hizo calentar y empecé a acariciarla por debajo de la falda. Nuria al percibir que debajo de su cuerpo, iba creciendo un bulto que segundos antes no estaba, sonrió y pegando sus nalgas contra mi entrepierna, se empezó a frotar como hembra en celo.
-Eres una puta- le susurré mientras con una mano, acariciaba sus pechos.
Mi cuñada, más alborotada de lo que se suponía debía estar, dejó que mis dedos desabrocharan su camisa sin dejar de hacerme una paja con su culo. Su insistencia consiguió que mi miembro se alzara hasta su máxima extensión y sabiendo que había logrado, llevó su mano hasta mi bragueta.
-¿No vas demasiado rápido?- le pregunté al sentir que bajándola, sacaba a mi miembro de su encierro.
-¿Tú crees?- contestó separando con dos dedos sus bragas y colocando mi pene entre los labios de su sexo sin meterlo.
La humedad que envolvió mi verga me alertó de que esa zorra estaba totalmente cachonda y antes que lo pudiese evitar, se empezó a mover haciendo que se deslizara rozando todo su sexo por el exterior. Al sentirlo, comprendí que estábamos dejando a un lado a la otra pareja y aunque lo que realmente me apetecía era follarme a esa mujer, decidí hacer partícipes a los otros de nuestra calentura, diciendo:
-Jefe, ¡Su pupila está bruta! 
Arthur nos miró de reojo y al descubrir lo que estábamos haciendo, cogió a Martha del pelo y la obligó a colocarse entre nuestras piernas. La inglesa supo cuál era su cometido y por eso, nada más arrodillarse a los pies de Nuria, le sacó por los pies las tan nombradas bragas de perlé y sin más hundió su cara en su entrepierna.
-¡Dios!- gimió la morena al sentir la lengua de su amiga recorriendo los pliegues de su sexo y sin esperar a nada más, se ensartó usando mi pene como herramienta.
El modo tan lento en que se empaló, me permitió sentir cada centímetro de su conducto abriéndose para dejar pasar mi polla dentro. Con auténtica urgencia, mi cuñada consiguió embutírsela completamente y solo cuando sintió que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, se quedó satisfecha y dejándose caer sobre mí, me dijo:
-Desde anoche sueño con esto: Estar siendo follada por ti mientras tu antigua amante me mama el conejo.
Lo extraño, no fueron sus palabras sino que se quedará quieta mientras la rubia daba cuenta de su coño. Decidido a participar de algún modo, terminé de quitarle la camisa y con mis manos me apoderé de sus pechos. Si en un principio mis caricias fueron suaves, poco a poco fui elevando su intensidad y llevando mis dedos hasta sus pezones, fui incrementando la presión de mis yemas hasta que el pellizco la hizo gritar de placer.
Sé que también influyeron los lametones de Martha pero lo cierto es que mi cuñada, involuntariamente separó sus rodillas, momento que aprovechó la inglesa para torturar su clítoris con un mordisco. Ese triple ataque demolió sus defensas y pegando un berrido se corrió sobre mis pantalones.
-¡Me encanta!- aulló y dando vía libre a su lujuria, comenzó a moverse usando mi pene como montura.
Su cabalgar impidió que Martha siguiera lamiéndole el coño y queriendo seguir colaborando en el placer de mi cuñada, se incorporó y sustituyó con su boca a mis dedos en los pechos de la morena. Arthur que hasta entonces se había quedado en un segundo plano, aprovechó la feliz circunstancia para bajarle las bragas a la rubia y de un certero pollazo desflorar su culo.
La Inglesa gritó al sentir la herramienta del anciano forzando su ojete, pero en vez de quejarse, besó a mi cuñada en la boca. Nuria respondió con pasión y sacando la lengua, jugueteó con la boca de la rubia mientras su sexo nuevamente se licuaba. Al sentir que por segunda vez, la zorra de mi cuñada se había corrido y que yo todavía no lo había hecho, cogiéndola de los hombros la empalé con más fuerza.
-¡Qué gusto!- chilló la morena confirmando a los cuatro vientos que le encantaba ser follada por mí y convirtiendo sus caderas en una batidora, buscó mi placer antes que el suyo.
Para ese momento, la edad de nuestro jefe le pasó factura y derramándose en el interior de Martha, eyaculó dejándola insatisfecha. La inglesa comprendiendo que no debía ni podía echárselo en cara, berreó como si hubiese llegado al clímax aunque luego me reconocería que se había quedado insatisfecha. La verdad es que el viejo se lo creyó y separándose de ella, se sentó en un sofá a observar como seguía follándome a mi cuñada.
Ya liberada de sus obligaciones, la rubia se concentró en Nuria y cogiendo sus pezones entre los dedos, los pellizcó mientras le susurraba al oído:
-¡Me debes una!
Mi cuñada que para entonces estaba absolutamente poseída de la lujuria, le prometió que en cuanto acabara se dedicaría a ella. Al oír que entre esas dos iban a regalarnos un show lésbico fue más de lo que pude soportar y pegando un alarido, eyaculé dentro de su vagina. La que ya consideraba mi morena, al ver rellenado su sexo con mi simiente, buscó ordeñar mi miembro con mayor énfasis hasta que agotada se dejó caer sobre mi cuerpo.
Después de descansar unos minutos, me fijé que Arthur estaba realmente cansado, sus ojos se le cerraban producto de dos días de juerga y acercándome a él, le pregunté si estaba bien. El yanqui se incorporó en su sillón y con gesto fatigado, me contestó que estaba hecho trizas.
-¿Quiere que nos vayamos?- pregunté un tanto preocupado.
-Para nada, hoy sois mis invitados- tras lo cual nos  enseñó un gigantesco camarote, diciendo: -Quedaros hoy a dormir aquí.
Y saliendo hacía el suyo, me dejó con esas dos mujeres sin saber qué hacer.
Mi cuñada demuestra lo putísima que es.
Una vez en la tranquilidad de nuestro alojamiento, abrí una botella de champagne para celebrar con mis acompañantes el éxito de nuestra velada. Aunque para nada se parecía a lo que había planeado, no podía negar que  nuestro jefe se había visto encantado porque jamás en los años que le conocía, se había tirado a nadie. Como mucho había permitido que le hicieran alguna que otra mamada.           En cambio, esa tarde se había follado a la inglesa.
-¡Por vosotras!- brindé levantando mi copa- Estoy orgulloso de las dos.
Las mujeres recibieron mi felicitación con una sonrisa y mirándose entre ellas llegaron a un acuerdo tácito. Supe en qué consistía al verlas llegar a mí y pegando sus cuerpos al mío, comenzar a desnudarme.
-¿No estáis cansadas?- pregunté soltando una carcajada.
Mi cuñada me contestó:
-Todavía no- tras lo cual me empujó sobre la cama.
Entre las dos me quitaron los pantalones y la camisa, dejándome casi en pelotas. Con mi bóxer como única vestimenta, creí que había llegado la hora en que tuviera que satisfacer a ambas. Cuando ya creía que como una jauría se lanzaría contra mí, Nuria puso música y cogiendo de la mano a la inglesa, se pusieron a bailar.  No tardé en observar como, con sus cuerpos totalmente unidos, las dos muchachas iniciaban un sensual baile, teniéndome como testigo.  Sus movimientos cada vez más acusados me demostraron que ambas los deseaban.
Mi cuñada tomando la iniciativa, cogió la cabeza de su acompañante y aproximó sus labios a los ella. El brillo de los ojos de Martha me informó de su excitación cuando su dueña, abriendo la boca, dejó que la lengua de Nuria  entrara en su interior.   Con sus dorsos pegados mientras se comían los morros una a la otra, siguieron bailando rozando sin disimulo sus sexos. Para aquel entonces, los corazones de ambas estaban acelerados y más se pusieron cuando oyeron mi siguiente orden:
-¡Quiero ver como os amáis!
Actuando al unísono, Nuria desabrochó la blusa de la rubia. Me encantó disfrutar del modo en que sus pezones ya duros se clavaron en los pechos de la mujer que tenía enfrente. La inglesa no pudo  evitar que de su garganta brotara un  gemido de deseo al sentir la mano de la que ya consideraba su amiga recorriendo su trasero.
Aunque su entrega se iba desarrollando según lo planeado, comprendí al ver el nerviosismo de la rubia que como se había quedado insatisfecha, estaba sobre excitada. Por eso, para facilitar las cosas, me acerqué a mi cuñada y le susurré al oído:
-¡Fóllatela rápido!
La morena comprendió mis razones y mientras rozaba con su pierna la  encharcada cueva de la otra, cogió uno de sus pechos. Antes de seguir, la miró a los ojos y al vislumbrar deseo, decidió seguir. Desde mi posición, la observé bajar por su cuello y con suaves besos acercar su boca al pezón erecto de su víctima.  Completamente excitada, la rubia experimentó con placer la lengua de esa fémina recorriendo su rosada aureola.
-¡My God!- exclamó en voz baja.
Durante un rato, Nuria se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia pasada, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de su partenaire. Viendo que había conseguido excitarla y que Martha estaba preparada para dar el siguiente paso, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino alas bragas de perlé de la mujer.
Arrodillándose a sus pies, le quitó con ternura esa mojada prenda, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Linda obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad retiró a los hinchados labios de la rubia, para concentrarse en su  botón.

-¡Me encanta!- suspiró.

Esa confesión dio a Nuria el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos apoyadas en la cabeza de mi cuñada y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la mujer arrodillada. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina.
-¡Por favor! ¡Sigue!
La maniobra de Nuria hizo que Martha diera un chillido de deseo y sin dejar de mirarme, siguió masturbando a la morena, metiendo y sacando su dedo de ese coño. Desde la cama, observé a la morena separar aún más las piernas de la rubia mientras le lamía la parte interna de los muslos. La humedad que encharcaba el sexo de la rubia me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con su respiración entrecortada, esperó las caricias de la lengua de mi cuñada. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y se corrió dando gritos.
Os reconozco que me encantó ver que su cuerpo temblaba mientras Nuria no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua pero mas aún observar que una vez cumplida su promesa, Nuria se levantaba del suelo y poniendo cara de puta, me decía:
-Ahora, ¡Quiero mi ración de leche!
Nada más llegar a mi lado, me quitó los calzoncillos y frotando su cara contra mi sexo, me informó que pensaba dejarme seco.
-Tu misma- le respondí muerto de risa.
Habiendo obtenido mi permiso, mi cuñada abrió sus labios y mientras me acariciaba la extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló y succionó hacia arriba, humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, lamió mi glande y viendo que ya estaba listo, se dirigió a la inglesa diciendo:
-¿No me vas a ayudar?
La rubia sonrió acercándose se sentó a su lado. Comprendí que iba a ser objeto de una mamada a dos bandas por lo que separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Ambas mujeres ya se habían agachado entre mis piernas cuando mi móvil empezó a sonar en la mesilla.
Al ver que era mi mujer, antes de contestar, le dije:
-Es Inés, tu hermana.
Mi cuñada no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo y haciendo una seña a Martha, le dijo que empezara. Al rubia esperó a ver que ocurría pero al observar que su compañera con la lengua empezaba a lamer mi extensión, decidió no quedarse atrás y recogiendo en su boca mis testículos, colaboró con ella mientras yo seguía hablando por el teléfono.
“¡Será Puta!” pensé tratando de seguir la conversación con Inés. Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, quería saber cómo había salido el congreso.
-Estupendamente- le contesté- me han nombrado director para Europa.
La noticia, lógicamente, la agradó y tratando de saber más, me insistió que siguiera contándole como había sido. Explicarle mi ascenso era lo último que me apetecía hacer porque en ese momento y entre mis piernas, Nuria y Martha competían entre sí para ver cuál de las dos era capaz de absorber mayor superficie de mi miembro.
-¿Te importa que te llame luego?- le respondí poniendo por excusa una supuesta cita.
M mujer aceptó pero antes de colgar, me interrogó por su hermana.
-No te preocupes por ella- contesté – sé que tiene algo grande entre sus manos.
La puta de Nuria al oírlo sonrió y ganándole la partida a la inglesa, se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé pasmado por  su maestría. Martha viendo que mi cuñada se había apoderado de mi polla, cambió de posición y colocándose detrás de su oponente, le separó las nalgas y con la lengua le empezó a comer el ojete.
Afortunadamente, había colgado antes porque al sentir la morena la incursión en su entrada trasera, se dio la vuelta gritando:
-¿Qué haces?, ¡Mi culo es de Manuel!
Que esa mujer me diera en propiedad su trasero era atrayente pero comprendí que de alguna forma tenía que demostrarle quien mandaba por eso, tirando de ella le obligué a retornar a la mamada mientras le pedía a la inglesa que me acercara la bolsa que había traído.
Embarcada entre mis piernas, Nuria no se percató de que su amiga había vaciado el contenido en el suelo ni que siguiendo mis deseos había recogido y se había puesto un arnés con un enorme aparato. Viendo que ya lo tenía ajustado a sus caderas, le dije:
-Fóllatela.
Al oír mi orden, se giró pero nada pudo hacer porque la inglesa ya le había metido semejante instrumento hasta el fondo de su sexo.
-¡Joder!- gritó la morena al experimentar cómo su conducto era forzado brutalmente.
Tardé en advertir que Martha había malinterpretado mis palabras y que en vez de forzar su culo, estaba usando la vagina de mi cuñada. Cuando por fin me di cuenta, cabreado, me separé de las dos y les ordené que intercambiaran las posiciones. Si creía que eso iba a molestarlas me equivoqué porque Martha necesitaba que alguien se la follara y para Nuria, que nunca había usado uno, le resultó tremendamente morboso. Por mi parte confieso que, al ver a mi cuñada desnuda y con ese pedazo de herramienta, también me calentó. Parecía una preciosa shemale con tetas y pene. 
-Vamos a hacer un trenecito- descojonado les solté.
Martha no entendió mi frase, por lo que tuvo que ser la morena quien se lo aclarara diciendo:
-Manuel me va a follar mientras yo hago lo mismo contigo.
-Te equivocas- respondí corrigiéndola: -¡Te voy a dar por culo mientras té se lo rompes a ella!
Mis palabras le sonaron a música celestial y antes de que me diera cuenta, había obligado a la inglesa a ponerse a cuatro patas y sin preparación alguna, la sodomizó de un solo empujón. Como el culo de la inglesa ya había sido usado por mi jefe, no le costó absorber el impacto y desde el primer momento empezó a disfrutar como una perra. Gritando de placer le pidió que acelerara.  Mi cuñada que jamás había usado ese instrumento le costó coger el ritmo pero cuando lo hizo, no paró.
Mirándola a la cara, descubrí una luz en sus ojos que antes nunca había advertido y ya totalmente excitado me puse a su espalda. Al meter mis dedos en su sexo para embadurnarlos con su flujo, comprobé que chorreaba como nunca y por eso recogiendo parte, unté con él el orificio trasero de mi cuñada.
-¡Hazlo que no aguanto más-
Su calentura era tal que decidí hacerle caso y sin pensármelo dos veces, le clavé mi pene hasta el fondo de sus intestinos. El grito con el que recibió mi incursión me confirmó que me había pasado, pero en cuanto quise esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, Nuria reanudó sus movimientos metiendo y sacando el trabuco del arnés del culo de la inglesa y al hacerlo, provocó que el mío hiciera lo mismo con su ojete.
-¡Cómo me gusta!- berreó como loca  y al escuchar que también Martha estaba disfrutando, me gritó: -¡Sigue cabrón!
Esa nalgada fue el banderazo de salida y sincronizando nuestros cuerpos, entre los tres formamos una maquinaria perfecta sexual. Al sacar Nuria el aparato del culo de la inglesa, metía mi pene hasta el fondo de sus intestinos y al meterlo, se lo sacaba casi totalmente de su trasero.  Poco a poco, nuestro vaivén se fue acelerando hasta que lo que en un principio había sido pausado se convirtió en un movimiento desenfrenado de tres componentes.
La primera en correrse fue Martha que quizás por ser la que más tiempo llevando siendo sodomizada, se dejó caer sobre la almohada pegando un berrido. Su caída provocó la nuestra, de forma que tanto mi cuñada como yo nos vimos lanzados hacia delante siendo su ojete la víctima inocente de ese accidente:
-¡Qué bruto eres!- se quejó.
Haciendo caso omiso a sus gimoteos y sin compadecerme de ella, reinicié con mas pasión mi asalto. Mi cuñada al sentir que nuevamente forzaba su maltratado esfínter, me rogó que bajara el ritmo. Pero en vez de hacerlo, le solté una nalgada diciéndole:
-¡Muévete puta!
Mi insulto consiguió mi objetivo y con renovados ímpetus, Nuria movió sus caderas forzando aún más la profundidad de sus penetraciones. Para entonces, la inglesa ya se había repuesto y quitándole el arnés, se introdujo entre sus piernas. Mi cuñada para facilitar sus caricias, abrió un poco sus piernas pero a sentir su boca lamiendo con dulzura su clítoris mientras su ojete era violado brutalmente por mí, no pudo más y pegando un aullido empezó a correrse. Martha, ducha en esas artes, en cuanto observó el manantial que salía del sexo de la morena, con más ahínco, fue sorbiendo el maná que el destino había puesto a su disposición logrando prolongar el éxtasis de mi cuñada.
Mi cuñada enlazó un orgasmo con el siguiente hasta que no pudo más y desesperada me pidió que me corriera. Sus palabras fueron el acicate que necesitaba y con un último empuje, exploté dentro de ella rellenado su culo con mi esperma.
Agotado, me dejé caer en el colchón. Las dos mujeres satisfechas se colocaron cada una a un lado de mi cuerpo y abrazándome, descansaron durante unos minutos. Os juro que en ese instante, me sentí como un pachá rodeado de un harén sin importarme que una de sus miembros fuera la hermana de mi mujer.
Al cabo de un rato, Nuria se desperezó y mientras me daba un beso en los labios, me preguntó con voz picara:
-Manuel, ¿Qué otros juguetes me has traído?
Le enseñé las esposas y el látigo todavía sin estrenar. Muerta de risa, me soltó:
-¿A qué esperas para usarlos?
Tras pensarlo durante unos segundos….
“¡Comprendí que había creado un monstruo!”
 

Relato erótico: “Torrediente. (El caso del torero corneado)” (POR JAVIET)

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El caso del torero corneado.

   Hola amigos, me llamo Juan Lucas Torrediente y soy detective privado, trabajo desde hace años en esta gran ciudad nuestra, suelo ocuparme de investigar casos de infidelidades, espionaje industrial y temas de estafas a seguros, como verán es una ocupación un tanto repetitiva y algo tediosa, pues suele conllevar muchas horas de seguimientos y esperas, la mayor parte del tiempo dentro de mi coche siguiendo a espos@s infieles ó estafadores del seguro de accidentes y presuntamente semi-invalidos.
Me describiré brevemente, soy parecido a un célebre detective de películas españolas, con algo más de pelo y algo menos de tripa, la medio casualidad de apellidos es fortuita pero según algunos sospechosa.
   Recuerdo el día en que ocurrió la presente historia como si lo hubiese parido, estaba yo en mi oficina casualmente sin un caso en que trabajar y practicando uno de mis pasatiempos favoritos, un cacheo de narices (hurgándomelas en busca de mocos) pues acababa de pasar un fuerte resfriado, cuando se entreabrió la puerta acristalada donde unas letras pintadas decían J.L. Torrediente. Detective privado. Por allí asomo la testuz de mi casera/secretaria Lola diciendo:
–         Don hose luí, don hose luí, tiene un cliente.
Lola es andaluza, una morena rellenita de boca grande y ojos castaños algo fea de cara, tiene grandes tetas y es ancha de caderas pero no rechoncha, es cuarentona y algo tonta pues no consigo hacerla entender llevando un año de inquilino, que las iníciales de la puerta son de Juan Lucas, en lugar de José Luis como ella insiste en llamarme porque según dice me queda mejor, la tengo que tener de secretaria por narices, ya que al ser mi casera se adjudicó el puesto de secretaria, para poder cobrar la mensualidad a partir de los adelantos que me dan los clientes, a veces cuando es un mes malo se me cobra el alquiler en carne, cosa que sinceramente hace muy bien.
 Describiré brevemente su carácter y personalidad: EX. Ex casada, ex porrera, ex dependienta, ex madre, ex prostituta y un largo etcétera de ex, parece estar siempre dejando algo, espero ansioso el momento en que le dé por dejar de cobrarme el alquiler del despacho/apartamento en que vivo y trabajo.
Me levante de mi silla de oficina gris marengo con lamparones de sustancias diversas, para esperar de pie a mi cliente y así ocultarlos con mi cuerpo mientras decía:
–         Bien Lola, hágale pasar por favor.
Mientras ella se giraba y hablaba con alguien,  yo buscaba ansiosa e infructuosamente un kleenex para limpiarme los dedos, así que mientras me estiraba la camisa decidí dejar allí las muestras digitales de mis pesquisas nasales.
Unos 20 segundos después entro en mi despacho una figura conocida, era “El niño del estoque” el famoso torero, no puedo decir aquí su nombre sin exponerme a una demanda judicial, pero lo describiré 1,80 de alto, peso 70 kilos, de unos 35 años, cuerpo musculoso y sin nada de grasas superfluas, cara atractiva nariz larga y recta, pelo negro abundante y engominado p´atras, tenía sobre sus ojos una sola ceja tipo visera, que llegaba del uno al otro lado de su frente y que me recordó por su forma a la gaviota del pp solo que en negro.
Se situó frente a mí al otro lado del escritorio, tendiéndome su mano y estrechando firmemente la mía mientras decía:
–         Búeno día, don hose luí.
Para mejor comprensión del texto a partir de ahora, traduciré las frases con ayuda del diccionario andalú/castellano, editado por la junta de Andalucía bajo el sabio mandato del ex presidente Chaves y pagado con nuestros impuestos, sin ánimo de lucro o estafa por parte de dicha institución.
–         Buenos días ante todo sea usted bienvenido, mi nombre es Juan Lucas no José Luis pero dígame, en que puedo servirle.
Nos dimos un apretón de manos y le ofrecí asiento, tras observar el estado de mi mobiliario tomo asiento en el borde de una silla al otro lado de mi escritorio y retomamos la conversación.
–         Vera esto es para mí un poco difícil, deseo que investigue a mi actual 5ª esposa, pues sospecho que me engaña.
–         ¡No jo… robe! Excúseme, ¿Por qué cree usted que le engaña?
–         Pues verá, ya apenas jodemos, siempre tiene el móvil ocupado, sale mucho y vuelve tarde, generalmente con las ropas revueltas, a veces con la pintura de la cara corrida y manchas claras alrededor de la boca, suele llevar tanga al salir pero no al volver a casa, muestra irritaciones por prolongado roce de sabanas en la espalda, nalgas, codos, talones y rodillas, habla y gime en sueños, y llama mucho entre jadeos a un tal Oscar que como usted sabe no es mi nombre.
–         ¡Pero bueno, un hombre de mundo como usted sospechando! Eso no son pruebas, son vagas sospechas meramente circunstanciales, ¿dígame maestro, usted le ha dado motivos para serle infiel?
–         Pues no ¡claro que no! No hago nada fuera de lo corriente, sobo algún culete y me insinúo a toda tía que pasa a menos de 15 metros de mi, ¡a sí, lo olvidaba tengo una asistenta que me la chupa los lunes miércoles y viernes a media tarde después de la siesta!
–         Pero maestro, eso es normal en un hombre de su posición, pecadillos, bagatelas indignos hasta de ser mencionados.
–         Ya lo ve usted detective, nada raro pero además que en los círculos de amistades que tengo, la carencia de tales “pecadillos” seria mal interpretada.
–         ¿Cómo que mal interpretada? Ser fiel a tu pareja suele ser lo normal en cualquier matrimonio.
–         Mire señor Torrediente, estamos en un país donde ya se considera casi todo normal, pero si yo no tuviera esos “pecadillos” me tacharían de maricon y tendría que dejar el mundo de los toros, que como usted sabe es muy de machotes, casi igual que el del futbol, y mire que allí sí que… pero bueno, es la ley del mundo de hoy dominado por la propaganda.
–         Le entiendo, pero el “Lobby gay” es poderoso, ocultan a unos y airean a otros a conveniencia, sobre todo en la tele, realmente y pensándolo en serio me parece bien que se permita usted esos “pecadillos de faldas” para proteger su reputación y su carrera.
–         Muchas gracias, estimo y agradezco sus palabras, pero pasemos al motivo de mi visita.
–         Lleva usted razón, tiremos la paja y pasemos al grano, cuénteme el motivo de su visita.
Entonces “El niño del estoque” se incorporo un poco sacando del bolsillo de su chaqueta unas cuartillas de papel y una foto que me tendió por encima del escritorio, sentándose de nuevo mientras decía:
–         Esa es mi actual 5ª esposa, se llama Purificacion aunque en familia siempre la han llamado la Puri y en la empresa donde curraba de secretaria de dirección la decían la Puti, según ella porque sus compañeras eran muy mala gente, con el tiempo he empezado a sospechar que podían llevar algo de razón.
Mientras el hablaba yo miraba la foto, era de medio cuerpo de una morena con el pelo por los hombros y rizado, de cara atractiva y pómulos angulosos, llamaban la atención sus ojazos verdes y la amplia y carnosa boca que parecía pedir ser besada las 25 horas del día (si, la de canarias también)
–         En el folio le he puesto las horas y sitios donde va, en fin sus rutinas habituales para que me entienda.
–         Ya veo ya, entiendo que quiere que la siga y la tenga vigilada de cerca.
–         Si y averigüe todo lo que pueda de ella, quiero un informe detallado y a fondo especialmente si me los pone, quiero días, sitios, lugares y nombre del amante de mi Puri.
–         Entiendo que es para un divorcio o algo asi.
–         ¿Qué divorcio ni que niño muerto? La Puri dice que si intento divorciarme, irá a la tele al programa ese de cotillas el “Jódete deluxe” ya sabe.
–         Hostias, eso es más peligroso que un racista xenófobo armado y con licencia para matar a quien le salga de los coj…
–         Por eso mismo necesito pruebas concluyentes don José Luis, le pagare bien por el trabajo.
–         Será algo caro, por lo que leo en estos folios ella no toma café en el bar de la esquina ni va de compras al Lidl, por no mencionar el tenis ó las carreras de caballos.
–         Le pagare el triple de su tarifa habitual, y además ahora le daré 2000 euros extra como previsión de fondos para gastos, además de otros 3000 al acabar, en compensación por su silencio y discreción si acepta el caso.
Permanecí callado mientras lo pensaba y repensaba metódicamente, sopesando los pros y los contras del asunto que se me venía encima y lo que haría con el dinero, (ir de putas, renovar el abono del Atleti, comprar slips limpios) finalmente tras 10 segundos dije que aceptaba el caso.
–         Gracias muchas gracias, – dijo el torero levantándose y dándome una tarjeta con su teléfono añadiendo:
–         Me encontrara en este número.
Me levante y recogí la tarjeta mientras el sacaba del bolsillo y me tendía un fajo con 2000 euros en billetes de 50, recogí el dinero y nos estrechamos las manos cerrando el trato, tras de lo cual se giro sin pedirme recibo y salió diciendo:
–         Esperare ansioso su llamada cuando tenga listo el informe, no olvide sacar fotos o videos.
–         Descuide le llamare lo antes posible.
“El niño del estoque” salió de mi despacho cerrando la puerta, le escuche despedirse de Lola y salir de la oficina, unos diez segundos después mi casera/secretaria abría la puerta diciendo:
–         Vaya vaya, José Luís así que tienes dinerito fresco para pagar tus deudas, pues me debes dos meses de alquiler y varios “extras”
–         Mira Lola este dinero es para los gastos de la investigación ¡no se toca! Y con respecto al alquiler y los “extras” te recuerdo que precisamente es con esos “extras” con lo que te pago el alquiler, es decir en carne de barra.
–         Yo me refiero a comidas y lavado de ropa, necesito al menos 200 euros para ir al híper y comprar algo, ¿tú comes verdad?
Sabia de sobras como era Lola de insistente y sardónica cuando se ponía a ello, dado que tenía razón en lo del dinero y que hacía tiempo desde que se cobro el último alquiler en carne, decidí zanjar la cuestión a satisfacción de ambos, separe 200 euros del dinero recibido y se los tendí diciendo:
–         Está bien, llevas razón toma y compra lo que necesites de comida… y hablando de comida ¿no te apetece un anticipo de la siguiente mensualidad?
–         ¡Pues claro que si, sigue sentado machote!
Entonces Lola se agacho entre la mesa y mi sillón, con mano de experta desabrochó mi bragueta y saco mi polla, sobándola como hacia siempre es decir suavemente y con toda su experiencia de sus años de prostituta, en pocos segundos mi miembro alcanzó sus 19 cm y sus calientes manitas lo aferraban ansiosas iniciando una lenta paja mirándome a los ojos y sonriendo traviesa.
Al ver sus dientes irregulares (y alguno desaparecido) reaccione rápidamente y la empuje suavemente por la nuca para que comenzara a mamármela, era simplemente divina cuando lo hacía con toda su experiencia, para mí en ese momento era una diosa pues solo sentía placer viendo su melena negra moverse mientras ponía su feílla cara contra mi vientre y sentía su prominente barbilla contra mis pelotas.
En pocos segundos me tenia palote perdido y como la tengo de cabeza gorda, me hacia dar saltitos mezcla de placer y miedo cada vez que me arañaba con los dientes, según mamaba arriba y abajo con vicio, arte y salero sureño, decidí cambiar de postura antes de que me hiciera un surco en el miembro por culpa de sus irregulares piños, así que la separe un poco de mi haciéndola levantarse del suelo y dándola un ligero giro, la hice agacharse en ángulo sobre la mesa de despacho, ella se dejaba hacer moviendo su culo intentando parecer una niña traviesa.
Levanté el vestido y aparté su tanga rojo, veía su chochete medio peludo y su ano no muy prieto después de tantos años de putear por las calles, dirigí mi gordo nabo a su agujero marrón y empuje con ganas sin delicadezas pues sabía que a ella le gustaba así.
–         Ayyy cabroncete, hoy no me apetecía por ahí.
–         Bueno pues a mi si y como soy el que suelta el dinero… te callas pendón.
Un par de azotes en su culo reforzaron mi autoridad y la hicieron gemir, a la vez que se movía con más alegría.
–         Joder tía que suave se nota por dentro, ¿Quién decía que este bujero no se lubricaba solo?
–         No es lubricación don Hose luí, es que voy suelta, por eso hoy no me apetecía por ahí.
–         Pero mira que eres guarrilla Lola, ¡en fin ya que hemos empezado acabemos por el mismo lado!
Empuje a fondo sintiéndome hundir en sustancias diversas, en un momento dado entre dos vaivenes ella soltó un pedete húmedo y me salpico ligeramente la camisa, yo arremetí con más ganas follándola el culo con fuerza mientras ella gritaba entre jadeos:
–         Aaahhh mee mataaas hose luuui, que bieeeen me fooollaas rey morooo.
–         Jodoo tia deja de escandalizar o me paro.
–         Teee la cortooo a bocaadoos si te paraas ahora, maricooon mierdosooo.
–         Asi que maricon eh, pues toma cabrita, te voy a rellenar todita de leche. – yo embestía cada vez con más ganas y me sentía estallar de placer.
–         Aaaggg siii dameloooo todooo.
–         Toma y toma golfa mía. –Seguia dentro y rápido dándola rabo por el culo.
–         Me voooyy a correr hose luuuuui, no aguantoooo maaas.
–         Esperame puton que voy contigoo, damee un minuutooo.
–         Me voy me voyyy me voyyyy a chorrooos.
–         Y yo cerdita miiiia, mee corrooo en tu culoooo ahoraaa.
Mis chorros de blanco esperma llenaron su esfínter, pero como el hueco ya estaba ocupado parte de ellos salieron rebosando, manchándome las pelotas y el slip de una sustancia mas… distinta.
Pasamos al pequeño cuarto de baño y nos aseamos un poco usando el bidet de mano (cubo con agua) una vez seco con mi toalla de dos colores (blanca en los bordes, gris y algo todo lo demás) me cambie de camisa y saque un slip medio limpio de mi archivador (están en la letra S) me puse otros pantalones y tras recoger mi documentación, los datos de la maruja del matador, mi cámara digital y el dinero, después me fui a la calle.
Como lo primero es lo primero, pase por el bar a liquidar los casi 300 euskos de cubatas que debía al Manu, ya de paso me tome un par de cañas y unas tapitas por recuperar fuerzas, luego me fui a la tienda de ropa de los “Primos Heredia” donde me agencie un estupendo traje oscuro y una camisa a rayas por 50 eurazos, seguidamente me pase por un chino y compre una de esas corbatas guais de un euro, ya de paso y curioseando me eche un poco de colonia de un expositor de muestras.
Salí de allí hecho un señor, trajeado, encorbatado y bien follado, oliendo a… ¿lavanda? Decidido a tirar la casa por la ventana, pare un taxi y le di la dirección del club de campo donde paraba a esas horas la churry de torero, apenas ponernos en marcha el taxista dijo:
–         Yo tenía un coche antes, que olía por dentro igualito que usted por fuera.
–         Que gracioso eres, ¿sabes? conocí una vez a un taxista al que le partieron los hocicos por bocazas, apea la charla que no soy guiri y tira donde vamos sin dar vueltas.
En 15 minutos estábamos en la puerta del club de campo, pague al taxista y le pregunté:
–         Oye ¿admites propinas?
–         ¡Si claro!
–         Pues toma, para que fumes. –Dije poniéndole en la mano mi mechero viejo y gastado.
–         ¡Gilorio, capullo!
Según salía del taxi le mostré mi corbata diciendo:
–         ¿Ves esta?
–         ¡Si qué pasa?

–         Es regalo de tu mujer.
Cerré de un portazo que hizo bambolearse el coche, mientras el taxista juraba hasta en arameo de puro cabreo, entre en el club y me dirigí al bareto de lujo que tenían allí montado, apenas había gente en el local a esa hora pues la mayoría estaban jugando al tenis o al golf, no tardo en acercárseme una tía vestida de pingüino con pajarita y todo diciendo:
–         Buenos días señor, ¿qué le pongo?
–         Jodoo si la verdad es que si. –Respondí mirando el bulto que la formaban sus dos enormes tetas por debajo de la camisa.
–         Quiero decir de beber. -Dijo ella sonrojándose al notar donde se dirigía mi mirada.
–         En eso estaba pensando precisamente pero entretanto… ponme un cubata con mucho ron y poco hielo.
Mientras volvía mi chica-pingüino con mi bebida, me entretuve viendo la fauna local, vi entrar a una vieja cacatúa bien vestida acompañada por su animal domestico de compañía, el típico chulito cachas con gafas enormes y pelo en crestita, mas allá un sesentón haciendo la rosca a su nueva secretaria de no más de 25 añitos, tan bien puestos como sus operadas tetas y mas allá dos cuarentonas feíllas, muy enrolladas y riéndose tontamente de algo de una revista.
 Continuara…
———————————————
Perdón si he molestado a alguien con el rollo escatológico, pero va con el personaje.
Además ya sabéis la frase: “El sexo solo es bueno si es sucio”
Se admiten comentarios.…¡SED FELICES!
 

“Sometiendo a mi jefa” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Una casualidad hace que un empleado de entere de un secreto de su jefa. Asqueado con la vida y con el modo tan despótico con el que le trata esa mujer, decide chantajearla. A través del placer y de la tecnología, logra convertir a esa zorra y a su secretaria en sus sumisas. 

 

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/Sometiendo-jefa-Fernando-Neira-GOLFO-ebook/dp/B010BUG08E/ref=sr_1_5?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1435311828&sr=1-5

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es más sé sin lugar a dudas  que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.

Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos.  En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo. Jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.

Soy un amargado.  Con un  coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología.  Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.

Pero aun así me considero afortunado.  

Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.

Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.

Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.

Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

« Será puta, seguro que son para ponerle verraco a un semental», me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada más pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de  ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.

 « Coño, ¡Qué gilipollas soy! Esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es uno de los juegos que practican», pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.

 Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.

Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.

Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

― Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá.

― Vete a la mierda.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia.  Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía  cosas más importantes en las  que pensar.

― ¿Qué haces?―  preguntó al verme tan atareado.

― Se llama trabajo,  o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

― Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa  apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y  que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.

Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.

En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. « Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando», pensé desanimado, « qué idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía».

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner  a funcionar en veinte segundos.

Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

« Catorce, quince, dieciséis…», estaba histérico, « dieciocho, diecinueve, veinte».

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.

Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería.  No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.

Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba  a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.

Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.

― Deja de jugar, si quieres algo me llamas―  la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.

« ¡Qué previsibles son los humano! Si no me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina», me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. « Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda».

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.

A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.

Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

« Ya solo queda ocuparme del correo». Una de las primeras decisiones de la guarra fue  instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy  así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.

No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. « Se lo tienen merecido por no valorarme», sentencié cerrando el ordenador.

Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.

Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.

Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a  anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al  traste, pero confiaba en la lujuria que su fama  y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.

Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N― 414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.

Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. « Creo que no te las has quitado, so puta», pensé muerto de risa, « ¿sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra? Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición».

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

― ¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!―  protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

« ¡Esto no me lo esperaba!», sentencié al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. « ¡Son lesbianas!», confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. « Esto se merece una paja», me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en  tener  los pechos desnudos  de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una  cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa.  Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

« ¡Qué bien me lo voy a pasar!», mascullé mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón. « Estas putas no se van a poder negar a  mis   deseos». Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!


Relato erótico: “Maquinas de placer 12” (POR MARTINA LEMMI)

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Suspendida en antigravedad, la cuadrilla de cópteros, ahora reducida en uno, seguía formando un semicírculo en torno al Merobot, que se hallaba de pie y exultante sobre la torre de la terraza del edificio Vanderbilt, desprovisto el mismo ahora de mástil y estandarte.  No hacía falta escudriñar por detrás de los cristales de los habitáculos para darse cuenta de cuán anonadados y perplejos se hallaban los pilotos tras lo ocurrido; estaba descontado, y el androide también lo sabía, que de un momento a otro recrudecería el ataque, máxime considerando que era uno de sus compañeros quien acababa de perder la vida… La solidaridad vengativa suele ser característica de quienes integran fuerzas del orden…
La inminencia del ataque quedó confirmada cuando uno de los cópteros abrió repentinamente el fuego siendo, obviamente, seguido por los demás.  Ahora disparaban sin miramientos contra el robot mismo y no se trataba ya de fuego de amedrentamiento.  La lluvia de proyectiles arreció sobre el mismo quien, buscando preservar la integridad de su cerebro positrónico, tendió a poner el antebrazo por delante de su cabeza a los efectos de cubrirla, pues ése sería, obviamente, el principal blanco de ataque buscado por los pilotos de los cópteros.   Sus circuitos, una vez más, chisporrotearon e incluso varias “heridas” fueron salpicando su piel en varios puntos; aun así y contra todas las adversidades, el robot seguía funcionando aunque desde hacía rato inestable y desequilibrado.  Los cañones centrales de los cópteros comenzaron a moverse y el androide supo de inmediato que el siguiente paso sería arrojarle proyectiles calóricos contra los cuales verdaderamente nada podría hacer por más que se cubriese su cabeza con el antebrazo: que uno solo de ellos lograra penetrar en cualquier zona de su cuerpo sería suficiente como para socarrarle por dentro y dejar definitivamente frito su cerebro positrónico.
Un zumbido se hizo oír por encima de su cabeza y el Merobot, al levantar la vista, notó que el mismo provenía del parque de diversiones volante, el cual, al parecer, estaba poniendo en marcha sus motores de desplazamiento a los efectos de alejarse del lugar: o habían sido puestos en advertencia por el personal policial o bien, simplemente por su cuenta, los pilotos del parque habían juzgado que lo mejor era alejarse de allí ante la intensidad y crudeza que estaba tomando el combate.  Por lo pronto, Dick interpretó de inmediato que, si tenía una chance de escapar a su irrremisible final, la misma se hallaba en el parque y, de hecho, se esfumaría si se limitaba ver cómo se alejaba.  Siempre de pie sobre el lugar que antes ocupara el mástil, flexionó sus poderosas y atléticas piernas a los efectos de darse impulso a sí mismo y, así, ante la mirada azorada de los pilotos de la policía que le acechaban, saltó hacia lo alto casi como si alguien le hubiese disparado cual un proyectil.  Era un salto de unos doce metros pero todo estaba matemática y físicamente calculado; de hecho, el robot, aunque con lo justo, alcanzó a asirse a una de las tuberías inferiores de la estructura del parque…
La lluvia de metralla arreció nuevamente sobre él pero cesó casi al instante.  Estaba bastante obvio que los pilotos habían recibido orden de suspenderla de inmediato puesto que, en caso de dañar los generadores o los suspensores del parque volante, éste se precipitaría a tierra generando un desastre de tales dimensiones que causaba espanto el sólo pensarlo… El robot supo que ése era su momento, así que, por momentos reptando y por momentos usando una locomoción braquiática que parecía propia de un chimpancé, fue entreverándose entre las tuberías y cables hasta lograr desaparecer del campo de disparo y, de ese modo, se logró desplazar por debajo de la base circular del parque hasta llegar al extremo diametralmente opuesto para luego trepar hacia la parte superior por el borde contrario a la posición de los cópteros.
Su jugada, sin embargo, fue intuida por la policía aérea, pues mientras pendía de un solo brazo hacia la nada y en el momento en que se disponía a trepar hacia el parque propiamente dicho, un cóptero que venía girando en torno a la estructura apareció ante él y, por lo que se veía, su piloto tenía la más que clara intención de abrir fuego.  Columpiándose hacia arriba, el androide saltó y cayó en el propio predio del parque, justo sobre el borde del mismo; buscando con prontitud alguna vía de escape alzó la vista y se encontró con el desfilar de las sillas voladoras que trazaban alocados círculos en torno al perímetro del parque volante mientras los jóvenes que las ocupaban no paraban de proferir histéricos aullidos al ver y sentir cómo sus cuerpos parecían verse impulsados hacia el abismo.  Dick flexionó sus piernas nuevamente, dispuesto a saltar: ya lo había hecho una vez y bien podía hacerlo otra vez dado que incluso la altura a cubrir con el salto era esta vez menor.  El asunto, claro, era calcular con precisión matemática el momento de intercepción con alguna de las sillas colgantes que giraban a altísima velocidad, ya que de no lograr asirse a ninguna, su salto sólo seguiría destino hacia una caída de mil ochocientos metros…  Permaneció por un instante mirando pasar a las sillas mientras en su cerebro positrónico iban discurriendo los cálculos matemáticos y físicos a toda velocidad.  Una vez que se encontró con un resultado certero, se impulsó nuevamente y su cuerpo, lanzado hacia lo alto, alcanzó una de las sillas voladoras en el exacto momento en que pasaba y se aferró al respaldo de la misma con una sola mano  para terror de la pareja de jovencitos que viajaba sobre la silla, ya que ésta se ladeó un poco y  se desestabilizó ante el peso y el impacto del robot.  Como si no fuera poco para los jóvenes el alocado vértigo del propio divertimento, sus rostros adoptaron un rictus de espanto cuando, al girar sus cabezas, descubrieron como tercer pasajero a un hombre desnudo que colgaba del respaldo de su silla.
“No teman…” – les dijo el Merobot en un tono que pretendía ser tranquilizador dentro de un contexto demente.  Su cerebro positrónico seguía cruzado por conflictos y, al parecer, dejaba salir, aunque más no fuera intermitentemente, algún vestigio del mandato de no dañar a los seres humanos que le habían instalado al fabricarlo.
Los cópteros, formando un círculo más grande, se arracimaron en torno al parque volante de modo análogo a cómo antes lo hicieran con la cima del edificio Vanderbilt.  El blanco, claro, se había vuelto mucho más difícil por lo huidizo ya que el androide, junto con la silla a la que se hallaba aferrado, giraba alocadamente alrededor de la estructura del parque, lo cual hacía imposible tenerlo en la mira.  Sin embargo, el movimiento, al ser uniforme, no lo dejaba a salvo por completo; los cópteros estaban equipados con dispositivos para calcular intercepción cuando el objetivo a ser atacado se movía en una trayectoria regular y previsible.  Cierto era que disparar contra la silla volante implicaría, también, poner en riesgo a los jovencitos que viajaban en ella, pero Dick no estaba dispuesto a comprobar cuál era el límite ético de la policía aérea.  A la primera oportunidad que tuvo para hacerlo, se columpió desde la silla y, soltándose de ella, se dejó caer hacia el piso del predio de Joy Town mientras una nueva y violenta sacudida hacía otra vez gritar de terror a la parejita que viajaba a bordo de la misma.  Sus piernas, una vez más, actuaron como excelentes amortiguadores al posarle suavemente sobre el mismo.  A su alrededor prácticamente todos echaron a correr: era sospechar que ya se hallasen al tanto de lo que estaba ocurriendo y, por lo tanto, no tenía por qué sorprender el que huyeran aterrados al saberse en presencia del “robot asesino”.  Sin embargo, hubo algunas jovencitas e incluso algunas señoras maduras que, en lugar de echar a correr, se quedaron contemplando fascinadas la espectacular anatomía del androide.
Jack debió abrirse paso a empellones por entre los guardias a lo largo de las escaleras y, una vez que llegó hasta el último piso, accionó él mismo la apertura de la puerta que comunicaba con el estacionamiento.  Corrió por entre los autos como si lo llevara el mismo diablo e, incluso, saltó y caminó por encima del capot de más de uno.  Una vez que hubo llegado hasta la última puerta, la cual comunicaba con el pasillo y con la azotea, sus ojos descubrieron a Carla, arrebujada contra uno de los cristales y con la vista perdida, casi ausente, mientras temblaba por el frío como si tuviera convulsiones.
Jack accionó la apertura de la puerta y fue hacia ella, quitándose el saco para cubrirla con el mismo.
“Vamos, Carla… – le dijo con premura -.  Tenemos que salir de aquí…”
“De… ninguna forma… – respondió ella, con la voz entrecortada y quebrada -.  Dick está allí afuera… Saltó hacia el parque; yo lo vi…”
“Carla… es peligroso… – insistió él tironeándole de un brazo e instándola a levantarse del piso para seguirle -.  Por favor, vámonos de aquí o…”
Con un violento tirón, ella se liberó de su mano y, poniéndose en pie de un salto, echó a correr hacia afuera del pasillo y a través de la azotea.  Jack la siguió.  Aquí y allá el piso aparecía cubierto por fragmentos de revestimiento o de cristales, a pesar de lo cual Carla corría por entre ellos como si nada le importase e incluso, dejando caer, en la corrida, el saco con que Jack la había cubierto.
Ella llegó hasta el muro del borde de la terraza y miró hacia lo alto, hacia el parque Joy Town, que ya ahora se hallaba bastante más alejado, tal vez a unos ochenta metros por encima de su cabeza.  Con aprensión, sus ojos se clavaron en los cópteros que rodeaban al mismo y un fuerte estremecimiento la sacudió de la cabeza a los pies al pensar que los vehículos policiales se hallaban allí con el único y firme objetivo de dar caza a Dick: una caza que implicaba su destrucción…, la destrucción del único “hombre” que había logrado hacerla sentir algo distinto en su vida.  Llegando junto a ella, Jack le echó el saco por sobre los hombros; no volvió a insistirle con marcharse de allí porque estaba más que claro que no lo lograría: Carla Karlsten quería permanecer en ese lugar… Y si tenía que presenciar el final de Dick, estaba dispuesta a hacerlo pues se sentía en la necesidad de estar allí para verlo por última vez…
Dick miró hacia todos lados a lo largo del predio descubierto y sabiendo que allí era un excelente blanco para los cópteros, echó a correr sin un rumbo fijo contorneando la estructura de la montaña rusa extrema, la cual, de hecho, se hallaba en funcionamiento.  El cálculo estratégico, claro, era valerse de la montaña rusa como protección, ya que era de suponer que no le dispararían a riesgo de poner en peligro las vidas de los jóvenes que disfrutaban del entretenimiento.  Cálculo equivocado: la lógica de un robot no siempre se condice con el pragmatismo humano; así, mientras corría, oyó repiquetear nuevamente la artillería de metralla a centímetros de sus pies e incluso contra los caños de la montaña rusa.  Mirando hacia el frente y sin detener su carrera, Dick vio un edificio al cual el cartel de la entrada promocionaba como sala de espejos; sin más y como si fuera un clavadista arrojándose de un acantilado, colocó los brazos hacia adelante y se lanzó en un salto casi olímpico que le hizo ingresar al mismo.  Un sinfín de espejos poblaba el lugar y ello motivó que se viera reflejado a sí mismo una y mil veces al punto de que sus sensores, ya para esa altura muy dañados, tuvieron que trabajar durante algún momento en sociedad con su cerebro positrónico para determinar si se trataba, en efecto, de imágenes reflejadas de sí mismo o si, por el contrario, se hallaba ante una jungla de androides idénticos a él.  Entre la marea interminable de imágenes, sin embargo, descubrió dos figuras humanas que no se parecían a él.  Se trataba de dos muchachitas muy jóvenes, de tal vez veinte años… Vestían tan informales como cualquier chica de su edad y lucían cortas faldas; en sus rostros se podía advertir una mezcla de terror y fascinación ante la presencia del androide.
En ese momento, en el cerebro positrónico del Merobot se empezaron a mezclar mandatos y órdenes… Dar placer, dar placer, dar placer…: ésa era la cuarta ley: una ley ajena a Asimov que, siguiendo el orden de jerarquías, sus fabricantes le habían instalado allí.  Yendo resueltamente hacia una de las muchachas la tomó por los cabellos con tal fuerza que la obligó a doblar su cuerpo; la otra intentó huir pero el formidable brazo del androide la alcanzó y la capturó del codo antes de que pudiera hacerlo.  Las chicas aullaban de dolor, una por el violento tironeo contra su cuero cabelludo y la otra por la fuerza de los poderosos dedos que le mantenían cautivo el codo mientras braceaba y pataleaba tratando de escapar; sin embargo y aun a pesar de los gritos de dolor, todo parecía indicar que el robot no lo estaba percibiendo: su cerebro positrónico se hallaba enloquecido y sus sensores alterados al momento de captar las sensaciones humanas.   Atrayendo a ambas hacia él, las hizo impactar a ambas al mismo tiempo con sus traseros contra su magnífica verga, la cual quedó encerrada entre ambas.  El miembro, erecto y más vivo que nunca, se movió serpenteando entre una y otra hurgando por debajo de sus faldas y deslizándose por entre sus piernas hasta alcanzarles sus vaginas, yendo alternadamente y a gran velocidad de una a la otra de tal manera de mantenerlas a ambas excitadas.  En efecto, la resistencia que las jóvenes habían mostrado en un principio pareció ir cediendo; ya no forcejeaban tanto por liberarse y, antes bien, ambas tenían sus bragas mojadas. 
Entendiendo que ya ninguna de las dos intentaría escapar, el robot le liberó a una los cabellos y a la otra el codo; con un hábil manotazo dejó a cada una sin bragas, lo cual fue literal ya que no se las bajó sino que, directamente, le arrancó a cada una su prenda íntima que, desgarrada y cortada al medio, se deslizó hacia el piso a lo largo de las piernas.  Aprovechando el momentáneo éxtasis que parecían vivir las chicas, apoyó cada una de sus manos sobre los rostros de las chicas y les jugueteó con los dedos sobre los labios hasta terminar introduciendo en cada boca los respectivos dedos mayores de sus manos, haciéndolos serpentear dentro de ellas de tal manera que, inevitablemente, remitió a las chicas a sentirse tal como si tuvieran un pene dentro de sus bocas. 
Cuando la excitación hubo alcanzado su grado extremo, el robot tomó a una de las jóvenes por la cintura y, literalmente, la sentó sobre su pene erecto, no penetrándola, sino pasándole desde atrás el portentoso miembro desde atrás por entre las piernas.  Casi de inmediato tomó también por el talle a la muchacha restante y la atrajo poniéndola de espaldas contra la primera; en cuanto la tuvo al alcance, la ensartó en su falo.  De ese modo y gracias a su desarrolladísimo miembro comenzó a penetrar a ritmo creciente a una de las jóvenes mientras la otra, en medio de ambos, se veía sometida al frenético roce de la fantástica verga que le franeleaba el montecito a toda velocidad.   Como trío era inusual, por cierto, y sólo concebible dentro de las posibilidades de un Merobot, tanto por el tamaño portentoso de su miembro como por la particular movilidad y elasticidad del mismo… 
La chica que era penetrada se inclinó hacia adelante y su rostro se vio desbordado por una intensa sensación de placer que, seguramente, jamás había sentido en su vida: no se trataba sólo de la fantástica cogida que estaba recibiendo sino además del excitante roce de la otra muchacha a sus espaldas, la cual, por su parte, tampoco podía contener la excitación que le subía y hormigueaba por todo el cuerpo al sentirse aplastada entre los del androide y su amiga…  La joven que era penetrada llegó al orgasmo, tras lo cual, abatida, se dejó prácticamente caer prácticamente hacia adelante; la muchacha restante, por su parte, no cabía en sí de la excitación y se sentía a punto de estallar: necesitaba sí o sí un orgasmo….  El robot, obedeciendo a su mandato de dar placer, atendió inmediatamente tal necesidad.  Al tocarle la vagina a la jovencita la encontró terriblemente húmeda pero a la vez terriblemente ardiente, al punto de que casi quemaba, a causa del intenso roce a que había sido sometida mientras él bombeaba y bombeaba dentro de su amiga.  El robot, no obstante, pareció captar algo más y, en virtud de ello, decidió no entrarle a la muchachita por allí sino por su entrada trasera; así, la poderosa verga se abrió paso por entre las nalgas e ingresó en el orificio anal sin pedir permiso y la joven no pudo reprimir un alarido de intenso dolor mezclado con placer, sensaciones de las cuales, al parecer, el Merobot captaba sólo una.  En virtud de ello, no mermó en lo más mínimo su arremetida sino que, por el contrario, la intensificó sin piedad  alguna.  Fue, justamente, ese salvajismo lo que elevó la excitación de la chica a niveles impensables y, por cierto, imposibles de comparar con los que pudiera producir un auténtico miembro viril de un hombre de carne y hueso…
Estaba claro que ella tenía clara preferencia por el sexo anal pero no lo estaba menos que el robot parecía haberse dado cuenta de ello antes de ensartarla en la cola.  Daba la impresión de que los sensores del robot se estuvieran comportando de un modo muy particular después de que Luke Nolan metiera en los mismos: era como que, al quedar inhibidos los sensores que detectaban la presencia del dolor, se habían aumentado como compensación las potencialidades perceptoras del resto y, particularmente, de los detectores de placer: de ese modo, parecía ser que el Merobot ya no sólo captaba el placer en las personas sino que además percibía de qué modo querían éstas ser satisfechas  Por lo pronto, los gritos de la joven seguían aumentando en volumen y rebotaban en jadeantes ecos contra los interminables espejos; era casi imposible pensar que no estuviesen siendo oídos desde fuera del edificio o, incluso, por todo el parque…  Vaya a saber si ésa fue la causa o cuál pero, de pronto, los encargados de la seguridad de Joy Town se hallaban allí…
El robot, ya para ese entonces dañado y limitado en su capacidad de percibir peligros circundantes, recibió un disparo en la espalda.  Como si se hubiese tratado de  una descarga eléctrica, se retorció y arqueó su espalda llevando con ello su verga aun más adentro del ano de la muchachita cuyo gemido de placer/dolor alcanzó un tono agudo casi imposible.  La herida de la espalda del robot chisporroteó y asimismo lo hicieron varios circuitos en su interior, lo cual, inevitablemente, llegó al ano de la joven empalada, quien sintió dentro suyo un hormigueo eléctrico imposible de comparar con ninguna sensación ligada al sexo convencional.   Sin retirarle la verga de adentro, el robot se giró junto con la muchacha y, al hacerlo, se encontró con los guardias que lo encañonaban, aunque los veía reflejados una y mil veces repitiéndose hasta el infinito en aquel sinfín de espejos.  En tanto, la otra muchacha, aterrada, permanecía en el suelo cubriéndose la cabeza…
El ostensible deterioro de los sensores del robot hacía que éstos no le permitieran a ciencia cierta determinar cuáles de las figuras que veía correspondían a los guardias en sí y cuáles eran imágenes reflejadas.  No quedaba, pues, otro camino más que abrirse paso por entre los espejos.  Echó hacia atrás el poderoso antebrazo y cerrando su puño, lo estrelló una y mil veces contra los mismos, que se fueron rompiendo y cayendo en añicos mientras el robot, llevando a la jovencita ensartada, avanzaba por entre ellos siendo seguido por una lluvia de proyectiles.  Cuando logró destruir el último de los espejos, se encontró nuevamente afuera, pero difícil era determinar si era peor el remedio o la enfermedad, ya que ello le hacía nuevamente visible para los cópteros.  La artillería de metralla repiqueteó nuevamente y nuevos proyectiles impactaron contra su cuerpo.   El androide se retorció nuevamente y, una vez más, introdujo aun más su verga dentro de la muchacha.   Decidió que era momento de liberarla; ella no había recibido un solo disparo ya que el propio cuerpo de él había actuado como escudo.  El Merobot echó a correr en dirección hacia los límites del parque de diversiones y, por cierto, cada vez le costaba más la marcha: sus sensores hacían ruido; las piernas, por momentos, le flaqueaban y ni siquiera parecía controlar su cabeza, que se bamboleaba para todos lados mientras sus ojos eran presa de un permanente bailotear e incluso quedaban blancos por momentos.   
Una vez que llegó al borde, se trepó al muro que marcaba el límite del parque y, desde allí, al mirar hacia abajo, distinguió la cima del edificio Vanderbilt, sobre cuya terraza logró divisar a su dueña: Carla Karlsten… La acompañaba un hombre que la cubría con un saco del frío, al cual logró reconocer como Jack Reed, el mismo al que había apartado de un golpe cuando, llevando a Carla al hombro, escapara de las oficinas de la Payback Company…
El parque ya se hallaba lo suficientemente lejos del edificio como para hacer imposible cualquier salto: desde esa altura, no había amortiguación que valiera… y, de cualquier modo, no quería volver allí: hacerlo implicaba poner en peligro a Carla… Aun a pesar de la distancia, permaneció mirándola fijamente durante un rato mientras ella, desde la azotea del edificio y con ojos dolidos y sufrientes, hacía lo mismo… Él agitó una mano en señal de saludo y ella le correspondió… Fue lo último que hizo antes de ser alcanzado en la espalda por un proyectil calórico: el robot pudo percibir cómo, literalmente, era abrasado por dentro; sus heridas despidieron humo y la piel comenzó a derretírsele… Todo se le volvió borroso; sus sensores y receptores se estaban quemando.  La vista se le nublaba, los recuerdos se le entremezclaban… y su cerebro estaba muriendo: sólo el rostro de Carla permanecía como una última imagen que se negaba a desaparecer…
Desde la azotea del edificio Vanderbilt, Miss Karlsten lanzó un grito de terror a la vez que rompió en llanto al ver cómo el androide caía desde el borde del parque de diversiones y, envuelto en llamas, se precipitaba hacia el abismo en busca de un fin inevitable…
Los días que siguieron no fueron, obviamente, fáciles para nadie.  Carla Karlsten quedó encerrada en un profundo ostracismo que hizo que no asistiera a las oficinas por varias semanas.  Jack la visitó en su casa pero se la veía ausente y sólo conseguía arrancarle unas pocas palabras.  Su actitud, desde luego, era entendible, como así también su ausencia al trabajo: era difícil para ella volver al lugar en el cual todo había ocurrido…
Sakugawa fue, posiblemente, quien llevó la peor parte…y también era lógico.  El episodio al que la prensa bautizó como “incidente Vanderbilt” colocó en el tapete a su compañía y a los Erobots, los cuales a los ojos de la sociedad dejaron de ser confiables y, antes bien, pasaron a ser vistos con inquietud y temor.  En esos días bastaba que la gente los viera en los escaparates de las tiendas de la World Robots para que, automáticamente, sintieran un escozor por dentro.  El desconocimiento sobre las verdaderas causas que habían ocasionado el malfuncionamiento del Merobot de Carla Karlsten sólo contribuía a echar dudas y sombras sobre el asunto pues eran pocos los consumidores dispuestos a introducir en su vida a robots cuyas reacciones futuras serían imprevisibles.  Sakugawa se paseó por todos los medios defendiendo a capa y espada su producto y buscando dejar a la compañía limpia de culpas o, al menos, lo más indemne que fuera posible, tanto ante la opinión pública como ante la justicia; ello constituía, desde ya, una tarea no sólo muy difícil sino además casi imposible.  El prestigioso empresario, devenido ahora en principal blanco de las acusaciones, sospechaba que el robot había sido alterado de alguna forma y que ello había traído aparejada la aparente locura del mismo; el propio recuerdo de aquel diálogo vía “caller” con Carla Karlsten parecía conducir en ese sentido, ya que ese día ella había evidenciado estar interesada en obtener de su androide formas de satisfacción para las cuales no había sido programado.  Había intentado hablar con ella un par de veces después de lo ocurrido con la esperanza de que la ejecutiva reconociera, al menos, haber echado mano en la estructura del androide, pero cada vez que la llamó la halló perdida, como ida y dándole respuestas breves que no arrojaban demasiada luz sobre el asunto.  Por otra parte, la realidad era que, habiendo sido el androide destruido por un proyectil calórico para luego caer desde más de mil ochocientos metros de altura, se hacía imposible dar con algún resto que pudiese esclarecer algo al respecto y, aun si fuera así, la World Robots seguía sin tener demasiado resguardo legal; la fiscalía argumentó desde un principio que los fabricantes del Merobot no podían deslindarse de responsabilidades arguyendo que los clientes pudiesen haber introducido cambios en sus robots: se consideraba que había negligencia por parte de la compañía al lanzar al mercado un producto tan poco confiable como para permitir que tales cambios fueran posibles.  Viéndolo desde ese punto de vista, ni siquiera una “confesión” por parte de Miss Karlsten serviría demasiado…
Por lo pronto, las acciones de la World Robots se derrumbaron estrepitosamente y, como no podía ser de otra forma, ello redundó en un aumento del rating de los canales eróticos así como de otros rubros relacionados que, de algún modo, servían como sustituto para cubrir la demanda.  A propósito, Goran Korevic, aun a pesar de salir golpeado del incidente, terminó siendo favorecido por el mismo: su nombre apareció por todos lados, ya que no podía escapársele a los medios un detalle tan jugoso como que hubiera un hombre con látigo, máscara y capa en las oficinas de la Payback Company al producirse los incidentes.  Fueron varias las publicaciones o los programas televisivos que incluyeron informes del tipo: “¿quién es Goran Korevic?”.  De manera insospechada, entonces, lo ocurrido le sirvió como publicidad gratuita al Sade Circus, cuyas gradas se comenzaron a ver mucho más pobladas al punto de que, por momentos, hasta se acercaba a sus viejas glorias del pasado.
En cuanto a lo ocurrido, no es que hubiera un pacto de silencio entre los participantes del hecho ni nada por el estilo.  Si, llegado el caso, llamaban a declarar a Jack, él simplemente contaría lo ocurrido; ignoraba qué haría Luke.  Pero la realidad fue que nadie los convocó: sólo se citó a Carla Karlsten (quien se excusó y pospuso su declaración debido a su situación emotiva) y a Goran Korevic.  La postura de la fiscalía y del tribunal era, al parecer, que poco importaba qué hubieran hecho o dejado de hacer con el robot sino que simplemente la World Robots había lanzado al mercado un producto extremadamente inseguro y peligroso, al punto de que había llegado a provocar algunas muertes.  En tal contexto legal, tanto el testimonio de Jack como el de Luke importaban bien poco…
Las muertes…: ésa era la parte del asunto que más atormentaba a Jack Reed y, de algún modo y aun a pesar de que la ley así no lo considerase, se sentía en parte responsable por lo sucedido: junto con Luke y con Goran, habían sido de alguna manera cómplices del loco plan de Miss Karlsten.  De hecho, él se consideraba más responsable aun por haber sido el que había tenido la idea de sumar a los otros dos.  Era absurdo culparse, desde ya; por mucho esfuerzo de imaginación que se hiciese, no había forma alguna de prever en aquel momento en qué iba a terminar todo el asunto del Merobot, pero la culpa nada sabe de lógica ni de absurdos…
En cuanto a Laureen, estuvo como ausente durante algunos días y, de hecho, había quedado muy conmocionada al ver por televisión las imágenes de lo ocurrido en el sitio en que trabajaba su marido.  Como era de esperar, sus resguardos hacia los Erobots aumentaron, pero la novedad era que ahora tampoco Jack quería saber demasiado con ellos e hizo todo lo posible por apartarlos de la vista: el verlos era no sólo volver a revivir una y otra vez lo ocurrido sino, además, vivir con una permanente incertidumbre acerca del mañana, aun cuando Jack supiera bien por qué había enloquecido el robot de Carla, situación que nunca podría darse en su hogar.  Guardó, por lo tanto, a los tres androides en un desván, ocupándose de cerrarlo prolija y herméticamente; ignoraba, por otra parte, cuál era el alcance de los sensores de los Erobots para detectar la acción de los neurotransmisores y activarse en consecuencia, pero ese desván era, de momento, lo más seguro que podía encontrar.  Le dolió en el alma dejar allí a sus dos Ferobots, con las cuales había compartido tan increíbles momentos y no pudo evitar preguntarse si volvería a revivir algo de eso…
El menos impactado por la marcha de las cosas pareció ser Luke.  No tuvo, de hecho, el más mínimo reparo en seguir usando y disponiendo de su Ferobot, ese mismo que, para disgusto de Jack, replicaba a su propia esposa.  De hecho, hacía todo lo posible para que Jack le viera cuando estaba con su robot, sabiendo seguramente que eso irritaría profundamente a su vecino.  Pero lo sorprendente del asunto fue que, con el correr de los días, al propio Jack le nació un morbo con ese asunto: es decir, jamás dejó de odiar a Luke ni de sentirse indignado por lo que había hecho y seguía haciendo, pero al mismo tiempo el verle con la réplica de Laureen en tales situaciones le producía sentimientos encontrados.  No podía, viéndolos, menos que añorar los tiempos en que él disfrutaba de ese mismo modo del sexo con su esposa y, de manera extraña y paradójica, el ver a su “esposa” siendo manoseada o montada por su odiado vecino, no dejaba de provocarle una rara e inexplicable excitación.  Tal fue así que llegó un momento en que ni siquiera hacía falta que Luke se apareara con la réplica de Laureen en lugares demasiado visibles ya que era el propio Jack quien se encargaba de buscar los sitios estratégicos como para espiarles, particularmente desde la ventana de la buhardilla o desde el tejado mismo: y pensar que, poco tiempo atrás, era Luke quien espiaba compulsiva y enfermizamente hacia su propiedad…
Fue en una de esas noches cuando ocurrió algo impensado o, por lo menos, no previsto por Jack.  Desde la ventana de la buhardilla estaba mirando hacia la ventana de la habitación de Luke e, inclusive, se había provisto con unos binoculares para hacerlo.  Jack mantenía las luces apagadas a los efectos de no ser visto, pero era obvio que Luke bien sabía que él estaba allí…
Vio a “Laureen” inclinarse y apoyarse contra el alféizar de la ventana para, inmediatamente, desde atrás, comenzar a ser recorrida lascivamente por las manos de Luke.  El Ferobot adoptó una expresión que, para quien no supiera que era un androide, sólo podía ser vista como de goce extremo.  Luke le levantó la remerita musculosa dejando así expuestos sus magníficos senos hacia el aire nocturno, justo de frente a la ventana desde la cual espiaba Jack.  Apoyando el mentón sobre el hombro de la réplica de Laureen, Luke le miró fijamente y con una mueca burlona, como si supiera perfectamente que su vecino le estaba oteando desde la oscuridad.  Jack se sintió sacudido de tal forma que bajó los binoculares y apartó la vista, pero tal actitud sólo le duró unos breves instantes al cabo de los cuales volvió a calzarlos sobre sus ojos;  al ver nuevamente, no sólo notó que Luke mantenía su expresión burlona y sonriente sino que “Laureen” también miraba hacia él y lo hacía con rostro gozoso y extasiado; aun a pesar de la distancia, llegaron a oídos de Jack los jadeos de ella flotando en la suave brisa nocturna.  No pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo, pues al ver, a través de los binoculares, cómo el Ferobot le miraba…, se sintió exactamente como si Laureen le estuviera mirando…  No había diferencia: en gesto, en expresión, en nada… Una copia increíblemente perfecta que no paraba de dejarlo estúpidamente boquiabierto.  Jack escupió rabia y, junto con ésta, le invadió una creciente excitación que sólo llevó a que la rabia aumentara, puesto que no soportaba que le excitara el ver a su detestable vecino apoyando y manoseando a… su propia esposa… Bajando por un momento los binoculares nuevamente, echó un vistazo en derredor buscando en la oscuridad algún objeto contundente para arrojarles e, incluso, hasta contempló la posibilidad de bajar a buscar un arma: lo que fuera…  Finalmente, y como si alguna fuerza incontrolable le manejase, volvió a calzarse los binoculares para seguir viendo a la pareja…
En eso, sintió que una mano se deslizaba lentamente por su entrepierna y, casi de inmediato, una voz bien reconocible se dejó oír contra su oído a la vez que un mentón se apoyaba sobre su hombro.  Casi se le fueron los binoculares al piso.
“Te excita, ¿verdad?”
Era la voz de Laureen; no cabía duda alguna.
Con apenas girar la cabeza, Jack se chocó contra el rostro de ella; se la veía sonriente y llena de luz, algo que hacía mucho tiempo que no notaba en su esposa.
“N… no… – balbuceó -.  ¿A… a qué te refieres?”
“A ellos… – indicó Laureen indicando con el mentón hacia la casa vecina -.  A Luke y… a mí… – acercó aun más su boca al oído de Jack en el momento de decirlo -.  Te excita ver cómo él me coge, ¿verdad?”
Jack se hallaba absolutamente descolocado por la repentina y sorpresiva actitud de su mujer; negó muy ligeramente con la cabeza y estuvo a punto de hacerlo también verbalmente, pero en ese momento la mano de Laureen se cerró aun más sobre su bulto, aumentándole así la incipiente erección que ya estaba teniendo al ver a la pareja vecina.
“Tu verga quiere pararse… – le dijo ella, casi al nivel del susurro y dándole una lengüetada en la oreja -.  ¿Vas a decirme que no te excita? -; con su mano libre le volvió a calzar los binoculares, lo cual permitió que él viera cómo ahora Luke se dedicaba a penetrar a la réplica su esposa, aplastado el vientre de ésta contra el alféizar de la ventana; el Ferobot tenía medio cuerpo por fuera de la misma y lanzaba una seguidilla de jadeos entrecortados que, poco a poco, se fueron pareciendo cada vez más a aullidos animales: una loba en celo prácticamente -.  ¿Ves cómo me coge? – le insistía Laureen al oído -.  ¿Ves cómo lo estoy gozando?”
Todo era demasiado fuerte para Jack: la escena de la casa vecina y la que estaba ocurriendo en la suya propia.  Había ya prácticamente perdido toda capacidad de reacción y respuesta: era Laureen quien disponía y él sólo la dejaba hacer…  Mientras le besaba con delicadeza el cuello, ella le soltó el cinto y la hebilla del pantalón para luego bajarlo tan despaciosa y cadenciosamente que era imposible no pensar en sexo.  Una vez que se lo bajó, le jugueteó con los dedos por encima del bóxer, insistiendo muy especialmente en el bulto que se iba marcando cada vez más.  Seguidamente,  ella le palpó las nalgas para luego acuclillarse a espaldas de él; al hacerlo, tomó el bóxer entre sus dientes y tironeó hasta bajárselo por completo.  Jack no podía más y, para colmo de males, los binoculares seguían entregándole la morbosa escena de su vecino montándose a “su esposa”.  La excitación no paraba de crecer y él no podía evitar sentirse un pervertido: sin embargo, ése era el juego hacia el cual lo arrastraba la propia Laureen, quien ahora, desde atrás, le hurgaba con su lengua por entre sus piernas hasta encontrarle los testículos y comenzar a lamerlos de un modo terriblemente lujurioso y sensual.  Jack se preguntó en ese momento cómo era posible que hubiese tenido olvidadas en un cajón durante tanto tiempo las habilidades amatorias de su propia esposa…
Se entregó al momento; tuvo que dejar de mirar por los binoculares ya que su rostro se transfiguró por completo pasando a lucir una expresión de placer extremo en tanto que su boca se abría cuán grande era y sus ojos se entrecerraban, entregados al súmmum del momento… Sin dejar de lamerle los testículos, ella le tomó la cabeza del pene entre sus dedos y, llevando rítmicamente hacia atrás y hacia adelante la piel del prepucio, se dedicó a masturbarlo…
“Míralos… – le conminó ella -.  Abre los ojos y míralos… Mírame: mira cómo me coge Luke… Hmm, lo hace bien, ¿verdad?  ¿Escuchas cómo me hace gozar?  Hmm, cuánto lo odias, ¿no es así?  Y ahora, mi pobrecito Jack, tienes que ver y oír cómo él me coge mientras a ti sólo te queda masturbarte…”
Luke no podía entender qué le estaba pasando: las palabras de su esposa eran lacerantes, humillantes, y sin embargo lo ponían en estado de ebullición.  Tal como ella le había dicho que hiciera, volvió a mirar hacia la ventana del dormitorio de su vecino; no tenía ya fuerzas para sostener los binoculares pero aún así los veía a simple vista, sin tantos detalles.  Los jadeos del robot que replicaba a su esposa fueron aumentando en intensidad cada vez más hasta que, ya convertidos en salvajes alaridos de placer, inundaron el aire nocturno para ser oídos, tal vez, por todo el vecindario.  Con ello, el nivel de excitación en Jack subió como el mercurio de un termómetro disparado a toda velocidad al punto que también sus propios jadeos se fueron haciendo cada vez más audibles.  De ponto, un gemido largo y agudo marcó a las claras que la réplica de Laureen estaba teniendo su orgasmo y, en ese mismo momento, también él tuvo su eyaculación.  Así dadas las cosas, la sensación de ambos placeres combinados no pudo ser más placentera…  Como si no fuera ya suficiente, Laureen alzó la mano empapada en el propio semen de su marido para llevársela a él a la boca.
“Chúpala… – le dijo ella -.  Chúpala toda… Es la leche de Luke Nolan, quien acaba de coger a tu esposa haciéndola gozar como tú nunca pudiste ni podrías hacerlo…”
Más palabras lacerantes, pero a la vez más excitación.  Rabia y morbo se batían a duelo en el interior de Jack corroyéndole por dentro…   De un modo degradante y casi servil sacó su lengua por entre los labios y lamió, de mano de Laureen, su propio semen imaginando que era el de su odiado vecino…
                                                                                                                                                              CONTINUARÁ
 

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 2”.(POR SIGMA

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 2.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Vincent entró a la recepción de la oficina de Ivanka de forma apresurada.
Asintió satisfecho al ver a los dos escoltas vigilando la puerta de la empresaria, pero casi de inmediato sacudió la cabeza levemente al darse cuenta de que los dos hombres miraban embobados las piernas y nalgas de una hermosa joven pelirroja que conversaba con la asistente personal de Ivanka.
– Buenas tardes Jill -dijo con rapidez al acercarse- necesito hablar con la señora Trump.
– Oh, hola Vincent -respondió sonriente la asistente- me temo que la señora Trump está en una reunión importante, tendrás que esperar.
– Lo siento pero esto es urgente… -dijo el escolta al dirigirse a la gran puerta de Ivanka.
Sin embargo en el último momento Vincent se vio interceptado por la pelirroja que le habló muy emocionada.
– ¡Tu eres Vincent! ¡Que honor! Jill me comentaba que tu y tus compañeros enfrentaron un grupo de secuestradores y salvaron a la señora Trump… oh, me aterró sólo imaginarlo, creí que se me detenía el corazón -dijo Muñequita mientras tomaba la mano del guardaespaldas y colocaba la palma sobre su amplio y expuesto escote- ¿Puedes sentirlo?
Vincent no pudo evitar mirar los grandes senos que casi asomaban del vestido, ni evitar sentir la tersa, blanca y tibia carne palpitando bajo su mano.
– …muy duro? -preguntó la joven del vestido rojo y de golpe Vincent se dio cuenta de que le había estado hablando.
– ¿Como…? yo… no entiendo…
– Me refiero a si enfrentarse a criminales armados es muy duro -le dijo la pelirroja con una sonrisa invitante de sus rojos labios.
– Es mi trabajo… yo… lo siento pero tengo prisa -dijo el escolta logrando sacudirse la atrayente imagen y dulce perfume de la joven frente a él.
Sin siquiera tocar entró por la puerta mientras los otros guardaespaldas le saludaban con un movimiento de cabeza.
Sentada ante su escritorio estaba Ivanka Trump vestida con un vestido negro y del otro lado un hombre de traje y cola de caballo que en sus manos sostenía una carpeta. Ambos voltearon a verlo con sorpresa.
– Vincent… ¿Qué ocurre?
– Lo lamento señora Trump pero debo hablar con usted de forma urgente.
– No hay problema -dijo el hombre de cola de caballo mientras se levantaba y tomaba su portafolios negro- de todos modos ya terminamos… por hoy.
– De acuerdo señor Scorpius, ya le llamaré… hasta pronto -se despidió la rubia mientras se levantaba y le estrechaba la mano al hombre.
– Hasta muy pronto señora Trump -dijo Scorpius para luego darse la vuelta y salir con calma del lujoso despacho, cerrando la puerta al partir.
– Bien Vincent… dime que ocurre, me asustas -dijo la rubia preocupada al sentarse tras el escritorio.
– Le explicaré, logramos encontrar la camioneta de los atacantes, por desgracia estaba limpia como un cristal… excepto por una libreta, que tenía la mayoría de las hojas arrancadas…
– Pues no parece que tengas mucho… ¿Por que la preocupación?
– Ah, muy sencillo: por que quien escribió en ella dejó marcadas palabras en las hojas en blanco al presionar demasiado, tengo un amigo en el FBI que usó un tratamiento químico y luz ultravioleta para poder leerlas y apareció un calendario.
– ¿Y que descubrieron?
– No solamente estaba marcada la fecha del intento de secuestro sino que había un comentario de uno de los secuestradores: “No se por que X nos engaño, pero era parte de su plan”. Suponemos que X es quién los contrató y por lo que entendemos usted sigue en peligro, eso cuadra con mi sospecha de que el ataque era una trampa. Por eso a partir de hoy duplicaré de nuevo la seguridad y cambiaremos las rutas. Era urgente que lo supiera y que esté prevenida.
– ¿Con eso bastará? -preguntó la empresaria algo más calmada.
– Tranquila Iv -dijo Vincent sonriendo levemente- Te aseguro que estarás a salvo, yo me encargaré de eso.
– ¡Oh Vincent… gracias! -dijo la rubia, muy emocionada mientras rodeaba el escritorio y abrazaba al escolta de una forma un tanto inapropiada, casi… íntima.
– Oh… es un… placer… debo irme… -dijo el hombre tratando de mantener la calma y tras liberarse delicadamente del abrazo se dio la vuelta y salió del despacho, dejando atrás a la empresaria sonriendo de forma enigmática.
– Eso fue raro -pensó el guardaespaldas- Iv siempre es amable pero mantiene distancia.
Siguió caminando, sintiendo que definitivamente algo andaba mal, pero no estaba seguro de que.
– Fue demasiado efusiva, casi… excitada -recordaba el ex MI6- su cabello siempre perfecto parecía algo despeinado y esas zapatillas…
Frunció el seño mientras pensaba que jamás la había visto usar semejante calzado.
– ¿Desde cuando se pone zapatillas de ballet para venir a la empresa? Y además de color rosa… -Vincent salió del edificio mientras trataba de recordar ciertos sucesos relacionados con ese tipo calzado que habían sido investigados por el FBI años atrás.
Esa noche, mientras su esposo dormía profundamente a su lado, Ivanka no podía conciliar el sueño, se sentía acalorada, tensa.
– Ooohh… ¿Qué me pasa? -pensaba molesta mientras se daba la vuelta en la cama. Ella y su marido habían tenido una buena sesión de sexo y normalmente después de eso descansaba muy bien. Pero no esta vez.
– No me siento relajada… estoy… -meditaba recostada boca abajo tratando de encontrar la palabra correcta- insatisfecha…
Finalmente apartó de un soplido un rubio mechón de cabello de su rostro y con cuidado se levantó de la cama. Llevaba una amplia camiseta y unas cómodas pantaletas de algodón.
– Quizás si veo un poco de televisión -pensó al dirigirse a la puerta de la alcoba, pero recordó algo, se desvió a al enorme tocador de caoba y de su bolso sacó sus zapatillas de ballet rosas.
– No debo andar descalza -susurró muy quedo, al salir al pasillo se las calzó y tras entrecruzar las cintas en sus tobillos se las ató con primorosos moños. Entró a un pequeño despacho donde a veces trabajaba su esposo en casa, se sentó en un cómodo sillón y encendió la televisión con el control remoto.
– A ver si hay algo bueno -pensó mientras comenzaba a cambiar de canal. Pero solamente encontró interesante un noticiero.
– Umm, no hay gran cosa -susurró mientras pensaba en el día que había pasado- aun no se por que llamé a Scorpius, es interesante pero debí invitar a un diseñador más reconocido. Sin embargo quiero su consejo… no, necesito su consejo. Por eso estoy usando estas zapatillas.
Levantó sus larguísimas piernas y las extendió para verlas perfectamente.
– Mmm… debo admitir que se me ven muy bien. Pero no se por que considera Scorpius que serán la nueva moda.
En ese momento, afuera de la casa, muy lejos, empezó a sonar la dulce música de una zampoña, lenta y relajante. Como la de un pastor descansando en el campo. Al instante la rubia entrecerró los ojos y recargó suavemente su cabeza en el respaldo del sillón.
– Ooohhh… que linda música… -pensó mientras se relajaba, la zampoña era como una canción de cuna que la aletargaba. Sentía que flotaba en un cálido vaivén, el sueño casi venciéndola.
La melodía cambió de ritmo. Dejó de ser tranquila, aceleró y se volvió cadenciosa. Como la de un sátiro tratando de seducir a una ninfa griega.
– Mmm… me gusta… -pensó Ivanka mientras inconscientemente se humedecía los labios y cerraba completamente los ojos. Las esbeltas piernas colgaban cómodamente del borde del sillón y sus lindos pies comenzaron a tensarse hasta ponerse de punta en las zapatillas de ballet, pero ella no se dio cuenta.
– Tengo… calor… -pensó la mujer mientras se quitaba la camiseta dejando su senos libres y expuestos, su piel se veía brillante por la transpiración y sus rosados pezones estaban erguidos.
– Quizás… necesito… -susurró suavemente mientras una de sus manos se deslizaba sobre sus pechos, su estómago, hasta llegar a su entrepierna, lánguidamente la introdujo en sus pantaletas y comenzó a darse placer, un placer lento y dulce… acariciante.
En un minuto ya estaba gimiendo y su otra mano comenzó a acariciar y pellizcar sus senos de forma lenta y deliberada.
– Esa melodía… tengo que saber… su nombre -pensó Ivanka mientras su cabeza descansaba en el respaldo- ooohhh… ¿Suena más… fuerte?… ¡Ojala!… aaahhh… ¡Que rico!
De pronto la zampoña aceleró su ritmo hasta volverse frenético y explosivo, como si el propio dios Pan tratara de someter a una mujer mortal.
La música del instrumento de viento todo lo invadía con su seductor poder, era ensordecedor… pero para la rubia simplemente se volvió irresistible.
– Aaaahhh… aaahhh… -gemía una y otra vez mientras se mordía los labios, tratando inútilmente de controlarse, de no gritar.
Cerró los ojos apretando fuertemente sus parpados, su boca abierta en un perfecto circulo rosa. Su mano acariciaba sus pechos vigorosamente, sus pezones estaban increíblemente duros y sensibles, su otra mano se movía a toda velocidad, agitando sin control sus pantaletas, frotando su clítoris.
– Ooohh… ooohhh… -gruñía Ivanka al sentir que la centelleante melodía lo convertía todo en placer y lujuria, el tibio sillón de cuero bajo su casi desnudo cuerpo, el aire que la rodeaba acariciando su piel, las suaves pantaletas de algodón provocando su entrepierna y sobre todo, sus increíbles zapatillas de ballet cuyo satín acariciaba los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus cintas sujetaban posesivamente sus femeninos tobillos como un amante al apoderarse de sus piernas para someterla y…
– ¿Qué… me… pasa?… yo no… soy así… –pensó confundida la heredera.
En ese instante entreabrió los ojos y vio sus piernas bien extendidas y duras, sus pies en punta calzados con las zapatillas agitándose en el aire como si caminara sobre una pared.
– ¡Oooooohhhh…! ¿Qué es… esto? -logró gemir tratando de recuperar la compostura, el control.
Pero entonces sintió un nuevo estremecimiento de placer entre sus abiertas piernas, impactada vio como su mano bajo las pantaletas ahora la penetraba con dos dedos una y otra vez, a un ritmo enloquecedor.
Ese movimiento acabó con su débil resistencia y aunque la rubia no lo deseaba su cuerpo se dejó llevar por el forzado placer que le causaban las zapatillas.
– ¡Ooohhh… noooo… ooohhh… basta… basta… -susurraba la mujer tratando de dominarse. Hasta que en medio de la música escuchó un voz que como un trueno le ordenó:
– ¡VENTE PARA MI!
– ¡Noooo… bastaaaaaaahhhhh! -gritó finalmente al estallar su mente y sus sentidos en el mejor orgasmo de su vida. Su cuerpo se tensó por varios segundos hasta que la misma voz de antes volvía a resonar, esta vez como un insidioso susurro:
– Olvida Ivanka -en ese momento la enloquecedora música de la zampoña al fin terminó.
Al instante la rubia se desvaneció como muñeca sin hilos, quedando inerte en el sillón, confundida y… satisfecha.
Un momento después entró su marido al despacho.
– ¡Cariño… cariño… -le llamó tenso al arrodillarse junto a ella, pero relajándose al verla entreabrir los ojos – ¿Estás bien? ¿Fue una pesadilla?
– Oh… si… creo que si… -mintió, avergonzada de lo que recordaba estar haciendo en el sillón y sorprendida del pesado silencio que había en la atmosfera- no podía dormir por el calor y vine a ver si la televisión me daba sueño.
– ¡Oh querida! Debió ser terrible… -le dijo su esposo al abrazarla tratando de reconfortarla, pero sin que el hombre se diera cuenta, la rubia miró sus delicados pies calzados con las zapatillas de ballet y sonrió…
A buena distancia de la casa una camioneta negra encendía sus luces y arrancaba el motor. En su interior, X sonreía complacido mientras con una mano masturbaba suavemente a Muñequita, vestía su uniforme de esclava: taparrabo frontal, garras de acero dominando sus senos y zapatillas de esclava forzando sus pies casi de puntas. La camioneta arrancó en la noche.
– Mmm… ooohhh… Amo… ooohh… -gemía de placer la jovencita reposando lánguidamente en el asiento reclinado casi horizontal del copiloto.
– Ahora sigue acariciándote -le susurró el hombre al apartar la mano y concentrarse en el camino.
– Aaahh… Siiii… -se deleitó la joven al introducir su mano bajo el delicado velo que cubría su entrepierna.
– Vamos muy bien esclava… ahora que puedo enviar la música directamente a las zapatillas usando su poder sobrenatural, ni siquiera necesitamos acercarnos y nadie más puede escuchar la melodía más que nuestro objetivo.
– Oooohhh… siii Amo…
– Por supuesto no es tan eficaz como el condicionamiento en persona, pero nos permitirá ir alterando poco a poco a la señora Ivanka. Y los días en que nos veamos en persona…
X sonrió de antemano relamiéndose al pensarlo.
– Pero ahora tengo una tarea para ti Muñequita…
– Siii… Amo…
– Necesitaremos que alguien más nos cubra la espalda con Ivanka… creo que su asistente ejecutiva sería una excelente adición a nuestra red -la sonrisa del encapuchado se desvaneció en una mueca- por pura suerte ese maldito guardaespaldas no nos descubrió.
– Si… ooohh… si… Amo…
– Estaré muy ocupado con Ivanka así que quiero que la sometas y la condiciones para mi…
– Aaahhh… pero… Amo… esa mujer no me apetece, es muy formal y… fría. Por favor…
– Jejeje… normalmente te castigaría por tu osadía lindura o gozaría condicionándote, pero no tengo tiempo… -tras esto X dijo las antiguas palabras de poder y, sin dejar de masturbarse, la pelirroja formó con sus rojos labios una sonrisa que prometía cumplir cualquier cosa que se les pidiera. Sus ojos estaban totalmente en blanco, sin pupila.
– Deseas a Jill Castro… es un reto… lo harás para complacerme… -empezó a entonar X.
– Deseo a Jill Castro… es un reto… lo haré para complacerte…. -repitió lentamente la hechizada pelirroja, masturbándose cada vez más rápido.
– Tráemela Muñequita… entrégame su cuerpo, sus piernas, su alma. ¡Hazla nuestra!
– ¡Siiii… Aaaaamo… siii… la deseoooohh…! -gruñó la joven al recuperar la conciencia y alcanzar un delicioso orgasmo, quedándose dormida a lado de X mientras este acariciaba sus expuestas y tersas piernas.
– Sabía que accederías primor…
Al día siguiente Ivanka se encontraba en su oficina tratando de concentrarse, pero constantemente recordaba lo ocurrido la noche pasada, cuanto había disfrutado tocarse y el placer que le había dado usar las zapatillas rosas de Scorpius.
– Mmm… fue tan delicioso…-pensó, pero casi al instante sacudió la cabeza incrédula- ¿pero que me está pasando?
Se inclinó sobre el escritorio y trató de concentrarse en el trabajo, pero el recuerdo del éxtasis del día anterior la distraía.
Casi sin darse cuenta empezó a frotar sus muslos entre si, disfrutando la suavidad de las pantimedias color piel que usaba.
– Mmm… oohh… no puedo seguir así… -pensó ya molesta, se enderezó y luego sonrió con picardía al activar el intercomunicador- Jill… no quiero llamadas ni visitas hasta que te avise.
– Si señora Trump.
Luego Ivanka se estiró sobre el escritorio y sacó de su bolso el par de zapatillas de ballet.
– Quizás si me desahogo un poco podré concentrarme -pensó mientras se sacaba sus zapatillas negras cerradas y formales, se colocaba las de ballet y se ataba las cintas en los tobillos, de inmediato sintió un delicioso estremecimiento de placer por la caricia del satín.
– Mmm… es un buen inicio -se recargó en el asiento y muy despacio empezó a subirse el vestido, dejando sus largas piernas cada vez más expuestas, las rodillas, los muslos, finalmente aparecieron sus pantaletas blancas de seda cubiertas y a la vez mostradas por sus translucidas medias.
– Uuff… aun no empiezo… y ya lo estoy disfrutando… -susurró sonrojada la rubia mientras.  acomodaba su vestido alrededor de la cintura. Lentamente introdujo su mano bajo las medias, luego bajo sus pantaletas y comenzó a acariciarse muy despacio.
– Aaaahhh… siiii…
Apenas en minutos su mano se movía con ritmo en su entrepierna, acariciando, penetrando, complaciendo.
– Ooohhh… eso… esooo…
De nuevo la rubia empezó a escuchar a lo lejos una melodía, esta vez una flauta. Su ritmo era casi hipnótico y la heredera empezó a seguirlo casi sin darse cuenta.
– Oooohh… más… más… -de pronto el intercomunicador se activó.
– Una disculpa señora, pero es su coordinador de seguridad, Vincent, al teléfono, dice que es urgente -dijo Jill casi apenada.
– No… ahora no… -pensó por un momento la rubia, antes de sonreír de forma traviesa- tal vez pueda seguir… mientras escucho a Vincent… me gusta su voz…
– ¿Le digo que está ocupada? -preguntó la asistente al no recibir respuesta, sin saber que la empresaria hacía un esfuerzo supremo por no gemir mientras se masturbaba cada vez más de prisa.
– No… hiciste bien… en avisaaarme… debe ser importante… comunícalo…
La mujer activó el alta voz y siguió dándose placer.
– Vincent… -logró decir con calma antes de morderse los labios para contenerse.
– Señora Trump…
– Puedes… llamarme Iv… ya lo saaabes…
– Oh, gracias, bueno… le llamaba para comentarle algunas pistas que tenemos.
– Siii… te escucho…
– Eh… resulta que hace casi dos años hubo varios secuestros de mujeres jóvenes.
– Siii… ooohh… me gusta… su voz -pensaba la mujer.
– Bien lo interesante al respecto es que en varios casos hubo pistas relacionadas con el ballet.
– Mmm… -apenas logró susurrar Ivanka ya al borde del orgasmo, sin que ella se diera cuenta sus pies se pusieron completamente de punta bajo el escritorio, formando sensuales y pequeños arcos- ¿Si…?
– Según se supo, en algunos casos la victima recibió un par de zapatillas de ballet días e incluso horas antes de desaparecer y al menos en un par de casos fueron raptadas una maestra de ballet y una joven chef que había sido bailarina profesional.
– …¿Y crees… que me… pasará… lo mismo? -la rubia apenas pudo ahogar un gritito al tener un pequeño orgasmo.
– Es una posibilidad… pero hare lo necesario para impedirlo. No se preocupe, la protegeré.
– ¡Ooohh… Vinceeeeent! -finalmente estalló la mujer ante las protectoras palabras del escolta, sus lindas piernas bien tiesas y horizontales bajo el escritorio, sus pies en punta… pero esta vez la heredera no se dio cuenta al tener los ojos cerrados, un instante después del orgasmo sus extremidades se relajaban bajo el escritorio.
– ¡Señora Trump! ¡Se encuentra bien?… ¡Iv!
– ¿Qué…? -respondió la mujer aun reponiéndose del orgasmo- oh… estoy bien Vincent…
– ¿Segura?
– Si… es sólo que… por un instante reviví… lo ocurrido… -dijo Ivanka con voz entrecortada
– El intento de secuestro…
– Si… eso…
– Suena afectada ¿Llamo a su esposo?
– No, estaré bien… sigue con tu investigación, vas muy bien.
– Muy bien señora, la mantendré informada. Hasta pronto.
– Hasta pronto.
Vincent meditó brevemente al colgar el teléfono.
– Que curioso… si Iv no me hubiera dicho que recordó el ataque hubiera creído que hacía algo muy diferente.
Sentado en su estudio, el ex MI6 abrió un folder y siguió revisando los casos, tratando de encontrar una conexión… algo.
– El primer caso relacionado fue el de una… antropóloga y arqueóloga… llamada Sydney… Fox -leyó el hombre- aun está desaparecida. Mmm…
Días después Ivanka platicaba de nuevo con Scorpius en otra reunión de trabajo.
– Me alegra que le gustaran mis comentarios y consejos. ¿Qué le parecieron las zapatillas? Espero las haya disfrutado… -dijo al sonreír el hombre.
– Pues debo confesar que al principio no me parecieron nada especiales, pero poco a poco he aprendido a apreciar sus virtudes -dijo a su vez la rubia con una sonrisa misteriosa.
– Perfecto… perfecto, ahora por favor entréguemelas.
– ¿Qué? Pero pensé que… -empezó a decir ella sintiendo una gran desilusión.
– ¿Que eran un regalo? Normalmente lo serían pero las que le presté son un prototipo. Las necesito.
– Oh… por supuesto… -dijo casi con tristeza mientras le entregaba las zapatillas rosas tras sacarlas de su bolso.
Pero al volver a ver a Scorpius se encontró con que sostenía unas zapatillas negras de punta afilada, grueso y alto tacón, ancha pulsera al tobillo. Lucían profesionales.
– Ahora quiero que pruebe este par y me diga que le parece -le dijo Scorpius sonriente mientras tomaba de su mano las de ballet.
– Oh… se ven muy bien… pero el tacón es demasiado alto para trabajar.
– Recuerde que quería mi consejo.
– Oohh… yo… -empezó a dudar la empresaria mientras sus parpados se entrecerraban.
– Vamos… sea buena chica y póngaselos…
– Si… está bien… -dijo finalmente la rubia en un susurro, casi como hipnotizada, mientras tomaba de la mano del diseñador las altas zapatillas.
Se quitó sus zapatillas cerradas azul marino y con mucho cuidado se colocó las negras, abrochando las pulseras lentamente.
Luego parpadeó un par de veces y sonrió.
– Pues se sienten muy cómodas – dijo para luego levantarse y caminar por el despacho- ¿Como me veo?
Scorpius estaba extasiado al ver las largas piernas de la rubia calzadas con las altas zapatillas, su cabello rubio suelto, sus senos marcándose bajo el ajustado vestido azul, sus nalgas resaltadas por los tacones.
– Muy bien, cuando la someta será una exquisita esclava, es simplemente perfecta, a la altura de las demás hembras de mi harem… -pensaba mientras sonreía a la mujer.
– Luce espectacular como siempre Ivanka, sin duda lleva la herencia de su madre –le halagó Scorpius sin disimular su admiración.
– Me refería a sus zapatillas –dijo sonriendo la rubia- y recuerde que soy casada.
– En realidad eso no me importa en lo absoluto –le respondió el hombre mientras sacaba de su bolsillo una especie de control remoto- no quiero que seas mi esposa, sino mi esclava, mi hembra… mi mascota… ah y no olvide que sólo puede susurrar, nada de gritos.
– ¿Pero de que habla?
Ivanka pudo percibir una música lenta y sensual que empezaba a dominar la habitación. Luego una cálida vibración fue subiendo desde sus pies, por sus piernas y hasta el centro de su femineidad.
– Ooohh… mmm… ¿Qué pasa? -pensó un instante antes de mirar hacia abajo, para encontrarse con que sus pies empezaban a moverse levemente con la música.
– Debemos seguir trabajando Ivanka… -le dijo suavemente al oído Scorpius a la vez que suave pero firmemente sujetaba sus muñecas y tras ponerlas tras la espalda de la rubia las atrapaba ahí con sus grilletes. Dejándola completamente indefensa.
– ¿Pero que hace? -trató de gritar la empresaria, pero las palabras salieron convertidas en un sensual susurro.
En ese momento la música aumentó de volumen y aceleró su ritmo, el hombre le dio un suave empujón a la rubia haciéndola dar un par de pasos al frente. Pero sus pies ya no se detuvieron, siguieron moviéndose fuera del control de la mujer, obligándola a bailar.
– ¡Aaahh! ¿Qué… me hizo?
– Tenemos mucho por hacer lindura, pero no puedo explicarle ahora, mejor recuerde…
Sin dejar de moverse como una consumada bailarina exótica, levantando sus piernas, arqueando su espalda y ondulando sus caderas, la mujer cerró los ojos al ser golpeada por los recuerdos que en tropel la abrumaban: en la limusina, en esa misma oficina, la humillación y sobre todo el desbordante placer…
– ¡Noooo…! ¡No de… nuevo! -trató de exclamar, pero sus palabras sonaban más eróticas que alarmantes.
– Bien… veo que ya recuerda.
– Basta… deténgase…
– Lo siento pero nuestro horario es muy apretado.
– No me… haga esto… -gimió suavemente la mujer mientras agitaba sus caderas y nalgas de espaldas a Scorpius… como ofreciéndosele.
– Creo que para avanzar debemos empezar a eliminar sus inhibiciones, eso nos servirá a futuro.
– No… no… por favor…
– Me lo agradecerá cuando empiece a disfrutar…
– Oooohhh… nooo… -susurró Ivanka cuando sintió el placer extenderse de nuevo desde las zapatillas malditas hasta su entrepierna, inflamando su sexo…
Scorpius empezó a bailar con ella, guiándola.
– Me encanta su cuerpo Ivanka, sus largas piernas, sus firmes tetitas, ese esbelto cuello, sus nalguitas respingadas… pero debería mostrarlo más…
– Nooo… yo nooohh… soy así… -trató de negarse la empresaria.
– Siempre tan formal, tan elegante, libérese, sea más audaz, enseñe sus atributos…
– Nooo…
– Si… debe mostrar sus piernas…
– Nooo… por favor…
Sin inmutarse Scorpius la levantó y la recostó en el escritorio, sus nalgas casi al borde del mueble, luego se acomodó entre las torneadas extremidades de la mujer, estas subían y bajaban, rodeaban su cintura y luego se abrían en V, rozando con sus altos tacones los costados de su captor. Una nueva canción empezó a sonar en los oídos de la indefensa empresaria, más rápida y casi hipnótica.
Siguiendo la melodía, ahora la rubia usaba sus atrapados brazos e incontrolables piernas para apoyarse y levantar sus caderas del escritorio en un erótico vaivén, lo que aprovechó el hombre para arremangar su falda gris a la rodilla hasta su pequeña cintura, dejando expuesto su apetitoso pubis cubierto por unas elegantes pantaletas negras.
– Muy bien Ivanka, tienes un gusto exquisito… –dijo complacido el diseñador mientras se bajaba lentamente los pantalones, disfrutando ver a la vulnerable rubia moviendo su entrepierna adelante y atrás, en un instante quedó expuesto su miembro bien duro y listo para cobrar su presa en la bella empresaria.
Al ver esto los ojos de ella mostraron su terror y empezó a sacudir su cabeza de lado a lado mientras gemía sin poder controlar su cuerpo.
-No… por favor… no haga esto… -sollozó, pero Scorpius respondió sujetando la cintura de las pantaletas y aprovechando un momento en que las piernas se extendieron derechas y verticales, como columnas de placer, las deslizó hasta dejar a la mujer completamente expuesta a su dominador, acariciando con la delicada prenda la tierna piel de sus muslos y pantorrillas.
– Aaaaahhhh… -gruñó complacida la empresaria ante la maniobra, sin saber bien el motivo, ignorando que el poder de las zapatillas poco a poco volvía su cuerpo más sensible y vulnerable a toda caricia… a todo contacto.
– Aunque debo decir que me hace falta sentir sus piernas cubiertas de medias… –le dijo el hombre de la cola de caballo complacido ante su reacción- pero ya arreglaremos eso después.
Al decir esto, el hombre entre sus piernas sujetó firmemente los tobillos de Ivanka y tras mirar un instante como sus pies y caderas seguían moviéndose en pequeños círculos, la penetró con fiereza y facilidad, gracias a la abundante humedad de su vagina.
– ¡Aaaaahhh…! -trató de gritar ella en un esfuerzo final, pero solamente se escuchó un delicioso gemido salir de sus pálidos labios.
Sujetándola firme pero amorosamente Scorpius empezó a marcarle el ritmo, que ella empezó a seguir de forma compulsiva gracias a las zapatillas.
– Ooohh… es como… lo… imaginé… -pensó por un instante la rubia al recordar aquella noche en el despacho- mi amante… dominándome… y… ¡No!… ¡Basta!
– Muuuy bien… esclava… eres muy… receptiva… -le susurró su atacante mientras entraba en ella una y otra vez, más y más rápido, sonriendo al ver como las piernas en su poder se tensaban y sus pies se ponían aun más de punta.
– Ooohhh… ooohh… nooo… ooohh… -apenas pudo gruñir la indefensa mujer.
– Eso es… me enloqueces… Ivanka… pero deberías… mostrar más… tu cuerpo… -empezó a decirle Scorpius- tienes… una figura… exquisita.
– Nooo… basta…
– Una figura… como esa… debe ser mostrada… ante el mundo… – empezó a condicionarla Scorpius mientras la poseía vigorosamente.
– No… no… se lo suplico… -le pidió la rubia entre gemidos, pero su cuerpo indicaba otra cosa y su voluntad se desmoronaba con cada enloquecedora embestida de placer, cada vez más intenso.
– Para empezar… sus piernas… son perfectas… largas y esbeltas… debería permitirle… a todos… disfrutar de la vista… de esas maravillas naturales… -le condicionaba Scorpius mientras seguía penetrándola y con una mano le acariciaba una de sus piernas bien extendidas.
– Aaahhh… aaahhh… aaahhhh…
– Debes lucirlas…
– No…
– Debes lucirlas…
– Nnnn….
– Debes lucirlas… para todos… y en especial para mi… -le dijo de forma irresistible el hombre al venirse profundamente dentro de la vulnerable mujer- Nnnngggg…
– Nnnnaaaahhh… siii… -se rindió al fin Ivanka al ser empujada al placentero abismo del orgasmo, se tensó  sobre el escritorio y sollozó mientras con una mano el hombre sujetaba su barbilla obligándola a mirarlo a los ojos- siiii… son para… lucirlas…
La melodía terminó de pronto.
– Tuvimos… un buen progreso… lindura… pero aun… podemos añadir algo más… -le susurró el diseñador al oído a la mujer mientras con la otra mano le apretaba posesivo una de sus firmes nalgas- empezando por una lista de las zapatillas que de ahora en adelante siempre usarás…
– Ooohhh… -gimió ella, agotada pero deliciosamente satisfecha, sus piernas colgando relajadas del escritorio, brillantes por el sudor…
Afuera, la pelirroja ayudante de Scorpius platicaba con la asistente de Ivanka.
Patricia llevaba un vestido negro ajustado que apenas le llegaba a medio muslo y dejaba expuesta su espalda casi hasta sus nalgas, dos largos trozos de tela cubrían sus grandes senos para atarse en un lindo moño atrás de su cuello. Unas sandalias negras de tacón alto dejaban ver sus delicados pies con la uñas pintadas de negro, y una serie de tiras muy delgadas se entrecruzaban sobre su empeine hasta atarse en sus tobillos. Estaba sentada en un sillón a lado de la trigueña, sus piernas cruzadas casi expuestas en toda su gloria.  Los escoltas en la sala no la perdían de vista…
– Vamos Jill, pruébalas… te van a gustar… -le decía mientras le mostraba unas sandalias de tacón alto color violeta dentro de una caja.
– No se… -dijo la formal mujer mientras sonreía, atrapada por la simpatía y labia de Muñequita- son demasiado altos…
– Inténtalo, si no te gustan me los devuelves mañana…
Al pensar en la marca y costo del calzado que la pelirroja le ofrecía como regalo de la empresa, Jill se decidió.
– Bueno… tu ganas, lo intentaré… vaya que eres persuasiva… -dijo al fin con una sonrisa.
– No te arrepentirás -dijo para añadir con una sonrisa misteriosa- una vez que las pruebes no podrás dejar de usarlas…
– Tal vez las use esta misma tarde, cenaré con una vieja amiga… ¿Te gustaría acompañarnos? -le dijo amablemente la asistente a la pelirroja.
– Oh… pues gracias… si, claro que acepto, tu avísame donde, ya tienes mi número.
En ese momento, las puertas del despacho se abrieron y salió Ivanka acompañada de Scorpius que llevaba su portafolios en mano, se detuvieron junto al escritorio.
– Muy bien entonces continuaremos la próxima vez… -le dijo a la rubia antes de volverse a su asistente- Paty, es hora de irnos. Buenas tardes señora Trump.
– Buenas tardes señor Scorpius, lo espero con ansias… Jill, asegúrate de agendarle otra cita la próxima semana a la misma hora.
– Si señora –dijo la asistente mientras empezaba a escribir en la computadora.
Scorpius se despidió con una inclinación de cabeza y se dirigió al ascensor con su ayudante.
Por su parte Ivanka entró de nuevo al despacho.
– Qué buenas ideas –pensó mientras se pasaba una mano por el cuello- ufff pero que acalorada estoy, me siento cubierta de sudor. Me daré un baño y… esta falda tan larga me estorba.
Se dirigió al gran baño del despacho mientras se subía su falda gris hasta medio muslo, sintiéndose más cómoda y libre, pero a medio camino se quedó paralizada por lo que sintió, o más bien, lo que no sintió bajo su falda.
– Pero… ¿Por qué no llevo pantaletas? No pude olvidar ponérmelas… ¿O si? –dudó mientras ponía las palmas de las manos en sus caderas- ¿O en que momento me las quité?
Entonces sintió un poco de humedad extendiéndose por el interior de sus carnosos muslos.
– Que vergüenza… ¿Por que me puse así ante Scorpius? Dios… ¿Qué me está pasando?
En el ascensor, X disfrutaba del sensual aroma de las pantaletas negras que se había llevado como recuerdo, pensando en los futuros placeres que obtendría de la rubia y en que la obligaría a disfrutarlos.
CONTINUARÁ
 
 
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Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada en una playa 3” (POR GOLFO)

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Si mi primera noche con mi cuñada fue en gran medida sexo forzado, en la segunda Nuria se entregó a mí voluntaria y totalmente. Habiendo descubierto un placer que hasta entonces le era desconocido, decidió que junto conmigo iba a explorar todas sus facetas y comportándose como una autentica zorra, buscó una y otra vez mis brazos aunque eso  supusiera traicionar la confianza de su hermana.
Aunque durante años, esa morena y yo no nos podíamos soportar después de la experiencia vivida, comprendió que su rechazo no era más que una forma de ocultar la atracción que sentía por mí y por eso al despertar esa mañana en mi cama, sintió celos de Martha que todavía dormida, se acurrucaba al otro lado de mi cuerpo. Sin podérselo creer, supo que aunque había disfrutado con ella también no le gustaba que otra mujer estuviera en mis brazos.
De mal humor, despertando a la inglesa, le dijo:
-Vete a ver si Arthur te necesita.
Yo, que seguía dormido, no me enteré de que la rubia se había ido. Mi cuñada al quedarnos solos, se volvió a abrazar a mí y sintiéndome suyo, sonrió mientras con su mano me empezaba a acariciar. Sin mediar intención por mi parte, involuntariamente mi pene reaccionó a sus caricias y poco a poco fue poniéndose duro ante la mirada satisfecha de esa mujer. Al alcanzar la longitud que estaba buscando, se puso a horcajadas sobre mí y poniendo mi glande en su sexo, se empaló lentamente.
Al sentirlo, me desperté y me quedé pasmado al comprobar la mirada de amor con la que la zorra de mi cuñada me recibió. Como estaba dormido, no la supe interpretar bien y creí que lo que esa mujer  sentía era deseo y por eso, cogiendo sus nalgas entre mis manos, introduje hasta el fondo el resto de mi miembro. Nuria al sentir que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina, pegó un grito y como desesperada, empezó a cabalgar sobre mí buscando que nuevamente derramara mi simiente en su interior.
-Se ha despertado bruta la zorra de mi cuñada- dije al comprobar el volumen de sus berridos.
-Te necesito- fue lo único que alcanzó a decir la hermana de mi mujer antes de empezar a sentir que un orgasmo le atenazaba la garganta.
Con su coño convertido en manantial antes de tiempo, la mujer que durante años me había hecho la vida insufrible, comprendió que en solo dos días se había vuelto adicta a mí y mientras se corría, comenzó a llorar en silencio. Sin exteriorizarlo, disfrutaba y sufría con mi pene inserto en su cuerpo. Deseaba a la vez que me desparramara y sembrara su útero con mi semen pero por otra parte quería salir corriendo y no verme más. Ajeno a su sufrimiento, cogí sus pechos entre mis manos y llevándolos hasta mi boca, me puse a mamar de ellos mientras le decía:
-¡Me pasaría toda mi vida entre tus tetas!

Mi comentario jocoso en absoluto tenía un significado más allá de un piropo un tanto brusco, pero mi cuñada al oírlo creyó que compartía su mismo sentimiento y abrazándose a mí, me dijo:

-Yo también te amo pero no quiero hacerle daño a mi hermana.
Su confesión me puso los pelos de punta y retirándola de un empujón, salí de la cama todavía empalmado. Nuria que no se había percatado de mi cara, creyó que era parte de un juego y poniéndose a cuatro patas, me pidió que volviera con ella. Aunque en otro momento no me hubiese podido resistir a semejante ofrecimiento entonces me pareció fuera de lugar y sentándome en una silla, le pedí que me explicara qué era eso de que me amaba.
Al ver mi seriedad, Nuria echándose a llorar me reconoció que desde que había sido mía, no podía pensar en otra cosa mas que en compartir su vida conmigo.
-¡Tú estás loca!  ¡Tu hermana es mi mujer!- exclamé indignado.
Echa una energúmena, se lanzó contra mí diciendo:
-Maldito, ¡Eso no te importó al violarme en la playa!
Os juro que si no llego a parar sus brazos, esa mujer me hubiera pegado pero afortunadamente conseguí detenerla y ya aprisionada, intenté razonar con ella. Por mucho que intenté que recapacitara, como una loca se retorció e intentó darme patadas, por lo que no me quedó más remedio que soltarle un tortazo. Desde el suelo, me gritó:
-¡No te basta con haber destrozado mi vida que ahora me pegas!
Comprendí al ver la señal de mi mano en su cara que me había pasado y tratando de reparar mi torpeza, me senté junto a ella y la trate de tranquilizar diciendo:
-Nuria, yo también te quiero pero lo nuestro es imposible.
Al sentirme a su lado, se arrodilló a mis pies y con genuinas lágrimas en los ojos, me pidió que lo intentáramos diciendo:
-No me importa ser tu amante, ni siquiera la zorra en la que liberes tu tensión cuando te enfades con tu esposa pero te lo ruego, ¡No me dejes!
Pensando que una vez en Madrid, mi cuñada aceptaría la realidad y se olvidaría de tan absurda petición, di mi brazo a torcer diciendo:
-De acuerdo pero ahora vístete.
Soltando un grito de alegría, se levantó del suelo y me obedeció. Os juro que entonces no valoré apropiadamente lo cabezota que era esa mujer pero no tardaría en comprobarlo porque cuando ya vestidos salíamos del yate, rumbo al hotel, entornando los ojos susurró en mi oído:
-¿Crees que mi hermana aceptaría compartirte conmigo?
Sé que debí cortar por lo sano pero esa idea me pareció además de irrealizable, super morbosa y como todavía nos quedaba un día en esa playa, preferí dejar para España ese trance y disfrutar de esa zorra lo que quedaba de estancia por esos parajes. Por eso, azuzando su ritmo la llevé hasta mi cuarto.

Nuestra última tarde en México
Una vez habiéndonos desahogado las ganas, Nuria se quedó dormida en la cama. Su descanso me permitió valorar apropiadamente lo buenísima que estaba esa mujer. Su melena morena caída sobre la almohada, dotaba a esa preciosidad de una sensualidad difícil de describir pero para colmo esos enormes pechos eran tan duros que aunque estaba acostada boca arriba, seguían como por arte de magia apuntando al techo. Bajo esos dos monumentos, un estómago liso era el anticipo de unas caderas de infarto  y siguiendo el camino, su depilado pubis coronaba su belleza.
“¡Si no fuera tan zorra…!”pensé al recordar que, aunque pareciera a simple vista un ángel de ojos verdes, esa mujer era una manipuladora sin escrúpulos. Cuanto más la veía y más recordaba su pasado comportamiento, menos me podía creer su supuesta transformación. “Nadie cambia así de la noche a la mañana!” sentencié dando por sentado de que su “enamoramiento” no era más que otra estratagema con la cual joderme y por eso, decidí que iba a hacérselas pasar putas en tiempo que siguiéramos en México.
Con la tranquilidad que me dio el haber tomado esa decisión, me senté a su lado y la empecé a acariciar con el propósito de que se confiara. Tal y como había previsto, Nuria al sentir mis manos por su cuello, se despertó y mirándome con una expresión enamorada, me pidió que volviera a la cama.
-Levántate, es la hora de comer- le dije mientras mis yemas se apoderaban de uno de sus pezones.
Su areola, como si tuviera frío, se contrajo dando muestra clara de su excitación y tratando de forzar su calentura para que fuese bien calentita a comer, llevé mi boca hasta su pezón. Nuria creyendo que quería reanudar hostilidades intentó llevarme nuevamente entre las sabanas pero dándole un suave mordisco, le reiteré que se levantara.
-Pensaba que nos quedaríamos toda la tarde en la habitación- me dijo con voz triste -¿No te apetece volverme a amar?
Estuve a punto de explicarle que nosotros no habíamos hecho el amor y que simplemente habíamos follado pero comprendí que no serviría de nada. Por eso, la cogí entre mis brazos y llevándola hasta la ducha, abrí el agua fría mientras le decía:
-Tienes quince minutos para estar lista.
Tras lo cual, la dejé gritando mientras me ocupaba de revisar su equipaje. Mi idea inicial fue elegirle la ropa pero me quedé atónito al descubrir entre sus pertenencias un marco de fotos de ella conmigo. No me impactó el no reconocer cuando nos habían tomado esa instantánea, lo que realmente me puso en alerta fue el motivo por el que esa mujer la había llevado consigo en ese viaje.
Por primera vez, comencé a temerme que no fuera una pose pero tras recapacitar, comprendí que esa foto era parte de un plan b. Estaba convencido e incluso ella me lo había confirmado que su diseño inicial era engatusar a nuestro jefe y ahora que le había fallado, quería ejecutar su proyecto alternativo. Encabronado, guardé el marco en la maleta y decidí esperarla sin más.
Nuria salió del baño todavía enfadada y sin dirigirme la palabra se puso a vestir. Aunque fui testigo de cómo esa preciosidad se vistió, os tengo que reconocer que no me excitó ver como lo hacía, estaba demasiado enfadado con ella para ello. En cambio, los diez minutos que tardó en vestirse me dieron el tiempo que necesitaba para tranquilizarme y sobre todo para planear qué coño hacer.
Cuando se hubo engalanado, el resultado no podía ser más satisfactorio. Aprovechando la temperatura que hacía, mi cuñada se puso un vaporoso vestido que resaltaba la perfección de sus formas.
“Será una zorra pero está buena”, pensé al admirar su cuerpo tras la tela.
La hermana de mi mujer se percató de mi mirada y sonriendo me dijo que estaba lista por lo que sin explicarle donde íbamos, la saqué del hotel. Con la cámara de fotos colgada en mi cuello, la llevé hasta el coche que había alquilado y ya en él, me dirigí hacía una playa alejada.
-No traigo traje de baño- dijo cuándo se dio cuenta  a dónde íbamos.
-No te va a hacer falta- respondí.
Debió de comprender que tenía planeado porque poniendo una expresión pícara, me soltó:
-Eres muy malo.
Al mirarla de reojo, observé que sus pezones se le habían erizado. Su reacción, no por ser previsible, me dejó de sorprender porque sabiendo la facilidad que esa tipa tenía para calentarse que, solo con la perspectiva de ser fotografiada por mí, se pusiera verraca era algo al menos novedoso.  Intentando confirmar esa faceta, le dije:
-Voy a hacerte un book erótico.
Nuria se quedó callada al oír mis intenciones pero lejos de enfadarse con la idea, saber que le tomaría fotos de carácter porno, le hizo suspirar y tras unos minutos donde debió estar valorándolo, me preguntó:
-¿Por qué?
Sin ocultar mis razones le expliqué que con ese reportaje, sería incapaz de traicionarme porque de hacerlo, le arruinaría la vida. Si creía que seiba a enfadar, me equivoqué porque nada mas revelárselo, me dijo:
-Nunca podría traicionarte pero si así te quedas más tranquilo, ¡Lo haré!
Que hubiese aceptado a la primera darme las herramientas con las que tenerla controlada, me hizo dudar de si había juzgado bien sus motivos temiéndome que su entrega fuera real tal y como ella sostenía. Al llegar a la playa, su actitud solo incrementó mi zozobra porque bajando del coche, me soltó:
-¿Qué quieres que haga?
La naturalidad con la que me lo preguntó, me indujo a buscar en esa playa algo que la hiciera reconsiderar su decisión. Al ver cerca de unas rocas a una negra tomando el sol, decidí llevarla hasta allá:
“En cuanto vea que la voy a exhibir ante una desconocida se va a negar”, me dije dirigiéndome hasta ese lugar.
De camino, Nuria en vez de estar preocupada parecía feliz porque me soltó que esperaba que después de la sesión de fotos, volviéramos a la habitación. Al irnos acercando a donde estaba esa mujer, me quedé pálido al observar que la dama en cuestión era una culturista y que en vez de un cuerpo femenino, bajo ese bikini se escondían una serie de músculos con los que yo no podría competir en una lucha.
La negra al escucharnos llegar, dio muestras de que la estábamos incomodando al dirigirme una dura mirada tras lo cual se giró para no vernos. Decidido a que esa hembra fuera parte de la prueba, puse el trípode con la cámara a escasos tres metros  de ella y una vez con todo preparado, miré a mi cuñada y le pedí que empezara a posar. Haciendo caso omiso a que hubiera alguien observando, Nuria se comportó como una modelo profesional, meneando su melena y poniendo poses a cada cual más sensual.

Cómo ya os he explicado varias veces, la hermana de mi mujer es un espectáculo. Sus ojos verdes le confieren a su cara una picardía mezclada con ternura que hace que su presencia no resulte indiferente a nadie y si a eso le unimos unos pechos enormes y un cuerpo de antología, dan como resultado que mi queridísima cuñada resulte irresistible.
No llevaba ni diez fotos cuando comprendí que me estaba empezando a calentar pero recordando mi plan, tuve que aguantarme las ganas de saltar sobre ella y con voz profesional le dije que dejara caer un tirante. Nuria no solo me obedeció sino que adelantándose a mi siguiente orden, metió una mano por su escote y se pellizcó un pezón mientras se mordía sensualmente los labios.
La escena estaba subiendo de temperatura cuando de reojo, observé que habíamos conseguido captar la atención de la afroamericana. Con sus músculos en tensión, no perdía ojo de lo que estábamos haciendo.
-¡Súbete la falda!- dije todavía manteniendo una frialdad que no sentía.
La zorra de mi cuñada sin quitar su mano de su pecho, llevó la otra a su entrepierna y dando ostensibles gemidos, fue levantando el vuelo de su vestido mientras ponía cara de puta.
“¡Cómo me pone!”, no pude dejar de aceptar al ver la sexualidad que desprendía por todos sus poros y añadiendo otro motivo para picar aún más la curiosidad de la negra, le pedí que se quitara las bragas.
Dotando a sus movimientos de una lentitud exasperante, Nuria me obedeció mientras yo inmortalizaba la secuencia con mi cámara. Lo creáis o no, esa mujer llevó sus manos hasta su tanga y con una sensualidad sin límites, fue bajándola por sus piernas mientras me miraba fijamente.
“¡Dios!, ¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al observar que una vez se había despojado de su ropa interior, se apoyaba en la roca y arremangándose el vestido, iba descubriendo centímetro a centímetro la perfección de sus muslos.
La enorme culturista que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, no pudo evitar acercarse a mí y observar de más cerca a mi cuñada.  Sonreí al percatarme de la mirada de deseo de la negra y buscando incrementar su morbo, cuando Nuria ya tenía su sexo al descubierto, le pedí que se masturbara.
SI pensé en algún momento que se iba a sentir incomodada, no pude estar más errado porque con un brillo no disimulado en sus ojos, separó con sus dedos los pliegues de su vulva y cogiendo el botón que escondían, se puso a acariciarlo.
-¡Oh! ¡My god!- susurró la desconocida al advertir que mi cuñada se toqueteaba el clítoris  mientras yo seguía tomando fotos.
Los pezones de la negra se le marcaron bajo el bikini mientras su dueña era incapaz de retirar su mirada de ese coño. La confirmación de que esa gigantesca mujer se estaba viendo excitada por la escena vino cuando la vi cerrar sus piernas en un intento de contener su calentura. Ya convencido de que esa mole iba a ser coparticipe de la sesión de fotos, pedí a mi cuñada que le mostrara el culo.
Nuria viendo mis intenciones, se dio la vuelta y usando sus manos, separó sus nalgas para que pudiera tomar una fotografía de su ano. Acercándome a ella, tomé varios primeros planos, descubriendo que para entonces la humedad ya encharcaba su sexo.
-¡Eres una putita exhibicionista!- le dije dando un azote en su trasero.
Mi caricia hizo que con más interés se abriera los dos cachetes y que sin habérselo exigido se introdujera un dedo en su esfínter mientras miraba de soslayo a la negraza. La desconocida al ver a mi cuñada masturbándose por ambos orificios, pegó otro suspiro totalmente excitada. Al percibir que estaba deseando participar, le solté en inglés:
-¿Can you help me?
Sin llegarse a creer su suerte, la mulata se acercó y en un español con marcado acento, me preguntó en que quería que me ayudara.
-¿Te apetece participar?- contesté y viendo que aceptaba, le pedí que terminara de desnudarla.
La mujer sin esperar a que se lo repitiera, se acercó a donde estaba mi cuñada y le ayudó a quitarse el vestido. Mientras lo hacía, la sonrisa que lucía Nuria me informó de que estaba disfrutando por lo que comprendí que no estaba consiguiendo mi propósito de avergonzarla. Pero lo que nunca me esperé fue que abrazándose a la negra, le pusiera los pechos en la boca y le dijera:
-Mi hombre quiere fotografiarme mientras me follas.
Os confieso que me alucinó la reacción de esa desconocida porque sin conocernos ni saber cuál iba a ser el destino de esas fotos, metió en su boca los pezones de mi cuñada y se puso a mamar de ellos como descocida. El contraste de su piel oscura contra la blancura de Nuria terminó de elevar mi paranoia y ya sin freno, le dije al oído:
-Es toda tuya.
La culturista habiendo obtenido mi permiso, pegó aún mas su cuerpo contra el de mi cuñada y restregando su sexo contra el de la otra mujer, me sonrió totalmente entusiamada.
-Así, ¡Sigue!- suplicó al sentir los dientes de la negra en sus areolas.
Durante un rato, la mulata se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de mi cuñada. Viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Nuria estaba disfrutando, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino su sexo.
Arrodillándose en la arena, le separó con ternura los labios de su vulva, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Nuria obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad se concentró en su  botón.
-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer le gustaba.
Esa confesión dio a la desconocida el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla hasta su primer orgasmo. De pie, con sus manos en el pelo afro de la mujer y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la otra. La negra al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina. Sin importarle que yo estuviera presente,  gritó de placer:
-¡Por favor! ¡Quiero más!
Interviniendo, cogí la toalla de la desconocida y trayéndola hasta el amparo de las rocas, la extendí sobre la arena. Una vez allí, ordené a mi cuñada que se tumbara en la misma  y mirando a esa extraña, le solté:
-Fóllatela.
La mujer me miró aterrada pero cumpliendo con nuestro trato no escrito, se fue acercando hasta donde le esperaba la otra mujer. Nuria desde el suelo esperó a que esa gigante procediera  pero la indecisa mujer no se atrevía.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada.
Comportándome como su mentor, la obligué a arrodillarse entre las piernas de mi cuñada y con una suave presión de mis manos, acerqué su cabeza contra su meta. Al sentir el coño de Nuria pegado a sus labios, venció todos los reparos de la culturista y sacando su lengua reinició sus caricias. Por su parte, la hermana de mi mujer berreó como una puta al notar la húmeda carantoña y en voz en grito proclamo su placer al viento.
Si de por sí yo ya estaba excitado al observar las negras y duras nalgas de la desconocida moverse al compás de su boca, fue algo a lo que no me pude evadir y acercándome a la pareja, las acaricié con mis manos. En contra de lo que había previsto, la piel de su trasero era tersa y suave. Por eso y habiendo escuchado el gemido que salió de su garganta al ser tocada por mí, me dio los arrestos suficientes para prolongar y profundizar mi manoseo. Fue entonces cuando olvidándose momentáneamente del sexo de mi cuñada, la enorme mujer se giró y con voz descompuesta, me dijo:
-Fock me.

No me lo tuvo que repetir y sin darle tiempo a arrepentirse, le bajé la parte de abajo del bikini, dejando al descubierto un sexo casi depilado por completo. La visión de ese manjar y la certeza de que estaba anegado hicieron el resto y ya con mi pene completamente erecto, me desnudé.
Para entonces, la negraza ya se había apoderado del clítoris de mi cuñada y mordisqueando dicho botón había vuelto a conseguir llevarla al borde del orgasmo. Contando con su autorización, cogí mi pene y colocándolo entre sus nalgas empecé a frotarlo contra su raja. La culturista bramó como loca, al sentir mi tranca en su culo y sin pedirme mi opinión la cogió con la mano y la llevo hasta la entrada de su sexo.
“Mierda, me apetecía follarle el culo”, maldije entre dientes pero asumiendo que me quedaría con las ganas, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. No me sorprendió encontrármelo encharcado por lo que sin esperar a que se acostumbrara empecé a cabalgarla mientras le ordenaba que usara sus dedos para dar placer a mi ya amante. La mulata quizás estimulada por sentir mi miembro en su interior pegó un grito y con mayor énfasis, reanudó la comida de coño introduciendo un par yemas en el sexo de Nuria.
-¡Me encanta ver cómo te la follas!- aulló, satisfecha y sin cortarse en absoluto, se pellizcó los pezones mientras me pedía que le diera un azote en ese culazo a la desconocida.
No tardé en complacer su deseo y con un sonoro azote, azucé el ritmo de la mujerona. Esta al sentir mi ruda caricia en su nalga, aceleró el roce de su lengua sobre el sexo de la muchacha. El chapoteo de mi pene al entrar y salir del chocho de nuestra cómplice me convenció de que esa mujer estaba disfrutando del duro trato y soltándole otra nalgada, exigí que se moviera.
-¡Yes!-chilló dominada por la pasión la enorme desconocida.
El rostro de mi cuñada me reveló que no iba a tardar en tener un orgasmo por lo que aceleré el compás de mis penetraciones para intentar que ese saco de músculos cumpliera con su función. Curiosamente, el conducto de ese oscuro chocho era estrecho y por eso cuando acuchillé su interior con mi estoque, creí partirla en dos. La presión que ejercía contra mi pene me hizo temer correrme antes de tiempo y por eso tratando de prolongar mi erección, redujé mi ritmo mientras con los dedos empezaba a acariciar su esfínter.
Desgraciadamente, Nuria no pudo más y soltando un berrido se corrió. Nada más hacerlo, se percató de que estaba estimulando a la negra por detrás y hecha una furia se abalanzó sobre ella y la retiró de mí.  Mi cuñada totalmente celosa no se lo pensó dos veces en darle ese empujón y a voz en grito, me pidió que me tumbara. Con mi pene tieso, obedecí y nada más poner mi espalda contra la toalla, escuché que me decía:
-¡Puedes follarte a cualquiera pero dar por culo solo a mí!
Medio cabreado por la oportunidad perdida, le contesté:
-¡A qué esperas!
Mi respuesta debió complacerla porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, se agachó de espaldas y poniéndose a horcajadas, se empaló lentamente su propio ojete. La lentitud con la que se introdujo mi miembro en su interior, me permitió sentir como mi glande se abría camino y como su estrecho conducto, parecía estar hecho a medida de mi pene.
-¡Qué gozada!- aulló al notar que la rellenaba por completo y que la base mi verga chocaba contra sus nalgas.
Fue entonces cuando con la cara descompuesta, La negra que había asistido atónita al empalamiento, se puso a chuparle los pechos y al ver que mi cuñada no rehuía el contacto bajando la mano hasta la entrepierna, empezó también a masturbarla. Nuria al sentir la triple estimulación  con tono descompuesto, chilló:
-Cariño, ¡Dale por culo a tu puta!
Tras lo cual, inició un desenfrenado galope usándome como montura. Bramando de deseo,  empleó mi pene como si de un consolador se tratara.  Izando y bajando sus caderas, dio inicio a un rápido mete-saca donde mi única función era poner mi polla a su disposición.
-¡Dirty bitch!- exclamó la mulata al percatarse del zorrón que era y pegándole un duró mordisco en un pezón, reinició sus toqueteos.
-¡Como deseaba sentirme tuya!- chilló satisfecha  mientras su cuerpo unía un orgasmo con el siguiente.
La entrega de mi cuñada fustigó pasión y llevando su ritmo a unos extremos brutales, acuchillé su interior sin parar. Si ya estaba de sobra estimulado, bramé como un toro al ver que la negra usaba su otra mano para satisfacer su propia lujuria e incapaz ya de parar, busqué liberar mi tensión vía placer.
La explosión con la que sembré sus intestinos, se derramó y saliendo por los bordes de su ano, empapó con su blanca simiente no solo las piernas de Nuria sino las negras manos que la estaban pajeando. La culturista al advertir que había terminado, usó su fuerza bruta para voltear a mi indefensa cuñada y poniéndola a cuatro patas, le abrió ambos cachetes y se puso a recolectar con su lengua mi semen.
Nuria que no se lo esperaba, disfrutó como una perra de la lengua de esa atleta mientras recogía con auténtica ansia la producción de mi pene. La morena habiendo dejado sin rastro de mi simiente su ano, se levantó y yendo hasta su bolso, cogió un boli y anotó algo en un papel, tras lo cual volvió y dándomelo, me dijo:
-Este es mi mail- y sonriendo me pidió: -¡Mándame las fotos!
Soltando una carcajada, le prometí hacerlo y tumbado sobre la arena, vi como esa mujer de enormes músculos y coño pequeño desaparecía rumbo a la salida. Mi cuñada todavía tardó unos minutos en sobreponerse al esfuerzo y cuando lo hizo, se abrazó a mí diciendo:
-Tengo que contarte un secreto.
Por su tono meloso, comprendí que no me iba a gustar ese “secreto” pero aun así, la curiosidad pudo más que la prudencia y por eso le pregunté cuál era. Mi cuñada, la preciosa hermana de mi mujer, se acurrucó entre mis brazos antes de decirme:
-¡Llevo más de dos meses sin tomarme la píldora!

Relato erótico: “Conan el barbaro o Conan el rompe coños xxx” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Conan se despertó estaba encadenado y empezó a recordar todo lo que había pasado estaba celebrando un banquete con su esposa Zenobia y su hijo Conn cuando de pronto al tomar una copa empezó a marearse y apareció el mago Zardok y empezó a reírse y él se desmayó.

-veo que ya despiertas -dijo el mago Zardok- tu reino es mío y tu esposa es mi puta ahora y tu hijo es mi esclavo y tu morirás al amanecer, pero antes quiero que sufras ajajajajja -dijo el mago-   traer a su esposa.

 la trajeron ante él y el mago dijo:

– mira cómo me la follo delante de ti. Conan. ella es mi puta y lo será siempre.

 y se bajó las calzas y saco su polla y se la hizo chupar a la esposa de Conan.

– si no mamas -dijo el mago Zardok -te juro que le matare.

 así que Zenobia que lloró tuvo que mamarle la poya al mago Conan furioso:

– juro que te matare Zardok te lo juro por Crown.

–  ahora quiero verte desnuda puta -dijo el mago- quiero follarte para que tu esposo te vea y sufra.

 ella se desnudó y el mago la metió la poya hasta los cojones ella no quería disfrutar y lloraba, pero no podía evitar que el cabrón del mago Zardok la follara y gimiera de gusto.

– ves lo zorra que es tu mujer -le dijo el mago.

 Conan poco a poco concentro  su fuerza y al final rompió las cadenas  los músculos eran de acero forjados de pequeño en las batallas cogió su espada y se lanzó a por el mago  pero este dominaba la magia  negra y cogió a Zenobia y a su hijo y desapareció varios guerreros intentaron luchar contra el  pero Conan prácticamente ni se inmuto nadie conocía la espada como Conan nadie le había vencido jamás en la batalla cogió su espada que nadie apenas podía sujetarla con las dos manos mientras él la sujetaba como una pluma con una y la hizo viral encima de él y las cabezas de los guerreros de Zardok salieron por los aires los guerreros  de Zardok no vieron a un guerrero frente al vieron a un diablo manejando una espada imposible de vencer blandió otra vez la espalda y se cargó a varios guerreros varas cabezas rodaron con si fueran melones  cuando termino había un rastro de cadáveres que no se podían contar.

 casi recupero el trono y dejo a su mejor hombre en él tenía que buscar a su esposa y a su hijo y no pararía hasta que los encontrara así que cogió su fiel caballo y se dispuso a buscar al mago, pero el mago no era fácil de hallar él podía abrir nuevos mundos y estar en otras dimensiones y nunca encontrarlo así que fue a ver a las tres brujas ellas eran hermosísimas Conan les pidió ayuda:

– sabemos quién eres y lo que deseas, pero para eso tienes que pagar un precio tienes que pasar la noche con nosotras tres si nos satisfaces como mujeres mañana te diremos como ir al castillo del mago Zardok.

 así que Conan no tuvo más remedio que quitarse el calzón y follar con las tres brujas las brujas cuando vieron el cuerpo de Conan y la poya que era todo musculo se relamieron.

–  menuda noche vamos a pasar hermanas.

 Conan cogió a una de las tres brujas llamada Brunilda y la comió el chocho hasta que no pudo más la otra se moría de gusto mientras las otras dos brujas Lemia y Casilda le chupaban la poya hasta mas no poder Conan sabía que si no aguantaba las brujas se quedarían con él para toda la eternidad y jamás encontraría a su familia. tuvo que hacer un esfuerzo humano para no correrse con dos mujeres tan bellas y experimentadas.

 después Conan las cogió y se las metió una por una en el chocho y empezó a follarlas hasta que ellas se corrieron de gusto luego Conan las dio por el culo hasta que no pudieron más las brujas estaban agotadas de tanto follar.

– verdaderamente eres Conan el rompe coños. tu fama es bien merecida joder como follas no nos extraña que tú mujer este loco por ti. muchas darían por tener un hombre así.  bien Conan tu ganas te diremos como llegar al castillo del mago Zardok pero ten en cuenta que aunque llegues allí no creo que puedas vencerle con la fuerza es el mago más poderoso que excite  y nadie le gana en magia negra ve al bosque negro allí encontraras una catarata tírate dentro e intenta llegar al fondo del rio si lo logras aparecerás en el castillo de Zardok sino lo logras te ahogaras ya que hay 20 metros de profundidad por lo menos y ningún humano ha podio bajar y aguantar tanto  es la única manera buena suerte.

 Conan llego al bosque negro y vio la cascada y la gran masa de agua ningún  hombre normal se tiraría a nadar allí pero Conan no era un hombre como los demás  cogió su espada lo único y que llevaba encima y se lanzó desde el vacío a la cascada entrando en una masa de agua enorme y empezó a bucear y a bajar y bajar  parecía que los pulmones le iban a estallar si no conseguía llegar al fondo era imposible el regreso no tendría tanto aire para volver arriba  cuando parecía todo imposible casi ahogándose toco fondo  y desapareció  y apareció en el castillo del mago negro Zardok .

 el mago Zardok lo había visto todo en su bola mágica lo que había hecho Conan para llegar hasta   allí.

– Zardok donde te encuentras- dijo Conan -da la cara deja tus sucios trucos y enfréntate a mi como los hombres y deja tu magia.

 el mago se reía hizo brotar esqueletos de la tierra para que mataran a Conan.

  Conan lucho con ello pero cada vez que los vencía se levantaban así que cogió una antorcha y quemo sus huesos luego hizo salir a las hijas de la tierra que eran bellísimas  y las dijo  que le sedujeran ellas usando su magia le soplaron un polvo mágico y él fue automáticamente abducido por las mujeres  al cual le cogieron y le quitaron el calzón para que olvidase a Zenobia y le desnudaron y  se desnudaron ellas no creo que sea tanto como dicen decían las hijas de la tierra comprobémoslo  y salió su espléndida poya a relucir  lo cual se quedaron alucinadas o dioses no habíamos visto nada igual Conan empezó a follarlas y ellas a comerle la poya se volvían locas de tanto gozar.

  luego follaron entre ellas mientras Conan las daba por el culo a una de ellas y a otras las metía manos en sus chuminos luego las cogió en voz una por una y se las follo sin contemplaciones ellas no podían con él.

– con razón te llama Conan rompe coños -dijo las hijas de la tierra al ser ellas vencidas ya que estaban agotadas el hechizo se rompió y Conan llego hasta el mago.

–  dame a mi esposa -dijo Conan.

 el mago se reía;

– tu esposa es mía pertenece a la oscuridad ella es mi puta llévate a tu hijo, pero déjala ella para mí.

–  ella no se quedará aquí.

– intenta convencerla si ganas a la oscuridad podrás llevártela si pierdes perderás también a tu hijo y te quedaras solo aceptas.

– acepto.

– bien ahí tienes a tu esposa convéncela para que se vaya contigo.

– no déjame quiero ser la puta de Zardok mi señor me folla y me ama.

–   ven aquí mujer -dijo Conan.

–  jajá reía el mago lo ves a ver qué vas a hacer.

– lo que tenía que haber hecho antes.

 Conan se desnudó y saco su poya y dijo:

– te voy a recordar con quien estas esposada mujer – y la cogió del pelo y la hizo mamar la poya a Zenobia.

 ella se volvía loca de gusto.

– así así así mama zorra -dijo Conan- ábrete el chocho que te voy a follar.

 y se la clavo hasta los cojones y empezó a follarla como jamás había follado a ninguna ¡a mujer.

  Zenobia se volvía loca de gusto.

– más dame más.

 luego la cogió por el culo y la dio hasta que lo tuvo bien abierto.

–  así así rómpeme el culo cabrón que gusto como me follas.

  luego la comió el chocho hasta mas no poder hasta que ella dijo:

– Conan mi amor ahahahahha -y se corrió y despertó de la oscuridad.

–  ya nos veremos otra vez Conan. esta vez has ganado la batalla, pero no la guerra.

  Conan cogió a su mujer y a su hijo y volvieron a su reino.

  Conan estaría al tanto ya que el mago Zardok no le olvidaría y siempre estaría al acecho para acabar con Conan, pero jamás lo lograría FIN

Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada y a mi mujer” (POR GOLFO)

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Cuarta entrega de “Di por culo a la puta de mi cuñada en una playa”
Cómo todo tiene un final, el congreso donde mi cuñada me dio su culo terminó y tuvimos que volver a casa. Todavía recuerdo que en el avión de vuelta, Nuria se puso triste porque sabía que al aterrizar en Madrid estaría Inés, mi mujer. Casi llorando me pidió que al menos una vez por semana y aprovechando que trabajábamos juntos, la poseyera. Pero haciendo caso omiso a su sugerencia, me negué diciendo:
-Nuria, como te expliqué lo nuestro no debe seguir por tu hermana. No creo que quieras hacerle daño.
Asintió de mala gana pero tras permanecer durante unos minutos en silencio, llamó a la azafata y le pidió una manta con la que taparse. No tuve que ser un premio nobel para comprender que no era el frio la razón para pedirla y con una sonrisa, le di vía libre. Al entregársela la empleada, se las arregló para que nos cubriera a los dos y así que nadie se percatara de lo que iba a ocurrir bajo esa tela.
Como habréis anticipado, tuve que esperar poco tiempo para sentir que su mano me empezaba a acariciar el pene por encima del pantalón. La persistencia de Nuria buscando levantar mi libido tuvo cómo respuesta que mi miembro se irguiera en su plenitud.
-Si quieres guerra, la vas a tener- le dije antes de ordenarle que me hiciera una mamada.   
Mi cuñada recibió con espanto mi orden porque solo entraba en sus planes el hacerme una paja y nunca pensó en una felación por estar rodeados de gente.
-¿Aquí? – preguntó muerta de vergüenza.
-Sí- respondí y para dar mayor veracidad  a mi orden, bajándome la bragueta, liberé mi miembro: -¡Quiero que me la comas!
Asintiendo, me susurró:
-De acuerdo, pero no hagas ruido.
Tras lo cual, noté que le costaba respirar mientras abarca entre sus dedos mi extensión. Durante un par de minutos se dedica únicamente a pajearme pero al exigirle que quería más, sin quejarse hizo como si buscara algo en el suelo y viendo que nadie se había fijado en que se había arrodillado, me miró diciendo:
-¡Tú te lo has buscado!
Antes de metérsela en la boca, decidió humedecerla y con su lengua, la lamió empezando por la base y terminando en mi glande. Ya con su boca en la cabeza de mi pene, escupió un poco de saliva sobre mi capullo y la extendió con la mano por toda mi piel.  Satisfecha, entonces abrió sus labios y de un tirón, la engulló hasta la base. Como la maestra que era, chupó mi polla con pasión y usando su boca como si de un estrecho coño se tratara, la sacó lentamente para cuando sus labios ya bordeaban mi glande, volvérsela a meter.
-¡Voy a echar de menos tus mamadas!- dije y llevando mi mano hasta uno de sus pechos, pellizqué su pezón.
Nuria al sentir mi ruda caricia, no puede evitar que se le erizara y mientras un escalofrío de placer le recorría por el cuerpo, pegó un gemido de satisfacción, tras lo cual siguió mamando mi pene sin hacer más ruido que el inevitable chapoteo de su saliva. Llevaba un buen rato con esa felación cuando sentí que cerrando sus labios alrededor de mi glande, uso su lengua para darme unas breves lamidas circulares sobre mi hoyuelo.
El morbo que me daba que me lo estuviera haciendo enfrente de todo el pasaje, me dominó y por eso cuando sentí que estaba a punto de correrme, presionando con mi mano su cabeza, le exigí que se lo bebiera todo. Como una posesa esperó a que explotar dentro de su garganta y sin dar tregua a mi miembro, lo ordeñó hasta que mis huevos quedaron vacíos. Solo entonces, se la sacó y mientras la dejaba inmaculada, me preguntó:
-En la oficina, ¿Podré hacerte alguna?
Metiendo mi pene dentro del calzón, me cerré la bragueta diciendo:
-Te he dicho que no.
Cabreada, no me dirigió la palabra el resto del viaje y solo cuando vimos a Inés tras la puerta de la aduana, se acercó a mí diciendo:
-Si crees que puedes dejarme tirada, ¡Te equivocas!
Su amenaza caló en el fondo de mi mente y por eso cuando saludé a mi esposa con un beso, me temí lo peor. Afortunadamente, Nuria no le contó nada pero cuando ya nos despedíamos, su hermana le preguntó cómo me había portado. Sonriendo, la contestó:
-No tengo queja. Tu marido me ha dejado agotada de tanto darme por culo.
Creyendo que era una broma, mi mujer se descojonó de la burrada y recriminándole su falta de tacto, le siguió la guasa diciendo:
-Pobrecita, ¿Te has podido sentar?
 
Soltando una carcajada, le confirmó que no pero señalando sus rodillas, respondió:
-Me ha traído arrodillada entre sus piernas y no me ha dejado sentarme hasta que no he satisfecho todas sus perversiones.
-¡Será cabrón, mi marido!- dijo con sorna Inés mientras me reprendía con unas imaginarias nalgadas en el trasero.
Como comprenderéis fui testigo mudo de esa conversación, no fuera que, al tratarme de defender, mi esposa se percatara de que esa supuesta broma tenía mucho de real. La diversión de la que fui objeto por parte de las dos hermanas, se prolongó hasta que ya desde el interior de su coche, mi cuñada me gritó:
-Te veo en la oficina, ¡Machote! Estaré deseando uno de tus azotes.
La risotada con la que mi mujer recibió la chanza de su hermana, me tranquilizó y tratando de hacerme el mártir, al sentarme en el asiento del copiloto, le dije:
-¡No sabes cómo me ha estado jodiendo toda esta semana!
Con genuina alegría, me contestó mientras encendía el motor del automóvil:
-Ya puedes olvidarte de ella. A partir de hoy: ¡Seré yo quien te joda!
 
 
Mi primer día de trabajo tras la vuelta.
Debido al cambio horario me tomé dos días de descanso antes de retornar a la oficina. Mereciéndolo, no tardé en arrepentirme porque al llegar hasta mi despacho, Nuria había aprovechado mi ausencia para realizar unos sutiles cambios en la disposición de los cubículos.
Al ser público tanto mi ascenso como el de ella, a nadie le extrañó que eligiera el que estaba al lado del mío. Por eso en cuanto me senté en mi silla, me encontré que a través del cristal de la mampara, la viera a ella. La muy zorra me sonrió al ver mi cara y metiéndose un bolígrafo en la boca, se puso a chuparlo como si estuviera haciendo una felación.
Reconozco que me calentó y cabreó de igual modo, por lo que bajando la persiana, evité seguir viendo esa morena tentación:
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No se da cuenta que estamos en el trabajo!”
Su actitud afianzo mi decisión de dar por terminada nuestra relación y por eso, a través del teléfono, le pedí que viniera. Al verla acercarse contorneando sus caderas, comprendí que iba a resultar difícil convencerla pero aun así nada más sentarse, le pedí que se comportara.
-No sé a qué te refieres- me dijo mientras cruzaba sus piernas, dejándome apreciar la perfección de sus muslos.
Haciendo un esfuerzo para retirar mis ojos de sus piernas, me encaré con ella diciendo:
-Nuria, debemos ser prudentes. No te conviene que la gente sepa que además de tu cuñado, soy tu amante.
Al ver la expresión de su cara, supe que había expresado con el culo lo que quería decir pero antes que rectificara mis palabras, mi cuñada se levantó de su asiento, diciendo:
-No te preocupes. Nadie sabrá que eres mi hombre.
Su súbita huida no me permitió explicarme pero al ver que sonreía mientras volvía a su cubículo, advertí que esa puta se estaba riendo  de mí. Cabreado hasta las muelas, le mandé un mail con solo una palabra:
¡Puta!
No tardé en recibir su contestación. Al leerla supe que me había ganado la tercera batalla en solo diez minutos:
“Esto puede considerarse acoso. Te espero en mi casa a la hora de comer”.
Maldiciendo en silencio, me concentré en el día a día y cuando ya casi se me había olvidado, llegó mi secretaria diciendo:
-Jefe, Doña Nuria me ha pedido que le recuerde la cita.
Pensando que quizás en su casa, pudiera hacerla entrar en razón, decidí acudir sabiendo que era  una encerrona. Mientras iba a ver a  mi cuñada, me quedé pensando que solamente una vez había pisado su casa y eso que llevaba casado con su hermana diez años. La mala relación que mantuvimos durante todo ese tiempo nos había convertido en unos extraños. Todo nuestro contacto se limitaba a breves encuentros dentro del ámbito familiar y esporádicamente en el trabajo. Pero comprendí que tras ese congreso, todo había cambiado.
No solo nos habíamos acostado, debido a que Arthur la había nombrado responsable para España, ahora era mi subordinada.
“No comprendo su fijación por mí, puede conseguir al tipo que desee”, me dije al tratar de analizar porque una mujer tan bella y soltera se había encaprichado de un hombre casado que para más inri era su cuñado. Tras pensarlo, aterrorizado comprendí que ese era exactamente el problema: acostumbrada a conseguir que los hombres babeen por ella, había encontrado en mi rechazo un estímulo que no le daban los demás.
“¡Tiene que recapacitar! Si sigue con esa actitud, va a echar a perder mi matrimonio”, sentencié mientras tocaba el telefonillo de su apartamento.
Nuria me abrió de inmediato. Que hubiese tardado unos escasos segundos en hacerlo, me avisó de que a esa mujer le urgía verme y por eso, bastante nervioso cogí el ascensor. Curiosamente, me recibió en bata y diciéndome que la esperara un minuto para darle tiempo a acabarse de vestir, me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear su vivienda y mientras lo hacía, me sorprendió descubrir en su librería fotos mías.
“¿De qué va esta tipa?, maldije en silencio en cuanto me percaté que había al menos media docena de instantáneas en las que yo aparecía.
Podréis pensar que es normal que una mujer tenga fotos de su cuñado, lo sé. Lo que no es lógico es que aparezca solo y que por su tamaño sobresalgan sobre el resto. Revisando las mismas, me pareció todavía más increíble que fueran una colección que abarcaba años de mi vida. Alucinado, me fijé sobretodo en una de ellas. ¡Era una foto de una fiesta en la que por algún motivo, la tenía abrazada! Absorto me quedé mirando la imagen al percatarme que en la misma, Nuria me miraba con ojos de enamorada.  
“¡No puede ser, tiene más de tres años!
La confirmación de que su encaprichamiento venía de lejos, me dejó hundido al comprender que no era algo pasajero. Tratando de asimilar esa noticia, involuntariamente cogí el marco de fotos y me senté en el sofá. Fue así como me encontró mi cuñada cuando entró en la habitación:
¡Mirando una imagen de los dos!
Al darme la vuelta, a la que vi no fue a mi cuñada sino a una diosa. Envuelta en un picardías de raso negro casi transparente, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. Aunque era consciente de su belleza, os juro que me costó respirar al observarla vestida así. El corpiño que lucía en esos momentos, maximizaba la perfección de sus senos dotándola de una sensualidad sin límites.
Al ver tanto mi reacción como el hecho de que tenía en mis manos ese marco, le hizo reír y sentándose a mi lado, me dijo con voz divertida:
-El día en que nos tomamos esa foto, fue cuando me di cuenta que estaba prendada de ti.
Tratando de mantener la cordura, retiré la vista de su cuerpo y haciendo un esfuerzo por mantener mi excitación lejos, le contesté:
-¡Querrás decir encoñada! ¡Eres incapaz de amar a alguien!
 
Mis duras palabras no consiguieron su objetivo porque lejos de enfadarse, Nuria se subió a horcajadas sobre mis piernas mientras con voz dulce me contestaba:
-Te equivocas. Si durante años te traté con desprecio, era porque sabía que no podía vivir sin ti. Era una forma de evitar mostrar mis sentimientos- y entornando sus ojos, prosiguió diciendo mientras sus manos me empezaban a desabrochar la camisa: -Te amo desde entonces pero ahora que sé que me deseas, no lo puedo evitar y deseo ser solamente tuya.
La cercanía de sus pechos y el roce de sus muslos contra mis piernas estuvieron a punto de hacerme ceder, pero sacando fuerzas de mi propia desesperación, le dije:
-Sabes que no es posible. ¡Soy el marido de tu hermana!
-¡Lo sé y me duele!- respondió- por eso quiero ayudarte.
No sabiendo por donde iba, le pedí que me explicara en que me podía auxiliar. Mi cuñada acercando su boca a mi oído, me susurró:
-A convencerla de que te comparta conmigo.
Reconozco que debía haberme levantado e ido, pero para entonces Nuria se había apoderado de mi pene a través del pantalón y se lo había colocado de forma que podía sentir los pliegues de su sexo frotándose contra mi extensión.
-¡Estás loca!- solté inseguro de no dejarme llevar- ¡Nunca lo aceptará!
Fue entonces cuando me respondió:
-Tú déjamelo a mí. Mi hermana me quiere y cuando sepa que no seré feliz sin tenerte a mi lado, no le quedará más remedio que pedirme que me meta en vuestra cama.
-¿Me estás diciendo que le vas a reconocer que nos hemos acostado?- pregunté con pavor.
-¡Jamás! Si lo hiciera, no solo te echaría de casa sino que no me volvería a hablar.
Al escucharla, me tranquilicé porque al menos mi matrimonio no corría peligro inmediato. Tratando de averiguar que se proponía hacer, insistí en que me lo explicara:
-Ese en mi problema- contestó muerta de risa. –Usaré psicología femenina pero ahora, ¡Ámame!
Mas excitado que convencido, dejé a mis hormonas actuar y por encima del picardías, acaricié sus pechos, descubriendo que los senos de mi cuñada  esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de mantener la calma, me apoderé de uno de ellos y dulcemente lo pellizqué, Nuria me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo. 
Ese gemido consiguió romper con las ataduras de mi moral y sin poderlo evitar, la levanté del sofá y le bajé las bragas, descubriendo ese depilado y cuidado sexo que tan bien conocía. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, mi cuñada no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Ya dominado por la lujuria, la alcé entre mis brazos y  la llevé hasta su cuarto. Nada más entrar, Nuria me empezó a besar con pasión sin darme tiempo a quitarme los pantalones.
-Fóllame- rogó descompuesta.
De pie y soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones, para acto seguido y de un solo arreón, penetrarla contra la pared. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina.
-¡No seas bruto!-
Dándome cuenta de que me había pasado, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo de mis penetraciones, alentándolas. Contestando su llamada, los cogí con mi mano y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Mi cuñada aulló como una loba cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura. Pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi libido como mis ganas de derramarme en su interior y que cogiendo sus senos como agarre, incrementara el ritmo con el que la hacía el amor. Al hacerlo, olvidé toda precaución y explotando, esparcí mi semen en su interior.
Agotado me desplomé sin sacarla encima de ella. Nuria al sentir mi peso, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el orgasmo con el que la había regalado.
-Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
-De eso nada, cariño. Tienes que irte. He quedado con tu mujer en media hora y no quiero que te sorprenda aquí- me contestó con una dulce sonrisa.
El saber que Inés estaba a punto de llegar, me hizo recoger mi ropa y sin despedirme de ella, salir huyendo de allí
 
El plan de Nuria empieza a tomar forma.
Os juro que al salir del apartamento de Nuria, me pareció ver a mi esposa bajándose de un taxi y temiendo que  pudiera verme, me fui lo más rápido que pude de allí. Ya en la oficina, no pude tranquilizarme hasta que vi entrar a mi cuñada.
Queriendo enterarme de cómo le había ido, entré en su despacho y cerrando la puerta, le pedí que me lo contara. Por mucho que le insistí, solo conseguí sonsacarle que todo había trascurrido como ella había planeado pero no que era lo que le había dicho. Ante mi insistencia, me soltó:
-Mejor que no lo sepas, para que cuando te lo cuente mi hermana no tengas que disimular la sorpresa- y con una sonrisa en sus labios, me pidió que no metiera la pata, diciendo: -¡No sabe nada de lo nuestro!
Por eso, llegué a casa sin saber que narices me encontraría al entrar. Mis negros pronósticos desaparecieron nada más ver que mi mujer había preparado una cena romántica en el jardín.
“Por lo menos, no está cabreada conmigo”, pensé cuando me recibió excesivamente cariñosa con una copa de champagne.
Su cálido recibimiento me extrañó porque advertido como estaba que esa tarde había hablado con su hermana, comprendí que lo quisiera o no, esa noche iba a sufrir un duro interrogatorio. Y así fue, ni siquiera habíamos empezado a cenar cuando Inés en plan empalagoso se sentó en mis rodillas y me preguntó que hombres habían estado en el congreso. Su pregunta de seguro estaba relacionada con Nuria y por eso me anduve con pies de plomo al contestarle.
-Muchos- respondí- pero que tu conozcas: Arthur, mi jefe y Antonio el de contabilidad.
Al escuchar mi respuesta, se tomó unos segundos antes de insistir diciendo:
-¿Ambos están casados?
-Sí- respondí y tratando de sacar el lado cómico, le solté: -Al menos por ahora, ¡Ya sabes que Lucy es la quinta esposa del Jefe!
Sin hacer caso a mi broma, masculló entre dientes que era imposible que fuera alguno de los dos. Al escucharla todos mis vellos se erizaron y queriendo sondear cual era el tema, directamente se lo pregunté.  Fue entonces cuando poniendo un gesto preocupado, me respondió:
-La boba de mi hermana está destrozada. Me ha contado esta tarde que se ha enamorado de un hombre casado.
-¡No jodas!- exclamé- ¿Me estás diciendo que ese témpano se ha liado con un tipo con mujer?
Cabreada, se levantó de mis piernas, diciendo:
-¡No te permito que hables así de Nuria! Mi hermana es una buena mujer que nunca ha encontrado una pareja y resulta que cuando al fin se interesa por alguien, está ya cogido- y mirándome a los ojos, me dijo:- Antes que lo preguntes, ¡No se ha acostado con él! Por lo visto ese hombre adora a su mujer y no le ha dado entrada.
Comprendiendo por vez primera parte de su plan, supe que debía de seguir actuando como si siguiera odiando a mi cuñada y por eso, dije muerto de risa: -¡No me extraña! ¡Esa frígida lo debe haber asustado!
Mi reiterado insulto terminó con esa velada porque mi mujer viendo el cachondeo con el que me tomaba el problema de su hermana pequeña, me llamó imbécil, dejándome solo cenando en el jardín. Por mucho que intenté congraciarme con ella, ¡Esa noche dormí en la habitación de invitados!
Reconozco que no me importó el pasar esa noche exiliado de mi cama porque si de algo era consciente, era de la capacidad de manipulación que tenía esa zorra y anticipando el resultado de su plan, me imaginé disfrutando de las dos a la vez en mi cama.
A la mañana siguiente, Inés estaba de mejor humor y mientras desayunábamos, me pidió que al llegar a la oficina le dijera como había encontrado a Nuria. Haciéndome el apenado por lo sucedido la noche anterior, le prometí cumplir con su deseo. Agradeciendo mi comprensión, me besó mientras me prometía que al volver a casa, me esperaría en la cama. Viendo que se me hacía tarde, me despedí de ella y me fui a la oficina.
Todavía no me había sentado en mi despacho, cuando mi cuñada entró y me pidió que le contara como me había ido. Sinceramente, le expliqué con pelos y señales tanto la noche anterior como durante el desayuno. Nuria me escuchó con satisfacción y tras quedarse callada durante un minuto, dijo:
-Espera una hora y llama a mi hermana. Dile que he llegado tarde y que con muy malos modales te mandé a la mierda cuando me preguntaste como estaba.
-De acuerdo- contesté.
Tal y como me pidió así lo hice, añadiendo de mi cosecha que había llegado sin maquillar y con ojeras. Mi esposa al escuchar el mal estado de su hermana, se quedó preocupada y me rogó que fuera bueno con ella. Satisfecho por su reacción, me despedí de ella y fui a contarle a Nuria nuestra conversación. Estaba todavía explicándole lo hablado cuando me avisó que Inés la estaba llamando, de manera que fui testigo de la perfecta representación de depresión que le brindó a su hermana por teléfono. Como si fuera algo innato en ella, se mostró como la mejor de las actrices al llorar desconsoladamente mientras le decía que estaba desesperada. Os juro que si no llego a conocerla y a saber que era parte de un plan, ¡Yo también me lo hubiese creído!   
Nada más colgar, sonriendo, me informó que había quedado a comer con Inés y que no la esperara en la tarde.
-Eres una zorra- descojonado le solté mientras me iba.
Como me había avisado, esa tarde no apareció por la oficina. Al ser su jefe, me inventé que le había mandado a ver a un cliente para que nadie la echara de menos y esperanzado, aguardé a que al llegar a casa mi mujer me pusiera al tanto de lo que habían hablado.
Pero contra lo que había previsto, no pude averiguar nada porque Inés estaba de pésimo humor y en cuanto le pregunté por mi cuñada, gritando me dijo:
-¡No me hables de esa loca! ¡No quiero saber nada de ella!
Viendo que enfocaba su cabreo sobre Nuria, me abstuve de insistir porque de alguna forma, supe que le había revelado su encoñamiento por mí. Andando con pies de plomo, no me quejé cuando en un momento dado descargó su frustración contra mí. Si lo lógico hubiese sido enfadarme, hice todo lo contrario y abrazándola contra su voluntad, le dije al oído que la quería.
Zafándose de mi abrazo, me soltó:
-Lo sé pero hoy no estoy para carantoñas.
Y por segunda noche consecutiva, tuve que dormir en el cuarto de invitados porque mi esposa, suponiendo que yo no tenía ninguna culpa, no podía soportar estar conmigo en la misma habitación. Si veinticuatro horas antes no me había importado, entonces sí porque temía conociendo su carácter que Inés nunca perdonaría a su hermana. Mientras pensaba en ello, asustado comprendí que ambas me importaban:
“Estoy jodido”, maldije en mi mente al darme cuenta de que estaba enamorado de las dos.

 

Todo se desencadena.
 
 
Aunque me costó, conseguí quedarme dormido y por eso cuando a las cuatro de la mañana, Inés entró como una loca tardé en comprender que me decía. Llorando a moco tendido, me explicó que la acababan de llamar de la clínica de La princesa diciéndole que Nuria acababa de ingresar por Urgencias.
-¿Qué ha pasado?- pregunté francamente preocupado.
-Por lo vista, esa idiota se ha intentado suicidar- respondió mientras me pedía que me diera prisa.
Curiosamente el saber que ese era el motivo, me tranquilizó porque comprendí que podía ser parte de su plan pero aun así, ni siquiera me había abrochado la camisa cuando ya salíamos rumbo a ese hospital. Durante el trayecto, mi esposa no paró de echarse la culpa de lo sucedido, diciendo que debía haberla hecho caso. Como era un tema espinoso, me mantuve callado mientras escuchaba el dolor que la consumía.
Afortunadamente, nada más llegar nos comunicaron que estaba fuera de peligro y que si queríamos podíamos pasar a verla. Pensando que mi mujer necesitaba mi soporte, la acompañé hasta la habitación donde estaba su hermana pero justo cuando iba a entrar Inés me pidió que la dejara sola. Al insistir, llorando me confesó:
-¿Recuerdas que te dije que Nuria se había enamorado de un casado?
-Sí- respondí.
-¡Ese casado eres tú!
Haciéndome el sorprendido, la contesté que no tenía nada que ver con el capricho de su hermana.
-Sé que no es culpa tuya- convino conmigo completamente destrozada, tras lo cual me pidió que quería hablar sola con ella.
Como comprenderéis no entré y sentándome a esperar en una silla, me puse a analizar lo sucedido. Aunque sabía lo cabezota y bruta que era mi cuñada, nunca me imaginé que llegara hasta ese extremo su locura y menos que pusiera en riesgo su salud para manipular a su hermana.
Al cabo de una hora, Inés salió a verme con los ojos hinchados de tanto llorar y dándome un abrazo, me informó que Nuria estaba mejor pero aun así quería quedarse con ella.
-No te preocupes, te espero- le dije aliviado.
Mi mujer sonrió al escucharme e insistiendo, me rogó que me fuera a casa diciendo:
-Es tarde y tienes que trabajar. Luego te llamo a la oficina.
Confieso que no me fui a gusto porque no tenía duda de que de lo que hablaran en el hospital mis dos mujeres, dependería mi futuro. Solo tenía claro que las necesitaba a ambas pero si me obligaban a decidir, sin lugar a dudas, elegiría a Inés.
Con el alma en un vilo, esperé la llamada de mi mujer. Sin saber que habían decidido entre esas dos cuando vi en mi móvil que Inés me llamaba, contesté aterrorizado.
– Manuel, acaban de dar el alta a Nuria- me informó primero y con voz temblorosa, me preguntó después: -¿Te importa que se quede en casa mientras se recupera?
Reprimiendo mi alegría, le contesté que no y que por mi parte, podía quedarse el tiempo que necesitara. Al colgar, comprendí que aunque no podía cantar victoria, los planes de Nuria estaban cumpliéndose según el guion marcado. Durante todo el día estuve malhumorado, con cualquier cosa saltaba. Por eso con mis nervios a flor de piel cuando salí de la oficina y antes de ir a casa, decidí que no podía llegar en ese estado y previendo problemas, me paré en un Vips a comprar unas flores con las que apaciguar a mi mujer.
Curiosamente cuando llegué a casa y se las di, no las aceptó diciendo:
-La enferma es Nuria, dáselas a ella- al ver mi reticencia, me pidió: -¡Hazlo por mí!
 
Cortado por regalarle a mi cuñada unas flores en presencia de su hermana, toqué en la puerta del cuarto de invitados. Desde dentro Nuria con voz cansada, me rogó que pasara y os juro que cuando la vi con unas negras ojeras enmarcando sus ojos, me dolió que hubiera tenido que pasar por ese sufrimiento por el solo hecho de querer estar conmigo. Conmovido, me acerqué hasta su cama y acariciándole la cabeza, le pregunté cómo seguía:
-Bien- contestó con una sonrisa fingida pero al ver que le traía un ramo, se le iluminó su cara y llorando me dio las gracias.
No me preguntéis porqué pero supe que su sentimiento era autentico y estuve a punto de caer a sus pies y reconocerle que yo también la amaba. Afortunadamente mi esposa me pidió que la dejara descansar por lo que despidiéndome de ella, me fui al salón a tomarme una copa. Estaba todavía poniéndome un whisky cuando vi entrar a Inés con gesto preocupado y dejándose caer en el sofá, me pidió que me sentara a su lado.
-Gracias por ser tan cariñoso con ella- me dijo abrazándome y pegando su cabeza a mi pecho, me soltó: -¡Nuria nos necesita!
No queriendo adelantar acontecimientos, me quedé callado mientras mi esposa se desahogaba llorando. La lucha que se estaba desarrollando en su mente la tenía hundida y como sabía mi parte de culpa en su sufrimiento, la consolé durante largo rato. No sé si eso le sirvió de catarsis, pero cuando se levantó del asiento, me pareció descubrir en su rostro una determinación que antes no estaba.
Fue entonces cuando mirando el reloj, me pidió que pusiera la mesa mientras ella calentaba la cena, tras lo cual la vi desaparecer rumbo a la cocina. Sin saber a qué atenerme ni cómo íbamos a llevar que su hermana, la mujer que le había reconocido que estaba enamorada de mí, estuviera esos días con nosotros, me ocupé de colocar los platos y cubiertos sobre el mantel mientras mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.
Como no sabía si Nuria iba a acompañarnos, puse un servicio para ella. Al cabo de diez minutos, Inés volvió y al observar que había tres lugares en la mesa, me dijo:
-Gracias por contar con mi hermana pero ya le he llevado de cenar- tras lo cual, nos pusimos a cenar.
Os reconozco que fue una cena extraña. Ninguno de los dos quiso sacar el tema pero aunque nos pasamos charlando de temas insustanciales, ambos sabíamos que era a propósito y éramos conscientes de que Nuria estaba en nuestros cerebros.
Como todas las noches, al terminar recogimos los platos y los metimos al lavavajillas, pero cuando ya me dirigía hacia el salón a ver la tele, Inés me cogió por banda y pegándose a mí, me susurró:
-¡Necesito hacerte el amor!

No que decir tiene que acepté su sugerencia y la besé. Sus labios me resultaron todavía más dulces esa noche y llevándola entre mis brazos, fui con ella hasta nuestra cama. Botón a botón, fui desabrochando su vestido y descubriendo su piel. Inés no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
-Tenemos que hablar- me dijo pero cerrando su boca con un beso, la abracé.
Mi mujer al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa. Aunque conocía su temperamento ardiente, me sorprendió su urgencia. No me hice de rogar y tumbándola en el colchón, me agaché pasa probar el sabor de su coño. Mi lengua recorrió todos sus pliegues antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que se pusiera como loca y me pidiera:
-Fóllame-.
Totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Entonces mi mujer separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercero. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción y mientras mi mujer recuperaba su respiración, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos. Inés sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, susurró:
-Sé que nunca te he dejado pero esta noche quiero ser toda tuya- e incapaz de mirarme a los ojos, me pidió que le hiciera el sexo anal.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por al fin hoyar  su esfínter, la besé:
-Dime cuando paro-.
Sabiendo que tenía que hacérselo con cuidado, comprendí que si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría. Por eso me levanté al baño por un bote de crema. Al volver la vi colocada a cuatro patas, decidida a ello pero aterrorizada, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Tranquila, cariño. Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se acostó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Al hacerlo, no pude dejar de admirarlo. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
-Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Inés separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
-Tengo que tener cuidado-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
 
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de mi mujer a esa incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. Manteniéndome firme, hice oídos sordos a sus ruegos y seguí metiendo y sacando mis dedos del interior de su trasero. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas, se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Fue alucinante el observar cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, Inés movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. Apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Mi esposa mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Esperé a que se relajara. Paulatinamente su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Esa dulce violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Inés empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que mi mujer estaba disfrutando con el sexo anal y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. Agotados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos.
-Te preguntarás porque te he pedido que me lo hicieras- me dijo sonriendo.
-La verdad es que sí- contesté.
Con un gesto dulce, me confesó:
-Quería probarlo antes de pedirte algo.
Después de lo sucedido entre esas sábanas, supe que no podría negarme y aun así, le pregunté que deseaba.
-Sé que aunque te caiga mal, quiero seas cariñoso con mi hermana. Es una mujer bella y no te debe resultar difícil.
Comprendiendo sus intenciones, me quedé callado. Inés malinterpretó mi silencio y llorando, me imploró:
-Nuria nos necesita. Si me quieres… ¡Déjame que te comparta con ella!
Sin darme tiempo ni a aceptar ni a negarme a cumplir sus deseos, llamó a su hermana. Su hermana debía estar esperando tras la puerta porque inmediatamente entró en nuestro cuarto y quedándose de pie ante la cama, esperó… Inés me miró aterrorizada temiendo mi reacción. Dando mi brazo a torcer, llamé a mi cuñada dando una palmada al otro lado del colchón y entonces mi mujer pegando un grito de alegría, me besó diciendo:
-Gracias mi amor, entre las dos, ¡Te haremos muy feliz!
En mi oreja, escuché a mi cuñada decir:
-¡Ves que fácil resultó convencerla!
 

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