







Sinopsis:
Un magnate de bolsa, cansado y asustado por los continuos ingresos de su única heredera en clínicas de desintoxicación, ve en las novedosas teorías de Jack Mcdowall, un neuropsiquiatra con un oscuro pasado como agente de la CIA, la única forma de que su hija deje las drogas. No le importa que el resto de la comunidad científica las tache de peligrosas y decide correr el riesgo. Para ello no solo lo contrata, sino que pone a su disposición el saber y la intuición de una joven química, pensando que esas dos eminencias serán capaces de tener éxito donde los demás han fracasado.
Desde el principio existen claras desavenencias entre ellos pero no amenazan el resultado porque lo quieran o nó, sus mentes se complementan…. hasta que el experimento se sale de control.
En este libro, Louise Riverside y Fernando Neira se unen para crear una atmósfera sensual donde los protagonistas tienen que lidiar con sus miedos sin saber que el destino y la ciencia les tiene reservada una sorpresa..
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
Capítulo 1
Jack McDowall se había quedado sin trabajo. Hasta que publicó su último ensayo en Journal of Psychology, todo el mundo reconocía su valía como neuro psiquiatra, pero las controvertidas propuestas que se había atrevido a enunciar en esa revista lo habían convertido en un paria, un peligroso iluminado.
«Y si supieran que dichas teorías las desarrollé en gran parte gracias a mi labor en la CIA, querrían lapidarme», se dijo pensando en la mala prensa que tenían todos aquellos que habían servido en Afganistán.
Todavía recordaba la defensa que había hecho del tema cuando el decano de la prestigiosa universidad en la que colaboraba le había comunicado que debía tomarse una excedencia.
―John, no he dicho nada que la gente no supiera― comentó al verse acorralado por la polémica: ―Solo sistematicé una serie de técnicas que se vienen utilizando desde hace años y les di una aplicación práctica en un problema que acucia a toda la sociedad.
―No me jodas, Jack. Siempre te ha gustado provocar y hasta el título de tu artículo “Violencia coercitiva y uso de sustancias en la desintoxicación de drogadictos” es una muestra de ello.
Defendiéndose, el neuro psiquiatra respondió que su ensayo que estaba dirigido a un público informado y no a la plebe.
―Exactamente por eso, ¿no te das cuenta de que lo que sostienes es el uso de drogas sustitutivas y el lavado de cerebro como medio para desenganchar a los enfermos? ¿Qué pasaría si tus técnicas las usara un desaprensivo que se cree un mesías?… ¡No tendría problemas en convertir a sus acólitos en zombis incapaces de pensar!
― ¿Acaso Seaborg o McMillan son responsables de las bombas atómicas por haber descubierto el plutonio? Los científicos tenemos que estar por encima de eso― protestó acaloradamente: ―Por supuesto que los métodos que propongo pueden ser usados en otros fines, pero no por ello dejan de ser menos válidos. Piensa en los millones de personas que dependen de las drogas en nuestra sociedad, ¡les estoy dando una salida a sus miserables vidas!
― ¡Te equivocas! Lo que realmente has hecho es sistematizar y perfeccionar una herramienta con la que se puede controlar a las masas y eso crearía una sociedad cautiva, sometida y sin libertad. ¡Una dictadura perfecta!
Que le acusaran veladamente de nazi le indignó porque no en vano había dedicado dos años de su vida a combatir los estragos que los talibanes habían provocado en la mente de los americanos que habían caído en su poder.
―No acepto una simplificación como esa. Si un presidente quiere un lavado de cerebro en masa solo tiene que coger el teléfono y llamar al dueño de Facebook.
―Esa es tu opinión, pero no la del consejo. Por eso hemos decidido que debes tomar un año sabático mientras todo se calma― sentenció su jefe dando por terminada la conversación.
«Sigo sin poder aceptar que los miembros de la élite cultural de este país sean tan estrechos de mente», murmuró preocupado porque llevaba una semana buscando otra universidad que le diera cobijo.
Y todas con la que había contactado le habían dado largas cuando no le habían rechazado directamente. Por ello esa mañana, estaba en casa intentando hacer algo para romper la monotonía en que se había instalado desde que le habían notificado su cese, cuando escuchó el sonido agudo del timbre.
«¿Quién será?», se preguntó extrañado de que alguien, rompiendo su aislamiento, estuviera llamando a su puerta.
Al abrirla, se encontró con un chofer que tras cerciorarse de quien era, señalando la limusina que conducía, le pidió educadamente que le acompañara porque su jefe quería verle.
La sorpresa no le dejó reaccionar y antes de poder recapacitar, se vio dentro del lujoso vehículo con rumbo desconocido.
«Ni siquiera le he preguntado quién le manda», murmuró para sí mientras decidía si pedirle que parara o dejar que le llevara hasta su superior. La ausencia de otras ocupaciones le hizo comprender que nada tenía que perder y por eso relajándose, disfrutó de la comodidad de su asiento mientras a través de la ventana observaba la ajetreada vida de los neoyorquinos, sabiendo que muchos de ellos necesitaban una pastilla o una dosis de cocaína para levantarse todas las mañanas.
«Si me dejaran terminar mis estudios, ¡podría salvarlos!», se lamentó sintiéndose una víctima de la hipocresía reinante entre la clase pensante de ese país.
Seguía torturándose con lo que consideraba una injusticia equivalente a la que había que había sufrido Copérnico por hablar de heliocentrismo cuando de pronto el conductor paró frente a un impresionante edificio de la Quinta Avenida.
«¡Menuda choza tiene por oficina el que vengo a ver!», sentenció mientras junto al uniformado recorría el hall de entrada.
Si el lujo de esa construcción le había dejado apantallado, más lo hizo el que el sujeto que fuera a ver tuviera un ascensor privado cuyo único destino era su despacho.
«Esto huele a servicio secreto», dijo para sí pensando que quizás algún jerarca de una oscura agencia de seguridad había sabido de sus teorías, y escamado tras su experiencia en la Agencia, pensó: «Si es así, ¡me voy! ¡No voy a trabajar más para el gobierno!».
Los veinte segundos que ese elevador tardó en llegar a la planta superior le parecieron eternos y por eso se animó cuando por fin sus puertas se abrieron. La alegría le duró poco al reconocer al tipo que se acercaba renqueando hacía él.
«¡No puede ser!», murmuró en silencio confundido porque el hecho de que quien casi lo había secuestrado fuera uno de los más famosos magnates de Wall Street, «¿Qué cojones querrá de mí Larry Gabar?».
Su cara y su nombre eran habituales en los periódicos financieros de todo el mundo, pero también en los sensacionalistas por los continuos escándalos que su hija Diana provocaba cada dos por tres. No sabiendo a qué atenerse y tras saludarlo con un apretón de mano, lo siguió hasta su despacho.
«En persona, parece más viejo», sentenció fijándose en las profundas arrugas que surcaban la cara del ricachón.
Acababa de sentarse cuando ese hombre acostumbrado a enfrentarse con tiburones de la peor especie, con el dolor reflejado en su rostro, le soltó:
―Muchas gracias por venir, necesito su ayuda.
Que un sujeto como aquel se rebajara a hablar con un profesor de universidad ya era suficientemente extraño, pero que encima casi llorando le pidiera auxilio le dejó pasmado. Desconociendo en qué podía socorrerlo, Jack espero a que continuase.
―Mis contactos me han explicado que usted está desarrollando una novedosa terapia para desenganchar a drogodependientes.
―Así es, pero todavía está en pañales.
Levantando su ceja, Larry Gabar le taladró con la mirada:
―No es eso lo que me han dicho. Según mis fuentes, solo está a expensas de que alguien financie la puesta en práctica de sus teorías y ¡ese voy a ser yo!… Siempre que acepte mis condiciones.
A pesar de que para él era vital que alguien sufragara los enormes gastos de sus estudios, supo de inmediato que el interés de ese hombre no era mero altruismo, sino que era debido por algo que estaba a punto de conocer. Por eso, controlando el tono de su voz, para no revelar su alegría, Jack le preguntó cuáles eran esos requisitos que tenía que cumplir.
―Como me imagino que sabe, tengo una hija drogadicta. Quiero que la desenganche de esa mierda y que no vuelva a recaer.
El neurólogo comprendió lo peligroso que podría resultar tratar a la hija de uno de los hombres más poderosos de todo Estados Unidos, pero también que, de tener éxito, al hacerlo se le abrirían las puertas que de otra forma permanecerían cerradas.
―No tengo problema en tratarla una vez se haya confirmado la validez de mis métodos― contestó aceptando implícitamente el hacerse cargo de su vástago.
― ¡Mi hija no puede esperar! ¡Cualquier día la encontrarán tirada en un rincón víctima de una sobredosis! ¡Debe usted empezar de inmediato!
Esa era la contestación que más temía. No en vano sus planteamientos seguían siendo eso, planteamientos que jamás habían sido puestos en práctica. Tratando de no perder esa financiación, pero también que el millonario aquel comprendiera lo novedoso de los métodos que proponía, le preguntó si sabía en qué consistía la terapia.
Para su sorpresa y sacando un dosier, se lo dio diciendo:
―Me he informado y si acepto que un antiguo interrogador de la CIA le lave el cerebro a mi pequeña, es porque lo he intentado todo. Me trae al pairo como lo consiga, solo quiero a Diana lejos de las jeringuillas.
No supo que decir. Se suponía que nadie sabía que, además de ayudar a las víctimas de los Talibanes, la compañía lo había utilizado para sonsacar los planes a esos fanáticos. Jack mismo intentaba olvidarlo porque le avergonzaba el haber usado sus conocimientos como torturador.
Que ese hombre estuviera al tanto de ese papel, lo dejó acojonado al comprender que había tenido que usar todo su poder para conseguir esa información. Tras reponerse de la sorpresa, supo que de nada serviría fingir ni minorar el riesgo que ser la cobaya con la que experimentarían por primera vez sus arriesgadas teorías, replicó:
―Es consciente que la llevaré al borde del colapso físico y psíquico para poder manipular su mente y del peligro que se corre.
Con una mueca amarga en su boca, Larry Gabar contestó:
―Lo sé y antes de verla un día más tirada como piltrafa, prefiero correr el riesgo de que muera.
Impresionado por el valor del viejo, insistió:
― ¿Sabe que para ello propongo usar unas drogas que todavía no están plenamente desarrolladas?
―Eso cree, pero no es cierto. Tras leer su artículo, puse a mi gente a indagar y descubrí que existen.
―No es posible, ¡yo lo sabría! ― el neurólogo contestó casi gritando porque, de ser cierto, podría poner en práctica sin más dilación sus teorías.
Apretando un botón, el ricachón pidió a su secretario que hiciese pasar a su otro invitado.
―Jack, le presentó a J.J., la investigadora que ha creado unos compuestos que se adecuan a sus requerimientos.
Le costó creerse que esa joven rubia fuera experta en química orgánica. Por su juventud parecía más una colegiala que una científica y tampoco ayudaba que el jersey de cuello que llevaba fuera el que usaría una militante de ultraizquierda.
―Encantado de conocerla ― aun así, se presentó como si fuera una colega.
La recién llegada masculló a duras penas un hola, tras lo cual se hundió en un sillón como si esa conversación no fuera con ella. Gabar sin duda debía conocer las limitadas habilidades sociales de la muchacha porque olvidándose de la autora, empezó a explicar sus descubrimientos leyendo un documento que tenía en sus manos.
Llevaba menos de un minuto, relatando las propiedades de las diversas sustancias cuando impresionado por lo que estaba oyendo, Jack le arrebató los papeles y se los puso a estudiar en silencio.
El ricachón obvió la mala educación del neurólogo y sabiendo que lo había deslumbrado, esperó sonriendo que terminara.
«No me lo puedo creer, ¡ha modificado la metadona añadiendo unas moléculas que nunca había visto!», exclamó mentalmente mientras repasaba una y otra vez las supuestas propiedades de ese compuesto.
Lo novedoso de ese desarrollo lo tenía alucinado porque saliéndose de la línea que se estudiaba en todo el mundo, esa niña había planteado una nueva vía que se ajustaba plenamente a sus requerimientos.
― ¿Quién es usted? ― le espetó al no entender que jamás hubiese oído hablar de ella, de ser cierto todo aquello, esa pazguata era el químico más brillante que jamás conocería.
―Jota .
― ¿Tendrá apellido? ― molesto Jack preguntó.
―Jota ― sin levantar su mirada replicó ésta con un marcado acento español.
Interviniendo, el ricachón explicó al neurólogo que, en el acuerdo que había llegado con ella, estaba mantener su identidad oculta porque quería seguir viviendo anónimamente una vez acabara su colaboración.
Jack estaba a punto de protestar cuando de improviso escuchó a la cría alzar la voz:
―Como comprenderá, de saberse, los cárteles de la droga llamarían a mi puerta porque mis compuestos se podrían fabricar a una ínfima parte de los que ellos distribuyen. Solo he accedido a desarrollar lo que usted necesitaba porque me interesa que tenga éxito y consiga sacar de las drogas a la gente.
― ¿Me está diciendo que los ha hecho exprofeso para mi investigación? ¡Eso es imposible! De ser verdad, ¡solo ha tenido un mes para conseguirlo!
Levantado su mirada por unos momentos, contestó:
―Tardé quince días. La verdad es que me resultó fácil porque, con su artículo, usted mismo me fue guiando.
El cerebro que debía poseer esa criatura para llevarlo a cabo hizo crecer en una desconfianza creciente porque nunca había escuchado algo igual. Por ello y dirigiéndose al magnate, preguntó:
―Usted se creé esta mascarada. Me parece una estafa. Es técnicamente imposible.
Riendo a carcajadas, Gabar le respondió:
―Jota lleva trabajando para mí desde los dieciséis años y si ella dice que sus compuestos cumplen las condiciones que usted planteaba, le puedo asegurar que es así. Confío en ella y usted deberá hacerlo porque, si acepta mi oferta, trabajarán juntos.
Que esa veinteañera fuera un genio que llevaba en su nómina desde niña le intimidó, pero también le hizo comprender que, junto a ella, su proyecto avanzaría a pasos agigantados y venciendo sus reticencias, se puso a negociar con el magnate las condiciones en las que se llevaría a cabo ese experimento.
Contra todo pronóstico, Larry Gabar no discutió apenas los términos y en lo único que se impuso fue en que quería que la desintoxicación de su hija tuviera lugar en una de sus instalaciones.
Al explicarle que estaba alejada más de cincuenta kilómetros del pueblo más cercano y que Diana no la conocía, Jack aceptó porque era necesario aislar al sujeto de todo lo que le resultara familiar, así como de cualquier estímulo que le hiciera recaer.
Lo que no le gustó tanto fue que, al cerrar el acuerdo, la tal Jota preguntara al magnate si era seguro que se quedarán ellas dos solas ¡con un torturador!…
Capítulo 2
Larry Gabar tenía previsto que aceptara el encargo y por eso, cuando Jack estampó su firma en el contrato que le uniría al magnate, apenas le dejó tiempo para ir a casa a preparar su maleta. Para su sorpresa, la finca donde pasarían los siguientes tres meses ya estaba completamente equipada para la labor.
―Diana llegará en tres días. Para entonces espero que todo esté listo para comenzar su desintoxicación― informó al neurólogo: ―Por lo que, si encuentra algo a faltar, dígamelo y se lo haré llegar.
―Una pregunta, ¿su hija está de acuerdo con internarse?
― ¿Acaso importa? ― replicó el padre.
―Lo digo por mero formalismo legal porque desde el punto de vista del tratamiento, da igual.
El sesentón respiró aliviado al escuchar que no hacía en principio falta el consentimiento de la paciente, pero sacando un papel, se lo entregó a Jack diciendo:
―Diana fue incapacitada por un juez y como su tutor soy yo el que lo autoriza.
Jack ni siquiera leyó el documento porque sabía que en caso de un percance de nada serviría tenerlo al tenerse que enfrentar con los mejores abogados del país. Aun así, se lo guardó. Tras despedirse del ricachón, se percató que Jota le seguía y girándose hacia ella, le preguntó si le iba a acompañar al avión.
La rubia contestó:
―Considero necesario estar desde el principio porque además de crear las sustancias que usted vaya necesitando, mi otra función será informar a nuestro jefe de los avances que vayamos teniendo.
A Jack le gustó que reconociera sin tapujos que era una infiltrada del magnate porque así sabría a qué atenerse. Quizás por ello, en plan gentil, le cedió el paso mientras salían del despacho, sin saber que al hacerlo la muchacha malentendería ese gesto y cabreada le exigiría que fuera esa la última vez que se comportara como un cerdo machista.
―Mira niña, antes me acusaste de torturador y me quedé callado. Pero el colmo es que ahora me insultes tildándome de sexismo sin conocerme. Intenté ser educado, pero ya que lo prefieres así: ¡mueve tu puto culo que tenemos prisa!
Nadie la había tratado jamás con tanta falta de consideración y como no estaba acostumbrada a ese trato, anotó esa afrenta para hacerle saber lo que pensaba en un futuro, pero no dijo nada.
«Si cree que me puede tratar así, va jodido», sentenció sin dirigirle la palabra.
Jack deploró el haberse dejado llevar por su carácter, pero tampoco hizo ningún intento por disculparse.
«Menudo infierno va a ser tener que vivir con esta imbécil. Sería darle la razón, pero lo que me pide el cuerpo es ponerla en mis rodillas y darle una tunda para que aprenda a tener más respeto», pensó fuera de sí…
Una hora después el avión personal de Gabar estaba despegando del aeropuerto de LaGuardia con el neurólogo y la joven química en su interior. La falta de sintonía entre los dos quedó de manifiesto al sentarse cada uno en una punta para así no tener que hablar siquiera entre ellos. Es más, por si le quedaba alguna duda, Jota sacó de su bolso dos libros y se los puso a leer, dándole a entender que no deseaba entablar ningún tipo de comunicación.
Jack reconoció por sus tapas que eran libros de psicoanálisis y eso le dejó perplejo porque lo especializado de su temario hacía que solo alguien versado en la materia pudiera entenderlo.
Tratando de devolver veladamente sus insultos, desde su asiento ofreció a la rubia su ayuda diciendo:
―Si necesitas que te aclare algún concepto, solo tienes que pedirlo.
Levantando su mirada y por un momento, la cría le pareció humana, pero fue un espejismo porque al momento, luciendo una sonrisa de superioridad, esa bruja contestó:
―No creo que me haga falta, solo estoy repasando conceptos que tengo un poco oxidados. Piense que ya hace cuatro años que me doctoré en psiquiatría y desde entonces apenas he tocado estos temas.
No sabiendo que le jodía más, si que ese cerebrito fuese doctora en su misma rama o que lo hubiese dejado caer sin darle importancia, Jack replicó molesto que, ya que sabía del tema, quería escuchar su opinión sobre el método que él proponía para desenganchar de las drogas a los pacientes.
Sin separar los ojos del libro, Jota respondió:
―Es un enfoque que en un principio me escandalizó, pero tras meditarlo, comprendí que podía ser acertado el planteamiento. Hasta ahora todos los psiquiatras han tratado a los drogodependientes por medio de la persuasión, pero usted propone algo más. Mientras ellos se conformaban con se alejen de las drogas, usted desea que piensen y se sientan libres de ellas, aunque para ello tenga que usar la coerción para moldear los flujos de información de sus cerebros.
Al oír sus palabras, esa criatura lo había descolocado porque había sintetizado en apenas treinta segundos su teoría. Por ello, menos molesto, le preguntó qué pasos creía que iba a seguir para conseguirlo.
―Nuevamente, me toma por novata― respondió Jota: ―cualquier estudiante de primero puede responder a esa pregunta: Lo primero que va a hacerle es una revisión física completa mientras sigue confusa por hallarse en un ambiente hostil. Me imagino que además de los análisis normales, le hará unos escáneres para comprobar el daño que las drogas han hecho en su cerebro.
―Así es― confirmó el neurólogo: ― por mi experiencia si sabemos que el estado de sus lóbulos y cómo funcionan, nos resultará más sencillo detectar las debilidades que vamos a usar para manipular su mente.
― ¿Qué espera encontrar en Diana?
―Deterioros en su capacidad cognitiva, memoria dañada, falta de autocontrol… nada que no haya visto antes― contestó.
Confirmando a su interlocutor que conocía a su futura paciente, Jota insistió:
―Diana no es la típica drogata. Además de ser una mujer bellísima, de tonta no tiene un pelo. Se ha llevado a la cama a todos y cada uno de los terapeutas que su viejo ha puesto en su camino.
―No dice nada en su historial― cabreado señaló Jack mientras revisaba su expediente ― ¿Cómo nadie me ha avisado de algo así? ¡Es importantísimo!
―Me imagino porque esos papeles han sido escritos por los mismos que sedujo y nadie es tan honesto de dejar al descubierto sus pecados.
―Sabrás lo importante que es el sexo en el sistema de recompensas cerebrales. El placer puede ser la herramienta con la que hacerla cambiar. Las dosis de dopamina que se producen en cada orgasmo las podemos aprovechar para desmoronar su adicción a otras sustancias.
― ¿Está hablando de hacerla adicta al sexo? ¿Eso sería cambiar una adicción por otras?
―En un principio puede ser, pero cuando ya esté recuperada de las sintéticas será más fácil tratarla y no existen casi contraindicaciones. ¡A todos nos viene bien echar un polvo!
Jota estuvo a punto de protestar porque siempre había tenido dudas sobre los efectos beneficiosos del sexo más allá de los meramente físicos. Además, ella nunca se había visto atraída por otra persona, con independencia de su sexo, pero considerando que su vida personal no tenía nada que ver en el tratamiento, se lo quedó guardado.
«No me interesa que este capullo sepa que soy virgen y menos que nunca he sentido un impulso sexual. Como el manipulador que es, lo usaría en mi contra», decidió en el interior de su mente.
Asumiendo que era una anomalía, no por ello podía negar que la lujuria era común a la mayoría de los humanos. Y dando la razón en principio al neurólogo, aceptó desarrollar un compuesto que incrementara el deseo físico y la profundidad de los orgasmos.
―Por lo que deduzco, quiere una especie de “Viagra femenino” con los efectos que supuestamente produce el “Éxtasis”, mayor sensibilidad táctil, disminución de ansiedad e incremento del deseo.
―Sí y no me vale con un coctel de serotonina. Necesito que pienses en algo que incremente exponencialmente el placer. Tienes cuatro días para diseñarlo y producirlo, quiero usarlo en nuestra paciente en mitad de su síndrome de abstinencia para que psicológicamente su impacto sea mayor.
―Lo que me manda es complicado por falta de tiempo, pero intentaré que al menos ese día tenga algo con lo que trabajar, aunque luego perfeccione la fórmula― respondió la rubia mientras sacaba su portátil y se ponía a trabajar.
Mirandola de reojo, Jack observó cómo se concentraba en la misión mientras se preguntaba cuántos químicos que conocía hubiesen aceptado ese imposible.
«Ninguno», sentenció, «todos me hubiesen mandado a la mierda y llamándome loco, ni siquiera lo hubiesen intentado» …
-Cariño- contesté – es increíble que no te hayas dado cuenta de que eres también una reina cuando te bajas de allí. Cualquier hombre se desviviría por cuidarte, si te conociera.
Hola, no sé si alguien llegara a leer este cuaderno, la situación es bastante critica y va empeorando
cada día pues me estoy quedando sin comida, tendré que salir a buscar provisiones y enfrentarme a “ellos” de nuevo, el problema es que me siento más débil que antes, el tiempo no pasa en balde y ya soy dos años más viejo que cuando empezó todo, la última vez que me aventure fuera de mi casa fue hace tres meses.
Pero que os voy a contar, si habéis sobrevivido es que ya sabéis todo lo que debíais saber acerca de la devastación actual, sabéis lo del virus “VR” que volvió rabiosa a gran parte de la población mundial, todos sabéis ya que lo desarrollaron los americanos.
Al igual que sabéis lo del atentado nuclear de los islamistas, que hicieron volar la ciudad de nueva york con un artefacto cedido por Irán, también sabéis que la semana siguiente a aquel atentado y ante las amenazas yanquis, los iraníes se cabrearon y lanzaron un misil de cabezas múltiples sobre territorio estadounidense, las ocho cabezas que transportaba detonaron sobre poblados núcleos urbanos de la costa este de aquel país, pero aquellas cabezas no llevaban carga nuclear, eran “bombas sucias” liberaron una considerable cantidad de radiación contaminante y altamente radioactiva sobre los núcleos urbanos, matando lentamente a varios millones de personas y animales, además de saturar de radiaciones letales tanto los edificios como el terreno que dichas ciudades ocupaban, el viento arrastro aquella radiación durante millas y millas, también fueron culpables los supervivientes que escapando en sus vehículos contaminados, evacuaron las ciudades y se diseminaron por el país, contribuyendo a contaminar los campos y los cultivos por donde pasaban, así como los animales de granja de los buena parte de aquella zona del pais se alimentaba.
Los americanos decidieron entonces joder a quien les jodía y liberaron aquel virus en Irán, así como en los de la zonas próximas que poseían núcleos mas radicales del islamismo exacerbado, la operación ”VR” (Venganza Rabiosa) fue liberada treinta días después por los satanes americanos, varias bombas de tipo aerosol fueron lanzadas por los infieles sobre objetivos en África, Asia y sobre buena parte de Oriente medio, entretanto los especialistas de la CIA contaminaron 52 depósitos de agua en otras tantas ciudades y pueblos hostiles, al mismo tiempo y con dicho virus.
Naturalmente en poco tiempo escuchamos por la radio noticias alarmantes de aquellas zonas, mas tarde vimos escenas sobrecogedoras en la televisión, diez días después nuestro país tuvo sus primeros casos de rabia humana y algunos supimos que el fin estaba cerca.
El Virus VR.
¿Qué hace el VR? Os lo explicare como si vinieseis de Marte y no supierais nada de lo ocurrido ¿vale? Pos fale ahí va, ¿habéis visto esas pelis de zombis de toda la vida? Pues es parecido solo que los afectados no están muertos, están vivos y locos de rabia, solo viven para morder y comerse todo lo que pillan, dado que se huelen unos a otros no se suelen atacar entre sí salvo cuando están realmente hambrientos, buscan y muerden a los “normales” propagando así su infección y pasan de una víctima a la siguiente, sus mordiscos propagan unas bacterias que transforman a cualquier persona normal en uno de ellos en 24 horas, al principio solo devoraban a estas victimas si tenían mucha hambre, ahora y dado que siempre tienen hambre es su modus operandi habitual, el virus solo se contagia de esa manera, si no hay contacto físico por un corte o herida con su saliva o sangre estas a salvo, a no ser que alguno de sus fluidos se meta en tu boca, pues algunos hasta escupen como supe cuando a un vecino mío que estaba mofándose de ellos a través de la verja de su casa le escupieron varios, algún lapo le entro en la boca y al día siguiente él era uno más del grupo de los infectados.
Las similitudes con una peli de zombis acaban ahí, estos no se levantan al morir, se quedan muertos y sirven de buffet libre a los que pasan cerca de ellos, su cerebro sigue activo aunque son muy tontos ya que solo piensan en comer y buscar presas (se orinan y defecan encima) digamos que entre cinco reunirían la mitad del cerebro de un tonto del culo, pero no os engañéis pues si os ven intentaran agarraros y morderos, pues recuerdan algunas cosas como lo que es correr, también saltan si es necesario así como trepar por las vallas y usar palos, piedras o herramientas para romper cristales o puertas, había que tener cuidado con los policías o soldados armados que se transformaban, algunos usaron sus armas aunque dado su estado acertaban una vez de cada cinco y al acabarse la munición te tiraban el arma a la cara, como francotirador que soy mi misión preferente era eliminar a estos individuos antes que a ningún otro.
Su cerebro se deteriora con el tiempo pero muy lentamente, si entran en una casa saben lo que es una nevera y como abrirla para devorar su contenido, pero las latas se les resisten y son incapaces de abrirlas (para ellos es como el algebra, saben que existe pero no para que se usa) generalmente las revientan a base me morder los envases metálicos para comerse su contenido, recuerdan para que son los grifos y los abren para beber pero no los cierran al acabar, con lo que el problema del agua potable es como comprenderéis tremendo.
Sus cuerpos se debilitan por falta de comida y al cabo de un tiempo mueren, siendo rápidamente canibalizados por los demás, últimamente ya no se encuentra mucha comida y los he visto hacer de todo, si no hay “normales” u otros afectados a los que morder y comer se comen la hierba, vi a uno podar un árbol a bocados pues comenzó mordisqueando la corteza del tronco y siguió masticando hasta que se le cayó el árbol encima apastándolo, también he visto a varios comerse un coche desde los asientos a las ruedas, un día me partía de risa cuando un grupo de ellos entro en la gasolinera y se zamparon todo lo que encontraron, incluidas las latas y botellas de plástico con anticongelante y aceites diversos, pues salir de aquel suelo resbaladizo fue una ardua tarea para ellos.
Pero perdonad mi torpeza pues no me he presentado, me llamo Antonio pero mis amigos cuando vivían me llamaban Toni, era buena persona y trabajaba de Policía, en realidad mi puesto era francotirador de los GEOS, ahora soy un cabronazo con suerte, maña y buena puntería, como atestiguan los casi 300 esqueletos que tengo a cien metros de mi “domicilio” en este antiguo cuartelillo de la guardia civil, es parecido a un torreón y está en un pueblo no muy lejos de donde vivía, cuando todo se descontroló salí de mi ciudad sabiendo que aquella antigua torre que ya conocía de antes, me serviría como un buen punto de defensa contra los infectados, cargue mi coche con todo lo que pude de municiones comida, bebida etc. Prácticamente huyendo me fui de allí aquella madrugada para salvar mi vida.
Al llegar a la torre aquella mañana saque mi pistola Glock de la sobaquera, le pegue un tiro al agente Peláez entre los ojos cuando este salió corriendo del cuartelillo hacia mí, gritando con la camisa y la cara rebozada de sangre seca y dispuesto a que yo fuera su desayuno, en el patio no había ningún vehículo así que deduje que alguna patrulla no había vuelto, dentro de la torre estaban los restos del menú del día anterior compuesto por el sargento Bravo y los guardias Pérez y Macias, como rezaban las tirillas de tela en sus chaquetas de uniforme, tanto el sargento como el primero de ellos habían sido mordidos y medio devorados por todo el cuerpo, Macias era una mujer joven y descubrí horrorizado que el cabrón de Peláez la había literalmente comido el coño hasta la pelvis donde contrastando con la sangre de alrededor blanqueaba el hueso.
El tiro había alertado a toda la población de afectados del lugar y estos comenzaban a llegar a la torre, metí mi todo terreno cargado hasta los topes en el recinto amurallado y cerré el portalón de doble hoja de recias maderas, retrocediendo seguidamente con el vehículo y apoyando su trasera contra las grandes y pesadas puertas para asegurarme de que no se abriesen a pesar de los empujones de los de fuera, recorrí toda la muralla viendo como la población entera se hacinaba contra las murallas de piedra de algo más de tres metros que rodeaban el torreón.
Pase por mi coche y recogí mi rifle Remington de mira telescópica y algo de munición, seguidamente subí a lo más alto del torreón y me hice cargo de la situación, casi 200 personas venían por tres lados gritando y rugiendo hacia mí, dispare 20 tiros y volé otras tantas cabezas, mis objetivos no estaban junto a las murallas sino más lejos, no quería que sus cuerpos sirviesen de rampas para que los demás trepasen dicha muralla exterior y entrasen en el torreón, el ímpetu de los atacantes se desmoronó a los pocos minutos y regresaron al pueblo, donde aun debían quedar algunos “sanos” menos belicosos, algunos de los que se retiraban se pararon junto a los que había liquidado a tomar un tentempié.
Aproveche aquella pausa para recorrer el torreón y hacer un inventario de lo que había en el lugar, habitaciones, literas, armeros etc. Descubrí un cetme viejo del 7´62 y casi 200 proyectiles para él, el resto eran tres cetmes modernos del 5´56 y casi 1000 proyectiles en un cajón, cuatro pistolas y un revolver con abundante munición para ellas, en el almacén de decomisos encontré varias escopetas de caza y algunos cartuchos, también había decomisado dos rifles de caza mayor con munición y algún silenciador, en la entreplanta estaba el almacén de comida, ristras de embutidos y un jamón entero junto con latas y mas latas de fabada y cocido barato, unas 50 latas de atún, anchoas y algo más lejos vi sacos de arroz, lentejas y una caja llena de paquetes de espaguetis, en un rincón había una caja de latas de comida para gatos.
En el piso bajo vi el grupo electrógeno y varios barriles de combustible, además yo había visto la gasolinera a la entrada del pueblo según venia, bajé al sótano y encontré las celdas eran tres y todas estaban ocupadas.
Un viejo, un gañan de unos 30 años y una tía de unas 20 eran los huéspedes de las celdas, los tres estaban infectados y al verme se abalanzaron contra los barrotes para cogerme y morder lo que pudieran, saque mi pistola Glock del 9 parabellum y de un tiro le saque la dentadura postiza por la nuca al viejo, el gañan descubrió tras mi siguiente disparo que si se te junta el puente de la nariz por la coronilla te mueres, me quede apuntando a la chica pero no me decidí a matarla, aquellos ojos fieros y el ovalo de su cara me recordaban a mi ex, ella tenía en la camisa manchas de sangre y pensé que sería la que mordió a Peláez, decidí que esta no merecía un final tan rápido.
Subí a la planta principal donde tras registrar los cuerpos de los tres guardias muertos quitándoles documentos y armas los saque al patio, pase por mi coche y recogí mi porra eléctrica que era una de las cosas que si que funcionaban para atontar a los afectados, como descubrimos en la ciudad cuando nos atacaban en masa y las porras normales solo les hacían cosquillas, baje a las celdas y le di una buena sacudida a la chica, cuando cayó al suelo inconsciente abrí las otras celdas, encontré en el suelo de la del gañan al gato del cuartel muerto y prácticamente devorado, lo eche fuera de la celda y saque los cuerpos del viejo y del gañan al patio, comprobé desde la muralla que no había nadie cerca del torreón, pero se escuchaba algo de barullo en el pueblo a unos 500 metros, rápidamente le di un entierro digno al gato tirándolo bien lejos fuera de la muralla, bajé y aparte el coche abriendo una de las grandes y pesadas puertas, seguidamente cogí el cuerpo del sargento y cargándomelo a cuestas lo lleve cerca del de Peláez, allí lo deje caer y recogí el arma y la munición de este volviendo rápidamente al torreón, repetí mis viajes sacando a todos los difuntos del lugar pues no quería correr el riesgo de infectarme ni pretendía oler a cadáver el resto de mi vida.
Volví a pegar mi coche al portalón poniéndole un calzo bajo las ruedas como precaucion adicional, enseguida me dedique a descargar mis cosas y almacenarlas debidamente, tenia mas munición para el rifle y la pistola así mi botiquín con ¿condones…? Bastantes antigripales, pastillas y fármacos diversos, así como bastante comida más o menos fresca, huevos y frutas, también tenia raciones del ejercito y paquetes de comida china deshidratada de esa que solo has de calentarla y añadirle agua, al no tener fecha de caducidad decidí dejarlas al fondo para ser las ultimas raciones en comer.
Recogiendo todo aquel desorden y fregando el lugar limpiándolo de sangre y restos me dieron la hora de comer, me lave a conciencia y cambie de ropa, comí con avidez pues el ejercicio me había abierto el apetito, al terminar decidí ver como estaba mi amiga la de la celda y llevarla los restos de mi comida en un plato de plástico, cogí también el botiquín de emergencia y bajé cuando me vio salto hacia mi furiosa dándose contra los barrotes.
La di otra generosa ración de corriente con la porra eléctrica por cuenta de la casa y cuando cayó al suelo entre en su celda, había quedado bien dormida y procedí a dejarla el plato dentro, mire su cuerpo inspeccionándola sin delicadezas hasta que encontré el lugar donde la habían mordido, era en la pantorrilla y por el radio y el tamaño de la herida había debido de ser un niño el causante, por si se despertaba la sujete con unas esposas las muñecas entre los barrotes de la celda, mis ojos la recorrieron de arriba abajo deleitándome en cada curva de su cuerpo, llevaba algún tiempo sin pareja y la naturaleza… se me irguió, estaba buena la condenada si pasamos por alto el tono pálido de su piel y su propensión a morder, descarte la idea de tener nada con ella al recordar que el virus se transmitía por sangre o fluidos, me senté a su lado y seguidamente procedí a limpiar y desinfectar su herida para posteriormente inyectarla un antibiótico, pues no necesitaba para nada a una huésped con una herida gangrenándosele en mi celda, hasta no encontrar a nadie vivo este era el único chochete de reserva disponible y… me recordaba tanto a mi puta ex.
¿Continuara…?
Bueno lectores, este relato es consecuencia de haber leído los libros de Manuel Loureiro (recomiendo su lectura) titulados “Apocalipsis Z” y “Los días oscuros.” No seáis gorrones (como yo) y compradlos en una librería, mi agradecimiento también a anonimus3 que con su relato:” Uno de… ¿ zombies?” me ha despertado la imaginación para perpetrar este relato.
Como habréis imaginado, el Toni tontea con la idea de tirarse a alguien… ¿comol…? No es zoofilia pues es un ser humano, no es necrofilia pues está viva, creo que lo podemos poner en: no consentido, pero repito la pregunta ¿comol…? Sabiendo lo de los fluidos y la sangre, no digamos si te escupe en la boca y además con un hándicap, que a Toni le encanta hacer y sobre todo recibir sexo oral.
EL VIRUS VR (2)
Aquella noche cerré la puerta del torreón a cal y canto como vulgarmente se dice, dos vueltas de llave y una mesa apoyada contra la puerta con unas cuantas latas vacías encima, para que si alguien empujase dicha puerta se cayeran y el escándalo producido me despertase, dormí bien y me desperté tarde pues el sol ya estaba alto y los pájaros cantaban alegremente, relajado me puse a pensar en qué bien se lo debían estar pasando los pajarillos viendo como los humanos nos autodestruíamos, ellos en caso de apuro solo echaban a volar y se posaban 200 metros mas allá a salvo sobre un árbol.
Desayuné y me fije en las cámaras de circuito cerrado que el torreón tenía en sus muros, el día anterior no las había visto sin duda por tener tantas cosas nuevas a mi alrededor, inspeccione el lugar y descubrí el monitor que las controlaba en el antiguo cuarto de guardia al lado de la cocina, tras un par de intentos conseguí que funcionaran debidamente, ahora podía controlar los alrededores sin exponerme, durante mi búsqueda entre en un pequeño cobertizo que había en la parte este del torreón, encontré útiles de jardinería y semillas, también había dos taquillas sin llave donde encontré dos pares de guantes de boxeo y varias raquetas, dos balones de futbol y tres pelotas de tenis, así como un collar y una correa de cuero para algún perro que habían tenido, se veía que hacía tiempo que no se usaban.
Baje a ver qué hacia mi amiga la del calabozo, de pasada mire en el cuaderno que había en el pequeño cuarto al lado de las celdas y vi la fecha de hacía dos días, allí estaban los nombres del viejo y del gañan muertos, además de un nombre de mujer: Cecilia Borrás de Palo Alto, caramba por el nombre tenía pinta de hija de papa, recordé su ropa y pensé que no parecía la de una campesina, entré y la mire mientras ella me hacia su numerito habitual, lanzándose contra los barrotes y sacando los brazos estirados engarfiando las uñas e intentando cogerme mientras gruñía, la enseñe la porra eléctrica y se echo hacia atrás mientras gruñía sin dejar de mirarla, después de dos sacudidas había aprendido a reconocer y temer aquel objeto, entonces di un paso hacia ella mientras decía:
– Buenos días Ceci, ¿has dormido bien?
Ella me miro inclinando un poco la cabeza y prestándome más atención, ¡había reconocido su nombre! pero la calma no duró mucho pues empezó de nuevo a gruñirme, puse cara de cabreo y la enseñe de nuevo la porra diciéndola:
– Vamos a llevarnos bien ¿vale? Si eres buena comerás, en caso contrario no ¿me entiendes Ceci?
Ella no decía nada y yo aproveche para fijarme en su aspecto y su ropa, era rubia y con el pelo muy largo, unos ojazos de gata de color verde, con la parte blanca surcada de venitas muy rojas me observaban fijamente con furia, bajo ellos una nariz fina y recta de tipo romano, ya sabéis de esas que parecen señalarte de forma agresiva, su boca de labios llenitos tenía esa curvita en el labio superior muy acentuada, ya sabéis era de esas que parecen pedir besos con solo mirarte y te incitan a meter algo en ella, como la lengua ó…algo mas, su camisa abultaba bastante a la altura del pecho y sus grandes pechos se medio distinguían bajo la tela de su escote, lucía un canalillo profundo que en otras circunstancias me produciría un deseo intenso, se apreciaba poco de su cintura pero destacaban mas sus caderas algo más anchas y rotundas, bajo su falda larga se distinguía un trozo de unas piernas firmes y bien torneadas, tenía un par de anillos en los dedos y parecían de los caros, la ropa tampoco era de saldo y aunque rota y manchada la camisa y falda larga eran de marca, mirándola bien en ese momento me di cuenta de que se había hecho de todo encima, tanto el vientre como el culo tenían una gran mancha que pegaba la tela a su cuerpo, por las piernas la bajaba un hilillo húmedo de heces y orina que olía bastante, deje la porra y enganche una manguera a un grifo que había cerca para lavar las celdas, la metí un buen manguerazo lavándola a fondo mientras ella se acurrucaba al fondo de la celda mezclando gemidos, gritos y rugidos a medio camino entre el temor y la furia, despuer la tire una toalla y me fui del calabozo.
Salí al patio a hacer una ronda por mis “dominios” recorrí la muralla y observé, vi los cuerpos de los que mate ayer además de los de los guardias y detenidos que saque del torreón, todos ellos ya eran solo montones de huesos y jirones de ropa, los del pueblo habían tenido cena abundante y gratis esta noche, esperaba que no lo tomasen como una costumbre y se auto invitasen a cenar hoy, estaba ensimismado en mis tonterías cuando recordé lo que había pasado en los calabozos, me llame idiota hasta en suajili pues había desperdiciado un montón de valiosos litros de agua en duchar a la cagona de la Ceci, volví a revisar el torreón y sus alrededores con mis prismáticos hasta descubrir el pozo y su pequeña bomba de agua que proporcionaba el suministro de esta al torreón, estaba a 100 metros de la pared sur de la muralla, si los del pueblo me cortaban la corriente ó esta simplemente se agotaba por cualquier causa, me quedaría seco y podía morir de sed.
Claro que podía llenar botellas y bidones de agua, pero cuando me disponía a hacerlo recordé que en la gasolinera cercana, vendían bidones de 35 litros de agua de manantial, de esos de plástico que venían precintados y por tanto durarían mas en condiciones de uso, que cualquier cacharro que yo pudiera rellenar de forma individual, además tenía que repostar el coche y llenar al menos un par de bidones de combustible para el generador o me quedaría sin luz cualquier día, ¿Por qué esperar? Miré cuanto combustible quedaba y baje dos bidones vacios al coche, así como uno de los cetmes cargado y me puse unas trinchas, con una cantimplora y cuatro cargadores de 30 balas además de mi pistola con dos cargadores de reserva, baje a la celda y sin mediar palabra aplique la porra eléctrica a una de las manos que Ceci saco rabiosamente para cogerme al verme entrar, ella cayó hacia atrás y yo abrí la celda para darla otra corriente en el pecho, aquello la mandó al mundo de los sueños instantáneamente, sin dudarlo la desnude totalmente y tire su ropa fuera de la celda, Salí de allí y mientras cerraba la puerta mire y admire su bonito cuerpo desnudo, mis acciones tenían un motivo, siempre es más fácil lavar un cuerpo desnudo que rodeado de ropa sucia y llena de mierda, se ahorra más agua y si hacia frio la tiraría una manta para que se resguardase y calentase un poco.
Monte en mi coche y salí de allí cerrando bien la puerta desde fuera, tenía claro lo que quería hacer, pues la carretera hacia una forma de U rodeando el pueblo, yo conocía un camino de mis tiempos de excursionista que cerraba aquella U y me permitiría rodear el pueblo totalmente, conduje hacia el sur en lugar de ir hacia la gasolinera que estaba al norte, me encontraba de vez en cuando con algún coche tirado en los arcenes, cuando calcule que estaba lo bastante lejos tanto del torreón como de la gasolinera me pare y con precaución pistola en mano me acerque a un coche que estaba vacío en el arcén, revise su carga y le cogí una mochila con provisiones y alguna herramienta, en el maletero tenía una botella de camping gas que también requisé, las llaves estaban puestas y al girarlas me di cuenta de que el coche tenia batería pero estaba sin gasolina, tome una rama de un metro de larga y la encajé de un empujón entre el techo del vehículo y el volante haciendo que sonara el claxon, volví a mi coche y seguí mi camino rodeando el pueblo hasta la gasolinera, a mi espalda el claxon sonaba haciendo de imán a los infectados pues estos siempre acudían a los ruidos fuertes.
Detuve el todo terreno al llegar a la gasolinera unos 5 Km después, salí del vehículo con el cetme firmemente empuñado, recorrí todo el edificio y su sótano buscando a alguien sano o infectado, pero aquello estaba vacio así que busque el cuadro eléctrico, me daba prisa pues sabía que me podía encontrar en cualquier momento con uno de ellos de camino al sonido de claxon que aun se escuchaba aunque en dirección opuesta al centro del pueblo, localice el cuadro eléctrico y activé los surtidores, sin perder tiempo volví al coche y mientras se llenaba el depósito saque los bidones para rellenarlos de fuel, en ese momento dejo de oírse el sonido del claxon.
El depósito se llenó y puse la manguera en el primer bidón, fui rápidamente a la gasolinera a por los bidones de plástico transparente con agua de manantial, pues sabía que un hombre andando recorre 15 Km a la hora, yo estaba a 5 del vehículo que con su fuerte sonido había atraído a todos los afectados del pueblo, seguramente le habían dado un montón de golpes al coche y finalmente la rama simplemente se cayó dejando de accionar el claxon, ahora todos los que el ruido había atraído se estarían dispersando, tenía como máximo 20 minutos hasta que alguno llegara hasta aquí simplemente andando por la carretera, debía darme prisa.
Cargue dos bidones de agua en el asiento trasero, cambie la manguera al segundo bidón de fuel y volví a por mas agua, repetí la operación volviendo cargado al coche y sacando la manguera del segundo bidón ya lleno del preciado combustible, volví al edificio de la gasolinera y desconecte la corriente para evitar accidentes u otros percances, llene dos bolsas con lo que encontré de refrescos, zumos y golosinas que encontré por el suelo y los estantes, pues aunque los infectados habían estado allí debieron ser pocos los que entraron, pues se dejaron bastantes cosas tiradas pero aun útiles, junto a la caja habían unas revistas guarrillas, pasatiempos y pilas de varios tamaños me lleve un poco de cada cosa, pues pensé que estando tan solo me vendría bien un desahogo de vez en cuando, salí del edificio y baje la persiana metálica aunque sin asegurarla pues no encontré la llave, pero pensé que disuadiría a los afectados a entrar por simple costumbre, además pensé que la siguiente vez que volviera si veía que estaba abierta entraría dispuesto a pegar tiros.
Me metí en el todo terreno y volví al torreón, llevaba dos bidones con más de 100 litros de fuel, el depósito del coche lleno y cuatro bidones de agua de 35 L. con 140 litros en total, además de una carga mixta de zumos, refrescos, chuches y pastelillos además de varias revistas guarrillas y alguna de pasatiempos, además de la mochila cargada de cosas que rapiñé del otro coche y una bombona de camping gas, buena cosecha había realizado en una mañana de trabajo.
Rodee el pueblo según mi plan, por el lado contrario al coche que había usado de cebo, complete el circulo de vuelta al torreón sin ver un alma ni infectada ni sana, metí el coche y di una vuelta inspeccionándolo todo el recinto, descargue el vehículo y metí cada cosa en su sitio ó despensa, después volví a dejar el coche contra el portón de entrada pero esta vez de morro a la puerta por si en algún momento había que salir zumbando.
Vinieron a mediodía, debían de tener hambre y el instinto o el olor de las chuletas que me estaba haciendo antes de que la carne se estropease los debieron atraer al salir el humo por la chimenea, los vi por las cámaras y tome mi Remington con mira telescópica y tres cargadores de 5 balas, subiendo de inmediato a la azotea almenada del torreón.
Eran cerca de 20 venían muy dispersos igual que ayer por tres lados y muy despacio, encaré mi rifle me puse a observarlos por el visor de 8x, estaban los más cercanos a 100 metros y yo les veía hasta los pelos de la nariz, no solo podía volarles la cabeza sino que podía escoger en que parte de ella darles, mi primer disparo tardo unos segundos y el afortunado fue un tío de unos 25 años, el ángulo de tiro era muy agudo pues estaba unos 50 metros de la muralla, le entro por encima de la ceja y la salida del proyectil le arranco el bulbo raquídeo y las primeras vertebras del cuello, una mujer gorda que llevaba lo que parecía un brazo humano fresco y aun goteando sangre en la mano fue mi siguiente blanco, la revente el corazón de un disparo y ella cayó hacia atrás convertida en una gelatinosa montaña de carne muerta, me moví y mate a dos más en distintas zonas del perímetro pero no muy cerca de la muralla.
Baje a la cocina y retire mis chuletas del fuego poniéndolas en un plato y volviendo a subir a la azotea, me senté en una silla que tenía allí de esas de camping y comí, me entretenía viendo como aquellas cosas que antes eran gente se apretujaban contra la muralla pero sin poder hacer nada más, ni trepar podian pues no había cuerpos sobre los que subirse, de vez en cuando decía:
– ¡Tu, el raro! Toma bicho, come algo que me das pena.
Les tiraba un hueso o un trozo de carne a la cabeza, aquello les volvía locos y luchaban entre ellos para conseguir lo que les había tirado, se herían bastante en aquellos ataques furiosos pero pese a las dentelladas y agarrones que se daban no murió ninguno al pie de la muralla, volví al interior del torreón y lave mi plato sentándome frente al monitor a ver qué hacían, media hora después y al no verme en lo alto el grupo se dirigió a los cadáveres recientes y se los comieron, luego volvieron al pueblo.
Yo abrí una lata de comida para gatos y puse la mitad en un plato de plástico, baje a ver a Ceci y le pase su ración por debajo de los barrotes con una escoba, ella agarró codiciosamente el plato y se fue al rincón de la celda donde se puso a comer ansiosamente con los dedos, yo miraba su cuerpo desnudo y algo sucio, el deseo aumento y me hice una paja mirando sus grandes pechos y el leve balanceo de su cuerpo mientras ella comía.
¿CONTINUARA…?
Como veis la idea de Toni de tener sexo con la infectada Ceci, se va abriendo paso en su mente pero ¿es posible, cómo y por donde? Lo descubriremos en el siguiente capítulo, se aceptan sugerencias.
Nota: Todo parecido personal de Hechos, lugares o nombres de este relato es ficticio, no se ha dañado físicamente a ningún infectado del virus VR. Mientras se perpetraba este relato.
¡Sed felices!
Se aceptan ideas.
Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com
Ricitos de Oro así la llamaban a Nuria una niña rubia de 2o añitos que estaba para comérsela con su pelo rubio y sus trencitas que a veces ella se hacía no que no sabía sus padres es que Nuria era una putita de cuidado.
pasaba por ser una mujer angelical pero cuando sus padres no estaban en su cuarto se metía sus consoladores en su coño y en su culo hasta darse placer y correrse y pensaba en vergas y rabos que la follaban por todas las partes.
un día dijeron sus padres:
– Ricitos nosotros nos vamos a trabajar cuida de la casa hija hasta que volvamos.
ella enseguida que se fueron sus padres busco los consoladores y empezó a metérselos por el coño y el culo y a chuparlos, pero se aburrió y decidió dar una vuelta por el campo así que empezó a caminar, pero se perdió.
– dios -dijo- por dónde se va a casa.
así que andando ya cansada y muerta de hambre encontró una cabaña con comida y tres camas quien vivirá aquí se comió la comida de la cabaña y se echó en una de las camas y se quedó dormida.
la cabaña era de unos leñadores que vivían en el bosque y se dedicaban a la madera así que cuando terminaron su trabajo se fueron para casa.
– pero has visto José -dijo uno de ellos.
– si Ernesto nuestra casa está abierta alguien ha entrado.
– vamos a ver- dijo Tomas y entraron en la casa y vieron que alguien se había comido su comida.
– alguien se ha comido nuestra comida joder- dijeron- y ahora que comemos vamos para arriba.
y subieron a las habitaciones y vieron a una tía ósea a Ricitos durmiendo en sus camas, pero ella estaba desnuda como hacia siempre ya que dormida sin ropa.
– joder que tía como tengo la poya.
– quien es esta yo que -se dijo Ernesto- pero menudo polvo tiene la amiga.
– si- dijo tomas- esta para follarla.
ella al verlos se despertó.
– mi nombre es Nuria chicos me he perdido en el bosque y encontrado esta casa y tenía hambre y sueño perdonar por comerme vuestra comida y dormir en vuestra cama.
– tranquila Nuria.
– puedo compensaros.
– si como bueno si os gusto a los tres podemos follar y pasarlo bien.
ellos al decir eso se les puso la poya como una piedra.
– venir aquí.
y ella ya desnuda empezó a chupar los magníficos rabos con los que ella siempre soñaba.
– así así zorra chúpanosla -dijo Tomas.
– si hasta los huevos -dijo José.
– así -dijo Ernesto- métetela toda entera.
ella mamaba los rabos de tres entres estaba encantada de tanta poya.
– ahora- dijo ella- quiero que me folléis por todos los agujeros siempre he soñado con eso.
así que la hicieron un sándwich uno le metió la poya por el culo l otro por el chocho y el tercero se la dio a chupar. ella estaba en la gloria por fin había cumplido su sueño tener a tres tíos para ella sola.
empezaron a follarla.
– toma puta toma ramera toma poya así.
– ahora me toca a mí Ernesto, cambiamos de posición.
– si Tomas.
Tomas se la metió por el chocho mientras Ernesto la daba por el culo ella se volvía loca.
– así cabrones darme hasta que vuestra poya se desgaste que gusto soy vuestra puta más quiero más joderme hasta el fondo.
luego se corrieron los tres encima de ellas y en su boca.
– que rico esta esto -dijo ella.
ellos les ayudaron a volver a casa ya que sus padres estarían preocupados sus padres la abrazaron.
– donde has estado hija.
– estado dando una vuelta por el bosque, pero me perdí y unos leñadores muy amables me dieron de comer y me mostraron el camino a casa.
un día el bosque estaba ardiendo ella corriendo fue advertir a los leñadores que estaban durmiendo y no se habían enterado de nada. gracias a ella pudieron salvar la vida si no se hubieran quemado.
los padres de Ricitos que eran de clase media ayudaron a los pobres leñadores a construir otra cabaña por haber ayudado a su hija.
– mama puedo visitarlos siempre.
– claro hija siempre que quieras.
– puedes venir nosotros estaremos encantados también señora de tener a su hija. es nuestra amiga.
menudas folladas hacían cuando iba a verlos se ponía hasta arriba de pollas y ellos estaban encantados de follarla como se merecía.
– ven aquí Ricitos chúpame la poya.
– me encanta vuestras poyas que me folléis los tres hasta las trancas desgastarme el chocho y el culo y me gusta comer vuestras poyas.
– serás nuestra putita Ricitos.
– me encantara comeros los rabos.
– así nunca más te aburrirás y disfrutaras como nuestra perra que eres.
– soy vuestra para siempre -decía Ricitos mientras sedaba un banquete de rabos que la follaban hasta mas no poder- soy vuestra puta hasta los huevos leñadores.
– tomar leche zorra- dijeron ellos.
– ahahahahhha me corrrooooo -dijo Ricitos de Oro mientras era rellenada de poya como un pavo por todos los agujeros- que rico es esto ahora.
– nos correremos nosotros zorra.
– si echarme vuestra leche que gusto.
y así follaron todos y los 4 fueron felices y jamás Ricitos de Oro se aburrió nunca mas.
-No te preocupes, ¡eh! – le previno de antemano – Montse ha tenido un accidente, pero está bien.
¡Que te jodan! pensó Ricardo. Pues claro que pensaba preocuparse por su queridísima amiga. Sólo el pensar que podía haberle pasado algo… su corazón se encogió y quiso saber más. El novio de Montse continuó contándole lo que había pasado y, aunque Ricardo se quedó más o menos tranquilo, no tardó en llamar a su amiga.
La conversación con ella fue corta y, aunque pudo comprobar que la mujer se encontraba bien, no pudo evitar una sensación de mal cuerpo generalizada, una unión de diversos factores de toda índole. Desde haberse enterado un día tarde, a través de Ismael, sin la mera posibilidad de haber estado al lado de Montse en un momento tan jodido hasta haberla escuchado tan apagada durante una conversación corta que le supo a poco pasando por el hecho en sí, un accidente tan grave en el que su mejor amiga podría haber salido mucho peor parada de lo que finalmente había sido.
La tarde anterior Montse había tenido un grave accidente de coche. Distraída, pensando en lo que acababa de sucederle en el trabajo, no pudo esquivar el vehículo de delante que acababa de frenar inesperadamente. El coche había quedado destrozado y, por suerte, ella se encontraba relativamente bien.
A pesar de haber salido ilesa de un accidente tan grave, Montse se había dañado las cervicales. Cuando Ricardo habló con ella por primera vez ya estaba de baja, en casa, y con un collarín en el cuello. Montse tenía mareos, pero no había nadie que pudiera quedarse con ella en casa así que la preocupación de su amigo aumentó al saber que pensaba darse una ducha.
-¿Y qué pasa si te mareas mientras estás en la ducha? – le preguntó.
-Tranquilo, ya he quedado con mi hermana que antes de entrar a la ducha le haré una perdida y si no se la repito pasado un tiempo prudencial ya sabrá que me ha pasado algo – le respondió ella halagada por la preocupación de su amigo.
Ricardo se quedó más tranquilo sabiendo que Montse ya había tomado ciertas precauciones, pero aún así quiso asegurarse por sí mismo del bienestar de su amiga llamándola al poco rato. No tardó en arrepentirse ya que no recibió respuesta, pero no sabía si el motivo es que había pasado algo. Impaciente, se tranquilizó pensando que tal vez aún se estaba duchando o había terminado y no había visto su llamada. Lo volvió a intentar y obtuvo el mismo resultado aumentando su ya de por sí alterado nerviosismo. Pensó en llamar a Ismael, pero no quería alarmarlo sin estar seguro de lo que pasaba y era imposible que él mismo acudiera puesto que no tenía posibilidad de entrar al piso si había pasado algo o la certeza de que simplemente Montse hubiera salido a comprar el pan y no pasara nada. Estaba al borde de la desesperación cuando por fin sonó su móvil.
-¡Ups! Acabo de ver tu llamada ahora – le dijo Montse.
-¡Ah! ¿Ya te has duchado? – intentó aparentar serenidad – no sabía si te había pasado algo o no y ya no sabía qué hacer.
La mujer se rió.
-No, tonto, aún no me he duchado. Voy ahora.
-¡Espera! – la cortó.
-¿Qué? – preguntó sorprendida.
-Ahora mismo voy para allá. Tú no puedes ducharte sola. Si te pasa algo me muero.
-¡Anda, anda! No seas exagerado – le recriminó – Además, no pensarás estar presente mientras me ducho, ¿no? – le soltó con perspicacia.
Ricardo no lo había pensando y se lo imaginó. Le gustó la idea. Le gustó mucho. Recordó su primer y único encuentro sexual con su mejor amiga hacía un año en la ducha de una casa rural que compartían con sus respectivas parejas y el resto de amigos comunes. Desde entonces su amistad se había reforzado si cabe, la complicidad entre ambos había aumentado y la confianza era extrema. Sin embargo, Montse se había ocupado de dejar claro a su mejor amigo que aquello no había sido más que un hecho aislado. Y Ricardo lo aceptó por el bien de todos.
-Pues debería, pero al menos que esté en tu casa por si te pasa algo.
-¡No digas tonterías! Que no hace falt…
-Voy para allí y punto – la cortó.
-¡Ricardo!
-Montse, digas lo que digas voy a salir de trabajar y voy a ir para tu casa así que espérate para meterte en la ducha. No me hagas hacer esto en balde.
-Ahora en serio, Ricardo…
-Estoy cerrando… prométemelo… tardo una hora en llegar.
-Ricardo…– se resignó finalmente – está bien. Eres idiota.
-Yo también te quiero. Hasta ahora.
-No tardes – y suspiró resignada.
Ricardo fue todo lo rápido que pudo y, como le había dicho a Montse, en aproximadamente una hora se presentó en su casa. Cuando la vio se le partió el alma. Con el collarín y la carita de cordero degollado aparentaba una fragilidad que le evocó ternura. Se alegró de verla aunque fuera en aquellas circunstancias.
-¿Ya puedo ducharme? – ironizó.
-Sí, claro. He estado pensando…
-Dime – Montse se temió lo peor.
-Tú te duchas solita…
-¡Evidentemente! – le cortó algo seca.
-… pero dejas el pestillo sin poner – prosiguió intentando ignorar el brusco corte que le acababan de pegar – y si pasa cualquier cosa o necesitas algo me llamas y podré entrar sin problemas.
Montse se quedó dubitativa y finalmente accedió sabiendo que en ningún caso le llamaría estando desnuda así que no le pareció mala solución.
-Estaré atento – bromeó Ricardo cuando Montse entraba al cuarto de baño y cerraba tras de sí.
Montse empezó a desnudarse mientras dejaba caer el agua para que alcanzara la temperatura deseada. Lo último que se quitó fue el collarín y al hacerlo sintió un pequeño mareo. Por unos instantes el dolor pareció que la haría desplomarse, pero se recompuso y pudo introducir su magullado cuerpo bajo la reconfortante ducha de agua caliente.
Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, pasados unos minutos, Ricardo oyó un golpe seco. Se asustó.
-¿Montse?
El silencio era la única respuesta.
-¡¿Montse?!
Nada. Insistió, esta vez aporreando la puerta con fuerza.
-¡Montse! ¿estás bien? No me asustes.
Por un momento pensó que su amiga estaba bromeando, pero el golpe había sido lo suficientemente grande como para temerse lo peor.
-¡Voy a entrar! – gritó mientras giraba el pomo de la puerta. Por un instante pensó que la muy cabezona habría puesto el seguro y no podría entrar a socorrerla, pero el pomo giró y la puerta se abrió lentamente, temeroso de encontrarla tan normal, bajo la ducha, desnuda, y que se pensara lo que no era.
Al verla tirada en el plato de ducha el corazón se le puso a mil por hora. Corrió a socorrerla.
-¡Montse! Montse, ¿me oyes? – le preguntaba mientras comprobaba que no estuviera sangrando por haberse golpeado la cabeza.
Al asegurarse de que no estaba sangrando intentó despertarla con tímidos golpes en el rostro, pero la mujer no reaccionaba. Se calmó al ver que su respiración era normal y no tenía signos evidentes de un golpe demasiado grave. Y en ese instante se fijó en el cuerpo desnudo de su amiga. Ante sus ojos estaba el precioso cuerpo moreno que había anhelado desde su affaire en la ducha de la casa rural y ahora lo tenía a su merced. Se fijó en las prominentes ubres y en su pubis no completamente rasurado.
El conflicto se apoderó de su mente. No quería aprovecharse de la situación y de su indefensa amiga, pero… por un pequeño magreo no pasaría nada pensó. Acercó temeroso una mano hacía uno de los pechos de su amiga. Lo sobó con cuidado notando su tierno contacto y automáticamente su pene se puso rígido como una barra de metal. Tuvo que cambiar de postura para que la erección no le doliera.
Aún con la mano en la teta de Montse, ella abrió ligeramente un ojo. Ricardo, que estaba atento, reaccionó rápido retirando la mano e intentando alzar el cuerpo inerte que yacía en el plato de ducha.
-¿Estás bien? – preguntó intentando disimular – Has debido darte un golpe y te has quedado inconsciente durante unos instantes.
Montse, ante aquellas palabras, pareció reaccionar rápido, dándose cuenta en seguida de lo que ocurría. Rápidamente apartó a su amigo de su lado y se hizo un ovillo, pudorosa, intentando ocultar cualquier parte de su cuerpo a la abrasiva mirada de Ricardo.
-¿Podrías dejarme sola, por favor? – le recriminó sin demasiados aspavientos, agradecida por la ayuda que suponía había recibido.
-¿Piensas seguir con la ducha? – le inquirió preocupado Ricardo.
-Sí – respondió ella con clara rotundidad, como si no hubiera otra respuesta posible.
-Lo siento, pero no pienso dejarte sola – insistió Ricardo tras comprobar lo que podía pasar si se dejaba a la enferma sin asistencia.
-Pues más lo siento yo, pero no pienso ducharme delante de ti. De hecho, hace rato que deberías haberte marchado. De buen rollo, eh… pero entiéndeme – suavizó la situación mirando hacia su cuerpo desnudo, aún oculto tras el ovillo que ella misma había formado con sus brazos y piernas.
-Montse, acabas de desmayarte y te has golpeado a saber dónde. Te podrías haber dado en la cabeza, habértela abierto y ahora estaríamos todos lamentándolo. No pienso dejar que te duches sola.
-Pues yo tengo que ducharme, necesito ducharme – insinuó que ya no se sentía cómoda sin un lavado.
-Está bien, pues yo te ayudo – propuso Ricardo, aún nervioso por la mezcla del susto por lo que le podría haber pasado a su amiga y la excitación que la visión de su cuerpo y el contacto con su seno le había provocado.
-¿Tú estás loco? – preguntó retóricamente dejando claro que era una idea absurda.
-Mira, tú te duchas así sentada como estás ahora y así no hay peligro de que te caigas. Y en la espalda donde no llegas te ayudo yo. ¿Hay trato o no hay trato?
Montse pensó que tenía razón. Cada vez que se quitaba el collarín sufría intensos mareos y en cualquier momento podía volver a desmayarse con graves consecuencias. La solución propuesta por Ricardo no era tan grave si suponía que enjabonarle la espalda no era nada demasiado fuerte.
-Está bien, pero hasta que no me toque la espalda te das la vuelta y no miras, ¡eh! – espetó con firmeza, ruda, dejando claro que cualquier otra opción sería desestimada.
-Vale, me parece correcto. Pero mejor empezamos por la espalda y luego te puedes enjabonar el resto sin mi ayuda. ¿Te parece?
-De acuerdo.
Ricardo se acercó nuevamente a su amiga, cauteloso. Sonrió, pero Montse no le devolvió la sonrisa. Cogió el teléfono de ducha y mojó la espalda de Montse que seguía hecha un ovillo. Ricardo pasó su mano libre sobre la mojada piel de su amiga, acariciándola. Montse pensó que aquel gesto no era necesario, pero no le dio mayor importancia.
El hombre retiró el agua y cogió el jabón echando un poco sobre la maltrecha columna de la accidentada. Nuevamente posó una de sus manos sobre la espalda de ella y la movió esparciendo el jabón. En seguida la otra mano se unió a la tarea y así Ricardo se deleitó recorriendo cada centímetro de piel de la espalda de Montse. Aquel gesto tan simple fue suficiente para volver a provocarle una erección y es que el contacto, por pequeño que fuera, con aquel monumento era sublime.
Montse parecía más relajada. Su cuerpo no estaba tan tenso y el ovillo no parecía tan compacto. Ricardo pudo apreciar como ahora gran parte de los senos eran visibles cosa que no ayudaba a bajar el hinchazón que tenía entre las piernas.
Efectivamente, ella estaba más relajada y es que era agradable que alguien la duchara, la enjabonara y más con lo dolorida que se encontraba. Por instantes pensaba que le encantaría que Ricardo siguiera con el resto del cuerpo, pero en seguida se daba cuenta de que no podía ser.
Las manos de él estaban en la parte baja de la espalda. Ya no había nada más que enjabonar, pensó Montse, cuando Ricardo la sorprendió introduciendo las manos dentro del ovillo, acariciando su vientre.
-Ricardo… – le recriminó.
-Ya que estoy… – tentó a la suerte.
Montse había aflojado aún más la pelota que había hecho con su cuerpo, dejando que su amigo le enjabonara la tripa. Las piernas de Montse estaban completamente selladas y recogidas con lo que Ricardo no podía ver su sexo, únicamente intuía su pubis. Sin embargo, los pechos de la escultural mujer ya estaban a la vista del hombre que la cuidaba.
-Venga, y ahora el culete – le bromeó Ricardo con la esperanza de que Montse accediera.
Y a regañadientes, pero accedió. Intentó alzar el culo para que su amigo accediera, pero en la postura en la que estaba era imposible.
-Es que no puedo… – puso voz de pena provocando la sonrisa de su feliz amigo.
-Ven, yo te ayudo – le dijo él, incorporándola para que se pusiera de cuclillas. Y en esa postura, introdujo una mano bajo su cuerpo, manoseándole las nalgas.
Tras lanzar un nuevo chorro de jabón en la parte baja de la espalda de Montse de forma que se fuera deslizando hasta su trasero, Ricardo introdujo una de sus manos en la raja del culo de su amiga, deslizando uno de sus dedos acariciando el dolorido ano de la mujer. En ese instante Montse, recordando lo sucedido hacía tan sólo unas horas, soltó un levísimo suspiro que el hombre pareció escuchar con lo que se entretuvo en la zona masajeándola circularmente hasta ejercer una ligera presión en el agujero de la chica.
-Ya basta Ricardo – le recriminó.
Montse estaba disfrutando con las atenciones de su amigo. Aunque estaba yendo mucho más allá de lo permitido, de antemano no pensó que fuera tan placentero que la ducharan como si de una niña pequeña se tratara. Así que decidió dejarle hacer parándolo cuando creyera que se sobrepasaba. Lo malo es que cada vez le costaba más tomar la decisión de pararlo puesto que la idea de que se sobrepasara empezaba a excitarla demasiado.
El recuerdo de todo lo vivido con su mejor amigo, más concretamente, de la última vez que habían compartido ducha y, sobre todo, del morboso intercambio de fotos que lo había provocado era enormemente placentero. Tampoco ayudaban las recientes conversaciones por email que habían intercambiado donde ambos se insinuaban provocándose mutuamente calentones insatisfechos. Aunque no quería, todo el morbo que había entorno a Ricardo le ayudaba a comportarse de ese modo, alimentando esa chispa que cada vez se hacía más grande.
El hombre le hizo caso deteniendo su acometida y la ayudó a sentarse nuevamente. Esta vez se dirigió a los pies y empezó a manosearlos con toda la espuma que el jabón había provocado en el resto de su cuerpo.
-¿Sabes lo mucho que llevo deseando poder toquetearte los pies? –sonrió Ricardo evidenciando lo mucho que disfrutaba con aquello, cosa que ella ya sabía.
-Pues espero que no sea lo que más te ha gustado hasta ahora – le replicó Montse haciendo clara alusión a la sobada de culo que acababa de pegarle – porque entonces tienes un problema.
Ricardo se rió.
-Bueno, lo otro tampoco ha estado nada mal.
Montse se quedó satisfecha con esa respuesta.
Cuando Ricardo recogió el bote de jabón para volver a utilizarlo con una nueva zona, Montse lo paró.
-Muchas gracias, Ricardo, con el resto ya puedo yo como hemos quedado – le soltó con toda la inoportunidad del mundo dejando a Ricardo pasmado.
-Nooooo… – casi suplicó – déjame terminar de enjabonarte… Mira cómo me has dejado. – Y le señaló la evidente erección que había bajo sus pantalones.
Montse se rió a carcajadas y contestó, viendo la cara de no haber roto un plato de su amigo, cuando recuperó la compostura.
-Vale, pero algo rapidito… – y abrió las piernas mostrando por primera vez los apetecibles labios vaginales que se separaron lentamente dejado entrever el lubricante natural que Montse había emanado con tanto manoseo.
Ricardo lanzó un nuevo chorro de gel sobre los escasos pelos púbicos y con su mano empezó ahí las caricias que recorrieron por completo el húmedo coño de la excitada mujer. Ahora el suspiro casi imperceptible cuando Ricardo rozó su ano era más evidente y continuo hasta, finalmente, convertirse en un jadeo constante cada vez que Ricardo rozaba su clítoris.
A pesar del dolor, Montse estaba cada vez más encorvada hacia atrás. Sus piernas se habían ido abriendo y ahora Ricardo podía masturbarla sin problemas. Mientras no dejaba de acariciar el clítoris con el pulgar, introdujo 2 dedos en la raja de su amiga que no dejó de meter y sacar en tan agradable cueva. Finalmente, la corrida de Montse llegó inundando la mano de su amigo al tiempo que el cuarto de baño se llenaba de gemidos de placer.
Ricardo sacó su mano mirando satisfecho el bello rostro de su amiga que se recomponía del orgasmo. Montse echó un vistazo instintivo y rápido al paquete de su amigo y, tras comprobar que la empalmada seguía ahí, le pidió que se marchara.
-Ya puedo terminar yo – le dijo secamente.
Ricardo aceptó sin rechistar, sublimemente contento a la par que temeroso por 2 motivos. Por un lado le aterraba que lo que acababa de suceder pudiera romper el equilibrio que su amistad había alcanzado después de todo lo vivido y, por otro, temía que con lo cabezona que era, ahora Montse intentara levantarse y tuviera un nuevo mareo. Así que antes de salir del lavabo insistió en ello.
-Ahora no vayas a levantarte, ¿vale, guapa? – intentó ser lo más amable posible. – Seguiré estando aquí al lado por si me neces…
-¡Calla ya! – le bromeó con un gesto burlón de desprecio – termina de ayudarme, anda, tonto. Me acabo de enjabonar y me ayudas con el agua, ¿vale?
-¡Vale! – sonrió Ricardo.
Y así Montse terminó de ducharse con la ayuda de su amigo sin que pasara nada más reseñable. Ella volvió a perder el pudor ante Ricardo y él no perdió su erección hasta que se despidieron.
-Mira que salir del trabajo para venir a ayudarme… ¡si es que eres un cielo!
-Si quieres puedo quedarme para hacerte compañía el resto del día.
-No, gracias, ya has hecho bastante – y le sonrió con complicidad.
-¿Te ha gustado? – le preguntó temeroso.
-Me ha encantado. Pero vete ya, que estoy bien.
Ricardo se marchó satisfecho. Únicamente el resquemor de no poder quedarse con ella, para cuidarla, para hacerle compañía, incluso para poder acabar lo que habían empezado esa mañana y que tal vez nunca jamás tendrían ocasión.
Por su parte, Montse se quedó en casa, dolorida, pero más relajada tras el orgasmo que el encanto de su amigo le había provocado. No obstante, todas las alarmas se quedaban encendidas. ¿Qué significaba lo que había ocurrido? Había vuelto a caer en las garras de su mejor amigo y no comprendía por qué le era tan difícil evitarlo. No sabía si podría vivir con la conciencia tranquila pues, aunque en ninguna de las ocasiones había sido premeditado, no era la primera vez que engañaba a Ismael. ¿Cómo se vería afectada la relación con su amigo? ¿Y con su novio? Ella no quería que nada cambiara a partir de lo ocurrido.
Los días transcurrían. Montse seguía de baja haciendo recuperación y Ricardo había notado el evidente distanciamiento que la mujer había puesto entre ambos. Si bien es cierto que ella siempre era correcta en el trato con su amigo procuraba evitar todo lo que Ricardo intentara precipitar fuera de los márgenes que marca la estricta amistad entre personas heterosexuales de diferente sexo. Ahora las bromas picantes y las insinuaciones sin importancia que tan frecuentes habían sido siempre eran inexistentes. Montse no estaba por la labor de permitir cosas que antes eran habituales. Sin duda, se sentía culpable y al hacerlo estaba pensando en Ismael.
Ricardo había aceptado la situación con resignación. Aunque echaba de menos a su amiga de siempre comprendía a Montse, pero a veces era tan fría que no podía evitar una sensación de temor a hacer algo que pudiera molestarla.
La gota que colmó el vaso fue la petición de Montse de acabar con sus conversaciones vía correo electrónico desde el trabajo. La mujer había vuelto al curro con el sombrío recuerdo de la pillada que su jefe le hizo con sus correos personales y lo que aquello acabó provocando el mismo día del accidente de tráfico. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y tuvo que pedirle a su amigo que no se escribirían más sin poder explicarle el motivo real. De ahí que Ricardo lo interpretara como una última señal del distanciamiento con Montse.
Ante tal panorama Ricardo intentó ser menos habitual en la vida de su amiga. Ricardo no quería molestar y eso molestaba a Montse que, aunque se distanciaba de su amigo, no quería perder todo aquello que quería conservar, todo aquello que entrara dentro de esos límites impuestos a unos amigos normales. Pero su amistad no era normal. Y todo ese cúmulo de pensamientos, acciones incomprensivas, sentimientos ocultos acabó estallando entre las manos de ambos.
El inexorable paso del tiempo provocó una enorme grieta en su ya maltrecha amistad que la hizo tambalear hasta el punto de, por primera vez, ambos plantearse la posibilidad de dar muerte a su relación de amistad. Algo parecía haber cambiado en el interior de Montse y Ricardo parecía haberse cansado de aguantar esa situación. Así las cosas, ella se olvidó de su amigo y él se distanció definitivamente incluso dejando a su novia, Noe, para alejarse lo más que pudo del grupo de amigos. Sin duda era la excusa perfecta.
Durante ese tiempo, Montse cayó gravemente enferma y él se enteró al cabo de unos días, nuevamente a través de Ismael. Esta vez las sensaciones fueron diferentes, no tan viscerales. Sabía que se encontraba estable dentro de la gravedad de su neumonía y eso era suficiente. Y aunque no pudo evitar una cierta preocupación, pensó que en cuanto saliera del hospital iría a visitarla a su casa y ya está. Y así lo hizo el mismo día que Montse recibió el alta.
Mientras Ismael organizaba el piso después de los días de hospital, Ricardo se acercó lentamente a su amiga que hizo lo propio. Ambos se miraron e instintivamente se fundieron en un abrazo maravilloso que recordó a los que antaño se regalaban. Aquel gesto, para él, borró todo lo que había quedado empañado en los últimos tiempos. Ricardo se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a su mejor amiga mientras sentía el débil cuerpo de Montse entre sus brazos.
-Igual huelo un poco a fritanga – se excusó Ricardo que desde que lo había dejado con Noe era un desastre y se había puesto un jersey con el que había salido a cenar 2 días antes.
-Yo sí que huelo mal – le replicó ella haciendo referencia al olor a hospital.
Él acercó la nariz a su cuello para olerla y al notar el agradable olor corporal de su amiga supo que no quería separarse de sus brazos jamás. Pero debía hacerlo, momento en el que se fijó en su rostro demacrado, su débil cuerpo encorvado, sus pupas rodeando sus labios y volvió a sentir la ternura que ya sintiera meses antes tras su accidente de coche.
-Ricardo, respecto a lo que pasó aquel día… – quiso sacar el tema de todo lo ocurrido, pero para él ahora aquello era lo menos importante. Sabía lo que sentía por ella y, en ese estado tan débil de su mejor amiga, no quiso ni pensar en lo que había sucedido hacía tanto tiempo.
-No pasó nada, aquello está olvidado.
Y ella lo volvió a abrazar esta vez sorprendiendo a su agraciado amigo.
Mientras Montse se ponía cómoda, Ricardo acompañó a Ismael en las tareas del piso. Estaban terminando de pulir los últimos flecos cuando Ricardo se acercó al cuarto de baño donde Montse ya se había cambiado y terminaba de arreglarse frente al espejo. El hombre la observó a su espalda, a través del espejo, y no pudo evitar fijarse en su camiseta, en la cual se marcaban los grandes pezones de su amiga. Le gustó.
-¿Cómo estás?
-Mejor – le sonrió a través del espejo mientras veía como su amigo volvía junto a su novio.
Cuando Montse terminó de acicalarse y salió al salón donde estaban Ismael y Ricardo llevaba únicamente la camiseta y los pezones continuaban rasgando la tela que hacía las funciones de pijama.
-Te pondrás una chaqueta, ¿no? – le sugirió Ismael.
-Sí, claro – contestó ella haciendo alusión a que no debía pasar frío debido a la neumonía de la que aún se estaba recuperando.
Tanto Ricardo como Ismael, que iba a jugar a fútbol, debían marcharse así que Montse se quedaría nuevamente sola.
-Yo me tengo que ir un momento, pero acabo pronto – le dijo Ricardo – con lo que si necesitas cualquier cosa ya sabes.
Montse agradeció el gesto, pero lo único que quería era estar sola y descansar.
-Tú tranquilo. Si quieres venir tú mismo, pero me sabe mal porque ahora mismo no soy el alma de la fiesta.
A Ricardo no le gustaron aquellas palabras. Le gustaría que su presencia no forzara a su amiga a tener que comportarse de alguna forma concreta. Él no necesitaba más que su presencia para sentirse reconfortado y le gustaría que ella lo tuviera claro y actuara en consecuencia.
Los 2 hombres se marcharon juntos y la fémina se quedó en casa, en el sofá, tapada con la manta y viendo la tele disfrutando de estar fuera del hospital donde tan mal lo había pasado.
En cuanto Ricardo terminó sus compromisos se apresuró a llamar a su amiga.
-¿Cómo te encuentras?
-Bien – respondió con una vocecilla débil, acorde a su estado.
-¿Quieres que vaya a hacerte compañía?
-No hace falta estoy b… – y empezó a toser compulsivamente encogiendo el corazón de Ricardo.
-Pobrecita… esa tos no es normal. Mejor voy para lo que necesites. No hace falta que sepas ni que estoy, simplemente voy para asegurarme de que estás bien, pero tú sigues como si no estuviera. Déjame cuidarte.
Ricardo quería hacerla entender que podía contar con él como si fuera Ismael. No necesitaba ser anfitriona ante su visita, podía comportarse como si su presencia fuera lo normal. Y para él no era una carga o compromiso cuidarla, era lo que le salía, casi una obligación, pero altamente placentera.
Ella, entre tosidos, intentó hacerle ver que no era necesario, pero a duras penas podía hablar. En realidad lo que ella quería era estar sola, sin alguien merodeando por el que tendría que preocuparse, aunque fuera lo mínimo, dándole conversación u ofreciéndole algo para comer o beber. Sin duda Montse era incapaz de entender a su amigo.
-¿Pero estás bien? – le preguntó preocupado cuando los tosidos de ella parecieron desaparecer – Habrás sido buena y no habrás salido de casa, ¿no? – Ella sonrió débilmente, sin ganas – ¿Tienes frío?
-No, estoy bien. Llevo la chaqueta y estoy tapada con la manta.
-Pues yo casi prefiero que estés sin la chaqueta – le contestó Ricardo avispadamente, intentando comprobar si podían volver a insinuarse como hacían en el pasado.
Montse quiso responder, pero la tos volvió a hacer acto de presencia impidiendo que pudiera hablar.
-Bueno, te dejo, que a ver si por mi culpa te va a dar algo – pensando que la tos era provocada al intentar hablar con él – En menos de 20 minutos estoy ahí.
Montse se encontraba tan débil que no pudo ni contestar.
Había pasado un cuarto de hora cuando sonó el timbre de la puerta. Montse se vio obligada a levantarse. Aún no estaba la visita y ya le estaba jodiendo.
Cuando Montse abrió la puerta Ricardo se quedó a cuadros. La mujer se había desprendido de la chaqueta y él pudo volver a observar los enormes pezones de su amiga aún marcados en la camiseta. Gran recibimiento pensó.
-Hola guapo – le saludó con una sincera sonrisa.
Ricardo no pudo evitar volver a abrazarla, sentía deseos de volver a tenerla entre sus brazos. Esta vez, sin miradas que los estorbaran el abrazo fue más largo y el hombre meditó el motivo por el que se habría quitado la chaqueta.
-¿Tienes calor? – le preguntó.
-No precisamente – le respondió ella separándose de él.
-Se nota – le bromeó él mientras clavaba su vista en la cima de sus pechos.
-Es lo que querías, ¿no? – le respondió Montse pícaramente mientras daba media vuelta y se dirigía al sofá nuevamente – Pasa – concluyó.
Ricardo quiso saber si su amiga necesitaba cualquier cosa mientras ella recuperaba su posición, tumbada en el sofá y tapada con la manta viendo la tele. Igualmente le dejó claro que no se preocupara por él, que únicamente estaba allí por si era necesario. Nada más. Sin embargo, como Montse sabía, no tardó en faltar a su palabra.
-¿Sabes? cuando nos hemos abrazado esta mañana – ella lo miró, expectante – me hubiera gustado quedarme ahí, abrazados, sin despegarnos jamás.
Ricardo bajó la mirada, avergonzado de sus propias confesiones, mientras ella sentía todo el cariño que le tenía a ese hombre. A pesar de sentirse completamente vacía de fuerzas, a pesar de desear estar sola, sin hacer ni pensar en nada, se alegró de que su mejor amigo estuviera a su lado.
Ricardo se sorprendió cuando Montse se incorporó y, sin levantarse del sofá, se volvió a tumbar pero esta vez recostando su cuerpo sobre el de su compañero.
-Anda, abrázame, tontito – le dijo mientras su espalda entraba en contacto con el cuerpo de su amigo.
Ricardo reaccionó en seguida rodeando con su brazo el mustio cuerpo de Montse e, inevitablemente, volviendo a empalmarse como cuando tocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Su amiga desprendía calor, mucha calor, pero aquella situación no le pareció el infierno precisamente.
-Tengo un poquito de frío – le susurró débilmente la enferma.
-¿Quieres la chaqueta? – le propuso él ingenuamente.
-No…
Y Ricardo movió la mano que la rodeaba para acariciarle el brazo intentando darle calor.
-¿Quieres que suba la calefacción?
-No, eso ya me gusta – le sugirió refiriéndose a la friega que Ricardo había comenzado.
Llevaban un rato viendo la tele cuando el hombre se atrevió a continuar sus caricias abandonando el brazo y haciéndolas extensibles a las piernas de Montse que las tenía dobladas para intentar sentir más calorcito.
-¿Estás bien? – le preguntó él nuevamente temeroso.
-Perfectamente.
Nuevamente Montse empezó a sentir algo parecido a lo que sintió cuando Ricardo la enjabonaba. Si en aquella ocasión era un placer que alguien la duchara con los dolores de espalda que tenía, en esta ocasión era igualmente gratificante que alguien le diera calor humano con los escalofríos que la maldita neumonía le provocaba.
-Ricardo, estos días lo he pasado fatal – se confesó.
-¿En el hospital? Es normal, has estado muy enferma.
-No es eso. Es que… tantos días allí metida, sin poder salir. ¿Sabes que no he comido nada? Y los hartones de llorar que me he pegado…
Ricardo sintió mucha pena por su amiga y se sintió culpable de haber estado tan distanciado sin ni tan sólo saber lo que ocurría.
Montse había echado mucho de menos a su amigo durante ese periodo. La conciencia no le dejaba tranquila. El injusto trato hacia Ricardo, los cuernos que le había puesto a Ismael… se había sentido muy sola en el hospital, casi deprimida. Y ahora Ricardo le estaba dando la tranquilidad que había necesitado.
-Tú tranquila, vale, que ahora todo eso ha pasado y estas en casa, con la gente que te quiere – y aprovechó esas palabras para volver a subir su mano, pero esta vez la introdujo dentro de la camiseta para acariciarle el costado.
-¡Ay! – Montse dio un respingo al notar el contacto frío de la mano de Ricardo – Tienes las manos heladas – le recriminó.
-Ya, siempre tengo las manos frías – se apenó – Espera… – y retiró la mano un instante.
-¿Qué haces? – preguntó intrigada.
-La estoy calentando.
-¿Sí? ¿cómo? – preguntó ingenuamente.
-Me la he puesto en el paquete.
-¡Anda! No seas guarro.
-Va en serio – y volvió a introducir la mano bajo la camiseta de Montse.
-Pues es verdad que se te ha calentado…
Ricardo, subió su mano lentamente por el torso de Montse hasta llegar a la base de sus pechos. Se hizo el silencio entre ambos y el hombre, tras unos eternos segundos, rodeó la teta de su amiga con la mano. Montse no dijo nada. Ricardo, desde la base, rodeó el pecho de su amiga y subió la mano acariciando todo el volumen hasta llegar a la cima. Repitió el gesto un par de veces más y cambió de teta.
-Aún tengo un poco de frío…
-¿Qué quieres que haga? – le preguntó su amigo que ya no podía pensar demasiado.
-¿Tú crees que tu remedio será tan efectivo conmigo como con tu mano? – le propuso sutilmente la alicaída mujer.
Ricardo sonrió y dejó lo que tenía entre manos para cambiar de postura. Se quitó las bambas y se tumbó a la par que Montse, a su espalda de modo que ella pudiera contactar por completo con el caliente cuerpo de Ricardo.
Ella echó el pompis hacia atrás hasta notar el duro paquete de su amigo entrar en contacto con sus prietas nalgas. Sin duda notó el calor que la zona desprendía. Ricardo parecía en Babia así que Montse le pidió que volviera a abrazarla y así hizo.
El hombre volvió a introducir la mano bajo la camiseta, buscando nuevamente las glándulas mamarias de su amiga. Volvió a recrearse y esta vez jugó con el pezón. Estaba durísimo.
-¿Sigues teniendo frío? – le preguntó puerilmente.
-¡Eso ya no es cosa del frío, idiota! – espetó ella divertida y movió su culo para restregarlo por el hinchado paquete del hombre y sentir cómo rasgaba sus zonas más íntimas.
Ricardo se acercó al cuello de la chica y volvió a oler su piel como ya hiciera por la mañana. Sin decir nada la besó y ella ladeó la cabeza para que él le besara la zona con comodidad. Eran suaves y tiernos besos que le ponían la piel de gallina. Ahora no sabía si los escalofríos eran de su enfermedad o de lo que su amigo le estaba haciendo. Echó una mano hacia atrás y manoseó la entrepierna de Ricardo. Estaba excesivamente duro. Lo acarició con lujuria cuando, de repente, el móvil de Montse comenzó a sonar.
Era Ismael. Ella se alejó de su amigo, sentándose en el sofá, y mantuvo una breve conversación. Tras colgar el móvil se levantó para volver a ponerse la chaqueta. Mala señal pensó Ricardo que se incorporó para volver a ponerse las bambas.
-¿Ya ha terminado de jugar? – le preguntó.
-Sí, y ya viene para aquí. ¿Tú que vas a hacer? – le quitó hierro al asunto hablando como si nada hubiera pasado – ¿Te quieres quedar y cenamos algo cuando venga o…?
-Veo que estás bastante bien ahora, ¿no?
-Sí.
-Si te encuentras bien me puedo ir entonces.
-Vale.
-No tienes frío ni nada, ¿no? – preguntó ingenuamente mirando la chaqueta que Montse se había vuelto a poner.
-¡Lo que tengo ahora es un calentón enorme! – bromeó.
-¡Y yo! – no quiso ser menos.
-Pues ale, ya somos dos – zanjó el tema definitivamente sin darle mayor importancia.
Ricardo había recobrado la esperanza. Había pasado de casi perder la amistad con Montse a disfrutar de los nuevos acontecimientos vividos. Era una sensación grata. Deseó pensar que su amistad estaba por encima de todo y que las cosas se arreglarían volviendo a la extraña normalidad que siempre había existido con su amiga. Se alegró enormemente por ello.
Sin embargo, lo ocurrido aquella tarde había enredado más la ya de por sí liada cabeza de Montse. A los problemas en el trabajo, familiares y personales como el accidente y ahora la neumonía, debía sumarle su relación con Ricardo. Si bien es cierto que no habría ocurrido nada por el simple hecho del estado tan lamentable en el que ella se encontraba, no tenía claro hasta donde hubiera llegado estando en otras circunstancias.
Cuando Montse estuvo completamente recuperada de su neumonía recibió una inquietante llamada. En menos de una semana operaban a Ricardo de un testículo. El hombre no quiso dar más detalles aludiendo a un tema personal y, para evitar la preocupación de su amiga, dijo que no era nada grave, pero ella no se quedó satisfecha.
-¿Necesitas algo? Cualquier cosa, puedes contar conmigo, ya lo sabes.
A pesar de la frustración que sentía al comprobar que su mejor amigo no confiaba en ella para explicarle el motivo de la operación, por íntimo que pareciera, se sentía tan agradecida por lo bien que Ricardo la había atendido anteriormente que casi necesitaba cuidar ahora de él.
-No, de verdad, muchas gracias. Se agradece pero no es necesario.
-En serio, Ricardo, después de lo mucho que me has cuidado cuando yo he estado mal, lo menos que puedo hacer ahora es ayudarte en lo que necesites.
-Bueno, en realidad… – comenzó cauteloso.
-Dime, lo que sea – insistió firmemente convencida.
-Pues a la operación debo ir rasurado y…
-¿Y? – preguntó imaginándose lo que su amigo le iba a pedir.
-Pues me vendría bien alguien que me ayudara a depilarme ahora que no está Noe. Es una zona un poco delicada y para hacerlo uno mismo…
Montse se rió internamente, pero ocultó a su amigo lo gracioso que le parecía.
-Bueno, para eso hay centros que se encargan de hacerlo, ¿no? – le contestó secamente, todo lo fría y seria que pudo.
-Ya, ya… disculpa, es que… no debí… bueno… – contestó Ricardo torpemente, avergonzado.
-¡Calla ya! ¿no ves que te estoy vacilando? – le sacó del aprieto.
-Entonces… – insistió él sin tener muy claro si su amiga le había respondido positivamente o no.
-Pues claro que lo haré. Con lo que tú has hecho por mí… ¿cuándo quieres que te ayude con la depilación?
-Pues… el día de antes – contestó más tranquilo, pero aún con el corazón acelerado – Así el día de la operación estaré bien rasurado.
-¡Vale! – concluyó divertida.
El día antes de la operación Ricardo salió disparado del trabajo. Había quedado en pasar a recoger a su amiga y volver para su casa dónde ella le ayudaría a rasurarse los testículos. Para tener más tiempo había salido antes de la hora de modo que no tuvieran que correr.
Ricardo estaba intranquilo. Le apetecía mucho volver a ver a Montse, pero le daba cosa mostrarle sus partes íntimas por el temor a que una erección incontrolada apareciera en cualquier momento y, sabiendo lo mucho que le ponía Montse, era más que probable.
Ella estaba tranquila. Sentía curiosidad por volver a ver el pene de su amigo después de tanto tiempo, pero no le daba mayor importancia. Únicamente se sentía bien sabiendo que iba a devolverle el buen trato que ella misma recibiera anteriormente por parte de Ricardo.
-¿Nervioso? – le preguntó cuando su amigo pasó a recogerla.
-¿Hablas de la operación o del depilado? – bromeó provocando las risas de su amiga.
-Hablo de la operación lógicamente, pero ahora que lo dices… – insinuó divertida.
-Pues un poco la verdad.
-¿Hablas de la operación o del depilado? – y ambos comenzaron a reír.
Cuando llegaron a casa de Ricardo, el anfitrión procuró que Montse se sintiera como en casa, que no le faltara de nada. Y una vez acomodados, ella sacó el tema que él no se atrevía a tocar.
-¿Cómo vas a depilarte?
-Pues con cuchilla, ¿no? – afirmó dubitativamente.
-Ok… pues tú dirás.
Ricardo se levantó, indeciso.
-¿Cómo quieres que lo hagamos? – preguntó gesticulando dando evidencias claras de que no sabía qué hacer.
-¡Anda, hijo! – espetó Montse tomando las riendas de la situación – Ven.
Y lo llevó hacia el pasillo cogiéndole por el brazo. Ricardo la siguió, esperando que la mujer tuviera claro cómo actuar.
-Necesitaremos una cuchilla, agua (en una palangana puede estar bien) y… ¿tienes espuma o gel de afeitado? – y antes de que él pudiera contestar – Sigues teniendo los pelos cortitos, ¿verdad? – le preguntó mientras le sonreía con complicidad.
-Sí – le devolvió la sonrisa – suelo pasarme la máquina cada cierto tiempo – contestó mientras buscaba todo lo que ella le había solicitado.
-Perfecto – puntualizó.
Cuando Ricardo tuvo todo preparado parecía igual de descolocado.
-¿Dónde…? – dejó la pregunta a medias queriendo saber en qué lugar Montse prefería hacer la depilación.
-Pues… creo que lo mejor será encima de la cama de matrimonio. Saca una toalla.
Ricardo le hizo caso y se la dio a ella que la extendió sobre el colchón.
-Ven – dijo a su amigo mientras lo colocaba de espaldas a la cama y le empujaba ligeramente para que cayera sobre la toalla recién extendida.
Ricardo no sabía cómo iba a ir la cosa. No sabía si él se depilaría y ella le ayudaría guiándolo o rasurando únicamente las partes a las que él no llegara o alcanzara a ver, o si sería ella la que le depilaría toda la zona. Pronto lo descubriría.
-Quítate los pantalones – le pidió la improvisada esteticista.
Ricardo estaba como un flan. Por suerte, la propia tensión del momento y lo mal que lo estaba pasando eran más que suficientes para que su pene siguiera flácido, cosa que le evitaría pasar un más que mal rato. Se bajó los pantalones como ella le había pedido dejándolos a la altura de las rodillas y se quedó en ropa interior ante Montse.
-¿Es que te voy a tener que ir diciéndotelo todo? – le reprendió mientras bajaba y subía el dedo índice en clara alusión a que se quitara los calzoncillos.
Ricardo hizo caso y se bajó los bóxers dejándolos a la misma altura que los pantalones. Se tumbó y miró al techo, avergonzado de enseñar las vergüenzas a su amiga en esa situación.
Montse echó un vistazo al flácido pene que se había quedado ladeado a la derecha, sobre el muslo izquierdo de Ricardo. Se fijó en el tamaño normal del tronco, recordando el gordo glande en que terminaba. Lo tenía rosado y brillaba bajo la luz de la habitación. Montse se fijó en el rostro de su amigo, rojo como un tomate.
-¿Ahora entiendes lo que sentía yo aquel día en la ducha? Va, que no es para tanto… que tú a mí ya me has visto desnuda – y prosiguió mientras cogía el bote de gel y empezaba a agitarlo – Además, ¿ya has olvidado lo de la casa rural? – y comenzó a reír.
-Ya, pero ahora se supone que no tiene que pasar nada…
-Ya – concluyó dando la razón a su amigo.
-¿Has de rasurarte el pubis? – preguntó en el instante que soltaba el chorro de gel sobre los pelos de la parte baja del estómago.
-Pues creo que no es necesario. Únicamente los testículos, pero ya que estás…
-Vale – contestó risueña en el momento en el que comenzaba a esparcir el gel con la mano por el pubis del hombre.
En un instante empezó a aparecer la espuma y Montse bajó su mano hasta la bolsa testicular de Ricardo pasando por el muslo en el que no descansaba el miembro viril. La mujer manoseó los huevos un rato, esparciendo la espuma completamente. De vez en cuando sus dedos rozaban la parte baja del pene, pero intentaba evitar a toda costa que el contacto fuera mayor.
Ricardo hacía esfuerzos por pensar en otras cosas que ayudaran a evitar la inminente erección. El pudor inicial, incluso el contacto con el frío gel había ayudado, pero cuando Montse comenzó a palparle los huevos, la cosa empezó a complicarse. Finalmente no aguanto más cuando su amiga, con la mano que estaba limpia de espuma, le agarró el pene con suma delicadeza, utilizando únicamente 2 dedos, para apartarlo del muslo en el que reposaba y así poder terminar de esparcir el gel de afeitar por toda la zona.
Montse había agarrado el pito con el dedo pulgar e índice y lo mantenía en posición vertical mientras con la otra mano manoseaba toda la zona alrededor. Mientras sujetaba el falo comenzó a notar como muy ligeramente aumentaba de tamaño. Montse se hizo la despistada y, cuando el tamaño era considerable, apretó ligeramente los dedos para notar la dureza de la polla que estaba sujetando. Apartó la mano y miró la verga como, desafiante, se quedaba alzada sin que nada la tocara.
-Perdona – se excusó Ricardo avergonzado y temeroso de la reacción de su amiga.
-Tranquilo. Si mejor así que se sujeta sola y no me molesta… – afirmó divertida tranquilizando a su “cliente”.
Montse comenzó su tarea de depilación pasando la cuchilla por el pubis, testículos e, incluso, el tronco de la polla. Antes de hacerlo, con la mano con la que no manejaba la cuchilla, recogió un poco de la abundante espuma que se había formado y la esparció por el tronco de la verga pasando una única vez desde la base hasta la punta de la misma. El miembro dio un respingo.
Cuando hubo terminado, Montse utilizó el agua para deshacerse de la espuma que había quedado por la zona recogiéndola con la mano en forma de cuenco y echándola sobre la piel del hombre. Ricardo pensó que él mismo terminaría de limpiarse, pero una vez más su amiga lo sorprendió utilizando la toalla para limpiar ella misma los últimos restos de espuma. Cerró los ojos y dejó hacer a su amiga que recorrió con la mano a través de la toalla cada una de las zonas por las que antes había esparcido el gel.
-Ya está – le dijo al fin cuando terminó de limpiarlo.
Ricardo alzó el tronco superior apoyando los codos en la cama y observando el acalorado rostro de la mujer que tenía delante. Ella le sonrió y alargó su mano para acariciar el aún erecto pene. Sin dejar de sonreírle comenzó a menearle la polla empezando una deliciosa paja. El hombre siguió esforzándose en retrasar el orgasmo y ella se extrañó de tanta demora inesperada.
-¿M… a… up… s? – atinó a decir el excitadísimo Ricardo.
-¿Qué? – Montse no le entendió.
-Dig… que si… m… la upa…
-No te entiendo…
-¿M… a… chup… s?
-¿Quieres que te la chupe…? – le preguntó sensualmente, provocándole.
-P… r… fa… – se lo pidió por favor.
Ricardo estaba tardando más tiempo en correrse del que Montse pensaba y, aunque no estaba tan caliente como cuando su amigo le había puesto la mano encima, aquel enorme glande le seguía resultando bastante apetecible. Inclinó su cuerpo hacia delante y besó a su amigo en la mejilla mientras con la mano libre empujaba la ropa de Ricardo hasta sus tobillos sin dejar de masturbarlo. Él abrió las piernas todo lo que pudo y ella arqueó su cuerpo buscando con la boca la tiesa polla de Ricardo.
El primer contacto fue apoteósico. Cuando los labios de Montse besaron su glande casi le escupe toda la leche que empujaba por salir. Tuvo que apretar el culo para no mancharla a la primera. Ella abrió la boca y bajó introduciéndose ligeramente el glande para volver a subir chupándolo como si de un polo se tratara. Finalmente Montse sacó la lengua y lamió el frenillo de Ricardo recogiendo parte del líquido preseminal que había soltado hacía mucho rato.
Cuando Montse se metió en la boca gran parte de la durísima polla y comenzó a rodear el glande con la lengua mientras subía y bajaba la cabeza apretando con fuerza los labios para saborear la verga que estaba mamando, Ricardo no aguantó más. Un primer chorro de semen impactó en la lengua de Montse que rápidamente se apartó y, sin dejar de pajear a su amigo, vio cómo los restos de leche caían sobre su mano, pubis del afortunado y toalla.
Montse utilizó la prenda de baño para limpiarse mientras Ricardo recuperaba el aliento.
-Espero que la próxima vez sean más de 4 los chorros… – apuntó Ricardo aún jadeante.
-¿De qué te vas a operar? – preguntó Montse, aunque ya se hacía a una idea.
-Tengo un testículo jodido – contestó secamente sin querer dar más explicaciones.
-¿Qué testículo es?
-El izquierdo.
Y ella se agachó para darle un dulce beso en el huevo que iban a operarle.
-Suerte para mañana – le susurró al cojón.
-Aish… qué tontita eres… – le soltó cariñosamente Ricardo mientras se incorporaba y acariciaba el bello rostro de la mujer que acababa de hacerle la mamada más anhelada de la historia.
Montse no podía quitarse la sonrisa de la cara y se tumbó en la cama observando cómo se vestía su amigo, teniendo antes una visión de su desnudo y firme culo.
La operación de Ricardo fue bien, aunque los días siguientes a la intervención fueron duros. El paciente no podía tener relaciones sexuales, ni siquiera hacerse una paja que pudiera liberarle de tensiones provocadas por su amiga Montse. Y es que no podía dejar de pensar en ella. Desde su último encuentro en su casa donde ella le había regalado una extraordinaria mamada, la obsesión por aquella mujer parecía haber alcanzado límites insospechados. La deseaba y deseaba volver a acostarse con ella.
Montse había aprendido a vivir con aquella extraña y prohibida relación que tenía con Ricardo. Tras la noche de la depilación, estaba exultante, satisfecha de haberle comido la polla a su amigo. Sin embargo, en seguida recapacitó pensando que tenía que poner freno a una situación completamente fuera de control. Ella quería a Ismael y le reconcomía por dentro todo lo que estaba sucediendo a sus espaldas.
“¿Quieres q hagamos un café y aprovechamos para dejar las cosas claras?”. Montse le envió el sms a su amigo, dispuesta por fin a aclarar la situación.
-No nos vemos desde el día de antes de la operación, en mi casa, ¿recuerdas? – sacó el tema Ricardo mientras degustaba su cortado junto a su querida amiga.
-Antes de empezar con ese tema… – quiso prevenir – ¿cómo estás? ¿te duele? – quiso saber cómo se encontraba tras los días pasados desde la operación.
-No, estoy bien. Únicamente tengo que tener cuidado con los puntos. Pero puedo hacer vida normal, pero sin hacer esfuerzos. En principio hacer reposo y poco más.
Y así siguieron hablando del tema durante un rato.
-¿Sabes? Llevo un suspensorio – le reveló él.
-¿Un suspen… qué? – le bromeó ella que no sabía lo que era.
Él se rió.
-Un suspensorio.
-¿Y qué es eso? – le preguntó haciendo una mueca mezcla de ingenuidad y broma.
-Pues es una prenda que recoge los testículos para que vayan bien sujetos.
Montse empezó a reír a carcajadas.
-¿Por qué te ríes? – le preguntó él intentando mostrar indignación, pero con una sonrisa que no podía evitar.
-No sé… me hace gracia… no me lo imagino.
-Pues es como una especie de tanga, pero con un agujero para el pene… – Montse no paraba de reír – …y en vez de unirse por aquí – le señaló la raja del culo – se une por los costados dejando el pompis al aire. Te gustaría – bromeó.
-¡Ay! No sé… – contestó mientras aún se recuperaba del ataque de risa – no acabo de verlo.
-¿Quieres que te lo enseñe? – le propuso.
-¡Vale! – contestó feliz – ¿Me lo enseñarás más adelante? – le contestó ingenuamente pensando en ver únicamente la tela, sin poner.
-Uf… – suspiró – a saber cuándo podrá ser eso… ¿quieres que te lo enseñe ahora?
-¿Sí? ¿Cómo? – empezó a hacerse la tonta intuyendo las intenciones de su amigo.
-Pues vamos un momento al lavabo, me bajo los pantalones y…
-¡Anda ya! ¡Tú estás loco!
-Que sí, tonta. Venga ven – y se levantó marchando a los lavabos sin esperar la respuesta de ella.
Montse no se lo esperaba y se quedó a cuadros. No tenía mucho tiempo para recapacitar así que no pensó cuando vio a su amigo a punto de desaparecer por la puerta de los lavabos.
-Espérame – le avisó lo más bajo que pudo para no llamar la atención. Si su amigo entraba por esa puerta sin ella, sería incapaz de saber si había entrado al cuarto de baño de los chicos o las chicas y se moriría de vergüenza si no lo encontraba.
Así que sin tener claro si lo quería hacer, se levantó en dirección a los servicios para dar la mano a Ricardo que la introdujo hasta uno de los lavabos individuales del baño de caballeros.
Nerviosa, se fijó en su amigo que empezó a desabrocharse los anchos pantalones después de haberse deshecho del cierre del cinturón. Los pantalones cayeron hasta los tobillos y se fijó en al abultado paquete que se le marcaba en los calzoncillos. Reprimió las ganas de echar una mano y magrearlo. Ricardo, con sumo cuidado, separó los calzoncillos de su cintura y los bajó poco a poco para no tocar el testículo operado. Montse se fijó en la cinta blanca del suspensorio que recorría la cintura del hombre y de unas tiras que, unidas a esta cinta, bajaban hacia abajo por las nalgas de Ricardo donde seguramente se unían a la parte baja del suspensorio. A medida que la tela del calzoncillo bajaba, la carne flácida del pene de Ricardo iba asomando. A Montse le gustó volver a ver aquel miembro que días antes había tenido entre sus labios. Cuando apareció la tela que embolsaba los testículos y el agujero por el que el pito pasaba volvió a reír, pero esta vez, debido a la morbosidad del momento, con menos ímpetu que antes.
-¿Qué te parece? – le preguntó Ricardo – ¿Lo había descrito bien o no?
-Sí – contestó risueña – pero no me lo habría imaginado jamás si no lo veo.
-¿Lo ves, tonta? – nunca mejor dicho pensó.
-A ver, date la vuelta – le pidió y cuando Ricardo lo hizo volvió a verle el buen culo. Se lo pellizcó cariñosamente.
Ricardo sonrió y volvió a ponerse de frente a ella.
-¿Por qué no me la tocas un poco? – le sugirió.
-Ricardo, estás recién operado. No digas tonterías, ¡no puedes hacer tonterías!
Enajenado, cogió la mano de su amiga y la llevó hasta su miembro. Ella retiró la mano, ofendida. Y él intentó acariciarle un pecho, pero Montse salió de allí despavorida sin decir nada. Mientras recorría el camino de regreso pensó que había llegado el momento de contarle el infierno por el que estaba pasando y, con lágrimas en los ojos, no le importó cruzarse con una pareja mayor que la miró con desprecio al ver que salía del cuarto de baño masculino.
Mientras se volvía a colocar la ropa Ricardo recapacitó. El calentón del momento le había jugado una mala pasada y había molestado a su mejor amiga, por no hablar de la tontería que acababa de intentar hacer, tener relaciones sexuales cuando lo tenía prohibido por los médicos. Al salir del lavabo vio que Montse, con lágrimas en los ojos, le esperaba sentada en la mesa. La tristeza lo inundó.
A medida que Montse le contaba lo mal que lo estaba pasando, todo tipo de sensaciones fueron pasando por el estado de ánimo de Ricardo. La pena de saber lo mucho que ella estaba sufriendo, la rabia de oír cómo le pedía que debían acabar sus no tan inocentes bromas que acababan provocando sus furtivos encuentros sexuales porque Ismael no se merecía ese comportamiento por parte de ninguno de los dos y, por último, el enfado al escuchar la confesión del motivo que provocó el accidente de coche por no poder dejar de darle vueltas.
Aunque se dijo a sí misma que quedaría para siempre en el olvido, Montse, aterrada por lo que podía ocasionar al mismo tiempo que se quitaba un peso de encima, confesó a su amigo el chantaje que su jefe le había hecho al descubrir sus conversaciones por correo electrónico. No ignoró el hecho de lo mucho que disfrutó con aquel polvo, pero en seguida se dio cuenta que hizo mal en no ocultar algunos detalles pues Ricardo no se lo tomó demasiado bien.
El hombre se sintió frustrado al saber que aquel indeseable argentino había conseguido acostarse con la pobre Montse a costa de un calentón que él mismo le había provocado y no había podido disfrutar. Y, equivocadamente, lo pagó con su amiga a la que culpó de lo sucedido insinuando que se había acostado con su jefe gracias a que él la había puesto cachonda. Montse se quería morir ante la reacción de su mejor amigo.
Los días pasaron hasta que Ricardo se recuperó al 100%, pero la relación entre ambos estaba en punto muerto desde el día del suspensorio. El enfermo se había hecho todas las pruebas pertinentes y habían resultado positivas. Estaba contento de que todo había ido bien, pero tenía la espina de no poder compartir ese momento con su mejor amiga.
Montse estaba en casa con Ismael viendo la tele. Tenía en mente darse una ducha, pero estaba esperando a que su pareja se marchara a entrenar ya que estaba a punto de hacerlo. No le dijo nada para no meterle prisa, únicamente quería esperar para poder despedirse de él con un beso. De hecho, seguramente, si ese día no le tocara entreno, habrían hecho el amor en ese instante. A ella le apetecía.
-Un beso, cariño – se despidió Ismael y en cuanto desapareció por la puerta ella se levantó para dirigirse al cuarto de baño.
Estaba casi desnuda cuando oyó unas llaves introduciéndose en la cerradura y abriendo la puerta. Pensó en lo que Ismael se habría olvidado y le gustó la idea de que fuera a ella a la que se había dejado y volviera para chuscar un rato. Sólo de pensarlo notó como su entrepierna se humedecía.
-Ismael, ¿qué te has dejado ya? – le preguntó alzando la voz mientras salía del baño dirigiéndose a la habitación.
Ricardo había entrado procurando no hacer mucho ruido. Al asomarse al pasillo no se esperaba ver aquello: la escultural Montse, de espaldas, entrando en la habitación con un pequeño tanga como única prenda. La erección fue automática.
-¿Ismael? – volvió a preguntar intrigada, alzando más la voz.
Ricardo, sigilosamente, se asomó a la habitación y se encontró a su amiga, encorvada doblando la ropa sobre la cama. Las grandes ubres le colgaban como alforjas y reprimió las ganas de correr a sobárselas.
-¡Sorpresa! – vaciló.
Montse, al oír la voz, reaccionó en seguida tapándose como pudo. Estaba anonadada. Por un pequeño instante tuvo miedo, pero rápidamente supo que su mejor amigo jamás le haría nada malo.
-¿Tú qué haces aquí? – le soltó con voz agria – ¿No ves que estoy desnuda? ¡Largo, largo!
-Está bien, disculpa – reaccionó dejando de asomarse – Sólo venía para darte una sorpresa, para hablar y pedirte perdón por mi reacción del otro día – a Montse le gustó – No sabía que estabas desnuda – mintió.
Montse caviló unos segundos haciendo el ruido tal para que así lo percibiera su amigo.
-Vale, me gusta la idea – concluyó al fin – Espera que me pongo algo y hablamos.
Antes de hacerlo Montse separó la tela de su tanga para comprobar lo húmeda que estaba. Se maldijo por estar tan caliente justo cuando su amigo venía a arreglar las cosas. Introdujo la mano que no sujetaba la tela dentro del tanga y se palpó el coño. Al sacar la mano pudo observar el líquido que impregnaba sus dedos y pensó en lo mucho que habría deseado que fuera Ismael el que hubiera entrado por esa puerta y el que ahora estuviera penetrándola.
Ricardo se había fijado que desde el pasillo donde estaba podía ver el interior de la habitación a través del espejo del lavabo y se quedó observando el precioso cuerpo desnudo de su amiga. Pero unos instantes después no se podía creer lo que estaba viendo. Montse tocándose el coño. ¿Por qué lo hacía? caviló. Y, sin pensar demasiado, reaccionó en seguida.
Ella no se lo esperaba. En cuanto se quiso dar cuenta, Ricardo estaba a su espalda y le empujaba, como hiciera ella semanas antes en su casa, dejándola caer sobre la cama, esta vez boca abajo. Sin tiempo a reaccionar, su amigo se estiró junto a ella, sujetándola.
-Montse, te deseo. Necesito hacer esto, necesito volver a follarte – le jadeó cerca de su oído.
-No creo que sepas lo que dices – le contestó ella, asustada – estás pensando con el pito.
Pero Ricardo no la escuchaba. Empezó a magrearla recordando la ducha donde enjabonó casi todo su cuerpo o el día del sofá donde pudo sobarle las tetas a conciencia. Cada uno de esos recuerdos unidos a las nuevas caricias a su amiga le ponían más y más cachondo y le impedían oír las palabras de súplica de su amiga.
-Por favor, Ricardo… – casi sollozaba – no lo hagas.
El hombre se apartó de ella por un instante para bajar el tanga de su amiga de un tirón. Rasgó la piel de la mujer dejando la tela a la altura de sus rodillas. Ricardo subió las manos recorriendo los carnosos muslos de Montse.
-¿Por qué te tocabas el coño antes, eh, guarrilla? – le increpó mientras introducía la mano derecha en la entrepierna.
Montse había dejado de quejarse y únicamente pensaba en lo mal que eso iba a acabar. Ella tenía ganas de chuscar y, aunque deseaba que fuera Ismael el que ahora la magreara, empezaba a no importarle a quién pertenecieran las manos que estaban a punto de entrar en contacto con su necesitada raja.
-Mírate, si estás cachonda como un perra, reconócelo – le reprendió al comprobar lo mojada que estaba Montse. Pero ella no dijo nada.
Ricardo comenzó a frotar el coño de su amiga hasta sacarle los primeros gemidos. No tardaron en llegar. El hombre comenzó a desabrocharse el tejano con la otra mano para liberar la polla con la que pensaba empalarla.
Montse no pudo reprimir las ganas de echar un vistazo atrás y ver cómo el violador desenfundaba su pistola. Cuando vio el brillante glande recordó las sensaciones al chuparlo después de la depilación de su amigo y se dejó llevar.
-Métemela… – le pidió a su amigo con la voz entrecortada.
-Eso pienso hacer, cabrona. Mira que me lo has hecho pasar mal desde la primera vez, hija de puta – y justo la insultaba cuando le introdujo la punta de la polla en el lubricado coño – ¡Estás chorreando! Seguro que estás pensando en tu puto jefe… – le recriminó con todo el rencor que tenía acumulado.
Las vejaciones unidas a la penetración crearon un cóctel de sensaciones nunca conocido en la mujer que esperó deseosa la embestida final en la que Ricardo le introdujera todo el cipote en su hambrienta concha. No se hizo esperar. El hombre, tras la pausada penetración del glande, empujó con fuerza insertando el resto de la durísima polla en el interior de Montse provocándole uno de los orgasmos más placenteros que recordaba. Mientras se corría, Ricardo comenzó a meterle y sacarle la polla con una fiereza desconocida en él y, antes de terminar de correrse, otro orgasmo la inundó. El placer era infinito y eran casi los propios orgasmos los que le daban tanto gusto que casi sin necesidad de que aquel salvaje la follara aún se corrió por tercera vez consecutiva.
Ricardo se sentía pletórico. Desde que Montse le hiciera la mamada no había vuelto a tener relaciones sexuales de ningún tipo. Únicamente la masturbación para la prueba de semen en el hospital y la paja pensando en su deseada mejor amiga en cuanto le dijeron que podía volver a tener relaciones. Y ahora se sentía con fuerzas suficientes como para partir en 2 a su amiga. Quería demostrarle que era un auténtico macho y mejor amante que su jefe así que cada embestida intentaba que fuera más fuerte que la anterior, introduciendo su rabo en cada una de ellas hasta los mismísimos huevos. Quería llegar lo más lejos posible dentro de Montse, explorar su interior y dejar allí su sello para siempre.
Montse, tras el multiorgasmo, empezó a sentirse dolorida. La postura no era muy cómoda, tumbada de espaldas con su amigo sobre ella. Notaba las gotas de sudor que se resbalaban del rostro de Ricardo cayendo sobre su espalda. Y el muy bestia de su amigo estaba destrozándole el coño. Todo ello hacía que empezara a dejar de disfrutar, pero él se dio cuenta de ello en seguida.
Ricardo se separó de su amiga, que se giró en cuanto notó la libertad con una sonrisa en su rostro.
-Me pones mucho, niña – le dijo al ver esa preciosa faz iluminada por tan enorme y cautivadora sonrisa.
Y se precipitó sobre ella para besarla en la boca mientras ambos se magreaban en busca de la carne del amante con el que estaban haciendo el amor.
-¿Quieres comprobar si supero los 4 chorros de la última vez? – le insinuó él haciendo referencia al testículo recién operado que ahora también entraba en juego en sus corridas.
-¡Vale! – le contestó ella divertida.
Ricardo se apartó de ella nuevamente y la cogió de los brazos para alzarla. De pie, junto a la cama, empujó a su amiga hacia abajo, forzándola a agacharse. Estaba claro lo que buscaba y a Montse no le importó. Iba a ser la segunda corrida que iba a recibir su rostro tras la de su jefe.
De rodillas, a la altura del cipote tieso de Ricardo, Montse agarró el falo y empezó a masturbarlo. En seguida utilizó también la boca para chuparle la polla y provocarle el orgasmo. Mientras lo hacía se llevó la mano libre a la entrepierna y empezó a acariciarse los labios vaginales, nuevamente lubricados. Se abrió de piernas y empezó a masturbarse mientras no dejaba de pajear y mamarle la verga a su especial amigo.
Ricardo volvió a rememorar todo lo vivido con su amiga. No únicamente los últimos encuentros sexuales que habían sido tan placenteros, sino que recordó todo lo especial que ambos habían vivido y dio gracias por ser amigo de esa mujer tan extraordinaria que había hecho de él alguien tan extraordinario. Los sentimientos, el placer, las sensaciones se unieron provocándole el orgasmo. Montse se apartó de él y Ricardo se agarró la polla para apuntarla hacia el bello rostro de ella. Pajeándose, se corrió en la cara de su amiga.
Montse notó el primer chorro caliente alcanzarle el pelo y la frente. El siguiente le manchó la nariz y parte de la mejilla. El tercer aluvión de semen pareció más vigoroso aún depositándose nuevamente en su pelo, nariz y boca. Los sucesivos siguieron pintándole la cara llenando de leche su pelo, frente, nariz, mejillas, labios, barbilla… todo su rostro quedó recubierto del espeso semen de los 12 chorros que Ricardo le soltó en la cara. Mientras Montse recibía tal baño de lefa sus dedos comenzaron a moverse más rápidamente dentro de su coño alcanzando así un nuevo orgasmo.
Ricardo tuvo que apoyarse en la cama para no desvanecerse tras haberse vaciado sobre el precioso rostro de su amiga que ahora estaba cubierto de una espesa capa blanca. Eso no le impidió a Montse agarrar la morcillona polla que colgaba ante ella para besarla, lamerla y absorberla por última vez con intención de recoger los restos de semen que por ahí quedaran. Ricardo sonrió.
Sin decir nada, la mujer se levantó subiéndose las bragas y se retiró al cuarto de baño para limpiarse el semen de la cara. Ricardo se tumbó en la cama recobrando fuerzas.
-Oye, ¿y cómo has conseguido entrar en la casa? – le preguntó Montse desde el lavabo.
-Bueno, realmente quería darte una sorpresa. No te he mentido, mi intención era arreglar lo nuestro y se me ocurrió que esta podía ser una buena forma…
-Cuéntame – le cortó Montse, intrigada.
-Pues llamé a Ismael para preguntarle cuándo entrenaba y si me podía hacer un favor. Le dije que quería arreglar el mal rollo entre nosotros y para ello había pensado en darte una sorpresa.
-Te enrollas… – le hizo ver ella, que se impacientaba.
-Está bien… pues le dije que él y yo podíamos quedar abajo y cuando él se fuera a entrenar volvíamos a subir quedándome yo en casa y él marchándose definitivamente para que tú te pensaras que era Ismael el que había vuelto y al verme a mí te llevaras una sorpresa.
-Pues las cosas te han salido bien, eh, guapito – le dijo mientras regresaba a la habitación, con el rostro limpio y aún en tanga. Ricardo sonrió.
-Eres un cielo.
-Sí, pero mira como me has dejado el pelo – se quejó Montse enseñándole los manchurrones de semen que se habían adherido a su preciado cabello – Ahora voy a tener que lavármelo y no toca – y gruñó en un gesto de rabia amistosa.
-¿Quieres que te ayude a ducharte? – le bromeó él sacándole ahora la sonrisa a ella.
-Anda vete, que te quiero demasiado y al final nos metemos juntos en la ducha.
-Te amo – coincidieron ambos al unísono antes de que ella se metiera en la ducha y él se marchara, esta vez, para siempre.
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Sin hacer caso a su calentura, separé yo mismo sus labios y me quedé mirando al aparato. El dichoso piercing tenía una forma parecida a los gemelos que usaba mi padre. Una barra coronada a ambos lados por dos bolitas metálicas. Habiendo satisfecho mi curiosidad, paseé mi dedo por la raja de su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El aullido que pegó a notar como la súbita penetración, me determinó a tratarla con dureza.
Tengo algo de frio. Me levanto, con cuidado para no despertar a las chicas. Las cubro con una sábana. Me ducho, con el ruido del agua al caer parece que han despertado las dos. Marga se sienta en el inodoro a hacer pis, me mira y sonríe. Tiene la extraña cualidad de hacerme sentir bien. Me relaja su presencia. Ana se dirige directamente hacia donde estoy, entra en la ducha, coge una esponja y frota mi cuerpo. También resulta relajante. Marga también se mete bajo la regadera y nos lavamos los tres. Salgo primero, para evitar ataques, despierto a Pepito para que se asee y se vista y voy a la cocina a preparar café y croissants. Improviso un desayuno ligero. Cuando salen está todo listo. Desayunamos. Les digo que recojan la ropa y los enseres que pueda necesitar Mila y nos vamos al bufete de Isidro. Por el camino llamo a mi abogado para que nos asista en las negociaciones.
Esperamos unos minutos en una antesala, entran Gerardo y Alma. Traen la maleta de Pepito, que al verla corre a abrazarla. Ella lo acoge con cariño. Viene hacia mí.
–Hola José, me alegro de verte, aunque no por las circunstancias. ¿Cómo está Mila?
–No lo sabemos, Alma, hasta que pase algún tiempo y se sepa que secuelas han quedado.
Gerardo entra en el despacho de Isidro. Alma me lleva al pasillo para hablar conmigo.
–No le digas nada a Gerardo, pero me alegro de que te lleves a Pepito. Gerardo no está preparado para cuidar al chiquillo. Se refugiaba en mí y se hace querer. El poco tiempo que ha estado conmigo me ha hecho sentir como una madre. Pero de lo que te quería hablar es de Mila. Supongo que recordaras el día que fuisteis al club los dos. Pues bien, yo no tenía claro que ocurría, pero cuando te fuiste, me acerque donde estaba Mila, le dije que te habías ido y entonces ocurrió algo que yo no he logrado entender hasta hoy. Mila empujo de malas maneras a los tipos que estaban con ella, se cabrearon y ella les abofeteo. Se los quitó de encima y me la llevé a mi habitación. Lloraba como no he visto llorar a una mujer. Yo era incapaz de calmarla, sufrió un ataque de ansiedad, la metí en la ducha a la fuerza porque estaba que daba asco. ¿Y sabes que me dijo? Que la porquería la llevaba por dentro. Lo de fuera se podía lavar, lo de dentro no. Dijo que se sentía sucia, no era digna del hombre, al que amaba con toda su alma. A ti, José. Me dijo que había hecho todas aquellas porquerías para asquearte, para que la odiaras, para que la apartaras de tu lado, para que rehicieras tu vida con otra mujer que te diera la felicidad que merecías. Gerardo entró y al verla así se sobresaltó. Le preguntó que le pasaba y ella le dijo que por fin había ocurrido, lo que ella más temía. Se había enamorado. Perdidamente. Hasta el extremo de renunciar a ti, por amor. También le dijo que quería hablar con él, pero fuera de allí. Y se citaron el día siguiente.
José, conozco a Mila desde hace muchos años. No es la misma. La Mila que estuvo en mi habitación aquella noche, no era la Mila que había sido. Jamás se coló por nadie, había hombres que matarían por ella y ella los manejaba, sin dejarse manipular.
–Agradezco tus palabras Alma, no sabes cuánto. Intentaré compensar el daño que le he causado, aun no sé cómo, pero lo intentaré.
Gerardo nos llama para firmar los documentos. Mi abogado ha llegado, me saluda y entramos.
Se pide a la notaría los documentos que me permiten firmar la venta de todo, junto con Marga. El pago se realiza mediante cheques conformados. Tenemos prisa por ir a recoger a Mila. Isidro me lleva aparte y trata de amenazarme, le doy un empujón y acaba en el suelo.
–Me las pagaras cabrón.
–Cabrones somos los dos y ya te estoy pagando, Isidro. Tú le pagabas a mi mujer, por darte placer y yo le doy placer a tu mujer gratuitamente. Bueno, a cambio del mío. No te imaginas cómo folla la condenada. Se ha llegado a desmayar con un orgasmo. ¡¡Lo que te has perdido!! ¡¡Cabrón!!
–Vamos José, déjalo, no merece la pena.
Marga me arrastra hacia la salida y vamos al hospital. En recepción nos espera Andrés.
–José, ven, tengo algo que decirte.
–¿Qué le pasa a Mila?
–Nada, no es Mila, es María. Ha muerto.
–¡¡Coño!! ¿Qué ha pasado?
–Tuve que atender a una reclusa que la conocía, me dijo que la habían encontrado en las duchas, desangrada, con un corte en el cuello.
–Joder, no le deseo la muerte a nadie. Pero parece que nos ronda. En poco tiempo mi padre, María y lo de Mila, que casi la perdemos. ¿Como sigue? ¿Podemos llevárnosla ya?
–Sí, lo tengo todo preparado. Vamos a su habitación, voy a buscar una silla de ruedas.
–¿Tan mal está?
–No puede andar, pero espero que con la rehabilitación se recupere, cuando llegues a —- tienes que ir al centro de salud. Ya te he solicitado una silla de ruedas para que podáis mover a Mila.
Cojo en brazos a Mila para sentarla en la silla de ruedas, ha perdido peso, no abre los ojos, se deja hacer. Marga, Ana y Pepito están en el coche, la abrazan. Mila abre los ojos y besa a su hijo, es un momento muy emotivo. A todos se nos saltan las lágrimas.
Me despido de Andrés, agradeciendo lo que ha hecho por nosotros y enfilamos la autovía hacia Alicante. Los cinco vamos en silencio.
En La Roda, nos detenemos en el mismo restaurante donde Ana y Claudia me contaron que habían hecho correrse a una desconocida. Ana me mira y sonríe con cara de complicidad. Me hace sonreír, los demás no saben por qué. Mila sigue silenciosa, le pido a Marga que traiga un zumo para Mila. Al principio lo rechaza, pero acaba aceptando y bebiéndoselo. Seguimos el viaje y ya no nos detenemos hasta llegar a nuestro destino.
Claudia y las niñas se abalanzan sobre Mila, besándola, acariciándola. Con ella en brazos entro en casa, Claudia me indica que la lleve arriba, no deja que suba nadie más, les dice que Mila requiere descanso. Me dirijo a nuestro dormitorio, la deposito en el lecho. Hace calor, le quito la ropa, está muy delgada. Le pongo una camiseta larga, cómoda. Me tiendo a su lado, paso mi brazo bajo sus hombros y la atraigo hacia mí. No huelo su perfume, no es su olor. Abre los ojos y me mira fijamente, beso sus labios suavemente, se inclina hacia mí.
–Mila, amor mío. Te necesito, aun cuando no estaba contigo, a pesar de la distancia, sabía que estabas, que podía hablarte, verte, amarte en silencio. No volverás a hacerlo ¿Verdad?
Con una voz débil, con esfuerzo.
–No, José. No volveré a intentarlo. Ya no. No me daba cuenta del daño que os hacia a todos. Perdóname.
–No Mila, soy yo quien te pide perdón. No te creí, y te empujé, sin querer a hacerlo. Ahora sé que puedo confiar en ti.
En la puerta están Marga y Claudia.
–Se han ido todos a la playa. ¿Podemos quedarnos?
–Como no, Claudia. Esta es vuestra casa, nuestra casa, no tenemos que pedir permiso para nada. Quedaos con nosotros.
Entran y se tumban en la amplia cama, a nuestro lado. Marga acaricia las manos de Mila.
–¿Cómo vamos a organizarnos?
–Claudia es buena con la organización. Que sea ella la que nos diga que debemos hacer y cómo. Lo aceptaremos en asamblea, como en una comuna.
–¡Eso es! Convertiremos esta casa en una comuna, basándonos en la libertad de todos y en un principio básico del ejercicio de esta libertad. Que la libertad de cada cual termina donde empieza la de los demás. O sea, todos y cada uno de nosotros, como titulares de derechos, somos libres para hacer con nuestra vida lo que nos plazca, mientras no afecte el derecho de los demás, para hacer lo propio.
–En cuanto al sexo, he meditado mucho, he cambiado mi forma de entenderlo, de vivirlo, gracias a Mila, a todas vosotras. Me ayudó la lectura de un libro, de donde extraje algunas ideas que he podido experimentar. Se titula “El amor libre”. Comprendí, que las leyes del deseo, priman sobre las de la costumbre. Que la fidelidad es imposible, en la inmensa mayoría de los casos. La inocencia grita, que el amor sólo puede ser libre, que la pluralidad de afectos es un hecho. Y aquí tenemos la prueba, yo os amo, a vosotras, a las tres, porque el deseo obedece a un orden natural, anterior y superior a todo mandato social establecido. Que la institución del matrimonio es una inmoralidad social. Que la familia jurídica debe ser sustituida por la unión libre entre hombres, entre mujeres y entre hombres y mujeres. Que sea una unión natural, por amor, no por la sanción de un tercero, el estado o el clero, para formar una familia, para educar a los hijos libremente. El matrimonio es un medio que utiliza el estado para esclavizar a las personas, es un instrumento de dominación que sostiene el orden actual. Pero no el moral.
Como Bakunin, he experimentado las amarguras, he sufrido mucho y he caído en la desesperación. Ahora he comprendido lo que es el amor. Mila me ha mostrado el camino. Amar es querer la libertad, Mila lo ha demostrado, hasta el extremo de intentar quitarse la vida para que yo fuera libre. Y yo elijo no serlo. Ejerciendo mi derecho a la libertad, me someto a la dulce tiranía de su amor. De vuestro amor. No os exijo, no debo hacerlo basándome en estos preceptos, fidelidad ni sumisión, sois libres, somos libres, si estamos juntos, es porque así lo queremos.
Así que propongo establecer nuestra casa como Zona libre de dogmas religiosos y filosóficos. Vamos a basar nuestra relación en la verdad, como hecho, no como teoría. Esta será una comunidad, de personas libres e independientes, mientras se mantenga la unidad del amor, que brota de lo más hondo, del misterio infinito, de la libertad individual.
Desde la puerta Ana, Claudia y los demás niños aplauden.
–Por fin lo comprendes. Todo lo que acabas de decir es lo que tratamos de hacerte entender desde hace tiempo. Todos nosotros practicamos esto que acabas de comprender. Más vale tarde que nunca. Papá, te queremos, nos queremos y queremos vivir contigo, con mamá, todos, con la verdad por delante. Cualquier día vendré a decirte que me he enamorado de alguien y me iré. Tal vez vuelva, desengañada, tal vez no. No lo sé.
–Pero ahora, sé,….. que tenemos hambre y queremos comer. Jajaja. Dejémonos de filosofía y vamos al comedor. Mamá Claudia, nos ha preparado un plato especial para celebrar el regreso de mamá Mila y mamá Marga, ahora tenemos tres mamás. Es algo que le gusta mucho a mi mami. Costillitas de cordero a la plancha, las cocinaremos sobre la marcha para comerlas calentitas, con un buen vino de Valdepeñas, como le gusta a mi papi.
Bajan todos en tropel, Claudia va con ellos. Marga me ayuda a levantar a Mila, intentamos que ande, despacio mueve las piernas y poco a poco bajamos al comedor y la sentamos en la mesa. El color ha vuelto a sus mejillas. Mili y Pepito se sientan a su lado. Mila más animada come, con nuestra ayuda. Después los niños, Mili, Elena y Pepito, se van a la parcela de al lado, con los niños de los vecinos, a jugar. Subimos a Mila, Ana y Claudia se quedan con nosotros.
–Papá, ¿Quieres hacer el amor con mamá? Creo que ella lo necesita más que comer.
–Quisiera, pero no me atrevo, parece muy débil.
–Le dará fuerza, te lo aseguro. Inténtalo, nosotras te ayudaremos,.. si quieres.
–Quiero, Ana. Nada deseo más que teneros a todas a mi lado, me hace muy feliz haber roto el maleficio que parecía pesar sobre nosotros.
–Mila. ¿Lo deseas?
Asiente con la cabeza, mirándome, fijamente, amorosamente.
Se desnudan todas, ayudan a Mila. Yo me desprendo de la ropa y me tiendo a su lado, mirando hacia ella, que me mira a mí. Clau se coloca a mi espalda, acariciándome. Marga a la espalda de Mila besa su cuello, mordisquea los lóbulos de las orejas, Claudia hace lo mismo conmigo, me produce deliciosos escalofríos. Mi mano izquierda acaricia el vientre de Mila, la derecha en su nuca, acerco su boca a la mía, cierro los ojos y me abandono. Lo último que vi fue, a mi hija y la hija de Claudia, en un sensual sesenta y nueve, acariciando sus coñitos, con sus respectivas lenguas. Respiraba sexo, saboreaba sexo, en mis manos, boca, en todo mi cuerpo, acariciado por los cuerpos, manos bocas y coños, de mis tres mujeres. Era tan irreal, como un sueño, delicioso y suave, sin violencia, todo delicadeza, amor ¡COÑO! ¡¡AMOR!! ¡¡El que mueve el universo!!
Nos dormimos agotados por los orgasmos. Cuando despierto, me levanto, las dejo dormir y bajo al despacho. Conecto con el prostíbulo, para ver que se cuece. No hay nadie, al parecer no han llegado aún. En la cámara del dormitorio esta Alma, con un desconocido, están follando, más bien, la está maltratando. A cuatro patas, le da por el culo violentamente. Ella soporta el castigo, pero se ve que no le gusta. Aparece otro tipo, malencarado, se desnuda y la folla por la boca, le dan arcadas, pero sigue apretando hasta casi la asfixia. La colocan, sobre uno de ellos, boca abajo, le penetra el coño, el otro a su espalda, la mete en su culo. El que está abajo, la abofetea para que se mueva, el de arriba tira de los pezones, ella grita, de dolor, pero no hacen caso, está llorando, cuanto más llora mas fuerte le dan. Cuando se corren los dos bestias, la dejan irse al baño. Dejo de verla. Los dos tipos se visten y se van.
En el otro piso veo a Gerardo, entran los dos energúmenos que follaban a Alma. Habla Gerardo.
–Mañana, a las tres de la tarde, en el almacén del polígono industrial de —- . Yo llevaré la farlopa, cincuenta kilos. Vosotros la pasta. Millón y medio, sin trampas. Ya sabéis que no me gustan. Intercambiamos y cada mochuelo a su olivo. ¿Entendido?
–Vale tronco, allí estaremos, por cierto tu putita tiene un culito muy rico, pero creo que se lo he desfondado. Jajaja Hasta mañana.
Se van los dos y se queda solo Gerardo, cuando cierran la puerta coge el teléfono y llama.
–¿Isidro?——–Ya está, de esta nos forramos—– Si, mañana a las tres, donde acordamos, no me dejes solo ¡¡Eh!! Y tráete la pipa, yo también la llevo—– En la maleta con la farlopa—–No hombre este teléfono está limpio, estoy en el local de Mila—-Quedamos así, hasta mañana—Adiós.
Veo a Alma, desnuda, quitar las sábanas de la cama y tenderse, boca abajo, llorando.
Gerardo se marcha del local. Aparece en el dormitorio, Alma se sorprende y se incorpora.
–¡Eres un cabrón! Esos hijos de puta me han pegado, sabes que no me gusta.
–¡Déjate de pamplinas! Y vístete que tienes que ir a abrir el club. ¡Venga!
La muchacha se viste y se marcha. Al quedarse solo, abre el armario, donde Mila guardaba sus cosas, y saca dos maletas pesadas. Deja una en el suelo y la otra sobre la cama. Abre la maleta, saca una pistola del armario y la deposita dentro.
No necesito más datos. Llamo a Andrés. Le cuento todo y le informo del lugar, hora y los que van a participar en la venta. Llamará a un amigo, guardia civil, para contárselo y que el actúe, como si hubiera recibido una llamada de un informador anónimo.
Apago todos los equipos y vuelvo a la habitación. Todas mis chicas siguen dormidas. Excepto Mila. Me mira y siento algo, muy fuerte, dentro de mí. La ternura de sus ojos me hacen sentir como un miserable, por no creer lo que me dijo, la noche del club de parejas. Extiende sus manos hacia mí. Me acerco, las tomo y tiro de ella, hasta sacarla de la cama. En brazos la llevo hasta la terraza, donde la siento en un sillón de rafia con almohadones. Me siento a sus pies. Acaricia mi cabeza, el pelo, las mejillas, se acerca a mi rostro y deposita un beso en mis labios, con una ternura infinita. De nuevo en mi pecho la sensación de plenitud.
–Como me arrepiento José, de todo, de mis engaños, de todas las cosas que…
Pongo mi mano sobre su boca. Cariñosamente le impido seguir hablando.
–Mila, amor mío, no tienes por qué arrepentirte de nada. Excepto de la haber intentado irte sin mí de este mundo. Eso jamás te lo habría perdonado. Por tus hijos, nuestros hijos y por mí. Jamás podría haber sido feliz con tu muerte sobre mi conciencia y por haberme dejado. Quiero mucho a Claudia, pero a ti….
–¡Sshhh! No digas nada más. Dejémoslo así. Volvemos a estar juntos. Como tú decías, no sabemos por cuánto tiempo. Vamos a vivir el presente. Intentaremos recuperar el tiempo perdido.
Se asoman Marga y Claudia.
–Vamos tortolitos, que hay que preparar la merienda y arreglar a los peques.
Cojo en brazos de nuevo a Mila, ella se aferra a mi cuello, ha recuperado su aroma, el olor de su piel, huelo su pelo y siento un placentero escalofrío. Al pasar cerca de Claudia llega hasta mí, el perfume a vainilla, me las comería a las dos, a las tres, a todas. Me fascina el perfume de mujer, y estas parecen estar en celo permanente. Las dos lolitas se aferran a mis brazos y nos acompañan hasta el sofá del salón, donde deposito a Mila, que pronto se ve rodeada por los niños. Marga me mira, coge mi mano y la lleva a su mejilla.
–Eres muy bueno José, por primera vez, en muchos, días veo feliz a Mila y eso me llena de dicha. Hablaba en serio, cuando le dije a Mila, que si ella hubiera muerto, yo la seguiría. Lo estuve pensando, toda la noche, en el Hospital. Estaba decidida, si ella se iba, yo me iría con ella.
No pude evitar, estrecharla entre mis brazos, refugiarme en su hombro, para ocultar mis lágrimas. La tragedia, que podía haber causado, por mi postura intransigente, por mi ceguera, por no ver el amor, que me profesaba Mila. Claudia nos miraba, parecía, comprender lo que decíamos, sin oírlo, no lo necesitaba. Por alguna extraña razón, que desconozco, existía un canal de comunicación, sin palabras, sin gestos, del que participábamos todos, en esta casa.
En aquel momento se me ocurrió poner un letrero en la cancela de entrada, con azulejos. Una sola palabra. LIBERTAD.
El resto del día pasó, como debieran pasar todos los días, reímos, jugamos, lo pasmos bien. La noche, fue una noche loca, de trasiego entre habitaciones, las chicas iban y venían, se reían, guerra de almohadas, retozaban. Luego nos amamos, los cuatro, hasta caer rendidos, satisfechos. Por primera vez en varios meses pude dormir de un tirón sin malos sueños, sin pesadillas.
Me despertaron los gritos de los niños que se iban al mar, a bañarse, con sus amigos. Mila, despierta a mi lado me miraba, me hacía sentir como un niño, que ha cometido una travesura, pero es perdonado por su madre. Saboreo sus labios y la cojo en brazos, para llevarla a desayunar. Me detiene, con esfuerzo, consigue ponerse de pie, va a caerse, la sujeto, se apoya en mí y así, poco a poco, bajamos.
Desayunamos en el jardín. El sol de la mañana nos sentará bien. Suena el teléfono.
Es Andrés, me llama para decirme, que algo salió mal en la redada. Cuando rodearon el almacén, para asaltarlo, oyeron disparos en su interior. Al entrar, se encontraron, con tres cadáveres y un herido. Los fallecidos eran, Gerardo, Isidro y un sujeto sin identificar. El herido les dijo, que habían intentado, engañar a los españoles. Sacaron las armas y dispararon. Se aprehendió, un alijo de cocaína, de cincuenta kilos, cuatro pistolas y un millón y medio de euros, en billetes falsos, con los que los extranjeros pretendían pagar la droga. Se suponía que, Gerardo e Isidro, descubrieron el engaño y reaccionaron sacando las armas, pero los otros también llevaban.
Tenía que comunicárselo a Claudia y sus hijos. Vaya papeleta. Con lo que llevaban sufrido. Los niños estaban en la playa, con Ana y Claudia. Las chicas están tomando el sol, en el césped. Cuando me ven la cara intuyen algo. Mila me mira.
–¿Qué pasa José? Dinos, ¿Qué ocurre?
–Son Gerardo e Isidro.
Claudia mueve la cabeza.
–¿Qué pasa con ellos? ¿En qué lio se han metido ahora?
–En uno del que no se puede salir. Lo siento.
Mila sonríe tristemente.
–Eran dos hijos de puta, pero no merecían morir. ¿Por qué han muerto, no?
–Si. Al parecer, fueron a vender un alijo de cocaína, algo salió mal y los mataron los compradores.
Claudia lloraba en silencio. La estrecho entre mis brazos, reposa la cabeza en mi hombro.
–No lo quería José, llegue a odiarlo, pero no merecía morir así. Ahora te necesito más que antes. Mis hijas son huérfanas.
–No Claudia, ayer expuse mi forma de entender esta nueva vida. Tus hijas me tienen a mí, como padre y a Mila y Marga, como sus otras madres. Eso no debe preocuparte.
–Vamos a cerrar un capítulo nefasto de nuestras vidas. Pero
LA VIDA SIGUE
He llegado al final de estos tristes y dolorosos relatos. Espero que José y su nueva y extensa familia, sean felices. Al menos estoy seguro, que lo intentaran.
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Una nueva semana comienza, me levanto y me ducho, parezco llena de energía, he descansado mucho y me he divertido aún más, así que me pongo mi traje más elegante, y voy a trabajar tras desayunar.
Todos, incluido mi jefe David, me dicen que se me ve genial en la oficina, lo achaco a que un boy me ha quitado las penas como se deben de quitar. Regreso a casa tarareando el canal de rock que siempre llevo guardado en la memoria de la radio, y que nunca ponía ya que mi hijo lo detesta. Desde que o le levo y le traigo de la universidad, me siento más liberada, esa es la realidad.
Llego a casa y me cambio, sigo con camisetas viejas por el chupetón en mi cuello del tal Jimmy, que parece que no desaparecerá nunca. Hago la comida y recuerdo hacer un poco más mi invitado, que me confirma por mensaje que vendrá. Viendo el telediario esperando a que lleguen, y cuando aparecen, se repite mi mundo.
Carlos pasa de largo con un leve gesto con la cabeza, y Javier entra con una sonrisa enorme a saludarme al salón, con un polo negro y pantalones piratas de tela fina. Nada más verle, siento ganas de correr a sus brazos, y eso hago. Me recibe y me zarandea lleno de felicidad. Adoro que haga eso.
– YO: Hola Javier ¿Cómo estás? – digo cuando me deja en el suelo después de darme mi imperdonable beso en la mejilla.
-JAVIER: Puf, no sé, empiezo a notar eso de mariposas en el estómago y esas cosas que dicen las canciones.
– YO: Que te has enamorado, eso pasa, se te ve genial.
-JAVIER: Pues anda que tú, parece que te haya tocado la lotería.
-YO: Nada, que me divertí el sábado, y estoy feliz, por ti.
– JAVIER: Estupendo, fue un honor sacarte por ahí, y siempre que quieras me avisas, y te llevo a comernos la noche de Madrid. – sonrío sujetándole del brazo.
-YO: Eso está hecho…anda, ven a la cocina, ayúdame con la mesa y me dices que tal con Celia.
Me habla maravillas de la relación con ella, dice que quedaron ayer y tomaron unos helados junto a un parque, jugaron con Thor y se besaron un montón de veces. Llegó a subirla a su casa, y allí se dieron el lote, dice que casi se vuelven a acostar, pero con el perro por allí le daba reparos, y la acompañó a su piso. Desde entonces han estado hablando por móvil mucho tiempo. Se le ilumina la cara cada vez que dice su nombre.
Pese a que estoy contenta, y alegre, charlado distendida, cada vez que veo el brillo en sus ojos al mencionar a su ligue, debo forzar un poco mi sonrisa. Es algo que achaco a unos celos primarios, debido tal vez a que la atención que yo recibía, ha pasado a manos de una adolecente cualquiera, y me da rabia. Soy consciente de ello mientras en algún rincón de mi mente, una voz me susurra que hice lo correcto al alejar a Javier, y que todo está en orden y como debe ser.
Luego me cuestiono que si eso es cierto, por qué no dejo de intentar auto convencerme.
Comemos, y para mi regocijo, Carlos se va a su cuarto y Javier se queda en el sofá conmigo. Charlamos un buen rato, sobre lo que pasó, y lo que puede pasar. También se interesa por mí, y lo que hice cuando se fue él de la discoteca. Le digo que toreé a unos cuantos buitres, cosa que no es mentira, y que uno de ellos me dejara molestias vaginales dos días después, simplemente me lo callo.
Pasan un par de horas, y se acerca la hora de irse, me dice que va a sacar a Thor, que le gustaría que le acompañara, pero que va a buscar a la adolecente rubia que se benefició en mi cama, para dar una vuelta. Me cuesta tragar saliva desde ese momento, y escucharle hablar de todo lo que tiene pensado hacer, decir o pensar sobre la chica, me va sumiendo en un pequeño agujero. Asiento triste, cuando se levanta para irse, finjo más tristeza para que no se note la real y quede como una broma. Le acompaño a la salida y me da tal abrazo que me eleva del suelo, me come a besos dándome las gracias por lo del fin de semana, tratando de animarme, y se va.
Aguanto la sonrisa falsa el tiempo justo de volver al salón, noto una espesa bola de plomo subir por mi pecho, cuando llega a mi cara, me derrumbo en el sofá, empezando a llorar. Me odio, soy idiota e imbécil, debería estar feliz, Celia es buena para él, y a mí me evita un problema, pero siento rabia de que Javier tenga a alguien que no sea yo. Era mi chico, mi pequeña versión mejorada de Luis, mi galán, y lo he perdido a manos de una niña con un buen culo y poco más. Sabía que esto debía suceder, yo misma lo provoqué, lo que no esperaba era sentirme así de mal.
Me recompongo, no temo que Carlos me haya visto, he llorado mucho desde la muerte de mi marido y nunca ha venido a reconfortarme. Hago la cena y me centro en que mi vida no es solo ese joven, tengo más cosas. O debo encontrarlas. La idea de buscar al boy para que me dé mi ropa íntima, y estar tres días en su cama, se me pasa por la cabeza, pero tengo mi orgullo. Podría haberme tenido siempre que quisiera si me hubiera tratado mejor, y ahora irá follándose a la primera boba que caiga a sus pies, ha perdido la oportunidad de tener a una mujer de verdad, como yo. “Pero te abriste de piernas como todas”, me dice un remanente de mi conciencia.
Cenamos y me voy a acostar directa a la cama para olvidarme de todo. El problema es que pese a cambiar las sábanas, noto la fragancia de Javier todavía en mi cuarto, y al sentirla, mi cuerpo reacciona, rememoro aquella sala VIP, y saco el consolador para sosegarme. Me encuentro la sorpresa de que al metérmelo, no es que me haga demasiado, el muy cabrón de Jimmy me ha dejado un boquete de campeonato. Me cuesta un mundo lograr acabar en un orgasmo, pero una vez hecho, caigo rendida.
El martes es exactamente lo mismo que el día anterior, solo que Javier avisa de que no vendrá a comer, ha quedado, ¡Oh sorpresa!…con Celia. Qué asco la estoy cogiendo, está acaparándole.
Me olvido del tema y me dedico a mis labores, trabajo sencillo, comida, limpio uno de los baños por la tarde, y la cena. Me mando algún mensaje intrascendente suelto con el joven que me está matando de celos, no por él, porque sé cómo la estará tratando, lo bien que cuida de ella, y yo quiero eso para mí, tengo envidia, y mucha.
Me quedo en el sofá un par de horas, pero estoy revuelta del estómago, el periodo sigue acudiendo a mí, pese a no poder tener hijos. Es una faena mayúscula.
Entre el dolor físico y el emocional, me voy a la cama pronto, y lucho por quedarme dormida.
Llegamos a la mitad de la semana laborable, y paso el día mustia y marchita. Tomo un par de pastillas para la menstruación y aguantar a duras penas mi turno de trabajo. Al regresar a casa, compro un pollo asado para no tener que cocinar. En mi día gris, la única luz es saber que vendrá Javier, y cambio al camisón azul de satén, algo más provocativo y el tirante cubre el ya decreciente chupetón.
Cuando llegan, me sorprendo al recibir un beso de Carlos al saludarme, y tras él, el invitado se acerca con ímpetu alegre. Pero me ve el rostro, las ojeras o el mal gesto, me da un abrazo suave, y su beso calma algo mi malestar.
– JAVIER: Qué mala cara, Laura ¿Estás bien?
– YO: Sí, es sólo que me duele la tripa. – me mira y sonríe.
-JAVIER: Es una epidemia, a las chicas de mi piso también les duele la tripa un par de días al mes. – me hace reír, y una caricia suya en mi brazo me anima un poco.
– YO: Anda, vamos a comer.
Casi no pruebo bocado, se me cierra el estómago y no hay manera. Carlos insiste en hablar de un tema de la universidad, y llega un momento en que su tono de voz me taladra la cabeza. Me excuso, voy a recoger mi plato para marcharme, pero Javier me coge de la mano y me dice que no me preocupe, él se ocupa. Se lo agradezco con una mirada tierna, y me marcho al sofá, dejándome caer.
Pasa un buen rato en que escucho a los dos hablar, comer, limpiar y fregar los cacharros. Me asombra que sea capaz de hacer ayudar a mi hijo, yo no lo logro desde que cumplió los catorce años.
Escucho la puerta del cuarto de Carlos, y creo que se han ido a seguir charlando, pero una figura emerge a mi lado. No me hago ilusiones de que sea mi pequeñín, y asumo que es el dueño de la nariz ladeada que tantos dolores de cabeza me está provocando.
– JAVIER: ¿Cómo te encuentras?
– YO: Mal, la verdad, pero no te preocupes.
– JAVIER: ¿Qué puedo hacer? – sonrío generosamente, y le hago una carantoña en el brazo.
– YO: Nada, esto se me pasa hoy, y ya mañana como nueva.
-JAVIER: ¿Le traigo una pastilla o…?
-YO: Sí ya me la he tomado, toca lidiar con ello. En serio Javier, gracias, pero no hace falta.
-JAVIER: Vale, pero si necesita lo que sea, avíseme, que ya sabemos que Carlos no está muy por la labor. – debería pensar que, un chico que conozco de apenas un mes hable así de mi hijo, está mal, pero no es así.
-YO: Anda, ve con él y pasarlo bien.
-JAVIER: Bueno, es que en realidad me iba ya, tengo un trabajo importante y quiero recoger mi cuarto, mañana se ha ofrecido a sacar a Thor una de las chicas de mi piso, y quiero aprovechar para estar con Celia – sospecho que para volver a tener sexo con ella – Así que mañana tampoco podré pasarme a comer, lo siento, pero creo que es mejor ya que así no la molesto en estos días.
-YO: No es molestia, Javier, y te agradezco el detalle, pásalo bien con esa afortunada chica. – quiero parecer dulce, pero me sale un tono seco e hiriente.
-JAVIER: Está bien. – amaga irse, pero le paro.
-YO: Tú no te vas sin despedirte como dios manda. – me pongo en pie y sonríe ayudándome.
Notar su cuerpo y cómo me protege con sus brazos, me reconforta, es casi magia, o un efecto placebo. Me besa la mejilla diciéndome palabras de aliento, y noto sus manos frotándome los costados con una ternura muy dulce. Le dejo irse tras al menos quince segundos de abrazo en los que no se ha apartado ni un instante, ha durado lo que yo he querido, y lo que necesitaba.
Se va y me recuesto más entera sobre el sofá. Algo ha hecho, no sé el qué, pero caigo frita sobre un cojín, y descanso como no he podido en varios días. Al despertarme es tarde, y debo apurar algunas tareas de casa. La cena la pido a domicilio, un poco de comida china, y a la cama, a aprovechar el bienestar que me ha dejado la visita de Javier.
Al levantarme el jueves mi tortura se ha acabado, ya no necesito pastillas ni tampones. Me pongo una buena falda corta de traje y me voy a trabajar llena de alegría. Al salir llego a casa y me ducho, el calor de inicios del verano hoy era insoportable, y tras comer con Carlos, que llega algo apurado, me preparo para otra tarde endeble y sosa.
El móvil me suena, y al ver nombre de Javier, recuerdo que debería estar con Celia ahora mismo.
-JAVIER: Hola Laura, lamento molestar.
-YO: Nunca molestas, ¿Que tal estás?
-JAVIER: Bien ¿Y tú de lo de ayer?
– YO: Como una rosa, ya te dije que era solo el día.
-JAVIER: Me alegro mucho, pero debo ser sincero, necesito tu ayuda.
-YO: Dime, Javier, me estás asustando.
-JAVIER: No, mujer, pero recuerdas que te conté lo del plan con Celia, ¿No? – gruño más que decir “Sí.”- Es que a la chica que iba a pasear a Thor le ha surgido un imprevisto y no puede, Celia viene en un rato, y parece ilusionada con…con que lo hagamos otra vez, no quiero que se chafe por el animal, pero he llamado a los pocos en los que confío y nadie puede hacerse cargo, eres mi última esperanza, no quería inquietarte sabiendo que estabas mal pero… ¿Qué hago, anulo el plan o…? .
Su tono de voz es lastimero, y algo me grita que le diga que lo cancele, pero suspiro, solo es un joven pidiéndome consejo y ayuda, así que cierro los ojos, diciéndome a mí misma que así ellos fortalecen su relación.
– YO: No, tranquilo, me paso ahora y le doy un buen paseo, para que te luzcas.
-JAVIER: Madre mía, Laura, eres mi pequeño ángel guardián, te debo la vida.
– YO: Me debes un buen baile la próxima vez, que en vaya jaleos me metes. ¿Me paso ya?
-JAVIER: En cuanto puedas, Celia está al caer.
– YO: Voy volando.
Casi salgo en camisón a la calle, pero regreso, y me pongo encima un sujetador de encaje del mismo color que mis braguitas, un top amarillo y una falda ligera de flores rojas hasta las rodillas, zapatillas cómodas y con la coleta de pelo más simple, voy a por el coche. Si quiero llegar antes que su chica, debo ser rápida, así me evito pensar demasiado sobre esa sensación seca del paladar que tengo, una muy común cuando haces algo que no quieres hacer, pero lo haces de todas formas.
Aparco como puedo, llamo al portal y Javier me dice que suba. Lo hago veloz, y llego transpirando y agitada, pero lo que veo al entrar en su cuarto, me deja impresionada.
El chico ha recogido la leonera que tenía, está todo para foto de revista, y ha preparado un camino de pétalos de rosas por el pasillo hasta su cama, con unas velas aromáticas y un poco de música sensual. El chaval se ha lucido, y si Celia no se lo come entero por el detalle, es idiota. Encima se ha puesto el pantalón y la chaqueta de un taje negro, con una camisa blanca, y está guapo a más no poder.
– YO: Ya estoy aquí ¡Vaya lujo te has pegado con ella!
-JAVIER: Ya, es que no sabía qué hacer, y me ha parecido bonito.
– YO: Pues le va a encantar….pero date prisa, ¿Dónde está Thor?
– JAVIER: Le he tenido que meter en el baño, se estaba comiendo las rosas el muy bestia. Toma la correa y las llaves para que lo traigas en….no sé, ¿Una hora? – me mira como si yo supiera cuánto va a tardar.
Encima debo darle consejitos, me repatea el estómago.
– YO: Hombre, Javier, ya que te has esforzado, dedícala un par de horas, no vayas al mete saca sin más, juega un poco, preliminares, y luego os quedáis abrazados en la cama. Dila lo importante que es para ti, que es muy especial, y que le das las gracias por compartir la cama contigo. – me río al ver a Javier tomando nota mental.
– JAVIER: Vale, pufff, estoy casi más nervioso que el otro día. – le abrazo, y le acaricio la cara.
-YO: No seas bobo, se le van a caer las bragas al suelo nada más entrar en la habitación. – soy algo brusca, quiero que se ría, y lo logro.
– JAVIER: Muchas gracias por lo del perro, llévalo al parque y juega con él, no sé…- le suena el móvil y lo mira, es un mensaje. – Mierda, es ella, corre, coge a Thor y vete.
La situación se vuelve irrisoria, el animal sale empujado casi de casa sin comprender por qué Javier no sale, y me cuesta tirar de él hasta la calle. Me cruzo con Celia, que va con un vaquero marcando su espectacular trasero, y un mini top rojo. Ni me ve, debe estar pensando toda ilusionada que va a tener un polvo rápido, y no sabe el regalo que le va a hacer, no conozco muchos que hagan cosas así por las chicas que acaban de conocer.
Me centro en el potro desbocado que tengo entre manos, Thor no debe pesar menos de 40 kilos, y tira como un burro hacia lo primero que le llama la atención. Me enfado cuando casi cruza una calle por perseguir una bolsa de plástico, y le chisto firme, como recuerdo que hacía su dueño. Me quedo petrificada al ver que el animal se da la vuelta, se coloca a mi lado, y se sienta, obediente. Javier tiene mano para educar bestias, este perro y mi hijo son la prueba.
Con más calma y recordándole quien manda, nos acercamos a un parque, y allí le suelto. Sale despedido a corretear tras otros tres perros más pequeños, y se pasa media hora dando vueltas.
Trato de no pensar en que posiblemente, Javier y Celia están ahora mismo retozando, me cruzo de piernas y brazos, hasta pongo morritos, tengo la sensación de que estoy haciendo el imbécil, no solo le ayudo a ligarse a otra, sino que encima le ayudo a tener sexo con ella. Me tengo que convencer de que es lo apropiado, pero a mí, Luis me hacía detalles como el de las rosas, y no salíamos de la cama en toda la noche. Dudo que esa cría sea capaz de aguantar un par de horas.
Dejo de compararme con ella en una hipotética carrera sexual, y voy a por Thor. Creo que no ha dejado un solo árbol sin mear, o alguien a quien no le haya olfateado, es tanta su seguridad en sí mismo, que no se preocupa o achanta por nada, ni cuando dos mastines se le encaran. Corro a cogerlo y apartarlo de la posible gresca, y me lo llevo a dar una vuelta.
Llegamos al parque del oeste, un bosque urbano pegado a Madrid, lleno de pendientes, caminos de tierra y césped, donde acuden jóvenes a beber alcohol y drogadictos a pincharse cuando oscurece, pero durante el día es un agradable lugar. Al ser un emplazamiento más amplio, juego con la pelota de tenis desgastada con el animal, que parece en un estado de felicidad constante. Hasta hago carreras con él, estoy en buena forma y aguanto el ritmo, ya que tiene una zancada larga y poderosa. Nos acercamos a una fuente y uso mis manos de cuenco para que beba. Su larga y áspera lengua me hace cosquillas, y me salpica de agua el top, para colmo me da con el hocico y me tira al suelo, una vez sentada, se acerca y me lame la cara para agradecérmelo. Trato de evitarlo pero es que su ímpetu me hace reír.
De regreso, me doy cuenta de que es algo tarde, está oscureciendo y esa zona de noche es un poco peligrosa. Me cruzo con grupos de adolescentes borrachos, pero mantienen las distancias en cuanto aparece Thor, su figura y planta son temibles, parece que entiende que debe protegerme y me pone en alerta de algunas sombras que yo no veo, dedicándoles un único y potente ladrido. Nadie se me acerca a menos de cinco metros, y salgo del parque. Han pasado unas tres horas, y miro el móvil. Javier me ha mandado un menaje, dice que en un rato Celia se irá, y que puedo volver.
Espero que el trayecto hasta su casa dure lo suficiente para no verla, hasta camino despacio y me detengo a comprarme un helado de nata tipo sandwich , que me encantan, pero al llegar al piso, aún está en casa. El perro salta alegre sobre Javier al entrar en el cuarto, y parece decirle que se lo ha pasado bien conmigo, mirándome y jadeando feliz mientras corretea de uno a otro, obviando a Celia, cosa que me saca una sonrisa.
Javier, besa a su chica, que está en una nube, debe tener la misma cara que yo al salir de la zona VIP, y me dedica un saludo fugaz antes de irse de la casa. No sé si irme tras ella, pero me quedo en el pasillo trasteando con Thor, oliendo el aroma de sexo que hay en el ambiente, mientras el joven parece moverse por el cuarto. Al poco rato, sale con una camiseta y un pantalón corto.
– JAVIER: Hola Laura, mil gracias.
-YO: Nada, ha sido un placer, es una gozada sacar a este animal
– JAVIER: Es un trozo de pan.
-YO: Bueno, ¿Y por aquí que tal? – se le escapa una sonrisa grande.
-JAVIER: Ha sido genial, le ha encantado lo de las rosas, y como es un poco atrevida… me gusta, compensa mi timidez en algunas cosas.
-YO: ¿Y después?
-JAVIER: Me he quedado pegado como una lapa a ella, se reía y me apartaba cuando la acariciaba y la besaba por el vientre…ha sido…no sé, me gusta. – el brillo en sus ojos me emociona, realmente está enamorándose de Celia.
– YO: Pues sigue así, con estos detalles, y la tendrás a tu lado para siempre…. ¿Habéis hablado de ser novios ya? – tose y sonríe.
– JAVIER: No, bueno…es que tampoco quiero incomodarla…va un poco por libre, a su ritmo.
– YO: No seas tonto, pídele salir, hazlo oficial, así dejara de buscar a otro, ya tiene al mejor chico que he conocido. – su abrazo tierno me eleva, estoy sucia y pringosa por Thor, pero me siento mejor que nunca cuando me aprieta ente sus brazos.
– JAVIER: Laura, te quiero, eres la mejor, si me pillas con tu edad, tú no te me escapas.
– YO: Anda, bobo, que no me hacen falta galanterías. – me río, pero me he puesto colorada como un tomate. No ha sido lo que ha dicho, ha sido el tono, iba totalmente en serio.
Me encanta ese instante previo a que me abrace, alzo mis bracitos y noto sus manos rodeándome, es algo placentero, y no puedo entender la diferencia entre que sea él u otra persona, pero lo siento diferente. Sus dedos me acarician y me doy cuenta de se traban con mi sujetador, a lo que él suelta un gemido mustio.
– YO: ¿Qué pasa? – le digo al despegarnos.
– JAVIER: Nada…es que…el otro día se desnudó ella, pero hoy, con el tema de las carantoñas y tal…pues que la he desnudado yo…y con el sujetador…me he liado. – está rojo, parece querer pedirme ayuda con el tema, pero no le salen las palabras.
-YO: ¿Tan torpe eres? Si eso sale con nada. – al decirlo solo logro que agache la cabeza avergonzado.
– JAVIER: Es que yo no me los pongo y quito a diario, y me he quedado como un idiota intentando abrir una caja fuerte, y se ha reído un poco. – mi sonrisa no le cambia el rictus.
– YO: Eso se aprende con la experiencia, ya se te dará mejor…- mi comentario no parece convencerle.-… o puedes ensayar.
– JAVIER: Claro ¿Le pido a las mujeres que me dejen quitarla el sujetador para entrenar…? – ironía al canto.
– YO: No, bobo, digo que te hagas con uno y lo pruebes, no sé, lo puedes poner en la almohada o un cojín… venga, yo te enseño.
– JAVIER: ¿Y de dónde saco uno?
– YO: Cógeselo a tus compañeras de piso.
– JAVIER: No, por dios, qué vergüenza, ¿Y si se enteran?
– YO: De verdad, qué complicado lo haces todo… pues ya que estoy aquí, usamos el mío. – quería evitar esa opción, pero el chico está tan avergonzado que parece que tenga que dárselo todo hecho.
– JAVIER: Va…vale, gracias, y perdóname, es que me pongo muy nervioso y no quiero meter la pata con la chica.
– YO: Anda, aparta y deja que me siente en la cama, que en vaya jaleos me metes. – quiero parecer algo molesta, pero tengo que fingirlo, pensar en él desnudándome me saca una sonrisa.
Me siento al borde de la cama, de lado, dejando el bolso en el suelo. Javier se sienta detrás, hacia mí, noto sus rodillas rozarme el trasero pero veo de refilón que se aparta y se frota nervioso las manos con el pantalón corto. Sería adorable si no estuviera haciendo yo lo mismo con la falda. Me aparto la coleta en un hombro y me llevo las manos atrás, doblándolas de forma natural.
– YO: ¿Ves? Es muy sencillo. – digo cogiendo del cierre y abriéndolo con la habilidad que da la práctica. Luego lo cierro.
– JAVIER: Joder, si es que parece fácil, pero no me sale.
– YO: Prueba tú. – es una orden, pero tarda en obedecerla un par de segundos.
Noto sus manos palpar sobre el top amarillo, y coge del cierre, pero una de las manos tira pillando de los dos lados, logra sacar una de las argollas, pero la otra queda unida. Así que vuelve a intentarlo, y no sé cómo se las apaña, que me lo ha vuelto a cerrar. Vuelve a la carga, esta vez lo coge bien, pero pese a hacer el gesto, no logra sacar ninguno, le escucho bufar, y acaba rindiéndose.
– JAVIER: Si es que soy un patán.
– YO: Que no, es solo repetición, otra vez.
Sus manos enormes no ayudan con algo tan delicado, noto los tirones apretándome el pecho, pero tras un momento de saturación, sale. Le felicito, pese a que parece igual de abochornado, y le insto a que lo cierre. Tarda casi el doble, y debo aguantar las ganas de gemir por la presión, no quiero agobiarle aunque me ahogue.
Una vez atina a ponérmelo, le digo que lo quite otra vez, y así, hasta que tiene el gesto cogido, su habilidad y sus tiempos mejoran. No sé cómo he terminando haciendo esto, estaba enfada y cabreada, no me gusta ser el plan de emergencia para cuando Celia y él quieran echar un polvo, ya le dejé mi casa y hoy saqué al perro. Y aquí estoy de todas formas, enseñándole a abrir sujetadores. Me digo que forma parte de mi “plan maestro” de conseguir que tenga una relación estable con otra, pero si fuera así, ahora mismo no sentiría un cosquilleo de emoción en la tripa.
– YO: Genial, Javier, es que te preocupas por nada.
– JAVIER: Ya lo veo, es que…puf, son cosas que no sé manejar.
– YO: Pues toma, sigue practicando. – con la mayor naturalidad del mundo, meto la mano por mi escote y saco el sujetador blanco de encaje, para dárselo.
– JAVIER: Laura, no puedo…es tuyo. – pienso en que, con este, ya serian dos sostenes perdidos en pocos días.
– YO: Si no vas a pedírselo a ninguna otra, pues no te queda remedio. – lo coge, y trato de no pensar en si nota el tibio de mis senos en él.
– JAVIER: Vale, pues ensayaré, pero te lo devolveré.
– YO: Así sea, y escóndelo bien cuando venga Celia…
-JAVIER: ¿Por qué lo…? – se calla comprendiendo el motivo. No ayudaría mucho encontrarte un sujetador de otra en la habitación de tu chico.- No sé qué haría sin ti.
– YO: Pues meter la pata, que eres un desastre… pónselo a algo, y te enseño.
Tarda un momento en reaccionar cuando me doy la vuelta, no es habitual en él mirarme así los pechos, pero al fijarme, tengo los pezones marcados en el top. Me ruborizo, y le doy normalidad a la situación, poniéndome en pie rodeándolo.
Cogemos la almohada, y se lo pone torpemente, luego se lo quita con algo de maña, pero se sigue trabando, y para ponerlo es más lento aún. Algo me pide a gritos que le ayude, y me pego a su espalda, cojo sus manos y le guío, pero como es tan alto tengo que pegar mis senos a su nuca, yo lo sé, y el más, pero casi sin parecerlo, acomoda su cabeza entre mis pechos. El roce mientras le adiestro, me está matando, siento lava entre mis piernas, y tengo una sola idea en la cabeza, “¿Si me tiro encima suya y le beso, me rechazaría?”
Aguanto como puedo hasta que lo hace casi mecánicamente. Ahora le hago darle la vuelta y hacerlo como si la abraza, para quitárselo y ponérselo. Es un gran chico, aprende con facilidad, y en menos de media hora le veo preparado, y me alejo sentándome a su lado, con las piernas dobladas sobre su cama, y apoyando la espalda contra la pared. Le miro embelesada, y sé que si fuera Jimmy, o cualquier otro varón, se daría cuenta de que estoy a punto de desnudarme y dejar que me haga todo lo que desee, pero él no. Está concentrado en su tarea, sin entender que la sonrisa que le dedico cada vez que me mira, pidiendo evaluación, no es de complicidad, si no para esconder el fuego que hay tras la fachada. No voy a poder seguir mucho tiempo más así.
-YO: Ya está bien, creo que ya le has pillado el truco.
-JAVIER: Si, eso creo. Muchas gracias, Laura, eres un sol, no sé como agradecértelo.
-YO: Ya que se te da tan bien, podrías devolverme mi sujetador…- le digo cuando le veo trasteando con él en sus manos.
– JAVIER: Ah, sí, toma perdona. – su forma tan inocente de dármelo, sin jugar ni bromear, tan diferente al boy de la discoteca, me hace ver la distancia entre un hombre y un crío. Javier es muy educado e inteligente, pero no es un varón hecho y derecho.
– YO: ¿Quieres ponérmelo? – digo algo incrédula antes de decirlo.
-JAVIER: No, creo que ya me he quedado con todo, me salgo para que te lo pongas tú. – ni tan siquiera me da tiempo a decirle que no hace falta que saliera para ponérmelo yo.
Ha sido como un baño de agua fría, toda la excitación del momento se ha desvanecido, y ahora la sensación que me ha dado, es que está tan embelesado de Celia, que no se ha dado cuenta del juego al que quería arrastrarlo, cuando antes hubiera entrado al trapo sin problemas. “Mierda, le he perdido, ya no me ve con ojos de amante, sino que ahora soy su amiga y nada más.” Pese a que es lo que quería, no puedo evitar desilusionarme, y sentirme mal por ello.
Me pongo el sostén, algo confundida, y cojo mi bolso para salir disparada de allí. Me cruzo con Javier, que me abraza, la calidez con lo que hace no me facilita nada marcharme, quiero volver a sentirme viva, y solo lo logro estando con él, pero mi mente racional me lleva en otra dirección y tras recibir mi beso, le suelto y me voy a casa.
No puedo reprimirme, y al regresar en el coche, debo aparcar y echarme a llorar aporreando el volante. Siento odio, envidia, celos y ahora una rabia incontrolada al entender que es culpa mía. Sólo tendría que haber seguido jugando, y Javier sería mío, pero tuve que ir de madura y seguir las normas. Ahora otra chica tiene lo que yo quiero, deseo, merezco y para colmo, es gracias a mí intervención directa.
Me sereno para regresar a mi piso, me doy una ducha templada poniéndome un camisón, y quedándome plantada con el sujetador entre las manos. Ceno con Carlos, que parece muy emocionado con la chica nueva, hasta habla de traerla a casa un día para que la conozca.
Tras comer algo, me voy al sofá, y reprimo las ganas de hablar con Javier, sé que si le escribo un mensaje contestará, pero ahora mismo estoy dolida, y él no parece darse cuenta. Claro ¿Cómo podría? le puse la cara colorada por ganar al juego que empecé yo con él, y ahora le consigo chica…ni se imagina cuanto deseo que la mande a la mierda, que no me haga caso de lo que dije, que venga a mi puerta y me diga que me quiere, y que me funda en su pecho en un abrazo que termine en un beso de película.
Me voy a la cama deshecha emocionalmente, y vuelvo a llorar, pensando en que debería haberle besado, estaba en su cama, medio tumbada, sin sujetador, no hubiera sido nada difícil, pero no lo hice, y ahora pago las consecuencias de la responsabilidad.
Esa palabra parece ser como aviso de carretera por mis pensamientos, cada vez que dejo ir mi imaginación hacia donde yo quiero, salta un aviso “Responsabilidad”, y tras varios kilómetros en mi mente, me asalta una duda, es apenas una idea insignificante, pero está ahí, imborrable. ¿Qué responsabilidades tengo? Mi hijo está educado, y Javier es tan mayor de edad, como yo libre de estar con quien yo quiera. La nube de razonamientos me deja exhausta, y me quedo dormida con restos se sal de mis lagrimas en los ojos.
Continuará…
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El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:
CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO
El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.
CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.
Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.
CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS
Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…
De esa forma fue la primera pero no la última vez que tomé a mi criada mientras mi mente soñaba con que era la hija de mi tío la que recibía en su seno mis acometidas. Y tal como no tardó en confirmarme la propia Malena, esa mañana ella descubrió que una mujer le podía resultar sexualmente atractiva.
-A las nueve- y viendo por sus ojos que tenía hambre, la acompañé hasta la cocina donde se la presenté a la cocinera diciendo: -Ana te presento a Lupe- y sin saber que más decir, le pedí que le diera de merendar, para acto seguido decirle que me iba a mi cuarto a repasar unos asuntos.
Su rostro no reflejaba enfado sino alegría y abrazándola, la besé temiendo enamorarme de ella…
Tratándome con un exquisito cariño, me pidió que me sentara mientras ella traía la cena. Al verla salir por la comida, nuevamente me puse a rememorar el día que conocí a su abuela….
Sentado en el sofá, me puse a recordar la primera vez que la llevé al apartamento que la fábrica me tenía alquilado en Las Lomas….