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Relato erótico “EL LEGADO (3): Maby” (POR JANIS).

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Maby.
  Despierto a Pamela cuando dan las ocho de la mañana. Nos hemos dormido en mi cama. Le indico que regrese a la suya, antes de que se despierte madre. Estaría bueno que nos pillaran en nuestra primera vez. Se pone la ropa, algo ruborizada, y me da un beso antes de marcharse.
  Me quedo pensativo, bajo la manta. Ahora, las cosas se ven de otra perspectiva. Mi polla está calmada, satisfecha, y mi corazón está feliz. No hay espacio para remordimientos, ni falsas preguntas morales. Soy lo que soy.
  Eres como yo.
  Me niego a creer eso. Soy mejor.
Mi vida debe cambiar. Ya no estoy solo, no soy un paria. Debo aprender a moverme socialmente. Debo cambiar mi cuerpo para agradar a Pamela. Por mucho que ella diga, parezco un Quasimodo a su lado. Hay que mejorar la imagen.
  Con un gruñido, me pongo en pie. Abro el armario, saco unos pantalones de chándal y una sudadera, busco unas viejas zapatillas. Mierda, están destrozadas. Me calzo las botas. Si los soldados lo hacen, yo también.
  Lo primero, forraje para las vacas y las ovejas. Segundo, revisar la máquina de ordeñar. Tomo el camino que me lleva a la carretera secundaria, la que lleva al pueblo, pero me dirijo en sentido contrario. Hace mucho que no corro. Mi cuerpo no está acostumbrado a ello, pero me mantengo bien los dos primeros kilómetros. Después, me falla la respiración. No fumo, pero arrastro demasiada grasa. Habrá que eliminarla.
  Camino a grandes pasos, a través del pinar, aplastando la hojarasca seca. Corto camino hacia la granja. Llego cuando madre está poniendo la mesa para el desayuno. Le doy un beso y los buenos días.
―           Solo café y una tostada – le digo. Ella me mira con la ceja alzada. Está acostumbrada a hacerme huevos, salchichas, o media docena de tortitas para el desayuno. — ¿Puedo comprar leche desnatada y pan integral para mí?
―           ¿Estás a dieta? – me pregunta.
―           Si. Pam me ha dado un régimen de los suyos. Es hora de que deje atrás unos kilos.
―           Está bien, hijo. Ya me dirás lo que puedo hacerte para comer.
―           Alcachofas – dice padre entrando en la cocina. Nos ha oído.
―           ¿Alcachofas? – es mi turno de levantar una ceja.
―           Buenísimas para expulsar líquido. Ideales para una dieta. Tenemos la huerta sembrada de ellas y hay que recogerlas. Así que aprovecha – sonríe.
Brrr… las odio, pero hay que joderse. ¡Sean las alcachofas! Engullo mi tostada con aceite y el café con leche. Es como si no hubiera desayunado nada, pero tengo suficiente acumulado como para estar dos meses sin comer. Es hora de tirar de las reservas, cuanto más mejor. Sé que mi cuerpo aguantará lo que sea.
  Me paso dos horas cortando leña. Tengo que dejar muchas cosas hechas si quiero dejar a padre solo una semana. Pamela aparece, enfundada en un viejo anorak de madre. Me sonríe al llegar a mi lado.
―           ¿Es que no piensas parar? – me pregunta, gritando.
―           Quiero dejarle suficiente a padre para irme. Puede que la semana que viene vengan dos o tres clientes a comprar – dejo la motosierra al ralentí.
―           ¿Así que te has pensado lo de venirte a Madrid?
―           Si.
―           Perfecto. Mamá me ha dicho que te has puesto a régimen.
―           Algo así. Tengo que bajar peso. Necesito que me escribas uno de esos planes para modelos, de los agresivos.
―           Eso no es para ti. Necesitas calorías para trabajar como lo haces. Te quedarías hecho polvo.
―           Tengo muchas reservas. Así será rápido.
―           ¡Pero no puedes mantenerte con una ensalada al día y dos piezas de fruta!
―           Si, puedo.
―           Cabezota – se gira y antes de marcharse, me comunica. – Maby llegará a la estación en un par de horas. Ve a ducharte y la recogemos.
―           Vale – respondo, acelerando la máquina.
  El estómago me gruñe mientras esperamos el tren de Madrid. La sensación de vacío en él es extraña, aunque, en verdad, no es molesta. Me hace sentirme más despierto, más dinámico. Quizás sea bueno estar famélico, jeje.
  La estación de Fuente del Tejo es pequeña y huele a rancio. Pamela prefiere esperar en el andén. Se ha levantado viento de poniente, frío y desagradable. Mi hermana se acurruca contra mi brazo, buscando esconderse del viento. La envuelvo tiernamente con él, abrazándola.
  Más allá, fuera de la alambrada de la estación, se encuentra el aparcamiento del supermercado del pueblo. El Ford Scorpio de Luis Madeiro entra, chirriando ruedas. Lo aparca mirando hacía mí. Él se baja del coche. Está solo. Nos mira. Sin duda, destacamos en la soledad del andén. Puedo ver su sonrisa. Tengo ganas de machacarle esa cínica risita.
  Tranquilo, ya le llegará el turno. Ahora, tenemos otras cosas que hacer.
No sé si es una reacción de mi subconsciente, o si, en verdad, tengo el espíritu de Rasputín en la cabeza, pero, cada vez estoy más contento de que esté ahí. Ya no me siento solo. Tengo alguien que me aconseja, que me comprende, que me alienta, aunque sea un tío como ese ególatra. ¡Que más da! Tiene todo la razón del mundo. Ya habrá tiempo de poner las cosas en su sitio.
―           ¿Qué planes tienes para Maby, peque? – pregunta Pam, de sopetón.
―           ¿Peque? — así me llamó en el sueño.
―           Si, eres menor que yo, así que peque.
―           Tú te drogas últimamente – bromeo. – Aún no lo sé, Pam. Recuerda que soy muy nuevo en todo esto. No tengo experiencia en hablar con chicas, y menos con modelos.
―           Pero me tienes a mí, que soy una maravilla de socia – ríe, haciéndome cosquillas, las cuales simulo sentir.
―           Eso es cierto. Tendrás que mover tú los hilos.
―           Lo intentaré. De todas maneras, disponemos de tres días para sentar las bases de lo que suceda. Lo bueno de la granja es que no hay distracciones imprevistas.
―           Cuéntame algo más de los tíos con los que sale Maby.
―           Veamos. El último es Víctor Vantia, un promotor búlgaro que está empezando a sonar bastante. Es un hombre de unos cuarenta años, refinado, culto y elegante. Posee una agencia de modelos en Bulgaria, ya sabes, chicas del este, preciosas todas. Está intentando introducir su propia línea de ropa en Europa, concretamente en España y Francia.
―           No suena mal, aunque un poco mayor para ella – digo, encogiéndome de hombros.
―           Es un mafioso, Sergi. Su agencia es una tapadera para la prostitución y aún no sé qué piensa hacer con la ropa. Lleva siempre guardaespaldas. Maby ya ha probado varias drogas desde que sale con él. Siempre hay fiestas en su casa de campo.
―           No tiene buena pinta, no.
―           Maby ha salido con narcotraficantes, con un conde alemán dedicado a la pornografía, con dos industriales españoles, padres de familia, y hasta con una estafadora.
―           Vaya, le van los malos…
―           Los malos, los complicados, los perversos, pero, principalmente, todo aquel que la encandile con su seguridad y su poder.
―           Pero, Pam, yo no tengo nada de eso.
―           Lo sé, pero eres el primer chico, digamos normal, por el que ha mostrado interés. Maby no mira ni siquiera a los chicos guapos que conocemos en nuestro trabajo, pero se le van los ojos detrás de los viejos poderosos cuando salen del despacho. No sé qué ha visto en ti, pero tenemos que aprovecharlo antes de que se disipe.
Yo sé lo que ha visto en ti. Yo también lo tenía. Se llama magnetismo animal y se ha incrementado en ti desde que me he aferrado.
  ¿Qué coño está diciendo el monje? ¿Magnetismo animal?
―           Además, estoy casi segura de que no se resistirá cuando vea lo que tienes ahí abajo – acaba con una risita.
―           Está bien. Seguiré tus indicaciones.
―           Recuerda, debes ser cortante, seguro de ti mismo. Un buen conocedor de lo que le digas. Si no estás seguro, no le hables. Ella está perdida aquí, no conoce nada, así que aprovecha eso.
―           Lo intentaré. ¿Qué hay de nosotros?
―           Bueno, habrá que buscar el momento adecuado – me dice, alzando la mirada para contemplar mis ojos – pero sé lo que quiero hacer…
―           ¿El qué?
―           Quiero follarte mirándote a los ojos. Me encantan.
Enrojezco y aparto la mirada. Distingo el tren que se acerca. Dejo de abrazarla en el momento en que el tren frena para entrar en la estación. Antes de que se detenga, una mano saluda desde la puerta de un vagón, por encima del hombro del encargado de vías. Me pongo en marcha, cogiendo a Pam de la mano.
  Maby está preciosa. Va vestida como si fuera a una estación de esquí. Gorrito de lana sobre su cabeza, dejando salir algunas oscuras guedejas sobre su frente y nuca. Un grueso jersey de lana, tejido a mano con divertidos colores, y unos leggins invernales que contornean diabólicamente sus largas piernas. Para rematar, unas gruesas botas de pelo cubren sus pies. No deja de agitar la mano y sonreír hasta que estamos ante ella, sin aún bajarse del tren. Da un gritito de placer cuando alargo el brazo y la tomo de las caderas, bajándola a pulso, manteniéndola contra mi cuerpo.
―           Ponla en el suelo, Sergi – ríe mi hermana.
  Ambas se abrazan, como si llevaran varios meses sin verse. Tras esto, Maby me da dos húmedos besos en las mejillas. Atrapo las dos maletas que trae con ella y echo a andar. Ya no queda nadie en el andén.
―           Eric ha estado en el piso esta mañana, preguntando por ti – escucho comentar a Maby, detrás de mí. Las dos van cogidas del brazo. – Quería saber donde estabas…
―           ¿Qué le has dicho?
―           Que tenías una sesión de fin de semana en Portugal. Ya sé que la granja es tu refugio y que no quieres que nadie sepa de ella.
―           Gracias, Maby – Pam la besa en la mejilla.
―           ¿Habéis discutido? Parecía enfadado.
―           Ya veremos. Debo pensarlo detenidamente.
―           Vale, me callo – cierra su boca con una imaginaria cremallera y Pam se ríe de nuevo.
Mala suerte. Luis está echado sobre el lateral de su coche, justo al lado de mi camioneta, cuando salimos. Ya no está solo, el insufrible Pedro enciende un cigarrillo, aspirando del encendedor que sostiene otro amigo.
―           Veo que las bellas te tienen de criado, Goliat – escupe nada más verme, soltando una bocanada de humo.
No respondo y dejo las maletas de Maby en la parte trasera de la camioneta. Pam me mira y enarca una ceja, en una muda pregunta. Agito la cabeza, restando importancia al asunto. Abro la puerta a las chicas y las ayudo a subir, las dos en el amplio asiento delantero. Rodeo la camioneta y paso justo delante de Luis, el cual me susurra:
―           Te vemos con muy pocas chicas, pero las pocas con las que te juntas, son de primera… modelitos follables.
Reacciono malamente, sorprendiéndole. Su propio coche le impide echarse atrás. Mi mano le aferra del pecho, tirando de su camisa, del jersey, e, incluso de la piel de su pecho, en un doloroso pellizco. No puede impedir que le acerque hasta mi cara. Sus pies casi se levantan del suelo. Ha perdido el color de cara. Sabe que sus colegas no llegaran a tiempo para impedir el primer golpe. Seguro que no se imaginaba que fuera tan fuerte, ¿verdad?
―           ¡Sergi! – exclama mi hermana, con voz seca. — ¿Qué te he dicho de jugar con los proletarios?
  Sonrío. Es un viejo chiste personal. Sé lo que pretende Pam.
―           Que después te huelen las manos y no te puedes quitar la peste – recito, soltándole. Luis se desmadeja contra su coche. Sus amigos ya le cubren los flancos. Les miro con intención.
Ya llegará el día y será fantástico…
  Me subo a la camioneta y arranco. Les dejo atrás, insultándome.
―           Veo que tienes fans en tu pueblo – sonríe Maby, con un inusual brillo en los ojos.
―           Esos capullos han visto demasiadas veces Rebeldes – mascullo.
―           Pues ninguno se parece a Patrick Swayze – bromea Pam.
―           Parece que tu hermanito tiene mala leche – comenta Maby, casi a su oído.
―           ¿Qué te esperabas con el cuerpo que tiene y con el trabajo que realiza? ¿Qué les diera un discurso sobre buenos modales?
 Conduzco hasta la granja. Ninguno hablamos, pero noto los ojos de Maby que no se despegan de mí. Seguí el consejo de Rasputín al cogerla para bajarla del tren. Le gustó el gesto. Ahora, ha visto el conato de violencia. Se ha excitado, lo sé, no sé cómo, pero lo percibo. Ha sido un buen primer paso.
  Llegamos a la granja. Mientras Maby saluda a mi madre, llevo sus maletas a la habitación de Pam. Siempre duermen juntas cuando viene, y ahora sé por qué. La cama de Pamela era antes mía, una cama de matrimonio que se me quedó pequeña cuando di el último estirón (la verdad es que espero que sea el último). Disponen de espacio para ellas.
  Imaginármelas jugando entre las sábanas, agita mi polla, que ha estado muy tranquila esta mañana. Quieta, quieta.
  Madre me ha preparado una ensaladera repleta de lechuga, tomate, cebolla, zanahoria, y diversas frutas troceadas. Saúl me mira con sorna, pero, por una vez, no dice nada. Padre comenta que debería reparar la alambrada de la cañada. No quiere que entren zorros por allí.
―           No has visto esa parte de la granja, Maby – le dice mi hermana. – Es muy bonita y salvaje. ¿Por qué no acompañas a Sergi? Tardará poco y así me dejas planchar a gusto.
―           Vale – responde. Lo de salvaje no sé por quien iba…
Parece mentira lo que despista que ella diga algo así, a que lo diga un hombre. Si yo hubiera siquiera insinuado que Maby me acompañase esa tarde, me hubiera caído la del pulpo por parte de madre, sobre todo. Pero como ha sido su mejor amiga la que la ha literalmente empujado al paseíto, no pasaba nada; es perfectamente lógico. ¡Jodida hipocresía!
  De todas formas, lo más difícil queda para mí. Fíjense que he dicho lo más difícil, no lo más duro, o lo más penoso. Hombre, soy tímido, no tonto. Un buen flirteo gusta a todo el mundo, ¿no?
Acabo el primero de todos de almorzar. La lechuga entretiene poco, la verdad. Mientras se toman el postre, yo preparo un termo de té y rapiño unas pocas galletas caseras. Nunca lleves a una dama de gira campestre sin llevar algo para picotear, proverbio autóctono. Cargo la camioneta con un rollo de tela metálica y la gran caja de herramientas. Añado un par de guantes extra y toco la bocina. Maby aparece, sonriente. Parece que el sol va a seguir luciendo toda la tarde. Mejor.
―           ¿Qué pasó en la estación? – me pregunta cuando me alejo de la granja.
―           Bah… residuos de historias de colegio. Nada importante.
―           Pues lo parecía. Si Pamela no interviene, le abres la cabeza al tío ese.
  Me encojo de hombros, pero es cierto. Recuerdo los consejos de Pam. Seco, directo, seguro. Vale, como Van Damne.
―           Normalmente, no le hago caso. Pero me jodió que os nombrara. No puedo permitir algo ofensivo hacia mi familia o un invitado.
  Maby me mira intensamente.
―           ¿Fue por nosotras?
―           Si.
 Coloca su mano en el antebrazo de la mano que aferra el volante.
―           Gracias, Sergio.
―           No fue nada. Cualquier día tendré que partirle la cara al chulo ese y, después, como si fueran fichas de dominó, se la tendré que partir a sus amigos, a su hermano mayor, y, a lo mejor a su padre.
―           ¿Así y ya está? – ríe ella.
―           Si, es la costumbre del pueblo – sigo con la broma.
―           Estás loco.
―           Puede.
  Rodeamos un bosque de encinas y robles, que aunque está en nuestra propiedad, no nos pertenece, porque forma parte de una reserva natural. El suelo del bosque está recubierto de hojas marrones, pardas y grises. Según la luz y el momento del día, parece embrujado.
―           ¿Te has peleado alguna vez, Sergio? – me pregunta, de sopetón.
―           Le he dado un par de sopapos a algún imbécil, pero no he causado a nadie ningún daño serio. Vivo en un sitio muy pacífico, Maby.
―           Así que no estás seguro de cómo podrías reaccionar frente a una amenaza real, ¿no es eso?
Asiento. No sé donde quiere llegar a parar.
―           He conocido a gente peligrosa, incluso a asesinos – musita.
―           ¿Tú? – me hago el asombrado.
Reclina la cabeza contra el asiento, el cuello girado hacia mí. La siento estudiándome.
―           Me atrae la firmeza de su carácter, como saben soportar la presión de la vida. La mayoría están colgados, sea por las drogas o por problemas emocionales, pero hay una minoría que saben mantener a raya las pasiones, afilando su instinto.
―           Supongo que esos son los verdaderamente peligrosos, ¿no?
―           Si. Tienen la misma mirada que tú…
Me deja sorprendido. No sé qué responder. No me esperaba esa respuesta.
Nos ha calado, la niña.
  Detengo el coche junto a un picudo risco. Estamos en la parte más agreste de la finca. Un par de montes de matorrales se unen para formar una cañada donde aflora la roca caliza. La alambrada está destrozada. Un ternero de varias decenas de kilos ha quedado atrapado y ha muerto tironeando para escapar. Nos bajamos de la camioneta.
―           ¡Está vivo! – exclama Maby cuando el animal levanta la cabeza, al escucharnos.
Me acerco, estudiando el embrollo del alambre. Maby me sigue de cerca. Chisto varias veces para tranquilizar el animal y le coloco la mano en el hocico. Tiene sangre en la boca y un ojo vaciado. El alambre rodea su cuello por varios sitios, se ha desgarrado mucho con los tirones. Una de las patas traseras está mordida, quizás por algún zorro o perros.
―           Mal asunto – digo.
―           ¿Qué?
―           No va a sobrevivir, aunque lo saque de esta trampa. Ha perdido mucha sangre. Tiene coágulos en la saliva. Mala seña.
―           ¿Entonces?
  Me dirijo a la camioneta y saco el machete de montería que llevo bajo el asiento. Sin decir una palabra, corto la yugular del ternero, que se desangra en segundos. Ya está muy débil.
―           Se acabo sufrir, pequeño – digo, mientras limpio la sangre del machete contra uno de sus flancos.
  Levanto la cabeza y Maby me está mirando, con las manos sobre su boca, los ojos muy abiertos.
―           Le has… le has matado… — balbucea.
―           Le he ahorrado sufrimientos. Ya estaba muerto.
Guardo el machete en su sitio. Abro la caja de herramientas y tomó unos grandes alicates y unos recios guantes. Tengo que liberar el cuerpo para llevarlo al veterinario. Hay que dar parte. Con rapidez, corto el alambre y paso una de las cadenas que llevo en la camioneta, por debajo del vientre del animal. La aseguro con un gancho. Clavando bien los pies en el suelo, arrastro el ternero hasta la camioneta. Debe de pesar unos ciento cincuenta kilos, más o menos.
―           Maby, ayúdame – la llamo.
―           ¿Ayudarte? ¿A qué?
―           Voy a subir el ternero al cajón de la camioneta. Voy a tirar de la cadena para izarle. Necesito que estés atenta a que no se enganche un cuerno en los bajos del coche. Eso es todo – le digo, subiéndome de un salto.
―           ¿Lo vas a levantar tú solo?
―           Con la cadena.
―           ¡Estas loco! Ese bicho pesa al menos 200 Kg.
―           No tanto. Es cuestión de palanca. Ya lo he hecho otras veces. Tú mira que no se enganche.
  La verdad es que el mostrarme duro no se me pasa por la cabeza, en ese momento. Solo estoy haciendo lo que padre me ha enseñado. Ese ternero se le ha escapado a alguien y, quizás, lo estarán buscando. Hay que llevarlo al veterinario, que compruebe si está marcado y si está sano. Él se ocupará de dar parte a las autoridades. Después, el matarife lo descuartizará y lo meterá en el congelador. Si el ternero está sano, esa carne vendrá muy bien en la granja. Pero, para hacer todo eso, hay que darse prisa.
  Tiro con fuerza de la cadena. Los guantes me permiten mantenerla fija entre mis manos. Primero subo los cuartos traseros del bicho. Con un gruñido, recojo más cadena y agarro una de las patas. Ahora, tengo dos puntos de fuerza. Encajo los dientes y exprimo mis músculos. Solo queda el flácido cuello fuera del portalón de la camioneta. Maby me mira como si fuera un héroe mitológico. Arrastro el cuerpo de la res muerta hasta el fondo y salto al suelo para cerrar el portalón. Siento las manos de ella en mi baja espalda.
―           Ha sido increíble – susurra.
―           Te dije que era fuerte. ¿Captas ahora porque no quiero pelearme con nadie?
Asiente con la cabeza, dejando que sus ojos celestes demuestren un candor que me parece totalmente falso. Es una buena actriz. Recojo el alambre cortado. Ella se ha puesto otros guantes y lo lleva a la camioneta. Recoloco el poste caído y extiendo nuevo alambre. Con su ayuda, tardo poco, apenas una hora, en dejar la cañada todo otra vez cerrada.
―           Buen trabajo, Maby – la felicito al subirnos a la camioneta.
―           Me ha gustado – sonríe. — ¿Eso ya me convierte en una paleta?
Suelto la carcajada y arranco hacia la ciudad.
  Casi con orgullo, Maby cuenta, durante la cena, nuestra hazaña. Como habíamos desenganchado la res, como la subimos a la camioneta, y como reparamos la alambrada, todo en plural, claro está. Le sonrío a Pam mientras la chiquilla relata los terribles pinchazos que se ha llevado con el alambre de espino. Padre me palmea el hombro por lo acertado de mi decisión y Pam me asegura que de esa carne puedo hartarme, dos veces en semana.
  El pescado a la plancha que me sirve madre casi es una recompensa, desde la taza de té y la galleta que Maby y yo nos tomamos en la consulta del veterinario. Es un buen momento para comentar a la familia mi idea de irme a Madrid una semana, antes de las vacaciones de Navidad.
  Padre reflexiona, pero llega a la misma conclusión. Es una de las temporadas más flojas del año. Puede arreglárselas solo. Saúl gruñe porque sabe que me tendrá que suplir en ciertas faenas. Madre exclama que, de esa manera, volveremos Pam y yo para las vacaciones. Lo que en verdad quiere decir es que se alegra de que haya decidido salir del desván.
  Me quedo poco mirando la tele. Pam y Maby parecen estar de confidencias. Prefiero irme a la cama. Necesito pensar en todo. Además, quizás Pam se pueda escapar, en la madrugada. Esperanzas, que bonito.
  Maby me desea buenas noches y me lanza un beso. ¿Qué coño pasará por su cabecita?
  Me lavo los dientes y me tumbo en mi cama, desnudo y a oscuras, como siempre. Como si estuviera esperando la ocasión, la voz de Rasputín susurra en mi cabeza. Es una voz melosa, convincente, llena de matices extraños, cargada de evocaciones. No me extraña que enganchara a la gente cuando estaba vivo. Es la hora de escucharle, de aprender de su experiencia, de hacerle preguntas.
Te has ganado a Maby con la res muerta.
―           No fue algo planeado. Simplemente actué.
Lo sé, pero fuiste capaz de sentirlo, ¿verdad?
―           Si. Parece que mi percepción ha aumentado. ¿Es cosa tuya?
Yo era así y mi espíritu recuerda esas cosas, así que tu cuerpo aprende lentamente de mí. Pronto conseguirás verdaderos poderes.
―           ¿Cómo cuales?
Ya los irás descubriendo. Es más divertido así, por sorpresa. Por ahora, no hace falta que me hables en voz alta. Puedo escucharte pensar. No sería bueno que te escucharan hablar solo.
Su risa es suave, como la de un cómplice en las sombras. “¿Por qué me escogiste?”
Me he negado a marcharme de este Plano desde que me asesinaron. Amo demasiado la vida para quedarme muerto. Mi espíritu se ha mantenido atado a diversas hebras de la vida, buscando una oportunidad de encarnarme…
“¿No ha habido otra ocasión en todos estos años?”
Si, las ha habido, pero sabía que no podía ser una posesión. No pretendía usurpar un cuerpo; el anfitrión debe compartir su cuerpo conmigo, voluntariamente.
“Pues yo no me presenté voluntario para esto.”
Créeme, lo hiciste, solo que aún no eres consciente de ello. Pero te lo pregunto de nuevo ahora, ¿quieres que me vaya?
“No”, respondo tras meditarlo.
Está bien. Durante estos cien años vagando al margen de la humanidad, busqué alguien que me recordara a mi mismo; que tuviera mis principios, que se pareciera a mí. Nadie me satisfacía. Quizás era demasiado exigente, o bien, la naturaleza no haya vuelto a moldear alguien como yo. Hasta que te encontré, estuve solo.
“¿Sabes que tengo tus ojos?”.
Si. ¿Casualidad o destino? No lo sé, pero me alegro. Te vendrán bien en el futuro, por su cualidad hipnótica.
Sonreí. Así que podría hipnotizar. Bien, bien. Ahora, la pregunta del millón: “¿Esta polla es la tuya?” Le escuché reír de nuevo.
Por supuesto. ¿Crees que me conformaría con otra cosa después de haber tenido un miembro así? Me costó bastante convencer y desarrollar tus células hasta conseguirlo, pero, ya ves, todos contentos…
“¿Desde cuando llevas conmigo?”
Te encontré cuando cumpliste cinco años. Tu mente se alejaba de esta realidad y era impresionante para tu corta edad. Era grandiosa, llena de rincones, y con mucho espacio para mí. Te mantuve aquí, conmigo, cuando los médicos pensaron que no lo conseguirías.
“¿Qué médicos?”
Tendrás que preguntárselo a tu madre para más detalles. Hay cosas que no entiendo de esta época, ni tenía, en aquellos días, un contacto tan estrecho con el entorno del cuerpo. Solo sé que dijeron que habías nacido con una enfermedad de la mente llamada autismo, que te impedía relacionarte con lo que te rodeaba y preferías quedarte en tu interior, para siempre. No te deje que te hundieras en las profundidades de tu mente, pues los dos no habríamos cabido en ella, entonces.
Estoy alucinado. Mis padres nunca me comentaron que yo fuera autista, ni tuviera problemas cuando pequeño. Ahora entiendo de donde me viene la afición a la oscuridad y a la soledad, mi propia timidez, y mi escasa habilidad para relacionarme.
Desde entonces, he estado condicionando tu cuerpo, preparándolo para el día en que me aceptaras. Me abstuve de tocar tu mente, básicamente por dos motivos. Primeramente, siempre has sido lo suficientemente fuerte como para levantar poderosas defensas, y, segundo, necesitaba que fueras completamente conciente de lo que ello implicaba.
“¿Y mi moral? ¿La estás modificando? Porque anoche, me sugeriste que me follara a mi hermana, y lo hice.”
Estás equivocado. Nunca has tenido moral, ni ética.
“¿Qué?”
Después de que te ayudara a mantenerte mentalmente estable, pude conectar más con nuestro entorno. Me dí cuenta que aprendías rápido, pero que no comprendías muchas de las normas sociales. No parecías distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Solo respondías a los impulsos de los instintos o de la empatía. Eso podía resultar ser un problema para los dos. Además, debía tener cuidado porque ya empezabas a tomar pequeñas porciones de mis recuerdos y conocimientos. Yo siempre he sido otro ser amoral y mis experiencias eran demasiado traumáticas para que un niño las tomara como modelo. Así que…
“¿Qué hiciste?”, pero yo ya sé lo que me va a decir.
Te obligué a memorizar conductas sociales, como si fueran lecciones de colegio. Esto es correcto y esto no, noche tras noche, en esta misma habitación. Por eso, no recuerdas ningún sueño, porque no lo eran. Eran lecciones de modales, de etiqueta, de civismo, de urbanidad…
“Entonces…”
Entonces, si te paras a pensar sobre un acto reprobable, de forma lógica, descubrirás que, posiblemente, pienses de forma diferente a lo que tu cuerpo pretende hacer. En verdad, eres totalmente libre con respecto a esta sociedad, a poco que lo pienses.
“¡Lo sabía! ¡Sabía que no era normal!”
¿Y no te alegras de ello? ¿De no ser un borrego más? ¿De ser tú el lobo disfrazado?
“Si, claro que si.”, y sonrío ferozmente en la oscuridad. Mi cuerpo se relaja totalmente, al conocer muchas respuestas que, en verdad, ya intuía. No creo que me vaya a ser difícil aceptar al otro pasajero de mi mente. Es como tener una conciencia propia audible y una magnífica fuente de información.
Dejemos esta charla de sinceramiento para otra ocasión. Ahora, hay otras cosas sobre las que quiero hablarte. ¿Qué cosas consideras más importante en la vida?
Buena pregunta. No he pensado demasiado en ello. Me limito a trabajar y a comer. Ahora que sé que mis prioridades constituyen una lista memorizada, debo obligarme a pensar concienzudamente en diversas facciones de la vida. “El bienestar personal. La familia. El amor…”
Vamos mejorando. Has colocado el interés personal en primer lugar. Hace unos días, no lo habrías hecho. Pero no es cierto. Piénsalo de nuevo. ¿Qué el lo que más te motiva en este momento?
“El sexo.”
Exacto. Ese es el verdadero motor que mueve el mundo. El sexo y el poder, las verdaderas dos claves. Si analizas todos los actos que impulsan a la gente, a la sociedad, llegas a esta respuesta. Las personas forman una familia por un solo impulso: tener compañía segura para obtener sexo. Los hijos son una meta secundaria, a posteriori. Cuando buscan un empleo mejor, es solo para escalar puestos en la manada humana, buscando conquistar mejores ofertas sexuales. Los fracasos matrimoniales son el fruto de desear otras compañías sexuales. Si a esta constante búsqueda sexual, añadimos el poder, entonces, los resultados se amplifican exponencialmente.
“No lo había visto nunca así.”
Ese es el auténtico poder de la humanidad. Su capacidad para, en una vida tan corta, expandir su semilla y sus instintos por doquier, a cualquier precio.
En verdad, si se piensa detenidamente, es lógico y acertado. Todo proviene de ese primario impulso sexual. El amor es una consecuencia derivada de una fuerte atracción sexual. Si no aparece esta atracción en primer lugar, difícilmente surgirá el amor. Con la familia, ocurre lo mismo, o bien actúa el otro principio básico, el ansia de poder. Boda por pasta, jajaja. ¿El dinero? el dinero es otra forma de poder, está claro. La caridad, el decoro, la compasión, y todas las demás virtudes, no aparecen si, al menos, una de estas dos necesidades primarias, el sexo o el poder, no son satisfechas. Sin embargo, también parecen atraer, con igual fuerza, todos los pecados capitales.
¿Te das cuenta cómo trabaja tu mente? Si frenas el condicionamiento de tu mente, entonces alcanzas una claridad que te permite analizar cualquier situación, por muy caótica que sea. Claro que el resultado puede ser muy diferente al que esperabas…
La risa de Pam se filtra a través del suelo. Van a acostarse. La polla reacciona al pensar en ella y en Maby. La fuerza del sexo. Jajaja.
Bien, veamos si puedo enseñarte uno de mis trucos preferidos. Lo usaba a menudo con la zarina…
¿Truco?
Mi mente, al igual que la tuya, es muy cognitiva y retenía muchos datos que absorbía de forma inconsciente. Sin embargo, a solas, era capaz de reactivar esos datos, darles una consistencia casi real. Tú lo has hecho en ocasiones, aunque no te hayas dado cuenta. Has vuelto a tener en tu boca el sabor del pastel de limón de tu madre, analizar, paso a paso, el dolor y la sensación de tus dedos quebrados, o contar todos los cuadritos de las medias de red de la profesora de Mates.
Es cierto. Siempre he creído que cosas así podemos hacerlas todos los humanos y, ahora, resulta que no, solo yo. ¡Viva yo!
Bien. Dispones de dos ayudas fundamentales. Una, conoces la disposición de la habitación de tu hermana, así que puedes imaginarte perfectamente que estás allí. Dos, busca el sabor del cuerpo de Pamela, el tacto de sus labios, de sus senos, cómo es de dulce su lefa… Sabes perfectamente lo que ocurrirá entre ellas y yo sé las ganas que tienes de verlo. Busca todo eso con tu mente, imagínate que estás allí; conviértete en un invisible espectador, en un mudo testigo de su lujuria… cierra los ojos… imagina que bajas las escaleras, que caminas por el pasillo… te detienes ante la puerta… entras en silencio… ¿Qué están haciendo?
   Me es muy fácil seguir sus indicaciones, como si fuera lo más natural del mundo. Enseguida me viene a la boca el sabor de mi hermana, salado, con un regusto a lima, fruto de su desodorante. El calor que emana de ella, diferente en distintos puntos de su cuerpo. El aroma que desprende al excitarse. Recreo sus suaves quejidos, en los que intenta condensar inútilmente cuanto siente… Rasputín tiene razón. Toda esa información no la puede analizar otro humano que no sea yo. No sé como funciona, pero lo hace.
  Me encuentro empujando la puerta de su habitación. Mi cuerpo está allí, pero, al mismo tiempo, no lo está. Puedo visionarlo, casi traslucido, etéreo, cual fantasma imaginario, pero con la suficiente sustancia como para poder girar un picaporte, aunque sea en mi imaginación. ¿Será esto lo que llaman un viaje astral?
  Las chicas ya están bajo las mantas y están de costado, mirándose. La lámpara que le regalé a mi hermana hace dos años, un auténtico candil árabe reacondicionado a luz eléctrica, está encendida, colgando sobre el cabecero. Me quedo a los pies de ellas, ingrávido. El placer de espiar me embarga.
―           Creo que no has contado todo lo que pasó esta tarde – la pincha mi hermana.
Maby abanica con sus párpados. Sus ojos celestes chisporrotean, alegres, y abre su boquita como si estuviera sorprendida. De repente, se queda seria y baja la mirada.
―           ¿Sabes que me da miedo tu hermano? – musita.
―           ¡Venga ya! – exclama Pam, con una risita.
―           En serio. Cuando estoy con él, mi cerebro se bloquea. No puedo pensar. Solo hago que mirarle y escucharle, como una boba.
―           Vaya… mi hermano, el gurú – se asombra Pam. No sé si esta vez es de broma.
―           ¡No me digas que no has notado su fuerza, y no me refiero solo a la física!
―           Bueno, si, pero…
―           Hoy le he visto cortarle el cuello a ese ternero, con absoluta tranquilidad, convencido de que estaba haciendo lo correcto, y ni siquiera protesté. ¡Yo, que he participado en protestas y revueltas en contra de los mataderos! Su mano no tembló, ni sus ojos no se cerraron en el momento de asestar la cuchillada. Me quedé aterrada por su frialdad. Solo pude taparme la boca. Lo hizo rápido y limpio, de forma eficiente, y, enseguida, dispuso los pasos siguientes. Subir la res a la camioneta, llevarla al veterinario, avisar al matarife… ¿Sabes que movió, él solo, el ternero? ¡Pesaba por lo menos 150 Kg!
―           Sergi es un burro. Papá siempre le está regañando por hacer esas cosas.
―           No es un burro, Pamela, es otra cosa. Tú mejor que nadie sabes que, a veces, me muevo en círculos extraños…
―           Si, y me preocupa – le dice Pam, cogiéndola de la mano.
―           He visto a duros guardaespaldas – continua Maby, sin hacerle caso. – Les he visto entrenando y he visto proezas de todo tipo, apuestas, y burradas. Tíos tan grandes como Sergio, con cuerpos cincelados, levantando pesas y hasta moviendo pianos… No, ni comparación con lo que he visto hacer a Sergio. Tiró de una cadena que sujetaba a un ternero muerto, con el cuerpo desplomado. Ni siquiera disponía de una polea para compensar el peso. Lo hizo directamente, con todas las trabas que supone el arrastrar la cadena por la chapa de la camioneta, sin apoyo para los pies, ¡y de dos tirones, subió el bicho!
  Compruebo también la sorpresa en los ojos de Pam. No he pensado en cómo pudo ver aquello Maby; lo hice y punto.
―           ¿Y por eso te da miedo?
―           Me da miedo porque no he conocido a nadie como él – se detiene y lame sus secos labios –, porque temo enamorarme de él. Tiene algo que me embruja.
  Pam se muerde el labio. Creo que no se esperaba tal velocidad en los hechos. No sabe muy bien cómo actuar.
―           ¿Y eso te parece malo? – le pregunta a Maby
Maby asiente. Sus ojos parecen preocupados, clavados en los de mi hermana.
―           Esta tarde he hecho algo que nunca hice antes – confiesa.
―           ¿El qué? – pregunta Pam.
―           Pensar en el futuro.
―           Joder.
―           He pensado que si me enamoro de él… ¿qué pasaría? Tengo una tremenda sensación de que sería algo fuerte y sincero, más duradero de lo que conozco, y ahí está la dificultad. Trabajo en Madrid, me muevo por toda España. ¿Qué sería de una relación condenada a unos pocos fines de semana cada dos o tres meses? ¿Tendría que venir yo a la granja? ¿Podría escaparse él a Madrid o a otra ciudad?
―           Tienes razón. Es algo para pensar. Tú aún eres menor de edad y él también.
Como se desmadra la niña. Aún no me ha besado siquiera y ya está pensando en pedir mi mano. Pero tengo que reconocer que lleva razón, y, para ser Maby, lo ha pensado muy bien. Cada vez me cae mejor la niña, a pesar de que es vegetariana.
―           Creo que Sergio es un incomprendido – comienza a hablar Maby, tras un silencio. – Ni su familia le entiende.
―           ¿Por qué dices eso?
―           Le pregunté sobre lo del chico de la estación. Me dijo algo sobre el colegio, una tontería, según él. ¿Lo pasó mal en el colegio, Pamela?
  Mi hermana asiente y desvía la mirada de su amiga. Aunque Pam es apenas un año mayor que yo, nunca supo protegerme. Veía como los compañeros suyos se metían conmigo y me humillaban, como me convertía en el hazmerreír de todos los recreos, y apartaba la mirada, igual que hace ahora. Miraba a otro lado, fingiendo no ver lo que me ocurría, demasiado preocupada por su popularidad, por lo que pensarían sus amigas si me defendía.
  Nunca la he culpado por ello. La comprendo. Tenía demasiado que perder, pero eso no quita que ella tenga remordimientos ahora. Pam se muerde el labio con más fuerza. Maby le acaricia la mejilla.
―           ¿Qué pasa, Pamela? Suéltalo.
―           Le llamaban el Chico Masa – un sollozo corta la frase. Maby la abraza y la consuela. Esa chica delgada y de piel pálida conoce muy bien a mi hermana. – Era tan gordo y torpón que me daba vergüenza acercarme a él. No le protegí nunca, ¡ni una sola vez!
Me sorprende la intensidad con la que Pam se sincera. Es como un grifo abierto, ya no puede parar.
―           ¡Todos nos hemos portado así con él! Mi padre y Saúl, sobre todo… mamá es la única que le arropa cuando puede. No ha encontrado consuelo ni en su familia… ¡y me siento muy mal por eso!
―           Por eso le mimas tanto ahora, ¿no?
―           Siii… — Pam hunde su rostro en el cuello de su amiga, con grandes sollozos. La deja desahogarse hasta que Pam se aparta, secando sus ojos con la sábana. – Sergi ha tenido una infancia difícil y no hemos sabido comprenderle. Era y es tan raro, que fue más fácil acceder a sus peticiones, por más raras que fuesen, que tratar de cambiarle.
―           ¿Por qué duerme arriba, en el desván, aislado?
―           Tenía once años cuando lo planteó. Quería el desván para él. Solo había trastos viejos en él y se mudó allí. A todos nos pareció bien, cada uno con sus motivos. Por mi parte, conseguía un vestidor con su antigua habitación. Nadie sube al desván desde entonces. Sergio hace su cama, limpia su habitación, repara las goteras, y mantiene todo perfecto. A cambio, mamá le lava la ropa y todos le damos la intimidad que desea.
―           No es intimidad, es soledad. Es muy diferente – comenta Maby, con una percepción que no creía que tenía.
Pam asiente con fuerza. Ella también lo sabe, ahora.
―           Tu hermano no tiene ni un amigo, ¿cierto?
―           No, jamás tuvo alguno. Celebra sus cumpleaños con nosotros.
―           ¿Y eso no os pareció raro?
―           Siempre ha sido así – se encoje de hombros mi hermana. – Ya te he dicho que nos era más fácil aceptarlo como era. Sin duda, quitaba preocupaciones a mis padres.
―           ¡Dios! Lo que me extraña es que no se haya convertido en un psicópata. Pamela, tu hermano está marginado, totalmente. sin amigos, sin familia que le comprenda, sin nadie con el que poder desahogarse. Completamente solo en su atalaya.
Pam enrojece y cierra los ojos.
―           Me dí cuenta cuando le pregunté que si no se había peleado con nadie, dado la fuerza que tenía. Me respondió que no, naturalmente, sabía lo que pasaría si se peleaba con alguien. Le haría daño de verdad, no solo una nariz rota. Tu hermano controla sus sentimientos cada día, desde que se levanta; se controla absolutamente para no dañar a nadie.
―           Entonces, ¿lo de la estación? – recapacita Pam, al mismo tiempo que sorbe por la nariz.
―           Le pregunté lo mismo. Con tristeza, me dijo que a él no le importaba que le dijeran cosas, que estaba acostumbrado, pero que no podía permitir que nos insultaran. Perdió los estribos por nosotras. Si no lo llegas a frenar, no sé lo que habría ocurrido…
―           Santa Madre… María Isabel, te juro que no he pensado nunca en todo eso, jamás hasta ese extremo… Has tenido que venir tú, una desconocida para él, para abrirme los ojos… te lo agradezco mucho, mucho – le habla con pasión, besándola por toda la cara, una y otra vez, lo que hace reír a Maby.
  Finalmente, la besa una, dos, tres veces, en los labios, hasta que la morenita le devuelve los besos, ardientemente. Se separan, sonrientes, y se miran, sin hablar.
―           ¿Le quieres o deseas compensarle? – pregunta Maby, después de un rato de silencio.
Pamela tarda un buen rato en contestar, como si estuviera recapacitando.
―           Creo que cuando me fui a Madrid, cambié. Lo que vi y experimenté allí, me hizo abrirme algo más. Empecé a mimarlo cuando volvía de visita y creo que fui la que más se acercó a él. Pero no era amor. Como tú bien has supuesto, era una forma de compensarle por los años que le había fallado. Sin embargo…
Pam se gira, quedando boca arriba, sus ojos mirando el techo, como queriendo atravesarlo con la mirada y buscarme. Nada de cuanto está confesando me sorprende. Ya hace tiempo que he llegado a la misma conclusión.
―           Sin embargo, ¿qué? – la insta Maby tras el silencio de Pam.
―           Hace unas semanas que ese sentimiento se ha incrementado. Creo que se ha convertido en algo más profundo…
―           Bueno, es normal. Es tu hermano.
―           No – suspira Pam, sin querer mirarla. En ese momento, sé lo que va a decirle. Se lo va a jugar todo a una sola carta. De hecho, es el mejor momento. – No como hermano… como amante. Ayer, nos acostamos juntos…
Maby no dice nada, pero su expresión es suficiente. Asombro, sorpresa, y algo de decepción llenan su gesto.
―           Pamela… no sé que decir, yo…
―           Me vine a la granja con un fuerte bajón. Tengo problemas con… Eric. Me desahogué con mi hermano. Llevamos un tiempo recuperando nuestra fraternidad – cuenta Pam, secando nuevas lágrimas. – Fue tan comprensivo, tan atento, y tan protector que me quedo dormida entre sus brazos, por la tarde. Sentí como si mis problemas pesaran menos al compartirlos con él, que me protegería de todo con sus rotundos brazos.
―           Es bonito, pero…
―           Si, ya sé. Eso no justifica lo otro. El hecho que cuando me fui a la cama, aquella noche, estaba sola. La sensación protectora de aquella tarde quedaba lejos, desvaneciéndose. Necesitaba otro chute de seguridad. Así que, en silencio, subí al desván. Él estaba a oscuras, en la cama, pero no dormía. Estaba desnudo y era como si me estuviera esperando, te lo juro. No me importó. Me abracé a él y volví a sentirme bien. Estuvimos hablando otro buen rato, hasta que me quedé dormida, abrazada a él.
―           No es ningún pecado. Es raro, pero no estrictamente malo. Tampoco puedo decirlo con seguridad, soy hija única.
―           No, el pecado vino después. Desperté un rato después. Me había movido en sueños y le estaba acariciando el pene…
―           ¡Ostias!
―           Yo exclamé algo más fuerte cuando comprobé el tamaño. Sergi estaba dormido y no se enteraba de nada, pero tuve que comprobar de nuevo el tamaño de esa polla y decirme que no estaba soñando. Maby, por Dios, mide más de dos de mis manos abiertas…
―           Vamos, ¿qué dices?
―           Te lo juro. Es la cosa más grande que he visto nunca. Ni siquiera en películas o en Internet. Estaba alucinada y seguía paseando un dedo por ella, más como comprobación que por otra cosa, pero eso le despertó. No dijo nada, solo me miró. Nos avergonzamos y me fui a mi cuarto. Pero no podía quitarme de la cabeza sus ojos y la decepción que reflejaron cuando me marché.
―           ¿No sería el tamaño de la polla? – bromea Maby.
―           ¡Que no! Es como si le hubiera partido el corazón, otra vez. Así que volvía a subir y me metí en la cama, dispuesta a todo. Entonces, fue cuando terminó de darme la puntilla, cuando le estaba besando.
―           ¿Qué hizo? – pregunta Maby, muy interesada.
―           Me dijo que no sabía besar, que nunca lo había hecho.
―           Uuu… ¿No me digas que…?
―           Si, Maby, era absolutamente virgen… inmaculado…
―           Joder, Pamela, te comprendo muy bien, amiga mía – Maby le dio un tremendo abrazo, por sorpresa, echándose encima de ella. – Es el colofón perfecto para una historia dramática. Tú, arrepentida por como te has portado con él, además con bajón emocional. Él, virgen y con un pene tremendo, terriblemente necesitado de afecto. ¡Lo que me extraña es que no te haya dejado preñada!
―           Buff… no quiero hablar de detalles, pero jamás he sentido nada parecido. Es tierno, considerado y esforzado, como amante. Es potente y valiente. Te hace lo que le pidas y el tiempo que necesites. Para ser su primera vez, me hizo llegar cinco veces, y dos de ellas, de desmayo, te lo juro.
―           Joder, que envidia… cállate ya. Me apartaré de él. Aunque sea tu hermano, tanto tú como él, os merecéis ser felices – la tranquiliza Maby, besándola en la mejilla.
―           No, tonta, no es eso lo que quiero – se gira hacia ella Pam, abrazándola. – Yo quiero que salgáis juntos. Me has dicho que él te hace tilín…
Maby asiente una vez, mirándola a los ojos, aún sin comprender.
―           Tú también le gustas, así que no hay problema.
―           ¿Por qué lo haces?
―           Piensa, cabecita despeinada. Antes te referiste a la incapacidad para veros si salíais juntos. En mi caso, sería lo mismo.
―           Pero tú vienes a la granja más que yo.
―           ¿Para meterme en la cama de mi hermano? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que nos pillaran?
―           Vale, comprendo.
―           Pero si sale contigo…
―           Sigue, guarra.
―           Puede ir a Madrid a verte… a vernos…
Los ojos de Maby se abrieron, comprendiendo.
―           ¡Claro! Podría dormir en el piso y tus padres estarían tranquilos porque…
―           Yo estaré de carabina.
―           Y cuando estemos aquí, tú me servirás de coartada. ¡Perfecto! Dobles oportunidades.
―           El único problema que queda…
―           ¿Cuál? – pregunta la morenita, besándola de nuevo en los labios.
―           Nosotras hemos compartido cama y, de hecho, lo seguimos haciendo en ocasiones.
―           Como ahora – la interrumpe Maby, lamiendo sus labios.
―           Pero, ¿estarías dispuesta a compartirle a él? – pregunta Pam, señalando con el pulgar el techo.
―           Si es contigo, si… incluso estoy dispuesta a establecer un trío estable, sin celos – musita Maby, acercando de nuevo sus labios a la boca de Pam.
―           Zorra – responde esta, metiéndole la lengua.
 Ya no hay más palabras. Las lenguas se atarean en otras funciones más amenas. Me quedo contemplándolas, dejando que mi rabo se estirase lentamente. Las muy putas han vendido la piel del oso antes de cazarlo, aunque hay que decir que, en esas condiciones, el oso se rinde voluntariamente.
Ya ha comenzado tu iniciación. Te auguro grandes placeres, mi joven compañero. En apenas dos días, has seducido a tu hermana, y esta, a su vez, ha buscado una novia para los dos. No puedes quejarte.
  La única queja que tengo, en este momento, es no poder meterme en medio de esas dos que se están devorando, con ansias. Las mantas no tardan en ser retiradas, los pijamas arrojados lejos. Sus cuerpos son suficientes para caldear la habitación.
  Se lamen, se chupan, se besan, y se frotan, todo entre dulces gemidos agónicos que erizan todo mi vello. El cuerpo de Maby me atrae sensualmente, tan esbelto, tan elegante y pálido. Sus pechitos son como dos dulces manzanas que aún tienen que madurar, pero que ya atraen la atención de cuantos pasan por delante de ellas. Tiene el sexo completamente depilado, otorgándole una belleza prístina, casi como una estatua de mármol.
  La roja cabellera de Pam cae en cascada sobre el ombligo de Maby, cuando mi hermana desciende con su lengua, buscando un pozo en llamas donde saciar su sed. El rostro arrebolado de la dulce morena es toda una estampa, digna de una beatificación, cuando un largo gemido brota, casi sin fuerza, de sus labios.
  Mi polla alcanza unas dimensiones impresionantes cuando ambas entrelazan sus largas piernas, uniendo los dedos de una de sus manos, la otra hacia atrás, sosteniéndose. Sus pubis rotan en un baile largamente ensayado, sus vaginas convertidas en ventosas que intentan atraparse mutuamente. Regueros de amoroso líquido salpica la cara interna de sus muslos, sus nalgas y pubis, mientras sus labios desgranan palabras de puro ardor.
―           Siempre te he… amado, Pam… tú me hiciste… mujer…
―           Eres como… una hermanaaa… así, une más tu coñito…
―           Pam…
―           ¿Si?
―           Eres una… folla hermanos… te tiras a Sergiiii… y me dices que soy como una herman… aaaaah, diosssss… me voy a correrrr…
―           Si… si… soy un putón inces…tuoso…
  No lo soporto más. No puedo tocar mi polla. Necesito una paja. Si estas se portan así conmigo, voy a necesitar vitaminassss…
Me voy a mi dormitorio, a cascármela al menos tres veces.
Dios existe.
                                                    CONTINUARÁ
 
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico “Una Familia Decente 1” (POR ROGER DAVID)

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Una Familia Decente
La familia Zavala vivía feliz en su hogar, eran una familia ejemplar, estaba compuesta por el jefe de hogar, el Ingeniero Eduardo Zavala de 38 años, su esposa Andrea Rojas de Zavala de 35 y su hija Karen de tiernos 18 añitos recién cumplidos. (Se casaron siendo muy jóvenes)
Eran una familia de solidos principios religiosos, morales y éticos, ya que participaban fervientemente en una congregación dedicada a la ayuda comunitaria y obras de beneficencia, todos sus miembros, al igual que la familia de Eduardo Zavala debían demostrar una conducta ejemplar ante la sociedad, por esta situación casi todos ellos eran por si decirlo conservadores y alejados a todo tipo de actividades que pudieran dar que hablar al resto de la sociedad.
De Andrea se podría decir que era una mujer ejemplar en todo sentido de la palabra: hermosa, seria y respetable, siempre vestía con decoro y de forma sobria, una debido a sus solidos conceptos morales y otra por la exigencia de Eduardo, su marido, ya que él pensaba que toda mujer digna, integra y respetable no debía de vestir en forma indecorosa. (Sobre todo si se trataba de su mujer)
Lo mismo para Karen, su preciosa hija, que a pesar de sus 18 años recién cumplidos debía de vestir igual que su madre Andrea, siempre con sobriedad y regirse a las estrictas normas establecidas por su casi beato padre, y de la comunidad conservadora de la cual ellos eran parte.
Por lo ya descrito anteriormente, podríamos decir que igual esta singular familia se encasillaban dentro de lo que podemos llamar normal, eran felices y además de respetados en su círculo social.
Eduardo y Andrea se casaron muy jóvenes. Eduardo completo sus estudios y con mucho esfuerzo logro incorporarse a una sólida empresa del Área de telefonía, ayudado por un tío de Andrea, que ocupaba un importante cargo gerencial en esta.
Pero sigamos con Andrea, a sus 35 años Andrea se conservaba en excelentes condiciones físicas, sin ni siquiera tener necesidad de ir a un gimnasio, era dueña de un cuerpo femeninamente espectacular que a pesar de sus serias y conservadoras vestimentas, se notaba a lo lejos, que debajo de ellas se encontraba el cuerpo de una verdadera Diosa.
Rubia natural, unos preciosos ojos verdes, su cara de finas y exquisitas facciones, 1.73 de estatura y un par de piernas de ensueño. Se gastaba un pedazo de culo imponente, soberbio, duro, paradito y carnoso, con un par de tetas majestuosas, grandes y redondas pero que se adecuaban perfectamente a su cuerpo, sin caer en la exuberancia ni lo grotesco.
Todo en Andrea, su cuerpo infartante, su culo, su rica hendidura de carne, y sus tetas…estaban hechas a la perfección, para el beneplácito de cualquier macho que tuviera la suerte de poder admirarlas.
Ella siempre al salir de su casa a realizar algún trámite o cuando asistía a las distintas obligaciones que se requería, al ser miembro de la conservadora congregación a la cual pertenecía su familia, debía soportar todo tipo de miradas obscenas, murmuraciones subidas de tono, pero Andrea no prestaba atención a esto, se conformaba en mantener su actitud de mujer de estrictos valores morales y éticos, siempre recatada, seria y decente de como lo era ella. (Por ahora)
De la niña Karen podemos decir que heredo las mismas cualidades físicas que su madre. Un cuerpo perfecto, un culo exquisito hecho para estar manoseándolo por todo el día y la noche, con la diferencia que la niña Karen, nació con su pelo oscuro y heredo los ojos azules, como su padre.
Imagínense a esta niña de candorosos 18 años, de tez blanca, carita inocente y angelical, de ojos azules, labios sensuales, de muy buenos sentimientos y educada en uno de los mejores colegios religiosos, ajena a todo lo referente a cosas mundanas, como lo llamaba su padre, nunca le permitieron tener novio, tampoco salir con amigas.
Aun así algo sabia del sexo opuesto ya que por su impresionante belleza, nunca faltaron los pretendientes, pero estos siempre fueron espantados por su sobreprotector y excéntrico padre.
De sexualidad lo único que dominaba Karen, era lo aprendido en el colegio, el sexo para ella estaba hecho para tener hijos una vez que se casara.
Cuando escuchaba de sus compañeras o de su amiga Lidia, niñas que al tener otro tipo de educación, siempre le comentaban cosas o situaciones en referencia al sexo, conversaciones que a veces la espantaban debido a su formación, no se convencía que tales cosas fuesen normales, pero en el fondo de su ser sentía curiosidad por saber más de este tema, para luego recriminarse ya que ese tipo de cosas no era para niñas decentes como lo era ella.
Eduardo su padre, no era consciente del pedazo de hembras que tenía por familia, y si es que lo era por alguna extraña razón no le gustaba pensar en ello. Su tiempo libre lo dedicaba a actividades de la congregación de beneficencia y de caridad, era tanto su afán de estar siempre participando que llegaba a caer en el fanatismo. Todas sus decisiones personales las consultaba con orientadores de la dicha congregación.
Eduardo desconocía que esta situación podría desencadenar consecuencias nefastas para su familia y que esas consecuencias las terminarían pagando Andrea, su bella, seria, recatada y decente esposa, y Karen que por su inocencia, candor y belleza, sería el primer blanco para los sucesos que se avecinaban.
El sexo entre Andrea y Eduardo podemos decir que era casi normal, lo de siempre y un poco escaso a lo mejor.
Dos o tres veces al mes era suficiente para Eduardo, ya que consideraba que el sexo no era importante para la relación conyugal, el sexo para él era algo obsceno y sucio, e intentar hacer algo novedoso era como faltarle el respeto a su mujer.
Andrea estaba acostumbrada a esta situación, siempre estaba dispuesta para su marido, y cuando el la buscaba para estos menesteres, era lo típico, posición del misionero, de 05 a 10 minutos y una vez terminado el encuentro, a dormir.
En una ocasión, Andrea en un arranque de pasión y fogosidad intento practicar otro tipo de posición, algo normal dentro de la relación de cualquier pareja, lo que le costó una seria reprimenda por parte de su esposo, eso no era para personas decentes como ellos, y la mando a unas clases de orientación familiar que duraron 02 meses, con eso Andrea ya no quiso innovar en la vida íntima, pero a pesar de todo esto igual se sentía feliz con su apuesto esposo, ya que se sentía muy enamorada.
Que desperdicio, tener una hembra con  cuerpo de Diosa, con curvas endemoniadas, de belleza absoluta, tenerla tendida en una cama, con la luz apagada, con un grueso camisón de dormir que le llegaba más debajo de las rodillas y que para tener sexo se lo tenía que subir hasta la cintura, en silencio, nada de palabras salidas de tono, sin besos, sin caricias.
Y para vestirse, cada uno por separado en la soledad del baño que tenían para ambos, porque verse desnudos era algo sucio, inmoral y un montón de pelotudeces que pensaba Eduardo, pero para Andrea eso estaba bien, lo veía normal, ya que había sido su propio esposo quien había hecho que la mujer pensara de aquella forma.
Así vivía la feliz familia, sin preocupaciones.
Su casa estaba ubicada en las afueras de la ciudad, era una casa no tan grande pero si muy cómoda y con lujos, era de dos pisos, un patio grande con piscina incluida, y al fondo del patio existía una cabaña, para uso del servicio doméstico, en esta vivía don Pricilo, el jardinero, un viejo de 62 años, que al haber enviudado y que además había sido por un tiempo miembro de la congregación benéfica, Eduardo le ofreció trabajo en su casa para labores del jardín y otras tareas similares.
La idea de Eduardo era ayudarlo, ya que el pobre viejo había perdido un negocio y debido a esto y a las malas decisiones, prácticamente lo perdió todo y su pobre mujer enfermo y falleció debido a la misma situación. Eduardo más que ser un hombre solidario, tenía la imperiosa necesidad de que por lo menos así lo notaran su círculo social,  y debido a esa falsa solidaridad cometió el error más grande de su vida.
El viejo Pricilo, de solidario no tenía nada, solo a veces participaba en esta congregación, porque su mujer prácticamente lo obligaba.
El viejo se malgastaba los ingresos del negocio que había heredado su mujer en irse de parranda y con putas, era además asiduo a casas clandestinas de apuestas, en donde contraía enormes deudas económicas, pero los amigos mafiosos le tenían paciencia, el viejo era conocido y respetado y siempre había pagado, pero en el último tiempo, una vez cerrado su negocio, se estaba demorando mucho en pagar.
Claro está que Eduardo Zavala, hombre respetable y decente como según él lo decía, desconocía esta oscura parte de la vida de don Pricilo, por lo mismo en una oportunidad que lo vio en la congregación intentando conseguir un préstamo de dinero para saldar parte de sus deudas con los prestamistas y casas de azar, no lo dudo en ofrecerle trabajo.
Para don Pricilo, la última preocupación que tenía en su vida era la de buscar trabajo, no le interesaba, pero cuando vio a Eduardo a la salida de la congregación, parado frente a él con ese par de imponentes hembras hechas a la perfección, madre e hija, casi le da un infarto, al ver a las dos féminas.
Lo primero que pensó el detestable viejo fue…pero que buen par de putas…y sintió como se le empezaba a parar la verga, solo con el hecho de estar mirándolas…
Ellas, madre e hija, desconocían los desquiciados pensamientos que tenía el viejo Pricilo, lo miraron como un pobre viejito que se había quedado solo, y que ellos como una buena familia que eran, debían ayudarlo, no fuera que por su triste soledad, al viejito le pasara algo.
Así estaba embelesado el viejo Pricilo, mirando estas inocentes criaturas, desnudándolas con su lujuriosa mirada, sonriente y casi babeando…ni siquiera escuchaba lo que decía Eduardo, solo asentía y balbuceaba, de pronto cayo en cuenta que en la propuesta laboral, él se debía ir a vivir a la casa de ellos, en una casita que tenían al fondo del patio.
El viejo acepto encantado el acuerdo, y una vez hecho el trato, a los 03 días se mudó a la cabañita de madera, en la casa de la familia de Eduardo Zabala.
Don Pricilo ansiaba llegar a instalarse en esa casa, para darse el banquete de su vida, aunque sea solo mirando a las mujeres de la familia, aprovechando que a veces Eduardo por motivos de trabajo tenía que salir de la ciudad ausentándose los fines de semana, tiempo que él tendría para estar solo con ese par de Diosas, ellas por ser tan buenas de corazón, no se imaginaban los planes que tenía el viejo, aunque por ahora solo fueran fantasías.
Pero todo tiene su límite, fue una tarde en que el viejo terminaba sus tareas diarias, en que se puso a observar detrás de su ventana como madre e hija conversaban en la terraza, no podía escuchar la conversación, pero tenía vista privilegiada desde su rancho, para admirar a estas beldades.
Andrea vestía con ropa de casa, que a pesar de su sobriedad, el vestido que llevaba marcaba perfectamente la esbeltez de su figura.
Mientras que Karen lucía un vestido de verano un poco más holgado, se veían sencillamente fascinantes.
En esto estaba el viejo cuando ambas mujeres conversando en forma despreocupada se acercaron a su cabaña, el viejo ya estaba a full, sentía las tremendas ganas de masturbarse, al examinarlas se decía, pero que buenas hembras que se gasta este Eduardito. Ellas reían inocentemente, no se daban cuenta que solo a tres metros de ellas se encontraba el viejo Pricilo escondido detrás de la ventana pajeandose la verga como poseído.
El viejo no se explicaba porque lo calentaban tanto ese par de mujeres, si solo conversaban, aun con ropa lo calentaban hasta la locura…
El viejo pensaba y pensaba, como seria si las viera desnudas, el solo imaginárselas encueradas casi eyacula, pero se contuvo, y prefirió seguir  disfrutando da la masturbación que se estaba pegando, ya que tenía semejantes ejemplares femeninos delante de él, y lo que más lo calentaba, era el saber que tales ejemplares, eran madre e hija.
Fue ese el momento que lo pensó y lo decidió…las tendría que poseer, cueste lo que cueste, a las dos!!, juntas o por separado!!, pera se las iba a culiar si o si!!. Si era necesario violarlas lo haría, aunque fuera a dar a la cárcel, bien valdría la pena pensaba el viejo.
Era patética la escena que se vivía en la casa de la familia de Eduardo Zavala, ver un viejo sesentón, semi-desnudo masturbándose detrás de una ventana, mirando a dos hembras encamables, divinas y ricas inocentemente conversando, no imaginándose que el viejito a quien ellas y el jefe de hogar inocentemente lo llevaron a vivir con ellos, para ayudarlo, en ese mismo momento se masturbaba, y a la vez planeaba y decidía el momento en que las culiaria…y a cual primero? Si a la madre Andrea, o a la hija Karen.
El viejo Pricilo estaba afanado masajeando su tranca, cuando Karen inocentemente se estiro de perfil, hacia donde él estaba, el viejo pudo dimensionar su perfecta silueta, su curvilínea figura, al viejo se le juntaba espuma en la boca a tan impactante visión, aquella impresionante y estupenda mujer era la niña de la casa, Karencita!! –Pero que par de tetas se decía el viejo, que cuerpo más exquisito, –Ohhhh que culo más bien hechito que se gasta esta niña, lo veía grande y paradito, perfecto como a él le gustaban –Ahhhh…ahhhh, gemía el caliente vejete y concentrándose en la parte más sagrada de aquella niña-mujer, que era su vagina, se preguntaba que como la tendría, peludita o sin pelos?, apretadita?, olorosita?, –Ahhh, ahhh… gemía en silencio.
Con estos pensamientos el viejo ya no daba más de calentura… y empezó a balbucear para sus adentros, –Ay mi niña… ay mi niña… meee voy a coorreeeeerrrr…!!! –Ahhh tomaaaaaa, tomaaa, balbuceaba el asqueroso viejo en los momentos en que se la imaginaba metiéndole su verga, Kaarennnccitaaaaaaaaaahhhhhhhhh!!, gritaba en silencio y en su mente, –Toma puta de mierdaaaaaaaaaa!!!, hasta que le salió la última gota de semen que fueron a dar a la pared de madera debajo de la ventana de su casucha, el viejo no paro de masajearse la tranca.
–Pero que buena que esta la putita! , pensaba don Pricilo sentado y ya más calmado, y así descansando de la chorreante acabada que se acababa de mandar, fue como si el destino estuviera a su favor, en el momento de agudizar el sentido del oído, escucho parte de la conversación entre madre e hija,
–No mamá, no te preocupes, si yo estaré bien…y así aprovechare de estudiar para el examen de ingreso que me exigen en la Uni…
–Pero Karen, hija, tu sabes que a tu padre no le gusta que te dejemos sola en casa…acuérdate que estaremos fuera por seis días…
El viejo Pricilo no lo podía creer, la niña Karen se quedaría por casi toda una semana solita en la casa, o sea con el!?, –Jejejjejeje, reía el aborrecible viejo, y mientras tanto continuaba la conversación…
–Si mamá, en la mañana yo hablé con él y me dio permiso para quedarme, pero con la condición que estuviera en todo momento con mi celu, para que así el me llame y estemos en contacto… –Además dijo que hablaría con don Pricilo, para que estuviera atento por si yo necesitara algo…
–Queeeeeeeeeee? , se dijo el viejo, y todavía piensan el dejármela a cargo….jajajjajajajjajaja!!!, reía el viejo por tener tan buena suerte, y a la vez sentía como se le volvía a parar la verga nuevamente.
–Mmmmm… bueno, pero no me gusta que abusemos de don Pricilo, él es tan atento con nosotras, tan preocupado y trabajador, así que hablaré con tu padre, para que le cancele un dinero extra por hacer que tenga más responsabilidades de las que ya tiene el pobrecito.
–Si mamá, así yo me sentiré más segura de pedirle algo, si es que lo necesito…
–No te preocupes hija, hoy le diré a Eduardo que hable con don Pricilo ya que solo faltan 3 días para el viaje, nos iremos el sábado en la mañana temprano y llegaremos el próximo jueves en la noche…
–Y cuantas familias irán a la junta anual de la congregación?, fue lo último que escucho don Pricilo, cuando vio alejarse a las dos adorables mujeres.
Madre e hija caminaron hacia la casa grande en donde el viejo pudo ver que entraban y las perdía de su visión.
Fue el destino quien lo decidió, meditaba don Pricilo, –Esa niña-hembra va a ser mía!, la convertiré en mi mujer!!, en mi putaaa!!!, pensaba el viejo eufórico ante tales pensamientos y desde ese momento ya comenzaba a urdir el plan para poder violarla a su cochino antojo.
Lo que más le calentaba al viejo, era la carita de inocencia que tenía la tierna niña de 18 años, además sabía que sería fácil engatusarla, debido a la inexperiencia de la nena en temas relacionados con el sexo, menos de deseos carnales como decían los puritanos hombres y mujeres que pertenecían a la congregación conservadora, pero él se encargaría de despertarlos, tenía que tener paciencia, aun le quedaban tres días para planear todo.
Meditando en esto, el viejo se fue a tirar a su viejo y sucio catre que poseía por camastro, en el interior de su habitación, se tiró a descansar y decidió que no se masturbaría pensando en sus mujeres, término que el viejo ya empezaba a utilizar para referirse hacia Andrea y Karen, juntaría todos sus mocos, su leche y su semen para verterlo en el interior del cuerpo de la hermosa jovencita.
Fueron los tres días más largos vividos por el viejo Pricilo, ansiaba que llegara el día sábado, momento en que por fin quedaría a solas con Karen, ya que los padres de la niña se ausentarían por seis días.
Claro está que el viejo sabía que no podía entrar a la casa grande, el viejo era inteligente, no debía mostrar abuso de confianza, tenía que seguir fingiendo ser el sacrificado trabajador que vivía en su ranchito de atrás de la casa grande, agradecido de su patroncito que lo había ayudado en los momentos difíciles.
Total, pensaba el viejo ya habría tiempo más adelante para aquello, por ahora su interés apuntaba a Karen, y planeaba como se llevaría a la niña de 18 años, hasta su cochino catre, en el interior de la cabañita de madera, es ahí donde pretendía el desalmado viejo convertirla en su mujer.
El jueves en la tarde, don Pricilo se encontraba limpiando la piscina, pensando en las tremendas culiadas que se pegaría en esa semana, estaba medio caliente pensando en esto, cuando vio salir a Andrea, la otra ninfa en que también estaba interesado el vejete.
El viejo fingió no darse cuenta de la presencia de Andrea, seguía trabajando con naturalidad, la mujer al verlo no lo pensó para acercarse a él y entablar una amistosa conversación.
Don Pricilo no lo podía creer, llevaba 02 meses trabajando en aquella casa y siempre mantuvo la distancia con Andrea y Karen, con el que hablaba de trabajo y hacia los tratos era con Eduardo, el marido de Andrea, su jefe.
No era que ellas lo esquivaran, simplemente no se habían dado las ocasiones y el viejo era cauteloso, se había sabido ganar la confianza de ellos, era ya el momento de actuar, pensaba el viejo para esos entonces.
–Hola don Pricilo,  como esta?, –Tan trabajador como siempre, le dijo Andrea, dedicándole una de sus más hermosas sonrisas…
El viejo empezó a sudar, ver esa despampanante mujer rubia, de mirada verdosa, dueña de un cuerpo hecho a mano, de tetazas exquisitas y dueña de un culo perfecto y elegante, y el saber que se dirigía a él, que estaba acostumbrado solo a tratar con putas de baja calaña, con todo esto el viejo casi se cae a la piscina dé la impresión, y más aún, al llegar Andrea a su lado se le acerco y lo saludo con un besito en la cara, justo en la parte que tenía llena con verrugas.
Don Pricilo se sintió el más dichoso de los machos al oler su fragancia a hembra limpia y situar su asquerosa mano en la fina cintura de la elegante y decente mujer.
En el momento de recibir el amistoso e inocente beso, vasto para que al caliente viejo se le pusiera como fierro su verga.
–Hooola… Sra. Andrea, saludo el viejo Pricilo entre caliente y emocionado, estoy terminando de limpiar la piscina, por si la niña se quiere bañar con alguna amiga el fin de semana…
–No se preocupe don Pricilo, le dijo Andrea, –Karen no tiene amigas que vivan cerca, además nosotros no usamos la piscina, Ud. sabe lo que pensamos en nuestra congregación…
–Si, contesto el viejo, pero Ud. Sabe señora Andreita, como son estas jóvenes de hoy…
–Hablo mi marido con Ud.? , por lo del viaje, le consulta la rubia no dándole importancia a lo que le decía el jardinero.
–Si pues, y no se preocupe, porque yo estaré aquí atento a lo que pueda necesitar la Srta. Karen, jejjejejje, reía el viejo en forma abominable.
–Ay que buenito es Ud. Don Pricilo, lo dijo Andrea, dándole un afectuoso abrazo de agradecimiento, por tener tanta consideración con ellas…
El viejo ya no aguanto más y se arrimó al abrazo de esa tremenda diosa hecha mujer y le refregó su tranca en su vientre, tratando de acercárselo a su exquisita hendidura, intentaba el caliente jardinero.
El inocente abrazo no duró más de 05 segundos, pero para el viejo fue una eternidad, que rica estaba la rubia, con esos ojos verdes intensos, con esas tetas perfectas, grandes y duras que acababa de sentir aplastarse contra su pecho.
Al separarse Andrea sonreía, era una sonrisa afectuosa, encontraba simpático al tierno viejito. La rubia era tan inocente o de buenos sentimientos que no sintió o no le dio importancia, a la dureza que percibió en su bajo vientre al momento de abrazarlo, ni tampoco se fijó de como tenia parada la verga, y que en ese momento hacia leves pulsaciones sobre el asqueroso pantalón.
Don Pricilo, todavía sorprendido por el abrazo que acababa de recibir de Andrea, de su otra futura mujer, pensaba el odioso viejo, solo la observaba, la imaginaba desnuda, –¿Cómo se verá sin nada de ropa?, cavilaba el viejo, con sus bellas piernas abiertas invitándolo a subirse en ella, le miraba las finas facciones de su cara, su blanca sonrisa y dentadura perfecta.
En un momento, el viejo pensó en agarrarla a la fuerza y culiarsela ahí mismo, forzarla y violarla y descargar en su interior todo el semen acumulado en esos días, pero se contuvo.
–Nooo!!, se dijo el vejete para sí mismo, la dueña del semen que cargaba en sus hediondas bolas en ese momento era Karen, la niña de la casa, de 18 años recién cumplidos. Así lo había decidido y así seria, ya habría tiempo de gozar con la rubia y decente mujer en otros momentos.
Intercambiaron un par de palabras, y la rubia se tuvo que retirar, porque al interior de la casa sonaba el aparato telefónico.
Ahí estaba el viejo Pricilo, todo caliente mirando la retirada de la rubia recatada, seria y decente mujer, que era Andrea.
El viejo le miraba el culazo que se gastaba, como movía las nalgas en forma cadenciosa, que perfecto lo veía desde donde él estaba, y que parecido tenia Andrea con Karen su hija, solamente que Andrea tenía el pelo rubio y liso natural, mientras que el de la niña Karen era oscuro y liso, la madre tenía sus ojos verdes, los de la hija eran azules.
Con estos atributos el viejo pensaba, –Pero que gusto que me voy a dar con este par de putas cuando me las culie, cuando les reviente la panocha con mi verga, jajajaja reía el siniestro y pervertido jardinero, –Si en vez de madre e hija parecen hermanas, termino filosofando el viejo Pricilo.
En esos momentos Karen se encontraba en su habitación, tendida en su cama, al frente de esta  estaba su escritorio con una silla que la niña usaba para estudiar, la pieza era sobria, nada de posters, nada de fotografías de cantantes o actores, a la nena no le llamaban su atención.
Sus intereses se centraban a los estudios y a actividades de la congregación benéfica en la que participaba activamente junto a sus padres.
Pero algo raro estaba pasando en ella y en su cuerpo, –¿Qué será?, pensaba Karen. Lo de la menstruación, su madre ya se lo había explicado muy superficialmente, ya que esos temas no se trataban tan abiertamente en el seno familiar, y algo también sabia por lo aprendido en el colegio.
Pero esto era distinto y no se atrevía a hablarlo con su decente y seria madre, ya que sabía que no era algo bueno, algo había escuchado en una de las charlas de su congregación, de los vicios y placeres de la carne, –Será eso lo que siento?, se preguntaba la joven. La situación era que lo venía sintiendo desde hace un par de semanas.
Recordaba la niña, cuando una noche se despertó toda sudada, y como unas leves pulsaciones recorrían su vagina, se asustó, no sabía lo que le pasaba, se daba cuenta que inconscientemente sentía unas tremendas ganas de abrirse de piernas, –Pero no, pensaba la nena, eso no era bueno, no era de niñas decentes, pero porque sentía esas exquisitas ganas, volvía a pensar Karen.
Recordó también que esa noche no pudo dormir, los desesperantes deseos de abrirse y encogerse de muslos amenazaban con superarla, pero para su suerte, su fuerza interior, debido a su estricta educación le ganaron la batalla a esas infames pero ricas sensaciones.
Karen estaba en estas ensoñaciones, cuando sintió un suave hormigueo en su fina y delicada abertura intima, –Oh, otra vez no, pensaba la hembrita, y por más que intentaba pensar en otras cosas, más se acrecentaba el rico hormigueo atacando en su sagrado tajito.
–Ohhhh Dios mío pero que es lo que estoy sintiendo!!…–Se… se siente tan ricoooo….–Ahhh ahhh ahhhhhhh, balbuceaba cuando el rico hormigueo se fue transformando en deliciosas pulsaciones, que se centraban al interior de su fina panochita.
Se paró de su cama como desesperada, no sabía qué hacer, se miró al espejo, examino su bello rostro, con su alisado cabello negro peinado hacia a un lado de su carita, se contemplaba así misma, su rostro se enmarcaba exquisito a través del espejo, sus hermosos ojos azules tenían un brillo raro, su tez blanca contrastaba con el rojo purpuraceo de sus labios, se sentía extraña.
Volvió a su cama e intento calmarse, pero no podía, su cuerpo ya era un mar de sensaciones nuevas para ella, le vinieron nuevamente las desesperantes ganas de abrirse de piernas, pero no podía! No debía hacerlo!, pensaba Karen.
Su vestido de una pieza ya se le pegaba a su exquisito cuerpo debido al exceso de calor que la había invadido, ¿y si me quito el vestido?, pensó.
Opto por quitárselo, a lo mejor así se le pasaba esa extraña desesperación, que ya recorría todo su curvilíneo cuerpecito, y que se centraban en el punto neurálgico de su persona, su zorrita.
Lentamente se lo quito sentada en su cama, una vez en ropa interior se recostó nuevamente y se dio a contemplar su espléndido cuerpo lleno de curvas, pero ella era ajena a esto. Nunca se había interesado en mirarse a ella misma, pero ahora era distinto, ahora tenía interés de contemplarse.
Karen no era consciente del exuberante cuerpo que se gastaba, heredado de Andrea su madre. Tampoco se daba cuenta de las obscenas miradas que los del sexo opuesto le daban a su anatomía, era deseada por profesores, amigos, conocidos, viejos y jóvenes y por más de alguna fémina que contrariando las leyes naturales no se resistía de admirar en forma lujuriosa, ese cuerpo de diosa con carita angelical.
Karen no se daba cuenta de esto, debido a su estricta educación.
En las oportunidades que asistía, junto a su madre, a la conservadora congregación donde ellas eran miembros junto a su padre, ambas eran objeto de las lascivas miradas, no se percataban que siempre eran los hombres los que se acercaban para saludarlas, siempre muy afectuosamente, incluso hasta en la presencia de su mojigato padre, quien inmerso en sus obligaciones para la congregación, no se daba cuenta de las calientes miradas, y no tan inocentes abrazos y roces que eran objeto su mujer y su hija.
Pero nadie se atrevía a dar un paso más allá, porque todos conocían a la familia de Eduardo Zavala y era una familia respetable.
Lo que nadie se imaginaba era que en la misma casa de esta decente familia, estaba el hombre que si se atrevería a ir más allá de lo permitido, y que ya se preparaba para degustar tan exquisitos manjares, este hombre ya lo conocemos es don Pricilo, un asqueroso viejo de 63 años, que estaba dispuesto a jugársela hasta el final, para hacerse para el solo a estas dos hermosas mujeres, madre e hija, y en que su desequilibrada mente ya se imaginaba el estar acostado con ambas mujeres desnudas a su lado.
Eduardo estaba preocupado de andar haciendo el bien por el mundo, o quizás de otras cosas también.
Volviendo a la habitación de Karen, ya se encontraba semi desnuda recostada en su cama, luchando contra las placenteras sensaciones ya descritas.
Inconscientemente la niña comenzó a tocarse su piel a la altura de su vientre, al primer contacto con este sintió como se le erizaban todos los bellitos de su cuerpo incluso los de su fina y delicada panocha, y un rico escalofrió la invadió por unos instantes.
Se dio cuenta que mientras más bajaba si fina manita por su vientre hacia su vagina, más se le aceleraban los latidos de su corazón, acompañados de esa enloquecedora necesidad de abrirse de piernas, fue en esa situación que sintió el primer golpe de corriente en el interior de su vagina, –Ahhh!!… –Ohhhhhhhhhhh, pero que fue eso Dios mío, pensó la chiquilla, ya con su respiración totalmente agitada, –Fuueeee riiiii… coooooo, pensaba ya presa de oleadas de placer que se venían amenazantes.
Inmersa y concentrada en las ricas pulsaciones que atacaban en el tajo que se encontraba justo al medio de su cuerpo, se fue abriendo de piernas suavemente, no las abrió totalmente, se vio a si misma y se dijo, –Para Karen… esto no se hace, mientras los ricos cosquilleos, punzadas y pulsaciones, continuaban atacando placenteramente su panocha.
–Pero que rico que estoy sintiendo, decía la niña, –Ahhhh!!!… Mmmmm!!!… –Que riiiiiicccoo!!! –Quueeee riiiiiccoooo… –Ahhhhh… peee… rooo… nooooo… deeee… bbboooo… haaa… cerrrrrrrr… loooo…!!! –Ahhhhhhh… Mmmmmmmm…!!
Sus hermosos ojos azules miraban fijamente hacia el techo, todo era nuevo para ella, volvió su mirada hacia su vagina y se dio cuenta que su pequeña pantaletas de color celeste, estaba humedecida por un extraño líquido, aun así no se asustó.
Luego en un acto de auténtico instinto fue deslizando su mano desde su ombligo hacia la zona prohibida para ella, temblaba de nervios por acercarse y sentir lo desconocido. Bajo su mano hasta la altura de su pequeño calzoncito, ya todos mojados por la cantidad de jugos que destilaba su inexplorada zorrita.
Estaba expectante, no sabía qué hacer, no sabía que parte venia ahora, en un segundo decidió que lo mejor sería quitarse la pequeña pieza de ropa que cubría su pequeño triangulo, así a lo mejor no sería tan malo, pensó la dulce criatura que sin saberlo ya hervía de calentura.
Lo hizo antes que se arrepintiera, tomo su fina prenda por ambos lados, subió un poco sus caderas y los deslizo hacia sus bellas piernas, sacándoselo y arrojándolos a un costado de la cama, luego se sentó en esta y destrabo el fino sujetador arrojándolo a cualquier parte de la habitación, estos fueron a dar encima de su escritorio, liberando ese par de tatas que estaban para comérselas, grandes, duras, ricas y paraditas.
Se recostó nuevamente. Y ahora qué? pensó la nena con el nerviosismo de la calentura predominando en su cuerpo.
Que espectáculo más maravilloso era contemplar aquella Niña-mujer, a Karen, recostada en su cama, totalmente desnuda en la soledad de su habitación, un cuerpo perfecto, juvenil, acompañado de la inocente belleza de su dueña con un buen par de tetas que aunque ella se moviera estas se mecían suavemente, quedando casi en el mismo lugar, unas tetas esplendidas, con pezones rosaditos que ya estaban erectos, por el inconsciente enardecimiento carnal que sentía su dueña, y todo esto heredado de Andrea su hermosa madre.
Desde su estómago hacia abajo, el panorama era enloquecedor, la niña ya estaba con sus blancas y bellas piernas semi abiertas, desde su ombligo hacia abajo se veía ese espectacular monte de venus, sombreado por unos escasos y finos pelitos negros, que al contrastar con la blancura de su cuerpo, podían volver loco a cualquiera que viese semejante espectáculo.
–Pero que estoy haciendo? Se preguntaba Karen, con sus ojos cerrados, -Es que se siente tan riiiiii…coooooo… Mmmm…
Ese pensamiento fue el inicio para lo que se vino a continuación: Inocentemente la niña llevo una de sus manos a su afiebrada vagina, y pasó lo que tenía que pasar, exploto!!!.
Al primer contacto de su mano con su virginal abertura, instintivamente se abrió completamente de piernas, y de igual forma su otra mano subió para agarrarse una teta y empezar a masajearla suavemente, sintiendo así por primera vez oleadas de placer nuevo para ella.
A los pocos minutos de estar disfrutando de tan gratas sensaciones la niña empezó levemente a menear sus caderas en formas ondulatorias, mezclándolas con movimientos pélvicos de sube y baja, –Mmmmmm… Aaaaahhhh… que ri… cooooo!!, gemía Karen.
Llevaba unos 20 minutos de rico disfrute, cuando sintió que su cuerpo le exigía aún más, instintivamente se empezó a menear más fuerte, la cama de la nena ya había comenzado a crujir con ese erótico sonido que hacen los resortes ante los severos movimientos de su be y baja que hacia la nena.
No era normal la forma bestial en que se masturbaba la jovencita de tiernos 18 años, su mano derecha hacia desquiciantes círculos en su panocha, mientras su mano izquierda amasaba sus tetas y las apretaba salvajemente.
Karen no era consciente de la gran pajeada casi bestial que se estaba dando, no sabía que aquello se llamaba masturbación, lo que si sabía era que le encantaba. Sus movimientos y meneadas eran de auténtico instinto animal, sus hermosos ojos azules estaban totalmente abiertos, parecían estar concentrados en algún punto del techo de la habitación, y de sus finos y delicados labios salían salvajemente una expresión vocal de –Ssshhhhhhaaahhhh… Sssssshhhhhhaaaa… Ssssshhhhhhaaaaaaahhhh… Sssssssaaaahhhhh.
Sus bellas piernotas las tenía totalmente abiertas, dejando ver en plenitud su rica grieta intima, su pequeña alcancía de carne, se notaba apretadita, rica exquisita, sus dedos no se los metía hacia dentro de esta, ya que con el solo tacto sobre sus olorosos labios vaginales era suficiente para sacudirse en placenteras oleadas de disfrute sexual.
Que hermosa escena se vivía en esa habitación, una hermosa hembra de 18 añitos masturbándose como la más vil de las putas, sus rodillas estaban tan flexionadas que hasta casi tocaban sus hombros, para ella estar en esta posición era lo más rico que había sentido en su vida.
De pronto la nena noto que al acelerar los movimientos circulares con sus dedos, sobre su panocha, algo que la hacía estremecer aún más se acercaba, por lo que aplico más velocidad al movimiento de sus dedos, siempre haciendo rápidos círculos, y gemía cada vez más fuerte con los monosílabos de, –Shhhhahh…! Shhhaaahhhh!… Ahhhh!!… Ssshhhhhhahhhhh…!!, el orgasmo se acercaba, –Sssshhhhhaaahhhhh!! Ssssshhhhaaaaa…!!! El clímax ya estaba a punto, ssshhhaaahhhhh!!!… ssshhhaaahhhhh…!!!!, –Estaba al borde, Aahhhhh…!!! Aahhhha…!!!, AAAhhhhhhh… queeee… riiiiiiiicooooooo…!!!!!!!
Y exploto en el mas fenomenal y desquiciante orgasmo, su cintura se meneaba automáticamente haciendo una serie de movimientos circulares, a la vez que de sus labios gemía inconscientemente, –Ricooo!, Ricoooo!!, Ricooooo!!!, sus caderas se elevaron casi 50 cts. sobre el nivel de la cama, siempre meneándose circularmente y haciendo movimientos como de arremetidas contra algo…algo que no estaba allí… le daba la impresión que su tajito se contraía, como si quisiera cazar algo con este y comérselo por ahí mismo, mientras que de este misma arrojaba una abundante cantidad de flujos, jugos y líquidos vaginales, era tal la cantidad que la nena pensaba que se estaba meando.
Sabia en el fondo de su ser que su zorrita tenía que cazar algo, atraparlo y succionarlo, pero no sabía lo que era. Hasta que cayó desplomada en la encharcada cama, con sus hermosos ojos azules semi cerrados, su carita y facciones angelicales se entremezclaban con la de una verdadera viciosilla, con una leve tonalidad rosácea en sus mejillas.
Con una manita puesta en su fina pero mojada hendidura, y la otra agarrándose una teta, se durmió feliz, sin darse cuenta de lo mojada que estaba su cama.
Karen dormía profundamente en su cama, desnuda, toda desarbolada ante tal bestial paja que se había mandado esa tarde, casi una hora y media se había estado dándose ella sola, ahora en la pasividad de su cuarto, era ver un ángel dormido.
Su cuerpo perfecto, sus tetas ricas y precisas en tamaño para su cuerpo, sus bellas piernas aun las mantenía abiertas. Su apretada vagina la mostraba en toda crudeza y hermosura, se le veía rosadita y sombreada por esa escasa y fina capa de pelitos sedosos bien oscuritos, que como ya se dijo que Karen era blanquita, sus suaves pendejitos negros y brillosos contrastaban con la tonalidad de su piel.
Se despertó en esas condiciones y recordó lo acontecido, se extrañó de lo que hizo, sabía que sintió rico, exquisito, lo que no sabía que eso que le gusto tanto se llamaba masturbación, nunca nadie le hablo de ello. No se arrepintió y decidió que lo volvería a hacer en alguna otra oportunidad y sin preocupación alguna se fue a dar una refrescante ducha.
Y así paso la semana, sin alteraciones para la decente familia, incluyendo al viejo Pricilo, que se dedicó a pensar cual sería la mejor forma para encamarse con Karen, la hermosa criatura de 18 años, hija del matrimonio Zavala Rojas.
Karen dormía serenamente en su camita, ataviada por su largo camisón con el cual acostumbraba a dormir. El sueño de la dulce adolescente era sencillamente apacible.
Era día sábado cerca de las 09.00 de la mañana, sus padres se habían ido a su retiro de familias decentes de la congregación por seis días, por lo que la niña gozaría de la tranquilidad de su hogar por casi toda esa semana, la cual aprovecharía para estudiar.
Karen pensaba en repasar sus libros por todo el día, ya que el próximo miércoles debía rendir un examen para poder ingresar a estudiar a la Universidad, ese era el motivo principal por el cual no acompaño a sus padres.
En el patio de la casa, justo al lado de la piscina se encontraba don Pricilo, el jardinero, un viejo de 63 años, a quien los padres de la niña inocentemente la dejaron a su cuidado, ya que el vejete era conocido en la congregación a la cual ellos asistían.
Lo que no sabían, eran las siniestras intenciones que tenía este viejo asqueroso, y que él pensaba concretarlas ese mismo día a sabiendas que tenía todo el tiempo del mundo para llevarlas a cabo.
El sonido fue ensordecedor, la maquina generadora de corriente estaba en perfectas condiciones, pero el viejo simulaba practicarle mantención, su intención real era que Karen se despertara y saliera al patio para el poder abordarla, y poner en ejecución su plan de poder arrastrarla hasta su inmundo catre al interior de la cabaña del fondo del patio.
En efecto, por el ruido del generador la niña se despertó, se sentía tan bien ese día que se levantó en el acto, miro por la ventana de su habitación y frente a esta vio al viejito que trabajaba en su casa,
–Mmm… pensó la nena, –Este pobre de don Pricilo… siempre tan trabajador el pobrecito, nunca descansa… de pronto se le ilumino su carita, –Lo invitare a desayunar, pensó la nena, contenta de saberse de tan buenas intenciones.
Y eso era cierto, Karen a sus 18 añitos recién cumplidos, tenía un alma pura, su vida no sabía de malas intenciones, fue criada con los más sólidos conceptos morales y éticos. Siempre dedicada a sus estudios y participar en obras benéficas.
A pesar de su extrema belleza, Karen nunca había tenido novio, a lo más unos simples acercamientos amistosos por parte de otros jóvenes decentes de su congregación, eso pensaba ella, pero la realidad era que detrás de esos inocentes acercamientos, hasta los más puritanos de su conservadora congregación, sentían deseos libidinosos hacia su cuerpo, imaginaban que la tomaban, que la poseían, que se la culiaban bien culiadaaa!!, ni su madre se salvaba de las perversiones imaginadas por sus pares, ya que Karen había heredado la extrema belleza de su progenitora, (valgan la redundancia y las repeticiones), siendo ambas las protagonistas de los más oscuros deseos de la comunidad masculina en que se desenvolvían estas dos hermosas mujeres, madre e hija.
La niña se dio una refrescante ducha, seco y peino su cabello, se perfumo, su lindo rostro lo maquillo delicadamente, como lo hacían todas las féminas de su congregación. Karen nunca lo necesitó. Desayunaría con don Pricilo y luego a estudiar, pensaba Karen.
El viejo se paseaba como perro enjaulado, alrededor de la piscina, la ansiedad por ver a esa hermosa criatura, lo tenía desesperado.
Hasta que por fin sucedió lo que con tantas ansias esperaba, vio salir de su casa, a esa niña-hembra, que lo tenía vuelto loco, Karen se acercó en forma espontánea a donde él estaba y lo saludo,
– Hola don Pricilo, le dijo la nena…
– Hola Karencita, hasta que se despertó mi niña…jejeje, reía cínicamente el viejo…
Karen nunca había estado a solas con don Pricilo, pero como ya llevaba 02 meses trabajando en su casa, ya lo veía en confianza.
El asqueroso viejo la contemplaba de pies a cabeza, se la devoraba con sus ojos y su mente, le miraba sus hermosas piernas blancas, la nena llevaba un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas dejando ver una buena porción de esos perfectos y potentes muslos.
Karen hablaba con don Pricilo de cosas sin importancia, además le contaba que el próximo día miércoles debía rendir un importante examen para la Uni, y bla…bla…bla…
Don Pricilo le asentía en todo, su mente estaba concentrada en ese perfecto cuerpo de mujer, esas curvas que se adivinaban bajo el vestido, como este a su vez se estiraba al llegar a la altura de sus tetas. Al viejo ya se le estaba parando la tranca, cuando la joven sorpresivamente lo invita a pasar a la terraza para desayunar.
El sucio vejete se sentía en la gloria, esa hermosa nenota le invitaba a desayunar y todo preparado por ella, con sus finas y delicadas manos, el viejo intencionalmente ya la estaba mirando como su mujer, su hembra o como su puta.
Se sentaron en la cómoda terraza, para degustar el exquisito desayuno, claro que Karen solo comería frutas y bebería un vaso de leche, la niña era muy preocupada de su estado físico.
Karen lo miraba inocentemente, pero debido a su edad y a las reacciones hormonales de su cuerpo, que ya se manifestaban, no pudo evitar examinarlo de la forma en que una hembra mira a un macho, aunque esto fuera muy remotamente, pero sucedió,
–Pobrecito de don Pricilo, pensaba la nena, cuando se fijó que el viejo al dedicarse a comer como un verdadero cerdo, le costaba masticar los alimentos, además de comer con la boca abierta, mostrando todo lo que había adentro de lo que tenía por boca, salpicando con asquerosas babas todo a su alrededor, claro que al viejo le costaba comer, la tierna joven también se pudo dar cuenta que don Pricilo tenía todos los dientes cariados de color café oscuro, dando el aspecto de que en vez de tener dentadura, lo que tenía el viejo era una masa ennegrecida, putrefacta y pestilente al interior de su boca. Si describiésemos al viejo Pricilo, podríamos decir que su aspecto físico contrastaba al máximo con el de la encomiable jovencita.
De hecho el viejo era extremadamente feo, era de tez morena, su cara era redonda y mofletuda, con una serie de verrugas que se desparramaban por todo el lado izquierdo de esta, en su cabeza tenía una maraña de pelos canosos y sebientos, al igual que su piel sebosa y grasienta, y una gordura que ya casi caía en la obesidad mórbida, ósea el viejo Pricilo era horripilante.
Mientras Karen, terminaba de hacer estas apreciaciones, el viejo eructo una flatulencia que impregno todo el sector de la elegante terraza, con un asqueroso olor a mierda, pero a la niña le parecían cómicas todas estas salidas de tan horrendo personaje.
–Y que hará hoy día jovencita, para no aburrirse, jejeje, reía y preguntaba el vejete horripilante.
–Don Pricilo, hoy me dedicare a estudiar, acuérdese que ya le comente que el miércoles debo rendir un importante examen…
–Tan importante es, mi niña? , pregunto el viejo, queriendo demostrar interés…
–Si…si… le contesto la beldad,  podría decidir mi futuro…por eso debo prepararme…
–Pues yo pensé que quizás querías ocupar la piscina Karencita, jejeje, incluso le he limpiado solo para ti, mi pequeña… (El viejo de a poco iba tomando confianza con la nena)
–Mmmm…no lo sé, para ocupar la piscina, tendría que usar traje de baño, y mis padres no lo aprobarían… Ud. Sabe que yo pertenezco a una familia decente, le respondió Karen, con su carita de inocencia.
–Mira nenita, le dijo don Pricilo… –Todas las jóvenes de tu edad lo hacen, no hay nada de malo en ello, además tus padres no están y no tienen que porque enterarse…
–Oh…don Pricilo, pero Ud. se los diría, y ahí sí que yo tendría problemas…
–Pero para eso estamos los amigos, pues nenita, le dijo el viejo, quien ya al imaginársela semidesnuda ya se le había parado la verga nuevamente.
La joven lo miro con esos hermosos ojos azules, y con una sonrisa pícara y encantadora le respondió,
–Está bien don Pricilo lo pensare, pero tendría que ser un secreto entre nosotros…
El viejo casi se orina, ante la respuesta de la dulce criatura,
–Claro que si mi niña, claro que si, le contesto el caliente viejo ya casi babeando por el espectáculo que tal vez se podría dar ese día, con esa linda adolescente que se encontraba al frente de él.
Terminaron el desayuno, y cada cual se dedicó a sus quehaceres, claro que el viejo no dejaba de estar al pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer la nena.
A las 02.00 de la tarde de ese día sábado, habiendo ya almorzado cada uno por su lado, Karen meditaba en la conversación que sostuvo con don Pricilo ese día en la mañana. Pensaba que tal vez no era tan malo usar la piscina, además casi todas sus compañeras del colegio la hacían.
Pero ella no hacia ese tipo de cosas, eso era exhibirse, le habían enseñado sus padres. –¿Pero quién la vería?, se preguntaba, si estaba sola… solo la vería don Pricilo, ese viejito tan trabajador que vivía atrás de su casa en la cabañita de madera, si hasta ya lo miraba como su abuelito, pensaba la bella joven, no había nada de malo en ello.
En tanto, en el patio de su casa, el viejo Pricilo se acomodaba, en una confortable silla de descanso, se había ataviado con camisa y bermudas, ambos con sendas y chillonas flores tropicales de todos colores, intentando dar un toque estival a esa tarde, para ver si la nena de la casa se animaba a ocupar la piscina, para el poder el gusto de contemplar ese hermoso cuerpo de Diosa, y esperar el momento clave, para poner en acción su plan de poseerla, y saciar sus más bajos y asquerosos instintos en el cuerpo de su bella e inocente víctima, una hermosa adolescente de 18 añitos recién cumplidos.
En ese mismo momento en la habitación de Karen se vivía otro episodio clave para los oscuros acontecimientos que cambiarían el curso de la vida de tan hermosa criatura. Karen había decidido no ocupar la piscina, pero si quería tomar el sol, igual que sus compañeras del colegio, no había nada de malo en ello, además nadie lo sabría. Abrió su armario y desde el fondo de este saco una pequeña cajita color negro.
Al abrir la pequeña caja saco de su interior un diminuto conjunto de 02 piezas color azul oscuro, era un bikini, tanguita y sujetador, que le había regalado Lidia, su amiga de la infancia hacía por lo menos un año atrás.
Ella al ver que no tendría oportunidad de usarlo debido a su estricta y conservadora educación lo guardo en el armario, quedando este en el olvido, pero ahora debido a los acontecimientos que se sucedían en el interior de la casa de tan decente familia, Karen había decidido que esta era la mejor oportunidad para usarlo, claro que con la intención de tomar un poco de sol.
A continuación la nena procedió a desnudarse completamente, una vez desnuda, tomo el pequeño conjunto y se lo puso.
El conjunto era de por si pequeñísimo, la parte de abajo solamente alcanzaba a cubrir su triangulo de escasos bellitos púbicos, y por detrás, este se perdía y estiraba separando ese grandioso par de nalgas que se gastaba la nena. Que tremendo pedazo de culo era el que tenía Karen por Dios!!!.
Luego se puso el sujetador, este le tapaba un poco más de esas exquisitas aureolas que tenía en ese par de tetas exclusivas, hechas para ser manoseadas solo por algunos, solo para los más afortunados, por ahora vírgenes e inmaculadas.
Una vez puesto ese exquisito y diminuto traje de baño, Karen se miró al espejo, se estudiaba, por primera vez en su vida quería verse perfecta. Que pedazo de mujer era la nena, en aquellos momentos su cuerpo estaba   en todo su esplendor, no había nada que faltara o sobrara de su impecable y delineada anatomía, un cuerpo hecho para poseerlo, para saciarse en él, para descargar a través de su pequeña rajadura de carne, abundantes cantidades de caliente semen y de macho.
Pero por ahora este cuerpo no tenía dueño, era virgen, aunque le quedaba poco tiempo a su dueña, para conservarlo en esa condición.
Karen se admiraba al frente del espejo, estudiaba su figura, para ella era normal, desconocía que su curvilíneo cuerpo, sumado a las finas y exquisitas facciones angelicales e inocentes de su hermosa cara, provocaba lascivia con los del sexo opuesto, y por qué no decirlo, con las de su misma condición de hembras, también.
Si, habían mujeres dentro de su congregación y dentro de su colegio que siendo finas y decentes mujeres de sociedad, como también dedicadas estudiantes, que incluso alcanzaban las más altas calificaciones, que con el solo hecho de contemplarla por algunos segundos a la hermosa adolescente, sufrían un desorden hormonal y esas miradas que en un principio eran de envidia, rápidamente se transformaban en miradas de deseo carnal y de lujuria.
Karen continuaba admirándose en el espejo, solamente con su traje de baño azul, poso su mirada en el pequeño triangulo que cubría su parte más sagrada, se daba cuenta que este le tapaba solo lo necesario para que no se le viera el inicio de sus perfumados pelitos de su panocha. No le importo este importante detalle, ya que su población de vellos púbicos era escasa este le cubría prácticamente solo su fina y delicada hendidura. INSISTO a ella, no le importo.
En ese estado, la suculenta Hembra-Niña-Mujer, tomo una toalla y se dirigió al patio de su casa, en dirección hacia la piscina, que a un par de metros de esta, se encontraba la cabaña de madera, donde vivía don Pricilo, el jardinero de su casa, este la esperaba con cara de lobo feroz.
En ese mismo instante, el viejo Pricilo, estaba sentado en su silla de descanso que había instalado a la sombra de uno de los árboles que adornaban el hermoso jardín de la casa, esperando como un perro rabioso espera a su presa.
Y de pronto sucedió el milagro, para el detestable viejo fue como si se abrieran la puerta de los cielos, cuando observo que por unos de los grandes ventanales de corredera de la casa principal, hacía su aparición la criatura más hermosa que había visto en su fea existencia.
Fue como si lo dimensionara en cámara lenta, la niña Karen se aproximaba hacia el casi desnuda!…
Pero que puta más rica y más antojable!, pensaba el viejo Pricilo con la cara desencajada por el deseo a tan impactante visión, miraba ese rico triangulo azul, justo al medio de las caderas y piernas de la joven, el viejo ya casi podía adivinar como se vería esa suave hendidura si estuviera al descubierto.
Karen ya llegaba a su lado, don Pricilo tuvo que tomar aire para recomponerse,
–He decidido tomar un poquito de sol, don Pricilo, le dijo la rica de Karen a su futuro violador, ella en ese momento intentaba cubrir algo de su cuerpo con la toalla que traía, ya que nunca en su vida había estado en semejantes condiciones (casi desnuda), delante de otra persona, y menos delante de un hombre sexagenario.
En su interior la joven se cuestionaba el estar semi-desnuda al lado de un viejito que bien podría ser su abuelito, pero a pesar de los nervios que la invadían su conciencia le decía: que no había nada de malo en ello, y no había ninguna mala intención de por medio en estar en tales condiciones, casi en pelotas, delante de ese viejito que tan bien se ha portado con su familia.
Por su lado el viejo caliente de don Pricilo, ya pensaba en abalanzarse sobre el cuerpo de tan potente hembra, sentado en su silla la miraba con la boca abierta, dejando ver esa pestilente y putrefacta masa café que tenía por dentadura.
–Lo que si le pido don Pricilito, es que esto sea un secreto entre nosotros, Ud. no sabe cómo reaccionaría mi padre si se entera que le he contra decido, le solicito la nena con es carita de niña mimada.
–Pero por supuesto que si mi reina, por supuesto que sí, será nuestro gran secreto, jejeje, reía el horripilante viejo sintiendo que ganaba terreno al tener ese tipo de secretos en común con la niña Karen…la dulce Karen.
Esa situación le favorecía ante sus calientes y perversas intenciones que tenía para con la niña, ya que los podría manejar a su favor, para utilizar a su antojo a Karen.
Una vez terminado el acuerdo, Karen se sintió más segura, sus padres no se enterarían de nada, que bueno era don Pricilo con ella, pensaba la inocente criatura.
Pensando en esto, se dispuso a estirar la toalla sobre el suave pasto, el viejo veía con sus ojos salidos que todos sus movimientos eran extremadamente delicados, una vez estirada la toalla la nena se agacho y al intentar estirarla aún más se puso en cuatro patas elevando ese hermoso trasero que se gastaba hacia donde estaba don Pricilo, que ya estaba a punto de lanzarse y encularla ahí tal como estaba, pero el viejo se contenía, debía ir paso a paso.
Luego de esto la joven en forma inconsciente, en la misma posición rodeo la toalla, se deslizaba como una verdadera perra en leva según las depravadas apreciaciones del vejete, hasta que al terminar su recorrido se estiro de espaldas para ahora si tomar el sol como tanto lo deseaba.
Don Pricilo atento a toda esta situación, estudiaba embelesado todas esas curvas casi diabólicas que se gastaba tan angelical criatura. Su verga ya estaba parada al máximo, la tenía como fierro.
Karen ya disfrutaba de tan agradable baño de sol, estaba relajada, sin preocupaciones, el viejo Pricilo solo la observaba desde su silla, por ahora le daría el gusto al placer de la visión pensó para sí mismo.
El vejete, nunca en su vida había estado tan cerca de un ejemplar femenino de tales características, y con tan atrayentes atributos físicos como los de Karen, disimuladamente el viejo se sobaba la verga, se masajeaba el pico mirando de tan cerca a esa amazona con cara de niña.
Por la situación que se vivía en esa alejada casa, del resto de la urbanización, el viejo Pricilo se sentía seguro, los padres de la joven llegarían el próximo jueves, tenía 5 días para disfrutar de esa hermosa adolescente de 18 años, y si algo salía mal, solo desaparecería y asunto terminado, pensaba para si el siniestro vejete
En esto estaba el caliente de don Pricilo, cuando para disfrutar al máximo esos momentos previos a sus diabólicas intenciones que eran culiarse a la nena a como dé lugar, forzarla, violarla, usarla como un objeto para satisfacer a cabalidad sus asquerosos instintos sexuales, fue cuando decidió encender un cigarrillo y abrir una lata de cerveza solo para disfrutar aun mas, se decía don Pricilo.
Karen, al sentir el sonido de la lata, se levantó, quedando recostada y pudo observar, como el viejo bebía cerveza y fumaba, también noto un extraño brillo en su mirada.
–Don Pricilo que hace?,…le pregunto la nena, en nuestra casa no acostumbramos a beber y fumar, mis padres no lo aprobarían, le dijo Karen, con su carita de preocupación.
–Mira ricura… le contesto el viejo, quien ya se sentía con más derechos en la persona de Karen, –Tus padres no están, yo te guardo un secretito a ti, y tú me guardas uno a mí, jejeje, estamos de acuerdo preciosura, jejeje, le sonreía el miserable viejo, mirándola con los ojos enrojecidos por la calentura.
Karen lo escuchaba, no entendía porque don Pricilo la trataba con ese tipo de apelativos, ella no le había dado motivos, y fue ese el momento en que noto que el viejo le miraba fijamente el promontorio de carnes que tenía por tetas.
–Estamos de acuerdo lindura!!??, volvió a preguntar don Pricilo, ahora con más autoridad,
–Si…si…don Pricilo, contesto la dulce Karen, no muy convencida, pero sabía que el viejo tenía razón.
Ella estaba abusando de la confianza que le habían tenido sus padres, al permitirle quedarse sola en casa para estudiar. Ahora recién tomo conciencia que se encontraba semi desnuda, al lado de un hombre que no era nada de ella.
–Tranquila mi niña, es solo una cerveza y un cigarrillo, le hablo don Pricilo, para tranquilizarla.
El viejo quería seguir jugando un rato más con ella, con esa dulce criatura hecha mujer, que con tan solo 18 años, ya estaba en condiciones de recibir verga por cualquier orificio de su hermoso cuerpo según lo había dictaminado el mismo.
Y surtió efecto la estrategia de don Pricilo, Karen un poco más tranquila, se tomó el cabello, con un fino pañuelo de seda, que hacia juego con sus hermosos ojos azules, y también con su diminuto traje de baño, se veía espectacular.
Nuevamente la nena se recostó sobre su suave toalla, el haber notado ese extraño brillo en los ojos del viejo, sumado al nerviosismo y susto que sintió, cuando don Pricilo le hablo de forma tan prepotente y que a su vez la llamo lindura, ricura, preciosura. Con todas estas sensaciones y pensamientos descritos, bastaron para que estos mismos se trasladaran a la parte más sensible del hermoso cuerpo de la joven, o sea  a su zorro.
Karen comenzó a sentir ese rico y suave hormigueo en su virginal entrada anatómica, su mente se escandalizo, no se podía dar el lujo de sentir tan ricas sensaciones al lado de tan horripilante viejo, la nena ya había dimensionado que don Pricilo era un viejo feo y asqueroso, pero la había llamado ricura, preciosura, estas palabras la ponían nerviosa y la exasperaban.
Con estas ideas, el rico hormigueo, rápidamente se fueron transformando en placenteras punzadas que atacaban su parte más preciada, su vagina sentía unos ricos y leves latidos en al interior de ella, como si esta tuviera corazón propio.
Así estaba la nena, con esas ricas y placenteras sensaciones que ahora si atacaban sin misericordia su exquisita anatomía, llena de curvas demoniacas, y que nuevamente estos ataques se centraban en lo más sagrado de su cuerpo.
Con su hermosa mirada entrecerrada, se dio a mirar muy discretamente a don Pricilo, pudo notar que el viejo muy nerviosamente se llevaba el cigarro a la boca y a la vez que este pegaba una bocanada de humo, al aspirar, con su otra mano se masajeaba una enorme protuberancia que se le había formado entre sus asquerosas piernas.
La nena, no sabía que era esa cosa que don Pricilo escondía bajo sus pantalones…– Pero que es lo que será?, se preguntaba la adolecente, sintiendo cada vez más exquisitas las ricas punzadas que ya se habían apoderado de su jugosa panocha.
Tubo el impulso de parase y ella misma ir a inspeccionar que es lo que don Pricilo escondía con tanto celo, se sentía curiosa, o estaba caliente?, la nena no lo sabía.
Para intentar calmarse, la joven intento cambiar de posición, o moverse, a ver si así se le terminaba ese enloquecedor hormigueo que sentía en su cosita.
Lentamente fue subiendo una de sus exquisitas piernas, hasta deslizar su delicado pie y posarlo al lado de su otra rodilla.
En esta posición, con una pierna estirada y la otra levantada, tendida en la suavidad de la hierba, combinando la imagen con ese precioso cuerpo de Diosa, y ese diminuto calzoncito color azul, que solamente le cubría el nacimiento de su tajito, sencillamente se veía espectacular.
Don Pricilo, que no perdía un solo detalle de esa hermosa posición, que adopto la nena, estaba al borde del ataque cardiaco.
Qué imagen más hermosa, pensaba el viejo, –Esta perra esta para meterle verga por toda una noche, por lo que pensó que ya era tiempo de actuar. Termino su cerveza y apago el tabaco, y se dispuso a poner en práctica la primera parte de su plan.
Karen lo miro extrañada, se dio cuenta que se dirigía en dirección a ella, lo que más la ponía nerviosa, era que en esos momentos, continuaba con las ricas punzadas en su panocha.
–Mira preciosa, le dijo el horrible viejo…–Yo iré al pueblo por unas cervezas, te dejare sola un rato, una hora quizás, así que relájate y disfruta de la tarde…jejeje…
–Bueno don Pricilo, respondió Karen, vaya tranquilo que aquí yo lo espero…
La nena no sabía porque se sentía tan nerviosa al tener al viejo tan cerca de ella y fijarse que ahora don Pricilo no despegaba su viciosa mirada de su pequeño triangulo casi desnudo.
Además, se fijó que la gran protuberancia que el viejo escondía, ahora estaba muy cerca de su cara, y que también hacia leves pulsaciones sobre su pantalón, como amenazando salir de su escondite.
El viejo se encamino hacia la salida principal de la casa, la nena miraba como esa fofa y mórbida figura, con varices en ambas de sus asquerosas piernas desaparecía de su vista, y una vez que escucho el motor de la destartalada y cacharrienta camioneta de don Pricilo, la nenita se sintió más tranquila, la sintió alejarse.
En realidad el viejo no se dirigía la pueblo como le dijo a Karen, la idea del viejo era que la nena creyera que la dejaba sola, estaciono el vehículo y lo escondió detrás de unos árboles, para luego ponerse en marcha en forma sigilosa en dirección a la casa, de la decente familia de Eduardo Zavala.
Karen, al sentir la tranquilidad de estar sola, se dispuso a disfrutar del momento, las ricas punzadas que sentía en su panocha, no la dejaban tranquila. Sintió la imperiosa necesidad de tocarse, no sabía si debía hacerlo, pero recordó que don Pricilo no llegaría hasta dentro de una hora.
Y al recordar las exquisitas convulsiones que su cuerpo había experimentado, hace solo un par de días, la niña se armó de valor y dirigió su blanca y delicada manita, hacia su parte prohibida y simplemente empezó a gemir
-Siiiiiii…! –Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!! –Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!, gemía dulcemente la hembrita necesitada de verga… –Mmmmm!!… ahhhhhhhhhhh!!!
Su mano bajaba lentamente a cada roce de sus delicados dedos con la suavidad de su piel, en esos momentos la joven era atacada por unos placenteros corrientazos de escalofríos, que nacían de cada una de sus extremidades, desde su cerebro y hasta sus pies, para luego recorrer la totalidad de su cuerpo lleno de curvas infartantes, y todos con un mismo destino, todos se iban a depositar en su casi afiebrado tajito.
–Pero que rico se sienteee!, balbuceaba por lo bajo, –Ohhhhhh!!… Mmmmmm!!!!
La calentura de a poco se iba apoderando de Karen, de esta hermosa adolescente de 18 años, que ya en este momento se disponía a deslizar su manita por debajo del diminuto calzoncito que cubría muy precariamente su panocha,
–Ahhhhhhhhhhh… quueeeee… ricoooooo!!!, gemía ya presa por la calentura…
Una vez que traspaso esa barrera de tela, Karen instintivamente, empezó a recorrer su apretada vagina con la yema de los dedos, la sentía húmeda, en su mente se preguntaba porque se le mojaba su cosita, era esto normal?, para luego olvidarse y concentrarse en esos ricos escalofríos que tanto le gustaban, ya que las ricas punzadas que sentía eran mejores que estar haciéndose ese tipo de preguntas, meditaba la nena…
–MMMMmmm…!! Aaaahhh!!!… Siiiiiiiiiii…!!!, sus gemidos de disfrute iban cada vez en mas aumento. Su azulada mirada se perdía en el infinito del cielo. Cuando llevaba solo unos minutos de suave pero rica masturbación, en alguna parte de su conciencia recordaba que don Pricilo había salido, y dijo que no llegaba hasta en una hora, todavía le quedaba tiempo pensaba la decente niña de 18 años.
– Oooohhhh!!… Oohhh!!! Uhhhhhyyyyy!!!!…, balbuceaba de calentura la pequeña hembra.
Karen pensó que tal vez tendría unos 30 minutos para disfrutar de esos ricos escalofríos que ya le tenían toda su piel erizada, incluyendo los suaves y escasos pendejos de la zorra.
Nuevamente la decente joven se abandonaba a las bondades de la carne, a esos nuevos placeres que amenazaban con enloquecerla.
– Siiiiiiiiiiii! Ahhhhhhh!!!… Shhhhahhhhhhh!!! Shhhhhhhhhaaaaaaaaaaaa!!! Oohhhhhhhhhhhhh!!!!.
Lentamente su hermoso rostro, que por lo general siempre reflejaba candidez y pureza, ahora a consecuencia de la calentura que sentía la tierna adolescente, de apoco se iba transformando, en un rostro lujurioso, en el de una verdadera puta.
– Riiiiiiiccoo!!…Ricoooooooo!!!… gemía la hermosa criatura de 18 añitos recién cumplidos, nadie se imaginaria que esa mujer tendida en el suelo y que se masturbaba con sus piernas semi abiertas y que ya para este momento tenía la cara de una autentica perra en celo, en realidad era una dulce niña de bien, que a consecuencia del exuberante cuerpo de Diosa que había desarrollado, estaba en su pleno despertar sexual.
-Ohhhhh! Diooosss!!… Ahhhhhhhhhhhh!!!…….Mmmmmm!!!! Exclamaba porcada levantada pélvica que hacía con sus marcadas caderas.
Que bien se sentía Karen, al estar semidesnuda tendida en el suelo, tocando su cuerpo, refregando sus dedos en la parte más sagrada de su sabrosa figura, su cuerpo delineado con las más exquisitas curvas, la estaban transportando a un mundo desconocido para ella, la nena sentía que nadaba en un mar de placeres…
– Rico…! Rico!! Ricoo…!!! Ricooo…!!!! Ricoooo…!!!!!  Ricooooooooo!!!!!…ahhhhhh…!!!! –Mmmmmhhh…!!!!, su cintura se movía al igual que el de la Shakira en sus videos.
Ya casi había olvidado al viejo Pricilo, sin pensarlo llevo sus manos al costado de sus caderas ampulosas levantándolas levemente, para luego proceder a deslizar el exquisito calzoncito azul, y lo hizo correr por la suavidad de sus bellas piernas hasta bajárselos completamente, quedando estos a la altura de sus delicados pies.
-perooooooo… por…que sie…..n…to esss…tooooooooooooo…!!?? Aahhhhhhhhhhh…
Muy suavemente y en forma temblorosa, con su mirada perdida en el infinito, Karen se fue abriendo de piernas, lentamente hasta quedarse totalmente abierta de patas, esperando algo, algo desconocido y que no llegaba.
– Siiiiiiiiiiiii!! Lo… quieeroooooooo…!!! (Pero que es lo que quería?) –Siiiiiiiii!!!!… Aahhhhh!!!!!
La nena dejo caer sus brazos a ambos costado de su cuerpo, expectante, se quedo en esta posición, totalmente abierta de piernas, sus pequeñitos pies unidos por su tanguita la cual estaba completamente enrollada,
– Mmmm!!… Ahhhhh!!!!
Se decidió a llevar su mano a su delicada y virgen hendidura, posándola en el inicio de su inexplorado monte de venus, apenas poblado por esa escasa cantidad de sedosos pelitos oscuros, que como ya hemos descrito, contrastaba con la blancura de su perfumada piel…
–Ayyyyyyyyy!! Aayyyyyyyyyy!!!, que…bue…no…es…taaa… es..tooooo!!!
Este era el momento que ella tanto deseaba, el momento en que la ninfa se entrega a las placenteras sensaciones eróticas, con las cuales se había congraciado, se abrió de piernas lo que más pudo, esta vez las elevo del pasto, quedando la diminuta tanguita color azul, colgando de uno de sus delicados pies.
–Siiiiiiiiiii…! Siiiiiiiiiiiiiiii…!! Mmmmmm…!!! Ahhhhhhhhh!!!
Y ahora si empezó a masturbarse como la puta que llevaba dentro, vasto con un solo par de movimientos de sus dedos, contra su rajita para que la nena automáticamente empezara a menearse…
– Asiiiiiiiiiiiii…! Asiiiiiiiiiiiiiiiiiii….!!, exclamaba la rica Karen, primero muy suavemente, en su monte de venus hacia círculos muy lentamente, con su blanca manita solo rosándolo por ahora con esto era suficiente, –Ahhhhhiiiiiiiiiiii…!! Ssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!! Quuuee… riiiiiicoooooooo!!!
Sintió la humedad de su ranura y sin dejar de menear sus caderas en forma circular, con mucha decisión, llevo su mano que destilaba abundante néctar proporcionado por la madre naturaleza, y que ella había cosechado de su vagina, los llevo hasta la altura de su linda carita, quería oler.
Error, al sentir el embriagador aroma de su propia naturaleza, como una poseída comenzó a lamer sus dedos y no contenta con esto volvió a dirigir sus manitas para recoger más de ese juguito que iba soltando su panocha para volver a llevarlos a su boca, que rico era sentir su propio sabor pensaba la nenota.
-Ssrrppppsss…! Srrrrrppppppsss!!, era lo que se oía cuando la acalorada joven sorbía sus propios jugos recién salidos de su coño.
Mientras Karen, se encontraba, en una especie de trance erótico, dedicada a devorarse y lamerse sus ricos y propios fluidos que le eran proporcionados por su chorreante vagina, la adolescente no era consiente que desde la cabaña de madera alguien la observaba, y ese alguien era el viejo caliente de don Pricilo.
(Minutos antes)
Don Pricilo se dirigió a la parte posterior de la casa, donde el mismo había confeccionado una puerta alternativa, para que sus patrones no se percataran de sus salidas nocturnas, cuando se iba de farras con los delincuentes que tenía por amigos.
El viejo ingreso sigilosamente al interior de su cabaña por la puerta trasera, una vez adentro se dirigió a su dormitorio y en forma automática, quito toda la inmunda y hedionda ropa de cama, dejando solo el catre y el colchón.
Luego desde un baúl que tenía saco una cámara de video y la encendió,  como también se dijo para sí mismo, –Ahora si Karencita te voy a inmortalizar para tener tu imagen de la última vez que fuiste virgen…jajajaj…reía el viejo aborrecible.
Con su risa de viejo caliente, y detrás de su ventana se dio a dirigir su vista hacia donde estaba Karen…
–Ohhhh…!! Por Diosssss…!!! Madre Santa…Jesús…maría y José…!!!!, exclamo el vejete para sus adentros quedando casi paralizado. Para el desalmado viejo, fue como si le dieran un electro choque en los testículos, fue tal la impresión de este al ver a esta tan inocente niña, totalmente abierta de patas, con ese exquisito calzoncito colgando de uno de sus pies, y para colmo con una de sus manos sobándose la panocha, refregándose la zorra como una endemoniada, masturbándose, y para coronarlo todo comiéndose sus juguitos,  el viejo casi se desmaya.
Una vez repuesto el viejo pensó rápidamente, es ahora o nunca se dijo, ubico estratégicamente la cámara de video, ubicando el ángulo que abarcara la totalidad del sucio camastro donde se llevaría a cabo la violación, una vez escondida e instalada la cámara se dijo para el mismo, –Allá voy mi amor…ejejejeje!!!
Se acercó muy lentamente, hacia donde estaba Karen en plena faena masturbatoria, la nena estaba tan concentrada en su tarea, que no se dio cuenta cuando el viejo Pricilo llegó su lado.
Al viejo se le caían las babas, ante tan genial espectáculo que se estaba dando. Su verga ya estaba que estallaba a causa de todo el semen acumulado en esa semana.
Tomando fuerza y sacando todas sus aptitudes actorales, fue cuando el viejo vocifero:
– Que se supone que estás haciendo puta de mierdaaaa!!!!… le grito estando al lado de su desnudo cuerpo.
La joven en forma automática salió del erótico trance en que se encontraba, y al ver al aborrecible viejo quedo espantada, tratando de cubrir con sus manitas esas enormes tetas que se gastaba, y poniendo una rodilla sobre la otra, intentaba esconder su encharcada almeja.
–No… no…don Pricilo!, no es lo que Ud. se imagina…yo…yooo…estaba…intentaba explicar una avergonzada Karen.
–Dime pendejaaa!… que se supone que estabas haciendoooo!!!!, le gritaba eufórico el viejo… –Contestaaa!!!, le volvió a gritar…para asustar más a la espantada chiquilla…
–No lo sé don Pricilo!!, de verdad que no lo seee…!!! La nena ya comenzaba a sollozar, Snif…! snif,..!! snifs…!!!
–Así que no lo sabes!!?? Pues yo te lo explicare…te estabas pajeando la zorra, tal cual solo lo hacen las putasss!!!!. Estabas pidiendo la vergaaaaa!!!, eso es lo que estabas haciendo trola de mierdaaaa!!!!
–No don Priciloooo!… snif…!! Snifss!! –Yo… yo… no… no pedía… ee…ssso que Ud. Diceee… snif…! snif…!!
–Si putilla…! eso es lo que pedias…yo lo escucheee…!! Mira nada más como te encuentro, solo sali un rato y te transformas en una perraaaaa!!!!, le vociferaba como un endemoniado,
–Yo no soy…yo no soy…una peeeerraaaa…! Sniff…!! sniff…!!!
–Si…si lo eres… yo te vi y te escuche zorraaaa…!!! Parecías la más grande de las putasssss!!!! Así que no me lo niegues perra asquerosaaaa!!!!, Don Pricilo tomando aire y dándoselas de correcto se la jugó del todo a nada, –Lo siento pendeja, tendré que contárselo a tus padres, le amenazo finalmente el vejete.
La casi traumada joven perdiendo todo sentido de pudor se arrojó a los pies de don Pricilo, quien miraba encantado como esa hermosa nena se humillaba ante el…
–Nooo…! por favor…noooo!!… don Pricilo…no se los diga…!!! snif…! sniffss!!!, volvía a llorar la nenita…
–Lo siento putilla, no tengo otra alternativa, y en su mejor actuación el viejo saco su teléfono celular, simulando teclear los números…
–Por favor don Pricilito… por favor no se los diga…snif…snifffss…!!! Lloraba sin consuelo y toda desnuda la pobre Karen…
–Tú crees que yo soy estúpido…!!!??? Le grito el viejo, si no digo nada arriesgo a que me corran del trabajo…y con eso no gano nada…!!!! (El vejete ya iba entrando en tierra derecha….)
–Por favor don Pricilo se lo suplico…!! Haré todo lo que Ud. me pida, pero no se los diga…!!!
–Mmmmmmmm!! No lo sé…!!! No me convences…!!!
–Hare lo que Ud. Quieraaa!!, pero no les diga eso…!!!
–Que no les diga que cosa pendeja!!, inquirió el viejo…
–Que eee yoooo…mee estabaaaa tocaaandoooo…!!
–No niña, lo que tu hacías era pedir que te metieran vergaaaaaaa… Diloooo!!!!
–Es que yo no estaba pidiendo eso que usted diceeee…. Por favor don Priciloooo por favorrrr!!!!
–Si, si lo hacías…!!! Vez que no se puede confiar en ti…!!!!, lo siento los tendré que llamar para informarles de tus cochinadas!!!
Karen ya totalmente destruida…y por el miedo que el viejo llamara a sus padres se humillo y totalmente desencajada, repitió:
–Por favor don Pricilo no le diga a mis padres que yo pediaaaa… qeeeeee… meeee… meetierannnnn ver…gaaaaaaaaaaaa….sniff snifff…!!!, era la primera vez, que de su dulce voz, salieran tan vil expresión calenturienta, el viejo solo reía, y ya se sobaba las manos por lanzarse a recoger ese fruto prohibido para muchos, pero que ahora sería solo para el…
– Mmmmm!!… aun no me convences…los llamare…!!!
La niña intentando calmarse…le volvió a repetir…–Don Pricilo por favor no lo haga…yoo yo soola pediaaa queee mee metieraaan veergaaa…!!! Así está bien?? Sniffsss!!!, le repitió la nena entre sollozos, para ver si el viejo cambiaba de opinión y no la acusaba. –Por favor…continuo Karen, –No los llame hare todo lo que Ud. Me pidaaa…
–Estas segura de lo que dices putillaaa…!!, el viejo ya estaba que ganaba…
– Si…si…don Pricilo hare lo que Ud. quiera…
Al viejo se le dibujo una siniestra sonrisa al notar que tenía en sus manos a tan inocente criatura, y era verdad, Karen por su natural inocencia ni siquiera entendía las palabras que el viejo le había hecho repetir…
–Bien te daré una oportunidad, le dijo el viejo miserable, –Síguemeee!!, el viejo se dirigió hacia su cabaña de madera.
En estas condiciones la dulce Karen se encamino, así tal como estaba, totalmente desnuda caminaba hacia la cabañita de madera, debido al susto que había sentido ni siquiera se daba cuenta en las condiciones que iba al lado de un viejo degenerado, la joven no sabía a lo que iba, solo quería que sus padres no se enteraran de lo que había sido sorprendida haciendo tan desvergonzadamente.
Una vez adentro el viejo le pidió que se sentara en su cochino catre…la nena aun no entendía para que don Pricilo la llevaba hasta su cama, –Espérame… le dijo, –Ya vuelvo.
En la mente de Karen lentamente se iban formando las ideas: cama, verga, placer, su panocha, desnuda, las atrocidades que alguna vez escucho hablar a sus compañeras, pero aun no tenía la idea formada, su mente trabajaba mil, hasta que vio entrar a ese amorfo vejete asqueroso totalmente desnudo y con una herramienta de carne que se le levantaba por su tremenda panza, fue como un ejercicio matemático o una ecuación de función algebraica, en donde todos los productos calzaban y daban el resultado exacto… por fin lo entendió… mirándole la tremenda verga del vejete su mente se lo dijo: se lo iban a meteeer!!!???
Miro al viejo con cara de espanto y automáticamente cerro sus piernas, apenas pudo balbucear, muy bajito, casi inaudible, con sus ojitos azules llenos de lágrimas le dijo, –Nooo…! don Pricilooo!!, por favor eso…noooo…!!!, y el viejo con la más aborrecible de sus sonrisas, y con una cara de un auténtico degenerado, le dijo…–Siiiii pendeja calienteeee!! Eso siiiiiiiiiii!!!!
(Continuara)

“JUGANDO A SER DIOSES: Experimento fuera de control” LIBRO PARA DESCARGAR (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO)

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Sinopsis:

Un magnate de bolsa, cansado y asustado por los continuos ingresos de su única heredera en clínicas de desintoxicación, ve en las novedosas teorías de Jack Mcdowall, un neuropsiquiatra con un oscuro pasado como agente de la CIA, la única forma de que su hija deje las drogas. No le importa que el resto de la comunidad científica las tache de peligrosas y decide correr el riesgo. Para ello no solo lo contrata, sino que pone a su disposición el saber y la intuición de una joven química, pensando que esas dos eminencias serán capaces de tener éxito donde los demás han fracasado.
Desde el principio existen claras desavenencias entre ellos pero no amenazan el resultado porque lo quieran o nó, sus mentes se complementan…. hasta que el experimento se sale de control.
En este libro, Louise Riverside y Fernando Neira se unen para crear una atmósfera sensual donde los protagonistas tienen que lidiar con sus miedos sin saber que el destino y la ciencia les tiene reservada una sorpresa..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1

Jack McDowall se había quedado sin trabajo. Hasta que publicó su último ensayo en Journal of Psychology, todo el mundo reconocía su valía como neuro psiquiatra, pero las controvertidas propuestas que se había atrevido a enunciar en esa revista lo habían convertido en un paria, un peligroso iluminado.
«Y si supieran que dichas teorías las desarrollé en gran parte gracias a mi labor en la CIA, querrían lapidarme», se dijo pensando en la mala prensa que tenían todos aquellos que habían servido en Afganistán.
Todavía recordaba la defensa que había hecho del tema cuando el decano de la prestigiosa universidad en la que colaboraba le había comunicado que debía tomarse una excedencia.
―John, no he dicho nada que la gente no supiera― comentó al verse acorralado por la polémica: ―Solo sistematicé una serie de técnicas que se vienen utilizando desde hace años y les di una aplicación práctica en un problema que acucia a toda la sociedad.
―No me jodas, Jack. Siempre te ha gustado provocar y hasta el título de tu artículo “Violencia coercitiva y uso de sustancias en la desintoxicación de drogadictos” es una muestra de ello.
Defendiéndose, el neuro psiquiatra respondió que su ensayo que estaba dirigido a un público informado y no a la plebe.
―Exactamente por eso, ¿no te das cuenta de que lo que sostienes es el uso de drogas sustitutivas y el lavado de cerebro como medio para desenganchar a los enfermos? ¿Qué pasaría si tus técnicas las usara un desaprensivo que se cree un mesías?… ¡No tendría problemas en convertir a sus acólitos en zombis incapaces de pensar!
― ¿Acaso Seaborg o McMillan son responsables de las bombas atómicas por haber descubierto el plutonio? Los científicos tenemos que estar por encima de eso― protestó acaloradamente: ―Por supuesto que los métodos que propongo pueden ser usados en otros fines, pero no por ello dejan de ser menos válidos. Piensa en los millones de personas que dependen de las drogas en nuestra sociedad, ¡les estoy dando una salida a sus miserables vidas!
― ¡Te equivocas! Lo que realmente has hecho es sistematizar y perfeccionar una herramienta con la que se puede controlar a las masas y eso crearía una sociedad cautiva, sometida y sin libertad. ¡Una dictadura perfecta!
Que le acusaran veladamente de nazi le indignó porque no en vano había dedicado dos años de su vida a combatir los estragos que los talibanes habían provocado en la mente de los americanos que habían caído en su poder.
―No acepto una simplificación como esa. Si un presidente quiere un lavado de cerebro en masa solo tiene que coger el teléfono y llamar al dueño de Facebook.
―Esa es tu opinión, pero no la del consejo. Por eso hemos decidido que debes tomar un año sabático mientras todo se calma― sentenció su jefe dando por terminada la conversación.
«Sigo sin poder aceptar que los miembros de la élite cultural de este país sean tan estrechos de mente», murmuró preocupado porque llevaba una semana buscando otra universidad que le diera cobijo.
Y todas con la que había contactado le habían dado largas cuando no le habían rechazado directamente. Por ello esa mañana, estaba en casa intentando hacer algo para romper la monotonía en que se había instalado desde que le habían notificado su cese, cuando escuchó el sonido agudo del timbre.
«¿Quién será?», se preguntó extrañado de que alguien, rompiendo su aislamiento, estuviera llamando a su puerta.
Al abrirla, se encontró con un chofer que tras cerciorarse de quien era, señalando la limusina que conducía, le pidió educadamente que le acompañara porque su jefe quería verle.
La sorpresa no le dejó reaccionar y antes de poder recapacitar, se vio dentro del lujoso vehículo con rumbo desconocido.
«Ni siquiera le he preguntado quién le manda», murmuró para sí mientras decidía si pedirle que parara o dejar que le llevara hasta su superior. La ausencia de otras ocupaciones le hizo comprender que nada tenía que perder y por eso relajándose, disfrutó de la comodidad de su asiento mientras a través de la ventana observaba la ajetreada vida de los neoyorquinos, sabiendo que muchos de ellos necesitaban una pastilla o una dosis de cocaína para levantarse todas las mañanas.
«Si me dejaran terminar mis estudios, ¡podría salvarlos!», se lamentó sintiéndose una víctima de la hipocresía reinante entre la clase pensante de ese país.
Seguía torturándose con lo que consideraba una injusticia equivalente a la que había que había sufrido Copérnico por hablar de heliocentrismo cuando de pronto el conductor paró frente a un impresionante edificio de la Quinta Avenida.
«¡Menuda choza tiene por oficina el que vengo a ver!», sentenció mientras junto al uniformado recorría el hall de entrada.
Si el lujo de esa construcción le había dejado apantallado, más lo hizo el que el sujeto que fuera a ver tuviera un ascensor privado cuyo único destino era su despacho.
«Esto huele a servicio secreto», dijo para sí pensando que quizás algún jerarca de una oscura agencia de seguridad había sabido de sus teorías, y escamado tras su experiencia en la Agencia, pensó: «Si es así, ¡me voy! ¡No voy a trabajar más para el gobierno!».
Los veinte segundos que ese elevador tardó en llegar a la planta superior le parecieron eternos y por eso se animó cuando por fin sus puertas se abrieron. La alegría le duró poco al reconocer al tipo que se acercaba renqueando hacía él.
«¡No puede ser!», murmuró en silencio confundido porque el hecho de que quien casi lo había secuestrado fuera uno de los más famosos magnates de Wall Street, «¿Qué cojones querrá de mí Larry Gabar?».
Su cara y su nombre eran habituales en los periódicos financieros de todo el mundo, pero también en los sensacionalistas por los continuos escándalos que su hija Diana provocaba cada dos por tres. No sabiendo a qué atenerse y tras saludarlo con un apretón de mano, lo siguió hasta su despacho.
«En persona, parece más viejo», sentenció fijándose en las profundas arrugas que surcaban la cara del ricachón.
Acababa de sentarse cuando ese hombre acostumbrado a enfrentarse con tiburones de la peor especie, con el dolor reflejado en su rostro, le soltó:
―Muchas gracias por venir, necesito su ayuda.
Que un sujeto como aquel se rebajara a hablar con un profesor de universidad ya era suficientemente extraño, pero que encima casi llorando le pidiera auxilio le dejó pasmado. Desconociendo en qué podía socorrerlo, Jack espero a que continuase.
―Mis contactos me han explicado que usted está desarrollando una novedosa terapia para desenganchar a drogodependientes.
―Así es, pero todavía está en pañales.
Levantando su ceja, Larry Gabar le taladró con la mirada:
―No es eso lo que me han dicho. Según mis fuentes, solo está a expensas de que alguien financie la puesta en práctica de sus teorías y ¡ese voy a ser yo!… Siempre que acepte mis condiciones.
A pesar de que para él era vital que alguien sufragara los enormes gastos de sus estudios, supo de inmediato que el interés de ese hombre no era mero altruismo, sino que era debido por algo que estaba a punto de conocer. Por eso, controlando el tono de su voz, para no revelar su alegría, Jack le preguntó cuáles eran esos requisitos que tenía que cumplir.
―Como me imagino que sabe, tengo una hija drogadicta. Quiero que la desenganche de esa mierda y que no vuelva a recaer.
El neurólogo comprendió lo peligroso que podría resultar tratar a la hija de uno de los hombres más poderosos de todo Estados Unidos, pero también que, de tener éxito, al hacerlo se le abrirían las puertas que de otra forma permanecerían cerradas.
―No tengo problema en tratarla una vez se haya confirmado la validez de mis métodos― contestó aceptando implícitamente el hacerse cargo de su vástago.
― ¡Mi hija no puede esperar! ¡Cualquier día la encontrarán tirada en un rincón víctima de una sobredosis! ¡Debe usted empezar de inmediato!
Esa era la contestación que más temía. No en vano sus planteamientos seguían siendo eso, planteamientos que jamás habían sido puestos en práctica. Tratando de no perder esa financiación, pero también que el millonario aquel comprendiera lo novedoso de los métodos que proponía, le preguntó si sabía en qué consistía la terapia.
Para su sorpresa y sacando un dosier, se lo dio diciendo:
―Me he informado y si acepto que un antiguo interrogador de la CIA le lave el cerebro a mi pequeña, es porque lo he intentado todo. Me trae al pairo como lo consiga, solo quiero a Diana lejos de las jeringuillas.
No supo que decir. Se suponía que nadie sabía que, además de ayudar a las víctimas de los Talibanes, la compañía lo había utilizado para sonsacar los planes a esos fanáticos. Jack mismo intentaba olvidarlo porque le avergonzaba el haber usado sus conocimientos como torturador.
Que ese hombre estuviera al tanto de ese papel, lo dejó acojonado al comprender que había tenido que usar todo su poder para conseguir esa información. Tras reponerse de la sorpresa, supo que de nada serviría fingir ni minorar el riesgo que ser la cobaya con la que experimentarían por primera vez sus arriesgadas teorías, replicó:
―Es consciente que la llevaré al borde del colapso físico y psíquico para poder manipular su mente y del peligro que se corre.
Con una mueca amarga en su boca, Larry Gabar contestó:
―Lo sé y antes de verla un día más tirada como piltrafa, prefiero correr el riesgo de que muera.
Impresionado por el valor del viejo, insistió:
― ¿Sabe que para ello propongo usar unas drogas que todavía no están plenamente desarrolladas?
―Eso cree, pero no es cierto. Tras leer su artículo, puse a mi gente a indagar y descubrí que existen.
―No es posible, ¡yo lo sabría! ― el neurólogo contestó casi gritando porque, de ser cierto, podría poner en práctica sin más dilación sus teorías.
Apretando un botón, el ricachón pidió a su secretario que hiciese pasar a su otro invitado.
―Jack, le presentó a J.J., la investigadora que ha creado unos compuestos que se adecuan a sus requerimientos.
Le costó creerse que esa joven rubia fuera experta en química orgánica. Por su juventud parecía más una colegiala que una científica y tampoco ayudaba que el jersey de cuello que llevaba fuera el que usaría una militante de ultraizquierda.
―Encantado de conocerla ― aun así, se presentó como si fuera una colega.
La recién llegada masculló a duras penas un hola, tras lo cual se hundió en un sillón como si esa conversación no fuera con ella. Gabar sin duda debía conocer las limitadas habilidades sociales de la muchacha porque olvidándose de la autora, empezó a explicar sus descubrimientos leyendo un documento que tenía en sus manos.
Llevaba menos de un minuto, relatando las propiedades de las diversas sustancias cuando impresionado por lo que estaba oyendo, Jack le arrebató los papeles y se los puso a estudiar en silencio.
El ricachón obvió la mala educación del neurólogo y sabiendo que lo había deslumbrado, esperó sonriendo que terminara.
«No me lo puedo creer, ¡ha modificado la metadona añadiendo unas moléculas que nunca había visto!», exclamó mentalmente mientras repasaba una y otra vez las supuestas propiedades de ese compuesto.
Lo novedoso de ese desarrollo lo tenía alucinado porque saliéndose de la línea que se estudiaba en todo el mundo, esa niña había planteado una nueva vía que se ajustaba plenamente a sus requerimientos.
― ¿Quién es usted? ― le espetó al no entender que jamás hubiese oído hablar de ella, de ser cierto todo aquello, esa pazguata era el químico más brillante que jamás conocería.
―Jota .
― ¿Tendrá apellido? ― molesto Jack preguntó.
―Jota ― sin levantar su mirada replicó ésta con un marcado acento español.
Interviniendo, el ricachón explicó al neurólogo que, en el acuerdo que había llegado con ella, estaba mantener su identidad oculta porque quería seguir viviendo anónimamente una vez acabara su colaboración.
Jack estaba a punto de protestar cuando de improviso escuchó a la cría alzar la voz:
―Como comprenderá, de saberse, los cárteles de la droga llamarían a mi puerta porque mis compuestos se podrían fabricar a una ínfima parte de los que ellos distribuyen. Solo he accedido a desarrollar lo que usted necesitaba porque me interesa que tenga éxito y consiga sacar de las drogas a la gente.
― ¿Me está diciendo que los ha hecho exprofeso para mi investigación? ¡Eso es imposible! De ser verdad, ¡solo ha tenido un mes para conseguirlo!
Levantado su mirada por unos momentos, contestó:
―Tardé quince días. La verdad es que me resultó fácil porque, con su artículo, usted mismo me fue guiando.
El cerebro que debía poseer esa criatura para llevarlo a cabo hizo crecer en una desconfianza creciente porque nunca había escuchado algo igual. Por ello y dirigiéndose al magnate, preguntó:
―Usted se creé esta mascarada. Me parece una estafa. Es técnicamente imposible.
Riendo a carcajadas, Gabar le respondió:
―Jota lleva trabajando para mí desde los dieciséis años y si ella dice que sus compuestos cumplen las condiciones que usted planteaba, le puedo asegurar que es así. Confío en ella y usted deberá hacerlo porque, si acepta mi oferta, trabajarán juntos.
Que esa veinteañera fuera un genio que llevaba en su nómina desde niña le intimidó, pero también le hizo comprender que, junto a ella, su proyecto avanzaría a pasos agigantados y venciendo sus reticencias, se puso a negociar con el magnate las condiciones en las que se llevaría a cabo ese experimento.
Contra todo pronóstico, Larry Gabar no discutió apenas los términos y en lo único que se impuso fue en que quería que la desintoxicación de su hija tuviera lugar en una de sus instalaciones.
Al explicarle que estaba alejada más de cincuenta kilómetros del pueblo más cercano y que Diana no la conocía, Jack aceptó porque era necesario aislar al sujeto de todo lo que le resultara familiar, así como de cualquier estímulo que le hiciera recaer.
Lo que no le gustó tanto fue que, al cerrar el acuerdo, la tal Jota preguntara al magnate si era seguro que se quedarán ellas dos solas ¡con un torturador!…

Capítulo 2

Larry Gabar tenía previsto que aceptara el encargo y por eso, cuando Jack estampó su firma en el contrato que le uniría al magnate, apenas le dejó tiempo para ir a casa a preparar su maleta. Para su sorpresa, la finca donde pasarían los siguientes tres meses ya estaba completamente equipada para la labor.
―Diana llegará en tres días. Para entonces espero que todo esté listo para comenzar su desintoxicación― informó al neurólogo: ―Por lo que, si encuentra algo a faltar, dígamelo y se lo haré llegar.
―Una pregunta, ¿su hija está de acuerdo con internarse?
― ¿Acaso importa? ― replicó el padre.
―Lo digo por mero formalismo legal porque desde el punto de vista del tratamiento, da igual.
El sesentón respiró aliviado al escuchar que no hacía en principio falta el consentimiento de la paciente, pero sacando un papel, se lo entregó a Jack diciendo:
―Diana fue incapacitada por un juez y como su tutor soy yo el que lo autoriza.
Jack ni siquiera leyó el documento porque sabía que en caso de un percance de nada serviría tenerlo al tenerse que enfrentar con los mejores abogados del país. Aun así, se lo guardó. Tras despedirse del ricachón, se percató que Jota le seguía y girándose hacia ella, le preguntó si le iba a acompañar al avión.
La rubia contestó:
―Considero necesario estar desde el principio porque además de crear las sustancias que usted vaya necesitando, mi otra función será informar a nuestro jefe de los avances que vayamos teniendo.
A Jack le gustó que reconociera sin tapujos que era una infiltrada del magnate porque así sabría a qué atenerse. Quizás por ello, en plan gentil, le cedió el paso mientras salían del despacho, sin saber que al hacerlo la muchacha malentendería ese gesto y cabreada le exigiría que fuera esa la última vez que se comportara como un cerdo machista.
―Mira niña, antes me acusaste de torturador y me quedé callado. Pero el colmo es que ahora me insultes tildándome de sexismo sin conocerme. Intenté ser educado, pero ya que lo prefieres así: ¡mueve tu puto culo que tenemos prisa!
Nadie la había tratado jamás con tanta falta de consideración y como no estaba acostumbrada a ese trato, anotó esa afrenta para hacerle saber lo que pensaba en un futuro, pero no dijo nada.
«Si cree que me puede tratar así, va jodido», sentenció sin dirigirle la palabra.
Jack deploró el haberse dejado llevar por su carácter, pero tampoco hizo ningún intento por disculparse.
«Menudo infierno va a ser tener que vivir con esta imbécil. Sería darle la razón, pero lo que me pide el cuerpo es ponerla en mis rodillas y darle una tunda para que aprenda a tener más respeto», pensó fuera de sí…

Una hora después el avión personal de Gabar estaba despegando del aeropuerto de LaGuardia con el neurólogo y la joven química en su interior. La falta de sintonía entre los dos quedó de manifiesto al sentarse cada uno en una punta para así no tener que hablar siquiera entre ellos. Es más, por si le quedaba alguna duda, Jota sacó de su bolso dos libros y se los puso a leer, dándole a entender que no deseaba entablar ningún tipo de comunicación.
Jack reconoció por sus tapas que eran libros de psicoanálisis y eso le dejó perplejo porque lo especializado de su temario hacía que solo alguien versado en la materia pudiera entenderlo.
Tratando de devolver veladamente sus insultos, desde su asiento ofreció a la rubia su ayuda diciendo:
―Si necesitas que te aclare algún concepto, solo tienes que pedirlo.
Levantando su mirada y por un momento, la cría le pareció humana, pero fue un espejismo porque al momento, luciendo una sonrisa de superioridad, esa bruja contestó:
―No creo que me haga falta, solo estoy repasando conceptos que tengo un poco oxidados. Piense que ya hace cuatro años que me doctoré en psiquiatría y desde entonces apenas he tocado estos temas.
No sabiendo que le jodía más, si que ese cerebrito fuese doctora en su misma rama o que lo hubiese dejado caer sin darle importancia, Jack replicó molesto que, ya que sabía del tema, quería escuchar su opinión sobre el método que él proponía para desenganchar de las drogas a los pacientes.
Sin separar los ojos del libro, Jota respondió:
―Es un enfoque que en un principio me escandalizó, pero tras meditarlo, comprendí que podía ser acertado el planteamiento. Hasta ahora todos los psiquiatras han tratado a los drogodependientes por medio de la persuasión, pero usted propone algo más. Mientras ellos se conformaban con se alejen de las drogas, usted desea que piensen y se sientan libres de ellas, aunque para ello tenga que usar la coerción para moldear los flujos de información de sus cerebros.
Al oír sus palabras, esa criatura lo había descolocado porque había sintetizado en apenas treinta segundos su teoría. Por ello, menos molesto, le preguntó qué pasos creía que iba a seguir para conseguirlo.
―Nuevamente, me toma por novata― respondió Jota: ―cualquier estudiante de primero puede responder a esa pregunta: Lo primero que va a hacerle es una revisión física completa mientras sigue confusa por hallarse en un ambiente hostil. Me imagino que además de los análisis normales, le hará unos escáneres para comprobar el daño que las drogas han hecho en su cerebro.
―Así es― confirmó el neurólogo: ― por mi experiencia si sabemos que el estado de sus lóbulos y cómo funcionan, nos resultará más sencillo detectar las debilidades que vamos a usar para manipular su mente.
― ¿Qué espera encontrar en Diana?
―Deterioros en su capacidad cognitiva, memoria dañada, falta de autocontrol… nada que no haya visto antes― contestó.
Confirmando a su interlocutor que conocía a su futura paciente, Jota insistió:
―Diana no es la típica drogata. Además de ser una mujer bellísima, de tonta no tiene un pelo. Se ha llevado a la cama a todos y cada uno de los terapeutas que su viejo ha puesto en su camino.
―No dice nada en su historial― cabreado señaló Jack mientras revisaba su expediente ― ¿Cómo nadie me ha avisado de algo así? ¡Es importantísimo!
―Me imagino porque esos papeles han sido escritos por los mismos que sedujo y nadie es tan honesto de dejar al descubierto sus pecados.
―Sabrás lo importante que es el sexo en el sistema de recompensas cerebrales. El placer puede ser la herramienta con la que hacerla cambiar. Las dosis de dopamina que se producen en cada orgasmo las podemos aprovechar para desmoronar su adicción a otras sustancias.
― ¿Está hablando de hacerla adicta al sexo? ¿Eso sería cambiar una adicción por otras?
―En un principio puede ser, pero cuando ya esté recuperada de las sintéticas será más fácil tratarla y no existen casi contraindicaciones. ¡A todos nos viene bien echar un polvo!
Jota estuvo a punto de protestar porque siempre había tenido dudas sobre los efectos beneficiosos del sexo más allá de los meramente físicos. Además, ella nunca se había visto atraída por otra persona, con independencia de su sexo, pero considerando que su vida personal no tenía nada que ver en el tratamiento, se lo quedó guardado.
«No me interesa que este capullo sepa que soy virgen y menos que nunca he sentido un impulso sexual. Como el manipulador que es, lo usaría en mi contra», decidió en el interior de su mente.
Asumiendo que era una anomalía, no por ello podía negar que la lujuria era común a la mayoría de los humanos. Y dando la razón en principio al neurólogo, aceptó desarrollar un compuesto que incrementara el deseo físico y la profundidad de los orgasmos.
―Por lo que deduzco, quiere una especie de “Viagra femenino” con los efectos que supuestamente produce el “Éxtasis”, mayor sensibilidad táctil, disminución de ansiedad e incremento del deseo.
―Sí y no me vale con un coctel de serotonina. Necesito que pienses en algo que incremente exponencialmente el placer. Tienes cuatro días para diseñarlo y producirlo, quiero usarlo en nuestra paciente en mitad de su síndrome de abstinencia para que psicológicamente su impacto sea mayor.
―Lo que me manda es complicado por falta de tiempo, pero intentaré que al menos ese día tenga algo con lo que trabajar, aunque luego perfeccione la fórmula― respondió la rubia mientras sacaba su portátil y se ponía a trabajar.
Mirandola de reojo, Jack observó cómo se concentraba en la misión mientras se preguntaba cuántos químicos que conocía hubiesen aceptado ese imposible.
«Ninguno», sentenció, «todos me hubiesen mandado a la mierda y llamándome loco, ni siquiera lo hubiesen intentado» …

Relato erótico: La cuñada de mi hijo resultó que no era tan puta (POR GOLFO)

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Que te pillen en un bar de putas no siempre es una desgracia. Hay ocasiones en las que lejos de ser una guarrada, ese
mal trago se convierte en una suerte. Eso fue lo que me ocurrió estas navidades, si no os lo creéis, solo seguid leyendo.
Todo ocurrió cuando al salir de la cena de la empresa, dos compañeros y yo decidimos en vez de ir a casa seguir la juerga. Cargados de copas y con dinero en el bolsillo, nos fuimos a un sitio de striptease famoso en Madrid. Aunque no suelo frecuentar esos ambientes, ya puestos en faena, me pareció bien culminar la noche en ese tugurio. Siendo quizás el más popular de todos, es alucinante la cantidad de putas que trabajan en dicho local.
Rubias o morenas, españolas o extranjeras, altas o bajas, lo que busques allí lo encuentras.
Como es usual en ese lugar, nada mas entrar nos vimos abordados por tres hembras de infarto que sin darnos tiempo a acomodarnos, ya nos estaban ofreciendo sus favores. Afortunadamente, Manuel, el contable de la empresa se deshizo de su acoso pidiéndoles que volvieran al rato cuando ya nos hubiese atendido el camarero. Los putones recibieron sus excusas con una sonrisa al no ser un no rotundo.
Os tengo que reconocer que éramos unos viejos verdes rodeados de pura chavala joven. La diferencia de edad entre nosotros y las jovencitas que alquilaban sus cuerpos en ese lugar era tanta que otro de mis compañeros exclamó:
-Estas crías pueden ser nuestras hijas.
Era verdad, al ser cuatro cincuentones, les llevábamos treinta años a la gran mayoría de las presentes pero como en mi caso, solo tengo un hijo, fue un aspecto que me daba igual.
-Serán unas niñas pero ¡Qué buenas que están!- respondí entre risas.
Mi contestación zanjó el asunto y tranquilamente nos pusimos a observar la mercancía. En ese momento, un pedazo de negra bailaba sensualmente sobre el escenario haciendo las delicias de todo el público. Dotada de unos pechos desmesurados, cada vez que se daba un paso, se bamboleaban arriba y abajo al ritmo de la música. Como hipnotizados mis amigos seguían con la cabeza el movimiento de sus melones mientras se iban excitando a marchas forzadas. Si sus tetas eran gloriosas, ¡Qué decir de su culo!. Grande, duro y erguido, era una tentación celestial en la tierra. Su negras nalgas te llamaban a tocarlas mientras su dueña repartía miradas picaras a los presentes. Ya casi al final de su show, la morena se desprendió de su tanga y sonriendo a los presentes se incrustó un gigantesco consolador de color fosforito.
El aplauso de los que estábamos a pie de pista fue unánime. Si esa actuación ya había conseguido calentarme, la siguiente fue la que me terminó de excitar.
Desde los altavoces, el dj nos avisó que no nos perdiéramos la que venía a continuación diciendo:
-Nuestra siguiente bailarina les dejará sin habla. Les presento a Flavia, una diosa rubia, recién llegada.
Y os confieso que no mintió. Saliendo de detrás del escenario, apareció una maravilla de mujer, vestida al modo romano, con una túnica blanca casi transparente. El tamaño de sus pechos, la facilidad con la que se desplazaba por la plataforma y la perfección de sus curvas provocó que incluso las otras putas se quedaran calladas para verla actuar. Al principio, atontado por el vaivén de su culo y la maestría con la que esa zorrita daba uso a la barra, me impidieron reconocerla.
Con mis ojos fijos en ese par de peras, no me fijé en su cara. La espectacular rubia, acostumbrada a los vítores y a los silbidos de la concurrencia, tampoco se percató que a escasos metros estaba yo, babeando al mirarla. Fue casi a mitad del show cuando al mirarla a la cara, la reconocí:
-Coño, ¡Es Alicia!- solté al descubrir que esa preciosidad no era otra más que la hermana de mi nuera.
En un principio, por la sorpresa, temí que fuera con el cuento a mi hijo pero, al cabo de unos segundos, comprendí que el trabajo de bailarina exótica debía de ser un secreto y que no corría peligro. Más relajado, me puse a observarla mientras mi mente daba vueltas acerca de cómo aprovechar esa feliz circunstancia y al cabo de poco rato, disimulando, cogí mi móvil y empecé a sacarle fotos discretamente.
Al finalizar su actuación, ya tenía en mi poder más de dos docenas de instantáneas de ella en posiciones que harían sonrojarse a todos los que las vieran. No queriendo asumir ningún riesgo, aduciendo que estaba cansado, me despedí de mis amigos y salí de ese lugar.
En el taxi que me llevó a casa, repasé las fotos y aunque no eran de una calidad óptima, se la reconocía con facilidad. Una vez dentro de mi apartamento de soltero al que me había mudado a raíz de mi separación, di rienda suelta a mi calentura masturbándome en honor de esa chavala.
Mientras me pajeaba, no podía dejar de pensar en lo engañados que esa zorrita tenía a mis consuegros. Según ellos, su hija era una ejecutiva de una compañía americana que ganaba un dineral manejando fondos fiduciarios.
-¡Si supieran lo que realmente maneja!- exclamé al terminar de eyacular pensando en cómo iba a aprovechar esa información.
La comida de Navidad en casa de mi hijo.
Mi oportunidad llegó en forma de llamada. José, mi chaval, me llamó al día siguiente para invitarme a comer en su piso el día de Navidad. Haciéndome el despistado pregunté quién iba a ir. Mi hijo malinterpretó mis palabras porque creyó que me refería a si su madre iba a aparecer por ahí:
-Papá, no te preocupes. Cenaré el 24 con mamá.
Lo que hiciera esa bruja me la traía al pairo y aunque lo que realmente quería saber era si su cuñada iba a aparecer, no pude insistir no fuera a ser que se extrañara de la pregunta. Por eso bordeando el tema, respondí:
-Te lo digo porque quiero llevar el vino. ¿Cuantos vamos a ser?
Mi muchacho, ignorante de mis razones, contestó:
-Seremos siete. Nosotros dos, la familia de María y tú.
Haciendo números, significaba que mis consuegros aparecerían con sus otras dos hijas. Satisfecho por su respuesta, quedé con él en que llegaría a las dos y para que no notara nada, me despedí de él colgando el teléfono.
Nada más cortar la comunicación, empecé a planear como hacerme con ese culito y más excitado a lo que corresponde a un hombre de mi edad, tuve que darme una ducha de agua fría para calmarme. Seguía sin poder creer que esa cría que conocía desde hace años se dedicara a ese oficio. Siempre la había tomado por una sosa, incapaz de levantar el ánimo a un hombre y resultaba que se dedicaba exactamente a eso.
“¡Y encima lo hace de maravilla!” pensé mientras daba otra ojeada a sus fotos.
Mi estado de excitación fue creciendo al irse acercando la fecha. Estaba tan nervioso que no pude disfrutar siquiera de la fiesta que organizó un amigo en Noche Buena. Mi mente estaba ocupada por culpa de una rubia de grandes pechos que iba a ver al día siguiente. Por eso eran las dos cuando aterricé en mi cama.
El día de navidad me levanté temprano y tras salir a correr, me metí a duchar. Mientras lo hacía di forma a mis planes y tras vestirme, me fui a casa de José. Fue mi nuera, María, la que me abrió la puerta. Al verla, me percaté del parecido que guardaba con su hermana. Aunque era morena, tenía las mismas tetas que Alicia.
“Lo bien que se lo debe pasar mi hijo”, pensé recordando la maestría que esa chavala había demostrado encima del escenario.
Como era temprano, fui el primero en llegar por lo que me tomé un par de cervezas antes de que mis consuegros hicieran su aparición del brazo de sus dos hijas. Al ver entrar a Alicia me costó reconocer a la putita que calentaba al público de ese lupanar. Si encima del escenario, la rubia se comportaba como una viciosa, en la intimidad actuaba como un ser tímido y retraído. Incluso su vestimenta, holgada y tradicional, ocultaba la belleza de esas formas que había disfrutado hacía unos días.
Discretamente, me la quedé observando mientras ayudaba a sus hermanas a poner la mesa. Si no llego a tener en mi poder esas fotos, incluso yo hubiese pensado que estaba equivocado.
Esa dulzura de cría no podía ser el putón desorejado que hacia las delicias de tantos hombres. Su forma de actuar, de moverse e incluso de apartar su mirada como si tuviese miedo, no cuadraba con la faceta escondida que la casualidad me había hecho descubrir. Era tanto el cambio, que empecé a dudar si aprovecharme al comprender que quizás esa muchacha necesitaba del escenario para ser realmente ella.
Lo más increíble fue que durante la comida, su viejo no paró de meterse con ella, echándole en cara su timidez y que no tuviese pareja. Alicia recibió la reprimenda de su padre sumisamente, sin quejarse. Tamaña injusticia me hizo reaccionar y plantándole cara a su progenitor, la defendí diciendo:
-Alberto, ¡Déjala en paz!  Deberías estar orgulloso de ella: es guapa, inteligente y seguro que algún día encontrará al hombre que le haga feliz.
La reacción de la muchacha me enterneció, cogiéndome la mano me dijo:
-Gracias.
Os juro que no lo hice a propósito pero respondí a su carantoña, diciendo:
-Ha sido un placer, Flavia.
La cría me miró con ojos aterrados. Su nombre de guerra era tan raro que no cabía equívoco. Casi temblando pidió permiso para ir al baño y casi corriendo abandonó el comedor. Disimulando, esperé unos minutos para que no se notara que iba tras ella y haciendo como si me llamaban, desaparecí de la habitación.
Alicia se había encerrado en el aseo y desde fuera escuché que lloraba. Reconozco que me sentí como un mierda y tocando a la puerta, le pedí que saliera. La cría no tardo en salir. Con el rímel corrido y un gesto de miedo en su rostro, me preguntó cómo me había enterado:
-Fue de casualidad pero no te preocupes, ¡Será nuestro secreto!
Acostumbrada a alternar con lo más bajo de nuestra sociedad, se me quedó mirando mientras me decía con lágrimas en los ojos:
-¡Por favor! ¡No se pueden enterar! ¡Haré lo que quieras!
Su total derrota me derrotó y cambiando de planes en el acto le pregunté:
-¿Lo que quiera?
-¡Sí!- contestó.
Fue entonces cuando realmente la conquisté porque cuando ya creía que me iba a aprovechar de ella, le dije:
-Solo quiero que entres al baño, te laves la cara y al salir vea a una preciosa niña que no le importa la opinión de los demás.
-¿Solo eso?- preguntó sin llegárselo a creer.
-¡Por supuesto!- contesté indignado- ¿Con quién crees que guardas tu secreto?
Tras lo cual la dejé plantada en medio del pasillo y retorné al comedor. Me tranquilizó que nadie se hubiera percatado de nuestra ausencia y cogiendo mi copa de vino, bebí un sorbo mientras me reconcomía el hecho de no haber sido capaz de sacar provecho a esas fotos.
“Esa niña no se merece que le haga una putada”, pensé mientras apuraba su contenido.
Al cabo de un rato, Alicia hizo su aparición. No me costó darme cuenta de que algo había cambiado en su interior porque la mujer que salió del baño, nada tenía que ver con la muchacha alegre y cariñosa que volvió a la mesa. Obviando nuestra diferencia de edad y el hecho que era el suegro de su hermana, la jodida cría se ocupó tanto de mimarme que creí que todo el mundo se iba a dar cuenta de que algo pasaba.
Creyendo que su actitud se debía a que quería evitar que me fuera de la lengua, en un momento dado, le susurré al oído:
-Deja de hacer el tonto, ¡Sé guardar un secreto!
Su respuesta consistió en soltar una carcajada y haciendo como si le hubiera contado un chiste, soltó en voz alta para que todo el mundo lo oyera:
-Cuñado, nunca me habías dicho lo simpático que es tu padre.
Mi hijo la miró alucinado y sin dar mayor importancia a sus palabras siguió charlando con su señora. En ese instante, no sabía como actuar: si hacía como si nada y esa cría seguía dando la nota, alguien terminaría mosqueándose.
Asumiendo un riesgo volví a decirle en su oreja:
-No tienes que tontear conmigo. Soy una tumba.
Entornando los ojos, me miró y se quedó callada.
El resto de la comida transcurrió sin nada que contar, excepto que fue muy agradable. La familia de mi nuera se comportó de una forma tan exquisita que por primera vez en muchos años supe lo que era una. Mi matrimonio había sido un desastre y por eso cuando mi ex me abandonó, fue para mí una liberación. Pero ese día al compartir con ellos esas horas, maldije mi suerte por no haber conseguido una pareja con la que formar algo parecido.
Eran casi las seis cuando me levanté para despedirme y entonces ocurrió algo que no esperaba. Alicia me preguntó si la podía acercar a Madrid. Previendo problemas, intenté escaquearme de llevarla pero ante su insistencia no pude negarme.
La rubia esperó a que cerrara el coche para decirme mientras se abrochaba el cinturón:
-Llévame a tomar una copa. ¡Tenemos que hablar!- por su tono, supe que necesitaba hacerlo y por eso sin rechistar, me dirigí a un pub discreto donde pudiéramos charlar sin que la música nos lo impidiera.
Mientras conducía hacia allí, la miré de reojo. En esos momentos, Alicia no parecía en absoluto asustada e incluso sonreía como si lo nuestro fuera una cita. Desconcertado por su actitud, me mantuve en silencio hasta llegar al lugar. Una vez allí, le abrí la puerta y cediéndole el paso, la dejé pasar.
La cría sonrió mientras me decía:
-¡Todavía hay caballeros!
El modo en que me miró consiguió sobresaltarme: increíblemente esa nena estaba encantada en compañía de un viejo como yo. Muy nervioso, busqué una mesa donde sentarnos. Fue entonces cuando Alicia se fijó en una que había en una esquina y cogiéndome de la mano me llevó hasta allá. Esa caricia me puso los pelos de punta y sintiéndome como un adolescente ante su primera cita, dejé que me guiara.
La muchacha esperó a que me sentara para acomodarse junto a mí. Con una alegría desbordante me rogó que le pidiera un whisky. Extrañado de que se tomara algo tan fuerte a esas horas, le pregunté si no prefería una copa de champagne.
-¡No!- exclamó- me recuerda a mi trabajo.
La dureza con la que mencionó nuestro secreto, me hizo palidecer y llamando al camarero pedí dos. Ambos nos quedamos callados hasta que volvió con nuestras copas y una vez servidas, nos quedamos callados sin saber cómo empezar.
Fue esa preciosa rubia la que dando un sorbo a su bebida, empezó diciendo:
-Pedro, quería agradecerte que no contara nada a mis padres.
Sus palabras escondían un sentimiento de vergüenza que no me pasó desapercibido. Imbuido por una ternura que no sabía que tenía en mi interior, le cogí su mano mientras le contestaba:
-No tienes por qué preocuparte, jamás te delataría.
La cría sonrió mientras me respondía:
-Lo sé- y mirándome a los ojos, prosiguió diciendo: -¿Sabes que es lo que más me sorprendió?
-No- mascullé entre dientes.
-Que me defendieras aun sabiendo a lo que me dedico.
Buscando un sentido a sus palabras, recordé la conversación y con cuidado para no ofenderla, le dije en voz baja:
-Tu padre se estaba pasando. Eres una cría estupenda y no te merecías que se metiera con tu vida privada.
Unas gruesas lágrimas recorrieron sus mejillas, mientras me contestaba:
-Mi viejo tenía razón-
Cabreado le cogí de la barbilla y con voz dulce, le llevé la contraria diciendo:
-No es verdad. Estoy de acuerdo que un padre se preocupe por su hija pero tú ya eres una mujer.
La rubita me respondió:
-No lo entiendes. Papa se refería a que nunca he tenido un novio- al no esperarme esa respuesta, esperé que siguiera: -¡Siempre he tenido miedo a los hombres!
Alucinado porque esa mujercita me reconociera ese temor irracional cuando se dedicaba a satisfacer las apetencias sexuales de los seres que en teoría tenía miedo, era algo que no me cuadraba y cuidando las formas, le pedí que se explicara.
Alicia comprendió mis dudas sin que yo se las expresara y apretándome la mano, me soltó:
-Aunque te parezca imposible, llegue a ese trabajo porque siendo bailarina de striptease puedo conectar con ellos sin que eso suponga una relación- y con una tristeza brutal, siguió explicando: -Al estar encima de la pasarela, soy la reina y los babosos que me miran excitados, mis súbditos. Aunque no te lo creas, nunca bajo a ocuparme de las mesas.

-Cariño- contesté – es increíble que no te hayas dado cuenta de que  eres también una reina cuando te bajas de allí. Cualquier hombre se desviviría por cuidarte, si te conociera.

Enjuagándose las lágrimas, me miró diciendo:
-¿Tú también?- mi cara debió demostrar una sorpresa brutal porque la cría, separándose de mí, me dijo con voz temblorosa: ¡Necesito saberlo!
-Por supuesto- respondí al darme cuenta de que esa niña estaba necesitada de cariño.
Lo que no me esperaba es que se lanzase sobre mí y me besara. Fue un beso tierno y cariñoso en un principio que se fue tornando en posesivo con el paso de los segundos. Con auténtica necesidad, esa dulce rubia buscó mis labios mientras pegaba su cuerpo contra el mío. Asustado por la fuerza de sus sentimientos pero también de la excitación que en ese momento recorría mis venas, la separé de mí temiendo no ser capaz de contenerme.
Alicia malinterpretó mis acciones y echándose a berrear como una histérica, balbuceó con la respiración entrecortada:
-¡No te gusto! ¡Te avergüenzas de lo que me dedico!
Comprendiendo que se sentía rechazada, la abracé mientras le acariciaba la cabeza:
-Para nada, princesa. ¡Me encantas! pero temo enamorarme de ti y que luego me dejes tirado como el viejo que soy.
La cría me miró a los ojos y sonriendo me dijo:
-Nunca te dejaría tirado- y poniendo una cara de picardía que me recordó a Flavia, me soltó: -Esta tarde cuando me defendiste, se me empaparon las bragas.
Tanteando el terreno y en plan de guasa, contesté:
-Con poca cosa, te excitas.
Dotando de un tono serio a su voz, respondió:
-Te equivocas. Nunca me había sentido atraída por un hombre antes de hoy.
-¿Eres lesbiana?
-¡No!- y soltando una carcajada, contestó: – ¡Llévame a tu casa!
Paralizado, observé que llamaba al camarero y que pagaba la cuenta. Al tratar de protestar, me miró diciendo:
-Déjame pagar a mí.

Como en un sueño, me obligó a levantarme y se abrazó a mí, rumbo al coche. Su cercanía no me dejaba pensar y como un autómata, conduje hasta mi apartamento.  Una vez allí, ni siquiera esperó a que cerrara la puerta. cómo una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón.
-Tranquila- le espeté al ver sus prisas.
-¡Por favor! ¡Dejamé!- imploró con dulzura.
Al ver que le daba permiso y actuando como una posesa, me abrió la bragueta. y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que apoyarme contra la pared.
-Tenemos toda la noche- le dije pidiendo que no fuera tan bruta.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que esa niña no estaba acostumbrada a hacerlo porque me clavó varias veces los dientes mientras imprimía una velocidad endiablada a su boca. Estuve a punto de quejarme pero viendo que para ella era una especie  de liberación me quedé callado mientras Alicia iba en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
En poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. La rubia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
-Gracias- me dijo una vez repuesta y levantándose del suelo, me pidió que la llevara a la cama, diciendo: -Quiero ser tuya.
Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta de mi habitación, cediéndole el paso. Al entrar en el cuarto y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Azuzado por sus palabras, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La cría dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Alicia agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. La muchacha resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitaron aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mí dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Alicia conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No ha estado mal para ser un anciano?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes cómo necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
-No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Eres el primer hombre con el que he estado en mi vida. No era virgen porque he usado desde niña consoladores como substitutos, pero te juro que mientras sigas amándome nunca volveré a usar uno-.
Saciado momentáneamente, me quedé tumbado un rato sin decir nada, mientras pensaba en sus palabras y en lo que habíamos hecho. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente y dándole un tierno beso en la boca, le pregunté si quería repetir.
La muchacha soltó una carcajada y mientras se acomodaba encima de mí, me preguntó:
-¿No será mucho esfuerzo para mi viejito?
Como comprenderéis,  le solté un azote. Ella al sentir mi ruda caricia se rio y bajando por mi cuerpo, se puso a reavivar mi maltrecho pene….

Relato erótico: “Ivanka trump: el imperio de las zapatillas rojas 5” (POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 5.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer
Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Vincent esperaba oculto entre las sombras del mal iluminado estacionamiento de un edificio burocrático del gobierno, un lugar aburrido, pero seguro y oculto a miradas indiscretas.
– Vamos… aparece de una vez  -pensó algo tenso.
Al fin, minutos después se acercó por el estacionamiento un hombre de traje y cabello obscuro, se le notaba cauteloso y tenso como Vincent.
Al reconocerlo, el ex MI6, salió de la sombras a un costado del recién llegado.
– Te esperaba -le dijo en voz baja.
Como un rayo el hombre desenfundó su arma y le apuntó directamente, a pesar de la sorpresa se le veía tranquilo y seguro. Tras un instante sonrió y bajó la pistola.
– Vincent… maldito fantasma, casi te mato.
– Fox Mulder, es bueno verte de nuevo.
– ¡Aaaaahhhhhh! -gimió dulcemente Ivanka Trump a alcanzar un liberador orgasmo. Como cada mañana empezaba su día con una sesión de amor por su propia mano que la preparaba para la jornada. Estaba desnuda en su cama excepto claro por sus zapatillas de dormir color rojo sangre de altísimo tacón de aguja con delgadas correas que se entrecruzaban en sus tobillos y pantorrillas hasta atarse tras sus rodillas en femeninos moños.
– Mmm… que bueno es ser jefe… no tengo que llegar temprano -pensó mientras se levantaba de la cama y se cambiaba las zapatillas por sus sandalias de baño plásticas color turquesa de tacón ancho. Entonces notó que su conjunto del día anterior estaba tirado por toda la habitación y que la cama estaba totalmente desordenada, como si hubiera estado toda la noche con un ardiente amante.
– Que extraño, recuerdo haber dormido sola… -dudó un momento mientras fruncía el ceño- ya me iba a dormir cuando me avisaron que mi Dueño me traía unos papeles, los recibí… y luego… él… se fue… creo…
En ese momento se fijo en el reloj de la pared.
– ¡Dios! ¡Se hace tarde! -dijo para si misma antes de correr al baño.
Tras ducharse y secarse se vistió con un juego de lencería color negro de encaje cuyo sostén forzaba sus senos a separarse y levantarse, y sus pantaletas se metían enloquecedoramente entre sus firmes nalgas, causándole una placentero roce a cada paso.
Impulsivamente se pinto los labios de color rojo encendido, haciéndolos contrastar con su piel. Se puso una blusa negra de botones y dejó sin utilizar los tres de arriba, luego un traje sastre color azul intenso algo ajustado, con una falda que apenas cubría quince centímetros abajo de su entrepierna. Finalmente completó el conjunto con unas medias translúcidas negras con elástico al muslo que apenas quedaba cubierto por la falda, en sus pies una zapatillas negras terminadas en terciopelo de tacón increíble y varias correas en el empeine. Era un conjunto audaz pero todavía respetable… si se movía con cuidado.
En la entrada del edificio la esperaba la limusina, entró y se pusieron en marcha.
En el camino la rubia empezó a revisar documentos sobre su nuevo proyecto que la tenía obsesionada, la cadena de boutiques Scorpius sería un gran negocio, estaba segura.
En ese momento, de reojo se dio cuenta de que el guardaespaldas sentado junto a Remy la chofer, observaba atentamente en un espejo sus bellas piernas cruzadas, la falda se había subido un poco dejando ver el elástico rematado de encaje de sus medias y una insinuación de sus tersos y blancos muslos.
La empresaria no pudo evitar sonreír complacida pero ocultó el gesto tras los documentos que revisaba.
– ¿Así que te gusta mirar? Esto te gustará -pensó mientras descruzaba las piernas lentamente, a la vez que fingía seguir leyendo.
Luego se adelantó otro poco en el asiento, lo que causó que la falda se subiera aun más, mostrando ahora la punta de sus delicadas pantaletas translúcidas.
Parecía que al guardaespaldas se le rompería el cuello por el esfuerzo de mirar el espejo.
Ivanka empezó a separar lentamente sus rodillas dejando expuesto el frontal de su lencería, desde ahí unos cuidados vellos dorados lanzaron destellos con la luz, luego empezó a juntarlas de nuevo para repetir el proceso, haciendo que el escolta tragara y se acomodara la corbata, visiblemente nervioso.
Al verlo, la mano de la heredera empezó a moverse hacia su ansiosa entrepierna, buscando satisfacción.
Pero en ese momento llegaron al edificio de oficinas, lo que terminó el espectáculo y la promesa de placer.
Dentro de un auto común y discreto, Vicent hablaba con su amigo Fox.
– …entonces no puedes confiar en nadie?
– Estoy seguro de que desde hace un tiempo alguien en el FBI sabotea ciertas investigaciones de mis expedientes X.
– ¿Crees que hay un espía?
– De hecho creo que son varios, pero saben cubrir sus rastros, y como no tengo pruebas nadie me cree.
– Pues ya somos dos…
Como era costumbre últimamente, todas las cabezas se giraban para ver a Ivanka mientras entraba a la empresa pues exudaba una poderosa sexualidad, siempre mostraba sus piernas con faldas cortas, medias y tacones altísimos, siempre mostraba sus curvas con prendas ajustadas y sus senos con amplios escotes, las miradas lujuriosas de las que era blanco le causaban una extraña mezcla de vergüenza, orgullo y excitación.
– Ooohhh… por favor… no me vean así -pensaba mientras entraba a su oficina y saludaba de pasada a su asistente.
Una vez dentro cerró la puerta, con lo que se sintió más relajada y cómoda, se acercó a su silla ejecutiva pero se subió la falda casi hasta la cintura antes de sentarse por varios motivos,  primero se relajó y cerró los ojos brevemente, pues disfrutaba enormemente la sensación de la piel del asiento en sus nalgas y muslos expuestos, en segundo, cualquier prenda que cubriera sus piernas incluso parcialmente la hacia sentir presa e incómoda, finalmente así evitaba manchar sus faldas y vestidos de la humedad que inevitablemente aparecía cuando se excitaba, lo que ocurría de forma casi diaria, incluso en su oficina.
– Dios… mi exhibicionismo está cada vez peor… -pensó al recordar lo ocurrido en la limusina.
De inmediato trató de hacer a un lado la preocupación por sus extraños cambios de conducta al ponerse a trabajar en el proyecto de la cadena de Scorpius. Desde un principio le habían fascinado las ideas y diseños de ese hombre y tuvo que insistir en que debían desarrollar una cadena de tiendas de modas para sus colecciones, primero en América, y si funcionaba Ivanka esperaba extender la empresa a los cinco continentes. Empezarían como algo muy exclusivo, apenas una o dos tiendas por país para la elite, luego podrían vender a nivel masivo.
– Funcionará, estoy segura de que será un éxito -pensaba emocionada la rubia, que ciegamente confiaba en que una vez que las personas empezaran a comprar las prendas no podrían dejar de usarlas. De hecho ella misma usaba casi exclusivamente ropa de Scorpius, en especial su calzado, le fascinaba como estilizaban y hacían lucir sus piernas, se sentía sensual y poderosa.
– Mmm… estoy encantada… no… estoy enamorada de mis zapatillas, de mis conjuntos, de todo lo que es Scorpius… -susurró mientras acariciaba sus tacones, sus pantorrillas, sus muslos- ooohhh… Scorpius… mi Dueño…
Con los ojos cerrados se recargó en el asiento e introdujo la mano en sus pantaletas para masturbarse lentamente, usando dos de sus dedos con las uñas pintadas del mismo color que sus labios se dio placer, casi perdiendo la noción de todo y agradeciendo haberse subido la falda pues sintió como empezaba a humedecerse.
– ¿Señora Trump? -dijo Jill al entrar al despacho lentamente. La empresaria apenas tuvo tiempo para sacar su mano de la entrepierna y bajar su falda de un tirón a un nivel decente- disculpe señora pero le llamé por el intercomunicador y toqué a la puerta varias veces, le mandaron estos documentos y es urgente que los firme. Espero no molestar.
– Ah… si… gracias Jill, no te preocupes, estaba algo distraída -dijo la empresaria, totalmente ruborizada, mientras empezaba a revisar y firmar los papeles, hasta que de reojo observó con cuidado a su asistente- ¡Jill… te ves preciosa! ¿Nuevo estilo?
– Eh… mmm… si… supongo que si -balbuceó mientras se sonrojaba.
Llevaba su cabello negro suelto y suavemente ondulado, los ojos delineados y una sutil sombra violeta en los párpados, sus pestañas estaban artificialmente alargadas y curvadas, sus labios estaban pintados del mismo color que la sombra de ojos pero en un tono más intenso y sensual.
Vestía un top negro que apenas era una ancha tira de tela elástica que rodeaba su torso y sus senos, sostenida con dos delgadísimos tirantes pero dejando descubiertos sus hombros, un bello escote y parte de su espalda. Unos ajustados pantaloncillos cortos color negro le permitían lucir sus piernas, desde la parte alta de los muslos, envueltas en medias de suave color violeta, y en sus pies llevaba unos botines de piel color purpura de altos tacones y punta abierta, mostrando sus uñas pintadas del mismo color violeta. En verdad la asistente de Ivanka lucía glamorosa y parecía diez años menor, era un conjunto algo atrevido pero todavía dentro de lo respetable.
– Ya está Jill, eso será todo por ahora -dijo la rubia al terminar de firmar y vio como su asistente balanceaba rítmicamente sus caderas al salir debido a los tacones- mmm… debería llamarle la atención… pero la verdad es que se ve muuuy bien. Mmm… aun me siento caliente… necesito… coger… ¡No! Tengo trabajo…
Un rato después llegó Scorpius vestido formal y acompañado por su ayudante Patricia, que en esta ocasión también llevaba un traje sastre. El diseñador de inmediato entró en la oficina de Ivanka mientras Muñequita se acercaba a la asistente y la saludaba con un lento beso en la comisura de sus labios.
– Hola Jill… ¿Me extrañaste? -le dijo la pelirroja a la asistente mientras por detrás le daba un rico apretón en una de sus nalgas, haciendo que la trigueña diera un pequeño respingo de sorpresa y placer.
– Aaahhh… no… por favor Mamita… -susurró la mujer mientras se sonrojaba deliciosamente- no aquí… frente a todos…
– Bueno… después veremos, pero debo decir que estoy complacida pues fuiste una niña buena y te arreglaste de acuerdo a mi lista e instrucciones… -le dijo sonriente después de mirarla de arriba a abajo.
– No puedo evitarlo… no se que me hiciste pero no puedo negarme a nada que me pidas…
– Me alegra escuchar eso, por que necesito un favor. Tengo que salir pero mi jefe requiere un tiempo a solas con tu jefa, sin interrupciones. Así que quiero que te asegures de que nadie entre en la oficina y sobre todo que los guardaespaldas estén muy ocupados y distraídos gracias a… tus encantos.
– ¿Qué? Pero no puedo hacer eso… -dijo decidida Jill, pero Paty simplemente oprimió un botón de su control oculto y sopló delicadamente en el oído de la asistente.
– Ooooohhh… -gimió casi en voz alta la trigueña mientras una extraña música y el tibio aliento de la mujer la ponían curiosamente eufórica al contestar- está… bien…
Muñequita le hizo un guiñó, sonrió y se dio la vuelta para salir de la habitación.
Excitada y algo mareada, como si hubiera bebido, Jill se sentó en el escritorio, cruzó la pierna lentamente y empezó a realizar llamadas y otras labores para Ivanka, pero sin dejar de sonreír sensualmente a los escoltas que no perdían de vista a la madura y bella asistente ejecutiva, en especial cuando bajó del escritorio y siguió trabajando recargada en el mueble, luciendo sus nalgas y pantorrillas para su exclusivo público.
Dentro de la oficina Ivanka le explicaba a Scorpius los avances en el desarrollo de la cadena de tiendas que se montarían para el diseñador en los más importantes países del continente. La rubia se inclinaba poniendo una mano sobre el hombro de Scorpius, de forma íntima y cercana, le susurraba las palabras casi al oído, le rozaba su pierna en la rodilla y acercaba su escote a los sonrientes ojos del diseñador.
– Es un excelente trabajo Ivanka, la planeación es minuciosa y has prevenido todos los detalles, estoy impresionado -dijo el hombre sinceramente admirado, aunque no del todo sorprendido, pues así como había condicionado a Ivanka para pasar al menos una noche a la semana en su club T. P. (haciendo un escándalo en las revistas de chismes), también había usado el poder de las zapatillas para reforzar su disciplina y visión de negocios, con lo que incluso el padre de la empresaria estaba complacido.
– ¿Y que si se desvela una vez a la semana? Que salga a divertirse no la convierte en Paris Hilton. Además ahora trabaja más que antes -había dicho Donald Trump en una entrevista reciente.
– Me alegra que te complazcan mis esfuerzos… mi dueño… -dijo la rubia para después sonreír feliz.
– Ahora súbete la falda esclava y asume la posición -le dijo Scorpius con voz imperiosa e irresistible.
– Si… mi dueño -respondió la mujer mientras se arrodillaba en la mullida alfombra, bajaba la vista y sujetaba firmemente sus propios tobillos tras ella, dejando sus altos tacones apuntando casi al cielo.
– Ooohhh… -gimió suavemente con los ojos cerrados al obedecer, mientras pensaba entre feliz y atemorizada- Dios… ¿Como llegué a esto? ¿Por que me gusta…? no… ¿Por que adoro estar sometida a mi Dueño? ¿Por que me excito simplemente al pensar en él? ¿Por que disfruto tanto obedecerlo?
Ivanka se sentía confundida por estos y otros extraños cambios íntimos de conducta que había estado sufriendo desde hacía tiempo.
Antes no soportaba el exhibicionismo, pero lo ocurrido en la limusina era solamente un síntoma de un problema mucho peor: cuando estaba sola en casa se ponía a limpiar su penthouse vestida con un provocativo uniforme de doncella francesa, o con un diminuto bikini, o con su lencería más atrevida, siempre con tacones escandalosamente altos, siempre se tomaba su tiempo para limpiar meticulosamente cada rincón y siempre con las cortinas de los ventanales bien abiertas.
A pesar de haber sido modelo siempre había sido conservadora y cuidadosa al vestir, pero últimamente se ponía ropa cada vez más osada y sensual, en el trabajo apenas dentro del buen gusto, pero en casa o en el club usaba prendas que harían sonrojar a una mujerzuela, simplemente ya no soportaba los pantalones o faldas largas, ni las prendas gruesas, todas eran prendas diminutas, de seda, elásticas, con transparencias o cosas peores, sus medias siempre eran con liguero o elástico al muslo, se había dejado las uñas largas y siempre las pintaba para combinar con su ropa o su pintalabios.
Usualmente era lógica y racional, pero ahora su mente se nublaba fácilmente debido a la abrumadora excitación que asaltaba sus sentidos sin aviso, bastaba la imagen correcta, un roce en el lugar adecuado o una palabra precisa para que sus pezones se endurecieran y marcaran, sus pupilas se dilataran y su sexo se lubricara abundantemente. A veces la rubia se sentía rehén de su propia lujuria, cosa que Scorpius, su Dueño, sabía aprovechar con absoluta perfección para someterla y manipularla, dejándola siempre agotada y sudorosa pero gimiendo y rogando por más placer.
– Muy bien Lindura, te has portado como una niña buena y obediente, estoy muy satisfecho. De nuevo te has ganado tu premio, voy a tomarte como la zorra que eres, pero si quieres placer deberás interesarme en ese lindo cuerpo tuyo que ya me pertenece… anda rubiecita, provócame… -dijo Scorpius mientras oprimía un botón oculto en su bolsillo.
– Mmm… si mi Dueño… -susurró la rubia al sentir como se iba excitando ante una indicación de ese hombre, mientras en su corazón y sobre todo en su sexo, vibraban unos lentos y eróticos tambores que con un sólo redoble eliminaban todas sus inhibiciones y autocontrol- Ooohhh… que calor…
La esbelta empresaria empezó a ondular sus caderas y sus hombros sin soltar sus firmemente sometidos tobillos, dominada por el ritmo y un deseo que todo lo invadía.
– Aaaahhh… mi… Dueño… te necesito… por favor… tómame -le empezó a decir Ivanka mientras se humedecía los labios y miraba a Scorpius directamente a los ojos, su vista nublada y vibrante por la lujuria a la que ahora estaba esclavizada.
– No… no es suficiente… dime cuanto me deseas… -le dijo Scorpius con una cruel media sonrisa, pero en su interior estaba contento con el rápido avance de su nueva adquisición.
Sin dudarlo, la rubia arqueó la espalda y abrió sus rodillas al máximo, mostrándole al hombre sus bellas pantaletas, visiblemente húmedas a la vez que echaba su cabeza hacía atrás y gruñía en un tono desesperado.
– ¡Te lo suplico mi Dueño! ¡Te quiero dentro de mi! ¡Mi coñito te espera y te desea! ¡Tómame… lléname… móntame! ¡Soy tu Linduraaaa! -casi gritó finalmente mientras movía sus caderas atrás y adelante al tener un pequeño orgasmo debido a su humillación y sometimiento.
Afuera uno de los escoltas observaba discretamente a Jill mientras ella escribía sentada frente a la computadora, pero su posición de perfil daba una maravillosa vista completa de sus esbeltas piernas rematadas en altos tacones.
Un extraño ruido ahogado resonó en la recepción e hizo que los escoltas se quedaran inmóviles.
Al ver que empezaban a volverse hacía la oficina de su jefa, Jill decidió improvisar.
– Aaahhh… -gimió de forma apagada la trigueña al fingir un desvanecimiento y dejándose caer al suelo alfombrado.
De inmediato los agentes se acercaron a la asistente al parecer inconsciente.
– Eso estuvo mucho mejor Lindura… si… casi estamos listos…
– Ooohh… por favor… mi Dueño… por favor…
– Te quiero muriendo de lujuria, de deseo, de insatisfacción… di que eres mi zorra, mi linda putita… ah… ya puedes moverte.
– Aaaahhh… siiii… soy tu zorrita, me tienes en celo, me vuelves loca… -casi sollozaba Ivanka al apoyar sus manos tras ella para luego extender, levantar y abrir sus maravillosas piernas ante su Dueño, como ofreciéndole su coño y sus piernas- soy tu putita… solamente tuya… haz de mi lo que quieras… pero tómame.
– Ahora esclava, quiero que bailes para mi.
– Si mi dueño -murmuró con voz ronca Ivanka mientras se levantaba.
– Muy bien Lindura, eres una verdadera visión de placer -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto haciendo sonar de nuevo la zampoña en la cabeza de la rubia a un ritmo constante y turbador, excitándola de forma irresistible.
– ¡Aaaaaahhhh! ¡Mi Dueño! Ayúdame… -empezó a gemir incontrolable la mujer mientras empezaba a bailar sobre sus altos tacones siguiendo la música- ooohhhh… ¡No ves… que estoy… ardiendo por ti? Alimenta mi coñito… por favor… estoy tan… cachonda…
La mujer exudaba sensualidad al mover sus caderas salvajemente, poseída por una lujuria que no recordaba haber sentido jamás.
– Muy bien, sigue Lindura, tal vez me convenzas… -dijo complacido Scorpius a la suplicante hembra mientras se sentaba en el sillón.
– Si no me… haces tuya… moriré… por favor, lo necesito -gruñó al subir de un salto al escritorio con agilidad sobrehumana, luego, en un frenético movimiento la empresaria se abrió la blusa arrancando varios botones, liberó sus senos del sostén y empezó a jugar con ellos, a acariciarlos, a pellizcarlos- ¿Te gustan mis tetas? Son tuyas… te pertenecen, disfrútalas…
De un paso ella se acercó a su Dueño y con el cabello cubriendo parte de su rostro se inclinó hacía él y poniendo una de sus femeninas manos en la nuca de su Dueño lo atrajo a su pecho, sonriendo y arqueando la espalda de placer al sentir los labios de Scorpius en sus senos.
– ¡Ámame por favor!… soy tu juguetito -rogaba frenética, ya al borde del orgasmo pero incapaz de alcanzarlo- soy tu hembra… soy tuya…
Finalmente con un ronco gruñido triunfal Scorpius la sujetó de las rodillas y la hizo caer suavemente de espaldas en el escritorio, como rayo deslizó las pantaletas por las piernas de la rubia hasta dejar expuesto al fin su coñito, mojado, palpitante, hinchado, receptivo… hambriento.
– Ooooohhh… siiiii… por favor… -gimió ella sonriente mientras abría ampliamente las piernas para su dueño, que en un instante se había bajado los pantalones y tenía su ya duro miembro listo a someter a la temblorosa rubia.
– ¡Me encanta tomarte Lindura! Me encanta hacerte mía… -le dijo Scorpius al penetrarla hasta el fondo gracias a lo mojada que estaba su ansiosa esclava.
– ¡Aaaayyy… aaaahhh… aaaahhh… -gimió al venirse simplemente por ser penetrada por su Dueño. Sin embargo Scorpius sujetó sus femeninos tobillo y siguió penetrándola con rápidos movimientos, haciendo que Ivanka sintiera un pequeño orgasmo con cada embestida.
– Oooohhh… ooohhh… aaaahh…
Minutos después su Dueño seguía cogiéndosela sin pausa, había colocado una de las piernas entaconadas en su hombro y allí la sostenía, mientras con la otra mano masturbaba de forma irresistible a su esclava con suaves pero rápidas caricias en su clítoris.
– ¡Te amo mi Dueño… te amo! ¡Aaaaaahhhhh!
– ¡Uuuunnnggg! -gimieron casi al unísono al alcanzar un poderoso orgasmo juntos.
Minutos después Scorpius salía calmadamente del despacho, encontrándose con que la asistente ejecutiva estaba recostada en el sofá de la recepción mientras los escoltas de Ivanka la atendían con un sensual masaje en sus torneadas piernas. Ni siquiera lo vieron salir mientras sonreía complacido por la esclavitud conseguida por Muñequita.
Un par de horas después Paty caminaba por el estacionamiento del edificio llevando de la mano a Jill, que movía sus caderas sensualmente debido al ritmo que le imponían sus zapatillas.
– ¿A donde me llevas Mamita? -dijo en voz baja y sumisa, pero feliz al recibir todo tipo de halagos de la pelirroja por su buen trabajo en distraer un rato a los escoltas.
– Tengo un premio para ti, mi preciosa niña -le dijo Paty con una sonrisa enigmática- aquí es…
Paty se acercó a la limusina de Ivanka que estaba estacionada entre las sombras de ese casi vacio nivel del estacionamiento. Una de las puertas de atrás se abrió, un hombre trajeado de cabello largo y ondulado puso un pie fuera del auto y la miró de arriba a abajo lujuriosamente.
– Hola Jill, es un placer verte en estas circunstancias… -dijo el hombre al sonreír.
– ¿Señor Scorpius? ¿Es usted? -dijo la asistente al reconocer al empresario de modas- ¿Qué hace aquí?
– Es muy sencillo Jill, vengo a completar tu esclavitud, a hacerte mía pues serás una excelente adición a mi colección.
Sin comprender, la asistente miró al hombre unos segundos y luego se volvió hacia la pelirroja algo confundida.
– Es verdad preciosa, el señor Scorpius ahora es tu Amo, no puedes evitarlo -le dijo Paty mientras se relamía pensando en lo que iba a ocurrir.
La trigueña finalmente habló algo molesta mientras se daba la vuelta para marcharse.
– No se que juego es este Mamita, pero no voy seguirlo -dijo mientras empezaba a caminar.
– No es un juego… es hora de mostrarte a quien le perteneces -le dijo Scorpious con una mueca mientras introducía una mano en el bolsillo interior de su saco.
Entonces un veloz flautín resonó en la cabeza de la asistente de Ivanka y al instante su rostro se volvió hacia el techo, su espalda se arqueó, sus brazos se lanzaron hacia atrás, sus piernas se abrieron a la altura de sus hombros bien derechas y sus pies se pusieron de punta en sus botines púrpura.
– ¡Aaaahhhhhhhh! -gimió incontrolable mientras empezaba a bailar en cortos pasitos frente a Scorpius, quien observó con cuidado cada curva de la hermosa y madurita asistente.
– Así está mejor Jill… me gusta ver a mis esclavas bailando indefensas y luciendo su cuerpo sin pudor para mi.
– Aaahhh… -volvió a gemir la trigueña mientras daba un grácil giro de ciento ochenta grados sobre las puntas de sus pies y paraba sus nalguitas de forma irresistible a la vez que seguía moviendo sus caderas con el ritmo del flautín.
– Eso es esclava, ahora ven a mi, entrégate a mi…
– ¡No… no… basta…! -gruñó la asistente mientras luchaba desesperada por controlar su cuerpo que traicioneramente intentaba obedecer al hombre.
Durante varios aterradores segundos Jill resistió temblorosa la necesidad de acercarse, manteniéndose a un par de metros de la limusina mientras sus pies se movían en su lugar ansiosamente.
Pero la pelirroja acabó con sus esfuerzos con un movimiento de su mano.
– ¡Obedece! -le gruñó dominante mientras le daba a la trigueña un sonoro azote que la desconcentró y la hizo acercarse en un lindo trote al hombre.
– ¡Nooo… Mamitaaaa! -en un instante estaba en la puerta del vehículo y comenzó a bailar de forma más íntima para Scorpius, tan cerca que él podía oler el delicado aroma de la perfumada piel de Jill, sentía en su rostro el suave roce de sus erguidos pezones marcándose en el top, en su entrepierna las carnosas y firmes nalgas de la trigueña se frotaban arriba y abajo…
– Eso está mejor preciosa… -le dijo el hombre de largo cabello mientras la sujetaba de la cintura y la guiaba para darse más placer- es hora de someterte a tu Amo…
Le hizo a Patricia un sutil gesto con la cabeza y ella se acercó poniéndose tras la asistente. Moviéndose con ella al mismo ritmo, desabrochó sus pantaloncillos y de un movimiento se los bajó hasta los tobillos, dejándola expuesta en una pequeña tanga color violeta que resaltaba sus curvas y en unos bellos ligueros púrpura que mantenían las translúcidas medias en su lugar.
– Oooohhhh… noooo… -trató de gritar mientras cerraba los ojos, pero sólo gimió guturalmente mientras se excitaba cada vez más al bailar sensualmente para ese hombre que apenas conocía.
Scorpius sonrió complacido por los logros de Muñequita y retrocedió dentro de la limusina, dejándole espacio a la linda trigueña mientras le hacía un gesto con la mano invitándola a entrar.
– Aaaaahhh… bastaaa… por… favor… – sollozó la mujer mientras lograba detenerse en la entrada de automóvil agarrándose del marco de la puerta, en un esfuerzo final por controlarse.
El hombre miraba con lujuria como las anchas caderas se movían atrás y adelante, tratando de llegar a él. Tras unos segundos se dio una palmada en el regazo y dio la orden final
– Me perteneces… entrégame tus piernas, tu cuerpo… tu coño… entrégate a mi… esclava ¡Ahora!
– Aaaaahhhh… nooo… -sollozó desesperada Jill cuando sus piernas, seguidas por su cuerpo, se introdujeron bailando en la amplia limusina, arrastrándola y obligándola a soltarse del marco para sentarse en el regazo de Scorpius dándole la espalda- Nnnnggg…
De inmediato el hombre tomó sus femeninas manos y la hizo apoyarlas en los muslos de él, casi al instante empezó a subir y bajar, frotando sus firmes nalgas en su duro miembro una y otra vez, siguiendo el rápido ritmo del flautín.
– ¿Por que… estoy haciendo… esto? -logró decir con voz ahogada por su incontrolable lujuria.
– Porque lo deseas, porque lo disfrutas… -le dijo al oído Scorpius antes de mirar a Patricia que tras cerrar la puerta se había sentado en el asiento frente a ellos y se masturbaba suavemente- Dime mi Muñequita ¿Cual quieres que sea el nuevo nombre de nuestra esclava?
– Oooohhh… Amo… gracias por… oooohhh… dejarme elegirlo…
El hombre había liberado del pantalón su miembro ya bien duro y erecto, y en un ágil movimiento penetró profundamente a la trigueña haciendo a un lado la elástica tanga violeta, pero dejándosela puesta.
– ¡Aaaaaahhhh… aaahhhh… aaaahhh…! -empezó a gemir de placer la mujer sin poder controlarse, avergonzada de lo húmeda que estaba su vagina, pero moviéndose cada vez más rápido.
– Desde ahora… sólo serás Jill… cuando te lo digamos… -le siguió susurrando Scorpius en su oído de forma insidiosa pero irresistible- a partir de hoy… tu nombre es…
Entonces Scorpius miró a Muñequita y solamente tuvo que esperar un instante para que su pelirroja respondiera.
– Zorrita… -dijo Patricia con una sonrisa traviesa.
– ¿Escuchaste encanto?… Desde ahora eres… Zorrita…
– ¿Como…? ooohhhh… pero yo… no me llamo… -trató de discutir la trigueña mientras seguía cogiendo con Scorpius.
– Eres Zorrita… -la interrumpió el hombre mientras subía el top de Jill, se apoderaba de sus senos y jugaba con sus pezones
– Aaaahhhh… -gimió y luego se humedeció los labios mientras seguía subiendo y bajando, ayudando a ser tomada por Scorpius.
– Eres nuestra Zorrita… dilo… -le gruñó el hombre mientras tiraba de su cabello, obligándola a exponer su garganta.
– Ooohhh… ooohhh… yo…
– Dilo preciosa… dilo para mi… -le dijo con voz ronca Muñequita mientras ya se masturbaba frenéticamente ante su esclava y su Amo.
– Oooohhh… Mamitaaa… no me hagas… esto…
Entonces Scorpius salió de ella, pero solamente para abrir sus esplendorosas nalgas y tomarla por el ano.
– Noooo… noooo… aaaahhh… por favor -dijo la pobre mujer, pero su cuerpo siguió el mismo ritmo que antes, siguió subiendo y bajando en el regazo del diseñador, sus bellas manos se aferraron de placer a los muslos de Scorpius, clavándole sus uñas levemente, lo que lo excitó aun más.
– Eso es Zorrita… disfrútalo… déjate llevar… déjate someter…
– Mmm… dejarme someter -repitió como hipnotizada a la vez que subía y bajaba cada vez más rápido y sus pies se ponían de punta de forma lujuriosa.
– Siiii… sométete a… nosotros -le dijo jadeante Muñequita, ya al borde del éxtasis.
– Sométete… -le repitió el hombre al oído.
– Aaaahhhh… me someto… -susurró casi en un sollozo Jill.
– Nos… perteneces… -dijo la pelirroja llena de ansias.
– Oooohhh… les… aaaaaaahhhh… les… pertenezco… -aceptó la mujer mientras Scorpius empezaba a acariciar su clítoris.
– Di tu nombre… dilo… dilo…
– Yo…
– Dilo…
– Oooohhh…
– Dilo…
– Ooohhh… soy…
– ¡Dilo!
– ¡Soy Zorrita… soy Zorritaaaaahhhh! -gritó al fin mientras arqueaba la espalda en éxtasis, sometiéndose a sus nuevos Amos.
Vincent y Mulder caminaban por un sótano obscuro abarrotado de antiguedades dignas de un museo.
– ¿Crees que nos servirá la ayuda de este individuo? -preguntó desconfiado el exMI6.
– No lo se, pero creo que vale la pena intentarlo, no solamente esta relacionado con la primera victima, sino que además sabe de historia, lenguas y ciencias ocultas, elemento que creo es la clave en este caso -respondió el agente del F. B. I. de forma algo enigmática.
Un hombre joven vestido con ropa informal se les acercó entre las filas de artefactos, se le veía nervioso pero decidido.
– ¿Son los que llamaron? ¿Realmente hubo un avance en la desaparición de Sydney Fox?
– Eso pensamos, soy Mulder del F. B. I. ¿Es usted Nigel Bailey? 
– A sus órdenes.
Ivanka entró a una de las habitaciones especiales del club T. P. para tomar su turno como Diosa, una vez a la semana pasaba toda la noche complaciendo a los más importantes clientes de su Dueño, le daba un terrible morbo pensar que así se convertía en un anónimo objeto de placer, y eso la excitaba terriblemente, de hecho ya estaba humedeciéndose con sólo pensarlo.
– Mmm… mi coñito está empapado, ya necesito la dura verga de mi Dueño… aaaahhh… que cachonda estoy -pensaba mientras entraba por la puerta oculta de uno de los escenarios y se quitaba su minivestido color rosa sin mangas que ni siquiera cubría del todo su entrepierna, su delicioso escote trasero llegaba hasta el inicio de sus nalgas y el delantero  apenas cubría sus erguidos pezones.
En un instante se encontraba vestida únicamente con su lencería color rosa de seda, cuyos diseños como de niñita le daban un sublime toque de inocencia, pero las pantaletas dejaban expuestas la mitad de sus nalgas y el sostén forzaba sus senos a levantarse de forma provocativa. Llevaba por supuesto unas medias color piel con elástico al muslo casi transparentes, pero que le daban a sus largas piernas una suavidad casi hipnótica y en sus pies tenía unas zapatillas de punta redondeada de color rosa intenso con pulsera al tobillo, de un tacón enorme y una pequeña plataforma de dos centímetros.
En segundos estaba sobre su pedestal, se colocó en el centro y al ver que se abría una pequeña compuerta en el techo levantó los brazos que manos anónimas fijaron a la estructura del Escaparate con grilletes, lo que se repitió con su esbelto cuello.
– Mmm… -se estremeció con lujuria al escuchar el cierre de los grilletes y pensar en como sería sometida y masturbada por los clientes, pero jamás poseída, solamente su Dueño podía cogérsela… y nada se comparaba al placer que él le concedía.
En ese momento la membrana elástica del mismo color del techo se cerró alrededor de sus axilas, convirtiéndola de nuevo en una preciosa mujer-objeto lista para atender a su primer cliente.
En el cuarto de arriba, Lindura observaba en una pantalla como su cuerpo en el cuarto de abajo era iluminado de forma maravillosa, dándole la apariencia de una obra de arte.
Entonces la puerta de invitados se abrió y la rubia contuvo el aliento excitada, pero casi al momento sus ojos se abrieron al máximo por la sorpresa, había entrado una mujer, y no cualquiera, era la aniñada ayudante rubia de Scorpius a la que llamaban Nena.
Iba vestida toda de cuero negro, con un ajustado y corto vestido que se pegaba perfectamente a cada curva de su cuerpo pero sin tirantes, luciendo sus lindos hombros y escote, llevaba unos guantes negros que llegaban hasta sus codos y unas puntiagudas zapatillas del mismo color, de tacón altísimo y plateado, unas medias casi transparentes a juego convertían sus piernas en irresistibles tentaciones de carne, cuyos ligueros eran perfectamente visibles mientras subían por sus muslos hasta perderse bajo el corto vestido.
Llevaba una sensual sombra de ojos obscura y sus voluptuosos labios pintados de color rojo sangre.
Lindura estaba muy sorprendida, primero por que nunca había entrado al cuarto una mujer, y segundo por que Nena era tan sumisa y dulce que la ropa que llevaba no tenía sentido.
– Hola… no soy lesbiana, se equivocaron de cliente -empezó a decir la empresaria en el cuarto superior, pero no había nadie en el lugar. Estaba sola.
En la pantalla vio como la rubia vestida de cuero se sentaba en un sillón y cruzaba lentamente una de sus torneadas piernas.
– Oigan… suéltenme… hay un error… -insistió en voz más alta.
Un instante después vio en la pantalla como Nena sacaba un pequeño control de su profundo escote y oprimía un botón, con lo que empezó a sonar una canción lenta y cadenciosa en el cuarto.
– Aaaahhhh… -gruñó Lindura cuando su cuerpo empezó a moverse sin su control, como siempre primero abrió sus esbeltas piernas en pose retadora pero parándose de puntitas en sus zapatillas, y luego empezó a bailar lentamente, como una desnudista profesional.
– Mmm… muy bonito Lindura… -le dijo en voz alta la exFBI- extrañaba esta lujuria agresiva, pero Papi me habló al oído y me devolvió mi antigua esencia, al menos por hoy, pues quiere que aprendas a amar a tus hermanitas en todos los aspectos…
– ¿Qué? No… no pueden hacerme esto…
– Oh, me temo que es un requisito indispensable Lindura. Pero no sufras, pronto lo disfrutarás, te lo prometo.
– No, por favor… te looooohhhh… -gruñó de forma placentera al sentir como el calor del deseo empezaba a extenderse de sus zapatillas embrujadas a sus piernas, su vagina y su cuerpo entero.
Nena observaba como la empresaria se movía suavemente sobre el pedestal, luciendo sus senos, su espalda, sus respingadas nalgas, su sexo, su cálido sexo…
El baile seguía, calentándola poco a poco, excitándola de forma lenta pero constante.
– Nooo… alto… -trató de negarse Ivanka, pero sentía como se seguía humedeciendo al bailar para una mujer.
– Por favor acérquese a su diosa -dijo una melodiosa voz femenina en las bocinas.
Sonriendo de forma casi malévola, Nena se levantó y se acercó a la Diosa bailarina.
– Ahora… pida y se le concederá -dijo entonces la voz dulcemente.
– No Nena… no lo hagas… -pidió inútilmente la empresaria.
– Posa para mi… Lindura… muéstrame tu cuerpo…
Al instante Ivanka hizo un cuatro con sus piernas, flexionando una y extendiendo otra en toda su gloria, luego encogió ambas y las extendió abiertas en split, desde una posición sentada abrió las piernas en una amplia V con sus tacones apuntando al techo, mostrando sus pantaletas, húmedas de excitación.
Nena empezó a masturbarse deliciosamente bajo la falda al mirar a Lindura posar y lucir su cuerpo y sus piernas como una campeona de nado sincronizado al competir.
– Aaahhh… Dios… estoy disfrutando… posar para ella… -pensó sorprendida, pues la lujuria había diluido cualquier temor que antes sintiera.
– Mmm… muy bien… eligieron bien tu nombre, de veras eres una lindura -dijo Nena mientras examinaba a Ivanka con un abrumador deseo brillando en sus ojos- Es hora de que aprendas por que no hay nada mejor que el amor entre hermanitas… excepto claro, el amor de Papi… ¡Quieta!
De un paso subió a la tarima donde Lindura se había quedado inmóvil con sus piernas bien abiertas y horizontales, colocándose entre ellas, cerca de su deseoso y cálido coñito.
– Aaaahhh… ¿Que… pretende? -susurró Ivanka, empezando a sentirse mareada y confusa por la excitación y la primitiva música.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -sonó en las bocinas.
Pero lo que la mujer alguna vez conocida como Dana Scully sacó de la bolsa fue un consolador doble de color rosado. Se levantó sensualmente la falda, bajo la que no llevaba nada, además de los ligueros que formaban un erótico marco para su sexo primorosamente depilado.
Con un profundo suspiro introdujo el consolador en su coñito cuyos labios ya brillaba por la humedad. Entonces dio otro paso, quedando casi en contacto con la mujer-objeto, que sintió la leve presión de el consolador en su entrepierna, lo único que separaba su vulnerable sexo de aquel falo era la delgada seda de las pantaletas.
– ¡No! ¡Basta… no lo haga!
– Ahora flexiona tus rodillas… -le ordenó con la voz ronca de excitación tras mirarla brevemente.
– Nnngggg… -gruñó al tratar de resistirse inútilmente.
Las bellas piernas extendidas se encogieron casi por completo, dejando a Lindura completamente vulnerable y lista para ser tomada, su coñito casi expuesto.
Nena se relamió con anticipación, luego colocó su mano en las pantaletas de la heredera y con el dedo pulgar e índice abrió un hueco oculto en la lencería, de manera que la empresaria podía ser poseída fácilmente sin tener que quitarle la prenda.
– Es hora Lindura… disfrútalo -le dijo con una mirada lujuriosa al sujetar sus caderas y penetrarla hasta el fondo de su bien lubricado coñito.
– ¡Aaaahhhhh… que delicia! -gritó Nena mientras miraba al techo por las placenteras sensaciones que la asaltaban.
– ¡Nnnnnnoooo…! -gritó a su vez la heredera tratando de resistir haciendo presión en su vagina, pero estaba tan húmeda y dilatada que lo único que consiguió fue sentir un involuntario placer al ser sometida por la mujer vestida de cuero- ¡Ooohhh… Dios…!
Lentamente Nena empezó a retroceder para luego volver a entrar, iniciando un vigoroso y exquisito vaivén que confundió a la empresaria, pues empezaba a verse invadida por sensaciones que nunca había tenido.
– No… no…
– Aaaahhh…
– Alto…
– Aaaaahh…
De nuevo Lindura intentó resistir pero únicamente consiguió inmovilizar su cuerpo en lugar de seguir el ritmo de la melodía… lo que no le agradó a Nena en absoluto.
– Mmmnnn… intentas resistir… ¿Como te atreves putita? – gruñó mientras miraba a la cámara oculta, sabiendo que ella la observaría en la pantalla- Ahora como castigo tu me ayudarás a someterte…
Con femenina delicadeza salió del húmedo coño de la mujer objeto, bajó del pedestal y sacó otro artículo de su bolsa en el sillón.
En segundos la exFBI estaba de vuelta a su lado y en un santiamén volvió a penetrarla.
– Oooohhhh… -chilló avergonzada la mujer ante el abuso y el traicionero placer en sus terminaciones nerviosas.
– Coloca tus pantorrillas en mis hombros… -ordenó Nena, y aunque Lindura podía resistirse a seguir el ritmo, no podía aguantar una orden directa, en un segundo obedeció y entonces la mujer vestida de cuero retrocedió dejando sólo la mitad del consolador dentro de su victima, luego se quedó muy quieta.
– Ahora tu me penetrarás a mi y claro a ti misma.
– ¿De que habla? Está loca… No lo haré… no por mi voluntad -pensó desafiante la rubia. Entonces su indeseada cliente levantó el objeto que había tomado de la bolsa, dejando que la Diosa lo viera por la pantalla.
 Los ojos de Lindura casi se desorbitaron al ver el objeto, una especie de raqueta de ping pong, pero cubierta de un ligero forro acolchado de piel.
– ¡No… va a…!
El azote de la raqueta en sus nalgas fue inesperado y doloroso a partes iguales, el impacto se amortiguó un poco gracias a la cubierta de piel pero la inercia y el dolor inevitablemente la hicieron llevar sus caderas adelante en un energético movimiento.
– ¡Aaaaaayyy…oooohhh… -gritó de dolor y gimió de placer casi de inmediato al penetrar a Nena y a si misma profundamente.
– Ooooohh… mmm… muy bien Lindura -susurró Nena mientras arqueaba su espalda y entreabría sus labios complacida.
La heredera relajó su cuerpo ligeramente pero al instante sus firmes nalgas fueron recibidas por otro azote de igual magnitud que la hizo estremecerse y embestir de nuevo a la otra mujer, haciendo tocar sus vaginas.
– ¡Aaaahhh… mmm… -chilló y gimió de nuevo, dividida entre el dolor y el placer.
– ¡Siiii! ¡Sigue…! -le dijo la dominante mujer mientras repetía el proceso con un nuevo golpe, así condicionaba el cuerpo de Lindura para seguir el ritmo que ella le imponía con sus azotes.
En minutos Lindura ya jadeaba excitada al ser domada de esa manera, y además por una mujer… por su hembra. El morbo de la situación nublaba su juicio mientras su percepción se alteraba y empezaba a sentir el mismo placer con los amorosos azotes que con las penetraciones.
– Aaaaahhh… aaahhh…
– Mmm… si… -gemía también Nena, complacida al ser penetrada por la heredera- sigue Lindura…
– Ooohhh… nooo… ooohhh… -gimió al recibir otra dulce nalgada que la impulsó hacia adelante.
Mientras el delicioso baile continuaba, Nena manipuló su control remoto e hizo que la música cambiara lentamente hasta convertirse en la suave y erótica zampoña que tanto placer le daba a Ivanka. Paulatinamente aumentó el volumen de la música mientras le daba a la mujer objeto azotes cada vez más suaves, en pocos minutos Nena arrojó la paleta fuera del pedestal, sobre el suelo alfombrado, mientras la Diosa continuaba con sus movimientos de cadera atrás y adelante, una y otra vez, recibiendo y dando placer siguiendo ahora el ritmo de la seductora zampoña.
– Mmnnn… oooohhh… -gruñía cada vez más excitada sin darse cuenta de que las nalgadas se habían detenido tiempo antes.
– Aaaahhh… sigue Lindura… esooo… -la animó la mujer vestida de cuero que ya solamente la sostenía de sus caderas.
– Ooohh… ooohhh… -disfrutaba ella emitiendo ahogados gemidos en el cuarto de arriba.
– ¿Verdad que… aaahhh… te gusta esto Lindura…? -le empezó a susurrar Nena mientras miraba a la cámara- tienes que… disfrutar de… tus hermanitas… es orden de Papi…
– Aaaahhh… pero… -trató de responder la empresaria sin poder apartar la mirada de los penetrantes ojos que parecían apoderarse de sus pensamientos, los ojos de su hembra…
– ¿Sientes mi… amor Lindurita? -le dijo mientras la sujetaba de la cintura un momento para besar y mordisquear fogosamente sus pezones.
– Oooohhh… no se… que me… pasa… -respondió Lindura totalmente sonrojada por las placenteras atenciones de su cliente, pero inconscientemente sus caderas intentaban retomar el ritmo.
Y tan pronto Nena soltó su cintura lo hizo, recuperando el sensual vaivén que había sido condicionada a llevar por medio de los azotes, logrando provocarle a la mujer del vestido de cuero un orgasmo corto pero poderoso.
– Oooooohhhh… siiii… muy bien… hermanita… debemos amarnos… -susurró satisfecha la que una vez fuera Dana Scully.
– Mmm… ooohh si… amarnos… -respondió enloquecida de placer la mujer objeto, aunque nadie podía escucharla en el cuarto superior- te… amo… mi hembra
Muy pronto en el cuarto del pedestal solamente se escuchaban eróticos gemidos, el lujurioso sonido de la carne rozando la carne y la humedad de sus lubricados coñitos mientras se poseían la una a la otra.
En su cuarto de control en el T. P. Scorpius observaba complacido como su nueva esclava se convertía en hermanita de sus demás odaliscas.
Se encontraba sumido en una serie de trámites y negocios, aburridos, pero vitales para expandir sus diseños por el continente, por eso tuvo que delegar el condicionamiento a Nena tras devolverle su antiguo espíritu dominante y dependiente.
– Debo recordar convertirla de nuevo en mi esclava sumisa y aniñada -pensó al ver como sometía a Ivanka para hacerla apreciar a sus hermanas odaliscas- es demasiado dominante y estoy seguro de que trataría de volverse contra mi.
En ese momento en dos pantallas pudo ver como ambas se estremecían de placer, pero sobre todo disfrutó ver a su Lindura gritar con su primer orgasmo lésbico, siendo condicionada por Nena de forma permanente gracias al poder de las zapatillas.
– Nuestro momento se acerca… -pensó complacido mientras veía en sus pantallas como su imperio seguía fortaleciéndose con cada nuevo cliente y cada nueva esclava- pronto nos expandiremos más allá de las fronteras del continente…
Días después se inauguraba en Argentina la primera boutique Scorpius, en la gran fiesta apertura donde estuvo presente la elite social se encontraba Xander Scorpius acompañado por su socia Ivanka Trump, él vestía un traje negro de tres piezas con camisa vino pero sin corbata y ella llevaba un elegante vestido de seda cruzado color negro con cinto que remarcaba su cintura, el vestido tenía un discreto escote y llegaba arriba de sus rodillas, luciendo sus piernas cubiertas de deliciosas medias negras y en sus pies unas sandalias de tacón de aguja de quince centímetros que le daban un toque sensual al sobrio atuendo.
La rubia daba una conferencia en ese momento con su leal asistente Jill a su lado, pero estando tras ellas Scorpius pudo darse cuenta de que Lindura había introducido discretamente su mano detrás del corto vestidito rojo de la trigueña, y a juzgar por su respiración agitada y sus labios entreabiertos, seguramente la masturbaba maravillosamente, ella trataba de no moverse pero debía ser difícil, entre el placer y sus zapatillas rojas de punta abierta y tacón altísimo se notaba como se movía en un vaivén casi imperceptible.
Horas después se dirigieron al despacho de Scorpius en la elegante residencia donde se instaló la casa de modas, era una bella habitación con muebles antiguos, un gran escritorio y divanes de piel.
– Excelente trabajo Lindura, eres una buena esclava… -le dijo Scorpius a Ivanka en cuanto cerró la puerta con llave tras ellos.
– Gracias mi Dueño, soy feliz al complacerte -dijo tímidamente mientras bajaba la mirada y ponía las manos tras la espalda, Jill la imitó al instante.
Scorpius se quitó el saco y el chaleco para luego sentarse sonriente en un sillón.
– Debo admitir que te has ganado un premio… dime que desearías ahora mismo más que nada en el mundo…
– Oh, mi Dueño ¿De verdad?
– Por supuesto mi esclava, tu pide.
Al instante la esbelta rubia desató la cinta del vestido y lo dejó resbalar por sus hombros y brazos hasta el piso. Debajo solamente llevaba un liguero rojo como la sangre sujetando sus medias negras rematadas de encaje, eso era todo. Su mano derecha se lanzó ávida a su coñito eternamente húmedo y receptivo para empezar a masturbarse, mientras la izquierda acariciaba y pellizcaba sus firmes tetas.
– Por favor mi Dueño… quiero que me tomes… quiero coger… -le dijo en un tono que rayaba en la desesperación mientras se humedecía los labios de color rosa brillante- el placer de mis hermanas es maravilloso, pero no se compara con el que me das, solamente tu me haces gritar y morir de placer- mi coñito te necesita, se muere por ti…
Seductoramente se acercó a su Amo y tras mirarlo a los ojos tras sus larguísimas pestañas se recostó en un diván y abrió las piernas ofreciendo su hermoso cuerpo a su Dueño.
– Me tienes cachonda todo el tiempo… me la paso pensando en ti y en mi… cogiendo –le dijo mientras acariciaba sus piernas y su sexo lentamente- si no fuera por mis hermanitas… ya hubiera perdido la razón al estar lejos de ti…
Scorpius se acercó complacido dejando sus pantalones en el piso tras él, se inclinó sobre ella y la penetró de un movimiento, haciéndola estremecerse de gozo, sus ojos vueltos hacia atrás, sus piernas bien abiertas para recibirlo lo rodearon y engancharon los tacones alrededor de su cintura tratando de atraparlo, de atraerlo hacia ella.
– Ooooooohhhhh… mi Dueño… soy tuyaaaa… -chilló feliz cuando el hombre empezó sus embestidas, penetrándola una y otra vez con fuerza, entonces, casi con desesperación ella le clavó las uñas en la espalda mientras arqueaba la suya- aaahhh… siiiii…
– Zorrita… ven aquí… complace a tu hermanita… y a ti misma… -ordenó el hombre a la tímida asistente que esperaba.
– Si Amo… -dijo en un susurró, pero sus ojos brillaban de deseo. Se acercó, se arrodilló a lado del diván y empezó a besar, chupar y morder los brillantes labios y tersos senos de Ivanka, a la vez abrió los muslos y tras subirse el corto vestido rojo empezó a masturbarse con sus delicados dedos de uñas pintadas color rojo metiendo la mano derecha en la pequeña tanga roja que adornaba su entrepierna.
– Aaaahhhh… que rico coges… Lindura… –le gruñó con lujuria Scorpius a Ivanka mientras la miraba a los ojos- ahora di que eres…
– Oooohhh… mi Dueño… tu lo sabes…
– Si pero… quiero escucharte… decirlo…
– Nnnn… yo… soy…
– Ayuda a… tu hermanita… Zorrita –le dijo a la trigueña haciendo un gesto hacia la entrepierna de su esclava- dale más placer…
En un fluido movimiento Jill llevó su mano derecha al coño de la rubia y empezó a acariciar su clítoris, mientras introducía la izquierda en su propia tanga y seguía masturbándose, sentía la tremenda humedad de Lindura y el suave roce del miembro de su Amo entrando y saliendo de su hermanita.
– Mmm… que bonito chochito… tan jugoso… –empezó a decir Jill presa de la lujuria a su antigua jefa, sus hermosos ojos relucían como joyas por el placer- tan sensible…
– Aaahhh… hermanitaaaa… –gritó Lindura sacudiendo la cabeza ante las expertas caricias de su asistente.
– ¿Qué eres? –insistió Scorpius al acelerar sus penetraciones.
– Oooohhh… soy… soy… tu putitaaaa… tu mujerzuela…
– Sigue…
– Soy… tu juguetitoooohh sexual… tu muñeca de placer…
– Maaasss… –le dijo al moverse más y más rápido
– Aaaahhh… soy tu esclava… tu pertenencia… siiiii… aaaaahhhhhh… –al fin aulló al alcanzar un fabuloso orgasmo.
– Nnnnnnnggggg… mi buena… niña… –gimió al fin Scorpius al llenar a su esclava rubia de semen.
– Oh… Amo por favor… déjame disfrutar… –susurró Jill desesperada mientras su mano se movía a gran velocidad en su entrepierna, pues sin el permiso de su macho no podía alcanzar el éxtasis- me siento sola sin ti…
– Mmm… me has dado una idea Zorrita –dijo con una sonrisa el hombre.
Minutos después Lindura y Zorrita estaban arrodilladas una frente a la otra, sujetando firmemente sus propios tobillos y balanceándose atrás y adelante mientras cada una montaba el cálido y suave muslo de la otra, masturbándose mutuamente, sus coñitos casi tocándose, sus tetas rozándose suavemente mientras recitaban su condicionamiento como esclavas de Scorpius.
– El placer y… ooohhh… la lujuria… pertenecer a mis hermanas… amar mi cuerpo… aaahhh… lucirlo para los demás… lucir mis tetas y mi coñito… mostraaaar mis piernas… … estar siempre disponible y lubricada… usar siempreee tacones altos… siempre…
Mientras ellas seguían con su condicionamiento Scorpius trabajaba en el escritorio, sonriente, todo iba perfecto, simplemente perfecto, incluso la presidenta del país había expresado su interés por un par de zapatillas elegantes.
– Ahora lo único que necesito es encontrar a una experta en ocultismo con el conocimiento… y sobre todo con el poder para duplicar las zapatillas rojas. Entonces nada podrá detenerme… -pensó satisfecho antes de levantarse para acercarse a sus jadeantes y excitadas esclavas que lo esperaban en el diván.
FIN
  
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Relato erótico: “El Virus VR 1 Y 2” (POR JAVIET)

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Hola, no sé si alguien llegara a leer este cuaderno, la situación es bastante critica y va empeorando cada día pues me estoy quedando sin comida, tendré que salir a buscar provisiones y enfrentarme a “ellos” de nuevo, el problema es que me siento más débil que antes, el tiempo no pasa en balde y ya soy dos años más viejo que cuando empezó todo, la última vez que me aventure fuera de mi casa fue hace tres meses.

Pero que os voy a contar, si habéis sobrevivido es que ya sabéis todo lo que debíais saber acerca de la devastación actual, sabéis lo del virus “VR” que volvió rabiosa a gran parte de la población mundial, todos sabéis ya que lo desarrollaron los americanos.

Al igual que sabéis lo del atentado nuclear de los islamistas, que hicieron volar la ciudad de nueva york con un artefacto cedido por Irán, también sabéis que la semana siguiente a aquel atentado y ante las amenazas yanquis, los iraníes se cabrearon y lanzaron un misil de cabezas múltiples sobre territorio estadounidense, las ocho cabezas que transportaba detonaron sobre poblados núcleos urbanos de la costa este de aquel país, pero aquellas cabezas no llevaban carga nuclear, eran “bombas sucias” liberaron una considerable cantidad de radiación contaminante y altamente radioactiva sobre los núcleos urbanos, matando lentamente a varios millones de personas y animales, además de saturar de radiaciones letales tanto los edificios como el terreno que dichas ciudades ocupaban, el viento arrastro aquella radiación durante millas y millas, también fueron culpables los supervivientes que escapando en sus vehículos contaminados, evacuaron las ciudades y se diseminaron por el país, contribuyendo a contaminar los campos y los cultivos por donde pasaban, así como los animales de granja de los buena parte de aquella zona del pais se alimentaba.

Los americanos decidieron entonces joder a quien les jodía y liberaron aquel virus en Irán, así como en los de la zonas próximas que poseían núcleos mas radicales del islamismo exacerbado, la operación ”VR” (Venganza Rabiosa) fue liberada treinta días después por los satanes americanos, varias bombas de tipo aerosol fueron lanzadas por los infieles sobre objetivos en África, Asia y sobre buena parte de Oriente medio, entretanto los especialistas de la CIA contaminaron 52 depósitos de agua en otras tantas ciudades y pueblos hostiles, al mismo tiempo y con dicho virus.

Naturalmente en poco tiempo escuchamos por la radio noticias alarmantes de aquellas zonas, mas tarde vimos escenas sobrecogedoras en la televisión, diez días después nuestro país tuvo sus primeros casos de rabia humana y algunos supimos que el fin estaba cerca.

El Virus VR.

¿Qué hace el VR? Os lo explicare como si vinieseis de Marte y no supierais nada de lo ocurrido ¿vale? Pos fale ahí va, ¿habéis visto esas pelis de zombis de toda la vida? Pues es parecido solo que los afectados no están muertos, están vivos y locos de rabia, solo viven para morder y comerse todo lo que pillan, dado que se huelen unos a otros no se suelen atacar entre sí salvo cuando están realmente hambrientos, buscan y muerden a los “normales” propagando así su infección y pasan de una víctima a la siguiente, sus mordiscos propagan unas bacterias que transforman a cualquier persona normal en uno de ellos en 24 horas, al principio solo devoraban a estas victimas si tenían mucha hambre, ahora y dado que siempre tienen hambre es su modus operandi habitual, el virus solo se contagia de esa manera, si no hay contacto físico por un corte o herida con su saliva o sangre estas a salvo, a no ser que alguno de sus fluidos se meta en tu boca, pues algunos hasta escupen como supe cuando a un vecino mío que estaba mofándose de ellos a través de la verja de su casa le escupieron varios, algún lapo le entro en la boca y al día siguiente él era uno más del grupo de los infectados.

Las similitudes con una peli de zombis acaban ahí, estos no se levantan al morir, se quedan muertos y sirven de buffet libre a los que pasan cerca de ellos, su cerebro sigue activo aunque son muy tontos ya que solo piensan en comer y buscar presas (se orinan y defecan encima) digamos que entre cinco reunirían la mitad del cerebro de un tonto del culo, pero no os engañéis pues si os ven intentaran agarraros y morderos, pues recuerdan algunas cosas como lo que es correr, también saltan si es necesario así como trepar por las vallas y usar palos, piedras o herramientas para romper cristales o puertas, había que tener cuidado con los policías o soldados armados que se transformaban, algunos usaron sus armas aunque dado su estado acertaban una vez de cada cinco y al acabarse la munición te tiraban el arma a la cara, como francotirador que soy mi misión preferente era eliminar a estos individuos antes que a ningún otro.

Su cerebro se deteriora con el tiempo pero muy lentamente, si entran en una casa saben lo que es una nevera y como abrirla para devorar su contenido, pero las latas se les resisten y son incapaces de abrirlas (para ellos es como el algebra, saben que existe pero no para que se usa) generalmente las revientan a base me morder los envases metálicos para comerse su contenido, recuerdan para que son los grifos y los abren para beber pero no los cierran al acabar, con lo que el problema del agua potable es como comprenderéis tremendo.

Sus cuerpos se debilitan por falta de comida y al cabo de un tiempo mueren, siendo rápidamente canibalizados por los demás, últimamente ya no se encuentra mucha comida y los he visto hacer de todo, si no hay “normales” u otros afectados a los que morder y comer se comen la hierba, vi a uno podar un árbol a bocados pues comenzó mordisqueando la corteza del tronco y siguió masticando hasta que se le cayó el árbol encima apastándolo, también he visto a varios comerse un coche desde los asientos a las ruedas, un día me partía de risa cuando un grupo de ellos entro en la gasolinera y se zamparon todo lo que encontraron, incluidas las latas y botellas de plástico con anticongelante y aceites diversos, pues salir de aquel suelo resbaladizo fue una ardua tarea para ellos.

Pero perdonad mi torpeza pues no me he presentado, me llamo Antonio pero mis amigos cuando vivían me llamaban Toni, era buena persona y trabajaba de Policía, en realidad mi puesto era francotirador de los GEOS, ahora soy un cabronazo con suerte, maña y buena puntería, como atestiguan los casi 300 esqueletos que tengo a cien metros de mi “domicilio” en este antiguo cuartelillo de la guardia civil, es parecido a un torreón y está en un pueblo no muy lejos de donde vivía, cuando todo se descontroló salí de mi ciudad sabiendo que aquella antigua torre que ya conocía de antes, me serviría como un buen punto de defensa contra los infectados, cargue mi coche con todo lo que pude de municiones comida, bebida etc. Prácticamente huyendo me fui de allí aquella madrugada para salvar mi vida.

Al llegar a la torre aquella mañana saque mi pistola Glock de la sobaquera, le pegue un tiro al agente Peláez entre los ojos cuando este salió corriendo del cuartelillo hacia mí, gritando con la camisa y la cara rebozada de sangre seca y dispuesto a que yo fuera su desayuno, en el patio no había ningún vehículo así que deduje que alguna patrulla no había vuelto, dentro de la torre estaban los restos del menú del día anterior compuesto por el sargento Bravo y los guardias Pérez y Macias, como rezaban las tirillas de tela en sus chaquetas de uniforme, tanto el sargento como el primero de ellos habían sido mordidos y medio devorados por todo el cuerpo, Macias era una mujer joven y descubrí horrorizado que el cabrón de Peláez la había literalmente comido el coño hasta la pelvis donde contrastando con la sangre de alrededor blanqueaba el hueso.

El tiro había alertado a toda la población de afectados del lugar y estos comenzaban a llegar a la torre, metí mi todo terreno cargado hasta los topes en el recinto amurallado y cerré el portalón de doble hoja de recias maderas, retrocediendo seguidamente con el vehículo y apoyando su trasera contra las grandes y pesadas puertas para asegurarme de que no se abriesen a pesar de los empujones de los de fuera, recorrí toda la muralla viendo como la población entera se hacinaba contra las murallas de piedra de algo más de tres metros que rodeaban el torreón.

Pase por mi coche y recogí mi rifle Remington de mira telescópica y algo de munición, seguidamente subí a lo más alto del torreón y me hice cargo de la situación, casi 200 personas venían por tres lados gritando y rugiendo hacia mí, dispare 20 tiros y volé otras tantas cabezas, mis objetivos no estaban junto a las murallas sino más lejos, no quería que sus cuerpos sirviesen de rampas para que los demás trepasen dicha muralla exterior y entrasen en el torreón, el ímpetu de los atacantes se desmoronó a los pocos minutos y regresaron al pueblo, donde aun debían quedar algunos “sanos” menos belicosos, algunos de los que se retiraban se pararon junto a los que había liquidado a tomar un tentempié.

Aproveche aquella pausa para recorrer el torreón y hacer un inventario de lo que había en el lugar, habitaciones, literas, armeros etc. Descubrí un cetme viejo del 7´62 y casi 200 proyectiles para él, el resto eran tres cetmes modernos del 5´56 y casi 1000 proyectiles en un cajón, cuatro pistolas y un revolver con abundante munición para ellas, en el almacén de decomisos encontré varias escopetas de caza y algunos cartuchos, también había decomisado dos rifles de caza mayor con munición y algún silenciador, en la entreplanta estaba el almacén de comida, ristras de embutidos y un jamón entero junto con latas y mas latas de fabada y cocido barato, unas 50 latas de atún, anchoas y algo más lejos vi sacos de arroz, lentejas y una caja llena de paquetes de espaguetis, en un rincón había una caja de latas de comida para gatos.

En el piso bajo vi el grupo electrógeno y varios barriles de combustible, además yo había visto la gasolinera a la entrada del pueblo según venia, bajé al sótano y encontré las celdas eran tres y todas estaban ocupadas.

Un viejo, un gañan de unos 30 años y una tía de unas 20 eran los huéspedes de las celdas, los tres estaban infectados y al verme se abalanzaron contra los barrotes para cogerme y morder lo que pudieran, saque mi pistola Glock del 9 parabellum y de un tiro le saque la dentadura postiza por la nuca al viejo, el gañan descubrió tras mi siguiente disparo que si se te junta el puente de la nariz por la coronilla te mueres, me quede apuntando a la chica pero no me decidí a matarla, aquellos ojos fieros y el ovalo de su cara me recordaban a mi ex, ella tenía en la camisa manchas de sangre y pensé que sería la que mordió a Peláez, decidí que esta no merecía un final tan rápido.

Subí a la planta principal donde tras registrar los cuerpos de los tres guardias muertos quitándoles documentos y armas los saque al patio, pase por mi coche y recogí mi porra eléctrica que era una de las cosas que si que funcionaban para atontar a los afectados, como descubrimos en la ciudad cuando nos atacaban en masa y las porras normales solo les hacían cosquillas, baje a las celdas y le di una buena sacudida a la chica, cuando cayó al suelo inconsciente abrí las otras celdas, encontré en el suelo de la del gañan al gato del cuartel muerto y prácticamente devorado, lo eche fuera de la celda y saque los cuerpos del viejo y del gañan al patio, comprobé desde la muralla que no había nadie cerca del torreón, pero se escuchaba algo de barullo en el pueblo a unos 500 metros, rápidamente le di un entierro digno al gato tirándolo bien lejos fuera de la muralla, bajé y aparte el coche abriendo una de las grandes y pesadas puertas, seguidamente cogí el cuerpo del sargento y cargándomelo a cuestas lo lleve cerca del de Peláez, allí lo deje caer y recogí el arma y la munición de este volviendo rápidamente al torreón, repetí mis viajes sacando a todos los difuntos del lugar pues no quería correr el riesgo de infectarme ni pretendía oler a cadáver el resto de mi vida.

Volví a pegar mi coche al portalón poniéndole un calzo bajo las ruedas como precaucion adicional, enseguida me dedique a descargar mis cosas y almacenarlas debidamente, tenia mas munición para el rifle y la pistola así mi botiquín con ¿condones…? Bastantes antigripales, pastillas y fármacos diversos, así como bastante comida más o menos fresca, huevos y frutas, también tenia raciones del ejercito y paquetes de comida china deshidratada de esa que solo has de calentarla y añadirle agua, al no tener fecha de caducidad decidí dejarlas al fondo para ser las ultimas raciones en comer.

Recogiendo todo aquel desorden y fregando el lugar limpiándolo de sangre y restos me dieron la hora de comer, me lave a conciencia y cambie de ropa, comí con avidez pues el ejercicio me había abierto el apetito, al terminar decidí ver como estaba mi amiga la de la celda y llevarla los restos de mi comida en un plato de plástico, cogí también el botiquín de emergencia y bajé cuando me vio salto hacia mi furiosa dándose contra los barrotes.

La di otra generosa ración de corriente con la porra eléctrica por cuenta de la casa y cuando cayó al suelo entre en su celda, había quedado bien dormida y procedí a dejarla el plato dentro, mire su cuerpo inspeccionándola sin delicadezas hasta que encontré el lugar donde la habían mordido, era en la pantorrilla y por el radio y el tamaño de la herida había debido de ser un niño el causante, por si se despertaba la sujete con unas esposas las muñecas entre los barrotes de la celda, mis ojos la recorrieron de arriba abajo deleitándome en cada curva de su cuerpo, llevaba algún tiempo sin pareja y la naturaleza… se me irguió, estaba buena la condenada si pasamos por alto el tono pálido de su piel y su propensión a morder, descarte la idea de tener nada con ella al recordar que el virus se transmitía por sangre o fluidos, me senté a su lado y seguidamente procedí a limpiar y desinfectar su herida para posteriormente inyectarla un antibiótico, pues no necesitaba para nada a una huésped con una herida gangrenándosele en mi celda, hasta no encontrar a nadie vivo este era el único chochete de reserva disponible y… me recordaba tanto a mi puta ex.

¿Continuara…?

Bueno lectores, este relato es consecuencia de haber leído los libros de Manuel Loureiro (recomiendo su lectura) titulados “Apocalipsis Z” y “Los días oscuros.” No seáis gorrones (como yo) y compradlos en una librería, mi agradecimiento también a anonimus3 que con su relato:” Uno de… ¿ zombies?” me ha despertado la imaginación para perpetrar este relato.

Como habréis imaginado, el Toni tontea con la idea de tirarse a alguien… ¿comol…? No es zoofilia pues es un ser humano, no es necrofilia pues está viva, creo que lo podemos poner en: no consentido, pero repito la pregunta ¿comol…? Sabiendo lo de los fluidos y la sangre, no digamos si te escupe en la boca y además con un hándicap, que a Toni le encanta hacer y sobre todo recibir sexo oral.

EL VIRUS VR (2)

Aquella noche cerré la puerta del torreón a cal y canto como vulgarmente se dice, dos vueltas de llave y una mesa apoyada contra la puerta con unas cuantas latas vacías encima, para que si alguien empujase dicha puerta se cayeran y el escándalo producido me despertase, dormí bien y me desperté tarde pues el sol ya estaba alto y los pájaros cantaban alegremente, relajado me puse a pensar en qué bien se lo debían estar pasando los pajarillos viendo como los humanos nos autodestruíamos, ellos en caso de apuro solo echaban a volar y se posaban 200 metros mas allá a salvo sobre un árbol.

Desayuné y me fije en las cámaras de circuito cerrado que el torreón tenía en sus muros, el día anterior no las había visto sin duda por tener tantas cosas nuevas a mi alrededor, inspeccione el lugar y descubrí el monitor que las controlaba en el antiguo cuarto de guardia al lado de la cocina, tras un par de intentos conseguí que funcionaran debidamente, ahora podía controlar los alrededores sin exponerme, durante mi búsqueda entre en un pequeño cobertizo que había en la parte este del torreón, encontré útiles de jardinería y semillas, también había dos taquillas sin llave donde encontré dos pares de guantes de boxeo y varias raquetas, dos balones de futbol y tres pelotas de tenis, así como un collar y una correa de cuero para algún perro que habían tenido, se veía que hacía tiempo que no se usaban.

Baje a ver qué hacia mi amiga la del calabozo, de pasada mire en el cuaderno que había en el pequeño cuarto al lado de las celdas y vi la fecha de hacía dos días, allí estaban los nombres del viejo y del gañan muertos, además de un nombre de mujer: Cecilia Borrás de Palo Alto, caramba por el nombre tenía pinta de hija de papa, recordé su ropa y pensé que no parecía la de una campesina, entré y la mire mientras ella me hacia su numerito habitual, lanzándose contra los barrotes y sacando los brazos estirados engarfiando las uñas e intentando cogerme mientras gruñía, la enseñe la porra eléctrica y se echo hacia atrás mientras gruñía sin dejar de mirarla, después de dos sacudidas había aprendido a reconocer y temer aquel objeto, entonces di un paso hacia ella mientras decía:

– Buenos días Ceci, ¿has dormido bien?

Ella me miro inclinando un poco la cabeza y prestándome más atención, ¡había reconocido su nombre! pero la calma no duró mucho pues empezó de nuevo a gruñirme, puse cara de cabreo y la enseñe de nuevo la porra diciéndola:

– Vamos a llevarnos bien ¿vale? Si eres buena comerás, en caso contrario no ¿me entiendes Ceci?

Ella no decía nada y yo aproveche para fijarme en su aspecto y su ropa, era rubia y con el pelo muy largo, unos ojazos de gata de color verde, con la parte blanca surcada de venitas muy rojas me observaban fijamente con furia, bajo ellos una nariz fina y recta de tipo romano, ya sabéis de esas que parecen señalarte de forma agresiva, su boca de labios llenitos tenía esa curvita en el labio superior muy acentuada, ya sabéis era de esas que parecen pedir besos con solo mirarte y te incitan a meter algo en ella, como la lengua ó…algo mas, su camisa abultaba bastante a la altura del pecho y sus grandes pechos se medio distinguían bajo la tela de su escote, lucía un canalillo profundo que en otras circunstancias me produciría un deseo intenso, se apreciaba poco de su cintura pero destacaban mas sus caderas algo más anchas y rotundas, bajo su falda larga se distinguía un trozo de unas piernas firmes y bien torneadas, tenía un par de anillos en los dedos y parecían de los caros, la ropa tampoco era de saldo y aunque rota y manchada la camisa y falda larga eran de marca, mirándola bien en ese momento me di cuenta de que se había hecho de todo encima, tanto el vientre como el culo tenían una gran mancha que pegaba la tela a su cuerpo, por las piernas la bajaba un hilillo húmedo de heces y orina que olía bastante, deje la porra y enganche una manguera a un grifo que había cerca para lavar las celdas, la metí un buen manguerazo lavándola a fondo mientras ella se acurrucaba al fondo de la celda mezclando gemidos, gritos y rugidos a medio camino entre el temor y la furia, despuer la tire una toalla y me fui del calabozo.

Salí al patio a hacer una ronda por mis “dominios” recorrí la muralla y observé, vi los cuerpos de los que mate ayer además de los de los guardias y detenidos que saque del torreón, todos ellos ya eran solo montones de huesos y jirones de ropa, los del pueblo habían tenido cena abundante y gratis esta noche, esperaba que no lo tomasen como una costumbre y se auto invitasen a cenar hoy, estaba ensimismado en mis tonterías cuando recordé lo que había pasado en los calabozos, me llame idiota hasta en suajili pues había desperdiciado un montón de valiosos litros de agua en duchar a la cagona de la Ceci, volví a revisar el torreón y sus alrededores con mis prismáticos hasta descubrir el pozo y su pequeña bomba de agua que proporcionaba el suministro de esta al torreón, estaba a 100 metros de la pared sur de la muralla, si los del pueblo me cortaban la corriente ó esta simplemente se agotaba por cualquier causa, me quedaría seco y podía morir de sed.

Claro que podía llenar botellas y bidones de agua, pero cuando me disponía a hacerlo recordé que en la gasolinera cercana, vendían bidones de 35 litros de agua de manantial, de esos de plástico que venían precintados y por tanto durarían mas en condiciones de uso, que cualquier cacharro que yo pudiera rellenar de forma individual, además tenía que repostar el coche y llenar al menos un par de bidones de combustible para el generador o me quedaría sin luz cualquier día, ¿Por qué esperar? Miré cuanto combustible quedaba y baje dos bidones vacios al coche, así como uno de los cetmes cargado y me puse unas trinchas, con una cantimplora y cuatro cargadores de 30 balas además de mi pistola con dos cargadores de reserva, baje a la celda y sin mediar palabra aplique la porra eléctrica a una de las manos que Ceci saco rabiosamente para cogerme al verme entrar, ella cayó hacia atrás y yo abrí la celda para darla otra corriente en el pecho, aquello la mandó al mundo de los sueños instantáneamente, sin dudarlo la desnude totalmente y tire su ropa fuera de la celda, Salí de allí y mientras cerraba la puerta mire y admire su bonito cuerpo desnudo, mis acciones tenían un motivo, siempre es más fácil lavar un cuerpo desnudo que rodeado de ropa sucia y llena de mierda, se ahorra más agua y si hacia frio la tiraría una manta para que se resguardase y calentase un poco.

Monte en mi coche y salí de allí cerrando bien la puerta desde fuera, tenía claro lo que quería hacer, pues la carretera hacia una forma de U rodeando el pueblo, yo conocía un camino de mis tiempos de excursionista que cerraba aquella U y me permitiría rodear el pueblo totalmente, conduje hacia el sur en lugar de ir hacia la gasolinera que estaba al norte, me encontraba de vez en cuando con algún coche tirado en los arcenes, cuando calcule que estaba lo bastante lejos tanto del torreón como de la gasolinera me pare y con precaución pistola en mano me acerque a un coche que estaba vacío en el arcén, revise su carga y le cogí una mochila con provisiones y alguna herramienta, en el maletero tenía una botella de camping gas que también requisé, las llaves estaban puestas y al girarlas me di cuenta de que el coche tenia batería pero estaba sin gasolina, tome una rama de un metro de larga y la encajé de un empujón entre el techo del vehículo y el volante haciendo que sonara el claxon, volví a mi coche y seguí mi camino rodeando el pueblo hasta la gasolinera, a mi espalda el claxon sonaba haciendo de imán a los infectados pues estos siempre acudían a los ruidos fuertes.

Detuve el todo terreno al llegar a la gasolinera unos 5 Km después, salí del vehículo con el cetme firmemente empuñado, recorrí todo el edificio y su sótano buscando a alguien sano o infectado, pero aquello estaba vacio así que busque el cuadro eléctrico, me daba prisa pues sabía que me podía encontrar en cualquier momento con uno de ellos de camino al sonido de claxon que aun se escuchaba aunque en dirección opuesta al centro del pueblo, localice el cuadro eléctrico y activé los surtidores, sin perder tiempo volví al coche y mientras se llenaba el depósito saque los bidones para rellenarlos de fuel, en ese momento dejo de oírse el sonido del claxon.

El depósito se llenó y puse la manguera en el primer bidón, fui rápidamente a la gasolinera a por los bidones de plástico transparente con agua de manantial, pues sabía que un hombre andando recorre 15 Km a la hora, yo estaba a 5 del vehículo que con su fuerte sonido había atraído a todos los afectados del pueblo, seguramente le habían dado un montón de golpes al coche y finalmente la rama simplemente se cayó dejando de accionar el claxon, ahora todos los que el ruido había atraído se estarían dispersando, tenía como máximo 20 minutos hasta que alguno llegara hasta aquí simplemente andando por la carretera, debía darme prisa.

Cargue dos bidones de agua en el asiento trasero, cambie la manguera al segundo bidón de fuel y volví a por mas agua, repetí la operación volviendo cargado al coche y sacando la manguera del segundo bidón ya lleno del preciado combustible, volví al edificio de la gasolinera y desconecte la corriente para evitar accidentes u otros percances, llene dos bolsas con lo que encontré de refrescos, zumos y golosinas que encontré por el suelo y los estantes, pues aunque los infectados habían estado allí debieron ser pocos los que entraron, pues se dejaron bastantes cosas tiradas pero aun útiles, junto a la caja habían unas revistas guarrillas, pasatiempos y pilas de varios tamaños me lleve un poco de cada cosa, pues pensé que estando tan solo me vendría bien un desahogo de vez en cuando, salí del edificio y baje la persiana metálica aunque sin asegurarla pues no encontré la llave, pero pensé que disuadiría a los afectados a entrar por simple costumbre, además pensé que la siguiente vez que volviera si veía que estaba abierta entraría dispuesto a pegar tiros.

Me metí en el todo terreno y volví al torreón, llevaba dos bidones con más de 100 litros de fuel, el depósito del coche lleno y cuatro bidones de agua de 35 L. con 140 litros en total, además de una carga mixta de zumos, refrescos, chuches y pastelillos además de varias revistas guarrillas y alguna de pasatiempos, además de la mochila cargada de cosas que rapiñé del otro coche y una bombona de camping gas, buena cosecha había realizado en una mañana de trabajo.

Rodee el pueblo según mi plan, por el lado contrario al coche que había usado de cebo, complete el circulo de vuelta al torreón sin ver un alma ni infectada ni sana, metí el coche y di una vuelta inspeccionándolo todo el recinto, descargue el vehículo y metí cada cosa en su sitio ó despensa, después volví a dejar el coche contra el portón de entrada pero esta vez de morro a la puerta por si en algún momento había que salir zumbando.

Vinieron a mediodía, debían de tener hambre y el instinto o el olor de las chuletas que me estaba haciendo antes de que la carne se estropease los debieron atraer al salir el humo por la chimenea, los vi por las cámaras y tome mi Remington con mira telescópica y tres cargadores de 5 balas, subiendo de inmediato a la azotea almenada del torreón.

Eran cerca de 20 venían muy dispersos igual que ayer por tres lados y muy despacio, encaré mi rifle me puse a observarlos por el visor de 8x, estaban los más cercanos a 100 metros y yo les veía hasta los pelos de la nariz, no solo podía volarles la cabeza sino que podía escoger en que parte de ella darles, mi primer disparo tardo unos segundos y el afortunado fue un tío de unos 25 años, el ángulo de tiro era muy agudo pues estaba unos 50 metros de la muralla, le entro por encima de la ceja y la salida del proyectil le arranco el bulbo raquídeo y las primeras vertebras del cuello, una mujer gorda que llevaba lo que parecía un brazo humano fresco y aun goteando sangre en la mano fue mi siguiente blanco, la revente el corazón de un disparo y ella cayó hacia atrás convertida en una gelatinosa montaña de carne muerta, me moví y mate a dos más en distintas zonas del perímetro pero no muy cerca de la muralla.

Baje a la cocina y retire mis chuletas del fuego poniéndolas en un plato y volviendo a subir a la azotea, me senté en una silla que tenía allí de esas de camping y comí, me entretenía viendo como aquellas cosas que antes eran gente se apretujaban contra la muralla pero sin poder hacer nada más, ni trepar podian pues no había cuerpos sobre los que subirse, de vez en cuando decía:

– ¡Tu, el raro! Toma bicho, come algo que me das pena.

Les tiraba un hueso o un trozo de carne a la cabeza, aquello les volvía locos y luchaban entre ellos para conseguir lo que les había tirado, se herían bastante en aquellos ataques furiosos pero pese a las dentelladas y agarrones que se daban no murió ninguno al pie de la muralla, volví al interior del torreón y lave mi plato sentándome frente al monitor a ver qué hacían, media hora después y al no verme en lo alto el grupo se dirigió a los cadáveres recientes y se los comieron, luego volvieron al pueblo.

Yo abrí una lata de comida para gatos y puse la mitad en un plato de plástico, baje a ver a Ceci y le pase su ración por debajo de los barrotes con una escoba, ella agarró codiciosamente el plato y se fue al rincón de la celda donde se puso a comer ansiosamente con los dedos, yo miraba su cuerpo desnudo y algo sucio, el deseo aumento y me hice una paja mirando sus grandes pechos y el leve balanceo de su cuerpo mientras ella comía.

¿CONTINUARA…?

Como veis la idea de Toni de tener sexo con la infectada Ceci, se va abriendo paso en su mente pero ¿es posible, cómo y por donde? Lo descubriremos en el siguiente capítulo, se aceptan sugerencias.

Nota: Todo parecido personal de Hechos, lugares o nombres de este relato es ficticio, no se ha dañado físicamente a ningún infectado del virus VR. Mientras se perpetraba este relato.

¡Sed felices!

Se aceptan ideas.

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

Relato erótico: “RICITOS DE ORO Y LOS TRES RABOS” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Ricitos de Oro así la llamaban a Nuria una niña rubia de 2o añitos que estaba para comérsela con su pelo rubio y sus trencitas que a veces ella se hacía no que no sabía sus padres es que Nuria era una putita de cuidado.

pasaba por ser una mujer angelical pero cuando sus padres no estaban en su cuarto se metía sus consoladores en su coño y en su culo hasta darse placer y correrse y pensaba en vergas y rabos que la follaban por todas las partes.

 un día dijeron sus padres:

– Ricitos nosotros nos vamos a trabajar cuida de la casa hija hasta que volvamos.

 ella enseguida que se fueron sus padres busco los consoladores y empezó a metérselos por el coño y el culo y a chuparlos, pero se aburrió y decidió dar una vuelta por el campo así que empezó a caminar, pero se perdió.

– dios -dijo- por dónde se va a casa.

  así que andando ya cansada y muerta de hambre encontró una cabaña con comida y tres camas quien vivirá aquí se comió la comida de la cabaña y se echó en una de las camas y se quedó dormida.

  la cabaña era de unos leñadores que vivían en el bosque y se dedicaban a la madera así que cuando terminaron su trabajo se fueron para casa.

– pero has visto José -dijo uno de ellos.

– si Ernesto nuestra casa está abierta alguien ha entrado.

–  vamos a ver- dijo Tomas y entraron en la casa y vieron que alguien se había comido su comida.

– alguien se ha comido nuestra comida joder- dijeron- y ahora que comemos vamos para arriba.

 y subieron a las habitaciones y vieron a una tía ósea a Ricitos durmiendo en sus camas, pero ella estaba desnuda como hacia siempre ya que dormida sin ropa.

–  joder que tía como tengo la poya.

– quien es esta yo que -se dijo Ernesto- pero menudo polvo tiene la amiga.

– si- dijo tomas- esta para follarla.

 ella al verlos se despertó.

– mi nombre es Nuria chicos me he perdido en el bosque y encontrado esta casa y tenía hambre y sueño perdonar por comerme vuestra comida y dormir en vuestra cama.

– tranquila Nuria.

– puedo compensaros.

– si como bueno si os gusto a los tres podemos follar y pasarlo bien.

 ellos al decir eso se les puso la poya como una piedra.

– venir aquí.

 y ella ya desnuda empezó a chupar los magníficos rabos con los que ella siempre soñaba.

– así así zorra chúpanosla -dijo Tomas.

– si hasta los huevos -dijo José.

– así -dijo Ernesto- métetela toda entera.

 ella mamaba los rabos de tres entres estaba encantada de tanta poya.

– ahora- dijo ella- quiero que me folléis por todos los agujeros siempre he soñado con eso.

   así que la hicieron un sándwich uno le metió la poya por el culo l otro por el chocho y el tercero se la dio a chupar. ella estaba en la gloria por fin había cumplido su sueño tener a tres tíos para ella sola.

 empezaron a follarla.

– toma puta toma ramera toma poya así.

– ahora me toca a mí Ernesto, cambiamos de posición.

– si Tomas.

 Tomas se la metió por el chocho mientras Ernesto la daba por el culo ella se volvía loca.

– así cabrones darme hasta que vuestra poya se desgaste que gusto soy vuestra puta más quiero más joderme hasta el fondo.

  luego se corrieron los tres encima de ellas y en su boca.

– que rico esta esto -dijo ella.

 ellos les ayudaron a volver a casa ya que sus padres estarían preocupados sus padres la abrazaron.

– donde has estado hija.

– estado dando una vuelta por el bosque, pero me perdí y unos leñadores muy amables me dieron de comer y me mostraron el camino a casa.

   un día el bosque estaba ardiendo ella corriendo fue advertir a los leñadores que estaban durmiendo y no se habían enterado de nada.  gracias a ella pudieron salvar la vida si no se hubieran quemado.

 los padres de Ricitos que eran de clase media ayudaron a los pobres leñadores a construir otra cabaña por haber ayudado a su hija.

–  mama puedo visitarlos siempre.

–  claro hija siempre que quieras.

– puedes venir nosotros estaremos encantados también señora de tener a su hija. es nuestra amiga.

  menudas folladas hacían cuando iba a verlos se ponía hasta arriba de pollas y ellos estaban encantados de follarla como se merecía.

–  ven aquí Ricitos chúpame la poya.

– me encanta vuestras poyas que me folléis los tres hasta las trancas desgastarme el chocho y el culo y me gusta comer vuestras poyas.

– serás nuestra putita Ricitos.

–  me encantara comeros los rabos.

– así nunca más te aburrirás y disfrutaras como nuestra perra que eres.

– soy vuestra para siempre -decía Ricitos mientras sedaba un banquete de rabos que la follaban hasta mas no poder- soy vuestra puta hasta los huevos leñadores.

– tomar leche zorra- dijeron ellos.

– ahahahahhha me corrrooooo -dijo Ricitos de Oro mientras era rellenada de poya como un pavo por todos los agujeros- que rico es esto ahora.

– nos correremos nosotros zorra.

– si echarme vuestra leche que gusto.

 y así follaron todos y los 4 fueron felices y jamás Ricitos de Oro se aburrió nunca mas.

Realto erótico: “Fui infiel a mi marido con su padre, mi suegro” (POR GOLFO)

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Nunca creí que me pudiera comportar como una puta en celo y menos que fuera con Javier, mi suegro. Educada en una familia de clase media, mis padres me habían enseñado recios principios morales que sin ningún esfuerzo asimilé e hice míos. Desde niña creí en el matrimonio para toda la vida, en la fidelidad y sobre todo en la familia. Por eso cuando conocí a Alberto, me enamoré de él. Con mis mismos valores, era a pesar de su juventud un buen profesional y un hombre de provecho. El sintió lo mismo por mí y tras tres años de noviazgo, nos casamos por la iglesia, nos compramos un chalet e incluso adoptamos un perro.
Éramos un modelo de matrimonio para nuestros amigos. Mi marido al terminar de trabajar, venía a casa y solo aceptaba las invitaciones si estas me incluían a mí. Estoy plenamente segura que nunca me puso los cuernos y aunque viajaba mucho, no tenía miedo de que lo hiciera. Al fin y al cabo:
“Alberto era mío y yo, suya”
Por mi parte, siempre le había correspondido de la misma forma. Nunca dejé que nadie se me insinuara y si lo hacía algún incauto, le paraba en seco. Por aquel entonces, ni se me ocurría pensar que un día unas manos que no fueran las suyas acariciarían mi cuerpo y menos que otra boca besara mis pezones mientras su dueño se afianzaba en mi entrepierna.
Pero todo cambió e increíblemente, el tipo que me sedujo y abuso de mí, resultó ser mi suegro.  Aunque le había conocido al poco de hacerme novia de Alberto, ahora me doy cuenta que nunca le traté. Viudo orgulloso de su independencia y relativamente joven, Javier se había mantenido al margen de nuestras vidas. Director general de una multinacional, vivía en un casón de Somosaguas cuando no estaba en el extranjero y aunque salía con mujeres, nunca se las había presentado a su hijo, diciendo:
-Cuando haya una importante, serás el primero en saberlo-
Aunque mis amigas siempre decían que estaba bueno, para mí, ese hombre de cincuenta años era un ser asexuado porque era mi suegro. Hoy reconozco que con sus casi dos metros y una musculatura que contrasta con su edad, no solo está rico sino que está riquísimo. Nunca había reparado en su porte y menos en el enorme bulto que escondía bajo el pantalón porque era territorio vedado al ser el padre del único hombre que había amado. Ahora me río al recordar la insistencia de mi hermana mayor para que le concertara una cita con él. Siempre me negué porque Patricia con su falta de moralidad era capaz de ponerme en un aprieto.
-Vamos hermanita- me decía –Tu suegro es viudo y está forrado, hazme ese favor-
Aunque me rogó de mil maneras, siempre le puse una excusa para no hacerlo porque temía que habiéndose tirado a esa zorra, mi suegro llegara a pensar que yo era como ella. Confieso que hoy me alegro porque no sé si podría soportar la idea de que ella hubiera disfrutado de la polla que me trae loca. Odiaría saber que carne de mi carne hubiera gritado y aullado hasta desfallecer al ser poseída por él. Todavía hoy, cuando ya me he convertido en su amante y reconozco que soy adicta a la forma con la que me hace el amor, sigue atormentándome la idea de ser infiel a Alberto.
No lo puedo evitar, cuando mi suegro me llama, me quito las bragas y perdiendo el culo, acudo a su lado. Me enloquece que me llame “mi querida nuera” mientras desliza su pene por mi sexo pero más aún cuando dominado por el morbo, me exige ser su putita. Me ha poseído de todas las maneras y en todos los lugares, pero donde realmente saca la perra en la que me he convertido es cuando llega a casa y me folla en la misma cama donde duermo con su hijo. Es más, cuando lo ha hecho, esa noche no he podido evitar masturbarme pensando en él mientras su retoño dormía a mi lado, convencido de la castidad de su santa mujer.
Todas las semanas, al menos un par de veces, su adorado padre me telefonea diciendo dónde, cómo y hasta que manera debo de ir vestida para que sin casi prolegómeno alguno, me joda, folle, penetre, mame, acaricie, humille, ensalce, copule….. Sus deseos son órdenes que cumplo con satisfacción, sabiendo que al dejarle, retornaré a mi hogar con el chocho empapado y sintiéndome culpable pero deseando volver a leer en mi móvil “suegro” porque eso supondrá nuevamente llegar a sentir un placer indescriptible.
Mi marido no sospecha nada e incluso se alegra de que después de tantos años, su padre se acerque a nosotros y nos invite a cenar. Le hace gracia y alienta que su viejo se llevé tan bien conmigo que en vez de telefonearle a él, se dirija a mí directamente:
-Creo que el jefe está deseando ser abuelo- me dijo un día que le comentó que tuve una falta.
-¿Por qué dices eso?- pregunté asustada ya que ese mes me había acostado en muchas más ocasiones con mi suegro que con él.
-Se ha puesto muy alegre y me ha dicho que estaba convencido que embarazada, estarías mucho más guapa-

“Será cabrón” pensé en absoluto ofendida porque sabía que se lo había soltado a su hijo con la intención que yo me enterara que si me quedaba preñada, el seguiría haciéndome sentir viva y deseada. Soñando despierta con la idea de ser suya con el vientre hinchado, tuve que ir al baño a liberar el calor que estremecía mi entrepierna mientras su hijo no era consciente que de estar preñada, mi retoño sería su hermano.
Os preguntaréis como ese hombre ausente y distante llegó a convertirse en la razón de mi existencia. Pues es bien fácil, un día, Alberto llegó a casa con la noticia que  su padre nos invitaba ese verano a su casa en Marbella. Como mi marido estaba tan feliz, no puse ningún reparo sin saber cómo me cambiaría la vida ese verano. Aunque faltaba un mes, mi marido me rogó que fuera preparando las vacaciones porque no quería que nada fallase:
-¿Y qué quieres que haga?- pregunté divertida al observar su nerviosismo.
-No sé, llama y pregunta a mi padre si necesita algo- contestó emocionado con pasar una larga temporada en su compañía.
Aun sabiendo que era absurdo, cogí el teléfono y después de agradecerle su invitación, cumpliendo el capricho de mi esposo le pregunté si le podíamos llevar algo que necesitara. Mi querido suegro, que había estado alternando con unos amigos y llevaba un par de copas, se tomó a guasa mi pregunta y me contestó riendo:
-Lo único que necesito es una mujer y eso no podéis comprarlo-
Avergonzada, no pude seguir hablando con él y nada más colgar, le conté a su hijo lo que me había soltado su padre.
-¡Qué cachondo el viejo!- exclamó encantado de la ocurrencia y sin dar mayor importancia, me tranquilizó diciendo: -Te ha tomado el pelo porque esta mañana le he preguntado porque no se buscaba una esposa. Lleva más de diez años viudo y ya es hora que rehaga su vida-
-¿Y qué te ha respondido?- dije intrigada por la respuesta.
– Que ya tiene una candidata pero que desgraciadamente está casada-
-¡No fastidies! y tú, ¿Qué le has contestado?-
-Me he reído. Conozco a mi padre y sé que sería incapaz de intentar seducir a una mujer comprometida y con familia-
Esa conversación, a todas luces inocua, fue mi perdición. Por primera vez comprendí que mi suegro era un hombre y me pasé toda la noche, pensando que tipo de mujer le gustaría. Conociendo su carácter dominante y perfeccionista, tras mucho pensar, decidí que de seguro su elección sería mucho más joven que él y guapa porque no soportaba la mediocridad y menos  a alguien no le siguiera el paso. También me pregunté cómo sería ese gorila en la cama  porque si era, en ella, tan perseverante y eficaz como en el resto de su vida debía de ser una fiera.
Sin saber que había sembrado la semilla que le permitiría seducirme, dejé a un lado esos pensamientos y me concentré en mi marido. Alberto se estaba desnudando a mi lado y mientras lo hacía, me puse a valorar a mi hombre. Con veintiséis años y un metro ochenta de estatura, era un hombre atractivo y bien dotado. Estaba segura que había muchas zorras que me lo intentarían quitar si él les diese entrada y por eso, mirándole a los ojos me abrí el camisón y le llamé a mi vera, diciendo:
-Tu mujercita necesita cariño-
Mi marido no se hizo de rogar y tumbándose en la cama, me empezó a acariciar los pezones mientras me besaba. Como soy pequeñita y apenas alcanzo el metro cincuenta, cada vez que me abraza me siento protegida y amada, por eso, subiéndome encima, le pedí que me besara los pechos mientras yo introducía su pene en mi vulva. La diferencia de tamaño hacía que al penetrarme me llenara por completo y por eso, tuviera que estar muy excitada para no tener dificultades al hacerlo. Alberto que me conocía, mamó de mis pechos mientras con sus dedos jugaba con mi entrepierna, de forma que en menos de un minuto, sentí su glande chocando contra la pared de mi vagina.
Decidida a sentir, empecé a galopar su verga con mi vulva tan caliente que estaba a punto de explotar y gimiendo le pedí que cogiera con sus manos mis nalgas y me ayudara.   Mi entrega le hizo reaccionar y cogiendo mi trasero, me levantó y bajó con velocidad. Al estar empalada y empapada, gocé como  nunca cuando pegando un grito descargó su simiente en mi interior. Su eyaculación coincidió con mi éxtasis y uniéndome a él, me dejé caer sobre él. Estaba todavía recuperándome cuando me di cuenta que se había quedado dormido e insatisfecha, me quejé pensando que a buen seguro, mi suegro repetiría al menos tres veces.
“¡Estás loca!” maldije al darme cuenta de lo que había pensado y casi llorando, intenté dormir pero me resultó imposible. Había abierto la espita de gas y me resultaba imposible ya cerrarla y temiendo estallar, me masturbé pensando en Javier mientras me reconcomía por hacerlo.
 
 
Con mi suegro en Marbella.
Después de un viaje en coche, llegué a esa ciudad en el sur de España, cansada y de mal humor. Durante los últimos treinta días me había arrepentido de haberme dejado llevar por esa fantasía y me sentía incapaz de mirar a mi suegro a la cara. Javier, ajeno a lo que estaba torturando a su nuera, nos recibió en la puerta, vestido únicamente con un traje de baño. Debía de estar nadando cuando escuchó el timbre porque venía empapado.
Ni mi marido ni él se dieron cuenta que me quedé prendada al ver los músculos que lucía el maldito. Acostumbrado al ejercicio, ese maduro se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente, me encontré con un estomago plano al que las horas de gimnasio, habían dotado de unos abdominales de treintañero.
“¡Mierda!” exclamé para mí al advertir que me había quedado con la boca abierta al contemplarlo y haciendo un esfuerzo, retiré mis ojos de ese pecho musculado y repleto de vellos que había hecho que mi entrepierna se mojara.
Confundida y sin saber qué hacer,  dejé que mi marido me enseñara la casa mientras mi suegro se volvía a meter en la piscina. Alberto me sirvió de anfitrión pero mi mente estaba a años luz y aprovechaba cualquier descuido para echarle un vistazo al hombre que nadaba sin saber que lo estaba observando. Acabábamos de dejar la maleta en nuestra habitación, cuando mi marido me pidió lo acompañara con su padre, a regañadientes, agarré mi bolso y entonces, oí que me preguntaba extrañado:
-¿No te vas a bañar con el calor que hace?-
Juro que era lo último que me apetecía hacer pero, para no levantar sospechas, le pedí que me diera unos minutos y lo alcanzaba. Mi esposo se adelantó dejándome  sola mientras me ponía un bikini. Indecisa sobre cual elegir, opté por el más discreto y me lo puse. Al mirarme al espejo, la imagen que este me devolvió fue el de una mujer atractiva con pechos grandes para su altura y unas caderas redondas que tan feliz me habían hecho siempre, pero que en esa ocasión me pareció que mis medidas eran demasiado sensuales y deseé ser más plana y menos exuberante.
Al bajar a la piscina, me encontré a Alberto y a Javier charlando animadamente mientras se tomaban una cerveza. En cuanto me vio, mi suegro me acercó una silla y me preguntó si quería tomar algo:
-Una coca cola- pedí roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre mis pechos.
Mi esposo, que estaba en la inopia, incrementó mi turbación al decirle a su padre:
-Ves papa, Estefanía es pequeñita pero matona-
Mi suegro sin dar importancia a la falta de tacto de su hijo, contestó:
-Tenías razón. Es una mujer preciosa-
Su piropo hizo saltar todas mis alarmas y con los pezones duros como piedras, sentí que ambos se habían dado cuenta y por eso me tiré al agua. Asustada por la reacción de mi cuerpo, di unos largos esperando que el ejercicio me calmara pero cuando  quise salir de la piscina fue peor, porque la tela de mi bikini nuevo se transparentaba y dejaba entrever el color de mis aureolas. Intentando tapar mis vergüenzas, me puse una camisa y mientras lo hacía descubrí en la mirada del cincuentón que no le había pasado inadvertido mi problema.
“¡Coño!, ¡Me está devorando con su vista!” mascullé mentalmente tratando de disimular.

El idiota de mi marido no se había dado cuenta de lo que pasaba y metiendo el dedo en la llaga, me aconsejó darme crema para no achicharrarme con el sol. Creyendo que eso me daba la oportunidad de alejarme sin que se me notara, me acerqué a una tumbona y abriendo un bote de bronceador empecé a untármelo por las piernas. Rápidamente me di cuenta de mi error, porque al mirar a los hombres, advertí que Javier disimulando con una charla, no perdía comba de mis movimientos. Perpleja por ser objeto de su escrutinio nada filial, agaché mi cara y haciendo como si no me hubiese enterado de lo lascivo de su mirada, seguí esparciendo la crema por mis muslos. Lo que no pude evitar fue que nuevamente mis tetas se pusieran duras ni que en mente divagara entre la vergüenza y el morbo por su acción.
Lo peor fue que cuando iba a empezar con la parte de arriba, mi marido recibiera una llamada de la empresa y me dejara sola con su padre. Javier, me dirigió una sonrisa perversa y acomodándose en la silla, se puso a mirar con descaro mis senos. Aun solo medio excitada, le lancé una mirada asesina que no tuvo ningún efecto. Decidida a castigar su osadía, me le quedé mirando fijamente mientras mis manos esparcían el  líquido por mi escote. Sin retirar sus ojos, me volvió a sonreír y se levantó de la silla, para servirse otra cerveza. Momento que descubrí que debajo de su bañador una enorme protuberancia revelaba que no había presenciado impávido la escena y que estaba caliente.
Absolutamente indignada, cogí una toalla y me tapé mientras crecía mi rencor por ese hombre:
“¿Quién se creé para mirarme así? ¿No sabe que soy su nuera?” me quejé en silencio sin armar un escándalo porque sabía que mi marido sufriría si se enterara.
Al volver Alberto, me excusé de los dos diciendo que estaba cansada y que me iba a echar un rato. Mientras me iba, observé que mi suegro seguía mis movimientos y con esa caricia pecaminosa sobre mi trasero, hui escaleras arriba del chalet. Turbada hasta decir basta, me tumbé en la cama y solo pude calmarme, cuando mis dedos se afianzaron entre mis piernas y separando mis rodillas, torturaron mi botón. Aunque intenté inspirarme en mi marido, fue su padre, él que lo hizo, al imaginármelo mostrándome su trabuco mientras me extendía la crema por mi cuerpo. El sopor me invadió y sin darme cuenta me quedé dormida.
Debía de haber pasado una hora cuando un ruido en la habitación me despertó. Al abrir los ojos, vi que una negra vestida con un uniforme de criada traía unas toallas. Desperezándome, la saludé. La muchacha me pidió perdón por la interrupción y pasando a nuestro baño, se puso a cambiar el juego anterior. Mientras lo hacía, me la quedé mirando al darme cuenta que era una mujer muy atractiva. Con un culo impresionante y unos pechos exagerados, no parecía una sirvienta sino una stripper.
Mi sensación de inferioridad se incrementó al levantarme y percatarme que no le llegaba ni al hombro. Era altísima además de guapa y por eso pensé mientras se despedía:
“Jamás contrataría a esa hembra para que limpiara mi casa. Sería capaz de quitarme a mi marido”.
Cabreada por experimentar celos de su belleza, me metí a bañar y mientras el agua recorría mi cuerpo, me puse a imaginarme a Alberto follándose a esa morena y contra lo que debía haber sentido, me excité.  Mis pezones adquirieron una dureza inusitada y totalmente cachonda, bajé mis dedos hasta mi chocho y me toqué. Al sentir mis yemas sobre mi clítoris, cerré los ojos y seguí acariciándome mientras llegaban a mi cerebro imágenes de mi marido mientras penetraba a ese bombón. En mi mente, fui testigo de cómo su verga entraba y salía del sexo de esa mujer y de cómo con una bestialidad que nunca había ejercido sobre mi cuerpo, la azotaba sin compasión. Deseando ser ella y que alguien me tomara así, me corrí dando un gemido.
Escandalizada por  haberme tenido que desahogar dos veces en un mismo día, salí de la bañera y estaba ya secándome cuando escuché que mi esposo preguntaba por mí desde el cuarto.
-¡Aquí estoy!- le grité.
Alberto venía desolado, por lo visto le acababa de llamar su jefe y tenía que volver a Madrid durante dos días. Al oírlo, me enfadé y como una loca, le dije que me volvía con él que no iba a estar sola en esa casa. Mis palabras le destantearon y confuso, me intentó tranquilizar diciendo:
-No seas tonta, no vas a estar sola. Ya se lo he dicho a mi padre y él me ha prometido cuidarte-
Aunque no podía explicárselo, eso era exactamente lo que me temía y poniéndome melosa, intenté convencerle que lo mejor era que yo le acompañase. Mi estrategia no dio resultado y sin dar su brazo a torcer, me pidió que me quedara por él ya que le hacía mucha ilusión que después de tantos años su viejo intimara conmigo. Anticipando lo que ocurriría si me quedaba sola con ese cincuentón, temblé como una cría e quise hacerle cambiar de opinión pero poniendo un gesto serio, me preguntó:
-¿Te pasa algo con mi padre? ¿No te cae bien?-
Temiendo que no me creyera si le contaba que ese hombre del que estaba tan orgulloso me miraba con unos ojos nada paternales, no insistí y poniendo cara de niña buena, le dije que me quedaría con la condición de que me hiciera el amor. Mi ocurrencia le hizo gracia y dándome un azote en mi culo, me dijo que tendría que esperar hasta la noche pero que después de volver de cenar, me haría gritar en la cama. Su palmada y su promesa me hicieron recordar lo que me había imaginado minutos antes y comportándome como una puta por primera vez, le pedí un anticipo sobándole por encima del pantalón. Sé que le sorprendí pero nunca me esperé que reaccionara quitándome la toalla y poniéndome contra el lavabo, me penetrara sin más.
Reconozco que me encantó esa faceta desconocida de Alberto y gemí como posesa al experimentar el dolor de sentir forzado  mi estrecho conducto sin preparación.  Olvidando nuestra diferencia de tamaño, mi marido me poseyó con una pasión desbordante que me hizo olvidar a mi suegro y queriendo sentir lo mismo que había imaginado le pedí que siguiera follándome así. Tal y como había visto en mi mente,  se comportó como un salvaje y acuchilló con su estoque mi pequeño cuerpo hasta que berreando sin poder aguantar más me corrí sobre las baldosas del baño. Fue entonces cuando recapacitando en el modo en que me había hecho suya, me pidió perdón diciendo que no sabía que le había pasado y que nunca más lo volvería hacer.  Pero obviando que mi contestación iba a cambiar para siempre nuestra relación, le dije riendo:
-Me ha encantado y si no lo vuelves a hacer, dormirás en la habitación de invitados-
Mi respuesta le dejó helado pero rehaciéndose, me besó y mientras me daba el primer pellizco realmente doloroso en nuestra vida en común, me dijo:
-No sabía que tenía una putita en casa-
Jamás me había insultado de esa forma pero tengo que confesar que en vez de enfadarme, me reí y volviendo a la ducha, le pedí que entrara conmigo.
 
Me quedo sola
Esa mañana, nos levantamos a las siete porque el vuelo de Alberto salía temprano. Estaba cansada después de que nos hubiéramos pasado toda la noche explorando esa faceta recién descubierta de mi marido. Era increíble que, después de tantos años de relación monótona, hubiéramos descubierto que a ambos nos gustaba el sexo duro fortuitamente. Con el chocho y mi pecho adoloridos, me entristeció decirle adiós en el aeropuerto y sin ganas de volver al chalet, decidí dar un paseo por Puerto Banús. El esplendor y el lujo de ese pueblo no se habían visto afectados por la crisis. En sus calles puedes ver aparcado un Bentley como si fueran un utilitario cualquiera pero lo más impresionante era el tamaño de los yates fondeados en sus muelles. Mientras en cualquier otro puerto deportivo un barco de veinte metros de eslora es la atracción, ahí pasa desapercibido entre tanto  buque de lujo. Y qué decir de la gente que deambula por ese pueblo, junto a los turistas que, como yo, se quedan impresionados al ver tanta riqueza es fácil encontrarte con potentados árabes y personajes de las revistas de corazón.
Después de dos horas deambulando por sus calles, decidí volver a la casa. Estaba feliz, durante las últimas horas pasadas con mi marido, había disfrutado como una perra mientras el liberaba su tensión sometiéndome. Mi marido, esa persona cortés y educada se había convertido por azares del destino en un exigente amante que me sació por completa. Atrás se habían quedado mis dudas y más convencida que nunca que era el hombre de mi vida, entré al chalet. Al no ver a nadie, creí que estaba sola y por eso, con confianza, me dirigí a la cocina a beber agua. Estaba sirviéndome un vaso cuando, por la ventana, descubrí a mi suegro limpiando  la piscina.
Me quedé mirándole con fascinación. Era impresionante como se marcaban sus músculos al mover el limpia fondos. Eran los de un joven y no los de un cincuentón.  Marcados y completamente definidos era una delicia verlos mientras caminaba por el borde. Reconozco que en ese momento, no le observaba como nuera sino como mujer y estaba tan absorta que tardé en  fijarme en que su criada había salido al exterior.
“¡Será puta!” exclamé al  observarla acercándose a mi suegro en bikini y con una familiaridad nada habitual, decirle que si le echaba crema.
Javier sonrió al escuchar a la muchacha y dejando el aparato en el suelo, la cogió entre sus brazos. Desde mi posición vi a esa zorra restregar su cuerpo contra el del padre de mi marido, justo antes que este, soltando los tirantes de la mujer, se pusiera a besar sus pechos. Indignada, fui testigo de los gemidos con los que la porno-chacha respondió a las lisonjas de mi suegro y estaba a punto de irme de la cocina cuando de pronto vi que le daba la vuelta y apoyándola contra la mesa, le quitaba de un tirón su tanga.
Colorada y excitada, me escondí tras el visillo y me puse a espiarlos. Mi pariente se había quitado el bañador y alucinada, observé que su  pene era aún mayor de lo  que me había imaginado. No parecía humano, además de enorme era tan grueso que dudé que mi cuerpo fuera capaz de absorberlo.
-¡Dios! ¡Qué bicho!- mascullé en la soledad de la cocina mientras mis dedos me empezaban a acariciar.
La cara de deseo de la negra se multiplicó por mí cuando ese hombre le dio un sonoro cachete y separándole las nalgas, comenzó a lamerle su sexo. Su sirvienta aullando como la puta que era, le rogó que la tomara diciendo:
-Patrón, ¡Necesito su verga!-
No se lo tuvo que repetir dos veces y cogiendo su pene, se lo incrustó brutalmente.  Metiendo los dedos en mi entrepierna, me lancé en una carrera sin retorno al observar como desaparecía en el interior de la negra mientras esta no paraba de chillar. Cogiendo mi clítoris, lo torturé duramente completamente bruta por la escena que se estaba desarrollando a escasos metros. Mi suegro, ajeno a que su nuera se masturbaba mirándolo, terminó de introducir su falo y cogiendo a su pareja del pelo, la levantó en brazos con una facilidad pasmosa.  La muchacha al sentirse empalada, berreó de placer mientras mi suegro la llevaba a la tumbona.
Al ver su maniobra, pensé que la iba a tumbar para seguir machacando su cuerpo pero no fue así sino que se sentó y sin soltar a su sirvienta desde esa posición, siguió follándose a la muchacha sin parar. Yo ya había perdido toda cordura y con las yemas de una mano en mi coño, usé la otra para pellizcarme los pechos mientras soñaba con ser la hembra que ese semental se estaba tirando. Para entonces, Javier había tomado el control e izando y bajando el cuerpo de la criada con una velocidad pasmosa, llevó a esta al borde del orgasmo. Sus negros pechos empapados de sudor, rebotaban siguiendo el compás de las estocadas y creyendo que estaba sola con el padre de mi marido, chillaba y gritaba como si la estuviese matando. Con mi coño encharcado, me creí morir al observar que mi suegro giraba a la muchacha sobre sus piernas y poniéndola mirando a su cara, la empezaba a besar. Os juro que deseé que fuera mi boca, la que con fiereza forzara en vez de la de ella. 
“¡Qué salvaje!” pensé al ver que bajando por su cuerpo, había cogido un pezón entre sus dientes y sin importarle el sufrimiento de la mujer, lo mordía con dureza pero contrariamente a la lógica, me calentó de sobremanera y más cuando escuché los aullidos de placer que daba la morena. Mi cuerpo en completa ebullición, añoró ser el que sufriera esas “dulces” caricias y sin poderlo evitar, me corrí brutalmente. Habiéndome repuesto, la vergüenza de haber disfrutado espiando me golpeó y llorando compungida, hui de la cocina con su enorme polla en mi memoria.

Traté de calmar mi calentura con una ducha fría pero la imagen de su espectacular sexo así como la maestría que demostró al follarse a esa furcia, me lo impidió y por eso, mientras me secaba tuve que reconocer que seguía cachonda y tumbándome en la cama desnuda, liberé mis frustraciones masturbándome otra vez. Con los ojos cerrados, me vi dominada por ese semental y deseando convertirme en su puta, pellizqué mis aureolas del mismo modo que había visto hacer a mi suegro con su sirvienta. Sin ser consciente de que podría oírme, pegué un aullido mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo temblaba dominado por la lujuria.
“¡Ojalá Alberto fuera como su padre!” maldije al comparar a ambos hombres.  Ya saciada y con un charco bajo mi trasero como prueba, me percaté de la gravedad de lo que había pensado y asustada por la amoralidad de mis deseos, lloré abochornada.
Incapaz de enfrentarme cara a cara con mi suegro, me quedé el resto de la mañana encerrada en mi cuarto hasta que a la hora de comer, escuché que tocaban a mi puerta. Atormentada por mi culpa, pregunté que quien era:
-Soy yo, Vanessa- respondió la criada.
Como no me quedó más remedio, abrí la puerta y dejé pasar a la muchacha. Vestida de manera adecuada a su trabajo, entró en la habitación y mientras hacía la cama, me la quedé mirando. Esa mujer era un monumento, con un culo y unas tetas que para mí desearía, se movía con una soltura tal que no me extrañó que siendo viudo mi suegro se hubiera sentido atraído por ella y con unos celos impensables en una nuera, la asesiné con mi mirada. En ese momento, pasó Javier por el pasillo y saludándome con un beso en la mejilla, me informó que comeríamos fuera.
Ese cariñoso gesto, carente de segundas intenciones, me alteró y antes de contestar, supe que no podría negarme aunque eso supusiera estar con mi sexo encharcado toda la tarde y cogiendo mi bolso de una silla, contesté con toda la mala leche que pude, dejando claro mi estatus:
-Perfecto, así, EL SERVICIO podrá terminar de limpiar sin que le molestemos-
Mi suegro se percató de mi falta de respeto pero no dijo nada y dándome el brazo, me sacó de su casa.  Al entrar en el restaurante, este estaba atestado de gente y en plan protector, el padre de Alberto pasó su mano por mi cintura y con su enorme envergadura, abrió paso. No os podéis imaginar lo que sentí cuando su mano me tomó y me pegó a su lado pero tuve que morderme los labios para no gritar cuando involuntariamente mi sexo rozó su entrepierna y por primera vez, comprobé en vivo su tamaño.
“¡Qué grande es!” alborotada pensé separándome de él.
Mi reacción le pasó inadvertida por el gentío y con la gentileza habitual de él, separó una silla para que me sentara mientras hablaba de pie con el camarero. No sé cómo pero al sentarme, mi cara quedó a la altura de su bragueta y sin darme cuenta, me quedé embobada mirándola.
-¿Tengo alguna mancha?-  preguntó mi suegro al ver que tenía mis ojos fijos en su paquete.
Con vergüenza, le contesté que no y buscando una excusa a mi actuación le dije que estaba pensando en las musarañas. Sé que no me creyó pero con una sonrisa en los labios, me dio la carta y preguntó que quería de comer. Como comprenderéis, le mentí y dije que unos langostinos en vez de la polla que ya para aquel entonces atormentaba mi mente.
“¿Qué haces? ¡Es tu suegro!” me critiqué con dureza al darme cuenta que deseaba a ese hombre.
Durante la comida, Javier se comportó como un caballero y obvió que en un intento de olvidarme de esos funestos pensamientos, me dediqué a beber en exceso. Desconozco cuanto bebí pero lo que si me consta en que al levantarme de mi silla, me sentí borracha. Desinhibida por el alcohol, le pedí que me llevara a la playa porque quería darme un chapuzón. Muerto de risa, me recalcó que no teníamos traje de baño.
-Entonces, ¡Llévame a una nudista!- contesté con una carcajada, creyendo que no iba a hacer caso a tan absurda sugerencia.
Afortunadamente para mí y desgraciadamente para mi marido, se tomó en serio la propuesta. Juro que me monté en el coche sin saber dónde me llevaba y por eso cuando estacionó enfrente de Cabopino, comprendí que había cumplido mis deseos. Estuve a punto de echarme para atrás y pedirle que me llevara a casa, pero al visualizar en mi mente a ese maduro en pelotas a mi lado, me excité y bajándome del automóvil, corrí hacia la playa mientras me desnudaba.  Me imagino su cara al ver mi striptease pero como fui directamente al agua, no la vi. Lo que si me consta es que recogió las prendas que iba tirando en mi alocada carrera y una vez acomodadas en la arena, se desnudó y  esperó sentado mientras me bañaba.
El mar no consiguió apagar el fuego que consumía mi sexo y aprovechando que Javier no podía ver lo que estaba haciendo, me empecé a tocar de espaldas a él. Sabiendo que estaba loca, me dejé llevar y cada vez más caliente, busqué con mi mirada a mi suegro con la esperanza que se acercara a mí y calmara mi temperatura. Pero al darme la vuelta, le vi charlando con un par de rubias. Pillarle tonteando con esas dos putas, me cabreó y como si fuera una novia celosa salí del agua y sin pensar en las consecuencias, fui directa a reclamarle.
-¡Ha venido conmigo! ¡Es mío!- con una irracional furia reclamé a las inglesas al ver que no solo estaba  hablando sino que, a petición de una de ellas, le estaba untando crema por el cuerpo.
Javier se me quedó mirando con una expresión colérica en su cara pero sin montar un escándalo, me acompañó a donde estaba nuestra ropa. Solo entonces y cuando nadie podía oírnos, me soltó:
-Mira, muchachita, lo que yo haga con mi vida es asunto mío y te juro que prefiero estar esparciendo el bronceador en unos pechos que soportar a la loca de mi nuera-
Con el orgullo herido y azuzada por el vino, me tumbé en la arena y cogiendo sus manos, le contesté:
-Puedes hacer ambas cosas- y llevándolas a mis tetas, le grité: -Si no me echas tú la crema, ¡Me buscaré a otro que si lo haga!-
No os puedo explicar su indignación, rojo de ira, cogió el bote y derramando el potingue sobre mi piel, me soltó:
-¡Tú lo has querido!-
Con violencia pero también con una sensualidad sin límites, mi suegro empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos. Me creí derretir cuando sus dedos sopesaron el tamaño de mis senos justo antes de pellizcarlos cruelmente.
-¡Dios!- gemí a sentir ese dolor con el que había soñado desde que le viera tirándose a la sirvienta y comportándome como una perra en celo, abrí mis piernas dejando claro que le daba acceso a todo mi cuerpo.
Mi entrega no disminuyó su enfado y tras torturar mis pezones, sus manos bajaron por mi abdomen. Consciente de que la puta de su nuera estaba disfrutando, Javier separó mis rodillas y introduciendo dos dedos en mi sexo, empezó a follarme con sus yemas. Sé que no era yo pero confieso que me dominó el morbo de que mi suegro me masturbara a pocos metros de esas dos y dando un berrido, me corrí sobre la arena. Mi brutal orgasmo no le calmó y con los ojos inyectados, se tumbó a mi lado y cogiéndome del pelo, me soltó:
-¿Adivina quién es la zorra que me la va a mamar?-
Por supuesto queda que esa zorra: ¡Era yo! y olvidándome que solo había estado con un hombre en mi vida, me agaché y metiendo mi cara entre las piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que quiero una mamada!-
Indefensa ante semejante energúmeno pero ante todo sobre excitada, y lamí su gigantesco glande dudando que me cupiera. Fue entonces cuando incorporándose, cogió uno de mis pezones y apretándolo entre sus dedos, me exigió que introdujera su pene en mi boca. Tuve que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras se jactaba de la sucia sumisa con la que se había casado su hijo. Nadie ni siquiera mi marido me había tratado así pero mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba e imprimiendo velocidad a mi mamada, quise agradecerle el placer que me daba. Metiendo y sacando ese tronco con rapidez, conseguí que al cabo de cinco minutos, mi adorado suegro se vaciara en mi boca y no queriendo fallarle intenté tragarme su eyaculación pero  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotó de su interior. Con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado mi suegro se levantaba y se empezaba a vestir, mientras unos metros más allá, las dos inglesas aplaudían mi desempeño.
Humillada, le seguí y recogiendo mi ropa, me tuve que ir vistiendo camino al coche. Ya en él, me quedé callada mientras volvíamos a la casa y solo cuando nos bajamos, me miró y se dignó a hablarme, diciendo:
-Está claro que mi hijo no te sabe controlar pero, desde ahora te digo, que yo soy diferente-
Tras lo cual, se fue a su habitación dejándome sola en el hall. Asustada porque fuera a contarle a mi marido el comportamiento libertino de su esposa, corrí hacia mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar. Mi vida pasada había quedado hecha añicos por culpa de la atracción contra natura que sentía hacia ese hombre y desconociendo lo que el futuro me reservaba, me hundí en la desesperación.
 
La cena y mi completa claudicación:

No tardé en descubrir lo que me tenía reservado. Estaba todavía tumbada en la cama cuando a las ocho y media, Vanessa entró en mi alcoba. Sin pedirme permiso, me ayudó a levantarme y me llevó al baño, donde después de encender el agua caliente me empezó a desnudar. Intenté protestar al sentir sus dedos desabrochando mi blusa pero con una sonrisa, la negrita me tranquilizó diciendo:
-Mi patrón me ha ordenado que la prepare para le cena-
La sensualidad que escondían sus palabras, me desarmó y en silencio dejé que me fuera quitando la ropa. Sus manos al rozar mi piel provocaron que me pusiera colorada al no saber qué es lo que realmente quería mi suegro. Temiendo que hubiese mandado a esa mujer a acostarse conmigo como método de humillarme, directamente le pregunté:
-¿Don Javier te ha pedido que me seduzcas?-
Vanessa soltó una carcajada y sin contestar me metió en la bañera. Su ausencia de respuesta, me terminó de poner nerviosa y más cuando comenzó a enjabonar mi pelo.  Con una dulzura sin límite, sus dedos se introdujeron en mi melena y dando un suave masaje en mi nuca, me comentó que su jefe quería que estuviera guapa y limpia para disfrutar de mí. Me escandalizó que ella conociera mi tropiezo pero como nada podía hacer, cerré los ojos y me relajé. La muchacha me  aclaró el pelo y dejando el teléfono de la ducha a un lado, se puso a dar jabón al resto de mi cuerpo. Me estremecí al sentir sus manos recorriendo mis pechos dando especial énfasis a mis pezones. Con el poco orgullo que me quedaba, me quejé de la sensual forma en que me los había limpiado pero ella, cerrando mi boca con un suave beso, riendo me contestó:
-Doña Estefanía, usted, tranquila. Va a ser su suegro quien haga uso de su cuerpo, yo solo soy su instrumento-
Pero no conseguí relajarme porque en ese instante, cogió una de mis aureolas en la boca y empezó a mamar mientras sus dedos bajaban por mi estómago y separando mis rodillas, se hacían fuertes en mi sexo.
-Tiene prohibido correrse- susurró en mi oído al escuchar el apocado gemido que había surgido de mi garganta.
Me quedé horrorizada al experimentar que mi cuerpo se excitaba con las caricias de una mujer y deseando que terminara esa tortura, le pedí que se diera prisa.
-Lo siento pero no puedo, me ha dado órdenes estrictas sobre cómo actuar – dijo mientras lamía el otro pezón e incrementaba la velocidad de su mano en mi entrepierna.
Asustada  por la fuerza de mis sensaciones, estaba a punto de correrme cuando la criada, viendo que estaba a punto de sucumbir, me sacó de la bañera y poniéndome de pie encima de las baldosas, cogió una toalla con la que me secó. Creí que entonces me iba a vestir pero rápidamente me percaté de lo errada que estaba porque una vez seca, me obligó a sentarme en un taburete y separándome las rodillas, untó de crema de afeitar mi vulva mientras me decía:
-No le gusta el pelo en el coño, dice que es de guarras-
Me quedé de piedra al pensar en que le iba a contar a mi marido cuando descubriera que me había afeitado ya que al contrario de su padre pensaba que solo las fulanas se hacían las ingles. Ajena al sufrimiento que me estaba causando, Vanessa con gran cuidado fue asolando con una cuchilla el bosque que crecía sobre mi sexo. Habiendo terminado, se agachó y lamiendo los restos de crema, lo limpió por completo.
-Así le va a gustar más- dijo y haciéndome una confidencia prosiguió diciendo: -Cuando me convertí en su esclava, yo también tenía mi coñito sin depilar-
Su involuntaria confesión me reveló mi destino y contrariando a mi educación, saber que mi suegro iba a ser mi dueño, me calentó. Increíblemente, me emocionó pensar en servirle y por eso, no me escandalicé cuando la morena me vistió como una fulana barata de un bar de carretera con un transparente picardías rojo que no llegaba a ocultarme ni el culo. Al saber que iba a ir a su encuentro así y sin unas bragas que taparan mi sexo, me hizo sentir desnuda pero caliente y por eso, abriendo la puerta pregunté a la sirvienta si bajábamos.
Ella me miró de arriba abajo y con una sonrisa en su rostro, contestó:
-Está usted preciosa pero le falta un adorno- y sacando un collar de cuero me lo puso y enganchando una correa, me aclaró que era un deseo expreso de su jefe.
No supe que decir y cuando ya estaba a punto de protestar, tiró de mí y me llevó hasta el salón donde esperaba Javier pero antes de entrar me obligó a arrodillarme y así gateando mientras ella jalaba de mi correa, me acercó al sillón donde estaba sentado. La sensación de presentarme  a cuatro patas ante mi suegro y que este se me quedara mirando como a una mercancía fue indescriptible: con mi chocho chorreando y mis pezones tiesos deseaba que ese hombre tomara posesión de su feudo.  Su mirada era una mezcla de interés por la hembra que excitada esperaba en el suelo y de desprecio  al saber que esa guarra era la que había engatusado a su único hijo.
-Tráeme una fusta- dijo a su criada después de estarme observando durante unos minutos.
Me quedé petrificada al escucharlo pero fui incapaz de levantarme e huir. La negra debía de saber de antemano lo que le iba a pedir su jefe porque se la dio inmediatamente. Ya con ella en la mano, se levantó y me exigió que hiciera lo mismo. Temblando me incorporé y entonces me volvi a percatar de nuestra diferencia de tamaño, de pie y con tacones, no le llegaba más que al pecho y eso me hizo sentir todavía mas indefensa.
-Te voy a demostrar que eres una putita- en voz baja pero con un tono serio, me informó de sus intenciones: – Me da vergüenza lo engañado que me has tenido todos estos años. Realmente pensaba que eras una santurrona pero no eres más que una perra en busca de dueño-
Sus hirientes palabras fueron la confirmación de mi sumisión e involuntariamente, contesté:
-Amo, quiero ser suya-
Mi suegro no me hizo caso y pasando la fusta por mis pechos, se entretuvo sopesándolos mientras yo me deshacía. Con toda la lentitud del mundo, pellizcó mis pezones mientras seguía revisando mi cuerpo como si en vez de ser su nuera, no fuera más una res que estaba decidiendo si comprar. El látigo se deslizó por mi cuerpo y al llegar a mi entrepierna, sentí un calambrazo en mis muslos. Tardé en asimilar que ese dolor había sido causado por ese instrumento al caer sobre mi piel.
-Abre las piernas, querida nuera- oí que me ordenaba usando ese cariñoso apelativo que a partir de ese día se convertiría en la señal de que mi suegro quería disfrutar de su propiedad.
Excitada separé los pies, dejando mi coño recién depilado listo para su inspección mientras, a unos metros, su sirvienta sonreía. Os juro que creí que me iba a correr cuando noté que con la fusta separaba mis labios y  usándola como si de un pene se tratase, se dedicó a rozar mi clítoris con ella.
-¡Dios!- aullé al sentir esa perversa caricia y con lágrimas en los ojos, deseé ser penetrada aunque fuera con ese aparato.
Obviando mis deseos, Javier me obligó a darme la vuelta y a separar las nalgas con mis manos. Con mi virginal ojete indefenso y mi sexo anegado, esperé sus instrucciones. Haciendo una seña a su criada, le pidió que me preparase. Vanesa no se hizo de rogar y arrodillándose a mi espalda, sacó su lengua y se puso a penetrar con ella mi culo. Quise protestar al sentir su húmedo apéndice violando mi esfínter pero, al recibir un merecido latigazo sobre mis nalgas, me quedé quieta.
-Relájate o te va a destrozar- me advirtió la morena al ver que mi suegro se quitaba la bata.
Tengo que confesar que me aterrorizó ver el tamaño del pene que iba a romperme el culo. Aunque lo había tenido en mi boca, al verlo erecto frente a mí y saber que iba a usarlo para sodomizarme, me pareció todavía más gigantesco y por eso, separé mis cachetes con mis dedos y casi llorando le pedí a la sirvienta que me ayudara a dilatarlo. La negra comprendiendo mi angustia, metió dos de sus yemas en mi agujero y con movimientos circulares, buscó relajarlo mientras mi suegro sonreía con satisfacción. 
-Apártate- ordenó a su amante cuando consideró que estaba lo suficientemente agrandado y obligándome a apoyarme contra la mesa, jugueteó con su glande en mi culo.
Aunque sabía que iba a sufrir, os juro que jamás creí que pudiera existir un dolor semejante al que asoló mi cuerpo cuando mi suegro introdujo su falo por mi entrada trasera. Forzando hasta el límite mis músculos, su extensión se abrió camino por mis intestinos mientras yo experimentaba un sufrimiento atroz que se prolongó mientras su incursión, centímetro a centímetro, iba rellenado mi hasta entonces intacto conducto.
-¡Por favor!- grité retorciéndome de dolor.
Sin compadecerse de su víctima, mi adorado suegro llevó mi tormento hasta unas cotas impensables metiendo su trabuco por completo en mi interior. Solo cuando la base de su pene rozó mi esfínter, solo entonces paró y dirigiéndose a la negra, le exigió que se comiera mi coño. Su dócil sirvienta se deslizó bajo mi cuerpo y llevando su boca a mi entrepierna, obedeció mordisqueando mi botón mientras sus dedos penetraban sin parar mi sexo. Con mis dos orificios invadidos, el dolor seguía siendo insoportable y por eso, llorando pedí que me dejaran libre, diciendo que ya había aprendido la lección.
-¿Qué lección?- gritó Javier dando un doloroso pellizco en uno de mis pezones -¿Qué eres una puta? o ¿Qué nunca debiste de intentar jugar conmigo?-
-Ambas- contesté con la voz entrecortada.
Creí desfallecer al advertir que haciendo a un lado mi sufrimiento, las caderas de mi suegro se empezaban a mover, metiendo y sacando lentamente su pene de mi culo.
-¡No!- aullé consumida por el dolor e intentándome zafar, me retorcí buscando una salida.
Mi rebeldía sacó su lado más dominante y tirándome del pelo, aceleró mi empalamiento con bruscas arremetidas. Su pene se convirtió en un martillo neumático que golpe a golpe fue derribando mis defensas, hasta que ya vencida, me dejé caer sobre la mesa.  Os prometo que creí que iba a morir destrozada por dentro al pensar que el líquido que recorría mis muslos era sangre pero entonces casi sin darme cuenta, el dolor se fue transformando en placer y aullando descompuesta, me corrí. Nunca había experimentado un orgasmo tan intenso y por eso, tardé en asimilar que esas placenteras sensaciones eran el inicio de una serie de clímax que entre esa mujer y mi suegro iban a regalarme esa noche.
-Mi querida nuera se acaba de correr-  informó brevemente a su sirvienta al comprobar los espasmos que recorrían mi diminuta anatomía.
Su afirmación dio inicio a la locura. Mientras Vanesa bebía de mi flujo, mi suegro continuó machacando mi culo con brutales cuchilladas. La combinación de ternura y de crueldad sobre mis dos agujeros me fue llevando a un estado de enajenación donde hasta la última neurona de mi mente, explotó de placer. Con mi sexo convertido en un torrente y mi ojete asaltado, oleadas de gozo golpearon contra la muralla de mis prejuicios y antes de caer agotada, supe que era su perra. Pero la gota que derramó el vaso, fue escuchar que Javier me susurraba al oído que esa noche iba a hacer uso de su esclava mientras mas abajo mi intestino recibía el ardiente semen que brotaba de su pene.
-Dele fuerte- gritó Vanesa al oir un azote en mis nalgas- enseñe a la puta de su nuera quien manda-
Reconozco que jamás hubiera supuesto que en vez de revelarme ante ese castigo, actuando como una sumisa, implorando nuevos azotes, le dijera:
-Son suyas, suegro-
Javier soltó una carcajada y abandonando mi culo, sacó su miembro de mi interior. El vacío que experimenté me hizo llorar y arrodillándome a sus pies, le juré que a partir de ese día sería solo suya. El padre de mi marido me miró con rencor y soltándome una bofetada, me gritó:
-Alberto está enamorado de ti aunque no te lo merezcas- .Os juro que  me sentí como una huérfana que hubiera perdido a sus padres al escuchar sus palabras pero cuando ya creía que me iba a sumir en la desesperación, me dijo con dulzura: -Serás su fiel esposa y le satisfarás todos sus deseos. Quiero que mi hijo sea feliz pero cuando te llame, dejarás lo que estés haciendo y vendrás a mi lado-
-Se lo prometo, amo- respondí ilusionada mientras Vanesa me besaba dándome la bienvenida al harén de su dueño.
Mi suegro al ver la entrega de sus dos sumisas, nos dijo que tenía hambre y felizmente fuimos a prepararle la cena. Ya estaba en la puerta cuando oí su orden:
-Por cierto, querida nuera, vas a dejar de tomar la píldora. Quiero que tu vientre germine y que el azar decida si voy a ser padre o abuelo-
Deseando que fuera su simiente la que me dejara preñada, con una sonrisa se lo prometí y cogiendo de la mano a  Vanessa, le susurré convencida:

-Nuestros hijos jugaran juntos-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 
 

Relato erótico: “Intercambio de favores” (POR DOCTORBP)

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-No te preocupes, ¡eh! – le previno de antemano – Montse ha tenido un accidente, pero está bien.

¡Que te jodan! pensó Ricardo. Pues claro que pensaba preocuparse por su queridísima amiga. Sólo el pensar que podía haberle pasado algo… su corazón se encogió y quiso saber más. El novio de Montse continuó contándole lo que había pasado y, aunque Ricardo se quedó más o menos tranquilo, no tardó en llamar a su amiga.

La conversación con ella fue corta y, aunque pudo comprobar que la mujer se encontraba bien, no pudo evitar una sensación de mal cuerpo generalizada, una unión de diversos factores de toda índole. Desde haberse enterado un día tarde, a través de Ismael, sin la mera posibilidad de haber estado al lado de Montse en un momento tan jodido hasta haberla escuchado tan apagada durante una conversación corta que le supo a poco pasando por el hecho en sí, un accidente tan grave en el que su mejor amiga podría haber salido mucho peor parada de lo que finalmente había sido.

La tarde anterior Montse había tenido un grave accidente de coche. Distraída, pensando en lo que acababa de sucederle en el trabajo, no pudo esquivar el vehículo de delante que acababa de frenar inesperadamente. El coche había quedado destrozado y, por suerte, ella se encontraba relativamente bien.

A pesar de haber salido ilesa de un accidente tan grave, Montse se había dañado las cervicales. Cuando Ricardo habló con ella por primera vez ya estaba de baja, en casa, y con un collarín en el cuello. Montse tenía mareos, pero no había nadie que pudiera quedarse con ella en casa así que la preocupación de su amigo aumentó al saber que pensaba darse una ducha.

-¿Y qué pasa si te mareas mientras estás en la ducha? – le preguntó.

-Tranquilo, ya he quedado con mi hermana que antes de entrar a la ducha le haré una perdida y si no se la repito pasado un tiempo prudencial ya sabrá que me ha pasado algo – le respondió ella halagada por la preocupación de su amigo.

Ricardo se quedó más tranquilo sabiendo que Montse ya había tomado ciertas precauciones, pero aún así quiso asegurarse por sí mismo del bienestar de su amiga llamándola al poco rato. No tardó en arrepentirse ya que no recibió respuesta, pero no sabía si el motivo es que había pasado algo. Impaciente, se tranquilizó pensando que tal vez aún se estaba duchando o había terminado y no había visto su llamada. Lo volvió a intentar y obtuvo el mismo resultado aumentando su ya de por sí alterado nerviosismo. Pensó en llamar a Ismael, pero no quería alarmarlo sin estar seguro de lo que pasaba y era imposible que él mismo acudiera puesto que no tenía posibilidad de entrar al piso si había pasado algo o la certeza de que simplemente Montse hubiera salido a comprar el pan y no pasara nada. Estaba al borde de la desesperación cuando por fin sonó su móvil.

-¡Ups! Acabo de ver tu llamada ahora – le dijo Montse.

-¡Ah! ¿Ya te has duchado? – intentó aparentar serenidad – no sabía si te había pasado algo o no y ya no sabía qué hacer.

La mujer se rió.

-No, tonto, aún no me he duchado. Voy ahora.

-¡Espera! – la cortó.

-¿Qué? – preguntó sorprendida.

-Ahora mismo voy para allá. Tú no puedes ducharte sola. Si te pasa algo me muero.

-¡Anda, anda! No seas exagerado – le recriminó – Además, no pensarás estar presente mientras me ducho, ¿no? – le soltó con perspicacia.

Ricardo no lo había pensando y se lo imaginó. Le gustó la idea. Le gustó mucho. Recordó su primer y único encuentro sexual con su mejor amiga hacía un año en la ducha de una casa rural que compartían con sus respectivas parejas y el resto de amigos comunes. Desde entonces su amistad se había reforzado si cabe, la complicidad entre ambos había aumentado y la confianza era extrema. Sin embargo, Montse se había ocupado de dejar claro a su mejor amigo que aquello no había sido más que un hecho aislado. Y Ricardo lo aceptó por el bien de todos.

-Pues debería, pero al menos que esté en tu casa por si te pasa algo.

-¡No digas tonterías! Que no hace falt…

-Voy para allí y punto – la cortó.

-¡Ricardo!

-Montse, digas lo que digas voy a salir de trabajar y voy a ir para tu casa así que espérate para meterte en la ducha. No me hagas hacer esto en balde.

-Ahora en serio, Ricardo…

-Estoy cerrando… prométemelo… tardo una hora en llegar.

-Ricardo…– se resignó finalmente – está bien. Eres idiota.

-Yo también te quiero. Hasta ahora.

-No tardes – y suspiró resignada.

Ricardo fue todo lo rápido que pudo y, como le había dicho a Montse, en aproximadamente una hora se presentó en su casa. Cuando la vio se le partió el alma. Con el collarín y la carita de cordero degollado aparentaba una fragilidad que le evocó ternura. Se alegró de verla aunque fuera en aquellas circunstancias.

-¿Ya puedo ducharme? – ironizó.

-Sí, claro. He estado pensando…

-Dime – Montse se temió lo peor.

-Tú te duchas solita…

-¡Evidentemente! – le cortó algo seca.

-… pero dejas el pestillo sin poner – prosiguió intentando ignorar el brusco corte que le acababan de pegar – y si pasa cualquier cosa o necesitas algo me llamas y podré entrar sin problemas.

Montse se quedó dubitativa y finalmente accedió sabiendo que en ningún caso le llamaría estando desnuda así que no le pareció mala solución.

-Estaré atento – bromeó Ricardo cuando Montse entraba al cuarto de baño y cerraba tras de sí.

Montse empezó a desnudarse mientras dejaba caer el agua para que alcanzara la temperatura deseada. Lo último que se quitó fue el collarín y al hacerlo sintió un pequeño mareo. Por unos instantes el dolor pareció que la haría desplomarse, pero se recompuso y pudo introducir su magullado cuerpo bajo la reconfortante ducha de agua caliente.

Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, pasados unos minutos, Ricardo oyó un golpe seco. Se asustó.

-¿Montse?

El silencio era la única respuesta.

-¡¿Montse?!

Nada. Insistió, esta vez aporreando la puerta con fuerza.

-¡Montse! ¿estás bien? No me asustes.

Por un momento pensó que su amiga estaba bromeando, pero el golpe había sido lo suficientemente grande como para temerse lo peor.

-¡Voy a entrar! – gritó mientras giraba el pomo de la puerta. Por un instante pensó que la muy cabezona habría puesto el seguro y no podría entrar a socorrerla, pero el pomo giró y la puerta se abrió lentamente, temeroso de encontrarla tan normal, bajo la ducha, desnuda, y que se pensara lo que no era.

Al verla tirada en el plato de ducha el corazón se le puso a mil por hora. Corrió a socorrerla.

-¡Montse! Montse, ¿me oyes? – le preguntaba mientras comprobaba que no estuviera sangrando por haberse golpeado la cabeza.

Al asegurarse de que no estaba sangrando intentó despertarla con tímidos golpes en el rostro, pero la mujer no reaccionaba. Se calmó al ver que su respiración era normal y no tenía signos evidentes de un golpe demasiado grave. Y en ese instante se fijó en el cuerpo desnudo de su amiga. Ante sus ojos estaba el precioso cuerpo moreno que había anhelado desde su affaire en la ducha de la casa rural y ahora lo tenía a su merced. Se fijó en las prominentes ubres y en su pubis no completamente rasurado.

El conflicto se apoderó de su mente. No quería aprovecharse de la situación y de su indefensa amiga, pero… por un pequeño magreo no pasaría nada pensó. Acercó temeroso una mano hacía uno de los pechos de su amiga. Lo sobó con cuidado notando su tierno contacto y automáticamente su pene se puso rígido como una barra de metal. Tuvo que cambiar de postura para que la erección no le doliera.

Aún con la mano en la teta de Montse, ella abrió ligeramente un ojo. Ricardo, que estaba atento, reaccionó rápido retirando la mano e intentando alzar el cuerpo inerte que yacía en el plato de ducha.

-¿Estás bien? – preguntó intentando disimular – Has debido darte un golpe y te has quedado inconsciente durante unos instantes.

Montse, ante aquellas palabras, pareció reaccionar rápido, dándose cuenta en seguida de lo que ocurría. Rápidamente apartó a su amigo de su lado y se hizo un ovillo, pudorosa, intentando ocultar cualquier parte de su cuerpo a la abrasiva mirada de Ricardo.

-¿Podrías dejarme sola, por favor? – le recriminó sin demasiados aspavientos, agradecida por la ayuda que suponía había recibido.

-¿Piensas seguir con la ducha? – le inquirió preocupado Ricardo.

-Sí – respondió ella con clara rotundidad, como si no hubiera otra respuesta posible.

-Lo siento, pero no pienso dejarte sola – insistió Ricardo tras comprobar lo que podía pasar si se dejaba a la enferma sin asistencia.

-Pues más lo siento yo, pero no pienso ducharme delante de ti. De hecho, hace rato que deberías haberte marchado. De buen rollo, eh… pero entiéndeme – suavizó la situación mirando hacia su cuerpo desnudo, aún oculto tras el ovillo que ella misma había formado con sus brazos y piernas.

-Montse, acabas de desmayarte y te has golpeado a saber dónde. Te podrías haber dado en la cabeza, habértela abierto y ahora estaríamos todos lamentándolo. No pienso dejar que te duches sola.

-Pues yo tengo que ducharme, necesito ducharme – insinuó que ya no se sentía cómoda sin un lavado.

-Está bien, pues yo te ayudo – propuso Ricardo, aún nervioso por la mezcla del susto por lo que le podría haber pasado a su amiga y la excitación que la visión de su cuerpo y el contacto con su seno le había provocado.

-¿Tú estás loco? – preguntó retóricamente dejando claro que era una idea absurda.

-Mira, tú te duchas así sentada como estás ahora y así no hay peligro de que te caigas. Y en la espalda donde no llegas te ayudo yo. ¿Hay trato o no hay trato?

Montse pensó que tenía razón. Cada vez que se quitaba el collarín sufría intensos mareos y en cualquier momento podía volver a desmayarse con graves consecuencias. La solución propuesta por Ricardo no era tan grave si suponía que enjabonarle la espalda no era nada demasiado fuerte.

-Está bien, pero hasta que no me toque la espalda te das la vuelta y no miras, ¡eh! – espetó con firmeza, ruda, dejando claro que cualquier otra opción sería desestimada.

-Vale, me parece correcto. Pero mejor empezamos por la espalda y luego te puedes enjabonar el resto sin mi ayuda. ¿Te parece?

-De acuerdo.

Ricardo se acercó nuevamente a su amiga, cauteloso. Sonrió, pero Montse no le devolvió la sonrisa. Cogió el teléfono de ducha y mojó la espalda de Montse que seguía hecha un ovillo. Ricardo pasó su mano libre sobre la mojada piel de su amiga, acariciándola. Montse pensó que aquel gesto no era necesario, pero no le dio mayor importancia.

El hombre retiró el agua y cogió el jabón echando un poco sobre la maltrecha columna de la accidentada. Nuevamente posó una de sus manos sobre la espalda de ella y la movió esparciendo el jabón. En seguida la otra mano se unió a la tarea y así Ricardo se deleitó recorriendo cada centímetro de piel de la espalda de Montse. Aquel gesto tan simple fue suficiente para volver a provocarle una erección y es que el contacto, por pequeño que fuera, con aquel monumento era sublime.

Montse parecía más relajada. Su cuerpo no estaba tan tenso y el ovillo no parecía tan compacto. Ricardo pudo apreciar como ahora gran parte de los senos eran visibles cosa que no ayudaba a bajar el hinchazón que tenía entre las piernas.

Efectivamente, ella estaba más relajada y es que era agradable que alguien la duchara, la enjabonara y más con lo dolorida que se encontraba. Por instantes pensaba que le encantaría que Ricardo siguiera con el resto del cuerpo, pero en seguida se daba cuenta de que no podía ser.

Las manos de él estaban en la parte baja de la espalda. Ya no había nada más que enjabonar, pensó Montse, cuando Ricardo la sorprendió introduciendo las manos dentro del ovillo, acariciando su vientre.

-Ricardo… – le recriminó.

-Ya que estoy… – tentó a la suerte.

Montse había aflojado aún más la pelota que había hecho con su cuerpo, dejando que su amigo le enjabonara la tripa. Las piernas de Montse estaban completamente selladas y recogidas con lo que Ricardo no podía ver su sexo, únicamente intuía su pubis. Sin embargo, los pechos de la escultural mujer ya estaban a la vista del hombre que la cuidaba.

-Venga, y ahora el culete – le bromeó Ricardo con la esperanza de que Montse accediera.

Y a regañadientes, pero accedió. Intentó alzar el culo para que su amigo accediera, pero en la postura en la que estaba era imposible.

-Es que no puedo… – puso voz de pena provocando la sonrisa de su feliz amigo.

-Ven, yo te ayudo – le dijo él, incorporándola para que se pusiera de cuclillas. Y en esa postura, introdujo una mano bajo su cuerpo, manoseándole las nalgas.

Tras lanzar un nuevo chorro de jabón en la parte baja de la espalda de Montse de forma que se fuera deslizando hasta su trasero, Ricardo introdujo una de sus manos en la raja del culo de su amiga, deslizando uno de sus dedos acariciando el dolorido ano de la mujer. En ese instante Montse, recordando lo sucedido hacía tan sólo unas horas, soltó un levísimo suspiro que el hombre pareció escuchar con lo que se entretuvo en la zona masajeándola circularmente hasta ejercer una ligera presión en el agujero de la chica.

-Ya basta Ricardo – le recriminó.

Montse estaba disfrutando con las atenciones de su amigo. Aunque estaba yendo mucho más allá de lo permitido, de antemano no pensó que fuera tan placentero que la ducharan como si de una niña pequeña se tratara. Así que decidió dejarle hacer parándolo cuando creyera que se sobrepasaba. Lo malo es que cada vez le costaba más tomar la decisión de pararlo puesto que la idea de que se sobrepasara empezaba a excitarla demasiado.

El recuerdo de todo lo vivido con su mejor amigo, más concretamente, de la última vez que habían compartido ducha y, sobre todo, del morboso intercambio de fotos que lo había provocado era enormemente placentero. Tampoco ayudaban las recientes conversaciones por email que habían intercambiado donde ambos se insinuaban provocándose mutuamente calentones insatisfechos. Aunque no quería, todo el morbo que había entorno a Ricardo le ayudaba a comportarse de ese modo, alimentando esa chispa que cada vez se hacía más grande.

El hombre le hizo caso deteniendo su acometida y la ayudó a sentarse nuevamente. Esta vez se dirigió a los pies y empezó a manosearlos con toda la espuma que el jabón había provocado en el resto de su cuerpo.

-¿Sabes lo mucho que llevo deseando poder toquetearte los pies? –sonrió Ricardo evidenciando lo mucho que disfrutaba con aquello, cosa que ella ya sabía.

-Pues espero que no sea lo que más te ha gustado hasta ahora – le replicó Montse haciendo clara alusión a la sobada de culo que acababa de pegarle – porque entonces tienes un problema.

Ricardo se rió.

-Bueno, lo otro tampoco ha estado nada mal.

Montse se quedó satisfecha con esa respuesta.

Cuando Ricardo recogió el bote de jabón para volver a utilizarlo con una nueva zona, Montse lo paró.

-Muchas gracias, Ricardo, con el resto ya puedo yo como hemos quedado – le soltó con toda la inoportunidad del mundo dejando a Ricardo pasmado.

-Nooooo… – casi suplicó – déjame terminar de enjabonarte… Mira cómo me has dejado. – Y le señaló la evidente erección que había bajo sus pantalones.

Montse se rió a carcajadas y contestó, viendo la cara de no haber roto un plato de su amigo, cuando recuperó la compostura.

-Vale, pero algo rapidito… – y abrió las piernas mostrando por primera vez los apetecibles labios vaginales que se separaron lentamente dejado entrever el lubricante natural que Montse había emanado con tanto manoseo.

Ricardo lanzó un nuevo chorro de gel sobre los escasos pelos púbicos y con su mano empezó ahí las caricias que recorrieron por completo el húmedo coño de la excitada mujer. Ahora el suspiro casi imperceptible cuando Ricardo rozó su ano era más evidente y continuo hasta, finalmente, convertirse en un jadeo constante cada vez que Ricardo rozaba su clítoris.

A pesar del dolor, Montse estaba cada vez más encorvada hacia atrás. Sus piernas se habían ido abriendo y ahora Ricardo podía masturbarla sin problemas. Mientras no dejaba de acariciar el clítoris con el pulgar, introdujo 2 dedos en la raja de su amiga que no dejó de meter y sacar en tan agradable cueva. Finalmente, la corrida de Montse llegó inundando la mano de su amigo al tiempo que el cuarto de baño se llenaba de gemidos de placer.

Ricardo sacó su mano mirando satisfecho el bello rostro de su amiga que se recomponía del orgasmo. Montse echó un vistazo instintivo y rápido al paquete de su amigo y, tras comprobar que la empalmada seguía ahí, le pidió que se marchara.

-Ya puedo terminar yo – le dijo secamente.

Ricardo aceptó sin rechistar, sublimemente contento a la par que temeroso por 2 motivos. Por un lado le aterraba que lo que acababa de suceder pudiera romper el equilibrio que su amistad había alcanzado después de todo lo vivido y, por otro, temía que con lo cabezona que era, ahora Montse intentara levantarse y tuviera un nuevo mareo. Así que antes de salir del lavabo insistió en ello.

-Ahora no vayas a levantarte, ¿vale, guapa? – intentó ser lo más amable posible. – Seguiré estando aquí al lado por si me neces…

-¡Calla ya! – le bromeó con un gesto burlón de desprecio – termina de ayudarme, anda, tonto. Me acabo de enjabonar y me ayudas con el agua, ¿vale?

-¡Vale! – sonrió Ricardo.

Y así Montse terminó de ducharse con la ayuda de su amigo sin que pasara nada más reseñable. Ella volvió a perder el pudor ante Ricardo y él no perdió su erección hasta que se despidieron.

-Mira que salir del trabajo para venir a ayudarme… ¡si es que eres un cielo!

-Si quieres puedo quedarme para hacerte compañía el resto del día.

-No, gracias, ya has hecho bastante – y le sonrió con complicidad.

-¿Te ha gustado? – le preguntó temeroso.

-Me ha encantado. Pero vete ya, que estoy bien.

Ricardo se marchó satisfecho. Únicamente el resquemor de no poder quedarse con ella, para cuidarla, para hacerle compañía, incluso para poder acabar lo que habían empezado esa mañana y que tal vez nunca jamás tendrían ocasión.

Por su parte, Montse se quedó en casa, dolorida, pero más relajada tras el orgasmo que el encanto de su amigo le había provocado. No obstante, todas las alarmas se quedaban encendidas. ¿Qué significaba lo que había ocurrido? Había vuelto a caer en las garras de su mejor amigo y no comprendía por qué le era tan difícil evitarlo. No sabía si podría vivir con la conciencia tranquila pues, aunque en ninguna de las ocasiones había sido premeditado, no era la primera vez que engañaba a Ismael. ¿Cómo se vería afectada la relación con su amigo? ¿Y con su novio? Ella no quería que nada cambiara a partir de lo ocurrido.

Los días transcurrían. Montse seguía de baja haciendo recuperación y Ricardo había notado el evidente distanciamiento que la mujer había puesto entre ambos. Si bien es cierto que ella siempre era correcta en el trato con su amigo procuraba evitar todo lo que Ricardo intentara precipitar fuera de los márgenes que marca la estricta amistad entre personas heterosexuales de diferente sexo. Ahora las bromas picantes y las insinuaciones sin importancia que tan frecuentes habían sido siempre eran inexistentes. Montse no estaba por la labor de permitir cosas que antes eran habituales. Sin duda, se sentía culpable y al hacerlo estaba pensando en Ismael.

Ricardo había aceptado la situación con resignación. Aunque echaba de menos a su amiga de siempre comprendía a Montse, pero a veces era tan fría que no podía evitar una sensación de temor a hacer algo que pudiera molestarla.

La gota que colmó el vaso fue la petición de Montse de acabar con sus conversaciones vía correo electrónico desde el trabajo. La mujer había vuelto al curro con el sombrío recuerdo de la pillada que su jefe le hizo con sus correos personales y lo que aquello acabó provocando el mismo día del accidente de tráfico. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y tuvo que pedirle a su amigo que no se escribirían más sin poder explicarle el motivo real. De ahí que Ricardo lo interpretara como una última señal del distanciamiento con Montse.

Ante tal panorama Ricardo intentó ser menos habitual en la vida de su amiga. Ricardo no quería molestar y eso molestaba a Montse que, aunque se distanciaba de su amigo, no quería perder todo aquello que quería conservar, todo aquello que entrara dentro de esos límites impuestos a unos amigos normales. Pero su amistad no era normal. Y todo ese cúmulo de pensamientos, acciones incomprensivas, sentimientos ocultos acabó estallando entre las manos de ambos.

El inexorable paso del tiempo provocó una enorme grieta en su ya maltrecha amistad que la hizo tambalear hasta el punto de, por primera vez, ambos plantearse la posibilidad de dar muerte a su relación de amistad. Algo parecía haber cambiado en el interior de Montse y Ricardo parecía haberse cansado de aguantar esa situación. Así las cosas, ella se olvidó de su amigo y él se distanció definitivamente incluso dejando a su novia, Noe, para alejarse lo más que pudo del grupo de amigos. Sin duda era la excusa perfecta.

Durante ese tiempo, Montse cayó gravemente enferma y él se enteró al cabo de unos días, nuevamente a través de Ismael. Esta vez las sensaciones fueron diferentes, no tan viscerales. Sabía que se encontraba estable dentro de la gravedad de su neumonía y eso era suficiente. Y aunque no pudo evitar una cierta preocupación, pensó que en cuanto saliera del hospital iría a visitarla a su casa y ya está. Y así lo hizo el mismo día que Montse recibió el alta.

Mientras Ismael organizaba el piso después de los días de hospital, Ricardo se acercó lentamente a su amiga que hizo lo propio. Ambos se miraron e instintivamente se fundieron en un abrazo maravilloso que recordó a los que antaño se regalaban. Aquel gesto, para él, borró todo lo que había quedado empañado en los últimos tiempos. Ricardo se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a su mejor amiga mientras sentía el débil cuerpo de Montse entre sus brazos.

-Igual huelo un poco a fritanga – se excusó Ricardo que desde que lo había dejado con Noe era un desastre y se había puesto un jersey con el que había salido a cenar 2 días antes.

-Yo sí que huelo mal – le replicó ella haciendo referencia al olor a hospital.

Él acercó la nariz a su cuello para olerla y al notar el agradable olor corporal de su amiga supo que no quería separarse de sus brazos jamás. Pero debía hacerlo, momento en el que se fijó en su rostro demacrado, su débil cuerpo encorvado, sus pupas rodeando sus labios y volvió a sentir la ternura que ya sintiera meses antes tras su accidente de coche.

-Ricardo, respecto a lo que pasó aquel día… – quiso sacar el tema de todo lo ocurrido, pero para él ahora aquello era lo menos importante. Sabía lo que sentía por ella y, en ese estado tan débil de su mejor amiga, no quiso ni pensar en lo que había sucedido hacía tanto tiempo.

-No pasó nada, aquello está olvidado.

Y ella lo volvió a abrazar esta vez sorprendiendo a su agraciado amigo.

Mientras Montse se ponía cómoda, Ricardo acompañó a Ismael en las tareas del piso. Estaban terminando de pulir los últimos flecos cuando Ricardo se acercó al cuarto de baño donde Montse ya se había cambiado y terminaba de arreglarse frente al espejo. El hombre la observó a su espalda, a través del espejo, y no pudo evitar fijarse en su camiseta, en la cual se marcaban los grandes pezones de su amiga. Le gustó.

-¿Cómo estás?

-Mejor – le sonrió a través del espejo mientras veía como su amigo volvía junto a su novio.

Cuando Montse terminó de acicalarse y salió al salón donde estaban Ismael y Ricardo llevaba únicamente la camiseta y los pezones continuaban rasgando la tela que hacía las funciones de pijama.

-Te pondrás una chaqueta, ¿no? – le sugirió Ismael.

-Sí, claro – contestó ella haciendo alusión a que no debía pasar frío debido a la neumonía de la que aún se estaba recuperando.

Tanto Ricardo como Ismael, que iba a jugar a fútbol, debían marcharse así que Montse se quedaría nuevamente sola.

-Yo me tengo que ir un momento, pero acabo pronto – le dijo Ricardo – con lo que si necesitas cualquier cosa ya sabes.

Montse agradeció el gesto, pero lo único que quería era estar sola y descansar.

-Tú tranquilo. Si quieres venir tú mismo, pero me sabe mal porque ahora mismo no soy el alma de la fiesta.

A Ricardo no le gustaron aquellas palabras. Le gustaría que su presencia no forzara a su amiga a tener que comportarse de alguna forma concreta. Él no necesitaba más que su presencia para sentirse reconfortado y le gustaría que ella lo tuviera claro y actuara en consecuencia.

Los 2 hombres se marcharon juntos y la fémina se quedó en casa, en el sofá, tapada con la manta y viendo la tele disfrutando de estar fuera del hospital donde tan mal lo había pasado.

En cuanto Ricardo terminó sus compromisos se apresuró a llamar a su amiga.

-¿Cómo te encuentras?

-Bien – respondió con una vocecilla débil, acorde a su estado.

-¿Quieres que vaya a hacerte compañía?

-No hace falta estoy b… – y empezó a toser compulsivamente encogiendo el corazón de Ricardo.

-Pobrecita… esa tos no es normal. Mejor voy para lo que necesites. No hace falta que sepas ni que estoy, simplemente voy para asegurarme de que estás bien, pero tú sigues como si no estuviera. Déjame cuidarte.

Ricardo quería hacerla entender que podía contar con él como si fuera Ismael. No necesitaba ser anfitriona ante su visita, podía comportarse como si su presencia fuera lo normal. Y para él no era una carga o compromiso cuidarla, era lo que le salía, casi una obligación, pero altamente placentera.

Ella, entre tosidos, intentó hacerle ver que no era necesario, pero a duras penas podía hablar. En realidad lo que ella quería era estar sola, sin alguien merodeando por el que tendría que preocuparse, aunque fuera lo mínimo, dándole conversación u ofreciéndole algo para comer o beber. Sin duda Montse era incapaz de entender a su amigo.

-¿Pero estás bien? – le preguntó preocupado cuando los tosidos de ella parecieron desaparecer – Habrás sido buena y no habrás salido de casa, ¿no? – Ella sonrió débilmente, sin ganas – ¿Tienes frío?

-No, estoy bien. Llevo la chaqueta y estoy tapada con la manta.

-Pues yo casi prefiero que estés sin la chaqueta – le contestó Ricardo avispadamente, intentando comprobar si podían volver a insinuarse como hacían en el pasado.

Montse quiso responder, pero la tos volvió a hacer acto de presencia impidiendo que pudiera hablar.

-Bueno, te dejo, que a ver si por mi culpa te va a dar algo – pensando que la tos era provocada al intentar hablar con él – En menos de 20 minutos estoy ahí.

Montse se encontraba tan débil que no pudo ni contestar.

Había pasado un cuarto de hora cuando sonó el timbre de la puerta. Montse se vio obligada a levantarse. Aún no estaba la visita y ya le estaba jodiendo.

Cuando Montse abrió la puerta Ricardo se quedó a cuadros. La mujer se había desprendido de la chaqueta y él pudo volver a observar los enormes pezones de su amiga aún marcados en la camiseta. Gran recibimiento pensó.

-Hola guapo – le saludó con una sincera sonrisa.

Ricardo no pudo evitar volver a abrazarla, sentía deseos de volver a tenerla entre sus brazos. Esta vez, sin miradas que los estorbaran el abrazo fue más largo y el hombre meditó el motivo por el que se habría quitado la chaqueta.

-¿Tienes calor? – le preguntó.

-No precisamente – le respondió ella separándose de él.

-Se nota – le bromeó él mientras clavaba su vista en la cima de sus pechos.

-Es lo que querías, ¿no? – le respondió Montse pícaramente mientras daba media vuelta y se dirigía al sofá nuevamente – Pasa – concluyó.

Ricardo quiso saber si su amiga necesitaba cualquier cosa mientras ella recuperaba su posición, tumbada en el sofá y tapada con la manta viendo la tele. Igualmente le dejó claro que no se preocupara por él, que únicamente estaba allí por si era necesario. Nada más. Sin embargo, como Montse sabía, no tardó en faltar a su palabra.

-¿Sabes? cuando nos hemos abrazado esta mañana – ella lo miró, expectante – me hubiera gustado quedarme ahí, abrazados, sin despegarnos jamás.

Ricardo bajó la mirada, avergonzado de sus propias confesiones, mientras ella sentía todo el cariño que le tenía a ese hombre. A pesar de sentirse completamente vacía de fuerzas, a pesar de desear estar sola, sin hacer ni pensar en nada, se alegró de que su mejor amigo estuviera a su lado.

Ricardo se sorprendió cuando Montse se incorporó y, sin levantarse del sofá, se volvió a tumbar pero esta vez recostando su cuerpo sobre el de su compañero.

-Anda, abrázame, tontito – le dijo mientras su espalda entraba en contacto con el cuerpo de su amigo.

Ricardo reaccionó en seguida rodeando con su brazo el mustio cuerpo de Montse e, inevitablemente, volviendo a empalmarse como cuando tocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Su amiga desprendía calor, mucha calor, pero aquella situación no le pareció el infierno precisamente.

-Tengo un poquito de frío – le susurró débilmente la enferma.

-¿Quieres la chaqueta? – le propuso él ingenuamente.

-No…

Y Ricardo movió la mano que la rodeaba para acariciarle el brazo intentando darle calor.

-¿Quieres que suba la calefacción?

-No, eso ya me gusta – le sugirió refiriéndose a la friega que Ricardo había comenzado.

Llevaban un rato viendo la tele cuando el hombre se atrevió a continuar sus caricias abandonando el brazo y haciéndolas extensibles a las piernas de Montse que las tenía dobladas para intentar sentir más calorcito.

-¿Estás bien? – le preguntó él nuevamente temeroso.

-Perfectamente.

Nuevamente Montse empezó a sentir algo parecido a lo que sintió cuando Ricardo la enjabonaba. Si en aquella ocasión era un placer que alguien la duchara con los dolores de espalda que tenía, en esta ocasión era igualmente gratificante que alguien le diera calor humano con los escalofríos que la maldita neumonía le provocaba.

-Ricardo, estos días lo he pasado fatal – se confesó.

-¿En el hospital? Es normal, has estado muy enferma.

-No es eso. Es que… tantos días allí metida, sin poder salir. ¿Sabes que no he comido nada? Y los hartones de llorar que me he pegado…

Ricardo sintió mucha pena por su amiga y se sintió culpable de haber estado tan distanciado sin ni tan sólo saber lo que ocurría.

Montse había echado mucho de menos a su amigo durante ese periodo. La conciencia no le dejaba tranquila. El injusto trato hacia Ricardo, los cuernos que le había puesto a Ismael… se había sentido muy sola en el hospital, casi deprimida. Y ahora Ricardo le estaba dando la tranquilidad que había necesitado.

-Tú tranquila, vale, que ahora todo eso ha pasado y estas en casa, con la gente que te quiere – y aprovechó esas palabras para volver a subir su mano, pero esta vez la introdujo dentro de la camiseta para acariciarle el costado.

-¡Ay! – Montse dio un respingo al notar el contacto frío de la mano de Ricardo – Tienes las manos heladas – le recriminó.

-Ya, siempre tengo las manos frías – se apenó – Espera… – y retiró la mano un instante.

-¿Qué haces? – preguntó intrigada.

-La estoy calentando.

-¿Sí? ¿cómo? – preguntó ingenuamente.

-Me la he puesto en el paquete.

-¡Anda! No seas guarro.

-Va en serio – y volvió a introducir la mano bajo la camiseta de Montse.

-Pues es verdad que se te ha calentado…

Ricardo, subió su mano lentamente por el torso de Montse hasta llegar a la base de sus pechos. Se hizo el silencio entre ambos y el hombre, tras unos eternos segundos, rodeó la teta de su amiga con la mano. Montse no dijo nada. Ricardo, desde la base, rodeó el pecho de su amiga y subió la mano acariciando todo el volumen hasta llegar a la cima. Repitió el gesto un par de veces más y cambió de teta.

-Aún tengo un poco de frío…

-¿Qué quieres que haga? – le preguntó su amigo que ya no podía pensar demasiado.

-¿Tú crees que tu remedio será tan efectivo conmigo como con tu mano? – le propuso sutilmente la alicaída mujer.

Ricardo sonrió y dejó lo que tenía entre manos para cambiar de postura. Se quitó las bambas y se tumbó a la par que Montse, a su espalda de modo que ella pudiera contactar por completo con el caliente cuerpo de Ricardo.

Ella echó el pompis hacia atrás hasta notar el duro paquete de su amigo entrar en contacto con sus prietas nalgas. Sin duda notó el calor que la zona desprendía. Ricardo parecía en Babia así que Montse le pidió que volviera a abrazarla y así hizo.

El hombre volvió a introducir la mano bajo la camiseta, buscando nuevamente las glándulas mamarias de su amiga. Volvió a recrearse y esta vez jugó con el pezón. Estaba durísimo.

-¿Sigues teniendo frío? – le preguntó puerilmente.

-¡Eso ya no es cosa del frío, idiota! – espetó ella divertida y movió su culo para restregarlo por el hinchado paquete del hombre y sentir cómo rasgaba sus zonas más íntimas.

Ricardo se acercó al cuello de la chica y volvió a oler su piel como ya hiciera por la mañana. Sin decir nada la besó y ella ladeó la cabeza para que él le besara la zona con comodidad. Eran suaves y tiernos besos que le ponían la piel de gallina. Ahora no sabía si los escalofríos eran de su enfermedad o de lo que su amigo le estaba haciendo. Echó una mano hacia atrás y manoseó la entrepierna de Ricardo. Estaba excesivamente duro. Lo acarició con lujuria cuando, de repente, el móvil de Montse comenzó a sonar.

Era Ismael. Ella se alejó de su amigo, sentándose en el sofá, y mantuvo una breve conversación. Tras colgar el móvil se levantó para volver a ponerse la chaqueta. Mala señal pensó Ricardo que se incorporó para volver a ponerse las bambas.

-¿Ya ha terminado de jugar? – le preguntó.

-Sí, y ya viene para aquí. ¿Tú que vas a hacer? – le quitó hierro al asunto hablando como si nada hubiera pasado – ¿Te quieres quedar y cenamos algo cuando venga o…?

-Veo que estás bastante bien ahora, ¿no?

-Sí.

-Si te encuentras bien me puedo ir entonces.

-Vale.

-No tienes frío ni nada, ¿no? – preguntó ingenuamente mirando la chaqueta que Montse se había vuelto a poner.

-¡Lo que tengo ahora es un calentón enorme! – bromeó.

-¡Y yo! – no quiso ser menos.

-Pues ale, ya somos dos – zanjó el tema definitivamente sin darle mayor importancia.

Ricardo había recobrado la esperanza. Había pasado de casi perder la amistad con Montse a disfrutar de los nuevos acontecimientos vividos. Era una sensación grata. Deseó pensar que su amistad estaba por encima de todo y que las cosas se arreglarían volviendo a la extraña normalidad que siempre había existido con su amiga. Se alegró enormemente por ello.

Sin embargo, lo ocurrido aquella tarde había enredado más la ya de por sí liada cabeza de Montse. A los problemas en el trabajo, familiares y personales como el accidente y ahora la neumonía, debía sumarle su relación con Ricardo. Si bien es cierto que no habría ocurrido nada por el simple hecho del estado tan lamentable en el que ella se encontraba, no tenía claro hasta donde hubiera llegado estando en otras circunstancias.

Cuando Montse estuvo completamente recuperada de su neumonía recibió una inquietante llamada. En menos de una semana operaban a Ricardo de un testículo. El hombre no quiso dar más detalles aludiendo a un tema personal y, para evitar la preocupación de su amiga, dijo que no era nada grave, pero ella no se quedó satisfecha.

-¿Necesitas algo? Cualquier cosa, puedes contar conmigo, ya lo sabes.

A pesar de la frustración que sentía al comprobar que su mejor amigo no confiaba en ella para explicarle el motivo de la operación, por íntimo que pareciera, se sentía tan agradecida por lo bien que Ricardo la había atendido anteriormente que casi necesitaba cuidar ahora de él.

-No, de verdad, muchas gracias. Se agradece pero no es necesario.

-En serio, Ricardo, después de lo mucho que me has cuidado cuando yo he estado mal, lo menos que puedo hacer ahora es ayudarte en lo que necesites.

-Bueno, en realidad… – comenzó cauteloso.

-Dime, lo que sea – insistió firmemente convencida.

-Pues a la operación debo ir rasurado y…

-¿Y? – preguntó imaginándose lo que su amigo le iba a pedir.

-Pues me vendría bien alguien que me ayudara a depilarme ahora que no está Noe. Es una zona un poco delicada y para hacerlo uno mismo…

Montse se rió internamente, pero ocultó a su amigo lo gracioso que le parecía.

-Bueno, para eso hay centros que se encargan de hacerlo, ¿no? – le contestó secamente, todo lo fría y seria que pudo.

-Ya, ya… disculpa, es que… no debí… bueno… – contestó Ricardo torpemente, avergonzado.

-¡Calla ya! ¿no ves que te estoy vacilando? – le sacó del aprieto.

-Entonces… – insistió él sin tener muy claro si su amiga le había respondido positivamente o no.

-Pues claro que lo haré. Con lo que tú has hecho por mí… ¿cuándo quieres que te ayude con la depilación?

-Pues… el día de antes – contestó más tranquilo, pero aún con el corazón acelerado – Así el día de la operación estaré bien rasurado.

-¡Vale! – concluyó divertida.

El día antes de la operación Ricardo salió disparado del trabajo. Había quedado en pasar a recoger a su amiga y volver para su casa dónde ella le ayudaría a rasurarse los testículos. Para tener más tiempo había salido antes de la hora de modo que no tuvieran que correr.

Ricardo estaba intranquilo. Le apetecía mucho volver a ver a Montse, pero le daba cosa mostrarle sus partes íntimas por el temor a que una erección incontrolada apareciera en cualquier momento y, sabiendo lo mucho que le ponía Montse, era más que probable.

Ella estaba tranquila. Sentía curiosidad por volver a ver el pene de su amigo después de tanto tiempo, pero no le daba mayor importancia. Únicamente se sentía bien sabiendo que iba a devolverle el buen trato que ella misma recibiera anteriormente por parte de Ricardo.

-¿Nervioso? – le preguntó cuando su amigo pasó a recogerla.

-¿Hablas de la operación o del depilado? – bromeó provocando las risas de su amiga.

-Hablo de la operación lógicamente, pero ahora que lo dices… – insinuó divertida.

-Pues un poco la verdad.

-¿Hablas de la operación o del depilado? – y ambos comenzaron a reír.

Cuando llegaron a casa de Ricardo, el anfitrión procuró que Montse se sintiera como en casa, que no le faltara de nada. Y una vez acomodados, ella sacó el tema que él no se atrevía a tocar.

-¿Cómo vas a depilarte?

-Pues con cuchilla, ¿no? – afirmó dubitativamente.

-Ok… pues tú dirás.

Ricardo se levantó, indeciso.

-¿Cómo quieres que lo hagamos? – preguntó gesticulando dando evidencias claras de que no sabía qué hacer.

-¡Anda, hijo! – espetó Montse tomando las riendas de la situación – Ven.

Y lo llevó hacia el pasillo cogiéndole por el brazo. Ricardo la siguió, esperando que la mujer tuviera claro cómo actuar.

-Necesitaremos una cuchilla, agua (en una palangana puede estar bien) y… ¿tienes espuma o gel de afeitado? – y antes de que él pudiera contestar – Sigues teniendo los pelos cortitos, ¿verdad? – le preguntó mientras le sonreía con complicidad.

-Sí – le devolvió la sonrisa – suelo pasarme la máquina cada cierto tiempo – contestó mientras buscaba todo lo que ella le había solicitado.

-Perfecto – puntualizó.

Cuando Ricardo tuvo todo preparado parecía igual de descolocado.

-¿Dónde…? – dejó la pregunta a medias queriendo saber en qué lugar Montse prefería hacer la depilación.

-Pues… creo que lo mejor será encima de la cama de matrimonio. Saca una toalla.

Ricardo le hizo caso y se la dio a ella que la extendió sobre el colchón.

-Ven – dijo a su amigo mientras lo colocaba de espaldas a la cama y le empujaba ligeramente para que cayera sobre la toalla recién extendida.

Ricardo no sabía cómo iba a ir la cosa. No sabía si él se depilaría y ella le ayudaría guiándolo o rasurando únicamente las partes a las que él no llegara o alcanzara a ver, o si sería ella la que le depilaría toda la zona. Pronto lo descubriría.

-Quítate los pantalones – le pidió la improvisada esteticista.

Ricardo estaba como un flan. Por suerte, la propia tensión del momento y lo mal que lo estaba pasando eran más que suficientes para que su pene siguiera flácido, cosa que le evitaría pasar un más que mal rato. Se bajó los pantalones como ella le había pedido dejándolos a la altura de las rodillas y se quedó en ropa interior ante Montse.

-¿Es que te voy a tener que ir diciéndotelo todo? – le reprendió mientras bajaba y subía el dedo índice en clara alusión a que se quitara los calzoncillos.

Ricardo hizo caso y se bajó los bóxers dejándolos a la misma altura que los pantalones. Se tumbó y miró al techo, avergonzado de enseñar las vergüenzas a su amiga en esa situación.

Montse echó un vistazo al flácido pene que se había quedado ladeado a la derecha, sobre el muslo izquierdo de Ricardo. Se fijó en el tamaño normal del tronco, recordando el gordo glande en que terminaba. Lo tenía rosado y brillaba bajo la luz de la habitación. Montse se fijó en el rostro de su amigo, rojo como un tomate.

-¿Ahora entiendes lo que sentía yo aquel día en la ducha? Va, que no es para tanto… que tú a mí ya me has visto desnuda – y prosiguió mientras cogía el bote de gel y empezaba a agitarlo – Además, ¿ya has olvidado lo de la casa rural? – y comenzó a reír.

-Ya, pero ahora se supone que no tiene que pasar nada…

-Ya – concluyó dando la razón a su amigo.

-¿Has de rasurarte el pubis? – preguntó en el instante que soltaba el chorro de gel sobre los pelos de la parte baja del estómago.

-Pues creo que no es necesario. Únicamente los testículos, pero ya que estás…

-Vale – contestó risueña en el momento en el que comenzaba a esparcir el gel con la mano por el pubis del hombre.

En un instante empezó a aparecer la espuma y Montse bajó su mano hasta la bolsa testicular de Ricardo pasando por el muslo en el que no descansaba el miembro viril. La mujer manoseó los huevos un rato, esparciendo la espuma completamente. De vez en cuando sus dedos rozaban la parte baja del pene, pero intentaba evitar a toda costa que el contacto fuera mayor.

Ricardo hacía esfuerzos por pensar en otras cosas que ayudaran a evitar la inminente erección. El pudor inicial, incluso el contacto con el frío gel había ayudado, pero cuando Montse comenzó a palparle los huevos, la cosa empezó a complicarse. Finalmente no aguanto más cuando su amiga, con la mano que estaba limpia de espuma, le agarró el pene con suma delicadeza, utilizando únicamente 2 dedos, para apartarlo del muslo en el que reposaba y así poder terminar de esparcir el gel de afeitar por toda la zona.

Montse había agarrado el pito con el dedo pulgar e índice y lo mantenía en posición vertical mientras con la otra mano manoseaba toda la zona alrededor. Mientras sujetaba el falo comenzó a notar como muy ligeramente aumentaba de tamaño. Montse se hizo la despistada y, cuando el tamaño era considerable, apretó ligeramente los dedos para notar la dureza de la polla que estaba sujetando. Apartó la mano y miró la verga como, desafiante, se quedaba alzada sin que nada la tocara.

-Perdona – se excusó Ricardo avergonzado y temeroso de la reacción de su amiga.

-Tranquilo. Si mejor así que se sujeta sola y no me molesta… – afirmó divertida tranquilizando a su “cliente”.

Montse comenzó su tarea de depilación pasando la cuchilla por el pubis, testículos e, incluso, el tronco de la polla. Antes de hacerlo, con la mano con la que no manejaba la cuchilla, recogió un poco de la abundante espuma que se había formado y la esparció por el tronco de la verga pasando una única vez desde la base hasta la punta de la misma. El miembro dio un respingo.

Cuando hubo terminado, Montse utilizó el agua para deshacerse de la espuma que había quedado por la zona recogiéndola con la mano en forma de cuenco y echándola sobre la piel del hombre. Ricardo pensó que él mismo terminaría de limpiarse, pero una vez más su amiga lo sorprendió utilizando la toalla para limpiar ella misma los últimos restos de espuma. Cerró los ojos y dejó hacer a su amiga que recorrió con la mano a través de la toalla cada una de las zonas por las que antes había esparcido el gel.

-Ya está – le dijo al fin cuando terminó de limpiarlo.

Ricardo alzó el tronco superior apoyando los codos en la cama y observando el acalorado rostro de la mujer que tenía delante. Ella le sonrió y alargó su mano para acariciar el aún erecto pene. Sin dejar de sonreírle comenzó a menearle la polla empezando una deliciosa paja. El hombre siguió esforzándose en retrasar el orgasmo y ella se extrañó de tanta demora inesperada.

-¿M… a… up… s? – atinó a decir el excitadísimo Ricardo.

-¿Qué? – Montse no le entendió.

-Dig… que si… m… la upa…

-No te entiendo…

-¿M… a… chup… s?

-¿Quieres que te la chupe…? – le preguntó sensualmente, provocándole.

-P… r… fa… – se lo pidió por favor.

Ricardo estaba tardando más tiempo en correrse del que Montse pensaba y, aunque no estaba tan caliente como cuando su amigo le había puesto la mano encima, aquel enorme glande le seguía resultando bastante apetecible. Inclinó su cuerpo hacia delante y besó a su amigo en la mejilla mientras con la mano libre empujaba la ropa de Ricardo hasta sus tobillos sin dejar de masturbarlo. Él abrió las piernas todo lo que pudo y ella arqueó su cuerpo buscando con la boca la tiesa polla de Ricardo.

El primer contacto fue apoteósico. Cuando los labios de Montse besaron su glande casi le escupe toda la leche que empujaba por salir. Tuvo que apretar el culo para no mancharla a la primera. Ella abrió la boca y bajó introduciéndose ligeramente el glande para volver a subir chupándolo como si de un polo se tratara. Finalmente Montse sacó la lengua y lamió el frenillo de Ricardo recogiendo parte del líquido preseminal que había soltado hacía mucho rato.

Cuando Montse se metió en la boca gran parte de la durísima polla y comenzó a rodear el glande con la lengua mientras subía y bajaba la cabeza apretando con fuerza los labios para saborear la verga que estaba mamando, Ricardo no aguantó más. Un primer chorro de semen impactó en la lengua de Montse que rápidamente se apartó y, sin dejar de pajear a su amigo, vio cómo los restos de leche caían sobre su mano, pubis del afortunado y toalla.

Montse utilizó la prenda de baño para limpiarse mientras Ricardo recuperaba el aliento.

-Espero que la próxima vez sean más de 4 los chorros… – apuntó Ricardo aún jadeante.

-¿De qué te vas a operar? – preguntó Montse, aunque ya se hacía a una idea.

-Tengo un testículo jodido – contestó secamente sin querer dar más explicaciones.

-¿Qué testículo es?

-El izquierdo.

Y ella se agachó para darle un dulce beso en el huevo que iban a operarle.

-Suerte para mañana – le susurró al cojón.

-Aish… qué tontita eres… – le soltó cariñosamente Ricardo mientras se incorporaba y acariciaba el bello rostro de la mujer que acababa de hacerle la mamada más anhelada de la historia.

Montse no podía quitarse la sonrisa de la cara y se tumbó en la cama observando cómo se vestía su amigo, teniendo antes una visión de su desnudo y firme culo.

La operación de Ricardo fue bien, aunque los días siguientes a la intervención fueron duros. El paciente no podía tener relaciones sexuales, ni siquiera hacerse una paja que pudiera liberarle de tensiones provocadas por su amiga Montse. Y es que no podía dejar de pensar en ella. Desde su último encuentro en su casa donde ella le había regalado una extraordinaria mamada, la obsesión por aquella mujer parecía haber alcanzado límites insospechados. La deseaba y deseaba volver a acostarse con ella.

Montse había aprendido a vivir con aquella extraña y prohibida relación que tenía con Ricardo. Tras la noche de la depilación, estaba exultante, satisfecha de haberle comido la polla a su amigo. Sin embargo, en seguida recapacitó pensando que tenía que poner freno a una situación completamente fuera de control. Ella quería a Ismael y le reconcomía por dentro todo lo que estaba sucediendo a sus espaldas.

“¿Quieres q hagamos un café y aprovechamos para dejar las cosas claras?”. Montse le envió el sms a su amigo, dispuesta por fin a aclarar la situación.

-No nos vemos desde el día de antes de la operación, en mi casa, ¿recuerdas? – sacó el tema Ricardo mientras degustaba su cortado junto a su querida amiga.

-Antes de empezar con ese tema… – quiso prevenir – ¿cómo estás? ¿te duele? – quiso saber cómo se encontraba tras los días pasados desde la operación.

-No, estoy bien. Únicamente tengo que tener cuidado con los puntos. Pero puedo hacer vida normal, pero sin hacer esfuerzos. En principio hacer reposo y poco más.

Y así siguieron hablando del tema durante un rato.

-¿Sabes? Llevo un suspensorio – le reveló él.

-¿Un suspen… qué? – le bromeó ella que no sabía lo que era.

Él se rió.

-Un suspensorio.

-¿Y qué es eso? – le preguntó haciendo una mueca mezcla de ingenuidad y broma.

-Pues es una prenda que recoge los testículos para que vayan bien sujetos.

Montse empezó a reír a carcajadas.

-¿Por qué te ríes? – le preguntó él intentando mostrar indignación, pero con una sonrisa que no podía evitar.

-No sé… me hace gracia… no me lo imagino.

-Pues es como una especie de tanga, pero con un agujero para el pene… – Montse no paraba de reír – …y en vez de unirse por aquí – le señaló la raja del culo – se une por los costados dejando el pompis al aire. Te gustaría – bromeó.

-¡Ay! No sé… – contestó mientras aún se recuperaba del ataque de risa – no acabo de verlo.

-¿Quieres que te lo enseñe? – le propuso.

-¡Vale! – contestó feliz – ¿Me lo enseñarás más adelante? – le contestó ingenuamente pensando en ver únicamente la tela, sin poner.

-Uf… – suspiró – a saber cuándo podrá ser eso… ¿quieres que te lo enseñe ahora?

-¿Sí? ¿Cómo? – empezó a hacerse la tonta intuyendo las intenciones de su amigo.

-Pues vamos un momento al lavabo, me bajo los pantalones y…

-¡Anda ya! ¡Tú estás loco!

-Que sí, tonta. Venga ven – y se levantó marchando a los lavabos sin esperar la respuesta de ella.

Montse no se lo esperaba y se quedó a cuadros. No tenía mucho tiempo para recapacitar así que no pensó cuando vio a su amigo a punto de desaparecer por la puerta de los lavabos.

-Espérame – le avisó lo más bajo que pudo para no llamar la atención. Si su amigo entraba por esa puerta sin ella, sería incapaz de saber si había entrado al cuarto de baño de los chicos o las chicas y se moriría de vergüenza si no lo encontraba.

Así que sin tener claro si lo quería hacer, se levantó en dirección a los servicios para dar la mano a Ricardo que la introdujo hasta uno de los lavabos individuales del baño de caballeros.

Nerviosa, se fijó en su amigo que empezó a desabrocharse los anchos pantalones después de haberse deshecho del cierre del cinturón. Los pantalones cayeron hasta los tobillos y se fijó en al abultado paquete que se le marcaba en los calzoncillos. Reprimió las ganas de echar una mano y magrearlo. Ricardo, con sumo cuidado, separó los calzoncillos de su cintura y los bajó poco a poco para no tocar el testículo operado. Montse se fijó en la cinta blanca del suspensorio que recorría la cintura del hombre y de unas tiras que, unidas a esta cinta, bajaban hacia abajo por las nalgas de Ricardo donde seguramente se unían a la parte baja del suspensorio. A medida que la tela del calzoncillo bajaba, la carne flácida del pene de Ricardo iba asomando. A Montse le gustó volver a ver aquel miembro que días antes había tenido entre sus labios. Cuando apareció la tela que embolsaba los testículos y el agujero por el que el pito pasaba volvió a reír, pero esta vez, debido a la morbosidad del momento, con menos ímpetu que antes.

-¿Qué te parece? – le preguntó Ricardo – ¿Lo había descrito bien o no?

-Sí – contestó risueña – pero no me lo habría imaginado jamás si no lo veo.

-¿Lo ves, tonta? – nunca mejor dicho pensó.

-A ver, date la vuelta – le pidió y cuando Ricardo lo hizo volvió a verle el buen culo. Se lo pellizcó cariñosamente.

Ricardo sonrió y volvió a ponerse de frente a ella.

-¿Por qué no me la tocas un poco? – le sugirió.

-Ricardo, estás recién operado. No digas tonterías, ¡no puedes hacer tonterías!

Enajenado, cogió la mano de su amiga y la llevó hasta su miembro. Ella retiró la mano, ofendida. Y él intentó acariciarle un pecho, pero Montse salió de allí despavorida sin decir nada. Mientras recorría el camino de regreso pensó que había llegado el momento de contarle el infierno por el que estaba pasando y, con lágrimas en los ojos, no le importó cruzarse con una pareja mayor que la miró con desprecio al ver que salía del cuarto de baño masculino.

Mientras se volvía a colocar la ropa Ricardo recapacitó. El calentón del momento le había jugado una mala pasada y había molestado a su mejor amiga, por no hablar de la tontería que acababa de intentar hacer, tener relaciones sexuales cuando lo tenía prohibido por los médicos. Al salir del lavabo vio que Montse, con lágrimas en los ojos, le esperaba sentada en la mesa. La tristeza lo inundó.

A medida que Montse le contaba lo mal que lo estaba pasando, todo tipo de sensaciones fueron pasando por el estado de ánimo de Ricardo. La pena de saber lo mucho que ella estaba sufriendo, la rabia de oír cómo le pedía que debían acabar sus no tan inocentes bromas que acababan provocando sus furtivos encuentros sexuales porque Ismael no se merecía ese comportamiento por parte de ninguno de los dos y, por último, el enfado al escuchar la confesión del motivo que provocó el accidente de coche por no poder dejar de darle vueltas.

Aunque se dijo a sí misma que quedaría para siempre en el olvido, Montse, aterrada por lo que podía ocasionar al mismo tiempo que se quitaba un peso de encima, confesó a su amigo el chantaje que su jefe le había hecho al descubrir sus conversaciones por correo electrónico. No ignoró el hecho de lo mucho que disfrutó con aquel polvo, pero en seguida se dio cuenta que hizo mal en no ocultar algunos detalles pues Ricardo no se lo tomó demasiado bien.

El hombre se sintió frustrado al saber que aquel indeseable argentino había conseguido acostarse con la pobre Montse a costa de un calentón que él mismo le había provocado y no había podido disfrutar. Y, equivocadamente, lo pagó con su amiga a la que culpó de lo sucedido insinuando que se había acostado con su jefe gracias a que él la había puesto cachonda. Montse se quería morir ante la reacción de su mejor amigo.

Los días pasaron hasta que Ricardo se recuperó al 100%, pero la relación entre ambos estaba en punto muerto desde el día del suspensorio. El enfermo se había hecho todas las pruebas pertinentes y habían resultado positivas. Estaba contento de que todo había ido bien, pero tenía la espina de no poder compartir ese momento con su mejor amiga.

Montse estaba en casa con Ismael viendo la tele. Tenía en mente darse una ducha, pero estaba esperando a que su pareja se marchara a entrenar ya que estaba a punto de hacerlo. No le dijo nada para no meterle prisa, únicamente quería esperar para poder despedirse de él con un beso. De hecho, seguramente, si ese día no le tocara entreno, habrían hecho el amor en ese instante. A ella le apetecía.

-Un beso, cariño – se despidió Ismael y en cuanto desapareció por la puerta ella se levantó para dirigirse al cuarto de baño.

Estaba casi desnuda cuando oyó unas llaves introduciéndose en la cerradura y abriendo la puerta. Pensó en lo que Ismael se habría olvidado y le gustó la idea de que fuera a ella a la que se había dejado y volviera para chuscar un rato. Sólo de pensarlo notó como su entrepierna se humedecía.

-Ismael, ¿qué te has dejado ya? – le preguntó alzando la voz mientras salía del baño dirigiéndose a la habitación.

Ricardo había entrado procurando no hacer mucho ruido. Al asomarse al pasillo no se esperaba ver aquello: la escultural Montse, de espaldas, entrando en la habitación con un pequeño tanga como única prenda. La erección fue automática.

-¿Ismael? – volvió a preguntar intrigada, alzando más la voz.

Ricardo, sigilosamente, se asomó a la habitación y se encontró a su amiga, encorvada doblando la ropa sobre la cama. Las grandes ubres le colgaban como alforjas y reprimió las ganas de correr a sobárselas.

-¡Sorpresa! – vaciló.

Montse, al oír la voz, reaccionó en seguida tapándose como pudo. Estaba anonadada. Por un pequeño instante tuvo miedo, pero rápidamente supo que su mejor amigo jamás le haría nada malo.

-¿Tú qué haces aquí? – le soltó con voz agria – ¿No ves que estoy desnuda? ¡Largo, largo!

-Está bien, disculpa – reaccionó dejando de asomarse – Sólo venía para darte una sorpresa, para hablar y pedirte perdón por mi reacción del otro día – a Montse le gustó – No sabía que estabas desnuda – mintió.

Montse caviló unos segundos haciendo el ruido tal para que así lo percibiera su amigo.

-Vale, me gusta la idea – concluyó al fin – Espera que me pongo algo y hablamos.

Antes de hacerlo Montse separó la tela de su tanga para comprobar lo húmeda que estaba. Se maldijo por estar tan caliente justo cuando su amigo venía a arreglar las cosas. Introdujo la mano que no sujetaba la tela dentro del tanga y se palpó el coño. Al sacar la mano pudo observar el líquido que impregnaba sus dedos y pensó en lo mucho que habría deseado que fuera Ismael el que hubiera entrado por esa puerta y el que ahora estuviera penetrándola.

Ricardo se había fijado que desde el pasillo donde estaba podía ver el interior de la habitación a través del espejo del lavabo y se quedó observando el precioso cuerpo desnudo de su amiga. Pero unos instantes después no se podía creer lo que estaba viendo. Montse tocándose el coño. ¿Por qué lo hacía? caviló. Y, sin pensar demasiado, reaccionó en seguida.

Ella no se lo esperaba. En cuanto se quiso dar cuenta, Ricardo estaba a su espalda y le empujaba, como hiciera ella semanas antes en su casa, dejándola caer sobre la cama, esta vez boca abajo. Sin tiempo a reaccionar, su amigo se estiró junto a ella, sujetándola.

-Montse, te deseo. Necesito hacer esto, necesito volver a follarte – le jadeó cerca de su oído.

-No creo que sepas lo que dices – le contestó ella, asustada – estás pensando con el pito.

Pero Ricardo no la escuchaba. Empezó a magrearla recordando la ducha donde enjabonó casi todo su cuerpo o el día del sofá donde pudo sobarle las tetas a conciencia. Cada uno de esos recuerdos unidos a las nuevas caricias a su amiga le ponían más y más cachondo y le impedían oír las palabras de súplica de su amiga.

-Por favor, Ricardo… – casi sollozaba – no lo hagas.

El hombre se apartó de ella por un instante para bajar el tanga de su amiga de un tirón. Rasgó la piel de la mujer dejando la tela a la altura de sus rodillas. Ricardo subió las manos recorriendo los carnosos muslos de Montse.

-¿Por qué te tocabas el coño antes, eh, guarrilla? – le increpó mientras introducía la mano derecha en la entrepierna.

Montse había dejado de quejarse y únicamente pensaba en lo mal que eso iba a acabar. Ella tenía ganas de chuscar y, aunque deseaba que fuera Ismael el que ahora la magreara, empezaba a no importarle a quién pertenecieran las manos que estaban a punto de entrar en contacto con su necesitada raja.

-Mírate, si estás cachonda como un perra, reconócelo – le reprendió al comprobar lo mojada que estaba Montse. Pero ella no dijo nada.

Ricardo comenzó a frotar el coño de su amiga hasta sacarle los primeros gemidos. No tardaron en llegar. El hombre comenzó a desabrocharse el tejano con la otra mano para liberar la polla con la que pensaba empalarla.

Montse no pudo reprimir las ganas de echar un vistazo atrás y ver cómo el violador desenfundaba su pistola. Cuando vio el brillante glande recordó las sensaciones al chuparlo después de la depilación de su amigo y se dejó llevar.

-Métemela… – le pidió a su amigo con la voz entrecortada.

-Eso pienso hacer, cabrona. Mira que me lo has hecho pasar mal desde la primera vez, hija de puta – y justo la insultaba cuando le introdujo la punta de la polla en el lubricado coño – ¡Estás chorreando! Seguro que estás pensando en tu puto jefe… – le recriminó con todo el rencor que tenía acumulado.

Las vejaciones unidas a la penetración crearon un cóctel de sensaciones nunca conocido en la mujer que esperó deseosa la embestida final en la que Ricardo le introdujera todo el cipote en su hambrienta concha. No se hizo esperar. El hombre, tras la pausada penetración del glande, empujó con fuerza insertando el resto de la durísima polla en el interior de Montse provocándole uno de los orgasmos más placenteros que recordaba. Mientras se corría, Ricardo comenzó a meterle y sacarle la polla con una fiereza desconocida en él y, antes de terminar de correrse, otro orgasmo la inundó. El placer era infinito y eran casi los propios orgasmos los que le daban tanto gusto que casi sin necesidad de que aquel salvaje la follara aún se corrió por tercera vez consecutiva.

Ricardo se sentía pletórico. Desde que Montse le hiciera la mamada no había vuelto a tener relaciones sexuales de ningún tipo. Únicamente la masturbación para la prueba de semen en el hospital y la paja pensando en su deseada mejor amiga en cuanto le dijeron que podía volver a tener relaciones. Y ahora se sentía con fuerzas suficientes como para partir en 2 a su amiga. Quería demostrarle que era un auténtico macho y mejor amante que su jefe así que cada embestida intentaba que fuera más fuerte que la anterior, introduciendo su rabo en cada una de ellas hasta los mismísimos huevos. Quería llegar lo más lejos posible dentro de Montse, explorar su interior y dejar allí su sello para siempre.

Montse, tras el multiorgasmo, empezó a sentirse dolorida. La postura no era muy cómoda, tumbada de espaldas con su amigo sobre ella. Notaba las gotas de sudor que se resbalaban del rostro de Ricardo cayendo sobre su espalda. Y el muy bestia de su amigo estaba destrozándole el coño. Todo ello hacía que empezara a dejar de disfrutar, pero él se dio cuenta de ello en seguida.

Ricardo se separó de su amiga, que se giró en cuanto notó la libertad con una sonrisa en su rostro.

-Me pones mucho, niña – le dijo al ver esa preciosa faz iluminada por tan enorme y cautivadora sonrisa.

Y se precipitó sobre ella para besarla en la boca mientras ambos se magreaban en busca de la carne del amante con el que estaban haciendo el amor.

-¿Quieres comprobar si supero los 4 chorros de la última vez? – le insinuó él haciendo referencia al testículo recién operado que ahora también entraba en juego en sus corridas.

-¡Vale! – le contestó ella divertida.

Ricardo se apartó de ella nuevamente y la cogió de los brazos para alzarla. De pie, junto a la cama, empujó a su amiga hacia abajo, forzándola a agacharse. Estaba claro lo que buscaba y a Montse no le importó. Iba a ser la segunda corrida que iba a recibir su rostro tras la de su jefe.

De rodillas, a la altura del cipote tieso de Ricardo, Montse agarró el falo y empezó a masturbarlo. En seguida utilizó también la boca para chuparle la polla y provocarle el orgasmo. Mientras lo hacía se llevó la mano libre a la entrepierna y empezó a acariciarse los labios vaginales, nuevamente lubricados. Se abrió de piernas y empezó a masturbarse mientras no dejaba de pajear y mamarle la verga a su especial amigo.

Ricardo volvió a rememorar todo lo vivido con su amiga. No únicamente los últimos encuentros sexuales que habían sido tan placenteros, sino que recordó todo lo especial que ambos habían vivido y dio gracias por ser amigo de esa mujer tan extraordinaria que había hecho de él alguien tan extraordinario. Los sentimientos, el placer, las sensaciones se unieron provocándole el orgasmo. Montse se apartó de él y Ricardo se agarró la polla para apuntarla hacia el bello rostro de ella. Pajeándose, se corrió en la cara de su amiga.

Montse notó el primer chorro caliente alcanzarle el pelo y la frente. El siguiente le manchó la nariz y parte de la mejilla. El tercer aluvión de semen pareció más vigoroso aún depositándose nuevamente en su pelo, nariz y boca. Los sucesivos siguieron pintándole la cara llenando de leche su pelo, frente, nariz, mejillas, labios, barbilla… todo su rostro quedó recubierto del espeso semen de los 12 chorros que Ricardo le soltó en la cara. Mientras Montse recibía tal baño de lefa sus dedos comenzaron a moverse más rápidamente dentro de su coño alcanzando así un nuevo orgasmo.

Ricardo tuvo que apoyarse en la cama para no desvanecerse tras haberse vaciado sobre el precioso rostro de su amiga que ahora estaba cubierto de una espesa capa blanca. Eso no le impidió a Montse agarrar la morcillona polla que colgaba ante ella para besarla, lamerla y absorberla por última vez con intención de recoger los restos de semen que por ahí quedaran. Ricardo sonrió.

Sin decir nada, la mujer se levantó subiéndose las bragas y se retiró al cuarto de baño para limpiarse el semen de la cara. Ricardo se tumbó en la cama recobrando fuerzas.

-Oye, ¿y cómo has conseguido entrar en la casa? – le preguntó Montse desde el lavabo.

-Bueno, realmente quería darte una sorpresa. No te he mentido, mi intención era arreglar lo nuestro y se me ocurrió que esta podía ser una buena forma…

-Cuéntame – le cortó Montse, intrigada.

-Pues llamé a Ismael para preguntarle cuándo entrenaba y si me podía hacer un favor. Le dije que quería arreglar el mal rollo entre nosotros y para ello había pensado en darte una sorpresa.

-Te enrollas… – le hizo ver ella, que se impacientaba.

-Está bien… pues le dije que él y yo podíamos quedar abajo y cuando él se fuera a entrenar volvíamos a subir quedándome yo en casa y él marchándose definitivamente para que tú te pensaras que era Ismael el que había vuelto y al verme a mí te llevaras una sorpresa.

-Pues las cosas te han salido bien, eh, guapito – le dijo mientras regresaba a la habitación, con el rostro limpio y aún en tanga. Ricardo sonrió.

-Eres un cielo.

-Sí, pero mira como me has dejado el pelo – se quejó Montse enseñándole los manchurrones de semen que se habían adherido a su preciado cabello – Ahora voy a tener que lavármelo y no toca – y gruñó en un gesto de rabia amistosa.

-¿Quieres que te ayude a ducharte? – le bromeó él sacándole ahora la sonrisa a ella.

-Anda vete, que te quiero demasiado y al final nos metemos juntos en la ducha.

-Te amo – coincidieron ambos al unísono antes de que ella se metiera en la ducha y él se marchara, esta vez, para siempre.

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Relato erótico: Puta, casada y culona era la hija de mi vecina (POR GOLFO)

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No siempre ser un pardillo es un problema. Cuando tenía veinte años, una vecina de mi madre me tomó como su chapuzas personal y para colmo no me pagaba. Doña Merche una simpática cincuentona  vivía en frente nuestro y abusando de la amistad que le unía con mis viejos, cada vez que le fallaba algo en su casa, me llamaba para que se lo arreglase. Daba igual que la chapuza fuera un grifo que le goteaba, una luz que no le encendía o que por causa de una tormenta, la televisión no estuviera sintonizada, siempre que le venía en gana esa vieja me llamaba y yo no podía negarme.
A mi madre le daban igual mis quejas.
-Debes ser un buen vecino- me dijo una vez que volvía encabronado por perder una hora en casa de la vecina sin que siquiera me hubiese invitado una cerveza –algún día se lo agradecerás.
Sin saberlo, mi querida progenitora profetizó lo que os quiero contar que no es otra cosa que mi historia con la hija de esa señora.
Merceditas, como decían a ese bombón, no vivía en la casa porque se fue a vivir con su novio hace muchos años. Aquel verano había formalizado su unión, casándose  en la parroquia del barrio. Con veinticinco años, esa rubia estaba buenísima y lo sabía. Consciente de que tenía una cara preciosa y un cuerpo que hacía las delicias de todo aquel que la viera pasar, tonteaba conmigo cada vez que nos cruzábamos en el ascensor. La naturaleza había sido generosa con ella, dándole además un par de enormes pechos que era incapaz de dejar de mirar cuando subía con ella hasta nuestro piso.
-¡Qué guapo estas, vecinito!- me decía la jodida invariablemente para hacerme cabrear, recalcando los cinco años de diferencia que nos llevábamos. Os reconozco que me daba igual. Lejos de enfadarme, su guasa me daba motivos para alargar un poco más la contemplación de esas dos maravillosas tetas.      
Pero volviendo al tema que os quiero contar, una mañana de invierno, Doña Merche me llamó porque tenía una urgencia. Al preguntarle que ocurría, me explicó que el calentador le fallaba y su hija necesitaba darse una ducha.
Como comprenderéis, saber que ese pibón estaba en la casa era motivo suficiente para no reusar en ayudarla. Por eso, cogiendo mis herramientas me planté en su apartamento. Al llegar, la encontré enfundada en una bata mientras desayunaba. Un poco cortado, pedí permiso y sin mirarla me puse a arreglar la caldera. Al tener que desmontar la carcasa, me dí la vuelta para coger una silla y fue cuando me encontré que ese zorrón se había  abierto un poco su albornoz, dejándome disfrutar del inicio de sus pezones.
Impactado por la rotundidad de ese escote, no pude separar mi vista de ese par de melones y debido a eso, me pilló mirándolos. Lejos de enfadarse, sonrió al darse cuenta de mi fijación y aprovechando que su madre no estaba en la cocina, me soltó:
-Parece ser que a mi vecinito le gustan mis pechos- avergonzado hasta decir basta, me quedé callado mientras esa mujer se reía de mí -¿No te gustaría ver algo más?- preguntó separando sus rodillas.
El espectáculo de verle las bragas fue demasiado para mi pobre sexo y traicionándome bajo el pantalón, se puso como una piedra. Merceditas, comportándose como una autentica puta, abrió aún más sus piernas al ver mi estupor mientras me decía:
-¿Crees que tengo los muslos muy gordos?
Como comprenderéis, me quedé pálido al escucharla y más aún cuando observé la forma tan descarada con la que me enseñaba sus jamones. Muerta de risa y mientras su madre trasteaba en la habitación de al lado, insistió en que contestase, diciendo:
-Mi marido cree que tengo que adelgazar, ¿Tú qué opinas?
Babeando de forma descarada, balbuceé:
-Es un idiota, ¡Estás buenísima!
Mi respuesta le satisfizo y con una sonrisa en los labios, se levantó a donde yo estaba. Sin cortarse en absoluto, llevó su mano a mi entrepierna y mientras acariciaba mi erección, susurró en mi oído:
-Es una pena que esté casada, sino te aseguro que me encantaría probar lo que esconde aquí debajo.
Os juro que si no llega a ser porque Doña Mercedes estaba en el comedor, hubiera cogido a esa zorra y poniéndola a cuatro patas, me la hubiera follado en la mitad de esa cocina. Y más porque antes de dejarme solo arreglando el puñetero calentador, mi querida vecinita se aflojó la bata y mientras me enseñaba su estupenda anatomía, riéndose, dijo:
-¿Te puedes creer que Manuel solo hace el amor a este cuerpo una vez al mes?
-Definitivamente es un imbécil- respondí con mis ojos fijos en los dos espectaculares globos de la mujer: -Yo te follaría a todas horas.
Merceditas soltó una carcajada al oír mi respuesta y cerrándose la bata, me dejó solo con mi calentura.
“¡Dios! ¡Qué polvo tiene!”, mascullé entre dientes mientras me ponía nuevamente a arreglar el jodido aparato. Con su imagen desnuda impresa en mi retina acabé en menos de cinco minutos porque solo necesitaba un ajuste.
-Ya está Doña Mercedes- estaba informando a la señora cuando su hija volvió a la cocina.
La vecina me estaba dando las gracias cuando de pronto, Merceditas le dijo:
-Mamá necesito ducharme. ¿Por qué no le invitas a desayunar mientras lo hago?- y poniendo voz de pena, soltó: -Así si se vuelve a estropear mientras estoy en la ducha, podrá arreglarlo.
A la vieja le pareció bien y mientras la rubia desaparecía rumbo al cuarto de baño, me preparó un bocadillo y una cerveza. Fue entonces cuando la casualidad me dio un regalo inesperado, la señora recordó que tenía cita con el médico y con el morro que la caracterizaba, me dijo que si no me importaba quedarme solo porque tenía que irse.
Reconozco que en un primer momento no caí en mi suerte y quejándome de que tenía prisa, le pregunté cuanto tardaría:
-Al menos dos horas- respondió cogiendo su bolso y saliendo del piso.
Nada más irse, el saber que ese zorrón se estaba duchando a escasos metros de donde estaba, hizo que me empezara a excitar nuevamente. La imagen del cuerpo mojado de esa mujer bajo el agua y a su dueña enjabonándose, fue algo imposible de soportar. Por eso sopesando el riesgo que iba a correr, decidí que valía la pena:
¡Tenía que verla desnuda!
Reuniendo todo el valor que pude, dejé que el sonido de la ducha me guiara y sigilosamente, tanteé a abrir la puerta del baño. Antes de hacerlo corría el riesgo que se hubiese cerrado por dentro y todos mis planes se hubiesen ido a la mierda. Afortunadamente, Merceditas no había asegurado el pestillo y la puerta se  abrió. Con mi corazón latiendo a mil por hora, estuve a un tris de no entrar pero al final traspasé ese umbral y eso ha sido lo mejor que he hecho en toda mi vida.
Ajena a mi ingreso, la muchacha alegremente entonaba una canción. Sin conocer cúal iba a ser su reacción, me senté en el wáter y desde ahí me puse a observar a esa preciosidad. La mampara de la ducha era transparente y por eso nada me impidió verla totalmente desnuda bajo el agua. Con atención, me quedé valorando el estupendo cuerpo de esa mujer.
“¡Está tremenda!”, sentencié después de un minuto mirándola.
Merceditas tenía unos  pechos enormes pero firmes. Curiosamente semejante peso no había provocado que se cayeran y como auténticas astas de toro se mantenía tiesas mirando al tendido. Dos pezones negros decoraban ese par dándole una sensualidad que me hizo estremecer. Su vientre plano daba inicio a unas caderas desmesuradas y a un trasero formado por dos gigantescas nalgas.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente al disfrutar de semejantes cachetes.
Para entonces la hija de mi vecina se estaba aclarando el pelo y por eso se mantenía con los ojos cerrados, ignorante de mi escrutinio. Al girarse, reteniendo la respiración, disfruté de la visión de su coño. Sin estar depilado, estaba perfectamente arreglado. Un triángulo formado por unos rizos rubios adornaba el chocho de la muchacha.
Fue entonces, cuando se percató de mi presencia y tras el susto inicial, puso una sonrisa y me preguntó por su madre.
-Se ha ido al médico y tardará al menos dos horas en volver- respondí sin saber que me depararía el futuro.
Al escuchar de mis labios que estábamos solos, se relajó y bajando las manos con las que se había tapado los pechos, me preguntó:
-¿Vas a quedarte mirándome, o prefieres entrar a la ducha?
Y por si me quedaba alguna duda, para terminarme de provocar,  se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me miraba. Incapaz de rehusar tamaña invitación, me empecé a  desnudar sin dejar de mirar a la zorra de mi vecina.
-¡Las tienes enormes!- como un rugido salió de mi garganta ese exabrupto la ver el sensual modo en que se las estaba estrujando.
Descojonada por mi cara, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-¿Tú crees?…
Pensando que se había molestado, intervine diciendo:
-Pero son alucinantes, me encantan.
Merceditas se rio al comprobar mi nerviosismo y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití mientras dejaba caer mi calzón sobre el suelo de mármol.
Acto seguido, metí un pie en la ducha pidiendo permiso. Merceditas con la confianza que daba la diferencia de edad, tiró de mí y me metió junto a ella bajo el grifo. La tibieza de su piel mojada al pegarse a mi cuerpo, provocó que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Tienes tu pene a tope!- dijo al verlo.
Defendiéndome, la contesté:
-Y tú los pezones duros, ¡So puta!-le dije mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Aun sorprendida por mi insulto y por mi audacia al mamar de su pecho sin pedirle permiso, no solo no se quejó sino que emitiendo un gemido de placer, riendo me dijo:
-Eres un pillín.
Ya lanzado, masajeé la otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi vecina cada vez más excitada separó sus piernas al notar que me acercaba a tesoro que escondía entre ellas. Al acariciar su vulva fue cuando me encontré con un elemento metálico entre sus pliegues.
-¡Tienes un pircing!- exclamé cogiéndolo entre mis dedos.
Tirando un poco de él, comprobé que se lo había puesto a un escaso centímetro de su clítoris. La muchacha al experimentar mi ruda caricia dando un grito, me pidió que fuera más lento.
– Oye, ¿Cuándo te hiciste eso? –  le dije dando otro tirón al adorno.
Mi vecina separó sus piernas antes de contestarme, señal clara de que le estaba gustando el trato.
-Llevo con él un par de años-
Intrigado por el asunto, me arrodille para observar desde cerca  el dichoso piercing, lo que interpretó mi vecina pensando que iba a hacerle una comida de coño y separando sus labios con dos dedos, lo puso a mi entera disposición.
-¿No te dolió cuando te lo hicieron?- pregunté mientras rozaba con mi dedo la joya.
-Un poco- reconoció dando un suspiro- pero vale la pena. Desde que lo llevó estoy cachonda todo el día.
-¡No te entiendo!- contesté mientras metía un primer dedo dentro de ella.
-Al andar, al subirme a un coche o al juntar mis piernas en la oficina, me roza el clítoris y me pone bruta- con la voz entrecortada me respondió.
– Eres una puta– le solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras. Lo supe no solo porque mi dedos entraba y salía con más facilidad de su sexo sino porque, desde la  mi posición, podía oler la aroma a hembra hambrienta de sexo que desprendía.
-¡Cómo me gusta!- gritó ya totalmente dominada por la lujuria- ¡Por favor! ¡No dejes de hacerlo!

Sin hacer caso a su calentura, separé yo mismo sus labios y me quedé mirando al aparato. El dichoso piercing tenía una forma parecida a los gemelos que usaba mi padre. Una barra coronada a ambos lados por dos bolitas metálicas. Habiendo satisfecho mi curiosidad, paseé mi dedo por la raja de  su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El aullido que pegó a notar como la súbita penetración, me determinó a tratarla con dureza.

-¿Y el idiota de tu marido tampoco te lo come?
Merceditas  negó con la cabeza.
-¿En serio? ¡Ese tío es tonto!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Arrodillado a sus pies, vi como los ojos de mi vecina brillaban de deseo. Al verlo, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño, lo que provocó que Merceditas se estremeciera bajo la ducha y tuviese que agarrarse para no resbalar.
-La putita de mi vecina está cachonda- le solté más seguro de mí mismo al ver que incluso los pezones la traicionaban.
– La culpa es tuya, ¡cabrón! – respondió mientras presionaba mi cabeza contra su entrepierna: – ¿Por qué no me lo comes ya?
Torturándola, no le hice caso y le metí un segundo dedo en su interior. Aunque mi mente  me pedía saborear ese coño y oír a su dueña gemir de placer, decidí prolongar los preparativos. Lo que no había previsto era que esa puta pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas. No me quejé cuando Merceditas me  restregó su sexo por la cara. Al contrario, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¿Ves cómo tú también lo estas deseando?
-De acuerdo, zorra. ¡Te lo comeré si me dejas después follarte!
Como respuesta separó sus rodillas, dándome entender que primero quería que le hiciera una buena comida. Su nueva posición permitió que mi lengua recorriera sus pliegues mientras mi vecina no dejaba de gemir y jugueteando  con la punta su clítoris, di un buen repaso a ese coño antes de concentrarme en el piercing. Al recogerlo entre mis dientes mientras mordisqueaba el botón del placer de mi vecina, esta pegó un aullido y cerrando sus puños, me rogó que continuara.
Aprovechando su entrega volví a meter mi dedo en su interior sin dejar de chupar el bulto que ya estaba totalmente erecto entre sus labios. Merceditas al sentir esa doble estimulación, movió brutalmente sus caderas y dejándose llevar por el placer, chilló:
-¡Cabrón! ¡Me estás volviendo loca!- y sin importarle lo que pensara, me pidió que le metiera el segundo.
Siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, le incrusté otro dedo y moviéndolos rápido en su interior, me la quedé mirando mientras la rubia sacudía las caderas restregando su sexo contra mi boca. No tarde en observar como su coño se contraía de placer y aprovechando que Merceditas estaba totalmente entregada, me decidí a meter el  tercero.
-¡Me gusta!- berreó la mujer al notar que forzaba su entrada.
Intentando relajarla mordisqueé su clítoris con  tanta fuerza que  dando un grito alucinante, tuvo que apoyarse contra los azulejos al sentir que perdía fuerza en sus piernas.
-¡Sí! – jadeó moviendo más las caderas y presionando con sus manos mi cabeza: -¡Sígueme chupando!
Saboreando cada  lamida, seguí follando con mis dedos el coño de la rubia mientras ella no paraba de gemir descompuesta por el placer. Sabiendo que estaba a punto de correrse, le seguí sacando y metiendo mis tres falanges cada vez más rápido. Merceditas tiritando de placer en la ducha, no paraba de gemir en voz alta.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló mientras movía sus caderas de forma brutal – ¡Comete a esta puta!– gimoteó mientras la seguía masturbando. Al sentir que su cuerpo se crispaba, me agarro la cabeza y la presionó contra su sexo mientras me imploraba que no parase. Decidido a que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe.
-¡No puede ser!- gritó mientras mi boca se llenaba con su flujo.
La intensidad de su orgasmo fue brutal y derramando su placer por mis mejillas, usé mi lengua para sorber una parte del torrente en que se convirtió su chocho. Las piernas de mi vecina se cerraron sobre mi cara en un intento de retener el goce que la estaba asolando. Durante una eternidad, Merceditas convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos, tras lo cual se derrumbó y sentándose sobre el plato de la ducha, me miró extasiada, diciendo:
-¡Nunca me había nadie comido así!- y sin saber lo que significaría su promesa, prosiguió: -Dime cómo quieres que compense.
La sonrisa que lucía en su cara desapareció cuando levantándola, le dí la vuelta y separando los dos cachetes que me volvían loco, sintió uno de mis dedos jugueteando con su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré a su oído mientras removía mi yema en su interior: -Y quiero rompértelo.
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por ella porque mi vecina estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar su excitación, me rogó que la tomara. Dando tiempo al tiempo, seguí relajando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-Oh, ¡oh! ¡Dios mío! – gimió disfrutando de ese trato mientras intentaba forzar mis caricias presionando su culo contra mí.
Al comprender que debía de relajarlo, cogí una botella de aceite Johnson que había en un estante y echando un buen chorro sobre mis dedos, le pedí que se separara las nalgas con sus manos. La rubia me obedeció de inmediato y dando su aprobación me imploró que lo hiciera con cuidado. Al notar que se erizaba, le amenace mientras le daba un sonoro azote:
-Si no te quedas quiete, voy a destrozarte el ojete, ¡Puta!-
Mi vecina se sorprendió al sentir mi dura caricia pero contra todo pronóstico sintió que eso le gustaba y poniendo cara de puta, me imploró que le diera otra nalgada.  Muerto de risa, me negué y mordiéndole una oreja, la informé de que iba a follármela en plan salvaje. Merceditas presionó sus nalgas contra mi pene, demostrándome su aceptación. Como no quería hacerle más daño del necesario, seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado y entonces llevando mi pene hasta él, introduje suavemente mi glande en su interior.
Chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, esperó a que se disminuyera su dolorpara echar hacia atrás su trasero. Mi pene se introdujo lentamente en su interior de forma que pude sentir como mi extensión forzaba los pliegues de su ano al hacerlo. El sufrimiento la estimuló y llevando su movimiento al extremo, no cejó hasta absorberlo en su totalidad.
-¿Te gusta?-, pregunté.
-Sí pero duele-, respondió y tras unos momento de tranquilidad, retomó el vaivén de sus caderas con auténtica pasión.
Poco a poco ese ritmo alocado, permitió que mi sexo deambulara libre en su interior. La muchacha poseída por un salvaje frenesí, me pidió que no tuviese cuidado. Haciendo caso, usé sus pechos como apoyo y acelerando mis penetraciones, la cabalgué como si fuera una potra. Ella, totalmente descompuesta, gimió su placer e incorporándose me pidió que la castigara. Comprendí lo que deseaba y acercando mi boca a su hombro, lo mordí con fuerza. Su grito de dolor no me importó y clavando mis dientes en su carne, forcé su espalda mientras mis dedos acariciaban su excitado clítoris
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto mientras la masturbaba con la mano.
No me lo podía creer esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que la follara sin compasión diciendo:
-¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi vecina se contagió de mi calentura  y  apoyándose en los azulejos de la ducha, gritó que no parara. Pero fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas, cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullandocomo una perra se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! –
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con  cada penetración con la que forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo –
Que le recriminara su comportamiento, le sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones.
-¡Córrete dentro de mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque deseaba seguir dándole por culo, el cúmulo de sensaciones pudo mas y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le pellizcaba con dureza uno de sus pezones.
-Ahh- chilló al sentirlo.
Satisfecho y exhausto, seguí bombeando en sus intestinos hasta que ordeñé mi miembro por entero y entonces, la besé. Fue un beso tierno de amante. Merceditas se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Y tras salir de la ducha y mientras nos secábamos con una toalla, se acercó a mí y acariciándome el paquete, me preguntó si hacía chapuzas a domicilio.
-Por supuesto, ¿Qué necesitas?
Con todo descaro, se agachó frente a mis pies y despertando a mi pene mediante besos, contestó:
-Un biberón cómo este: ¡Un par de veces a la semana!.

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 7” (POR SOLITARIO)

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Tengo algo de frio. Me levanto, con cuidado para no despertar a las chicas. Las cubro con una sábana. Me ducho, con el ruido del agua al caer parece que han despertado las dos. Marga se sienta en el inodoro a hacer pis, me mira y sonríe. Tiene la extraña cualidad de hacerme sentir bien. Me relaja su presencia. Ana se dirige directamente hacia donde estoy, entra en la ducha, coge una esponja y frota mi cuerpo. También resulta relajante. Marga también se mete bajo la regadera y nos lavamos los tres. Salgo primero, para evitar ataques, despierto a Pepito para que se asee y se vista y voy a la cocina a preparar café y croissants. Improviso un desayuno ligero. Cuando salen está todo listo. Desayunamos. Les digo que recojan la ropa y los enseres que pueda necesitar Mila y nos vamos al bufete de Isidro. Por el camino llamo a mi abogado para que nos asista en las negociaciones.

Esperamos unos minutos en una antesala, entran Gerardo y Alma. Traen la maleta de Pepito, que al verla corre a abrazarla. Ella lo acoge con cariño. Viene hacia mí.

–Hola José, me alegro de verte, aunque no por las circunstancias. ¿Cómo está Mila?

–No lo sabemos, Alma, hasta que pase algún tiempo y se sepa que secuelas han quedado.

Gerardo entra en el despacho de Isidro. Alma me lleva al pasillo para hablar conmigo.

–No le digas nada a Gerardo, pero me alegro de que te lleves a Pepito. Gerardo no está preparado para cuidar al chiquillo. Se refugiaba en mí y se hace querer. El poco tiempo que ha estado conmigo me ha hecho sentir como una madre. Pero de lo que te quería hablar es de Mila. Supongo que recordaras el día que fuisteis al club los dos. Pues bien, yo no tenía claro que ocurría, pero cuando te fuiste, me acerque donde estaba Mila, le dije que te habías ido y entonces ocurrió algo que yo no he logrado entender hasta hoy. Mila empujo de malas maneras a los tipos que estaban con ella, se cabrearon y ella les abofeteo. Se los quitó de encima y me la llevé a mi habitación. Lloraba como no he visto llorar a una mujer. Yo era incapaz de calmarla, sufrió un ataque de ansiedad, la metí en la ducha a la fuerza porque estaba que daba asco. ¿Y sabes que me dijo? Que la porquería la llevaba por dentro. Lo de fuera se podía lavar, lo de dentro no. Dijo que se sentía sucia, no era digna del hombre, al que amaba con toda su alma. A ti, José. Me dijo que había hecho todas aquellas porquerías para asquearte, para que la odiaras, para que la apartaras de tu lado, para que rehicieras tu vida con otra mujer que te diera la felicidad que merecías. Gerardo entró y al verla así se sobresaltó. Le preguntó que le pasaba y ella le dijo que por fin había ocurrido, lo que ella más temía. Se había enamorado. Perdidamente. Hasta el extremo de renunciar a ti, por amor. También le dijo que quería hablar con él, pero fuera de allí. Y se citaron el día siguiente.

José, conozco a Mila desde hace muchos años. No es la misma. La Mila que estuvo en mi habitación aquella noche, no era la Mila que había sido. Jamás se coló por nadie, había hombres que matarían por ella y ella los manejaba, sin dejarse manipular.

–Agradezco tus palabras Alma, no sabes cuánto. Intentaré compensar el daño que le he causado, aun no sé cómo, pero lo intentaré.

Gerardo nos llama para firmar los documentos. Mi abogado ha llegado, me saluda y entramos.

Se pide a la notaría los documentos que me permiten firmar la venta de todo, junto con Marga. El pago se realiza mediante cheques conformados. Tenemos prisa por ir a recoger a Mila. Isidro me lleva aparte y trata de amenazarme, le doy un empujón y acaba en el suelo.

–Me las pagaras cabrón.

–Cabrones somos los dos y ya te estoy pagando, Isidro. Tú le pagabas a mi mujer, por darte placer y yo le doy placer a tu mujer gratuitamente. Bueno, a cambio del mío. No te imaginas cómo folla la condenada. Se ha llegado a desmayar con un orgasmo. ¡¡Lo que te has perdido!! ¡¡Cabrón!!

–Vamos José, déjalo, no merece la pena.

Marga me arrastra hacia la salida y vamos al hospital. En recepción nos espera Andrés.

–José, ven, tengo algo que decirte.

–¿Qué le pasa a Mila?

–Nada, no es Mila, es María. Ha muerto.

–¡¡Coño!! ¿Qué ha pasado?

–Tuve que atender a una reclusa que la conocía, me dijo que la habían encontrado en las duchas, desangrada, con un corte en el cuello.

–Joder, no le deseo la muerte a nadie. Pero parece que nos ronda. En poco tiempo mi padre, María y lo de Mila, que casi la perdemos. ¿Como sigue? ¿Podemos llevárnosla ya?

–Sí, lo tengo todo preparado. Vamos a su habitación, voy a buscar una silla de ruedas.

–¿Tan mal está?

–No puede andar, pero espero que con la rehabilitación se recupere, cuando llegues a —- tienes que ir al centro de salud. Ya te he solicitado una silla de ruedas para que podáis mover a Mila.

Cojo en brazos a Mila para sentarla en la silla de ruedas, ha perdido peso, no abre los ojos, se deja hacer. Marga, Ana y Pepito están en el coche, la abrazan. Mila abre los ojos y besa a su hijo, es un momento muy emotivo. A todos se nos saltan las lágrimas.

Me despido de Andrés, agradeciendo lo que ha hecho por nosotros y enfilamos la autovía hacia Alicante. Los cinco vamos en silencio.

En La Roda, nos detenemos en el mismo restaurante donde Ana y Claudia me contaron que habían hecho correrse a una desconocida. Ana me mira y sonríe con cara de complicidad. Me hace sonreír, los demás no saben por qué. Mila sigue silenciosa, le pido a Marga que traiga un zumo para Mila. Al principio lo rechaza, pero acaba aceptando y bebiéndoselo. Seguimos el viaje y ya no nos detenemos hasta llegar a nuestro destino.

Claudia y las niñas se abalanzan sobre Mila, besándola, acariciándola. Con ella en brazos entro en casa, Claudia me indica que la lleve arriba, no deja que suba nadie más, les dice que Mila requiere descanso. Me dirijo a nuestro dormitorio, la deposito en el lecho. Hace calor, le quito la ropa, está muy delgada. Le pongo una camiseta larga, cómoda. Me tiendo a su lado, paso mi brazo bajo sus hombros y la atraigo hacia mí. No huelo su perfume, no es su olor. Abre los ojos y me mira fijamente, beso sus labios suavemente, se inclina hacia mí.

–Mila, amor mío. Te necesito, aun cuando no estaba contigo, a pesar de la distancia, sabía que estabas, que podía hablarte, verte, amarte en silencio. No volverás a hacerlo ¿Verdad?

Con una voz débil, con esfuerzo.

–No, José. No volveré a intentarlo. Ya no. No me daba cuenta del daño que os hacia a todos. Perdóname.

–No Mila, soy yo quien te pide perdón. No te creí, y te empujé, sin querer a hacerlo. Ahora sé que puedo confiar en ti.

En la puerta están Marga y Claudia.

–Se han ido todos a la playa. ¿Podemos quedarnos?

–Como no, Claudia. Esta es vuestra casa, nuestra casa, no tenemos que pedir permiso para nada. Quedaos con nosotros.

Entran y se tumban en la amplia cama, a nuestro lado. Marga acaricia las manos de Mila.

–¿Cómo vamos a organizarnos?

–Claudia es buena con la organización. Que sea ella la que nos diga que debemos hacer y cómo. Lo aceptaremos en asamblea, como en una comuna.

–¡Eso es! Convertiremos esta casa en una comuna, basándonos en la libertad de todos y en un principio básico del ejercicio de esta libertad. Que la libertad de cada cual termina donde empieza la de los demás. O sea, todos y cada uno de nosotros, como titulares de derechos, somos libres para hacer con nuestra vida lo que nos plazca, mientras no afecte el derecho de los demás, para hacer lo propio.

–En cuanto al sexo, he meditado mucho, he cambiado mi forma de entenderlo, de vivirlo, gracias a Mila, a todas vosotras. Me ayudó la lectura de un libro, de donde extraje algunas ideas que he podido experimentar. Se titula “El amor libre”. Comprendí, que las leyes del deseo, priman sobre las de la costumbre. Que la fidelidad es imposible, en la inmensa mayoría de los casos. La inocencia grita, que el amor sólo puede ser libre, que la pluralidad de afectos es un hecho. Y aquí tenemos la prueba, yo os amo, a vosotras, a las tres, porque el deseo obedece a un orden natural, anterior y superior a todo mandato social establecido. Que la institución del matrimonio es una inmoralidad social. Que la familia jurídica debe ser sustituida por la unión libre entre hombres, entre mujeres y entre hombres y mujeres. Que sea una unión natural, por amor, no por la sanción de un tercero, el estado o el clero, para formar una familia, para educar a los hijos libremente. El matrimonio es un medio que utiliza el estado para esclavizar a las personas, es un instrumento de dominación que sostiene el orden actual. Pero no el moral.

Como Bakunin, he experimentado las amarguras, he sufrido mucho y he caído en la desesperación. Ahora he comprendido lo que es el amor. Mila me ha mostrado el camino. Amar es querer la libertad, Mila lo ha demostrado, hasta el extremo de intentar quitarse la vida para que yo fuera libre. Y yo elijo no serlo. Ejerciendo mi derecho a la libertad, me someto a la dulce tiranía de su amor. De vuestro amor. No os exijo, no debo hacerlo basándome en estos preceptos, fidelidad ni sumisión, sois libres, somos libres, si estamos juntos, es porque así lo queremos.

Así que propongo establecer nuestra casa como Zona libre de dogmas religiosos y filosóficos. Vamos a basar nuestra relación en la verdad, como hecho, no como teoría. Esta será una comunidad, de personas libres e independientes, mientras se mantenga la unidad del amor, que brota de lo más hondo, del misterio infinito, de la libertad individual.

Desde la puerta Ana, Claudia y los demás niños aplauden.

–Por fin lo comprendes. Todo lo que acabas de decir es lo que tratamos de hacerte entender desde hace tiempo. Todos nosotros practicamos esto que acabas de comprender. Más vale tarde que nunca. Papá, te queremos, nos queremos y queremos vivir contigo, con mamá, todos, con la verdad por delante. Cualquier día vendré a decirte que me he enamorado de alguien y me iré. Tal vez vuelva, desengañada, tal vez no. No lo sé.

–Pero ahora, sé,….. que tenemos hambre y queremos comer. Jajaja. Dejémonos de filosofía y vamos al comedor. Mamá Claudia, nos ha preparado un plato especial para celebrar el regreso de mamá Mila y mamá Marga, ahora tenemos tres mamás. Es algo que le gusta mucho a mi mami. Costillitas de cordero a la plancha, las cocinaremos sobre la marcha para comerlas calentitas, con un buen vino de Valdepeñas, como le gusta a mi papi.

Bajan todos en tropel, Claudia va con ellos. Marga me ayuda a levantar a Mila, intentamos que ande, despacio mueve las piernas y poco a poco bajamos al comedor y la sentamos en la mesa. El color ha vuelto a sus mejillas. Mili y Pepito se sientan a su lado. Mila más animada come, con nuestra ayuda. Después los niños, Mili, Elena y Pepito, se van a la parcela de al lado, con los niños de los vecinos, a jugar. Subimos a Mila, Ana y Claudia se quedan con nosotros.

–Papá, ¿Quieres hacer el amor con mamá? Creo que ella lo necesita más que comer.

–Quisiera, pero no me atrevo, parece muy débil.

–Le dará fuerza, te lo aseguro. Inténtalo, nosotras te ayudaremos,.. si quieres.

–Quiero, Ana. Nada deseo más que teneros a todas a mi lado, me hace muy feliz haber roto el maleficio que parecía pesar sobre nosotros.

–Mila. ¿Lo deseas?

Asiente con la cabeza, mirándome, fijamente, amorosamente.

Se desnudan todas, ayudan a Mila. Yo me desprendo de la ropa y me tiendo a su lado, mirando hacia ella, que me mira a mí. Clau se coloca a mi espalda, acariciándome. Marga a la espalda de Mila besa su cuello, mordisquea los lóbulos de las orejas, Claudia hace lo mismo conmigo, me produce deliciosos escalofríos. Mi mano izquierda acaricia el vientre de Mila, la derecha en su nuca, acerco su boca a la mía, cierro los ojos y me abandono. Lo último que vi fue, a mi hija y la hija de Claudia, en un sensual sesenta y nueve, acariciando sus coñitos, con sus respectivas lenguas. Respiraba sexo, saboreaba sexo, en mis manos, boca, en todo mi cuerpo, acariciado por los cuerpos, manos bocas y coños, de mis tres mujeres. Era tan irreal, como un sueño, delicioso y suave, sin violencia, todo delicadeza, amor ¡COÑO! ¡¡AMOR!! ¡¡El que mueve el universo!!

Nos dormimos agotados por los orgasmos. Cuando despierto, me levanto, las dejo dormir y bajo al despacho. Conecto con el prostíbulo, para ver que se cuece. No hay nadie, al parecer no han llegado aún. En la cámara del dormitorio esta Alma, con un desconocido, están follando, más bien, la está maltratando. A cuatro patas, le da por el culo violentamente. Ella soporta el castigo, pero se ve que no le gusta. Aparece otro tipo, malencarado, se desnuda y la folla por la boca, le dan arcadas, pero sigue apretando hasta casi la asfixia. La colocan, sobre uno de ellos, boca abajo, le penetra el coño, el otro a su espalda, la mete en su culo. El que está abajo, la abofetea para que se mueva, el de arriba tira de los pezones, ella grita, de dolor, pero no hacen caso, está llorando, cuanto más llora mas fuerte le dan. Cuando se corren los dos bestias, la dejan irse al baño. Dejo de verla. Los dos tipos se visten y se van.

En el otro piso veo a Gerardo, entran los dos energúmenos que follaban a Alma. Habla Gerardo.

–Mañana, a las tres de la tarde, en el almacén del polígono industrial de —- . Yo llevaré la farlopa, cincuenta kilos. Vosotros la pasta. Millón y medio, sin trampas. Ya sabéis que no me gustan. Intercambiamos y cada mochuelo a su olivo. ¿Entendido?

–Vale tronco, allí estaremos, por cierto tu putita tiene un culito muy rico, pero creo que se lo he desfondado. Jajaja Hasta mañana.

Se van los dos y se queda solo Gerardo, cuando cierran la puerta coge el teléfono y llama.

–¿Isidro?——–Ya está, de esta nos forramos—– Si, mañana a las tres, donde acordamos, no me dejes solo ¡¡Eh!! Y tráete la pipa, yo también la llevo—– En la maleta con la farlopa—–No hombre este teléfono está limpio, estoy en el local de Mila—-Quedamos así, hasta mañana—Adiós.

Veo a Alma, desnuda, quitar las sábanas de la cama y tenderse, boca abajo, llorando.

Gerardo se marcha del local. Aparece en el dormitorio, Alma se sorprende y se incorpora.

–¡Eres un cabrón! Esos hijos de puta me han pegado, sabes que no me gusta.

–¡Déjate de pamplinas! Y vístete que tienes que ir a abrir el club. ¡Venga!

La muchacha se viste y se marcha. Al quedarse solo, abre el armario, donde Mila guardaba sus cosas, y saca dos maletas pesadas. Deja una en el suelo y la otra sobre la cama. Abre la maleta, saca una pistola del armario y la deposita dentro.

No necesito más datos. Llamo a Andrés. Le cuento todo y le informo del lugar, hora y los que van a participar en la venta. Llamará a un amigo, guardia civil, para contárselo y que el actúe, como si hubiera recibido una llamada de un informador anónimo.

Apago todos los equipos y vuelvo a la habitación. Todas mis chicas siguen dormidas. Excepto Mila. Me mira y siento algo, muy fuerte, dentro de mí. La ternura de sus ojos me hacen sentir como un miserable, por no creer lo que me dijo, la noche del club de parejas. Extiende sus manos hacia mí. Me acerco, las tomo y tiro de ella, hasta sacarla de la cama. En brazos la llevo hasta la terraza, donde la siento en un sillón de rafia con almohadones. Me siento a sus pies. Acaricia mi cabeza, el pelo, las mejillas, se acerca a mi rostro y deposita un beso en mis labios, con una ternura infinita. De nuevo en mi pecho la sensación de plenitud.

–Como me arrepiento José, de todo, de mis engaños, de todas las cosas que…

Pongo mi mano sobre su boca. Cariñosamente le impido seguir hablando.

–Mila, amor mío, no tienes por qué arrepentirte de nada. Excepto de la haber intentado irte sin mí de este mundo. Eso jamás te lo habría perdonado. Por tus hijos, nuestros hijos y por mí. Jamás podría haber sido feliz con tu muerte sobre mi conciencia y por haberme dejado. Quiero mucho a Claudia, pero a ti….

–¡Sshhh! No digas nada más. Dejémoslo así. Volvemos a estar juntos. Como tú decías, no sabemos por cuánto tiempo. Vamos a vivir el presente. Intentaremos recuperar el tiempo perdido.

Se asoman Marga y Claudia.

–Vamos tortolitos, que hay que preparar la merienda y arreglar a los peques.

Cojo en brazos de nuevo a Mila, ella se aferra a mi cuello, ha recuperado su aroma, el olor de su piel, huelo su pelo y siento un placentero escalofrío. Al pasar cerca de Claudia llega hasta mí, el perfume a vainilla, me las comería a las dos, a las tres, a todas. Me fascina el perfume de mujer, y estas parecen estar en celo permanente. Las dos lolitas se aferran a mis brazos y nos acompañan hasta el sofá del salón, donde deposito a Mila, que pronto se ve rodeada por los niños. Marga me mira, coge mi mano y la lleva a su mejilla.

–Eres muy bueno José, por primera vez, en muchos, días veo feliz a Mila y eso me llena de dicha. Hablaba en serio, cuando le dije a Mila, que si ella hubiera muerto, yo la seguiría. Lo estuve pensando, toda la noche, en el Hospital. Estaba decidida, si ella se iba, yo me iría con ella.

No pude evitar, estrecharla entre mis brazos, refugiarme en su hombro, para ocultar mis lágrimas. La tragedia, que podía haber causado, por mi postura intransigente, por mi ceguera, por no ver el amor, que me profesaba Mila. Claudia nos miraba, parecía, comprender lo que decíamos, sin oírlo, no lo necesitaba. Por alguna extraña razón, que desconozco, existía un canal de comunicación, sin palabras, sin gestos, del que participábamos todos, en esta casa.

En aquel momento se me ocurrió poner un letrero en la cancela de entrada, con azulejos. Una sola palabra. LIBERTAD.

El resto del día pasó, como debieran pasar todos los días, reímos, jugamos, lo pasmos bien. La noche, fue una noche loca, de trasiego entre habitaciones, las chicas iban y venían, se reían, guerra de almohadas, retozaban. Luego nos amamos, los cuatro, hasta caer rendidos, satisfechos. Por primera vez en varios meses pude dormir de un tirón sin malos sueños, sin pesadillas.

Me despertaron los gritos de los niños que se iban al mar, a bañarse, con sus amigos. Mila, despierta a mi lado me miraba, me hacía sentir como un niño, que ha cometido una travesura, pero es perdonado por su madre. Saboreo sus labios y la cojo en brazos, para llevarla a desayunar. Me detiene, con esfuerzo, consigue ponerse de pie, va a caerse, la sujeto, se apoya en mí y así, poco a poco, bajamos.

Desayunamos en el jardín. El sol de la mañana nos sentará bien. Suena el teléfono.

Es Andrés, me llama para decirme, que algo salió mal en la redada. Cuando rodearon el almacén, para asaltarlo, oyeron disparos en su interior. Al entrar, se encontraron, con tres cadáveres y un herido. Los fallecidos eran, Gerardo, Isidro y un sujeto sin identificar. El herido les dijo, que habían intentado, engañar a los españoles. Sacaron las armas y dispararon. Se aprehendió, un alijo de cocaína, de cincuenta kilos, cuatro pistolas y un millón y medio de euros, en billetes falsos, con los que los extranjeros pretendían pagar la droga. Se suponía que, Gerardo e Isidro, descubrieron el engaño y reaccionaron sacando las armas, pero los otros también llevaban.

Tenía que comunicárselo a Claudia y sus hijos. Vaya papeleta. Con lo que llevaban sufrido. Los niños estaban en la playa, con Ana y Claudia. Las chicas están tomando el sol, en el césped. Cuando me ven la cara intuyen algo. Mila me mira.

–¿Qué pasa José? Dinos, ¿Qué ocurre?

–Son Gerardo e Isidro.

Claudia mueve la cabeza.

–¿Qué pasa con ellos? ¿En qué lio se han metido ahora?

–En uno del que no se puede salir. Lo siento.

Mila sonríe tristemente.

–Eran dos hijos de puta, pero no merecían morir. ¿Por qué han muerto, no?

–Si. Al parecer, fueron a vender un alijo de cocaína, algo salió mal y los mataron los compradores.

Claudia lloraba en silencio. La estrecho entre mis brazos, reposa la cabeza en mi hombro.

–No lo quería José, llegue a odiarlo, pero no merecía morir así. Ahora te necesito más que antes. Mis hijas son huérfanas.

–No Claudia, ayer expuse mi forma de entender esta nueva vida. Tus hijas me tienen a mí, como padre y a Mila y Marga, como sus otras madres. Eso no debe preocuparte.

–Vamos a cerrar un capítulo nefasto de nuestras vidas. Pero

LA VIDA SIGUE

He llegado al final de estos tristes y dolorosos relatos. Espero que José y su nueva y extensa familia, sean felices. Al menos estoy seguro, que lo intentaran.

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noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Reencarnacion 5” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 5

Una nueva semana comienza, me levanto y me ducho, parezco llena de energía, he descansado mucho y me he divertido aún más, así que me pongo mi traje más elegante, y voy a trabajar tras desayunar.

Todos, incluido mi jefe David, me dicen que se me ve genial en la oficina, lo achaco a que un boy me ha quitado las penas como se deben de quitar. Regreso a casa tarareando el canal de rock que siempre llevo guardado en la memoria de la radio, y que nunca ponía ya que mi hijo lo detesta. Desde que o le levo y le traigo de la universidad, me siento más liberada, esa es la realidad.

Llego a casa y me cambio, sigo con camisetas viejas por el chupetón en mi cuello del tal Jimmy, que parece que no desaparecerá nunca. Hago la comida y recuerdo hacer un poco más mi invitado, que me confirma por mensaje que vendrá. Viendo el telediario esperando a que lleguen, y cuando aparecen, se repite mi mundo.

Carlos pasa de largo con un leve gesto con la cabeza, y Javier entra con una sonrisa enorme a saludarme al salón, con un polo negro y pantalones piratas de tela fina. Nada más verle, siento ganas de correr a sus brazos, y eso hago. Me recibe y me zarandea lleno de felicidad. Adoro que haga eso.

– YO: Hola Javier ¿Cómo estás? – digo cuando me deja en el suelo después de darme mi imperdonable beso en la mejilla.

-JAVIER: Puf, no sé, empiezo a notar eso de mariposas en el estómago y esas cosas que dicen las canciones.

– YO: Que te has enamorado, eso pasa, se te ve genial.

-JAVIER: Pues anda que tú, parece que te haya tocado la lotería.

-YO: Nada, que me divertí el sábado, y estoy feliz, por ti.

– JAVIER: Estupendo, fue un honor sacarte por ahí, y siempre que quieras me avisas, y te llevo a comernos la noche de Madrid. – sonrío sujetándole del brazo.

-YO: Eso está hecho…anda, ven a la cocina, ayúdame con la mesa y me dices que tal con Celia.

Me habla maravillas de la relación con ella, dice que quedaron ayer y tomaron unos helados junto a un parque, jugaron con Thor y se besaron un montón de veces. Llegó a subirla a su casa, y allí se dieron el lote, dice que casi se vuelven a acostar, pero con el perro por allí le daba reparos, y la acompañó a su piso. Desde entonces han estado hablando por móvil mucho tiempo. Se le ilumina la cara cada vez que dice su nombre.

Pese a que estoy contenta, y alegre, charlado distendida, cada vez que veo el brillo en sus ojos al mencionar a su ligue, debo forzar un poco mi sonrisa. Es algo que achaco a unos celos primarios, debido tal vez a que la atención que yo recibía, ha pasado a manos de una adolecente cualquiera, y me da rabia. Soy consciente de ello mientras en algún rincón de mi mente, una voz me susurra que hice lo correcto al alejar a Javier, y que todo está en orden y como debe ser.

Luego me cuestiono que si eso es cierto, por qué no dejo de intentar auto convencerme.

Comemos, y para mi regocijo, Carlos se va a su cuarto y Javier se queda en el sofá conmigo. Charlamos un buen rato, sobre lo que pasó, y lo que puede pasar. También se interesa por mí, y lo que hice cuando se fue él de la discoteca. Le digo que toreé a unos cuantos buitres, cosa que no es mentira, y que uno de ellos me dejara molestias vaginales dos días después, simplemente me lo callo.

Pasan un par de horas, y se acerca la hora de irse, me dice que va a sacar a Thor, que le gustaría que le acompañara, pero que va a buscar a la adolecente rubia que se benefició en mi cama, para dar una vuelta. Me cuesta tragar saliva desde ese momento, y escucharle hablar de todo lo que tiene pensado hacer, decir o pensar sobre la chica, me va sumiendo en un pequeño agujero. Asiento triste, cuando se levanta para irse, finjo más tristeza para que no se note la real y quede como una broma. Le acompaño a la salida y me da tal abrazo que me eleva del suelo, me come a besos dándome las gracias por lo del fin de semana, tratando de animarme, y se va.

Aguanto la sonrisa falsa el tiempo justo de volver al salón, noto una espesa bola de plomo subir por mi pecho, cuando llega a mi cara, me derrumbo en el sofá, empezando a llorar. Me odio, soy idiota e imbécil, debería estar feliz, Celia es buena para él, y a mí me evita un problema, pero siento rabia de que Javier tenga a alguien que no sea yo. Era mi chico, mi pequeña versión mejorada de Luis, mi galán, y lo he perdido a manos de una niña con un buen culo y poco más. Sabía que esto debía suceder, yo misma lo provoqué, lo que no esperaba era sentirme así de mal.

Me recompongo, no temo que Carlos me haya visto, he llorado mucho desde la muerte de mi marido y nunca ha venido a reconfortarme. Hago la cena y me centro en que mi vida no es solo ese joven, tengo más cosas. O debo encontrarlas. La idea de buscar al boy para que me dé mi ropa íntima, y estar tres días en su cama, se me pasa por la cabeza, pero tengo mi orgullo. Podría haberme tenido siempre que quisiera si me hubiera tratado mejor, y ahora irá follándose a la primera boba que caiga a sus pies, ha perdido la oportunidad de tener a una mujer de verdad, como yo. “Pero te abriste de piernas como todas”, me dice un remanente de mi conciencia.

Cenamos y me voy a acostar directa a la cama para olvidarme de todo. El problema es que pese a cambiar las sábanas, noto la fragancia de Javier todavía en mi cuarto, y al sentirla, mi cuerpo reacciona, rememoro aquella sala VIP, y saco el consolador para sosegarme. Me encuentro la sorpresa de que al metérmelo, no es que me haga demasiado, el muy cabrón de Jimmy me ha dejado un boquete de campeonato. Me cuesta un mundo lograr acabar en un orgasmo, pero una vez hecho, caigo rendida.

El martes es exactamente lo mismo que el día anterior, solo que Javier avisa de que no vendrá a comer, ha quedado, ¡Oh sorpresa!…con Celia. Qué asco la estoy cogiendo, está acaparándole.

Me olvido del tema y me dedico a mis labores, trabajo sencillo, comida, limpio uno de los baños por la tarde, y la cena. Me mando algún mensaje intrascendente suelto con el joven que me está matando de celos, no por él, porque sé cómo la estará tratando, lo bien que cuida de ella, y yo quiero eso para mí, tengo envidia, y mucha.

Me quedo en el sofá un par de horas, pero estoy revuelta del estómago, el periodo sigue acudiendo a mí, pese a no poder tener hijos. Es una faena mayúscula.

Entre el dolor físico y el emocional, me voy a la cama pronto, y lucho por quedarme dormida.

Llegamos a la mitad de la semana laborable, y paso el día mustia y marchita. Tomo un par de pastillas para la menstruación y aguantar a duras penas mi turno de trabajo. Al regresar a casa, compro un pollo asado para no tener que cocinar. En mi día gris, la única luz es saber que vendrá Javier, y cambio al camisón azul de satén, algo más provocativo y el tirante cubre el ya decreciente chupetón.

Cuando llegan, me sorprendo al recibir un beso de Carlos al saludarme, y tras él, el invitado se acerca con ímpetu alegre. Pero me ve el rostro, las ojeras o el mal gesto, me da un abrazo suave, y su beso calma algo mi malestar.

– JAVIER: Qué mala cara, Laura ¿Estás bien?

– YO: Sí, es sólo que me duele la tripa. – me mira y sonríe.

-JAVIER: Es una epidemia, a las chicas de mi piso también les duele la tripa un par de días al mes. – me hace reír, y una caricia suya en mi brazo me anima un poco.

– YO: Anda, vamos a comer.

Casi no pruebo bocado, se me cierra el estómago y no hay manera. Carlos insiste en hablar de un tema de la universidad, y llega un momento en que su tono de voz me taladra la cabeza. Me excuso, voy a recoger mi plato para marcharme, pero Javier me coge de la mano y me dice que no me preocupe, él se ocupa. Se lo agradezco con una mirada tierna, y me marcho al sofá, dejándome caer.

Pasa un buen rato en que escucho a los dos hablar, comer, limpiar y fregar los cacharros. Me asombra que sea capaz de hacer ayudar a mi hijo, yo no lo logro desde que cumplió los catorce años.

Escucho la puerta del cuarto de Carlos, y creo que se han ido a seguir charlando, pero una figura emerge a mi lado. No me hago ilusiones de que sea mi pequeñín, y asumo que es el dueño de la nariz ladeada que tantos dolores de cabeza me está provocando.

– JAVIER: ¿Cómo te encuentras?

– YO: Mal, la verdad, pero no te preocupes.

– JAVIER: ¿Qué puedo hacer? – sonrío generosamente, y le hago una carantoña en el brazo.

– YO: Nada, esto se me pasa hoy, y ya mañana como nueva.

-JAVIER: ¿Le traigo una pastilla o…?

-YO: Sí ya me la he tomado, toca lidiar con ello. En serio Javier, gracias, pero no hace falta.

-JAVIER: Vale, pero si necesita lo que sea, avíseme, que ya sabemos que Carlos no está muy por la labor. – debería pensar que, un chico que conozco de apenas un mes hable así de mi hijo, está mal, pero no es así.

-YO: Anda, ve con él y pasarlo bien.

-JAVIER: Bueno, es que en realidad me iba ya, tengo un trabajo importante y quiero recoger mi cuarto, mañana se ha ofrecido a sacar a Thor una de las chicas de mi piso, y quiero aprovechar para estar con Celia – sospecho que para volver a tener sexo con ella – Así que mañana tampoco podré pasarme a comer, lo siento, pero creo que es mejor ya que así no la molesto en estos días.

-YO: No es molestia, Javier, y te agradezco el detalle, pásalo bien con esa afortunada chica. – quiero parecer dulce, pero me sale un tono seco e hiriente.

-JAVIER: Está bien. – amaga irse, pero le paro.

-YO: Tú no te vas sin despedirte como dios manda. – me pongo en pie y sonríe ayudándome.

Notar su cuerpo y cómo me protege con sus brazos, me reconforta, es casi magia, o un efecto placebo. Me besa la mejilla diciéndome palabras de aliento, y noto sus manos frotándome los costados con una ternura muy dulce. Le dejo irse tras al menos quince segundos de abrazo en los que no se ha apartado ni un instante, ha durado lo que yo he querido, y lo que necesitaba.

Se va y me recuesto más entera sobre el sofá. Algo ha hecho, no sé el qué, pero caigo frita sobre un cojín, y descanso como no he podido en varios días. Al despertarme es tarde, y debo apurar algunas tareas de casa. La cena la pido a domicilio, un poco de comida china, y a la cama, a aprovechar el bienestar que me ha dejado la visita de Javier.

Al levantarme el jueves mi tortura se ha acabado, ya no necesito pastillas ni tampones. Me pongo una buena falda corta de traje y me voy a trabajar llena de alegría. Al salir llego a casa y me ducho, el calor de inicios del verano hoy era insoportable, y tras comer con Carlos, que llega algo apurado, me preparo para otra tarde endeble y sosa.

El móvil me suena, y al ver nombre de Javier, recuerdo que debería estar con Celia ahora mismo.

-JAVIER: Hola Laura, lamento molestar.

-YO: Nunca molestas, ¿Que tal estás?

-JAVIER: Bien ¿Y tú de lo de ayer?

– YO: Como una rosa, ya te dije que era solo el día.

-JAVIER: Me alegro mucho, pero debo ser sincero, necesito tu ayuda.

-YO: Dime, Javier, me estás asustando.

-JAVIER: No, mujer, pero recuerdas que te conté lo del plan con Celia, ¿No? – gruño más que decir “Sí.”- Es que a la chica que iba a pasear a Thor le ha surgido un imprevisto y no puede, Celia viene en un rato, y parece ilusionada con…con que lo hagamos otra vez, no quiero que se chafe por el animal, pero he llamado a los pocos en los que confío y nadie puede hacerse cargo, eres mi última esperanza, no quería inquietarte sabiendo que estabas mal pero… ¿Qué hago, anulo el plan o…? .

Su tono de voz es lastimero, y algo me grita que le diga que lo cancele, pero suspiro, solo es un joven pidiéndome consejo y ayuda, así que cierro los ojos, diciéndome a mí misma que así ellos fortalecen su relación.

– YO: No, tranquilo, me paso ahora y le doy un buen paseo, para que te luzcas.

-JAVIER: Madre mía, Laura, eres mi pequeño ángel guardián, te debo la vida.

– YO: Me debes un buen baile la próxima vez, que en vaya jaleos me metes. ¿Me paso ya?

-JAVIER: En cuanto puedas, Celia está al caer.

– YO: Voy volando.

Casi salgo en camisón a la calle, pero regreso, y me pongo encima un sujetador de encaje del mismo color que mis braguitas, un top amarillo y una falda ligera de flores rojas hasta las rodillas, zapatillas cómodas y con la coleta de pelo más simple, voy a por el coche. Si quiero llegar antes que su chica, debo ser rápida, así me evito pensar demasiado sobre esa sensación seca del paladar que tengo, una muy común cuando haces algo que no quieres hacer, pero lo haces de todas formas.

Aparco como puedo, llamo al portal y Javier me dice que suba. Lo hago veloz, y llego transpirando y agitada, pero lo que veo al entrar en su cuarto, me deja impresionada.

El chico ha recogido la leonera que tenía, está todo para foto de revista, y ha preparado un camino de pétalos de rosas por el pasillo hasta su cama, con unas velas aromáticas y un poco de música sensual. El chaval se ha lucido, y si Celia no se lo come entero por el detalle, es idiota. Encima se ha puesto el pantalón y la chaqueta de un taje negro, con una camisa blanca, y está guapo a más no poder.

– YO: Ya estoy aquí ¡Vaya lujo te has pegado con ella!

-JAVIER: Ya, es que no sabía qué hacer, y me ha parecido bonito.

– YO: Pues le va a encantar….pero date prisa, ¿Dónde está Thor?

– JAVIER: Le he tenido que meter en el baño, se estaba comiendo las rosas el muy bestia. Toma la correa y las llaves para que lo traigas en….no sé, ¿Una hora? – me mira como si yo supiera cuánto va a tardar.

Encima debo darle consejitos, me repatea el estómago.

– YO: Hombre, Javier, ya que te has esforzado, dedícala un par de horas, no vayas al mete saca sin más, juega un poco, preliminares, y luego os quedáis abrazados en la cama. Dila lo importante que es para ti, que es muy especial, y que le das las gracias por compartir la cama contigo. – me río al ver a Javier tomando nota mental.

– JAVIER: Vale, pufff, estoy casi más nervioso que el otro día. – le abrazo, y le acaricio la cara.

-YO: No seas bobo, se le van a caer las bragas al suelo nada más entrar en la habitación. – soy algo brusca, quiero que se ría, y lo logro.

– JAVIER: Muchas gracias por lo del perro, llévalo al parque y juega con él, no sé…- le suena el móvil y lo mira, es un mensaje. – Mierda, es ella, corre, coge a Thor y vete.

La situación se vuelve irrisoria, el animal sale empujado casi de casa sin comprender por qué Javier no sale, y me cuesta tirar de él hasta la calle. Me cruzo con Celia, que va con un vaquero marcando su espectacular trasero, y un mini top rojo. Ni me ve, debe estar pensando toda ilusionada que va a tener un polvo rápido, y no sabe el regalo que le va a hacer, no conozco muchos que hagan cosas así por las chicas que acaban de conocer.

Me centro en el potro desbocado que tengo entre manos, Thor no debe pesar menos de 40 kilos, y tira como un burro hacia lo primero que le llama la atención. Me enfado cuando casi cruza una calle por perseguir una bolsa de plástico, y le chisto firme, como recuerdo que hacía su dueño. Me quedo petrificada al ver que el animal se da la vuelta, se coloca a mi lado, y se sienta, obediente. Javier tiene mano para educar bestias, este perro y mi hijo son la prueba.

Con más calma y recordándole quien manda, nos acercamos a un parque, y allí le suelto. Sale despedido a corretear tras otros tres perros más pequeños, y se pasa media hora dando vueltas.

Trato de no pensar en que posiblemente, Javier y Celia están ahora mismo retozando, me cruzo de piernas y brazos, hasta pongo morritos, tengo la sensación de que estoy haciendo el imbécil, no solo le ayudo a ligarse a otra, sino que encima le ayudo a tener sexo con ella. Me tengo que convencer de que es lo apropiado, pero a mí, Luis me hacía detalles como el de las rosas, y no salíamos de la cama en toda la noche. Dudo que esa cría sea capaz de aguantar un par de horas.

Dejo de compararme con ella en una hipotética carrera sexual, y voy a por Thor. Creo que no ha dejado un solo árbol sin mear, o alguien a quien no le haya olfateado, es tanta su seguridad en sí mismo, que no se preocupa o achanta por nada, ni cuando dos mastines se le encaran. Corro a cogerlo y apartarlo de la posible gresca, y me lo llevo a dar una vuelta.

Llegamos al parque del oeste, un bosque urbano pegado a Madrid, lleno de pendientes, caminos de tierra y césped, donde acuden jóvenes a beber alcohol y drogadictos a pincharse cuando oscurece, pero durante el día es un agradable lugar. Al ser un emplazamiento más amplio, juego con la pelota de tenis desgastada con el animal, que parece en un estado de felicidad constante. Hasta hago carreras con él, estoy en buena forma y aguanto el ritmo, ya que tiene una zancada larga y poderosa. Nos acercamos a una fuente y uso mis manos de cuenco para que beba. Su larga y áspera lengua me hace cosquillas, y me salpica de agua el top, para colmo me da con el hocico y me tira al suelo, una vez sentada, se acerca y me lame la cara para agradecérmelo. Trato de evitarlo pero es que su ímpetu me hace reír.

De regreso, me doy cuenta de que es algo tarde, está oscureciendo y esa zona de noche es un poco peligrosa. Me cruzo con grupos de adolescentes borrachos, pero mantienen las distancias en cuanto aparece Thor, su figura y planta son temibles, parece que entiende que debe protegerme y me pone en alerta de algunas sombras que yo no veo, dedicándoles un único y potente ladrido. Nadie se me acerca a menos de cinco metros, y salgo del parque. Han pasado unas tres horas, y miro el móvil. Javier me ha mandado un menaje, dice que en un rato Celia se irá, y que puedo volver.

Espero que el trayecto hasta su casa dure lo suficiente para no verla, hasta camino despacio y me detengo a comprarme un helado de nata tipo sandwich , que me encantan, pero al llegar al piso, aún está en casa. El perro salta alegre sobre Javier al entrar en el cuarto, y parece decirle que se lo ha pasado bien conmigo, mirándome y jadeando feliz mientras corretea de uno a otro, obviando a Celia, cosa que me saca una sonrisa.

Javier, besa a su chica, que está en una nube, debe tener la misma cara que yo al salir de la zona VIP, y me dedica un saludo fugaz antes de irse de la casa. No sé si irme tras ella, pero me quedo en el pasillo trasteando con Thor, oliendo el aroma de sexo que hay en el ambiente, mientras el joven parece moverse por el cuarto. Al poco rato, sale con una camiseta y un pantalón corto.

– JAVIER: Hola Laura, mil gracias.

-YO: Nada, ha sido un placer, es una gozada sacar a este animal

– JAVIER: Es un trozo de pan.

-YO: Bueno, ¿Y por aquí que tal? – se le escapa una sonrisa grande.

-JAVIER: Ha sido genial, le ha encantado lo de las rosas, y como es un poco atrevida… me gusta, compensa mi timidez en algunas cosas.

-YO: ¿Y después?

-JAVIER: Me he quedado pegado como una lapa a ella, se reía y me apartaba cuando la acariciaba y la besaba por el vientre…ha sido…no sé, me gusta. – el brillo en sus ojos me emociona, realmente está enamorándose de Celia.

– YO: Pues sigue así, con estos detalles, y la tendrás a tu lado para siempre…. ¿Habéis hablado de ser novios ya? – tose y sonríe.

– JAVIER: No, bueno…es que tampoco quiero incomodarla…va un poco por libre, a su ritmo.

– YO: No seas tonto, pídele salir, hazlo oficial, así dejara de buscar a otro, ya tiene al mejor chico que he conocido. – su abrazo tierno me eleva, estoy sucia y pringosa por Thor, pero me siento mejor que nunca cuando me aprieta ente sus brazos.

– JAVIER: Laura, te quiero, eres la mejor, si me pillas con tu edad, tú no te me escapas.

– YO: Anda, bobo, que no me hacen falta galanterías. – me río, pero me he puesto colorada como un tomate. No ha sido lo que ha dicho, ha sido el tono, iba totalmente en serio.

Me encanta ese instante previo a que me abrace, alzo mis bracitos y noto sus manos rodeándome, es algo placentero, y no puedo entender la diferencia entre que sea él u otra persona, pero lo siento diferente. Sus dedos me acarician y me doy cuenta de se traban con mi sujetador, a lo que él suelta un gemido mustio.

– YO: ¿Qué pasa? – le digo al despegarnos.

– JAVIER: Nada…es que…el otro día se desnudó ella, pero hoy, con el tema de las carantoñas y tal…pues que la he desnudado yo…y con el sujetador…me he liado. – está rojo, parece querer pedirme ayuda con el tema, pero no le salen las palabras.

-YO: ¿Tan torpe eres? Si eso sale con nada. – al decirlo solo logro que agache la cabeza avergonzado.

– JAVIER: Es que yo no me los pongo y quito a diario, y me he quedado como un idiota intentando abrir una caja fuerte, y se ha reído un poco. – mi sonrisa no le cambia el rictus.

– YO: Eso se aprende con la experiencia, ya se te dará mejor…- mi comentario no parece convencerle.-… o puedes ensayar.

– JAVIER: Claro ¿Le pido a las mujeres que me dejen quitarla el sujetador para entrenar…? – ironía al canto.

– YO: No, bobo, digo que te hagas con uno y lo pruebes, no sé, lo puedes poner en la almohada o un cojín… venga, yo te enseño.

– JAVIER: ¿Y de dónde saco uno?

– YO: Cógeselo a tus compañeras de piso.

– JAVIER: No, por dios, qué vergüenza, ¿Y si se enteran?

– YO: De verdad, qué complicado lo haces todo… pues ya que estoy aquí, usamos el mío. – quería evitar esa opción, pero el chico está tan avergonzado que parece que tenga que dárselo todo hecho.

– JAVIER: Va…vale, gracias, y perdóname, es que me pongo muy nervioso y no quiero meter la pata con la chica.

– YO: Anda, aparta y deja que me siente en la cama, que en vaya jaleos me metes. – quiero parecer algo molesta, pero tengo que fingirlo, pensar en él desnudándome me saca una sonrisa.

Me siento al borde de la cama, de lado, dejando el bolso en el suelo. Javier se sienta detrás, hacia mí, noto sus rodillas rozarme el trasero pero veo de refilón que se aparta y se frota nervioso las manos con el pantalón corto. Sería adorable si no estuviera haciendo yo lo mismo con la falda. Me aparto la coleta en un hombro y me llevo las manos atrás, doblándolas de forma natural.

– YO: ¿Ves? Es muy sencillo. – digo cogiendo del cierre y abriéndolo con la habilidad que da la práctica. Luego lo cierro.

– JAVIER: Joder, si es que parece fácil, pero no me sale.

– YO: Prueba tú. – es una orden, pero tarda en obedecerla un par de segundos.

Noto sus manos palpar sobre el top amarillo, y coge del cierre, pero una de las manos tira pillando de los dos lados, logra sacar una de las argollas, pero la otra queda unida. Así que vuelve a intentarlo, y no sé cómo se las apaña, que me lo ha vuelto a cerrar. Vuelve a la carga, esta vez lo coge bien, pero pese a hacer el gesto, no logra sacar ninguno, le escucho bufar, y acaba rindiéndose.

– JAVIER: Si es que soy un patán.

– YO: Que no, es solo repetición, otra vez.

Sus manos enormes no ayudan con algo tan delicado, noto los tirones apretándome el pecho, pero tras un momento de saturación, sale. Le felicito, pese a que parece igual de abochornado, y le insto a que lo cierre. Tarda casi el doble, y debo aguantar las ganas de gemir por la presión, no quiero agobiarle aunque me ahogue.

Una vez atina a ponérmelo, le digo que lo quite otra vez, y así, hasta que tiene el gesto cogido, su habilidad y sus tiempos mejoran. No sé cómo he terminando haciendo esto, estaba enfada y cabreada, no me gusta ser el plan de emergencia para cuando Celia y él quieran echar un polvo, ya le dejé mi casa y hoy saqué al perro. Y aquí estoy de todas formas, enseñándole a abrir sujetadores. Me digo que forma parte de mi “plan maestro” de conseguir que tenga una relación estable con otra, pero si fuera así, ahora mismo no sentiría un cosquilleo de emoción en la tripa.

– YO: Genial, Javier, es que te preocupas por nada.

– JAVIER: Ya lo veo, es que…puf, son cosas que no sé manejar.

– YO: Pues toma, sigue practicando. – con la mayor naturalidad del mundo, meto la mano por mi escote y saco el sujetador blanco de encaje, para dárselo.

– JAVIER: Laura, no puedo…es tuyo. – pienso en que, con este, ya serian dos sostenes perdidos en pocos días.

– YO: Si no vas a pedírselo a ninguna otra, pues no te queda remedio. – lo coge, y trato de no pensar en si nota el tibio de mis senos en él.

– JAVIER: Vale, pues ensayaré, pero te lo devolveré.

– YO: Así sea, y escóndelo bien cuando venga Celia…

-JAVIER: ¿Por qué lo…? – se calla comprendiendo el motivo. No ayudaría mucho encontrarte un sujetador de otra en la habitación de tu chico.- No sé qué haría sin ti.

– YO: Pues meter la pata, que eres un desastre… pónselo a algo, y te enseño.

Tarda un momento en reaccionar cuando me doy la vuelta, no es habitual en él mirarme así los pechos, pero al fijarme, tengo los pezones marcados en el top. Me ruborizo, y le doy normalidad a la situación, poniéndome en pie rodeándolo.

Cogemos la almohada, y se lo pone torpemente, luego se lo quita con algo de maña, pero se sigue trabando, y para ponerlo es más lento aún. Algo me pide a gritos que le ayude, y me pego a su espalda, cojo sus manos y le guío, pero como es tan alto tengo que pegar mis senos a su nuca, yo lo sé, y el más, pero casi sin parecerlo, acomoda su cabeza entre mis pechos. El roce mientras le adiestro, me está matando, siento lava entre mis piernas, y tengo una sola idea en la cabeza, “¿Si me tiro encima suya y le beso, me rechazaría?”

Aguanto como puedo hasta que lo hace casi mecánicamente. Ahora le hago darle la vuelta y hacerlo como si la abraza, para quitárselo y ponérselo. Es un gran chico, aprende con facilidad, y en menos de media hora le veo preparado, y me alejo sentándome a su lado, con las piernas dobladas sobre su cama, y apoyando la espalda contra la pared. Le miro embelesada, y sé que si fuera Jimmy, o cualquier otro varón, se daría cuenta de que estoy a punto de desnudarme y dejar que me haga todo lo que desee, pero él no. Está concentrado en su tarea, sin entender que la sonrisa que le dedico cada vez que me mira, pidiendo evaluación, no es de complicidad, si no para esconder el fuego que hay tras la fachada. No voy a poder seguir mucho tiempo más así.

-YO: Ya está bien, creo que ya le has pillado el truco.

-JAVIER: Si, eso creo. Muchas gracias, Laura, eres un sol, no sé como agradecértelo.

-YO: Ya que se te da tan bien, podrías devolverme mi sujetador…- le digo cuando le veo trasteando con él en sus manos.

– JAVIER: Ah, sí, toma perdona. – su forma tan inocente de dármelo, sin jugar ni bromear, tan diferente al boy de la discoteca, me hace ver la distancia entre un hombre y un crío. Javier es muy educado e inteligente, pero no es un varón hecho y derecho.

– YO: ¿Quieres ponérmelo? – digo algo incrédula antes de decirlo.

-JAVIER: No, creo que ya me he quedado con todo, me salgo para que te lo pongas tú. – ni tan siquiera me da tiempo a decirle que no hace falta que saliera para ponérmelo yo.

Ha sido como un baño de agua fría, toda la excitación del momento se ha desvanecido, y ahora la sensación que me ha dado, es que está tan embelesado de Celia, que no se ha dado cuenta del juego al que quería arrastrarlo, cuando antes hubiera entrado al trapo sin problemas. “Mierda, le he perdido, ya no me ve con ojos de amante, sino que ahora soy su amiga y nada más.” Pese a que es lo que quería, no puedo evitar desilusionarme, y sentirme mal por ello.

Me pongo el sostén, algo confundida, y cojo mi bolso para salir disparada de allí. Me cruzo con Javier, que me abraza, la calidez con lo que hace no me facilita nada marcharme, quiero volver a sentirme viva, y solo lo logro estando con él, pero mi mente racional me lleva en otra dirección y tras recibir mi beso, le suelto y me voy a casa.

No puedo reprimirme, y al regresar en el coche, debo aparcar y echarme a llorar aporreando el volante. Siento odio, envidia, celos y ahora una rabia incontrolada al entender que es culpa mía. Sólo tendría que haber seguido jugando, y Javier sería mío, pero tuve que ir de madura y seguir las normas. Ahora otra chica tiene lo que yo quiero, deseo, merezco y para colmo, es gracias a mí intervención directa.

Me sereno para regresar a mi piso, me doy una ducha templada poniéndome un camisón, y quedándome plantada con el sujetador entre las manos. Ceno con Carlos, que parece muy emocionado con la chica nueva, hasta habla de traerla a casa un día para que la conozca.

Tras comer algo, me voy al sofá, y reprimo las ganas de hablar con Javier, sé que si le escribo un mensaje contestará, pero ahora mismo estoy dolida, y él no parece darse cuenta. Claro ¿Cómo podría? le puse la cara colorada por ganar al juego que empecé yo con él, y ahora le consigo chica…ni se imagina cuanto deseo que la mande a la mierda, que no me haga caso de lo que dije, que venga a mi puerta y me diga que me quiere, y que me funda en su pecho en un abrazo que termine en un beso de película.

Me voy a la cama deshecha emocionalmente, y vuelvo a llorar, pensando en que debería haberle besado, estaba en su cama, medio tumbada, sin sujetador, no hubiera sido nada difícil, pero no lo hice, y ahora pago las consecuencias de la responsabilidad.

Esa palabra parece ser como aviso de carretera por mis pensamientos, cada vez que dejo ir mi imaginación hacia donde yo quiero, salta un aviso “Responsabilidad”, y tras varios kilómetros en mi mente, me asalta una duda, es apenas una idea insignificante, pero está ahí, imborrable. ¿Qué responsabilidades tengo? Mi hijo está educado, y Javier es tan mayor de edad, como yo libre de estar con quien yo quiera. La nube de razonamientos me deja exhausta, y me quedo dormida con restos se sal de mis lagrimas en los ojos.

Continuará…

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“Dueño inesperado de la madre y de la esposa de un amigo” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.

CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.

Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.

CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS

Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…

Relato erótico: “Seducido por ella, desvirgué a la mejor amiga de mi hija”(POR GOLFO)

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Soy un cerdo, un maldito degenerado, un ser despreciable. Un cobarde que  si tuviera coraje, se descerrajaría un tiro en la boca para así olvidarse de lo que había hecho. Debía de estar en la cárcel, encerrado de por vida por gilipollas e incluso castrado. Me arrepiento de haberme dejado llevar por mi jodida bragueta pero lo peor es que ahora no soy más que una puta marioneta en manos de María, la mejor amiga de mi hija. Mi vergüenza no tiene límites, conozco a esa niña desde los seis años y no comprendo como pude caer tan bajo de acostarme con ella. Me da igual que sea mayor de edad. Me resulta indiferente que ella haya sido la causante de mi tropiezo y yo su puto pelele. Soy culpable de haberme dejado convencer por esa cría y olvidando que para mí era casi una sobrina, la desvirgué, disfruté y lo sigo haciendo con ella. Sé que mi hija sabe que su padre es ese novio maduro del que tanto le habla María con sus amigos y que incluso lo acepta pero aun así sigue siendo algo inmoral.
No solo son los veintitantos años que la llevo ni siquiera el hecho de que sus padres sean mis amigos, lo que realmente me descompone es que esa bebé lleva conviviendo conmigo desde la más tierna infancia. Debido a las dificultades económicas de su familia, los veranos enteros se los ha pasado en mi casa. A todos los efectos, la traté como a una hija; si se ponía enferma, he sido yo quien la ha llevado al médico; si sufría por un muchacho, era yo quien la consolaba. Era su referente, si tenía algún problema, me pedía opinión y ahora que mi verdadera hija se ha ido a estudiar al extranjero y que vivo solo, miente a sus viejos para meterse en mi cama sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.
Os preguntareis como sucedió, qué motivó que esa niña dejara de verme como el padre de su amiga y decidiera seducirme. Siendo sincero, ¡No lo sé!. Jamás le di un motivo, nunca la miré como mujer. Quizás fuera eso, cansada de tanto niño babeando por ella, le parecí atractivo al no verme alterado por su belleza. Ahora, sé y me consta que María es divina. Dotada de una inteligencia innata, si sumamos sus pequeños pechos, un culito respingón y una cara de ensueño, es el ideal que todo el mundo quiere para su hijo. Pero desgraciadamente y no sé qué hacer, fijó en mí su objetivo y soy su cautivo. Adicto a su juventud, hace conmigo lo que le viene en gana. Actualmente y por mucho que me duela, no podría vivir sin sus ojos negros ni sin esa melena que coquetamente se peina cada vez que estoy con ella. Si la llevo a un restaurant, todo el mundo supone que es mi retoño en vez de la ardiente amante en que se ha convertido y por eso tengo que hacer esfuerzos cuando se va al baño, meneando su trasero a propósito para provocarme, no quedármela viendo con lascivia.
La deseo con fiereza, me enloquece llegar a casa y desnudarla con avidez, mientras ella se ríe por mis prisas. Sé que es inmoral pero disfruto poniéndola a cuatro patas y follándola hasta que con su tierna voz me pide descansar. La niñita modosa de su infancia es ahora un volcán de veinte años que me exige sexo y más sexo sin perder la compostura. Nunca me levanta la voz, jamás me grita pero cuando se le mete entre ceja y ceja algo, manipula, ordena y exige hasta que consigue su empeño. Parece dulce, delicada e incapaz de romper ninguna regla pero yo sé bajo ese disfraz se esconde una hembra dominante, caprichosa, celosa y carente de escrúpulos.
Aunque me he ido por los cerros de Úbeda y no os he explicado cómo empezó mi claudicación, eso se debe a que quería explicaros antes que tipo de bruja es y así obtener vuestra comprensión.

María me lanza una red que no supe ver.
Separado desde hace muchos años, Isabel, mi hija, era mi única  compañía y por eso, cuando decidió irse a estudiar la carrera a Londres, sentí su perdida. Su curso empezaba en septiembre pero me pidió anticipar su marcha a julio para que, al iniciar las clases, tuviera fresco el inglés. Todavía recuerdo y me reconcome haber sido tan idiota de caer en la red que esas dos chavalas  cuando María, en el andén y mientras despedíamos a mi niña en el aeropuerto, me preguntó si como otros años podía acompañarme a Santander. Extrañado que quisiera venir a la casa de la playa, traté de evitarlo diciendo que sin mi hija se iba a aburrir.  La muchacha frunció el ceño al oírme y pidiendo auxilio a su amiga, entre las dos me convencieron de que la llevara ya que se lo pasaría bien gracias a la amplia pandilla que habían formado durante tantos años.
Reconozco que di mi brazo a torcer, cuando mi cría me susurró:
-Papá, sus padres no pueden pagarle una vacaciones. ¡Hazlo por mí!-
Sin saber su verdadero propósito, claudiqué y prometiendo hablar con sus padres, acepté que viniera. Debí de percatarme al ver en su cara una férrea decisión pero inmerso en el dolor por la ida de Isabel, creí que se debía a que podría veranear. Ya en el coche y con mi hija montada en un avión, me preguntó si íbamos a ir solos o por el contrario si iba a llevarme a una “amiguita”.
-¡Por supuesto que solos!- respondí escandalizado al oír su insinuación de que le ocultaba una mujer a su amiga -¡No tengo una novia escondida!-
Recibió mis palabras con interés y haciéndome pasar un mal rato, insistió:
-Raúl, no me creo que no tengas alguien con la que pasar un buen rato-
Avergonzado sin motivo, le contesté que desde que mi ex me había abandonado, solo había tenido un par de escarceos pero que al no tener ayuda, había tenido que ocupar todo mi tiempo en educar a Isabel. Contra todo pronóstico, esa dulce criatura sonrió y cogiendo mi mano entre las suyas, me dijo con ternura que ahora que mi hija había dejado el nido, debía de buscarme alguien con quien compartir el resto de mi vida. Ahora comprendo que se refería a ella, pero en ese momento agradecí su comprensión y cambiando de tema, le pregunté si tenía un novio esperándola en Santander.
-Todavía no es mi novio pero caerá – me contestó soltando una carcajada.
Su descaro me hizo gracia y devolviéndole una caricia en la mejilla, solté:
-Pobre tipo, va jodido si cree que va a poderse librar de tus garras-
Con una sonrisa de oreja a oreja, me miró y dijo:
-¡Eso espero!-
Esa misma noche, recibí la llamada de Antonio, su padre, agradeciéndome que le diera posada. Incómodo por que se enterara de que estaba al tanto de su mala situación, le dije que era un placer tener compañía y repitiendo las palabras de María le aclaré que su hija tenía muchos amigos en esa ciudad y por lo tanto, que no se preocupara que no iba a resultar un estorbo.
 
El viaje en tren.
 
Tal y como había hecho los últimos diez años, debido al miedo que sentía al volar, al llegar mis vacaciones, metí mi coche en el tren y alquilé un compartimento donde dormir durante el trayecto. Aunque había otros más rápidos, me había acostumbrado a coger el expreso en Chamartín por la tarde nada más salir de la oficina y pasarme la noche de viaje. Al llegar a la estación, esa cría, mi compañera de ese verano, me estaba esperando sola y con una enorme maleta en mitad del andén.
-¿Y tus viejos?- pregunté al no verlos ya que siempre acompañaban a su hija a decirle adiós.
-Raúl, ¡Qué tengo veinte años!- protestó haciéndose la madura.
Aunque sabía su edad, yo seguía viéndola como una niña y más aún ataviada como venía. Vestida con un ceñido traje de cuadros azules, parecía que acababa de cumplir los quince o dieciséis años. Muerto de risa, le dije lo que opinaba y ella, de mal humor, se levantó un poco las faldas y modelándome, me respondió:
-¿Son estas acaso las piernas de una niña?-
Cortado por tamaña exhibición, refunfuñé que no y desviando mi mirada, cogí su maleta y me subí al tren. Todavía mientras buscaba el vagón dormitorio, no fui consciente que detrás de mí, esa muchacha me estaba mirando el trasero con deseo mientras decidía cuándo y cómo me iba a atacar. Un revisor nos llevó hasta primera y señalando el compartimento número tres, nos informó que era el nuestro.
-Espero que su hija y usted descansen bien- respondió solícitamente a mi generosa propina.
De muy malos modos, María se dio la vuelta y se encaró a él diciendo:
-¡No es mi padre! ¿Algún problema?-
El empleado abochornado por su falta de tacto, huyó pasillo arriba mientras yo miraba incrédulo a la muchacha sin saber porque se había puesto así:
-María, ¡Piensa que es lógico que se haya confundido!- dije interviniendo a favor del tipo.
Meneando su melena, me miró y poniendo cara de no haber roto un plato, se carcajeó mientras me decía:
-Ahora estará convencido que soy tu amante-
-¿Y eso te hace gracia?- pregunté sin saber todavía sus intenciones.
-Mucha- respondió entornando los ojos- ¡Quiero que vean que sigues en activo!-
-¿No te entiendo?-
Disfrutando de mi sonrojo, me cogió de la mano, mientras me decía:
-Si quieres que las mujeres te miren, qué mejor que tener una novia joven-

Os prometo que ni ese más que claro coqueteo consiguió abrirme los ojos y con la familiaridad que dan los años, le solté un suave azote mientras le pedía que dejara de ser tan niña. Desgraciadamente mi mano se encontró con un culo duro y recio que no era el de una adolescente sino el de una mujer y completamente colorado, le pedí perdón por mi atrevimiento. Al descubrir el rubor que cubría mis mejillas, decidió dar otro paso y poniéndolo en pompa, exclamó:
-Para eso son, pero se piden-
Muerto de vergüenza, me hundí en mi asiento y sin levantar mis ojos del libro, comencé a leer tratando de olvidar el recuerdo de su trasero en mi palma. Mientras tanto, María se acomodó en el suyo y producto de aburrimiento, se quedó dormida. Llevábamos cerca de dos horas de viaje, cuando al terminarme un capítulo dejé mi lectura y levantando mi cabeza, la miré. Me quedé horrorizado al comprobar que sin darse cuenta de que se le había subido el vestido, esa muchacha dormía a pierna suelta mientras me mostraba involuntariamente su tesoro.
“Joder” exclamé mentalmente al percatarme que no llevaba bragas y que donde debía de haber una mata, esa cría lucía un monte desprovisto de cualquier pelo. Tratando de evitar recrearme con esa visión, me puse a mirar por la ventana pero irremediablemente una y otra vez, me giré a observar la belleza de su coño mientras me reconcomía por dentro la culpa.
Era impresionante,  los labios de su pubis me llamaban a adorarlo y por eso, acomodándome en el asiento, volví a coger el libro entre mis manos y disimulando me puse a observarlo. Tras mirarlo con detenimiento, el color rosado y lo cerrado de su sexo me informaron que, si esa niña no era virgen, poca experiencia tenía y más excitado de lo que me gusta reconocer, saqué mi móvil y  con alevosía, le saqué un par de fotos. Ahora me consta de que se dio cuenta y que lo hizo a propósito pero entonces supuse que fue el calor lo que la hizo tumbarse en dos asientos y provocó que sin querer dos de los botones de su vestido se abrieran dejando al aire sus pechos.
“Dios, ¡Qué belleza!- balbuceé al observar los abultados pezones que ese primor tenía decorando sus senos.
Como un loco, seguí fotografiando su cuerpo mientras mi víctima, ajena a lo que sentía el padre de su amiga, dormía profundamente. Cada vez más alterado y con un terrible dolor en mis huevos, decidí levantarme e ir al baño. Una vez encerrado allí, saqué mi móvil y recuperando las fotos me masturbé, soñando que ese cuerpo era mío. Desgraciadamente al eyacular, el recuerdo de mi perversión me golpeó en la cara y desesperado por mi ausencia de moral, me prometí que esa iba a ser la única vez que liberara mis bajos instintos usando a esa indefensa criatura.  Disimulando nuevamente, tiré de la cadena y salí al compartimento. Al volver, María se había despertado y sin reparar en que estaba medio desnuda, me preguntó dónde había ido.
Cortado y humillado, le contesté que al baño tras lo cual mirando hacía el suelo, le pedí que se tapara. En contra de la lógica, se rio al darse cuenta de su postura y mientras se abrochaba, me tranquilizó diciendo:
-No te he enseñado nada que no hayas visto o ¿no te acuerdas del retrato que tienes en tu despacho de nosotras?-
Tardé en comprender que se refería a una foto de ella y mi hija en la que jugaban desnudas en la playa pero “CON SIETE AÑOS”. Al defenderme diciéndola que esa foto tenía mucho tiempo y que en ella, eran unas bebés, María me contestó en son de guasa:
-Si quieres en este viaje, ¡la actualizamos!-
Su broma me terminó de abochornar porque aunque ella no lo supiera, en mi móvil ya tenía más de dos docenas de actualizaciones y tratando de desviar la conversación, miré mi reloj y dije:
-Son las nueve. ¿Te apetece cenar?-
Poniendo cara de agradecimiento, aceptó pero me pidió que la esperara en el restaurant porque quería cambiarse. Al preguntarle porque no iba así, me respondió:
-¿No me has dicho que vestida con este traje parezco todavía más joven?- y dotando de picardía a su voz, prosiguió: -¡No quiero que piensen que te gustan las menores de edad!-
Reconozco que debió enfadarme su descaro pero no fue así y pensando que al menos el revisor sabía que no era mi hija, creí prudente su decisión y despidiéndome de ella, salí del compartimento. Ya en el pasillo, me volvieron a asaltar las dudas y pensando que tendría que convivir con ese bombón durante treinta días, decidí que tendría que mantener una prudente distancia para no hacer ninguna tontería. Al llegar al vagón restaurant,  me senté en una mesa y pedí una cerveza. El camarero no tardó en llegar con ella y tras ponerla en la mesa, me preguntó si iba a cenar solo:
-No, estoy esperando. Somos dos-
Acababa de decirlo cuando María hizo su aparición. Casi se me cae al vaso al contemplarla, vestida con un sugerente vestido blanco y elevada sobre unos tacones de doce centímetros, la muchacha estaba impresionante. Sus movimientos, mientras se acercaba a mí, eran los de una pantera al acecho. Bebiendo un sorbo, traté de calmarme porque por primera vez temí que su víctima fuera yo. Al llegar a mi lado, me levanté, momento que ella aprovechó para darme un beso en la mejilla mientras preguntaba:
-¿Sigo pareciéndote una cría?
No pude ni contestarle al estar recreándome la mirada con el cuerpo que escondía esa especie de calcetín llamado vestido. De lycra y totalmente pegado, resaltaba la sensualidad de sus curvas, dotando a esa muchacha de un más que evidente atractivo. María, que se había percatado de mi sorpresa, sonrió satisfecha mientras ordenaba una botella de vino. Os juro que hasta ese detalle me escandalizó porque aunque era mayor de edad y legalmente estaba permitido, no me lo esperaba pues mi hija rara vez bebía alcohol. Asumiendo que era un viejo carca y al escuchar que el tinto que había elegido era una mierda, rectifiqué al camarero y pedí uno mejor.
-Gracias, me daba corte ese porque es muy caro- dulcemente me soltó mientras adoptaba una postura sumisa que nada tenía que ver con su carácter.
Dando por sentado que era un papel y que esa niña-mujer estaba actuando, me quedé observándola mientras volvía el empleado. “Realmente es preciosa” pensé fijándome en el sutil erotismo que manaba de sus poros. Con lentos movimientos e inofensivas miradas, María conseguía que cualquier hombre se volcara en servirla y con disgusto comprendí que yo mismo estaba cayendo bajo su embrujo. Al llegar el vino, cogió su copa y alzándola, me soltó:
-¡Brindemos por nosotros y nuestro verano!-
Ese inocuo brindis escondía un sentido que no supe captar y brindé con ella. Al hacerlo, mi copa estalló poniéndome perdida la camisa.  Mi acompañante se rio al ver mi cara y cogiendo su servilleta, se puso a limpiarme mientras sus manos palpaban más de lo necesario. Confuso por el manoseo al que me estaba sometiendo, pensé que era mi mente calenturienta la que me hacía ver lo que no existía, sin observar que se mordía los labios mientras recorría mi pecho. Tratando de evitar que esas “ingenuas” caricias terminaran excitándome y ella se diera cuenta, le quité sus manos diciendo:
-No te preocupes por la mancha-
Ella protestó un poco pero, como el camarero me había traído otra copa, no insistió pero entonces descubrí un brillo en sus ojos que minutos antes no estaba. Confieso que aunque intenté creer que se debía al vino, al haber dado un solo sorbo, comprendí que había algo más pero, temiendo que de enterarme no me gustara, me callé y aprovechando que traían nuestra cena, me puse a comer. El resto de la velada transcurrió con tranquilidad, resultando incluso divertida porque nos pasamos recordando diversas anécdotas que nos habían ocurrido durante tantos años. Ya en el postre, le pregunté por su padre.
-Jodido- contestó –No se ha repuesto desde que le despidieron. Se ha dejado vencer, en vez de levantar la cabeza y luchar-
-No es fácil hacerlo. La crisis es durísima y más aún para los mayores de cuarenta- respondí defendiendo a su progenitor.
La muchacha asintió al escucharme pero tras pensárselo durante unos segundos insistió en su ataque diciendo:
-Podría hacer algo más, fíjate en ti. Sin una pareja que te apoye, no solo has salido adelante sino que eres un hombre optimista al que todo le sonríe. Para mí siempre has sido mi ejemplo, desde niña he admirado  tu fuerza. Te parecerá ridículo pero no tengo  novio porque cada vez que conozco a un chico lo comparo contigo y comprendo que no te llega ni a la horma de los zapatos-
-¡No digas tonterías!- exclamé incomodo por sus piropos –Reconozco que desde el punto de vista económico me ha ido bien pero ¡Fíjate!: Tu padre tiene una esposa que le quiere y en cambio yo duermo solo sin que nadie se preocupe por mí-
-No es cierto que nadie se preocupe por ti. Nos tienes a Isabel…- creyendo que era el momento de revelar sus planes y cogiendo mi mano entre las suyas, me soltó:- … y a mí. Te queremos muchísimo y por eso hablamos entre nosotras y hemos decidido que necesitas una mujer-
Su afirmación me indignó. ¿Quién coño se creían esas dos crías para planear a mis espaldas sobre mi vida privada? Cabreado, pregunté:
-Ya que sois tan listas, ¿Habéis elegido una candidata perfecta?-
-Si- respondió mirándome con dulzura.
-¡Esto es el colmo!- repelé fuera de mí pero, calmándome a duras penas, le pregunté: -¿Y cuándo tenéis pensado presentármela?-
-Ya la conoces- contestó mirando la mesa- ¡La tienes enfrente!-
El impacto de su confesión en mi mente fue tremendo. Analizando el último mes, recordé la preocupación de mi hija por dejarme solo, su insistencia en que me llevara a su amiga de vacaciones e incluso el modo tan sutil con el que me había reiterado que María había crecido y que ya era una mujer. Tras quedarme mudo durante un minuto, la miré diciendo:
-¡Estáis completamente locas!. ¡Mañana te saco un billete y vuelves a Madrid!-
Con una tranquilidad y una determinación que me dejó helado, respondió:
-No pienso irme. Vas a tener que soportarme durante todo el mes si no quieres que Isabel deje la universidad y vuelva a España-  en ese momento sacó un sobre de su bolso y mientras se levantaba y me dejaba solo, exigió que lo leyera.
Alucinado la vi marcharse rumbo a nuestro compartimento. Esperé que hubiese desaparecido para leerlo. Al abrirlo descubrí que era una breve carta manuscrita de mi niña:
Papá:
Siento la encerrona pero después de darle muchas vueltas he comprendido que María tiene razón. Necesitas una mujer y que mejor que alguien que sé que te adora y se desvive por ti. Ella te ama y por eso te pido que le des una oportunidad. Comprendo que estés enfadado pero te aviso que como hija no puedo dejarte solo y si te niegas, lo tendría que aceptar pero entonces me obligarías a dejar mis estudios y a volver a tu lado.
Tu hija que te quiere
Isabel
Estrujé ese papel al terminar y hecho una furia pedí al camarero que me trajera un whisky. Lo irracional y ridículo del planteamiento no aminoraba el hecho de que ese par de arpías me estaban chantajeando y por eso mientras apuraba mi copa y pedía otra, decidí que cedería y dejaría que María se quedara todo el mes porque así comprendería que era absurda su pretensión de ser mi pareja. Cuanto más lo pensaba, más claro tenía que era grotesco suponer que podría enamorarme de ella. Obviando nuestras edades, había demasiados factores para hacerlo irrealizable: la sociedad, nuestros amigos, sus padres y en primer lugar ella misma. Aun sabiendo que me mantenía en forma, con el paso del tiempo, sería un anciano mientras María seguiría siendo una mujer joven. Con suficiente alcohol en mi cuerpo, pagué la cuenta y me dirigí a su encuentro con el convencimiento de no caer en su trampa y hacerla ver durante ese mes que su supuesto enamoramiento era algo pasajero.
María me esperaba, vestida con un sugerente camisón casi transparente, sentada en el asiento. Al verla tuve que hacer un esfuerzo para retirar mi mirada del precioso cuerpo que se adivinaba tras esa tela y con tono serio, dije:
-Te quedas pero no creas que voy a participar en vuestra locura-
La muchacha al oírme dio un salto y abrazándose a mí, me agradeció que la dejara quedarse. Sentí que me trasportaba a otra dimensión al notar la presión de sus pezones erectos sobre mi pecho y más excitado de lo que me gustaría reconocer, la retiré suavemente mientras su fragancia juvenil quedaba impregnada en mis papilas.
-Ahora vete dormir,  ¡Mañana hablamos!- exigí al ver que se quedaba de pie en mitad del compartimento.
-Mi amor, te juro que no te arrepentirás- contestó sensualmente mientras se subía a su litera y me dejaba disfrutar de su culo apenas tapado por un escueto tanga.
Me enfadó el modo en que se dirigió a mí pero como era una guerra a medio plazo, comprendí que si hacía caso a cada pequeña escaramuza que me plantease, iba a caer derrotado. Por eso, tampoco respondí a su provocación cuando medio desnuda y mordiéndose eróticamente los labios me dio las buenas noches.
“¿A qué juega esta niña?” me pregunté mientras me metía en el baño a cambiarme, “¿No se da cuenta que puedo ser su padre?”
Os tengo que decir que por mucho que me cueste reconocerlo, la labor de zapa que había emprendido iba dando resultados, de forma que al volver a mi litera e intentar dormir, me costó mucho hacerlo. Continuamente volvían a mi mente imágenes de María desnuda ofreciéndome su cuerpo, escenas donde ella me pedía que la hiciera mujer mientras sus manos me acariciaban. Para colmo de males, oír su respiración a un solo metro de mí y saber que si subía esa distancia, me recibiría con los brazos abiertos tampoco ayudó a calmarme. Debían ser mas de las tres, cuando al final el cansancio consiguió someterme y me quedé dormido.
Aun así, toda la noche me la pasé en un duerme vela con continuos sueños donde le separaba las piernas y hundía mi cara en ese primor de coño del que había disfrutado mirando. Me imaginé sacando la lengua y lamiéndole los labios mientras ella gritaba mi nombre pero desgraciadamente cada vez que cogía mi pene e iba a penetrarla, mi sueño se convertía en pesadilla al saber que era una aberración dicha fantasía.  Todos mis prejuicios me golpeaban de improviso, en algunas ocasiones era su madre o su padre los que nos descubrían en la cama pero el que me resultó más perverso fue cuando soñé que era mi hija la que abría la puerta y en lugar de enfadarse, sonreía y me dejaba solo para que culminara lo que había empezado.
“¡No puede estar de acuerdo!” maldije al despertarme de improviso con el recuerdo de su sonrisa, torturando mi cerebro y acomodando la almohada, decidí que al día siguiente la llamaría y aclararía las cosas.
Nuevamente el sopor me invadió y me hundí en un profundo dormitar del que solo salí cuando noté que María bajaba de su litera y se acomodaba a mi lado. Aterrorizado sentí que ponía su cabeza en mi pecho y me abrazaba. Esperando su siguiente paso, respiré tranquilo al percatarme que se había quedado dormida. Increíblemente la sensación de volver después de tantos años a tener una mujer entre mis brazos me encantó y por eso evité moverme para que no notara que me había enterado. El calor de su cuerpo contra el mío era algo tan maravilloso que provocó una grieta en mi decisión de permanecer soltero y cerrando los ojos, comprendí que ambas tenían razón:
¡Necesitaba una mujer!.
Aproveché ese momento para analizar las distintas mujeres que conocía y tratar de encontrar alguna con la que pudiera sentirme a gusto y pasar con ella el resto de mi vida. Desgraciadamente no hallé esa candidata idílica entre mis conocidas por lo que tuve que conformarme con decirme a mí mismo que debía de buscarla fuera. Justo en el instante que había resuelto explorar el mercado, María se movió y viendo que iba a caerse, la retuve posando mi mano en su culo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al sentir la suavidad de su piel sobre mis yemas y retirando mi palma de su trasero, me quedé impresionado de la tremenda erección que su contacto me había producido.
Ajena a mi embarazo, la mejor amiga de mi hija seguía frita mientras mi pene me pedía que volviera a acariciarla.  Totalmente horrorizado de que se despertara y viera el bulto evidente bajo mi pijama, me quedé inmóvil. Las horas siguientes se convirtieron en una tortura porque a mi vergüenza se unió un tremendo dolor de huevos, producto de tanto tiempo sobre excitado. Afortunadamente cuando a las ocho se despertó ya mi polla había vuelto a su tamaño normal. Al notar que se movía me hice el dormido porque así no tendría que explicar el porqué no la había echado cuando me enteré de su incursión hasta mi cama.
María se creyó que seguía dormido y deslizándose sin hacer ruido, se bajó de la litera. Una vez en mitad del compartimento, me dio la espalda y se puso a desnudar. Desde mi almohada vi cómo se deshacía de su camisón y se quedaba en pelotas, dejándome disfrutar de su trasero desnudo mientras buscaba que ponerse. Os confieso que intenté evitar seguir mirando pero fui incapaz y entre abriendo mis ojos, me puse a observar con deseo su pandero. Duro y con una forma de corazón que me dejó alelado, sus dos nalgas eran impresionantes pero la gota que colmó el vaso de mi excitación fue que al agacharse, me dejara vislumbrar un cerrado y rosado ojete que entonces me pareció un sueño inalcanzable. Una vez se había terminado de vestir, abrió sigilosamente la puerta y salió del compartimento.
Sé que fue inmoral pero nada más irse, cogí mi pene entre mis manos y rememorando la visión que involuntariamente me había obsequiado, me masturbé sin importarme que fuera ella. Cerrando los ojos, la vi arrodillada a mis pies y abriendo sus labios, introdujo mi falo en su boca mientras me decía lo mucho que me quería. Aun sabiendo que no era real, sentí sus besos sobre mi glande y la suave presión de su garganta al mamarme de forma que mi pene no tardó en estallar dejando una húmeda mancha sobre la sábana como recordatorio de mi depravación. Asustado de haber dejado una prueba tan evidente, fui al baño y cogiendo una toalla me puse a secarla, con la suerte que acababa de terminar cuando escuché que volvía.
Esperando que al entrar no notara nada extraño, me metí en la cama y nuevamente me hice el dormido. Con los ojos cerrados, oí el ruido de la puerta y a María entrando. Lo que no me esperaba es que después de dejar algo sobre la mesa, se acercara hasta mí y depositando un beso en mis labios, me diera los buenos días.
-¡Qué coño haces!- exclamé escandalizado de esa dulce caricia cuando minutos antes me había dejado llevar por la lujuria con su autora como protagonista.
-Lo que le prometí a Isabel: ¡Cuidarte! – respondió con ternura – Pero si me preguntas de dónde vengo, he ido a por tu desayuno-

Su respuesta me desarmó y más cuando se sentó a mirarme mientras me tomaba el café. La expresión de su cara era dulce pero provista de un erotismo que no me pasó inadvertido e incómodo por muchos motivos, le pregunté qué estaba haciendo:
-Darme cuenta que soy feliz al no tener que esconderme más. Te quiero y deseo ser solo tuya- dijo con determinación.
Pálido por tamaña confesión me costó tragar el sorbo de café que tenía en la boca y comprendiendo que de nada servía retrasar nuestra charla, me senté a su lado y le dije:
-María, yo también te quiero pero mi amor por ti es diferente. No creo que puedas ser feliz con un hombre de mi edad-
Contrariamente a lo que había pensado, mi respuesta le satisfizo y abrazándose a mí, me susurró al oído:
-¡Por ahora!, me conformo con que me quieras- y viendo que el tren había entrado en la estación, se levantó a recoger nuestras cosas mientras yo permanecía confuso en el asiento.
Absolutamente perplejo por su reacción, me quedé paralizado al darme cuenta que esa cría no iba a cejar en su empeño, de forma que tuvo que ser ella, la que viendo que todo el mundo se bajaba, me azuzara a darme prisa.
Nuestro primer día.
Debido a que teníamos que esperar a que nos liberaran mi coche, decidí meter nuestro equipaje en las consignas y así estar más libres para dar una vuelta por la estación. Ahora sé que fue una mala idea porque al no tener que llevar nada cargando, la muchacha me cogió de la mano y con ella bien agarrada, se puso a deambular por las tiendas. Siempre había odiado hacerlo pero no me expliquéis porqué me pareció agradable en su compañía hasta que se paró enfrente de una tienda de lencería. Tras unos minutos mirando el escaparate, me llevó a su interior y poniendo un coqueto picardías en mis manos, me preguntó:
-¿Te gustaría que lo llevara puesto en nuestra primera noche?-
Ni me digné a responderla. Dejando caer la prenda al suelo, hui de su lado mientras escuchaba la carcajada de ella retumbando en mis oídos. Enfadado busqué el abrigo de un bar y sentándome en una de sus mesas, pedí una tila que ayudara a calmarme. Aprovechando que estaba solo, cogí mi móvil e intenté llamar a mi hija. Tras varios intentos frustrados, le escribí un SMS, diciéndola que necesitaba hablar con ella. No debía de llevar medio minuto enviado cuando recibí su contestación:
“YA HE HABLADO CON MARÍA. TE REITERO QUE LE DES UNA OPORTUNIDAD. ELLA PUEDE HACERTE FELIZ”
La confirmación de que estaba al tanto y que su carta no era una falsificación, me dejó abrumado y temblando como un niño, deseé encontrarme a miles de kilómetros de las dos.  Sabiendo que Isabel era la persona que mejor me conocía y que su insistencia se debía deber a que sabía que me encontraba solo, no fue óbice para que hirviéndome la sangre maldijera los planes que habían elaborado a mis espaldas. Para terminarla de joder, mi supuesta novia llegó con una bolsa de la tienda donde la había dejado bajo el brazo y al verme, se abrazó a mí diciendo:
-Eres malo. Me has dejado sola decidiendo pero te prometo que te va a enloquecer el que al final he comprado-
-Por mí, ¡Cómo si es un burka!. ¡No pienso acostarme contigo!- contesté a voz en grito sin darme cuenta que teníamos público.
Colorada porque toda la gente nos miraba, respondió con firmeza en mi oído:
-¡Eso lo veremos! Eres mío aunque todavía no lo aceptes- tras lo cual se hundió en un mutismo del que no salió hasta llegar a mi casa.
Que se mantuviera en silencio mientras recogíamos el coche y durante el trayecto hasta el chalet, me dio tiempo de pensar. Mi hija tenía parcialmente la razón: Estaba tremendamente solo y no me había dado cuenta porque ella rellenaba ese vacío afectivo. En lo que estaba errada era que María fuera la mejor de las opciones. Mi verdadero problema era que si no quería que Isabel echara su vida por la borda y dejara sus estudios debía de soportar durante un mes ese acoso para que, vencido el plazo, fuera libre de hallar una candidata acorde con mi edad.
 Al llegar a mi casa, su amiga seguía enfurruñada y por eso, sin hacerle el mínimo caso, aparqué y saqué nuestro equipaje. Una vez dentro, llevé la maleta de María a su habitación y volví al hall, a por la mía. Fue entonces cuando la vi tirada al borde de las escaleras. Asustado por si se había hecho daño, le pregunté qué había ocurrido.
-Me he torcido el tobillo-

Creyendo su afirmación, la cogí en brazos y la llevé hasta el salón. La cría al sentir que la izaba, apoyó su cara en mi pecho y con una sonrisa en los labios, dejó que la depositara suavemente sobre un sillón. Acababa de dejarla, cuando escuché que me decía:
-Siempre había soñado que me metieras en brazos en “nuestra” casa-
Consciente de haber sido objeto de su burla, me encaré con ella, diciendo:
-María, me parece increíble que hayas simulado un accidente para conseguir tu fantasía. ¡Deja de comportarte como una zorra manipuladora! ¡No pienso ser tu juguete por mucho que te empeñes!-
La chavala, que había soportado mi bronca sin inmutarse, esperó a que terminara de desahogarme para con un tono tierno y afectuoso decirme:
-Amor mío,  me puedes llamar terca y manipuladora pero nunca zorra. Desde que soy mujer, y aunque he tenido deseos y no me han faltado oportunidades, he sabido que debía reservarme para ti. Quiero que tú seas mi primer y último amante-
Desarmado por el tono y el profundo significado de su respuesta, no supe que responder y dejándola sola, salí de la casa en busca de una tranquilidad y una paz que dentro con ella me resultaba imposible.  Me parecía inconcebible que esa monada, que me estaba acosando, nunca hubiera estado con un muchacho y que para más inri, me lo hubiese confesado con esa naturalidad. Consciente que tenía que cambiar de actitud porque no aceptaba mi rechazo, busqué otras soluciones. Por mi mente pasaron muchas, desde cogerla de los pelos y llevarla al aeropuerto, a violarla salvajemente y así se diera cuenta que yo no era ese “Don Juan” con el que soñaba. Conociéndome supe que no podría asumir el riesgo de la primera y que mi hija volviera pero menos podría llevar a cabo la segunda por ser una  burrada. Por eso cuando ya llevaba más de una hora paseando sin rumbo, decidí que lo que sí podría hacer era comportarme como un cerdo y que fuera ella la que saliera huyendo con las orejas gachas. Con mi ánimo repuesto y contento al tener al menos un plan, retorné a mi chalet.
Nada más entrar me encontré a María cocinando y poniendo en práctica la estrategia que había diseñado, metí mi mano bajo su falda y le toqué el culo.  Reconozco que ambos nos quedamos sorprendidos, ella por ser objeto de una caricia no pedida aunque sí deseada y yo al encontrarme que bajo esa  tela no llevaba ropa interior. Como había cruzado una línea sin retorno, seguí manoseando su trasero mientras le preguntaba con el tono más lascivo que pude dotar a mi voz:
-¿Es que nunca llevas bragas o solo lo haces para ponerme bruto?-
-¡Lo segundo!- contestó sin darse la vuelta y frotando sus nalgas contra mi entrepierna – y por lo que siento, ¡Lo he conseguido!-
Lo malo es que esa arpía tenía toda la razón, al sentir primero la suavidad de su trasero sobre mi mano y luego la dureza de sus cachetes contra mi pene, este se irguió bajo mi pantalón, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado, salí humillado de la cocina mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido, con el recuerdo de su voz retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas. De no ser porque era una cría hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero pero como me sabía incapaz de hacerlo, tuve que buscar la calma poniéndome un bañador y tirándome a la piscina.
El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado,  me tumbé a tomar el sol. Llevaba unos pocos minutos sobre la tumbona cuando la vi salir completamente desnuda. Alucinado por su falta de pudor, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar. Eran tal y como me había imaginado al verlos en el tren, pequeños pero duros y con unos pezones rosados que invitaban a ser mordidos. Decidido a no dejarme vencer, me la quedé mirando y le dije:
-Estás demasiado delgada para mi gusto-

Mentira, ¡Era perfecta!. Su cuerpo era el de una modelo. Su cara era de por si guapa pero si a eso le sumábamos su breve cintura, su culo en forma de corazón y ese estomago plano, la muchacha era de una belleza sin igual. Contrariando mis expectativas no le molestó mi crítica y acercándose a mí, contestó con despreocupación:
-Eso se puede arreglar. Si te gustan gordas, me cebaré-  y sacando de su bolso una botella de bronceador, se puso  a esparcirlo por mi cuerpo, mientras me decía: -Ves como tenemos razón: Te vas a quemar, ¡Qué harías si no estuviera yo aquí para cuidarte!-
Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su sexo a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar mi mano y forzarla a poner su vulva en mi boca pero tratando de mantener un resto de cordura, cerré los ojos deseando que terminara de untarme de crema y así cesara esa tortura. María envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas y no contenta con ello, al comprobar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me pidió permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad el bronceador:
-¡Haz lo que quieras!- contesté con una apatía que no sentía.
No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó mi pene en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No fui capaz de detenerla, sabiendo que la tela de mi bañador impedía que culminara su acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. No satisfecha con ello, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo. Os confieso que casi estuve a punto de ceder cuando pegando un grito, se corrió sobre mí pero, en ese momento, esa manipuladora me bajó de golpe la excitación diciendo:
-Gracias, mi amor, por haberme dejado demostrarte que no soy una niña. Esta noche seré tuya, ¡Lo quieras o no!-
Tras lo cual, me dejó solo con mi extensión apuntando al cielo y mi cerebro en plena lucha. Mientras mi cuerpo me pedía que me levantase y corriera a su lado, mi mente lloraba por lo cerca que había estado mi claudicación. Cómo si poseyese telepatía y fuera conocedora de la guerra en la que estaba inmerso, María incrementó mi desasosiego con un SMS que decía.
-LA COMIDA ESTA LISTA PERO SI PREFIERES TE PUEDO DAR CONEJO- y por si no estuviera claro a qué se refería, unió al mensaje un video donde ella se masturbaba.

 Hecho un energúmeno, entré en la casa y me encontré a la muchacha perfectamente vestida, sentada a la mesa. Como un torrente, mis palabras se agolparon en mi garganta y de corrido le dije que me parecía una vergüenza que me mandara un archivo de esas características. María soportó la reprimenda con tranquilidad y viendo que había acabado, me dijo sin elevar el tono de su voz:
-Siéntate que se va a quedar fría- y sin darle importancia a lo sucedido, me soltó: -Te prometo no mandarte otro y si quieres, bórralo pero entonces también borra las fotos que me hiciste en el tren-
Sin poderme reponer a la sorpresa, me senté y me puse a comer mientras la muchacha sonreía sabiendo que si no me había vencido poco faltaba.
“¡Dios! ¡Qué vergüenza!”, pensé sin poder levantar la mirada del plato al saber que ella conocía lo depravado que podía llegar a ser y qué no le importaba.
Como un autómata fui degustando los platos sin llegarlos a saborear porque estaba tan hundido que lo único que pasaba por mi mente era terminar y así poder evitar la presencia de esa cría. María no metió sus dedos en mi herida y mientras yo me consumía en remordimientos, ella se mantuvo en silencio. Solo al terminar el postre y traerme el café, separó mi silla de la mesa y se sentó en mis rodillas, tras lo cual, apoyando su cabeza en mi pecho, me dijo:
-Amor mío, no sufras. Ese pequeño secreto quedará entre nosotros. Fue mi culpa,  debía de haberme puesto bragas pero deseaba tanto que supieras que soy una mujer, que no me las puse. Sé que he hecho mal y que ahora te sientes sucio, pero no te preocupes, a mí me encanta que me tengas en el móvil-
El modo tan sutil con el que me confirmó que había sido manipulado, no disminuyó mi embarazo y sintiéndome un ser despreciable, le pedí perdón casi llorando. La morenita sonrió al escucharme y posando sus labios sobre los míos, me soltó:
-Reconozco que estoy enfadada contigo pero no por eso. Soy una estupenda cocinera y ¡No me has dicho nada de lo bien que has comido!-
Lo absurdo y pueril de su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. María respondió a mi pasión con más pasión y pasando su pierna sobre las mías, se sentó de frente. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por un desenfreno atroz, desgarré su vestido dejando al desnudo su dorso y por vez primera, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. La cría gimió al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, me pidió que lo mordiera:
-¡Siempre he deseado saber que se siente!- gritó al notar el suave mordisco y quitándomelo de la boca, puso el otro para que repitiera la operación.
Obedeciendo a la que ya era mi dueña, metí la aureola en mi boca y mientras mamaba de ese precioso pecho, pellizqué el otro con fuerza. Lo novedoso de las sensaciones que su cuerpo estaba experimentando le hizo aullar de placer mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír que se corría, me volví loco y depositándola sobre la mesa, me bajé el pantalón y me dispuse a penetrarla pero entonces ella, cerrando sus piernas, soltó una carcajada y bajándose, huyó del comedor mientras me decía:
-Mi amor, necesito que mi primera vez sea romántica y ahora es imposible porque estás muy caliente. Te prometo que esta noche: ¡Te dejaré seco!-
Esa noche y su primera vez.
Como perro sin dueño, me pasé toda la tarde. Deambulando por la casa y una vez había desechado mis antiguas renuencias a hacerla mía, ahora no podía aguantar la espera. Mi mente anhelaba sentir su piel y besar sus labios mientras mis hormonas me exigían sumergirme entre sus piernas. María había desaparecido sin despedirse, de modo, que con el paso de las horas, el temor a haber sido objeto de una burla y que todo fuera una pantomima fue creciendo y por eso cuando a las nueve, seguía sin dar señales de vida, supuse que no vendría porque de seguro estaba alternando con alguien más joven mientras se descojonaban de mí.
“¡Cómo pude ser tan incauto!” maldije poniéndome un whisky, “¡Cómo me dejé liar de esa forma!”, me repetí mientras daba cuenta de la botella.
Estaba al borde de la desesperación cuando la oí llegar en mi coche. Ni siquiera me había dado cuenta que se lo había llevado y sin poderlo evitar, fui a abrir la puerta. La muchacha llegaba cargada con bolsas de comida y con un peinado nuevo que le hacía parecer mayor. Al ver los esfuerzos que hacía, la intenté ayudar con las bolsas pero ella se negó y encima, con un meloso reproche, me reclamó:
-¿No crees que tu mujercita se merece un beso al llegar a casa?-
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados.  Muerta de risa, María pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
-Dentro de diez años, ¿Seguirás recibiéndome así?-
-¡Por supuesto!- declaré cogiendo uno de sus pechos en mi boca- y si no puedo, siempre me quedará el viagra-
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
-¡Me tienes bruta!-
Su completa entrega me dio alas y creyendo que había llegado la hora de hacerla mía, me arrodillé a sus pies y separándole las piernas, hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Para!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Pero ya era tarde, incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se cumplía antes de tiempo y apoyándose contra la mesa, me rogó que continuara.
Sin darle tiempo a arrepentirse separé sus rodillas y quedé embelesado al disfrutar de la belleza de su coño. Desnudo, sin un pelo que estorbara mi visión, era un manjar demasiado apetitoso para comerlo con rapidez y por eso cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta la cama. Suavemente la deposité entre las sabanas y sin dejarla de mirar, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo de hombre maduro no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer.
Afortunadamente, María al comprobar mi erección, se quitó la camiseta negra que no me había dado tiempo a retirar y con cara de deseo me llamó a su lado. Ni que decir tiene que corrí a sus brazos. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
-Hazme tuya- me rogó al sentir mi aliento junto a uno de sus pezones.
Excitado brutalmente, tuve que retener mis ansias de penetrarla cuando vi que su aureola se endurecía con solo mirarla. Debí de actuar más lentamente  pero cayendo en la tentación, metí esa belleza en mi boca y bebí de esos pechos juveniles mientras su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Sus ruegos se convirtieron en órdenes al  cambiar de objetivo y concentrarme en el tesoro que escondía su entrepierna. Con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pechos, María chilló al notar la tortura de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
“Dios, ¡Qué belleza!” exclamé mentalmente al ver esa tela casi transparente que confirmaba su virginidad, temblando en la mitad de su vulva.
Temiendo hacerla daño, tanteé con una yema su resistencia cuando de improviso la dulce y tierna amante se transmutó en una hembra ansiosa que dominada por la lujuria, cogió mi pene entre sus manos e intentó forzarme a desvirgarla. Negándome a cumplir sus deseos, seguí devorando su coño con tranquilidad disfrutando de cada lametazo como si fuera el último.  Mi parsimonia asoló sus defensas y cayendo hacia atrás, se retorció dando gritos mientras del interior de su sexo brotaba un ardiente geiser que empapó las sábanas. La cantidad de flujo que emergió entre sus piernas fue tan brutal que aunque intenté absorberlo, no di abasto a recogerlo y usando mi lengua, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Azotando su cuerpo contra el colchón una y otra vez, María se corrió tan brutalmente que agotada por el esfuerzo cayó en un estado de somnolencia del que tardó en salir. Mientras lo hacía, me la quedé mirando absorto en su belleza. Su juventud quedaba realzada por la sonrisa que lucía su rostro, producto del placer que había sentido y por eso un poco cohibido, esperé que se recuperara.

Al despertar, María me miró con dulzura y poniendo un puchero, me reclamó que todavía no la hubiera hecho mía diciendo:
-Necesito que me tomes como tu mujer. Quiero sentir tu hombría dentro de mí y así sepas que eres mío-
Os confieso que estaba asustado y por eso, tuvo que ser la propia muchacha la que poniéndose sobre mí, llevara la punta de mi glande hasta su sexo. La suavidad con la que se colocó para que la desvirgara y su cara de deseo mientras lo hacía, acabó con mis dudas de un plumazo. Sabiendo que esa postura iba a hacer más doloroso el trance, la cambié de posición y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas.
-¿Seguro que es lo que quieres?- pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
-¡Sí!, Raúl, !Hazlo ya!- imploró mientras sus caderas intentaban que mi pene se introdujera en su interior.
Convencido de que no podía dejar pasar la oportunidad, presioné contra ese último obstáculo y de un solo golpe, lo rompí mientras la cría pegaba un grito al sentir su intimidad desflorada. En ese momento, me quedé quieto esperando a que su dolor se amortiguara pero María me rogó chillando que terminara de introducir mi falo en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer mientras la mejor amiga de mi hija me miraba con una expresión de satisfacción en su cara. Al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, la cría se mordió los labios con una mezcla de sufrimiento y deseo sin saber que era lo que venía a continuación. Su falta de experiencia me hizo ir con cuidado y dotando a mi cuerpo de un lento vaivén, fui sacando y metiendo mi pene de ese estrecho conducto mientras ella empezaba a gemir de placer. El sonido que brotaba de su garganta me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
-¡Me encanta!- chilló alborozada al sentir como mi extensión rellenaba su interior
Su entrega se tornó en total al asir sus pechos con mis manos. La sensación de ser penetrada mientras mis dedos se apoderaban de sus senos y los usaban como agarre para incrementar la velocidad de mis movimientos fue excesivo para la cría y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
-¡Me corro!- la oí chillar mientras su sexo se encharcaba.
Contagiado de su lujuria, llevé mi ritmo al infinito y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí  martilleando su interior con la música de sus gemidos resonando en las cuatro paredes de mi dormitorio. Comprendí que no iba a durar mucho más si seguía a tal ritmo y por eso ralenticé mi asalto. María al notar que había bajado la intensidad, protestó y con voz dura, me exigió que siguiera más rápido.
-Cariño- dije a modo de disculpa- si sigo así, me voy a correr-
-Es lo que quiero- gritó dotando a sus caderas de un movimiento atroz –Quiero sentir que me inundas con tu semen-
Su determinación me obligó a satisfacerla y elevando el compás de mis penetraciones, usé mi miembro como un martillo con el que golpe a golpe derribé las bases que la retenían en la realidad hasta que como poseída por un ser diabólico, vi como su cuerpo se retorcía de placer mientras me rogaba que me corriera. Ese enésimo orgasmo fue el banderazo de salida del mío propio y pegando un aullido, mi miembro explotó en su interior, regando con mi semen las paredes de su vagina. María al notar los blancos proyectiles chocando contra su interior se unió a mí y pegando un postrer chillido, cayó rendida sobre las sábanas. 
Agotado por tamaño esfuerzo, me tumbé a su lado y acaricié su pelo, mientras mi mente se compadecía de mí al saberme su esclavo. Mi niña-mujer, la bruja que me había seducido en menos de dos días y que había convertido un cariño casi filial en una necesidad imperiosa debió de comprender que pasaba por mi cerebro, nadas más abrir los ojos porque poniendo una tierna mirada, me soltó:
-No esperes que me conforme con esto. Ya que sabes que eres mío, no pienso dejarte escapar. Ni se te ocurra mirar a otra mujer, tus ojos al igual que el resto de tu cuerpo son de mi absoluta propiedad. Si algún día te pillo con una zorra, la mato a ella primero y luego a ti-
Supe que era verdad porque mientras se imaginaba mi traición, su cara se fue endureciendo hasta adoptar una expresión tan siniestra que me hizo dudar que ese chavala no fuera una perturbada. Os juro que todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al verla fuera de sí y tengo que reconocer que estuve a punto de huir pero en ese momento, la dulzura que me había seducido volvió a su rostro y cogiendo mi asustado pene entre sus manos, me susurró al oído:
-Esta tarde, he comprado comida suficiente para que no tengamos que salir de la casa  hasta que en mi vientre crezca tu hijo, mi hijo, el hermano de Isabel-

Aterrorizado, comprendí que no le bastaba con esclavizarme, en su siniestro cerebro había planeado que no sería completamente suyo mientras no me diera un retoño con el que sometiera también a su querida amiga.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 
 
PD. Markéta Štroblová (1988) conocida como Little Caprice es una actriz pornográfica y modelo Checa..Aunque no lo parezcan sus fotos tenía 21 años cuando entró en ese mundo.
Soy contrario y aborrezco la pedofilia pero el relato exigía que la modelo pareciera tener escasos 20 años.
 
 
 

Relato erótico: “Torrediente. (El caso del torero corneado) 3º” (POR JAVIET)

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El caso del torero corneado 3ª parte
   Saboreé mi cubata mientras esperaba a Carmen “la pingüino” entretanto desde la barra, advertía las miradas cómplices y bastante picaras de Paquito Roblecaido, este había charlado muy serio con la camarera antes de enviarla a cambiarse, pude ver como la chica enrojecía ante las palabras del encargado antes de desaparecer al fondo del local.
Paquito Roblecaido se acercó a la barra y me dijo bajito y en tono de complicidad:
–         Ya está hecho don Hose luí, la he dicho que es usted un importante profesor de “Educación especial” para personal domestico y empleadas de banca que pretenden ascensos rápidos, la he convencido de que va a dedicarla algo de su valioso tiempo en enseñarla “ciertos modales” así que no le causara problemas.
–         Mira Paco que si se rebota en la primera lección, podemos acabar en comisaria espero que la hayas convencido bien.
–         ¡No se preocupe! ya la he dicho que si la lía va a la calle, los días que falte no se la descontaran del sueldo por respeto a usted y a don Celedonio, será dócil… hasta cierto punto,
Solo fueron diez minutos de espera antes de verla reaparecer vestida de calle, me fije en su delgado cuerpo según avanzaba hacia mí una vez cambiada y sin su ropa de pingüino, ahora vestía una corta camisa blanca con cuadraditos azulones cuyos dos primeros botones estaban desabrochados, dejando entrever un top blanco así como el nacimiento de sus opulentos y juveniles pechos,  parte de su cinturita quedaba al aire y adornaba el hueco del ombligo con un piercing simulando una perla, completaban su indumentaria unos tejanos piratas de color gris que moldeaban su bonito culo y que tenían un par de rajitas en los muslos, calcetines blancos y unas deportivas verdes de mercadillo pero nuevas.
Luego me fije más en su cara, no era una belleza clásica pero aquella chica de veinte añitos estaba bastante bien, se había maquillado rápidamente en su vestuario, destacaban sus ojos grandes de color miel y la nariz recta del tamaño adecuado, labios finos y cara larga delgada con barbilla en punta, se acercó con paso decidido a su jefe y este le dijo varias cosas al oído que la hicieron enrojecer nuevamente, tras eso salió de detrás del mostrador y se acerco a mi diciendo:
–         Buenas tardes me llamo Mari Carmen Prieto, me ha dicho mi jefe que debo ir con usted y obedecer sus órdenes, dice que me dará un cursillo especial y rápido para el tema del trato a los clientes.
–         Si Carmen es verdad, te daré ese cursillo pero no es solo presencial, deberás ganarte el aprobado y hacer todo lo que te diga, sea lo que sea y sin protestar, ¿ya te ha comentado mi buen amigo Paquito que si suspendes vas al paro?
–         Si pero que sepa que voy a comentárselo a un amigo sindicalista de mi novio, no me parece que esto sea legal.
–         Mira tía por lo que a mí respecta ya has suspendido, ¡por bocazas! anda y veste a la mierd…
Me alejé de ella cuatro pasos en dirección a la salida, ella vino corriendo a mi lado y me cogió por el brazo diciendo:
–         Espere hombre, no se enfade pero entiéndame esto es muy irregular, además hay mucho cabrito suelto por el mundo.
–         Ya lo sé Carmencita, pero no me seas simple ¿crees que el amigo de ti novio te ayudara gratis? jo jo jo, ¿Qué tal la chupas? porque eso es lo menos que te pedirá por dos consejos y una ayudita.
–         Dice mi novio que b… ¿pero eso a que viene? Que sepa que no hare nada que…
–         Mira Carmencita vamos al grano, para empezar llámame Hose Lui, sin don pero con ligero acento andaluz si es posible porque eso me pone bastante, para continuar debes saber que me vas a ayudar en unos asuntos de investigación.
–         Pero… el señor Francisco me ha dicho que usted era…
–         “Educador especial” si lo soy, pero también me gano la vida como detective princesa, ahora mismo y para que lo entiendas estoy siguiendo a una tía, tú me ayudaras y entraras en sitios donde yo como hombre no podría sin despertar sospechas.
–         ¿Vale pero y yo que gano con eso? mi empleo en el bar no es una bicoca y el sueldo… una caquita.
–         Mira nena, el paco no te va a descontar del sueldo los días que faltes, además el marido de la que seguiremos tiene tela en cantidad, si eres lista podrás… digamos consolar al tipo una vez que se divorcie de su actual pendón, es socio del club y sin duda seguirá visitándolo para solazarse de sus penas, cuando venga tu le pondrás las copas y si eres lista quizás algo más, si te lo montas bien serás tu la que se gaste su dinero en lugar de la zorra a la que vamos a seguir, pero eso tiene un precio y es que mientras dure la investigación harás Todo lo que te diga ¡TODO! Y a ser posible sin tonterías ni memeces, incluso si te portas bien te dejaría ayudarme en alguna otra movida más adelante ¿conforme Carmencita?
Ella me miraba con los ojos muy abiertos y la boca apretada, tras unos segundos de meditar lo que la había dicho contestó con tono andalú:
–         Pues claro que toy conforme Hose lui, un tío forráo y dinerito fresco que pillar ¿Cuándo enpesamo? odio ser pobre, por cierto no me llame Carmen así solo lo hace el gili del jefe, en casa me llaman Mamen.
–         Empecemos nena, estoy conforme y te llamare Mamen si quieres, para empezar seguiremos a la pájara cuando salga y te pillare algo de buen vestir pues no vas acorde con la tía a la que has de seguir, tu ropa desentona un poco de la suya.
–         ¿Qué le pasa a mi ropa? Me sienta bien y es cómoda, mi chico dice que…
–         Pasa nena, que te realza el tipo y estas muy buena, se supone que debes pasar desapercibida al seguir a alguien, si todos los tíos con los que te cruces te van a mirar o decir algo puedes mandar a hacer puñetas un seguimiento discreto de tu víctima, por no mencionar que a la Puri por lo que parece también le van las tías, no sería bueno que te tirase los tejos por ir demasiado guapa o sexy, ¿entendido?
–         Si jefe, entendido pero tu pagas la ropa.
–         Vale ojos bonitos.
Mientras esperábamos a la Puri fuimos hacia la parada de taxis, delante de todos estaba el que me trajo, deduje que el conductor en lugar de irse se puso a la cola y ahora me tendría que llevar por narices, también observé que estaba hablando por el móvil y tenía una bronca con alguien, mientras esperaba a ver salir a la zorra me entretuve charlando con Mamen.
–         Pues sí que tarda la tía esta.
–         ¡La muy puta! estará chupándosela a Dani como todos los días que viene, es lo último que hace antes de irse.
–         ¿Quién es ese Dani, otro masajista?
–         ¡Que va es el profesor de natación! bueno… y también mi novio.
–         ¿Se la chupa a tu novio?
–         Bueno si… pero es que estamos ahorrando para los muebles y asi se saca un extra, además el dice que no disfruta, pero se sacrifica porque me quiere y no hay mucho curro.
–         Ya, menudo mártir que está hecho el pájaro.
Vi aparecer finalmente a la Puri, se dirigía hacia su Mercedes con chofer rubio cachas de serie, mire a “mi taxista” viendo que había colgado el móvil y saqué el mío simulando tener una conversación, a la vez que indique a Mamen que entrase en el taxi, el chofer miro sonriente a la guapa joven que entraba en su vehículo, pero cambió la expresión de su rostro al verme entrar detrás.
–         ¡Oiga usted fuera del taxi! –Dijo muy mosqueado y enfadado.
–         ¡chissst cállate pringáo, estoy hablando por teléfono!
Había llevado el dedo a los labios mientras decía esto y sin hacerle caso me senté cerré la puerta y seguí disimulando:
–         Si cariño, si lo sé, no te preocupes que no le diré nada si veo a ese imbécil, anda y se buena que luego en compensación te voy a dar el doble por donde quieras… si cielo hasta que aúlles de gusto amorcito como siempre… chao gatita, un beso.
Simulé colgar el móvil y me lo guardé en el bolsillo, el taxista me miraba de reojo pero no se esperaba el capón que le di mientras le gritaba:
–         ¡Chivato cotilla! Anda que has tardado poco en decirle a tu maría lo de la corbata, ¡serás gilorio! ¿estas empanaó o que te pasa?
–         Pero… pero oiga, a ver si se calma, a mi no me pega nadie en mi coche.
El tío intentaba responder y manoteaba mas que un mono loco, pero enseguida le calmé con una colleja bien dada.
–         Andando bobarras, que eres tan tonto que seguramente seas culé, ¡que te estoy vacilando! no conozco a tu churri, solo es una broma, anda tira p´alante y sigue a ese mercedacos marrón que pasa.
El taxista desconcertado y atontado por la colleja decidió con su pequeña mente no ponerse chulo, seguimos al coche en dirección al centro, el me miraba por el retrovisor y la mamen me  dirigía vistazos de inquietud, decidí dar un vistazo a lo que había grabado la cámara en los vestuarios.
Las escenas de la Puri recibiendo su masaje con final feliz me pusieron a tope, la tía estaba buenísima y la chinita aunque flaca estaba de toma pan y moja, disfrute de cómo la hacía disfrutar mientras me ponía cómodo abriéndome la bragueta para aliviar la presión de mis partes bajas, la mamen miraba la pequeña pantalla con un ojo y con el otro mi paquete, cuando vio entrar en escena a “Amin el marronazo” y sacarse la bicha la chica abrió la boca asombrada por el calibre del moreno, rápidamente me baje el eslip y empuje por la nuca a mamen hacia mi “cabeza inferior” ella no se resistió y al tener la boca ya abierta se encontró casi de golpe con mi glande entre sus piños.
Mantenía la cámara y su pantallita en el asiento entre mis piernas, Mamen no paraba de chuparme suave mientras miraba la pantalla, supongo que estaría pensando en que se la chupaba a Amin o a su novio Dani, me importaba un carajo pues por fin me la estaban comiendo y esta vez no me preocupaba de que me hicieran un surco en el pito, Lola lo hacía bien pero esta… no veas, su tierna lengüecita lo recorría todo mientras sentía los labios presionar bajo la corona del prepucio, una de sus manitas comenzó una lenta paja sobre mi verga a la vez que la chica aumentaba la velocidad de su boca, en la pantalla Amin enculaba salvajemente a la Puri.
El taxista colocaba el espejo para ver lo que ocurría en el asiento trasero, le di un par de voces para que no perdiese de vista al Mercedes y me centre en la mamada, la cámara ya no importaba para mí pero Mamen no dejaba de observarla a la vez que se desbocaba excitada y su cabeza aumento más el trajín sobre mi polla, sentía como tocaba la campanilla en cada movimiento, regueros de saliva bajaban por la columna de carne, sus labios me presionaban subiendo y bajando, la lengua me alborotaba velozmente el prepucio y no tardé en sentir que me corría dentro de aquella calida boquita de mamona consumada.
–         Prieto mamen, prieto. –Exclame a punto de correrme.
–         Prreeseenteee –Respondió con la boca llena de carne.
–         Ahhh quieroooo decir, que aaaprieeetees, me voy a correeer.
Me hizo caso y apretó un pelín más, al tiempo que se preparo para lo que la venia dentro, me corrí medio minuto después llenando su boca de espesa leche que consiguió tragar en su mayoría, lo poco que no engulló resbalaba de su interior por las comisuras de aquella boca tan bonita, su lengua lo rebaño instantes después mientras estábamos parados en un semáforo y un autobusero lo veía asombrado por la ventanilla del taxi.
Un semáforo más adelante mientras me guardaba el pito en su sitio la chica se arrellanaba en el asiento, había tragado todo lo que pudo pero la quedaba alguna manchita, como soy un romántico escupí en un pañuelo no muy sucio y lo use para limpiarla la boquita, luego dije:
–         Espero que el tentempié de mortadela te haya sentado bien Mamen.
–         Me ha gustado bastante, pero el relleno de mi chico sabe mejor, olvidé mencionar que me encanta ver pelis porno y que me descontrolo cuando me ponen una, normalmente no soy una chica fácil así que espero que no me tome por lo que no soy, don hose lui.
–         No te preocupes guapa esto quedara entre nosotros, como prueba puedes tutearme.
Me esperaba una investigación caliente, no solo por la Puri y su ninfomanía sino por mi ayudanta y su afición a las pelis porno, mire con afecto a mi cámara y me dispuse a cumplir el encargo del “Niño del estoque” con mucho gusto.
Continuara…
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Bueno amigos, ante todo debo decir que respeto a los taxistas y a los culés lo mismo que cualquier otro colchonero de verdad.
En este episodio he prescindido de algún chiste para que podáis conocer a Mari Carmen, es decir Mamen, como siempre espero no molestar a nadie por el tema del vocabulario, va con el personaje, ya seguiremos con las aventuras de Hose luí en breve, entretanto…
¡Sed felices!

Relato erótico: Mi prima, mi criada y yo somos una extraña familia (POR GOLFO)

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Hay un viejo dicho que dice:
“La familia como el pescado al tercer día apesta”
Aun estando casi siempre de acuerdo con esa frase, tengo que reconocer que en el caso de Marina no ocurrió así.  Al contrario, lo que iba a ser una corta visita de diez días ya va para dos años y os juro que no tengo ganas que esa monada se vaya de casa.  Antes de contaros el por qué no quiero que se vuelva al pueblo y por qué estoy encantado con que viva conmigo, permitirme que me presente.
Me llamo Juan y soy el clásico desertor del arado que habiendo  salido más avispado que el resto de los muchachos de mi aldea, hace más de quince años salí de allí para estudiar medicina en la capital.  Todavía recuerdo el orgullo de mi viejo al irme a despedir a la estación de tren. Incapaz de mantener callada la satisfacción de que su primogénito fuera a ser universitario, obligó a toda la familia cercana a ir a decirme adiós.
Ese día entre la marabunta de familiares que se reunieron en ese andén, había una niña rubita de ocho años que al despedirse de mí, me dijo:
-Cuando crezca, prométeme que podré ir a vivir contigo a Madrid.
Esa niña no era otra que Marina, mi prima hermana. Nunca supuse que esa promesa hecha a la hija de un tío paterno no solo la iba a tener que cumplir sino que encima sería lo mejor que me ocurriría jamás.
Durante años, lo único que hice fue estudiar y tras cursar la carrera, tuve la suerte de especializarme en cirugía estética. Habiendo trabajado duro, con treinta y tres  años, tengo mi propia consulta y me vanaglorio de tener entre mis clientas a la élite de la capital. No solo me ocupo de los pechos y los culos de las mujeres más ricas de España sino que incluso he moldeado muchos de los escotes que lucen en la pantalla nuestras actrices.
Aunque no soy homosexual, sigo soltero porque conseguir novia, casarme y tener hijos no entró nunca dentro de mis planes. Si lo necesitaba contrataba una puta y si no siempre tenía a mano a alguna agradecida clienta que creyendo que necesitaba un retoque en su anatomía, no tuviera reparo en pagarme con carne mis servicios. Curiosamente cuando mi padre me llamó, pidiéndome de favor que aceptara que esa cría se quedara en casa, tenía mi faceta sexual cubierta gracias a Malena. Una nicaragüense culo perfecto que un buen día decidió que además de limpiar la casa, le apetecía satisfacer mis necesidades como hombre.
Todavía recuerdo que estaba tumbado en el salón, con la bragueta bajada y esa morena entre mis piernas  cuando recibí la llamada de mi viejo.  Mi criada al ver que contestaba al teléfono, paró su mamada.
-Tu sigue- le dije mientras respondía a mi padre, molesto por su interrupción.
Malena, sonrió y conociendo como conocía que me daba morbo que me hiciera una felación mientras seguía una conversación, no tuvo reparo en volverse a embutir mi miembro en su boca.
-Dime Papá- contesté separando mis rodillas y presionando su cabeza para obligarla a comerse mi pene.
Mi anciano, ajeno que en esos momentos, la boca de mi criada se estaba apoderando de la virilidad de su hijo, empezó la conversación preguntándome como estaba.
-Bien cansado, necesito relajarme- respondí irónicamente, al sentir que Malena abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Para quien no lo haya probado, se lo recomiendo. Es muy erótico, estar al teléfono mientras una mujer se afana en hacerte una mamada de campeonato.
-Que sí, Papa. ¡Todo me va bien!- respondí ante su insistencia.
Fue entonces cuando me soltó que mi prima había aprobado enfermería y que como padrino que era de la cría le había ofrecido que se quedara en mi casa mientras hacía unas entrevistas de trabajo.
-No fastidies- me quejé al percatarme que al menos durante su estancia mi criada no podría darme lo que tanto me gustaba.
Mi padre ni siquiera me dio opción a negarme y tras informarme que me traería personalmente a la chavala, se despidió de mí, colgando.
“Puta madre”, pensé y olvidándome de que al día siguiente tendría la presencia paterna en casa, me concentré en Malena.
La nicaragüense, ajena a lo que había pasado, seguía a lo suyo. Con la maestría que me tenía acostumbrado, devoraba mi extensión mientras se masturbaba con sus dedos. Habiendo cortado la comunicación,  me acomodé en el sofá para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero mi chacha, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara.
-Mi latina esta bruta- dije mientras le acariciaba el trasero.
-Sí, patrón. Me urge sentirme suya.
No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. Gimió al sentir que los estiraba llevarlos a mi boca. Y  ya convertida en la prodigiosa amante que conocía, gritó al notar a mi lengua jugueteando con su areola. La niña tímida que conocí cuando llegó a España hacía mucho que había desaparecido totalmente pero aun así me sorprendió por lo urgida que estaba de ser tomada. Completamente caliente, restregó su cuerpo contra el mío, intentando contagiarme de su lujuria.
No os podéis imaginar cómo se anegó su cueva cuando con mis dientes mordí sus pechos y con mis manos me afiancé en su trasero. Hecha una energúmena chilló:
-Fólleme duro-
Fue entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que mi criada se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax. Cansados y agotados permanecimos unidos durante el tiempo que usamos para recuperarnos.
Ya respuesta, se levantó y acomodándose el uniforme, me preguntó:
-¿Desea algo más el señor?
Satisfecho de que no olvidara que era mi empleada, contesté:
-Sí, prepara dos habitaciones para mañana. Y esta noche, quiero que duermas conmigo.
Ni siquiera preguntó quién venía y despidiéndose de mí, fue a preparar los dos cuartos.
Mi criada se muestra como una mujer enamorada.
Esa noche, tal y como había ordenado, mi criada durmió conmigo. Como no era habitual, la mujer decidió que no me arrepintiera y por eso se comportó como una autentica zorra, satisfaciendo todas y cada una de mis apetencias. Reconozco que como amante, esa hembra no tenía igual. Lo mismo le daba que la tomara al modo tradicional o que inventara una nueva postura. Siempre estaba dispuesta y lo mejor de todo es que la muy puta disfrutaba con ello. Aun así, a la mañana siguiente me desperté temprano y previendo que estaría dos semanas sin follármela, decidí despertarla.
Totalmente dormida, no se percató de que la observaba mientras descansaba. Su belleza morena se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba valorar sus largas piernas. Perfectamente contorneadas eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de trabajo duro y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba follando. La primera noche en la que se lo pedí, se lanzó a mis brazos, sin saber si iba ser solo en esa ocasión o si por el contrario, repetiría más veces. Como quería estar conmigo, no se lo pensó dos veces.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda.
Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. La noche anterior había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, Malena era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
Mi criada, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Le deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la esa zorrita se excitaba y quizás por eso me sorprendió, que levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que Malena forzaba la penetración con sus caderas. Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida criada?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana.
-Tómeme Patrón- chilló al notar que se corría.
-Tranquila, pequeña-, le contesté dándole la vuelta.
Malena me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-Sí- me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina y sensualmente llevó sus manos a sus pechos
-Patroncito, ¿Quién viene hoy?- preguntó mientras disfrutaba de mi pene.
-Mi padre y una prima-, contesté acelerando mis incursiones.
-¿Cuánto tiempo se van a quedar?
-No lo sé – respondí.
Como si supiese que iba a tardar en volver a sentir mi piel,  su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que aunque tuviera visita no me olvidara de ella, tras lo cual se corrió sonoramente,
Su petición me pareció absurda y dejándola tirada en la cama, me levanté a duchar. Bajo el grifo de la ducha, medité sobre si esa muchacha y bastante mosqueado, decidí que debía mantener las distancias. Al salir, me encontré a la mujer preparada para secarme.
-¿Qué haces?- pregunté
-Servirle como siempre hago-
 Su sumisión era algo habitual  pero aún así, ese día descubrí que había cariño y sabiendo que debía tomar una decisión al respecto, levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Sé que le ha enfadado lo que le he dicho-, casi llorando me soltó mientras me secaba- Usted no se preocupe por mí, cuando se canse de su criada, dígamelo y me iré.
Incapaz de sostener mi mirada, fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. Olvidándose de sus temores, bebió de las gotas que poblaban mi piel, antes de secarme cuidadosamente con la toalla. Sin que ella hablara ni yo le dijera la razón de mi enfado, comprendió que se había pasado y tratando de que la perdonara, pegó su cuerpo a mis pies.
Sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies, deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de sus caricias. Para aquel entonces estaba convencida de que su misión en esta vida era servirme y dejándose por acercó su boca a mi sexo con la intención de devorarlo.
No le prohibí hacerlo al fin y al cabo ella llevaba siendo mi porno-chacha durante mucho tiempo.
Sus labios se abrieron besándome la circunferencia de mi glande, antes de introducírselo. De pie en mitad del baño, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior.  Aceptando pero sobre todo deseando su mamada, cerré mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije.
Mi criada recibió mi aviso con alborozo y aumentando la velocidad de su boca,  buscó mi placer con más ahínco hasta que consiguió que explosionando brutalmente, descargara el semen acumulado. Satisfecha, se levantó del suelo y mientras salía del baño, se giró y me dijo:
-Patrón, soy suya- e imprimiendo una dulce sensualidad a sus palabras, me confirmó lo dicho al soltarme: -Si usted me lo manda, me entregaría a otra mujer solo por el placer de obedecerle.
Juro que estuve a punto de correr tras ella, porque esa confesión consiguió de por sí el levantar mi alicaído miembro pero sabiendo que mi padre no tardaría en llegar,  consideré más prudente el vestirme.
Marina resulta ser una hembra de bandera.
 Eran poco más de la once cuando mi padre hizo su aparición, supe que era él desde el momento que tocó con su inconfundible existencia el timbre de entrada a mi chalet. Dejando a un lado los reparos que sentía porque traía consigo a mi prima, salí a saludarle con el cariño y el respeto que se merece. Mi viejo era, es y será mi viejo y por ello nunca sería capaz de faltarle al respeto.
Aun así al salir al jardín, no pude saludarle cuando bajó de su coche porque mis ojos se quedaron prendados de la impresionante joven que le acompañaba. Os juro que si alguien me hubiera dicho que la rubita de largas trenzas se había convertido en una diosa, nunca lo hubiese creído. Marina era impresionante. Bellísima de cara, el resto de su cuerpo no tenía nada que envidiarle.
Reconozco que me quedé sin habla al admirar esos dos increíbles pitones que se escondían bajo el top que mi primita lucía ese día.
-Joder con la niña- exclamé involuntariamente en voz alta.
Mi padre sonrió al ver mi reacción y no creyendo que se escondía nada obsceno, me contestó:
-¿Verdad que esta guapa? Nuestra Marina es ahora una mujercita monísima.
“¿Mujercita?  ¡Mis huevos!”, lo que tenía enfrente era un pedazo de hembra de esos que solo crees que existen en las revistas.  La susodicha debía de estar acostumbrada a provocar ese tipo de reacción en los hombres porque sin cortarse un pelo, se acercó a mí y pegándose más de lo que era moralmente  asumible entre primos, besó mi mejilla y sonriendo, respondió:
-Tú tampoco estás mal, primo. Pensaba que estarías ya viejo pero veo que te conservas estupendamente.
El descaro que escondían sus palabras no me pasó inadvertido y tratando de que mi padre no notara mi embarazo, le pedí amablemente que pasaran dentro. Del brazo de su tío, mi prima entró delante, dejándome disfrutar de la visión de su pandero.
“¡Menudo culo!”, pensé al admirar esas dos nalgas.
Se notaba a la legua que esa joven dedicó durante los años que no la veía muchas horas a hacer ejercicio porque como médico sabía que esas dos maravillas no solo eran producto de los genes sino que su dueña  las había moldeado de esa forma tan impresionante por medio del deporte.
Su belleza tampoco pasó desapercibida a mi criada, la cual no pudo evitar mirarla con envidia. Me alegró descubrir que en su mirada no había atisbo de celos pero asumiendo que eso se debía a que no consideraba rival a Marina por ser mi prima hermana, nunca pensé que también se había sentido atraída por ese pibón.
Nada más entrar y viendo que tenía una piscina en el chalet, la chavala me preguntó si podía darse un chapuzón.
-Por supuesto- respondí y viendo que hacía calor, pregunté a mi viejo si le apetecía una cerveza.
-Te acompaño- me respondió- tengo que hablar contigo de una cosa.
El gesto serio con el que me lo dijo, me reveló que le preocupaba algo y por eso, dejé que me acompañara a la cocina.
-Tú dirás- dije nada más darle el botellín recién abierto.
Mi padre tomó un buen sorbo antes de empezar:
-Juan, no he sido completamente sincero contigo.
-No te entiendo- respondí completamente extrañado de sus palabras.
-La razón por la que mi hermano quiere que Marina consiga trabajo en Madrid, es separarla de las malas compañías con la que anda en el pueblo….
-Su novio es un golfo-  respondí cortando a mi viejo.
-Peor…- al ver que necesitaba dar otro trago a su cerveza asumí que era grave- en el pueblo se rumorea que se anda acostando con dos hermanos.
-No jodas papá. Eres un hipócrita, tú mismo te vanaglorias que en tus tiempos mozos andabas con las dos panaderas y nunca te has arrepentido- respondí tratando de quitar hierro al asunto.
-Me he explicado mal- reconoció antes de proseguir- lo que se dice en el pueblo es que Marina es la novia de Pepe “el grillo” y de su hermana.
Reconozco que eso no me lo esperaba, pero la que realmente se sorprendió fue Malena que, de la impresión, dejó caer la bandeja que llevaba.
-Habladurías- respondí.
Mi viejo, con la típica pose de padre preocupado, me contestó:
-Confío en ti. Marina es mi ahijada y la deposito en tus manos para que no vaya por el mal camino.
Como no podía ser de otra forma, le estaba prometiendo que me ocuparía de ello cuando de improviso, mi primita hizo su aparición en la cocina. Hasta mi pobre viejo se la quedó mirando con ojos nada filiales al verla aparecer ataviada únicamente con un escueto traje de baño que más que esconder no hacía más que realzar los dones que la naturaleza le había dado.
-Niña,  ¡Tapate!- le soltó el anciano en cuanto se hubo repuesto de la impresión.
La muchacha comportándose como una cría malcriada, se le abrazó diciendo:
-Tío, ¡No seas anticuado!- tras lo cual me pidió una coca-cola.
Mi criada sacó una de la nevera y se la dio. Nada más abrirla, la puñetera niña meneando su espectacular culo, desapareció rumbo a la piscina. No sé si fue el corte de que me hubiese dado cuenta de cómo la miraba o que en realidad tenía prisa, pero lo cierto es que al cabo de cinco minutos y por mucho que intenté que se quedara a comer, mi viejo hizo mutis por el foro y volvió a la comodidad de su pueblo.
Al verlo partir, me quedé pensando en que tanto él como su hermano se habían desembarazado del problema del modo más sencillo:
“¡Encasquetándomelo a mí!”
El colmo fue que al entrar a mi casa, descubrí que Malena no podía dejar de mirarla a través de la ventana. Os reconozco que me dio morbo descubrir a mi criada espiando a mi prima mientras esta se echaba crema en el pecho. Sin hacer ruido, me acerqué a ella por detrás y cogiéndola desprevenida, le bajé las bragas mientras me bajaba la bragueta.
-¿Qué hace patrón? ¡Nos puede ver!- se quejó sin hacer ningún intento de separarse.
El morbo de tirármela contra la encimera de la cocina mientras Marina se esparcía el bronceador por las tetas era demasiado tentador y separándole las piernas, la penetré de un solo empujón.
-Es usted un malvado- me dijo encantada e intentando provocarme aún más me soltó: -¿Ha visto que bonitos meloncitos tiene su prima?
-Nada como los tuyos- respondí incrementando la velocidad de mi ataque pero lo cierto es que yo tampoco pude dejar de admirar el modo tan sensual con el que esa cría se estaba untando de aceite.

De esa forma fue la primera pero no la última vez que tomé a mi criada mientras mi mente soñaba con que era la hija de mi tío la que recibía en su seno mis acometidas.  Y tal como no tardó en confirmarme la propia Malena, esa mañana ella descubrió que una mujer le podía resultar sexualmente atractiva.

Marina resultó aún más puta de lo que me temía:
Sobre las una de la tarde, era tanto el calor que hacía en Madrid que decidí darme un chapuzón en la piscina, aunque ello supusiera tener que hablar con mi prima. Contra toda lógica, me daba miedo enfrentarme a ella. 
Al salir al jardín, Marina seguía tomando el sol. La música de sus cascos evitó que se percatara de mi presencia hasta pasados unos minutos. Colocándome en la otra tumbona, aproveché que tenía los ojos cerrados para darla un buen repaso.
“Joder, ¡Qué buena está!” me dije tras valorarla.
Y es que en realidad mi prima era un monumento. Sin un gramo de celulitis, su cuerpo era el sumun de la perfección. No tenía nada fuera de sus sitios. Si  la primera vez que la ví me quedé impresionado con sus pechos, ahora que estaba tumbada boca abajo tuve que reconocer que su trasero era aún mejor.
“¡Tiene culo de negra!” pensé al observar la curvatura de sus nalgas.
Se notaba a la legua que tenía un culo duro. Juro que intenté separar mi mirada pero me resultó imposible porque esa niña llevaba un tanga tan estrecho que desparecía entre sus dos cachetes.
“¡Es una pena que sea mi prima”, maldije entre dientes mientras mi pene empezaba a reaccionar.
Un tanto cortado, comprendí que si seguía observándola no tardaría en excitarme por lo que me tiré a la piscina para intentar calmarme.
El agua helada aminoró mi calentura y ya más tranquilo, empecé a hacer una serie de largos. Estaba a punto de salir del agua cuando la vi levantarse de la tumbona, con sus pechos al aire. Alucinado por su top-less, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar. Eran tal y como me había imaginado al verlos esa mañana, enormes pero duros y con unos pezones rosados que invitaban a ser mordidos.
Marina al darse cuenta que la miraba, me saludó y sin corte alguno, mientras se daba un ragaderazo en la ducha del jardín, me preguntó que íbamos a comer.
-No tengo ni idea. Es Malena quien se ocupa de ello- contesté perplejo al observar el modo tan sensual con el que esa cría se mojaba los pechos.
Sabiéndose admirada, la jodida niña incrementó el morbo que sentía, diciéndome:
-Es que últimamente, he engordado y no quiero parecer una foca.
-No digas tonterías- respondí- estás delgada
¡Y tanto que lo estaba!. Su cuerpo era el de una modelo. Su cara era de por si guapa pero si a eso le sumábamos su breve cintura, su culo en forma de corazón y ese estomago plano, la muchacha era de una belleza sin igual. Satisfecha por mi respuesta, la muy puta insistió mientras se quitaba con las manos el bronceador de su trasero:
-¿No crees que tengo un culo muy gordo?
Comprendí por su tono que estaba jugando conmigo e intentando no seguirle el juego respondí:
-Eso depende de los gustos. ¿Tu novio que opina?
Descojonada, me contestó:
-No tengo novio. Soy demasiado joven para atarme a una sola persona.
Tras lo cual se envolvió en una toalla y despidiéndose de mí, entró en la casa. Viéndola partir, me quedé mirando el bamboleo de sus caderas y pensé:
“¡Esta niña es un peligro!”.
Con la imagen de Marina impresa en mi mente, reinicié los largos intentando que el ejercicio hiciera que me olvidara de ella. Pero resultó en vano, porque al cabo de media hora, salí de la piscina aún excitado. Mi cerebro seguía intentando buscarle sentido a su última frase. Cuando le pregunté por su novio, la cría no solo había dicho que no le bastaba con uno sino que había usado el término persona en vez de hombre, por lo que supuse que a lo mejor las habladurías del pueblo tenían razón y esa puñetera chavala era bisexual.
Mis dudas se acrecentaron al entrar en el chalet. Desde el salón, escuché sus risas. Al acercarme a la cocina, descubrí a mi prima charlando amigablemente con Malena y viendo su postura, no tuve que ser un genio para darme cuenta de que estaba tonteando con mi criada. Comportándome como un voyeur, las espié desde la puerta y por eso no tardé en comprender que sus lisonjas estaban empezando a afectar a mi empleada. Por la forma en que la nicaragüense la miraba, supe que estaba excitada.
“¡Será puta!”, exclamé mentalmente un tanto celoso, “Acaba de llegar y ya le está tirando los tejos”.
Cabreado con Marina, me retiré sin hacer ruido pero al llegar a mi habitación, me tumbé en la cama y rememorando tanto la visión de su cuerpo casi desnudo como que estuviera flirteando con mi chacha, hizo que me volviera a excitar y dejándome llevar por la lujuria, me masturbé pensando en cómo sería compartir con ella a mi criada.
Excitado, cerré los ojos y  me dediqué a relajar mi inhiesto miembro. Dejándome  llevar por la fantasía, visualicé como sería ponerla. Me imaginé a mi criada entrando en mi habitación y suplicando que le hiciera el amor. En mi mente, la tumbé en la cama y le ordené que se hiciera cargo de mi pene. Malena no se hizo de rogar y acercando su boca, me empezó a dar una mamada. Me vi penetrándola, haciéndola chillar de placer mientras me pedía más. En mi mente, mi prima,  alertada por los gritos,  entraba en mi cuarto. Al vernos disfrutando, se excitó y retirando a la morena de mí, hizo explotar mi sexo en el interior de su boca. Ya tranquilo,  observé la mancha de mi semen. “¡Qué desperdicio!”, me dije y fijándome en el reloj, supe que ya era la hora de vestirme para la comida.
Durante la comida, Marina me pregunta por Malena.
Al bajar al comedor, la comida estaba preparada. Sin esperar a que me llamaran, me senté en la mesa. Mi querida prima, viéndome ya sentado, se sentó a mi lado. Os juro que casi me atraganto con el vino al verla entrar. La rubia venía vestida con una camisa transparente que dejaba entrever con claridad la perfección de sus pechos.
“¡Qué par de tetas!”, me dije al recorrer con mi mirada su dorso.
Marina, que supo en seguida de mi admiración nada filial, se ruborizó al sentir la caricia de mis ojos pero al cabo de unos segundos, se repuso y sin darle importancia, comenzó a interrogarme por mi vida. Con insistencia, me preguntó si tenía novia o pareja. Al contestarle que no, con todo el descaro del mundo,  dijo en tono serio:
-Juan, ¡No te creo! Un hombre como tú debe de tener algo escondido- y coincidiendo con la llegada de mi criada con la comida, me soltó: -Estoy segura de que tienes una mujer a la que te tiras.
La pobre de Malena, al oírla, se puso nerviosa y sin querer derramó un poco de sopa sobre el mantel. Mi prima se la quedó mirando divertida pero no dijo nada. Con gesto interesado, observó el nerviosismo de mi empleada y esperó a que desapareciera por la puerta de la cocina para decirme muerta de risa:
-¡Te andas follando a la criada!
Cabreado por que se metiera en mi vida, contesté:
-Si lo hago, no es de tu incumbencia.
Soltando una carcajada, insistió:
-No me extraña que te la tires. ¡Está muy buena!- y tras beber de su vaso, me dijo: -En fin, es una pena. ¡Ya le había echado yo el ojo!
Su descaro me hizo preguntarle, si era lesbiana. Mi prima me miró extrañada y como si fuera algo normal, me respondió que no pero que, aunque le gustaban los hombres, si se encontraba con una mujer atractiva no le importaba darse un buen revolcón con ella.
Juro que no fue premeditado pero imaginarme a esa dos retozando entre ellas, fue algo muy tentador y sin prever las consecuencias, respondí:
-Cómo te has imaginado, Malena es por entero mía pero no soy celoso. Si quieres que hable con ella y la convenza, dímelo.
Por su cara de sorpresa, comprendí que había estado jugando conmigo y que no se esperaba una propuesta, semejante. Ruborizada, durante unos instantes se quedó callada y tras pensarlo un momento, me preguntó:
-¿No te importaría?
Al ver tras la tela de su blusa, los bultos de sus pezones erectos comprendí que la idea de tirarse a esa morena la había excitado y como no podía echarme atrás, le prometí que esa noche se la mandaría a su cama.
-¿Y tú qué harás?
Escandalizado por la insinuación, contesté:
-Estaré en mi cuarto, no te olvides que somos familia.
Fue entonces cuando poniendo cara de puta, me espetó:
-Juan, en el pueblo se dice: ¡A la prima se le arrima y si es prima hermana con más ganas!
Reconozco que estuve a punto de aceptar su más que clara invitación pero temiendo que fuese solo una broma, cambié de tema y le pregunté por las entrevistas de trabajo que tendría la semana siguiente. Nuevamente, me sorprendió la cría al decirme que no tenía ninguna y que su tío, es decir mi padre, le había asegurado que ¡Yo le daría un puesto en mi clínica!
Juro que de tener en frente a mi viejo, le hubiese montado una bronca, pero en vez de ello, me tuve que morder un huevo mientras le confirmaba que trabajaría conmigo.
-No sabes lo feliz que me haces. Desde niña, he soñado con estar contigo- me contestó y levantándose de la mesa, me dio un beso en la mejilla mientras pegaba su cuerpo al mío.
Tras unos segundos, donde sus senos se clavaron contra mi pecho, la separé de mí al comprender que mi pene me estaba traicionando y que bajo mi pantalón, se había puesto duro. Mi erección no le pasó desapercibida y echando una ojada a mi entrepierna, se la quedó mirando pero no dijo nada. Avergonzado, me tapé con una servilleta el enorme bulto mientras mi primita sonreía al saber que no soportaría otro ataque por su parte.
Todo se precipita.
Nada más terminar de comer, Marina me dijo que estaba cansada y despidiéndose de mí, se fue a echar una siesta. Su ausencia me permitió coger por banda a Malena y contarle lo que habíamos hablado entre nosotros. Confieso que cuando empecé a explicarle que mi prima la deseaba, no las tenía todas conmigo porque de cierta manera, no sabía cómo iba a reaccionar mi empleada-amante. Si había pensado que se iba a enfadar, me equivoqué porque claramente excitada, me respondió:
-Si usted me lo pide, lo haré.
Al escuchar su respuesta, comprendí que para esa mujer mis deseos eran órdenes y que al igual que nunca se había negado a cumplir mis otros caprichos, se entregaría a mi prima gustosa. Tanteando los  límites de su entrega y mientras le acariciaba un pezón por encima de su uniforme, le solté como si nada:
-Por cierto Malena, he pensado que ya es hora de tener un hijo. ¿Te gustaría que te preñara aun sabiendo que al nacer sería solo mío?
Su reacción me dejó pálido: echándose a llorar, me informó que era estéril pero al cabo de unos segundos, reponiéndose y entre lágrimas me respondió:
-Ser la madre de su hijo me haría la mujer más feliz del mundo, pero ya que no puedo: ¿Quiere que le ayude a embarazar a su prima?
El solo imaginarme a esa monada con su vientre germinado por mí, me excitó de sobre manera y sin medir las futuras complicaciones, contesté subyugado por esa idea:
-Sí ¡Quiero!
La nicaragüense me confirmó su disposición diciendo:
-Déjemelo a mí –y con un gesto convencido, me pidió que saliera a dar una vuelta.
Sin saber cómo iba a cumplir mi peculiar orden pero sobre todo sin estar seguro de que eso fuera exactamente mis deseos, salí de la casa sin rumbo fijo. No tenía ninguna duda de que Marina caería en brazos de mi criada, pero lo que no sabía era si realmente deseaba compartir mi amante con ella. Por primera vez, me di cuenta de que aunque hasta ese momento no lo supiera:
“¡Estaba enamorado de la criada!”
La certeza de mis sentimientos me golpeó con fuerza en el rostro y dando un volantazo, decidí volver a mi chalet a evitar que Malena hiciera honor a su palabra. Desgraciadamente, estaba lejos cuando tomé esa decisión y por eso cuando llegué a la casa, no la encontré en la cocina. Temiéndome lo peor, subí las escaleras. Desde el pasillo que llevaba a la habitación de invitados, escuché unos gemidos.  Reconozco que se me cayó el alma a los suelos al oírlos y comportándome como un mirón, abrí la puerta del cuarto donde se iba a quedar mi prima.
Intrigado por los jadeos que llegaban a mis oídos, sigilosamente, descubrí una escena que me dejó de piedra. Sobre la cama, mi criada estaba totalmente desnuda mientras Marina, agachada a sus pies, le estaba comiendo con pasión su sexo. Con autentico dolor, no pude retirar la vista de esas dos mujeres haciendo el amor. La morena con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de mi familiar mientras con sus dedos no dejaba de pellizcarse los pechos.
Era alucinante ser coparticipe involuntario de tanto placer.
Incapaz de dejar de mirarlas mi miembro despertó de su letargo e irguiéndose, me pidió que le hiciera caso.  Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a mi prima disfrutando del coño de Malena era algo que pensé que jamás iba a volver a tener la oportunidad de ver y asiéndolo con mi mano, empecé a masturbarme.
Llevaban  tiempo haciéndolo porque mi criada no tardó en retorcerse gritando mientras se corría en la boca de su nueva amante. Pensé que con su orgasmo  había terminado el espectáculo, pero me llevé una extraña  sorpresa al ver como cambiaban de postura y Marina se ponía a cuatro patas, para facilitar que las caricias de la otra mujer.
Fue entonces cuando me percaté de que estaba totalmente depilada.  Completamente dominado por la lujuria, disfruté del modo en que le separó las nalgas. Su recién estrenada pareja sacando su lengua se entretuvo relajando los músculos del esfínter. Mi primita tuvo que morderse los labios para no gritar al sentir que su ano era violado por los dedos de la mujer.
Si aquello ya era de por sí impactante, más aún fue ver que mi empleada se levantaba y cogía del cajón un tremendo falo con sus manos, para acto seguido surrarle al oído unas dulces palabras mientras  se lo acercaba y colocando la punta del consolador en  su culo  de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior.
Marina gritó al sentir que se desgarraba por dentro, pero no intentó liberarse del castigo, sino que meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Mi criada esperó que se acomodase antes de darle una fuerte nalgada en el trasero. Fue el estímulo que mi prima necesitaba para lanzarse en un galope desbocado. Los gemidos de placer de la rubia coincidieron con mi orgasmo y retirándome sin hacer ruido, me fui hecho polvo a mi habitación.
“Hay que joderse”, pensé jodido:”¡Ha tenido que venir esa puta para que me diese cuenta de la joya que tenía en casa!”.
Nuevamente Malena me sorprende.
Estaba en el salón poniendo un whisky, cuando entraron las muchachas. Venían calladas  y viendo el rubor en las mejillas de ambas, supe al instante  que querían decirme algo. Todavía seguía enfadado pero sabiendo que la culpa de que hubieran compartido algo más que una charla era mía. No en vano Malena solo había cumplido al pie de la letra mis palabras.
La sesión de sexo que habían disfrutado les había sentado bien,  tuve que reconocer al observarlas. Mi prima, con veintitrés dos años, era una mujer de bandera y para colmo, llevaba un camisón que no solo realzaba su silueta sino que, gracias a su profundo escote y a la apertura hasta medio muslo, desvelaba unos pechos firmes y unas piernas bien contorneadas.
Mi empleada en cambio, era una mujer de treinta, cuya mirada seguía conservando la lozanía de la niñez  que se conjuntaba en perfecta armonía con un cuerpo de pecado.
Malena rompió el incómodo silencio, preguntándome si deseaba algo más, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, descubrí que no le apetecía estar presente cuando hablara con mi prima de lo sucedido, por lo que le dije que se fuera a cumplir con sus obligaciones.
-¿Quieres una copa?- pregunté a Marina en cuanto nos quedamos solos.
Me contestó que sí, que estaba sedienta, sin reconocer que lo que realmente estaba era muerta de miedo, al no saber cómo me tomaría lo que tenía que decirme. Haciéndola sufrir, tranquilamente le serví el ron con coca-cola que me había pedido, tardando más de lo necesario entre hielo y hielo, mezclando la bebida con una lentitud exasperante, de forma que su mente no podía parar de darle vueltas en su mente a su discurso.
Cuando terminé, lo cogió con las dos manos, dándole un buen sorbo. Mi actitud serena la estaba poniendo cardiaca, no se esperaba este recibimiento. Poniéndome detrás del sillón donde estaba sentada, apoyé las dos manos sobre sus hombros. Juro que en ese momento me apetecía estrangularla. Ella sintió un escalofrío, al notar como mis palmas se posaban sobre ella y esperó unos instantes antes de decirme:
-Juan, quiero hablar contigo.
Aunque era algo evidente y ya la sabía dejé que se relajara, antes de empezar a hablar.
-Tú dirás-
Sin ser capaz de levantar su mirada del vaso, me dijo:
-Malena me ha convencido de que te cuente la verdad.
-¿Qué verdad?- respondí por primera vez interesado. Hasta entonces estaba enfadado con ella porque se había acostado con mi amada pero por sus palabras de lo que quería hablarme era de otro tema.
Totalmente avergonzada, casi susurrando me soltó:
-El por qué he venido a Madrid.
-No te entiendo- contesté mientras la cría se echaba a llorar como una magdalena.
Completamente extrañado por sus llantos, me senté a su lado y la abracé con el objetivo único de consolarla. Mi primita dejó que la abrazara y hundiendo su cara en mi pecho, me dijo con voz entrecortada:
-Quería venir para estar contigo. Desde niña, he soñado con algún día ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado y más aún cuando, sin dejar de berrear, me confirmó de que había manipulado a su viejo y al mío para que la obligaran a dejar el pueblo. No sé si fue entonces cuando empecé a acariciarla. Marina  aceptó mi contacto sobre su piel con un gemido y levantando su mirada, me besó.
-Te quiero- me dijo tras ese tierno beso.
La rotundidad de su confesión me dejó paralizado y temiendo su reacción, le contesté:
-Malena es mi mujer.
Aunque no era estrictamente cierto, era un hecho y entonces, fue cuando poniendo cara de angustia, me soltó:
-Lo sé pero está de acuerdo en compartirte.
Su respuesta demolió todos mis reparos y como estábamos solos en teoría, agarrándola de la cintura, la besé. Mi querida prima suspiró al sentir mis besos y como si llevara años sin ser acariciada se lanzó contra mí, desgarrando mi camisa. Sus dientes se apoderaron de mi pecho mientras su dueña intentaba desabrochar mi pantalón. Increíblemente excitada,  gimió al ver mi sexo totalmente inhiesto saliendo de su encierro.
-Te deseo-.
Quería que nuestra primera vez fuera tranquila pero su ardor se me contagió y apoyando mi cuerpo contra el suyo, le rompí las bragas y poniendo sus piernas alrededor de mi cintura, coloqué la punta de mi glande en su sexo. Marina no pudo esperar y forzando sus labios, se empaló lentamente, sintiendo como se introducía centímetro a centímetro mi extensión en su cueva.
Al sentir que la cabeza chocaba contra la pared de su vagina, empezó a cabalgar usándome de montura. Mi pene erecto era un puñal con el que quería matar su necesidad de ser tomada.  Moviendo sus caderas se echó hacia atrás para darme sus pechos como ofrenda.  La visión de sus pezones, contraídos por la excitación, fueron el acicate que necesitaba  y dominado por la lujuria, usé una de mis manos para poner su pecho en mi boca.
Mi prima gritó al notar que mis dientes se cerraban cruelmente sobre su pezón y agarrando mi cabeza, me pidió que no parara. La humedad que manaba de ella me informó de la cercanía de su orgasmo. Su respiración agitada no le permitía seguir alzándose sobre mi pene, por lo que tuve que ser yo quien, asiéndola de su culo, la  ayudara a sacar y meter mi sexo dentro del suyo. Al percatarse que ya no le era tan cansada esa postura, se puso como loca y acelerando sus maniobras,  explotó  derramando su flujo sobre mis piernas.   Los gemidos de placer de la muchacha me espolearon y como un joven garañón, galopé en busca de mi orgasmo.
Ya no importaba que esa mujer fuera mi prima hermana. En mi mente era mi hembra y yo, su semental. Siguiendo el dictado de mi instinto busqué esparcir  mi simiente en su campo. Con el coño completamente mojado, Marina disfrutaba  cada vez que mi verga, al entrar y salir, presionaba sobre sus labios y rellenaba su vagina.   Su clímax estaba siendo sensualmente prolongado por mis maniobras, llevándola del placer al éxtasis y vuelta a empezar.  Clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que me corriera, que necesitaba sentir mi eyaculación en su interior. 
La entrega de la muchacha era total. Berreando en mis brazos, se estaba corriendo por segunda ocasión cuando al levantar mi cabeza, vi a mi criada mirándonos desde la puerta. Su gesto no era de enfado sino de satisfacción, dándome a entender que aprobaba lo que estábamos haciendo. El morbo de ser observado, hizo que mi pene estallara dentro de veía mientras veía a Malena entrar con un botella de champagne.
Todavía no me había recuperado cuando llegando a mi lado, Malena me besó y abriendo la botella, sirvió tres copas.
-¿Qué hay que celebrar?- pregunté con la mosca detrás de la oreja.
La morena soltó una carcajada y abrazándose a Marina, me respondió:
-Le parece poco a mi patrón, que a partir de hoy tenga dos mujeres que le quieran.
Muerto de risa, contesté:
-Te prohíbo que me llames patrón. Marina, tú y yo somos desde ahora una familia.
Fue entonces cuando guiñando un ojo a mi prima, nos cogió de la mano y subiendo por las escaleras rumbo a mi cuarto, me contestó:
-Pues entonces, ¿Quiere nuestro macho que intentemos agrandar esta peculiar familia?
Juro que nunca recibí una insinuación tan atrayente e imprimiendo prisa a mis dos hembras, entré a mi habitación para intentarlo una y otra… y otra vez.

Relato erótico: “Destino de hermanas II” (POR XELLA)

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Erika,  
Te escribo esta carta arriesgando mi vida.  
Estoy secuestrada, la banda que estaba investigando dió conmigo y me tienen en su poder.  
No acudas a la policía, están comprados.  
¡Haz algo por favor!    
Miranda.  
La letra de la carta era temblorosa y abarrotada…  
Había encontrado esa carta en el suelo de su casa, alguien se la había hecho llegar pasándola por debajo de la puerta.  
Erika estaba conmocionada. Su hermana. La hermana que todo lo podía hacer, la que la había salvado de cientos de problemas, la que siempre daba la cara por ella… Ahora necesitaba su ayuda.  
La chica se echó a llorar… Llevaba más de una semana sin ver a su hermana, pero creía que era parte de la operación… ¿Secuestrada? No quería ni imaginar por lo que debería estar pasando.
¿Qué podía hacer? Ayudarla, por supuesto pero, ¿Cómo? Sabía algo sobre el tema que había estado investigando Miranda, una banda de traficantes o algo así… Su hermana le había contado muchas cosas, pero era un mundo que no interesaba a Erika y no había prestado demasiada atención…
Y además no podía pedir ayuda a la policía por que según Miranda estaba comprada… Claro, si no, su hermana no estaría en esa situación… 
Se acercó a casa de su hermana. Estaba asustada pero decidida y sabía que la información que necesitaba estaría allí.
La casa estaba muy desordenada, se notaba que Miranda había estado tan inmersa en su trabajo que no se había preocupado ni de recoger la casa. Había montones de tazas de café vacías por toda la casa.
Cuando llegó al salón vió un montón de papeles y planos encima de la mesa. Estuvo toda la tarde rebuscando entre los papeles y las notas de su hermana. Al final del día tenía más o menos claro lo que debía hacer.
Miranda era una mujer muy aplicada, tenía todo señalado en los planos y abundantes notas de lo que tenía planeado hacer, así que Erika pudo ver el plan de acción que había tomado su hermana. Parece que el edificio donde se escondía aquella banda, no tenía más punto de acceso que un pequeño conducto de ventilación entre plantas.
La chica tenía miedo, si aquella banda había conseguido capturar a Miranda, ¿Qué no podrían hacer con ella? Nunca se había enfrentado a situaciones parecidas y, prácticamente todos los conflictos que había tenido en su vida, los había resuelto gracias a su hermana.
Una cosa tenía clara, no podía ir sola. Alguien tenía que saber a donde iba y estar preparado para ayudarlas a salir de allí o, por lo menos, para dar la voz de alarma. ¿En quién podría confiar para algo así?
—-
RING RING
Lorena descolgó el teléfono. Se puso muy contenta cuando vió que era Erika, hacía mucho que no hablaba con ella, pero su cara pasó de la felicidad a la más absoluta preocupación a medida que su amiga le contaba el motivo de su llamada.
Cuando colgó, la confusión reinaba en su cabeza. ¿Miranda? ¿Qué le acababa de pedir Erika?
Dando vueltas a toda aquella situación salió disparada a casa de Miranda, pues allí la esperaría su amiga.
Lorena era la mejor amiga de Erika, tenía el pelo rojo intenso y los ojos verdes. Más bajita que Erika pero igual de voluptuosa, trabajaba junto a ella en la agencia de modelos.
Cuando llegó, la encontró llorando desconsolada. La dió un fuerte abrazo para mostrarle su apoyo, que ella estaba allí para lo que necesitase.
– Erika, ¿Qué ha pasado? Por teléfono no lograba entenderte bien, estabas demasiado nerviosa. ¿Qué le ha pasado a Miranda?
Sin decir nada, Erika tendió la carta que todavía tenía apretada en su mano a Lorena. La chica la cogió y la leyó en segundos, la carta no dejaba lugar a dudas de la situación.
– Y, ¿Qué pretendes que hagamos, Erika? Tenemos que avisar a la policía… ¡No pueden tener a todos comprados!
– ¡NO! Miranda dice claramente que no… Ella sabrá por que, pero no podemos avisar a nadie más. A tí te he llamado por que se que eres de confianza…
Lorena miró a Erika. Se conocían desde pequeñas, habían ido juntas a clase y ahora trabajaban las dos en la misma agencia. No recordaba su vida sin Erika… Y tampoco sin Miranda… La hermana de su amiga siempre se había portado con ella como si fuese su propia hermana, en parte por que en los líos que se metía Erika solía estar también Lorena, pero cuando ella había tenido algún problema, Miranda nunca la había dejado de lado.
– ¿Entonces…?
– Necesito que me acompañes. – Sentenció Erika. – No te voy a pedir que hagas nada, sólo que estés preparada para sacarnos de allí cuando salgamos, y que si nos pasa algo pidas ayuda.
– ¿Sólo eso…? Está bien… Sabes que no puedo negarme… Aprecio a Miranda como una hermana, yo tampoco puedo dejarla allí. Pero… ¿Qué tienes planeado hacer?
– Miranda tenía los planos del sitio… Mira… – Dijo, mostrándole los papeles de su hermana. – Accederé por este conducto de ventilación, según sus notas, desde él se pueden ver casi todas las habitaciones, pues recorre el edificio entero. Buscaré donde se encuentra Miranda y esperaré a que la dejen sola. Luego saldremos por el mismo sitio.
– ¿No te parece un plan un poco simple…?
– Es lo único que tenemos… Y tengo esto. – Erika mostró un pequeño revólver. – Lo tenía Miranda en el cajón de su mesilla, si hace falta, lo usaré.
Las dos chicas esperaron a que se hiciera de noche, cogieron el coche y se dirigieron al edificio que había marcado Miranda.
Lorena aparcó su coche en la manzana de al lado y quedó a la espera de que Erika volviera con su hermana… La chica estaba casi más asustada que su amiga…
Erika en cambio no sentía miedo, no era consciente del peligro que corría. Estaba decidida a salvar a su hermana y nada iba a poder impedírselo. Se acercó al conducto de ventilación y cuando lo vió, soltó una maldición, ¡Estaba demasiado alto!
Debajo del conducto, había un contenedor de basura pero no creía que fuera capaz de subir desde ahí. Seguramente Miranda hubiese subido al contenedor y desde ahí fuese capaz de acceder, pero ella no era tan atlética como su hermana… 
Estuvo un rato buscando una solución hasta que encontró unos cuantos palés amontonados en una lado del edificio. Con esfuerzo, fué llevando uno a uno los palés hasta colocarlos en la parte superior del contenedor, formando un escalón. 
Aquel conducto era frío, oscuro y estrecho. Le resultaba muy difícil moverse por él, pero aunque despacio, poco a poco iba avanzando.
Iba pasando rejilla tras rejilla, viendo cada habitación. Todas tenían las luces apagadas y no vió a nadie hasta que, al fondo, desde una de las rejillas pasaba algo de luz.
Se acercó más despacio todavía, intentando no hacer ruido, y lo que vió la dejó bloqueada en el sitio.
Allí estaba su hermana.
Pero no estaba sola. Miranda estaba amordazada y desnuda. Un enorme hombre de color estaba con ella, y la tenía a cuatro patas sobre la cama. Aquél hombre la agarraba del pelo, manteniéndo su cabeza levantada mientras, desde atrás, se follaba a su hermana con violencia.
– Eso es, zorra. – Decía le hombre.- ¿Le has cogido el gusto a mi polla? Te gusta que te la meta por el culo, ¿Eh?
La violencia de las embestidas extraían de la boca de Miranda quejidos amortiguados por la mordaza. Aquél bestia la estaba reventando… Erika no se había podido imaginar algo así. Sabía que había una posibilidad de ello, pero su mente había intentado bloquear ese pensamiento.
El hombre, con un bufido, tiró con fuerza del pelo de su hermana haciendo que se incorporase. Comenzó a amasar las tetas de Miranda sin ningún tipo de cuidado. ¿Qué era aquello? Entre el movimiento y la posición en la que se encontraba, no podría asegurarlo, pero juraría estar viendo que su hermana tenía un pequeño arito de plata en cada pezón… 
Miranda seguía quejándose pero, entre los quejidos se podía entrever algún gemido escondido.
El hombre sacó la polla del culo la detective y, quitándole la mordaza de la boca, la obligó a tragarse su polla hasta que se corrió sobre su cara.
Desde aquella posición, Erika podía ver cómo aquel animal había dejado el culo de su hermana. Lo tenía completamente abierto. Un negro agujero en el centro del enrojecido culo de la mujer. Había debido estar pegándola…
El negro, volvió a colocar la mordaza a la chica y, riéndo, salió de la habitación.
Allí estaba Miranda, sola, atada y recién sodomizada. Con la cara llena de la corrida de su captor. Erika estaba asustada. Tenía a su hermana al alcance, pero aquél hombre podía volver en cualquier momento.
Esperó varios minutos en los que nada se movió. No había ni rastro del hombre por ningún lado, y Miranda seguía en la misma posición… Le dolía ver a su hermana así, derrotada… Ese pensamiento fué lo que la instigó a entrar en la sala.
Intentó hacer el menor ruido posible al desenganchar la rejilla y dejarla en un lado. Bajó por el conducto y se acercó a su hermana.
Cuando Miranda la vió, tuvo unos momentos de confusión. La oscuridad y la sorpresa de la situación hicieron que no supiera muy bien que estaba pasando, pero, cuando reconoció a Erika, su cara cambió por completo. Para sorpresa de la modelo, no fué sorpresa, ni alegría lo que se reflejó en ella, sino miedo, terror. Miranda comenzó a agitarse, separándo a su hermana de ella, señalándole de nuevo la entrada al conducto de ventilación.
– Shhhhh, te van a oír. – Susurró Erika.
– Mmmmmhhmmm – Se quejaba su hermana.
Erika comenzó a buscar algo para cortar la cuerda, por suerte había traído una pequeña navaja con ella.
– No te preocupes, te voy a sacar de aquí. – Dijo, mientras comenzaba a cortar las cuerdas.
– ¿De donde se supone que la vas a sacar, preciosa?
La luz se encendió de pronto. Erika se dió la vuelta, sólo para recibir un fortísimo bofetón que hizo que se cayera a un lado.
Antes de que pudiese reaccionar el hombre se le había echado encima, sujetándole las manos e impidiéndola acceder a la pistola.
– Sueltamé cerdo – Espetó Erika.
Un nuevo golpe la hizo callar.
– Qué maleducada. Entras en mi propiedad a hurtadillas, intentando robarme lo que es mío, ¿Y encima me ordenas y me insultas? Creo que va a haber que enseñarte modales, pequeña.
El hombre se levantó, tirando de las manos juntas de Erika y colgándola de ellas, tenía la mano tan grande que con una sola era capaz de sujetar las dos muñecas de la chica.
Miranda miraba horrorizada la situación.
– Vaya vaya, todo lo que has tenido que hacer para que no vayamos a buscar a tu hermana y ahora viene ella solita a nosotros… ¿Que putada no? – Dijo el hombre con sorna.
Erika intentó escapar, se revolvió, agitó las piernas intentando darle patadas a aquel tipo, pero lo único que consiguió fue llevarse un fuerte puñetazo que la dejó sin respiración. 
Miranda sufría por no poder ayudar a su hermana, no podía permitir que aquellos hombres la hiciesen lo mismo que a ella… Después de todo lo que había sufrido por evitarlo. 
Erika intentaba recuperar el aliento, nunca había soportado bien el dolor… Miró a su hermana y vió que, con lágrimas en los ojos, ésta negaba con la cabeza… ¿Intentaba decirle que no se resistiera?
La detective sabía que toda resistencia era inútil. Había comprobado en sus propias carnes que cuando aquellos bestias querían hacer algo lo hacían, y era mejor no llevarles la contraria… Se acordó de la manera en la que se ganó los aritos de sus pezones…
Los tres negros estaban viendo un partido de fútbol en la tele, y Miranda estaba allí de pie, junto a ellos, vestida únicamente con unos tacones altísimos, su delantal, y una mordaza.
Entonces, el Oso comenzó a acariciarla el culo, le amasaba las nalgas y pasaba la mano por su raja y por su ano. El hombre metió sin miramientos dos dedos en su coño y comenzó a estimularla. Aunque Miranda quisiera evitarlo, su cuerpo reaccionaba ante ello, humedeciéndose.
Cuando el hombre tuvo sus dedos lubricados, cambió su coño por su culo. Después de las sodomizaciones de aquellos cerdos, Miranda comenzaba a tener el ojete acostumbrado a esos tratamientos, pero aún así, le resultaba bastante molesto.
– Inclínate, zorra. – Le espetó el Oso.
Miranda obedeció, pero el Oso, en vez de follarla como ella pensaba que haría, agarró el botellín que acababa de terminar y se dispuso a introducirlo en su culo. La detective se asustó, pero sabía que no tenía posibilidad de evitarlo…
La sorpresa llegó cuando, en vez de el cuello de la botella como Miranda suponía, fué el culo lo que tomó contacto con su ojete. No podía permitirlo, ¡La iba a reventar!
Se revolvió, dando un golpe al hombre y haciendo volar el botellín. Salió corriendo como pudo pero su huída acabó como las demás, con el Piernas sobre ella.
Como castigo, la perforaron los dos pezones y le colocaron esos brilantes aritos y, lo peor de todo, es que durante todo el proceso de anillado tuvo el botellín metido por el culo..
Así que sabía muy bien que era mejor no resistirse a ellos.
Erika hizo caso a su hermana y dejó de luchar. El Oso sonrió satisfecho, dándose cuenta de que la chica se había rendido.
– ¿Estás dispuesta a cooperar?
Erika asintió.
– Muy bien, incorpórate, vamos a ver ese bonito cuerpo de modelo que tienes…
La chica obedeció, se puso de pie frente al hombre y agachó la cabeza.
– ¿Crees que esa es una bonita forma de vestir para venir a ver a tu hermana?
Erika llevaba puesta ropa bastante sosa. Se había puesto algo cómodo, sabiendo lo que iba a tener que hacer. Unos vaqueros viejos y una sudadera que usaba para el gimnasio,
– No…
– Entonces… ¿Por qué no te la quitas?
Poco a poco las prendas fueron amontonadas en un lado de la habitación. Erika se quedó en ropa interior.
– Eso está mucho mejor… Se ve que te gusta provocar, ¿Eh, zorrita?
La ropa interior no tenía nada que ver con el resto. Un bonito conjunto de lencería negro, con encaje, compuesto por un diminuto tanga y un sujetador medio transparente. Erika tenía su armario lleno de esas prendas, era su trabajo y le encantaba ponérselas.
– A ver, date una vueltecita, que te vea bien. – Continuó el oso.
La chica obedeció, lentamente enseño al hombre su conjunto y su cuerpo.
El oso se acercó a ella, comenzó a sobarla sin miramientos, agarrándola del culo con fuerza, sobando sus tetas. Puso la mano sobre su hombro y empujó hacia abajo.
La chica supo perfectamente lo que quería. A diferencia de su hermana, Erika no tenía tantos tabús en el sexo, estaba acostumbrada a usar su cuerpo para conseguir lo que quería, un aprobado en el instituto, la entrada en la agencia de modelos, un contrato publicitario, un desfile…
Incluso, después de algún desfile había participado en alguna fiestecita privada junto con el resto de modelos y los organizadores… Había que ganarse el pan, había muchas chicas guapas, así que tenía que hacer que la eligiesen a ella sobre el resto…
¿Qué diferencia había ahora con el resto de esas veces? Intentaría usar su cuerpo para salir de aquél embrollo… de todas formas, tampoco tenía más opciones, así que era mejor intentar disfrutarlo. Seguramente Lorena fuese a buscar ayuda cuando viese que tardaba demasiado…
Cuando el hombre liberó su polla ante su cara, ella la agarró con cuidado y se la llevó directamente a la boca. Notaba un sabor extraño, pero no se detuvo.
– Vaya zorra está hecha tu hermanita. – Dijo el Oso a Miranda. – A ti te costó mucho más…
Miranda veía como su hermana le mamaba la polla a aquel hombre… Parecía que se lo estuviese practicando a su novio en la intimidad de su cuarto, y no en una situación como aquella.
Erika, mantenía el glande en la boca y, con las manos, pajeaba lentamente al hombre. Durante el proceso, miraba directamente a sus ojos… Sabía que eso les volvía locos…
Y vaya si lo hacía. El Oso estaba alucinado con las habilidades de la chica. Tenía ante sí una buena zorra y no pensaba dejarla escapar…
La chica seguía con su labor. Gemía de gusto mientras se metía la polla en la boca, como si fuese lo más placentero que había probado nunca. Quería que el hombre acabara cuanto antes y las dejara en paz.
– ¡Aprende Miranda! Ni siquiera le importa que hace escasos minutos, la polla que está chupando estuviese dentro de tu culo. ¿Sabe bien el culo de tu hermana, zorra?
¡Por eso sabía raro! Se revolvió para intentar apartar la cabeza pero el hombre la sujetó del pelo, obligándola a tragarse su rabo entero. La tuvo así varios segundos, hasta que la separó y la lanzó hacia un lado, haciendola caer a cuatro patas.
– Ya sé lo que te pasa a ti… Quieres que te folle igual que a tu hermana, ¿Verdad?
EL Oso se acercó a ella y comenzó a sobarla el culo. La separó las nalgas, admirando como su ojete se veía a ambos lados dl hilillo del tanga. La dió un par de sonoros azotes en el culo y comenzó a acariciar su coño por encima de la ropa interior.
No necesitó mucho tiempo para que la chica reaccionase a sus caricias. Erika estaba acostumbrada a tener sexo con gente y en situaciones que no la excitaban realmente, así que había aprendido a abstraerse y a disfrutar… Ya que tenía que hacerlo, que menos que intentar disfrutar también.
– ¡Mira esto! ¡Si lo está deseando! Tu hermana está chorreando como una perra.
Miranda se agitó, deseando con todas sus fuerzas destruir cada pedacito de aquel hombre, reduciendolo a una masa informe de musculos y sangre.
El Oso arrancó el tanga de Erika y se lo llevó a la nariz, aspirando el aroma a hembra que desprendía. Luego se acercó a Miranda, le bajó la mordaza, introdujo en la boca el tanga de su hermana y le colocó la mordaza de nuevo. Sin decir palabra, volvió a donde estaba Erika.
Dirigió la polla al húmedo coño que tenía delante y la introdujo de un sólo empellón.
Erika dejó escapar un gemido de placer. Recibió la polla de aquel negro entera sin protestar.
El hombre comenzó follarla con fuerza, no tenía miramientos con aquella zorra… Tampoco es que ella pareciese contrariada… La chica gemía y al poco, comenzó a mover sus caderas para acompañar las embestidas del Oso. Miraba al hombre con cara de lascivia, mordiéndose el labio inferior.
La chica pegó su cara en el suelo y se separó ella misma las nalgas, facilitando que la polla llegase lo más adentro posible.
El Oso no iba a aguantar más. Agarró a la chica de las caderas y comenzó a embestir con brutalidad. Los gemidos de la chica era lo único que se se oía en todo el edifio… Hasta que sonó la puerta.
Erika se apartó de golpe, quedándose tendida en un lado, y el Oso se quedó mirando a la puerta.
Unos segundos después, dos hombre aparecieron por ella.
Erika se quedó blanca de la impresión… No podía ser…
– ¡¡Lorena!!
– ¡¡Erika!!
La pelirroja iba detrás de los dos hombres, atada por las manos. Su ropa, destrozada y hecha jirones, su cara, llena de lágrimas.
– Piernas, ¿Quién es esta? – Preguntó el Oso.
– Parece que nuestra invitada venía con una amiguita… Estaba vigilando el edificio desde un coche…
– Vaya vaya… Eres una caja de sorpresas, ¿Eh? ¡Desnudadlas y atadlas a las tres! Tengo que hablar con vosotros…
Los hombres obedecieros solícitos. En unos minutos las tres mujeres estaban desnudas, atadas y amordazadas. Estaban las tres de espaldas a las demás, así que ni siquiera podían verse las caras.

Los hombres salieron de la habitación. Lo único que se escuchaba en la sala era el llanto de Lorena… 
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Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 10):
CAPÍTULO 19: SIN ENTERARME DE NADA:
El jueves tuve que pegarme un madrugón de campeonato, pues tenía que coger el coche e i
rme a la quinta puñeta, cosa que no me apetecía lo más mínimo. Me levanté como un zombie, los ojos medio cerrados y me metí en el baño para darme una buena ducha.
Me vestí en silencio, con el modo sigiloso activado, procurando por todos los medios no despertar a Tati, que yacía comatosa en la cama, boca abajo, con el pelo revuelto tapándole la cara.
Mirarla me enterneció y un súbito sentimiento de cariño me embargó. Era increíble lo que aquella chica era capaz de hacer por mí. No me la merecía.
Incluso en la penumbra del dormitorio, sus sugerentes curvas se adivinaban sin dificultad. De hecho, su culito, desarropado y cubierto únicamente por unas pequeñas braguitas que se perdían en la rotundez de sus cachetes, me hizo replantearme seriamente el ir a trabajar esa mañana.
Negué con la cabeza, resignado, e, inclinándome, le di un tenue beso en la mejilla, que la hizo murmurar y agitarse levemente en sueños.
El resto del día fue un asco, tal y como me temía. Tuve que hacer mogollón de kilómetros en coche para visitar a clientes, poniéndoles como siempre buena cara y soportando sus críticas, centradas casi siempre en el coste, obviando, cómo no, que nuestra empresa era la que mejores servicios ofrecía de todo el ramo. Eso les daba igual.
Si algo me ayudó a pasar el día fueron las fotos de Tatiana en mi móvil. Bueno, las fotos y el recuerdo de todas las cosas que nos habían sucedido en los últimos días. Y Alicia también ocupaba una buena porción de mis pensamientos. Tenía que reconocer que había resultado ser una mujer extremadamente inteligente y que, una vez había echado abajo las barreras de los prejuicios, había resultado ser mucho más valiente que yo. Era una mujer fuerte, actual, decidida, admirable, capaz, que no se detenía ante nada para lograr sus objetivos y, por supuesto, muy bella.
Que estaba deseando follármela, vaya, te lo digo así para que me entiendas.
Qué quieres, no voy a mentirte. He de reconocer que mi punto de vista sobre Tatiana había cambiado, empezaba a darme cuenta de que era mucho más importante para mí de lo que quería reconocer, pero, aún así… me moría por tirarme a Ali.
Joder, allí en el coche, conduciendo por la autovía, iba con una empalmada de narices simplemente de recordar el tacto de su mano sobre mi polla la tarde anterior. Y claro, eso me hizo evocar aquel sábado en que me la meneó en mi coche… en ESE MISMO COCHE que iba conduciendo en ese preciso instante.
Cuando paré a almorzar, tuve que cascarme una paja en el baño del restaurante, con eso te lo digo todo. Y sí, sí que me ayudaron las fotitos de Tati, te lo aseguro…
——————————
Cuando llegué por fin a casa eran más de las once. Estaba machacado. A duras penas conseguí meter el auto en el garaje, llegando incluso a sopesar la idea de quedarme allí mismo, sentado al volante, para pasar la noche. Lo que fuera con tal de no tener que dar un paso más.
Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, me las arreglé para arrastrarme fuera del coche y me dirigí a la puerta de ascensores. La verdad es que, el pensar en Tati, que estaría esperándome en casita, me animó bastante. Me apetecía acurrucarme un rato con ella en el sofá, viendo cualquier cosa en la tele.
La puerta del ascensor se abrió, me monté en él y pulsé el botón de mi planta. El trasto se puso en marcha y empezó a subir, pero, en vez de llevarme directamente a mi piso, se detuvo enseguida en la planta baja, señal inequívoca de que alguien lo había llamado desde el portal.
Ya sabes lo fastidioso que es eso, encontrarte de bruces con un vecino, que a lo mejor no te cae bien, o que es de los charlatanes, o de los obsesos con los problemas de la comunidad… o peor aún, de los que te han visto follándote a tu novia encima del capó del coche en el garaje.
Como te lo cuento. Cuando se abrieron las puertas del ascensor me encontré de frente con Marcia, la vecina, la misma que se había quedado mirando cómo me trincaba a Tati el sábado por la noche.
Me quedé mudo, cortado por completo y con el único consuelo de que ella se había quedado tan cortada como yo.
Tras unos segundos de vacilación, Marcia se decidió por fin a entrar en el ascensor, musitando un quedo buenas noches, que yo respondí en idéntico tono.
Intentamos comportarnos como personas adultas, haciendo como si nada, pero los dos teníamos muy presente que ambos estábamos pensando en el incidente del sábado.
Yo no me atrevía a decir ni mú, todo envarado, pero entonces, sorprendentemente, Marcia alzó la mirada hacia mí y me habló.
–          Menuda juerguecita estabais corriéndoos la otra noche – me espetó.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito porque sacara el tema con tanto desparpajo.
–          No te hagas el tonto. Ya sabes a qué me refiero. La otra noche en el garaje, con tu novia…
No acerté a decir nada, aunque mi expresión debía de ser respuesta suficiente.
–          No te pongas nervioso, que no voy a echarte la bronca. No voy a llamarte la atención por hacer uso indebido de las zonas comunales – dijo, riéndose de su propio chiste.
A mí no me hacía ni puta gracia. No sabiendo muy bien qué decir, opté por la opción inteligente y no abrí la boca. Marcia, más relajada, me miraba con una expresión indescifrable en el rostro.
–          Perdona. Sólo quería decirte que siento haberme quedado mirando la otra noche. La verdad es que iba un poco adormilada y de pronto me encontré con semejante espectáculo… No supe reaccionar. Sólo quería pedirte disculpas…
¿Disculpas? Joder, si ella supiera lo cachondo que me puse porque me miraba…
–          No… no hace falta que te disculpes – acerté a decir – En todo caso somos nosotros los que tendríamos que pedir perdón… Lo que estábamos haciendo…
–          Vamos, vamos, que ya somos mayorcitos – rió ella – ¿Y qué? ¿Tan calientes ibais que no os dio tiempo ni a llegar a casa?
–          Bueno, ya sabes…
–          Ay, hijo, qué envidia me dio Tatiana. Ojalá Juan Carlos fuera tan fogoso…
Mientras decía esto, Marcia me miraba con una expresión extraña, a medias divertida, a medias… turbadora. De repente, fui plenamente consciente de lo atractiva que era mi vecina… y de lo estrecho de aquel ascensor…
En ese momento llegamos a nuestra planta y se abrieron las puertas, lo que me alivió enormemente.
–          Bueno, pues nada, buenas noches – dijo sonriéndome – Espero que ya te hayas desfogado bastante… Ya sabes, los caballos muy briosos corren el riesgo de desbocarse…
Me quedé en la puerta del ascensor, sin despedirme siquiera. ¿Acababa mi vecina de tirarme los tejos? Estaba un poco desentrenado, llevaba ya dos años con Tati, así que estaba un poco fuera de circulación, pero…
Justo antes de entrar en su piso, Marcia me miró por encima del hombro y sonrió al verme todavía allí parado. Me dijo adiós con la mano y entró en su casa.
Sí, estaba claro. Se me había insinuado.
Qué quieres que te diga, aquella escenita me levantó el ánimo. A todos nos gusta saber que le resultamos atractivos a otra persona. Mi querida vecinita había logrado librarme del cansancio en un santiamén.
Por fin, entré en casa y, como siempre, esperé que Tati apareciera para saludarme como un perrillo faldero. Sin embargo no apareció, lo que borró todo el entusiasmo de golpe y me inquietó muchísimo, acordándome de la última vez que Tatiana no había acudido a recibirme.
Un poquito nervioso, me dirigí al salón, donde se veía la luz encendida y me encontré con Tatiana, que se levantaba del sofá y me miraba con aire culpable, como si la hubiera pillado haciendo alguna travesura.
–          ¡Oh, hola cari! – exclamó acercándose a mí y dándome un beso, lo que me tranquilizó mucho – Me había quedado adormilada y no te he oído entrar.
Inquietud renovada. Estaba mintiéndome.
–          ¡Uf! – resoplé dejándome caer en el sofá – Estoy hecho polvo. Menudo día.
–          Pobrecito – dijo Tati sentándose a mi lado y empezando a acariciarme el cabello – ¡Cuánto trabaja para traer el pan de cada día a esta casa!
Tati me miraba con cara divertida mientras se burlaba de mí.
–          Ya, ya sé que tú también trabajas – repliqué sabiéndome la lección de memoria – Seguro que también estás agotada de pasarte toda la tarde metida en la tienda, pero qué quieres, hoy ha sido una paliza de campeonato. He tenido que hacer casi 500 kilómetros.
–          Pobrecito – repitió echándome las manos al cuello – Pero no te preocupes, enseguida te traigo algo de cenar.
–          ¿Has preparado la cena? – pregunté extrañado – ¿Es que has salido antes del trabajo?
La expresión culpable regresó inmediatamente al rostro de Tatiana. Allí se cocía algo.
–          No, no, a las diez, como siempre. Bueno, un poco antes, ya sabes, hoy no me tocaba a mí cerrar… He llegado pronto…
–          Ah – dije sabiendo perfectamente que me ocultaba algo.
–          Bueno. Quédate aquí sentadito y yo te traigo la comida.
Sin mirarme a la cara, Tati salió disparada del salón, en medio del revuelo de la faldita de su vestido, otro modelito de verano, parecido al que llevaba habitualmente. Empecé a echar cuentas mentales. A las diez sale del curro, luego a esperar el autobús, el trayecto, llegar a casa, hacer la cena… Miré el reloj. Las once y veinte. Las cuentas no me salían.
–          No me jodas – pensé – ¿No la habrá traído en coche el capullo del vigilante ese?
Me enfadé. Por un instante me sentí celoso, qué coño, es justo reconocerlo. ¿Habría traído el cabrito ese al que se le caía la baba a mi novia en coche?
Retorciéndome inquieto en el sofá, miré a mi alrededor, como si la prueba de que Tati me estaba ocultando algo fuera a estar oculta en el salón. Lo curioso fue que, efectivamente, sí que estaba allí.
Incrédulo, me agaché para sacar el objeto que acababa de entrever de detrás del costado del sofá, justo donde había estado sentada Tatiana cuando llegué a casa. Aferrándolo, lo saqué y lo puse sobre mis rodillas: el portátil de Alicia.
–          Así que te he traído Alicia en coche, ¿verdad? – exclamé en voz alta para que pudiera escucharme desde la cocina.
Segundo después, Tati, con carita compungida, regresaba al salón, secándose las manos con un trapo.
–          Sí, bueno, cari, iba a contártelo ahora…
–          Y claro, si os habéis visto esta tarde, seguro que habréis hecho alguna “cosita” – dije haciendo hincapié en la última palabra.
Tati no contestó, pero apartó la mirada, avergonzada.
–          ¿Qué habéis hecho? – pregunté secamente, tratando de permanecer en calma.
La chica siguió muda, seguro que pensando cómo sincerarse.
–          Da igual. No digas nada – sentencié ya bastante enojado – Seguro que está todo grabado.
Mientras decía esto, abrí el portátil y pulsé el botón de encendido. Por un instante, pareció que Tati iba a arrojarse sobre mí para impedirme encenderlo, pero fue sólo eso, una impresión, pues acabó sentándose a mi lado, cabizbaja. Parecía una colegiala a la que acabaran de echarle la bronca. Me sentí un poquito culpable.
–          Cari, yo… Bueno. Alicia ha venido esta tarde al trabajo… Y ya sabes…
Joder. Vaya si lo sabía. La verdad es que, mirándolo ahora con perspectiva no sé por qué me sentó tan mal que se vieran a mis espaldas, tampoco era nada del otro mundo. Pero lo cierto fue que, en ese momento, estaba bastante cabreado.
–          Vaya. Pues te habrá pillado de sorpresa ¿no? Menudo susto, cuando se haya presentado allí sin avisar.
Tatiana apartó la vista, sólo un segundo, pero fue suficiente para mí.
–          ¡Coño! – exclamé – Entonces no ha sido una visita sorpresa. ¿Ya habíais quedado? ¿Y cuando, si puede saberse? ¿Te ha llamado hoy? ¿Te ha llevado al trabajo?
–          No… – susurró Tati, avergonzada – Quedamos ayer…
–          ¿Ayer? – exclamé alucinado – ¡Si estuvimos juntos todo el rato!
Entonces me acordé. Las palabras al oído cuando nos despedimos.
–          ¡Ah! Ya veo. Te lo dijo cuando se despidió. Me mentiste con todo el descaro.
–          ¡No, cari! – exclamó Tatiana muy angustiada – Bueno, sí, me lo dijo entonces. Y que haríamos algo que te encantaría y que te excitaría mucho…
Soy un mierda. Lo sé. Aquellas palabras hicieron que se me pasara el enfado, siendo sustituido por un profundo interés por saber qué había pasado. De repente, me moría de ganas por averiguar qué demonios habrían hecho aquellas dos pécoras a mis espaldas, aunque seguí aparentando sentirme molesto, por conservar la dignidad, ya sabes.
–          Está aquí grabado, ¿verdad? – pregunté innecesariamente, alzando el portátil.
–          Sí. Me ha dejado el ordenador para que copiaras los vídeos, los del otro día también. Como dijiste que querías montarlos…
Resignado (y muerto de curiosidad) me recliné de nuevo en el sofá y miré la pantalla encendida. Introduje la clave que Ali nos había dado y accedí al ordenador. No hacía falta buscar mucho. En el escritorio había una carpeta llamada “Vídeos” y una vez en ella bastó con ordenar los ficheros por fecha y acceder a los de esa misma tarde. Había un montón.
–          ¿Qué cojones habréis hecho las dos? – dije meneando la cabeza.
–          Cari, no te enfades. Alicia me dijo que te iba a gustar mucho. Yo lo he hecho todo por ti…
Empezaba a preguntarme si eso sería verdad. ¿Tatiana participaba en aquello por mí o por Alicia?
–          ¿Y qué ha pasado? – pregunté queriendo saber los antecedentes antes de ver la peli.
–          Bueno… Como te he dicho, ayer Ali me dijo que se pasaría por mi trabajo por la tarde, para tomar café, como el otro día.
–          Ya. Me imagino de qué estuvisteis hablando.
–          Ella dijo que quería probar una cosa que se le había ocurrido, que seguro que te iba a gustar… me convenció…
–          Sí, apuesto a que le costó muchísimo convencerte – pensé para mí.
–          ¿Y qué te dijo que hicieras? – pregunté.
–          Me pidió que… jo, cari, me da vergüenza…
–          A buenas horas mangas verdes – dije de nuevo para mí.
–          Me dijo que tenía que exhibirme para un hombre en el probador. A ver si era capaz de… ponerle cachondo…
Sí. Seguro que le costó un montón lograrlo.
–          Ali me explicó lo que íbamos a hacer. Cuando terminamos el café, volvimos a la tienda y ella se encargó de prepararlo todo mientras yo seguía trabajando.
–          ¿Prepararlo? – pregunté.
–          Sí, ya sabes. Las cámaras y eso. Cogió un vestido y se metió en el probador para esconder allí las dos camaritas, una arriba, camuflada con el perchero, y la otra justo al lado del espejo. Yo llevaba puestas unas gafas…
–          O sea, que hay tres tomas distintas de vuestro numerito – la interrumpí.
Tati asintió vigorosamente, un poco más calmada al ver que se me había pasado el enfado.
–          Cuando lo tuvo todo listo, regresó a la tienda y se puso a mirar ropa. Como las chicas ya saben que es amiga mía, no la molestaron y ella se quedó esperando a que llegara un candidato adecuado.
–          Y supongo que llegó, ¿no?
La chica volvió a asentir, ruborizándose.
–          ¿Y bien? – pregunté ¿Quién fue el afortunado?
–          Un chico… – respondió Tati con un hilo de voz.
–          ¿Un chico? ¿Un jovencito?
–          Sí…
–          ¿En serio? ¿Qué edad tendría?
–          No sé… 16 o 17.
–          ¿16? – exclamé incrédulo – ¿Ese era el candidato perfecto? ¿Un adolescente?
–          No, bueno… No buscábamos a alguien con una edad concreta… Lo que Ali quería era un hombre… al que tuviera que cogerle la medida de los pantalones.
Me quedé callado, mientras finalmente comprendía cuales eran las intenciones de Alicia. Claro. Era lógico. Si Tatiana tenía que tomarle las medidas a alguien, era normal que pasara al probador con él. Una vez más me sorprendía la inteligencia que demostraba Alicia ideando aquel tipo de planes.
–          Pero, ahora que caigo – dije de repente – ¿Qué coño hacía un chico de 16 comprando ropa en tu tienda? No tenéis mucha ropa joven…
–          ¡Ah! – exclamó Tati sintiéndose más cómoda al pisar el terreno que dominaba – Sus padres son clientes. Ya les conozco. De vez en cuando la madre le trae para comprarse algún pantalón o una camisa. Al pobre no le hace ninguna gracia. Si vieras la cara que trae siempre…
–          Apuesto a que, a partir de ahora, el chaval perderá el culo para venir a la tienda siempre que pueda – la corté un poco secamente.
Aquello borró la sonrisa de Tatiana de golpe. Se puso muy seria y nerviosa. ¿Qué coño habrían hecho aquellas dos?
–          Bueno, supongo que será mejor verlo en pantalla.
Tatiana se puso muy tensa, pero no dijo nada, limitándose a reclinarse a mi lado. Como el portátil era muy potente, pude ejecutar los tres vídeos simultáneamente, aunque disminuyendo el tamaño de las ventanas. Durante un par de minutos, lo que hice fue sincronizar las imágenes de las 3 grabaciones, usando como referencia el instante en que Tati entraba en el probador.
–          Así que éste es el chico – dije estúpidamente, señalando al jovencito que aparecía en las cámaras ocultas.
–          Sí – respondió mi novia con voz casi inaudible.
Detuve los tres vídeos más o menos en el mismo punto. En las ventanas podía verse la misma escena desde tres ángulos distintos.
Desde las gafas de Tati, se veía al chico terminando de abrocharse los pantalones, que le quedaban bastante largos. La cámara del perchero ofrecía una perspectiva cenital, desde un lado, permitiendo ver a los dos protagonistas de la historia. La del espejo estaba en ese momento obstruida por el trasero del joven, por lo que no podía ver nada más.
–          Oye, y ahora que caigo. ¿Dónde estaba Ali? – pregunté.
–          En cuanto me indicó que probara con el chico, salió de la tienda y regresó a la cafetería.
Lógico. Estaba pared con pared con la tienda. Buen sitio para captar la señal de las cámaras.
En pantalla, se apreciaba perfectamente que el chico estaba bastante aturrullado y nervioso, sin lograr acertar a subirse la cremallera, mostrando a las claras que la presencia de Tati junto a él en el reducido habitáculo le turbaba muchísimo.
Por fin, el joven logró su objetivo y esbozó una sonrisilla tímida en el monitor, que desapareció rápidamente de cuadro, pues Tati se arrodilló frente a él para tomarle la medida al largo de los pantalones.
Al arrodillarse, la grabación desde las gafas únicamente mostraba las piernas del chico, así que tuve que fijarme en la toma cenital, obteniendo una perspectiva parecida a la que tendría la mirada del muchacho: el escote de Tatiana.
La puta que la parió. La muy golfa llevaba un par de botones cuidadosamente desabrochados, lo que permitía atisbar provocadoramente su exquisito canalillo. En la imagen se veía perfectamente cómo el chico miraba hacia abajo con disimulo, recreándose en el sensual espectáculo que Tati le brindaba. No le censuré por ello, aunque me sentía un poquito molesto. Y excitado…
Bruscamente, en la toma de las gafas apareció de nuevo el rostro del joven, pues Tati miró hacia arriba, pillándole in fraganti mientras espiaba en el interior de su blusa. El joven se puso coloradísimo, pero mi novia, lejos de escandalizarse, le sonrió levemente y le dirigió unas palabras.
–          ¿Qué le dijiste? – pregunté sintiendo la boca completamente seca.
–          Que iba a colocarle bien el pantalón para tomarle la medida.
Efectivamente, las manos de Tatiana aparecieron en el encuadre y, deslizando los dedos por la cinturilla del pantalón, lo movió hasta ubicarlo en la posición correcta.
Justo entonces, Tatiana dijo algo más, lo que hizo que el chico diera un respingo y se apartara un poco de ella. Como los dedos de ella seguían enganchados en el pantalón, Tati también se echó hacia delante, con lo que la blusa se abolsó, revelando una porción todavía mayor de piel y confirmándome lo que yo ya sabía: que iba sin sostén.
–          ¿Qué coño pasó ahí? – exclamé – Casi se cae de culo.
Tatiana farfulló una respuesta inaudible.
–          ¿Cómo?
–          Le pregunté que… – dijo ella sin atreverse a mirarme a los ojos – Si cargaba a la izquierda o a la derecha…
–          ¡¿QUÉ?! – exclamé estupefacto.
No podía creerme lo que acababa de escuchar. ¿Dónde estaba la Tatiana que yo conocía? Aquella era otra mujer…
–          Bueno… yo dije lo que me indicó Alicia…
Tardé un segundo en comprender. Claro. El maldito micrófono.
–          ¿Llevabas puesto el auricular?
Tati asintió en silencio, sin atreverse a mirarme a los ojos.
Volví a fijar la vista en la pantalla, con la cabeza hecha un torbellino, sin saber muy bien qué pensar de todo aquello.
En la imagen se veía cómo Tatiana estiraba correctamente las perneras del pantalón, deslizando la palma de la mano sobre ellas, empezando por arriba (muy arriba) hasta llegar a los tobillos, lo que sin duda inquietaba enormemente al muchacho. Pensé en que yo, a la edad del chico, a esas alturas habría tenido ya un empalme de campeonato.
Y Tatiana debió pensar lo mismo, pues justo entonces levantó la vista para mirar directamente al paquete del muchacho. Y ¡premio! Allí estaba el inconfundible bulto delator.
–          Vale – dije entonces – Veo que lo lograste. Seguro que el chaval se acordará de esa tarde en el probador mientras viva.
Tatiana volvió a apartar la mirada, avergonzada, con lo que comprendí que la cosa no había ni mucho menos acabado.
–          Alicia te dijo que siguieras, ¿verdad? – inquirí sabiendo perfectamente cuál iba a ser la respuesta.
Ella no dijo nada, limitándose a recostarse contra mí, medio tumbada en el sofá. Yo rodeé sus hombros con el brazo, resignado a disfrutar del espectáculo, sintiendo su cálido cuerpecito apretarse contra el mío.
En el monitor se veía como Tati tomaba el largo de los pantalones usando un par de alfileres. Tras hacerlo, volvió a estirarle las perneras, dando tironcitos de la tela, primero desde abajo, luego a la altura de las rodillas y finalmente… peligrosamente cerca de la bragueta.
Tatiana alzó la mirada, buscando de nuevo el rostro del chaval, que tenía los ojos como platos. La manita de mi novia se mantuvo allí unos segundos, enervando al máximo al pobre muchacho, provocando que el notorio bulto del pantalón no menguara un ápice.
Por fin, la insidiosa mano se apartó, con lo que el cuerpo de chico se relajó notablemente. Creí que iba a darle un desmayo.
–          Ahí le tuve que decir varias veces que ya podía quitarse los pantalones y probarse los otros – dijo tímidamente mi novia.
–          Seguro que no se enteraba de nada – asentí.
Pareciendo estar a punto de derrumbarse, el chico miró a Tatiana, que seguía arrodillada frente a él obsequiándole con el espectacular escote que dejaba entrever la blusa. Tembloroso, dirigió unas palabras a mi chica, que respondió con serenidad.
–          ¿Qué dijo?
–          Me pidió que saliera del probador para cambiarse, pero yo le dije que no fuera vergonzoso, que así tardaríamos menos – dijo Tati con aplomo.
–          Pobre chaval – me solidaricé.
Aunque, pensándolo bien, qué coño pobre chaval ni narices. Anda que no hubiera alucinado yo con encontrarme en una de esas cuando tenía su edad.
Visiblemente nervioso, el chico empezó a desabrocharse los pantalones, todavía dudando si quitárselos o no. Finalmente, se armó de valor y los abrió por completo, mostrando que sus slips estaban a punto de estallar por la tensión.
–          ¿Te excita? – preguntó melosamente Tatiana en mi oído.
–          Sí. Es muy morboso – respondí sin apartar los ojos de la pantalla.
–          ¿Quieres que te alivie un poco? – insistió ella, posando una mano en mi bragueta, que a esas alturas estaba más o menos como la del mozo.
Lo sopesé unos segundos antes de responder.
–          No. Mejor no. Luego te follaré hasta el fondo – dije clavando mis ojos en los suyos.
Tatiana sonrió, un poquito ruborizada y apartó la mano de mi erección.
–          Pero deja la mano ahí – dije agarrándola de la muñeca y apretando de nuevo su manita contra mi bulto.
Y ella obedeció, sonriendo sutilmente.
Mientras tanto, el chico, completamente avergonzado, se las había apañado para librarse por fin del pantalón y, tras colgarlo de un gancho, cogió el segundo par e intentó ponérselo, aunque claro, al llegar al bulto del slip, la cosa se volvió un tanto… dificultosa.
Entonces Tatiana se puso en acción. Incorporándose un poco, agarró la cinturilla del pantalón, forcejeando con ellos como si tratara de subírselos al muchacho. El chico, sorprendido, soltó el pantalón y dejó a mi novia al mando de las operaciones. Dando unos bruscos tirones, Tatiana intentó subírselos del todo, aprovechando para refregar bien sus tetas contra el aturdido joven, llevándole sin duda al séptimo cielo.
–          Eso fue idea de Alicia – dijo Tati acariciando suavemente mi erección por encima del pantalón – Hizo que cogiera uno un par de tallas más pequeño.
–          Qué puta es – musité.
–          Sí – dijo mi novia sin pensar.
Aunque en pantalla se veía que ella no le iba muy a la zaga.
De pronto, en uno de los tirones, la punta del nabo del chico escapó bruscamente por la cinturilla del slip, permitiéndome comprobar que no estaba mal armado. Con rapidez, el pobre zagal la devolvió a su encierro, mientras Tati le miraba con una sonrisilla pícara en los labios.
–          Pobrecillo. Ahí se deshizo en disculpas. Yo le dije que no pasaba nada, que era muy normal a su edad y seguí como si nada.
–          A esas alturas yo ya te habría violado – dije juguetón.
–          ¿Si? – respondió ella en idéntico tono. Eso tendrás que demostrarlo.
–          Luego – reí, dándole un sonoro cachete en el culo.
Volví a concentrarme en la grabación, donde se veía a Tati fingiendo tratar de colocar correctamente los pantalones y volviendo loco de calentura al muchacho en el proceso.
–          Espera – dijo entonces Tati – Que ahora la cosa se pone en marcha.
–          ¿Cómo? – pregunté sin entender.
¿En marcha? ¿A qué se refería?
Y entonces comprendí.
No sé qué le diría en ese momento Tatiana al chico, no se lo pregunté. Seguro que fue algo así como “mientras esto no se baje no vamos a poder subirte el pantalón”… No importa lo que fuera. El hecho es que, de repente, mi queridísima novia plantó su delicada manita directamente en la erección del joven y ciñéndola con la mano, la acarició suavemente hasta lograr que volviera a escaparse del encierro de los slips.
–          Se quedó petrificado. Creí que iba a darle un infarto. No veas cómo la tenía de dura – Tati me retransmitía el partido como si tal cosa.
Yo no podía creerme lo que veía. Aquello no era exhibicionismo. Mi novia, simplemente, estaba sobándole el falo a un tío en un probador. El muchacho, aturrullado y sin duda pasando la tarde de su vida, se recostó contra la pared y se dejó hacer. Tatiana, poniéndose en pié, repegó su cuerpo contra él, apretando bien sus tetas en el pecho del chico, mientras su habilidosa manita se deslizaba con rapidez por el enhiesto nabo. El chaval, armándose de valor, se animó a deslizar una mano tras Tatiana, plantándola con descaro en el rotundo trasero de la chica.
–          Le susurraba que estuviera tranquilo – me narraba Tati – que me dejara a mí y vería que bien se lo pasaba, que enseguida lograríamos que aquello se le bajara y podríamos probarle el pantalón, antes de que su madre viniera a ver por qué tardábamos tanto…
A esas alturas yo ya no escuchaba nada de lo que Tati me decía. Estaba alucinado, la sangre me latía en los oídos, mientras veía con incredulidad cómo mi novia, la misma que un par de días antes se deshacía en lágrimas para evitar que la dejara, se la cascaba sin el menor rubor a un completo desconocido. Y todo porque Alicia se lo había pedido.
–          ¿Pero se puede saber qué cojones os pasa a las dos? – grité sin poder contenerme más mientras me incorporaba de un salto.
Tatiana se quedó atónita, mirándome aterrorizada, sin comprender mi reacción, mientras yo hervía de ira.
–          ¿Es esto a lo que os habéis dedicado? ¿Para esto habéis quedado las dos esta tarde? ¿Para que mi novia vaya haciendo de puta por los probadores?
–          Cari, yo…  Alicia me dijo… Que esto te gustaría…
–          ¿Alicia? ¡La puta que parió a esa golfa! ¡Ni exhibicionismo ni leches! ¡Una puta con todas las letras! ¡Y tú no le andas muy lejos!
–          Pero cari, creí que esto era lo que te gustaba… – dijo ella con un hilo de voz, a punto de echarse a llorar.
–          ¡Sí, claro, me encanta que mi novia anda por ahí sobándole el rabo a los tíos! ¿Y qué más hiciste? ¿Se la chupaste?
–          No, Víctor, yo… sólo con la mano…
Supongo que te haces una idea, para qué voy a seguir contándote todo lo que le dije. Sí, sí, vale, tienes razón, soy un machista de mierda. Yo andaba como loco por follarme a Alicia, sin contar las veces que nos habíamos masturbado mutuamente, pero, cuando vi que otro tío le ponía la mano encima a Tatiana (peor, que ella le ponía la mano encima a él) me volví un poco loco.
Me encerré en el dormitorio y me puse a rebuscar en la los cajones de la cómoda, arrojando las prendas al suelo sin ton ni son hasta que encontré lo que buscaba: un viejo paquete de cigarrillos.
Llevaba casi dos años sin fumar, pero los había dejado allí escondidos por si acaso. Y aquel era un “por si acaso” de mil pares de cojones.
El cigarro me supo a mierda, no sé si porque estaba pasado o por la bilis que me había subido a la garganta, pero el estar haciendo algo me serenó un poco los nervios.
Me senté en la cama, con la espalda apoyada en la cabecera y los pies todavía calzados encima del colchón. Me importó un carajo que se manchara la colcha.
La cabeza me daba vueltas, tratando de ponderar todos los pasos que me habían conducido a esa situación. ¿Cómo había permitido aquello? ¿Cómo era posible que Alicia se hubiera adueñado de todo? ¿Qué cojones pasaba conmigo?
Tenía que ponerle fin. Hacer de tripas corazón y hacer lo correcto. Tenía que volver a ser yo mismo. Iba a pararle los pies a Alicia.
Me sentí más tranquilo una vez tomada una decisión. Hablaría con Alicia y le diría que no íbamos a seguir así y si no quería… adiós muy buenas. Y Tati… que se quedara con quien quisiera de los dos, que, a esas alturas, ya no estaba muy seguro de si se quedaría conmigo o se iría con Alicia.
Tati… Joder. ¿Cómo había podido cambiar tanto en unos días? ¿De verdad había sido siempre tan puta? ¿Y por qué seguía yo tan cachondo, a pesar del cabreo?
Joder. Era verdad. Seguía empalmado al máximo. Y eso era lo que más me cabreaba, que, a pesar de mi enfado, de mi ira justiciera, de lo putas que habían resultado las dos y de lo buena persona que era yo… en el fondo… ver a Tati meneándosela a aquel crío me había excitado. Mierda. Tenía que reconocerlo. Había empezado a gritarle a Tati… porque estaba a punto de arrancarle la ropa y follármela.
Me daba asco de mí mismo.
Justo entonces, la puerta del dormitorio se abrió subrepticiamente y Tatiana se asomó pesarosa, intentando calibrar mi estado de ánimo.
Yo la miré muy serio, dándole otra calada al cigarro, mientras ella entraba en el cuarto cabizbaja, sin atreverse a mirarme. Lentamente, se acercó a la cama, temiendo que en cualquier momento yo empezara a gritarle otra vez.
Como no dije nada, se quedó de pie al lado del colchón, sin mirarme, aparentando estar al borde de las lágrimas. Me sentí mal durante un segundo, pero entonces recordé su expresión mientras masturbaba al chico del probador, con lo que la ira empezó a retornar. La ira… y la excitación.
–          Cari, lo siento – dijo por fin al ver que yo no hablaba – Alicia me dijo que aquello te iba a gustar, que seguro que te resultaba excitante. Yo no pensé en lo que estaba haciendo, sólo en que tú ibas a disfrutar si lo hacía… y ya sabes que yo haría lo que fuera por ti.
Me di cuenta entonces de que llevaba abiertos un par de botones del vestido y, además, me pareció adivinar que no llevaba sujetador, aunque estaba bastante seguro de que antes sí lo llevaba.
Qué cabrona, ya estábamos otra vez. Si hay bronca… polvete al canto. Su técnica de siempre.
No sé qué me pasó. Volví a encenderme. Estaba cabreado y excitado a partes iguales. Y no me contuve.
Con un gesto, arrojé la colilla todavía encendida al suelo y, con rudeza, la aferré del brazo y la arrojé sobre el colchón, boca arriba, sentándome a horcajadas en su estómago. De un tirón, desgarré la pechera de su vestido haciendo saltar todos los botones, dejando sus tetas al aire, pudiendo comprobar que, efectivamente, se había quitado el sujetador. Para calentarme. Para seducirme. Para lograr que me la follara y que se me pasara el enfado.
Pues el enfado había sido de órdago. Así que el polvo no iba a ser menos.
Prácticamente la violé. La puse boca abajo y le arranqué lo que quedaba de su vestido, destrozándole a continuación las bragas. Ni preliminares ni leches, en cuanto saqué mi nabo del pantalón se lo clavé hasta el fondo, haciéndola aullar, no sé si de placer o de dolor.
No me preocupé para nada de su placer, sólo del mío. La follé y la follé a lo bestia, mientras ella gimoteaba y me suplicaba que fuera más despacio, más delicado.
Y una mierda.
……………………………..
La madrugada me sorprendió insomne, tumbado en la cama, fumando de nuevo, repasando una vez más, con más tranquilidad, los pasos que tenía que dar a partir de ese momento.
Tatiana, agotada, dormía profundamente, abrazada a mí, derrengada después de haberse corrido varias veces a pesar de lo brutal de mi ataque. Estaba hecha para el sexo. Todo le gustaba.
No podía dormir. Estaba agotado, pero no podía pegar ojo. Y ya no era el tema de Alicia lo que me mantenía en vilo, pues tenía decidido lo que iba a hacer. Era otra cosa. Me llevó un buen rato comprender de qué se trataba.
Con mucho cuidado para no despertar a Tati, me levanté de la cama y regresé al salón, buscando el portátil.
Dediqué un buen rato a visionar de nuevo los vídeos, de principio a fin, contemplando esta vez cómo mi lujuriosa novia le hacía una paja a un afortunado chaval hasta lograr que se corriera como un animal. Cuando eyaculó, Tatiana le obligó a hundir el rostro entre sus pechos, sin duda para ahogar los gritos y gemidos que el chico hubiera sido incapaz de contener.
Finalmente, Tati le limpió la polla con un pañuelo, eliminando los últimos restos de la corrida. Después le ayudó a quitarse el pantalón que le quedaba estrecho y salió del probador para buscar la talla correcta mientras el chico, seguro que pensando que todo había sido un sueño, permanecía jadeante en el probador.
Justo entonces la grabación terminaba. Supongo que Alicia la apagó, pues ya no iba a pasar nada más.
La mañana me sorprendió dormido en el sofá, con el portátil en el regazo. Tati se había ido a trabajar sin despertarme, temerosa de que me durase el enfado.
Tras pensarlo un segundo, cogí el teléfono y llamé a la oficina, diciendo que estaba enfermo y que no podía ir a trabajar. Total, ya era viernes y las visitas las había hecho el día anterior. Que le dieran por saco.
Le mandé un mensaje a Alicia citándola para comer. En el restaurante de la última vez. No tuve que insistir. Aceptó enseguida.
CAPÍTULO 20: RECUPERANDO EL CONTROL:
Dediqué el trayecto y el rato que tuve que esperarla en el restaurante a imaginar todos los posibles escenarios adonde podía conducirnos la conversación. Es una técnica comercial, pensar de antemano cual va a ser la reacción del cliente ante lo que vamos a proponerle, para poder responder con rapidez y eficacia.
Sin embargo, a pesar de toda la preparación y la mentalización a que me sometí, su reacción me pilló por sorpresa.
–          Sí, quizás tengas razón, se me ha ido un poco la mano.
Joder. Mierda. No me lo esperaba.
Conociéndola como la conocía a esas alturas, lo último que pensé fue que Ali fuera a mostrarse de acuerdo con lo que yo le decía. Con lo que le gustaba mandar y manipular (salirse con la suya en definitiva, o mejor, manejarnos a su antojo), no acababa de creerme que reconociera su culpa tan fácilmente y se mostrara dispuesta a hacer lo que yo le pedía.
Una reacción natural en ella hubiera sido enfadarse, reírse de mí o, más probablemente, mostrarse condescendiente. Ella era plenamente consciente de la fuerte atracción que yo sentía, así que no me hubiera extrañado nada que hubiera usado su sexualidad para intentar mantener su dominio. Incluso llegué a imaginar que podría llegar a intentar chantajearme con los vídeos; lo que fuera para mantener su control sobre mí… y sobre Tatiana.
Pero no. Ali se mostró muy humilde, reconociendo sin problemas su falta, admitiendo que se le había ido la pinza por completo con Tati y que se había aprovechado de ella para dar rienda suelta a otra de sus inclinaciones: la dominación.
Me largó un buen discurso, en el que me habló (sí, sí, como si yo fuera su terapeuta) de su infancia y de cómo se había mostrado siempre un poco déspota (ella usó esa palabra, yo habría dicho más bien “niña mimada necesitada de un buen par de tortas”). Me contó cómo le hacía la vida imposible a una pobre chica que limpiaba en casa de sus padres por el puro placer de hacerlo y de lo mucho que se arrepentía de aquello y que si patatín y patatán.
Leches. Con lo preparadito que venía yo para afrontar la situación y lo muchísimo que me había mentalizado. Completamente dispuesto a poner fin a nuestra relación llegué al restaurante y ella no había tardado ni un segundo en desmontar mi estrategia.
Me pidió perdón y se mostró completamente dispuesta a hacer lo mismo con Tatiana, dejándome sin argumentos con los que pelear. Ni siquiera tuve la oportunidad de insinuarle que estaba decidido a despedirme de ella para siempre, aunque, ahora que lo pienso con más calma, estoy segura de que ella intuyó perfectamente por donde iban los tiros.
Y se puso la venda antes de sufrir la herida.
A medida que hablaba Ali, más tranquilo me quedaba yo. Me di cuenta de que la había juzgado mal, que no era tan calculadora como yo pensaba y que, simplemente, se había emocionado demasiado con los jueguecitos y se había acabado pasando de la raya. Pero estaba completamente dispuesta a cambiar de actitud. A partir de ese momento, haríamos siempre lo que yo dijera, que para eso era el experto en aquellas lides y ella aprendería de mí y me obedecería en todo.
Tan humilde y compungida se mostró, que me conmoví, con lo que la interrumpí diciéndole que no era necesario llegar a esos extremos, que no íbamos a hacer siempre lo que yo dijera, que sus ideas habían sido muy buenas, lo único que tenía que hacer era avisarnos antes, para que pudiéramos decidir entre todos si lo hacíamos o no. Estábamos en democracia…
Alicia me sonreía satisfecha, tranquila y relajada. Interpreté que su sonrisa era de satisfacción, de alegría porque habíamos aclarado los malos rollos y volvíamos a estar todos en el mismo barco. Me sentí muy aliviado, al final, el apocalipsis que preveía iba a acontecer entre nosotros había quedado en nada. Volvíamos a ser un equipo.
Debería haber sido más listo.
———————————————-
A partir de entonces se abrió un periodo que puedo calificar de remanso de paz. Ali cumplió su palabra punto por punto. Empezó por disculparse con Tati, que, como era de esperar, se mostró cortadísima durante toda la charla. Yo me sentía cada vez más tranquilo y sereno, sintiendo que mi vida empezaba de nuevo a enfocarse, que recuperaba el control de mis actos.
Y, en efecto, así fue. Durante un tiempo.
Las siguientes semanas todo fue como la seda. No nos veíamos a diario, parecía que la ansiedad de los primeros encuentros había quedado atrás, así que sólo quedábamos un par de veces por semana.
A veces, nos limitábamos a charlar tranquilamente, contándonos las experiencias que hubiéramos podido tener durante la semana, sin meternos en ningún lío ni organizar ningún espectáculo.
Alicia fue ganado en aplomo y empezó a animarse a probar algunas cosas en solitario y, por nuestra parte, Tati y yo también tuvimos nuestra aventurillas.
Sin embargo, es justo reconocer que los mejores ratos fueron cuando nos reuníamos los tres y usábamos las camaritas y el micrófono. Era divertido. Y morboso.
¿Cómo? ¿Quieres que te cuente qué hicimos? A ver, pues muchas cosas, cada vez más atrevidas, a medida que Alicia y sobre todo Tatiana iban ganado confianza y perdían la vergüenza.
Por ejemplo, recuerdo un sábado en el que Tati tenía la tarde libre, pues había doblado turno unos días atrás. Ali propuso que fuéramos a una feria que celebraban en un pueblo, pues se había enterado que actuaba un cantante que le gustaba.
Fue una noche estupenda, en la que, aprovechando que nadie nos conocía, desfasamos todo lo que pudimos y más.
Había una pequeña montaña rusa en la que las chicas me convencieron para subirnos un par de veces. En la segunda ocasión, al pasar por el punto en que la cámara automática dispara una foto que luego puedes comprar, las dos, de mutuo acuerdo, se subieron los jerseys hasta cubrir sus rostros, dejando a la vista… otras partes. Idea de Ali, pero no pareció incomodar en absoluto a Tatiana.
Luego tuve que pagar a precio de oro la fotito en cuestión, mientras el tipejo de la atracción me miraba con socarronería. Apuesto a que él también tiene copia. No importa, me encantó.
Luego subimos en el tren del terror, cutre a más no poder, donde las chicas, amparándose en la oscuridad, no se cortaron en mostrar sus encantos a los actores que trataban de darnos sustos, con lo que el susto se lo llevaron ellos. Bueno, susto, lo que se dice susto…
Luego y tras habernos tomado unas copas en un bar donde hicimos unas cuantas fotos subrepticias más, me convencieron para subirnos a la noria. Curiosamente, la calidad de aquella atracción estaba muy por encima de las demás. Era bastante grande (de hecho, la más grande en la que me he montado, aunque eso no es decir mucho pues no soy muy aficionado a esas cosas) y tenía cabinas cerradas en vez de asientos al aire libre.
Como a esas alturas ya íbamos más que entonaditos, acabé follando con Tati, cabalgando como loca sobre mi rabo, mientras Ali nos grababa con la cámara, divertida y excitada. Fue muy erótico que nos mirara mientras follábamos y más todavía que se metiera la mano por la cinturilla del pantalón para acariciarse mientras lo hacíamos.
Además, desde las cabinas adyacentes a la nuestra pudieron regalarse a placer con el espectáculo, con lo que las miraditas y cuchicheos entre la gente cuando por fin nos bajamos fueron muy intensos. Y me encantaron.
Luego, en el concierto, disfruté enormemente con las miradas de odio que me dirigían los tipos del lugar, señal inequívoca de que nuestra aventurilla iba de boca en boca por toda la feria.
Tati, por su parte, se mostró mucho más calmada y participativa en esos días, confirmando lo que yo sospechaba desde el principio: que se había visto obligada a hacer todo aquello empujada por Alicia.
El cambio experimentado en ella era muy notable, se mostraba mucho más desinhibida y segura de si misma, ahora que comprendía que entre Ali y yo no había nada más que lo que le habíamos contado.
Y era cierto, nada más ocurrió entre nosotros. Nos veíamos desnudos continuamente, claro que sí, pero Ali parecía haber levantado un muro entre nosotros, quedando atrás aquella complicidad sexual que se teníamos al principio.
Era como si dijera: “Vale, si lo que quieres es una relación maestro – alumna, que así sea. Tú sigue con tu novia, que yo voy por mi lado. Pero olvídate de volver a ponerme la mano encima”.
Joder. Y yo, mal que me pese, seguía deseando fervientemente “ponerle la mano encima”.
Sí, ya sé. Me contradigo continuamente. Es verdad. Por fin tenía lo que quería. Lo pasaba bien, daba rienda suelta a mis impulsos, mi relación con Tatiana había mejorado… y seguía deseando meterme en las bragas de Alicia.
Y ella lo sabía. Y me torturaba.
Cuando repetíamos el numerito del metro y era Tati la que se exhibía, quedándonos a solas de nuevo Alicia y yo, intentaba recuperar la magia de anteriores encuentros. Me sacaba la polla y empezaba a masturbarme sentado junto a Alicia, rezando porque la excitación hiciera presa en ella y volviera a animarse a sobármela un poco. Y un huevo de pato. Se limitaba a mirarme un instante mientras me la meneaba y volvía a concentrarse en la pantalla del portátil como diciendo: “Tranquilo, sigue con lo tuyo, que a mí no me molesta”.
Otras veces era ella la que aportaba algún plan, que yo me apresuraba a aceptar sin poner pegas, en un intento de congraciarme con ella (de hacerle la pelota, vaya), pero no servía de nada. Nuestra relación seguía igual, cordial, amistosa, pervertida… pero ni un paso más allá.
Lo sé, lo sé, no me quedo satisfecho con nada. Aquello era lo que yo quería ¿no? O quizás no lo era. Lo que yo quería era que ambas mujeres hicieran lo que yo quisiera, bien fuera, charlar, salir a comer, exhibirnos… o follar.
Qué cojones. Justo es reconocerlo. Me moría por acostarme con Ali.
Y ella lo sabía perfectamente.
Como te he dicho, durante unas semanas fue todo miel sobre hojuelas, todo iba muy bien y no hay ningún incidente que reseñar. Pero, interiormente, yo me sentía cada vez más desasosegado e insatisfecho.
Sentía que había dado todos los pasos necesarios para tirarme a Ali y al final ella había interpuesto una barrera imposible de saltar. Pero esa barrera tenía una puerta…
CAPÍTULO 21: ALICIA STRIKES BACK:
Recuerdo que era miércoles y estábamos los tres tomando café en casa, aprovechando que teníamos la tarde libre para ver el montaje que había hecho de los vídeos de nuestras andanzas.
Estábamos muy relajados viendo las imágenes, más divertidos que excitados, pues, a esas alturas, todos habíamos visto esas imágenes en varias ocasiones, por lo que perdían gran parte de su carga morbosa.
Fue todo muy inocente. Alicia se limitó a deslizar en la conversación que tenía ganas de salir a correr, que empezaba a sentirse algo fofa (y una mierda) y que si me apetecía acompañarla.
Me pareció perfecto. Ni un problema. Ni siquiera sospeché nada raro cuando, tras aceptar su propuesta, ella sugirió que podíamos pasar también por el gimnasio. Me recomendó que llevara el bañador y así podríamos aprovechar también la piscina.
En eso quedamos. Nos citamos el viernes siguiente por la tarde en la tienda de Tati. Luego iríamos a correr un rato y acabaríamos en el gimnasio del centro comercial, de cuya cadena era socia Alicia.
No importaba que yo no lo fuera, pues permitían a los abonados llevar a un amigo como invitado para que conociera las instalaciones.
Después, podríamos recoger a Tati y salir por ahí a cenar… y a hacer nuestras cositas. Un buen plan.
Y tanto que lo era.
El viernes me marché pronto del trabajo. Me costaba concentrarme, pues tenía la cabeza llena de imágenes de Alicia. Fantaseaba con lo que íbamos a hacer por la noche e imaginaba planes y escenarios en los que poder divertirnos dedicándonos al exhibicionismo.
El jefe me miró raro cuando me vio salir antes de hora, pero no dijo nada, pues los resultados de ventas seguían siendo buenos. Aún así, seguro que se preguntó qué coño me pasaba últimamente, pues no era habitual que yo faltara tanto al trabajo.
A eso de las cinco, me reuní con ella, vestido con ropa de deporte. En el coche dejé una muda de ropa para salir por la noche y una bolsa con el bañador, una toalla y un par de objetos de aseo.
Ella estaba super sexy como siempre, con un conjunto de lycra negro y un top de deporte rosa, sugestivamente ajustado, de forma que se dibujaba a la perfección el contorno de su excitante cuerpecito.
Se había recogido el pelo en una cola de caballo, cosa que me encantó, pues nunca la había visto con ese peinado.
Y nos fuimos a correr al parque, que tiene unos senderos trazados para estos menesteres. Calentamos unos minutos, charlando de banalidades y nos pusimos en marcha. Enseguida pude constatar que Ali se mantenía en forma, pues marcaba el ritmo sin jadear siquiera. Empezamos despacito, continuando con la charla y retándonos, medio en broma medio en serio, a una carrera por todo el circuito del parque. Pero, poco a poco, fuimos subiendo el nivel y pronto estábamos corriendo disparados, tratando de veras de ganar la improvisada competición, pues a ambos nos brotó el espíritu competitivo y ninguno de los dos quería perder.
Al principio, permití que fuera ella delante, más que nada para regalarme la vista con su culito embutido en lycra, pero pronto me di cuenta de que, o forzaba la máquina, o Alicia iba a dejarme bien pronto atrás.
Un rato después y con los pulsómetros disparados por el sobreesfuerzo, los dos nos detuvimos jadeantes al llegar al final del sendero, habiendo completado el recorrido en tiempo record.
Me sentía exultante, pues finalmente había  ganado yo, pero algo en la expresión de Alicia me avisó de que no era buena idea alardear del triunfo, así que me comporté caballerosamente y ponderé su extraordinario momento de forma.
Seguimos corriendo un rato, a paso lento para bajar las pulsaciones y por fin, nos dirigimos al gimnasio, pasando antes por los coches para recoger nuestras cosas.
Minutos después, estábamos frente al mostrador de la recepción, donde una guapa señorita rellenaba mi credencial de visitante (una excusa como otra cualquiera para quedarse con mis datos y poder bombardearme luego con ofertas para hacerme socio).
De todas formas no me aburrí, pues bastaba con mirar a mi alrededor para poder regalarme la vista con los espectaculares monumentos de mujer que se paseaban por allí. Alicia podría haber hecho lo mismo, pues también había muchos tíos cachas pululando, aunque te aseguro que yo apenas los vi, concentrado como estaba en otras cosas.
A la que sí vi fue a la guapa jovencita de tetas enormes que había saludado a Tatiana en la cafetería semanas antes. Me acordé de ella porque… esas tetas no se olvidan. También iba vestida con ropa de lycra, lo que era francamente sugestivo. Además, la empleada del gimnasio con la que hablaba (una morenita francamente atractiva) también estaba para mojar pan. Me habría encantado enseñársela a las dos.
Ni me enteré de la mitad de las preguntas que la recepcionista me hacía hasta que Ali me dio un codazo en las costillas, visiblemente molesta. Seguro que la chica pensó que éramos pareja y que luego iba a caérseme el pelo.
Hicimos un rato de spinning y luego otro poco con las máquinas, aunque yo no estaba muy centrado en los ejercicios, distraído continuamente por los cuerpazos que por allí desfilaban. Estuve incluso sopesando borrarme de mi gimnasio (especializado en artes marciales y lleno de tíos rebosantes de testosterona) y apuntarme allí también.
Cuando Ali se cansó, me dijo que nos diéramos una ducha y fuéramos a la piscina. Ni una pega puse.
Minutos después, nos encontramos a la salida de los vestuarios, ya duchados y vestidos con albornoz.
Siguiendo unos carteles, llegamos a la piscina climatizada, pero entonces Ali dijo que no le apetecía nadar, que estaba cansada y que prefería relajarse en el jacuzzi.
A mí me daba igual, yo lo único que quería era verla vestida con el atrevido bañador que habría escogido para la ocasión, así que me dejé llevar hasta el otro extremo de la sala, donde había acondicionados tres hidromasajes.
Yo sabía que en ese gimnasio tan elegante tenían jacuzzis privados, pero Ali optó por uno de los que estaban junto a la piscina.
Por fin, Ali se libró del albornoz y, para mi completa decepción, apareció vestida con un bañador deportivo azul de una sola pieza de lo más recatado. Yo, que esperaba como poco un micro bikini, me quedé mirándola desencantado, lo que la hizo sonreír al saber perfectamente en qué estaba yo pensando.
Sin decir nada más, se metió en el jacuzzi, sentándose con la espalda pegada al borde. Encogiéndome de hombros, me libré del albornoz y me reuní con ella.
Y, durante un rato, todo fue perfectamente normal.
Estuvimos en remojo charlando tranquilamente, sin que pasara por mi mente la idea de intentar nada raro allí, pues, aunque aquel no era el gimnasio al que Ali iba habitualmente, sí que era socia de la cadena y la podían reconocer.
No estábamos solos en el jacuzzi, había cuatro personas más, una pareja (novios casi con seguridad) y dos chicas bastante atractivas, hablando entre ellas, sin prestarnos atención a los demás.
Yo, completamente relajado sintiendo cómo las burbujas y el agua caliente se llevaban el cansancio de mi cuerpo, las miraba de vez en cuando con aire distraído, imaginando que me mostraba desnudo ante aquellas bellas jóvenes y que ellas, lejos de escandalizarse, se deleitaban con mi erección, se animaban y…
–          He estado pensando en lo que podríamos hacer esta noche – me dijo Ali sacándome de mi ensoñación.
–          Dime – respondí con interés, tranquilo pues últimamente Ali se había mostrado muy recatada con sus planes.
–          Verás, resulta que he conocido a un tío…
–          ¿Un tío? – inquirí sintiendo una vaga inquietud.
Justo en ese momento, la parejita abandonó el jacuzzi entre risitas. El chico aprovechó para dirigir una última miradita disimulada tanto a las jóvenes como a Alicia, procurando que su acompañante no se diera cuenta, lo que me confirmó que, en efecto, eran pareja.
–          Sí. Se llama Iván y es el dueño de un sex-shop. Y allí tienen…
–          ¿Un sex-shop? – exclamé en voz un poquito más alta de lo que pretendía, lo que hizo que nuestras jóvenes acompañantes desviaran la mirada hacia nosotros.
–          Sí, uno al que voy a veces. Allí me recomendaron la web donde compré las gafas… He pensado que podríamos ir esta noche. Allí tienen una sala…
–          Ali, no sé – intervine – Un sitio donde te conocen… No me parece buena idea…
–          No, espera, tú escucha lo que te voy a decir…
Mientras hablaba, Ali se acercó a mí, sentándose cerca de mí. Muy cerca. De repente, fui plenamente consciente de la proximidad de nuestros cuerpos y, cuando su muslo desnudo rozó ¿involuntariamente? el mío, un escalofrío recorrió mi columna, haciéndome temblar.
–          Víctor, no me parece bien que te niegues sin haber escuchado siquiera lo que se me ha ocurrido…
Mientras decía esto, su muslo se apretó contra el mío ya sin disimulo ninguno. Ali estaba decidida a salirse con la suya y sabía cómo conseguirlo. Por Dios si lo sabía.
Su contacto me enervaba, bastó esa simple presión de su pierna desnuda contra la mía para que todo el deseo, toda la excitación, regresaran de golpe. La deseaba.
–          He estado unas cuantas veces en el local – continuó Ali simulando no darse cuenta de mi turbación – Y tienen una sala para espectáculos… ya lo he probado y es genial, así que se me ocurrió que quizás Tatiana…
Justo entonces, como por descuido, la mano de Alicia se posó en mi entrepierna, encima del bañador. Fue visto y no visto, en menos de un segundo, tocaron a diana y mi soldadito despertó de golpe, poniéndose en posición de firmes, apretándose contra la palma de su mano, que, lejos de retirarse, empezó a deslizarse muy despacio sobre el bulto, acariciándolo y estimulándolo con cuidado.
No pude evitar que un gemido de placer escapara de mis labios, atrayendo de nuevo la atención de nuestras vecinas, que se dieron cuenta al instante de lo que sucedía. A pesar de que el agua nos cubría hasta el pecho, la expresión de cordero degollado que había en mi rostro unida a la posición en que se encontraba Ali demostraron a las dos chicas que algo se cocía bajo el agua. Bueno, más bien algo “ardía” bajo el agua.
No sé, quizás si las dos mujeres se hubieran asustado y se hubieran largado de allí, habría sido capaz de mantener el control. Pero no, las dos se limitaron a cuchichear entre sí, con sonrisas pícaras en sus labios y a seguir observándonos con disimulo, con lo que la excitación que sentía se multiplicó por mil.
Justo como Alicia quería.
Ni corta ni perezosa, mi acompañante deslizó la mano por la cinturilla del bañador y se apoderó de mi miembro, apretándolo con fuerza, haciéndome gemir nuevamente. Las chicas, con un brillo de lujuria en la mirada, no nos miraban directamente, pero, aún así, no se perdían detalle.
Alicia seguía hablándome de su idea, pero te juro que, a partir del instante en que empuñó mi instrumento, no me enteré absolutamente de nada de lo que dijo, concentrados mis cinco sentidos en aquella habilidosa mano, que acariciaba deliciosamente mi hombría.
Como el bañador dificultaba sus operaciones, Ali me la sacó fuera y procedió a masturbarme con mayor decisión, brindándoles a nuestras encantadoras compañeras el espectáculo de una polla bien meneada.
Yo tenía los ojos medio cerrados, dejándome hacer, pero aún así podía ver que las chicas no se perdían detalle de lo que pasaba, volviéndome loco de calentura. Las dos se decían de vez en cuando cosas al oído y yo alucinaba tratando de imaginar qué se estarían diciendo.
Ali seguía a lo suyo, narrándome en detalle sus planes para la noche, sin que yo le prestara la más mínima atención a lo que decía, doblegada por completo mi voluntad a la suya, consiguiendo así recuperar el mando de las operaciones simplemente explotando mi deseo.
Joder, qué paja me hizo. Fue fantástica. Y las dos chicas viciosas mejoraron el panorama. Ni dos minutos aguanté.
De pronto, mi cuerpo se puso en tensión y sentí que mis huevos entraban en erupción. Ali, ya completamente despendolada, tiró de mi polla hacia arriba con fuerza, obligándome a levantar el culo de mi asiento.
Con ello consiguió que mi verga surgiera majestuosa de entre las cálidas y burbujeantes aguas, de forma que, cuando me corrí, el semen salió disparado como de un surtidor en vertical, alcanzando por lo menos un metro de altura antes de que la gravedad lo hiciera regresar y zambullirse en el jacuzzi.
Para mi absoluto deleite, los ojos de las dos chicas siguieron la trayectoria del lechazo arriba y abajo, con sendas expresiones de absoluto asombro tan cómicas que, de no haber estado tan cachondo, me habrían hecho  estallar en carcajadas.
Una vez aliviada la tensión y tras vomitar mi miembro las últimas gotas, Alicia relajó la presión y me permitió volver a sentarme, hundiéndome de nuevo entre las aguas, tratando de recuperar el aliento. Justo entonces las dos chicas, perfectamente coordinadas, se pusieron en pié y salieron del jacuzzi, medio avergonzadas, medio decepcionadas porque el show se hubiera terminado.
–           Hasta luego chicas – les dijo Ali con todo el descaro del mundo agitando la mano que segundos antes me había proporcionado tanto placer.
Las chavalas no respondieron pero una de ellas volvió la cabeza y me dedicó una última mirada que hizo que se me erizara el vello de la nuca.
–          Entonces, ¿qué? – dijo Ali volviéndose hacia mí – ¿Te parece bien mi idea?
La puta que la parió…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Al conocer a mi hija, recuerdo el amor de su madre. (POR GOLFO)

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Cuántas veces hemos oído que la vida te da siempre una nueva oportunidad. En mi caso, me la dio cuando menos me la esperaba y de quien menos me lo merecía. Como muchos sabéis, soy mexicano aunque llevo viviendo muchos años en Madrid, no estoy muy orgulloso de mi última época en mi país porque con un matrimonio que se tambaleaba, busqué el consuelo en la juerga. Aprovechando mi situación económica, me hice de una fama de hombre apunto del divorcio para acaparar amiguitas, que convencidas de que tarde o temprano me separaría, hacían cola para estar en una posición privilegiada cuando eso ocurriera.
En ese tiempo y todavía hoy la diferencia entre clases sociales es enorme. Mientras la clase obrera estaba y está pésimamente pagada, los ejecutivos cobran como en Europa. El resultado es que por ejemplo en mi caso, yo cobraba lo mismo que treinta de los operarios a mi cargo. Para que os hagáis una idea, el salario mínimo en México es de 67.29 pesos diarios, unos 3,75 euros, lo que supone que con todas las pagas al mes ganen unos 2.500 $, alrededor de los 140 €. Un directivo que gane un salario alto pero no escandaloso para la óptica española, 7.000 €, realmente está embolsándose lo que medio centenar del salario de sus compatriotas más humildes.
Si tomamos en cuenta que los lujos están a precios europeos, un todoterreno de alta gama cuesta lo que ¡Un operario gana en 24 AÑOS!. Porque os cuento esto:
Fácil porque si como en mi caso, conseguía que una muchacha me acompañara a un día de juerga, en solo doce horas, me gastaba lo que su padre ganaba en dos meses y sin ser puta, se quedaba apabullada por mi nivel de vida. Es como si en Madrid, a cualquier hija de vecino le llega un tío y se la lleva a Paris a desayunar, comen en Roma, cenan en Londres y duermen Berlín, llegando al día siguiente a tiempo para ir a la universidad.
¡Así son las diferencias sociales! y ¡Yo me aproveché de ello!
Con treinta años y desde el punto de vista mexicano, montado en el dólar, no me costó hacerme con una serie de jóvenes que suspiraban cada vez que las llamaba.
Una vez hecha esta aclaración, os paso a narrar la historia de cómo mi pasado me vino a buscar a mi exilio dorado español:
Estaba una tarde en mi oficina de la calle Habana, cuando mi secretaria me informó que tenía visita. Al preguntarle quien venía a verme, medio preocupada, me contestó:
-Una jovencita mexicana que dice que tiene que hacerle una sola pregunta.
Me extrañó que fuera tan poco precisa pero  por su tono, comprendí que al ser de mi país de origen  se imaginaba que era un tema personal  por eso decidí acceder a verla y no dilaté su espera.
Dos minutos después cuando Alicia volvió acompañada de una preciosa morena, creí que estaba viendo un fantasma. Aunque fuera imposible porque habían pasado casi veinte y cuatro años, la mujer que le acompañaba era la Olimpia que recordaba. Casi temblando, pedí a mi secretaria que nos dejara,  sin ser capaz de retirar mis ojos de la joven porque no era posible que fuera mi antigua amante. El recuerdo de las noches que pasé junto a ella, me vino de golpe a la mente:
“No puede ser ella”, me dije, “hoy en día, Olimpia debe tener cuarenta y cinco”.
 Os juro que era como si el pasado me viniera a tocar mi puerta y mientras trataba de asimilar su presencia, le pedí que se sentara diciendo:
-Siéntese señorita-
La cría, tan cortada como yo, se aposentó en la silla y durante un minuto fue incapaz de mirarme a la cara. Cuando se hubo serenado, me dijo con voz avergonzada:
-Me llamo  Lupe  y soy la hija de Olimpia Gil. ¿Sabe de quién hablo?
Sus palabras lejos de tranquilizarme, me aterrorizaron porque aún me sentía culpable de como habíamos terminado. Enamorado de ella, la había dejado cuando me vine a España. Me pareció más importante el trabajo que me ofrecían y mi esposa que esa vana ilusión. Por mucho que me rogó, me negué a abandonar a María y  por eso la dejé tirada allá en Veracruz.
-Por supuesto que sé quién es. Tu madre fue alguien muy importante de mi pasado- contesté y tratando de agilizar el mal trago, le pregunté que necesitaba de mí.
-Quiero hacerle una pregunta- respondió y tomando fuerzas, me dijo: -¿Es usted mi padre?
Esa era la misma cuestión que me estaba reconcomiendo desde que supe de quien era hija y buscando escabullirme, le contesté:
-¿No debería preguntárselo a ella?
-No puedo, murió el mes pasado- dijo echándose a llorar.
El dolor de la cría me desarmó y por eso directamente, pregunté:
-¿Qué edad tienes?
-Veintitrés años- me respondió alzando su mirada.
 
Su respuesta me dejó helado porque de haber estado embarazada cuando la dejé, esa niña podía ser mi hija y por eso, cogiendo un vaso de agua, pegué un buen sorbo antes de contestar:
-Sinceramente, ¡No lo sé! Las fechas coinciden pero lo dudo porque tu madre me hubiese informado.
Mi franqueza le dio alas para decirme enfadada:
-Si conociera a mi madre, sabría que nunca se lo hubiese dicho porque no era el tipo de mujer que retiene a un hombre que no la quiere.
-Tienes razón en lo que respecta a Olimpia pero quiero que sepas que yo si la quería, pero no tuve el valor de quedarme con ella- reconocí con el corazón destrozado-. Fue entonces cuando una parte desconocida de mí salió del dolor y cogiéndola de la mano, le dije: -Una vez dejé a la persona que más quería por miedo, ahora que soy viejo, te digo ¡No volveré a escabullir mis responsabilidades!
La morenita sonrió al escucharme y me soltó con voz dulce:
-No le pido nada. Solo quiero saber mi origen.
Ante semejante respuesta no pude más que decirle:
-Si eres mi hija, te reconoceré como tal.
La muchacha al escucharme se echó a llorar desconsoladamente y al cabo de un rato, cuando se hubo tranquilizado, me confesó que sabía de lo mío con su madre gracias a un diario que descubrió al morir y que en él, Olimpia me describía como un hombre bueno. 
-¿Entonces? ¿Ese diario dice que soy tu padre?
-No. Mi madre dejó de escribir cuando usted la abandonó.
Tratando de recapacitar, me puse a pensar en lo que había sido mi vida desde que partí de México y aunque en lo profesional, me había ido bien, en lo personal fatal. Me separé de María a los diez años de llegar y como durante mi matrimonio no habíamos tenido descendencia, llevaba quince viviendo solo. Si realmente esa cría era mi hija, nada me retenía para darle el puesto que se merecía y por eso sacando de mi interior unos principios que no sabía ni que tenía, le pregunté donde se estaba quedando:
-En una pensión del centro.
Al oírla, comprendí que por bueno que fuera ese lugar, mi chalet debía de ser mejor:
-¿Por qué no te quedas en mi casa mientras averiguamos si eres mi niña? – le solté.
-No quiero ser una carga- dijo esperanzada por la oferta.
-¡Tonterías!- respondí. –Aunque al final no sea tu padre, no puedo permitir que la hija de Olimpia se quede en una mugrienta pensión.
 Dando su brazo a torcer, aceptó mi proposición y por eso, dejando todo, la acompañé a recoger su equipaje de la habitación que tenía alquilada. Ya en el coche, me la quedé observando. La puñetera cría tenía la misma belleza de su madre pero fijándome bien era más alta y sus ojos tenían un color dorado que no reconocí como maternos:
“¡Son como los de mi madre!”, pensé y ya convencido de mi paternidad, os reconozco que empecé a encariñarme con ella.
Lupe por su parte resultó ser una chavala simpática y cariñosa, deseosa de conocerme en persona. En un momento dado, cuando ya íbamos cerca de sol, le pregunté cómo había fallecido Olimpia:
-De cáncer- contestó lacónicamente.
Su breve respuesta me dejó desolado al ser consciente de que había muerto en la flor de la vida y encima por una dura enfermedad:
“Solo tenía ocho años menos que yo”, mascullé entre dientes deseando dar marcha atrás al reloj.
La angustia de lo que había perdido me golpeó en la cara y avergonzado, no pude reprimir  que unas lágrimas brotaran de mis ojos.  Su hija se conmovió al verlas y cogiendo mi mano, me dijo:
-Mi madre tenía razón en su diario. ¡Usted la quería!
La congoja se apoderó de mí y ya llorando a moco tendido, golpeé el volante con mi puño.
-Fui un mierda- le confesé destrozado. –Olimpia fue lo mejor que me ocurrió en la vida y tengo que darme cuenta cuando ya no puedo hacer nada por remediarlo.
Sin saber que decir, Lupe se quedó callada el resto del camino y solo cuando ya había aparcado, se atrevió a decir:
-¿Por qué no volvió por ella?
-Cuando quise, pensé que era tarde y que se habría casado.
-Nunca lo hizo. Se dedicó a cuidarme y aunque tuvo muchos pretendientes, no quiso que entraran en casa.
La certeza que  me equivoqué al abandonarla, se multiplicó por mil al percatarme de que nuevamente había errado al no volver por ella.  Fue entonces cuando ya plenamente decidí no volverlo a hacer y que me ocuparía de nuestra hija.
Tal y como había previsto, la pensión resultó un lupanar lleno de putas y malvivientes.  Comprobar que al menos no iba desencaminado, me alegró y recogiendo su ropa, desaparecimos de ese tugurio sin mirar atrás.  Fue al cargar su maleta cuando me di cuenta de que esa niña había quemado sus naves porque, si como me imaginaba era de clase humilde, había traído todas sus pertenencias a España. No hice mención a ello y enfilando rumbo a mi casa, intenté averiguar si había estudiado:
-Empecé la carrera de Finanzas pero la tuve que dejar cuando mamá enfermó.
-Por eso no te preocupes, en Madrid hay muy buenas universidades- contesté asumiendo que me iba a ocupar de que esa bebé completara su formación a mi cargo.
Mi tácita oferta sacó una sonrisa de su rostro y al verla sonriendo, me recordó nuevamente la alegría innata de su difunta progenitora. Curiosamente, por primera vez su recuerdo fue alegre porque recordé cómo la había conocido…


 
….Aunque había pasado mucho tiempo, me parecía que fue ayer cuando en la entrega de unos premios, el festejado insistió en que me sacara unas fotos con las edecanes que había contratado. Al principio me negué sin darme cuenta que una de ellas se tomaba mi renuencia mal, pensando que era un maleducado pero la insistencia del tipo hizo que al final accediera a hacerlo.  Esa fue la primera vez que la vi y aunque era un monumento de mujer, os juro que nunca pensé ni siquiera en echarle los tejos porque equivocadamente pensé que era la consentida de uno de esos ricachones.
Afortunadamente a la semana, un amigo me invitó a comer camarones en un local cerca de la fábrica donde trabajaba y cuando llegué me sorprendió ver que junto a él estaban sentadas dos de las azafatas con la que me había hecho la foto. Sin saber que para ella yo era un patán clasista, me senté a su lado y presentándome nuevamente, le pregunté su nombre:
-Olimpia Gil- respondió secamente.
Os confieso que ni siquiera me percaté de ello, porque mis ojos estaban prendados en su belleza. Morena apiñonada, su pelo rizado cayendo por su cara le confería un aspecto aniñado que, en cuanto se levantó al baño, su culo prieto y sus perfectos pechos hicieron desaparecer como por arte de magia.
“¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al admirar el modo tan sensual con el que meneaba su trasero.
Decidido a conquistarla, pregunté a mi conocido si estaba libre.
-Eso creo- me dijo mientras intentaba ligarse a su compañera.
Mirándola de reojo, comprendí que aunque Araceli era una preciosidad de origen italiano, no tenía nada que hacer contra su amiga. Si bien era guapa de cara y con un cuerpo estupendo lleno de curvas, Olimpia con su figura le llevaba la delantera. Con un porte aristocrático a pesar de su origen humilde, en cuanto sonrió pareció que se iluminarse la palapa de ese restaurante.
Ya ensimismado con ella, la atracción que sentía se incrementó al llegar un viejo cantante al lugar, porque llamándolo hasta la mesa me dijo:
-Ya que el otro día fuiste tan sangrón, invítame a una canción.
Sin saber que se convertiría en nuestra canción, le pregunté cual quería:
-Mujeres divinas- contestó divertida.
La perfección de sus rasgos se hizo todavía más maravillosa en cuanto empezó a cantar junto con el anciano. Dotada de una voz dulce, parecía un ángel recién caído a la tierra.  A partir de ese momento fui su más fiel admirador y supe que de alguna forma tenía que conseguirla. No sé si fueron las copas o qué pero lo cierto es que al cabo del rato, Olimpia cambió su opinión de mí y empezó a tontear conmigo.
La primera vez que me cogió entre sus manos, creí estar en el paraíso y sin importarme que me vieran, intenté besarla. Ella retiró su cara al ver mis intenciones y soltando una carcajada, me dijo:
-No te resultará tan fácil conquistarme, todavía sigo enfadada contigo.
Al preguntarle el motivo, me contó que se había sentido humillada cuando me negué a tomarme esa foto y por mucho que la intenté explicar que lo había hecho exactamente porque me parecía que el festejado se estaba pavoneando de ellas, no dio su brazo a torcer.
-Fui un cretino- tuve que admitir.
Al escuchar mi confesión, me cogió de la barbilla y depositó en mis labios el beso más tierno que jamás sentí.  Y desde entonces, caí prendado por ella……
 
-¿Está pensando en mi madre?- preguntó Lupe sacándome de mi ensoñación.
-¿Cómo lo sabes?- respondí.
-¡Está sonriendo! ¡Ella siempre conseguía que olvidara mis penas! y por lo que veo a usted te ocurre lo mismo.
Con esa sencilla frase, esa muchacha demolió mi precoz alegría y retornando mi angustia llegué a mi casa. Ya estaba metiendo el coche en el garaje cuando un poco asustada me preguntó quién le iba a decir a mi esposa que era ella.
-Llevo quince años divorciado- contesté sin darme cuenta que esa noticia le había sacado una sonrisa.
Tras lo cual, le mostré la casa y llevando su ropa hasta la habitación de invitados, la informé de que a partir de ese día ese era su cuarto. Agradeciéndome mis atenciones me preguntó a qué hora cenaba.

-A las nueve- y viendo por sus ojos que tenía hambre, la acompañé hasta la cocina donde se la presenté a la cocinera diciendo: -Ana te presento a Lupe- y sin saber que más decir, le pedí que le diera de merendar, para acto seguido decirle que me iba a mi cuarto a repasar unos asuntos.

En mi habitación recuerdo a su madre.
Encerrado entre las cuatro paredes donde dormía, me dejé llevar por mis recuerdos y en un principio, solo vino a mi mente la imagen de nuestra última discusión cuando le dije que iba a cruzar el charco y que no la llevaba conmigo. Todavía hoy recuerdo su cara de dolor cuando en mi coche me rogó que no la dejara sola. Comportándome como un cerdo, le mentí diciendo que en cuanto llegara a Madrid me divorciaría de mi mujer y volvería  a por ella. Hoy sé que esa promesa se la hice por un doble motivo, para calmarla pero sobre todo para dejar una puerta abierta por si lo mío con María terminaba como terminó.
¡Pero cuando acabó fue tarde! Y ¡No volví por ella!
Avergonzado por mi actitud, recordé como al principio la había estado llamando todas las semanas hasta que la distancia fue alargando el tiempo entre ellas y a los seis meses ya solo la llamaba de pascuas a ramos.
-¡Fui un capullo!- dije en voz alta, tratando que esa confesión sirviera de algo.
La sensación de fracaso me hizo tambalear y deseando limpiarme de esa horrible sensación, decidí tomar una ducha. Bajo el chorro de agua, lloré su pérdida durante largos minutos hasta que desahogado salí del baño. Una vez seco, quise recordarla primera vez en que estuvimos juntos en la misma cama. Después de tantos años, tuve que hacer un esfuerzo:
-¡Fue en Veracruz!-  exclamé al acordarme….


 
……Llevaba quedando con ella unas dos semanas y aunque nos dábamos algún que otro beso y algún que otro achuchón, nunca habíamos dormido juntos. Sin planearlo, me surgió una reunión en la capital del estado y aprovechando que tenía que ir, le pregunté si me acompañaba.
Olimpia aceptó de inmediato y a las ocho de la mañana de ese día, la recogí cerca de su casa. La muchacha vivía en un fraccionamiento del Infonavit, lo que en España conocemos como de protección oficial. Siendo un barrio de clase baja, mi flamante Cadillac no pasaba inadvertido. Tratando de que sus vecinas no empezaran a hablar de ella, me pidió que la recogiera en la esquina.
Al llegar la vi sentada en la parada del autobús y su belleza era tal que los viandantes que pasaban por esa calle, aminoraban el paso para mirarla:
-¡Menudo bombón!- mascullé entre dientes dentro de la seguridad de mi automóvil.
Vestida con un coqueto vestido de verano, parecía aún más joven. Todo en ella era perfecto, su rostro, su cuerpo pero sobre todo su culo que aunque todavía no lo había probado, supe que algún día sería mío. La morena al verme aparecer, se dio prisa en meterse en el coche para evitar habladurías y solo cuando habíamos salido a la autopista, se permitió el lujo de darme un beso diciendo:
-¿Dónde me vas a llevar?
Su alegría juvenil se me contagió y soltando una burrada, le dije:
-Directamente al hotel.
Esa frase debía haber provocado que Olimpia me pidiera que la llevase de vuelta a su casa pero en contra de la lógica, me soltó:
-¿Pero no tenías una cita?
Comprendiendo que tenía razón, me inventé una excusa:
-Si pero como voy a tardar dos horas, había pensado que te quedaras en la alberca mientras yo iba con esos pesados.
Fue entonces cuando la muchacha sonriendo me contestó:
-No tengo traje de baño.
-Por eso no te preocupes. Allí te compro uno.
La hora que se tardaba desde la ciudad donde vivía al puerto se me hizo eterna porque esa cría había aceptado pasar conmigo la noche en un hotel y por eso no pude dejar de anticipar el placer que obtendría entre sus piernas. Nada más llegar a Veracruz, me dirigí al Camino Real y tras inscribirnos en la recepción, la acompañé a comprar en una de sus tiendas un bikini.
Un tanto cortada, eligió uno horroroso porque era el más barato pero optando yo uno mucho más aparente, le pedí que se lo probara. Quejándose de que era muy caro, aceptó en cuanto la amenacé con llevarla de vuelta a nuestra ciudad y se lo fue a probar. Cuando salió me quedé babeando al verla con él puesto. Su cuerpo moreno era aún más impresionante de lo que me había imaginado:
Sin una gota de grasa, ¡Esa mujer era una diosa!
La escueta tela de esa prenda lejos de tapar su belleza, la realzaba y no pudiendo evitarlo me quedé mirándola. Olimpia al sentir la caricia de mis ojos, me lo modeló diciendo:
-¿Estoy guapa?
-Sí- contesté mientras bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control.
Sabiendo que tenía que darme prisa para no llegar tarde a mi cita, la dejé junto a la alberca, diciéndole que pidiera lo que quisiera y que lo cargaran a nuestra habitación. Tras lo cual me dirigí a ver a mi cliente. Como comprenderéis y aceptareis, despaché rápidamente a ese tipo y en menos de una hora, estaba de vuelta.
La encontré medio dormida en una tumbona, lo que me permitió observarla sin que ella fuera consciente. Sentándome a su lado, mis ojos se recrearon en su cuerpo. Empezando por sus pies, no dejé un centímetro de su anatomía fuera de mi examen. Se notaba a la legua que esa morena hacía ejercicio porque la firmeza de su cuerpo así lo reflejaba. Sus largas piernas eran un prodigio que anticipaba de alguna forma la rotundidad de su trasero. Con unas nalgas de ensueño, Olimpia no podía negar que, aunque fuera en un porcentaje mínimo, por su sangre corrían genes de raza negra.
“¡Dios! ¡Cómo está la niña!!”, pensé justo en el momento que se dio la vuelta para tomar el sol de frente.
Su nueva posición me mostró que si su parte trasera era impresionante, la delantera no le iba a la zaga. Dotada de unos pechos en punta, su delgadez los hacía todavía más atractivos. Fue entonces cuando me descubrió mirándola y con una sonrisa, me preguntó cómo me había ido.
-Bien- respondí con mis ojos fijos en sus senos.
Olimpia al sentir la caricia de mi mirada, no pudo reprimir que involuntariamente sus pezones se le pusieran duros y tratando de que no me diera cuenta, se volvió a dar la vuelta mientras me pedía que le echase crema en la espalda. No tuvo que repetírmelo y cogiendo el bote, empecé a embadurnarle con ella. Os juro que cuando puse mis manos sobre su piel, supe que había encontrado un tesoro.
Su tacto suave era tan cautivante que convertí esa acción en un sensual masaje. Empezando por su cuello, mis dedos recorrieron cada musculo de su espalda hasta que se toparon con el tirante de su tanga. Al principio no me atreví a traspasar esa frontera pero tras un minuto tanteando al ver que no se quejaba, me dediqué a esparcir la crema por sus cachetes.
Un inaudible suspiro me confirmó que le gustaba sentir mis manos en su trasero y dominado ya por la calentura,  probé a acercar mis yemas a su sexo. En cuanto mis dedos rozaron su bikini, descubrí que la humedad la envolvía. Dicho descubrimiento provocó que mi pene se pusiera erecto y sin prever las consecuencias de mis actos,  empecé a acariciar su coño por encima de la tela.
-Uhmm- escuché que gemía.
 
Actuando como un inconsciente, le puse una toalla encima y tapando mis maniobras con mi cuerpo, empecé a masturbarla. Mi pareja al sentir que me apoderaba de su sexo, se dio la vuelta separando sus rodillas para que facilitar mis caricias.  Mis dedos no tardaron en descubrir que bajo ese tanga, Olimpia llevaba su vulva casi depilada por completo y que solo un breve triángulo de pelo púbico daba entrada a su coño.
Separando sus pliegues, me encontré con su clítoris totalmente hinchado y cuando con mis yemas lo acaricié, la morenita se mordió los labios intentando no chillar. Su entrega me permitió incrementar mis mimos, de manera que en menos de cinco minutos, observé como se corría.
Una vez se hubo repuesto del orgasmo, me miró con una sonrisa diciendo:
-¿Por qué no me llevas a la habitación?
Ni que decir tiene que no hice ascos a esa propuesta y cogiéndola de la cintura, entré con ella en el hotel. Ya en el ascensor, la modosa chavala se comportó como una mujer ardiente, besándome sin parar mientras pegaba su sexo al mío pero fue al llega a nuestro cuarto cuando realmente se convirtió en un volcán en plena erupción. Ni siquiera esperó a que cerrara la puerta, poseída por una pasión sin igual, comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé el tanga y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Olimpia chilló al experimentar por primera vez que era yo quien la follaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer.
-Me encanta!- berreó y de pie, apoyando sus brazos en la pared, se dejó tomar sin quejarse.
Desde el inicio , mi pene se encontró con su sexo encharcado y por eso no me costó que campeara libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
Olimpia, gritando en voz alta, se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Asiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Cógeme!-
No tuvo que insistir y pasando sus piernas a mi cuello, levanté su trasero y la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Su piel morena resaltaba contra la blancura de la mía y acariciando su melena llena de rizos, le dije de broma:
-A mi lado pareces mulata.
Siguiéndome la guasa, se mostró indignada y poniendo en su cara un gesto de asco, me dijo:
-Yo soy trigueña, eres tú el que parece enfermo.
Divertido, le di la vuelta y le solté un azote. Olimpia pegando un gritó, se volteó diciendo:
-Para eso son, ¡Pero se piden!

Su rostro no reflejaba enfado sino alegría y abrazándola, la besé temiendo  enamorarme de ella…

La cena con mi supuesta hija:
Fue Lupe la que paró de golpe mis recuerdos, tocando a mi puerta:
-Don Armando, son la nueve y cuarto. ¿No va a bajar a cenar?
-Ahora bajo- respondí terminándome de vestir.
Al llegar al comedor, mi supuesta hija estaba ayudando a Ana a poner la mesa y desde la puerta, me quedé observándola. Lupe tenía el mismo cuerpo de su madre. Alta delgada y con un culo estupendo tenía todos los requisitos que exigía para que una mujer me resultara atractiva pero por algún motivo no podía verla como mujer sino como niña.
“Puedo ser su padre”, me dije al comprobar que lejos de sentirme atraído por ella, era otro sentimiento el que me provocaba y tratando dar sentido a ello, comprendí que debía despejar mis dudas sobre su paternidad.

Tratándome con un exquisito cariño, me pidió que me sentara mientras ella traía la cena. Al verla salir por la comida, nuevamente me puse a rememorar el día que conocí a su abuela….

 
 
… Llevaba saliendo con Olimpia un par de  meses, cuando me pidió que le acompañara ese fin de semana a la comunión de su prima. Aunque ya había asumido que esa cría me gustaba, me pareció fuera de lugar aparecer en ese festejo familiar.
Tratando de escaquearme, le dije:
-¿Sabe tu madre que estoy casado?
Soltando una carcajada, me dijo que sí pero que no me preocupara porque para ella, yo solo era un buen amigo. Aún sabiendo que eso no se lo creía ni mi abogado, accedí al ver la ilusión que le hacía que su familia me conociera.
“Sé que me voy a arrepentir”, pensé mientras aceptaba.
El día de la fiesta, conseguí no ir a la iglesia pero no me quedó más remedio que ir a la casa de su tía Lupe a festejar a la chiquilla. Allí, Olimpia me esperaba en la puerta y nada más entrar me presentó a la hermana de su madre. Siendo la menor de las tres, Lupe era de mi edad. Bajita, con buen tipo, pero bajita, era la reproducción en pequeño de su sobrina.
Desde el primer momento me acogió con cariño y me llevó a presentarme a su hermana, la madre de mi morena. Doña Cruz resultó ser una mujer tan alta como su hija a la que los años habían tratado mal. Con un marido en los estados Unidos y otros tres hijos, esa señora no era ninguna tonta y por eso en cuanto me la presentaron me llevó a una esquina y me dijo:
-Solo le pido que sea bueno con Olimpia.
Su tono serio me dejó claro que no se creía la versión que le había dado su hija sobre mí. Manteniendo una distancia, supe que a partir de ese día esa mujer aceptaba sin hacerle gracia que su niña fuera, lo que llaman en México, mi mantenida. En cambio sus dos tías maternas me trataron con simpatía llegando a bromear conmigo sobre si no me consideraba un poco viejo para la muchacha.
-Le llevo ocho años, ¡Nada más!- me defendí.
Entonces, sentándose sobre mis rodillas, Olimpia se entrometió en la conversación diciendo:
-Armando, no te preocupes…¡Pareces mucho mayor!- y para recalcar sus palabras empezó a cantar una vieja canción de José José:
“Mentiras son todas mentiras
cosas que dice la gente, 
decir que este amor es prohibido 
que tengo cuarenta y tu veinte”
 La desfachatez que demostró, me hizo reír y olvidándome de la presencia de las dos hermanas de su madre, la besé. Devolviendo con pasión mi beso, me susurró al oído:
-No decías que no querías que supieran que eres mi hombre.
Al mirar a sus tías descubrí una complicidad que no desapareció durante los cuatro años que estuvimos juntos….


….Volví a la realidad cuando llegó con la cena. Luciendo la misma sonrisa de la que me enamoré y leyendo mis pensamientos, me dijo mientras servía la sopa:
-Mis tías le mandan saludos.
-¿Cómo están pregunté?- realmente interesado, no en vano, esas dos mujeres habían sido siempre agradables conmigo.
-Como siempre, siguen compartiendo la casa de la Poniente 31.
-¿Tampoco se han vuelto a casar?
-No- respondió- Lupe sigue con el mismo tipo mientras Toñi salta de un impresentable a otro.
-¿Y tu abuela?
Entornando sus ojos, me contestó:
-En los Estados Unidos con mi abuelo y luchando contra su diabetes.
Así de un modo agradable, me fue informando de la vida de su familia durante la cena. Habiendo acabado, me dijo que estaba cansada porque para ella era cerca de las cinco de la mañana y me pidió permiso para irse a dormir.
-Vete cariño- le dije.
Fue entonces cuando llegando a mi lado me pidió algo que me dejó helado. Medio avergonzada, me soltó:
-Don Armando, ¿puedo pedirle algo?
-Claro- respondí.
-¿Me podría dar un beso en la frente? ¡Quiero saber que se siente que un padre te dé así las buenas noches!
Aunque no tenía la certeza de que fuera mi hija, no pude negarme y al dárselo, salió corriendo hacia su habitación con los ojos llenos de lágrimas.
Una vez solo, la angustia de saber que si realmente yo era su progenitor era culpable de que no hubiese tenido una figura paterna me hizo casi llorar y yendo hasta el bar del salón, me puse un whisky con el que intenté ahogar mis penas. Pero lo único que consiguió fue que me pusiera a pensar en la increíble criatura que había sido su madre.
Si desde un punto de vista moral nuestra relación era una bajeza, lo cierto es que mi añorada Olimpia consiguió que algo deshonesto se convirtiera en una bella historia. Desde un principio, comprendió su papel y no me recriminó que siguiera viviendo con la que entonces era mi mujer. Creyó erróneamente que el tiempo haría que no pudiera vivir sin ella y que entonces dejaría a mi esposa.
Nunca llegamos a vivir juntos pero como por el aquel entonces, trabajaba de martes a jueves en el D.F., me pareció una buena solución que ella me acompañara todas las semanas. Los martes la recogía a las seis de la mañana en su casa y no la devolvía hasta el jueves en la noche, de forma que durante esos cuatro años, realmente fue mi segunda mujer intermitentemente.

Sentado en el sofá, me puse a recordar la primera vez que la llevé al apartamento que la fábrica me tenía alquilado en Las Lomas….

 
 
…Habíamos llegado a la capital ya tarde y por eso directamente nos fuimos a cenar a una taquería llamada  Iguanas Ranas que había al lado de la que a todos los efectos se convertiría en nuestro hogar.  Después de varias cervezas y algunos tacos, llegamos medio alegres a la puerta del piso y entonces bromeando, me pidió que la cogiera en brazos porque quería imaginarse que era mi mujer.
Olvidándome de lo que eso significaba la alcé y traspasé con ella el umbral del apartamento. En cuanto la bajé, no le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el vestido. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Viendo que sus negras areolas me esperaban excitadas, di rápidamente cuenta de ellas.
Olimpia duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, gimiendo por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, se arrodilló enfrente de mí y como si estuviera recibiendo una ofrenda sagrada, fue devorando lentamente en la boca toda su extensión, hasta que sus labios tocaron la base del mismo. Entonces le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en una silla, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. La excitación me fue dominando y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
La morena lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior, mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos pero mi amante se lo tragó sin quejarse y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
Ya satisfecha  por haber conseguido cumplir sus dos caprichos, me llevó hasta la cama. Una vez me hube acomodado en el colchón, me pidió que me desnudara mientras ella iniciaba un sensual striptease ante mis ojos. Dejando caer una a una las prendas que cubrían su piel, Olimpia se fue quedando desnuda mientras, desde el colchón, yo la miraba. Por mucho que ya estuviera acostumbrado a su belleza, me excité y más cuando se tumbó junto a mí diciendo:
-Desde que te conocí, supe que era tuya- y pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba.
Sin preguntarme, intentó introducir mi pene en su sexo pero separándola, le dije:
-Déjame a mí-.
Deseando que esa noche fuera algo especial, la coloqué frente a mí y olvidándome de su urgencia, la fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos se me antojó aún más perfecta al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su areola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a la morena suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé su flujo directamente de su sexo.
No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dediqué a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de Olimpia empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su clímax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-¡Me vengo!-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, la morena se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de ser mi amante:
-No-, me contestó con una sonrisa, -te amo.
 
Fue entonces cuando decidí formalizar nuestra unión, haciéndola por entero mía y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le pedía que se diese la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Fue entonces cuando separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
Dominada por la lujuria, Olimpia me dijo:
-Mi culito es de mi hombre.
Sin tenérselo que pedir, se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su disposición. Con mis dedos llenos de su flujo, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de tocarse el clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta?-, le dije.
-Me  encanta-, contestó.
Su último orgasmo coincidió con el mío, tras lo cual, me desplomé a su lado. Exhaustos nos besamos. Sin dejar de acariciarme, Olimpia me dijo:
-Nunca he sido tan feliz….
 
Decido que no me voy a hacer las pruebas.
Esa noche dormí fatal. El recuerdo de lo mal que me había portado con Olimpia me martirizó  una y otra vez, impidiéndome conciliar el sueño. Su fantasma me visitó haciéndome rememorar la felicidad que sentí durante esos años en que ella me cuidaba. Aunque para todos incluido yo, Olimpia fuera mi amante, ella no se sentía así:
¡Yo era su hombre y ella era mi mujer! Los papeles le venían sobrando ya que creía en mí.
Por eso, cuando la traicioné fue tan duro para ella. Habiéndome dado sus mejores años, la dejé tirada como una colilla usada.
La certeza de mi felonía me sacó de la cama de madrugada y me obligó a hacer un examen de conciencia. Durante horas, medité sobre mi actuación de forma que cuando Lupe se despertó, ya había tomado una decisión:
¡Iba a reconocerla sin hacerme pruebas! Divorciado y sin hijos, mi amada Olimpia al morir me había dado un último regalo: ¡Su hija!
 

 

Relato erótico: “el legado (4) El trío perfecto” (POR JANIS)

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El trío perfecto.
Me adelanto al amanecer. Siento mi cuerpo rebullir, lleno de energía. Me calzo mis botas y ropa
deportiva. Tras revisar las vacas, empiezo a correr, esta vez, campo a través.
Estoy licuando tus reservas de grasa, aunque llevara cierto tiempo, pero te ayudará a perder peso.
“Gracias.” Sigo arrastrando mi corpachón a través de los bosquecillos, cuidando de no pisar los esquejes recién plantados. Tomo aliento al subir la loma. Me tiro al suelo y empiezo a realizar flexiones y abdominales. Enseguida me canso.
Tómatelo con calma. Roma no se construyó en un solo día.
“Lo sé, pero me molesta moverme tan torpemente. Dime, ¿te acostabas con la zarina?”
No, no soy tan idiota, aunque es verdad que se me insinuó en varias ocasiones. La zarina Alejandra era una gran mujer, con mucha más voluntad que su esposo, Nicolás II. Se podría decir que ella era la cabeza pensante del imperio, siempre en la sombra, claro, pues ella era extranjera, concretamente de ascendencia aria, nieta de la reina Victoria de Inglaterra.
“No lo sabía.”
Ella estaba fascinada por mis palabras, por mi seguridad, por mis ideas. En verdad, nunca quise ir en contra de los intereses de Rusia, pero toda aquella nobleza decadente no constituía más que un ancla para el país, y no dudaba en despotricarles, en criticar sus caprichos a la más mínima ocasión…
“¿Aún te asombra que te mataran?”, bromeo.
Si no hubieran sido Yusupov y aquel tonto de Demetrio, hubieran sido los bolcheviques. Mi destino ya estaba decidido. Lo que más me entristece es que tuvieran que asesinar a toda la familia imperial. Los Romanov no lo merecían, ni los niños tampoco.
“Se ha hablado mucho que la gran duquesa Anastasia había sido salvada por un soldado bolchevique.”
No. Los asesinaron a todos. Los fusilaron y, después, los pasaron a bayoneta. Los desfiguraron y rociaron los cuerpos con ácido. No querían que sus cuerpos fueran encontrados. La zarina y sus descendientes procedían de la más alta aristocracia europea, emparentados con varias casas reales. Fue una pena, María y Anastasia eran realmente bellísimas y alegres.
Desciendo la loma a buen ritmo y tomó un carril que conduce directamente a la comuna hippie. “¿Qué hay de todas esas mujeres que te rodeaban?”
Mi capacidad para observar y reflexionar me llevó a conseguir una inmerecida fama de vidente, de oráculo. No veía el futuro, solo que me daba cuenta de detalles que los demás no veían, y así podía vaticinar posibles eventos en un futuro inmediato. Los círculos de pensadores, en las grandes ciudades, solían invitarme a charlar. Las mujeres empezaban a buscar su emancipación; muchas confundían esa emancipación con un solapado erotismo. Eso y la magnética atracción de mi mirada, me brindó tantos cuerpos como quise.
Saludo con la mano a un vecino que ara sus campos con el tractor. Una niebla bajera cubre campos y caminos, lo que augura un día despejado y con sol. “¿Piensas que yo seré igual que tú?”
Por supuesto, somos muy parecidos. Yo te conduciré.
“Ya veremos.”
Me ducho y me quito los cuatro pelos de la barba – apenas me salen –, antes de desayunar. Las chicas no aparecen, seguramente dormidas. Hoy, fruta troceada y café con leche desnatada. En fin, es lo que hay. Arreglo varias cosas que había ido dejando a lo largo de meses, y, cuando estoy a punto de recoger alcachofas, Maby y Pamela se acercan, mordisqueando aún sus tostadas.
―           Mamá nos ha enviado a ayudarte – anuncia Pamela.
―           ¿Qué hacemos? – dice a su vez, Maby.
―           Coged una espuerta cada una. Hay que cortar las alcachofas de las matas, con cuidado, y dejarles un rabo de un par de centímetros, sino se pudren. En la caja de herramientas hay podaderas y aquí – señalo un cajón – guantes gruesos. Una de vosotras debería quedarse a colocar el contenido de las espuertas en aquellas cajas de madera, para que madre las revise y las selle.
―           ¡Si, jefe! – exclama Maby, saludando militarmente.
Mi hermana decide recoger la hortaliza y me acompaña, instalándose en la hilera de mi derecha. Estamos atareados, inclinados sobre las matas, cuando dice:
―           Anoche, le conté a Maby lo nuestro.
―           ¿Qué? – disimulo. No puedo decirle que las vi y las escuché.
―           Estuvimos hablando de muchas cosas, nos sinceramos… Le gustas, Sergi, y está dispuesta a probar…
―           No esperaba que fuera tan rápido…
―           Ni yo – me guiña un ojo, estirazándose. – También está dispuesta a probar conmigo, o sea, con los dos a la vez.
―           ¿Un trío? – pongo cara de tonto.
―           ¡Si! ¿No es maravilloso?
―           No lo sé, no he probado eso nunca. Supongo que si – digo, sin levantar la cabeza de mi hilera.
―           Por eso, le conté lo que habíamos hecho.
―           ¿Y ahora, qué hago yo?
―           Bueno, Maby está deseando probar si lo que le he dicho sobre tu tamaño es cierto. Solo tienes que ser dulce y agradable, y dejarte hacer.
―           Un hombre objeto, ¿no?
―           Pues si – Pamela me mira, algo extrañada por la reticencia que nota en mi actitud. — ¿No te place?
―           Creo que si. Es lo que cualquier hombre desea – respondo, encogiéndome de hombros.
―           ¡Bien! – exclama y echa a correr hacia su amiga.
La sigo, recogiendo su espuerta también. Le falta tiempo para contarle las nuevas a Maby, quien me sonríe como una loba al acercarme. Que peligro tienen estas dos.
―           ¡Tenemos que celebrarlo! ¿Verdad, Sergi? – me pregunta la morenita, adoptando una pose de inocencia, con las manos atrás.
―           ¡Si! ¡Esta noche, Sergi nos va a llevar de marcha! – dispone mi hermana. Muy maja ella.
―           Dejaros de saltitos y vamos a seguir con esto. Hay que terminar antes del almuerzo – las freno cuando empiezan a saltar a mi alrededor, como indias excitadas.
Llevo una hora esperándolas. Me he tomado ya dos tazas de té en la cocina. Mi madre me mira.
―           Eres un buen hermano, Sergio. Llevar a tu hermana y a Maby a la ciudad, para que se diviertan, es un gesto de agradecer. Te vendrá también bien a ti.
―           Alguien tiene que echarles un ojo, ¿no?
―           ¿A esas? – responde con una sonrisa. – Ya se destetaron hace tiempo. Pero, tú… bueno, puede que encuentres algo nuevo, fuera de aquí.
―           Estoy bien aquí, madre.
Ella asiente y sigue arreglando alcachofas para la cena. ¡Por fin! Ya llegan las dos… ¡Modelos! Otra palabra no puede salir de mi boca. Me dejan de piedra. Con una aparición así, pueden tardar otra hora, si quieren.
―           ¡Estáis preciosas, niñas! – las adula madre.
La verdad es que si. Son bellísimas, saben maquillarse profesionalmente, y disponen de ropas y diseños que no están al alcance de las demás chicas de su edad.
Esta noche, te vas a convertir en el más envidiado de los hombres.
Eso seguro. Pamela enfunda su pletórico cuerpo en un ajustado vestido dorado, que deja toda la espalda al aire y acaba un poco por encima de medio muslo, con unos flecos de pedrería. Su melena rojiza está peinada en una larga trenza que desciende por su espalda. Sus ojos destacan poderosamente bajo las largas pestañas postizas. Unas medias transparentes y de medio brillo protegen sus piernas, y, para acabar, unos botines espectaculares, dorados con una tira roja. En su mano derecha, un pequeño bolso a juego con los botines, y en su cuello, una cadenita con su nombre, complementan perfectamente el conjunto.
A su lado, sin desmerecer lo más mínimo, Maby posa, con una mano en la cadera. Porta un conjunto que ninguna otra se atrevería a llevar por la calle sin tener su apostura. Una gorra de plato, de cuero negro, cubre su cabello, peinado y engominado como un hombre. Sus ojos azules brillan, atrapados por los oscuros contornos que se derivan hacia sus sienes, otorgándole una apariencia felina. Sus labios carmesí, brillan con luz propia. Una torerita, también de cuero negro, cubre su torso y brazos, dejando entrever debajo, a veces, un corpiño, rosa pálido. En la espalda, la cazadora porta, en un elaborado bordado, una calavera con alas y la leyenda “Hell’s Anges”. Un diminuto pantalón vaquero, con los bordes deshilachados, cubre sus caderas, dejando parte de las nalgas al descubierto. Solo unos pantys de rejilla impiden la desnudez de sus nalgas. Me pregunto si llevara un tanga debajo. Unas altas botas, también negras y de estilo nazi, rematan sus pies. Al cuello, porta un estrecho collar perruno, con clavos y una cruz gamada.
Casi puedo preveer problemas esta noche.
Bueno, para estaremos con ellas.
Seguro.
―           ¡Sergi! ¿Así vas a salir? – me señala Pam.
―           ¿Por qué? – me miro. Pantalones vaqueros, amplios y limpios. Una sudadera verde oscura. Una camiseta debajo. Suficiente, ¿no?
―           Anda, tira parriba – me dice Maby, atrapándome de un brazo.
Me llevan al desván y abren mi armario. Reconozco que hay poco para escoger.
―           ¿Cómo eres de friolero? – pregunta la morenita.
―           Este, poco, casi siempre está en mangas cortas – responde mi hermana.
―           Soporto bien el frío.
―           Bien. Pam, trae unas tijeras, que vamos a operar – se ríe la cabrona.
Poco después, los pantalones vaqueros nuevos y limpios que llevo, quedan agujerados por las rodillas y muslos, con largos hilos cerrando en parte las roturas.
―           Te han quedado preciosos, Maby – dice Pamela.
―           Tengo experiencia. Vamos, fuera esa sudadera.
Me la quito. Examina la camiseta. También fuera. Por un momento, ambas contemplan mi torso desnudo. Tengo más tetas que Maby y un gran flotador de grasa en la cintura. Colgando de los tríceps de mis brazos, se descuelga carne fofa y grasienta. No hay apenas cuello, mis hombros se unen a mi mandíbula. Enrojezco, al adivinar lo que ellas piensan.
―           Aquí hay carne para las dos, ¿verdad? – sonríe Maby, mirándome a los ojos.
―           ¡Y que lo digas! Va estar buenísimo cuando acabe con ese régimen. Aunque hay que quitarle esos pocos pelos del cuerpo – comenta Pam, mientras repasa todas las camisetas que tengo. – Esta mola.
Es una vieja camiseta, incluso sé que está algo rota por la espalda. Es negra, tiene un trébol de cuatro hojas en el pecho y pone “Lucky Boy”.
―           No sé si me cabrá – digo, al ponérmela.
―           Da igual, solo me interesa lo que pone – contesta mi hermana.
―           Si, puede que la acabemos de romper nosotras – le dice Maby, con un codazo.
―           Esta noche, va a ser el tío con más suerte de la ciudad – sentencia mi hermana.
La camiseta entra, aunque estrecha. Maby me pasa una camisa que aún sigue empaquetada, sin estrenar. Es de franela, tipo leñador, con cuadritos azules y rojos. Nunca me han llamado la atención ese tipo de ropa.
―           Así, sin abotonarla, las mangas enrolladas… que peazo de leñador – me piropea Maby.
―           Le falta algo. Tiene que parecer aún más agresivo – sopesa Pam, con un dedo sobre la boca. – Ya sé. Ahora vuelvo.
Maby mira mis Converse con duda, una vez a solas.
―           No te van con ese look. ¿Tienes unas botas militares?
―           No, pero tengo unas de puntera de acero. Es casi lo mismo.
―           Perfectas. Sácalas, las limpiaremos.
No están muy mal. Una pasada de grasa y listas. Mientras, llega mi hermana, con algo que recuerdo que estaba entre las cosas del abuelo.
―           ¿Qué es eso? – pregunta Maby.
―           Mi abuelo tenía caballos. Esto es una muñequera para “desbravar”. La he limpiado y aceitado – explica mientras me la coloca.
Me cubre casi todo el antebrazo derecho, de un rígido y grueso cuero pardo. Lleva varias hebillas y correas, así como la marca de la caballeriza a fuego, justo en el centro. Los domadores de caballos se colocaban estas largas muñequeras para evitar lesiones y cortes con los mordiscos de los caballos.
―           ¡Qué chulo! – alaba Maby.
―           Un perfecto look salvaje. ¿Te gusta? – me pregunta Pam.
―           Si – es la verdad. La muñequera me queda perfecta. Me da un aire fiero, a lo Conan. Lástima que no tenga músculos para lucir.
Cuestión de tiempo.
―           ¡Pues hala, a Salamanca! – exclama Maby, empujándonos.
Antes de tomar la carretera a la capital, Pamela suelta, de sopetón:
―           Creo que este es el sitio y el momento ideal para darnos el primer beso a tres labios, ¿no os parece?
Maby palmotea, a mi lado – Pamela se apoya en la puerta de la camioneta – y yo me encojo de hombros, sin saber qué decir. Contemplo como mi hermana se inclina sobre su amiga y mordisquea sus labios, rabiosamente pintados. Maby flexiona el codo y atrapa la solapa de mi camisa para atraerme, sin ni siquiera mirar. Busco sus labios, pero mi cabeza es más grande y las obliga a separarse, así que optan por besarme las dos a mí. Es más fácil. Saboreo el regusto a menta y canela de sus chicles. El lápiz labial debe de ser de los buenos, porque no tiene sabor, ni se borra.
―           Habrá que ensayar más – se ríe Pam.
―           Las veces que necesites, putón – la pincha su amiga.
 Meto primera y aprieto el acelerador. El potente motor de la camioneta ruge. En dieciocho minutos, nos encontramos en Salamanca. Primero a cenar, son las nueve de la noche. Las llevo directamente al Musicarte, un restaurante para gente dinámica. Suele convertirse en un club a medianoche. Gente de mediana edad, matrimonios jóvenes, y, sobre todo, muchos grupos de trabajo. He escuchado hablar de él, pero no lo he probado.
  Bueno, qué decir de la llegada. Aparco la camioneta dos calles más allá. Las chicas se bajan, desplegando sus larguísimas piernas y estirazando sus ropas para quedar bien monas. Seguro que ellas ya se han puesto de acuerdo en cómo actuar, porque, sin una sola palabra, se cuelgan, cada una, de un brazo, apretándose bien contra mi cuerpo. Pamela lleva un largo abrigo de pelo negro por encima de los hombros, y Maby un largo impermeable enguatado, con colores de camuflaje militar. En Salamanca hace frío como para ir en plan matador. Bueno, al menos eso dicen.
  La gente nos mira al entrar en el local. Aún no hay mucha gente cenando, pero en la barra y algunas mesas, hay clientes tapeando y tomando aperitivos. Las tapas del Musicarte son famosas y de diseño. Pam se encarga de hablar con el joven que actúa de maître. Ha estado en sitios como este a lo largo del país, así que tiene más experiencia. Y así es, porque no tarda en conseguir una mesa. Ni siquiera me ha dado a pedir algo en la barra para esperar.
  Nos sentamos. Se arma todo un espectáculo cuando las chicas se quitan los abrigos que la adecentan. Siento las miradas clavadas en nosotros y casi puedo adivinar las preguntas que surgen en sus mentes.
¿Quiénes serán? Ellas parecen artistas. ¿Alguna famosa? Ese tipo no me suena. ¿Será el guardaespaldas? Tiene cara de eso, de bulldog. ¡Que cutre es vistiendo! Ese estilo ya no se lleva. ¡Lo que daría por tener a dos bombones como esos sentados a mi lado! Esas dos son putas, seguro. De lujo, pero putas. No hay nada más ver como van vestidas… ¡Mi madre! ¿Eso que lleva la pelirroja es un Christine Morant? Debe de ser rica para costearse un modelito así… ¡Dios! ¡Esas dos son la fantasía de mi vida! ¡Que suerte tiene ese cabrón! ¡Con lo feo que es!
Sentía a Rasputín reírse en mi interior, con esas frases que yo imaginaba y colocaba en boca de aquellos que nos miraban, casi sin disimulo. Me inflaba como un globo, disfrutando de mi momento, en silencio, claro.
―           Creo que estamos llamando la atención – susurra Pam, detrás de la carta del restaurante, escondiendo su risa.
―           Buenoooo… acabamos de empezar. Aún queda noche – sentencia Maby.
―           Joder. Vosotras estáis acostumbradas a que os miren así, pero yo me siento como en un zoo – rezongo, mirando de reojo a un tipo que se le había olvidado bajar la cuchara hasta el plato, mirando las piernas de Maby.
―           Tranquilo, peque. A ti apenas te miran, por ahora – me coge la mano Pam.
―           ¡Por ahora! ¡Jajajjaja! – la cristalina carcajada de Maby atrajo aún más miradas.
―           Bueno, concentrémonos en la carta – llamo su atención. – Estoy muerto de hambre. ¿Puedo pedir algo de carne, Pam?
―           Por supuesto, cariño – me derrito al escuchar ese apelativo. – Pide algo de buey o ternera, en su punto, pero nada de patatas, ni fritas, ni de ninguna manera. Guarnición de verduras. Nada de pan.
―           Joder con el sargento de hierro – protesto.
―           Haz caso a tu hermanita, que ella sabe de esas cosas – me aprieta un muslo Maby, por debajo del elegante mantel de tela.
―           ¿Podríamos pedir un buen vino? – sugiere Pam.
―           Yo no voy a beber nada de alcohol. Tengo que conducir y seguro que habrá controles de alcoholemia a la salida. Para mí, agua.
―           ¿Un Ribera, Maby?
―           Uuy. Ya sabes que el vino me pone muy cachonda…
―           Mejor – se ríe Pam, alzando una mano y llamando al camarero.
 Este no las tiene todas consigo. La sensualidad de las chicas le distrae fácilmente. Vamos, que si hubiera tenido que desactivar una bomba, lo hubiéramos tenido muy crudo. Aún así, toma nota. Un buen pedazo de buey sobre un fondo vegetal para mí; dorada a la espalda con setas y jamón para Pam; un mil hojas de foie con canónigos y salsa de grosellas para Maby, y, finalmente, una tabla de quesos, con nueces y dulce de membrillo, para abrir la boca. Todo eso me suena a chino. A mí me sacan del guiso casero, del filete con patatas, y la merluza, y me pierdo. Sin embargo, aquellos nombres maravillosos me hicieron salivar. ¡Mierda, con el régimen!
Pam cata el Ribera del Duero que trae el camarero y da su visto bueno. Ni siquiera sabía que entendiera de vinos. ¡Que poco conocía de mi hermana desde que se fue de la granja! Me hice el propósito de saber más cosas de aquellas dos diosas. Llena la copa de Maby y propone un brindis.
―           ¡Por el éxito de esta aventura! – exclama al alzar su copa.
―           ¡Por nosotros! – brindo a mi vez.
―           ¡Por los hermanos Tamión! – entrechoca su copa Maby.
―           ¿Por qué por nosotros? – pregunto, tras beber.
Maby alarga su mano y toma la de mi hermana, sobre la mesa. Su otra mano se pierde dentro de la mía. Nos mira a los ojos, alternativamente.
―           He llegado a un punto en que he tenido que detenerme y cuestionarme cuanto he hecho en mi corta vida. A mis dieciséis años, ya he conocido la ruindad del alma humana, donde la avaricia y el egoísmo acampan en libertad. Soy consciente de que lo que más me atrae, lo que me motiva, acabará por convertirse en mi ruina o me llevará a un agujero en algún cementerio de este país. Cada día desciendo un peldaño más hacia esas catacumbas de pecados y vicios que me llaman con voz de sirena…
―           Maby…
―           No, no me interrumpas ahora, Pamela. Me está quedando precioso – dice con una sonrisa. – Necesito que sepáis con quien os vais a unir. María Isabel Ulloa Mendoza, Maby para los amigos, es una enferma sexual, una zorra.
Deja en suspenso esas palabras, bajando la vista. Sabe cómo ponerse dramática la chica.
―           He participado en… bueno, digamos que he hecho cosas que ni siquiera salen en las producciones porno, por puro placer o aburrimiento, no lo sé. Me codeo con gente de baja estofa, de dudosa catadura moral. Traficantes, estafadores, asesinos… solo es cuestión de tiempo que me salpique algunas de sus lacras y me arrastren a un pozo del que no podré salir. No tengo a nadie que me salve. Mi madre anda por ahí, en algún sitio, tirándose a cuanto pilla, y no creo que se acuerde de su hija. Solo te tengo a ti, Pamela.
―           Oh, Maby – Pam inclina la cabeza y besa la mano de su amiga.
―           Es por eso, mi enorme osito Sergi, que no he dudado en interesarme por ti, en cuanto he notado que había algo en ti que me atraía. No es por decepcionarte, pero jamás creí que un chico como tú llamaría de tal manera mi atención. Al principio, no sabía bien qué era lo que me atraía. Eres el hermano de mi mejor amiga y debía tener cuidado. Pero, a cada día que pasaba, acumulabas más y más detalles, más pequeñas cualidades que, seguramente pasarían desapercibidas para los demás pero que, para mí, resultaban deliciosas. No sé explicarme de otra manera, por el momento. Solo te digo que encontrar a un chico que me llene de esta forma, sin ser un crápula, sin recurrir a los artificiales símbolos de la depravación, como las drogas, es acreedor de mi amistad y mi pasión.
Inspira con fuerza. Sus ojos amenazan con soltar un riachuelo de lágrimas. Sorbe y suelta nuestras manos cuando el camarero trae la fuente con quesos y sus complementos.
―           Maby, no sabía que fuera tan preocupante – la consuela mi hermana.
―           No es algo para comentar en la sobremesa – sonríe, a desgana.
―           Maby – las interrumpo. Tengo los puños cerrados y apoyados sobre la mesa. – No sé hablar como tú, pero debo responder a cuanto has dicho. Solo puedo decirte que me has emocionado realmente y que, aunque aún no te conozco bien, procuraré no fallarte jamás y ser siempre un amigo, un amante, o lo que tú quieras, para darte apoyo y cariño. Cuando necesites de mí, para lo que sea, por muy duro que sea, acude sin vacilar.
―           Oh, grandullón – Maby se cuelga de mi cuello y me besa repetidamente, en la mejilla, en la oreja, en la boca. – Significa tanto para mí… Estoy al límite, atrapada por mi propia ignorancia y mi debilidad. Aún no sé lo que siento por ti, bonito mío. No sé si es atracción, lujuria, o una fuerte amistad… Sé que no es amor, pues no creo en eso, pero, te juro que te respetaré cuanto pueda, y cuando llegue el momento en que ya no pueda seguir haciéndolo más, te lo diré, para que me tires a la puta calle.
―           Eso ha sido muy sincero, Maby. A cambio, yo te prometo que te ayudaré, te cuidaré, y te protegeré cada vez que lo necesites. Que te consolaré, te calmaré, y te amaré cuando estés de bajón, sin pedir nada a cambio – replico, abrazándola y alzándola de su silla.
En ese momento, soy consciente de que, de nuevo, las miradas se vuelcan sobre nosotros.
―           ¡Mala leche tenéis! ¡Me habéis hecho llorar! – dice Pam, golpeando mi hombro. ¡Pues yo no me quedo sin hacer mi discurso! Vamos a ver… Al contrario que mi querida amiga Maby, lo que siento por ti, hermano, si es amor. Tampoco sé si es un amor fraternal, carnal, romántico, o espiritual. Lo que sé es que llevo adorándote a distancia desde hace tiempo y, hoy, ha llegado la oportunidad de tenerte en mis brazos y compartirte con mi mejor amiga, mi compañera de piso y de trabajo, mi primer amor.
Maby se lleva las manos a la boca, emocionada. Por mi parte, estoy confuso con esa confesión. ¡Le llevo gustando desde hace tiempo a la diosa de mi hermana! ¿Cómo puedo atraer a chicas como ellas?
―           Si puedo estar con las dos personas que amo, plenamente, con ambas a la vez, compartiéndolas, seré la mujer más feliz del mundo, y no me importará lo que puedan pensar o decir de mí, ni padres, ni vecinos, ni jefes. Te quiero, Sergi, y te quiero, Maby.
Las chicas se cogen de las manos, las lágrimas ya en la calle.
―           ¡Me lo has quitado de la boca, cabrona! – dice Maby, sorbiendo con elegancia.
Ahora, para colmo, tengo las dos mirándome, esperando a que pronuncie esa especie de votos improvisados. Buff. Peor que una boda.
―           ¿Qué puedo decir que no hayáis dicho ya? Sois las dos bollicaos más buenas que jamás he tenido delante. Me habéis rescatado de mi solitario rincón y ofrecido el paraíso, el máximo sueño de cualquier hombre. Sois amigas y amantes y me admitís en vuestra cama. No puedo más que besar vuestros pies y juraros, al menos, amistad eterna, porque mi amor y pasión ya los tenéis.
Esta vez, son las dos las que me llenan de besitos, una por cada lado. Estoy en el cielo.
Cierra la boca que babeas.
El viejo Rasputín está al tanto, menos mal.
Decidimos terminar con los quesos. Pam me permite comer el queso fresco que hay en la fuente, con algunas nueces, pero nada de miel o dulce de membrillo. ¡Que malas! Los platos vienen enseguida. La euforia nos embarga, prestándonos alas. Devoro mi pedazo de buey y acabo antes que ellas. Maby me ofrece un pedazo de su hojaldre de foie, llevándolo a mi boca con su tenedor.
―           Solo probarlo. Eso tiene un montón de calorías – advierte Pam. — ¿Quieres pescadito, peque?
La miro de través. Se está pasando. Las dos se ríen, felices. Me acabo la botella de agua. Es toda una experiencia tener una cita con ellas. Maby suelta su tenedor y noto sus piernas estirazarse bajo la mesa.
―           Buff. Ya no puedo más – dice, hinchando el vientre.
―           Quejita – digo.
―           Polla loca – responde ella, deslizando su mano por la pernera, acariciando mi, hasta ahora, tranquilo pene.
―           ¡Eh! ¡Que yo aún no he acabado! – exclama mi hermana, con la boca llena.
―           ¡Te jodes! – se carcajea su amiga.
―           Chicas… estoy dándole vueltas a una idea – me miran. Mi tono se ha hecho más serio. – Esta decisión que hemos tomado ha sido muy rápida y, quizás, demasiado fácil. No podemos olvidar que conlleva ciertos riesgos, por lo que sería una auténtica gilipollez tomársela como un capricho y terminar la relación en unas cuantas semanas.
―           Tienes razón – asiente Pamela. Maby la imita.
―           Deberíamos poner un plazo mínimo – propone mi hermana.
―           ¿Un año? – esta vez es el turno de Maby.
―           Un año está bien. Si para antes de las Navidades del año que viene, alguno de los tres desea retirarse de este trío, lo podrá hacer sin dar explicaciones, como buenos amigos – expongo.
―           ¿Por qué sin dar explicaciones? – pregunta Maby. – Siempre hay un motivo y, a lo mejor, a los demás nos gustaría saberlo.
―           Porque entonces, peligraría nuestra amistad. Si conocemos a alguien fuera de nuestro círculo, surgirán los celos. Si nos tomamos ojeriza uno a otro, significaría poner al tercero en una comprometida situación. Pienso que es peor tener que explicar por qué quieres abandonar la relación. Ya será demasiado duro como para encima dar razones.
―           Tienes razón, peque. Pero hasta el año, nada de separarnos, aunque nos caigamos fatal – resume Pam.
―           ¡Hecho! – respondemos.
―           ¿Algún postre? Tenemos unos “bienmesabe” caseros muy ricos… — nos interrumpe el camarero.
―           No, está bien así. Tráiganos la cuenta, por favor – le corta Pam. – Si el peque no puede comer cositas dulces, nosotras tampoco.
―           Por lo menos, delante de tanta gente – se ríe Maby.
―           Deberíamos exponer nuestros puntos de vista. Puede que queramos incluir más normas a esta relación – dejo caer, mientras me estirazo, dejando ver bien la leyenda de mi camiseta. Hay sonrisas en algunos comensales masculinos.
―           ¡Normas, normas! Lo que me gusta es saltármelas… — dice Maby, con un pellizco.
―           ¿Ah si? Entonces, ¿puedo meterte treinta centímetros de un tirón, sin prepararte? – le susurro.
―           ¿Tre… treinta centímetros? – tartamudea.
―           Treinta y uno para ser exactos.
Maby mira a Pam, como para asegurarse. Mi hermana asiente y abre mucho los ojos.
―           Habrá que poner más normas, si – jadea la morena.
El camarero trae la cuenta y Pam saca su tarjeta. Yo protesto.
―           Esta noche, pagamos nosotras – agita un dedo Maby. – Ganamos más pasta que tú y nunca te hemos invitado. Cuando vayas a Madrid, nos sacas de juerga otra vez.
―           Vale.
Como todo un caballero, ayudo a las chicas a ponerse sus largos abrigos, sintiendo las miradas de envidia de la mayoría de los tíos. Cada vez me gusta más esto.
Pamela sugiere ir al Van Dyck, un lugar chic, lleno de pijos, y donde sirven los mejores cócteles de Salamanca. Es un sitio caro y exclusivo, pero las chicas se merecen eso y más. El local no está demasiado lejos y prefiero no mover la camioneta de donde está. Si nuestra llegada al Musicarte llamó la atención, no es nada comparado con la exhibición que las chicas dan en cuanto se quitan los abrigos, ya en el interior del club. No me encuentro muy a gusto allí, pero se nota que ellas están en su salsa. No se ve otra camisa de leñador más que la mía, ni otra muñequera de cuero. Allí no hay más que finos jerseys de Lacoste, pantalones de pinzas Daevo, o jeans Lewis, y mejor no hablaros de los zapatitos. ¡Náuticos en Salamanca en diciembre! Eso es sufrir para ir a la moda.
En fin, que destaco allí de cojones, vamos.
Pero ellas no le dan importancia alguna, porque para eso están ellas allí, para atraer las miradas de todos y de todas, y que nadie se fije en mí, más que para cagarse en mi suerte.
Como os cuento, nada más quitarse los largos abrigos, la gente más cercana empieza a revolucionarse. El local está cargado y tengo que empujar para llegar a un rincón, donde hay una mesa de tres patas, alta y pegada al muro. Un foco oscilante reparte chorros de luz en forma de círculos, tanto en las paredes como sobre nuestros cuerpos.
Al abrirme paso, la clientela me mira y pone mal gesto. No soy de los suyos, pero mi estatura los mantiene a raya. Escucho más de un gruñido. Sin embargo, en cuanto las chicas muestran su encanto, esa misma clientela parece olvidarse de mí, envalentonarse y acercarse a ellas.
Un rubito guapo, que aún porta las gafas de sol sobre la cabeza, casi enterradas en sus perfectos rizos, se coloca al lado de Maby y, le dice algo, casi metiéndole la lengua en la oreja. Yo me encuentro pidiendo en la barra, pero lo calo de un golpe de ojo. Creo que voy a tener que intervenir. Le paso un billete de veinte euros al camarero para pagar las copas. Me mira con sorpresa. No sé si valen más o no, pero no me paro a escucharle.
―           Barceló cola para ti – le paso la copa a Pam.
―           Síguele el juego – me susurra.
―           Vodka con zumo de naranja y unas gotas de Frangelico – me giro hacia Maby. – Y para mí, un trancazo de tónica.
―           Sergi, cariño, este es Rafa. Es un chico majo, ¿puedo ir a jugar con él? – me comenta Maby, aferrándose a mi cintura.
Le examinó con mirada crítica, de arriba abajo. Casi le saco veinte centímetros y al menos ochenta kilos de más. Se estremece visiblemente.
―           Hola – murmura.
―           Parece poca cosa, ¿no? – digo, señalándole.
―           Pero es muy guapo – tironea de mí la morenita. Sé que disfruta con el juego. – Porfi, porfi, solo un ratito.
Pídele dinero, mucho dinero, y veremos como reacciona.
El viejo Rasputín es de ideas rápidas.
―           Puedes ir, siempre que meta mil euros en mi bolsillo. Ya sabes que por menos, ni hablar – no aparto los ojos del tipo, que me mira con ojos desorbitados.
―           Rafa, Rafita, solo son mil euros de nada, y podremos irnos a jugar donde quieras. Te garantizo que no te arrepentirás – le enerva Maby, apretándose los senos bajo el blanco corsé que ha dejado al descubierto.
El color desaparece del rostro del chico. Pam, abrazada a mi espalda, se ríe. Maby le mira, con carita compungida, esperando la decisión del chico.
―           Lo siento. Creo que me he equivocado. Lo siento… tengo que irme… — balbucea Rafa, dando media vuelta y perdiéndose entre el gentío.
―           Joder, Sergi, me has hecho pasar por una puta – se contorsiona Maby de la risa. – No esperaba que salieras por ahí.
―           ¿Qué esperabas entonces? – pregunto mientras afano un par de altos taburetes para ellas.
―           No sé, que le asustaras con tu físico, o algo así.
―           Seguro que se lo ha comentado ya a todos sus colegas. No creo que nadie nos moleste más en un buen rato – dice Pam mientras la ayudo a subirse al taburete.
―           Esa es una buena pregunta – dejo caer al mismo tiempo que elevo por la cintura a Maby para depositarla en su taburete.
Las chicas lucen espectaculares en los altos asientos, con sus piernas bellamente cruzadas, atrayendo todas las miradas.
―           ¿Qué pregunta?
―           ¿Qué pasa si alguien llega del exterior y seduce a uno de nosotros? No sé, a lo mejor el simple capricho de una noche, o bien una necesidad…
―           ¿Quieres decir que si podemos estar con otras personas? – aclara Pam.
―           Si – me cuesta admitirlo. Que conste que lo estoy diciendo por ellas, que son las que tienen vida social.
―           No lo sé – reflexiona Maby. – Pienso que si nos hemos comprometido por un año entre nosotros, lo normal sería que no estar con nadie más. Una especie de compromiso.
―           O sea, nada de cuernos – Pam es rotunda.
Yo no estoy convencido y parece que se me nota en la cara, porque las dos me instan a decir lo que pienso.
―           Por mí lo tengo claro. No había estado con ninguna mujer hasta la otra noche, así que… pero vosotras sois diferentes. Trabajáis con modelos, de ambos sexos. Es un mundo bello y fascinante, ¿podréis resistirlo? ¿Podéis asegurarme que una noche, en una ciudad extraña, no buscareis el consuelo en vuestra hermosa compañera de habitación, aunque solo sea por un par de horas?
―           Visto así – las dos se miraron. Era muy posible.
―           Creo que lo mejor sería comprometerse a no tener ninguna otra relación, más que la nuestra, pero debemos ser abiertos a cuestiones de necesidad – trato de explicar.
―           O fuerza mayor – sonríe Maby, de forma pícara.
―           Está bien – acepta Pam. – Pero solo algo espontáneo.
―           Hecho – brindamos para aceptar la norma.
Alguien choca conmigo por la espalda. Me giro. Una chica se disculpa. Tiene los ojos más oscuros que he visto nunca. Parece semita, quizás pakistaní. No es muy guapa pero tiene algo que atrae. Vuelve a disculparse mientras se apoya en mi brazo. El tacón de su zapato se ha roto. Maby salta de su taburete para que la chica se siente. Me agacho y le quito el zapato, examinándolo. La cola se ha despegado.
―           Vaya, que fastidio. Tendré que irme a casa – se queja la chica, con un gracioso acento silbante.
―           Espera – le digo. – Maby, déjame tu collar.
―           ¿Qué vas a…? – pero me lo pasa tras desabrocharlo.
Con un par de meneos, arranco uno de las puntas aceradas que erizan su contorno. Uso el culo del vaso, ya vacío, para clavar aquella punta metálica a través del tacón. Se mantiene firme. Lo vuelvo a colocar en el pie de la chica semita.
―           Listo. Creo que te aguantará a no ser que saltes o bailes.
―           ¡Tío! ¡Muchas gracias! ¡Eres un mago!
―           No, que va, es que trabajo en una granja. Siempre hay que arreglar cosas con lo primero que pillas a mano.
―           Me llamo Sadhiva – se presenta. – Estoy en la universidad, acabando ingeniería.
―           Encantado, Sadhiva. Yo soy Sergio, ella es mi hermana Pamela, y esta su… compañera de piso, Maby.
Las chicas se saludan, como tanteándose, con esa manera que tienen las féminas de parecer civilizadas mientras se calibran.
―           De aquí no eres, ¿verdad? – pregunta Maby.
―           No. De Omán, pero llevo cuatro años en Salamanca. Es una buena universidad.
―           Hablas muy bien el español – la alaba Pam.
―           Gracias. Estudié la lengua en mi país, y aquí he perfeccionado. ¿A qué os dedicáis vosotros?
―           Como ya te he dicho, mi familia posee una granja que se dedica a varias áreas. Producimos madera, leche, hortalizas, y algunas cosechas por encargo.
―           Ah, interesante, una granja multitarea – se ríe de su idea.
―           Algo así.
―           Nosotras estamos en una agencia de modelos. Moda y publicidad, sobre todo – explicó Maby.
―           Era de suponer, sois muy guapas y muy elegantes – la lisonja tiene un punto de envidia. – Ha sido un verdadero placer, pero me tengo que ir. Quizás nos veamos en otro momento.
―           Por supuesto – replica Pam.
―           Adiós – me dice, colocando su mano en mi antebrazo.
―           Hasta la vista, Sadhiva.
―           Se me acaba de ocurrir otra pregunta – nos dice Maby, mirando como la chica omaní se aleja. — ¿Qué pasaría si uno de nosotros decidiera incluir a alguien más en el trío?
No supe que contestar, pero estaba claro que podía ocurrir. Al parecer, Sadhiva nos había caído a todos bien. ¿Quién sabe lo que podría ocurrir de seguir tratando con ella?
―           Supongo que deberíamos someterlo a votación. Si los demás estuvieran de acuerdo, no veo inconveniente. Pero sería algo muy puntual, ¿no? – Pam expone lo que es más lógico. Asiento, de acuerdo con la idea.
―           Si. Deberá gustarnos a los tres para incluir a otra persona, sea hombre o mujer – concede Maby,
Debo ir a por otra ronda para resolverlo con un nuevo brindis. Las chicas trasiegan alcohol como campeonas, yo sigo con la tónica. Nadie nos ha pedido carnet para comprobar la edad. La verdad es que ninguno aparenta la edad que tiene.
En un momento dado, las chicas se marchan al baño, dejándome solo. Paseo la mirada por el local. No podría definirlo pero me parece que las féminas se fijan en mí.
Claro que se fijan en ti. Las atraes.
“Venga, Gregori, soy un cacho de carne.”
Si, con ojos, con MIS OJOS. Aún es pronto, pero responden a tu llamada. No saben qué les impulsa a mirarte, pero lo hacen. Pronto empezaran a imaginarte en sus fantasías, y, entonces, no podrán resistirse a tus deseos. Cuanto más atractivo seas, más profunda será su subyugación. Así que ya puedes ponerte a ello.
“¿Y tú, qué ganas con todo esto?”
¿Por qué tendría que ganar algo?
“Jeje, vamos, Gregori, que no soy ningún tonto… sé que buscas algo de mí o algo que yo puedo conseguirte. Creo que para eso has estado guiándome, preparándome, ¿me equivoco?”
Aún es pronto para hablarte sobre ello. No te preocupes por el momento, lo que tenga que suceder, sucederá.
Tan críptico como siempre. Perfecto. Siento una mirada clavada en mí, desde hace un rato. Con disimulo, la busco. Tardo en encontrarla. Una mujer en la barra. No es ninguna jovencita. Tendrá unos treinta y tantos años. Charla con un hombre que está de espaldas a mí. Ella se sitúa de forma que pueda mirarme, pero parece que está mirando a su interlocutor. Lleva un peinado a lo Betty Boop, pero en rubio, y posee un cuerpo opulento por lo que puedo ver.
¿Notas como te desnuda con la mirada?
“La verdad es que noto su intensidad. No sé si me está desnudando o imaginando haciendo otra cosa, pero si noto perfectamente la fuerza de su mirada.”
Bien, progresamos a buen ritmo.
Maby regresa del lavabo, sola. Pregunto por mi hermana.
―           Se ha encontrado a Sadhiva al salir del baño. Nos ha presentado a sus amigos y Pam se ha quedado charlando. Esa tía no me cae mal, pero sus amigos son unos plastas. Prefiero aferrarme a ti – me dice, abrazándome y colocando su cabecita sobre mi pecho.
La mujer acodada en la barra se envara al distinguir a Maby. Interesante.
―           Tengo ganas de jugar contigo – me susurra Maby.
―           Y yo, niña.
―           ¿Niña? ¿Te parezco una niña?
―           Si, por eso me gustas. Una niña traviesa.
―           Entonces vale – y me besa con pasión.
Me retiro. No he respondido a su beso, aunque tampoco lo he rechazado.
―           ¿Qué pasa?
―           No creo que sea lo más idóneo. Deberíamos esperar a Pam.
―           Bueno, no hace falta. Ahí viene – señala Maby.
Pam sonríe, toma su vaso y le da un buen trago.
―           Creo que deberíamos hablar de otra regla – empiezo.
―           La de si debemos estar los tres para tener relaciones o bien dos pueden empezar hasta que se una el tercero. ¿Es esa? – suelta mi hermana.
―           Si, la has definido bien. ¿Estás molesta?
―           Puede.
―           ¿Por un beso? – se asombra Maby.
―           Hoy puede ser un beso, mañana otra cosa.
―           Que sepas que Sergi me ha retirado su boca y ha planteado la duda – aclara Maby.
―           Pero tú has empezado a besarle…
―           Basta – las corto rápidamente. – Nada de celos. Se supone que somos un trío. Debemos compartir, esa es la idea de un trío.
―           Tienes razón – se disculpa mi hermana. – Me he dejado llevar.
―           Creo que deberíamos estar siempre los tres – expone Maby.
―           Si, es lo suyo, excepto que tengamos que actuar de otra forma.
―           ¿Ejemplo? – pido yo.
―           Pues, digamos, en la granja. Si las dos subimos al desván, pueden escucharnos – explica Pam.
―           Podría subir una y después la otra. De esa forma, una de nosotras controlaría las escaleras – aporta Maby.
―           Si, es una buena idea. Entonces, podríamos resumirlo así: nuestras relaciones constituyen un trío permanente, salvo en el caso que, por motivos de seguridad y con el consentimiento de los demás, el trío deba convertirse en un dúo temporal o por turnos – Pam está inspirada, parece toda una abogada.
Brindamos por la cuarta norma y decidimos marcharnos de allí. Cuatro normas en nuestro primer día son suficientes, y eso que solo nos hemos besado. Siento que mis chicas están ardiendo y quieren bailar.
Hablar de La Pirámide es hablar de la noche, por excelencia, en Salamanca. En una pequeña ciudad, dedicada a las artes y la enseñanza, como esta, el público nocturno es bastante joven y, para más INRI, intelectual y exigente. La mayoría de los estudiantes universitarios de Salamanca manejan dinero, sea de sus familias, sea su cuenta becaria, o porque trabaja y estudia, a la misma vez. Salamanca es un destino muy elegido para estudiantes de todas partes de Europa, por lo que, a veces, esto se convierte en una pequeña Babel.
Toda esa masa de gente, de potenciales clientes, pasa, al menos una vez al mes, por las salas de La Pirámide, para bailar, ligar, asistir a un show, o, simplemente, deambular bajo su piramidión y admirar toda su decoración egipcia.
La Pirámide se nutre de mano de obra universitaria. Chicos y chicas trabajando en sus barras. Chicos y chicas actuando en sus plataformas. Todos vestidos con ropajes seudo egipcios y fantasiosos.
Allí es donde llevo a las chicas.
¿Cómo sé que ese sitio existe? Fácil. La disco mantiene un programa en la radio local. Pasa su música y anuncia sus espectáculos y sus noches temáticas. A veces escucho el programa cuando trabajo con el tractor.
Esta debe de ser una de esas noches temáticas porque la cola da la vuelta a la vieja fábrica sobre la que se erige La Pirámide. Dios, no vamos a entrar nunca.
―           ¿Cómo en Barcelona? – propone mi hermana a Maby.
―           Si, podría resultar. Sergi, tú te quedas a dos pasos detrás de nosotras, muy atento.
―           Ponte esto en la oreja – Pam saca del bolso el auricular de su móvil. – Así, por detrás de la oreja. Creo que dará el pego.
―           Pues vamos, hagamos de divas – se ríe Maby, quitándose su impermeable y colgándolo a su espalda de un dedo, como si estuviera en la pasarela. Su corpiño destaca poderosamente bajo la ropa oscura.
Pam la imita, pero no se quita el abrigo, sino que lo baja de los hombros, dejando estos desnudos. Comienzan a caminar, repiqueteando poderosamente los tacones, para que la gente de la larga fila las mire. Me sumerjo cómodamente en la comedia. Son diabólicas. Ellas son las divas, yo el hermético guardaespaldas que las acompaña de fiesta. Adelantamos todos los puestos de la fila y ellas se detienen ante los dos robustos porteros, con una pose de caderas y una sonrisa ladina, charlando entre ellas insustancialmente. Su postura indica que están esperando algo que dan por hecho, de lo que no tienen que preocuparse en absoluto. Me quedo estático, justo detrás de ellas, separándolas de la gente que protesta por su osadía. Los porteros me miran. Soy más alto que ellos. Entonces, Pam se gira hacia los dos hombres y con una sensual caída de su mano, dice:
―           Don Miguel nos está esperando – recompensa al hombre con una preciosa sonrisa.
Veo la mirada que se lanzan los matones y su leve asentimiento. Se apartan y pasamos. A nuestras espaldas, la gente silba, descontenta.
―           ¿Quién es don Miguel? – pregunto a Pam.
―           No sé, pero siempre hay un Miguel o un José. Cuestión de suerte. Lo que importa es la actitud.
Maby suelta una carcajada y cruzamos las puertas.
¡Que peligro tienen estas dos sueltas!
Las chicas dejan sus abrigos en el guardarropa. El local está a reventar. Ya se palpa en el ambiente que todo el mundo espera las fiestas. La música me atraviesa como algo físico. Maby alza los brazos y contonea sus caderas con sensualidad, acoplándose al ritmo de la música.
―           ¿Bailamos? – pregunta casi en un grito.
―           Antes tengo que ir al baño – contesta Pam.
Cierto, yo también. Con mi estatura, diviso donde están los baños y nos dirigimos allí. En el baño de caballeros, hay varios tipos haraganeando en el interior, entrando y saliendo de una de las cabinas individuales. Me miran susceptiblemente. Les ignoro, tengo más prisa en desaguar. Así que me concentro en lo mío. Ellos hacen lo mismo. Seguramente, estarán liados, esnifando coca. Allá ellos. Acabo y salgo. Las chicas aún no han salido del baño de damas. Cuando lo hacen, compruebo que también han retocado su maquillaje. Pam me quita el auricular del oído y hace que me lo guarde en el bolsillo.
―           Asume lo que en realidad eres – me dice.
Se cuelga de mi brazo. Maby la abraza por la espalda para escuchar lo que me dice.
―           ¿Qué soy?
―           Nuestro amante. El único que nos va a follar esta noche – y da un mordisco al aire.
―           ¡A la pista de baile! – exclama su amiga, arrastrándola.
Yo no bailo. Jamás he bailado, pero las sigo, pues quiero verlas. El gran espacio circular del centro de La Pirámide está colapsado por una masa de gente que baila. En otros rincones despejados, también se baila, algo más alejado de los potentes altavoces. Hay pequeños palcos a unos cinco metros de altura, pegados a las inclinadas paredes falsas que simulan los gruesos muros de una pirámide. Largas escaleras metálicas acceden a ellos, en donde se reúnen diversos grupos, charlando o besándose ávidamente. Una plataforma rectangular, en la cabecera de la pista, sostiene a un grupo de gogos, apenas vestidas. Las chicas no se han adentrado en la pista, seguramente para que pueda verlas. Se mueven bien, pero aún no se han desinhibido. Para eso, necesitan unas copas.
Así que me acerco a la barra más cercana. Una bonita muñeca oriental me atiende enseguida. Tengo que inclinar la cabeza para que pueda oírme y ella parece aspirarme, por un segundo. Sé lo que beben mis chicas, yo me conformo con una Coca Light. La camarera pasa un lápiz óptico por la tarjeta que nos han dado al entrar. Aquí no se va nadie sin pagar, desde luego.
Intento no derramar nada al llevar las bebidas. La gente me deja paso, más que nada para no recibir un pisotón de un 47 con una bota con refuerzos metálicos. Maby y Pam me dan un piquito al verme con sus bebidas, y me hacen un sitio para que baile con ellas. Yo agito la mano, negándome. Los tíos cercanos me miran con suspicacia y se retraen algo, pero no mucho. Las chicas están adquiriendo rápidamente admiradores.
La verdad es que ver esos adorables culitos contonearse es todo un placer. Más de uno está literalmente babeando. Maby tira de la mano de mi hermana y se me acercan.
―           Esto se ha vaciado – agita su vaso ante mí. – ¡Vamos a por unos chupitos!
―           ¡¡Si!! – grita Pam, cogiéndome del otro brazo.
Nos hacemos un hueco en una de las barras. Otra distinta a la de la chinita. Maby pesca un camarero.
―           Dos chupitos de Bourbon y uno sin alcohol, guapo.
El chico no tarda nada en ponerlos. Le paso la tarjeta y le indico que anote otras dos rondas más. Brindamos y bebemos al golpe. El camarero vuelve a llenar.
Cuando las chicas regresan a la pista, con nuevas copas en las manos, ya están desatadas. Junto con la mayoría de machos, las contemplo moverse lánguidamente, levantando la libido de cuantos las rodean, incluso de muchas chicas. Pam gusta de bailar con movimientos lentos, contoneando sus caderas, flexionando las piernas. Sus manos delinean su figura, una y otra vez. Creo que sería una estupenda stripper. Maby, en cambio, es más dinámica. Realiza complicadas musarañas en el aire con sus brazos y manos; contonea todo su cuerpo e incluso lo hace vibrar. Tiene menos caderas que mi hermana, pero agita su cuerpo como un terremoto.
Sonrío cuando sus cuerpos se pegan, frotándose con pasión. Cada vez más gente las mira, atraídos por el mensaje de sus cuerpos. Una cadera que roza una pelvis, dos nalgas que chocan, un pubis que se frota largamente contra unos glúteos apretados, mientras unos brazos abarcan y aprietan una cintura, o bien dos senos que se rozan con intención, deseando estar desnudos al hacerlo. Es cuanto todos queremos ver y lo que ellas desean transmitir.
Numerosos voluntarios surgen a su alrededor, dispuestos a bailar de esa forma con ellas. Virtuosos bailarines las retan con sus elaborados contoneos, pero ellas no ceden. Cuanto más las interrumpen, más se miran a los ojos, hasta que, al final, ya no separan las miradas. Maby acaba pasando sus brazos por el cuello de mi hermana y su baile se convierte en algo suave, lánguido y turgente, que no tiene nada que ver con la música que suena. Inconscientemente, los hombres han dejado de bailar a su alrededor. Están pendientes de lo que significa ese abrazo entre hembras. Noto la tensión sexual flotar en el aire.
Han excitados a todos los hombres que las miran. Están empalmados.
“Lo sé.” Aún me mantenía tranquilo porque, en el fondo, sabía que esto iba a suceder. No puedes abrir la caja de Pandora sin que acabe salpicándote, ¿no?
Pamela y Maby empiezan a comerse la boca, ante todo el mundo, abrazadas. Lo hacen con mucha delicadeza, sin prisas, mostrando perfectamente sus lenguas. Unas lenguas que entran y salen, que son succionadas, aspiradas, y mordidas; que brillan bajo los estroboscópicos focos, que prometen suavidad y dulzura. Esos besos serán recordados por mucho tiempo,
Pero también veo muchos rostros desencantados, labios que modulan palabras que no necesito escuchar para entender.
Tortilleras, bolleras, lesbianas…
Es hora de mojarme. Dejo mi vaso vacío sobre uno de los altavoces y me adentro en la pista, con valentía, conciente que, en segundos, todo el mundo va a estar pendiente de mí. Ellas me ven llegar y abren su abrazo para incluirme en él. Mis brazos abarcan sus hombros con facilidad. Posan sus lindas mejillas sobre mi pecho, el cual podría abarcar aún otra como ellas. Beso ambas cabelleras. Seguro que ahora hay tíos que me maldicen y se mordisquean los puños. ¡Esto es genial!
Les doy la puntilla. Levanto, con un dedo, el rostro de mi hermana. En sus ojos, leo la total aceptación de nuestra condición. Beso dulcemente sus labios, sabiendo que Maby nos está mirando, sin levantar la cabeza de mi pecho. Tras casi un minuto, abandono sus labios para apresar la boca de Maby, que ya me busca con urgencia. Saboreo el alcohol en ambas bocas y decido que ya es suficiente exhibición. Aún abrazadas a mí, las sacó de la pista. Pido unas copas nuevas y le pregunto al camarero sobre los palcos. Normalmente, hay que reservarlos al principio de la noche, pero, a estas horas, el que se queda vacío puede ser ocupado, con una mínima consumición de treinta o cuarenta euros
Le paso la tarjeta y conduzco a mis chicas hasta uno de los palcos, donde un camarero está recogiendo vasos y botellas.
―           Esta es una de las mejores noches de mi vida – dice Pam, mientras nos sentamos en un cómodo sofá de oscuro cuero. Yo en medio, ellas a cada lado.
―           Siento algo muy fuerte en el pecho – jadea Maby.
―           ¿Te está dando un ataque? – bromeo.
―           No, tonto – se ríe. – Lo siento cuando os miro… nunca he tenido una familia, un vínculo con alguien que me importara… sois mi primer vínculo, mi familia, mis amantes…
―           Oooh… que bonito, Maby – la toma de los hombros mi hermana. Las dos quedan casi tumbadas sobre mi regazo.
―           Te comería toda entera, aquí mismo – proclama Maby.
―           Pues como no le pongan cortinas a esto – digo yo y las dos se ríen.
―           Te hemos tenido abandonado, Sergi – se acaramela Pam, echándome los brazos al cuello.
―           No creáis. Me he divertido mucho con el espectáculo.
―           ¿Espectáculo? – frunce el ceño Maby.
―           Si, el show lésbico en la pista. Muy bueno. Por poco os violan los tíos que estaban a vuestro lado.
―           ¡Dios! ¡Ni nos hemos dado cuenta! – se lleva Pam una mano a la boca.
―           ¿Por qué creéis que os he sacado de la pista?
―           ¿Por qué estabas empalmado, cariñín? – bromea Maby, llevando su manita en busca de mi pene.
―           Va a ser que no, porque ya me esperaba algo de eso. Pero os tenía que sacar de allí antes de que se organizara algún lío.
―           Tendremos que refrenarnos un poco en público – reconoce Pam, viendo que hablo en serio.
Una chica menuda, con una peluca a lo Cleopatra, trae nuestras bebidas nuevas. Nos mira con picardía y asombro. Yo no le parezco lo suficientemente rico para disponer de dos chicas de lujo, ni suficientemente guapo como para atraerlas. Seguro que se pregunta qué es lo que pasa allí, pero se aleja con prudencia.
―           Sergi… — Maby me mira, haciendo un puchero.
―           ¿Si, hermosa?
―           Quiero ver esa polla… siento curiosidad.
―           ¿Aquí? – me asombro.
―           Nadie nos ve desde abajo y en el palco vecino, se están marchando.
Tenía razón. El otro palco, situado a una decena de metros, se estaba quedando vacío.
―           Vamos, hay que contentar a la chiquilla. No seas malo – me pincha mi hermana, bajándome la bragueta.
Me encojo de hombros, mi gesto más característico, y la dejo hacer. Tiene dificultad para sacar mi gruesa polla morcillona por la estrecha apertura de la bragueta. Maby está expectante, con sus manos en mi muslo y sus ojos clavados en mi regazo.
―           Diosss… — susurra, impresionada, al verla salir.
―           Aún crecerá más cuando se endurezca. Trae tu mano, tócala – le dice mi hermana. – Claro está que se toma su tiempo. Para llenar todo esto de sangre…
―           ¿No te volverá tonto si te quita la sangre de la cabeza? – se ríe Maby, al empuñar mi pene.
―           A veces parezco un zombie. Solo follo y babeo – sigo con la broma.
Es alucinante sentir las manos de mis dos chicas sobre mi polla. Maby se encarga de mi glande, Pam, de mis testículos, tras desabrochar completamente el pantalón.
―           Joder, Pam, cariño, ¿de verdad te metió todo esto? – pregunta Maby, algo incrédula.
―           Solo la mitad y creí morirme. No hay que ser demasiado golosa, al principio.
―           ¿Me vas a follar bien esta noche, Sergi? ¿Vas a meter todo este rabo en mi tierno coñito? – me susurra Maby casi al oído.
―           Si… si…
―           ¿Y no lo sacaras hasta que te corras, aunque te suplique que me lo saques?
―           Lo que quieras, Maby – me estaban haciendo una paja deliciosa entre las dos, alternando los movimientos de sus manos.
―           Te ayudaré a metértela lo más adentro posible – Pam le introdujo dos dedos en la boca, llenos de líquido preseminal, que Maby trago con fruición.
―           Entonces, yo te comeré el coñito mientras me la clava, cariño… ¡Joder! ¡Qué cachonda estoy, coño!
―           Pues entonces, es el momento de chupar – le baja la cabeza Pam, de un tirón de pelos.
Mi polla tapa su boca, pero no consigue abarcarla.
―           Espera, espera… déjame acostumbrarme, que esto es muy grande…
Se nota que es mucho más experimentada que mi hermana. Maby ha debido chupar unas cuantas pollas. Saca la lengua todo lo que puede, para dejar que mi glande se deslice por ella con suavidad. Traga hasta que puedo tocar su garganta. Su boca no da más de sí y siento sus dientes arañar el final del prepucio. No importa, su aspiración casi me levanta del sofá. ¡Ostias con la niña! Intenta meter un pedazo más en la boca, pero las arcadas la superan, incluso cuando Pam empuja su nuca.
―           No puede tragar más – le digo. – No tiene más sitio, a no ser que descienda hasta su estómago.
―           Aaaahhh… — Maby toma aire, al sacársela de la boca. – Demasiado grande para llegar más lejos. ¡Es inmensa!
―           Tómatelo con calma, pequeña – la aconseja Pam, antes de besarla largamente.
―           ¿A medias? – propone Maby, al separarse de los labios de Pam.
―           A medias.
Ambas se recuestan en el mullido sillón, encogiendo sus piernas y apoyándose en sus flancos. Se disputan mi polla como un juego. Sus lenguas descienden, una y otra vez, por el tallo de mi pene, intentando hacerme chupones por ambos lados, pero está demasiado rígido como para acumular sangre.
Mientras están atareadas, distingo a nuestra camarera en la barra. Le hago un gesto para traer más bebida. Vacío nuestros vasos llenos, de uno en uno, en una gran maceta que tengo a la espalda. La chica, tras unos minutos, sube las escaleras con tres copas en la bandeja. Sus ojos se posan en lo que surge de mis pantalones, justo en el momento en que mis dos chicas babean sobre el descubierto glande.
La camarera se queda sin saber qué hacer. No sabe si disponer las bebidas sobre la mesa, o bien retirarse para regresar después. Maby abre los ojos y la ve. Ni siquiera piensa en abandonar la mamada. Agita una mano, como diciéndole que siga con lo suyo, y vuelve a meterse mi rabo en la boca, ansiosa.
Sonrío a la chica, mientas acaricio los cabellos de mis dos chicas. Me encojo de hombros, como excusándome. La camarera se queda mirando un rato la increíble mamada y se marcha, las mejillas encendidas.
Estás aprendiendo muy rápido.
Su tono demuestra satisfacción.
Hazlas felices. Tócales los coños.
Desciendo mis manos, silueteando su cintura, la pronunciada cadera, los suaves muslos enfundados, hasta acceder, bajo sus nalgas, a sus ocultos tesoros. Maby levanta rápidamente una pierna, para dejar que introduzca mis dedos bajo sus jeans cortados. Maby, en cambio, suspira y empuja con sus nalgas. ¡Las guarras! ¡No llevan bragas!
Mis fuertes dedos agujerean los pantys con facilidad, pudiendo llegar con mis movedizos índices a donde pretendo. Sus bocas empiezan a demostrar demasiada urgencia sobre mi polla. Sus sexos están tan mojados que mis dedos patinan para profundizar.
Maby agita tanto sus caderas que creo que se va a caer del sofá. La mano libre de Pam empuja mi mano más adentro. Se corren casi simultáneamente, exhalando roncos gemidos sobre mi mojada polla.
Ya no aguanto más y se los hago saber. De alguna parte de su torerita, Maby saca un paquete de pañuelos y prepara varios de ellos, abiertos a su lado. Aplica sus labios sobre el prepucio y jala la polla con movimientos rápidos y fuertes. Pam me aprieta el escroto y los cojones. Con un rugido, descargo en la boca de Maby. El fuerte chorro la toma por sorpresa y expulsa algo de semen por la nariz. Tiene que retirarse para no toser, tragando a la desesperada. Pam la releva en un segundo, lamiendo el que se derrama por el tallo de mi polla. Pam lo deja todo limpio enseguida mientras la morenita se limpia con un pañuelo.
 
 

 

―           ¡Coño, avisa! Puedes regar el jardín con lo que echas – me amonesta Maby.
―           Lo siento, aún no controlo. Es mi segunda mamada – me disculpo.
―           Lo tuyo es de circo. ¡Total!
Pam se ríe. Toma su bebida y le da un buen trago para enjuagarse la boca. Maby levanta la suya.
―           ¡Por la inmensa polla de mi novio! – brinda con una carcajada.
Miro el reloj. Son las cinco de la mañana. Hay que pensar en volver a casa. Las chicas acaban sus copas y quieren la espuela. Con un suspiro, llamo de nuevo a la camarera. La chica se detiene un momento, al subir las escaleras, para comprobar que las chicas tienen las cabezas en alto y están hablando y riendo.
Deposita las bebidas en la mesa y carga los vasos vacíos. Me mira por un instante, como queriendo retener mis rasgos.
―           No te preocupes, monina. Si eres buena, para Reyes, tendrás una como esta – le dice dulcemente Maby, aferrando el bulto de mi polla, ya enfundada en los pantalones.
Enrojece de nuevo y baja, quizás demasiado aprisa, las escaleras. Puede que haya encontrado un nuevo motivo para que dos hembras devoradoras como mis chicas, estén con un tipo como yo.
Regresar a Fuente del Tejo resulta ser toda una epopeya. Primero, al salir de La Pirámide, seguidos por algunos requiebros alcohólicos, no hay un puto taxi. Las chicas no están muy en forma para andar hasta la camioneta. Tenemos que esperar casi diez minutos hasta que llega uno.
Al arrancar la camioneta, obligo a las chicas a ponerse el cinturón. Están realmente borrachas. El subidón de alcohol les ha pegado fuerte al final.
No hay suerte. A la salida de Salamanca, control de alcoholemia. Dos Patrol de la Guardia Civil. Lo clásico.
Buenas noches. ¿Le importa someterse a un control de alcoholemia? No, señor. Sople, señor. Las que están borrachas son ellas, ¿no las ve? He venido a recogerlas.
Nada, es como hablarle a un oso de peluche. El compañero no deja de darle vueltas a la camioneta, como buscando algo que les permita empapelarme.
Las chicas, de repente, abren la puerta y saltan fuera, sin abrigos. Necesitan orinar y quizás vomitar. Uno de los guardias les indica unos arbustos, fuera de los focos de los dos coches, pero puedo ver como todos los agentes admiran esas largas piernas. Yo sonrío, con las manos en el volante. Me dan paso para irme cuando las chicas regresan, ateridas.
 Al llegar a la granja, no me queda mas remedio que conducirlas a la habitación de mi hermana, intentando que guarden silencio, desnudarlas y acostarlas. El polvo que pensaba echarles, queda para otra oportunidad. Subo al desván y me acuesto. El pacto que los tres hemos firmado esta noche no para de rondarme la cabeza. Creo que es un gran paso responsable en nuestras vidas, aunque me da un poco de miedo.
Rasputín, como siempre, me tranquiliza, y, entonces me duermo.
                                  CONTINUARÁ
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
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