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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 5” (POR SOLITARIO)

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José vive en la costa alicantina, con Claudia y las niñas. Mila y Marga siguen en Madrid. Se han hecho cargo del prostíbulo.

Continuación de: 16 días. La vida sigue.

–¿José? ¿Eres tú?

–Si, ¿Mamá? ¿Pasa algo?

Llorando

–Si, José, es tu padre. Está muy mal.

–Se nos muere y quiere hablar contigo. ¡Ven!

–Claro mamá, salgo enseguida. Hasta luego.

–Hasta pronto hijo.

Clau me interroga con la mirada.

–Es mi madre, mi padre está mal. Tengo que irme ya. ¡Ana!

Desde su habitación.

–¿Si papá? ¿Qué pasa?

–Es tu abuelo, está mal, tengo que irme a Jaén.

–Yo voy contigo. Quiero verlo.

–De acuerdo, prepárate, nos vamos enseguida. Claudia, ¿Te quedas con las niñas?

–Claro mi vida. No te preocupes por nada, puedes ir tranquilo.

Preparamos un equipaje ligero y partimos mi hija y yo.

Llegamos al pueblo al anochecer, hay gente en la casa. Mi hermano, mi hermana, tíos, primos, algunos vecinos y mi madre. Tras los saludos de rigor.

–Sube a ver a tu padre, no hace más que preguntar por ti.

Subo, me impresiona la cara de mi padre. Solo hacia seis meses que no le veía, pero no lo reconocía. Había perdido mucho peso, la cara era como de pergamino, destacaba la nariz sobresaliendo de las hundidas mejillas. Levantó sus manos al verme, me acerque y se las cogí. Eran puro hueso cubierto de piel. Me atrajo hacia él. Me besó, lloraba. Casi no podía hablar.

–José, me estoy muriendo. Me queda poco tiempo y no podía irme sin pedir tu perdón.

–Mi perdón ¿Por qué?

–No me interrumpas. Lo que te tengo que decir es importante.

–Hace unos cinco años tuve que ir a Madrid, para un asunto del olivar. Teníamos que preparar unos informes para Bruselas. Tras las reuniones de trabajo, nos reuníamos en una sala y venían prostitutas contratadas por los servicios del hotel. Al segundo día de estar allí…..

–Papá, por favor, no sigas.

–Si hijo, he de seguir, no puedo irme así, ¡déjame seguir, te lo suplico!

–Éramos seis, solo los conocía de aquella reunión. Habían llamado a seis chicas, llegaron las cuatro primeras y empezó la fiesta. A los pocos minutos estaban medio desnudos, quitando la ropa a las cuatro chicas, magreándolas y uno de ellos, más lanzado, sentado en una silla, con una de las chicas sobre él, a horcajadas, follando.

–Me acerque a la mesa, que había con bebidas y algo de comer, pegada a la pared, en el lado opuesto a la puerta. Llamaron, abrieron y entraron dos chicas más. Al principio no presté mucha atención. Hablaban con los demás, reían, yo me preparaba un whisky con hielo de espaldas a la entrada. Una voz me resultaba familiar, me giré y…. se me cayó el vaso de las manos. Con el ruido del vaso al caer todos se quedaron mirándome, yo miraba a una de las dos chicas que habían entrado.

Mila, tu esposa, estaba abrazando y besando, en la boca, a uno de los presentes. El mismo, que minutos antes me había dicho, que faltaban dos chicas, una de las cuales le había recomendado, el gerente del hotel, como “el mejor culo para follar de Madrid”.

No podía creerlo, me miro y le cambió el semblante. Apartó al otro y se cubrió el rostro. Me acerqué, aquello era imposible.

–¡¡Tú!! ¿Qué haces aquí?

Al principio no contestó, luego levanto la vista, me miró a la cara, no se arredro.

–Pues supongo que lo mismo que tu. ¿O no?

–Vaya, ¿Os conocéis?

Preguntó el que había organizado la fiesta. Fernando M.

–Si, nos hemos visto antes, la conozco. ¡Vámonos Mila!

–¡Ehh! ¿No te la iras a llevar no?

–¡Sí! ¡me la llevo, no me esperéis!

La cogí del brazo y salí con ella de aquella sala. La llevé a mi habitación, la 412. Cuando entramos ella se sentó en la cama, no me miraba a la cara. Con mi mano en su barbilla, la obligue a mirarme a los ojos.

–¿Desde cuándo te dedicas a esto? ¿Cómo la madre de mis nietos, es una vulgar ramera? ¿Lo sabe mi hijo? ¿Es un cornudo consentidor?

–No, Pepe, tu hijo no sabe nada y no debe saberlo. Quien sabe de lo que sería capaz. Por favor, no me descubras.

–¡No puedo ocultar esto, es muy grave! Mi hijo no puede quedar al margen. ¡Debe saberlo!

–¿Y organizar un escándalo, en el que tendrías que explicarle a tu mujer, lo que estabas haciendo aquí? ¿Y cómo me encontraste?

–Se levantó y me encaró, se acercó y me besó, una, otra y otra vez. Y no pude resistirme. La desnude y estuve con ella hasta el día siguiente.

–Papá, ya sé a qué se dedicaba. Por eso me divorcié.

–Pero eso no es todo hijo. Lo peor es que, a partir de aquel primer encuentro, hubo muchos más. En tu casa. Cada vez que os visitaba, para ver a los niños, en realidad iba a follar con Mila. Me volvió loco, era como una enfermedad. Me tenía sorbido el seso. ¿Recuerdas el pedazo de tierra de——que vendí?.

–Si claro. Necesitabas el dinero para un negocio.

–El negocio era Mila. Le di todo el dinero a ella. Buscaba cualquier excusa para ir a Madrid. Tu madre creía que iba a ver a mis nietos, en realidad era Mila mi obsesión. Era raro el mes que no iba, al menos una vez.

–José, perdóname. Me volví loco. ¡Perdóname!

Mi estómago ardía, ¿Tu también papá? ¿Con quién no habrá follado esa puta?

–Sí papá, te perdono de corazón, por desgracia sé lo que es estar loco por esa mujer.

–Entonces, comprenderás las decisiones que he tomado. Hace unos días me llamó por teléfono, me dijo que os habíais divorciado y yo…..

En aquel momento Ana entró en la habitación, no sé si había oído algo. Lloraba.

–¡Abuelo!.

Se abrazó a su abuelo. Los dejé y baje con los demás. No quería seguir oyéndolo.

Pocas horas después fallecía.

El día siguiente fue el entierro. Y Mila estaba en el cementerio. No tengo idea de cómo se enteró. Marga la acompañaba.

Ana fue corriendo al verla para abrazarla y hablar con ella. Yo no me acerque.

Cuando salíamos, después del entierro, se acercó Ana para decirme, que su madre quería hablar conmigo. Le dije que se acercara a mi coche. Ana vino con ella y con Marga. Nos sentamos en el interior del vehículo los cuatro.

–José, tu padre me llamó por teléfono, al saber que nos habíamos divorciado. Quería separarse de tu madre y venirse a vivir conmigo, que te lo iba a contar todo. Creo que tuvo una fuerte discusión con tu madre. Estaba loco y es posible que le provocara el ataque que ha acabado con su vida. No sé lo que te habrá dicho, pero quiero que sepas, que yo no quise aceptar nunca nada. El insistió y me vi obligada.

–¿Obligada a qué, Mila? ¿A follar con tu suegro en una cita? ¿A seguir follando durante años por dinero? Adiós Mila. Vete y déjame en paz. No sigas haciéndome daño.

No replicó, agacho la cabeza, se apearon del coche y se marcharon las dos.

Volvíamos a Alicante y comentamos lo acontecido Ana y yo.

–Papá, escuché lo que te dijo el abuelo.

–Lo sé. ¿Tú sabías lo de mamá y el abuelo?

–Si, en una ocasión tuve que volver a casa, porque faltó un profesor. Al entrar oí hablar en la habitación. Pensé que mamá estaba liada con algún cliente. Pero no supe que era el abuelo hasta que salieron. Se quedaron muy sorprendidos. Me dijeron que les guardara el secreto. Hasta hoy.

Si papá, mamá y el abuelo follaban. Cuando él se marchó hable con mamá, no comprendía cómo había llegado a hacer eso. Era su suegro. Me contó lo que te dijo el abuelo de la fiesta en el hotel y que se vio en la obligación de hacerlo. Con lo que no contaba era con que el abuelo se encaprichara de ella con tanto delirio. Mamá me decía que le pedía mucho dinero, para que desistiera de sus pretensiones, pero ya ves que era peor. Yo no sabía que vendió fincas para pagar a mamá.

–Ana, tu madre posee ese poder, el de volver locos a los hombres, aún sin querer. Es algo que está más allá de su voluntad. Es su maldición y le acompañará toda su vida. Se precisa una voluntad de hierro para oponerse a ese poder.

–Papá. ¿Mamá es mala?

–No cariño, mamá es una buena persona, que ha cometido errores y ahora está sufriendo las consecuencias. La vida ha hecho de ella lo que ahora es.

–Tú aun la quieres ¿Verdad?

–Si Ana. Y seguramente siempre la querré. Pero ya sabes que no podemos vivir juntos. Su pasado y su manera de pensar la aleja de mí. Jamás podré confiar en ella.

–Si, lo sé. Pero ha cambiado mucho. Me habló de una experiencia contigo que provoco el cambio. Esta distinta. Ha perdido la alegría que la caracterizaba, está triste, llora mucho. Ahora ya no se prostituye. Solo tiene relaciones con Marga y porque ella se lo pide. Ha perdido todo el interés por el sexo. Está muy enamorada de ti, pero también sabe que tú serias desgraciado con ella. Por eso te empujó hacia Claudia.

–No me empujó. Fue una decisión que tomamos Claudia y yo. Tu madre lo acepto porque no pudo evitarlo. Solo espero que esta relación siga adelante. La verdad es que quiero a Claudia. Me gusta y es una buena mujer, que también ha sufrido, que os quiere mucho y creo que a mí también. Con eso es suficiente.

Seguimos viaje hasta llegar a casa. Le explicamos a Claudia todo lo ocurrido.

–Yo ya lo sabía. Un día, fui a ver a Mila en tu casa. Estábamos tomando café. Entré un momento al wáter a orinar y mientras llegó tu padre, estaba muy enfadado con tu mujer. Me quede en el servicio oyendo la discusión. Tu padre le dijo:

–¡¡Puta, ponte a trabajar!! Sé que el cabrón de mi hijo está de viaje y estará dos días fuera. ¿No tienes bastante con esto? ¡Vamos a la habitación y desnúdate!

–Por favor, por favor, vete, vuelve luego. Más tarde.

–Escuche un golpe, tuve que salir, porque pensé que podía hacerle daño

–Mila intentó calmarlo, tratando de que yo no me enterara de lo suyo, pero no pudo, hasta que me vio. Se quedo muy sorprendido, dio la vuelta y se fue a la calle. Había dinero, billetes de cien euros tirados en el suelo. Mila me explicó todo. Trataba de persuadirlo de seguir con aquella relación, pero tu padre estaba cada vez más encaprichado. Le dije, que aquello no acabaría bien. Y ya ves. ….Y tú, ¿Cómo estás?

–Pues te lo puedes imaginar, mal, no todos los días te enteras, que tu padre se follaba a tu mujer, a tus espaldas. Ya no me extraña nada de Mila. Supongo que con veinte años de ejercicio, en la profesión más antigua del mundo, habrá pasado por cientos de vicisitudes. Pero ya no me afecta. Ahora me da lástima. Pero cambiemos de tema.

— Por cierto qué hay para comer, venimos hambrientos ¿No Ana?

–Si, papá, vamos Clau, te ayudo a poner la mesa. Papá, llama a las niñas para comer.

Comemos casi en silencio, cada cual con sus pensamientos. Al terminar Claudia y las niñas deciden irse a la playa a tomar el sol. Yo me quedo en casa, conecto los equipos de espionaje y veo que no hay nadie en el dormitorio de Mila en Madrid. Observo las habitaciones del “negocio”. Hay dos ocupadas, en una de ellas está Amalia con un cliente, en otra Marga con otro. Mila está en el despacho, con unos documentos.

En la mano tengo el pendrive, con los escaneos de los cuadernos de Mila. No puedo evitar la tentación, de conectarlo al ordenador y buscar los ficheros de cinco años atrás. Resulta algo complicado sin saber la fecha concreta. Busco información en internet y consigo una fecha aproximada.

Encuentro el que busco. La cita en el hotel—-convocada por el gerente que conoce a Mila desde hace unos años, también cliente suyo.

7 de octubre de 2008.

Llama Paco G. Gerente del hotel————Hay un grupo de empresarios que quieren montar una fiesta con seis mujeres, a las 11 de esta noche. Ha llamado a María L. que tiene cuatro disponibles, y le ha dicho que me llame, me pregunta si puedo ir yo y llevar a una más. Le he dicho que sí, llevaré a Marga. Con ella me siento más a gusto y estas fiestas generalmente no dan problemas, pero si se complica tengo un apoyo en ella. Le debo una a María. A la vuelta sigo.

¡¡¡Se complicó!!! ¡Joder, joder, joder! ¡¡Mierda!! Se fue todo a la mierda. Que jodida casualidad, coño, encontrarme con mi suegro en la fiesta. He tenido que follarlo para que no se fuera de la lengua. Lo último que yo podía imaginar. Y lo peor, me ha hecho correrme, es un buen follador, no como su hijo, que me deja siempre a medias. Si acaso en una docena de ocasiones, a lo largo de diez años, me he corrido con él, sin embargo, con su padre ha sido genial. Pero se va a convertir en un problema. Cuando le empecé a besar esperaba un rechazo total, teniendo en cuenta lo santurrón que parece, pero no, me abrazó y me comía a besos.

Me sorprendió, cuando me desnudo y empezó a comerme las tetas, me di cuenta de que no tenía nada que ver con mi marido. Pero cuando me folló la boca, diciéndome que desde que me presentó su hijo deseó follarme, me asustó. No lo esperaba. Me tendió en la cama se coloco entre mis piernas y me penetró con violencia, me gustó.

Me besaba, me comía la boca, la lengua las mejillas, el cuello. Mientras no dejaba de bombear, llegó un momento que me abandoné. Poco después él se corría dentro de mí. Pensé, ya se había acabado todo, pero no fue así. Se repuso rápidamente y sin sacármela siguió. Yo no pude más y me corrí. No una, varias veces, con su polla dentro de mí.

Descansamos. Llamó al servicio de habitaciones y les dijo que trajeran cava y algo para comer. Llamaron a la puerta. Era el otro tipo, el que me había pedido follarme el culo al entrar en la sala de la fiesta. Se encaró con Pepe y casi han salido a tortas, cuando el otro ha visto a mi suegro tan cabreado, se ha ido muy enfadado. Menos mal que llegó el servicio de habitaciones con el pedido. Hemos estado toda la noche follando, es un semental.

Me ha dicho que su padre, el abuelo de José, en la hacienda del olivar, se follaba a todas las mujeres de los jornaleros, que podía. Cuando le he dicho que su hijo no me folla, que apenas me la mete se corre y me deja insatisfecha, el me ha dicho que la culpa la tiene su madre, que sí es una santurrona. Le metió el miedo en el cuerpo cuando el cura del pueblo habló con ella, porque José, le había confesado haber tenido contacto carnal con dos niñas del pueblo y no quería decirle quienes eran. Ella, su madre, lo tuvo castigado mucho tiempo, lo vigilaba, controlaba sus calzoncillos por si se la meneaba. El padre intentó suavizar la cosa, pero no pudo. Me ha dicho, que su madre lo castró. Le convenció, de que el sexo era el camino directo al infierno, eso, a un niño de diez años, puede afectarle el resto de su vida.

Tras pasar la noche juntos y correrme, no sé cuantas veces, me despidió diciendo que esto no acababa aquí. Vendrá a buscarme a casa y no podre negarme a hacer lo que se le antoje.

Otra vez, los fantasmas del pasado, volvían para atormentarme. Era mi propio padre quien se mofaba de mí. Quien se follaba a mi esposa a mis espaldas. Y yo, imbécil de mí, sin sospechar nada. Cuando llegaba a casa y veía a mi padre jugando con mis hijos, ¿Cómo podía imaginar, que antes de que llegaran los niños del colegio, había estado en mi propia cama, con mi mujer.

Seguía buscando páginas relacionadas con mi padre. Una de ellas describía como se comportaba mi padre con ella.

22 de diciembre de 2008

Hemos viajado hasta Jaén para pasar las fiestas de Navidad con la familia de José. Pepe, mi suegro, está eufórico. Sabe que me va a tener a su disposición, para follar, cuando tenga la menor oportunidad. La verdad es que no me molesta. Me satisface sexualmente, cosa que su hijo no hace. Estas fiestas son muy aburridas y Pepe las alegra. Lo malo es, que parece que se está colando por mí, eso puede suponer un problema. Siempre trato, de que no se compliquen mis relaciones, con amoríos y encaprichamientos.

Esta mañana, me ha invitado a visitar, unas tierras que no conozco. José no ha querido ir, Ana tampoco. Vienen Pepito y Mili. Con el todoterreno llegamos a una casona en medio del campo. No había nadie en los alrededores. Los niños han salido corriendo a jugar entre los olivos. Cogida del brazo, me lleva a una especie de cuadra, donde se guarda un tractor. Hay paja en un rincón y me empuja sobre ella, levanta mi vestido y arranca las bragas que llevo. Hunde su cara entre mis muslos y siento su nariz entre mis labios vaginales. La lengua en el ano, chupa y lame todo mi sexo, me produce un gran placer. Es muy bueno comiendo coño. Cuando estoy cerca del orgasmo, se detiene, se levanta y desabrocha su bragueta, Saca su polla, tiesa como un palo, se arrodilla entre mis muslos y me penetra de un empujón de cadera. Llega muy adentro de mi vientre, se mueve, sus manos atrapan mis tetas y las amasa, sabe que me gusta que me pellizque los pezones, se me ponen duros, me duelen, pero me da mucho gusto. Pienso que sería maravilloso que fuera José quien estuviera haciéndome esto.

Me besa con furia, sus embestidas se aceleran y consigue que mi cuerpo se retuerza de placer, me arranca un orgasmo brutal, el suyo no se hace esperar. Entran los niños en el establo, cuando nos estamos arreglando para irnos.

Sigue con otros polvos en distintas ocasiones y lugares, a lo largo de los cuatro días que estuvimos en mi casa del pueblo.

En la pantalla de vigilancia estoy viendo a Mila en el despacho del negocio. Escribe a mano en un folio, lo dobla y lo mete en un sobre. Escribe, lo que parece un nombre, o una dirección y lo coloca frente a ella, apoyado en una foto, donde estamos ella, los niños y yo. No veo a Marga.

Oigo a Clau y las niñas llegar de la playa. Cierro las pantallas, guardo el pendrive y salgo a esperarlas. Las pequeñas me cuentan lo que han hecho en la arena. Las dos mayores cuchichean, al parecer se les han acercado un par de chicos. Clau me mira, las señala con la mirada y sonríe.

–¿No sabes José?, nuestras chicas tienen admiradores. Hay un par de chicos que no hacen más que suspirar por ellas.

–Vaya, por fin un poco de normalidad. A ver como os comportáis, no vayáis a asustarlos.

–No papá, no los vamos a asustar, nos gustan, son guapos y muy tímidos. Iremos con cuidado.

Suben a ducharse todas juntas. Me encanta lo bien que se llevan. Oigo sus risas, los gritos. A pesar de todo lo ocurrido en estos días, me siento feliz.

Preparan la cena, comentan las cosas del día, cenamos y vemos la TV. Se acuestan las pequeñas. Ana y Claudia siguen con sus cuchicheos.

Clau recoge sus pies bajo sus muslos y se recuesta sobre mi hombro. Paso mi brazo tras sus hombros y la atraigo hacia mí. Beso su cabeza, huelo el aroma de su pelo, me encanta la vainilla.

–Clau, un día no podre evitarlo y te comeré.

–Un día no. ¡Ahora! ¡Vamos arriba!

–Eso ¿y nosotras qué?

–Vosotras podéis mirar. Jajaja

–Clau, por favor, que me cortan. No me gusta que me miren, mientras hago el amor. Es algo entre nosotros dos.

–Sois unos avariciosos. Podíais darnos algunas migajas, no queremos más. Jajaja

–Vámonos a la cama, Clau. Dejemos a estas viciosillas que se las apañen solas.

–A ver, que remedio nos queda. Nos haremos unos dedetes y a dormir.

Subimos y las chicas se van a su cuarto, nosotros al nuestro.

La luna aún alumbra en el cielo. Desde la terraza el panorama es muy bello. Clau se desprende del pareo que cubre su cuerpo, desnuda se sienta en el sillón. Me desnudo y me siento a su lado.

Es una noche cálida, la ligera brisa acaricia nuestros cuerpos. Mis manos, sus manos, acaricio sus senos, nos besamos. Siento la rugosidad de los pezones duros con el contacto de los dedos de la mano derecha.

Mi mano izquierda baja hacia su sexo, paso mi dedo por el interior de los labios, está muy mojada, se excita con suma facilidad. Separa las rodillas para facilitar el contacto. Mi dedo corazón acaricia su botoncito del placer, se gira hacia mí, me abraza.

Sus besos, sus manos acariciando mi cuerpo, mi pene, los testículos. Sigo hasta hacerla llegar a un orgasmo que la obliga a cerrar sus muslos con fuerza, aprisionando mi mano en su interior, la sujeta con sus manos. Detengo los movimientos de mi dedo. Abre sus rodillas, me ofrece su coño y me arrodillo entre sus piernas bebiendo los jugos segregados por su delicioso fruto.

Excito con la lengua el clítoris, acelero, despacio, la presión de sus piernas me indican el ritmo a seguir. Sus manos rodean mi cabeza, los dedos entre mi pelo. Apretando y aflojando contra su sexo. Con mis manos acaricio las caderas, subo hasta los pechos, pellizco los pezones, la lengua sigue rodeando el pequeño bultito que se ha endurecido. Penetro entre los pliegues de los labios internos, con la punta de la lengua en el pequeño orificio del meato. Vuelvo al garbancito. El orgasmo se produce en oleadas, sube y baja, me lo indica con la presión de las piernas. No puede más y me aparta cuando la sensación se torna insoportable, pero enseguida aprieta mi cabeza contra su sexo.

Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de sonar. Ha dejado de sonar.

En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.

–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com


“Mi nueva criada negra” LIBRO PARA DESCARGAR (por Golfo)

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Sinopsis:

Una amiga viendo que era un desastre, me contrata una criada para que al menos organice la pocilga que es mi casa. Sin saber que la presencia de Meaza, cambiaría para siempre mi vida al descubrir junto a ella una nueva clase de erotismo.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

-Necesitas alguien fijo en tu casa- dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería.
Traté de defenderme diciéndola que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla ni de entrevistarla.
-No te preocupes yo te la busco-soltó zanjando la discusión.
Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana. Suponiendo que se le iba a olvidar, contesté que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
-Menuda carita- me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso diciendo: – Se nota que ayer te bebiste escocia.
-¿Qué coño quieres?- respondí ya enfadado.
-Te he traído a Meaza- dijo señalando a la muchacha que sumisamente la seguía: – No habla español pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, producto de las penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!- exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver dónde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé qué me pasó, quizás fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con él a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reírse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto- soltó tratando de quitar hierro al asunto.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está.
-Pues, entonces ¿de qué te quejas? Fóllatela y ya.
-No soy tan cabrón de aprovecharme- contesté bastante poco convencido en mi capacidad de soportar esa tentación dentro de casa.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter las llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara. Casi me caigo al verla únicamente vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Para colmo, lejos de incomodarse por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama.
Sentir su cuerpo pegado al mío alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que me impedía incluso el mantenerme de pie, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza usando como almohada su vestido, estaba totalmente desnuda y ajena a mi examen, descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla pero algo en mi me indujo a aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos. Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro. Redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara aun siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón. Por eso, todavía estaba ahí cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber qué hacer, me tapé con la sabanas mientras desayunaba y reconozco que no paré de mirar de soslayo a la muchacha.
Ella, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería y sonriendo abrió su boca para que le diera de comer.
Estaba alucinado, cuando todavía no me había repuesto de ese gesto, vi como sus blancos dientes mordían la tostada tras lo cual su dueña volvió a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido con ella mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda y los pechos hacía delante, mantenía su culo ligeramente en pompa.
«¡Qué buena está!», maldije al percatarme que me estaba volviendo a poner cachondo.
Tratando de evitarlo, me levanté a darme una ducha fría sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo. No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero. De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor y su cuerpo.
«No puede ser», mascullé entre dientes al pensar que aunque nunca había cruzado una palabra con ella y ni siquiera me entendí, me resultara hasta doloroso el comprender en lo difícil que me iba a resultar el respetar la relación criada-patrón si esa niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño con la toalla esperando secarme. Traté de protestar pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo por lo que al final, no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies.
«Esto no es normal», sentencié observando sus manos y la tela recorriendo mis piernas mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo.
Interiormente aterrorizado de lo que iba a pasar cuando esa mujer llegara hasta mi sexo, me quedé quieto. Al hacerlo, me tranquilizó ver su profesionalidad cuando se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
También os he de decir que aunque Meaza no mostró ningún rubor, mi pene en cambio no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose. La muchacha haciendo caso omiso a mi calentura sonrió y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo para acto seguido salir después con la toalla mojada hacía la cocina.
«Parezco nuevo», murmuré avergonzado. Me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí y saliendo al salón, encendí la tele.
Allí me resultó imposible concentrarme al ver a esa negrita limpiando la casa vestida únicamente con ese trapo. Confieso a mi pesar que aunque lo intenté que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
«Todo es culpa de Maria», sentencié hecho una furia con mi amiga por habérmela traído.
Cabreado hasta la medula, cerré los ojos mientras buscaba relajarme. No debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna. Tardé unos segundos en abrir mis párpados y cuando lo hice me encontré a Meaza hincada a mi lado con un plato de comida entre sus manos.
-No tengo hambre- dije tratando de hacerme entender.
Mis palabras le debieron resultar inteligibles porque obviando mis protestas, esa muchacha no hacía más que alargarme el plato.
– No quiero- contesté molesto por su insistencia y señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no.
Imposible, la negrita seguía erre que erre.
-¡Coño! ¡Que no quiero!- grité ya desesperado.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano me obligó a coger una loncha para posteriormente llevársela a su boca. Por fin entendí que lo que quería es que le diera de comer.
«Seguramente en su tribu, los hombres alimentan a las mujeres y obligada por su cultura espera que yo haga lo mismo», me dije y pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacía falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Agradecida, esa monada sonrió mostrándome toda su dentadura. Reconozco que estaba encantadora con una sonrisa en la cara y ya más seguro de mí mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Contra todo pronóstico comprendí que era una gozada el hacerlo porque de alguna manera eso me hacía sentir importante. Lo quisiera o no, era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles por lo que cuando se acabó todo lo que había traído, fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón. Más interesado de lo que nunca había estado con una mujer, acercándole el vaso a los labios, le di de beber. Meaza debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo pero como acto reflejo mi mano recorrió su seno y recogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos y con ellos, mi entrepierna. Cuando nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos pero decidí que me había equivocado por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
«Puta madre, ¡es preciosa!- pensé mientras combatía la lujuria que se estaba adueñando de mi cuerpo y sabiendo que eso no podía continuar así y que al menos debía de ir decentemente vestida para intentar que no la asaltara en cualquier momento, la cogí del brazo y la llevé a su cuarto.
Una vez allí, busqué algo con que vestirla pero al ver el armario totalmente vacío, descubrí que esa muchacha solo había poseía la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa- le dije.
Con los ojos fijos en mí, se echó a reír dándome a saber que no había entendido nada.
« Es primer domingo de mes», pensé, «luego los grandes almacenes deben de estar abiertos».
Tras lo cual, la obligué a ponerse esas ajadas pertenencias y la llevé de compras. Mi siguiente problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!- exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, ¡me estas volviendo loco! Cómo sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos.
Meaza, no me entendió pero me dio igual. Me gustaba como sonreía mientras le hablaba y por eso , le expliqué lo mucho que me excitaba el verla. Recreándome en su ignorancia, alabé su maravilloso cuerpo sin parar de decir burradas. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir a la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita pero hay que comprarte algo que te tape.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro porque le tenía miedo. Cómo no había más remedio, la obligué y ella asustada se abrazó a mí en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?- dije acariciándole la cabeza: -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en cómo llevarte a la cama.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla. Incapaz de comunicarme con ella, le pedí a una señorita que me ayudara inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé qué, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela para comprobar que le quedaba. Meaza me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si- asentí con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de las mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres está mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara cómo usarlo.
-Tienes unas tetas de locura- susurré mientras acomodaba sus perfectas tetas dentro de la copa: – Me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor.
La muchacha ajena a las bestialidades que salían de mi boca, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Todavía hoy me avergüenza mi comportamiento pero no pude evitar hacerlo porque estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
«Parece una modelo».
Nuevamente tuve que abrirle la puerta y de igual forma y aunque la negrita se había fijado como lo había hecho, en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón. Creo que incluso provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?- dije mirándola a los ojos sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
«Esta mujer está alterando mis neuronas y encima lo sabe- medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Sus piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Haciendo un esfuerzo retiré mi mirada y traté de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
-Yo también te deseo- contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Ya en el garaje de mi casa y habiendo aparcado el coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa.
«Debe ser lo normal en su país», pensé mientras acptaba que fuera ella quien cargara, tras lo cual y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mí me siguió con la cabeza gacha.
Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás. Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito proveniente de su cuarto.
Salí corriendo a ver qué pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?- pregunté. La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa con su infortunio.
Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura óptima. Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate- dije dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
-Quédate ahí, mientras busco algo que echarte- solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo las medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “Vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto. Estaba tan histérica que por mucho que intenté calmarla seguía llorando. Sin saber que hacer pero sobretodo sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estómago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aun sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos pero era una delicia el hacerlo y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo consciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, separó sus rodillas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuánto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!- exclamé al ver que se había desmayado y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara para acto seguido y sin dejar de hacerlo, bajar por mi cuello recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono. Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón al no pararparaba de sonar.
Cabreado contesté diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.
-¿Qué quieres, cariño?- le solté.
Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al ver como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
-Bien, es una muchacha muy limpia- contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla- dije irónicamente al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
-Que sí. No seas cabezota, me voy a ocupar que coma bien- respondí por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil- tuve que mentir para que me dejara colgar, porque estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante. Y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara…

Relato erótico: “Caperucita de la chocha roja” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Caperucita era una chica de unos 20 añitos que no tenía maldad. le llamaban Caperucita de la chocha roja porque apenas llevaba bragas y siempre iba en minifalda y claro se le veía su chochita.

   su madre que era una golfa de cuidado y de 40 años y su abuela de 50 una madura de buen ver le daban a Caperucita cosas que les hacía falta ya que como era una chica muy buena siempre estaba dispuesta a visitar a su abuelita y llevarle las cosas

 la abuela que era al igual que la hija más puta que las gallinas y se llamaba Tomasa la picaba el coño, pero como no tenía a nadie que le echara una mano ese día escribió a su hija para que le mandara unos consoladores en su cestita de su nieta.

 esta así la madre se lo puso en su cestita para que la chica no sospechara nada y la dijo:

– Caperucita hija lleva esta cesta a tu abuela que necesita leche y miel no abras la cesta por nada del mundo ya que es muy delicada y se te puede caer ya que lleva huevos y son muy delicados

-lo hare madre.

 cogió la cestita que llevaba los consoladores y se despidió de su madre que enseguida que Caperucita se fue, invito a unos amigos a tomar unas copas de wiski y dijo:

– a que esperáis para meterme vuestros chorras cabrones ahora que no está mi hija vamos a disfrutar como enanos.

 así que ella y los demás se desnudaron y empezó a chupar pichas como quien chupa chupa-chups de tres en tres.

– así darme vuestras poyas que ricas toma zorra.

– si supiera tu hija lo zorra que es su madre.

– con el tiempo aprenderá y será como yo, pero todavía es muy joven vamos no seáis perezosos metérmela por el chocho y el culo y darme a chupar vuestras mingas no seáis perezosos.

 los tres amigos de la madre se la metieron por el chocho y el culo y el otro por la boca.

– así así darme picha hasta los huevos me corrrooooooo dijo la madre.

– y nosotros también ahahahahha toma zorra.

– si dame vuestra leche ahahahahahahahha que gusto.

  pero sigamos con Caperucita ella iba por el bosque cantando como siempre para la casa de su abuelita.

– lalalalalal soy Caperucita.

  Juan el lobo que pasaba por allí y que estaba ya un poco harto de follarse a las tres cerditas (ver mi relato anterior) dijo:

– joder que piba esta me la tengo que follar.  hola Caperucita donde vas.

 -hola Juan lobo voy a casa de mi abuela a llevar unos huevos leche y miel.

– dame un poquito que tengo algo de hambre y no se va a notar.

– no puedo -dijo la chica- mi madre me ha dicho que no habrá la cesta para nada si no podían romperse los huevos.

 pero juan lobo que no era tonto aprovecho que estaba un poco distraída Caperucita hablando con él para meter mano en la cestita y claro se encontró mientras hablaba con ella disimuladamente con los consoladores y cerro la cesta para que Caperucita no sospechara nada mientras hablaba sentada con él en el bosque.

– joder- pensó para si- menuda puta tiene que ser esa abuela y adonde vive tu abuelita.

– allí cruzando el bosque la primera casa de la izquierda.

– vale chica ya nos veremos.

– hasta luego juan.

– hasta cuando quieras.

 se fue por un atajo que conocía y llamo a la puerta de la abuelita esta le abrió.

– hola abuelita soy amigo de Caperucita.

– ah pasa entonces quieres algo.

– veras he estado hablando con ella y he tocado la cesta queriendo que me diera un poco de comer y he visto so zorra los consoladores vamos chúpamela zorra -le dijo el lobo a la abuela -hasta los huevos -dijo juan bajándose los pantalones.

 la abuela al ver semejante pollón estaba encantada:

– sisis lo que quieras juan. cuanto tiempo hacía que no me llevaba una cosa así a la boca que gusto.

– ahora los cojones -dijo juan -así así so puta -dijo juan- desnúdate quiero follarte- dijo el lobo a la abuela- hasta los cojones.

– así lobo métemela mas no pares tócame las tetas hijo puta que rico como me follas.

– ahora te voy a comer el chocho.

– si hazlo lo que quieras, pero hazme gozar.

 la comió el chocho a la abuela que estaba tan necesitada que se corrió en un momento:

– ahahahahahhha cabrón como me lo comes hijo puto que rico.

– ahora quiero tu culo -dijo juan y la penetro por el ojete hasta los huevos.

 la abuela se moría y gusto:

– más mas quiero más- pedía la abuela.

 y juan ya no pudo más y se corrió:

– ahahahahha toma leche so puta ahora escúchame so guarra quiero joder me a tu nieta así que sal de la cama que me meteré yo y cuando la ponga caliente entras y te unes a nosotros entendido.

– lo que tú digas juan y, pero fóllame.  soy tu zorra te pertenezco a partir de ahora.

 así que juan se metió en la cama y se hizo pasar por la abuela de Caperucita de la chocha roja cuando llego Caperucita y vio a la abuela ósea juan y la vio muy cambiada:

– jope abuela que te pasa no eres la misma eres más grande es que he crecido nena y que lengua tienes más larga.

– es para chuparte mejor el coño.

– o abuela no digas eso y que manos tan grandes abuela.7

– son para tocarte mejor las tetas.

– oh abuela como eres- dijo Caperucita- y que tienes aquí abuela- tocando el rabo tan grande que se le había formado a juan en la cama.

– es para follarte mejor so guarrilla.

 y salto de la cama y empezó a bajar la minifalda a Caperucita y a chuparla el chocho.

– a ha aha abuela que me haces que gusto que rico.

 y con la otra mano se la metía en el chumino.

– ahahahahaa abuela me corroooo que bueno

y Caperucita se corrió ya desnuda juan lobo se bajó el pantalón y se la metió hasta los cojones y empezó a follársela.

 la abuela que los observaba se unió a la fiesta y empezó a comer las tetas a sus nietas:

–  haha que rico es esto abuela y lobo joderme por dios me corro.

 Caperucita se corrió varias veces ya que juan y su abuela la devoraban sin piedad a causa de los gritos vino Gregorio el cazador pensaban que estaba matando a alguien así que cuando entro ayudar a la abuela de algún animal l se encontró a la abuela y a Caperucita follando sin parar joder dijo:

– menudas dos pibas.

– únete a la fiesta -dijo juan lobo aquí follada para rato.

 así que se bajó el pantalón el cazador y se  la metió a Caperucita hasta los huevos mientras juan lobo se la metía por el culo  Caperucita llena de poya estaba en la gloria y no hacia más que correrse mientras la abuela  se metía un consolador de los de la cesta en el chocho luego la toco a la abuela que la follaran los dos a la vez mientras Caperucita se comía la tetas de la abuela que estaba en el paraíso.

– así hijo putas follarnos a las dos a mas no poder somos vuestras putas-dijo la abuela.

– y que lo digas abuela – dijo Caperucita que enseguida empezaba a comerse las poyas de dos en dos prontos se corrieron las 4 y disfrutaron mucho de la orgia y el cazador como el lobo prometieron pasarse cada día por casa de la abuela y Caperucita no dejarla sola nunca y visitar a su abuela siempre FIN

Relato erótico: “Cronicas de las zapatillas rojas: www.” (POR SIGMA)

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CRONICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera e Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
La estudiante de primer año de universidad Cynthia Castillo se encontraba sola en su cuarto un viernes por la tarde, su rostro iluminado solamente por la mortecina luz de su computadora portátil.
Se había tomado un descanso de sus estudios para entretenerse un rato en su red social favorita, vio fotos de sus amigos y conocidos, platicó unos minutos con los más cercanos, y luego empezó a navegar por Internet sin rumbo fijo.
– ¡Dios, que aburrida estoy! -pensó algo cansada, mientras entraba a una página de cine. Llevaba poco tiempo en la ciudad pues acababa de mudarse de su ciudad natal al sur para empezar sus estudios en derecho y su timidez para socializar le había dificultado hacer amigos, al menos de momento.
En ese instante una publicidad saltó en la pantalla, la imagen de unas increíbles zapatillas negras de tacón altísimo bailaron ante ella. Parecían cubiertas de terciopelo, tenían la punta redondeada y una sutil plataforma. Debajo, en elegante letra dorada aparecía la firma Scorpius y la frase: Descuentos especiales por fin de temporada.
– ¡Me encanta esa marca! – susurró para sí misma la emocionada joven mientras daba clic a la publicidad.
En segundos se encontraba observando la elegante página de la marca, magníficas zapatillas de todo tipo y color aparecían y desaparecían ante Cynthia con exorbitantes precios brillando en dorado.
– ¡Que hermosos! -exclamó ilusionada, pero pronto se decepcionó, si bien los descuentos eran en verdad magníficos, aún así estaban fuera de su alcance.
– Comprar o comer -dijo para sí misma al dar clic para salir de la página. Pero antes de salir apareció un último mensaje de la página que anunciaba: Suscríbase gratis a Scorpius.com y obtenga grandes sorpresas.
Picada por la curiosidad y las posibilidades Cynthia dio clic al enlace y se encontró con un típico formato de suscripción que pedía nombre, dirección de correo y algunos datos más. Tras llenar los espacios dio clic al botón marcado: Siguiente, con lo que apareció una nueva página para llenar que presentaba algo inesperado. Únicamente para aspirantes a modelo, rezaba el encabezado en mayúsculas. Debajo aparecían varios campos para llenar que pedían datos más personales como sus medidas, edad, color de cabello y estatura, incluso podía subir una foto suya.
– Mmm… ¿Estarán contratando? – pensó intrigada la joven, pues a pesar de su timidez producto de una conservadora educación familiar, sabía que era bastante atractiva, incluso un poco vanidosa.
– No, esto no es lo mío -decidió al fin. Puso el puntero del ratón directamente sobre el botón que decía: Siguiente y se preparó a dar clic.
Pero dudó… Cynthia lo pensó un momento sin poder apartar la vista de las zapatillas que adornaban la página, luego se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación, a pesar de sus jeans de corte amplio y su camiseta azul se podía adivinar un cuerpo grácil y atractivo, senos prominentes pero firmes y caderas marcadas pero bien proporcionadas, piernas esbeltas y elegantes, su juvenil piel era de un color moreno suave y saludable, su rostro era ligeramente redondeado, con brillantes ojos color miel, una nariz pequeña y una boca regular de carnosos labios rosados, todo enmarcado por su rizado y brillante cabello negro que llegaba a su hombro.
– Quizás… – pensó la joven mordiéndose el labio inferior de forma tentadora- podría intentarlo, aunque seguramente no me llamarán. 
Rápidamente llenó los campos de la pantalla: Estatura 1.67 m. Medidas 88, 65, 84. Peso 69 kg. Cynthia sonrió al pensar en una foto que podría servir para enviarla. Rápidamente la encontró en la computadora, la joven (muy arreglada) sonreía coqueta y jugaba a modelar para la cámara un vestido rosa formal.
– La boda de mi tía -pensó nostálgica, pues apenas un par de meses antes aún estaba en su ciudad al sur, conviviendo feliz con su pequeña familia.  Subió la imagen siguiendo las instrucciones y finalmente puso el puntero sobre el botón de Siguiente.  A punto de dar clic se detuvo de nuevo. 
– No debería… ¿Y si me llaman? -pensó algo avergonzada- no me gusta ni hablar en público… y ser exhibida…
Miró el botón fijamente durante un minuto, entonces sonrió y dio clic, con lo que apareció un mensaje que decía: Gracias por suscribirse a Scorpius, en breve le enviaremos un correo con su clave e información sobre descuentos.  Finalmente Cynthia se estiró, apagó su portátil y volvió a sus libros de derecho.
En ese momento X acababa de someter a Joana, la hermosa ayudante de Ivanka, siguiendo las órdenes de su jefa la mujer de raza negra había ido al Club TP de Scorpius para analizar el desempeño económico de ese negocio, pero al visitar la zona VIP fácilmente había quedado a merced del empresario y sus trampas.  Programada en el Escaparate para volver cada semana, Joana finalmente había sido doblegada por la voluntad del encapuchado. 
En ese momento, siguiendo el ritmo de una rápida melodía de Wagner, la mujer gemía sometida al placer mientras su dueño la penetraba con vigor por detrás, la mujer estaba boca abajo, se sostenía únicamente en sus rodillas y cabeza mientras X le sujetaba las muñecas entrecruzadas en su espalda.
– Aaaahh… Aaahhh… Mmm… -gemía  lujuriosa la mujer mientras el hombre jalaba de sus muñecas para obligarla a seguir su ritmo, como si ella fuera una yegua siendo cabalgada y sus brazos fueran unas riendas para controlarla. 
En sus torneadas piernas color chocolate brillaban unas medias al muslo color rosa y unas zapatillas de charol del mismo color, estilizadas y puntiagudas, eran las únicas prendas que tenía permitido usar en el club. 
– ¡De nuevo! -le ordenó su amo una vez más mientras la embestía profundamente a la vez que tiraba con fuerza de los brazos de Joana para aumentar la penetración. 
– ¡Uuunnnngh! –chilló ella al arquear su linda espalda de placer, al venirse incontrolablemente bajo el control de X- ¡Siiii… soy… tu esclava… para siempreeee…!
Gritó al derrumbarse sobre el diván en la oficina de X en el club. El hombre conocido como Scorpius la sujetó del cabello y la obligó a mirarlo a los ojos mientras le hacía la última fatal pregunta.
– ¿Cuál es tu nombre? -ya débil y adormilada por el orgasmo y el poder de las zapatillas rojas, la exuberante hembra susurró: – Soy… Primor… tu Primor…
De inmediato la chica se hundió en el profundo e irresistible sopor causado por las zapatillas embrujadas. Sonriendo satisfecho, X se levantó y cariñosamente le esposó las muñecas a su nuevo juguete en la espalda, la chica apenas dio un gemido.
– Mmm… ni siquiera se movió -pensó el encapuchado complacido de su poder sobre la nueva esclava dominada por el sueño del placer.
Tras ponerse un pantalón deportivo negro, se dirigió a su computadora donde un mensaje parpadeaba en la pantalla. Se sentó y observó el texto con interés: Nuevo prospecto pendiente. Rápidamente X utilizó el ratón y el teclado y navegó por los datos recibidos.
– Mmm… no está nada mal -gruñó satisfecho al ver los datos en la computadora- joven, soltera, magníficas medidas, seguridad informática básica… veamos.
Dio enter tras escribir un comando en la máquina y en un instante apareció una foto en la que una joven de apariencia inocente posaba ante la cámara, su elegante vestido rosa marcaba sus curvas, su piel morena y ojos color miel eran muy atractivos.
– Si… definitivamente prometedor -susurró para sí el hombre mientras se quitaba la máscara de esquiar de un rápido movimiento- veamos si cumples mis necesidades. Moviendo sus dedos por el teclado como un rayo, X comenzó a rastrear el origen de la suscripción hasta la computadora que la envió gracias al troyano que sutilmente había sido introducido mientras el usuario navegaba por la página de Scorpius.
– Vaya… no estás muy lejos… -pensó complacido, luego miró el reloj que ya casi marcaba las 3 am- veamos si podemos empezar a conocernos de una vez.
Justamente a las 3 am el disco duro de la portátil de Cynthia se encendió en el escritorio gracias al troyano, mientras la joven dormía cansada de estudiar. X sonrió al recibir respuesta del disco duro de la joven, tras lo que empezó a anular uno a uno, los elementales sistemas de seguridad de la máquina, en minutos el hombre tenía acceso a toda la vida privada de la joven y hasta podía controlar su portátil de forma remota.
– Vamos a darte un vistazo… – susurró mientras manipulaba la computadora de la joven para que se encendiera su cámara sin activar el monitor o la luz indicadora. La pantalla de X se iluminó suavemente y una silueta apareció recostada sobre una sencilla cama, si bien no había mucha luz, al parecer una lámpara de la calle daba suficiente para poder ver las exquisitas formas de la joven. Parecía dormir de costado y de espaldas a la cámara.
El observador sonrió de forma malévola al ver recortada contra la suave luz de la ventana la bella curva de la cadera de la chica, luego la esbelta cintura, de pronto Cynthia se dio la vuelta en la cama, dejando ver a contraluz la insinuación de unos hermosos senos y luego una de sus piernas quedó descubierta, dejando a la vista su larga y estilizada maravilla que hizo que la mirada de X brillara de deseo.
– Ya estoy ansioso de conocerte… Cynthia -le susurró a la figura en la pantalla mientras deslizaba un dedo por la larga pierna morena que aparecía en pantalla. Luego apagó la computadora de la joven de forma remota y a la ventana que indicaba: Nuevo prospecto pendiente, le dio clic en un botón marcado Activar. Luego se levantó del sillón y activó un botón en su pequeño control remoto, lo que hizo sonar en la oficina la música de La cabalgata de las valkirias.
Al instante las deliciosas piernas de Joana se tensaron, empezaron a palpitar con la música y finalmente levantaron a la adormilada mujer y la hicieron bailar para su amo, moviendo sus caderas en sensuales círculos, dando perfectos saltos con sus piernas bien abiertas o sacudiendo sus tetas y nalgas para el hombre de cabello largo.
Con una risa perversa X se sentó en el diván y palmeó sus muslos lo que atrajo a la mujer inexorablemente a su destino.
– ¡Si… si… si… mi señor… soy tuya… hazme gozaaaaar…! -gritaba minutos después la hermosa mujer, ya prisionera, no de los muros a su alrededor, sino de su propia incontrolable lujuria mientras sus piernas color chocolate palpitaban al ritmo de la música y de la voluntad de su amo.
La tarde del día siguiente Cynthia se encontraba buscando en Internet información complementaria para una tarea del lunes, cuando entró a su cuenta de correo había un mensaje de Scorpius con el asunto: Bienvenida y felicidades. Intrigada, la joven lo abrió para encontrarse con el típico agradecimiento por suscribirse a una página, pero tras comprobar sus datos se llevó una sorpresa mayúscula al descubrir que había ganado un premio especial por inscribirse a la empresa de modas.
– Estimada señorita Castillo puede elegir el par de zapatillas de su agrado de nuestra página y lo recibirá -leyó en voz alta Cynthia- ¡completamente gratis!
Sorprendida y feliz la joven dio un gritito y levantó los brazos emocionada.
– ¡Eeeehhhh!
Sin perder tiempo empezó a revisar la página un par de zapatillas por vez, tratando de elegir las perfectas para ella, horas después finalmente se había decidido por unos tacones de cinco centímetros forrados de seda color blanco, con una delgada tira cruzando el empeine y punta redondeada.
– Son perfectos -pensó mientras apuntaba en un correo la clave de las zapatillas y la dirección del apartamento donde vivía con otras estudiantes.
– Ojala no sea un engaño -meditó por un breve instante antes de enviar el correo a la red- ¡Apenas puedo esperar! La joven no podía saber que a un par de horas de distancia un hombre llamado X sentía lo mismo sobre ella.
La mañana siguiente comenzó como un domingo normal para Cynthia, se levantó un algo tarde y, tras desayunar vio un poco de televisión para así poder despejarse de sus estudios.
– Juro que si veo otro libro de leyes antes del lunes voy a enloquecer -pensó con un suspiro. Instantes después alguien tocaba a la puerta del departamento.
– ¿Y eso? No esperaba visitas -dudó mientras se acercaba a la puerta y fruncía el seño de forma encantadora- quizás sean visitas de alguna de las chicas…
Cynthia tenía dos compañeras que aún dormían pues les encantaba salir a divertirse en las noches del fin de semana. Justo por eso chocaban mucho con la seria y disciplinada joven morena. Al asomarse a la mirilla la joven vio a un hombre vestido como repartidor de paquetería llevando una caja bajo el brazo.
– ¿Un paquete en domingo? Qué raro… ¿Será de mi madre? -pensó mientras abría la puerta- ¿Tal vez para alguna de las chicas?
– Buen día señorita, tengo un paquete para Cynthia Castillo -dijo en tono profesional el hombre mientras revisaba unos datos- de parte de Diseños Scorpius.
– Soy yo… -respondió sorprendida la joven de la diligencia y amabilidad de la empresa de modas. Minutos después la joven se encontraba en su cuarto abriendo la bella caja blanca que en la tapa llevaba escrito Scorpius en dorado. Adentro había una pequeña bolsa de seda negra que contenía las maravillosas zapatillas que la joven había elegido en la página de la empresa.
– Vaya, son más lindas en vivo que en la foto -pensó la joven mientras admiraba de pié el calzado colocado en la cama. Su forro de seda no era simplemente blanco, sino de un color casi iridiscente, como una perla, que reflejaba tenuemente diversos colores con la luz. La tira blanca del empeine estaba delicadamente bordada con sutiles motivos florales. Finalmente Cynthia decidió probárselos, había dado su medida de calzado en el mensaje pero sabía que las medidas podían variar con el diseño del calzado y la marca. Se quitó sus sandalias y tras sentarse en la cama se colocó lentamente las zapatillas, primero la derecha y luego la izquierda, luego se levantó para ver qué tal se sentían.
– Vaya, me quedan perfectas… como si las hubieran hecho a mi medida… -pensó mientras daba algunos pasos por su cuarto. Luego se miró en el espejo se cuerpo entero. A pesar de llevar unos cómodos pantalones deportivos se notaba el cambio en sus piernas, parecían más estilizadas, sus nalgas lucían más levantadas y se veía muy elegante.
– Aaayy… ya quiero usarlas… ojala me inviten pronto a alguna fiesta -pensó mientras posaba coqueta ante el espejo aprovechando la intimidad de su habitación. Se puso de perfil y colocó sus manos en la cintura, luego se puso de espaldas al espejo y abrió un poco los pies, para después girar su cintura y poder verse.
– Me veo bien, je je… -susurró divertida pensando en lo que dirían sus amigos en su ciudad natal al verla así, siempre la habían tenido por una chica seria y algo aburrida.
– Tal vez sea hora de enloquecer un poco, de disfrutar más la vida -dijo para sí misma decidida- si… todos se sorprenderán…
La joven no tenía idea de lo proféticas que serían sus palabras.
Esa noche, a las 3 am en punto, el disco duro de la computadora de Cynthia se encendió suavemente, seguido minutos después por su webcam integrada al monitor. Como la vez anterior el cuarto estaba obscuro, pero la luz de un farol callejero permitía ver las siluetas de unos muebles y una persona durmiendo en la cama. Desde muy lejos, a cientos de kilómetros, música fue transmitida por medios sobrenaturales, una melodía de flauta con un ritmo lento y pausado.
Mientras la joven dormía profundamente, bajo su cama la tapa de una caja de zapatos empezaba a levantarse lentamente, hasta que de la penumbra salieron las perladas zapatillas blancas, como movidas por un fantasma se colocaron lentamente a lado de la cama donde parecieron esperar.
La música de flauta, que no podía ser percibida por nadie más que por las encantadas prendas o la mujer que las usara, cobró nuevo ímpetu acelerando poco a poco su ritmo. Siguiendo la melodía las zapatillas empezaron a pulsar, con cada latido se fueron formando protuberancias en el borde de la abertura del calzado, varias pequeñas a los costados y una más grande en la parte frontal.
Rápidamente fueron tomando forma y en un minuto los pequeños apéndices parecían afiladas uñas, o más exactamente los colmillos de unas siniestras fauces que se abrían y cerraban… hambrientas; por su parte las grandes, una en cada prenda, tomaron la forma de una serie de correas, cuatro que correspondían a la parte externa de los tobillos y una más ancha a la parte interna, en conjunto su extraño diseño semejaba siniestras y nudosas manos que surgían al frente de los tobillos de la usuaria y cuyos “dedos” se abrían y cerraban espasmódicamente, buscando una presa que atrapar…
La música siguió acelerando su cadencia, y las zapatillas embrujadas treparon lentamente por los pies de la cama agarrándose a los pliegues con sus extrañas “manos”, X había calculado que serían más rápidas y eficaces con esa forma y su “prototipo” de zapatillas parecía darle la razón.
En segundos habían subido a la superficie de la cama, en la que la joven se encontraba completamente cubierta por las cobijas, las manos buscaron a tientas una abertura, que finalmente encontraron al otro extremo de los pies de la cama.
Entonces, cuidadosamente, comenzaron a introducirse buscando su ansiada presa; muy pronto estaban ante los bien cuidados pies de Cynthia que dormía de costado vestida solamente con una amplia camiseta de algodón que llegaba a sus muslos, su lenta respiración indicaba un sueño profundo. Las manos de las zapatillas se posicionaron frente a ambos pies que descansaban de lado y ligeramente separados, y sincronizadas comenzaron a apoderarse de sus objetivos.
Primero las siniestras extremidades se abrazaron a los dedos de los pies de la joven con suavidad pero alterando su mente desde el primer contacto. Al instante su sueño se hizo mucho más pesado, dificultándole despertar, mientras una pesadilla empezaba en su mente.
Un grupo de salvajes vestidos con pieles la iban cargando desnuda por la selva, entre aullidos, hasta que la recostaban en un claro iluminado por la luna, en donde en un instante le ataron las muñecas sobre la cabeza a estacas clavadas en el piso, luego hicieron lo mismo con sus tobillos.
En su cámara privada X observó con deleite en su monitor como el cuerpo de Cynthia imitaba lo que le hacían en la pesadilla que el propio encapuchado había transmitido a la joven por medio del poder sobrenatural de las zapatillas. Sin poder evitarlo ella se giró para quedar boca arriba causando que las cobijas cayeran al piso, extendió sus brazos hasta que sus manos pasaban entre los barrotes de la cabecera y a la vez abrió y extendió sus lindas piernas, mientras gemía suavemente.
– Aaaahh… -se quejó a la vez que torcía ligeramente la boca, como si estuviera incómoda. En el ojo de su mente la joven vio como los salvajes se alejaban de prisa dejándola totalmente sola y vulnerable. Entonces una serie de gruñidos surgieron de la densa jungla, roncos, atemorizantes y se acercaba muy rápido.
El ritmo de la música de flauta que llegaba a las zapatillas aceleró con gran energía.
El hombre conocido como Scorpius disfrutó mucho ver a contraluz a Cynthia tensando y relajando sus esbeltos brazos y lindas piernas, como tratando de liberarse de sus inexistentes ataduras.
En su pesadilla la joven vio como una enorme figura salía de la jungla frente a ella, una figura similar a un jaguar, negro como la noche pero con una melena como la de un león.
Gruñendo suavemente el ser se plantó ante ella y de un movimiento sus garras se colocaron en los pies desnudos de la chica.
– No… no… -murmuraba la joven mientras movía la cabeza de lado a lado en la seguridad de su cama.
La criatura empezó a ir subiendo sus garras lentamente por los pies de la chica que observaba aterrorizada.
En consonancia con el sueño las manos de las zapatillas fueron avanzando, primero agarrándose de sus dedos, luego de sus empeines y la parte superior del pie.
En su cama Cynthia sudaba, se sonrojaba y su respiración se agitaba, trataba de resistir pero su miedo se iba convirtiendo poco a poco en placer por el contacto de las zapatillas rojas, cuyo poder e influencia habían llegado a su cima gracias a los conocimientos en ocultismo de X.
Entonces el ritmo de la flauta alcanzó su punto culminante con fuerza y rapidez.
Finalmente las correas similares a manos sujetaron los tobillos de la joven de forma posesiva y vigorosa, y en un movimiento fluido forzaron los pequeños pies a introducirse en el calzado donde las fauces de las zapatillas se cerraron hambrientas sobre su delicada presa.
Al instante ella tuvo un pequeño pero poderoso orgasmo, arqueó su espalda y gimió suavemente.
– Aaahh… -exhaló mientras sus pequeñas manos abiertas se crispaban sobre su cabeza. En ese momento las zapatillas cambiaron, los tacones duplicaron su altura, sus puntas redondeadas se volvieron estilizadas y afiladas, su color cambió como en un caleidoscopio hasta volverse de seda roja como la sangre. El calzado se había vuelto un fetiche sexual viviente, palpitante, voraz…
En el sueño, tras sujetar sus tobillos con garras como acero, la bestia la forzó a abrir sus piernas y flexionar levemente sus rodillas, de forma implacable pero sin lastimarla, mientras las cuerdas que las ataban se desvanecían en una voluta de humo. Ante su mirada incrédula vio como la bestia entre sus piernas cambiaba de forma hasta volverse una figura humana esbelta de cabello largo, negra como una sombra. Avanzó hasta quedar cara a cara sobre Cynthia, ella intentó apartarlo con sus pies, cerrar sus muslos, pero sus piernas no le obedecían, permanecieron abiertas y receptivas como la sombra las había dejado mientras se acomodaba lenta y amenazadoramente entre ellas.
En su cama las piernas de la joven se tensaron hasta quedar tiesas y rectas, sus pies casi de punta dentro de las zapatillas, se cruzaban la una sobre la otra, se encogían hasta tocar con los tacones sus firmes nalgas para luego extenderse hasta quedar totalmente verticales apuntando al techo y abrirse en V al máximo.
En su pesadilla, la chica estaba aterrorizada ante la sobrenatural figura sobre ella, apretaba los dientes y contenía la respiración mientras sacudía su cuerpo tratando de liberarse, la sombra la miró de forma irresistible, casi hipnótica, cautivando la mirada de Cynthia, sus ojos se abrieron al máximo y por un momento fue incapaz de reaccionar, las manos-garras subieron y sujetaron las muñecas de la joven que logró gritar desesperada pidiendo ayuda.
Aun dormida, en la realidad ella empezó a susurrar con voz ronca.
– No… no… auxilio… basta… -decía mientras movía su cabeza de lado a lado pero sus piernas bailaban sensualmente en el aire, de vez en cuando sus rodillas se flexionaban y estiraban, como invitando a un amante, su respiración se aceleró, su temperatura aumentó y el placer empezó a subir como una ola desde las zapatillas hasta su sexo, transformando definitivamente la pesadilla en… algo más.
Dentro del sueño la extraña silueta sujetó la suave mandíbula de la chica con su mano-garra derecha, y la obligó a mirarlo a sus ojos brillantes como brasas. Entonces volvió a hablar con voz ronca y dominante.
– Vas a usarlas… -dijo simplemente. La joven no respondió, únicamente se quedó paralizada.
– ¿Cómo…? -respondió al fin la joven aturdida y asustada- pero de que…
– Vas a usarlas… -repitió fríamente la criatura.
– Por favor… no sé…
– ¡Vas a usarlas! -gruñó el ser mientras la obligaba a mirar sus pies. Cynthia llevaba puestas unas zapatillas de tacón altísimo, su material iridiscente parecía cambiar de color, se mantenían en su lugar por medio de un diseño de correas en forma de un extraño animal, un escorpión que se abrazaba con sus patas al empeine de la chica, conectándose luego con la suela, su cola venenosa subía por el frente del tobillo para luego enredarse en este y abrocharse atrás.
– ¿Pero de donde salieron? –pensó aún sin entender que estaba atrapada en una pesadilla. Pero se daba cuenta de la horrible textura del calzado, de los brillantes ojos rojos de los arácnidos en sus pies, de las siniestras pinzas que como un moño adornaban sobre los dedos de la joven y del veneno amarillento que goteaba de la punta de la correa de la zapatilla.
– Nnno… no… no lo haré… -dijo reuniendo todo su valor.
– Obedecerás… -le ordenó fríamente.
– No…
– ¡Obedecerás! -le dijo de forma amenazante para luego mirar su esbelto cuerpo de arriba a abajo- ¡Vas a usarlas!
– Nnn…o, no… Por favor –empezó a suplicar, entonces la sombra se inclinó, acercándose al oído de la joven para susurrarle con voz gutural y lujuriosa.
– Desde hoy eres mía… Cynthia… -dijo para de inmediato retroceder y de una embestida poseyó a la joven en su sueño, penetrándola profundamente, de forma salvaje y despiadada, las sensaciones abrumaron a la joven, que se agarró de forma convulsiva a las cuerdas que sujetaban sus muñecas.
En su cama la chica lanzó la cabeza hacia atrás mientras sus manos se sujetaron desesperadas a los barrotes de la cama, sus exquisitos labios color rosa se abrieron de golpe en un delicioso gesto que reflejaba a la vez, sorpresa, miedo y placer…
– ¡Aaaaaaggghhh! -gimió roncamente mientras sus piernas se extendían apuntando a las esquinas de la cama, tensando sus muslos y caderas, como si las zapatillas trataran de acrecentar el placer de la joven.
En su sueño la sombra retrocedía, retirando de la desvalida feminidad su preternatural y aún excitado miembro, liberándola de su dominio.
– Uunnggh.. -gruñó ella al ver invadida su percepción por las nuevas sensaciones que en segundos se desvanecían, dejándola con una impresión de alivio y a la vez de extraño vacío. Pero la viril entidad todavía no terminaba con ella… aprovechando que aún se recuperaba del anterior ataque se lanzó al frente, penetrándola de nuevo mientras la sujetaba.
– ¡Aaaahhh! -gimió al verse de nuevo penetrada y sometida al extraño poder que ese ser tenía sobre ella.
– ¡Oooohhhh -gruñó cuando la sombra volvió a salir de ella, pero solamente un instante antes de volver a embestirla con fuerza. Ahora las acometidas y retrocesos se convirtieron en un ritmo candente que seguía a la música.
– Mmm… oooohhh… mmm… aaaahhh… -sollozaba Cynthia de placer con cada movimiento, a su pesar cada vez más excitada, la extraña pesadilla se había convertido finalmente en un largo e insidioso sueño erótico que permitiría alterar su mente sin más ayuda que las zapatillas de Scorpius y el demoníaco ser atrapado en cada fragmento embrujado… al menos hasta que X decidiera otra cosa.
En la cama la joven morena aun yacía con las manos sobre su cabeza agarrándose de los barrotes, gimiendo suavemente, mientras sus piernas calzadas con las zapatillas rojas bailaban sobre las sabanas casi de puntas y verticales desde el pie a la rodilla. Cada vez más rápido, cada vez más sensual, la entrepierna de ella cada vez más húmeda mientras  la música de la flauta seguía sin parar.
En su sueño erótico, la chica jadeaba con los ojos cerrados y sus labios rosa abiertos mientras era sometida sexualmente, sus manos tensas sobre las cuerdas atadas a sus muñecas, sus senos moviéndose hipnóticamente a un lado y otro con cada  penetración. Una y otra vez… cada vez más delicioso… cada vez más complacida.
El ser sobre ella aceleró aun más el paso, haciéndola arquear su bello cuerpo y casi enloqueciéndola, sus bellas piernas se abrazaron a la cintura de su atacante…
– Vas a usarlas… -empezó de nuevo a decir la sombra, esta vez en el oído de la joven.
– ¡Oooohh…!
– Vas a usarlas…
– ¡Aaaaahhh…!
– Vas a usarlas… -dijo de nuevo, a la vez que con una mano-garra sujetaba la garganta de Cynthia, haciéndola sentir más indefensa.
– ¡Ooooohhh… yooo… yoo… -intentó resistir por última vez.
– ¡Vas a usarlas! –le gruñó la criatura mientras con dos garras pellizcaba suavemente un pezón de la chica a la vez que la penetraba en una última embestida salvaje, inundando su joven sexo con la magnífica y esclavizante obscuridad que emanó de su miembro.
– ¡Aaaaaahhhh… aaaahhh… siiii… las… usareee…! –finalmente se rindió la joven al alcanzar el más glorioso orgasmo de su vida… hasta ese momento al menos. Justo entonces la música de flauta se detuvo.
En la cama sus piernas flexionadas y levantadas al fin se relajaron, cayendo abiertas, las suelas de las zapatillas casi tocándose mostrando el interior de sus muslos y su satisfecha y empapada vagina, formando con sus piernas una especie de sensual mariposa.
– Obedecerás… -le susurró de nuevo el ser a la chica.
– Siiii… obedeceré… obede… ceré… -apenas alcanzó a responder ella antes de que el sueño y la entidad se desvanecieran en la obscuridad y al fin retomara un profundo dormir natural.
– Olvídame… -fue la última palabra que resonó en la mente y alma de Cynthia antes de que las zapatillas hechizadas liberaran los pies de la chica y rápidamente bajaran de la cama y volvieran a su caja. La computadora se apagó con un suave zumbido, y en algún lugar el hombre conocido como Scorpius sonrió satisfecho en más de un sentido.
Al día siguiente, la estudiante se despertó con una sonrisa en los labios sin saber muy bien el motivo, yacía boca arriba con sus piernas abiertas y sus mantas estaban en el suelo a un lado de la cama.
– Uuuff, que calor debió hacer anoche, seguro por eso tiré las cobijas… -pensó mientras se levantaba y se metía a bañar para limpiarse el sudor del cuerpo, preparándose así para un largo día de clases.
Después de secarse y peinarse de forma sencilla se vistió con ropa interior cómoda de algodón y se puso unos jeans y una blusa blanca, buscaba unas zapatillas sin tacón cuando de pronto recordó las zapatillas de Scorpius.
– Oh, me gustaría ponérmelas –pensó mientras sacaba la caja debajo de la cama y abría la tapa- son tan lindas…
Pero Cynthia sabía que aun tardaría en conseguir amigos como para usarlas en alguna fiesta.
– Como quisiera… -susurró mientras daba un vistazo a las elegantes zapatillas blancas. De pronto su mirada quedó fija y por un instante sus ojos brillaron de forma extraña. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, con decisión sacó las zapatillas de la caja y ceremoniosamente se las calzó.
– Vaya, no tengo por qué esperar –decidió mientras se miraba en el espejo de su cuarto- como sea lucen geniales.
Terminó de recoger sus cosas: su bolso, sus libros, una chaqueta y se lanzó a la universidad orgullosa de su nueva actitud.
– Está decidido… voy a usarlas… -pensó mientras salía por la puerta de su cuarto.
CONTINUARA 
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Relato erótico “Ayudo a la inquilina a follarse a mi puta esposa” ( POR GOLFO)

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Rocío, nuestra inquilina, había descubierto que durante casi un mes la habíamos drogado para saciar nuestras sucias necesidades pero una vez con las pruebas de nuestro delito en su mano, decidió dar la vuelta a la tortilla y convertirnos en sus juguetes.
Una muestra clara de lo que nos esperaba en sus manos, fue lo que ocurrió nada mas informarnos de que conocía como noche tras noche y aprovechando que estaba inconsciente, entre mi esposa y yo nos la habíamos follado.
-Puta, desnúdate para mí- le exigió a mi esposa.
Maite, que no se había acostumbrado a ese cambio de papel, tardó en reaccionar por lo que la morena ejerciendo su nuevo poder, se levantó y le desgarró su vestido con las manos. Mi mujer intentó taparse pero nuestra inquilina se lo impidió dándole una sonora cachetada.
-Me has hecho daño- se quejó tocándose la adolorida mejilla.
Roció, soltó una carcajada al responderle:
-¡Mas te voy a hacer si no me obedeces!- tras lo cual terminó de despojar a mi esposa de su ropa.
Juro que me excitó ver la indefensión de mi pareja pero en ese momento no me atreví a decir nada y por eso mantuve un silencio cómplice mientras esa muchacha la desnudaba. Maite, completamente abochornada, se quedó quieta mientras la morena le quitaba el tanga. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas su siguiente paso.
Rocío al verla sin bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:
-Tu esposa es una zorra. Todavía no he hecho uso de ella y ya está cachonda y alborotada-.
Una tímida sonrisa fue mi respuesta. La andaluza comprendió que no iba a defender a Maite y dándole la vuelta, le quitó el sujetador. Una vez totalmente en pelotas, cogió los pechos de su víctima entre sus manos y me los enseñó diciendo:
-Menudo par de pitones tiene esta perra. Se nota que será una buena sumisa porque casi no la he tocado y ya está verraca-.
Aumentando la vergüenza de mi mujer, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra.  Maite suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus areolas y sin dejarme de mirar, gimió de deseo.  La morena entonces se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi señora, incapaz de contenerse, suspiró mientras intentaba parecer fría ante ese ataque.
Si pensaba que esa actitud le serviría de algo, se equivocaba porque Rocío hizo caso omiso de ella y de un empujón, la sentó sobre la mesa del comedor.
-Abre tus piernas, puta. Quiero que el cerdo de tu marido disfrute de la visión de tu coño mientras te lo como-, ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la mi mujer.
Desde mi posición, pude observar que Maite se estaba excitando por momentos. No solo tenía los pezones erectos sino que se notaba que la humedad estaba haciendo aparición en su sexo. La morena al notarlo le separó las rodillas y sacando la lengua empezó a recorrer sus pliegues.
-Ahhh- suspiró mi esposa.
Rocío, encantada con su poder, aceleró las caricias mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que luchando contra el deseo, mi señora apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Sin apiadarse de su víctima, la andaluza  metió dos dedos en el interior del coño de mi amada, la cual empezó a retorcerse buscando su propio placer.
-Te gusta, ¿Verdad? ¡Guarra!- gritó al comprobar que el sexo de mi mujer aceptaba con facilidad dos dedos y queriendo forzar aún mas su dominio, le preguntó: -¿Crees que te cabra mi mano?
Maité, al oír lo que se proponía, se zafó de su acoso e intentó huir pero entonces la morena, dirigiéndose a mí, me ordenó:
-Tráemela otra vez.
No pude negarme. Si esa zorra iba a la policía con el video donde me la había follado después de drogarla, hubiese ido a la cárcel por lo que cogiendo a mi mujer en mis brazos, la devolví encima de la mesa.
-Sujétala y que no se mueva- me soltó riendo.
Comportándome como un auténtico bellaco, inmovilicé a mi esposa mientras la morena la violaba metiéndole tres dedos en su interior. Los gritos de dolor lejos de cortarla, la motivaron aún más y haciendo caso omiso de los mismos, le metió un cuarto dedo.
-¡Por favor!- chilló Maite al sentir su sexo a punto del desgarro.
Disfrutando de la faceta de estricta domina, Rocío pellizcó duramente los pezones de mi mujer mientras le decía:
-¡Cállate, puta!. ¡Bien que te reías mientras tu marido me violaba!
Al recordarle el motivo por el cual nos tenía en sus manos, hizo que se quedara callada y quieta, momento que la morena aprovechó para incrustarle el quinto dedo. Con lágrimas en los ojos, chilló de dolor pero temiendo la reacción de esa muchacha, esta vez no intentó huir. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, observé la cara de lujuria que nuestra inquilina puso al intentar meter por completo su palma en el interior de mi amada.
Tras varios intentos fallidos, por fin, completó su objetivo y una vez conseguido ni siquiera esperó a que su víctima se acostumbrara y con autentico sadismo comenzó a golpear su vagina. Maite al sentir el puño de la andaluza en su interior, gimió completamente descompuesta.
-¡Te lo ruego, déjame! ¡Te juro  ser tu fiel esclava!- chilló en busca de su compasión.
Rocío al escuchar su entrega, le soltó:
-Todavía no te enteras. ¡Eres mía!- y recalcando su dominio, me obligó a darle la vuelta.
Juro que no supe que se proponía hasta que teniéndola a cuatro patas sobre la alfombra, vi que la morena cogía un cinturón y usándolo sobre mi esposa, empezó a castigar sus nalgas.
-¡No! – gritó al sentir la dura caricia del cinturón en su trasero.
Aterrorizado pero incapaz de defenderla, soporté el ver como nuestra inquilina azotaba una y otra vez a mi mujer. Solo cuando ya tenía el culo casi en carne viva, paró y dirigiéndose a mí, me dijo:
-¡Quiero ver cómo le das por culo!
De `plano me negué, al sentir que era demasiado el castigo que estaba sufriendo Maite. Estaba a punto de enfrentarme con esa zorra cuando escuché que mi señora desde el suelo me decía:
-Haz lo que te ordena nuestra ama-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando y al observar que desde la alfombra me sonreía y que sin esperar a que esa puta sádica repitiera su amenaza, con sus dos manos se separaba las nalgas, no pude hacer otra cosa que arrodillarme a su lado.
Estaba recogiendo parte de su flujo para untar su ojete cuando la maldita inquilina me gritó:
-Directamente. No lo lubriques. ¡Esa zorra no se lo merece!
Quise protestar pero Rocío uso el cinturón sobre mi espalda para obligarme a obedecer. Juro que debí responder a su agresión enfrentándome con ella pero el escozor de ese latigazo, contrariamente a lo que había supuesto, me excitó y sin mediar queja alguna, forcé la entrada trasera de mi mujer con mi pene.
Afortunadamente el ano de Maite estaba habituado a ser forzado porque de no haber sido así el modo tan bárbaro con el que la penetré le hubiese provocado un desgarro.
-¡Dios!- aulló al sentir su ojete mancillado.
La morena disfrutando de nuestra sumisión se rio al comprobar la cara de sufrimiento de sus dos nuevos juguetes y tras un minuto sin hacer otra cosa que mirar cómo le daba por culo, se acercó a mí y poniéndose a mi espalda, me separó mis propias nalgas mientras me decía:
-Luego es tu turno.
Tras lo cual introdujo uno de sus dedos en mi ojete. Nunca nadie había hollado ese agujero por lo que al descubrir que era virgen, esa zorra se descojonó de mí, avisándome de que iba a ser lo primero que ella hiciera. Contra toda lógica, el notar su yema jugueteando en su interior me calentó y reiniciando con mayor énfasis mis penetraciones, seguí machacando el trasero de mi esposa.
Maite, que era ajena a que su marido estaba siendo violado analmente por los dedos de su inquilina, recibió con gozo ese asalto y con la respiración entrecortada, nos informó que estaba a punto de correrse.
Su confesión fue un error porque al oírla, la morena tiró de su melena y prohibiéndola correrse, me obligó a sacársela.
-Límpiala.
Habiendo cortado su calentura, mi esposa tuvo que usar su boca para retirar los restos de mierda que embadurnaban mi miembro, tras lo cual, la andaluza nos obligó a seguirla hasta su cama. Una vez en su habitación, la muy zorra nos demostró nuevamente que había preparado a conciencia nuestro castigo porque abriendo un cajón sacó dos juegos de esposas, con los que nos ató al cabecero.
Una vez con nosotros dos inmovilizados, se desnudó y apagando la habitación, se durmió.
 
 
Lo que en teoría iba a ser nuestro primer día de sumisos, se convirtió en algo mucho mejor.
Como os imaginareis pude dormir más bien poco, atado, desnudo y sin saber que iba a ser de mí, me pasé la noche en vela. Ya eran más de las diez cuando la zorra de la andaluza, se levantó y olvidándose de mí, le quitó los grilletes a mi mujer tras lo cual le obligó a acompañarla al baño.
Como estaba la puerta abierta pude ver cómo se sentaba en el wáter y mientras Maite permanecía arrodillada a sus pies, se ponía a mear. Una vez liberada su vejiga, cogió a mi esposa y le obligó a limpiar los restos de orín con la boca, tras lo cual se metió a duchar.
Una vez hubo terminado, salió del baño envuelta en una toalla y cogiendo una bolsa de un rincón, salió con mi mujer de la habitación dejándome solo tirado en el suelo. No llevaba ni cinco minutos fuera cuando vi que mi inquilina volvía.
Asustado, creí que con su vuelta iba a empezar mi suplicio, cuando sentándose en la cama, me preguntó:
-¿Te gustaría llegar a un acuerdo conmigo?
-Depende- contesté aún sabiendo que tenía poco margen de maniobra. Fuera lo que fuese lo que esa morena me iba a proponer, comprendí que iba a tener que aceptarlo.
-Puedes ser compañero o por el contrario mi juguete- respondió con voz dulce mientras me quitaba las esposas.
-No te comprendo. ¿A qué te refieres?
Descojonada, ni se dignó a contestar y todavía estaba pensando en ello, cuando escuché que se abría la puerta. Al mirar quien entraba, no me costó reconocer que era Maite la que se acercaba. Mi mujer venía vestida como una sumisa de libro. Ataviada con un arnés hecho de correas de cuero, parecía una actriz de una película erótica.

Supe entonces lo que  esperaba de mí cuando vi a mi señora arrodillarse a mis pies y  decirme:

-Amo, vengo a presentarme. Tal y como he acordado con mi  dueña, no debe considerarme su mujer sino una propiedad. A partir de ahora, cumpliré las ordenes de los dos sin quejarme.
Obligada por las circunstancias, Maite había aceptado se nuestra sumisa y aunque comprendía los motivos que le había llevado a ello, me sorprendió ver en sus ojos un brillo que bien conocía:
“¡Está cachonda! ¡Le pone bruta ser una sumisa!” exclamé mentalmente al asimilar su significado.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando escuché a Roció decir:
-¿Qué respondes? Aceptas que entre los dos adiestremos a esta puta o por el contrario, tendré que ocuparme yo sola de vosotros dos.
-Sin lugar de dudas, acepto.
Mi hasta hacía unos segundos amada esposa no pudo reprimir su satisfacción y pegando un suspiro, se agachó frente a mí diciendo:
-¿Desea mi amo que le sirva?
-No, zorra –contesté- antes quiero que veas como me follo a una verdadera mujer.
La reacción de Rocío no se hizo esperar y despojándose de la toalla, se lanzó a mi lado. Verla desnuda y deseando mis caricias fue algo que no me esperaba y sin dudarlo la acogí entre mis brazos.
-¡No sabes cómo deseo sentir tu polla dentro mío!- me dijo la mujer que hasta hacía unos momentos pensaba que iba a ser mi torturadora.
-No tardaras en sentirlo- contesté pegándola a mí.
La muchacha me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mío, dejó que la acariciara. Mis manos al recorrer su trasero descubrieron que tenía un culo duro y bien formado. No me hizo falta su permiso para pasar mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y llevándoselos a la boca, la obligué a probar su porpia excitación mientras le decía:
-¿Qué hacemos con nuestra esclava?
Descojonada, contestó:
-¡Qué mire!
Desde el borde de la cama, Maite nos miró con una mezcla de deseo y envidia. Sabiendo lo que esa mujer necesitaba y olvidando a mi esposa, susurré en su oído:
-Eres una putita pervertida.
-¡Habló el que viola a mujeres drogadas! – respondió mientras con sus manos acomodaba mi pene entre sus piernas.
-Ahora va a ser mejor- contesté mientras me metía en su interior.
Rocío gritó de satisfacción por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión. Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y cambiándola de postura, la puse a cuatro patas.
Al verla en esa posición, recordé que nunca me había atrevido a usar su culo no fuera a ser que al día siguiente se diera cuenta y por eso tras darle un sonoro azote, le pregunté:
-¿Te han follado alguna vez por detrás?
-No- contestó- pero ahora te necesito en mi coño.
Satisfecho por su respuesta, la volví a penetrar mientras de reojo veía a mi mujer masturbándose por la escena. Olvidándose de su papel de sumisa, estaba dando rienda suelta a su lujuria al verme con otra.
-Sigue, ¡que me encanta!- protestó la morena al notar que aminoraba mi ritmo.
La calentura de las dos mujeres era tal que comprendí que a partir de ese día, iba a tener que satisfacer a ambas y por eso concentrándome en ese instante, decidí pedir ayuda a la que se había conformado con ser nuestra esclava:
-Cómele los pechos a tu ama.
Ni que decir tiene que Maite, se lanzó sobre las tetas de esa muchacha sin protestar y ella al sentir que eran cuatro manos, dos bocas y un pene los que la estaban amando no pudo evitar pegar un grito de satisfacción. Buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.
Ese nuevo anclaje, permitió que mis penetraciones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope. Rocío, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.
Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta entrega fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó en la cama mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de su rendición.
Al sacar mi miembro de su interior, Maite tomó mi lugar y como posesa, se dedicó a beberse el semen con el que había llenado el sexo de la morena. Esa mamada inesperada, prolongó el éxtasis de Rocío hasta límites nunca sospechados y solo tras una serie de orgasmos consecutivos, separó a mi mujer y abrazándose a mí, me dijo:
-Dile a esa puta que prepare mi culo, quiero que vea como me lo desvirgas.
No tuve que decírselo, mi amada esposa al oírlo pegó un  grito de alegría diciendo:
-Ahora mismo, me pongo a ello- tras lo cual separando las nalgas de su ama, sacó la lengua y empezó a relajar ese rosado esfínter.
 
 

Relato erótico: “Pillé a la puta de mi esposa con otro” (POR GOLFO)

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Los hombres somos por lo general unos idiotas confiados. Aunque seamos proclives a cepillarnos a cuantas mujeres se nos pongan a tiro, por lo contrario, somos capaces de poner nuestra mano en el fuego porque nuestras parejas jamás nos pondrían los cuernos. Da igual que sea nuestra esposa, novia o compañera, en cuanto formalizamos una unión de cualquier clase, pensamos que no se les pasa por la cabeza estar con otro que no seamos nosotros.
Da igual que, por naturaleza, en cuanto conocemos a una mujer desatendida por su pareja no podemos verla como persona sino como un posible objetivo para incrementar  la lista de nuestras conquistas, pero en cambio no nos preocupamos de satisfacer las necesidades afectivas de quien tenemos a nuestro lado,  suponiendo su eterna fidelidad.
¿Alguno de vosotros me puede afirmar que no es así?
Acaso mientras os es fácil imaginar  que esa compañera de trabajo cuyo marido es un imbécil insensible puede caer en vuestros brazos, os resulta imposible la idea que la vuestra igualmente desatendida os traicione.
¿Cuántos de vosotros o de vuestros amigos se ha buscado otra y luego se sorprende de que la que habéis o han repudiado ha encontrado el cariño en otro hombre?
Seguro que de no ser en carne propia,  conocéis decenas de ejemplos a los que les ha ocurrido.
¡Los varones somos unos jodidos incautos que buscamos aventuras en otras camas sin cuidar la nuestra!
Y el primero: YO
Acostumbrado a ligar con toda mujer que me daba entrada, no cuide a la mujer con la que vivía.  Mientras me vanagloriaba ante los amigos de mis múltiples conquistas nunca creí que Elena fuera capaz de buscar sustituir mi ausencia con otro.
¡Reconozco que fui un completo gilipollas!
Habituado a no dejar pistas de mis romances, no supe reconocer los evidentes signos de su infidelidad. Mientras al llegar a casa revisaba mi camisa y jamás pagaba con tarjeta mis juergas, no descubrí que tras las llamadas a casa donde nadie contestaba se escondía el tipo que consolaba a mi esposa.
Por eso, confieso que me sorprendió descubrir un día que era un cornudo y que tardé en asimilarlo.
Ahora que ha pasado el tiempo, dudo si Elena lo hizo a propósito o bien fue un descuido que se dejara encendido su ordenador . Debían de ser las ocho de la noche cuando aterricé en el que consideraba mi impenetrable hogar. Como siempre dejé mi chaqueta en una percha tras lo cual la busqué. No tardé en encontrarla:
Mi mujer se estaba dando una ducha dejando su portátil encendido sobre la cama.
“¡Menudo desastre!”, pensé y sin otro pensamiento que apagárselo, me fijé en la pantalla.
Tenía abierto su correo privado. Todavía en la inopia vi que le acababa de llegar un email. Al leer el encabezado, me quedé helado:
-TE DESEO.
Sin ser capaz de controlarme, lo abrí y descubrí que tenía una aventura con un colega de su despacho. Durante minutos fui incapaz de reaccionar y seguir leyendo:
¡Mi vida y mi futuro habían caído hechos pedazos!
Sé que sonora hipócrita pero para mí mis deslices carecían de importancia mientras el de ella lo vi como una hecatombe. Totalmente hundido por tamaña decepción salí de casa. Necesitaba una copa y compañía, por eso, quedé con Fernando, un íntimo amigo.
Ni siquiera había llegado al bar donde me había citado con él cuando Elena me empezó a tratar de localizar. Estaba tan jodido que fui incapaz de hablar con ella y en vez de contestarle, le mandé un wath´s up diciendo:
-No quiero hablar- y recalcando el motivo de mi huida, escribí: -He visto tu Outlook.
Supe que con solo eso, mi mujer sabría que la había descubierto e incomprensiblemente, eso me tranquilizó.
Al llegar al bar, Fernando me estaba esperando. Aunque no le había contado el motivo, mi nerviosismo y mi urgencia le habían hecho comprender que era algo grave y por eso se dio prisa en acudir a mi reclamo.
Nada más sentarme junto a él, me preguntó que ocurría. Casi llorando le expliqué lo que había pasado. Mi amigo se quedó callado dejándome terminar y solo cuando se percató de que me había desahogado, con voz tranquila, me contestó:
-¿La quieres?
-Sí- respondí de inmediato.
-¿Y estarías dispuesto a perdonarla?
-Sinceramente, ¡No lo sé!- solté destrozado.
Fernando, llamando al camarero, pidió dos whiskies y esperó a que nos los sirvieran para decirme:
-Mira Manuel, lo que ha hecho Elena está mal pero es lógico. La has dejado demasiado sola y las mujeres necesitan además de dinero y cariño, sexo….
En ese momento intenté intervenir quejándome de que no era cierto pero aprovechándose de la amistad que nos unía, me calló diciendo:
-¡No me jodas! Este mes te has tirado más veces a tu secretaria que a tu esposa.
La realidad me golpeó en la cara y por eso no tuve más remedio que quedarme callado. Mi mutismo le permitió seguir diciendo:
– Si a la que quieres es a Elena, quizás esto no sea tan malo y puedas sacarle partido…
-¡No te entiendo!- contesté confuso por sus palabras.
-Pareces bobo. ¡Te ha dado una herramienta para cumplir tus fantasías!- dijo y haciendo una pausa, dio un sorbo a su copa: -Cuando mi mujer me pilló, aprovechó mi infidelidad para sacarme todo aquello que había deseado y nunca le di.
Por primera vez, vi una salida honrosa a ese infortunio y por eso atentamente seguí escuchando mientras me decía:
-Si Elena también quiere mantener su matrimonio, gracias al sentimiento de culpa que debe sentir, ¡No podrá negarse a cumplir tus condiciones!
-¿Tú crees?
-¡Por supuesto! Pero para conseguirlo deberás cumplir a rajatabla algunas instrucciones básicas…- viendo que había captado mi interés, prosiguió diciendo: -Para empezar cuando vuelva a casa no montes bronca, únicamente hazte el ofendido y quédate callado… ¡Hoy no le contestes!.
-¿Cómo me pides que no le exija explicaciones? ¡Tengo que hacerle saber mi enfado!
-¡Te equivocarías si  lo haces!…  Si me haces caso no solo seguirás con ella sino que la tendrás bebiendo de tu mano. Al no montarle un escándalo, no le das oportunidad de culparte de su traición y como no se podrá defender, su culpa se verá incrementada con el paso de los días hasta hacerse insoportable. Cuando se derrumbe, ¡Podrás marcarle tus condiciones!
Incomprensiblemente no solo le encontré sentido a su plan sino que incluso dejando al lado  el dolor de los cuernos, comencé a verle las posibles ventajas a su resbalón. Más sosegado y mientras volvía a casa, me puse a pensar que cambios me gustaría dar a nuestra relación.
Al instante, vino a mi mente determinados cambios que podía dar tanto a nuestra vida en pareja como a nuestra vida sexual. Respecto a la primera, estaba hasta los cojones de soportar a mi suegra todos los fines de semana y analizando la segunda, aunque satisfactoria no pude dejar de certificar que era demasiado tradicional.
“Elena me racaneaba las mamadas y se negaba de plano a experimentar el sexo anal”
Tras pensarlo, decidí que eso tenía que cambiar. Si mi mujer quería mantener nuestro matrimonio debería hacer concesiones y esas dos serían las primeras.
Llego a mi casa.
Siguiendo los consejos de Fernando, en el ascensor me despeiné el pelo y aflojando mi corbata, entré a mi apartamento. Tal y como previó mi amigo, Elena me estaba esperando en el salón totalmente descompuesta y nada más verme se trató de explicar:
-Estoy demasiado dolido para hablar hoy- respondí cortando sus disculpas y sin ni siquiera mirarla, fui a mi habitación y cogí mi almohada.
Elena que se esperaba una monumental bronca, me intentó ayudar con la cama de invitados pero no lo permití:
-La quiero hacer solo- le dije con voz suave- vete a TU cama.
Llorando, me rogó que la escuchara pero cerrando la puerta, la dejé hablando sola en mitad del salón. Durante unos minutos, intentó que abriera pero no lo hice. Ya desesperada, comprendió que esa noche iba a ser en vano y por eso, compungida, se fue a nuestro cuarto.
Ya acostado, di rienda suelta tanto a mi cabreo como a mi perversa imaginación y en la soledad de esas cuatro paredes, planeé mi venganza.
A la mañana siguiente, había dormido pocas horas pero al ver la cara con la que amaneció Elena, comprendí que ella había descansado aún menos.

-Buenos días- gruñí al ver que se había levantado antes y que sobre la mesa del comedor, estaba un café recién preparado.

Ese pequeño detalle me hizo saber que el plan de Fernando se estaba cumpliendo a rajatabla y a pesar de que sentándose frente de mí, mi mujer intentó establecer una comunicación, le resultó imposible. A moco tendido, me juró que había sido solo una vez y que para ella, el tal Joaquín no significaba nada.
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no saltarla al cuello y echarle en cara su comportamiento. Recordando las palabras de mi amigo, terminé tranquilamente el café y cogiendo mi maletín salí de casa.
No había llegado al coche cuando recibí el primer mensaje de mi esposa. En él, me pedía que le diera una oportunidad y que estaba arrepentida.
Decidí dar la callada por respuesta.
Para no haceros el cuento largo, antes de llegar al trabajo me había escrito tres veces,   esa mañana otros cuatro y ya en la tarde cuatro más. En ellos, su nerviosismo y perplejidad iban en aumento. En el último, dándose por vencida, me informaba que si era lo que deseaba se iría de casa.
-No eso lo que quiero- respondí escuetamente.
Mi móvil empezó a sonar en cuanto mandé esa respuesta pero me abstuve de contestar. Tras insistir varias veces, me mandó un mensaje diciendo:
-¿Qué quieres?
-Una mujer que me quiera y me respete.
Como comprenderéis supe que había ganado en cuanto recibí su último wath´s up:
-Te quiero y te respeto- había contestado.
Disfrutando mi victoria de antemano, le escribí:
-Demuéstralo.
Con el papel de marido destrozado bien aprendido, nuevamente en el ascensor desordené mi peinado y poniendo cara de angustia, abrí la puerta del piso. Al no verla, me derrumbé en el sofá, sabiendo que no tardaría Elena en aparecer.
A los treinta segundos, la vi salir de nuestra habitación. Supe al momento que me había quedado corto en su claudicación porque con ganas de compensar sus cuernos, llegó vestida con un coqueto picardías.
Si en las otras ocasiones que me había recibido de tal guisa, me había lanzado sobre ella a hacerle el amor, en esta ocasión mi reacción fue distinta, cerrando los ojos hice como si su vestimenta no tuviera importancia.
Mi mujer se quedó perpleja al ver mi reacción. Quizás en su fuero interno hubiera pensado que o bien me iba a cabrear o bien que me la follara. Lo que nunca previó fue mi inacción. Tanteando el terreno, se acercó al sofá y me empezó a hablar.
Al no contestarle, decidió que mediante besos iba a conseguir su objetivo por lo que subiéndose sobre mis rodillas, me comenzó a besar. Sin rechazar frontalmente sus caricias pero evitando el moverme para que no lo tomara como colaboración, recibí sus besos en silencio.
Elena, totalmente confundida, no cejó en su intento y más cuando  sintió mi pene erecto bajo el pantalón. Sin darse cuenta que eso iba a ponerla bruta, buscó mi reacción frotando su sexo contra el mío. La dureza que mostraba y el continuo roce paulatinamente fueron incrementando su calentura  hasta que ya inmersa en la lujuria, usó sus manos para sacarlo de su encierro.
Desgraciadamente cuando quiso empalarse con él, se lo prohibí diciendo:

-Con la boca.

Sorprendida por mi pedido, me miró con los ojos abiertos sin comprender pero entonces, cogiendo mi miembro entre mis manos se lo acerqué a su boca. La seriedad que vio en mi rostro, le impidió reusar a cumplir con mi capricho y  echando humo por la humillación, se apoderó de mi extensión casi llorando. Tras lo cual, abrió sus labios y se lo introdujo en la boca.
Tratando de soportar su vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no verme disminuiría la humillación del momento.
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a tu marido al que se la chupas- exigí.
Mientras su lengua se apoderaba de mi sexo, vi que por sus mejillas caían dos lagrimones y sin apiadarme de ella, disfruté de su felación. Al observar que en contra de lo que me tenía acostumbrado, me estaba mamando con un ímpetu inusitado, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, le dije:
-Mastúrbate con la mano, ¡Zorra!.
Sabiendo que no podía fallarme, sin rechistar vi como separaba los pliegues de su vulva y en silencio daba inicio a una pausada masturbación. Con sus  dedos torturó su ya inhiesto clítoris con rapidez,  temiendo que de no hacerlo así me enfadara. Poco a poco su calentura fue subiendo en intensidad hasta berreando como en celo y sin dejar de mamarme la verga, se corrió sobre la alfombra.
Azuzado por el volumen de sus gritos, me dejé llevar y con brutales sacudidas, exploté derramando mi simiente dentro de su boca. Os juro que me sorprendió ver el modo en que devoró mi eyaculación  sin dejar gota. Entonces y solo entonces, le dije:
-¿Te ha gustado putita mía?
 Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que sí, sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:
-Fóllame, ¡Lo necesito!
Lo que nunca se imaginó  ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me recordó que su culo era virgen pero ante mi mirada, no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano.
Excitado hasta decir basta, al comprobar que su entrada trasera seguía intacta y que su amante no había hecho uso de ella, me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.
-¡Por favor! ¡No lo hagas!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso en su esfínter pero en vez de retirarse, apoyó su cabeza en el sofá mientras levantaba su trasero. 
Su nueva posición me permitió observar que los muslos de mi mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio. 
Su gemido me recordó que aunque quería vengarme, no quería destrozarla y por eso volví a lubricar su esfínter, buscando que se relajase. El movimiento de caderas de mi esposa me informó involuntariamente que estaba listo.  Queriendo que se repitiera en el futuro, tuve cuidado y por eso seguí dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

-¡No puede ser!- aulló confundida al percatarse de que le estaba empezando a gustar que sus dos entradas fueran objeto de mi caricias y sin poderlo evitar se llevó las manos a sus pechos y pellizcó sus pezones, buscando incrementar aún más su excitación.

Contra toda lógica, al terminar de meter los dos dedos, mi esposa se corrió como hacía años que no lo hacía. Satisfecho por sus gemidos y  sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Deseas que tu marido tome lo que es suyo?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y echando su cuerpo hacia atrás, por primera vez en su vida, empezó a empalarse. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.
Decidida a que no tuviera motivo que recriminarle, en silencio y con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con embutiéndose mi miembro  hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo.
Fue entonces, cuando pegando un grito me pidió que me la follara. El deseo reflejado en su voz no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de ella como si fuera una nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón con el que me había casado, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir.
A partir de ese momento, poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Queriendo tener un punto de agarre, me cogí de sus pechos para no descabalgar.
-¡Me encanta!- no tuvo reparo en confesar al experimentar que estaba disfrutando.
 -¡Serás puta!- contesté y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 
Lejos de quejarse por el insulto, gritó al sentir mi mano sobre sus nalgas y comportándose como la guarra que era,  me imploró más.  No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba.
Ese rudo trato  la llevó al borde de un desconocido éxtasis y sin previo aviso, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Os juro que en los diez años que llevábamos casados nunca la había visto así. Reconozco que fue una novedad  ver a Elena, temblando de placer mientras me imploraba que siguiera azotándola:

-¡No Pares!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el gozo que brotaba del interior de su culo. 

 

Su entrega fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Mi esposa pegando un alarido, se corrió.
Decidido a no perder esa oportunidad, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Exhausta, Elena me pidió que la dejara descansar pero inmerso en mi propia calentura, no le hice caso y seguí violando su ano hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Pegando un grito, le exigí que colaborara en mi placer.
Reaccionando al instante, meneó sus caderas, convirtiendo su trasero en una sensual batidora. Mi orgasmo fue total. Cada uno de las células de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la traidora.
Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me dejé caer sobre el sofá. Mi esposa entonces, se acurrucó a mi lado y besándome, me agradeció haberla perdonado pero sobre todo el haberla dado tanto placer.
Sus palabras me hicieron reaccionar y tirándola al suelo, le solté:
-No te he perdonado-Tras lo cual, le dije: -Eres una puta pero quiero que seas mi puta. Si me prometes darme placer, haré como si nada hubiera ocurrido.
Arrodillada a mis pies, me pidió que le diera una nueva oportunidad jurando que nunca me arrepentiría. Satisfecho, le solté:
-Me voy a la cama. Tráeme un whisky. Quiero una copa mientras observo como me la vuelves a mamar.
Elena al oírme, se levantó a cumplir mi capricho. La sonrisa que lucía en su rostro, me convenció de lo ciego que había estado durante todos esos años:
¡Mi mujer disfrutaba del sexo duro! Cabreado por no haberme dado cuenta pero esperanzado por lo que significaba, me fui hacia mi cuarto.
Aunque nunca iba a saberlo, en el salón, Elena estaba radiante mientras no podía dejar de pensar en la razón que había tenido al pedirle ayuda a Fernando.
Insatisfecha por nuestra vida sexual, le pidió consejo sobre cómo exponerme sus extraños gustos. Después de escuchar su inclinación por ser usada como sumisa, mi amigo supo que no aceptaría de buen grado el papel de dominante. Tras pensar cómo convencerme, entre los dos se inventaron esos cuernos, sabiendo que al enterarme iba a correr a pedirle ayuda.
 
 

Relato erótico: ” El legado (5) Sexo en Madrid” (POR JANIS)

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Sexo en Madrid.
Apenas son las nueve de la mañana cuando despierto. La verdad, nunca he dormido demasiado. Me visto para salir a correr, aunque, la verdad, sin ganas. Al bajar, me encuentro a madre en la cocina. Está vestida para salir.
―           Tu padre y yo vamos a Urdales, al mercadillo medieval. Nos llevamos a Gaby. En el frigorífico hay de todo, pero si no queréis complicaros la vida, compráis unos pollos asados – me dice. La excelente noticia me acaba de espabilar.
Padre está fuera con Gaby, cargando unos esquejes y unas macetas. Sin duda lo que piensan vender en el mercadillo.
―           ¿Dispones de un puesto en el mercadillo? – le pregunto.
―           Si, Pepe Camps me ha cedido el suyo. Está enfermo. A ver si podemos vender estos sobrantes y algunas de las plantas de tu madre.
―           ¿Cuándo estaréis de vuelta?
―           A media tarde, creo.
―           Vale. Suerte – exclamo, alejándome.
Me propongo ir a la cañada y volver. La vuelta la hago andando, pero estoy satisfecho. En unos pocos días más, notaré los resultados. Voy directamente a la ducha. Casi me dan ganas de cantar bajo el agua caliente. ¡Estamos solos en casa! ¡Un regalo!
Me calzo unas viejas pantuflas de paño, un pantalón de pijama que apenas uso, amplio y cómodo, y una camiseta cualquiera. Bajo a la cocina y enciendo la vieja estufa de leña, que acaba ardiendo con fuerza. Pongo la cafetera en el fuego y voy a la habitación de Pam.
Las dos están desnudas, tal y como las dejé anoche. Pam abraza a Maby por la espalda, pegando su pubis a las redonditas nalgas de su amiga.
―           ¡Arriba, dormilonas! – grito, apartando las cortinas de la ventana. Se quejan y rebullan en la cama, pero no abren los ojos. — ¡Vamos! Necesitáis despejar esa reseca. Tengo buenas noticias.
―           ¿Qué pasa? – pregunta Pam, alzando la cabeza y abriendo un solo ojo.
―           Estoy preparando el desayuno. ¡A la cocina, las dos!
―           ¡Yo no quiero una mierda! ¡Quiero dormir! – gruñe Maby, sin ni siquiera abrir los ojos.
―           Vale. Entonces, me iré a ver una película o algo así. Me aburriré, solo en casa – y salgo de la habitación. Ya en el pasillo, las oigo saltar de la cama.
Pongo pan a tostar y preparo la mesa. Ellas aparecen. Pam se ha puesto una de las batas de madre y Maby se ha enfundado un pijama que le queda algo corto, o puede que sea así. No lo sé.
―           ¿Qué es eso de que estamos solos? – pregunta Pam, intentando acomodar los rebeldes rizos de su cabeza.
―           Padre y madre han marchado al mercadillo mensual de Urdales. Se han llevado a Gaby. Saúl no aparecerá hasta la noche, como siempre. Solos. La casa para nosotros. ¡Y tú pretendías dormir! – cosquilleo el costado de Maby.
―           ¡Aayy! ¡No, eso no! Piedad… me dueleee la cabeza – se queja, retorciéndose.
Sube el café y Pam coloca la cafetera sobre el viejo protector de cáñamo que madre siempre utiliza. El aroma a café y pan tostado despierta el apetito de las chicas, a pesar de sus embotadas mentes.
―           Ah, eso es vida – suspira Maby. – Un desayuno que nos espera, alguien que nos mima. Se me despejan las telarañas del cerebro.
A continuación, me besa el brazo, por debajo de la manga de la camiseta.
―           El pobrecito se quedó ayer esperando – sonríe Pam.
―           Es cierto. Ni siquiera recuerdo haberme quitado la ropa. Estaba bastante borracha.
―           Ninguna de las dos lo hicisteis. Os desnudé yo – me río. — ¿Os acordáis de haber meado delante de los picoletos?
―           Dios… — se tapa los ojos Pam, al parecer recordando en ese momento.
―           ¿Te multaron? – me pregunta Maby.
―           ¿Por qué? ¿Por llevar a dos hermosas chicas borrachas? No bebí nada en toda la noche.
―           ¿A qué es un encanto? – pregunta mi hermana, al mismo tiempo que desliza uno de sus pies, descalzo, hasta mi regazo.
―           Vale, fieras. Puedo oler aún el alcohol en vosotras. Mientras recojo todo esto, ¿por qué no os dais una duchita? Os espero en el desván.
―           Claro, amorcito – me lanza un beso Maby, al levantarse de la mesa. Mi hermana la sigue, haciéndole cosquillas.
Tardo un minuto en limpiar la mesa y dejar las tazas y platos utilizados en el fregadero. Reduzco el tiro de la estufa y subo al desván. Dispongo de una pequeña catalítica que apenas utilizo, salvo en los días más húmedos. Es para secar el ambiente, más que por frío. Para mí, con la manta de la cama, tengo suficiente. La enciendo para caldear un poco el ambiente. El desván es muy grande y está muy vacío. Puede dar mala impresión a Maby.
Diez minutos más tarde, es la primera que aparece. No ha estado aquí arriba nunca. Trae una gran toalla enrollada y está descalza. Su pelo está húmedo. Parece casi una niña, sin maquillaje ni artificios. Yo estoy echado sobre la cama, solo con el pantalón.
―           ¡Que de sitio para ti solo! – exclama, paseando sus ojos por la gran estancia.
―           No tengo grandes hobbys – digo, abriendo las manos. — ¿Y Pam?
―           Se está secando el pelo. Ella tarda más – explica mientras se acerca a una de cuatro ventanas que perforan el desván. – Esto tiene un gran potencial…
―           Si. Puedo montar un laboratorio estilo Frankenstein – quiero sonar irónico, pero no estoy seguro de haberlo entonado bien.
―           No, en serio. Me refiero a una buena mesa de trabajo. Quizás, maquetas, o aeromodelismo. Un taller de…
―           Anda, déjalo. Ven aquí – la llamo, palmeando el colchón. – Te va a dar frío ahí de pie.
Con una risita, salta a mi cama, y rebota. No la espera tan dura.
―           ¡Joder! ¡Peazo cama, tío!
―           Ventajas de ser grande y pesar tanto – bromeo, abrazándola.
―           ¿Podemos empezar ya? Recuerda… las normas – me dice, mirándome, risueña.
―           Tonta…
Tengo muchas ganas de besarla. Llevo deseándolo desde que la vi en el tren. Sus labios son suaves y enloquecedores. Sabe besar muy bien, bueno, al menos, mejor que yo. Sus dedos acarician mi cara, mi nuca, se enredan en mi pelo. Aflojo la toalla, que queda olvidada sobre el colchón. Su esbelto cuerpo me enciende. De una manera diferente a Pam, es igualmente bellísima. Sus menudos senos no tardan en coronarse con sus inflamados pezones. Casi podría tragarme uno de esos montículos de carne, de un solo bocado. Pequeños, traviesos, enervantes.
Su vientre se curva ligeramente, mostrando un alto y pequeño ombligo. Tiene barriguita de niña, que termina en un pubis algo prominente, totalmente depilado. Todo en ella, invita a protegerla, a mimarla y abrazarla, y yo no puedo evitarlo.
―           Veo que lleváis prisa.
Pamela ha subido las escaleras en silencio. También va descalza y totalmente desnuda. La toalla está en su cabeza.
―           Ven, amor – tiende una mano Maby.
Mi hermana arroja la toalla que lleva en la cabeza al suelo. Agita sus rizos, que se pegan a su espalda, y se sube a la cama, abarcando la cintura y vientre de su amiga. El juego de los besos ha comenzado. Se alternan indiscriminadamente, enervándonos cada vez más.
Ah, ¡que recuerdos me trae esto!
“Tú, viejo, calla y disfruta, que me distraes.”
Maby se lleva mi mano a su entrepierna, deseosa de un contacto más prolongado. Está loca por meterse mi rabo. Yo toqueteo ese coñito que no parece haber roto un plato, y sus caderas bailan sobre mis dedos, mientras sus gemidos se vierten en la boca de Pamela.
―           Métesela ya – susurra Pam. – Se va a volver loca…
Tumbo a Maby sobre el colchón. Pam mete la almohada bajo sus riñones y mordisquea sus tiesos pezoncitos. Maby abre sus brazos, llamándome con urgencia. Me coloco sobre ella. Tengo miedo de aplastarla. Se ve tan frágil bajo mi cuerpo, pero su boca entreabierta y deseosa me atrae demasiado.
Está empapada cuando rozo mi glande contra sus labios mayores, abiertos e hinchados. Sus caderas buscan aumentar el frotamiento.
―           Por favor… hazlo ya… — suplica bajito.
Empujo suave. Se abre como una flor bajo el rocío. Su pelvis empuja a su vez. Su boca se abre más, impresionada, intentando soportar la presión. Sé que no ha entrado nada tan grande en su coño. Me freno; Maby engancha sus brazos a mi cuello y se empala, ella sola, varios centímetros más, y, de repente, se corre sin remedio. Pone los ojos en blanco y aferra, con una mano, la cabellera aún mojada de Pam, quien la besa ardientemente.
Aprovecho para sacársela y tumbarme en el colchón, boca arriba. Maby no está dispuesta a dejarme. Ese orgasmo la ha pillado por sorpresa y quiere seguir. La dejo que se empale lentamente ella misma. Pam la sujeta por detrás, aprisionándole los pequeños pechos. Esta vez, mi polla entra más profunda. Ese coñito es más hondo de lo que pensaba, aunque no alcanza a meterse todo el nabo.
Emprende un ritmo que, antes de un minuto, se vuelve frenético. Maby pierde las fuerzas y deja caer su espalda contra el pecho de Pam, quien la sostiene amorosamente, observando su rostro contraído por la lujuria.
―           Oh… Pam… ¡Dios… PAM! ¡Otra vez! Esto es la… lecheee… — consigue decir, la boca llena de saliva.
―           ¡Como se corre la cabrona! – musita mi hermana.
Pamela tiene que desempalar a su amiga, que se ha quedado inerte tras el segundo orgasmo. La miro y trago saliva.
―           Pam, por favor… voy a reventar – susurro.
―           En mi boca… lo quiero en mi boca – me advierte, tomando mi polla con ambas manos.
Con un par de meneos y frotando el glande contra sus húmedos labios, me dejo ir con pasmosa facilidad. La queda una buena lechada sobre sus mejillas y boca. Maby la limpia rápidamente con su lengua. Parecen desatadas. Mi hermana parece dispuesta a seguir mamando su gran biberón, así que se instala más cómodamente, de bruces y sobre sus codos, entre mis piernas. Mi polla pierde algo de su tersura, quedando más manejable para los lametones de Pam.
Maby, con una traviesa sonrisa, se acopla entre las nalgas de Pam, sobando y apretando a placer, antes de bajar y buscar con su lengua los orificios de su amiga. Pam se queja nasalmente, deseosa de gozar ella también. No tarda demasiado y me muerde, sin querer, en el glande, cuando le llega su orgasmo. No me quejo, apenas me ha dolido.
Maby trepa por la espalda desnuda de Pam y le susurra algo al oído, que la hace sonreír. A los pocos segundos, las dos están a cuatro patas, ofreciéndome sus nalgas, agitando sus culitos, mirándome por encima del hombro.
―           Ahora, como perritas – me incita Maby.
―           Si, si… como perras salidas – repite Pam, con la voz pastosa.
Entro en mi hermana, sin prisas, pero sin detenerme, un largo pollazo. Grita cuando le abro el coño de esa manera. Entonces, la saco y se la cuelo a Maby, a su lado, de la misma manera. Su coño está más dilatado y aguanta mejor. Sin embargo, le hago el mismo tratamiento, un largo empujón y la saco.
Tomo de nuevo a Pam, quien agita las caderas. Esta vez no hay quejas. Se la saco cuando llego a su límite y la emprendo con Maby. Así, una y otra vez, sin descanso. Un solo pollazo cada vez. Sus coños gotean largamente sobre la sábana cada vez que se la saco. Gimen tanto que podrían emular un coro. Dios, están totalmente salidas. Se devoran las bocas, una a la otra, con solo girar el cuello. Sus brazos tiemblan, cansados de soportar su peso y mis embistes, pero no se quejan, ni se rinden.
Decido que ha llegado el momento para ellas. Empujo todo lo que puedo en Pam y, al mismo tiempo, meto un dedo en el culo de Maby, sin lubricar y de una vez. Las dos gritan, pero las siento estremecerse. Bombeo fuertemente en Pam. Su grito se transforma en un balbuceo, sin pies ni cabeza, y acaba enterrando la boca en la ropa de cama cuando se corre.
Maby, desde que le he metido el dedo en el culo, no deja de dar suaves hipidos, agitando las caderas. Le saco el dedo del culo y le meto la polla en el coño. Casi consigo metérsela entera esta vez. Alarga el cuello como si mi miembro amenazara con salir por ese extremo, y emite un largo y extraño ululamiento, que considero una buena señal. Empiezo a empujar con ritmo.
Pam, a nuestro lado, se ha girado, quedando boca arriba y mirándonos, las piernas abiertas. Le toca sentir ese dedo en el culo. Mi hermana ignora que se lo he metido a Maby. Agita sus nalgas cuando siente mis dedos rebuscar por allí. Cree que es una de tantas caricias. Cuando mi índice la perfora si miramientos, su cuerpo empieza a botar, intentando sacar el cuerpo extraño, pero, ni sus saltos, ni sus manos, que no dejan de tironear, consiguen algo.
Maby, quien se ha corrido otra vez con la enculada, se lame los labios, mirando como bota Pam. Tiene los ojos entornados. Seguro que se acerca otro goce.
―           Tócate el coño, tonta – musita a mi hermana. – Aprovecha ese dedo…
―           Y tú… córrete otra vez, putón – sonríe mi hermana, aferrando un pezón de Maby con dos dedos, mientras que su otra mano se pierde en su propio coño.
No sé como lo consiguen, pero las dos empiezan a agitarse y a suspirar con fuerza. Yo también estoy a punto. Pego un par de puntadas más, profundas, secas, y descargo casi en el útero de Maby, quien encadena otro orgasmo al sentir el semen en su interior.
Por su parte, Pam ha levantado su pie izquierdo y me lo ha metido en la boca. Chupo esos deditos pintados mientras aumento la presión de mi dedo en su ano. Se retuerce prácticamente bajo tantos dedos, los suyos y el mío. Acabar arqueándose, formando un puente en la cama, espalda alzada, y piernas dobladas, sucumbiendo.
Me dejo caer de bruces, de través en la gran cama. Ellas ruedan hasta abrazarse a mi amplia espalda. Las oigo jadear, exhaustas. Besan mis hombros, mis omoplatos, soban mis glúteos, agradecidas, felices.
―           Duérmete, campeón – susurra Pamela, soplando sobre mi oreja.
―           Si… descansa… te lo has ganado – murmura Maby por el otro oído, lamiéndolo.
Buen trabajo, Sergio. Serás un digno sucesor…
Me despierta una suave y húmeda esponja. Pam y maby están arrodilladas en la cama, desnudas, manejando unas esponjas, que mojan en un barreño lleno de agua tibia y jabonosa.
―           Ssshhh… no te muevas. Te estamos lavando. No queríamos despertarte para ir a la ducha – me dice Pam, con una maravillosa sonrisa.
―           Que buenas que sois – respondo, frotándome los ojos.
―           No te creas. Te estamos aseando para enviarte al pueblo. Queremos comer – se ríe Maby.
―           Zorras…
―           Sip – asiente Pam. Le toca el turno a mi miembro de recibir el roce de las esponjas.
―           ¿Pollo? – pregunto.
―           Con muchas patatas, por favor – contesta Maby.
―           Sus deseos serán cumplidos, mes dames – digo, levantándome.
―           Mientras, cambiaremos las sábanas y pondremos la mesa – me informa Pam mientras me visto.
Mientras conduzco, pienso en lo diferente que se ve la vida cuando uno tiene a alguien que le espera, que comparte. Bueno, en este caso, dos. Todo parece nuevo para mí. La esquina de una calle, el césped de un parquecillo, la forma de una nube… Bueno, ya sabéis, todas esas cosas que dicen los poemas de los enamorados…
¡Pues claro que estoy enamorado! ¡Como para no estarlo! ¿Es que vosotros habéis conseguido algo mejor que unas chicas como ellas? Ya me parecía a mí…
Cuando regreso. La mesa está puesta y las chicas han reavivado la estufa de la cocina. Están desnudas, sin ningún pudor, pero Pam no tiene cara de felicidad. En ese momento, un móvil suena. Un mensaje.
―           El número dieciséis – comenta Maby, mirando de reojo el móvil que está en el alfeizar de la ventana. – La bronca tuvo que ser gorda, ¿no?
―           Eric – responde Pam a la muda pregunta de mis ojos. – Tengo un ciento de llamadas perdidas y muchos mensajes. Parece que me ha estado buscando todo el fin de semana.
―           Bueno, ya nos ocuparemos de eso – digo. – Ahora, a comer, que se enfría…
Nos reunimos alrededor de la mesa, sintiendo el calorcito de la estufa. Me dan ganas de desnudarme también, pero es muy tarde, casi las cuatro de la tarde. Padre y madre pueden volver en cualquier momento. No es una buena idea.
Intento contar algo que alegre el almuerzo, pero no lo consigo. Pam está mustia. El problema ha vuelto a su mente. Maby, por simpatía, se mantiene seria, aunque no sabe lo que sucede. Yo no me atrevo a forzar el momento. Casi al acabar su plato, Maby no lo soporta más y, manos en jarra, pregunta:
―           ¿Es que no me lo vas a contar, Pam?
Mi hermana deja caer el tenedor y estalla en lágrimas. Ya se ha liado el follón. Al verla así, Maby comprende que lo que sea, es realmente jodido. Abraza a Pam e intenta consolarla.
―           Me… ha… vendido… — intenta explicar mi hermana, por encima de sus lágrimas.
―           ¿Qué te ha vendido? ¿Droga? – intenta comprender su amiga.
Pam niega con la cabeza y sus hipidos aumentan.
―           ¡Por Dios! ¿El qué? – Maby se impacienta, nerviosa.
―           A ella. La ha vendido a ella – digo, muy serio.
La mirada totalmente asombrada de Maby cae sobre mí. Se ha quedado anonadada.
―           Pam ha huido de Madrid, de Eric. Es un vulgar alcahuete chantajista – explico. – La ha ofrecido en la última fiesta a la que asistió, y luego ha llevado un cliente a vuestro piso, un tipo enfermo y sádico que la ha maltratado, humillado y vejado.
Maby sigue sosteniendo la cabeza de mi hermana sobre su pecho, calmándola, mientras ella misma asimila lo que le he dicho. Finalmente, alza el rostro de Pam, le limpia las lágrimas, y le pregunta:
―           ¿Qué tiene sobre ti? ¿Con qué te chantajea?
―           Grabaciones… guarras…
―           ¿Muy guarras?
Pam asiente, sorbiendo.
―           Es un círculo vicioso. Primero era algo entre ella y Eric, algo que no era demasiado perverso, pero que podía ser vergonzoso. Pero al obligarla a realizar más cosas, obtiene más y más pruebas que la comprometen. Es un experto en estas cosas. Por lo visto, tiene a muchas más chicas en el ajo, ¿verdad, Pam?
―           Si, Sergi. Algunas son conocidas nuestras, de otras agencias.
―           ¡Que pedazo de hijo de puta! Con esa carita de bueno que tiene…
Empiezo a recoger la mesa y pongo la cafetera. Se nos ha quitado las ganas de comer.
―           ¿Por eso viene Sergi a Madrid? – cae Maby en la cuenta.
―           Si.
―           ¿Y la policía?
―           No. Todo sería subido a Internet. No soportaría que mi familia lo viera – crispó las manos Pam.
―           ¿Entonces…?
―           No lo sabemos. Necesitamos más información primero – digo, llenando el fregadero de agua.
―           Yo conozco gente que se puede encargar de un tema así. Costaría un buen dinero, pero podemos… — insinúa Maby.
―           Es una opción que le recomendé, pero, apartando que Pam no desea su muerte, implicaría meter a más gente en el asunto. Al final, no es una buena idea. Si hay que matar a alguien, siempre hay tiempo.
Lo dije con total frialdad, sin pasión alguna. Era como si ese tema estuviera totalmente asumido.
―           Subid y vestíos. Mis padres están a punto de regresar. Yo fregaré todo esto.
El viaje a Madrid resulta menos alegre de lo que había imaginado. Me encuentro al volante de mi camioneta. Pam y Maby, sentadas a mi lado, visionan todos y cada uno de los mensajes de Eric. Son intimidantes en su mayoría:
“dnde stas puta? No t sirve dna esconderte. T voi a encontrar zorra y t vas enterar. Como l lunes no stes en casa subire to a la red. E perdio 2 clientes x tu culpa puta!!.” Todo por el estilo.
De verdad que tengo unas ganas de echármelo a la cara…
Sin embargo, a medida que nos acercamos a la capital del reino, las chicas empiezan a recuperar parte de su jovialidad. Charlando sobre donde van a llevarme, todo lo que van a enseñarme de la ciudad, y lo que se van a reír cuando me presenten a sus amigas y compañeras.
Nunca he estado en el piso de Pam y Maby, ni tampoco en Madrid. Padre y madre, que si han estado, me dijeron que era un estudio muy coqueto, pero pequeño, en un ático.
―           ¿Cómo nos las vamos a arreglar? Creo que vuestro pisito es pequeño – pregunto.
―           Tranquilo, peque. Es suficiente para nosotros – dice mi hermana.
―           Si, hemos pensado pasar la cama de Pam a mi habitación, que es la más grande. De esa forma tendremos una cama grande donde dormir los tres juntos.
―           Bueno. Seré vuestra mula de carga – las dos se ríen.
―           ¡Qué hambre tengo! – exclama Pam.
―           Claro, no comiste nada al mediodía – le pellizca la barbilla su amiga.
―           Normal, con el berrinche…
―           Bueno, madre nos ha metido unos cuantos tupperware en una bolsa. He visto albóndigas, croquetas, algún guiso casero, y un par de postres. Solo tenemos que meterlos en el microondas – las informa.
―           ¡Bendita sea tu madre! – suspira Maby.
Gracias a Dios, no tengo que entrar en Madrid con la camioneta.la M30 me lleva a un desvío y una rotonda, desde la cual tengo el barrio de mis chicas a un tiro de piedra. Encuentro un buen aparcamiento en un parquecito. Las calles están tranquilas y bien iluminadas.
―           Es un buen barrio – me dice Pam. – No es que sea exclusivo, pero la mayoría de vecinos son de mediana edad.
―           Si, aquí abundan los oficinistas y los burócratas – puntualiza Maby.
―           Entonces, esto estará tranquilo, ¿no?
―           A veces, demasiado – rezonga la morenita.
El edificio donde se ubica el piso tiene menos de diez años. No es glamoroso pero es funcional y está limpio y bien pintado. Tiene diez plantas. Dos estrechos ascensores, uno para los pisos pares, otro para los nones. La verdad es que el ático me encanta. El pisito es pequeño pero muy bien distribuido. Un salón multifuncional, con cocina, comedor, sala de estar, y despacho. Dos amplios dormitorios con el cuarto de baño en común, y un cuartito donde se amontonan el calentador, la lavadora y la secadora, así como los utensilios de menaje, y de donde partían unas escalerillas metálicas que conducían a una pequeña terraza, de uso particular. En ella, las chicas solían tomar el sol en las dos hamacas dispuestas. Todo un lujo, desde luego.
Las paredes del pisito, pintadas de varios tonos, obtienen buenos contrastes relajantes y todo el suelo es de auténtico parquet de madera.
―           ¿Es caro? – pregunto.
―           500 € al mes.
―           Está muy bien. ¿Cómo lo conseguisteis?
―           Era de una tía solterona de una compañera – explico Pam.
―           Si, una de esas viejas chifladas con muchos gatos. Se puso enferma y estaba en el hospital. Su sobrina nos dijo que no creía que saliera con vida. Así que vinimos a hablar con el casero.
―           Al principio, no le gustábamos. No quiere gente joven en sus pisos, por eso de las fiestas y demás. Pero en cuanto le sugerimos que nos encargaríamos de repintarlo, de sanearlo, y de deshacernos de los gatos, aceptó.
―           La señora murió en quince días. Cuando mi madre estaba con nosotros, mantuvimos la otra habitación que había, donde ella dormía. Pero, cuando se marchó, hicimos una pequeña reforma y la anexionamos al salón. Así ha quedado – explicó Maby, orgullosa.
―           Mola – alabo. – Bueno, ¿qué hacemos? ¿Cenamos o movemos muebles, primero?
―           ¡¡Mudanza!!
Una vez que las chicas ven como queda una cama enorme en una habitación, deciden que así debe quedar, aunque yo no este. Desde ahora, dormirán juntas. Comentan que encargarán un cabecero común para las dos camas, y que la habitación de Pam queda como el vestidor común. Yo les prometo que desarmaré los dos armarios, el de Pam y el de Maby, para usarlos como estanterías para el vestidor. Iba a parecer el de una estrella de cine. Palmean, encantadas.
Calentamos un poco de sopa de verduras y devoramos las benditas croquetas de madre. No hay nada interesante en la tele y las chicas deben madrugar. Así que nos vamos a la cama antes de las doce. Hay que estrenar la cama.
Las chicas se empeñan en jugar con mi polla de todas las maneras, usando manos, axilas, piernas y, finalmente, pies. Con cada una de ellas sentada a lado, con las piernas extendidas, sus pies masajean, frotan y soban mi polla. Me la han pringado de aceite Johnson y resbala que da gusto. No paro de gemir y ellas se esfuerzan aún más. No tardo mucho en correrme con un berrido.
Me dejan recuperarme mientras ellas se afanan en rodar abrazadas, besándose y morreándose. No sé lo que tiene dos tías besándose y frotando sus cuerpos desnudos, pero consiguen ponerme a tono en menos de lo que canta un gallo. Ni siquiera las separo. Aprovecho para meter de nuevo mi polla tiesa entre sus cuerpos, entre sus pubis apretados. La longitud de mi miembro me permite hacerlo.
Las chicas se ríen de mi juego y se acoplan a la perfección. Rotando sus pelvis, alcanzan a rozar sus vaginas contra mi polla o entre ellas, dependiendo del movimiento y del impulso. Pronto, los movimientos se convierten en una carrera desenfrenada para alcanzar un anhelado orgasmo. Maby es la afortunada, ya que es quien se encuentra encima de todos, y puede acelerar sus movimientos de pelvis hasta venirse largamente.
Pam se la quita de encima y se pone a cuatro patas. Parece frenética. Ella misma coge mi rabo con la mano y se lo mete, sin demasiados miramientos, en el coño. Se introduce el dedo corazón en el ano y se estremece. Creo que eso le ha gustado. Acelero mientra siento las manitas de Maby sobre mi pecho, desde atrás, pellizcándome los pezones.
―           Hermanito… la quiero por el culo… — jadea Pam. Creo que no la he entendido bien.
―           ¿En el culo? ¿Ahora?
―           Cuando quieras… Sergi…
Le harás daño. Nuestra polla es demasiado grande y gorda. Hay que entrenarla primero.
―           Te prometo que te lo haré, cuando estés preparada – gruño a causa del dedo que Maby me mete en el culo.
―           A mí también – susurra en mi oído la morenita. – Nadie nos lo ha hecho… somos vírgenes de culito.
―           Os follaré a las dos por el culo… hasta dejaros sin mierdaaaa… aahhhaaa… her… manita… m-mm corroooo… — la voz de Maby y sus palabras me excitan totalmente.
―           Ssiii… ¡Dame tu leche, Sergi!
―           ¡¡PUTA GUA…RRA…INCEST…U…OSA!! – aúllo al soltarlo todo en su vientre.
―           ¡¡¡SI…. TE A…AAMO… SERGIII!!! – grita Pam, sin control.
―           Y yo os amo a los dos – susurra Maby, apretándose fuertemente contra mi espalda.
Despierto como todos los días, a las siete y media de la mañana. Las chicas están dormidas, abrazadas a mí. No sé si tienen que ir a trabajar o no, ayer no las llamaron. Diciembre no es un mes bueno para trabajar como modelo, según Pam. Todas las campañas ya se han hecho y las de verano, no empiezan hasta febrero. Como no sea algo muy puntual, un desfile privado, algún anuncio, o algo así, la cosa está tranquila.
Me levanto con cuidado de no despertarlas. Me pongo mi ropa para correr. No es de lo más fashion para ir por las calles, pero no tengo otra cosa. Esto no es la granja, me obligo a recordar.
A pesar de lo temprano que es, hay bastante movimiento en la calle. Gente que se dirige a la parada de autobús, que sacan sus coches, que caminan presurosos y abrigados. Muchos me miran, asombrados de la poca ropa que llevo puesta.
Recorro un gran cuadrado imaginario, cortando calles, una avenida, un parque, y un acceso a la autovía. Compruebo donde se encuentran ciertos comercios que puedo necesitar. Un supermercado, una ferretería, una panadería, dos tiendas de chinos, y una farmacia. Con eso estoy cubierto. También he visto un bingo, varias peluquerías, un veterinario, una librería… ah, y un sexshop. Interesante este último.
Regreso al piso y subo a la azotea. Allí puedo hacer mis rutinas de flexiones y abdominales. Ya no me canso tanto. Tengo que acordarme de pesarme y medir mis contornos, sino no puedo controlar mi avance. Las chicas deben tener algún peso de confianza.
Me ducho y me visto. Miro en el frigorífico y hay poca cosa, pero me permite hacer un desayuno imaginativo. Habrá que ir al super más tarde.
―           ¡El desayuno, chicas! – grito al quitar la cafetera.
―           No había por qué madrugar hoy tanto – se queja Maby, enfundándose la camiseta de un pijama rosa.
―           Si. No tenemos nada programado para hoy – se une Pam, quien sale del dormitorio solo con las braguitas.
Las miro, sirviendo unas tazas.
―           ¡Estáis guapísimas recién levantadas! – piropeo. – Atractivo natural.
―           Tonto – saca la lengua Maby.
―           He hecho tortitas con un resto de harina que había y una extraña mantequilla que aún no estaba rancia. Hay que ir a reponer víveres. ¿Desde cuando no vais a comprar?
―           Nunca vamos – alza los hombros Pam. – Pillamos de paso lo que nos hace falta, y una vecina nos compra el pan todos los días. La mayoría de las veces comemos fuera, en el trabajo, o pedimos algo por teléfono.
―           Con razón os encanta la cocina de madre – las regaño, colocando ante ellas sus tazas de café. – No hay leche, así que tiene que ser solo.
―           Es igual.
―           Ahora que estoy aquí, comeréis algo mejor.
Mientras desayunamos, les pregunto por su trabajo. No sé mucho sobre lo que hacen. Pam me explica que ella se dedica más a publicidad que a moda, pero que acepta lo que caiga. También hace presentaciones de bebidas en discos y pubs, o de azafata en convenciones, salones de automóviles y cosas así. En cambio, Maby se decanta más por las pasarelas y las sesiones fotográficas de moda, aunque, al igual que mi hermana, no rechaza nada. Han tenido un buen otoño, así que tienen la cuenta cubierta dos o tres meses, pero no pueden dormirse en los laureles.
Cabeceo. Se ganan bien la vida y eso que no son modelos célebres.
―           Me gustaría encontrar un trabajo aquí y quedarme una temporada – digo. – Pero no me atrevo a dejar la granja. Padre no puede solo y no creo que pueda costearse un trabajador a tiempo completo.
―           No puedes estar toda la vida con ellos, Sergi. Tienes que hacer tu vida – me dice Pam, poniéndome una mano sobre el hombro.
―           Creo que has acostumbrado a tu padre a trabajar demasiado. Haces el trabajo de varios jornaleros – me regaña Maby.
―           ¡Eso se lo he dicho más de una vez! – la apoya Pam.
Me encojo de hombros, dándoles la razón.
Tienes que salir de esa granja. No crecerás más en ella.
Todos en contra. Gracias.
Intentaré buscar la mejor manera de hablar con padre. Va a ser duro.
―           Otra cosa. ¿Tenéis herramientas?
―           No. Ni una sola.
―           Vale. ¿Nos vamos de compras? – les pregunto para animarlas.
―           ¿Compras? – levanta una de sus graciosas cejas Maby.
―           Pues si. Tenemos que ir al super. Hay que reponer la nevera. He visto una ferretería cerca y un par de chinos. Si tengo que haceros el vestidor necesito herramientas, puntillas, un metro, alambre, unas barras metálicas…
―           Uy, que de cosas…
―           Venga, vestiros, monísimas, que ahora me toca invitar a mí.
―           ¿Nos vas a invitar a herramientas? – se altera Pam.
―           Si, y voy a llenaros esa nevera vacía.
―           Pshhhé… eso nos pasa por traernos un cateto a Madrid – Maby tiene que salir corriendo, antes de que la atrape.
Coloco la lona de la caja de la camioneta y nos vamos, en primer lugar, a la ferretería. Compro un martillo, unos cuantos destornilladores, un metro extensible, un nivel, un maletín con un taladro y varias brocas, una pequeña sierra y una barrena para madera, varios paquetes de puntillas de distintos tamaños, tacos, tornillos, presillas, cárcamos y alcayatas, alguna escuadras metálicas, varios ganchos de acero, y diez barras metálicas de cuatro metros.
Deslizo todo bajo la lona y mi próxima parada deja a las chicas con la boca abierta. Abro la puerta del sexshop y les pido que entren.
―           ¿Qué hacemos aquí? – me pregunta Pam, dándome un pellizco en el brazo.
―           Me pedisteis algo anoche, ¿no os acordáis?
Pam enrojece y Maby se ríe por lo bajito.
―           No creeréis que voy a usar el rodillo de la cocina o algo así, ¿no? Hay que ser profesionales – dejo caer, con una gran sonrisa. Quien me haya visto la semana pasada…
Mira por donde, hay una chica joven despachando. Lleva varios piercings en la ceja y en la oreja izquierda. Los ojos furiosamente pintados de morado y el pelo naranja. Podría ser atractiva sino usara esas tonterías.
―           ¿Buscáis algo en especial? – nos pregunta, con una bonita sonrisa.
La tienda es amplia y está vacía, así que puedo hablar en confianza.
―           Pues si. Necesito un juego completo para dilatarles el culito – señalo con el pulgar a las chicas.
―           ¡Sergi! – exclaman, avergonzadas.
―           Bueno, el esfínter. Es más delicado, ¿no?
La dependiente se ríe. Ella tampoco se esperaba mi frescura, y si os tengo que decir la verdad, yo tampoco. Me siento otro en la ciudad.
―           Bueno, tengo dilatadores intercambiables, y todo un set de equipo anal. Todo depende del tiempo que se disponga – responde, pasando su mirada de las chicas a mí.
―           El tiempo siempre está en contra últimamente.
Vuelve a reírse.
―           Entonces te aconsejo un cinturón reversible – pasa a tutearme.
―           Explícame la jerga.
Me saca uno para que lo vea. Es como uno de esos cinturones fálicos que se ponen las lesbianas, para disponer de un pene falso, solo que ese pene puede apuntar tanto hacia fuera como hacia dentro.
―           El dildo es intercambiable a cualquier tamaño y el cinturón está equipado con baterías recargables y mando a distancia.
―           Interesante – digo, dándole vueltas en mis manos. – Pues entonces necesito dos de estos y dos vibradores anales, de tamaño medio.
La chica saca dos cajas sin abrir, con la foto explícita de lo que trae en el interior.
―           Ah. Un bote de lubricante con buen sabor también.
―           Por supuesto, eso va de regalo.
―           Muy agudo, gracias – guiño un ojo. — ¿Veis algo que os gusta?
Las chicas están curioseando por toda la tienda. Maby levanta un largo consolador doble, una de esas cosas monstruosas de dúctil textura, que dan tanto morbo en las escenas porno. Es como si un alquimista loco hubiera unido a dos grandiosas pollas roseas, por su base, cada glande apuntando en dirección opuesta.
―           Mira, Sergi, es más o menos de tu tamaño.
La dependiente vuelve a reírse cuando se da cuenta de que ella es la única en hacerlo. Sus ojos me atraviesan.
―           Ponlo también en la cuenta – le digo.
El sexshop es el tema de conversación de toda la mañana. Las chicas han alucinado con lo que han visto. Creo que se han hecho la promesa de probar más cosas. Al menos, las enseño a comprar en un supermercado cuanto es básico en una casa. La verdad es que nos divertimos comprando.
Después de almorzar, Maby se marcha. Dice que tiene que resolver ciertas cosas para empezar de cero. Tanto Pam como yo no sabemos a qué se refiere, pero no preguntamos; ya hablará cuando lo necesite. Me dedico a sacar la ropa del armario de Maby, mientras que mi hermana vacía el suyo. Suena el timbre de la puerta y Pam abre. Una voz burlona hace vibrar mis tripas. Asomo un ojo por la puerta a cuchillo.
―           ¿Así que te has tomado unas vacaciones? – pregunta con indolencia un chico rubio y bien plantado, que entra en el piso como si fuera suyo. Lleva el pelo muy cortito, salvo el flequillo, peinado casi en una cresta. Tiene los ojos muy azules, aunque suele entrecerrarlos con su pose chulesca. Mide cerca del metro ochenta y su cuerpo parece trabajado. Sin duda es el famoso Eric. Pam tiene razón. Es muy guapo, casi femenino.
Pamela retrocede, disculpándose con un balbuceo. Hace un esfuerzo para no mirar hacia el dormitorio y delatarme.
―           Te has portado muuuy mal, zorra. Me has hecho perder buenos clientes al no poder contactar conmigo. Vas a tener que compensármelo.
―           No, Eric… eso se ha acabado – el cuerpo de Pam se yergue, dispuesta a luchar.
―           Se acabará cuando yo lo diga. Tienes todavía mucho jugo que dar, pelirroja.
―           No. Le he contado todo a mi familia. Estoy haciendo las maletas – miente, señalando toda la ropa que tiene ya fuera. – Me marcho de Madrid. Regreso con mis padres.
Eric le da una patada a una silla, enviándola contra la pared.
―           ¿Te crees que te vas a escapar así y ya está? He invertido mucho tiempo en ti, puta. La familia es lo de menos, perdona cualquier cosa.
Eric atrapa los brazos de mi hermana y la sacude fuertemente.
―           Si subo el archivo que tengo sobre ti, perderás tu trabajo y estarás marcada como modelo, tonta del culo. Afectará a tus relaciones, a tus amistades, a cuanto eres. Incluso pueden acusarte de prostitución. No te creas que el escándalo pasaría en unos meses. Me encargaré de actualizar el asunto cada cierto tiempo. Te haré la vida muy difícil, puta barata.
Me arden los puños de apretarlos. Ya no puedo seguir escuchando a esa comadreja. Sus bellos ojos casi se salen de las órbitas cuando le sorprendo, surgiendo del dormitorio.
―           ¿Quién…? – trata de preguntar, pero no le doy tiempo.
Avanzo hasta él con rapidez, los ojos encendidos de ira. Intenta escabullirse, pero soy más rápido de lo que aparento. Le estampo de boca contra una pared, arrancándole un gruñido. Mi puño se incrusta en sus riñones. Cae de rodillas, jadeando. Le pateo duramente, aplastándole contra el suelo.
―           ¡Sergi! – grita mi hermana, tratando de frenarme.
―           Veras, capullito – le digo al oído, poniéndole en pie con una mano. – Soy su hermanito. Ya sabes, un palurdo de pueblo… De donde vengo, a los tipos como tú se les llama chulos resabiados, y no tenéis buena fama, ¿sabes?
Le dejo recuperarse un poco para que intente algo, y lo hace. Me lanza su codo con fuerza, alcanzándome en el pecho, pero no me inmuto. Le aplasto aún más contra la pared y sus pies ya no tocan el suelo. Eric gime, asustado. Patalea, golpeando mis espinillas. Ni caso.
―           ¡Sergi, por Dios, le vas a matar! ¡Déjalo! – tira de mi Pam.
Lo lanzo de nuevo, como un muñeco. Rebota contra la mesa de comedor y cae al suelo, sin aire.
―           Me va a costar poco trabajo partirte como una caña – me mira desde el suelo, acobardado, cuando me acerco. – O puede que no te mate. No, creo que no…
Veo la esperanza en sus ojos, ya que mi hermana sigue enganchada a mi brazo, tratando de frenarme.
―           No, definitivamente, no te mataré – mi bota se alza, proyectando su sombra sobre su rostro. – Te machacaré la cara a pisotones, mejor. Lo haré tan bien que ningún cirujano podrá recomponer esa dulce carita de maricón. Así no podrás seducir a ninguna chica más…
Aúlla como un condenado con el primer pisotón, que le fractura algo. No sé qué, pero oigo el chasquido del hueso. Se cubre la cara con los brazos. Piso con más fuerza, ahora estoy seguro de que es una muñeca la que chasquea. Gira por el suelo, entre lastimosos gemidos. Le lanzo un par de patadas a las costillas, que le hacen toser. Se aferra, como puede, a mi pierna. Creo que balbucea unas disculpas, pero no le escucho bien. Mi hermana suena histérica detrás de mí. Piso su cara, pero mi bota resbala y cae finalmente sobre un hombro. Cuando aumento la presión, patalea, frenético. Seguro que siente como el hueso se sale de su alveolo.
El dolor debe ser de cojones, pero sigo poniendo más peso y presión. Sus gemidos se convierten en alaridos que apenas resuenan en mis oídos, concentrado como estoy en hacer daño. Los ligamentos ceden con un crujido. Puede que la cabeza del hueso esté astillada. Mejor. Su bello rostro está crispado, sudoroso. Tiene los ojos fuertemente apretados. Le escupo y mi pie se alza de nuevo, preparado para seguir con el castigo.
En ese momento, la puerta de entrada se abre y aparece un hombre en camiseta, de unos cincuenta años. Entra gritando algo, pero su voz se pierde cuando contempla lo que sucede. El hombre, seguramente un vecino, consigue apartarme de mi objetivo. Pam le ayuda.
Eric se arrodilla en el suelo, tosiendo y lloriqueando. Jadea y me mira con verdadero terror. Se pone en pie y sale corriendo por la puerta abierta. Mal asunto. Una babosa como él no es nada bueno estando suelto. Levanto las manos para indicarle al hombre que ya estoy bien y él se aparta. Mira a Pam y le pregunta que ha pasado.
Pam no responde, solo llora, aterrorizada.
―           Está bien, está bien, vamos a calmarnos – digo, sentando a mi hermana en el sofá. – Soy su hermano, ¿y usted?
―           Soy el conserje. Estaba arreglando una cañería en el piso de abajo cuando escuché el estrépito. Me llamo Carmelo.
―           Sergio – me presento, ofreciéndole mi mano. El hombre tiene fuertes manos. Lleva un tatuaje dela Legiónen el hombro.
―           ¿Qué ha pasado? ¿Hay que llamar a la policía?
―           Era el novio de mi hermana. Un niñato prepotente y creído. Pam se marchó al pueblo la semana pasada para confesarnos los maltratos de su novio.
―           Madre mía – musita el hombre, agitando la cabeza.
―           Así que me he venido con ella, más que nada para tratar de mediar. Pero no me ha dado tiempo, el cabrón. Se ha presentado por sorpresa, mientras arreglaba el armario del dormitorio. Se ha puesto a vocear y a pegarle, sin ton, ni son. Le juro que lo he visto todo rojo. Creo que me he empleado bien con él. Si no llega usted a llegar, no sé lo que hubiera pasado.
Creo que me ha salido todo muy natural, mezclando mentiras y verdades. Lo cierto es que no he perdido los nervios ni un solo momento. No es que estuviera frío y calmado, pero sabía perfectamente qué estaba haciendo y qué quería hacer.
Hay que tener los nervios templados en cualquier momento. Puede que sea una ventaja tenerme en tu cabeza.
Asiento para mí y lleno un vaso de agua para Pam.
―           Puede que sea mejor que presentéis una denuncia antes que lo haga él. Le has machacado toda la boca. El hospital al que acuda presentará un parte de lesiones – el conserje parece saber de lo que habla.
―           Si, creo que tiene razón. No vaya a ser que encima, ese cabrón me haga pagar por sus gastos clínicos.
―           Si me necesita como testigo, no tiene más que decírmelo.
―           Gracias, señor Carmelo.
―           Solo Carmelo. Pegas duro, chaval – me sonríe, antes de marcharme.
Me siento al lado de Pam y la abrazo, una vez a solas. Ya no llora, pero su cuerpo tiembla, como si estuviera aterida. Necesita desahogar tensión.
―           ¿Estás bien?
Asiente. Me mira y musita:
―           ¿Y tú?
―           Perfecto. Ni me ha tocado.
―           Creí que le matabas, Sergi.
―           Es lo que quería hacer en ese momento. Menos mal que ha llegado el conserje. ¿Hay una comisaría cerca?
―           Más allá del parque. ¿Vamos a denunciarle?
―           Tenemos que hacerlo. Puede darnos problemas.
―           Pero… subirá los archivos a Internet.
―           No creo, Pam, al menos, no de momento. Ahora, está acojonado por la paliza. Habrá acudido a un hospital. Calculo que tendemos unas cuarenta y ocho horas, antes de que decida algo coherente. Los calmantes que le pondrán para el dolor le tendrán grogui bastantes horas.
―           Entonces, ¿qué hacemos?
Tienes que actuar de inmediato. Atrápalo en su propia casa…
“No es tan fácil, viejo. Está época es muy jodida. Las autoridades tienen la capacidad de reconstruir los crímenes con las meras partículas que deje atrás un criminal. Además, no sé si ese mal nacido está solo en esto o tiene cómplices. Eso es lo primero que debo averiguar, su implicación.”
Está bien. Tú sabes más que yo de tu época, pero, recuerda, una acción directa y rápida, sigue siendo lo más eficaz.
―           Vamos a la comisaría, pero antes… lo siento, Pam.
Y le arreo dos ostias bien fuertes en la boca, rasgándole el labio inferior. Se queda mirándome, atónita, con la sangre manchando su camiseta. Repito los golpes, pero, esta vez, más arriba, sobre sus pómulos, enrojeciéndolos enseguida. Cae sobre su costado, el cabello tapándole el rostro. La ayudo a levantarse. Las lágrimas brotan de sus maravillosos ojos. Examino las marcas. Perfectas, saldrán moretones.
―           ¿Sabes por qué lo he hecho, cariño? – le pregunto, acariciándole el pelo.
Ella asiente y suspira cuando le seco la sangre que le resbala por la barbilla.
―           Marcas para la policía… — musita bajito.
―           Chica lista – sonrío y la beso en la nariz.
Por el camino, ensayamos lo que tenemos que declarar. Ella está más calmada. Cuatro ostias hacen milagros. Le digo que debe fingir un poco de histerismo, que siempre queda mejor.
―           Soy buena actriz – gruñe, pero sonríe levemente.
Nos pasamos casi tres horas en la comisaría. Nos toman declaración y un médico forense toma nota de las lesiones de Pam. Recibo una llamada de Maby, quien está preocupada por como ha encontrado el piso, al llegar. Le cuento lo sucedido y le digo que vamos para allá. Cuando llegamos, las chicas se abrazan y lloran juntas, como magdalenas. Maby la besuquea sin parar, tratando de sanarle así las marcas de la cara. Las siento a las dos y las pongo al corriente de lo pienso hacer.
―           Es urgente que sepa si Eric lleva solo ese negocio o tiene más socios.
―           No lo sé. No he visto a nadie más con él, en las dos ocasiones – cuenta mi hermana.
―           Puede que lo sepa alguna de las otras chicas – insisto.
―           Puede. Pero solo conozco de vista a dos de ellas, de otra agencia de modelos.
―           ¿Sabes cómo se llaman?
―           Si, además, Maby las conoce también. Podría ir contigo.
―           No me gusta que te quedes sola – niego con la cabeza.
―           No me pasará nada. Echaré el cerrojo y la puerta es bien resistente. Además, Carmelo estará al cuidado si se lo pides.
―           Está bien. Mañana haremos de investigadores, Maby – le digo, tomándola de la barbilla.
―           ¡Guay! – exclama, alegre.
―           Anda, Pam, échate un rato en la cama mientras preparamos la cena – aconsejo a mi hermana.
Cuando se marcha al a dormitorio, pongo a Maby a cortar los ingredientes de una ensalada, mientras yo hiervo pasta.
―           ¿Qué piensas hacer con Eric cuando llegue el momento? – me pregunta en voz baja.
―           Seguramente matarle. Es peligroso dejarle suelto.
―           Eso pensaba.
―           Debo actuar enseguida. Cuanto antes mejor. Así evitaré represalias de cualquier índole.
―           Pero no puedes hacerlo a lo loco. No deben descubrirte.
―           Por supuesto, no soy ningún mártir. Eric no parece ser quien ha ideado un negocio tan organizado, ni tan grande, con tantas chicas. Él podría llevar a un par de ellas, a lo sumo. Se necesita mucho tiempo y recursos para prepararlas, educarlas, y chantajearlas. – en realidad, todo eso me lo había dicho Rasputín, aquella misma tarde, en comisaría. – Creo que solo es uno de los pececillos de la pecera, un gancho. Eso puede ser bueno o malo, aún no lo sé. Si las pruebas que tiene sobre Pam las retiene él, todo irá bien, pero si las tiene un socio, o un superior, puede complicarse.
―           Pero, a las malas, Pam puede vivir con ese escándalo, ¿no? – pregunta Maby, con ansiedad.
―           Eric dijo una gran verdad cuando la amenazo, aquí mismo – suspiré. – No solo romperá su trabajo, sino toda su vida social y familiar. Una cosa así, removida constantemente en la red, puede arruinar toda tu existencia: amigos, relaciones amorosas, familia, sin hablar de la vergüenza propia. Estoy dispuesto a evitarle todo eso a Pam, aunque tenga que ir a la cárcel, ¿comprendes?
―           Si – y me da un fuerte abrazo. – Cuenta conmigo para lo que sea. Mañana, te llevaré a esa agencia y encontraremos a esas chicas. A ver que nos cuentan.
Pam aparece una hora después. Nos besa a los dos y nos da las gracias por todo. Le doy un azote cariñoso en el culo. Sus labios se han hinchado, así como un pómulo, el cual ha tomado un color amoratado. Va a tener que pasarse unos días en casa, seguro.
Cenamos, casi en silencio. Pam está muy retraída, quizás rumiando todo el embrollo. Sin embargo, se come la ensalada de pasta y los canapés gigantes y calientes que he sacado del horno, con gran apetito. Maby se chupa los dedos y tampoco habla.
Después de cenar, nos sentamos a ver la tele. Maby se sienta sobre mis piernas, aunque tiene sitio en el sofá. Dice que le gusta abrazarse a mí. Pam, al contrario, no se acerca a mí. Tiene las piernas recogidas y se apoya en uno de los brazos del mueble. Sin embargo, si ha cogido mi mano, a la que sostiene contra su regazo. Maby no deja de rozar su culito contra mi entrepierna, buscando levantar a la bestia dormida, y lo está consiguiendo. Ellas llevan puestos sus pijamas, pero yo aún llevo ropa de calle.
Mi mano libre acaba en la boca de Maby, quien se deleita chupando y lamiendo cada uno de mis dedos. Pam nos mira y sonríe.
―           Iros a la cama, tontos. Ahora iré yo… — nos dice.
―           No, vámonos todos – dice Maby con un mohín.
―           No, no estoy de humor ahora. De verdad – se incorpora más y acaricia la mejilla de su compañera. – Os doy permiso… follad sin mí. Os quiero.
Retozar a solas con Maby, puede ser toda una experiencia. Aunque más joven que mi hermana, tiene más cama que ella. Nada más desnudarla, le como el coño con mucha lentitud, profundizando todo lo que puedo. Maby acaba saltando en la cama, rodeando mi cabeza con sus piernas, casi asfixiándome.
―           ¡Joder… joder! ¡Me vas a mataaaar! – chilla a placer. — ¡Eres un puto animal… de granja, cabrón! ¡Diossss… como co… comeeess!
Tras el orgasmo, se queda jadeando en la cama, con la mano sobre su pecho desnudo. Yo apoyo la barbilla en mi mano, tumbado entre sus piernas, y la miro, embelesado. Me encanta observar como recupera el resuello, su rostro arrebolado.
―           Cualquier día me da un infarto – dice, entre un jadeo y una risita.
Ella toma el relevo. Me hace tumbarme y se ocupa de mi miembro con real pasión. En un minuto, me la pone tan rígida que no le cabe en la boca. Deja caer ingentes cantidades de baba sobre mi glande, restregándolo por su pecho, su carita, e incluso su pelo. Lo usa como una gran brocha, para pintarse el cuerpo entero de humedad. Me tiene loco.
―           Me voy a ensartar – me susurra. – Hoy me la voy a meter entera, ya verás…
Se arrodilla sobre mí, su rostro a pocos centímetros del mío, mirándome. Su manita tantea atrás, apuntalando mi miembro contra su vagina. No deja de mirarme mientras mi polla se cuela, centímetro tras centímetro. Cada vez entreabre más la boca, traspuesta por la presión en su coñito. Finalmente, un hilo de baba surge lentamente entre sus labios. Lo atrapo con mi lengua, tragándomelo.
―           ¿Aún… falta? – pregunta, arrugando el ceño.
―           Solo un poco… ánimo…
―           No puedo sola… empuja tú – me dice, lamiendo mi nariz.
―           ¿Seguro?
―           Empuja, mi amor… rásgame toda…
La verdad es que falta muy poco. Un movimiento de pelvis y tiene toda mi polla dentro. Se queda estática, los ojos cerrados, las aletas de su nariz ventilando rápidamente. Empieza a moverse con suavidad, sintiendo a la perfección cada arruga de mi pene, cada vena dilatada. Ese coñito me aprieta tan bien que no voy a aguantar mucho.
―           Me voy a correr, Maby…
―           Yo ya estoy temblando… ¿no lo notas?
Es cierto. Su cuerpo ha empezado a estremecerse. Apenas se sostiene sobre sus manos.
―           Vamos a hacerlo los dos a la vez… ¿vale? – susurro al aferrarle los pezones con los dedos de ambas manos.
―           Si… si… aprieta… apriétalos fuerte… oooohhh…
Retuerzo los pezones con saña mientras ella baila sobre mi polla, arrancando los primeros chorros de esperma. Ella cae sobre mi boca, sin fuerzas para besarme. Los espasmos la vencen. Susurra algo en mis labios. Creo que ha dicho que me quiere. Sigo follándomela sin parar, aún después de descargar en ella. Sus gemidos no se detienen ni un momento. Vuelve a hablarme, en medio de un lametón.
―           ¿Puedo ser… tu novia?
―           ¿Acaso no lo eres ya? – contesto.
―           Te quiero… novio mío…
―           Yo más, Maby – atrapo sus labios. No es momento de hablar.
En ese momento, Pam entra en el dormitorio. Se mete en la cama, a nuestro lado, y se medio tapa con la manta, sin dejar de mirarnos. Medio sonríe y nos observa, tumbada de costado, casi en posición fetal. Alarga una mano y me acaricia la mejilla.
―           Seguid… seguid… hermosos míos – susurra, sin dejar de acariciarme.
Le meto un dedo en el culo a Maby, quien gime aún más fuerte al sentirlo. Bombeo más deprisa. Mi polla entra perfectamente el dilatado coñito. Maby parece un juguete entre mis manos. Su cabecita sube y baja a toda velocidad, impulsada por mis embistes. Intenta mirar a Pam pero el meneo no la deja.
―           Te amo… Pam… — consigue articular.
―           Y yo a ti, amiga.
―           Me… voy a correr… Pam – se queja.
―           Hazlo, mi amor, hazlo por mí.
Hundo un dedo más en su culo.
―           ¡CABRÓN! – grita a pleno pulmón. El orgasmo la alcanza, la rebasa, la inunda. Tiembla, con la mirada perdida en el techo, la boca abierta.
Bajo ella, me arqueó, enviando una nueva descarga contra su útero, mientras giro la cabeza para mirar a mi hermana. Sus bellísimos ojos no se apartan de los míos mientras gozo.
Estoy en el paraíso.
Maby tira de las mantas para taparnos, sin bajarse de encima de mí.
Pam se acurruca contra nosotros.
El sueño llega.
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
                                CONTINUARÁ

Relato erótico: “Vacaciones con mamá 7” (POR JULIAKI)

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Vacaciones con mamá (Día 7)

Mamá está en el baño cuando me levanto. Me meto yo también porque mi vejiga pide a gritos liberarse y mientras lo hago, puedo admirar de nuevo su cuerpo desnudo bajo el chorro de la ducha. Uno no puede cansarse de ver una maravilla así. ¡Esta mujer es impresionante!

− Buenos días hijo.- saluda ella desde la ducha y parece no tener ya ningún tipo de reparo en mostrar su desnudez, como si siempre lo hubiera hecho delante de mi.

− Hola mamá. Estás preciosa.

− Gracias hijo, tú siempre viéndome con buenos ojos.

− No, sencillamente es la verdad.

− Pues gracias, que a una no le dicen esas cosas tan bonitas cada mañana. Levantas el ánimo a cualquiera.

Cuando termino me quedo ahí plantado observando las gotas y el jabón deslizándose por sus curvas y es que no dejo de sentirme dichoso por tenerla como madre y de que haya soltado su melena hasta límites insospechados. Si antes la deseaba, ahora ya no puedo ver a otra mujer que no sea ella.

− ¿Qué miras cariño?

− A ti – respondo con mi obnubilada vista.

− ¿Te apetece enjabonar a mamá? – dice de pronto.

Su invitación me pilla por sorpresa, pero es mi polla la que parece levantar la mano antes que mi propia voz, ya que se ha puesto mirando al techo en décimas de segundo.

− Vaya, hijo, qué rápido te pones a tope… ven, entra y nos duchamos juntos. – añade toda melosa.

Joder, ni me acabo de creer que esté metido ahí dentro, junto a ella, que nuestros cuerpos desnudos se rocen una y otra vez, que con mis manos impregnadas de gel acaricie sus tetas, su tripita, sus caderas, su coño y ella haga lo propio, masajeando mi culo y después me haga unos buenos restregones sobre mi polla, en lo que viene a ser una “deliciosa paja bajo la ducha”.

Ambos lo hacemos como quien no quiere la cosa, pero sabemos que es algo más que un intercambio de ayudas en el lavado de nuestros cuerpos.

En ese momento nos interrumpe el sonido del móvil de mamá sonando desde la habitación.

− ¡Tu padre! – dice como si nos hubiera pillado allí mismo, friccionando nuestros cuerpos desnudos.

Sale disparada hacia la habitación en pelota picada y totalmente empapada. Luego regresa al baño y afirma con su cabeza para certificar que es papá quien llama. Sigue hablando con él.

− Bien, cariño, pero me pillaste en la ducha… no te oí. – dice apurada.

Me mira y se fija en mi polla que sigue erecta con ganas de seguir jugando.

− Esto… Víctor, está… en… la terraza – contesta nerviosa – Vale, pues quedamos en el aeropuerto esta noche, mi amor. Yo también te quiero. – acaba diciendo y colgando la llamada.

Se me queda mirando con cara seria y algo colorada. Se va secando con su toalla sin dejar de fijarse en cómo me ducho y escudriñando mi cuerpo desnudo.

− Te veo pensativa – le digo enjabonándome y devolviendo la mirada a su precioso cuerpo.

− Sí, cariño, tu padre estaba llamando y no le oímos. – dice con preocupación.

− Bueno, no estés intranquila, no sospecha nada- digo quitando importancia

− ¿Y qué es lo que tendría que sospechar?

− No, nada, pero supongo que se sorprendería si supiera que nos estábamos duchando juntos – digo sonriente pero ella sigue seria.

− Ya no eres un niño, Víctor. – dice fijándose en mi cuerpo y especialmente en mi verga tiesa.

Me gusta que me vea de esa manera, pero en su cabeza están pasando demasiadas cosas y no sabe dónde está la frontera entre el bien y el mal. Yo prefiero que en este viaje abandone su comportamiento maternal, aunque también me gusta, no digo que no, pero en este momento, lo que tengo en mente es solo algo mucho más pasional.

− ¿A qué hora has quedado con Toni para ver las murallas? – le pregunto cambiando de tema para despertar en ella a esa fierecilla que ha invadido su cuerpo en estos días y alejándola de posibles miedos y responsabilidades.

− Será por la tarde. Me invita a comer en un restaurante de la zona y luego vamos a ver las murallas.

Me siento mal al oír eso de la invitación a comer. No puedo parar de pensar en que Toni se va a aprovechar de la situación y cuando menos se lo espere va a atacarla. Supongo que la encandilará con sus juegos de palabras, con una buena comida y seguramente con un buen vino que a ella se le subirá a la cabeza, algo que acabará en lo que me imagino y casi prefiero no imaginarlo.

− ¿Te preocupa algo, cariño? – me dice al verme pensativo.

− No, simplemente que se nos haga tarde, recuerda que esta tarde antes de las 8 tenemos que estar en el aeropuerto. – le recuerdo volviendo a recorrer su anatomía recreándome en sus pechos y en un sexo que no quiero ni por asomo, que nadie pueda usurpar.

− Tranquilo que será una visita rápida.

− Lo sé, mamá, pero no quiero que lleguemos tarde…

En ese momento salgo de la ducha y mamá comienza a secarme con la toalla, lo hace con ternura de madre, pero al mismo tiempo mirando cada parte de mi cuerpo y con unos ojos que me parecen llenos de deseo, al menos eso cree mi torturada mente. Me seca el pecho, los brazos y también la polla que no ha cedido ni un milímetro de su erección. Yo me dejo hacer.

− A ti lo que te preocupa es Toni. – dice de pronto sonriente.

− No… bueno sí.

− Tranquilo mi amor. Le tendré entretenido y seguramente muy caliente.

− Igual le calientas demasiado… – añado con inquietud.

− Jajaja, no cariño, me gusta calentarle y eso me pone caliente a mí también, pero descuida, ya te dije que no follaré con nadie en este viaje.

Ella se acerca para secar mi espalda y su cuerpo desnudo choca contra el mío. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo al sentir su piel contra mi piel. Sus pezones se han puesto duros otra vez. Pienso: ¿Realmente ella será capaz de aguantar los ataques de Toni con la calentura que tiene encima?

− Espero que mientras yo le entretenga tengas tiempo de follarte a Sandrita.

− Sí… – contesto, pero ahora no es Sandra lo que está en mi cabeza.

− Además lo harás varias veces, se ve que es una mujer muy ardiente. Hazla gozar mucho, cariño.

− Lo intentaré.

− No, hijo mío, en el sexo, como en el amor, no vale con intentarlo. Tienes que conquistar a esa mujer, seducirla y enamorarla, no te conformes solo con metérsela, ¿me comprendes?

− No del todo. ¿No se trata de follar?

− ¡No hijo! Tienes que intentar que para ella sea algo especial. Que no lo olvide nunca.

− Ya, pero mamá, yo no tengo experiencia, ya sabes… – es mi respuesta.

Ella se me queda mirando fijamente a los ojos.

− ¿Qué pasa? – le digo ante esa mirada.

− ¡Ven!

En ese momento, mamá me da la mano y me conduce hasta la habitación. A pesar de no saber dónde me lleva, estoy en la gloria, así desnudo yendo de su mano, teniéndola desnuda a ella también y disfrutando de su culo mientras caminamos juntos como dos amantes. Llegamos al centro de la habitación y nos ponemos frente al espejo de pared en donde se ven reflejados nuestros cuerpos desnudos. Ella delante y yo detrás.

− ¿Qué hacemos aquí? – le pregunto.

− Mira cielo, te voy a enseñar cómo puedes tener a Sandra completamente a tus pies y que esos momentos sean inolvidables para ti y por supuesto para ella.

Mamá toma mis manos y las pone a cada lado de su cuerpo, sobre sus caderas. En ese instante nos miramos a los ojos a través del espejo. Veo en ese cruce de miradas, muy patente, el deseo reflejado. Ella empieza a explicarme cómo podré tener sexo esa tarde con Sandra y sobre todo cómo enamorarla.

− Primero, admira su cuerpo, sin acercarte demasiado. – me dice.

− No entiendo – digo acariciando sus caderas y subiendo suavemente hasta su cintura.

− Así, cariño, como lo estás haciendo. Que ella note que estás fijándote en su cuerpo como si fuera la cosa más maravillosa que hubieras vivido jamás. Si hay algo que hace feliz a una mujer y le excita sobremanera es que la consideren única e irrepetible. Intenta seducir con esa mirada, tal y como lo haces ahora conmigo. Imagina que mi cuerpo es el de ella, que no solo la deseas porque es una mujer hermosa y quieres hacer el amor, sino que ella es algo que está por encima de todo, que quieres tener sexo, sí, pero además porque su cuerpo te tiene atrapado, enganchado, totalmente perdido.

No me resulta tan difícil seguir esas indicaciones, ya que, aunque mamá no se quiera enterar, veo en ese cuerpo todo lo que ella me está describiendo. No es que me esté instruyendo, sino que me está detallando lo que siento por ese cuerpo, una entrega total de enamoramiento, atracción y deseo.

− Muy bien cariño, así – me dice viendo mi cara en el espejo.

− Eres preciosa. – digo totalmente sincero.

− Eso es, amor, dile lo bonita que es, imagina que soy Sandra y mímala como si fuera lo más valioso del mundo.

Sigo su orientación, sin ningún problema, pero no hace falta imaginar a nadie, el cuerpo de mamá representa todo lo que siempre he soñado, porque es a ella a quién quiero, es ese cuerpo el que me tiene loco. Admirando la imagen que me devuelve el espejo, con la redondez de sus pechos, la estrechez de su cintura, sus prominentes caderas, su sexo rasurado y totalmente abultado…

− Ahora pégate a mi cuerpo por detrás y estrecha mi cintura, pero sin que sea algo sexual, como si fuera un abrazo de amor. Imagina que es el amor de tu vida – continúa ella con sus clases.

− ¿Así?

Me entrego a ese abrazo y mi cuerpo se pega al suyo. Noto su espalda contra mi pecho, mis muslos contra los suyos, su culo contra mi polla que no hace falta que diga que está completamente dura. Sigue sin costarme imaginar que ella sea ese amor anhelado.

− Así, mi vida, lo haces muy bien, que ella se sienta como una reina, una mujer muy deseada… – sigue hablando ella, con una voz que me parece seductora pero yo solo veo en el espejo a la mujer que deseo por encima de todo.

El abrazo dura un buen rato, como si nada ni nadie nos obstaculizara ese instante que nos pertenece exclusivamente a los dos.

− Acaricia la parte exterior de los muslos, como si fuera algo muy sensible que se fuera a romper.

− ¿Así, mamá? – le digo bajando mis manos por sus caderas hasta medio muslo con mucha suavidad.

− Muy bien… – su voz sigue siendo un susurro.

− ¡Qué suave!

− ¿Ves cómo lo sientes, mi vida? – me dice ella.

− Sí.

− Ahora acaricia mi cintura, suavemente, subiendo hasta la base del pecho.

Lo hago, pero no como ella parece estar indicándome ya que no es la cintura ni el pecho que tengo que imaginar, sino todo lo que más anhelo.

− Besa mi cuello con dulzura, al tiempo que tu mano acaricia la parte exterior de mis pechos. – sigue indicándome.

Mamá parece ronronear cuando siente la calidez de mis labios posándose sobre su cuello y para colmo mis manos acarician con tanto ahínco como dedicación sus prominentes tetas.

− Así, cariño… ahora amásalos y usa tu lengua para dibujar el contorno de mi cuello.

Estoy muy feliz y este momento no podré olvidarlo nunca. Sigo observando a mi madre desnuda reflejada en el espejo, pero además es que estoy abrazado a ella de una manera que nunca pude imaginar, porque más que enseñarme a conquistar el cuerpo de Sandra, me está conquistando aún más con sus palabras y sus enseñanzas de madre entregada, pero a estas alturas ya no creo que solo sea una profesora, sino que está disfrutando esas enseñanzas tanto como yo.

− ¡Sí! – suspira, al tiempo que su mano se estira hacia atrás para acariciar mi nuca.

− ¿Voy bien?

− Si, cariño, no pareces un novato en esto. Me está gustando, así que Sandra quedará prendada.

− Me alegro – respondo, aunque lo que me alegra es estar así y que además le guste tanto.

− Ahora chupa el lóbulo de mi oreja. Es una parte muy sensible en muchas mujeres.

− ¿Así? – digo al tiempo que mis labios y mi lengua atrapan y disfrutan de la suavidad de esas orejitas.

− ¡Síii! – contesta en suspiros cada vez más largos y sentidos.

− ¿También es tu parte sensible?

− Sí, cariño. Ahora con la otra mano, intenta girar por mis caderas hasta llegar a mis ingles, juega allí con tus dedos, pero no toques mi sexo…

Sigo a pies juntillas esas instrucciones y me encanta pasar mi mano por la tersura de su piel y encontrar aún más suavidad en la parte interna de sus muslos y después a ambos lados de su rajita, que emana un calor extraordinario.

− Sí, mi vida, muy bien… – dice apretando su mano y mordiendo ligeramente mi otra mano que está acariciando su teta izquierda.

No hay duda que mamá está caliente. Estoy convencido que no se trata de una simple clase de orientación a un principiante en el sexo, sino lo que ella está deseando por encima de todo. En este viaje está resultando todo demasiado fuerte como para controlarse y ella tampoco puede, estoy convencido. Necesita sexo tanto como yo, pero además tiene ese hándicap que es no poder engañar a mi padre, sentirse atrayente, deseada y jugar a un juego que está en los límites de lo prohibido pero sin traspasar la frontera. Yo tampoco quiero que esté a solas con Toni, ni que ese tipo tenga la mínima oportunidad, como esta que tengo yo ahora, disfrutando de su cuerpo y de sus palabras, no quiero que ese cerdo ponga sus manos encima de ella.

− Ahora acaricia los labios externos de mi vagina, pero no toques el clítoris, es importante no tocar esa zona todavía. – me susurra ahora.

− ¿Por qué no puedo tocar ahí? – pregunto muy descontrolado con ganas de acariciar todo su cuerpo sin dejar nada.

− No, reserva ese momento, mi amor… primero deberás besarla, que ella desee con más ganas el momento, que casi te lo pida como un ruego.

Me salto el guión, sosteniendo con mi mano el mentón de mamá y posando mis labios sobre los suyos. Es una sensación maravillosa, pero la suavidad y el calor de sus labios es algo que casi me hace caer de espaldas. Me agarro fuertemente a ese cuerpo, sintiendo como mi polla se clava aún más contra su culo y queda mirando hacia arriba siendo masajeada por esos glúteos tersos pero blanditos.

− ¿De esta forma? – digo cuando separo mis labios.

− No dije que me besaras. – dice ella con sus ojos vidriosos clavados en los míos, pues aunque era solo orientativo yo fui más allá.

− ¿No te ha gustado? – pregunto muy excitado.

No dejo que responda pues mi boca se abalanza de nuevo sobre la suya y nuestros labios entran en un contacto suave en el que me recreo. Ella no rechaza el beso, ni hace ademán de retirarse. Mi otra mano está sobre su pecho y noto la palpitación de su corazón que va a toda velocidad, también puedo percibir su respiración agitada, lo que me indica que está muy excitada. Mi lengua hace acto de presencia y empieza a notar el calor de sus labios. Ella ha podido cerrar su boca o incluso retirar su cabeza con un sencillo giro, sin embargo también la abre y nuestras lenguas se entregan a un beso cargado de ternura, de amor, de pasión… La mano que está en mi nuca aprieta con fuerza pues nuestras bocas están en continua fricción una contra la otra, hasta que de pronto ella se separa de mí y se gira.

− ¿Estás bien? – le pregunto al ver que me empuja sobre mi pecho como queriendo detener todo, antes de que sea demasiado tarde.

− Sí, cariño, pero debemos dejarlo aquí. Supongo que te habrá servido como comienzo.

Los ojos de mamá bajan hasta mi polla que está apuntándola directamente y ella pasa su lengua por sus labios. Debe estar ardiendo por dentro.

− Pero ¡No sé seguir, mamá! – protesto con un tono infantil.

Ella se me queda mirando y sostiene mis manos con las suyas.

− No puedo llevarte de la mano en todo, hijo. Debes aprender por ti mismo. Sólo quería indicarte cómo puedes comenzar a conquistar a Sandra, aunque no te resultará difícil, ella ya está loca por tus huesos. El resto depende exclusivamente de ti.

− Yo quiero aprender contigo… – insisto.

Vuelve a mirarme fijamente, está en un dilema del que no sabe cómo salir. Sé que por un lado quiere darlo todo, pero algo frena ese impulso.

− ¿Qué debo hacer a continuación? – le pregunto.

− Pues no sé, lo que más te apetezca. En ese momento ella estará muy caliente, no será difícil que admita cualquier cosa.

Pienso de nuevo si lo está diciendo por ella misma porque sé que está muy caliente.

− Entonces imaginando que eres Sandra, lo que más me apetecería ahora mismo es comerte el coño. – le digo de sopetón.

Me suena hasta raro decirlo así, con tanta contundencia. Mamá me sonríe, la cosa le ha hecho gracia, pero también le ha excitado oírlo, estoy seguro.

− Bien, no hace falta que se lo pidas. A partir de ahí juega con tu boca sobre su sexo.

− ¿Y cómo lo hago? ¿Qué partes tengo que chupar, besar, morder…? – digo desesperado al tiempo que mi polla balancea y se tensa por momentos.

Mamá se sienta al borde de la cama y me ordena que arrodille y me sitúe entre sus piernas.

− Mira hijo, observa las zonas que debes ir calentando primero. Tienes que asegurarte que esa parte está preparada, verás que hay como piel de gallina sobre sus muslos, acarícialos con tus manos suavemente. También verás sus labios inflamados.

− ¿Cómo los tuyos?

− Si.

Mi mano acaricia sus muslos por la parte interna, desde la rodilla hasta llegar a sus ingles, allí está su sexo abierto, sus labios inflamados y su rajita húmeda.

− No chupes directamente aquí. – añade mamá pasando su dedo índice por toda esa largura. Primero besa las ingles, luego, los labios externos y…

No la dejo continuar, mi boca se va a ese punto de encuentro y primero besa la unión de sus muslos con esa parte prohibida. El olor de su sexo es embriagador y mi lengua capta la humedad que se impregna en toda la zona.

− ¡Noo, para! – me dice agarrando mi pelo y retirando mi cabeza de su sexo.

− ¿Lo hago mal?

− No, hijo mío, lo haces muy bien, pero… ¡Detente, por Dios!

− ¿Pero por qué?

− Esto no puede ser, cariño, soy tu madre.

− Ahora eres Sandra, ¿recuerdas?

Mi lengua vuelve al ataque en esa parte y chupa sus ingles y percibe la blandura de sus labios externos, paso ligeramente mi lengua por esa rajita y por fin descubro el sabor de lo que allí emana. Vuelve a tirar de mi pelo para retirarme la cabeza de su entrepierna.

− Para hijo, por favor. – dice casi en un jadeo.

− Hazte a la idea de que no soy tu hijo. Imagina que soy Toni. – le explico, imitándola.

Acto seguido me adentro en esa raja y me agarro a sus caderas para que no vuelva a retirar mi cabeza de tan sagrado lugar. Mi lengua y mis labios no dejan un centímetro sin catar, sin chupar, sin lamer, disfrutando por primera vez de las mieles que brotan de su sexo. Ese sabor se impregna en mi lengua y en mi paladar que lo degusta como si fuera el mejor de los manjares.

Continúo con mi entrega a chupar y lamer su rajita sonrosada de mamá y por sus jadeos confirmo que no lo estoy haciendo tan mal.

La mano que antes ella apretaba contra mi pelo y agarrada a un mechón tiraba para separar mi cabeza de entre sus piernas, ahora la aprieta pero al revés, haciendo que mi cabeza se adentre aún más contra su sexo y permita incluso que mi lengua penetre en su coño y disfrute de la suavidad de su interior. Creo que no hay nada más rico en el mundo…

Mamá se tumba, abre más sus piernas y se deja llevar por mis chupeteos continuos mientras mis manos avanzan por su tripita, su ombligo hasta masajear sus tetas. En ese momento cierra sus muslos y atrapa mi cara entre ellos. Se corre entre gritos y jadeos sin dejar de agarrarse con fuerza a mi pelo hasta casi tirar de él, sin poder controlar esos espasmos que da su cuerpo cuando mi lengua está en contacto con su sexo. Noto dentro de mi boca cómo ríos de un sabor entre salado y dulce se impregnan en su interior, me encanta sentirlo así y nunca hubiera imaginado esa sensación. ¿Puede haber un sabor más extraordinario?

− ¿Lo hice bien? – pregunto poniéndome en pie observando su cuerpo desnudo jadeante tirado sobre la cama aún.

Ella tarda un rato en reponerse y al fin se reincorpora quedando sentada al borde de la cama con sus piernas totalmente temblorosas.

− Muy bien, hijo.

− ¿En serio?

− Nunca había sentido nada igual. – me dice.

− Me alegro. Entonces Sandra, quedará contenta.

− Sí, mi amor. – dice acariciando mi mano en señal de agradecimiento.

− Ahora es cuando ella me la chupa. – digo de pronto envalentonado y con cierta chulería.

− Sí, claro. – contesta ella.

Mi polla queda a pocos centímetros de su cara. Ella permanece ahí abajo sentada esperando que alguien le diga que es una mala madre, que debe detenerse, que todo es pecado, que es inmoral… o quizás otra voz que le diga que continúe lo que está empezado y se meta ese trozo de carne palpitante en la boca.

− ¿A qué esperas, Sandra? – digo jugando a ese intercambio de roles con el que empezó toda esta historia.

− No voy a chupártela, Víctor. – dice seria.

− ¿No te gustaría? – digo a modo de reto.

− No es eso. ¡Eres mi hijo!

− No, ahora no lo soy – digo agarrando la base de mi polla y haciendo que mi capullo aparezca y desaparezca ante sus ojos.

− Hijo… mejor no sigamos con este juego.

− Tú imagina que soy Toni.

− No puede ser, cariño, de verdad, no puedo chupártela.

− Pero, por favor, te lo suplico.

− Sabes que no puede ser.

− Creo que me lo debes. – digo y me suena a chantaje total.

Ella se queda mirando mi polla durante unos segundos y aunque no sé lo que pasa por su mente, por su mirada y por cómo se pasa la lengua por su labio superior, sé que está muy caliente como para detenerse ahí. Creo que lo está deseando tanto como yo.

− Hagamos un trato. – dice al fin.

Retira mi mano de mi polla y la cambia por la suya.

− ¿Qué tipo de trato? – pregunto intrigado y dejándome llevar por esos dedos que se aferran a mi tronco y que lentamente empiezan a mecer mi polla en una paja muy lenta.

− Yo te la chupo dos minutos.

− ¡Sí! – contesto eufórico.

− Pero si me prometes no correrte.

− Mamá, eso va a ser complicado. Estoy a punto de reventar.

− Entonces nada. – me dice con su sonrisa burlona pero sin dejar de pajearme. Es un reto complicado y más todavía cuando ella no se detiene.

− De acuerdo, intentaré aguantar. – respondo.

− Tienes que estar seguro.

− No sé, no creo que pueda ¿por qué no puedo correrme?

− Debes guardar esa leche para la boquita de Sandra. Yo empiezo y cuando veas que estás a punto me avisas y paro. Es importante que aguantes.

− Pero mamá… ¿Por qué?

− Hijo, esto es muy difícil. No sé ni cómo hemos llegado hasta aquí, pero no puedo chupártela, ¿comprendes? si lo hago es por enseñarte, por decirte todo lo que debes hacer con esa chica. Yo quiero ayudarte, mi amor, pero no me lo pongas más difícil.

− Ya sé que lo haces para ayudarme, pero no puedo prometer nada.

− Hijo, si te corres, para mí será algo muy grave. Ya lo está siendo ahora, pero si no consigues aguantar, me sentiré mal, me convertiré en algo que no quiero. ¿Lo podrás controlar?

− Ufff… – es mi suspiro el que intenta responder.

− Además, piensa en reservarlo para Sandra, le gustará que te corras abundantemente. – añade sin dejar de mover su mano contra mi enhiesto falo.

No sé si es una tortura o el mejor de los placeres, pero no puedo negarme a lo que me pida, sobre todo si pone esa carita de niña buena, esa dulce sonrisa y me está pajeando tan suavemente. Además, en el peor de los casos no pierdo nada, si me corro, será lo mejor que me haya podido pasar jamás, aunque deje de hablarme por un buen tiempo y no me mire a la cara avergonzada. Prefiero no preguntar qué pasaría si no puedo controlarme.

− Acepto. – digo al fin.

Sé que para ella es un juego y creo que disfruta con ello. Yo sé, en cambio, que no voy a poder controlarme. Nunca me han chupado la polla, pero con sólo imaginarlo ya estoy a punto de caramelo, más si esa boca es la de mi madre. La apuesta es a perder, aunque será la mejor que haya perdido jamás.

Su cabeza se acerca y tras jugar con su otra mano con mis huevos da una lamida a mi glande con su lengua y luego se separa para observarme.

− ¡Dios! – digo tensando mis piernas y abriéndose para no caerme.

− ¿Aguantas? – me pregunta pajeándome lentamente con una mano mientras que su lengua juega a dar lametazos a mi glande.

− Sí, sigue, por favor… – respondo jadeante.

− Espero que Sandra sepa hacer bien su trabajo, tú deberás aguantar al máximo. No sé si lo hará como yo, pero tú imagina que es lo mejor que te pueda pasar en tu vida. A ella le gustará que tú sientas eso.

¿Acaso no es así? Si hay un momento mágico en mi vida, ese que se quedará grabado mientras viva es el que estoy sintiendo cuando la boca de mamá juega con mi polla, la chupa, la lame, la besa…

− También es importante que eso dure lo máximo, para que ella se vuelque y ponga toda su atención en tu polla, ¿entiendes? – me pregunta y a continuación su lengua dibuja un río de saliva desde la punta hasta los huevos.

− Síii…

− Ahora, ella debería metérsela en la boca y succionar. ¿De verdad podrás aguantar, mi amor?

− Síii, por favor, hazlo – le pido desesperado.

La boca de mamá se abre más y sin dejar de mirarme atrapa entre sus labios todo mi glande poniendo su lengua por debajo. No sé si la sensación es la que esperaba, porque creo que el gusto es el mayor que he percibido nunca y por un momento siento cierto mareo, sobre todo cuando esa deliciosa boca avanza y avanza haciendo desaparecer mi polla hasta la mitad y después regresa el camino andado para irla sacando con la misma lentitud.

Los ojos de mamá descubren los míos viendo esa operación con la que tantas veces había fantaseado en mis pajas a escondidas. Ahora es cierto, los labios de mamá, más tensos que nunca, abarcan mi polla y hacen un sube y baja más que increíble. Cierro los ojos y todo mi cuerpo tiembla. De pronto ella la saca de su boca y la sujeta por la base apretando fuerte.

− Me prometiste no correrte. – añade ella recordando nuestro absurdo trato.

− ¡Es muy difícil, mamá! – protesto, sabiendo que con cuatro vaivenes más me correré como nunca contra su boca.

− Tienes que intentar aguantar. Hazlo por mamá.

No sé si esas palabras me ayudan o me excitan aún más. Pero le indico que siga, agarrando su cabeza y llevándola hasta la punta de mi miembro. Sonríe y a continuación se vuelve a meter una buena porción de mi polla. Sus labios se tensan de nuevo y sus ojos brillan por el esfuerzo de atraparla. Ha pasado de la mitad, creo que casi está entera dentro, apenas faltan unos milímetros cuando… de pronto se oye un ruido que deja a mamá con mi miembro insertado en su boca. El sonido proviene de la terraza.

− Hola ¿vecinos? – es la inconfundible voz de Sandra la que nos detiene.

Mamá, saca mi verga de su boca, haciendo un ruido de succión y al tenerme agarrado con su mano y todo el susto que acabamos de llevarnos, hace que yo pierda el equilibrio y caiga encima de ella sobre la cama.

− ¿Hola?, ¿Laura?, ¿Víctor?, ¿Estáis ahí? – insiste la voz de Sandra desde su terraza.

Estoy sobre mamá, que espatarrada en la cama, tiene sus ojos muy abiertos frente a los míos. Puedo notar el calor de boca sobre mis labios a muy poca distancia y lo más asombroso: ¡Mi polla totalmente tiesa descansa apoyada justamente contra la entrada de su coño! Es curioso cómo hemos quedado en esa posición tan oportuna, tal y como si el destino me hubiese sonreído una vez más. Noto palpitaciones en esa zona y no sé si es mi verga la que lo hace o es el propio corazón de mi madre que traspasa de su sexo a mi miembro. El glande está a las puertas del paraíso y con un solo movimiento de mi pelvis estoy seguro de que comenzaría el traspaso a esa puerta prohibida.

− No te muevas, hijo. – me dice mamá susurrando y casi rozando sus labios con los míos.

Yo obedezco, me mantengo inmóvil y no sé muy bien lo que está sucediendo pero esto es algo que nos tiene a los dos tensos y excitados al mismo tiempo. Ambos sabemos que estamos a un golpe de romper con todo, pero también esperamos a que la sensatez haga acto de presencia, supongo que algo en nuestro interior no nos permite seguir, sabemos que esto está mal… muy, pero que muy mal.

− No parece que estén. – añade Sandra desde su terraza y que imagino estará desnuda hablando con Toni.

− Ahora quiero follarte, putilla. – es la voz de Toni.

El cuerpo desnudo de mamá sigue debajo de mí, espero no estar aplastándola e intento mover mis pies para levantarme ligeramente y dejarla respirar.

− ¡No te muevas! – dice vocalizando como si no quisiera que nadie descubriera nuestro pecado particular.

Al colocar mi posición sobre ella, mi polla se ha movido ligeramente para quedar enganchada aún más sobre su rajita, atrapada sutilmente por sus suaves labios. Noto con más fuerza las palpitaciones en esa zona y sigo sin saber si es mi corazón o el de ella. Puedo notar la humedad que impregna su raja sobre mi glande. Creo que nuestra parte más física está lubricando e invitando a que ambos nos unamos de una vez por todas, solo queda que nuestras cabezas piensen igual, pero ninguno parecemos estar dispuestos a traspasar esa línea roja que ahora nos tiene totalmente paralizados.

− Calla zorra, que te gustará cómo te folla ese mamón. – añade Toni y se oye el ruido de la mampara. Creo que ese tipo tiene a su chica empotrada contra esa separación de nuestras terrazas y por el sonido repetitivo, se la está metiendo con fuerza.

Mamá sigue mirando fijamente a mis ojos. Estamos inmóviles y expectantes escuchando a nuestros vecinos.

− ¿Se refiere a mí? – le digo en bajito a mamá.

− ¡Schssss! – vuelve a decirme ella aprisionada por mi cuerpo con su boquita y un silbido que sale entre sus dientes. Está preciosa ahí abajo con ese morrito que quiero comerme.

No puedo evitar tocar sus labios con los míos durante un instante y mi polla da un respingo de agradecimiento al verse recompensada en parte, pues el glande sigue mecido por los labios de su vagina. En mi cabeza se cruzan toda clase de cosas, pero mi pelvis está deseando dar un empujón y clavársela de una vez por todas.

− ¡No te muevas amor, si lo haces, me la meterás! – dice en un nuevo susurro ella totalmente alarmada.

Eso no ayuda nada, pues estoy empezando a sentir impulsos descontrolados que no sé muy bien dónde irán a parar, pero aparte de su hijo, soy humano, soy un hombre que tiene a la mujer de sus sueños debajo y con mi polla a las puertas de su ansiada gruta. Su lubricación cada vez más intensa está invitándome a traspasar la puerta.

A pesar de esos malos pensamientos, me mantengo inmóvil y a la escucha, pues nuestros vecinos siguen jadeando con fuerza desde su terraza.

− ¿Te gustará que te la meta Víctor en plan bestia como te hago yo? – pregunta Toni confirmándome que hablaba de mi al tiempo que sigue oyéndose el ritmo martilleante de las embestidas de un claro sonido a polvo frenético y salvaje.

− Síii – jadea ella

− ¿Follará mejor que yo?

− No, papá – es la respuesta de Sandra.

Mamá y yo nos quedamos paralizados, si no lo estábamos ya antes. No sé lo que ocurre durante los siguientes diez segundos pero ambos abrimos los ojos de par en par, intentando calibrar lo que acabamos de escuchar.

− ¿Te gustará que te la meta así? – añade Toni sin dejar de jadear y follándose a la chica.

− Si, papi, fóllame así… – se oye la voz de Sandra cada vez más agitada.

Pienso que por un momento ella ha llamado “papi” a Toni en plan cariñoso, al menos no había caído en la cuenta de que al igual que nosotros pudieran ser padre e hija. Creo que es todo fruto de la casualidad, pero a lo mejor no, puede que todo sean imaginaciones mías.

Apoyo mis manos sobre el colchón pues noto que mamá está casi aplastada debajo de mí cuerpo, pero al hacerlo mi glande se abre paso y se cuela unos milímetros más dentro de su coño. Ella abre los ojos asustada, pero mi pelvis me pide que continúe mientras escuchamos los gemidos, alaridos y voces que emiten nuestros vecinos desde la terraza. Mi glande está completamente dentro de ese coño ansiado, que ahora mamá aprieta con fuerza como si quisiera detener el peligroso avance. Yo siento el calor de las paredes envolviendo la punta de mi polla y estoy en la gloria, lleno de contradicciones y de tensiones que no me dejan pensar, tan solo la pasión y la lujuria que invade nuestras dos habitaciones.

− ¡Sácala, Víctor! – ordena mi madre con un hilo de voz.

Ambos estamos muy excitados y yo hago lo posible por retirarla, no precisamente porque me apetezca, sino porque sé que ella se va a enfadar si continúo, prefiero seguir disfrutando de los buenos momentos y no que todos acaben de repente. Saco ligeramente unos milímetros mi glande de su interior y en ese momento se oye de nuevo la voz de nuestros vecinos de al lado por lo que me quedo quieto una vez más.

− ¿Te gusta, zorra? – dice Toni a su chica de nuevo, mientras la martillea sin cesar.

− No me llames zorra, papá – vuelve a intervenir la rubia.

− ¿No te gusta que te lo llame? Una cosa es que seas mi hija y otra que no seas ¡una auténtica puta…!

− No soy una puta.

− Sí que lo eres, joder.

− Papá, para puta la que te vas a follar luego, ¿recuerdas?

La conversación se detiene por segundos mientras continúan follando y alentados por esas palabras obscenas hablando sobre nosotros y que tanto deben excitarles.

− ¿Qué puta dices, hija? – pregunta Toni

− No te hagas el tonto, papá. Sé que te follarás a Laura – añade Sandra entre jadeos.

− ¿Tú crees? No la veo yo muy por la labor. Le gusta calentar al personal, pero de follar me parece que nada de nada.

− Sí, papá no hace más que mirarte el rabo, está loca porque te la tires, deseosa de que se lo metas hasta bien adentro, como la tienes ahora dentro de mí.

− Estás celosa, putita mía. – afirma Toni mientras sigue embistiéndola

Mamá sigue mirándome fijamente sin decir palabra, pero en el brillo de sus ojos veo todavía el deseo mezclado con rabia. Vamos de sorpresa en sorpresa.

− Tu también estás celoso, papá – afirma Sandra.

− ¿Yo? ¿Por ese niñato?

− Sí, tiene un buen rabo. – añade la desenvuelta vecina.

− Pero sabes que él no lo hará tan bien como yo.

− Muy seguro estás.

− ¿Acaso te follará mejor que yo? – dice en plan chulesco Toni haciendo el presumible esfuerzo por clavársela hasta el fondo.

Nunca me había caído bien ese tipo, pero ahora, con sus palabras me hace multiplicar el odio hacia él. No quiero imaginarme que le pudiera estar haciendo y diciendo eso mismo a mamá. Ahora tengo una rabia interior, una excitación desmedida y un cruce de cables en mi cabeza que no me permiten razonar.

Mamá está ahí, desnuda bajo mi cuerpo y espera en silencio y por su cara tampoco veo que le guste lo que dice Toni, refiriéndose a nosotros, ella que hace unos instantes me estaba enseñando cómo ser romántico con Sandra, está descubriendo lo zorra que es y lo que le gusta es que la traten como tal.

− Seguro que ese chaval no sabe ni follar. – añade el tipo.

En ese momento mi polla se adentra de nuevo en el coño de mamá y a pesar de estar muy apretado en señal de querer pararlo todo, la fuerza de mi cuerpo y el calor de nuestro interior, hacen que se deslice otros dos o tres milímetros más.

− ¿Sabrá metértela hasta bien adentro ese palurdo? – le pregunta Toni a su… hija.

Ya no puedo más. La tensión, el momento, la rabia o vete a saber qué, hacen que apoye con fuerza las manos sobre el colchón y empuje mi polla contra mamá. La primera embestida es bestial, porque ella estaba intentando frenarme, pero la fuerza de mi cuerpo ha hecho el resto y noto como mi verga entra por entero en ese coño soñado, hasta llegar hasta el final. Ni yo mismo me lo creo, pero se la he metido de golpe, ¡Con todas las ganas y hasta lo más profundo!

− ¡Ahhhhh! – es el gemido de mamá, que abre su boca intentando captar algo de aire.

− ¡Joder! – digo yo apresado en el conducto prohibido de su sexo que envuelve tan maravillosamente mi polla pudiendo sentir un calor más que gratificante.

− ¡Está dentro! – dice mamá asustada y gimiendo.

Me voy retirando lentamente y ese movimiento hace que mi gusto sea aún mayor, no quiero que termine nunca. Estoy dispuesto a sacar mi miembro de la cueva del pecado, pero es tanto el placer que siento que no puedo controlar mi cuerpo y empujo de nuevo con todas las ganas mi pelvis para clavársela de nuevo hasta lo más profundo de su coño.

− ¡Ahhhh! – es otro de los gemidos de ella y el mío propio sin importarnos que podamos ser oídos.

Vuelvo a sacarla hasta que mi glande llega a las puertas de ese coño que me abraza y vuelvo a la carga, esta vez siguiendo un ritmo lento pero constante. Las piernas de mamá están completamente abiertas y mi cuerpo se aprieta contra el suyo en un vaivén cada vez más acelerado. Ella me mira con sus ojos desorbitados, su boca abierta que hace que su aliento impregne mis labios con una bocanada caliente. Me detengo en seco con toda mi polla dentro de ella. Noto con fuerza la palpitación de mi corazón y las contracciones de su coño.

− Lo siento. No sé qué me ha pasado. – digo intentando disculpar algo que está fuera de mi control pero sin dejar de continuar con el mete-saca.

− ¡Sácala por Dios! – dice ella con una voz que no indica que lo esté deseando precisamente.

Vuelvo a sentir cierto temor y voy sacando mi polla de su conducto sagrado y el placer de ese movimiento es más agradable cada vez. Me lo confirma otro de sus largos gemidos. Creo que prefiero arriesgarme, pues es tanto el placer que siento y el que ella misma siente que vuelvo a la carga insertando toda mi barra de carne en su interior.

− ¡Ahhhh, qué gusto! – dice ella en una especie de sollozo.

− ¡Siii! – oigo mi propia voz saliendo de mi interior.

Sin hacer ni el más mínimo amago por sacarla, empiezo a bombear dentro de mamá, sintiendo las paredes de su vagina aferrándose a mi polla. No sé si se oye a nuestros vecinos y me da igual, ya no hay mundo a nuestro alrededor, solo nosotros dos, ella y yo.

Los jadeos se multiplican, las respiraciones son intensas y nuestras bocas están tan cerca que no pueden por más que unirse y empezamos a besarnos sin que yo deje de empujar con mis caderas hacia el cuerpo de ella, metiendo y sacando mi miembro de su interior.

En un momento reduzco el ritmo pues estoy a punto de correrme si continúo con esa fuerza y ese brío, sin embargo hacerlo despacio no me ayuda absolutamente nada, sino al contrario me excita aún más hasta dejarme a las puertas del orgasmo. Sé que ella está también descontrolada. Nuestras lenguas se unen de nuevo en nuestras bocas intentando combinar la respiración a través de la nariz y en jadeos de nuestros respectivos alientos.

− ¡Mamá, me corro!, ¿la saco?- le pregunto deseando no oír un “sí”.

Ella no responde, sino que tiene cerrados los ojos, sus piernas apretando mis caderas, su cabeza echada hacia atrás y sus manos agarrando fuertemente en un puño, las sábanas. Quiero tener el control, como ella misma me ha enseñado hace apenas un momento, pero no puede cuando al intentar sacar mi miembro lentamente, sus pies empujan mi culo hacia ella, mientras no deja de gemir con más fuerza cada vez, hasta que veo como se está corriendo sin contemplación. Decido seguir mi ritmo y no parar, así que inserto varias veces más mi polla dentro de su sexo, hasta que en una de esas embestidas lo dejo completamente metido y noto el calor que me viene desde los pies a la cabeza sintiendo cómo se tensa mi polla y parece querer explotar dentro de ese lugar maravilloso. Y me corro soltando varios chorros que inundan la vagina de mamá.

Ella sigue gimiendo y apretando sus pies contra mi culo en señal de que desea que siga brotando mi semen dentro de ella hasta vaciarme por completo.

Son varios más los espasmos hasta que pierdo la cuenta, pero sé que he inundado ese lugar maravilloso que me ha enseñado lo que sentir la felicidad plena y cómo se puede detener el mundo en un instante.

Permanezco sobre mamá y ambos jadeamos intentando recobrar el aliento e intentando asimilar al mismo tiempo todo lo que ha sucedido. ¡Acabamos de follar! y ¡Me he corrido dentro!

Intento escuchar algún otro sonido, pero nuestros vecinos están en silencio. No se oye nada más que nuestras agitadas respiraciones.

− Mamá… yo… – comienzo a crear una frase de disculpa que resulte convincente.

Ella me mira a los ojos y acaricia mi pelo suavemente. Sin dejarme acabar me besa suavemente en los labios evitando oír lo que no quiere, alejándose de cualquier tipo de explicación. Así, abrazados con mi cuerpo sobre el de ella, permanecemos callados, hasta que me pide que la deje levantarse, para meterse en el baño.

En ese momento todo empieza a tomar color e incluso empiezo a sentir voces de los vecinos, pero no parece que estén follando salvajemente como hace un rato, se les oye cuchichear muy bajito. Es posible que nos hayan oído y se hayan detenido sorprendidos en su polvo brutal y desbocado.

Intento pensar en qué va a suceder a partir de ahora y es que no soy consciente todavía de que acabo de follar con mamá, de sí podrá perdonarme que haya continuado después de pedirme que me detuviera, sin embargo tendrá que comprender que era demasiado para mí.

Tampoco sé lo que pasará con ellos, con nuestros vecinos, aunque poco me importa, ni siquiera ahora que veo que su idea sobre nosotros no era precisamente la que había imaginado. El tipo solo quiere follarse a mamá como si fuera una vulgar zorra y su hija, esa que parecía tan dulce, parece tener como único anhelo saciar la sed de puta que lleva dentro. No me apetece ninguna de las dos cosas: Ni que ese hombre toque a mamá ni si quiera follarme a esa rubia, por muy buena que esté.

Mamá sale desnuda del baño y tira de mi mano para que la acompañe. Yo todavía estoy aturdido y la sigo como un perrito faldero. Me lleva hasta la terraza. Apoya su culo contra la barandilla de la terraza y atrae mi cuerpo hacia el suyo.

Yo estoy pensando en cómo disculparme, en cómo hacerle entender mi tremendo error, pero creo que ella está demasiado caliente como para ser racional en ese preciso momento. De pronto se agarra a mi cuello y me besa en la boca, pero no se conforma con que se unan nuestros labios, sino que abre su boca y su lengua va en busca de la mía. Mis manos se aferran a la barandilla y allí pego mi cuerpo desnudo contra el de ella. No parece importarle que nos vean desde cualquier habitación del hotel, ni que nos oigan nuestros vecinos, que de seguro están escondidos tras la mampara como lo hiciéramos nosotros también observándoles a ellos.

Mamá empuja mi cabeza hacia abajo y me indica con gestos que la chupe su sexo. Ella continúa de pie apoyada contra la barandilla y yo arrodillado entre sus muslos, comienzo a besar esa rajita que vuelve a humedecerse por momentos. Mis labios juegan con los de su sexo, mordisqueo con ellos cada rincón, cada pliegue y me entretengo en chupar ese delicioso tajo que me sabe a gloria. Ya no pienso, ya no razono, ya no estoy por pedir disculpas sino entregado a mi segunda comida de coño y que me parece aún más maravillosa. La pierna derecha de mamá se eleva ligeramente para que mi boca llegue hasta los sitios más recónditos. Por un momento miro a sus ojos que se cruzan con los míos y no hay palabras que definan eso, pero ambos tenemos la idea de no conformarnos con pedir perdón o con lamentarnos por nuestro comportamiento sino, dejarnos llevar y seguir disfrutando de esos momentos.

Los gemidos de mamá son más intensos que los que pudo soltar en la habitación y ahora no hay nada que la frene, incluso parece disfrutar en esa entrega total, cuando mi lengua juguetea con su clítoris inflamado, hasta que ella me detiene tirando de mi pelo y haciendo que me ponga de pie. No parece querer correrse todavía. Estoy a su altura y mamá me besa de nuevo, haciendo que su saliva se mezcle con la mía y con los flujos de su propio sexo. Me empuja hasta dejarme sentado sobre la hamaca. Todavía no me lo puedo creer, pero la tengo ahí desnuda acariciando mi pelo y su sexo delante, tan hermoso…

Levanta una pierna y después la otra para quedar a horcajadas sobre mi cuerpo. Nuestros sexos entran en contacto otra vez y todo un escalofrío recorre todo mi ser. Ella pasa su mano por detrás de su culo hasta sostener mi polla por la base y comienza a pasarla repetidas veces a lo largo de su rajita. No hace falta lubricar mucho más, ni animar a mi miembro que está completamente erecto otra vez.

− ¡Fóllame! – dice de pronto, en voz alta, sabiendo que nuestros vecinos deben estar escondidos detrás de la mampara escuchándonos y viéndonos.

No digo nada, pero ella me sonríe y después de ubicar mi glande contra su orificio, se deja caer con todo su peso haciendo que la penetre de nuevo hasta lo más hondo. Ambos damos un suspiro continuo convertido en jadeo después. Mamá apoya la punta de sus pies en el suelo y se levanta lentamente hasta que casi la punta de mi polla quiera salir de su coño y luego se vuelve a dejarse caer. De nuevo nuestro jadeo intenso y nuestro abrazo lleno de caricias y besos da paso a repetir ese movimiento incesantemente, follando con todas las ganas, sin reprimirnos en absoluto, hasta que de nuevo el orgasmo nos invade a ambos y nos corremos, primero ella, cuando muerde mi cuello con sus labios apagando un grito prolongado y después yo, que sosteniendo su redondo culo, lo acaricio y después noto como mi polla se tensa y empieza a enviar chorros en el interior de su coño. Ella me sonríe, agradecida, victoriosa, totalmente entregada a ese polvo maravilloso.

Así permanecemos abrazados sobre la hamaca y sin dejar de besarnos, incluso cuando mi polla ha reducido su tamaño pero ni yo quiero salir ni tampoco parece desearlo ella.

Por alguna razón ambos sabemos que esto se acaba, que nuestras maravillosas vacaciones han roto con todo, llevándonos a un mundo nuevo a ambos y consiguiendo cosas que solo podían realizarse así, en un intercambio de roles, como si fuéramos dos amantes. Pero afortunadamente no ha sido sólo una representación.

En la ducha, tras ese increíble polvazo, no hay momento para las palabras, pero sí para seguir acariciándonos y continuar con nuestros besos y el juego continuo de lengua contra lengua. Nuestras manos van en busca de nuestros sexos, nuestros culos y cada centímetro de nuestra piel. Nos bañamos por fuera y compartirnos por dentro nuestras almas intentando aprovechar cada segundo, los pocos que nos quedan.

El tiempo ha pasado tan deprisa que ni recuerdo en qué momento del placer nos hemos quedado, pero sí que nos hemos entregado sin dejar de besarnos y acariciarnos intentando dejar grabada esa pasión que nos ha unido en este hotel… en estas flipantes vacaciones. Ambos nos llevamos ese delicioso sabor de boca.

Nos vestimos en silencio. Ninguno quiere pronunciar palabra, tan solo cuando ella se ha puesto sus zapatos de tacón, su fina camiseta ceñida y sus pegados leggings negros, le pregunto.

− ¿Vas a ir con Toni?

− No cariño. Ni loca. Ese cerdo se va a quedar con las ganas.

− Me alegro. Como te vestías así de sexy…

− Para ti, qué sé que te gusta.

− Gracias mamá, por todo…

Hay un silencio mientras mamá sigue atusándose frente al espejo.

− ¿Y tú? ¿Vas a ir con la putita de su hija? – me pregunta de pronto ella con su amplia sonrisa.

− También se va a quedar con las ganas. Jajajaja… – respondo

Ambos reímos a carcajadas y seguimos preparando las maletas intentando poner en orden nuestros pensamientos, buscando la manera de asimilar cada momento vivido.

− Mamá, ¿vas a ir así en el viaje? – le pregunto refiriéndome a su indumentaria.

− ¿Acaso no te gusta? – dice muy melosa, sabiendo que es lo máximo para mí.

− Sabes que me encantas.

− Gracias cielo. – dice besándome en la frente.

− Y ¿papá? – pregunto.

− ¡Tendré que ir convenciéndole!

No acabo de ver que eso sea así, pero en el fondo me gusta ese autocontrol y esa seguridad que muestra mi madre después de experimentar tantas cosas que han sacado de su interior esa energía que tanto necesitaba enseñar. Supongo que papá también descubrirá esa fierecilla aunque no sé hasta qué punto le pueda gustar.

Vuelvo a sentir celos, como cuando pensaba en Toni, pero ahora de mi propio padre, sabiendo que será él quien continúe acariciando ese cuerpo, besándolo, abrazándolo, haciéndolo suyo…

Regresar a casa me está resultando más triste que nunca y no me hace ninguna ilusión ver en el aeropuerto a mi padre esperándonos. Ellos se funden en un abrazo y se besan a continuación durante unos segundos. Sé, para mi gran pesar, que todo se ha acabado. Mi padre me da un pequeño golpecito en la espalda, pero parece, por su cara, que hay otra cosa que le incomoda. Se gira hacia mamá observándola.

− Cariño, ¿no vas muy ceñida? – comenta mirándola de arriba a abajo.

− ¿No me ves más guapa? – responde ella con su nueva seguridad.

Él no responde pero no parece hacerle ninguna gracia ese nuevo atuendo y nos subimos al coche, sin que apenas nos pregunte qué tal ha ido todo, si nos hemos divertido, si todo ha sido como él hubiera querido. Parece molesto y muy metido en sus problemas como para saber si tuvimos un viaje inolvidable y vaya si lo tuvimos… ¡Si él supiera…!

Hemos regresado a una vida a la que no queríamos volver. Un padre y marido amargado, viviendo sólo por su trabajo y metido en su arcaico mundo, lleno de prejuicios y celos, sin ver con claridad la felicidad de esa mujer que tanto ha disfrutado, mostrando lo mejor de ella y sintiéndose tan especial.

Llegamos a casa y vamos deshaciendo las maletas y veo en la mirada de mamá que vuelve a ser la misma que la de hace una semana, la de una madre abnegada y que me mira como su hijo que soy… y no la de esa mujer ardiente con la que he disfrutado tanto en estas vacaciones. Todo se ha terminado tan rápido que pienso si realmente fue verdad. Sólo ha sido una semana, pero ha sido la mejor semana de mi vida. Posiblemente algún día conozca a una mujer maravillosa, que se pueda parecer a mamá, pero nunca habrá ninguna que sea como ella ni disfrutaré en tan poco tiempo tanto como en estos días.

Tras la cena, entregamos los regalos a papá y contamos las cosas menos importantes del viaje, porque lógicamente no podemos hablar de lo que realmente ha sucedido, me gusta la idea de que él se quede al margen de nuestra “íntima y secreta aventura”.

Ya de noche, estoy en mi habitación, a oscuras y tirado sobre la cama, desnudo me pongo a mirar las fotos de mi móvil en la que va a apareciendo mamá, primero con sus vestidos ajustados. Disfruto de cada imagen, de casa pose, luego veo en las que lleva aquel tanga amarillo tan sexy, después con sus tetas al aire, luego en las que está desnuda y los avances que hemos ido ganando en tan poco tiempo, incluso cuando fuimos más allá y nos entregamos en el viaje como si realmente fuéramos una pareja de recién casados. Fue mi luna de miel, que será, sin duda irrepetible. Ahora pienso en ese cuerpo e imagino que mi padre está apoderándose de él… arrebatándomelo de nuevo.

En ese mismo momento se abre la puerta de mi cuarto y yo me quedo inmóvil, tumbado sobre mi cama, desnudo y con mi polla entre mis dedos sin esperar a que nadie pudiera entrar sin llamar. La luz que entra del pasillo me ciega por un momento pero cuando logro enfocar veo la silueta del cuerpo de mamá apoyada sobre la puerta. ¡Joder!, ¡Está desnuda!

− ¡Hola cariño! – me dice con esa voz sensual como la que he oído varias veces en esta semana loca.

− ¡Pero, mamá! – digo admirándola totalmente sorprendido.

En ese momento su cuerpo desnudo avanza hacia mi cama y puedo ver dibujada en su rostro una gran sonrisa.

− Mamá… ¿Y papá? – pregunto intentando ser algo racional en un momento totalmente increíble.

− Está dormido.

− ¿Dormido?

− Sí, se ha tomado las pastillas para dormir, porque dice que mañana tiene algo muy importante que hacer en el trabajo y tiene que descansar.

− ¿Pero tú y él… no?

− ¿Qué si no hemos follado? – me dice sin cortarse.

No hace falta que ella responda a la pregunta porque es evidente que no. Es curioso, pero me siento raro, por un lado feliz de que no hayan hecho nada y por otra triste por ella de que no haya podido enseñar a papá la mujer salvaje y ardiente en la que se ha convertido.

− No me lo puedo creer, mamá.

− Para tu padre sólo hay una cosa. El trabajo. Ya viste que no le gustó tampoco mi nuevo vestuario y eso que aún no ha visto nada.

− Es increíble. – digo y pienso, pues no sé cómo no se lanzó sobre esa mujer tan alucinante que está ahora sentada al borde de mi cama completamente desnuda…

− Ni siquiera se fijó en mí cuando aparecí desnuda en la habitación y parece que tampoco le hizo gracia verme el coño rasurado. ¿Te puedes creer que se dio la vuelta y se quedó frito? – añade acariciando mi pecho con la punta de sus dedos.

Me hace sentarme sobre la cama, con mi espalda pegada en el cabecero y yo me quedo observando su hermosa figura que gatea hacía mí lentamente, ofreciéndome una vez más una imagen arrebatadoramente erótica.

No acabo de entender como papá no haya podido tener con ella la noche más loca después de una semana sin verse sabiendo la mujer que tengo yo ahora delante.

− Pues… ¿Sabes una cosa? Que lo prefiero – añade volviendo a pasar su uña por mi pecho, en un arañazo muy suave y sensual.

− ¿Mamá? – pregunto desconcertado.

Se arrodilla entre mis piernas agarrando mi polla con dulzura para empezar a pajearme lentamente. Es posible que el vino de la cena haya tenido algo que ver, pero vuelvo a ver a mamá irreconocible, transformada y comportándose como una mujer ardiente que siempre llevó dentro y nunca demostró hasta el viaje que acaba de finalizar. Pensé que nunca volvería a verla así.

− No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí en estas vacaciones, mi amor – me dice sin dejar de masturbarme con esa lentitud.

− Ha sido un placer para mí, ya lo sabes… – respondo con la voz temblorosa al sentir esa mano meciendo mi rabo tieso.

− Sí, pero tú has sabido hacerme sentir como quiere una mujer. Has conseguido que sea más atractiva, más hermosa, más cachonda, que me guste a mí misma y que vuelva locos a los demás.

− Yo no he hecho nada. Tú eres todo eso.

− Ya, pero nadie me lo había dicho ni enseñado. ¿Sabes? Antes creía que todo era así y no había nada más, en cambio tú en este viaje me has enseñado a ser yo misma y a disfrutar haciendo todo eso.

− Yo también lo disfruté – respondo con la voz entrecortada mientras ella continúa con esa dulce paja.

− ¡Quiero que me folles otra vez! – dice ella besando mi frente y a continuación uniendo sus labios a los míos. Esa ternura y esa pasión, me hacen temblar.

La frase es más que contundente y mi polla se tensa entre sus dedos, algo que parece hacerle gracia, dándole un lametón a la punta sin dejar de sonreir. Estoy flipando, no acabo de creerme que lo que yo veía como finalizado de una vez por todas, continúe en este preciso momento y sé que no estoy soñando pues el placer me mantiene despierto cuando la boca de mamá atrapa mi polla y se la mete hasta bien adentro. La saca en un instante y me vuelve a preguntar totalmente decidida y con voz tremendamente sensual

− Hijo, ¿Quieres follarte a mamá?

No hay respuesta. Solo me hace una señal para que me tumbe y ella se sube sobre mi cuerpo desnudo apoyando sus manos sobre mi pecho. Mis manos instintivamente van a sus tetas y comienzo a acariciarlas. Ella cierra los ojos al sentir mis caricias y después vuelve a sonreírme.

− ¿Estás segura de hacer esto? – digo de pronto y justo a renglón seguido pienso si es bueno haberle hecho semejante pregunta.

− Ya no eres mi niño, Víctor… ahora eres mi hombre… ¡y mi amante! – sentencia.

En ese instante se deja caer con todo su peso sobre mi polla que se inserta hasta lo más profundo de su sexo y ambos gemimos al percibir esa dulce sensación. Vuelvo a unir mi boca a la suya para recibir todo ese sabor de sus besos y la suavidad de su lengua contra la mía. De nuevo vuelvo a vivir la sensación de estar penetrándola hasta sentir las paredes de su vagina abrazando a mi polla y oír su dulce voz gimiendo con cada una de sus cabalgadas sobre mi cuerpo.

Me gusta sentir su cuerpo sudado sobre el mío, abrazarme a su cintura, acariciar sus caderas y su culo sin dejar de sentir como mi polla entra y sale sin parar, como ella abre su boca para respirar y gemir y luego vuelve a besarme con todas las ganas.

Nos corremos casi al mismo tiempo y ni siquiera aviso de que voy a volver a hacerlo en su interior, me dejo llevar por su propio orgasmo y noto como mi polla se tensa para empezar a inundarla con mi semen caliente, haciendo más mío ese coño… haciendo más mía a esa mujer.

Nos entregamos a ese polvo mágico al que ambos queríamos volver, sin importarnos nada más y no dejar que estas vacaciones fueran solo eso, sino un antes y un después.

Ya no hay más palabras, ya no hay más explicaciones. Sé también que esta noche será el fin de mis vacaciones con mamá pero el comienzo de una vida aun más maravillosa junto a ella, siendo algo más que madre e hijo, sino dos amantes dispuestos a vivir algo único. Es posible que por el día ella se siga comportando como una madre, pero estoy seguro que por la noche será esa mujer salvaje y entregada, que me regalará miles de placeres y una sorpresa tras otra.

Juliaki

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juliaki@ymail.com


Relato erótico: “Conseguí que mi marido me follara como a una puta” (POR GOLFO).

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Las mujeres casadas cuando se sienten insatisfechas sexualmente, lo tenemos complicado. Nuestros hombres por lo
general nos ven como unos seres asexuados que “de vez en cuando” desean que se les haga caso. Nunca perciben que su pareja tiene las mismas necesidades o más que ellos.

Aunque suene  extraño:
¡A muchas mujeres nos encanta follar!
Y cuando digo follar, no me refiero a un mísero y rápido misionero una vez al mes. Muchas de nosotras queremos que nuestro marido o novio al llegar a casa nos empotre contra la pared y sin darnos tiempo a reaccionar nos tome.
¡Y qué decir del sexo oral! 
El chiste más famoso entre los hombres es:
Pregunta: “¿En qué se parece una langosta a la americana a una buena mamada?
Respuesta: ¡En que no te la hacen en casa!
¡Y encima se descojonan!
Desde aquí quiero reivindicarme y conmigo a todo el sexo femenino:
Aunque Manuel, mi marido, siempre había supuesto que me daba asco: ¡Era mentira!. Desde la primera vez que saboreé su semen, deseaba que una noche me dejara que se la mamara.
¡Pero no!

El muy cretino había sido educado a la antigua y sostenía que una mujer decente nunca podría disfrutar comiéndose una buena polla. Por eso cada vez que intentaba hundir mi cara entre sus piernas, el gilipollas me obligaba a levantar sin dejar que metiera su verga en mi boca.

Si hablamos de mi autentica necesidad de que me chupe mi coño, ¡Peor!
Os juro que las pocas veces que mi hombre se había dignado a bajar y comerme el chumino, había disfrutado como una perra. Pero por mucho que le insinuaba que deseaba que me gustaría que me lo hiciera, el tonto de las pelotas se reía creyendo que iba de broma.
Para colmo, cuando el imbécil llegaba con ganas me echaba un polvo de tres minutos que, lejos de satisfacerme, solo me conseguía calentar. En pocas palabras, Manuel y su poco interés por mí me tenían ¡hasta las tetas!
Como la mujer fogosa y cachonda que soy, necesito mi dosis diaria de sexo. Desde niña me ha gustado  que me follen a lo bestia, que mi hombre use mi trasero a su antojo pero sobre todo explorar y abusar de mi cuerpo con nuevas experiencias.
¡Joder! Hasta hace seis meses, ¡Nunca me habían dado por culo!, ¡Jamás me habían dado un azote! Ni se me hubiese pasado por mi cabeza que mi marido me obligara a desnudarme en público y menos que sin pedirme opinión, ¡Me compartiera con otra mujer!.
Afortunadamente, gracias a una conversación con su mejor amigo, ¡Todo cambió!
Cuando más desesperada estaba, se me ocurrió pedirle consejo porque estaba seriamente meditando el divorciarme. Fernando, así se llama nuestro compadre, al explicarle que no me sentía deseada por Manuel, me preguntó:
-¿Tú le quieres?
-Por supuesto, sigo enamorada de él y si te lo estoy diciendo es porque necesito que le cuentes como me siento- respondí.
Fue entonces cuando ese mujeriego me soltó:
-Sé cómo solucionar tu tema pero no te va a gustar.
Tan desmoralizada estaba que cogiendo sus manos, le pedí que me dijera cual era esa solución. Fernando soltando una carcajada me contestó:
-Debes hacerle creer que te ha perdido.
Comprendí que su respuesta tenía gato encerrado y por eso con la mosca detrás de la oreja, le pedí que me aclarara como conseguirlo:
-Manu tiene que descubrir que le has puesto los cuernos.
-¡Estás loco!-respondí encolerizada pensando que ese capullo me estaba echando los tejos- ¡No pienso acostarme contigo ni con ningún otro!
El cabronazo, muerto de risa, me contestó:
-No seas bruta, ¡No es eso lo que te sugiero!- y con voz dulce, prosiguió diciendo: -No te digo que se los pongas sino que Manuel crea que lo has hecho.
Más tranquila pero en absoluto convencida, le expliqué que en cuanto se enterara me mandaría a la mierda. Descojonado, su amigo me explicó que a ningún hombre le gusta perder y que por eso haría lo indecible por recuperarme. Fue entonces cuando le pregunté que conseguiría con eso, ya que mi único interés es que me deseara como mujer.
-Eso déjamelo a mí- respondió- si sigues mis instrucciones, tu marido no solo te obligara a mamársela sino que te follara todos tus agujeros tan frecuentemente que terminarás harta.
Al no tener nada que perder porque mi matrimonio era un desastre y de seguir así terminaríamos en divorcio, acepté. Fernando viendo que había captado su atención, me explicó su plan.

Al seguir sus instrucciones, arreglo mi relación con Manuel.

Siguiendo sus directrices, abrí una cuenta de correo a nombre de un compañero de trabajo y desde allí me mandé una serie de mails bastante picantes donde ese supuesto amante me decía lo mucho que me deseaba y las cosas que me haría si tenía la oportunidad de estar conmigo.
Como no las tenía todas conmigo, si leías con detenimiento los mensajes todo eran intenciones pero nada en firme. Es decir, en vez de poner “te follé” escribí “te follaría”, en vez de decir “cuando me hiciste una mamada”, tecleé “el día que me la mames”. De forma que si las cosas se torcían siempre podía explicar que era un pesado que me acosaba.
Aun así, os reconozco que disfruté escribiéndolos porque en gran medida plasmé en ellos lo que realmente deseaba que hiciera Manuel conmigo. Quizás fue entonces cuando realmente me percaté de mi lado más morboso porque al describir situaciones en las que abusaba de mí, os tengo que reconocer que me puse cachonda y para bajarme la calentura tuve que hacerme más de un dedo.

Fue tanto el morbo que me daba que mi hombre me follara sin compasión que el día en que haciendo una prueba me los mandé, tuve que darme una ducha fría para calmarme.

Reconozco que: ¡Estaba en celo!
Al ducharme y aunque el agua estaba gélida, no conseguí apaciguarme y por eso involuntariamente, me pellizqué los pezones erizados por el frio.  El dolor que sentí al hacerlo, tuvo un efecto no esperado: “lejos de tranquilizarme, me puso como una moto”.
Totalmente verraca deslicé mis manos por mi cuerpo y al enjabonarme las nalgas, creí que me moría porque aunque nunca lo había intentado dejé que uno de mis dedos tonteara con mi ojete.
“¡Qué bruta estoy!”, pensé y ya con mi coño totalmente empapado, separé sus pliegues y me puse a pajearme.
Mi fiebre se incrementó como por efecto de magia y no contenta con los que sentía penetrándome con mis dedos, me pareció buena idea coger el mango de la ducha y metérmelo hasta dentro. Cómo era bastante estrecho, no tuve problema para que mi sexo lo absorbiera con facilidad pero lo que nunca preví fue que el chorro llenara de agua mi vagina y esa presión me hiciera sentir más guarra.
Habiendo descubierto esa sensación, me dediqué a meterlo para que se anegara mi chocho y sacarlo a continuación para relajarlo, de manera que ese mete-saca me llevó a un placer tal que me corrí al menos una docena de veces antes de caer agotada en la bañera.
Una vez saciada, coloqué mi nuevo juguete en su lugar y saliendo de la ducha, me sequé mientras pensaba en como haría que Manuel leyera mi email. Mi sorpresa fue que al llegar a mi habitación enfundada con la toalla, descubrí que la chaqueta de mi marido estaba colgada en  el galán de noche y que mi ordenador estaba cerrado. Como estaba segura de que lo había dejado abierto antes de entrar al baño, aterrorizada descubrí que mi marido lo había leído. Temblando y decidida a reconocerle todo el plan, lo busqué por la casa pero no lo encontré.
Casi llorando cogí mi móvil y llamé a Fernando a contarle lo ocurrido. El amigo de mi marido al escucharme, me tranquilizó diciendo:
-No te preocupes, ya lo sabía porque tal y como habíamos planeado, Manuel me ha llamado nada más enterarse de que le has puesto los cuernos. Ahora es importante que cumplas con tu papel: en cuanto llegue tu marido, tírate a sus pies y pídele que te perdone.
Realmente acojonada le prometí que así lo haría y aunque se estaba cumpliendo a raja tabla lo que habíamos previsto, no estaba segura de lo que haría mi esposo al volver a casa. Igual loco de celos me pegaba o lo que más temía, podía coger las maletas y abandonarme. Por eso os confieso que las dos horas que tardó en llegar se me hicieron eternas. Según Fernando, le convencería de aprovechar mi supuesto desliz para obligarme a cumplir sus fantasías, por eso tenía que mostrarme ante él como arrepentida y prometerle que si me perdonaba, haría todo lo que me pidiera. Su retorcido plan consistía en que Manuel se aprovechara de mí y cambiara su forma de verme, al obligarme a realizar todo tipo de prácticas sexuales que hasta entonces me tenía vedadas.
Reconozco que estaba espantada por haber hecho caso a su colega cuando Manuel abrió la puerta y por eso en cuanto entró al salón, caí a sus pies llorando. En ese momento no estaba actuando, realmente me sentía perdida y necesitaba su perdón.
Negándose a hablar de lo que había pasado, me dejó sola en mitad de la habitación, diciendo:
-Estoy demasiado dolido para hablar hoy.

Tras lo cual, le vi coger su almohada y entrar en la habitación de invitados. Al observar que se estaba haciendo la cama, le pedí que me dejara ayudarle pero con voz cortante, me dijo que le dejara en paz y me fuera a MI cama. Con la puerta cerrada, intenté que me escuchara pero no me hizo ni puñetero caso y por eso al cabo de diez minutos no tuve mas remedio que irme a mi cuarto.

Ya acostada, hice recuento de ese día y viendo que aunque fuera increíble, todo lo ocurrido era lo habíamos previsto me fui tranquilizando. Curiosamente, la angustia se transformó en deseo al imaginarme como sería su venganza. Lo creáis o no, al pensar en lo que haría Manuel para castigarme me ví siendo forzada a cumplir con las mayores aberraciones y eso me puso nuevamente cachonda.
Por mi mente pasaron imágenes grotescas, como que mi marido me obligaba a ver como orinaba para después ordenarme que limpiara los restos de orín con la lengua. También me imaginé atada a la cama y siendo azotada por él tal y como había escrito en el mensaje que había leído…

Mi fecunda imaginación me llevó al borde del orgasmo y sin poderme retener, no me quedó mas remedio que pajearme mientras soñaba que esas locuras se hicieran realidad.

No sé cuántas veces me pajeé esa noche pero lo que si sé es que, a la mañana siguiente, había dormido pocas horas. Siguiendo las instrucciones de Fernando, me levante antes que Manuel y le hice el desayuno de forma que cuando despertara se encontrara que su avergonzada esposa le tuviera preparado su café.
Por eso en cuanto oñi que se abría la puerta del cuarto de invitados, corrí a intentar recibir su perdón. Aunque sabía que su amigo le habñia prohibido montarme un escándalo, al ver su cara de agotamiento además de comprender que tampoco él había descansado, temí que todo se fuera al traste.
-Buenos días- me gruñó sin dignarse a mirarme y cogiendo el café de la mesa del salón, se lo bebió de un trago.
Nada más terminar, sin despedirse, se fue a trabajar dejándome confusa y  esperanzada a la vez. Mi estado de ánimo se debatía entre el miedo de ser abandonada y la ilusión de que se cumplieran mis deseos. Siguiendo el papel que me había asignado su amigo, nada más irse le mandé un whatsapp donde le rogaba que me perdonara.
Durante todo el día le estuve mandando mensajes a cual mas humillante pero no obtuve contestación. Ya eran cerca de las seis cuando le escribí el último  donde le decía que si quería sería yo quien se fuera de casa.   A ese si contestó. Os juro que salté de alegría al leer:
-No eso lo que quiero.
Sabiendo que era el momento que Manuel pusiera sus condiciones, le llamé pero no tampoco me contestó. Tras insistir varias veces, le mandé otro  mensaje diciendo:
-¿Qué quieres?
Esta vez, me respondió inmediatamente diciendo:
-Una mujer que me quiera y me respete.
Al leerlo supe que mi sueño estaba a punto de hacerse realidad y cogiendo mi móvil, tecleé:
-Te quiero y te respeto.
Nuevamente no tardé en recibir su contestación, al leerlo sentí que mi chumino se empapaba de gusto
-Demuéstralo- me decía.
Aleccionada por su amigo, me di una ducha, me perfumé y me vestí con el sugerente picardías que esa mañana me había comprado. Ya preparada, me miré al espejo y satisfecha por el resultado, me dije en voz alta:
-Parezco una puta. Solo espero que Manuel me vea así y me trate como una fulana.
Fue sobre las ocho cuando llegó a casa. Nada mas entrar, dejó su maletín en el suelo y tirándose en el sofá, puso la tele.
¡Era el momento decisivo!
Moviendo mi culo como una gata en celo, hice mi aparición en el salón. Si bien había supuesto que al verme vestida de esa guisa me follaría allí mismo, me equivoqué porque Manuel ni siquiera se dignó a mirarme y siguió con los ojos fijos en la televisión. Al ver su falta de reacción pensé:
“Este no se me escapa” y arrodillándome en mitad de la habitación, gateé hasta él diciéndole lo mucho que le quería y lo arrepentida que estaba.
Tampoco me contesto y sin dar mi brazo a torcer, me encaramé sobre sus rodillas y le empecé a besar. Haciéndose el duro pero sin rechazar mis caricias, cerró sus ojos.
“Si cree que me voy a dar por vencida, ¡Va jodido!” exclamé mentalmente.
Comportándome como una guarra de un striptease, froté mi sexo contra su entrepierna. Aunque seguía sin hacerme caso, su pene le traicionó porque creciendo bajo su pantalón, me dejó claro que le estaba poniendo bruto. Frotando mi coño contra su polla conseguí que en menos de dos minutos su erección fuera considerable y decidida a aprovechar la oportunidad, le bajé la bragueta y lo liberé.
“¡Que preciosidad”, pensé al verlo totalmente tieso.
Estaba todavía decidiendo si penetrarme con él o hacerle una felación cuando escuche que mi marido. me decía:
-Con la boca.

Os juro que fui la primera sorprendida de lo rápido que se iban a hacer realidad mis deseos y por eso sentí que mi vulva se derretía cuando con gesto autoritario, el propio Manuel me lo puso en la boca. Ni os tengo que contar que hice. Disfrutando como la perra en que me había convertido tanta necesidad, abrí mis labios sin quejarme y poco a poco lo fui introduciendo en mi boca. No os podeis hacer una idea de lo caliente que me puso sentir como poco a poco su verga iba rellenando mi garganta.

Tratando de concentrarme en ello cerré los ojos para así recordar lo que había sentido. Él, malinterpretando ese gesto, me gritó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a tu marido al que se la chupas.
Al escucharlo, lloré de felicidad y mientras por mis mejillas caían dos lagrimones, con mi lengua empecé a acariciar ese manjar tantos años prohibido.  Decidida a que esa mamada fuera memorable, introduje toda su extensión hasta el fondo de mi garganta.
“¡Cómo me gusta!”, me dije.

A partir de ese momento, mi boca fue mi sexo y metiendo y sacando su verqa de su interior fui calentándome cada vez más. Ya estaba sobre excitada cuando de pronto, presionó mi cabeza contra su entrepierna clavándome su polla sin misericordia. Cuando ya creía que nada se podía comparar, le oí decir:

 

-Mastúrbate con la mano, ¡Zorra!.
Su insulto me enloqueció y sintiéndome su sumisa por primera vez, obedecí separando los pliegues de mi vulva y comenzado a pajearme. Nada más tocar mi clítoris estuve a punto de correrme y por eso pegando un berrido, torturé ese botón con rapidez sin dejar de mamarle. La sensación de sentirme usada no tardó en que llevarme hasta el orgasmo y pegando un chillido, me corrí sobre la alfombra.
Espoleado por el volumen de sus gritos, mi marido usando mi boca como receptáculo de su venganza, se dejó llevar y con brutales sacudidas, explotó derramando su simiente dentro de mi boca. Al paladear su agridulce sabor, me volví loca y ya sin ningún recato me puse a disfrutar de su lefa. Usando mi lengua como cuchara, devoré todo su eyaculación sin dejar que se desperdiciara nada.
Como si una desconocida  se hubiera apropiado de mi cuerpo, ordeñé su miembro con un frenesí que ni siquiera me avergonzó oírle decir al terminar:
-¿Te ha gustado putita mía?
Necesitada de polla, me puse a cuatro patas y pegando un berrido, le pedí que me follara. Fue entonces cuando le vi acercarse a mí y poniéndose a mi espalda, me pegó un azote mientras con voz dura, me decía:
-Abre tu puto culo con las manos.
Si bien estaba aterrorizada porque nunca nadie había usado mi entrada trasera, no pude negarme a hacerlo aunque veía sus intenciones. Rogándole que tuviera cuidado porque mi culo era virgen, separé mis nalgas. En ese momento pensé que me iba a romper mi ojete sin más pero afortunadamente, lo que sentí fue a su lengua recorriendo los bordes de mi esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar mi ya mas que excitado clítoris.
-¡Que gusto- suspiré aliviada al notar que no iba a darme por culo a lo bestia y ya más tranquila me puse a disfrutar de esa doble caricia.

Mi marido, viendo mi entrega, embadurnó sus dedos con mi flujo y como si fuera algo habitual en él comenzó a untar mi ano con ese líquido viscoso. Al sentir que uno de sus dedos se abría paso por mi esfínter, me entró miedo y aunque no me atreví a separarme, le chillé aterrorizada:

-¡Por favor! ¡No lo hagas!
-Cállate puta- fue su respuesta a mi petición.
Asumiendo que me iba a desflorar lo quisiera o no, apoyé mi cabeza en el sofá tratando de facilitar sus maniobras. Satisfecho por mi claudicación se recreó jugando con su yema en el interior de mi culo. Si ya de por sí esa sensación me estaba encantando, no sabeís lo que fue el recibir en ese instante otro duro azote sobre mis nalgas.
-Ahhhh- grité mordiéndome el labio. 
Mi gemido de placer fue erróneamente interpretado por Manuel y pensando que me dolía, volvió a coger más flujo de mi coño y con sus dedos impregnados, siguió relajando mi culito.

“¡Dios como me gusta”, pensé moviendo mis caderas para disfrutar aún más de ese momento.

 

 

Mi marido, rompiéndome los esquemas, me sorprendió gratamente porque comportándose como un amante experimentado en vez de sodomizarme directamente, tuvo cuidado y siguió dilatándolo mientras que con la otra mano, me volvía  a masturbar. 
-¡No puede ser!- aullé confundida al percatarme de que lo  mucho que me  estaba empezando a gustar que miss dos entradas fueran objeto de sus caricias y sin poderlo evitar me llevé las manos a los pechos y pellizqué con fiereza mis pezones, buscando incrementar aún más mi excitación.
Al notar que Manuel forzaba mi ano con dos dedos, sentí que moría y pegando un aullido me corrí como hacía años que no lo hacía. Mi placer le informó que estaba dispuesta  y  sin dejarme reposar, untó su órgano con mi flujo y abriendo mis dos cachetes, llevó su glande ante mi entrada: 
-¿Deseas que tu marido tome lo que es suyo?- me preguntó sabiéndose al mando mientras jugueteaba con mi esfínter. 
Tan necesitada estaba de experimentar por primera vez que alguien me daba por culo que ni siquiera esperé a que terminara de hablar y echando mi cuerpo hacia atrás, empecé a empalarse. El miedo me hizo hacerlo lentamente y por eso disfruté de cada centímetro de su pollón abriéndose camino a través de mi ano.
El placer de sentirme indefensa mientras mi marido desvirgaba mi trasero pudo más que el dolor que subía desde mi ano.
“Dios, ¡Cómo duele!” exclamé en silencio.

Casi llorando soporté ese delicioso castigo y sin quejarme seguí embutiéndome su miembro hasta que sentí su base contra mi culo, llenándome por completo. Temblando de arriba abajo pero decidida a buscar el perdón por mi supuesto desliz, le pedí que me follara. El deseo reflejado en mi voz le convenció que había conseguido su objetivo y disfrutando de su nuevo poder, con parsimonia, fue extrayendo su sexo de mi interior.

Al hacerlo, experimenté dichosa de como su verga iba forzando los músculos de mi ano. Deseando seguir disfrutando de ese placer y cuando casi había terminado de sacarla de mi culo, con un movimiento de sus caderas, me la volvió a introducir hasta el fondo. La mezcla de dolor y de placer me dominó por completo y deseando que nunca terminase, fui objeto de su lujuria mientras mi marido aceleraba el ritmo con el que me daba por culo.
“¡Madre mía!”, deseé, “¡No pares!”

Sintiendo que mi esfínter suficientemente relajado, Manuel convirtió su tranquilo trotar en un desbocado galope y queriendo tener un punto de agarre, me cogió de los pechos para no descabalgar.

 

-¡Me encanta!- no tuve reparo en confesar al experimentar lo mucho que estaba disfrutando.
Al escuchar mi sollozo y mientras me daba otro doloroso azote, contestó.
-¡Serás puta!
Lejos de molestarme su insulto, me azuzó a demostrarle la clase de zorra con la se había casado y por eso, le imploré que me diera otra nalgada. Si le sorprendió esa confesión, no lo demostró y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre mis dos cachetes, me fue propinando sonoros t dolorosos azotes marcando el compás con el que me penetraba.
Os sonara raro e incluso pervertido pero ese rudo trato  me llevó al borde de un desconocido éxtasis y sin previo aviso comencé a estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo brutal.  Disfrutando como nunca y mientras todo mi cuerpo temblaba de placer, berreando como una cierva en celo, le rogué que siguiera azotándome:
-¡No Pares!, ¡Por favor!- aullé al sentir que todas mis células colapsaban por las sensaciones que brotaban del interior de mi culo. 
Mi completa entrega fue el acicate que le faltaba y cogiendo mis pezones entre sus dedos, los pellizcó con dureza mientras usaba mi culo como frontón. Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, me corrí cayendo desplomada sobre la alfombra.
-¡No aguanto más- chillé
Manuel, decidido a castigar mi infidelidad no se quiso perder esa oportunidad y  forzó mi esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que aunque estaba agotada, me gustó que no me dejara descansar  y que siguiera violando sin parar mi adolorido ano. Es más cuando pegando un grito me exigió que colaborara en su placer, sentí nuevos bríos y meneando mis caderas, convertí mi trasero en una especie de ordeñadora. Presionando con mi ano sobre su pene, busqué su eyaculación con un fervor que hasta a mí me dejó sorprendida.
 

Mi nuevo entusiasmo provocó en mi marido un brutal orgasmo y derramando su simiente en mis intestinos, le ví estremecerse de placer mientras me llamaba traidora. Convencida de cual era mi papel, seguí ordeñando su miembro hasta dejarlo seco. Al terminar, Manuel sacó su pene de mi culo y agotado, se dejó caer sobre el sofá.

Sabiendo que era el momento de demostrarle mi total sumisión, me acurruqué a su lado y con besos apasionados, le agradecí tanto el haberme como el haberme dado tanto placer.
Fue entonces cuando por primera vez, mi marido me trató como sumisa y pegándome un empujón, me tiró al suelo mientras me decía:
 -No te he perdonado. ¡Eres una puta pero quiero que seas mi puta!. Si me prometes darme placer, haré como si nada hubiera ocurrido.
Arrodillada a sus pies y bajando mi mirada, le pedí que me diera una nueva oportunidad:
-Si me permites servirte, te juro que nunca te arrepentirás.
 Satisfecho por mi respuesta, soltando una carcajada, me contestó:
-Me voy a la cama. Tráeme un whisky. Quiero una copa mientras observo como me la vuelves a mamar.
Supe al escuchar de su boca cual era mi destino que había ganado y no pudiendo evitar que mi rostro mostrara mi alegría, me levanté a cumplir su orden. Mientras le servía la copa, con una sonrisa en los labios, pensé en todos los años que había perdido y con una felicidad desbordante, me dije:
“Ahora que he descubierto soy una zorra, ¡Pienso disfrutar!…. y si Manuel no está a la altura, me buscaré un macho que si lo esté”.
Al volver a la habitación, ¡Ya tenía un candidato!
Si mi esposo no lograba satisfacerme, supe que su amigo Fernando sí lo haría.

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 2” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 2.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Contenta y segura de sí misma, Cynthia regresó a su departamento el viernes por la tarde, vestía una femenina blusa azul claro de manga corta, un elegante pantalón blanco recto y claro sus adoradas zapatillas de Scorpius.
– Mmm… como me gustan -susurró al verse al espejo de su cuarto. Le habían encantado desde el primer momento, eran tan finas y bellas que de inmediato llamaba la atención y hasta sus compañeras de departamento la habían felicitado por su buen gusto. Sin embargo solamente las había llevado a la universidad dos veces, el lunes y ese día.
– Hubiera sido un poco ridículo usar las mismas zapatillas todos los días en clases -pensó la joven, al parecer sin considerar que los demás días también se las había puesto para ir a la biblioteca, a realizar algunos trámites o simplemente para pasear, volviéndose paulatinamente más y más sensible al poder sobrenatural del calzado.  
– Al menos ya estoy en casa y es fin de semana -pensaba mientras se desvestía hasta quedar en su cómoda ropa interior y luego se ponía su camiseta para dormir. Se recostó sobre la cama boca abajo, apoyó su barbilla en una mano y con la otra encendió el pequeño televisor frente a ella, luego reflexionó sus rodillas y puso sus pies juntos.
– Ummhh… no quiero saber más de leyes por hoy, solamente voy a descansar y… oh… se me olvidaba -Cynthia interrumpió sus pensamientos al darse cuenta de que aún llevaba puestas sus zapatillas blancas, estilizando bellamente sus pies- que distraída…
Se los quitó, los guardó en la bolsa de seda y en su caja con mucho cuidado para después prepararse algo de cenar y finalmente, ya de noche, se acostó a la vez que veía un documental de su interés.
Había sido una larga semana de estudio y tras ver la televisión un par de horas la joven al fin se quedó dormida, pues realmente necesitaba el descanso. El aparato la arrullaba con documentales y música a un bajo volumen. Cuando dieron las 3 de la madrugada, la computadora portátil se encendió, su sonido perfectamente enmascarado por la T. V. la cámara se activó y una cadenciosa música clásica empezó a llegar directamente a las zapatillas blancas. En minutos el embrujado calzado salía de debajo de la cama y más familiarizado con su entorno rápidamente trepó por las cobijas y luego, lenta y cuidadosamente, se apoderó de los lindos pies de la chica.
De nuevo hizo que su sueño se volviera más pesado y empezó a excitarla desde el primer contacto, para cuando se apoderó de sus esbeltos tobillos y la forzó a colocarse las zapatillas le causó un pequeño orgasmo, el placer de esta acción equiparándose a ser penetrada por un amante.
– Mmm… ooohh… -exhaló suavemente mientras una nueva pesadilla continuaba en su mente. Estaba recostada en una enorme piedra negra, rodeada de extraños y atemorizantes ídolos y antorchas en las paredes. Vestía una hermosa túnica blanca y de algún modo sabía que la habían peinado y maquillado aunque de forma sencilla. Unos hombres que parecían sacerdotes le habían atado las manos juntas sobre la cabeza a una argolla en la pared, también sus tobillos, unidos y amarrados a otra argolla delante de sus pies, dejándola completamente indefensa. Entonaron extraños cánticos que Cynthia fue incapaz de comprender y luego, rápidamente abandonaron la estancia.
– Por favor… suéltenme… -empezó a susurrar en su cama sin poder despertar a la vez que sus manos permanecían sobre ella y sus piernas bien extendidas empezaban a moverse obedeciendo otra voluntad.
En su sueño veía como de entre las tinieblas salía a la luz una bestia negra con una gran melena, con ojos como brasas, la criatura dio un gruñido bajo y prolongado, casi como un ronroneo complacido mientras se acercaba a la indefensa joven. Al ver al siniestro animal ella se sintió invadida por el temor casi irracional a lo sobrenatural que yace en todo ser humano y sintió un terrible escalofrío recorrer su columna vertebral.
– Oooohh… no… no… -gemía, sin saber que ya de pie en su cuarto ella bailaba sensualmente con sus manos juntas aún sobre la cabeza, imitando su predicamento en el sueño, lo que la hacía parecer una odalisca, ondulando sus caderas y luciendo sus piernas, sus zapatillas ya habían cambiado a su forma depredadora y posesiva: doble de altura del tacón, el color rojo, las puntas afiladas. Cuando sufrían esa metamorfosis X las llamaba “zapatillas demoniacas”, esto ocurría cuando al hechizo antediluviano que afectaba al calzado se le dejaba actuar sin intervención humana, entonces simplemente buscaban esclavizar a la víctima a las propias zapatillas y al obscuro ente prisionero en ellas.
El hombre conocido como Scorpius sabía que dejar al par de objetos malditos funcionar independientemente era peligroso, pues no sabía cuáles serían las intenciones de ese extraño ser, pero confiaba en que mientras él fuera el amo de las zapatillas y las pudiera vigilar podría controlarlas.
En su sueño Cynthia vio como de un movimiento la bestia de sombras saltaba a la piedra junto a ella, luego con dos pasos acomodó sus patas a los lados del joven cuerpo de su víctima y la miró a los ojos de forma abrazadora. En ese momento la chica se dio cuenta de que ya se había encontrado antes con ese aterrador ser lo que únicamente aumentó su miedo.
– Ayuda… alguien… -gemía cuando vio como la sombra sobre ella sufría una metamorfosis y se transformaba en una figura humana de ojos brillantes, entonces recordó lo que le había hecho antes- ¡No… no… auxilio…!
La sombra la sujetó de la breve cintura con sus manos-garras y la hizo girarse hasta quedar boca abajo, deliciosamente expuesta y vulnerable.
En su cuarto la joven se había pegado de cara a un muro, sus manos juntas y bien arriba de su cabeza, el cabello le cubría el rostro, mientras su respiración comenzaba a agitarse, sus piernas y caderas se movían siguiendo la música de forma casi hipnótica. En su despacho X supervisada el baile de Cynthia en su monitor usando la cámara de la propia chica.
– Mmm… bien… que belleza… -gruñía a la vez que se masturbaba lentamente mirando como la chica morena era sometida poco a poco al poder de las zapatillas rojas.
En el sueño, después de ponerla boca abajo, la amenazadora sombra se recostó a su lado y mientras la miraba con lujuria le fue subiendo la vaporosa túnica, dejando expuestos sus tobillos, sus pantorrillas, luego sus muslos.
– Por favor… déjeme… -la chica rogaba asustada sintiendo las garras de esa mano arañar suavemente su piel- se lo suplico…
La entidad deslizó un dedo por los tersos labios de Cynthia, como acallándola y de pronto ella ya no podía hablar, una mascada de seda invadió el interior de su boca.
– ¡Mmm… mmm…! -trató de hablar inútilmente. Luego la sombra continuó jalando lentamente la túnica blanca, exponiendo el cuerpo de su víctima, mostrando sus hermosas nalgas y caderas morenas. Para su horror la joven se dio cuenta entonces de que no llevaba nada debajo de la tela blanca.
– ¡Nnngghhh… nnngghhh… -trató de gritar la indefensa chica al sentir esas garras tibias acariciando sus expuestas nalgas.
En el monitor X observaba atentamente como la chica sacudía suavemente la cabeza mientras se subía a la cama y seguía bailando con sus manos juntas bien en alto, su cuerpo brillando levemente por el sudor.
– Aaaahh… ya quiero… tenerte… -gruñó de placer el amo de las zapatillas rojas, masturbándose cada vez más de prisa. En la pesadilla de Cynthia el ser se colocó sobre ella, ajustándose a las curvas de su cuerpo y haciéndole sentir su calor en la espalda, la joven sentía el enorme y duro miembro de la sombra apoyado contra sus desnudas nalgas y sentía su aliento en la nuca, entonces le gruñó al oído unas guturales palabras.
– Vas a lucirlas… -le dijo como un hecho, aunque la joven no sabía a qué se refería hasta que surgió frente a ella un extraño espejo y en este observó su propio cuerpo visto desde arriba, la entidad sobre ella le acariciaba sus desnudas y sometidas piernas morenas.
– ¿Qué… mis piernas…? -pensó impactada al pensar en exhibirse como un trozo de carne, como una mujerzuela- ¡No… no lo haré… nunca!
Sin embargo su decidida negativa se convirtió en un extraño balbuceo debido a la seda en su boca.
– Nhh… nnhh o aaee… nnhha…
Con una mirada evidentemente complacida la extraña sombra se arrodilló sobre la cama con las caderas  de Cynthia entre sus rodillas negras como la noche.
– ¡Vas a lucirlas! -le gruñó entonces mientras le daba un exquisito azote en sus carnosas pero firmes nalgas.
– ¡Nnnnhhhh…! –se negó la chica a pesar del dolor, pero sobre todo de la humillación.
En el cuarto sus manos se abrieron y cerraron y sus dientes se apretaron en reacción a lo ocurrido en el sueño, a la vez que ella seguía bailando y posando ante la cámara, para el placer de X.
De vuelta en la pesadilla, la joven aún sacudía desesperada la cabeza en negativa, por lo que el ser simplemente se apoderó de las caderas de Cynthia y las levantó, al instante la piedra debajo de ella cambió de forma, creciendo y amoldándose a su pubis hasta sostenerla, forzándola a mantener las nalgas provocativamente levantadas… como ofreciéndolas.
– ¡Nnngghhh… nnnnhhhh…! -trató de gritar una y otra vez, aterrorizada ante lo que sabía que vendría a continuación.
– Mmmm… -susurró en el cuarto la mujer mientras que su cuerpo de pie y de perfil imitaba la pesadilla ante la cámara de su portátil: con las manos en alto arqueó la espalda ligeramente y forzó sus pompas hacia atrás sin dejar de seguir la melodía.
– ¡Vas a lucirlas! -le gruñó la entidad en su sueño de forma amenazadora pero señalando en el espejo sus expuestas piernas morenas ahora calzadas con las zapatillas en forma de escorpión que habían aparecido de la nada.
Aterrorizada, Cynthia se quedó inmóvil, sin responder, sin saber que hacer o como defenderse.
Al no obtener respuesta, la sombra sonrió de forma siniestra mostrando una hilera de amenazadores colmillos, luego con sus manos-garras se adueñó de las redondeadas nalgas de la expuesta mujer, de forma lenta y deliberada separó la carne color canela, dejando a la vista la vagina tibia, húmeda y preparada de su víctima.
– ¡Vas a lucirlas! -le ordenó mientras la penetraba salvajemente por atrás.
– ¡Aaaaagghh! -gritó ella a través de la seda en su boca al comenzar la nueva sesión de sometimiento sexual; el ente inició un despiadado ritmo de embestidas y salidas que no la dejaba pensar o resistir- ¡Ooooohhh!
El ser sonreía con lujuria a la vez que poseía a Cynthia, su esbelto cuerpo atrapado entre las rodillas de la sombra que parecía montarla como a un animal, atada boca abajo sus nalgas, cintura y hombros formaban las curvas de perfectos montes y valles que se sacudía con cada penetración.
– ¡Nnnnhhhh! -gruñía la joven intentando torpemente resistir, apretando juntos sus tersos muslos, sin darse cuenta de que así solamente aumentaba el roce y el placer de la criatura negra. Para incrementar la profundidad de sus embestidas la criatura se sujetó con ambas manos a la breve cintura de ella, obteniendo así el mejor dominio del joven y fresco cuerpo debajo de él.
– ¡Vas a lucirlas! -le dijo mientras penetraba a la chica con más fuerza y aprovechó uno de los movimientos para morderla detrás del hombro derecho.
– ¡Arrrrgghh…! -trató de gritar, odiando la humillación de ser sometida, pero sobre todo odiándose a sí misma pues una parte de ella se puso a la altura de las circunstancias… empezaba a excitarse debido al abuso.
La mordida había sido lo bastante fuerte para ser dolorosa pero no tanto como para interrumpir el placer que la invadía, su respiración se aceleraba cada vez más, sentía las garras-manos arañando suavemente su cintura mientras sus gritos se volvían un jadeo.
En la realidad Cynthia bailaba maravillosamente en su cuarto usando las rojas zapatillas demoniacas, la lengua humedecía sus labios entreabiertos, mientras extendía una pierna y luego otra siguiendo la música.
De vuelta en la pesadilla convertida en sueño erótico, la entidad se movía a una velocidad endemoniada, casi enloqueciéndola, con un rápido golpe de su garra cortó en tiras la espalda de la túnica mientras le hablaba en tono bajo y definitivamente amenazador.
– ¡Vas a lucirlas! -susurró mientras su garra se apoderaba de uno de los senos de la chica, apretando posesivamente, acariciando y finalmente pellizcando el apetitoso pezón obscuro a la vez que penetraba a su víctima para enloquecerla.
– ¡Aaaaaahhh… Diooooosss! -gritó al alcanzar un maravilloso orgasmo contenido por demasiado tiempo, descubriendo para su vergüenza que la tela que invadía su boca y ahogaba sus lamentos había desaparecido- ¡Siiii… Io haré… las luciré… luciré mis piernas… siiii…!
Con el cabello cubriéndole el rostro al fin pudo tomar un momento para recuperarse, sus piernas y brazos tensos se relajaron mientras jadeaba lentamente.
En la habitación la joven se había derrumbado en el piso tras dar un fuerte gemido y terminarse la música, y aún así no podía despertar. Pero X sabía que había llegado su momento de intervenir, era hora de empezar a condicionarla de acuerdo a sus particulares… necesidades. Las zapatillas habían hecho un buen trabajo pero no podía dejarlas actuar independientemente.
– Debo tener cuidado… -susurró mientras controlaba la computadora de Cynthia de forma remota y activaba las bocinas, para luego pensar- Hazla venir a mi… Baal… entrégamela…
Una poderosa música de tambores llegó hasta las zapatillas, que hicieron que su víctima se levantara con la agilidad de una bailarina y caminando con elegancia la acercó hasta ponerla frente al escritorio y la portátil.
En su sueño la joven de pronto se encontró con sus manos ahora atadas a la espalda y sus tobillos encadenados al frente de un altar forzándola a mantener sus piernas abiertas, estaba dedicado a una estatua claramente masculina con ojos como brasas. La única vestimenta de la chica era un taparrabo cubriendo su entrepierna y trasero, llevaba un exótico maquillaje y se sentía extrañamente sobrecogida ante la siniestra deidad cuyo nombre ni siquiera conocía.
En la realidad el cuerpo de la mujer imitó perfectamente al sueño, puso sus manos juntas tras ella y abrió los pies a la altura de los hombros mientras X disfrutaba ver las marcadas curvas de la joven, aunque veladas por la camiseta de algodón.
– Es hora de empezar a cambiarte a mi gusto… Cynthia -pensó el hombre para luego sonreír al ver que ella empezaba a bailar en su lugar ondulando sus caderas y hombros.
De vuelta en su sueño la chica sintió un aliento fresco en su oído y al girar la cabeza encontró a la extraña sombra de ojos rojos tras ella. Al verla el miedo la paralizó, lo que aprovechó el ser para apoderarse de uno de sus senos, mientras introducía la otra garra bajo el taparrabo y empezaba a acariciar suavemente el pubis de la joven.
– No… por… favor… no de… nuevo… -jadeó mientras cerraba los ojos sin poder evitarlo. – No te resistas… Cynthia -dijo una voz grave y autoritaria resonando en la oscuridad del recinto, pero no era la del ente de ojos rojos.
La mujer de piel morena trataba de hacer justo lo contrario pero las atenciones de su atacante la distraían y confundían, por momentos acariciaba la redondez de sus senos y luego le pellizcaba un pezón, un instante tocaba su ya húmeda entrepierna y al siguiente frotaba con vigor su sensible clítoris.
En su cuarto la mujer aún bailaba sensualmente ante la cámara de su portátil, sus manos tras ella con los dedos entrelazados, relamiéndose por la sed y el cansancio mientras escuchaba indefensa las instrucciones de X que sonaban en las bocinas de su computadora.
– Para lucir tus piernas debes usar ropa apropiada… ropa sexy… provocativa…
– Mmmm… -gimió, mientras movía la cabeza de lado a lado- pero… no soy así…
– Tú serás lo que te ordene, me perteneces…
– No… no… yo… -trató de negarse, mientras seguía bailando y fruncía el seño de forma encantadora.
– ¡Me perteneces y obedecerás! -le ordenó a la vez que la música aumentaba de volumen en las zapatillas y en la mente de Cynthia- Ahora lo verás… ¡Baal… sométela…!
En el sueño el ser negro conocido desde tiempos antiguos como Baal apartó de un movimiento el taparrabo de atrás y tras separar con dos garras los ya jugosos labios vaginales penetró fácilmente a la indefensa joven de pie.
– ¡Ooooooohhh! -gritó a todo pulmón en el sueño, aunque en la realidad solamente dio un gemido ahogado.
Una serie de grititos de desesperación marcaron cada una de las embestidas de Baal sobre Cynthia mientras con una garra se apoderaba de su femenina mandíbula y la obligaba a mirar al techo negro del templo, la otra garra controlando sus caderas mientras la poseía.
– ¡No… ooohh… oohhh… déje… me… aaahh…! -trataba de resistir la joven al sentir como empezaba a subir por sus piernas una traicionera excitación. En su despacho X se masturbaba frenético, saboreando de antemano el poder que tendría sobre la linda morena, disfrutando al verla bailar siguiendo los tambores ante la cámara, arqueando su espalda y con su bello rostro vuelto al techo.
– Para lucir tus piernas debes usar ropa apropiada… ropa sexy… provocativa… -volvió a escuchar la joven mientras su respiración se aceleraba cada vez más al ser penetrada por Baal, dentro y fuera de ella, una y otra vez, sin descanso… La escultura del dios era mudo testigo del sometimiento de la casi esclava ante si.
– Obedecerás… -le dijo el ser con calma al oído- obedecerás…
– Yo… ooohh… yo… mmm… -gemía la chica ya casi derrotada cuando sorprendentemente logró reunir voluntad suficiente para negarse- No… no… ¡No!
La sombra sonrió complacida ante la negativa de Cynthia luego levantó una de sus manos-garras la apoyó entre los omóplatos de ella y de un empujón suave pero irresistible la obligó a apoyar su torso en el altar, dejando su bello cuerpo inclinado a noventa grados, su sexo y nalgas aún más expuestos.
– Nnnnhhhh -gruñó ella sorprendida al quedarse sin aire por el movimiento. Luego el ser continuó sus embestidas bajando el ritmo, volviéndolo más seductor, acariciante… hipnótico.
– Nooo… por favor… no haga… esto -gimió la morena entre torturada y complacida en su cuarto de estudiante, con sus manos atrapadas en la espalda, sus ojos cerrados, su boca jadeante, sus senos suavemente apretados contra la dureza del escritorio, sus piernas bien abiertas en V apenas cubiertas por la camiseta, su vagina húmeda empezando a escurrir sus jugos por los muslos.
X observaba en su monitor casi enloquecido de placer a pesar de que la cámara no tenía el ángulo necesario y únicamente mostraba parte de la espalda y las nalgas de ella, sacudiéndose, ondulando con la música.
– Nnngghhh… necesito… nnnhhhh… añadir una… aaahhh… cámara a… control… remoto… mmm… en ese… cuarto… -hizo nota mental el hombre al acercarse a su clímax.
En el sueño erótico la chica trataba de resistir al extraño y aterrador ente que trataba de someterla.
– ¡Bastaaaahhh… nooo…! -gemía mientras trataba de retorcerse para zafarse de ese dominio pero lo único que conseguía era provocar a su atacante y, para su vergüenza, excitarse ella misma- Ooohhh…
– ¡Obedecerás! -le dijo Baal con mirada decidida a la vez que con su enorme mano-garra rodeaba fácilmente el esbelto cuello de la joven por detrás a la vez que aceleraba de nuevo el ritmo de sus penetraciones.
– ¡Aaaaaagg…! -exhaló ante el nuevo ataque pero sintiendo como la garra apretaba más y más su fino cuello.
En la realidad X observó tenso, conteniendo su orgasmo, como el cuerpo de Cynthia se sacudía desesperado, como un animal acorralado, mientras sollozaba una y otra vez, cada vez más fuerte.
– Aaaahh… aaahhh… mmm… -en el sueño ella trataba de aguantar pero la falta de aire acabo finalmente con su voluntad y su cuerpo se rindió, sus muslos se relajaron, sus puños apretados se abrieron débiles, al frotarse contra la piedra sus pezones se endurecieron y su vagina se hinchó y enrojeció, su vista se cerró en un túnel remolineante y ya no pudo pensar con claridad mientras el ser seguía poseyéndola a voluntad.
– Aaaahh… aaahh… ooohhh… -pronto jadeaba la morena al ritmo de la música y su dominador, sin poder pensar en nada más que en su gozo sexual potenciado por el poder de las zapatillas rojas y la hipoxia que le habían inducido- ooohh… siii… aaahhh… maaaas…
Entonces Baal aceleró el ritmo al máximo mientras apretaba aún más el cuello de su víctima hasta casi asfixiarla, empujándola a un placer que nunca antes había conocido, finalmente eyaculando y llenándola de la oscuridad corruptora de su ser.
– ¡Aaaaahhhh… Diooos… oooooohh…! -gritó al fin Cynthia consumida de placer en un orgasmo que parecía interminable.
– ¡Lucirás tus… piernas con… ropa sexy… provocativa…! -ordenó X aprovechando el vulnerable estado de la joven mientras el mismo alcanzaba su orgasmo- ¡Nnnngghh!
– ¡Oooohhh… si… las luciré… sexy… provocativaahhh… siiii! Si… si… -gimió la linda morena en aceptación. Aunque su voluntad no estaba completamente anulada sin duda se debilitaba cada vez más.
– ¡Raaaaaarrrgggg! -rugió Baal con salvaje lujuria mirando a los cielos cuando el techo del templo desapareció en un furioso tornado negro, con sus brazos extendidos a los lados y sus palmas hacia arriba, su larga cabellera agitándose ante una ráfaga infernal al dar un paso más en esclavizar a la chica ante él, un nuevo juguete de placer…
En la habitación las bocinas siguieron sonando unos minutos mientras X se divertía un poco más alterando y condicionando a la mujer, luego las zapatillas la levantaron del escritorio y de forma grácil la hicieron recostarse en su cama, sus piernas extendiéndose en toda su maravilla, esperando mientras el sueño erótico casi terminaba.
– Recordarás nuestro placer, lo demás lo olvidarás -le dijo el ser sombrío al oído cariñosamente a Cynthia mientras arañaba delicadamente con una garra sus nalgas, casi como una caricia.
– Aaaahh… -susurró ella suavemente entre sueños, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad y volviera a un profundo dormir natural.
El sábado la joven despertó sonriente entre las desordenadas cobijas de su cama, estaba boca abajo y su camiseta se había subido mostrando sus sencillas pantaletas y sus esbeltas piernas morenas.
– Mmm… que noche… me siento cansada… -pensó brevemente antes de levantarse de la cama.
– ¡Dios mío que tarde es! -dijo en voz baja al ver que el reloj a lado de su cama casi marcaba las once de la mañana. Algo confundida se puso unas simpáticas pantuflas con cara de gato y fue al baño.
– ¿Pues que estuve haciendo? –pensó sorprendida por su apariencia al mirarse al espejo: su cabello lucía tan revuelto que parecía una melena de león, el de por si amplio cuello de su camiseta de dormir se había agrandado tanto que ahora dejaba expuesto uno de sus morenos y preciosos hombros. Tras estudiarse con atención quedó aun más confundida al notar que a pesar de haber dormido mal no parecía fatigada ni se le notaban ojeras, de hecho su rostro lucía mejor que nunca: terso, juvenil y saludable.
– Parece que hubiera practicado lucha libre – pensó extrañada ante su imagen para luego tratar de arreglar su salvaje cabello, entonces sintió su propia piel algo pegajosa de sudor, deslizó sus finos dedos por su hombro, su antebrazo, su muslo, descubriendo que su cuerpo entero estaba igual, pero al continuar en su entrepierna descubrió una gran humedad, de hecho aún estaba algo mojada…
– Es casi como… como si toda la noche hubiera tenido sexo… -susurró intrigada Cynthia, aunque era virgen no era una total inexperta, sabía complacer y como ser complacida, sin embargo aun esperaba a una persona especial para entregarle esa parte de su intimidad.
Fue entonces que volvieron a su mente fragmentos del “sueño” que había tenido: sus ataduras, su vulnerabilidad, el extraño poder que esa sombra masculina había tenido sobre ella y sobre todo el magnífico placer que la había forzado a sentir, a disfrutar… La joven cerró los ojos, inclinó la cabeza y acarició su hombro al recordar el gozo que la había invadido en ese raro sueño erótico.
– Mmmm… -gimió dulcemente al revivirlo- ahora sé… por que estoy así… ¡Vaya sueño! Mmm…
Entonces escuchó un ruido afuera de su habitación que la hizo salir de su ensoñación.
– ¡Las chicas ya se levantaron! -susurró metiéndose rápidamente a la regadera. Normalmente ella era la primera en despertar y al medio día le seguían sus juerguistas compañeras, pero al parecer se habían invertido los papeles. Finalmente salió ya fresca y limpia de la regadera, envuelta en una toalla, volvió a su cuarto y comenzó a vestirse, luego de ponerse su ropa interior de algodón se quedó inmóvil ante su guardarropa. Pensaba hacer algunas compras ese día, pero por primera vez en mucho tiempo no estaba segura de que ponerse.
– No… jeans no, hoy necesito otro estilo –pensó mientras se inclinaba y agarraba unos pantaloncillos blancos muy cortos y ajustados que usualmente sólo se ponía en la playa, por un momento pensó en ponerse su calzado deportivo, pero sin dudarlo sacó de debajo de la cama la caja de Scorpius y extrajo sus preciadas zapatillas blancas, se puso una camiseta azul cielo y luego, lentamente, deslizó los pantaloncillos por sus piernas, sintiéndose algo extraña de vestirse así en la ciudad. Luego se colocó las zapatillas blancas de tacón, sintiendo una curiosa tensión al hacerlo y un escalofrío al ajustárselas a su talón.
Entonces se peinó con una cola de caballo y salió finalmente del cuarto para enfrentarse a sus compañeras de departamento, estaba segura de que las sorprendería con su nueva imagen.
No podía saber que ella hubiera estado aun más sorprendida si hubiera podido ver la parte de atrás de su propio cuerpo, pues se hubiera encontrado con extrañas aunque tenues marcas de arañazos en sus firmes nalgas y la huella roja de una mordida en la parte de atrás de su hombro derecho.
En los propios pies de la chica un aterrador depredador sobrenatural esperaba el momento de atacar de nuevo y continuar el viaje de Cynthia hacia la esclavitud… y quizás encontrar otras víctimas en el proceso.
CONTINUARÁ
 
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Relato erótico: “Destino de hermanas III” (POR XELLA)

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Las tres mujeres estuvieron solas durante mucho tiempo, no habrían sabido decir cuanto. Las luces apagadas, los llantos silenciosos y el ruido que hacían los hombres moviendose por el resto de salas era lo único que las acompañó.   
Cada una tenía su cabeza ocupada en sus pensamientos… Miranda no sabía como habían llegado a esa situación… Había entregado su libertad y su vida para que no hicieran nada a su hermana ¡Y ahora estaba allí con ella! ¿Cómo era posible?   
Lorena se maldecía, una y otra vez… Había accedido de buena gana a acompañar a Erika para ayudar a su hermana… Pero creía que no habría peligro… Al menos para ella… Sólo tenía que esperar en la calle. Nada más. Pero, esos hombres la encontraron, la asaltaron y ahora estaba desnuda y atada…   
Erika… Estaba preocupada, ¿Cómo iban a salir de esa situación? Pero… Gran parte de sus pensamientos estaban en que se había quedado a medias… Aquel hombre la había puesto cachonda, había comenzado a follarla y… La había dejado a medias…   
Mientras tanto, los tres hombres estaban pensando su plan de acción. Gracias a Iván, habían capturado a la zorra de la detective que iba tras ellos y, después de enviarle una pequeña carta fingiendo ser Miranda, habían cogido también a su hermana. Lo que no esperaban era lo de la chica pelirroja… Así que habían pensado que lo mejor era pensarlo un poco antes de actuar.   
A lo mejor era demasiado riesgo mantener a las tres cautivas… No sabían nada de la chica pelirroja… Sabían que Miranda y Erika no tenían más familia, pero ella…   
Aún así, la idea de tener a tres perras a su merced, una para cada uno, les sedujo demasiado como para rechazarla.   
Pasaron el día siguiente deliberando y haciendo algunas compras. Tenían pensado divertirse mucho con sus nuevas invitadas…   
Los hombres aparecieron en la habitación encendiendo la luz y cegando a las mujeres. Llevaban un día entero a oscuras, sin comer ni beber.   
– ¿Qué tal día habéis pasado? – Preguntó el Oso.   
– Mmpmmfmpmf – Replicó Miranda, con el tanga de su hermana todavía en la boca.   
– Espero que hayáis podido hablar de vuestras cosas tranquilamente – Continuó – Ahora vamos a divertirnos un rato.   
El hombre se acercó a Erika.   
– Tu y yo teníamos algo pendiente, ¿Verdad? – Dijo, mientras se acariciaba la polla por encima del pantalón.   
Comenzó a desatar a la chica. Una vez estuvo libre, Erika miró a su hermana y a Lorena, viendo la cara de terror que mostraban. Se sentía algo culpable por desear en cierta manera que aquel hombre la poseyese.   
– No te preocupes, ellas también estarán ocupadas.   
El Piernas y Roco se acercaron a Lorena, desatándola tambien.   
La pelirroja comenzó a gritar a través de la mordaza, a revolverse y a luchar. Los hombres usaron el mismo remedio que habían recibido Erika y Miranda cuando habían hecho eso, dejando a Lorena dolorida y sin ganas de seguir luchando.   
– Vamos, vamos, chiquilla, ¿No ves que si no te resistes te irá mejor? – Le decía el Piernas.   
Le quitó la mordaza, dándole un largo lametón en la boca.   
– Mira que boquita de piñon tiene, Roco. ¿Crees que podrá con nuestras pollas?   

– Seguro que sí, estas modelos son unas golfas, seguro que ha tragado más pollas de las que podría contar.   
En parte lo que decía era cierto. Al igual que Erika, era muy liberal y tolerante respecto al sexo, pero aún así, no deseaba que la violasen aquellos hombres.   
– Mira tu amiguita. – Dijo Roco, señalando a Erika. – ¿Por qué no te portas como ella? Parece que le gusta…   
Erika estaba tragándose la polla del Oso entera. Estaba dándole una profunda mamada, preparándole para la follada que esperaba recibir.   
Cuando Lorena aparto la mirada de su amiga, Se encontró con dos enormes pollas frente a su cara, los negros las agitaban ante ella, esperando que comenzase a chupar.   
Miranda intentaba gritar. Era la única que seguía atada… Parece que ya se la habían follado suficientes veces y ahora querían que sufriese viendo lo que le hacían a su hermana y su amiga.   
El Oso se disponía a follarse a Erika de nuevo, ésta estaba a cuatro patas esperando que el negro le metiese la polla por el coño. Estaba cachondísima…   
Roco y el Piernas se estaban impacientando. Su compañero estaba disfrutando de la rubia y ellos no habían empezado con la pelirroja.   
– ¡Venga zorra! ¡Como no empieces a tragar ya te vamos a reventar a ostias! – El Piernas acompañó su amenaza con un fuerte bofetón.   
Ante eso, Lorena decidió que era mejor ceder. Agarró cada polla con una mano y se llevó a la boca la del Piernas, que parecía estar más impaciente.   
Mientras mamaba una, pajeaba la otra. Cuando notaba que el otro estaba poniendose nervioso cambiaba, pasando a mamarle a ese la polla.   
Varios minutos llevaba ya tragando de una y otra polla, cuando a Roco le entraron ganas de follarla. Alzándola a pulso, la tumbó boca arriba sobre el camastro que había en la habitación, dejándole la cadera al borde de la cama. Agarró sus piernas, situándolas a cada lado de su cuerpo y le metió la polla entera de golpe.   
Lorena gritó. Parecía que aquel hombre la iba a partir por la mitad.    
El Piernas no quería quedarse mirando. Se situó sobre su cara, poniéndole los huevos y la polla sobre ella. No tenía más remedio que continuar mamando mientras aquel indeseable la follaba. Las lágrimas se escapaban de sus ojos, siendo la única muestra del sufrimiento que estaba soportando.   
Erika en cambio estaba gozando de aquella follada. Había conseguido abstraerse de la situación para poder disfrutar del sexo, y vaya si estaba disfrutando…   
El Oso tenía una polla enorme y sabía como usarla. Erika gemía y suspiraba, deseando que aquel hombre la llenase.   
– Parece que eres la mejor de las tres, ¿Te gusta mi polla?   
– MMmmmm Me encanta tu polla…   
– ¿Te gusta como te follo?   
– Si… Oh Dios….. Me encanta… Follame… No pares…   
– Pues a ver si te gusta esto también. 
De improviso, el Oso sacó la polla del coño de Erika y la dirigió directa a su ano. Comenzó a empujar esa enorme barra de carne a través del recto de la chica, llenándolo y dilatándolo a su paso.   
– MMMMMMmmmm. – Gemía Erika, notando como esa enorme tranca la reventaba por dentro.   
– A tu hermana le encanta que la sodomice, ¿Verdad detective?   
Miranda observaba con cara de odio las escenas que tenía ante ella. Veía como su hermana se sometía ante aquel hombre y como Lorena había dejado de luchar. Todo era culpa suya.   
El Piernas agarró la cabeza de Lorena, acelerando la mamada. Estaba a punto de correrse, Lorena no podía ni respirar, el hombre le metía la polla hasta la garganta, y allí fue donde descargó el hombre. La chica no pudo hacer otra cosa que recibir la corrida casi en su estomago.   
Inmediatamente después de la corrida del Piernas, Roco sacó la polla del coño y, tirando de la chica la incorporó para correrse sobre su cara. El primer chorretón calló directo en su objetivo, aunque la chica no abrió la boca, la cara acabó cubierta. El resto calló sobre sus tetas.   
 
Erika se veía a la legua que disfrutaba mucho más que su amiga. Había aceptado perfectamente la polla del hombre en el culo, y ahora no hacía más que gemir y gemir. Notaba como aquel hombre estaba a punto de correrse también y, efectivamente, segundos después sacó la polla de su culo y se corrió completamente sobre la cara y las tetas de Erika. La chica abrió la boca, intentando tragárselo, pensando que era lo que ese hombre querría, pero no probó ni una gota, todo cayó fuera.  
Los tres hombres se separaron de las mujeres, dejándolas allí, llenas de lefa. Lorena estaba derrotada. La habían violado, habían hecho con ella lo que habían querido… y lo seguirían haciendo… En cambio Erika estaba satisfecha, había conseguido correrse varias veces con el pollón del Oso…  
– ¿Qué tal estaba la pelirroja? – Preguntó el hombre a sus compañeros.  
– Es un bombón, pero creo que la tuya es una pequeña bomba ¿no?  
– Ya la probaréis… Estas zorras nos van a dar mucha diversión… ¿Quién pensaba que esto acabaría así, detective?  
Miranda estaba derramando lágrimas en el rincón en el que se encontraba…  
– Ahora vamos a dejaros descansar – Continuó el Oso – Pero antes tendréis que asearos un poco, ¿no? No me gusta que mis zorras estén sucias…  
Erika y Lorena le miraron, ¿Una ducha? Si… Por lo menos las despejaría…  
– Venga, ¿A qué estáis esperando?  
– D-Donde… ¿Donde está el servicio? – Balbuceó Lorena  
– ¿El servicio? ¿Para qué?  
– Para… ducharnos… ¿No?  
– ¿Quién ha hablado de ducha? Quiero que os limpiéis entre vosotras…   
La cara de las mujeres cambió totalmente.  
– Vamos, no me digáis que no lo habéis hecho nunca, con lo zorras que sois seguro que habéis lamido corrida miles de veces… – Continuó el hombre, con una sonrisa en la cara.  
Las chicas se miraron, pero no se movieron…   
– ¿No os apetece estar limpitas? Está bien. Roco, los collares.  
Roco salió de la habitación y volvió con tres pequeños collares. Parecían collares de perro, pero tenían una pequeña cajita negra en un lado. Cada hombre le puso un collar a cada mujer que, excepto Miranda, no intentaron resistirse.  
– ¿Os gustan vuestros regalos? – El Oso hizo una pausa, como esperando a que respondieran – Tenéis que saber que no son unos collares normales. Son unos collares de chicas buenas… – Las mujeres se miraron entre ellas, asustadas. – Cuando no sois chicas buenas, pasa esto.  
El Oso apretó un botón y las tres chicas se retorcieron al instante de dolor. Una descarga eléctrica las azotó desde el collar, cuando paró, el Oso continuó hablando.  
– ¿Qué tal? ¿Os gusta? Pues eso es lo que pasará cada vez que desobedezcáis. Además, como veo que estáis muy unidas, me encargué de que los collares también lo estuvieran… Cada vez que dé a este botón, los tres collares se activarán, así, cada vez que hagáis algo mal, seréis responsables de que las demás sufran…  
Las tres mujeres estaban jadeando de sufrimiento, había sido una descarga durisima…    
– ¿A que estáis esperando, zorras? – Preguntó a Erika y Lorena – ¿Me vais a obligar a apretar el botón otra vez? 
Las dos chicas reaccionaron inmediatamente ante la amenaza, se incorporaron y se lanzaron la una hacia la otra. En unos segundos la lengua de Erika estaba recorriendo los pechos de Lorena, intentando recoger los restos de semen que allí había. Fué subiendo desde por el cuello, rozando su boca… Las chicas se estaban calentando… No era la primera vez que tenían sexo juntas… Cuando Erika acabó, terminó con un húmedo beso en la boca de Lorena. Entonces comenzó a lamer la pelirroja. 
Cuando acabaron de asearse, estaban las dos bastante cachondas. 
– Muy bien zorritas, tenéis que procurar estar limpitas para nosotros…  
El Piernas salió de la sala y volvió con una bolsa. Fué sacando ropa de allí y lanzándosela a cada una de las chicas. 
– Ahora vamos a jugar a un juego. – Comenzó el Oso. – Cada una váis a tener un rol en la casa. Vestíos con eso. 
Desataron a Miranda, le quitaron la mordaza de la boca e inmediatamente escupió el tanga de su hermana. La mirada que les dedicó a los hombres habría congelado el infierno… Pero aún con eso, obedeció. 
Las chicas comenzaron a coger la ropa que les habían tirado. Lo primero que vieron fue la ropa interior, sujetadores de copa baja, de encaje, un tanga minúsculo, un ligero y unas medias a medio muslo, todo de color negro.  Cada una tenía además unos zapatos de tacón negros también, de quince centímetros cada uno.  
La visión era espectacular. Las tres mujeres tenían un tipo envidiable, se notaba la experiencia en esas lides de Erika y Lorena, pero Miranda, aunque menos voluptuoso tenía un estupendo cuerpo atlético.  
Erika comenzó a coger prenda por prenda. Un disfraz de asistenta minúsculo, en el que la falda llegaba a media nalga, y la parte de arriba dejaba la espalda al aire y lo único que hacía era levantar las tetas y mostrarlas y una cofia y delantal.  
Lorena comenzó a ponerse las mismas prendas que Erika. Y Miranda se dispuso a hacer lo mismo, “Por lo menos ahora iré vestida, aunque sea con este disfraz…” Pensó, recordando el minúsculo delantal que la hacían llevar hasta ahora. Su sorpresa fue mayúscula cuando vió que ella no tenía la misma ropa que las demás…  
Un pequeño top con forro de peluche, unos calentadores para los pies con la misma tela, una especie de orejas pequeñitas y puntiagudas de perro para ponerse en la cabeza, un collar de perro y…  un rabo… unido a un pequeño aparato de plástico que pudo intuir donde iría puesto…  
– ¿Q-Qué es esto?  – Preguntó la detective.  
– ¿No te gusta? Como parece que no te gustaba ser nuestra sirvienta, te hemos buscado otra ocupación… Vas a ser la mascota de la casa.  
– ¿L-La mascota? – Balbuceó asustada.  
– ¿Estás sorda o que? Mascota. ¿Sabes lo que es eso? Un bicho que anda a cuatro patas y obedece a sus dueños. Eso es lo que vas a ser a partir de ahora.  
Miranda se quedó mirando su nuevo atuendo… ¿A cuatro patas? Debía estar bromeando… Aunque sabía perfectamente que esa gente no bromeaba…  
– ¿ A que esperas para ponértelo? – Preguntó el Oso, mientras agitaba el mando de los collares.  
La detective comenzó a vestirse… Hasta que se quedó con el rabo en la mano…  
– ¿No sabes que hacer con eso? No sabia que fueras tan tonta… Hasta un perro sabe donde lleva el rabo… – Los hombres se rieron de la ocurrencia de su jefe – Tú, pelirroja. Ayuda a la zorra esta a colocarse el rabo. ¿O tu tampoco sabes donde va?  
Lorena se acercó a su amiga, cogiendo el rabo de sus manos. Se situó tras ella… Y se quedó parada… Sabía que debía meterselo por el culo, pero no podía hacerlo. Miraba a Miranda con ojos asustados.  
Las tres chicas a la vez comenzaron a gritar. Lorena dejó caer el rabo y las tres cayeron al suelo, retorciéndose.  
– No voy a permitir dudas ante nuestras órdenes. – Dijo duramente el Oso. – Si una no obedece, todas sufrireis las consecuencias. Y ahora, ponle el rabo a esa perra si no quieres que siga jugando con el botón.  
Con lágrimas en los ojos, Lorena apartó el tanga de Miranda.  
– L-Lo siento… – Balbuceó mientras apretaba para introducirlo en el recto de la detective.  
Miranda cerró los ojos, recibiendo en silencio el intruso que entraba en su culo. Desde que estaba en esa casa, la habían sodomizado tantas veces que Lorena podría haberle metido la mano sin problemas…  
Las tres chicas estaban vestidas para asumir su nuevo rol en la casa. Las dos asistentas y la nueva mascota estaban espectaculares… Tres hembras preparadas para servir a esos hombres… Y a ellos se les hacía la boca agua, estaban deseando follarselas allí mismo pero, como ya habían hablado, tenían otras cosas preparadas.  
– Os imaginaís lo que vais a tener que hacer esta a partir de ahora en esta casa, ¿No? – Dijo el Oso, con una sonrisa en la cara.
Erika y Lorena se miraron, avergonzadas de como estaban vestidas y de pensar lo que vendría ahora. Miranda no levantaba la mirada del suelo… Ella era la mascota… No quería ni pensar lo que querrían que hiciese…
– ¿Qué pasa Miranda? ¿No estás contenta? – Preguntó el Oso. – Ah… Ya se lo que te pasa… Ahora eres una perrita… Y Miranda no es nombre de perrita… Chicos, ¿Qué os parece si le buscamos un nombre más acorde a su nuevo rol? – Los hombres asistieron. – ¿Te parece bien, Miranda? Te podemos llamar… ¡Missy! ¿Te gusta? 
La detective apartó la miró a otro lado, aquella humillación la superaba. Los hombres reían ante la ocurrencia de su jefe. 
– Y a vosotras, ¿Os gusta? – Preguntó, dirigiéndose a las nuevas sirvientas. Éstas agacharon la cabeza, evitando la mirada del hombre. – ¿Qué os pasa? ¿No vais a contestar? 
El Oso tocó ligeramente el botón de los collares,  lo suficiente para que las tres chicas se enderezaran con la descarga. 
– ¡Sí! ¡Sí! ¡Nos gusta! – Gritaron a la vez Erika y Lorena. 
– Eso está mejor… Pero… 
Las nuevas asistentas pusieron cara de terror… 
– Parece que necesitáis algo más que os recuerde cual es vuestro lugar… – Continuó el hombre, haciendo unas señas a sus secuaces. – Estos no tienen cola, pero servirán para la misma función… 
El Piernas y Roco se acercaron a ellas con dos plug anales y, obligandolas a inclinarse hacia delante, los introdujeron en sus culos sin miramientos. Erika todavía tenía el culo dilatado por la follada del Oso, pero Lorena no pudo evitar que se le escapase un grito de dolor. 
– Ahora ya estáis totalmente preparadas para vuestra nueva vida. – Dijo el jefe, satisfecho. – Vosotras dos, os ocupareis de las labores del hogar, y tu… Serás la mascota de la casa… 
El hombre se acercó a Miranda y la acarició el pelo. 
– ¿Cómo andan las mascotas, Missy? 
Miranda comenzó a llorar, cuando pensaba que habían tocado fondo con ella, veía que siempre la podían humillar un poco más. Lentamente, la detective comenzó a arrodillarse, mirando al suelo, sintiendo como aquellos hombres se regodeaban ante la situación en la que tenían a la mujer que hace no tanto tiempo pensaba meterles en la cárcel… 
– Eso es, buena chica, Missy. – El Oso la acariciaba como si estuviese premiando a un perro… Aunque, realmente, es lo que estaba haciendo. – Poco a poco iremos enseñándole truquitos… A dar la patitas, traernos las zapatillas y esas cosas. 
Los tres hombres rieron a carcajada limpia. 
– Creo que por hoy hemos terminado… Os dejaremos esta noche para que os adapteis. No penséis siquiera en escapar, los collares tienen un localizador y, si salís del edificio se activarán solos… 
Esa última frase acabo con las esperanzas de las chicas… No podrían salir de allí aunque tuvieran la oportunidad… 
Los hombres salieron de la habitación, cerrando la puerta y dejándolas allí, solas. 
Lorena rompió a llorar, y Erika se lanzó a abrazar a su hermana,  pero esta la apartó con el brazo. 
– ¿Por qué has venido? Con todo lo que hice para mantenerte al margen… 
– ¿Qué? – Erika no entendía nada. – T-Tu… Tu me pediste ayuda… 
– ¿Yo? 
– ¡Me escribiste una carta! Dijiste que no acudiese a la policía… Que estaban comprados… 
– Yo nunca hice eso… – Miranda estaba desolada. Esos hombres la habían engañado a ella y a Erika… – Y… ¿Lorena? 
La pelirroja no escuchaba, estaba llorando mientras asimilaba la situación en la que se encontraba. 
– No… No me veía con fuerzas de hacerlo sola… No tenía que pasar nada, solo tenia que quedarse esperando en el coche, pero esos hombres… 
Erika se echó a llorar también, y entonces su hermana si que fue a abrazarla y consolarla.
– No os preocupéis… Ahora estamos juntas… Y saldremos de aquí, ya lo veréis… 
 
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Relato erótico: “Sexo inesperado con una negrita en la playa” (POR GOLFO)

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Mi vida había quedado destrozada en una curva de la autopista de la Coruña. Curva en la que el destino qui
que Carmen, mi mujer, muriera en un desgraciado accidente.  La culpa no fue de nadie, ni siquiera de mi amada esposa. Si tuviera que nombrar a un responsable de su pérdida, tendría que acusar a la naturaleza por haber mandado una tromba de agua que la hiciera patinar.
Todavía recuerdo que la llamada de la Guardia Civil. Estaba trabajando como siempre en mi oficina cuando mi móvil sonó. Me fijé que era Carmen pero al contestar quien estaba al otro lado de la línea era un agente de tráfico que tras preguntarme qué relación me unía con la conductora de ese todoterreno, me comunicó su muerte.
Ni siquiera escuché la  explicación del percance. Mi mente estaba en otro lugar. En la pequeña cala donde la conocí hacía más de veinte años. Por entonces tanto ella como yo, éramos dos universitarios con ganas de comernos el mundo. Ese encuentro casual nos llevó a una primera cita y desde esa noche, nunca nos separamos.
Nos casamos a los cinco años de salir y tras un largo matrimonio, de pronto, me vi solo. Hundido y desesperado me hundí en una profunda depresión de la que me costó salir. Decidido a olvidar malbaraté mi casa, vendí mi empresa, me separé de mis amigos y dejé mi país.

Con el dinero conseguido bien invertido tendría suficiente para vivir sin preocuparme del mañana y cogiendo unas pocas pertenencias,  compré una pequeña finca en la República Dominicana. Allí alejado del pueblo más cercano unos cinco kilómetros, me convertí en un anacoreta. Sin vecinos y sin servicio, podían pasar días enteros sin que me cruzara con otra persona.

Encerrándome en mí mismo, mi vida que hasta entonces había sido la de un ejecutivo, se convirtió en un rutinario pasar de días. Al amanecer me despertaba y cogiendo una caña, me iba a uno de los tantos acantilados que había en la zona, donde perdía el tiempo pescando. Me daba igual si tenía o no éxito, con mi sustento asegurado, los peces que podía capturar eran un discreto pasatiempo que me podía permitir. Ya al medio día volvía a casa y tras revisar el riego automático de mi huerta, me hacía de comer. Tras el somero almuerzo, dormía la siesta y ya mediada la tarde, trabajaba un poco en el terreno para al anochecer cenar e irme a la cama. Mi único lujo consistía en una completa colección de películas que veía hasta quedarme dormido.
Solo rompía esa monotonía dos veces al mes, cuando dando un paseo iba hasta la aldea cercana donde me surtía en una tienda de abarrotes de todo lo que pudiese necesitar los siguientes quince días. Incluso en esas ocasiones, mantenía una estricta rutina; al entrar en esa especie de supermercado, saludaba a Doña Matilde, la dueña, seleccionaba lo que necesitaba de sus estantes y pagaba despidiéndome de la señora.
Os podrá parecer un completo aburrimiento de vida y tendréis razón, pero era eso exactamente lo que necesitaba porque al no tener que pensar en que hacer, cómo vestirme e incluso de qué hablar, me permitía sobrellevar mi pérdida.
Afortunadamente todo cambió, y digo afortunadamente porque el ser humano ha nacido para vivir en pareja, un día en el que mientras desayunaba oí a un helicóptero volando bajo junto a la playa. Molesto por el ruido que hacía con sus aspas, fui a ver qué ocurría.
Desde un montículo, observé cómo los policías de migración perseguían y capturaban uno a uno a unos haitianos. Reconozco que me indignó la forma tan brutal con la que los agentes los redujeron porque no contentos con inmovilizarlos en el suelo, una vez atados se dedicaron a mofarse de ellos.
El odio que los dominicanos sienten por sus vecinos viene de antiguo pero aún así me cabreó ver la paliza que recibieron por el mero hecho de ser ilegales.
“Pobre gente”, pensé y dándome la vuelta, reinicié mi rutina. Al fin y al cabo, no era mi puto problema.

Olvidándome  tanto de los agresores como de sus víctimas, entré en mi casa y tal y como llevaba haciendo dos años, me fui a pescar. Curiosamente ese día se me dio bien y al cabo de tres horas encaramado entre las rocas, volví con seis pargos en mi bolsa. Satisfecho por ese exiguo triunfo, entré en la cocina para descubrir que un animal había vaciado la basura en busca de alimento. Acostumbrado a las visitas frecuentes de lirones asilvestrados tenía la comida bajo llave y por eso pensé que había sido uno de esos bichos lo que se había comido los restos de mi desayuno. Siguiendo la hoja de ruta marcada desde que llegué a ese remoto lugar, limpié los pescados y los cociné mientras revisaba  si en la huerta había algo que recolectar.

Fue entonces cuando me percaté que el intruso era de dos patas, porque entre un par de lechugas encontré las huellas de un ser humano. El tamaño de sus pies me hizo pensar que el desdichado debía ser muy joven  y molesto por el destrozo que había hecho en el huerto, decidí darle un escarmiento. La verdad que en ese momento no me importó su valor, lo que realmente me jodió es que hubiera mancillado con su presencia mi morada.
Ya entraba a la casa cuando un ruido me confirmó que el infractor andaba cerca.
“Debe haber olido el pescado” me dije entrando en la casa.
Mientras daba cuenta de uno de los peces, pensé en lo sucedido y comprendí que debía hacerle saber que el blanquito cuarentón que vivía en esa casa no estaba en absoluto desvalido. Azuzado por el coraje, planeé como castigarle y por eso al terminar, cogí la pistola que me había vendido el jefe de policía local y escondiéndola bajo mi camisa, dejé mi morada como tantas tardes pero en esa ocasión. A los diez minutos desanduve mis pasos y aprovechando unos juncos que había en la parte trasera, volví a casa sin que nadie me viera.
Ya adentro me escondí en la alacena y esperé que el ladrón volviera. El sonido de unos pasos me avisó de su presencia. En cuanto abrió la puerta, disparé contra un saco de arroz porque no quería dañarle sino darle un susto.
¡Y vaya si se lo di!
El pobre tipo se tiró al suelo pidiéndome perdón. Lo que no esperaba es que en vez de ser un muchacho fuera una jovencita,  la persona que en francés me rogaba que no la matara.  
La juventud de la cría me desarmó y sabiendo que me había pasado dos pueblos traté de tranquilizarla. Desgraciadamente cuanto más lo intentaba, la negrita más nerviosa se ponía y solo atinaba a decir:
-Policía, no.
Comprendí su miedo al recordar el modo en que esos cabrones habían  tratado a sus compañeros de viaje por lo que levantándola del suelo, la obligué a sentarse en una silla. Ella al notar que le ponía las manos encima debió temerse lo peor porque completamente histérica, intentaba que la dejara ir.
El estado de la niña me obligó a tomar una medida de la que hoy en día sigo estando arrepentido. Tratando de calmarla le di un sonoro bofetón. Una vez quieta, la volví a sentar y abriendo el refrigerador le puse de comer.  Incapaz de contener su hambre, la morena se lanzó sobre el plato y en menos de dos minutos había dado cuenta del pargo.
Ese tiempo me permitió valorar en su justa medida las penurias que debía de haber pasado en su país para aventurarse a intentar buscar su futuro en un país que odiaba a sus vecinos.
“Pobre chavala”, me dije y viendo que seguía hambrienta, le serví otra ración.  En esa ocasión, comió más despacio. Observándola desde otra silla, me dí cuenta que no dejaba de mirar la pistola que tenía en mi cintura y por eso decidí esconderla a buen recaudo en un estante alto.
Una vez hubo terminado, me descubrió mirándola y acostumbrada a que, estando sola, de un hombre solo podía esperar que la forzara, malinterpretó mi mirada y creyéndose deseada, tapó con sus manos sus juveniles pechos. Su reacción me hizo sonreír y recordando el franchute aprendido en la escuela, soltando una carcajada, le dije:
-Ne vous inquiétez pas, je suis trop vieux pour vous.
Al escuchar que le decía que era demasiado viejo para ella y que no se preocupara, me miró como si fuera un extraterrestre. No tuve que quemarme el coco para comprender su extrañeza ya que en su cultura, una mujer era considerada como un instrumento con el que satisfacer las más bajas necesidades.
Sin llegar a creerme, dio un salto cuando me acerqué a ponerle un café. Muerto de risa, la dejé temblando mientras sacaba unas pastas de té para ella. Al entregarle un plato lleno de esas galletas,  olió una de ellas  tratando de averiguar si era comestible y ya convencida, devoró al menos media docena antes de quedarse satisfecha.
Una vez hubo acabado, cogí el revólver y abriendo la puerta, le mostré la salida. La cría al ver que era libre, salió corriendo dejándome solo. Encantado por haber hecho una buena obra, recogí los platos y tras meterlos en el lavavajillas, me fui a mi habitación a echarme la siesta.
Ya en la cama, me quedé profundamente dormido.
Debían ser más de las siete cuando desperté. Al salir de la cama, me sorprendió que en contra de lo que era habitual, mi casa estaba limpia. Comprendí que la muchacha había vuelto y queriendo pagar su deuda, había  recogido tanto el salón como la cocina.
“Pobrecilla” pensé y enternecido deseé que le fuera bien en el futuro.
Dafnée entra en mi vida.
Como tantas noches, dormí a pierna suelta sin importarme donde pasara la noche esa criatura. Al amanecer, desayuné y siguiendo la rutina de todos los días, cogí mi caña y salí a pescar, pero al salir de la casa me encontré a la negrita hecha un ovillo, durmiendo tirada en mitad del suelo del porche.
Compadecido, la cogí entre mis brazos y metiéndola en el salón, la deposité en el sofá. Era tal el cansancio acumulado por la chavala que ni siquiera se despertó al moverla.
“¡Esta helada!”, me dije al tocar su piel fría y cogiendo una manta, la tapé.
Tranquilo y fiándome de ella, la dejé descansando y emprendiendo nuevamente mi marcha, me fui al desfiladero que había convertido en mi sitio preferido para pescar. No sé si fue que durante toda la mañana no pude dejar de pensar en la negrita y en su futuro, pero lo cierto es que ese día me fue fatal y con las manos vacías, retorné molesto al medio día.
En el camino de vuelta, pensando en ella, descubrí sorprendido que en el fondo de mi corazón deseaba que al levantarse esa niña no hubiera desaparecido. Asimilando esa sinrazón, pensé que me estaba haciendo viejo y que necesitaba alguien al que cuidar.
“¡Es una mujer y no un perro!” exclamé cabreado al verme mimándola como si fuera mi hija.
Mis deseos se vieron realizados al llegar al montículo desde el cual se veía la casa. La negrita se había levantado y sin que yo se lo pidiese, se había puesto a trabajar en la huerta. Al llegar sin decirle nada, cociné un arroz con pollo y saliendo afuera, la llamé a comer diciendo:

Venez manger.

Mi rústico francés no fue óbice para que la negrita comprendiera y con una sonrisa en los labios, entró a lavarse las manos en el fregadero. Cuando se sentó en la mesa y sin nada que decir, se instaló entre nosotros un silencio brutal que tuve que romper preguntándole su nombre:
-Ma appel Dafnée- contestó avergonzada.
“Dafnée, bonito nombre”, me quedé pensando mientras la observaba. “No debe de tener mas de veinte años”, sentencié dándome cuenta que lo quisiera o no, el modo en que la miraba tenía poco de paternal.
Sabiendo que la doblaba los años, no pude dejar de admirar el bello cuerpo con el que la naturaleza había dotado a esa niña. La negrita ajena a estar siendo examinada por mí seguía comiendo sin levantar sus ojos del plato y solo cuando al dejarlo vacío se lo cogí para lavarlo, levantándose de un salto, me lo impidió.
Su expresión de angustia al hacerlo, me hizo comprender que quería pagarse su sustento de alguna forma por lo que contra mi costumbre, tuve que sentarme en el sofá mientras ella limpiaba tanto la vajilla que habíamos usado como la cocina. Sin otra cosa que hacer, desde el sillón, disimulando estuve mirándola mientras lo hacía.
“Es preciosa”, mascullé entre dientes al admirar el movimiento de su trasero al pasar la fregona.
La perfección de sus nalgas me hizo recordar los momentos de pasión que había disfrutado con mi difunta mujer y un tanto avergonzado intenté retirar mis ojos de ese par de cachetes, pero me resultó imposible.
“Menudo culo que tiene” admirado no fui capaz de no pensar cuando se agachó a coger un papel caído.
El destrozado pantaloncito que llevaba le quedaba tan justo que, como un maldito mirón, me quedé mirando cómo se le marcaban los labios de su sexo.
“¡Dios!” exclamé mentalmente al descubrir tamaña maravilla y olvidando toda cordura, la comí con los ojos ya excitado.
Al levantarse, sé que me descubrió porque al fijarse en el bulto que crecía insatisfecho bajo mi bragueta, puso cara de sorpresa pero curiosamente, tras ese desconcierto inicial, sonrió e hizo como si nada hubiese ocurrido. Hoy soy consciente que la necesidad le hizo hacerlo pero ese día me quedé perplejo al verla olvidarse de la fregona y arrodillándose en el suelo, se ponía a fregar con un trapo las baldosas de la cocina.
Tenerla allí, a escasos metros, meneando sin recato su pandero, me fue calentando de una manera tal que no queriendo hacer una tontería, no me quedó mas remedio que levantarme y salir a trabajar a la huerta. Al llegar hasta mi pequeña plantación, con disgusto descubrí que no tenía nada que hacer porque esa mañana Dafnée había retirado las malas hierbas e incluso había regado.
Sabiendo del peligro que suponía para un viejo como yo esa jovencita, decidí dar un paseo por los alrededores. Os tengo que reconocer que por mucho que intenté borrar de mi mente a la negrita, continuamente su recuerdo fregando volvía cada vez mas fuerte. Mi calentura era tal que al cabo de dos horas cuando retorné al hasta entonces tranquilo hogar, decidí darme una ducha fría para apagar el incendio que asolaba mi cuerpo.
Lo que no me imaginaba fue que la ducha fuera el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro soñé despierto que la negrita una noche venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama.
En mi mente, la vi abrir su negra boca y con su lengua transitar por mi sexo. Con mi pene ya totalmente erecto, me imaginé que se lo iba introduciendo lentamente en su garganta. Siguiendo el patrón lógico, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme pensando que era ella quien lo hacía. Los dos años que llevaba sin hacer el amor a una mujer tuvieron la culpa de que de improviso, mi extensión explotara regando con su semen toda la bañera. Todavía seguía eyaculando cuando un ruido me hizo levantar la mirada y acojonado descubrí a Dafnée espiándome desde la puerta.
Cortado por haber sido cazado haciéndome una paja, le grité que se fuera y la chavala al oír mi improperio, salió huyendo. Totalmente abochornado por haber sido tan idiota, salí a secarme y cerrando la puerta, decidí que nunca más me ducharía con ella abierta. Sin saber a qué atenerme, ya una vez seco y bien envuelto en la toalla, me fui a vestir. Mientras me ponía los pantalones, decidí que tenía que pedirle disculpas y por eso, mientras me abotonaba mi camisa, fui a buscarla.
La encontré limpiando el baño. Al verla recogiendo el agua que había tirado, me quedé callado en el pasillo. Fue entonces cuando sin saber que la estaba mirando, la negrita se agachó en la bañera y cogiendo entre sus dedos los restos blancuzcos de mi lefa, se los llevó a la boca y se puso a lamerlos.  Os juro que nunca había visto nada tan erótico pero oxidado como estaba, no fui capaz de decir nada y con la imagen de esa cría devorando mi semen, salí huyendo de la casa.
Ya en la playa, me senté y me puse a cavilar en lo que había visto. Después de pensarlo y como me parecía imposible que una niña se sintiera excitada por un maduro como yo, llegué a la conclusión que lo que había observado era la curiosidad innata de una cría que quería saber si el semen de un blanco sabía igual que el de un negro.
Aunque os parezca imposible, llegué a creerme esa tontería y ya más tranquilo, al cabo de las dos horas volví. Para entonces Dafnée había dejado mi pequeña morada como los chorros del oro. Reluciente y en un estado que me recordó cuando la compré, olía a limpio.
Sin nada que objetar, me la encontré sentada mirando la tele. La negrita había sacado un DVD del estante y estaba viendo una vieja película en blanco y negro. Reconocí enseguida que era un folletín romántico. Lo que no me esperaba fue que tal y como había visto hacer a la protagonista y en perfecto español, al oírme entrar se levantara y me plantara un beso en la mejilla diciendo:
-¡Qué bueno que llegaste de la oficina! ¡Tu mujercita te ha echado de menos!
Al principio tardé en reaccionar pero tras pensarlo dos veces, solté una carcajada al comprender que se lo había aprendido como un papagayo y me lo había soltado sin comprender la frase con el único objetivo de complacerme. En ese momento no supe interpretar su felicidad y menos la resolución que leí en sus ojos, aunque pasado el tiempo la propia Dafnée me explicó que esa mañana al despertar en el sofá supo que su anfitrión era un hombre bueno pero que al verme desnudo en la ducha, mi cuerpo junto con el color de mi piel la excitaron tanto que supo que no debía dejarme escapar.
Volviendo a esa tarde, la cara de alegría de la niña me cambió de humor y viendo que aunque no lo habíamos hablado, había asumido que se podía quedar viviendo conmigo, le dije:
-Hora del baño- y sin darle tiempo a reaccionar, me la cargué a cuestas y dejándola en el baño, cogí una camiseta vieja y se la di diciendo: -Dúchate.
Dafnée que no era tonta, cazó al vuelo mi deseo y antes que me fuera de allí, se empezó a desnudar. Rojo como un tomate, salí rumbo al salón y una vez en él, me puse una copa para tratar de dar sentido al reproche que vi en su rostro al marcharme del baño.
-¡No puede ser que quisiera que la mirara ducharse!-  extrañado  pensé mientras daba el primer sorbo: -Soy un viejo verde que se imagina cosas.
Esa fue la primera de varias copas, cuanto más meditaba en ello menos comprendía su actitud. La negrita tardó media hora en salir. Mientras yo bebía tratando de olvidar, sus risas al jugar con el agua me lo hicieron totalmente imposible pero fue cuando con el pelo mojado y vestida únicamente con la camisa que le había prestado cuando comprendí que estaba bien jodido ya que lo primero que hizo esa muchacha fue abrazarme, dándome las gracias para acto seguido, llevarme a la cocina y preguntarme:
-Puis-je cuisiner?
El impacto que me produjo sentir sus dos juveniles  pezones contra mi pecho me había dejado totalmente paralizado y por eso tardé en comprender que quería cocinar para mí. Asintiendo con la cabeza, me dejé caer sobre una silla y babeando me quedé mirando como preparaba nuestra cena.

Me consta que esa criatura fue consciente en todo momento de la atracción que producía en mí pero lejos de molestarse, hizo todo lo posible para lucirse. El colmo de su exhibicionismo llegó cuando viendo que me había terminado la copa, la fue a rellenar al salón. Al volver y dármela, se agachó dejándome admirar a través del escote, las maravillosas y negrísimas tetas que la chavala tenía.

 

Sonriendo de oreja a oreja, cogió unas de mis manos y las llevó hasta sus pechos. Os juro que aunque no era mi intención, acaricié esos dos portentos durante un momento antes de escandalizado por mi comportamiento, decirle en voz alta:
-Puedo ser tu padre.
Al quedárseme mirando con gesto atónito, decidí decírselo en francés:
Je peux être ton père.
La respuesta de la muchacha me sorprendió nuevamente porque volviendo hasta la estufa y mientras se ponía a cocinar, me dijo:
-Vous n’êtes pas mon père, tu es mon mari.
-¡Estás loca!- solté casi gritando al comprender que me había contestado que no era su viejo sino su marido
Mi exabrupto no hizo mella en ella y cantando alegremente mientras freía unos filetes, me dejó claro que le había entrado por un oído y le había salido por el otro mi contestación. 
Lo prudente debía haber sido haberme ido de ahí pero no pude levantarme Parecía como si algo me atara a esa silla y más excitado de lo que me gustaría reconocer, me quedé contemplando su belleza. Para entonces mi entrega era casi total, disfrutando como un adolescente me puse a admirar sus largas piernas mientras me imaginaba como sería sentir su piel juvenil contra mi cuerpo.
Dafnée debió de adivinar mis pensamientos, porque cogiendo un delantal, se lo ató a la cintura dejando al aire parte de su trasero. Absolutamente absorto en ella, me encantó descubrir que no llevaba bragas y ya totalmente excitado, examiné con mi mirada su rotundo trasero.
“¡Esta buenísima!”, reconocí al observar que aunque no estaba depilada, su sexo parecía en de una niña recién salida de la adolescencia por la exigua mata de pelos que lo decoraba.
Y por primera vez desde la muerte de Carmen, deseé a una mujer.
Lo peor de todo no fue que esa cría me atrajera con un deseo animal difícil de contener, sino que al mirarla lo que más deseaba era protegerla de la vida que hasta entonces había tenido.
Todavía estaba cavilando sobre el alcance de mis emociones cuando la negrita terminó de cocinar y llevándome hasta la mesa, en vez de sentarse en una silla, usó mis rodillas como asiento. Al sentir su duro culo contra mis muslos, me creí morir de deseo pero venciendo las ganas de tumbarla sobre la mesa y follármela, me quedé quieto.
La chavala al ver que no actuaba como había previsto, se lo tomó a risa y como si fuera un juego empezó a darme de comer en la boca mientras me decía:
Je vais toujours prendre soin.mon amour.
Anonadado, traduje sus palabras:
“Pienso cuidarte siempre, mi amor”
Esa frase me indujo a cogerle del pelo y acercando mi boca a ella, plantarle un beso suave. La negrita disfrutando de su victoria, me respondió con pasión y pasando una pierna sobre las mías se sentó a horcajadas mientras me besaba. La dulzura con la que me abrazó y mimó, no fue óbice para que mi miembro se alzara como hacía años que no ocurría y Dafnée al notar la presión que ejercía contra su sexo, se puso a frotarlo contra mí intentando forzar mi ya más que excitado pene.
Contagiándose de mi calentura, la negrita se quitó la camiseta dejando su torso al aire. Su desnudez lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a mamar como un niño mientras la chavala no paraba de gemir. Producto de la excitación que asolaba su cuerpo esta bañó mis pantalones con su flujo incluso antes que bajando por su mano me desabrochase la bragueta.
Al sacar mi aparato comprendí que si quería satisfacer a una jovencita debía hacer mucho más y por eso, la tumbé en la mesa. Dafnée se quejó pero dejó que le separara las rodillas y contemplara por primera vez sin impedimento alguno, su vulva.
Como un garañón experimentado, me entretuve besando sus piernas mientras la negrita me rogaba que la tomara. Haciendo oídos sordos a su súplica, proseguí lentamente lamiendo sus muslos con sus gemidos como música de fondo. Centímetro a centímetro me fui acercando a mi meta… La lentitud con la que la recorría su piel, convirtió su necesidad en locura y pegando un grito, se empezó a pellizcar los pezones con fuerza.
– ¡Faire l’amour!- aulló al  notar que mi lengua se aproximaba a su sexo.
Su excitación fue tal que en cuanto mi apéndice tocó su clítoris, se corrió dando gritos. Acostumbrado a la templanza de mi difunta esposa, el orgasmo de esa cría me dejó perplejo y más al observar que desde el interior de su sexo brotaba un riachuelo de flujo. Estimulado por su entrega, usé mi lengua a modo de cuchara y me puse a saborear el producto de su lujuria. Mi pertinaz cabezonería en disfrutar de ese manjar consiguió que la niña encadenara un clímax con el siguiente sin parar de berrear.
Por mucho que intenté secar ese manantial, me resultó imposible. Cuanto más bebía, más manaba y por eso decidido a que experimentara algo mejor que un polvo rápido, usé dos de mis dedos para penetrarla.  Aunque llevaba una eternidad sin acariciar a una mujer, conseguí que Dafnée se retorciera sobre la mesa presa de placer. Metiendo y sacando mis yemas de su coño, elevé su calentura hasta extremos inimaginables y solo cuando con lágrimas en los ojos, me rogó que parara, me compadecí de ella y pegándole un suave azote, le pregunté si nos íbamos a la cama.
La cara de la negrita me hablo de deseo y depositándola sobre la cama, me empecé a desnudar.  Tumbada y desnuda sobre las sábanas, me llamó a su lado. La visión de ese bombón pidiendo guerra fue un estímulo al que no pude decir que no y mientras ella se pellizcaba los pezones intentando forzar la rapidez con la que me desnudaba, decidí que ya era hora de satisfacer a mi pene.
No sé si era lo habitual en su pueblo pero en cuanto me vio desnudo a su lado, se puso a cuatro patas y sin más prolegómeno, me rogó que la tomara diciendo:
-Je suis à vous-
Al oír de su boca decirme que era mía, no me pude contener y sin más prolegómeno, se la metí hasta el fondo. La cría aulló al sentir su sexo forzado por mi pene pero en vez de separarse, se quedó quieta mientras trataba de relajarse. Azuzado por mi propia excitación no se lo permití y sin más comencé a cabalgarla. No tardé en escuchar nuevamente sus gemidos y ya hecho un energúmeno, seguí machacando su sexo cada vez con mayor intensidad.
Presa de unos bríos que no recordaba haber tenido, dándole un azote, le exigí que se moviera.
-¡Mon Dieu!- gritó con una alegría desbordante.
La ruda caricia la transformó y como una loca, empezó a gemir de placer cada vez que con mi mano azuzaba su trasero. Totalmente descompuesta, disfrutó de cada una de esos azotes con una intensidad tal, que al cabo de unos minutos y pegando enormes berridos, era ella quien me pedía más moviendo sus caderas.
Con la cara desencajada y costándole respirar, me soltó:
– Je veux un enfant de toi.
Alucinado entendí que esa criatura me pedía que le hiciera un hijo al sentir el placer que estaba asolando tanto su coño como su culo. Incrementando la velocidad de mis ataques, la cogí de su melena y usando su pelo como  riendas, continué cabalgando a mi montura mientras ella no paraba de disfrutar.

La nueva postura despertó su lado animal y convertida en una hembra en manos de su macho, bramó a los cuatro vientos el gozo que la dominaba. La negrita no tardó en notar como la tensión se iba concentrando en su interior y entonces mientras las gotas de sudor caían por sus pechos, pegó un último gemido antes de correrse con mi pene entre sus piernas.

 

Ese segundo orgasmo fue tan intenso que dejándose caer, cayó desplomada sobre el colchón. Su caída me llevó con ella y mi verga se clavó por entera en su interior. Dafnée al sentir la presión de mi glande contra la pared de su vagina, aulló como una loba y con renovadas fuerzas convirtió su culo en una ordeñadora. Agotado en parte pero sobre todo satisfecho de haberla hecho gozar, me dejé llevar derramando mi simiente en su interior.
La muchacha disfrutó como una posesa al sentir mi eyaculación rellenando su conducto y tras dejarme seco con suaves movimientos de su cuerpo, se puso a llorar de alegría mientras su cuerpo se retorcía con los últimos estertores de placer.
Sin llegar a comprender los motivos de su llanto, la dejé descansar. Al cabo de unos minutos, una vez repuesta, se pegó a mí y cogiendo mis manos las puso sobre su pecho diciendo:
-Vous êtes mon mari et je suis votre femme.
La seguridad que descubrí en sus ojos al decirme que yo era su marido y ella mi mujer, me hizo comprender que iba en serio. Cualquier otro se hubiese escandalizado pero yo no y soltando una carcajada acaricié su culo, mientras le preguntaba en francés:
-Cuándo dices que eres mía, ¿Eso incluye tu trasero?.
Muerta de risa, agarró uno de mis dedos y antes de que pudiera adivinar que iba a hacer, se lo metió en el ojete diciendo:
– Mon corps est à toi.
No solo fue de palabra. Al introducirse mi yema en su culo me dejó claro que todo su cuerpo era mío y disfrutando por anticipado de los años de felicidad y sexo que compartiría con esa morena, la besé sabiendo que en cuanto descansara mi maltrecho pene, iba a hacer uso de esa parte de su anatomía que tan feliz me ofrecía.
 

“La enfermera de mi madre y su gemela” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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Sinopsis:

El precoz desarrollo de Alzheimer en mi madre me obligó a buscar una persona que me ayudara. Cuando más desesperado estaba por no hallar alguien de mi gusto, un compañero de trabajo me recomienda a su prima como enfermera.
Sin tenerlas toda conmigo, concierto una entrevista con ella y para mi sorpresa, resulta ser una joven recién salida de la universidad. Aunque su juventud me echaba para atrás, la urgencia de obtener ayuda me hace contratarla sin saber que la presencia de esa rubia en mi casa me iba a cambiar la vida para siempre.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
1

La vejez es una mierda. Si ya de por sí cuando llegas a una determinada edad es angustioso sentir que vas perdiendo facultades, más aún lo es cuando la persona que se va viendo disminuida es alguien al que quieres. Eso es lo que le ocurrió a mi madre siendo todavía muy joven.
Habiendo sido toda su vida una persona activa e inteligente, de improviso cuando tenía solamente cincuenta y tantos años se vio afectada por el alzhéimer. Al principio, eran pequeños despistes sin importancia que ella misma achacaba al estrés. Esa explicación se la creyó incluso ella durante unos meses ya que como estaba en la fase inicial, siguió con su vida y su trabajo sin disminuir el ritmo.
Desgraciadamente, la enfermedad poco a poco fue deteriorando sus facultades hasta un punto que se fue recluyendo paulatinamente en su interior. Por mi parte, con treinta años, soltero y con un trabajo que me absorbía mi tiempo, no quise o no pude verlo. Sé que no es excusa, pero entre mis ligues, mis viajes y mis amigos no fui consciente hasta que una madrugada mientras estaba de cachondeo recibí la llamada de un extraño, el cual, tras identificarse como policía, me explicó que la habían hallado totalmente desorientada en mitad de la gran vía. Por lo visto su estado era tal que no tuvieron más remedio que llevarla a un hospital y revisar su móvil para localizar el teléfono de un familiar. Como comprenderéis, me quedé acojonado y dándole las gracias, acudí en su ayuda.
Al llegar a la clínica, directamente pedí verla. El médico de guardia tras comprobar que era su hijo me preguntó cuánto tiempo llevaba con alzhéimer.
―Mi madre no tiene esa enfermedad― respondí irritado.
El facultativo comprendió que vivía en la inopia y sin entrar en discusión, me dejó entrar a su habitación. Si la expresión de locura de mi progenitora ya era bastante para asustarme, lo que realmente me aterró fue que al verme me confundiera con mi padre.
―Mamá, papá lleva muerto diez años― respondí con tono suave.
Al escucharlo mi madre, soltó una carcajada y dirigiéndose a la enfermera que tenía a su lado, le soltó:
―No le dije que mi novio era muy bromista.
Su respuesta me desmoralizó y reconociendo por primera vez el problema, fui a disculparme con el médico y a pedirle consejo. Ese tipo de situación debía ser algo habitual porque sin aceptar mis disculpas, me explicó que a buen seguro en un par de días recobraría la conciencia pero que eso no era óbice para que esa enfermedad siguiera su curso.
Atentamente, escuché sus consejos durante media hora cada vez más destrozado…

2

Tal y como me había anticipado, a la mañana siguiente al despertarse mi madre era otra vez la mujer de siempre pero no se acordaba de nada. Por eso al amanecer en la cama de un hospital conmigo dormido en el sofá de al lado, me preguntó que hacía ella allí.
―Mamá tenemos que hablar…― respondí y con el corazón encogido de dolor, le informé no solo de cómo había perdido la cabeza la noche anterior sino también de la cruel sentencia que el destino le tenía reservado.
Fue entonces cuando demostrando una serenidad que yo no hubiera tenido me confesó que se lo temía y que si no me había dicho nada era porque antes de hacerlo quería dejar las cosas bien atadas.
― ¿A qué te refieres? ― pregunté.
Con la mente totalmente clara, me contó que estaba cerrando la venta de su negocio y que de ir las cosas como tenía previstas, en menos de una semana, se desharía de él. Comprendí y sobre todo aprecié el valor con el que afrontaba su futura demencia y con todo el dolor del mundo le prometí mi ayuda….
Los hechos posteriores se desarrollaron a una velocidad endiablada debido en gran parte a su juventud. Su edad lejos de ser un obstáculo para el avance de su enfermedad, lo aceleró y por eso, aunque en un principio, me bastaba yo solo para cuidarla a raíz de que casi quemara la casa no me quedó más remedio que plantearme otras soluciones.
Reconozco que pensé en internarla, pero el día que fui a visitar un asilo que me habían recomendado, se me cayó el alma a los suelos al ver a los residentes de ese lugar y como mi madre me había dejado una fortuna decidí que la tendría en casa todo el tiempo que pudiera.
Durante dos semanas busqué algún candidato o candidata que se quedara con ella mientras yo no estaba. Lo que en teoría debía resultar sencillo se convirtió en una odisea porque el que no era un gordo apestoso, era una geta que no me generaba ninguna confianza. El azar quiso que una mañana, un compañero del curro al oír mi problema me dijera:
― ¿Por qué no entrevistas a mi prima? Es enfermera geriátrica y te saldrá barata ya que como no ha conseguido trabajo, se ha tenido que volver al pueblo.
Confieso que, si bien no me hacía gracia contratar a alguien emparentado con él, la urgencia hizo que me asiera a su sugerencia como el que se agarra a un clavo hirviendo y acepté conversar con ella, sin darle mayores esperanzas.
Debido a que su pueblo estaba lejos de Madrid, quedé que a los dos días la recibiría. ¡Malditos dos días! En esas cuarenta y ocho horas, mi madre se cayó en la ducha, se rompió la pierna y perdió la poca conexión con la realidad que le quedaba. Por eso, tuve que pedir un anticipo de mis vacaciones para estar con ella.
La mañana que conocí a Irene, estaba con los nervios a flor de piel. Todo era un mundo para mí y reconozco que estaba totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Mientras la esperaba sentado en mi salón, no podía dejar de pensar en que quizás tendría que finalmente internar a mi pobre madre en un asilo. Para colmo cuando llegó y tocó a mi puerta, me encontré que la muchacha era una cría.
«¡No me jodas!», pensé al ver que era una rubita con cara de niña buena, «¡Si acaba de salir del colegio!».
Afortunadamente durante la entrevista, Irene demostró ser una persona con la cabeza bien amueblada y agradable que de forma rápida consiguió cambiar mi primera impresión. Cómo además sus pretensiones económicas eran bajas y al no tener donde vivir, se quedaría en casa, me terminó de convencer porque así me aseguraba un servicio 24 horas. Tras una breve discusión llegamos al acuerdo que sus días libres coincidirían con los míos por lo que cerré con un apretón de manos el trato.
La alegría que demostró al ser contratada me hizo casi arrepentirme de la decisión. Comportándose como una adolescente, empezó a pegar saltos chillando mientras me agradecía el hecho de no tener que volver al pueblo.
― ¿Cuándo puedes empezar? ― pregunté creyendo que me diría que en un par de días y con la idea de usar ese tiempo en buscar a otra.
―Hoy mismo, en dos horas. Solo tengo que recoger mi ropa de casa de mi primo…
3

A la mañana siguiente cuando desperté el recuerdo de cómo había dejado llevar pensando en ella, me golpeó con fiereza. Con la luz del día mi actuación me resultó repulsiva y carente de toda lógica, teniendo en cuenta no solo nuestra diferencia de edad sino el hecho de que esa niñata era la enfermera. Asumiendo que cualquier acercamiento por mi parte terminaría en fracaso y sin nadie que se ocupase de mi madre, decidí no volver a cometer ese error y con ello en mi mente, me levanté al baño.
Al ser temprano, no tenía prisa y con ganas de relajarme, llené la bañera y me metí en ella. El agua caliente me adormeció y sin darme cuenta Irene volvió a mi mente. Rememorando lo soñado, involuntariamente mi pene se alzó sobre la espuma, como muestra clara que por mucho que lo intentara esa mujercita me tenía alborotado. Afortunadamente el sopor me impidió pajearme porque si no hubiera sido todavía más humillante la pillada que esa bebé me dio.
Estaba con los ojos cerrados luchando con las ganas de coger mi polla y darle uso cuando de pronto escuché:
―Señor, le he traído un café y el periódico. ¿Quiere que se lo lea?
Mi sorpresa fue total porque al abrirlos, me encontré con esa chavala sentada en una silla, mirándome. Me quedé paralizado cuando extendiendo su brazo me dio la taza como si nada.
― ¡Estoy en pelotas! ― grité mientras usaba una mano para tapar mis vergüenzas.
La muchacha, sin darle importancia, me contestó:
―Por eso no se preocupe, además de enfermera tengo cinco hermanos y no me voy a escandalizar por ver a un hombre desnudo― pero al ver la mirada asesina con la que le regalé, decidió dejarme solo.
«¡No me puedo creer que haya entrado sin llamar!», pensé de muy mala leche, «¡Esta tía se ha pasado dos pueblos!».
Indignado hasta decir basta, me terminé el puto café y saliendo del baño, entré en mi habitación para descubrir que esa cretina me había hecho la cama. Que hubiera asumido que podía arrogarse también esa función acabó por sacarme de las casillas y vistiéndome, resolví montarle una bronca, aunque eso significara quedarme sin sus servicios.
El destino quiso que, al llegar a la cocina, estuviera dando de desayunar a mi madre y sabiendo cómo le alteraban los gritos, tuve que contenerme y decirle en voz baja:
―Irene, tenemos que hablar.
La muchacha levantó su mirada al oírme y con una sonrisa, contestó:
―Ya sé que debía haberle preguntado, pero al ver que las sabanas estaban llenas de manchas blancas, me pareció lógico el cambiarlas.
Saber que esa chavala había descubierto los restos de mi corrida, me llenó de cobardía y sin los arrestos suficientes para encararme con ella, me di la vuelta y salí de casa, pero no lo suficientemente rápido para que no llegara a mis oídos que Irene le decía a mi vieja:
―Menos mal que he llegado a esta casa, no comprendo cómo han podido vivir ustedes solos sin nadie que los cuidara.
Ya en el coche y mientras pensaba en lo ocurrido, resolví:
«¡Me tengo que librar de esta loca!».
La rutina del día a día y el cúmulo de trabajo que se agolpaba sobre mi mesa consiguieron hacerme olvidar momentáneamente del problemón que me esperaba cuando volviera del curro. Durante todo el día la actividad me mantuvo ocupado, de manera que no fue hasta las siete de la tarde cuando recordé que esa noche tendría que poner las maletas de esa niña en la calle.
Si ya no tenía ninguna duda de que tenía que echarla, fue su primo quien me hiciera ratificarme aún más en esa decisión al decirme:
―Por cierto, Alberto, esta mañana me llamó Irene y me contó lo feliz que estaba viviendo en tu casa ya que tu madre es un encanto y tú todo un caballero.
Mi cara de alucine debió ser tan rotunda que muerto de risa me comentó que, tomándole el pelo, le soltó que no se fiara porque tenía fama de Don Juan y que ella al oírlo, se había indignado y que le había colgado el teléfono, contestando:
―No te permito que hables así de mi jefe.
En ese momento, no supe con quién estaba más cabreado si con su primo por ser tan indiscreto o con ella por su absurdo comportamiento. La actitud que había demostrado esa chavala revelaba un sentimiento de propiedad que nada tenía que ver con la debida fidelidad a quién le paga sino más bien con un enfermizo modo de ver nuestra relación laboral.
Os reconozco que cuando encendí mi coche, estaba tan furibundo que, de habérmela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de mi chalé sin más contemplaciones. Afortunadamente para ella, la media hora que tardé en llegar me sirvió para tranquilizarme y por eso al cruzar la puerta pude escuchar unas risas que provenían del salón.
Ese sonido tan normal por otros lares me resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido mi hogar. Extrañado e incrédulo por igual, me acerqué a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrí a mi madre chillando de gusto y a Irene haciéndole cosquillas. Esa escena que en otro momento me hubiese enternecido, me dejó paralizado por la indumentaria de la muchacha.
«¡No puede ser verdad!», rumié entre dientes al percatarme que Irene llevaba puesto un uniforme nuevo y que este al contrario del anterior no podía ser más sugerente.
Desde mi ángulo de visión, el exiguo tamaño de su vestido rosa me dejaba observar en su plenitud dos maravillosas nalgas apenas cubiertas por una tanguita azul. Si ya eso era un cambio brutal, más aún lo fue ver que como complemento, la cría se había puesto unas medias con liguero. Si queréis que defina ese traje, parecía el disfraz que llevaría una stripper encima de un escenario. Mientras babeaba admirando su belleza, Irene no paraba de jugar con mi madre sin percatarse del extenso escrutinio al que la estaba sometiendo.
«Parece una puta cara», sentencié bastante molesto por el modelito y alzando la voz, dije:
―Buenas noches.
La niñata al escucharme, se levantó del suelo y corriendo hacia mí con una sonrisa, me soltó:
―Señor, ¿Le gusta mi nuevo uniforme?
Os juro que al verla de pie y descubrir que su tremendo escote me dejaba ver sin disimulo el sujetador de encaje, provocó que tuviese que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarme allí mirándole las tetas. Retomando mi cabreo, contesté:
―No, me recuerdas con él a una zorra que pagué.
Mi ruda respuesta la dejó paralizada y con lágrimas en los ojos, me preguntó qué era lo que no me gustaba. Fue entonces cuando cometí quizás el mayor acierto de mi vida porque acercándome a ella, con dureza, respondí:
― ¿No te das cuenta de que soy un hombre y que con él estás declarándome la guerra? ― para recalcar mis palabras, manoseé sus nalgas mientras le decía: ―Da la impresión de que lo que deseas es que te follé.
Si bien era previsible que Irene se echara a llorar, lo que no lo fue tanto fue que al sentir la tersura de su piel se despertara el animal que tenía dentro y aprovechando que estaba de frente a mí, perdiendo la cabeza, desgarrara su vestido dejándola medio desnuda.
―Si quieres que te trate así, ¡No te lo pongas!
Al observar el pánico en sus ojos, me tranquilicé y dándome la vuelta me fui a mi habitación. Ya solo, el maldito enano que todos tenemos en la mente me echó en cara mi conducta:
«Eres un hijo de puta. ¡Pobre niña!», machaconamente mi conciencia perturbó mi ánimo.
Mis remordimientos fueron en alza hasta que, al no poderlos aguantar, decidí ir a pedirle excusas. Pensando que la chavala estaría haciendo la maleta, me dirigí a su habitación y aunque no la encontré, si me topé con el otro uniforme que se había comprado. Si el primero era escandaloso, este segundo era aún peor porque era totalmente transparente. Al examinarlo bien, descubrí que me había equivocado porque a la altura de donde debían ir sus pechos cuando se lo pusiera, dos cruces rojas taparían sus pezones.
Comprenderéis e incluso aceptaréis que, al imaginarme a Irene con semejante vestimenta, me excitara y tratando de analizar esa conducta, caí en la cuenta de que la única explicación posible era… ¡Que esa cría tuviera alma de sumisa!
Ese descubrimiento quedó confirmado cuando bajé a la cocina y me encontré con la rubia en sujetador y tanga. Todavía sin tenerlas conmigo quise corroborar mis sospechas y por eso le pregunté por qué andaba así. Su respuesta lo dejó clarísimo:
―Usted me lo ordenó― su tono seguro era el de alguien que no había cometido ningún error.
Al someter su contestación a un somero estudio, supe que no había equívoco y que esa cría al aceptar trabajar en mi casa había asumido que sería enfermera, chacha y esclava para todo. Deseando revalidar ese extremo, la llevé al salón y sentándome en el sofá, le ordené que se arrodillara a mis pies. La sonrisa que leí en sus labios mientras obedecía, me demostró que aceptaba de buen grado ese estatus.
Confieso que me calentó verla adoptando esa posición tan servil y forzando su entrega, le pregunté:
― ¿Quién eres?
Mi interrogatorio la destanteó y bajando su mirada, respondió:
―Su enfermera.
Al escucharla, solté una carcajada y tomando uno de sus pechos en mis manos, repetí mientras le daba un pellizco en el pezón:
―Te he preguntado quién eres, ¡No quién aparentas ser!
El gemido que surgió de su garganta fue lo suficientemente elocuente, pero, aun así, esperé su contestación. La cría con rubor en sus mejillas me miró diciendo:
―Nadie, no soy nadie. Una esclava solo tiene derecho a ser eso, una esclava.
Usando entonces mi nuevo poder, le ordené que se desnudara. Irene que obedeció desabrochó su sujetador y lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
―Acércate.
La mujercita se arrodilló y gateando llegó hasta mi lado, esperó mis órdenes.
―Aquí estoy, amo―, escuché que me decía.
―No te he dado permiso de hablar― la recriminé. ―Date la vuelta y muéstrame tu culo.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad y satisfecho, le di un azote y le exigí que me exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi aprobación.
― ¡Qué belleza! ― complacido exclamé al comprobar que lo llevaba completamente depilado. ―Separa tus labios― ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Forzando su deseo, le di la vuelta y bajándome la bragueta, la senté en mis rodillas mientras tanteaba con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y asumiendo que deseaba tomarla por detrás, forzó la penetración con un movimiento de su trasero. Cómo mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, le pregunté:
― ¿Por qué tienes el culo dilatado?
Muerta de vergüenza y con la respiración entrecortada, me respondió:
―Me he pasado toda la tarde con un estimulador anal, soñando con esto.
Su confesión me hizo preguntar qué más planes tenía preparados antes de que yo llegara. La muy puta comenzó a moverse, cabalgando sobre mi pene, mientras me decía:
―Pensaba que, si con ese uniforme no me follaba, meterme esta noche en su cama.
El descaro que mostró me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo empalándola a cada paso. Sus alargados gemidos fueron una muestra clara que estaba disfrutando por lo que, acelerando mis movimientos, cogí sus pechos entre mis manos. Mi nuevo ritmo le puso frenética y berreando de placer, gritó:
― ¡Supe que sería suya en cuanto lo vi!
Para entonces mi lujuria era tal que, cambiándola de postura, la puse a cuatro patas sobre el sofá y reanudé con mayor énfasis el asalto sobre su culo. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo mi trotar en un desbocado galope donde Irene no dejaba de gritar.
―Por favor, amo. ¡No deje de usar a su puta!
Contesté su total sumisión con un fuerte azote. La rubita al sentirlo aulló descompuesta:
― ¡Me encanta!
Su alarido me azuzó y alternando de una nalga a otra, le fui propinando duras cachetadas siguiendo el compás con el sacaba mi pene de su interior. El salón se llenó de una peculiar sinfonía de gemidos, azotes y suspiros que incrementó aún más nuestra lujuria. Irene ya tenía el culo completamente rojo cuando se dejó caer sobre el diván, presa de los síntomas de un brutal orgasmo. Fue impresionante ver a esa chavalita, temblando de dicha mientras se comportaba como una mujer sedienta de sexo.
― ¡Amo! ¡No pare! ― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió la mesura y berreando como cierva en celo, se corrió mientras de su sexo brotaba un geiser que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando viéndola satisfecha, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su ojete mientras la rubita no dejaba de aullar desesperada. No tardé en verter mi gozo en el interior de sus intestinos. Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. Mi nueva amante me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado diciendo:
―Siempre soñé con tener un dueño.
Os parecerá hipócrita, pero estaba contento por no haberla echado y aun sabiendo que la había contratado para realizar otra tarea, esa cría no solo había cubierto mis expectativas, sino que me había ayudado a reconocer mi lado dominante. Por eso, cargándola, la llevé hasta mi cama y depositándola sobre las sabanas, riendo contesté:
―En cambio, yo nunca deseé una sumisa.
Asustada por que fuera a prescindir de ella, me imploró que no lo hiciera. Soltando una carcajada, la tranquilicé diciendo:
―Pero ahora que te he encontrado, ¡No pienso perderte!

4

Llevaba casi seis meses conmigo y como siempre, mi enfermera, chacha y sierva dormía plácidamente a mi lado cuando me desperté. Aprovechándolo, usé su dormitar para observarla. Su belleza casi infantil se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Reconozco que entonces y hoy en día, es un placer espiar sus largas piernas perfectamente contorneadas, su cadera de avispa, su vientre liso y sobre todo sus hinchados pechos.
«¡Está buenísima!», pensé satisfecho aun sabiendo que lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor.
Cuando la contraté, me sedujo sin saber si sería el amo que llevaba tanto tiempo buscando, pero no se lo pensó dos veces. Había descubierto nadas más verme que mi sola presencia la ponía bruta y lanzándose al vacío, buscó ser mía.
Desnuda y sabiendo que al despertar no se iba a oponer, recorrí con mis manos su trasero. Aunque el día anterior había hecho uso de él, todavía me sorprendía lo duro que lo tenía.
―Tienes un culo de revista― susurré en su oído mientras me pegaba a ella.
―Gracias mi amo― contestó sin moverse.
Su aceptación me satisfizo y recreándome en su contacto, subí por su estómago rumbo a sus pechos con mis manos. Irene suspiró al notar que mis dedos se topaban con la curva de sus senos y maullando como una gata en celo, me hizo saber que estaba dispuesta presionando sus nalgas contra mi miembro.
Alzándose como un resorte, mi pene reaccionó endureciéndose de inmediato y ella al sentir mi erección no dudo en alojarlo entre sus piernas, sin llegar a meterlo como si dudase por cuál de sus dos entradas quería su dueño tomarla.
―Eres una zorrita viciosa― dije al bajar hasta su sexo y encontrármelo empapado.
―Lo sé, amo― respondió con tono meloso moviendo sus caderas, tras lo cual y sin más preparativos se introdujo mi extensión en su interior.
Su cueva me recibió lentamente de forma que pude gozar del modo tierno en que la piel de mi verga iba separando sus pliegues y rellenando su conducto. Esperé a que la base de mi pene recibiera el beso de sus labios genitales para llevando nuevamente mi mano a su pezón darle un suave pellizco.
Mi rubita al experimentar esa ruda caricia supo mis deseos y acelerando sus movimientos, buscó mi placer mientras su vagina, ya empapada, estrujaba mi pene con una dulce presión. Tanto ella como yo lo deseábamos por lo que nuestros cuerpos se fueron calentando mientras iniciábamos un ancestral baile sobre el colchón.
Mi pecho rozando contra su espalda, a la vez que unos palmos más abajo mi verga se hundía y salía del interior de su sexo fue algo tan sensual que no pude más que besar su cuello y susurrando en su oído decirle:
―Me encanta que seas tan puta.
Mis rudas palabras fueron la orden que necesitaba para empezar a gozar y antes que me diera cuenta sus jadeos se transmutaron en gemidos y olvidándose de pedirme permiso, se corrió. Supe que tenía derecho a castigarla, pero me apiadé de ella y mientras se retorcía con el primer orgasmo de la mañana, clavé mis dientes en sus hombros para que la marca de mi mordisco fuera la enseña de su entrega. El dolor se mezcló con el placer y prolongó su clímax. Irene, dominada por la lujuria, me rogó con un grito que me uniese a ella.
―Todo a su tiempo― contesté dándole la vuelta.
La cría creyendo que deseaba besarla, forzó con su lengua mis labios. Descojonado la separé diciendo:
―Tanto me deseas que no puedes aguantar unos minutos.
Poniendo cara de putón desorejado, contestó:
―Amo, mi función es servirle y eso hago― y sonriendo, se sentó sobre mí, empalándose nuevamente.
La urgencia que mostró al empezar a saltar usando mi pene como su silla y la forma en que sus pechos se bamboleaban siguiendo el ritmo, me terminaron de excitar e incorporándome, acudí a la llamada de ese manjar metiendo uno de sus pezones en mi boca.
―Son suyos― respondió fuera de sí al sentir que como si fuera su hijo empezaba a mamar de ellos mientras su cuerpo convulsionaba nuevamente de placer.
Despertando mi lado fetichista, mojé mis dedos en su sexo tras lo cual le pedí que me los chupase. Mi petición no cayó en saco roto y bajando su cabeza, se los llevó a su boca y sensualmente usó su lengua para saborear el producto de su coño. El erotismo de su actuación que fue demasiado para mi torturado pene y como si fuera un volcán en erupción, explotó lanzando ardientes llamaradas al interior de su vagina. Irene al sentir que mi simiente anegaba su conducto y con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias por hacerla sentir mujer.
Totalmente exhausto, me dejé caer sobre las sábanas mientras la feliz enfermera me abrazaba. Durante unos minutos, nos quedamos callados cuando de pronto se levantó corriendo:
― ¿Dónde vas?
Sonriendo, respondió:
―A cambiar el pañal a su madre. Pero no se preocupe, ahora mismo vuelvo y me echa otro polvo.
Soltando una carcajada, contesté:
―Aunque me apetece, no tengo tiempo. Debo irme a trabajar.
Mientras iba hacía el curro, no pude dejar de meditar sobre la suerte que había tenido al contratarla. Irene no solo cuidaba a mi madre con un cariño brutal, sino que había ocupado el vacío en mi cama. Comportándose la mayoría de las veces como una amante sumisa en otras ocasiones adoptaba un papel mucho más protagónico y me pedía realizar sus fantasías. No era raro que, al volver a casa, esa mujer me hubiera preparado una sorpresa, desde ir al cine para que al amparo de la oscuridad me hiciera una mamada en público, a que la llevara a un bar y en los servicios, me obligara a tomarla. Realmente, mi vida había dado un giro para bien a raíz de su llegada.
Satisfecho con ese nuevo rumbo, me cabreó en un principio que esa tarde al volver, esa rubia me pidiera como favor que durante quince días aceptara que su hermana gemela se quedara en casa.
― ¿Y eso? ― contesté al saber que, si daba mi brazo a torcer, íbamos a tener que dejar aparcada nuestra relación ya que para todos era un secreto que Irene se acostaba conmigo.
―Viene a un curso y como no quiere gastar más dinero, me ha rogado que la acoja.
Conociendo sus orígenes humildes y reconociendo que dos semanas a dieta era algo que podía soportar, acepté que viniera sin saber lo que se me venía encima.
Durante los días siguientes Irene, quizás temiendo la abstinencia, se comportó aún más ansiosa de mis caricias y aprovechó cualquier momento para dar rienda a su lujuria. Deslechado hasta decir basta, afronté con tranquilidad la llegada de su hermana…

5

Desde el momento que esa rubia angelical llegó a mi casa, se hizo cargo no solo del cuidado de mi madre, sino que se adueñó de ella de un modo tan total que no me no pude hacer nada por evitarlo. Demostrando un cariño y una ternura sin límites, cubrió a mi vieja de cuidados obligándola diariamente a ponerse guapa y a levantarse, pero también como una mancha de aceite, su presencia se fue expandiendo, asumiendo para ella funciones para las que no había sido contratada.
Un ejemplo claro de lo que hablo ocurrió a los dos días, cuando al llegar del trabajo me encontré con la sorpresa que un olor delicioso salía de la cocina. Al entrar en ella, sorprendí a Irene cocinando.
«Si sabe cómo huele, estará estupendo», pensé sin percatarme que la chavala no llevaba el atuendo blanco de enfermera sino un vestido acorde con su edad.
Haciéndome notar, señalé que esa no era su función pero que se lo agradecía. La rubia entonces sonriendo me soltó:
―Disculpe señor, pero usted cocina fatal y ya que me paso todo el día en la casa, he pensado que tanto a su madre como a usted les vendría bien mejorar sus hábitos.
No pude contradecir su lógica porque en ese momento mis ojos se habían quedado prendados del par de piernas de la niñata.
«¡No me puedo creer que no me haya fijado antes!», exclamé mentalmente al admirar la perfección de sus muslos y disfrutar de la forma redonda de su culo.
Irene, o bien no se dio cuenta de mi escrutinio, o lo que es más seguro le divirtió descubrir que sus encantos me afectaban porque, meneando el trasero, llegó hasta mí y dándome una factura de supermercado, me dijo:
―Me debe cincuenta y ocho euros. Si le parece bien a partir de hoy, cocinaré y haré la compra para que usted pueda descansar.
Su franqueza me hizo titubear, pero atontado y consciente de que bajó mi pantalón mi pene se había puesto duro, solo pude sacar la cartera y pagarle. Ya con los billetes en su mano, guiñándome un ojo, me soltó:
―Voy a ponerme el uniforme y cenamos.
Confieso que me giré a verle el culo cuando se fue y también que babeé al observar como al subir las escaleras, sus muslos eran aún más impresionantes.
«¡Qué buena está!», no pude dejar de reconocer.
La chavala volvió al cabo de cinco minutos, ya vestida de enfermera. Al observarla comprendí el motivo por el que me había pasado desapercibido que esa cría era un portento. Su uniforme además de feo disimulaba sus curvas y no dejaba entrever que debajo de esa tela había un pedazo de mujer. Involuntariamente puse un mohín de disgusto que cazó rápidamente al vuelo porque como si no quiere la cosa mientras cenábamos me soltó:
―Señor, necesito que me compre dos trajes más de enfermera. Solo tengo uno y además es horroroso.
Alucinado y sintiéndome descubierto, saqué nuevamente mi billetera y le di dinero para que los comprara ella. Irene cogió el dinero sin poner ninguna objeción y habiendo conseguido su objetivo, me preguntó que le parecía lo que había guisado.
―Está delicioso― respondí con sinceridad.
Mis palabras le alegraron y con un brillo que no supe comprender en ese momento contestó:
―No tendrá queja de lo bien que les voy a cuidar a los dos.
El tono meloso con el que lo dijo me puso los pelos de punta porque, lo quisiera o no, era evidente que encerraba una insinuación que poco tenía que ver con su oficio. No queriendo profundizar en el tema, terminé de cenar y como cada noche, fui a llevar mis platos al lavavajillas, pero entonces Irene quitándomelos de las manos, me dijo:
―Váyase a descansar, ya los meto yo.
Por mucho que protesté, la cría no dio su brazo a torcer y se salió con la suya, de modo que no me quedó otra que irme a ver la tele al salón. Os juro que no sé siquiera que narices vi porque mi mente estaba tratando de analizar el comportamiento de esa mujercita. Aunque interiormente sabía que se traía algo entre manos, no quise reconocerlo y por eso acepté sus nuevas funciones como un hecho consumado.
Estaba todavía confuso cuando al cabo de diez minutos, llegó hasta mí y dándome un beso en la mejilla, susurró en mi oído:
―Voy a ver a su madre y después me acuesto.
Nada me había preparado para esa muestra de cariño, ni mi vida de solterón, ni mi relativo éxito con las mujeres porque al sentir sus labios tersos sobre mi piel y oler la fragancia a mujer que manaba de sus poros, como un resorte mi verga se izó debajo de mi ropa. Avergonzado, descubrí que se había fijado y por eso totalmente rojo, me quedé callado mientras ella desaparecía de la habitación.
«Tío, ¿de qué vas? ¡Es solo una niña!», refunfuñé de mal humor al descubrir que la deseaba.
Molesto conmigo mismo, apagué la tele y me fui a dormir. Desgraciadamente me resultó imposible conciliar el sueño porque como si fuera una maldición el recuerdo de su belleza volvía una y otra vez a mi mente.
Dejándome llevar, me imaginé que Irene entraba en mi habitación vestida con un vaporoso picardías y que, llegando a mi lado, se agachaba sobre mí dejándome disfrutar de la visión de su escote. Mitad fantasía, mitad pesadilla, la oí decirme mientras mis ojos trataban de descubrir el color de sus pezones:
― ¿No cree que su enfermerita se merece un beso al irse a dormir?
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados. Muerta de risa, Irene pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
― ¿Merezco algo más?
― ¡Por supuesto que sí! ― exclamé mientras cogía una de sus perfectas peras entre mis labios.
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
― ¡Hazme tuya!
Su completa entrega me dio alas y creyéndome el sueño, me vi arrodillándome a sus pies. Tras lo cual, separándole las piernas, le quité el tanga. Su dulce aroma recorrió mis papilas mientras ella no paraba de gemir al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
― ¡Sigue! ― me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo buscando devorar el flujo de su coño.
― ¡Qué gusto! ― gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.
Sabiendo que todo era producto de mi mente, separé sus rodillas y quedé embelesado al descubrir que la rubita tenía el chocho depilado y con mi corazón latiendo a mil por hora, no pude dejar de reconocer que, si ya era bello de por sí, al no tener ni un pelo que estorbara mi visión, era pecaminosamente atrayente.
Un tanto cortado al recordar nuestra diferencia de edad, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer. Afortunadamente, Irene miró mi erección con aprobación y me llamó a su lado. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
―Fóllame― me ordenó con la respiración entrecortada.
Excitado hasta decir basta, contuve mis ansias de obedecerla y metí mi cara entre sus pechos. Al hacerlo, su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Cambiando de objetivo, me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, Irene pegó un alarido al experimentar las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
― ¡Qué belleza! ― exclamé al disfrutar de ese coño juvenil.
La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con más ansiedad. Mis maniobras cumplieron su cometido y dominada por el deseo, se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se transmutó en un riachuelo que intenté secar, pero cuanto más lo devoraba era mayor la cantidad de líquido que manaba y queriendo absorberlo, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:
―Quiero sentirte dentro de mí― tras lo cual llevó mi pene hasta su sexo.
La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:
― ¿No querrás un aumento de sueldo por esto? ― pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
― ¡Mierda! ¡Hazlo ya! ― imploró mientras movía sus caderas intentando metérselo dentro.
Centímetro a centímetro lo vi desaparecer en el interior de su vagina mientras la enfermera de mi madre se mordía los labios con deseo. Al sentir que la había llenado al completo, di inicio a un lento vaivén, sacando y metiendo mi verga de ese estrecho conducto mientras ella no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
― ¡Dame duro! ― chilló descompuesta.
Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
― ¡Me corro! ― la oí gritar.
Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Irene al notarlo, protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido.
Sus palabras me convencieron y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que sus alaridos de placer fueron el acicate que necesitaba para que mi miembro regara con mi semen su interior.
Sabiendo que había sido un sueño, aun así, me dormí con una sonrisa en los labios hasta el día siguiente.

Relato erótico: “El Virus VR 3 Y 4” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de esta historia.

Querido diario, ha pasado una semana desde que salí a la gasolinera, los días pasan sin demasiadas cosas que contar y se han vuelto algo rutinario, como rutinario es que siempre que me pongo a hacer la comida vienen los infectados atraídos sin duda por el olor, mato a dos o tres y bajo a comer o me subo la comida a la azotea y me escojono tirándoles las sobras para ver como pelean por ellas, hace tiempo que dejó de afectarme ver cadáveres y que aquello me impidiese comer, tras perder algunos kilos y enfermar de debilidad me repuse finalmente y ahora podría comer hasta en un cementerio, es curioso como el carácter se te endurece hasta hacerte ser insensible a ciertos factores, tales como la piedad o la ternura por no decir la lástima por los que matas para sobrevivir, también es ya rutinario que media hora después de que baje a lavar el plato y no me vean en dicha azotea, se den la vuelta y de camino al pueblo se coman a los que yo he matado, es muy de agradecer que rebañen bien a los cadáveres, pues en caso contrario los alrededores del torreón apestarían a carne podrida.

El resto de mis actividades es igualmente rutinario, veo pelis y series en el ordenador, pues aparte de las mías uno de los agentes muertos tenía una gran cantidad de estas y de algunas otras mas fuertecillas, en un disco duro extraíble que encontré registrando sus taquillas, también hago algún crucigrama o sopa de letras pero paso de los sudokus que nunca me han gustado.

Ayer pase la tarde limpiando todas las armas largas que hay en el torreón, el primero fue mi fusil Remington desde luego, luego el cetme viejo y después los del 5´56, las dos escopetas del 12 y el resto de las que había en el cuarto de decomisos, he adoptado como mío un rifle casi nuevo del 22 buena imitación de la marca Adler de un Kalasnikov, que tiene buena precisión y apenas hace ruido al disparar, además de tener a mi disposición tres cargadores de 20 tiros y casi 300 proyectiles para él, pienso usarlo para los críos pues me incomoda que el proyectil más pesado y potente del Remington prácticamente los arranque la cabeza al impactar.

Pensaba dedicar la tarde de hoy a limpiar las pistolas y el revólver pero se me a ocurrido otra cosa y he bajado a los calabozos a ver a mi compañera forzosa Ceci, ella me recibe como siempre y saca sus brazos por los barrotes intentando agarrarme, gruñe y arma un escándalo de mil demonios cada vez que me ve pero no me acerco demasiado a ella, no quiero que me escupa a la cara y me infecte con su saliva, lleva toda la semana desnuda pues es más fácil para lavarla con la manguera, por la noche la tiró una manta porque refresca pero se la quito por las mañanas o la ensuciaría con sus heces.

Me deleito un momento mirando su cuerpo desnudo antes de decirla:

– He pensado que a mi nena le vendría bien darse un paseo y que la diera el sol, voy a preparar unas cosillas y ahora te saco y podrás mear fuera.

Voy al cobertizo de la parte Este donde había visto algunas cosillas interesantes, abro la taquilla y recojo un par de guantes de boxeo y la correa del perro con su collar de dos dedos de ancho por un centímetro de grueso, del armario saco una fregona y la quito el cabezal quedándome con el palo de metro y pico de alto, paso un alambre grueso por el agujero del extremo del palo y tras quitarle la correa de cuero al collar y dejarla aparte, procedo a pasarlo varias veces por la anilla del collar sujetándoselo fuertemente, ato bien el alambre y sujeto todo el conjunto con varias vueltas de cinta americana, compruebo que queda bien agarrado todo el conjunto y apenas oscila en la unión del palo con el collar, ahora podre pasear a Ceci sin que se me acerque demasiado, seguidamente con un clavo gordo atravieso una de las pelotas de tenis y tras cortar la correa del perro la paso por los agujeros de dicha pelota, recojo los guantes de boxeo y vuelvo al torreón.

Me pongo el cinturón con mi pistola en su cartuchera, compruebo si tengo una bala en la recamara y bajo a los calabozos con todo lo que he traído, mas un par de esposas y la porra eléctrica en la mano, me acerco a los barrotes y le doy una descarga a la chica, ella cae al suelo y yo aprovecho para entrar en la celda, la doy otra descarga para dormirla y me deleito mirándola un instante, me fijo en su pubis apenas poblado de pelos y comprendo que entes debía ir con el chochete afeitado, ahora y sin que su dueña lo atienda empieza a parecer una barba de una semana, la pongo boca abajo por precaución, la coloco los guantes de boxeo en sus manos atándoselos a continuación y sujetándola ambos brazos a la espalda mediante las esposas, le pongo la pelota de tenis en la boca y la ato con los extremos de la correa a su nuca fuertemente, seguidamente la pongo el collar dejándola un dedo de holgura para que no se ahogue, salgo de la celda.

Doy un paso atrás y contemplo mi obra, Ceci esta desnuda y bien sujeta, la pelota la impedirá morderme y los guantes de boxeo la harán imposible arañarme o sujetarme, además los brazos están sujetos a su espalda y el palo la mantendrá en todo momento a un metro de mí, me sujeto la porra eléctrica al cinturón por si hiciera falta durante el paseo, antes de salir me meto unos pañuelos de papel en los bolsillos para limpiarla si hiciera sus necesidades y espero a que se despierte.

Pocos minutos después vuelve en sí, la ayudo a levantarse sin soltar el palo con una mano y aquel contacto parece volverla loca, se agita y me empuja, intenta gritar pero no puede y tampoco puede usar sus manos, veo terror en sus antes furiosos ojos e intento calmarla hablándola despacio:

– Calma Ceci, cálmate vamos a dar un paseo.

Es inútil, está que rabia y tengo problemas para sujetarla hasta que la doy un bofetón que la cruza la cara, sin pensármelo mas la hago caminar a base de tirar del palo, la saco de la celda y después me coloco a su espalda empujándola con el palo por la nuca y dirigiendo su marcha hasta el patio, una vez allí aflojo la tensión y simplemente la sigo por donde quiera ir, teniendo cuidado y estando atento a sus giros y torpes movimientos, veo que sus facciones se relajan un tanto al notar el sol y el aire limpio sobre su cuerpo.

Olfatea el ambiente, husmea como un perro por todas direcciones y de cuando en cuando se gira, mirándome entre agradecida y rabiosa, debo de estar chalado paseándome con esta tía desnuda e infectada de rabia mortal por el patio del torreón, con la fachada de este por un lado y cinco metros mas allá la muralla que lo circunda, de tres metros y medio de alto con su pasillito de ronda almenado por encima; voy tras ella sujetando el palo con mis manos, mis ojos no se consiguen despegarse del todo de su atractiva silueta especialmente de ese culete tan estupendo que posee, incomodo intento mirar en otra dirección pero es inútil, mis ojos vuelven siempre al mismo lugar, sus nalgas.

Un momento después se detiene y se abre de piernas, veo que está orinando de pie con las rodillas ligeramente flexionadas, la hago agacharse más tirando hacia abajo con el palo y el collar que rodea su cuello, ella se resiste pero modifica su postura lentamente hasta quedarse en cuclillas, mantiene su postura y compruebo que no solo orina sino que también evacua los intestinos, cuando ha acabado e intenta levantarse la fuerzo con el palo a seguir en la misma postura, saco con una mano varios pañuelos del bolsillo y la intento limpiar el culo, se debate rabiosamente al notar mi mano y el papel entre sus nalgas, se convierte en una bestia feroz que gruñe se resiste y contonea el cuerpo empujando en todas direcciones, casi me hace caer sobre su mierda e intenta arañarme las manos con sus uñas en un gesto de defensa, afortunadamente no puede conseguirlo gracias a los guantes de boxeo, suelto el papel y la doy varios fuertes azotes en sus nalgas gritándola:

– ¡Quita Ceci, solo te estoy limpiando!

Si la estoy limpiando, ¿pero realmente hago solo eso…? Mis manos se demoran más de la cuenta sobre la suave piel cálida de las nalgas de Ceci, además me doy cuenta de que tengo una erección digna de un caballo, mi cuerpo después de mucho tiempo sin tocar a una mujer está reaccionando por su cuenta, hago un esfuerzo y me levanto tirando del palo para que ella se ponga en pie, seguimos andando y completamos nuestra segunda vuelta al patio del torreón no aflojo apenas la tensión del conjunto palo-collar en su cuello, mi (otro) palo sigue bien levantado pues no dejo de fijarme en las curvas de la rubia, cuando se gira o se inclina veo sus altos y generosos pechos, rematados en dos pezones chiquitos sobre unas aureolas rosa fuerte del tamaño de una moneda de 2 euros, el resto del tiempo solo veo sus nalgas que me atraen como un imán.

Me estoy poniendo de los nervios y loco de deseo por la Ceci y su ondulante cuerpo, decido que se acabó el paseo y cuando pasamos ante la puerta del torreón la obligo a entrar, empujándola con el palo la hago bajar las escaleras y entrar en su celda, saco la porra eléctrica y la doy una sacudida directamente en la nuca, ella se desploma en el suelo totalmente dormida, suelto el palo y subo a coger agua en una palangana así como una esponja y un tubo de perfume en espray que debió pertenecer a la fallecida guardia Macías, vuelvo a la celda y procedo a lavarla con la esponja la zona pélvica especialmente su vulva y su ano, tras aclarar la esponja sigo limpiándola los muslos y las rodillas que han tocado algo de mierda al caer al suelo, inspecciono la herida de su pantorrilla y se la limpio poniéndola otro apósito limpio y una nueva inyección de antibiótico, cura bien.

Empieza a volver en sí, rápidamente la desato la pelota de la boca y la quito los grilletes, el collar y los guantes de boxeo, salgo rápidamente y antes de cerrar la puerta la suelto unas pocas rociadas de perfume, aseguro la puerta y echo la llave, me quedo mirándola viendo como se despeja y estira como una gata enorme, ella me devuelve la mirada con aquellos ojazos verdes y olfatea el perfume sobre su cuerpo, no me gruñe apenas pero sus ojos delatan su rabia interior, la hablo despacio:

– ¿A qué te sientes mejor? Te he curado la herida, has hecho tus necesidades y dentro de un rato te bajare tu comida, tranquila Ceci te voy a cuidar y te pondrás mejor ya verás.

Me levanto y recojo las cosas para salir, entonces es cuando me ataca, da un salto hacia la puerta y se golpea la cara contra los barrotes, pero a sacado los brazos extendidos entre ellos y me ha cogido de un hombro con su mano izquierda, suelto lo que llevo en los brazos por el susto pero enseguida el instinto de supervivencia toma el control, agarro su muñeca y se la retuerzo con una llave de aikido, me sería extremadamente fácil rompérsela pero me controlo a tiempo, la empujo al fondo de la celda mientras la grito:

– ¡Hija de puta! Te vas a acordar de esta, ya verás.

Conecto la manguera al grifo, y le doy presión ¡TODA! La que puedo, la enfoco con el chorro a la cara y especialmente a la boca, se hace una rosquilla en el fondo de la celda pero no para de gruñir, el chorro la hace daño en la cara y en el cuello manotea intentando pararlo inútilmente, cada vez que abre la boca para respirar el chorro de agua entra en ella con fuerza, aquello solo dura un minuto de furia y decido parar antes de ahogarla, me acerco a los barrotes y la grito:

– ¡JAMAS, VUELVAS A TOCARME, PERRA!

Recojo las cosas y salgo de los calabozos, en el comedor me quito la camisa y me reviso el hombro buscando heridas o arañazos, ¡nada! salvo una pequeña contusión, así que me vuelvo a vestir y me tomo por si acaso un par de pastillas de antibióticos ligeros, pero estoy furioso contra ella en especial y el resto de los infectados en general, así que cojo el rifle con mira del 22 y un cetme moderno de 5,56 al que le he colocado un silenciador de los que estaban entre los decomisados, este no tiene mira telescópica y lo quería usar para salir de noche a cazar infectados sin que el ruido del disparo me delatase, meto dos cargadores en las fundas que cuelgan de mi cinturón y subo a la azotea, son las 5 y pico de la tarde, aun me quedan varias horas de luz para hacer lo que me propongo.

De pie en la terraza golpeo una cazuela metálica con un destornillador repetidamente, el sonido como de Gong debería atraerlos pero no aparecen, saco la pistola y hago un disparo en dirección al pueblo, me guardo el arma y sigo golpeando la cazuela al mismo tiempo que grito con todas mis fuerzas:

– ¡VAMOS TARADOS DE MIERDA, ACABEMOS CON ESTO, HORA DE CENAR, VENID CABRONES!

Finalmente aparecen, si supieran lo que les iba a pasar no vendrían, casi cinco minutos después dos de ellos salen corriendo de entre los arboles del lado Norte a 300 metros de mi, corren que se las pelan y al principio creo que son supervivientes sanos buscando refugio, miro con los prismáticos y veo que son dos hombres de 30 y 40 años aproximadamente, el más joven va delante y luce un tremendo desgarrón en su hombro izquierdo, su sangre aun está fresca y debe de llevar poco tiempo infectado, un escalofrío me pone los pelos de punta pues recuerdo el reciente ataque de Ceci y pienso que de haber tenido ella más éxito, aquel tío rabioso podía haber sido yo.

Dejo los primaticos y cojo el cetme, le pongo el cargador de 30 balas y lo monto introduciendo la primera bala en la recamara, apunto al pecho del mas joven que ya está a 100 metros de mi y le pego un tiro que le hace caer como si se hubiera dado contra una pared, el “chupete” apenas hace ruido y frena un poco la velocidad del proyectil, pero no alerta a los demás infectados que poco a poco van saliendo de los arboles, cuento una docena de ellos y son de todo tipo desde niños a viejos y de ambos sexos, disparo al otro corredor y le doy en la cabeza a mas o menos a la misma distancia que a su compañero, mientras busco otro blanco pienso que es una suerte que no sean zombis como los de las películas que solo mueren si les das en el coco, estos tardan algo mas en morir si les das en el pecho pero al menos no se levantan de nuevo.

El resto no corren pero se acercan a buen ritmo son una docena y siguen saliendo mas de los arboles, este cetme no tiene visor telescópico pues no lo consideré necesario para su utilidad nocturna así que lo cambio por el 22 que si lo lleva y lo monto, selecciono mis blancos y apunto a un chico de unos 12 años ¡pum! El tiro le da en un ojo y se desploma, cae sin demasiada sangre, al menos he conseguido mi objetivo y este calibre no los destroza la cabeza como el Remington, sigo disparando a los chicos que veo y caen dos más, cojo de nuevo el cetme y me dedico a los que están cerca de la muralla, una abuelita del tipo “doña rogelia” cae redonda cuando su larga nariz se topa con una de mis balas, un tío maduro y canoso en las sienes recibe un tiro en el cuello, sigo y sigo durante media hora, nadie llega a mas de 50 metros de la muralla, no vienen mas sin duda por el escaso ruido que he hecho en la matanza, cuento finalmente 29 cuerpos.

Vuelvo al comedor y limpio las armas usadas, repongo la munición y paso totalmente de la ceci decidiendo que hoy no solo se queda sin cena, sino que se quedara sin manta y durmiendo a oscuras sobre un charco como castigo por atacarme, me veo un par de pelis mientras ceno y después bajo y cierro con llave la puerta de la entrada, con su mesa apoyada en la madera y las latas vacías encima, escucho gemir a Ceci abajo en los calabozos pero no la hago ni puto caso, cierro también la de acceso al primer piso y tras tomar una ducha me acuesto, en sueños veo como siempre las caras de todos los que me he cargado durante el día, como siempre mi sueño es inquieto.

¿Continuará…?

Bueno amigos, he decidido ir contando la vida de Toni a saltos de una semana más o menos, para que no sea muy tediosa.

Como veis el tipo ya ha empezado con los acercamientos y toqueteos, eso le ha hecho bajar la guardia y casi lo paga caro, la explosión de furia subsiguiente y la masacre que ha causado a continuación, serian difíciles de explicar ó excusar en una sociedad normal y reglamentada… ¿ó, no?… ¿vosotros que opináis?

¿La actitud hacia Ceci será distinta en el próximo capítulo? Y si es así ¿se la tirara al fin? Sigo aceptando ideas.

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 4

Se recomienda la lectura de los anteriores episodios para una mejor comprensión de la historia.

Querido diario, ha pasado una semana desde mi última anotación y han ocurrido algunas cosillas, pero antes he recordado que no he explicado casi nada de lo que paso cuando se declaró el virus “VR” empezare por contároslo.

Hace unos meses yo trabajaba de Policía, era un francotirador de los GEOS, la elite tío, la puta elite del cuerpo. Entonces tenía una ex mujer a la que mantener y aunque algunas amigas querían ocupar la vacante en mi cama yo les decía que si a las novietas pero de bodorrio nones, vamos en plata que no iba “sobrao” pero no me faltaba nunca una amiguita. A mis casi 40 tacos la vida me trataba bien, entonces fue cuando pasó lo del atentado de nueva york y lo demás que ya conté en la primera parte, diez días después se declararon los primeros casos de rabia humana en nuestro país, como al principio no se comían a nadie sino que solo mordían, mucha gente fue llevada a hospitales y los causantes a comisaria, otros con mordeduras más leves habían conseguido llegar a sus casas para curarse o ser atendidos allí por sus madres , esposas o familiares diversos.

A la mañana siguiente los médicos y enfermeras habían sido a su vez mordidos, así como los ocupantes de los calabozos contiguos a los detenidos infectados y estos a su vez a los policías que los custodiaban, en los domicilios particulares los enfermos se levantaban mordiendo al resto de su familia mientras dormían, los mordiscos eran de todo tipo, algunos precisaban atención médica urgente, otros de menos tamaño y profundidad como los de los niños no tanto y las mamas mordidas llevaron a los niños mordedores al colegio, los papas mordidos fueron a sus trabajos porque pensaron que por un mordisquito de su hijo-a no les darían la baja médica.

Los siguientes en caer fueron los médicos de atención primaria de los ambulatorios, seguidos de los de seguridad y policía que fueron a ayudarles, tanto a ellos como a la gente trabajadora de fabricas oficinas etc. Algunos camioneros fueron mordidos antes de salir de viaje con cargamentos diversos a otras ciudades y pueblos, pero como aquello no se lo cubría el seguro se limpiaron y vendaron la herida poniéndose de viaje, lo mismo paso con los ejecutivos que debían viajar a otra ciudad e incluso por avión a otro país, por la tarde-noche de aquel fatídico viernes de mitad del verano, la infección se propago entre los cines y los grandes centros comerciales, siguió por los botellones y discos de la ciudad, el verano atrae turistas de otros países y estos también resultaron mordidos, en sus locas fiestas e incluso bacanales repletas de sexo, drogas y alcohol, muchos debían volver el domingo por avión a su país y algunos así lo hicieron.

En resumen, el egoísmo avaro del sistema de bajas así como la falta de información de los médicos, unidos a diversos factores comprensibles como la familia y otros más o menos altruistas, aunque también los había de otro tipo algunos de ellos totalmente egoístas, junto con el factor ”sálvese quien pueda” facilitaron la labor del virus y hundieron tanto el sistema como a la sociedad a la que debía servir.

El gobierno hizo lo que pudo y decretó la ley marcial, de 08,00 a 20,00 se podía salir a la calle e ir a las tiendas, se crearon centros de asistencia especiales y se decretaron servicios mínimos para centrales eléctricas , nucleares y distribuidoras de gas ciudad, empresas de telefonía y repetidores de luz y energía entre otras, el objetivo era asegurar al máximo el mínimo imprescindible de servicios a los ciudadanos.

Nosotros los policías junto con el ejército tomamos las calles, deteniendo a todo aquel que saliera a partir del toque de queda, la situación se nos iba de las manos cada noche deteníamos a más gente y muchos de los nuestros fueron a su vez mordidos, dos días después y tras la aparición de los primeros cadáveres se nos autorizo a disparar, el texto de la orden decía: Queda autorizado por el ministerio del interior, el uso de armas de fuego de forma letal contra “los que mostrasen signos evidentes de infección y violencia” que dicho en cristiano y para tontos solo quería decir: Que si traía la camisa y la cara manchados de sangre y te quería morder, te lo cargases.

Naturalmente hubo quien protesto, nos llamaban policía fascista, reclamaban derechos humanos y respeto a todas las criaturas vivas, curiosamente muchas de aquellas personas estaban a favor del aborto y en contra de las instituciones por sistema, se reunían en grandes grupos con todo lujo de megáfonos silbatos y pancartas, los infectados también se unieron al ellos atraídos por el escándalo que formaban, cientos de personas fueron mordidas y algunas incluso devorados en plena calle por aquellos para los que pedían derechos e intentaban proteger, se podría decir que el movimiento pro derechos de los infectados simplemente “se consumió” (por vía oral) nosotros “la policía fascista” perdimos a bastantes compañeros intentando proteger a los que minutos antes nos insultaban, créanme que hacíamos todo lo posible.

Pero no había manera, te salían por delante y por detrás, cualquier control era superadopor los caminos más inverosímiles, si bloqueabas una carretera te flanqueaban por veredas, muchos edificios de pisos se convirtieron en fortines hasta que escaseó la comida y salieron a por mas, aparecieron los saqueadores y aprovechados que arramblaban con todo, salían a por comida y de paso se llevaban una tele de plasma y muchas cosas por el estilo, vi demasiadas cosas como para relatarlas aquí.

A mí me mandaban a cubrir a mis compañeros en controles y sitios diversos, yo generalmente me situaba en un tejado o balcón alto, cuando entraba cerraba la puerta de acceso y me quedaba allí solo y aislado, nadie me atacaba pero desde mi puesto vi caer a muchos compañeros mientras los cubría y mataba a parte de los integrantes de las multitudes que les atacaban, ¿Cuántas veces me senté en el suelo? llorando de desesperación, habiendo agotado totalmente las municiones y viendo como aquella masa de gente rabiosa, atacaba y se comía al resto de mis compañeros, escuchando por el walkie sus gritos en petición de auxilio, para acabar siendo gemidos de agonía mientras se los comían.

Un día me harté, me parece que era un lunes pero no lo recuerdo bien, habían pasado unos 10 días desde el brote del virus, pase por el cuartel llevaba mi uniforme de faena y mi pistola Glock, recogí mi fusil Remington un fusil de asalto G3, falsifique un albarán y pase por el almacén, me entregaron dos cajones de raciones de comida y varias cajas de munición para mis tres armas, volví a mi casa y me atrinchere en mi domicilio que estaba en una octava planta, no volví a coger el teléfono y dos días más tarde este ya no daba señal alguna, los servidores de internet se caían como fichas de domino puestas en fila, dos días después estábamos incomunicados.

Entre varios vecinos limpiamos de infectados el edificio, cuando acabamos solo éramos 27 sanos, en un edificio de diez plantas con cuatro viviendas de dos y tres dormitorios por planta, (echad cuentas) sacamos los cadáveres y los quemamos en una gran hoguera que hicimos con todo tipo de muebles y algo de gasolina, en la piscina vacía que había en el patio trasero, olimos a torrezno durante semanas pero era imprescindible para no enfermar por la descomposición de tanto cuerpo muerto, (corría el mes de agosto) después entramos en cada casa saqueándolas a conciencia, hicimos un almacén con toda la comida y bebida en un piso vacío de la última planta donde estaría más segura, salimos con una furgoneta y arramblamos con todos los bidones de agua que encontramos, también hicimos acopio de comida en tiendecitas pequeñas y saqueamos una ferretería, de allí robamos varios grupos electrógenos para tener luz, otra batida por las gasolineras nos ayudo a conseguir el combustible necesario para alimentarlos.

Cuando creímos estar bien avituallados para una larga temporada nos dispusimos a una defensa numantina, el edificio solo contaba con dos accesos, el portal que fue cerrado con llave, era una pretenciosa puerta acristalada con barrotes en su parte exterior, bajamos algunos muebles y armarios de las casas cuyos inquilinos habían muerto e hicimos una barricada por dentro de la puerta para que resistiera los empujones, la entrada del parking se cerró igualmente con llave pero además colocamos dos de los monovolúmenes que había en el interior contra la puerta y en contacto con ella, los calzamos con ladrillos para mayor seguridad, al día siguiente armados con picos y herramientas diversas, destruimos el ascensor y además hundimos la escalera en los dos primeros pisos, de manera que por allí se podía subir solamente, si alguien te tiraba una cuerda desde el descansillo del tercero, la gente de los pisos bajos re reubico en otros que habían quedado libres.

Siguieron casi 6 meses de miedos y sustos, pues bastantes infectados nos rodearon y golpeaban puertas y ventanas, al estar las de los dos primeros pisos enrejadas no consiguieron entrar, sus intentos de entrar por el parking tampoco tuvieron éxito, nos molestaban gruñendo y golpeando todo lo que podían y más uno perdió el sueño durante semanas por los nervios y la inquietud.

Pero también hubo buenos ratos, yo en mi 8º piso letra B era más o menos feliz pues recibía frecuentes visitas de la viudita de 5ºA aquella morena treintañera era una maquina cuando se ponía a follar, se llamaba Lucy y cuando la conocí era algo rellenita pero rápidamente perdió peso, en parte por el miedo que pasaba sola y en parte por el trajín que nos dábamos en compañía, no tarde en decirla que si quería se podía trasladar a mi piso ¡si, fue una buena época!

A esas alturas la relación vecinal se había fortalecido, de día las puertas estaban abiertas y los vecinos pululábamos libremente por el edificio, cuando entrabas en una casa solo preguntabas ¿se puede? O bien si en la casa no había niños, decías: ¿estáis visibles? Hasta el día en que Paco uno de los vecinos jóvenes, bajó a la que había sido su casa al primer piso a recoger noseque de fumar que se le había olvidado, era de buena mañana y le pusimos la cuerda, él bajó y una vez dentro del piso recogió lo que había olvidado, pero el muy descerebrado abrió una ventana y se empezó a reír de los infectados que rodeaban el edificio desde detrás de los barrotes de su ventana, sabiendo que estaba alto y no le podían coger, nosotros no sabíamos que también escupían, el tampoco y lo descubrió de repente cuando varios de ellos lo hicieron casi a la vez, como fuera que uno de los lapos le entro en la boca y el muy imbécil se lo tragó, escupió y se lavo la boca pero el mal ya estaba hecho.

De madrugada mordió a su novia, ninguno de los dos salieron de su casa en el 6ºC aquel día, lo hicieron en plena noche y antes de que nos diéramos cuenta habían mordido a cinco personas más, casi todos dormíamos cuando oímos los gritos, no era tarde para todos pues algunos conseguimos cerrar nuestras puertas, y nos preparamos a defendernos contra esa nueva amenaza, al amanecer la mañana siguiente nos armamos y nos dispusimos a limpiar el edificio.

Todos luchamos por nuestra vida y allí mate a mi primer niño, tenía 5 años se nos escapó en la primera batida, Lucy venía detrás de mí y el chaval la mordió en cuando pasaba junto al sillon donde se ocultaba, ella gritó y yo me volví viendo como ella daba golpes con una llave grifa en la cabeza del chico, la estaba mordiendo en el muslo y ella no se lo conseguía quitar de encima, le descargue la culata del G3 con todas mis fuerzas al chaval en la cara y este por fin cayo inconsciente, ella estaba pálida de miedo y temblaba pues sabía que aquella era su muerte, pues tenía una buena y profunda herida en dicho muslo de la que brotaba abundante sangre, me dio un beso en la boca y suspiro un “adiós amor” se giro y salió al descansillo, no llegue a tiempo de detenerla y salto por el hueco de la escalera desde el 6º piso, yo lleno de odio use mi fusil G3 como un bate y machaque a aquel chaval de la cabeza a los pies, cuando lo tire por el hueco de la escalera más que una persona parecía un puzle, mi destrozado rifle G3 formaba parte, repartido en incrustadas piezas de su cuerpo.

La lucha siguió y al acabar solo quedábamos cuatro sin heridas de mordiscos, rematamos a los que si las tenían pues estaban condenados de antemano, todos fueron arrojados por el hueco de la escalera, al acabar José el del 9ºC un tío cincuentón grandote y buena persona, había perdido a su esposa y a su chico de 17 años subió a su casa rezó y lloro por sus seres queridos, cuando amanecía al día siguiente se tiró desde allí por el hueco de la escalera reuniéndose con sus seres queridos.

Quedábamos tres una pareja de jóvenes y yo, era febrero y aun hacia bastante fresquito, buscamos cal viva o algo para rociar los cadáveres pero no hayamos gran cosa, finalmente bajamos el chico y yo para retirar la barricada interior y abrir la puerta del portal, mientras tanto la mujer vigilaba desde la ventana y nos comunicábamos por un walkie talki que teníamos, cuando nos dijo que no se veía a nadie sacamos los cadáveres a la calle y los apilamos contra la entrada peatonal del recinto como si fueran troncos, hicimos una buena barricada y volvimos a cerrar el portal con llave, ordenando seguidamente la barricada interior.

Dos meses después decidí probar suerte yéndome al mejorar el tiempo y se lo dije, ellos no querían irse pues ella esperaba un hijo, bajamos al garaje y me ayudaron a cargar mi todo terreno, al día siguiente nos despedimos y les aconseje que no se quedaran allí mucho tiempo, 24 cadáveres hacinados frente al portal atufan bastante y atraen muchos bichos, les dije donde me dirigía y les pedí sinceramente que vinieran en cuanto pudieran, incluso me ofrecí a esperarlos y hacer el viaje juntos, dijeron no pero que lo pensarían… no los he vuelto a ver.

Habían pasado en total casi nueve meses desde que comenzó la plaga del virus VR, yo conseguí salir de la ciudad y por caminos secundarios vine aquí, ya sabéis el resto de lo ocurrido, pero pasemos a lo de esta semana.

El lunes o… tal vez era martes que más da, seguro que era mayo, me estoy volviendo tan distraído aquí solo, que el día que de mayor tenga Alzheimer nadie se va a dar cuenta como decía mi madre, dejémoslo en el primer día de aquella semana, bien pues ese día aun molesto por lo sucedido, pase de Ceci hasta media tarde en que sus sollozos se hicieron más intensos, deje de ver una película que acababa de poner en el portátil y bajé al calabozo, estaba más que dispuesto a meterla cuatro voces por molestarme con sus ruidos, pero ella se comportó de forma distinta a su costumbre, al verme entrar no se abalanzo hacia la puerta para cogerme sino que se mantuvo quieta en el centro de su celda, todo su cuerpo temblaba y estaba muy tensa, no estoy seguro si de rabia o de impaciencia, sus ojazos verdes fijos en mi no tenían ese furor de otras veces pero yo no me fiaba y menos después de lo de ayer, di dos pasos hacia la celda sin bajar la guardia y atento a sus reacciones diciéndola:

– Hola Ceci, espero que hayas aprendido la lección.

Ella no rugía ni gruñía ni nada por el estilo se limitó a bajar la cabeza, dejo de mirarme e hizo algo que me sorprendió, dejo caer sus brazos y se los puso a la espalda, dando cuatro pasos giro sobre si misma y se quedo frente a mi mirando al suelo, entendí que me pedía un paseo, me quede boquiabierto de puro asombro, ¡Increíble! los infectados no son muy listos pero esta chica me acababa de demostrar que había aprendido algo que la agradaba, así que la dije:

– Así que quieres pasear.

Hice el gesto de caminar con las manos a la espalda y ella medio asintió con la cabeza, bueno al menos parecía que asentía así que pensé que recordaba algo del pasado.

– Está bien nena si quieres pasear lo haremos, pero has de ser buena chica.

Me miraba pero se notaba que se debatía entre la infección que la volvía rabiosa y su yo interior que la pedía salir, me acerque aun mas a la celda poniendo al alcance de sus manos y siempre en guardia esperando el ataque, me sorprendió de nuevo girándose y dándome la espalda mansamente, estaba cerca de los barrotes así que metí la mano entre ellos y le di una descarga en la nuca, ella cayó al suelo inconsciente sin un gemido.

Salí a por sus cosas de pasear y al volver me metí en la celda poniéndola los guantes de boxeo y atándoselos, la puse las esposas atrás, seguidamente lo pelota en la boca y después el conjunto palo-collar en el cuello, esta vez no Salí de la celda y me quede agachado al lado de ella acariciándola la cara intente no mirarla los pechos pero mi mirada se desviaba de ellos a su cara cada pocos segundos, hasta que noté como se despertaba, primero se alarmó al verme y sentir mi mano acariciando su cara, aquello la altero bastante, gruño fuerte pero yo no me detuve y ella al notar tan grata sensación se relajo un tanto después de forcejear brevemente, yo le decía:

– Buena chica Ceci buena chica, vamos a dar un paseo, vale.

Me puse de pie con el palo sujeto en mi mano, ella se dejaba guiar más dócil que el día anterior, comprobé que aun tenía los pañuelos en el bolsillo y salimos al patio, al notar el sol y el aire sobre su piel se puso más contenta que una cabra en la pedriza, se irguió respirando por la nariz y haciéndome ver su verdadera altura de 1.70, hasta ahora siempre la había visto agachada o ligeramente encorvada y lista para atacarme, afloje la tensión del palo-collar y ella entendió que podía moverse, yo estaba volviendo a ponerme palote como el día anterior solo con ver su silueta, nos movimos por el patio rodeando despacio el torreón.

Ella andaba ágil paro lentamente y yo la seguía atentamente sin soltar el palo, piernas, culo caderas, espalda, contoneo y vuelta a empezar otra vez, aquello me estaba poniendo… de los nervios, decidí en silencio que antes de sacarla el día siguiente me masturbaría, así al menos la pasearía algo más relajado o de lo contrario me daría un jamacuco.

Un rato después se para a orinar y la doy un pequeño tirón hacia abajo con el palo, ella recuerda la postura del día anterior y se agacha orinando con fuerza, su pipi huele más fuerte que ayer no hace de vientre pues la pasada noche se quedó sin cena, me saco un pañuelo del bolsillo y la limpio la vagina ella gruñe un poco pero mantiene la postura con solo una ligera resistencia, yo estoy detrás de ella y un poco agachado mis ojos miran sus pechos, me incorporo antes un tanto incomodo tirando el pañuelo húmedo, mi bragueta hinchada queda a su espalda y no pudo evitar rozarla un poco al hacerlo, seguimos el paseo y al llegar a la puerta se detiene.

– Sigue Ceci, has sido buena y puedes seguir paseando.

La doy un ligero empujoncito y ella lo entiende damos otra vuelta al recinto, se la ve feliz paseando y sintiendo el sol en su piel, cuando entramos en el torreón se detiene mirando hacia el comedor, se escucha ruido y recuerdo que había dejado puesta una película, la dirijo al calabozo y la meto en su celda, la duermo y la limpio la herida que no tiene muy buen aspecto después de haber dormido sobre un charco, la pongo el antibiótico y la quito guantes pelota y collar, subo corriendo y cojo la primera camisa usada que pillo bajando de nuevo al calabozo y poniéndosela, se despierta cuando estoy acabando de abotonársela, salgo rápido de la celda y cierro la puerta.

La observo desde fuera mientras se despierta, toca la camisa y la huele, me mira sin apartar los ojos de los míos, pone una expresión más dulce y supongo que ahora que lleva mi aroma y le da calor se siente aceptada, subo y veo desde el principio la película que deje a medias, cuando anochece me preparo la cena en el microondas ya que de noche no cocino para no atraer a los infectados, ceno y reservo una buena ración de comida en la mesa para Ceci, cuando acabo de lavar los cacharros cojo su manta y el plato de plástico y bajo al calabozo dejándola la manta entre los barrotes, el plato se lo empujo por debajo con la escoba como siempre, lo prueba y me mira agradecida pues hoy no es comida de gato es un poco de ternera con menestra de verduras, parte de mi plato preparado y además aun esta templado, come y después se pone en posición fetal tapándose con la manta, yo subo a mi habitación y duermo más relajado.

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Han pasado tres días más, la herida de Ceci esta bastante mejor pues aparte de las inyecciones la saco a pasear tres veces al día, el aire fresco y el sol la encantan y contribuyen a su mejoría pero a mí me están poniendo loco de deseo, durante el día la quito la manta y la camisa dejándola en pelotas devolviéndoselas solo por la noche para dormir, ya apenas gruñe cuando la limpio con los pañuelos tras hacer sus necesidades, ahora los dos desayunamos comemos y cenamos poca cantidad pero más a menudo, ella está encantada pues antes solo la daba media lata fría de comida para gatos, una sola vez al día para que se mantuviera débil y fuera un peligro más fácil de dominar, ahora además del antibiótico machaco una aspirina de las que tengo como 20 cajas y se la espolvoreo por encima de la comida, no sé si servirá de algo pero yo la encuentro más saludable, lo de las inyecciones ya es otro cantar solo me quedan dos cajas de seis, tendré que arriesgarme y salir a la farmacia a conseguir más por si acaso.

El resto sigue casi igual y cada día me cargo a un par de infectados cuando se acercan mientras cocino, he empezado también a hacer más ejercicio y dedico al menos una hora a correr por el patio y hacer flexiones. También he mejorado su habitáculo, no creo haber mencionado que las celdas estaba sin jergones donde dormir, debieron sacarlos para que nadie se hiciera daño cuando encarcelaron a los últimos huéspedes rabiosos, estaban en el despachito del sótano bien plegados, he lavado un colchón y metido un jergón de metal en la celda de la esquina, esta mas resguardada del aire que entra por el ventanuco que hay allí y por la noche refresca, al día siguiente cambie a mi rubia de celda y tras enseñarla donde debía dormir se ha ido acostumbrando a su nueva camita.

Ahora estoy haciendo de costurera para mi chica, le estoy poniendo dos anchas tiras de velcro a sus guantes, pues se tarda demasiado en tensar y atar los cordones, además la estoy fijando a los lados de dichos guantes una anilla fuerte para sujetarlos entre sí con una correíta pequeña pero gruesa que he encontrado, además de una buena cantidad de cinturones y hebillas de distinto tamaño en las taquillas de los agentes, la otra novedad es que al pasar por el almacén de efectos del cuartel encontré una caja de pelotas de goma de las que usábamos en las manifas, están a medio tamaño entre las de ping pong y las de tenis, cabrán mejor en la boca de Ceci para evitar que me muerda, eso lo dejo para mañana.

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Querido diario, es sábado (creo) el invento de los guantes es estupendo, los probé conmigo antes de ponérselos a Ceci y van estupendamente, también la he preparado dos pelotas de goma para la boca, están perforadas con un clavo como la anterior pero estás llevan una correa delgada con su correspondiente hebilla, para cerrársela sobre la nuca en lugar de tener que atarla con nudo, herví las pelotas antes de ponérselas para disimular un poco el sabor a goma, si se porta bien antes del paseo la unto con un poquito de mermelada antes de ponérsela en la boca, la cabe justo entre sus dientes y me dejan ver sus bonitos labios sin correr peligro de mordiscos, ayer tras ponerla a dormir de un corrientazo la corte las uñas de manos y pies, hoy tengo previsto que como se porta bastante mejor voy darla como premio, un baño calentito en lugar de tanta ducha fría y con manguera, la hará bien una buena dosis de jabón y lavarla el pelo, usare la bañera del difunto sargento Bravo, ya escribiré los resultados.

CONTINUARA…

Bueno amigos este ha sido de momento y hasta ahora, el capítulo más extenso de la serie pero habrá más.

Espero que hayáis disfrutado leyéndolo tanto como yo escribiéndolo, la verdad es que hace una semana ni tan siquiera pensaba en escribir esto ni nada de temática zombi o de pandemias, pero me ha venido a ver la musa y estoy escribiendo un capitulo por día, es en serio creedme, escribo y releo, corrijo y sigo escribiendo, me paseo y de nuevo a escribir, releo y corrijo hasta que por fin cuando creo que esta correcto lo envío. En resumen que los consumís calentitos y recién paridos.

Gracias a todos por estar al otro lado de la pantalla y por vuestros comentarios, sois los mejores ¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

Relato erótico: “Cap.1 “Gerardo: El despertar sexual de su familia” La fiesta de Karen” (PUBLICADO POR LAS AVENTURAS DE GERARDO)

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Hola mi nombre es Gerardo, la historia que voy a contarles sucedió hace mucho tiempo cuando aún era un niño, siempre había considerado a mi familia de lo más normal, hasta aquel año de inicio escolar, en donde pude ver una serie de acontecimientos sexuales que involucraron a toda mi familia, al principio fue sorpresivo pero después lo disfrute tanto como ellos, ahora se los contare con lujos de detalles.

Vivimos en una zona residencial, mi casa es dos pisos, tiene una piscina muy linda y un patio muy grande. El primer piso lo usamos para la sala, comedor, cuarto de recreación, de estudio y otro de ocio, donde tengo mis juguetes y juego a la play con mis amiguitos. En el segundo piso esta mi dormitorio, el de mi hermana y el de mis padres, cada uno con baño propio, aunque tenemos uno de emergencia al costado de mi habitación. En el patio tenemos un cuarto para visitas, que lo usan cuando mis padres organizan fiestas en casa, no es por nada pero mi casa es la hostia, grande, amplia y linda.

En aquel entonces yo tenía 10 años, siempre fui de tez blanca como mi madre, cabello castaño y bien simpático, estudiaba en un colegio público y pues me la pasaba muy bien en compañía de mis amiguitos, estaba en cuarto grado de primaria, pero no me subestimen, a mi edad era muy despierto y pues también era muy bueno en clase.  Mi hermana Sofía que era la mayor con 17 años, estudiaba en el mismo colegio que yo y ya estaba en último año, siempre fue una chica muy alta, al punto de estar en el equipo de vóley de nuestro colegio, a su edad estaba muy desarrollada, la verdad muy buena, tenía un trasero de aquellos, uff !! Definitivamente eso lo había heredado de mi madre. Sus pechos no eran muy grandes, estaban acorde a sus edad pero su rostro angelical, su piel blanca, su estatura y su trasero hacían que cualquier chico del colegio se muriera por ella, ni que decir en la calle con todas las guarradas que le gritaban los hombres, me ponía tan celoso que terminaba insultándolos, lastima para mi pues siempre íbamos juntos al colegio y volvíamos de la misma manera, joder que tortura ..!!!

Mi padre se llama Rubén, tenía 45 años en ese momento, conoció a mamá cuando eran adolescentes, en una fiesta, al menos eso sabía, ya más adelante descubriría la verdadera historia, anduvieron de novios un par de años y luego se casaron. A su edad era un hombre gordo y de estatura media, aproximadamente un metro setenta y tres, le gustaba mucho salir juerga con sus amigos, no tenía mucha tolerancia al alcohol, perdía el conocimiento rápido, pero aun así le gustaba parrandear.

No hacía mucho ejercicio, de vez en cuando un fulbito entre amigos, trabajaba en una empresa de dulces ya desde hace bastante tiempo y ganaba muy bien ya que el solo mantenía las comodidades de la familia, se estaba quedando algo calvo y pues todo su atractivo al parecer estaba desapareciendo poco a poco.

JEJEJE!! me reía con algo de tristeza pues no quería terminar igual.

Mi madre Sara en aquel entonces tenía 36 años, era una mujer espectacular, joven y atractiva con un trasero divino, le gustaba mucho ir al gym y cuidaba su figura con buena alimentación, no trabajaba, así que se dedicaba a las cosas de la casa, así como en reuniones con sus amigas y shopping, gastando la tarjeta que mi papá con tanto esfuerzo pagaba, no era muy alta, un metro sesenta aprox. pero lo compensaba con su belleza, piel blanca como la nieve, ojos pequeños, como de asiática, muy lindos, cintura de muñeca, cabello rubio no natural,  pues se lo pintaba cada cierto tiempo, decía que le gustaba mucho así, unas tetas uff !! QUE DIGO TETAS, TETAZASS … le gustaba mucho usar sus vestidos con escotes, lo que resaltaba aún más sus gemelitas, su trasero era un monumento a la lujuria, solo le faltaba que tuviera sombrero y bigote, así le dirían que tenía UN SEÑOR CULO!! Cada vez que salía con mi madre, me tenía que aguantar todas las groserías que le decían, a veces tenía que pelear, a lo que mi madre siempre me decía que era como su guardián, claro el guardián de su culo pensaba yo, seguro que muchos se imaginaban petando ese culazo con brutalidad.

Todo comenzó una mañana de lunes, el colegio empezaba un nuevo año escolar, así que me levante muy temprano, como a las 6:30 am, mi despertador era una locura sonando.

JODER, DE NUEVO AL COLEGIO!! Dije despertando.

Baje en pijama las escaleras y fui al comedor, el olor me llevaba casi flotando, pues mi mamá había preparado un desayuno de panquecitos con leche, llegue y mi hermana ya estaba sentada con una pijama muy mona que usa para dormir, pase por su lado viendo como se le marcaba toda la cola.

UFF, SU CULITO TAMBIÉN TIENE HAMBRE, PENSÉ!!  

A mi edad la verdad era muy morboso, y como no serlo, si mi madre y mi hermana eran dos musas impresionantes. Desperté de mi morboso pensamiento y salude todos con los buenos días.

Mi padre ya estaba listo para ir al trabajo pues entraba muy temprano y llegaba muy tarde, se despidió de nosotros muy rápido. Mi madre estaba lavando unas tazas, tenía puesto un top blanco y unos leggins de color negro que le marcaba toda su figura, al verla de espaldas quede maravillado con su cuerpo, era jodidamente sexi.

Cuando me dispuse a sentarme,  mi madre volteo a verme y me dio un regañón de aquellos, por no haber alistado mis cosas para el colegio, tuve que aguantar con coraje pues en parte tenía razón, me la había pasado de vago el día anterior jugando a la play con mis amiguitos de la residencial. Terminé el desayuno y subí a mi cuarto corriendo pues se me hacía tarde para el colegio, en la subida mi hermana comenzó a burlarse de mí, pues es lo que hacía siempre, molestarme.

          Gerardo si no te apuras te dejo y vas a ver el lio que te arma mamá.

ASHH QUE ODIOSA ES ESTA NALGONA, PENSE!!

          Si si, ya sé, estaré listo en 5 minutos. Dije apurando el paso

Entre a mi cuarto y pensé en flash, el superhéroe, para motivarme y hacer las cosas rápido.

JODER VAYA QUE FUNCIONO!!

Ya estaba listo con mi uniforme, mochila y lonchera. Lonchera? Si, aun llevaba lonchera como todo un pendejo, era por orden de mi madre, decía que tenía que alimentarme bien con fruta y comida sana, no llevaba nada de dinero. Caso contrario era mi hermana que si llevaba unos billetes, a veces mi padre le daba para ambos pero yo ni veía ese dinero, por supuesto que no me llevaba bien con ella, siempre me jodia de muchas formas.

Salimos de casa, mamá nos despidió con un beso a cada uno, esperamos la movilidad en el paradero, a una cuadra de mi casa y subimos cuando llego, por más que no me agradaba ir al colegio ver a mis amiguitos Renzo y Rodrigo me hizo sentirme mejor, eran mis mejores amigos de colegio, me senté con ellos en la parte final del bus y fuimos conversando todo el camino.

Ya  en el colegio mi hermana se fue sin despedirse

          Pero que ingrata es esta jirafa, no se acuerdo que soy su hermanito menor. Dije en voz baja.

Teníamos clase de matemáticas ese día y estaba algo cansado, para colmo habían dos idiotas que siempre me molestaban en el recreo, eran del salón de mi hermana, el pesado de Pablo que había repetido en dos ocasiones por lo que tenía 19 años y su compañero Mario que tenía 18 años, que también había repetido, eran de lo peor, altos y corpulentos, se la pasaban intimidando a todos los niños en el recreo, además en varias oportunidades me di cuenta que molestaban mucho a mi hermana, por lo que ambos me hinchaban los huevos.

RING  RING   RING …..!!!

          Es la campana de salida, dios que alivio, no aguantaba más. Dije muy contento mientras guardaba mis cosas en mi mochila e iba al encuentro con mi hermana para volver a casita.

Me encontraba esperando a mi hermana en la puerta del colegio, cuando me di cuenta que tardaba demasiado.  

JODERR !! Que pesada. Dije para mí

Fui a ver porque tardaba tanto, así que camine a su salón y lo que me encontré me dejo me dejo encabronado, estaba mi hermana y su amiga junto con Pablo y Mario bailando reggaetón, pegados a la esquina de su salón, se habían ido todos hasta el profesor, solo quedaban ellos cuatro con la música bajita, mi hermana le daba la espalda a Pablo y este se aprovechaba para restregarle su bulto en el culo.

GRITE!!

          Sofía que haces, te estoy esperando hace media hora, y tú acá frotándote con este…

No dije su nombre por lo que me quedó mirando con ganas de pegarme, de paso que le había cortado el rollo. Jejeje, reí triunfante en mi mente.

          Ya voy Gerardo no seas molesto. Me dijo sofí un poco molesta

          Esto se lo voy a contar a mamá, ya verás la que se arma en casa.

Cuando dije eso, reacciono mi hermana un poco nerviosa y fue por sus cosas.

          Está bien, está bien, vamos que se hace tarde. Dijo sofí algo preocupada

Salimos casi corriendo y tuvimos que tomar un taxi para llegar a casa, ya dentro del auto note a mi hermana muy pensativa, como queriendo hacer algo, así que fue ella la primera en hablar.

          Gerardo, hermanito, Jiji si no le dices nada a mamá de lo que viste, te puedo comprar ese juego de video para tu consola que tanto te gusta. Dijo mi hermana totalmente cambiada, hasta yo me sorprendí porque siempre me trababa mal.

Se refería al call of duty que iba a salir, costaba a muy caro así que me emocioné.

          Acepto hermanita. Dije dándole un abrazo

Pensé que iba acuchillarme la espalda en ese momento pero felizmente para mí no pasó nada.

Llegando a casa nos dimos cuenta que mamá no se encontraba, pues estaba en completo silencio, solo había una nota en la mesa del comedor que decía.

          Hijos tuve que salir de emergencia, Karen (una de las mejores amigas de mamá) está pasando un momento difícil y fui a su casa, hay unos fiambres en la refri, Atte: Los quiere mucho, mami.

Tuvimos que hacernos unos emparedados y pasar la tarde cada uno en su cuarto, yo me recosté en mi cama con unos audífonos escuchando AC DC, cuando sin darme cuenta me quede dormido, me levante como a las 9:00 pm. Asustado baje al primer piso y en el sillón estaba mamá y Karen hablando, así que me gano la curiosidad, me quite los zapatos para no hacer ruido, camine un poco y me escondí para poder escuchar sin que me vieran.

          Sara, soy una estúpida por perdonarlo tanta veces, ya sabía cómo era él. SNIF SNIF  SNIF !! Dijo eso llorando y recostándose sobre el pecho de mamá.

          Karen no tienes nada de que lamentarte, él se lo pierde, tu eres una hembra A1, cualquier hombre quisiera estar contigo, estas muy buena cariño, vas a ver que encontraras un macho de verdad, dispuesto a hacerte olvidar a ese idiota a punta de vergazos, es más yo misma te voy a conseguir un semental que va cogerte como dios manda, te lo digo por experiencia amiga, una verga bien gorda y larga es la mejor medicina para el corazón, Jijiji.

PERO QUE CARAJOS!! Me quede con la boca abierta, era la primera vez que escuchaba hablar así a mamá, y como era eso que “te lo digo por experiencia”, estaba como piedra no sabía qué hacer, así que decidí hacerme notar y entre en la sala haciendo ruido.

Mi madre volteo a verme, nos saludamos y dijo que iba a preparar algo para la cena, en el sillón todavía estaba Karen ya recuperado, al menos ya no lloraba pero si se le notaba tristona. Le prendí la televisión y esperamos la cena, a los 40 minutos mi madre nos llama y nos sentamos a comer.

Ya en el comedor mi madre le dice a su amiga

          Karen, que te parece si hacemos una fiesta en tu casa, ya que estas nuevamente soltera, es lo mejor para que quites esa cara y olvide las penas, yo me encargo de organizarla, que dices?

          No lo sé Sara, no creo que sea buena idea.

          Vamos anímate amiga, verdad que es lo mejor Gerardito. Me dijo mi mami muy sonriente.

Mientras no haya vergas gordas y largas que curen el corazón, está bien pensé yo.

          Si mamá es buena idea, además les hará bien bailar y esas cosas.

          Bailar? A Karen le hace falta algo más que bailar hijo, Jijijijiji. Se rio pícaramente y mirando a su amiga.

          Bueno Sara ya me convenciste, es lo mejor para olvidar a ese estúpido, ahora va saber lo que se perdió. Lo dijo Karen con tanta rabia que me dejo pensativo y a la vez preocupado

La cena terminó y Karen se despidió de nosotros. Yo estaba en la sala viendo televisión mientras mi mami lavaba los platos. En eso llego Sofía, al parecer había salido con sus amigas, estaba muy despeinada, sonriente y con un olor a cigarro, madre mía parecía una chimenea, así que le dije molesto:

          Sofía pero que haces, donde estabas, si entras a la casa con ese olor mamá se dará cuenta.

          Ya tonto no me molestes dame tu perfume para quitármelo, VAMOS TRAEMELO!!. Me dijo casi gritándome.

Subí a mi cuarto como un niño obediente y baje con el perfume, se lo entregué a mi hermana y se roció por todo su ropa.

NI LAS GRACIAS ME DIO, VAYA HERMANITA TENGO, PENSE!!

Fue a saludar a mamá, que se encontraba en la cocina.

          Hola mami, ya llegue, estaba haciendo unas tareas grupales en casa de mi amiga

          Si claro, tareas grupales. Respondió mi madre de forma sarcástica.

          Bueno mami, iré a dormir me siento muy cansada.

          Ok Sofía, que duermas bien.

Mientras mi madre y hermana estaban en la cocina yo seguía pensando en todo lo que había escuchado de la boca de mamá, y más aún en la fiesta que ella misma iba a organizar, el morbo de lo que iba a suceder en casa de Karen me tenía muy nervioso, así que primero tenía que saber cuándo seria la fiesta y como podía ir, de esa manera estaría preparado.

Pasaron los días. Me encontraba en el sillón un poco desilusionado viendo televisión, no había conseguido nada de información sobre la fiesta y cuando pensé que no habría esperanza de asistir, surgió una llamada. El teléfono estaba en la sala, en una esquina junto a la computadora, así que mamá bajo presurosa a contestar, simplemente tuve que pegar la oreja y escuchar lo que decía.

          Hola Marcelo como andas chiquito.

          ……………………………

          Si, la fiesta de Karen, están invitados Tu y Carlos.

          ………………………………………

          Que vas hacerme qué? Jijijijiji eso ya lo veremos.

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          Si si, habrá mucha acción, quiero que estén preparados, mi esposo estará de viaje, así que iré con ganas,  Jijiji

          ………………………………….

          Así?,  que no podré caminar en una semana? Jijij

          ……………………………………

          Gerardito ve a la cocina y tráeme un vaso de limonada porfa.

Rayos!! solo lo hacía para deshacerse de mi pensé !!

          Ya voy mami.

Camine hacia la cocina y antes de llegar volví la vista atrás, mi madre me miraba sonriendo y un poco nerviosa, hice que entraba pero me quede cerca para seguir escuchando lo que decía.

          Mira Marce, quiero que tu amigo Carlos ayude a Karen, ya sabes lo que paso con su ex novio, está muy mal y pues se me ocurrió la brillante idea de curarle el corazón a punta de vergazos, de paso tú me das eso que tanto me gusta, Jijjiji.

          ………………………………………………..

          Ya bebe entonces los esperamos, listas y preparadas para la guerra. Dijo mamá mordiéndose un dedito de la mano.

          ………………………………………………….

          Dios mío, no eso no!! no quiero terminar con la concha rota, Jiji.

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          Ya veremos pervertido, ya veremos, Adiós. Y colgó.

Pero que rayos pasaba con mamá estos días. Yo estaba algo confundido, me preocupaba el comportamiento de mi madre, pero a la vez también sentía morbo de presenciar lo que iba a ocurrir el día de la fiesta, sin más volví con el vaso de limonada y hable con mamá para tratar de sacarle algún dato de la fiesta.

          Mami disculpa que sea un metiche pero quien era ese tal Marce?

          Ah!! un amigo del gym, Gerardito.

Mamá iba al gym todos los días por la mañana y siempre volvió casi al mediodía, seguro tenía muchos amigos y amigas que no conocía.

          Mami, y que tanto conoces a tu amigo?  te escuche hablando con él de la fiesta.

          Si Gerardito, lo que paso es que Marce es un buen amigo, nos tenemos mucha confianza y compartimos cosas en común.

          Como que mamá? Cuando estaba en el sillón escuche que le decías que no ibas a poner caminar en una semana, te va a golpear?

Se sonrojo mi madre y trato de reírse algo nerviosa.

          Jijiji, no hijito, mira cuando seas adulto entenderás que hay cosas en la vida que causan mucho dolor pero a la vez mucho placer. Dijo lo último mordiéndose su labio inferior.

          Y mi papá no te puede dar eso? Porque ese señor te da placer, a que te refieres mami?. Dije haciéndome el inocente.

          No, no es eso, a tu papá lo amo, pero hay otras cosas que en los adultos es muy importante, todavía estas muy chiquito para entenderlo. YA SUFICIENTE GERARDITO !! a tu cuarto, a dormir que mañana tienes colegio. Me dijo muy cabreada mamá.

          Está bien mami. Dije agachando la cabeza y triste.

No quería hacer enojar a mamá, así que tuve que irme a mi cuarto resignado, solo me quedaba dormir y esperar el día de mañana

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RING RING RING !!

Dios el despertador, que horrible es levantarse temprano para ir al colegio. Dije para mí.

Era viernes y pues tampoco era para tanto, así que baje a tomar el desayuno como de costumbre y ahí estaba mi familia, mi padre en la puerta ya listo para irse al trabajo, se despedía de mi madre pues tenía comisión y volvería hasta el miércoles.

Mi hermana en el comedor tomaba leche con cereal,  la salude con los buenos días pero no me respondió. QUE ODIOSA PENSE!!

Me senté para desayunar y cuando iba a comer un pan, entró mi madre vestida con un short blanco ajustado, que le marcaba todo la raja del culo y por el frente el clásico camaltoe.

Ufff !! No pude resistir bajar la mirada y ver como se le marcaba la concha en el short, parecía tener hambre, con ganas de comerse algo. Antes de que se diera cuenta, desvié la mirada para mi hermana haciéndome el distraído.

Mi mami parada delante de nosotros nos saludó muy emocionada, se sentó con nosotros y comenzó a decirnos que este domingo haría una fiesta en casa de Karen.

Así que la fiesta seria esta misma semana, eso no me lo esperaba, bueno yo escuchaba mientras que a mi hermana parecía no importarle.

          Mami puedo ir? Pregunté

          No Gerardito, es una fiesta solo para adultos y pues los niños no pueden ir.

          Pero mamá que significa eso, te prometo que me portare bien, no haré nada que te moleste, además mi hermana no sabe cuidarme. Volví a insistir

          Nada de peros hijo, te quedas en casa con tu hermana.

          Pero mamá, y no iras con papá?

          Tu padre estará de viaje hasta el miércoles, por lo que no podrá asistir.

Qué raro pensé, con todo lo que había escuchado antes, además que papá no vaya a ir, y sin la presencia de niños, seguro que mamá ocultaba algo.

          Bueno mami está bien ya no insistiré más.

          Eso está mejor hijo, así me gusta mi niño obediente, se van a dormir temprano y me esperan que volveré al día siguiente muy temprano.

          Como mami? No vendrás a dormir con nosotros.

          Eeesstee, eee, mira hijo lo que pasa es que la casa de Karen está un poco lejos y pues se me hará muy tarde poder venir a casa, además Karen me dará una de sus habitaciones para dormir, quédate tranquilo hijo que estaré bien.

          Bueno mami espero que te diviertas.

          Claro que si hijo, me voy a divertir y muchooo, Jijijiji!! Lo dijo sonriendo pícaramente.

          Bueno niño basta de preguntas, al colegio que se hace tarde. Dijo mami apurándonos

Salimos mi hermana y yo rumbo a estudiar. Pasó la mañana, la tarde, la noche y no podía concentrarme para nada, mi mente estaba solo en la fiesta

Rayos, de qué manera iría? Pensaba.

Una fiesta solo de Karen y mi madre con sus misteriosos amigos, en casa de ella, muy lejos de la nuestra y sin la presencia de papá, era algo que no podía perdérmelo.

Llego el sábado y aún no tenía un plan, como no tenía clases me la pase pensando que hacer, podía decir que iba a casa de un amigo y quedarme la noche pero de todas maneras mi madre llamaría diciendo que me cuidaran.

Rayos, esto estaba muy complicado, hasta que por la tarde llego la esperanza, mi hermana en el almuerzo mencionó que tenía una pijamada en casa de una amiga y pues no dormiría conmigo, a lo que mi madre respondió diciéndole que yo me iba a quedar solito en casa y que podía pasarme algo, la típica preocupación de una madre, solo me quedaba tratar de convencerla, para que le diera permiso a Sofí, así yo me quedaría solo y podría ir a la fiesta sin que se diera cuenta.

          Mamá ya estoy grande, puedo cuidarme solo, no me va a pasar nada.

          Si mamá ya está grande este niño, puede cuidarse solo. Dijo mi hermana de mala leche.

          Nada de niño hija, es tu hermanito, HAY ESTOS CHICOS!! Dijo mi madre

          Bueno está bien pero Gerardito te aseguras de cerrar las puertas con llave, no quiero que abras a nadie, yo voy volver por la mañana, así que ya estarás despierto para abrirme. Dijo mi madre

          Yeeeeee !! gracias mami, y le di un beso.

Termine de comer y me fui a mi cuarto, ahora solo tenía que pensar cómo llegar sin ser detectado, eso iba a estar más complicado pero recordé que el año pasado ya habían hecho una fiesta en casa de Karen y de travieso me quede las llaves de su casa, VAYA!! Nunca pensé que esa travesura me serviría para mi plan, pero estaba más que feliz, las busqué por todo mi cuarto y las encontré.

La casa de Karen era muy grande, más que la nuestra, ya que su padre era un hombre de negocios y pues le había regalado esa casa hace mucho tiempo, 3 pisos, una piscina y un jardín amplio con muchos arbustos. Para entrar en su casa primero teníamos que cruzar el jardín, ya que la casa quedaba como a 20 metros de la puerta principal, tenía muros a los costados, así que la única forma de entrar era con la llave.

Karen por cierto tenía 38 años, estaba igual de buena que mamá, era de mirada penetrante, piel blanca muy linda, eso si no era muy alta, al ojo diría que era de la misma altura de mami, su cabello lo usaba de distintos colores, igual todo le quedaba genial pero lo que más resaltaba en ella eran ese par de tetazas que ponían caliente a cualquiera y para rematar su culo de milf que era impresionante, como para hacerle un altar en honor a todas las pajas que seguro provoco. Entre ella y mamá curaban cualquier impotencia sexual, de eso estaba completamente seguro.

Solo me quedaba dormir y esperar el día de mañana.

………………………………………………….

El domingo llegó, por fin!! Dije cuando me levante.

Tenía una sensación de felicidad, preocupación  y morbo, todo a la vez, estaba ansioso por ver todo lo que iba a ocurrir.

Por lo menos ya había planeado todo, iba a salir dos horas antes, con el pretexto de jugar a la casa de un amigo, pero en realidad iría a casa de Karen para ocultarme bien y esperar a que comience la fiesta. ERA UN GENIO!! Pensé sonriendo.

La primera en irse fue mi hermana Sofía, como a las 4:30 pm, a casa de su amiga, con el rollito de la pijamada, luego me enteraría lo que vedad paso de boca Pablo y Mario, los bravucones de mi colegio.

El segundo en salir fui yo, aliste mis cosas, como dije que iba a casa de un amigo, aproveche para sacar una mochila, con un abrigo, dinero y una cámara. Tal vez suceda algo que recordar, pensé.

Salí a las 5:00 pm, yo sabía que la fiesta comenzaría de noche pero no la hora exacta, así que esperaría seguro un par de horas hasta que llegaran. Me despedí de mi madre, que se estaba dando una ducha en su cuarto, por lo que me contestó con un, CUIDATE GERARDITO, NO DUERMAS TAN TARDE EH!!

          Ya mami. Le dije en tono de niño bueno.

Tome un taxi y salí rumbo a la fiesta, lo primero era saber si ella se encontraba en su casa, así que al llegar, pregunte al guardián de la zona, era un tipo bajito, moreno, gordo, de unos 50 años, de mala pinta, hasta miedo me daba.

          Buenas tardes señor, sabe si la señora Karen Valderrama Ortiz  está en casa?.

          No mocoso no se encuentra, porque, quien eres tú? Me dijo de mala leche.

          Soy su sobrino (mentí), vine a visitarla y quería saber si estaba?

          Pues no está enano, debe estar gozando por algún lado, con lo guarra que es tu tía, seguro que está gritando como un cerdo ahora mismo, Jajaja. Me dijo riéndose ruidosamente.

          Oiga señor no hable así de mi tía, que le pasa, acaso usted la conoce? Respondí envalentonado.

          Jajaja, pues claro mocoso, si yo soy el guardián de esta zona, conozco a todos aquí, y tu tía es una guarra, cuando hago guardia en las noches, paso por su casa y solo la escucho aullando de placer, su novio debe tenerla grande, como grita la condenada uff !! De solo pensarlo se me pone tiesa, mira muchacho. Me dijo señalando su bulto.

          Viejo asqueroso!! le grité y me fui corriendo a casa de Karen.

Llegue a la puerta principal, use la llave y entre, tuve que cruzar todo el jardín para llegar a la casa, cuando lo hice pude ver que estaba todo muy calmado, había una decoración con globos en el techo y mucho licor en la cocina, al parecer iban a beber bastante, pero lo que más llamó mi atención fue que al costado de las bebidas, habían 2 cajas de condones de 15 unidades XXL, con una imagen en la caja y una frase que decía: “Con espuelas, multiorgasmico”, PERO QUE RAYOS ERA ESTO!! Se supone que sería una fiesta para curar el corazón de Karen no un orgia para curar la concha de Karen, esto estaba empeorando, mamá nunca había sido infiel a papá, al menos era lo que sabía. Seguí caminando por la casa, todo era de lo más normal, hasta que subí al segundo piso, para ser más preciso al cuarto de Karen, tenía curiosidad de ver que había en su habitación, comencé a rebuscar sus cajones donde guarda sus calzones,  encontré muchos y de distintas formas, hilos, cacheteros, y uno que era muy particular, porque tenía un hueco  justo en el medio, el hombre que la viera con eso puesto seguro que le vería toda la concha al aire, uff !! Comencé a excitarme de solo de imaginarla con eso puesto, menuda guarra era Karen, tal vez el guardián tenía razón, y si era una puta gritona.

Deje los calzones de Karen en su sitio y busque ahora en el armario donde guardaba sus zapatos, me llamo la atención una caja de color rosa, tenía candado pero estaba abierto, así que la curiosidad me gano y abrí la caja. Lo que encontré me dio tanto miedo que me hizo caer de culo, ERA UN PENE DE GOMA COLOR MARRÓN GRUESO Y LARGO, MONSTRUOSO.

Yo pensando que la amiga de mamá era una santa, pero que equivocado estaba. Trate de medirlo con mi bracito y era mucho más grande, JODER !! DEBÍA TENER POR LOS MENOS 25 CM.

Ufff !! ya estaba muy excitado, solo pensaba en mujeres desnudas, como las que salen en esas revistas para adultos, aproveche que estaba solo y me fui al baño para hacerme una paja, pues ya no aguantaba mas calentura, estaba todo sudado así que me lave y fui a guardar todo en su lugar, vi la hora y ya eran las 8:42 pm, como había pasado el tiempo, felizmente aún no habían llegado, me dispuse a bajar para esconderme en el patio, por la zona de los arbustos, así nadie iba a notar mi presencia.

Me escondí entre 2 arbustos muy grandes, saque mi abrigo y espere la llegada de mamá, Karen y sus dos misteriosos amigos.

Espere aproximadamente 1 hora y media, hacía mucho frio, hasta que por fin escuche la puerta principal abrirse, trate de mirar entre los arbustos y vi solo dos siluetas, dos tipos muy grandes, musculosos y de buena pinta, debían ser Carlos y Marcelo, uno era moreno, el otro blanco, no sabía quién era quien pues no los conocía, cruzaron el patio hablando entre risas.

          Ya te digo tío, hoy voy a reventar la concha de Sara, tanto que su marido no la va reconocer, jajaja. Dijo el hombre blanco

          Que dices Marce, si bien que aguanta la guarra, ya no te acuerdas cuando le dejamos la concha echando humo y bien que pedía más, jajaja uff !! estoy hecho un burro, esas vaginas van a terminar destrozadas, de eso estoy seguro jaja. Dijo el moreno.

Ahora ya lo tenía más claro, Marcelo era el blanco pintón y Carlos el moreno musculoso.

          Hey Carlitos compraste las pastillas que te dije?

          Pues claro Marce, mira. Dijo sacando de su bolsillo una tableta con 4 pastillas azules.

          Lo que vamos a gozar hoy Carlitos, quiero pasar 24 horas follando, haber que tanto aguantan estas perras, si son tan calientes como dicen, o si desmayan a mitad de la faena, Jajaja.

          No hay escape Marce, vamos a coger hasta que salga la última gota y nos quedemos secos, Jaja.

Ya habían cruzado el patio y entraron a la casa. Yo estaba nervioso y asustado, no sabía que hacer, y como era eso, “que le dejaron la concha echando humo a mi mami”? pero cuando había pasado eso? hasta la última gota? Esto estaba empeorando demasiado, yo no me lo creía!! Al menos hasta que lo viera con mis propios ojos. Solo me quedaba esperar a mi linda madre y a su amiga.

Tardaron como 20 minutos en abrir la puerta principal, me levante y vi la silueta de dos mujeres, definitivamente eran ellas, PERO QUE CARAJ… !! Mi madre y Karen venían con las tetas al aire tambaleándose muy borrachas, se sostenían entre las dos para no caerse, venían hablando con la voz arrastrada.

          Sa-ra pe pe-ro que guarraaa eeeeeeres, te vi con el Mar mar-ce cuando fueron al baño de hombresss, en el bar. Hip hip

          Si kareen ya no aguantaba, es es-tabaaaa muyyy cali-ennnte, solté un escándalo en el baño, Jijiji, Hip

          Joder Sa sa-ra lo que nos essspera ahora, jijjii, esto se va a poner feo, con esas mangueras que se traen esos dos, seguro que mañana usaremos silla de ruedas. Hip Hip.

          Diloooo porrrr ti amiga, a mi ese idiotaaaaa no me va ganarrr, le voy a dejar polla más seco que un tronco. Hip, ya verás cómo acabara con dolor en los huevos, Hip.

Me quede con la boca abierta, con todo lo que escuchaba de mi madre, ahora si estaba seguro que si iba armar una guerra, pero de la buena, donde iban a correr pollazos por todos lados y por lo visto iba a estar parejo, ya que las amiguitas no estaban dispuestas a ser reventadas.

Entraron a la casa con las tetas al aire y cerraron la puerta, solo escuche un ruido de alegría al parecer de Marcelo y Carlos, la casa estaba repleta de licor, y mi madre y su amiga ya venían borrachas, esto iba a terminar mal, espere resignado entre los arbustos.

SEGUNDA PARTE EN MI BLOG: https://lasaventurasdegerardo.blogspot.com


Relato erótico: “Epic story: dibujos animados” (POR DOCTORBP)

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Mónica tenía 30 años, de estatura media. Era morena, delgada con cuerpo lleno de curvas gracias a su culo bien puesto, sus caderas estilizadas y sus imponentes pechos. Su rostro desprendía atractivo y mucha personalidad. En conjunto era una bella mujer. Vivía junto a su pareja, de 33 años, alto, pelo corto y cuerpo atlético debido al deporte que practicaba en el equipo de fútbol en el que jugaba. El novio de Mónica estaba bueno. Estaban hechos el uno para el otro.

La pareja se había conocido hacía unos años y habían comenzado una relación lenta pero bien cimentada que iba encaminada a la formalización de su unión en un acto por lo civil que estaba planificado para el año siguiente.

Mientras el novio de Mónica, antes de conocerla, había tenido únicamente 2 relaciones, aunque bastante duraderas, ella había tonteado con unos cuantos chicos. Algunos no habían pasado más allá de ser un rollete pero, a pesar de la gran cantidad de pretendientes que siempre había tenido, únicamente unos pocos afortunados habían conseguido el premio que ansiaban.

Aunque había pasado mucho tiempo, en su juventud, Mónica había sido un poco loca. Había disfrutado la vida sin tapujos y eso la hizo conocer muchos chicos. Pero eso formaba parte de un pasado lejano, olvidado. Ahora sus prioridades habían cambiado. Ahora sólo pensaba en un hombre y no necesitaba absolutamente nada más.

-Hoy ha llegado el jugador nuevo. Se llama Marc – le comentó a su novia mientras cenaban.

-¿Sí? ¿Y qué tal? – le preguntó con interés.

-Bueno, no nos ha dado mucho tiempo a conocerlo, pero parece un poco… – y tras unos segundos intentando encontrar la palabra adecuada – … prepotente.

-¡Uy! Pues me parece que muy bien no os vais a llevar – aventuró Mónica conociendo el temperamento de su novio.

-¡Es un gitano! – bromeó en tono despectivo.

-¿En serio? – preguntó sorprendida.

-Al menos lo parece… es muy moreno, con greñas…

Mónica empezó a reír.

-¡Es Mark Lenders! – aseveró divertida.

-¿Quién? – preguntó su novio extrañado.

-¡No me digas que nunca has oído hablar de Mark Lenders! – Mónica pensaba que estaba de broma.

-Pues no.

-¿En serio?

-En serio.

-¿Tú nunca viste Oliver y Benji? ¿Campeones?

-¡¿Pero eso qué es?! – bromeó haciendo ver que Mónica le estaba vacilando. Realmente no sabía de lo que le estaba hablando.

-¡Anda ya! ¡Tú no has tenido infancia! – concluyó divertida dándose cuenta de que no estaba bromeando.

-Bueno, ¿me lo explicas? – continuó él tras unos segundos de silencio, intrigado por saber a lo que se refería su chica.

Y durante el resto de la cena Mónica le explicó por encima la serie de dibujos japoneses sobre fútbol que encandiló a toda una generación de niños y niñas hacía unos cuantos años.

Pasados un par de días el novio de Mónica volvió a tener un entreno y, nada más llegar a casa, se dirigió en busca de su pareja.

-¿Se puede saber cómo sabías que se llamaba Mark Lenders? – le preguntó, serio.

-¿Cómo? – Mónica estaba descolocada.

-El nuevo, se llama Mark Lenders. El mismo nombre que dijiste el otro día.

Mónica estaba flipando. Por un momento pensó que nuevamente su novio estaba bromeando, muy típico en él, pero estaba demasiado serio.

-¿Me estás diciendo de verdad que tu nuevo compañero se llama Mark Lenders? ¿Como el de los dibujos?

-Sí – Mónica se rio – A mí no me hace gracia.

-Anda, ven aquí – ella se acercó al malhumorado hombre y lo besó haciéndole arrumacos – Es una increíble casualidad – siguió riendo mientras pensaba si era posible que alguien moreno, con greñas, pinta de gitano en definitiva, futbolista y prepotente se llamara Mark Lenders.

Mientras abrazaba al hombre al que quería recordó lo mucho que le gustaba aquel personaje de dibujos animados. Un gruñido de satisfacción sonó en su mente recordando aquel dibujo chulesco pero, en el fondo, de buen corazón. De pequeña se había fijado en él por ese carácter indomable que sin duda tanto le atraía. Y porque estaba bueno, por qué no decirlo.

Durante los siguientes días, a medida que el novio de ella conocía más al nuevo, siguieron hablando sobre el tema de vez en cuando y, para sorpresa mayúscula de ella, el número de casualidades aún no había concluido.

Mark era delantero y había llegado para paliar la evidente sequía goleadora del equipo. Iba a la universidad mientras trabajaba en un Telepizza para ayudar económicamente a su viuda madre que tenía que hacer frente a los gastos universitarios de Mark y de sus hermanos pequeños. Por si eso fuera poco, el fuerte carácter de Lenders era más que evidente y ya había tenido algún roce con el veterano del equipo, el novio de Mónica.

Llegaba el final de temporada y, como cada año, se organizaba la cena de equipo a la que acudían jugadores, cuerpo técnico, directiva y el resto de integrantes del club acompañados de sus respectivas parejas.

-Mónica, ¿recuerdas que el próximo viernes es la cena del equipo?

-Sí, claro… me muero de ganas de conocer en persona a Mark – le bromeó.

-No me hace gracia – le contestó su novio, serio, pero bromeando en el fondo, seguro de su chica.

Ella le sonrió y lo besó. La mujer estaba exaltada. Según todo lo que su pareja le había contado, su nuevo compañero de equipo era la reencarnación de aquel dibujo animado que de pequeña tanto le había fascinado. Y sólo el mero hecho de pensar que podía conocer a aquel dibujo en carne y hueso le evocó calenturientos recuerdos en forma de cosquillas en el estómago.

De camino a la cena se dijo a sí misma que se llevaría una decepción. Por muchas casualidades que hubieran entre el Mark Lenders animado y el real era imposible que se parecieran tanto como para ver, en el hombre al que iba a conocer esa noche, aquel dibujo animado motivo de sus primeros sueños húmedos. No es que tuviera que preocuparse por volver a sentir esas sensaciones, cosa que veía completamente imposible, pero sí le hubiera hecho gracia ver en ese chico el reflejo de aquel pequeño macarrilla de la serie Campeones.

Mónica solía aburrirse en estas cenas en las que la mayoría de conversaciones giraban en torno al fútbol. Tampoco ayudaba que su novio fuera el más veterano. El resto de jugadores eran muy jóvenes, al igual que las parejas de éstos con lo que tampoco tenía muchos puntos en común con ellos. De ahí que nunca tuviera ganas de acudir. Sin embargo, finalmente siempre asistía por su novio, al cual no le apetecía ir solo y, además, le gustaba presumir de mujer. Sin duda Mónica era la que estaba más buena de todas a pesar de la juventud del resto. Pero este año, la intriga por conocer al nuevo había cambiado las cosas. Mónica tenía ganas de asistir a la cena únicamente por el mero hecho de conocerlo.

Una vez en el restaurante, la mujer comenzó a divisar rostros conocidos y fue saludando a medida que los reconocía. Aunque a muchos los veía de año en año, tenía buena memoria para los nombres así que eso no era problema. Antes de terminar la ronda de saludos divisó una espalda ancha y fuerte que se extendía bajo una melena de cabello negro. El corazón empezó a bombearle con fuerza. No pensó que reaccionaría así.

-¡Pero si eres Mark Lenders! – aseveró cuando el jugador de 1’80 de estatura se giró dejando ver sus grandes ojos oscuros, su piel tostada y sus fuertes facciones. Era la viva imagen del dibujo animado.

-Sé que soy bueno, pero no sabía que ya era famoso – contestó Mark con severidad al comprobar la reacción de aquella mujer desconocida.

-Es que le he hablado de ti – intervino el novio de Mónica.

-No sabía que fuera tan importante en tu vida – le desafió Mark provocando la ira en el rostro del veterano del equipo.

-Déjalo… – le tranquilizó ella y se lo llevó dándole la espalda al gitano no sin antes girar la cabeza para echar un nuevo vistazo a aquel impresionante hombre y dedicarle una sonrisa. Mark no se la devolvió, únicamente la miró con suficiencia provocando nuevas cosquillas en el estómago de la mujer.

La cena transcurrió sin mayores novedades. Mónica y su novio estaban sentados bastante alejados de Mark que había acudido solo y no fue hasta después de la cena cuando tuvieron un nuevo encuentro.

-Hola Mark – le saludó ella al ver, a través del espejo donde se estaba retocando, cómo el jugador se acercaba en dirección a los servicios.

-Hola – le devolvió el saludo con tosquedad.

-¿Tú conoces la serie Campeones? ¿Oliver y Benji? – quiso salir de dudas.

El rostro del jugador pareció desfigurarse mostrando una mueca de contrariedad, tal vez preocupación.

-Oliver y Benji no se merecían el reconocimiento que tenían – espetó con rabia.

Mónica sonrió, no podía estar más de acuerdo. Y se alegró al comprobar que Mark pensaba de aquella manera y, sobre todo, que conocía la serie. ¡Cómo no la iba a conocer si él era uno de los protagonistas! pensó.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-No – la cortó con el rostro marcado por la indiferencia, siempre rudo. Pero aquella contestación no le molestó a la mujer, todo lo contrario.

-¿Cuándo es tu cumpleaños? – pero el tipo la ignoró entrando al servicio.

Mónica ya se había acicalado, pero esperó a que Mark saliera del cuarto de baño de los chicos. Quería seguir jugando un rato. Mark no tardó en salir y pensó que esta vez se iba a poner a su altura y lo ignoraría. Ya le había prestado demasiadas atenciones, más de las que nunca le había prestado a un chico, no lo necesitaba. Se limitaría a verlo pasar a través del espejo.

-El 17 de agosto – le contestó cuando pasaba justo a su espalda mirándola tan solo unos instantes a través del espejo y, por primera vez, sonriéndole levemente. Una sonrisa llena de intenciones, de chulería como no podía ser de otra forma. ¿La estaba vacilando?

Mónica no pudo evitar sonreír al escuchar esa fecha. Intrigada como estaba por conocer a este personaje se había documentado un poco y sabía que el dibujo animado de Mark Lenders nació un 17 de agosto. ¿Una casualidad más? se preguntó. Tenía la cabeza hecha un lío. ¿Era cierto que cumplía años ese día o, cansado de que lo comparasen con el personaje de ficción, se sabía sus datos para poder vacilar a gente como ella que lo confundiera con la animación? Tal vez todo lo que contaba, lo de la universidad y su familia, por ejemplo, no era más que una argucia para impresionar a todos los que como ella, fueron seguidores de aquella mítica serie de dibujos y lo confundían con uno de los personajes más carismáticos de la misma. Se giró, confundida y con rabia, para mirarlo. Y se dijo a sí misma que averiguaría la verdad sobre ese pedazo de hombre. Estaba buenísimo pensó.

Tras la cena decidieron salir a tomar algo como siempre hacían. Normalmente, Mónica y su novio se marchaban en ese momento ya que ella no se sentía todo lo cómoda que le gustaría y él entendía que ya hacía un esfuerzo acudiendo a la cena así que no le importaba.

-¿Nos vamos? – le preguntó.

Aunque ella se hubiera ido de buena gana, tenía la espina clavada de no haber averiguado si el nuevo era un farsante o si realmente se trataba de una especie de reencarnación del anime. Intentó pensar rápido una excusa para no marcharse y creyó que la tenía.

-No, cariño, ¿cuántos años te quedan en el equipo? – ya habían hablado sobre la posibilidad de que lo dejara para tener más tiempo para ella y dedicarlo a nuevos proyectos juntos. ¿Un hijo tal vez? – Sé que aún no lo has decidido, pero tal vez sea tu última cena de equipo. Hoy nos quedamos hasta que te apetezca – y sonrió sacándole una sonrisa a su novio que se abalanzó sobre ella para abrazarla y besarla.

Mónica se sintió ligeramente culpable. Aunque no le mintió con aquellas palabras, pensó que jamás se le hubieran ocurrido si no fuera por los motivos reales por los que le apetecía alargar la noche.

A su vez, el novio de Mónica se sintió feliz de estar con aquella mujer tan sobresaliente. No sólo era guapa, atractiva, estaba muy buena, sino que tenía un gran corazón como acababa de demostrar y, sobre todo, con gestos como ese le demostraba su amor que era lo que más le recompensaba de su relación.

Fueron a un antro donde había sillas y sofás en los que sentarse, mesas en las que podías tomar algo alrededor, de pie, todo ello sin un orden aparente. La distribución parecía un poco caótica, pero tenía su encanto. La música no estaba muy alta con lo que se podía hablar sin problemas.

-No te preocupes por mí, cariño – le propuso Mónica – tú disfruta de tus compañeros. Esta noche no me importa, pero me deberás una – le bromeó con sorna.

Su novio no le contestó, simplemente le sonrió y desapareció en busca de unos amiguetes. Mónica se sintió extraña y emocionada al mismo tiempo. Se disponía a empezar sus investigaciones y lo primero sería divisar a Mark y acercarse para vigilarle.

-Una coca-cola – pidió el gitano en la barra. Mónica, al escucharle, no pudo evitar comenzar a reír a carcajadas atrayendo la atención de Mark.

Él la miró desafiante y ella se dio cuenta en seguida de que no servía para detective. La habían descubierto a las primeras de cambio. Sonrió a pesar de aquella ruda e impresionante mirada que habría turbado a cualquiera.

-Se dice por ahí que eres adicto a la coca-cola…

-Tía, déjame en paz – le cortó con tales aires que, por primera vez, la mujer se sintió cohibida.

El hombre se marchó dándole la espalda y Mónica se sintió idiota. Se había quedado por él, para averiguar si todo lo que aparentaba era una fachada y había fracasado en el primer intento. Sintió ganas de irse a casa, pero ahora no podía pedírselo a su novio tras decirle que aprovechara la noche con sus compañeros de equipo, que ella se sacrificaba hoy por él.

Se fijó en Mark mientras se alejaba y pensó que por muy duro que fuera aquel tipo y por muy bueno que estuviera, nunca ningún tío la había tratado o rechazado de aquella forma. Se sintió mal al comprobar que el amor platónico de su época juvenil encarnado en todo un hombre hecho y derecho la rechazaba a pesar de lo buena que sabía que estaba. Mark se había sentado en una de las sillas con su coca-cola y decidió un último acercamiento.

Se dirigió con disimulo hacia él y se quedó a unos escasos metros, con su bebida, entablando conversación con un par de chicas, novias de un par de jugadores del equipo. Al cabo de unos minutos, haciéndose la distraída, se acercó a la silla en la que estaba sentado Mark y se sentó en el brazo de la butaca, dándole la espalda y entrando en contacto con el brazo del rudo futbolista. Mark no lo apartó, manteniendo el contacto físico con Mónica, gesto que provocó una leve sonrisa de triunfo en el rostro de la mujer.

Mónica se sentía mejor. Si Mark hubiera apartado el brazo al contactar con la parte baja de su espalda se hubiera sentido completamente rechazada, pero no era el caso. Aunque seguía manteniendo la conversación con las chicas, no las escuchaba. Estaba atenta a los movimientos del morenazo que no apartaba el fuerte brazo. Ella se movió ligeramente, con disimulo, acomodándose mejor en el brazo de la silla y acercando su cuerpo al de Mark.

Definitivamente, se estaba calentando. El contacto con aquel musculado brazo le estaba gustando y los recuerdos de su infancia le venían a la mente. Comenzó a moverse ligeramente, restregándose con la extremidad del hombre, que no parecía dispuesto a terminar con aquello. Notaba como el fuerte brazo del futbolista se clavaba cada vez de forma más evidente en su carnoso cuerpo. Mónica lo había buscado únicamente para subirse la autoestima, pues no estaba acostumbrada a los desaires que Mark le había dedicado en la barra, pero para nada esperaba empezar a sentir cierta excitación. Pensó que era lo normal, había bebido un poco y Mark estaba muy bueno, era un calco al dibujo animado con el que había tenido sus primeras fantasías, con lo que no le dio mayor importancia. Pero al oír la voz de su novio acercándose se levantó rápidamente, sintiéndose culpable.

Su chico ya había pasado un buen rato con sus compañeros y Mónica no quería problemas. Decidió dejarse de tonterías y pasar de Mark quedándose junto a su novio que no tardó en proponer marcharse a casa pues no quería que ella se agobiara demasiado por el simple hecho de dejarle pasar una noche con sus compañeros de equipo y el resto de gente del club. Ya había disfrutado bastante de la noche y no quiso ser egoísta al igual que ella tampoco lo había sido quedándose más rato, pensó.

Comenzaron a despedirse de la gente hasta llegar a la altura de Mark. El novio de Mónica le dio la mano sin mucho entusiasmo, pero el gitano ni le dirigió la mirada que estaba reservada para Mónica (sin duda los roces de la silla habían tenido efecto). Ella se la devolvió, fijándose detenidamente en el rudo rostro que tanto le atraía. Pensó nuevamente que estaba muy bueno y que más lo parecía a medida que avanzaba la noche. Él la miraba sin perder el aire de superioridad que la volvía loca. Incluso no le disgustó que despreciara a su novio de aquella forma. Pensó que el cabrón había conseguido excitarla definitivamente.

De camino al coche, la pareja iba hablando sobre los acontecimientos de la noche. Ella tenía intención de guardarse todo lo relacionado con Mark. Si bien jamás hubiera hecho nada con él, pues ella quería a su novio con el que estaba completamente satisfecha en todos los sentidos, no era plan de contarle el tonteo que había tenido y, mucho menos, las consecuencias del mismo. Aunque como realmente no había pasado nada, decidió dejarlo estar y enterrar aquel tema para siempre. Seguramente no volvería a coincidir jamás con ese tío y se quedaría con la graciosa experiencia de haber conocido a la viva imagen del dibujo animado de Mark Lenders en la realidad.

Cuando él le preguntó, con desgana, sobre el nuevo compañero del que tanto habían hablado a lo largo de la temporada, ella se limitó a afirmarle que se parecía mucho al dibujo del que le había hablado, pero no demostró mucho entusiasmo. Y a su novio ya le vino bien, pues tampoco tenía muchas ganas de hablar sobre su indeseable compañero de equipo.

-Vosotros… – se oyó a sus espaldas – ¡ei! sí, vosotros – insistió la voz – ¡que os estoy hablando! – se enojó el macarra que les estaba llamando la atención.

La pareja ignoró la voz que los llamaba intuyendo que se trataba de algún yonqui que les quería pedir dinero. Sin embargo, el novio de Mónica, cuando notó que el hombre se ponía algo borde, se giró.

-¿Qué quieres? – le preguntó cordialmente para no sobresaltarlo al tiempo que se sorprendía al ver a 3 tíos con muy malas pintas. Se temió lo peor. No eran yonquis sino 3 chavalines jóvenes que seguramente, puestos hasta las cejas, únicamente buscaban follón. Se preocupó por Mónica.

Ella se asustó mucho al ver las pintas y, sobre todo, las caras desencajabas de los chicos que se dirigían hacia ellos. El primero, el que los había llamado, era el más bajito y delgado, pero los otros 2 eran más fuertes y altos y daban miedo. El último era más o menos de la misma corpulencia que su novio, pero el otro era una auténtica mole. Y no estaba gordo precisamente, todo era músculo a base de machacarse en el gimnasio.

-Has estado toda la noche tocándome los cojones – desvarió el más bajito que parecía el más fuera de sí.

-Tío, si nosotros venimos de otro sitio – no mentía – me habrás confundido con otro, tranquilo – intentó conciliar, pero el macarra estaba fuera de sí y le dio un empujón. El novio de Mónica ni se inmutó, pero en seguida saltaron los otros 2 a la palestra.

-¡Eh! ¡No toques a mi colega!

-Pero si ha sido él, yo no le he hecho nada.

-Vámonos… – suplicó ella, con los ojos humedecidos.

Pero antes de que su chico pudiera reaccionar, el más grandote le pegó un empujón tirándolo al suelo. Mónica gritó asustada. El bajito lanzó una patada, pero el novio de la atemorizada mujer, desde el suelo, reaccionó rápido agarrándole el pie y tirando también al macarrilla. En ese momento los otros 2 se abalanzaron sobre el novio de Mónica que se levantó rápido, con la agilidad que su atlético cuerpo le permitía. No quería problemas y habría salido corriendo si no fuera por su novia, que estaba inmóvil sollozando. La miró y no se percató del menos corpulento de los agresores que, desde el suelo, le agarró una pierna reteniéndolo, momento que aprovechó el más grandote para soltarle un puñetazo que recibió inesperadamente tumbándolo al suelo nuevamente. Mónica no dejaba de llorar.

-¿Qué pasa ahí? – se oyó a lo lejos.

Mónica levantó la vista y divisó una figura conocida, pero distorsionada por las lágrimas que le inundaban los ojos.

-¿¡Qué está pasando!? – insistió Mark que corría hacia el tumulto.

El valiente gitano pasó raudo al lado de la sollozante mujer a la que ni miró y se dirigió directamente a la pelea. En cuanto el mediano de los vándalos se giró para ver quién era el nuevo integrante de la pelea recibió un puñetazo de Mark Lenders que lo tumbó, cayendo redondo perdiendo el conocimiento. En seguida los otros 2 se percataron de la situación y se colocaron en posición para enfrentarse al desconocido.

-¿Te has traído a tu putita? – ironizó el más bajito intentando ridiculizar al pobre novio de Mónica que estaba dolorido en el suelo, con el labio sangrando.

Lenders intentó abalanzarse sobre el pequeño, pero el grandullón se interpuso en su camino. El cachas lanzó un desorbitado gancho hacia su enemigo, que lo esquivó sin problemas y reaccionó golpeando la barbilla de su agresor, que se tambaleó unos segundos retrocediendo una par de pasos, pero manteniendo el equilibrio aunque a duras penas.

-Tendréis que emplearos a tope para detenerme – convino serio tras golpear al malhechor.

Mónica estaba viendo el espectáculo sobreexcitada. Al subidón de adrenalina debido al ataque sufrido por aquellos macarras, ahora se le unía el rescate de Mark, el hombre que hacía menos de una hora le había provocado un enorme calentón. Y para rematar, el muy bestia se estaba cargando sin problemas a los indeseables que le estaban pegando una paliza a su novio y además lo hacía con una suficiencia capaz de hacerle mojar las bragas.

Cuando la enorme masa de músculos tambaleante intentó un nuevo ataque desesperado sobre Mark, éste no tuvo mayor problema en volver a esquivarlo y rematarlo con un nuevo golpe. El ruido del mastodonte al golpear contra el suelo fue estruendoso. Sólo quedaba el más bajito que, al ver lo que el gitano acababa de hacer y contemplar a su otro amigo inconsciente en el suelo, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Mark salió tras él, seguro de atraparlo debido a su físico y velocidad.

-¡Mark! – se quejó Mónica que no quería más problemas y ya le estaba bien que el otro huyera y los dejara en paz.

Pero el hombre no le hizo mucho caso y corrió tras el macarra. Sin embargo, tras las 3 primeras zancadas, cuando justo estaba a la altura del delincuente, sintió un pinchazo en el muslo, seguramente debido a la brusca arrancada sin calentamiento previo. Se detuvo, aquejado y maldiciendo la mala suerte.

Mónica, al ver que Mark no le hacía caso, corrió a auxiliar a su pareja que seguía en el suelo dolorido. Tenía un corte en el labio y varias contusiones en el cuerpo. Nada grave.

-Muchas gracias, Mark – se sinceró el novio de Mónica cuando Lenders llegó a la altura de la pareja, cojeando – ¿qué te ha pasado?

-Un tirón – dijo sin darle mayor importancia y pasando de largo.

-Espera – soltó ella sin pensar. Pero Mark ni se inmutó – No podemos dejarle así – le dijo a su novio – nos ha salvado de una buena…

-¿Y qué quieres hacer? ¿No ves que él también pasa? Le agradezco que nos haya ayudado, pero no deja de ser un impresentable.

-Sí, lo es, pero ha demostrado su buen corazón – y cerró el tema.

Ya había tomado una decisión. Se dirigió a Mark y le obligó a acompañarles a casa. Allí les atendería a los 2 de sus heridas de guerra, bromeó. Aunque a regañadientes, el salvador de la pareja accedió finalmente y los 3 se dirigieron a la casa de los prometidos.

Durante el camino a casa el silencio había sido el predominante. Era evidente la mala relación entre los 2 hombres y Mónica empezaba a arrepentirse de haber querido llevar a Mark para atenderle del tirón. El silencio la ponía tensa.

Una vez en la casa, la cosa seguía igual. El panorama no era muy alentador. Su novio sentado en una esquina del sofá y Mark en la otra, en silencio, sin dirigirse la palabra. Ella intentaba rebajar la tensión y comenzar algún tema de conversación que era cortado con monosílabos por parte de cualquiera de los 2 hombres. Mónica se ocupó de su chico en primer lugar que era el que estaba más dolorido.

-¿No te importa, verdad, Mark? – le preguntó al invitado para que no se sintiera en un segundo lugar. Pero el rudo hombre no le contestó más que con un gruñido de aprobación y con una mirada de indiferencia.

Mónica se dispuso primero a curar el labio de su novio que comenzaba a hincharse. Mientras lo hacía no podía dejar de pensar en lo sucedido. En lo mucho que se había asustado. En el miedo que había sentido al ver cómo apaleaban a la persona que amaba. Y en el alivio que había experimentado cuando Mark había acudido en su ayuda desembocando en la lujuria que las formas de éste le había provocado.

-¿Dónde más te duele? – quiso saber la improvisada enfermera cuando hubo terminado con el labio.

-Aquí y aquí – le indicó señalando el costado y el estómago.

-Quítate la camiseta – le sugirió ella mientras introducía sus manos bajo la misma para levantársela. Él alzó los brazos y Mónica aprovecho para acariciar el fornido cuerpo de su novio antes de deshacerse de la tela.

Mónica se fijó en el escultural cuerpo de su hombre y deseó arañarlo, morderlo… pero tenía un invitado y no podía hacerlo. Acarició el costado de su pareja observando el morado que empezaba a aparecer. El hombre dio un respingo, quejándose de dolor.

-¡Va, no seas mariquilla! – bromeó mirando de reojo a Mark, que ni se inmutó – Te voy a poner crema para los golpes. ¿Aquí también te duele? – le preguntó mientras masajeaba las fuertes y marcadas abdominales del hombre.

-¡Ah! Pero no apretes – se quejó nuevamente en el momento que comenzó a sonar su móvil.

-Deben ser los del equipo – supuso Mónica.

-Supongo, es un mensaje. ¿Me lo pasas, Mark?

Lenders, con cara de pocos amigos, miró desafiante al novio de Mónica indicando con la mirada que no era el sirviente de nadie. Aún así, se giró para coger el móvil y se estiró para pasárselo a su dueño alargando su fuerte brazo y pasándolo justo por delante de la mujer.

El brazo de Mark se interponía en el camino de Mónica que debía recoger la crema para los golpes que usaría con su novio. Con disimulo se alzó ligeramente inclinándose hacia delante para alcanzar la crema aplastando sus perfectos pechos contra el fornido brazo del gitano. Así se mantuvieron durante unos segundos, el tiempo que el novio de Mónica tardó en coger el móvil, leer el mensaje y devolvérselo a Mark para que volviera a dejarlo en la mesa más cercana. Aunque no le dio mayor importancia, si le había gustado sentir la fuerte musculatura del delantero en contacto con su cuerpo en el pub, no tenía palabras para describir la sensación de placer que le provocaba restregar sus tetas y sus ya doloridos pezones por aquella dura extremidad mientras imaginaba lo que el greñudo moreno podría haber pensado con aquel simple gesto.

Cuando Mónica terminó de atender a su novio, lo besó y le indicó que se fuera a la cama a descansar, que ya se encargaba ella de Mark. El hombre de la casa estaba reventado, le dolía todo y lo único que le apetecía era dormir. Había sido una noche muy larga. Así que no puso mayor impedimento y se marchó a la cama sin darle mayor importancia a dejar a Mónica a solas con aquel indeseable. Confiaba en ella y, aunque Mark le caía como el culo, sabía que en el fondo no era mal tío con lo que se marchó completamente tranquilo.

-Bueno, por fin a solas – soltó la mujer sin pensar mucho en cuanto su novio se hubo marchado. Él la miró con prepotencia dándose cuenta Mónica de la burrada que acababa de soltar – Quiero decir que… – no quiso liarse más – bueno, que ahora te toca a ti.

La exuberante mujer se acercó al lesionado arrodillándose en frente de él. Mark se incorporó del sofá mientras Mónica levantaba la mirada para observar al macho que se alzaba imponente ante ella. Estaban muy cerca y, por primera vez, a Mónica le alcanzó el olor a hombre que Mark desprendía. Era un aroma fuerte, viril, que se abría paso a través de las sensibles fosas nasales de la mujer. Le gustó. Mucho.

-¿Me bajo los pantalones? – preguntó mientras se los desabrochaba.

-No hace falt… – pero no había terminado de decirlo cuando Mark Lenders bajó la prenda mostrando unas fuertísimas piernas, completamente musculadas que nacían de unos calzoncillos blancos que marcaban un enorme paquete. Mónica se sonrojó al observar semejante paisaje – ¿Qué pierna…? – preguntó temblorosa.

-La izquierda – contestó con serenidad mientras se deshacía por completo de los pantalones y volvía a sentarse en el sofá.

Mónica se dispuso a echar la crema en el muslo dolorido de Mark. La piel tostada de las piernas del hombre hacía aún más reseñable la potente musculatura. Tenía ganas de masajearle el impresionante muslo. Al hacerlo, esparciendo la crema, notó la vigorosa dureza de la musculatura. Tuvo que emplear todas sus fuerzas para tener la sensación de estar masajeándolo. Cuando hubo terminado se dispuso a vendarle. Mientras lo hacía volvió a fijarse en el enorme bulto que se escondía bajo la tela de los calzoncillos. Daba toda la impresión de esconder una buena polla. Estaba convencida que aquel macho tenía una buena polla, que Mark Lenders tenía un pollón. Así lo había fantaseado siempre.

Sintió que el hombre la había pillado echándole un vistazo a su entrepierna y lo corroboró al levantar la vista y verle la mueca de superioridad marcada en el bello rostro. Se quería morir de la vergüenza.

-¿Es verdad que tienes una pierna más desarrollada que la otra? – quiso saber desviando la atención.

-Compruébalo tú misma.

No hizo falta que se lo dijera 2 veces. Con el muslo izquierdo vendado se dispuso a magrear el derecho. A simple vista no se había fijado, pero en cuanto tocó la pierna derecha se dio cuenta que ésta aún era más portentosa que la otra. Cuando se quiso dar cuenta estaba magreando al invitado tal y como deseaba haberlo hecho con su novio y precisamente no había podido por culpa de la presencia del que ahora recibía sus atenciones. Se dio cuenta que estaba descontrolada y volvió a fijarse en el blanco calzoncillo. Se moría de ganas de echarle mano a aquel enorme saco de carne.

-¿Y bien? ¿Aún tienes dudas de mi identidad? – la despertó de sus lujuriosos pensamientos – Creo que esa pierna está perfectamente como para que sigas masajeándola, ¿no crees?

-Tienes razón – contestó acalorada – eres el auténtico Mark Lenders – Él se rio con contundencia y se levantó alejándose de ella quien deslizó la mano por la pierna de Mark hasta que la distancia lo separó definitivamente.

Mónica se había hecho a la idea de quedarse con el calentón. Su novio estaba durmiendo y Mark se marcharía en seguida. Le gustó la idea de hacerse un dedo recordando todo lo que había pasado esa noche, lo que fantaseaba de pequeña con el personaje de dibujos y lo que, sin duda, habría hecho con el auténtico Mark Lenders en caso de no tener pareja.

Cuando el morenazo salió del baño la sorprendió con el bote que llevaba en las manos. Aún conservaba la camiseta, pero seguía sin pantalones, marcando ese impresionante paquete que tan loca la estaba volviendo.

-He encontrado esto en el cuarto de baño – le indicó el gel para masajes que la pareja utilizaba de vez en cuando – Tal vez podrías acabar de masajearme la pierna buena. La tengo bastante sobrecargada del esfuerzo de toda la temporada.

Parecía que el macho impasible empezaba a sucumbir a sus encantos. Se sintió reconfortada y, aunque se había hecho a la idea de acabar con aquel peligroso juego sabiendo que era lo mejor, aceptó sin pensarlo, llevada por sus instintos más primitivos. De todos modos, pensó, más caliente se iba a poner y más iba a disfrutar de la masturbación que luego pensaba regalarse.

Mark volvió a sentarse en el sofá y ella volvió a arrodillarse entre sus piernas. El hombre abrió un poco las extremidades mientras ella se fijaba, ya sin demasiados tapujos, en los movimientos que ese gesto provocaba en la enorme entrepierna. Lanzó un chorro de gel sobre el muslo derecho de Mark y se dispuso a continuar al masaje que había dejado a medias.

-¿Puedes echar un poco más de gel? – le pidió Mónica cuando ya llevaba unos minutos de masaje.

Mark le hizo caso y, con toda la intención, dejó caer un pequeño chorro sobre sus calzoncillos. Mónica lo miró, divertida, y con el dedo índice, sin decir nada y mordiéndose el labio inferior, recogió un poco del gel que yacía sobre la tela de la prenda interior, notando, por primera vez, el contacto con el enorme pene.

Continuaba con el masaje mientras el gel que se había quedado sobre el blanco calzoncillo era absorbido por la fina tela que ahora era prácticamente transparente. El enorme glande de Mark Lenders se marcaba perfectamente a través de su ropa interior. Mónica no podía dejar de mirar y las sensaciones tan placenteras al pensar en la magnífica fiesta que se iba a pegar cuando se quedara sola, fueron suficientes para llevarla al punto de descontrol en el que se encontraba.

Tenía las bragas empapadas cuando su mano derecha se separó del muslo del futbolista para llevarla al enorme paquete en el que se dibujaba aquel hermoso glande. Sin decir nada y sin esperar que Mark se lo recriminara, magreó aquella carne que tanto estaba deseando poseer. Y no se decepcionó. La sensación de grandiosidad era más de lo que se esperaba. Aquel dibujo animado que tantas veces la había animado en su juventud tenía una polla mucho más grande de lo que se podía imaginar. Acercó su cara a la entrepierna y pasó su lengua por la tela manchada de gel. Casi podía saborear aquel glande pues la tela era prácticamente imperceptible. Siguió chupándole los calzoncillos descubriendo, poco a poco, a medida que la saliva de Mónica hacía el mismo efecto que el gel en la tela, el resto de verga.

Mark la apartó con brusquedad, levantándose del sofá y quedándose de pie frente a la mujer que seguía arrodillada. En esa postura tuvo una perfecta visión del calzoncillo del gitano empapado de sus babas y el gel de masaje, a través del cual se transparentaba gran parte del pollón al que había quedado adherido el blanco calzón. Mark se deshizo de la tela, mostrando su polla a la excitada mujer. Ante ella aparecieron 22 centímetros de carne morcillona. No estaba en erección, pero la sensación de grandiosidad era muy destacable. Además de larga, la polla era bastante gruesa y la sensación de grandeza hubiera sido mayor si Mark Lenders no hubiera tenido ese enorme matojo de pelos púbicos. En cualquier caso, la sensación general le gustó, mucho.

-Chúpate esa – le soltó el engreído futbolista con su sonrisa socarrona. Y Mónica, mientras con una mano se tocaba ella misma, con la otra agarró el mástil del hombretón y empezó a chuparle el enorme cipote.

Mientras succionaba semejante herramienta, notó cómo iba aumentando de tamaño en el interior de su boca. Sabedora de lo buena que era comiendo pollas supo que Mark debía estar contento de la hospitalidad de la anfitriona. El pollón del gitano estaba durísimo cuando alcanzó los 27 centímetros que le medía y Mónica no era capaz de cerrar su mano sobre el tronco del mismo.

Mark pareció cansado de dejarla llevar las riendas de la situación cuando se deshizo de su camiseta y se agachó para recoger a la pequeña Mónica de los sobacos y alzarla sin ningún esfuerzo. La mujer notó la poderosa fuerza del hombre que la tumbó en el sofá y se abalanzó sobre ella para besarla. Con la lengua de su dibujo favorito en la boca, recorrió con sus manos la portentosa musculatura del moreno que tenía encima. Aunque su novio estaba en forma no se podía comparar con los imponentes músculos de Lenders. ¡Era tan placentero sentirse rodeada de aquella fuerza de la naturaleza!

Mientras ella rasgaba cada centímetro del cuerpo del macho, él comenzó a desnudar a la dama. No estaba para muchas tonterías así que destripó con su desmesurada fuerza la camisa de la mujer descubriendo unas hermosas ubres que se ocultaban vergonzosas tras un sostén de la talla 95. Una mano de Mark se dedicó a sobar el carnoso pecho de la hembra mientras la otra mano arrancaba los botones del pantalón de la mujer y se deslizaba en su interior buscando el más que lubricado sexo de Mónica.

La mano del hombre entró en contacto con la tela húmeda de la ropa interior de la mujer provocándole un chispazo que recorrió todo su cuerpo explotando en un deseado orgasmo que estaba llamando a las puertas del placer desde hacía rato. La tía se encorvó hacia atrás mientras el grueso dedo de Mark la penetraba retirando hacía un costado la tela de las bragas. El carnoso coño de Mónica estaba chorreando y el deslizamiento del dedo del greñudo no encontraba dificultades para alcanzar velocidades de vértigo. Mónica creía morir de placer.

Tras provocarle el segundo orgasmo, Mark la desnudó por completo observando el precioso cuerpo de la novia de su odiado compañero de equipo. Los voluminosos pechos para una mujer de mediana estatura le daban un aire de perfección, como guinda a un pastel tan apetecible. Su estilizada cadera y sus largas piernas señalaban el camino hasta su precioso coño. Adornado por una escasa mata de pelo, la raja de Mónica era una entrada a un mundo lleno de placeres. Ella sabía lo mucho que habían peleado hombres desde que era bastante joven por conseguir aquel tesoro y los pocos elegidos que lo habían conseguido. Aquel macho que la miraba ahora con rotundidad, marcando su chulería en cada gesto, era sin duda merecedor de aquel manjar que pedía a gritos que le dieran caña.

Mark se acercó a la mujer que seguía recostada en el sofá con su miembro completamente desafiante. La cogió del brazo para orientarla hacia él. Ella, instintivamente, abrió las piernas mostrando su coño hambriento. Ahora era Mark el que estaba arrodillado frente a la mujer y se inclinó para comerle la jugosa concha. Mónica alargó su mano entrelazando sus dedos con los gruesos pelos de la morena melena del hombre que la estaba devorando.

-¿Vas a meterme un gol? – le preguntó lascivamente Mónica cuando Lenders se apartó de ella, relamiéndose para saborear las emanaciones de la mujer y acercando su enorme rabo a la entrada del paraíso.

-Vas a conocer mi técnica. – le soltó con una media sonrisa chulesca – Allá va mi tiro del tigre. – Mónica soltó un sonido de gusto, indicando lo bien que sonaba eso y sonrió calenturienta.

Mark Lenders levantó las piernas de su amante, separándolas e inclinándolas hacia atrás de modo que el coño de Mónica quedara lo más abierto posible. La visión de aquella raja palpitante, húmeda, caliente, con los labios vaginales hinchados y lubricados, recostados sobre sí mismos era tan tentadora que Mark tuvo que cerrar los ojos para concentrarse. Apoyando las manos en la parte posterior de las rodillas de la mujer, se separó de ella todo lo que pudo y, en un gesto rápido, se lanzó hacia Mónica apuntando su enorme pollón al mejor coño en el que había marcado jamás.

La polla entró de golpe en la vagina salpicando todos los flujos que la mujer había lubricado. Mónica tuvo que ahogar un grito que habría despertado a su novio, provocado por la salvaje embestida y el posterior gusto que la bestial penetración le había provocado. La corrida fue inminente y los orgasmos se sucedieron a medida que Mark sacaba y metía su polla en el interior de la hembra.

-¿Qué te ha parecido mi técnica especial de tiro? – le preguntó, mientras se la follaba, un más que nunca prepotente Lenders, sabedor del placer que estaba provocando en la pequeña mujer.

-Tigre… mi tigre… – acertaba a decir Mónica mientras arañaba la brutal musculatura de la espalda del gitano, con los ojos cerrados, recordando todas y cada una de las fantasías que había tenía con el dibujo animado que ahora la penetraba, al tiempo que recibía un orgasmo tras otro.

Creía morir de placer cuando Mark la sorprendió separándose de ella y alzándola agarrada por las caderas al tiempo que la volteaba y la atraía hacía él dejándola boca abajo. Tras unos segundos de desorientación, notó la ávida lengua del futbolista lamiéndole el coño. Cerró los ojos disfrutando de las placenteras chupadas mientras cavilaba la posición en la que se encontraba.

En cuanto se dio cuenta de que estaban haciendo un 69, pero en vertical, únicamente posible debido a la fuerza del hombre que la sujetaba, abrió los ojos inclinando su cabeza lentamente hacia atrás, divisando poco a poco el tronco de la vigorosa polla que se alzaba imponente a escasos milímetros de su rostro. Cuando su cuello se movió lo suficiente pudo contemplar por completo el oscuro pollón venéreo que se alzaba ligeramente en dirección a su cara cada vez que Mark Lenders lamía su palpitante raja con la lengua, pudiendo olfatear el olor inconfundible que desprendía la verga del gitano. No lo pensó más y abrió la boca para, con ayuda de una mano, introducirse el cipote.

Empezaba a estar cansada de la postura, aunque placentera, no dejaba de ser incómodo estar boca abajo, con la boca dolorida por el grosor del miembro del delantero goleador. Pensó en el esfuerzo que debía estar haciendo él para sujetarla y se maravilló de la fuerza del semental que no tambaleaba ni cejaba en la comida de coño y, por supuesto, la polla no perdía ni un ápice de su vigor.

Mark pareció leer los pensamientos de Mónica y, en un nuevo gesto hábil, la volvió a voltear sin dejar de sujetarla por la cintura dejándola nuevamente boca arriba y bajándola en un continuado gesto, introduciéndole nuevamente la verga en la humeante vagina.

Mónica se dejaba llevar. Los fuertes brazos del greñudo futbolista la hacían subir y bajar haciendo que la inmensa polla la destrozara. Mark notaba las carnosas ubres de la mujer restregándose por su masculino pecho, haciendo que no perdiera las ganas de seguir el vaivén que llevaría a la mujer a una nueva corrida. Sus gemidos y gritos de placer se esfumaron en el interior de la boca de Mark, que recibió el morreo de la enardecida mujer. El hombre le mordió ligeramente la lengua, provocando que ella se retirara. Mark aprovechó para morderle el labio inferior ahora con más fuerza para evitar que se separara de él. Mónica sintió un pinchazo de dolor, que unido al orgasmo, se transformó en éxtasis, refrendado en la ostia que, en un acto reflejo, le pegó a Mark.

-No hace falta que te hagas el duro conmigo – se quejó.

Pero Mark no le respondió. Simplemente, con la rabia marcada en su rostro, descolgó a la mujer que se aferraba a él con los brazos y piernas rodeándolo. Ella se resistió, no queriendo acatar sus órdenes, pero la desmesurada fuerza de Lenders no encontró demasiada oposición para arrodillarla en el suelo, agarrándole el rostro con una mano mientras no dejaba de masturbarse con la otra apuntado al rostro de la bella mujer.

Mónica se resignó a la fuerza de la naturaleza que era aquel macho. Realmente no le disgustaba ser maniatada por ese morenazo y, mirando a los ojos del dibujo animado, sonrió con satisfacción y suficiencia. Una sonrisa que mostró toda su belleza y poder, iluminándola. Mark, al verla, no pudo evitar correrse con contundencia, invadido por el placer que sólo Mónica era capaz de provocar.

Los chorros de semen salieron disparados de la enorme verga en dirección al precioso rostro de Mónica que abría la boca lujuriosamente intentando saborear la leche de su dibujo animado preferido. Tras la intensa corrida, la cara de la mujer quedó completamente pintada de blanco. Antes de tragarse la lefa con la que jugaba con su lengua en el interior de su boca, ella se aferró a la monstruosa polla de Mark para succionarle todo el líquido blanquecino. Tras tragárselo todo, lamió el pollón por última vez, enormemente satisfecha.

Lenders se separó de la mujer, dejándola en el suelo, dándole la espalda y dirigiéndose al cuarto de baño. Mónica lo observaba, fijándose en su cuerpazo y recapacitando, por primera vez, sobre lo que había hecho. Ella quería a su novio y lo que acababa de suceder no cambiaba eso, había sido simple y llanamente lujuria. Algo que no dejaba de sentir por ese dibujo de carne y hueso al que le estaba mirando el imponente culazo. Preocupada, se acercó al lavabo donde estaba su amante para limpiarse el rostro.

-Mark, de esto que ha pasado…

-Soy Mark Lenders, así es como follo y así es como soy – la interrumpió – No debes preocuparte por tu chico, no voy a decir nada.

-Gracias. Yo… no es que me arrepienta – miró el cuerpazo del greñudo y supo que no podía arrepentirse – pero yo le quiero, el año que viene arreglaremos los papeles, alguna vez hemos hablado de tener hijos… no quiero estropear nada de eso.

Mark no dijo nada. Se guardó los sentimientos como en él era habitual y se quedó pensando en qué era lo que Mónica tenía que le atraía tanto. Estaba muy buena, parecía una buena tía, pero había algo más.

-¿Eres tú? – quiso resolver la duda definitivamente – ¿Eres el auténtico Mark Lenders? ¿el dibujo animado?

-Digamos que has cumplido un sueño de tu infancia – le sacó una última sonrisa a la satisfecha mujer.

-Es increíble – pensó en voz alta mientras se secaba la cara que se acabada de lavar limpiándose la corrida del dibujo animado.

Los 2 amantes se despidieron y Mónica, tras la necesaria ducha y recoger el salón, se dirigió a la cama pensando cómo abordar lo sucedido. Tendría que vivir con su primera y única infidelidad. El hecho de haber sido con un personaje tan especial lo hacía más llevadero. Al fin y al cabo todo parecía tan irreal…

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Relato erótico: “Mi jefa es una hija de puta con tetas” (POR GOLFO)

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Si ya de por sí trabajar es un coñazo, el tener como jefa a una hija de puta con tetas es una auténtica guarrada. No sé si será vuestro caso pero imaginaros lo mal que llevo el qué la directora de mi departamento sea una zorra malnacida de pésimo carácter pero que cada vez que me hecha la bronca, además de bajar la cabeza en plan sumiso, no puedo evitar sentirme excitado.
Os preguntareis porqué. Bien sencillo:
¡Esa cabrona tiene un polvo descomunal!
Con treinta años recién cumplidos, Doña María es una morenaza de casi un metro setenta con un culo de ensueño. Aun así la parte de su anatomía que me trae por jodido son sus enormes pechos. Nunca he sido bueno para calcular pero estoy convencido que ese par de ubres deben de pesar cada una al menos…
¡Un kilo!
No os podéis hacer una idea. Son inmensas y aun así como por arte de magia se mantienen inhiestas. Sé que en el futuro esos manjares llegarán a convertirse en unas tristes lágrimas pero hoy en día, cuando desde mi silla la veo pasar, no puedo evitar recrearme soñando con tenerlos entre mis labios.
 
Durante los dos años que llevaba trabajando en esa compañía, nunca pensé que llegara el día que pudiera decir:
¡Ese par de tetas son mías!
La actitud déspota y tiránica de esa mujer evitaba que ninguno de sus subalternos se atreviera siquiera a tratar de intimar con ella. Aunque estuviera buenísima y fuera soltera, no había nadie con los huevos suficientes de intentar enrollársela. Por mucho que todos deseáramos hundir nuestra cara entre sus pechos, el terror a su reacción nos mantenía alejados.
Aun así, cada mañana, cuando esa zorra llegaba a la oficina y con paso firme, se dirigía a su despacho, no podía dejar de recrearme con el hipnótico bamboleo de sus dos tetas al caminar. Sé que no era el único y que muchos de mis compañeros seguían con la cabeza arriba y abajo las secuencia de sus senos, pero en mi interior soñaba con que Doña María me estaba modelando a mí.
Secretamente obsesionado por esa arpía, no podía dejar de suspirar apesadumbrado cuando pasaba una hora sin que esa morena saliera de su despacho. Me daba igual si al hacerlo, se metía conmigo. ¡Necesitaba verla! No sé la de veces que me habré pajeado pensando el ella. La de ocasiones en la que mi mente habrá dado rienda suelta a mi lujuria con Doña María como protagonista.
Desgraciadamente para ella, yo era un cero a la izquierda, un objeto sin valor que se sentaba a la salida de su oficina. La relación entre nosotros era casi inexistente. Siendo ella mi jefa, apenas se dirigía a mí y si deseaba algo, usaba a mi supervisora como interlocutora.
Mientras el resto de mis compañeros recibía continuamente sus broncas, en mi caso era raro que lo hiciera y aunque os parezca absurdo, eso me parecía injusto. ¡Quería ser como todos los demás!, por eso mientras la gente de la oficina  rehuía su mirada, yo en cambio buscaba su contacto. Ingenuamente,  deseaba que al notar mis ojos fijos en los suyos Doña María se percatara de mi existencia.  Pero cuanto más intentaba hacerme patente, menos caso me hacía.
Convencido de que me ignoraba a propósito, decidí quejarme….
 
 
Me quejo a esa zorra

Como no podía llegar y preguntarle porque no me echaba a mí broncas como a los demás, resolví planteárselo de otra manera. Como sabía que a nuestra división nos había caído el marrón de levantar la sucursal portuguesa, me estudié los informes a conciencia y con la situación fresca en mi mente, fui a su despacho.
Doña María estaba como de costumbre de un pésimo humor y por eso al verme entrar, casi gritando, me preguntó que narices quería:
-Jefa, quiero que me encargue el tema de Lisboa- contesté acojonado.
Su reacción al oírme fue soltar una carcajada pero viendo que me mantenía firme en mi postura, me pregunto:
-¿Qué cojones sabes tú de ese asunto?
Como lo traía preparado, rápidamente le explique a grandes rasgos la situación y una vez la había descrito, le propuse un plan de acción alternativo que no era otro más que directamente cargarme a media estructura de esa oficina. Tal y como había previsto, eso era lo que esa ejecutiva pensaba pero cansada de ser ella siempre la ejecutora había pospuesto esas medidas.
En ese momento, Doña María debió de pensar que le convenía que uno de sus lacayos fuera por una vez el hombre malo y por eso tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-No sabía que además de guapo, tenías cojones.
Su piropo consiguió darme los suficientes arrestos para decirla:
-Tengo ya preparadas las cartas de los despidos, si quiere me puedo firmarlas yo y así si algo sale mal será mi culpa.
Asumiendo que la responsabilidad seguiría siendo suya, dijo con voz fría:
-Me parece bien pero si hacemos eso, el trabajo de nuestra unidad se incrementará…
-Puedo ocuparme de ello- respondí- ¡Tengo tiempo!
Para mi desgracia, la morena se levantó de su asiento y dando un paseo por su oficina, se puso a pensárselo. Y digo para mi desgracia porque al hacerlo, me quedé embobado mirándole el trasero.
“¡Qué maravilla!”, estaba pensando cuando al girarse me pilló con la boca abierta y los ojos fijos en sus nalgas.
Supe que me había cazado porque con muy  mala leche,  respondió:
-De acuerdo, probaremos- y cuando ya pensaba que no se había dado cuenta, me soltó: -Manuel, como a partir de hoy trabajaremos codo con codo, te exijo que te comportes profesionalmente y dejes de babear cada vez que me muevo.
Abochornado, contesté:
-No se preocupe, no volverá a pasar- tras lo cual salí de su despacho.
Al salir me sentía el hombre más feliz del mundo  por un doble motivo:
¡Iba a trabajar con mi diosa! Y para colmo: ¡Al pillarme excitado, no se había molestado!
Sin poderlo evitar, dejé los papeles encima de mi mesa y casi corriendo fui a aliviar mi excitación al baño.  No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando a mi jefa. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, me imaginé que un día al terminar la jornada esa puta me pedía que me quedara un poco más…
En mi mente, Doña María empezaba a flirtear conmigo  y cuando ya iba lanzado a por ella, me pegaba un corte.  Pero entonces y por primera vez, me arriesgué abrazándola porque en mi sueño, el quese comportara como una estrecha cuando me había provocado, me terminó de enervar y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su mesa. Mientras la llevaba en los hombros, no paró de insultar y de gritarme que me iba a despedir.  Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y tirándola en la tabla, me puse a desnudar.
 
Desde su mesa, mi jefa no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con ir a la policía si la violaba. Cabreado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que llevas deseando desde que me contrataste. ¡Voy a follarte! ¡Puta!- respondí separando sus rodillas.
Al hacerlo, descubrí que no llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.
-¡Cerdo!- gritó intentando repeler mi ataque dando manotadas.
Su violenta reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y dándole un sonoro bofetón, le ordené quedarse callada. La humedad que encontré en su sexo, me informó que esa mujer estaba cachonda y sabiendo que todo era un paripé y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Eres un maldito!- chilló al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.
En mi imaginación, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa zorra empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Cabrón!
Violentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez.
-¡Te gusta! ¿Verdad? ¡Puta!- le grité en mi sueño.
Mi insulto la hizo llegar al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la mesa mientras de su sexo brotaba un manantial.
-¡Capullo!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y chilló con voz entrecortada: -¡No me folles!
Habiendo cruzado mi Rubicón particular, cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡No me violes!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Estaba a punto de horadar su sexo con mi estoque cuando el ruido de la puerta del baño, me sacó de mi ensoñación y temiendo que quien hubiera entrado me pillara, guardé mi pene y disimulando salí del retrete. Más excitado que antes de entrar, volví a mi sitio y sin poder dejar de pensar en doña María, la busqué con la mirada.
Me sorprendió verla mirándome desde su despacho y más aún descubrir en sus ojos un raro fulgor que no supe interpretar.
El resto del día, me ocupé del papeleo de los despidos y sin pensar en que iban haberse afectadas un montón de familias, firmé los ceses deseando que al día siguiente al enseñárselos a mi jefa, esta me recompensara con una mirada.
 
Mi primer día como su ayudante.
 
Esa mañana llegué temprano y como faltaban cinco minutos para que Doña María llegara a la oficina, decidí hacerme un café y otro a ella, de forma que cuando oí su taconeo por el pasillo, me levanté a llevarle tanto los papeles como la bebida recién hecha.
Sin agradecer el detalle, cogió el café y se puso a revisar el dosier que le había hecho entrega. Tras cinco minutos en los que examinó a conciencia mi trabajo, levantó su mirada y me sonrió diciendo:
-Bien hecho- tras lo cual me dio instrucciones y trabajo que me mantendría atareado al menos un par de días.
El cúmulo de tareas que exigió me dio igual porque esa fue la primera ocasión en la que oí de sus labios una frase amable. Satisfecho y creyéndome “Supermán” volví a mi mesa. Enfrascado en la reestructuración de esa sucursal, no solo pasó la mañana sino que incluso gran parte de la tarde sin que me diese cuenta y solo cuando a las siete, mis compañeros empezaron a marcharse, caí en que ni siquiera había comido.
Completamente famélico, saqué unos sándwiches y empecé a comer. Acababa de terminar con el primero cuando la jefa me llamó a su despacho. Extrañado porque me llamara, me levanté y fui a ver que quería.
-¿Cómo vas con lo que te he pedido?- dijo nada más entrar.
Brevemente le expliqué que casi había terminado con el plan de viabilidad pero que no lo tendría terminado hasta el día siguiente. Fue entonces cuando la vi mirar hacia la sala común donde ya no quedaba nadie y con voz seria pedirme que le enseñara lo que llevaba hecho. Sin poner excusa alguna, imprimí mi trabajo y volví a su lado para llevarme la sorpresa que se había sentado en el sofá y aprovechando que estábamos los dos solos, ¡Se había descalzado!
Si eso era algo inusual en esa morena, más lo fue que al tomar los papales entre sus manos, me dijera con voz quejumbrosa:
-Estoy agotada. ¿Por qué no me das un masajito mientras lo reviso?”.
Cortado pero excitado no pude negarme y comprendiendo que se refería a sus pies, me senté y empecé a masajearle sin importarme la humillación. Sabedora de que me tenía en sus manos, se tendió en el sofá y mientras repasaba el dossier, se dedicó a disfrutar de mi masaje.
Yo, por mi parte, me sentía en la gloria al sentir su piel bajo mis manos. Tanteando en un principio,  acaricié su tobillo y su empeine sin atreverme a ir más allá.
-Me encanta- dijo al notar la acción de mis dedos.
Sus palabras me dieron la confianza necesaria para presionar con mis yemas en las patas de sus pies mientras Doña María ni siquiera se dignaba a mirarme. Sé que sonará servil pero os juro que no me importó su descarada manipulación y con cuidado, me concentré en el tobillo derecho  trazando círculos a su alrededor.
-Usted descanse, se lo merece- me atreví a decir.
No me contestó por lo que presioné su talón, estirándole el empeine.  Reconozco que me excitó tanto oler el aroma de sus pies como notar el sudor acumulado después de un día de trabajo y colocándome mejor, tomé entre mis yemas los delicados dedos pintados de rojo que llevaba mi superiora.
-¡Más fuerte!-  exigió pegando un gemido.
Como podréis suponer, obedecí incrementando la fuerza con la que masajeaba su empeine, mientras estiraba una a una sus falanges. Para entonces, mi jefa había dejado los papeles en la mesa y cerrando los ojos, se dedicó a disfrutar con descaro de mis caricias. Imbuido en una especie de trance, presioné con mi pulgar en su puente.
Mi dura maniobra no solo le gustó sino que pegando un inaudible sollozo, me rogó que continuara sin darse cuenta que su falda se había descolocado, dejándome admirar la belleza de sus muslos.
“¡Qué monumento de mujer!”, pensé al recorrer con mi mirada sus piernas.
Ajena a ser observada tan íntimamente, se dejó llevar y con un sensual susurro, me preguntó si no sabía hacer nada más. Sin llegármelo a creer, comprendí que me pedía que profundizara en el masaje y no atreviéndome a subir por sus pantorrillas, levanté sus tobillos y acercando sus pies a mi boca, me quedé pensando en que hacer.
Tenía ese par de bellezas a breves centímetros de mi cara y viendo que mi jefa seguía con los ojos cerrados, reuní el valor para inclinarme y empezarlos a besar. Mi atrevimiento no la molestó y lo sé porque no solo nos lo retiró sino que los acercó más aún. Su aprobación me dio alas y sin medir las consecuencias, saqué la lengua y empecé a recorrer con ella sus plantas.
Totalmente fascinado, las lamí con auténtica dedicación mientras ella, de vez en cuando se estremecía disfrutando de mis atenciones. Durante cerca de dos minutos me recreé dándole lengüetazos arriba y abajo hasta que abriendo sus ojos, me miró diciendo:
-Chúpame los dedos- tras lo cual introdujo el dedo gordo de su pie en mi boca.
Su actitud despótica  no me molestó y embadurnando de saliva su dedo, cumplí fielmente su capricho. Para cualquiera que hubiera visto la escena, le habría resultado humillante la forma en que me lo introducía y sacaba de la boca. Era como si me follara la boca con él. Satisfecha decidió que le gustaba y cambiando de pie, repitió su maniobra diciendo:
-Termina lo que has empezado.
Uno a uno, los diez dedos de la morena fueron objeto de mis caricias y mientras obedecía como su rendido siervo, esa morena sabía de lo mucho que yo estaba disfrutando.  El poder que ejercía sobre mí era total y abusando de él, me exigió:
-Cómeme el coño.
Para entonces mi capacidad de razonar estaba completamente anulada y sin poder pensar en otra cosa que en corresponderla, separé suavemente sus piernas y levantándole la falda, veo por primera vez sus bragas de encaje negras.  Perdiendo la vergüenza y dejando salir al amante que tenía en mi interior, le empiezo a bajar esa prenda dejando al  descubierto un chocho peludo.
Al descubrir que su mata crecía salvaje y que esa mujer no se depilaba me terminó de desarmar y ya dominado por un deseo loco e intenso, fui recorriendo con mi lengua sus pantorrillas, acercándome a la meta.
Si esa puta se esperaba que me lanzará de inmediato entre sus muslos, se equivocó y con una lentitud exasperante fui recorriendo la distancia que me separaba de ese manjar. Doña María no pudo reprimir un gemido al sentir mi aliento acercándose a su coño y pegando un berrido, me exigió que culminase.
Pero desobedeciéndola por vez primera, soplé sobre los labios de su vulva mientras con los dedos los abría suavemente, dejando al descubierto su ansiado clítoris.
-Date prisa, ¡Inútil!- se quejó amargamente al sentir que usando una de mis yemas, acariciaba su botón con delicadeza.
Su queja lejos de servirme de acicate, ralentizó más si cabe la velocidad mis maniobras, mientras ella se ponía a cien. Sabiendo que era mi momento y que la tenía en mi poder, me dediqué a saborear lo más despacio que pude de ese banquete. Para ese instante, mi jefa estaba poseída por la lujuria y sin importarle que pensara, se sacó los pechos de su blusa y comenzó a pellizcarse los pezones, totalmente excitada.
Sabiendo de antemano que era mi dulce venganza, rodeé con la punta de mi lengua su botón sin llegarlo a atacar de pleno. Aunque deseaba hundirme entre sus piernas, no lo hice y en plan capullo, seguí elevando su excitación hasta llevarla a donde yo quería.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- gritó desencajada.
Su ruego me supo a rendición y apiadándome de ella, deje que mi lengua se recreara con largos y profundos lametazos sobre su clítoris. Ella al sentir mis húmedas caricias, se puso a gemir como una loca. Con el convencimiento que con cada lametazo me iba apropiando de su ser, seguí haciendo hervir su sangre poco a poco.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó voz en grito al experimentar que mis dientes tomaban al asalto su botón.
Como si fuera el hueso de un melocotón, mordisqueé sin cesar mi presa mientras la puta de mi jefa convulsionaba de placer sobre el sofá. Habiéndola llevado hasta ese punto, usé un par de dedos para hoyar su agujero. Doña María al notar esa intrusión, contrajo sus piernas y buscando un mayor contacto, presionó mi cabeza con sus manos:
-No pares, cabrón- chilló mientras todo su cuerpo se arqueaba en busca del placer.
El orgasmo de la mujer era inminente y por eso, me recreé metiendo y sacando mis yemas de su interior mientras lamía su clítoris con mayor énfasis. Su explosión no tardó en llegar y derramando su gozo en mi boca, convirtió sus caderas en un torbellino. Recolectando su néctar con mi lengua, profundicé su clímax, uniendo  una descarga de gozo con la siguiente hasta que totalmente agotada me pidió parar.
Malinterpretando sus deseos, me levanté y me despojé del pantalón, sacando de su encierro a mi pene. Confieso que pensaba que esa zorra iba a dejar que me la follara allí mismo pero, al ver mis intenciones, se mostró indignada y mientras se colocaba las bragas, me miró despectivamente diciendo:
-Mañana al llegar a las nueve, quiero el informe sobre mi mesa.
Tras lo cual, la vi marcharse a toda prisa, dejándome excitado, con la polla tiesa y más humillado de lo que me gusta reconocer…
 
Mi segundo día como su ayudante.
Al quedarme solo me sentí hundido y sin otra cosa que hacer porque nadie me esperaba en mi casa, me puse a terminar el trabajo que me había encomendado. Lo creáis o no, eran más de las cuatro de la mañana cuando al final lo acabé por lo que solo me dio tiempo de dormir tres horas antes de levantarme y pegarme una ducha.
Agotado y cansado, salí de casa increíblemente contento porque no en vano el día anterior había hecho realidad un sueño. Por mucho que me jodiera, no podía dejar de estar encantado de haber servido como esclavo sexual de esa zorra y por eso al llegar a la oficina, me sentía el más feliz de los mortales.
Siguiendo la rutina de todos los días, mi jefa llegó a las nueve menos cinco y encerrándose en su despacho, me mandó llamar. Nada más entrar me exigió ver el informe y al contestarle que lo tenía sobre su mesa, me miró con gesto despreciativo diciendo:
-¿Y mi café?
El hecho que me exigiera algo tan nimio después de haberme pasado toda la noche trabajando, me cabreó pero bajando la cabeza, fui a hacérselo. Al volver la vi revisando concienzudamente mi trabajo y no queriendo interrumpirla, le dejé su bebida y salí de su despacho.
“¡Será guarra!”, me quejé, “ni siquiera me ha dado los buenos días”.
 
Durante una hora, Doña María estuvo estudiándose los papales y cuando ya le había dado varias vueltas, me llamó para que le hiciera un par de cambios. Curiosamente cuando rectifiqué siguiendo sus instrucciones el plan, lo miró y sonriendo me dijo:
-Parece que además de tener una buena lengua, sabes de números.
Su extraña flor me dio ánimos de que lo de la noche anterior se iba a repetir y extralimitándome de mis funciones, contesté:
-Mi lengua es suya.
Soltando una carcajada, respondió que ya lo sabía y saliendo por la puerta, se fue a ver al director de la empresa. Aunque no me lo dijo, esa zorra se fue a mostrarle al gran jefe mi trabajo como si fuera el suyo. Tan contento se quedó ese cabrón que después de pasarse toda la mañana analizando los pros y las contras del plan, lo dio por bueno y como muestra de agradecimiento, se la llevó a comer.
Para mí, su ausencia fue dolorosa porque secretamente esperaba que cuando mis compañeros se marcharan del trabajo, repetiríamos lo sucedido la tarde anterior y por eso al ver que no regresaba, me empecé a poner nervioso dándole pábulo a los comentarios de que María era la amante del director.
Mirando el reloj cada cinco minutos, la tarde se me hizo eterna pero no queriéndome perder la oportunidad de volver a disfrutar de su coño, no me fui de la oficina y eran más de las ocho cuando recibí su llamada a mi móvil.
-¿Dónde estás?- me preguntó nada más contestar. Por su voz supe que llevaba algunas copas.
-Todavía en el trabajo, esperándola- contesté.
Mi afirmación la hizo reír y sin importarle que ya no fuera horario de oficina, me pidió que le llevara a su casa su maletín porque tenía unos papeles que quería revisar esa noche.
Comportándome como un simple subordinado, le pedí su dirección y cogiendo el puñetero maletín de su despacho, me fui a la dirección que me había dado. Como esa maldita me dijo que le urgía, tomé un taxi sabiendo que la tarifa correría de mi parte pero no me importó porque necesitaba verla.
Lo quisiera o no, ella era mi diosa y yo su triste vasallo.
Al llegar a su domicilio, me quedé impactado al descubrir que esa zorra vivía en un chalet impresionante. Si de algún modo, todavía creía en mi subconsciente que tendría alguna oportunidad, quedó hecha trizas al ver el cochazo del jefe aparcado en su jardín.
-¡Mierda!- exclamé convencido de que esa morena era la puta del director.
Mis temores parecieron hacerse realidad cuando en el hall de entrada me recibió con una bata casi trasparente que dejaba vislumbrar la coqueta lencería negra que llevaba. No me cupo ninguna duda de que esa mujer estaba acompañada al verla con una copa de champagne en la mano y con el pelo mojado como si  se hubiera dado una ducha.
Aun así no pude dejar de valorar su belleza y dándole su maletín, me la quedé mirando mientras ella revisaba sus papeles:
“¡Qué buena está!”, mascullé entre dientes al observar la perfección de esas dos ubres que me traían por la calle de la amargura desde que la conocí.
María tras comprobar que estaban los papeles que necesitaba, me soltó:
-¿Te apetece una copa?
Estuve a punto de negarme pero en el último instante, di mi brazo a torcer diciendo por si acaso:
-No quiero resultar un estorbo. Si está ocupada lo dejamos para otro día.
 Como la hembra astuta que era adivinó mis reparos y soltando una carcajada, me dijo:
-Lo dices por el coche de Don Jaime. Me lo he traído porque el vejete llevaba muchas copas para conducir- y elevando su tono, me preguntó: -¿No te creerás que lo que dice la gente?
Sabiendo a qué se refería, negué con la cabeza. Mi sumisa respuesta le satisfizo y mirando de arriba a abajo, me soltó:
-Desnúdate-
Me la quedé mirando sin saber cómo reaccionar mientras se sentaba en un sofá y solo cuando me exigió que empezara, me fui desabrochando uno a uno los botones de mi camisa. Por su cara comprendí que ni siquiera había empezado a desnudarme y ya estaba claramente excitada.
La forma en que fijó sus ojos en mi cuerpo me provocaron un escalofrío, de forma que antes de despojarme de esa prenda, ya tenía la piel de gallina. Deseando complacerla, di inicio a un striptease. Tratando de dotar a mis movimientos de una sensualidad que carecía solo pude hacerla sonreír por mi torpeza. Cabreado por su descojone, le pregunté:
-¿Qué es lo que quiere de mí?-
-Poca cosa,  me apetece verte desnudo- respondió mordiéndose los labios.
“Será hija de perra” pensé mientras dejaba caer mi pantalón al suelo. Fue entonces cuando mi jefa ya convertida en una perra ansiosa de sexo, se me quedó mirando el paquete y contenta de lo que se escondía debajo del calzón, se levantó y puso música diciendo:
-Baila para mí.
Cortado pero azuzado por el gesto de puro vicio que hallé en su cara, empecé a menear mi cuerpo al son de la canción mientras acariciaba con mis manos mi cuerpo casi desnudo. Paulatinamente me fui poniendo cada vez más caliente y tratando de forzar su reacción, llevé las manos a mi pecho y cogiendo mis pequeños pezones entre mis dedos, los pellizqué sin dejar de gemir tratando que abandonara su actitud pasiva.  
Sin hacer el menor caso a mis maniobras, mi jefa se mantuvo sentada en silencio. Decidido a forzar su calentura,  tomé la iniciativa y me bajé el calzoncillo, dejando al aire mi pene completamente erecto. Ni siquiera la visión de mi sexo empalmado, consiguió alterarla y pegando un sorbo a su copa, me pidió que me masturbara.
Para entonces, mi sumisión era completa y asiendo mi pene entre mis dedos, comencé a pajearme ante su cara. Solo por el brillo de sus ojos, supe que le estaba gustando mi exhibición y sin dejar de jalar de mi extensión se la acerqué hasta sus labios.
Con mi corazón latiendo a mil por hora, puse mi miembro a su disposición. Durante unos segundos, esa zorra no hizo nada y solo cuando de mi glande, brotó una gota de líquido pre-seminal abrió su boca y la recogió con la lengua. Saboreó durante unos instantes ese néctar que su empleado le brindaba para, ya sin ningún reparo, abrir la boca y engullirla. Lentamente, se fui introduciendo mi extensión mientras me acariciaba el culo con sus manos. Al sentir que uno de sus dedos se introducía sin previo aviso en mi ojete, gemí de placer y con más ahínco dejé que me la  mamara.
Usando su boca como si de un sexo se tratara, metió mi falo en su garganta y solo cuando esos labios rojos besaron su base, se la sacó y diciendo:
-Está muy rica.
Mi jefa que hasta entonces era ajena a haber sido mi objeto de mis sueños durante dos años, se la volvió a embutir con rapidez. Actuando como una posesa, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve apoyarme en el sofá.
-Tranquila- le pedí.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Su completa entrega provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Mi jefa, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, devoró los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, me pidió que la follase por detrás. Incapaz de negarme le bajé las bragas de encaje y mojando mi glande en su vulva, lo llevé a si entrada trasera y sin dudar, se lo clavé hasta el fondo.
No pude dejar de observar que el sexo anal era uno de sus caprichos porque a pesar del modo tan brutal con el que la sodomicé, no se quejó al sentir su ojete siendo maltratado por mí. Os juro que me creí en el cielo al tener mi pene dentro del culo de esa diosa y aunque me apetecía dar rienda suelta a mi lujuria, al ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas, decidí esperar a que el sufrimiento cesara.
-¡Qué esperas para follarme!- gritó al ver mi inactividad.
Dejando a un lado la cordura, decidí que esa puta iba ser mi yegua y montándola en plan cabrito azucé sus movimientos con una serie de suaves azotes.
-¡Dios!- aulló al sentir que se desgarraba pero en vez de intentar que parara, me pidió que siguiera.
 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando María con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Más rápido!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di esta vez un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra desorejada, me imploró que quería más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Mi jefa ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre el sofá, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa morena, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas. 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual que fuera mi diosa, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras mi víctima no dejaba de aullar desesperada. Mi orgasmo no tardó en llegar y mientras me vertía en el interior de sus intestinos usé su melena como riendas. Ya una vez había llenado su culo con mi simiente, me dejé caer a su lado agotado y exhausto.
Fue entonces cuando, levantándose del sofá, cogió la botella de champagne y dos copas y desde el umbral de la puerta, sonriendo me dijo:
-Levántate vago y acompáñame.
-¿Adonde?- pregunté.
-A celebrar mi ascenso- respondió y con una sonrisa en los labios, me informó de su nuevo puesto diciendo: -Me han nombrado directora de Portugal y he exigido para aceptar que tú me acompañes.
-¿En calidad de qué?
Poniendo un tono pícaro en su voz me contestó:
-Para la empresa como mi ayudante, pero en realidad te necesito para clamar mi fuego todas las noches.
Muerto de risa, me hice el duro diciendo:
-Entonces voy de bombero.
Soltando una carcajada mi jefa, me respondió:
-Así es. Desde que ayer vi tu manguera supe que tenía que probarla- y cogiéndome de la polla, tiró de ella, diciendo: -Te aviso que una vez encendida, ¡Soy difícil de apagar!

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 11):
 
CAPÍTULO 22: EL SHOW DEL SEX-SHOP:
Poco más de una hora más tarde, los tres estábamos sentados a la mesa en un restaurante de la zona, cenando tranquilamente y charlando como buenos amigos.
Bueno, en realidad la que hablaba era Ali, pues Tati, como siempre, se mostraba un poquito cohibida, mientras que yo no prestaba mucha atención a lo que se decía, rememorando una y otra vez los excitantes momentos que había compartido con Alicia un rato antes en el jacuzzi.
Aún podía sentir su delicada mano aferrando con garbo mi polla y masturbándola con maestría. Y las dos nenas que nos habían visto… madre mía, sus expresiones cuando me corrí y la leche salió disparada… lo único que lamenté fue no haber podido grabar la escena para poder deleitarme una y otra vez con sus caras de asombro y lujuria.
–          Ya se lo he explicado a Víctor y le ha parecido buena idea, ¿verdad? – decía Ali en ese instante.
–          ¿Cómo? – pregunté despistado – Sí, sí, no está mal.
Ni puta idea de lo que estaban hablando. Un poquito avergonzado, me obligué a mí mismo a centrar mi atención en mis acompañantes y en dejar de divagar de una maldita vez.
–          Bueno, si a Víctor le parece bien – dijo Tati con duda manifiesta en la voz.
–          Te aseguro que Víctor disfrutará mucho… – dijo Ali con cierto retintín – Además, piénsalo, de todas las cosas que hemos hecho, esta es la más segura…
–          Pero, ¿y si me reconociese alguien? – insistía Tatiana.
–          Que no, nena, te juro que es imposible. Mira, si no me crees, lo haré yo; ya lo he probado antes y fue super excitante. Por eso quería que lo hicieras tú y le brindaras un buen espectáculo a Víctor. Además, yo también quiero ver cómo te desenvuelves…
Más o menos tenía claro que Ali pretendía que Tatiana se exhibiera en un sexshop del que era clienta. Me inquietaba un poco montar el número en un local cerrado y, para más inri, en uno donde Alicia era conocida. Tenía que averiguar más antes de dar el visto bueno, pero disimulando el hecho de que no me había enterado de nada de lo que me había contado.
–          Mira, Tati – intervine entonces – Creo que lo mejor es que no decidas nada aún. Podemos pasarnos por allí, vemos cómo está la cosa y entonces decides. Y ya sabes nena, si no quieres hacerlo, no hay más que hablar.
–          Buena idea – asintió Ali.
La pega fue que Tati interpretó mis palabras como si me sintiera decepcionado por su actitud, por lo que inmediatamente reaccionó asegurando que por supuesto lo haría, que sólo quería asegurarse de que no íbamos a meternos en ningún lío.
Habiéndose salido con la suya, Ali se apresuró a cambiar de tema, dejando la cuestión aparcada. No le di mucha importancia, así que me apliqué a devorar con ganas mi cena, pues después de la intensa tarde que habíamos pasado, tenía un hambre de lobo.
Una hora más tarde, aparcábamos el coche en una zona céntrica y, guiados por Alicia, caminamos tranquilamente en dirección al famoso sexshop, mientras la chica nos contaba cómo había conocido al dueño, el tal Iván y cómo había acabado por convertirse en su clienta, cuestiones que a mí, y lo digo con toda el alma, me importaban un pimiento.
Nuevamente (y para no perder la costumbre) iba pensando en lo mío, pasando olímpicamente de la conversación. Al menos esta vez la excusa era buena, pues tenía la mirada perdida admirando cómo se contoneaban los esculturales traseros de mis dos acompañantes, que desde mi perspectiva (caminando un poco retrasado) eran dignos de cualquier monumento.
Las dos estaban preciosas. Tati vestida con la ropa del trabajo, camisa blanca y falda negra a medio muslo y Alicia simplemente espectacular, con un vestido negro de una sola pieza, llegándole la falda tan sólo unos centímetros por debajo de las nalgas, permitiendo así a su dueña exhibir sus extraordinarias piernas enfundadas en una elegantes medias del mismo color.
Como no hacía nada de frío, ambas llevaban sus abrigos colgados del brazo, con lo que pude deleitarme a placer admirando el hipnótico vaivén de sus culitos enfundados en sus faldas.
Como dije antes, mi excusa para no prestar atención era excelente esta vez.
Por fin llegamos al local. Recordé que ya lo había visitado en una ocasión, años atrás, con motivo de la organización de la despedida de soltero de un amigo antes de su boda (aunque sin duda lo pasamos mucho mejor en la juerga que nos corrimos un año más tarde, con motivo de su divorcio).
Entramos al local, mirando hacia todos lados con curiosidad y poniendo la cara que todos adoptamos al entrar en un sitio de estos, como indicando que hemos venido por casualidad y no tenemos el más mínimo interés en ninguno de los artículos que allí se venden. Esas cosas las usan otros, yo no… ya sabes a qué me refiero.
Enseguida tuvimos encima al tal Iván. Era un tipo alto, bien formado, con la cabeza completamente afeitada pero luciendo unos muy bien cuidados bigote y perilla. Vestía con elegancia, camisa burdeos y pantalón y chaleco negros.
Eso sí, tenía un aire de chulo putas que no me acabó de convencer, aunque se mostró en todo momento tan correcto, educado y libre de prejuicios, que acabó por caerme bien.
–          ¡Hola Alicia! ¡Así que finalmente habéis venido! – exclamó mientras se aproximaba.
Alicia, haciendo gala de cierto nivel de confianza con el tipo, le saludó efusivamente con sendos besos en las mejillas. Con educación, Ali se apresuró a presentárnoslo, estrechándome el tipo la mano con firmeza para a continuación, besar la mano que Tatiana le tendía, dejándola absolutamente estupefacta. Sin duda era la primera vez en su vida que un hombre la saludaba así y la verdad es que yo tampoco recordaba a nadie haciéndolo fuera de las películas.
–          Así que tú eres Tatiana – dijo mirando a mi novia de una forma que no me gustó demasiado – Ali me ha hablado mucho de ti. Bueno, de los dos en realidad – añadió mirándome con simpatía.
–          ¿Te ha hablado mucho? – dije mirando sorprendido a Ali.
–          Sí. Me ha contado todo lo vuestro. Vuestros juegos y aficiones.
–          ¿Cómo? – exclamé estupefacto.
–          Tranquilo – dijo Iván alzando la mano en son de paz – Yo soy como los médicos. Me une la más absoluta confidencialidad con mis clientes. Lógicamente, para saber qué es lo que les gusta, tienen que confiar en mí y decírmelo, sólo así puedo satisfacer sus demandas.
–          Perdona – dije un tanto confuso – Pero no veo…
–          Y, si así te vas a quedar más tranquilo – continuó Iván ignorando mis protestas – te diré que mis propios gustos tienen algo en común con los vuestros. Aunque yo soy de los que gustan de mirar, no de que los miren…
–          Me parece genial – dije un poco cortante – Pero creo que Alicia debería de habernos consultado antes de ir por ahí contando…
–          Alicia no me ha contado nada en especial. Sólo que junto a un par de amigos había estado dando rienda suelta a ciertos impulsos exhibicionistas. Al saberlo, yo le propuse el uso de nuestras instalaciones; ella las probó, se lo pasó estupendamente, nuestros clientes disfrutaron de lo lindo y entonces me comentó que os traería algún día para ver si os animabais a probar vosotros. Si no queréis, no pasa absolutamente nada.
–          ¿Nos? – pregunté sorprendido – Yo había entendido que era Tati…
–          A ver hijo – intervino Alicia – ¿Tú me escuchas cuando hablo? Te expliqué antes que la idea era que probara Tati, pero si os gusta el sitio, otro día puedes probar tú, o hacerlo los dos juntos o…
Ahora sí que no entendía nada. Pero no podía admitirlo, pues se descubriría que no le había hecho ni puñetero caso durante la cena (en toda la tarde en realidad), así que me limité a asentir, como si supiera de qué estaba hablando.
Iván me miraba con una sonrisa mal disimulada, lo que me hizo comprender que el muy cabrito sabía sin duda lo que estaba pasando por mi mente. Sin embargo, como buen vendedor, no dijo ni pío, echándome un capote con la entrenada mano izquierda de alguien bien curtido en esas lides.
–          Ali, creo que lo mejor será que lo vean ellos mismos. Cómo es la sala y para qué la usamos. Seguro que les va a encantar.
–          Sí. Creo que es lo mejor – dije apresurándome a agarrar el salvavidas que me ofrecían.
–          Si sois tan amables, venid conmigo. Señorita…
Muy educadamente, Iván ofreció su brazo a Alicia, que lo aferró haciendo una graciosa reverencia con una sonrisa satisfecha en los labios. Yo rodeé a Tati por la cintura, atrayéndola hacia mí y abrazándola suavemente. Temblaba como un cervatillo.
–          Tranquila nena. Si esto no te gusta o te sientes incómoda, dímelo y nos largamos en un segundo.
–          No, cari – me dijo dedicándome una cálida sonrisa – La verdad es que siento un poco de curiosidad. Si es como dice Alicia…
Sí. Eso. A ver qué coño había dicho Alicia.
Iván nos condujo por un largo y estrecho pasillo, con un montón de puertas dispuestas a los lados.  Aunque la iluminación era tenue, se veía todo bastante limpio, lo que restaba sordidez al ambiente. Yo sabía que esas puertas llevaban a pequeños cuartos para ver porno y que en todas ellas no faltaban una pantalla de tv, una silla, rollos de papel higiénico… y una ranura para echar monedas.
Me sorprendió lo largo que era el pasillo, debía haber al menos 20 puertas dispuestas a los lados y encima de casi todas brillaba una lucecita indicando que estaban ocupadas. Bueno, los que estaban dentro sí que estaban ocupados.
–          Jo – exclamé señalando las luces – ¿Tanta gente viene aquí a ver porno? Pensé que, con Internet, este tipo de negocios estaría de capa caída.
–          ¿Porno? – dijo Iván volviéndose a mirarme – Aquí no se viene a ver porno. Esto es peep show.
La comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Por fin entendía cuales eran las intenciones de Alicia.
Iván se detuvo junto a la puerta que había al fondo, sobre la cual había un cartel de “PRIVADO”. Sacando una llave del bolsillo, abrió y nos invitó a pasar, haciéndose a un lado.
–          Este es mi despacho. Poneos cómodos.
Penetramos en una estancia bastante grande, amueblada con un gusto realmente exquisito. Contrariamente a lo que me esperaba del gerente de un sexshop, no había por las paredes posters o cuadros de mujeres en pelotas, sino cuadros al óleo y alguna litografía, de paisajes sobre todo.
–          Aquí es donde me refugio cuando me saturo de tanto… sexo – dijo Iván simplemente.
Se veía que estaba orgulloso de aquella habitación y le agradó que nos gustara. Me senté en un cómodo sillón que había frente al escritorio y las chicas hicieron otro tanto. Educadamente, nos ofreció una copa, aunque nadie quiso tomar nada. No quería tener nada en la mano por si acababa saliendo disparado de allí.
–          Veréis – dijo Iván tomando asiento al otro lado del escritorio – Nuestro negocio de peep show es en la actualidad una de nuestras más importantes fuentes de ingresos. La gente está saturada de tanta pornografía; en Internet haces clic en una web que vende potitos para niño y te salta un enlace que te permite descargar porno.
–          Eso es verdad – intervino Tati con timidez, demostrando que estaba un poquito más relajada.
–          Así que eso ya no es negocio para nosotros. Seguimos vendiendo DVD, claro, pero normalmente cosas muy específicas. Ya sabéis, un cliente al que le gusta el porno alemán, otro que quiere zoofilia…
–          ¡Agh! – exclamó Ali.
–          Yo no juzgo a nadie – dijo Iván – Mientras sea legal y me paguen…
De la segunda parte estaba seguro. De la primera no tanto.
–          Hace unos años inauguramos las dos salas de peep show, tratando de ofrecer a nuestros clientes una experiencia más real, más cercana. Voyeurismo en estado puro. Y nos fue bastante bien.
–          ¿Dos salas? – dije – Por eso hay puertas a ambos lados del pasillo.
–          Sí. Así aprovechamos la infraestructura de las cabinas antiguas. Además, desde la tienda se accede a otros dos pasillos que literalmente rodean las salas peep (las llamamos así para abreviar). Adquirimos el local de al lado para poder hacer las obras. Fue una fuerte inversión, pero la amortizamos en poco tiempo.
–          Me alegro – dije por decir algo.
–          Gracias – respondió él adivinando mis pensamientos – Pero no fue hasta el día en que cambiamos el modelo de espectáculo, cuando conseguimos realmente triunfar en el negocio.
–          ¿Cambiar? – intervino Tati interesada.
–          Sí. Veréis, al principio, nos limitábamos a montar espectáculos… profesionales. Ya sabéis, stripers (cientos de stripers), shows lésbicos, algún espectáculo de sexo en vivo… incluso montamos un par de sesiones bdsm, contratando gente en un club que hay aquí cerca. Pero no tuvieron el éxito esperado, pues los fans del tema… simplemente acuden a dicho club.
–          Es lógico. Pero no has dicho en qué consistió el cambio – aunque ya sabía perfectamente a qué se refería.
–          Empezamos a contratar gente amateur. Actores no profesionales, que desprendieran ese “tufillo” a vergüenza, a morbo y el éxito se disparó. Es esa “realidad”, la autenticidad, lo que atrae al público. Y, si os soy sincero… a mí me ocurre lo mismo.
–          No me extraña – pensé.
–          Y gente como vosotros… Venís caídos del cielo. La primera vez que vi a Ali me pareció una mujer increíblemente atractiva. Pero cuando el otro día se animó por fin y se metió en la sala… Uf. Ali, querida, ya te he dicho que, en cuanto te decidas, dejes a ese novio tuyo y te convertiré en la reina de la ciudad. Y en mi reina… si te apetece – dijo Iván guiñándole un ojo Alicia con todo el descaro, haciendo que la chica se echara a reír.
–          Ya te dije que me lo pensaría – dijo ella con desparpajo – Pero no prometo nada…
Me tapé la boca con la mano ocultando mi sonrisa. ¡Ay, calvito del sexshop! ¡Ese tiesto ya lo he regado yo cien veces! ¡Y un jamón!
–          Bueno – dijo Iván enderezándose en su asiento – Vayamos al grano. Lo que os propongo (en este caso a ti Tatiana) es la posibilidad de dar rienda suelta a vuestro impulso exhibicionista, permitiéndote mostrarte desnuda frente a un buen montón de gente que te observará desde sus cubículos, separados de ti por un cristal. Como ves, es un medio completamente seguro, pues, aunque alguno pierda el control (lo que no sería de extrañar dada tu belleza), no podría llegar a ti, a no ser que saliera disparado por el pasillo, derribara esa puerta – dijo señalando la que habíamos usado para entrar – y tumbara al guarda que hay custodiando la entrada del peep.
–          No, no – dijo Tati – Si eso no es lo que me preocupa. Quiero decir… ¿Y si me reconoce alguien? No sé. Imagínate que algún conocido está aquí esta noche y…
–          Cht, cht, cht – negó Iván con la cabeza, interrumpiéndola – Eso no es problema alguno. Normalmente, nuestros “actores amateurs” tienen el mismo reparo que tú, así que, simplemente salen disfrazados. Ya sabes, una peluca, un antifaz… lo que quieras.
–          ¡Ah! Claro. No lo había pensado – dijo Tati.
–          Es natural. Es tu primera vez – respondió él con serenidad – Pregunta todo lo que quieras.
Tati le sonrió con simpatía. Su nerviosismo se había evaporado. Aquel tipo sabía lo que se hacía.
–          Claro que sí. Creí que te lo había dicho – dijo Ali – Yo salí con peluca y una máscara. Además, iba vestida de doncella francesa. Ni mi madre me habría reconocido.
Aquello me interesó.
–          ¿Doncella francesa? ¿tenéis disfraces?
Iván me miró, divertido.
–          A ver, esto no es una tienda de disfraces, si buscas uno de spiderman, no lo vas a encontrar.
–          Comprendo – asentí riendo.
–          Pero, aquellos que tienen cierta carga… fetichista. Seguro que sí.
–          Ya, ya, ya imagino que no tendréis uno de Harry Potter, pero…
–          Bueno, de Harry Potter no – me interrumpió Iván – Pero si quieres el de la chavala, la brujita… podremos complacerte.
Todos nos echamos a reír.
–          Bien. A lo que iba – dijo Iván retomando el hilo – Si te animas a participar, Tatiana, entrarás en un camerino donde podrás cambiarte, disfrazarte o desnudarte. Como te venga en gana. Luego, cuando salga de la sala quien esté utilizándola en este momento, se encenderá una luz verde y podrás entrar… a hacer lo que quieras.
–          Sí. Es super erótico Tatiana – dijo Alicia con entusiasmo – Sabes que en todo momento hay un montón de gente mirándote… te pones muy caliente. Es increíble. Pero no pueden tocarte. Además, te ves a ti misma reflejada en todos los espejos… y eso hace que tu imaginación se desboque…
La verdad, la idea no me parecía mala para nada. Era seguro, morboso… es cierto que se perdía la excitación de ver al que te mira, pero, acordándome de las antiguas ideas de Alicia, aquella no estaba nada mal.
–          No sé cari, ¿cómo lo ves tú? – me preguntó Tati.
–          Como tú quieras, cariño. Aunque, si te soy sincero, me seduce la idea de verte haciendo un buen striptease…
Dije aquello sabiendo que Tati sería incapaz de negarse.
Y, efectivamente, no lo hizo.
Tras un par de minutos de charla, nos pusimos en marcha. Tati estaba otra vez un poquito nerviosa, así que Alicia, que al parecer se conocía el sitio al detalle, se encargó de acompañarla al camerino para ayudarla a cambiarse. Yo me quedé con Iván, charlando amistosamente.
–          Bueno – dije de repente – ¿Y nosotros? ¿Vamos a uno de los cubículos?
–          ¿Vosotros? ¡No, no, amigo, en absoluto! – respondió él con vehemencia – ¡Vosotros sois VIPS!
–          ¿VIPS? – pregunté divertido.
–          ¡Por supuesto! Alicia es una buena clienta, una amiga y sobre todo – dijo él mirándome con picardía – no cobráis por el espectáculo.
Me eché a reír. Ya había caído en la cuenta de que Iván había hablado de “contratar” actores para el peep show, pero de pagarnos a nosotros no había dicho ni una palabra.
–          Alicia se ofreció a actuar gratis a cambio de disfrutar de ciertos… privilegios. Y hasta donde yo sé, no hemos cambiado los términos de nuestro acuerdo.
–          ¿Privilegios? – pregunté intrigado.
–          Acompáñame – me dijo Iván levantándose.
No salimos del lugar, pues nuestro destino era una habitación anexa a la que se accedía por otra puerta. No sé qué pensaba encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el despacho del que veníamos era un ejemplo perfecto del buen gusto, pero lo cierto es que la acogedora “sala de observación” a la que entramos me sorprendió bastante.
Era una habitación grande, más de lo que yo esperaba, del tamaño de un dormitorio estándar más o menos. Como la sala anexa, estaba decorado con sobriedad, las paredes pintadas de color oscuro y adornadas, esta vez sí, con fotografías de desnudos, pero todas muy artísticas, nada de pornografía ni ordinarieces.
En la pared del fondo, un enorme espejo reflejaba el contenido de la sala y, justo enfrente, un mullido y cómodo sofá de 4 plazas invitaba a sentarse y a disfrutar del espectáculo.
Junto al sofá, un carrito con ruedas repleto de todo tipo de bebidas alcohólicas de primeras marcas, lo que me hizo comprender que lo de tratamiento VIP iba bien en serio.
–          Normalmente uso esta sala para mi disfrute personal – me dijo Iván tras dejarme unos instantes para familiarizarme con el lugar – Pero, en algunas ocasiones, la cedo con gusto a clientes especiales.
–          Vaya. Entiendo que somos de esos clientes especiales – dije sin dejar de admirar las fotografías de bellas mujeres.
–          Al menos Alicia lo es y viniendo vosotros con ella… Además, Tatiana es muy hermosa y seguro que esta noche nuestros clientes lo pasarán muy bien admirándola; sin duda eso merece situaros en la lista de clientes preferentes.
Nos quedamos callados unos segundos, hasta que por fin le hice la pregunta obvia.
–          Supongo que ese espejo es la ventana que da a la sala peep.
–          En efecto. Mira, se usa así.
Iván cogió un pequeño mando a distancia que había en el carrito de las bebidas. Accionando un botón, el reflejo del espejo pareció difuminarse, convirtiéndose en una especie de cristal a través del cual pude ver una enorme sala circular, en cuyo centro había una especie de colchón redondo, cubierto por unas sábanas  de satén. Las paredes estaban literalmente cubiertas de espejos, tratándose en realidad de ventanas que daban a los cubículos de observación. Pude comprobar que, en efecto, la nuestra era la más grande de todas.
Justo en ese momento, en la sala estaba actuando una chica, con un cuerpo bastante impresionante, que estaba realizando un número de pole dance, usando la barra que había situada justo en medio del colchón.
La chica, completamente desnuda, colgaba en ese instante cabeza abajo de la barra, mientras se las apañaba para que su cuerpo fuera descendiendo progresivamente, girando alrededor del metal, para acabar tumbada sobre el colchón, completamente despatarrada.
Entonces, metiendo una mano entre sus muslos, se abrió por completo el chochito con dos dedos, exhibiéndolo para la clientela que la observaba desde sus habitáculos, haciendo quien sabe qué cosas en la intimidad de esos cuartos.
–          Esa chica es de las profesionales, ¿no? – pregunté mientras veía a la chavala levantando la pelvis del colchón y brindándome un excelente primer plano de su expuesta intimidad.
–          Sí. Bueno, en realidad se dedica al striptease sólo los fines de semana. Es estudiante de derecho.
–          ¡Coño! – exclamé sorprendido – Si no lleva la cara cubierta. Como venga alguno de sus compañeros…
–          ¿Como venga? – dijo Iván mirándome con una sonrisa burlona – Ella reparte panfletos en la facultad entre sus compañeros para que acudan. Por cada cliente que presenta aquí ese panfleto, ella se lleva un porcentaje de las ganancias. Te aseguro que, los fines de semana que actúa aquí, se lleva un buen pico. Y no vienen a verla sólo los alumnos, no sé si me entiendes…
Miré de nuevo a la chica, que estaba de nuevo en pié, bella y con la piel brillante por el sudor, girando de nuevo alrededor de la barra. Vaya si le entendía…
–          Joder. Debo parecerte un mojigato tremendo – dije – La verdad, siempre me he sentido bastante abierto en cuestiones de sexo, pero comparado contigo parezco un crío.
–          ¡Bah! No te creas – dijo Iván – Yo llevo años en esto y todavía me sorprendo con las actitudes de la gente.
No sé si lo dijo en serio, pero Iván logró caerme todavía mejor con aquel comentario. Me sentía cómodo con él, a pesar de que era potencialmente peligroso que un completo desconocido supiera en detalle cuales eran mis inclinaciones.
–          ¿Quieres una copa? – dijo entonces Iván.
–          Sí. Te la acepto ahora. Un gin-tonic, por favor.
–          Siéntate en el sofá, Víctor. Es comodísimo y se ve el espectáculo perfectamente.
Era verdad. Me senté y, al ser la ventana-espejo bastante baja, se podía observar la sala peep perfectamente.
–          Oye, desde dentro no puede vernos ¿verdad? – pregunté a Iván mientras él preparaba las copas junto al carrito.
–          No. Como has visto, desde su lado son simples espejos. Aunque hay algunas salas (como ésta) en las que es posible hacer transparente la ventana por ambos lados.
–          ¿Para qué? – pregunté un tanto desconcertado.
–          Bueno… es algo que no puede activarse desde los habitáculos por razones obvias. Imagínate lo que pasaría si permitiéramos que los clientes pudieran mostrarse a quien está dentro de la sala… Madre mía.
–          ¿Entonces?
–          Es algo que sólo hacemos a petición expresa de la persona que esté usando la sala peep. Ya sabes, gente con gustos parecidos a los vuestros a los que les pone que les miren… y también mirar ellos.
–          Y supongo que eso se pagará aparte.
–          Por supuesto – dijo Iván sonriéndome mientras me alargaba la copa.
Iván no se sentó, sino que se quedó en pie, situándose junto a la ventana, mirando el show de la universitaria mientras bebía de su copa.
–          La habrás visto muchas veces, ¿no? – pregunté.
–          ¿A Eli? – dijo él señalando hacia la sala peep – Muchas.
–          ¿Y te has acostado con ella?
Iván me miró, creo que un poco sorprendido. Pensé que quizás le había molestado.
–          Eres muy directo.
–          Te pido disculpas. No es asunto mío, sólo sentí curiosidad…
–          No, no, tranquilo – dijo él agitando una mano – Me gusta que seas directo. Me parece una señal de confianza. Sí, sí que me he acostado con ella.
Lo dijo con sencillez, como si fuera la cosa más natural del mundo. Aunque, bien pensado, sí que lo era.
–          ¿Sabes? – continuó – La verdad es que te envidio un poco.
–          ¿A mí? – exclamé sorprendido – ¿Por qué?
–          Porque tienes mucha suerte. Tener una novia tan hermosa como Tatiana ya es una suerte de por si, pero, que además comparta tu fetiche y le vaya lo mismo que a ti… No es fácil.
–          Sí – dije completamente de acuerdo – Es cierto.
–          Y además… también está Alicia…
Iván me miró fijamente a los ojos, insinuándome con la mirar lo que estaba pensando en ese momento…
–          Bueno, no saques conclusiones precipitadas. Entre Alicia y yo no hay nada.
–          ¿En serio? – preguntó él con genuina sorpresa.
Iba a explayarme un poco sobre el tema cuando la puerta de la sala se abrió y Alicia, con aspecto bastante satisfecho, penetró en la sala.
–          Estaba un poco nerviosa – dijo inmediatamente – Pero, en cuanto se ha puesto el disfraz y el antifaz… parecía otra. Creo que lo va a hacer muy bien.
–          ¿El disfraz? ¿De qué se ha vestido?
–          No, no – dijo Ali agitando un dedo – Es una sorpresa… Iván, querido, ¿me pones una copa?
El hombre, muy obediente, hizo una ligera inclinación y se apresuró a prepararle un combinado a Alicia, que se sentó en el sofá a mi lado dejándose caer literalmente sobre el asiento.
Muy sutilmente, usando todo el arte de que la naturaleza ha dotado a las mujeres, Alicia se adueñó inmediatamente de la situación en aquella sala, limitándose simplemente a cruzar elegantemente las piernas, regalándonos el espléndido espectáculo de unos muslos bien torneados enfundados en medias negras. Inmediatamente tuve que echarle un buen trago a mi copa y no pude evitar sonreír al ver cómo Iván hacía otro tanto.
Alicia, plenamente consciente de nuestras miradas de admiración, aceptó la copa que Iván le tendía y dijo con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, no veas cómo se mueve esa chica. Yo sería incapaz de colgarme de esa manera.
Efectivamente, Eli, la universitaria striper, estaba de nuevo cabeza abajo suspendida de la barra, brindando al con toda seguridad enfebrecido público un buen espectáculo, por el que estaban pagando… una y otra vez… Imaginé que las ranuras de las monedas estarían funcionando a pleno rendimiento aquella noche y sabía que, cuando Tati apareciera, iban a echar humo de verdad.
–          Bueno, os dejo ya – dijo Iván apurando su vaso y dejándolo en el carrito – Espero que disfrutéis la velada. Encantado de conocerte Víctor.
–          ¿Te vas? Creí que verías el show con nosotros – dije tontamente.
–          ¡Oh, no! Gracias, amigo. Esta noche cedo mi salita a los clientes VIPS, yo aquí… sobro. Además, ya he dejado desatendido el negocio bastante rato.
–          Sí – intervino Alicia – Pero tranquilo, que Iván no se perderá detalle. Tiene cámaras instaladas en la sala peep y además, siempre puede asomarse a algún cuarto vacío para ver a Tatiana en acción.
Iván miró a Alicia durante un segundo, estableciéndose entre ambos una comunicación silenciosa. Finalmente, volvió a saludarnos y, tras repetirnos que dispusiésemos de la salita tanto rato como quisiéramos, se despidió y salió, cerrando la puerta tras de si.
–           Estás loca – dije medio en broma en cuanto nos quedamos solos – En menudo berenjenal has ido a meternos.
–          ¿Berenjenal? – exclamó ella divertida – Esto no es nada. Reconoce que te pone la idea de ver cómo un montón de tíos se comen a tu novia con los ojos. Imagínate la de pajas que ella solita va a provocar esta noche. Y además, esto es completamente seguro, ni pueden tocarla ni reconocerla ¿no es eso lo que querías?
–          Sí, vale, reconozco que la idea no es mala. Pero no me hablaste de Iván, ni de que le habías contado nuestro secreto. No me siento cómodo sabiendo que un completo desconocido sabe que soy exhibicionista. Parece un buen tipo, pero…
–          Tú simplemente confía en mí – dijo ella un poco cortante.
No sé por qué, pero sus palabras me sonaron más bien como “tú haz lo que yo diga”. Por un momento el fantasma de la antigua Alicia planeó por la habitación.
–          Te aseguro que no va a pasar nada – dijo ella en tono más amistoso – Tú sígueme el rollo y verás que noche tan estupenda pasamos.
Mientras decía esto, la mano de Alicia se posó en mi rodilla. Fue sólo un segundo, pero bastó para que se me erizara el vello de la nuca. Nervioso, fui de pronto consciente de lo solos que estábamos en aquella sala, de lo erótico del espectáculo que íbamos a presenciar y de lo increíblemente sexy que estaba Ali con aquel vestido negro. Empecé a tener miedo de no ser capaz de controlarme.
–          Vaya, la verdad es que esa chica lo hace realmente bien – dijo Ali desviando la mirada hacia el espectáculo.
–          Sí, es verdad – coincidí mirando a cristal a mi vez mientras echaba un trago – Me ha dicho Iván que se dedica a esto los fines de semana.
–          Pues seguro que cobra una pasta; se le da de miedo.
Era verdad, la danza que estaba realizando Eli en sobre el colchón era tremendamente sensual y erótica. Se movía con una gracia y soltura realmente notables y además poseía una especie de aura felina que resultaba a la vez elegante y sexy.
Eso sí, de vez en cuando, la joven abandonaba el erotismo y se adentraba directamente en la pornografía, abriéndose el coño con los dedos o acercando sus pechos a la boca para lamerse los pezones con lascivia.
–          Espera, voy a poner la música – dijo Ali.
Accionando el mando, Ali activó el sonido de ambiente, con lo que pudimos escuchar la melodía a cuyo son se movía la muchacha. No la había escuchado nunca, pero me gustó. Era muy apropiada, pues la música se compenetraba perfectamente con la coreografía del show.
Eli se movía cada vez con más ganas, deleitándonos con el excitante espectáculo de su escultural cuerpo brillante por el sudor, danzando y contorsionándose al ritmo de la canción.
Me pregunté si realmente estaría tan excitada como aparentaba y si, de ser así, tendría esperándole a algún afortunado tipo que se deleitaría más tarde probando sus mieles. Quizás el propio Iván…
Poco a poco, el baile de la chica fue haciéndose más febril, más intenso. Era como si la joven pretendiera emular el acto sexual con su danza, abandonándose a un progresivo frenesí que culminó en un clímax de pasión. Aunque no podía escucharla, pude ver perfectamente cómo la joven culminaba su actuación con un grito desenfrenado mientras, arrodillada sobre el colchón, se derrumbaba sobre su espalda, las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos en cruz. Permaneció así unos instantes, recuperando el aliento después del esfuerzo realizado.
Me di cuenta de que había estado medio hipnotizado admirando el sensual baile de Eli. Ni siquiera me había percatado de que me había excitado un poco, comenzando mi soldadito a despertar dentro de mi pantalón.
–          Es muy buena – refrendó Alicia, los ojos clavados en la jadeante muchacha.
–          Desde luego que sí – coincidí – Sin duda Tati no va a hacerlo tan bien.
–          Ni falta que hace – respondió Ali mirándome – Ya oíste antes a Iván; es mucho más excitante ver a una amateur que a una profesional.
–          Es cierto.
–          Bueno. La próxima es Tatiana – dijo Ali – Verás qué sexy está.
–          Me muero por verla – afirmé.
Ali me miró un instante sin decir nada. Yo hice como si no me diera cuenta. Me sentía nervioso.
–          ¿Otra copa? – dije levantándome sin esperar respuesta.
–          Vale.
Cogí ambos vasos y preparé las bebidas, mientras Ali me miraba en silencio, consiguiendo enervarme todavía más.
Cuando regresé a su lado, había vuelto a cruzar las piernas y estaría dispuesto a jurar que la falda estaba subida varios centímetros más que antes.
–          Ahí viene – dijo Ali para mi alivio.
Sin darme cuenta, caminé hasta quedar de pie frente al cristal, deseoso de no perderme detalle del debut de mi novia en el mundillo del striptease. Me volví un instante para sonreírle a Alicia al descubrir por fin de qué se había disfrazado mi chica.
–          ¿Idea tuya? – pregunté.
–          Digamos que de ambas – respondió la mujer echando un trago a su bebida.
Me volví de nuevo hacia el cristal, deleitándome con el cuerpazo de la sexy colegiala que había penetrado en la sala. Iba vestida con una falda a cuadros, camisa blanca (con lacito azul al cuello) y una rebeca de color rojo.
Llevaba además una peluca negra, con el cabello recogido a los lados en dos coletas y un antifaz del mismo color. Me costó reconocer a mi novia. De hecho, podría haber pasado por una auténtica colegiala de no ser por sus rotundas curvas, que delataban que se trataba de una chica de más edad.
–          Está buenísima – dije con admiración.
–          Sí. Está muy guapa. Tiene suerte, todo le queda bien.
Alicia se había levantado del sofá y se había acercado a la ventana, quedando casi hombro con hombro conmigo. Sin embargo, esta vez no me enervó su proximidad, el ver por fin a Tatiana en la sala había tenido la virtud de serenarme un poco.
–          Vamos nena – dije en voz alta – Deléitanos como tú sabes. Vuélvelos locos de deseo…
Tati, que parecía un poco avergonzada nada más entrar, pareció reaccionar a mis palabras. Alzó la cabeza, mirando hacia nosotros fijamente y, cuando empezó a sonar la música, empezó a moverse al compás sensualmente, provocando que la boca se me secara. Por lo visto, el anonimato que le brindaba el antifaz le permitía a mi novia soltarse por completo, con lo que pronto estuvo entregada al baile, consiguiendo que la faldita del uniforme aleteara sin parar, haciéndome estar completamente pendiente de lograr atisbar debajo. Parecía un quinceañero salido tratando de verle las braguitas a una compañera.
De repente, Tati se abrió la rebeca de un tirón, librándose de ella y arrojándola a un lado, con lo que pude comprobar que la camisa que usaba le iba un par de tallas pequeña, por lo que sus tetas parecían estar a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
 Tati, a diferencia de la chica anterior, no permanecía quieta en el centro de la sala, sino que se desplazaba por toda ella, asegurándose de que desde todas las ventanas pudiera disfrutarse de un buen primer plano de su cuerpazo. Estaba entregadísima.
Por fin llegó a la nuestra. Para ese entonces ya se había librado del lazo del cuello y se había abierto unos cuantos botones de la camisa, con lo que sus senos, envueltos en lencería fina, asomaban desafiantes por el escote de una forma harto erótica.
Durante unos segundos, nos dedicó un baile super sexy frente a nuestra ventana, agachándose y levantándose al ritmo de la música, mientras su cuerpo no dejaba de contonearse eróticamente.
Pensé que Tati iba a desnudar sus pechos frente a nosotros como regalo, pero hizo en cambio otra cosa que me sorprendió. De repente, paró por completo de bailar y, poniendo una expresión avergonzada (fingida, pero super morbosa) se inclinó un poco, aferró el borde de su falda y se la subió hasta el pecho mostrándonos sus braguitas en un gesto a la vez inocente y sensual.
Para ese entonces yo ya la tenía como una roca.
–          Muy bien, Tati, impresionante – la aplaudía Alicia desde mi lado.
–          Desde luego. Hay que ver cómo se ha desinhibido. Es muy sexy.
Tati se alejó bailando con una sonrisa en los labios. Cada vez más metida en su papel, se entretuvo en apretar los pechos contra varios de los cristales, logrando sin duda que a los ocupantes de esas salas se les salieran los ojos.
–          Guau – dije admirado – Quien la ha visto y quien la ve.
–          ¿Lo ves tonto? Te dije que era buena idea venir aquí – dijo Ali triunfante.
En ese instante, Tati estaba justo en el lado opuesto de la sala, contoneándose frente a uno de los cristales. Se había abierto por fin la camisa totalmente, por lo que el ocupante de aquel habitáculo estaba disfrutando de un buen par de tetas enfundadas en lencería fina sacándole brillo a su cristal. Sonriendo, regresé al sofá y me senté.
–          Víctor, dime. ¿Cuántas pollas crees que estarán ahora mismo siendo masturbadas gracias a tu novia? – preguntó Ali con malicia.
–          Je, je – reí un poco achispado – No sé. Contando las ventanas… Unas 30 ¿no?
–          Bueno. 30 no. Sólo 29 – dijo Ali mirándome con intensidad.
Tardé unos segundos en comprender lo que me decía.
–          Pues tienes razón – dije entrando de lleno en el juego – Hay que redondear la cifra.
Con un poco de dificultad, pero extrañamente excitado, me las apañé para extraer mi polla por la bragueta, agarrándomela con la derecha y empezando a masturbarme muy lentamente. Alicia, vuelta hacia mí, me miraba con una tenue sonrisa, logrando que me olvidara por un momento de Tatiana y su show.
El nerviosismo había vuelto con intensidad. No sabía qué pretendía Alicia, pero estaba consiguiendo que me pusiera cachondo perdido y eso, unido a las copas que me había tomado, hacían que el riesgo de perder el control no fuera desdeñable.
Tratando de aparentar tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo estar allí encerrado con una bella mujer mientras me masturbaba, volví a clavar los ojos en el cristal, pajeándome mientras disfrutaba del show de mi novia.
Sin embargo, percibí que Tati ya no se movía como antes, supuse que por el cansancio del baile y ahora se contoneaba un poco más envarada, de pié sobre el colchón, aferrada a la barra metálica sin demasiada gracia.
–          Dime una cosa – dijo Alicia atrayendo de nuevo mi atención – ¿Por qué crees que te masturbé antes en el jacuzzi?
La respuesta obvia acudió a mis labios, pero juzgué que no era inteligente espetarle que lo había hecho para manipularme y que estuviera de acuerdo con el plan que tenía en mente.
–          No sé. ¿Te apetecía tocar mi pollón? – bromeé.
–          Sí que me apetecía – dijo ella enervándome – Pero no fue por eso. Adivina.
–          Para poner cachondas a las chicas. La oportunidad era que ni pintada.
–          Nah, nah – dijo ella meneando la cabeza – frío, frío…
–          ¿Te apiadaste de mí y quisiste hacerme un favorcito?
–          Helado…
No me había dado cuenta, pero Ali se había desplazado poco a poco, apartándose de la ventana hasta quedar de pié frente al sofá, muy cerca mío.
–          ¿No se te ocurre nada más? – dijo en un tono super erótico.
–          No… no. Déjame pensar.
Ali, sin recato alguno, levantó un pié del suelo y lo plantó encima del sofá, justo a mi lado. Al hacerlo, la falda se le subió unos centímetros, permitiéndome atisbar el borde de encaje de la media, dificultándome la respiración.
–          ¿Quieres saber por qué? – dijo en voz más baja, inclinándose hacia mí.
–          Cl… claro.
Me sentí un poco ridículo, sentado en el sofá con la polla fuera de los pantalones, olvidado por completo el motivo por el que estábamos allí, toda mi atención centrada en aquella mujer capaz de manejarme como quería.
–          Pues pensé que era mejor que descargaras un poquito… Para asegurarme de que luego fueras capaz de aguantar lo que hiciera falta.
Me quedé mirándola sin pestañear, completamente atónito. ¿Habría entendido bien lo que decía? ¿Se estaba insinuando?
No me di cuenta en ese momento, pero me había quedado con la boca abierta, mirándola. Para añadir más leña al fuego, Ali hizo un sencillo gesto con la mano, dando un suave tirón a su vestido para revelar una porción mayor de muslo.
La cabeza me daba vueltas, estaba volviéndome loco. ¿Era eso lo que quería? ¿Me estaba proponiendo follar en ese cuarto?
Ella no decía nada, se limitaba a permanecer de pie frente a mí, el pié sobre el sofá, exhibiendo su carnoso muslo con total tranquilidad, como invitándome a deslizar la mano bajo su falda. ¿Lo hacía? ¿Me llevaría una ostia?
Lentamente, casi temblando, moví una mano y la posé sobre la rodilla de Alicia, sintiendo el sedoso tacto de la media en mi piel, lo que me excitó todavía más si es que eso era posible. Ali no dijo nada, limitándose a mirarme fijamente a los ojos, invitándome con su silencio a que prosiguiera con mis maniobras.
Estaba a punto de estallar por la excitación. Muy despacio, fui deslizando la mano por el muslo, acariciándolo suavemente, sintiendo el tacto y tersura de su carne, deleitándome con su contacto. Cuando mi mano llegó al borde de su vestido, la llevé hacia abajo, colándola justo en medio de los muslos abiertos, introduciéndola en la misteriosa gruta que existía entre sus piernas, en busca del más preciado de los tesoros.
Sin embargo, aún me quedaba un ápice de autocontrol, así que, antes de enterrar por completo mi mano bajo su falda, intenté asegurarme una vez más.
–          ¿Estás segura de esto? Una vez que empecemos no habrá marcha atrás…
–          Llevo tiempo deseándolo – dijo ella con sencillez.
Mi mano se perdió por completo, temblorosa, con ansia, deseosa de llegar por fin a su destino. No pude evitar sonreír cuando mis dedos rozaron su trémula carne desnuda, arrancándole un tenue gemido de placer a la bella mujer y un delicado espasmo en sus caderas, que no pudieron contenerse bajo mi contacto.
No sé cómo no me había dado cuenta, me había pasado toda la tarde mirándole el culo a Alicia y no me había apercibido de que iba sin bragas. No puedo describir cómo me sentí al notar la humedad, el calor en mis dedos… Con delicadeza, recorrí con las yemas los hinchados labios de palpitante carne, mientras su dueña temblaba de placer por mi caricia, apretando levemente los muslos, atrapando mi mano entre ellos.
Más tranquilo al estar seguro del suelo que pisaba, fui un paso más allá hundiendo por fin con decisión un par de dedos en la gruta de la chica, haciéndola bufar de placer e inclinarse por la súbita intrusión, justo como yo quería.
Sin darle oportunidad a incorporarse, la atraje hacia mí y la obligué a sentarse en mi regazo, apoderándome de sus labios con los míos y hundiéndole la lengua hasta el fondo, mientras la suya me devolvía el beso con entusiasmo, llenándome de alegría.
Ali se retorció entre mis brazos, pero no trató de escapar, sino que se sentó a horcajadas sobre mi muslo, de forma que pude sentir perfectamente el calor y la humedad de su coñito al apretarse contra mi pierna.
Un poquito descontrolada, Alicia empezó a mover las caderas mientras no dejábamos de besarnos, de forma que empezó literalmente a frotarme el coño en el muslo, incrementando la excitación de ambos.
Loco de calentura, la aparté con cuidado pero con firmeza, obligándola a tumbarse sobre el sofá, de forma que quedara por completo a mi merced. Ella, lejos de resistirse, abrió las piernas, permitiéndome admirar su hinchada y húmeda vagina a la luz de la lámpara que había en el techo. Faltó poco para que me arrojara sobre ella y la violara a lo bestia.
–          Eres hermosa – siseé.
–          Ven – dijo ella por toda respuesta.
Pero no, había anhelado tanto ese momento que estaba decidido a que se convirtiera en una experiencia memorable. Iba a brindarle a Ali el sexo de su vida. Es noche iba a dedicarme por competo a su placer.
Arrodillándome en el suelo, separé sus muslos con las manos, exponiendo por completo su ardiente intimidad. Comprendiendo mis intenciones, Ali me facilitó la tarea levantando una pierna y apoyándola en el respaldo del sofá, ofreciéndose a mí con una expresión tal de lujuria que creí volverme loco.
Prácticamente me zambullí entre sus muslos, apoderándome con rapidez de su vagina con mis labios, chupándola y lamiéndola con frenesí. Mientras mi lengua chupaba y lamía, mis dedos acariciaban y sobaban, entreteniéndose especialmente en el enhiesto clítoris de la chica, provocándole estremecedores gemidos de placer.
–          Sí, así. Justo ahí – jadeaba ella, enervándome todavía más – Por Dios, qué bien lo haces. Menudo espectáculo, el sexo oral de mi vida mirando a Tatiana pajearse…
¿Pajearse? Extrañado y sin dejar de comerle el coño un segundo, me las apañé para asomarme ligeramente de entre sus muslos, atisbando por un instante a través del cristal.
Efectivamente, Tatiana había abandonado su número de danza y, desnuda de cintura para arriba y con la falda enrollada en las caderas, se masturbaba furiosamente con un consolador que no sé de donde habría sacado.
–          Muy bien nena – siseaba Alicia – Métetelo hasta el fondo. Así…
Joder. No sabía que a Ali le pusiera tanto ver a una chica tocándose.
–          Mejor para mí – pensé.
Seguimos con la tórrida sesión de sexo oral un ratito más, mientras yo degustaba aquel delicioso coñito como un buen gourmet, recorriendo y estimulando hasta el último centímetro de hirviente carne.
–          Sí. Así. Clávatelo. Muy bien – siseaba Ali – Y tú, ya no puedo más, métemela de una vez…
Mi plan era lograr que se corriera al menos una vez con el sexo oral, pero, de repente, su idea me parecía mucho mejor. Estaba ya que me moría por meterla en caliente.
Con gran ansiedad, salí de entre los muslos de Alicia e intenté echarme sobre ella, con mi palpitante miembro cabeceando entre mis piernas, pero ella me detuvo.
–          No, aquí no… Ven.
Al fin del mundo habría ido si hubiera hecho falta. Ya no aguantaba más.
Alicia se incorporó, jadeante, el vestido subido hasta la cintura, con el coñito brillante de saliva y jugos. Temblorosa, caminó hacia la ventana y, volviéndose hacia mí, apoyó la espalda en el cristal y me invitó a acercarme con un gesto.
–          Aquí. Fóllame aquí. Quiero que me folles mientras miras a tu novia.
No dije nada. En ese momento no pensaba en Tatiana para nada. Para mí sólo existía Alicia.
Me acerqué a ella, mis ojos clavados en los suyos, a punto de explotar por la excitación. Acaricié sus mejillas con ambas manos, deleitándome con su belleza, con la lujuria que brillaba en su mirada. La besé de nuevo, con profundidad, con ansia, apretando nuestros cuerpos, frotándonos, estrujando una erección que era casi dolorosa contra su ser.
–          Dámela ya – dijo ella con un suspiro – La necesito dentro de mí…
Joder. Era para morirse. Estuve a punto de eyacular sólo de escucharla suplicarme que la follara. Era demasiado.
La penetré enseguida, hundiéndome en su carne con un gruñido de placer. El calor, la humedad, cómo apretaba mi enardecido miembro… su coño era una maravilla… Toda la excitación, los riesgos, todo lo que habíamos pasado juntos, merecieron la pena en ese momento, cuando me hundí por fin en el interior de Alicia, alcanzando por fin el paraíso.
Noté cómo sus brazos y sus piernas me abrazaban, rodeándome, atrayéndome contra sí. Yo sostenía su peso por completo contra el cristal, pero en mi vida había soportado una carga más ligera ni más agradable.
Con un gruñido, embestí contra ella, hundiéndome en su gruta hasta la matriz, provocándole un gritito de placer.
–          Sí, así Víctor, hasta el fondo, quiero que me folles hasta el fondo..
Y obedecí, vaya si lo hice. Con toda el ansia y la excitación acumulada de las últimas semanas descargándose por fin. Le di con todo.
Alicia gemía y resoplaba como una loca, poseída por el frenesí del sexo. Medio ida, me mordió con saña una oreja, pero no me importó lo más mínimo, concentrado únicamente en complacerla en todo, en hacer que disfrutara de aquel momento como nunca antes en su vida.
–          Fóllame, fóllame – jadeaba ella mientras yo redoblaba mis esfuerzos en su interior – Mírala, mira a tu novia mientras me follas, mira cómo hace todo lo que queremos, cómo se desvive por complacerte…
Alcé la vista, mirando por encima del hombro de Alicia, sin dejar de penetrarla, comprobando que Tatiana seguía masturbándose con furia, con una ansiedad que nunca antes había visto en ella.
–          Sí, mira cómo se masturba. Mira lo caliente que se pone al saber que la están mirando un montón de tíos. ¿Lo ves? Te lo dije, tu novia disfruta con estas cosas. Le encanta que la miren mientras se mete un consolador en el coño. Es una puta, como yo… Fóllame – dijo mordiéndome de nuevo el lóbulo de la oreja.
Sus palabras obscenas, el calor de su cuerpo, la imagen de Tatiana masturbándose como loca, todo se juntó para seguir dándole placer a Alicia. Cuando por fin se corrió, creí que iba a estallar de orgullo y alegría, pero, en lugar de eso, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, haciéndola aullar literalmente de placer.
–          ¡No, para! ¡Por favor! – gemía mientras me la follaba contra el cristal – ¡Espera, espera, no puedo más!
Y una mierda iba a esperar. Desmadejada, con las caderas todavía bailando por la tremenda corrida que acababa de pegarse, Alicia casi se desmaya entre mis brazos, quedando como un peso muerto empalado en mi verga.
Sintiéndome pletórico por haber sido capaz de darle tanto placer a tan impresionante hembra, hice un  alarde de fuerza y, sujetándola con los brazos, la transporté de regreso al sofá todavía empitonada en mi hombría.
–          No, no, para – jadeaba ella, agotada.
–          Shissst – siseé – Tú déjame a mí. No te vas a olvidar de esta noche en tu vida.
Lentamente, pero incrementando el ritmo con rapidez, reanudé el metesaca entre los muslos de Alicia, cargando mi peso sobre ella, que yacía desmadejada sobre el sofá.
Poco a poco, la joven fue recuperándose y pronto me encontré con sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia sí para besarme.
–          No sabes cuánto he esperado este momento – le dije desde el fondo del mi alma.
–          Y yo – respondió ella llenándome de dicha.
Más calmados, seguimos follando sobre el sofá, a un ritmo más pausado, lejos del demencial desenfreno de momentos antes.
Cuando se cansó de la postura, Alicia me obligó a sentarme en el sofá, colocándose a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose ella sola mi polla hasta el fondo, empezando un delicioso baile de caderas sobre mí.
Mis manos se apoderaron con prontitud de su culo, amasando los tiernos mofletes, magreando la tierna carne con entusiasmo, jugueteando con los dedos en su apretadita entrada trasera.
–          Otro día te dejaré que me sodomices – me susurró Alicia al oído sin dejar de mover las caderas sobre mí.
Me sentí feliz, no por lo del sexo anal, sino porque había confirmado que íbamos a volver a hacerlo. Me sentí pletórico.
–          Madre mía Víctor – dijo Ali cabalgándome con las manos apoyadas en mis hombros – Menudo aguante tienes. Lo de la paja del jacuzzi ha sido una idea espléndida.
–          Nena, tenía tantas ganas de que esto pasase que tenía que quedar bien.
Pero no resistí mucho más. Era demasiado exigirme. Sentí que estaba a punto de correrme, así que avisé a Alicia, ya que no estábamos tomando precauciones.
–          No, da igual – dijo ella sin dejar de moverse sobre mí – Quiero tu leche, la quiero dentro de mí.
Y exploté. Me derramé en su interior como una manguera. Con un bufido, la estreché con fuerza entre mis brazos, mientras mi esencia se derramaba en su interior. Ella gimió profundamente, devolviéndome el abrazo y besándome con ansia.
Permanecimos un rato así, abrazados, sintiendo cómo poco a poco mi miembro iba menguando en su interior, cómo mi semilla se mezclaba con sus jugos.
–          El polvo de mi vida – dijo ella dándome un besito – Me has dejado impresionada.
–          Pues claro, nena – dije sonriendo – y el que te voy a echar ahora va a ser todavía mejor.
–          No, de eso nada – dijo ella levantándose, provocando que mi todavía morcillona polla saliera de su coñito – Mira, Tatiana ya ha terminado y vendrá en cualquier momento.
Era verdad. La sala peep estaba vacía. Al verla, un súbito sentimiento de culpabilidad me golpeó con fuerza. Lo cierto es que se me pasaron las ganas de echar otro polvo. Me sentí fatal. Pobre Tatiana, no se merecía aquello.
Adivinando mis sentimientos, Ali no dijo nada, limitándose a tomarme de la mano y a conducirme de vuelta al despacho. Allí, tras otra puerta camuflada en la decoración, pudimos asearnos un poco usando el cuarto de baño privado de Iván.
Una vez limpios, esperamos a Tati sentados en el despacho, pues temí que, si ella entraba en la salita, el inconfundible aroma a sexo que habíamos dejado descubriría el pastel.
Ali salió un segundo, regresando enseguida con unas copas, que bebimos en silencio. Por fin, no aguantando más, tuve que hablar.
–          ¿Y ahora? – pregunté.
–          ¿Ahora? – dijo ella simulando ignorar a qué me refería.
–          Lo que ha pasado. ¿Ha sido sólo una vez? ¿Ha sido un calentón repentino?
–          Ahora… Será lo que tú quieras – dijo ella con sencillez.
–          ¿Lo que yo quiera?
–          Bueno. No. Si me preguntas si voy a dejar a mi prometido… No sé qué contestarte. Aunque te confieso que ahora tengo dudas.
El corazón se me aceleró en el pecho.
–          Pero si te refieres a que seamos… amantes. La verdad es que estoy deseándolo.
–          ¿Amantes? ¿Y Tatiana?
–          Si yo fuera tú… No le diría nada. Creo que podemos seguir así un tiempo, pasándolo bien los tres juntos. Ya veremos a donde nos lleva la cosa. ¿Qué opinas?
El rostro de Tatiana, deshecho en lágrimas cuando intenté cortar con ella apareció en mi mente, llenándome de desasosiego. Así que tomé la salida fácil.
–          Tienes razón. Mejor que no se entere. Más adelante ya veremos.
–          De acuerdo entonces. Lo mantendremos en secreto. Así podremos seguir saliendo por ahí los tres juntos. Se me han ocurrido un par de ideas que…
Pero Ali no tuvo tiempo de exponerme cuáles eran sus planes, pues en ese momento la puerta se abrió y una Tatiana bastante seria y un poco pálida penetró en la sala, no atreviéndose a mirarme directamente siquiera, clavando sus ojos en Alicia.
–          ¡Cariño! – exclamé exagerando un pelo el entusiasmo que sentí – ¡Has estado increíble! ¡Madre mía, cómo te movías! Y luego, con el consolador… ¡Jamás habría imaginado que te atreverías a tanto! ¡No sabes cuánto me has excitado!
Levantándome, abracé con ganas a mi novia, deseando que se sintiera relajada tras los nervios que sin duda había pasado. Le di un ligero besito que ella devolvió sin mucho entusiasmo, todavía avergonzada por el show que acababa de protagonizar.
–          Sí. Has estado genial Tatiana – dijo Ali levantándose de su asiento – Ha sido increíblemente erótico y te aseguro que tanto Víctor como yo lo hemos pasado muy bien. Hemos disfrutado hasta el último instante.
El doble sentido era más bien evidente, pero no se lo tuve en cuenta, preocupado por lograr que Tati se relajara por fin.
Seguimos charlando un rato y Ali le sirvió una copa a mi novia, lo que devolvió un poco de color a sus mejillas. Ambos alabamos enormemente su actuación, pero no fue hasta que Iván regresó al despacho y la felicitó efusivamente, que Tati no empezó por fin a sosegarse.
Un rato después, nos despedimos de Iván y, tras prometer que volveríamos pronto, salimos del local a la fría noche. Estábamos cansados, así que decidimos dar por concluida la velada.
Llevamos a Alicia hasta su coche con el nuestro y después nos dirigimos a casa.
Tati seguía un poco callada, lo que me inquietaba un poco. Esperaba de corazón que la pobre no lo hubiera pasado muy mal en la sala peep. Desde luego, no parecía que le hubiera costado mucho marcarse el numerito. Yo habría jurado que estaba disfrutando mucho.
–          ¿Estás bien, nena? – le pregunté.
–          Sí, sólo un poco cansada. Ha sido un día largo y lo del sex-shop ha sido muy intenso.
–          Sí que lo ha sido. Has estado increíble. No sabes lo caliente que me he puesto…
–          ¿En serio? Me alegro mucho – dijo ella sin mucho entusiasmo – Ya sabes que esto lo hago por ti…
–          Ya lo sé, nena. Y sabes que te lo agradezco. No sabes la suerte que tengo de tener una chica como tú.
Tati me miró un instante, con una expresión indescifrable en el rostro.
–          ¿Quieres que te la chupe? – dijo de repente.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito.
–          Si quieres te la chupo. Si te has puesto tan caliente estarás a punto de reventar. Sabes que adoro hacer cosas por ti. Si no puedes más, te hago una mamada ahora mismo. ¿Te apetece?
¿Qué podía decir? Ahora no, nena, que acabo de echar un polvo del copón y estoy bien satisfecho, gracias. No me quedaba otra.
–          Pues claro, nena. ¿A qué tío no le apetecería tener unos labios tan sensuales como los tuyos chupándole la polla?
Tati no contestó, limitándose a inclinarse desde su asiento hacia mi regazo. Nervioso, miré a los lados por si había alguien cerca, obviamente no porque me preocuparan que nos vieran, sino para ver si había suerte y alguna chica guapa disfrutaba del espectáculo.
En menos de diez segundos, Tatiana extrajo mi polla del pantalón y la engulló de golpe, jugueteando con la lengua en el glande, haciéndome unas cosquillas la mar de excitantes.
Habilidosa, no le costó nada lograr que me empalmara y enseguida la tuve practicándome una soberbia felación mientras conducía hacia casa. Esta vez no me chupó los huevos, ni deslizó la lengua por el tronco, sino que simplemente la absorbió entre sus labios y empezó a deslizarlos rápidamente por mi verga, sin parar de estimularme con la lengua.
–          Ya, nena, ya – jadeé cuando noté que estaba a punto de correrme.
Pero ella no se apartó, sino que se metió mi polla hasta el fondo, enterrando el rostro en mi entrepierna. Alucinado, me corrí como una bestia directamente en su garganta, notando cómo ella se esforzaba para tragarlo todo y dejarme los huevos bien vacíos.
–          Joder, cariño, ha sido increíble – jadeé mientras ella se limpiaba la boca con un pañuelo – Sí que te ha puesto cachonda el bailecito del sexshop.
–          Sí. Es verdad – dijo ella un poco seca.
Cuando volvimos a casa, echamos un buen polvo. Bastante sosegado, pero bueno. Fui yo el que tomó la iniciativa, pero, como siempre, Tatiana no se negó a nada de lo que le pedí.
CAPÍTULO 23: AMANTES:
A partir de ese momento, Alicia se convirtió en una obsesión.
No sé qué me pasaba, era como si al conseguir por fin que nuestra relación se hiciera física tras haberlo deseado tantísimo, el resto de aspectos de mi vida pasaran a un plano secundario. No sé cómo expresarlo, no es que ya no me importara Tatiana, mi trabajo o mi familia…. era sólo que, de repente, se volvieron menos importantes. Vivía exclusivamente concentrado en mi siguiente encuentro con ella.
Nos convertimos en amantes en toda regla. Prácticamente nos veíamos a diario, normalmente en su piso y allí follábamos como locos. Ni una sola vez dimos rienda suelta a nuestro fetiche exhibicionista; era sólo follar y follar.
Yo, acomodado a la situación, mantuve el secreto con Tatiana, sin insinuarle nada, procurando evitarle el dolor que sabía sufriría si se enteraba de lo mío con Ali. Tanto sacrificio, tratando de satisfacer mis deseos… para que al final yo acabara con otra.
Me sentía culpable cuando estaba con ella, así que me esforzaba en hacerla feliz. Le hice muchos regalos, la sacaba por ahí siempre que podía, estaba pendiente de sus necesidades… lo que fuera con tal de acallar mi conciencia.
Aún así, tenía la sensación de que Tati no se portaba como siempre, estaba un poco más fría que de costumbre.
Aunque claro, eso tenía una explicación perfectamente razonable y era que Alicia había retomado el liderazgo de nuestra pequeña banda. Ahora que me tenía comiendo de la palma de su mano, empezó muy sutilmente a proponer ideas cada vez más atrevidas y, en la mayor parte de las ocasiones, era Tati la protagonista de nuestras aventuras.
Y lo cierto era que yo no le negaba nada. Ya no me importaba que nos descubrieran, o que corriéramos riesgos innecesarios para cumplir con las fantasías de Ali. Bastaba que ella me lo sugiriera, para que yo me mostrara de acuerdo en todo… y luego yo hacía lo mismo con Tatiana.
Y no era sólo eso lo que había cambiado. Incluso mi vida laboral empezó a resentirse por mi aventura con Alicia. Muchas tardes me ausentaba de la oficina para verla, simplemente porque ella me llamaba, sin importarme si tenía trabajo pendiente o no. Los jefes incluso hablaron un par de veces conmigo, interesándose por el motivo de que mi rendimiento hubiera bajado, teniendo que inventarme excusas que justificasen mis continuas faltas al trabajo.
Pero nada de eso me importaba. Me bastaba con ver a Alicia, estrecharla entre mis brazos, hundirme entre sus piernas… estaba obsesionado.
Y ella lo sabía perfectamente.
Mira, te doy un ejemplo de hasta qué punto me tenía sorbido el sexo. Se trata de una de sus locas ideas y además, por una vez no fue Tatiana la víctima, sino que me tocó a mí arriesgarme.
Alicia llevaba varios días quejándose de su jefa, Claudia, que al parecer le estaba haciendo la vida imposible. Por lo visto, como la recepcionista de la agencia estaba de baja, había obligado a Alicia a ocupar su puesto, teniendo que recibir a los clientes en el mostrador de recepción y atender las llamadas, lo que, por lo visto, la ponía a parir.
Despotricaba un montón de la pobre mujer mientras yo, obviamente, le daba la razón en todo y me compadecía de lo injustamente que estaba siendo tratada Ali. Y esto no era un secreto de alcoba entre ambos, sino que también le contaba sus penas a Tati cuando quedábamos los tres, obteniendo idénticas muestras de conmiseración por parte de mi novia.
–          Pues cuando quieras te echamos un cable y le damos una lección a esa golfa – le dije un día sin meditar bien mis palabras.
Ali se quedó mirándome muy seria, sopesando en profundidad lo que le acababa de decir.
Y vaya si lo hizo, pues un par de días después, nos contaba el plan que su maquiavélica cabecita había maquinado para darle un susto a su jefa.
–          Vamos a montarle un espectáculo directamente en la agencia – nos espetó muy ufana.
Las dudas me atenazaron en ese momento. Aquello era pasarse de rosca. Podía acabar en la cárcel. Pero bastó una mirada subrepticia de Ali para que la protesta muriera en mis labios y me mostrara de acuerdo con todo lo que propuso.
El plan era arriesgado, por no decir una auténtica locura. Ali me suministró una especie de disfraz de repartidor, un mono de trabajo, una gorra, una peluca y una de nuestras gafas con cámara oculta: “Para no perderme la cara de acojone de esa zorra” dijo Ali simplemente.
La idea era que Tati me llevara por la tarde en coche (en su día de descanso) y permaneciera aparcada en el callejón que había detrás de la agencia, como si fuera la conductora en un atraco.
Desde allí, podría captar perfectamente la señal tanto de mi cámara como las de las otras dos que Ali iba a encargarse de colocar subrepticiamente en el despacho de su jefa.
Yo debía acceder al local, simulando ir a entregarle un paquete y, como sería Ali quien estuviera en recepción, no tendría problemas para acceder a su despacho, que por lo visto estaba tan sólo unos metros más adelante del mostrador (Ali incluso me dibujó un mapa).
Por lo visto, la tal Claudia estaba acostumbrada a recibir paquetes en la oficina, por lo que me franquearía el paso sin problemas.
La sorpresa se la llevaría al abrir el paquete, pues dentro iría mi polla bien erecta, con la que se toparía al abrir la caja.
Para ello, en uno de los laterales habríamos practicado un agujero por el que yo podría meter mi cosota, ocultando el asunto a la vista de los demás simplemente llevando la caja pegada al cuerpo.
 Lo dicho. Una locura. Pero lo cierto es que salió a pedir de boca.
La tarde de autos yo estaba nervioso perdido; no dejaba de preguntarme cómo había permitido que Ali me convenciera de aquello. El plan era un disparate, mil cosas podían salir mal. La tal Claudia podía llamar a la poli, a la que no le costaría nada localizarme gracias a las cámaras de vigilancia urbana, porque, para más inri, habíamos ido en mi coche particular.
Pero yo no podía negarle nada a Alicia y menos todavía con su voz dándome órdenes al oído, pues me había obligado a llevar colocado el auricular mientras ella ocultaba en su mano con disimulo el micrófono.
Siguiendo sus instrucciones, Tati y yo estábamos estacionados en el callejón de atrás, con mi novia en el asiento del conductor y el portátil en su regazo. Lo que estábamos haciendo era comprobar que la señal de las cámaras llegaba sin problemas, cosa que, en efecto, era así.
Una pena, pues de no haber llegado la señal, habríamos tenido que abortar aquella chifladura. Pero que va, la imagen era excelente. En mi cámara se veía a la propia Tatiana y las del despacho nos permitieron observar durante unos minutos a la “malvada” jefa de mi amante.
Era una mujer de unos cuarenta, rubia, alta y bastante exuberante en sus formas. Sin duda una MILF de las que tanto se habla actualmente y no pude menos que reconocer que, en otras circunstancias, habría estado encantado de exhibirme para ella.
Pero allí, de esa forma… estaba bastante acojonado.
Sin embargo Ali lo tenía todo previsto. Temiendo sin duda que los nervios por la actuación redundaran en una falta de “actitud” por mi parte, la joven me había suministrado una de las archiconocidas pastillitas azules.
Yo, que en mi puta vida había necesitado una de esas cosas, me hice el machote delante de ella alardeando de que, en ese tipo de situaciones, empalmarme no era un problema para mí precisamente. Sin embargo, lo cierto era que, allí sentado en el coche, con mi herramienta completamente mustia en los pantalones, agradecí mentalmente el haberme tomado la dichosa pastillita una media hora antes. Por lo que había leído, debería haberme hecho efecto ya, pero lo cierto era que aún no sentía nada.
–          Venga, Víctor, date prisa – me susurraba Alicia en ese momento por el micrófono – Antes me ha dicho que hoy se iba temprano. A ver si se va a largar.
Como yo no tenía micro para responderle, me veía obligado a usar el wassap para mantener la conversación.
–          Un momento Ali, que todavía no estoy listo – le escribí.
–          ¡Coño! ¡Pues dile a tu novia que te eche una mano! – me regañó directamente al oído.
Alcé la mirada hacia Tati, un poco avergonzado de tener que pedirle ayuda. Sin embargo, no hizo falta decirle nada, pues la chica comprendió la situación al momento. No sé, quizás era que Alicia le había dado instrucciones previas.
Dando un suspiro de resignación (se veía que a ella tampoco le apetecía mucho estar allí), mi novia me echó mano al paquete y, con habilidad abrió la cremallera lo suficiente para deslizar la mano dentro.
Obviamente, esa tarde yo no llevaba calzoncillos, para facilitar las maniobras que iba a tener que realizar, así que no tuvo dificultad alguna en agarrarme directamente el nabo, empezando a acariciármelo como ella sabía que me gustaba.
Aquello tuvo la virtud de relajarme. Siempre podía contar con Tati para que me “echara una mano”. Con cualquier cosa en realidad.
No le costó demasiado hacer que me empalmara, aunque quizás también influyó que la pastilla empezó a funcionar por fin. Lo cierto es que, un par de minutos después, la tenía por fin como el asta de la bandera, justo como Alicia quería.
Llevado por un impulso, coloqué la mano en el cuello de Tati y la atraje hacia mí, besándola con cariño. Ella se puso tensa bajo mi contacto, pero se relajó enseguida, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas.
–          Víctor yo… – empezó a decir.
–          ¡Víctor! ¿Te queda mucho? – resonó la voz de Ali en mi oreja.
–          No. Ya voy – le escribí – Cariño. Ahora después me dices lo que sea. Si no acabo en la cárcel claro.
Tati estaba seria de nuevo, pero asintió en silencio.
Tras asegurarme de que no había nadie más en el callejón, me apresuré a bajar del coche, con la picha bien erecta asomando por la cremallera. Con rapidez, saqué el famoso paquete del asiento de atrás y lo coloqué en la posición adecuada, apretándolo contra mi cuerpo tras haber introducido la polla por el hueco que habíamos hecho antes en casa. No estaba mal. Mientras mantuviera pegada la caja a mí, nadie podría notar nada raro.
Resoplando, saludé a Tati con la cabeza y caminé fuera del callejón, con los nervios a flor de piel. Por fortuna, la química acudió en mi socorro, con lo que la erección no bajó un ápice. Era una sensación extraña caminar por la calle sintiendo cómo mi pene se movía a lo loco dentro de la caja. Como me crucé con un par de guapas señoritas, el morbillo de la situación empezó a hacer presa en mí, con lo que pronto sentí que la excitación característica de ese tipo de situaciones empezaba a recorrer mi cuerpo.
Por fin, llegué a la puerta de la agencia, empujando la puerta con una mano mientras me aseguraba de sujetar bien la caja con la otra.
Tal y como habíamos acordado, caminé hasta el mostrador de recepción, tras el que me esperaba sentada Ali, un poquito nerviosa y con los ojos brillantes, esforzándose por no sonreír.
–          Buenas tardes. Una paquete para la señora Claudia Amorós.
–          Sí. Es aquí.
–          ¿Es usted? Es una entrega directa y necesito su firma y DNI.
–          No, no. La puerta del fondo – dijo Ali señalándome la entrada del despacho.
Esta parte del plan había sido trazada conforme al comportamiento habitual en aquel sitio. Lo hicimos así para que nadie pudiera relacionar a Ali con lo que iba a pasar; de esa forma, si alguien escuchaba por casualidad nuestra conversación, no notaría nada raro.
Bastante acojonado, pero a esas alturas muy excitado por la perspectiva de lo que iba a pasar, caminé hasta el despacho con la caja bien sujeta. Al llegar, llamé educadamente a la puerta.
–          Un paquete para la señora Amorós. Necesito su firma – dije en voz alta.
–          Pase.
Respirando hondo, me armé de valor y abrí, penetrando en el despacho. Sabía la disposición exacta de los muebles, no sólo por la descripción de Alicia, sino también por las imágenes que había visto en las cámaras desde el coche.
Por fin pude ver en primera persona a la mujer que cabreaba tantísimo a Alicia. Un soberbio ejemplar de mujer, realmente atractiva, aunque con ciertas señales de haber invertido bastantes euros en costosos tratamientos de belleza, que, en su caso, habían sido sin duda un dinero bien gastado. Iba vestida con una blusa de seda, con los botones superiores estudiadamente abiertos y una falda negra (que había podido ver a través de las cámaras) por encima de la rodilla. Para acabar de darle el toque de madurita sexy, llevaba unas gafas color negro que le daban un toque muy sexy.
–          Buenas tardes – saludé entrando en el despacho.
–          Buenas tardes – contestó ella sin dignarse a levantar la vista hacia mí.
Un poco envarado, caminé hasta su escritorio y deposité la caja encima, asegurándome  de seguir bien pegado a ella, no se fuera a “descubrir el pastel”.
–          ¿Es usted Claudia Amorós? – dije recitando la lección aprendida.
–          Sí. Ya le he dicho que sí – respondió alzando por fin la mirada hacia mí.
Tenía unos ojazos azules de ensueño. De repente deseé con intensidad sentirlos admirando mi polla. La boca se me quedó seca.
–          Ne… necesito ver una identificación, Es un paquete personal y no puedo entregarlo más que a la señora Amorós directamente.
–          ¿Personal? – dijo ella extrañada – ¿Quién lo envía?
–          Eso no lo sé señora. Pero si quiere puedo dejarla mirar el contenido antes de aceptar el paquete…
Como excusa no era muy buena, pero por suerte la mujer sintió suficiente curiosidad como para hacerme caso. Levantándose de su asiento, rodeó la mesa hasta quedar a mi lado. Yo, de acuerdo con el plan, en cuanto la tuve a tiro abrí las solapas de la caja (que en realidad no estaban pegadas) revelando el contenido del paquete a la sorprendida mujer.
Sus ojos se abrieron como platos y su boca dibujó una “o” tan perfecta que era casi cómica. Pero yo no tenía ganas de reírme. Estaba cachondo perdido de ver cómo aquella mujer se quedaba atónita con sus lindos ojos clavados en mi polla.
Bien, ya estaba. Hasta entonces todo había salido bien. Ahora llegaba lo más difícil, salir cagando leches de allí mientras a la pobre mujer le daba un soponcio y montaba un follón de mil pares de pelotas. Estaba en tensión, listo para guardarme el rabo en la bragueta y salir como un misil de allí.
Pero ella no decía nada, no hacía nada, limitándose a seguir mirando alucinada el contenido de la caja, recorriendo con su mirada mi erección desde la base hasta la punta.
De pronto, una ligera sonrisilla se dibujó en sus labios y, alzando la mirada hacia mí, me habló con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, vaya, qué tenemos aquí… menudo regalito me han enviado.
Al decir esto, la mujer puso una voz de zorra tal que hasta me temblaron las rodillas. No podía creerme que hubiera reaccionado así. Aquello no estaba en los planes.
Con un sensual movimiento de caderas, la señora caminó hacia la puerta del despacho y, alargando la mano, la empujó cerrándola por completo. Yo estaba flipando.
–          Ay, ay, ay, este Saúl. Cómo sabe las cosas que me gustan…
Mientras decía esto, Claudia caminó de regreso a mi lado, volviendo a recrear la vista en el interior de la caja. Yo, terriblemente excitado, sentía cómo mi polla palpitaba y empezaba a segregar fluidos preseminales, supongo que debido a la combinación de morbo y química que llevaba en el cuerpo.
De repente, sin cortarse un pelo, la buena señora metió la mano dentro de la caja y aferró mi polla, estrujándola con ganas, sopesando su dureza.
–          Jo, chico, la tienes como un leño. Justo como me gustan a mí. Me ha encantado el regalo que me has traído, te has ganado la propina.
Y, ni corta ni perezosa, empezó a deslizar su cálida mano por mi duro tronco, masturbándome tranquilamente allí mismo, de pie junto a la mesa de su despacho. Yo, alucinando en colores, no atinaba a decir ni hacer nada, limitándome a dejar que la señora le sacara brillo a mi rabo.
La mujer, golosa, se deleitaba apretando con ganas sobre mi enhiesta carne, deslizando la piel al máximo sobre mi erección, revelando el glande por completo antes de volver a deslizarla en dirección opuesta, hasta dejar mi capullo completamente encerrado en su mano.
No pude menos que jadear de placer, la señora era una experta meneando rabos. No importaba que el ritmo fuera lento, estaba disfrutando de una de las mejores pajas que me habían hecho en mi vida. Presentía que no iba a tardar mucho en correrme.
–          La tienes durísima, amiguito. Tienes una polla magnífica, justo como a mí me gustan.
–          Gracias – acerté a responder.
–          ¿Para qué agencia trabajas? – me preguntó sin dejar de pajearme.
Le di el nombre de la agencia de transportes de la que Ali había conseguido el uniforme.
–          Sí, ya, muy bueno – dijo ella sonriendo – me refiero a donde trabajas de verdad. ¿Dónde te ha contratado Saúl?
Ni muerto hubiera reconocido yo en ese momento que no tenía ni puta idea de quién demonios era el tal Saúl, así que me limité a cerrar los ojos y a gruñir de placer.
Y justo en ese momento, se alinearon los planetas y las fuerzas del destino se abatieron sobre mí. El móvil de la señora, que estaba sobre la mesa, empezó a sonar: era el tal Saúl.
–          ¡Anda, hablando del rey de Roma! – exclamó la mujer alargando una mano para coger el teléfono mientras la otra seguía haciendo diabluras dentro de la caja.
–          ¡Joder! ¡Mierda! – pensé – estaba a puntito de correrme. ¡Qué tío más inoportuno!
–          Hola, Saúl, querido – dijo la mujer, contestando al teléfono – Como siempre, tu sincronización es perfecta.
–          Venga, puta, dale al manubrio – dije en silencio – ¡Que la botella está lista para descorcharse!
Y ella seguía dale que dale a la manivela mientras charlaba con toda la calma del mundo con el tal Saúl.
–          Sí, cariño. Dentro de un rato nos vemos. Ya te dije que saldría antes. Por cierto, me ha encantado tu regalo, en este mismo momento estoy admirándolo. Sabes cuánto me gustan este tipo de detalles. Luego te lo agradeceré como te mereces.
–          Ya la hemos liado – pensé.
–          Sí. Sí. Grande y bien duro. Ahora mismo lo tengo en la mano…
Y me corrí. Con un bufido, eyaculé como una bestia dentro de la caja. Fue de tal calibre el lechazo, que se escuchó perfectamente el ruido que hizo al impactar con el cartón. Apoyé ambas manos en la mesa, sujetándome para no caerme, derrotado por la monumental corrida que me estaba pegando, mientras berreaba como un búfalo.
Claudia, sin perder la compostura, seguía deslizando su habilidosa mano por mi rabo, ordeñándome con maestría para derramar hasta la última gota de semen en el interior del paquete. Qué bien lo hacía la puñetera.
De repente, su mano se detuvo sin dejar de aferrar mi erección.
–          ¿Cómo que qué regalo? – dijo la mujer alzando los ojos hacia mí, súbitamente asustada – el chico de la agencia. El que va disfrazado de mensajero…
La mano soltó su presa y Claudia la sacó de la caja, totalmente pringosa por mi leche. Yo le dirigí una sonrisa nerviosa, mientras en su rostro se dibujaba progresivamente la comprensión de lo que había pasado.
Su boca volvió a abrirse en una graciosa mueca de sorpresa, mientras la pobre mujer comprendía que acababa de cascársela a un completo desconocido que no tenía nada que ver con el tal Saúl ni nada parecido.
Atónita y aterrada, dio unos pasos hacia atrás, apartándose de mí, hasta que su espalda quedó apoyada contra la pared.
Intuyendo que había llegado el momento de poner pies en polvorosa, me apresuré a guardarme el pringoso miembro en la bragueta y, tras cerrarla, abrí la puerta del despacho y salí. Acordándome de ser educado, me volví y saludé a la alucinada mujer tocándome la visera de la gorra a modo de despedida.
La pobre seguía recostada contra la pared, mirándome con la boca abierta, con la mano embadurnada de semen alzada y apartada de su cuerpo, como si fuera un objeto extraño en vez de una parte de su anatomía.
Estiré la mano y cerré la puerta, caminando con rapidez hacia la salida. Al pasar junto al mostrador de recepción, saludé a Ali con un disimulado gesto y salí zumbando de allí, esforzándome por sofocar las ganas de echar a correr hasta el coche.
Ali, sin duda intrigadísima por saber qué demonios había pasado en el despacho durante tanto rato, me miró interrogadora, pero, obviamente, no pude decirle nada.
–          Venga, arranca, arranca – le decía instantes después a Tati tras prácticamente arrojarme de cabeza en el coche.
Ella, muerta de risa, obedeció y nos alejamos de allí con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, Tati se mostró un poquito más relajada y divertida, lo que me alegró bastante.
–          Vaya. Sin duda esto tendremos que contarlo como uno de tus grandes éxitos – me dijo cuando nos detuvimos en un semáforo.
Ambos nos echamos a reír.
………………..
Cuando llegamos a casa, yo iba cachondo perdido, pues entre lo que había pasado y la maldita pastillita, no acababa de bajárseme la cosa. Por fortuna Tati, tan complaciente como siempre, no tuvo reparos en echar un polvete mientras esperábamos a Alicia, quien yo estaba seguro no tardaría en aparecer.
Efectivamente, poco tiempo después pegaban al timbre y Alicia se presentó en casa. De hecho, de haber llegado un par de minutos antes nos habría pillado en pleno polvo.
–          ¿Se puede saber qué cojones ha pasado allí dentro? ¡has estado casi diez minutos! – exclamó arrojando el bolso sobre el sofá y adueñándose inmediatamente del portátil.
Nos reímos (y excitamos mucho) visionando las grabaciones de las cámaras y disfrutando de las habilidades pajeadoras de la jefa de Alicia. Ella, divertidísima, se rió con ganas de la situación, mientras yo , que me sentía extrañamente orgulloso, me recreaba comentando la acción que se veía en pantalla y les explicaba lo que la lujuriosa señora me había dicho en cada momento.
–          ¿Saúl? ¿Has dicho Saúl? – exclamó Ali atónita.
–          Sí. Saúl. Estoy seguro… – dije encogiéndome de hombros.
–          ¡La muy puta! ¡Su marido se llama Ángel! ¡Saúl es uno de nuestros clientes! ¡Será golfa! Y lo mejor es que no ha dicho ni pío de lo que ha pasado. Se ha encerrado en su despacho y a los 10 minutos a salido diciendo muy seria que se iba a casa . ¡Qué pedazo de zorra!
Ahora sé que, incluso en ese momento de diversión, la cabecita de Ali estaba urdiendo planes para sacar provecho a aquellas grabaciones que habíamos obtenido.
CONTINUARÁ
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Relato erótico : El legado (6) el primer crimen ” (POR JANIS)

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El primer crimen.
Despierto suavemente. Apenas hay ruido en la calle, por lo que tiene que ser aún temprano. Mi brazo izquierdo abraza la cinturita de Maby, quien tiene sus desnudas nalgas contra mi cadera. Pam duerme apoyando su cabeza rojiza sobre mi pecho, con mi otro brazo como almohada. Lo saco con mucho cuidado, pero Pam abre los ojos. Me mira y sonríe, los labios hinchados.
―           ¿Dónde vas?
―           A correr un rato. Sigue durmiendo – y la beso suavemente.
Me hago el firme propósito de comprarme unas buenas zapatillas para correr. No puedo seguir con estas botas en la ciudad. Es extraño como cada mañana, me siento más ágil y resistente. ¿Cosa de Rasputín?
Pues claro, ¿de quien va a ser entonces?
Hoy tomo una nueva ruta que acaba llevándome ante un gran bazar de electrónica. Pienso que necesito moverme por Madrid, con la camioneta. No puedo depender de taxis, ni metro. Me encuentro con una zona para peatones, donde se alzan varias máquinas para gimnasia. Están diseñadas para la gente de la tercera edad, por lo que no son agresivas. Es divertido usarlas. Me paso casi una hora con ellas, casi forzándolas, hasta que decido regresar.
El bazar de electrónica está abriendo. Me detengo y palpo la pequeña riñonera donde llevo las llaves, el móvil, mi documentación y, por suerte, una tarjeta de crédito. Me llevo una gran sonrisa del dependiente por ser el primer cliente del día.
―           Necesitaría un GPS, pero no tengo ni idea de cómo se usa – confieso al joven sonriente.
―           No se preocupe. Son muy fáciles de manejar.
Me muestra varios modelos. Elijo el más facilón y grande. Le pregunto si lleva un buen callejero de Madrid.
―           Si, por supuesto, aunque puedo meterle también uno de los mejores, antes de que se lo lleve.
Acepto y se dedica a ello. Me enseña a manejar el aparato. Tiene razón, es fácil. Introducir el destino y actualizar posición. Se pueden elegir rutas alternativas, solicitar información del tráfico, estimación del tiempo y del combustible, y hasta información sobre gasolineras, restaurantes y ocio. Muy completo. Me lo carga a la tarjeta y me despido. No estoy seguro, pero me parece que me ha guiñado un ojo al irme.
Cuando llego al piso, las chicas ya están despiertas. Me meto en la ducha mientras ellas preparan el desayuno. Me sorprenden con un bol de avena dulce y leche, y tostadas con queso fresco.
―           Desayuno bajo en calorías – explica Pam.
Mientras desayunamos, Pam nos da los nombres de las dos chicas que ella reconoció en la fiesta a la que la llevó Eric, así como el de la agencia en la que trabajan. También le pido el apellido del proxeneta, puede que lo necesite en la indagación. Maby se viste para la ocasión, haciendo honor a las viejas películas de detectives.
Traje de chaqueta y pantalón, color crema, con una camisa azulona, y una corbata estrecha beige tostado. Cinturón y zapatos a juego, de cuero marón. Los zapatos, masculinos y flexibles, por supuesto, por si hay que correr. Cubre todo, con el impermeable que usó para salir en Salamanca, y lo remata con un pequeño sombrero de hombre, gris y de corte clásico, años 50.
¿Qué tendrá esa chica en el armario?, me pregunto.
Parece excitada por el asunto. Nos subimos a la camioneta. Coloco el GPS y lo conecto. Maby mira con curiosidad. Me encojo de hombros ante su muda pregunta. Inserto la dirección de la agencia de las chicas, y, en segundos, me da un camino. Tardamos casi media hora, sobre todo en encontrar un sitio para aparcar. La oficina de la agencia está en el tercer piso de un edificio centenario.
Maby se ocupa de hablar con la recepcionista. Le pide información sobre los próximos castings de la agencia, y, de paso, si están visibles las dos chicas que estamos buscando, alegando una amistad con ellas. El comentario acertado de que son sus madrinas, predispone a la madura recepcionista. Nos dice que una de las chicas se marchó ayer para un trabajo en Marbella y no regresará hasta el final de semana. La otra, por el contrario, llamó, la misma mañana, para suspender una sesión de fotos que tenía programada, aludiendo una enfermedad. Según la recepcionista, sonaba más a resaca que a enferma. Maby, con su maravillosa sonrisa y dulces palabras, consigue la dirección de esa chica.
―           ¿Has visto? ¿A que soy buena como detective? – me dice, al descender las escaleras del edificio.
―           Tú estás buena desde que naciste – la sorprendo.
―           ¡Chulazo! – me responde, con un meneo de caderas, justo en el último escalón.
Esta vez, llegar a la nueva dirección, nos toma casi una hora. El tráfico está fatal y, al parecer, la chica vive en las afueras. Es un barrio de reciente construcción, con muchos edificios aún sin acabar. Maby llama al timbre de la puerta, situada en una sexta planta de un inmueble de ángulos redondeados.
―           ¿Si? – pregunta una voz desde detrás de la puerta.
―           ¿Belén Toro?
―           Si, ¿Quién es?
―           Soy una compañera. Trabajo en Visión Martínez, y me gustaría hablar contigo. Me llamo Maby Ulloa y seguro que nos hemos visto en alguna pasarela.
―           ¿Maby Ulloa? Si. Tú hiciste el pase para Stella McCarney, ¿no? – pregunta, abriendo la puerta.
―           Si, así es.
―           Me gustaste mucho. Eres buena para ser tan joven – la chica se apretuja más en su bata, apoyándose en el quicio. Su mirada pasa de Maby a mí. Sus ojos huyen del contacto directo.
Tiene miedo.
―           Este es Sergi, mi novio – me presenta Maby. Le estrecho la mano. Por algún motivo, la miro fijamente, y la noto estremecerse. – Mira… te seré sincera. Tengo un problema con un modelo que trabaja en Massante Models. Se llama Eric y creo que tú también le conoces.
Belén mira a ambos lados del pasillo y nos indica que pasemos. El piso es muy luminoso y está amueblado con estilo modernista, muy coqueto. Belén me resulta mano, pero la curvatura de sus hombros encogidos y ese miedo huidizo que destila, la afean.
―           ¿Un problema con Eric? – vuelve a preguntar.
―           Si. Tiene algo sobre mí que no me gustaría que se conociera, ¿comprendes?
Belén asiente. Seguro que ella está igual.
―           Trata de obligarme a hacer cosas que no quiero. Sergi se ha ofrecido para ayudarme, pero necesitamos saber si Eric está solo o tiene más socios que pueden usar esa información.
Belén no contesta. Solo se muerde el labio y mira el suelo.
―           Belén – susurro su nombre. – Mírame…
Ella levanta la vista lentamente, y posa sus ojos lánguidos y oscuros sobre los míos. Parecen los de un cervatillo.
Así… déjame a mí… háblale suave…
―           Sé que te encuentras en poder de ese cabrón. Conozco lo que hace con las chicas, como abusa de ellas, como las vende – me acerco a ella despacio. Belén mantiene el contacto visual. – No quiero que Maby pase por eso, jamás. Si es necesario, le mataré y ya no podrá hacer nada…
―           Pero, las fotos… — gime ella.
―           Todo desaparecerá cuando él ya no esté. Fotos, vídeos, archivos.
Se arroja en mis brazos, llorando. La acuno, dándole calor y confianza. La bata que lleva puesta, resbala de uno de sus hombros, revelando varios surcos oscuros. Miro a Maby y ésta se acerca, bajando aún más la prenda. Belén tiene toda la espalda llena de gruesos verdugones. Ha sido azotada con saña, recientemente.
―           ¿Te ha hecho él esto? – le pregunta Maby.
Belén niega, sin dejar de llorar.
―           Tranquila, pequeña, tranquila. Yo te protegeré – le susurro. No sé aún por qué, pero le beso la frente y el cabello, recogido en una graciosa cola castaña. Maby me mira, pero no parece recriminarme.
La verdad es que parece una muñeca entre mis brazos. Es delgada y muy frágil. Sus sollozos se serenan. Hipa un poco y sorbe sus lágrimas. Abandona mis brazos. Sin más palabras, se da la vuelta y deja deslizar la bata por su espalda, hasta dejarla en el suelo. No parece importarle quedarse en bragas delante nuestra.
Maby se lleva las manos a la boca. No solo la espalda de Belén está llena de brutales señales, también sus nalgas y la parte posterior de sus muslos. Con razón, se ha excusado en el trabajo. No puede aparecer así para una sesión de fotos.
―           El sábado, Eric trajo un hombre, sin avisar, sin contar conmigo para nada. Venían muy enfadados – nos confiesa. – Por lo que pude comprender, ese cliente hijo de puta esperaba estar con otra chica, la pelirroja la llamó… No sé si es que la chica había huido o estaba enferma, no lo sé, pero me obligó a estar con él… se desahogó conmigo.
¡Me cago en Satanás! ¡Ese tío iba para Pam, si no hubiera ido a la granja!
―           ¿Qué tiene contra ti? – le pregunta Maby.
―           Unas fotos de una despedida de solteras.
―           ¿Comprometedoras?
Ella asiente. No quiero preguntarle más.
―           La mayoría de las veces no es nada malo. Eric nos pone en contacto con señores amables, limpios y discretos. Muchas de nosotras necesitamos ingresos extras – explica. – Incluso muchas de las chicas están en esto voluntariamente. Pero, otras, como yo, pues no…
―           Te juro que intentaré destruir todas esas pruebas que Eric guarda – le prometo, cogiéndola de las manos y mirándola.
―           Gracias – musita, con una bella sonrisa. – No he visto a Eric nunca con amigos o socios. Siempre viene solo, pero sé que está en contacto con una mujer…
―           ¿Una mujer? – pregunta Maby.
―           Una vez teníamos que acudir a una importante fiesta de disfraces. Así que nos llevó, de una en una, a una gran casa, donde nos probamos disfraces y nos lo retocaron para adecuarlos. En esa casa, había chicas desnudas y una señora madura parecía la directora. La llamaba señora Paula y parecía conocerle muy bien.
Eso tiene todo el aspecto de un burdel.
―           ¿Sabes donde está esa casa? – pregunto, esperanzado.
―           En Arturo Soria, casi metida en el pinar de Chamartín. Es una casa grande, de ladrillo rojo, con verja alrededor y jardines.
―           Gracias, Belén – le digo, tomando su carita con mis manos. Con un impulso, me inclino y la beso suavemente en los labios. Ella responde, tímidamente. – Le daré un par de ostias de tu parte.
Maby no dice nada hasta estar en la camioneta. Noto que me mira fijamente mientras meto la nueva dirección en el GPS.
―           ¿Has sido muy tierno ahí arriba? – me dice.
―           ¿Por comprenderla?
―           Y por besarla. Belén parecía necesitar precisamente eso, una muestra de confianza y respeto, y tú has sabido cómo dársela. Estás sorprendiéndome mucho en estos días. No parece que quede gran cosa del chico paleto que conocí hace meses.
“Gracias, Rasputín.”
De nada.
―           ¿No te has enfadado por el beso?
―           No, en absoluto – responde ella, con aplomo. – Ni siquiera lo he considerado como algo sexual. Creo que si no se lo hubieras dado tú, lo hubiera hecho yo, aunque así, ha quedado mejor.
―           Venga, no nos pongamos sentimentales – me río y arranco la camioneta.
Es casi mediodía cuando localizamos el caserón. Está apartado y rodeado de árboles y setos, así como de una gran valla. Nos quedamos a curiosear, sin salir de la camioneta. Llevo unos buenos prismáticos en la guantera. Rasputín tiene razón, parece un burdel. En el par de horas que estamos allí plantados, entran, al menos, una docena de hombres bien vestidos, con maletines, por la pequeña puerta de la gran reja. No solo eso, sino que varios coches han entrado y salido; vehículos con los cristales oscurecidos. Cada media hora o así, un tipo grande, con gafas de sol, da una vuelta por los jardines, fumando un cigarrillo. ¿Seguridad? Seguramente. Además, hay cámaras en las esquinas de la verja y en la puerta de entrada.
No creo que haya manera de colarse sin ser vistos. Debe de ser un sitio bastante exclusivo. Maby piensa lo mismo.
Estos sitios se quedan desiertos después del almuerzo. Es una hora tonta, sin clientela. Si haces lo que te diga, tendremos una oportunidad.
Decido escucharle.
Las madames de los burdeles suelen ser, en su mayoría, putas jubiladas, o verdaderas oportunistas que se han hecho ricas con el trabajo de otra gente. En cualquier caso, esas mujeres no buscan hombres, hastiadas de ellos, sino savia joven, ya sean jovencitos o chiquillas primerizas. Lo que las pone a todas ellas es corromper la inocencia, educar en el vicio y el placer. Como te he dicho, tienes una oportunidad. Debes presentarte buscando a Eric, desesperado, cándido, perdido. Debes dejar claro que, sin Eric, no puedes sobrevivir. Le has buscado en su casa y no está, no contesta a tus llamadas, y tienes que encontrarlo. Tendrás que inventar algún pretexto creíble.
Puede que a esa señora le vayan las chicas, con lo que no te ayudará y te echará a la calle, pero cabe que le gusten los jovencitos y vea en ti una presa codiciada, que es exactamente lo que buscas. Entonces, debes dejarme actuar… sé como sonsacar a esas mujeres maduras. Puede que acabes en la cama con ella, pero, el que algo quiere, algo le cuesta, ¿no?
“¿Eso es un plan? ¿Tengo que dejarlo todo a la improvisación, a la suerte, y a los deseos corruptores de una mujer?”
¿Tienes algo mejor?
Refunfuñando, le digo a Maby que es buena hora para darle una sorpresa a Eric. A cada momento que pasa, estoy más seguro que Eric trabaja solo como gancho. La dirección de Eric es un pequeño adosado en la zona alta del Limonar, no muy lejos de allí, pero más metido en la ciudad. Al llegar, las persianas están bajadas y no se escucha nada en el interior. Ni siquiera llamo. Una fuerte patada, y la jamba de madera de la puerta salta en pedazos, liberando la cerradura.
―           ¡Joder, que bruto! – exclama Maby, con el sobresalto pertinente.
Después de recorrer todo el cubil de Eric, tres cosas quedan en evidencia: la primera, el sujeto no está y, al parecer, no ha pasado la noche ahí; la segunda, que no brilla por su limpieza, y, la tercera, no hay rastro de ordenadores, ni archivos.
―           Volvamos a casa. Comeremos y pensaremos en algo – dice Maby, tirando de mi mano.
―           Vale.
Pam está muy ansiosa por saber noticias. Quiere que se lo contemos todo, nada más llegar al piso. Maby se encarga de eso, mientras yo me dedico a guisar un buen arroz caldoso, con verduras y mariscos.
Mi hermana se queda muy impresionada con mi comportamiento en casa de Belén, y me abraza por detrás, mientras el arroz hierve.
―           ¿Sabes de algún sitio dónde se haya podido esconder esa rata? – le pregunto a Pam.
―           No, a no ser que haya vuelto con sus padres.
―           ¿Sus padres viven aquí, en Madrid?
―           No, en Huesca, en los Pirineos.
―           ¿Tienes su número?
―           No – contesta Pam, abatida.
―           Bueno. Volveré a darme una vuelta por su casa, esta tarde. Puede que encuentre allí el número o la dirección.
―           Si, es una buena idea. Iremos en cuanto…
―           No, tú no vienes – corto a Maby.
―           ¿Por qué no? Esta mañana he sido muy útil.
―           Si y te lo agradezco, pero, esta tarde, voy a intentar colarme en un burdel, y tú, con tu edad, no te puedes presentar para puta.
Pam se ríe, pero después se queda seria.
―           ¿Será peligroso? – me pregunta, preocupada.
―           No más que ir al dentista, supongo. No voy a meterme en la cama con ninguna puta. Intentaré sonsacar a esa señora Paula.
Si, la reina puta.
¡El cabrón se ríe!
Nadie parece que se ha dado cuenta de la puerta reventada del chalé de Eric. La verdad es que la deje bien atrancada cuando nos fuimos. Entro con autoridad, como si la casa fuera mía. Hay que confiar a los posibles vecinos. Tengo suerte a los quince minutos de estar dentro. En un cajón lleno de papeles, encuentro un papel con un teléfono anotado y las palabras “papá casa” escritas. También encuentro varias cartas y postales de sus padres, con el remite. Seira, Huesca.
Si Eric está herido, como creo, lo más lógico es que se haya refugiado con sus padres. La montaña sería perfecta. Pero ese viaje turístico es mi último cartucho. Antes tengo que probar en el burdel.
Llamo a Pam. La convenzo de que debe llamar a Eric y averiguar donde está, aunque tenga que simular que le pide perdón por lo que yo le he hecho. Si no contesta o no puede averiguar donde está, que llame al número de sus padres, el cual le paso, y se invente algo. Me contesta que lo hará, que Maby le ayudará.
El tipo me mira fijamente. Pone mala cara. No parezco un cliente. No llevo traje, ni tampoco maletín, ni tengo la edad adecuada.
―           ¿Si? ¿Buscas algo? – me pregunta el tipo de las gafas de sol, abriendo la puerta de la casona.
―           Por favor, tengo que ver a la señora Paula. Es muy urgente – le digo, con voz compungida, evitando mirarle a la cara.
―           ¿Para?
―           Necesito su ayuda… por favor…
El tipo parece pensárselo y, finalmente, me deja pasar. El vestíbulo es lujoso y el pasillo que nos conduce a la sala de espera, está lleno de viejas fotos del Madrid de principios del siglo XX. Me encuentro con varias chicas ligeras de ropa en la sala de espera. Por el momento, no hay clientes. Las chicas me miran con curiosidad. El matón ha desaparecido por una puerta.
―           ¿Tu primera vez? – me pregunta una de las putas, una chica con aire latino, de generosos muslos, cubiertos por medias oscuras.
Asiento, manteniendo la cabeza baja.
Así, muy bien. Interpretas muy bien la timidez.
“Hasta hace poco lo era.” Me empiezo a dar cuenta de lo que estoy cambiando. Este juego incluso me gusta. Disfruto de él.
El hombre vuelve a salir y me indica que pase. Lo hago enseguida. Contemplo a la famosa señora Paula. Está sentada a un escritorio de bruñida madera, atareada con un libro de contabilidad y un sinfín de facturas. Deja el bolígrafo y levanta los ojos. Los tiene muy negros, rasgados.
Contará con cuarenta y cinco años, más o menos, muy bien llevados. Aún conserva un bello rostro, de pómulos marcados y amplia boca. Un lunar negro ocupa un lugar privilegiado en un lado de su labio superior.
―           Dicen que buscas mi ayuda. ¿De qué me conoces, niño? – me pregunta, con un tono muy suave, engañoso.
―           Eric me habló de usted, señora Paula.
―           ¿Eric?
―           Si, Eric, el guapo – dejo caer.
Ella sonríe. No hay tantos Eric en el mundo que sean tan guapos.
―           ¿Por qué te ha hablado de mí?
Suéltale la historia, Sergio.
―           Verá usted, señora. Me prometió que me escondería… Yo no… — bajo la cabeza todo lo que puedo. – no sé donde ir… no conozco Madrid… me dijo que me podía quedar en su chalé…
―           Tranquilízate, jovencito. Respira, eso es. Por lo que puedo ver, tienes problemas, ¿verdad?
Asiento presuroso. Dejo que mis manos retuerzan los dedos.
―           ¿Y Eric te dijo que te ayudaría con ellos?
―           Si, señora.
―           Entonces, ¿por qué vienes a verme?
―           Porque Eric no está en su casa. Lleva dos días sin aparecer. No contesta al móvil… me ha dejado tirado…
―           Vale, comprendo.
―           Él me habló de usted… que trabajaban juntos…
―           ¿Te dijo eso? – su tono suena preocupado.
Asiento nuevamente. Rasputín no me deja mirarla directamente.
―           Si. Me dijo que podía confiar en usted… que entendía los problemas de los jóvenes.
―           Cierto.
Bien jugado.
―           No puedo volver a casa. Tengo diecisiete años, soy menor, pero no… no quiero volver – no sé de donde saco el sollozo, pero es convincente.
―           ¿Vas a contarme porque has huido de tu casa?
Niego vehementemente con la cabeza. Noto los ojos de la mujer recorrer mi cuerpo, calibrándome.
¡Ahora! Mírala y no apartes los ojos. Sostén su mirada.
Nuestros ojos conectan en cuanto los alzo, con una fuerza desconocida. He dejado de respirar, ella también. Es como si no existiera nada más a nuestro alrededor, solo sus ojos y los míos. Su labio inferior empieza a temblar, como si estuviera a punto de llorar, pero no aparece lágrima alguna. De repente, con un gran suspiro, retoma el ritmo de sus pulmones. Se atusa el pelo tras apartar la vista.
Ya está.
“Ya está ¿qué?”
Está hechizada. Se dejará convencer de cuanto le digas o pidas, siempre que no lo hagas de forma brusca y directa.
“¿Es broma?”
No. Ese es uno de las cosas que debo enseñarte, clavar la mirada. Un impulso sugestivo que relaja las defensas de quien lo recibe, tanto éticas como morales. Conseguí mucho con esa técnica.
Joder. Joder…
―           Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? – pregunta la señora Paula.
―           Tengo que encontrar a Eric… puede que usted sepa si tiene otra casa, o dónde viven sus padres… no puedo perder a Eric también… me lo prometió.
―           Pobrecito. Estás desesperado, ¿verdad? – la señora se pone en pie y rodea el escritorio, cogiéndome de las manos. Yo asiento una vez más.
Ahora puedo verla al completo. Por debajo del metro setenta. Viste blusón oscuro, de satén, y un pantalón blanco, algo ceñido, que pone de manifiesto que aún conserva una admirable figura.
―           Parece que estás muy pillado con Eric. ¿Harías cualquier cosa por encontrarle?
―           Si, señora, cualquier cosa.
―           Ese cabroncete sabe escogerles, no hay duda – murmura ella y no sé a qué se refiere. – Ven, vamos a tratar esta cuestión con más calma, en mi habitación…
Aprovecha la sugestión… cuanto más baje sus defensas, más colaborará.
Tíos, es como tener tu propio manual de instrucciones personalizado.
Para ella, yo soy un dulce que robar, una oportunidad de caramelo. Me lleva a su dormitorio, donde destaca una amplia cama redonda, con sábanas de seda. La señora se cuida. Hace que me sienta en el borde y se coloca delante, desabotonándose la camisa y sonriendo.
―           Veras, puedo contarte cosas de Eric, pero siempre hay un precio. ¿Comprendes? Debes complacerme. ¿Cómo te llamas, chico?
―           Jesús, señora. Haré lo que usted quiera…
―           Eso es. Has comprendido a la perfección – acaba mostrándome unos senos opulentos, de grandes pezones y un poco caídos, pero aún atractivos. — ¿Te gustan?
―           Si, señora Paula.
―           Pues ven y me los besas – dice mientras los sujeta con sus manos.
Avanzo de rodillas hasta ella y hundo mi rostro entre sus grandes tetas. Succiono, chupeteo y mordisqueo como un niño hambriento. Ella comienza a suspirar, aferrándose a mis hombros.
―           ¡Que hambre tenías, Jesús!
―           Mucha… mucha…
―           ¿Has estado antes con una mujer, Jesús? – me atrapa las mejillas con las manos y me mira, apartándome de sus senos.
―           No, señora.
―           Perfecto, hoy vas a convertirte en todo un hombre – dice mientras me empuja de nuevo hacia la cama.
La dejo que me quite los pantalones y después la sudadera. Entonces es cuando presta atención al bulto de mis boxers. Me los baja con dedos temblorosos. Veo como su expresión se transforma.
―           Jesús, por tu madre… esto se avisa antes… ha estado a punto de darme una cosa mala… ufff… ¡la madre que me parió! ¿Cuánto te mide?
―           Treinta centímetros, señora. ¿Es malo?
―           No, no, por Dios, ¡que va a ser malo! Pedazo de gilipollas el Eric… ¿Me dejas chupártela, Jesús?
―           Si, lo que usted quiera, señora.
La experta boca de la señora Paula cae sobre mi polla demostrando su hambre atrasada. Pone todo su empeño, su sapiencia, y su deseo en pulir mi herramienta. La verdad es que la señora tiene arte, hay que decirlo. Mi polla jamás se ha puesto tan dura. Finalmente, se pone en pie, resollando. Los ojos le arden, las mejillas encendidas. Se baja el pantalón y el tanga, con desesperación.
―           ¡Tengo que metérmela! ¡Por Dios, que me la meto! – murmura, tomándola con las manos y restregándola contra su pubis, bajo sus muslos, enfebrecida.
Es mi turno de actuar. Me siento en la cama, dejándola jugar con mi miembro, pero impidiéndole que se empale.
―           Antes de eso, señora Paula, debería saber donde puede estar Eric…
―           ¡No lo sé! – exclama histérica. – Puede que esté en casa de Julien. Ese camello también está por sus huesos. Déjame que me clave, por favor…
―           Aún no. ¿Eric es gay?
―           Es bisexual, le saca partido a todo, pero, por lo que sé, solo mantiene relaciones sentimentales con hombres, nunca con mujeres. ¿Puedo ya? – busca frotarse el clítoris contra mi mástil.
―           Una pregunta más. ¿Eric trabaja por su cuenta?
―           No, Eric es un gancho más de la organización. Se ocupa de las modelos, ya que trabaja en ese mundillo. No seas malo, ya no aguanto más… Te dejaré que me la metas también por el culo, si quieres, por favor…
Como ha cambiado la cosa. Tengo que aprender eso de “clavar la mirada”. Es de alucine. Con una sonrisa, la dejo que se empale lentamente. No deja de gemir, los ojos en blanco.
―           ¿Sabes cómo consigue Eric a las modelos? – pregunto mientras la dejo a su aire.
―           Las chan… tajea…
―           ¿Y comparte sus archivos con la organización?
―           Noooo… es muy celoso… con sus inver…siones…
―           ¿Conoces dónde guarda esos archivos?
―           Uuuhhh – se mete toda mi polla, como una campeona. – No… no sé… espera… espera… no te muevas aún… que me partes…
―           Cuando usted diga, señora Paula… ¿qué pasaría si Eric no apareciera más?
―           Suuu… pongo que sus chicas… se perderían…por lo menos, las que chantajea…aaaaahhh… eres un borrico, cariño… la organización buscaría otro… gancho y ya está…
Giro y la dejo caer sobre la cama. Pongo en marcha mis caderas, con un ritmo lento.
―           ¿Y usted, señora Paula, qué es usted para la organización? – le pregunto mientras ella intenta alcanzar mi boca con su lengua.
―           Controlo a las putas… las de esta casa y otras…quédate conmigo y las tendrás a todas… serás el chulo mayoooor… te las follarasss a todasssshiiiii…
―           ¿Te gustaría tener esta polla para siempre, eh guarrona? – susurro mientras aumento las embestidas.
―           Ooh si, claro que siiii… ooooh, dulce santa madre de los malditos… jamás…
―           ¡Dilo!
―           Jamás me… habían machacado… así…
Sus manos se aferran a mi cuello, con fuerza, para poder levantar más las piernas, ya que no queda más espacio para mi polla. Atrapo su lengua con mis labios y tiro de ella, con fuerza. Gruñe como un animal. Está totalmente entregada a sus sentidos.
―           ¡Córrete! ¡Córrete ya, que quiero meterla en tu culo! ¿Lo soportaras?
―           Si, si… oh siiii… ya, cariño mío, ya me corro… me corrooo… ¡¡ME CORROOOO!!
Un auténtico mal de San Vito recorre su cuerpo, agitando caderas y piernas, entre estertores. La saco y le doy la vuelta. Tiene buenas nalgas, amplias y redondas. Ella alza la cabeza en cuanto se recupera algo.
―           ¡Espera, espera! ¡En seco no! – exclama con miedo.
Se arrastra por la gran cama hasta alcanzar una de las mesitas de noche, de donde saca un tubo de crema lubricante.
―           Deja que te la ponga en esa magnífica polla, cariñito.
Ella misma se mete un dedo en el ano, lleno de crema. Se nota que está acostumbrada porque enseguida dilata el anillo del esfínter.
―           Con cuidado, eh, Jesús, que lo tuyo no es una polla, es un obús – murmura, pero sus ojos parecen decir lo contrario.
Es mi primera sodomía y me cuesta meterla, aún con una señora tan experimentada. El ano es mucho más estrecho que una vagina y no está apenas lubricado. Hay que abrir camino lentamente, y dejarlo despejado y resbaladizo. La señora Paula muerde las sábanas de seda, de color salmón y huevo. Mi polla la está matando, pero no protesta lo más mínimo.
―           Lento… lento… así… Jesús. Hasta que la metas toda… la quiero toda dentro…
―           Si, señora. ¿Empujo?
―           Si, un poco más… ñññggghh… para, para… déjame descansar.
Métela de un tirón. No le hagas caso. Le gusta que le hagan daño.
“¿Cómo lo sabes?”
He conocido a otras como ella. Son controladoras y frías con sus allegados, pero cuando sucumben a la lujuria, sale su verdadera condición. Son autoritarias porque en el fondo no son más que unas putas esclavas sin freno. Es una forma de compensar o de esconderse. ¿Comprendes? Ella ya se te ha entregado, es tuya para lo que quieras, mientras te recuerde. ¡Dale con fuerza!
Se la clavo de un tirón, sin miramientos. La señora aúlla con fuerza. Se estremece toda, babea y llora a la vez.
―           Ca…brón – apenas puede hablar.
―           Si, tu cabrón, recuérdalo – le digo al oído, embistiendo con rapidez en su culo.
―           Si… si… mi niño…
Pinzo su clítoris con dos dedos, con fuerza, y lo retuerzo. Un sonido estrangulado surge de sus labios. Su cabeza cae sobre la sábana, sin fuerzas, abandonado a lo que le hago sentir. Siento que mi orgasmo es inminente. Azoto con mucha fuerza sus nalgas, un par de veces. Alza de nuevo la cabeza con presteza mientras jadea con fuerza. Sus nalgas adoptan un ritmo vertiginoso, follándome a su vez. Descargo al menos cinco veces en su culo, mientras mis dedos tironean de uno de sus pezones. Ella rinde la espalda y cae de bruces sobre la cama, estremeciéndose toda.
―           Soy tu puta… soy tu putaaaa… toda una putaaa – la escucho decir bajito.
Tras unos minutos de descanso, la señora Paula me limpia la polla con unos pañuelos humedecidos en colonia y nos vestimos. Ella tiene una extraña sonrisa en los labios. Me acompaña hasta la puerta, cogida de mi brazo, tras darme el número de móvil de Eric, el móvil laboral. No me sirve de mucho, pero no se lo voy a despreciar.
―           Y recuerda, Jesusín, cariño, si Eric no puede ayudarte, vente por aquí, que yo te apadrino en la organización, con mucho gusto – me dice, dándome un tierno beso como despedida.
Hay buenas noticias cuando regreso al piso. Pam ha conseguido que la chica de servicio de la finca de los padres de Eric, le confirme que toda la familia está allí. Si, el “guapo modelo” también, palabras textuales. Les digo lo que ha averiguado en el burdel, aunque me callo la forma como he conseguido la información. Las chicas me miran, contritas.
―           Tengo que ir. No hay más remedio – respondo cuando me doy cuenta de cómo me miran. – El único que puede hacerte daño es ese chulo. “Muerto el perro, se acabó la rabia”.
―           Pero estás hablando de matar a una persona – insiste Pam.
―           Yo no lo considero una persona.
―           Pero es peligroso. Algo puede salir mal – Maby también tiene dudas.
―           Entonces, ¿qué proponéis? ¿Nos quedamos aquí, a esperar que se recupere y vuelva a por ti y por mí, mucho más preparado, con ganas de vengarse?
―           No, no – se echa Maby en mis brazos. – Cariño, eso jamás. Si hay que hacerlo, se hace. Por eso vamos a ir contigo.
Pam asiente, dando su brazo a torcer.
―           ¡Ni de coña! ¡Esto es cosa de uno solo! Si algo sale mal, ¿quereis que vayamos todos al talego? Eso no es juicioso. Yo estoy más preparado físicamente, así que yo voy.
Las chicas bajan la mirada. No pueden discutir mi lógica.
―           Entonces, tengo que salir ya. Son las seis de la tarde. Tengo casi cinco horas hasta Seira, puede que algo más con esas carreteras de montaña. Necesito un par de mantas para no perder demasiado calor durante la vigilancia. Una buena linterna, un termo, una pala y una palanqueta. Mejor ir preparado. Bajo a la ferretería y, de paso, llenaré el depósito de la camioneta. ¿Me preparáis unos sándwiches y un poco de café?
―           Claro – dice Pam, dándole un codazo a Maby, que me mira embelesada.
Salgo de Madrid sobre las ocho de la tarde. No hay demasiado tráfico. Llevo una buena recopilación de AC/DC sonando a toda pastilla. He descubierto que los roqueros australianos también le gustan a Rasputín.
Este no deja de hablarme sobre aprender a “clavar la mirada”, lo que me dará mucha ventaja en hacer que la gente me obedezca o me preste una especial atención. Es pesado dando la vara, pero tiene razón, es hora de que me enseñe sus trucos más sucios.
Aún no sé lo que voy a hacer. No tengo ningún plan pensado. Todo está en mano del azar y de la improvisación. Sé que soy bueno improvisando y, además cuento con Rasputín y sus consejos, pero no tengo ni idea con lo que me voy a encontrar. No conozco la finca, ni el terreno, ni siquiera a la familia. El reconocimiento se hace necesario.
Hago varias paradas para no quedarme dormido, no por sueño, sino por aburrimiento. En la última parada, lleno el termo de fuerte café en una venta de carretera y compro varias chucherías. El azúcar me va a hacer falta.
Encuentro la finca bien de madrugada. Está en la falda de una montaña, es extensa, y está rodeada de un alto y viejo muro de piedra. Aparco en lo que me parece el bosque, aunque hay poca luna. Me abstengo de encender demasiado la linterna. Pongo el despertador del móvil para las seis de la mañana, y me envuelvo en las mantas. Me cuesta poco quedarme dormido.
El pitido repetitivo me despierta. Apago el móvil y atrapo el termo. El café aún está tibio. Un buen trago para despertar. Meto la linterna, los prismáticos y el machete que llevo en el coche, en la pequeña mochila de viaje que también llevo tras los asientos. Seria buena idea llevar también la palanqueta, aunque sea en la mano. Echo dentro la bolsa que contiene aún un sándwich y las chucherías que he comprado, junto con el termo casi vacío. Ahora, es cuestión de buscar un buen sitio para observar.
No me he equivocado, he metido la camioneta en un bosque de pinares y fresnos. Me muevo bajo los árboles en dirección de la finca. Encuentro unos riscos que me permiten otear la gran casa de una sola planta que se levanta en una gran plataforma o bancal, ganada a la montaña. En otra plataforma, más pequeña e inferior, han construido una piscina, junto con el espacio que necesita para la comodidad de los bañistas.
Al amanecer, veo movimiento. Enfoco los prismáticos. Un hombre, maduro y fornido, saca varios aparejos de pesca y carga un 4×4. Poco después, sale la finca por la gran puerta metálica de la entrada. Sin duda el padre.
¿De pesca? Bien, uno menos. Espero. Hago flexiones. Espero aún más. Desayuno con el sándwich y el café que queda. Espero.
Sobre las nueve y media, una señora rubia y alta, saca del garaje un pequeño utilitario y sale de la finca también. Es la mía. Puede que haya más gente dentro, pero debo arriesgarme. Me meto un pastelito en la boca y salto el muro.
Mala suerte. Hay un perro, un pastor ovejero. Le espero llegar, ladrando. Un fuerte sopapo en el hocico le frena y le aleja. No es demasiado fiero. No molesta más. Rondo la casa, buscando un sitio para colarme y no dejar huellas. Bien, la puerta del garaje no se ha cerrado del todo, sin duda al sacar el utilitario.
Entro en la casa. Escucho. Nada. Marcó el número de móvil que la señora Paula me ha dado. Suena al fondo del pasillo. ¡Eric está aqui! Corto la llamada. Dejo pasar diez minutos para que vuelva a dormirse y me meto en su habitación. Le encuentro roncando, con un brazo en cabestrillo y el otro vendado. También tiene el torso vendado, bajo la camiseta. Si que le he hecho pupa. A pesar de eso, parece un angelito durmiendo. El cabrón es muy guapo. Le despierto suavemente, colocando la punta del machete sobre uno de sus ojos.
Se queda muy quieto, balbuceando preguntas. Le sonrío.
―           Hola – le susurro. — ¿Me echabas de menos?
Cógele la polla.
No entiendo lo que me quiere decir Rasputín.
Tienes que controlarle. Con alguien tan asustado, no sirve de nada la sugestión, ni la hipnosis, ni nada de eso. ¡Piensa! Si no ve salida alguna, puede no decirte la verdad, o hacer una locura. Tienes que darle siempre una salida para que haga lo que tú quieras.
El viejo Rasputín parece saber de estas cosas.
Sabemos que es homosexual.
“Bisexual.”
¡Lo que sea! Si le acaricias sexualmente, creerá que él te gusta, que puede recuperar el control y disponer de una oportunidad de salvar su vida.
Muy listo. Meto mi mano bajo las mantas y le sobo la polla. La tiene empalmada, a pesar del miedo, y no es muy grande. Respinga al no esperar la caricia.
―           Pensaba matarte para que no me denunciaras, ni usaras lo que tienes de mi hermana, pero, al verte así, dormidito, no sé… eres demasiado guapo. No puedo matarte – le susurro.
―           No… me mates – suplica. — ¿Cómo me has encontrado?
―           Soy un sabueso – ironizo, apretándole los huevos.
―           Haré lo que tú quieras… todo lo que quieras – se ofrece.
―           ¿Quién hay en la casa?
―           Mis padres.
―           ¿Alguien más? ¿Criada, algún hermano?
―           No. ¡Ouch! – le he vuelto a apretar. — ¡Lo juro!
―           ¿Dónde tienes los archivos de todas las chicas?
―           En mi casa, en Madrid.
Mentira. Son su garantía. No los dejaría solos.
Le pincho en una ceja. Salta una gota de sangre.
―           ¡Está bien! Están en un servidor seguro, a la espera de que los desencripte si son necesarios – confiesa.
―           Entonces, podrás borrarlos online.
―           Si, pero aquí no hay Internet.
―           Está bien. Levántate y haz la maleta. Te vienes conmigo.
―           ¿La maleta? ¿Por qué?
―           Porque vas a hacer un viajito. No me fío de dejarte atrás. Se te pueden ocurrir muchas cosas raras.
―           ¡No haré nada! ¡Lo juro!
―           He pensado que mejor compras un pasaje a… no sé, ¿Río de Janeiro? Te puedes pegar una buena vida allí.
―           Si, si… — acaba comprendiendo, con alivio.
―           Y no volverás jamás. Así ganaremos todos, tú, yo, las chicas que extorsionas, y hasta tus pobres padres…
―           Eso haré. No quiero problemas – sin embargo, seguía empalmado, con mi mano en su polla. La verdad es que no me desagradaba el tacto.
Le dejo que se levante. Eric, con un gemido de dolor, atrapa un petate e intenta llenarlo con su ropa, pero no puede. Me mira, asustado, su erección se ha esfumado.
―           Tengo el hombro dislocado, una fisura en el cubito del otro brazo y tres costillas astilladas. ¿Me ayudas?
Meto todo eso rápidamente y, además, el portátil. Noto que me está mirando, los brazos afirmados sobre su pecho. Necesito confiarle más.
―           Mira, Eric, siento haberte machacado tanto. Perdí la cabeza cuando te escuché amenazar a mi hermana. De otra forma, no te hubiera hecho daño nunca. A un chico tan guapo, jamás. La verdad es que no he podido dormir en estos dos días. Se me venía a la cabeza tus ojos llenos de miedo…
Me estaba excitando al contarle todo esto, extraño. ¿Seré bisexual yo también o bien es que disfruto controlándole? El caso es que mi polla se está quejando del encierro. Es extraño, nunca me ha gustado un tío. Ahora, no es el momento para pensar en eso, me recrimino. Eric pierde esa expresión de perro apaleado, e incluso me sonríe un poco. Pero no le dejo pensar.
Le saco de la casa, llevándole por el cuello. Es como un muñeco en mis manos. Atravesamos el bosque hasta la camioneta, a paso vivo. Le hago conducir, con mi machete apoyado en su entrepierna. Conduce hasta el cercano pueblecito, Seíra, 141 habitantes. La leche, vamos. Menos mal, hay una gasolinera. Mientras relleno el tanque, Eric usa el wifi para conectarse con su portátil. Sobre el capó, le obligo a borrar todos los archivos que tiene almacenados. Al menos cuarenta. Le empujo de regreso a la camioneta, a ponerse al volante.
―           ¿Y ahora? ¿Me dejas marchar?
―           ¿Me juras que te vas a ir del país?
―           De verdad, te lo juro. La verdad es que no sirvo para esto.
―           Bien. Te creo – ya no tengo el machete en la mano. Me sonríe, más confiado. – Vamos a hacer una cosa. Conduce tú hasta un sitio apartado, donde te pueda dejar. Regresaras andando. Así me dará tiempo a quitarme de en medio.
―           Claro, pero de verdad, no voy a hacer nada – su tono es casi amistoso.
―           Mejor porque no me gustaría que me decepcionaras. Creo que eres un buen tío, algo equivocado, pero con sentimientos.
―           Te lo juro, tío. Ya he aprendido la lección. Me iré en cuanto saqué la pasta que tengo en el banco.
Eric se mete por un camino vecinal.
―           Tío, no sabes cuanto sentí pegarte. Eres toda una dulzura – aunque no fuera cierto, en este momento no le tengo demasiada tirria.
―           Joder, ojala nos hubiéramos conocido de otra forma. También me gustas un montón – se confiesa él, deteniendo la camioneta en mitad del camino.
Se inclina sobre mí y me besa delicadamente. Saboreo los labios masculinos. En Eric, no hay apenas diferencia con una chica. Le agarro de la nuca y le doy un buen morreo. Nos apartamos jadeando.
―           ¡Tío, bestial! – exclama.
―           Me gustaría probar esos labios en otra parte del cuerpo – le digo.
―           Te la puedo mamar aquí, en el coche – susurra, inclinándose de nuevo sobre mis labios.
―           ¿Tú crees que puedes mamar esta dulzura dentro de un coche? – le digo, desabrochando mi pantalón y sacando la polla.
Se queda sin palabras. La mira y remira.
―           ¡Joder, tío! ¿Es de verdad?
―           Puedes tocarla para convencerte.
La aferra con las dos manos. Está alucinado con mi polla, incluso creo que se ha olvidado de que yo le he sacado de la cama, amenazándole con un machete. Tiene razón Rasputín, si les das una salida, aunque sea poco creíble, harán lo que uno quiera.
Arranca de nuevo, y, al parecer, con prisas. Sigue el camino que, más adelante, se bifurca y acaba ante las estructuras de unos chalés en construcción, detenidos cuando la caída del sector. Mete mi camioneta detrás de los muros de ladrillos sin terminar.
―           Esto se paró hace un año. No viene nadie por aquí – dice, abriendo la puerta.
Cae de rodillas ante mí cuando me bajo. Está deseando catar mi polla, se le ve. Aplica su boca con suavidad. Nunca ha tenido una de ese tamaño. Se afana en masajearme la polla y las bolas, mientras que su lengua se convierte en un torbellino. Es todo un experto en chupar pollas. No creía que me fuera a gustar la boca de un tío, pero ahí está. Bueno, hay que decir que más que un tío, Eric es un tanto andrógino, sin ningún vello en la cara, con una belleza casi femenina, y, encima, sometido a mi voluntad. Eso cambia algo las cosas. De todas maneras, sigue siendo un tío y me está gustando que me la mame. Si no le miras, no hay apenas diferencias con una tía.
Tienes la oportunidad ahora.
Lo sé, por eso le he llevado allí. Puedo ocultarle en cualquier agujero y nadie le encontrará hasta meses o años después, si es que le encuentran.
Utiliza tu polla, Sergio. Es tu mejor arma. Métesela en la garganta y asfíxialo.
¡Me morderá!
Si se la metes a fondo, no podrá. Las mandíbulas no tendrán apoyo. Córrete en su garganta mientras agoniza. ¡Es lo mejor del mundo!
La idea me da tanto morbo que le hago caso. De un golpe, se la cuelo hasta la garganta, produciéndole fuertes arcadas. Intenta apartarse, sacársela, pero le sujeto la cabeza con fuerza, mi tripa golpeándole la frente. Tiene los brazos inútiles para hacer palanca y apartarse. Embisto con fuerza su garganta, próximo al orgasmo. Sus esfuerzos por aspirar aire producen espasmos en su garganta que me vuelven loco. Finalmente, me corro con fuerza, vaciándome durante lo que me parecen minutos, directamente a su esófago. Eric ha dejado de retorcerse. Sus pies mantienen un corto movimiento involuntario, fruto de la agonía, hasta que todo queda en silencio.
Me aseguro, dejándole mi polla aún metida un tiempo, aunque va perdiendo consistencia. Le tomo las pulsaciones. Cero. Está frito. Me guardo la polla matadora y exploro un poco la obra. Encuentro un poco negro sellado. Uso la palanqueta para destaparlo y arrojo el cuerpo dentro, junto con su bolsa y su portátil.
―           Adiós, Eric. Espero que se la chupes igual de bien al diablo – me despido, cerrando la tapa y colocando sobre ella varios bloques de cemento.
¿Te ha gustado la experiencia?
“Puede que demasiado.”
¿Qué has sentido al planear la muerte de otro ser humano, y después ejecutarle?
“Poder, Rasputín, absoluto poder, y mucha excitación.”
Bien, ahora conoces las dos constancias de la sociedad humana.
“El placer y el poder.”
Vámonos a casa.
                                           CONTINUARÁ
 
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

Relato erótico : “Mi jefa es una hija de puta con su hermana también” (POR GOLFO)

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Segunda parte de Mi jefa es una hija de puta  con  tetas.
 
Como expliqué en el relato anterior, mi jefa una zorra intratable y caprichosa decidió hacerme suyo y ¡Yo me dejé!. Cautivado por ese monumento de mujer, me convertí no solo en su más cercano colaborador sino en su obediente amante.  
Desde que me entregué en cuerpo y alma a esa mujer, ella ha tomado por mí las grandes decisiones de mi vida. No solo me tuve que trasladar a trabajar a Lisboa siguiéndola sino que desde entonces tengo un hueco en su cama pero solo en ella. Durante el día soy su asistente pero al llegar la noche, me convierto en el instrumento con el que apacigua su lujuria.
Nuestra relación es un tanto extraña, aunque yo estoy completamente subyugado por la personalidad y el cuerpo de doña Maria, sé que ella solo me toma  en cuenta por ser bueno en la cama. Para ella soy poco más que un consolador con patas. Me usa cuando le viene en gana pero para mantener su teórica independencia no me deja colaborar con el mantenimiento de la casa donde vivimos porque tal y como no se cansa de recordar, soy su mantenido y cuando quiera me pone de patitas en la calle.
-Tú estás aquí para follar- me soltó un día en que me quejé de que ella pagaba todo.
Ese status-quo, envidiado por la mayoría, a mí me resultaba una losa difícil de soportar. Si bien al no tener que gastar en el día a día, hacía que mi cuenta corriente se fuera engrosando a pasos agigantados, en mi interior me sentía un prostituto vulgar. Os resultara raro pero a pesar de sus muchos desplantes, amó a esa mujer.
 
Sé que es una zorra libertina, me consta que es egoísta, vanidosa y caprichosa pero con solo sonreírme hace que me olvide de sus defectos y que mis quejas se disuelvan como un azucarillo entre sus brazos. Doña María me tiene bien medido, cuando nota que estoy indignado me llama a su lado y me exige que satisfaga su calentura. Sabe que con eso, olvidaré durante semanas cualquier tentación de volver a Madrid.
Soy un puñetero títere en sus manos y como tal, me trata.
 
Para que os hagáis una idea del modo en que esa morena me trata, os voy a contar lo que ocurrió una noche cuando acabábamos de llegar a su casa. Tal y como tenía costumbre, nada más cerrar la puerta del apartamento se tumbó en el sofá y mientras yo me ocupaba de preparar la cena, ella se puso a ver la televisión. Todavía recuerdo que le estaba preparando el risotto de setas que tanto le gusta cuando escuché que sonaba su móvil.
Conociendo el morbo que le daba que le comiera el coño mientras ella hablaba por teléfono, dejé lo que estaba haciendo y quitándome el delantal, me acerqué al salón. Doña María al verme entrar separó sus rodillas y levantándose la falda me exigió que comenzara.
Sabiendo mi función, me arrodillé  a su lado absorto contemplando la belleza de su sexo. Mi jefa entonces separando sus labios con dos dedos, lo puso a mi entera disposición y mientras ella seguía hablando por el móvil, rocé con mi dedo el botón que se escondía entre sus pliegues.
Dando un suspiro, tapó con su mano el auricular y me dijo:
-Date prisa que llevo cachonda todo el día.
Sin quejarme, le metí un primer dedo dentro mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras. Lo supe no solo ni siquiera tuve que lamer su clítoris para que ver su cara de lujuria. El aroma a hembra hambrienta de sexo llenó mis papilas en cuanto separé con mis yemas sus labios.
Buscando facilitar mi cometido, separó aún más sus rodillas mientras le decía a su interlocutor:
-¿Y cuando dices que vas a venir?
Su nueva posición permitió que mi lengua recorriera sus pliegues mientras no dejaba de gemir y jugueteando  con la punta su clítoris, di un buen repaso a ese coño antes de concentrarme en él. Al recogerlo entre mis dientes con un suave mordisco, mi jefa reprimió un aullido y presionando mi cabeza contra su coño, me exigió que continuara. Obedeciendo a su muda orden,  volví a meter mi dedo en su interior sin dejar de chupar el bulto que ya estaba totalmente erecto entre sus labios. Doña María  al sentir esa doble estimulación, movió brutalmente sus caderas y pero manteniendo la cordura, dijo al que estaba al otro lado del teléfono:
-Está bien, mañana te recojo en el tren- y mientras le contestan , volvió a tapar el micrófono y dejándose llevar por el placer, me soltó: -¡Cabrón! ¡Date prisa que quiero correrme!- y sin importarle lo que pensara, me pidió que le metiera el segundo.
Siguiendo sus instrucciones, le incrusté otro dedo y moviéndolos rápido en su interior, me la quedé mirando mientras esa mujer sacudía las caderas restregando su sexo contra mi boca. No tarde en observar como su coño se contraía de placer y sin que me lo tuviera que pedir, decidí a meter el  tercero. Saboreando su chocho con profundos lametazos, seguí follando con mis dedos el coño de la morena mientras ella intentaba que quien  estuviera hablando con ella no notara que estaba descompuesta por el placer.
Sabiendo que estaba a punto de correrse, le seguí sacando y metiendo mis tres falanges cada vez más rápido. Doña María, temblando de placer sobre el sofá, se mantenía en silencio. Pero el morbo de estar siendo comida mientras hablaba con otra persona pudo mas que ella y al sentir que su cuerpo se crispaba, me agarró la cabeza y la presionó contra su sexo. Decidido a incrementar su calentura y a que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe.
-¡Que sí! ¡Mañana hablamos!- soltó cortando la comunicación mientras mi boca se llenaba con su flujo.
 
La intensidad de su orgasmo fue brutal y derramando su placer por mis mejillas, usé mi lengua para sorber una parte del torrente en que se convirtió su chocho. Las piernas de mi jefa se cerraron sobre mi cara en un intento de retener el goce que la estaba asolando. Durante una eternidad, Doña María se corrió en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos, tras lo cual se derrumbó sobre el sofá y sin estar totalmente satisfecha, me soltó:
-Mañana llega mi hermana. Como no sé si voy a poder usarte mientras ella está aquí, esta noche tendrás que esforzarte. ¿Lo has entendido?
-Sí- respondí.
Sara es tan hija de puta como su hermana.

Cuando ya creía que mi humillación era total apareció en mi vida Sara, la hermana mayor de mi jefa. Tal y como habían quedado, a la mañana siguiente Doña María fue por ella a la estación de tren. Nada mas recogerla la trajo a su casa donde yo las esperaba haciendo la limpieza.
Esa tarde y como gesto de rebeldía decidí que aunque sabía que mi jefa no quería que su pariente se enterara de que se estaba acostando conmigo, iba a pasar la aspiradora tal y como le gustaba a ella que lo hiciera, es decir, en pelotas y con un delantal que me cubriera las miserias. Anticipando su reacción, disfruté por primera vez de las labores caseras imaginándome a cada instante la cara que pondría cuando entrara con su hermana y me viera casi desnudo.
“Se va a cabrear” pensé descojonado y obviando que a buen seguro me iba a castigar, me dije: “¡Qué se joda!”
Tal y como preví, las dos mujeres nada mas cruzar la puerta se toparon con la imagen de mi culo en la mitad del salón. Si bien mi jefa se indignó conmigo tal y como había planeado, nunca anticipé que la zorra de su hermana al ver que estaba como dios me trajo al mundo soltara una carcajada diciendo:
-María, ¡Eres la leche!-y menos que acercándose hasta mí, me acariciara el trasero mientras le decía: -¡No me puedo creer que has contratado a un prostituto para mí!
Hecha una furia, Doña María le soltó:
-No lo he contratado. Manuel es un inútil que uso cuando me apetece.
Creyendo todavía que era una broma orquestada por su hermana, la mujer contestó mientras  levantaba mi delantal:
-Pues tengo que reconocerte que tienes buen gusto: ¡Me encantan los hombres depilados!- y por si eso no fuera poca humillación, siguió diciendo:- ¿Me lo prestas?
-¡Ni de coña! Este idiota es de mi uso exclusivo, si quieres uno: ¡Búscatelo!
Por su mala leche, Sara comprendió que María estaba cabreadísima y por eso decidió no seguir provocándola, no fuera a ser que tuvieran un altercado nada más llegar. Por mi parte y aunque sea difícil de comprender, yo estaba en la gloria porque de cierta y cruel forma, mi jefa me consideraba suyo y le había enfadado que le preguntara si podía hacer uso de mí.
Como no podía ser de otra forma, mi jefa ni siquiera se dignó a hablarme en toda la noche. Haciendo como si fuera un mueble, me ignoró durante horas. Aunque normalmente, que me ignorara era para mí un castigo, esa noche no. Si os preguntáis el porqué, es muy fácil:
¡Su hermana se dedicó a devorarme con sus ojos!
Buscando incrementar sus celos, mi actitud con Sara excedió lo meramente servicial ya que descaradamente tonteé con ella. Realmente disfruté haciéndolo y no solo porque con ello estaba sacando de quicio a Doña María sino porque aunque tuviera casi quince años mas que yo, esa madura estaba buena. Rubia de peluquería, esa hembra estaba dotada con una de las mejores delanteras que nunca había visto. La enormidad de sus pechos se realzaba aún más debido a la delgadez de su dueña.  Imaginándome como sería pellizcar esas dos ubres se pasaron las horas sin que me molestara el ser ignorado.
Cuando el reloj marcaba las doce, mi jefa se disculpó con Sara diciéndola que se iba a su cuarto y de malos modos, me exigió que la acompañase. Sumisamente la seguí hasta la habitación, nada mas entrar me soltó un tortazo y me recriminó la manera tan descarada con la que estaba flirteando con su hermana.
-No sé de qué habla- me defendí- ¡He sido solo agradable!
-¿Te crees que soy tonta? ¡Lo has hecho a propósito!- tras lo cual se metió en la cama.
Esa noche por mucho que intenté congraciarme con ella, me resultó imposible porque en cuanto intenté tumbarme junto a ella, me echó de su cuarto con grandes gritos, de forma que no me quedó más remedio que coger una almohada e irme a dormir al sofá del salón. Afortunadamente cuando llegué, Sara se había acostado y por eso pensando que al día siguiente a mi jefa se le había pasado, me dormí…
Al día siguiente, al ser sábado, no trabajábamos y como seguía cabreada, mi jefa decidió salir de casa temprano para no verme siquiera. Ajeno a estar solo con su hermana en la casa estaba plácidamente durmiendo cuando sentí que alguien acariciaba mi sexo. Todavía adormilado, abrí los ojos para descubrir a Sara desnuda a mi lado. Comprendiendo lo delicado de la situación y que Doña María no me iba a perdonar si me acostaba con ella, intenté escapar de su abrazo pero la mujer, haciendo sacando un cuchillo me lo puso en el cuello diciendo:
-Llevo bruta desde que vi tu culito. ¡Lo quieras o no vas a ser mío.
Asustado por las consecuencias, le grité que me dejara en paz pero esa mujer no me hizo caso y con gran violencia, me desgarró el pijama, dejándome desnudo. Aún seguía intentando zafarme de ella cuando esa mujer se apoderó de mi miembro. El sentir la presión de sus manos sobre mi sexo, me obligó a permanecer paralizado, ya que  temía que si la rechazaba me hiciera daño.
Al tenerme dominado, sonrió y sin quitar la hoja de mi cuello, esa puta me empezó a pajear. Aunque fue algo forzado, tengo que reconocer que en poco más de un minuto, mi pene había alcanzado su máxima longitud. Sara, en cuanto sintió mi dureza, se agachó entre mis piernas y abriendo su boca, se la introdujo en su interior.
“Doña María no me va a perdonar”, me dije mientras sentía cómo engullía mi pene.
Si al principio intenté permanecer impasible, con el paso del tiempo, sin darme cuenta, empecé a colaborar con mi captora. Mis manos se posaron en su cabeza y marcándole el paso, dejé que esa puta devorara mi extensión. Al igual que su hermana, esa rubia demostró ser una mamadora de primera y sin problema  consiguió introducírselo totalmente en su garganta. Alucinado por el modo tan experto en que me lo chupaba, no tardé en sentir  sus labios recorriendo la base de mi pene.
No se si fue el morbo o el miedo a que nos descubrieran pero rápidamente exploté en su boca y cuando lo hice, absorto, vi cómo se tragaba todo mi semen mientras no paraba de gritar el mucho tiempo que saboreaba una buena ración de semen. Si pensaba que ahí se había acabado todo, me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, girando sobre sí misma, puso su sexo en mi boca.
Al contrario que su hermana, Sara llevaba el coño exquisitamente depilado. Aterrorizado por lo que me estaba obligando hacer, tardé en responderla. La mujer, sin hablar y apretándome suavemente mis testículos, dejó claro que era lo que esperaba de mí y forzado por las circunstancias, comencé a acariciar su clítoris. Su aroma dulzón me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dedos torturaba su botón.
“Sabe tan bien como el de su hermana”, acepté en mi fuero interno.
No recuerdo cuantas veces llegó esa mujer al orgasmo con mi boca pero, tras media hora dándole placer, sentí que bajando por mi cuerpo, cogía mi sexo y sin pedirme opinión, se ensartaba de un solo golpe.
 
-¡Serás puta!- le dije al sentir como  esa puta forzaba  mi pene hasta extremos impensables.
 
Obviando mis quejas, esa zorra usó mi miembro para apuñalarse repetidamente la vagina sin importarle nada más. Decidida a obtener su placer a costa de lo que fuese, me usó como instrumento de su lujuria y no paró hasta que por segunda vez, descargué en su interior.  
Con una alegría insana y mientras me dejaba descansar, me dijo desapareciendo por la puerta:
 
-Con razón mi hermana te mantiene.
 
Jodido, agotado  y nuevamente solo, lloré por la humillación de haber sido violado. Había sido un puto objeto en la lujuria de esa maldita. Y sin ser plenamente consciente de que eso se iba a repetir mientras esa rubia siguiera en Portugal, desee que volviera mi jefa.
Mi jefa vuelve con una sorpresa.
Sobre las doce de la mañana, María volvió al apartamento llevando una bolsa con compras. Al verla entrar supe que tramaba algo. Su sonrisa maliciosa escondía algún plan pero sabiendo que no tardaría en descubrir que cojones había elucubrado, decidí callar y esperar. Conociéndola como la conocía sabía que, si le preguntaba, no me iba a decir nada. Si a eso le añadimos la pseudo-violación de la que había sido objeto por parte de su hermana, era mejor esperar acontecimientos y no forzarlos.
Nada mas entrar se encerró con su hermana en el cuarto de invitados. Me acojonó empezar a oir gritos y suponiendo que esa puta le había contado lo sucedido, preferí no intervenir. Solo al cabo de un cuarto de hora, me mandó llamar. Acudiendo a su llamado, pasé a la habitación para llevarme una sorpresa mayúscula:
“¡Sara estaba atada sobre la cama!”
Sin saber a qué atenerme, me quedé paralizado en el quicio de la puerta. Mi jefa muerta de risa me soltó:
-Cómo la zorra de mi hermana quería follarte, he decidido darle una lección.
-¿Quiere que me la tire?- pregunté totalmente confundido al comprobar el modo tan brutal con el que había inmovilizado a la rubia.
-¡Eres idiota o qué! ¡Eres solamente mío!
-¿Entonces?
Soltando una carcajada, respondió:
-Ya que necesitaba ser follada, voy a satisfacerla. Prepárame su culo, ¡Qué se lo voy a estrenar!
No comprendí  el alcance de sus palabras hasta que la vi sacar de una de las bolsas un arnés con un tremendo falo adosado a él:
“La va a destrozar” pensé al comprobar el tamaño de ese aparato  pero mas excitado de lo que podía reconocer a esa hija de puta, no me quedó mas remedio que obedecer.
Acercándome a su víctima, le separé los cachetes de su trasero para descubrir que tal y como me había anticipado mi jefa, el ojete con el que me encontré permanecía virgen. Su permiso me dio alas e introduciendo mi  cara entre las piernas de la ahora asustada sádica, le introduje  dos dedos en el coño mientras la rubia se retorcía pidiendo mi ayuda. Los chillidos de la mujer no consiguieron su objetivo y incrementando el ritmo de mis yemas, seguí violando su interior mientras Doña maría se terminaba de ajustar el arnes.
-María, por favor, ¡No lo hagas!- imploró con lágrimas en los ojos.
 
Desgraciadamente para ella, la morena no se apiadó de sus lloros y con mayor énfasis, me exigió que la preparara. Siguiendo sus instrucciones,  ninguna parte de su cuerpo se libró de mis duros toqueteos. Devolviendo una parte de lo que me me hizo esa mañana. Le pellizqué cruelmente sus pezones antes de dedicarme a su culo. Una vez saciada parcialmente mi venganza, con  sadismo violé  su esfínter con mis dedos sin usar ningún tipo de lubricación.
-¡Me duele! ¡Maldito!- aulló al sentir como forzaba su ojete.
Temiendo la reacción de Doña María, intenté que no se percatara de que me había puesto bruto y que tenía mi pene tieso. Afortunadamente para mí al ver a su hermana con el  el culo en pompa, sin mediar conversación alguna, me separó de ella y separando sus nalgas con las manos,  escupió en su ojete mientras metía una de sus yemas para relajarlo.
-Será mejor que no te muevas y me dejes darte por culo. ¡Te dolerá menos!- le dijo obviando las quejas de la pobre mujer.
 
Cual convidado de piedra, me quedé mirando como la morena poco a poco conseguía su objetivo mientras Sara totalmente acojonada se dejaba hacer.
-¡No sé porque lloras! ¡Zorra!- le soltó al ver sus lagrimas- ¿No es esto lo que venías buscando?
Sacando fuerzas de su flaqueza, Sara le contestó:
-¡No! Cuando me dijiste que en Portugal me iban a follar, ¡No sabía que iba a ser por ti!
-¡Nada es perfecto!-  respondió y mientras cogía el artificial pene entre sus manos, soltó una carcajada.
Haciendo caso omiso de su chillido, posó el glande en su hoyo, tras lo cual tanteó su relajación. Al haber comprobado la misma, de un solo golpe lo introdujo por entero en el interior de sus intestinos. La brutalidad fue  tal que de Sara no pudo reprimir un alarido mientras de sus ojos afloraron  las lágrimas en señal de dolor. La forma en la que invadió su trasero no solo  le hizo gritar sino que intentó zafarse del ataque.
Doña María profundizando el sufrimiento de su hermana empezó a sacar y a meter el tremebundo aparato con rápidos movimientos de su cadera.
-¡Sigue llorando puta! ¡Me ponen bruta!- berreó mi jefa ya absorta en su función.
Apiadandome de Sara, llevé mis manos a su coño y la empecé a masturbar mientras su hermana seguía campeando libremente sobre su culo. Mi antigua torturadora  al sentir sus dos entradas forzadas, apretó sus mandíbulas intentando relajarse pero le resultó imposible porque con un sonoro azote, Doña Maria le ordenó que se moviera. Los chillidos de la rubia al sentir los ataques en su culo fueron atroces, demostración palpable del daño que estaba experimentando en su cuerpo.
 
Al cabo de unos minutos y ya con su esfínter relajado, la rubia fue  empezando a relajarse  de manera que empezó a experimentar placer cada vez que mi jefa la penetraba.
-¡Dios!- aulló al sentir los primeros síntomas del orgasmo y retorciéndose sobre las sábanas, buscó el placer pegando otro berrido.
Curiosamente, su hermana se mostró menos dura y mas cariñosa al sentir que se aproximaba el clímax de su víctima y con una breve orden me pidió que la besara. Al acercar mis labios a los de Sara, pegando gritos y con su cuerpo convulsionando, se corrió mientras Doña María seguía retozando en el interior de su culo. Al oír su orgasmo, dejó de torturarla y ya claramente excitada me pidió que me la follara.
Sin sacar el aparato del culo de la rubia, puso su culo en pompa dándome acceso. Incapaz de discernir por donde quería que me la tirase, se lo pregunté:
-¡Eres imbécil!- contestó sin aclarar nada.
Asustado por la decisión, acerqué mi pene a su coño. Al sentir que lo tenía totalmente empapado, se lo fui metiendo poco a poco mientras la morena reiniciaba el acoso sobre el culo de su hermana. Sara al sentir nuevamente hoyado su esfínter, gritó pero esta vez de placer.
No sé qué fue lo que provocó  que mi jefa se contagiara del orgasmo de su hermana, si la acción de mi miembro en el interior de su chocho o los gemidos de Sara pero lo cierto es que casí no había empezado a moverme cuando pegando un aullido se corrió como una puta y cayendo sobre la rubia, se derrumbó exhausta.
Quise seguir tirándomela pero separándome de un empujón, me soltó:
-¡Quédate quieto!.
Mas excitado de lo humanamente posible, me humillé diciendo:
-Por favor, necesito correrme.
Fue entonces cuando desatando a su hermana, me ordenó:
 
-Mastúrbate para nosotras-
 
 
Mientras Sara se incorporaba sobre la cama, intenté protestar pero al chocar contra su total intransigencia, decidí cumplir su capricho. Cogiendo mi pene entre mis manos, empecé a pajearme mientras desde el colchón esas dos putas me miraban. Increíblemente Sara había olvidado la afrenta y con su respiración agitada, se me quedó mirando. Alucinando observé que  sus pezones se erizaban aun antes de que me empezase a tocar.
Con mi mente y mi cuerpo entablando una lucha entre la humillación que sentía y la calentura que dominaba mi cuerpo, seguí masturbándome. No tuve que ser ningún genio para comprender que mi jefa estaba probando a su pariente y supe de antemano quién iba a ganar.
-Acércate- me exigió.
En cuanto me aproximé, cogió a su Sara de la melena y poniendo mi pene entre sus labios, le preguntó:
-¿Quieres mamársela?
-Sí- le contesto.
Disfrutando de su poder, la soltó un bofetón diciendo:
-Esa polla es solamente mía- y soltando una carcajada, le soltó: -Si quieres mamar, ¡Mama mi coño!
Colaborando con ella, cogí la cabeza de Sara y la puse entre sus piernas sin que me lo pidieran. ¿Por qué hice eso? Os preguntareis:
¡Claramente me apetecía ver como su hermana se comía el coño de mi jefa!
La rubia al sentirse desvalida no pudo desobedecer y separando los pliegues del sexo que tenía enfrente, sacó su lengua y se puso a dar largos lametazos sobre el clítoris de Doña María. El brillo que manaba de su coño desnudo me anticipó que estaba cachonda y por eso decidí acercar mi pene a su boca.
Fue entonces cuando mi jefa me dijo antes de meterse mi miembro en su boca:
-Acaríciame los pechos.
Esa orden emitida solo para mí pero produjo un fenómeno curioso puesto que tanto Sara como yo obedecimos cogiéndole las peras.  Sin que se lo hubiese mandado, Sara me imitó  y cogiendo uno de los pezones de la morena  entre los dedos, empezó a acariciarlo. Mi jefa al sentir las caricias de ambos pegó un gemido y ya incapaz de contenerse, se dedicó a mi miembro mientras su hermana se apoderara de su sexo.
Entusiasmado por el modo en que se iban desarrollando las cosas, me concentré en la rosada aureola de mi superiora sin darme cuenta de que como me estaba afectando su mamada y mientras Sara le incrustaba  dos dedos en el interior, la morena me ordenó:
-¡Córrete ya!, ¡Necesito mi ración de leche!
 
La explosión de mi pene coincidió con su climax y mientras se dedicaba a absorber el semen que brotaba de mi sexo, se corrió. Ya totalmente verraca, Doña Maria  buscó mi simiente mientras los dedos de su pariente seguían torturando su ansioso sexo.
Os juro que fue impresionante sentir como me dejaba seco mientras su cuerpo se retorcía de placer pero mas observar que Sara venciendo su natural reluctancia a lo que estaba siendo obligada a hacer, se masturbaba con frenesí mientras su lengua seguía dando cuenta del coño de la morena.
-¡Me corro!- berreó mi jefa olvidándose de mi verga y presionando la cabeza de la rubia contra su entrepierna.
Sus palabras fueron el acicate que necesitaba Sara para ya sin ningún tipo de resquemor follarla con sus dedos. Esa maniobra prolongó el éxtasis de mi jefa que retorciéndose sobre las sábanas. Esa visión fue mas de lo que pude aguantar y con mi pene nuevamente tieso, separé a la mujer y acercándome a mi jefa, introduje de un solo empujón mi sexo en su coño.
 
Doña María, agradecida al sentir mi polla retozando en su interior, gimió de placer mientras no dejaba de mover sus caderas. La sobre excitación que asolaba su cuerpo la llevó de un orgasmo a otro mientras yo seguía machacando su chocho con mi instrumento.
-¡Te deseo!- gritó sorprendida por la fuerza de sus sensaciones.
Sin saber todavía lo que se avecinaba, le contesté que yo también sin dejar de penetrarla. Lo que no me esperaba fue que mi jefa se abrazara a mí y llorando me preguntase si también la quería.
-¡Más que a nadie en este mundo!- respondí con sinceridad porque lo quisiera o no,  estaba prendado de ella.
La morena al oírme se volvió a correr mientras Sara convulsionaba a su lado con los dedos metidos en el interior de su coño. Ver a esas dos presas de la lujuria fue superior a mis fuerzas y derramándome con brutales sacudidas, llegué al orgasmo. Mi eyaculación fue total y vaciando mi semen en el coño de mi jefa, asolé con ello también la última de sus defensas. Ya agotada sobre el colchón, se quedó en silencio durante un minuto.
Debió estar meditando lo sucedido mirándome por primera vez  con cariño y me dijo:
-Túmbate a mi lado y abrázame.
Sintiéndose marginada, Sara protestó diciendo:
-¿Y Yo?
 Al oírla su hermana, le dijo:
-Bésame y si lo haces bien quizás te preste a mi hombre.
 
Pegando un grito de alegría, se lanzó sobre los brazos de su querida pariente.
 
 
 
 
 
 
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